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Spanish Pages 258 Year 2015
CSIC
La Revista de Filología Española, nacida en 1914 con el objetivo de alcanzar la altura de la mejor ciencia europea, ha cumplido cien años. Y esta revista científica, una valiosa herencia de la Junta para Ampliación de Estudios para la investigación y para el CSIC, ha mantenido su vitalidad, adaptándose a la evolución de la disciplina y del resto de revistas de su entorno. Fundada por Ramón Menéndez Pidal con el apoyo de Tomás Navarro Tomás, consiguió en pocos años un indudable prestigio internacional. En sus páginas aparecen investigaciones de los colaboradores de la Sección de Filología del Centro de Estudios Históricos (Menéndez Pidal, Navarro Tomás, Américo Castro, Federico de Onís, Alfonso Reyes, Amado Alonso, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa, Alonso Zamora Vicente) y de los mejores especialistas extranjeros, como Leo Spitzer, Federico Hanssen, Wilhelm Meyer-Lübke, Carolina Michaëlis de Vasconcelos, Alfred Morel-Fatio, Walter von Wartburg, Yakob Malkiel, etc. Las consecuencias de la guerra española afectaron a la Revista de Filología Española, pero, tras unos años difíciles, Dámaso Alonso consiguió hacerla remontar. Después, la han dirigido Manuel Alvar (1980-2000), Antonio Quilis (2000-2003) y Pilar García Mouton (2005-2015). Su actual directora es María Jesús Torrens Álvarez. En los últimos años, la Revista de Filología Española aparece en posiciones destacadas en los principales índices de calidad de revistas de su especialidad y, desde 2007, cuenta con una versión electrónica que ha contribuido a aumentar notablemente su difusión. Con motivo de sus cien años, la Editorial CSIC ha hecho accesibles en la Red los números de la revista entre 1954 y 2015, algo importante ya que, a diferencia de lo que ocurre con otras revistas científicas, los contenidos de la Revista de Filología Española, también los históricos, conservan su valor, constituyen un conocimiento de fondo que los filólogos del siglo XXI consultan y respetan.
ISBN 978-84-00-09959-6
CUADERNO 3 º
EDITORES
Pilar García Mouton - Mario Pedrazuela Fuentes
PILAR GARCÍA MOUTON MARIO PEDRAZUELA FUENTES (eds.)
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Madrid, 2015
Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, solo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.
Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicacionesoficiales.boe.es EDITORIAL CSIC: http://editorial.csic.es (correo: [email protected])
© CSIC © Pilar García Mouton y Mario Pedrazuela Fuentes (eds.), y de cada texto, su autor © De las imágenes, las instituciones mencionadas a pie de figura ISBN: 978-84-00-09959-6 e-ISBN: 978-84-00-09960-2 NIPO: 723-15-102-2 e-NIPO: 723-15-103-8 Depósito Legal: M-23793-2015 Diseño de cubierta: Intervento Diseño y maquetación de interiores: Ángel de la Llera (Editorial CSIC) Impresión y encuadernación: Nemac Comunicación, S.L. Impreso en España. Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado FSC, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible.
Índice
Presentaciones La Revista de Filología Española y la modernización de los estudios filológicos en España
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Nota de los editores
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La dinámica investigadora del Centro de Estudios Históricos de la JAE L EONCIO L ÓPEZ -O CÓN
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La modernización de los estudios filológicos en España: la Sección de Filología del Centro de Estudios Históricos M ARIO P EDRAZUELA
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Breve historia de la Revista de Filología Española J OSÉ I GNACIO P ÉREZ P ASCUAL
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La Edad Media en la Revista de Filología Española Á NGEL G ÓMEZ M ORENO
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Los trabajos del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (ALPI) y la Revista de Filología Española P ILAR G ARCÍA M OUTON
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«El pueblo que se aísla no tiene derecho a vivir». La sección de Bibliografía de la Revista de Filología Española (1914-1937) M ARIANO Q UIRÓS G ARCÍA
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El Boletín de la Real Academia Española (BRAE) C ARLOS D OMÍNGUEZ
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C ELIA M AYER D UQUE
Ayuntamiento de Madrid, Delegada del Área de Gobierno de Cultura y Deportes
El Ayuntamiento de Madrid, sensible al reconocimiento que merecen los acontecimientos de nuestra historia que han contribuido a la difusión del conocimiento, se congratula en esta ocasión de organizar, junto con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, institución de referencia en el desarrollo e investigación científica de nuestro país, la exposición La ciencia de la palabra. Cien años de la Revista de Filología Española. Pesimismo, inestabilidad política, injerencias extranjeras, conflictos internos, luchas entre facciones políticas, profundas desigualdades sociales. España entra en el siglo XX lastrada por una herencia producto de los acontecimientos convulsos que caracterizaron todo el siglo XIX y que eclosionaron con toda su crudeza a finales de siglo con la desaparición de las últimas colonias. En el plano cultural, España perdía al mismo tiempo el tren de la modernidad que recorría las vías con ritmo constante en muchos de los países de nuestro entorno. La creación en 1907 de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), inspirada en la experiencia de la Institución Libre de Enseñanza y en el amplio movimiento intelectual, consciente de la necesidad de renovación y modernización científica, resultó un acontecimiento decisivo. Presidida desde su fundación por Santiago Ramón y Cajal, actuó en el primer tercio del siglo XX como eje dinamizador para el desarrollo y la difusión de la ciencia y la cultura españolas, y bajo sus auspicios se formaron los mejores intelectuales y científicos de nuestro país hasta finales de la Guerra Civil. Constituyó, además, el germen a partir del que se creó el Consejo Superior de Investigaciones Científicas con su actual estructura y al que debemos la iniciativa para llevar a cabo esta exposición. Entre los muchos centros de estudio e investigación que surgieron con el apoyo de la Junta destacamos en esta ocasión el Centro de Estudios Históricos (CEH), con el objetivo, entre otros, de la investigación
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y publicación de ediciones críticas de fuentes literarias e históricas. Su director, Ramón Menéndez Pidal, no dudó en apoyar una de las secciones con las que nació, la de Filología, que contó con un mayor número de colaboradores y que a la postre fue la sección más importante del CEH. La exposición que ahora presentamos está dedicada a uno de los proyectos que alcanzó mayor relieve y trascendencia, la Revista de Filología Española, fundada en 1914 por el propio Menéndez Pidal y referente fundamental en su campo hasta la actualidad. La descripción del entorno histórico-social, el análisis de los proyectos que se llevaron a cabo por la Sección de Filología y el desarrollo y evolución de la propia revista constituyen la estructura de esta muestra. Difundir desde las instituciones públicas la enorme trascendencia que para la cultura española ha tenido la brillante labor desarrollada por varias generaciones de intelectuales, literatos y artistas durante el primer tercio del siglo XX es el primer objetivo de esta muestra. En periodos inciertos, como al fin y al cabo lo son todos, reconforta volver la mirada a una de las etapas más brillantes de nuestra cultura, que sigue inspirando a tantos hombres y mujeres que luchan en nuestros días para que el conocimiento y la investigación sigan teniendo un papel primordial en nuestra sociedad.
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E MILIO L ORA -T AMAYO D’O CÓN Presidente del CSIC
Celebramos el centenario de la Revista de Filología Española, nacida en 1914 con la vista puesta en la ciencia europea. A lo largo de su historia ha sido testigo y agente de la evolución de la disciplina y de las revistas científicas mundiales, manteniendo su vitalidad hasta hoy. Fundada por Ramón Menéndez Pidal con el apoyo de Tomás Navarro Tomás, en apenas doce años consiguió gran prestigio internacional. Al principio, era el vehículo de publicación de las investigaciones de los propios colaboradores que desarrollaban su actividad en la Sección de Filología del Centro de Estudios Históricos de la Junta para Ampliación de Estudios (Ramón Menéndez Pidal, Tomás Navarro Tomás, Américo Castro, Federico de Onís, Alfonso Reyes, Amado Alonso, etc.), pero en poco tiempo contó con aportaciones de los mejores especialistas extranjeros, como Leo Spitzer, Federico Hanssen, Wilhelm Meyer-Lübke, Carolina Michaëlis de Vasconcelos, Alfred Morel-Fatio, Walter von Wartburg, Yakob Malkiel, etc., a los que acompañaban las de otros, españoles, de la altura de Dámaso Alonso, Rafael Lapesa o Alonso Zamora Vicente. Desde hace varias décadas, sin renunciar a sus características originales, la RFE ha sabido colocarse en posiciones destacadas en los principales índices de calidad de revistas especializadas (Arts & Humanities Citation Index, LLBA, Scopus, ERIH, CIRC, etc.). En cumplimiento de los criterios establecidos para las publicaciones financiadas con fondos públicos, la RFE ofrece a la comunidad científica una versión electrónica que facilita todo su contenido en acceso libre con un corto embargo de seis meses y permite las descargas, lo que ha contribuido a aumentar notablemente su difusión. Con motivo de la celebración de este centenario, Editorial CSIC ha hecho accesibles en la Red todos los números publicados entre 1954 y 2000, con el compromiso de ir incorporando progresivamente nue-
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vos números de la revista hasta llegar a 1914. Y esto es especialmente importante porque, al igual de lo que sucede con las revistas de Humanidades, éstas difunden las investigaciones metodológicamente más actuales, pero muchos de sus trabajos siguen conservando su valor y constituyen unos conocimientos de fondo que los filólogos del siglo XXI consultan y respetan.
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P ILAR G ARCÍA M OUTON M ARIO P EDRAZUELA F UENTES
La Revista de Filología Española y la modernización de los estudios filológicos en España
En las últimas décadas del siglo XIX comienza a vivirse en España un cambio en los estudios lingüísticos. Con cierto retraso respecto a otras naciones europeas, llegan a nuestro país las nuevas corrientes metodológicas que estaban permitiendo un estudio detallado y científico de la lengua. Si hasta ese momento los trabajos sobre lengua y literatura los habían hecho talentos singulares casi de forma aislada y sin un trabajo metódico claro, a partir de entonces las investigaciones lingüísticas y literarias las hará un grupo de filólogos especializados, atendiendo a un plan de trabajo estructurado y de acuerdo con una metodología que llevará a resultados eficaces. Estas innovaciones metodológicas no fueron exclusivas del ámbito de la Filología, también llegaron al estudio de la Historia, del Arte, de la Arqueología, etc. La creación en 1910 del Centro de Estudios Históricos por la Junta para Ampliación de Estudios sirvió de catalizador para la modernización de los estudios humanísticos en España. Su fundación se enmarcó en el momento de crisis profunda que vivía España a principios del siglo XX, con la clara intención de recuperar el pasado y una identidad histórica, lingüística y literaria que ayudase a sobreponerse al pesimismo social y político que vivía el país. El magisterio de Ramón Menéndez Pidal, director del CEH, convirtió la Sección de Filología, también bajo su mando, en una de las más destacadas del Centro. En ella se rodeó de un grupo de jóvenes filólogos a los que fue formando a través de seminarios especializados, excursiones de tipo científico y pensiones en el extranjero, de modo que se empapasen de los métodos de trabajo que se ponían en práctica en otros centros semejantes y en universidades del exterior. Menéndez Pidal contó con la estrecha ayuda de Tomás Navarro Tomás y de Américo Castro, y la colaboración, entre otros, de Federico de Onís, Amado Alonso, José Fernández Montesinos, Dámaso Alonso, Pedro
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Salinas, Homero Serís y Alfonso Reyes. Entre todos fueron abriendo nuevos campos de estudio para la lengua y la literatura a partir de un trabajo científico basado en las corrientes europeas del momento, de análisis exigentes, de investigación histórica minuciosa y un conocimiento profundo de las fuentes originarias que se guardaban en los archivos, y en la memoria colectiva, a las que nadie se había acercado hasta entonces. Gracias a estas investigaciones se fue aclarando el origen y la evolución del español, y su lugar en el marco de las lenguas románicas. Se comenzaron a hacer estudios de gramática y de fonética históricas para tratar de establecer las áreas de las variedades lingüísticas peninsulares, pero también se desarrollaron las nuevas corrientes de la Fonética experimental y de la Geografía Lingüística, cuyo gran logro fue la elaboración del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica. Los estudios literarios, asimismo, vieron modificados sus métodos de trabajo, con ediciones basadas en principios filológicos a partir de los textos originales, ediciones acompañadas de prólogos explicativos y de notas aclaratorias que facilitaban su lectura tanto al especialista como a los estudiantes de bachillerato y universitarios. En pocos años el modelo de trabajo de los filólogos del Centro se tomó como ejemplo en otros centros de investigación, como el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, y el interés por la lengua y la literatura españolas se extendió por todo el mundo. Un símbolo de la modernización de los estudios filológicos fue la aparición, en 1914, de la Revista de Filología Española. Al editarla, la Sección de Filología del Centro de Estudios Históricos consiguió un vehículo científico que le permitía un diálogo regular con otras instituciones colegas internacionales y participar activamente en las discusiones sobre temas filológicos que se planteaban en esos momentos, además de mostrar las investigaciones que se estaban llevando a cabo en el Centro. Si en un principio fueron fundamentalmente los miembros del CEH los que publicaban en la Revista, pronto sus páginas se llenaron de firmas de los grandes filólogos europeos. Este diálogo constante con instituciones y colegas extranjeros que permitió la Revista de Filología Española supuso un punto de inflexión para que los estudios filológicos se modernizasen, ya que, gracias a los intercambios que propició, llegaron al Centro regularmente revistas y libros a los que de otra forma nunca se hubiera tenido acceso. Vinculadas a la Revista de Filología Española aparecieron también dos colecciones de libros: las Publicaciones de la RFE, donde se tradujeron las principales obras de la Filología europea y manuales imprescindibles para formar a los aspirantes a filólogos, y, algo después, los Anejos de la RFE, que acogieron estudios monográficos cuya extensión excedía los límites de los artículos en una revista científica.
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PILAR GARCÍA MOUTON / MARIO PEDRAZUELA FUENTES
La vida de la Revista de Filología Española, al igual que la del Centro de Estudios Históricos, se vio truncada por el estallido de la Guerra Civil. En 1937 se publicó su último número con el sello del Centro y de la Junta. En 1940, ya con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, se retomó su publicación, pero no aparecía Ramón Menéndez Pidal como director, ni Américo Castro, Navarro Tomás, José Fernández Montesinos, Homero Serís o Amado Alonso en su consejo de redacción, y continuó sin dirección expresa hasta que en 1943 figura Vicente García de Diego como director. En el Instituto de Filología de Buenos Aires, fundado en 1923 bajo la supervisión de la Sección de Filología del CEH, se comenzó a publicar, en los años de la guerra española, bajo la dirección de Amado Alonso, la Revista de Filología Hispánica, en la que encontraron cobijo muchos de los filólogos del Centro. La llegada de los peronistas al poder en 1946 provocó que Amado Alonso se tuviera que marchar de Argentina y que la Revista de Filología Hispánica pasase a El Colegio de México, acogida por Alfonso Reyes, ahora con el nombre de Nueva Revista de Filología Hispánica. Si la revista argentina era hija de la revista española, la mexicana, como decía Reyes, era la nieta. La Revista de Filología Española empieza a remontar a partir de 1948, y poco a poco vuelven a aparecer en ella trabajos internacionales en los años en que Dámaso Alonso la dirige, hasta 1980. A lo largo de su trayectoria, la RFE ha ido adaptándose a las nuevas corrientes filológicas hasta cumplir los cien años y, bajo la dirección de Manuel Alvar (1980-2000), Antonio Quilis (2000-2003), Pilar García Mouton (20052015) y, en la actualidad, María Jesús Torrens, ha mantenido su prestigio en el ámbito de la filología hispánica. En los últimos años aparece indexada en las principales bases de datos internacionales y, desde 2007, ha ampliado su difusión a través de una versión electrónica libre a los seis meses de publicarse en papel. Con motivo del centenario de la revista, la Editorial CSIC ha facilitado el acceso en Internet, y la descarga, de toda la RFE entre 1954 y 2014, con el compromiso de ir incorporando lo editado hasta llegar a 1914. De esta manera, los contenidos actuales e históricos de la Revista de Filología Española contribuirán a aumentar la presencia de la ciencia española en la red.
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P ILAR G ARCÍA M OUTON M ARIO P EDRAZUELA F UENTES
Nota de los editores*
Con el libro La ciencia de la palabra. Cien años de la Revista de Filología Española que acompaña a la exposición homónima, queremos ofrecer un panorama de una de las épocas más relevantes de la filología española, que tal vez podamos considerar el origen de su modernización.1 A través de la Revista de Filología Española nos adentramos en el Centro de Estudios Históricos y, en concreto, en la Sección de Filología, donde nació en 1914. Se inicia el libro con el artículo de Leoncio López-Ocón, que destaca la importancia que tuvo el Centro de Estudios Históricos en la modernización de los estudios humanísticos que se produjo en los primeros años del siglo XX. Mario Pedrazuela Fuentes nos habla de la labor de la Sección de Filología, dirigida por Ramón Menéndez Pidal, que situó la filología española a la vanguardia de la europea. Por su parte, José Ignacio Pérez Pascual realiza un interesante recorrido por los cien años de historia de la Revista de Filología Española. Son muchos los temas de interés que podrían haberse tratado aquí, pero hemos tenido que elegir una muestra: Pilar García Mouton se ocupa del reflejo en la RFE de los trabajos del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica, mientras que Ángel Gómez Moreno aborda la importancia, en los primeros años de vida de la revista, de los estudios dedicados a la literatura medieval y Mariano Quirós valora el peso que la sección de Bibliografía adquirió desde el principio en la RFE. Cierra el libro la contribución de Carlos Domínguez sobre el Boletín de la Real Academia Española, que se fundó el mismo año que la RFE, en 1914. Esta mirada a la filología española de los primeros años del siglo XX y a la Revista de Filología Española debe mucho a la ayuda de la * Advertimos al lector de que en los artículos hemos respetado los criterios ortotipográficos de cada autor.
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Editorial CSIC, del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, de la Biblioteca Tomás Navarro Tomás del CCHS-CSIC, del Centro Cultural Conde Duque, de la Real Academia Española, de la Residencia de Estudiantes, de Radio Televisión Española, de la Biblioteca Valenciana y de la Filmoteca Valenciana. Queremos dedicar un agradecimiento especial a la FECYT y a la Fundación Ignacio de Larramendi, pues gracias a sus aportaciones se ha podido financiar esta exposición. Detrás de cada una de estas instituciones se encuentran personas que en muchos casos de forma desinteresada nos han ayudado y apoyado en el largo proceso de elaboración. A todos ellos les damos las gracias.
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PILAR GARCÍA MOUTON / MARIO PEDRAZUELA FUENTES
L EONCIO L ÓPEZ -O CÓN Instituto de Historia (CSIC)
La dinámica investigadora del Centro de Estudios Históricos de la JAE
CONSIDERACIONES PRELIMINARES En la Ilíada aparece el término istoˉ para referirse a un testigo de vista, el cual puede dirimir en un conflicto porque es el que ha visto. Herodoto de Halicarnaso, considerado el fundador del saber histórico, en el prefacio a sus nueve Historias equiparó, por su parte, el sustantivo historia a investigación. Así atendiendo a esta etimología la disciplina histórica se funda sobre la autopsia (de autos, ‘uno mismo’, y opsis, ‘observar’) y se organiza sobre la base de datos que procura. En sus orígenes se hizo por tanto una historia en tiempo presente pues el historiador narraba sucesos que él mismo había visto. La fiabilidad de sus relatos estaba garantizada porque quien narraba los acontecimientos los había visto. Esa consideración de la vista como el operador de credibilidad más fuerte se vio reforzada por la notable influencia de los médicos en algunos de los fundadores del conocimiento histórico, como fue el caso de Tucídides. Pero al cabo de los siglos los historiadores dejaron de hacer fundamentalmente historia contemporánea y empezaron a interesarse por el conocimiento de un pasado más remoto, accesible a través de «indicios» que son los que permiten hacer visible lo invisible. Esta ampliación en el campo de preocupaciones de los historiadores se debió a que la revolución científica que se operó en los siglos XVI y XVII favoreció el desarrollo de la idea de no coincidencia entre conocimiento y percepción. A partir de entonces los historiadores buscaron vías para el conocimiento del pasado a partir de las trazas, huellas e indicios dejados por los acontecimientos pretéritos y que subsisten en el presente bajo forma de documentos y monumentos. Para adquirir ese conocimiento se elaboraron técnicas y métodos que permiten acceder al conocimiento de ese pasado, sea próximo o lejano. De este modo,
LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE
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tal y como formuló Ortega y Gasset, la historia «ya no es ver: es pensar lo visto». Este ejercicio reflexivo de comprender el pasado investigándolo acepta actualmente el postulado de los epistemólogos de la segunda mitad del siglo XX que han mostrado que nuestra percepción sensorial está influenciada por las teorías científicas comúnmente aceptadas. Cabe decir por tanto que la teoría precede a la historia, entendiendo por teoría tanto la determinación de un cierto sistema de pensamiento como el valor prestado a un cierto tipo de interpretación. Por tal razón, los historiadores admiten que no se enfrentan a hechos desnudos, sino que los hechos que entran en el acervo de nuestro conocimiento se ven ya inicialmente de una cierta manera. Así pues la observación histórica se hace desde la teoría que es la que decide qué podemos observar. Esta es pues la última etapa de la evolución desde una historia inmediata a una historia crítica del pasado, que ha ampliado el arco temporal de su campo de visión y ha cambiado el marco epistemológico de su campo observacional, admitiendo la existencia de una estrecha interrelación entre el observador y su objeto. Pero ¿qué sentido tiene la práctica de este viejo oficio que centra su atención en el estudio de los lugares donde las sociedades humanas han estado previamente? Es cierto que el historiador tiene sus ojos clavados firmemente en el pasado, pero con sus investigaciones y representaciones sobre las experiencias acumuladas por los seres humanos lo que intenta es «condensar» un gran cuerpo de información en una forma compacta y manejable para que pueda ser usada rápidamente. Interpreta el pasado para comprender el presente y prever el futuro, asumiendo que acumular experiencia no es respaldar su aplicación automática, pues la conciencia histórica nos enseña a apreciar no sólo las semejanzas, sino también las diferencias entre situaciones del ayer y del tiempo presente. El historiador aspira pues a ayudar a ampliar la experiencia de sus conciudadanos para que se incrementen nuestras habilidades, nuestra energía y nuestra sabiduría para afrontar los riesgos que afectan a nuestras sociedades, progresivamente más complejas y tecnificadas.
UNA VISIÓN PANORÁMICA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS A TRAVÉS DE SUS TRES SEDES MADRILEÑAS
Compromiso cívico y profesionalización del oficio del historiador1 se aunaron en la sociedad española de principios del siglo XX cuando 1 Sobre la construcción de la profesión de historiador en la España del primer siglo del siglo XX véase Peiró, 2013: 24-37.
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LEONCIO LÓPEZ-OCÓN
se creó por Real Decreto de 18 de marzo de 1910 el Centro de Estudios Históricos, al que ya definí hace tiempo como un lugar, una escuela y un hogar (López-Ocón, 2007). En él se cultivaron con brillantez durante más de un cuarto de siglo diversas ciencias humanas y sociales. También tuvo la capacidad de configurarse como una especie de Escuela Práctica de Altos Estudios donde se crearon estilos de trabajo colectivo, sobre todo en el campo de la filología, y en ciertos ámbitos del conocimiento histórico, particularmente en la historia del arte y en la historia del derecho. Y actuó como una plataforma de acción cultural de unas de las corrientes de pensamiento influyentes de la España contemporánea, como fue la krausista-institucionista, creadora de un patriotismo español abierto a influjos europeístas y cosmopolitas. Ese lugar, esa escuela, ese hogar dependió orgánicamente durante toda su existencia de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, conocida por su acrónimo JAE, y dirigida desde su fundación en 1907 por el tándem formado por su presidente Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) y su secretario José Castillejo (1877-1945). Esta institución ha sido considerada el principal instrumento de fomento de la ciencia y la educación creado por el Estado liberal español contemporáneo. De modo que la vida del Centro de Estudios Históricos estuvo ligada a la de la JAE, activa hasta la derrota de las fuerzas republicanas en el invierno de 1938-1939. En el desenvolvimiento científico del Centro de Estudios Históricos podemos distinguir tres etapas asociadas con las tres sedes en las que desarrolló sus actividades: en los sótanos de la actual Biblioteca Nacional entre 1910 y 1920, en un pequeño palacete con jardín ubicado en la madrileña calle Almagro a lo largo de la década de 1920 y en lo que fue Palacio de Hielo situado en la calle duque de Medinaceli, al lado del Congreso de los Diputados, durante la Segunda República y la Guerra Civil, en la que hubo otro contingente de investigadores que continuaron su labor en Valencia al trasladarse a esa ciudad el Gobierno republicano en el otoño de 1936.
Las dificultades de los años fundacionales En el decreto fundacional del Centro de Estudios Históricos se asignaron cinco tareas a la nueva institución: 1.ª Investigar las fuentes, preparando la publicación de ediciones críticas de documentos inéditos o defectuosamente publicados (como crónicas, obras literarias, cartularios, fueros, etc.), glosarios, monografías, obras filosóficas, históricas, literarias, filológicas, artísticas o arqueológicas. 2.ª Organizar misiones científicas, excavaciones y exploraciones para el estudio de
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En los bajos de la Biblioteca Nacional tuvo el Centro de Estudios Históricos su primera sede (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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monumentos, documentos, dialectos, folklore, instituciones sociales y, en general, cuanto pudiese ser fuente de conocimiento histórico. 3.ª Iniciar en los métodos de investigación a un corto número de alumnos, haciendo que éstos tomasen parte, cuando fuese posible, en las tareas enumeradas, para lo que se organizarían trabajos especiales de laboratorio. 4.ª Comunicarse con los pensionados que, en el extranjero o dentro de España, hiciesen estudios históricos, para prestarles ayuda y recoger al mismo tiempo sus iniciativas, y preparar la labor de quienes deseasen proseguir sus investigaciones a su retorno. 5.ª Formar una biblioteca para los estudios históricos y establecer relaciones y cambio con análogos centros científicos extranjeros. Esas actividades se llevaron a cabo inicialmente en torno a siete líneas de trabajo dirigidas por los siguientes investigadores: Instituciones sociales y políticas de León y Castilla, por Eduardo Hinojosa (1852-1919); Trabajos sobre arte medieval español, por Manuel Gó-
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mez-Moreno (1870-1970); Orígenes de la lengua española, por Ramón Menéndez Pidal (1869-1968); Metodología de la historia, por Rafael Altamira (1866-1951); Investigaciones de las fuentes para la historia de la filosofía árabe española, por Miguel Asín Palacios (18711944); Investigaciones de las fuentes para el estudio de las instituciones sociales de la España musulmana, por Julián Ribera (1858-1934); y Los problemas del derecho civil en los principales países del siglo XIX, por Felipe Clemente de Diego (1866-1945). Como se puede apreciar, estos investigadores nacieron a lo largo de dos décadas: entre 1852 y 1871. El de más edad, Eduardo Hinojosa, nació en el mismo año que Santiago Ramón y Cajal, considerado el líder del «regeneracionismo científico» de la generación de 1898, cuya propuesta de sanar los «males de la patria» mediante el cultivo de la ciencia experimental tuvo un ascendiente notable sobre todos los integrantes de los laboratorios de la JAE, incluyendo entre ellos a los humanistas del Centro de Estudios Históricos. El más joven era el sacerdote aragonés Miguel Asín, discípulo dilecto del arabista Julián Ribera, como se deduce de su correspondencia (Marín et al., 2009). Todos ellos se habían formado en la bonne méthode del positivismo historiográfico que se había ido propagando por los centros de investigación europeos y americanos a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Quienes se empaparon de la atmósfera positivista dieron prioridad al desarrollo de métodos sofisticados de crítica textual, y al análisis riguroso de los vestigios del pasado apoyados en disciplinas auxiliares del conocimiento histórico, como la paleografía, la numismática o la epigrafía, que fueron adquiriendo una complejidad creciente a medida que avanzaba esa centuria, considerada «el siglo de la historia». Esos humanistas positivistas se vieron seducidos por la cultura de la precisión elaborada en el marco de las ciencias físico-naturales y se acostumbraron al trabajo riguroso, paciente, perseverante, propenso a la búsqueda, registro y análisis de fuentes, materia prima de los historiadores, y a la elaboración de conclusiones modestas apoyadas en sólidas y múltiples pruebas documentales usando el método inductivo de razonamiento. Cuando se adscribieron al Centro de Estudios Históricos algunos de los impulsores de las líneas de investigación pioneras que se desplegaron en él ya habían producido diversas obras señeras del positivismo historiográfico español en los últimos años del siglo XIX y primera década del siglo XX. Así Eduardo Hinojosa, tras residir dos años en Alemania entre 1878 y 1880, y familiarizarse con las nuevas corrientes metodológicas y científicas que dominaban el panorama de la historia y el derecho europeos, publicó en 1887 Historia del derecho español, el primer manual
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científico de historia del derecho español, del que editó solo el primer tomo. En él presentaba una exposición sistemática del derecho de los pueblos primitivos de la Península, sobre todo el de la Hispania romana, y unos capítulos sobre el de la época visigoda, que no llegó a desarrollar, consciente de que faltaban monografías en las que apoyar su estudio. Por esta razón, a partir de entonces trazó un plan de investigación destinado a profundizar en el conocimiento de las fuentes que le permitiesen conocer mejor el funcionamiento de las instituciones jurídicas medievales, resultado de la interrelación entre fenómenos socioeconómicos y el ámbito del derecho. De todas maneras la concepción y método de ese manual de 1887 dejó honda huella en los investigadores posteriores. En la década siguiente Ramón Menéndez Pidal emergió en el panorama científico español. Su publicación de La leyenda de los infantes de Lara en 1896 revelaba su dominio de los avances metodológicos del positivismo historiográfico decimonónico, transmitidos por su maestro, el filólogo, lingüista y romanista francés Gaston Paris (1839-1903). La obra fue saludada con alborozo por el líder de los hispanistas franceses Alfred Morel-Fatio (1850-1924), cuya favorable crítica consolidó indudablemente la autoridad del joven Menéndez Pidal en el campo de la filología, que empezó a configurarse, gracias a su labor, como la disciplina preeminente en el ámbito de las ciencias humanas en el tránsito del siglo XIX al XX (Pedrazuela, 2014). En esa crítica de Morel-Fatio se preveía, en efecto, un futuro promisorio para las humanidades, si se abrazaba con fervor la bonne méthode positivista: «Si en España se lee este libro, si se le comprende, puede provocar un verdadero renacimiento de los estudios filológicos e históricos. Los jóvenes, sobre todo, aprenderán en él, que nada, ni aun las dotes más brillantes, puede reemplazar al trabajo metódico, la escrupulosidad en las investigaciones y el prurito constante de la exactitud» (citado por Alonso, 1979: 23). Otro de los fundadores del Centro de Estudios Históricos que se incorporó a él con un bagaje notable, pero con una situación institucional débil, pues no logró la cátedra de Arqueología arábiga de la Universidad Central hasta 1913, fue el historiador del arte y arqueólogo Manuel Gómez Moreno, quien obtuvo una sólida formación positivista en su Granada natal. Desde muy joven mostró una especial predilección por dos áreas de trabajo: el estudio de la interacción cultural entre cristianos y musulmanes en la España medieval, particularmente en el campo de las artes plásticas, suntuarias y decorativas; y el conocimiento arqueológico de la Península Ibérica. Así se comprueba en los modélicos catálogos que hizo de los monumentos de las provincias de Ávila (1900-1901), Salamanca (1901-1902), Zamora en 1903 y León en 1906 en el marco del gran proyecto del Catálogo monumental de
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España diseñado por su amigo y paisano granadino, el político e historiador liberal de la órbita del institucionismo Juan Facundo Riaño, accesibles actualmente en línea en el portal de la biblioteca Tomás Navarro Tomás del CSIC dedicado al Catálogo monumental de España.2 En sus trabajos de campo por tierras castellanas y leonesas, Gómez Moreno iba siempre acompañado de su cámara fotográfica para «hacer partícipes a todos de la emoción estética y de los valores informativos que la realidad artística provoca» (Gómez Moreno, 1995: 602). Testigo y protagonista principal de ese renacimiento de los estudios filológicos e históricos que se produjo en el gozne de los siglos XIX y XX fue el historiador alicantino Rafael Altamira, autor en 1895 de un excelente libro de síntesis, La enseñanza de la historia, que tendría honda influencia posteriormente en el desenvolvimiento de los estudios históricos en el ámbito cultural hispánico por su claridad expositiva, sus profundos conocimientos de la historiografía europea y americana, y su vocación pedagógica. En él explicó que en su práctica de investigación el historiador tenía que conceder importancia tanto a la historia política como a la historia interna de las sociedades, basada en sus manifestaciones literarias, artísticas y filosóficas. Debía estudiar la evolución de las instituciones y considerar «la unidad de vida en el organismo social, así como la recíproca influencia de todas sus partes y elementos» (Altamira, 1895: 149). Sus propuestas para renovar la investigación y la enseñanza de la historia, apostando por un estudio sistemático de la civilización española, las puso en práctica, a lo largo de la década de 1890, en Madrid desde la secretaría de esa gran iniciativa krausista-institucionista que fue el Museo Pedagógico Nacional, y luego en Oviedo al ganar la cátedra de Historia del Derecho de su universidad. Entre las diversas iniciativas que puso en marcha en esos años cabe destacar la Revista Crítica de Historia, Literatura Españolas, Portuguesas y Americanas, que dirigiría entre 1895 y 1898, cuya contribución al afianzamiento de una moderna práctica historiográfica fue continuada a partir de enero de 1900 por dos profesores de la Universidad de Zaragoza, el catedrático de Historia universal Eduardo Ibarra (1866-1944) y el arabista Julián Ribera (1858-1934) mediante otras dos publicaciones seriadas: la Revista de Aragón y su sustituta y continuadora Cultura española, cuyo primer número salió en Madrid en febrero de 1906, un año decisivo en la configuración de la ciencia como moral colectiva dominante en el seno de la sociedad española al obtener Cajal el premio Nobel de Medicina y Fisiología, y gestarse la JAE. Preci2 Este portal, visible en http://biblioteca.cchs.csic.es/digitalizacion_tnt/, es uno de los resultados del convenio de colaboración firmado en 2008 entre el Instituto de Historia del CSIC y el Instituto del Patrimonio Cultural de España para conmemorar el centenario del Centro de Estudios Históricos.
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samente en torno a Revista de Aragón y Cultura Española se aglutinó el núcleo fundador del Centro de Estudios Históricos (López Sánchez, 2006: 24-27). Por testimonios de los protagonistas, principalmente por la correspondencia de Gómez Moreno a su mujer —editada por David Castillejo (1997-1999)—, sabemos que los meses iniciales del funcionamiento del Centro de Estudios Históricos no fueron fáciles por dificultades presupuestarias, condiciones inapropiadas de los locales en los que ejercían su trabajo sus integrantes, distinto grado de compromiso de sus impulsores... Pero pasado un tiempo corto la institución empezó a dar sus frutos a través de una triple vía: organizando seminarios o talleres de formación de investigadores, promoviendo viajes en busca de materia prima para el quehacer de historiadores y filólogos, y fabricando textos en forma de libros o artículos científicos. Los seminarios históricos habían contribuido de manera decisiva a la consolidación de los fundamentos de la historiografía positivista en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX. Se iniciaron en la Laisenstrasse de Berlín a partir de 1844, donde estaba el domicilio particular del historiador alemán Ranke (1795-1886), quien invitaba a sus asistentes a seguir ante el estudio de las fuentes un triple mandato: ejercer la crítica externa e interna, buscar la precisión en ese ejercicio siendo penetrantes en su interpretación y hacer suyo el lema que escogió como emblema en 1865: labor ipse voluptas («el trabajo es en sí mismo el placer») (Eskildsen, 2007: 472). Gracias a sus discípulos, como Waitz, ese nuevo instrumento de formación de investigadores se propagó por Europa y Norteamérica en el último tercio del siglo XIX. En España tenemos noticias de que Eduardo Ibarra lo puso en práctica en la Universidad de Zaragoza en la década de 1890. Comenzó en el curso de 1891-1892 con reuniones semanales, en las que un número limitado de alumnos dedicaron parte del tiempo a ejercicios paleográficos mediante lectura de documentos de los siglos XIII, XIV y XV y otra parte al estudio del derecho penal en los Fueros de Aragón (Altamira, 1895: 433-434). Pero fueron los fundadores del Centro de Estudios Históricos quienes definitivamente consolidarían ese método de trabajo personalizado, que acentuaba el carácter práctico y experimental de la enseñanza, convirtiendo la clase en un laboratorio. En ella el alumno se ejercitaba por su cuenta en el trabajo de todos los elementos de estudio que le permitían abordar el problema histórico a resolver, fuesen de carácter epigráfico, arqueológico, diplomático o bibliográfico. Ciertamente los seminarios iniciales del Centro de Estudios Históricos contaron con muy pocos alumnos. Pero quienes asistieron a ellos se consideraron unos elegidos y han dejado testimonio de la honda
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huella y atracción entusiasta que dejaron en ellos las enseñanzas recibidas de Menéndez Pidal, Hinojosa, Gómez-Moreno, Altamira, Ribera, o Asín. Por ejemplo, Claudio Sánchez Albornoz evocaba así el impacto que le produjo en el curso de 1911 a 1912 el magisterio de Hinojosa, quien era desde 1900 catedrático de Historia Antigua y Media de la Universidad Central y secretario perpetuo de la Real Academia de la Historia: Su palabra era lenta, pero precisa; ninguna flor retórica…; su inmenso saber, su rigor científico, su sencillez expositiva, su volcar ante los otros las entrañas de cada problema crítico, sin escamotear la dificultad que encerraran sus escapadas por el campo de la historiografía… le permitía centrar las instituciones castellanas en el marco de su origen y destacar las novedades o las coincidencias de sus procesos evolutivos (citado por Carande, 1989: 129).
Y en otro lugar añadirá: «Por él conocí el abismo que apartaba de la ciencia histórica europea a las producciones historiográficas españolas» (Sánchez Albornoz, 1975: 26). Al evocar el momento en el que conoció a Gómez Moreno, nos ofrece otro testimonio de cómo interactuaban los integrantes de aquella institución que se veían en su momento fundacional como abejas de una colmena: Conocí a Gómez Moreno cuando, hace casi medio siglo, comencé a concurrir al seminario de don Eduardo de Hinojosa en el recién creado «Centro de Estudios Históricos». Trabajaba junto a nosotros con su colmena de discípulos, en otra de las celdas en que, mediante simples tabiques de madera, se había dividido uno de los bajos del edificio de la Biblioteca Nacional. Mi maestro semejaba un patriarca, el arqueólogo vecino tenía la estampa de un moro de Granada; y lo era. Lo era por su origen, por su estampa física y por su temperamento. Mayor aún que su ímpetu apasionado era su saber. Los jóvenes estudiantes que frecuentábamos el Centro sentíamos hacia él una temerosa admiración (citado por Martín, 1986: 93).
Altamira a su vez, tras el viaje triunfal que realizara al continente americano en 1910, empezó con ímpetu su colaboración en el Centro de Estudios Históricos, dirigiendo, por ejemplo, en el curso 1910-1911 media docena de trabajos de investigación sobre los orígenes de la España contemporánea: «Los afrancesados en Andalucía»; «Zamora en tiempo de la guerra de la Independencia» (que daría lugar al libro publicado por el catedrático del Instituto de Zamora Rafael de Gras); «Fernando VII en Valencia: recibimiento que le hizo la ciudad y preparación de un golpe de Estado (1813)», génesis de un libro de ese gran historiador que fue José Deleito Piñuela; «La idea de tolerancia
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en la legislación y en las costumbres de los primeros años del siglo XIX»; «Pedagogos españoles de comienzos del siglo XIX», origen de un importante estudio del que sería pedagogo socialista Lorenzo Luzuriaga; y «Las Constituciones políticas de España» (Memoria JAE, 19101911: 142-143). De modo que, salvadas las dificultades iniciales, hacia 1915, el futuro del Centro de Estudios Históricos parecía prometedor. Las siete líneas de investigación originarias que se cultivaban en él se habían transformado en otras tantas secciones: de Filología, de Instituciones de la Edad Media, de Arqueología, de Historia, de Filosofía Árabe, de Instituciones Árabes, de Derecho. Estaban dirigidas respectivamente por: Ramón Menéndez Pidal, Eduardo de Hinojosa, Manuel Gómez Moreno, Rafael Altamira, Miguel Asín, Julián Ribera y Felipe Clemente de Diego. Pero a partir de enero de 1913 el organigrama había crecido. Entonces se creó una octava sección: la de Arte, dirigida por Elías Tormo (1869-1957), dedicada inicialmente a trabajos sobre el arte escultórico y pictórico de España en la Baja Edad Media y Renacimiento. Meses después, en el otoño de 1913, se constituyó la sección de Filosofía Contemporánea, dirigida por José Ortega y Gasset (1883-1955). Luego, en abril de 1914, en vísperas del inicio de la Primera Guerra Mundial, se creó la sección de Estudios Semíticos, dirigida por Abraham S. Yahuda, destinada a los estudios de filología semítica e investigación de las fuentes arábigas y hebraicas para la historia, literatura y filosofía rabínico-españolas. A principios de 1915 el Centro tuvo a su primer presidente —que sería vitalicio—, Ramón Menéndez Pidal, elegido por unanimidad en una reunión a la que faltaron Hinojosa, quien se reponía de un derrame cerebral que había tenido meses antes, y Altamira, cuyos motivos para estar ausente en esa importante reunión no están claros.3 La elección por unanimidad de Menéndez Pidal como presidente del Centro El 16 de enero de 1915 Tomás Navarro Tomás informaba sobre los asuntos del Centro a José Castillejo, secretario de la JAE que se encontraba en Ciudad Real, y le decía, entre otras cosas: «Han asistido todos los profesores menos el Sr. Hinojosa y el Sr. Altamira; éste me habló por teléfono poco antes de la reunión para decirme que no podía venir y que hiciese presente en su nombre que durante varios meses de este año no podrá reanudar los trabajos de su sección, pero que piensa continuarlos a partir del mes de noviembre, por lo cual desea que se le reservase lo necesario, en el presupuesto, para este último trimestre». David Castillejo, editor de la correspondencia de su padre, fuente insustituible para el conocimiento de la JAE, yerra cuando intenta aclarar esa ausencia de Altamira al explicar al lector que «Altamira estaba plenamente ocupado con sus tareas de Director General en el Ministerio de Instrucción Pública» (Castillejo, vol. III, 1999: 226). Como es sabido, Altamira, procedente del partido republicano de Salmerón y colaboracionista de los liberales, cesó como director general de Primera Enseñanza del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes el 22 de octubre de 1913. En 1915 el Gobierno lo presidía Eduardo Dato e Iradier, dirigente del Partido Conservador. 3
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de Estudios Históricos, ante la ausencia en la mencionada reunión de los dos principales historiadores como eran Hinojosa y Altamira, explica la preponderancia de los filólogos en su seno, ratificada por diversos hechos. El principal órgano de expresión del Centro fue la Revista de Filología Española, creada en el primer trimestre de 1914, dirigida precisamente por el tándem que controlaría también el Centro de Estudios Históricos durante muchos años: Ramón Menéndez Pidal, como director científico, y el fonetista Tomás Navarro Tomás, como gerente de la publicación y también secretario del Centro, y como tal brazo ejecutor de las directrices de don Ramón. Aunque hubo colaboraciones de historiadores en la Revista de Filología Española, como revela el artículo «Merindades y señoríos de Castilla en 1533» publicado en su primer volumen por el archivero Pedro González Magro, especializado en geografía histórica, el dominio de los filólogos en ella fue abrumador, revelador de la preeminencia alcanzada por esa disciplina en el ámbito de las ciencias humanas en la España de principios del siglo XX gracias a la autoridad lograda por Menéndez Pidal. Su liderazgo se asentó como resultado de sus contribuciones científicas, del apoyo de colaboradores cualificados, entre los que sobresalieron Tomás Navarro Tomás y Américo Castro, y de sus conexiones políticas con todas las fuerzas del régimen de la Restauración. Habrá que esperar una década para que el Centro, durante el bienio 1924-1925, se animase a editar nuevas revistas como el Anuario de Historia del Derecho Español y el Archivo Español de Arte y Arqueología, sobre cuyas características y significación volveré más adelante. Dado el predominio adquirido por la sección de Filología en los inicios del Centro de Estudios Históricos, no ha de extrañar que ya para 1915 su sección fuese la más numerosa, con casi una cuarta parte de los colaboradores que tenía el Centro para esa fecha: once de un total de cuarenta y tres. La seguían las secciones de Historia, la más feminizada de todas, pues de sus seis colaboradores tres eran mujeres —Magdalena Santiago de Fuentes (1873-1927), Concepción Alfaya López y Ángela Carnicer Pascual (1893-1980)—, y la de Instituciones Árabes, también con seis colaboradores, entre los que se encontraba el catedrático de Instituto José Sánchez Pérez (1882-1958), experto en los conocimientos matemáticos existentes en Al-Ándalus medieval y estudioso de la personalidad científica de Alfonso X el Sabio.4 Pero, cuando el Centro estaba en plena productividad y gozando de reconocimiento social, como lo reveló la entrevista que se le hizo a Información sobre su trayectoria científica y sobre los estudios existentes sobre su labor en http://divulgamat2.ehu.es/divulgamat15/index.php?option=com_content&task=view &id=9891&Itemid=33&showall=1 [consultado el 19 de abril de 2015] 4
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Menéndez Pidal a principios de 1916 en las páginas de esa gran publicación de la «generación de 1914» que fue la revista España,5 sucedió un hecho que marcaría un antes y un después en su trayectoria. Me refiero al abandono de la institución por parte de los arabistas Julián Ribera y Miguel Asín en ese año de 1916. Expresaban así su protesta y desacuerdo con el proceder del secretario de la JAE José Castillejo, quien, tras ser derrotado en una oposición a la cátedra de Sociología General de la Universidad Central por Severino Aznar (1870-1959), acusó a Miguel Asín de haber respaldado a alguien que no tenía la preparación suficiente (López Sánchez, 2006: 72-73). No sabemos si ese mal perder de Castillejo fue producto de una actitud arrogante, impropia de alguien a quien admiradores tan dispares como Ramón Carande, Julio Caro Baroja o Salvador de Madariaga consideraron «un ciudadano lleno de rectitud», o se derivó de las presiones que por aquel entonces sufría la JAE de los sectores conservadores clericales, que no admitían que el institucionismo les disputase el monopolio de las tareas formativas de los jóvenes universitarios españoles.6 De todas maneras el desistimiento a partir de mediados de 1916 de los responsables de dos de las secciones más dinámicas del originario Centro de Estudios Históricos produjo hondas consecuencias en la trayectoria futura de esa institución. No sólo se debilitó su producción científica, pues en los primeros años de funcionamiento del Centro la laboriosidad de los arabistas fue considerable. También se resquebrajó en el campo de las humanidades la creencia que tuvieron los impulsores de la JAE de que era factible que las principales fuerzas políticas de la Restauración aparcasen sus diferencias ideológicas para elaborar un discurso civil en torno a la conveniencia de que el cultivo de la ciencia permitiese la vertebración social del país (Glick, 1994). De hecho, ese retraimiento de Ribera y Asín fue el germen de hostilidades que se expresarían con especial virulencia en los ataques que vertería en 1940 contra el Centro de Estudios Históricos el antiguo colaborador de su sección de Filosofía Árabe Cándido A. González Palencia en el libelo titulado Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza, expresivo de un lamentable ajuste de cuentas de los vencedores sobre los vencidos en nuestra trágica «guerra incivil».7 «Entrevistas de España. Hablando con Menéndez Pidal», España. Semanario de la vida nacional, Madrid, 6 de enero de 1916, año II, n.º 50, pp. 11-13. 6 Muy elocuente al respecto fue el discurso del catedrático de la Universidad Central Quintiliano Saldaña sobre «La enseñanza en España» en el Hotel Ritz, organizado por el Centro Maurista, del que informó Felipe Arévalo a José Castillejo el 19 de enero de 1915 (Castillejo, vol. III, 1999: 227). 7 Ahí, por ejemplo, manifestó lo siguiente: «Las revistas, en especial la de Filología, adolecen del defecto de parcialidad sectaria. Acostumbraba a silenciar las publicaciones de personas de derechas. Por ejemplo, no dio cuenta de los originalísimos trabajos de don Julián 5
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Además, a partir de 1916, paulatinamente, otras secciones dejaron de funcionar. Así sucedió con la de Estudios sobre Filosofía Contemporánea. Ortega y Gasset, tras dar un curso público sobre Sistema de la Psicología, emprendió un viaje a la Argentina en el verano de ese año invitado por la Institución Cultural Española de Buenos Aires, que dirigía el médico Avelino Gutiérrez, y a su regreso se desvinculó del Centro (Memoria JAE, 1916-1917: 125). La que dirigía Abraham S. Yehuda sobre estudios hebreos desapareció en el curso 1917-1918, al parecer por problemas de salud de su director (Memoria JAE, 19161917: 126-128). Asimismo, dejó de funcionar en 1918 la relevante sección que dirigiera Rafael Altamira dedicada a la metodología de la historia e historia moderna y contemporánea de España, al parecer por su incomodidad al no disponer de espacio en la sede del Centro, ubicada por entonces en los sótanos de la Biblioteca Nacional (López Sánchez, 2006: 69). También, tras el fallecimiento de Hinojosa el 19 de mayo de 1919, después de una larga enfermedad, la sección de Instituciones de la Edad Media dejó de aparecer en el organigrama del Centro de Estudios Históricos. Así pues a finales de 1919 la institución quedaba reducida a cuatro secciones, siendo hegemónica la de Filología, cuyo poderío e influencia científica eran crecientes. Su director —Ramón Menéndez Pidal— era también el presidente del Centro, y su brazo derecho, Tomás Navarro Tomás, el secretario. Los filólogos tenían la mayoría absoluta en el interior de la institución. La sección contaba con veintitrés colaboradores. Ese número contrastaba con los de las otras tres secciones: la de Derecho tenía solo tres colaboradores, la de Arte, seis y la de Arqueología, once. La relación entre estas dos últimas secciones se fue haciendo cada vez más estrecha como recordaría José Moreno Villa, uno de los colaboradores iniciales de la sección de Arqueología, en sus memorias escritas en su exilio mexicano: El Centro de Estudios Históricos era un silencioso campo de batalla. En mi sección, la de Arqueología e Historia del Arte, éramos dos jefes y seis soldados. Los jefes, don Manuel Gómez Moreno y don Elías Tormo. Los soldados, Ricardo de Orueta, Leopoldo Torres Balbás, Francisco J. Sánchez Cantón, Jesús Domínguez Bordona, Antonio Floriano y yo (Moreno Villa, 2011: 98).
Ribera acerca de los orígenes de la lírica y de la épica castellanas, y de la música, no obstante estar tan íntimamente relacionados con su especialidad. Calló igualmente la aparición del libro de don Miguel Asín Palacios acerca de las relaciones de la Divina Comedia con la literatura islámica, uno de los libros de más resonancia en la literatura comparada de Europa en lo que va de siglo...» (González Palencia, 1940: 194-195).
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Varios de estos investigadores evocados por Moreno Villa realizaron notables libros en esos años fundacionales del Centro, analizando monumentos y obras de arte que expresaban las peculiaridades culturales de las sociedades hispanas, producto de las interacciones y tensiones entre las tres religiones monoteístas durante la Edad Media y de la originalidad del barroco hispano. Sobre la primera cuestión realizó una importante monografía Manuel Gómez Moreno acerca de Las iglesias mozárabes, publicada por el Centro en dos volúmenes en el año de 1919. El segundo problema lo abordó el malagueño Ricardo de Orueta en su modélico estudio dedicado al escultor barroco Pedro de Mena, publicado por el Centro en 1914, con dedicatoria a su amigo y paisano Alberto Jiménez Fraud, el director de la Residencia de Estudiantes. En los trabajos de campo efectuados en aquella década de 1910 a 1920 por Gómez Moreno y Orueta para analizar los monumentos que tenían que estudiar, fuesen iglesias o esculturas, además de dibujar trozos arquitectónicos y medir ruinas iban acompañados de sus inseparables máquinas fotográficas que les permitieron capturar y registrar las huellas del pasado que querían descifrar, ayudándoles a transformar el «paisaje en historia y la historia en paisaje» (Varela, 1999: 229-257). Así, en sus libros hay una perfecta interrelación entre imagen y objeto, característica de muchas de las aportaciones efectuadas por aquellos arqueólogos e historiadores del arte. Esos viajes por la España profunda dejaron honda huella a algunos de aquellos laboriosos excursionistas, como le sucedió a José Moreno Villa, quien en su exilio mexicano evocaría así su rastreo de huellas culturales del pasado en compañía de uno de los «capitanes» del Centro de Estudios Históricos: Poco a poco fui adentrándome y orientándome. Determiné estudiar las miniaturas mozárabes y visigóticas. Hice muchas excursiones con Gómez Moreno. Dibujé capiteles y zapatas, hice fotografías y tomé cantidad de apuntes. Desde entonces, desde 1911, empieza mi contacto con los pueblos de España, tan pobres y tan benditos como el pan. Con Gómez Moreno recorrí La Rioja, Haro, Santo Domingo de la Calzada, Burgos, Covarrubias, Santo Domingo de Silos, León, Alba de Tormes, Toro, San Román de Hornija… ¡Qué sé yo! (Moreno Villa, 2011: 85).
Y en otro texto de su etapa de exiliado, al dar cuenta de los autores y tramoyistas del cultivo de la historia del arte, nos explica cómo su ayuda a Gómez Moreno para preparar «su gran libro sobre las iglesias mozárabes» le suministró material y ambiente para algunos de sus trabajos literarios. Así ese extraordinario monumento que es la iglesia de San Baudilio de Berlanga en tierras sorianas le inspiró el cuento «Eximino, el presbítero», incluido en su libro Evoluciones, pues «aquel contacto con los pueblos, que era un contacto con el tiempo, me tocaba
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Este edificio fue la segunda sede del Centro de Estudios Históricos durante la década de 1920 (Residencia de Estudiantes, Madrid).
muy hondo». De ahí que, ante las reconvenciones de Juan Ramón Jiménez acerca de que, por haberse inmiscuido en trabajos históricos o eruditos, se disciplinaría demasiado y se secaría su imaginación, se defienda subrayando que «todo es útil si se asimila bien» y ofrezca al lector un esquema claro y elocuente de cómo en aquellos años de su adscripción al Centro de Estudios Históricos organizaba su vida para simultanear su tarea de investigador en la historia del arte con sus actividades artísticas como poeta y pintor (Moreno Villa, 2011: 100). Mientras él se organizaba para llevar a cabo diversas actividades heterogéneas, reconocía que los dos líderes de esa institución estaban volcados a tiempo completo en sus tareas científicas: Gómez Moreno era de una gran actividad, y de una gran sobriedad. No fumaba, no bebía, no tomaba el café con los amigos. ¿Los tenía? Tenía mujer e hijos, pero ¿amigos? Los investigadores llegan a no tener tiempo para eso. Es lo que le ocurre también a Menéndez Pidal. Todas las horas de la vida son pocas para lo que tienen que hacer (Moreno Villa, 2011: 99).
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Los altibajos de una labor colectiva en la nueva sede de la calle Almagro n.º 26 Tras una década de instalación «con modestia franciscana» en unas enormes salas situadas en la planta baja de la Biblioteca Nacional y diversos avatares en la busca de una nueva sede que paliase las deficiencias del local en el que estaba instalado, el Centro se trasladó a un pequeño palacete ajardinado ubicado donde se cruzan actualmente las madrileñas calles de Almagro y Zurbano. El nuevo local de dos pisos, sótano y buhardilla no era muy espacioso (López Sánchez, 2006: 62-64). En él convivirían durante otra década filólogos con arqueólogos e historiadores en un ambiente sobrio, manteniendo un ritmo de trabajo silencioso y constante en medio de turbulencias políticas. La crisis final del turnismo del régimen de la Restauración desembocó en la proclamación de la dictadura del general Primo de Rivera, cuyo advenimiento al poder en 1923 puso en jaque la JAE y sus instituciones. Cajal tuvo que poner en acción toda su autoridad para salvaguardar la obra de la JAE, y aunque hubo injerencias gubernamentales en su funcionamiento, el grueso de su arquitectura institucional sobrevivió a la nueva situación política. Así podemos constatar que, instalados los integrantes del Centro de Estudios Históricos en «una morada de ascéticas prácticas»,8 mantuvieron su ritmo de trabajo y prosiguieron las líneas de investigación que habían empezado a desarrollar en años anteriores. Los integrantes de las secciones de Arqueología y Arte siguieron concentrados fundamentalmente en el estudio de la época medieval, sin desdeñar el conocimiento de otros tiempos más remotos, en particular los correspondientes a la cultura ibérica. Por ejemplo, durante el bienio 1920-1921, la sección de Arqueología española, dirigida por Manuel Gómez Moreno impulsó las siguientes diez líneas de trabajo: 1.ª Estudios sobre arquitectura megalítica y epigrafía romana, por Cayetano Mergelina; 2.ª Estudios sobre arte ibérico: repertorio general de objetos, por Juan Cabré Aguiló; 3.ª Numismática de los reyes de Taifas, por Antonio Prieto Vives; 4.ª Estudios sobre tejidos musulmanes, por Pedro M. de Artiñano; 5.ª Geometría decorativa, especialmente en el arte musulmán, por Antonio Prieto Vives; 6.ª Trazados arquitectónicos y decorativos musulmanes, por Emilio Antón y Emilio Camps Cazorla; 7.ª Arqueología prerromana por Manuel Gómez Moreno; 8.ª Estudios sobre arquitectura medieval cristiana, por Leopoldo Torres Balbás; 9.ª Platería española, por José Ferrandis Torres; 10.ª Indumentaria miliAsí caracterizó Giménez Caballero al Centro de Estudios Históricos cuando lo visitó a finales de 1927. Véase su artículo «Nuestras visitas. El Centro de Estudios Históricos», El Sol, 30 de diciembre de 1927. 8
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tar medieval, por Francisco Rocher Jordá. A su vez, en ese mismo período de 1920-1921 la sección dirigida por Elías Tormo «Trabajos sobre arte escultórico y pictórico de España en la baja Edad Media y Renacimiento» también se mantuvo bastante activa, abriéndose al estudio del Barroco. En ella los colaboradores eran pocos y por tanto se dio prioridad al trabajo en equipo, como se aprecia en la siguiente relación de las once líneas de investigación que desarrollaron sus integrantes en ese bienio: 1.ª Anales de los Artistas biografiados por Palomino, y publicación de las fuentes literarias de su texto, por los colaboradores de la sección; 2.ª Artistas sevillanos del siglo XVII: Francisco Herrera, el Viejo, y Francisco Herrera, el Mozo, por Elías Tormo; 3.ª El Arte barroco en Madrid, por Elías Tormo y Manuel Herrera Gés; 4.ª Dibujos de pintores españoles del siglo XVII, por los colaboradores de la sección; 5.ª La vida y las obras de don Juan Carreño de Mirada, por Francisco J. Sánchez Cantón; 6.ª Estudios de Iconografía cristiana española, por Elías Tormo; 7.ª El Renacimiento artístico en tierra de Jaén, por los colaboradores de la sección; 8.ª Estudios sobre grabados españoles, por J. Domínguez Bordona; 9.ª Continuación del corpus general de artistas españoles, por los colaboradores de la sección; 10.ª La orfebrería española, por los colaboradores de la sección y los de la sección de Arqueología; 11.ª Fray Juan Rizi, escritor de arte y pintor de la escuela de Madrid, por Elías Tormo. Fue hacia 1924 cuando las dos secciones decidieron unir sus esfuerzos para poner en pie una empresa colectiva que mostraba la solidez alcanzada por los arqueólogos e historiadores del arte del Centro tras haber hecho notables esfuerzos por ayudar a profesionalizar ambas disciplinas en el campo de las ciencias humanas. Me refiero a la creación de la revista cuatrimestral Archivo Español de Arte y Arqueología, cuyo primer número se lanzó en enero de 1925. Hasta entonces los integrantes de esas secciones daban cuenta de los resultados de sus investigaciones en publicaciones externas como Arte Español, Boletín de la
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Manuel Gómez Moreno, director de la sección de Arqueología española del Centro de Estudios Históricos (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Cubierta del primer número del Archivo Español de Arte y Arqueología (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
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Sociedad Española de Excursiones, Memorial Numismático Español, Actas y Memorias de la Sociedad Española de Antropología. Prehistoria y Etnografía, entre otras, o en la misma Revista de Filología Española, donde Gómez Moreno publicó en 1922 su relevante trabajo sobre el plomo de La Serreta (Alcoy), que fue decisivo para el desciframiento de la escritura ibérica. A partir de 1925, por una docena de años, y a través de treinta y nueve números, pues el último se publicó en el último cuatrimestre de 1937, los integrantes de las dos secciones arriba mencionadas del Centro de Estudios Históricos dispusieron de un órgano de expresión que utilizaron como medio de validación y comunicación de sus investigaciones. También lo usaron como plataforma de autoafirmación de su conciencia de grupo e instrumento de poder, llamando a sus páginas a sus aliados y excluyendo de ellas a sus rivales profesionales. Con ella estructuraban sus redes nacionales e internacionales, exhibían la dinámica e intereses de sus investigaciones y favorecían su labor de sistematización de los conocimientos de sus respectivos ámbitos disciplinares prestando especial atención a su función bibliográfica (Duclert y Rasmussen, 2002). Hasta mayo de 1932 la revista fue dirigida por los «capitanes» —en denominación de Moreno Villa— Manuel Gómez Moreno y Elías Tormo, quienes recibieron desde el primer número la inestimable colaboración como secretario de redacción de Francisco Javier Sánchez Cantón (1891-1971), vicedirector del Museo del Prado desde 1922. Él sería quien, ya en tiempos republicanos, sucediese a aquellos en la dirección de la revista a partir del número 23 de mayo-agosto de 1932. A lo largo de su trayectoria la revista mantuvo una estructura casi inalterable compuesta por tres secciones. La primera, la de Estudios, correspondía a la publicación de los artículos científicos en la que los autores, tras exponer el estado de la cuestión, presentaban detalladamente los resultados de sus pesquisas apoyados en un sólido aparato documental y ofrecían las conclusiones de sus hallazgos con las que intentaban avanzar en el conocimiento del problema que habían abordado. El primer número lo abrió Manuel Gómez Moreno con el artículo titulado «Sobre el Renacimiento en Castilla», en el que analizaba la obra del arquitecto Lorenzo Vázquez. Y le acompañaron Sánchez Cantón con un estudio sobre el pintor Nicolás Francés, Ricardo de Orueta con un trabajo titulado «Un escultor animalista del siglo XVI», y Juan Cabré con su artículo «Arquitectura hispánica. El sepulcro de Toya», en el que analizaba las características de este singular monumento funerario de la cultura ibérica ubicado en la provincia de Jaén. La segunda, denominada Varia, permitía presentar avances de investigaciones en curso o documentos a los que se concedía un relevan-
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te valor historiográfico. Estuvo sostenida en sus primeros años por los colaboradores más asiduos de la revista, que eran los historiadores más próximos a los directores como Diego Angulo Iñiguez (1901-1986), Juan de Mata Carriazo (1899-1989), Jesús Domínguez Bordona (18891963), Leopoldo Torres Balbás (1888-1960), y el ya mencionado secretario de redacción Francisco Javier Sánchez Cantón (1891-1971). Contaron con el apoyo ocasional de otros colaboradores como Manuel González Simancas (1885-1942), Antonio Gallego Burín (1895-1951) y Ángel Vegué y Goldoni, entre otros. La tercera sección, la de Bibliografía, mostraba el afán del equipo de la revista de hacer un seguimiento de las obras más representativas que se escribían en las principales lenguas europeas y peninsulares sobre historia del arte en general, y en particular sobre el arte hispánico. En el primer volumen de la revista aparecen, como colaboradores de esta sección, junto a los nombres ya mencionados, los de Elías Tormo, Cayetano Mergelina (1890-1962), Juan Allende Salazar (1882-1938) y el arquitecto Pablo Gutiérrez Moreno (1876-1959). Conscientes de que la revista podía ser un útil instrumento de trabajo para sus lectores, cada tomo anual disponía de unos índices de materias, autores, artistas y personas notables y localidades, remarcando así el afán de sus redactores de organizar un archivo que permitiese un mejor conocimiento de los monumentos más significativos de la cultura española, muchos de ellos en peligro de desaparición o susceptibles de expolio. De modo que parte de las actividades de los integrantes de esa sección estuvo encaminada a la defensa del patrimonio históricoartístico del país. En esa labor varios de sus integrantes tuvieron importantes responsabilidades políticas. Ese fue el caso del conservador Elías Tormo, quien fue ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes durante el Gobierno que presidió el general Dámaso Berenguer entre el 24 de febrero de 1930 y el 18 de febrero de 1931. Tormo nombraría director
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Elías Tormo (con barba en el centro), impulsor de los estudios de Historia del Arte en el Centro de Estudios Históricos (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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general de Bellas Artes, que era el organismo encargado de velar por la salvaguardia del patrimonio cultural, a Manuel Gómez Moreno. Meses después, proclamada la República, ese mismo cargo también lo desempeñaría otro integrante del Centro de Estudios Históricos: Ricardo de Orueta, quien llevó a cabo una extraordinaria labor cultural, que sólo recientemente ha empezado a valorarse como destacaré más adelante. Es posible que el Archivo Español de Arte y Arqueología, en el que se dieron a conocer importantes trabajos arqueológicos y sobre el arte medieval fundamentalmente, pero también renacentista —como el trabajo que publicara Manuel Gómez Moreno en el número 17 de mayo-agosto de 1930 sobre «Miguel Ángel en España barroco y neoclásico»—, surgiera por emulación del Anuario de Historia del Derecho Español, otra importante revista impulsada por el Centro de Estudios Históricos. Esta nueva publicación nació en 1924, como consecuencia de la revitalización en el Centro de la escuela de Hinojosa, y de la irrupción en su seno de la poderosa personalidad de Claudio Sánchez Albornoz. Su quehacer fue fundamental en sus primeros pasos y consolidación, como ya subrayara en su momento Ramón Carande, quien al hacer su semblanza en su galería de amigos dice: No se agradecerá bastante lo que Albornoz puso de su parte en aquella empresa. Sus extraordinarias dotes organizadoras aunaron voluntades, infundieron aliento, ganaron colaboradores, movilizaron a los reacios y despertaron amor por la tarea colectiva que habría de cumplir lo prometido (Carande, 1989: 194).
