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Spanish Pages 355 [358] Year 2010
2. Juez y parte. La administración de justicia en la Pampa Central, Argentina (1884-1912). Marisa Moroni. 3. El Gran Norte Mexicano. Indios, misioneros y pobladores entre el mito y la historia. Salvador Bernabéu Albert (coord.). 4. Argentina en exposición. Ferias y exhibiciones durante los siglos XIX y XX. María Silvia Di Liscia y Andrea Lluch (eds.).
ISBN 978-84-00-09172-9
9 788400 091729
El imperialismo norteamericano y las Filipinas, 1900-1934
Norberto Barreto Velázquez 1. Sembrando Ideales. Anarquistas españoles en Cuba (1902-1925). Amparo Sánchez Cobos.
En 1898, los Estados Unidos libraron una corta pero muy exitosa guerra contra España, conocida como la guerra hispanocubano-norteamericana, que les concedió el control sobre Cuba, Puerto Rico, Guam y las Filipinas. De todas estas posesiones, ninguna se encontraba más distante del imaginario norteamericano que el archipiélago filipino, ni generó tan intenso debate político, ideológico y cultural en la sociedad estadounidense. La amenaza coloniall analiza el impresionante cuerpo de ideas e imágenes generado por escritores, militares, funcionarios coloniales, periodistas, misioneros y viajeros norteamericanos sobre las islas y sus habitantes, y cómo esta producción cultural fue a su vez creada y recreada por los miembros del Congreso de los Estados Unidos en sus discusiones sobre el futuro político de su lejana colonia. La amenaza coloniall pone de relieve el papel protagónico que tuvo el Congreso en el desarrollo de prácticas, instituciones y políticas imperialistas de los Estados Unidos, desde una perspectiva que combina enfoques culturales, políticos, ideológicos y estratégicos.
La amenaza colonial
Últimos títulos publicados
La amenaza colonial El imperialismo norteamericano y las Filipinas, 1900-1934 Norberto Barreto Velázquez
5 C SIC
COLECCIÓN UNIVERSOS AMERICANOS CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Norberto Barreto Velázquez es un historiador puertorriqueño, doctorado en Historia de los Estados Unidos por la Universidad del Estado de Nueva York, en Stony Brook. Actualmente vive en Lima y trabaja como profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Antes ha desempeñado labores docentes en la Universidad del Estado de Nueva York, Universidad de Hofstra, Universidad Metropolitana de Puerto Rico, Universidad Interamericana de Puerto Rico y Universidad de Puerto Rico. Sus trabajos académicos tienen como eje central el análisis de los discursos, prácticas e instituciones imperiales norteamericanas, y es autor, entre otros textos, de El último de los tutores: la oposición enfrentada por el Gobernador Rexford G. Tugwell, 1941-1946, publicado por Ediciones Huracán (Puerto Rico, 2004).
La amenaza colonial El imperialismo norteamericano y las Filipinas 1900-1934
COLECCIÓN UNIVERSOS AMERICANOS, 5
Directora Berta Ares Queija (EEHA-CSIC, Sevilla) Secretario Salvador Bernabéu Albert (EEHA-CSIC, Sevilla) Comité Editorial Antonio Garrido Aranda (Univ. de Córdoba) Josep María Fradera (Univ. Pompeu Fabra, Barcelona) Ricardo González Leandri (CCHS-CSIC, Madrid) Consuelo Naranjo Orovio (CCHS-CSIC, Madrid) Núria Sala i Vilas (Univ. de Girona) Consejo Asesor Pilar Cagiao Vila (Univ. de Santiago, Santiago de Compostela) Juan Carlos Estenssoro (Univ. de Lille) Pilar Gonzalbo Aizpuru (El Colegio de México, México DF) Libia González (Univ. de Puerto Rico) Pilar González Bernaldo (Univ. París VII) Jorge Hidalgo Lehuedé (Univ. de Chile, Santiago de Chile) Natalia Majluf (Museo de Arte, Lima) Alfredo Moreno Cebrián (CCHS-CSIC, Madrid) Josef Opatrný (Univ. Carolina de Praga) José María Portillo (Univ. del País Vasco) Julio Premat (Univ. París VIII) Ana María Presta (Univ. de Buenos Aires) Gabriela Ramos Cárdenas (Univ. de Cambridge) Juan Suriano (Univ. de Buenos Aires) Willian B. Taylor (Univ. de California, Berkeley) David J. Weber (Southern Methodist University, Dallas)
NORBERTO BARRETO VELÁZQUEZ
La amenaza colonial El imperialismo norteamericano y las Filipinas 1900-1934
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS SEVILLA, 2010
Reservados todos los derechos por la legislación en materia de Propiedad Intelectual. Ni la totalidad ni parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse en manera alguna por medio ya sea electrónico, químico, óptico, informático, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo por escrito de la editorial. Las noticias, los asertos y las opiniones contenidos en esta obra son de la exclusiva responsabilidad del autor o autores. La editorial, por su parte, sólo se hace responsable del interés científico de sus publicaciones.
Catálogo general de publicaciones oficiales: http://publicaciones.060.es
© CSIC © Norberto Barreto Velázquez Cubierta: Mapa de las islas Filipinas (detalle). Extraído del libro An observer in the Philippines; or, Life in our new possessions de John Bancroft Devins (Boston, American Tract Society, 1905, p. 21). Ejemplar de la Colección Josefina del Toro Fulladosa, Sistema de Bibliotecas, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Diseño y maquetación: Juan Gallardo NIPO: 472-10-172-3 ISBN: 978-84-00-09172-9 Depósito Legal: M-47736-2010 Impreso en Solana e Hijos, A.G., S.A.U. Impreso en España - Printed in Spain En esta edición se ha utilizado papel ecológico sometido a un proceso de blanqueado ECF, cuya fibra procede de bosques gestionados de forma sostenible
Índice general Agradecimientos ..................................................................................
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Introducción .........................................................................................
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Capítulo 1. Buscando respuestas.............................................................
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Capítulo 2. El ojo del amo .....................................................................
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Capítulo 3. Las Filipinas y el debate naval, 1900-1910 ............................. 119 Capítulo 4. Bajo la amenaza filipina, 1912-1924 ...................................... 167 Capítulo 5. «Todas las bendiciones que les hemos otorgado»: el colonialismo bondadoso, 1912-1924............................................................... 201 Capítulo 6. «El esqueleto en nuestro armario»: el Congreso y las Filipinas en la década de 1930 ....................................................................... 241 Conclusión ........................................................................................... 301 Apéndices............................................................................................. 311 Bibliografía .......................................................................................... 325
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Agradecimientos Este libro es el producto de la influencia, ayuda y aliento brindado por una buena cantidad de personas e instituciones. Mi primer agradecimiento es para los programas Philippine-American Educational Foundation (PAEF), Fulbright-Hays, y la Burghardt Turner Fellowship de la Universidad de Stony Brook, Nueva York. Gracias a su apoyo económico pude visitar bibliotecas y archivos localizados en los Estados Unidos, Filipinas, Puerto Rico y España. Es necesario aclarar que la contribución de estas instituciones no se limitó al soporte económico, sino que también jugó un importante papel cultural, social y académico en mi formación. Durante los años que tomó la investigación que dio vida a este libro conocí a un grupo de personas muy importantes en mi desarrollo profesional y personal. En primer lugar, quiero dar las gracias al Dr. Michael Barnhart por su incasable apoyo e interés; sin sus sabios y generosos consejos esta obra no hubiese sido posible. Debo también mi reconocimiento a los profesores que, a lo largo de casi diez años, guiaron mis pasos en la Universidad del Estado de Nueva York y que se convirtieron en amigos y mentores: Dr. Gary Marker, Dr. Joel Rosenthal, Dr. Karl Bottingheimer, Dr. Olufemi Vaughan, Dr. Fred Weinstein, Dra. Young-Sun-Hong, Dra. Kathleen Wilson, Dr. Wilbur Miller, Dr. Ned Landsman y Dr. John A. Williams. De manera muy especial quiero extender este reconocimiento a la Dra. Donna Rillings, quien en mis primeros meses en los Estados Unidos fue particularmente paciente con mi pésimo inglés y me motivó a seguir con mis objetivos. Su incansable apoyo fue fundamental en un periodo confuso y frustrante de mi vida. Otras dos mujeres fueron igual de pacientes y enriquecieron mi experiencia en Stony Brook con alegría y cariño: a Susan Grumet y Margaret Creedon les debo mucho más de lo que las palabras pueden expresar. Parte de la tesis que dio forma a este libro fue escrita durante una corta, pero maravillosa estadía en España que me permitió entrar en contacto 9
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con varios colegas españoles. Quiero expresar mi gratitud a la Dra. Berta Ares Queija de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos en Sevilla por su amistad y apoyo, y agradezco también sus atenciones a la Dra. María Dolores Elizalde del Instituto de Historia del Centro de Ciencias Humanas y Sociales en Madrid. Durante los años que viví en los Estados Unidos tuve la dicha de conocer a un grupo maravilloso de seres humanos con los que establecí mucho más que una amistad, pues con ellos comprendí lo ancho y complejo que es el mundo: Akira Murotani, Jonah Ratsimbazafy, Christopher Scheirer, Joel Vessels, Robert Saunders, Silvia Cristelli, Renato Bassi, Xóchtil de la Piedad, Nathan Clisby, Kenia Fernández, Martín Monsalve, Ruth Iguiñiz, Sergio Callau, Begoña Cisneros, Ana Julia Ramírez, Enrique Garguín, Annalyda Álvarez-Calderón, Luis Gómez, Amy Gangloff, Donna Sammis, Spencer Segalla, Amanda Bruce, Dennis Doyle, Anessa Babic, Christine Cleaton, Jenise DePinto, Meghan Sumner y Martin Kappus. El Dr. Jimmy Seale hizo una revisión maravillosa del texto original en inglés, por lo que le estaré eternamente agradecido. No puedo olvidar a los amigos limeños que me acompañaron en el proceso de creación y edición de este libro. Vaya mi reconocimiento a Lourdes García Figueroa y a la Dra. Margarita Suárez Espinosa de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Tampoco puedo olvidar la gran ayuda y solidaridad que me brindaron mis amigos de la Universidad de Puerto Rico: Manuel A. Domenech (Centro de Investigaciones Sociales), Joel Donato (Laboratorio Computacional de Apoyo a la Docencia) y Aura Díaz López (Colección Josefina del Toro Fulladosa). Quiero hacer una mención muy especial a dos amigos entrañables, con quienes en la Universidad de Puerto Rico soñamos imposibles: Jimmy Torres Vélez y Luis Álvarez Cabán. Gracias también a mis padres, abuelos, hermana, hermanos, cuñados y cuñadas, sobrinos y sobrinas por su paciencia infinita y apoyo incondicional. Por último, quiero agradecer a mi esposa, Magally Alegre Henderson, cuya edición y revisión del texto ayudó a transformar mis ideas en un libro. Maga, sin tu amor estaría perdido.
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Introducción
El 18 de octubre de 2003, el entonces presidente de los Estados Unidos George W. Bush realizó una corta pero intensa visita a las islas Filipinas. Durante su altamente custodiada visita, pues el Servicio Secreto no le dejó pernoctar en Manila aduciendo razones de seguridad, Bush se reunió con la presidenta Gloria Macapagal Arroyo y pronunció un breve discurso ante una sesión conjunta del Congreso filipino. La visita de Bush a las Filipinas era la primera parada de una gira a siete naciones asiáticas y una muestra clara del apoyo norteamericano a las aspiraciones electorales de la presidenta Macapagal Arroyo, una aliada incondicional de los Estados Unidos. El discurso de veinte minutos de Bush ante el Congreso filipino constituye un gran ejemplo de la amnesia imperialista norteamericana. Ese día, el presidente dijo a los legisladores filipinos: «Los Estados Unidos están orgullosos del papel que han jugado en la gran historia del pueblo filipino. Juntos nuestros soldados liberaron a las Filipinas del control colonial. Juntos rescatamos las islas de la invasión y ocupación [japonesa]».1 Más de cien años después de la llegada de los primeros soldados norteamericanos al archipiélago filipino, un presidente de los Estados Unidos reinventa las relaciones filipino-norteamericanas borrando su pasado colonial. En su mensaje, Bush no hace mención de la guerra filipino-norteamericana, de la represión y la tortura de los nacionalistas filipinos (el infame water cure),2 de la quema de iglesias católicas, de la profanación de cementerios, de la deportación de líderes nacionalistas o de los miles de filipinos que murieron 1 Remarks by President Bush to the Philippines Congress, Philippine Congress, Manila, Philippines, October 18, 2003, http://manila.usembassy.gov/wwwhr131.html. Consultado el 4 de febrero de 2009. Ésta y todas las demás traducciones del inglés al castellano han sido realizadas por el autor (en adelante TA). 2 En un excelente artículo publicado en la revista The New Yorker, el historiador norteamericano Paul A. Kramer analiza el ahogamiento provocado o water cure practicado por la tropas norteamericanas en Filipinas a principios del siglo XX. El water cure puede ser considerado un antecedente histórico del waterboarding practicado por la administración de George W. Bush en su lucha contra el terrorismo. Ver Kramer, 2008.
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como consecuencia directa o indirecta de la presencia «libertadora» de los norteamericanos en su país. Pronunciado a pocos meses del inicio del peor error en la historia de la política exterior norteamericana —la invasión de Irak—, la corta pero importante representación que hace Bush de la historia filipino-norteamericana posee un gran valor simbólico, pues borra, olvida y reescribe la historia norteamericana para esconder su pasado imperial. Al olvidar la historia, Bush no sólo se sumó a un viejo debate sobre la naturaleza de la presencia norteamericana en las Filipinas —que es parte de una discusión más amplia sobre la naturaleza de la política exterior de aquel país—, sino que también ofreció un excelente ejemplo de la persistencia de los recursos retóricos del imperialismo estadounidense. Las palabras de Bush ante el Congreso filipino se asemejan a los argumentos utilizados cien años atrás por imperialistas como Albert J. Beveridge, Dean Worcester, Teodoro Roosevelt, Eliu Root y Leonard Wood. Como ellos, Bush identificó la presencia en las Filipinas con salvación y libertad, no con ocupación y colonialismo. La invisibilidad del imperialismo norteamericano puede parecer un mal chiste, especialmente para sus víctimas. Sin embargo, negar que aún hoy, en el año 2009, la inmensa mayoría de los norteamericanos desconoce o no reconoce las prácticas imperialistas de sus país es un serio obstáculo para entender la complejidad política e ideológica de su sociedad. Este libro busca ser un aporte en ese sentido, analizando los debates en el Congreso de los Estados Unidos sobre el futuro de las Filipinas durante las primeras tres décadas del siglo XX. Conquistadas en 1898, las islas fueron sometidas a la asimilación benevolente ofrecida por el entonces presidente de los Estados Unidos William McKinley. Los filipinos rechazaron las buenas intenciones de sus nuevos amos y desataron una resistencia que costó miles de vidas. Aplacada esta lucha, las islas entraron en un periodo de dominio colonial estadounidense que se prolongó unas cuatro décadas. Durante ese tiempo, las Filipinas y sus habitantes fueron sujeto del escrutinio y la curiosidad de los norteamericanos, quienes querían entender el alcance y el significado de su presencia en ellas. A mediados de la década de 1940, obtuvieron su independencia y pasaron a convertirse en un socio incondicional de la política exterior de los Estados Unidos durante la guerra fría. La invisibilidad del imperialismo norteamericano es también el origen de la historia de este libro, una historia que se inicia en San Juan de Puerto 14
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Rico, ciudad en la que nací y crecí. A los seis años y estando la guerra de Vietnam en su punto más álgido, acompañé a mi abuelo al funeral de un vecino que había muerto peleando en tierras indochinas. Como ciudadanos norteamericanos desde 1917, los puertorriqueños fueron forzados a formar parte de la cruzada anticomunista en Vietnam. El cuerpo de nuestro vecino se encontraba en la sala de la casa de sus padres, en un ataúd de metal cerrado y cubierto por la bandera norteamericana. Yo no entendía por qué un puertorriqueño tenía que pelear en un sitio del cual nunca había oído hablar, ni por qué su ataúd debía estar cubierto con aquella bandera. Ese fue mi primer encuentro con el imperialismo norteamericano. Años más tarde descubrí la Historia y su utilidad para entender el presente, y así nació mi vocación de historiador. El estudio de la Historia me permitió contestar a mis preguntas infantiles y desarrollar una idea bastante clara de la naturaleza colonial de mi pequeño país y del carácter imperialista de la nación norteamericana. En mi inocencia e ignorancia, no podía entender por qué los estadounidenses permitían que su gobierno invadiese, bombardeara y derrocara gobiernos, incluso elegidos democráticamente. Ronald Reagan y los eventos de la década de 1980 acabaron de borrar cualquier duda de que los Estados Unidos eran un imperio. Sin embargo, seguía sin entender el andamiaje ideológico y cultural sobre el que se sustentan las prácticas, discursos e instituciones imperialistas norteamericanas. Ese ha sido el objetivo al que le he dedicado los últimos diez años de mi vida. Este libro es el resultado de esa búsqueda. El objetivo original de mi investigación era analizar cómo el Congreso de los Estados Unidos atendió el tema de la defensa de Puerto Rico y las Filipinas. La adquisición de estas islas en 1898 alteró la situación estratégica de la nación norteamericana al convertirla en un imperio insular, cosa que entendió su liderato militar, pero no necesariamente el político. Mi interés original era examinar cómo los congresistas discutieron el significado estratégico de sus posesiones insulares y cómo ello reflejaba su concepto de raza, nación y ciudadanía. Quería también examinar cómo nociones de imperialismo, aislacionismo, militarismo y pacifismo influyeron en los debates legislativos sobre la defensa de sus colonias insulares. Quien haya realizado una investigación histórica sabe que los objetivos iniciales del investigador están, por lo general, sujetos a factores que éste no puede controlar ni prever. De ahí que innumerables proyectos terminen siendo algo muy diferente a lo que su creador originalmente vislumbró. Este libro no es 15
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una excepción, sino la confirmación de los azares del proceso investigativo. Uno de los primeros cambios que sufrió mi proyecto fue su alcance, pues los sabios consejos de mis asesores y mentores me hicieron entender lo difícil que sería combinar Puerto Rico y las Filipinas en una investigación como la que proponía. Así es que dejé fuera Puerto Rico, el territorio que mejor conocía, y me concentré en el reto que representaban las Filipinas. Una de la más gratas experiencias vividas durante la elaboración de este libro fue poder investigar en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos en Washington, D. C. Los cuatro meses que pasé allí han sido uno de mis periodos de mayor felicidad profesional. La Biblioteca del Congreso me puso en contacto con una cantidad impresionante de escritos, artículos de revistas, ensayos, discursos, conferencias, libros de viaje y manuales de debate sobre las Filipinas, escritos por norteamericanos en las tres primeras décadas del siglo XX. Al examinar esta importante colección me dí cuenta de que el tema de la defensa de las Filipinas era parte de uno más amplio, el de la producción de conocimiento sobre el archipiélago, lo que provocó un cambio drástico en los objetivos de mi investigación. La adquisición de las Filipinas en 1898 provocó un intenso debate en los Estados Unidos sobre el significado y las consecuencias del control colonial de las islas. La ignorancia del pueblo norteamericano en relación a su distante colonia generó una necesidad de información que fue atendida por un grupo de periodistas, viajeros, misioneros, intelectuales y oficiales coloniales y militares. Por más de treinta años estos fabricantes de verdades explicaron, representaron y describieron las Filipinas para la sociedad estadounidense. En el proceso dieron forma a un cuerpo de conocimientos, es decir, a un impresionante conjunto de imágenes e ideas que influyeron en la manera como los norteamericanos entendieron e imaginaron su colonia asiática. Mi investigación en la Biblioteca del Congreso me hizo ver que los legisladores norteamericanos tuvieron contacto directo con el trabajo de estos escritores. Por más de tres décadas los congresistas discutieron el futuro de Filipinas como un territorio norteamericano usando las ideas e imágenes creadas por los analistas estadounidenses del llamado problema filipino. Sin embargo, los miembros del Congreso no fueron meros consumidores pasivos de este conocimiento. Por el contrario, en su búsqueda de respuestas a las múltiples preguntas que generaba el control del archipiélago, algunos legisladores produjeron una interesante variedad de relatos de 16
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viajes, libros, entrevistas, artículos, conferencias y discursos públicos que influyeron en la imagen que de las Filipinas poseían sus conciudadanos. Esta producción de conocimiento fue más allá de las publicaciones, charlas y discursos de algunos legisladores. Las vistas públicas, las audiencias y las discusiones en el pleno de la Cámara de Representantes y el Senado también sirvieron para que los congresistas produjeran conocimiento sobre las Filipinas y sus habitantes y reprodujeran los conceptos e imágenes creados por los comentaristas y analistas. Analizar la producción de este conocimiento y cómo interactuaron con esto los legisladores —qué reprodujeron y qué aportaron— se convirtió en el objetivo central de mi investigación y, por ende, de este libro. El cambio en mi enfoque me llevó a plantearme nuevas interrogantes: ¿Cómo entendieron y explicaron las Filipinas y a los filipinos para consumo del público norteamericano los analistas, viajeros, misioneros, periodistas y oficiales coloniales? ¿Qué ideas e imágenes usaron los legisladores para discutir las Filipinas? ¿Cómo evolucionaron éstas a lo largo de las tres primeras décadas del siglo XX? ¿Qué aportaron los congresistas norteamericanos al cuerpo de conocimiento sobre el archipiélago creado por la sociedad norteamericana? ¿Qué papel jugaron los argumentos anti-imperialistas en la producción de ese conocimiento entre los miembros del Congreso? Propongo que en las tres primeras décadas del siglo XX se desarrollaron en el Congreso dos discursos paralelos: uno para justificar y el otro para criticar el control de las Filipinas. Los conceptos e imágenes imperialistas no monopolizaron las discusiones legislativas sobre el colonialismo norteamericano en el archipiélago. Por el contrario, los legisladores participaron en la creación del consenso ideológico-cultural que justificaba tal colonialismo como también en la elaboración de los discursos que lo cuestionaban. Ambos discursos coexistieron por más de treinta años y se nutrieron del conjunto de imágenes, ideas y estereotipos creados por viajeros, oficiales coloniales, académicos, periodistas y misioneros respecto a su lejana colonia asiática. Atender a ambas narrativas resulta esencial si se quiere obtener una visión equilibrada del desarrollo de las prácticas e instituciones coloniales norteamericanas en el archipiélago filipino. Además, permitirá entender mejor el desarrollo de los discursos imperialistas y antiimperialistas estadounidenses en las tres primeras décadas del siglo XX. 17
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Los congresistas contrarios a las políticas coloniales en las Filipinas veían la independencia de las islas como la única solución a los dilemas que el colonialismo significaba para un sistema político democrático y republicano como el norteamericano. Estos legisladores «anticoloniales» describieron las Filipinas como una amenaza racial, ideológica, política y estratégica para los Estados Unidos. Según ellos, el control de las islas no sólo ponía en peligro a las instituciones políticas, sino también la propia seguridad nacional. Además, los filipinos eran vistos como un virus racial porque pertenecían a una raza considerada inferior e incapaz para ejercer la democracia. Estos congresistas estaban convencidos de que el control de las islas dejaba la puerta abierta a la incorporación al sistema norteamericano —ya fuese por la concesión de la condición de estado estadidad o por la de la ciudadanía— de millones de filipinos racialmente incapaces de funcionar en un sistema político que acabarían contaminando. Afirmaban, además, que la adquisición de las Filipinas había trasladado la frontera de los Estados Unidos a miles de kilómetros al oeste y había acabado, por ende, con el aislacionismo geográfico, que había sido la base de la política exterior norteamericana desde los comienzos de la república. La adquisición de un territorio como el filipino, localizado en un área muy inestable y peligrosa, a miles de kilómetros del territorio continental norteamericano y rodeado de colonias europeas y japonesas transformó a los Estados Unidos en una potencia asiática, alterando su posición geopolítica. Para estos legisladores, la presencia norteamericana en las Filipinas dejaba las puertas abiertas a un posible conflicto con alguna de las potencias imperialistas, especialmente con Japón, y eso podría ser desastroso para los Estados Unidos, pues tendrían que pelear muy alejados de sus bases navales. Las Filipinas no sólo eran una amenaza estratégica, sino también política e ideológica. Los congresistas que manifestaban su oposición al colonialismo en las islas argüían que el sistema democrático y republicano norteamericano estaba amenazado por el hecho de poseer y administrar una colonia en el medio de Asia. Temían que la retención de Filipinas los convirtiese en una nación militarista y destruyese sus instituciones, tradiciones y prácticas políticas. Para ellos, el colonialismo era compatible con estados monárquicos y militaristas, no con gobiernos democráticos y republicanos como el de los Estados Unidos. Tenían muy claro que, además de posibilidades económicas, el colonialismo conllevaba serias y peligrosas responsabilidades, entre ellas la defensa de las colonias. Como potencia colonial, no 18
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tendrían otra opción que asumir la defensa de las Filipinas, y ello empujaría a la nación norteamericana del lado del militarismo, pues sería necesario construir una armada y un ejército poderosos. Ese militarismo acabaría, a su vez, con el sistema político estadounidense transformándolo en una tiranía, tal como le había ocurrido a la república romana. Este grupo de legisladores concluía que la independencia de Filipinas era necesaria para preservar las instituciones y el sistema político norteamericano protegiendo la democracia y el republicanismo, para garantizar la seguridad del país y reafirmar el aislacionismo como la base de su política exterior. Por su parte, los congresistas simpatizantes del colonialismo en las Filipinas construyeron un discurso basado en la representación del control de las islas como una ventaja estratégica. Para ellos, la presencia norteamericana en el archipiélago era un elemento clave en la promoción y defensa de los intereses internacionales de los Estados Unidos. Gracias a la posesión de las islas, su nación era una potencia asiática y mundial. Por lo tanto, renunciar al archipiélago afectaría negativamente a la promoción y defensa de los intereses propios. Este grupo de legisladores imperialistas eran fieles creyentes del excepcionalismo norteamericano, es decir, veían a los Estados Unidos como una nación única, racial, política y moralmente superior al resto de países del mundo. Para ellos, el gobierno norteamericano de las Filipinas era, además de una expresión de la naturaleza excepcional de su país, la confirmación de tal excepcionalidad. Estos congresistas representaban el colonialismo norteamericano como una empresa ilustrada, como un nuevo tipo de colonialismo altruista, que estaba democratizando y civilizando las Filipinas, sin buscar en ellas beneficio económico alguno, sino tan sólo el bienestar de sus súbditos asiáticos. Su control de las islas no era colonial, sino parte de un generoso proceso de creación nacional, cuyo objetivo era ayudar a los filipinos a superar su heterogeneidad cultural y lingüística y a convertirse en una nación. Este grupo de congresistas consideraban que el colonialismo norteamericano era un prerrequisito para la independencia del archipiélago, pues estaban convencidos de que los filipinos sólo podrían alcanzar la soberanía a través del entrenamiento y la guía desinteresada de los norteamericanos. De esta forma, escondían el imperialismo tras una imagen de generosidad y auto-sacrificio y salvaguardaban la representación 19
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de los Estados Unidos como un país intrínsecamente inocente y bondadoso, cuyas acciones estaban guiadas por las más nobles intenciones. Ambos discursos convivieron durante más de treinta años de debate legislativo sobre el futuro de Filipinas. Analizarlos es la razón de ser de este libro, pero antes de embarcarnos en esa misión es necesario que aclaremos algunos puntos de carácter historiográfico. La conquista y control de las Filipinas es uno de los casos más fuertes y tristes de la amnesia imperial norteamericana. Prueba de ello es la poca o ninguna atención que la historiografía de ese país ha prestado a su «aventura» colonial en el archipiélago. Más de cuarenta años de presencia colonial estadounidense en las islas han sido olvidados o minimizados, y con ello los historiadores norteamericanos —sobre todo los estudiosos de las relaciones exteriores de su país— han contribuido al desarrollo de lo que el intelectual filipino Oscar Campomanes denomina «la desaparición del imperialismo de los Estados Unidos».3 Ignorando este colonialismo en aquellas islas, los historiadores han ayudado a mantener la tradicional invisibilidad del imperialismo norteamericano.4 Al analizar los discursos de los congresistas acerca de las Filipinas este estudio busca contribuir no sólo a un mejor entendimiento de la complejidad de dicho imperialismo, sino también a superar los viejos enfoques sobre el mismo, considerándolo como algo de poca importancia «para la historia de la construcción nacional-imperial norteamericana, por lo tanto, estimado poco memorable o insignificante».5 La historiografía sobre las relaciones exteriores de los Estados Unidos ha explicado su imperialismo como el producto de elementos económicos, ideológicos, militares y políticos.6 Buena parte de los historiadores de aquel país han sido víctimas de lo que la intelectual norteamericana Amy Kaplan identifica como «la ausencia de la cultura en la historia en el estudio del imperialismo».7 Al enfocar en los discursos de los congresistas sobre las Filipinas la intersección de factores ideológicos, políticos, culturales, raciales y estratégicos, pretendo hacer un aporte a las corrientes historiográficas recientes que buscan superar no sólo la ausencia de la cultura en el estudio de las prácticas imperialistas norteamericanas, sino también 3 4 5 6 7
Campomanes, 1997, 538; TA. Sobre la invisibilidad del imperialismo norteamericano, ver Kaplan, 1993. Campomanes, 1995, 153; TA. Véanse Healy, 1970; May, 1968, y LaFeber, 1963. Kaplan, 1993, 11.
