La Conciencia Linguistica De La Filosofia

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B O T Í N

La conciencia lingüística de la filosofía Ensayo de una crítica de la razón lingüística

Carlos Nieto Blanco

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C O L E C C I Ó N ESTRUC TURA S Y P R O C E S O S S e r ie F il o s o f í a

© Carlos Nieto Blanco, 1W 7

Fundación Marcelino Botín

© Fundación Marcelino Botín. 1997 © Editorial Trolta. S.A., 1997 Sagasta. 33 2 8 004 Madrid Teléfono 593 9 0 4 0 Fax: 59 3 91 1) Diseño Joaquín Gallego ISBN: 84-8164-137-5 Depósito Legal: VA-1 0 4 /9 7 Impresión Simancas Ediciones, S A Pol Ind San Cristóbal C / Estaño, parcela 152 4 7 0 1 2 Valladolid

C O N T EN ID O

In tro d u cció n ........................................................................................................... A b rev iatu ras...........................................................................................................

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Primera parte A N T E C E D E N T E S DE L.A C O N C IE N C IA L IN G Ü ÍST IC A 1. 2. 3.

Filosofía y lenguaje: historia de una relación ............................. Lingüística y filo sofía: noticia de un encu entro ......................... N acim iento y ocaso de la razón m oderna: preparación de la razón lingüística ............................................................. r.......................

21 67 83

Segunda parte H IST O R IA DE LA C O N C IE N C IA L IN G Ü ÍST IC A 4.

5.

6.

W ittgenstein y el le n g u a je ..................................................................... 1. El com ienzo de la filosofía a n a lític a ........................................... 2. El legado filo só fico de W ittgenstein: del Tractatus a las Investigaciones filo só fic a s ................................................................. a) Lenguaje y m u n d o ........................................................................ b) Los juegos lin g ü ístico s................................................................ c) El significado com o uso ............................................................ La filosofía del lenguaje o rd in a rio ..................................................... 1. Lenguaje y representación: Ryle y S tra w so n ......................... 2. Lenguaje y acció n : Austin y S e a r le ............................................. El pragm atism o a m e r ic a n o .................................................................... 1. T eo ría de los signos y significado en P e ir c e ............................ 2. Conductism o social y lenguaje en M e a d ................................. 3. N eop raginatism o....... .........................................................................

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CONTENIDO 7.

H eidegger y el le n g u a je ........................................................................ 1. La con cepción herm enéutico-existencial del len g u a je.... 2. Ser y le n g u a je ....................................................................................... 8 . La h erm en éu tica ....................................................................................... 1. G en eralid ad es..................................... ................................................. 2. G adam er ................................................................................................ 3. A p e l........................................................................................................... 4. O tro s d esa rro llo s................................................................................ 9 . H aberm as y la acción c o m u n ic a tiv a ..............................................

195 196 202 229 229 2.?.? 243 246 251

T e rcera parte HACIA UNA C R ÍT IC A DE LA RA Z Ó N L IN G Ü ÍSTIC A

10. Del lenguaje de la r a z ó n ....................................................................... 1.

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La razón lin g ü ís tic a ......................................................................... 2. La crítica de la r a z ó n ...................................................................... 3. De la filo s o fía ..................................................................................... 11. Lenguaje y valores: la ética d iscu rsiv a .......................................... 12. C on jetu ras para una filosofía delle n g u a je ................................... 1. Discursividad del le n g u a je ........................................................... 2. M aterialidad del le n g u a je ............................................................. 3. Significatividad del le n g u a je ....................................................... 4. Especularidad del le n g u a je .......................................................... 5. C ategoricidad del le n g u a je .......................................................... 6 . Reflexividad del le n g u a je ............................................................. 7. «Perversidad» del lenguaje .......................................................... 8. D ialecticidad del lenguaje ........................................................... 9. M á rg en es..............................................................................................

275 286 291 315 315 318 321 324 328 330 332 335 342

B ib lio g ra fía ............................................................................................................

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A m is padres, E stb er y F elip e

«El razonam iento y el discurso son, sin duda, la m isma cosa, pero éno le hem os puesto a uno de ellos, que con siste en un d iálogo interior y silencioso del alm a consigo mism a, el nom bre de razona­ m iento?» (Platón, Sofista , 2 6 3 e). «La razón por la cual el hom bre es, más que la abeja o cualquier anim al gregario, un animal social es evidente: la naturaleza, com o solem os decir, no hace nada en vano y el hom bre es el único an i­ mal que tien en la palabra. [...] la palabra es para m anifestar lo c o n ­ veniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y es exclu sivo del h o m ­ bre, frente a los dem ás anim ales, el tener, él solo , el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, e tc., y la com unidad de estas cosas es lo que constituye la casa y la ciudad» (A ristóteles, Política, 1 2 5 3 a 9). «El lenguaje es tan viejo com o la con cien cia: el lenguaje es la c o n ­ ciencia práctica, la con ciencia real, que existe tam bién para los otros hom bres y que, por tan to, existe tam bién para m í m ism o; y el len­ guaje sólo nace, com o la con cien cia, de la necesidad, de los apre­ mios del intercam bio con o tro s hom bres» (K. M arx , La ideología alem ana, 1 , 11, A).

«Los limites de mi lenguaje significan los lím ites de mi mundo» (L. W ittgenstein, Tractatus logico-philosophicus, 5 .6 ).

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LA CONCIENCIA LINGÜISTICA DE LA FILOSOFIA «La palabra hum ilde ascend ía, com o por levitación, del plano vul­ gar de la locu ela, de la ch arla, y se engreía noblem ente en térm ino técn ico , se enorgullecía com o un palafrén del peso de soberana idea que oprim ía su espalda. (...) ¡Q ué placer debió ser para aqu e­ llos hom bres de G recia asistir al m om ento en que sobre el vocablo trivial descendía, com o una llama sublim e, el pentecostés de la idea cien tífica!» (J. O rtega y G asset, éQué es filosofía ?, X). «El lenguaje es la casa del ser. En su vivienda m ora el hom bre. Los pensadores y los poetas son los vigilantes de esta vivienda» (M . H eidegger, Carta sobre el humanismo). «La esencia se expresa en la gram ática» (L. W ittgenstein, Investiga­ ciones filosóficas , § 3 7 1 ) . «Inevitablem ente, el tipo de fórm ula que Kant hizo célebre para las intuiciones y los con cep to s parece im ponerse: El lenguaje sin pen ­ sam iento es vacio; el pensam iento sin lenguaje es ciego » (J. Ferrater M ora, Las palabras y los hom bres).

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IN TRO D U C C IÓ N

La obra que presentamos constituye una investigación de conjunto sobre el impacto producido en el pensamiento actual por el com ple­ jo de problemas que gira en torno al tema del lenguaje. El hecho de que los problemas lingüísticos hayan servido para despertar nuestro interés en esta investigación se debe a la trascendencia que este tema ha tenido y sigue teniendo en la mayor parte del pensamiento ac­ tual, com o se pone de manifiesto en que gracias a ello las diversas corrientes y tradiciones filosóficas de este siglo han podido estable­ cer diálogos fructíferos, sirviendo para inaugurar un cierto campo temático de interés compartido. Com o consecuencia de ello, las di­ ferentes tradiciones filosóficas han experim entado cambios signifi­ cativos que han conducido a transform aciones internas, y, además, la propia naturaleza del discurso filosófico se ha visto enriquecida. El interés por el tema lingüístico en el pensamiento contem poráneo coincide también con el gran auge que han tomado las diferentes ciencias del lenguaje, al punto de que ellas constituyen por sí solas una de las grandes aportaciones científicas del siglo X X . Nuestra investigación se organiza en torno a una estructura sub­ yacente que da lugar a la apertura de cuatro campos específicos. Exis­ te, en primer lugar, un cam po tem ático. Ese cam po, com o ha que­ dado dicho, es el lenguaje. En segundo lugar tenemos un cam po historiográfico. D icho campo viene definido por la expresión que da el título general a nuestra obra: «la conciencia lingüística de la filosofía», la cual se corresponde con un determinado período de la historia de la filosofía. En tercer lugar nos enfrentam os con un cam ­ po teórico presidido por la creación del marco conceptual al que damos el nombre de «razón lingüística», una manera de llamar la atención acerca de la urdimbre lingüística de nuestra conciencia. Finalmente, existe un cam po m etódico que consiste en la crítica de

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LA CONCIENCIA LINGÜISTICA DE LA FILOSOFIA la razón lingüística presentada a modo de tentativa o ensayo. Elegi­ do el campo temático se nos hizo preciso acudir a su historia. Una vez en poder de algunas de sus claves, la recurrencia y la intensidad del fenómeno estudiado nos exigió llegar a un intento de teoriza­ ción. A partir de aquí se nos impuso su valoración crítica según el procedimiento que es habitual seguir en nuestra materia. Tal com o veo el resultado de este trabajo, me parece que sigue siendo una obra sobre la filosofía , aunque aspira a reunir los argumentos, en lo que dice y en lo que sugiere que debe ser realizado en el futuro, para que pueda ser considerada también com o una obra de filosofía. A tenor de lo dicho, el trabajo ha quedado finalmente dividido en tres partes. La primera y la segunda contienen la investigación histórica propiamente dicha y sirven de apoyo a la reflexión más teórica y personal de la tercera. La tercera parte podría tomarse, en cierto modo, com o el conjunto de conclusiones teóricas que se des­ prenden de las dos anteriores. La primera parte, compuesta de tres capítulos, ofrece, en el pri­ mero, un recorrido selectivo por la historia de la filosofía — desde Platón hasta Nietzsche— , con el fin de detectar la presencia del tema del lenguaje y prepararnos para afrontar el período en el que se produce la conciencia lingüística de la filosofía. Se detiene a las puer­ tas del pensamiento contem poráneo. En el segundo se estudia, tam ­ bién de modo selectivo, la relación que ha existido entre lingüística y filosofía, o las exigencias filosóficas que han presidido algunos desarrollos de la lingüística com o ciencia del lenguaje. El capítulo que cierra esta parte constituye un relato sobre los avatares de la razón moderna, sirviendo de enlace para la entrada en la edad con ­ temporánea, a través del acceso que nos proporciona la razón lin­ güística. Los especialistas suelen situar el com ienzo de la filosofía co n ­ temporánea a partir de 1 831, fecha que corresponde a la muerte de Hegel. Hegel sería considerado desde este perspectiva com o el úl­ timo filósofo moderno, aquel que llevó a su expresión más alta y sistemática la reflexión sobre los destinos y consecuencias de la ra­ zón moderna. Por eso, lo que resta del siglo X IX y todo el siglo XX puede entenderse bajo el rótulo de «filosofía contemporánea». Pero a este respecto pueden establecerse, y de hecho así se viene hacien­ do, algunos matices. Junto al rótulo «filosofía contemporánea» se utiliza también el de «filosofía actual». La expresión «actual» es contextual, por lo que su ámbito temporal varía en función del tiempo en que se haga. Para lo que podemos entender por filosofía actual dentro del ámbito contem poráneo, la historiografía viene sirvién­ dose de la convención de considerar el desarrollo filosófico produ­ cido a partir de la segunda guerra mundial com o equivalente a la filosofía actual. Esta convención la hemos mantenido nosotros tam-

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INTRODUCCIÓN bien, por lo que, en rigor, nuestra investigación desborda un poco el marco de lo «actual» al tiempo que restringe el campo de lo contem ­ poráneo, pues tiene por objeto no la filosofía contem poránea en general, sino la filosofía contem poránea del siglo XX con una breve incursión en las postrimerías del XIX, pero con especial referencia a la filosofía contemporánea actual. Una última precisión todavía. Puesto que en muchas ocasiones las expresiones «filosofía contem ­ poránea» y «filosofía actual» se usan sinónim am ente, nosotros lo hemos hecho también. En consecuencia, dichas expresiones deben entenderse como integradas por términos que usaré de manera inter­ cambiable, aunque el ámbito temporal quede determinado en fun­ ción de lo subrayado anteriorm ente. La segunda parte contiene la información histórica esencial para establecer el argumento básico de nuestro trabajo. A través de seis capítulos se aborda el estudio de Wittgenstein y de la filosofía analí­ tica, de la filosofía del lenguaje ordinario, del pragmatismo y neopragmatismo americanos, de Heidegger, de la hermenéutica y de la obra de Habermas. Ello se hace desde sus aportaciones al tema del lenguaje. Aunque no se trate de un estudio exhaustivo, creem os que esta segunda*parre incluye una reconstrucción de las tradiciones fi­ losóficas así como del pensamiento de los autores más influyentes de nuestro siglo respecto del tema que nos ocupa, con especial refe­ rencia a la filosofía que se ha venido haciendo en los últimos cin­ cuenta años. Con dicha muestra tenemos datos suficientes para in­ terpretar la evolución filosófica del siglo XX com o un desarrollo marcado por la preocupación por el lenguaje y argumentar en este sentido. No sólo por el lenguaje, desde luego, pero especialm ente por el lenguaje, al tratarse de un tema coincidente en autores que arrancan y se instalan en paradigmas filosóficos bien distintos. En toda encuesta histórica existen exclusiones que los lectores encontrarán más o menos justificables. Por lo que se refiere al autor, lo único que se siente obligado a decir es que la elección la considera bien fundada para los propósitos generales de la obra, por cuanto que suministra el suficiente respaldo informativo con relación a aquello que se pretende argumentar. La tercera y última parte consta de tres capítulos, e incluye, com o decíamos, la elaboración teórica propiamente dicha de este trabajo. El argumento central estipula que la influencia del tema del lenguaje ha sido tan decisiva para la filosofía actual que nos debe llevar a la constitución de una nueva figura de la razón humana, que nosotros conceptuamos como «razón lingüística», lo que puede contribuir a redefinir críticamente a la razón, así com o a la propia filosofía, como tarea propia de nuestro tiempo. En dicha crítica de la razón hace­ mos una referencia especial al papel que desempeña la ética discur­ siva, como ámbito de aplicación de la razón práctica lingiiísticamen-

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LA CONCIENCIA LINGÜISTICA DE LA FILOSOFÍA te estructurada, e incorporamos también una serie,de conjeturas fi­ nales que nos sugiere el lenguaje desde nuestra perspectiva filosófi­ ca. Dichas conjeturas carecen de pretensión teórica sistemática al­ guna. Son, por el contrario, una muestra más del papel sugcrente, incluso fascinante, que el lenguaje tiene para nosotros, ante el cual sólo nos cabe hilvanar algunas perplejidades a modo de síntoma de una tarca inacabable. A la largo de esta obra he procurado mantener un tono exposi­ tivo relativamente homogéneo. En la investigación realizada sobre los diferentes autores he intentado acercarm e directamente a sus textos, aun cuando me haya servido también de monografías y estu­ dios más generales. Por eso la mayoría de los capítulos, especialmente los de la segunda parte, además de las citas pertinentes, incorporan abundante información bibliográfica. Casi toda esa información apa­ rece recogida en la Bibliografía que figura al final de la obra. En este apartado sólo se incluye el material que se ha tenido en cuenta, directa o indirectamente, parcial o totalm ente, para la elaboración de este trabajo, citándose por la versión que se ha utilizado. El lector estará en su derecho de apreciar si además de dicha investigación histórica encuentra también en esta obra una reflexión teórica que satisfaga los objetivos y los límites de este trabajo. En lo que respecta a las propias intenciones del autor he procurado equi­ librar los diferentes momentos que un libro de filosofía debe tener, aunque la cuerda se haya tensado del lado de la reconstrucción his­ tórica. Pero en el propósito estaba incluido ofrecer un material en el que se viera la estructura espacial y temporal de un trabajo hecho desde la convicción de estar unitariamente articulado. No obstante lo dicho, me he permitido también algunas libertades que se salen un tanto de la disciplina de una investigación de este tipo, com o las que representan los capítulos tercero y último. Sólo deseo que, a pesar de estar escritos en un estilo diferente, se vean com o algo que no sólo no desentona del todo del conjunto, sino que contribuyen — así lo espero— a enriquecerlo. Hay también una apuesta de fondo. Es una apuesta que, con todas las atenciones que podamos y debamos dispensar a nuestro tiempo, hechas desde nuestra instalación en una modernidad tardía, nace de una voluntad de razón, aunque no de racionalismo, puesto que la racionalidad, con sus modulaciones históricas, con la con­ ciencia de sus extravíos y hasta de su drama, sigue siendo la única divisa que identifica a la comunidad a la que la filosofía pertenece, aunque los filósofos podamos participar en otras. El interés por los temas del lenguaje, la literatura, la expresión y otros afines no ha sido ni es inusual en la tradición de la filosofía hispánica contem poránea, y se remonta ya a los comienzos de nues­ tro siglo. Baste citar los nombres de Unamuno y de Ortega y Gasset

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INTRODUCCIÓN para hacerse una idea del trabajo que ambos autores desplegaron para encontrar un lenguaje propio que reflejase un estilo personal de pensar. Por lo que a Ortega se refiere, no ha sido una de sus menores contribuciones al patrimonio común del pensamiento his­ pánico el haber elevado la lengua castellana a rango de lengua filo­ sófica, con la incoación de significados específicos para términos y expresiones propias del lenguaje natural. Desde nuestro punto de vista, en esa tarea les ha seguido uno de los grandes pensadores españoles de nuestro siglo com o lo ha sido [osé Ferrater M ora, cuya obra ha servido a quien esto escribe de magisterio en muchos campos de la filosofía. Allá por el año 1989, en Girona, tuve el privilegio de que algunas de las ideas que aquí expongo merecieran su atención y aprobación en una, todavía, for­ mulación embrionaria. O tro filósofo español también desaparecido com o él no hace mucho, y también residente en el exilio, Eduardo Nicol, escribió una Crítica ele la razón sim bólica que testim onia un interés por nuestro tema, pero que opera desde supuestos distintos a los nuestros. De los filósofos españoles actuales quizá haya sido Emilio Llcdó, flamante miembro de la Real Academia Española de la Lengua, en quien el fenómeno del lenguaje haya servido de mayor estímulo a su sensibilidad filosófica, al punto de convertirlo en un argumento central de reflexión permanente a lo largo de su obra, con propuestas esti­ mulantes. Fernando M ontero M oliner, desaparecido este año, ha hecho algo que forma parte del sustrato filosófico del que nace nuestro propio trabajo, com o es dialogar, con el tema del lenguaje de por medio, entre la fenomenología desde donde se sitúa y la filosofía analítica con la que se enriquece. Y hablando de diálogos, Javier Muguerza los ha prodigado y los sigue prodigando con tesón, te­ niendo como interlocutor a todo el amplio espectro del pensamien­ to actual, enseñándonos que, a pesar de su condición de distinguido morador «disidente», se debe seguir habitando la casa común de la razón dialógica. Victoria Camps fue en su momento pionera en nuestro ámbito filosófico al ponernos frente a la importancia de la dimen­ sión pragmática del lenguaje, im portancia que con el paso del tiem­ po no ha hecho más que incrementarse. O tro tanto podría decirse de José M aría Valverde, algunos de cuyos trabajos más recientes — sin olvidar su poesía— me han servido para poner a prueba la común conciencia lingüística de la filosofía. De todos ellos he aprendido y a todos se lo quisiera agradecer, igual que a otros colegas de mi generación o de generaciones más jóvenes, cuyos nombres aparecen citados a lo largo del trabajo, aunque no esté de más añadir que ellos nada tengan que ver con las limitaciones de esta obra, de las que sólo su autor es responsable. Arturo Leyte Coello ha tenido la paciencia de leer a fondo una

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LA CONCIENCIA LINGÜÍSTICA DE LA FILOSOFÍA primera versión de la obra, aplicando el principio académico de la amistad en sentido germánico: ni una sola concesión al amigo que no sea en aras de la verdad. Ese modo de ejercer la píelas hermenéu­ tica ha servido para enriquecer el conjunto de la obra, que se bene­ ficia con la incorporación de sus certeras observaciones. Tanto a él com o a Francisco Pérez Gutiérrez, maestro de juventud en el des­ pertar literario, y todavía amigo, a quien también «entretuvo» su pasado ocio estival la lectura del manuscrito, quisiera expresarles mi más sincera gratitud por su esfuerzo. A lo largo de los años que ha durado la elaboración de este tra­ bajo se me ha ofrecido la ocasión de poder dar a conocer algunas de sus ideas con motivo de cursos, congresos o conferencias, en los que también he tenido la oportunidad de aceptar críticas y sugerencias de estudiantes y compañeros y compañeras de la profesión, a quie­ nes también quiero testimoniar desde aquí mi gratitud por la com ­ prensión que demostraron al escucharme, razón por la cual algunas de las ideas que figuran en esta obra han aparecido ya recogidas en alguna publicación periódica de la que doy noticia en su momento. Finalmente, Salvador G iner y Javier Ordóñez, por razones distintas, saben también lo que este trabajo les debe por el apoyo de una amis­ tad generosa. En el curso académico 1 989-90 disfruté de una Licencia por estudios concedida por el M inisterio de Educación y Ciencia que me proporcionó el suficiente tiempo libre para poner las bases de este trabajo. Quede aquí constancia de mi reconocim iento. En el año 1992 la Fundación M arcelino Botín de Santander me distinguió con una de sus Ayudas de Postgrado a la Investigación, con la que pude acom eter la elaboración de la parte central de esta obra. En el apoyo que en su día prestaron a este trabajo, que continúa con el que hoy dispensan a su publicación, quise y quiero ver también un apoyo dirigido a la filosofía, por lo que mi profundo agradecimien­ to no puede por menos que estar doblemente justificado. I S a n t a n d e r , d ic i e m b r e de 1 9 9 5 C arlos N

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iet o

B lanco

ABREVIATURAS*

K.-O. Apel, La transformación de la filosofía. TF W J . Austin, Cóm o hacer cosas con palabras. WM H.-G. Gadamer, Verdad y m étodo. WM 11 H.-jG. Gadamer, Verdad y m étodo 11. J. Habermas, Conocim iento e interés. CI J. Habermas, Teoría de la acción comunicativa. AC J. Habermas, El discurso filosófico de la modernidad. DM J. Habermas, El pensam iento post-m etafísico. PM M. Heidegger, El ser y el tiempo. SZ M. Heidegger, Carta sobre el humanismo. BH M. Heidegger, De camino al habla. US 1. Kant, Crítica de la razón pura. KrV M G. H. Mead, Espíritu, persona, sociedad. Ch. S. Peirce, Obra lógico semiótica. L Ch. S. Peirce, El hombre, un signo. S P. Ricoeur, El discurso de la acción. DA R. Rorty, La filosofía y el espejo de la naturaleza. FM R. Rorty, Consequences o f Pragmatism. CP R. Rorty, Contingencia, ironía, solidaridad. CIS R. Rorty, Escritos filosóficos, 2. PhP G. Ryle, Dilemas. D G. Ryle, El concepto de lo mental CM J. Searle, Actos de habla. SA * Salvo inform ación en con tra, el m odo habitual de citar con estas abreviaturas co n ­ siste en poner a continuación de las mismas el núm ero rom ano del volum en de la obra — si es el caso— , seguido del núm ero arábigo de la página de la edición que se cita , cuya referen ­ cia aparece en la Bibliografía. En las citas del T ractatu s lo g ico-p h ilosop h icu s y de las Investigad o n e s filo s ó fic a s de W ittgenstein el núm ero arábigo, en cam bio, correspond e a la proposi­ ción o aforism o citados.

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LA CONCIENCIA LINGÜISTICA DE LA FILOSOFIA IP T BN BrN PU B

F. Strawson, Individuos. L. W ittgenstein, Tractatus logico-pbilosophicus. L. W ittgenstein, Cuaderno azul. L. W ittgenstein, Cuaderno marrón. L. W ittgenstein, Investigaciones filosóficas. L. W ittgenstein, Observaciones varias.

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Primera parte A N T EC ED EN T E S DE LA C O N C IEN C IA LINGÜÍSTICA

1 FILOSOFÍA Y LENGUAJE: HISTORIA DE UNA RELACIÓN

En el momento de franquear el umbral que supone el arranque del presente trabajo, bueno será dejar constancia ya de que no sólo se hace cargo de la enorme importancia que ha tenido en la filosofía del siglo XX el complejo de problemas que gira en torno al lenguaje, sino que al tom arlo com o centro y punto de partida de su reflexión, lo hace con el propósito de valorarlo y a partir de él extraer las consecuencias que se deriven para la naturaleza y la evolución del propio discurso filosófico com o trabajo de la razón. Como preparación a lo que vengo diciendo, lo que me propon­ go mostrar en este capítulo es que dicho com plejo de problemas sobre temas lingüísticos no ha sido asunto que haya aparecido por vez primera dentro de la filosofía del siglo X X , sino que ha desper­ tado interés en casi todas las épocas de la historia de la filosofía. Sin embargo, lo que viene caracterizando a la filosofía en la segunda mitad del siglo X X , a diferencia de lo ocurrido en otros momentos, com o mostraré más adelante, es el papel centra! que semejante com plejo de problemas ha venido ocupando, y ello en el triple sentido: a) de los amplios desarrollos sistemáticos y discipli­ nares que ha tomado la propia «Filosofía del lenguaje»; b) el enfo­ que y planteamiento de otros campos temáticos de la filosofía me­ diante el ángulo y la retícula del lenguaje; y c) por el hecho de ser una preocupación que ha acabado interesando y afectando no sólo a una, sino a la totalidad de las corrientes filosóficas más significa­ tivas de este siglo. En lo que sigue me propongo llamar la atención sobre la presen­ cia constante de una reflexión sobre el lenguaje en las diferentes épocas filosóficas del pasado, destacando de manera sucinta algu­ nos desarrollos significativos que la historia nos ofrece, desde los griegos hasta el comienzo de la época contemporánea. No se trata

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ANTECEDENTES DE IA CONCIENCIA LINGÜISTICA con ello de reconstruir el pasado filosófico en clave lingüística, ni de efectuar una historia de la filosofía del lenguaje o del papel que el lenguaje ha ocupado en todo el pasado filosófico. Eso exigiría un tratam iento por sí mismo m onográfico. Se trata de presentar una selección, un apunte o una encuesta que respalde, a modo de ejem ­ plo, lo que venimos diciendo sobre la presencia del tema com o tal. Ello querría mostrar dos cosas. En primer lugar que estamos ante un tema no exclusivo del siglo X X o no extraño a otras épocas; por el contrario, es un tema presente, con intensidad diversa, en todas, cuya recurrencia no deja ninguna duda sobre su importancia. Pero, en segundo lugar, y en la línea de lo apuntado más arriba, dicha encuesta querría dejar constancia de la diferencia que existe en el tratam iento de dicho com plejo de problemas en relación a nuestra época. Com o ha señalado Emilio Lledó: T o d a obra filosófica es lenguaje. En ella la palabra reposa en el silencio de la página. La dialéctica de lo pensado acaba objetiv án ­ dose en la lógica de lo dicho. N o queda ya sino el uniform e discur­ so de lo d icho, lo que, al fin, ha alcanzado, después de v acilacio­ nes y en fren tam ien to s, la aparen te firm eza de la letra. Pero lo d icho perm anece siem pre com o la única posibilidad de alzarse hasta un sen tid o, de llegar hasta un pensam iento, o sea, hasta o tro lenguaje en la m ente del lecto r con quien lo dicho, de algún m odo, tien e que d ia lo g a r'.

Detrás de esta presentación hermenéutica del pensamiento filo­ sófico se esconden, al menos, la constatación de tres hechos. En primer lugar, cualquiera que sea lo que pensemos, conjeturem os o teoricem os, nunca lo podremos saber si no es gracias a la presencia del lenguaje. Sin él, sin el discurso, sencillamente «no ha lugar». Por otro lado, desaparecido el emisor de dicho discurso, éste sólo nos queda en forma de texto. En realidad ése es el verdadero docum en­ to filosófico que testifica la existencia de hechos de esa naturaleza. Pero lo que Lledó quiere añadir a continuación es que la letra del texto no es «letra muerta», pues vive en la mente del lector, con ­ frontándose con su lenguaje. Esta relación esencial de la filosofía con el lenguaje, aun cuando careciese de interés para el pensador com o dato que motive una consideración temática, no mereciendo especial reflexión sobre el mismo, no dejaría de ser por ello un dato de la realidad. Sin em bar­ go, difícilm ente la sensibilidad filosófica podría haber dejado pasar por alto, desde el com ienzo, tal hecho, al punto de — cuando ya estaba madura para ello— sentir por él la natural fascinación. Pero I.

Lledó, 1, 1 9 8 1 , p. 18.

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FILOSOFÍA Y LENGUAJE. HISTORIA DE UNA RELACIÓN esta misma «admiración» por el fenómeno del lenguaje acabó por convertirlo, ya desde la propia filosofía griega, no sólo en algo dado a modo de supuesto de todo discurso, en relación con otro tipo de supuestos, com o los de carácter lógico, sino también en un tema con entidad propia con el que construir una de las disciplinas filo­ sóficas que, con el paso del tiempo, íbamos a conocer com o la «filo­ sofía de(l)» lenguaje2. I. Dejando fuera el legado de los filósofos presocráticos, en cu­ yos fragmentos ya encontramos referencias a la importancia del tema del lenguaje, la historiografía filosófica considera a Platón com o el iniciador de una reflexión sobre este tema, si no de modo sistemáti­ co, sí con una cierta intensidad. La relación de Platón con el lenguaje tiene, al menos, una doble lectura. Ya no se trata sólo de que el filósofo ateniense se ocupara, aquí y allá, del tema, convirtiéndolo en asunto de sus pesquisas filosóficas, lo que sería objeto de una segunda lectura. La primera lectura que debemos hacer en torno a esta cuestión nos lleva a en­ frentarnos con el problema de la posición privilegiada que Platón ocupa en la Historia de la filosofía com o el verdadero iniciador de la escritura filosófica. Sobre este hecho ha llamado recientemente la atención con singular maestría el propio Emilio Lledó en la amplia introducción a la versión castellana de los Diálogos de Platón, ante­ riormente citada ’. Desde este punto de vista, la obra de Platón po­ see la condición de ser la carta fundacional del lenguaje filosófico. Para Lledó la filosofía de Platón «presenta su radical instalación en el lenguaje; en el lenguaje propiedad de una comunidad, objeto de controversia y análisis»: Los diálogos de Platón constituyen, por ello , una de las form as más originales, a través de las que nos ha llegado la filosofía. Pla­ tón ap ro xim ó lo que suele denom inarse pensam iento a la form a misma en la que el pensam iento surge: el diálogo. Pero no el diá­ logo com o posible gén ero literario, sino com o m anifestación de un espacio mental en el que con cu rría el lenguaje, de la misma manera que en el espacio de la Polis con cu rría la vida'*.

La comparación entre diálogo filosófico y vida de la polis es sugerente. Podría incluso verse el propio diálogo com o metáfora de la vida social.

2 . Para una consid eración global del tema del lenguaje en la historia de la filosofía, cf. Lledó, 1 9 7 0 , pp. 1 3 -4 6 ; 7 3 -9 2 , especialm ente. 3 . C f. Lledó, I, 1 9 8 1 , pp. 7 - 2 9 , especialm ente. 4. Ib id ., p. 13.

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ANTECEDENTES DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA Pero la instalación ele la filosofía platónica en d lenguaje presu­ pone la tarea de fundar un lenguaje propio, el lenguaje de la filoso­ fía, que Platón encontró — en la medida que lo pudo llegar a con o­ cer— solamente sugerido en los filósofos que le precedieron a él. Que esa fundación del lenguaje filosófico com o escritura se hiciera en la forma del diálogo, en cierto modo puede considerarse com o un hecho lógicamente posterior, pero la circunstancia de que en un mismo acto crease un tipo de escritura com o la filosófica y a la vez un género com o el diálogo revela la fuerza que el discurso, que la voz — primer nacimiento del lenguaje— tiene sobre el texto, sobre la letra, al punto que, cuando aquél deviene texto, sólo lo hace en la forma dialógica5. Platón tuvo que investigar en el lenguaje. No hay nada más que seguir el curso de las discusiones de los personajes reunidos por el filósofo ateniense en torno a Sócrates en sus obras, para darse cuen­ ta del trabajo que emprendió analizando el uso de los términos, en orden a fijar significados que prepararan el terreno para lograr un espacio común de conceptos compartidos. Ello, en definitiva, per­ mite la prefiguración de un territorio en el que la comunicación funcione no sólo com o medio para la fijación de supuestos teóricos — nunca del todo sistematizados— , sino, sobre todo, como momento para que el debate y la polémica tengan lugar. Muchas veces, ade­ más, el curso mismo de la polémica es sencillamente el tema, y, en tal caso, éste consiste en la creación del espacio — del lenguaje— para poder hablar y seguir hablando, aunque sea «otro día». Para Lledó este fenómeno está en relación directa con la conquista de los

5. Si caem os en la cuenta de la o rien tación político-ped agógica que inspira a toda la filosofía de Platón, podríam os quizá llegar a exp licar — en una relación no dcl todo marginal con el tema lingüístico que nos ocupa— la con trovertid a «expulsión» de los poetas de la República platónica. Al menos esto es lo que intenta hacer Eric A. H avclock en un libro titulado ¡'refació a Platón (1 9 9 4 ). Su argum ento se puede resum ir así. Puesto que en la época de Platón la antigua sociedad helénica estaba sumida de llen o en un proceso de alfabetiza­ ción dcl lenguaic, con la consiguiente exten sión de la escritura, aún no se habían sustituido los m odelos educativos de la etapa an terior, em inentem ente oral, dom inados por el lengua­ je poético. El ataque en toda regla a los poetas no es tanto una impugnación del arte, com o una crítica al m odelo educativo representado por la etapa an terior, cuyo vehículo eran las largas series de poemas que debían ser m em orizados por los jóvenes. Esc m odelo educativo nada tenía que ver con la reform a pedagógica que se proponía em prender la filosofía platóni­ ca , por lo que no es de extrañ ar que incluso condenase a la poesía al infierno de la J o x a . H avelock lo explica sí: «(...) la m entalidad hom érica era de alcance general. En tal caso, los poetas vendrían a representar el m edio público, el único medio capaz de recoger la m enta­ lidad general, dándole expresión. Ellos eran los únicos proveedores de “lenguaje-cultura" — tal fue el term ino que en su m om ento em pleam os— y tam bién, por consiguiente, de las normas culturales, a cuyo abrigo se form aba la “opinión de los m uchos”. Así se entendería la intensidad del ataque epistem ológico de Platón co n tra la poesía, por representar ésta unaexp resión errónea tan to de los h echos físico s com o de los valores m orales: lo atacad o ha­ bría sido entonces el erro r, tal com o existía den tro de la sociedad en g en eral- (pp. 2 2 5 -2 2 6 ).

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FILOSOFIA Y LENGUAJE HISTORIA DE UNA RELACIÓN derechos dem ocráticos por parre ilel pueblo ateniense. Había que empezar por la palabra, pues una vez que ésta pudo fluir librem en­ te, en ella estaba escondida la vida de toda una com unidad6. La segunda lectura sobre el tema que nos ocupa a que nos con ­ duce la filosofía de Platón se refiere, com o decíamos, si así pode­ mos hablar, a su propia filosofía del lenguaje, la cual, aunque dis­ persa también a lo largo de otros diálogos7, se concentra de manera especial en el Cratilo , subtitulado «de la exactitud de las palabras», diálogo incluido dentro de primera etapa de la evolución de la obra platónica, según el criterio de los especialistas. Com o sucede con otras obras de Platón, la discusión no queda tam poco cerrada en ésta, lo que da idea, por otro lado, de la dificultad del tema y de su carácter problem ático, aun cuando pueda conjeturarse una respues­ ta de su autor escéptica — o relativamente escéptica— sobre las pa­ labras frente a la importancia de las ideas. Cratilo y Llermógenes sostienen una discusión acerca del origen semántico de las palabras. Cada uno defiende una posición extrem a sobre el tema, siendo la posición de Sócrates conciliadora o inter­ media, sin que se dibuje, no obstante, una caracterización muy pre­ cisa de la misma, indefinición que parece abonar la tesis de la am­ bigüedad de la posición de su propio discípulo Platón y autor del diálogo. Cratilo defiende la tesis del «naturalismo sem ántico», estable­ ciendo un cierto isoinorfismo entre nombres y cosas, de tal modo que el intento de imitar fonéticamente los rasgos y características de éstas, a través de procedim ientos onom atopéyicos, habría sido a la postre el origen de las palabras en cuanto a su significación. Hermógenes, por el contrario, se sitúa entre los partidarios del «con­ vencionalismo lingüístico», introduciendo una tesis — anticipada ya por los sofistas— que iría ganando adeptos a lo largo del tiempo, tanto entre filósofos com o entre lingüistas. Convencionalismo que no significa acuerdo, sino costum bre8. La tesis de Hermógenes so­ bre el carácter convencional de los signos lingüísticos devuelve a 6. - De la misma manera que el p o d e r , en la dem ocracia atenien se, buscó su apoyo en la comunidad de los ciudadanos y quiso b rotar, directam ente, de ella y disolverse, en cierro sentid o, en el pueblo, el len gu aie puso a disposición de todos los posibles hablantes los derechos adquiridos a lo largo de su evolución predem ocrática- (Lledó, 1 9 8 1 , p. 16). 7 . Por ejem plo, en los diálogos de la última etapa o de vejez, com o el T e e teto y el S o fista . En este últim o diálogo escribe Platón lo siguiente: «El razonam iento y el discurso son, sin duda, la misma cosa, pero ¿no le hem os puesto a uno de ellos, que consiste en un diálogo interior y silencioso del alma consigo mism a, el nom bre de razonam iento?» (2 6 3 e , en Platón, D iálogos, V, 4 7 1 ). En T e e teto , 1 8 9 c, aparece una idea sem ejante. 8. «Y com o quiera que coin cidim os en esto , C ratilo — afirm a Sócrates— (pues in ter­ preto tu silencio com o co n cesió n ), resulta, sin duda, inevitable que tan to convención com o costum bre colaboren a m anifestar lo que pensam os cuando hablam os- (C r a tilo , 4 3 5 b , en Platón, D iálogos, II, p. 4 5 2 ).

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ANTECEDENTES DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA éstos un tenor más versátil y a la postre humano — y social, por descontado— e inserta el lenguaje en el marco geheral de lo institu­ cional, de lo cultural, por tanto. Sin embargo, el naturalismo al que me he referido anteriorm en­ te tiene en Platón una interpretación más restringida y más acorde con sus posiciones filosóficas generales, en el sentido de establecer más una relación entre lenguaje y una ontología comprom etida con el «realismo» de las ideas o esencias — aquél reflejaría a la postre la esencia invariable de las cosas— que entre fonética y rasgos des­ criptivos de la realidad*'. Jun to al primer planteamiento de estas dos posiciones sem ánti­ cas, el Cratilo muestra también una cierta desconfianza, com o se­ ñalábamos más arriba, ante la viabilidad de las palabras para refle­ jar con exactitud la realidad. Platón, finalm ente, separa lenguaje y pensamiento y toma el cam ino de las ideas, sembrando la duda so­ bre las ambigüedades y malentendidos del lenguaje. Para finalizar quisiera m encionar un punto que se relaciona con lo dicho al principio. Tanto en el Cártnides (1 5 9 a) como en el Menón (82 b) subraya Sócrates en el curso de la conversación el hecho de conocer la lengua griega, bien para confirm arlo, bien para cerciorarse de ello. Particularmente notable es el episodio del Me­ rlán en el que Sócrates, intentando probar la teoría de la reminis­ cencia, somete a un concienzudo interrogatorio al esclavo ignoran­ te de su anfitrión, mostrando que es capaz de llegar por sí mismo a ciertas nociones de geometría que nadie le ha enseñado previamen­ te. Pero la primera pregunta que Sócrates hace al esclavo de su amigo es la de si es griego y sabe griego. Com o la respuesta es afirmativa, Sócrates encuentra en ella las garantías de que la conversación pue­ de ser encauzada por el buen camino. Si sabe griego puede enten­ derse con el esclavo, por muy ayuno que éste esté de conocim ien­ tos, pues el dominio del lenguaje — la com petencia lingüística en términos chomskyanos— supone el dom inio de nociones, concep­ tos e ideas que pertenecen a eso que llamamos pensar y que, si así cabe hablar, encuentran en el lenguaje su alojam iento. La posesión de una lengua ya es la posesión de un cierto conocim iento y el com ­ partir una lengua — el griego que Sócrates com parte con el escla­ vo— es coincidir en una comunidad de referencias conceptuales. ¿No será ésa la reminiscencia? 2. La posición de Aristóteles sobre este tema, a diferencia de la de su maestro Platón, incluye ya toda una filosofía del lenguaje, 9. «¿Pues qué? — dice Sócrates— . «Si alguien pudiera im itar esto mismo, la esencia de cada co sa, con letras y sílabas, no m anifestaría acaso lo que es cada cosa? «O no es así?» (Ib id ., 4 2 3 e, p. 4 3 4 ).

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FILOSOFIA Y LENGUAJE HISTORIA DE UNA RELACIÓN presente de modo fundamental en sus escritos de carácter lógico — lo que se conoce com o el Organon aristotélico 10— , pero que de­ riva también, de forma breve pero decisiva, de una posición filosó­ fica fundamental sobre la im portancia que el lenguaje tiene para los seres humanos, com o humanos. A este respecto me permito recor­ dar solamente dos pasos de otras tantas obras. En el libro II de su tratado Sobre el alm a diserta Aristóteles sobre la voz, llegando a la conclusión de que sólo de los seres huma­ nos puede decirse que hablan, lo que únicamente es posible en quie­ nes poseen un órgano específico, com o el alma, pues, a diferencia de otros sonidos, el sonido de la voz humana se caracteriza por ser un lenguaje, por ser «significativo» " . Por otra parte, la conocida caracterización del ser humano que Aristóteles hace en la Política 12 com o el único ser natural que posee el don de la palabra viene a abonar la tesis del carácter definitorio que tal rasgo tiene para la humanidad, en relación a su dimensión tanto como ser racional com o social, pues, en efecto, el carácter lingüístico que sólo el ser humano posee, Aristóteles lo sitúa como línea argumental para justificar, com o es sabido, su carácter social y político. t*e este modo, tanto la antropología com o la política aristotélicas serían deudoras del impacto que la singularidad del lenguaje habría producido en la sensibilidad filosófica del pensador de Estagira. Sin embargo, es en sus escritos de carácter lógico, com o he apuntado, en donde se revela un tratamiento más detenido del tema. Sin que exista una completa teoría del lenguaje, sí encontra­ mos un conjunto de reflexiones y propuestas sobre el mismo en la línea de un análisis de carácter fundamentalmente lógico y concep­ tual, dejando fuera sus consideraciones sobre la retórica y la obra literaria, propias de otros escritos y donde ya emprende una cierta tematización de las partes del discurso. En el libro Sobre la interpretación (17a2) se contiene lo más significativo de la semántica aristotélica. De ella conviene destacar, en primer lugar, la tesis sobre el carácter convencional de los signos lingüísticos, así com o la im portancia que tiene la frase u oración com o unidad discursiva básica dotada de significado. Pero la pre­ ocupación de Aristóteles por el tema de la verdad le hace establecer, en segundo lugar, su famosa distinción entre oraciones que son re­ levantes desde el punto de vista de su verdad o falsedad y, por tan­ to, de interés para la ciencia («apofánticas») y aquellas que no lo

10. Desde lu ce relativam ente poco tiem po podem os contar ya con una versión ca ste­ llana fiable del O rganon aristo télico. C f. A ristóteles, 1982. 11. A ristóteles, 1 9 83a, A cerca d e! a lm a , 4 2 0 b 5 -421 a6. 12. Aristóteles, 1 9 8 3 b , P olítica, 1253a9.

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ANTECEDENTES DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA son. Las primeras son las que hoy llamaríamos enunciados declara­ tivos o proposiciones11. Otorgando una im portancia fundamental a la estructura frástica predicativa, lo que, com o es sabido, tiene consecuencias decisi­ vas para su propia metafísica — aunque otro tanto podría decirse de una relación en sentido inverso— , y explorando la riqueza sem ánti­ ca del verbo «ser», lleva a cabo Aristóteles en las Categorías un detenido análisis de los modos de predicación, lo que unido al que aparece en los Tópicos, y completado con su lógica form al, le per­ mite no sólo construir su conocida teoría categorial, sino ponerla en disposición de ser aceptada durante muchas siglos com o la for­ ma «natural» y casi única de razonar de la cultura occidental, lo que ha representado una de sus grandes contribuciones al tema del len­ guaje. En este com etido ha jugado un papel decisivo la acuñación por parte de Aristóteles de un vocabulario específico para el pensar que, aunque nacido inicialmente de los oficios y prácticas cotidia­ nas, se elevó, en primer lugar, a rango de lenguaje filosófico en el sentido técnico de la expresión, para pasar después al patrimonio común del resto de los demás saberes. Las «categorías» representan al tipo o clase de predicado que puede convenir a un sujeto o que puede atribuirse al mismo, par­ tiendo, como hemos señalado, de frases con predicado nominal, mientras que los «predicables» significan el m odo como dichos pre­ dicados convienen al sujeto o la relación que se establece entre ambos desde el punto de vista de sus diferentes formas de vinculación M. Pero una consecuencia importante de todo este esquema cate­ gorial aristotélico, convertido en manual de tantas escolásticas y tantas veces interpretado y com entado, es que los «modos de decir» tienen que ver con los «modos de ser». Aristóteles no estaba dis­ puesto a aceptar la tesis de que aquello que el discurso proposicio­ nal atributivo nos mostraba no «fuese» la realidad misma, otorgan­ do nítido alcance ontológico, en el sentido de una semántica realista, a su filosofía del lenguaje IS.

13. A ristóteles, S ob re la in terp reta c ió n , 17a2, en 1 9 8 2 , II, p. 4 1 . 14. A ristóteles, T ó p ic o s , I, 1 0 2 a l-b 5 , en 1 9 8 2 , I, pp. 9 5 -9 7 . 15. La relación entre filosofía del lenguaie y m etafísica — o «filosofía prim era*, com o gustaba decir al Estagirita— , o la cuestión de en qué medida la ontología aristotélica es deudora de su filosofía del lenguaie, podría ser una de esas cuestiones circulares que hacen inevitablem ente distinto al discurso filo só fico del resto de los discursos, llevándolo hasta extrem os aporéticos. Desde Kant sabem os que no puede haber «objetividad» sin a p riori cognoscitiv o, y aunque tal posición quede muy le|os de lo que pudiera estar dispuesto a con ced er el propio A ristóteles, la percepción de que el discurso o ntológ ico — es decir, aquél que nos perm ite hablar del «ser»— tiene un estatuto tan singular que «construye» al tiem po que indaga y exp lica, no estaba del todo le|os de la sensibilidad filosófica de n uestro autor, al enfrentarse por vez prim era en la historia con la cuestión más grave de la filoso fía. No

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FILOSOFIA Y LENGUAJE: HISTORIA DE UNA RELACIÓN 3. Capítulo aparte, aunque no sea más que mediante una breve mención, merecen los estoicos, acreditados fundadores de la lógica proposicional y creadores también de la sem ántica. En efecto, a ellos se debe la tantas veces repetida en nuestro siglo división tri­ partita del signo lingüístico en «significante», «significado» y «obje­ to» o referente. El plano del significante coincide con los sonidos del lenguaje y es objeto de estudio gramatical, tarea en la que los estoicos avanzaron más que Aristóteles en la diferenciación de las partes del discurso. El plano del objeto es el mundo, mientras que el plano del significado es el objeto de la lógica. Com o Aristóteles, también los estoicos establecieron que el significado com pleto se da en la unidad proposicional y no en las palabras aisladas, y también com o él señalaron que sólo los enunciados declarativos, a los que dividieron en simples y compuestos, son veritativamente funciona­ les. A partir del estudio de los enunciados compuestos desarrolla­ ron su lógica proposicional, estableciendo las relaciones de necesi­ dad entre los mismos mediante conectores. 4. El largo período de la filosofía medieval conoce amplios y a veces sutiles ilesarrollos por parte de gramáticos y lógicos del rico le­ gado grecolatino, singularmente del corpusaristotelicum. Uno de di­ chos desarrollos com pete al llamado «problema de los universales». Originado com o consecuencia de la discusión de una parte del Organon aristotélico, a través de las observaciones de Boecio al li­ bro Isagoge del neoplatónico Porfirio, este problema tuvo su auge en el siglo X I I , mediante fuertes discusiones en las escuelas catedra­ licias francesas, especialmente, prolongándose parcialmente a todo largo de los siglos xm y xiv. Aunque la problemática del lenguaje queda subordinada a cues­ tiones de índole metafísica y teológica sobre las que finalmente se sólo hemos de traer aquí a la m emoria la repetida expresión a lo largo de su M etafísica de que -el ser se dice de muchas maneras» (por ejem plo, en V I, 2 , 1 0 2 6 a ), o tiene vanas signi­ ficaciones. D eberíam os destacar también el hecho de que si el sistema categorial de la m eta­ física aristotélica ha pervivido durante tan largo tiem po en O ccidente — y que en algún sentido siga perviviendo— a lo m ejor la exp licación de ello haya que atribuírsela al hecho de estar cim entado sobre estructuras básicas del lenguaje hum ano. Un tratam iento sum a­ m ente interesante y detallado de toda esta cuestión la podem os en con trar en P. Aubenque, 1 9 7 4 , pp. 9 3 -2 4 2 . Escribe el filósofo francés: -La teoría aristotélica del lenguaje, presupo­ ne, pues, una ontología. Ahora bien: inversam ente, la ontología no puede hacer abstracción del lengua|c, y ello no sólo por la razón general de que toda cien cia necesita palabras para expresarse, sino por una razón que le es propia: aquí, el lenguaje no es só lo necesario para la expresión del o b jeto , sino también para su c o n stitu ció n •• (p. 129. El subrayado es nues­ tro). Y antes de afirm ar que la ontología aristotélica puede entenderse co m o una -a x io m á ­ tica de la com unicación», lo ha justificad o de este m od o: «Si los hom bres se com unican, lo hacen dentro del ser. Cualquiera que sea su naturaleza profunda, su esencia (si la cuestión de la esencia del ser puede tener algún sen tid o), el ser resulta presupuesto en principio por el filósofo com o el o bjetivo de la com unicación» (p. 128).

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ANTECEDENTES DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA trataba de decidir, de estas disputas pueden también extraerse algu­ nas ideas acerca de la relevancia que el tema del lenguaje adquirió en la Edad Media. Reinterpretada la cuestión en términos lingüísticos, podría con ­ siderarse este asunto com o la determinación del estatuto ontológico que poseen ciertas palabras — nombres comunes y adjetivos califi­ cativos— , cuya significación expresa propiedades generales («univer­ sales»). Las respuestas medievales a esta cuestión suelen clasificarse, de modo general, en tres grupos:

a) Realismo: el universal existe extram entalm ente (ante retn). Ejemplo de ello sería Guillermo de Champeux. b) N ominalismo: el universal o bien sólo existe mentalmente — conceptualism o— , o bien sólo existe com o palabra o «térm i­ no» — term inism o— (post retn). Ejemplo de ello serían Roscelino y Guillerm o de Ockham, aquél casi exclusivamente «terminista». c) Realismo m oderado: el universal existe mentalmente pero con fundamento en la realidad (in re). La posición de Tom ás de Aquino es la que mejor representa esta respuesta, pero viene prece­ dida por las de Juan de Salisbury y la de Pedro Abelardo, quien, en cierto modo, también defendió una posición conceptualista. Tras esta cuestión, detrás de la cual están las filosofías de Platón y de Aristóteles, sólo indicaré un par de lugares comunes más. En sus comienzos, una obra tan alejada inicialmente de todas estas cues­ tiones com o las Confesiones de Agustín de Hipona plantean algunas consideraciones sobre el lenguaje que, aunque no fuera más que por el eco que encontraron en un filósofo de nuestro siglo de la enver­ gadura de W ittgenstein, sí conviene m encionar. Las Investigacio­ nes filosóficas del filósofo vienés se abren con una cita de las Con­ fesiones (I, 13)en las que Agustín relata cóm o aprendió a hablar l6, lo que explica com o la manera de imitar a los mayores, haciendo coincidir los signos lingüísticos por ellos proferidos con las cosas a las que sus movimientos corporales apuntaban. Este isomorfismo entre palabra y objeto, este «referencialismo» fuerte que exige prác­ ticamente la definición ostensiva constante, corresponde a una teo­ ría del lenguaje que Wittgenstein considera «primitiva» l?. Además de esta referencia, en otros dos capítulos del texto de Agustín se

16. Agustín, C on fesion es, I, 13, en T1 9 7 9 , II. 17. UP, 1-6. La intención de W ittgenstein al abrir su obra con la cita de Agustín no es precisam ente la de rendirle adm iración, sino más bien lo co n trario : m ostrar desde el p rin ci­ pio — com o tendrem os ocasión de ver en el capítulo correspond ien te de esta obra— que c o n ­ cepción del lenguaje n o está dispuesto a suscribir. Para ello se verá en la obligación de in tro ­ ducir la noción de -ju eg o lingüístico» (Sprachsptel).