Sánchez Albornoz, tras ejercer la docencia en las universidades de Barcelona y Valladolid, se instaló en Madrid en 1920 para ocupar la cátedra de su maestro Eduardo de Hinojosa. Al año siguiente, al convocar las Cortes un concurso para conmemorar el doce centenario de la batalla de Covadonga, Menéndez Pidal le instó a que se presentase con un estudio sobre las Instituciones sociales y políticas del reino de Asturias, tema elegido por las Reales Academias de la Historia y de la Lengua para ese concurso, con el señuelo de que el premio sería su consagración como historiador. Recién casado, Sánchez Albornoz se mostró renuente en principio a aceptar el encargo, pero finalmente Menéndez Pidal le sedujo y se sumergió entonces a fondo en el conocimiento del objeto de estudio. Como él mismo recordaría años después: «Examiné el pasado de los pueblos que iniciaron la Reconquista. Estudié la geografía del solar del reino de Asturias. Y recorrí sus viejos caminos, sus viejas ciudades y sus campos de batalla para explicarme y comprender el curso de su historia política» (Sánchez Albornoz,
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1972, VII-IX, citado por Martín, 1986: 74). Obtenido el premio y consagrado como medievalista, Sánchez Albornoz dio nueva vida, a partir de 1924, y con el título de Historia del Derecho Español, a la sección que había creado y dirigido Eduardo de Hinojosa, languideciente desde 1914, y que había desaparecido prácticamente tras su fallecimiento en 1919. En esa renacida sección, Sánchez Albornoz aglutinó a otros discípulos de Hinojosa como el profesor de Historia del Derecho en la Universidad de Barcelona, Galo Sánchez (1892-1969), y el de Historia de España en la Universidad de Salamanca, José Ramos Loscertales (1890-1956), especialistas en análisis críticos de textos jurídicos medievales, y a otros profesores universitarios como Laureano Díez Canseco (1862-1930), profesor de Historia del Derecho en la Universidad de Madrid, José María Ots Capdequí (1893-1975), también profesor de Historia del Derecho en la Universidad de Sevilla y Ramón Carande (1887-1986), profesor de Economía en la Universidad de Sevilla, quien nos dejaría vívidas semblanzas de varios de ellos en su Galería de amigos. Este fue el equipo que promovió la publicación del Anuario de Historia del Derecho Español, dirigida hasta 1930, el año de su fallecimiento, por Díez Canseco. No obstante, la clave de su andadura hasta la Guerra Civil fue Claudio Sánchez Albornoz, primero como secretario de redacción y luego como director al sustituir en esa responsabilidad a Díez Canseco. Con una estructura semejante a las otras revistas iniciales del Centro de Estudios Históricos, como la Revista de Filología Española y el Archivo Español de Arte y Arqueología, en el Anuario de Historia del Derecho Español se publicaban artículos científicos, documentos y reseñas bibliográficas. Sus páginas destacaron por dar cabida a artículos relevantes de su equipo de redacción, como el que publicara en su primer volumen Sánchez Albornoz sobre «Las behetrías: la encomendación en Asturias, León y Castilla». Para su elaboración se apoyó en el importante mapa que había elaborado años atrás en el Centro de Estudios Históricos Pedro González Magro sobre las merindades y señoríos de Castilla en 1353. Sánchez Albornoz lo rescató de su archivo, lo completó y lo publicó como una muestra de reelaboración de los materiales que se iban acumulando en ese «lugar del saber histórico» y de la interacción entre sus diversas secciones. Un elemento llamativo de esta publicación, si la comparamos con el Archivo Español de Arte y Arqueología, es que desde su primer volumen convocó a un número muy considerable de autores extranjeros. Así, cuatro de los ocho artículos editados en el primer volumen, el del año 1924, correspondieron a autores no españoles que publicaron los siguientes textos: los alemanes, Claudio barón de Schwering y Ernst
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Portada del primer número de la revista Anuario de Historia del Derecho Español (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
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Mayer9 los titulados respectivamente «Notas sobre la historia del derecho español más antiguo» (traducido por Ramón Carande) y «Dopsch y el capitulare de Villis»; el argentino Ricardo Levene, «Fuentes del Derecho indiano»; y el portugués Paulo Merea, «Sobre a palabra ‘Atondo’ (Contribuição filológica-jurídica para a história das instituições feudais na Espanha)». Esa relevante presencia de autores foráneos se mantuvo a lo largo de la revista y dio lugar a la presencia de los más importantes medievalistas europeos en sus páginas, como sucedió por ejemplo con el gran historiador francés Marc Bloch, quien publicó en el volumen de 1926 su artículo sobre «La organización de los dominios reales carolingios y las teorías de Dopsch». Otro elemento en el haber de este Anuario es su preocupación por favorecer el diálogo entre los historiadores y otros científicos sociales, como lo revela la publicación en el volumen de 1926 del texto «Comienzo y objetivo de la sociología», de J. von Below, «experto piloto para los historiadores españoles del derecho y de la economía», en palabras del traductor de ese artículo, Ramón Carande (1989: 27), que lo había tenido como profesor en Berlín cuando estuvo en Alemania como pensionado de la JAE entre 1911 y 1913. Esa proyección internacional del Anuario fue in crescendo. A ella contribuyó el esfuerzo de Claudio Sánchez Albornoz por dar a conocer por todas partes los resultados de las investigaciones del Centro de Estudios Históricos, sobre todo a lo largo de un viaje que hizo por varios países de Europa hacia 1927. Y así logró presentar la pujanza de este centro de investigaciones a los primeros lectores de esa gran publicación francesa que fue Annales d’histoire économique et sociale, que tanto impacto tuvo en la historiografía del siglo XX. En efecto, en el número 3 de esa publicación, de 15 de julio de 1929, le publicaron un breve artículo de dos páginas titulado «Le Centre d’études historiques de Madrid». Un año después, el 15 de julio de 1930, uno de los redactores de Annales se hizo eco de la calidad de la revista que empezó a dirigir Claudio Sánchez Albornoz ese año al publicar en los Annales una nota titulada «L’annuaire d’histoire du droit espagnol». La firmaba M.B, quizás Marc Bloch. El prestigio creciente del Anuario y la implicación cada vez mayor de Claudio Sánchez Albornoz en las actividades del Centro, a pesar de las diferencias de criterio que tuvo con los filólogos por la distribución de recursos (López Sánchez, 2006: 115-117), supuso que para el curso 9 De este relevante historiador del derecho alemán, profesor de la Universidad de Würzburg, la sección de Historia del Derecho Español del Centro de Estudios Históricos de la JAE publicó en 1925 y 1926 los dos volúmenes de su gran obra, Historia de las instituciones sociales y políticas de España y Portugal durante los siglos V a XVI. Galo Sánchez se encargó de la traducción del primer volumen y Ramón Carande del segundo.
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1928-1929 la sección de Historia del Derecho español se transformase en la de Historia de las Instituciones Medievales Españolas, animada por un seminario dirigido por Claudio Sánchez Albornoz. Sus primeros asistentes fueron cuatro mujeres —Concha Muedra, Felipa Niño, María África Ibarra y Consuelo Sanz— y siete varones, entre los que destacarían Luis García de Valdeavellano, quien sustituiría a Claudio Sánchez Albornoz en la secretaría de redacción del Anuario a partir de 1930, y José María Lacarra (Memoria JAE, 1929-1930: 176-177). En el curso siguiente, cuando los integrantes del seminario abordaron el estudio de los hidalgos en España en la Edad Media, se agregaron a él otras cuatro mujeres: Pilar Loscertales, Carmen Pescador, Carmen Rúa y María Brey, quien se casaría años después con el notable filólogo Antonio Rodríguez Moñino. A finales de la década de 1920, cuando el Centro de Estudios Históricos efectuó un nuevo traslado a su última sede, ubicada en lo que fue Palacio del Hielo, en la madrileña calle Duque de Medinaceli, donde también se instaló la administración de la Junta para Ampliación de Estudios, los medievalistas del Centro de Estudios Históricos estaban en plena expansión y con una gran confianza en sus fuerzas debido al prestigio creciente de Claudio Sánchez Albornoz entre sus colegas europeos. Pero la situación era diferente entre los arqueólogos e historiadores del arte que se debilitaron en el ámbito investigador cuando sus líderes, Tormo y Gómez Moreno, pasaron a ocupar responsabilidades políticas en el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes del Gobierno dirigido por el general Berenguer, como se indicó con anterioridad. Así lo reconocía Gómez Moreno en su etapa de director general de Bellas Artes en una carta que le dirigió a uno de sus discípulos predilectos, Juan de Mata Carriazo, en diciembre de 1930: El Centro [de Estudios Históricos está] muy lánguido, pues con la ida de [Francisco Javier Sánchez] Cantón y [Emilio] Camps que no volverán hasta fin de año, y la de [Manuel] de Terán, que languidece en Calatayud, y perderse la esperanza de que vuelvan Vd. y Mergelina, resulta que todo son bajas. Ahora nos trasladamos al Palacio del Hielo, donde sobra tanto local como faltará dinero y gente para removerlo (Carriazo, 1977: 24, citado por Mederos Martín, 2010: 65).
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Los años de esplendor republicano
Fachada del edificio que fue la última sede del Centro de Estudios Históricos de la JAE en la calle Medinaceli de Madrid (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Esas previsiones negativas de Gómez Moreno no se verían cumplidas en el primer lustro de la década de 1930. El traslado al Palacio del Hielo coincidió con el advenimiento de la Segunda República el 14 de abril de 1931. El Centro recibió entonces numerosos y generosos apoyos de los gobiernos republicanos, particularmente en el bienio 1931-1933, etapa que coincidió con la asunción de responsabilidades políticas por destacados investigadores del Centro. Así sucedió con Claudio Sánchez Albornoz, sucesivamente rector de la Universidad Central entre 1932 y 1934 y ministro de Estado en 1933, o con Ricardo de Orueta, director general de Bellas Artes entre abril de 1931 y diciembre de 1933, y entre febrero y septiembre de 1936: los dos investigadores destacados militantes de los partidos liderados por Manuel Azaña, primero Acción Republicana y luego Izquierda Republicana. El presupuesto del Centro, por ejemplo, experimentó en la etapa republicana un salto considerable. En 1912 se había financiado con 50.601 pesetas. Esa cantidad ascendió lentamente: a 89.000 pesetas en 1915 y a 125.000 pesetas en el curso 1930-1931. Pero con la nueva situación política el incremento de su financiación fue espectacular al disponer el Centro en el curso 1933-1934 de más de 375.000 pesetas para afrontar sus gastos, que se incrementaron notablemente. Las secciones ya establecidas asumieron nuevas tareas y responsabilidades. Si los filólogos mantuvieron su preeminencia en la vida del Centro, y crecieron en número de efectivos y en responsabilidades, historiadores del arte y medievalistas se vieron también favorecidos por la nueva situación política. Nada más formarse el Gobierno provisional del nuevo régimen republicano se situó al frente de la Dirección General de Bellas Artes un investigador del Centro de Estudios Históricos y firme defensor del patrimonio histórico-artístico como Ricardo de Orueta. En seguida propuso al ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes Marcelino Domingo una serie de decretos y medidas para impedir la destrucción y expolio del «tesoro artístico nacional». Tal y como ha subrayado Miguel Cabañas, la norma más significativa de la labor conservacionista emprendida por el Estado republicano fue el Decreto de 3 de
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junio de 1931. En él se declararon Monumentos Histórico-Artísticos pertenecientes al Tesoro Artístico Nacional entre 760 y 850 monumentos y conjuntos arquitectónicos y arqueológicos, con lo que se incrementaba notablemente la lista de los 325 monumentos existentes hasta entonces dignos de ser protegidos por el Estado (Cabañas, 2014: 40).
Francisco Javier Sánchez Cantón y Ricardo de Orueta (de perfil), dos historiadores del arte del Centro de Estudios Históricos (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
Paralelamente Orueta convenció al ministro Domingo para que, mediante un decreto de 13 de julio de 1931, se crease en el Centro de Estudios Históricos, del que procedía Orueta,10 el Fichero de Arte Antiguo. Su objetivo era elaborar un inventario de las obras de arte existentes en el territorio español antes de 1850, y de «formar un Fichero especial de las obras de arte de importancia destruidas o exportadas En los últimos años el archivo de la Biblioteca Tomás Navarro Tomás ha realizado una magnífica labor ordenando, digitalizando y poniendo en valor el fondo Orueta que se conserva en él, en el que destaca la existencia de centenares de cartas que se pueden consultar a través de este enlace: http://biblioteca.cchs.csic.es/detalle_noticias.php?id_noticias=699. Una descripción de este importante fondo archivístico en Ibáñez González, Sánchez Luque y Villalón Herrera (2011): «Ricardo Orueta y su legado en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC». Comunicación presentada en las Quintas Jornadas de Archivo y Memoria. Extraordinarios y fuera de serie: formación, conservación y gestión de archivos personales, Madrid, 17-18 febrero. Visible en http://www.archivoymemoria.com. 10
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desde 1875 hasta el día», además de otras funciones de apoyo a la labor de la Dirección General de Bellas Artes. Se encomendaba esa labor a las secciones de Arte y Arqueología del Centro de Estudios Históricos por su capacidad de poder hacer una «colaboración regular y constante» con la mencionada dirección general, gracias, tal y como señalaba el decreto, a «su Biblioteca especializada, su colección de varios millares de fotografías, el custodiarse allí los Catálogos monumentales, la competencia de quienes trabajan en dichas Secciones, la continuidad de una labor de veinte años» (Cabañas, 2014: 43). Uno de los resultados de la estrecha colaboración entre los integrantes del Centro de Estudios Históricos y la Dirección General de Bellas Artes en el primer bienio republicano fue la publicación, en julio de 1932, por parte de un amplio equipo de diecisiete investigadores, dirigido por Francisco Javier Sánchez Cantón, de la obra Monumentos españoles: catálogo de los declarados nacionales, arquitectónicos e histórico-artísticos, editada en dos volúmenes por el Centro de Estudios Históricos. La obra, que era «un compendio de nuestro tesoro artístico», no sólo fue encomiada por el propio Orueta en una entrevista que se le hizo en el primer número de RTE. Revista Española de Turismo, sino también en las páginas del diario republicano La Voz de 1 de agosto de 1932 por Ángel Vegué y Goldoni (Cabañas, 2014: 49). Este personaje no sólo ejerció de periodista en esa ocasión, sino que era sobre todo profesor de Historia del Arte de la Escuela de Bellas Artes de Toledo y en la Escuela Superior del Magisterio de Madrid, colaborador desde 1928 con varios artículos en la revista Archivo Español de Arte y Arqueología del Centro de Estudios Históricos,11 y propietario de una famosa casa llamada El Ventanillo que visitara Manuel de Falla, y en la que vivieron en sus escapadas de fines de semana varios integrantes del Centro de Estudios Históricos en la década de 1910, como García Solalinde, Alfonso Reyes, José Moreno Villa y Américo Castro.12 La labor de los medievalistas también se vio favorecida por el nuevo régimen republicano gracias a las conexiones políticas de Claudio Sánchez Albornoz. De hecho a la sección de Historia de las Instituciones Medievales Españolas se le encargó la organización de un potente Instituto de Estudios Medievales por Decreto de 14 de enero de 1932 del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, cuando ocupaba 11 Entre esas colaboraciones en el Archivo Español de Arte y Arqueología cabe señalar las siguientes: «El Cardenal Quiroga, retratado por El Greco», 1928, vol. IV, n.º 11; «Gerardo Starnina en Toledo», 1930, vol. VI, n.º 17; «La dotación de Pedro Fernández de Burgos en la catedral de Toledo y Gerardo Starnina», 1930, vol. VI, n.º 18; «La ‘Biblia Rica’ de San Luis rey de Francia», 1931, vol. VII, n.º 21. 12 Véase al respecto Angelina Serrano de la Cruz (1998): «La ‘orden de Toledo’, Una aventura en el Toledo de los años 20». Añil. Cuaderno de Castilla-La Mancha, n.º 16, pp. 54-56.
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esa cartera el socialista Fernando de los Ríos en un Gobierno presidido por Azaña, a cuyo partido —como ya se ha señalado— pertenecían Sánchez Albornoz y Orueta. La principal tarea del nuevo Instituto que empezó a funcionar en abril de 1932 era preparar la edición de los Monumenta Hispaniae Historica. Para efectuar esa labor se organizaron una serie de viajes de investigación por diversos archivos españoles fotografiando documentos con máquinas Leica que adquirió el Instituto. También instaló un laboratorio fotográfico a cargo del fotógrafo Magallón para organizar con rapidez un archivo fotográfico, del que aún se conservan materiales en el actual archivo de la Biblioteca Tomás Navarro Tomás del CSIC. El Instituto, dirigido por Sánchez Albornoz, se organizó en cuatro secciones: la de historia de las instituciones medievales, que se ocupaba de la publicación del Anuario de Historia del Derecho Español; la de Fueros, dirigida por Galo Sánchez, con el que colaboraban José María Lacarra y dos mujeres —Loscertales y Pardo—, que tenía como objetivo preparar un catálogo completo de fueros y cartas-pueblas que formasen la subdivisión de Leges et Consuetudines de los futuros Monumenta Hispaniae Historica; la de Diplomas, dirigida por el mismo Sánchez Albornoz, y en la que colaboraban en sus inicios cuatro mujeres —Brey, Gutiérrez del Arroyo, Casares y Caamaño—, se preocupaba por preparar una edición de los documentos reales astur-leoneses hasta 1037
Investigadoras del Centro de Estudios Históricos en los años republicanos (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Portada de Índice Literario (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
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para el primer volumen de los Diplomata y Chartae de los mencionados Monumenta Hispaniae Historica; y la cuarta y última sección era la dirigida por el bibliotecario del Centro Benito Sánchez Alonso y se dedicaba al estudio de crónicas preparando en el primer bienio de funcionamiento del Instituto de Estudios Medievales la edición crítica de un volumen de fuentes narrativas de la época visigótica. Aunque este Instituto, debido al escaso tiempo en el que pudo desenvolverse y a las diversas ocupaciones políticas de Sánchez Albornoz, ofreció escasos resultados, fue considerado, sin embargo, por observadores europeos del Centro, como el historiador belga Charles Verlinden, como «la section (del Centro de Estudios Históricos) qui s’est le plus renouvellé, dans ces dernières années» (Verlinden, 1935: 12-13). Pero probablemente el hecho más relevante del dinamismo del Centro de Estudios Históricos en los años republicanos fue el surgimiento de nuevas secciones que dispusieron de sus propios órganos de expresión, de tal manera que entre 1932 y 1935 se crearon tres nuevas secciones y otras tantas nuevas publicaciones periódicas. En marzo de 1932 se creó, en efecto, la sección denominada Archivos de Literatura Contemporánea. La formaron inicialmente el catedrático de Universidad y poeta Pedro Salinas, auxiliado por María Galvarriato y José María Quiroga Pla (1902-1955). En seguida ese reducido equipo, al que se incorporarían posteriormente otros colaboradores como Guillermo de Torre, Vicente Llorens o María Josefa Canellada (Pedrazuela, 2010: 105), lanzó la revista Índice Literario, una importante publicación que suponía una apuesta del Centro por aproximarse al conocimiento de la producción cultural contemporánea, pues en ella se informaba de las novedades literarias españolas casi mes a mes, dado que la revista publicaba diez números al año. Desde su primer número (en junio de 1932) al último (el 41), editado en junio de 1936, su estructura fue inalterable. A un artículo sobre una obra o un tema literario de actualidad —por ejemplo en el último número se hizo un estudio de «La poesía de Luis Cernuda»—, le sucedían reseñas de novelas y narraciones, ensayos literarios, obras dramáticas, poesía y literatura histórica. A esas reseñas se añadían pasajes seleccionados de críticas aparecidas en la prensa. Obra de un equipo, ninguna de esas colaboraciones aparecía firmada, lo que constituye un caso excepcional entre las publicaciones del Centro. Índice Literario constituye ciertamente una fuente insustituible para el conocimiento de la producción cultural republicana en el cuatrienio 1932-1936, como se ha destacado recientemente al efectuar un análisis de parte de la correspondencia entre Pedro Salinas y Quiroga Plá (González, Gálvez, Pedrazuela, 2014). Su estudio en profundidad se
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está iniciando gracias a un convenio de colaboración entre la Fundación Biblioteca Virtual Cervantes, en cuyo sitio web se puede consultar gran parte de la colección de la revista,13 y el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC. La sección de Estudios Clásicos del Centro de Estudios Históricos se creó por una orden ministerial de 28 de febrero de 1933 a iniciativa de los principales responsables de la sección de Filología (Barrios Castro, 2011). Menéndez Pidal firmó, en efecto, la presentación de la revista Emerita, órgano de expresión de esa sección, en la que defendió la conveniencia de revitalizar el estudio del legado grecolatino en la cultura hispana. Américo Castro, por su parte, se desplazó a Ginebra para convencer al profesor italiano Giuliano Bonfante (1904-2005), quien se encontraba allí exiliado por sus posiciones políticas antifascistas, para que se hiciese cargo de la nueva sección. El mismo Bonfante se hizo cargo de la dirección de Emerita en su primera etapa, que duró hasta 1937. Este cuidado boletín de lingüística y filología clásica, de periodicidad semestral, contenía una sección dedicada a trabajos originales de investigación, efectuados por autores españoles y extranjeros; una muy amplia sección de reseñas de revistas de la especialidad y otra sección de reseña de libros. A Bonafante le ayudaron a sostener Emerita, entre otros colaboradores, los más destacados latinistas y helenistas españoles de aquel momento, como José Manuel Pabón (18921978), de la Universidad de Salamanca, el catedrático de Latín del Instituto del Cardenal Cisneros de Madrid Vicente García de Diego (1878-1978), el también catedrático de Latín de instituto Clemente Hernando Balmori (1894-1966), el catedrático universitario de Lengua y Literatura Latinas Pedro Urbano González de la Calle (18791966) y un joven Antonio Tovar (1911-1985), entre otros. Además esta sección, como todas las demás del Centro de Estudios Históricos, tuvo una acusada vertiente educativa. Elaboró bibliografías para orientar a los interesados en los estudios clásicos; preparó una colección de manuales científicos de alta divulgación, como el del profesor de la Universidad de Breslau (actual Wroclaw) Wilhelm Kroll, La sintaxis científica en la enseñanza del latín, que tradujo de la tercera edición alemana A. Pariente, publicado en 1935; dio a conocer en lengua castellana la importante obra del profesor de la Universidad de Viena Paul Kretschmer, Las lenguas y los pueblos indoeuropeos, publicada en 1934 gracias a una traducción de M. Sánchez Barrado y A. Magariños e ilustrada con importantes mapas originales preparados por los integrantes de la sección; y organizó en los locales del Centro cursos regulares para la introducción a la investigación científica. En el del año 13 Véase el sitio web http://www.cervantesvirtual.com/obra/archivos-de-literatura-contemporanea-indice-literario.
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Portada del primer número de la revista Emerita. Boletín de Lingüística y Filología Clásica (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
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1934 asistieron treinta y nueve personas que siguieron cursos de latín leyendo a Tácito, de griego familiarizándose con Platón y de historia de la lengua latina (Memoria JAE, 1935: 232). Y cultivó las relaciones con investigadores extranjeros, en el intenso proceso de internacionalización que tuvo el Centro durante los años republicanos. Por ejemplo, en abril de 1934, el profesor belga Faider de Gante dio tres conferencias sobre temas de lexicografía latina (Memoria JAE, 1935: 231). En septiembre de 1933 se estableció la última sección del Centro de Estudios Históricos: la de Estudios hispanoamericanos, en una coyuntura de intensificación de las relaciones culturales y científicas entre España y la América latina (Bernabeu Albert y Naranjo, 2008: 79-94; López-Ocón, 2013). Bajo la dirección de Américo Castro (1885-1972), quien se encontraba en plena madurez intelectual, los integrantes de esta sección iniciaron las siguientes líneas de investigación: la edición crítica de la Verdadera Historia de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, por Américo Castro, Ramón Iglesia y Antonio Rodríguez Moñino; una bibliografía de las lenguas indígenas de América y estudios sobre las mismas lenguas, por Ángel Rosenblat y Lázaro Sánchez Suárez; un estudio sobre los títulos jurídicos de la soberanía española en América, por Manuel García-Pelayo; trabajos cartográficos sobre el descubrimiento y conquista de América, por Juan Dantín Cereceda y Vicente Loriente; y estudios sobre la conquista española de América, por Silvio Zavala (Memoria JAE, 1935: 248-249). Resultados de esas investigaciones se presentaron en Tierra Firme, accesible en la actualidad gracias a una edición facsímil impulsada por Salvador Bernabéu y Concepción Naranjo. Esta publicación trimestral, cuyo primer número correspondió al primer trimestre de 1935, fue dirigida originariamente por Enrique Díez-Canedo. Se concibió inicialmente como una plataforma de las investigaciones en humanidades y ciencias sociales y un mediador cultural entre Europa y la América hispana como ya señalé hace tiempo. Su aspiración, según la nota editorial del primer número, era ofrecer a un público de habla española un análisis de «los problemas españoles y del mundo hispano, y con ellos las tendencias del pensamiento universal que el hombre moderno necesita conocer para acomodar su vida mental al ritmo del tiempo» y «sustituir la retórica y divagación con que se han tratado los más vitales temas hispánicos por el dato exacto y la comprensión más severa». Se organizó en cuatro secciones: ensayos de autores españoles y extranjeros (en el primer número las firmas correspondieron a Américo Castro, Gonzalo Rodríguez Lafora, John Huizinga, Karl Manheim y Ernst Wagemann); resultados de investigaciones como la llevada a cabo por Ángel Rosenblat sobre el desarrollo de la población indígena de América; documentos y notas bibliográficas. Estas últimas
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fueron realizadas en el primer número por Gustavo Pittaluga, Nicolás Pérez Serrano, Ramón Carande, Antonio Tovar y E.L., iniciales que quizás correspondían a Enrique Lafuente. Después de un año de vida, Tierra Firme se transformó a partir del primer trimestre de 1936 en el órgano de la sección hispanoamericana del Centro de Estudios Histórico, cuyos integrantes habían participado activamente en el desarrollo del importante congreso internacional de Americanistas que tuvo lugar en Sevilla en 1935. En esa sección y en su portavoz, la efímera Tierra Firme, trabajaron juntos como redactores, durante un breve pero intenso y fructífero período de tiempo, investigadores españoles como Ramón Iglesia Parga, Manuel Ballesteros Gaibrois, Antonio Rodríguez Moñino y Juan Dantín Cereceda, y latinoamericanos como el salvadoreño Rodolfo Barón Castro, el mexicano Silvio Zavala —discípulo en aquel entonces de Rafael Altamira y fallecido recientemente— y el argentino de origen polaco, luego nacionalizado venezolano, Ángel Rosenblat.
Colofón La fértil e intensa actividad científica que se llevaba a cabo en los primeros meses de 1936 en los despachos e instalaciones del Centro de Estudios Históricos y de la JAE ubicados en Medinaceli, 4 quedó interrumpida (casos de la Revista de Filología Española, Anuario de Historia del Derecho Español y Emerita) y cortocircuitada en otros —como sucedió con Archivo Español de Arte y Arqueología, Índice Literario y Tierra Firme, que dejaron de publicarse definitivamente entre el segundo semestre de 1936 y finales de 1937— por el inicio del golpe de Estado el 18 de julio de 1936 y el consiguiente asedio de Madrid por las tropas sublevadas contra el Gobierno republicano. Tras el traslado de la plana mayor de la JAE a Valencia a finales de 1936, se intentó continuar la labor del Centro de Estudios Históricos. De hecho hubo energía y recursos para editar los números de las publicaciones que hemos presentado en este panorama, a excepción de Índice Literario, hasta finales de 1937. Es elocuente al respecto el testimonio con el que se cerró la vida de Tierra Firme, en el que María Zambrano hizo un balance de un año de labor cultural de la República española entre julio de 1936 a julio de 1937. Pero a partir de entonces el esfuerzo ímprobo de las decenas de humanistas —historiadores, arqueólogos y filólogos— que han desfilado por estas páginas quedó interrumpido irremisiblemente, de manera que el robusto árbol de las ciencias humanas que los fundadores del Centro de Estudios Históricos de la JAE intentaron arraigar en tierra hispana allá por 1910 quedó truncado en su crecimiento y se tronchó de mane-
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Portada del primer número de la revista Tierra Firme (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
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ra inevitable. Así lo vislumbró certeramente Alonso Zamora Vicente en el aciago otoño de 1936. Su elocuente testimonio elaborado años después es el siguiente: Debió de ser, si mi memoria no me engaña (y solamente ante la circunstancia concreta de estas páginas lo intento recordar) en los días iniciales de noviembre de 1936, ya los primeros bombardeos de la artillería blanca cayendo sobre Madrid. Me despido de Navarro [Tomás Navarro Tomás], quien, por el bailoteo circunstancial de los cargos, desempeña en ese instante la dirección de la Biblioteca Nacional. Estamos en la puerta del Centro, en Medinaceli, 4. Le acompaña esta tarde don Ramón Menéndez Pidal. La calle, las seis de la tarde más o menos, está vacía, una luz gris y estremecida rodeándola. La iglesia frontera, cerrada, convertida en algo ocasional, almacén, depósito de algo, cuartel, qué sé yo qué. No hay nada del bullicio ordinario de extranjeros y gentes variopintas en la esquina del hotel Palace, sustituido de sopetón por un angustioso alboroto de ambulancias: se está convirtiendo el lujoso hotel en hospital de sangre… En ese minuto preciso de la tarde novembrina, todos estamos absolutamente igualados por la locura envolvente: un pasmo infinito en la mirada, una inmensa pena en el corazón. Cómo decir entonces «Hasta mañana», si el mañana es una amenazante duda, un penetrante escalofrío. Detrás de la puerta de Medinaceli 4, no podíamos calcularlo bien al decirnos adiós, se quedaba guillotinado un período excepcional y fecundo de nuestra historia científica. Lo que hasta ese día había sido una arrogante afirmación se trocaba en una interrogación difusa. La subsiguiente aventura de los supervivientes no ha tenido otra meta que la de luchar contra la inseguridad y lograr salvar lo que en ciencia es fundamental: la continuidad (Zamora Vicente, 1979 en Pedrazuela, 2010: 75).
Indudablemente el catálogo en el que se inserta este texto y la exposición que lo acompaña son una demostración de la voluntad del CSIC, manifestada desde hace más de una década, por intentar recuperar el esfuerzo llevado a cabo por los pioneros del Centro de Estudios Históricos para impulsar el cultivo de las ciencias humanas en este país, precisamente cuando los humanistas de esa institución empezaron a buscar una nueva sede que sustituyese a su «achacosa» morada de Medinaceli. Este hecho se produjo a lo largo de 2007, cuando se trasladaron a su nueva sede de la calle Albasanz para ocupar gran parte del flamante Centro de Ciencias Humanas y Sociales. Se prosigue así una tarea colectiva iniciada hace tiempo, en la que cabe destacar, entre otras, las contribuciones de Javier Varela (1999), José María López Sánchez (2006), la valiosa información contenida en el Diccionario Akal de historiadores españoles contemporáneos (1840-1980) editado por Ignacio Peiró y Gonzalo Pasamar, las contribuciones existentes sobre las ciencias humanas en la colección Novatores de la editorial Nivola y las colaboraciones de las obras conmemorativas de los cente-
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narios de la JAE y del Centro de Estudios Históricos producidas entre 2007 y 2010 e impulsadas, entre otras instancias, por la Residencia de Estudiantes, el propio CSIC, la Real Academia de la Historia o la institución Fernando el Católico de Zaragoza. Todas ellas permiten ir reconstruyendo un complejo rompecabezas que nos hace posible profundizar en el conocimiento de «aquel Centro de Estudios Históricos sin cuya acción intelectual es apenas concebible el esplendor literario contemporáneo de España y nuestra América», en palabras de Juan Marichal (1984: 200).
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La modernización de los estudios filológicos en España: la Sección de Filología del Centro de Estudios Históricos
INTRODUCCIÓN La Revista de Filología Española se fundó en 1914 dentro de la sección de filología del Centro de Estudios Históricos. Su publicación fue una muestra más de la modernización que los estudios filológicos tuvieron en España desde finales del siglo XIX, y también de la labor que esta sección, dirigida por Ramón Menéndez Pidal, desempeñó en esa transformación. Son muchas las noticias que a lo largo del tiempo nos han llegado sobre el trabajo riguroso y científico que realizaron los filólogos del Centro de Estudios Históricos. Primero, informaciones recogidas en la prensa o en revistas de la época que ya llamaban la atención sobre los diferentes proyectos que allí se acometían. Tras la Guerra Civil, algunos de los propios filólogos del CEH, como Navarro Tomás, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa, Sánchez Cantón, Zamora Vicente, recordaron cómo fueron aquellos años de esplendor filológico que ellos vivieron. Después fueron los especialistas los que analizaron y resaltaron las iniciativas filológicas del Centro. Entre estas publicaciones que se fijan en aspectos distintos de la labor que allí se realizaba, debemos destacar las de Diego Catalán, Yakov Malkiel, Eugenio Coseriu, Francisco Abad, José Polo, José Antonio Pascual, Javier Varela, Leoncio López-Ocón, Pilar García Mouton, José Ignacio Pérez Pascual, José María López Sánchez, Consuelo Naranjo, Esther Hernández, Carlos Garatea, Mario Pedrazuela, por citar algunos. Aprovechando el trabajo de todos estos estudiosos y el análisis de nuevas fuentes, tratamos de ofrecer en las siguientes páginas un recorrido por la filología española entre los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX, en concreto hasta la Guerra Civil, momento en que desaparece el Centro de Estudios Históricos. El objetivo que guía este texto es mostrar la metamorfosis que sufrió la filología espa-
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ñola en muy pocos años, pasando de ser prácticamente inexistente, basada en la inspiración creadora de una persona, a la elaboración de un proyecto filológico amplio, con una metodología científica que permitiera abordar mediante un estudio metódico y riguroso aspectos diferentes de nuestra lengua y literatura. En este proceso, la sección de filología del Centro desempeñó un papel fundamental, pues hizo posible, gracias a un grupo de investigadores que desarrollaron su trabajo de forma institucionalizada, poner en relevancia la lengua y la literatura españolas, de tal modo que en pocos años su estudio se extendió por muchos países del mundo.
UNA VISIÓN DE LA FILOLOGÍA EN LOS ÚLTIMOS AÑOS DEL SIGLO XIX En 1896, Ramón Menéndez Pidal publica su primer libro, La leyenda de los infantes de Lara, un libro que, como reconocía su maestro Menéndez Pelayo en una reseña, abrió un nuevo «período científico para estos estudios». «¡Quiera Dios —continuaba el polígrafo santanderino— que veamos multiplicarse estos síntomas de despertamiento de nuestra actividad científica, y que poco a poco lleguemos a reconquistar la conciencia de nuestro espíritu nacional y de nuestra historia, sin la cual no hay para los pueblos salvación posible!» (Menéndez Pelayo, 1898: 80). Nos encontramos en la última década del siglo XIX; unos años antes, en 1880, Antonio Sánchez Moguel, que también había sido profesor de Menéndez Pidal en la universidad, se quejaba del «inconcebible atraso en que están actualmente en España los estudios filológicos», para más adelante afirmar que «la Ciencia del lenguaje, como tal ciencia, se ha constituido y desarrollado en Europa sin nuestro concurso, con total independencia de nosotros» (Sánchez Moguel, 1880: 193). No era de extrañar esta situación, pues en aquella fecha de 1880 todavía no se habían traducido al español las obras de Bopp, Schleicher, Ascoli, Max Müller o Whitney, fundamentales para conocer los nuevos principios filológicos. Tenía razón Moguel en sus lamentaciones, pues los esfuerzos de Pedro Felipe Monlau, Francisco de Paula Canalejas, Manuel de la Revilla, Francisco García Ayuso, entre otros, por dar a conocer las nuevas corrientes lingüísticas no lograron instalar un sistema de estudio de la lengua que siguiese las doctrinas comparatistas o historicistas que habían triunfado en Europa. El cambio de un paradigma científico frente a otro de tipo escolástico fue demasiado lento en nuestro país. El control que ejercía el catolicismo de la época en las cátedras universitarias y en las academias impedía la incursión de estas nuevas formas de pensamiento que cho56
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caban con sus teorías, que no reconocían el origen histórico y evolutivo de la lengua. De ninguna manera podían admitir que el origen de la lengua no se encontraba en dios, como decía la Biblia. No fue esta la única causa, también debemos tener en cuenta la ausencia en España de un nacionalismo romántico que fomentara la instauración de una nueva filología, como había sucedido en otros países europeos en los que el estudio de la lengua se convirtió en un fundamento esencial en la formación de una identidad nacional. Sin embargo, a pesar de las palabras de Sánchez Moguel, sí es cierto que el clima de ebullición ideológica, científica y educativa que se vivió a partir del Sexenio Democrático facilitó la llegada de nuevas doctrinas científicas. La corriente principal que arribó fue la filosofía positivista que, enarbolando la bandera de la experiencia, de la observación y la búsqueda empírica de datos para llegar a conclusiones que se acercaran lo más posible a la realidad, se proponía combatir los excesos del idealismo metafísico hegeliano que defendían los krausistas. Ante la hegemonía metodológica de la observación y la experiencia que proponía el positivismo, algunos krausistas trataron de buscar un punto de encuentro con la inducción y la generalización filosófica a través de la positivación del krausismo, lo que Adolfo Posada llamó krausopositivismo. Esta corriente buscaba los puntos de enlace entre el idealismo y la nueva filosofía positivista. La nueva vertiente positivista del krausismo se pondrá en práctica en la Institución Libre de Enseñanza, fundada por Francisco Giner de los Ríos en 1876, y en la Facultad de Filosofía y Letras, donde, a pesar de la expulsión de varios catedráticos durante las causas universitarias de 1866 y 1875, se mantuvieron algunos profesores krausistas, lo que facilitó que sus propuestas científicas y pedagógicas se extendiesen por diversos centros educativos. Para el positivismo, las teorías darwinistas se convirtieron en el más firme apoyo científico para su concepción del mundo. Darwin y sus seguidores encontraron en los avances que había hecho la lingüística gracias a las doctrinas comparatistas y evolucionistas un fundamento en el que asentar su pensamiento. Desde comienzos del siglo XIX, los filólogos habían venido demostrando que el origen de las lenguas se debió a una evolución continua, y en esa evolución las lenguas más fuertes o desarrolladas habían triunfado sobre las que no habían logrado un nivel grande de desarrollo. Sin embargo, la unión entre la lingüística y las doctrinas transformistas se produjo con el filólogo alemán August Schleicher. Él negaba la intervención humana en la formación del lenguaje, y definía la lengua como un organismo vivo, que como tal evolucionaba según las leyes establecidas por Darwin con sus fases de nacimiento, desarrollo, declive y muerte. L A M O D E R N I Z A C I Ó N D E L O S E S T U D I O S F I L O L Ó G I C O S E N E S PA Ñ A : L A S E C C I Ó N D E F I L O L O G Í A D E L C E N T R O D E E S T U D I O S H I S T Ó R I C O S
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Aunque en un principio la incorporación del pensamiento positivo surgió dentro del debate político, poco a poco se fue extendiendo al ámbito intelectual y adentrándose en otras ramas del conocimiento humano. La filología no se mantuvo al margen y se hizo eco de sus procedimientos. Manuel Milà i Fontanals fue el primero; en sus trabajos sobre literatura medieval y romancero, incorporó el método positivista al estudio de la lengua y la literatura. Recorrió las tierras catalanas para entrevistar a la gente de los pueblos, que era donde se guardaba la lengua y la literatura popular, y, en ella, su esencia real. Una vez recopilado y organizado todo ese material, Milà i Fontanals lo analizó para llegar a una serie de conclusiones que le permitieron descubrir la cultura, las tradiciones y la historia de los pueblos, tanto catalán como español. También se trasladaron a la crítica literaria las nuevas premisas. Se abandonó la antigua crítica romántica, proclive al sentimentalismo y al abuso retórico, y se sustituyó por un análisis de las obras literarias basado en recursos científicos. Uno de los primeros en poner en práctica la nueva crítica fue Manuel de la Revilla. Gracias a la irrupción de estas nuevas corrientes metodológicas, surge en España, de forma tardía con respecto a otros países de Europa, un debate sobre el origen de la lengua: se abandonan por fin las teorías escolásticas y se empieza a ofrecer una visión más científica a partir de los parámetros del positivismo y del darwinismo. En los distintos foros intelectuales se habla ya sin tapujos de las teorías evolucionistas del origen de la lengua. Por esos años, Francisco García Ayuso publica sus investigaciones sobre la lengua sánscrita, cuyo estudio motivó el cambio de los nuevos métodos lingüísticos. Tal vez fruto de las publicaciones de García Ayuso, se establece en la Facultad de Filosofía y Letras una cátedra de Sánscrito. Alfredo Calderón se hace eco de las nuevas teorías lingüísticas en varios artículos publicados en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza y la Revista España. Vicente Vignau enseñaba en la Escuela Superior de Diplomática Gramática histórico-comparada de las lenguas neo-latinas, y Pedro Múgica y Francisco Commerlan publicaron sus gramáticas comparadas. El joven Miguel de Unamuno, cuando quiso ser filólogo, también encontró en las teorías del darwinismo lingüístico de Schleicher fundamento para realizar su tesis sobre la lengua vasca. Tampoco podemos olvidar los primeros estudios dialectológicos de Joaquín Costa, en los que por primera vez se ponen en práctica los métodos positivistas para el estudio de la lengua. En las últimas décadas del siglo ya eran habituales en artículos de prensa, en discursos de inauguración de curso o en otro tipo de publicaciones las referencias a las teorías de Bopp, Max Müller, Whitney y sobre todo del neogramático Hermann Paul.
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El Ateneo de Madrid fue uno de los lugares en los que más se debatieron las nuevas corrientes científicas, allí fue donde se fraguó el positivismo español. A finales de los años setenta se dictó un curso sobre «Orígenes del lenguaje» que dio lugar a una «curiosa y animada discusión», según Sánchez Moguel. Años después, en 1896, el mismo año que publicaba su primer libro, un joven Menéndez Pidal ofreció un curso sobre «Orígenes del español» en la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo. El curso se fundamentó en tres líneas principales: Formación y origen de las lenguas románicas, en concreto del castellano, a partir del estudio de cartas puebla de Oviedo y Avilés; Estudio de textos literarios: El poema de mío Cid, Ministerio de los Reyes Magos y La disputa entre el alma y el cuerpo, y División geográfica de las diversas lenguas de la Península. Don Ramón ya estaba definiendo las que serían sus líneas de investigación y que después instauraría en el Centro de Estudios Históricos: el léxico español antiguo a partir de documentos oficiales, el estudio de los textos literarios medievales y la geografía fonética. El camino abierto por Friedrich Diez para el estudio de la lingüística románica con la publicación de Gramática de las lenguas románicas y el Diccionario etimológico románico, basados en el método comparativo de Franz Bopp, y el aspecto histórico de los hermanos Grimm (Jackob y Wilhelm), camino continuado por Meyer-Lübke con la Gramática de las lenguas románicas en 1890, fue seguido por otros romanistas. Pronto empezaron a surgir en los distintos países lingüistas dedicados a estudiar la lengua de su tierra; fue el caso de Ascoli en Italia, Gaston Paris y Paul Meyer en Francia, por citar algunos. Sin embargo, en España no nació esa curiosidad por descubrir el origen del español y de su literatura. Fueron hispanistas franceses, alemanes, austriacos los primeros que mostraron interés por nuestra lengua: Morel-Fatio, Foulché-Delbosc, Ferdinand Wolf, Meyer-Lübke, Hugo Schuchardt. También hay que tener en cuenta a los hispanoamericanos Rufino Cuervo, Andrés Bello, Roberto Lenz o Federico Hanssen.
RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL Ramón Menéndez Pidal, que para sus exámenes en la universidad estudiaba la Gramática de Diez, a pesar de que su profesor, Sánchez Moguel, se lo desaconsejara, se dio cuenta de la necesidad que existía de realizar un trabajo metodológico sobre la lengua y la literatura española con el fin de reclamar su identidad al mismo nivel que otras lenguas románicas. Antes de publicar en 1896 La leyenda de los infantes de Lara, había presentado y ganado en 1893 el concurso que convocó la
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Ramón Menéndez Pidal (Real Academia Española).
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Real Academia Española con su estudio sobre el Cid, que saldría publicado en 1909. Tal vez ese vacío fue el que lo llevó a redactar una nota de 10 de julio de 1901 en la que organizaba su vida a partir de las distintas publicaciones que se proponía hacer: 1901, Gramática del Poema del Cid; 1902, Crestomatía; 1904, Romancero general; 1906, Leyenda del Cid; 1907, Bibliografía y crónicas; 1910, El castellano en América; 1912, Historia del idioma español; 1914, Gramática histórica del español; 1919, Historia de la literatura antigua; 1925, Edición de las crónicas generales (Catalán, 2001: II-VIII).1 Como vemos, en aquellos años de juventud, Menéndez Pidal era un positivista muy idealista, que se veía con fuerzas para abordar tan ingente plan de vida. Las nuevas corrientes lingüísticas que en las últimas décadas del siglo XIX estaban fundamentadas en el positivismo neogramático sirvieron de base metodológica a Menéndez Pidal para llevar a cabo sus distintos proyectos. Hasta entonces eran escasos los estudiosos que se habían acercado a las fuentes para realizar un análisis detallado de ellas que les permitiera llegar a conclusiones lo más cercanas posible a la realidad. En ese análisis de las fuentes basó sus indagaciones Pidal para escribir otra de sus primeras obras, Crónicas generales de España manuscritas de la Real Biblioteca de El Escorial (1898), que tan fundamental resultó para sus posteriores investigaciones sobre la épica. Pero tal vez fue Manual elemental de la gramática histórica española de 1904, el libro con el que asumió de forma más evidente los principios neogramáticos. En los primeros años del nuevo siglo, Menéndez Pidal se había convertido en una personalidad relevante dentro del mundo académico y científico. En 1899 obtuvo la cátedra de Filología comparada de latín y castellano en la Universidad Central, y en 1902 fue nombrado, con menos de cuarenta años, académico de la Real Academia Española. En enero de 1907 se funda la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), de la que don Ramón era uno de los vocales. La JAE, con la que se quería impulsar la ciencia y la educación, tan decadentes en esos años en España, fue una de las últimas decisiones que tomó el partido liberal antes de dejar el poder a AntoEn una entrevista en la revista España, de 1916 decía Menéndez Pidal sobre su obra: «¿A qué se debe la orientación de mi obra personal? Todos mis trabajos han ido surgiendo en torno al primero que emprendí. En 1893 acabé la redacción primitiva de mi estudio del Poema de Mío Cid. Tenía entonces veinticuatro años. Con ocasión de este estudio tuve que emprender el de las crónicas medievales. Estudiándolas descubrí la prosificación del Cantar de los infantes de Lara, y en 1894 empecé a trabajar en el libro sobre este tema, que publiqué en 1896, a los veintiséis años. Y así fueron surgiendo mis trabajos posteriores. Siempre recuerdo pensando en mi vida individual, que de mi lectura infantil de la Biblia, hubo una frase que siempre quedó flotando sobre mi espíritu: “maldito el que una vez puesta la mano en el arado vuelve la cabeza atrás”. En este sentido estoy satisfecho de mí mismo; he seguido sin vacilar la dirección emprendida, dependiendo todos mis trabajos del hilo central de la poesía épica y el lenguaje medioeval» (Menéndez Pidal, 1916: 18). 1
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nio Maura ese mismo mes de enero de 1907. Detrás del proyecto se encontraba la Institución Libre de Enseñanza, con Giner de los Ríos como pensador y el joven José Castillejo como ejecutor, además del magisterio científico del recién nombrado Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal. La estrecha relación que estos intelectuales mantenían con los políticos liberales, como Moret o el conde de Romanones, facilitó que su proyecto de modernización de la ciencia se pudiera llevar a cabo. En ese plan también se fijaban en los estudios históricos, como entonces se llamaba a las humanidades, y para ello ya plantearon en 1906 la creación de un Centro de Estudios Históricos (CEH). En una noticia publicada en el diario El Globo el 7 de julio de 1906, se anunciaba que «El conde de Romanones ha puesto a la firma de S. M. el Rey un importante decreto creando un Centro de Estudios Históricos, con el fin de promover las investigaciones científicas de nuestra historia patria en todas las esferas de la cultura».2 La idea de la creación de la Junta y del Centro estaba ya muy avanzada en 1906, tanto que entre los objetivos del Centro se recogían los que después aparecieron en 1910 en el real decreto que lo fundó: investigar las fuentes, organizar misiones científicas, formar a alumnos, mantener una relación con los pensionados que estaban en el extranjero y formar una biblioteca. El Gobierno conservador de Maura paralizó las ideas que los liberales tenían para la ciencia española y, aunque mantuvieron la JAE, limitaron mucho su actuación, e impidieron la creación de los centros de investigación que tenían planeados. Finalmente, en marzo de 1910, con los gobiernos liberales de Moret primero y Canalejas después, se fundó el Centro de Estudios Históricos junto con el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales, y la JAE pudo desplegar los objetivos que se había propuesto en 1907.
LA SECCIÓN DE FILOLOGÍA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS El Centro de Estudios Históricos comenzó su andadura con siete secciones: Instituciones sociales y políticas de León y Castilla, que dirigió Eduardo Hinojosa entre 1910 y 1919, y Claudio Sánchez Albornoz entre 1924 y 1936; Trabajos sobre arte medieval, que a partir de 1914 pasó a llamarse Arqueología, y al mando de la cual estuvo Manuel Gómez 2 Continúa la noticia: «Esta creación era una necesidad reconocida y reclamada por todos, no ya para conocer nuestra propia historia en sus fundamentos e intimidades, sino para que no siga dándose el caso de que son los extranjeros los que vengan dedicándose con especial atención y con éxito indudable a estos estudios que nosotros hemos tenido que abandonar, o poco menos, y que despiertan interés en toda la humanidad». El Globo, 7 de julio de 1906.
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Moreno hasta 1936; Orígenes de la lengua española, que también cambió el nombre por el de Filología en 1914, y que dirigió Ramón Menéndez Pidal; Metodología de la Historia, comandada por Rafael Altamira; Investigaciones de las fuentes para la historia de la Filosofía árabe española, dirigida por Miguel Asín Palacios e Investigación de las fuentes para el estudio de las Instituciones sociales de la España musulmana, con Julián Ribera a la cabeza, se mantuvieron hasta 1917; Los problemas del Derecho civil en los principales países en el siglo XIX, al frente de la cual estuvo Felipe Clemente de Diego, hasta 1924. En 1913 se crearon otras dos secciones: Trabajos sobre el arte escultórico y pictórico de España en la Baja Edad Media y Renacimiento, que con el nombre de Arte que adquirió en 1914 se mantuvo hasta el final con Elías Tormo dirigiéndola y Estudios sobre filosofía contemporánea, encabezada por José Ortega y Gasset y que tuvo una vida efímera, pues en 1916 desapareció. También fue fugaz la sección de Estudio de Filología semítica e investigación de las fuentes arábigas y hebraicas para la historia, literatura y filosofía rabínico españolas, que dirigió entre 1914 y 1916 Abraham S. Yahuda. Ya en los años de la República se fundaron dos nuevas secciones: Archivos de Literatura Española, con Pedro Salinas, y Estudios Hispanoamericanos, con Américo Castro. En los veintiséis años que duró la experiencia del Centro de Estudios Históricos cuatro fueron las secciones que lo sustentaron: Filología, Arte, Arqueología e Historia del Derecho. Tal vez debido a la figura de Ramón Menéndez Pidal que dirigió el Centro desde su creación, la sección de filología se convirtió en la de mayor relevancia: fue la que dispuso de mayor número de colaboradores y la que más proyectos y publicaciones llevó a cabo. Las investigaciones lingüísticas realizadas en España a lo largo del siglo XIX, y en general en cualquier rama del conocimiento, se habían hecho de forma aislada, por un erudito que, desde su cátedra universitaria, se dedicaba a estudiar un tema, casi siempre de forma amplia y general. Según Menéndez Pidal ese era el gran mal de la ciencia española: También nuestra ciencia padecía y aún sigue padeciendo del defecto general hispano: el individualismo anárquico, la incapacidad de solidaridad; defecto que ha esterilizado la labor de tantos hombres trabajadores y en cierto modo inteligentes. Y en la ciencia (que es el producto más armónico de la colaboración de todos los pueblos y de los más diversos individuos) este defecto anula los mayores esfuerzos y lleva a las aberraciones más estériles (Menéndez Pidal, 1916: 12).
En su análisis de la situación en que se encontraba la ciencia en España a principios de siglo, destacaba Pidal la dependencia que las investigaciones científicas tenían de la capacidad creadora o del impulso aislado de un espíritu individual, como fue el caso de Ramón y
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Organigrama del Centro de Estudios Históricos entre 1932 y 1936, elaborado por Rafael Lapesa (Biblioteca Valenciana Nicolau Primitiu. Archivo Vicente Llorens Castillo).
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Cajal, y no por un grupo organizado que siguiera una metodología establecida y que contara con el apoyo de la sociedad. Con la fundación del Centro de Estudios Históricos se perseguía desarrollar una ciencia en grupo, realizada por especialistas que trabajaran de forma conjunta. Esto supuso el nacimiento en las humanidades de la figura del especialista, del investigador, del filólogo que ya no se limita a dar clases en la universidad o en los institutos (aunque todavía en los primeros años tendrá que ser así), sino que podía vivir gracias a sus investigaciones, con lo que se profesionaliza la figura del investigador en filología y en otras ramas de las humanidades. Hasta ese momento, las estudios lingüísticos que se hacían en España tenían un carácter poético o artístico, como decía Dámaso Alonso; se trataba de una filología intuitiva y de erudición acumulativa. Frente a este sistema, en el Centro de Estudios Históricos se impuso una forma de trabajo basada en el rigor, en el estudio científico de los datos, en la reflexión y por tanto en la inducción, en el análisis filológico exigente y en una investigación histórica y minuciosa a partir del conocimiento profundo de las fuentes. Se quería sustituir la retórica tradicional repleta de lugares comunes por la claridad y la precisión. La creación de un equipo, unido a la metodología utilizada y a la ausencia de investigaciones anteriores permitió a Ramón Menéndez Pidal llevar a cabo el ambicioso plan de trabajo que elaboró en 1906. Sin embargo, don Ramón no impuso su doctrina, sino que estuvo abierto a nuevas corrientes científicas y a los nuevos campos de trabajo que sus colaboradores iban descubriendo. En los primeros años del Centro de Estudios Históricos, la influencia neogramática estaba muy presente, pues era el método que les facultaba para abordar un proyecto de la magnitud que se había previsto. La aplicación de este método les permitió hacer acopio de una enorme cantidad de documentos sobre las primeras manifestaciones de la lengua y la literatura castellana que hasta aquel momento acumulaban polvo en archivos episcopales y de ayuntamientos, para después exponerla de forma detallada y ordenada mostrando las conclusiones que dicho material ofrecía. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, comienzan a acompañarse las descripciones con opiniones u observaciones en las que los investigadores teorizan con mayor profundidad acerca de la información que aquellos textos ofrecían. Pues como afirmaba Menéndez Pidal en 1916: Se confunde la impersonalidad objetiva de la ciencia con la impersonalidad, la frialdad subjetiva […]. La ciencia tiene sus métodos que aseguran las convicciones conquistadas, prestándolas el valor de verdades objetivas; y claro está que ningún sentimiento autoriza a dar ciudadanía en el mundo de la verdad a otras convicciones que no tengan, rigurosamente, este valor (Menéndez Pidal, 1916: 11).
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Si Menéndez Pelayo había fijado su atención en los siglos XVI y Menéndez Pidal y los filólogos del Centro de Estudios Históricos buscaron en la Edad Media la esencia del pueblo español, de igual manera que los filólogos de otros países habían encontrado en sus primeras manifestaciones literarias la identidad nacional. En las raíces históricas, literarias y lingüísticas españolas encontraron las razones para combatir el pesimismo finisecular dominante entonces y mostrar la grandeza histórica y cultural de nuestro país. Para llevar a cabo este plan de recuperación de la estima identitaria española y de la conciencia colectiva del pasado, el grupo de filólogos del Centro de Estudios Históricos se inspiró en el estudio de la poesía tradicional, a la que otorgaba valor histórico, y del hecho lingüístico en las circunstancias en que fue creado. Menéndez Pidal se basó en el concepto de tradicionalidad, mediante el cual pretendía demostrar la existencia en España de una épica nacional y original, al igual que existe en países vecinos como Francia, que otorgara a la sociedad española, en una situación de profunda crisis, una conciencia nacional histórica equiparable a la de otros países europeos. XVII,
Los colaboradores Para conseguir estos objetivos era necesario un grupo de trabajo con el que poder abordar proyectos de tanta envergadura. Según se recogía en 1906 y después en el real decreto fundacional de 1910, dos de los objetivos que se planteaba el nuevo Centro eran los de formar a jóvenes investigadores y realizar excursiones que permitieran el contacto directo con el objeto que se iba a estudiar. Para llevar a cabo estos cometidos, los primeros meses del funcionamiento del Centro de Estudios Históricos consistieron en seminarios a los que acudía un grupo reducido de alumnos. La universidad española de aquellos años, una universidad apática, sin estímulos, profesores acomodados, situada en viejos caserones incómodos y sin material docente adecuado, era incapaz de ofrecer un sistema de enseñanza tan especializado como podían hacerlo
Filólogos del Centro de Estudios Históricos como José Fernández Montesinos y Pedro Salinas, acompañados de Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, José Bergamín, Gerardo Diego, María Zambrano, entre otros (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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estos seminarios del Centro. Ramón Menéndez Pidal, director de la sección de Orígenes del español, comenzó sus cursos el 23 de mayo de 1910, según informa Gómez Moreno a su mujer en una carta de ese día: «Hoy empieza M. Pidal sus estudios [primera clase del CEH], y pienso ir allí». Gómez Moreno también asistió a la siguiente sesión que tuvo lugar dos días después: Luego alcancé algo de la primera sesión de Pidal, que fue en el archivo, con cuatro o cinco alumnos, de los [que] dos son ya colaboradores suyos impuestos en paleografía por lo menos y que ya van trabajando. Luego salí con ellos, hablando con estos alumnos, que uno es granadino, un tal [Américo] Castro, que irá a la provincia de Zamora, y el otro que fino y simpático [¿Navarro Tomás?], a la de León, y por consiguiente habré de suministrar datos para andar por allí y algunas recomendaciones (Castillejo, 1998: 81-82).
En estos seminarios los asistentes debatían sobre un tema concreto guiados por el magisterio del profesor que participaba en ellos casi al mismo nivel que el resto. Uno de los primeros alumnos que acudió a las clases de Menéndez Pidal fue Sánchez Cantón, quien recordaba cómo era aquel ambiente: La tercera [clase] se daba en la Sección de Filología del inolvidable Centro de Estudios Históricos, recién instalado —es un decir— en el bajo del Palacio de Bibliotecas y Museos, en ángulo formado por el paseo de Recoletos con la calle Villanueva. En torno a una mesa de barnizado pino, sobre suelo de cemento, nos sentábamos en duras, incómodas e iguales sillas don Ramón, los alumnos y varios colaboradores: recuerdo a Navarro Tomás, a Américo Castro, a Justo Gómez Ocerín […], a Ruiz Morcuende […]. Las clases […] transcurrían sin el menor engolamiento. Sobre cualquier punto hablaba el que tuviese algo que decir, o quien creyese que podía aducir cosa aprovechable. Desconcertábanos, mientras no nos habituamos, que a menudo repitiese don Ramón: «No lo sé»; «Habría que buscar textos»; «Miraré en el fichero y ya se lo diré»; «Lo he sabido mas no lo recuerdo», y otras frases tan sinceras y poco doctorales como esas minucias, cuando la gravedad universitaria se avergonzaba con declaraciones semejantes [...]. En el Centro, el trabajo de las clase distaba todavía más del empaque o de la campechanía al uso, según los casos: Navarro Tomás leía, traduciendo del alemán, la Gramática histórica de Hansen, y don Ramón, como los demás, comentaba, preguntaba, aclaraba, dudaba. Aquella seria sencillez contribuía, cual ningún otro método de enseñanza, a la formación de los discípulos. Aunque la vida los condujese luego por caminos alejados de la Filología, quedaba impreso en su espíritu el desdén por lo aparatoso y lo grandílocuo, el aprecio por cuanto todos pueden aportar, la desconfianza ante las teorías, incluso las formuladas por especialistas famosos galos o tudescos, el valor del esfuerzo personal y otros principios que nos parecen obvios (Sánchez Cantón, 1969: 19).
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Estos seminarios, que, como nos cuenta Sánchez Cantón, estaban presididos por un ambiente de colaboración afectuosa e igualitaria entre el maestro, en este caso Menéndez Pidal, y los alumnos, estaban basados en una discusión que surgía a partir de la lectura de un libro. Inspirados en el modelo de Ranke, tenían la misión de crear especialistas en determinados temas, de ahí su profundidad y su altura científica. Muchas de las cuestiones que se discutían en los seminarios estaban enfocadas a un trabajo de campo en el que se ponía en práctica los temas en él abordados. De esta forma, las excursiones científicas se convirtieron en otro método fundamental para formar a los colaboradores de la sección de filología y del Centro. El carácter científico que se quería dar a los estudios lingüísticos, equiparándolos a los de las ciencias experimentales, como la biología, exigía un contacto directo con el objeto de estudio, por eso, aquellos jóvenes filólogos tenían muy presente la metáfora de Schleicher de que el lingüista era un botánico y como tal tenía que salir al campo a trabajar con las materias primas, es decir, con la lengua. Menéndez Pidal pronto aplicó esta técnica de trabajo a sus investigaciones con los viajes que hizo por la ruta del Cid o en busca de documentos sobre los infantes de Lara. Antes de la formación del Centro, en 1907, Tomás Navarro Tomás fue becado por la Junta para Ampliación de Estudios para hacer un viaje por Huesca a buscar en archivos documentos aragoneses que le permitieran realizar un estudio sobre ese dialecto. Ya con el Centro creado, en 1912, se organizó una excursión por tierras salmantinas, zamoranas, leonesas y asturianas en la que participaron, además de Menéndez Pidal, el propio Navarro Tomás, Américo Castro, Federico de Onís y Martínez Burgos, con el objetivo de encontrar diferencias dialectales entre los distintos territorios y ya de paso recolectar romances. La técnica de la excursión resultó fundamental para los trabajos dialectológicos ya que posibilitó, a partir del contacto directo con los informantes, fijar los límites de cada una de las variedades lingüísticas. También lo fue para la búsqueda de romances, gracias a los cuales Menéndez Pidal pudo demostrar su teoría tradicionalista sobre la literatura medieval española. El tercer pilar en la formación de los colaboradores fueron las pensiones en el extranjero. La principal misión con la que se creó la Junta para Ampliación de Estudios era la de conceder pensiones a los jóvenes científicos para que conocieran lo que en su materia de investigación se estaba haciendo en centros europeos y también americanos. Fueron varios los filólogos pensionados que marcharon a universidades y centros de investigación principalmente alemanes, franceses, suizos o italianos para trabajar con los grandes especialistas del momento y regresar de nuevo al Centro para aplicar allí las nuevas técni-
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cas de trabajo o las corrientes metodológicas aprendidas. Famoso es el viaje que hizo Navarro Tomás entre 1912 y 1914 por varias ciudades francesas, suizas y alemanas para estudiar las nuevas técnicas de la fonética experimental que después puso en práctica en el Centro con la creación de un laboratorio de fonética. De los más de ochenta colaboradores que pasaron por la sección de filología del Centro, según se recoge en las memorias de la JAE, más de la mitad fueron pensionados para ampliar sus estudios en universidades extranjeras o para hacer trabajos de campo por la Península. Con estos tres pilares se fue creando un grupo de colaboradores o de investigadores en la sección de filología gracias a cuyo trabajo se logró modernizar la filología española y situarla al mismo nivel que la europea. La red de filólogos que se tejió durante los años que duró la sección permitió crear otras redes distintas (educativo, editorial, internacional, etc.), como iremos viendo, que resultaron fundamentales para que el estudio y la difusión de la lengua y la literatura española alcanzara los niveles de otros países. Américo Castro, Tomás Navarro Tomás, Federico de Onís, Federico Ruiz Morcuende, Antonio García Solalinde fueron los primeros que acudieron a los seminarios de Pidal en el Centro y que participaron en las excursiones. Todos ellos eran jóvenes licenciados en Filosofía y Letras que habían llegado a Madrid desde Granada, Albacete, Salamanca o Zamora para incorporarse al proyecto filológico que Menéndez Pidal ponía en marcha en el Centro de Estudios Históricos. Pronto se estableció una relación estrecha entre Pidal y sus primeros colaboradores; como reconocía Onís en una carta de 16 de octubre de 1912, para «los jóvenes que hoy empezamos a estar unidos en un ideal común, es usted —con todos los derechos y honores de padre— un hermano mayor que nos ha abierto el camino seguro por donde hay que marchar. Y si hay algo que nos pueda dar ánimos y esperanza, es pensar que le falta a usted por vivir lo mejor de su vida». Américo Castro escribía en un sentido muy parecido a José Castillejo; le hablaba de la capacidad de Menéndez Pidal para formar a un grupo de jóvenes que pudieran llevar a cabo una modernización de la ciencia en España: A mis trabajos en dialectología, y a esas ediciones clásicas, quisiera añadir lo que haga en el curso de Pidal en la Institución. Trabajaremos sobre la leyenda de Fernán González; creo que se encargará el maestro de comparar el poema con la parte correspondiente de la inédita Crónica general de 1344. Sería hermoso que la Institución elevase siempre más el nivel de su labor científica. A P. Blanco lo he conminado a que nos ayude especializando, a fin de que al cabo de algunos años a la sombra de M. Pidal, haya en España, teniendo como Centro la Institución, un núcleo
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de gente que pueda dar la pauta en esta materia […]. Hemos de procurar que nuestra fuerza, la de los principiantes, se convierta toda —poca o mucha, claro— en trabajo útil. Usted, Pidal, Hdez Pacheco podrían formar la cúspide de lo que en España —y fuera— se hiciese en sus respectivos dominios. A su lado vendrían una serie de muchachos, que caldeados continuamente por tanto ideal, quizá lograsen en algunos años levantar el pobre papel español. Sin caer en la patriotería de Unamuno y Mariano de Cavia (Castillejo, 1998: 595).
Las clases de Menéndez Pidal en la Universidad Central se convirtieron en un semillero de jóvenes filólogos para el Centro. En 1914, Américo Castro obtiene la cátedra de Gramática histórica, y también invita a sus mejores alumnos a las dependencias del Centro. Tanto uno como otro enseñaban algunas de sus clases en el propio Centro. En los 26 años de vida de la sección, se sumaron a ella unos 83 colaboradores, algunos pasaron por allí de forma fugaz, otros se mantuvieron durante varios años. En la década de 1910 se unieron a la sección —aquí vamos a nombrar a aquellos que tuvieron una relación estable— Vicente García de Diego, Zacarías García Villada, Germán Arteta, Benito Sánchez Alonso, Amado Alonso, José Fernández Montesinos, Eduardo Martínez Torner. Ya en los años veinte se sumarán al proyecto Dámaso Alonso, Agustín Millares Carlo, José Vallejo, Ernesto Alonso Villodo, Juan Dantín Cereceda, Pedro Sánchez Sevilla, Carmen Fontecha, Césareo Fernández, Pedro Bohigas, Rafael Lapesa, Homero Serís, Pedro Salinas, José María Quiroga Pla, y ya en los años de la República el número de colaboradores de la sección se incrementó considerablemente (Memorias JAE, 1910-1934).