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rescatar del olvido este experimento en las Filipinas y resaltarlo como un elemento clave en el desarrollo de dicho imperialismo.8 La historiografía norteamericana ha utilizado factores económicos y regionales para explicar las actitudes de los miembros del Congreso en relación no sólo a las Filipinas, sino a una multiplicidad de temas. Es por ello que historiadores, políticos y diplomáticos han caracterizado a los legisladores estadounidenses como «políticos provinciales que estaban más preocupados de asegurar el apoyo del sector económico más fuerte entre sus electores» que de responder a los intereses nacionales.9 Uno de los principales objetivos de este libro es ir más allá de este acercamiento, analizando el desarrollo de los discursos legislativos como parte de una interacción cultural, ideológica y estratégica, y no necesariamente de líneas partidistas o económicas. Aunque reconozco el peso y la influencia de factores políticos y regionales en las actitudes de los legisladores estadounidenses, no creo que sean las únicas fuerzas que influyen sobre su pensamiento y conducta. Propongo que, incluso aquellos congresistas que eran acérrimos defensores de la independencia filipina por causas económicas y regionales, no podían justificar sus posiciones usando exclusivamente argumentos económicos. En efecto, tuvieron que recurrir a imágenes e ideas estratégicas, culturales, ideológicas y raciales, creadas por ellos mismos o por los analistas norteamericanos del problema filipino. Ir más allá de las tradicionales explicaciones de la conducta y acciones de los legisladores norteamericanos en términos políticos, ideológicos o regionales, es decir, por su afiliación partidista (demócratas o republicanos), ideológica (liberales o conservadores) o por su origen geográfico (norteños o sureños), permitirá ver cómo la discusión legislativa del tema de las Filipinas reflejaba las ideas de los congresistas acerca de la historia, el sistema político, las relaciones raciales y el rol internacional de su país. Uno de los principales objetivos de este libro es incorporar la rama legislativa del gobierno de los Estados Unidos al análisis del imperialismo norteamericano. La historiografía sobre este tema se ha concentrado en la rama ejecutiva del gobierno (el presidente, los secretarios de Estado, la Marina, etc.) y ha desatendido el papel que la rama legislativa (el Congreso) ha jugado en el desarrollo de las prácticas, discursos e instituciones 8 Ver Kramer, 2006, y Go, 2008. 9 Zelizer, 2000, 309; TA.
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imperialistas de aquel país. De este modo, ha perdido de vista el papel protagónico y la influencia que el Congreso ha desempeñado en el desarrollo del imperialismo estadounidense, sobre todo en la primera mitad del siglo XX. Tal influencia emana de dos fuentes: los llamados «casos insulares» y los poderes constitucionales que posee el Congreso. En 1901, el Tribunal Supremo —la máxima autoridad judicial— definió y limitó el poder del Congreso sobre los territorios adquiridos en la guerra hispano-cubano-norteamericana. En una serie de decisiones conocidas colectivamente como los casos insulares, el Tribunal Supremo concluyó que las nuevas posesiones eran territorios «no incorporados» y, por lo tanto, que el Congreso tenía (y tiene) el poder de decidir qué elementos de la constitución norteamericana pueden ser aplicados a sus habitantes.10 En otras palabras, el Congreso tiene poderes plenos sobre todo territorio o propiedad de los Estados Unidos. El Tribunal Supremo decidió que la transformación de las Filipinas y Puerto Rico en posesiones estadounidenses no conllevaba la aplicación automática de la Carta Magna a sus habitantes y que, por ende, era el Congreso, y no el presidente, el que tenía la última palabra sobre el futuro de estos territorios y sus habitantes, que pertenecen pero no son parte de los Estados Unidos. Los poderes que la Constitución le reconoce al Congreso son otra fuente de influencia de los legisladores estadounidenses sobre el desarrollo de las políticas imperialistas de su país. Según dicha constitución, el Congreso tiene la última palabra sobre el presupuesto nacional y la asignación de fondos del gobierno federal, lo que significa que son los legisladores quienes analizan, modifican y aprueban el presupuesto preparado por el poder ejecutivo. En otras palabras, desde el despliegue de un batallón de marines en Haití hasta la construcción de una corte federal en San Juan, es el Congreso el que decide cómo es usado el dinero del gobierno federal en sus colonias formales e informales. Este poder convirtió a la rama legislativa en la fuerza de mayor influencia en el desarrollo de las políticas imperiales estadounidenses en la primera mitad del siglo XX. Por último, es necesario subrayar que además de su innegable peso legal, político y económico, el Congreso también ejerció una importan10 Esta decisión estaba basaba en una interpretación del Artículo 4 § 3 de la Constitución de los Estados Unidos que establece que «el Congreso podrá disponer de, o promulgar todas las reglas y reglamentos necesarios en relación con el territorio o cualquier propiedad perteneciente a los Estados Unidos». Álvarez Silva, 1978, 85.
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te influencia ideológica y cultural sobre el desarrollo del imperialismo norteamericano. Durante más de treinta años (1898-1934) el Congreso discutió el futuro de la más controvertida de las colonias estadounidenses. Muy alejadas de su esfera tradicional de poder, demasiado cercanas a la competencia imperialista por los recursos y mercados asiáticos y habitadas por una población numerosa y cultural y lingüísticamente muy heterogénea, las Filipinas fueron un tema de discusión parlamentaria casi continuo en las primeras décadas del siglo XX. El análisis de tales discusiones ofrece una importante oportunidad para entender el papel que jugó el Congreso en el desarrollo de los discursos y de la invisibilidad del imperialismo norteamericano. De los seis capítulos de este libro, en los dos primeros se analiza el desarrollo del cuerpo de conocimiento creado por analistas, viajeros, misioneros y periodistas sobre Filipinas y los filipinos a partir de 1898. Mi objetivo es identificar las ideas, estereotipos e imágenes que caracterizaron el trabajo de decenas de escritores norteamericanos que se dedicaron a describir y analizar las Filipinas para sus conciudadanos. Esto me servirá de base para determinar luego qué copiaron y qué aportaron los legisladores a la producción de conocimiento sobre los filipinos. En el tercer capítulo analizo la relación entre el Congreso y el tema filipino, estudiando cómo los congresistas se incorporaron al debate sobre Filipinas, identificando los factores que influyeron en su interés por las islas y definiendo los rasgos de sus discursos sobre ellas. Además, centro la mirada en un grupo de legisladores que se integraron de forma directa en la creación de conocimientos sobre las islas y la relación existente entre el crecimiento de la Marina de Guerra norteamericana y el control del archipiélago. De los capítulos cuarto y quinto, en el primero abordo el desarrollo, entre 1910 y 1924, de un discurso legislativo que rechazaba el control de Filipinas presentándolas como una amenaza racial, estratégica, política e ideológica para los Estados Unidos; mientras que en el segundo trato de su envés, esto es, del desarrollo de una narrativa legislativa que justificaba el control de la islas, describiéndolo como una empresa civilizadora y democratizadora, como experimento de creación nacional (nation-making process). Por último, en el capítulo sexto examino el periodo comprendido entre 1924 y 1934 y, en especial, el efecto de la Gran Depresión en el debate sobre el futuro de las Filipinas y los cambios que registró la representación de las islas en el Congreso. Asimismo, al final del libro se incluyen dos apéndices en los que se recogen algunas de las 23
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obras escritas en los Estados Unidos sobre las Filipinas entre 1900 y 1934, y que creo que pueden ser útiles para aquellos que se interesen en el estudio del colonialismo norteamericano en las Filipinas. Las ideas y propuestas de este libro son el resultado de un periodo de más de diez años de estudio de las contradicciones entre el discurso y el comportamiento político de los Estados Unidos. Ha sido un proceso muchas veces duro, que me llevó a buscar respuestas a mis interrogantes en los pasillos de la Universidad de Puerto Rico, en los inviernos de Long Island, en la hermosura de la Biblioteca del Congreso, en el tráfico infernal de Manila, y culminó en los días grises de Lima, mi ciudad adoptiva. He aquí el resultado de esa búsqueda, por lo que espero que resulte una obra útil para aquellos que comparten mis inquietudes y que, sobre todo, ayude a fomentar la discusión de la naturaleza imperialista de los Estados Unidos de América en el mundo hispanoparlante.
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Capítulo 1
Buscando respuestas
«Los habitantes de estas islas son en su mayoría niños salvajes y desconfiados. No nos tienen fe; no quieren obedecer nuestras leyes. Si somos serios en nuestro deseo de hacerles bien y no mal, debemos conocerles mejor para entender sus necesidades». Mary H. B. Wade, Our Little Philippine Cousin 1902, vi; TA.
En la madrugada del primero de mayo de 1898, un grupo de barcos de guerra entró sigilosamente en la bahía de Manila en las islas Filipinas. Se trataba del escuadrón asiático de la Marina de Guerra de los Estados Unidos, que bajo el comando del entonces comodoro George Dewey tenía órdenes de «capturar o destruir» a su homólogo español.1 Una semana antes, el Congreso estadounidense había acabado con casi tres años de controversias diplomáticas provocadas por la rebelión cubana, declarándole la guerra a España. Para los Estados Unidos, ésta sería una guerra corta y exitosa; para España, una tragedia nacional. La gran ironía de esta guerra es que el primer y tal vez más famoso enfrentamiento militar de este conflicto no se registró en el mar Caribe, sino a miles de millas de distancia, en la bahía de Manila. A las 5:22 de la mañana de aquel primero de mayo, los norteamericanos encontraron el escuadrón español anclado cerca de la base naval de Cavite, y se inició una histórica y desigual batalla. Tras dos horas de combate, el escuadrón norteamericano tuvo problemas con la provisión de municiones, lo que obligó al comodoro Dewey a ordenar una retirada táctica. Una vez resuelto el problema con las municiones, Dewey permitió a su marinos desayunar y, tras este poco usual interludio, continuó con la destrucción de trescientos años de colonialismo español en Asia. Esa mañana, 1 Tomado del mensaje enviado por el secretario de la Marina John Long a Dewey el 26 de abril de 1898. Musicant, 1998, 201-202.
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todos los barcos españoles fueron hundidos y casi cuatrocientos españoles perecieron. Ni un solo norteamericano murió. Ni uno solo de sus barcos fue hundido. Los norteamericanos alcanzaron una victoria total sobre un enemigo claramente inferior.2 Según cuenta una de sus biógrafas, Margaret Leech, cuando la noticia de la victoria de Dewey llegó a la Casa Blanca, la primera reacción del entonces presidente William McKinley fue pedir que se le trajese un mapa porque no tenía idea de dónde estaban situadas las Filipinas. Es necesario señalar que el presidente no estaba solo, pues en 1898 muy pocos norteamericanos tenían una idea de qué eran las Filipinas o de dónde estaban. La reacción de McKinley puede ser entendida metafóricamente, pues marcó el inicio de un periodo de más de treinta años de búsqueda de respuestas a las preguntas provocadas por el control norteamericano de las islas. Aún después de la ocupación y pacificación oficial del archipiélago en 1902, las Filipinas no dejaron de ser un tema controvertido en los Estados Unidos. Las preguntas en torno a su futuro político como territorio norteamericano y al significado estratégico, racial, ideológico, cultural y económico del colonialismo en las islas garantizaron que continuaran siendo un asunto polémico mucho después de que McKinley aprendiera a localizarlas en un mapa. La necesidad de contestar a estas preguntas generó un importante mercado que fue llenado por una serie de escritores que representaron, clasificaron y analizaron las islas y a sus habitantes para el público norteamericano. A través de sus conferencias, discursos, entrevistas, libros y artículos, un nutrido grupo de viajeros, misioneros, periodistas, intelectuales y oficiales coloniales y militares atendieron la necesidad de conocimiento de la sociedad norteamericana sobre su colonia asiática. Autores como Catherine C. Mayo, James H. Blount, Nicholas Roosevelt, Daniel R. Williams y Harry H. Hawes jugaron un papel crucial en ese proceso. Esta búsqueda de respuestas llevó a lo que el intelectual filipino Epifanio San Juan identifica como «una tradición masiva de discurso colonial aparentando suministrar conocimiento veraz, científicamente objetivo»3 en forma de ideas, imágenes y representaciones de las islas y sus habitantes. Por su parte, Óscar Campomanes nos brinda una descripción más compleja 2 La bibliografía norteamericana sobre la guerra cubano-hispano-americana es muy amplia. En ella destacan: Foner, 1992; Perez, 1998; Hoganson, 1998; LaFeber, 1963, y E. R. May, 1964. 3 San Juan, 1998, 9; TA.
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de ese proceso. Según él, la producción norteamericana de conocimiento acerca de las Filipinas dio vida a «un extraordinario archivo en la sombra de imágenes, ideas, estereotipos a cerca de los filipinos y las Filipinas, que fue elaborado en varias formas culturales norteamericanas, desde el medio visual masivo (gráficas y fotografías, un temprano pre-narrativo cine norteamericano, modos proto-fílmicos como la cromolitografía y las tarjetas postales) a las imágenes verbales y los relatos etnográficos codificados en medios impresos, como los suplementos dominicales de los principales periódicos de los Estados Unidos, reportajes periodísticos … y libros cuyo alcance iba desde recuentos de viajes hasta polémicas políticas y constitucionales».4 Esta producción de conocimiento fue la respuesta al interés que generó en los Estados Unidos la adquisición y retención de las Filipinas.5 Demasiado alejadas de la «zona natural» de hegemonía norteamericana, muy cerca de los problemas y conflictos asiáticos, sin ningún vínculo histórico con los Estados Unidos y habitadas por millones de personas que hablaban distintos idiomas y practicaban religiones muy diversas, las Filipinas eran, sin lugar a dudas, la más controversial de todas las colonias norteamericanas. Ello explica por qué el significado real o imaginado de la presencia en el archipiélago fue un tema de continuo debate durante los treinta primeros años del siglo XX. Al debatir el significado de las Filipinas, los norteamericanos demostraban estar más preocupados por el futuro de los Estados Unidos que por el de su colonia asiática. La principal preocupación de intelectuales, periodistas, misioneros y oficiales coloniales y militares eran las posibles consecuencias de las Filipinas para su economía, su cultura, instituciones políticas y relaciones raciales. El debate giraba más en torno a la cuestión de cómo las Filipinas podían cambiar a los Estados Unidos que a la de cómo el colonialismo norteamericano podría transformar la sociedad filipina. La discusión pública sobre Filipinas era también una conversación acerca del futuro de la política exterior norteamericana. Detrás del debate 4 Campomanes, 1995, 177-178; TA. 5 Es necesario aclarar que la producción de conocimientos sobre las posesiones coloniales norteamericanas ha llamado la atención de varios investigadores filipinos y estadounidenses. Entre ellos destacan los trabajos de Thompson (1996, 2002a y 2002b), Campomanes (1995), Caronan (2005), San Juan (1998) y Ugarte (2002), quienes han examinado las representaciones de las colonias y sujetos coloniales norteamericanos en las primeras décadas del siglo XX.
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sobre el futuro político de las islas subyacían elementos claves de la política exterior tales como el aislacionismo, la doctrina Monroe, la política de la puerta abierta (Open Door Policy), el navalismo y el militarismo. Este debate público reflejaba también una seria preocupación en torno al creciente poderío japonés y las tendencias expansionistas de la única potencia militar asiática. Para muchos, el control de las Filipinas era un elemento clave para una política exterior más activa y decidida, especialmente en Asia. Éstos veían en su presencia en las Filipinas un símbolo de una política exterior que reflejaba el poder y la estatura internacional de los Estados Unidos. Por ello consideraban la salida de las islas como una muestra de debilidad, que empañaría el prestigio internacional de la nación norteamericana. Para otros, la retención de las Filipinas era el principal obstáculo para que los Estados Unidos retomaran el aislacionismo como base de su política exterior. Quienes así pensaban veían la independencia filipina como paso necesario para que la nación norteamericana regresara a la tradición aislacionista definida por George Washington en su famoso discurso de despedida.6 En las páginas que siguen trataré el desarrollo del cuerpo de conocimientos, es decir, el conjunto de ideas, estereotipos, imágenes y representaciones que sobre Filipinas y los filipinos crearon los escritores norteamericanos en las primeras décadas del siglo XX. Planteo que, entre 1900 y 1904, tres temas dominaron el debate público en torno a las Filipinas: el significado de éstas para las tradiciones e instituciones republicanas norteamericanas, la idea de un colonialismo norteamericano «ilustrado» y el significado estratégico y geopolítico de las islas. En otras palabras, la discusión pública sobre el futuro de Filipinas combinó ideas estratégicas, raciales, políticas y culturales, y reflejó serias preocupaciones sobre el significado del archipiélago para los Estados Unidos. El cuerpo de conocimientos producto de esta discusión fue usado tanto para apoyar como para criticar la presencia norteamericana en las islas. Un análisis detallado de este proceso es necesario no sólo para entender cómo los norteamericanos entendían a los filipinos como sujetos coloniales, sino también cómo ima-
6 En su discurso de despedida publicado en un periódico en 1796, el primer presidente de los Estados Unidos sugirió a sus conciudadanos evitar las alianzas permanentes con países extranjeros, especialmente europeos. Esta sugerencia fue una de las piedras angulares de la política exterior norteamericana durante más de cien años. LaFeber, 1994, 49-50.
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ginaban y representaban a su propia sociedad. Cada uno de estos temas será abordado presentando los argumentos esbozados por escritores norteamericanos a favor y en contra de retener el control de las Filipinas durante las primeras décadas del siglo XX. LOS CREADORES DE VERDADES Su legitimidad e influencia Antes de analizar el referido cuerpo de conocimientos es necesario entender primero cómo fueron capaces sus creadores de influenciar la idea que tenían los norteamericanos sobre las islas y sus pobladores. Para ello resulta imprescindible comentar antes el desarrollo de los medios masivos de comunicación en esta sociedad. Según el historiador norteamericano Matthew Schneirov, entre 1893 y 1914 el mundo de las comunicaciones en los Estados Unidos experimentó cambios revolucionarios. Durante ese periodo, las revistas populares dirigieron su atención no sólo a un grupo particular de consumidores, sino «a una gran audiencia de hombres y mujeres adultos». Los lectores de estas revistas, según él, procedían menos de la «altamente educada clase media» y más de «la creciente población de nuevos residentes urbanos: dependientas, trabajadores clericales, vendedores, trabajadores de cuello blanco, etc.».7 Para 1900, la circulación total de revistas en los Estados Unidos alcanzó los 65 millones de ejemplares, es decir, un promedio de «cerca de tres revistas por cada cuatro personas».8 Estas revistas populares no sólo eran formas de entretenimiento, sino también «la expresión temprana de una cultura nacional de masas […] y una potente y poderosa fuerza en la formación de la consciencia de millones de norteamericanos».9 Las revistas populares analizadas por Schneirov jugaron un papel crucial en el desarrollo del conocimiento norteamericano sobre sus colonias. Los escritores examinados en este capítulo usaron revistas como Munsey’s, 7 Schneirov, 1994, 4-6, 9-11 y 27; TA. 8 Ibíd., 53. 9 Según Schneirov (Ibíd., 265), en 1900 la circulación de Munsey’s y McClure’s era de 590.000 y 369.000 ejemplares, respectivamente. Esta revolución en las comunicaciones formó parte de lo que Alan Trachtenberg (1982, 123) llama «la constante aparición de nuevos modos de experiencia urbana en América durante la Edad Dorada (Gilded Age)».
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Scribner’s, McClure’s, el Forum, la American Monthly Review of Reviews, Harper’s y el Outlook para presentar las posesiones insulares10 a la población urbana de los Estados Unidos. En ellas se publicaron ensayos, recuentos de viajes, cartas, entrevistas y discursos que brindaron a sus lectores una ojeada a las Filipinas, e influyeron de forma directa en la opinión que éstos tenían de las islas y sus habitantes. La discusión pública de la política norteamericana en las Filipinas produjo también un mercado para la información sobre las islas. Contrariamente a lo que han podido pensar algunos analistas del colonialismo norteamericano en las Filipinas, el archipiélago no dejó de ser un tema de discusión pública cuando en julio de 1902 el presidente Teodoro Roosevelt declaró oficialmente terminada la guerra filipino-americana.11 Prueba de ello son los setenta y cinco artículos y cuarenta libros que fueron publicados entre 1903 y 1934, tratando, de forma directa o indirecta, el tema filipino.12 Es indiscutible que las Filipinas no ocuparon un lugar central en las discusiones políticas durante todo ese periodo, pero eso no significa que la sociedad norteamericana dejara de prestarles atención. Por el contrario, las Filipinas fueron un motivo de discusión pública en las tres primeras décadas del siglo XX. Los creadores de conocimiento sobre las islas jugaron un papel muy importante en ese debate, proveyendo a los norteamericanos de información a través de sus libros, ensayos, discursos, etc. Los filipinos también jugaron un papel muy importante para mantener viva la discusión en los Estados Unidos sobre el futuro de su país. Que el liderato filipino aceptase y cooperase con el gobierno colonial norteamericano no significó que abandonara sus aspiraciones independentistas o que dejara de presionar a favor de reformas políticas.13 Durante las tres primeras décadas de siglo XX, contribuyeron a mantener el debate 10 Esta frase es una traducción directa del concepto insular possessions elaborado por las autoridades norteamericanas para distinguir las colonias arrebatadas a España en 1898 de sus territorios continentales (Alaska, Nuevo México, etc.). 11 En 1898, las tropas norteamericanas y los nacionalistas filipinos establecieron una alianza para derrotar a España, que fue deteriorándose hasta transformarse en una guerra en febrero de 1899. La guerra filipino-norteamericana fue un conflicto sangriento, que terminó con la derrota de los filipinos y la consolidación del control estadounidense del archipiélago. Véanse Linn, 1989 y 2000; G. A. May, 1991, y Gates, 1974. 12 Estas cifras sólo representan los artículos y libros con los que tropecé a lo largo de mi investigación. Ver Apéndice 1. 13 Sobre la colaboración de la elite filipina con el gobierno colonial norteamericano, véanse los siguientes trabajos: Cullinane, 1971; Cruz, 1998, e Ileto, 1979.
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mediante misiones independentistas, ciclos de conferencias, discursos de radio, etc.14 Una posible explicación a la influencia de los hacedores de conocimiento es su autoproclamada autoridad en asuntos filipinos. Como los orientalistas examinados por Nicholas Thomas en su excelente trabajo sobre la cultura colonial, los creadores de conocimiento sobre Filipinas reclamaban autoridad —conocimiento especializado y de primera mano— como un mecanismo de justificación. Según Tzhomas, «a través de la repetición y los reclamos de autoridad, esta tradición creó una realidad que parecía solamente describir y, por lo tanto, adquiría ‘presencia o peso material’».15 De ahí que muchos de aquellos creadores se convirtieron en lo que Epifanio San Juan identifica como «expertos instantáneos en las Filipinas».16 En su opinión, los norteamericanos reclamaban la autoridad necesaria para producir «verdades» acerca de las Filipinas para consumo popular. El supuesto conocimiento y, por ende, autoridad de estos escritores estaba basado en sus viajes a y alrededor de las Filipinas y en su análisis académico (entiéndase imparcial y científico) de las condiciones económicas, sociales y políticas del archipiélago.17 Por ejemplo, en 1906, el escritor norteamericano James Leroy alegó que «uno de los males de nuestra experiencia filipina ha sido que las noticias, la información y la discusión han llegado como epidemias». Leroy criticaba el florecimiento de expertos en las Filipinas e identificaba lo que él consideraba que eran los requisitos para convertirse en un perito en las islas: primero, haber estudiado a fondo «la bibliografía del tema»; segundo, haber tenido suficiente experiencia directa lidiando con los filipinos, y tercero, hablar al menos español. Para él, un par de meses de estadía en el archipiélago eran suficientes para reclamar autoridad en el análisis de la situación de las islas. Leroy mismo era un auto-proclamado experto que escribió varios libros sobre el tema.18
14 Uno de los principales análisis de las actividades del movimiento nacionalista filipino en los Estados Unidos lo encontramos en el libro de Reyes Churchill, 1983. También pueden consultarse Friend, 1965; Wheeler, 1963; Salamanca, 1968; Quezon, 1946, y Onorato, 1989b, 221-231. 15 Thomas, 1994, 23; TA. 16 San Juan, 1998, 11; TA. 17 Ibíd. 18 Le Roy, 1906, 288; TA. Énfasis añadido. Entre los libros publicados por Le Roy se encuentran: Philippine Life in Town and Country (New York, London, G. Putnam’s Sons, 1905) y The Americans in
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Tipos de expertos Los autoproclamados expertos en las Filipinas pueden dividires en dos categorías: los independientes y los oficiales. Los primeros no tenían vínculos directos con la administración colonial de las Filipinas; eran periodistas, hombres de negocios, misioneros, intelectuales y viajeros que, después de un par de meses o de algunos años viviendo en las islas, compartían su conocimiento a través de artículos, libros y/o conferencias. Por ejemplo, en la introducción de su libro Our Philippine Problem (1905) Henry P. Willis explica su autoridad detallando el desarrollo de su relación con las Filipinas. Alega que comenzó a prestarle «atención seria» a las islas en 1901, cuando trabajaba como editor en la ciudad de Nueva York, y luego como corresponsal en Washington para el New York Journal of Commerce y el Commercial Bulletin (Springfield, Massachusetts) entre 1902 y 1903. Willis añade que, durante este periodo, pudo observar las discusiones legislativas sobre Filipinas, lo que incrementó su conocimiento. Sin embargo, la verdadera fuente de su autoridad radicaba, según él, en los dos meses de 1904 que estuvo en el archipiélago. Aunque breve, su estancia le permitió llevar a cabo un estudio cuidadoso de las condiciones de las islas, pues no sólo visitó su capital, sino que también viajó «unas 2.500 millas fuera de Manila».19 Si bien reconoce que «el terreno recorrido en las Filipinas fue relativamente pequeño», alega que recibió información «de las personas más directamente responsables o versadas en las condiciones de que hago referencia».20 Las fuentes de Willis incluían no sólo a militares y oficiales coloniales norteamericanos, sino también a «muchos de los filipinos mejor informados, incluyendo algunos residentes fuera de las Filipinas».21 Armado con la autoridad que le conferían dos meses de estancia allí, Willis regresó a los Estados Unidos y escribió un libro analizando y explicando el problema filipino a su lectores norteamericanos. Este es el patrón seguido por escritores como Thomas L. Blayney;22 Gilbert Reid, the Philippines: a History of the Conquest and First Years of Occupation, With an Introductory Account of the Spanish Rule (Boston and New York, Houghton Mifflin Co, 1914). 19 Willis, 1970 (1905), iv; TA. 20 Ibíd., v. 21 Ibíd. 22 De acuerdo con el editor del Review of Reviews, Blayney, que era profesor del William M. Rice Institute (Houston, Texas), había viajado a Filipinas y mantenido contacto directo con su situación. Para el editor, su capacidad para analizar la situación filipina había sido mejorada por la «experiencia adquirida a través de sus extensos periodos de residencia en países latinos de Europa y por su conocimiento
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quien estuvo en las Filipinas dos meses;23 Albert Hart, quien las visitó durante el invierno de 1908;24 Theodore W. Noyes25 y David H. Doherty, quien pasó «tres agotadores meses» en el archipiélago.26 Como Willis, todos ellos regresaron de su recorrido como auto-proclamados expertos en las Filipinas. Por otro lado, oficiales militares y coloniales como Dean Worcester, el general Leonard Wood, Cameron W. Forbes, William H. Taft, el juez James Blount, el coronel William C. Rivers y el general Henry T. Allen también se convirtieron en autoproclamados expertos en el tema filipino. Su autoridad provino del papel que jugaron en la pacificación y administración de las islas, como también de las experiencias y conocimientos que adquirieron durante sus estancias en el archipiélago.27 Por ejemplo, el 13 de agosto del carácter oriental adquirido a través de una extensa familiaridad con orientales en Marruecos, India, China y Japón». En otras palabras, Blayney no sólo era un experto en las Filipinas, sino también un orientalista. Blayney, 1916; TA. 23 De acuerdo con Reid, los cinco meses que pasó en Filipinas le colocaron en una mejor situación para analizar el archipiélago que la de los «turistas, trotamundos y las comisiones investigativas». Reid, 1919, 238; TA. 24 Hart, 1911. 25 Noyes, 1903. Este libro está basado en sus «editoriales y artículos» publicados por el Washington Evening Star. Noyes no visitó las Filipinas, pero sí Java y Ceilán. 26 Doherty era un médico de Chicago, miembro de la Asociación Americana de Medicina, de la Asociación Antropológica Americana y de la Asociación Americana de Lenguas Modernas (MLA). También era el traductor de tres libros del experto austriaco en temas filipinos Dr. Ferdinand Bluementrip. De acuerdo con Doherty, antes de viajar a Filipinas dedicó cinco años al estudio del lenguaje, la historia y la etnología de las islas. Doherty, 1904; TA. 27 En 1915, el coronel William C. Rivers, ex jefe del Cuerpo de Policía Filipino (Philippine Constabulary), presentó sus credenciales como experto en las Filipinas ante los participantes de la Conferencia del Lago Mohonk de ese año, diciendo que quería compartir el conocimiento que había adquirido «después de diez años de servicio como oficial del Ejército en el gobierno filipino». Rivers, William C., «The Moro as Factor in the Philippine Problem» (1915), National Archives, RG, Sen 64AF18, folder #2; TA. De acuerdo con la historiadora puertorriqueña María E. Estades, la primera Conferencia en el Lago Mohonk fue organizada por un cuáquero llamado Albert S. Smiley en 1883. Smiley, que era miembro de la Junta de Comisionados Indígenas, invitó a un grupo de personas interesadas en la solución del llamado problema indio a una reunión a ser celebrada en un hotel de su propiedad a la orilla del Lago Mohonk, en Nueva Jersey. Las conferencias se llevaron a cabo anualmente hasta 1916 y fueron un foro importante de discusión en el que participaron representantes de diferentes sectores sociales, interesados en reformar la política indigenista reinante en los Estados Unidos. En gran medida, los participantes de estas conferencias pertenecían a iglesias protestantes y compartían la convicción de que los indios debían ser civilizados y cristianizados; en otras palabras, éstos también querían ilustrar a los indios sacándoles de la barbarie y el paganismo; de ahí que su principal objetivo fuera la americanización de los indios. Tras los sucesos de 1898, puertorriqueños y filipinos se convirtieron en tema de discusión de los participantes de estas conferencias, en una clara muestra de la intersección de los sujetos coloniales internos y externos de la nación norteamericana en los debates públicos. Estades Font, 1999, 165-166.