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FILOSOFIA Y LENGUAJE HISTORIA DE UNA RELACION hacen afirmaciones que permiten establecer la diferencia entre sig­ nificante y significad o1*. El segundo lugar nos conduce al final del período medieval. El nominalismo del siglo xiv y en especial la figura de G uillerm o de Ockham propician un renacim iento en el interés por las cuestiones ligadas a la filosofía del lenguaje Dentro de ella cabe destacar la sugerente doctrina de la suppositio en el marco de la lógica de tér­ minos, anticipada ya un siglo antes por el lógico Pedro Hispano. Los medievales consideraban que sólo palabras com o el sustantivo o el adjetivo calificativo, que normalm ente funcionan com o núcleos del sujeto y dcl predicado nominal en una frase, tienen carácter significativo. En la medida en que declaran o describen algo son llamados «términos categoremáticos», mientras que las demás par­ tes del discurso eran llamadas «sincategoremáticas». Sólo los pri­ meros son relevantes desde el punto de vista lógico. Si tomamos un determinado término universal podemos compro­ bar que el mismo término, según su acepción significativa, puede «es­ tar por» (supponere) la palabra com o tal (suppositio materialis), la especie (suppositio sitnplex) o la cosa (suppositio personalis). La reso­ nancia de la división tripartita del signo lingüístico 110 escapa a una inspección comparativa con la teoría de Ockham aquí bosquejada. Por otra parte, la diferenciación entre términos de «primera in­ tención» com o términos que refieren individuos, y términos de «se­ gunda intención», cuya referencia son los términos de primera in­ tención, deja las puertas abiertas a una distinción posterior entre «lenguaje objeto» y «metalenguaje» — o entre «uso» y «mención» de un término, por ejemplo— que encontrarán su tratam iento adecua­ do en la lógica de nuestro siglo. Las contribuciones de los filósofos racionalistas al problema del lenguaje carecieron de la relevancia que dicho tema adquirió en la 18. Agustín, C on fesion es, X , 19; X I, 5. 19. C í. Andrés, 1969. En un breve recorrid o h istórico por la suerte que la filosofía del lenguaje ha co rrid o en la evolución del pensam iento filo só fico , se pregunta M o n tero M oliner por el ascenso lingüístico de la filosofía bajom edieval, atribuyéndolo a la crisis de los paradigmas representados por el platonism o y el aristotelism o. -E n resum en — escribe— , se trataba de una crisis que afectaba seriam ente a los dos vértices dcl triángulo sem ántico (pa­ labras, conceptos, cosas) establecido por A ristóteles. Al filósofo medieval se le escapaba de entre las m anos lo que fuesen las cosas de que hablaba y la misma realidad de su m ente o de los procesos aním icos que ponían en marcha el lenguaje. Y com o sólo quedó en claro que disponía de palabras para establecer nexos com unicativos con sus sem ejan tes (y con el mis­ mo Dios) o para dar cuenta de las cosas, se consagró al estudio del lenguaje» (M o n tero M olin er, 1 9 76, p. 15). El autor observa un paralelism o sem ejante entre la situación produ­ cida en el nom inalism o dcl siglo XIV y el interés por el lenguaje propio de la filosofía dcl siglo X X , atribuyéndolo, salvando las distancias, tam bién al resultado de un crisis filosófica (cf. pp. 9 -3 0 ).

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ANTECEDENTES DE IA CONCIENCIA LINGÜISTICA tradición empirista, pues el interés por el mismo por parte de los empiristas estuvo marcado por su estrecha relación con su interés por la investigación sobre el conocim iento humano. Dicha diferen­ cia pudo ser debida, entre otras razones, a los propios supuestos filosóficos de los que partían ambas tradiciones. Haremos, no obs­ tante, una breve referencia a la posición adoptada por Leibniz, aun­ que eso será inmediatamente después de que hayamos pasado revis­ ta a la posición de Locke, habida cuenta de que los planteamientos leibnizianos se presentan justamente com o réplica a las ideas del filósofo inglés. Sin embargo, antes de ello, debemos hacer m ención, sólo de pa­ sada, a lo que, en palabras de Chomsky, éste ha llamado la «lingüís­ tica cartesiana», cuya restauración en clave científica pretendería, en cierto modo, llevar a efecto com o una parte de su programa de investigación. Partiendo de la posición mentalista inaugurada por la filosofía cartesiana, caracteriza el lingüista norteam ericano dicha tendencia com o «una constelación de ideas e intereses que aparecen en la tradición de la «gramática universal» o «filosófica» que se de­ sarrolla a partir de la Grammaire général et raisonnée de Port-Royal (1 6 6 0 ); en la lingüística general que se desarrolló en el período romántico y sus consecuencias inmediatas; y en la filosofía raciona­ lista de la mente que, en parte, constituye para ambas un fondo com ún»20. De este modo, autores com o Herder, Schlegel o Humboldt quedarían enmarcados dentro de ella. Como telón de fondo a toda esta tradición se encuentra la posición innatista de Descartes y, en general, de la tradición racionalista, así com o la dependencia del lenguaje de las facultades propias de la razón humana, de mane­ ra que la lingüística aparecería fuertemente ligada a la psicología. Dando un paso más, nos encontraríam os con el problema del aspec­ to «creador del lenguaje» 5. Antes de detenernos en la tradición empirista, pero en estre­ cha relación con ella, deberemos m encionar, no obstante, a Francis Bacon, pues lo que hay en el pensador y político inglés, uno de los creadores modernos del método científico, de referencia al lenguaje nos interesa exclusivamente porque posee un carga crítica contra lo que un filósofo analítico hubiera podido llamar en nuestro siglo «el mal uso del lenguaje». La Instauratio Magna o Novum Organum , obra publicada en 1 620, contiene el gran proyecto baconiano de reforma de la filoso­ fía a fin de que la humanidad pueda obtener todas las ventajas y 20. Chom sky, 1 9 9 1 , p. 15, nota 3. Del mism o autor puede verse tam bién la prim era parte de la serie de con feren cias publicadas con el títu lo E l len gu aje v e l en ten d im ien to (1 9K6, pp. 17-50).

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FILOSOFIA Y LENGUAJE HISTORIA DE UNA RELACION provechos Lie una transformación de la naturaleza en su propio be­ neficio, nacidas de la aplicación de los métodos inductivos que la nueva ciencia empezaba a poner en sus manos. Con ello se preten­ día «restablecer totalm ente, o al menos mejorar, la relación de la M ente con las cosas, a lo cual nada es comparable en la tierra, al menos entre las cosas terrenas» 2I, escribe Bacon en la declaración inicial de intenciones. Lo ambicioso de su proyecto lo lleva a pro­ poner una «Restauración total, a partir de los fundamentos apro­ piados, de las ciencias, de las artes y de todo el saber hum ano»22. Su intención, como es conocido, era la de convertir el conocim iento humano en una fuerza productiva. Pero esta reforma tan ambiciosa exige remover las inercias y obstáculos que frenan o lastran nuestra capacidad de pensar y nos impiden desarrollar la nueva filosofía. Ahí entra, pues, el lenguaje com o uno de los prejuicios o «ídolos» que es preciso derribar. La conocida doctrina baconiana de los ídolos se expone en un conjunto de aforismos — del 38 al 115— pertenecientes a la segun­ da parte de la obra a la que nos referimos y son definidos com o «las falsas nociones que han ocupado ya el entendimiento humano y han arraigadoprofundam ente en é l» 23, añadiendo que hacen difícil el acceso a la verdad. Los ídolos se clasifican en cuatro. Los llama­ dos «ídolos de la tribu» representan deficiencias comunes del enten­ dimiento humano, mientras que los de la «caverna» se refieren a deficiencias de carácter individual. En los ídolos del «foro» es en los que intervine el lenguaje, mientras que los del «teatro» representan el lastre de apoyarnos en teorías filosóficas del pasado. Precisamen­ te son esos ídolos del foro o del «ágora» los que interesan a nuestro tema. Aunque la reflexión que Bacon dedica a los obstáculos prove­ nientes del lenguaje, incluida en el aforismo L.X, tenga un breve tratam iento, no por ello deja de ofrecer una aguda consideración acerca de uno de los tópicos más repetidos sobre este tema, pues ella mostraría la cara oscura del lenguaje, en el sentido de que si bien es verdad que nos entendemos mediante las palabras, no lo es menos que también con ellas podemos entrar en una de las mayores fuentes de confusión. Toda consideración del lenguaje, incluida su elevación a rango propio de la razón humana, no debería descuidar la posible distorsión del sentido a la que nos puede llevar una utili­ zación poco cuidadosa y acrítica del mismo. Tal parece ser el senti­ do de la refutación baconiana de estos ídolos, con independencia de otras consideraciones. En todo caso, siempre estaríamos ante una 21. 22. 23.

Bacon, 1 9 8 5 , p. 3 9 . Ib id ., p. 4 0 . Ib id ., p. 9 7 .

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ANTECEDENTES DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA crítica del lenguaje hecha desde el propio lenguaje, esto es, ante la propuesta de lograr un lenguaje «mejor», no de destruir el lenguaje. Dos pueden ser, pues, a juicio de nuestro autor, los tipos de confusión a los que el lenguaje nos puede conducir mediante la se­ ducción de las palabras. Respecto del primero dice Bacon que «con­ sisten en nombres de cosas inexistentes [...] o bien son nombres de cosas existentes, pero mal y confusamente definidos y temeraria y desigualmente abstraídos de las cosas»24. Com o ejemplo de los pri­ meros cita palabras tales como «Fortuna», «Primer M otor», «Esfera de los Planetas» y otras. Su rechazo se puede hacer mediante el repudio de las teorías que los sustentan. Dicho rechazo, por tanto, cabría interpretarlo com o un intento de someter a crítica, bajo su­ puestos empiristas, entidades abstractas de tipo metafísico en la lí­ nea de lo que hoy podría cobijarse bajo una teoría neopositivista del significado. El segundo tipo de confusión tiene más que ver con deficiencias en la propia captación de datos que inducen a error en la definición que con el propio lenguaje com o tal. Y puesto que Bacon estaba interesado en desarrollar nuevos métodos de conocim iento basados en la observación y en la inducción, cabría considerarlos en esta línea. Ejemplo de término mal definido según su punto de vista — por su vaguedad y por la inclusión de datos de muy diversa índo­ le sin la conveniente verificación— sería el de «húmedo». Tanto una clase com o otra de errores provenientes de las pala­ bras, situadas en el contexto general de su crítica a los cuatro tipos de ídolos, tienen com o referencia de fondo el rechazo de un tipo de filosofía especulativa de espaldas a un contacto cercano con los he­ chos, preparando el terreno al empirismo. Desde este punto de vis­ ta, su consideración crítica del lenguaje habría que verla no como una crítica al papel e importancia del lenguaje para la filosofía, sino, más bien, com o el rechazo de un tipo de lenguaje filosófico de ins­ piración metafísica. 6. De la reflexión sobre el lenguaje que Hobbes lleva a cabo en el Leviatdn15 merece la pena destacar tres ideas. En primer lugar, y siguiendo la pista a una idea aristotélica que vimos formulada en la Política , el lenguaje se ve com o aquella cualidad humana que, al ser el vehículo de comunicación y de relación entre los seres humanos, permite a éstos vivir en sociedad y afrontar tareas comunes, com o la convivencia y la lucha por la paz. En segundo lugar, el lenguaje, según Hobbes, posee una doble finalidad. Permite por un lado «registrar» o «marcar» el pensamien24. 25.

Ib id ., p. 109. H obbes, 1 9 7 9 , pp. 1 3 8 -1 4 7 .

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f i l o s o f í a

y

l e n g u a j i

h i s t o r i a

d e

u n a

r e l a c i ó n

to en quien lo usa a los efectos de que la actividad psíquica no se pierda y permanezca en la memoria. La palabra, por decirlo así, da cuerpo sonoro, material, a una, en caso contrario, evanescente actividad mental. Podría deducirse de aquí la idea de que no hay pensamiento sin lenguaje. Por otro lado, partiendo de la existencia de la sociedad y de la necesidad de «comunicación» entre sus miem ­ bros, el lenguaje sirve como «expresión» de pensamientos, deseos, sentimientos, órdenes y, en general, de toda la com pleja y rica acti­ vidad psíquica de los individuos, pertinente en su relación con los otros. Pero el lenguaje no sólo nos puede orientar, sino que también nos puede confundir, como también acabamos de ver en Bacon. Puesto que la verdad y falsedad no son propiedades de las cosas, sino del lenguaje, le tercera idea que me gustaría destacar, por lo representativa que es de la tradición empirista y por lo que anticipa ya de buena parte de la reflexión contem poránea, es la recomenda­ ción de Hobbes de precisar y «definir» el sentido y la acepción de los términos que usamos en el discurso. De lo contrario el lenguaje se convierte en trampa y el problema del conocim iento acaba redu­ ciéndose a tyia estéril disputa verbal. 7. Cuatro son las ideas de Locke que me gustaría poner de ma­ nifiesto. El libro III del Ensayo sobre el entendimiento humano está íntegramente dedicado al estudio de lenguaje: Ello indica ya la importancia que nuestro tema tiene no sólo en el contexto de una concepción general de la naturaleza hum ana— pretensión que, como es conocido, se irá abriendo cam ino paulatinamente a lo largo de la modernidad con el objetivo de entrar dentro de los paradigmas cien­ tíficos del momento— , sino, en particular, en el campo más restrin­ gido del conocim iento. El comienzo de esta parte tercera, titulada «De las palabras», recuerda en parte el principio del libro I de la Política de Aristóte­ les. Señala Locke que habiendo decidido Dios «que el hombre fuera una criatura sociable, lo hizo no sólo con la inclinación y necesidad de relacionarse con los de su propia especie, sino que además lo dotó de lenguaje, que sería un gran instrumento y vínculo común con la sociedad. Por ello — añade— , el hombre tiene por naturaleza sus órganos dispuestos de tal manera que está en disposición de emitir sonidos articulados a los que llamamos palabras» 26■El modo, pues, de afrontar el problema remite el tema del lenguaje al co n tex­ to de la dimensión social de la naturaleza humana, en cuyo marco tienen lugar los procesos lingüísticos.

16.

Locke, 1 9 80, II, p. 60 5 .

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ANTECEDENTES DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA Locke destaca, en primer lugar, que el lenguaje sirve para la «co­ municación» de las ideas; en segundo lugar, que las palabras son «signos» de las ideas; en tercer lugar, que dichos signos en cuanto a su significación son «arbitrarios». Veamos más detenidamente estos puntos. Si el ser humano, dotado de la capacidad de pensar, no dispusie­ ra de un instrumento com o el lenguaje, quedaría su experiencia in­ terna fuera del ámbito de la comunicación con otras mentes, lo que, en el fondo, vendría a hacer prácticamente estéril dicha capacidad. Se hacía preciso habilitar algún medio que hiciera viable tal capaci­ dad y puesto que el pensamiento com o tal es una actividad indivi­ dual e interna, intransferible por sí mismo, el medio de com unica­ ción que es el lenguaje adquiere la función de signo. Para Locke el lenguaje no es el pensamiento, sino signo del pensamiento: Además de esos sonidos articu lados se hizo necesario que el hom ­ bre fuera capaz de usarlos com o signos de con cep cion es internas; y que estos sonidos se pudieran estab lecer com o señales de ideas alojadas en su m ente, de tal m anera que los pensam ientos de las mentes de los hom bres se com un icaran de unas a o tr a s 27.

La palabras son signos de las ideas puestos al servicio de la co ­ municación. Desde este punto de vista, parece que la dirección la marcan las ideas, en auxilio de las cuales vienen las palabras, lo que es muy coherente con el punto de vista de los filósofos modernos, deudores de una epistemología representacionista. Pero ya resulta su­ ficientemente significativo que Locke acuda a la potencia sígnica del lenguaje, sin cuyo concurso el pensamiento quedaría cancelado, más aún, antes que cancelarse, no tendría testigos ante quien erigir­ se. De nada hubiera servido a la humanidad esconder los pensa­ mientos humanos. La palabra com o signo es la cara sensible de la idea (invisible)28. Pero la significación es un proceso arbitrario. A esta idea, tan familiar hoy día, pero, com o hemos visto, con precedentes en la discusión platónica del Cratilo, llega Locke con rapidez al com ien­ zo de la parte del libro que examinamos. Así, escribe que el hecho 2 7 . Ib id ., pp. 6 0 5 -6 0 6 . 2 8 . «El hom bre, aunque tenga gran variedad de pensam ientos, y de tal clase que de ellos o tro s hom bres, al igual que ¿I, puedan recibir provecho y satisfacción, sin em bargo, tiene alojados en su pecho estos pensam ientos, escondidos e invisibles a la mirada de los demás hom bres, de manera que no se pueden m anifestar por sí solos. Pero — prosigue nues­ tro autor— com o el co n fort y progreso de la sociedad no se podían lograr sin la com un ica­ ción de los pensam ientos, se hizo necesario que el hom bre encontrara unos signos externos sensibles, por los que esas ideas invisibles, de las que están hechos sus pensam ientos, pudie­ ran darse a co n o ce r a los demás hom bres» (Locke, 1 9 8 0 , II, p. 6 0 9 ).

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FILOSOFÍA Y LENGUAJE HISTORIA DE UNA RELACIÓN de que las palabras sean signos de las ideas no se debe a que «hubie­ se relación entre determinadas ideas y los sonidos articulados, pues en este caso existiría un único lenguaje entre todos los hombres, sino por una imposición voluntaria, por la que una palabra se co n ­ vierte, de forma arbitraria, en el signo de una idea determinada. De esta forma, el uso de las palabras consiste en que sean las señales sensibles de las ideas, y las ideas que se significan por aquellas son su significación propia e inmediata» 2 propio y, en esta m edida, es com pleta. Una expresión de predica­ do es aquella que 110 presenta en ningún sentido un hecho por derech o propio y, en esta m edida, es incom pleta (I, 1 8 7 )

De este modo, lo que desde un punto de vista lógico-lingüístico llamamos sujeto representa el polo más autónomo, independiente y «sustantivo» de la realidad, conjeturado por nuestro aparato lingüístico-categorial, mientras el polo subordinado, dependiente y «accidental» corresponde al predicado. El caso paradigmático de sujeto dentro del discurso — de «individuo»— lo representan los particulares y en la medida en que un universal se convierte en suje­ to adopta el sello del particular, al menos en lo que a su completud se refiere l2. Un particular, sin embargo, nunca perdería su comple­ tud, pues nunca puede funcionar como predicado. De este modo, concluye Strawson, estos planteamientos «ayu­ dan a explicar la tradicional y persistente ligazón que existe en nuestra 11. En qué m cdid .1 esta tesis se parece a y en cu en tra un precedente en la venerable d o ctrina aristotélica de la distinción en tre «sustancia» y «accidente» puede ser ob|eto de pesquisa. En todo caso , de en con trar esa relació n , ello no disgustaría a Straw so n , pues él mismo sitúa su filosofía en la línea inaugurada por A ristóteles, co m o hem os visto, y se p ro ­ p o n e, com o tam bién hem os m encionado, investigar los fundam entos de la d o ctrina -tr a d i­ cion al». 12. Ello podría ex p licar, en tre o tras razon es, la tend en cia ex isten te en la filoso fía o c ­ cid e n tal, ya desde Platón, de proponer el m ism o tip o de existen cia al universal que al p a rti­ cu lar, por el h echo de que am bos pueden actuar co m o suietos del discu rso, lo que los dota del mayor grado de entidad posible.

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA filosofía entre la distinción particular-universal y la distinción sujeto-predicado (referencia-predicación)» ( 1 , 188),.

2. Lenguaje y acción : Austin y Searle Aun cuando nuestra exposición siga internándose por la obra de algunos de los representantes de la filosofía analítica en lo que tie­ nen de acercamiento al lenguaje ordinario, hemos pensado incluir­ los dentro de un nuevo apartado de este capítulo, por considerar que comparten, desde sus propios supuestos y junto con otras ten­ dencias del pensamiento contemporáneo, su preocupación por lo que hemos denominado las dimensiones realizativas y comunicati­ vas del lenguaje. Dedicaremos este apartado, pues, a dos eximios representantes de la filosofía analítica, cuya obra destaca, entre otras aspectos, por la consiileración del lenguaje com o acción, consideración que ha­ bría que sumar, por otro lado, a lo que de esta dimensión lingüísti­ ca había ya en la filosofía del segundo Wittgenstein. Pasaremos, pues, a hablar por orden cronológico de algunos aspectos de la filo­ sofía del lenguaje de Austin y Searle. J . L. Austin, muerto prematuramente en 1960 y cuya obra fue casi roda ella publicada postumamente13, puede considerarse el gran mentor de la filosofía del lenguaje ordinario. Para algunos críticos, su filosofía supone de lleno la «canonización» del lenguaje ordina­ rio — casi en la misma dirección en la que el Wittgenstein del Trac­ tatus y los positivistas habrían canonizado también el lenguaje for­ mal— , pero para casi todos los que se han acercado a su obra y se han dejado influir por ella su pensamiento representa el punto cul­ minante del giro lingüístico experimentado por la filosofía analítica en la segunda mitad del presente siglo.

i 13. N inguno de los tres libros q^ie form an el legado filo só fico de A ustin, disponibles los tres en nuestra lengua, fueron publicados en vida de su au tor, quien sólo dio a la luz siete ensayos recogidos p o sterio rm en te, ju n to con o tro s nuevos, en el volum en, al cuidado de J . O . Urm son y G . W arn o ck , titu lad o E n yasos filo s ó fic o s ( 1 9 7 5 ) , trad. de A. G arcía Suárez, quien es tam bién au tor, co m o p resen tación de la ed ición castellana de este volum en, de un e x cele n te estudio in tro d u cto rio sobre el au tor, titu lad o «J. L. Austin: T e o ría y práctica de la filoso fía» (ib id ., pp. 1 1 -2 8 ). T am b ién G . J . W arn o ck es el responsable de la ed ició n , a partir de n otas m anuscritas, del te x to de Austin S en tid o y p e r c e p c ió n , T ecn o s, M ad rid , 1 9 8 1 , trad. de L. M . V aldés y A. G arcía Suárez, autor tam bién de la «Presentación a la versión españ o­ la» (ib id ., pp. 9 -3 6 ). F in alm en te, la o bra más co n ocid a de Austin y que m antiene toda ella una m ayor unidad, pues pudo «beneficiarse» de la prep aración de su autor para la ed ición y, to d o sea d ich o , una de las obras más sugestivas de la literatura filosó fica en to rn o al tem a del lenguaje, fue tam bién editada por J . O . Urmson y se titula C ó m o h a c er c o s a s c o n p a la b ra s ( 1 9 8 2 ), trad. de G. R. C a rrió y E. R abossi, autores tam bién del estudio in tro d u cto rio titu la ­ do «La filo so fía de J . L. Austin» (ib id ., pp. 7 -3 5 ).

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LA FILOSOFIA DEL LENGUAJE ORDINARIO Con Austin entraríamos también de lleno en lo que anterior­ mente hemos llamado la «filosofía lingüística», pues la propia co n ­ cepción del método filosófico se orienta en el sentido del análisis del lenguaje: la filosofía se da com o tal en el análisis lingüístico. Las doce conferencias que forman su obra C óm o hacer cosas con palabras — y a la que confinaremos casi todas las referencias de nuestra exposición— fueron pronunciadas por nuestro autor en Harvard en 1955. El propio Austin ha denominado alguna vez a su método «fenomenología lingüística», para evitar la posible desorien­ tación de quienes al oír la expresión «filosofía lingüística» pudieran pensar que con ello no se pretendía conocer el mundo de los fenó­ menos l4. Aunque tal denominación poco tenga que ver con el autor de las Investigaciones lógicas, pues, com o es sabido, la filosofía de Husserl se mueve en otra dirección bien distinta, es un rótulo que el pensador inglés utiliza como guía para dar cuenta del trabajo filosó­ fico que pretendía llegar a hacer con el lenguaje, si por él se entien­ de describir lo que hacemos cuando lo usamos, pues si bien el len­ guaje ordinario no es la última palabra — diría Austin, poniéndose a salvo de sus críticos— , sí es la primera l5. Lo primero.que destaca ya en Austin es que usa la terminología de acto lingüístico para referirse al lenguaje. Usar el lenguaje supo­ ne llevar a cabo un tipo de acción por la que un sujeto profiere o realiza una «emisión» (utterence), lo cual entraña de paso denun­ ciar la «falacia descriptiva», que consiste en reducir todo nuestro lenguaje a descripciones. Ello le permite distinguir entre dos tipos de emisiones, las «constatativas», que se rigen por los predicados «verdadero/falso», y las «realizativas» (performative) — también llamadas «ejecutivas»— , y cuya evaluación debe hacerse en términos de «afortunado/desafor­ tunado», es decir, de si logran o no alcanzar su propósito. El acto lingüístico realizativo «indica que emitir la expresión es realizar una acción y que ésta no se concibe normalmente como el mero decir algo» (W, 47). ^ La distinción anterior nos permite situarnos ante dos mundos diferentes, reflejados en el lenguaje. Ha sido habitual hasta la fecha que la filosofía se ocupase casi en exclusiva del uso del lenguaje hecho con propósitos cognoscitivos, de modo que el paradigma de tal lenguaje estaba constituido por proposiciones o enunciados que describen algún aspecto de la realidad, por lo que una inspección de

14. Él mismo reco n o ce, no o bstan te, que esta exp resió n es -un ta n to rim b o m b a n te-. C f. «Un alegato en pro de las excusas», en Austin, 1 9 7 5 , p. 175. 15. -C iertam en te , pues, el lenguaje o rd in ario n o es la últim a palabra: en p rin cip io en todo lugar puede ser com plem en tado y me|orado y suplan tad o. Pero re co rd em o s, es la p rim era palabra» (Austin, 1 9 7 5 , p. 177).

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA los mismos sólo nos permitía acercarnos a ellos, básicamente, con dos propósitos, esto es, o bien se examina su estructura o construc­ ción, o bien su capacidad para reflejar esa realidad por ellos descri­ ta. En todo caso ello entra, en el fondo, en la misma evaluación, que acaba en los valores extremos — con todos los matices posibles de la escala— de «verdadero/falso». Tal tipo de evaluación atiende de manera preferente a la capaci­ dad significativa y referencia! que el lenguaje posee, esto es, al polo del objeto nombrado o descrito por el lenguaje. Quedan excluidas de esta consideración al menos otras dos dimensiones del lenguaje que son las que la posición de Austin quiere enfatizar. En efecto, una emisión exige un sujeto que la haga y, en muchos casos — por descontado, en todos los que el lenguaje es «comunicación»— , unos destinatarios sobre los que se pretende lograr algunos efectos. Estos dos aspectos refuerzan el carácter activo que posee el lenguaje. S o ­ bre este tipo de expresiones no tiene ya sentido establecer si son verdaderas o falsas, a menos que se retuerza el significado de tales adjetivos. La evaluación que propone Austin, como hemos visto, tiene que ver, por el contrario, con la capacidad de una emisión para lograr el éxito que se propone, lo que envía su pertinencia a una dimensión más pragmática de la comunicación, la cual tiene que ver con el resultado y las consecuencias de la misma , Cada locución tiene una aspecto «fonético», en tanto que se dice mediante sonidos, un aspecto «fático», por el que sigue ciertas re­ glas sintácticas, y un tercer aspecto llamado «rético», que hace refe­ rencia al aspecto significativo de una emisión lingüística. Ahora bien, el análisis más importante que Austin realiza con el lenguaje, lo lleva a cabo cuando descompone el acto lingüístico en tres, que llama también «actos», y que sólo a efectos analíticos c o n ­ viene separar. Responden a los nombres de «locucionario», «ilocucionario» y «perlocucionario», clasificación que, desde que fuera propuesta, ha gozado de merecida fama. Esta triple consideración del acto lingüístico pone sobre la mesa esos aspectos del lenguaje á los que antes hemos hecho referencia y que generalmente han quedado postergados en la tradición filosófi­ ca. Para empezar, en todo acto lingüístico se dice, enuncia o com u­ nica algo. El hecho de decirlo, pues, hace que tal acto — a diferen­ cia de los actos no lingüísticos— sea una locución. Pero el hecho de que al decirlo se produzca una acción de un emisor con propósitos

16. Es evidente, por o tra parte, que los filóso fos han dedicado tam bién su in terés a otro s aspectos de lengua|e distintos de los estrictam en te veredictivos. Sin co n tar algunas incursiones en el lenguaje de la estética, la ética ha sido la disciplina filosó fica que ha c o n c i­ tado m ayor interés en el estudio de esas o tras dim ensiones del lenguaje. C f., a títu lo de ejem p lo , el clásico estudio de Stevenson ( 1 9 8 4 ) É tica y len g u aje.

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LA FILOSOFIA DEL LENGUAJE ORDINARIO comunicativos convierte al acto lingüístico en ¡locución, pues ella consiste en «llevar a cabo un acto al decir algo» (W, 144). Más ade­ lante continúa Austin que «a menudo e incluso normalmente decir algo producirá ciertas consecuencias o efectos sobre los sentimien­ tos, pensamientos o acciones del auditorio [...] Llamaremos a la realización de un acto de este tipo la realización de un acto perlocucionario o perlocución » (W, 145). C om o ya lie indicado antes, no se trata de tres actos distintos superpuestos al acto lingüístico propiamente dicho — como si hu­ biese que sumarlos, con lo que estaríamos ante cuatro actos —, sino que el propio acto lingüístico como tal exhibe o da lugar a su trata­ miento bajo esta triple consideración. Triple consideración que, en principio, cabe ver con mayor o menor énfasis en algunos actos más que en otros, pero que, en teoría, correspondería a cualquier acto lingüístico, tomado en su sentido general: D istinguim os así el a c to lo cu cion ario (y den tro de él los acto s «fonéticos», «fáticos» y «réticos»), que posee sign ificado; el a cto ilocu cion ario, que posee una cierta fuerza al decir alg o; y el a cto p erlo cu cio n ario , que consiste en lograr ciertos efectos por (el hech o de) d ecir algo» (W , 16 6 ).

Así, por ejemplo, por el hecho de dirigirme a alguien profirien­ do una expresión com o «¡cierra la ventana!», mi emisión dice algo mediante sonidos (aspecto fonético), siguiendo las reglas sintácti­ cas del castellano (aspecto fático) y con un significado dentro de la semántica de dicha lengua (aspecto rético), significado que Austin interpreta como la suma de sentido y referencia. Este es el aspecto locucionario del acto lingüístico. Pero mi emisión ha consistido en dar una orden, en cuyo caso estamos en el aspecto ilocu cion ario , con la pretensión, además, de convencer a mi interlocutor, logran­ do con ello el efecto de que la cumpla, lo que nos sitúa en el aspecto perlocucionario del acto lingüístico. , Este modo de analizar el lenguaje ordinario o natural en su uso, cuya aclaración constituye el paso previo para posteriores aventu­ ras filosóficas, permite a Austin orientar su estudio, a diferencia de teorías anteriores, no tanto sobre el significado de las emisiones como sobre lo que denomina, con una expresión de gran rendi­ miento en su teoría, «fuerza ilocucionaria» de las mismas. Si lo pro­ pio de las expresiones constatativas era enfatizar el aspecto locucio­ nario del acto y, por tanto, el significado, lo propio de las realizativas — en interés de las cuales se mueve el trabajo de Austin— será acen­ tuar la fuerza ilocucionaria. La introducción del concepto de «fuerza ilocucionaria» viene a sentar las bases de su nuevo enfoque, atenuando la primera clasifi­ cación entre emisiones constatativas y realizativas, la cual queda

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA reexpuesta por la efectividad de este nuevo concepto. Debido a que la frontera entre ambos tipos de emisiones no'queda siempre sufi­ cientemente nítida, podemos considerar que, dada una emisión cual­ quiera — sea ésta constatativa o realizativa— , el carácter de la mis­ ma vendrá dado por la fuerza ilocucionaria que tenga, pudiendo ésta ser de diferente tenor, marcando la dirección hacia la que apunta el acto lingüístico. Así, una emisión por la que un hablante diga, pongamos por caso: «el punto de ebullición del agua se sitúa en los noventa grados centígrados», efectivamente constituye un acto lin­ güístico y si al oír la misma un oyente poco versado en los rudimen­ tos de la física dijese algo así com o «prometo no olvidarlo», la dife­ rencia entre las dos radicaría en la distinta fuerza ilocucionaria que ambas presentan. Pudiéramos llamar «expositiva» a la fuerza ilocu­ cionaria del primer ejemplo y «comisiva» a la del segundo. Uno de los propósitos que albergaba llevar a cabo Austin, del cual nos da un anticipo en la última de las doce conferencias que constituyen su H ow to do Things witb Words que venimos anali­ zando, era el de realizar una clasificación de los verbos en función de su diferente fuerza ilocucionaria, lo que lo llevó a distinguir en­ tre verbos «judicativos», «ejercitativos», «compromisarios», «comportativos» y «expositivos». • A pesar de dar una larga lista de verbos pertenecientes a cada uno de estos grupos, confiesa, no obstante, tener sus dudas sobre el carácter cerrado y definitivo de la clasificación. N o sabemos cómo hubiera proseguido el trabajo de Austin en esta y en otras direccio­ nes del análisis filosófico del lenguaje de haber vivido el tiempo suficiente para completarlo, pero las vías que abrió han ido dando suficientes frutos en el panorama de la filosofía de nuestro siglo para considerar su trabajo de singular importancia l7. ¡L a obra más importante del profesor Jo h n Searle data de 1 9 6 9 y se titula Speech Acts. Lleva el subtítulo de Ensayo de filosofía del lenguaje. Mientras que en la primera parte expone su teoría general de los actos de habla, co n e sp ecial consideración de aspectos tales co m o el significado, la estructura de los actos ilocucionarios, la referencia y la predicación, la parte segunda entra en detalles sobre la aplicación de dicha teoría, denunciando especialmente algunas falacias cometidas en torno a estas cuestionesls. ) 17. A p artir del trab ajo de Austin, W . P. Alston ha ido más allá al p rop o n er listas de verbos exp resam en te ilo cu cio n ario s (o «in locu n vos») y p erlocu cio n arios (o -p erlocu tiv os»): cf. A lston, 1 9 7 4 , pp. 5 5 -7 8 . 1 8 . En 1 9 6 5 Searle había publicado ya un re x io que constituye un a n ticip o de los d esarro llos que en con trarem o s en S p eech Act$y titu lad o «. V eam os tam bién esta ju stifica c ió n : -E l h om bre es en su esencia se r-h istó ric o , el ente cuyo ser co m o e c -siste n c ia co n siste en que m ora en la cercan ía del ser. El h om bre es el v ecin o del s e r - (B ! I, 4 0 ). Por esta razón el hum anism o que H eid egger está d isp u esto a sus­ crib ir es -el hum anism o que piensa la hum anidad del h om b re desde la vecindad co n el ser. Pero es al m ism o tiem p o el hum anism o en el que no está en luego el h om b re, sin o la esencia histórica del hom bre en su p rov en iencia desde la vecindad der ser- (B H , 4 0 ) . E sto , podríam os añadir n o so tro s, es lo que m uchos hum anistas no estarían dispuestos a suscribir co m o tal. Sin em b arg o, la cu estió n puede dar lugar a lectu ras d ife re n tes, propiciad as por la falta de co n ten id o o torg ad o a su propu esta, sobre la que p rop io H eid egger no ha sido muy e x p lícito . Si por «vecindad del ser- H eidegger quiere ubicar al ser hum ano en el con jun to de la N aturaleza, d escartan d o co n ello su exclu siv id ad , de m anera que en su o b ra r prevalezca un tip o de conducta no guiada sólo por el d o m in io , sino por ejem plo, por el respeto, co m o sus reflexiones sobre la técn ica a veces q u ieren dar a en te n d e r, su p o sición podría e n co n tra r sim parías en tre sensibilidad es, pongam os por ca so , de co rte «ecolo gista». Pero si ba|o esa -vecind ad del ser» se esconde la espera y advocación de algo que pueda venir, por ejem p lo , a «salvarnos», la p reocupación hum anista quedaría b astan te desfondad a y hasta desnaturalizada.

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HEIDEGGER Y EL LENGUAJE pastor del ser» (BH, 2 7 ). Sin lenguaje el ser humano quedaría a la intemperie sin la morada que le es propia, o a merced de todo para dejar de ser lo que es, pero también con esta metáfora parece suge­ rir Heidegger que el ser humano queda remitido a algo que no es él, a menos que quiera indicar que la vivienda forma parte de su ser. Ahora bien, puesto que la vivienda es el lenguaje, el cuidado de la misma no se asigna a cualquiera, sino sólo a quienes com o los poetas y pensadores tienen un trato privilegiado con el lenguaje. Su trabajo de vigilancia de la casa-lenguaje permitirá que a ella llegue el ser. El pensar y el poetizar son el resultado de hacer que el ser se muestre, y el mostrarse del ser es llegar al lenguaje. Los pensadores y los poetas cuidan del lenguaje porque en él se da o preserva el ser. Están a su merced, a su servicio, pues por ellos, titulares del lengua­ je, habla el ser. Jun to a la idea de la vinculación ser-lenguaje, está esa otra del tipo de lenguaje de que se trata. No cualquiera, desde luego, sino sólo el lenguaje de los pensadores y el lenguaje de la poesía, y qui­ zá sólo el lenguaje de esta última, a tenor de la importancia ma­ yor que en la estima de Lleidegger cobra el lenguaje poético com o aquél que mejo* mantiene la vinculación con el ser. ¿Estaremos ante una consideración «privilegiada», «aristocrática» del lenguaje por su atribución en exclusiva a poetas y pensadores (y por exclusión simétrica de los que no lo son)? ■ Entre las muchas ocasiones en las que Heidegger se ha referido a la poesía en particular — sin contar otras en las que se ha interesa­ do por la obra de arte en general— está su famosa conferencia de Roma en el año 36 «Hólderlin y la esencia de la poesía», de la que queremos resaltar su referencia al lenguaje a tenor de lo que veni­ mos diciendo. En ella, en primer lugar, vincula de modo expreso la importancia del ser humano con el lenguaje cuando escribe: «El lenguaje no es una herramienta de que se pueda disponer, sino el fenómeno que dispone de la más alta posibilidad de ser hombre» 1. Pero, en segundo lugar, esa vinculación llega al punto más alto cuando se hace con el lenguaje esencial que es el lenguaje poético, ya que el «fundamento de la existencia humana es la conversación com o au­ téntico acontecer del lenguaje. Pero — añade a renglón seguido— el lenguaje prístino es la poesía com o fundación del s e r » 8. Y aunque en este texto el discurso de Heidegger esté gravitando sobre la poe­ sía de Hólderlin, cuando, en términos generales, nuestro autor se refiere al lenguaje poético está destacando lo que en el lenguaje hay de más expresivo y creativo; así «al decir el poeta la palabra esen­ cial, mediante esa denominación lo que es resulta nombrado como 7. 8.

H eid eg g er, 1 9 8 3 , p. 5 9 . Ib td ., p. 6 3 .

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA lo que es. Así es conocido co m o enre. Poesía — concluye— es autén­ tica fundación del ser» ’ . De este modo, y tras este breve inciso, la metáfora de la que venimos hablando se completa en estos tres elementos. Por un lado, está la casa, que es el lenguaje. Por otro, está el guardián, que es el ser humano pensador o poeta. A esta casa arriba un invitado que es el ser. Sólo cuando el invitado es recibido franqueando el umbral de la vivienda se produce la reunión de los dos dentro de la casa, sien­ do ya tres. ¿La invitación ha procedido de quienes la guardan o ha sido el invitado el que se ha servitlo de ellos para penetrar en e l l a ? '? Un vez dentro, ya hay ser al entrar éste en el lenguaje. También hay lenguaje, co m o lenguaje del ser, co m o lenguaje de lo que hay. De este modo se consuma la dimensión apofántica del lenguaje. Pero también hay ser humano, que sin lenguaje dejaría de ser tal, al fal­ tarle el suelo donde habita y el techo bajo el que se cobija, ya que «es el lenguaje la casa del ser en la que el hombre, morando, ecsiste, en cuanto que, guardando esta verdad, pertenece a la vertlad del ser» (BH, .30). Ahora bien, com o ya sabemos desde el comienzo de Ser y tiem ­ p o , el ser no puede confundirse con el ente, o el ser no es un ente, pues ente es aquello determinado que hay, existe o es. Existe, por tanto, una «diferencia ontológica», cuyo olvido — por confusión entre ambos— ha marcado desde sus orígenes el camino de la filosofía occidental. Al decir de algo — de lo ente— que es o que tiene ser, los estamos diferenciando — ente y ser— , ya que por eso mismo no podemos decir que el ser es un ente por cuanto no sólo tendríamos que determinar el tipo de ente que es el ser, sino que, además, sub­ sistiría, empero, la diferencia entre ellos al tener que decir nueva­ mente de ese ente que «es». Así que el ser no puede ser ninguna cosa, pero ninguna cosa, ningún ente lo es sin ser, en cuyo caso no sería ente. Sin em bargo, al mantener la diferencia ontológica a que nos conduce la gramática del verbo «ser», podríamos estar tentados a separarlos y preguntarnos «¿qué es el ser?», en cuyo caso, al decir del ser que es «esto» o «lo otro», lo estaríamos convirtiendo en un ente, obligándonos a volver a empezar de nuevo. La pregunta, pues, planteada en estos términos carece de respuesta posible. Para salir del atolladero Heidegger hace dos cosas. Primero se esfuerza por decir que el ser es siempre el ser de un ente y el ente «tiene» ser. No hay ser fuera de lo ente, no hay por aquí un ente y por allí un ser. Siempre que hablamos del ser mentamos el hecho de

9.

IhiJ.,

p. 61.

10. -E l ser está siem pre en cam in o h acia el len g u aje. Este advinienre trae al lenguaje en su d ecir .il pensar e c -siste n te de su ser. El lcngua|c m ism o es elevado a la ilu m in ació n del se r- (B H , 6 3 ).

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HEIDEGGER Y EL LENGUAJE que el ente sea. Lo segundo que hace Heidegger es poner en marcha un tipo de pensamiento no representativo que le permita hablar del ser. ¿Pero cóm o hablar de ello, diciendo lo que es, sin representar­ lo, esto es, sin acotarlo, definirlo, conceptualizarlo? Ahí reside la gran dificultad, pues toda nuestra tradición filosófica nos invita a una retracción hacia la cosa, que siempre presupone su conversión en ente. Por eso, cuando Heidegger habla del ser co m o ser de los entes no puede menos que sugerir, indicar, girar, abrir caminos, metaforizar sobre aquello que se revela «misterioso» para el lengua­ je que manejamos. Estamos tratando acerca de lo que piensa Heideg­ ger sobre el lenguaje y nos encontramos con la carencia de lenguaje para hablar sobre él, o sobre el ser, al que nos ha conducido el propio lenguaje " . Y es en este momento cuando Heidegger estable­ ce un corre entre él y el resto de la tradición filosófica anterior prohijando un tipo de tratamiento intelectual ajeno a la estrategia de la representación y que bautiza con el nombre de «el pensar». Pensar es lo que hay que hacer para habérselas con el ser. En principio, la palabra en cuestión (den ken ) nada nos dice, pues sobre ella, y con la actividad del pensamiento que co m o acción implica, ha girado también toda la tradición filosófica anterior. De hecho a todos los filósofos anteriores que han pensado, por eso, redundantemente se los llama pensadores. Pero Heidegger quiere reservar la tarea del pensar a un pensar específico com o pensamien­ to o pensar esencial sobre el gran tema, el único tema digno de ser pensado, el ser. El pensador, decía Heidegger al comienzo de la Carta, es el que vigila la casa del ser que es el lenguaje. Esa vigilan­ cia es la tarea del pensar, trayendo al ser a su casa, el lenguaje. ¿Qué es, pues, el pensar? El pensar en su esencia com o pensar del ser es requerido por éste. El pensar en su esencia es requerido por el ser com o pensar del ser. El pensar está referido al ser com o lo adveniente ( l ’aven an t). El pensar es el pensar en el advenimiento del ser, unido ai ser com o el advenimiento. El ser se ha destinado ya al pensar. El ser es en cuanto destinación del pensar. Pero la destinación es en sí histórica. Su historia ha venido ya al lenguaje en el decir de los pensadores (BH, 64).'? 1 I. « [...J pues el “s e r " se dice habitu alm en te de aqu ello que es. A este tal lo llam am os el en te. Pero el ser no “ es” precisam en te “el e n te ”. Si se d ice, sin p o sterio r a cla ra ció n , el “ es” del ser, en to n ces se represen tará con dem asiada facilidad al ser co m o a un “ en te ” según el m od o de ente co n o cid o , que obra co m o causa y que es efectu ad o co m o efecto » (B H , 3 1). C urándose en salud de lo que podría p ensarse sob re el lenguaje levantado para co m en zar su andadura filo só fica, ya en la propia in tro d u cció n a Ser y tie m p o avisaba H eidegger de las dificu ltades para h allar un lenguaje ap rop iad o . D ice así: «Con resp ecto a lo rudo y “ fe o ” de la exp resión d en tro de los siguien tes an álisis, puede ser op ortu n a esta o b serv ación : una cosa es co n tar cu en to s de los en tes y o tra es apresar el ser de los en tes. Para esta últim a tarea faltan no só lo en los más de los caso s las palabras, sin o ante to d o la g r a m á tic a * (S Z , 4 9 ) .

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜÍSTICA T o d a la estrategia heideggeriana parte siempre de otorgar la primacía o la incitativa al ser frente a lo otro, lo hum ano incluido. Pero ese ser necesita para lograr su mostración y hasta su propio resplandor del concurso humano que lo ejecuta mediante la tarea del pensar, manifestándolo en el lenguaje, fruto de ese pensar. Ese pensar es siempre una respuesta que atiende a un requerimiento que emana del propio ser. El impulso, la exigencia y hasta el man­ dato vienen de fuera, aunque sólo mediante el pensar que es lengua­ je «se produce», se da o muestra. Sin esa actividad dcl pensar no habría ser, pues al no existir la posibilidad de atender al reque­ rimiento, ni siquiera para éste habría lugar. Sin ese pensar no ha­ bría, pues, mundo, ya que es el lenguaje propio del pensar, a co ­ giendo al ser, el que señala la identidad del ente en su ser, co m o ser del ente. ¿Y esto, podemos preguntar, no es lo que siempre ha hecho la filosofía? La respuesta que da Heidegger es negativa tras manifes­ tar una explícita conciencia histórica, fruto de su encuentro con el discurrir de la filosofía occidental. Esa conciencia histórica nace de la propia manifestación del ser que, com o nos acaba de decir, tiene un destino histórico, ha entrado en la historia conducido a ella por los pensadores. Pero a diferencia del historicismo filosófico hegeliano que sitúa a su filosofía com o desarrollo de una única filosofía que en cada período histórico va alcanzando manifestaciones o formas distintas de progreso, com o consecuencia de un movimiento que sólo en su totalidad puede comprenderse por tratarse de momentos distintos del despliegue de lo mismo, Heidegger presenta su p ro ­ puesta en clara ruptura con el resto de la tradición, aun cuando la suya no pudiera resultar sin aquélla. Así, el pensar heideggeriano se distingue del pensamiento anterior, ya que todo lo anterior es me­ tafísica, mientras que el pensar heideggeriano se instituye co m o «su­ peración» de la metafísica. El comienzo de la metafísica está en Platón y su final en Nietz­ sche, el último gran metafísico, el que consuma la metafísica con su idea de la «voluntad de poder», según la conocida y controvertida lectura heideggeriana del legado nietzscheano. La metafísica se en­ cuentra ante una dificultad intrínseca que consiste en su imposi­ bilidad de pensar el ser, ya que, al olvidar la diferencia ontológica, tiende siempre a confundirlo con el ente: La m etafísica rep resen ta, c ie rta m e n te , al ente en su ser y piensa así el ser del ente. Pero no piensa la diferencia en tre los dos. [...] La m etafísica no pregunta p o r la verdad m isma dcl ser. D e ahí el que tam p o co pregu nta de qué m odo perten ece la esencia dcl hom bre a la verdad del ser. Esta pregu nta no sólo no la ha hecho hasta ahora la metafísica. Esta pregunta es inaccesible a la metafísica en cu an to m etafísica (B H , 1 8 ).

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HEIDEGGER Y EL LENGUAJE Lo propio del proceder metafísico es un pensamiento de carác­ ter representativo. Ahora bien, como se ha indicado, todo ello acontece ya desde los comienzos de la filosofía, viene ya desde los días de Platón. En el filósofo ateniense se inicia esta carrera por la que se trata de ver la cosa bajo alguna representación, de modo que con ello se nos permita capturar, apresar, acotar, definir algo con la intención de señalarlo, distinguirlo y poder así «dominarlo». Aquí estará dado el primer paso para crearnos imágenes del mundo — «ideas»— que nos permitan su manipulación, instrumentación o dominio, sometiéndolo a nuestra propia utilización y necesidad. El embrión de la actitud técnica ante el mundo estaría dado como matriz del pensamiento occidental, disponible ya desde sus orígenes. Cuando con ello se pretende buscar una concepción general de la realidad, este tipo de pensamiento se convierte en metafísico porque trata de buscar algo que, bajo diferentes cualificaciones, sirva de fundamen­ to a todo, para lo cual se ve en la necesidad de privilegiar a un deter­ minado ente al que pone por encima de cualquier otro y le atribuye la condición de «el ser». Pero no es el ser, sino un determinado ente. En el texto titulado «El final de la filosofía y la tarea del pensar», procedente de»una conferencia pronunciada en París en 1 9 6 4 , dice Heidegger lo siguiente a propósito del fundamento: El fundamento — según la im pronta de la presencia— tiene su carácter fundante co m o causa ón tica de lo real, posibilidad trascen d en tal de la objetividad de los objetos, m ediación d ialéctica del m ovim ien to del espíritu ab solu to , del proceso histórico de producción, com o voluntad de poder cread ora de valores l2.