Américo Castro, Tomás Navarro Tomás y Antonio García Solalinde en la Residencia de Estudiantes (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
Líneas de investigación En aquel marzo de 1910, con sus primeros alumnos, Menéndez Pidal estableció unas líneas de trabajo en lengua y literatura que no se alejaban mucho de aquellas propuestas que presentó en la Escuela de
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Estudios Superiores del Ateneo. Serán esos tres aspectos literarios y lingüísticos los pilares en los que los filólogos del Centro van a sostener sus investigaciones: los trabajos lingüísticos, con la recuperación de las primeras manifestaciones escritas del castellano y de otras lenguas de la Península (leonés, aragonés, principalmente); la geografía lingüística y la fonética experimental impulsadas por Navarro Tomás, y los trabajos literarios con la edición de textos clásicos y la recuperación de las primeras manifestaciones literarias. El entusiasmo de estos jóvenes y el vacío existente sobre este tipo de investigaciones les llevó a programar proyectos demasiado ambiciosos para los que se requería mucho tiempo y un grupo más amplio de personas, además de condiciones mejores para poder trabajar, de ahí que muchos de ellos no se llegaran a cumplir y se quedaran iniciados. En sus primeros años de funcionamiento, hasta 1914, año en que cambió el nombre por el de Filología, la sección se llamaba Orígenes del español, pues su función principal era encontrar en fuentes hasta el momento no frecuentadas los orígenes de la lengua española a través de un estudio metodológico que permitiera descubrir la evolución histórica de la lengua, de la misma forma que se había hecho en otros países. Gracias a las excursiones, los investigadores realizaron un estudio filológico de las primeras manifestaciones del leonés, del castellano y del aragonés, con la idea de publicar una crestomatía del español antiguo. También se hizo una selección y copia de documentos diplomáticos existentes en el Archivo Histórico Nacional y en otros archivos españoles y europeos. Como resultado del acopio de toda esa documentación se editaron los Documentos lingüísticos de España, que Menéndez Pidal publicó en 1919, los Fueros leoneses de Zamora, Salamanca, Ledesma y Alba de Tormes, que en 1916 publicaron Américo Castro y Federico de Onís, y los Documentos lingüísticos del Alto Aragón, que Navarro Tomás editó ya en 1957 en los Estados Unidos. Tal vez el fruto más relevante que surgió del estudio de los documentos antiguos fue Orígenes del español, que Pidal publicó en 1926 y que representa el primer estudio metódico, ya alejado de los postulados neogramáticos, sobre el origen del castellano. Estrechamente relacionada con estas actividades estaba la de Glosario, que empezó a funcionar a principios de 1915 bajo la dirección de Américo Castro. Su objetivo era recopilar materiales para formar un diccionario de la lengua castellana hasta fines del siglo XV, al igual que Fréderic Godefroy había hecho en Francia con su Dictionnaire de l’ancienne langue française du IXe siècle au XVe siècle. El proyecto, como decía el propio Castro, era ambicioso y exigía un trabajo continuado de varias personas durante varios años, de ahí que no se completara. No se pudo cumplir el objetivo que se marcó, pero fruto de las investigacio-
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nes realizadas, en 1936, Castro publicó Glosarios latino-españoles de la Edad Media. Otro de los grandes proyectos lexicográficos que afrontaron los filólogos del Centro fue el Corpus Glossariorum de los siglos XVI y XVII, con el que se pretendía realizar el diccionario de los diccionarios del español, pues se quería recoger todos los diccionarios anteriores al Diccionario de Autoridades de 1726, el primero de la Real Academia Española. Samuel Gili Gaya trabajaba afanosamente haciendo fichas con información de los diferentes diccionarios. La guerra, como sucedió con otros proyectos, impidió que se pudiera acabar; sin embargo, en 1942, Gili Gaya publicó en Tesoro lexicográfico una parte del trabajo realizado. Uno de los temas a los que prestaron más atención los filólogos del Centro de Estudios Históricos fue la fonética experimental. En los primeros años, bajo la dirección de Navarro Tomás, se creó un pequeño laboratorio de fonética que iría creciendo con el paso del tiempo. El viaje que hizo Navarro Tomás por diferentes laboratorios de Francia, Suiza y Alemania, le lleva a descubrir los modernos aparatos que se estaban utilizando para realizar análisis fonéticos. A partir de 1914, tras su regreso, el laboratorio adquiere nuevos aparatos (quimógrafo, fonógrafo, palatógrafo, etc.) que facilitaron la realización de investigaciones en tres direcciones: el estudio sobre la articulación de los sonidos españoles; trabajos sobre la cantidad vocálica, lo que permitió comenzar estudios sobre la métrica y la versificación española; y, por último, estudios sobre la entonación española, con importantes publicaciones sobre el lenguaje de los sordomudos, entre las que hay que destacar La enseñanza de la pronunciación de los sordomudos de María Luisa Navarro de Luzuriaga. Otros colaboradores de Navarro Tomás en el laboratorio fueron Samuel Gili Gaya y Amado Alonso hasta su marcha a Buenos Aires. Gracias a estas investigaciones, en 1918, Navarro Tomás publicó un Manual de pronunciación española, la primera obra de fonética experimental que se publicó en España, en la que se abordan, desde una perspectiva científica, las cuestiones fonéticas del castellano, sin olvidar las variedades regionales, y que fue una gran ayuda para la enseñanza del español. Al poco de publicarse fue traducido por Krüger al alemán, en 1923, y Aurelio Espinosa hijo lo adaptó al inglés en 1926. Ya desde sus inicios los trabajos en el laboratorio se complementaban con excursiones por diferentes zonas de la península, pues aunque Navarro Tomás era partidario de las nuevas técnicas que proponía la fonética experimental, era también un gran defensor de la geografía lingüística. Sin embargo, no fue hasta los años treinta, tal vez debido al incremento de presupuesto que tuvo el Centro con la llegada de la República, cuando comenzaron los trabajos del Atlas
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Tomás Navarro Tomás retratado por Moreno Villa (Residencia de Estudiantes, Madrid).
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Lingüístico de la Península Ibérica (ALPI). Tras unos meses de formación en las aulas del Centro, unos cuantos jóvenes filólogos (Lorenzo Rodríguez-Castellano, Aurelio Macedonio Espinosa, Manuel Sanchis Guarner, Francisco de Borja Moll, Aníbal Otero, entre otros) guiados por Navarro Tomás, salieron a recorrer las tierras españolas y portuguesas para encuestar a las gentes de los pueblos con el fin de estudiar sobre el terreno los hechos lingüísticos diferenciadores y establecer de esta forma las fronteras, isoglosas, áreas de influencia cultural, histórica, social, etc., que eran las auténticas causantes de la división dialectal. Navarro Tomás elaboró unos cuestionarios que sirvieran a los encuestadores para lograr la información que deseaban. En realidad fueron dos los cuadernos: con uno se pretendía reunir materiales para estudiar la fonética y la morfosintaxis y el segundo iba dirigido a recopilar el léxico y aspectos relacionados con la cultura material. En un principio se pensó en utilizar para las encuestas algunos de los aparatos que ya usaban en el laboratorio, pero adaptado para el transporte. Adquirieron un quimógrafo y un magnetófono portátiles, pero finalmente las encuestas se realizaron de oído. El estallido de la guerra supuso la paralización del proyecto cuando ya se tenían encuestas de gran parte de la Península. Se retomó en los años cincuenta y en 1962 se publicó el primer tomo del ALPI. Algunos de estos aparatos, además de facilitar los estudios de pronunciación y de entonación, también permitieron registrar y conservar en discos de gramófono testimonios relevantes de la cultura hispánica. En esos discos se recogieron manifestaciones de la lengua española, tanto literaria como de uso corriente; los dialectos hablados en la Península y en otros países hispanoamericanos; testimonios de personalidades ilustres y canciones y melodías populares y tradicionales. Gracias a un aparato de inscripción directa de discos que Federico de Onís, desde la Universidad de Columbia, regaló al Centro, se pudieron hacer las grabaciones. También se depositó una colección de canciones populares españolas, recogidas con el mismo aparato por el profesor Kurt Schindler en varias provincias de Castilla y Extremadura. Navarro Tomás contó con la ayuda de Martínez Torner en los trabajos lingüísticos y folclóricos, y de Rodríguez-Castellano y Vallelado en la catalogación de los materiales. Además de grabaciones de voz, también se adquirieron películas con costumbres de pueblos de Salamanca, Ávila, Zamora y Asturias, e incluso filmaron una película en la Mancha titulada «La recogida del azafrán». Junto con la recuperación de las manifestaciones populares, se instalaron en el Centro, en diciembre de 1931, una serie de aparatos, que manejaba Gonzalo Menéndez Pidal, hijo de don Ramón, para grabar las voces de los intelectuales más representativos del momento. Gracias a esas grabaciones
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nos han llegado las voces de Unamuno, Valle-Inclán, Alcalá Zamora, Menéndez Pidal, Ramón y Cajal, Azorín, Juan Ramón Jiménez, etc. No era algo nuevo la preocupación de los filólogos del Centro por las tradiciones populares. Desde los comienzos de la sección de filología, las excursiones, además de tener un interés fonético o léxico, también otorgaban una gran importancia al contenido folclórico, musical y antropológico. Con la recopilación de esas expresiones culturales arraigadas en el pueblo se perseguía revelar las huellas de la esencia española. A mediados de la década de 1910, la Junta pensionó a Eduardo Martínez Torner y Manuel Manrique de Lara para recorrer zonas del territorio español con el objetivo de recoger melodías populares y romances, así como cuentos tradicionales. Martínez Torner estudió las composiciones musicales de varios romances y sus investigaciones acompañaron algunas publicaciones de Menéndez Pidal con anotaciones musicales. También se reunieron cuentos tradicionales, no sólo de la Península sino también de tierras americanas, como demuestran las recopilaciones de cuentos y adivinanzas que Ramírez Arellano hizo en Puerto Rico. Junto con los trabajos lexicográficos y fonéticos, la tercera pata de las investigaciones filológicas del Centro de Estudios Históricos fue la literaria. Era necesario recuperar los textos más representativos de la literatura hispánica en ediciones filológicas fiables, lo más fieles posible al original, respetando su grafía, y acompañarlas de un corpus de notas que facilitara la lectura de los lectores menos expertos. El estudio de los textos literarios se abordó desde tres perspectivas: estudios de los textos hispanolatinos, de los textos literarios de la Edad Media y de Historia literaria. Desde los primeros años se incorporó a la sección el padre Zacarías García Villada, que dio un impulso al estudio de los textos hispanolatinos con la edición de la Crónica de Alfonso III y su Manual de paleografía. Junto a García Villada colaboraron en la edición de crónicas y textos en lengua vulgar, Miguel Artigas, Francisco Sánchez Coco y Benito Sánchez Alonso entre otros. Su propósito era incorporar la literatura española a la evolución de la europea, y para ello resultaba fundamental la recuperación de los textos medievales, que, como ya hemos dicho, se convirtieron en la base principal de los trabajos del Centro. En ese largo viaje hacia la Edad Media castellana, como dice Javier Varela, se buscaba hallar en las evoluciones de la literatura épica
Carátula de los discos del Archivo de la Palabra (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Transcripción musical de Eduardo Martínez Torner (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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la tradición nacional y literaria, siguiendo los esquemas noventayochistas. Menéndez Pidal fue quien lideró el recorrido por esta época con sus indagaciones sobre la épica y el romancero, a lo que se dedicó toda su vida. Su método de trabajo sobre estos temas lo recogió en 1920 en una publicación titulada Sobre la geografía folklórica. Ensayo de un método, que sirvió de modelo para las investigaciones que se realizaron en el Centro. Junto a la literatura tradicional, también se prestó atención a la literatura culta, con la edición de las principales obras de nuestra Edad Media, como la que publicó en 1930 Antonio García Solalinde de la General Estoria de Alfonso X el Sabio, o las Biblias del siglo XIII de la biblioteca de El Escorial que Agustín Millares Carlo y Manuel Montoliu publicaron en el Instituto de Filología de Buenos Aires. Dentro del estudio de la literatura tuvo especial relevancia en la sección de filología del Centro una subsección dedicada a la historia literaria. En ella participaron varios de los colaboradores con publicaciones sobre autores de diferentes épocas de nuestra literatura, prestándose una especial atención a los siglos áureos y los autores más representativos de esa época. Una de las preocupaciones de los estudios que se realizaban sobre literatura era demostrar la raíz europea y universal que tenían nuestros textos. Cabría destacar aquí las publicaciones de Menéndez Pidal sobre Poesía juglaresca y juglares o su reedición de la Antología de prosistas españoles; los artículos de Américo Castro sobre el concepto del honor en el teatro español y El pensamiento de Cervantes; también el libro que publicó Dámaso Alonso sobre Góngora; las ediciones de José Fernández Montesinos sobre los hermanos Valdés y Lope de Vega, o la Antología de poesía española e hispanoamericana de Federico de Onís, por citar algunas de las obras más representativas. Ya en los años de la República se creó una nueva sección dentro del Centro dedicada al estudio de la literatura contemporánea. La nueva sección, que se llamaba Archivos de Literatura Contemporánea, empezó a funcionar en marzo de 1932 y estaba dirigida por Pedro Salinas. En ella colaboraban, entre otros, José María Quiroga Pla y Guillermo de Torre. Fruto de sus trabajos editaban una revista, Índice literario, cuyo primer número salió en agosto de 1932. El objetivo de
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esta sección y de su revista era informar de forma puntual y objetiva de la producción literaria española contemporánea, a través de reseñas o análisis sumarios de libros de reciente aparición.
Publicaciones Muchos de los estudios realizados por estos filólogos fueron publicados en la Revista de Filología Española fundada en 1914. La necesidad de dar a conocer los trabajos a sus colegas de otros países, pero también de formar a los jóvenes estudiantes de secundaria o universitarios impulsó la política de publicaciones, que se planteó en tres dimensiones: por un lado la Revista de Filología Española; por otro, la traducción de las obras más representativas que sobre los estudios románicos existían entonces, además de los manuales escritos por los propios colaboradores del Centro para la formación de futuros filólogos, y, por último, la edición de colecciones de los textos más representativos de nuestra literatura para llegar a un público amplio y poco especializado. A principios de 1914, según cuenta Tomás Navarro Tomás, surgió la idea en el Centro de editar unos Cuadernos de trabajo del Centro de Estudios Históricos en los que se diera muestra de las investigaciones de las diferentes secciones. Sin embargo, esta publicación no satisfacía del todo a Menéndez Pidal, y escribió a Navarro Tomás, que por entonces se encontraba en el Seminario de Hamburgo, planteándole sus dudas. Navarro, según cuenta, se puso en contacto con los editores de la Revue de Dialectologie Romane para conocer su funcionamiento y se hizo con un ejemplar de la Zeitschrift für Französische Sprache und Litteratur. A partir de estas dos publicaciones surgió la idea de la Revista de Filología Española, cuyo primer número salió en el primer trimestre de 1914. Desde su creación, la RFE sirvió para participar de forma activa en la discusión de los problemas filológicos y también permitió a la sección de filología establecer una comunicación regular con otras instituciones colegas. Su aparición resultó fundamental para el incremento de la biblioteca del Centro, pues eran muchos los libros que llegaban para ser reseñados en sus páginas, y también el intercambio con revistas nacionales y extranjeras aumentó de forma considerable. En pocos años la Revista se convirtió en portavoz de los trabajos de la sección. Si en un principio eran los colaboradores los que publican en ella, con el tiempo sus páginas se llenaron también de las firmas de los grandes filólogos europeos. El incremento de publicaciones que recibió la sección con la creación de la RFE hizo necesario crear una subsección para organizar la bibliografía que sobre diferentes temas iba surgiendo. En enero de
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1915 se comenzó a trabajar en la constitución de una bibliografía de la lengua y la literatura españolas, lo que suponía un importante instrumento de apoyo a los trabajos del Centro. Ante la marcha de Federico de Onís a la Universidad de Columbia, el mexicano Alfonso Reyes, que acababa de llegar a España, se hizo cargo de la subsección de bibliografía ayudado por Antonio García Solalinde y Pedro González del Río. Se hicieron papeletas bibliográficas sobre diferentes temas, con una sección general, en la que tenía cabida las obras de historia general y española y ciencias auxiliares, y luego tres secciones especializadas de Lengua, Literatura y Folclore. Para uniformar las reglas de los colaboradores de la sección, entre Reyes y Solalinde redactaron un folleto que resultó de gran utilidad para posteriores trabajos sobre bibliografía. Casi desde sus comienzos, la Revista de Filología Española estuvo acompañada por dos colecciones: Anejos y Publicaciones. En los Anejos se recogían aquellos estudios que, debido a su profundidad y extensión, no tenían cabida en la Revista y exigían una publicación aparte. En esta colección apareció Orígenes del español, de Menéndez Pidal, Contribución al Diccionario Hispánico Etimológico, de García de Diego, El dialecto de San Ciprián de Sanabria, de Fritz Krüger, El pensamiento de Cervantes, de Américo Castro, La lengua poética de Góngora, de Dámaso Alonso, por citar algunos. En la colección de Publicaciones tuvieron cabida traducciones y manuales. Se inauguró la colección con la obra de Meyer-Lübke Introducción a la lingüística románica, traducida por Américo Castro, también fue una traducción, en este caso por el propio autor, la Introducción al latín vulgar, de Grandgent. Entre los manuales podríamos destacar el Manual de pronunciación española, de Navarro Tomás, La versificación irregular de la poesía castellana, de Henríquez Ureña, La oración y sus partes, de Rodolfo Lenz o Poesía juglaresca y juglares, de Menéndez Pidal. En una entrevista en 1916 a la que ya nos hemos referido, Menéndez Pidal afirmaba que el hombre de ciencia no debe rehuir el contacto con el público, «nada de torres de marfil», por eso muchos de los trabajos de la sección de filología iban dirigidos a los colegas científicos, pero otros muchos tenían una vocación más divulgativa y formativa. El Centro de Estudios Históricos mantuvo una relación estrecha con la educación tanto secundaria como universitaria. Muchos de los colaboradores encontraron en las aulas de los institutos un espacio en el que consolidar su situación laboral. La oposición a las cátedras de institutos se convirtió en una de las salidas más naturales para los filólogos. A esas aulas trasladaron las innovaciones pedagógicas que en materia de enseñanza de la lengua y la literatura se proponían desde los despachos del Centro. También llegaron sus cambios a las univer-
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sidades, siendo Américo Castro uno de los que más luchó por una renovación del sistema universitario. La nueva metodología en la enseñanza literaria y lingüística exigía un cambio en la forma en que los estudiantes se acercaban a las grandes obras de nuestra literatura. Era necesario preparar nuevas ediciones adecuadas a las necesidades de los alumnos, pero manteniendo el rigor filológico. Además había que recuperar autores y obras a los que no se les había prestado atención pero que resultaban fundamentales para nuestra historia literaria. Este fue el propósito de la colección Teatro Antiguo Español en la que se editaron obras de teatro clásico abandonando el viejo y decimonónico modelo de edición de la Biblioteca de Autores Españoles en el que importaba más la cantidad de obras publicadas que la calidad y la exactitud de sus textos. Con la nueva colección se pretendía acercar a los lectores las obras de la forma más fiel posible al original, respetando las grafías y puntuaciones y acompañadas de estudios filológicos realizados por expertos en los autores. El primer volumen publicado fue La serrana de la Vera de Luis Vélez de Guevara editado por Menéndez Pidal y María Goyri en 1916; después, Américo Castro publicó Cada cual lo que le toca y la viña de Nabot de Francisco Rojas Zorrilla en 1917. En total se publicaron ocho tomos y uno ya después de la guerra, en 1940. José Fernández Montesinos fue quien más se implicó en esta colección con la publicación de cuatro obras de Lope de Vega: El cuerdo loco (1922), La corona merecida (1925), El marqués de las Navas (1925) y El cordobés valeroso Pedro Carbonero (1929). La relación del Centro de Estudios Históricos con la segunda enseñanza se materializó con el Instituto-Escuela fundado en 1918. Este instituto fue una iniciativa experimental, impulsada por la JAE, que se propuso ensayar métodos renovadores de la enseñanza media, y a la vez formar profesores jóvenes que extendiesen las reformas. El Centro, al igual que otros institutos de la JAE, se convirtió en uno de los viveros principales para surtir de profesores al Instituto-Escuela. La estrecha vinculación que mantenía Menéndez Pidal con el Instituto-Escuela, de cuyo patronato era miembro, facilitó que los colaboradores de la sección de filología hallaran en este establecimiento un espacio adecuado para encontrar un puesto de trabajo. En la renovación pedagógica que los filólogos acercaron a sus aulas, el texto literario era el centro de la clase, a partir de él se explicaba la gramática y la historia literaria. Para
José Fernández Montesinos (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Portada de un ejemplar de la Biblioteca Literaria del Estudiante (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
ello era fundamental facilitar a los bachilleres las antologías de textos que mejor se adaptasen a sus edades, para que pudieran comprender el contenido de la obra y relacionarlo con su contexto cultural, histórico y moral. Con esa idea surgió la Biblioteca Literaria del Estudiante, que se empezó a publicar en 1922 por la Junta para Ampliación de Estudios dirigida a los alumnos del Instituto-Escuela. Con ella se pretendía ofrecer unos textos adecuados, en extensión y calidad literaria, a las exigencias del nivel educativo de los estudiantes. La publicación de esta colección se fundamentaba en tres criterios principales: la conservación del texto original, es decir, que el alumno tuviera a su disposición las obras tal y como las escribió el autor, sin censuras; una selección hecha en función de su valor filológico, histórico literario y en su interés para los estudiantes, y que los libros tuvieran un precio asequible para todos los estudiantes y sus familias, sin que por ello dejara de ser una publicación atractiva y educadora. La Biblioteca constaba de 30 volúmenes (no se llegaron a editar todos, algunos fueron publicados después de la guerra) con los que se realizaba un recorrido por la literatura española de todas las épocas. La edición de textos, tanto dentro como fuera del Centro de Estudios Históricos, fue otra de las fuentes de ingresos para los colaboradores de la sección de filología. En los primeros años del siglo se produjo en España un crecimiento importante de la industria editorial que estaba muy unido a la expansión de la enseñanza. Muchas editoriales aumentaron su catálogo con la publicación de autores clásicos de nuestra literatura en ediciones fiables, con prólogos y notas explicativas, que realizaron colaboradores del Centro que trasladaron a los textos el rigor y la metodología filológica que allí utilizaban. En editoriales como La Lectura, Calleja, Espasa Calpe, entre otras, podemos encontrar sus publicaciones.
La internacionalización de la lengua y la literatura españolas Muchos de estos libros también eran usados por los alumnos extranjeros de los cursos de verano del Centro de Estudios Históricos. Ante el interés cada vez mayor por nuestra lengua que existía en los países europeos y en los Estados Unidos, la Junta, por medio del Centro de Estudios Históricos, organizó, bajo la dirección de Menéndez Pidal, unos cursos para la formación de profesores de lengua española en establecimientos extranjeros. Los cursos, que se iniciaron en 1912 en la Residencia de Estudiantes, estaban formados por distintas «lecciones» en las que se explicaban aspectos generales de nuestra lengua, literatura e historia; unas «lecciones especiales» en las que de
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Inauguración del curso de vacaciones para extranjeros de 1926 (Residencia de Estudiantes, Madrid).
una forma más específica se abordaban determinados aspectos literarios o lingüísticos; también había unas «clases» de contenido teórico que versaban sobre temas literarios, además de las prácticas que se dedicaban principalmente a la conversación. Por último, se organizaban visitas a museos y monumentos de Madrid, así como excursiones a ciudades cercanas a la capital, como Segovia, Toledo, Ávila, Salamanca. A partir de 1914 y hasta el final de la Primera Guerra Mundial el número de alumnos descendió de forma considerable, y, como gran parte de los asistentes, debido a las dificultades que existían para desplazarse, residían ya en España, solicitaron que los cursos se ampliaran al resto del año. Así se crearon, a partir de enero de 1915, los cursos trimestrales, que se enseñaban fuera de los meses de verano. Con el tiempo el contenido de los cursos se amplió, además de la lengua y la literatura, también se explicaban historia y comercio. Finalizados los cursos y superados los exámenes, se entregaban los correspondientes diplomas que podían ser elementales o superiores, según el grado de dominio de la lengua española que manifestasen los estudiantes. Junto con la edición de obras clásicas y las colaboraciones en la Revista de Filología Española, los cursos para extranjeros fueron otra de las fuentes de ingresos más importantes para los jóvenes que se acercaban a los despachos del Centro de Estudios Históricos. Casi todos los que de una manera u otra colaboraron con la sección de filología die-
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ron clases en estos cursos recibiendo a cambio un discreto sueldo. Seguramente fueron estas tres formas de obtener ingresos lo que hizo que fueran muchos más los licenciados que se decantaron por colaborar con la sección de filología que con las otras secciones del Centro. La inexistencia de un futuro laboral inmediato una vez finalizados los estudios, tal y como sucede hoy en día, hizo que muchos recién licenciados se vincularan a la sección dirigida por Ramón Menéndez Pidal, lo que también facilitó su preeminencia con respecto a las otras. Pero, además, estos jóvenes tenían la posibilidad de iniciar una vida docente en el extranjero como profesores de español. Desde la creación de la JAE se fomentó con Francia el envío de «repetidores», algo que ya se venía haciendo desde 1894. Los «repetidores» eran jóvenes a los que se les ofrecía la posibilidad de marchar al país vecino para enseñar la lengua española al tiempo que perfeccionaban su conocimiento del francés y complementaban sus estudios en centros de enseñanza franceses. Poco a poco el interés por el español aumentó en otros países sobre todo tras la Primera Guerra Mundial. En Inglaterra descendió el número de cátedras de alemán y aumentaron las de español, debido también al beneficio que suponía para ese país entrar en contacto con los países hispanoamericanos. Esta atracción de los ingleses por nuestra lengua y cultura se vio refrendada con el viaje que realizó José Castillejo, secretario de la Junta, en 1917 por varias ciudades dando conferencias sobre temas españoles, principalmente en la Universidad de Leeds. Fueron varias las universidades europeas que a partir de entonces reclamaron filólogos del Centro para enseñar en ellas nuestra lengua y literatura. Según las memorias de la JAE, entre los años veinte y treinta, encontramos: en Alemania a Cesáreo Fernández, Berlín; Ricardo Gómez-Ortega, Jena; José Fernández Montesinos y Elisa Llorente, Hamburgo; Julio Martínez Santa Olalla, Bonn; Joaquín Casalduero y Vicente Llorens, Marburgo; Eduardo L. Llorens, Friburgo; Carlos Clavería, Fráncfort. En Inglaterra: Dámaso Alonso y Enrique Moreno, Oxford; José R. Pastor y Aurelio R. Pastor, Londres; Pedro Penzol, Leeds; Dámaso Alonso, Miguel Herrero y Joaquín Casalduero, Cambridge. En Checoslovaquia: Ginés Ganca, Praga; Francisco Javier Fariña, Brno. En Italia: Fernando Puig Gil, Génova; Luis González, Nápoles; Vicente Llorens, Génova. En Francia: Aurelio Viñas, París; Eugenio García Loma, Montpellier; Luis Cernuda y Marcial Bedate, Toulouse; Joaquín Casalduero y José F. Pastor, Estrasburgo. En Polonia: Amadeo Pons y Martínez, Varsovia. En Yugoslavia: José Suárez, Belgrado. En Bulgaria: Antonio Rodríguez San Pedro, Sofía. En Rumanía: Indalecio Gil Reglero y Evaristo Correa Calderón, Bucarest. En Suecia: Ramón Iglesia, Goteborg. En Holanda, José F. Pastor, Gro-
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Profesores y alumnos de los cursos para extranjeros en la Residencia de Estudiantes (Residencia de Estudiantes, Madrid).
ninga. Hasta Japón llegan las clases de español, con José Muñoz en Tokio y M. Pizarro en Osaka (Memoria JAE, 1925-1934). En Estados Unidos, durante la década de 1910, también aumentó el número de clases de nuestra lengua en universidades e institutos. La situación preponderante que tenía el alemán empieza a flaquear tras la Primera Guerra Mundial y crece el interés por la lengua y la cultura española, razón por la que se funda la American Association of Teachers of Spanish, que agrupa a los profesores de español y que publica la revista Hispania, dirigida por Aurelio M. Espinosa, para fomentar el estudio del español, con diversos artículos sobre materias lingüísticas y literarias, muchos de ellos firmados por filólogos del Centro. Sin embargo, el gran impulso a los estudios de español en los Estados Unidos fue la invitación que la Universidad de Columbia hizo a Federico de Onís para hacerse cargo de una cátedra de Español en 1916. Su nombramiento, que lo convirtió en el primer profesor que ocupó «un puesto fijo y regular en la enseñanza norteamericana» (Onís, 1920: 10), como el propio Onís reconocía, supuso establecer una relación directa con los estudios de español en los Estados Unidos y fomentar las relaciones intelectuales, así como difundir las publicaciones que se hacían en España. Desde allí podía promocionar los cursos para extranjeros que se enseñaban en el Centro de Estudios Histórico. Cuatro años después, en 1920, empieza a funcionar en Nueva York el Instituto de las Españas, que estaba formado por un consejo de profesores, la mayoría de la Universidad de Columbia, y en el que Federico de Onís ejercía como delegado de la Junta para Ampliación de
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José Fernández Montesinos con un grupo de alumnos del curso para extranjeros en una de las excursiones (Archivo del Centro de Ciencias Humanas del CSIC).
Estudios, y Homero Serís como director. Su objetivo era establecer en aquella ciudad un centro para el estudio de la cultura hispánica en sus diversas manifestaciones, promover el interés por la lengua, literatura, arte, ciencia y civilización españolas y estrechar las relaciones culturales entre los Estados Unidos y las naciones hispánicas. Para realizar sus actividades se organizaban conferencias sobre distintos temas relacionados con asuntos hispánicos, en las que participaron algunos de los filólogos del Centro como Navarro Tomás, Antonio G. Solalinde y Américo Castro. También Valle-Inclán, Ramiro de Maeztu, Jacinto Benavente o María de Maeztu dieron conferencias en el Instituto. Además se publicaban libros y folletos que contribuían a fomentar el interés por la cultura ibérica, y desde enero de 1925 se fundó una revista, The Romanic Review. Un año antes, en 1924, la Junta había dejado de subvencionar al Instituto de las Españas al lograr este su propia independencia, aunque se mantuvo a Onís como delegado en su Consejo ejecutivo. Así describía, en 1920, Onís su actividad en los Estados Unidos: Mi obligación profesional, que consiste en dar a conocer España a los estudiantes norteamericanos, y mis esfuerzos por extender ese conocimiento a toda clase de gentes y de públicos, han mantenido toda mi atención y mi actividad fijas sobre cuanto España es y ha sido, tratando de buscar en nuestra cultura su sentido más profundo, y más inteligible por tanto para hombres de otra raza y otra lengua como los de este gran pueblo americano (Onís, 1920: 5).
El resultado del trabajo realizado por Onís y por el Instituto de las Españas comenzó pronto a dar sus frutos, según reconocía el propio filólogo salmantino:
Federico de Onís dibujado por Moreno Villa (Residencia de Estudiantes, Madrid).
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Desde 1916 el estudio del español creció en proporciones de cantidad y rapidez que no pueden medirse con las medidas a que estamos habituados en Europa. Las universidades vieron llegar millares de estudiantes a sus clases de español; las escuelas a centenares de millares […]. Gracias a la existencia de una escuela de filólogos y críticos especialistas en español, ha sido posible encauzar y dirigir el movimiento popular que irrumpió tan de súbito y con tanta fuerza; han podido formarse rápidamente, improvisarse, diríamos, los maestros que para tantos estudiantes se requerían; se han escrito los libros necesarios para la enseñanza; se ha creado por medio de conferencias, artículos y libros una conciencia pública de la significación de todo este movimiento (Onís, 1920: 19-20).
Según nos informan las memorias de la Junta para Ampliación de Estudios, fueron profesores en universidades americanas en diferentes épocas entre 1925 y 1936: Federico de Onís y Ángel del Río (Universidad de Columbia, Nueva York); Antonio G. Solalinde y Joaquín Ortega (Universidad de Wisconsin, Madison); Augusto Centeno (Princeton, Nueva Jersey); Joaquín Casalduero (Smith College, Northampton, Massachusetts); José Robles (John Hopkins, Baltimore); Samuel Gili Gaya y Margarita de Mayo (Middlebury College, Vermont); Antonio Heras y César Barja (Universidad de Southern, California); Margarita de Mayo (Vassar College, Poughkeepsie, Nueva York); Dámaso Alonso (Hunter College, Nueva York); Erasmo Buceta (Universidad de Berkeley, California, San Francisco); Ángel del Río (Universidad de Miami, Florida) y Eugenio Montes (Rice Institute, Houston, Texas) (Memorias JAE, 1925-1934).3
La sección de filología y sus relaciones con Hispanoamérica Las redes internacionales del Centro de Estudios Históricos también se extendieron a Hispanoamérica. Varios fueron los filólogos de países hispanoamericanos que pasaron por las dependencias del Centro, como Rodolfo Lenz, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Ángel Rosenblat, José María Chacón, Aurelio Macedonio Espinosa, etc., pero también muchos de los colaboradores del Centro visitaron estos países para ofrecer conferencias y cursos. Tal vez el mayor ejemplo de la colaboración de la sección de filología del Centro con uno de estos países fue el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires, He completado la información obtenida de las Memorias de la JAE entre 1925 y 1934 con la lista que se ofrecía en el artículo de Leoncio López-Ocón, María José Albalá Hernández y Juana Gil Fernández «Las redes de los investigadores del Centro de Estudios Históricos: el caso del laboratorio de fonética de Tomás Navarro Tomás», en El laboratorio de España. La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. 1907-1939, Madrid, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2007, pp. 301-329. 3
Amado Alonso retratado por Moreno Villa (Residencia de Estudiantes, Madrid).
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Alfonso Reyes en sus años madrileños (Residencia de Estudiantes, Madrid).
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fundado en 1923 por la Facultad de Filosofía y Letras de dicha Universidad. Debido a los avances logrados por la sección de filología del Centro de Estudios Históricos, Ricardo Rojas, decano de la Facultad de Filosofía y Letras, se puso en contacto con Menéndez Pidal y entre ambos establecieron las líneas de trabajo del Instituto. Con su creación se pretendía inaugurar un centro en el que se investigara la lengua castellana y en concreto las peculiaridades de su variante argentina. Además, su fundación permitiría incorporar a los estudios filológicos argentinos las nuevas corrientes científicas que tanto habían modernizado la filología en los últimos años. De ahí que pensaran para su dirección en un especialista europeo avalado por su experiencia y su conocimiento. Américo Castro fue el elegido con la idea de que se quedara varios años en Buenos Aires para poder desarrollar los planes que habían establecido. Pero las tareas pendientes del Centro y su cátedra en la Universidad madrileña no se lo permitían, así que tan sólo dirigió el Instituto durante un año, y se estableció una dirección rotatoria de un año. Tras la marcha de Castro, llegó primero Agustín Millares Carlo y después Manuel Montoliu. En 1927 fue Amado Alonso quien se hizo cargo de la dirección ya de una forma estable. Su llegada supuso un enorme impulso para el Instituto de Filología. Siguiendo el modelo del Centro, se rodeó de un grupo de jóvenes y entusiastas filólogos con los que pudo llevar a cabo diferentes investigaciones, con publicaciones, traducciones, trabajos de campo, etc. En 1939, cuando el Centro español estaba a punto de desaparecer por la Guerra Civil, fundaron la Revista de Filología Hispánica, inspirada en la Revista de Filología Española cuya continuidad no era segura en aquellos años. El Instituto y su Revista se convirtieron en un refugio para muchos filólogos españoles que después de la guerra tuvieron que exiliarse. También encontraron asilo los filólogos exiliados en la Universidad de Río Piedras de Puerto Rico. Desde Nueva York Federico de Onís hizo de conexión entre el Centro y la Universidad puertorriqueña. En el verano 1925 comienza una Escuela de Verano de Español a la que es invitado a participar Navarro Tomás. Durante su estancia en las tierras caribeñas, Navarro recorrió el país para realizar trabajos de campo sobre el habla de aquel país. Fruto de esas excursiones publicó en 1948 El español de Puerto Rico. Contribución a la geografía lingüística hispanoamericana, que fue el primer atlas lingüístico del español, en este caso del español de América. La experiencia de campo que tuvo en el país caribeño resultó fundamental para concretar más el proyecto del ALPI. La Escuela de Verano se transformó en un Departamento de Estudios Hispánicos en el que participaban tanto el Centro de Estudios Históricos como la Columbia University, con la idea de potenciar una escuela americana de estudios españoles. Para ello también se fundó en 1938
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la Revista de Estudios Hispánicos. Con estas instituciones y publicaciones, Federico de Onís perseguía que España, Puerto Rico y Estados Unidos estuvieran unidos en una misma empresa en la que participaran intelectuales de los tres países. También México acogió a muchos intelectuales españoles después de la guerra y entre ellos a varios filólogos. Durante los años anteriores a la Guerra Civil hubo una relación estrecha con México, gracias al tiempo que Alfonso Reyes trabajó en el Centro madrileño. Tras la contienda española, la relación con El Colegio de México se intensificó, pues se convirtió, junto al Instituto bonaerense, en el otro gran foco de la filología hispánica. Allí acogieron, tras la marcha de Amado Alonso y su grupo en 1946 de Buenos Aires por la llegada de los peronistas, a la Revista de Filología Hispánica, ahora con el nombre de Nueva Revista de Filología Hispánica. Si aquella era la hija de la Revista de Filología Española, esta era la nieta, como afirmaba el propio Reyes. Estas relaciones hispanoamericanas facilitaron la constitución, en septiembre de 1933, de una nueva sección dentro del Centro de Estudios Históricos que se desgajaba de la de filología. La nueva sección, que se llamaba de estudios hispanoamericanos, estaba dirigida por Américo Castro, y su objetivo era investigar la lengua y la literatura hispanoamericana de los países hispánicos. Desde hacía tiempo, Castro había sentido un interés por los estudios hispanoamericanos, recordemos su estancia en Buenos Aires al frente del Instituto de Filología o sus viajes por México y Puerto Rico; con esta sección podría llevar a cabo sus objetivos, que eran formar a especialistas en los estudios hispanoamericanos, editar monografías y una revista en la que se difundiera la cultura hispánica. Pronto la sección publicó una revista que se llamó Tierra firme, cuyo primer número salió en 1935, con la que se proponía abordar los problemas españoles y del mundo hispánico no de una forma aislada sino con una visión más amplia, la de los pueblos con los que se comparte un mismo acervo cultural. CONCLUSIÓN En las últimas décadas del siglo XVIII y sobre todo en el XIX la estabilización de los Estados liberales fomentó la investigación científica y su divulgación a través de la enseñanza. Este asentamiento de la ciencia provocó que ya no se centrase únicamente en fenómenos estrictamente materiales y cuantificables, sino que se acercara a cuestiones de carácter más abstracto, pero fundamentales para el conocimiento del ser humano: nos referimos al estudio de la historia, de la política, de las costumbres, del pensamiento, de la lengua... El acercamiento a cada uno de estos campos provocó que para su conocimiento se necesitaran
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metodologías científicas similares a las que existían ya para las ciencias de tipo experimental, lo que llevó a la modernización y profesionalización de estos estudios. Gracias a esos avances, los estudios lingüísticos vivieron a lo largo del siglo XIX una evolución importante en sus exploraciones acerca del origen de la lengua y en otros aspectos lingüísticos, además literarios. De forma tardía llegaron estos progresos a España, donde la ciencia era un trabajo aislado de talentos esporádicos que surgían sin una metodología clara, lo que hacía que sus investigaciones fueran parciales con un carácter más creativo que científico. En las últimas décadas del siglo XIX esta situación cambia y son varios los lingüistas que empiezan a hacerse eco de las nuevas corrientes que ya estaban asentadas en Europa. En ese ambiente surge la figura de Ramón Menéndez Pidal, que pretende llevar a cabo los trabajos que otros romanistas europeos están realizando en sus países para poner nuestra filología a su mismo nivel. Lo consigue gracias a la creación en 1910 del Centro de Estudios Históricos y de la sección de filología, encuadrada dentro de dicho Centro. Con una metodología de investigación, un amplio campo de trabajo ante el vacío existente y un grupo de jóvenes y entusiastas filólogos fue posible abordar en muy pocos años un desarrollo de los estudios filológicos españoles situándolos a la vanguardia de los europeos. Del panorama desierto que existía en los estudios lingüísticos en España en los primeros años del siglo XX pasamos al establecimiento de una serie de redes que extienden la filología por distintos ámbitos de la sociedad, como son la educación, la industria editorial, el mundo rural, etc., demostrando las posibilidades que la lengua y la literatura tienen para la sociedad. Pero esas redes también se expanden por el extranjero con una trama de lectorados de español en diferentes universidades del mundo que despiertan el interés por nuestra lengua y literatura en muchos países, sobre todo en los Estados Unidos.
BIBLIOGRAFÍA CASTILLEJO, David (1998): El epistolario de José Castillejo: los intelectuales reformadores de España, t. II El espíritu de una época: 1910-1012, Madrid, Castalia. CATALÁN, Diego (2001): El Archivo del Romancero. Patrimonio de la Humanidad. Historia documentada de un siglo de Historia, Madrid, Fundación Ramón Menéndez Pidal. LÓPEZ-OCÓN, Leoncio; María José ALBALÁ HERNÁNDEZ y Juana GIL FERNÁNDEZ (2007): «Las redes de los investigadores del Centro de Estudios Históricos: el caso del laboratorio de fonética de Tomás Navarro Tomás», en El laboratorio de España. La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones
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Científicas. 1907-1939, Madrid, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, pp. 301-329. MENÉNDEZ PELAYO, Marcelino (1898): «La leyenda de los infantes de Lara por D. Ramón Menéndez Pidal», La España Moderna, enero, año 10, t. 109, pp. 80-105. MENÉNDEZ PIDAL, Ramón (1916): «Hablando con Menéndez Pidal», España, núm. 50. ONÍS, Federico (1920): «El español en los Estados Unidos», discurso leído en la apertura del curso académico de 1920-21 en la Universidad de Salamanca. SÁNCHEZ CANTÓN, Francisco J. (1969): «La lección de su sencillez», ABC, 19 de marzo. SÁNCHEZ MOGUEL, Antonio (1880): «España y la filología, principalmente la Neo-latina» Revista Contemporánea, t. XXV, enero-febrero.
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J OSÉ I GNACIO P ÉREZ P ASCUAL Universidade da Coruña
Breve historia de la Revista de Filología Española*
La labor investigadora de Menéndez Pidal no se limita, en modo alguno, a los veintiséis años de existencia del Centro de Estudios Históricos (CEH), creado en 1910 por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE): tanto antes como después de esa etapa ofreció importantes aportaciones a la comunidad científica (sobre el romancero, la cronística, la historia de la lengua, la dialectología…). Con todo, es posible afirmar sin ambages que fue durante ese cuarto de siglo cuando, como indica Tomás Navarro, su tarea «alcanzó la mayor expansión y transcendencia, tanto por los libros que en esos años publicó como por la Revista que dirigió, por las obras y empresas que inspiró e impulsó a su alrededor y por el grupo de discípulos que se formaron a su lado» (Navarro, 1968-1969: 23).1 En el CEH encontró don Ramón la posibilidad de ejercer su magisterio, al que se adscriben, entre otros, sus primeros discípulos, Tomás Navarro Tomás y Federico de Onís, a los que pronto se suma Américo Castro. Surge así la denominada «escuela pidalina», en palabras de Dámaso Alonso, la única escuela española de investigación que ha obtenido respeto universal, la única cuyos trabajos, constantemente los encontramos publicados o citados como punto de apoyo, o discutidos, en las revistas filológicas de materia románica de todo el mundo (1968: 14).
Y no poco contribuyó a la resonancia de esa escuela la aparición de una publicación de gran nivel que le sirvió de altavoz ante la sociedad científica internacional, la Revista de Filología Española (RFE).
Ramón Menéndez Pidal, fundador de la Revista de Filología Española, en 1933 (Fundación Menéndez Pidal).
* Si no se ofrece la oportuna referencia bibliográfica, las transcripciones de materiales de archivos son nuestras.
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ALGUNOS PRECEDENTES Cuando sale a la luz el primer número de la RFE, fechado en 1914, la filología se encontraba en España en una situación extremadamente precaria, sobre todo comparada con la que, por entonces, practicaban nuestros vecinos alemanes, franceses o italianos (y aun con el hispanismo de estos países). Por fortuna, los avances producidos en esos ambientes más propicios para la labor filológica habían comenzado a difundirse a través de un nuevo modelo comunicativo, la revista científica especializada; en 1846 aparece la más antigua de las dedicadas a las lenguas modernas (Archiv für das Studium der neueren Sprachen und Literaturen) y, poco después, inicia su andadura en la Europa de la segunda mitad del XIX toda una serie de buenas publicaciones de filología románica: Revue des Langues Romanes en 1870, Romania en 1872, Zeitschrift für romanische Philologie en 1877, Romanische Forschungen en 1883... Algunas instituciones e investigadores españoles acceden a estas publicaciones, de suerte que las aportaciones de destacados especialistas comienzan a difundirse tímidamente entre nosotros. En nuestro país, sin embargo, no surge por esas mismas fechas ninguna publicación comparable, aunque algunas revistas, de manera ocasional, tocaban cuestiones de tinte filológico, fundamentalmente literario; tal sucede, por ejemplo, con Revista de España (1868-1895), Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (RABM, 1871), Boletín de la Real Academia de la Historia (BRAH, 1877), Revista Crítica de Historia y Literatura Española, Portuguesa e Hispano-Americanas (RCHL, 1895-1902), Revista de Extremadura (1899-1911), Revista de Aragón (1900-1905) o Cultura española (19061909). Tampoco podemos pasar por alto la aparición de El lenguaje. Revista de Filología en enero de 1912, apenas un par de años antes del nacimiento de la RFE; la existencia de esta publicación mensual, de marcado carácter divulgativo, no se prolongó mucho, pues desaparece en 1914. De entre las publicaciones extranjeras que se fueron conociendo en nuestro ámbito, probablemente ejercieron especial peso en el diseño de la RFE la Revue de Dialectologie Romane (RDR), impulsada por el alemán Bernard Schädel (1909) y en cuya dirección colegiada figuraba Menéndez Pidal, y las dos revistas francesas consagradas precisamente a los estudios hispánicos: Revue Hispanique (RHi, 1894-1933), impulsada por Raymond Foulché-Delbosc y que apenas sobrevivirá un par de años a su fallecimiento, y Bulletin Hispanique (BHi), publicación aparecida en 1899 y alentada por Ernest Mérimée —que todavía conserva hoy su bien ganado prestigio—. Para que se aprecie la significación de estas revistas en el desarrollo de los estudios filológicos en España, puede servir de ilustración el
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hecho de que el propio Menéndez Pidal colabora ya desde 1895 en un buen número de ellas, tanto en las misceláneas españolas como en algunas destacadas revistas especializadas europeas. Se foguea redactando reseñas en la RCHL (Josef Priebsch, Altspanische Glossen, 1895: 41; Moritz Gründwald, Über den jüdisch-spanischen Dialekt als Beitrag zur Aufhellung der Aussprache im Altspanische, 1895: 106; Alberto Membreño, Hondureñismos, 1896: 75-76; Emilio Teza, Dai romanzi di Castiglia, 1896: 76; Gottfried Baist, Don Juan Manuel: El Libro del Cauallero et del escudero, 1897: 141-145; Marius Férotin, Recueil des cartes de l’Abbaye de Silos. Histoire de l’Abbaye de Silos, 1897: 31-34) e inicia en 1897 la publicación de algunos artículos que anticipan lo que va a ser su trabajo posterior, como «La penitencia del rey Don Rodrigo: Origen probable de la leyenda» (RCHL, II, 1, 1897: 31-34), «El Poema del Cid y las Crónicas generales de España» (RHi, V, 1898: 435-469), «Título que el Arcipreste de Hita dio al libro de sus poesías» (RABM, II, 1898: 106109), «Disputa del alma y el cuerpo y Auto de los Reyes Magos» (RABM, IV, 1900: 449-462), «Etimologías españolas» (Romania, XXIX, 1900: 334-379), «Estantigua» (RHi, VII, 1900: 5-9), «Sobre la bibliografía de San Pedro Pascual» (BHi, IV, 1902: 297-304), «Poema de Yúçuf: Materiales para su estudio» (RABM, VII, 1902: 91-129, 276309 y 347-362) o «En favor del Romancero Español» (Revista de Extremadura, LII, 1903: 456-461). Para comprender la decisión de diseñar una revista en el CEH, ha de tomarse en cuenta también la aparición ese mismo año de 1914 del Boletín de la Real Academia Española, y los ejemplos que se ofrecían desde Cataluña, donde en 1901 Antoni M.ª Alcover había comenzado a publicar el Bolletí del Diccionari de la llengua catalana, concebido como una herramienta de comunicación para quienes apoyaban su proyectado diccionario. No obstante, posiblemente en la mente de algunos de los colaboradores del CEH pesase aún más el Butlletí de Dialectologia Catalana, que debió suscitar en ellos el deseo de emularlo y superarlo. Lo cierto es que esta publicación, que presta especial atención a la dialectología, etimología y toponimia del catalán, ve la luz precisamente en 1913 y durante su primera etapa (hasta 1930) fue dirigida por Antoni Griera, personaje no bien quisto en el círculo de don Ramón.
Tomás Navarro Tomás sentado delante de la Residencia de Estudiantes (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
LOS PRIMEROS AÑOS DE LA RFE Si Ramón Menéndez Pidal fue el primer director de la revista, no cabe duda de que corresponderá a uno de sus discípulos, Tomás Navarro, desempeñar un papel decisivo a la hora de ponerla en marcha.
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Dentro de la planificación general de la investigación filológica en el CEH, Menéndez Pidal envía durante dos años a Navarro Tomás, pensionado por la JAE, a ampliar su formación con los mejores especialistas europeos en fonética y dialectología. Gracias a ello Navarro pudo recorrer diversos centros científicos de Francia, Suiza y Alemania y conocer de primera mano algunos de los atlas lingüísticos que se estaban elaborando, así como los laboratorios fonéticos más avanzados del tiempo; a su vuelta, estaba preparado para dirigir el Laboratorio de Fonética del CEH y el proyectado Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (ALPI). Durante su ausencia, según Navarro ha relatado (1968-1969: 1314), había surgido en el CEH la idea de publicar una revista que sirviese para dar a conocer la labor de sus diferentes secciones y, al tiempo, permitiese establecer intercambio con otras publicaciones. En un primer momento se pensó denominarla Cuadernos de Trabajo del Centro de Estudios Históricos, sin que su aparición quedase sometida a una periodicidad fija: a principios de 1914 estaba preparado el primero de los cuadernos, que se componía de dos extensos estudios de Miguel Asín y de Ramón Menéndez Pidal. Sin embargo, de acuerdo siempre con el relato de Navarro, ya antes de su retorno había percibido que esa idea inicial no satisfacía del todo al maestro: «Por correspondencia con don Ramón, advertí que el proyecto de los Cuadernos no llenaba enteramente sus propósitos. Su deseo hubiera sido una revista de publicación regular y de carácter propiamente filológico» (Navarro, 1968-1969: 13). También atribuye Navarro a don Ramón la iniciativa de recabar información precisa sobre dos prestigiosas publicaciones europeas: Por su indicación, cuando me hallaba trabajando en el Phonetisches Laboratorium de Hamburgo, me puse en contacto con la oficina editorial de la Revue de Dialectologie Romane, establecida en el Vorlesungsgebäude de aquella ciudad. Recibí generosa información del doctor Fritz Krüger, joven hispanista entonces y hoy prestigiosa autoridad en lingüística española. Me hice además con un ejemplar de la Zeitschrift für Französische Sprache und Literatur, superior a las demás revistas de aquel tiempo por la organización de sus secciones y por su presentación tipográfica (Navarro, 19681969: 13).
Posiblemente con estas palabras Navarro trataba de conferir un mayor protagonismo en los hechos a su maestro, pues la RDR era bien conocida previamente a estas fechas tanto por don Ramón —quien, como he señalado, era uno de sus codirectores— como por el propio Navarro, que había publicado un artículo en su primer volumen («El perfecto de los verbos en -ar en aragonés antiguo», RDR, I, 1905: 110121). 94
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En todo caso, lo cierto es que finalmente se desestimó el proyecto inicial y se optó por diseñar una revista centrada en la «Sección de Filología», hegemónica dentro del CEH.2 Una vez más, el recuerdo de don Tomás nos permite conocer algo más de aquellos inicios: Cuando regresé a Madrid en 1914, pertrechado de notas y de impulso juvenil, en el ánimo de don Ramón se definió concretamente la idea de la Revista de Filología Española. Los estudios sobre Elena y María y sobre el Viaje a la Meca dispuestos para el Cuaderno de Trabajo, pasaron a formar el primer número de la Revista, y se procedió con urgencia a la redacción de las reseñas de libros y de la bibliografía metódica que habían de acompañar a aquellos estudios (Navarro, 1968-1969: 14).
Y, en efecto, a los dos trabajos mencionados de Asín y Menéndez Pidal, que componen el grueso del primer fascículo —«El original árabe de la Disputa del asno contra fr. Anselmo Turmeda» y «Elena y María (disputa del clérigo y el caballero). Poesía leonesa inédita del siglo XIII», RFE, I: 1-51 y 52-96, acompañado de trece láminas sin paginación, respectivamente—, se suman tres reseñas firmadas por significados discípulos de don Ramón: Américo Castro ofrece la primera parte de una recensión de la Gramática histórica de la lengua española de Federico Hanssen (pp. 97-103), Antonio García Solalinde se ocupa de Ovid and the Renascence in Spain de Rudolph Schevill (pp. 103-106) y el propio Navarro de la edición preparada por Solalinde de El Sacrificio de la Misa de Berceo (pp. 106-107).3 Completan el fascículo la «Bibliografía» (pp. 108-148)4 y las «Noticias» (p. 148).5 Ese primer fascículo apareció poco antes de que estallase la Gran Guerra, trágico acontecimiento que dificultaría tanto la difusión de la nueva publicación en una Europa en llamas, como la participación en la empresa de filólogos extranjeros. 2 No se abandona por completo la idea de dar a conocer los trabajos de las distintas secciones mediante alguna publicación; así, en enero de 1915 Navarro informa a José Castillejo, secretario de la JAE, que se ha decidido «celebrar mensualmente una reunión científica con lectura de trabajos que se publicarán a fin de año reunidos en un volumen de Memorias del Centro. Cada profesor se ha comprometido a leer un trabajo y ya sabe cada uno el mes que le toca» (carta de Navarro a Castillejo, 16/1/1915; Castillejo, 1999: 226). 3 En los fascículos siguientes se diferenciarán las reseñas, más extensas, de los análisis sumarios, pero a partir del segundo volumen (1915) todas las recensiones se agruparán bajo el epígrafe común «Notas bibliográficas». 4 En cuanto a esta extensa sección, en un principio nada se indica en la RFE acerca de sus responsables, si bien las memorias de la JAE señalan que comenzaron redactándose bajo la dirección de Federico de Onís, con la colaboración de Antonio García Solalinde y el auxilio de Ángel González del Río (JAE, 1916: 170). 5 Las últimas páginas recogían las abreviaturas de las revistas citadas en la Bibliografía, la relación de los libros y las revistas recibidas y varios anuncios (fundamentalmente de las publicaciones de los distintos organismos de la JAE). En adelante no daremos cuenta de la paginación de los diversos trabajos publicados en la RFE que citemos.
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La revista adoptó un diseño tipográfico extremadamente sobrio: en la cabecera de la cubierta, la referencia al tomo, al año y al número del cuaderno; debajo, el título de la publicación y el nombre de su director, Ramón Menéndez Pidal; en la mitad inferior, la efigie de Antonio de Nebrija y, en el pie, la indicación del lugar de edición y las instituciones responsables (Junta para Ampliación de Estudios y Centro de Estudios Históricos). En el vuelto de la portada figura un texto informativo acerca de sus contenidos: La Revista de Filología Española se publica en cuadernos trimestrales, formando cada año un tomo de 400 o más páginas. Comprende estudios de bibliografía, historia de la civilización, lengua, literatura y folklore. Da información bibliográfica de cuanto aparece en revistas y libros, españoles y extranjeros, referente a la filología española.6
No pareció preciso a los responsables de la RFE incluir en su primer número, más allá de esta escueta indicación, algún tipo de presentación editorial que detallase las orientaciones que guiaban la nueva publicación científica, al estilo, por ejemplo, de la extensa nota introductoria que había redactado Mérimée para el primer número de BHi. La preparación de los siguientes cuadernos de la RFE se convierte en responsabilidad casi exclusiva de los discípulos más próximos a Menéndez Pidal, y muy especialmente de Navarro, pues don Ramón se ha embarcado en un largo periplo americano que le mantendrá alejado desde el seis de julio de 1914 hasta mediados del mes de diciembre.7 Navarro y Castro procurarán mantenerlo al tanto de los pasos que van dando en una tarea que se revela compleja; entre ellos se cuenta atender a la primera aportación de un prestigioso investigador extranjero, muy extensa y redactada en otra lengua: «Mistici, teologi, poeti e sognatori della Spagna all’alba del dramma di Calderon» de Arturo Farinelli, colaboración que no estuvo exenta de problemas, como muestran algunos intercambios conservados:
6 En esta primera entrega se añade que «Informa asimismo sobre la actividad de la Junta para ampliación de estudios y de los Institutos que de ella dependen», fragmento que se suprimirá posteriormente. También se detalla el precio de la publicación: «España, 15 pesetas año; extranjero, 17 pesetas año» (pronto el importe de la suscripción ascendió a 20 pesetas en España y 22 en el extranjero; a medida que pasaron los años, se pusieron en venta también números sueltos, tomos anuales y colecciones completas). 7 Por ese motivo doña María Goyri, quien durante la larga ausencia de su marido se ocupa de su correspondencia, le informa de que «Alonso Cortés te escribió el otro día ofreciéndose para colaborar en la Revista, especialmente con un trabajo sobre Gómez Pereira. Transmití la carta a Navarro» (carta de María Goyri a Menéndez Pidal, 20/10/1914).
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El número de la revista que ha de salir en octubre está ya muy adelantado. Escribí a Farinelli una carta lo más discreta que me fue posible proponiéndole dos o tres soluciones posibles para la publicación de su artículo; contestó sin avenirse a razones, como ofendido. Hemos pensado publicarlo; ya lo están componiendo; poniéndolo en tipo del 8 no ocupará más de 45 páginas y podrá salir todo en este tercer número (carta de Navarro a Menéndez Pidal, 3/8/1914).
Más explícito acerca del problema se muestra algo después Américo Castro: El artículo de Farinelli, hubo que publicarlo. Navarro y yo escribimos una carta meditadísima en que le explicábamos las dificultades para la publicación; conservamos copia. Farinelli contestó que parecía mentira que en la Revista de su amigo se le hiciera tal cosa. En resumen, el artículo se publica en italiano, entero, en letra menuda. Después de todo, es interesante aunque difuso y, en parte, sin sólida estructura (p. e. compara el mundo fantástico de La vida es sueño con el de D. Quijote!!, y en largas páginas). No creo que haya mal para nuestra Revista, porque publique uno el libro sobre Calderón, (más fácil es que no) siempre se leerá la Revista en España y América antes que el libro, y para el resto del mundo, lo mismo dará en mucho tiempo una cosa que otra. Sobre todo, cuando haya otra vez normalidad, llegarán a Europa al mismo tiempo varios cuadernos de la Revista (carta de Castro a Menéndez Pidal, 11/9/1914).
Y es que en el mes de septiembre Castro ha tomado el relevo de Navarro, mientras llegan a España los ecos de la tormenta que se ha desatado en Europa: A primero de septiembre marché al Centro para ocuparme de la revista, en ausencia de Navarro. […] La Revista saldrá a su tiempo en setiembre (primero de octubre), y reservaremos el envío a los suscriptores europeos (supervivientes; qué espantoso momento atraviesa el mundo!), para cuando haya de nuevo vida civilizada. Quizá cuando usted reciba ésta, Italia se habrá lanzado ya a la guerra; ojalá se libre España (carta de Castro a Menéndez Pidal, 11/9/1914).
Finalmente, al segundo fascículo contribuyen con breves artículos dos discípulos muy cercanos a don Ramón, representantes de generaciones diferentes: Américo Castro («Disputa entre un cristiano y un judío»)8 y Antonio García Solalinde («Fragmentos de una traducción portuguesa del “Libro de buen Amor” de Juan Ruiz»). En los restantes fascículos correspondientes al primer año de la revista figuran, junto al citado Farinelli, otros investigadores vinculados al CEH, como Miguel Artigas («Fragmento de un glosario latino»), Zacarías García Villada 8 El primer volumen incluirá también un breve texto de Castro («Mozos y ajumados») en el que muestra su interés por los problemas etimológicos.
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(«Poema del abad Oliva en alabanza del Monasterio de Ripoll. Su continuación por un anónimo»), Justo Gómez Ocerín («Para la bibliografía de Lope»), Pedro González Magro («Merindades y señoríos de Castilla en 1353») o Rafael Mitjana («Nuevos documentos relativos a Juan del Encina»). Estos colaboradores participan también activamente en la sección de reseñas, entre cuyos redactores podemos señalar a Alfonso Reyes, Federico Ruiz Morcuende, Federico de Onís o Francisco Javier Sánchez Cantón. Los cuadernos de los dos primeros y decisivos años (1914 y 1915) componen finalmente dos tomos de 468 y 448 páginas, en los que se publican 27 artículos, 126 reseñas y una extensa bibliografía formada por 3513 entradas.9 Según se ha visto, el primer volumen fue, casi en su totalidad, obra de colaboradores del CEH (fundamentalmente el personal de la Sección de Filología), situación que no se reproducirá en el segundo, aunque sus aportaciones siguen acaparando la mayor parte de la publicación: nuevamente el propio Menéndez Pidal (quien ofrece varias entregas de «Poesía popular y Romancero») y sus cercanos colaboradores Federico de Onís («Sobre la transmisión de la obra literaria de Fray Luis de León»), Alfonso Reyes («Góngora y La gloria de Niquea») y Antonio García Solalinde («Intervención de Alfonso X en la redacción de sus obras»), así como el responsable de la efímera sección de «Estudios semíticos» Abraham Salomón Yahuda («Contribución al estudio del judeo-español»); junto a ellos figuran investigadores españoles cercanos a don Ramón, como su propia esposa, María Goyri («Dos notas para el “Quijote”»), Narciso Alonso Cortés («Algunos datos relativos a don Pedro Calderón») o su gran amigo de juventud José Ramón Lomba y Pedraja, quien se aparta notablemente de las líneas de investigación que se perciben en la revista con el artículo «Enrique Gil y Carrasco, su vida y su obra literaria».10 Con todo, se aprecia el deseo de abrir la RFE al exterior y en el volumen de 1915 se incluyen cinco aportaciones, alguna muy breve, de prestigiosos investigadores extranjeros, representantes de diferentes naciones, pero todos ellos enormemente significativos en ese momento: Federico Hanssen («Las coplas 1788-1792 del “Libro de Alexandre”»), Wilhelm Meyer-Lübke («Acerca de la palabra rueca»), Carolina Michaëlis de Vasconcelos («A propósito de Martim Codax e das suas cantigas de amor»), Alfred Morel-Fatio («Un romance à retrouver») y José de Perott («Reminiscencias de romances en libros de caballerías»). 9 A partir del 1916 se incluirán, además de artículos, reseñas y repertorio bibliográfico, una sección de notas breves, bajo la denominación de «Miscelánea». 10 Solo muy puntualmente encontramos estudios en la RFE sobre la literatura posterior al XVIII (así, por ejemplo, en 1923 una contribución acerca de Bécquer de Jesús Domínguez Bordona).
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De acuerdo con los criterios que hoy en día se aplican para baremar la calidad de las publicaciones científicas, sin duda se valoraría negativamente el que buena parte de la revista fuese obra de los colaboradores del CEH (y en especial de los rectores de la publicación); afortunadamente, en esa época «nuestras revistas se ganaban en el terreno científico un prestigio que era su capital, el que las situaba en una posición determinada, y las redes de relaciones profesionales y la adecuación de las investigaciones a la línea de la revista justificaban la nómina de sus autores» (García Mouton, 2012: 294). De hecho, se muestran especialmente interesantes las consideraciones recogidas en la memoria de la JAE acerca del papel que desempeñaba la RFE, estrechamente vinculado a la investigación que se realizaba en el CEH («Esta publicación ha hecho posible el aprovechamiento de una cierta actividad fragmentaria y dispersa que venía produciéndose en la Sección al margen de sus trabajos fundamentales», JAE, 1916: 170-171); al tiempo, sus responsables eran conscientes del valor de la revista a la hora de situar la investigación que se hacía en nuestro país en un plano de igualdad con lo que sucedía en otros («para mantener activamente una participación necesaria en la discusión de los problemas actuales de la filología», estableciendo «entre la Sección y las personas o Corporaciones que se dedican á estos mismos estudios, una comunicación regular que sólo se logra eficazmente por medio de una publicación periódica»).11 Tampoco escapaba a sus responsables que la revista suponía un considerable ahorro para el CEH, el cual podía disponer gracias a ella de intercambios con un buen número de publicaciones periódicas que de otro modo habría debido abonar, al tiempo que incorporaba a su biblioteca un nutrido caudal de libros que se remiten para ser reseñados («sólo por este concepto han ingresado durante estos dos últimos años en la biblioteca del Centro centenares de libros enviados para su reseña», JAE, 1916: 171).
Unos años más tarde, a fines de 1922, Tomás Navarro redacta una «Memoria» sobre la RFE en la que incide en estas mismas ideas: «La mayor parte de los artículos y misceláneas publicadas han sido producto de la actividad de las personas adscritas a las Secciones del Centro de Estudios Históricos y principalmente a la Sección de Filología», aunque también se indica que han colaborado «autores españoles que no pertenecen a las secciones del Centro» (se cita expresamente a Unamuno, Alonso Cortés y Díaz Jiménez) y «varios hispanistas extranjeros» (se menciona a Farinelli, Morel-Fatio, Cirot, Meyer-Lübke, Wagner, Spitzer, Schuchardt y Morley). Añade también que «la revista ha conseguido constituirse en un instrumento de trabajo que no solo representa una parte considerable de la actividad del Centro de Estudios Históricos, sino que es además un órgano de comunicación regular y constante entre los eruditos españoles y extranjeros que se preocupan del estudio de estas cuestiones» (Navarro, 1922). 11
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LA GERENCIA DE LA RFE. EL PAPEL DE TOMÁS NAVARRO TOMÁS
Cubierta de la RFE del año 1918 (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
A la vuelta, referencia a los redactores de la RFE (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
Aunque hemos podido comprobar que desde el principio gran parte de la responsabilidad en la organización de la revista había recaído en algunos de los más estrechos discípulos de Menéndez Pidal, lo cierto es que en los primeros cuadernos publicados únicamente se reflejaba explícitamente que la dirección corría a cargo de don Ramón, si bien las memorias de la JAE aludían al papel de ciertos colaboradores. Solo a partir de 1918 figurará en la RFE el nombre de sus redactores, en el vuelto de la cubierta: Américo Castro, Justo Gómez Ocerín, Tomás Navarro Tomás, Federico de Onís, Alfonso Reyes y Antonio García Solalinde. Pero si Menéndez Pidal contó para la puesta en marcha de la revista con la colaboración de varios discípulos, uno de ellos, además, tuvo que asumir la responsabilidad del día a día de su administración: Tomás Navarro ostentó, así, el cargo de gerente de la publicación («está encomendada su gerencia al señor Navarro Tomás», JAE, 1916: 170). Uno de sus cometidos fue procurar su más amplia difusión, consiguiendo un cierto número de suscriptores; como él mismo comenta, «[l]a primera suscripción que recibimos fue la de don Miguel de Unamuno» (1967-1968: 14), pero gracias a sus esfuerzos en la promoción, poco a poco se van logrando otras («Continúan viniendo suscripciones: son ya suscriptores Salvioni, Jud, Bertoni, Hämel y otros») e intercambios con otras publicaciones, así como envíos de libros que van a nutrir la biblioteca del CEH («aumentan asimismo los cambios y siguen viniendo libros para reseñas»). Llega Navarro a diseñar una activa —y económica— campaña publicitaria: Hemos hecho un trato con el editor de la Romania el cual publicará en su revista una página para anunciar la nuestra y nuestros libros, a cambio de una página en la Revista de Filología Española donde él pueda anunciar lo suyo (carta de Navarro a Menéndez Pidal, 3/8/1914).12
No cabe duda de que el filólogo puso toda la carne en el asador en la tarea de captar suscriptores. Una buena prueba de ello es la curiosa correspondencia conservada en la Biblioteca del Palacio Real (ARB/41, CARP/12), originada a raíz de la carta que Navarro dirige en mayo de 1914 a Emilio María de Torres, secretario particular de 12 Algo más tarde se ocupará de alguna faceta legal: «Si la Junta inscribe sus publicaciones en el Registro de la propiedad intelectual convendría inscribir el primer tomo de la Revista. Como no sé si eso se debe hacer no haré sino esperar que usted me indique lo necesario» (carta de Navarro a Castillejo, 9/2/1915, Castillejo, 1999: 233).