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de 1906 el ex juez James Blount pronunció un discurso ante la legislatura del estado de Georgia. Blount era un gran defensor de la independencia de las Filipinas, por lo que no debe sorprender que en su discurso atacara la política del Partido Republicano a favor de la retención de las islas como un territorio norteamericano. Lo que es realmente interesante del discurso del juez es la resolución que aprobaron los legisladores de Georgia invitándole a dirigirse ante ellos: El Honorable Juez James H. Blount, un distinguido hijo de Georgia, ha regresado recientemente de las mencionadas islas (las Filipinas), donde vivió por muchos años, periodo durante el cual fue uno de los codificadores de las leyes de las mencionadas islas, y fue juez de uno de su más altos tribunales, y favorece la posición del Partido Demócrata a favor de la independencia y autogobierno de las mencionadas islas, y ha recientemente pronunciado dos discursos sobre ese tema en Georgia que por su conocimiento, observación y sabiduría son de un valor inestimable para el pueblo.28
La resolución reconoce a Blount como un experto en las Filipinas y vincula su competencia en las islas al papel desempeñado por el juez en la administración colonial del archipiélago. En otras palabras, la autoridad de Blount emanaba de su condición de agente colonial. Blount también buscó ser reconocido como una autoridad en los temas filipinos. En enero de 1907, el juez publicó un artículo en la revista North American Review titulado «Philippine Independence –When?», atacando la política del Partido Republicano en las Filipinas. De acuerdo con Blount, el artículo en cuestión capturó la atención del público norteamericano porque «el autor, tras casi siete años de estadía en las islas (1898-1905) —los primeros dos como oficial del ejército que las subyugó y el resto como juez—, finalmente regresó a su hogar con la convicción de que no debemos continuar ocupando esas islas indefinidamente, y expuso razones, no académicas, sino derivadas de su observación personal, para esa opinión».29 Otro buen ejemplo de un oficial colonial reconocido como experto en asuntos filipinos fue Leonard Wood (1860-1927). Este general fue uno de 28 Blount, James H., «Philippine Independence», August 13, 1906, Library of Congress (LC), Manuscript Division (MD), Papers of Moorfield Storey, Box 7. Énfasis añadido; TA. 29 Blount, 1907, 369-370. Énfasis añadido; TA.
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los principales oficiales coloniales en las primeras décadas del siglo XX, participó en las guerras contra los indios norteamericanos y, específicamente, en la persecución del líder apache Jerónimo, por lo que recibió la Medalla de Honor, la más alta condecoración de las fuerzas armadas. Wood también estuvo en la campaña de la guerra hispano-cubano-norteamericana y ocupó cargos de importancia en la administración de los territorios adquiridos por los Estados Unidos en esa guerra: gobernador militar de la provincia de Santiago (1898) y de la isla de Cuba (1899-1903), gobernador de las provincias musulmanas filipinas (1903-1906) y gobernador general de las Filipinas (1921-1927).30 En 1924, el periodista Price Bell iniciaba una entrevista con el entonces gobernador general de las Filipinas enfatizando su autoridad en los asuntos filipinos. Para Price, Wood no tenía rival, «caucásico o no caucásico, en su conocimiento del archipiélago y de la gente de la cual tiene una suprema responsabilidad». El periodista alegaba que el conocimiento de Wood era el producto de años de «estudio de primera mano», que comenzó en 1903 cuando fue nombrado gobernador de la isla de Mindanao.31 Price también resaltaba que Wood había sido comandante de la División Filipina y miembro especial de una comisión nombrada por el presidente Warren C. Harding, en 1921, con el fin de investigar las condiciones de las Filipinas. Según él: El General Wood, gris, rubicundo, robusto, digno, me recibió en su oficina privada en el Palacio de Malacañang, Manila. Él se sentó en una silla alta y ancha de madera oscura, con el espaldar y el fondo de caña, y habló rápidamente en voz baja. Su voz era tan baja que ocasionalmente tenía problemas para entender cada palabra. La mayor parte del tiempo, el soldado y administrador veterano tenía una apariencia de seriedad, si no de severidad, pero dos o tres veces durante la conversación sus rasgos se relajaron, se sonrió y hubo una mirada extremadamente agradable en sus ojos azules. Tiene carácter. Tiene magnetismo. Tiene cerebro. No sólo es un militar; es un pensador y un hombre de estado.32 30 Lane, 2000. 31 Bell, Price, «Wood declares U. S. should stay in the Philippines», July 14, 1924, LC, MD, Papers of Leonard Wood, Box 217, Philippines, Miscellaneous. Énfasis añadido; TA. 32 Ibíd., LC, MD, Papers of Leonard Wood, Box 217, Philippines, Miscellaneous, Price Bell, Conversation with Major General Leonard Wood Governor General of the Philippine Islands, July 12th, 1925. Énfasis añadido; TA.
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Es claro que para el reportero Wood encarnaba la labor civilizadora de los Estados Unidos en las Filipinas. Escritores como Willis y oficiales civiles y militares como Blount y Wood jugaron un papel crucial en el proceso de creación de conocimiento acerca del archipiélago. Consideraban que una breve estadía en las islas o en otros países les capacitaba para analizar y deconstruir las Filipinas para consumo de la opinión pública estadounidense. El contacto con las islas les colocaba en una posición privilegiada, pues su «conocimiento» era producto de la observación directa (casi científica), no de cómodas lecturas en bibliotecas. Ellos habían ido a la frontera misma del imperio y, por ende, su conocimiento era imparcial, veraz y confiable. A través de su autoproclamada autoridad, informaron y formaron el conocimiento que poseían los norteamericanos sobre su lejana colonia asiática. EL REPUBLICANISMO Y EL EXCEPCIONALISMO Uno de los principales componentes de los debates sobre las Filipinas fue la idea del republicanismo. La ideología republicana, uno de los pilares del sistema político norteamericano, ejerció una gran influencia tanto en opositores como en defensores del colonialismo en las Filipinas. Para ellos, lo que distinguía a los Estados Unidos como nación era su condición de república fundamentada en la libertad e igualdad de sus ciudadanos, el respeto a la ley y la soberanía popular. Ante sus ojos, su nación no sólo era una república, sino la más grande e importante de la historia de la humanidad, heredera directa de Roma y de las repúblicas italianas. La democracia, igualdad y libertad de la republicana norteamericana contrastaban con la tiranía, la desigualdad y la opresión que caracterizaban a los gobiernos aristocráticos, oligárquicos y dictatoriales que reinaban en el resto del mundo, especialmente en Europa. Muchos de los escritores aquí analizados consideraban que republicanismo e imperialismo eran conceptos totalmente opuestos e incompatibles.33 Siguiendo esta lógica, planteaban que una república democrática como los Estados Unidos no podría sobrevivir si se transformaba en un 33 Algunos defensores de esta idea fueron: Blair, 1899; Osborne, 1908?; Pettigrew, 1922; Smith, 1902; Sumner, 1901; Willoughby, 1905, y Willis, 1970 (1905).
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poder colonial. El imperialismo era la senda hacia la transformación de la democracia en una tiranía. Aunque quienes así pensaban defendían la independencia filipina, su principal preocupación era el futuro de la sociedad norteamericana y no necesariamente los derechos políticos de los filipinos. Para ellos, el comportamiento de la nación norteamericana en el archipiélago filipino amenazaba la igualdad, la libertad y la democracia estadounidense porque ellos eran una nación de ciudadanos, no de súbditos, y los filipinos eran racial, política y culturalmente incapaces de ser asimilados a la nación norteamericana. La única solución a este dilema era poner fin a la aventura colonial concediendo la independencia al archipiélago.34 Estos escritores afirmaban que, al conquistar las Filipinas, los Estados Unidos no sólo habían roto con su tradición anti-imperialista, sino que también habían establecido un peligroso antecedente. Usando como ejemplo las consecuencias de la expansión europea en Asia y África, los defensores del republicanismo norteamericano alegaban que la única forma de conservar colonias era a través del poderío militar. En otras palabras, para ellos el militarismo era una consecuencia inevitable del imperialismo. Su conclusión era clara: la combinación de poder militar y colonialismo no sólo corrompería la democracia norteamericana, sino que también acabaría con el aislamiento geográfico35 como política nacional y expondría a la nación a la guerra.36
34 En 1905, Henry Willis argumentó que: «A menos que se tome gran precaución, hay razones para temer que nuestras relaciones con el problema filipino sólo nos enredarán cada vez más con esas islas. Esto podría acarrear consecuencias permanentes perjudiciales, no solamente para las Filipinas, sino para los Estados Unidos». Willis, 1970 (1905), 28; TA. 35 Desde los comienzos de la república, los estadounidenses vieron la posición geográfica de su país como una protección natural contra cualquier agresión externa. Protegido por dos grandes océanos, los Estados Unidos no tenían nada que temer. La adquisición de las colonias españolas en 1898 alteró esta posición estratégica al convertirse en una potencia asiática y caribeña, acabando así con el tradicional aislamiento geográfico. Discutiremos el tema del aislacionismo con mayor profundidad en el capítulo 3. 36 En 1899, el reverendo Henry Van Dyke le recordó a su congregación que: «Imperialismo y democracia, militarismo y autogobierno son términos antagónicos. Un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo es inexpugnable, pero impotente para la conquista. […] La expansión colonial significa conflicto; la anexión de las Filipinas significa la anexión de un nuevo peligro a la paz mundial. La aceptación del imperialismo significa que debemos prepararnos a convertir nuestros arados en espadas y nuestras hoces en lanzas, y estar listos para regar tierras lejanas y teñir mares extranjeros de un torrente cada vez mayor de sangre americana». Van Dyke, Henry, The American Birthright and the Philippine Pottage, From Sermon Preached on Thanksgiving Day, 1899, by Rev. Henry Van Dyke, D. D. LL, D., Rector of the Brick Church in New York City, Presbyterian, Anti-Imperialist Leaflet No.
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Un buen ejemplo de cómo el republicanismo fue usado para atacar las políticas coloniales norteamericanas en Filipinas es el discurso que pronunció Goldwin Smith ante la conferencia de la Liga Antiimperialista en Filadelfia, el 23 de febrero de 1900. La Liga Antiimperialista fue fundada en Boston en 1898 por un grupo de opositores a la política exterior del gobierno estadounidense tras la guerra con España.37 Smith, un abogado de Chicago y miembro de la Liga, enfatizó en su discurso cómo la retención de Filipinas era un peligro para el «espíritu del pueblo americano» y el «carácter americano».38 Según él, el control de las islas era incompatible con el republicanismo democrático, pues los Estados Unidos no podían ser un imperio y una república simultáneamente. Por ende, la nación se enfrentaba a un dilema: abandonar el archipiélago filipino regresando a su tradición republicana, o conservarlo y convertirse en un imperio. Si los Estados Unidos optaban por imitar a las monarquías europeas y jugar a lo que Smith llama «el deporte británico» perderían su naturaleza excepcional.39 Para este escritor, el imperialismo era sinónimo de militarismo, y el militarismo era la negación de todo principio democrático y republicano; por lo tanto, no había forma de reconciliar la retención de las Filipinas y las instituciones democráticas y republicanas. Veintidós años después que Smith pronunciara su discurso ante la Convención de Filadelfia, el ex congresista y ex gobernador de Filipinas Francis Burton Harrison escribió un libro relatando sus experiencias en las islas.40 En este libro, titulado The Corner-Stone of Philippine Independence (1922), Harrison alegaba que la única forma de reconciliar a los Estados Unidos con su tradición antiimperialista y republicana era concediendo la independencia a las Filipinas. Para él, la conquista y retención de las islas 18, LC, MD, Papers of William Croffutt, Box 16, Printed Pamphlets, 1899; Blair, 1899, 20. Énfasis añadido; TA. 37 LaFeber, 1994, 224 y Beisner, 1968, 98-100. 38 Smith veía el imperialismo como un virus que estaba contaminando a la sociedad norteamericana que él entendía como una hermandad democrática y cristiana. Smith, 1902, 7 y 20; TA. 39 Gran Bretaña y su imperio jugaron un papel central en el libro de Smith, pues éste creía firmemente que si los Estados Unidos seguían el ejemplo de sus primos europeos la democracia republicana norteamericana no sobreviviría. Smith, 1902, 12-13; TA. 40 Francis Burton Harrison era un abogado de origen sureño graduado de la Universidad de Yale y de la Escuela de Derecho de Nueva York. En 1902, fue electo congresista por el estado de Nueva York, posición que ocupó hasta 1913, cuando fue nombrado gobernador de las Filipinas. Ver: Biographical Directory of the U. S. Congress, http://bioguide.congress.gov/scripts/biodisplay. pl?index=H000268; consultado el 27 de noviembre de 2008.
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era «una aventura imperial», un accidente histórico que podía y debía ser arreglado mediante su independencia. Con ello, no sólo se reconciliarían los Estados Unidos consigo mismos, sino que también mejorarían su posición internacional.41 Harrison creía que el problema no radicaba en el pueblo norteamericano porque el estadounidense promedio era antiimperialista por naturaleza. El problema estaba en las acciones erradas del gobierno (adquisición de Guam, Puerto Rico y las Filipinas, el protectorado sobre Cuba y Panamá y las intervenciones militares en Siberia, Haití y Centroamérica), que echaron por el suelo la tradición antiimperialista de los Estados Unidos y contradecían su excepcionalismo. De acuerdo con uno de sus principales analistas, el sociólogo político Seymour Martin Lipset, este excepcionalismo era un elemento vital de la ideología nacional estadounidense. Según este autor, el sentido nacional norteamericano no está basado, como en el caso de otros países, en una historia o pasado común, sino en un compromiso ideológico. Ser norteamericano es compartir, de forma dogmática y casi teológica, una serie de ideas entre las que destacan la libertad, la igualdad, el individualismo, el laissez-faire, etc. Una de esas ideas es la representación de los Estados Unidos como una nación excepcional, es decir, como una nación única, especial, sin parangón con los demás países que componen la humanidad. Según Amy Kaplan, esta idea ha servido como mecanismo ideológico para diferenciar a los Estados Unidos del resto del planeta, pero esa diferenciación va más allá de la singularidad o «unicidad» (uniqueness) de su cultura y herencia. Para esta intelectual norteamericana, la idea de la naturaleza excepcional de los estadounidenses reside en su condición de modelo para el resto del mundo. Esa excepcionalidad ha sido expresada, añadiría yo, en términos de la supuesta superioridad política, moral, cultural, religiosa, económica, ideológica y, en ocasiones, racial de la nación norteamericana. 41 Harrison, 1922, 111; TA. El ex senador demócrata por el estado de Dakota del Sur Richard F. Pettigrew planteó, en 1922, que la «política imperial» norteamericana comenzó con la anexión de Hawái y la retención de las Filipinas, Guam y Puerto Rico. Con ello, los Estados Unidos se desviaron de sus tradiciones, especialmente, de los planteamientos de la Declaración de Independencia. Sin embargo, Pettigrew coincidía con Harrison en que la principal contradicción de la política exterior norteamericana había sido la anexión del archipiélago filipino. De acuerdo con el ex senador, «Anexamos las Filipinas por la fuerza. Eso, de acuerdo con los principios de la Declaración de Independencia, es una agresión criminal. Nos alejamos de los principios fundacionales de este país; violamos sus deberes más sagrados con el mundo y seguimos la misma política brutal e injustificada que Gran Bretaña ha implantado dondequiera que sus ejércitos han ametrallado salvajes desnudos». Pettigrew, 1922, 333; TA.
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Por último, el excepcionalismo forma parte de lo que Kaplan denomina «un argumento para una expansión ilimitada» y, por ende, ha estado históricamente vinculado con ideas directamente asociadas al expansionismo e imperialismo norteamericano: destino manifiesto, anglosajonismo, sentido de misión, providencialismo, etc.42 La idea del excepcionalismo estuvo íntimamente ligada al tema del republicanismo. Para los defensores de esta idea, los Estados Unidos eran una nación excepcional, en gran medida, porque eran una república y no un imperio. La adquisición de colonias constituía una amenaza directa al republicanismo y, por ende, a la excepcionalidad norteamericana. Es por ello que Harrison consideraba que no podían conservar las Filipinas y continuar proclamando su superioridad moral y política. Los Estados Unidos no podían alegar que eran excepcionales, sino que también debían serlo, y para ello era necesario poner fin al control del archipiélago. De ahí que éste planteara la independencia filipina como una especie de catarsis necesaria que ayudaría a limpiar la reputación de los Estados Unidos y de paso a garantizar su unicidad. A pesar de sus claras simpatías por la independencia filipina, es indiscutible que la principal preocupación de Harrison era librar a su país de los peligros, reales o imaginados, asociados al imperialismo, es decir, a las Filipinas. EL COLONIALISMO ILUSTRADO Durante más de treinta años, periodistas, oficiales coloniales, viajeros, hombres de negocios, escritores y miembros del Congreso norteamericano usaron la metáfora del colonialismo ilustrado para explicar y justificar su presencia en las Filipinas.43 Según éstos, la relación entre los filipinos y sus tutores norteamericanos no era colonial, sino amistosa, desinteresada y 42 Lipset, 1996, cap. 1, y 2000, 31-42; Kaplan, 2002, 16, y Madsen, 1998. 43 De acuerdo con Mary Louise Pratt, en el siglo XVIII las potencias coloniales legitimaron sus acciones mediante una serie de construcciones ideológicas. Pratt identifica tres de estas construcciones: «la misión civilizadora, el racismo científico y los paradigmas tecnológicos de progreso y desarrollo», (Pratt, 1992, 74). Por su parte, Kenneth Pomeranz (2005) plantea que la distinción entre naciones supuestamente civilizadas y atrasadas no es algo que surgiera en el siglo XIX. Según él, el imperialismo chino tuvo una agenda civilizadora por más de dos mil años. En otras palabras, al justificar el colonialismo norteamericano como una empresa ilustrada, los escritores estadounidenses se sumaron a una vieja práctica colonial.
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especial, porque el interés de los Estados Unidos no era explotar el archipiélago, sino desarrollarlo para beneficio exclusivo de sus habitantes. En este esquema, la nación norteamericana no es presentada como una fuerza tiránica y opresiva, sino como un guardián bondadoso, que estaba entrenando a los filipinos en las artes del auto-gobierno. Los promotores de esta idea argüían que la presencia norteamericana en las islas era un símbolo de libertad y progreso. Esta idea fue creada por un grupo de escritores que publicaron artículos y libros sobre Filipinas entre 1898 y 1899, justificando la anexión de las islas. La representación del colonialismo español como una fuerza del mal jugó un papel crucial en el desarrollo de la idea del colonialismo ilustrado estadounidense. Estos escritores no inventaron los sentimientos antiespañoles de los filipinos, los errores del imperialismo español o los problemas encontrados por los estadounidense en los territorios adquiridos de España en 1898;44 sí usaron el imperialismo español para diferenciar entre dos tipos de colonialismo. El primero, el español, era un «sistema de conquista y de conquista solamente»,45 que carecía de cualquier justificación o legitimidad porque no buscaba el progreso y el bienestar de los sujetos coloniales bajo su cuidado. El segundo tipo de colonialismo, el ilustrado, era legítimo porque no estaba basado en la explotación, sino en el respeto de los derechos y la promoción del progreso y bienestar de los sujetos coloniales. De acuerdo con los promotores de esta idea, este era el único tipo de colonialismo que podrían practicar los Estados Unidos, porque sólo una república democrática y civilizada como la nación norteamericana podía ser un imperio ilustrado.46 Como los Estados Unidos eran un país excepcional, su imperialismo, por ende, sería especial, distinto y sinónimo de progreso. Estos escritores no consideraban que hubiese contradicción alguna entre el republicanismo norteamericano y la retención de las Filipinas porque, tras finalizada la guerra con España, los Estados Unidos no habían tenido otra alternativa que enfrentar la responsabilidad moral de rescatar 44 Linderman, 1974, 120-121. 45 Adams, 1898, 36; TA. 46 Según E. L. Godkin, los Estados Unidos debían gobernar sus colonias insulares en beneficio de sus habitantes, «no sólo porque hemos sido capaces de derrotar a España, sino […] porque nuestras maneras políticas son superiores, en conclusión, porque somos más ilustrados». Godkin, 1898, 190. Énfasis añadido; TA.
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el archipiélago de siglos de tiranía española, civilizando y educando a su habitantes en las artes de un gobierno propio. En otras palabras, una nación históricamente antiimperialista como los Estados Unidos se vio forzada, por las circunstancias, a convertirse en un imperio para rescatar e ilustrar a un grupo de pueblos no civilizados.47 Como en el caso de la retórica civilizadora francesa (misión civilisatrice) en las colonias del África Occidental, analizado por Alice L. Conklin, el imperialismo ilustrado norteamericano de finales del siglo XIX «existía en tensión dialéctica con nociones de universalidad». En otras palabras, los escritores aquí analizados no sólo enfatizaban las diferencias, sino también las similitudes con los sujetos coloniales de su estudio. Aunque racialmente diferentes a los estadounidenses, los filipinos «eran sin embargo capaces de mejoramiento».48 Tanto para los estadistas franceses como para los defensores de la idea de un imperialismo ilustrado estadounidense, colonialismo y democracia eran compatibles gracias a sus acciones a favor de la inclusión y el bienestar de sus sujetos coloniales. Para Conklin, la retórica civilizadora francesa, y el imperialismo ilustrado norteamericano —añadiríamos—, no era necesariamente una mascarada para legitimar los objetivos reales de su imperialismo. Muchos de los imperialistas franceses y norteamericanos creían en la «legitimidad moral de la expansión ultramarina».49 Como los nativos del África Occidental francesa, los filipinos eran material y moralmente inferiores a sus amos coloniales, pero el contacto y ayuda de los norteamericanos les ayudaría a convertirse en un pueblo civilizado. Para dar forma a la idea de un imperialismo ilustrado fue necesario demonizar al colonialismo español, acusándole de cruel, bárbaro, caduco y retrógrado. En otras palabras, el imperialismo español era la imagen opuesta de lo que el norteamericano sería, porque el principal objetivo de los españoles era, de acuerdo a los escritores norteamericanos, explotar sus colonias. Por el contrario, la administración norteamericana de las Filipinas sólo buscaba promover el bienestar de los habitantes de las islas.50 47 Lusk, 1898; Adams, 1898; «The Responsabilities of Peace», 1898, 957-959; Foreman, 1899; Whitmarsh, 1899, 917-923; Ericsson, 1898, 829-830, y Godkin, 1898, 190-203. 48 Conklin, 1998, 420-423; TA. 49 Ibíd. 50 De acuerdo con la revista Outlook, «Por tres siglos, la opresión española ha imposibilitado el desarrollo de una vida libre en Cuba y Puerto Rico. Los Almirantes Sampson y Scheley, y los generales Shafter y Miles han acabado con este impedimento a la vida. Es tarea de otros, en un espíritu de consagración, llevar a esas islas las instituciones que promoverán vida, estableciendo justicia, promoviendo
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De acuerdo con los creadores de la idea del colonialismo ilustrado, la independencia de las islas desencadenaría un periodo de tiranía, anarquía y guerra civil, que abriría las puertas a la conquista de las Filipinas por un poder colonial. Contrariamente a lo que habían hecho los Estados Unidos, el nuevo amo de las Filipinas gobernaría las islas con mano dura y explotaría a sus habitantes. Para estos escritores, los Estados Unidos no sólo debían defender las islas de enemigos externos, sino también de la inmadurez e incapacidad política de los filipinos; en otras palabras, debían defender a los filipinos de sí mismos. De acuerdo con Horace Fish, los norteamericanos querían proteger a las Filipinas de «intromisiones extranjeras y del mal gobierno interno durante su aprendizaje en el arte del gobierno propio, y darles toda la ayuda razonable para hacerlas auto-sostenibles y auto-gobernables, y alcanzar las máximas medidas prácticas de civilización moderna y desarrollo».51 La idea de un colonialismo ilustrado no desapareció con la anexión de las Filipinas en 1899, sino que continuó desarrollándose hasta la década de 1930.52 Sin embargo, los herederos de los creadores de esta idea no se vieron en la necesidad de justificar la adquisición de las islas, porque después de 1899 esto era un fait accompli.53 Durante los siguientes treinta años, los defensores de la metáfora del colonialismo ilustrado concentrarán sus esfuerzos en justificar la retención de las islas, alabando «la protección paternal de los Estados Unidos».54
la educación y la libertad religiosa, por medio del gobierno, el comercio y la filantropía. El éxito en la guerra conlleva la responsabilidad de la paz». Del mismo modo, de acuerdo con Lusk, si España recuperaba las islas, las devolvería al «desesperado estancamiento y barbarismo» en el que las habían encontrado los norteamericanos. «The Responsabilities», 959, y Lusk, 1898. Énfasis añadido; TA. 51 Fisher, 1899, 22-23; TA. 52 Ver por ejemplo: Brown, 1903; Kahn, 1924; Magoon, 1904, 2-5, y Willcox, 1912, 292. 53 Tampoco desapareció el uso del colonialismo español para justificar el control norteamericano de las Filipinas. En 1904, Charles Magoon distinguió entre el imperialismo español y el gobierno norteamericano con estas palabras: «La bandera de España, que la nuestra sustituyó, ostenta los colores rojo y dorado, es decir, los colores del atardecer. La bandera de la unión norteamericana, con sus rayas rojas y blancas, debajo de un azul adornado con estrellas, ostenta los colores del amanecer». Magoon, 1904, 6; TA. 54 La frase es de la autoría de Reid (Philippine Observation, 295). Un buen ejemplo de cómo era alabada la política norteamericana en las Filipinas es el artículo de George A. Miller publicado en 1908; en él, su autor analiza los diez primeros años de gobierno y concluye que éste había sido un periodo de progreso para las islas y sus habitantes. Para justificar su argumento, Miller enumera los logros norteamericanos en las Filipinas: paz, justicia, salud pública, educación, libertad religiosa, desarrollo industrial, orden y estabililidad, un «gobierno propio progresista» y el desarrollo de una ética de trabajo. Miller, 1908, 175; TA.