De forma un tanto más explícita a esta lista de fundamentos e x ­ pedidos históricamente podríamos añadir la idea platónica, el Dios medieval, el sujeto cartesiano, pero todos ellos cumpliendo la misma función, de acuerdo con la estrategia deconstructiva heideggeriana u. 12. -E l final de la filoso fía y la tarca del pensar**, en H eid egger, 1 9 8 0 , p. 9 8 . 13. Según una co n ocid a in terp re tació n h eideggeriana del cu rso de la h istoria de la filo so fía, la m etafísica, en su esfuerzo por la búsqueda del fun dam en to de lo real, habría acabado derivando hacia una « o n to -tco -lo g ía » , ya que es b ajo el m odo de fu n d am en to a b so ­ luto co m o los filóso fos han pensado siem pre a D ios. «El D ios en tra en la filo so fía — e s c ri­ be— m ediante la resolu ción , que pensam os, en p rin cip io , co m o el lugar previo a la esen cia de la diferencia en tre ser y lo ente. La d iferencia co n stitu y e el p ro y ecto en la c o n stru c­ ció n de la esencia de la m etafísica. La resolu ción hace p aten te y da lugar al ser en cu an to fundam ento que aporta y p resen ta, fun dam en to qu e, a su vez, n ecesita una ap rop iad a fu n ­ dam en tación a partir de lo fundam entado por él m ism o, es d e cir, n ecesita la cau sación por la cosa más origin aria. Esta es la causa en tan to que C au sa sui. Así reza el n om bre que con vien e al D ios en la filoso fía. A este D ios, el h om b re no puede ni rezarle ni h acerle sa crificio s. Ante la C au sa sui el hom bre no puede caer tem ero so de ro d illas, así co m o ta m p o co puede to ca r instru m en tos m bailar ante esc D io s- (H eid eg ger, 1 9 8 8 , p. 15 3 . La ed ició n viene precedida de una am plia y esclarcced o ra in tro d u cció n Ipp. 7 -5 4 ) a carg o de A rturo L ey te, qu ien sitúa el te x to en el co n ju n to del traba|o heid eg g erian o sob re la h istoria de la filo so fía ). T ra s un

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA Siguiendo, pues, con nuestra argumentación anterior podemos ver aquí manifestado el destino del ser, habiendo hecho su apari­ ción en la historia a través de los filósofos. Ese destino se viene cumpliendo en forma de presencia en las sucesivas configuraciones de entes antes mencionadas. Su modo de estar es presencial. I'ero esa presencia esconde, dialécticamente, un torso diferente por cuanto es la condición del ocultamiento del ser. El ser desaparece converti­ do y confundido con el ente, pero éste es el único testigo que tene­ mos de la aparición del ser. La aparición del ser sólo es posible a condición de su ocultación en el ente. La ausencia del ser en la presencia del ente. Esto es lo que Heidegger denomina el destino epocal del ser en la medida en que un determinado ente que sirve de fundamento a la realidad estructura o articula en torno suyo toda una época histórica. Pero la «ocultación no es, empero, un defecto de la metafísica — dice nuestro autor— , sino el tesoro de su propio reino, tesoro que le está retenido y, sin embargo, mostrado co m o meta» (BH, 28). Se diría que la cruz de la metafísica al hacer impo­ sible un pensar sobre el ser es precisamente su riqueza por cuanto sólo mediante esta impostura ha podido entrar en la historia el ser, administrado por la metafísica que atesora su legado. Sólo escondi­ do ha podido el ser preservarse marcando la pauta del destino de la cultura occidental y del ser humano dentro de ella. ¿Qué significa el final de la filosofía, se pregunta Heidegger? «La expresión “final de la filosofía” — responde— significa [...] el acabamiento de la metafísica. [...] El final, com o acabamiento, es la reunión en las posibilidades límite» M. Ello quiere decir que esta­ mos ante algo que se ha consumado en su realización com o cumpli­ miento (Vollendung), por haber alcanzado o agotado sus posibili­ dades. Ésa es la situación de la filosofía en el momento presente, y por ello, tras el final de la filosofía nace la tarea de pensar. La filosofía ha agotado su legado transformándose o realizán­ dose bajo la forma del desarrollo científico occidental. Lo que en sus orígenes era sólo filosofía ahora lo son las diferentes ciencias, y tras ellas su aplicación técnica: El despliegue de la filosofía en ciencias independientes — aunque cada vez más decididam ente relacion ad as en tre sí— es su legítim o acab am ien to . La filosofía finaliza en la ép o ca actual, y ha en con trad o su lugar en la cientificidad de la hum anidad que op era en sociedad . Sin em b argo, el rasgo fundam ental de esa cientificidad es su c a rá c te r cib e rn é tico , es d ecir, técn ico

¡

■concienzudo estudio h ern ien éu tico de los princip ales te x to s de H eidegger hasta 1 9 5 7 , Juan A n ton io Ñ uñ o (1 9 5 9 - 1 9 6 0 ) califica el tra b a jo de n u estro autor co m o una «e x p lic a c ió n trasc e n d e n ta lista e id e a lis ta d e la h is to r ia d e la fi lo s o f ía » (p. 2 8 0 ). ' 14. -E l final de la filo so fía y la tarea del p e n sa r-, en H eid egger, 1 9 8 0 , pp. 9 9 * 1 0 0 . 15. lb id .9 p . 101.

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HEIDEGGER Y EL LENGUAJE De aquí deriva todo el tema, presente sobre todo en los últimos escritos de Heidegger, y sobre el que nosotros no vamos a insistir, de la mundialización de la técnica co m o rótulo universal, planeta­ rio, de la cultura actual. Ese final es el destino que ha cumplido Occidente (Abendland), o el sitio en el que la luz se recoge, agotado el día l&. Pero la metafísica ha llegado al final, y la filosofía con ella — pues la filosofía es metafísica— , y ahora ya no hay posibilidad de Aufhebung en el sentido hegeliano del término, sino Überwittdung, en el sentido de virar hacia otro lado l7. Es preciso, pues, emprender otro camino, hacer otra cosa. No se trata de ascender un escalón en la marcha del espíritu hacia el progreso, pues el «pensar no supera la metafísica porque él, ascendiendo más arriba aún, la sobrepase y la levante en alguna parte, sino en cuanto desciende a la cercanía de lo más cercano» (BH, 5 2 ). Es esta cercanía la que permite al pensar abrirse a la manifestación del ser, dejar que todo sea co m o es, dejándose interpelar por él. Y este pensar nos conduce de nuevo a nuestro tema, el lenguaje, cerrando el triángulo abierto al comienzo de la Carta sobre el hum anism o entre ser, pensar y lenguaje. Así, al final de esta obra, Heidegger repite lo dicho en las primeras líneas sobre el lenguaje co m o lenguaje del ser, pues con una nueva imagen nos advierte que «El lenguaje es lenguaje del ser co m o las nubes son las nubes del cielo» (BH , 6 6 ). Y puesto que hay lenguaje, hay ser, del mismo modo que si hay nubes hay cielo. Esa tarea del pensar es un tarea humilde que desciende al terreno de las cosas para hacerlas

16. -E l final de la filo so fía se m uestra co m o el triu n fo de la in stalación m anipulahle de un m undo cie n tífico -té c n ic o , y dcl o rd en social en co n so n an cia co n él. “ F in a l" de la filo s o ­ fía qu iere d ecir: com ien zo de la civ ilización m undial fundada en el p ensam iento eu rop eoo ccid e n ta l- (ib id ., p. 102). Pero esta form a de p ensam iento y de cu ltu ra revela — a ñ ad i­ m os— en sus señas de identidad la m arca de su o rig en que es la filo so fía , a m od o de partida de n acim ien to . Sobre estos remas de pensam iento heid eg g erian o puede verse la recien te co lecc ió n de te x to s publicada con el títu lo C o n fe r en c ia s y a r tíc u lo s |Vortrdge u n d A u fsa tz e | (H eid eg ger, 1 9 9 4 ), donde se abord a una re flex ió n sob re la té cn ica , |unto co n las cu estio n es relativas a la superación de la m etafísica y las exig e n cias del pensar. 17. Las dificu ltades para precisar en qué sen tid o pueda o rien ta rse este nuevo pensar superad or de la m etafísica siguen en pie tras los te x to s últim os de H eid eg g er, y no d isp o n e­ m os de autoridad para resolver la cu estió n . Según la m ayoría de los in terp re tes de H eid eg ­ g er estam os an te un tipo de pensar q u e, p artien d o dcl a co n tecim ie n to (E reig n is) que supone la p erten en cia del ser hum ano al ser, se to rn e to d o él a su escu ch a , desde el esp a cio qu e lo abre (L ich tu n g ), h aciend o que aparezca y se m uestre co m o h orizon te p rep a ra to rio de algo todavía no pensado. El pensar puede to m ar la form a de pensam iento que recu erd a o c o n ­ m em ora el ser (a n d e k e n d e s D en ken ), y que se em p aren ta m eior con el pensar p o ético que con la filo so fía. P ero tras estas d ificu ltad es de ex p resió n , y más allá de las propias m etáforas — sugerentes o no, según los gustos— , parece que po co más pueda decirse que seguir hurgando en la propia posibilidad del pensar. De este m odo finaliza H eid egger el te x to citad o a n te­ rio rm en te -E l final de la filo so fía y la tarca dcl p e n sa r-: esta tarea « co n sistiría , en to n ce s, en el aban d on o dcl pensar a n terio r, para d eterm in ar lo que es la “ la c o s a " del pensar» (p. 1 2 0 ).

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA brotar com o cosas en el lenguaje, creando surcos más modestos «que los surcos que el labriego abre con paso lento en el campo» (BH , 6 6 ). Proseguimos ahora nuestro recorrido por el lenguaje con Hei­ degger situándonos justamente en los textos que llevan por título

En cam ino, o de cam ino, hacia el lenguaje (Unterwegs zur Sprache), procedentes casi en su totalidad de conferencias, y que vieron la luz en 1959. En ellos aparece un conjunto de observaciones que, si bien repiten y recuerdan algo de lo que ya hemos venido dicien­ do, constituyen por sí mismas la reflexión más detenida sobre el tema de todas cuantas podamos encontrar a lo largo de su obra. En la primera de ellas, titulada «El habla», hallamos algunas sugeren­ cias dignas de interés, aun cuando el autor adopte un punto de vista poco común, que en ocasiones produce extrañeza si lo comparamos con el modo más habitual de abordar el tema del lenguaje. Se propone enfocar el asunto desde el propio lenguaje, ya que «el habla habla» (Die Sprache spricht) (US, 12 [12J) l8, y las consi­ deraciones corrientes dejan inadvertida la esencia del habla. Reflexio­ nar sobre del lenguaje significa: «llegar al habla del habla de un modo tal que el hablar advenga co m o aquello que otorga morada a la esencia de los mortales» (US, 13 [1 4 j) ,9. La expresión anterior «el habla habla» marca el to no de la re­ flexión heideggeriana en este texto. Se podría enfocar su análisis — sí lo hizo Carnap en su d ía 2U— com o un hiperbólico caso de mal 18. En lo sucesivo, el n úm ero que figura en tre co rch e te s rem ite a la página de la ed i­ ció n alem ana de U nterw egs zu r S p ra c h e, cuya referen cia co m p leta figura en la B ib lio g rafía. En la versión castellana que seguim os se traduce S p ra ch e por « h a b la -, sien d o así qu e, com o es sabid o , se trata de un térm in o que suele v erterse al caste lla n o co m o -le n g u a je -, m ientras que R ede se hace por «h abla-. Sob re tal d istin ció n tuvim os o casión de llam ar la a te n c ió n en n uestro estudio del $ 34 de S em u n d 7.e it. C o n sid eran d o la perspectiva que sobre el lenguaje adopta H eid egger, y co n o cie n d o algunas co n stru ccio n e s sin tácticas tan peculiares suyas, en las que la gram ática se fuerza al punto de d ecir que «el habla habla», asi co m o el ca rá cter fundante del lenguaje que posee lo que H eidegger llam a «el h abla», co m o se vio en su m o ­ m en to , podría ju stificarse para algunos casos dicha v ersió n , p ero quizá no para tod os los que integran el co n ju n to de esto s te x to s , sob re la qu e, en to d o ca so , el trad u ctor se lim ita en n ota a dejar co n stan cia de ello sin ap o rtar ninguna ju stifica c ió n , d icien d o que «habla» «sig­ n ifica aquí lenguaje en su sen tid o más am plio» (n ota 1, p. 11), para lo cual hubiera bastad o co n m antener en castellan o la voz «lenguaje». N o o b sta n te, y puesto que se trata de la única versión castellana d isp o n ib le, será ella la que sigam os. 19. C on an teriorid ad H eidegger había afirm ad o resp ecto de la im p ortan cia del len ­ guaje para co n o ce r al ser h um ano lo siguien te: «Solam en te el habla cap acita al h om b re ser aquel ser viviente qu e, en tan to que h om b re, es. El h om bre es hom bre en tan to que h ablan te {Ais d e r S p rech en d e ist d e r M en sch : M en sch )» (U S, 1 1 ,( 1 1 ] ) . < 2 0 . D icha crítica viene recogid a en un lo cu s classicu s del em p irism o ló g ico , co m o es su articu lo del añ o 1 9 3 2 titu lad o «La superación de la m etafísica m ed iante el análisis ló g ico del lenguaje», en A. J . Ayer (co m p .), E l p o s itiv is m o ló g ic o , pp. 6 6 - 8 7 . C o m o es sabid o , C a r­ nap tom a co m o uno de los ejem p lo s de su crítica la ex p resió n heid eggerian a, proced en te del te x to de 1 9 2 9 Was ist M e ta p h y s ik «*, «la nada n adea», que por m uchas razones puede

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HEIDEGGER Y EL LENGUAJE uso del lenguaje, de pseudoproposición, y despachar el asunto para pasar a otra cosa. Incluso se podría ir más allá en la crítica. T o m a n ­ do esta expresión en lo que dice, nos encontramos que en ella se anula al sujeto del habla — ¿qué otros que los seres humanos po­ drían serlo?— , y se da acogida a un sujeto nuevo que no es otro que la propia actividad del hablar. Así, lo que forma parte de la activi­ dad, el habla, que sólo admitiría predicados en forma de calificati­ vos, o debería ser tributario de acciones distintas producidas por ella, se encierra en el círculo productor de sí mismo. Se ha hipostasiado el lenguaje, a no ser que sólo se trate de metáforas. No esta­ mos del todo seguros de que lo sean. Si reparamos en lo que la frase quiere decir, y aplicamos una cierta [netas hermenéutica al texto heideggeriano, quizá podamos encontrar alguna sugerencia. Por ejemplo, ésta es la que a nosotros se nos ocurre. Pasando por alto el ex-abrupto gramatical de conver­ tir al «habla» en sujeto de la enunciación, la expresión «el habla habla» conduce a señalar la significatividad del lenguaje. Puesto que sólo el ser humano usa del lenguaje y éste lo constituye, podríamos estar ante el hecho de que el ser humano no es del todo dueño del lenguaje en tartto que es éste el que está ya dado — en el sentido de que, si bien en sus orígenes es el lenguaje obra humana, una vez hecho, es el propio ser humano quien debe plegarse a él— , o rien­ tando nuestro uso del mismo. Desde este punto de vista hay tanta verdad en afirmar que usamos el lenguaje, co m o en señalar que el lenguaje se sirve de nosotros. A diferencia de Ser y tiem po, donde prevalecía una consideración existencial del lenguaje, en los textos posteriores en los que, com o hemos visto, el lenguaje remite al ser, Heidegger prefiere enfatizar la dirección Sein-\cngua\e-Dasein frente a la dirección contraria. Pero podría hacerse también otra lectura, más circunstancial, lectura hecha en este caso desde el texto, más que desde el discurso hablado. A fin de cuentas, en el texto ya no está presente el sujeto creador, aunque haya autor. Y ahí el texto habla por sí mismo en ausencia de su autor, en mayor medida todavía cuando el texto alcanza la densidad, incluso la autosuficiencia, de la poesía, pues «Lo hablado puro es el poema (Rein G esprochenes ist das Gedich t )» (US, 15 116J). La hiperbólica frase «el habla habla» viene a co n sid erarse equivalen te a nuestra ex p resió n «el habla habla», de la que C arn ap hubiera podido d ecir lo m ism o. C o m o lo m ism o hubiera podido decirse tam bién de ex p resio n es parecidas, recogid as todas ellas en los te x to s que co m en tam o s, co m o las sig u ien tes: «cos ea r- (d m g en d e), co m o algo prop io de las co sas, o «m undear» (iv e lte n d e ), co m o algo prop io del m undo (U S, 2 3 |26J). T am b ién las m ás co n o cid a s: «el tiem p o tem p oraliza, el esp acio espacializa» (D ie Z eit zeitigt. D er Raunt rdu m t) (U S, 19] |213|). T od as estas «perlas» lin gü ís­ ticas, co n in dependencia de su co n sid eració n co m o an om alías g ram aticales, m uestran hasta qué punto la re flex ió n h eid eggeriana es singular en el cam po que nos o cupa.

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA resumir toda una enfatización de la pretendida autonomía del len­ guaje. La segunda idea que me gustaría destacar de este texto es la que se recoge bajo el concepto de «cuaternidad» ( G eviert ), construcción que Heidegger utiliza-para referirse al conjunto del mundo, inspi­ rándose en la poética de Hólderlin. La forman el cielo, la tierra, los dioses y los m o rtales21. De esta cuaternidad es de la que arranca el lenguaje. Para ello acude Heidegger a la noción de «diferencia», jugando con la separación de la preposición (Unter-Schied) y mar­ cando con ello el horizonte desde el que las cosas lo son en el mun­ do hechas venir a él por el lenguaje. Pero no es ahora la «diferencia ontológica» — y que, co m o hemos indicado, Heidegger escribe de otro modo: Dijfferettz— entre ser y ente, cuyo olvido se consideraba la causa del error en el que la filosofía occidental se ha extraviado a lo largo de los siglos, sino algo así, dicho muy al gusto heideggeria­ no, co m o un marco desde' el que todo puede ser identidad de sí mismo co m o algo, en su posibilidad de distinguirse, porque al n om ­ brarse es cosa y se convierte en mundo. Dice: El habla — el son dcl silencio— es en cu a n to que se da propiam ente la Diferen­ cia. El habla se despliega co m o el ad v en im ien to de la D iferencia para m undo y cosa. [...] El hablar de los m ortales es invocación que nom bra, que encom ienda venir cosas y m undo desde la sim plicidad de la D iferencia (lia s ste rb lic b le S p re c h e n ist n e n n e n d e s R u fen , K o m m en -H e ifie n vott D ingeii u n d Welt aus d e r E in fa lt des U n ter-S ch ied es )» (U S , 2 8 |30|).

Pero hablar es corresponder. ¿Corresponder a quién? M ás bien corresponder a algo. El lenguaje corresponde a la necesidad de n o m ­ brar para que haya mundo. Hay un horizonte de exigencia a modo de condición de posibilidad a la que el lenguaje corresponde. No se trata de correspondencia entre humanos — conversación— , que se­ rta posterior, com o de explicación del mundo desde la perspectiva del sentido que co m o mundo posee para el ser humano: El hom b re habla en cu a n to que c o rre sp o n d e al habla. C o rresp o n d er es estar a la escucha. Hay escucha en la m edida en que hay pertenencia al m andato dcl silencio (D e r M ettsch sp rich t, in so fe rn e r d e r S p ra ch e en tsp rich t. Das E n ts p re ch en ist H órert. Es hórt, in so fern es detn G eh eifi d e r Stille g e h ó rt)

(US, 30 [33]).

En la conferencia «El camino al habla» (Der Weg zur Sprache) se abunda en ideas parecidas. «Lo que se despliega en el habla — se 21. «A la C uatern id ad unida de cie lo y tie rra , de m ortales c in m ortales, que m ora en el “c o ra z ó n ” de las co sas, lo llam am os m undo. Al ser n om bradas las cosas son in v ocad as a su ser co sa. Sien d o co sa des-pliegan m undo; m undo en el que m oran las cosas y que asi son cada vez las m oradas» (US, 2 0 , 12 2 ]).

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HEIDEGGER Y EL LENGUAJE añade con nueva sutantivación de verbos, en frase subrayada por el propio Heidegger— es el Decir en tanto que Mostración (Das Wesencle der Saprache ist die Sage ais die Zeige )» (US, 2 2 9 (25 4)). Esa mos­ tración presupone el oír de quien está a la escucha. De este modo se viene a configurar nuevamente lo que es el pensar com o ese dejar el camino abierto para que irrumpa el ser de las cosas mostrado en el lenguaje. Estar a la escucha desde el silencio para oír el habla del lenguaje — aun si se trata de una síntesis de expresiones heideggerianas que dañan a veces el «oír», el oído del lector en nuestro caso— sólo podría ententlerse desde una lógica que ya Heidegger erigió al co ­ mienzo de Ser y tiem po com o lógica hermenéutica frente a la lógica de la representación. Y por eso mismo — añadiríamos nosotros, ahora que la ocasión nos lo permite— la propia interpretación que pre­ tendemos hacer de este autor, interpretación que vaya más allá de la Verstehung , para internarse algo en la Erklareing — siquiera sea una explicación que encaje en la dinámica de una mentalidad que no por fuerza deba entender el lenguaje al modo heideggeriano— se encuentra casi siempre al borde del fracaso, por intentar una salida que no consista simplemente en dejar hablar a Heidegger, o en du­ plicar un lenguaje heideggeriano — aunque a veces sea lo único que quepa hacer— 22. Sobre ese modo de entender no representativo se pronuncia nuestro autor al final de este texto, al tiempo que apunta la idea del lenguaje com o límite, círculo también del que no pode­ mos salir: Puesto que nosotros, los hombres, para ser lo que som os, seguimos perteneciendo al despliegue del habla y que, por ello, jamás podrem os salim os de él para abarcarlo desde algún o tro lugar, tenem os el despliegue del habla en vista sólo en la m edida en que el habla misma nos tiene en vista, en la m edida en que se nos ha aprop iado. El hecho de que no podam os saber el despliegue del habla — saber de acuerdo con el con cep to tradicional del saber, determ in ado a partir del co n o cim ien to entend ido co m o rep resen tación — no es, por c ie rto , una ca re n cia , sino, al c o n tra rio , el privilegio p o r el cual estam os favorecid os con un ám bito insigne; aquel en el cual nosotros, los puestos en uso y los necesitados para el hablar del habla (die zum Sp rechen d e r Sprache G e b ra u ch ten ), m oram os en tan to que m ortales (US, 2 4 1 | 266]).

Con ello retoma la idea del lenguaje como Haus des Seines, que ya hemos visto en la Carta sobre el hum anism o. Ella es el lenguaje «porque, en tanto que Decir, el habla es el modo del advenimiento apropiador (Haus des Seines ist die Sprache, w eil sie ais die Sage 22. -E l D ccir, su p eculiarid ad , no se deja cap tu rar en ningún en u n ciad o (/)ie S ag t láflt sich in k e in e Aussage em fattgen ). Exige de n oso tro s que alcan cem os por el silen cio la puestaen -cam in o apropiadora en el despliegue del habla, sin hablar del silen cio - (U S, 2 4 1 , (2 6 6 )).

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA

die Weise des Ereignisses ist)» (US, 2 4 2 (267])i Lo que la versión castellana que manejamos traduce co m o «advenimiento apropiador» corresponde en el original alemán al genitivo de la voz Ereig­ nis , término que juega un papel relevante en el propio lenguaje heideggeriano, El «acontecimiento», «suceso» o «evento» al que el término Ereignis hace referencia es la copertenencia Sein/Dasein , esto es, la estrecha vinculación que existe entre ser y ser humano — arrojado éste por el ser del que el ser humano se apropia— , ahora puesta en movimiento por medio del lenguaje que hace que el ser venga, sien­ do el Ereignis la circunstancia que permite que se produzca. Rela­ cionándolo con el «oír», Vattim o destacará la cada vez más im por­ tante estructura dialógica del habla humana en la consideración de Heidegger, añadiendo la siguiente reflexión: ¿Q ué tiene de com ún el leoguaie con la estructura de apropiación-expropiación del even to? El lenguaje es esencialm ente algo de que disp on em os y que sin em b arg o , en o tra vertien te, dispone de n o so tro s, nos es en treg ad o en cu an to lo hablamos, pero se apropia de nosotros en cuanto, con sus estructuras, delimita desde el co m ien zo el cam p o de nu estra posible exp erien cia del m undo. Sólo en el Icnguaic las cosas se nos pueden m anifestar y sólo en el m odo en que el lenguaje las hace a p a r e c e r Jl.

Las tres conferencias qtie Heidegger pronunció entre 1 9 5 7 y 1 9 5 8 , agrupadas bajo el título La esencia del habla, amplían e ilu­ minan una reflexión sobre nuestro tema, la cual nos va a permitir poner el punto final a este recorrido por la reflexión lingüística heideggeriana. C om o sucede con otros textos de Heidegger sobre el lenguaje, los motivos que inspiran su reflexión los toma de la poe­ sía, sirviéndole, además, para abundar en su objetivo de ubicar el pensar en el dominio no sólo de los filósofos, sino, de modo espe­ cial, de los poetas, co m o guardianes, ambos, de la casa del ser. En este caso el motivo proviene de un breve poema de 1 9 1 9 de Stefan G eorge titulado precisamente «La palabra». Ello da pie a Heidegger a trazar un extensa meditación sobre el lenguaje a medida que va interpretando las catorce estrofas del poema. De todas ellas, la última se convierte en un motivo recurrente de la hermenéutica heidegge­ riana. Dice así: «Ninguna cosa sea donde falta la palabra (Kein ding sei won das wort gebricht)» (US, 146 [163]). Su primera aproxima­ ción le permite afirmar que solamente «cuando se ha encontrado la palabra para la cosa es la cosa una cosa. Sólo de este modo es. Por consiguiente debem os puntualizar: Ninguna cosa es donde falta la palabra, es decir, el nombre. Solamente la palabra confiere el ser a la cosa (Das Wort verschafft deni Ding erst das Sein)» (US, 1 4 7 [164 ]). 23.

V attim o , 1 9 8 6 , pp. 1 1 3 -1 1 4 .

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HEIDEGGER Y EL LENGUAJE Una primera inspección sobre lo dicho nos podría conducir a la conclusión de que Heidegger es idealista — idealista lingüístico, por supuesto— , puesto que nada menos que hace al lenguaje el respon­ sable del otorgamiento del ser. La vía para que ello sea así es el hecho de poner nombre a las cosas. La palabra confiere ser en tanto que da nombre. Pero si apuramos un poco más esta idea podremos establecer la siguiente distinción. En un sentido riguroso de la e x ­ presión dar nombre a algo no significa lo mismo que darle ser. Si algo tiene nombre se identifica, pero si algo no puede identificarse, no quiere decir que no sea. Poseemos, además, otros procedim ien­ tos de identificación, co m o los que toman su apoyo en el sistema perceptivo. Ahora bien, esta distinción de cuño tan «realista» que acabamos de hacer suena a premoderna, pues desde Kant sabemos que la se­ paración entre sujeto y objeto de conocim iento no es posible sin establecer vinculaciones entre ambos. Por supuesto que Heidegger también es consciente de ello. Por eso descartamos una interpreta­ ción idealista de la frase heideggeriana, ya que del mismo modo que para un ser que piensa la realidad en tanto que pensada es “pensa­ miento» o «idea» — sin que ello nos haga tributarios de una o ntolo­ gía idealista— , para un animal lingüístico co m o el ser humano la realidad es lenguaje — o la palabra da el ser— , en tanto que tiene necesidad de articular mediante palabras la comprensión y la e x ­ presión de lo que hay, lo cual fuera del discurso no existe — para un ser discursivo en tanto que discursivo, y que vive entre seres discursivos— . Pero veamos cóm o el asunto se complica todavía un poco más. Dice nuestro autor: La cosa es. ¿Será el «es» m ism o tam bién una co sa , sobrepu esta a o tra , puesta sobre ella co m o un g o rro ? N o en co n tram o s en parte alguna el «es» co m o cosa cuan do lo buscam os en una co sa . Al «es» le sucede lo m ism o que a la palabra. Ni ella ni el «es» p erten ecen a las cosas que son (W ir findeti das «ist» nirgends ais ein D in g att e in e m D in g . D e m «ist- g eh t es w ie d e m W ort. So, w en ig w ie das W ort g e h ó rt das «ist» u n te r die seien d e n D in g e n ) (US, 1 72 1193J).

La cuestión nos retrotrae al conocido tema de la diferencia on ­ tológica, del que ya hemos tenido ocasión de decir algo con ante­ rioridad, a través de la cual se observa un paralelismo entre ser y palabra. Del mismo modo que el ser no es un ente — y menos una cosa— , la palabra tampoco es una cosa — ahora entendida como ente— . Pero, igual que ningún ente lo es sin ser — de manera que algo que no es ente «es» quien le confiere entidad— , tam poco nin­ guna cosa es sin palabra, pues Heidegger ha aceptado la máxima del poeta «Ninguna cosa sea donde falta la palabra». N o solamente la palabra no es una cosa, tampoco es un ser, pues ser y palabra no «pertenecen a las cosas que son».

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HISTORIA OE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA Aquí reside uno de los nudos más densos de la reflexión heideggcriana sobre el lenguaje. ¿Qué conclusión sacar de estas dos observaciones unidas, esto es, que la palabra no es una cosa, pero que no hay cosa sin palabra? Hemos visto: la palabra otorga ser a la cosa en la medida en que le proporciona viabilidad discursiva, con lo que ello implica. Pero a menos que llamemos «nada» a lo que no es ente — la nada en absoluto, no la nada de ente— , algo tendrá que ser la palabra, el lenguaje, en suma. Pero lo que aquélla sea puede que sea lo mismo que el ser, pues, igual que la palabra, el ser hace que las cosas sean. ¿No serán lo mismo, pues, el ser y el lenguaje? Del mismo modo que el ente no puede ser concebido sin el ser, tampoco sin lenguaje podemos entender lo que la cosa o el ente es. Parece que son lo mismo, y a tenor de algunas interpretaciones bien podría estar entendiendo el segundo Heidegger bajo la rúbrica o expresión «ser» sencillamente el lenguaje, del mismo modo que en su primera etapa el ser pudo ser asimilado al tiempo. Y ésa podría ser una posible explicación a la hipostatización y ontologización sufrida por el propio lenguaje de la mano de Heidegger. «Pero qué sucede cuando algo se nos escapa de las redes del discurso, se nos hace inatacable racionalmente al no poderlo deslin­ dar analíticamente y, sin em bargo, se nos hace insoslayable, inevi­ table? ¿No es eso mismo lo que sucede con la palabra, pues de ella se ha dicho que no es cosa, pero no hay cosa sin ella? En ese caso la filosofía tiene reservado un lugar para las circularidades inevitables puestas en juego por la autorreflexión que se despliega al llegar al límite del ser y del decir. En ese caso la filosofía habla de que algo es condición de algo o para algo, lo que quiere decir que sin ser ese algo — sin ser cosa, pongamos por caso, o ente— ninguna cosa o ente lo serían. Y en la medida en que ello estructura nuestra mente y nos permite enfrentarnos con el mundo se trata de una «condición de posibilidad», algo que, efectivamente, por mucho metadiscurso que se consiga aislar, entra dentro de las propias condiciones gene­ rales del discurso y forma parte de otro nivel distinto al nivel de los entes y de las co s a s 24. Eso podría ser el ser y eso podría ser el len­ guaje también, si convenimos en que son lo mismo. C om o el ser, la palabra sería también algo tan poco conceptualizable com o lo es un 24. Ésta es, no o bstan te, una dificu ltad in trín seca que lleva d e n tro , sin poderse d esp ren ­ der de ella, toda reflex ió n filosó fica sobre el lenguaje y que acaba d esem bo can d o en una o p e ­ ración de a u to rrefle x ió n . Así se pron u n cia tam bién G arcía C alv o en unas breves n otas que preceden a los estudios incluid os en su obra H a b la n d o d e lo q u e h a b la . E stu d ios s o b r e e l len g u a­ je , 1 9 9 0 . D icen así: «El len g u aje no puede tra ta r cie n tífica m e n te de sí m ism o sin pasar a ser lo que no era: lenguaie es la C ie n c ia , y la R ealidad está tam bién co n stitu id a por el len gua­ je» (p. 2 5 ). En o tro m om en to: «Se ve que la acció n lingü ística es un caso singular de acción (por ta n to , incapaz de d efin irse co m o una en tre las accio n es) y que el lenguaje está fuera y ap arte, co m o en la fórm ula h era clitia n a , de to d as las co sas de las qu e él habla» (p. 3 2 ).

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HEIDEGGER Y EL LENGUAJE horizonte trascendental. ¿Trascendental? Estamos tentados a decir que sí, pero veremos un poco más adelante por qué razón, a riesgo de equivocarnos, creemos que tenemos que decir no, debido a la circularidad del planteamiento heideggeriano. Así que preferimos la expresión, leída de forma circular, «ontologización del lenguaje». La ontologización del lenguaje —casi lo mismo que la «lingüisticidad del ser»— que acabo de evocar debería, no obstante, ser matizada. Com o ya hemos indicado, el destino del ser es epocal, manifestándose en configuraciones distintas según los períodos his­ tóricos. A partir de lo cual, si bien es verdad que la historicidad heideggeriana es una historicidad sui generis, no lo es menos que implica una relativización histórica del ser en su lenguaje o lengua­ jes. Si bien cada época es estructurada por el destino del ser de modo distinto, produciendo con ello nuevos lenguajes, nuevas inte­ ligibilidades y hasta nuevas complejidades, ello nunca podremos hacerlo fuera de un lenguaje. Quizá todo esto habría que verlo en la misma línea de no separación entre el plano ontológico y el plano óntico. Así com o el ser lo es siempre de los entes, otro tanto podría decirse de un lenguaje que estructura nuestra experiencia del mun­ do, estructuración que siempre está históricamente situada. ¿Qué dice el propio Heidegger a todo esto? Creemos que al final del texto que comentamos apunta en una dirección parecida. No habla, desde luego, de que el lenguaje sea el ser, pero sí escribe lo siguiente: El habla en tan to que d ecir de la C u atern id ad del m undo no es ya sólo algo con lo que n o so tros, hom bres hablantes, ten em os una relació n , en el sentido de una relación e x iste n te e n tre hom bre y habla. El habla, en tan to que D ecir que pone-cn-cam ino-cl-m undo, es la relación de todas las relaciones (D ie Sprache ist ais die W elt-b eu /ég en d e Sage das Verhctlttus a ller V erhd lnisse). El habla e n tretiene, sostiene, lleva y enriq uece el en -fren te-m u tu o de una y o tra de las cu atro regiones del m undo, las tiene y las custod ia m ientras él — el D ecir— se retiene en sí. [...] El D ecir da el «es- al esclarecid o espacio ab ierto a la vez que al am paro de su pensabilidad (D ie Sage g ib t das «ist» /// das g e h c h t e t e F re ie u n d zugleich C e b o rg e rie s e in e r D en k h a rk eit) (US, 193 ( 2 1 5 ] ).

Lo que Heidegger llama «el Decir» está relacionado con la posi­ bilidad de pensar, esto es, con el hecho de que algo sea pensable para alguien. No, pues, otorga el ser el decir en ese sentido absoluto antes descartado por premoderno, sino com o el hecho de que algo puede ser pensado (y dicho). Ahí es donde el lenguaje com o decir ofrece esa dimensión relaciona! expresada mediante la «pensabili­ dad» o «decidibilidad» del ente. ¿No irá también en sea misma di­ rección lo dicho líneas más arriba sobre el lenguaje co m o «relación de todas las relaciones»? No es ente, no es cosa, pero a todas las cosas — y entes— las sitúa en su propio dominio co m o tales. En

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA resumen, tanto el que algo pueda ser pensado, com o el que ese algo quede estructurado bajo la relación que le es propia, son tareas en­ comendadas al lenguaje. El lenguaje lo hace posible por su vincula­ ción con el ser. Deberíamos concluir intentando arrojar un poco de luz sobre las aportaciones de conjunto que nos proporciona la reflexión heideggeriana. Y vamos a hacerlo atacando la idea del supuesto carác­ ter trascendental del lenguaje sobre la que hace un momento pro­ metíamos volver, tomando en consideración las dos etapas de la evolución del pensamiento de Heidegger. Por mucho que reinterpretemos la noción de trascendental, traspasando — como hará Apel, y en esto me parece que acierta— el sujeto trascendental kantiano al lenguaje, creemos que en Heidegger existe una dificultad de fon­ do que elimina la dimensión trascendental en virtud de la circularidad en la que se ve envuelto el lenguaje, circularidad que no inclu­ ye, co m o en la perspectiva apeliana, elementos de autorreflexión. Así, en Sein und Zeit la eliminación del sujeto trascendental se hace «por abajo», ya que la circularidad se representa mediante la serie Dasein-\engua\e-Dasein, mientras que en los escritos posteriores se ejecuta «por arriba», con la saga Se/w-lenguaje-Se/n. En efecto, en la primera época el lenguaje com o existenciario pertenece al Dasein, cuya comprensibilidad articula, puesto que está instalado ya en un mundo de significaciones. El sujeto trascenden­ tal, en esta primera operación de sustitución, modulada existencialmente, es rebajado a una instancia del Dasein, definida en su condi­ ción hermenéutico-existencial. En la segunda época la operación de sustitución se modula ontológicamente — bien que con un ser que se configura epocalm ente— . Ahora bien, en ese caso el lenguaje vendría en ayuda del ser, depen­ diente del lenguaje, que sería por ello un lenguaje del ser. Pero entonces el lenguaje, por esa elevación que le produce el ser, caminaría sobre sí mismo, haciéndose ingobernable y escapándose al control de sus usuarios. Estaríamos ante el ensim ism am iento del lenguaje, que, co m o voz del ser, sólo permite estar o quedar a la escucha. Para finalizar mencionaré, entre los muchos estudios dedicados al pensamiento de Heidegger — aunque no tantos al tema del len­ guaje— , tres trabajos, dos de ellos muy recientes, que orientan la lectura de nuestro autor desde perspectivas distintas y con conclu­ siones, por supuesto, diferentes, aunque en los dos primeros sobre­ salga la perspectiva crítica. En su libro F ilosofía y lenguaje incluye Emilio Lledó un trabajo titulado «“Lógico” y “term inológico” en filosofía (Una nota intro­ ductoria al lenguaje en Heidegger)». Se trata de una aproximación que toma en cuenta el propio lenguaje filosófico de Heidegger, so ­ bre todo en su última etapa.

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HEIDEGGER Y EL LENGUAJE Basándose en una fructífera distinción del lenguaje«lógico/terminológico», incluye el lenguaje filosófico de Heidegger dentro de la segunda alternativa, a la que caracteriza del siguiente modo: (...] aquella filosofía que sustenta o preten de susten tar su p en sam ien to no en «el lenguaje natural h ered ad o», sino en su estru ctu ra ex p resiv a, con m ínim o apoyo en el lenguaje usual, y, por consiguiente, sustentada originariam ente en el "pensam iento» m ism o Ji.

De ello se desprende que el propio tratamiento que Heidegger hace del lenguaje, bajo su pretendido enfoque fenomenológico de hablar del lenguaje desde el lenguaje mismo, co m o vimos en su momento, queda afectado por dicha utilización «terminológica». De este modo — concluye Lledó su ojeada crítica— : la esencia dcl lenguaje no está buscada p o r el único cam in o posible, que es el cam in o analítico. H eidegger nos habla de un lenguaje cu yo ser trasciende la realidad idiom ática; su cam ino no es “cam ino del lenguaje", sino de una especial term inología en la que se oculta y desaparece la verdadera esencia de la realidad buscada. [...] T al vez sea así el lenguaje “casa del s e r” ; p ero indudablem ente 110 es “casa ¿le los seres”, “m orada de la realidad”, “ puente que une al hom bre y a su m u n d o" “ .

El segundo de ellos, titulado Heidegger en su lenguaje , ofrece una crítica contundente al modo com o Heidegger tiene de abordar el tema. Ello le permite a su autora, María Fernanda Benedito, des­ prender una mirada inmisericorde sobre el fondo filosófico al que da cuerpo ese lenguaje. Coincidiendo en algunos puntos con los planteamientos críticos de Adorno a la «jerga» heideggeriana, así co m o con M eschonic, Bourdieu y Habermas, y descalificando las aproximaciones comprensivas, tipo Póggeler o Vattimo, Benedito muestra una conexión radical — desde una lectura directa de los textos de Heidegger, junto con los de aquellos pensadores y poetas que más lo han influido— entre la posición filosófica heideggeriana y la orientación nacionalista que desembocó en la barbarie nazi de los años treinta y cuarenta: La intención inicial dcl presente libro no ha sido simplemente poner de manifiesto la orien tación nacionalista del pensam iento de H eidegger, sino, a la inversa, m ostrar có m o H eidegger contribuyó a establecer los cim ientos pseudocicntífico s sobre los que pudo elevarse una id eología radicalm ente co n serv ad o ra y tradicionalista co m o el n azism o27.

25. 26. 27.

L lcd ó, 1 9 7 0 , p. 1 2 1 . fin / ., pp. 1 2 8 -1 2 9 . B en ed ito , 1 9 9 2 , p. 2 1 1 .

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA Kl centro tic la crítica se dirige contra una concepción del len­ guaje entendido de manera impersonal, lenguaje del ser que habla desde sí mismo. Puede resumirse así: El m ito del «Habla del ser» cre a d o por H eidegger es la exp resión m ás radical de una postura intelectual surgida en nu estro siglo; consiste en ser conscien te de la lim itación lingüística del pensam iento pero no qu erer ren u n ciar a la ca te g o ría social de pensador, p reten d ien d o hablar al m ismo tiem p o «de» y «desde» la autonom ía del lenguaje respecto al hom bre, es decir, -d e» y «desde» una supuesta dim ensión inconsciente del lenguaje, más puram ente lingüística que el lenguaje co m ú n ; tal dim ensión perm ite al pensador evitar su c o m p ro ­ miso personal con una filosofía te ó rica , p ero, a la vez, preservar su autonom ía lingüística frente al discurso científico.

La justificación que le permite llegar a este dictamen vendrá dada por las siguientes observaciones. Se produce una desarticula­ ción de la lengua alemana a la que se somete a retorcimientos grama­ ticales y léxicos tales que la alejan de su uso común. Consiste sobremanera en procedimientos com o la sustantivación — de verbos fundamentalmente— , así como en la separación de monemas con significado originario, lo que la autora interpreta como una preferencia por la sonoridad frente al significado2*. Ejemplo paradigmático de ello es la acuñación del término sustantivado Dasein, lo que convierte en impersonal una instancia tan personal com o la de «ser humano», «individuo», o «sujeto». En su descargo Heidegger podría decir lo que tantos otros pensadores, algo así co m o que él no es humanista, por lo que sería más justo hablar de alguien a quien se da el ser al que permanece ligado, que de ser humano a secas. A pesar de la importancia filosófica que Heidegger otorga al lenguaje, su modo de enfocarlo impide considerarlo a él en pose­ sión de una conciencia lingüística de la filosofía, en todo caso se trata de una esencialización de la misma, de lo es una muestra pal­ pable — y nos parece que es muy ilustrativo el ejemplo que la autora elige— la no com p rensión ,de la ironía de la que hace gala Nietz­ sche, uno de los primeros representantes, com o indicamos en su mo­ mento, de la conciencia lingüística de la filosofía. Así lo justifica: H eidegger con v irtió el lenguaje ap o fán tico o enu nciativo, aquel en que lo d ich o puede ser verdadero o falso, en el derivado de un habla (R ede) no apofán tica, sino verdadera por sí m ism a, qu e, en realid ad, era el m ism o lenguaje an alítico en que Heidegger decía todo e s t o ” .

2 8 . «Para H eidegger las palabras, por muy in sign ifican tes que nos p arezcan , dicen más por sí m ism as, tal com o las encontram os en un d icc io n a rio , que ligadas a un c o n te x to g ram atical» (i b i d p. 49).

2 9.

I b id ., p. 33.

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HEIDEGGER Y EL LENGUAJE Se habría producido, según ello, un fenómeno de autorreferencialidad subliminar, esto es, Heidegger habría destacado del lengua­ je sólo lo que él mismo era capaz de hacer — o estaba haciendo— con él, convirtiendo, com o Nietzsche diría de la moral judeo-cristiana, la necesidad en mérito. Encontramos un punto de verdad en esta crítica, ya que no nos parece justificado, co m o hicimos ver en su momento, que en Sein und Zeit el habla sea el fundamento del lenguaje. Creemos que es un caso claro para que «la navaja de Ockham» siga trabajando. Sin embargo, sí entendemos que el lenguaje quede ancla­ do dentro de una dimensión existencia!, lo que podría reconducir a la Rede hasta este punto. O tro rasgo de la forma heideggeriana de considerar el lenguaje consiste en borrar de él los elementos co m u ­ nicativos, predominando lo impersonal y eterno, el silencio sono­ ro, o la poesía co m o ideal de lenguaje. En resumen, parece que estamos ante dos tipos de problemas solapados. Por un lado, está lo que Heidegger piensa del lenguaje. Para nosotros es lo que más interés tiene. Por otro, su propia cons­ trucción lingüística, verdadero infierno en el que poco pueden ha­ cer las más seductoras compañías. La autora llama a este lenguaje «ideolecto», y está segura, com o nos ha mostrado antes, de que lo primero sale de esto segundo. Nosotros creemos, no sabríamos decir si por m enor capacidad analítica o por mayor pereza crítica, que ambas cuestiones son deslindables. N o encontramos ningún placer y pocos estímulos en se­ guir el afectado y en ocasiones críptico lenguaje de Heidegger, y creemos que en muchos casos sus lectores le habríamos agradecido efusivamente el que nos lo hubiera ahorrado. Sin embargo, sí en ­ contramos de interés buena parte de sus observaciones sobre el len­ guaje. Algunas ha sido destacadas en esta exposición, las cuales ser­ virán de base para una posterior recapitulación en el capítulo dé­ cimo. ( La tercera obra a la que quiero referirme tiene co m o autor a Richard Rorty, uno de los pensadores más influyentes de los últi­ mos años, algunas de cuyas ideas hemos tenido ya ocasión de co m en­ tar en el capítulo dedicado al pragmatismo am ericano. Los textos sobre los que queremos llamar la atención corresponden a la primera parte del segundo volumen de sus P hilosophical Papers, subtitulado

Ensayos sobre H eidegger y otros pensadores contem poráneos. Rorty hace un lectura de Heidegger de acuerdo con el prag­ matismo filosófico que practica, llevando a cabo una original re­ construcción historiográfica de la filosofía del siglo X X , a partir de líneas de actuación coincidentes entre el pensamiento europeo c o n ­ tinental y la filosofía norteamericana de este siglo. Así sostiene un paralelismo entre la línea Nietzsche-Heidegger-Derrida en Europa con la línea Dewey-Quine-Davison en los Estados Unidos. Esta línea

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA afecta, por supuesto, a todo el universo filosófico de dichos auto­ res, pero viene especialmente prefigurada por su intento de decons­ trucción o desmontaje — Abbau, en el caso de Heidegger— del pen­ samiento occidental, esto es, por el modo de mirar al pasado y por la manera de situarse frente a las tareas del futuro. En ambas líneas, el papel del lenguaje es importante. En un texto titulado «La filosofía co m o ciencia, co m o metáfora y com o política», Rorty distingue entre tres posibles orientaciones ante la crisis del pensamiento a principios de siglo. La primera, representada por Husserl, es calificada co m o de respuesta «cientificista»; a la segunda, representada por el pragmatismo, se la deno­ mina «política», mientras que la tercera, de la que Heidegger sería el mejor exponente, lleva el nombre de «poética». Las dos segun­ das se pueden considerar, a su vez, como reacciones contra la primera, y si bien las simpatías de R orty se inclinan por una recon d uc­ ción política de la filosofía, que contribuya, genéricamente, a ali­ viar el sufrimiento humano, eliminando injusticias — siguiendo en ello una orientación de corte socialdemócrata inspirada en su c o m ­ patriota Dewey— , no deja de observar con interés lo que, tocan­ te a Heidegger, es también una reacción, aunque sea de distinto sig n o 30. Así, apunta Rorty en otro texto incluido en el volumen al que nos venimos refiriendo titulado «Heidegger, contingencia y pragmatismo»: Una de las características más intrigantes del pensam iento tardío de Heidegger está en su afirm ació n de que si se p arte de los m otivos y supuestos de Platón se acaba en alguna form a de pragm atism o. C reo que esta tesis, si se la interpreta ad ecu ad am en te, es c o r re c ta . P ero , al c o n tra rio que H eidegger, yo c re o que el p ragm atism o es un b u e n lugar para co n clu ir (PhP, 4 9 ).

C on esto se está refiriendo Rorty a la conocida deconstrucción o desmontaje heideggeriano que ve ya en la filosofía platónica, si­ tuada en la Seinsvergesensheit, la dirección metafísica que acabará por llevar a su final a la filosofía, disuelta en diferentes ciencias, esparcida en el fenóm eno de la mundialización de la técnica. La diferencia de Rorty con Heidegger está, pues, en la valoración. Como ya hemos indicado, a Rorty no le asusta, sino que se encuentra muy a gusto en la época de «el final de la filosofía»31. 30.

«Las respuestas heid eggerian a y pragm atista co n stitu y en re a ccio n es a esta c o n o c i­

da respuesta “c ie n tífic a " . H eid egger vira dcl c ie n tífic o al p oeta. El pensad or filo s ó fico es la única figura que está al m ism o nivel que el p o eta. Los log ros de los grandes pensadores tien en tan p o co que ver co n la física m atem ática o co n el a rte de g o b ern a r co m o los de los grandes poetas» (Ph P , 2 5 ). 3 1 . A bundando en esta co n o cid a idea de R o rty , puede verse el a rtícu lo , in clu id o ta m ­ bién en el volum en cita d o , «H eid eg g er, K un d era, D ickens» (PhP , 1 0 1 * 1 1 4 ) , en el que el

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HEIDEGGER Y EL LENGUAJE Hay una circunstancia que Rorty ve con nitidez y que pue decirse casi siempre de aquellos pensadores metidos a filósofos la historia — aunque, co m o en el caso de Heidegger, sea una hist ria filosóficamente mediada— , y que consiste en el conocido fen rneno de autocomprensión proyectiva de su propia obra que cont ciona la propia interpretación de la historia. De este modo sue aparecer un hiato o corte entre lo anterior y ellos mismos con oteadores de algo nuevo, justamente por ellos o a partir de ell inaugurado — y no hace falta que dicho corte sea escatológicosobre el que gravita la mirada hacia el pasado, así com o la direccií futura. En el fondo vendría a ser una utilización de la historia de filosofía en beneficio propio — una postura pragmática que podrí mos juzgar universal— la que haría Heidegger, co m o la que, < paso, el propio Rorty no tiene em pacho en confesar haber hecl con Heidegger. Dice: Heidegger ignora alegremente, o reinterpreta de forma violenta, gran pai de la obra de Platón y Nietzsche, presentándose a sí mismo como un respetuo oyente de la voz del Ser escuchada en sus palabras. Pero Heidegger supo que quería escuchar de antemano. Q u ería e sc u c h a r a lgo q u e h iciese decisii su p ro p ia p o sició n histórica, h a cien d o term in a l a su propia é p o c a histúri

(los subrayados son nuestros) (PhP, 77).