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Alfonso XIII, acompañada del primer cuaderno de la RFE; en ella solicitaba que la Biblioteca se suscribiese a la nueva publicación. Luis María de Silva y Carvajal, conde de la Unión, agregado a la secretaría particular del monarca, trasmite la solicitud al bibliotecario de la Real Biblioteca, Juan Gualberto LópezValdemoro de Quesada, conde de Las Navas (carta de 13/5/1914), para que resuelva lo que considere; el bibliotecario responde al día siguiente a Navarro que la nueva revista ha agradado al monarca y que, por tanto, puede enviarla y remitir el oportuno recibo a fin de año, pero también manifiesta su sorpresa por que no se haya ofrecido gratuitamente a la Real Biblioteca, «dadas las relaciones» del director de la RFE con esta institución (carta del conde de las Navas a Navarro Tomás, 14/5/1914). El malestar que evidencia la misiva13 obliga a Navarro a contestar, agradeciendo la suscripción y manifestando que el director de la RFE se mantiene al margen de las labores administrativas y de propaganda y que, en todo caso, tampoco podría regalarla (carta de Navarro Tomás al conde de las Navas, 18/5/1914). Para completar esta información, hemos de añadir que, a la postre, la adquisición de la RFE no parece haber supuesto un desembolso importante para las arcas de la Real Biblioteca, pues años más tarde, en 1923, Navarro tendrá que dirigirse nuevamente al conde de las Navas, al remitirle unos cuadernos pendientes de entrega; advierte entonces Navarro que no pretende cobrar la suscripción correspondiente a los años 1914 a 1916, que da por caducada, pero que se deberían abonar las restantes anualidades, pues la JAE no puede distribuir la revista de manera gratuita (carta de Navarro al conde de las Navas, 10/3/1923, ARB/50, CARP/13, doc. 376).
Carta de Navarro Tomás al conde de las Navas (Archivo de la Biblioteca de Palacio).
Se conserva en la misma carpeta la nota interna que el director de la biblioteca dirige al conde de la Unión, en la que quedan mucho más claros los motivos de su queja: «Es, en efecto, a lo que parece, una publicación muy importante en su género, pero el señor D. Ramón Menéndez Pidal, que ha disfrutado durante muchos años, como un regalo, de un sueldo en la Real Biblioteca, estando o no en Madrid, pudo muy bien y debió, como Director de aquella, regalarla a la Librería que espigó tan hondamente en beneficio propio. El Rey como Rey y ciertos sabios como los niños de Tijola a quien les daban de comer con la pala de un horno y le mordían los dedos a la niñera. Usted perdone el desahogo a su atentísimo y afectísimo amigo». 13
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LA GESTIÓN DE LA RFE La actividad de los miembros de la Sección de Filología se organizó en torno a la RFE, pues en ella encuentran un excelente medio de difundir el producto de sus investigaciones; por otra parte, la publicación cobra cada vez mayor relieve en el panorama internacional, de suerte que pronto comienza a convertirse en habitual la presencia en sus páginas de personas ajenas al CEH.14 Aunque la revista carecía de un sistema de evaluación rígidamente formalizado, los redactores se ven obligados a asumir una serie de cautelas que contribuyen a mejorar paulatinamente el nivel de los textos aceptados. Y son controles a los que no escapa ni siquiera una figura de la talla de Miguel de Unamuno: a pesar de su condición, como ya hemos indicado, de primer suscriptor de la RFE y de la indudable fama que le rodeaba, don Miguel tendrá ciertas dificultades para publicar en la revista.15 En 1920 Unamuno remite su trabajo, espoleado por Américo Castro: ¿Por qué no da usted forma a eso de -rro y nos lo manda para la revista? Aquí le pondríamos la bibliografía y detalles. […] Anímese a mandarnos alguna cosa. Ahora nos ha entrado una especie de fiebre etimológica: hasta a Menéndez Pidal, que generalmente hace otras cosas (carta de Castro a Unamuno, 7/3/1920, en Tellechea, 2003: 129).
Unamuno recoge el guante y envía a la redacción una propuesta, de cuya recepción le da cuenta don Ramón: Me escriben de Madrid que ha llegado allí un estudio de usted «Contribuciones a la etimología castellana». Gran interés tengo en conocerlo, y por de pronto mucho le agradezco (en lo que a mi toca) que dedique usted algo de su poderosa actividad a nuestros trabajos… y a nues14 Especialmente significativo es el creciente número de investigadores de fuera de nuestro país: «El número de colaboradores extranjeros que han enviado trabajos al Centro para publicarlos en esta Revista ha ido aumentando de año en año. De este modo la Sección de Filología ha hallado la manera de realizar eficazmente uno de sus fines, que consiste en mantenerse en estrecha relación con las personas y entidades extranjeras que cultivan estos mismos estudios» (JAE, 1922: 127). 15 Unamuno había considerado ya en 1915 la posibilidad de enviar a Menéndez Pidal una nota para que la revisase por «si tiene alguna falta grave o le parece que lo que en ella digo es poco o nada científico». En sus propias palabras, «se la debo a usted porque lo que en ella digo se me ha ocurrido en clase explicando por sus obras y comentándolas», para acabar proponiéndole: «Si no ve usted ningún disparate gordo en mi adjunta nota —yo soy algo precipitado— y le parece bien, le agradecería me la publicase en la Revista de Filología Española. Pero si mi doctrina creyese es, por razones técnicas que no se me alcanzan, insostenible no me la publique. Aunque llevo catorce años explicando eso, por mis aficiones y por mi educación mental me tengo, aunque profesor, más por un aficionado mejor o peor enterado que por un especialista» (carta de Unamuno a Menéndez Pidal, 2/6/1915, que se conserva en la Casa Museo Miguel de Unamuno).
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tra Revista. Leeré esas contribuciones cuando vaya a Madrid (carta de Menéndez Pidal a Unamuno, 10/7/1920).
Le aclara que «esto será en cuanto acabe un estudio que estoy haciendo para la Revista, acerca de geografía folklórica».16 En ausencia de don Ramón, el texto fue convenientemente revisado por los principales colaboradores de la RFE, que se animan a sugerirle alguna modificación: La observación que hacemos sobre -ri- y -rr-, obedece al deseo de que no consigne usted ese pequeño error en su interesante artículo. Navarro tiene razón en lo que dice y todos estamos aquí de acuerdo. Es decir, la rr por su sonido y su forma de articulación no puede deberse nada a una yod. La rr es una vibrante alveolar, la yod es prepalatal. Una consonante no patatal puede, en efecto, ser afectada por una yod siguiente; pero en ese caso el resultado es una consonante prepalatal: rabia > fr. rage, ariu > ital. aio. La geminación en italiano ocurre como usted dice, pero es en consonante de otro tipo: seppia, trebbio, etc. La ri es allá J: variu > vaio, Capraria > Capraria, y aun cuando en italiano ocurra eso, el español es absolutamente extraño a esa duplicación. Entre aryo y arra, auditivamente media enorme trecho. Tal vez conviniera pensar en casos como serare > cerrar, etc... Perdone esta insistencia completamente objetiva, en interés de la exactitud. Claro está que salvo indicación contraria, publicaremos su artículo como usted lo diga. Nos alegra muchísimo contar con su firma (carta de Castro a Unamuno, 12/10/1920, en Tellechea, 2003: 130).
No debió acceder a la corrección, pues finalmente su artículo se publicó en 1920 en la RFE («Contribuciones a la etimología castellana. El sufijo -rrio, a -rro, a») manteniendo la redacción original («En italiano se geminan consonantes ante yod (v. gr. rabbia)», pero con la adición de una «Nota de la Redacción»: Es de notar que en italiano no se gemina la r ante yod (Meyer-Lübke, Gram. ital., 1901, pág. 118). Se comprende que para que una consonante pueda geminarse debe ser condición esencial que su articulación sea prolongable. La r vibrante simple consiste en una oclusión instantánea, sin alargamiento posible. Puede geminarse una fricativa; pero de ésta no puede esperarse fácilmente una ˉr . La r final de sílaba puede pronunciarse r
16 Se trata, claro está, del sugestivo y largo estudio «Sobre geografía folklórica. Ensayo de un método» (RFE, VII, 1920); en su carta don Ramón le cuenta a propósito del mismo: «Hallo gran interés en examinar cómo se reparten sobre el suelo de España las variantes de un romance: este examen me revela algo acerca de la vida y de la historia de la poesía popular que no sospechaba pudiera averiguarse, dado que esta poesía se elabora en redacciones llevadas secularmente por el viento y solo rarísima vez escritas. El terreno que exploro es, sobre todo, una región nunca hollada, donde me interno con gran curiosidad y espíritu aventurero» (carta de Menéndez Pidal a Unamuno, 10/7/1920).
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ˆr en algunas regiones, káˆrne por kárne pero no es el caso de cibōrium, donde la r es inicial de sílaba. Nota de la R.
R. Menéndez Pidal con A. Castro, Navarro Tomás, H. Serís, Amado Alonso y Morales de Setién (Fundación Menéndez Pidal).
A medida que fueron pasando los años y la RFE cobraba prestigio, las tareas del Consejo de Redacción se incrementaban, lo que sin duda hizo necesario que aumentase el número de sus componentes. Vicente García de Diego se suma al equipo de redactores en 1923, y en 1926 lo harían Amado Alonso y Homero Serís, en quien recayó el nuevo cargo orgánico de secretario; con posterioridad entraron en el Consejo Dámaso Alonso (1928), José Fernández Montesinos (1930) y, por último, Benito Sánchez Alonso, ya en 1931. A fin de conocer mejor la difusión y posible impacto de la publicación, podemos servirnos de algunos datos con los que contamos acerca de sus primeros años de existencia. Para ello podemos contrastar las informaciones que figuran en las diversas memorias de la JAE con las que ofrece un amplio informe mecanografiado, redactado por Tomás Navarro, acerca de la actividad de la RFE durante sus nueve primeros años de existencia;17 lo suscribió en diciembre de 1922 (Navarro, 1922), en su calidad de gerente de la revista, condición que mantiene cuando rubrica otro, en diciembre de 1923, en el cual examina lo sucedido a la publicación científica en el décimo año (Navarro, 1923). Este es el panorama que puede trazarse a partir de esos informes, que muestra una progresión clara en la difusión de la RFE: 1914
1915
1916
1917
1918
1919
1920
1921
1922
1923
Suscripciones
94
128
111
126
129
132
173
195
212
239
Intercambios
74
118
115
108
105
110
101
82
85
93
17 Indica Navarro que se habían publicado «97 artículos sobre múltiples cuestiones de lengua y literatura españolas, 95 notas o comunicaciones incluidas en la sección miscelánea, 490 reseñas de libros que han sido enviados a la Revista, entre otros de los cuales no se ha creído oportuno hacer reseña, y 11.684 títulos de publicaciones filológicas clasificadas metódicamente en la bibliografía de cada cuaderno» (Navarro, 1922).
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A partir de esa fecha, el número de suscripciones e intercambios parece incrementarse ligeramente, aunque los datos de que disponemos no son muy precisos.18 Como ya hemos indicado, los responsables del CEH son conscientes de que la RFE les permite obtener por intercambio un elevado número de revistas, pues, como expone Navarro: Entre los 85 cambios que actualmente tenemos [en 1922] puede decirse que figuran todas las revistas importantes sobre estas materias a las cuales sería necesario estar suscriptos si el Centro no las recibiese por ese medio. La suma a que ascendería el coste de estas suscripciones sería 1659 pesetas (Navarro, 1922).19
Explica igualmente Navarro que se había alcanzado la cifra de 118 intercambios en 1915, pero «en estos últimos años han dejado de publicarse algunas de las revistas que entonces venían apareciendo», y la RFE ha procurado, además, «ir eliminando aquellos cambios de escaso interés que no compensaban el coste de nuestro ejemplar» (Navarro, 1922). También se computa como ingreso para el CEH el coste de los libros que se reciben para reseñar y que pasan a la biblioteca («sólo por este concepto han ingresado durante estos dos últimos años en la biblioteca del Centro centenares de libros enviados para su reseña»; JAE, 1916: 171).20 Gracias a las memorias redactadas por Navarro podemos incluso conocer, grosso modo, la distribución geográfica de las suscripciones: «El número de suscripciones que la revista tiene en 1922 es 212, de las cuales corresponden a España 112 («Hoy están suscritos la mayor parte de los Institutos y Universidades españolas»), 53 a los Estados Unidos, 7 a la América española y 40 a Europa (Navarro, 1922). A pesar de que estas cifras puedan parecer abultadas, como también explica Navarro, por un lado las circunstancias económicas de Francia, Alemania e Italia «han hecho difícil la difusión de la Revista por estos países» y, por otro, apenas se ha conseguido llegar a los hispanoamericanos, por lo que los responsables de la publicación decla18 Las memorias de la JAE, bianuales, solo anotan el número de intercambios, sin gran exactitud (más de 160 intercambios entre 1924 y 1928, para descender a casi 120 los cuatro años siguientes y a 110 en el bienio 1932-1933). Además, se observan algunas discrepancias con respecto a las cifras de Navarro Tomás, que son mucho más precisas; un ejemplo de ello lo tenemos en el número de intercambios que indican para el año 1914: ofrecen una elevada cifra, 147 (JAE 1916: 170: «147 revistas españolas y extranjeras, que se han recibido por cambio con la nuestra»), que parece errata por 74. 19 Y 1750 pesetas es el coste estimado de las 93 que se reciben en 1923. 20 Los datos de que disponemos en algunos ejercicios ratifican el ingreso medio en la biblioteca de unos doscientos libros anuales.
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ran estar intentando «alguna gestión eficaz para que la Revista pueda llegar a las muchas sociedades de cultura que los españoles tienen allí»; confían que de ese modo sería posible «llegar a reunir unas 400 suscripciones que bastarían para pagar con exceso el coste anual de la revista sin contar los ingresos procedentes de la venta de colecciones completas ni el valor de los tomos en depósito» (Navarro, 1922). Y es que, en efecto, la venta de ejemplares no alcanzaba a cubrir los gastos que suponían su impresión y distribución.21 Examinando las detalladas cuentas que presenta Tomás Navarro, puede apreciarse un evidente déficit: la suma de gastos a lo largo de los primeros nueve años es de 59.690,68 pesetas y la de ingresos por venta o suscripción solo de 28.228,27 pesetas, lo que arroja un saldo negativo de 31.462,41 pesetas. Para enjuagar la situación, al menos sobre el papel, se contabiliza, razonablemente, junto a esos ingresos el valor estimado de las publicaciones que se obtienen por intercambio y los libros que se reciben para reseñar (que se cifra en un total de 18.559,94 pesetas); sin embargo, esa suma de 46.788,21 pesetas no es suficiente (seguiría existiendo un déficit de 9902,47 pesetas) y se opta por computar también el valor de las existencias disponibles en los almacenes del CEH (colecciones completas, tomos completos y cuadernos sueltos), que se valoran en 69.135 pesetas: se obtiene, de esta manera, un saldo a favor de la revista que se acerca a las 60.000 pesetas.22 Era preciso, por tanto, incrementar los ingresos y reducir el apartado de gastos, razón por la que ya se habían adoptado algunas medidas de corto alcance; a tal fin se redujo el número de ejemplares que se entregaban gratuitamente: si en un principio se enviaban 37, en 1922 son solo catorce, «que comprenden los que reciben los profesores del Centro, la Residencia de Estudiantes y la Secretaría de la Junta» (Navarro, 1922). Paralelamente, con la finalidad de incrementar suscripciones e intercambios, en 1923 se aprovechó la existencia de un buen número de cuadernos sueltos sobrantes y más de 200 fueron enviados como propaganda; resultado de esta iniciativa fue el incremento, en 21 Un ejercicio como el de 1921, por ejemplo, había supuesto unos ingresos de 8972,65 pesetas (6819,33 por suscripciones y ventas y 2153,32 en concepto del valor de las revistas y libros obtenidos), pero los gastos ascendían a 10.150,16 (8870,32 en gastos de papel, composición e impresión y 1279,84 en gastos de envíos, materiales y pago de colaboraciones en la revista). 22 Debe tomarse en consideración que, tomando como referencia ese año de 1922, si descontamos los 311 ejemplares destinados a suscriptores (212), intercambios (85) y regalos (14), quedaban 439 ejemplares en depósito. Buena parte de ellos se incorporan a las 317 colecciones completas que, en palabras de la memoria, «constituyen un fondo considerable para el porvenir económico de la Revista», pues «[c]ada día es mayor la venta de colecciones completas y cada colección de los nueve volúmenes publicados tiene un valor de 180 pesetas» (Navarro, 1922); a pesar de esa visión optimista, lo cierto es que ese año solo se habían vendido ocho colecciones.
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más de un 11%, del número de suscripciones (se pasó de 212 a 239)23 y, en casi un 9%, el de intercambios (de 85 a 93) (v. Navarro, 1923). Además, como ya proponía el informe de 1922, en 1923 se ajustó la tirada, que pasó de los 750 ejemplares que se venían imprimiendo desde el primer número a una cifra de 675, «por considerar suficiente este número para las atenciones actuales de suscripción, cambios, regalos y formación de colecciones» (Navarro, 1923). También podemos conocer, gracias a los detallados informes de Navarro, que, si bien los colaboradores remunerados del CEH no recibían ningún ingreso por sus publicaciones («puesto que el trabajo que se dedica a esta [RFE] constituye una de las varias actividades en que toman parte»), las personas ajenas obtenían por su contribución una remuneración de cinco pesetas por página publicada.24
EL ÉXITO DE LA RFE Gracias a la labor científica de los miembros del CEH y al esfuerzo puesto por Navarro Tomás en su administración, poco a poco la RFE se fue convirtiendo en una publicación científica de primer nivel, referencia inexcusable para los hispanistas de todo el mundo. Como han resumido Alvar y García Mouton: La RFE vino a ser la expresión de la Escuela de Madrid y del hispanismo vinculado de una u otra forma con lo que Menéndez Pidal significaba. De ahí que la publicación estuviera orientada hacia los campos que respondían a unos intereses muy bien definidos y a la necesidad de rellenar lagunas de ignorancia o a suscitar replanteamientos de cuestiones que estaban mal orientadas (Alvar y García Mouton, 1988: 197).
Sin duda, su éxito contribuyó también a que la escuela pidalina obtuviese una gran consideración no solo dentro de las fronteras de nuestro país, sino fuera de ellas.25 Por esta misma razón, para entender la singladura de la RFE, no puede perderse de vista el quehacer de Menéndez Pidal. 115 de España, 58 de los Estados Unidos, 18 de la América española y 48 de Europa. Entre quienes más han cobrado en 1922 figuran Vicente García de Diego, con 270 pesetas, y Pedro Henríquez Ureña, con 157, pues, como se declara en el informe, no percibían entonces ingresos del CEH; al año siguiente serán Erasmo Buceta y José Fernández Montesinos quienes reciban el grueso de los pagos, junto a los extranjeros Fritz Krüger, Leo Spitzer y Max L. Wagner (v. Navarro, 1922 y 1923). 25 Muestra de ello es la concesión a Menéndez Pidal de doctorados honoris causa por algunas de las más prestigiosas universidades europeas (Toulouse en 1921, Oxford y Hamburgo en 1922, Tubinga en 1923, La Sorbona en 1924, Lovaina en 1927…) o la publicación en 1925 de los tres volúmenes de un Homenaje de gran aliento. 23 24
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Rodeado de su grupo de colaboradores del CEH, don Ramón quiso abarcarlo todo, desde la fonética experimental hasta la lexicografía y la etimología, pasando por la toponimia, la dialectología, la geografía lingüística o la edición de textos literarios y documentales. Naturalmente, abarcar tan amplios objetivos trajo consigo ciertas servidumbres que caracterizaron a esta escuela.26 Es cierto, en primer lugar, que Menéndez Pidal no se planteaba su labor como un progreso teórico desde el punto de vista de la orientación metodológica, sino que se servía de métodos ya contrastados, con una actitud tolerante para con las aportaciones de todas las corrientes lingüísticas. Como indica Eugenio Coseriu, Pertenecer a la escuela de Menéndez Pidal no sólo constituye un título de honor y una garantía de seriedad científica, sino que al mismo tiempo implica una orientación teórica y metodológica móvil y viva […], en la que toda ideología nueva se absorbe y fructifica sin desvirtuarse y sin desvirtuar la base en la que se injerta (Coseriu 1977: 52).
Nota manuscrita de Menéndez Pidal para la RFE sobre dos voces oscuras de la «Historia Troyana» (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
Una segunda característica de la escuela pidalina, tal y como se ha observado (Catalán, 1974: 3840), es que gracias a su labor al cabo de algunos años apenas se percibía ningún retraso con respecto a la mejor tradición europea, si bien todavía se observaba una cierta reserva a salir de las fronteras del hispanismo para afrontar el panorama de la romanística.27 Por último, otro hecho destacable de la escuela es el estudio conjunto de la lengua y de la literatura —y aún de la historia y del arte—. Estas características se aprecian también en la RFE, pues, como ha señalado Pilar García Mouton, los cuadernos trimestrales «permitían seguir los avances en los temas en los que la Sección de Filología, con su director Ramón Menéndez Pidal al frente, volcaba sus intereses filológicos para investigar en lengua, literatura e historia los orígenes y el desarrollo de la cultura peninsular identitaria» (García Mouton, 2010: 576). V. al respecto Abad (1980, 1988, 2007 y 2008), Catalán (1974), Lapesa (1969 y 1979), Navarro (1968-1969), Pérez Pascual (1998) y Portolés (1986). 27 Ello no se debía solo a que el atraso de la filología española hiciese preciso concentrar todos los esfuerzos en el dominio hispánico, sino a una concepción ideológica centrada en el estudio de España y lo español, deudora del pensamiento de la generación del 98, a la que Menéndez Pidal pertenece. 26
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Detenernos en el examen de lo publicado por la RFE antes de la Guerra Civil exigiría un espacio del que no podemos disponer. Baste recordar que el propio Menéndez Pidal acostumbra ofrecer allí en esos años algunos de sus mejores trabajos (así, por ejemplo, la larga serie dedicada a «Poesía popular y Romancero» o su amplio estudio de 1917 sobre el «Roncesvalles»); siguiendo el ejemplo, sus más estrechos colaboradores van aportando testimonio de las parcelas del saber en las que se especializaban. Así, Tomás Navarro da a conocer algunos importantes estudios de fonética y dialectología (con la ocasional colaboración de algunos de los encuestadores del ALPI, como Aurelio Espinosa hijo, Lorenzo Rodríguez Castellano o Manuel Sanchís Guarner), mientras Américo Castro, con sus numerosas aportaciones, se muestra indeciso entre la aproximación a la crítica textual, los estudios literarios o la lexicografía diacrónica; más reducida es la aportación de Amado Alonso (especialmente significativa resulta su polémica «La subagrupación románica del catalán»). Muy orientadas hacia los Siglos de Oro estaban las contribuciones de Alfonso Reyes, Dámaso Alonso y José Fernández Montesinos, mientras que Antonio García Solalinde, autor de un elevado número de aportaciones, se centró especialmente en la obra de Alfonso X y Samuel Gili Gaya tocó muy diversos asuntos. Tienen una presencia menor en la revista en la etapa de preguerra otros colaboradores del CEH, como Salvador Fernández Ramírez, Rafael Lapesa, Benito Sánchez Alonso, Federico Ruiz Marcuende, el malogrado Pedro Sánchez Sevilla (cuya tesis se publica póstumamente en 1928: «El habla de Cespedosa de Tormes») o Antonio Rodríguez-Moñino, este último ya en los años de la República. También contribuyen con cierta frecuencia a la RFE autores como Vicente García de Diego, con una quincena de trabajos que evidencian su interés por la etimología; José María de Cossío, con una decena de textos; Miguel Herrero García, centrado en los Siglos de Oro; y otros como Zacarías García Villada y Agustín Millares Carlo, unidos por sus comunes intereses; Francisco Javier Sánchez Cantón, Narciso Alonso Cortés, Miguel Artigas, Jesús Bal y Gay, Manuel García Blanco, Emilio García Gómez, Manuel Gómez Moreno, Rafael Mitjana… o doña María Goyri, siempre atenta a la literatura de los Siglos de Oro. Un caso singular es el del gallego Erasmo Buceta, quien desde su puesto en
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Pruebas de un artículo de Menéndez Pidal (RFE, XX, 1, 1933, p. 1) con correcciones manuscritas (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Nota manuscrita de Leo Spitzer publicada en la RFE, XX, 1, 1933, p. 62 (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC)..
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la Universidad de Berkeley envía una treintena de contribuciones, que contrastan con su completo mutismo finalizada la guerra. Entre las firmas extranjeras están algunas de las figuras más importantes del tiempo, comenzando por el maestro de romanistas Wilhelm Meyer-Lübke, con varias aportaciones a la fonología y lexicografía diacrónicas; junto a él apenas apuntaremos que algunos ofrecieron un puñado de colaboraciones, como ocurre en el caso de Giuliano Bonfante (que tanto tendrá que ver con el nacimiento de Emerita), Joseph E. Gillet, Eugenio Mele, S. Griswold Morley, Alfred Morel-Fatio, Georg Sachs, Jean Sarrailh, Gunnar Tilander o Max L. Wagner, mientras la de otros fue episódica, como sucede con Joseph Anglade, Marcel Bataillon, Georges Cirot, Dorothy Clarke, Aurelio Espinosa, Fidelino de Figueredo, Ernst Gamillscheg, Jakob Jud, Fritz Krüger, Charles C. Marden, Henrí Mérimée, Carolina Michaëlis de Vasconcellos, Alfred Morel-Fatio o Arnald Steiger. De entre los participantes de fuera de España, fue Leo Spitzer quien tuvo una presencia más continuada en la RFE, con medio centenar de textos, generalmente breves notas. Puede sorprender a primera vista que un colaborador tan cercano a don Ramón como Homero Serís presente apenas cuatro muy breves trabajos, mas ello se explica por el tiempo que consagró a la extensa sección bibliográfica, una herramienta especialmente valiosa en aquellos tiempos en que la comunicación científica era extremadamente difícil. Como ya hemos indicado, la preparación de la «Bibliografía» había corrido en un principio a cargo de Onís, con la colaboración de Antonio García Solalinde; más adelante, siempre con el auxilio de González del Río, la responsabilidad del repertorio bibliográfico se desplazó a Alfonso Reyes y a Solalinde, que redactaron un folleto «con el fin de uniformar las reglas de trabajo de los colaboradores de la Sección (para lo cual también se han impreso unas fichas especiales),
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revisar y rehacer la lista de publicaciones que se examinan para formar la bibliografía de la Revista, y facilitar la colaboración bibliográfica espontánea de los lectores de la Revista» (JAE, 1918: 113). Entre 1919 y 1921 se ocupa de la sección Solalinde, con el auxilio de Germán Arteta Errasti y Fernando Vida, y a partir de 1922 «[d]e todo el material bibliográfico […] se ha formado un Catálogo por materias, que facilita la consulta de autores, géneros y tendencias, tanto lingüísticas como literarias», trabajo que recae en Arteta, supervisado por Solalinde (JAE, 1925: 160-161). Ya bajo la supervisión de Homero Serís, pasa el despojo bibliográfico a Ricardo Gómez Ortega y Ángel Andarias, y más tarde se confía a Arteta (JAE, 1927: 217 y 1929: 160). Con posterioridad el fichado bibliográfico corresponde a Alonso Villoldo, dirigido por Serís (JAE, 1930: 168) y, desde 1931, la RFE indica expresamente que son encargados de la Bibliografía Homero Serís y Ernesto Alonso Villoldo, con la colaboración puntual hasta la guerra de Sánchez Alonso y Fernández Montesinos (JAE, 1933: 147 y 1935: 238).
LAS COLECCIONES DE LA RFE Pronto, al lado de la revista, aparecerán dos líneas bien diferenciadas de monografías. Por un lado nacieron las «Publicaciones de la Revista de Filología Española», reservadas para la edición de manuales universitarios de gran calidad, redactados habitualmente por colaboradores del CEH (así el conocido Manual de pronunciación española de Tomás Navarro, que abrió la colección; La oración y sus partes, de Rodolfo Lenz; La versificación irregular, de Pedro Henríquez Ureña, o la Paleografía española, del P. García Villada), adaptaciones de manuales publicados originalmente en otras lenguas (como la de Américo Castro de la Introducción a la Lingüística románica de W. Meyer-Lübke, o la de Francesc de B. Moll de la Introducción al latín vulgar de C. H. Grandgent)28
Nota manuscrita de Américo Castro publicada en la RFE, XX, 1, 1933, p. 60 (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
28 Antes de que la RFE iniciase su andadura, ya trabajaba Castro sobre el texto de MeyerLübke, como atestigua una de las memorias de la JAE: «Como obra de vulgarización está imprimiendo el señor Castro una traducción de la Einführung in das Studium der romanischen Sprachwissenschaft, de W. MeyerLübke. Ha añadido bastantes notas aclaratorias, a fin de hacer asequible a los principiantes esta obra fundamental para los romanistas» (JAE, 1914: 238).
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o materiales complementarios para la enseñanza (así la Antología de prosistas castellanos de Menéndez Pidal). Son libros que se mostraron enormemente útiles, de modo que algunos de ellos fueron reeditados en numerosas ocasiones, como la Antología de Menéndez Pidal, que conoció seis ediciones antes de 1936.29 Más tarde se consideró preciso formar una colección de «Anejos», destinada a aquellas investigaciones especializadas que, debido a su extensión, encontraban difícil encaje en los límites obligados de una publicación periódica: Empezaron a llegar a la Revista originales de mayor extensión que la correspondiente a los artículos ordinarios. Publicarlos por fragmentos con continuación no pareció recurso aconsejable. Se tomó la decisión de abrir una serie de Anejos (Navarro Tomás, 1967-1968: 15).
Ya Tomás Navarro explicaba con detalles las razones de esta colección en el informe que había redactado para el año 1922: En esta serie figurarán trabajos que por su extensión vengan a constituir un fascículo de unas cien a ciento cincuenta páginas y que por consiguiente no puedan ser publicados como artículos en los números de la Revista. La necesidad de estos Anejos se ha sentido ante trabajos como el del profesor Krepinsky sobre la inflexión de las vocales españolas, cuya publicación en fragmentos trimestrales a través de los cuadernos ordinarios de la Revista hubiera perjudicado a la composición e interés de ésta y asimismo a la importancia y utilización del trabajo del Profesor Krepinsky (Navarro, 1922).
En 1923 se editaron los anejos segundo y tercero de la colección (Contribución al Diccionario hispánico etimológico de Vicente García de Diego e Inflexión de las vocales en español del checo Max Krepinsky, traducido y anotado por García de Diego), mientras todavía estaban en imprenta el título que debía abrir la colección (Orígenes del español. Estado lingüístico de la Península Ibérica hasta el siglo XI, de Ramón Menéndez Pidal) y el cuarto (El dialecto de San Ciprián de Sanabria, de Fritz Krüger).
LA GUERRA CIVIL. UNA FRACTURA TAMBIÉN EN LA HISTORIA DE LA RFE Como recuerda Navarro treinta años después, desde su exilio norteamericano:
29 En los archivos de la JAE hay documentación acerca de las ventas y la liquidación de derechos de autor de esos títulos (JAE/164-305).
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En 1936, al cesar en su labor, el Centro había producido un extraordinario número de publicaciones y tenía en marcha empresas de eminente interés. Sólo la Revista de Filología contaba ya con 22 volúmenes. […] El Centro en aquella fecha había ya alcanzado renombre internacional (1968-1969: 22-23).
La Guerra Civil interrumpió las tareas del CEH y muchos de sus investigadores se vieron abocados al exilio, de suerte que los trabajos iniciados, en algún caso, cayeron tras la contienda en otras manos o, no pocas veces, quedaron definitivamente arrinconados. Como resulta lógico, también la RFE se vio afectada por aquellos sangrientos acontecimientos. Tras la sublevación del 18 de julio y a medida que la guerra empieza a prolongarse, el trabajo en el CEH se había frenado casi por completo; en el mes de diciembre de 1936, poco antes de abandonar España, Menéndez Pidal visita por última vez el edificio, cuyo aspecto no podía ser más triste, el 10 de diciembre, me parece, o el 11, fui allí por última vez; todo estaba cerrado al exterior y oscuro al interior. La sombra del pobre Benito vagaba por aquellos pasillos sin luz (carta de Menéndez Pidal a Lapesa, 17/6/1937).
Como confirma el testimonio de Lapesa, aquel primer invierno de la contienda incivil fue para el CEH, «una temporada de interrupción absoluta de los trabajos» (carta de Lapesa a Menéndez Pidal, 19/5/1937). Pero Tomás Navarro, que cada vez adquiere mayores responsabilidades al servicio de la República, es consciente de que la lucha también se produce en el terreno de la propaganda y de ahí la importancia de mantener a toda costa la apariencia de normalidad; por ello, vuelca todos sus esfuerzos en avivar la llama del CEH y, en general, de los restantes organismos de la JAE:30 Me ocupo mucho de llevar adelante los asuntos de la Junta procurando que no se extingan los trabajos que puedan continuar y que no queden abandonadas las gentes que han sido útiles y pueden volver a serlo. El Ministerio muestra decidido interés en mantener nuestras actividades. Como yo solo no podía autorizar ciertas resoluciones propuse la formación de una comisión interina con elementos que se encontrasen en Valencia (carta de Navarro a Menéndez Pidal, 21/1/1937).
V. García Isasti (2010) y Pedrazuela (2010). Sobre la labor que durante esos trágicos años desempeñó Navarro en defensa de nuestro patrimonio, v. Pérez Boyero (2005: 253254). 30
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Trata de este modo de colaborar en el esfuerzo bélico, pues es consciente de que la imagen exterior de la República puede beneficiarse de la labor científica que se está realizando: En mi viaje, de paso por París y Londres, he hablado con varios amigos extranjeros y he comprobado la importancia que se concede al hecho de que continuemos nuestro trabajo. Cada publicación de carácter científico que llegue de España es recibida con verdadera admiración (carta de Navarro a Dámaso Alonso, 21/12/1937).
Por ese motivo, Navarro quiere contar con resultados tangibles y presta especial atención no solo a las tareas de investigación, sino especialmente a su reflejo en forma de publicaciones: Hemos salvado el cuaderno de la Revista de Filología Española que había quedado en la encuadernación de la Imprenta de Hernando. Vamos a hacer su reparto en estos días. Además estamos preparando otro cuaderno que se va a componer en Valencia. Están aquí Montesinos y Dámaso Alonso y, aun cuando carezcamos de muchos elementos, nos esforzaremos en mantener la continuidad de la Revista. La normalidad en Valencia es completa y se podría trabajar si tuviéramos aquí los materiales del Centro (carta de Navarro a Menéndez Pidal, 21/1/1937).
Y lo cierto es que, de acuerdo con el testimonio de Lapesa, los esfuerzos de Navarro obtuvieron un estimable resultado, aunque, naturalmente, la actividad no puede compararse con la que había tenido lugar en tiempos de paz: Desde luego, el Centro está muy parado. Vamos todas las mañanas Crescente, Estefanía y Magariños, de los latinistas; Castro Escudero, de Folklore; Navascués, Cabré y su hija, Camps y D. Pablo Gutiérrez, de Arte; dos becarias del Instituto Medieval, Sánchez Alonso y Villoldo; y de Filología, sólo yo […]. Se van reanudando las tareas. Navarro me nombró para que me ocupase de las cuestiones administrativas y estuviese en relación con Valencia y con las imprentas, pues en Valencia parece imposible sacar las revistas, y el Ministerio no quiere que se interrumpa la publicación de ellas. Han aparecido un número de la Revista de Filología, otro del Archivo de Arte y Arqueología y el «De Virginitate Beatae Mariae» de San Ildefonso, editado por Vicente Blanco. En preparación y prensa están dos números de la Revista y otros dos del Archivo, en Madrid, otro del Anuario de Historia del Derecho y Tierra Fir me, en Valencia. Emérita intentó Bonfante imprimirla en Valencia, pero creo tendrá que desistir y volvérsela a dar a Hernando (carta de Lapesa a Menéndez Pidal, 19/5/1937).
Aunque puede parecer que la publicación regular de la RFE difícilmente era un asunto trascendente para una sociedad en guerra, no
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era tan solo un hecho científico, sino que tenía también un componente político, igual que los restantes intentos por parte de Navarro de continuar las publicaciones previstas. Con grandes esfuerzos, y junto a sus colaboradores (especialmente Lapesa), fue capaz de componer e imprimir un cuaderno bajo los ataques fascistas. Así fue como, en mayo de 1937, Lapesa informó a Navarro de que «[a]caban de llegar las pruebas de la Revista y se la mandaré sin pérdida de tiempo a Sanabria, que las está esperando desde hace días» y le transmite su buena impresión «respecto al posible trabajo de Sanabria y su imprenta», pues «[l]a gente es la misma que había en Hernando antes» (carta de Lapesa a Navarro, 20/5/1937);31 sin embargo, para poder realizar el trabajo era preciso contar con un bien especialmente precioso en esos tiempos, el papel, tanto el del interior de la publicación («Hacemos gestiones para enviarles las nueve resmas de papel que necesitan para el cuarto cuaderno», carta de Navarro a Lapesa, 31/5/1937) como el de las cubiertas:
Carta de Rafael Lapesa a Navarro Tomás sobre la RFE durante la guerra (Residencia de Estudiantes, Madrid).
Terminada la impresión en Madrid del tomo XXIV, cuaderno 4º, de la Revista de Filología Española, el delegado de la Junta en el Centro de Estudios Históricos ha solicitado de esta comisión el envío urgente de papel para las cubiertas de dicha revista. Adquirido este material en Valencia, ruego a V. I. se digne dar las órdenes necesarias para el traslado a Madrid de los dos rollos que están dispuestos en esta Secretaría con aquel objeto (oficio dirigido al Subsecretario de Instrucción Pública, 7/7/1937; JAE/164-305, 431/59).
Finalmente, según consta en la contracubierta del último cuaderno del tomo XXIII (1936), este se imprimió en julio de 1937, y cuenta Navarro que la imprenta fue destruida poco después por los bombardeos de las fuerzas facciosas:
31 El tipógrafo Eusebio Sanabria, que llevaba casi cuarenta años en la Imprenta Hernando, la administró hasta agosto de 1938 como secretario del Comité de Intervención.
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El último cuaderno, con el que quedó interrumpida hasta después de la guerra civil, se publicó bajo el bombardeo de Madrid, pocos días antes de que la imprenta de la Editorial Hernando en que se confeccionaba fuera destruida por los cañones antirrepublicanos (1968-1969: 22).
Una vez terminada la impresión, debía distribuirse la revista, al menos en el territorio controlado por el Gobierno y en el extranjero, pero tampoco era tarea fácil y por ello Navarro escribe nuevamente al subsecretario de Instrucción Pública: Publicados en Madrid, en el Centro de Estudios Históricos, […] el número 37 del «Archivo Español del Arte y Arqueología» y el cuaderno 4º de la «Revista de Filología Española», ruego a V. I. si lo estima oportuno, ordene lo necesario para el traslado de las respectivas ediciones a Valencia, a fin de proceder desde aquí a su reparto y distribución (27/8/1937; JAE/164-305, 437/59).
Ese mismo día le remite, además, otro oficio (JAE/164-305, 438/59) en el que le advierte de que «La Comisión Delegada de la Junta se ve obligada a suspender sus publicaciones por no serle posible la adquisición de papel» y le pide resuelva este problema, para lo que le proporciona diversas muestras de papel, entre otras, del que se emplea en la RFE. A pesar de estas circunstancias extremadamente difíciles, Navarro no se resignó a que las publicaciones quedasen clausuradas e intentó sacar adelante el primer cuaderno de 1937 de la RFE; siguió contando para ello con la firme colaboración de Rafael Lapesa, quien se había convertido en su mano derecha. Por ello le escribe: Estoy de acuerdo con usted en que es necesario aumentar el número de páginas impresas para el cuaderno próximo elevándolas hasta las ciento doce (siete pliegos) que ordinariamente le damos. Le he enviado unas reseñas de Rosenblat. Tal vez resultan más extensas de lo necesario dada nuestra costumbre. Como verá usted yo he tachado algunas líneas y aun así me parece que quedan demasiado largas. En todo caso en las circunstancias actuales está justificado que procedamos con un criterio algo más amplio. Aún seguiré enviándole otras reseñas pero no serán bastantes para llenar las páginas que faltan hasta los siete pliegos. Creo que convendría incluir en ese mismo cuaderno el artículo de Buceta, Juicio a Carlos V, que según dice usted hace doce galeradas. Con esto y con las reseñas podría quedar el cuaderno completo. Para el cuaderno próximo habrá bastante original con un abundante manojo de notas etimológicas de Spitzer que tenemos aquí y con la Propaladia de Moñino que se ha hecho tres veces más extensa de lo que era. Acaso convenga que ponga usted sus notas etimológicas en el cuarto cuaderno para que no se junten con las de Spitzer en el siguiente. En este caso tal vez podría retirarse el artículo de Buceta para el cuaderno primero sustituyéndolo por el de usted.
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Si acaso se decidiese usted a corregir por si mismo las pruebas de Espinosa podríamos ganar tiempo pero supongo que es darle demasiado trabajo con lo ocupado que le tendrán los exámenes32 (carta de Navarro a Lapesa, 31/5/1937).
Tiene razón, pues, Navarro, cuando anuncia a don Ramón que pronto dispondrán de «un número de la Revista [de Filología Española] que se está acabando de tirar en Madrid», y que «disponemos de original para continuar la publicación» (carta de Navarro a Menéndez Pidal, 31 de julio de 1937). Sin embargo, los meses fueron pasando y la RFE no parecía capaz de superar su forzado letargo y ponerse al día: Como la revista se encuentra muy atrasada me parece que debiéramos todos hacer un esfuerzo para hacer avanzar los cuadernos que ya debieran haberse publicado. Lapesa nos señala para avergonzarnos la regularidad del Archivo de Arte. Creo que somos bastantes para hacer que la Revista se ponga al día si nos decidimos en serio a normalizar este asunto. Hable usted con Alarcos, Moñino, Gili, Millares y demás compañeros y díganme lo que hayan acordado. ¿Qué original tiene Alarcos para los cuadernos próximos? Veo la preocupación, perfectamente justificada del amigo Larrea por lo que se refiere al futuro de la Revista (carta de Navarro a Dámaso Alonso, 21/12/1937).
Carta de Lapesa a Navarro Tomás en septiembre de 1937 sobre la publicación de la RFE (Residencia de Estudiantes, Madrid).
Además, para continuar con la tarea de impresión, era preciso contar con una nueva imprenta y se conservan algunos de los presupuestos presentados (así, por ejemplo, el de una imprenta valenciana, «Hijo de F. Vives Mora. Impresor», por la tirada de 800 ejemplares, fechada el 10 de enero de 1938; JAE/164-305, 465/59). Tratando de mostrar que el trabajo se desarrolla como siempre, no se había renunciado ni siquiera al apartado bibliográfico, y ello a pesar de las graves dificultades del momento. Por ello Alonso Villoldo obtiene en un primer momento permiso para continuar en Madrid:
32 El artículo finalmente aparecerá firmado por Aurelio M. Espinosa y Lorenzo Rodríguez Castellano: «La aspiración de la “h” en el sur y oeste de España».
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Alonso Villoldo es quien prepara la bibliografía para la Revista de Filología, pues Sánchez Alonso, ocupado con la Biblioteca Nacional, apenas hace la revisión final. Gracias al cuidado con que Villoldo ha apurado todas las citas aprovechables de las revistas que se reciben tanto en el Centro como en la Biblioteca Nacional, se ha conseguido reunir para el número que ahora va a salir una bibliografía copiosa, casi de aspecto normal. Creo que debe ser también autorizado a continuar aquí (carta de Lapesa a Navarro, 15/12/1937).
Sin embargo, en un documento posterior, sin fecha, que hace referencia al personal del CEH, se incluyen entre los colaboradores «que deben ser mantenidos en la nómina de Madrid por estar justificada su permanencia en virtud de otras actividades» a Rafael Lapesa («Profesor en el Instituto Lope de Vega de Madrid. Tiene a su cargo en el Centro los asuntos de carácter técnico y científico en relación con las publicaciones y las consultas de los demás colaboradores»), mientras que se informa de que Ernesto Alonso Villoldo tiene a su cargo hacer el despojo de las Revistas, Catálogos, Circulares y Anuncios para nutrir la Bibliografía trimestral de la Revista. Este trabajo puede hacerse hoy en Barcelona a base de las Bibliotecas de Cataluña y de la Universidad con más elementos y facilidades que en Madrid. Debe, por tanto, trasladarse a Barcelona al Sr. Alonso Villoldo a quien habrá que aumentar su remuneración que hoy es de 375 pts. mensuales.
Finalmente, de acuerdo con las orientaciones de Navarro, el proyectado primer cuaderno de la RFE de 1937 quedará conformado por artículos de Gunnar Tilander («La terminación “-i” por “-e” en los poemas de Gonzalo de Berceo»), Erasmo Buceta («El juicio de Carlos V acerca del español y otros pareceres sobre las lenguas romances»), Leo Spitzer («Notas etimológicas»),33 y Antonio Rodríguez Moñino [«El teatro de Torres Naharro (1517-1936)»]. Una de las últimas decisiones de Navarro acerca de la revista es la supresión del nombre de Menéndez Pidal como su director, hecho del que informa a Dámaso Alonso al poco de su regreso de la URSS; en la carta, tras comentar otros asuntos de indudable interés, alude a la destitución: Respecto a la Revista de Filología resulta verdaderamente doloroso para mí, como tiene que ser para usted y para todos los amigos, tener que retirar de la cubierta la indicación que señala como director a Menéndez Pidal. El cuaderno publicado últimamente era natural que llevara esa indicación, puesto que correspondía a unos meses en que don Ramón 33 Las «Notas etimológicas» de Lapesa habían aparecido ya, como había propuesto Navarro, en el último cuaderno de 1936.
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aún estaba en España. Ninguna razón, fuera de los motivos sentimentales que sobre nosotros pesan, puede justificar que en los cuadernos que se publiquen en adelante le atribuyamos una dirección que todos saben que no es efectiva. Creo además que no deberíamos en justicia permitirnos esa atribución sin que D. Ramón lo autorizase. Y como lo más conveniente es en todo caso atenerse a la realidad, creo que desde el número que está en prensa, primero de 1937, deberíamos retirar tanto el nombre del Director como el de los redactores que figuraban en la segunda plana. Algunos de estos nombres podrían continuar, pero considero más sencillo suprimirlos todos por ahora a no ser que usted crea oportuno que figuren los que efectivamente se ocupan de la continuación de la revista (carta de Navarro a Dámaso Alonso, 21/12/1937).
Las palabras de Navarro tratan de ocultar los verdaderos motivos de la decisión. Y es que se acababa de producir un notable revuelo después de que la prensa republicana publicara la falsa noticia de que Menéndez Pidal había impartido en la Casa de Italia de Nueva York una conferencia sobre «La idea imperial de Carlos V». La polémica llegó incluso al presidente Azaña, quien anota en sus diarios el 8 de noviembre de 1937: Don Ramón Menéndez Pidal, a quien el Ministro de Instrucción Pública sacó de Madrid poco menos que en andas […], no contento con pasarse a los rebeldes, ha dado en Nueva York, precisamente en la Casa de Italia, una conferencia sobre «La idea imperial de Carlos V» ¡En la Casa de Italia, que está asolando imperialmente la tierra de don Ramón! Vergonzosa manera de formar en la murga (Azaña 1978: II, 360).
No resulta, pues, casual que a raíz de esa supuesta conferencia La Vanguardia publicase a los pocos días una durísima carta abierta de Juan José Domenchina (1937), en la que el jefe del Servicio Español de Información, estrecho colaborador de Azaña, reprochaba con extrema dureza al filólogo su falta de compromiso con el gobierno legítimo, a pesar de la deferencia que este le había mostrado.34 Tampoco ha de sorprendernos que la desairada situación en que se encontraba Menéndez Pidal se constituyese en motivo para imposibilitar el envío de sus ficheros: En cuanto a los ficheros de don Ramón, por ahora no hay nada que hacer. Como sabe bien, los materiales se encuentran en Valencia. Se hizo cargo de ellos el Ministerio de Instrucción Pública y están perfectamente 34 En realidad la conferencia se había realizado en la Casa de las Españas, que dirigía Federico de Onís, y se trataba de un texto que ya había pronunciado en La Habana. Algunos de sus discípulos trataron de contrarrestar los ataques y así, por ejemplo, Amado Alonso le remitió la adhesión del Instituto de Lingüística a sus tesis, exculpándolo de cualquier mala interpretación.
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guardados. El estado actual de las relaciones de don Ramón con el Ministerio impide pensar en el envío que él solicita (carta de Navarro a Lapesa, 24/12/1937).
Con todo, Navarro trata hasta el último momento de no romper completamente sus puentes con don Ramón y aprovecha un viaje para verlo en persona: He visto a don Ramón en París. Hemos hablado unas cuantas veces. He tenido una impresión dolorosa que no es para explicarla por carta. No sé si continuará en Francia o volverá a América o tomará una determinación que todos lamentaríamos infinitamente (carta de Navarro a Lapesa, 30/08/1938).
A pesar de la insobornable fidelidad de Navarro al gobierno legítimo, desde fuera de España se ve con claridad que la batalla está perdida, sin que don Ramón se sienta parte de los vencedores; muy al contrario, recibe las confidencias de otros discípulos que también conocen que su lugar no va a estar ya en España: La guerra se acaba, quizá ya esté acabada cuando usted reciba esta carta. ¿Qué será de Navarro Tomás? Si no consigue salir, lo llevarán a un campo de concentración o lo fusilarán. Dámaso podrá quedar tranquilo. No sé de Iglesias, Lapesa y demás jóvenes. Pero Américo, Montesinos, Onís, Salinas y yo no podremos nunca más ni volver a España ni escribir para España (¿Qué será de Gili Gaya?) ¡Qué cataclismo! (carta de Amado Alonso a Menéndez Pidal, 8/3/1939).
Y aún dirige Amado Alonso su mirada hacia uno de los mejores frutos de la escuela pidalina, la RFE, para profetizar acerca de su negro futuro en otras manos: La RFE, como todo lo de la Junta, que cuenta con el odio explícito de los vencedores (¡Pedro Sainz Rodríguez!) no podrá seguir publicándose. Primero porque la prohibirán, y segundo porque, si no la prohiben, nos prohibirán a los que la podríamos seguir haciendo (carta de Amado Alonso a Menéndez Pidal, 8/3/1939).
Se anima a sugerir a don Ramón la posibilidad de continuar la revista en otro lugar: Pienso, Don Ramón, en que bien podría, objetivamente hablando, salvarse la RFE publicándola fuera: Buenos Aires-Nueva York. Desde luego nada de dar a su publicación ninguna significación antisituacional. Sólo seguir nuestra labor científica [...]. Espero en mi alma que no sea (o fuere) ningún peligro para usted seguir siendo su director (carta de Amado Alonso a Menéndez Pidal, 8/3/1939).
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A vuelta de correo don Ramón trata de hacer entender a Amado Alonso el camino que el anciano se ha decidido a tomar: Bien comprende usted la enorme amargura que es para mí ver al fin de mis días deshecho el hogar que formamos con tanta dificultad; es el recuerdo mortificador que martillea en todos los momentos de añoranza, y mi único pensamiento obsesionante es la pacificación espiritual, empezando por la neutralidad de la cultura que siempre defendimos en la Junta y puede ser el primer paso para que los españoles dejemos en segundo término la división de derechas e izquierdas por la que tan desastrosa como infecundamente reñimos hace siglos, y nos unamos en atacar uno tras otro los grandes problemas concretos que el país necesita ir resolviendo penosamente. Usted me recuerda el odio explícito contra la Junta. Piense usted que los vientos que forman toda borrasca giran con regularidad en redondo y cambian completamente. Cambiarán estos (carta de Menéndez Pidal a Amado Alonso, 18/3/1939).
Y parece referirse directamente a la idea de continuar la RFE fuera de España cuando suplica: Yo agradecería infinito a usted, y a los demás amigos, si quieren no amargarme más de lo que estoy (como espero de su bondad que querrán), que no hagan nada que dificulte la pacificación ¿Qué se pierde con no estorbarla? ¿Y qué se gana con satisfacer la cólera o la indignación del momento? Ayude usted siempre a mi esperanza en vez de quebrantarla y crea que algo se conseguirá (carta de Menéndez Pidal a Amado Alonso, 18/3/1939).
Aunque Amado Alonso, a la vista de la petición de don Ramón, optó por no intentar que la revista se trasladase a Argentina, no abandonó completamente su idea, pues fundó una publicación en apariencia nueva, pero que claramente pretendía ser una digna prolongación de la ya venerable RFE: la Revista de Filología Hispánica, editada en el Instituto de Filología de Buenos Aires.35
UN AMARGO REGRESO AL HOGAR Finalizada la contienda, podemos conocer cuál era la situación de Menéndez Pidal gracias no solo a los archivos familiares, sino a testimonios tan significativos como el de un antiguo colaborador del CEH muy bien situado en el nuevo régimen. Con motivo del fallecimiento 35 Se publican ocho volúmenes (1939-1946); obligado Amado Alonso a abandonar Argentina y dispersos sus colaboradores del Instituto de Filología, la Nueva Revista de Filología Hispánica, fundada en México en 1947, continuará manteniendo viva en América la llama del CEH.
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de don Ramón, Antonio Tovar recordaba aquellos difíciles años y la desairada situación con que se encontró don Ramón; su regreso a España no fue aceptado por todos sus discípulos (así sucedió con Tomás Navarro o con Federico de Onís, por ejemplo), pero, lejos de obtener algún tipo de recompensa de manos de las nuevas autoridades, don Ramón se vio sometido a un largo período de ostracismo que se prolongó casi un decenio:
Menéndez Pidal con su nieta Elvira en Chamartín (c. 1941) (Fundación Menéndez Pidal).
Apenas acabada la desastrosa guerra civil, […] siendo yo director de la radio nacional, tuve el honor de recibir a don Ramón a su entrada en España. Durante la guerra había él decidido volver, dejándose llevar de su apego a España y también de su afán de ser útil a su patria en un momento difícil [...]. Ciertamente que a la llegada de Menéndez Pidal a la que entonces se llamaba España Nacional, no se le abrieron muchas puertas. La Junta para Ampliación de Estudios y todos los organismos dependientes de ella, incluso el Centro de Estudios Históricos, al que don Ramón había dedicado la mayor parte de su actividad desde hacía más de un cuarto de siglo, iban a corresponder como botín al Opus Dei. En la Academia, un decreto del gobierno en 1° de enero de 1938 había nombrado otro presidente [...]. En el duro Madrid de 1939, quedó don Ramón aislado [...]. El ministro Ibáñez Martín incluyó en el nuevo Consejo Superior de Investigaciones Científicas […] el antiguo Centro de Estudios Históricos, y los fundadores y creadores de él fueron relegados, en el mejor de los casos, a presidencias honorarias, mientras eran nombrados nuevos directores bajo los cuales se pudieran utilizar los recursos oficiales para la empresa político-religiosa del Opus Dei (Tovar, 1970-1971: 78-79).
Es cierto que en marzo de 1940 se ofreció la dirección del Instituto Antonio de Nebrija a Pidal, quien la rechazó alegando estar empeñado «en dar tér mino a varios trabajos antiguos» que, «a mis 71 años cumplidos», son «lo único con que puedo servir a mi patria» y «me impiden cargarme con las preocupaciones de una dirección» (carta de Menéndez Pidal a Ibáñez Martín, 7/4/1940). Sin embargo, los documentos oficiales del Consejo Superior de Investigaciones Científicos (CSIC) mantienen el nombre de don Ramón primero como «Director» del Instituto Antonio de Nebrija y después como «Director honorario» (CSIC, 1942: 137 y 1943: 135), puesto que se repetirá en las sucesivas memorias hasta la de 1946-1947, que lo incorpora como el primero de los «Consejeros de Honor» del CSIC (CSIC, 1948: 499).
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Pero si el papel de don Ramón en el nuevo organismo, heredero del desaparecido CEH, no le complace, al poco de su regreso fue objeto de una afrenta mayor, cuando el 27 de agosto los académicos Agustín González de Amezúa y Julio Casares, secretario de la corporación, le hicieron saber la conveniencia, para el bien de la Academia, de que el director fuese alguien afecto al nuevo régimen. Yo no puedo contrariar, ni aun lo más levemente, la opinión de los académicos que ven en mí un obstáculo para las mejores relaciones oficiales de la Corporación, cuyo bien siempre deseo y seguiré deseando después de devolver mi medalla (carta de Menéndez Pidal a Casares, 11/9/1939).36
Como resume Diego Catalán, el comportamiento de Menéndez Pidal ante la situación fue muy claro: En los próximos ocho años no volvió a pisar la Academia; y tampoco aceptó el volver a Medinaceli 4, donde el Consejo Superior de Investigaciones Científicas se había incautado de las pertenencias de la disuelta Junta para Ampliación de Estudios y, en consecuencia, del Centro de Estudios Históricos, y, claro está, tampoco continuó publicando en la Revista de Filología Española que había dirigido en tiempos anteriores (Catalán, 2001: I, 251).
LA RFE EN LA INMEDIATA POSTGUERRA Alberto Montaner (2010: 194-200) se ha detenido en el «misterioso caso» del volumen de la RFE fechado en 1937, pero aparentemente auspiciado por el Instituto Antonio de Nebrija del CSIC. No es preciso, por tanto, demorarnos demasiado en este punto; baste precisar únicamente que no estaban «materialmente impresos en 1937» los ejemplares del volumen XXIV: lo estaban solo sus dos primeros cuadernos en 1938 y se completaron con los dos restantes, aún más tardíos, como
Imagen cosida al principio de los cuadernos 3.º y 4.º del tomo XXIV, 1937, de la RFE (pie de imprenta de 1940).
36 En la copia de la carta que hizo doña María, Menéndez Pidal anotó de su puño y letra algunas notas explicativas bien reveladoras: «En la parte general, aludo al malestar que hallo por todas partes; no hay familia que no esté dolida y resentida, con tanta gente fusilada, encarcelada, desterrada ¡tanta gente valiosa eliminada! no es el camino de una “España grande y una”, sino pequeña y más dividida que antes».
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revela la participación de Joaquín de Entrambasaguas y otros colaboradores de las nuevas autoridades (e incluso la presencia de reseñas en alabanza a obras de González Palencia publicadas en 1940). Tras la publicación de ese volumen contrahecho con data de 1937, organizado en realidad por dos equipos de responsables bien distintos, la RFE recupera el ritmo habitual de publicación a partir del número XXV, fechado en 1941. En ese momento las nuevas autoridades no rectificaron la decisión de Navarro de apartar a don Ramón de la dirección, pero tampoco se apresuraron a designar a otro en su lugar, de suerte que la memoria del CSIC de 1940-1941 simplemente da cuenta de que la revista ha reanudado su publicación con un número doble, correspondiente al segundo semestre de 1940, y los dos de marzo y junio de 1941. Está en prensa el número de septiembre. Están distribuidos en las siguientes secciones: artículos, misceláneas, notas bibliográficas, bibliografía y noticias. En los números publicados se han incluido nueve artículos, nueve misceláneas y 44 notas bibliográficas, alcanzando la bibliografía 1.521 números (CSIC, 1942: 141).
Se informa también de que la Sección de Lingüística española del Instituto ha contribuido a nutrir la Revista de Filología Española con artículos y reseñas de libros (La becaria señorita Canellada ha publicado unos estudios de «Entonación extremeña» a base de quimogramas, y está en prensa el artículo del becario Sr. Muñoz Cortés sobre «Estilística de Vélez de Guevara», y del Sr. Alonso (Dámaso) «Todos contra Pellicer» y «La diptongación románica».
Igualmente, se señala, entre otros datos, que «El Jefe de la Sección de Literatura, Sr. Entrambasaguas, además de los artículos “El lopismo de Moratín” y “Lope de Vega en sus cartas”, publicó numerosas notas bibliográficas» (CSIC, 1942: 138). La revista, pues, se publica sin que figure nadie como director, aunque se menciona en el vuelto a Menéndez Pidal como «Fundador». A esa falta de información se une la discreción de don Ramón, quien silenció, cara a sus antiguos colaboradores residentes fuera de España, que su retiro en Chamartín «con los suyos y con su olivar y con sus libros y papeles» […] era una reclusión forzada por las adversas circunstancias (Catalán, 2001: I, 255).
Ello explica incluso que en el extranjero se llegue a pensar que había recuperado su lugar a la cabeza de los estudios filológicos; no 124
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puede, por tanto, sorprendernos, dada su postura durante la guerra y sus contactos con las nuevas autoridades españolas, que Aurelio Espinosa (padre) se dirija a don Ramón en los siguientes términos: Tengo noticias de mi buen amigo don Ángel González Palencia, que como usted sabe enseñó en esta universidad el verano de 1938, de que usted va a dirigir otra vez el Instituto de Filología. Mucho me alegro y supongo y lo doy por cierto que va usted a continuar la Revista de Filología Española que fue suspendida durante la guerra civil. Y desde luego le prometo mi apoyo. Si van a salir dentro de poco con algunos trabajos gustoso le enviaré algo para publicar. Aurelio, mi hijo, que como usted sabe está de profesor en Harvard, también desea saber cuándo empiezan para enviar algo (carta de Aurelio Espinosa a Menéndez Pidal, c. 1940).37
En el volumen de 1940 se proporciona una relación de «Colaboradores» (Emilio Alarcos, Dámaso Alonso, Miguel Artigas, José María de Cossío, Joaquín de Entrambasaguas, Vicente García de Diego, Manuel García Blanco, Agustín González de Amezúa, Ángel González Palencia, Miguel Herrero García, Juan Hurtado, Rafael Lapesa, Francisco Rodríguez Marín, Juan Antonio Tamayo, Benito Sánchez Alonso y José Vallejo) y se menciona a Francisco Sánchez-Castañer, quien, en palabras de la memoria del CSIC, «como Secretario de la Revista de Filología Española, ha cuidado de la edición de los tres números publicados desde la liberación hasta la fecha» (CSIC, 1942: 140). Mas poco tiempo durará Sánchez-Castañer en el puesto, pues lo sustituye ya en 1941 «el colaborador Dr. D. Juan Antonio Tamayo, que ha cuidado de la impresión de los anteriores fascículos y ha redactado, además, dieciséis reseñas de las sesenta publicadas» (CSIC, 1943: 137). A pesar de que la altura científica de la revista en estos difíciles años no podía llegar a las cotas alcanzadas en su espléndida etapa anterior, el prestigio ganado a través de los años hacía que se mantuviesen las suscripciones, que se acercaban al medio millar si hemos de creer el gráfico incluido en la memoria correspondiente a 1942 del CSIC (CSIC, 1943: s. p.).
37 No estaba correctamente informado acerca de la delicada posición de don Ramón cuando trata de congraciarse con él mediante las siguientes palabras: «Tengan ustedes siempre la seguridad de que todos los de mi familia trabajan por la verdadera España de las gloriosas épocas pasadas, la España tradicional que tanto ha hecho por el progreso humano, la que ha sido salvada por las gloriosas huestes nacionalistas del Caudillo Franco». La actitud de la familia Espinosa fue valorada negativamente en el momento en que se reiniciaron las encuestas del ALPI, pues se arbitró la colaboración de los antiguos encuestadores, con la excepción de Aurelio Espinosa (hijo) (el padre había escrito: «Supongo también que continuarán el Atlas, pues Aurelio desea reanudar sus trabajos en esa obra bajo la dirección de usted. Supongo recobrarán ustedes todos los materiales del Atlas que los ladrones se robaron al salir de España roja»).
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VICENTE GARCÍA DE DIEGO, DIRECTOR DE LA RFE A partir del volumen XXVII, fechado en 1943, se clarifica un tanto el organigrama de la revista; allí, junto al nombre del fundador, aparecen Vicente García de Diego como director y Juan Antonio Tamayo como secretario, acompañados de un reducido equipo de redactores: Dámaso Alonso, Rafael de Balbín, María Josefa Canellada, Manuel Cardenal, Joaquín de Entrambasaguas, Miguel Herrero, Benito Sánchez Alonso (encargado de la sección de Bibliografía) y José Vallejo, relación que se repite hasta el volumen XXX (1946), en el que Entrambasaguas es sustituido por Samuel Gili Gaya. Son años en los que la RFE no consigue levantar el vuelo y se ve convertida en una publicación con proyección local, con una presencia casi anecdótica de investigadores extranjeros, pocos de los cuales gozaban de verdadero renombre internacional: así, en el tomo XXV se incluyen las aportaciones de dos prestigiosos romanistas europeos, Max. L. Wagner y Walter von Wartburg y un trabajo en colaboración del italiano Eugenio Mele, autores que ya habían participado en la RFE antes de la guerra, al igual que algunos investigadores españoles, como Dámaso Alonso o Narciso Alonso Cortés. Entre los autores españoles que comienzan a contribuir en ese período, podemos resaltar a Antoni M. Badia Margarit, José Manuel Blecua, Mª Josefa Canellada, Carlos Clavería, Francisco López Estrada, Martín de Riquer y Alonso Zamora Vicente.38 Por su parte, el tomo XXIX (1945) supone una aportación singular, pues se compone casi por completo de una «Miscelánea Nebrija», preparada con motivo del quinto centenario de su nacimiento. Pocos años después, el volumen XXXI (1948) adoptaría también un carácter monográfico, consagrado a la figura de Cervantes, cuyo cuarto centenario se conmemoraba. En la marcha de la RFE el volumen XXXI (1947) supone un paso importante, aunque obviamente no fue percibido así en aquel momento. En tal ocasión, junto a nombres que ya habían colaborado antes de la guerra (Leo Spitzer o Samuel Gili Gaya), aparecieron las aportaciones (incluso por partida doble) de tres investigadores que tendrían una indudable relevancia en el avance de los estudios lingüísticos en España: Manuel Alvar, Emilio Alarcos Llorach y Fernando Lázaro Carreter, que apenas rondaban los veinticinco años. Su presencia significaría la irrupción en escena de una nueva generación que se había formado
Debe destacarse, en cambio, que los años cuarenta son provechosos para la colección de Anejos: en apenas siete años aparecen 27 títulos, en contraste con los 24 que habían visto la luz hasta entonces o con los 18 que aparecerían durante la siguiente década. 38
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ya en la Universidad de los años cuarenta; con ella se anticipaba una nueva etapa para la revista.