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La independencia filipina y el colonialismo ilustrado Durante las primeras décadas del siglo XX, los defensores del colonialismo ilustrado combatieron lo que consideraban la principal amenaza a la misión civilizadora norteamericana: la independencia filipina. Para ellos, sólo mediante el control del archipiélago los Estados Unidos podían iluminar a los filipinos y, por ende, las islas no debían ser abandonadas hasta que tal labor civilizadora estuviese finalizada. Una retirada prematura sería un acto irresponsable, imperdonable y cobarde, que mancharía el honor, el patriotismo y la posición internacional de la nación norteamericana.55 En 1916, por ejemplo, Thomas Blayney alabó la labor de los Estados Unidos en Filipinas calificándola como el «capítulo más inspirador de nuestra historia nacional».56 Para él, esta labor desinteresada era un claro reflejo del excepcionalismo e idealismo norteamericanos, y argumentaba que no debían salir de las Filipinas para evitar los peligros asociados a su presencia en el archipiélago, porque ello hubiese sido contrario al espíritu norteamericano. Para Blayney, la defensa del honor de los Estados Unidos hacía necesario completar su misión en Filipinas. Una salida prematura conllevaría la traición de «los innumerables hombres de nuestra raza» que se sacrificaron para civilizar e iluminar a los filipinos. Para él, las Filipinas eran la nueva frontera norteamericana, cuyos riesgos y peligros debían ser enfrentados como un reto a los ideales de voluntad y disciplina característicos de la masculinidad norteamericana.57 55 Para el general Leonard Wood, la independencia no beneficiaría a los filipinos. Según él, «Si nos retiramos ahora todo lo que hemos hecho será deshecho, nuestra inversión de sangre y dinero sería desperdiciada, veinticinco años de trabajo idealista sería desperdiciado, el pueblo filipino sería cruelmente traicionado y le haríamos un flaco servicio a la estabilidad y los intereses más elevados del mundo». Por su parte, el abogado corporativo Elihu Root pensaba que en las Filipinas no sólo estaba en juego el honor de los norteamericanos, sino también la autoestima de los Estados Unidos. Root creía que si fracasaba o se abandonaba la labor civilizadora en las Filipinas, los Estados Unidos terminarían desacreditados a nivel mundial y se afectaría negativamente el auto-respeto y el patriotismo nacional. LC, MD, Papers of Leonard Wood, Box 217, Philippines, Miscellaneous, Price Bell, Conversation with Major General Leonard Wood Governor General of the Philippine Islands, July 12, 1925, y Elihu Root, «Prefatory Note», en Elliott, 1917. Énfasis añadido. TA. 56 Blayney, 1916, 1155-1156; TA. 57 El reverendo Arthur J. Brown también alegó que los Estados Unidos no debían evadir las responsabilidades asociadas a las Filipinas. Para él, la nación norteamericana tenía una misión divina que cumplir en las islas. Una retirada del archipiélago sería un acto cobarde e indigno de la «más grande de las naciones cristianas». Brown le recordaba a sus lectores que la adquisición de las Filipinas no había sido un accidente, sino parte de un plan divino. Dios quería que los norteamericanos educaran, civilizaran e iluminaran no sólo a los filipinos, sino también a otras razas desafortunadas. Brown, 1903, 23 y 27; TA.
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Según Blayney, la libertad había llegado a las Filipinas con las tropas invasoras norteamericanas, lo cual era común entre los promotores de la idea de un colonialismo ilustrado. Para ellos, los filipinos nunca habían sido libres antes de 1898, ni nunca serían tan libres como lo eran bajo el gobierno de los Estados Unidos. Dentro de esta lógica, la independencia era innecesaria porque los filipinos eran verdaderamente libres bajo la tutela norteamericana. La independencia acabaría con la libertad de la que disfrutaban los filipinos, abriendo un periodo de tiranía, opresión y caos. En otras palabras, para que los filipinos fueran «verdaderamente libres» debían renunciar a sus aspiraciones soberanas y abrazar el colonialismo benévolo norteamericano. De esta forma, el colonialismo era transformado en una expresión paternal de libertad.58 Por ejemplo, en 1912, Cornelis Wilcox argumentó que la independencia filipina era innecesaria porque los filipinos disfrutaban de «una libertad tan grande como la que disfrutaba un ciudadano norteamericano promedio».59 Charles Magoon y el reverendo Arthur J. Brown también identificaron el colonialismo norteamericano como una expresión de libertad. Para Magoon, la bandera norteamericana era símbolo de «libertad y progreso, educación y civilización, gobierno propio e igualdad de derecho. Ella ondea en las Filipinas como un emblema de la realización de un deber para con nosotros, la civilización y la humanidad». Por su parte, Brown alegaba que «si la libertad significa la ejecución honesta de la ley, libertad y búsqueda de la felicidad, entonces es claro que los norteamericanos han traído a este bello archipiélago la única libertad real que éste haya conocido».60 En resumen, estos escritores no entendían la independencia filipina como un ejercicio de libertad o auto-determinación, sino como una especie de suicidio colectivo que privaría a los filipinos de las bendiciones del colonialismo ilustrado norteamericano. ¿Para qué ser un país soberano si como territorio norteamericano las Filipinas eran realmente libres? ¿Por qué sacrificar la felicidad de ser una colonia norteamericana por la incertidumbre de convertirse en un país soberano? 58 En un claro tono paternalista, Theodore W. Noyes alegaba que los filipinos habían sido muy afortunados de que los norteamericanos permanecieran en las islas y les forzaran a participar de lo que él denomina como el «jardín de infantes (kindergarten) nacional» norteamericano. En otras palabras, en 1898, los filipinos habían ingresado a la «escuela primaria del Tío Sam en republicanismo y gobierno propio». Según Noyes, los otros alumnos de esta escuela eran Puerto Rico, Alaska, Nuevo México y Hawái. Noyes, 1903, v y 110; TA. 59 Willcox, 1912, 292; TA. 60 Brown, 1903, 28, y Magoon, 1904, 16. Énfasis añadido; TA.
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Un nuevo tipo de colonialismo Otra forma de justificar el colonialismo norteamericano como una empresa ilustrada fue presentarlo como una revolución en la historia de la administración colonial. Aquellos que sostenían la idea de un colonialismo ilustrado alegaban que la labor norteamericana en Filipinas estaba redefiniendo los límites y objetivos del colonialismo a nivel mundial.61 Para ellos, el colonialismo ilustrado era una alternativa a la tradicional explotación de los pueblos menos afortunados del mundo.62 Lo que distinguía la presencia norteamericana en las Filipinas era que su ocupación de las islas no era el resultado de una empresa imperial, sino de un accidente histórico, que forzó a los Estados Unidos a asumir responsabilidades morales y políticas. Al negar el carácter imperialista de esta ocupación, los escritores aquí analizados reafirmaban el excepcionalismo y la tradición antiimperialista de la nación norteamericana.63 En 1916, Charles Briggs alegó que la ocupación de las Filipinas había sido un accidente, porque en 1898 los Estados Unidos peleaban por la libertad de Cuba. Para él, las Filipinas eran un tipo especial de colonia gracias al carácter revolucionario del colonialismo norteamericano, pues allí habían demostrado que el republicanismo podía ser enseñado a un «pueblo 61 En 1916, Samuel Parrish argumentó que el éxito del experimento norteamericano en las Filipinas podría ser crucial para el desarrollo de la influencia de los Estados Unidos a nivel mundial, a través de la difusión de sus valores en el mundo. Por lo tanto, los Estados Unidos no debían abandonar las islas sin antes completar su labor civilizadora. Parrish, 1916. Este documento fue presentado en el Senado Federal por el senador James Wolcott Wadsworth Jr. (Republicano-New York). 62 David Barrows, un antropólogo que ocupó importantes posiciones en la administración colonial de Filipinas, alegaba que la labor norteamericana en las islas establecería nuevos estándares «para el tratamiento de pueblos atrasados y dependientes» e influenciaría las políticas coloniales de otras potencias mundiales. Por su parte, el ex gobernador general de las Filipinas Harrison argumentaba que la política norteamericana en el archipiélago era una herejía para Francia, Gran Bretaña y Holanda, y una «esperanza e inspiración para millones de pacientes hombres marrones y amarillos que encontraban en las ideas norteamericanas una promesa de futuro». Barrows, David P., A Conservation Policy for the Philippines, Address Before the Lake Mohonk Conference of the Indian and Other Dependent Peoples, October 20, 1910; LC, MD, Papers of Storey, Box 8, 1910, 650; Harrison, 1922, 325. 63 Para Frederick C. Chamberlain, la política norteamericana en las Filipinas estaba basada en un altruismo exclusivo de los Estados Unidos, porque «ninguna otra nación cree en tratar una colonia como nosotros hemos tratado a las Filipinas». Aunque Harrison rechazaba que las Filipinas hicieran de los Estados Unidos un país imperialista, alegando el carácter transitorio de su presencia en las islas, indirectamente reconocía que la retención de las Filipinas contradecía el alegado anti-imperialismo de la nación norteamericana. De ahí que le resulte tan importante negar el carácter imperial de la presencia norteamericana en el archipiélago. Chamberlain, 1913, 191 y 205, y Harrison, 1922; TA.
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oriental» y que era posible organizar un buen sistema educativo en Asia. Además, los estadounidenses habían probado su ingenio al aplicar soluciones científicas a los problemas que los españoles habían sido incapaces de resolver.64 Ocho años más tarde, Otto H. Kahn alegó que los Estados Unidos no eran una nación imperialista, «porque América no ha hecho un uso injusto de su poder, porque no ha empleado la fuerza para subyugar y explotar otros pueblos, y porque ha perseguido una política exterior dirigida a mantener un camino de justicia».65 Para Kahn, la adquisición y retención de las Filipinas no cuestionaba la naturaleza antiimperialista de los Estados Unidos por dos razones: porque éstas fueron adquiridas como resultado de un accidente histórico y por la política benevolente que habían mantenido en las islas. En su justificación del colonialismo norteamericano, Kahn olvidaba cómo sometió el ejército estadounidense a las Filipinas mediante una guerra sangrienta y sucia que, según Walter LaFeber, le costó la vida a 200.000 filipinos.66 UN DESPOTISMO BENEVOLENTE La idea de un colonialismo ilustrado provocó una fuerte oposición entre algunos escritores estadounidenses que cuestionaron el alegado altruismo en las islas. Uno de sus principales críticos fue el abogado y líder antiimperialista Moorfield Storey.67 Para éste, no había tal colonialismo ilustrado, sino más bien un «despotismo benevolente». Cuestionando el altruismo norteamericano en las Filipinas, Storey lanzaba una pregunta 64 Briggs, 1913, 165-167. Para Brown, los Estados Unidos no habían tenido otra opción que retener el control de las Filipinas por la incapacidad de los filipinos para el auto-gobierno y porque devolverle las islas a España hubiese sido imposible por razones humanitarias. Además, la concesión de la independencia a las Filipinas hubiese provocado una lucha entre las potencias imperialistas por el control del archipiélago que podría haber causado una guerra mundial. En otras palabras, los norteamericanos no permanecieron en las islas por razones egoístas, sino para enseñar a sus habitantes cómo gobernar su país, mantener la paz mundial y proteger a los filipinos de los españoles y otras fuerzas colonialistas. Brown, 1903, 22-23. 65 Kahn, 1924, 3; TA. 66 LaFeber, 1994, vol. 2, 215. 67 Moorfield Storey (1845-1929) fue un abogado graduado de la Universidad de Harvard y miembro fundador de la Liga Anti-imperialista. Storey fue un reformista que luchó contra la corrupción, la segregación racial y el imperialismo norteamericano; además, fue un gran simpatizante de la independencia filipina. Disponible en: http://www.factmonster.com/ce6/people/A0846841.html; consultado el 27 de noviembre de 2008.
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muy sencilla: «¿No es una suposición monumental para cualquier hombre pensar que él o su pueblo pueden gobernar una nación extranjera mejor que lo que ésta puede gobernarse a sí misma?»68 Su contestación es muy clara: los Estados Unidos no tenían derecho a gobernar Filipinas ni a decidir qué era bueno para los filipinos. En un panfleto publicado en 1904, criticando al entonces secretario de Guerra William H. Taft, Storey le recuerda a sus lectores lo siguiente: Por cientos de años, hombres de una raza extranjera decidieron qué necesitaban los filipinos y cómo eran satisfechas sus necesidades […] La política del Secretario Taft no triunfará y, si lo hace, nunca habrá una República Filipina, y seremos culpables de la destrucción de un pueblo oriental igual como hemos destruido a los nativos de nuestro continente.69
Para Storey, el colonialismo no era un experimento revolucionario, sino una secuela de los trescientos años de imperialismo español en las islas. Tanto españoles como estadounidenses justificaron su colonialismo esgrimiendo elevados y nobles motivos. Resulta interesante que Storey establezca un vínculo directo entre los sujetos coloniales internos y externos de los Estados Unidos, pues está muy claro que los filipinos no eran los primeros beneficiarios de la benevolencia norteamericana. Mucho antes de que las primeras tropas norteamericanas desembarcaran en Filipinas, los nativo-americanos habían recibido la protección paternal del gobierno de los Estados Unidos con resultados trágicos. En otras palabras, Storey tenía muy clara la continuidad de las prácticas coloniales estadounidenses y le preocupaba que, como los nativo-americanos, los filipinos terminaran siendo destruidos por las buenas intenciones y el altruismo norteamericanos. Para este líder anti-imperialista, el alegado colonialismo ilustrado no era nada nuevo, porque «debemos recordar que desde el comienzo de la historia el opresor siempre ha insistido en que la opresión era buena para el oprimido».70 Por lo tanto, no había nada excepcional en la política norteamericana en las Filipinas, porque los Estados Unidos se estaban comportando como todas las potencias coloniales se habían comportado a través de la historia. 68 LC, MD, Papers of William Croffutt, Box 16, Printed Pamphlets, Storey, The Philippine Policy of Secretary Taft, July 4, 1904, 26. Énfasis añadido; TA. 69 Ibíd., 16-17. 70 Ibíd.
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Thomas Mott Osborne, otro anti-imperialista, también criticó la idea del colonialismo ilustrado. Según él, «podemos torcer, distorsionar o destruir un árbol, o podemos ayudarle creando las condiciones favorables para su crecimiento y desarrollo, pero no lo podemos hacer crecer […] sólo podemos asistir al proceso de la naturaleza, no lo podemos sustituir».71 Osborne pensaba que era absurdo pretender moldear a los filipinos hasta americanizarles, porque en la historia de la humanidad ninguna nación había logrado «imponer a otra nación su civilización y sus ideales para prevenir la anarquía».72 En otras palabras, los filipinos no podían ser americanizados y su seguridad no era responsabilidad de los Estados Unidos; por lo tanto, la independencia era la única solución al problema que representaban las islas. En una carta dirigida al director de la revista The Transcript, Lewis G. James recurrió a elementos raciales para rechazar el colonialismo ilustrado estadounidense.73 En su carta, James rechazaba el supuesto éxito de la raza anglo-sajona lidiando con razas inferiores. De acuerdo con él, los encuentros de la raza anglosajona con razas inferiores habían provocado consecuencias trágicas como la desaparición de la población nativa de Nueva Zelanda y Hawái. Esto era así porque en esos encuentros «los fuertes y más hábiles resisten y son exterminados. Aquellos carentes de vitalidad y quienes sumisamente aceptan lo inevitable sobreviven. Eso pasó con los maoríes, los hawaianos y los nativos americanos».74 James no acusa a los anglosajones de genocidio, pero identifica la empresa colonial norteamericana en Filipinas como un capítulo más del expansionismo anglo-sajón, no como una empresa excepcional. La labor civilizadora norteamericana en Filipinas no era nada nuevo y podía resultar tan trágica como la civilización de otras razas inferiores llevada a cabo por los anglosajones en otras partes del mundo. Como Storey, James identificó las continuidades de las prácticas coloniales norteamericanas; de ahí que considere que los estadounidenses estaban haciendo en Filipinas lo que ya habían hecho en su esfera doméstica con los amerindios y otras posesiones insulares (Hawái). Como los amerindios y los hawaianos, los filipinos eran víctimas de las buenas intenciones de los Estados Unidos. 71 Osborne, 1908?, 6-7. Énfasis añadido; TA. 72 Ibíd. 73 LC, MD, Papers of William Croffutt, Box 16, Printed Pamphlets. Aunque no está claro cuándo fue escrita o publicada la carta, ello no le resta valor a los argumentos de su autor. 74 Ibíd.; TA.
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Como veremos, la idea de un colonialismo ilustrado norteamericano jugará un papel muy importante durante los debates congresionales del problema filipino. LOS ELEMENTOS ESTRATÉGICOS DEL PROBLEMA FILIPINO El significado estratégico de las Filipinas Tres preguntas básicas dominaron el debate público en torno al significado estratégico de las Filipinas para los Estados Unidos: ¿Exponían las islas a los Estados Unidos a un guerra con otra potencia mundial? ¿Eran las Filipinas el punto más vulnerable de la defensa norteamericana? ¿El control de las islas era una ventaja o una desventaja estratégica? Como es de esperar, estas preguntas encontraron multiplicidad de respuestas. Analistas como el reverendo Arthur Brown adoptaron una actitud pragmática, alegando que la posesión de las Filipinas era un hecho que no estaba en debate; por lo tanto, no tenía ningún sentido debatir si las islas exponían a los Estados Unidos a una guerra o no. Brown proponía sacarle al archipiélago las mayores ventajas estratégicas posibles. En 1903, alegaba que las islas eran la vitrina del poder norteamericano en Asia y, por ende, el éxito de las acciones norteamericanas en el archipiélago enviaría un mensaje claro a Europa y Asia: los Estados Unidos eran una potencia que debía ser respetada. El reverendo no tenía dudas de que las Filipinas eran una posesión estratégica porque las consideraba «las puertas de Yokohama, Kobe, Nagasaki, Fusan, Chemulpo, Tsingtao, Shanghai, Hong Kong y Singapur».75 Otros analistas negaban que las Filipinas pusieran en peligro a la nación norteamericana exponiéndola a una guerra con alguna potencia mundial. Por ejemplo, en 1900, N. P. Chipman negó rotundamente que los Estados Unidos enfrentaran el «peligro de verse enredados en una guerra europea por la posesión de las Filipinas».76 Chipman les recordaba a sus lectores que Holanda llevaba años controlando las Indias Orientales sin que ello le hubiese representado problema alguno con otra potencia europea. Según él, 75 Brown, 1903, 283. 76 Chipman, 1900, 27-28; TA.
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No puedo señalar ninguna página de la historia de este siglo que registre que Holanda se vio involucrada en una guerra europea por causa de sus posesiones en el Lejano Oriente. No recuerdo que en los últimos cincuenta años las potencias hayan entrado en guerra unas con las otras por alguna de sus posesiones en el Oriente. No veo que nuestra presencia en las Indias Orientales pudiese crear ninguna complicación europea. […] Debemos ocupar las Filipinas con la fuerza moral y física de esta gran nación, y esa es una fuerza que significa paz.77
Para Chipman era absurdo temer una guerra por culpa de las Filipinas. Su lógica era muy simple: si el pequeño reino holandés no había tenido problemas por sus posesiones coloniales en Asia, entonces qué tenía que temer una nación como los Estados Unidos de su presencia en las Filipinas. Para él, la nación norteamericana no sólo tenía el poder material para retener las islas, sino también la superioridad moral para transformar su presencia en el archipiélago filipino en una fuerza de paz. La idea del excepcionalismo norteamericano es un elemento muy fuerte en el análisis que hace Chipman del significado estratégico de las Filipinas para los Estados Unidos. Para él, la presencia en las islas no constituía una amenaza para las potencias imperialistas porque los Estados Unidos eran una nación altruista, sin ambiciones territoriales e intrínsecamente pacifista, es decir, excepcional. Una nación excepcional como los Estados Unidos sólo podía producir acciones excepcionales, y una de ellas era fomentar la paz con su mera presencia. Los norteamericanos en las Filipinas no tenían que preocuparse por la actitud de las potencias coloniales, porque éstas no tenían razones para temer a los Estados Unidos. Por otro lado, analistas como Theodore Roosevelt, James Abbott y el ex gobernador general Harrison vieron las Filipinas como una posesión vulnerable, que ponía en peligro la seguridad de los Estados Unidos. Para ellos, la presencia norteamericana en el archipiélago desataría un conflicto con alguna otra potencia mundial, especialmente con Japón. El caso de Roosevelt es especial, porque había sido un ferviente defensor de la retención de las Filipinas. Durante su presidencia (1901-1908), las islas fueron pacificadas y se estableció un gobierno civil. Sin embargo, en un discurso pronunciado en enero de 1915, Roosevelt argumentó que «desde el punto
77 Ibíd. Énfasis añadido; TA.
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de vista militar las Filipinas son una fuente de debilidad para nosotros».78 La nueva actitud de Roosevelt estaba influenciada por los problemas que tuvieron los Estados Unido con Japón durante su presidencia y por la apatía norteamericana, especialmente de parte del Congreso, hacia la defensa de las Filipinas.79 La posición de Roosevelt era muy pragmática: como los Estados Unidos no estaban preparados para asumir los riesgos y los costos asociados a la defensa de las islas, era necesario llegar a un acuerdo internacional que asegurara la neutralidad de las Filipinas y que permitiera la salida de los norteamericanos lo más pronto posible. Roosevelt opinaba que las acciones de la administración demócrata de Woodrow Wilson habían debilitado la posición norteamericana en las islas al prometerles la independencia a los filipinos.80 Para el ex presidente, la única salida para los dilemas norteamericanos en el archipiélago era la concesión de la independencia sin ningún compromiso norteamericano con la seguridad de una eventual república filipina. Para Abbot, el control de las Filipinas no era un buen negocio económico, político o militar para los Estados Unidos. A nivel económico, las islas no eran una posesión lucrativa, sino más bien una carga. En términos políticos y militares eran una peligro para la seguridad de los Estados Unidos. Abbot era muy claro: si alguna potencia atacaba y conquistaba las is-
78 Roosevelt, 1915, 126. Para un análisis de la evolución de la actitud de Roosevelt hacia las Filipinas se puede consultar Brands, 1992, 84 y 104-105, y Alfonso, 1974, 74 y 107-108; TA. 79 En la última parte del siglo XIX la emigración japonesa a los Estados Unidos creció de tal manera que algunos norteamericanos comenzaron a denunciar la «amenaza japonesa». El estado de California fue uno de los principales receptores de estos inmigrantes; en 1890 vivían allí unos 2.000 japoneses, mientras que diez años más tarde ese número habían ascendido a 24.000, lo cual incrementó el sentimiento anti-japonés entre los californianos. En 1905, la municipalidad de San Francisco aprobó una ordenanza segregando a los estudiantes orientales en las escuelas de la ciudad, lo cual provocó una fuerte reacción del gobierno japonés y generó una crisis diplomática entre ambas naciones. Aunque los tambores de guerra retumbaron en las mentes de muchos norteamericanos, la crisis fue resuelta diplomáticamente mediante un acuerdo entre caballeros por el que los japoneses se comprometieron a restringir la emigración de sus ciudadanos a los Estados Unidos y los norteamericanos a acabar con la discriminación californiana contra los estudiantes orientales. Esta crisis subrayó para algunos la importancia estratégica de las Filipinas en caso de guerra con Japón. Para otros, sin embargo, la crisis de 1907 dejó al descubierto que el control norteamericano del archipiélago filipino exponía a los Estados Unidos en caso de conflicto con ese mismo país. LaFeber, 1994, 254-255. Para más información sobre esta crisis pueden consultarse: Iriye, 1972; LaFeber, 1997; E. S. Miller, 1991; Nimmo, 2001, y Yu-Jose, 1992. 80 Roosevelt se refería a la Ley Jones aprobada durante la presidencia de Wilson, cuyo preámbulo determinaba que «la independencia sería concedida tan pronto fuera establecido un gobierno estable» en el archipiélago. Borden, 1969, 25.
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las, el gobierno norteamericano no tendría otra opción que recuperarlas sin importar el coste económico o humano porque el pueblo norteamericano no toleraría una derrota humillante. En otras palabras, la defensa del honor estadounidense y la presión de la opinión pública obligarían al gobierno a hacer enormes e innecesarios sacrificios en la reconquista de una colonia sin mérito alguno. Como Roosevelt, Abbot pensaba que la única opción del gobierno era concederle la independencia a las islas sin comprometerse en la defensa de una futura república filipina.81 Por su parte, el ex gobernador Harrison veía en la independencia filipina una movida de defensa propia para los Estados Unidos. En su libro publicado en 1922, alegaba que las islas no eran una posesión ventajosa, sino el talón de Aquiles de los Estados Unidos en Asia. Harrison afirmaba que la retención de las Filipinas, combinada con la política norteamericana hacia China y los problemas con la emigración japonesa, podían fácilmente llevar a los Estados Unidos a una guerra con Japón. De desatarse tal conflicto, los norteamericanos estarían en una clara desventaja porque las islas Batanes, al norte de Luzón (la mayor de las filipinas), estaban situadas a sólo treinta millas de Formosa, la posesión japonesa más cercana al archipiélago filipino82 [ver mapa]. En caso de guerra, las Filipinas serían el blanco natural de un ataque japonés dada su cercanía y vulnerabilidad. Harrison entendió que la adquisición de las Filipinas había movido la frontera norteamericana a miles de millas al oeste, y la mejor forma de evitar posibles conflictos internacionales era cerrar esa frontera concediéndole la independencia a los filipinos. En ese sentido, la independencia de las islas constituía una necesaria medida auto-defensiva. La Doctrina Monroe y las Filipinas El impacto de las Filipinas sobre la Doctrina Monroe fue también un tema de debate relacionado con su significado estratégico. El 2 de diciembre de 1823, el entonces presidente de los Estados Unidos, James Monroe, pronunció su mensaje anual ante el Congreso Federal. En su discurso, delineó una política de contención de una posible intervención europea en 81 Abbott, 1916, 100-103. 82 Harrison, 1922, 311.
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Extraído de An observer in the Philippines; or, Life in our new possessions de John Bancroft Devins (Boston, American Tract Society, 1905, p. 21).
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Norteamérica. Ese día, Monroe le pidió a los europeos mantenerse fuera de los asuntos americanos, rechazó directamente la futura colonización de territorios americanos y reclamó el derecho de hacer frente a la intromisión o intervención extranjera en los asuntos de cualquier país americano, convirtiéndose los Estados Unidos en el garante de las soberanías americanas frente a posibles invasiones europeas. De esta forma, Monroe definió la que sería la piedra angular de la política de los Estados Unidos hacia sus vecinos americanos hasta finales del siglo XX.83 Autores como Golwind Smith, Charles F. Dole, James Schouler, Moorfield Storey y James Blount alegaron que la retención de las Filipinas era una amenaza para la Doctrina Monroe. Para éstos, los Estados Unidos no podían pretender hacer cumplir la Doctrina manteniendo a los poderes no americanos fuera de las Américas y a la vez poseer una colonia en medio del Pacífico. La retención de las Filipinas era, por ende, incompatible con «el fundamento político más seguro y confiable de nuestras relaciones internacionales».84 Sólo su independencia acabaría con esa contradicción; por lo tanto, era necesario poner fin a la presencia norteamericana en las islas. Para Smith, la independencia filipina no sólo preservaría la Doctrina Monroe, sino también mejoraría la posición e influencia norteamericana sobre los pueblos asiáticos. Alegaba que los intereses norteamericanos estarían en una mejor posición si el gobierno rechazaba a los poderes imperiales y apoyaba a los pueblos colonizados de Asia, especialmente a los chinos. Sin embargo, eso no era posible porque los Estados Unidos eran un poder colonial asiático merced a su control de las Filipinas.85 El juez Blount también usó la defensa de la Doctrina Monroe para justificar la independencia de Filipinas. Según él, los Estados Unidos debían desistir de su «jardín de infantes (las Filipinas) en Asia, y regresar a la Doctrina Monroe». El juez alegaba que el destino manifiesto norteamericano no estaba en Asia, sino en el hemisferio occidental. Además, el control de las Filipinas iba en contra de la misión norteamericana de preservar el republicanismo y la promesa de paz «en nuestra mitad del planeta».86 83 Ver LaFeber, 1997, 83-87; Gilderhus, 2000, 3-4, y Schoultz, 1998, 30. 84 LC, MD, Papers of Storey, Box 8, 1911, James Schouler, «The Philippines and the Monroe Doctrine», Reprint from The Independent, New York City, June 29, 1911; TA. 85 Smith, 1902. 86 Ibíd. Énfasis añadido. TA.