En otro texto titulado «Wittgenstein, Heidegger y la reificació del lenguaje» se acomete una de las confrontaciones predilectas e los últimos años entre los estudiosos de la filosofía del siglo X) comparar entre sí las filosofías de nuestros dos máximos represe!

filósofo norteamericano prefiere el relato novelístico frente al discurso filosófico como di tintivo de Occidente, género que habría que cultivar frente al agotamiento de la prop filosofía. Hasta aquí lo que Rorty dice de Heidegger. Nos gustaría añadir algo sobre Ror por cuenta propia, ya que la ocasión nos parece propicia. Desde luego que un modo i contribuir al agotamiento y al final de la filosofía es que los filósofos siguiesen la recomendaci 3 0 . V attim o, 1 9 8 6 , pp. 1 0 -1 1 . 3 1 . V attim o y R o v atti, 1 9 8 8 , p. 16. 3 2 . En la parte final de la in tro d u cció n a sus P h ilu so p h ic a l P ap ers, 2 , que hem os cita d o en el cap ítu lo an te rio r, R orty co n fiesa lo siguiente sobre sus in ten cio n es filo só fica s: «M is

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA O tro foco desde donde puede iluminarse una nueva dirección de la hermenéutica contemporánea es lo que ha quedado después de la marea estructuralista, denominado también, con esa falta de ima­ ginación que parece caracterizar nuestra poco filosófica hora pre­ sente, «postestructuralismo». (Nos encontramos en el dominio de «postismo».) Aparte de Foucault, que puede seguir otros derroteros, nombres como los de Deleuze y Derrida parecen ser los mejores candidatos a abanderar esta tendencia. Singularmente este último, quien ha dado nombre a toda una orientación muy influyente tam­ bién en el campo de la crítica literaria denominada «deconstruccio­ nismo» si. La deconstrucción retoma una idea inicial de Nietzsche com o es la genealogía, así com o el desmontaje (Abbau) de la meta­ física occidental promovida por Heidegger. La deconstrucción supone someter al pensamiento occidental a un examen en el que descubrir los desajustes, fisuras y grietas por los que desde siempre se ha visto acosado. Por medio de este ex a ­ men crítico se obtiene la conclusión de que la filosofía ha tratado de privilegiar ciertas líneas frente a otras, promoviendo una dialéctica de inclusión/exclusión. La línea directriz ha estado marcada por un fonocentrismo/logocentrismo, por el privilegio de la palabra frente a la escritura (gramatología), dependiendo de una filosofía del suje­ to com o límite de la filosofía moderna de la conciencia. Frente a ello y con las dificultades propias del cripticismo que a veces rodea a este pensamiento, Derrida propondrá una ontología del presente por medio de la escritura, pues en ella más que en el habla, independizada del emisor, receptor y del con texto, se nos da el ser. La escritura funciona sola, sin fines, sin metas, pues el texto remite siempre a otro texto. Lo que hay funciona en la remisión a un marco de textualidad e intertextualidad. / Dentro del panorama del pensamiento contemporáneo francés, Paul Ricoeur se ha esforzado por erigir un diálogo entre diferentes orientaciones filosóficas, singularmente entre la fenomenología, de donde inicialmente procede, y la filosofía analítica. Pero también ha sido uno de los filósofos actuales que mayor rendimiento ha sabido sa­ car a las relaciones entre filosofía y psicoanálisis. Comenzando por el primer punto podemos señalar, sólo a modo de ejemplo, lo siguiente. En el conjunto de textos de 1 9 7 7 que forensayos deben en ten d erse corno m uestras de lo que un grupo de filó so fo s italian os han denom inado “pensam iento d é b il”, re flex ió n filo só fica que n o inten ta una c rític a radical de la cultura co n tem p o rán ea ni inten ta refun darla o ren io tiv a rla , sin o que sim p lem en te re c o ­ pila re co rd ato rio s y sugiere algunas posibilidades in teresa n te s- (PhP, 2 2 ). 33. De D errid a, en tre o tras, co n v ien e citar su o bra L a escritu ra y la d ifer e n cia del año 1967 (trad. cast. de P. Peñ alvcr, A n th rop o s, B arcelo n a, 19X9). S ob re D errida pueden verse las obras de C . de Peretti a n terio rm en te citad as, así co m o la de o tro buen co n o ce d o r del tem a co m o P. Peñalvcr D econ stru cción , escritu ra y fi lo s o f ía . M o n tesin o s, B a rcelo n a , 1990.

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LA HERMENÉUTICA man su obra El discurso de la acción confronta Ricoeur las apor­ taciones de la fenomenología de Husserl con las de la filosofía lingüística de Austin, señalando que «fenomenología y análisis lin­ güístico constituyen juntos el discurso descriptivo-analitico del mundo de la acción» (DA, 22). Mediante el discurso de la acción, apunta Ricoeur, el hombre dice o habla de su hacer. F.n este punto la feno­ menología y la filosofía analítica son complementarias. La capta­ ción del mundo de la vida y su conversión en «noema» por medio del esfuerzo de una conciencia reducida eidéticamente «es lo que constituye la decibilidad del principio de lo vivido» (DA, 143). Tal decibilidad permite pasar del logos al lenguaje propiamente dicho y posibilita proseguir el camino del análisis lingüístico, ya cimentado fenomenológicamente. Ello hace concluir a nuestro au­ tor que si a la filosofía analítica le falta método para reflexionar sobre a sí misma a diferencia de la fenomenología, ésta finaliza su tarea dando paso a la anterior o, lo que es lo mismo, Austin c o ­ menzaría donde Husserl acaba. La discusión sobre la epistemología del psicoanálisis ha llevado a lo largo de este siglo a defender una gama de variadas posiciones sobre el tema, enfrentando a diferentes escuelas psicológicas con el legado freudiano y dando lugar también a un amplio debate en el que los filósofos han dejado oír su v o z J4. En este punto, la obra de Ricoeur se ha distinguido fundamen­ talmente por dos actitudes. En primer lugar, tras reconocer que el terreno en el que coinciden las corrientes más significativas de la filosofía del siglo X X es el del lenguaje, se apresura a convocar tam­ bién al psicoanálisis, sentándolo a la mesa del debate, en el que es parte «comprometida», tal y co m o afirma en Freud: una interpreta­ ción d e la cultura , su obra más destacada sobre este e x t r e m o 35. En segundo lugar, Ricoeur enfoca el estudio de la epistemología freudiana desde una óptica hermenéutica, tomando com o punto de partida y modelo la Traumdeutung de 1 900, lo que le permite esta­ blecer una relación entre lenguaje, símbolo y hermenéutica: 3 4 . A ello co n tribu y ó tam bién el in terés que en la década de los sesen ta se despertó por el p sico an álisis, bien co m o co n secu en cia de la form u lació n de p o sicio n es em an cip atorias que en con trab an en la obra de Freud los fun d am en tos de una sociedad n o represiva (cf. la obra de M arcu se), o bien a partir de la in terp re tació n lacaniana del freud ism o. Un c o n ­ ju n to de estudios co n cien zu d os sobre la relación en tre Freud y la filo so fía y so b re sus fun­ dam en tos ep istem oló g icos lo podem os en c o n tra r en la obra de P. L. A ssoun, de la que destacam os F reu d. L a filo s o fía y lo s fi ló s o f o s ( ( 1 9 7 6 ) , Paidós, B a rcelo n a , 1 9 8 2 , trad . de A. L. B ix io ), así co m o su más recien te In tn td u ction á r é p is t e m o lo g ie fr eu d ien n e (P ay o t, Paris, 1 9 8 1 ). Al ya cita d o en o tro lugar estu dio sobre la relación de Freud co n N ietzsch e habría que hacer m en ció n , ya que estam os en e llo , a su F reu d et W ittgen stein , PU F, Paris, 1 9 8 8 . * 3 5 . R ico eu r, 1 9 7 0 , p. 8. En fechas p o sterio re s, R ico eu r ha seguido in terasán d ose por el tem a en el prim er volu m en, titu lad o «H erm en éu tica y p sico an álisis», de su o bra El c o n ­ flic t o d e las in terp reta c io n es (R ico eu r, 1 9 7 5 ).

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA Do tal m odo se precisa, en la vasta estera del lenguaje, el lugar dcl psicoanáli­ sis: es a la vez el lugar de los sím bolos o del doble sentido y aquel dond e se enfrentan las diversas m aneras de in terp retar. A esta circu n scrip ción más vas­ ta que el psicoanálisis, p e ro más estrech a que la teo ría del lenguaje total que le sirve de h o riz o n te , la llam arem os en lo sucesivo «cam p o herm enéutico»

Posteriores estudios del filósofo francés han situado el tema del lenguaje en relación con la problemática del relato, co m o lo demues­ tra su reciente obra Tem ps et récit , la cual constituye tanto un diá­ logo con la historia de la filosofía, co m o una reflexión sobre los diferentes tipos de narración, relatos y discursos ’7. Aunque podríamos aportar algún que otro elemento más, cree­ mos que con las pistas que ya hemos dado pueden documentarse suficientemente las relaciones que la tradición hermenéutica man­ tiene con el complejo de problemas surgidos en torno al lenguaje *\

3 6 . K ico ctir, 1 9 7 0 , p. I I . 3 7 . P. R ico cu r, T em p s et r éctt%S c u il, París, 1 9 8 5 , 3 v ols., trad . ca st., C ristian d ad , M a ­ drid, 1 9 8 7 ss. 3 8 . A pesar de que la h erm en éu tica se haya difu nd ido tam bién por España, y al m enos una actitu d filo só fica de este signo se en cu en tre presen te en el qu eh acer de algun os p ro fe s o ­ res esp añ o les, no ha p rod u cid o n u estro país un gran te x to h erm en éu tico . H em os citad o an terio rm en te la o bra dcl p ro feso r O rtiz-O sés \.a n u ev a filo s o fía h erm en éu tic a . Por encim a de rodos, habría que d estacar los trabaios de E m ilio L led ó, tam bién d iscípulo de G adam er, y que ha p restad o un gran in terés a la cu estio n es h erm en éu ticas. A títu lo de e jem p lo , véase, adem ás dcl ya citad o F ilo s o fía y le n g u a /e , l en g u a/e e h is to r ia , A riel, B a rcelo n a , 1 9 7 8 . Un d esarro llo personal de estas cu estio n e s, desde supuestos h crm cn éu tico s, la avanza el p rop io E m ilio L lcd ó en su o b ra E l s ile n c io J e la escritu ra. Una recrea ció n dcl m ito p la tó n ico de la escritu ra y la m em oria (h'edro 2 7 4 c - 2 7 7 a ) es la o casión que da lugar a la re flex ió n que o fr e ­ cen las bellas páginas de uno de sus últim o s te x to s : E l su rco e l tie m p o , C rític a , B arcelo n a, 1 9 9 2 . Sob re L lcd ó y el tem a dcl lenguaic puede verse el tr a b a p de Ja c o b o M u ñoz «M u n do, lenguaie, m em oria. N ota sob re la sem án tica filo só fica de Em ilio L lc d ó -, en V V .A A ., H isto ­ ria, len g u a/e, s o c ie d a d . H orn ería/e a E m ilio L lc d ó , C rític a , B a rcelo n a , 1 9 8 9 , pp. 3 3 0 - 3 3 7 .

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9 HABERMAS Y LA ACCIÓN COMUNICATIVA

Si no fuera porque la figura de Habermas arranca de una de las tradiciones diferenciadas del pensamiento de este siglo, co m o es la Escuela de F ra n c fo rt1, que, con su Teoría Crítica de la sociedad, contribuyó al desarrollo del marxismo occidental de los años veinte a los sesenta, en una de sus direcciones más fecundas, su pensa­ miento tendría justa cabida dentro de un particular enfoque de la filosofía hermenéutica. Por esa razón y por la fuerza que su presen­ cia ha adquirido en el panorama filosófico actual, lo consideramos en un capítulo aparte, y puesto que su vastísima obra nos impide por el momento acercarnos a ella con el fin de tratar en profundi­ dad los problemas que plantea, lo sustituiremos con una somera referencia a sus posiciones en torno al tema del lenguaje, ya que volveremos sobre otros aspectos en el capítulo dedicado a la ética discursiva2. 1. La E scu d a de F ran cfo rt, com o m ov im iento filo só fico , tiene ya sus p rop io s h is to ria ­ dores. Por orden cron o ló g ico citarem os la o bra de Kuscom T eoría critica J e la s o c ie d a d ( 1 9 6 9 ); se trata de una obra que co n tex tu aliza el m ov im ien to fra n cfo rtia n o en el m arco de la ev o lu ­ ció n del m arxism o en los años veinte en A lem ania. De ex cep cio n al im p ortan cia es la obra de Jay L a im ag in ació n d ia lé c tic a (1 9 8 9 ) ; en ella se puede en co n tra r tam bién una detallada b ib liog rafía sobre el tem a. M en os p retensio n es tiene la de Z im a, L a e sc u e la d e F ran kfu rt ( 1 9 7 6 ), en la que el autor se en fren ta al tem a m ediante un estu dio p articu larizad o de los d iferen tes pensad ores. De los autores españoles que se han o cupad o de la teoría crítica en sus d esarro llos actu ales destacaría la obra de Rodríguez Ibáñez T e o r ía c r ític a y s o c io lo g ía ( 1 9 7 8 ). Del m ism o au to r, cf. E l su eñ o d é l a razón ( 1 9 8 2 , pp. 8 7 * 1 2 8 ). Por tratarse de uní» de sus m iem bros vivos, m erece citarse la clásica obra de W ellm er T eoría c r ític a d e la s o c ie d a d y p o s itiv is m o ( 1 9 7 9 ) . Una reciente ap roxim ació n a la Escuela de F ran k fo rt hecha desde nues­ tro m ed io, pero o rien tad a a destacar los aspectos ético -p o lític o s de esta tra d ició n filo só fica , se la debem os a C . T h ie b au t, «l.a Escuela de F ra n k fu rt-, en C am ps, 1 9 8 9 , III. 2. Y, podríam os añadir en n uestro d escargo, que la ex isten cia del e x c e le n te estu dio de T h o m a s M cC arth y sobre el pensam iento de H aberm as n os lo a h o rra , aunque su o bra se en cu en tre todavía sin co n clu ir (cf. M cC arth y , 1 9 8 7 ). El au to r de este estu d io es, adem ás, el

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA Jürgen Habermas ha sido considerado el último gran represen­ tante y el heredero de aquel gran movimiento filosófico y cultural que fue el grupo de filósofos y científicos sociales que se fueron vinculando a partir de 1923 al Instituí für Sozialforschung en Franc­ fort. Lejos quedan los nombres de Horkheimer, Adorno, Marcuse, Benjamín, Fromm, todos ellos desaparecidos. En la actualidad, jun­ to a Habermas, autores co m o Alfred Schmidt y Albrecht Wellm er pueden considerarse, a su manera, continuadores de aquella escuela de pensamiento. Desde supuestos filosóficos eminentemente dialécticos y con una decidida voluntad de amancipación social plena, los filósofos de la Escuela de Francfort vieron dirigido su interés al campo de la sociedad y de la cultura, pero, a diferencia de otros científicos de estas disci­ plinas, adoptaron desde el principio, en virtud de la importancia que otorgaron al m om ento «negativo» del proceso dialéctico, una decidida posición crítica ante lo existente, com o modo de acercarse a lo todavía no dado, pero exigido por el desarrollo social. Ya en su primera fase en Alemania, el interés por las cuestiones estéticas y una explícita recepción de las aportaciones del psicoanálisis dotaron a su pensamiento — con las diferencias pertinentes de cada uno de su miembros— de nuevos elementos, elaborando una Teoría Crítica que se hacía cargo también del «malestar de la cultura», tomando en consideración los aspectos pulsionales de la personalidad humana. Cuando, por las circunstancias de todos conocidas que se die­ ron en Alemania en el período de dominación nazi, los miembros de la Escuela tuvieron que emigrar a los Estados Unidos, el con tac­ to con aquella cultura hizo integrar también en su programa de investigación diferentes aportaciones de la sociología, pero mante­ niendo el esquema general que constituía su punto de partida. Al­ gunos, com o Marcuse o From m , allí quedarían, otros, co m o Benja­ mín, ya habían sido víctimas de la guerra, y los dos «patriarcas» de la Escuela, Horkheimer y Adorno, regresarían a su patria a partir de los años cincuenta, reanudando la actividad del Instituto, pero en trad u ctor al ingles de la obra de H aberm as. D esde hace ya algunos añ os ten em os un buen estu d io , d ebid o al p ro feso r españ ol Raúl G abás, titu lad o J . H a b e r m a s : d o m in io té c n ic o y c o m u n id a d lin g ü istica ( 1 9 8 0 ). Una ap ro x im ació n a la o bra haberm asian a, así co m o una d is­ cu sión de algunas de sus tesis, en la que participan tam b ién , ju n to con o tro s, algunos de los a u tores ya m en cio n ad o s, la p od em os en co n trar en V V .A A ., 1 9 8 8 . Estudios re cie n tes sobre el co n ju n to de la obra de H aberm as, pero acen tu an d o la dim ensión p ráctica de la mism a (ético -p o lític a ) se los debem os a J . M u guerza, -H ab e rm as en el “ rein o de los fin es” (v aria­ cio n es sob re un tem a k an tian o )», en E. G uisan (co o r d .), E s p le n d o r y m iseria d e la é t ic a k a n ­ t ia n a , A n th ro p o s, B a rcelo n a , 1 9 8 8 , pp. 9 7 - 1 3 9 ; «Ética y co m u n ica ció n . (Una discu sión del p en sam ien to é tic o -p o lític o de Jü rg e n H a b e rm a s)-, en J . M . G on zález y F. Q u csada (co o rd s .). T e o r ía s d e la d e m o c r a c ia , A n th rop o s, B a rcelo n a , 1 9 8 8 , pp. 1 0 8 -1 7 4 . F in alm en te in dicaré que casi la to talid ad de las o b ras de H aberm as se hallan dispon ibles en castella n o . De alguna de ellas irem os dando cu en ta a lo largo del capítulo./'

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HABERMAS Y LA ACCIÓN COMUNICATIVA este caso ya, también la propia universidad alemana podía acoger­ los com o profesores. La incorporación de Habermas, pues, al pro­ yecto francfortiano tiene lugar a partir de estas fechas: Difícilmente se encontrará hoy una obra que verse sobre filoso­ fía, ciencias sociales o humanidades en la que no aparezca citado, por alguna u otra razón, el nombre de Habermas. Además de su vasta obra, su pensamiento es objeto de estudio por parte de otros autores, dedicándosele también sesiones, encuentros y co nferen ­ c i a s ’. El mismo ha dedicado atención bien cumplida a todos los desarrollos del pensamiento filosófico actual y en sus libros figura una extensa referencia al campo de las ciencias sociales, de la teoría de la comunicación y de la filosofía del lenguaje. El pensamiento filosófico de estos años pasa, inevitablemente, por Habermas. A las dificultades que ello presenta en el intento de hacerse cargo de su legado, se añade además la que dimana de la propia evolución in­ terna de su pensamiento, por lo que, com o anunciaba más arriba, centraré mi examen en algunos aspectos de su filosofía del lenguaje, en particular, en su teoría de la acción comunicativa, siguiendo para ello un cierto orden cro n o ló g ic o 4. C om o indicaba, puede hablarse de una hermenéutica habermasiana. A juicio de McCarthy ', autor de la mejor exposición de su pensamiento por el momento, tres pueden ser las diferencias que separan, sin embargo, a Habermas de su compatriota Gadamer, y que aquél formula en críticas a su pensamiento. En primer lugar, si bien Gadamer destaca el aspecto práctico, social e histórico de la tradición, descuida el concepto de crítica , precisamente por darle excesivo peso a aquélla. En segundo lugar, la casi exclusiva presen­ cia de lo textual, del lenguaje, en Gadamer le impediría profundizar en otros aspectos prácticos que hacen referencia a la situación y a la condición humanas, com o el trabajo, el poder y la coacción, ele­ mentos a tener en cuenta en una teoría de la «acción comunicativa». En tercer lugar, tomando como punto de partida la tradición marxista, Habermas propone una concepción de la historia no co m o c e ­ rramiento teórico del futuro, sino com o proyección práctica en vir­ tud de ideales por los que luchar en un marco general de expectativas. Ello implica una reconstrucción del m arx ism o h en clave moral y un 3. C o m o el celeb rad o en 1 9 9 4 en los C u rsos de V erano de t i E sco rial (M a d rid ), U n i­ versidad C om plutense. 4. Una exp osició n que, p artien d o dcl m arxism o , prosigue el d e sa rro llo de la T e o ría C rítica hasta sus supuestos co m u n icativ os se en cu en tra en W ellm er, 1 9 9 0 , pp. 15 *4 8 . 5. C f. M acC arth y , 1 9 8 7 , pp. 1 9 8 -2 2 9 . 6. En los años setenta H aberm as d ed icó especial in terés a los p roblem as de a d ap ta­ ció n dcl legado m arxista a las nuevas co n d icio n es de las sociedad es dcl -ca p ita lism o tardío». C f. su obra de 1 9 7 6 L a r eco n stru cció n d c l m a ter ia lis m o h is tó r ic o , T au ru s, M ad rid , 1 9 8 1 , pp. 9 - 5 6 ; 1 3 1 -1 8 0 y 2 7 3 - 3 0 4 , trad. de J . N icolás y R. G arcía C o tare lo .

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA com prom iso amancipatorio de la teoría, registro ausente de las pro­ puestas de Gadamer. Esta última diferencia marca las distancias entre una teoría crítica de la sociedad y otro tipo de teorías. De la primera síntesis de su pensamiento, elaborada en 1968 en C onocim iento e interés , conviene retener el tema, de raigambre pragmática, de los intereses del co n o cim ie n to 7. Según la clasifica­ ción habermasiana, las ciencias analítico-empíricas tendrían un in­ terés cognoscitivo «técnico»— es decir, lo que representarían o apor­ tarían al campo general del conocimiento, en virtud de lo cual llevarían a cabo sus estrategias— , frente a las ciencias hermenéutico-históricas, que tendrían un interés «práctico», y las disciplinas ético-polí­ ticas, que poseerían un interés «emancipatorio». Este último interés se relaciona directamente con la teoría crítica y con el problema del deber ser. Sin abandonar del todo el interés em ancipatorio, pues Habermas apuesta por una razón vigilante que ejerza de «guarda» (P latzbalter) s, la segunda síntesis de su pensamiento, elaborada en 1981 en su voluminosa Teoría de la acción com unicativa 9, reinterpreta las conclusiones anteriores en un modelo de naturaleza «cognitivista», pero, a diferencia de otras propuestas más abstractas, lo formula tras una detenida investigación lingüística, destacando los aspectos activos y comunicativos del lenguaje. La teoría de los ac­ tos lingüísticos y el problema de la acción vuelven a cruzarse una vez más. La clasificación de las diferentes ciencias queda ahora re­ ducida a dos. Se trata de las ciencias «analítico-empíricas» y de las ciencias «reconstructivas», nombre bajo el que quedan incluidos el segundo y tercer grupo de la primera clasificación. A ellas pertene­ ce la teoría de la acción comunicativa, cuyo objeto es el estudio de una realidad social estructurada simbólicamente. En la Teoría de la acción com unicativa Habermas, haciéndose cargo de las críticas suscitadas por la oscuridad de ciertos plantea­ mientos de sus obras anteriores y en su doble deseo de llegar a una 7 . C f. C !, 3 1 8 - 3 2 4 , en tre o tras. C f. tam bién la detallada exp osició n y discu sión del tem a en M cC arth y , 1 9 8 7 , pp. 7 5 - 1 5 3 . 8. Sob re este pun to, c f. J . H aberm as, «1.a filo so fía co m o guarda e in té rp re te *: T eo rem a XI/4 ( 1 9 8 1 ) , pp. 2 4 7 - 2 7 8 , trad. de M . Jim én ez R ed on d o. (F.l m ism o te x to se en cu en tra in clu id o en H aberm as, 1 9 8 5 , pp. 9 - 3 0 .) 9. C on po sterio rid ad a la p u b licació n de esta o b ra , H aberm as ha dado tam bién a la luz en 1 9 8 4 un no m enos ex ten so volum en co n carácter «com plem en tario» del a n terio r: Hab erm as, 1 9 8 9 . C f. esp ecialm en te, para el p ensam iento lin gü ístico de H aberm as, pp. 2 6 13 6 8 . La m ayor parte de los trab ajo s p resen tes son an terio res, aunque c o n e x o s con los p ro ­ blem as que se debaten en la T eoría d e la a cció n com u n icativ a. S ólo los dos últim os (pp. 5 9 9 -5 0 7 ) incluyen respuestas a críticas y p recision es co n cep tu ales. De pasada habría que añ adir que la m ayor parte de las obras de H aberm as carecen de la unidad co n stru ctiva que h abitu alm ente estam os aco stu m brad o s a dar a un libro. En su lugar se trata , en m uchos caso s, de la c o n ju n ­ ció n de largos ensayos sobre p roblem as más o m enos afines.

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HABERMAS Y LA ACCIÓN COMUNICATIVA justificación del carácter normativo de la razón — preservando con ello uno de los elementos de la T e o ría Crítica— , por una parte, y tratar de establecer el campo de acción de las ciencias reconstructi­ vas, co m o espacio en que acoger las prácticas sociales, por otra, se ve en la necesidad de elaborar una filosofía del lenguaje «en acto», co m o comunicación, lo que le permitirá alinearse dentro de los pen­ sadores más recientes que han tomado buena nota de la importan­ cia que el «giro lingüístico» ha tenido para el pensamiento co ntem ­ poráneo: El co n ce p to de acció n com u n icativa presup one el lenguaie c o m o m edio d en ­ tro del cual tiene lugar un tip o de p ro ceso s de en ten d im ien to en cu yo tra n s ­ cu rso los participantes, al relacionarse co n un m undo, se p r e s e n ta n unos fren­ te a o tro s con pretensiones de validez que pueden ser reco n o cid as o puestas en cuestión (AC I, 14 3 ).“'

El lenguaje, pues, es un dato insoslayable, es una condición con la que hay que contar inevitablemente. El lenguaje está no sólo en los procesos de pensamiento individual, no sólo en los elaborados discursos de las ciencias, no sólo en el texto — escritura de la tradi­ ción— , sino qüe está en la base de un hecho tan cotidiano co m o es el intercambio de mensajes entre los seres humanos. En la medida en que estos seres emiten mensajes que son entendidos por otros seres que se convierten en sus receptores, tal situación presupo­ ne las emisiones lingüísticas, los actos de habla, por lo que en este sentido la acción comunicativa no es otra cosa que lenguaje, visto, básicamente, desde su dimensión pragmática. El lenguaje entendido desde la perspectiva de la acción com uni­ cativa sienta las bases para su consideración trascendental, pero sin el carácter apriórico que tenía en la filosofía kantiana — aunque dicha terminología no sea del gusto de Habermas— , la cual puede ser entendida como condición de posibilidad previa a toda formalización y presente en todo discurso, pero imponiendo también algu­ nas exigencias de carácter normativo, de manera que éstas sean tam ­ bién atributos de la razón. Desde este ángulo, el lenguaje pertenece a la razón com o estructura que mediatiza el acceso a la realidad. Pero si el lenguaje es comunicación y ésta implica la existencia del diálogo, la razón comunicativa se transforma en una razón dialógica l0, entre cuyas bases está, co m o veíamos en la cita anterior, la 10. Ja v ier M uguerza es el filó so fo español que m ás se ha d istin g u id o por a cerca rse al p ensam iento de H aberm as, al tiem p o de en tab lar co n él un d iálogo a fon d o y, de este m od o, co n stru ir sus propias p ropu estas, con p articu lar re feren cia a los tem as de la «razón p rá cti­ ca». De él ya hem os citad o algunos te x to s. C o n v ien e ahora m en cion ar la parte cen tral de su exten sa o b ra — en la que recogen trabajo s a n terio res— D esde la p e r p le jid a d . E n say os s o b r e la étic a , la razón y e l d iá lo g o ( 1 9 9 0 , pp. 8 9 -4 7 6 ) . M uguerza titula estas páginas «Para un crítica

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA pretensión de obtención del acuerdo (Verstatidigufig) entre los in­ terlocutores. En la relación entre interlocutores que implica la acción com u ­ nicativa, según Habermas, «El hablante pretende, pues, verdad para los enunciados o para las presuposiciones de existencia, rectitud para las acciones legítimamente reguladas y para el co ntex to nor­ mativo de éstas, y veracidad para la manifestación de sus vivencias subjetivas» (AC I, 1 .441). Verdad , rectitud y veracidad son lo que Habermas denomima «pretensiones de validez» (Geltungsansprüche) de todo discurso en su relación con la realidad: Son los propios acto re s los que buscan un consenso y lo som eten a criterios de verd ad , de rectitu d y de veracid ad , es d e cir, a criterio s de ajuste o desajuste en tre los a c to s de habla, por un lad o, y los tres m undos con que el a cto r c o n tra e relacion es con su m anifestación , p o r el otro»* (AC I, 1 4 4 ).

C o m o vemos, para que la acción comunicativa no quede redu­ cida exclusivamente a un elenco de proposiciones descriptivas de estados y hechos de la realidad y recoja también otras dimensiones de la comunicación, Habermas, retomando la noción de «acto de habla» procedente de Austin y Searle " , propone un criterio de rela­ ción más general entre lenguaje y mundo. Tal criterio debería mos­ trar el funcionamiento de la comunicación en función del ajuste o desajuste de la misma al tipo de mundo de que se hable (con el consiguiente acto de habla de que se trate). A tales efectos, Habermas habla de tres tipos de mundo con los que relacionar las tres pretensiones de validez de la acción comuni­ cativa. El «mundo objetivo», pomo conjunto de todas las entidades sobre las que enunciar algo, relacionado con la verdad; el «mundo social», co m o conjunto de relaciones interpersonales, relacionado con la rectitud; y el «mundo subjetivo», com o totalidad de las vi­ vencias del hablante, relacionado con la veracidad (AC 1, 144). La verdad tiene que ver con lo que se dice en relación a los hechos, la rectitud con guardar las reglas de comunicación entre quienes lo

de la razón d ia ló g ic a -. E llo n o es muy d iferen te de lo que aquf estam os llam an do «razón lin gü istica», ex p resió n qu e, en p arte, puede reco n o ce rse en la a n terio r. P ero , adem ás de que la «razón d ia ló g ica - podría au to titu larse una m odalidad de la -razó n lin gü ística», aquella se o rien ta con m ayor sen tid o al ám bito de la razón p ráctica . Por esas dos razo n es, dada la dim ensión m ás gen eral de n u estro e n fo q u e , hem os p referid o en nuestro caso el ró tu lo de •razón lin gü ística». 11. H aberm as m an tien e una discu sión co n S ea rle acerca de cla sifica ció n de los actos de habla (cf. AC I, 4 0 7 ss), lleg an d o a p rop o n er en un cu ad ro — según un inveterada c o s ­ tum bre del a u to r, que la prodiga en todas sus obras— de « in teraccio n es m ediadas lin gü ísti­ cam en te» (cf. AC I, 4 2 9 ) , en el que se co m bin an los a cto s de h abla, las fu n cio n es dcl lengua­ je , el tip o de lo c u ció n , las p reten sio n es de validez y las relacion es co n el m undo.

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HABERMAS Y LA ACCIÓN COMUNICATIVA dicen, y la veracidad en la ausencia de engaño por parte de quien lo dice. Evidentemente, las dos últimas pretensiones ostentan una exigencia ético-política y nos conducen a un modelo de argumenta­ ción — y en el fondo hacia un tipo de sociedad que la haga posi­ ble— no coactiva y distorsionada. Habermas está aquí proponien­ do una «situación ideal de diálogo», semejante a la «comunidad ideal de comunicación» de que hablaba Apel. En tanto que teoría general que toma a su cargo todo el amplio espectro de la comunicación y que integra teorías sociales, teorías de la acción, teorías psicológicas y teorías lingüísticas — en el co n ­ texto de un horizonte normativo impuesto por el propio discurso si quiere ser viable, que nos exige la existencia de un mundo en el que las relaciones de poder entre las personas y los grupos permitan el uso de la palabra en condiciones de igualdad a todos— , Habermas califica a su teoría com o «pragmática universal» — o formal— , pues todo discurso, todo lenguaje, incluido el de la acción, presupone en el fondo tal esquema. Por ello entraría de lleno dentro de lo que Habermas llama procesos o «ciencias reconstructivas» por cuanto que se enfrenta con acciones sometidas a reglas o reguladas. Esta reflexión de principios, de supuestos, de fundamentos, vendría tam­ bién en el fondo a ser el camino que debería tomar una filosofía que se haga cargo de la evolución de la racionalidad hasta nuestros días, pero que tenga también en cuenta propuestas de futuro 12. Conviene aquí introducir, siquiera sea brevemente, una reflexión sobre este aspecto de la teoría habermasiana que discurre paralela­ mente al de «acción comunicativa», pero que puede considerarse también respecto de ella com o un apoyo metódico de carácter gene­ ral. Uniendo tradiciones que arrancan tanto de la filosofía kantiana co m o del pragmatismo, Habermas define programáticamente la «pragmática universal» del siguiente modo: La pragm ática universal tiene c o m o tarea identificar y reco n stru ir las c o n d i­ ciones universales del entendimiento posible. En otros contextos se habla también de «presupuestos universales de co m u n ica ció n » ; pero p refiero hablar de p re­ supuestos universales de la acción com unicativa porque con sid ero fundam en­ tal el tip o de acción orien tad a al entend im iento l3.

12. Una discusión de ca rá cte r gen eral sobre este tem a puede en co n tra rse en W ellm e r, 1 9 8 9 , pp. 9 -3 8 . El autor se m uestra com pren siv am ente cr ític o con la postura de H aberm as. P artien d o de una ap ro xim ació n al sentido de una exp resió n co m o la co n ju n ció n del c o n te ­ nido p rop o sicion al y la in ten ció n del h ablan te, p ropon e distinguir en tre co n d icio n e s g en e­ rales de validez para el lenguaje y co n d icio n e s esp eciales según el tip o de en u n ciad o de que se trate. 13. «¿Q ué sig nifica pragm ática u n iv ersal?-, en H aberm as, 1 9 8 9 , p. 2 9 9 . Aunque la prim era red acción del te x to de H aberm as esté fechada en 1 9 7 6 , la versión incluida en esta o b ra , según nos inform a su a u to r, es una versión correg id a.

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜISTICA Podría pensarse que, com o en el caso de Ape|, Habermas tra­ ta aquí de llevar a cabo una reconstrucción del programa de Kant en clave lingüística, por lo que su programa podría caber, en tal caso, dentro de los límites de una «filosofía trascendental» (lingüís­ ticamente renovada). Habermas, sin em bargo, se resiste a ello y en vez de utilizar la expresión de su compatriota Apel, «hermenéu­ tica trascendental», prefiere seguir manteniendo la suya. Habermas delimita su propósito de un modo que, si bien parece claro su distancianiiento del planeamiento kantiano — aunque más en el conte­ nido que en su estructura— , a nuestro entender no sucede lo mismo con lo que a Apel respecta, ya que al presuponer ambos el lengua­ je co m o com unicación — en la versión de un lenguaje argumen­ tativamente fundado— , sobre el que recae el imperativo del enten­ dim iento — salvo «autocontradicción performativa», al decir de Apel— , las diferencias son obviamente más de grado que de fondo. Pero al desmarcarse Habermas del trascedentalismo kantiano, «J ifumina con ello el trascendentalismo — aunque debilitado— del pro­ pio Apel H. En todo caso y en tanto que un agente ejecute, un acto lingüísti­ co debe presuponer — nuevamente— ciertas pretensiones de vali­ dez, ahora reformuladas en número de cuatro del siguiente modo: — — — —

la de estarse expresando inteligiblemente, la de estar dando a entender algo, la de estar dándose a entender, y la de entenderse con los dem ás IS.

Sin duda alguna, uno de los textos que mayor impacto causa­ ron entre los miembros de la segunda generación de la Escuela de Francfort — y, todo hay que decirlo, que creó también dificultades a sus propios autores en los años posteriores a su primera publicación en 1 9 4 7 — fue la obra de Horkheimer y Adorno D ialéctica de la Ilustración, subtitulada con el nombre de Fragm entos filosóficos l6. 14. T re s pueden ser el tip o de razon es en que se apoya H aberm as para ev itar situarse d e n tro de una filo so fía de in sp iració n trascen d en tal. En prim er lugar, el ca rá cte r in tem p o ­ ral que tiene la teoría. En segundo lugar, el h ech o de que la filo so fía trascen d en tal se o rie n ­ te h acia la co n stitu ció n de la exp erie n cia y no h acia la co m u n ica ció n . En te rce r lugar, la taiante división en tre co n o cim ie n to a p n o n — trascen d en ta l— y a p o s te r io r i (en la versión de H aberm as, «cien cias reco n stru ctiv as» y «em p írico -an alíticas» ) (cf. tb id .%pp. M 0 - M 4 ) . 15 . Ib id ., p. 3 0 0 . 16. H ork h eim er y A d orno , 1 9 9 4 . H asta la fech a, la única versión castellana existen te de esta o b ra , debida a H. A. M u ren a, llevaba el títu lo de D ia léc tic a d e l llio n n u s m o (Sur, Bu enos A ires, 1 9 7 0 ), trad u cción p o co afortu n ad a para los usos de nuestra lengua de la voz alem an a A u fklaru n g . La versión actual d ebe, pues, ser saludada, ya que, al in co rp o ra r v arian ­ tes en tre la ed ición casi «clandestina» de 1 9 4 7 y la de 1 9 6 9 , que sus autores p rolog aron de nuevo, se co n v ie rte casi en una ed ició n crítica de este im p o rta n te m aterial tra n cfo rtia n o . La

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HABERMAS Y LA ACCIÓN COMUNICATIVA N o es una obra fácil, y sobre ella se han cernido lecturas con distin­ tos matices. El problema que trata, resumido en torno a la evolución y el significado de la modernidad, afecta de lleno al modo de situar­ se por parte de Habermas en torno al intento de reconstrucción de la razón moderna. La tesis central, incluida en el primer capítulo de un texto frag­ mentario en su conjunto, se puede resumir de este modo. La Ilustra­ ción, com o símbolo más acabado de la modernidad, que nació con la intención de emancipar a la humanidad, acabó convirtiéndose en un instrumento de alienación. Para ello se tiene en cuenta la entra­ ña dialéctica del complejo fenómeno de constitución y evolución de la modernidad que llevaría ya inscrita en su seno, bajo fórmulas liberadoras, procesos de dominación. Para ello los autores aplican el concepto de mito a la propia Ilustración, en dos fases. Por una lado, siguiendo la línea de Weber, en frase de Schiller, la razón moderna opera desde el objetivo de lograr el «desencantamiento del mundo», de manera que com o razón, al formalizar, abstraer y cal­ cular, se convierte en un férreo sistema de dominación sobre la na­ turaleza y la sociedad, puesto al servicio del control en aras de la resolución de ciertas necesidades humanas. Ello era algo que, según sus autores, ya estaba en los orígenes del mito. Pero la Naturaleza dominada se vuelve contra sus dominadores, ya que la razón m o­ derna se transforma en una creencia o, nuevamente, deviene en el mito contra el que inicialmente intentaba luchar, pues la Ilustra­ ción — como sus críticos ya le reprocharon a finales del XVIII — quiere erradicar el mito co m o lo opuesto a la razón. , A mayor racionalización mayor fanatismo, mayor oscurecim ien­ to de las fuentes de la racionalidad, ahora anegada en superstición cientista a cuyos pies sólo quedan los campos devastados de la indus­ trialización capitalista y su consiguiente destrucción ecológica, del fascismo que acaba en exterminio y del totalitarismo al que ha c o n ­ ducido la utopía comunista. La revolución de signo marxista ha fra­ casado, imponiéndose la oclusión de las esperanzas emancipatorias. En la medida en que no se provea de medios para buscar una salida que supere esta contradicción, la dialéctica de la Ilustración queda cosida a una aporía que paraliza una salida racional. Y en la ex ten sa In trod u cció n de J. J . Sánchez (pp. 9 - 4 6 ) , de la que n os hem os serv id o, adem ás de una com pleta in form ación h is to r io g r a fía sobre la génesis y los avatares del te x to , cen tra de una m odo e|emplar la discu sión actual sob re los problem as a que ha dado lugar este te x to . D icha discusión tiene en cu en ta la ev o lu ció n p o sterio r de am bos au tores, q u ien es, an te a l­ gunas in terp re tacio n e s que ello s no estarías dispuestos a su scribir, se vieron en la o bligación de llam ar la a te n ció n sobre sus in ten cio n es escribien d o en el p ró lo g o a la ed ición de 1 9 6 9 lo sig u ien te: «En n uestros p o sterio res escrito s hem os exp resad o la co n v icció n de que lo que im porta hoy es preservar la libertad , ex ten d erla y d esarro llarla, en lugar de ace lera r, igual a través de qué m ed ios, la m archa hacia un m undo adm inistrado» (i b i d p. 5 0 ).

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HISTORIA DE LA CONCIENCIA LINGÜÍSTICA

,

encrucijada de dicha aporta se encuentra la reflexión de Habermas para recuperar el contenido emancipatorio de la modernidad. Esa será la salida que nuestro autor pretende, una salida dialéc­ tica, la cual, rememorando dicho legado, se plantee la Aufhebung , esto es, se proponga conservar y al tiempo superar la situación en línea con una idea de progreso, diferente de la aceptación resignada de W cber por la que se explica la modernidad como un proceso de racionalización sistemática. La otra salida será la profundización en la crítica com o rechazo de la razón, y no sólo como crítica de la razón moderna, rechazo que encuentra una de sus inspiraciones más fuertes en la crítica nietzscheana a la filosofía y a la cultura occidental. Aquí están puestas ya las bases de lo que posteriormen­ te será el debate filosófico y político entre modernidad y posmo­ dernidad 17. f 1 En el debate actual sobre nuestra época entre «modernistas» y «posmodernistas» Habermas se ha erigido, como decíamos, en pa­ ladín de los defensores de la modernidad, frente a sus críticos, de­ dicando buena parte de sus escritos a esta defensa. Su tesis básica — junto a la que se alinearían, com o hemos visto anteriormente, Apel y Bernstein— es que pensadores co m o Heidegger, Foucault, Lyotard, Derrida, Rorty, Vattim o, y sus seguidores, habrían dicho un apresurado adiós a la modernidad, olvidando que sus ideales emancipatorios — los ideales de la razón ilustrada, proseguida por el marxismo, fundamentalmente— no se han realizado aún y es de­ cisivo para la humanidad que se realicen. Habermas, pues, se opon­ dría a esa clausura de la modernidad, cuyo horizonte utópico, sin embargo, debe seguirnos orientando, si no con la misma forma del pasado, sí bajo otras nuevas que preserven el contenido. , En 1985 Habermas reunió sus reflexiones y argumentos sobre este tema en un volumen titulado precisamente El discurso filo sófi­ co de la m odernidad , en donde pretende defender la idea de que la modernidad es todavía un «proyecto inacabado». Esta obra repre­ senta un balance crítico del pensamiento posmoderno, singularmente del francés, volviendo a defender los presupuestos de la razón co ­ municativa frente a una «razón centrada en el sujeto» (D M , 3 5 1 -

17. Un in teresan te discu sión sob re el estad o de la cu estió n en to rn o a este debate la podem os en co n trar en el te x to de W ellm e r, 1 9 9 3 , pp. 5 1 - 1 1 2 . La op inió n de W ellm er, ligado, por o tra p arte, a la ó rb ita fra n cfo rtia n a , co n tem p la a la posm odernidad co m o algo a insertar en el program a de la m od ernid ad , y puede resum irse en la siguiente co n clu sión , en una línea muy sem ejan te a la de R. B ern stein , según vim os en el cap ítu lo dedicad o al pragm atism o am erican o. D ice así: «Entendida c o rre cta m e n te , la postniodcrm dad sería un p roy ecto. P ero el p o stm od ern ism o, en la m edida en qu e sea realm en te algo m ás que una mera m od a, una ex p resió n de reg resió n o una nueva id eo lo g ía , tam bién se puede entender a n te to d o co m o un m ov im iento de búsqueda, co m o un in ten to de co n sta ta r in d icios de cam b io y hacer resaltar con m ás n itidez los co n to rn o s del proyecto** (/¿/iJ., p. 1 12).

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HABERMAS Y LA ACCIÓN COMUNICATIVA 3 8 6 ). Pero también contiene un extenso estudio de la evolución del pensamiento filosófico moderno, centrado en Hegel, prosiguiendo con el pliegue posmoderno que se inicia a partir de Nietzsche. Una de las consecuencias de dicho estudio consiste en ver qué aspectos de razón se han desplegado en el curso de la modernidad y qué otros aspectos — igualmente racionales— han-quedado abandona­ dos en el camino. Desde este punto de vista, Habermas sostiene que la modernidad ha instituido un proceso selectivo de «racionaliza­ ción sistemática», lo que la ha impulsado a desarrollarse en una sola dirección, mediante la revolución industrial y el desarrollo del capitalismo. La evolución de la razón moderna, o «la dialéctica de la Ilustración», poseería, pues, un carácter ambiguo, «irónico» y/o dialéctico, ya que «El potencial de la razón comunicativa — escribe Habermas— queda, pues, a la vez desplegado y distorsionado en el curso de la modernización capitalista» (D M , 3 7 4 ) Tal distorsión, que ha permitido dejar fuera el contenido n or­ mativo de dicha razón moderna en el que están incluidas todas las propuestas emancipatorias, mientras que ha desplegado su aspecto científico-técnico, unido al soporte moral que suponen los valores del individualismo, la competitividad y el éxito, demanda una re­ orientación del trabajo para lograr que dicha corrección se produz­ ca y se cumplan de este modo los requisitos de universalidad, es decir, de comunicación. Un reciente intento de Habermas de precisar sus puntos de vista en forma de libro lo constituye su reflexión de 1988 titulada Pensa­ m iento postm etafisico. Quisiera finalizar este capítulo con un resu­ men de sus propuestas en relación al lenguaje y a las tareas de la filosofía. Tras referirse a las corrientes más significativas de la filosofía del siglo X X , observa que en ellas convergen cuatro motivos de rup­ tura con la tradición, a saber, pensamiento posmetafísico, giro lin­ güístico, carácter situado de la razón e inversión del primado de la teoría sobre la praxis (PM, 16). Conviene añadir también que el marco general de ese pensamiento postmetafisico supone la ruptura con tres notas del pensamiento «metafísico» anterior, que son lo

18. S o b re este p u n to , en el q u e la racion alid ad m oderna pierde su ca rá cte r global y se transform a en algo -n eg a tiv o », co m o co n trafig u ra de Ilu stració n , dando lugar a una realiza­ ció n «instrum ental» y «un idim en sion al», se había p ron u n ciad o ya la Escuela de F ra n cfo rt en algunos escrito s n o tab les. C f., adem ás del clá sico , ya cita d o , de H orkh eim er y A d orno D ia ­ lé c tic a d e la Ilu stra c ió n , M . H orkh eim er (en su prim itiva p u b licación en inglés del añ o 1 9 4 7 , con el títu lo T h e E clip se o f Heas

3. Ya desde hace bastan tes añ os, y a p artir, sobre to d o , de la «sociología com pren siva» inspirada en M ax W eb er, se han produ cido in ten to s para d esarro llar un tip o de ex p lica ció n so cio ló g ica com o d esarro llo de algunos p rin cip ios de la fen o m en o lo g ía de H usserl, en d o n ­ de el problem a de la in terp re tació n , el sen tid o , el sím b olo y, en sum a, las realidades lingü ís­ ticas jugasen un papel relevante. El principal in spirador de estos tem as fue el filó so fo au s­ tría co A. Sch u tz, ex iliad o en los Estados U nidos en 1 9 3 9 , del que es im p ortan te reco rd ar su obra E l p r o b le m a d e la r ea lid a d s o c ia l (A m o rrortu , Bu en os A ires, 1 9 7 4 , pp. 1 9 7 - 3 1 6 , e sp e­ cia lm e n te; ed. de M . N atan son , trad. de N. M íg u ez), que es una re co p ila ció n póstum a de artícu los publicados en las décadas de los añ os cu aren ta y cin cu en ta. Prosiguien do una línea inspirada en él, cabe destacar la o rien tació n de la sociolog ía del co n o cim ie n to propugnada por P. B crg cr y T h . Luckm ann en su cd nocid a obra I m con stru c c ió n s o c ia l d e la r ea lid a d , A m o rrortu -M u rg u ía, M ad rid , 1 9 8 6 , trad . de S. Z u lcta. En o tro orden de co sa s, y para una co n sid eració n del papel que el lenguaje escrito ha jugado en los procesos de estru ctu ración so cia l, in stitu cio n al y p o lítica, puede verse el análisis h istó rico que o frece la o bra de J . G oo dy de 1 9 8 6 L a ló g ica d e la escritu ra y la o rg a n iz a c ió n d e la s o c ie d a d , A lianza, M ad rid , 1 9 9 0 , trad. de 1. Álvarez. En los estu dios a n tro p o ló g ico s destaca la llam ada « a n tro p o lo g ía sim b ó ­ lica», de la que puede ser represen tativ a la obra de C . Cicertz de 1 9 7 3 — que reco p ila a rtíc u ­ los publicados an terio rm en te— L a in te rp r e ta c ió n d e la s cu ltu ra s , G ed isa, B a rcelo n a , 1 9 9 5 , trad. de A. L. B ixio . De ella es in teresan te llam ar la aten ció n sobre esta co n fesió n prelim inar de su au tor: «El co n cep to de cu ltu ra que propu gno y cuya utilidad procu ran d em ostrar los ensayos qu e siguen es esen cialm en te un co n cep to sem ió tico . C rey en d o co n M ax W eb er que el hom bre es un anim al inserto en tram as de sig n ificació n que él m ism o ha te jid o , co n sid ero que la cu ltura es esa urdim bre y que el análisis de la cu ltura ha de ser, por lo ta n to , no una cie n cia ex p erim en tal en busca de leyes, sin o una cie n cia in terp retativ a en busca de sig n ifica ­ cio n es» (ib id ., p. 2 0 ). Los h istoriad ores tam p o co han qu edad o al m argen de este re c o c i­ m ien to de la tram a lingüística del m aterial o b jeto de estu d io . C f. una recien te p resen tación de este fen ó m en o en V allcsp ín , 1 9 9 5 , pp. 2 8 7 - 3 0 1 .

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DEL LENGUAJE DE LA RAZÓN Por otra parte, en lo que podríamos considerar desarrollos a partir del estructuralismo o «posestructuralismo», el tema del len­ guaje ha entrado también en juego, al menos, bajo dos considera­ ciones: co m o «discurso» (Foucault) y co m o «escritura» (Derrida). El balance que Rorty realiza de la aportación del giro lingüístico 'a la filosofía lo resume diciendo que reside en «haber contribui­ do a sustituir la referencia a la experiencia co m o medio cié repre­ sentación por la referencia al lenguaje com o tal medio», para añadir que ello supuso «un cambio que, en la medida en que ocurrió, hizo más fácil prescindir de la noción misma de representación» ■*. Ju n to a ello, Rorty, al desentenderse de una concepción representacionista del conocimiento y, por ende, del propio lenguaje, viene a situar a éste dentro del conjunto de las prácticas sociales. Ahora bien, para cuando Rorty afirmaba esto, el propio lenguaje había ido entrando ya en otra consideración y el propio giro lingüístico del primer momento se había ido él mismo modificando y transformando en «giro pragmático». Desde un cierto punto de vista, lo más novedoso e importante del giro lingüístico no fue la tesis trivial de que los problemas filo­ sóficos son problemas lingüísticos — pues, desde una perspectiva general, la filosofía, com o discurso, es y fue siempre lenguaje— , o la concreción más explícita de esta tesis de que una cuestión filosó­ fica empieza por un análisis lingüístico, sino el propio enfoque ba­ jo el cual el lenguaje se empezó a considerar desde la mayoría de las tradiciones filosóficas y la influencia que ejerció sobre ellas. Así, aunque las consecuencias pragmáticas del giro lingüístico empeza­ ron a hacerse patentes a partir de la década de los setenta en cierto modo, la novedad que supuso para la filosofía el giro lingüístico residió en que éste, desde el primer momento, fue ung/>o pragm á­ tico. De ello es de lo que hemos venido dando cuenta, principal­ mente, en la segunda parte de nuestro trabajo. La última filosofía de Wittgenstein, la teoría de los actos de habla de Austin, la herme­ néutica de Apel, el mencionado neopragmatismo de Rorty o la teo­ ría de la acción comunicativa de Habermas caen, pues, bajo esa denominación. Recientemente, Peter Bachmaier, en un intento de caracterizar la orientación hermenéutico-pragmática de la filosofía, ha resumido del siguiente modo lo que ha supuesto el pragm atische

\fJende-. Los signos distintivos tó p icos dcl giro p ra g m á tico son la sup eración dcl “solipsismo m etód ico», la consid eración de la sup eración cartesian a sujeto-obje­ to en favor de una relación sujeto-su jeto-ob jeto, un d istan ciam ien to c o n se ­ cuen te del objetivism o teo ré tico -cie n tífico de la cien cia un ificada y el h acer

4.