DÁMASO ALONSO, DIRECTOR DE LA RFE Al calor de las conmemoraciones cervantinas, en el CSIC se crea el 10 de octubre de 1947 el Instituto Miguel de Cervantes, de suerte que el Antonio de Nebrija queda reducido a la Filología Clásica. El nuevo instituto, centrado en la Filología Hispánica, estaría presidido en adelante por «el Director de la Real Academia Española» (el 4 de diciembre de ese año sería elegido Menéndez Pidal), aunque más bien se trataba de un cargo honorífico, pues también se designaba un director (Julio Casares), tres vicedirectores (Joaquín de Entrambasaguas, Dámaso Alonso y el director de la Casa «Lope de Vega») y un secretario (Rafael de Balbín) (CSIC, 1950: 427).39 Aprovechando la creación de este instituto, al que se adscribe la RFE, se producen cambios que ya refleja la propia portada del volumen XXXIII (1949): la efigie de Nebrija, que había servido de imagen a la revista desde su fundación, es sustituida por el emblema que Juan de la Cuesta había utilizado en la editio princeps del Quijote, con el texto del Libro de Job («post tenebra spero lucem») que el hidalgo cita en la obra. La dirección de la RFE es asumida por Dámaso Alonso y en las «Noticias» se precisa que «D. Dámaso Alonso dirigirá, provisionalmente, esta REVISTA, a partir del presente número, y los ANEJOS de la misma, a partir del número LI»40 (RFE, XXXIII: 249); a esa provisionalidad alude también la memoria del CSIC (CSIC, 1951: 168). Una vez más se pone de manifiesto que nada hay nada más duradero que lo provisional, ya que Dámaso ocupará el puesto treinta años. Dámaso Alonso conservó a su lado a Juan Antonio Tamayo como secretario (aunque en la primera entrega publicada en 1949 compartía ese papel con Fernando Lázaro) y se creó un nuevo puesto, el de sub-
Dámaso Alonso, director de la RFE entre 1947 y 1979. Dibujo de Moreno Villa (Residencia de Estudiantes, Madrid).
39 Menéndez Pidal creyó que desde su nuevo cargo podría ejercer cierta influencia y por ello no dudó en escribir al desterrado Joan Coromines: «Si quiere usted venir al nuevo Instituto Cervantes del que yo soy Presidente (no sé si me limitaré a serlo honorario o si me animaré a intervenir más) y del que es Director efectivo Casares, podrá usted ahí seguir publicando su Diccionario Etimológico» (carta de Menéndez Pidal a Coromines, 19/2/1948; Pascual y Pérez Pascual, 2006: 195-196). 40 El último anejo publicado era El habla de Babia y Laciana, de Guzmán Álvarez, con el n.º XLIX (aunque el XLVIII, Las ideas lingüísticas en España: Siglo XVIII, de Fernando Lázaro, todavía figuraba como «en prensa»). El cuento español en el siglo XIX de Mariano Baquero Goyanes será el L y, por fin, el LI consistiría en una obra de Margherita Morreale, Pedro Simón Abril, a la que pronto acompañó la Introducción a la lexicografía moderna de Julio Casares, con el n.º LII.
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director, que correspondió a Rafael de Balbín. El número de miembros de la redacción se amplía notablemente: Emilio Alarcos, Manuel Alvar, José Manuel Blecua, María Josefa Canellada, Manuel Cardenal, María Concepción Casado Lobato, Manuel Criado de Val, Salvador Fernández Ramírez, Samuel Gili Gaya, Miguel Herrero, Rafael Lapesa (que apenas aparece en la relación ese año), Emilio Lorenzo, Manuel Muñoz Cortés, Benito Sánchez Alonso y José Vallejo. Al año siguiente se incrementó todavía más la nómina con la entrada en la redacción de Fernando Huarte Morton,41 Fernando Lázaro Carreter y Francisco López Estrada, a los que se agregaron más tarde Martín de Riquer (1951) y Alfredo Carballo Picazo (1953). La mayor parte de estas incorporaciones permitieron dar un nuevo aire a la revista, reforzar su mejor línea científica. Los primeros volúmenes dirigidos por Dámaso intentaron abrir la revista al exterior y, todavía de modo más significativo, al exilio exterior e interior (coincidiendo en el tiempo con la tímida apertura protagonizada en el plano educativo y científico por el ministro Joaquín Ruiz Jiménez). Así, en 1949 la RFE publicaba a un recuperado Manuel Sanchís Guarner, antiguo colaborador del CEH encarcelado después de la guerra; el propio Menéndez Pidal, tras años de alejamiento, abría el volumen de 1950 con «Modo de obrar el sustrato lingüístico» y el siguiente con «Chamartín», al tiempo que, con la excusa de sus ochenta años, el CSIC comenzó a homenajearlo con la publicación de Estudios dedicados a Menéndez Pidal. Quizá resulte especialmente simbólico que el volumen XXXV (1951) acoja una aportación del exiliado Amado Alonso («Identificación de gramáticos españoles clásicos»), mientras el siguiente se abría ya con un texto suyo póstumo («“O cecear cigano de Sevilla”, 1540») e incluía un emotivo obituario redactado por el director de la RFE: «Los mejores títulos son la obra que deja y los discípulos que formó. Y fuera ya de lo científico, la limpieza de su alma hecha para el bien y para la generosidad. Y la pena que nos queda en el corazón a los que fuimos sus amigos». En 1954 se produjo una reestructuración del equipo redactor; al lado de Dámaso Alonso y de Rafael de Balbín, figura un «Consejo de redacción» (en 1956 y 1957 «Consejo de Redactores») notablemente más reducido del que venía funcionando; se compone de Manuel Alvar, Antonio M. Badía Margarit, María Concepción Casado Lobato, Manuel Criado de Val, Manuel García Blanco, Martín de Riquer, Benito Sánchez Alonso y, como secretario, Alfredo Carballo Picazo.
Quien, a juzgar por la información de la memoria del CSIC, se ocupaba en la RFE de «los trabajos auxiliares (preparación de originales, corrección de pruebas, e índices)» (CSIC, 1951: 124). 41
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Al año siguiente, en 1955 (vol. XXXIX) se incluye una breve nota muy significativa, que explicita el proceso de evaluación a que se debían someter las propuestas remitidas: «La publicación de los artículos en la RFE, previo informe de dos lectores, especialmente designados para cada trabajo, la acuerda la Redacción». El texto se mantendría hasta el volumen de 1957 y, con una redacción ligeramente diferente, reaparecería en 1968. Además, comienzan a colaborar con la revista investigadores españoles como Eugenio Asensio, Diego Catalán, Germán Colón, Álvaro Galmés de Fuentes, Antonio Llorente Maldonado, Francisco Márquez Villanueva, Gregorio Salvador o Francisco Yndurain, e indudablemente el plantel de autores extranjeros se engrandecía con la participación de nuevos nombres del fuste de William J. Entwistle, Otis H. Green, Oreste Macrí, Margherita Morreale, Bernard Pottier, Gerhard Rohlfs, J. E. Varey y Bruce Wardropper, o los de Paul Aebischer, Marcel Bataillon, Fritz Krüger y Arnald Steiger, que también retornaban a la publicación en la que habían participado antes de la guerra. Pero si la presencia de Dámaso en la dirección durante los años cincuenta parece ir acompañada de un evidente éxito en el plano científico, lo cierto es que empiezan a producirse desajustes en lo que concierne a la regularidad de la revista. Por un lado, se trató de mantener la ficción de que seguían apareciendo cuatro cuadernos trimestrales, cuando, en realidad, se publicaban dos entregas semestrales o, cada vez con mayor frecuencia, una única anual; así sucede, por ejemplo, en el volumen XXXVIII (1954) y los que le siguen, a pesar de que se seguía haciendo constar explícitamente que la RFE: «Se publica en cuadernos trimestrales, formando cada año un tomo de unas 400 páginas. Comprende estudios de Lingüística y Literatura, y da información bibliográfica de cuanto aparece en revistas y libros, españoles y extranjeros, referente a la filología española». El momento en que la RFE muestra un mayor alejamiento de la regularidad de la que hacía gala antes de la guerra se produce en el volumen XLII, que cubre dos años: 1958 y 1959.42 En 1960 se une al Consejo de Redacción Eugenio de Bustos Tovar, a quien acompaña al año siguiente Antonio Quilis y dos años después el portugués Luís F. Lindley Cintra, estrechamente vinculado a
42 En el vol. XLII se anuncia: «La REVISTA DE FILOLOGÍA ESPAÑOLA prepara los índices de autores, conceptos, palabras, etc., hasta el tomo XL. En fecha oportuna anunciará las características y condiciones de la publicación»; su elaboración ha sido descrita por Manuel Alvar (Elena Alvar, 1969: vii-ix) y años después aparecerán unos índices más amplios para los tomos siguientes (Martín Butragueño y Molina Martos, 1991).
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los proyectos del CSIC; en cambio, desaparece de la relación Concepción Casado. Colaboran en esos primeros años sesenta en la RFE investigadores españoles de la talla de Joan Coromines, Fernando González Ollé, Antonio Quilis, Juan Manuel Rozas o Ricardo Senabre. Comparten un mismo número, el de 1961, un amplio elenco de estudiosos de habla inglesa, entre los que destacan Edward M. Wilson, Colin Smith y Nigel Glendinning, mientras que en otros tomos toman parte G. B. Gybbon-Monypenny o Keith Whinnom. En 1964 se conmemoran los cincuenta años de la revista y el voluminoso tomo XLVII, único ese año, incluye una breve información al respecto, con el título «Medio Siglo de la Revista de Filología Española»; ofrece también una extensa bibliografía de don Ramón, una relación de los redactores de la revista y otra de los colaboradores. Ese mismo año se incorpora al Consejo Antonio Roldán, en lugar de Benito Sánchez Alonso, y en 1966 Francisco López Estrada y Antonio Llorente Maldonado de Guevara. Se producen nuevos cambios en el organigrama en 1967, pues pasa a haber dos subdirectores (Manuel Alvar se une a Rafael de Balbín en ese papel) y se suman al Consejo José Luis Varela y José Rico (quien por una curiosa errata aparece ese primer año como Francisco Rico);43 en 1970 regresa al Consejo Concepción Casado Lobato. A partir de 1968 (vol. LI), como ya anticipamos, se recupera la mención expresa al proceso de evaluación («Los artículos recibidos en la RFE son sometidos al informe de dos redactores; el Consejo de Redacción decide, según dicho informe, la publicación o no publicación de los trabajos»). Por esas fechas empiezan a publicar en la revista investigadores españoles y extranjeros como Kurt Baldinger, Eugenio de Bustos, Antonio García Berrio, César Hernández Alonso, Humberto López Morales, Juan M. Lope Blanch, Luis Michelena, Rodolfo Oroz o Francisco Rodríguez Adrados. El volumen LII (1969) se dedica por entero a Bécquer, aunque en esta ocasión falta una mínima introducción explicativa, como sí se había hecho en los casos de Nebrija y Cervantes. Sin duda hubiera estado más que justificado, pues la literatura contemporánea apenas había aparecido tangencialmente en las páginas de una revista que, implícitamente, dirigía su atención de modo exclusivo a las manifestaciones literarias de la Edad Media y los Siglos de Oro.
Como «Francisco Rico» figura también en la reproducción de los números antiguos realizada en 1971, publicación en la que, por otra parte, se evita toda referencia a la JAE y el CEH y se menciona solo al Instituto Miguel de Cervantes del CSIC. 43
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LA RFE EN LOS AÑOS SETENTA. EL FINAL DE UN CICLO A partir del número LIV (1971) se producen dos entregas durante varios años, pero el volumen LVII presenta de nuevo una sola, no especialmente voluminosa, pues apenas supera las 450 páginas y, además, se corresponde por segunda vez con un bienio: 1974-1975. Una única entrega caracteriza a los siguientes años, hasta el volumen LX, que en esta ocasión abarca tres: de 1978 a 1980, a pesar de que apenas ronda las 450 páginas. Como ha indicado Pilar García Mouton, «varios factores debieron contribuir a esta situación decadente: sin duda, los problemas de salud de Dámaso Alonso, pero también el cambio en la consideración académica de la disciplina y la aparición de nuevas revistas» (García Mouton, 2012: 292), lo que hacía que el número de originales disponibles disminuyese considerablemente. En efecto, la RFE hubo de convivir con publicaciones de gran prestigio, especialmente a partir de los años cincuenta. Dejando a un lado las grandes publicaciones tradicionales de la romanística (a las que se han sumado nuevos títulos, como Vox Romanica en 1936, Cultura Neolatina en 1941 o Romance Philology en 1946), había de competir con nuevas revistas extranjeras consagradas al hispanismo, como la británica Bulletin of Hispanic Studies (1923) o la norteamericana Hispanic Review (1933). Además, en la América hispana han cobrado forma otras como la colombiana Thesaurus (1945), la argentina Filología (1949), las mejicanas Nueva Revista de Filología Hispánica (1947) y Anuario de Letras (1961), o la chilena Boletín de Filología (1947). Pero también en España iniciaban su andadura tras la guerra revistas que buscan su propio espacio, como Archivo de Filología Aragonesa (1945) o Archivum (1951); en el seno del propio CSIC aparecieron publicaciones centradas en parcelas de investigación que hasta entonces tenían su hueco en la RFE, como Revista de Dialectología y Tradiciones Populares (1944) o Anales Cervantinos (1944), mientras otras dirigían su atención a etapas literarias que no habían parecido propias de la RFE, como sucede con Revista de Literatura (1952). Por otra parte, también la colección de Anejos, que se había mantenido con dignidad hasta 1970, con una media de dos volúmenes anuales, apenas edita un único título en una década (Contribución a la historia de las teorías métricas en los siglos XVIII y XIX, de José Domínguez Caparrós, en 1975). También en este punto influyó la aparición de nuevos lugares donde era posible publicar el tipo de trabajos que acogía esta colección; entre otros, despuntaban los servicios de publicaciones de algunas universidades que comenzaban a ofrecer estudios de filología hispánica y en las que también van apareciendo nuevas revistas que se irían afirmando con el tiempo (Verba en 1974, Analecta Mala-
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citana y Anuario de Estudios Filológicos en 1978…), al tiempo que surgían otras publicaciones periódicas que también competían con la RFE (algunas de ellas optaban por la especialización en un campo, como La Corónica en 1972, Celestinesca en 1977…). Con todo, estos años presencian la incorporación a la RFE de un elevado número de destacados investigadores españoles, como Carlos Alvar, Aurora Egido, Víctor García de la Concha, Miguel Ángel Garrido Gallardo, Leonardo Gómez Torrego, Emilio Ridruejo, Nicasio Salvador Miguel…, junto a extranjeros como Isaías Lerner, Derek W. Lomax, F. Tollis, Benedek E. Vidos… En 1976 se informa del fallecimiento de Carballo Picazo, secretario de la RFE, pero su puesto no se cubrirá inmediatamente; en el volumen LX (que, como hemos indicado, cubre desde 1978 a 1980), se anunciaba el óbito de Rafael de Balbín y se incluía una nota que justificaba el cese de Dámaso Alonso por razones administrativas y anunciaba cambios inminentes: «Por jubilación de D. Dámaso Alonso y fallecimiento de D. Rafael de Balbín y de D. Alfredo Carballo, la Revista de Filología Española se reorganizará en la forma y según las directrices que se publicarán en el próximo número (vol. LXI, 1981)». Quizás la confusión que rodea esos momentos explique que la desaparición de don Tomás Navarro, en 1979, no mereciese un obituario en la revista a la que dedicó tanto esfuerzo.
UNA NUEVA ETAPA. MANUEL ALVAR, DIRECTOR DE LA RFE Cumpliendo con lo anunciado, Manuel Alvar, que había comenzado su colaboración con la publicación en 1947 y ocupaba la subdirección desde 1967, aparece como director en el volumen LXI, con Concepción Casado Lobato como secretaria. Comienza entonces una de las más fructíferas etapas de la RFE en su ya centenaria existencia, en la que, como el propio Alvar ha atestiguado, se pretendía «recuperar a los hombres que, por causas ajenas a la ciencia, quedaron separados» de la revista y «dar continuidad a la obra de Menéndez Pidal y sus discípulos y heredar, sin ruptura, todo lo que prestigió a la ciencia filológica de España» (Alvar y García Mouton, 1988: 2003). Además, son también tiempos de cambio en el CSIC, que acaban conduciendo, en 1985, a la fusión de los diversos institutos de corte filológico (Instituto Antonio de Nebrija de Filología Clásica, Instituto Benito Arias Montano de Estudios Hebreos, Sefardíes y de Próximo Oriente, Instituto Miguel Asín de Estudios Árabes e Instituto Miguel de Cervantes de Filología Hispánica) en una sola unidad de grandes dimensiones, el Instituto de Filología.
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Un primer hecho muy destacable es que la publicación de la RFE se va a normalizar, apareciendo desde entonces con puntualidad dos entregas cada año; no obstante, y en aras de mantener la tradición, cada uno de los volúmenes se componía nominalmente de dos cuadernos, aunque no se hacía mención de ese hecho en la información que abría la revista: «Se publica en volúmenes semestrales, formando cada año un tomo de unas 400 páginas. Comprende estudios de Lingüística y de Literatura, y da información bibliográfica de cuanto aparece en revistas y libros, españoles y extranjeros, referente a la filología española». En la segunda entrega del volumen LXVII (1987) contemplamos cambios significativos en el organigrama e incluso en su presentación formal. En primer lugar, la referencia al fundador se sustituye por una fórmula que engloba a los sucesivos directores: «Han dirigido la RFE Ramón Menéndez Pidal, Vicente García de Diego y Dámaso Alonso». En segundo lugar, pasa a ocupar la secretaría Pilar García Mouton, quien será una persona clave en la buena marcha de la RFE durante casi treinta años. Se produce, además, una sustancial remodelación que lleva a diferenciar con claridad el Consejo de Redacción (integrado por Carlos Alvar, Humberto López Morales, Lidio Nieto, Antonio Quilis, Gregorio Salvador y José C. de Torres) del Consejo Asesor, compuesto por nombres de enorme prestigio en el campo del hispanismo como Alan Deyermond, Rafael Lapesa, Francisco López Estrada, Antonio Llorente Maldonado de Guevara, Yakov Malkiel, Guido Mancini y Bernard Pottier (en 1993 Margherita Morreale sustituirá al también italiano Guido Mancini). La nota informativa que abre la revista se modifica, avanzando la intención de incrementar ligeramente sus dimensiones («Se publica en volúmenes semestrales, formando cada año un tomo de unas 448 páginas») y a partir de 1988 se añadirá una coletilla: «No se mantiene correspondencia sobre los originales no solicitados». Ese año empieza a utilizarse el término fascículos en lugar del tradicional cuadernos, aunque se sigue manteniendo la ficción de que se trata de cuatro. También se retoca la información sobre el proceso de evaluación, pues queda claro que los dos lectores a que han de someterse los artículos no serán necesariamente miembros del Consejo: «Los artículos recibidos […] se someten al informe de dos revisores y el Consejo de Redacción decide la publicación o no de los trabajos». Se aprovecha el vuelto de la
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Manuel Alvar, director de la RFE (1980-2000) (Archivo de Pilar García Mouton).
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contraportada para difundir unas «Normas para la presentación de originales» (allí permanecerán hasta 1995). A partir del número LXXII se distingue, además de los artículos, entre «Miscelánea» y «Notas», aunque las dos secciones no aparecen siempre. La segunda entrega del volumen de ese año emblemático de 1992 tampoco responde al diseño habitual de la revista: en esta ocasión se consagra al tema monográfico «El español de América» (incluso las notas bibliográficas) y dobla su tamaño habitual, rozando las quinientas páginas. La acostumbrada «Bibliografía», ausente en 1986 y 1987, se recupera al año siguiente, con indicación expresa del nombre del responsable de la sección, Pedro Martín Butragueño, a quien releva, en 1994, Esther Hernández (con la colaboración de Rebeca Sanmartín desde 1996). Los años ochenta y noventa suponen la incorporación a la nómina de colaboradores de representantes de las nuevas promociones de filólogos, con ejemplos como Manuel Alvar Ezquerra, María Ángeles Álvarez Martínez, Álvaro Alonso, Vicenç Beltran, Rafael Cano Aguilar, José Ignacio Díez Fernández, María Teresa Echenique, Inés Fernández-Ordóñez, José Manuel Fradejas, Pilar García Mouton, Ángel Gómez Moreno, Fernando Gómez Redondo, Francisco Moreno Fernández…, junto a algunos otros de más edad (Juan A. Frago Gracia, Pablo Jauralde, Francisco Marcos Marín, Lidio Nieto, Ramón Santiago… o, claro está, Valentín García Yebra). A su lado crece el número de los estudiosos hispanoamericanos (Hugo Bizarri, Graciela Reyes, José Luis Rivarola…) y, sobre todo, el de los hispanistas extranjeros (Samuel Armistead, Maxime Chevalier, Trevor Dadson, Maxim P.A.M. Kerkhof, Josse de Kock, Guido Mancini, Yakov Malkiel, Aldo Ruffinatto, Barry Taylor, Roger Wright…). Por estas fechas Manuel Alvar emprende un nuevo proyecto que pretende sustituir a los Anejos; se trata de la «Biblioteca de Filología Hispánica», en la que se combinan investigaciones recientes (como Símbolos y mitos del propio Manuel Alvar, que inaugura la colección) con reimpresiones bajo este nuevo sello de algunos títulos originalmente editados bajos los auspicios del CEH, como los publicados ese mismo año 1991: Contribución a la fonética del hispano-árabe y de los arabismos en el ibero-románico y en el siciliano de Arnald Steiger y Glosarios latino-españoles de la Edad Media de Américo Castro. La colección publicaría 27 títulos, el último de ellos en 2002 (Léxico Español en el Sudoeste de Estados Unidos de Amalia Pedrero González).
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UNA BREVE TRANSICIÓN: ANTONIO QUILIS, DIRECTOR DE LA RFE En 1999 el Instituto de la Lengua Española se desgaja del Instituto de Filología, volviendo en cierto modo a sus orígenes. Coincidiendo con esta transformación, se producen cambios en la RFE y desde el volumen LXXX (2000), Manuel Alvar, tras casi veinte años como director, deja su puesto a Antonio Quilis, quien mantendrá su nombre en la cabecera hasta el número de 2005, pese a haber fallecido en 2003. El Consejo de Redacción conoce un notable incremento y pasa a estar compuesto por María José Albalá, Carlos Alvar, José Fradejas Lebrero, Ángel Gómez Moreno, Leonardo Gómez Torrego, Esther Hernández, Pablo Jauralde Pou, María Jesús Lacarra, Humberto López Morales, Lidio Nieto, Miguel Ángel Pérez Priego, Gregorio Salvador y José C. de Torres. También sufre algún cambio el Consejo Asesor, que queda configurado por Samuel Armistead, Kurt Baldinger, Germán Colón, Alan Deyermond, Margit Frenk, Maxim P.A.M. Kerkhof, Rafael Lapesa, Francisco López Estrada, Margherita Morreale y Bernard Pottier.44 Desde el punto de vista formal, puede señalarse que en 2000 desaparece de la estructura la sección de Miscelánea y que al año siguiente vuelven a detallarse las «Normas» para la presentación de trabajos, pero en las páginas interiores de la revista. Desde 2004, por último, se renuncia a mantener la ficción de las entregas trimestrales y se indica que la publicación se compone de dos fascículos semestrales. A partir del volumen LXXXV (2005) la bibliografía está a cargo de Esther Hernández y Mariano Quirós (con la colaboración de Ana Segovia Gordillo desde 2008). Durante los pocos años en que Quilis figura como director de la revista participan en ella por primera vez investigadores extranjeros como David Heap, Dieter Messner, Dana Nelson o David Pharies, o de habla española, como Rocío Caravedo, Bienvenido Morros, Rosa Navarro o José Polo. Ha de atribuirse al impulso de Antonio Quilis la recuperación de la colección de Anejos, que se reinicia en 2003 con El español de América, 1992; apenas se publican una decena de títulos (la edición de Maxim P. A. M. Kerkhof de La Coronación de Juan de Mena, la de Alfonso Rey de El Buscón de Quevedo, La lengua española en Filipinas de Antonio Quilis y Celia Casado-Fresnillo…) hasta 2009, año en que
Antonio Quilis, director de la RFE (2000-2003) (Archivo familiar).
44 A partir del volumen LXXXII (2002) se detallará la institución a la que pertenecen los integrantes de ambos Consejos.
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aparece el último (Documentos lingüísticos del Perú. Siglos XVI y XVII de José Luis Rivarola).
PILAR GARCÍA MOUTON, DIRECTORA DE LA RFE
Pilar García Mouton, directora de la RFE entre 2005 y 2015, con M.ª Jesús Torrens, actual directora (foto de Mariano Quirós).
La última década ha conocido un equipo rector compuesto por Pilar García Mouton como directora y María Jesús Torrens como secretaria. Les acompaña un Consejo de Redacción integrado por María José Albalá, Carlos Alvar, María Teresa Echenique, José Fradejas Lebrero, Ángel Gómez Moreno, Leonardo Gómez Torrego, Esther Hernández, Pablo Jauralde Pou, Humberto López Morales, Lidio Nieto, José Antonio Pascual, Miguel Ángel Pérez Priego, Gregorio Salvador y José C. de Torres (con el tiempo se van sumando a él Rosa Espinosa Elorza, Inés Fernández-Ordóñez, Pilar García Mouton, Mariano Quirós García y María Jesús Torrens Álvarez).45 El Consejo Asesor sufre pocos cambios y queda integrado por Samuel Armistead, Kurt Baldinger, Germán Colón, Alan Deyermond, Margit Frenk, Maxim P.A.M. Kerkhof, Francisco López Estrada, Margherita Morreale, Bernard Pottier y Manuel Seco (a los que se unen más tarde Concepción Company Company y Barry Taylor).46 Son momentos de cambio para la revista, que incluso atañen a su aspecto externo, transformado sustancialmente a partir del volumen LXXVI (2006); la RFE debe renunciar en parte a la estética que había presidido su larga trayectoria, ajustándose a un molde nuevo, al igual que les sucede a las restantes publicaciones del CSIC. Por otra parte, el Instituto de la Lengua Española, responsable de la revista, se transforma en 2007 en el Instituto de Lengua, Literatura y Antropología, al tiempo que se traslada a la calle Albasanz, abandonando los locales históricos de la calle Medinaceli. Pero los cambios que sufre la revista no se quedan en lo formal, sino que atañen también a cuestiones de fondo. Así, a partir de 2007 45 Lo abandonan el fallecido Fradejas Lebrero, Lidio Nieto, Gregorio Salvador y José C. de Torres, que pasa al Consejo Asesor. 46 Han fallecido Samuel Armistead, Kurt Baldinger, Alan Deyermond y Francisco López Estrada.
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empieza a funcionar una versión electrónica (hoy es posible acceder al contenido de todos los números publicados desde 1954 y las nuevas entregas sufren un embargo de apenas seis meses antes de ofrecerse en acceso libre). Ciertamente, la existencia del acceso web ofrece una amplísima difusión a la RFE, pues permite acercarse a ella desde cualquier lugar del mundo y descargar sus contenidos, aunque, al tiempo, «hace que lógicamente esté descendiendo el número de suscripciones, lo que no deja de ser preocupante» (García Mouton, 2012: 295); no obstante, a pesar de ello, ha conseguido mantener un número muy elevado de intercambios, que supera hoy los 250. Y la existencia de la versión electrónica tampoco parece haber provocado ninguna merma en la calidad de la publicación, sino que, más bien, como comentaba García Mouton hace unos años, «ha experimentado un aumento sustancial en el número y en la calidad de los originales que recibe, lo que en parte se puede atribuir a su indexación en los principales índices internacionales» (2012: 293). Y es que, en un tiempo en que lo que se valora no es el contenido del artículo sino el lugar en el que se publica y el puesto que la publicación ocupa en los rankings, la RFE es una de las publicaciones que ha sabido ajustarse a los requisitos que se le han exigido, y no solo en los últimos años, pues desde la última década del siglo pasado empezó a dejarse sentir la presión del CSIC para que la revista se adecuara a los criterios internacionales que se exigían a las publicaciones periódicas especializadas. Además de conseguir una estricta puntualidad, hubo que conjugar el trabajo científico de edición con la introducción de pequeños cambios formales necesarios (resúmenes y palabras clave en inglés, cabeceras de identificación determinadas, etc., etc.) (García Mouton, 2012: 293).
La cubierta de la Revista de Filología Española en 2014.
Los responsables de la revista procuraron responder al reto, no solo ajustándola a esas exigencias «internacionales» que pretenden establecer clasificaciones jerarquizadas de fácil consulta,47 sino tratando de «equilibrar el respeto a la tradición» con las transformaciones que habían sufrido los estudios filológicos, porque
47 No me resisto a mostrar mi sustancial acuerdo con las reflexiones de alguien que ha reflexionado concienzudamente sobre esta situación: «Los filólogos expertos siempre han conocido a fondo las publicaciones de su área de especialización y ese conocimiento les ha permitido evaluar la calidad de sus contenidos. Y, sin embargo, últimamente parece que resulta más cómodo hacer un escalafón de revistas y de editoriales para que evaluadores no tan especializados puedan disponer de una “plantilla” que mecanice el juicio; pero es evidente que este juicio será menos científico» (García Mouton, 2012: 294-295).
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el concepto mismo de «Filología», fragmentada hoy en temas lingüísticos y temas literarios, ha perdido en parte aquella aura de prestigio que lo rodeaba cuando Menéndez Pidal y sus discípulos eran reclamados desde Estados Unidos; el prestigio se ha desplazado hacia enfoques teóricos mucho más orientados hacia la sincronía y la lingüística teórica (García Mouton, 2012: 294).
Por ello la RFE está abierta a todo tipo de aportaciones de calidad que se encuadren en un amplio abanico de intereses que entroncan con la historia de la revista, pues, como indican sus «Normas» (y nos confirma la consulta de sus índices), «se ocupa de la historia de la lengua y el análisis filológico de textos lingüísticos y literarios», de «la gramática en sentido amplio», de la etimología, la historia de las ideas lingüísticas, «la dialectología, la geografía lingüística y la sociolingüística»; para los estudios literarios se hace explícita una limitación, pues solo son admisibles los que giren sobre la historia de la literatura hasta el siglo XVIII. Gracias a la labor de sus responsables, especialmente en el último decenio, la RFE ha podido situarse en posiciones de privilegio en los principales índices de calidad que se utilizan como referencia (Arts & Humanities Citation Index, LLBA, Scopus, ERIH, CIRC, etc.), lo que la convierte en un lugar muy apreciado para publicar (aunque ello se puede traducir en largos períodos de espera) y le permite resistir la competencia que ofrecen nuevas revistas, generalmente especializadas y en algún caso diseñadas directamente en formato electrónico (Incipit, 1981; Estudios de Fonética Experimental, 1984; Revista de Literatura Medieval, 1989; Revista de Lexicografía, 1994; La Perinola, 1997; Dialectología, 2008…). Hemos de cerrar aquí esta revisión de la primera centuria de la RFE, en la confianza de que esos renovados cimientos habrán de permitir que prosiga durante largo tiempo la construcción del edificio que dio cobijo a los representantes de nuestra mejor escuela filológica.48
Acabado este trabajo, he tenido noticia de que Pilar García Mouton ha dejado la dirección de la RFE, en la que ha sido sustituida por María Jesús Torrens, a quien reemplaza en la secretaría Mariano Quirós. 48
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Universidad Complutense de Madrid
La Edad Media en la Revista de Filología Española En memoria de Marcelino Amasuno
A poco de constituirse en unidad dependiente del Centro de Estudios Históricos (1910), integrado a su vez en la Junta para Ampliación de Estudios (1907), la Sección de Filología decidió publicar un anuario que diese a conocer la labor realizada por los integrantes de sus distintos equipos; además, sus puertas estarían abiertas a cualquier especialista nacional o internacional deseoso de contribuir a un mejor conocimiento de la lengua y la literatura españolas.1 Ése era el propósito de los Cuadernos de Trabajo del Centro de Estudios Históricos, título inicialmente asignado al que no pasaba de ser un mero órgano de difusión. Si se trataba de expresar esa naturaleza y ese cometido, no había nada que objetar al título. Ahora bien, la percepción cambiaba por completo si lo que se buscaba era llamar la atención de la comunidad científica internacional y, de paso, consolidar la revista. En tal caso, el sintagma inicial no era el más adecuado, pues aportaba a la publicación un aspecto ancilar, provisional y, por eso mismo, efímero. Un cuaderno de trabajo no es el soporte que más conviene para plasmar las conclusiones de una investigación: un instrumento llamado de ese modo sirve para marcar jalones, esto es, para informar de resultados o logros parciales en un proyecto a largo plazo. Alguien hubo de caer en la cuenta de que, si los trabajos se acogían a un título tan poco afortunado como aquél, se les privaba de buena parte de su mérito antes incluso de comenzar a leerlos. Así le llegó el turno a la Revista de Filología Española. Desde un punto de vista estrictamente bibliográfico, las ventajas del título por el que finalmente apostaron saltan a la vista: si el descartado despertaba dudas sobre su contenido real y podía inducir a error, 1 Así lo cuenta Tomás Navarro Tomás (1968-1969: 13). En conjunto, se trata de una introducción estupenda a la historia de la Sección de Filología y sus actividades.
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Cubierta del primer número de la Revista de Filología Española, 1914 (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
el escogido resultaba informativo y preciso en la justa medida en que convenía que lo fuese. Por otra parte, hay que tener presente que, por aquellos años, Filología era una voz prestigiada en el conjunto de Europa, particularmente en los países de habla alemana.2 Considerados el objeto declarado y el contenido real de nuestra revista, cabe preguntarse por qué se optó por el adjetivo española y no por castellana o hispánica (nunca hispana, gentilicio que sólo se emplea correctamente cuando con él se alude a los oriundos de Hispania o cuando se usa en palabras compuestas como hispanoamericano o hispanosuizo). Las contribuciones a la Revista de Filología Española tenían que cumplir dos requisitos básicos: en cuanto a su asunto, abordarían problemas relativos a las lenguas y literaturas hispánicas en su fase de formación y desarrollo; en cuanto a su método, apelarían a las técnicas desarrolladas por la Filología y por las disciplinas auxiliares a que ésta recurre. De acuerdo con una norma tácita, las pesquisas literarias —ya que las lingüísticas nunca se someten a tales limitaciones y lo mismo versan sobre el pasado que el presente de la lengua, con el auxilio de la Sociolingüística, la Geografía lingüística y otras especialidades— debían caer en algún punto del arco cronológico formado por la unión de la Edad Media y el Siglo de Oro. Este último periodo entraba de lleno en los intereses de don Ramón Menéndez Pidal, alma del proyecto y autor de diversos trabajos sobre la cultura española de los siglos XVI y XVII; además, algunos de sus discípulos se habían especializado en la lengua y la literatura áureas, o lo mismo atendían a los orígenes del español que al Barroco tardío.3 Ejemplo de ello ofrece Américo Castro, en su doble dimensión de medievalista y experto en cultura renacentista y barroca. Por esos años, su hiperactividad lo llevaba de la Filología a la Historia literaria o la Historia cultural; de ese modo, iba de los primitivos documentos castellanos o leoneses, de los que también se ocupó en la Revista de Filología Española, al estudio contrastivo de la cultura española y europea, método éste que puso a prueba en el propio Quijote. Al respecto, basta decir que el Centro de Estudios Históricos hizo las veces de marco de 2 Más tarde se cargaría de connotaciones negativas y hasta quedaría literalmente proscrita en ámbitos académicos como el norteamericano. Véase ahora Turner 2014. 3 Entre otras semblanzas y evaluaciones de su obra, véanse Lapesa 1969 y, posteriormente, en Lapesa 1998; Malkiel 1970; Pérez Villanueva 1991; Pérez Pascual 1998; Gómez Moreno 2005. No he podido ver aún el libro de Hess 2014.
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un libro tan innovador como El pensamiento de Cervantes, Madrid, Casa Editorial Hernando (Anejo VI de la Revista de Filología Española), 1925. Fue mucho después, en su última y larga fase norteamericana, cuando desarrolló su propio método historiográfico.4 Un repaso a los primeros noventa y cinco números de la Revista de Filología Española demuestra el modo en que sus colaboradores han saltado por encima de esa barrera cuando se les ha dejado o se les ha pedido. En esas contadas ocasiones no ha tenido la culpa la tradición literaria, que proyecta las pesquisas del erudito de turno hasta el mismísimo presente. Tampoco es el resultado de aplicar la teoría pidaliana sobre la tendencia de los españoles a preservar lo que les viene por herencia y a desestimar cualquier novedad (esa particular manera de ser o de sentir tiene un nombre, misoneísmo ‘odio a lo nuevo’). Para Menéndez Pidal, este rasgo idiosincrásico se refleja en nuestro arte literario y explica la sorprendente pervivencia de los temas y el marcado arcaísmo de las formas.5 Sin embargo, la imprecisión cronológica de la Revista de Filología Española no deriva —lo repito— de ésta u otras causas profundas. En realidad, todo lo explica el hecho de que, hasta fecha reciente, su Consejo de Redacción no se había plantado (o no se había puesto firme) al respecto. Los primeros cien años de la Revista de Filología Española demuestran que el siglo XVIII cae, en principio, al margen de sus intereses. Por eso mismo, cuando en el seno del CSIC (que asumió las labores editoriales de la Junta para Ampliación de Estudios) se publicó el primer número de la Revista de Literatura (1952), se perdió una oportunidad única para deslindar definitivamente ambas herramientas. Disipadas las dudas acerca de su propósito y contenido (pues, en sus primeros tiempos, la Revista de Literatura acogía también la creación literaria en prosa y verso), esta nueva publicación se reservó el estudio de la literatura española (y sólo eso, la española) desde el siglo XVIII en adelante. Para no invadir el espacio de su recién nacida hermana, lo lógico habría sido que la Revista de Filología Española hubiese manifestado su fir4 La trayectoria de este estudioso dio un brusco giro en el exilio al lanzarse apasionadamente a buscar las causas de la Guerra Civil en la difícil convivencia de las tres castas en la España medieval y en el problema converso durante los siglos XVI y XVII; con ese propósito, abandonó la Filología y apostó por una forma de ensayo erudito, basado en un peculiar análisis histórico (cuya cima se halla en La realidad histórica de España, que pasó por distintas fases entre 1948 y 1966) y en la búsqueda del converso y sus señales, para lo que se sirvió de una aquilatada técnica que le permitía escudriñar tanto las claves ideológicas del individuo de turno como también lo que podría denominarse su «postura vital». Decididamente, Castro abandonó las tesis europeístas para desarrollar estas nuevas propuestas, algo obvio en el caso de Cervantes (tras renegar de su libro de 1925 y tomar una ruta distinta, como vemos en Hacia Cervantes, Madrid, Taurus, 1957). 5 Tales teorías se recogieron en dos ensayos tardíos de don Ramón Menéndez Pidal, 1947 y 1949.
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me intención de no traspasar el reinado de Carlos II o, lo que es lo mismo, de quedarse en las postrimerías del siglo XVII, que tiene la fortuna de coincidir con el terminus ad quem del Siglo de Oro español. Se pudo hacer y no se hizo; es más, frente a lo que cabía esperar, hubo un momento en que se marchó en sentido contrario.6 En principio, pocas habían sido las contribuciones —una decena, si acaso— que habían traspasado la línea divisoria del año 1700; sin embargo, cierta decisión del Consejo de Redacción de la Revista de Filología Española estuvo a punto de dar al traste con todo. Eso fue lo que ocurrió cuando, allá por los años sesenta, se decidió dedicar un número entero (el n. 52 [1969]) a homenajear a Gustavo Adolfo Bécquer con motivo del centenario de su fallecimiento (1870). Este monográfico, en el que participaron los grandes expertos en el poeta sevillano, constituyó todo un hito; a cambio, la Revista de Filología Española quebrantó una regla no escrita, pero respetada por la práctica totalidad de sus colaboradores. Luego, sin hacer ruido, se restituyeron las lindes al punto en que inicialmente estaban. Sentadas estas premisas, procede regresar a un pasado en el que no existía nuestra Revista. En esas fechas, a cualquier trabajo breve que se ocupase de las lenguas y literaturas de España (ya se tratase de un artículo, una nota, una recensión o un obituario) se le solía dar salida a través de boletines y revistas locales, donde cabía de todo. Si se pretendía un medio más riguroso y con una capacidad de difusión muy superior, había que optar por una de las dos publicaciones periódicas de rango nacional y prestigio indiscutible: la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (1871) o el Boletín de la Real Academia de la Historia (1877).7 En fin, si tenemos en cuenta quién la creó (el empresario y periodista Abelardo de Carlos) y a qué público iba inicialmente dirigida (un lector culto y exigente, que apreciaba el trabajo bien hecho, sobre todo si se apoyaba en los complementos gráficos que conviniesen al caso), se concluye que La Ilustración Española y Americana (1869), revista semanal, no podía satisfacer al verdadero especialista, que anhelaba llegar hasta un lector parecido a él. A pesar de ello, hubo quien, como el bibliotecario Antonio Paz y Mélia, publicó trabajos de mérito en La Ilustración Española y Americana, sin olvidar por ello sus múltiples compromisos con la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos y otros proyectos editoriales dentro y fuera de Espa6 Para rastrear los años que ahora interesan de un modo rápido y seguro, me sirvo de la sacrificada labor de Martín Butragueño y Molina Martos, Índices de la Revista de Filología Española (tomos XLVI-LXX), Madrid, CSIC, 1991. 7 Con menor frecuencia se pensaba en el Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona o Butlletí de la Reial Academia de Bones Lletres de Barcelona (1901). Por su parte, el Boletín de la Real Academia Española (1914), de parecidos intereses, nació al mismo tiempo que la Revista de Filología Española; poco después, saldrían a la calle el Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander (1919) y el Anuario de Historia del Derecho Español (1924).
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ña. Enseguida me referiré a uno de ellos, que concluyó con la publicación de dos textos curiosos de nuestra literatura tardomedieval en una revista alemana poco interesada por la Península Ibérica. Por ahora, me conformo con recordar que Menéndez Pidal, años antes de disponer de su propia revista —pues ésa fue una de las principales razones que le animaron a crear la Revista de Filología Española— no dudó al escoger el medio más idóneo para difundir dos de sus grandes hallazgos, el testigo castellano de un tema de la poesía mediolatina y la más madrugadora de las representaciones religiosas en lengua vernácula en toda Europa: «Disputa del alma y el cuerpo y Auto de los Reyes Magos», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 4 (1900), pp. 449-467. Si el estudioso de turno pretendía llegar más lejos, era el momento de dirigirse a alguna revista especializada en Filología Románica, donde lo español rara vez tenía cabida. Al respecto, basta repasar los índices de las principales revistas de la especialidad y ver su evolución. Todo queda claro cuando se comprueba que, con relación a España, los treinta primeros números de Romania (1873) contienen básicamente noticias, reseñas y obituarios (José Amador de los Ríos [n. 5], Manuel Milá y Fontanals [n. 20] o Pascual de Gayangos [n. 26]).8 Resulta revelador que los pocos trabajos que atienden al Medievo español corran a cargo de estudiosos franceses; es más, tras la mayoría de ellos hay un solo nombre: el maestro Alfred Morel-Fatio.9 Nada cambia cuando se repasa Zeitschrift für romanische Philologie (1877), de Gustav Gröber, o Romanische Forschungen (1883) de Karl Vollmöller. Por eso, llama poderosamente la atención que el número inaugural del Zeitschrift incluya una publicación en español firmada por Paz y Mélia, «Libro de cetrería de Evangelista y una Profecía del mismo», 1 (1877), pp. 222-246.10 Para encontrar algo remotamente parecido, hay que dar un formidable sal-
Cubierta del primer tomo de Romanische Forschungen, 1883 (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
8 Véase Bos 1906. Recordemos que el objeto de la revista queda expuesto desde la propia cubierta: «Revue trimestrielle consacré à l’étude des langues et des littératures romanes». 9 Tenemos a Morel-Fatio 1875, 1882, 1887, 1896. El último trabajo es importantísimo, a pesar de su brevedad, por haber marcado el camino a su discípulo Schiff 1905, adelantado en el estudio del Humanismo español del siglo XV. De Berger (1899) es un importante estudio de los romanceamientos bíblicos medievales. 10 Entre sus infinitos conocimientos, sobresalía el de varias lenguas extranjeras, incluido el alemán. Así se explica el contacto con Gröber y su participación en un manual de lengua española para alemanes y un diccionario español-alemán. Para un perfil de este erudito, véase la necrología que de él escribió el Duque de Alba 1927.
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to hasta Otto Klob, «Beiträge zur Kenntnis der spanischen und portugiesischen Gral-Literature», 26 (1902), pp. 169-205. Esta última investigación marca una tendencia que sólo comenzó a corregirse a partir de los años setenta del pasado siglo: la de que los estudiosos españoles, al margen de los romanistas de la Escuela de Barcelona, fuesen refractarios al roman courtois y la ficción narrativa medieval.11 Contados eran también los trabajos de tema hispánico publicados en Romanische Forschungen por esas mismas fechas.12 Las grandes revistas eran foráneas; en ellas, además, resultaban raras las firmas españolas. ¿Qué más daba? Al fin y al cabo, algunos seguían preguntándose qué podían aportar los investigadores españoles al desarrollo de la ciencia y el conocimiento.13 En realidad, pocos romanistas sentían verdadero interés por la Península Ibérica: su objeto de trabajo estaba en la lengua y literatura francesa, occitana o toscana, e incluso en la franco-veneciana. Esta situación sólo cambió gracias a la confluencia de varios factores. En casos como ésos, son determinantes la evolución en el gusto (con modas espontáneas o inducidas, fruto de las circunstancias o del puro capricho) y las relaciones entre los pueblos (con un factor que pondera tanto como las guerras). Claro está que, cuando se trata de la alta erudición histórico-filológica, la tendencia la marcan, antes de nada, los grandes centros de investigación y sus principales figuras. Partamos del hecho de que, en el panorama internacional, la universidad española contaba realmente poco; es más, los estudiosos españoles ni siquiera destacaban donde cabía esperarlo: en el estudio de su propia cultura. A los romanistas europeos sólo les resultaban relativamente familiares los nombres de José Amador de los Ríos en la Universidad de Madrid, de Manuel Milá y Fontanals en la Universidad de Barcelona, y de Marcelino Menéndez Pelayo en ambas instituciones y la Biblioteca Nacional, que dirigió desde 1898 hasta su muerte. La verdad es que en las sedes internacionales de la Romanística tan sólo se pronunciaba de manera regular el nombre de un erudito español: Ramón Menéndez Pidal. En ese sentido, importaban mucho los temas en que trabajaba, la pericia con que se enfrentaba a ellos y el modo en que les daba solución. Tanto o más atraía su método, que unas veces mostraba el deta11 De verdadero punto de inflexión hay que hablar en referencia al artículo en que Alan Deyermond 1975. 12 Tras hojear sus tomos, la cosecha que se obtiene es pobre: lo principal es Selly Gräfenberg 1893, Sauchert 1893, Rennert 1895; y Bertoni 1907. 13 En el fondo, latía la vieja pregunta de Masson de Morvilliers: «Que doit-on à l’Espagne?» El asunto se prolongó entre nuestros eruditos con la célebre polémica sobre la Ciencia española, resumida por el siempre claro y ameno Joseph Perez, 2009. Al asunto le dedico amplio espacio en Gómez Moreno 2012.
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llismo propio de un buen macrobjetivo y otras marcaba distancias diferentes como si estuviese usando un potente zoom. Así, en un primer plano, aparecía la literatura castellana; a continuación, venían las distintas literaturas hispánicas, las literaturas románicas y las literaturas europeas; finalmente, llegaba el turno al folclorista, comparatista y antropólogo. Y ni siquiera bastaba con esa competencia que a todo alcanzaba. En su opinión, para que las relaciones profesionales fuesen satisfactorias, había que cuidar todo lo relativo a las relaciones personales o humanas. En consecuencia, el maestro nunca dejó de contestar a una carta, ni olvidó dar las gracias por escrito cuando por escrito había recibido una felicitación. También dice mucho que don Ramón recibiese sus visitas, no en los despachos de la Real Academia Española o el Centro de Estudios Históricos, sino en su propia casa.14 Esa manera de conducirse fue verdaderamente beneficiosa para él y, en mayor medida, para sus discípulos. El estallido de la Gran Guerra (1914) coincidió con el nacimiento de la Revista de Filología Española; su final (1918), con el despertar de los estudios hispánicos en todo Occidente, una tendencia que acabó arraigando definitivamente en los años veinte. Por vez primera, las revistas internacionales prestaban atención a la cultura peninsular, mientras aumentaba el número de los romanistas atraídos por la Península Ibérica y el de los estudiantes especializados en español.15 El cambio a que me refiero se produjo antes en los Estados Unidos que en Europa; de hecho, ya se percibe en el panorama de Miguel Romera Navarro, El hispanismo en Norte-América. Exposición y crítica de su aspecto literario, Madrid, Renacimiento, 1917. Para fijar un antes y un después, prestemos atención a Antonio García Solalinde, que buscó acomodo definitivo en la University of Wisconsin-Madison en 1924, tras su experiencia en Columbia University, University of Michigan, University of California, Stanford University y Middlebury College. Luego veremos las consecuencias que, para el futuro del medievalismo norteamericano (no sólo en los departamentos o secciones de Español, ni siquiera sólo en los Estados Unidos), tuvo una decisión personal que, en principio, sólo a él afectaba e interesaba. La Guerra Civil dolió mucho a Solalinde. Fuese o no un factor coadyuvante, lo único cierto es que un infartó acabó con su vida
14 Lo sorprendente es que esa amplitud de miras esté presente en el último Menéndez Pidal, que en la recta final de su vida aún tuvo humor para valorar la técnica oralista de los dos grandes comparatistas de Harvard: Milman Parry y Alfred Lord. Al libro de este último, Lord 1960, don Ramón le dedicó un extenso artículo-reseña, que es también la última de sus publicaciones: «Los cantores épicos yugoeslavos y los occidentales. El Mio Cid y dos refundidores primitivos» (Menéndez Pidal, 1965-1966). 15 Aunque sólo fuese con ese fin, merece la pena revisar Gómez Moreno 2011.
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la tarde del 13 de julio de 1937.16 Nunca, por lo tanto, se reencontraría con aquellos compañeros del Centro de Estudios Históricos que marcharon al exilio.17 A ellos atenderé al final de esta presentación. La Revista de Filología Española aparecía en el momento oportuno: una época de hallazgos y proyectos editoriales de envergadura. Testigos mudos de tiempos lejanos, en manos expertas, los textos medievales recuperaban su sentido pleno e iluminaban el segmento de la historia de España que les quedaba más cerca. La crítica de exploradores, esto es, el rastreo de códices, incunables y libros raros sirvió para incrementar la nómina de autores y la relación de títulos de nuestra literatura antigua. Las fichas a que hemos pasado revista y las que nos aguardan no dejan duda a ese respecto: si cada una por separado constituye una especie de hito, juntas sirvieron unas veces para montar hipótesis y otras para llegar a conclusiones irrefutables. Como quiera que sea, todas ellas resultan preciosas a la hora de trazar nuestra historia cultural y, más en concreto, nuestra historia literaria. La localización, identificación, edición y estudio de documentos son tareas imprescindibles; sin embargo, de nada valen si no se dan a conocer entre los miembros de la comunidad académica nacional e internacional. Las circunstancias eran favorables para don Ramón y su proyecto. El regeneracionismo alfonsino se volcó en la educación y la investigación por su potencial para dinamizar la sociedad. En el caso concreto de nuestra Historia, tales hallazgos cumplían una función primordialmente formativa; con todo, tanto o más importaba su capacidad para inducir un sentimiento de orgullo patrio y levantar el ánimo de los españoles, que andaba por los suelos tras el desastre de 1898. A este respecto, percibimos un objetivo común, devolver el tono a España, en las investigaciones de Menéndez Pidal, los escritos políticos de Salvador de Madariaga, la pintura de Darío de Regoyos o los revolucionarios cinceles de Mateo Hernández (lo eran por su praxis y la ideología subyacente). Ese sentir es común a políticos, intelectuales y artistas, con independencia de su ideología. De cara al exterior, la investigación histórico-filológica bien resuelta decía mucho bueno sobre quien la llevaba a cabo, sobre la escuela que arropaba su actividad y sobre el país de procedencia del estudioso de turno. En último término, ya fuese por sus conexiones con la cultura europea o justamente por lo contrario, la aparición de nuevos documentos suscitaba un interés por lo español que a menudo daba en abierta hispanofilia. Entre todas las materias, el Medievo seguía despertando pasión, ya no como tendencia estética (de hecho, entre la segunda y la Así de precisa es la necrología de Ortega 1937. Para una secuencia lógica de su vida en el contexto que aquí interesa, véase Pedrazuela Fuentes 2010. 16 17
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tercera décadas del siglo XX, el medievalismo, el orientalismo y el historicismo más rancios acabaron por eclipsarse y cedieron su lugar a fórmulas tan diametralmente opuestas como el racionalismo), sino como referente fundamental en la Historia europea. El Romanticismo, en formulaciones a las que convienen los prefijos tardo y post, seguía proyectándose en el siglo XX; por eso, aunque tenga mucho de boutade, no andan del todo descarriados cuantos afirman que los occidentales seguimos siendo románticos, algo que los estudiosos del futuro, con una perspectiva mucho más amplia y clara, percibirán con absoluta nitidez. Como sabemos, Menéndez Pidal acercaba el Medievo al presente en el caso de España, aunque su percepción del fenómeno nada tenía de negativa: el amor de los españoles por la tradición no debe confundirse con el letargo, el anquilosamiento o la ataraxia. Urgía estudiar el pasado medieval por simple placer, pero también por las lecciones que de su estudio se podían extraer. Dado nuestro retraso respecto de otras naciones, la tarea no admitía más demora: había que poner manos a la labor. Menos conocidos que los archivos y bibliotecas de Francia o Italia,18 nuestros reservorios de libros y documentos esperaban al especialista entusiasta, que se aventuraba entre sus estantes, hurgaba en sus cajas y desempolvaba los rimeros de papeles. Consciente de que el hallazgo de un testigo de nuestro Medievo no era más que el punto de partida, había que poner manos a la labor y dar al material la forma que conviniera al caso. Acabado el trabajo, había que remitirlo a la revista o editorial de turno y esperar el correspondiente plácet; a continuación, se abría un largo compás de espera, para que el linotipista preparase las galeradas y las pruebas; en fin, había que armarse de paciencia antes de ver publicado el trabajo. Ciertamente, fueron muchas las ocasiones en que, en lugar de publicidad, a algunos de esos hallazgos lo que se les dio, en realidad, fue sepultura: tan limitado era el alcance de la mayor parte de las revistas a disposición de los investigadores. Una supuesta ventaja, la de la diversidad de contenidos de algunas de ellas, daba en inconveniente porque en su interior la noticia pasaba inadvertida. En principio, la Edad Media cabía en todo tipo de revistas: las de Historia a secas, Historia del Arte, Historia del Derecho, Historia de las Instituciones, Historia 18 En el caso francés, la catalogación de los fondos manuscritos de sus bibliotecas públicas comenzó en 1849 y sólo concluyó en 1993 con los 116 volúmenes del Catalogue général des manuscrits des bibliothèques publiques de France, exportado a un formato electrónico y a disposición de los investiadores desde 2008. Por su parte, los Inventari dei Manoscritti delle biblioteche d’Italia comenzaron a ver la luz desde 1890 gracias a la editorial florentina Olschki. El último aparecido es el vol. CXVI (2013); además de estos fondos, hay un impresionante número de catálogos e inventarios de bibliotecas eclesiásticas, universitarias, privadas y de la naturaleza jurídica más diversa.
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Cubierta del primer tomo del Bulletin Hispanique, 1899 (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
del Pensamiento, Historia de la Iglesia, Historia de la Lengua, Historia de la Medicina y de la Ciencia en general, Historia de la Literatura o, de venir directamente a nuestro ámbito, Filología. Por eso, hemos necesitado décadas para recuperar el gran caudal de datos relativos al teatro y espectáculos religiosos del Medievo, diseminados como se hallan en revistas de Historia Eclesiástica, muchas ellas de carácter local.19 Publicaciones como las indicadas no servían para atender debidamente a la cultura española. El problema es que sólo había dos publicaciones periódicas, ambas francesas, centradas en el estudio de nuestra lengua y literatura. Aunque una y otra aparecieron casi a la par, la prioridad —aunque algunos discreparán al respecto— le corresponde a la prestigiosa Revue Hispanique (1894), fundada por Raymond Foulché-Delbosc. Como apostilla su título, se dedicaba «à l’étude des langues, des littératures et de l’histoire des pays castillans, catalans et portugais». Desde 1905 y hasta su desaparición en 1933, la revista fue financiada por The Hispanic Society of America. Aunque, de acuerdo con las normas de la Revue, sólo se publicarían trabajos escritos en francés o en alguna de las lenguas de la Península Ibérica, Luigi Sorrento no tuvo problemas para presentar y anotar en italiano el célebre Prohemio e carta de don Íñigo López de Mendoza al condestable don Pedro de Portugal («Il Proemio del Marchese di Santillana», 55 [1922], pp. 1-49). Aprovecho para decir que la calidad de la edición es sencillamente extraordinaria. En la Revue, el erudito de referencia era Raymond Foulché-Delbosc, que publicó una serie de trabajos de importancia manifiesta. En conjunto, sobresalen todos los relativos a la poesía cancioneril del siglo XV, materia ésta en la que su nombre resultaba inexcusable; entre ellos, destacan dos aportaciones importantísimas: una es la primera edición moderna del Laberinto de Fortuna de Juan de Mena (Mâcon, Impr. Protat frères, 1904); otra, los dos tomos de su Cancionero castellano del siglo XV (Madrid, Bailly-Bailliere, [Nueva biblioteca de Autores Españoles, 19 y 22], 1912-1915).20 La Revue, espe19 Tal fue la base de cierto rastreo que llevé a cabo en varios archivos y bibliotecas, con pesquisas paralelas en las fuentes de información señaladas (Gómez Moreno, 2000). A nadie le extrañará, entonces, que las noticias se hayan recuperado de publicaciones como Archivos leoneses o Revista Eclesiástica. También se explica así que publicaciones como el Repertorio de Historia de las Ciencias Eclesiásticas en España, más moderno, constituya una verdadera mina para el medievalista, con independencia de sus intereses. 20 Aunque la obra conserva gran parte de su interés, en conjunto ha sido superada por los siete grandes tomos de Dutton (1990-1991).
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cializada en recuperar textos inéditos, atrajo pronto a Menéndez Pidal, que volvió con nuevos datos sobre el fascinante poema de la Bibliothèque Nationale que diera a conocer Alfred Morel-Fatio. En la ficha, figura el título con que desde entonces se conoce la obra: «Razón de Amor, con los Denuestos del agua y el vino», 13 (1905), pp. 602-618. La otra publicación francesa especializada en cultura española era el Bulletin Hispanique (1899), que, antes de aparecer en formato exento, llegó al lector como simple sección de los Annales de la Faculté des Lettres de Bordeaux. Esta institución académica era y es la sede oficial de tan prestigiosa revista. De tener en cuenta esa primera fase de su existencia, podríamos retrotraer la fundación del Bulletin a 1879, con lo que arrebataría la precedencia a la Revue Hispanique. Si cabe hablar de un responsable de su nacimiento y desarrollo, ése es Georges Cirot, discípulo dilecto de Morel-Fatio y hábil mediador entre los especialistas de ambos lados de los Pirineos; de hecho, consiguió que Menéndez Pidal contribuyese al Bulletin con notas esporádicas como «A propósito de “La Bibliothèque du marquis de Santillane”», 10 (1908), pp. 397-411. Importa resaltar que el Bulletin estaba abierto a la cultura panhispánica en toda su amplitud y en su inmensa geografía, incluidas las tierras de Ultramar. Un testigo de excepción, Tomás Navarro Tomás (1968-69: 10), nos da cuenta de que, a comienzos de 1914, todo estaba preparado para que el primero de los Cuadernos de Trabajo del Centro de Estudios Históricos saliese a la calle; en él se recogían nada menos que el poema de Elena y María, uno de los grandes hallazgos de Menéndez Pidal, y el trabajo de Asín Palacios a que enseguida aludiré. Don Ramón no estaba contento con la idea inicial y pretendía corregirla en la medida que considerase necesaria; sin embargo, esperó a que Navarro Tomás regresase de Hamburgo, donde se hallaba el Phonetisches Laboratorium. Poco después, veía la luz la primera entrega de la Revista de Filología Española: «El primer fascículo de la Revista apareció pocas semanas antes de que empezara la primera guerra europea. La primera suscripción que recibimos fue la de don Miguel de Unamuno». * *
*
La aparición de la Revista de Filología Española (1914) vino a colmar una laguna que algunos consideraban vergonzante, pues vergüenza daba que el país vecino tuviese dos publicaciones periódicas especializadas en lenguas y literaturas peninsulares, mientras España no disponía de nada semejante, no ya respecto de la lengua y literatura francesa, sino de su propia lengua y literatura. Nada más aparecer ese primer número, quedó claro que el gentilicio española (en cuya elección habían
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Artículo de Miguel Asín que abría el primer número de la RFE (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
pesado sin duda el prurito patriótico y el prestigio cultural del término) tenía el sentido amplio que le dan la primera y, sobre todo, la segunda acepción del DRAE; por ello, si en algún momento se consideró la posibilidad de denominarla castellana, no cabe duda de que fue rechazada. Si hubiese que dar alguna razón de peso para desestimar el gentilicio, la principal es el reduccionismo que implica limitar lo español a lo castellano. La trayectoria profesional de Menéndez Pidal, que incubó la idea y dirigió la publicación a lo largo de su vida, bastaba para descartar tal posibilidad. Por otra parte, el índice del primer número de la Revista de Filología Española demuestra que interesaba la cultura hispánica en toda su extensión. En ese sentido, resulta probatorio el título del primer trabajo, fruto de la pluma de Miguel Asín Palacios: «El original árabe de la Disputa del asno contra Fr. Anselmo Turmeda» (ibid., pp. 1-51).21 También las colaboraciones de Miguel Artigas, aún al frente de la Biblioteca de la Universidad de Madrid («Fragmento de un glosario latino», ibid., pp. 245-274), y de Zacarías García Villada («Poema del abad Oliva en alabanza del Monasterio de Ripoll. Su continuación por un anónimo», ibid., pp. 149-161) revelan que la literatura hispano-latina tampoco era ajena a la Revista. En fin, un trabajo historiográfico del malogrado Pedro González Magro («Merindades y señoríos de Castilla en 1353», ibid., pp. 378-401) confirma la flexibilidad con que se conducía este primer Consejo de Redacción. Si por algo llama la atención el primer número de la Revista de Filología Española es por la amplitud de miras de quien lo diseñó. Esta marca característica —virtud, me atrevo a llamarla, y sin ambages— aparece ya en rama y es inherente a la organización del Centro de Estudios Históricos. En realidad, lo que refleja el índice del primer número es el encuentro, en un mismo espacio, de los maestros indiscutibles de una serie de disciplinas relacionadas. De nuevo la eficaz retrospectiva de Navarro Tomás plasma el ambiente y presenta a sus actores principales (Navarro Tomás, 1968-1969: 10):22 Las primeras secciones establecidas en el Centro fueron la de Filología, dirigida por Menéndez Pidal; la de Arqueología y Arte, por los profesores don Manuel Gómez Moreno y don Elías Tormo; la de Estudios árabes, 21 El propio Asín Palacios lo publicó exento en un librito con los datos editoriales que siguen: Madrid: Junta de Ampliación de Estudios, Centro de Estudios Históricos, 1914. Sobre la existencia de este texto, véase Gómez 2005. 22 Véase también García Mouton, 2012.
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por don Julián Ribera y don Miguel Asín, y la de Instituciones medievales, por don Eduardo de Hinojosa.
No eran santones dispuestos en hornacinas independientes, con su propio culto y sus prosélitos. Sabemos que los estudiantes que pretendían especializarse en Edad Media debían cursar todas las materias señaladas, sin olvidar la Historia de España, cuya enseñanza corría a cargo de don Rafael Altamira. En docencia e investigación, y en razón del ideario y del programa que lo recogía, el Centro de Estudios Históricos rechazó la separación de maestros y disciplinas en compartimentos estancos. Los estudiantes recibían una formación integral, comprehensiva y nada somera, que los capacitaba para trabajar, con idéntico tino, con un documento de poridad en letra carolina, un texto en aljamía arábiga, un documento cuajado de escollos diplomáticos o una probatio calami en una híbrida endiablada. En sus tareas formativas y en la investigación realizada en su seno, las autoridades del Centro de Estudios Históricos eran conscientes de los males derivados de una fragmentación excesiva del saber, con independencia de que se aplicase a las titulaciones (con consecuencias funestas para el alumno) o a las áreas de conocimiento (en perjuicio del profesor y del investigador). No está de más decir que, por desgracia, ésta ha sido la tendencia seguida por la universidad española en los últimos cuarenta años. De las circunstancias que envolvieron la génesis y el desarrollo de la Revista de Filología Española se extraen otras tantas lecciones. Las veremos juntos hacia el final de mi contribución a este catálogo. La ocasión era tan especial que todos esperaban una de esas sorpresas a que los tenía acostumbrados don Ramón. Sin duda alguna, ése era su propósito, pues presentó una pieza absolutamente excepcional en atención a su materialidad (por diversas razones, el manuscrito de la biblioteca de los Duques de Alba no tiene igual) y su textualidad (es el único representante español de la disputa entre dos mujeres sobre si es mejor amante el clérigo o el caballero). La ficha bibliográfica correspondiente forma parte del universo de referencia primordial de cualquier medievalista: «Elena y María (Disputa del clérigo y el caballero). Poesía leonesa inédita del siglo XIII», ibid., pp. 52-96. El poema, compuesto en el característico pareado narrativo de la vieja poesía ro-
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Reproducción del manuscrito de Elena y María en el artículo de R. Menéndez Pidal (RFE I, 1, 1914) (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
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mánica, muestra su doble encaste: por un lado, con los goliardos y la poesía mediolatina; por otro, con los trovadores y la corte medieval. En el volumen aún hay espacio para un trabajo corto de don Ramón, «Poesía popular y Romancero» (ibid., pp. 357-377). Páginas después, es Américo Castro quien sorprende al lector con «Disputa entre un cristiano y un judío» (ibid., pp. 173-180), un trabajo que, por puramente filológico, refleja bien al Castro de la primera época, aunque su contenido preludie al Castro de la larga fase norteamericana, que vinculamos a Princeton y La Jolla.23 Aunque ya se ha apuntado algo, conviene repetir que, a lo largo de cuatro décadas aproximadas, este estudioso fue perfilando su herramienta de análisis y revisando su discurso. Con su peculiar aproximación a la Historia, Castro perseguía liberar a los españoles de una especie de maldición, que enrarecía primero y luego viciaba el aire que les tocaba respirar juntos. Si los españoles —decía don Américo— conociesen la verdadera causa de su tragedia (que él veía en el conflicto de castas que los atrapó y enfrentó desde el siglo XV en adelante), podrían escapar a su terrible destino, del que la Guerra Civil era sólo una prueba más. Dado su propósito salvífico, esta idea se torna obsesiva en el Castro anciano. Volvamos a otra figura principal, Antonio García Solalinde, alumno dilecto de don Ramón. Partidario ferviente del método filológico, se cuenta entre los primeros españoles que dieron acuse de recibo a la Crítica textual lachmanniana, como se desprende del prefacio a su edición de la General Estoria.24 Por ello, sus ediciones partían de una recensio exhaustiva, fotografiaba todo el material y, si las circunstancias lo permitían (algo impensable en el caso del opus magnum del Rey Sabio, al que dedicó la mayor parte de su tiempo y energía), aprovechaba para transcribir los documentos in situ. De cada uno de sus viajes, Solalinde volvía con la cosecha documental correspondiente. En concreto, para el primer número de la Revista, seleccionó un testimonio precioso por cuanto mostraba el éxito del Arcipreste de Hita fuera de su ámbito lingüístico-cultural: «Fragmentos de una traducción portuguesa del Libro del Buen Amor de Juan Ruiz», 1 (1914), pp. 162-172. Incluso el alevín de medievalista debe saber que todos —también él— hemos adquirido una gran deuda con Solalinde, y no sólo por las ediciones que publicó en vida o por el riquísimo material (fotográfico, bibliográfico, lexicográfico, etc.) que dejó a su muerte (acaecida a una 23 Al respecto, resultan esclarecedoras las contribuciones de un par de homenajes: Bustos Tovar y Silverman, 1987; y Surtz, Ferrán y Testa, 1988. 24 El otro es Zacarías García Villada, un historiador de la Compañía de Jesús integrado en las tareas del Centro de Estudios Históricos y la Revista de Filología Española. La publicación de cierto ensayo (El destino de España en la historia universal, Madrid, Cultura Española, 1936) le costó la vida a poco de declararse la Guerra Civil. Una exposición de los rudimentos de la Crítica textual es lo que ofrece en García Villada (1921: 294-309).