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Todos estos escritores coincidían en algo: las Filipinas no eran lo suficientemente importantes como para sacrificar una de las bases fundacionales de la política exterior norteamericana. Las Filipinas y China La política de la puerta abierta (Open Door Policy), otra piedra angular de la política exterior norteamericana en las primeras décadas del siglo XX, formó parte de la discusión del significado estratégico de las Filipinas para los Estados Unidos. A finales del siglo XIX, la supervivencia de China estaba amenazada por las actitudes y políticas cada vez más agresivas de las potencias imperialistas. La competencia imperialista por el control de los mercados y los recursos chinos amenazaba con dividir a China en colonias, tal y como había ocurrido en el continente africano. El acceso al mercado chino era un sueño que los norteamericanos habían estado acariciando por mucho tiempo; de ahí que el gobierno norteamericano reaccionara en contra de cualquier división colonial de China que afectara el libre acceso a tan importante mercado. En setiembre de 1899, el entonces secretario de Estado de los Estados Unidos, John Hay, emitió la primera de dos notas aclarando la posición de su gobierno con relación a China. En sus cartas, dirigidas a las principales potencias coloniales, Hay insistió en que se respetase la integridad territorial china y que las puertas de ese país se mantuviesen abiertas al comercio de aquellos que quisieran competir en el mercado chino. Esta declaración, conocida como la política de la puerta abierta, se convirtió en la base de la política exterior norteamericana con relación a China hasta la década de 1930.87 En un mensaje ante el Manufacturer’s Club of New York en 1906, el general Henry T. Allen hizo uso de la política de la puerta abierta para justificar la ocupación del archipiélago filipino. En su discurso, Allen resaltó la importancia de Filipinas para la protección de China y dio como ejemplo la participación de los Estados Unidos en la lucha contra los bóxers. En 1900, un grupo radical chino opuesto a la presencia e influencia de las potencias imperialistas en su país, conocido por los occidentales como los bóxers, desató su violencia contra los extranjeros residentes en China. Éstos sitiaron las delegaciones extranjeras en la ciudad de Beijing durante cincuenta y cinco días, hasta que una fuerza expedicionaria multinacional 87 Ver LaFeber, 1994, vol. 2, 220-222.
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les derrotó. Unos cinco mil soldados norteamericanos enviados desde las Filipinas participaron de esta fuerza multinacional.88 De ahí que Allen le recuerde a su audiencia que fue gracias al control de las islas que los norteamericanos pudieron enviar tropas a China con la rapidez necesaria para salvar las delegaciones europeas asediadas por los nacionalistas chinos.89 En otras palabras, los Estados Unidos eran una potencia asiática gracias al control de las Filipinas. Por su parte, el ex senador y líder antiimperialista George S. Boutwell alegaba que la retención de las Filipinas contradecía la política de las puertas abiertas. Según éste, el problema era muy claro: ¿Cómo los Estados Unidos podían pedir igualdad de condiciones en el comercio de China y a la vez mantener un control exclusivo del archipiélago filipino? Boutwell concluía que la independencia filipina era necesaria para salvar la política norteamericana en China, es decir, que los Estados Unidos debían renunciar a las Filipinas para garantizar su acceso al mercado chino.90 La defensa de las Filipinas La defensa de las Filipinas fue otro tema importante relacionado con el significado estratégico de las islas para los Estados Unidos. Escritores, periodistas y viajeros norteamericanos se mostraron preocupados por dos cuestiones básicas: ¿Podían los Estados Unidos defender las islas de un ataque externo? ¿Cuánto dinero tendría que gastar el gobierno estadounidense en la defensa del archipiélago? Los norteamericanos no fueron capaces de dar una respuesta simple a estas preguntas, sino que plantearon un interesante conjunto de teorías y preocupaciones. Muchos de los arquitectos del conocimiento norteamericano sobre las islas pensaban que éstas eran estratégica, geográfica y económicamente indefendibles.91 Para ellos, los Estados Unidos no podrían detener una invasión de las Filipinas; por lo tanto, las islas eran el lado más vulnerable 88 Ibíd. 89 LC, MD, Papers of Henry T. Allen, Box 9- Speech at the Manufacturer’s Club, NewYork City, 1906, 4. 90 Boutwell, 1900b, 9. 91 Entre ellos destacan Blount, 1912, 439; Willis, 1970 (1905), 439; National Archives, RG46, SEN63A-F21, Folder #2, John R. McDill, «The Philippines, America’s Lost Opportunity», 1913 y LC, MD, Papers of Storey, Box 9, 1910, «President Wilson’s Philippine Policy», The Boston Herald, October 7, 1913.
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de la defensa norteamericana. Otros, como Charles B. Elliot, aceptaban que los Estados Unidos no podrían defender las Filipinas de un ataque externo, pero alegaban que las islas no eran «una fuente de debilidad militar». Según Elliot, nadie atacaría el archipiélago porque su control no era importante, ni en caso de guerra.92 Algunos escritores, periodistas y analistas estaban preocupados por la seguridad filipina, alegando que la ocupación estadounidense exponía a las islas «a los peligros de nuestras complicaciones internacionales sin proveerles una protección adecuada».93 De acuerdo con ellos, los Estados Unidos no podían defender las islas de un ataque exterior, que de ocurrir sería porque éstas eran un territorio norteamericano. Por lo tanto, la independencia filipina no sólo era un movimiento defensivo para los Estados Unidos, sino también una acción que libraría a los filipinos de los peligros asociados con su condición de sujetos coloniales de la nación norteamericana. Otros, como el reverendo Brown, tenían una visión muy pragmática. Brown reconocía los problemas relacionados con la defensa del archipiélago y que su posesión podría exponer a los Estados Unidos a una guerra. Sin embargo, el reverendo argumentaba que los norteamericanos no tenían otra opción que estar listos para defender las Filipinas porque no se podían dar el lujo de salir corriendo de la islas, huyendo de los peligros y el coste de su labor cristiana y civilizadora.94 Para Brown, lo que verdaderamente estaba en juego no era otra cosa que el honor norteamericano. Un análisis más regional del significado estratégico de las Filipinas nos lo brinda Thomas Millard en su libro America Far Eastern Question (1909). Millard le recordaba a sus lectores que las islas eran un asunto importante para los Estados Unidos, pero no eran el único ni el más importante tema que requería atención de la sociedad norteamericana. Para él, la defensa de las Filipinas era parte de un asunto más trascendental: la defensa de los intereses económicos y estratégicos de los Estados Unidos en Asia, especialmente en China.95 En otras palabras, Millard creía que el gobierno norteamericano enfrentaba retos más serio en Asia que la defensa de las islas y que era necesario concentrarse en definir la estrategia asiática. 92 Elliot, 1917, 165; TA. 93 National Archives, RG46, SEN63A-F21, Folder #2, John R. McDill, “The Philippines, America’s Lost Opportunity”, 1913; TA. 94 Brown, 1903, 287. 95 Millard, 1909, 503-506.
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Este escritor tenía claro que las Filipinas eran indefendibles por razones geográficas (estaban muy lejos de los Estados Unidos y demasiado cerca de Japón) y por la falta de apoyo en el Congreso para la construcción de una base naval en el archipiélago.96 En caso de guerra, los norteamericanos no tendrían otra opción que dejar las Filipinas a su suerte y concentrarse en la defensa de Hawái. Desde las aguas seguras del archipiélago hawaiano, la marina de guerra estadounidense podría reconquistar las Filipinas. Los planteamientos de Millard resultaron premonitorios, pues en 1942 los japoneses conquistaron las Filipinas y los norteamericanos se refugiaron en las islas hawaianas, que jugaron un papel importantísimo en la reconquista norteamericana del archipiélago filipino.97 Millard rechazaba que la presencia militar y naval norteamericana en Asia dependiera del control de las Filipinas. Era necesario, decía, distinguir entre el tema de la administración de las islas y la seguridad de los intereses norteamericanos en el Oriente. Con o sin las Filipinas, los Estados Unidos tendrían que mantener su presencia naval y militar en la región, porque la defensa de sus intereses lo demandaba. Por lo tanto, la independencia filipina no acabaría con la presencia estadounidense en Asia ni con los peligros asociados a ésta.98 Diez años más tarde, el contraalmirante retirado de la marina de guerra Bradley A. Fiske analizó el significado estratégico de las Filipinas en un artículo publicado en la revista North American Review. En su escrito, Fiske alegaba que, a pesar del potencial económico de las islas, su verdadera importancia era de tipo estratégico gracias a su cercanía «a los vastos territorios subdesarrollados del este de Asia».99 Lo que le preocupaba al contraalmirante era la vulnerabilidad de las islas, pues reconocía que eran un territorio indefendible debido a que la distancia entre el archipiélago y el territorio continental estadounidense aumentaba enormemente los costes de su defensa. Como Millard, Fiske criticaba la actitud del Congreso catalogándola de obstáculo para la defensa de las islas.100 Según Fiske, el 96 Millard (Ibíd., 528-529) enfatizaba la construcción de una base naval en las Filipinas como un mecanismo para defender las islas y promover los intereses norteamericanos en Asia. 97 Ver Linn, 1997. 98 Ibíd., 529. 99 Fiske, Fiske, 1921, 46; TA. 100 El que tanto Millard como Fiske identifiquen la actitud del Congreso como uno de los problemas que complicaba la defensa de las Filipinas conlleva un reconocimiento del papel que jugaba ese cuerpo legislativo en la definición de la política estadounidense hacia las islas.
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Congreso no asignó los fondos necesarios para la adquisición del arma más segura y barata para defender las Filipinas: aviones de guerra. Con sólo cien aviones de combate se podría frenar, alegaba Fiske, una invasión del archipiélago.101 Para él, el problema era uno muy sencillo: la vulnerabilidad filipina era una tentación para cualquier posible enemigo de los Estados Unidos. Por lo tanto, es algo peligroso y estúpido dejar una propiedad totalmente desprotegida; la cosa más peligrosa posible es dejar una propiedad indefensa de un ataque repentino causado por fricciones existentes con otra nación. La historia nos dice que, en tales condiciones, en cualquier momento alguna eventualidad imprevista puede provocar un estado de agitación popular […]. En el caso de una situación repentina que provoque un arranque popular contra nosotros en Japón, la posibilidad de tomar las Filipinas podría resultar una tentación muy difícil de resistir para los japoneses.102
De acuerdo con Fiske, el control de un territorio indefenso en el medio de Asia era un error que podría resultar muy peligroso para los Estados Unidos, pues podría debilitar la propia seguridad nacional. Es además claro que éste consideraba a Japón una amenaza para los Estados Unidos debido a la presencia noteramericana en el archipiélago filipino. Fiske también trata el tema de la independencia. Según él, los filipinos serían incapaces de sostener su independencia por una sencilla razón: una vez que los Estados Unidos salieran del archipiélago, las islas quedarían expuestas a los peligros del colonialismo. En esta variación del colonialismo ilustrado, el control norteamericano de las Filipinas es presentado como un escudo que protegía a sus habitantes del imperialismo, pues sin la protección estadounidense estaban condenados a ser una colonia. De esta forma, Fiske minimiza o esconde la relación colonial entre los Estados Unidos y las Filipinas transformándola en una relación paternal. Tras un análisis detallado, Fiske identifica cuatro opciones con las que contaba el gobierno norteamericano con relación a las Filipinas. La primera de éstas era prepararse para la defensa de las islas mediante aviones y submarinos. La segunda era dejar las islas «tan indefensas como están prácticamente ahora, con la virtual certeza de que algún día serían conquis101 Fiske, 1921, 723. 102 Ibíd., 722; TA.
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tadas por un enemigo».103 La tercera era la concesión de la independencia sin ningún compromiso norteamericano en la defensa de la República de las Filipinas. La última opción era la concesión de la independencia con protección estadounidense. Fiske rechaza esta última, pues alegaba que, en tal caso, los Estados Unidos tendrían serias responsabilidades sobre las islas sin tener control alguno sobre ellas. Para él, los norteamericanos no debían abandonar las Filipinas, sino prepararse y estar listos para enfrentar los costes humanos, económicos y estratégicos que conllevaría tener que reconquistarlas. Como veremos más adelante, la defensa de las Filipinas fue un tema que causó amargas discusiones en el Congreso en las décadas de 1910, 1920 y 1930. CONCLUSIÓN La búsqueda de respuestas sobre las Filipinas que comenzara McKinley en 1898 no terminó con la pacificación oficial de las islas en 1902, sino que continuó a lo largo de las primeras décadas del siglo XX. Durante ese periodo, las islas nunca dejaron de ser un tema de discusión en los Estados Unidos, lo que generó un impresionante cuerpo de conocimientos sobre las islas y sus habitantes. Este cuerpo de conocimientos fue creado por un grupo de escritores, periodistas, misioneros y oficiales coloniales y militares estadounidenses, y estaba compuesto por un grupo de ideas, imágenes, representaciones y estereotipos de las Filipinas y los filipinos. Dicho conocimiento fue usado no sólo para justificar el colonialismo norteamericano en el archipiélago, sino también para criticarlo y cuestionarlo. En otras palabras, hubo una continuidad en los discursos imperialistas y anti-imperialistas desarrollados en los Estados Unidos con relación a las Filipinas durante las primeras décadas del siglo XX. Dos discursos opuestos coexistieron durante esos años, compartiendo el mismo cuerpo de conocimientos. Ideas y temas como el republicanismo, el militarismo, el navalismo (al que nos referiremos en el tercer capítulo) y el colonialismo ilustrado se convirtieron en terreno común para dos representaciones opuestas del colonialismo norteamericano en las Filipinas. 103 Ibíd., 724; TA.
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A pesar de sus diferencias, los enemigos y simpatizantes de la presencia estadounidense en el archipiélago filipino veían a los Estados Unidos como la más grande república en la historia de la humanidad. Sin embargo, estaban preocupados por cómo sus políticas en las Filipinas podrían cambiar la naturaleza de la nación norteamericana. Para los simpatizantes del colonialismo, las islas no representaban un peligro para el carácter democrático y republicano de los Estados Unidos, sino una vitrina desde donde demostrar la superioridad de sus instituciones políticas. Para ellos, la retención de las Filipinas era parte de la misión histórica norteamericana de expandir la democracia, el cristianismo y la libertad. La posesión de las islas era un reto que no podían evitar, que no comprometía, sino al contrario, engrandecía el honor, el respeto propio y la posición internacional de los Estados Unidos. Por su parte, los enemigos del colonialismo estadounidense en las Filipinas alegaban que el control colonial de las islas había roto con el tradicional aislamiento, antiimperialismo y antimilitarismo norteamericano, y amenazaba la supervivencia de las instituciones democráticas y republicanas de los Estados Unidos. Para éstos, la independencia filipina constituía una necesaria medida de autodefensa que liberaría a la nación norteamericana de los peligros políticos, estratégicos e ideológicos asociados al control de las islas. El significado estratégico de las Filipinas para los Estados Unidos también fue un tema importante en los debates en torno al futuro de las islas como territorio norteamericano. Esta parte de la discusión del problema filipino giró alrededor de una serie de interrogantes que, como era de esperar, no hallaron una respuesta simple. La principal preocupación estratégica de los escritores analizados en este capítulo tenía que ver con los riesgos, reales o imaginados, asociados al control de las Filipinas. A éstos les preocupaba cuánto exponían las islas a los Estados Unidos a una guerra a miles de kilómetros de distancia de su territorio nacional y en contra de alguna potencia imperial, especialmente Japón. Para algunos, las Filipinas eran el talón de Aquiles de los Estados Unidos en Asia, pues eran una posesión peligrosa e insignificante. Para ellos, la adquisición de las islas echó por la borda la base fundamental de la política exterior norteamericana —el aislamiento geográfico— exponiendo a los Estados Unidos a peligros innecesarios e injustificados. Además, estaban convencidos de que las Filipinas eran un territorio indefendible y les 64
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preocupaba el coste humano y económico que conllevaría la reconquista del archipiélago, en caso de que éste le fuera arrebatado a los Estados Unidos en una guerra. De ahí que propusieran la concesión de la independencia al archipiélago como una medida de auto-defensa del honor y la seguridad nacional norteamericanas. Otros enfatizaron el valor estratégico de las islas como base para la defensa y promoción de los intereses norteamericanos en Asia. Para ellos, renunciar a las Filipinas para evitar los riesgos asociados a su posesión era una acción cobarde e indigna, que mancharía el honor y la posición internacional de los Estados Unidos. Una retirada prematura iba en contra de la defensa y promoción de los intereses norteamericanos en Asia. Desde las Filipinas, los Estados Unidos podían proyectar su poder y defender sus intereses en Lejano Oriente. Los norteamericanos debían permanecer en las islas, civilizar a sus habitantes y, desde sus costas, proyectar su sombra bienhechora de libertad y progreso sobre el resto del continente asiático En conclusión, la preocupación fundamental de los escritores aquí analizados, y lo que realmente estaba en juego en las Filipinas, era el futuro de los Estados Unidos.
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Capítulo 2
El ojo del amo
«La gran masa filipina no constituye ‘un pueblo’ en el sentido en el que esa palabra es entendida en los Estados Unidos. Ellos no son comparables de ningún modo con el pueblo americano o con el inglés. No se les puede tomar como un conjunto, ni responden como tal». Dean C. Worcester, The Philippines Past and Present, 1914, vol. 2, 938; TA.
Los misioneros, periodistas, viajeros, académicos y oficiales coloniales y militares que dieron forma al conocimiento norteamericano sobre las Filipinas no se limitaron a debatir asuntos ideológicos, políticos y estratégico-militares, sino que también analizaron, describieron y clasificaron las islas y a sus habitantes para consumo de sus lectores y espectadores. En el proceso, los filipinos no sólo fueron racializados y representados como salvajes o niños por sus amos coloniales, sino que también fueron transformados en algo inteligible e imaginable. Los filipinos fueron así reducidos a un conjunto de ideas, imágenes y estereotipos que sirvieron para «definirlos» y «explicarlos» ante el público norteamericano. Ese grupo de ideas e imágenes no fue usada exclusivamente para justificar la presencia norteamericana en el archipiélago, sino también para cuestionarla. De tal forma que es posible plantear que los creadores de verdades produjeron dos retratos opuestos de los filipinos. Uno de ellos fue creado por quienes apoyaban la retención de las islas en manos estadounidenses y, por ende, dieron forma a una imagen de los filipinos como un pueblo cultural, racial y políticamente inferior, que requería de la protección, orientación y supervisión norteamericana. Esta imagen sirvió para justificar y racionalizar la ocupación estadounidense como una empresa civilizadora e iluminadora. En el proceso de validar el colonialismo norteamericano, estos escritores racializaron y clasificaron a los filipinos, negaron la existencia de una nación filipina, se apropiaron de su historia y 69
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cuestionaron las capacidades políticas y militares de los habitantes de las islas. Por otro lado, los oponentes al imperialismo norteamericano en las Filipinas retrataron a sus habitantes como una nación lista para ser libre y a quien le habían robado su independencia, y usaron esa imagen para presentar la presencia estadounidense como una empresa colonial. Al cuestionar el control norteamericano del archipiélago, éstos defendieron las capacidades políticas de los filipinos y de paso sus posibilidades de auto-gobierno, rechazaron su clasificación en tribus y reafirmaron el papel jugado por los filipinos en la historia de las islas. En este capítulo echaremos una ojeada a cómo ambas visiones encontradas interactuaron en la esfera pública norteamericana durante las primeras décadas del siglo XX. LA GUERRA FILIPINA Cuando las primeras tropas estadounidenses llegaron a Filipinas encontraron que una rebelión nacionalista se estaba llevando a cabo en las islas. En 1896, un movimiento nacionalista filipino, conocido como Katipunan, inició una revuelta que marcó el inicio de la lucha por la independencia. El desarrollo de la revolución se vio afectado por las luchas internas de los filipinos, pero aun así sobrevivió hasta la llegada de los estadounidenses. Tras un breve periodo de cooperación entre ambas fuerzas, que facilitó la derrota española, las ambiciones coloniales norteamericanas y las aspiraciones nacionalistas filipinas chocaron, causando un nuevo y más sangriento conflicto. Durante más de tres años los estadounidenses se enfrentaron a un enemigo escurridizo, hasta que en 1902 el entonces presidente Teodoro Roosevelt declaró oficialmente el final de la guerra.1 La guerra filipino-norteamericana —la primera de liberación nacional del siglo XX— fue un tema muy controvertido en los Estados Unidos. A miles de kilómetros y acechadas por el calor y las enfermedades tropicales, las tropas norteamericanas se enfrentaron a una guerrilla escurridiza. Víctimas de su frustración y prejuicios raciales, recurrieron a métodos de combate controvertidos como la tortura, la quema de iglesias y el asesinato de 1 Sobre la guerra filipino-norteamericana pueden consultarse las siguientes obras: Ileto, 1999; Linn, 2000; Velasco, 2000; Welch, 1979, y Kramer, 2006b, 169-210.
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civiles, que levantaron una gran polémica en la sociedad norteamericana. En consecuencia, la guerra se convirtió en un tema de gran importancia en la producción de conocimiento sobre las islas. Tanto los imperialistas como los anti-imperialistas debatieron intensamente el significado y el desarrollo del conflicto. Los enemigos del colonialismo en las Filipinas usaron las controversias asociadas a esta guerra, especialmente las atrocidades cometidas por las tropas, para criticar la política del gobierno norteamericano en las islas.2 Por su parte, quienes apoyaban la retención de las islas usaron la guerra para racionalizar y justificar la intervención estadounidense, negando cualquier antecedente de un movimiento político interno a favor de la revolución filipina. Para ellos, los rebeldes no luchaban por la libertad de su pueblo ni estaban inspirados por sentimientos o aspiraciones nacionalistas. Por el contrario, los guerrilleros filipinos eran simplemente bandidos y traidores que nunca contaron con el apoyo mayoritario de sus compatriotas. Además, éstos sólo representaban a un grupo minoritario de filipinos, los tagalos, y su única motivación era la codicia. En un intento por negar la naturaleza política e ideológica de la rebelión filipina, las tropas norteamericanas fueron representadas no como una fuerza invasora, sino como los restauradores de la ley y el orden; como los protectores de la mayoría silente y pacífica. En otras palabras, los norteamericanos no peleaban para imponer su dominio sobre las islas, sino para liberar y proteger a los buenos y pacíficos filipinos de los malos filipinos.3 Los opositores del colonialismo usaron la guerra para criticar al gobierno, representando a los «insurrectos» filipinos como símbolos de la resistencia frente a la opresión norteamericana y no como bandidos. En este esquema, los guerrilleros filipinos no eran las bestias sedientas de sangre que, según el gobierno norteamericano, torturaban y asesinaban a prisioneros de guerra, sino patriotas que peleaban para liberar a su patria de una fuerza invasora. De esta forma reconocieron los objetivos nacionalistas de la insurrección filipina y cuestionaron las intenciones colonialistas norteamericanas. Los opositores a la retención de las islas se preguntaban por qué una 2 Sobre las atrocidades véase Barreto-Velázquez, 1997. El historiador norteamericano Paul A. Kramer publicó un interesante ensayo sobre este tema en la revista New Yorker (Kramer, 2008, 38-43). 3 Véase, por ejemplo, Coursey, 1903. Es necesario destacar que este libro fue creado como un texto de uso escolar, lo que lo hace más interesante, pues demuestra que la discusión pública del tema filipino fue también llevada a las aulas.
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república democrática y poderosa como los Estados Unidos peleaba una guerra claramente colonial contra un pueblo débil y pobre como el filipino. Para rematar, le recordaban a sus lectores la lucha por la independencia norteamericana e identificaban a los filipinos con los norteamericanos que en el siglo XVIII se rebelaron contra el imperialismo británico. Su conclusión era clara: al pelear y destruir la república filipina,4 los Estados Unidos olvidaban su historia y traicionaban a sus propias instituciones políticas.5 Los orígenes de la guerra El análisis de las causas y origen de la guerra filipino-norteamericana se convirtió en un elemento clave. Quienes apoyaban el colonialismo alegaban que los filipinos eran los únicos responsables del estallido de la guerra.6 Según ellos, los ingratos y traicioneros «insurrectos» filipinos atacaron —sin motivo alguno— a sus libertadores norteamericanos. Guiados por su ambición ciega y su sed de poder, los líderes tagalos pensaron que podían expulsar a los norteamericanos y quedar libres para explotar y mal gobernar las islas. Dichos líderes subestimaron el coraje y la voluntad de los estadounidenses y se embarcaron en una lucha que no debían ni podían ganar. En este trazado, los soldados norteamericanos son representados como víctimas de la violencia tagala e inocentes de las acusaciones de abuso, provocación y maltrato de que eran objeto. De esta forma, se hacen invisibles las prácticas imperialistas norteamericanas al esconder la violencia física y racial de sus soldados y convertirlos en instrumentos de libertad y justicia, es decir, en una expresión más del excepcionalismo norteamericano. Por otro lado, quienes favorecían la retirada de las islas elaboran una imagen totalmente opuesta del origen de la guerra.7 Para éstos, la principal causa fue el comportamiento de los soldados norteamericanos, especialmente su violencia, arrogancia y racismo. Dichos soldados no eran 4 Tras la derrota de España los nacionalistas filipinos organizaron una república que no fue reconocida por los Estados Unidos. Ver Golay, 1997, y Arcilla, 1998. 5 Willis, 1970 (1905), 125-128. En la portada de la versión original de este libro Willis es identificado como profesor de economía y política de la Washington University (Saint Louis, Missouri) y de la Lee University (Cleveland, Tennessee). 6 Coursey, 1903, 53-61. 7 Pettigrew, 1922, 327-328; Library of Congress (LC), Manuscript Division (MD), Papers of William Croffutt, Box 16, Printed Pamphlets, Moorfield Storey, The Philippine Policy of Secretary Taft, July 4, 1904, 21-22; Welsh, 1900, y Willis, 1970 (1905), 5 y 16-19.
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las inocentes víctimas descritas por sus defensores y su violencia estaba muy lejos de ser un instrumento de paz, sino más bien de opresión. En 1905, Henry P. Willis alegó que «la guerra fue llevada a cabo implacable y despiadadamente por nuestros soldados y sus oficiales al mando», quienes recurrieron a la tortura como mecanismo de lucha. Además, se estableció una fuerte censura que evitó que el pueblo norteamericano estuviera al tanto de lo que allí ocurría.8 Los críticos del control norteamericano sobre las islas confirmaron las alegaciones filipinas en torno a la existencia de una alianza filipinonorteamericana. Según algunos líderes independentistas, oficiales navales y diplomáticos norteamericanos les hicieron promesas de independencia para conseguir su apoyo en contra de España. Emilio Aguinaldo, principal líder de la revolución filipina, alegaba que en 1898 había llegado a un trato con oficiales norteamericanos, especialmente con el almirante George Dewey, para apoyar la lucha contra España a cambio de la concesión de la independencia.9 Tras la ratificación del Tratado de París de 1898 poniendo fin a la guerra hispano-cubano-norteamericana, los filipinos entendieron que habían sido engañados y traicionados por sus aliados norteamericanos. Para los que apoyaban esta versión de los hechos, el gobierno norteamericano, con sus acciones, no sólo había traicionado a los filipinos, sino también a sus instituciones democráticas republicanas y deshonrado a la nación. Todos estos argumentos fueron totalmente rechazados por los simpatizantes del colonialismo norteamericano en Filipinas. Para ellos, no hubo tal cosa como una promesa o acuerdo entre nacionalistas filipinos y oficiales estadounidenses. En un tono patriotero preguntaban cómo un «buen» norteamericano podía confiar más en un bandido extranjero, como Aguinaldo, que en la palabra de un héroe nacional de la estatura y valor del almirante Dewey. 8 Willis, 1970 (1905), 16-17; TA. 9 De acuerdo con Willis, el cónsul general de los Estados Unidos en Singapur, E. S. Pratt, y el cónsul en Hong Kong, Rousenville Wildman, se reunieron con Aguinaldo y le «animaron a pensar que los Estados Unidos ayudarían a los filipinos a asegurar su independencia de España». Willis también le recordaba a sus lectores que el almirante Dewey trajo a Aguinaldo de regreso a las Filipinas desde su exilio en Hong Kong y le suministró armas y municiones. Aunque no alega que Dewey le hiciera una promesa de independencia a los filipinos, sí plantea que las acciones del almirante conllevaron un «reconocimiento tácito» de los planes y las metas de los líderes nacionalistas. Willis, 1970 (1905), 3-4; TA. Para una examen de la bibliografía filipina sobre este tema pueden consultarse los trabajos del historiador filipino Ambeth Ocampo (1998, 6, 76, 107-109, 120-127 y 144-152).