R o rty , 1 9 9 0 , p. 164.

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HACIA UNA CRITICA DE LA RAZÓN LINGÜISTICA valer la com prensión y la experien cia co m o sucesos tan to com unicativos com o d ialógicos o polilógicos. A esto hay que añad ir en ám bitos parciales una etica del discu rso co n fo rm ad a según las norm as del d isc u rs o 5.

Tras estas observaciones que hacemos nuestras y sobre las que de algún modo hemos dejado constancia anteriormente, aunque ten­ gamos ocasión de abordar inmediatamente alguna de sus consecuen­ cias, podemos resumir el estado de la cuestión sobre el impacto del giro lingüístico en la filosofía actual del modo siguiente. La convergencia de las principales tradiciones, corrientes, ten­ dencias y escuelas de la filosofía del siglo X X en torno al tema del lenguaje es un fenómeno nuevo de la filosofía de este siglo, no tanto porque dicho tema estuviera ausente del pensamiento filosófico del pasado, cuanto por la intensidad de su presencia y por el hecho de haber afectado a la casi generalidad de la filosofía actual. Ello ha acabado por influir en la propia evolución interna de cada una de las diferentes tradiciones filosóficas, al tiempo que ha asentado a las mismas sobre una base común, pasando de una inicial hostili­ dad, cuando no de la simple ignorancia, a un acercamiento recípro­ co, canalizado mediante el diálogo de tradiciones. Esto no ha evita­ do, por supuesto, que sigamos hablando de tradiciones y escuelas diferentes, cada una de las cuales, co m o hemos visto, sigue mante­ niendo sus posturas, incluidas las que se refieren al propio tema del lenguaje, pero tal discrepancia empieza por reconocer el mutuo in­ terés sobre el tema. Una de las consecuencia de este proceso es que las fronteras entre la razón teórica y la razón práctica se han ido debilitando, pues se ha destacado tanto la dimensión pragmática que envuelve a las teorías co m o los supuestos teóricos que exigen los discursos de la acción. Al tiempo, el propio discurso filosófico com o tal ha enri­ quecido metódicamente sus posibilidades y está en mejores condi­ ciones de asumir los nuevos retos a los que enfrentarse, exigidos por la cultura de este fin de sjglo y milenio. Pero para ello tiene que elevar el nivel de crítica que le permita hacerse cargo reflexivamen­ te de este amplio legado. Acudiendo a los aspectos temáticos del desarrollo histórico tra­ tado en la segunda parte de este trabajo, podemos concluir que las corrientes filosóficas han puesto sus énfasis en distintos aspectos y consideraciones del lenguaje, coincidiendo en ello con el desarrollo

5 . I*. B ach m aier, «Entre relativ ism o y fu n d am en tació n últim a. C o n v erg en cia s y diver­ gencias en la o rien ta ció n h erm en éu tico-pragm ática en filoso fía»: D iá lo g o F ilo s ó fic o 2 3 ( 1 9 9 2 ) , p. 14 8 . El a u to r tien e en cu en ta la o bra de D. B ó h ler, T . N ordenstam y G . S k irb erk (ed s.), D ie p r a g m a tis c h e W en de. S p ra c h sp te lp r a g m a tik o d e r T r a n s z e n d e n t a lp r jg m a t ik ?, Su h rkam p , F ran k fu rt a. M ., 1 9 8 6 .

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DEL LENGUAJE DE LA RAZÓN que las diferentes ciencias del lenguaje ha experimentado en el pre­ sente siglo. Quisiera resumir seis aspectos o dimensiones del mis­ mo. Los filósofos que se han movido en la órbita de la filosofía analítica han destacado la consideración del lenguaje co m o form a de vida y pen sam ien to , y junto con un representante de la Teoría Crítica co m o Habermas también han insistido en la consid era­ ción del lenguaje co m o acción y com unicación. Mientras tanto, los diferentes enfoques de la hermenéutica — junto con los neopragmatistas, posestructuralistas y deconstruccionistas— han resaltado la dimensión del lenguaje como texto y escritura. De estos aspectos, de un modo o de otro, hemos ido dando cuenta en los diferentes análisis históricos realizados a lo largo de esta obra. Por orden cronológico se puede interpretar esta conciencia lin­ güística de la filosofía, puesta en movimiento en el giro dado por obra del papel cada vez más importante desempeñado por el len­ guaje, com o resultado de una cuádruple reducción. Para empezar, se protluce una reducción lingüística de la m en ­ te coincidiendo con los primeros desarrollos de la filosofía analíti­ ca, en el umbral del siglo x x . La mente se sustituye por el lenguaje. Esto es, donde» antes se hablaba sólo de operaciones mentales, re­ presentaciones conceptuales, etc., ahora se introduce un nuevo vo­ cabulario por el que a dichas operaciones se las considera desde su naturaleza lingüística, vinculando toda la actividad mental de natu­ raleza cognoscitiva al lenguaje. Un modo de atacar o de abordar los problemas del conocimiento será dándoles la vuelta a su «forro» lingüístico. Ahora bien, para la mayoría de los casos el lenguaje va a quedar entre el sujeto y el mundo. Esta reducción es, co m o hemos dicho, el comienzo del giro lingüístico, produciéndose después, con la segunda etapa de la filosofía analítica, tras el último Wittgens­ tein y Austin, un «giro pragmático» dentro del propio giro lingüísti­ co, giro ya experimentado por algunos pragmatistas americanos como Peirce a finales del pasado siglo. Podemos hablar aquí de una mente lingüística. En segundo lugar, se va a producir un fenómeno similar en otro ámbito filosófico que queremos denominar com o la reducción lin­ güística de la concien cia , pues es esta última palabra la que en el mundo filosófico germanoparlante puede considerarse equivalente al término «mente» en el mundo angloparlante — aunque no to tal­ mente— , siendo dos términos que convienen bien al pensamiento filosófico de la modernidad. En este caso dicho expediente se lleva a cabo por la hermenéutica del siglo XX, siguiendo el curso de la obra del primer Heidegger, principalmente por Gadamer. Ahora es el sujeto, en su totalidad, el que se hace lenguaje, o el lenguaje que­ da desprovisto de atributos trascendentales y formales para relativizarse mediante una dimensión contextual. Si con Heidegger — el

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HACIA UNA CRITICA DE LA RAZÓN LINGÜISTICA Heidegger de Sein und Zeit — se produce una relarivización del len­ guaje en el sujeto, con Gadamer se generaliza esa'relativización en la tradición. En el primer caso el lenguaje abre el mundo para el ser humano, en el segundo el lenguaje abre la historia, como historia de una cultura, cuya «textura» es lingüística (lo que sería redundante si por textura entendiéramos sólo lo que su acepción etimológica su­ giere). También el neopragmatismo participaría en parte de esta reducción. Podemos hablar aquí de una conciencia — en el sentido de mente— lingüística. En tercer lugar, se produce una reducción lingüística del ser. Ello tiene dos lecturas. En primer lugar, la de Gadamer. En segun­ do lugar, la del último Heidegger. En dicho caso, parece más bien que la reducción venga por la parte del ser más que por la del len­ guaje. En el primer caso estamos ante un ser lingüístico, en el se­ gundo, ante una ontologización del lenguaje. Finalm ente, existe una cuarta reducción que denomino reduc­ ción lingüística de la razón. Esto sucede con la orientación hermenéutico-trascendental de Apel, así co m o con la orientación, de inspiración francfortiana, de Habermas. La razón, al aceptar los presupuestos de una concepción del lenguaje orientada al entendi­ miento, se convierte en razón dialógica, en razón comunicativa, o, en su forma última, en razón lingüística plena. A partir, pues, de la irrupción del lenguaje en la filosofía, modifi­ cando la orientación desde una filosofía de la conciencia a una co n ­ ciencia lingüística de la filosofía, el propio lenguaje ha pasado también a considerarse de modo distinto, al tiempo que la nueva mirada lanzada por la filosofía sobre el lenguaje ha hecho variar la propia consideración del discurso filosófico. Fue común en el pasado, incluida la modernidad, la consideración del lenguaje desde una perspectiva instrumental o «tecnológica», reservándole el papel de medio para la expresión del pensamiento, el cual se concibe com o pensamiento sobre ideas que son, a su vez, representación de las cosas. Pero esta forma de abordar el problema se ha visto poco a poco desplazada por un punto de vista más general que tiende a conside­ rar el lenguaje desde la perspectiva comunicativa, situándolo tanto como el responsable de nuestra apertura intelectual del mundo, como el modelo de una relación interactiva entre seres humanos. A fin de cuentas, la interpretación es previa a la representación. Si tomamos los tres elementos básicos de la teoría de la comunicación, esto es, emisor, mensaje y receptor, podemos establecer con carácter provi­ sional tres grupos de direcciones, cada una de las cuales se articula por medio de dos tendencias opuestas a modo de orientaciones p o ­ lares binarias. En el primer grupo nos encontramos con la polaridad entre contextualism o o relativism o , por un lado, frente a transcontextualis-

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DEL LENGUAJE DE LA RAZÓN

m o o universalism o , por otro. Ejemplo del primer caso podría ser toda la hermenéutica que, arrancando del siglo xix e inspirándose posteriormente en Heidegger, representa, por ejemplo, una línea co m o la de Gadamer, Rorty o Vattimo. La dirección universalista se emparentaría inicialmente con el programa kantiano, y tras una reformulación lingüística de su filosofía trascendental teórica y prác­ tica, unida a otro tipo de presupuestos, dará lugar, bien a la pragmática trascendental de Apel o a la universal de Habermas, con formula­ ciones y denominaciones posteriores, en este último caso. En el segundo grupo, el que atiende a lo que el lenguaje dice, incluido su modo de decirlo, se ofrecen otras dos perspectivas. Por una lado, la perspectiva puramente sem ántica, en la que destaca el com ponente exclusivamente cognitivo del lenguaje. Por otro, la perspectiva pragm ática, ligando el significado del lenguaje a su uso, lo que es un modo de relacionarlo también con los usuarios y su medio. Los primeros desarrollos de la filosofía analítica, a partir de Frege y el primer Wittgenstein, habrían conducido a una perspecti­ va cognitiva del lenguaje, para lo cual se hacía urgente emprender, co m o se ha dicho, una reforma del mismo según el canon de un lenguaje ideal.*Por el contrario, la posición de Nietzsche, la propia filosofía del segundo Wittgenstein, la teoría de los actos de habla de Austin, precedidas ambas por el pragmatismo norteamericano, sin­ gularmente el de Peirce, habrían abierto el frente dcl «giro pragmá­ tico» en el modo de enfocar el lenguaje, al que también han sido sensibles la mayoría de los filósofos de este siglo que se han ocupa­ do de este tema, incluida una orientación «comunicativa» o «dis­ cursiva» de la ética, com o la representada por Apel y Habermas. En el tercer grupo, relativo a la reacción que es capaz de susci­ tar nuestra conducta lingüística, o a los efectos que eventualmente ésta pueda producir en sus destinatarios; en otros términos, relati­ vo a aquello que el lenguaje tiene de capacidad para mover a la ac­ ción, podemos entrever una mayor relación del lenguaje con los valores, en un caso valores de naturaleza ética, frente a otros de naturaleza estética. Ejemplo de la primera posición podría ser la co n ­ cepción del lenguaje que subyace a las éticas discursivas. De lo se­ gundo, una posición com o la de Nietzsche. Conviene, no obstante, precisar que estas seis orientaciones, en lo que se refiere a su fun­ cionamiento concreto, deben interpretarse más a modo de tenden­ cias que de soluciones excluyentes.

2. La crítica de la razón Las consecuencias que se derivan de la generalización del giro lingüís­ tico en la filosofía actual han marcado no sólo el camino por el que

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HACIA UNA CRITICA DE LA RAZÓN LINGÜISTICA ha discurrido el pensamiento filosófico, sino que este camino ha in­ fluido también sobre la propia filosofía, sobre la naturaleza del discur­ so filosófico, y cuando esto se produce la conceptuación de la propia razón queda subsumida bajo dicho impacto. Los cambios en filoso­ fía revelan cambios en el modo en que se nos ofrece la racionalidad, pues el trato de la filosofía con la razón es un trato de privilegio, es su propia sustancia. Quizá en muchos momentos sean lo mismo un nuevo paradigma racional que un nuevo método filosófico. Tenem os, pues, que plantearnos nuevamente las exigencias crí­ ticas de la razón, com o en otras épocas se hiciera, cuando las nue­ vas condiciones teóricas así lo demandaron. En este caso, dicha crí­ tica lleva el nombre de una crítica de la razón lingüística. La crítica de la razón es una tarea que en filosofía nos es familiar desde los tiempos en que Kant abordara su magno proyecto de someter a examen el alcance y los límites de la razón humana, determinando las condiciones de posibilidad y validez del conocimiento humano en sus vertientes teórica y práctica. Tal y com o entiendo el trabajo de Kant, observo en él la tarea crítica bajo dos supuestos. Por una parte, está el hecho de la razón convirtiéndose en tema u objeto de su propio examen. Por otra, aparece delimitando el ámbito de lo que se puede co no cer y de lo que se puede pensar. En un caso la razón inspecciona, en el otro juzga. En nuestro caso el proyecto guarda más relación con el primero de los supuestos en cuanto a su intención, pero no en cuanto a sus resultados, ya que lo que obtengamos no se refiere tanto al funcio­ namiento general de la razón humana — tarea para la que nos co n ­ sideramos incompetentes— como a lo que pone de manifiesto, como revelación de la época, la presencia sostenida del tema del lenguaje en el ámbito de la reflexión filosófica contemporánea. Sustanciar una crítica de la razón lingüística consiste, bajo nuestro punto de vista, no en plantear una teoría general del conocimiento, midiendo sus posibilidades, sino en mostrar una nueva figura de la razón hu­ mana puesta de manifiesto por la evolución del pensamiento filosó­ fico. Su crítica tendrá, bajo esta consideración, un matiz «positivo», porque se trata de ganar nuevos datos y nuevas exigencias para la razón humana, lo que implica hacerse cargo de un modo nuevo de enfrentarse a los problemas filosóficos. La razón ha tenido a lo largo de la historia y tiene en la actuali­ dad calificativos distintos, tales com o razón «teórica», «práctica», «analítica», «dialéctica», «naturalista», «vital», o «histórica». G en e­ ralmente funcionan en pares de conceptos, para destacar sus dife­ rencias. Aunque la frontera nunca esté muy clara, parece que tales adjetivos hacen mención de un cierto contenido de la razón, quizá ganado históricamente, quizá fruto de las nuevas problemáticas a que se enfrentaba e incorporados ya a su carga semántica.

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DEL LENGUAJE DE LA RAZÓN Otras veces la calificación ha venido impuesta por expresiones determinantes com o «racionalidad de los fines» (Z w eckrationalitcit) — com o «medios» para otros fines— , frente a «racionalidad del valor» (W ertrationalitat) (Weber), paralela a otras adjetivaciones co m o «racionalklad funcional», frente a «sustantiva» (Mannheim ) o «razón instrumental» o mera razón, frente a «razón» (Horkheim er). En este segundo caso, «razón» tiene, también con las debidas caute­ las, un componente o sesgo más m etódico. Lo que nos proponemos sugerir se enfrenta con la necesidad de acuñar un nuevo rótulo para la razón, con el fin de dar cuenta de la nueva situación a la que el pensamiento nos ha conducido. Además establece que la expresión «razón lingüística» afecta tanto a un cier­ to contenido de la razón com o a su forma, generando nuevas ex i­ gencias metódicas. Muestra así la razón lingüística un doble rostro que calificaré com o bistórico-procedim ental. En cuanto al contenido histórico de la razón lingüística, éste viene marcado por el enriquecimiento que ha supuesto para el pen­ samiento humano toda la reflexión que se ha generado en el siglo XX en relación complejo de problemas que giran en torno al len­ guaje. Hilo implica que la razón humana ha ganado en contenido al incorporar los resultados de tales hallazgos, y esto co m o resultado concreto del trabajo de una época. Es por tanto un elemento que forma parte de la historia, si se quiere de una historia efectual, en el sentido de venir determinado por una serie de hallazgos que pasan a la conciencia general en un momento dado, reflejando con ello las preocupaciones, los intereses, la sensibilidad, el tenor o el espíritu de la época (Zeitgeist). Ahora bien, una vez incorporada tal caracte­ rística en un momento dado, pasa a convertirse en un dato general de la razón humana. En consecuencia, tanto co m o contenido, pero también com o método de la razón lingüística, desde ambas perspectivas, el len­ guaje se convierte en punto de partida y centro de nuestra reflexión. Pero un lenguaje entendido no com o «tema», sino co m o condición de la razón humana. Hacerse cargo, pues, de la razón lingüística desde el primer supuesto implica, cuando menos, las siguientes co n ­ sideraciones. La definición lingüística de la razón, en cuanto a su contenido, pone de manifiesto al lenguaje com o forma de vida, com o pensa­ miento, como acción, como comunicación, com o texto y com o es­ critura. Esta es una manifestación más general de dicho contenido, que puede especificarse sinópticamente mediante las siguientes c o n ­ jeturas:

En el lenguaje se nos da el conocim ien to. Ello supone afrontar el reto del carácter lingüístico, textual, del acercamiento y de la

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HACIA UNA CRITICA DE LA RAZÓN LINGÜISTICA tematización que podamos hacer de la realidad. Cualquier dominio científico posee en común con los demás su naturaleza lingüística, en cuanto que es pensamiento sobre algo y expresión de algo, lo que impone ciertos retos. Pero este hecho no sólo acerca a los dife­ rentes paradigmas entre sí, sino que también los separa, mostrando los diferentes recursos de cada uno. Señala aquello en lo que son comunes y en lo que son inconmensurables. Señala también la ver­ dad de cada uno. En el lenguaje se nos da el m undo. Lejos nos encontramos ya de posiciones nominalistas de épocas pasadas, en las que mentar el lenguaje era sólo «cuestión de palabras». N o es que el mundo esté detrás del lenguaje, sino que está en el lenguaje. Hay un «compro­ miso ontológico» prendido en todo lenguaje, a través de la semantización del mismo. Este mundo que encontramos en el lenguaje nos aleja de los peligros de una filosofía de la conciencia, imposible ya en nuestra «mundanización lingüística». En el lenguaje se nos da el sujeto. C o m o sujeto que habla, como sujeto de la enunciación, pero como sujeto que entiende el mensaje de otros sujetos. El yo y el nosotros son atestiguados por el lenguaje, que no renuncia a olvidar «la muerte del sujeto», imposible de soste­ ner, pues hay un sujeto aunque no sea nada más que para decretarla. En el lenguaje se nos la acción. No sólo el lenguaje tiene voca­ ción representativa, declarativa o constatativa. También existe la vocación «realizativa», que conecta el lenguaje con la práctica, así com o las prácticas y los intereses con el lenguaje. En el lenguaje se nos da el sentido. El sentido de lo que hay, en primer lugar, en tanto que el lenguaje tiene necesariamente un c o m ­ ponente significativo para una comunidad de usuarios, sin el que no funciona. Pero, en segundo lugar, el lenguaje puede crear nuevos mundos en la medida en que abre nuevos caminos al sentido. N o m ­ brar, adjetivar es, en cierto sentido, crear. Roturar un nuevo cam i­ no, descubrir una dimensión inédita supone ensanchar el campo de la realidad, com o ámbito de ló posible, lo que se hace construyendo nuevos nombres y nuevas expresiones. Y éste será uno de los mayo­ res servicios que la filosofía podrá prestar a la cultura, pues descu­ brir una nueva razón de algo, descubrir una nuevo sentido de lo que hay supone hacer más grande su cam po, y ello en el terreno del conocimiento sólo podemos hacerlo mediante la viabilidad dis­ cursiva. Desde un punto de vista específico, en cuanto a los resultados que más han influido en nuestra sensibilidad filosófica, así com o en el modo que tenemos de enfrentarnos filosóficamente a los proble­ mas, la crítica de la razón lingüística debería examinar estos resul­ tados correspondientes a otras tantas disciplinas filosóficas:

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DEL LENGUAJE DE LA RAZON

a) Epistemología. La razón lingüística ha modificado nuestra postura en torno al problema del conocim iento y al de la verdad. El lenguaje por sí mismo guarda ya una primera relación con el saber, no, desde luego, com o un «saber qué», sino com o un «saber cómo» (know hoiu), ello es, com o prefiguración de todo saber. Y en este sentido el lenguaje ayuda a construir el conocimiento. No negamos que exista en el conocimiento la representación, pero antes, como paso previo, está la construcción producida por un sujeto a partir de la interpretación. El lenguaje comienza por ser signo, mientras que el conocimiento puede tener también elementos de represen­ tación. El problema tle la verdad ha quedado relativizado bajo dos consi­ deraciones. En primer lugar ha quedado discursivamente relativiza­ do. Frente a la clásica teoría de la verdad como «correspondencia» deudora de una cruda epistemología de la representación, una cier­ ta conjunción entre teoría de la ciencia y filosofía ha contribuido a situar el problema de la verdad co m o acuerdo en el seno de matrices conceptuales y ámbitos lingüísticos. De este modo, la difusión de constructos teóricos com o «juegos de lenguaje» (Wittgenstein), «pa­ radigma» o «rrfatriz disciplinar» (Kuhn), «episteme» y «discurso» (Foucault), y «léxico» (Davison, Rorty) muestra, por debajo de sus diferencias, una cierta similitud, pues sólo dentro de ellos y a partir de ellos se ofrece el tema de la verdad. En este sentido la verdad queda subordinada a un marco teórico y lingüístico previamente definido. Una radicalización de tales posiciones vendría representa­ da por la neorretórica de inspiración nietzscheana que aboga por el carácter metafórico de la verdad, ligado a las necesidades humanas. En segundo lugar, el problema de la verdad ha quedado prag­ máticamente relativizado. Al acentuarse com o el aspecto más im­ portante del lenguaje la dimensión pragmática, en virtud de la cual el sentido del discurso queda en manos del usuario intérprete, el solipsismo metódico ha dado paso a una comunidad de intérpretes para quienes aquél adquiere sentido. Es el consenso de los intérpre­ tes — que en principio pueden ser todos— el que relativiza la ver­ dad a su dominio. b) Ética. La razón lingüística se ofrece también bajo la denom i­ nación de ética discursiva. La ética del discurso de Apel y Habermas es el resultado de aplicar al estudio del lenguaje la relevancia del giro pragmático, por un lado, y de enfatizar la dimensión com u ­ nicativa del mismo, por otro. Por la primera exigencia, en el discur­ so reaparecen los sujetos com o intérpretes, por la segunda aparece la razón, pues la consideración comunicativa del lenguaje nos im­ pone ciertas condiciones de entendimiento que, a menos que viole­ mos su propia lógica argumentativa, deberíamos cumplir. Desde esta nueva dimensión, en el lenguaje vemos estipuladas ciertas re­ 279

HACIA UNA CRITICA DE LA RAZÓN LINGÜISTICA glas para la acción, para que la acción pueda instalarse en la razón, es decir, en el lenguaje. c) Ontología. La razón lingüística ofrece nuevas dimensiones del presente. Efectivamente, la ontología es esa clase de discurso filosófico que nos dice lo que hay y có m o es eso que hay. En princi­ pio, el lenguaje com o tal no prejuzga lo que estemos dispuestos a admitir que hay, aunque sí enuncia que algo hay, ya que aquello es más bien fruto de una decisión cognoscitiva, decisión que es lin­ güísticamente cotejable. Sin em bargo, la presencia, abundancia e importancia de lo lingüístico en la cultura del siglo X X anuncia cier­ tos modos de concebir eso que hay, en el sentido de ser para noso­ tros. Si entendemos la tarea del conocim iento com o el modo de hacérsenos presentes ciertas dimensiones de eso que llamamos mundo, la historia del saber la podemos interpretar com o la paulatina crea­ ción de ciertas imágenes del mundo que se nos ofrecen en las dife­ rentes épocas históricas. Esas imágenes son el mundo, pues son el resultado de experim entar nuestro conocim iento sobre él. La razón lingüística establece dimensiones de esa imagen del mundo que es la imagen de una parte de nuestra época, aquella que se ofrece a un pensamiento así caracterizado. «Se podría hablar, hiperbólicamente, de una sustitución de la realidad por sus imáge­ nes y sus discursos, algo así también co m o de una cierta «virtualización» de la realidad? ¿Estamos en condiciones de discriminar esa diferencia? ¿Es el problema de la verdad un asunto jurisdiccional entre representación y realidad, o más bien un «conflicto de inter­ pretaciones», un contencioso entre discursos, un litigio entre len­ guajes? (Hoy, más que en otras épocas, las cosas co m o tales aparecen clausuradas por el imperio o tiranía de los significantes, por el rei­ no de lo mediático. Apenas se nos ofrecen resquicios para el asomo al exterior, y desde la imagen gráfica, icónica, hasta el signo lin­ güístico, los signos nos invaden por doquier. Pero, aunque exista un engranaje entre lo sígnico y lo no sígnico, ello se hace a través de nuevos signos. Existe una relevancia del código, de la construcción, de la metáfora. Esa es una huella que la razón lingüística ha dejado como forma de conjeturar un mundo que se nos hace presente. ¿Dónde queda ya la diferencia entre realidad y apariencia? Pues no sólo la apariencia es real, sino que la realidad, si no se nos «aparece» en un discurso, ante una mente lingüísticamente estructurada, no pode­ mos decir que es tal. Estas afirmaciones deben tomarse con cautela. Son conjeturas dichas con un tinte de exageración para resaltar la diferencia. Son, insistimos, formas de nuestro acceso intelectual al mundo. D ebe­ mos ser cuidadosos, «ficcionalistas». Es sólo un intento de plantear una dirección que puede tomar la crítica de la razón lingüística.

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DEL LENGUAJE DE LA RAZÓN para lo cual debe hacerse cargo de lo que el presente es capaz de revelarnos. Un tema que ha dado lugar a controversias y que puede ser co n ­ secuente con todo lo que acabamos de decir es la posible — o real— desaparición del sujeto de la escena filosófica, atrapado en la red discursiva que él mismo ha ido tejiendo, y condenado a ser, en el mejor de los casos, mero administrador de los códigos en vigor. Así queda reflejado, por ejemplo, en una posición como la de Foucault — el «primer» Foucault, habría que decir, si bien el más influyen­ te— y, en otro sentido, en la postura de Heidegger. Sin embargo, esta descentración del sujeto tiene también otra dimensión que ha obligado a su reubicación en el seno de una o n to ­ logía del presente. A nosotros nos interesa llamar la atención preci­ samente sobre el hecho, abundando en lo dicho hace un momento, de que una razón entendida com o razón lingüística es capaz no de decretar la muerte del sujeto, sino de dotarlo de nuevas dimensio­ nes. Si bien el lenguaje es un elemento formador o prefigurador, permitiendo una construcción del sujeto, este sujeto que nace de él, es también un sujeto que construye, pues al ser sujeto de com uni­ cación es un stljeto lector, un sujeto productor, en el doble sentido de productor de mensajes o autor de ellos, y de productor de otros mensajes, resultado de su facultad de intérprete. Y en tal caso, con el lenguaje, nunca es ya un sujeto en soledad, sino un sujeto en el mundo con otros sujetos que obligan a una toma de postura de ca­ rácter moral. A la hora de trazar un balance de lo que significa la razón lin­ güística tenemos todavía que precisar críticamente bajo qué consi­ deración de las varias ofrecidas por el lenguaje que aquí hemos ido examinando puede encontrar acom odo una razón definida com o lenguaje. Y para ello creemos que la respuesta se puede estructurar en un doble plano. En primer lugar, y precisamente en el sentido en que primaria­ mente podemos hablar de razón lingüística, todas las diferentes acep­ ciones del lenguaje — las seis a las que, con diferentes nombres, hemos aludido en la primera sección de este capítulo— y todas las reducciones lingüísticas — las cuatro a las que hemos hecho refe­ rencia— , bajo cuyo expediente se ha ido formando la razón lingüís­ tica, son pertinentes para el caso. Si no hubiera habido esta sustan­ cia lingüística poliforme, probablemente no podríamos estar hablando ahora de razón lingüística co m o una manera de enfocar desde hoy el tema de la racionalidad. Este es el plano genético de la cuestión. Pero existe otro que bien podríamos llamar plano estructural. Y aquí es preciso tomar partido, porque de la aceptación de una u otra dimensión lingüística resulta una u otra orientación filo só fi­ ca. Éste es uno de los sentidos que tiene la crítica de la razón. Dicho

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HACIA UNA CRITICA DE LA RAZÓN LINGÜISTICA en otros términos. No se trata de elegir respondiendo a un cierto imperativo exigido por la retórica conclusiva a la que un libro de estas características deba conducir. Se trata de ejercer la crítica e x i­ gida por la naturaleza de la cosa misma, ya que, si no discrimina­ mos, podríamos estar aceptando sin querer posiciones filosóficas contrarias entre sí (o relativamente contrarias, el menos). Aceptar lo que hemos llamado el aspecto genérico del asunto es aceptar el desarrollo de buena parte de la historia de la filosofía del siglo x x que pone a prueba la hipótesis de la que hemos partido, hipótesis que otorgaba al lenguaje un papel central en el curso de su evolución histórica. Con el trabajo emprendido en la segunda parte de esta obra creemos haber dejado claro que la hipótesis ha dejado de ser tal para convertirse en una interpretación plausible, dando cuenta de un hecho. Aceptar el plano estructural supone una reflexión añadida. En él estamos. El contraste más fuerte entre las concepciones del len­ guaje puestas en marcha por el pensamiento filosófico en este siglo se produce entre dos tesis que representan de algún modo posturas extremas. Inmersos en el hecho de la omnipresencia del lenguaje y con plena conciencia que del lenguaje no podemos salir, la primera de las tesis nos ofrece un rostro del lenguaje dentro de una posición contextualista, contingentista o relativista, afín con un cierto etnocentrismo cultural. Vendría a decir algo así co m o que nos es im po­ sible salir del lenguaje de nuestra cultura, comunidad, tradición, subjetividad, o bien de aquella orientación teórica elegida, entendi­ da com o discurso, léxico o vocabulario en lucha o competencia con otros. Ello implica la total imposibilidad de construir discursos o «metarrelatos» que permitan, bien la salida del propio discurso, bien el juicio neutral instalado en un discurso universalmente com parti­ do. Daré el nombre de herm enéutica a esta primera orientación. La segunda de las tesis sobre el lenguaje representa, natural­ mente, los rasgos contrarios. Prohíja y defiende una concepción uni­ versalista, necesitarista o trauscontextualista del lenguaje y sí acep­ ta la posibilidad de instalarse en un dominio discursivo universalmente compartido por considerar que existe una inseparable vinculación entre lenguaje y razón, siquiera sea co m o una racionalidad presu­ puesta. Llamaré trascendental a esta segunda orientación. Ambas posiciones pueden considerarse m odélicas, y pueden ser entendidas com o conceptos límite de lo que particularmente de­ fiende cada uno de los autores estudiados en esta obra. Si examina­ mos los rasgos de cada una podremos encontrar ventajas e inconve­ nientes para seguir una u otra orientación. M ejor sería, sin embargo, ver lo que cada una de ellas aporta, pues somos de la opinión que cada una de ellas por separado presenta aspectos dignos de interés. Mientras que la orientación hermenéutica nos impide salir de

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DCL LENGUAJE DE LA RAZÓN nosotros mismos, la orientación trascendental nos prohíbe abando­ nar la razón. Esta última salva la racionalidad, mientras que la ante­ rior preserva el interés. La orientación trascendental sin la orienta­ ción hermenéutica es vacía, mientras que la orientación hermenéutica sin la trascendental es ciega. La orientación trascendental guía a la hermenéutica, pues permite que los diferentes lenguajes diriman.sus diferencias sobre la base de criterios racionales. Ahora bien, puesto que tenemos que decidir, hagamos de la de­ cisión una preferencia. Pero preferir no quiere decir hacer una elec­ ción absoluta, negando, también absolutamente, la opción no pre­ ferida. Por lo que hemos insinuado, la ubicuidad del lenguaje no tolera una drástica decisión, pues sería lo mismo que perderse las ventajas de incorporar elementos positivos de la opción descartada. Puesto que toda decisión nos exige pagar un precio, preferimos pa­ gar el precio de la cautela que el de la radicalidad. Por ello pongamos las cartas boca arriba y presentemos las dos opciones co m o tenden­ cias. Puestas así las cosas, juzgamos preferible la orientación tras­ cendental y no descartamos reinterpretarla en algún sentido desde la orientación hermenéutica. La orientación trascendental pivota sobre una consideración del lenguaje entendido com o comunicación, lo que presupone ya el mun­ do de quienes la ejercen. El lenguaje no es una forma o elemento a priori , porque el lenguaje no puede entenderse co m o algo anterior o previo a la experiencia, ya que sólo en la oralidad de sus hablantes y en la textualidad de la escritura puede darse. T am p o co la dimen­ sión trascendental dcl lenguaje permite considerarlo a modo de re­ quisitos universales y necesarios al margen de las comunidades lin­ güísticas y su evolución histórica. En su lugar, representa, eso sí, las condiciones discursivas pro­ pias de la razón, en donde los elementos formales y materiales for­ man una suerte de simbiosis que da el tenor de la actividad lingüís­ tica, pero las representa pragmáticamente situada desde los intereses humanos, que pueden también ser universales, o m ínim am ente uni­ versales, al menos. En ese sentido tomamos buena nota de los as­ pectos realizativos y no sólo constatativos del lenguaje. Tiene, por ¡o tanto, elementos constitutivos que funcionan a modo de límite de lo decible e indecible con sentido. Para una razón lingüística his­ tóricamente situada no existe lo inefable, ya que en ese caso queda fuera del régimen racional, siguiendo otra modulación verbal. Es evidente que esta caracterización rebaja el tono fuerte que suele atribuirse a la noción de «trascendental», pero ello no es más que la consecuencia de la reducción lingüística de la mente y de la conciencia. El enclaustramiento del propio discurso en su vocabu­ lario o tradición impide el ejercicio de la crítica racional, ya que no existen instancias legitimadoras que pongan a prueba aquello que

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HACIA UNA CRITICA 06 LA RAZÓN LINGÜISTICA se critica, es decir, no se da aquella instancia que haría creíble nues­ tro propio discurso ni que situase a los demás en desventaja frente al nuestro. Ello no quiere decir que una orientación trascendental del lenguaje nos garantice la verdad por sí misma. Sólo quiere decir que hace posible la crítica desde la que incoar un discurso que tenga a la verdad com o meta. Una posición trascendental com o la que defendemos comparte algunos rasgos de la concepción del lenguaje del segundo Wittgenstein, aunque simpatiza más con una orientación discursiva de la filosofía, y dentro de ésta se acerca a la de Apel. No en vano él mismo ha defendido lo que llama una consideración «hermenéutico-trascendental» del lenguaje. Tiene además una ventaja añadida. Al instituir un ámbito reflexivo y autorreflexivo hecho desde el propio lenguaje no tiene necesidad de decretar la muerte de la filosofía para convertirla en un género literario cultivado por mentes refina­ das, aunque enquistadas en el pasado. Pero tampoco se abraza a la espera que impone la ausencia del ser. Sigue haciendo filosofía, pero desde una conciencia lingüística. Y prosiguiendo en esta tarea tendríamos que responder, puesto que de crítica de la razón estamos hablando, acerca de qué clase de razón es la razón lingüística. En concreto, desde el momento pre­ sente, hemos de preguntarnos: ces la razón lingüística moderna o postmoderna? Falso dilema, pero no falso debate, aunque los ríos de tinta que ha producido desde la década de los ochenta hasta nuestros días corren el peligro de perderse en el mar del olvido sin haber fecundado la tierra recorrida. Al menos una cosa han dejado clara desde nuestro punto de vista, y es la de que no hay razón — ni moderna ni posmoderna— para afirmar que la postmodernidad aban­ done el campo de la modernidad, o, todavía más, que constituya una suerte de Aufhebung de la razón moderna, instaurando con ello una nuevo paradigma racional. Eso es lo que algunos, com o Heidegger, han pretendido reali­ zar, pero ha sido una realización en falso. Heidegger ha utilizado el dispositivo muy común en cjuienes com o él creen abrir una nueva época en la historia del pensamiento. Este dispositivo consiste en producir una ruptura entre él y todo lo que le ha precedido, anu­ lando la tradición filosófica anterior, por lo que se ve interrumpido en él el logos de la razón. A partir de ahí se trata de buscar algo que lo sustituya, y Heidegger ha creído encontrarlo en lo que confusa­ mente llama «el pensar», co m o ya hemos tenido ocasión de ver. Pero este expediente no se ve a qué criterio historiográfico pueda obedecer, a no ser a un supuesto arbitrario de manipulación de la historia de la filosofía en beneficio propio, lo que le resta todo crédito al tiempo que lo convierte en trivial proyección de las p ro ­ pias ideas. 284

DEL LENGUAJE DE LA RAZÓN Es cierto que la razón moderna ofrece tintes fuertes de fundamentalismo que hoy nos parecen inaceptables, pero no por eso he­ mos de dar la bienvenida a un nuevo «fundamentalismo» posm o­ derno. Creo que hoy nuestra perspectiva se ha alejado lo suficiente com o para afirmar que la llamada posmodernidad sea una nueva figura de la razón, sino que es un modo de corregir los excesos de una modernidad autosuficiente y tiránica, dispuesta a llenarse de víctimas por el triunfo despótico de la idea, modernidad que exige ser completada con nuevos elementos. La postmodernidad constituye un aviso por el abandono de los ingredientes pragmáticos de la razón, sepultados por los ideales modernos. Pero no es un aviso de hoy, pues aunque la postm oder­ nidad haya venido traída muy de la mano por el mundo del a r t e 6, arranca, al menos en filosofía, desde hace más de un siglo. Es el aviso dado con fuerza por la voz vigilante de Nietzsche en el marco de las reacciones producidas en la segunda mitad del siglo xix fren­ te a la filosofía de Hegel, al punto de que muchos temas que constitu­ yen la fuente de la crítica postm odem a pueden considerarse co m o «variaciones de un tema nietzscheano». Ju n to a Nietzsche, Heideg­ ger, com o ha qi*edado dicho, en nuestro siglo, constituye la segun­ da fuente de inspiración, siendo los nombres de la saga postmoderna más destacados pensadores com o Lyotard, Derrida, Foucault, Rorty o Vattimo, con matices distintos para cada caso. La postmodernidad es la crítica que ¡a razón moderna se hace a sí misma en este final de siglo tras el fracaso de los lemas revolucio­ narios «libertad, igualdad, fraternidad» en sus diferentes tentativas por implantarse. Y si bien la postmodernidad, en una primera fase compulsiva, se unió al coro neoconservador convirtiendo en am ar­ go y «obsoleto» progresismo el legado emancipatorio de la m oder­ nidad, no es menos cierto que hoy las cosas están cambiando al tiempo que decae el entusiasmo postmoderno. Ya no se relaciona — o no se relaciona en todos los casos— la crítica a la modernidad con la asunción de posiciones políticas conservadoras. La moda impone sus exigencias, entre las que la fugacidad no es el menos importante de sus destellos. La complejidad del tiempo presente no nos permite instalarnos en paradigmas excluyentes, mientras que su fragilidad nos prohíbe tirar por la borda las conquistas de la razón moderna. Pero estamos también vacunados contra la inocencia de ciertas ideas que han trans­ formado en campos de exterminio y desiertos de terror aquello que juzgábamos más noble. 6. Un estu d io sobre la in flu en cia del m undo del arte — fon d o e s té tico qu e ya vim os tam bién reiv ind icad o en la o bra de R o rty — , así co m o acerca de la p rio rid ad de la estética m oderna sobre el pensam iento p o sm o d ern o, puede verse en W elsch, 1 9 9 3 , pp. 4 - 2 8 .

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HACIA UNA CRITICA DE l A RAZON LINGÜISTICA Nuevamente nos haríamos cómplices de una orientación discur­ siva en el modo de enfocar esta cuestión. Y los nombres de Apel, Habermas, el último y por desgracia malogrado Foucault nos acompañan en esta travesía. C om o también lo hacen quienes co m o A. Weílmer, R. Bernstein o Th. McCarthy han dedicado su tiempo al estudio de estos temas, enhebrando sus reflexiones en la dirección apuntada. Por aquí debería avanzar una crítica de la razón lingüística de­ sarrollando aquello que sólo hemos enunciado de modo tentativo. Representa todo un programa de investigación que debería dar lu­ gar a un nuevo programa filosófico. Ya hay indicios de ello en los diferentes análisis producidos en el seno de la comunidad filosófi­ ca, y no creemos — o no creemos quizá porque no podem os — que la tarea que tal programa impone sea ni labor de un día, ni tarea de una sola persona. Hoy parece esta idea descartada, pues sólo equi­ pos filosóficamente — aunque no sólo— multidisciplinares podrían reunir los argumentos suficientes para darle respuesta y contenido. En lo que a nosotros se refiere, de los diferentes campos disciplina­ res sobre los que cabe hacer una aplicación de lo que venimos di­ ciendo hemos optado por mostrar lo que puede dar de sí la razón lingüística aplicada al campo de la ética, como ética discursiva. Q ue­ dan otras tareas para el futuro. 3. De la filosofía Com o ya hemos indicado más de una vez a lo largo de este trabajo, Wittgenstein y Heidegger representan algo así como las dos cimas o las dos referencias esenciales de la filosofía del siglo X X . De un modo u otro, la filosofía de la segunda mitad de este siglo las ha tenido en cuenta, valorando de forma distinta su legado. Sin embargo, la pro­ secución de un programa filosófico wittgensteiniano o heideggeriano se nos antoja sumamente difícil después del recorrido final de sus obras. Charles Guignon, en urt artículo citado en su momento, en don­ de reflexiona sobre las aportaciones de ambos autores a la filosofía actual, dice algo que suscribimos sobre las consecuencias filosóficas de la labor de socavamiento de la tradición filosófica por parte de ambos pensadores. Dicha labor habría conducido a proponer un tipo de pensamiento «holístico, antidualista y antifundamentalista» 1. Esto está bien. Sin em bargo, no dice nada de algo que ahora concentra nuestro interés. N o dice nada de a dónde llegar con el propio discurso filo sófico que tanto Wittgenstein com o Heidegger despliegan. ¿Se trata de un discurso viable o estamos frente a un 7.

G u ig n o n , 1 9 9 0 , p. 6 6 6 .

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DEL LENGUAJE DE LA RAZÓN discurso clausurado sobre sí mismo en su configuración aporética? ¿Qué nuevo juego lingüístico inventar y «qué nos es lícito esperar» manteniéndonos a la espera del ser? La aportación fundamental de ambos autores es una aportación dentro de una línea crítico-destructiva de la tradición. Ahí reside su maestría. Pero una vez aceptada la negatividad, ¿cómo proseguir? Ante dicha situación caben tres posibilidades: a) quedarse com o estamos, aceptando «la muerte de la filosofía»; b) emprender otro camino ignorando la crítica de ambos; c) articular un nuevo discur­ so que tenga en cuenta su crítica. La posición a me parece autocontradictoria, porque la proclamación de la llamada «muerte de la filosofía» sigue siendo una tesis filosófica que es precisamente lo que se trataba de negar. La opción b es, sin más, una posición que hace gala de ruda ignorancia, sobre la que no merece la pena dete­ nerse. La posición c es la que a nosotros nos parece la más adecuada y aquella que intentaremos seguir, puesto que entre el lenguaje a fo ­ rístico de Wittgenstein y el lenguaje alusivo del segundo Heidegger, ambos, a su manera, «deconstructivos», cabe restablecer un discur­ so reflexivo de carácter crítico, el cual, suficientemente avisado del trabajo emprendido por ambos, se enfrente constructivamente a los ideales de racionalidad que están en la médula del pensamiento fi­ losófico. La línea «fundamentacionista» tiene en la hermenéutica de Apel el punto de inserción más alto — en franca oposición a la postura de Rorty— en el marco de una consideración trascendental del lengua­ je. Las posturas de Gadamer y Habermas — bastante similar esta última a la apeliana— no han llegado tan lejos. Apel se sitúa resuel­ tamente dentro del espíritu de la tradición filosófica que arranca de Kant, desarrollando un tipo de filosofía de corte trascendental, pero, apoyándose en la semiótica de Peirce, lo que nos propone es la re­ construcción lingüística da la razón humana. Para ello sustituye el a priori kantiano de la conciencia por el a priori de lenguaje entendi­ do en clave comunicativa. De este modo el lenguaje es la condición de posibilidad de la razón humana. F.l lenguaje de referencia se e x ­ tiende ahora a los presupuestos y condiciones que se dan en el em ­ pleo argumentativo del lenguaje. Desde la perspectiva de la co m u ­ nicación, dichos principios — por los que opera la propia lógica de la contrastación— no pueden ellos mismos someterse a contraste empírico por cuanto supone alterar las bases bajo las cuales opera el propio contraste — a menos de aceptar lo que Apel llama «autocontradicción performativa», como ya indicamos en su m om ento— , de manera que, estando presentes pero no siendo empíricos, dichos principios de la comunicación poseen un carácter trascendental, carácter implícito a todos los procesos del discurso argumentativo. Al no poder ir más allá, ellos son los que fundan la posibilidad del

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HACIA UNA CRITICA DE LA RAZÓN LINGÜISTICA entendimiento racional, ellos son la fundamem;ación última de la filosofía, que bajo esta denominación Apel llama, co m o sabemos, «hermenéutico-trascendental» o «pragmático-trascendental» a esta forma de entender el lenguaje bajo los auspicios filosóficos. La razón lingüística nos ha deparado tal variedad de propuestas que llegan con frecuencia a puntos contradictorios. Entre ellas ca­ ben soluciones de compromiso, sin duda. Precisamente una crítica de la razón lingüística debe determinar aquello que mejor puede seguir representando los intereses de la filosofía para el futuro. D e­ be aprovechar el rico legado que el giro lingüístico le ha otorgado, pero debe, sobre todo, proponer aquello que resulte más pertinen­ te a partir de su crítica. En lo que sigue haremos explícita nuestra propuesta. La razón lingüística entendida metódicamente supone el diálo­ go co m o base del ejercicio racional, al cual conduce la propia natu­ raleza de la razón humana, lingüísticamente estructurada. La razón lingüística es «dialógica», «comunicativa». De hecho, así es deno­ minada en algunos contextos parecidos a los que aquí nos move­ mos. Sin embargo, com o ya señalé en su momento, me parece más plausible mantener la denominación de «razón lingüística» por dos géneros de razones. En primer lugar, la acepción es más general, pues de hecho existe comunicación a-lingüística, en lenguajes «no verbales» — como el gesto— , y puede haber diálogo en o con imá­ genes — com o en la relación del espectador con la obra de arte plás­ tica— . En segundo lugar, la expresión «razón lingüística» expresa el porqué de la comunicación y el diálogo, señalando que se produ­ cen gracias al lenguaje, lo que no impide añadir que el lenguaje tenga en cuenta la percepción y la imaginación con sus prototipos y esquemas. La filosofía entendida bajo esta perspectiva incluye en su campo de acción el estudio de las condiciones generales del discur­ so humano, lingüísticamente estructurado y racionalmente argu­ mentado. Específicamente, se ocupa de los supuestos y condiciones implícitas en los diferentes discursos teóricos y prácticos. A partir de estas consideraciones generales, considero que la estructura de un discurso filosófico debería ser reconocida com o tal por el hecho de reunir tres condiciones. Ante un determinado pro­ blema exhibiría un carácter trascendental o cuasi-trascendental, entendido no en sentido apriórico intemporal, sino lingüísticamen­ te mediado y sujeto a variaciones históricas, esto es, debiendo ser constantemente reactualizado. Hace referencia a las condiciones de posibilidad bajo las que una cuestión se plantea o que un problema ofrece. Tales condiciones tienen un triple carácter, pues son de o r­ den lógico, de orden categorial, o lingüístico-categorial, y de orden epistémico, en atención al campo de saber dominante en cada ép o­ ca y bajo cuya presencia se formulan.

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DEL LENGUAJE DE LA RAZÓN En segundo lugar, estaríamos ante su condición herm enéutica, y ello en un doble sentido. Por un lado, porque establece que la comprensión se produce por parte de un sujeto finito, radicado en el mundo y situado en un determinado marco contextúa! de saberes y expectativas. De otra parte, porque hace referencia a la dimen­ sión textual de todo problema filosóficamente relevante cuando éste se confronta con la tradición disciplinar de nuestra materia y den­ tro de la cual puede ser, o llegar a ser, con sentido un problema filosófico. Finalmente, nos encontraríamos ante su condición crítica a la hora de establecer el juicio y la valoración, lo que vendría a desta­ car también las exigencias prácticas de la razón, haciendo que surja la propuesta sobre el deber ser, conectándolo con el discurso de la acción. Podemos ampliar un poco más estos rasgos estructurales. Si partimos de lo dicho hasta el momento sobre el lenguaje, deberíamos extraer ahora dos consecuencias pertinentes para la o ca ­ sión. Los principios de la comunicación lingüística parecen tener un carácter abstracto y general presente en todos los lenguajes, que, en tanto que creaciones humanas sujetas a la evolución social y cul­ tural, son productos históricos. Podríamos llamar formal al primer rasgo y material al segundo. De acuerdo con el primero, el lenguaje se orienta hacia la con d i­ ción trascendental de la filosofía, considerada desde el supuesto de la razón lingüística. Pero una condición trascendental que, a dife­ rencia de la kantiana, la cual opera en el hueco de una conciencia difícilmente determinable en su dimensión exclusivamente «men­ tal», es sometida a estructuración lingüística, funcionando com o fo c o que ilumina o red que organiza la comprensión humana. Por esta condición reaparece en el discurso el ser com o aquello de lo que se habla o aquello supuesto a la posibilidad de hablar, que es hablar sobre algo. Pero esta condición trascendental es sui generis, ya que al estar ligada al propio lenguaje y ser éste producto histórico, queda en cierto modo relativizada, o es ejercida contextualm ente bajo ciertas condiciones fácticas. La dimensión histórica del lenguaje se orienta hacia la condición hermenéutica de la filosofía, ligada a los diferen­ tes lenguajes y a la función interpretativa que todo producto cultural exige de la mente humana. En este segundo caso aparece el sentido. La condición crítica del discurso filosófico nace directamente de los valores o del valor que determinan las diferentes posiciones argumentativas que emanan del uso del lenguaje co m o com unica­ ción y que representan el ejercicio de una razón lingüística co m o razón comunicativa y/o dialógica. Desde la altura histórica de la racionalidad previamente definida, la crítica se orienta en función de la diferente valoración con la que operan la razón teórica y la

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HACIA UNA CRITICA DE LA RAZON LINGÜISTICA razón práctica. Según el caso, estará en condiciones de detectar c o n ­ tradicciones entre diferentes supuestos teóricos que se disputan la explicación de hechos, o entre supuestos teóricos entre sí, o bien, en el caso de la práctica, someterá a crítica tanto la relación entre fi­ nes y medios co m o la naturaleza de los propios fines. Pero en to ­ dos los casos una definición de lo que entendamos como valor pre­ sidirá y hará posible sustanciar nuestra crítica. A través del lenguaje, pues, hemos definido metódicamente a la filosofía com o razón lingüística. Ello nos ha conducido a establecer las tres condiciones bajo las que opera el discurso filosófico, esto es, la condición trascendental, la condición hermenéutica y la condi­ ción crítica. Debemos entender estas condiciones sin restarles nada de la tensión que encierran relacionadas entre sí. Con ellas, además, han reaparecido tres viejos temas que siempre han sido objeto de la consideración filosófica: el ser, el sentido y el valor.