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edad verdaderamente temprana, pues aún no había cumplido los cuarenta y cinco años). Nuestra gratitud deriva de haber sido él quien ideó el centro de investigación que más ha hecho por el Medievo español en los Estados Unidos y —aquí veremos por qué— también en buena medida en España. En su necrología, aunque le falte perspectiva, Joaquín Ortega (1937: 351) se muestra perspicaz y certero al máximo. Oigámoslo, y no olvidemos que la crisis económica a la que se refiere es la que tiene su epicentro en 1929: Y surge en Wisconsin, como por ensalmo, en medio de la crisis económica que imponía restricciones, algo substancial y dinámico que no se puede describir con datos ni estadísticas, aunque ellos fuesen elocuente prueba de lo mucho realizado en tan corto espacio de tiempo. Un grupo de trabajadores de la inteligencia guiados por la dulce mano de un verdadero hombre y de un maestro verdadero, una como prolongación del Centro de Estudios Históricos. Una realidad que crece en actos y en promesas. Vemos a una veintena de doctores esparcidos por colegios y universidades mirar hacia esas habitaciones llenas de libros y de ficheros como a su solar intelectual. Veíamos ya salir del Seminario, de este remoto lugar de Wisconsin, en un futuro cercano, la clarificación de un período capital en la historia de la cultura española.
Con una paciencia y abnegación únicas, su fiel discípulo Lloyd Kasten se hizo cargo de aquel proyecto de proyectos; más tarde, con fondos del National Endowment for the Humanities y con el know-how de John Nitti —espejo de discípulos leales para con Kasten, como Kasten lo había sido para con Solalinde—, decidió aplicar la cibernética a las tareas del Seminary of Medieval Spanish Studies. Ese organismo, una especie de esqueje de la Sección de Filología del Centro de Estudios Históricos, estuvo siempre al servicio de la comunidad académica, dentro y fuera de los Estados Unidos.25
El autor con el profesor Lloyd Kasten un día de septiembre de 1982 en la planta decimoprimera del Van Hise Hall, sede oficial del Seminary of Medieval Spanish Studies.
25 Doy fe de ello, aunque no en calidad de testigo, sino como el seminarista que fui durante el curso académico 1982-1983. Aquella experiencia dejó en mí una doble huella, profesional y emocional. Esa sensación de bienestar es especialmente intensa cuando el trabajo se realiza en un ambiente marcado por el compañerismo, la admiración y el afecto. Así era el Centro de Estudios Históricos, como más adelante contarán sus principales protagonistas, profesores o becarios; ésa es la sensación que nos queda de leer lo que Rafael Lapesa o Samuel Armistead han escrito acerca de Américo Castro, su maestro en Madrid y Princeton, respectivamente. Fue Francisco López Estrada, que tuvo como profesores a varios de los discípulos de don Ramón en la recién estrenada Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, quien me puso en contacto con Kasten e hizo posible mi primera experien-
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A Madison acudían medievalistas de todas las especialidades porque el Seminary marcaba el state-of-the-art en la aplicación de la electrónica a las Humanidades: para catalogar fuentes primarias o referenciales; editar textos y generar de concordancias e índices automáticos; o desarrollar diccionarios lematizados y herramientas lexicográficas de índole diversa. Por vez primera, cabía la posibilidad de controlar todo el proceso editorial sin salir del despacho. Como la ciencia avanza a pasos agigantados, hoy nada de esto llama la atención; sin embargo, en aquellos tiempos era algo sencillamente revolucionario. En las dependencias del Seminary viví el paso del main-frame al PC, de una base de datos plana a otra de tipo interrelacional. Pronto me di cuenta de que todo se hacía para cumplir la voluntad de Solalinde.26 Como tantas otras veces, las actividades del equipo de Kasten y Nitti se basaban en ideas de Solalinde que, a su vez, remitían a Menéndez Pidal. La necrología de Ortega (1937: 351-352) informa con absoluta precisión sobre los seis grandes proyectos acariciados primero por García Solalinde y luego continuados por Kasten: […] seis magnos proyectos: la edición de la General Estoria de Alfonso X; la edición o reedición autorizada de las otras obras del Rey Sabio; un diccionario etimológico Alfonsino; un índice acumulativo del español Medieval; una bibliografía completa de literatura y lingüística españolas; una biblioteca especializada en el campo medieval que incluye reproducciones fotográficas de libros y documentos raros.
La penúltima de las referencias, aunque inconcreta, es de enorme importancia, pues apenas si oculta lo que hay detrás: una clara alusión a la más tarde titulada Bibliography of Old Spanish Texts (BOOST), proyecto en que Faulhaber y yo trabajamos desde entonces, y que, a resultas de nuestro esfuerzo, pudo ver su tercera y última edición en papel (Charles B. Faulhaber, Ángel Gómez Moreno, David Mackenzie, John J. Nitti & Brian Dutton, Bibliography of Old Spanish Texts 3, Madison, The Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1984). De ahí en adelante, se cambió de nombre (Bibliografía Española de Textos Antiguos o sencillamente BETA) y de soporte (primero se distribuyó en DVD y luego pasó a la Red: http://bancroft.berkeley.edu/philobiblon/beta_es.html). El testimonio de Navarro confirma lo que Kasten, fiel albacea del legado de Solalinde, dijo públicamente en un sinfín de ocasiones. En primer lugar, aquel maestro, único por su sabiduría y humildad, procia norteamericana. Lo que me esperaba era, ahora lo veo claro, una réplica del Centro de Estudios Históricos al otro lado del Atlántico. 26 Sobre mis vivencias durante aquel año y mi trabajo en relación con el Seminary he dejado testimonio escrito en varios lugares. Entre los más recientes, véase Faulhaber y Gómez Moreno, 2009.
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testaba cuando le decíamos que él había ideado BOOST para gestionar las fuentes de información del Dictionary of Old Spanish Language (DOSL). Lo repetíamos como loritos: sólo tras localizar los códices e incunables que conservan los textos de más calidad y transcribirlos de forma directa y con criterios uniformes, se obtiene un material lexicográfico idóneo. Kasten sólo discrepaba en lo relativo a la paternidad del proyecto, que atribuía a Solalinde, su querido maestro. Hoy sé que decía la pura verdad. Sí, todo había partido de Solalinde, aunque la idea no parece haberla incubado en Madison. Me consta que, cuando el estudioso llegó a Norteamérica, traía una idea clara de los seis proyectos a que alude Navarro; es más, puedo afirmar que los seis fueron incubados en el ambiente inigualable del Centro de Estudios Históricos. En concreto, sabemos que don Ramón se quejaba continuamente de un doble problema que afectaba a todas las actividades desarrolladas por sus equipos de la Sección de Filología: el primero, la pérdida de la mayoría de los testigos del que hubo de ser inmenso patrimonio bibliográfico español del Medievo, no tenía arreglo; para el segundo, en cambio, sí había remedio, aunque exigía la implicación de todos los estudiosos preparados para tan inmensa tarea, españoles o foráneos. Por supuesto, don Ramón se refería al escaso o nulo conocimiento que se tenía de la práctica totalidad de las bibliotecas y los archivos españoles, grandes o chicos. Él ya había marcado el camino al catalogar los códices historiográficos de la Biblioteca Patrimonial de su Majestad el Rey (Crónicas generales de España, Madrid, Real Biblioteca, 1898); no obstante, su labor era puramente testimonial, pues quedaba casi todo por hacer. Repárese, por ejemplo, en que el primer tomo del Catálogo de los manuscritos castellanos de la Real Biblioteca de El Escorial del padre Julián Zarco Cuevas se publicó en 1924, el mismo año en que Solalinde se instalaba definitivamente en Madison, y que, por aquel entonces, no se vislumbraba la posibilidad de inventariar los códices de la Biblioteca Nacional. Lo más prudente era dejar de lado algunos de tales sueños y prestar atención a la inmensa tarea que se les presentaba a corto y medio plazo; de hecho, el maestro tenía perfectamente definidos sus objetivos personales y los correspondientes a cada uno de los miembros de su equipo. En el caso de la Revista de Filología Española, pretendía convertirla en lo que pronto fue: una obra de referencia reconocida por su solvencia científica. Había que hacerse con originales de calidad incuestionable y había que implicar en el proyecto a los grandes especialistas de la disciplina, aunque para ello había que convertirlos en colaboradores habituales. En ese sentido, la presencia de Arturo Farinelli, el gran hispanista italiano, merece comentario aparte.
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Que su firma aparezca en este primer número junto a las de los profesores, alumnos y colaboradores habituales del Centro de Estudios Históricos ha de considerarse un éxito más de don Ramón. De hecho, ¿quién, si no él, pudo convencer a alguien de tantísimo renombre para remitir un trabajo original a una revista nonata? Ya se ha visto que España despertaba no pocos recelos y rechazos y que la atención de los romanistas no se dirigía precisamente hacia las lenguas y culturas peninsulares; menos, si cabe, perdamos de vista la frase con que los humanistas italianos —y muchos intelectuales de esa misma nación, siglo tras siglo— se referían a la ubicación de España en términos no sólo geográficos, sino culturales: in extremo mundi angulo. Pero Farinelli no era de esa opinión; es más, tras la deriva de Mario Schiff hacia la literatura francesa del Grand Siècle,27 no había nadie mejor que él para honrar con su sola presencia el primer número de la Revista de Filología Española. Farinelli era el hispanista enamorado de España, lo que lo situaba en los antípodas del hispanófobo Benedetto Croce.28 Consciente de lo mucho que importan los grandes nombres para prestigiar una publicación, don Ramón continuó llamando a la puerta de otros reputados filólogos; de ese modo, en el número 2 (1915) de la Revista de Filología Española contó con las contribuciones del germanochileno Federico Hanssen y la germano-portuguesa Carolina Michaëlis de Vasconcellos; además, aunque sólo fuese con dos notas extremadamente breves, pudo incluir a dos mitos, el romanista W. Meyer-Lübke y el hispanista Alfred Morel-Fatio.29 Aparte, en el volumen figuran un apenas conocido Joseph de Perott (profesor en un pequeño College de Massachusetts) y un tal «Dr. A. S. Yahuda», que no es otro que Abraham Yahuda, que en 1915, precisamente, comenzó a enseñar Hebreo en la Universidad Central o Universidad de Madrid, gracias a la dotación de una plaza a resultas de la campaña de Ángel Pulido en favor de los sefardíes. Al incorporar el artículo de Yahuda («Contribución al estudio del judeo-español», ibid., pp. 339-370), don Ramón hubo de tener presente el primer volumen de Revue Hispanique, que incluye un utilísimo instrumento de trabajo de Foulché-Delbosc, «La transcription hispanohebräique», 1 (1894), pp. 22-33. De todos modos, hay que tener en cuenta que la materia encajaba a la perfección en un momento en que 27 Tampoco olvidemos que este estudioso, autor de una obra de la importancia de La Bibliothèque du Marquis de Santillane, París: Bouillon, 1905, falleció a comienzos de 1915 tras larga enfermedad. 28 Sobre las posturas de Farinelli y Croce en la polémica sobre España y el Renacimiento, véase Gómez Moreno, 2015. De Farinelli, hay que leer Farinelli 1905, luego incorporado en 1906: 270-277; y muy ampliado, en 1929, I, pp. 387-425. Tras los escritos de primera época (Croce 1889-1991), Croce 1917 retoma el asunto y lo amplía en diversos sentidos. 29 En paralelo, para los Anejos, Américo Castro tradujo a Meyer-Lübke 1914.
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el problema de los judíos españoles en su segunda diáspora despertaba verdadera pasión. Todo lo hizo posible la publicación de un par de libros del citado doctor Pulido: Los israelitas españoles y el idioma castellano, Madrid, Tipografía de los sucesores de Rivadeneyra, 1904, y Los españoles sin patria y la raza sefardí, Madrid, E. Teodoro, 1905; no menos determinante fue su campaña política, como senador vitalicio que era, en pos de la concesión de la nacionalidad española a cuantos sefardíes la solicitasen.30 Del segundo número aún queda un importantísimo nombre por mencionar: el del mexicano Alfonso Reyes, que pasó una larga temporada (en concreto, entre 1914 y 1919) en el Centro de Estudios Históricos, bajo la tutela del propio don Ramón. Durante su estancia, Reyes se interesó por casi todo y también sobre todo o casi todo tomó apuntes y escribió reseñas, notas, artículos o ensayos extensos, según el caso. Aunque su trabajo más conocido es su versión modernizada del Cantar de mio Cid, que basó en la edición crítica de Menéndez Pidal (ambas afamadas por haber visto la luz en la Colección Austral de la editorial Espasa-Calpe), mucho más tiempo dedicó a Luis de Góngora y al gongorismo o culteranismo; de hecho, esta es la materia que aborda, con inteligencia y sensibilidad singulares, en esta nueva entrega de la Revista de Filología Española.31 El otro gran intelectual hispanoamericano integrado en el Centro de Estudios Históricos y activo como muy pocos en la Revista de Filología Española era Pedro Henríquez Ureña, dominicano de nacimiento y cosmopolita en atención a su biografía. Durante el tiempo que pasó en el Centro de Estudios Históricos, se ocupó de toda una variedad de asuntos, como lo demuestran los libros que reseñó para la Revista; de igual modo, sus artículos versaban sobre la lengua española, la literatura del Siglo de Oro o, especialmente, la métrica. En Madrid, se perfiló definitivamente el experto que fue en esta última materia, al igual que don Ramón o Tomás Navarro Tomás; por eso, uno de sus principales trabajos para la Revista fue «El endecasílabo castellano», 6 (1919), pp. 132-157, donde atiende al verso por excelencia de la poesía italiana, española y europea a lo largo de la Era Moderna. Un año después, salía de las prensas una monografía que sólo habría podido escribir un discípulo directo de Menéndez Pidal como era Henríquez Ureña. Eso es lo que se desprende de su título y los datos editoriales correspondientes: La versificación irregular en la poesía española, 30 En 1910, con el apoyo de Alfonso XIII, nacía la Alianza Hispano-Hebrea, que pretendía atender a las necesidades de los judíos de Marruecos y los Balcanes. Sobre el asunto, véase Rother 2000. Lo último sobre el particular lo tenemos en Rozenberg 2006. 31 Sobre estos vínculos con la cultura española, habla el prólogo de Teresa Jiménez Calvente a Reyes 2012.
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La versificación irregular en la poesía española de Pedro Henríquez Ureña (Biblioteca de Á. Gómez Moreno).
Madrid, Junta de Ampliación de Estudios, Centro de Estudios Históricos, Publicaciones de la Revista de Filología Española, n.º IV, 1920. Al respecto, hay que recordar que, en el anisosilabismo, don Ramón veía una marca característica de la primitiva poesía española, «un caso notable de popularismo».32 Frente al virtuosismo francés, la ametría española es indicio de parquedad, austeridad y un desaliño característicamente español; en ella, se refleja la tendencia de nuestro arte a lo esencial o medular, a lo que de veras importa, lejos de cualquier atisbo de grandeur. Por ello, Menéndez Pidal abordó el asunto cada vez que pudo; por eso, también prologó la segunda edición, corregida y aumentada, del libro de Henríquez Ureña (1933). Pasaba el tiempo y el maestro seguía cuidando de sus discípulos, presentes o ausentes, reunidos en torno a un gran proyecto: la Revista de Filología Española, sus anejos y otras publicaciones desarrolladas a su calor y arrimo. No se trataba sólo de don Ramón y su celo: era la política de la casa. A las monografías extensas se les daba salida gracias a la serie auspiciada por el Centro y por la propia Junta.33 Del mismo modo, a las iniciativas con visos de futuro se les asignaba un responsable y se les otorgaba estatus de subsección. Entre las subsecciones de la Sección de Filología, destacaré dos en particular: la primera es la llamada de «Textos literarios de la Edad Media», que puso marco a la labor de Antonio García Solalinde con Alfonso X y que alcanzó su primer gran fruto (el único que alcanzó a ver en realidad) en la edición de la General Estoria: Primera parte, Madrid, Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, Centro de Estudios Históricos, 1930;34 en Así se expresa en Menéndez Pidal 1924: 346. Para la organización de la Sección de Filología, una relación de sus colaboradores y un rápido repaso de sus principales proyectos editoriales, véase López Sánchez 2006. 34 Con lo arriba visto, estamos perfectamente informados de la seminal labor de este estudioso, con la fundación del Seminary of Medieval Spanish Studies en la University of Wisconsin-Madison y la publicación póstuma, junto a sus discípulos, de la General Estoria: Segunda parte (García Solalinde, Kasten y Oelschläger, 1957). 32 33
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segundo término, nos interesa la subsección de Estudios de Historia Literaria, a la que se vinculó el propio Menéndez Pidal mientras escribía su bello al tiempo que enjundioso ensayo Poesía juglaresca y juglares. Aspectos de la historia literaria y cultural de España, que recién acabo de citar. Ficha tras ficha se prueba que la Revista de Filología Española era el epicentro de todas las actividades. El futuro de la Revista, como el de cualquier publicación académica, dependía de la fama de sus colaboradores y la calidad de sus originales. Interesaban sobre todo los hallazgos más recientes, las ediciones de textos desconocidos o mal editados hasta la fecha, y todos aquellos estudios planteados y resueltos de manera impecable. El nivel alcanzado en las dos primeras entregas había sido tal que parecía punto menos que imposible mantenerlo número tras número. Por fortuna, cada uno de los que iban saliendo a la calle llevaba engastada al menos una perla de parecido oriente. Desde el enfoque de un medievalista, esa responsabilidad recayó en Antonio García Solalinde, «Las versiones españolas del Roman de Troie», 3 (1916), pp. 121-165; Ramón Menéndez Pidal, «Roncesvalles. Un nuevo cantar de gesta español del siglo XIII», 4 (1917), pp. 105-204; Antonio García Solalinde, «El códice florentino de las Cantigas y su relación con los demás manuscritos», 5 (1918), pp. 143-179; y otro asiduo, Francisco Javier Sánchez Cantón, «El Arte de trovar de Don Enrique de Villena», 6 (1919), pp. 158-180. A los pocos números, la Revista de Filología Española se había erigido en el referente de primer orden que hoy continúa siendo, y además a nivel internacional. Es lo que justamente merecía en atención a un contenido que oscilaba entre lo bueno y lo excepcional. Nada, no obstante, se habría conseguido sin el aval de Menéndez Pidal, cuyo solo nombre abría las puertas de los grandes templos del saber y disponía favorablemente al hispanista, romanista, comparatista, lingüista, filólogo, historiador o folclorista más exigentes. España había dado grandes nombres
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Poesía juglaresca y juglares de R. Menéndez Pidal (Biblioteca del autor).
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a esas y otras tantas disciplinas y especialidades implícitas en la relación previa. Ahora bien, sin negarle o regatearle a nadie el mérito y la cuota de gloria que en justicia le corresponde, sólo de Menéndez Pidal puede decirse que cuenta entre los mejores en todas y cada una de ellas. Aún no tenía cuarenta años y don Ramón ya había publicado obras de la envergadura de La leyenda de los siete Infantes de Lara (1896), Crónicas generales de España (1898) Cantar de mio Cid: texto, gramática y vocabulario (1898), Manual elemental de gramática histórica española (1904) y Primera crónica general: Estoria de España que mandó componer Alfonso el Sabio y se continuaba bajo Sancho IV en 1289 (1906). Tal bagaje, al que había que unir sus artículos en torno al Poema de Yúçuf, la Disputa del alma y el cuerpo, el Auto de los Reyes Magos y la Razón de amor, satisfacía, si es que no apabullaba. No extraña, por ello, que, desde la Johns Hopkins University de Baltimore y la Columbia University de Nueva York, se le invitase a impartir sendos cursos sobre la épica castellana y el romancero. La aventura comenzó propiamente en febrero de 1909, cuando don Ramón y doña María Goyri, su esposa, tras disfrutar de unos días en París, llegaron al puerto de Cherburgo para embarcar en el trasatlántico que los llevaría a los Estados Unidos. En Baltimore los esperaba Carroll Marden, cuya edición del Poema de Fernán González (1904) era bien conocida en el Centro de Estudios Históricos. Con él, el sabio español había acordado que, ya que hispanistas había pocos y pocos eran también los profesores y estudiantes capaces de seguir una clase en español, hablaría en francés. En la decisión, pesó mucho que las teorías pidalianas interesasen directamente a la literatura francesa del Medievo, tanto a bulto como en infinidad de detalles. Un año después, aparecía el resultado de aquel primer curso: L’épopée castillane à travers la littérature espagnole, Paris, A. Colin, 1910.35 En Manhattan, donde tiene su sede Columbia University, lo esperaba John D. Fitz-Gerald, que había editado La vida de Santo Domingo de Silos, por Gonzalo de Berceo (1904), había publicado Versification of the «Cuaderna Via» as Found in Berceo’s Vida de Santo Domingo de Silos (1905) y había ganado su título de doctor en 1906. Las circunstancias del segundo y último curso de don Ramón quedan claramente expresas en el título del libro que lo recoge: El romancero español. Conferencias dadas en la Columbia University de New York los días 5 y 7 de abril de 1909 bajo los auspicios de The Hispanic Society of America, Nueva York, The Hispanic Society of America, 1910. De lo que aquella visita supuso para el maestro y sus discípulos tenemos noticias ciertas y sospechas razonables. No cuesta nada imaginar la expectación con que, ya de vuelta a casa, hubieron La versión española revisada saldría a la calle mucho más tarde y con un título que es mera traducción de aquél: La epopeya castellana a través de la literatura española, Madrid, EspasaCalpe, 1945. 35
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de recibirlo en el Centro de Estudios Históricos. Las caras de asombro las imaginamos también en las sucesivas hornadas de filólogos formados por don Ramón cuando en algún receso les daba cuenta de los mirabilia norteamericanos. El relato de aquel viaje hubo de pesar sobre Antonio García Solalinde cuando marchó a Columbia University para dar su primer curso completo o cuando encauzó sus pasos hacia el Midwest norteamericano. La emulación, consciente o inconsciente, del maestro es un factor que no cabe desdeñar, pues ayuda a entender la presencia de Américo Castro en Princeton, Amado Alonso en Harvard, Tomás Navarro Tomás y Federico de Onís en Columbia, y Homero Serís en Syracuse. Su llegada, como la de unos cuantos romanistas que fueron desviando su foco de atención hacia la Península Ibérica (pienso en estudiosos de la talla de Leo Spitzer o Yakov Malkiel), vino a reforzar el ya pujante hispanismo norteamericano, que creció de forma exponencial. A don Ramón y doña María los tuvo muy presentes otro discípulo de excepción, Rafael Lapesa. En febrero de 1948, este gran filólogo se hallaba en Nueva York junto a su esposa, Pilar Lago. Estaban de paso, pues su destino final era Princeton University, donde Lapesa iba a enseñar un curso académico completo por invitación de Américo Castro. El tren con destino a Nueva Jersey partía de la suntuosa Pennsylvania Station, por lo que hacia ella enderezaron. Al entrar en el edificio, su mirada no se dirigió al mostrador, los tablones de información o los ricos mármoles que revisten todo el interior. El foco de atención era otro diferente y tal que a ambos dejó boquiabiertos: allí, ante sus ojos, estaban las escaleras mecánicas de las que tanto habían oído hablar. Con ilusión infantil, subieron y bajaron por ellas todas las veces que quisieron, que nos consta fueron muchas. El viaje de don Ramón se instaló en el imaginario del Centro de Estudios Históricos. Había pasado un lustro cuando salió a la calle el primer número de la Revista de Filología Española. A esas alturas de la vida, con sólo cuarenta y cinco años, Menéndez Pidal gozaba de merecida fama de sabio en España y fuera de España. Lo avalaba su inmensa obra erudita y lo confirmaba un magisterio que, como en la Antigüedad (pienso en la anécdota del ciego gaditano que viajó a Roma con el solo propósito de besar la frente de quien había
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Rafael Lapesa con Vicente Aleixandre, foto de Martín Santos Yubero (Biblioteca Valenciana Nicolau Primitiu. Archivo Rafael Lapesa Melgar).
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escrito Ab urbe condita) o en el Renacimiento (en este caso, recuerdo a tantos estudiantes internacionales como logró reunir Guarino di Verona en su afamada escuela), había atraído a personajes de la talla de Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña. Ninguno de los dos dudó en poner mar por medio para formarse con tan excepcional maestro. Dejo a un lado el almíbar del discurso apologético y cedo la palabra a Yakov Malkiel, de quien también en 2014 se cumplió el centenario de su nacimiento.36 En la necrología que dedica a Menéndez Pidal, el lingüista de Berkeley se pregunta qué habría pasado si don Ramón hubiese fallecido el mismo año en que apareció el primer número de Revista de Filología Española. Poco amigo del elogio hiperbólico, Malkiel se expresa en los siguientes términos («Era omne esencial…», op. cit., p. 386):37 Had Menéndez Pidal, through some tragic twist of circumstances, died in 1914, he would have gone down in history as one of the all-time major figures of Spanish scholarship and as an imaginative, tireless enricher of Romance philology on a global scale.
* * * Concluyo este introito con una aseveración y unas cuantas reflexiones. La primera se resume en pocas palabras: la sección literaria de la Revista de Filología Española goza de enorme prestigio gracias a un pasado encomiable. Aquí, he atendido a la fase de gestación del proyecto y he revisado la política editorial marcada por Menéndez Pidal, que, como ya hemos visto, incidía en la doble necesidad de disponer de originales de calidad e incorporar firmas ilustres en la relación de colaboradores habituales. Lo primero lo determina casi siempre el azar, aunque éste sólo se activa si se dan batidas en pos de aquellos códices, incunables y libros raros en los que podrían esconderse los testigos de nuestro pasado literario. Por otro lado, contar con expertos de renombre que colaboren con reseñas, notas, artículos y, dado el caso, monografías extensas de36 Desde estas líneas, reconozco abiertamente mi falta, pues yo mismo anuncié la efemérides y solicité el permiso del Consejo de Redacción de la Revista de Filología Española —que, por cierto, me fue dado— para escribir un recuerdo parecido al que dediqué antes a su ilustre esposa (Gómez Moreno 2011). Las circunstancias, a veces, pueden con uno, y ésta fue una de ellas; por ello, ruego que en esta nota se vea sólo un mal sucedáneo al homenaje que Malkiel merecía y no tuvo. Como anécdota, recordaré que, en uno de nuestros paseos por Berkeley, en el distante verano de 1986, Malkiel me dijo con gesto y tono socarrón: «¿Sabe usted lo que dicen las malas lenguas?: que soy el padre de un género literario académico, el obituario irónico». 37 «Si Menéndez Pidal, por un trágico azar, hubiese muerto en 1914, habría figurado en los anales como uno de los grandes representantes de la erudición española y, visto a mayor escala, como un romanista infatigable, creativo y original.» La condicional irreal apenas si interesa. Basta decir que don Ramón vivió otros cincuenta y cuatro años más y que se mantuvo activo hasta la edad de noventa y cinco años aproximadamente.
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Don Ramón y una visita, foto de autor ignoto (Archivo de Félix Gómez Moreno).
pende de otros factores; de todos ellos, en los tiempos fundacionales de la Revista y también años más tarde, el principal fue la generosidad con que don Ramón atendió a todos cuantos llamaban a su puerta. En fotos que datan, como poco, de 1925 (ese fue el año en que marchó a su inmensa casa de la Cuesta del Zarzal, en Chamartín de la Rosa), lo vemos departiendo con colegas y, sobre todo, con jóvenes, discípulos propios o ajenos, que se hacían mayores, ocupaban puestos académicos relevantes y nunca olvidaban el buen trato recibido. Su predisposición hacia todo aquello que viniese de don Ramón era lógicamente buena. En realidad, no hubo que esperar tantos años. A poco de nacer, la Revista de Filología Española había enraizado, y muy profundamente, por cierto. Publicar en ella, entonces como hoy, es todo un privilegio; además, por su dilatada experiencia en la edición de trabajos estrictamente filológicos, se antoja el lugar idóneo para recoger una recensio exhaustiva, para dar forma exacta a una de esas ediciones en que se atiende a detalles microscópicos y para los mesteres filológicos más complejos y exigentes. Puestos a buscar acomodo para hallazgos de esos que hacen época, creo que no habrá quien me lleve la contraria al
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afirmar que, en el peor de los casos, la Revista de Filología Española no desmerece.38 De todos modos, he de indicar que, para bien y para mal, la situación presente difiere por completo del pasado que he ido recordando unas veces y recreando otras a lo largo de las páginas previas. Para comenzar, hoy disponemos de un buen número de revistas españolas de calidad contrastada.39 La paradoja es que, para los organismos que evalúan la actividad investigadora (como la ANECA, la ANEP o la CNEAI), muchas de ellas apenas si cuentan. Los prejuicios afectan también a la mayor parte de las editoriales españolas, particularmente las vinculadas a las universidades. La ruta que se ha seguido, que prima a editoriales foráneas en perjuicio de las españolas, está a punto de provocar algo que recuerda mucho a lo ocurrido en la segunda mitad del siglo XVI, cuando toda la industria del libro español acabó en la lejana Flandes. Si no se toman las medidas necesarias, el final de este sector productivo está cantado. En tiempos de Menéndez Pidal, y hasta fecha reciente, los trabajos de erudición valían mucho o poco con arreglo a su bondad intrínseca. Hoy, como vemos, los libros y artículos se clasifican de entrada como buenos o malos según el puesto que ocupe la editorial o revista en los rankings confeccionados por distintas instituciones académicas nacionales e internacionales. De entrada, con los criterios evaluadores imperantes en la Universidad y el CSIC, gran parte de la obra de don Ramón no tendría ningún valor por haberla publicado en una revista fundada y dirigida por él o en los Anejos de esa misma publicación, que también creó y dirigió (por cierto, el último de sus títulos en esta serie es Historia troyana polimétrica en prosa y verso. Texto de hacia 1270, Madrid, Junta para Ampliación de Estudios, Centro de Estudios Históricos, Anejo XVIII, 1934). No es el único caso: por idéntico motivo, al citado Yakov Malkiel habría que restarle la mitad o más de los títulos de una obra inmensa e imprescindible, pues cometió el error de publicarlos en Romance Philology. Ya sabemos la razón: aunque esa revista es un referee inexcusable en Filología Románica, todas las entradas pierden valor por haberla No me parece oportuno añadir una simple relación de las principales contribuciones a la Revista de Filología Española en la materia que me compete. Me limitaré a añadir que algunos de los grandes hallazgos de los últimos tiempos han visto la luz en tan prestigioso medio, como el artículo de Romero Tobar 1978-1980, donde se recoge una copia cuatrocentista de este texto en cuaderna vía en un códice de la Fundación Lázaro Galdiano que contiene la Leyenda áurea de Jacobo de Vorágine. Menor en tamaño pero de parecida importancia es el intercambio epistolar, sobre asuntos filosóficos y literarios, de don Íñigo López de Mendoza y un sobrino suyo, que di a conocer en Gómez Moreno 1983. 39 Aunque mi afirmación alcanza a todas las áreas de conocimiento en Ciencias Humanas, Sociales, de la Salud, Ciencias puras, Ciencias aplicadas e Ingenierías, la situación a la que me refiero afecta sobre todo al inmenso bloque de las Humanidades, que genera mayor número de libros que todas las demás juntas. 38
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fundado y dirigido. En la poda a que habría que someter su currículum para adaptarlo a nuestros estándares no sólo caería el obituario de don Ramón Menéndez Pidal, sino también el último de sus trabajos: Yakov Malkiel, A Tentative Autobibliography. With an Introduction by Henry Kahane, Berkeley y Los Angeles, University of California Press, 1988 (Romance Philology. Special Issue, 1988-1989. Special Editors: Joseph J. Duggan & Charles B. Faulhaber). N. B.: al autor de este introito se le inflige idéntico castigo cada vez que publica algún trabajo en la Revista de Filología Española. Es el precio que paga —y muy gustosamente, por cierto— por el hecho de pertenecer, y a mucha honra, a su Consejo de Redacción.
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P ILAR G ARCÍA M OUTON
Instituto de Lengua, Literatura y Antropología (CSIC)
Los trabajos del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (ALPI) y la Revista de Filología Española
En un contexto intelectual y científico como el del Centro de Estudios Históricos, que afianzaba su investigación en datos rigurosos sobre los que construir el conocimiento a partir de fuentes, raíces, tradiciones orales, documentos históricos, literarios, manifestaciones culturales, el Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (ALPI) representa uno de los principales proyectos de la Sección de Filología, enmarcado en las actividades de su Laboratorio de Fonética, cuya impronta quedó en la Revista de Filología Española (RFE). La suya es una historia complicada. La idea del atlas partió de Ramón Menéndez Pidal, que le encargó su dirección a Tomás Navarro Tomás. Finalmente ambos decidieron hacer un atlas de gran dominio que estudiase las variedades románicas de la Península y las islas Baleares. Después de una espera larga, los trabajos de campo comenzaron en la primavera de 1931 y avanzaron rápidamente hasta que la Guerra Civil española los paralizó. Navarro Tomás marchó al exilio a los Estados Unidos con los cuestionarios, pero, a mediados de los años cuarenta, negoció con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) su devolución, con el compromiso de que las encuestas se iban a terminar y el atlas se publicaría. Hubo que esperar hasta 1962 para ver editado un primer volumen del ALPI, de Fonética, con 75 mapas. Después, la publicación se paralizó y los materiales quedaron dispersos hasta que, en 2002, David Heap comenzó a colgarlos fotocopiados en Internet y contribuyó a volver a despertar el interés por ellos. En 2007, en el marco de las celebraciones del centenario de la Junta para Ampliación de Estudios, el CSIC decidió retomar la elaboración y la edición del ALPI con un proyecto1 coordinado por Pilar García Mouton, en el que colaboran 1 Proyecto intramural del CSIC, «Elaboración y edición de los materiales del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (ALPI)», Referencia 200410E604, 1-03-2009 a 31-10-2014.
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desde entonces Inés Fernández-Ordóñez (Universidad Autónoma de Madrid), David Heap (University of Western Ontario), Maria Pilar Perea (Universitat de Barcelona), João Saramago (Universidade de Lisboa) y Xulio Sousa (Universidade de Santiago de Compostela). Gracias a este proyecto, que utiliza las posibilidades de las herramientas informáticas, pronto estarán disponibles en la dirección www.alpi.csic.es la historia del atlas, sus características técnicas, una parte de los materiales inéditos cartografiables a demanda por quien los consulte y fondos fotográficos del ALPI.2 En el año 2011, a raíz de la puesta en marcha de este proyecto, la familia Rodríguez-Castellano donó los fondos de Lorenzo RodríguezCastellano, uno de los principales colaboradores del atlas, a la Biblioteca Tomás Navarro Tomás del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, fondos con los que hemos trabajado. Resulta también muy útil, para seguir la intrahistoria del atlas, el epistolario publicado por Santi Cortés y Vicent G.ª Perales en 2009.3 Como destacó el propio Navarro Tomás (1975: 14): Por virtud principal de su información fonética, el ALPI es como una especie de acta documental del carácter y fisonomía del habla popular de la Península en los años inmediatamente anteriores a la guerra civil. La honda conmoción producida por esta guerra en todo el país, y el movimiento de población ocasionado después por motivos económicos y sociales, habrán modificado sin duda alguna las líneas del ALPI, lo cual acentúa su interés como testimonio de valor histórico.
Pero también el valor científico del ALPI se mantiene, entre otras cosas porque sin él la Península Ibérica carece de un atlas general semejante a los de otros dominios lingüísticos europeos, un atlas de referencia con el que poder contrastar los datos recogidos después en las mismas zonas, y cuyos materiales permiten el estudio comparado de las hablas iberorrománicas.
LA IDEA DE UN ATLAS LINGÜÍSTICO ESPAÑOL El siglo XX se inauguró con una interesante novedad para los lingüistas europeos: la publicación, en 1902, del primer volumen del Atlas El proyecto cuenta actualmente con una ayuda del BBVA (2014) para Humanidades Digitales. 3 La historia interna del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (ALPI). Correspondencia (19101976). Hay que destacar que parte de esta correspondencia había sido publicada anteriormente por José Ignacio Pérez Pascual (2000, 2007, 2008), David Heap (2002) y Mario Pedrazuela (2005), los dos últimos en la Revista de Filología Española. 2
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Linguistique de la France (ALF) de Jules Gilliéron y Edmond Edmont, una obra que tuvo mucha repercusión y desató polémicas. Reflejaba, en mapas de gran tamaño y transcritas en alfabeto fonético, las respuestas de los hablantes de una serie de localidades para los conceptos por los que les había preguntado Edmont. Esos mapas permitían estudiar las formas en sí mismas, trazar límites entre variedades lingüísticas, ver relaciones entre unas y otras, reconstruir la historia de las palabras, con sus ciclos de vida y muerte, etc. En ese contexto nació la idea de hacer un atlas lingüístico de España, el que después sería el Atlas Lingüístico de la Península Ibérica, importante entre las actividades del Centro de Estudios Históricos, y del que se encuentran testimonios en la Revista de Filología Española. Era octubre de 1910 cuando, a la vuelta de un viaje con fines lingüísticos por el noroeste peninsular, Ramón Menéndez Pidal escribía a Unamuno (Cortés Carreres-García Perales, 2009: 51): Es preciso conocer las múltiples variedades dialectales que aún subsisten en España, y deslindarlas en el mapa para tener una idea del habla viviente que late debajo de la uniformidad literaria. Espero que aunque el trabajo es pesado y los que puedan dedicarse a él pocos, se podrá lograr hacer un mapa lingüístico de España en 4 ó 5 años. Ésta es ahora mi preocupación.
En España no había tradición en este tipo de estudios y, como en tantas cosas, hubo que partir de cero. Los primeros pasos los dio Tomás Navarro Tomás, discípulo y colaborador de Menéndez Pidal, cuando entre 1912 y 1914 visitó los gabinetes europeos que trabajaban en Geografía Lingüística y en Fonética. En ese viaje averiguó qué aparatos necesitarían para montar un laboratorio de Fonética en Madrid, cuáles podrían servir para apoyar el trabajo de campo y qué metodología resultaría adecuada para hacer el atlas previsto. Entusiasta y llena de proyectos, la correspondencia con el maestro refleja su opinión sobre qué trabajos podrían servirles de modelo y cuáles no. Desde Montpellier (ibid.: 52-53), escribía el 6 de diciembre de 1912 sobre sus experiencias en el laboratorio y su ilusión por hacer trabajo de campo con aparatos: Millardet recogió los materiales de su obra sin salir de París, en el laboratorio de Rousselot, valiéndose de unos individuos que conoció allí, que hablaban el dialecto; yo esperaba de él noticias útiles, creyendo que había andado por los pueblos con los aparatos; sin embargo es hombre de experiencia que ha viajado mucho por los pueblos buscando el dialecto y siempre se saca provecho de él. Respecto al Atlas de Gilliéron ya tengo algunas noticias, y espero seguir informándome; hasta ahora me parece que su método no puede servir como modelo.
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Al mes siguiente, el 2 de enero de 1913 (ibid.: 54), comentaba: He hablado mucho con Millardet sobre el Atlas y sobre su Atlas; con una amabilidad inagotable me ha explicado extensamente su método, y me ha enseñado borradores, planos, cuadernos, cuestionarios, etc.; he tomado nota de todo, sobre las cuales hablaremos nosotros después; son noticias muy útiles y de un gran valor para evitar errores, pérdida de tiempo y mil otros inconvenientes. Millardet, aparte de su experiencia, recogió parte de enseñanza en París del mismo Gilliéron; él ha mejorado mucho el procedimiento...
Y, en septiembre (ibid.: 63-64), empezaba a impacientarse: Me disgusta lo poco que puedo aprender sobre experimentación «ambulante»; aún no sé de nadie que haya salido a los pueblos con los aparatos. [...]; los constructores no han pensado en algo ligero, montable y desmontable, para viaje; los fonéticos no se lo han pedido. La causa debe estar en que los que estudian fonética experimental no son dialectólogos y los que estudian dialectología no son fonéticos [...]. Nosotros vamos a hacer todo lo posible para llevar nuestro laboratorio a las aldeas; pero vamos a ser los primeros y vamos a tener que resolver por nuestra cuenta muchas dificultades.
Apoyado desde Madrid por Menéndez Pidal, Navarro Tomás encargó en Hamburgo varios aparatos para el Laboratorio de Fonética madrileño. El 17 de noviembre le explicaba a don Ramón sus gestiones para conseguir aparatos ligeros, fáciles de transportar (ibid.: 66-67): He hablado con el constructor de la posibilidad de una maleta o estuche de viaje con un kymógrafo, un diapasón, laringógrafo, chismes para paladares, papel, barniz y hasta un fonógrafo, todo pequeño, recogido, ligero y fuerte, capaz de resistir traqueos y empujones. Este hombre, que trabaja mucho para cosas de fonética, ha oído con interés, ha comprendido y parece que se preocupará de ello.
Evidentemente los frutos de aquel viaje por Europa fueron importantes para la Fonética experimental y la Geografía Lingüística en el CEH, y también para la difusión internacional de los trabajos científicos de Filología Española, porque Navarro regresó a Madrid preparado para montar el Laboratorio, dispuesto a diseñar el atlas lingüístico y con ideas claras sobre cómo poner en marcha la Revista de Filología Española, cuyo primer número salió a su regreso, en el primer trimestre de 1914. En la entrevista que Jesús Hermida le hizo para TVE en 1974, Navarro Tomás, con noventa años recién cumplidos, destacaba: «Otro recuerdo no menos grato es el haber contribuido de manera especial a la organización y creación de la Revista de Filología Española en 1914, dirigida por don Ramón Menéndez Pidal». 178
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Fonógrafo Edison, Laboratorio de Fonética del Centro de Estudios Históricos (Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC).
Magnetófono portátil, Laboratorio de Fonética del Centro de Estudios Históricos (Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC).
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Un año después de crearse la revista, apareció en ella, sin autor expreso, el «Alfabeto fonético» de la RFE (II: 374-376), que Navarro estableció como parte de su propuesta científica, adaptando el Alfabeto Fonético Internacional a los sonidos del español para unificar la transcripción de los trabajos en la revista y los de la Sección de Filología. A partir de entonces, una serie de artículos suyos, con análisis experimentales precisos y una descripción sobria y efectiva, fueron caracterizando de forma sistemática la fonética del español. En los primeros números de la RFE se sucedieron «Siete vocales españolas» (III, 1916: 51-62), «Las vibraciones de la “rr” española» (III, 1916: 166-168), «Cantidad de las vocales acentuadas» (III, 1916: 387-408), «Cantidad de las vocales inacentuadas» (IV, 1917: 371-388) y «Diferencias de duración entre las consonantes españolas» (V, 1918: 367-393). Mientras las tareas del Laboratorio de Fonética Experimental avanzaban, el atlas lingüístico tardaba en arrancar. El 14 de febrero de Navarro Tomás en el Laboratorio de Fonética (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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1960, Navarro Tomás recordaba en carta a su discípulo y amigo Lorenzo Rodríguez-Castellano cómo fueron pasando aquellos años: «En la espera yo ocupaba el tiempo en la gerencia de la RFE, en la secretaría del CEH, en los cursos del Centro y en las investigaciones que fui realizando en nuestro Laboratorio experimental» (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, FLRC, 3815/10).
LOS COMIENZOS En la sección de Noticias de la RFE del primer trimestre de 1923 (XX: 112), bajo el título «ATLAS LINGÜÍSTICO DE ESPAÑA», aparecía este anuncio: Desde hace mucho tiempo el Centro de Estudios Históricos viene preparando todos los elementos necesarios para emprender esta obra. Gran parte de labor inédita realizada en estos años por la Sección de Filología de dicho Centro, bajo la dirección del Sr. Menéndez Pidal, ha tendido especialmente a la preparación de tales elementos. Las regiones más importantes de España, desde el punto de vista dialectal, han sido ya exploradas mediante excursiones preparatorias que han servido eficazmente para fijar el criterio que ha de seguirse en la exploración definitiva. Recogiendo la enseñanza del Atlas linguistique de la France y las críticas hechas con motivo del mismo, se ha procurado evitar los inconvenientes del plan seguido por Gilliéron y Edmont. La ejecución inmediata de los trabajos del Atlas ha sido confiada al Sr. Navarro Tomás, cuyos estudios, desde hace años, vienen girando en torno a los problemas de la dialectología y fonética españolas.
La correspondencia permite seguir los altibajos por los que pasaron los preparativos del proyecto. En 1925 un malentendido con Américo Castro estuvo a punto de echar por tierra lo avanzado, pero Menéndez Pidal recondujo la situación y dejó el atlas en manos de Navarro Tomás, que se hizo cargo de él en todos los frentes: diseño, cuestionarios, formación de los encuestadores, encuestas de prueba y coordinación de los trabajos de campo... Como él mismo recordaba en 1960 (Cortés Carreres-García Perales, 2009: 374), para entonces hacía mucho tiempo que había convencido a Menéndez Pidal de cambiar su idea de atlas. Al principio no se trataba más que del dominio del castellano y del aragonés, puesto que el leonés se consideraba ya establecido y al gallego y al catalán no se pensaba incluirlos. Por supuesto, don Ramón conocía bien el método seguido en la confección del Atlas de Francia a base de cuestionario, transcripción y sujetos y lugares determinados; pero creía que la delimitación de áreas de fenómenos por procedimiento más suelto, flexible y
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deductivo ofrecía ventajas de representación general y sobre todo de brevedad de tiempo en la investigación.
Evidentemente los intereses de Menéndez Pidal no eran geolingüísticos; Navarro Tomás, en cambio, había vuelto de su viaje al Pirineo aragonés, en 1907, convencido de que un entrenamiento fonético y un cuestionario eran imprescindibles para este tipo de trabajo, idea que no hizo más que afianzar en su viaje europeo (ibid.: 375). Cuando regresé traje la convicción de que la fonética y el cuestionario eran inseparables e indispensables en el Atlas, y además mantuve la idea de que el Atlas debía comprender todo el espacio peninsular. Este era un punto de vista que alteraba profundamente los planes de límites deductivos concebidos por don Ramón. Tuvimos discusiones largas y difíciles, dada mi falta de madurez y autoridad. Al fin, don Ramón, con su admirable aptitud para acceder ante lo justificado y razonable, se dejó convencer y acordamos que el Atlas se hiciera como se ha hecho. En resumen, el Atlas que originariamente concibió don Ramón no era el que en definitiva se ha ejecutado.
En aquellos años veinte, y en el contexto de las intensas relaciones entre el Centro de Estudios Históricos y las universidades americanas, Navarro Tomás viajó a Puerto Rico, invitado por su universidad, donde se creó un Departamento de Estudios Hispánicos en 1925. Volvió en 1927 y, con las facilidades que le proporcionó la universidad, además de hacer algún trabajo de campo en Santo Domingo y en Venezuela, terminó en 1928 las encuestas del que, al publicarse veinte años después, todavía sería el primer atlas lingüístico del español y el primero del español americano, aunque la palabra atlas no figurase en su título: El español en Puerto Rico. Contribución a la geografía lingüística hispanoamericana (García Mouton, 2007: 179-180).4 Desde allí Navarro mantuvo el contacto epistolar con su maestro, que lo urgía a emprender a su regreso los trabajos del atlas peninsular. El 31 de diciembre del 27, Navarro Tomás le contaba a Menéndez Pidal desde Caracas (Cortés Carreres-García Perales, 2009: 70-71) lo mucho que había avanzado su trabajo en Puerto Rico y el gran esfuerzo que estaba suponiéndole, a pesar de lo reducido de la isla y de las facilidades con las que contaba; y, por asociación de ideas, pasaba a aventurar las muchas dificultades a las que tendrían que enfrentarse
4 Navarro aprovechó el viaje para encuestar en Santo Domingo y en Venezuela. Con el tiempo motivó a una serie de alumnos americanos para que comenzasen a trabajar sobre sus respectivos países y Amado Alonso le editó en Buenos Aires el Cuestionario Lingüístico Hispanoamericano, que ha sido una guía imprescindible para todos los que alguna vez soñaron con un atlas lingüístico de Iberoamérica.
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para hacer un atlas de toda España, sin Amado Alonso y sin tener una ayuda económica clara. Ese verano, ya desde España, Navarro escribía a Amado Alonso desanimado, porque don Ramón no acababa de solucionar el tema de la financiación (ibid.: 74). Y, sin embargo, 1928 fue un año decisivo para el ALPI. El empujón definitivo le llegó del exterior, cuando el Congreso de Lingüística de La Haya, preocupado por la pérdida evidente de las hablas dialectales, decidió pedir a la Sociedad de Naciones que sugiriera a los gobiernos que cada país hiciese su atlas lingüístico. Esto facilitó la subvención que puso en marcha el atlas: Pues bien, el llamamiento del citado Congreso, transmitido al Gobierno español por la Sociedad de las Naciones, no fue en vano. La Junta de Relaciones Culturales del Ministerio de Estado recogió con interés este llamamiento y se mostró dispuesta a colaborar económicamente en la empresa, consignando una cantidad anual para ayudar a sufragar los gastos de la obra. Con esta aportación y otras de la Junta para la Ampliación de Estudios, se dio comienzo a las tareas del Atlas español en el año 1932, en el Centro de Estudios Históricos. [Conferencia inédita Lorenzo Rodríguez-Castellano, Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, FLRC, 3812/5]
LOS TRABAJOS DEL ALPI Mientras tanto, Navarro Tomás había comenzado a entrenar a varios alumnos en la transcripción detallada de oído, lo que evidencia su interés por disponer de encuestadores con formación rigurosa. La esperanza de contar con Amado Alonso se había truncado al marcharse este a dirigir el Instituto de Filología de Buenos Aires, lo que supuso un verdadero frenazo para los planes del atlas. En marzo de 1929 (Cortés Carreres-García Perales, 2009: 75), Navarro se quejaba a Amado Alonso, «La ausencia de usted es irreparable», y añadía: Estoy haciendo un cursillo de preparación fonética para tres jóvenes que parecen dispuestos a viajar; no sé si usted les conocerá: Lapesa, Lacalle y Ortega Lamadrid. El primero es el mejor. El ministerio de Estado nos ha dado 5.000 pesetas para los primeros viajes. Tal vez hagamos unas salidas de tanteo esta primavera.
Ninguno de los tres acabaría haciendo encuestas para el ALPI (Pérez Pascual, 2008). El 15 de noviembre de 1930, Navarro escribía de nuevo a Amado (ibid.: 76):
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Después de mucho trabajo de catequesis, cursos preparatorios y ensayos de investigación, el Atlas Lingüístico parece que va [a] entrar en comienzo de realización. Hemos encontrado un elemento valioso en Aurelio M. Espinosa Jr., hijo del autor del Nuevo Mejicano. […]. Se ha aficionado a la Lingüística y especialmente al trabajo del Atlas. Terminamos los cuestionarios y se lanzó a viajar. Lo primero que ha recorrido ha sido una parte de Cáceres, con excelente resultado. […]. Verá usted cuando venga cómo han quedado los cuestionarios, en los cuales hay tanto trabajo hecho por usted en los tiempos en que vivíamos en el desván de la casa.
Para entonces también se había incorporado a las tareas preparatorias un filólogo portugués, Rodrigo de Sá Nogueira, que abandonó pronto. Las primeras encuestas las hizo Aurelio M. Espinosa Jr., en Cáceres, entre el 8 de marzo y el 10 de abril de 1931, en los puntos 360-367 (Valverde del Fresno, Pinofranqueado, Eljas, Jarandilla, Ceclavín, Ferreira de Alcántara, Aliseda y Madroñera). Ese mismo verano, Espinosa y Navarro Tomás encuestaron dos pueblos de Madrid, Rascafría y Valdepiélagos, el 26 y el 28 de mayo, y Espinosa, ya solo, continuó con las encuestas de Valdelaguna y Cadalso de los Vidrios el 2 y el 8 de junio respectivamente. Portada del cuaderno I de Jarandilla (Cáceres), ALPI 363 (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
Interior del mismo con dibujo de paladares (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Maquetas de Lorenzo Rodríguez-Castellano (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Cuaderno 1 de Rascafría (Madrid), ALPI 455, transcripción de Navarro Tomás (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Los cuestionarios, que servían de guía a los encuestadores y aseguraban que se preguntaría por los mismos conceptos en todos los lugares y de la misma forma, llevan 1930 en el pie de imprenta. Sabemos que, para apoyar algunas preguntas, utilizaron a veces una caja de insectos, un cuaderno de láminas y maquetas de utensilios agrícolas. No fue fácil redactar el cuestionario. Según Navarro Tomás, hubieran necesitado la ayuda de Menéndez Pidal, inmerso entonces en una época de intenso trabajo, de modo que, aunque al principio contó con el apoyo de Amado Alonso, finalmente la tarea cayó sobre él. Se hicieron dos cuadernos: uno dedicado a reunir materiales para estudiar la fonética y la morfosintaxis (Cuaderno I) con 411 cuestiones y otro orientado a recoger léxico y aspectos relacionados con la cultura material (Cuaderno II E) con 833 cuestiones. De este segundo cuaderno había una versión reducida (Cuaderno II G), que se utilizó en 35 lugares donde faltaba parte de las industrias o de los cultivos por los que preguntaban habitualmente. Con la experiencia americana todavía reciente, Navarro orientó el trabajo de campo de sus discípulos que, supervisados por él, emprendieron las campañas de encuesta de forma sistemática. Habitualmente viajaban de dos en dos y se repartían el trabajo: mientras uno trabajaba con un sujeto en la parte de fonética y morfosintaxis (Cuaderno I), el segundo investigador recogía de otro sujeto, o de otros, el léxico y la cultura material (Cuaderno II). En los cuestionarios reflejaban esa información en una transcripción fonética muy detallada. Los encuestadores se repartieron el territorio por áreas lingüísticas de especialización. En la primera etapa, Aurelio M. Espinosa, Jr., «de familia nuevo-mejicana de clase universitaria», y Lorenzo RodríguezCastellano, asturiano, se encargaron de la zona castellana y de las más o menos castellanizadas; de la zona catalanovalenciana se ocuparon Manuel Sanchis Guarner, valenciano, y Francisco de B. Moll, mallorquín; y del área gallegoportuguesa, Aníbal Otero, gallego, y el portugués Rodrigo de Sá Nogueira, que luego fue sustituido por Armando Nobre de Gusmão. Esta organización del trabajo por equipos permitió avanzar rápidamente y trabajar al mismo tiempo en dominios lingüísticos diferentes. Como era habitual en este tipo de estudios, entrevistaron a personas —informadores, sujetos informantes o de encuesta— poco instruidas, pero conocedoras de la cultura tradicional de su localidad, normalmente hombres. Sin embargo, hay que destacar el hecho de que en el ALPI no faltaran mujeres, sobre todo en las zonas investigadas por Lorenzo Rodríguez-Castellano, que las consideraba informantes especialmente buenas.
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Aníbal Otero encuestando a un pastor (Archivo particular de Antón Santamarina).
Aurelio M. Espinosa, Francesc de B. Moll y Manuel Sanchis Guarner sentados en el parachoques del ford (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Encuesta en Codos (Zaragoza), ALPI 625 (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
Rodríguez-Castellano con un grupo de informantes (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Fabián Correa Gutiérrez, informante de Herrera de Alcántara (Cáceres), ALPI 365 (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
Juana González y Pablos, sujeto de encuesta en Madroñera (Cáceres), ALPI 367 (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Sujetos de Valdelaguna (Madrid), ALPI 557: Dionisio Pascual González y el alguacil, Mariano López Expósito (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
Matilde Pardo Gonzalo y Ángel Trueba Gutiérrez, sujetos de Veguilla (Soba, Cantabria), ALPI 409 (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Informantes de Lucillo (León), ALPI 334 (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
Informantes de Pegajalar (Jaén), ALPI 514. A la derecha, Francisco Herrera López y, a la izquierda, Pedro Carrascosa Generoso (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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En 1933 Navarro Tomás viajó a Andalucía con Espinosa y Rodríguez-Castellano para establecer la frontera del andaluz. Son especialmente interesantes las cartas que maestro y discípulos se cruzaron durante esas encuestas (García Mouton, 2011). El resultado fue un riguroso estudio publicado ese mismo año en el último cuaderno de la Revista de Filología Española (XX, 1933: 225-277), firmado por los tres, con informaciones rigurosas sobre una zona casi desconocida entonces desde el punto de vista dialectal.
Las campañas se sucedieron y, a medida que avanzaban, los encuestadores iban enviándole por correo los cuestionarios terminados a Navarro Tomás, que los esperaba con gran curiosidad científica. Desde el Centro de Estudios Históricos les contestaba a las estafetas de Correos de los pueblos previstos, acusando recibo, consultándoles algunas transcripciones, dando orientaciones sobre cómo debían preguntar, enviándoles cuestionarios vacíos e incluso dinero, cuando era necesario.
Mapa de la pronunciación de s y z en Andalucía.
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Carta de Navarro Tomás (29/11/1934) a Rodríguez-Castellano y Sanchis Guarner (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Aurelio M. Espinosa con el ford en la nieve (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
Lorenzo Rodríguez-Castellano en las Alpujarras (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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A través de la correspondencia podemos hacernos idea de las duras condiciones en las que los filólogos hicieron las encuestas del ALPI, viajando en los autobuses y los trenes de la época. Solo en los últimos años pudieron disponer de un coche, el famoso ford, para algunos desplazamientos. Un problema serio en aquellos viajes era la desconfianza de la población que se quería investigar. Por eso, para garantizarse una buena recepción por parte de los alcaldes, los investigadores del ALPI debieron disponer, siempre que les fue posible, de una especie de salvoconducto, como esta carta del gobernador civil de Jaén que Rodríguez-Castellano conservó: 2 de marzo de 1935
Señores Alcaldes de esta provincia.
Carta del Gobernador Civil de Jaén a los Alcaldes (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
Los señores Don Aurelio M. Espinosa y Don Lorenzo Rodríguez Castellano, Doctores en Filosofía y Letras, portadores de esta carta, vienen a esta provincia en comisión del Estado para la confección del Atlas lingüístico debiendo dárseles por los Alcaldes todos de mi jurisdición cuantas facilidades precisen para el mejor cumplimiento de la misión que les está encomendada. En espera de que serán atendidos debidamente, saluda por medio de la presente a todas las Alcaldías El Gobernador Civil R. F. Mato
En 1936 la Revista de Filología Española incluía dos trabajos relacionados con el atlas: uno, más breve, de Manuel Sanchis Guarner, sobre «Extensión y vitalidad del dialecto valenciano “apitxat”» (XXIII: 45-62) y otro, mucho más extenso, de A. M. Espinosa y L. RodríguezCastellano sobre «La aspiración de la “h” en el Sur y Oeste de España», que apareció en dos números seguidos (ibid.: 225-254 y 337-378). No sabemos cuántos más habrían podido llegar a publicarse en la revista... El hecho es que, cuando estalló la Guerra Civil española, la mayor parte de las encuestas previstas estaban listas: terminadas en la práctica las de las zonas aragonesa, castellana, leonesa y gallega;
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hechas casi todas las catalanovalencianas, y mucho más atrasadas las portuguesas. El ALPI, como ocurrió con tantos otros proyectos importantes, quedó interrumpido. En aquellas circunstancias, Tomás Navarro Tomás tuvo que salir al exilio y se llevó custodiados los valiosos cuestionarios, primero a Valencia, luego a Francia y después a Estados Unidos, donde los guardó escrupulosamente en la Universidad de Columbia, dando ejemplo de generosidad intelectual y de gran respeto hacia sus colaboradores ya que, a pesar de ser el director del atlas, nunca utilizó aquellos materiales inéditos.
LA SEGUNDA ETAPA Con el paso del tiempo, Navarro Tomás acabó por convencerse de que no iba a volver a su país, de modo que, antes de jubilarse y dejar definitivamente Nueva York, buscó un acuerdo razonable que le permitiese devolver los cuestionarios a España, con la condición de que el ALPI se terminase. Ayudó a conseguirlo el hecho de que, por encima de las circunstancias que les tocó vivir, los filólogos españoles mantuvieran sus relaciones personales y profesionales, de ahí que Rafael Lapesa, Dámaso Alonso y Ramón Menéndez Pidal intermediaran en las negociaciones con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el organismo creado en la posguerra para heredar lo relacionado con la Junta para Ampliación de Estudios. Finalmente el CSIC decidió retomar los trabajos del ALPI veinte años después de interrumpidos, acabar las encuestas pendientes y elaborar los materiales para su cartografiado y publicación. Para ello contrató a tres de los principales colaboradores de la etapa anterior que habían permanecido en España, Lorenzo Rodríguez-Castellano, Manuel Sanchis Guarner y Aníbal Otero, los tres afectados de una forma u otra por la guerra, dos de ellos encarcelados. El telegrama que Dámaso Alonso envió a Rodríguez-Castellano, anunciándole el final de las negociaciones, tiene fecha del 19 de marzo de 1947, y dice: «ACORDADA CON NAVARRO TERMINACION ATLAS RUEGOLE VENGA CONSEJO PAGARLE GASTOS SABADO LLEGA SANCHIS GUARNER ABRAZOS DAMASO».
Resueltos los primeros problemas, se decidió que Rodríguez-Castellano y Sanchis Guarner viajasen a Nueva York para recoger los cuestionarios de manos de Navarro Tomás y para estudiar con él cómo organizar el trabajo, las preguntas que debían ir en los primeros volúmenes del atlas y, sobre todo, cómo simplificar y unificar la com-
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Telegrama de Dámaso Alonso a Lorenzo Rodríguez-Castellano (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
plicada transcripción fonética de los cuestionarios. Finalmente viajaron a Nueva York en diciembre de 1950, trabajaron con Navarro Tomás después de tantos años y se hicieron cargo oficialmente de los cuestionarios. Sanchis Guarner se encargó de depositarlos en la sede del Departamento de Publicaciones del CSIC, en la calle Vitruvio de Madrid. Sin embargo, las cosas no avanzaron tan velozmente como esperaban. Los colaboradores de Navarro Tomás no recibieron esta comunicación oficial firmada por Rafael de Balbín Lucas, Secretario del Instituto Miguel de Cervantes, hasta marzo de 1952: Tengo el gusto de comunicar a V.S. que el Instituto «Miguel de Cervantes», en sesión celebrada el día 7 de Noviembre de 1.951, acordó delegar en la persona del Director de la Sección de Lingüística Española de este Instituto, todo lo relativo a la supervisión de los trabajos de elaboración y edición del Atlas Lingüístico Peninsular, cuyas investigaciones fueron hechas por D. Tomás Navarro Tomás en el Centro de Estudios Históricos. Lo que le comunico para su conocimiento y demás efectos.
El director de la Sección de Lingüística era Dámaso Alonso. Los años comprendidos entre 1951 y 1956 se fueron en la labor, nada fácil, de terminar las encuestas portuguesas, ya que hubo que cambiar de encuestador —finalmente se hizo cargo de ellas Luis F. Lindley Cintra—, resolver problemas sobre la manera de transcribir, y las complicaciones fueron tales que a punto se estuvo de que Portugal no apareciera en el ALPI. También fue necesario acabar las encuestas en algunas localidades catalanas y valencianas.
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EL VOLUMEN I En estos años y en los siguientes fueron surgiendo desajustes derivados de la falta de un director in situ con la autoridad de Navarro Tomás; esto, unido a las dificultades de financiación y los consiguientes retrasos, desencadenó entre los colaboradores del ALPI problemas de protagonismos y fidelidades. En 1953, a pesar de la recomendación de Navarro Tomás de que compartiese la autoría con Rodríguez-Castellano, Sanchis Guarner publicó en solitario en el CSIC un folleto titulado La cartografía lingüística en la actualidad y el Atlas de la Península Ibérica, y tres años después, en la Revista de Filología Española (XL, 1956: 91-125), un artículo sobre «Los nombres del murciélago en el dominio catalán», donde, al enumerar las fuentes utilizadas, escribía, como única referencia al atlas (ibid.: 92): He podido disponer también de los datos recogidos por F. de B. Moll y por mí, para la confección del Altas Lingüístico de la Península Ibérica (citado ALPI), y asimismo los materiales lexicográficos depositados en la ‘calaixera’ de Mosèn A. Alcover para la elaboración del Diccionari Català-valenciàbalear, que publica Moll con mi colaboración (citado DCVB).
Se encargaron de elaborar los materiales del volumen I Aníbal Otero, Lorenzo Rodríguez-Castellano y Manuel Sanchis Guarner, quien, además, centralizó el trabajo de elaboración y corrección de los mapas. Aunque esperaban presentar este primer volumen, con cien mapas, en el IX Congreso de Lingüística Románica que se celebró en 1959 en Lisboa, solo pudieron llevar unos mapas de muestra. Lo cierto es que no faltaron problemas debidos a los retrasos por parte de Publicaciones del CSIC. La carta de Navarro Tomás a Lorenzo RodríguezCastellano, del 23 de octubre de 1958, que reproducimos, da idea de la situación, con cruces epistolares entre el maestro, Rafael de Balbín y los colaboradores del atlas. En aquellos meses corregían mapas, trataban de dar los últimos retoques para unificar la transcripción, y discutían sobre cómo sería la portada y quién figuraría en ella.