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LA APROPIACIÓN DE LA HISTORIA FILIPINA Para poder justificar la retención y control de las Filipinas muchos escritores y conferenciantes suprimieron y/o manipularon la historia filipina en sus textos y análisis. Esto no era nada nuevo en el desarrollo de las técnicas y prácticas coloniales norteamericanas, tal y como lo describe el crítico literario John Carlos Rowe, al referirse a la apropiación de la narrativa de los pueblos amerindios, «a través de la manipulación de sus historias y prácticas culturales», como un elemento común en la historia del colonialismo norteamericano.10 La guerra filipino-norteamericana fue uno de aquellos elementos de la historia filipina olvidados o reescritos por los norteamericanos para que encajaran mejor en su representación del colonialismo en las Filipinas. En 1903, por ejemplo, Theodore Noyes acusó a los revolucionarios filipinos de traición. Según él, cuando comenzó la guerra filipino-norteamericana las islas ya eran una propiedad legal de los Estados Unidos, por lo tanto, sus habitantes no tenían derecho a cuestionar la soberanía norteamericana en el archipiélago.11 En la lógica de Noyes, los rebeldes filipinos estaban traicionando a los Estados Unidos al luchar por su independencia, porque los derechos de propiedad de los norteamericanos estaban por encima de cualquier reclamación de soberanía. De esta forma, Noyes borra, ignora y niega la historia filipina, facilitando así la justificación del control sobre el archipiélago. Éste olvida u opta por olvidar que la lucha por la independencia no comenzó en 1898, que los filipinos redactaron una constitución y organizaron un gobierno republicano, la primera república cristiana de Asia, antes de la consolidación del control norteamericano.12 La figura del héroe nacional filipino José Rizal fue apropiada también por quienes apoyaban la política norteamericana en las islas.13 Rizal fue un médico, poeta, ensayista, novelista y patriota filipino nacido en 1861, que 10 Rowe, 2000, 43; TA. De acuerdo con la historiadora española Gloria Cano, los norteamericanos no se limitaron a apropiarse de la historia filipina. En un interesantísimo ensayo publicado en la revista Journal of Southeast Asian Studies, Cano (2008, 1-30) analiza cómo un grupo de académicos y editores norteamericanos manipularon y mal tradujeron al inglés fuentes primarias filipinas y españolas, con la intención de distorsionar la historia del colonialismo español en las Filipinas y así justificar el control norteamericano de las islas. 11 Noyes, 1903, 122. 12 Welch, 1979, 14. 13 Brands, 1992, 39-44; Miller, 1982, 32-34, y Golay, 1997, 21.
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murió ejecutado por las autoridades españolas en 1896. De muy joven fue enviado por su padre a Madrid a estudiar medicina, donde se convirtió en el líder de la comunidad de estudiantes filipinos. En 1886 publicó su primera y más importante novela, Noli Me Tangere, criticando el comportamiento de los sacerdotes españoles, miembros de las órdenes católicas, en las Filipinas. Rizal regresó a su país en 1892 y fundó un movimiento reformista, pero fue deportado a la isla de Mindanao. Tras cuatro años de exilio, fue arrestado, juzgado por sedición y ejecutado el 30 de diciembre de 1896. Su trágica muerte le convirtió en un mártir y en el héroe nacional filipino. La importancia de su figura histórica no pasó desapercibida para los escritores norteamericanos. En 1914, Carl Crow alegó que el gobierno colonial norteamericano era el responsable de que Rizal fuese considerado el héroe nacional filipino. Para Crow, Emilio Aguinaldo era lo más cercano a un héroe nacional filipino, pero su lucha contra el gobierno norteamericano le hizo inaceptable para las autoridades estadounidenses, que no tuvieron otra opción que crear un héroe que resultase aceptable, y escogieron a José Rizal. Según Crow, Rizal sí podía ser un héroe nacional porque, a pesar de que criticó el colonialismo español, no era un líder revolucionario ni favoreció la lucha armada como mecanismo para liberar las Filipinas. Rizal era un pacifista, un poeta, no un revolucionario ni un líder militar; por ende, se le podía trasformar en héroe nacional sin afectar los intereses norteamericanos en las islas. Crow afirmaba que las autoridades coloniales convirtieron a Rizal en héroe nacional mediante la construcción de monumentos, de la designación de provincias y calles, de la creación de un día festivo y de la emisión de sellos postales con su nombre.14 Según Crow, Tan pronto como esta fama artificial fue creada (para Rizal), los oradores (filipinos) comenzaron a evocar su nombre justo como los oradores norteamericanos usaban los nombres de Washington, Lincoln y Jefferson […] Sería imposible detener el culto a Rizal.15
Crow reconoce que este proceso de creación de un héroe debía resultar ridículo para la mayoría de sus conciudadanos norteamericanos, porque estaban acostumbrados a «ver a nuestros héroes como el producto natural
14 Crow, 1914. 15 Crow, 1914, 53-57. Énfasis añadido; TA.
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de nuestro pueblo». Sin embargo, le parece totalmente creíble en el caso de Filipinas porque consideraba que los filipinos eran incapaces de producir sus propios héroes y que, por tanto, dependían de los norteamericanos para ello. Crow alegaba que la creación de Rizal como héroe nacional, lo que él llamaba la «distracción Rizal», dejó a las autoridades libres para continuar su labor civilizadora en las islas. Es necesario señalar que el norteamericano olvidaba o ignoraba que Rizal era ya un héroe cuando los primeros regimientos de voluntarios norteamericanos se embarcaron rumbo al archipiélago filipino. Rizal no era sólo un héroe nacional, sino que su ejecución fue uno de los detonantes de la revolución de 1896.16 Además, Crow pasa por alto que las leyes designando calles y provincias, creando días festivos y construyendo monumentos bajo el nombre de Rizal fueron aprobadas por la legislatura filipina; por lo tanto, no podían ser reclamadas como responsabilidad exclusiva de los norteamericanos.17 El papel que jugaron los filipinos en la derrota de España fue otro tema histórico pasado por alto por los partidarios del control colonial de las islas. Éstos minimizaron el rol de los filipinos en la guerra hispanocubano-norteamericana y negaron todo contenido político a su lucha contra el colonialismo español. En su opinión. los filipinos ayudaron a los norteamericanos a sitiar Manila no porque tuviesen una agenda nacionalista, sino porque querían saquear la ciudad.18 Al representar a los filipinos como meros bandidos, se eliminaba el significado político de sus acciones haciendo posible justificar e identificar el colonialismo norteamericano en las islas como una fuerza libertadora y civilizadora. A los imperialistas nor16 El historiador filipino Reynaldo C. Ileto ha demostrado en su gran libro Payson and Revolution la influencia del martirio de Rizal, a semejanza del martirio del Jesús bíblico, en la actitud de los campesinos filipinos a favor de la lucha contra España. Ileto, 1979, 132-133 y 312-313. 17 El crítico literario filipino San Juan Epifanio reconoce que la apropiación de la figura histórica de Rizal fue una estrategia de legitimación usada por el colonialismo norteamericano en las Filipinas. Según él, las autoridades coloniales construyeron una imagen de Rizal como un héroe pro-occidental y le presentaron como «la representación del filipino ilustrado». La representación colonial ignoró o borró el pasado revolucionario del poeta para poder convertirle en lo que San Juan denomina un «instrumento de legitimación colonial». El Rizal elaborado por los norteamericanos se convirtió en ejemplo y modelo de un ciudadano respetuoso de la ley, es decir, de un buen súbdito colonial. San Juan enfatiza que el proceso de apropiación y deformación de la figura de Rizal formó parte de la construcción de un consenso colonial que «socavó la oposición nacionalista asimilando su visión del mundo para legitimar la ascendencia imperial». San Juan, 1998, 1-33; TA. 18 Coursey, 1903, 61.
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teamericanos les resultaba imprescindible representar la resistencia filipina como acciones criminales para así poder alegar que no estaban destruyendo un movimiento de liberación nacional, sino haciendo frente a un grupo de bandidos. LA RACIALIZACIÓN DE LOS FILIPINOS El proceso de clasificación y racialización de los filipinos fue un elemento vital en la negación de una nacionalidad filipina y en la justificación del control colonial de las islas.19 Según Rowe, la racialización era parte de las técnicas coloniales desarrolladas por los estadounidenses mucho antes de la guerra con España. Escritores como Edgar Allan Poe identificaron a los amerindios norteamericanos como un grupo de seres humanos con rasgos étnicos comunes y con modos de pensar, comportamiento y vida determinados por tales rasgos. En otras palabras, los distintos grupos nativo americanos fueron convertidos en una sola raza. De ahí que Poe no distinguiese la diversidad de los habitantes nativos de América del Norte, pues para él todos eran igual de indolentes, irresponsables y salvajes. Además, consideraba que estaban condenados a la extinción.20 Como los nativos americanos, los filipinos fueron identificados como miembros de una raza, la malaya, con rasgos físicos definidos, que determinaban su forma de vida 19 El uso de elementos raciales como mecanismo de dominio colonial no fue exclusivo del imperialismo norteamericano. En su libro Colonial Desire, el historiador y teórico británico Robert J. C. Young señala que el imperialismo europeo decimonónico usó el concepto de raza para justificar sus andanzas coloniales. De acuerdo con Young, en las últimas décadas del siglo XIX, «la cultura ideológica de la raza se hizo tan dominante que la superioridad racial, y su virtud acompañante de civilización, se impusieron sobre la ganancia económica y la labor misionera cristiana como la principal justificación de la idea del imperio». Además, una de las principales características del imperialismo europeo era «igualar la raza blanca y la civilización (y como hemos visto, civilización como sinónimo de pertenencia a la raza blanca)». Young, 1995, 93-95; TA. 20 Rowe, 2000, 56. Diversos grupos humanos habitaban Norteamérica a la llegada de los europeos, lo que contradice la tradición de los colonizadores ingleses que solía asegurar que encontraron el territorio despoblado. Basados en el lugar en dónde se asentaron, podemos organizar estas poblaciones de la siguiente manera: los subárticos o esquimales; los colúmbinos, que habitaban en la costa norte del Pacífico desde lo que hoy es Canadá hasta el estado de Oregón (los chinook, los kwaklutl y los nootka); los pueblos que habitaban los actuales estados de Nuevo México, Arizona (los navajos y los natchez); los apalácidos, que habitaban la zona este de los Estados Unidos, desde el río San Lorenzo hasta el río Mississippi (cherokees, creeks y choctaws); los plánidos, en las grandes llanuras desde Alaska hasta la costa de México (sioux, pies negros y cheyennes), y los sonóridos, que habitaban la costa del Pacífico desde California hasta Sonora (los arapahos, comanches y apaches). Brinkley, 2005, y Henretta, 2006.
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y pensamiento, siendo representados como seres humanos cuyo comportamiento y capacidad política e intelectual estaban determinadas por el color de su piel.21 A los ojos de muchos de los creadores de conocimiento sobre las Filipinas, como orientales y miembros de una raza inferior sus habitantes eran incapaces de desarrollar y menos entender conceptos e instituciones políticas como el gobierno propio, la democracia o el republicanismo. En otras palabras, como los filipinos era racialmente inferiores para el autogobierno, los norteamericanos no tuvieron otra opción que gobernar las islas en su nombre y por su propio bienestar. En palabras del historiador filipino Vicente L. Rafael, El efecto de la racialización tanto de la historia cultural como de la estructura social de las Filipinas es colocar a su población en una relación dependiente frente al exterior. Como si el país estuviese naturalmente destinado a la conquista y los Estados Unidos estuviesen manifiestamente destinados a colonizarlo.22
Resulta necesario aclarar que la racialización no fue un monopolio de los partidarios del colonialismo norteamericano, pues sus opositores también esgrimieron argumentos raciales. Para algunos escritores norteamericanos, la política de su gobierno estaba condenada al fracaso porque los filipinos no eran asimilables racialmente ya que no podían ser incorporados al sistema político norteamericano. Por su condición racial —malayos, no blancos—, los filipinos nunca podrían convertirse en ciudadanos estadounidenses, ni las Filipinas en estado de la Unión; por lo tanto, tarde o temprano los Estados Unidos tendrían que abandonar unas islas que sólo podrían retener como una colonia. En 1914, Paul S. Reinsch alegó que los filipinos no podían ser americanizados —convertidos en ciudadanos norteamericanos— porque pertenecían a «una raza extranjera» y, por ende, la independencia de las islas era racialmente inevitable. Reinsch creía que los norteamericanos debían concentrarse en entender los rasgos culturales 21 En 1917, Charles B. Elliott, señaló de forma muy precisa para referirse a los filipinos como parte de la raza malaya que: «Debemos admitir que la raza es un hecho que no puede ser borrado por un sentimiento, un cambio de gobierno o incluso la religión. Lo que los científicos llaman las características del individuo, tales como el tamaño del cráneo, la estatura, el color de los ojos y del pelo y la forma de la nariz son transmitidas de generación en generación, de acuerdo con leyes matemáticas». Elliot, 1917, Preface; TA. 22 Rafael, 2000, 36; TA.
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y sociales de los filipinos para prepararles mejor para la independencia. El escritor Thomas Elliot también planteó que los filipinos no podían ser asimilados por razones raciales y que la política del gobierno estadounidense debía estar orientada a transformar a los habitantes de las islas en «buenos y eficientes filipinos» y no a tratar de convertirles en «yankees». 23 Reinsch y Elliot estaban de acuerdo en que la americanización de los filipinos no era una solución posible a los problemas en torno a las Filipinas. Ambos identificaron los límites del imperialismo estadounidense, pues tenían claro que su labor en las Filipinas estaba limitada por la naturaleza racial de sus habitantes. Independientemente de los logros reales o imaginados del colonialismo norteamericano, había una realidad insuperable: los filipinos no podían ser asimilados por sus limitaciones raciales y, por ende, nunca podrían integrarse a la nación norteamericana. Para ellos había un solo camino a seguir, el de la independencia. LA CLASIFICACIÓN DE LOS FILIPINOS En su gran obra Facing West: the Metaphysics of Indian-Hating and Empire-Building, el historiador norteamericano Richard Drinnon analiza el desarrollo de la ideología del odio a los amerindios norteamericanos que sirvió de base a la expansión territorial de su país. Según Drinnon, desde el periodo colonial, los nativos americanos fueron sistemáticamente despojados de su humanidad y convertidos en monstruos salvajes condenados a la extinción. A los amerindios se les vio y representó como un obstáculo a la marcha del progreso y la civilización encarnada en la expansión continental. De ahí que se acuñara una frase muy reveladora: «El mejor indio es el indio muerto».24 A partir de la segunda mitad del siglo XIX, algunas de las llamadas tribus indias opusieron una resistencia feroz contra el avance colonial norteamericano provocando lo que la historiografía norteamericana denomina como «las guerras indias». La lucha de los amerindios por salvaguardar su sistema de vida logró pocas victorias significativas, pero cautivó la atención y el horror del público norteamericano. De ahí que el 23 Reinsch, 1904, 15 y 24. Según Elliot, «Nunca lograremos convertir a los filipinos en norteamericanos, pero sí podemos, con una política natural, considerada y cuidadosa, ayudarles a llegar a nivel más alto». Elliot, 1917; TA. 24 Drinnon, 1980, 344-345.
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concepto tribu fuese transformado en sinónimo de violencia, salvajismo e indisciplina.25 A partir de 1898, los norteamericanos recurrieron a su herencia imperial, lo que Rowe llama «repertorio de métodos de dominación», para racionalizar su nueva situación imperial. Uno de estos elementos —la idea de la tribu salvaje y enemiga del progreso— fue muy útil para los analistas del problema filipino, porque les permitió representar a los habitantes del archipiélago de forma familiar al público estadounidense. En el caso filipino, apuntala Drinnon, «La asociación era simple y políticamente útil: los filipinos eran ‘salvajes’ incapaces de dirigir el curso de su país, en una situación de extrema dependencia de la «ayuda civilizadora» y la permanente tutela política de sus amos blancos».26 Como las «tribus» apaches y sioux, las tribus filipinas debían ser disciplinadas y civilizadas, pues eran incapaces de regir sus destinos sin la ayuda del hombre blanco. Por su parte, el historiador norteamericano Paul A. Kramer señala que la supuesta existencia de tribus salvajes cumplió un importante papel ideológico tras la pacificación de las Filipinas, pues proveyó el salvaje que las autoridades coloniales y los defensores del imperio necesitaban. Gracias a la existencia de tribus, los norteamericanos tenían alguien a quien civilizar y, por ende, justificar su presencia en las islas.27 Las «tribus» filipinas fueron clasificadas de acuerdo con su nivel cultural en dos grupos: las civilizadas y las salvajes. Las civilizadas estaban compuestas por la mayoría cristiana de la población filipina, mientras que las salvajes estaban integradas por los moros (musulmanes) residentes en el sur del archipiélago, los animistas y los llamados cazadores de cabezas. De acuerdo con el Informe de la Comisión Filipina (ICF), las tribus filipinas no sólo diferían en el grado de su civilización, sino que también poseían idiomas, costumbres y leyes muy diversas. La Comisión Filipina (United States Philippine Commission) fue creada en 1899 por el presidente William McKinley para que investigara las condiciones de las Filipinas y le hiciera recomendaciones. Tras un año de audiencias públicas, la Comisión publicó un informe con sus observaciones.28 Este informe es una fuente importantísima, pues recoge la opinión de los oficiales coloniales norteame25 26 27 28
Ibíd. Ibíd. Kramer, 1998, 129. Golay, 1997, 48.
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ricanos sobre las islas y también los testimonios de miembros de la clase alta filipina.29 Según Paul A. Kramer, dicho informe ejerció también una gran influencia en el debate público norteamericano sobre las Filipinas.30 En él, la Comisión alegaba que, aunque las tribus salvajes practicaban la poligamia, la caza de cabezas, los sacrificios humanos y el canibalismo, eran inofensivas, y concluía que la mayoría de los filipinos «poseía un grado considerable de civilización».31 La clasificación de los filipinos en tribus no se limitó a documentos del gobierno colonial de las islas. Por ejemplo, en 1902, la escritora de libros infantiles Mary Wade hizo un uso extenso del concepto tribu para analizar a los filipinos. Según ésta, «gente de una tribu puede ser encontrada en una de estas islas; otra tribu diferente viviendo en otras islas; una tribu puede vivir en un valle y sus vecinos en las colinas, así hasta un total de ochenta tribus. Cada una de ellas tiene sus costumbres. Y aun así, podemos llamar a estos diversos pueblos pertenecientes a la raza malaya nuestros primos, porque no sólo son nuestros similares por los lazos que unen a todas las razas del mundo, sino porque también han sido adoptados en nuestra familia nacional, los Estados Unidos de América».32 La relación entre las tribus filipinas era otro elemento del debate público en torno al futuro del archipiélago. Para quienes favorecían la retención de las islas, los filipinos nunca se transformarían en una nación porque sus tribus eran cultural, religiosa y políticamente irreconciliables. Los habitantes de las islas no sólo era diametralmente opuestos, sino también enemigos a muerte. Para Willcox, la hostilidad entre las distintas tribus era tan profunda que «al contrario que nuestros indios, éstas no han alcanzado una organización o gobierno tribal».33 Willcox borra las fronteras internas del imperialismo norteamericano, pues recurre a la experiencia con sus sujetos coloniales domésticos —los amerindios— para justificar el control de sus sujetos coloniales internacionales —los filipinos—, ilustrando así las continuidades en las prácticas y discursos imperialistas norteamericanos. 29 United States Philippines Commission, 1900. 30 Ver Kramer, 1998, 83. 31 Un artículo publicado por la revista Living Age en 1911 enfatizaba que algunas tribus filipinas tenían costumbres salvajes, como el canibalismo y la caza de cabezas. United States Philippines Commission, 1900, 12 y 16, y «Problem Reviewed», 1911, 304-307. 32 Wade, 1902, v-vi. 33 Willcox, 1912.
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LA NACIÓN FILIPINA La existencia de una nación filipina fue duramente debatida por los amigos y enemigos de su independencia. Para estos últimos, las tropas norteamericanas no encontraron en Filipinas una nación, sino un grupo de tribus con grandes diferencias culturales, lingüísticas y religiosas.34 Este es uno de los más enérgicos, duraderos y útiles argumentos usados a favor del control norteamericano del archipiélago en las tres primeras décadas del siglo XX. Ello es así porque la supuesta inexistencia de una nación filipina sirvió para racionalizar y justificar la retención de las islas como un proceso de construcción de una nación (nation-making). Los enemigos de la independencia filipina lanzaban un sencilla pregunta: ¿cómo podía ser organizado un gobierno independiente en las Filipinas si los habitantes de las islas carecían de la homogeneidad cultural, lingüística y religiosa necesaria para ello?35 Tal homogeneidad sólo podría ser alcanzada a través de la culminación del proyecto de construcción nacional iniciado por los Estados Unidos en 1898. En otras palabras, el colonialismo benévolo norteamericano no sólo significaría progreso material, libertad y formación política para los filipinos, sino también la conversión de las tribus filipinas en una nación. De este modo, los imperialistas norteamericanos se adjudicaban el derecho a determinar cuándo habían alcanzado los filipinos la suficiente homogeneidad como para ser considerados una nación y, por ende, liberarles del tutelaje piadoso de los Estados Unidos. Es así como el colonialismo norteamericano muta para transformarse en una vía hacia la cohesión nacional necesaria para la independencia nacional y los oficiales norteamericanos coloniales se convierten en los guías del pueblo filipino, en una especie de parteras de la nacionalidad filipina. Por otro lado, quienes favorecían la soberanía de las islas entendieron que la negación de la existencia de una nación filipina era un argumento muy efectivo y lo atacaron con todas sus fuerzas, rechazando la clasificación de los filipinos en tribus y presentando a las Filipinas como una nación lista para su independencia.36 Uno de los más fuertes defensores de la existencia 34 Doherty, 1904; Wade, 1902; Elliot, 1917, y Willcox, 1912, 286. 35 Willcox, 1912, 288-289. 36 En 1900, James Pierce llegó a señalar que los filipinos eran tan homogéneos como los suecos y noruegos. Charles Russell catalogó la negación de la nación filipina como una mentira y alegó que los filipinos habían demostrado su capacidad para actuar como un pueblo unido. Willcox enfocó las
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de un nación filipina fue David H. Doherty, quien clasificó a los filipinos en tres grupos: los civilizados (los cristianos), los semicivilizados (los moros) y los no civilizados. Según él, todos pertenecían a la raza malaya, pero el primer grupo —los civilizados— «han sido tan modificados y mejorados por la civilización cristiana y las mezclas raciales, que ya no es científico clasificarles como malayos».37 Haciendo uso del censo norteamericano de 1900, Doherty le resta importancia a los no civilizados porque sólo totalizaban 650.000 personas frente a 7.000.000 de filipinos civilizados. Este escritor invitaba a su lectores a no perder la perspectiva real de la situación filipina: la inmensa mayoría de sus habitantes eran civilizados y no se les debía confundir con las tribus salvajes o los moros. Según Doherty, Los nombres tagalo, bicolano, visayano, ilocano, pamapangano, pangansinano y cagayano son los nombres de provincias o de dialectos provinciales, no el nombre de diferentes pueblos o tribus filipinas. […] Todo estos filipinos son similares en su físico, costumbres, vestimentas, y las diferencias en el habla no son mayores que las que existen entre alemanes o entre ciertos dialectos españoles o italianos. Además, todos se reconocen entre sí como un solo pueblo, el filipino.38
Doherty no sólo rechazaba el uso del concepto tribu, sino que enfatizaba la homogeneidad cultural de los filipinos, pues alegaba que las supuestas tribus eran tan solo los nombres de ciertas provincias del archipiélago. Entre los filipinos no existían las condiciones «etnológicas y políticas» que justificaran la clasificación de sus habitantes en tribus. Además, estas supuestas tribus estaban unidas religiosamente (eran cristianas), lo que les convertía en una nación. En las Filipinas no había tribus, sino un pueblo cristiano listo para ser libre y, por ende, no había razón alguna para seguir postergando la independencia de las islas.39 El principal problema en el análisis de Doherty es que ignora a los filipinos no cristianos por considerarles numéricamente insignificantes; de ahí que defina e identifique como filipinos sólo a los habitantes cristianos de las islas. Los otros, espediferencias lingüísticas de los filipinos argumentando que tales diferencias no eran mayores que las que existían en algunos distritos alemanes. Pierce, 1900, 14-15; Russell, 1922, 353; Willcox, 1912, 446-447. 37 Doherty, 1904, 7. Énfasis añadido; TA. 38 Ibíd., 11; TA. 39 Ibíd.; TA.
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cialmente los musulmanes, no encajan en su representación de los filipinos como un pueblo homogéneo, y por ello se les ignora. LAS HABILIDADES FILIPINAS Los analistas de la situación del llamado problema filipino no estaban seguros de la capacidad de los filipinos para gobernarse a sí mismos y defender su país. Este fue un tema crucial tanto para los independentistas filipinos como para sus aliados y enemigos norteamericanos. Si como alegaban los primeros, los filipinos podían gobernarse a sí mismos y proteger su país, entonces no había razones para extender el «colonialismo sentimental» norteamericano.40 Si por el contrario, no estaban preparados para enfrentar tales retos, entonces ¿cómo podía justificarse la independencia? Este debate es uno de los elementos más persistentes en las discusiones públicas y legislativas del futuro de las Filipinas como territorio norteamericano. La capacidad defensiva de los filipinos La capacidad de los filipinos para defender su país formó parte de tales discusiones públicas. Para quienes defendían la presencia norteamericana en las islas, los filipinos eran incapaces de sobrevivir como un país soberano sin la protección de los Estados Unidos. Para ellos, la presencia de la bandera norteamericana protegía las islas de la voracidad de las naciones imperialistas. Por ejemplo, en 1909, Thomas F. Millard señaló que la independencia no era una opción para las islas porque los filipinos no podrían mantener su libertad. Según él, Tomando en cuenta su posición geográfica y la indiscutible tendencia de las naciones grandes a absorber a las más pequeñas, no creo que sea posible para las Filipinas existir de forma permanete como una entidad política independiente.41
Es claro que Millard creía que una eventual república filipina sería una víctima fácil de las naciones imperialistas. En su análisis, el colonialismo 40 La frase es de Rafael, 2000, 23; TA. 41 Millard, 1909, 486-487; TA.