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LENGUAJE Y VALORES: LA ÉTICA DISCURSIVA*

Las preguntas a las que este capítulo intenta responder se podrían formular del siguiente modo: ¿puede el lenguaje en alguna de sus posibles consideraciones ofrecer pautas para conducir a una reflexión sobre el valorá Más concretamente, desde el impacto que el lengua­ je ha producido en la filosofía actual, ¿esconde o revela el lenguaje alguna suerte de valores morales, de modo que pueda éste conver­ tirse en argumento de aquéllos? De hecho se nos permite con el lenguaje no sólo mostrar la cara de la realidad, sino la posibilidad de distanciarnos de ella, negándola o inventándola mediante la mo­ dalidad subjuntiva del verbo. También con él viajamos del pasado al futuro o viceversa, imaginando situaciones mejores y posibles. Ese distanciamiento y hasta la rebelión contra lo existente que pue­ de entrañar el lenguaje tienen, a su vez, la cruz de la mentira, gestio­ nada — ¿cómo no?— también por la palabra '. Hablamos de valores morales cuando lo que constituye el o bje­ to de valoración se refiere a cualidades producidas por acciones, o cualidades a las que las acciones deberían dar lugar, estructuradas en segmentos de conductas, que se identifican con lo que reputa­ mos objeto de aprecio en el orden de lo que deberíamos hacer para actuar bien. Los valores entrañan preferencias por determinadas conductas, dentro de las cuales se pueden establecer escalas que implican valoraciones de distinto rango, dando lugar a un orden o jerarquía de valores. Al nacer de necesidades humanas que el indivi­ duo debe solventar, los valores se promocionan históricamente dan­ do lugar a cambios en su configuración y materialización. Los dife­ rentes estudios sociológicos nos tienen acostumbrados a considerar I. Una versión esq uem ática de las ideas co n ten id as en este cap ítu lo ha a p a recid o pu­ blicada co m o C o m u n icació n a un C o ng reso de F ilo so fía : N ieto B lan co , 1 9 9 5 , pp. 2 7 9 - 2 9 1 .

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HACIA UNA CRITICA DE LA RAZÓN LINGÜISTICA diversos modos mediante los cuales la sociedad otorga valor a cier­ to tipo de conductas. Una vez planteado el marco general de la discusión, retornamos a la pregunta inicial para buscar una respuesta sobre la cuestión suscitada por la relación entre lenguaje y valores. A falta de una so ­ lución definitiva, seleccionaré algunas de las tesis defendidas por la ética discursiva, desarrollada por Apel y Habermas. Ambas posicio­ nes representan con nitidez la tarea de construcción — o de recons­ trucción— de la universalidad de la razón, rehabilitando en clave comunicativa algunos de los imperativos de la razón m o d ern a2. La versión del lenguaje que está en la base de la ética dialógica, comunicativa o discursiva, promocionada en la década de los ochenta por Apel y Habermas es la de un lenguaje com o vehículo y modelo de interacción social, orientado hacia el entendimiento h u m a n o 3. Apoyándonos en nuestra anterior clasificación del lenguaje, la ética discursiva vendría a ser solidaria de un triple acepción universalis­ ta, pragmática, en la versión más netamente comunicativa, y ética o normativa del lenguaje. Antes conviene señalar que el referente teórico común en el que se apoya y reconoce la ética discursiva no es otro que la ética de Kant, com o episodio sobresaliente de su reflexión sobre la razón práctica. La ética discursiva, completando sus fuentes en otro tipo de teorías psicológicas — co m o la teoría del desarrollo moral de L. Kohlberg'1— y sociológicas actuales, constituye en lo esencial una 2 . O tras o rien ta cio n es de la etica fam iliarizadas co n la relación en tre lengua|e y v alo ­ res — Je ta n d o de lado el análisis del lenguaje m oral llev ado a ca b o por las éticas p e rte n e­ cien tes a la trad ición a n alítica— son las qu e, co m o en el caso de G ad am er, se sitúan en la trad ición h erm en éu tica, o , en el caso del filó s o fo can ad ien se C h . T a y lo r, hacen suyos algu­ n os plan team ien tos «com un itaristas». Del p rim ero puede verse la ya citad a re co p ila ció n de ensayos titulada en castellan o V erdad y m é to d o II, pp. 2 9 3 - 3 1 8 . Del segundo deben citarse sus P h ilo s o p h ic a l P a p ers, C U P, C am brid g e, 1 9 8 5 , 2 v o ls., así co m o la citada lui é tic a d e la a u te n tic id a d . Sob re este au tor puede verse tam bién T h ie b a u t, 1 9 9 1 , pp, 1 2 2 -1 5 2 . 3. La ética discursiva cu en ta ya co n una ex ten sa b ib liog rafía que gira fundam entalm ente en to rn o a las discu siones suscitadas por fas co n trib u cio n e s al tem a p rovenientes de la obra de Apel y H aberm as. R efirién d o n o s exclu siv am en te a ap o rta cio n es hechas en España podem os destacar las siguien tes: A. C o rtin a , -L a ética d iscu rsiv a-, en C am ps, 1 9 8 9 , pp. 5 3 3 - 5 7 6 ; A. C o rtin a , «É tica co m u n icativ a», en C am ps, G u arig lia y S a lm eró n , I9 9 2 ,p p . 1 7 7 - 2 0 0 . S o b re H aberm as ya hem os citad o algun os estu d io s en el ca p ítu lo 9. Sob re Apel en p articu lar, adem ás de los trab ajo s g en erales citad o s, m erecen la pena destacarse las ap o rta cio n es de A. C o rtin a , 1 9 8 5 , así co m o su In tro d u cció n a la ed ició n de artícu lo s recientes de Apel b a jo el títu lo T e o r ía d e ¡a v erd a d y é tic a d e l d iscu rso ( 1 9 9 1 , pp. 9 - 3 6 ) , titu lad a « K a rl-O tto Apel. Verdad y resp on sabilid ad -. C f., asim ism o, D. B lan co F ern án d ez, J . A. Pérez T a p ia s y L. Sáez Rueda (cd s.). D iscu rso y rea lid a d . E n d e b a te c o n K .-O . A pel, T r o tta , M ad rid, 1 9 9 4 . 4. Esto es particu larm en te p e rtin en te para el ca so de H aberm as, por cu an to ha q u e ri­ do e n co n trar sim ilitudes — a m od o de ejem p lificacio n es p rácticas de la te o ría — en tre sus propias tesis y las d escrip cio n es de las d istin tas etapas m orales según K o hlb erg, las cu ales ha ido rein terp retan d o desde los supu estos de su te o ría de la acció n co m u n icativ a. En c o n c re ­ to , H aberm as podría aceptar de buen grado la co in cid e n c ia en tre la ética discursiva y el

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LENGUAJE Y VALORES LA ÉTICA DISCURSIVA reinterpretación del imperativo categórico kantiano desde los pre­ supuestos de una teoría comunicativa del lenguaje, que tiene como rasgo sobresaliente el presupuesto pragmático de que, a diferencia de lo que acontecía en la epistemología clásica, en la que la relación intelectual recorre un camino bidireccional sujeto-objeto, en este caso se trata de una relación tridireccional sujeto-sujeto-objeto. Al inismo tiempo, sin negar el carácter universalista, apuesta por un contenido además de por un criterio formal. En ello se en­ cuentra com o precedente las críticas realizadas contra el formalis­ mo kantiano, de las que es una muestra elocuente, la propia obser­ vación del filósofo norteamericano G. H. Mead, autor, por otra parte, constantemente citado por Habermas. Mead, en un texto procedente de 1 9 2 7 , titulado «Fragmentos sobre ética», después de señalar que si el imperativo categórico fuese obedecido por todos estaríamos de lleno dentro de una sociedad moral, añade: De este m od o Kant pone un co n te n id o en su a c to ; afirm a que no existe tal c o n te n id o , p ero, al estab lecer al ser hum ano co n fin en sí m ism o, y p o r lo tan to a la sociedad co m o un fin su p erio r, in trod u ce el co n ten id o (M , 3 8 4 ) .

» Esto es lo que cabría entender por una ética de principios. Aún habría que considerar también com o una ética de carácter «cognitivista» — diferente de un uso cognitivo del lenguaje, com o veremos— a la pretensión de determinar y fundamentar racionalmente lo c o ­ rrecto, así com o una ética procedimental dentro del campo de las éticas normativas. Por lo que atañe a Habermas, aunque su posición ha evolucio­ nado y se encuentra expuesta a la crítica de ciertas tensiones interestadio se x to dcl nivel p o scon v en cion al de K o h lb erg, regido por p rin cip ios ético s u n iv ersa­ les (cf. H aberm as, 1 9 8 5 , pp. 4 6 - 5 6 y 1 3 5 - 2 1 9 , te x to este últim o que da títu lo al co n ju n to de ensayos que co m p on en la o b ra). Sin em b arg o, aunque ex iste un fon d o k an tiano que subyace a la obra de K o hlb erg, éste se in tro d u ce en el pensad or can adien se por la vía de Raw ls, y se n u tre tam bién del p ragm atism o de G . H. M ead , lo que n o hace del to d o co in cidentes am bas teo rías, sin en trar en el fo n d o del a su n to , que sería el cu ltiv o por parte de am bos de un cam po disciplin ar d ife re n te, y sin to ca r tam p o co las crítica s y revisiones a las que el p ro p io K olhberg ha ten id o que en fren tarse. E llo ha perm itid o a algunos c rítico s , co m o J . R ubio C arrace d o , d iscrepar de la a u to in terp re tació n h aberm asiana co n las siguientes palabras: -P ro b ab le m e n te resulta legítim a esta rein terp re tació n de la te o ría k oh lberg iana del d esarro llo m oral en el m arco de la teoría de la acció n co m u n icativ a, pero resulta muy dudoso que esta in terp re tació n perm ita estab lecer “una fun d am en tación ló g ico -ev o lu tiv a de las etapas morales** que supere el estatu to de una “co n firm ació n p lau sib le” en el cam po te ó ric o ; n o se trata ya de una “c o n firm a ció n in d ire cta ”, co m o p retend e H aberm as, ya que su re in terp re tació n cam bia por co m p leto el estatu to ep istem o ló g ico de la teoría k oh lbergiana (p sico log ía em p írica ), lo que im p osib ilita toda capacidad de co m p ro b a ció n in d irecta por las cien cias so ciales, co m p ro b ació n que m arcaba, a su en ten d er, la superioridad de las cien cias reco n stru ctiv as sobre las co m p ren siv as- («La psicología m oral», en C am ps, 1 9 8 9 , III, p. 5 2 6 ) .

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HACIA UNA CRITICA DE LA RAZON LINGÜISTICA ñas inherentes a su concepción lingüística5, señalaremos a modo de entrada que su insistencia en otorgar tanta importancia al lenguaje nace de su interés por explicar las relaciones humanas reguladas con criterios racionales. En ellas ya está presente, de uno u otro modo, el m oral point o f vietv, el punto de vista moral, considerado co m o el punto de vista de la imparcialidad. A partir de ahí, su nú­ cleo central puede resumirse en lo que sigue. La acción humana trasladada al cam po social es interacción, y el mejor modelo para explicarla es el lenguaje, pues no sólo es el vehículo, sino el paradigma racional de la comunicación produci­ da mediante la ejecu ción de acto s sim bólicam ente mediados. El lazo que une acción y razón es el lenguaje, de ahí las fórmulas «razón comunicativa» y «acción comunicativa», expresión esta última que, co m o es sabido, forma parte del título de la obra de 1 9 8 1 , que representa hasta la fecha su exposición más completa sobre el tema. Del mismo modo que la acción comunicativa es superior a la acción puramente estratégica, el lenguaje entendido co m o com uni­ cación, esto es, el lenguaje orientado al entendimiento, es superior al meramente cognitivo. De este segundo uso del lenguaje se ocupa la epistemología, mientras que del primero lo hace la hermenéutica, una hermenéutica que, en ocasiones, el propio Habermas denom i­ nó «pragmática universal», mientras que en textos más recientes prefiere denominarla «formal». Es común en la hermenéutica consi­ derar el lenguaje com o una forma de apertura del mundo que arti­ cula lo que Habermas llama un «saber de fondo» procedente del Lebensivelt o mundo de la vida. Para ello erige una idea de lenguaje en situación, constituido por un conjunto de actos de habla con los que se exige la comprensión por parte de un sujeto participante en una «conversación», bien sea com o oyente, bien com o lector. Si esto es así, a todo aquel que use en serio el lenguaje bajo la forma mencionada se le imponen ciertas exigencias que, a menos que renuncie expresamente al entendimiento, no puede soslayar si pretende dotar de significado a sus expresiones. Es lo que Habermas llama, com o ya hemos indicado, las «pretensiones de validez» (Geltungsansprüche), tales como la verdad de lo enunciado o acuerdo con la cosa, la rectitud normativa, o aceptación de las relaciones 5. Un m uestra de ello puede verse en la crítica realizada por C ristin a L afon t en su recien te o bra L a razón c o m o len g u a je ( 1 9 9 4 , pp. 1 2 5 -2 2 6 , esp ecialm en te). El n ú cleo de su crítica gira en to rn o al problem a que rep resen ta para H aberm as una tensión no resuelta en tre la dim ensión un iversalista o tra n sco n tex tu a lista del len guaje, de co rte em in en tem ente trascen d en tal, fu n cio n an d o al lado de o tra d im ensió n relativista o c o n tcx tu a l, de in sp ira­ ció n h erm en éu tica. E llo haría tam bién a H aberm as p rete rir la referen cia lin gü ística en b e n e ­ ficio del sig n ificad o , para lo cual L afon t p rop o n e co rreg ir dicha in suficiencia co n la in c o r­ p o ració n de la te o ría de la referen cia d irecta de D on n ellan y Putnam , y rescatar así la función d esignativa del lenguaje (cf. pp. 2 2 7 - 2 5 6 ) .

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LENGUAJE Y VALORES LA ÉTICA DISCURSIVA sociales legítimamente reguladas, y la veracidad, esto es, la coinci­ dencia entre la intención y la expresión del usuario, debiendo que­ dar remitidas a una «situación ideal de habla», a modo de elemento anticipador de la comunicación. A nada que reflexionemos, pode­ mos ver ya que en el propio uso significativo del lenguaje se incoa un contenido normativo. En el texto de 1983 anteriormente citado, titulado C onciencia m oral y acción com unicativa, se desarrolla de forma más explícita todo un programa de fundamentación de la ética del discurso. A dicho texto confinaremos de modo preferente nuestra exposición. Del mismo modo que en el discurso teórico la distancia entre he­ chos particulares e hipótesis generales se salva mediante la induc­ ción, también la lógica del discurso práctico debe asentarse sobre la base de un principio puente de carácter moral que dé sentido gene­ ral a las diferentes perspectivas argumentativas. Este principio no es otro que una versión del imperativo categórico kantiano en su fórmula universalista, pues en él se cuenta tanto con el interés c o ­ mún co m o con la aprobación de todos los afectados. Éste es el pri­ mer postulado, que Habermas denomina (U). Existe un segundo postulado, llamado (D), que es el postulado ético discursivo pro­ piamente dicho y que sirve de fundamento al anterior. Se formula del siguiente modo: (...) una n orm a únicam ente puede aspirar a tener validez cu an d o todas las personas a las que afecta consiguen ponerse de acu erd o en cu an to p a rtic ip a n ­ tes d e u n d iscurso p rá ctico (o pueden ponerse de acu erd o) en que dicha n o r­ ma es válida \

Este segundo postulado remite ya directamente al lenguaje a través del cual se ejercita una racionalidad que nosotros podemos calificar de dialógica, la cual constituye el procedimiento para establecer nor­ mas, válidas únicamente por acuerdo o consenso. La combinación de ambos postulados da com o resultado una formulación actualiza­ da del imperativo categórico de la universalidad, que ahora debería incorporar la exigencia de someter la propia norma a la aprobación discursiva de todos. Al convertirse, co m o hemos visto, el postulado (D) en fundamento de (U), parece deducirse la consecuencia de la reducción — en la que se hace difícil evitar una cierta circularidad— de (U) a (D), pues, co m o subraya el propio Habermas, «el principio

de universalidad, que actúa com o una regla de argumentación, se en ­ cuentra implícito en los presupuestos de cualquier argumentación» 7. O , si se quiere, proseguimos nosotros, el componente normativo 6.

H aberm as, 1 9 8 5 , p. 8 6 .

7.

lbid.y p. 110.

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HACIA UNA CRITICA DE LA RAZÓN LINGÜISTICA está colegido del propio lenguaje. Dicha circularidad deja traslucir el carácter cuasi-trascendental del lenguaje, aunque propuesto con un sentido menos explícito que en el caso de Apel. Aunque al final del texto que com entam os Habermas afirme que la ética discursiva es formal y que, precisamente por poseer un carácter deontológico, es ajena a cuestiones evaluativas que tienen que ver con la «vida buena», puede tratarse de una estrategia dife­ rencial de carácter metódico que, a la postre, deberá combinar lo material con lo formal en las situaciones de hecho. Es el caso, sin embargo, que la invocación de deberes implícitos en el uso com uni­ cativo, dialógico o argumentativo del lenguaje sólo puede hacerse mostrando nuestra aprobación a ciertos valores, como la dignidad de la persona, la igualdad de derechos y oportunidades, los proce­ dimientos democráticos, así com o al conjunto de condiciones reales para la promoción de una simetría discursiva, que invoca una justi­ cia de fondo. Los últimos derroteros a los que Habermas ha conducido a la ética discursiva permiten suponer que su interés se ha ido poco a poco desplazando hacia el campo de la eticidad, en conexión con su reciente interés por la filosofía del derecho. En un artículo del año 1 987, traducido con el título «¿Cóm o es posible la legitimidad por vía de legalidad?» aborda el tema de las relaciones entre ética y derecho, sin abandonar los supuestos de la ética discursiva, defen­ diendo con ello un exigente modelo de estado de derecho. Tras proclamar que la imparcialidad en la aplicación de las nor­ mas y en la institucionalización de los procedimientos es el núcleo de la razón práctica, pasa revista a las tres posturas que mejor pue­ den dar cuenta de una teoría procedimental de la justicia, subrayan­ do que las tres tienen en común su procedencia kantiana. Tales son el neocontractualismo de Rawls, la teoría del desarrollo moral de Kohlberg y la argumentación moral propia de la ética discursiva, defendida por él mismo, conjuntamente con Apel. Su formulación es co m o sigue: T o d o participante en una p ráctica argum entativa tiene que suponer pragm áti­ cam en te que en p rin cipio to d os cu an tos pu dieran verse afectad os podrían p articip ar co m o iguales y libres en una búsqueda co o p erativ a de la verdad en la que la única co e rció n que puede ejercerse es la co erció n sin co ercio n es que ejercen los buenos argum entos*.

Ahora bien, este planteamiento conjunto no elimina las diferen­ cias existentes entre moral y derecho. Es más, el derecho vendría en 8. H aberm as, « ¿C ó m o es p o sib le la leg itim id ad p o r vía de leg a lid a d ?» , en 1 9 9 1 , pp. 162-16.3.

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LENGUAJE Y VALORES LA ÉTICA DISCURSIVA auxilio de la moralidad a subsanar una racionalidad imperfecta, ya que «los procedimientos jurídicos cumplen aproxim ativamente las exigencias de una racionalidad procedim ental com pleta porque quedan ligados a criterios institucionales y, por tanto, a criterios independientes», pues «son precisamente las debilidades de una ra­ cionalidad imperfecta de este tipo las que desde puntos de vista funcionales explican por qué determinadas materias necesitan de una regulación jurídica y no pueden dejarse a reglas morales de corte postradicional» 9. Así, las tramas de la vida social e institucional donde se desenvuelve la esfera de lo público reclaman una mayor regulación que la pura o mera regulación moral, cuya reclusión al ámbito de lo privado no haría mas que introducir un factor de inse­ guridad en las relaciones humanas, que sólo el derecho positivo, com o voz de la eticidad, puede venir a resolver. De esta manera se justifica moralmente la coerción del derecho, una coerción, todo hay que decirlo, que toma com o punto de partida el principio dis­ cursivo racional de la imparcialidad. Respecto de este extremo Habermas cree en la complementariedad de los puntos de vista jurídico y moral, aunque se trate ahora de una moral furam e n te procedimental instalada en el corazón del derecho positivo, atada a él, pero no confundida con él. De esta manera, «la argumentación moral queda institucionalizada co m o un procedimiento abierto, que obedece a su propia lógica y co n tro ­ la así su racionalidad» l0. El discurso de Habermas no parece ir mucho más allá. Este re­ torno de la eticidad parece introducir un elemento de confusión en su planteamiento, toda vez que no es fácil editar una articulación de corte cuasi-hegeliano sobre el fondo kantiano efe la ética dis­ cursiva. Queriendo salvar a la ética de los males de la utopía, y al derecho del realismo mostrenco, nos tememos que ha podido dejar insatisfechos a éticos y juristas. En todo caso parece que la tarea está limitada a la justificación de un Estado de derecho procedimentalmente «limpio». Desde un punto de vista no es poco, pero desde otro no es nuevo. Y de por medio queda la política N o es ahora el momento de ahondar en las diferencias existentes entre Habermas y Apel, por quien aquél reconoce sentirse profundamen­ te influido, cuando de lo que se trata es de situarlos bajo la óptica de un misma concepción ética, entendida co m o ética discursiva. Aun compartiendo lina concepción similar del papel del lengua­ 9. Ibid., p. 164. 10. Ibid.y pp. 1 6 8 -6 9 . I I. Desde o tro s asp ecto s de la teo ría haberm asiana d iferen tes de la ética discu rsiva, pero acercan d o su re flex ió n al p lan o so cia l, un in térp rete tan cu a lifica d o de H aberm as co m o T h . M cC arth y ha sabido ver una estrech a co rresp o n d en cia en tre la teorfa de la acció n c o ­ m unicativa y la ctn o m cto d o lo g ía de H arold G arfin kel (c f. M c C a rth y , 1 9 9 3 , pp. 6 5 - 8 4 ) .

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HACIA UNA CRÍTICA DE LA RAZON LINGÜÍSTICA je, en la posición de Apel, no obstante, por proceder de una tradi­ ción filosófica como la fenomenología — a diferencia de la herencia francfortiana de Habermas— , se ofrece con más nitidez el tono fi­ losófico que en su discípulo, aunque para el caso que nos ocupa centramos nuestro enfoque en algunos de los aspectos que plantea su tratamiento del discurso práctico. Aunque Apel ha ido completando y matizando su trabajo para poner en pie una ética discursiva en diferentes textos posteriores a los años ochenta, ha sido en la década anterior cuando ha dado los primeros pasos en esta dirección por medio del texto, publicado por primera vez en su versión íntegra en 1 973, titulado «El a priori de la comunidad de comunicación y los fundamentos de la ética», que constituye por ese motivo un locus classicus para nuestro tema. La constante preocupación de Apel por establecer un fundamen­ to para la filosofía, que legitime la viabilidad racional del discurso filosófico en una época dominada tanto por otro tipo de saberes com o por la idea del «fin de la filosofía», lo ha llevado también a extender su interés por los derroteros de la razón práctica, en c o n ­ trando aquí su acomodo la fundamentación de la ética «en la era de la ciencia». El trabajo se enfrenta, desde posiciones hermenéuticas, con la tarea de buscar una salida a los intentos de condenar a la ética al infierno del «decisionismo», de lo «místico», o de lo «irra­ cional», rehabilitando para ello el papel de la filosofía co m o una nueva modalidad de reflexión trascendental a partir del triunfo del paradigma lingüístico. Apel acepta de Heidegger y Gadamer la uni­ versalidad de la hermenéutica, reinterpretada desde una perspecti­ va cuasi-trascendental. Así, escribe lo siguiente al respecto: Por «aspecto cu asi-trascenden tal de la p reten sión de universalidad de la h er­ m enéutica» entiend o lo siguiente: que el m undo de la vida está ya siem pre in terpretado lingüísticam ente y el a priori del a cu erd o , efectu ad o en lenguaje ord in ario en el c o n te x to del m undo de la vida, es — en un sentido que puede ser precisado— la con d ición irrebasable de posibilidad y valide/, intersubjeti­ va, tan to de cualquier con stru cción teó rica conceb ible, filosófica o cien tífica, co m o tam bién de la « reco n stru cció n » del lenguaje m ism o (T F II, 3 7 0 ).

Sintetizando la cuestión podríamos entenderla como la im po­ sibilidad de salimos del lenguaje en cualesquiera de nuestras tenta­ tivas por acercarnos intelectualmente al mundo, y que ese lenguaje es el lazo comunicativo que obliga a sus usuarios a moverse en el camino del acuerdo, no, evidentemente, en cuanto a la coincidencia de los mensajes, sino a la previa exigencia formal impuesta por el funcionamiento discursivo co m o coincidencia que nace del mismo medio lingüístico utilizado. T a n to en los procesos de comunicación ordinarios, en los que aparece ya una interacción que es co m o la espalda social del hecho lingüístico, com o en la actividad propia de

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LENGUA|E Y VALORES LA ÉTICA DISCURSIVA la ciencia, donde el propio lenguaje está en manos de comunidades de expertos, se encuentra ya presente esa universalidad de la herme­ néutica, que, aunque con diferentes niveles de especificidad, traslu­ ce toda ella la matriz lingüística de la implantación intelectual en el mundo de la humanidad. Y ello, incluso, co m o Apel apunta, recor­ dando aquel platónico «pensar como hablar consigo mismo», apa­ rece también en el simple hecho del pensamiento, de la razón, por tanto, pues aquí, a modo de emisor y receptor a la vev., es el propio sujeto que piensa el que se convierte en acordada comunidad de comunicación. Las comunidades de pensadores, la comunidad de expertos o la comunidad científica vendría a ser el referente a donde la comuni­ cación apunta y para la cual adquiere sentido el acuerdo a modo de condición de posibilidad del discurso de la ciencia en su orientación hacia la verdad. Desde esta perspectiva teórica hay ya presupuesta una cierta ética de la lógica, como expresión de la normatividad argumentativa, lo que excluye cualquier consideración solipsista del lenguaje, co m o sabemos ya desde el segundo Wittgenstein. Pero esta éjica de la lógica plantea un grave problema de circularidad al intento apeliano de una fundamentación racional de la ética, ya que en la búsqueda del fundamento tenemos que utilizar la lógica, que es precisamente aquello que tenemos que probar. Así, si bien la lógica incluye ya la ética, la ética que queremos fundamentar presu­ pone la lógica que empleamos para su fundamentación. Escribe: Podría argum entarse que roda «fund am en tación » presup one la validez de la ló g ica; pero si ésta, por su p a rte , presup one la validez de la é tica , p arece im posible fundam entar la ética y la lógica, porq u e to d o in ten to en este senti­ do con d u ciría a un círcu lo o a un r e g r e s s u s a d i n f i n i t u m ( T F I I , 3 8 5 ).

A menos que se abandone una concepción del lenguaje propia de buena parte de la filosofía analítica, donde el centro de interés lingüístico reside en la búsqueda de presupuestos de naturaleza sintáctico-semántica, en cuyo caso no nos está permitido aceptar la conocida propuesta de autorreferencialidad del lenguaje, viéndonos con ello obligados, para no incurrir en contradicción lógico-semán­ tica, a establecer, según la russelliana de los tipos, una jerarquía de lenguajes, partiendo de la distinción entre lenguaje-objeto y metalenguaje, no podremos abordar el intento de una fundamentación racional de la ética ,2. 12. «Se trata aquí, por una parte, de la d iferen cia en tre ra c io n a lid a d ló g ic o - fo r m a l y m a tem á tic a y, por o tra , de la r a c io n a lid a d filo s ó fic o - {tr a s c e n d e n ta l): La p rim era se m ide (e n ­ tre o tras cosas) por la n o c o n tr a d ic c ió n s em á n tic o -s in tá c tic a — que debe ser d eterm in ad a m eta te ó ricam en te— en un sistem a form alizablc y axiom atizab le de en u n ciad o s p ro p o sicio n a les; la últim a, en cam b io, por la n o c o n tr a d ic c ió n p ra g m á tic a de a c t o s lin g ü ís tic o s, es d e cir, de

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HACIA UNA CRITICA DE LA RAZÓN LINGÜISTICA Apel dirige entonces sus pasos hacia una concepción del lengua­ je «pragmático-trascendental», en la que, por un lado, quede conve­ nientemente legitimada la presencia del propio sujeto del lenguaje en su actividad reflexiva, y, por el otro, el lenguaje opere co m o un límite a modo de a f>riori no rebasable que ocluya la salida indefini­ da de fundamentaciones, lo que acabaría por arruinarlas. Y en tal caso, encontrarnos dentro de este círculo aporético no sería tanto la manifestación frustrada de la fundamentación, com o la señal de que ésta hemos de buscarla por otras vías, precisamente aquellas que manifiestan la inevitabilidad de salir del m i s m o " : C uan do com probam os en el c o n te x to de una discusión filosófica sobre funda­ m entos que algo no puede ser fund am en tad o por p rin cipio, porque es c o n d i­ ción de posibilidad de toda fundam entación, no hem os consignad o m eram en ­ te una aporía en el p roced im ien to d ed u ctiv o , sino que hem os alcan zad o un c o n o c im ie n to tal c o m o lo enriende la refle x ió n tra scen d en ta l (T F II, 3 8 6 ) l4.

De este modo, quien argumente se encuentra de lleno frente a la imposibilidad de seguir hacia atrás buscando de forma reconstructi­ va el fundamento, ya que lo tiene ante sí en la propia exigencia de la argumentación. De igual modo, tampoco tiene necesidad de ir ha­ cia adelante, pues le basta con sacar las conclusiones que, a modo de condiciones implícitas, operan ya en el hecho del empleo del lenguaje argumentativo. Y aquí es cuando Apel introduce el giro lingüístico en la filosofía kantiana partiendo del uso argumentativo del lenguaje, transformando el Faktum de la razón práctica en exi­ gencia ética de la argumentación. Para alguien que use el lenguaje con sentido y, por tanto, se emplee discursivamente con vistas a la comunicación, la exigencia de entendimiento constituye un a modo de imperativo lingüístico que, en cuanto a la forma, posee carácter categórico, pero en cuanto a su contenido, se instala en la línea del imperativo kantiano de la universalidad que ordena tener en cuenta e n u n c ia d o s p e r fo r m a tiv o -p r o p o s ic io n a le s — que debe ser determ in ada a través del au toen lace re flexiv o — que ex p licita n la estru ctu ra d o ble de los a cto s lin gü ístico s- (A pel, «El p ro b le­ ma de una teoría filo só fica de los tip o s de racion alid ad », en Apel, 1 9 8 6 , p. 19). 13. «La im posibilidad de una fun d am en tación lógica no circu lar (a partir de algo d ife ­ ren te) n o in d ica, pues, en esto s en u n ciados una ap o ría en el problem a de la fun dam en tación sin o una co n secu en cia n ecesaria de la circu n stan cia de que esros en u n ciad o s, en ta n to p re ­ su p osicion es com p ren sib lem en te n ecesaria s, de toda fu n d am en tación lóg ica, son c ie r to s a p n o r i. En esta m edida, esto s en u n ciad o s están últim am en te fundam entados no ( fo r m a l^ ló g i­ c a m e n te , sin o tras ce n d e n ta l-p r a g m á tic a m e n te» (ib id ., p. 2 1 ). 14. En una co n fere n cia p ron u n ciad a en la Universidad de V alencia en 1 9 8 8 , Apel se ex p resa con claridad sob re este tem a del siguiente m od o: «Pueden co n sid erarse fundados (en el sen tid o de una fun d am en tación últim a) a qu ellos prin cip ios que no pueden cu estio ­ narse sin in cu rrir en a u to co n tra d ic ció n realizativa y qu e por tan to tam p o co pueden funda­ m entarse lóg icam en te sin in cu rrir en un círcu lo (p e t itio p r in c ip a )■ (A pel, 1 9 9 4 , p. 6 ).

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LENGUAJE Y VALORES LA ÉTICA DISCURSIVA los intereses de todos los afectados por el proceso comunicativo para que éste alcance su propósito. Así, la exigencia de unlversali­ zar el contenido de nuestra acción para que sea digna de toda co n ­ dición humana se transforma en la necesidad de que la argumenta­ ción deba orientarse forzosamente, en tanto que argumentación, en la aceptación del marco del entendimiento que presupone una c o ­ munidad de sujetos de comunicación. Para decirlo con el propio Apel: Quien argum enta re co n o ce im plícitam ente todas las posibles e x ig e n i ¡as p ro ­ venientes de todos los m iem bros de la com unidad de co m u n icació n , justifica­ bles m ediante argum entos racionales (en caso co n tra rio , la exig en cia de argu ­ m entación se autolimitaría tem áticam ente) y, a la vez, se com prom ete a justificar argum entativam ente las exig en cias que el m ismo presenta a o tro s hom bres

(TF II, 40.?).

De esta manera, el fundamento de la razón práctica — de la éti­ ca— descansa en un elemento teórico com o es la exigencia que nace de la utilización argumentativa del lenguaje, a la cual dota de un cierto contenido cognitivo, mientras que la razón teórica encuentra en ese mismo Tenguaje las exigencias de una normatividad en cuan­ to leyes del discurso, lo que la desdobla en una vertiente de carácter práctico ls. AI buscar, pues, un fundamento para la ética hemos en­ contrado el principio ético fun dam en tal. Este principio ético fundamental expresa valores morales, pues preserva los intereses humanos que están en juego. En la medida en que hemos de tener en cuenta, en virtud del imperativo de la uni­ versalidad, a toda la humanidad — ahora entendida co m o com u n i­ dad de comunicación exigida por la dimensión argumentativa del lenguaje— , tal y com o ya estableció el propio Kant, este imperativo equivale a aquel otro que nos exige que tanto a nosotros co m o a la humanidad nos tomemos siempre co m o fin, no utilizándonos nun­ ca com o medio, lo que es otro modo de resaltar el papel de la digni­ dad humana como el máximo valor. Apel lleva este extrem o al pun­ to de afirmar que «todas las necesidades de los hombres, que puedan armonizarse con las necesidades de los demás por vía argumentati­ va, en tanto que exigencias virtuales, tienen que ser de la incumben­ cia de la comunidad de comunicación» (TF II, 4 0 4 ) . De esta manera se hace patente la profunda orientación social de la ética discursiva, que, en el caso de Apel, se sustancia mediante el doble recurso te ó ­ 15. A este resp ecto, un estu d io so de la ética discursiva co m o W . K uhlm ann escribe lo sig u ien te: «I»..] quien se en cu en tra en un discu rso p rá ctico ya está siem pre con un pie en un d iscu rso te ó ric o (de nivel su p erio r), y quien opera en un discurso te ó ric o está ya siem pre a la vez in volucrado en un discu rso p ráctico » («A cerca de la fu n d am en tació n de la ética del d iscu rso», en Apel, C o rtin a , De Zan y M ic h e lin i, 1 9 9 1 , pp. 120-1 .3 0 ).

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HACIA UNA CRITICA DE LA RAZÓN LINGÜISTICA rico representado por la comunidad de comunicación. Y no sólo social, sino también em ancipatoria, cuya traducción política queda fuertemente impregnada de sustancia moral. La distinción entre comunidad real y comunidad ideal de com u ­ nicación representa, por una parte, la distancia existente entre el hecho de vivir en el mundo material co m o miembros de sociedades concretas desde las que actuamos y argumentamos y el supuesto contrafáctico de aquellas condiciones que debería cumplir nuestro acto de comunicación para que formalmente estuviera dotado de toda la carga de entendimiento posible en una situación teórica­ mente perfecta, entendida en un sentido absoluto, lo que posibilita­ ría tener com o referente no sólo los intereses temporales, sino to ­ dos los intereses posibles, presentes y futuros. Por otra parte, esta distinción entre lo realmente posible y lo idealmente exigible, éntre­ lo relativo y lo absoluto, entre materialidad e idealidad, es también la distinción entre realidad y utopía, pues establece un horizonte futuro para que puedan darse las condiciones de una comunidad libre de dominio en la que la única fuerza «coactiva» con derecho a ejercer de tal sería la fuerza de la argumentación. Pero existen mediaciones entre ambas comunidades de com u ­ nicación que Apel intenta explicar sirviéndose de una dialéctica de inspiración marxista, pues señala que «lo curioso y dialéctico de la situación consiste en que quien argumenta presupone, en cierto modo, la comunidad ideal en la real, co m o posibilidad real de la sociedad real, aunque sabe que la comunidad real — incluido él mismo— está muy lejos de identificarse con la ideal (en la mayor parte de los casos)» (TF II, 4 0 7 - 4 0 8 ) . De esta manera, el carácter utópico de la ética comunicativa presupone la superación de la sociedad de clases y de la explotación humana, para permitir la conquista por parte cié cada uno de aquella situación comunicativa acorde con las con d i­ ciones del discurso. Esta igualdad comunicativa, libre de las «inter­ ferencias» o «asimetrías» que distorsionan el proceso comunicativo, es, pues, el trasunto o la otra cara de la igualdad s o c i a llfi. 16. Aunque n o es nuestra in ten ció n abundar en este tem a, sí nos p erm itim os rem itir a o tro te x to p o sterio r de Apel en el que se extie n d e en una re flex ió n crítica sobre las c o n e x io ­ nes en tre ética com un icativa y u top ía, m atizan do m ucho m ás esta cu estió n . T ra s co n ced er que la com unidad ideal de co m u n icació n puede fun cion ar tam bién — aunque no ex clu siv a ­ m en te— a la m anera de una idea regulativa al estilo k a n tia n o , exp lica lo que hay de -su p e­ ración » del co n cep to de u topía en la acep tació n de la com unidad ideal de co m u n ica ció n : «Esta “ su p eració n ”, en tan to co n se rv ació n y n eg ació n de la in ten ción u tóp ica , es, al m ism o tiem p o, alg o m ás y alg o m en os que una u to p ia fi c c i o n a l: m ás, en la m edida en que supone no sólo un orden social em p írico altern ativ o sin o , de acu erd o con la estru ctu ra form al, re a l­ m ente el “ id eal" de una com un idad de co m u n icació n de personas co n igualdad de d e re ­ ch o s; m en o s, en la m edida en que n o esboza las co n d icio n es pragm áticas — por ejem p lo , de los acu erd os sobre ord en am ien tos so ciales, lim itacio n es de tiem p o y de tem as, re p re sen ta ­ ció n de los in teresad os a través de qu ien es poseen d eterm inadas co m p eten cia s, e tc .— b a jo

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LENGUAJE Y VALORES LA ÉTICA DISCURSIVA En un texto algo posterior al que venimos comentando, pero muy afín en cuanto a sus intenciones y problemática, tiene ocasión Apel de precisar ese principio ético fundamental que constituye el a priori de una comunidad de comunicación. Aunque un poco larga, merece la pena incluir la cita en su integridad: El argu m en tad or ya ha testim on iad o in a c tu y con ello re co n o c id o que la razón es p rá ctica , o sea, es responsable del a ctu a r h u m a n o ; es d e cir, que las p reten sio n es d e validez etica de la razón , al igual que su p re te n s ió n d e v e r­ da d, pueden y deben ser satisfechas a través de a rg u m e n to s ; o sea, que las reglas ideales d e la a rg u m en ta ció n en una, en principio ilim itada, com unidad de co m u n icació n , de personas que se re co n o ce n re cíp ro cam en te c o m o igua­ les, representan c o n d icio n es no rm a tivas d e la po sibilid a d d e la d ecisió n s o ­ b re p reten sio n es d e validez ética a través d e la fo rm a ció n d e l co n s e n s o y que por ello, c o n resp ecto a las cu estio n es é tica m e n te relev antes d e la vida p r á c ­ tica, es p o sib le e n u n discurso que respete las reglas de argu m en tación de la com unidad ideal de co m u n icació n , lleg a r, en prin cip io , a u n co n s e n s o y que, en la p raxis, habría q u e aspirar a este consen so

En textos más recientes Apel vuelve a renovar sus propuestas en una línea semejante a la anteriormente expuesta. Así, en un artículo de 1 9 9 1 , que puede considerarse co m o una excelente síntesis de sus últimos planteamientos sobre la cuestión que nos ocupa, define la ética discursiva de este modo: L a caracterización del discurso argum entativo com o m ed io indispensable para la fundam entación de las norm as consensúales de la m oral y del d erech o

De esta frase merece la pena destacar dos cuestiones de interés. El primer lugar, la mención «discurso argumentativo» sobre el que ahora volveremos. En segundo lugar, la remisión al c a r á c te r— «co n­ sensuad— de las normas. La razón de esto último se debe a que Apel está pensantlo ahora, con una renovada sensibilidad, en térm i­ nos de una humanidad que com o la actual vive bajo las condiciones de una civilización planetaria, lo cual acarrea problemas y provoca exigencias comunes, de modo tal que el procedimiento para resol­ verlos sólo puede establecerse por vía de acuerdo entre todos los afectados. Ello, que, com o puede verse, trasluce una normatividad procedimental, es consecuencia de plantearse las relaciones humalas cu ales se podría im aginar la realización em p írica del id eal- (-¿ E s la ética de la com un idad ideal de co m u n icació n una u top ía?», en Apel, 1 9 8 6 , p. 2 1 1 ). 17. -N ecesid ad , dificu ltad y posibilidad de una fun dam en tación filo só fica de la ética en la era de la cien cia» , en Apel, 1 9 8 6 , p. 161. 18. -La ética del d iscu rso co m o ética de la respon sabilid ad. Una tra n sfo rm a ció n posm etafísica de la etica de K an t», en Apel, 1 9 9 1 , p. 148.

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ñas desde el punto de vista moral en términos de comunicación, entendiéndolo com o fin, siendo el lenguaje el elemento paradigma* tico que sirve de guía para descubrirla. En segundo lugar está la argumentación, esto es, el uso racional del lenguaje propiamente dicho. Y en esto Apel es tajante cuando afirma nuevamente que el «discurso reflexivo-argumentativo» es «un a priori irrebasable para todo pensamiento filosófico, que incluye también el reconocimiento de un principio criteriológico de la éti­ ca» l9. Apel ha insistido en muchas ocasiones en que esta institución debe entenderse a modo de condición trascendental, por ello gusta definir su posición metateórica co m o una «pragmática trascenden­ tal». Así, cualquiera que argumente, aunque sea el más escéptico, si argumenta — y pudiera argumentar contra la tesis de que el discur­ so argumentativo es un principio irrebasable— queda sometido a las leyes del propio discurso, a menos de incurrir en una contra­ dicción, conceptuada por Apél, en otros textos, com o autocontradicción «realizativa», «pragmática» o «performativa» {performatwe Selbstwiderspruch) 20. A diferencia de la contradicción semántica o formal, aquélla se manifiesta en que el contenido propositivo de un enunciado es contrario al carácter de la emisión o, en la term inolo­ gía de Austin, el significado de una locución — cuyo contenido en este caso puede ser una proposición que va contra la argumenta­ ción— contradice su fuerza ilocucionaria, ya que la hace explícita mediante argumentos. Quien desee fundamentar sus normas y co n­ vencernos para que las adoptemos tendrá, pues, que argumentar, pero el uso del discurso argumentativo impone exigencias — res­ tricciones y obligaciones— que muestran su talante normativo. El conjunto de esta formulación puede interpretarse, como ya hemos indicado, co m o el giro lingüístico dado a ¡a ética kantiana o, como el propio Apel señala, el principio ético-discursivo es «un principio que puede entenderse co m o transformación posmetafísica del prin­ cipio de universalización de la ética — del im perativo categórico , pues— que Kant formuló por primera vez» 2I. De la distinción entre comunidad real e ideal de comunicación — esta última entendida co m o presupuesto contrafáctico— obtiene Apel normas ideales válidas universalmente, tales com o «la corres­ ponsabilidad, la igualdad de derechos, por principio, de todos los 19.

Ib id ., p. í s 1. E llo se da, según n u estro au to r, en ex p resio n es co m o las siguientes: 1) -A severo que no rengo ninguna p retcn sió n de sen tid o »; 2) -A severo que n o teng o ninguna p rete n ­ sión de v erd a d -, por lo que d ice: -S o n éstas justam en te aquellas frases sobre p resu p o sic io n es n ec e s a r ia s J e l a rg u m en ta r q u e u n o n o p u ed e n egar en ta n to arg u m en ta n te sin c a e r en au to c o n tr a d ic c ió n p r a g m á tic a y q u e p r ec isa m e n te p o r e llo u n o n o p u e d e fu n d a m en ta r (fo rm a l-)ló g ic a m en te sin c ir c u lo v ic io s o (p e titio p rin cip ii)» (A pel, 1986, p, 21). 21. A pel, 1991, p. 158.

20.

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participantes en la comunicación» u . Aunque esta distinción ha sido objeto de críticas, Apel cree que se trata de una buena distinción para discernir entre un plano formal o (A) de fundamentación, en el que coincidiría con Habermas, y un plano (B) o histórico, ausente en Habermas por subrogación de su ética en una filosofía del dere­ cho, en la línea de una cierta aproximación discursiva a la Sitt¡ichkeií hegeliana. De acuerdo con la evolución histórica y cultural de la humanidad podemos encontrar una línea de progreso median­ te la que introducir la dinámica de la comunicación co m o m otor de las relaciones humanas de hecho. Por ello Apel propugna que «hay que considerar el principio ético del discurso más bien com o un valor que puede funcionar com o baremo de un principio teleológico de com plem en tación del principio del discurso» n . Este valor expande la ética universalista iniciada con Kant H acia una m acroética de la hum anidad , título de otro texto de Apel en el que se formula esta cuestión, justificándolo del siguiente modo: De las in tervenciones tecn o lóg icas en la n aturaleza y de la in teracció n social, ha surgid o una situación global en nu estro tiem p o que exige una nueva ¿tica de responsabilidad co m p artid a; en otras palabras, un tipo de ética qu e, a dife­ rencia de las tirin a s tradicionales o convencionales, pueda ser designada co m o una m a cro é tica planetaria-’4.

Resumiendo un tanto esquemáticamente ambos planteamientos de la ética discursiva puede establecerse lo siguiente: el fundamento explicativo de la razón práctica aparece en el ejercicio del lenguaje, ya que su uso argumentativo implica, en forma de presupuestos, principios de naturaleza ética. Aquí es donde se manifiesta el carác­ ter solidario entre lenguaje y valores25. ¿Querría esto decir que del hecho lingüístico se derivan normas, o que del ser del lenguaje se deriva un d eber ser de la acción? Si la respuesta fuera afirmativa, la conclusión sería tan evidente com o desoladora: habríamos caído de bruces en las garras de la falacia naturalista, contra la que nos habrían prevenido las enseñanzas de Hume primero y M o ore después. Pero para aceptar que el resultado 22. 23. 2 4.

IbiJ. Ibid., p. 181.

Apel, 1 99 2 , p. 12.

2 5 . D esde p o sicion es d istin tas a la ética discu rsiva, co m o -la nueva retó rica» de la escuela belg a, se ha lleg ad o tam bién a estab lecer algunas ex ig en cias — que podem os juzgar de n aturaleza m oral— para el uso argu m en tativ o del len g u aje, co m o por ejem p lo la e x ig e n ­ cia de rech azo de la v iolencia (c í. I’erclm an y O lb rcc h ts-T y te c a , 1 9 8 8 , pp. 105-1 1 1 y pussin t). In te rcalo esta cita de in terés: -P ara que haya arg u m en tació n , es n ecesa rio q u e, en un m om en to dad o, se produzca una com unidad efectiv a de p erson as. Es p reciso que se esté de acu erd o, an te to d o y en p rin cip io , en la form ació n de esa com un idad in telectu al y, después, en el h ech o de d eb atir ju n to s una cu estión d eterm inada» (ib id ., p. 4 8 ).

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de la ética discursiva conduce a la falacia naturalista tendríamos que haber trabajado con otra concepción del lenguaje de la aquí expuesta, ello quiere decir, con una concepción regida por un o r ­ den lógico distinto: el orden de la lógica formal. Y éste no es otro que el que se desprende de la concepción lógico-semántica del len­ guaje. Este orden lógico es el que, considerando al lenguaje com o algo separado de sus usuarios, en su dimensión exclusivamente sintáctico-semántica, com o una especie de en-sí, haría derivar de él normas de conducta para los seres humanos. Por un lado iría el hecho — el lenguaje, en este caso— y por el otro la norma. Pero en la concepción del lenguaje en que se sustenta la ética discursiva no hay tal separación, por lo que es improcedente establecer la derivación. Y no la hay porque estamos de lleno en los dominios de una posición hermenéutica, donde la dimensión relevante es la pragmática, es decir, aquella que pone en primer plano la insepa­ rable relación entre el mensaje lingüístico y sus destinatarios, sin los cuales aquél carece de razón de ser. Ellos son precisamente, en su esfuerzo por la comprensión, los que otorgan carta de naturaleza significativa a unos signos, cumplidas las leyes sintáctico-semánticas. Sin el intérprete no hay mensaje, sólo vacuas proferencias, lo que conlleva a sostener que estamos ya en el lenguaje y está también el mundo de la vida estructurado lingüísticamente. Así pues, la liberación de la dimensión pragmática, que constitu­ ye a un ente com o sujeto comprensor, conduce por eso mismo con la mayor naturalidad a instaurar un campo filosófico en el que la razón, que ya es razón lingüística o verbal, se ocupe a su vez del lenguaje, lo que es decir de otro modo que se ocupe de sí misma,y ocuparse del lenguaje lingüísticamente es desencadenar un proceso de re­ flexión. En consecuencia, el lenguaje puede ocuparse de sí mismo, el lenguaje es, pues, en esta tesitura, autorreferencial. Ahora bien, instalarse en el lenguaje reflexivamente es describir un círculo cuya única salida lógica, co m o sabemos desde Kant, es posible mediante la ubicación en un punto de vista trascendental donde lo que sale a flote es aquello que no puedo racionalmente sobrepasar por formar parte de las propias condiciones de mi reflexión, sin las cuales ésta no podría ejecutarse. M etidos, entonces, dentro de ella, ya no pue­ de haber derivación, sólo afloramiento, manifestación, toma de c o n ­ ciencia de lo que posibilita y hace viable mi propio discurso26. De esta manera, el principio de la ética discursiva, que nos obli­ ga a situarnos en el plano de una comunidad de comunicación por 26. «Si só lo llegam os a norm as válidas en cu an to ya las tenem os, en to n ce s la situación que sirve co m o p u n to de partida al fundam entador de norm as só lo podrá co n sistir en que él ya tie n e , de alguna m an era, las n orm as, pero n o lo sabe, o n o lo sabe de m odo seguro/claro. Y la a p o rtació n (co n sisten te en la fu n d am en tació n) que ha de hacer el ético (filo só fico *

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el liso argumentativo del lenguaje, con las consecuencias que ello entraña, no es una norma derivada — ni derivable— del hecho del lenguaje, sino una condición de posibilidad en el funcionamiento del lenguaje mismo a modo de elemento a priori de la com unica­ ción, descubierto desde I3 reconstrucción discursiva que pone en marcha una reflexión filosófica de índole pragmático-trascenden­ tal. No hay, en consecuencia, falacia naturalista27. Una cuestión de fondo que afecta a todo el entramado discursi­ vo de Apel es su concepción del lenguaje. Sin restarle ningún mérito al planteamiento se podría objetar que, en efecto, halla en el len­ guaje lo que previamente ha puesto en él. Así, podría afirmarse que si la dimensión normativa es condición de posibilidad del lenguaje lo es porque, previamente, del lenguaje hemos seleccionado su ca­ pacidad para el entendimiento. ¿Hay un entendimiento «sin que­ rer», o hay entendimiento porque éste se desea? La respuesta de la ética discursiva, com o hemos visto, es inevi­ tablemente circular, coimplicándose los dos planos, el teórico y el práctico. Pero mucho nos tememos que sin hacerlo previamente explícito se hayan cargado las tintas del lado de la razón práctica en detrimento de la teórica al propiciarse una elevación de la orienta­ ción pragmática del lenguaje por encima de las otras, esto es, al entrar de lleno en el terreno de la acción , que es el terreno de la filosofía moral, y que es también lo que desde Peirce, Austin y el segundo Wittgenstein, pasando por Gadamer y la ética discursiva, se viene poniendo más de relieve en el enfoque filosófico del len­ guaje. Sólo que, por motivos que ahora no vienen al caso, Austin y el segundo Wittgenstein habrían renunciado a sacar las consecuen­ cias de carácter ético a este planteamiento. Habermas y Apel podrían responder que lo que han hecho era inevitable, y si ello fuera así, estaríamos de lleno no tanto — o no sólo— en el fichteano dictum de que la clase de filosofía que se trasccn d cn t.il) n orm ativ o (ap o rtació n fallid a, por lo dem ás, en el caso de K ant) no co n siste en to n ce s en la in feren cia de esas norm as — in feren cia in síp id a, según se acaba de v er— , sino en el d escu b rim ien to de las mism as co m o n orm as ya siem pre n ecesariam en te reco n o cid a s, aun cu and o sin un saber claro al respecto» (K uh lm an n , art. c it., en Apel, C o rtin a , De Zan y M ic h clin i, 1 9 9 1 , p. 1 1 9 ). 27. So b re el carácte r tra scen d en ta l de la re flex ió n filo só fica , h crm cn éu tica m en te o rie n ­ tad a, n o están de acu erd o los dos aurores más rep resen tativ o s de la ética d iscu rsiv a, co m o son Apel y H aberm as. Así, m ientras Apel d efiende una p o sición trascen den tal fu e rte , com o la que h em os d estacad o , em p arentad a m ás d irectam en te co n la filo so fía de Kant — m ás « filo só fica», podríam os d ecir— , H aberm as ha p referid o distan ciarse hacia p o sicio n es re la ­ cio n ad as con las cien cias del lenguaje — m ás -lin gü ística» y más en la línea de una «teoría de la acció n co m u n icativ a»— , re co n o cie n d o , eso sí, el ca rá cte r lin gü ísticam en te m ediado de la razón hum ana b ajo la d en om in ació n de «pragm ática universal». Una discu sión de los pun­ to s de vista de Apel, ju n to con su propia p o sició n , puede verse en H aberm as: «¿Q u é s ig n ifi­ ca pragm ática universal?», en H aberm as, 1 9 8 9 , pp. 2 9 9 -3 6 8 .