Comunicación de R. de Balbín a L. Rodríguez-Castellano (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
En junio me envió Balbín una prueba del mapa de «araña» pidiéndome que le hiciera las observaciones oportunas. Me pareció muy bien de tipo y dibujo de fronteras, ríos, números y transcripción. Las dificultades
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Carta de Navarro Tomás (23/10/1958) a Rodríguez-Castellano sobre las pruebas del ALPI (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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de los signos fonéticos me hicieron la impresión de estar bien dominadas. Sólo advertí irregularidades en la disposición y orden de los datos relativos a cada punto, aparte de diferencias de espesor de trazos y perfiles que probablemente obedecían a entintado. Los colores de esta prueba eran rojo y negro. En julio me envió el mapa de «abeja» en azul y negro. La combinación de colores me pareció mejor en el primero. Le repetí otras observaciones análogas a las anteriores con respecto a la disposición de números y rótulos. Claro es que no puedo formar juicio, no teniendo los cuadernos a la vista, de la simplificación que se haya hecho en los casos de transcripciones complicadas o de vacilación y alternancia de variantes. El efecto de conjunto era satisfactorio. Al acusar recibo de mis observaciones al segundo mapa me decía Balbín que enviaba mis cartas a Sanchis para que las tuviera en cuenta. La verdad es que si hubiera sido Sanchis el que me hubiera enviado los mapas y me hubiera pedido consejo sería a él a quien le habría contestado. No me dijo usted si llegaron a tratar de la portada ni si aceptaron la forma que yo propuse con eliminación de mi nombre. Tal vez no llegaron ustedes a reunirse y quedó el asunto en suspenso. Entretanto es de pensar
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Borrador de Rodríguez-Castellano con sugerencias sobre el logo del ALPI (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
que se hayan ido disponiendo nuevos mapas. Si usted considera que mi actitud, que usted conoce, debo hacerla saber a Balbín directamente tenga la bondad de indicármelo.
En cuanto al logotipo del ALPI, fue Rodríguez-Castellano quien sugirió a Navarro Tomás como «emblema» un grabado que reproducía una moneda antigua, con un arado, un yugo y una espiga, que había visto en un artículo de Julio Caro Baroja en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares de 1949: En un artículo de Caro Baroja publicado en la Revista de Dialectología y tradiciones populares (año 1949, pág. 71), figura un grabado, reproducción de una moneda antigua, en el que aparece un arado, un yugo y una espiga, todo muy rústico. Convendría que Vd. lo viese, por si le parece que podría adoptarse como «emblema» del ALPI. En mi opinión, es más expresivo y más sencillo que la yunta y el arado.
Y fue el logotipo que se adoptó. En enero de 1960 Sanchis Guarner escribía a Francisco del Castillo, responsable de Publicaciones del CSIC (Cortés Carreres - García Perales, 2009: 364), sobre las últimas cuestiones pendientes con Seix y Barral: Le recuerdo que, sobre el dibujo de la moneda ibérica que ha de servir de viñeta, quedamos en hacer un ensayo de montar las letras A-L-P-I
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Logotipo del ALPI
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dibujadas con el mismo tipo que las de E-L-H [Enciclopedia Lingüística Hispánica], para ver el efecto que producía.
Finalmente el ALPI apareció en abril de 1962, a tiempo de presentarse en Estrasburgo, en el X Congreso de Lingüística Románica. La autoridad de Navarro Tomás, que demostró una vez más su profunda generosidad científica, consiguió que la portada fuera sencilla, tipográfica y sin autorías, pero el libro que preparaban con las notas a los mapas publicados y las fichas descriptivas de cada localidad no se llegó a terminar. Hubo otras muchas renuncias, como dejar sin encuestar las ciudades, las islas Canarias o Ceuta y Melilla, tareas que quedaron —según la «Introducción» del ALPI— para futuros apéndices. En la citada entrevista de RTVE, Navarro Tomás recordaba la llegada del ALPI: Un día de gran emoción fue aquel en el que recibí en Northampton el magnífico e impresionante primer volumen del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica, en cuya elaboración había trabajado durante varios años en España al frente de un grupo de discípulos y colaboradores bajo la supervisión también de Menéndez Pidal.
En 1963 los colaboradores redactaron un folleto de propaganda para apoyar la difusión del atlas, al tiempo que trabajaban en el segundo volumen, que nunca llegó a publicarse. La comunicación con Sanchis Guarner se fue espaciando hasta ser cada vez más escasa y, a pesar de que los colaboradores siguieron contratados por el CSIC al menos hasta 1972,5 los trabajos del ALPI quedaron detenidos ante el desconcierto de Navarro Tomás y Rodríguez-Castellano. En 1972, resignado, Navarro cerraba su «Noticia histórica del ALPI» afirmando: La publicación del ALPI está interrumpida por motivos económicos. […]. Es de esperar que, mientras no sea posible reanudar su publicación, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas tenga bajo su cuidado unos materiales que al presente encierran ya importante valor histórico para la lingüística hispánica (1975: 19-20).
LA RECEPCIÓN DEL ALPI No todas las críticas al ALPI fueron amables, sobre todo las de los especialistas españoles, porque para entonces Manuel Alvar había publicado ya, con la colaboración de Antonio Llorente Maldonado y Folleto de propaganda del vol. I del ALPI (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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5 Es la fecha del último contrato conservado en la documentación del Fondo RodríguezCastellano, en el Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC.
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Gregorio Salvador, el primer volumen del Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (ALEA), que seguía la metodología que Albert Dauzat (1942) estableció para los nuevos atlas regionales franceses. Se compararon, de forma excesivamente rigurosa, un atlas de gran dominio, concebido en los años veinte, con un atlas de pequeño dominio hecho treinta años después con objetivos diferentes (Alvar, 1973: 175-182). La crítica fundamental que se hizo al ALPI se centraba en su excesivo foneticismo (Catalán, 1964: 308), explicable por la búsqueda de ese tipo de objetividad en la presentación de materiales propia de la época en que se concibió y por el interés científico de Navarro Tomás en ese aspecto, considerado un verdadero avance, un acercamiento metodológico a otro tipo de ciencias. No ayudó a su valoración el hecho de que el único volumen editado del ALPI correspondiera a la parte de Fonética, lo que contribuyó a desvirtuar su imagen, haciéndola pasar por la de un atlas al margen de los avances metodológicos del atlas italo-suizo, el Sprach- und Sachatlas Italiens und der Südschweiz, el AIS de Karl Jaberg y Jakob Jud. Evidentemente el ALPI es un atlas fonético, porque Navarro tuvo desde el principio la ilusión científica de conseguir una «investigación dialectal fonética», pero tanto su cuestionario como gran parte de los materiales inéditos evidencian una orientación etnográfica que, sin duda, guarda relación con las visitas de Jakob Jud a la Sección de Filología del CEH y la mantenida colaboración de sus investigadores con un defensor del método Wörter und Sachen como Fritz Krüger. En 1975 (12-13), Navarro Tomás argumentaba, con toda razón: Para la sección de léxico resultó de gran ayuda el Atlas italo-suizo de Jaberg y Jud, cuyos volúmenes empezaron a aparecer por esa fecha. Adoptamos su organización por temas etnográficos siguiendo el orden de fenómenos atmosféricos, accidentes geográficos, flora, fauna, cuerpo humano, familia, hogar, labores agrícolas, oficios artesanos, herramientas, animales domésticos, etc. Sobre esta base, el ALPI hubiera podido llamarse Atlas lingüístico y etnográfico, como de hecho lo es, aunque no pareciera indispensable indicarlo en el título.
Dibujo de Navarro Tomás en su cuaderno de encuestas de Rascafría (Madrid), ALPI 455 (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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Fragmento del cuaderno II, El Viso del Marqués (Ciudad Real), ALPI 480 (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
Testimonios irrefutables de este interés por la cultura tradicional en sus distintas manifestaciones son las fotografías que los colaboradores hicieron al hilo de las encuestas, muchos de los dibujos que aclaran las respuestas de los cuestionarios y algunas explicaciones, como esta del punto 480, El Viso del Marqués (Ciudad Real), cuyo valor etnográfico resulta evidente. Lorenzo Rodríguez-Castellano hizo esta encuesta el 23 de marzo de 1934 y, en el espacio reservado detrás de la pregunta 637a del cuaderno II Declararse, transcribió la respuesta del informante, «pretenderla», y la amplió con el siguiente comentario: Para saber si el padre de la novia está conforme en que sean novios, el novio va a casa de la novia de noche, y desde la puerta, tira al medio [de] la cocina o del portal, un garrote, como de un metro, llamado porra, y dice: «¿Porra adentro o porra fuera?»; entonces el padre de la novia contesta porra adentro, si lo quiere, o porra fuera, si no le gusta. Si le dice porra dentro, ya el novio puede entrar en casa. Hay otra manera de pretenderla. Entra el novio en casa de la novia y delante de la familia se dirige a la novia diciéndole: «Churruchú, por ti me meo», y ella, si le gusta el chico, contesta: «Por ti me jarrapicho», y ya está el noviazgo arreglado.
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Fotografías de mujeres. Mojácar (Almería), ALPI 560 (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
Otras críticas metodológicas, como las que se referían a los desequilibrios de la red de encuesta, resultan más justificadas. En cambio, argumentar distinta cronología entre las encuestas no lo estaba, sobre todo en el caso de la mayor parte del territorio español. También se ha escrito sobre si el cuestionario era adecuado para el tipo de atlas, un atlas de gran dominio, supranacional, que abarcaba culturas, climas y pueblos distintos. Lo cierto es que, como escribió Gilliéron, solo se está en condiciones de hacer un cuestionario inobjetable cuando se han terminado las encuestas y se conoce a fondo la realidad investigada; difícilmente antes. Y tampoco conviene olvidar que los responsables del atlas carecían prácticamente de tradición geolingüística en la que apoyarse. A partir del momento en que se publicó el ALPI, Navarro Tomás trabajó intensamente sobre los mapas para mostrar su valor. El mismo año 1962 apareció «Muestra del ALPI», en la Nueva Revista de Filología Hispánica; en 1963, «Geografía peninsular de la palabra “aguja”», en Romance Philology; al año siguiente, «Nuevos datos sobre el yeísmo en España», en Thesaurus, y «La pronunciación en el ALPI», en Hispania; en 1966, «Sinonimia peninsular del “aguijón”», en el Homenaje a A. Rodríguez Moñino y, en 1971, «Áreas geográficas de consonantes finales», en el homenaje que la revista puertorriqueña La Torre dedicó a Menéndez Pidal. A fines de 1970, refiriéndose a ese último trabajo, escribía a Rodríguez-Castellano:
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Los varios artículos que he publicado sobre los mapas del primer volumen […] revelan la presencia de una situación subdialectal más delicada y profunda que la que representan los rasgos más salientes y conocidos en la diferenciación de las hablas peninsulares. Jakob [sic] Malkiel ha considerado estos artículos como iniciación y principio de la dialectología propiamente peninsular. (Cortés Carreres-García Perales, 2009: 435)
A finales de noviembre de 1974 (ibid.: 446), le comentaba: Como usted sabe, he publicado varios artículos sobre el ALPI en varias revistas. Trato de reunirlos en un fascículo que se llame Capítulos de geografía lingüística de la Península Ibérica. Incluiría también nuestro antiguo trabajo «La frontera del andaluz», que sigue manteniendo su interés. No estoy ya en condiciones para hacer más artículos sobre el ALPI. Me resulta difícil para mi vista cansada precisar las transcripciones fonéticas, aunque me ayude de una lupa.
Red del ALPI en la herramienta informática CSIC.
Pero Navarro Tomás hizo ese último esfuerzo y en 1975 vio publicados, con 91 años, sus Capítulos de Geografía Lingüística de la Península Ibérica en el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá, precedidos por una nota introductoria que tituló «Noticia histórica del ALPI». Con el paso del tiempo, aparecieron en la Revista de Filología Española noticias sobre la historia y las circunstancias del atlas abandonado: primero, en el trabajo de David Heap (2002); más tarde, en el de Mario Pedrazuela (2005).6 Los últimos años han evidenciado hasta qué punto los especialistas en Dialectología y Filología Románicas consideran valiosos los datos del ALPI.7 Y aún queda por conocer una parte sustancial. En el futuro cercano serán muchos los trabajos que podrán hacerse a partir de la edición, consultable en la red, de todos los materiales del atlas. Es de esperar que, con apoyo institucional, se cumpla pronto el esperanzado pronóstico de Navarro Tomás (Cortés Carreres-García Perales, 2009: 439): José Ignacio Pérez Pascual (2011) reseñó en la revista la publicación del epistolario. Hay mucha bibliografía relacionada con el atlas en los diez últimos años. Una muestra de su interés puede verse en el trabajo de Inés Fernández-Ordóñez (2011) para su discurso de ingreso en la Real Academia Española. En el año 2012 apareció un número monográfico de la revista Dialectologia, titulado Linguistic Atlas of the Iberian Peninsula (ALPI): Progress and Perspectives, con estudios comparativos que utilizan el ALPI para establecer la evolución lingüística hasta los últimos atlas. 6 7
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Tuvimos la ilusión de contribuir al respeto y prestigio de la ciencia lingüística española. No se ha publicado más que el primer volumen del ALPI, que da una idea limitada del trabajo realizado. Algún día, en circunstancias más favorables, se publicará la obra total.8
BIBLIOGRAFÍA ALVAR, Manuel (1973): Estructuralismo, geografía lingüística y dialectología actual, Madrid, Gredos. ALEA = Alvar, Manuel, con la colaboración de Antonio Llorente Maldonado y Gregorio Salvador (1961): Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía, vol. I, Madrid-Granada, CSIC. ALPI = [Navarro Tomás, Tomás (dir.), Aurelio M. Espinosa. hijo, Luís F. Lindley Cintra, Francesc de Borja Moll, Armando Nobre de Gusmão, Aníbal Otero, Lorenzo Rodríguez-Castellano, Manuel Sanchis Guarner] (1962): Atlas Lingüístico de la Península Ibérica, vol. I, Fonética, Madrid, CSIC. CATALÁN, Diego ([1964]1989): «El ALPI y la estructuración dialectal de los dominios lingüísticos de la Ibero-romania», en El español. Orígenes de su diversidad, Madrid, Paraninfo, pp. 233-238. CORTÉS CARRERES, Santi y Vicent GARCÍA PERALES (2009): La historia interna del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (ALPI). Correspondencia (19101976), Universitat de València. DAUZAT, Albert (s. a. [1942]): Nouvel atlas linguistique de la France par régions, Luçon. FERNÁNDEZ-ORDÓÑEZ, Inés (2011): La lengua de Castilla y la formación del español, Madrid, Real Academia Española. GARCÍA MOUTON, Pilar (2007): «La vocación americanista de la Escuela de Filología Española», Revista de Indias, LXVII, n.º 239, pp. 163-184. GARCÍA MOUTON, Pilar (2011): «Sobre fronteras entre variedades castellanas y atlas lingüísticos», en Ramón de Andrés Díaz (coord.), Lengua, ciencia y fronteras, Uviéu, Trabe, Anexos de Revista de Filoloxía Asturiana, II. HEAP, David (2002): «Segunda noticia histórica del ALPI (a los cuarenta años de la publicación de su primer tomo)», Revista de Filología Española, LXXXII, pp. 5-19. Linguistic Atlas of the Iberian Peninsula (ALPI): Progress and Perspectives. Special Issue III. Dialectologia 2012 (Universitat de Barcelona), http://www.publicacions.ub.edu/revistes/dialectologiasp2012 NAVARRO TOMÁS, Tomás, Aurelio M. ESPINOSA, hijo, y L. RODRÍGUEZ CASTELLANO (1933): «La frontera del andaluz», Revista de Filología Española, XX, pp. 225-277 [Capítulos, pp. 21-80]. NAVARRO TOMÁS, Tomás (1943): Cuestionario lingüístico hispanoamericano, I, Fonética, Morfología, Sintaxis, Buenos Aires, Instituto de Filología. NAVARRO TOMÁS, Tomás (1948): El español en Puerto Rico. Contribución a la geografía lingüística hispanoamericana, New York, Ganis and Harris. 8
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L O S T R A B A J O S D E L AT L A S L I N G Ü Í S T I C O D E L A P E N Í N S U L A I B É R I C A ( A L P I ) Y L A R E V I S TA D E F I L O L O G Í A E S PA Ñ O L A
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PILAR GARCÍA MOUTON
M ARIANO Q UIRÓS G ARCÍA
Instituto de Lengua, Literatura y Antropología (CSIC)
«El pueblo que se aísla no tiene derecho a vivir». La sección de Bibliografía de la Revista de Filología Española (1914-1937)
Hoy en día, cuando lo cotidiano es hablar y lamentarse de la fuga de cerebros de nuestro panorama científico —aunque lo políticamente incorrecto sería hablar de su expulsión—, resuenan con inusitada fuerza aquellos objetivos que presidieron hace poco más de cien años el nacimiento de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), cuya fundación fue aprobada por Real Decreto el 11 de enero de 1907. El primero y más importante, que daba sentido al resto, perseguía la (re)incorporación y la (re)ubicación de España en el ámbito de la ciencia universal. Para conseguirlo, se precisaba de un firme —pero también ilusionante y optimista— proceso de regeneración que pasaba tanto por la unión de buena parte de los investigadores patrios, como por la apertura de las fronteras intelectuales españolas hacia la Europa de la época. De manera que ya en la primera Memoria publicada por la JAE se afirma: «[...] la corriente universal civilizada no tolera retraimientos, y, proclamando que el pueblo que se aísla no tiene derecho a vivir, parece ofrecer, como única alternativa, la de avanzar o ser arrollados» (Memoria 1907, 1908: 5). Progresar o morir, que parece el precepto de toda naturaleza, o al menos debería serlo. De esa convergencia de fuerzas y de intereses comunes, aunque en un principio se percibiera como algo minoritario, surgirían distintos centros y laboratorios donde encontraron cobijo muchas de las grandes personalidades académicas de la primera mitad del siglo XX y que les permitirían la creación de equipos de trabajo más o menos numerosos y el desarrollo de proyectos más o menos innovadores. Existía una conciencia clara de que era necesario actualizar la metodología científica y de que ello implicaba, a su vez, la reforma de la actividad docente y la iniciación de los jóvenes en el ámbito de la investigación. Un aprendizaje sólido que, por otro lado, debía completarse de mane-
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ra obligatoria con estancias y trabajos en el extranjero, lo que se tradujo, particularmente en el caso de los educandos, en la concesión de pensiones o becas que facilitaban su traslado y garantizaban una estancia digna en los países de acogida.1 No obstante, y en contraposición a lo que ocurre en estos tiempos recios que nos ha tocado vivir, la JAE también asumía como propias las funciones de «recoger a los pensionados que regresan del extranjero y ofrecerles medios de continuar en España sus trabajos», y así mismo la de «evitar, mediante modestos auxilios, que vayan precipitadamente a ganar su sustento, en ocupaciones extrañas a su vocación, aquellos jóvenes que, por su cultura y sus dotes, pueden dar en otro lugar un mayor rendimiento al país» (Memoria 1914-1915, 1916: 157).2 Es decir, una vez retornados a España, los perceptores de una pensión debían continuar con sus investigaciones y adiestrar a otros estudiantes, a los que, una vez finalizada su carrera universitaria, se les ofrecía la posibilidad de cultivar una especialización. Sistema que no dejaba de tener sus inconvenientes, puesto que los que regresaban, en palabras que podrían hacer suyas muchos de los actuales becarios y científicos contratados de manera temporal, alegaban «que una situación transitoria semejante no es la mejor para poner plenamente su espíritu en la obra, y que han de estar en cada momento preocupados buscando otra permanente y remuneradora» (Memoria 1912-1913, 1914: 224).3 Pero quedarse aquí trabajando implicaba construir una estructura básica bibliográfica, que implicaba la adquisición, entre otros materiales, de libros y revistas que «no existiendo en ninguna de nuestras bibliotecas públicas, habían de ser in1 El mismo año 1907 la cuantía de las ayudas, variable dependiendo del destino y la duración, se fijó en torno a las 4500 pesetas (Memoria 1907, 1908: 31-32). En un principio, aunque su número nunca fue elevado y terminaron por desaparecer, también existían subvenciones para trabajos que debían efectuarse en territorio español; las dos primeras fueron concedidas, respectivamente, a Agustín Blánquez Fraile (454 pesetas), para estudiar el dialecto leonés en Alcañices, Sanabria y La Bañeza, y a Tomás Navarro Tomás (1022 pesetas), para realizar estudios filológicos por tres meses en Huesca, Jaca y localidades siguientes hasta Boltaña (ibid.: 36-39). Ambos eran discípulos de Ramón Menéndez Pidal. 2 Afirmaciones como estas serán constantes en las memorias siguientes. Así, por ejemplo, en la correspondiente a los años 1918-1919 se reitera que uno de los cometidos de la JAE continúa siendo el de ofrecer «refugio y medios de trabajo a los jóvenes que regresan del extranjero mientras no hallan colocación oficial o privada. De este modo no se pierden, por faltas circunstanciales de adaptación, vocaciones decididas y preparaciones concienzudas» (1920: 12). 3 Algunas personas pretendieron que los centros de la JAE acogieran la preparación de oposiciones, exámenes y concursos para ocupar cargos públicos, idea que se rechazó terminantemente, puesto que «nada sería más funesto para la actividad científica y para la formación sólida del personal, que subordinarlas a la preparación de un examen» (Memoria 19121913, 1914: 226). También se desestimó la propuesta de otorgar certificados con validez oficial. Aunque ello supusiera una reducción de la posible masa crítica, era preferible «sacrificar una parte de la clientela para asegurar que la que se recoge viene libremente y por pura vocación» (ibid.).
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Ramón Menéndez Pidal (La Coruña, 1869-Madrid, 1968), en su despacho del CEH (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
mediatamente necesarios para la preparación de pensionados y para todo trabajo de investigación» (Memoria 1907, 1908: 59), así como la publicación de diferentes informes, estudios y traducciones propias. Bajo estas mismas premisas, por Real Decreto de 18 de marzo de 1910, se creó el Centro de Estudios Históricos (CEH), presidido por Ramón Menéndez Pidal, que a su vez era el responsable de su sección de Orígenes de la lengua española (Memoria 1910-1911, 1912: 138), renombrada después como sección de Filología (Memoria 1914-1915, 1916: 159).4 En aras al creciente interés por la cultura hispánica —en algún momento llega a hablarse de un auténtico «movimiento hispanista» (Memoria 1910-1911, 1912: 131)—, al mayor desarrollo de los trabajos de corte histórico y al hecho de que los materiales se encontraban más a mano, el primer cometido del CEH fue el de «investigar las fuentes, preparando la publicación de ediciones críticas de documentos inéditos o defectuosamente publicados, [...] glosarios, monografías, obras filosóficas, históricas, literarias, filológicas, artísticas o arqueológicas» (ibid.: 131). Por otro lado, y como condición indispensable para poder alcanzar dicho objetivo, otra de las tareas que se le encomendaron fue la formación de una biblioteca especializada, así como el estableciFrancisco Abad (2006: 283) parece haber sido el primero en darse cuenta de que en la página 167 de esa misma Memoria, debido a un error de imprenta, la sección fue denominada como Estudios sobre textos literarios e históricos españoles. No obstante, en la página 159 del mismo escrito, donde se da cuenta de la organización interna del CEH, aparece el nombre de Ramón Menéndez Pidal como «Presidente del Centro y Director de la Sección de Filología». 4
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miento de vínculos con centros extranjeros que facilitaran el intercambio bibliográfico (ibid.: 132), labor cuya ejecución no fue nada fácil en un principio, ya debido a la escasez presupuestaria, ya a causa del todavía exiguo número de publicaciones patrocinadas por el CEH que pudiera servir como base para el trueque de libros con otras instituciones.5 De hecho, una de las quejas principales, expresada de forma un tanto lastimosa, se refiere a la carestía de obras de referencia, «especialmente de libros modernos [...]. Faltan las obras más indispensables y no hay apenas revistas científicas donde buscar información. Algunos estudios tienen por este motivo que suspenderse o abandonarse definitivamente» (ibid.: 206).6 Situación que debía vivirse como una auténtica tragedia, visto que en la Memoria siguiente se asevera: La adquisición de libros es necesidad tan premiosa y grande, que los recursos que a ella destina la Junta apenas consiguen paliarla. La estancia en el extranjero de nuestros jóvenes los pone en contacto con aquellas nutridas bibliotecas y les excita la sed de lecturas. Vuelven a España y se encuentran sin lugar alguno donde alcancen siquiera las más amplias ondas del flujo enorme bibliográfico mundial. Y acuden a la Junta exponiendo que todos los sacrificios hechos son estériles si el regreso a España ha de marcar el fin de su contacto con la producción científica universal (Memoria 1912-1913, 1914: 317).
La aspiración, a pesar de las muchas dificultades que se encontraron a la largo del camino, era la de ofrecer a los investigadores vocacionales la ocasión y los medios para desarrollarse como tales, «incorporarlos a un centro de estudios análogos; crearles un laboratorio ad hoc, si ya no existe; facilitarles un modesto medio de vida si carecen de él, y retenerlos, mientras el fruto de su obra indica un progreso suficiente en su formación, hasta que pasen a la función social donde pueda esperarse su rendimiento máximo» (ibid.: 223). Además de la partida dedicada a la compra de libros y material de trabajo, se destinaron a este fin los sobrantes de las pensiones renunciadas o parcialmente disfrutadas. Aun así, se reconoce que la falta de recursos no consentía la adquisición de todos los volúmenes solicitados por los distintos centros y que estos consideraban como indispensables. También se adquirían algunos ejemplares o colecciones importantes, como sucedió con la de manuscritos árabes y aljamiados de Pablo Gil, «comprada en 4.000 pesetas, salvándola así de la codicia extranjera». A pesar de ello, en el bienio 1910-1911 se invirtieron en este concepto 45 897,65 pesetas de la época (Memoria 1910-1911, 1912: 205-206). En 1914-1915, el presupuesto para este fin alcanzó las 67 081,9 pesetas (Memoria 1914-1915, 1916: 284). 6 Afirmación no del todo cierta, puesto que la falta de dinero —y no la de fondos bibliográficos— fue el motivo esgrimido por la JAE para restringir el número de proyectos financiables, optando por atender «preferentemente a los estudios que, por ofrecer menores probabilidades de ventaja material, atraen un número menor de cultivadores, poniendo en peligro la vida científica del país en las fuentes precisamente que la nutren» (Memoria 19121913, 1914: 223). 5
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En consonancia con estas directrices, los miembros de la sección de Orígenes se concentraron en la edición y el estudio de los primeros documentos escritos en leonés, castellano y aragonés, conservados fundamental aunque no exclusivamente en el Archivo Histórico Nacional, con la intención de publicar en algún momento una crestomatía del español antiguo.7 Este fue el origen de varias monografías conocidas hoy por todos, como los Fueros leoneses de Zamora, Salamanca, Ledesma y Alba de Tormes (Américo Castro y Federico de Onís, 1916), los Documentos lingüísticos de España. Vol. I: Reino de Castilla (Menéndez Pidal, 1919), o los Documentos lingüísticos del Alto Aragón (Tomás Navarro Tomás, 1957), entre otros volúmenes. A pesar del orden de publicación final, casi todos los miembros de la sección —Castro, Onís y Navarro Tomás entre ellos— compaginaron sus investigaciones propias con la transcripción de los textos castellanos, de cuya revisión y estudio crítico se ocuparía Pidal. Al mismo tiempo, y a medida que se avanzaba en este trabajo, comenzaron las tareas preparatorias para formar un glosario de las voces que aparecían en dichos escritos y para la elaboración de estudios gramaticales, labores en las que participaron Federico Ruiz Morcuende, Germán Arteta y Florentino Castro Guisasola (ibid.: 233-234). Junto con la ejecución de investigaciones de estas características, uno de los deseos de don Ramón era el de publicar una revista centrada en el ámbito de la Filología, que sirviera para dar a conocer algunos trabajos del CEH, de manera particular los del departamento que él mismo capitaneaba, y que pudiera incentivar la colaboración de otros científicos internacionales y servir para el canje con otras publicaciones.8 De esta manera, siguiendo las indicaciones del maestro, Navarro Tomás, que a fina-
Portada de los Fueros leoneses de Zamora, Salamanca... (1916), de Américo Castro y Federico de Onís (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
7 A estos se añadieron otros documentos de los siglos XIV y XV, lo que permitió el estudio de la lengua diplomática durante toda la Edad Media. También se trabajó sobre ciertos textos literarios, entre los que destacan el Auto de los Reyes Magos, las Glosas Silenses, el Libro de Buen Amor, el Rimado de Palacio o las obras de Juan del Encina. Aunque el proyecto se concibiera en aquellos inicios, los dos tomos de la Crestomatía del español medieval de Menéndez Pidal, acabados y revisados por Rafael Lapesa y María Soledad de Andrés, no verían la luz pública hasta 1965 y 1966, respectivamente. 8 Existió un primer intento de crear una revista para todas las secciones del CEH, denominada Cuadernos de Trabajo del Centro de Estudios Históricos, cuyo número 1, previsto para el año 1914, nunca vio la luz (Navarro Tomás, 1968-69: 13).
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Portada del primer número (1909) de la Revue de Dialectologie Romane (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
Portada del primer número (1879) de la Zeitschrift für französische Sprache und Literatur (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
les del mes de julio de 1913 fue admitido para trabajar en el Phonetisches Laboratorium de Hamburgo, tomó contacto con la oficina editorial de la Revue de Dialectologie Romane (RDR, n.º 1 1909), trasladada desde Bruselas a aquella misma ciudad en 1912, y con el por aquel entonces joven hispanista Fritz Krüger, que le ayudó a recabar información sobre su funcionamiento interno.9 Por otro lado, según su propio testimonio, consiguió hacerse con un ejemplar de la prestigiosa Zeitschrift für französische Sprache und Literatur (ZFSpr, Leipzig, n.º 1 1879), a la que califica como «superior a las demás revistas de aquel tiempo por la organización de sus secciones y por su presentación tipográfica» (Navarro Tomás, 1968-69: 13). La también alemana Zeitschrift für romanische Philologie (ZRPh, Tubinga, n.º 1 1877) completaría la terna de modelos que inspiraron y que de alguna manera auspiciaron el nacimiento de la Revista de Filología Española (RFE), cuyo cuaderno número uno vio la luz pública pocas semanas antes del inicio de la Primera Guerra Mundial (28 de julio de 2014) y cuyo primer suscriptor fue Miguel de Unamuno (ibid.: 13-14).10 La aparición de la RFE, como ha recordado Pilar García Mouton (2007: 155), sirvió para consolidar dentro de nuestras fronteras una disciplina sin apenas tradición científica y para elevarla en un breve 9 La RDR era el órgano de difusión científica de la Société Internationale de Dialectologie Romane, dirigida por Bernhard Schädel. En la portada de la revista se indica el nombre de sus quince directores —deberá inferirse que se trataba de su consejo de redacción o de su consejo asesor—, entre los que aparece el de Ramón Menéndez Pidal. Navarro Tomás ya había publicado un trabajo en el primer número, titulado «El perfecto de los verbos –AR en aragonés antiguo. Observaciones sobre el valor dialectal de los documentos notariales» (1909: 110-121). Pueden consultarse algunas de las cartas que este último dirigió durante su estancia en Alemania a Menéndez Pidal en Cortés Carreres y García Perales (2009: 52-67). 10 La influencia traspasó los límites meramente científicos. Aun a riesgo de que pueda ser una impresión personal, y a pesar de las propias palabras de Navarro Tomás, la tipografía de la RFE en general —incluso la de los créditos— recuerda mucho a la de la RDR. Por otro lado, el formato de los anuncios de novedades bibliográficas que aparecen en las últimas páginas de cada cuaderno es similar, por no decir idéntico, al utilizado en la ZFSpr.
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espacio temporal a los niveles que habían sido alcanzados en otros países europeos. Paralelamente se convirtió en un punto de encuentro y de colaboración para los miembros del CEH, estrechó aún más la unión del equipo pidaliano y promovió la incorporación de nuevos investigadores. Fue, así mismo, lugar de paso obligado para muchos jóvenes científicos, que iniciaron así su adiestramiento filológico.11 A su imagen no tardaron en aparecer en el Centro otras revistas, como el Archivo de Arqueología y Arte o el Anuario de Historia del Derecho. Se explica así que fuera recibida por la comunidad científica con algún entusiasmo, compartido por el propio CEH, en cuya biblioteca se depositaron, en 1916, las ciento cuarenta y siete publicaciones periódicas españolas y extranjeras recibidas por intercambio con la RFE y centenares de libros que habían sido enviados para su reseña (Memoria 1914-1915, 1916: 171). Desde sus mismos principios, Menéndez Pidal creyó que la estructura de la RFE, vertebrada de manera fundamental en torno a los artículos de investigación, las reseñas de libros y un apartado de noticias,12 debía acoger una sección de Bibliografía que diera cumplida información de las novedades editoriales —monografías, ediciones, artículos, capítulos de libros y reseñas— que afectaban al mundo de la Filología hispánica, incluida la producción americana. En la toma de esta decisión influyeron dos hechos: por una parte, la ZFSpr y la ZRPh, que, como ya se ha advertido, sirvieron de modelo para el diseño «Ingresaron por este tiempo [hacia 1920] en la sección de Filología elementos de una nueva generación, que no tardaron en destacarse con propio relieve: Amado Alonso, Samuel Gili Gaya, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y Salvador Fernández Ramírez. Su primer campo de adiestramiento fue la participación en los cursos para extranjeros y en las tareas de la Revista, empezando por las reseñas de libros y la formación de la bibliografía trimestral» (Navarro Tomás, 1968-1969: 18). 12 En esta última se recogían informaciones de todo tipo: anuncios de los cursos de vacaciones y de los cursos trimestrales para extranjeros que organizaba el CEH; modificaciones que algunos autores realizaban a trabajos publicados en números anteriores; preparación y aparición de nuevas revistas, ediciones y monografías, incluidas las elaboradas por los propios miembros de la sección de Filología; sus estancias en centros y universidades no españoles, las conferencias impartidas y los cargos desempeñados; visitas y estancias de investigadores extranjeros en el CEH; homenajes, distinciones, premios y reconocimientos recibidos; necrológicas, etc., etc. De forma que este apartado resulta un auténtico e interesante diario de la actividad filológica española, europea y americana de la época. 11
Portada del primer número (1877) de la Zeitschrift für romanische Philologie (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHSCSIC).
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Primeras referencias bibliográficas publicadas en la RFE (I, 1, 1914: 108) (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
de la publicación española, contaban con un Novitätenverzeichnis y un Bibliographie Supplement, respectivamente, donde aparecían clasificadas bajo diferentes epígrafes las contribuciones científicas más recientes relacionadas con sus ámbitos de interés; aunque en este aspecto concreto el paradigma seguido, sin duda alguna, fue el del suplemento bibliográfico de la ZRPh, que se publicaba desde 1878 en tirada aparte y donde la lengua y la literatura españolas tenían reservado un importante espacio.13 Por otro lado, como rememoraba Navarro Tomás muchos años después, el conocimiento previo de la bibliografía apropiada era uno de los puntos claves que se observaban en la disciplina de trabajo del CEH (1968-1969: 19), por lo que no es de extrañar que se le dedicara un esfuerzo abrumador, consecuencia de sentir la falta de libros y de referencias editoriales como un factor que robustecía el temido aislamiento científico. Teniendo en cuenta estas circunstancias, resulta más comprensible el hecho de que el primer número de la RFE apareciera con retraso a causa de la tardanza con que se habían recibido algunas revistas necesarias para completar su Bibliografía (RFE, 1914, 1: 148). Se decidió que en tres de los cuatro cuadernos trimestrales de la RFE se presentaría un catálogo metódico de las publicaciones filológicas que hubieran aparecido durante el tiempo transcurrido entre uno y otro número, tomando como punto de partida el año 1913. Se excluyó el tercer fascículo, correspondiente a los meses estivales, puesto que era una época —máxime con el inicio y posterior desarrollo de la Gran Guerra— en que las revistas se publicaban de una manera disímil. En el cuarto fascículo se recopilaría la información relativa al segundo semestre «presentándola así en forma más completa y sistemática y por lo tanto más útil a nuestros lectores» (RFE, 1914, 3: 356).14 Esta norma, sin embargo, desapareció en el tercer cuaderno del volumen XII, publicado en 1925, momento a partir
13 Aunque seguramente no pase de ser una pura casualidad —por más que estas no existen nunca— entre los autores del Bibliographie Supplement figura el nombre de Carolina Michaëlis de Vasconcellos, investigadora portuguesa que colaboró estrechamente con Menéndez Pidal, en especial en temas relacionados con el romancero. Véase al respecto López Sánchez (2006: 308). 14 A lo largo de la etapa estudiada, solo en una ocasión se faltó a este propósito, ya que en 1927, el cuaderno 4 del volumen XIV apareció sin Bibliografía.
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del cual se elaboraron cuatro inventarios anuales.15 Simultáneamente, en un momento que no aparece registrado ni en las memorias de la JAE ni en las noticias de la RFE, pero sin duda cercano a estos inicios, se resolvió publicar una tirada aparte de la Bibliografía, impresa a una sola cara para facilitar el recorte y la incorporación individual de las fichas a los catálogos, tanto públicos como privados. Iniciativa que tuvo que ser muy bien recibida, puesto que ya en el primer cuaderno de 1918 se informaba a través de un pequeño anuncio de que estaban agotadas las correspondientes a los años 1914-1916, volúmenes I-III, y al primer cuaderno del volumen IV, de 1917, así como de que los suscriptores de 1918 recibirían de forma gratuita las de los cuadernos 2 y 4 de 1917. Su precio sin suscripción era de 4 pesetas anuales. Parece ser que a lo largo de 1914 el principal encargado de la recopilación de los materiales fue Benito Sánchez Alonso, quien también se ocuparía de la organización de la biblioteca del CEH (Navarro Tomás, 1968-1969: 14). Aunque este tipo de información debemos buscarla en textos ajenos a la propia RFE, dado que lo habitual fue que la Bibliografía se publicara de manera anónima, al menos hasta el segundo cuaderno del volumen XVII (1930), en cuyos créditos aparecen por primera vez los nombres de Homero Serís y Ernesto Alonso Villoldo como encargados de la sección. Sea como sea, ha de imaginarse que Sánchez Alonso, a instancias de Pidal y de otros miembros del CEH, ordenó alfabéticamente y clasificó los ítems recogidos —correspondientes al bienio 1913-1914— en cuatro grandes grupos: 1. Sección general (Estudios de Historia general que puedan interesar a la Filología española), 2. Lengua, 3. Literatura, 4. Folklore, distinguiendo en algunos de ellos subapartados que, como puede verse en el Anexo I, irían sufriendo ciertas y, en ocasiones, importantes modificaciones a lo largo de los años.16 Las referencias
Anuncios publicitarios de la tirada aparte de la Bibliografía trimestral y de la RFE (CEH, 1917). (Residencia de Estudiantes, Madrid).
15 En los cuadernos número tres de los volúmenes IV (1917) y V (1918) aparecieron, bajo el epígrafe de Bibliografía, un trabajo de Jordi Rubió Balaguer [«Los códices lulianos de la Biblioteca de Innichen (Tirol)»: 304-340] y otro de Alfonso Reyes [«Reseña de estudios gongorinos (1913-1918)»: 315-336]. 16 Está claro que debía existir algún tipo de esquema más o menos fijo (CEH, 1917: 5-7; Serís, 1931: 259-260), si bien su reconstrucción es complicada, dado que la ausencia o la presencia de trabajos era motivo para la eliminación de subapartados o para la creación de otros nuevos.
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Ejemplar de la tirada aparte de la Bibliografía trimestral (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
aparecían numeradas de manera correlativa, no solo entre los cuadernos de una misma anualidad, sino entre cada volumen de la revista, de forma que hasta 1937 se había recogido un total de 32 593 noticias. Se completaba el trabajo con unas «Abreviaturas de las revistas citadas en la Bibliografía del volumen», que se presentaban aparte, en las hojas finales de cada número.17 Para la elaboración de las tres bibliografías incluidas en el primer tomo se tuvieron en consideración doscientas diecisiete publicaciones periódicas, aunque, como ha de verse después, no todas engrosaban los estantes del CEH. En 1915, una vez superadas las prisas y escollos iniciales, el ámbito de la bibliografía recibió un gran impulso. A ello contribuyó, y no poco, el trabajo de Antonio García Solalinde y de Alfonso Reyes, profesor de la Escuela de Altos Estudios de México. Este último, que recaló en España desde París tras el estallido de la Guerra Mundial, recibió la ayuda de Federico de Onís para franquear las puertas del CEH y para conocer personalmente al maestro (Reyes, 1960 [1941]: 221-222). Y si en un principio su interés era consultar el «riquísimo fondo» custodiado en la biblioteca del Centro con motivo de la preparación del teatro de Ruiz de Alarcón, la sintonía que estableció con los miembros de la sección de Filología —incluido Menéndez Pidal— pronto le granjeó un lugar entre sus colaboradores. En este entorno simultaneó sus estudios sobre literatura española de los siglos XVI y XVII con la preparación de la bibliografía trimestral de la RFE y con la elaboración de una bibliografía retrospectiva, proyectos en los que trabajaría mano a mano con Solalinde. El filólogo mexicano evocaba así aquellos momentos, insistiendo de nuevo en la consideración que tales trabajos recibían en el CEH: El arte de reducir a fichas toda noticia de publicaciones que afectara, en el más amplio sentido, a la filología española, tenía para nosotros [Solalinde y él mismo] —que éramos los más jóvenes de la casa— todos los encantos de un juego de solitario, de un rompecabezas, de una invesCuando se reunían los cuatro cuadernos en un solo tomo se eliminaban esas hojas finales, donde aparecían también la lista de los libros recibidos, las publicaciones y anejos de la RFE y, finalmente, los anuncios publicitarios de otras revistas o de monografías preparadas por los miembros de la sección de Filología. En este caso se preparaba un índice general y una lista de las abreviaturas de las revistas citadas que englobaba las incluidas en los tres o cuatro fascículos. 17
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tigación policial. Trabajábamos como buenos hermanos en las cabeceras de una gran mesa, partida en dos por una pequeña muralla de libros como por una red de ping-pong (ibid.).18
En efecto, en enero de 1915 se decidió afrontar la elaboración de una «Bibliografía de lengua y literatura españolas» anterior a 1913, trabajo que se equiparaba a otros proyectos como el Glosario general de la Edad Media, a los Cursos trimestrales de lengua y literatura españolas para extranjeros e, incluso, a la propia RFE (Memoria 1914-1915, 1916: 167). Redactada en papeletas, se concibió como un importante instrumento auxiliar de los trabajos del Centro y como punto de partida para ulteriores publicaciones monográficas de carácter bibliográfico. La clasificación de las fichas se hizo de acuerdo con los apartados que se diferenciaban en la Bibliografía de la RFE, que a partir de esos momentos comenzó a identificarse como «Bibliografía trimestral» o «Bibliografía corriente», para diferenciarla de la «retrospectiva». Entre las dos, a finales de ese mismo año, sumaban unas 40 000, de las que 3513 correspondían a las publicadas en la revista (ibid.: 169-171). Los trabajos se realizaron bajo la dirección de Federico de Onís y, cuando este marchó en 1916 a la Universidad de Columbia para desempeñar la cátedra de lengua y literatura españolas (RFE, III, 2, 1916: 232), por Reyes, con la colaboración de Solalinde. El CEH, considerada la amplitud y alcance de los mismos, designó a Jesús González del Río como auxiliar encargado del acopio de materiales (Memoria 1916-1917, 1918: 111-112). De la colaboración de Solalinde y Reyes en estos quehaceres surgió un librillo de apenas veintiséis páginas titulado Revista de Filología Española: Sección de Bibliografía, aparecido en 1917, que, según la información que consta en su cubierta posterior, se enviaba de manera gratuita a quien lo solicitara. Como era ya habitual, se publicó de manera anónima, a mayor gloria de la propia revista, del Centro y de su director. No obstante, en su Pasado inmediato (1941) recordaba el mexicano:
Antonio G. Solalinde (Toro, Zamora, 1892-Madison, Wisconsin, 1937) (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
Un día, en nuestro anhelo de hacer una buena publicidad de la Revista, que no fuera un vulgar reclamo, discurrimos [Solalinde y él mismo] un procedimiento que, a la vez, sirviera de anuncio y transformara a todo 18 Terminaría uniéndolos una gran amistad, como se desprende de estos amistosos y cariñosos recuerdos: «Yo aprendí de Solalinde una buena costumbre, que era resultado de su salud moral: en cuanto guardábamos los papeles y salíamos a la calle, el filólogo desaparecía, dejando el sitio al muchacho más sencillo que he conocido. Recorríamos juntos todo Madrid. Él me contaba su llegada a la Corte, cuando salió de Toro empujado por el deseo de ayudar a su madre viuda, aquella lúcida y sobria mujer de España a quien yo recuerdo siempre vestida de negro, goyesco retrato de mantilla, juntos los talones y las puntas de los pies separadas a lo militar, como en algunas telas del maestro de Fuendetodos» (1960 [1940]: 223). Volvió Reyes a rememorar estos momentos en su Historia documental de mis libros (1990 [1955-1957]: 303).
Alfonso Reyes (Monterrey, 1889-México, 1959) (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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lector en un colaborador más de nuestra bibliografía. De aquí nació el folleto: Revista de Filología Española: Sección de Bibliografía (Madrid, 1917) en que —aparte de los sumarios de los números publicados— dábamos las reglas de nuestras fichas, describíamos las operaciones de nuestra catalogación, y establecíamos la lista de las principales siglas usadas, siglas que se han convertido ya en signos de uso permanente entre los filólogos del grupo, como un álgebra del oficio. Este folleto, ya escaso, puede todavía ser útil en esa hora de la iniciación, cuando ni el más modesto consejo se desperdicia (1960 [1941]: 221222).19
Portada del folleto bibliográfico (1917) preparado por Alfonso Reyes y Antonio G. Solalinde (Residencia de Estudiantes, Madrid).
Estamos, por consiguiente, ante el mejor testigo de las prácticas bibliográficas que se ejercitaban en la sección de Filología del CEH, al menos en sus inicios. El cuadernillo se presenta en su cubierta posterior como interesante para los lectores, porque les ayudaría a mejorar y completar sus propias fuentes de estudio; para las bibliotecas, porque les ofrecería abundantes noticias acerca de los últimos trabajos publicados; para los editores, porque sus libros aparecerían anunciados en la Bibliografía de la RFE, «que es la que manejan los eruditos, los profesores de nuestra lengua y los lectores de las bibliotecas más importantes»; y, por último, para las revistas nacionales e internacionales que trataban de asuntos españoles, ya que sus artículos también se incluirían en dicha sección (CEH, 1917: 3). Así pues, parece claro que, además de publicitar las normas internas que servían para elaborarlo, su fin último era el de promocionar el apartado bibliográfico de la revista. El escrito está organizado en torno a doce epígrafes: Prefacio, § 1. La Bibliografía de la RFE, § 2. Clasificación, § 3. Algunas reglas de clasificación, § 4. Orden alfabético, § 5. Numeración, § 6. Referencias. § 7. Redacción de papeletas, § 8. Operaciones de catalogación, § 9. Instrucciones a los colaboradores, § 10. Elementos complementarios de la Bibliografía, y § 11. Lista de las revistas consultadas y de las siglas convencionales que las representan. Así mismo habían ideado la publicación de otro folleto que versaría «sobre crítica de los textos, con una colección de casos ilustrativos, desde documentos paleográficos hasta ediciones modernas. Nunca llegamos a escribirlo. Y Américo Castro, que nos dio varias notas, al fin acabó por aprovecharlas en cierto articulito sobre “La crítica filológica de los textos”, publicado en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, 1917, nº 1, y más tarde recogido con adiciones y retoques en su volumen Lengua, enseñanza y literatura, Madrid, Suárez, 1924» (Reyes 1960 [1941]: 221-222). Sería la Escuela de Estudios Medievales, del CSIC, quien llevaría cabo dicho proyecto, publicado en 1944 bajo el título de Normas de transcripción y edición de textos y documentos. 19
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Aunque de algunos de ellos se ha hablado ya anteriormente, de forma particular de los que afectan al origen de la sección bibliográfica, o a la numeración, ordenación y clasificación de las referencias, es aquí donde se ofrece una explicación más o menos clara de la metodología y del procedimiento seguidos en estos y otros puntos. Así, por ejemplo, se informa de que en algunos números se incluyen títulos atrasados que por algún motivo no se pudieron tener en cuenta en su momento (CEH, 1917: 5); de que, aunque de manera excepcional y dependiendo de su importancia, se consideran pasajes de alguna obra cuyo objeto directo no es la Filología española (ibid.);20 o, por poner un último caso, de que se utilizan remisiones internas cuando un ítem puede figurar en varios apartados (ibid.: 7). Por otra parte, se describen materialmente las nuevas papeletas que se habían adquirido para estos menesteres (Memoria 1916-1917, 1918: 113), octavillas de papel de 133 x 106 mm, señalando que deben escribirse preferentemente por una sola cara, con una «letra legible y disposición [...] uniforme en la colocación y orden de los datos, en el uso de las abreviaturas convenidas, etc.» (CEH, 1917: 10). Así mismo, se reconoce que la materia prima de la Bibliografía estaba configurada por libros y revistas, tanto de la biblioteca del CEH como de otros centros públicos de Madrid, pero también por catálogos de librerías, ventas de bibliotecas o cualquier otra publicación semejante (ibid.: 10, 18). De hecho, en el § 11 se ofrece un elenco de las fuentes consultadas, cuyo número asciende a un total de doscientas setenta y cuatro;21 de ellas, ciento catorce se marcan con un asterisco para indicar que los títulos correspondientes se consultaban en otras bibliotecas madrileñas, y treinta y una llevan un doble asterisco, que identifica los volúmenes que se citaban de manera indirecta. El resto, un total de ciento veintinueve registros (un 47,9%), lo conforman las revistas que se recibían, por intercambio o por suscripción, en las oficinas de la RFE. En el Anexo II puede consultarse la lista completa, incluidas las siglas que se les adjudicaron. Para el establecimiento de estas últimas, de acuerdo con la información proporcionada (ibid.: 18), se recurrió a las «Abréviations bibliographiques» de la ya citada RDR (n.os 2-4 de 1909 y 1-2 de 2010), del «Supplementheft» de la también mencionada ZRPh (XXXIII, 1908; publicado en 1912), de la «Cronaca» del Giornale Storico della Letteratura Italiana (LXIII, 187, 1914) y del índice final del Kritischer Jahresbericht über die Fortschritte der 20 Se pone el ejemplo del ítem número 5079, aparecido en la página 89 del primer cuaderno, volumen IV, de 1917. En ella se indican los pasajes relativos a España que aparecen en los tomos XII, XIII y XIV de The Cambridge History of English Literature (eds. A. W. Ward y A. R. Wualler, Cambridge, University of Cambridge Press, 1915-1916). 21 Si bien no se trata de una cifra absoluta, puesto que se señala que en la lista no se incluyen las revistas de Bélgica, Alemania y Austria que solían consultarse, ya que habían dejado de recibirse a causa de la guerra (CEH, 1917: 18).
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Ejemplo de papeleta bibliográfica (CEH, 1917: 11) (Residencia de Estudiantes, Madrid).
romanischen Philologie (XII, 1909-1910; publicado en 1913). Curiosamente, ninguna de las tres revistas alemanas aparece recogida en el directorio que se ofrece en el folleto, dado que, como se ha advertido, la guerra imposibilitaba su distribución. El origen tan heterogéneo de los datos bibliográficos obligaba a la redacción de al menos cuatro tipos de papeletas: 1. Papeleta sobre libro visto, 2. Papeleta sobre noticia de libro encontrada en revista [o en cualquier otro escrito], 3. Papeleta sobre artículo de revista, 4. Papeleta sobre noticia de artículo de revista encontrada en otra revista [o en cualquier otro escrito] (ibid.: 11-12).22 También se distinguen otros tantos casos que afectaban a la papeletización de las reseñas: 1. Reseña que lleva por título el simple título de la obra por reseñar, 2. Reseña que lleva por título la descripción bibliográfica de la obra por reseñar, 3. Reseña que lleva un título propio y distinto —si con la lectura de la reseña se obtienen los datos del libro reseñado, se ponen entre corchetes—, 4. Reseña anónima —en lugar del nombre se pone X y se alfabetiza por esta letra— (ibid.: 13-14). Toda esta casuística se ejemplifica convenientemente a través de la reproducción de distintos modelos de papeletas. Por lo tanto, resulta evidente el objetivo fundamental que Reyes y Solalinde pretendían con este trabajo: ofrecer a los colaboradores del CEH y de la RFE, tanto internos como externos,23 una pauta que unificara su contribución a la sección de Bibliografía, puesto que ellos eran los encargados de examinar las revistas que no se recibían directamente. Pero, y he aquí una novedad, también intentaban facilitar la colaboración bibliográfica espontánea de los lectores, ya que algunos de ellos habían comenzado a proporcionarles noticias sobre ciertas publicaciones, si bien la irregularidad de los datos aportados obligaba en ocasiones a desecharlas (ibid.: 3). En este sentido, en el § 9 del folleto se recoge una serie de advertencias para todos ellos con la que se intenta proveerles de un método de trabajo eficaz. 22 A ellos se une el caso particular de la papeleta de obra publicada como anónima, pero de autor conocido, cuya única diferencia estriba en que el nombre de este se consignaba entre corchetes (ibid.: 13). 23 En el bienio 1916-1917 se nombraron colaboradores bibliográficos en varios países de Hispanoamérica, con el fin de que la información ofrecida en la RFE pudiera recoger también, de manera más completa, la producción filológica que se elaboraba al otro lado del Atlántico (Memoria 1916-1917, 1918: 111 y 113).
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Sin embargo, la clasificación de los materiales recabados por unos y otros solo podía ser efectuada por el personal de la RFE y, más concretamente, por los denominados «directores de la catalogación» (ibid.: 15), cuya nómina componían los propios autores del cuadernillo, a quienes no tardaría en unirse Emilio Alarcos García (Memoria 1918-1919, 1920: 119). A ellos les correspondía el cumplimiento de diez tareas: 1. Examen previo de las papeletas, para ver si no han sido publicadas anteriormente. 2. Referencias, al pie de las papeletas, a la edición anterior del libro, o a la parte anterior del artículo en publicación. 3. Alfabetización continua de todas las papeletas. 4. Expurgo para desechar las inútiles [que pasaban, en todo caso, a engrosar la Bibliografía retrospectiva]. 5. Clasificación. 6. Uniformación de papeletas, si hubiere irregularidades. 7. Nuevo examen de la alfabetización dentro de cada grupo. 8. Numeración. 9. Referencias de clasificación. 10. Formación del registro de siglas (ibid.: 15-16).
Una vez establecidos los parámetros que debían encauzar la elaboración de la sección, no había más que recopilar con tesón y ahínco las noticias bibliográficas correspondientes, modificando, como ya se ha indicado, los apartados diferenciados para su clasificación a medida que iban manifestándose nuevas necesidades. El número de referencias ofrecidas cada trimestre variaba, sobre todo dependiendo de la mayor o menor puntualidad en la llegada de las revistas a la biblioteca del CEH y, así mismo, de la contribución externa, siempre variable, en el vaciado de aquellas que debían consultarse en otras instituciones, tanto nacionales como extranjeras.24 De esta manera, hasta 1925 se habían recogido un total 14 154 ítems en treinta y tres bibliografías, lo que supone una media de 429 fichas por fascículo y de 1287 por cada uno de los once volúmenes de la RFE publicados hasta ese momento.
Ejemplos de papeletas bibliográficas (CEH, 1917: 12) (Residencia de Estudiantes, Madrid).
En la Memoria correspondiente al bienio 1918-1919 se señala que Germán Arteta Errasti había comenzado a elaborar un índice de las colecciones de revistas existentes en las bibliotecas de Madrid y que, al respecto, se habían revisado los fondos del Museo Pedagógico, la Biblioteca Municipal, la Hemeroteca Municipal y se estaban examinando los de la Biblioteca Nacional (1920: 120). Aunque este trabajo se circunscribe al ámbito de la Bibliografía retrospectiva, ha de imaginarse que también la trimestral se benefició de él. 24
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Armario de los ficheros léxicos del CEH (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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La colaboración exterior siempre resultó necesaria, puesto que fue igualmente vacilante el número de publicaciones periódicas obtenidas por intercambio, dato que se consigna en todas y cada una de las memorias de la JAE, donde, por ejemplo, se señala que en 1916 se recibieron 147 revistas españolas y extranjeras (Memoria 1914-1915, 1916: 171); en 1922, 102 (Memoria 1920-1921, 1922: 127); en 1929, 167 —la cifra más alta alcanzada en esos años— (Memoria 1925-1926 y 19261927, 1929: 160-161); o, por poner un último ejemplo, en 1935, 110 (Memoria 1933-1934, 1935: 237). El resultado material del trabajo, las papeletas, tanto de la Bibliografía trimestral como de la retrospectiva, fue almacenándose en un fichero que podía consultar cualquier miembro del CEH. A este respecto, Homero Serís recordaría años más tarde que las cédulas se hallaban «depositadas en sus correspondientes ficheros en el edificio del Centro, Almagro, 26, Madrid, donde se utilizan constantemente para su lectura» (1931: 257). De este archivo, de acuerdo con la información proporcionada por Pilar Martínez Olmo, actual directora de la Biblioteca Tomás Navarro Tomás del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, no ha quedado rastro alguno, si bien no hay que dar nada por perdido. En los primeros años del siglo XXI, y gracias a las continuas consultas realizadas por Margherita Morreale, quien conocía su existencia y aseguraba que era más rico que el de la Real Academia Española (Torrens, 2013: 241), se (re)descubrió en la Institución el fichero del conocido como Glosario general de la Edad Media o como Diccionario de la lengua castellana hasta fines del siglo XV, de cuya dirección, desde sus inicios en 1915 —un año después contaba con unas 90 000 papeletas—, se había encargado Navarro Tomás y que lamentablemente nunca vio la luz pública (Memoria 1914-1915, 1916: 168-169). Una vez finalizada la Guerra Mundial, sus secuelas siguieron haciendo mella en la vida del CEH y en la de su sección de Filología, a pesar de que esa etapa coincidió con la consolidación de la misma (López Sánchez, 2006: 105-111), lo que produjo situaciones y sentimientos encontrados. El creciente interés mundial por la lengua y la literatura españolas cohabitaba con la escasez y carestía de los materiales de trabajo, la falta de papel y la dificultad de adquirir libros (Memoria 1918-1919, 1920: 12-14). Y mientras el encarecimiento de la vida hacía aún más angustioso el problema de no contar con los medios suficientes para retener a los científicos e investigadores más cua-
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lificados (ibid.), unos pocos pensionados, nuevamente privilegiados, conseguían ocupar cargos en la enseñanza y en las funciones públicas, «aunque todavía constituyen minorías o son individualidades aisladas en un ambiente adverso, que a veces los absorbe y anula» (Memoria 1920-1921, 1922: XII). España continuaba siendo, a ojos de la JAE, un país muy atrasado en sus intereses intelectuales. También a lo largo de los años veinte se irían produciendo diversos acontecimientos que, aunque no afectaron de manera decisiva a la redacción de la Bibliografía de la RFE, sí la condicionaron. Alfonso Reyes se vio obligado a abandonar su trabajo en el CEH en 1924. Habida cuenta de la trascendencia y la relevancia de sus actividades en Europa, la República mexicana lo designó como su embajador en Argentina.25 A causa de los avances producidos en la Bibliografía trimestral, la retrospectiva perdió su razón de ser. La última noticia que se ofrece en este sentido aparece recogida en la Memoria de la JAE correspondiente a los años 1920-1921, donde se señala que los trabajos habían continuado con la intervención de Solalinde, Arteta y Fernando Vida —incorporado como colaborador ese mismo bienio—, quienes prosiguieron con la clasificación «minuciosa y metódica» de todos los materiales reunidos (1922: 127-128). La clausura de este proyecto, sin embargo, abrió paso a otros, como la formación de un catálogo por materias de todas las referencias publicadas en la Bibliografía trimestral de la RFE. La intención no era otra que la de facilitar su consulta por autores, géneros y tendencias. Dirigido por Solalinde, el trabajo fue desarrollado por Arteta, quien en 1925 había clasificado un total de 13 808 fichas (Memoria 1922-1923 y 1923-1924, 1925: 160-161). En el verano de 1925, Navarro Tomás viajó a Puerto Rico, en cuya universidad había sido invitado a impartir un curso sobre fonética y otro sobre lírica popular. De su visita surgió la idea de organizar una Institución Cultural Española, a semejanza de las que ya existían en Argentina (1914) y en Uruguay (1918), creadas para que profesores e investigadores españoles difundiesen la labor científica que desarrollaban (RFE, XII, 4, 1925: 445-446). Fruto de estas relaciones, en 1926 la universidad caribeña decidió organizar su Departamento de español, para lo cual quiso contar con la colaboración del CEH. A tal efecto, Federico de Onís se trasladó allí desde la Universidad de Columbia (RFE, XIII, 1, 1926: 112). Una vez aprobada su creación, fueron nombrados directores honoríficos Menéndez Pidal y Navarro Tomás, y el propio Onís director efectivo (RFE, XIII, 3, 1926: 336;
Así se anunciaba en la RFE, en cuyo apartado de noticias se informaba de que el susodicho «ha salido recientemente de Madrid, dejando entre nosotros el recuerdo ejemplar de su fecunda actividad y de su viva simpatía» (XI, 2, 1924: 224). 25
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Memoria 1924-1925 y 1925-1926, 1927: 218-219).26 Una de sus decisiones como tal fue la creación de la Revista de Estudios Hispánicos (REH), editada conjuntamente por la Universidad de Puerto Rico y el Instituto de las Españas en los Estados Unidos, cuyo primer número aparecería dos años más tarde. Concebida para extender el radio de acción y complementar la labor de la RFE (XV, 2, 1928: 223-224),27 fue dotada también de un apartado bibliográfico para dar cuenta de los progresos filológicos en el ámbito hispanoamericano. Como consecuencia de ello, a partir del volumen que acaba de señalarse, la Bibliografía de la RFE prescindió de los epígrafes reservados a dicha geografía, hecha excepción de los trabajos de carácter lingüístico, que continuaron incluyéndose. Así se comunicó a los lectores con una breve nota que apareció repetida hasta el segundo cuaderno del tomo XVI (1929), momento a partir del cual volvieron a incluirse los apartados que habían sido desechados, puesto que la REH dejó de publicarse en junio de ese mismo año. Hasta entonces en sus páginas había aparecido un total de 3102 referencias (Serís, 1931: 261). Con motivo del referido viaje de Navarro Tomás a Puerto Rico, Homero Serís ocupó de manera «accidental» la Secretaría del CEH (RFE, XII, 2, 1925: 227), cargo que ostentaba el ilustre fonetista desde 1914.28 Y a partir de 1926 —no se sabe si también de forma fortuita— fue designado como secretario de redacción de la RFE (XIII, 1, 1926: Créditos) y como responsable de los trabajos bibliográficos de la sección de Filología, pues aparece ya en la Memoria correspondiente a los cursos académicos 1924-1925 y 1925-1926 como el director de la catalogación por materias de la Bibliografía trimestral de la revista, en la que sustituyó a Solalinde. La selección de referencias seguiría encomendándose a Arteta, mientras que la clasificación de las fichas —cuyo número alcanzaba por entonces los 16 264 ítems— se encomendó a Ricardo Gómez Ortega y a Ángel Andarias (1927: 217-218). Podría decirse de alguna manera que este nuevo período se caracteriza por la internacionalización de los trabajos bibliográficos elaborados en el CEH. El 21 y el 22 de marzo de 1929, en el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual —antecedente de la Unesco—, tuvo lugar una reunión de expertos para «tratar la coordinación de la Los encargados de impartir los siguientes cursos serían Amado Alonso —verano de 1927— y Navarro Tomás —otoño de 1927 e invierno de 1928— (RFE, XIII, 3, 1926). 27 De hecho entre sus redactores figuran los nombres de Américo Castro, Enrique Díez Canedo, Tomás Navarro Tomás o Fernando de los Ríos, todos ellos pertenecientes a la sección de Filología del CEH. 28 Serís ejerció de secretario del CEH de 1925 a 1930 (Memoria 1924-1925 y 1925-1926, 1927: 203; Memoria 1925-1926 y 1926-1927, 1929: 145). Le sucederían en el cargo Rafael Martínez (Memoria 1928-1929 y 1929-1930, 1930: 155), Ramón Iglesia (Memoria 1931-1932, 1933: 131) y Salvador Fernández Ramírez (Memoria 1933-1934, 1935: 217). 26
Homero Serís (Granada, 1879-Madrid, 1969) (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
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bibliografía lingüística románica» (RFE, XVI, 4, 1929: 447). A ella asistieron representantes de las principales publicaciones y proyectos de investigación de la época. Entre ellos figuraron nombres como los de Matteo Giulio Bartoli (Archivio Glottologico Italiano), John L. Gerig (Romanic Review), Maurice Grammont (Revue des Langues Romanes), Jean Haust (Tableau des parlers de la Belgique romane),29 Alfons Hilka (Zeitschrift für romanische Philologie), Jakob Jud (Atlas linguistique et ethnographique de l’Italie et de la Suisse méridionale), José Leite de Vasconcelos (Revista Lusitana), Sextil Puşcariu (Dacoromania), Mario Roques (Romania), Jean Jacques Salverda de Grave (Neophilologus) y Louis Adolphe Terracher (Revue de Linguistique Romane). A ellos se sumó el de Américo Castro, como Américo Castro (Cantagalo, Brasil, 1885-Lloret de Mar, 1972), apuntador en una obra de teatro (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).
representante de la RFE. Fruto del encuentro, se aprobó un plan de coordinación de bibliografía analítica en el que se pedía a los directores de revistas de lingüística o de filología románica, entre otras cosas, que los artículos se acompañaran de un resumen acerca de su contenido y sus conclusiones, que se confeccionaran anualmente una tabla analítica de materias y un índice de palabras estudiadas, que las tiradas aparte de las bibliografías conservaran la paginación original, o que a las reseñas se les diera forma de artículo o de notas independientes con un título especial. Por lo que respecta a la RFE, siempre conservó la numeración en la tirada aparte de su Bibliografía, y desde el cuaderno 29
Obra también conocida como Atlas linguistique de la Wallonie.