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norteamericano es transformado en un escudo en contra del imperialismo. Millard suscribe la idea de un colonialismo ilustrado y benévolo, por lo que no considera a los Estados Unidos un poder imperial, sino un tutor piadoso que protegía al pueblo filipino de las naciones imperialistas. La capacidad política filipina Las habilidades políticas de los filipinos eran un tema de disputa entre los defensores y detractores de la independencia. Para los primeros, las Filipinas eran una nación civilizada y lista para el autogobierno, por lo que el control norteamericano no era justificable. En 1904, y tras «tres duros meses de viaje y estudio en las Islas Filipinas», Doherty escribió un artículo alegando que, antes de salir rumbo a las islas, le habían advertido sobre la naturaleza de los filipinos. Desafortunadamente, Doherty no identifica quién le describió a los filipinos como ladrones, mentirosos, holgazanes, cobardes, estúpidos y carentes de toda iniciativa.42 Según él, también le advirtieron de que los filipinos eran religiosos, limpios y hospitalarios. Su estadía le demostró, apunta Doherty, que los filipinos eran el pueblo más humilde y con el mayor sentido de justicia que él había conocido, y que era preciso evitar las generalizaciones y juzgarles por sus atributos colectivos. Para el escritor norteamericano, era claro que la inmensa mayoría de los filipinos rechazaba la anexión a los Estados Unidos y, por ende, preferían la independencia. Con relación a las destrezas políticas de los isleños, Doherty les consideraba preparados para crear «una república inestable», como ciertas repúblicas sudamericanas. Sin embargo, pensaba que eso sería posible sólo tras un «periodo limitado de tutelaje norteamericano que satisfaga sus aspiraciones, traiga felicidad y prosperidad a su pueblo, crédito a sus maestros y sea el precursor de la libertad en el mundo oriental».43 En otras palabras, Doherty combinaba un fuerte paternalismo con cierta confianza en la capacidad de los filipinos, de ahí que creyera que éstos no estaban listos para la independencia, pero que lo estarían tras un breve e imprescindible periodo de tutelaje norteamericano. Henry P. Willis también defendió la capacidad política de los filipinos, pero desde una posición pragmática y enfocando los límites de la labor 42 Doherty, 1904, 13. 43 Ibíd., 12; TA.
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civilizadora norteamericana en las islas. Para él, esta capacidad política no debía ser juzgada usando estándares estadounidenses, pues tratar de convertirlos en norteamericanos era como pretender «convertir una palmera en un olmo».44 Los filipinos no podían ser americanizados porque carecían de la «aptitud natural» para las instituciones políticas estadounidenses. En otras palabras, la incorporación de los filipinos como ciudadanos norteamericanos era imposible, porque carecían de la disposición natural (¿racial?) para transformarse en estadounidenses.45 De ahí que la independencia no fuese sólo posible, sino también necesaria. En palabras del presidente del Comité Ejecutivo de la Liga Antiimperialista, Edwin Burritt, «La reconocida incapacidad de los filipinos para la ciudadanía norteamericana parecería indicar que les debemos dejar ir».46 Los comentarios de Burritt y Willis reflejan una de las grandes paradojas del colonialismo norteamericano en las Filipinas: el uso de los «problemas» en torno a la americanización de los filipinos para justificar tanto el control sobre las islas como para frenar la concesión de la independencia. Para muchos estadounidenses las islas no podrían convertirse en un estado de la Unión porque sus habitantes no podían ser americanizados ni racialmente asimilados. Sin embargo, muchos también pensaban que los filipinos no estaban suficientemente americanizados como para ser libres. En otras palabras, los filipinos estaban atrapados entre la «imposibilidad» de convertirse en ciudadanos norteamericanos y su «incapacidad» para gobernar y defender su país. No todos los escritores norteamericanos creían que los filipinos estaban listos para la independencia.47 Algunos analistas, escritores y periodistas cuestionaron la capacidad de los filipinos para la política desde una perspectiva racista y paternalista. Por ejemplo, en 1916, el escritor Samuel Parrish negó las habilidades políticas de los filipinos basándose en el deter44 Willis, 1970 (1905), 444; TA. 45 Ibíd. El líder anti-imperialista Moorfield Storey también creía que los filipinos no debía ser juzgados por los estándares norteamericanos y que no se debía confundir autogobierno con autogobierno norteamericano. Storey pensaba que el sistema político estadounidense era único e inimitable. En sus propias palabras: «Ningún pueblo del mundo está gobernado exactamente como nosotros y nuestras instituciones no pueden ser adaptadas a otros hombres». LC, MD, Papers of William Croffutt, Box 16, Printed Pamphlets, Moorfield Storey, The Philippine Policy of Secretary Taft, July 4, 1904, 16; TA. 46 LC, MD, Papers of William Croffutt, Box 16, Printed Pamphlets, s. f.; TA. 47 Entre estos destacan el escritor Samuel L. Parrish (1916); el abogado Elihu Root (1916) y la periodista Katherine Mayo (1924).
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minismo geográfico. Para ello, dividió la Tierra en tres zonas climatológicas: la temperada, la subtropical y la tropical, y concentró su atención en la última. Parris reconoce la gran importancia económica de la zona tropical, pero le atribuye dos limitaciones: no podía ser colonizada por el hombre blanco ni podía desarrollar gobierno propio ni representativo. De ahí el fracaso de los esfuerzos realizados por los ingleses «para introducir autogobierno responsable en sus dependencias tropicales». Además, las zonas tropicales eran incapaces de producir un liderato político efectivo, por ello no habían aportado un solo líder de trascendencia histórica.48 Para Parrish, el futuro político de las Filipinas estaba determinado por su ubicación en la zona tropical. Como el resto de los pueblos tropicales, los filipinos no poseían los cuatro elementos básicos para desarrollar un gobierno propio: «una opinión pública inteligente», respeto a la voluntad de la mayoría, reconocimiento de la dignidad del trabajo manual y un sistema judicial fuerte y capaz de «administrar la ley en el interés de los débiles, no de los fuertes».49 En conclusión, la independencia era imposible porque las Filipinas estaban ubicadas en el lado incorrecto del mundo. El ex secretario de Estado Elihu Root también formó parte de este debate. Root fue uno de los actores del drama imperialista norteamericano de principios del siglo XX. Abogado corporativo graduado de la Universidad de Nueva York, Root se integró a la administración del presidente McKinley en 1899 como secretario de Guerra, por lo que dirigió la supresión de la «rebelión» filipina. Sus acciones como secretario de Guerra no se limitaron al escenario filipino, pues se le considera el padre de la Enmienda Platt, que rigió las relaciones cubano-norteamericanas en las tres primeras décadas del siglo XX. Entre 1905 y 1909, Root ocupó la posición más alta de la diplomacia norteamericana —la Secretaría de Estado— y luego fue electo senador federal (1909-1915).50 En 1916, publicó un libro titulado The Military and Colonial Policy of the United States, donde alegaba que los filipinos no estaban preparados para la independencia porque no podían defender su libertad sin la ayuda de los Estados Unidos y porque la «asi48 La única excepción —según Parrish— era Mahoma, porque tanto Buda como Confucio no habían nacido en la zona tropical. Parrish, 1916, 5-6; TA. 49 Ibíd., 6. 50 Braeman, John, «Elihu Root». Disponible en: http://www.anb.org.libproxy.cc.stonybrook. edu/articles/06/06-00571.html. Consultado el 5 de febrero de 2009; American National Biography Online, February 2000. Revisado el 15 de abril de 2008.
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milación benévola» norteamericana no estaba aún completa. Para Root, al concederles participación en el gobierno de las islas, los Estados Unidos le impusieron a los filipinos una carga para la que no estaban preparados. Curiosamente, Root vincula la capacidad política de los filipinos con el problema negro. Según él, Después de la guerra civil, le dimos el derecho al voto a los negros del Sur porque creíamos que si votaban podrían autogobernarse, y cometimos un espantoso error e infligimos gran daño a los negros porque estábamos equivocados.51
Root creía necesario prestar atención al problema de los negros en el sur de la nación y evitar así cometer los mismos errores en las Filipinas. De esta forma, el ex secretario de la Guerra establece un vínculo directo entre los sujetos coloniales internos y externos. Para Root, la política colonial en las Filipinas debía aprender del desarrollo de las políticas coloniales en los Estados Unidos. Como en el caso de los afroamericanos tras la guerra civil, los filipinos no estaban preparados para las responsabilidades que conllevaban la ciudadanía y el gobierno propio. Por lo tanto, sus habilidades políticas no debían ser sobreestimadas y, por ende, la protección paternal norteamericana no debía ser removida de las Filipinas. Sólo el sabio hombre blanco podía decidir cuándo los afroamericanos, los filipinos, los puertorriqueños o los amerindios estaban listos para asumir responsabilidades que por el momento estaban «más allá de su capacidad».52 En 1924, veintiséis años después de la victoria de Dewey, Katherine Mayo publicó un libro con un título muy sugestivo, The Isles of Fear: the Truth About the Philippines (Las islas del miedo: la verdad sobre las Filipinas).53 Mayo, periodista y escritora norteamericana, viajó extensamente por el mundo gracias al apoyo financiero de su amiga, la rica heredera M. Moyca Newell. The Isles of Fear fue producto de una visita de ambas a las Filipinas en 1923, y en él Mayo examina el problema filipino y hace in-
51 Root, 1916; TA. 52 Ibíd.; TA. 53 Es necesario destacar el valor simbólico del uso de las palabras fear (miedo) y truth (verdad) en el título del libro de Mayo. La palabra fear refleja el viejo debate en torno al significado estratégico de las Filipinas para los Estados Unidos. Por otro lado, la palabra truth refleja la búsqueda de respuestas para las preguntas que la Filipinas generaron en la sociedad norteamericana, así como también el proceso mismo de esa búsqueda.
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teresantes observaciones.54 Según ella, era evidente que la capacidad de los filipinos era muy limitada y cita como prueba el «hecho» (fact) de que «todo lo que se ha realizado en los últimos veinticinco años a favor del bienestar de los filipinos ha sido hecho por los norteamericanos o por filipinos bajo la orientación de los norteamericanos».55 Sin la guía de sus mentores, los filipinos eran incapaces de gobernar su país y prueba de ello era, según Mayo, que «todo lo que se ha hecho en su perjuicio, pérdida u opresión, ha sido obra de los propios filipinos».56 Así pues, lo que Mayo hacía era un análisis dicotómico: los tutores norteamericanos eran responsables de todo lo bueno ocurrido a sus pupilos, y los filipinos eran los únicos responsables de todo lo malo. En su esquema, el colonialismo norteamericano es representado como la suma de todas las bondades y los filipinos son presentados como niños incapaces de dar un paso sin la ayuda de sus benévolos tutores. La discusión pública de las destrezas políticas de los filipinos tuvo un fuerte componente racial. Por ejemplo, en 1913, Frederick C. Chamberlain alegó, en un libro titulado The Philippine Problem, que los filipinos eran incapaces de auto gobernarse debido a sus limitaciones raciales. El principal problema al que se enfrentaban los norteamericanos en las islas era que sus habitantes pertenecían a la raza oriental y esto determinaba su comportamiento y cultura. En otras palabras, el proyecto estadounidense estaba limitado por las limitaciones raciales de los filipinos. Chamberlain proponía el mestizaje como una solución a estas limitaciones, pues era un hecho histórico que un filipino con sangre china, japonesa, española, francesa, británica o norteamericana en sus venas sería superior a sus compatriotas de raza pura. Como en el caso de los negros americanos, el mestizaje incrementaba «el poder mental y el carácter» de los filipinos.57 Es evidente que, para Chamberlain, no podían desarrollar un gobierno propio —y de paso alcanzar su independencia— porque no podían ser americanizados, y no podían ser americanizados, porque no eran blancos. 54 Ambas mujeres viajaron también a la India, y Mayo publicó un libro apoyando el colonialismo británico titulado Mother India (1927). Chadwell, 2000. 55 Mayo, 1924, 64. 56 Ibíd. 57 Chamberlain no estaba solo, pues Carl Crow también creía que la mezcla racial era la forma de «mejorar» la raza malaya. Sin embargo, Crow añade un elemento moral, pues plantea que el mestizaje era una opción gracias a la baja moralidad de los habitantes de las islas. Según éste: «La moralidad de los filipinos es semejante a la de un plátano, por eso la llegada de cualquier extranjero, desde los primeros chinos hasta el ejército norteamericano, ha incrementado el número de niños mestizos». Chamberlain, 1913, 234, y Crow, 1914, 22; TA.
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Por otro lado, Charles Russell rechazaba que se usara lo que él denominaba un «argumento etnológico» para explicar en términos raciales la supuesta incapacidad filipina para el autogobierno. En su libro The Outlook for the Philippines (1922), Russell alegaba que los «problemas» de los filipinos con el gobierno propio no estaban determinados por factores geográficos, y le recordaba a sus lectores que la capacidad para el auto-gobierno no era un monopolio de los estadounidenses: De hecho, ningún pueblo inventó el autogobierno, ni puede considerarse poseedor de una patente sobre él, ni ha habido razones raciales notables para su desarrollo o aplicación. Quienes más lejos han llevado la democracia en este mundo han sido los suizos, quienes están compuestos por tres alegadas razas.58
Su conclusión es muy clara: la mejor forma de aprender las técnicas de auto-gobierno no es leyendo libros, sino practicándolo. Los norteamericanos no tenían otra opción que reconocer que los filipinos estaban preparados para ser libres y, por ende, cumplir su promesa de independencia. Como en otros temas ya discutidos, el asunto de la capacidad política de los filipinos fue también muy debatido, pues no hubo consenso entre sus analistas. Por el contrario, se desarrollaron dos imágenes encontradas para cuestionar y justificar el colonialismo norteamericano en las Filipinas. Ambas imágenes coexistieron como formas de explicar, entender, y representar a los filipinos para consumo del público norteamericano. EL APOYO POPULAR A LA INDEPENDENCIA FILIPINA La teoría de la conspiración Quienes simpatizaban con la retención de las Filipinas plantearon una serie de preguntas con relación al apoyo popular a la independencia entre los habitantes de las islas: ¿Quiénes y por qué apoyaban la independencia? ¿Cuán real era el alegado apoyo popular? ¿Entendía el filipino común y corriente el significado y los riesgos asociados a la soberanía? ¿Quiénes serían los principales beneficiaros de la independencia filipina? Estos analistas no sólo dieron respuestas a estas preguntas, sino que también cuestionaron la legitimidad del movimiento independentista filipino apropiándose 58 Russell, 1922, 351-352.
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así del derecho a determinar su autenticidad. En otras palabras, estos autores se convirtieron en jueces de la honestidad, seriedad y veracidad de las aspiraciones políticas de los filipinos. En sus análisis del movimiento independentista, los escritores norteamericanos que favorecían la retención de las islas llegaron a la conclusión de que sólo una minoría de la población apoyaba la independencia.59 En 1912, Cornélis D. Willcox reconoció que la idea de la independencia era popular entre los filipinos, pero sólo era mayoritaria entre los tagalos.60 Sin embargo, Willcox trivializa el apoyo tagalo alegando que éstos eran propensos a «cierta disposición a la agitación» y que estaban motivados «por un considerable grado de vanidad». Además, describe a los tagalos como trabajadores inferiores y menos confiables que el resto de los filipinos. Willcox alegaba que los tagalos eran más educados que los visayanos, pero más volátiles, hipócritas y con «una mayor mezcla racial que otras tribus», y remata sus observaciones recordando a su lectores que fueron los tagalos quienes «organizaron la principal insurrección contra el dominio español».61 Los comentarios de Willcox siguen una línea muy clara: minimizar el apoyo popular a la independencia describiendo a sus principales simpatizantes como una minoría en la que no se podía confiar por su inferioridad racial, vanidad, pereza, violencia y deslealtad. En conclusión, quienes querían la salida del gobierno de los Estados Unidos no eran los mejores ciudadanos del archipiélago, sino los revoltosos, los violentos, los irresponsables. Los defensores del colonialismo norteamericano también sostuvieron que la independencia de las Filipinas sólo beneficiaría a una minoría de la población. Alegaban que, como en el caso de la rebelión contra España, el movimiento independentista era el producto del egoísmo del liderato tagalo. Para sustentar esta idea, y de paso explicar la popularidad del ideal independentista, se desarrolla una teoría de la conspiración. De acuerdo con esta teoría, la elite cultural y económica de las Filipinas —compuesta en su mayoría por tagalos— conspiraba a favor de la independencia, buscando acabar con la única protección con la que contaban las masas filipinas contra la explotación y el abuso: el gobierno colonial estadounidense. Un buen ejem-
59 Entre éstos se encuentran: Gibbons, 1913, 1-2; Barrows, 1910, 650; Elliott, 1917, 448; Willcox, 1912, 289-290. 60 Se identifica como tagalos a los habitantes de Luzón, la mayor de las islas filipinas. 61 Willcox, 1912; TA.
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plo lo brinda Chamberlain, quien en 1913 alegó que la elite filipina, lo que él denominaba como la «gente ilustrada», serían los únicos beneficiarios de la independencia. Éstos favorecían la separación porque querían privar al noventa por ciento de la población de las islas de la protección norteamericana y así poderles explotar y mantenerles en la pobreza y la ignorancia. Chamberlain estaba completamente seguro de la existencia de una conspiración independentista. Según él, el diez por ciento de los filipinos que apoyaba la independencia buscaba imponer esa solución no sólo a la mayoría de los habitantes del archipiélago, sino también a los Estados Unidos.62 Como vemos, la elite filipina es presentada como un grupo de agitadores y villanos, que estaban manipulando a su pueblo y abusando de la buena fe del pueblo y del liderato norteamericano para satisfacer su sed de poder y dar rienda suelta a su codicia. Una de las principales víctimas de estas acusaciones fue el líder separatista Manuel L. Quezón, una de las figuras políticas filipinas más importante de la primera mitad del siglo XX. Abogado de profesión, fue oficial en el ejército de Aguinaldo, pero una vez pacificadas las islas se incorporó al gobierno colonial y ocupó varias posiciones en Tayabas, su provincia natal. En 1909 fue electo comisionado residente en Washington, cargo que detentó hasta 1916, cuando pasó a ocupar la presidencia del Senado filipino, que mantuvo hasta 1935. Sus años en los Estados Unidos y su gran carisma le convirtieron en uno de los líderes filipinos de mayor influencia en Washington.63 Por ello no debe sorprender que, en 1916, el escritor Thomas Blayney se quejara de que era «desafortunado que el señor Quezón haya logrado establecerse en Washington como el representante típico de su raza». Blayney reconoce que el líder filipino era muy versado en los Estados Unidos y sus costumbres, y que usaba ese conocimiento para manipular los sentimientos de los norteamericanos. Quezón abusaba del idealismo y de las buenas intenciones norteamericanas, por lo que era necesario que el Congreso fuera muy cauteloso al tratar con él y al atender sus reclamos independentistas.64 En otras palabras, a
62 Chamberlain, 1913, 217-219. 63 Para más información sobre la vida de Quezon pueden consultarse Goettel, 1970, y Biographical Directory of the United States Congress, Disponible en: http://bioguide.congress.gov/scripts/ biodisplay.pl?index=Q000009. Revisado el 15 de abril de 2008. 64 Blayney, 1916, 1156. En 1923, Charles Hodges también criticó el liderato de Quezon acusándole de avaricia. Charles Hodges, «Political Deflation in the Philippines». The Independent, 111/3848, 1923 en LC, MD, Box 230, Speeches; TA.
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Blayney le preocupaba que un sujeto colonial usara su conocimiento sobre los Estados Unidos para cuestionar su proyecto imperialista. Para los enemigos de la independencia, la alegada debilidad del pueblo filipino facilitaba la conspiración separatista de la elite. En otras palabras, el filipino común y corriente sucumbía fácilmente a la influencia de la oligarquía. En 1913, Parrish dividió a los filipinos en cuatro grupos de acuerdo a su educación y actitudes políticas: «un puñado de idealistas» que citaban ideas abstractas de pensadores franceses; la mayoría silente, compuesta por diferentes razas hablando idiomas diferentes, «cuya idea de gobierno es, y siempre ha sido, la obediencia a aquellos» destinados a gobernarles; una minoría parcialmente educada, fácilmente influenciable «y sin ningún principio definido que guíe su conducta política», y un «pequeño grupo de hombres educados», con la capacidad de promover el bienestar de sus compatriotas.65 Estos últimos, los ciudadanos inteligentes y responsables, eran los principales simpatizantes del gobierno norteamericano. Blayney coincidía con Parrish, la gente educada de las Filipinas estaban en contra de la independencia porque tenían miedo a perder la protección norteamericana y ser víctimas de las luchas internas que asolarían las islas tras la independencia.66 El caso de Willcox resulta interesante, pues rechazaba la teoría de una conspiración de clase a favor de la independencia, pero creía que la partida de los norteamericanos abriría las puertas al establecimiento de un gobierno oligárquico controlado por los tagalos.67 Según éste, La capital, Manila, es tagala, las provincias adyacentes son tagalas, la clase adinerada de las islas es tagala, y no hay clase media. El mero hecho de que 65 Parrish, 1916, 8-9. Énfasis añadido; TA. 66 Blayney, 1916, 1157. 67 En un ensayo publicado en 1998, el historiador filipino Enrique de la Cruz afirma que el desarrollo de una oligarquía filipina fue una consecuencia directa del colonialismo norteamericano. Según él, uno de los legados de dicho colonialismo fue la transformación de los ilustrados —sectores filipinos educados y de mejor posición socioeconómica bajo el gobierno español— en una oligarquía. Esto fue posible gracias a que la ley electoral de 1901, aprobada por la Comisión Filipina, limitó el derecho al voto sólo a aquellos que «eran mayores de veintitrés años, quienes podían leer, escribir o hablar español o inglés, y quienes tenían propiedades por valor de 500.00 pesos o pagaban impuestos anuales por 300.00 pesos». Gracias a esta ley, sólo las clases altas y medias pudieron ejercer el derecho al voto. De la Cruz concluye que: «Hasta el día de hoy, la política filipina continúa dominada por una oligarquía que llegó al poder a través de la elecciones patrocinadas por los norteamericanos. De la Cruz, 1998, xi; TA. Willcox, 1912, 291.
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la capital esté situada en una provincia tagala podría por sí solo determinar este asunto, aparte del hecho de que los tagalos constituyen el elemento dominante de la población nativa. Por lo tanto, antes de conceder la independencia, debemos estar bastante seguros de que en realidad no estamos colocando el poder supremo en unas pocas manos.68
Los creadores de la teoría de la conspiración alegaban que, tras la independencia, la ausencia de una clase media filipina, sumada a la ignorancia y pobreza que caracterizaba a la mayoría de la población, dejaría a la elite libre para gobernar el país sin controles y sin prestar atención al bienestar de sus compatriotas. Los filipinos apoyaban la independencia por su ignorancia y debilidad, y no porque entendieran su significado y posibles consecuencias. Esta ignorancia no les permitía entender que el colonialismo norteamericano era una mejor opción, pues les garantizaba libertad y bienestar. El problema moro La existencia de una minoría musulmana en el sur del archipiélago fue otro factor de peso en la creación de conocimiento sobre las islas y sus habitantes. Los moros ocuparon un lugar muy especial en el juego de imágenes y estereotipos creados por los escritores, oficiales coloniales y viajeros norteamericanos, pues fueron descritos como una feroz raza guerrera, fanática y con una animosidad natural contra los cristianos de las islas.69 El Islam llegó al sudeste asiático en el siglo XV de la mano de comerciantes árabes, quienes se integraron en las comunidades locales casándose con hijas de algunos líderes. De esta forma, el islamismo pasó a ser la religión del grupo dirigente y más tarde de sus súbditos y subordinados. A su llegada a las Filipinas en 1521, Fernando de Magallanes encontró el Islam «solidamente establecido» en buena parte del archipiélago.70 La llegada de los conquistadores españoles a mediados del siglo XVI frenó la expansión del Islam, limitándole, principalmente, a las islas meridionales. Los españoles llamaron moros a los musulmanes que allí hallaron por la 68 Ibíd. Énfasis añadido; TA. 69 Noyes, 1903, 38-39, y Crow, 1914, 256-257. También se les describió como polígamos, piratas y tratantes de esclavos. 70 Cabrero, 2000, 102.
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similitud de su religión con la de los mahometanos peninsulares. A pesar de los trescientos años de colonialismo español, los moros filipinos nunca fueron totalmente sometidos.71 Según los escritores norteamericanos, a pesar de su innata agresividad, los moros desarrollaron una relación especial con las autoridades coloniales. De cuerdo con esta teoría, los moros nunca tolerarían someterse al control de un gobierno filipino controlado por la mayoría cristiana, pues lo verían como una amenaza a su modo de vida, su libertad y, especialmente, su religión. De ahí que vieran el gobierno colonial como la única protección con la que contaban y rechazaban la salida del archipiélago de sus «amigos» y benefactores norteamericanos.72 Quienes suscribían esta teoría olvidaban o ignoraban que la base de esa supuesta relación especial fue la brutal represión de que fueron objeto los moros por las tropas norteamericanas que pacificaron el sur del archipiélago.73 Su pacificación no fue tarea fácil para los militares estadounidenses y generó situaciones como la batalla del Bud Dajo en la isla de Jolo, donde en marzo de 1906 murieron entre 800 y 1.000 moros, entre ellos mujeres y niños. En marzo de 1913, unos 2.000 moros se enfrentaron en Bud Bagsak (también en Jolo) a tropas estadounidenses bajo las órdenes del general John Black Jack Pershing, desatando una encarnizada batalla, que duró cuatro días y provocó la muerte de entre 600 y 2.000 musulmanes.74 Para los analistas del llamado problema moro, la independencia provocaría serios conflictos internos entre musulmanes y cristianos. Tales conflictos desestabilizarían las islas y abrirían las puertas a la intervención de una nación extranjera, posiblemente Japón. A esta nueva metrópoli no le preocuparía, como sí les preocupaba a los norteamericanos, civilizar e iluminar a los filipinos, sino explotarles y reprimirles. De esta forma la labor civilizadora del gobierno norteamericano sería destruida y los filipinos condenados al atraso y la ignorancia. Era necesario protegerlos de tan acia71 Ibíd., 103. Según el historiador militar Robert D. Ramsey (2007, 2), a la llegada de los norteamericanos a las Filipinas la población mora de la islas estaba compuesta por 268.000 personas. 72 No debe ser una sorpresa que el cardenal James Gibbons viera a los moros como una amenaza para la mayoría católica del archipiélago. Éste presenta un cuadro totalmente opuesto, pues creía que la independencia de las islas iniciaría un periodo de conflicto interno provocado por la belicosidad de los moros. De acuerdo con el cardenal, una vez que se retiraran los norteamericanos, los moros se lanzarían como fieras sedientas de sangre sobre los pacíficos cristianos y les masacrarían. Para Gibbons (1913, 2-3), a quien realmente protegía la bandera norteamericana era a los cristianos. 73 Véase Linn, 1989, y Miller, 1982. 74 Beede, 1994, 346-348, y Bacevich, 2006.
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go futuro negándoles su independencia.75 Es necesario aclarar que no todos los analistas americanos vieron el problema moro como un obstáculo para la independencia. Por ejemplo, en 1914, Crow propuso como solución que, de concederse la independencia, las autoridades militares norteamericanas retuvieran el control directo de las provincias musulmanas, para así evitar un conflicto religioso en las islas.76 EL GRAN BENEFACTOR Nuestro análisis de la representación de las Filipinas por los escritores y analistas norteamericanos en las primeras décadas del siglo XX estaría incompleto si no tratásemos sobre la obra del más importante y reconocido de todos ellos, Dean C. Worcester. Durante sus más de veinticinco años de relación directa con las Filipinas, Worcester no sólo ocupó posiciones importantes en el gobierno colonial, sino que también produjo una cantidad considerable de ensayos, libros, artículos y conferencias sobre temas filipinos. Su trabajo estuvo orientado a defender y justificar el control norteamericano de la islas y, por ende, a combatir cualquier posibilidad de independencia. De acuerdo con uno de sus biógrafos, Rodney J. Sullivan, Worcester fue el más autorizado e influyente experto norteamericano en temas filipinos de principios del siglo XX.77 Es indiscutible que su obra ejerció una fuerte y duradera influencia en la percepción y el entendimiento estadounidense de su lejana colonia asiática.78 Worcester nació en 1866, en el seno de una familia con fuertes vínculos religiosos, pues tres tíos paternos fueron misioneros.79 En 1884, ingresó en la Universidad de Michigan en la ciudad de Ann Harbor y comenzó a trabajar con el Dr. Joseph B. Steere, director del Departamento de Zoología. Steere, que era un abogado graduado de la Universidad de Michigan, se embarcó en 1870 en una expedición zoológica que le llevó al Amazonas, los Andes peruanos, China, Formosa, las Filipinas y las islas Molucas. Su objetivo era recolectar material para el museo de la universidad. A su 75 Willcox, 1912, 299. 76 Crow, 1914, 256-257. 77 Sullivan, 1991, 183-184. 78 La influencia de Worcester trascendió las fronteras norteamericanas, pues según la historiadora filipina Lydia N. Yu-Jose (1992, 24) el gobierno japonés tradujo dos capítulos de uno de sus libros (The Philippines: Past and Present, 1914). 79 Sullivan, 1991, 9, y Sinopoli, 1998.