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profesa depende de la clase de persona que se es, sino, lisa y llana­ mente, en el kantiano primado de la razón práctica28. En este caso una previa elección de valores, en la línea del hu­ manismo democrático que parte de la tradición emancipatoria de la modernidad, estaría condicionando el resultado de las tesis que se defienden, orientando nuestra percepción del lenguaje. Y no sería, entonces, el caso que del lenguaje se transitara hacia los valores, com o que el propio lenguaje vendría a ser ya él mismo un valor. Pero co m o en toda cuestión circular, no sabríamos por dónde c o r ­ tar. A fin 'de cuentas, pese a los derroteros posmodernos, con el lenguaje no se sustancia la muerte del sujeto, sino su retorno a su dimensión comunicativa, esto es, social. En cualquier caso, ver el lenguaje orientado al entendimiento co m o valor — co m o valor hu­ mano— , tanto si se aborda la cuestión desde el plano teórico — se­ ñalando las condiciones de posibilidad del acto lingüístico— , como si se lo aborda desde aquello que previamente pretendemos conse­ guir con él — desde el plano de la razón práctica— , estaríamos acep­ tando la dignidad, libertad e igualdad de los sujetos humanos como valores morales dignos de promoción. La ética discursiva pone el mayor énfasis en la idea de consenso, idea que expresa la orientación hacia el entendimiento inserta de lleno en el ámbito del discurso argumentativo. Pero el consensualis­

28. C o m o es bien sabid o , el p aren tesco de la ¿tic a discursiva co n la ética de Kant, co m o ya hem os reco rd ad o, es algo n o to rio , y los p rop io s in teresad os no han h ech o más que d estacarlo . Pero al h ilo de la o bservación a n terio r, bien podríam os añadir o tra a p rop ó sito de ética k an tian a, ev ocan do alguna de las dim ension es de su p lan team ien to que no dejan de ser, en alguna m edida, in qu ietan tes para la p ropia cu estió n del fundam ento. A d ife re n cia de K ant, que haría descansar el fu n d am en to de la ética en el d eber co m o fa ctu m de la razó n , lo que im pediría o to rg arle carta de naturaleza ra cio n a l, la ética discursiva sí persigue y logra, co m o esp ero haya qu edado c la ro , d ich o fun dam en to racion al por la línea del lenguaie. Por lo que respecta a K an t, se podría o b je ta r que el d eber co m o tal no puede ser fu n d am en to de la ética , puesto que to d o d eber es para algo o en fu n ció n de alg o, lo que le resta ca rá cter abso lu to . T a l y co m o ex p lica Kant en .la form u lació n del d eber m ediante im p erativ os, su ex isten cia está sustentada en la hum anidad , esto es, en el v alor y en la dignidad de la p erso ­ na que nos ex ig e tratarlas co m o fin es — dignidad— a rodas ellas — universalidad— . Si no ex istiera el re co n o cim ie n to previo del valor p erson al, el deber sería un d eber cie g o , sin fin alid ad , sin co n ten id o , sin d estin atario s. A hora bien , el reco n o cim ie n to del valor de la person a, aco tad o por el titu lar del d e b e r, supone ya un rom a de postura en su fav or, lo que equivale a una d e cisió n , que no puede ser sin o una d ecisión m oral. En ese ca so , sólo si hem os d e cid id o apostar por la m oralidad d e b e m o s ser m orales. Pero en tal su pu esto, el d e­ b er tiene detrás el q u erer. La ex iste n cia del d e b e r, pues, no ex p lica por qué debo ser m oral, no lo ju stifica, es só lo una señal de que lo soy , y lo soy porque he decidido serlo. Ahora bien , ¿d ebo serlo ? La respuesta es afirm ativ a si me in stalo en la perspectiva de la hum anidad y es negativa en caso co n tra rio , p orqu e la prim era p erspectiva m e c o m p r o m e te m o ra lm e n te. Pero si me in stalo en la perspectiva de la hum anidad debo aceptar la razón , y al aceptarla descubro su ca rá cte r n orm ativ o a través de la arg u m en tació n qu e, co m o ha qu edad o d ich o , es la vía em p rend id a por la ética discu rsiva. La o tra es la de K ant, y ésta n o ex p lica por qué hem os d e actu ar m oralm en te a m en os de q u erer ser m orales.

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mo busca, sobre rodo, la aceptación de un marco básico propio de la argumentación en serio, sólo rechazable por quien quisiera si­ tuarse fuera de dicho marco — aunque ello no lo podría argumen­ tar— , lo que equivaldría a hacer un uso «patológico» del lenguaje. Y dicho consenso, de carácter eminentemente procedimental, no sería más que la toma de conciencia de los valores morales a que obliga la comunicación. En este caso estaríamos hablando tanto de un procedimiento co m o de un contenido — bajo la idea de una «éti­ ca mínima»— inherente al propio procedimiento. Pero los teóricos de la ética discursiva van más allá al proponer el procedimiento co m o el medio para avanzar hacia la «formación del consenso». Ello nos induce a tomar en consideración dos tipos de posibles consecuencias que podrían plantear algún problema. El primero se refiere a la prolongación de la idea de consenso a todo lo éticamen­ te relevante, de manera que un consensualismo de principio deven­ dría en un consensualismo de los resultados, amparando con ello algo más que una ética mínima. El segundo — en rigor, consecuen­ cia tlel anterior— podría dejar en un lugar poco viable, si no es que acabaría oscureciendo, al propio sujeto individual, a partir de cuya conciencia se pfone en marcha su conducta com o conducta moral. Sobre este particular ha llamado entre nosotros recientemente la atención Javier Muguerza a propósito de una discusión sobre el fundamento de los derechos humanos, sustituyendo la idea de c o n ­ senso por la de disenso, bajo la denominación de «imperativo de la disidencia», «por entender que — a diferencia del principio de uni­ versalización, desde el que se pretendía fundamentar la adhesión a los valores com o la dignidad, la libertad o la igualdad— lo que este imperativo habría de fundamentar es más bien la posibilidad de decir “no” a situaciones en las que prevalecen la indignidad, la falta de libertad o la igualdad» i9. De esta manera la alternativa pasa a denominarse «la alternativa del disenso». Además del apoyo teórico que encuentra en la formulación — negativa— del imperativo kan­ tiano que tiene com o principio la propia dignidad humana, acude también Muguerza al testimonio empírico de la historia. Esta nos muestra que la lucha de la humanidad por el establecimiento de un orden justo representa un rechazo o negación, trágico muchas ve­ ces, de aquellas situaciones fácticas que lo conculcan, lo que equi­ vale de hecho a la ruptura del consenso. De este modo, diciendo «no» habría progresado la historia de la humanidad en la línea de su emancipación. Y ese «no» dicho desde el interior de la conciencia moral de un sujeto humano hace a Muguerza reconducir el discur­ so moral hacia las fuentes de un «individualismo ético», al tiempo 2 9 . «1.a alternativa del disenso. En to rn o a la fun dam en tación ética de los derech os h u m a n o s-, en M uguerza, 1 9 8 9 , p. 4 3 .

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que lo aleja de un consensualismo universalista. ¿Pero se aleja tanto del espacio teórico promovido por la ética discursiva? Sinceramen­ te creemos que no, para lo que apuntamos este breve comentario. La alternativa del disenso puede considerarse a modo de una radicalización por vía negativa de la ética del consenso. Puesto que la ética discursiva — al menos en la versión más explícita y elabora­ da de Apel— se mueve aceptando la contradicción dialéctica entre la comunidad real e ideal de comunicación, a cuya resolución em ­ puja, pero cuya existencia mantiene en el marco de un mundo de seres humanos, el imperativo de la disidencia vendría a acentuar el momento crítico de la dialéctica, por otra parte tan bien destacado en este siglo por el Adorno de la D ialéctica negativa , frente a las impacientes conciliaciones de corte hegeliano o neohegeliano. Desde el punto de vista material, el imperativo de la disidencia representa la voz de alerta que nos pone en guardia sobre la todavía no realizada comunidad ideal en la comunidad real de comunicación. Pero desde el punto de vista formal la llamada al disenso, como llamada genuinamente ética, es decir, como imperativo cuya exigencia compromete a todos los sujetos, invoca justamente la idea de una humanidad que se torna co m o comunicación al tener que presupo­ ner la existencia de sujetos que entenderán el imperativo, imperati­ vo que convierte a sus destinatarios en acordes en la disidencia. Si se invita a la humanidad a decir «no» a lo que hay, es por cuanto que eso que hay, lejos de tomarse com o humano, es «no humano» todavía, o, aunque hecho por seres humanos, es indigno de ellos. Decir «no» significa no tanto eliminar el consenso, sino sólo «este» consenso, el que ya no sirve, puesto que lo que se reconoce es que dicho marco discursivo no reúne las condiciones para la formación del consenso, y es su búsqueda sobre bases nuevas la que orienta y legitima nuestro rechazo. Implicaría, por tanto, invocar la recons­ trucción del marco argumentativo de comunicación roto por la in­ justicia, lo cual supone aceptar el consenso presupuesto por el pro­ pio discurso argumentativo, al ser un «no» argumentado. Tanto formal com o materialmente, el principio de la ética discursiva permanece­ ría, pues, en pie, y me parece que ello no está lejos de las intencio­ nes del «individualismo ético» suscrito por el propio M u g uerza10. 30. En un te x to recien te sob re el tem a escrib e a m od o de co n clu sión : «Pero dado que los co n flic to s reales rara vez se resuelven por m ed io de co n sen sos ideales y n o siem pre podem os resolv erlos m ed iante los que no lo so n , lo que aqu ellas situ acio n es co n flictiv as co n tribu y en a poner de relieve es la nada desdeñable im p ortan cia del d isen so de los in div i­ duos para la vida d em ocrática y — aunque co m ú n m en te no sea re co n o cid a así— tam bién para la ética com unicativa que pretende fundam entarla filosó ficam en te- («¿Una nueva aventura del barón de M ü n ch h auscn ? V isita a la “com un idad de co m u n ica ció n " de K a rl-O tto A p el-, en Apel, C o rtin a , De M an y M ic h e lin i, 1 9 9 1 , p. 1 6 2). De pasada añadirem os que n os gusta­ ría en co n trarn o s en tre qu ienes apuestan por ese re co cim ien to po co -co m ú n -.

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Si para acentuar la comprensión de esta orientación de la ética contemporánea tuviéramos que marcar el contraste entre la decons­ trucción nietzscheana — que hemos sumariamente recogido en los capítulos primero y tercero, pero que inspira algunos de los más conocidos planteamientos posmodernos— y la reconstrucción de la ética discursiva, «por cuál de ellas optar? Si es cierto que una buena respuesta filosófica nunca deber tener la forma de una ruda y ele­ mental exposición en blanco y negro, también lo es que una solu­ ción arrojará más luz que la otra, al menos co m o tendencia. Los tiempos precarios en que vivimos, tras la experiencia de muchos fracasos, nos han hecho más sensibles a la cautela, y han vacunado nuestra impaciencia con muchas dosis de desconfianza. Podemos, no obstante, arbitrar un procedimiento para otorgar una respuesta a la cuestión. Éste consistiría en aplicar el método de cada uno a la posición contraria, de modo que Nietzsche se convierta en crítico de la ética discursiva y ésta, a su vez, en crítica respecto de Nietzsche. Nietzsche diría de la ética discursiva, com o heredera que es del programa ilustrado, lo mismo que en su momento dijo de la razón moderna. Para él, el universalismo, el racionalismo o el humanismo de la ética discursiva esconden en el fondo tomas de decisión ajenas al poder de las fuerzas de la vida, encubriendo el triunfo de la debi­ lidad que ha conducido a la decadencia europea. Nihilismo, en suma. El valor que se deja descubrir en el lenguaje es un valor hecho a la medida de las necesidades humanas. Por lo demás, liberémonos del lenguaje, que es el origen de nuestros extravíos metafísicos. La demoledora crítica nietzscheana a una ética que, co m o la de Kant, oficia de fuente de la ética discursiva, contempla la cuestión de fondo más que co m o una cuestión del deber com o un asunto del querer, por otra parte, identificado com o el querer de los débiles, desfondado ya por ser el trasunto de una necesidad. Si es cierta la afirmación del primado de la razón práctica sobre la razón teórica, éste lo es no por la inscripción de la razón, sino por la conversión de la verdad en valor. Más que ante un asunto racional estamos ante una racionalización del asunto, interpretada ex post a la mane­ ra freudiana. Sin embargo, la crítica que la ética discursiva haría a Nietzsche salta rápidamente a la vista. Vendría decir algo así: si haces un uso serio del lenguaje te contradices al no aceptar los presupuestos nor­ mativos que éste incluye, tales com o los valores del humanismo y de la democracia. Es más, puesto que todo es cuestión de perspecti­ vas, ¿no tendrías que hacer algo para convencernos de que la tuya es la mejor?, ¿acaso dirías que la tuya es la mejor porque es una perspectiva privilegiada, la «superperspectiva» omnicompresiva de todas las demás, un paradigma metalingiiístico, algo así com o «el ojo de Dios»? Pero en ese caso también te contradices, porque en-

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ronces te excluyes del perspectivismo que proclamas. Supongamos que nos convences de la fortaleza de tu perspectiva. Pero entonces estás argumentando, lo que te convierte en presa fácil para la ética discursiva, al poner en evidencia tu autocontradicción pragmática. Nietzsche saldría derrotado. N o del todo, sin embargo. Quizá Nietzsche pudiera representar la culm inación de una modernidad no indulgente ni autocomplacida, consciente de sus extravíos y doliente con sus fracasos «Dónde seguiría teniendo algo de razón? Sin duda en la crítica disolvente que siempre cabe hacer de cualquier planteamiento excesivamente racionalista que por co n ­ fiar en lo universal descuida la diferencia, que por poner sus espe­ ranzas en el futuro ignora el presente, o que por participar de un optimismo antropológico intelectualista permanece ciego ante el duro juego de la pasión y del dolor. Pero el atrevimiento nietzscheano podría convertirse por ello mismo en una carga de profundidad contra la ética comunicativa poniendo en evidencia la fragilidad del acuerdo discursivo exigido por el lenguaje com o una simple toma de posición inicial al modo de una «voluntad de acuerdo» previo, que es el que finalmente re­ sulta, ello quiere decir, co m o un episodio más de un hallazgo anti­ cipado, según se ha dicho anteriormente. Si una ética de este tipo, com o la ética discursiva, heredera del programa ilustrado, confrontara parte de estas observaciones y las incorporara a su acervo — y en parte pudiera ya estarse haciendo algo de esto— , com o, por otra parte, intentó hacer Foucault en sus últimos años, tras sus primeros viajes por el desolado paisaje de la «razón impura» occidental, lo que su prematura muerte le impidió, la ética discursiva ganaría más en credibilidad y, sin duda, en for­ taleza Jl. Sin em bargo, cualquiera que se enfrente con la complejidad del lenguaje tendría algo que añadir. Si, de un modo u otro, del lengua­ je no podemos escapar, la propia posición de Nietzsche no tendría 31. En un te x to que M . F ou cault prep aró en 1 9 8 3 , un año antes de su m u erte, titu la ­ d o «¿Q ué es la Ilu stració n ?», d ice, a m od o de program a de una filoso fía futu ra, lo siguiente: «Pero e x iste tam bién en la filo so fía m od erna y co n tem p o rá n ea o tro tip o de cu estio n es, o tro m od o de in terro g ació n c r ític a ; (...) N o se trata ya de una an alítica de la verdad sin o de lo que p odría llam arse una o n to lo g ía del presen te, una o n to lo g ía de n oso tro s m ism os. Y me parece que la e le cció n filo só fica a la que nos en co n tra m o s en fren tad o s actu alm en te es la sig u ien te: bien o p tar por una filo so fía crítica que ap arecerá co m o una filoso fía an alítica de la verdad en g en eral, bien o p tar por un p ensam iento c r ític o que adoptará la form a de una o n to lo g ía de n oso tro s m ism os, una o n to lo g ía de la actu alid ad ; esa form a de filoso fía qu e, dosde H egel a la Escuela de F ra n cfo rt pasando por N ietzsch e y M ax W eb cr, ha fundado una form a de re fle x ió n en la que in ten to trab ajar» (F o u ca u lt, 1 9 9 1 , p. 2 0 7 ). (Pu esto que este te x to fou cau ltian o proced e de ex p o sicio n e s o rales en lugares y m om en tos d istin to s, puede verse o tra versión del m ism o un p o co m ás am plia en D a im o n 7 119 9 3 ) , pp. 7 - 1 8 . P resen ta­ ció n de A. C am p illo).

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que tomarse tan literalmente, ni siquiera por él mismo, pues su crí­ tica esconde también la grandeza y la debilidad de quien, co m o el filósofo, tiene casi garantizada la derrota por su atrevimiento con el penoso trámite de enredarse en los límites del lenguaje. Y puestos en este trance, lo que queda es la constancia de la lucha y, muchas veces, la imposibilidad de hacer un discurso que vaya’ más allá de la ironía.

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12 CON JETURAS PARA UNA FILOSO FÍA DEL LENGUAJE

Después de todo el trabajo de investigación histórica y crítica que hemos venido realizando, con el examen de las cuestiones relativas al com plejo temático del lenguaje, estamos en mejores condiciones de ofrecer algunas reflexiones personales sobre el lenguaje, las cua­ les nos permiten poner un punto y seguido a nuestra tarea. No se trata con ellas de elaborar algo con carácter sistemáti­ co. T a m p o c o — agregaríamos— nada que no se sepa ya. El o bjeti­ vo consiste en destacar aquellos aspectos que n interesan a nues­ tra investigación o aquello que más ha llamado y llaina nuestra atención sobre el terr Pero debemos añadir inmediatamente que el tema, además de i cinante, es vidrioso, no sólo en el sentido usual del término, esto es, en el de expresar alguna dificultad y complejidad, sino también en el de verse confundido, deslumbrado y hasta en ­ vuelto y arrastrado por sus destellos. Pero tampoco podemos sus­ traernos a la tentación de enfrentarnos a ello. A veces el curso de la reflexión tomará un cierto aire paradójico por el hecho de destacar aspectos contradictorios o, sencillamente, por llamar la atención sobre características del lenguaje que pare­ cen excluirse. Ello es inevitable, pues no se trata de elaborar una teoría del lenguaje. Sin embargo, tengo confianza en que el argu­ mento de fondo pueda verse tomando estas notas desde una pers­ pectiva general, a pesar de tratarse de un pensamiento inacabado (lo cual, bien mirado, podría ser redundante).

1. Discurstvidad del lenguaje Desde cualquier ángulo que se considere el trabajo filosófico, nos encontramos inevitablemente con el lenguaje. La filosofía es una

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actividad humana que nace de nuestro encuentro reflexivo con el mundo por la problematización de algunas dimensiones de la reali­ dad que afectan al sentido de lo que hay en relación a nuestra exis­ tencia. Cuando se pone en marcha la interrogación filosófica ya estamos de lleno embarcados en el pensamiento y por lo que sabe­ mos de la actividad de pensar ésta se articula lingüísticamente en aquella lengua concreta en la que hemos crecido y que ha pasado a ser nuestra. F.l solo movimiento del pensamiento propio desde nosotros mismos, en eso que llamamos mente, es un ir y venir de palabras y de frases que circulan a determinada velocidad sin pro­ ducir ruido ni dejar señales físicas, pero que denotan una actividad a veces marcada con el sello de la plena ebullición. Es cierto que las imágenes nos acompañan muchas veces y que tales imágenes son más del gusto de personas dotadas de sensibili­ dad especial, pero también lo es que en el terreno del pensamiento abstracto el código lingüístico hace que la actividad de pensar ad­ quiera cuerpo. Porque, incluso en los muchos momentos en que no damos con el pensamiento adecuado o con el justo término, nuestro errático discurrir también discurre con palabras, pero no con las palabras adecuadas, puesto que la búsqueda del pensamiento justo para la ocasión concreta no es tanto un pensamiento en pos de la captura de la palabra, algo así com o una actividad mental sin mate­ ria en que apoyarse, una noción sin rostro o una forma sin co n ten i­ do, sino un batería de palabras cuya organización no ha alcanzado todavía la formalización y articulación adecuadas. En esa siempre laboriosa tarea de pensar, nosotros mismos nos convertimos en emisores y receptores del mensaje, nosotros mismos nos dirigimos a nosotros mismos, con nosotros mismos hablamos, en nosotros esta­ blecemos lo que luego, al ser voz, se convierte en diálogo con los otros. Pero siempre que pensamos tenemos voz (para nosotros). Se ha discutido hasta la saciedad acerca de la prioridad del len­ guaje o del pensamiento. Sin descuidar los estudios de psicología de la inteligencia dedicados al tema, pero sin entrar en las diferencias de matiz, cuya puntillosidad nace con frecuencia de rivalidades de escuela, quisiéramos sostener la tesis de la unidad de pensamiento y lenguaje co m o formas de hablar acerca de lo mismo. Existe una actividad cerebral o neuromental que pone en marcha el lenguaje, cuando ésta es pensamiento, pero si éste se produce, no se acompa­ ña con el lenguaje, sino que está en el lenguaje, pues si bien un mismo pensamiento puede ser expresado en diferentes códigos lin­ güísticos, aun cuando siempre de forma imperfecta, bastaría decir que su traducción no es la traducción de pensamientos en pensa­ mientos, sino la traducción de lenguajes, esto es, la coincidencia del mismo mensaje en diferentes códigos, lo que es lo mismo que afir­ mar que en ausencia de lenguaje no hay traducción posible.

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Cuando ejercemos la actividad de pensar sobre algo, aquello que pensamos inmediatamente lo convertimos en actividad lingüís­ tica. Basta que pongamos nuestra atención e interés pensante sobre algo para que tenga que pagar el precio de entrar en nuestra mente bajo el disfraz lingüístico, sin cuyo pasaporte tendría reservado el derecho de admisión. No se trata de que la realidad en la que pensa­ mos — algo sobre el mundo físico, la cultura, la sociedad, los seres humanos— la disolvamos en lenguaje, sólo que si la pensamos, si una mente com o la humana la toma bajo su consideración pensan­ te, tiene que abrirse a la dimensión lingüística que dicha mente tie­ ne, co m o la herramienta tiene que adaptarse a la mano de quien la maneja. ¿O es herramienta porque está ya adaptada? Decir que hacemos a la realidad lenguaje no quiere decir que en ausencia del mismo no haya nada o que una vez pensada una reali­ dad x, dimita de su entidad física, por ejemplo, para adoptar la forma de una entidad lingüística. Quiere decir que es lingüística en el sentido de ser objeto de pensamiento para una mente lingüística­ mente estructurada. Fuera de tal relación y justamente en ese m o ­ mento, la entidad en cuestión es lo que es. Porque ahora no se trata de hacer ontología diciendo el tipo de entidad de que estamos ha­ blando, cuanto'de subrayar únicamente un hecho anterior, cual es el de afirmar que previo a cualquier categorización y con anteriori­ dad a todo conocimiento, si hay lo uno y lo otro existe, es, entre otras, bajo esa condición lingüística. En tanto que nuestro pensa­ miento se hace cargo de esa realidad y sólo en ese momento tal entidad entra en el reino del lenguaje. Pero si damos un paso más y afirmamos que nuestro pensamiento sobre algo exige convertirse en conocimiento — con lo que tendre­ mos que ponernos en relación con otras mentes, al menos co m o posibles, cuya aceptación de dicho conocimiento es una condición de su carácter objetivo y de su reconocimiento com o tal y no mera privacidad intelectual— , también aquí el lenguaje se nos hace pre­ sente, por cuanto tenemos que lograr la expresión adecuada que haga compatible el sentido y la verdad de nuestra enunciación con los hechos tal y com o son también reconocidos por otros sujetos. Y ello se produce mediante el entendimiento lingüístico, mediante la posesión del mismo lenguaje para los mismos hechos y bajo las mis­ mas circunstancias. Aquí el lenguaje tiene que ver con el decir y con la expresión y queda sujeto a la publicidad y al control de aquellos cuyo reconocimiento solicitamos. Para ello es necesario sincronizar los lenguajes, bien se trate de una cuestión en la que los expertos seamos todos, en cuyo caso nuestro lenguaje no tendría por qué ser especializado, bien se trate de un dominio especial, en cuyo caso nuestro lenguaje en tanto que expresión debería reunir ciertos re­ quisitos ad huc para adquirir el reconocimiento solicitado.

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Aunque el término «discurso» se emplee a veces en sentido res­ tringido para referirse a la frase co m o unidad básica de comunica­ ción, prefiero en este texto referirme al mismo bajo una acepción más amplia. Entenderé por discurso la articulación del lenguaje, a través de un encadenamiento coherente de los diferentes signos, de manera que den lugar a la promoción de un pensamiento con senti­ do completo o completable siguiendo sus pautas. Desde este punto de vista, cuando el lenguaje interviene en las actividades del pen­ samiento y del co n o cim iento adquiere, casi exclusivamente, esa forma discursiva, forma con la que nuestro lenguaje castellano ha identificado el verbo «discurrir», siendo el discurso su producto o re­ sultado. A ello me refiero con la expresión discursividad del len­ guaje, pues si bien entendido este carácter en el sentido restringido mencionado anteriormente puede sonar a expresión redundante — en la medida en que todo lenguaje es discurso— , no lo sería si aceptá­ ramos esa consideración más general que relaciona el lenguaje con las actividades del pensamiento. Aquí cabría, en consecuencia, dar un paso más y acercarlo también a la lógica y a los usos del lenguaje mediante la construcción de argumentos y las operaciones de razo­ namiento. Un lenguaje razonado mediante argumentos vendría a ser la expresión más cabal de discurso en el seno de las actividades teóricas de nuestra tradición cultural occidental.

2. M aterialidad del lenguaje A lo largo de la historia del tratamiento del fenómeno lingüístico nos encontramos con algunos enfoques en los que, subrayando el carácter excepcional y llamativo del fenómeno y las posibilidades que el lenguaje nos ofrece, se defiende su consideración co m o algo que lo emparentaría con lo sublime, con lo mágico, o cuando no con lo divino, desembocando con ello en consideraciones que ra­ yan con lo mítico. Así la palabra que cura o la palabra que salva. Ello obedece fundamentalmente a dos razones. Por una parte a lo que en el lenguaje hay de poder — el poder de nombrar, pero tam­ bién el poder del que puede (y sabe) hablar, del que tiene la palabra y dice lo que es y lo que debe ser— y, por otra, a la facultad que posee el lenguaje, debido a su carácter significativo, para «revelar» el sentido de lo existente, resultando con ello la incoacción de una voz que habla de lejos y que tiene las claves de los «misterios» que nos preocupan. La entidad y la autoridad de esa voz anónima, sin rostro y sin fecha — aunque sepamos que el relato que lo cuenta sí la tenga— nos la podemos encontrar con frecuencia en textos de carácter mítico y religioso. El lenguaje vendría así a ser un «don» que los dioses dieron a los humanos.

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Salvo la última concepción heideggeriana del lenguaje — inte­ resante y sugestiva, por otro lado— , cuyas oscuridades pueden abo­ nar la tesis de una cierta absolutización del mismo, mediante el recurso a identificarlo con el ser co m o «habla que habla», como fuente originaria, aún no resuelta y aún a la espera de lo que diga — así como entidad sin historia y sin sujeto— , no ha sido común en el tratamiento filosófico del tema suscribir una concepción del len­ guaje parecida a, o en la línea de, lo anteriormente esbozado. Lo que queremos destacar en este apartado, por el contrario, es que, con independencia de las valoraciones que el carácter ex tra o r­ dinario del fenómeno lingüístico nos induzca a hacer, el lenguaje está integrado por un conjunto de factores que, desde nuestro pun­ to de vista, y desde tres registros diferentes, tienen 1111 componente material. El lenguaje tam bién es un fenómeno material, co m o to ­ dos los que afectan a la condición humana, pues aunque, com o diremos más adelante, el mundo del significado y del sentido que envuelve todo lenguaje y que todo lenguaje crea nos arrastre hacia las cumbres más altas de lo sublime, creando ámbitos que no esta­ ríamos dispuestos a calificar, en primera instancia, co m o materia­ les, ello no es obstáculo para afirmar que, sólo dependiendo de cier­ tas condiciones'materiales— biológicas, físicas y culturales— , puede el lenguaje com o fenómeno alcanzar tales metas. En la medida en que dependa de tales instancias materiales, es el lenguaje un fenó­ meno material (y, por descontado, natural). Veamos ese triple registro. Por lo que sabemos hasta la fecha, el hecho de que la especie humana disponga de la posibilidad del len­ guaje, en el sentido de expresar y comprender mensajes en un có d i­ go lingüístico, depende de la posesión de un cerebro con un alto grado de complejidad, unido a la existencia de determinados órga­ nos de fonación. Sólo un cuerpo dotado de tales características ha llegado a dicha meta, por lo que, desde este punto de vista, sólo como lenguaje humano, podemos hablar, en sentido estricto, de lenguaje. Fuera de este planteamiento queda el interesante tema — objeto de investigaciones múltiples— del lenguaje de los anima­ les y su comunicación intraespecífica, así co m o sus posibilidades de adiestramiento por parte de seres humanos. Según nos informan biólogos y antropólogos, la posesión del lenguaje debió de ser, a la vez, causa y efecto del largo y complejo camino de los procesos de hominización de la especie, camino que sólo ha podido ser reconstruido de forma tentativa, dando idea de lo que pudo ser mediante hipótesis más o menos verosímiles. En todo caso, fue una «ventaja adaptativa». Es el caso que, una vez equipada la especie con los suficientes medios para el empleo del lenguaje — y, desde luego, a partir de fórmulas anteriores de co m u ­ nicación ligadas al gesto y al grito— , el empleo del mismo en la

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comunicación grupa!, co m o expresión de necesidades de todo tipo, debió de imprimir, a su vez, una gran velocidad al proceso de hominización y humanización, estimulando las propias capacidades ce­ rebrales. De este modo, biología y cultura coexistieron y coexisten inseparablemente en este proceso. El segundo registro a considerar se refiere al medio por el cual el lenguaje se hace presente en la comunicación. Ello tiene lugar en función de la naturaleza del código y del canal de comunicación. El lenguaje, desde este punto de vista, prescribe la existencia de suje­ tos que hablen y sujetos que escuchen, puesto que la emisión y re­ cepción del mensaje se hace a través de un medio físico sonoro. El lenguaje necesita del sonido. Cuando, avanzando mucho más en el proceso cultural de la especie humana, las necesidades de com uni­ cación venzan las limitaciones espacio-temporales del código so no ­ ro o fónico, instrumentando para ello procedimientos de traduc­ ción entre dicho código y otro de naturaleza gráfica con la invención de la escritura, el lenguaje habrá escogido otro vehículo sígnico de naturaleza material como son los caracteres escritos. De un sujeto que sólo sabe hablar pasaremos a otro que también sabe escribir, gracias a la posesión de dicho código, unido a la coordinación entre mano y cerebro. Y de un sujeto que sólo puede comprender el sen­ tido de lo que oye pasaremos a otro que está en disposición de interpretar el significado de lo que ve escrito, esto es, a un sujeto que también sabe leer, trasladándose el mensaje fuera de su tiempo para dotar de contenido la memoria de la humanidad com o heren­ cia cultural. Es mediante tales significantes materiales com o el len­ guaje está ahí, con su facticidad, con su cuerpo, con su entidad a nuestro alcance, hecho por y a la medida de los seres humanos. El tercer registro que quisiera tocar sobre el carácter material del lenguaje en cierto modo es una consecuencia de todo lo ante­ rior, pero incide más en los procesos de socialización y culturalización de la especie humana. Atiende a lo que en el lenguaje escrito hay de depósito de la memoria de la humanidad en la forma de documentos, dando fe del quehacer humano a lo largo de los siglos, en la medida en que muestran los intercambios y la relaciones entre personas, sociedades y pueblos. Pero, desde otro punto de vista, apunta también a aquello que la escritura tiene de densificación y solidificación de la creatividad humana. El conocimiento de tales textos por parte de sucesores y coetáneos orienta y modifica sus propias prácticas, lo que los dota de una dimensión efectual: pro­ ducen efectos visibles que, a su vez, alimentan nuevas reflexiones y producen nuevos textos. También el lenguaje descubre la presencia de la acción humana com o forma de vida y puede la sociedad ser entendida com o com u ­ nicación, co m o relaciones de poder entre grupos, como manifesta­

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ción del conflicto y del pacto, del disenso y del consenso, rezuman­ do tal dinamismo en la pluralidad de discursos ideológicos, ex p re­ sión más formalizada de intereses, valores y concepciones del mun­ do. El lenguaje no va solo, pues aunque se sitúe en el nivel de lo simbólico, está en.relación con el trabajo, con las diferentes prácti­ cas humanas y su diferente evolución histórica.

3. Siguíficatividad del lenguaje Si hay lenguaje, hay significado. El lenguaje dice algo y en la medi­ da en que lo que dice, alguien lo expresa siguiendo reglas gramati­ cales y criterios semánticos y eso que dice es entendido también por otros sujetos que forman parte de la misma comunidad lingüística, de la misma comunidad reglada. Prescindamos por un momento de los agentes y usuarios de la comunicación, de los emisores y recep­ tores y quedémonos en la dimensión significativa. Desde este punto de vista el lenguaje envuelve a sus destinatarios, los enlaza, produce la intersección donde los reúne. Así, el lenguaje es la mano que nos toma por arriba, nos arranca de nuestra subjetividad y nos emplaza en el marco de la intersubjetividad. Nos saca de nuestra morada y nos conduce a la «plaza», allí donde no sirve cualquier signo ni cualquier regla, sino sólo los signos y las reglas que lo sean también para el resto de los moradores de ese espacio. La dimensión significativa del lenguaje rescata su vertiente pú­ blica y, al preferir ésta a la dimensión puramente individual o priva­ da, nos conduce también al ámbito de lo conceptual y de lo abstrac­ to, aspectos del pensamiento con los que está relacionado el significado de las palabras. Aun en el supuesto de que sólo usásemos el lenguaje en el ámbito privado de nuestro propio pensamiento, también aquí lo público irrumpiría en nuestra intimidad, ya que en esa operación nuestro yo se desdobla autorreflexivamente, convirtiéndose él mis­ mo tanto en sujeto com o en destinatario de la comunicación, tanto en dicente com o en oyente. Tal desdoblamiento, por el que a noso­ tros mismos nos decimos algo, convirtiéndonos en seres dialogan­ tes, está dispuesto a aceptar no sólo lo que en semejante diálogo mental se le antojase admitir a nuestro yo convertido en emisor, sino precisamente aquello con que nuestro yo, desdoblado en re­ ceptor, se mostrase de acuerdo. De este modo habríamos construi­ do un escenario en nuestro propio ámbito mental a imagen y seme­ janza de escenarios de hecho en donde fluye la comunicación y en donde las palabras tienen aquello que las hace ser objeto de c o m ­ prensión para los intervinientes en el diálogo, es decir, su capacidad para significar, su significatividad. Aun cuando nos quedásemos sim­ plemente en nuestro propio reducto, estaríamos actuando bajo la 321

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presión del paradigma de la comunicación, en el que la dimensión significativa del lenguaje disciplina a los usuarios dbl mismo, que­ dando sometidos a sus propios leyes. Y esa disciplina que las reglas de la gramática de cada lengua impone está puesta al servicio de lograr el entendimiento, por mor de lo que cada acto lingüístico dice, por mor de aquello que los signos significan. Hemos suprimido a los emisores y receptores del mensaje lin­ güístico y hemos retomado aquello que de formal y normativo hay en el lenguaje, pero comoquiera que esa entidad abstracta a la que llamamos el significado de una expresión tiene que lograr su éxito diciendo algo, siendo ese algo lo que quiere decir, ello sólo puede lograrse porque descartando la arbitrariedad y el capricho hemos aceptado la convencionalidad que todo lenguaje tiene com o institu­ ción de la colectividad, en el preciso m om ento en que seguimos ciertos principios y reglas sintácticas, así com o ciertas categorías semánticas. Sólo porque en nuestro decir y en nuestra expresión hemos actuado de este modo podremos obtener el reconocimiento de que los otros — si parten de la aceptación de las mismas reglas— comprendan, aunque no compartan, nuestro mensaje. Sólo en el lenguaje podemos entendernos. Esto significa que no somos propie­ tarios del lenguaje. El lenguaje se deja usar. Por eso marca también la ambigua distancia entre nosotros. Pero de esta manera vuelven a aparecer los agentes de la com u ­ nicación lingüística que precipitadamente habíamos expulsado. En la medida en que el significado circula gracias a la existencia de reglas y convenciones semánticas, tanto en el ámbito privado com o en la expresión subyace co m o referente ideal el modelo de la com u ­ nicación. La escena está siempre dispuesta a ser ocupada por los actores. Al decirnos a nosotroá mismos algo cuando pensamos, al decir algo a alguien cuando nos escucha o al tener el atrevimiento de ponerlo por escrito «a quien leyere», siempre hay o un alguien privado u otro yo o una colectividad real o potencial de oyentes presentes y de lectores presentes y futuros para los que, en esos tres niveles, el lenguaje dice algo. A partir de ahí podemos hablar del significado del lenguaje. Podría dar la impresión, empero, de que a pesar de haber habla­ do del significailo lingüístico en relación con el modelo de la co m u ­ nicación, el significado o los significados tendrían la consideración de entidades misteriosas, independientes de cualquier tipo de so­ porte y dispuestas a convertirse en no se sabe bien qué reino de esencias. Podría dar la impresión, paralelamente, de que el usuario del lenguaje funcionara en esto del significado como quien saca de un depósito preexistente el significado que la ocasión requiere, pre­ viamente seleccionado entre un amplio elenco, eso sí, conveniente­ mente enhebrado a la palabra que le corresponda. Al defender una

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posición interactiva o comunicativa del significado, nuestra posi­ ción semántica al respecto no es ni mentalista, ni realista. No es mentalista, si por tal se entiende que el significado es sólo la noción o concepto que se «pega» al significante. La misma palabra, el mismo significante, ya es significado en tanto que expre­ sa algo que es entendido. Sólo en el lenguaje se da el significado. Ocurre, co m o sabemos, que el lenguaje, considerado co m o co njun­ to de actos de un sujeto, es una actividad de la mente, por lo que si hay algo mental no es el significado, sino, primariamente, el mismo lenguaje. Así co m o en su dimensión interna el lenguaje apunta al pensamiento, en su dimensión externa lo hace hacia la com unica­ ción. Pero en ambos casos es lenguaje. T am poco es realista, en el sentido de suponer la preexistencia de los significados con existencia anterior e independiente de los significantes a la manera de cóm o Platón, por ejemplo, explicó en algunos textos su particular mundo de las ideas. Es cierto que un hablante tiene a su disposición el «tesoro» de la lengua, con la varie­ dad léxica que cada lenguaje natural posee. Pero también lo es que tales significados van soldados a los significantes de tal modo que son inseparables y co m o tales han nacido y evolucionado juntos, formando parte del legado cultural de la humanidad del que nos beneficiamos. Si descartamos estas dos posiciones, también tenemos que des­ cartar por la misma razón — pero en la dirección inversa— la expli­ cación nominalista. Sólo parecería quedar com o alternativa el conductismo semántico. Y seguramente, en el transcurso de lo dicho, haya podido tal posición quedar sobreentendida. Sin embargo no es así del todo, pues al destacar también el papel institucional y social del proceso de significación, nos ha parecido más justo esbozar una interpretación del significado en clave comunicativa e interactiva. ¿Querrá esto decir que en el lenguaje está todo inventado y que sólo somos usuarios del aparato institucional puesto a nuestra dis­ posición, con usos más refinados a medida que lo vamos dominan­ do, pero que nos está vedada la creatividad en este terreno? No del todo. En primer lugar, el simple uso de lo que hay ya supone una creación, pues las infinitas posibilidades de combinar reglas con signos producen infinitos mensajes, aunque también repitan otros ya dichos. Pero, en el peor de los casos, si el que repite lo desconoce, al menos desde el punto de vista psicológico está también creando. Pero, en segundo lugar, la competencia lingüística permite al usuario del lenguaje posibilidades de crear en otro sentido más pro­ fundo, y aunque pueda ser más excepcional, no por eso, o acaso precisamente por eso, tiene menos interés. En esa tesitura se sitúa el lenguaje cuando descubre ángulos, perspectivas, ámbitos u horizontes desconocidos hasta el momento. Cuando, bien por la poesía, bien

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por el ejercicio del pensamiento, el ser humano encuentra una di­ mensión inédita de un fragmento de la realidad, actúa co m o el des­ cubridor de ignotos territorios. Se abre el campo de la imagina­ ción, co m o se abre el de la explicación o el de la comprensión. Nuevos significados — fruto de la combinación de viejos significan­ tes junto con otros que es preciso acuñar, pero con las mismas re­ glas gramaticales— hacen acto de presencia y, en este caso, ya con más propiedad, nuevos «sentidos», podríamos decir — con una palabra en cierto modo sinónima, pero en cierto modo de más vasto alcance— , funcionan co m o nuevas realidades. Desde el pun­ to de vista ontológico no son nuevas realidades, pero desde el punto de vista del pensamiento, en la medida en que lo son ahora para nosotros por haber descubierto un nuevo sentido antes ignorado, funcionan co m o si lo fuesen. Han hallado el aplauso en nuestro ámbito, han encontrado la justa compresión, han adquirido viabi­ lidad discursiva. El lenguaje no sólo ha repetido sino que ha crea­ do, ha construido, no ha dado siempre vueltas al mismo territorio, sino que lo ha abierto a nuevos senderos que conducen a nuevos paisajes. Ello, muy a nuestro pesar, no nos libera de la «incomprensión». Puede que en este caso la incomprensión radique en un defecto de los otros y no nuestro. Pero puede venir de una circunstancia más general. Nuestra inventiva ha ido tan lejos que hemos corrido más aprisa que el tiempo en que vivimos. Se ha producido la anticipa­ ción, para lo que hemos tenido que producir un lenguaje aún no del todo reconocido y de ahí las dificultades que encontramos para e x ­ presarlo. Ello puede dar lugar a un lenguaje «difícil», pero no impo­ sible. Pero una vez dado ese paso, bien la propia evolución cultural de la comunidad lingüística, bien su propia reconversión mediante la hermenéutica en códigos menos herméticos lograrán que el nue­ vo sentido se propague. Pero, en todo caso, el tiempo nos dará o nos quitará la razón. E ntonces sabremos si estábamos ante una an­ ticipación o ante una nueva pscuridad.

4. Especularidad del lenguaje También podría decirse, más metafóricamente aún, «porosidad» del lenguaje. El lenguaje, si cabe hablar así, es algo más que palabras. Cuando se insiste en la importancia o en la trascendencia del len­ guaje para la filosofía, más de uno alzará su voz en defensa de «la realidad», atacando la cuestión con el argumento de que hemos sus­ tituido una posición realista por una resurrección del nominalismo, si es que no hemos aún hecho algo peor, com o sería caer nuevamen­ te en las garras del idealismo, en este caso de traza lingüística. Con

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ello se podría despachar breve y enfáticamente la cuestión y pasar directamente a las cosas sobre las que elaborar nuestras teorías. Pero mucho nos tememos que el lenguaje expulsado por la puerta abierta al mundo acabaría colándosenos por la ventana de nuestros constructos sobre el mundo, a la postre, ¡qué le vamos a hacer!, también de naturaleza lingüística. Para que el sedicente argumento del realista pudiera tomarse en serio habría que aceptar previamente la concepción del lenguaje que destila, ya que ésta no es otra que la que está en el supuesto de que es posible cortar las amarras que unen al lenguaje con la reali­ dad. Si ello fuera posible, nuestro imaginario contrincante estaría en lo cierto y seguramente andaría en lo justo haciendo lo que hace. Sin embargo, hasta donde llegamos, parece una precipitada deci­ sión, puesto que es moneda corriente en muchas ocasiones erigir un espantapájaros o simulacro de teoría (adversa) para luego dejarlo abandonado a la más leve corriente de aire, la cual acabará fácil­ mente derribándolo. En el lenguaje habla el mundo y hace acto de presencia la reali­ dad de las cosas. En este sentido el lenguaje es com o un espejo que nos devuelve la imagen de algo que no es él, pues sería absurdo que el espejo se reflejase a sí mismo. A él se asoman, en la forma que nuestro lenguaje les da, las cosas, cualidades, acciones y personas, pues el mundo, en la medida en que puede decirse, es lenguaje. A lo anterior habría que añadir rápidamente que dicho carácter nada tiene que ver con alguna tesis epistemológica que defienda el isomorfismo entre lenguaje y mundo, quedando el mundo «reflejado» o «representado» por o en el lenguaje. El lenguaje no es representa­ ción, sino que es signo . , ¿De dónde le viene al lenguaje ese carácter especular que lo re­ laciona con la realidad, de modo que ser realista — a finales de este siglo— quiera decir, entre otras cosas, tomar muy en serio al len­ guaje? En principio, de dos hechos que hemos de tener en cuenta. Puesto que, en primer lugar, el lenguaje está relacionado con los procesos de expresión de los seres humanos y de comunicación en­ tre los mismos, y en tales procesos la palabra puede estar al servicio de multitud de fines, tales com o describir algo, dar una orden, for­ mular una pregunta, hacer un ruego, modificar una conducta, por citar sólo los más socorridos, y ello, cuando está correctamente es­ tructurado, surte unos efectos y produce unas respuestas en la mis­ ma dirección y con los mismos instrumentos lingüísticos, habrá que concluir que algo distinto del lenguaje se mueve en el lenguaje natu­ ral, ya que no existe forma separada del contenido. Ese algo que se mueve es el trozo de realidad que hemos tocado en cada uno de nuestros actos lingüísticos. Y no podría ser de otro modo si acepta­ mos la relación evolutiva entre mente y materia, el fondo común de

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donde procede nuestra actividad cerebral, de la que el lenguaje es uno de sus productos. Cuando todo está bien hecho y bien apoyado en la percepción, puede el espejo devolvernos la imagen de la reali­ dad más ajustada a los hechos. Sin embargo existen anomalías. El error, por ejemplo. Pero si nos equivocamos, no será porque hayamos desconectado de la rea­ lidad, sino porque la realidad conectada adolece de falta de infor­ mación y choca con otras conexiones más documentadas, debido a nuestro mal manejo del asunto, quizá debido al escaso bagaje empí­ rico, pero no porque el lenguaje esté vacío. Nuevas reflexiones y nuevos modos de manejar la situación darán como resultado for­ mulaciones más ajustadas a los hechos. O tra anomalía más grave es el absurdo o el sinsentido. Pero el sinsentido no es primariamente un lenguaje de espaldas a los hechos, sino un lenguaje que refleja alguna realidad incompatible con otro lenguaje acerca de esa mis­ ma realidad, en alguna de sus notas, lo que, por descontado, lo hace incompatible con los hechos. Sólo porque hay choque de conteni­ dos puede haber sinsentiilos, pues la lógica no acepta tales incom­ patibilidades. De manera que el sinsentido se mueve de espaldas a la lógica y/o a las categorías semánticas. El segundo hecho al que quiero hacer mención es lo que pode­ mos llamar la semantización del lenguaje. Si el lenguaje significa algo y eso que significa es por, aunque conceptualmente separable (de), un significante, con el lenguaje también nos referimos a algo diferente del propio lenguaje. Si lo hacemos presente en el lengua­ je, si lo referim os con él, debe ser, por fuerza, algo distinto. Llama­ mos referente a aquella entidad a la que se dirige nuestro lenguaje — entendido no co m o un conjunto de términos aislados, sino como discurso— y de la que hablamos, aunque no tiene que ser por fuerza una entidad o hecho físico, si bien está en último término conectada con ellos. Y podemos llamar referencia a la citada capacidad de referir. El referente está fuera del lenguaje, pero la referencia es una propiedad de él, justamente aquella que permite unir referentes a signos lingüísticos. De este modo completamos el carácter «sígnico» del lenguaje, apelando a aquello en lugar de lo que el signo lingüístico está. Pero el lenguaje revela también la presencia del sujeto. Hay también una «subjetividad» del lenguaje, pues éste es manejado por sujetos humanos. Es posible, pero sólo com o momento parcial del asunto, hablar de un lenguaje sin sujeto, si con ello se quiere destacar lo que en él hay de legalidad, de institución, de anonimato, de estructura que nos envuelve y nos permite/impone la posibilidad y el sesgo de la comunicación. Puede incluso, ampliando el tenor del lenguaje a su consideración textual, hablarse de la «escritura», convertida ella misma en sujeto y m otor, com o proceso abstracto e inconsciente

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del que el sujeto es desterrado. Pero al margen de lo que haya de cierto en este tipo de consideraciones — de filiación derridiana— , evocar el lenguaje nos lleva a invocar un sujeto. Para empezar, el sujeto es el que habla o el que escribe: el que dice algo. En su momento, también el sujetp humano — co m o abre­ viatura de todo el trabajo que la humanidad ha ido haciendo en la construcción de las lenguas— creó el lenguaje. Una vez que ellen­ guaje está ya en disposición de ser usado, com o es nuestro caso, no somos ya inventores o creadores del mismo, sino usuarios. Usamos el instrumental ya creado, pero decidimos cómo usarlo, escogiendo los vehículos sígnicos y las combinaciones adecuadas para nues­ tros fines; por ello, al crear el sentido desde el uso que con él hace­ mos, somos, en segunda instancia, creadores. La existencia del lengua­ je revela la presencia de un sujeto: en el espejo del lenguaje nos reflejamos. El sujeto que dice se lo dice a alguien. Desde una elemental co n ­ sideración de la teoría de la información, al sujeto que dice o emi­ sor le corresponde otro u otros sujetos receptores del mensaje de aquél. Al menos dos sujetos, si no más, al menos ya una subjetivi­ dad socializada, interpuesta, mediada por otra (al menos) u otras subjetividades, ellas mismas también mediadas. El receptor, a su vez, lo es no sólo bajo el escrutinio de pasivo titular de una información que el emisor en él deposita. El emisor puede esperar también que su acto lingüístico alcance una reacción por parte del receptor y desencadene alguna secuencia de actos, para lo que dará a sus emisiones una determinada «fuerza ilocucionaria». Hay, por tanto, sujetos en el lenguaje, pero sujetos activos, actores. Pero desde la aparición del psicoanálisis sabemos también que el emisor que dice algo es también un sujeto que «se expresa» y no sólo que expresa. Su lenguaje nos revela su presencia querida, pero puede ser también indicio o signo de su ausencia no querida. El sujeto puede estar tanto en lo que quiere decir co m o en lo que no quiere decir y dice, puede estar en lo que insinúa, en lo que sugiere, en lo que, diciendo, oculta, evita o desplaza. En la impostura sin responsabilidad. Ello exige una hermenéutica del lenguaje que aca­ ba siendo una hermenéutica de la conducta del sujeto, revelando la existencia de fuerzas inconscientes que afloran en el decir del sujeto. A lo largo de los apartados anteriores del capítulo he ido desli­ zando algunas expresiones de carácter ontológico, en la medida en que implican afirmaciones acerca de lo que hay y categorizaciones sobre cóm o es eso que hay. Ello supone ya construir un lenguaje de segundo orden y pronunciarse con aserciones existenciales sobre la realidad, implica, por tanto, lo que se ha llamado un «compromiso ontológico». Es una de las tantas cosas que podemos hacer con el

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lenguaje. Pero si podemos construir un discurso ontológico con nuestro lenguaje, com o una operación de carácter secundario, es porque, primariamente, en él encontramos ya los apoyos o las bases para referirnos a la realidad.