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Separata del trabajo de Homero Serís acerca de los trabajos bibliográficos del CEH (1929) (Biblioteca Tomás Navarro Tomás, CCHS-CSIC).
número 4 del tomo XVI, aparecido en el último trimestre de aquel mismo 1929, incluyó en su volumen anual un índice de materias y otro de términos, ambos elaborados por el bibliógrafo y cervantista granadino (Memoria 1928-1929 y 1929-1930, 1930: 168).30 Pocos meses después este abandonó el cargo de secretario del Centro y de la RFE «a fin de consagrarse especialmente a los trabajos de Bibliografía que tenemos en preparación» (RFE, XVII, 2, 1930: 232). También en 1929, del 15 al 30 de junio, se celebró entre Roma y Venecia el Primer Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía, al que asistió Serís como delegado del CEH, con la comunicación titulada «Los trabajos bibliográficos del Centro de Estudios Históricos». En ella recuerda lo arduo y penoso que resultó, al menos en la etapa inicial, la recopilación de noticias bibliográficas, pero cómo también el tesón, el entusiasmo y el rigor metodológico ayudaron a suplir todo tipo de carencias (Serís, 1931: 257). Repasa también el estado de la Bibliografía retrospectiva31 y refiere algunos trabajos ya realizados, como las Fuentes de la Historia española (1919),32 de Benito Sánchez Alonso, cuyo éxito obligó a preparar una segunda edición, revisada y ampliada, que apareció en 1927 (ibid.: 258-259). Presenta, así mismo, otros proyectos que se estaban desarrollando en aquellos momentos, como la bibliografía musical que preparaba en el CEH el musicólogo y folklorista Eduardo M. Torner, que por aquel entonces contaba con 3000 papeletas redactadas (ibid.: 259). No obstante, el grueso de su contribución lo dedica Serís a la Bibliografía corriente, de la que afirma que se realizaba con «los métodos más modernos y exactos» (ibid.: 261) y de la que describe —como ya hicieran Reyes y Solalinde, a cuyo trabajo remite— su metodología y funcionamiento interno, su propuesta de clasificación por materias, la tirada aparte que seguía publicándose o la constitución de los catálogos de materias y de autores (ibid.: 259-261). Por consiguiente, puede afirmarse sin sombra de duda que los trabajos bibliográficos seguían siendo considerados como una actividad primordial en el CEH. En 1930 la sede del Centro fue reubicada en la parte central del antiguo edificio del Palacio del Hielo, situado en el número 4 de la 30 Serís se ocupó de esta labor hasta el volumen XXII (1935). Con posterioridad, incluso tras la Guerra Civil española y la transformación de la JAE en el CSIC, se siguieron publicando ambos índices en la RFE, aunque de manera anónima. 31 «Lengua española, 8.800 fichas. Literatura general, 6.000. Literatura española (clasificada por siglos y dentro de cada siglo, por géneros), 37.000. Cervantes, 9.100. Literatura hispano-americana, 2.000. Índice metódico de las obras de Menéndez Pelayo, 29.800. Existe además una bibliografía de la literatura española por orden alfabético de autores, que consta de 46.500 papeletas» (Serís, 1931: 258). 32 El título completo es Fuentes de la Historia española. Ensayo de bibliografía sistemática de las monografías impresas que ilustran la historia política nacional de España, excluidas sus relaciones con América.
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calle Duque de Medinaceli. El traslado se verificó durante los meses de enero y febrero de 1931. En el nuevo espacio recibieron alojamiento apropiado los ficheros del Glosario medieval, los del conocido por entonces como Corpus Glossariorum de los siglos XV y XVII, que dirigía desde hacía años Samuel Gili Gaya (Memoria 1922-1923 y 1923-1924, 1925: 158159), y todo el material bibliográfico que estaba a cargo de Homero Serís (Navarro Tomás, 1968-1969: 20-21). Allí este último, junto con Alonso Villoldo y Sánchez Alonso, continuó trabajando en la Bibliografía trimestral y en la formación del catálogo por materias, que en 1930 había alcanzado las 22 296 fichas (Memoria 1928-1929 y 19291930, 1930: 168). Pero, como ya se ha señalado, el objetivo fundamental que marcó esta época fue el de la internacionalización. De modo que el CEH, representado por Serís, comenzó a contribuir a la Annual Bibliography of English Language and Literature —editada por The Modern Humanities Research Association, Cambridge— con los datos referentes a las publicaciones hispánicas relativas a la lengua y literatura inglesas y norteamericanas. De igual forma, el Centro fue designado por el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual de París para colaborar con su anual International Bibliography of Historical Sciences, a la que debía suministrarse la bibliografía de la producción histórica española e hispanoamericana. Para ello —y sin duda a raíz de la categoría del designante—, se nombró una comisión, formada por Menéndez Pidal —presidente—, Claudio Sánchez Albornoz y Benito Sánchez Alonso —vocales—, y Serís —secretario— (RFE, XVIII, 3, 1931: 328).33 Resultado de toda esta labor puede considerarse el hecho de que en 1933 la Biblioteca del Congreso de Washington donó a la JAE, con destino al CEH, una colección de 50 000 fichas bibliográficas impresas, correspondientes a las obras que sobre España e Hispanoamérica se custodiaban entre sus fondos. Una vez recibidas, se dispusieron «convenientemente en el departamento de bibliografía del Centro para consulta de investigadores y estudiosos» (RFE, XX, 3, 1933: 344; Memoria 1933-1934, 1935: 238-239). Serís simultaneó todas estas actividades con su asistencia a congresos y reuniones, como la del Comité Internacional de Bibliotecas y Bibliografía, que tuvo lugar en Aviñón, en 1933, en la cual presentó el trabajo titulado «Les bibliothèques espagnoles depuis la République» (RFE, XXX, 1, 1934: 112). También comenzó a trabajar en uno de sus proyectos fundamentales: la preparación de una bibliografía general de la literatura española (Memoria 1931-1932, 1933: 147-148), germen de su Manual de bibliografía de la literatura española, cuya primera parte vería la luz pública en tierras neoyorquinas en 1948, muchos años después 33 En la Memoria correspondiente a los años 1928-1930, sin embargo, solo se menciona a Serís y a Sánchez Alonso como los responsables de esta contribución (1930: 169).
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de su exilio. Debido a ello, no es de extrañar que necesitara más ayuda y colaboración para el correcto desarrollo de sus quehaceres cotidianos. De ahí que recurriera a las «alumnas adelantadas» de la Escuela de Biblioteconomía de la Residencia de Señoritas, dirigida desde su fundación en 1915 por María de Maeztu, para que, bajo su supervisión, realizaran prácticas de alfabetización, papeletización y clasificación bibliográfica (ibid.: 147-148). En el caso concreto de la Bibliografía trimestral de la RFE, a los nombres de Sánchez Alonso, de Villoldo y del propio Serís se unió el de José F. Montesinos (Memoria 1933-1934, 1935: 238). Esta se vería afectada nuevamente por dos hechos: el primero, la constitución en septiembre de 1933 de la Sección de Estudios Hispanoamericanos del CEH, dirigida por Américo Castro, entre cuyos proyectos figuraba la elaboración de una bibliografía sobre las lenguas indígenas de América, en la que trabajarían Ángel Rosenblat y Lázaro Sánchez Suárez, y de otra sobre las obras impresas relativas a América que se encontraban en la BNE (ibid.: 248-249). El segundo, la fundación en 1934 de la Revista Hispánica Moderna,34 de la Universidad de Columbia, que al año siguiente comenzó a publicar una Bibliografía hispanoamericana. Reconociendo que era mucho más completa que la que se pudiera ofrecer en las páginas de la RFE, se tomó la decisión de prescindir «de todas las referencias americanas que no atañan directamente a temas españoles. Suprimimos, pues, todas las papeletas de asunto americano que antes se incluían en las secciones General, Lingüística y Literatura» (RFE, XXII, 1, 1935: 87, n. 1). El estallido de la Guerra Civil supuso el final de muchos sueños, también de los de aquellos que habían luchado para que la ciencia española, y España misma, entroncara con la ciencia universal y enraizara en ella. A pesar de lo cual, los editores de la RFE intentaron por todos los medios seguir publicando su revista —que aparecería con regularidad hasta la primavera de 1937— y, de esta manera, ofrecer una cierta sensación de normalidad, si bien la ausencia total de noticias que se atestigua desde el número 2 del volumen XXIII (1936) es una muestra indiscutible de la realidad que había comenzado a vivirse. La Bibliografía trimestral también siguió confeccionándose, aunque la lista de revistas consultadas: 78 en el primer cuaderno, 92 en el segundo, 47 en el tercero,35 da cuenta de las dificultades que tuvieron que
Bautizada en un primer momento como Boletín del Instituto de las Españas. Otra muestra del optimismo inquebrantable de ciertos espíritus nos lo ofrece el siguiente anuncio, que aparece tras el elenco de revistas citadas en la Bibliografía de ese cuaderno tercero: «EN PRENSA: ÍNDICE ANALÍTICO DE LOS VEINTE PRIMEROS TOMOS DE LA REVISTA DE FILOLOGÍA ESPAÑOLA POR HOMERO SERÍS y ABELARDO MORALEJO. Análisis, con indicación del tomo y páginas, de los artículos, misceláneas, reseñas, obras reseñadas, bibliografía, palabras estudiadas, noticias, etc., en forma de dicciona34 35
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salvarse para su elaboración. A pesar de todos los esfuerzos, la espada venció a la pluma y decapitó al intelecto. Tras un parón obligado de tres años y medio, las labores de la JAE, convertida por obra y gracia del Jefe del Estado y Caudillo de España en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y los trabajos del CEH, denominado a partir de entonces Patronato Menéndez Pelayo, se reanudaron, con la misión de «fomentar, orientar y coordinar la investigación científica nacional» y el empeño de restaurar «la clásica y cristiana unidad de las ciencias destruida en el siglo XVIII» (RFE, XXIV, 3-4, 1937 [1940]: 479). También retomó sus trabajos la sección de Filología, transformada en el Instituto Antonio de Nebrija, cuya Junta formaban Menéndez Pidal —director—, José Manuel Pabón y Suárez de Urbina —vicedirector— y Antonio Tovar Llorente —secretario—.36 Por lo que respecta a la RFE, el nuevo equipo editorial, conformado en gran medida por discípulos de don Ramón,37 decidió seguir una trayectoria continuista, también en lo referente a la Bibliografía trimestral. Como símbolo de tal actitud, aunque en un tiempo y un lugar diametralmente distintos, la numeración de referencias continuó siendo correlativa, correspondiéndole a la primera de la época de postguerra el lugar 31 852 (XXIV, 3-4, 1937: 433). Desde entonces y hasta el momento actual, en que este que escribe se encarga del número anual de Bibliografía de la Revista de Filología Española, se ha alcanzado un total de 105 384 noticias relativas a la producción científica en los ámbitos de la lengua y la literatura hispánicas. Bien es cierto que ahora su función y su interés puede que sean distintos, pero eso es ya harina de otro costal.
rio, es decir ordenados en un solo alfabeto nombres de autores, títulos, materias, conceptos y vocablos». La publicación, obviamente, quedó truncada. 36 El Instituto dio cobijo a dos secciones: Filología Clásica y Filología Española. Esta última, a su vez, se dividió en dos subsecciones: Lingüística y Literatura, que, respectivamente, fueron dirigidas por Dámaso Alonso y Joaquín de Entrambasaguas. 37 En los créditos de 1937 (XXIV, 3-4) y de 1940 (XXV, 1) aparece la siguiente estructura «FUNDADOR: Ramón Menéndez Pidal. COLABORADORES: Emilio Alarcos, Dámaso Alonso, Miguel Artigas, José María de Cossío, Joaquín de Entrambasaguas, Vicente García de Diego, Manuel García Blanco, Agustín González de Amezúa, Ángel González Palencia, Miguel Herrero García, Juan Hurtado, Rafael Lapesa, Francisco Rodríguez Marín, Juan Antonio Tamayo, Benito Sánchez Alonso, José Vallejo. SECRETARIO: Francisco SánchezCastañer».
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BIBLIOGRAFÍA ABAD NEBOT, Francisco (2006) «La “Junta para ampliación de estudios” y el “Centro de estudios históricos”: de Ramón Menéndez Pidal a Joan Coromines», Revista de lengua y literatura catalana, gallega y vasca, 12, pp. 279-292. CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS (1917): Revista de Filología Española. Sección de Bibliografía, Madrid, Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Centro de Estudios Históricos [Imp. Sucs. de Hernando]. CORTÉS CARRERES, Santi y GARCÍA PERALES, Vicent (2009): La historia interna del Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (ALPI). Correspondencia (19101976), Valencia, Universitat de València. ESCUELA DE ESTUDIOS MEDIEVALES (1944): Normas de transcripción y edición de textos y documentos, Madrid, CSIC. GARCÍA MOUTON, Pilar (2007): «La JAE y la filología española», en Miguel Ángel Puig-Samper Mulero (ed.), Tiempos de investigación. JAE-CSIC, cien años de ciencia en España, Madrid, CSIC, pp. 155-159. JUNTA PARA AMPLIACIÓN DE ESTUDIOS E INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS (JAE) (1908): Memoria correspondiente al año 1907, Madrid, Est. Tip. de los hijos de M. Tello. JAE (1910): Memoria correspondiente al año 1908 y 1909, Madrid, Est. Tip. de los hijos de M. Tello. JAE (1912): Memoria correspondiente a los años 1910 y 1911, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. JAE (1914): Memoria correspondiente a los años 1912 y 1913, Madrid, Imprenta de Fortanet. JAE (1916): Memoria correspondiente a los años 1914 y 1915, Madrid, Imprenta de Fortanet. JAE (1918): Memoria correspondiente a los años 1916 y 1917, Madrid, Imprenta de Fortanet. JAE (1920): Memoria correspondiente a los años 1918 y 1919, Madrid, s. n. JAE (1922): Memoria correspondiente a los años 1920 y 1921, Madrid, s. n. JAE (1925): Memoria correspondiente a los cursos 1922-3 y 1923-4, Madrid, s. n. JAE (1927): Memoria correspondiente a los cursos 1924-5 y 1925-6, Madrid, s. n. JAE (1929): Memoria correspondiente a los cursos 1925-6 y 1926-7, Madrid, s. n. JAE (1930): Memoria correspondiente a los cursos 1928-9 y 1929-30, Madrid, s. n. JAE (1933): Memoria correspondiente a los cursos 1931 y 1932, Madrid, S. Aguirre impresor. JAE (1935): Memoria correspondiente a los cursos 1933 y 1934, Madrid, Imp. Góngora. LÓPEZ SÁNCHEZ, José María (2006): Heterodoxos Españoles. El Centro de Estudios Históricos, 1910-1936, Madrid, Marcial Pons/CSIC. LÓPEZ SÁNCHEZ, José María (2007): «El Centro de Estudios Históricos y los orígenes de un moderno sistema científico español», en Miguel Ángel Puig-Samper Mulero (ed.), Tiempos de investigación. JAE-CSIC, cien años de ciencia en España, Madrid, CSIC, pp. 121-127. NAVARRO TOMÁS, Tomás (1968-1969): «Don Ramón Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos», Anuario de Letras, VII, pp. 9-24.
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Revista de Filología Española (1914-1941): I, 1914; II, 1915; III, 1916; IV, 1917; V, 1918; VI, 1919; VII, 1920; VIII, 1921; IX, 1922; X, 1923; XI, 1924; XII, 1925; XIII, 1926; XIV, 1927; XV, 1928; XVI, 1929; XVII, 1930; XVIII, 1931; XIX, 1932; XX, 1933; XXI, 1934; XXII, 1935; XXIII, 1936; XXIV, 1937; XXV, 1941. REYES, Alfonso (1960 [1941]): Pasado inmediato, en Obras completas de Alfonso Reyes, México, Fondo de Cultura Económica, vol. XII, pp. 173-278. REYES, Alfonso (1990 [1955-1957]): Historia documental de mis libros, en Obras completas de Alfonso Reyes, México, Fondo de Cultura Económica, vol. XXIV, pp. 147-351. SERÍS, Homero (1931): «Trabajos bibliográficos del Centro de Estudios Históricos de Madrid», en Ministero della Educazione Nazionale (Direzione Generale delle Accademie e Biblioteche), Atti del Primo Congresso Mondiale delle Biblioteche e di Bibliografia. Roma-Venezia 15-30 Giugno MCMXXIX-A. VII, Roma, La Libreria dello Stato, vol. 2, pp. 257-262. TORRENS ÁLVAREZ, María Jesús (2013): «Margherita Morreale (1922-2012)», Revista de Filología Española, XCIII, 2013, pp. 337-341.
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ANEXO I Evolución del esquema de la Bibliografía vol. I, 1914 SECCIÓN GENERAL (Estudios de Historia general que puedan interesar a la Filología española) Obras bibliográficas Historia de la civilización Instituciones Iglesia y Religión Arqueología y Arte Ciencia y Enseñanza Geografía y Etnografía Historia local Viajes LENGUA Lingüística Estudios gramaticales Fonética general Filología románica Gramática española Fonética española Ortografía y Paleografía Morfología Sintaxis Lexicografía y Semántica Métrica Dialectología
Geografía lingüística Textos no literarios Enseñanza del idioma LITERATURA Literatura general Literatura comparada Historia de la Literatura Literatura española Escritores hispano-latinos Poesía en general Lírica Épica Dramática Novelística Historia Mística Prosa didáctica Crítica literaria Enseñanza de la Literatura FOLKLORE Obras diversas Poesía popular
vol. VI, 1919 SECCIÓN GENERAL Obras bibliográficas y generalidades Historia general Historia política Historia religiosa Instituciones Ciencia y Enseñanza Historia local Arqueología y Arte Geografía y Etnografía Hispanismo y viajes de extranjeros LENGUA Estudios generales
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Lingüística Fonética general Lenguas indoeuropeas Latín Filología románica Lenguas peninsulares Historia general del español Estadística y Geografía Enseñanza y propagación del idioma Gramáticas Gramáticas históricas Gramáticas prácticas Fonética Ortografía
MARIANO QUIRÓS GARCÍA
Morfología Sintaxis Lexicografía y Semántica Dialectología peninsular Americanismos Lenguas indígenas Textos lingüísticos Crítica textual, Paleografía y Diplomática LITERATURA Literatura general Estética Teoría literaria Literaturas extranjeras Literatura comparada Influencias extranjeras Influencias españolas Traducciones al español Literaturas peninsulares Gallego y portugués Catalán Escritores hispanolatinos Escritores hispanorientales Vasco Literatura española en general
Historias literarias Colecciones misceláneas de textos y antologías Monografías sobre autores de géneros varios Enseñanza de la Literatura Métrica Poesía Lírica Épica Didáctica Poemas varios Varia Dramática Novelística Oratoria Historia Prosa mística Prosa varia Ensayos Crítica literaria Memorias, epistolarios y viajes Didáctica FOLKLORE Literatura popular Obras diversas
vol. XX, 1933 SECCIÓN GENERAL Obras bibliográficas de carácter general Historia general Historia política España América y antiguas colonias Historia religiosa Instituciones Cultura científica Historia local Arqueología y Arte Geografía y Etnografía Hispanismo y viajes de extranjeros LENGUA Estudios generales Lingüística Psicología del lenguaje Fonética general
Geografía lingüística Lenguas indoeuropeas Latín Filología románica Lenguas peninsulares Catalán-valenciano Gallego-portugués Vasco Historia general del español Enseñanza y propagación del idioma Morfología Sintaxis Fonética Lexicografía y Semántica Dialectología peninsular Dialectología hispánica extrapeninsular Lenguas indígenas de América y Filipinas Textos lingüísticos Crítica textual, Paleografía y Diplomática
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LITERATURA Literatura general Estilística Teoría literaria Temas literarios Literatura comparada Literaturas extranjeras Influencias extranjeras Influencias españolas Traducciones al español Lenguas orientales Lenguas clásicas Alemán Francés y provenzal Inglés Italiano Portugués Ruso y otras lenguas eslavas Lenguas escandinavas Literaturas peninsulares Catalana y valenciana Gallega y portuguesa Escritores hispanolatinos Estudios hispanorientales Literatura española en general Historia literaria España América
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Monografías sobre autores de géneros varios Colecciones de textos y antologías Métrica general Métrica española Poesía Lírica España América Épica Romances Dramática Teatro antiguo Teatro moderno Novelística Autores antiguos Autores modernos Oratoria Historia Prosa moral Literatura religiosa en general y mística Prosa varia Ensayos Crítica literaria Memorias, epistolarios y viajes Prosa didáctica FOLKLORE
MARIANO QUIRÓS GARCÍA
ANEXO II Relación de las revistas consultadas para la Bibliografía en 1917
** The Academy. London (A) * África Española. Madrid (AE) A Aguia. Porto (Aguia) La Alhambra. Granada (Alh) * American Anthropologist. Lancaster (Anthr) ** The American Historical Review. New-York (AHR) * The American Journal of Philology. Baltimore (AJ) ** American Journal of Semitic Languages and Litterature. Chicago (AJSL) Anais da Academia de Estudios Livres. Lisboa (AAEL) Anais das Bibliotecas e Arquivos de Portugal. Coimbra (ABAP) Anales del Ateneo de Costa-Rica. San José (AACR) * Anales de la Real Academia de Medicina. Madrid (AAM) * Anales de la Sociedad Española de Física y Química. Madrid (ASEFQ) Anales de la Universidad Central. Quito (Ecuador) (AUC) * Anales de la Universidad de Oviedo. Oviedo (AUO) Annaes da Bibliotheca Nacional do Rio de Janeiro. Rio de Janeiro (ABNR) Annales de Bretagne. Rennes (ABret) ** Annales de Géographie et Bibliographie. Paris (AGB) ** Annales du Midi. Toulouse (AM) ** Annales de Provence. Aix-en-Provence (APr) ** Les Annales Romantiques. Paris (AR) ** Annuaire de l’École pratique des Hautes-Études. Paris (AEHÉ) * Anthropologie. Paris (Ant) Anuari del Institut d’Estudis Catalans. Barcelona (AIECat) ** O Archeologo Portugês. Lisboa (APort) * Archivio di Fisiologia. Firenze (AFisiol) ** Archivio Glottologico Italiano. Torino (AGIt) ** Archivio Italiano di Otologia, Rinologia e Laringologia. Torino (AIORL) * Archivio Muratoriano. Città di Castello (AMur) Archivio della R. Società Romana di storia patria. Roma (ASR) Archivio Storico Italiano. Firenze (ASI) Archivio Storico Lombardo. Milano (ASLom) Archivio Storico per le Province Napoletane. Napoli (ASPNap) Archivio Storico per le Province Parmensi. Parma (ASPParm) Archivio Storico Sardo. Cagliari (ASSardo) * Archivio Storico per la Sicilia Orientale. Catania (ASSicO) Archivio Storico Siciliano. Parlemo (ASS) * Archivo de Arte Valenciano. Valencia (AAV) Archivo Bibliográfico Hispano-Americano. Madrid (ABHA) * Archivo Histórico Hispano-Agustiniano. Madrid (AHHAg)
Archivo Ibero-Americano. Madrid (AIA) * Archivos de Rinología, Laringología y Otología. Barcelona (ARLO) * Archivos de Terapéutica y de las enfermedades nerviosas y mentales. Barcelona (ATer) Archivum Franciscanum Historico. Quaracchi (AFH) ** Archivum Romanicum. Firenze (ARom) ** Art in America. New-York (AAm) * Arte Español. Madrid (AEsp) * Asociación Española para el Progreso de las Ciencias. Madrid (AEPC) ** Atene e Roma. Firenze (AtRo) * Ateneo. Vitoria (Álava) (AVit) * Ateneo de Honduras. Tegucigalpa (AtHo) * The Athenaeum. London (Ath) ** Atlantida. Buenos Aires (Atl) Atti e Memorie della R. Accademia Virgiliana di scienze lettere ed arti de Mantova. [Mantova] (AMAMant) Atti della R. Accademia della Crusca. Firenze (AAC) * Atti della R. Accademia dei Lincei. Roma (AAL) La Basílica Teresiana. Salamanca (BTer) Bética. Sevilla (Bét) Bibliofilia. Barcelona (Bi) La Bibliofilia. Firenze (B) Bibliografía Española. Madrid (BEsp) * Bibliographie de la France. Paris (BFr) ** La Bibliographie moderne. Paris (Bib) * Biblioteca Sacro-Musical. Madrid (BSM) * Bibliothèque de l’École des Charles. Paris (BÉC) Boletim Bibliografico da Biblioteca da Universidade de Coimbra. [Coimbra] (BBUC) Boletín de la Academia Nacional de la Historia. Caracas (BANH) Boletín del Archivo Nacional. Habana (BAN) * Boletín del Ayuntamiento de Madrid. [Madrid] (BAM) Boletín Bibliográfico Rico. Madrid (BBRico) Boletín Bibliográfico «Barreiro». Montevideo (BBB) * Boletín de la Biblioteca Municipal de Guayaquil. Ecuador (BBMG) * Boletín del Centro de Estudios Americanos de Sevilla. [Sevilla] (BCEA) Boletín de la Comisión Provincial de monumentos de... Navarra. Pamplona (BCPNavarra) Boletín de la Comisión Provincial de monumentos históricos y artísticos de Orense. [Orense] (BCPOrense) Boletín Histórico de Puerto Rico. [Puerto Rico] (BHPR) Boletín de la Institución Libre de Enseñanza. Madrid (BILE)
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Boletín del Instituto de Reformas Sociales. Madrid (BIRS) * Boletín de Laringología, Otología y Rinología. Madrid (BLOR) ** Boletín de la Librería Colombiana. Bogotá (BLC) * Boletín Oficial del Ministerio de Instrucción Pública. Madrid (BMIP) * Boletín Oficial de la Zona de influencia española en Marruecos. Madrid (BOZM) * Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. [Madrid] (BRABASF) Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona. Barcelona (BABLB) Boletín de la Real Academia Española. Madrid (BAE) Boletín de la Real Academia de la Historia. Madrid (BAH) * Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural. Madrid (BSEHN) * Boletín de la Real Sociedad Geográfica. Madrid (BRSG) * Boletín de la Real Sociedad Geográfica. Revista de Geografía Colonial y Mercantil. Madrid (BRSGCM) Boletín de Santo Domingo de Silos. Burgos (BSDSilos) * Boletín de la Sociedad de Autores Españoles. Madrid (BSAE) Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones. Valladolid (BSCastExc) Boletín de la Sociedad Española de Excursiones. Madrid (BSEEx) Bolletí del Diccionari de la Llengua Catalana. Mallorca (BDLlC) Bolletí de la Societat Arqueologica Luliana. Mallorca (BSAL) Bollettino dell Pubblicazioni Italiane ricevute per diritto di stampa. Firenze (BPIt) * Bollettino delle Publicazione di Recente Acquisto. Roma (BPRA) * Bulletin de la Amérique latine. Paris (BA) ** Bulletin d’Ancienne Littérature et d’Archéologie Chrétiennes. Paris (BALAC) * Bulletin du Bibliophile (et du Bibliothécaire). Paris (BBi) Bulletin Hispanique. Bordeaux (BHi) Bulletin Italien. Bordeaux (BI) ** Bulletin mensuel des Récentes Publications Françaises. Paris (BRPFr) * Bulletin of the New-York public Library. New-York (BNYL) * Bulletin of the Philippine Library. Manila (BPh) * Bulletin of the Public Library of the city of Boston. [Boston] (BPLBoston) Bulletin Pyrénéen. Pau (BP) * Bulletin de la Société Archéologique du Midi de la France. Toulouse (BSAMF) * Bulletin de la Société Nationale des antiquaires de France. Paris (BSNat) Bullettino dell’Istituto Storico Italiano. Roma (BISI) Bullettino dell Società Dantesca Italiana. Firenze (BSDI) * Bulletino della Società Filologica Romana. Roma (BSFR) Burlington (The) Magazine. London (BM) Butlletí de la Biblioteca de Catalunya. Barcelona (BBC) Butlletí del Centro Excursionista de Catalunya. Barcelona (BCExCat) Butlletí del Centre Excursionista de la Comarca de Bages. Manresa (BCExCBages)
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Butlletí de Dialectología Catalana. Barcelona (BDC) Catálogo mensual de la librería de Fernando Fe. Madrid (CatFe) La Ciencia Tomista. Madrid (CT) La Ciudad de Dios. Madrid (CD) * La Civiltà Cattolica. Roma (CC) * Classical Philology. Chicago (ClPh) ** Colección Ariel. San José de Costa Rica (CAr) * Coleccionismo. Madrid (Co) Columbia University Quaterly. New-York (CUQ) * Compte rendu des séances de l’Accadémie des Inscriptions et Belles Lettres. Paris (CrAIBL) * Le Correspondant. Paris (C) La Critica. Bari (Cr) Cuba Contemporánea. Habana (CuC) * Cultura Hispano-Americana. Madrid (CHA) Current Literature of the Month. London (CLM) Don Lope de Sosa. Jaén (DLS) * Le Droît d’Auteur. Lausanne (DA) * English Review. Londres (ER) La Enseñanza Primaria. Tegucigalpa (EP) * La Enseñanza. Madrid (E) * La Escuela Moderna. Madrid (EscM) * España y América. Cádiz (EyAC) España y América. Madrid (EyA) * La España Moderna. Madrid (EM) Estudio. Barcelona (Estudio) Estudios de Deusto. Bilbao (ED) Estudios Franciscanos. Sarriá (EstFr) ** Études. Paris (Ét) Euskal-Erria. San Sebastián (EE) * FFCommunications. Hamina (FFC) ** Fanfulla della Domenica. Roma (FD) * Felix Ravenna. Ravenna (FR) Filosofía y Letras. Madrid (FL) ** France-Amérique. Paris (FranAm) * Gazzette des Beaux-Arts. Paris (GBA) ** Giornale della Libreria. Milano (GLib) Giornale Storico della Letteratura Italiana. Torino (GSLIt) * Giornale Storico della Lunigiana. Spezia (GSLun) * La Grande Revue. Paris (GR) Hermes. Bilbao (Her) * Ibérica. Tortosa (Ib) Idearium. Bilbao (Ide) * Ideas. Buenos Aires (Ideas) O Instituto. Coimbra (Insti) ** The Journal of American Folk-lore. Lancaster, Pa. and New-York (JAF) ** The Journal of Philology. London, Cambridge (JPh) * Journal des Savants. Paris (JS) La Lectura. Madrid (L)
MARIANO QUIRÓS GARCÍA
Letras. Habana (Let) * The Library Journal. New-York (LJ) Libros antiguos y modernos, nuevos y de ocasión, de la librería de Francisco Beltrán. Madrid (Libros) * Mémoires et Documents publiés par la Société d’Histoire et d’Archéologie de Genève. [Genève] (MDSHAGenève) Mémoires de la Société Néophilologique de Helsingfors. Helsingfors (MSNphHels) * Mercure de France. Paris (MF) Modern Language Notes. Baltimore (MLN) The Modern Language Review. Cambridge (MLR) Modern Language Teaching. London W (MLT) Modern Philology. Chicago (MPhil) ** Le Moyen Âge. Paris (MA) * Museum. Barcelona (Mus) * La Nature. Paris (Nat) * Nosotros. Buenos Aires (Nos) * La Nouvelle Revue. Paris (NR) Nuestro Tiempo. Madrid (NT) * Nueva Academia Heráldica. Madrid (NAHer) * Nuova Antologia. Roma (NAnt) Orthodoxon Biblión. Barcelona (OB) ** The Papers of the Bibliographical Society of America. Chicago, Illinois (PBSA) * Polybiblion. Paris (Polyb) * Progreso. Barcelona (Pro) Publicaciones Nuevas de la librería de la viuda de Montero. Valladolid (PN) Publications of the Modern Language Association of America. Baltimore (PMLA) The Quarterly Review. London (QR) La Rassegna. Firenze, Napoli (Rass) Razón y Fe. Madrid (RyF) Rendiconti della R. Accademia dei Lincei, cl. di scienze mor., stor. e filol. Roma (RALinc) Resumen Bibliográfico. Barcelona (ResB) * The Review of Reviews. London (RRews) La Revista. Barcelona (Revis) Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Madrid (RABM) Revista Argentina de Ciencias Políticas. Buenos Aires (RACP) * Revista de la Asociación Artístico-Arqueológica barcelonesa. Barcelona (RAABar) Revista de Bibliografía Chilena y Extranjera. Santiago de Chile (RBChile) Revista de la Biblioteca Nacional. Habana (RBN) Revista Bimestre Cubana. Habana (RBC) Revista Calasancia. Madrid (RCal) Revista Castellana. Valladolid (RCa) La Revista Católica de Santiago de Chile. [Santiago de Chile] (RCChile) Revista del Centro de Estudios Históricos de Granada y su reino. Granada (RCEHGranada) Revista Contemporánea. Cartagena (RC)
Revista Cristiana. Madrid (RCris) * Revista Crítica Hispano-Americana. Madrid (RCHA) Revista Eclesiástica. Valladolid (REcl) Revista de Educação geral e técnica. Lisboa (RE) * Revista Española de Laringología, Otología y Rinología. Madrid (RELOR) Revista de la Facultad de Letras y Ciencias de la Habana. [La Habana] (RFLCHabana) Revista de Filología Española. Madrid (RFE) Revista de Filosofía. Buenos Aires (RFil) * Revista de Geografía Colonial y Mercantil. Madrid (RGCM) * Revista Gráfica. Barcelona (RGr) Revista de Historia. Lisboa (RHist) Revista de historia y de Genealogía Española. Madrid (RHGE) Revista Lusitana. Lisboa (RLu) Revista de Menorca. Mahón (RMen) * Revista Montserratina. Barcelona (RMont) * Revista Musical. Bilbao (RMBilbao) Revista Musical Hispano-Americana. Madrid (RMHA) La Revista Quincenal. Madrid, Barcelona, Paris (RQ) Revista de la Real Academia de Ciencias exactas, físicas y naturales de Madrid. [Madrid] (RACMad) Revista de la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes. Cádiz (RRACádiz) * Revista de la Sociedad de Estudios almerienses. Almería (RSE) Revista de la Sociedad Jurídico-Literaria de Quito. [Quito] (RJLQuito) Revista de la Universidad. Tegucigalpa (RUnTeg) Revista de la Universidad de Buenos Aires. [Buenos Aires] (RUBA) * Revista de la Universidad Nacional de Córdoba. Argentina (RUNC) Revista da Universidade de Coimbra. [Coimbra] (RUC) ** Revista Universitaria. Lima (RUniv) * La Revue. Paris (Rev) * Revue Archéologique. Paris (RArch) * La Revue de l’Art Ancien et Moderne. Paris (RAAM) * Revue d’Art Chrétien. Paris (RACh) * Revue Benédictine. Paris (RBen) * Revue des Biblothèques. Paris (RBi) * Revue Critique d’Histoire et de Littérature. Paris (RCHL) * Revue Critique des Livres Nouveaux. Paris (RCrLN) Revue des Deux Mondes. Paris (RDM) Revue de l’Enseignement des Langues Vivantes. Paris (RWLV) * Revue des Études Anciennes. Bordeaux-Paris (RÉAn) * Revue des Études Juives. Paris (RÉJ) * Revue de Gascogne. Auch (RG) Revue Hispanique. Paris (RHi) * Revue Historique. Paris (RH) * Revue Historique de la Révolution Française. Paris (RHRFr) * Revue Internationale de l’Enseignement. Paris (RIE) * Revue des Langues Romanes. Montpellier (RLR) ** Revue du Mond Musulman. Paris (RMM)
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* Revue de l’Orient Chrétien. Paris (ROChr) * Revue de Paris. Paris (RPa) * Revue Pédagogique. Paris (RPé) ** Revue de Philologie Française et de Littérature. Paris (RPhFL) * Revue de Philologie, de Littérature et d’Histoire anciennes. Paris (RPhLH) * Revue Philosophique. Paris (RPhil) * Revue Politique et Parlementaire. Paris (RPPar) * Revue des Pyrénées. Toulouse (RPy) * Revue Scientifique. Paris (RSc) * Revue Thomiste. Toulouse (RTh) * Rivista delle Biblioteche e degli Archivi. Firenze-Roma (RBA) * Rivista del Collegio Araldico. Roma (RCAral)
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* Rivista Musicale italiana. Torino (RMus) * Rivista Popolare di Politica, Letteratura e Scienze sociali. Roma (RPPLS) Rivista Storica Italiana. Torino (RSI) Rivista degli Studi Orientali. Roma (RSO) The Romanic Review. A Quarterly Journal. Lancaster, Pa (RRQ) El Siglo de las Misiones. Bilbao (SM) Studj Romanzi. Roma (SR) * The Studio. London (S) Unión Ibero-Americana. Madrid (UIAm) * La Voce. Firenze (Vo) Zeitschrift des Deutschen Wissenschaftlichen Vereins zur Kultur-und Landeskunde Artentiniens. Buenos Aires (ZDWV)
MARIANO QUIRÓS GARCÍA
C ARLOS D OMÍNGUEZ Instituto de Lexicografía Real Academia Española
El Boletín de la Real Academia Española (BRAE)
La Academia había acordado antes del verano de 1914 conmemorar su segundo centenario con una serie de actos a los que se iba a invitar a un importante número de miembros correspondientes españoles y extranjeros, europeos y americanos, además de a colegas de otras instituciones internacionales semejantes a la Española. No pudo ser; de la misma forma que la Guerra de la Independencia impidió la conmemoración del primero, en esta ocasión la Gran Guerra impedía que «la Academia celebrase el segundo centenario de su fundación con el esplendor y concurso de personas en que se había pensado al acordarlo» (Acta de 1 de octubre de 1914). En principio, todo quedó en la anotación en acta del evento, un certamen literario y la celebración de una junta extraordinaria dedicada a la conmemoración de este segundo centenario. No obstante el momento histórico, la actividad no cesó: ese año ingresaron en la Academia como miembros de número Francisco Fernández de Bethencourt, Juan Navarro Reverter, Manuel de Saralegui y Medina y Juan Menéndez Pidal. Además, en este 1914 la Academia desarrolló una incansable e importante actividad, solo comparable a la desarrollada en sus primeros años de existencia: se publicó la 14.ª edición del DRAE; se elaboró y publicó un Plan general para la redacción del Diccionario histórico de la lengua castellana, lo que suponía desde este mismo año la puesta en marcha del primer Diccionario histórico; también se publicó un Compendio de la gramática de la lengua castellana, dispuesto por la Real Academia Española para la segunda enseñanza; el año anterior, 1913, habían visto la luz una nueva edición de la Gramá-
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Cubierta del primer número del Boletín de la Real Academia Española (Real Academia Española).
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tica de la lengua castellana y un Prontuario de ortografía castellana en preguntas y respuestas arreglado por la Academia Española. Culminaba esta incesante labor académica la propuesta del director, Antonio Maura, recogida en acta de 18 de diciembre de 1913, de crear un boletín de la Academia: Suscitada por el Sr. Director la discusión acerca de la publicación de un Boletín de la Academia y después de haber hablado en contra el Sr. Cortázar y en pro los Sres. Picón y Rodríguez Marín, el Sr. Director designó una Comisión formada por los señores Cortázar, Picón, Menéndez Pidal y Rodríguez Marín y el que abajo firma [Cotarelo] para que estudie detenidamente el asunto en cuestión.
El acta de 31 de diciembre de 1913 nos informa de la aprobación de su publicación, aunque con alguna reticencia. Desgraciadamente no hemos podido acceder al dictamen de la citada comisión. El Sr. Rodríguez Marín leyó el dictamen de la Comisión del Boletín de la Academia y fue aprobado después de alguna discusión sobre su contenido en que intervinieron los Sres. Cortázar, Rodríguez Marín y Alemany.
Surge, por tanto, un boletín como foro de investigación y debate sobre los más variados temas lingüísticos; publicación anual en cinco cuadernos, que hasta 1935 llegaban al lector en febrero, abril, junio, octubre y diciembre con los objetivos que Emilio Cotarelo nos expone en la «advertencia preliminar» del primer número: Comunicar más y mejor con las corporaciones hermanas o similares, con sus propios individuos residentes fuera de Madrid y con la generalidad del público, acrecentando la intensidad y la eficacia de su labor, para los fines con que fue instituida ahora va para dos centurias […]. A los académicos, sean de número o correspondientes, nacionales o extranjeros, ofrecerá, el BOLETÍN fácil ocasión para exposiciones doctrinales, reseñas bibliográficas, notas de crítica...
Cabe destacar la indicación expresa de que los trabajos publicados no serían vinculantes a las decisiones tomadas por la corporación. Se unía esta nueva publicación periódica a las ya consolidadas en la RAE como eran las colecciones de textos clásicos —que acabó formando la colección Biblioteca Selecta de Clásicos Españoles—, las Memorias —comenzaron a publicarse en 1870 y llegaron hasta 1926—, los Discursos y su Anuario. En los primeros cuadernos del Boletín de la Real Academia Española (BRAE) comienzan a fijarse las distintas secciones en un intento de que se conviertan pronto en fijas y en las que predomina el tema léxico, palabras concretas (jabaluna, influenciar), «vocablos incorrectos», neolo242
CARLOS DOMÍNGUEZ
Ramón Menéndez Pidal, director de la Academia y de la RFE, retrato de Bruno Beran (Real Academia Española).
gismos, arcaísmos, etimologías, voces técnicas, americanas y cuestiones de lexicografía y norma. Si bien el carácter de estas secciones fue por lo general ocasional, aparecían y desaparecían de un número a otro según la afluencia de material, hubo algunas que tuvieron una estricta regularidad desde el principio, aquellas en las que se informaba sobre acontecimientos académicos y que servían de enlace informativo con las Academias americanas: información académica, acuerdos y noticias, recepción de académicos, elección de cargos, juntas públicas, honras solemnes, necrológicas, academias correspondientes de la española, concursos y premios, publicaciones, etc. Todo ello no significa que se olvidasen los temas literarios, lingüísticos e históricos vinculados al ámbito hispánico.
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La lectura de los primeros tomos muestra una abundancia de artículos firmados por Cotarelo Mori, quizás para alentar la participación de otros autores. Así podemos leerlo en acta de 15 de enero de 1914: Estando próximo a publicarse el Boletín de la Academia se acordó ponerlo en conocimiento de sus correspondientes españoles, remitiéndoles un ejemplar de los Estatutos y Reglamento recordándoles las obligaciones de su cargo y manifestándoles al mismo tiempo que los trabajos que remitan y sean publicados se les retribuirá debidamente.
Y este empeño dio sus frutos. A lo largo de su historia (1914-2014) el BRAE ha publicado cerca de tres mil colaboraciones de autores españoles e hispanoamericanos así como de hispanistas de países de habla no española, sin contar con toda la información de la vida de la institución, todos los cambios producidos a lo largo de su historia; un conjunto de 94 tomos y cerca de una docena de números especiales. Todo ello con una regularidad, independientemente de periodicidades —un tomo anual, inicialmente en cinco entregas, después en cuadernos cuatrimestrales y hoy semestrales con solo una única interrupción
durante los años 1937 a 1944—, evidente en el gráfico anterior, que muestra el número de artículos publicados en abanicos de años que corresponden a las distintas secretarías académicas. Pero en el BRAE nunca ha sido tan importante el número de artículos publicados como su calidad o trascendencia. Baste citar el
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artículo firmado por Jaime Moll publicado en 1979, tomo LIX, cuaderno CCXVI, que se considera como introductor en España de la metodología anglosajona en cuestiones bibliográficas. Como anticipábamos anteriormente, el estallido de la Guerra Civil paralizó toda actividad académica y con ello la publicación de sus obras. Salir de este parón supuso un grande y progresivo esfuerzo. En este contexto, el BRAE no pudo sacar ningún tomo durante nueve años —de 1937 a 1944—. Don Emilio Cotarelo y Mori, director del Boletín desde su creación, nos presenta la situación en el cuaderno n.º CXIV, fechado en mayo de 1945, el estallido de la Guerra Civil, que terminó en 1.º de abril de 1939, ocurrió hallándose la Academia en período de vacaciones y dispersos sus individuos, por lo que unos quedaron incluidos en la llamada «zona roja» y otros en la «nacional», sin posible comunicación entre sí. Al reaparecer este Boletín, vencidas las dificultades que lo impidieron hasta ahora, parece inexcusable resumir en breves renglones la información académica correspondiente a los nueve años que median entre el cuaderno CXIII, último publicado en 1936, y el CXIV, que verá la luz en mayo de 1945. El 15 de septiembre de 1936 el Gobierno de Madrid publicó un decreto en el que declaraba disueltas todas las Academias oficiales y procedió a la incautación de los edificios y de los bienes de las mismas. Mientras tanto, en la zona nacional se reconstituyeron dichas Corporaciones con los individuos que en ella se encontraban, y la Real Academia Española comenzó a funcionar en Salamanca el 5 de enero de 1938 […]. Liberado Madrid en 28 de marzo de 1939 y restablecida poco después las normalidad en toda la nación, la Academia volvió a su casa solariega, recobró aquellos de sus bienes que eran de carácter inalienable, y celebró su primera junta ordinaria el 31 de mayo del mismo año…
Cubierta del BRAE conmemorativo del tercer centenario de la muerte de Lope de Vega, 1935 (Real Academia Española).
Algunos acontecimientos y aniversarios propiciaron la edición de números especiales. El centenario de la muerte de Lope de Vega dio lugar a que el cuaderno CX de agosto-noviembre de 1935 se dedicase a conmemorar esta efeméride; al centenario, además, se unía la inauguración como museo de la Casa de Lope de Vega, que había pasado a ser propiedad de la Real Academia Española en 1931 y tras un largo proceso de restauración se había inaugurado en 1935. Ese año fue declarada Monumento Nacional. Tras este número especial, se contempló la posibilidad de crear, incluso, una «sección lopiana» fija dentro del BRAE. En el año 1948 la Academia celebraría con un nuevo número especial (tomo XXVII-octubre 1947-abril 1948) el centenario del nacimiento de Cervantes. El número recogió trabajos pioneros en los estudios de Cervantes; colaboraron José María Pemán, Oliver Asín, Gabriel Maura Gamazo, Julio Casares, Armando Cotarelo Valledor, Lorenzo Riber, Eugenio d’Ors, Luis Martínez Kleiser…
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No será el único número que dedique el Boletín a Cervantes. Con motivo de la conmemoración del IV Centenario de la publicación de la primera parte del Quijote la Academia se sumó con la edición popular del Quijote, la colocación de una lápida conmemorativa del IV Centenario en la casa madrileña en la que vivió y murió Cervantes y la publicación de un número monográfico del Boletín (tomo LXXXV, cuadernos CCXCI-CCXCII, enero-diciembre de 2005) con casi una treintena de estudios sobre muy variados aspectos del Quijote: su relación con la caballería real y los libros de caballerías, el léxico y la riqueza lingüística, la teoría de la novela, el arte de la construcción novelística cervantina, la impresión del libro…, un volumen de casi seiscientas páginas. Cuaderno especial fue el publicado en 1965 (tomo XLV, cuaderno CLXXVI), dividido en dos partes: la primera con participación de Gerardo Diego, Gili Gaya, Fernández Almagro, Baltasar Isaza Calderón y Pedro Pablo Barnola en conmemoración de Andrés Bello en el primer centenario de su muerte; y la segunda parte del cuaderno en homenaje a la memoria de Ángel de Saavedra (duque de Rivas), Ventura de la Vega y Antonio Alcalá Galiano en su primer centenario, con trabajos de Juan Ignacio Luca de Tena, Luis Rosales, Julián Marías, etcétera. En septiembre-diciembre 1961 (cuaderno XLI del tomo CLXIV) el BRAE publicó el «Homenaje a la memoria del egregio poeta D. Luis de Góngora y Argote con ocasión del IV centenario de su nacimiento». El cuaderno CLXXXVIII del tomo XLIX de septiembre-diciembre de 1969 publica, en forma de homenaje, las intervenciones de los académicos en la sesión pública en honor de Ramón Menéndez Pidal y así se informa en las páginas introductorias del cuaderno: La Real Academia Española dedica este número de su BOLETÍN a la memoria del que fue su querido Director, Excmo. Sr. D. Ramón Menéndez Pidal. Publicamos en primer lugar, y en el orden en que fueron leídos, los trabajos presentados por varios señores académicos en la solemne sesión pública del 13 de marzo de 1969, fecha en que el ilustre sabio y maestro habría cumplido cien años.
Veinte participaciones (Antonio Tovar, Zamora Vicente, Julián Marías, Luis Rosales, Vicente Aleixandre, Lapesa, Dámaso Alonso, Calvo-Sotelo, Laín, Gerardo Diego, Pemán...), más de quinientas páginas. No sería la última vez que asistiríamos a la publicación de discursos de algunas sesiones públicas formando grupos especiales; así sucedió con los discursos leídos en la Academia el 2 de mayo de 1965 para conmemorar el primer centenario del nacimiento de D. Miguel de
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Unamuno (1864-1936), o el pequeño homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer en el tomo L cuaderno CXCI, del año 1970, centenario de su muerte (Luis Rosales, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, José M.ª Cossío y José M.ª Pemán); el homenaje a Camõens en el año 1973 (tomo LIII, cuaderno CXCVIII) y a Azorín el mismo año con los discursos leídos en la sesión solemne del 2 de diciembre para conmemorar el centenario del nacimiento del ilustre escritor (tomo LIII, cuaderno CC); el dedicado a Rafael Lapesa en 1988, «justo homenaje a nuestro querido Director, don Rafael Lapesa, con motivo de su octogésimo y lúcido aniversario» (tomo LXVIII, cuaderno CCXLIII, p. 41). En los últimos años se han publicado (tomo XCIII, cuaderno CCCVII) las intervenciones llevadas a cabo por Carmen Iglesias, Pedro Álvarez de Miranda, José María Merino y Arturo Pérez-Reverte en el pleno público celebrado en el Oratorio de San Felipe Neri en Cádiz, como homenaje académico a los doceañistas y a la Constitución de 1812. Con motivo de la conmemoración del III Centenario de la Academia se plantearon dos cuadernos especiales del Boletín: el primero, dedicado al siglo XVIII, el Siglo de las Luces, época en que nació la Academia Española. Algunos miembros de número de la RAE han participado escribiendo sobre aquella época en la que se publicaron las primeras obras académicas: el Diccionario de autoridades, aparecido entre los años 1726 y 1739, la Orthographia española (1741) y la Ortografía de la lengua castellana (1754), la Gramática (1771), el primer Quijote que editara la Academia, impreso por Ibarra en 1780, y en ese mismo año el Diccionario de la lengua castellana reducido a un tomo para su más fácil uso, que inaugura la serie del DRAE. El segundo cuaderno, que corresponde precisamente al segundo semestre del año 2014, ofrece una selección de veintitrés artículos publicados en el BRAE a lo largo de su primer siglo de vida, en una antología que pretende recoger algunos de los trabajos más significativos publicados en el Boletín desde su primer número, aun cuando inevitablemente no estarán todos los que son. El escrutinio y selección ha corrido a cuenta del pleno de la corporación y de su comisión delegada para la organización del tercer centenario de la RAE. Nos parece interesante dejar aquí constancia de los trabajos seleccionados: — Alfonso Reyes, «Los textos de Góngora (corrupciones y alteraciones)». — Narciso Alonso Cortés, «Doña Isabel de Urbina, primera mujer de Lope de Vega».
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Dámaso Alonso, director de la Academia y de la RFE, retrato de Hernán Cortés (Real Academia Española).
— Emilio Alarcos García, «Una teoría acerca del origen del castellano». — Antonio Tovar, «Las inscripciones ibéricas y la lengua de los celtíberos». — Ramón Menéndez Pidal, «Cantos románicos andalusíes (Continuadores de una lírica latina vulgar)». — Antonio Rodríguez-Moñino, «El primer manuscrito del Amadís de Gaula (noticia bibliográfica)». — Emilio García Gómez, «Las jarŷas mozárabes y los judíos de al-Ándalus». — Gerardo Diego, «Góngora en la Academia». — Rafael Lapesa, «Los casos latinos: restos sintácticos y sustitutos en español». — Américo Castro, «Sobre yo amanezco y yo anochezco». — Manuel Mujica Láinez, «Azorín e Hispanoamérica». — Vicente Aleixandre, «Encuentro con Rubén Darío».
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— Martín de Riquer, «La fecha del Ronsasvals y del Rollan a Saragossa según el armamento». — Gonzalo Torrente Ballester, «Lectura otoñal de El diablo cojuelo». — Dámaso Alonso, «Mi amistad con Vicente Aleixandre». — Luis Rosales, «El libro de los gorriones». — Margherita Morreale, «Virgilio en el Tesoro de Sebastián de Covarrubias». — Maxime Chevalier, «Cervantes y Gutenberg». — Emilio Alarcos Llorach, «Estertores latinos y vagidos romances». — Fernando Lázaro Carreter, «Las academias y la unidad del idioma». — Manuel Alvar, «Las castas coloniales en un cuadro de la Real Academia Española». — Joaquim Molas, «Sobre Verdaguer y la literatura española de la Restauración». Durante el año 2007 comienza el BRAE un proceso de adaptación a los estándares para la edición de revistas científicas, aumentando de esta forma su presencia en las bases de datos internacionales. Si en 2002 se fija la periodicidad de publicación en dos cuadernos anuales, en el primer cuaderno de 2007 (tomo LXXXVII, cuaderno CCXCV) se añaden ya los descriptores de los artículos en español, inglés y francés; en el segundo cuaderno de ese mismo año aparece, por primera vez, el reconocimiento del secretario académico como director del BRAE, además se establecen ya unas normas claras de presentación de originales. Continuó el primer cuaderno de 2009 (tomo LXXXIX, cuaderno CCXCIX) con la publicación del primer consejo editorial establecido para el BRAE —en este punto habría que tratar de establecer, aun como mera anotación, hasta dónde se considera la vinculación de los académicos correspondientes con la Casa a la hora de establecer las dos terceras partes del consejo como ajenos a la entidad—; este primer consejo editorial estaba compuesto por veinticinco académicos correspondientes, españoles y extranjeros1 además del secretario de la RAE como director del Boletín.
Manuel Alvar, director de la Academia y de la RFE, retrato de Félix Revello del Toro (Real Academia Española).
Los componentes de ese primer «Consejo editorial» eran: Manuel Alvar Ezquerra (España), Alberto Blecua Perdices (España), Julio Borrego Nieto (España), Jean Canavaggio (Francia), Rafael Cano Aguilar (España), Manuel Casado Valverde (España), Park Chul (Co1
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La calidad y el proceso de adaptación del BRAE se ven reconocidos en el trabajo de Lola Santonja, Informe sobre calidad de las revistas en las áreas de Humanidades: Lingüística, Madrid, Universidad Carlos III de Madrid, 2011, donde se establece un listado de las revistas nacionales e internacionales más valoradas en los diferentes sistemas de evaluación de calidad, bajo el epígrafe «ERIH European Reference Index for the Humanities. / European Science Foundation»:
REVISTAS ESPAÑOLAS CLASIFICADAS A: (existen tres categorías, A, B y C) • Ninguna
REVISTAS ESPAÑOLAS CLASIFICADAS B: • • • • • • •
Boletín de la Real Academia Española Estudis Romànics Lingüística Española Actual Revista de Filología Española Revista de Filología Románica Revista Española de Lingüística Revista Española de Lingüística Aplicada
La autora del informe recurre a distintas instituciones consciente de que el principal problema para la valoración estriba en el hecho de que los criterios de valoración son diferentes en cada uno de los sistemas, aunque concluye que «normalmente se constata que las revistas mejor valoradas en un sistema suelen ser las mismas que en otro que emplea diferentes parámetros». A partir del tomo XCV, correspondiente al año 2015, el BRAE se convertirá en revista electrónica, aunque con las mismas características de la publicación tradicional en papel. En estos momentos, la Comisión Académica de Publicaciones está debatiendo, entre otros detalles, sobre la conveniencia de imprimir una tirada corta de ejemplares
rea), Jean-Pierre Étienvre (Francia), Juan Antonio Frago García (España), Claudio García Turza (España), Jacques Lafaye (Francia), Humberto López Morales (Asociación de Academias de la Lengua Española), Christopher Maurer (Estados Unidos), Dieter Messner (Austria), Ian Michael (Reino Unido), Antonio Narbona Jiménez (España), Hans-Jörg Neuschäfer (Alemania), Blanca Periñán (Italia), Augustin Redondo (Francia), Carlos Reis (Portugal), Timo Riiho (Finlandia), Elías L. Rivers (Estados Unidos), Russell P. Sebold (Estados Unidos), Dorothy Severin (Reino Unido), Norio Shimizu (Japón).
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o bien ofrecer a los lectores interesados la posibilidad de comprar uno o varios ejemplares impresos bajo demanda. Por último, dentro de las tareas de digitalización de obras y documentos que se han llevado a cabo en la Casa, en septiembre de 2010 se completó la digitalización de la serie completa del BRAE, que se ofrecerá próximamente a la consulta pública a través de la página electrónica de la Academia.
ANEJOS DEL BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA En 1959, bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal, se inicia la serie de los «Anejos del BRAE» de los que, en la misma línea que los cuadernos del Boletín se han publicado ya sesenta y un títulos monográficos dedicados a trabajos de investigación, firmados por autores españoles e hispanistas extranjeros. La colección arrancó con fuerza, bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal se publicaron dieciocho volúmenes: I. Morreale, Margherita, Castiglione y Boscán: el ideal cortesano en el Renacimiento español, Tomo I (Estudio léxico-semántico), Tomo II (Apéndices), 1959. II. O’Kane, Eleanor S., Refranes y frases proverbiales españolas de la Edad Media, 1959. III. García Cotorruelo, Emilia, Estudio sobre el habla de Cartagena y su comarca, 1959. IV. Márquez Villanueva, Francisco, Investigaciones sobre Juan Álvarez Gato, 1960. V. Tucídides romanceado en el siglo XIV, edición y estudio de Luis López Molina, 1960. VI. Goicoechea, Césareo, Vocabulario riojano, 1961. VII. El Evangelio de San Marcos según el manuscrito escurialense I. I. 6 [c. 1260]. Edición y estudio de Thomas Montgomery, 1962. VIII. Lope de Vega, El galán de la Membrilla, edición crítica y anotada por Diego Marín y Evelyn Rugg, 1962. IX. De Carvajal y Robles, Rodrigo, Poema de la conquista y asalto de Antequera, prólogo y edición de Francisco López Estrada, 1963. X. King, Willard F., Prosa novelística y academias literarias en el siglo XVIII, 1963. XI. La vida de Santa María Egipciaca, edición y estudio de María de Andrés Castellanos, 1964.
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XII. Isla, José Francisco de, El Cicerón, introducción, edición y notas de Giuseppe de Gennaro, 1965. XIII. Millán Urdiales, José, El habla de Villacidayo, 1966. XIV. García de Cabañas, María Jesús, Vocabulario de la Alta Alpujarra, 1967. XV. Isaza Calderón, Baltasar, La doctrina gramatical de Bello, 1967. XVI. Cartagena, Teresa de, Arboleda de los enfermos. Admiración Operum Dey, estudio preliminar y edición de Lewis Joseph Hutton, 1967. XVII. Caso González, José, La vida del Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades, 1967. XVIII. Espinosa, Francisco de, Refranero (1527-1547), edición de Eleanor S. O’Kane, 1968. En un segundo período, bajo la dirección de Dámaso Alonso, se publicaron otros veinte títulos: XIX. Alfau de Solalinde, Jesusa, Nomenclatura de los tejidos españoles del siglo XIII, 1969. XX. Francisco de Quevedo, La cuna y la sepultura. Para el conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas, edición crítica, prólogo y notas de Luisa López Grigera, 1969. XXI. Torquemada, Antonio de, Manual de escribientes, edición de M.ª Josefa C. de Zamora y A. Zamora Vicente, 1970. XXII. Nuevo Testamento, versión castellana de hacia 1260, edición y estudio de Thomas Montgomery y Spurgeon W. Baldwin, 1970. XXIII. Piero, Raúl A. del, Dos escritores de la Baja Edad Media castellana, 1971. XXIV. Vélez de Guevara, Luis, Comedia famosa del rey don Sebastián, edición de Werner Herzog, 1972. XXV. Gorog, Ralph Paul de y Lisa S. de Gorog, La sinonimia en la Celestina, 1972 XXVI. Osuna, Rafael, La Arcadia de Lope de Vega (génesis, estructura y originalidad), 1973. XXVII. Mendoza Negrillo, Juan de Dios, Fortuna y providencia en la literatura castellana del siglo XV, 1973. XXVIII. Bustos Tovar, José Jesús de, Contribución al estudio del cultismo léxico medieval, 1974. XXIX. El Libro de los doze sabios o Tractado de la nobleza y lealtad, estudio y edición de John K. Walsh, 1975. XXX. Campos, Juana G. y Barella, Ana, Diccionario de refranes, 1975. 252
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XXXI. Pérez de Chinchón, Bernaldo, La lengua de Erasmo nuevamente romançada por muy elegante estilo, edición de Dorothy S. Severin, 1975. XXXII. Herrera, Fernando de, Obra poética, edición crítica de José Manuel Blecua, tomos I y II, 1975. XXXIII. Baird, Herbert L., Análisis lingüístico y filosofía de Otas de Roma, 1976. XXXIV. Sas, Louis F., Vocabulario del Libro de Alexandre, 1976. XXXV. Torroja Menéndez, C. y M. Rivas Palá, Teatro en Toledo en el siglo XV «Auto de la Pasión» de Alonso del Campo, 1977. XXXVI. Cioranescu, Alejandro, Bibliografía francoespañola (16001715), 1977. XXXVII. Battaner Arias, María Paz, Vocabulario político-social en España (1868-1873), 1977. XXXVIII. Santiago Lacuesta, Ramón, La primera versión castellana de la «Eneida» de Virgilio, 1979. En la dirección de Pedro Laín Entralgo, el número de títulos se redujo, aproximadamente, a la mitad: XXXIX. López de Mendoza, Íñigo (Marqués de Santillana), Bías contra Fortuna, edición crítica, introducción y notas por Maxim P. A. M. Kerkhof, 1983. XL. Fernández Ramírez, Salvador, La derivación nominal, ordenado, anotado y dispuesto para la imprenta por Ignacio Bosque, 1986. XLI. Cioranescu, Alejandro, Los hispanismos en el francés clásico, 1987. XLII. Kantor, Sofía, El libro de Sindibäd, 1988. XLIII. Granados González, Carlos y Manuel López Rodríguez, Las definiciones de los elementos químicos en el «Diccionario de la lengua española», 1989. XLIV. Girón Alconchel, José Luis, Las formas del discurso referido en el «Cantar de Mio Cid», 1989. XLV. Gower, John, Confesión de amante, traducción de Juan Cuenca (s. XV), edición paleográfica de Elena Alvar, 1990. XLVI. Estévez Rodríguez, Ángeles, El léxico de Julio Herrera y Reissig. Concordancias de «Los Peregrinos de Piedra», 1990. XLVII. Rosso Gallo, María, La poesía de Garcilaso de la Vega, 1990. XLVIII. Luján, Pedro, de, Coloquios matrimoniales de licenciado Pedro de Luján, estudio y edición por Asunción Rallo Gruss, 1990.
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A partir de 1991, Manuel Alvar sacó los siguientes títulos: XLIX. Sanchís Calvo, María del Carmen, El lenguaje de la Facienda de Ultramar, 1991. L. Crespo, Carmen L. (coord.), Catálogo de manuscritos de la Real Academia Española, 1991. LI. Álvarez de Miranda, Pedro, Palabras e ideas: el léxico de la Ilustración temprana en España (1680-1760), 1992. LII. José de Jesús María, Apología mística en defensa de la contemplación de Fray José de Jesús María Quiroga, edición e introducción de Jean Krynen, 1992. LIII. Comisión de Estudios Históricos del Español en América y ALFAL, Documentos para la historia lingüística de Hispanoamérica. Siglos XVI a XVIII, compilados por M.ª Beatriz Fontanella de Weinberg, 1993. LIV. Blanco Sánchez, Antonio, Aislados en su lengua (15211995), 1997. LV. Beccaria Lago, María Dolores, Vida y obra de Cristóbal Castillejo, 1997. LVI. Troya Déniz, Magnolia, Perífrasis verbales de infinitivo en la norma lingüística culta de Las Palmas de Gran Canaria, 1998. Mención especial de este grupo merece el anejo L, Catálogo de manuscritos de la Real Academia Española, en el que, como relata Alvar en su presentación, se describieron obras de gran valor bibliográfico: Digamos el Libro del Tesoro de Brunetto Latini, las tres comedias autógrafas de Lope de Vega o los documentos cervantinos. Ejemplos que no son únicos, pero que valen como botones de muestra. Y, sin embargo, tanta riqueza no se poseía cómodamente: ¿dónde indagar? Este repertorio que hoy editamos pone al alcance de los investigadores los tesoros ocultos; no en el cuentagotas de las urgencias ocasionales, sino en un conjunto que los hará mucho más valiosos. Por otra parte, al componer el inventario, han salido a la luz multitud de textos ignorados y otros que estaban muy imperfectamente conocidos.
Bajo las direcciones de Fernando Lázaro y García de la Concha se publicó en varios anejos la colección de documentos para la historia lingüística de Hispanoamérica. Siglos XVI a XVIII: LVII. Rodríguez Adrados, Francisco, Modelos griegos de la sabiduría castellana y europea, 2000. LVIII. Comisión de Estudios Históricos del Español en América y ALFAL, Documentos para la historia lingüística de Hispanoamérica. Siglos XVI a XVIII. II vols., compilados por Elena Rojas Mayer, 2000. 254
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LIX. Rodríguez Marín, Rafael, Metalengua y variación lingüística en la novela de la Restauración decimonónica, 2005. LX. Comisión de Estudios Históricos del Español en América y ALFAL, Documentos para la historia lingüística de Hispanoamérica. Siglos XVI a XVIII. III vols., compilados por Elena Rojas Mayer, 2008. LXI. Comisión de Estudios Históricos del Español en América y ALFAL, Documentos para la historia lingüística de Hispanoamérica. Siglos XVI a XVIII. IV vols., compilados por Elena Rojas Mayer, 2008. Antes de finalizar 2015, y con motivo de la conmemoración del III Centenario de la RAE, aparecerá un nuevo volumen —anejo LXII— de Documentos para la historia lingüística de Hispanoamérica. Textos del Caribe (siglos XVI y XVII). Compilados y editados por la profesora Martha Guzmán Riverón.
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CSIC
La Revista de Filología Española, nacida en 1914 con el objetivo de alcanzar la altura de la mejor ciencia europea, ha cumplido cien años. Y esta revista científica, una valiosa herencia de la Junta para Ampliación de Estudios para la investigación y para el CSIC, ha mantenido su vitalidad, adaptándose a la evolución de la disciplina y del resto de revistas de su entorno. Fundada por Ramón Menéndez Pidal con el apoyo de Tomás Navarro Tomás, consiguió en pocos años un indudable prestigio internacional. En sus páginas aparecen investigaciones de los colaboradores de la Sección de Filología del Centro de Estudios Históricos (Menéndez Pidal, Navarro Tomás, Américo Castro, Federico de Onís, Alfonso Reyes, Amado Alonso, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa, Alonso Zamora Vicente) y de los mejores especialistas extranjeros, como Leo Spitzer, Federico Hanssen, Wilhelm Meyer-Lübke, Carolina Michaëlis de Vasconcelos, Alfred Morel-Fatio, Walter von Wartburg, Yakob Malkiel, etc. Las consecuencias de la guerra española afectaron a la Revista de Filología Española, pero, tras unos años difíciles, Dámaso Alonso consiguió hacerla remontar. Después, la han dirigido Manuel Alvar (1980-2000), Antonio Quilis (2000-2003) y Pilar García Mouton (2005-2015). Su actual directora es María Jesús Torrens Álvarez. En los últimos años, la Revista de Filología Española aparece en posiciones destacadas en los principales índices de calidad de revistas de su especialidad y, desde 2007, cuenta con una versión electrónica que ha contribuido a aumentar notablemente su difusión. Con motivo de sus cien años, la Editorial CSIC ha hecho accesibles en la Red los números de la revista entre 1954 y 2015, algo importante ya que, a diferencia de lo que ocurre con otras revistas científicas, los contenidos de la Revista de Filología Española, también los históricos, conservan su valor, constituyen un conocimiento de fondo que los filólogos del siglo XXI consultan y respetan.
ISBN 978-84-00-09959-6
CUADERNO 3 º
EDITORES
Pilar García Mouton - Mario Pedrazuela Fuentes