5. C ategoricidad del lenguaje No sólo en el lenguaje aparece el mundo y el sujeto, sino que tal aparición se produce bajo las condiciones que impone el lenguaje, que son las condiciones bajo las que se ejerce el pensamiento, tal y com o apuntamos cuando hicimos mención a la «discursividad» lin­ güística. Si el ser humano es un «animal lingüístico» o un «mono gramático», tal circunstancia condicionará no sólo, como antes decía­ mos, el modo com o la realidad afecta o se incrusta en el lenguaje, sino, también, la propia dirección del lenguaje, el modo co m o a su través nos hacemos cargo de la misma. Y aunque éste no sea el tema que ahora nos ocupe, lo que haya de verdad en el llamado «relati­ vismo lingüístico» va en la dirección de la segunda consecuencia apuntada. Puede suceder que en circunstancias muy específicas una determinada lengua, inserta en una tradición cultural, afecte al modo que tengamos de ver el mundo. En todo caso, lo que aquí nos interesa resaltar es todo aquello que en el lenguaje hay de m ediación. En los procesos de toma de contacto con la realidad que un sujeto realiza siempre entran en juego un conjunto de mediaciones que descartan la existencia de intuiciones, «revelaciones» o cualesquiera acercamientos inmedia­ tos. Si ellos se producen, será por la utilización más rápida y directa de las vías mediatas o formarán parte de otros procesos ajenos al pensamiento discursivo. Existen mediaciones de distinto tipo. Desde la mediación que supone el poseer un cuerpo dotado de una determinada actividad neuronal, con extremidades llamadas a manipular los objetos, pa­ sando por la mediación de nuestro sistema perceptivo y nuestra propia personalidad con sus valores y expectativas, hasta llegar a la tradición cultural desde la que pensamos, incluida la historia, tanto la nuestra com o la de nuestra especie. El lenguaje es la gran mediación, por cuanto en él no sólo se da el pensamiento y la coordinación de las diferentes experiencias, como primer momento del proceso, sino porque debe lograrlo a través del decir, de la expresión acorde a las convenciones de la lengua utilizada. Aunque el pensamiento pueda mover al lenguaje en la dirección conveniente, tal movimiento queda sujeto a la legalidad lingüística, pues el pensamiento es una actividad lingüísticamente mediada. A partir de ahí estamos ante una posibilidad, pero cuyo

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reverso es también limitación o determinación, según la conocida formulación dialéctica. Y por ello podemos hablar del lenguaje, en la medida en que es algo hecho y dado, com o condición de posibi­ lidad, o de una razón lingüísticamente orientada, al menos en sus as­ pectos generales. _ Categorizar x es situarlo en una determinada categoría. Es una operación similar a la de clasificar, por la que el x de referencia puede ser considerado también miembro de una clase. Este es un modo de establecer un cierto orden a partir de la información de que disponemos y a ello contribuye el lenguaje. El lenguaje com o algo ya hecho, como institución de una determinada colectividad de hablantes, nos da ya una cierta estructuración y organización de la experiencia en sus líneas fundamentales. Estas afirmaciones no deberían resultar extrañas, pues, ya desde los primeros sistemas categoriales procedentes del pensamiento griego, la filosofía nos tiene acostumbrados a clasificar y categorizar la rea­ lidad a partir del análisis del discurso o de la frase, aunque dándole una interpretación de carácter eminentemente lógico. Desde la in­ vestigación llevada a cabo por las diferentes ciencias del lenguaje, unida al dinamismo desplegado por la propia filosofía en este cam ­ po, estaríamos incluso en condiciones de afirmar que las llamadas categorías del pensamiento, concebidas com o estructuras de carác­ ter fundamentalmente lógico, encontrarían un mayor reconocimiento si incorporaran también la dimensión lingüística que les es insepa­ rable. Ahora bien, ello debería producirse a condición de recuperar también otros aspectos del lenguaje y no sólo la interpretación que del lenguaje pueda hacerse desde los supuestos de una teoría del juicio o, sencillamente, desde la lógica formal. La tarea es ambicio­ sa, pero no por ello puede dejar de ser sugestiva. Sin trasladarnos al plano ontológico para evitar lo que podría­ mos llamar la «falacia lingüística» — la cual podría consistir en pa­ sar acríticamente del lenguaje a la realidad, no sólo produciendo un isomorfismo entre el uno y la otra, sino afirmando crasamente que el mundo es lo que y com o el lenguaje nos lo muestra— , e incluso discutiendo si tal falacia puede siquiera plantearse, pues su propio planteamiento nos exigiría, en algún momento, el salim os del len­ guaje, sí podríamos tomar en consideración un cierto análisis de la realidad que viene ya dado por las propias categorías del lenguaje. Ello no nos exime de construir el censo categorial que juzguemos pertinente desde el punto de vista filosófico, pero en esta tarea nos ayudará el tomar en consideración al propio lenguaje, pues, en todo caso, a través de su mediación pensamos, y lo que filosóficamente construyamos, en él tendremos que formularlo. Tal consideración la deberíamos hacer al menos com o propedéutica a un trabajo pos­ terior de carácter inventarial y sistemático.

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Por lo que se refiere a las lenguas que nos son más familiares y en las que se ha forjado el pensamiento occidental, cuyo lejano tronco común, co m o es sabido, es el indoeuropeo, podemos ver ya un cier­ to tipo de análisis atendiendo a las propias categorías gramaticales en que poder descomponer el discurso. Así, por ejemplo, los nom ­ bres revelarían la presencia de entidades de distinto tipo como o b je ­ tos o personas , por ejemplo, convertidos en sujetos de predicación. Tales nombres hacen referencia tanto a entidades concretas com o abstractas, pudiendo incluso singularizarse mediante la utilización de nombres propios. Los calificativos muestran la presencia de cu a­ lidades, propiedades, características, mientras que los verbos reve­ lan la presencia de procesos, eventos, acciones. Las conjunciones, las preposiciones y los adverbios nos hablan de las relaciones que pueden establecerse entre las categorías anteriores. Categorías del tipo de los deícticos muestran la presencia de sujetos que hacen una emisión o son destinatarios de ella. Al tratarse de lenguas flexivas, tal posibilidad nos permite dividir el tiem po o recoger la variedad y m ultiplicidad de las cosas. ¿Y qué decir del léxico? Cubre el territo­ rio de lo actualm ente expresable en una lengua. Salvo que hagamos afirmaciones existenciales del tipo «x exis­ te» o factuales com o «ahora hace calor», descripciones como «y es un planta», juicios como «la astrología es pura superchería» o valo­ raciones co m o «el fanatismo es deplorable», no hemos com prom e­ tido epistémicamente nuestro uso del lenguaje. Ello lo ponemos en práctica al hacer ciencia o filosofía, pero cuando, com o en el caso del párrafo anterior, aceptamos lo que el lenguaje nos revela, única­ mente hemos aceptado la categorización de la realidad que el mis­ mo lenguaje, como paso previo, nos impone, lo cual supone un co m ­ promiso anterior al compromiso ontológico, com o es el compromiso lingüístico. Ello no es irrelevante, pues introduce una cierta legali­ dad en el manejo de nuestras posibilidades lingüísticas. Esa legalidad se verá reforzada si pasamos al aspecto estricta­ mente reglado del lenguaje co m o es la sintaxis. El puesto o el orden de las distintas categorías lingüísticas y su combinación en el dis­ curso no es de libre elección del usuario del lenguaje, aunque lo sea el tipo de frase que pretenda construir. Cada lengua impone su pro­ pio orden. Y el orden sintáctico está directamente entroncado con las posibilidades del pensamiento.

6 . Reflexividad del lenguaje

No se trata tanto de que cualquiera que sea el tipo de reflexión que realicemos lo hagamos con el lenguaje o sirviéndonos del lenguaje, aspecto sobre el que ya hemos insistido anteriormente, cuanto que

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el lenguaje sea también el instrumento para hablar sobre él. Desde un punto de vista general, el lenguaje tiene la singular característica de constituirse a la vez en objeto de reflexión y medio por el que alcanzar o realizar dicha reflexión. Lo que decimos es un modo de constatar lo que hasta ahora hemos venido haciendo, pues hemos llenado nuestro discurso — lingüístico— de reflexiones sobre el len­ guaje. Obviamente, con el lenguaje también podemos hablar acerca de otros temas que no sean el lenguaje, pero el tema que ahora nos ocupa es precisamente el lenguaje, una de cuyas características es poderse convertir en tema de reflexión sin poder dejar por ello de ser al mismo tiempo el medio por el que tal reflexión se realiza. En este paso nos encontramos frente a toda la hondura en la que el lenguaje nos sumerge y de la que sólo a través del lenguaje — o sólo con él— podríamos salir (sin salir del todo). Por una parte, el lenguaje es m ediatez, medialidad, m édium , en tanto que a través de la estructuración lingüística se nos hace presente discursivamente la realidad. Por ese medio circulan los pensamientos, las ideas, el co ­ nocimiento. Ahora bien, en la medida en que el propio lenguaje se convierte en objeto de discurso parece que es su carácter de inm e­ diatez el que uos arrastra, pues es desde él mismo com o llegamos a convertirlo en mediato. (Pasa algo parecido con la razón: el cristal con que miramos se mira también a sí mismo.) { Intentando ser menos metafóricos tendríamos que añadir que esto es lo que está detrás, en principio, de lo que estamos concep­ tuando com o reflexividad o autorreflexividad del lenguaje y puede tener, al menos, una consecuencia que me gustaría comentar. Se trata de la capacidad metalingüística del propio lenguaje. En efecto, podemos hablar sobre muchas cosas, podemos elaborar toscos o bellos discursos sobre esto o lo otro, sobre lo más concreto e inme­ diato o lo más abstracto, podemos también fabricar textos que re­ cojan desde lo más utilitario hasta lo más desinteresado, desde lo más rastrero hasta lo más sublime, y así hasta completar una larga lista. Pero también podemos — y es lo que ahora nos interesa desta­ car— construir un lenguaje que nos permita hablar sobre el lengua­ je. Tiene el lenguaje esa capacidad metalingüística, autorreferencial, por la que poder referirse a sí mismo, aunque no bajo el mismo aspecto, sino desdoblándose en objeto de discurso, por un lado, y discurso sobre dicho objeto, por otro.'s El que podamos construir un lenguaje sobre otros lenguajes es una ventaja para la filosofía, no ya sólo por cuanto una parte de su actividad pueda convertirse en o bjeto de tratamiento sectorial o disciplinar como filosofía del lenguaje, sino porque abre un nuevo campo a la problemática lingüística, que es aquella que eleva el rango del lenguaje a condición general de la compresión, el pensa­ miento y el discurso. Un lenguaje que hable de estas condiciones

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no es un lenguaje cualquiera, sino un nuevo lenguaje cuyo referente lo constituyen los demás lenguajes, de manera que pbr tal razón dicho lenguaje se sitúa en un nivel diferente a los demás. Aquí en ­ cuentra una de sus razones de ser el punto de vista filosófico, pues en la medida en que fuera capaz de ofrecernos los marcos, c o n te x ­ tos y condiciones bajo los que es viable hablar acerca de la realidad estaríamos ante un lenguaje de nuevo cuño, poniéndose límites «por arriba», pero asumiendo en un nuevo planteamiento lo que le viene «por abajo». Sin embargo, aceptada la posibilidad de un lenguaje con este perfil, tal lenguaje no tendría por qué ser «único», pues aquí podríamos registrar los distintos modos o enfoques sobre los que llevar a cabo dicha tarea, los cuales se corresponden con las distintas filosofías. Aún se podría añadir más, pues un lenguaje filo­ sófico puede también — y de hecho así comienza muchas veces sus tareas— convertir en objeto de discurso, con propósitos varios, a otros lenguajes filosóficos, presentes o pasados. Ello nos permitiría hablar tanto de una «soledad» com o de una comunicación entre paradigmas o modelos filosóficos. La intertextualidad es una de las características más destacables del pensamiento actual.

7. « Perversidad» del lenguaje Pregunta: ¿Es inocente el lenguaje? O tra (en respuesta): ¿Por qué iba a ser culpable? Respuesta: La culpa sólo se predica de los seres humanos. La culpabilidad — y la inocencia— no es una propiedad que pueda pertenecer al lenguaje, co m o no puede pertenecer a las musarañas, a los árboles o a las obras de arte. Es un error categorial. Sólo los seres humanos pueden ser culpables o inocentes (como tributarios de acciones a las que quepa calificar de ese modo). Esta es una respuesta sensata, pero hay más. Cuando se pretende descalificar una teoría, una opinión o un discurso, enfatizando su carácter vacío o huero, se lo suele motejar de «pura palabrería» o de que lo que trata «sólo son palabras». Incluso las diferencias en la falta de acuerdo en un contrato o transacción, o en una simple discusión, suelen a menudo achacarse a que «sólo es una cuestión de palabras». La palabra aquí no sólo marca la distan­ cia, sino que se convierte en el mayor obstáculo para el pensamien­ to: el pensamiento es «lleno», la palabra es «vacía» (¿No podría decirse, aprovechándonos de una famosa expresión de Kant, según la sugerencia de Ferrater M ora que el lenguaje sin pensamiento es vacío y el pensamiento sin lenguaje es cieg o ? En este caso el lengua­ je ilumina.) Pero en el caso que ahora comentamos, las palabras desorientan, confunden, «ciegan». Ahora tenemos que hacernos cargo de esa dificultad y plantearla en toda su crudeza.

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Ya desde la estigmatización que Platón hiciera de la sofística, parece que el combate entre retóricos y dialécticos en filosofía ha inclinado la balanza en favor de estos últimos, provocando algo así como una «demonización» de la retórica. Hoy los llamados «neorretóricos» parecen haberse tomado la venganza y están a punto de considerar toda la cultura — la filosofía incluida— co m o retórica y nada más que retórica. Pero es verdad que, si Platón estaba en lo cierto, algún tipo de peligro ofrece, si no el lenguaje com o tal, sí el uso que muchas veces hacemos de él, pues el abu so es, entre otros posibles, un determinado uso. Y de ello sólo una crítica vigilante podrá ponernos a salvo. ¿(Es cierto. El lenguaje puede ser oscuro, confuso, esotérico, hermé­ tico y puede impedir la comunicación más que propiciarla. El lenguaje puede ocultar en vez de desvelar. Por el lenguaje podemos fácil­ mente llegar a la mentira, al engaño, a la tergiversación, a la dema­ gogia. Pueden ciertos usos del lenguaje «confundir la realidad con la apariencia». Cuando del lenguaje decimos, casi redundantemen­ te, que es «comunicación», a veces parece que se trata más de un deseo que de una realidad: la incomunicación está siempre al ace ch o ."> ( O tro aspectp de esta cuestión concierne al uso de los léxicos, a la utilización de ciertas palabras — palabras nobles— , que en boca de algunos contribuyen irremediablemente a su ruina y descrédito. ¿Cómo podemos defendernos del vaciamiento que se viene hacien­ do de venerables palabras, que alguna vez hemos escrito con ma­ yúscula, com o «libertad», «justicia», «paz» o «verdad», y evitar que su descrédito — el descrédito de su uso cínico— acabe haciendo peligrar el propio crédito que el lenguaje nos merece? Buen ejemplo de lo que decimos lo encontramos paradigmáticamente representa­ do en la «fantasía» orwelliana de la n eobabla. Pueden las mismas palabras, traicionando su significado, servir a propósitos inconfesa­ bles y crear con el lenguaje la apariencia de una realidad que sólo lo es por haberse apropiado de algunos trozos del lenguaje destinados a nombrar una realidad otra. Esos mismos significantes dotados de un nuevo significado — perverso, por ser los inadecuados, cuando no su crasa negación— producen una distorsión o perturbación tal del código lingüístico que recubren o encubren aquello de que se trata. Estamos aquí ante las utilizaciones ideológicas de los len­ guajes, que se dan dentro de la dinámica social, de la propaganda y también de la lucha por el poder. Si Aristóteles ponía en relación la condición humana del ser que habla con su naturaleza social, tenemos aquí a la vista, en su más sencilla pero profunda expresión, la naturaleza o «postura» social del lenguaje, que, co m o su otra faz, esconde siempre su propia impostura. El plexo social que el lenguaje revela no puede evitar convertir­ se en instrumento en que se manifiesta la propia dinámica social,

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dinámica en la que afloran los diferentes intereses y conflictos de los agentes y de los grupos sociales. El lenguaje aquí se'convierte en un «ser a la mano», en simple instrumento de dominación. Estamos de lleno, co m o decíamos antes, dentro de una cuestión de poder, esto es, de una cuestión política. Sólo con la crítica, con la utilización de la razón com o crítica-de las ideologías, cuya codificación es finalmente lingüística, podre­ mos defendernos de esta amenaza. Pero para ello hemos de recor­ dar parte de la respuesta que dimos al comienzo de esta sección. No es el lenguaje como tal el que debe convertirse en objeto de nuestra crí­ tica, sino el uso perverso que de él podamos hacer. El lenguaje como tal queda a salvo, es inocente de este cargo. Me gustaría mencionar, pues, brevemente, dos direcciones de esta crítica del lenguaje. En primer lugar, el uso crítico que podemos dar al lenguaje, reflexionando sobre él, toma a su cargo 1a tarea de desenmascarar una utilización ideológica del mismo, allí donde aparezcan los ele­ mentos perversos a los que antes nos hemos referido. Para ello ten­ dremos que determinar los parámetros y estipular las condiciones de racionalidad en función de los cuales la realicemos, al tiempo que habremos de definir aquellos valores — éticos y dianoéticos— que nuestra razón esté dispuesta a suscribir y a defender. El segundo hace referencia a alguna inercia histórica presente en el propio lenguaje, debido a su condición significativa, así como a los procesos de sustantivación. Deberemos ser analíticamente cui­ dadosos para no confundir los campos ontológicos y suponer que lo que existe com o significado existe tam bién com o realidad extralingüística, o que, puesto que los sustantivos nombran, todo lo n om ­ brado existe del m ism o m odo. Este tipo de crítica, como enseguida puede apreciarse, tiene una matriz o raigambre más conectada con la condición filosófica, en el sentido del uso teórico de la razón. Bajo ella resuena la tradición crítica a la metafísica, desde Bacon y Hume hasta todas las modulaciones de la filosofía analítica. Pero en ella se reconoce también la huella que Nietzsche dejara en su reflexión sobre el hechizo o la seducción de las palabras. Ello no es incompatible con afirmar que los nuevos significados nos abren nue­ vas dimensiones del mundo, de la realidad o comoquiera que lo llamemos. Pero la «perversidad» del lenguaje no se corrige con el rechazo del lenguaje, sino con el rechazo de su perversidad. En todo caso, se corrige con más lenguaje, con mejor lenguaje, dentro, pues, del len­ guaje. Si bien lo que somos y sabemos nos viene dado en lenguajes, tales lenguajes tienen el carácter de materiales a partir de los cuales proseguir o crear nuestro propio lenguaje. Ello nos exige co nfro n ­ tar, analizar, interpretar, desmitificar. Nuestra tarea crítica acabará cuando encontremos la horma en otro lenguaje, aquél que habrá

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sido elaborado desde un pensamiento vigilante que no esté dispues­ to — hasta donde sea consciente— a aceptar ciertas trampas que el propio lenguaje nos pueda tender.'

8 . Dialect¡ciclad d el lenguaje Quisiera referirme, para finalizar, a una serie de aspectos del len­ guaje, agrupados en pares y caracterizados por representar entre sí alguna tensión que, exagerando un poco, podíamos calificar de dia­ léctica. Entiendo aquí por tal la conjunción de dos aspectos o m o­ mentos de un proceso que representan direcciones contrarias, pero que inevitablemente coexisten simultáneamente. (Necesariamente, 110 es preciso que el uno sea «positivo» — o «afirmativo»— y el otro «negativo».) Prefiero conceptuar este doble movimiento antitético y recogerlo en su oposición — que puede tener grados— , antes que destacar el uno solo frente al otro, esto es, afirmar un aspecto y negar el otro. M e parece que esta forma de ver el lenguaje es más fiel a los hechos, al tiempo que se compadece mejor con el resulta­ do de la amplia investigación lingüística producida en este siglo, tras de la cual difícilmente se puede ser unilateral. Con frecuencia los problemas empiezan por resolverse si al plantearlos no se renun­ cia a poner sobre el tapete todos sus aspectos. Ahora bien, ello im­ plica la previa aceptación de convivir bajo una cierta e irresuelta tensión.

Form a y contenido. Podemos entenderlo en dos sentidos. En sentido restringido, el signo o los signos lingüísticos ofrecen la d o ­ ble faz o el doble plano del significante y el significado. El signifi­ cante pertenecería más a la forma, mientras que el significado, al contenido. La referencia podría incluirse también dentro de éste. Para las teorías que, co m o las de Peirce y M orris, postulan un cuar­ to elemento semiótico, como el «intérprete», éste debería situarse junto al significado, pues en el acto lingüístico es para dicho agente para el que algo tiene significado. En sentido más amplio, el contenido de un lenguaje va unido siempre a una forma o tipo de lenguaje. En los lenguajes naturales tales tipos pueden ir desde los usos más coloquiales hasta los más técnicos, o desde las expresiones más prosaicas hasta las más poéti­ cas. En dicho punto me gustaría señalar dos direcciones. Por una parte, el contenido de lo que queramos decir nos predetermina ha­ cia la elección de cierta forma o tipo de lenguaje. Por otra, el hecho de que escojamos cierto tipo de lenguaje frente a otro orienta tam ­ bién el contenido de lo que queramos decir. Hay una excepción, puesto que las cosas no son simétricas, sino tendenciales: la mis­

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ma cosa puede expresarse en tipos de lenguajes diferentes, pero en tal caso — se nos concederá— el resultado no es ya def todo la m is­

m a cosa. D ecibiltdad e indecibilidad. Por una parte, todo es decible o expresable. Por otra, la experiencia se encarga tozudamente de mostrarnos las dificultades que muchas veces tenemos para ex p re­ sar ciertas vivencias, experiencias, sentimientos, pensamientos. No somos capaces de «encontrar la palabra adecuada» y una cierta in­ satisfacción acompaña muchas veces nuestro discurso. La prueba de dicha insatisfacción nos la devuelve quien nos escucha o quien nos lee cuando nos dice no entender, no entender precisamente a causa de nuestro propio lenguaje. Sin embargo, desde el punto de vista de la comunicación, si algo no se dice, «no existe». T o d o lo que se expresa en el lenguaje existe, al menos lingüísti­ camente. ¿Es también verdad lo contrario, que todo lo que existe se expresa? Si restringimos el campo óntico a la cultura, puede afir­ marse que sí, puesto que la cultura, entre otras consideraciones, puede entenderse como manifestación o «expresión» humana. Pero eso sólo en una dirección. Los productos culturales, aun naciendo com o fruto de la expresión de grupos o agentes individuales, pue­ den ser expresivos para sus productores, pero inexpresivos u «opa­ cos» si sus receptores los consideran tales. En este sentido sólo en una dirección lo cultural es expresable. Si ello es así en lo que se refiere a los productos culturales, ¿qué decir de las otras entidades no culturales, com o la materia inerte u otros seres vivos? No cumplen, en principio, ninguno de los dos supuestos. No todo lo que existe se expresa, pues. Ahora bien, en la medida en que un determinado Ser — que habla, interpreta y co n o ­ ce— puede hacer objeto de su discurso tales entidades — puede de­ cirlas o expresarlas— , todo lo que existe se expresa; al menos, todo lo que existe es potencialm ente expresable (para dicho ser). Sin embargo, ello no agota la tensión entre lo decible y lo inde­ cible, pues la lucha del lenguaje — nuestra lucha con él— consiste en hacer decible lo indecible, en revertir todo al lenguaje: en ese caso, si lo logramos, el todo se hace nuestro. Pero, dando por su­ puesto que esa tarea es inagotable y esa lucha, por tanto, permanen­ te, sucede también que las mayores dificultades con lo indecible nos las surte lo indecible que en un m om en to dado se hizo decible. En realidad, no es que no entendamos a las cosas, lo que no entende­ mos son los lenguajes o los discursos que elaboramos sobre las c o ­ sas. De manera que, aun agotado el campo de lo decible y en el supuesto de que nada ya fuera indecible, todavía restaría por co n ­ vertir en decible el producto de nuestra decibilidad, que puede, por tanto, tornarse nuevamente indecible.

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Naturaleza y convención. Sabemos que el lenguaje es un p ro ­ ducto o creación humana. El signo lingüístico no es un signo natu­ ral sino convencional. El lenguaje es simbólico, compuesto de sig­ nos arbitrarios. Ello no quiere decir, obviamente, que la invención del lenguaje sea fruto del «acuerdo». Sea como fuere el origen del lenguaje, sobre el que se ha especulado mucho — aunque una res­ puesta definitiva, si la hay, parece que sólo pueda venir dada por parte de la paleontología, la biología humana y la psicología— , nada nos testimonia la existencia de un «contrato lingüístico original». En todo caso, el lenguaje nos lo encontramos hecho y sólo la diná­ mica que sus usuarios le imprimimos contribuye a modificarlo. Por otra parte, el ser humano es naturalm ente lingüístico. De manera que a partir de un determinado sistema nervioso central, unido a lo posesión de órganos específicos de fonación, el lenguaje surge naturalmente si lo propicia la existencia de un medio o co m u ­ nidad lingüística que, a tales efectos, actúa co m o elemento desen­ cadenante. Por tanto, el lenguaje es algo natural y, si existe algo así com o la naturaleza humana, a ella pertenece el lenguaje. El lengua­ je es natural, las lenguas son convencionales. Sin embargo, ¿son de hecho tan convencionales los signos lin­ güísticos, en el mismo sentido que lo son otros productos cultura­ les, com o, pongamos por caso, las costumbres, las leyes, las obras de arte o las teorías científicas?, ¿puede una moda estética, una norma jurídica, un modo de vestir o, incluso, una explicación cam­ biarse, por ejemplo, del mismo modo que una lengua? Parece que la respuesta es no. Una cierta resistencia estructural ofrece el lenguaje frente a otras manifestaciones de la convencionalidad humana. Para empezar, los productos culturales que hemos mencionado difícilmente existirían sin el lenguaje. Parece que hay una cierta asimetría, particularizable en un prius del lenguaje frente a otras manifestaciones culturales. De hecho, con la lengua sucede co m o si ésta fuera ya una naturaleza de la que nos resulta imposible sepa­ rarnos a riesgo de desnaturalizarnos. Una vez en la lengua, en una lengua, con su léxico y su gramática, es su convención la que se co n ­ vierte en nuestra naturaleza, aquella que nos impide dejar de ser lingüísticos por no dejar de ser humanos, humanos de una lengua. Producto y producción. Que el lenguaje «nos produce» o que somos hijos del lenguaje es algo más que una metáfora. Nuestro acceso intelectual al mundo — lo que no quiere decir nuestro único acceso— lo gesta el lenguaje en el que nacemos. Ello es así al menos en dos niveles. Com o ya hemos indicado en este mismo capítulo, en primer lugar, en el nivel de nuestra instalación com o seres que pen­ samos, comprendemos y conocemos, quedando ese mundo vehiculizado por el lenguaje como nuestro. En segundo lugar, en el nivel

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de nuestra dimensión o pertenencia cultural, estamos ¿ambién ins­ talados en los mensajes y discursos que constituyen la obra de la cultura y que, co m o tales, pueden entenderse genéricamente com o lenguaje, ya que en la medida en que hemos de hacernos con su sentido, es una condición que.orienta también nuestras técnicas y nuestras prácticas. Afirmar que somos producto del lenguaje a partir de este doble nivel es otro modo de subrayar nuestro carácter cultural — y, a la postre, social— , pero entendiendo la cultura co m o la producción y solidificación de discursos, al decir de Foucault, como «prácticas discursivas». Esas prácticas discursivas delimitan el punto desde el que podemos hablar, entender y pensar. Ese punto es biográfico, pero también epocal y, particularizado a nuestro tema, filosófico, ya que es a partir de unos determinados lenguajes — o contra ellos— com o se abre nuestro propio discurso filosófico. Y ese lenguaje nos reconcilia con nuestra época, nos permite, nos abre, pero también nos marca, nos limita. Nos indica un camino a la par que nos cierra otros. Ahora bien, el lenguaje es también obra nuestra, personal y de la especie. Somos sus productores o sus creadores. De nadie más que de los seres humanos ha salido y sigue saliendo. Es cierto que al pensar, al hablar y al escribir discurrimos por caminos «trillados». Pero es cierto también que somos nosotros, cada uno, los que con un reducido número de elementos fonéticos y gramaticales pode­ mos construir infinitos mensajes, expresiones, pensamientos. Des­ de este punto de vista nada aún está inventado y todo es objeto de permanente invención. Somos los creadores de todas las locucio­ nes, aun de las más simples. En este punto, com o en otros tantos, conviene anotar también que estamos ante una cuestión de grados. Hay momentos en que las palabras «nos arrastran», incluso hay lenguajes cuyos estereotipos despersonalizan nuestra práctica comunicativa. Pero hay otros m o­ mentos en los que «luchamos con las palabras», en los que una cier­ ta combinación de signos del repertorio lingüístico nos estorba para lo que queremos decir y nos hace buscar e indagar hasta dar con la expresión justa. La fuerza creativa del lenguaje brilla entonces por encima de cualquier otra.

Orden y desorden. Si la comunicación funciona, en el lengua­ je hay orden, puesto que si aquélla se ha producido ha sido gracias a la observancia de ciertos principios y leyes. La violación de las reglas se nos castiga con el desorden, con la incomunicación. El lenguaje es una institución social, es algo «normado» o «reglado» internamente a lo que se someten los usuarios (o a lo que el len­ guaje obliga a sus usuarios). En este sentido el lenguaje es algo rí­

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gido, es regla, es código, es ley. También los lenguajes específicos o técnicos de las diferentes materias disciplinan nuestra práctica lingüística. Tanto, pues, en el sentido general como en el específi­ co de los lenguajes y en el cultural de las lenguas hay orden en el lenguaje. Sin embargo, en un sentido muy general es cierro que en todos los procesos lingüísticos tenemos que forzar la ruptura de un cierto orden no para instalarnos en el desorden — que sería lo mismo que quedarnos fuera del lenguaje— , sino para construir nuevamente un orden, aquel orden donde quepa todo lo que queremos decir, que, desde ese mismo punto de vista general, es siempre nuevo. Partien­ do del orden existente producimos un cierto desorden para ganar otro orden. Para lograr nuevas ordenaciones de los lenguajes dados tenemos que provocar un cierto desorden en el «orden establecido». F.l o r­ den establecido por los lenguajes es el orden de lo trivial y de lo inerte, es el orden de lo mostrenco que nos paraliza y nos detiene, sin avanzar, en la inexpresión. Es el orden que nos fuerza a la repe­ tición o nos condena ai silencio, pero no al silencio elocuente — que podría ser todo un testimonio expresivo— sino al silencio de lo muerto. En los procesos lingüísticos más creativos — co m o la p o e­ sía o la filosofía— esta debilidad del lenguaje es la que tenemos que combatir para alcanzar nuestra meta. Se produce algo parecido a lo que acontece entre tradición e innovación.

N ecesidad y libertad. Casi todo lo que venimos diciendo en esta sección se puede resumir abundando en uno de los aspectos de la dialéctica necesidad/libertad. «Naturaleza», «producto», «orden», «tradición» podrían caer del lado de la necesidad, mientras que «con­ vención», «producción», «desorden» e «innovación» encajarían con mayor fundamento dentro de la libertad. De ambos aspectos vivi­ mos con el lenguaje. Con el lenguaje nos sentimos siervos y señores. N o podemos evitarlo. «Dominamos» el lenguaje, pero el lenguaje nos domina. Nos socializa, pero nos permite constituirnos como sujetos, pues la subjetivización sólo se da a partir de la socialización, en el reconocim ien­ to entre los otros y con el reconocimiento de los otros. El esquema lingüístico es en esto paradigmático, ya que nos exige a nosotros y exige a los otros, o al menos exige un otro — anónimo, universal— ante quien o para quien — com o aplicación al ámbito del pensa­ miento individual del esquema comunicativo— algo se dice. La dialéctica necesidad/libertad en el lenguaje es el proceso por el que la limitación se convierte en posibilidad, por el que la ley se convierte en protección, por el que la dominación se convierte en emancipación. Es la lucha entre el querer y el poder, entre la priva­

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ción y la seguridad, entre la transgresión y la ley. El lenguaje es la

condición de nuestro acceso intelectual al mundo. kParadojas s* 1) En el lenguaje se da el sentido y el sinsentido. Si el sentido es verbal, también lo es el sinsentido. Sólo de una frase podemos decir que no tiene sentido. Para que en el lenguaje haya sinsentido, una determinada combinación bien formada de sig­ nos — pues la arbitraria reunión de signos no alcanzaría siquiera el rango de lenguaje— debe ser entendida o comprendida. Si no hu­ biera comprensión no habría dictamen acerca de su sinsentido. Una frase sin sentido no viola, pues, en principio, las reglas gramatica­ les. «Por qué decimos, pues, que carece de sentido? Para definir el sinsentido hemos tenido que partir previamente del sentido en relación a lo cual aquello lo es. Tras dicha estipula­ ción sometemos a juicio la expresión de referencia y la valoramos de acuerdo con lo previamente establecido. ¿Qué quiere decir esto? Que en el caso del sinsentido no es que no hayamos aplicado reglas gramaticales, sino reglas de otra naturaleza, esto es, reglas lógicas , las reglas de la lógica del lenguaje o de los lenguajes. El sinsentido es, por tanto, contextual, ya que se nos ofrece en el marco o léxico previamente definido de la lógica de nuestro lenguaje, o de nuestros lenguajes, con sentido. Estamos aquí dentro y fuera del lenguaje a la vez. Por lo dicho hasta ahora, la operación de determinar el sentido o el sinsentido de una proposición, aunque se dé en el lenguaje, está sujeta a crite­ rios lógicos. Pero automáticamente se podría plantear la cuestión de que la lógica no es nada fuera del lenguaje, está en el lenguaje, lo cual es cierto; pero, entonces, ¿por qué el lenguaje nos puede llevar fuera de la lógica, fuera del sentido, si aquélla pertenece al propio lenguaje? Una respuesta aproximativa podría, tal vez, decir lo siguiente: en esta cuestión el problema no nace del propio lenguaje sino de cóm o lo manejamos y de la presencia de ciertas reglas que desbor­ dan el marco de lo estrictamente gramatical. En ese caso podría observarse que, junto a las reglas de la gramática, el lenguaje está sometido también a otra reglamentación que es la de la lógica y que si ésta se vulnera acaba perturbando también al propio lenguaje. En el caso del dictamen del sinsentido, co m o en el del sentido, hemos sometido a juicio la expresión. Juzgar es ya una forma de manejar el lenguaje, de utilizarlo evaluativamente, y ello implica servirse de él para aplicárselo a él. Hay aquí un desdoblamiento: el desdoblam iento del juicio. Juzgar supone saber, pero no saber un lenguaje allende los lenguajes, sino saber manejar su lógica, la

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del lenguaje. En el sinsentido se revela la dimensión lógica del len­ guaje — en ausencia— , así com o la capacidad de usarlo con propó­ sitos evaluativos. «Se podría romper así la paradoja de que en el lenguaje se dé tanto el sentido com o el sinsentido? Pero en ese caso tendríamos que eliminar la distinción e.ntre lógica y lenguaje — o entre lenguaje sin lógica y lógica sin lenguaje— y deberíamos postu­ lar un uso lógico del lenguaje — junto a otros— y añadir que dicho uso es una precondición de o para otros usos. Cuando decimos que una expresión es un sinsentido no la descalificamos com o lingüísti­ ca, sino co m o lógica. Detectamos ahí una anomalía, un vacío, no el vacío de lo a-lógico, sino de lo i-lógico. 2) En el lenguaje se da la verdad y el error (o la falsedad). C om o en el caso anterior, sólo de ciertas proposiciones o enun­ ciados decimos que son verdaderas o falsas. El lenguaje nos permite esa posibilidad, esa libertad. El lenguaje com o tal no nos conduce ni a la verdad ni al error, nos concede el privilegio de que acertemos o la servidumbre de equivocarnos. En ese caso tenemos que salir también del lenguaje. Tenem os que evaluar, que juzgar. C om o en el caso del diítam en anterior lo haremos a través de otra ex p re­ sión lingüística, pero, com o en el otro supuesto, tal acción se efec­ tuará aportando una nueva o nuevas proposiciones en las que e x ­ presar nuestro dictamen. La evaluación que hacemos en este caso pertenece a la función cognoscitiva o al empleo del lenguaje con propósitos cognoscitivos. Entra, pues, en el orden epistém ico. Sea cual fuere lo que entenda­ mos por verdad, en función de la cual queda definido el error, cuando dictaminamos que un enunciado es falso, lo sometemos a algiin cri­ terio en comparación con el cual conjeturamos que no se ajusta. La verdad, en todo caso, es una propiedad de alguna clase de enun­ ciados. El juicio que hacemos es, nuevamente, dependiente de un marco contextúa!, pues han sido estipuladas previamente las condi­ ciones bajo las cuales se hace, teniendo también una naturaleza lin­ güística. Así, algo es falso no porque esté mal construido, pues sólo de un enunciado bien construido, de un verdadero enunciado pode­ mos decir que es un enunciado falso (o verdadero), sino porque incumple lo establecido en el criterio de verdad (sea éste el que sea). Y, al tratarse de tareas cognoscitivas, el lenguaje tiene también que «mirar afuera», ya que lo que se conoce es algo más que el lenguaje, aunque ello sólo se nos presente, en tanto que conocido, lingüísti­ camente codificado. Las paradojas entre sentido y sinsentido y verdad y error podría o podrían resultar sólo aparentes. Dejarían de serlo para pasar a ser algo «chocante». De hecho, lo aquí ensayado cabe, en cierto modo, dentro de la distinción entre lenguaje-objeto y metalenguaje. Sin

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embargo, la cuestión del sentido es anterior lógicamente a la de la verdad, ya que sólo de lo que tiene sentido puede dictaminarse pos­ teriormente que es verdadero (o falso).

9. Márgenes 9 .1 . La hermenéutica del discurso oral ha sido establecida prin­ cipalmente por el psicoanálisis. El punto de partida de la herme­ néutica — y de la epistemología— psicoanalítica es que lo que se dice no es suficiente para la comprensión de lo que se quiere decir. La hermenéutica desde otro punto de vista comienza cuando el len­ guaje se convierte en texto. El texto con el que se enfrenta la herme­ néutica es inicialmente el texto sagrado, seguido del texto jurídico y del texto filosófico. La hermenéutica se hace filosofía cuando la realidad se tom a ella m ism a co m o texto. Entonces se hace preciso establecer las condiciones generales de la comprensión, y de toda comprensión. 9.2. ¿Qué queda del sujeto en el lenguaje? Queda un sujeto de comunicación. (También queda un sujeto lector.) Queda un sujeto productor de discursos, receptor de discursos, lector de discursos (lo mismo podríamos decir en relación a los textos, aunque, dependiendo de que terminologías, discurso y texto se diferencien o se identifiquen.) Los discursos y sus prácticas nos inundan. Nos situamos, nos definimos frente a los discursos, frente a nuestros propios discursos y frente a los discursos de los otros. La pluralidad de discursos nos impide hablar del discurso úni­ co. Esa es la democracia del discurso. Un discurso se contrarresta desde otro. ¿Existe un transdiscurso? No, sólo existe el metadiscurso que señala las condiciones de posibilidad de todo discurso. Ese puede ser un buen lugar donde habitar el discurso filosófico. Un discurso se impone a otro por su verdad. ¿Pero es la verdad la única orientación de los discursos? Podríamos añadir: Sólo en un tipo de discursos y dentro de un tipo de lenguajes. Sin embargo, aun en estos casos, si todos los discursos se orientan hacia la ver­ dad, ¿cómo es que rivalizan entre sí?, ¿cómo es que todos dicen poseerla?, ¿no será que ninguno la posee? La verdad parece ser entonces una cuestión de futuro, no del presente. Por otra parte, en cierto de tipo de discursos — como los ideológicos— la verdad es una cuestión mediada por lo que qu ere­ m os hacer con los hechos, más que con lo que los hechos hacen de nosotros.

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A su vez, no todos los discursos disponen del mismo poder. No hay equidistancia, no existe simetría, contra habermasianos inocen­ tes, de los que Habermas no es responsable siempre. La verdad del p od er irrumpe también sobre el poder de la verdad; Foucault dixit. Los discursos flotan, están ahí, se densifican, son entidades en sí, no son objetos, pero son objetividades y, dotados de vida propia, disputan entre sí el territorio de la explicación y de la verdad, se enfrentan. ¿Dónde, pues, queda el sujeto? Debe crear o aceptar un discur­ so para ser alguien. ¿Puede venir de ahí el reconocim ien to que ne­ cesita? 9.3. El tiempo filosófico, como tiempo del texto filosófico, rompe las barreras de la temporalidad y se hace contem poráneo. Entonces el texto se desobjetiva gracias a la complicidad de un sujeto lector. El abismo existente entre el pasado y el presente se elimina y la distancia se cancela. Un texto filosófico, por el contrario, es ana­ crónico cuando sólo es docum ento. Entonces sirve sólo de prueba, de testigo. Es un signo muerto porque su significado no ha sido capaz de romper las barreras del significante, haciéndose dueño de un intérprete. Es un signo incompleto, a medias. 9.4. Si se pudiera distinguir con claridad aquello que en el len­ guaje hay de discurso y de texto, propondríamos para el lenguaje filosófico una suerte de desplazamiento entre la subjetividad, co n ­ creción y presente, notas propias del orden discursivo, frente a la objetividad, abstracción y pasado, más orientadas en la línea de la textualidad. 9.5 . De acuerdo con la corrección que hace Jacobson a la teoría de las funciones del lenguaje de Karl Bühler, el lenguaje filosófico cabalgaría entre la función referencial y la función metalingüística. 9.6. El significado de los textos filosóficos es pragm ático, en el sentido de estar dependiendo de algo así como de una gramática a posteriori. Dicha gramática es estructurante en la medida en que es construida por una comunidad de usuarios — los filósofos— para los que los términos filosóficos tienen significado, no por sí mis­ mos, sino en cuanto miembros de esa comunidad. El significado de los términos filosóficos está validado por la existencia de dicha c o ­ munidad constituida en tradición filosófica, compuesta por una constelación de voces o textos anteriores. Dicha comunidad aspira a extenderse al máximo, confundiéndose con la humanidad, pues ella misma se dirige, com o dirían Perelman y su escuela, a un au di­ torio universal, mediante un lenguaje argum entado.

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La semántica de la escritura filosófica ostenta también otros ras­ gos. Trab aja con una referencia m ediada por su apoVo en otros lenguajes, aunque todos se reconozcan en el carácter om nicontextual del lenguaje filosófico. Sus referentes, más que objetos, son objetividades , dotándole de una fuerte densidad textual que exige complejas operaciones hermenéuticas, lo que se hace más visible cuando, co m o sucede con algunas partes de la filosofía, su lenguaje tiene ese tono lim inal , al moverse en la frontera del sentido. Así se pone de manifiesto su autorreflexividad. 9.7. Si concebimos el m undo co m o un texto dotado de un sen­ tido, entonces deberíamos suponer, co m o en el caso de cualquier texto, la existencia de un autor, esto es, del autor del mundo. Dicho autor habría depositado en el acto de su creación del mundo como producción textual, junto con los signos del texto, su significado. El conocimiento del mundo consistiría, por tanto, en el descifra­ miento de dicho sentido asignado al texto. Pero si partimos del supuesto de la m uerte d el au tor , no habría inconveniente alguno en trabajar con la hipótesis de la eliminación del presunto creador del mundo, co m o un agente distinto y externo al mundo. Para empezar, el autor del texto del mundo podría ser el propio mundo. No se trata, entonces, de eliminar al autor, pues así com o unos textos producen o dan lugar a otros textos, sin la pre­ sencia del primer autor, así también algunas partes del mundo po­ drían haber dado lugar a otras. Claro que siempre se podría objetar que subsisten los autores de los textos, pues aun cuando desapareciese el primero, aceptando incluso su anonimato, sin él no se habría podido dar lugar al primer texto, y aunque este último fuera el responsable de la producción del segundo, siempre tendría que mediar un segundo autor a través del cual viene a ser el segundo texto. ¿Cómo salir de este embrollo? Sólo aceptando el carácter metafóri­ co que el término «texto» tiene aplicado al mundo, aunque, de acuerdo con la teoría más verosímil de la formación del universo y de la evo­ lución de la materia, la metáfora puede prolongarse. De este modo, unos elementos y estados de la materia serían, de acuerdo con un tipo de causalidad emergente, los autores de los otros. El texto tendría su autor, pero sería el propio mundo bajo configuración diferente en tipo de entidad, espacio y tiempo. Esta autoría del texto del mundo es, pues, lo que hoy llamamos evolución. Aquí se corta el símil. Pero se corta, sobre todo, en lo que más interesa de la compara­ ción, que es el sentido del texto com o sentido del mundo. Ahora el sentido viene, necesariamente, del lado del receptor, del lado del intérprete, no del emisor o autor. La metáfora no puede ir mucho más lejos, pues ¿qué sentido podría darse el propio mundo a sí mis­

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mo, cuando decir «mundo» es ya una interpretación, una interpre­ tación del único ser mundano capaz de ello? Si nosotros encontra­ mos algún sentido al mundo, incluso si, presos de un arrebato hegeliano, afirmásemos que «lo real es racional», no es porque el mundo haya decidido caminar de acuerdo con las leyes de la razón. Esta­ mos sólo ante una interpretación humana — lo contrario Spinoza lo tacharía de antropomorfismo— de aquello que el mundo es para nosotros , no de lo que el mundo quiere ser o decide ser. El mundo es, y su ser encuentra en nosotros algún sentido (o no encuentra ninguno). Un poco más lejos cabe llevar la metáfora por el camino de esa otra parte de la realidad considerada com o texto que es la cultura, pues aquí el metafórico autor del texto es un agente hum ano , aun­ que el resultado no sea tanto, o no sea sobre todo, un producto individual, sino un resultado colectivo, que se despega de lo indivi­ dual, sedimentándose com o obra de la especie. Considerar la cultu­ ra com o texto parte del principio metódico que se interroga sobre el sentido, la dirección o la razón de ser de los procesos sociales. También de la historia humana. Pero tampoco hay autor individual que lo deposita, a no ser para él. Desde la perspectiva cultural, el sentido que un intérprete puede otear es sólo su interpretación del resultado de una trama de relaciones, confluencias, conflictos e in­ tereses sociales. (Aun en la acción personal o en la obra de creación artística, el sentido que le da su autor no tiene por qué coincidir necesariamente con el que le dé su intérprete.) 9 .8 . En la edad del mito y de la religión, el mundo co m o expre­ sión exige el sujeto, la voz originaria que emite, la autoría que enuncia la expresión. Aquí el mundo es el discurso de alguien, co m o sólo en esos tiempos la palabra tenía un solo y excelso dueño. Ahora el mundo es manifestación de esa voz y por eso es, para alguien que así lo crea, teofanía. En la edad de la filosofía la voz no es propia, sino que es de todos. Hay un reparto, un «comparto» la voz con otros, que se hace público en la plaza, que hace del disperso y anónim o social asam­ blea. Sabemos que es expresión por arte de una conciencia ante quien el mundo es expresado y bajo cuyas leyes y condiciones pue­ de ser tenido o juzgado com o expresión. 9 .9 . El lenguaje en manos de la filosofía es una ventana que se ve a sí misma. 9 .1 0 . Somos señores y siervos del lenguaje. 9 .1 1 . El diccionario es el organigrama o el mapa del mundo.

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9 .1 2 . El lenguaje es reticular. 9 .1 3 . Al retirarse de los temas sobre los que antaño pivotaba el discurso filosófico, co m o eran la naturaleza, Dios o el sujeto huma­ no, convertidos en divisa de la realidad o ser, e instalarse en el len­ guaje, la filosofía ha hecho algo más que alumbrar un nuevo tema en la línea de los anteriores. Con ese repliegue sobre sí misma culti­ va lo que específicamente es su propia condición de posibilidad. 9 .1 4 . Ponerse y asentarse en el tema del lenguaje es anudar un territorio desde la frontera. 9 .1 5 . El giro lingüístico es un giro hacia la retaguardia, hacia la espera. Es también un giro narcisista. 9 .1 6 . En la postmodernidad la razón camina sin entusiasmo. La modernidad, vista desde la postmodernidad, es una modernidad c o ­ rregida, atemperada, crítica de sí misma, arrepentida de sus propios excesos. Es, incluso, irónica. La postmodernidad ve a la razón m o­ derna com o lo único que tenemos, pero no co m o lo últim o a donde podemos llegar. 9 .1 7 . Del lenguaje co m o signo al lenguaje co m o texto , o del ser allende el lenguaje al ser co m o lenguaje. Viaje de la ontología. 9.1 8 . La concepción pragmática del lenguaje supone una crítica de la razón cartesiana, intemporal, legaliforme, absoluta. 9 .1 9 . El lenguaje universaliza al sujeto y particulariza el signi­ ficado. 9.2 0 . La escritura es el eco permanente con el que la voz nos recuerda su resistencia a la nada.

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