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regreso a Michigan en 1876, se incorporó al Departamento de Zoología de la universidad.80 En 1886, Steere organizó una expedición a las Filipinas que cambiaría la vida de Worcester. El joven estudiante graduado se interesó tanto en el viaje de su profesor que tomó mil doscientos dólares prestados, avalados por un seguro de vida, para cubrir sus gastos. Componían la expedición, además de Steere, Worcester, Frank Bourns (otro estudiante graduado) y Mateo Francisco, un filipino que había acompañado al profesor de regreso a los Estados Unidos en 1876. Tras un año en las Filipinas, la segunda expedición de Steere regresó a los Estados Unidos en 1888.81 Sin embargo, el creciente interés de Worcester por las islas le llevó a organizar, junto a Bourns, una nueva expedición. Según el historiador estadounidense Peter W. Stanley, la expedición Worcester-Bourns (1890-1893) recorrió las áreas más remotas del archipiélago y «estableció a Worcester —y a Bourns si a éste le hubiese interesado explotarlo— como la única autoridad norteamericana en las Filipinas».82 Tras su regreso a los Estados Unidos, Worcester publicó algunos artículos sobre sus hallazgos científicos en las islas y comenzó a trabajar como profesor en la Universidad de Michigan. La guerra hispano-cubano-norteamericana abrió las puertas a un nuevo periodo en la vida de Worcester, pues en 1898 muy pocos norteamericanos tenían algún conocimiento sobre las Filipinas. Éste aprovechó ese vacío para desarrollar una carrera de experto, que se inició en los últimos meses de 1897 con una serie de conferencias y la publicación de varios artículos sobre sus experiencias en las Filipinas.83 Según Sullivan, Worcester alcanzó una gran «exposición pública» gracias a que, entre abril y octubre de 1898, fueron publicados seis artículos de su pluma en diversos periódicos norteamericanos. Worcester decidió entonces aprovechar su reciente popularidad y la necesidad de información sobre las Filipinas para publicar un libro basado en las cartas que le escribiera a su familia durante su expedición. Tales eran las posibilidades comerciales que dos compañías editoras norteamericanas —Century Co. y McMillan— compitieron por 80 Ibíd., 10. 81 Ibíd., 13-25. 82 Stanley, «‘The Voice of Worcester is the Voice of God,’ How One American Found Fulfillment in the Philippines», en Stanley, 1984, 121; TA. 83 Ibíd. De acuerdo con Sullivan (1991, 31-32), la primera conferencia pública de Worcester fue en el Unity Club de la ciudad de Ann Arbor en noviembre de 1897. En octubre de ese mismo año publicó su primer artículo titulado «Spanish Rule in the Philippines», en la revista Cosmopolitan.
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su publicación. McMillan se impuso y publicó la obra en octubre de 1898 con el título de The Philippines Islands and their Peoples. Fue un éxito de ventas inmediato, por lo que fue reeditada en noviembre y diciembre de 1898 y enero de 1899. Esos meses fueron un periodo crucial en la creación de conocimiento sobre las Filipinas, dado el gran debate que generó en los Estados Unidos la ratificación del Tratado de París, que puso fin a la guerra hispano-cubano-norteamericana.84 Entre 1898 y 1899 Worcester publicó, además de sus libros, un grupo de artículos periodísticos en los que, según su biógrafo, desarrolló «una influyente versión de la historia [filipina], que legitimó tanto la adquisición como la administración de las Filipinas por los Estados Unidos».85 Todo ello nos permite concluir que Worcester fue uno de los principales artífices del conocimiento norteamericano sobre las islas desde el comienzo mismo del control estadounidense.86 Con ayuda de James Burill, presidente de la Universidad de Michigan, Worcester se entrevistó con el presidente William McKinley en diciembre de 1898. De acuerdo con Stanley, McKinley quedó tan impresionado con el joven profesor que consideró nombrarle su representante personal en las Filipinas, pero cambió de idea y terminó nombrándolo miembro de la primera Comisión Filipina, también conocida como la Comisión Schurman. Su nombramiento como comisionado convirtió oficialmente a Worcester en el «experto norteamericano en las Filipinas».87 Gracias a su ambición, conocimiento y contactos en las islas, se convirtió en la figura dominante de la Comisión, y su influencia y «autoridad» se dejaron sentir, sobre todo, en el informe redactado por ésta. En su tesis doctoral, Paul A. Kramer cita un artículo de la revista Harper Weekly´s que deja ver esta influencia sobre la Comisión y su informe. Según la revista, «el testimonio de un hombre como ese [Worcester] no era simple habladuría política, sino una declaración académica y sentimental».88 Así pues, la revista le reconocía como la máxima autoridad norteamericana en temas filipinos. 84 El Tratado de París fue ratificado por el Congreso norteamericano el 6 de febrero de 1899, tras un intenso debate. Brinkley, 2005, 632-634. 85 Ibíd., 184. 86 Ibíd., 32. 87 Ibíd., 32 y 35-39, y Stanley, «‘The Voice of Worcester is the Voice of God,’ How One American Found Fulfillment in the Philippines», en Stanley, 1984, 95; TA. La comisión fue creada para investigar las condiciones de las islas y hacer recomendaciones. Ver nota 29. 88 La presencia de Worcester en la Comisión reforzó su legitimidad y autoridad y dio carácter científico a su informe. Según Kramer, «la palabra de Worcester como científico desplazó las efímeras palabras de otros, especialmente aquellas de los anti-imperialistas». Kramer, 1998, 84; TA.
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Tal era el peso de la figura de Worcester que fue el único comisionado que pasó a formar parte de la segunda Comisión de las Filipinas, nombrada por McKinley en 1900.89 Una vez organizado el primer gobierno civil de Filipinas, pasó a ocupar la Secretaría del Interior. Durante sus doce años como oficial colonial, fue la «personalidad dominante» en el gobierno de las islas. Como s ecretario del Interior, estuvo a cargo de todo lo relacionado con la salud, la ciencia, los bosques, la tierra y, especialmente, las «tribus» no civilizadas.90 En 1912, la victoria del Partido Demócrata norteamericano y la elección de Woodrow Wilson como nuevo presidente acabaron con el control del Partido Republicano sobre los asuntos filipinos y con la carrera colonial de Worcester. Un año más tarde, éste salió del gobierno colonial y se incorporó a la American-Philippine Company, una compañía creada para promover la inversión norteamericana. Tras largos años de ausencia, Worcester regresó a los Estados Unidos e inició una campaña pública en contra de la independencia filipina. Para ello se embarcó en una exitosa gira de conferencias por todo el país haciendo uso de una extensa colección de fotos tomadas durante su gestión como secretario del Interior. Worcester publicó también un segundo libro titulado The Philippines: Past and Present (1914). Su biógrafo resalta el impacto de esta campaña y la influencia e importancia de su figura, El volumen y la variedad del material que [Worcester] presentó al público norteamericano es extraordinario: además de un libro de dos volúmenes, una cantidad numerosa de fotos, entrevistas periodísticas, películas, conferencias ilustradas, un informe oficial y abundante evidencia entregada a un comité senatorial. La figura dominante era el propio Worcester, en control, autorizado, ofendido y empeñado en su reivindicación».91
En 1915, Worcester regresó a las Filipinas y se convirtió en administrador de una fábrica de aceite de coco. Su regreso no estuvo libre de controversias dado el sentimiento público en su contra, especialmente por 89 La llamada Comisión Taft fue creada por McKinley el 16 de marzo de 1900 y estaba presidida por otra figura de gran importancia en el desarrollo de las políticas coloniales norteamericanas a principios del siglo, William H. Taft. Sullivan, 1991, 95. 90 Ibíd., 98. De acuerdo con Lewis Gleeck, Worcester fue «el hombre más influyente en las Filipinas entre 1901-1912». Gleeck, 1976. Citado por Sullivan, 1991, 99; TA. 91 Ibíd., 178. Énfasis añadido; TA.
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su abierta y enconada oposición a la independencia y sus actitudes racistas. Worcester murió en 1924 como un hombre rico y repudiado por los beneficiarios de su altruismo. EL EXPERTO En un periodo corto de tiempo Worcester logró insertarse en el imaginario cultural e ideológico norteamericano como el experto por excelencia en asuntos filipinos. A través de su primer libro, sus conferencias y presentaciones, Worcester se construyó a sí mismo no sólo como un creador de verdades, sino también como el poseedor de conocimiento científico sobre las islas y sus habitantes. Esto hace necesario que, antes de adentrarnos en el análisis de su primer libro, abordemos cómo legitimaba su condición de experto en temas filipinos. Para ello, Worcester recurría a lo que la crítica literaria norteamericana Mary Louis Pratt ha denominado como la anti-conquista (anti-conquest) de los escritores de libros de viajes, es decir, a «las estrategias usadas por los burgueses europeos para declarar su inocencia al mismo tiempo que afirmaban» su hegemonía. En su gran trabajo sobre literatura de viaje titulado Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Pratt afirma que, desde mediados del siglo XVIII, los viajeros europeos se describieron así mismos como observadores imparciales, no como agentes de la expansión colonial de sus respectivos países en Asia, África o América. En este proceso de auto-negación que Pratt denomina como la anti-conquista, el viajero es el «observador» (the seeing-man) cuyos «ojos imperiales pasivamente observaban y poseían», no un avanzado estableciendo los primeros contactos coloniales.92 Como los viajeros descritos por Pratt, Worcester recurre en su primer libro a «estrategias de inocencia», alegando que sus descripciones eran producto de la observación científica, sin intereses personales o nacionales. Las imágenes de los filipinos y las Filipinas creadas por Worcester para consumo de sus lectores no eran, según él, el producto de una mente racial o culturalmente prejuiciada, sino de la observación rigurosa de la realidad material. Esta distancia científica, objetiva y mesurada era lo que, en su opinión, le convertía en una fuente confiable y legítima.93 92 Pratt, 1992, 7; TA. 93 A pesar de la alegada naturaleza científica de su expedición a las islas, Worcester (1898, x) reconoce que su compañero de aventura, el Dr. Frank Bourns, sirvió como oficial de inteligencia
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Worcester también explotó el hecho de ser uno de los pocos norteamericanos con conocimiento directo de las Filipinas. En diciembre de 1899, Worcester habló ante unas mil quinientas personas en la National Geographic Society en Washington. En su conferencia, se auto-proclamó experto en asuntos filipinos, alegando que su conocimiento directo de las islas le permitía interpretar correctamente a sus habitantes. Un mes antes, Worcester dictó una conferencia en el Chicago Music Hall y se presentó como un individuo pragmático, «que podía controlar sus emociones» y no sólo conocía los hechos, sino que también poseía «la disposición y la habilidad para interpretar los hechos de forma correcta». Ello era así, porque su «conocimiento se derivaba de la identificación personal», no de información periodística, sino de la conversación diaria con los habitantes del archipiélago.94 En otras palabras, Worcester era un analista de la realidad filipina con un conocimiento directo, mesurado y honesto. Éste no creía saber, o dependía de fuentes secundarias para su conocimiento, sino que sabía de qué hablaba.95 Es necesario reiterar que el libro de Worcester no fue escrito, como él alegaba, desde una perspectiva científica y neutral, sino que formó parte de una campaña a favor de la retención de las islas. Ni sus observaciones ni sus comentarios eran inocentes, sino parte de un proyecto colonial del cual formó parte directa. The Philippines and their Peoples Para analizar la contribución de Worcester a la producción de conocimiento sobre Filipinas nos centraremos por razones prácticas en sus dos libros: en sus más de treinta años de relación con las islas, produjo una buena cantidad de artículos, ensayos e informes, además de entrevistas, charlas y conferencias. Sería una tarea muy ardua pretender analizar toda su obra. Además, la carrera colonial de Worcester no es mi principal inquietud, sino militar del comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses en las Filipinas, lo que a nuestro juicio compromete sus alegatos de objetividad y distancia científica de sus investigaciones allí. 94 Según Sullivan, la audiencia de su conferencia en Chicago recibió la presentación de forma entusiasta. Esta conferencia fue publicada por el diario The San Francisco Chronicle y la revista Harper´s Weekly. Sullivan, 1991, 84-85 y 88. Énfasis añadido; TA. 95 Es necesario reiterar que el libro de Worcester no fue escrito, como él alegaba, desde una perspectiva científica y neutral, sino que formó parte de una campaña a favor de la retención de las islas.
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analizar su contribución al banco de imágenes, estereotipos e ideas sobre los filipinos creado en las tres primeras décadas del siglo XX. Por otra parte, sus dos libros, y en especial el último de ellos, constituyen contribuciones fundamentales para comprender cómo entendieron e imaginaron los norteamericanos las Filipinas y a sus habitantes. El primero de estos libros, The Philippines and their Peoples, fue publicado en 1898 en un contexto muy especial, pues la victoria sobre España había dado vida a un importante mercado para la información y el conocimiento sobre las nuevas posesiones insulares norteamericanas. Por eso no debe sorprendernos la recepción que tuvo la obra de Worcester, pues como ya se ha mencionado antes se publicaron cuatro ediciones en menos de seis meses. Tampoco debe sorprendernos la buena crítica que obtuvo. Tras examinar reseñas publicadas en revistas como The Outlook, Annals of American Academy of Political Science, Political Science Quarterly y The Nation, Sullivan concluye que este libro de Worcester «logró difundir ampliamente en Estados Unidos una vieja imagen imperial sobre los filipinos revitalizada por la ciencia académica». Un gran ejemplo de cómo fue recibido nos lo da la reseña publicada en la revista profesional Annals of American Academy of Political Science. De acuerdo con el reseñador, Worcester dejaba claro que «las Filipinas sólo están preparadas para un gobierno paternal que debe ser administrado con vigor y justicia. Ellos (los filipinos) sólo serían capaces para el autogobierno, especialmente los habitantes del norte de Luzón, tras un largo tutelaje. Las observaciones personales del profesor Worcester dejan bien claro que, por encima de cualquier otra consideración, los filipinos necesitan tres cosas: un gobierno honesto, regulaciones sanitarias y educación».96 En este primer libro Worcester describe y representa las Filipinas y a los filipinos discutiendo cuatro temas principales: el colonialismo español, las posibilidades económicas de las islas, la clasificación de sus habitantes y sus habilidades políticas. No debe ser una sorpresa que no le preste gran atención a los temas estratégicos relacionados con las islas. Esto es así porque su principal objetivo era justificar su retención como colonia norteamericana y los temores estratégicos asociados a las islas no ayudaban en ese sentido.
96 Worcester, 1898, 35-34. Énfasis añadido; TA.
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El imperio malo El colonialismo español jugó un papel muy importante en el primer libro de Worcester, pues éste sostenía que la principal causa del atraso y el subdesarrollo de las islas era el fracaso de dicho colonialismo. Para Worcester, el gobierno español en las Filipinas se había caracterizado por una burocracia excesiva, la corrupción, las influencias personales, la arrogancia y el capricho. La administración colonial española estaba organizada para el beneficio económico de los oficiales coloniales y no para el bienestar de los filipinos, quienes eran explotados a través de un sistema contributivo corrupto e injusto, que además obstruía el progreso y el desarrollo económico del archipiélago. El sistema contributivo colonial era una carga muy pesada para un pueblo que no recibía ningún beneficio a cambio. Worcester concluía que el colonialismo español había sido un obstáculo al bienestar de los filipinos, porque «desde el comienzo hasta ahora, el archipiélago había servido como área de saqueo para una horda de oficiales españoles hambrientos».97 Las Filipinas sólo progresarían si «las islas caen bajo el control de alguna nación progresista».98 Los filipinos Worcester examina a los filipinos desde una perspectiva racista y paternalista. Una de sus principales preocupaciones era dejar claro al pueblo norteamericano que no todos eran salvajes y bárbaros y que, aunque inferiores, eran redimibles y podían ser ilustrados. Worcester divide a la población filipina en ochenta tribus, distribuidas en cuatro grupos raciales: los negritos, los musulmanes o moros, los malayos paganos y los civilizados. En su jerarquía racial, mayor cercanía a la raza blanca era sinónimo de civilización; por consiguiente, sólo los filipinos menos negros podían ser civilizados, mientras que los negritos ocupaban la posición más baja. Este grupo étnico habitaba las zonas boscosas del archipiélago, y los españoles fueron quienes los bautizaron con ese nombre debido a su corta estatura —no mayor del metro y medio—, su pelo rizado y su piel oscura. Los negritos —también conocidos como aetas o itas— eran nómadas, que vivían de la caza y mantenían muy poco 97 Ibíd., 235-236 y 470; TA. 98 Ibíd., 75. Énfasis añadido; TA.
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contacto con los otros habitantes del archipiélago. Hoy en día constituyen el 0,5% de la población filipina y viven repartidos en las islas de Luzón, Panay, Negros y Mindanao.99 Para Worcester, los negritos no sólo eran feos y repugnantes, sino también «incapaces para la civilización, pero éste era un hecho de menor importancia pues estaban desapareciendo rápidamente y parecían destinados a una rápida extinción». Sólo los malayos podían ser civilizados porque no eran negros, sino orientales y, por ende, más cercanos a la raza blanca.100 Worcester también trató sobre los pueblos no cristianos, especialmente sobre los moros. Creía que la mejor forma de lidiar con los musulmanes era mediante una combinación de severidad y benignidad. Para ello era necesario dejarles practicar libremente su religión y tratarles con «justicia absoluta y con implacable firmeza». Por su parte, los filipinos paganos eran totalmente diferentes al resto de la población, pues algunos eran «inofensivos y dóciles» y otros totalmente hostiles al hombre blanco. Con ellos era necesario, según él, ser completamente justos y así superar su desconfianza y hostilidad.101 El colonialismo español jugó un importante papel en el análisis de Worcester sobre los filipinos civilizados, pues dicho colonialismo era el responsable de su nivel de civilización, pero también de sus limitaciones políticas e intelectuales. Si los filipinos disfrutaban de un grado de civilización era, en mayor o menor grado, gracias al trabajo de los misioneros españoles en las islas. Sin embargo, esa labor se había quedado corta por culpa del egoísmo y la codicia de los oficiales coloniales. Como los filipinos eran como niños, necesitaban de un padre que les guiara a través de los «misterios» de la civilización. Desafortunadamente, España había sido incapaz de tal labor. Worcester consideraba a los filipinos seres inferiores moral y físicamente, y aunque podían ser educados, como habían sido víctimas del colonialismo español, «algunos de ellos eran sin lugar a dudas estúpidos». Asimismo carecían de originalidad, y prueba de ello era que no habían producido una contribución científica, literaria o artística de importancia. 99 Cabrero, 2000, 87-88. 100 Worcester, 1898, 473. 101 Ibíd., 474. Worcester identifica como paganos a los pobladores del archipiélago con una religiosidad animista, que poseían un nivel cultural más atrasado que los musulmanes y los cristianos, y a quienes se les adjudicaban prácticas como el canibalismo y la caza y reducción de cabezas humanas.
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Además, su disolución moral podía ser explicada, según Worcester, por el hecho de que no tenían «un sentido de culpa y no podían entender ser castigados por lo que en sus mentes no constituye una ofensa».102 Como buen hijo de su momento histórico, Worcester igualaba raza y civilización, es decir, creía que la capacidad intelectual y moral de los seres humanos estaba determinada racialmente.103 Consideraba que la raza blanca era indiscutiblemente superior y que la inferioridad de los filipinos estaba determinada por su condición de orientales. Para él, su inteligencia era producto del mestizaje, especialmente con la raza blanca. Los comentarios del colonialista norteamericano sobre la impresión que le causó un miembro del gabinete del sultán Harun pueden ilustrar su visión racial de los filipinos: «en nuestra visita al sultán Harun conocimos a su Ministro de Justicia, un hombre muy inteligente, quien luce como si tuviese sangre blanca en sus venas».104 En cuanto a sus capacidades económicas, Worcester consideraba a los filipinos como «irresponsables en asuntos financieros» e indolentes, pero no sin posibilidad de redención.105 A pesar de todas las «características amables» que poseían, Worcester concluye que no estaban preparados para el autogobierno. De acuerdo con él, La falta universal de educación es una dificultad que no puede ser superada rápidamente y hay mucho de cierto en la afirmación de un sacerdote, que dijo de ellos (los filipinos civilizados) que en muchas formas eran como niños.106
El énfasis de Worcester en su capacidad para ser rescatados de su inferioridad racial y moral no es un accidente, sino un elemento básico de la justificación del colonialismo norteamericano en las Filipinas. Si a pesar de esta supuesta inferioridad racial, no eran social y culturalmente redimibles, entonces ¿cómo iba a ser posible justificar una política colonial vestida de labor civilizadora? En la representación que hace Worcester de las islas, 102 Ibíd., 475-478. Describía también a los filipinos como hospitalarios y con un gran sentido de familia. Según él, los niños eran muy respetuosos con sus padres y las mujeres disfrutaban de una libertad mayor de la que disponían las europeas y «rara vez abusaban de ésta». Ibíd., 479; TA. 103 Ver nota 19. 104 El Sultán Harun era un líder político musulmán reconocido por las autoridades coloniales españolas. Worcester, 1898, 198. Énfasis añadido; TA. 105 También les describe como jugadores, supersticiosos e ignorantes. Ibíd., 1898, 57, 75, 134135, 272-273, 475-478 y 482; TA. 106 Ibíd., 482.
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sus habitantes sólo pueden ser elevados moral, cultural y materialmente por el altruismo norteamericano. Por lo tanto, retener el control de las islas y ayudar a su habitantes era una responsabilidad moral que los Estados Unidos no debían evitar. La mejor manera de ilustrar lo que pensaba Worcester sobre la capacidad de salvación de los filipinos es viendo cómo describió a uno de sus acompañantes en sus aventuras filipinas. En las dos expediciones que realizó a las islas estuvo acompañado por Mateo Francisco, un filipino que viajó a los Estados Unidos con el Dr. Steere en 1874, y donde vivió trece años antes de regresar a su país como parte de la expedición organizada por Worcester y Bourns. Según Worcester, su estadía en los Estados Unidos le convirtió en un hombre civilizado, es decir, en un ciudadano «sobrio», «disciplinado», «callado», «trabajador» y «honesto». En otras palabras, Mateo Francisco era la prueba de la «capacidad para mejorarse que poseía el nativo promedio». A pesar de que Worcester afirma que «nuestro muchacho» no era un sirviente, sino un acompañante, es evidente su paternalismo y racismo. Para él, Mateo Francisco era un ejemplo de la influencia positiva de la cultura y forma de vida norteamericanas.107 Como él, las Filipinas podrían progresar y elevarse, pero sólo a través del contacto con una nación excepcional como los Estados Unidos. THE PHILIPPINES: PAST AND PRESENT El trasfondo El segundo libro de Worcester, The Philippines: Past and Present, fue publicado en 1914, en un contexto totalmente diferente al primero. Tras casi dieciséis años de gobierno norteamericano, Worcester vio con preocupación como el futuro de las islas fue puesto en peligro por circunstancias que estaban totalmente fuera de su control. En otras palabras, el segundo libro es una reacción a la elección de Woodrow Wilson en las elecciones de 1912, al inicio del programa de filipinización del gobierno de las islas, a la publicación del libro del juez James H. Blount y a los proyectos independentistas introducidos en la Cámara de Representantes por William A. Jones (Demócrata-Virginia).108 La peor pesadilla de Worcester era que los 107 Ibíd., vii; TA. 108 Worcester, 1914a.
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ciudadanos norteamericanos perdieran interés por su colonia asiática y que ello llevara al fin del control estadounidense de las Filipinas. La división del Partido Republicano en las elecciones presidenciales de 1912 permitió la victoria de los demócratas poniendo fin a la llamada Era Taft, es decir, al dominio republicano de la política hacia las Filipinas. Se inició así un nuevo periodo, lleno de interrogantes, en la historia de las relaciones filipino-norteamericanas. El compromiso histórico de los demócratas con la independencia de las islas llevó a filipinos y norteamericanos a preguntarse qué actitud asumiría la administración de Wilson al respecto. Los nacionalistas filipinos creían que la victoria demócrata supondría su independencia. Los norteamericanos que se oponían a ella, como Worcester, vieron con horror tal posibilidad e identificaron a Wilson como una amenaza no sólo a su influencia e intereses personales, sino también para lo que consideraban que era la labor estadounidense en las islas.109 En ese sentido, The Philippines: Past and Present es una obra que busca reivindicar a su autor y cuestionar la política de los demócratas. Uno de los cambios introducidos en las Filipinas por los demócratas fue el llamado programa de filipinización del servicio público. Bajo el liderato del primer gobernador demócrata de las islas Francis B. Harrison, la administración del presidente Wilson sustituyó una buena parte de los oficiales coloniales norteamericanos con funcionarios filipinos, reservándose el control de la seguridad y defensa del archipiélago. El programa de filipinización fue duramente criticado por los republicanos y los defensores del colonialismo.110 Para sus críticos, la filipinización del gobierno de las islas echaba a perder la labor norteamericana porque ponía la administración en manos de personas que no estaban capacitadas para ejercer tal responsabilidad. En su libro, Worcester reacciona de forma airada contra esta medida, que consideraba disparatada y peligrosa. En 1912, James Blount, un veterano de la guerra filipino-norteamericana y ex juez de la Corte Federal de las Filipinas, publicó un libro titulado American occupation of the Philippines, 1898-1912, que provocó la reacción de colonialistas como Worcester. En su libro, Blount atacaba la mitología oficial del colonialismo y apoyaba la independencia del archi109 Para una análisis más profundo del significado de las elecciones de 1912 pueden consultarse Brands, 1992, 104-107, y Golay, 1997, 162-165. 110 Brands, 1992, 104-110.
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piélago como un paso necesario para que los Estados Unidos enmendasen sus pecados coloniales y se reconciliaran con su misión y destino nacional. En gran medida, el segundo libro de Worcester es una respuesta a los argumentos de Blount. Worcester también reacciona en contra de los proyectos independentistas del representante William A. Jones. En 1911, Jones presentó un primer proyecto que proponía incrementar gradualmente el control filipino del gobierno de la islas hasta la concesión de la independencia el 4 de julio de 1921. Este proyecto fue recomendado favorablemente por el Comité de Asuntos Insulares de la Cámara de Representantes, lo que constituyó un momento histórico, pues era la primera vez que un comité del Congreso apoyaba la independencia. Aunque fue aprobado por la Cámara, el Senado lo dejó morir. El segundo proyecto Jones fue presentado en agosto de 1914 y también proponía el aumento del gobierno propio de los filipinos. Este proyecto fue muy controvertible, pues en su preámbulo contenía un compromiso con la concesión de la independencia «tan pronto fuera establecido un gobierno estable» en las islas. Lo impreciso de esta promesa abrió las puertas a un choque de interpretaciones entre filipinos y norteamericanos.111 Worcester buscaba cuestionar la posible concesión de la independencia levantando serias dudas sobre la capacidad política de los filipinos. En su libro, Worcester alegaba que su único objetivo era «decir la verdad evidente y dura, independientemente de cómo esto afectase al futuro de su carrera». Según él, sólo quería compartir su conocimiento para iluminar a los norteamericanos en temas tan importantes como la independencia de las islas. En otras palabras, el creador de verdades por excelencia, la máxima autoridad en temas filipinos, creyó necesario intervenir para salvar el legado del colonialismo norteamericano iluminando a sus compatriotas con su conocimiento. Sólo aquellos que como él conocieran la verdad sobre las Filipinas podrían juzgar la labor estadounidense y decidir qué era lo mejor para los filipinos; pero no cualquier verdad, sino la verdad científica fruto de la observación directa y desapasionada que sólo Worcester podía suministrar. Éste no crea esa verdad, sino que la posee.112 En resumen, el libro The Philippines: Past and Present no es sólo una apología del colonialismo norteamericano de más de mil páginas dis111 Golay, 1997, 147 y 184-186. Énfasis añadido; TA. Para un análisis del debate acerca de la independencia filipina en la década de 1910 consúltese Beadles, 1968, 421-441. 112 Worcester, 1914a, 14-15.
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tribuidas en dos gruesos volúmenes, sino el testamento de un colonialista convencido. Los peligros Una de las primeras cosas que salta a la vista, tras lectura de The Philippines: Past and Present, es la ausencia de elementos estratégicos. Temas como la amenaza japonesa, la llamada «amenaza amarilla», y el significado estratégico de las Filipinas para los Estados Unidos están ausentes en el análisis de Worcester. ¿Por qué no le prestó atención a estos temas? ¿No estaba interesado en los posibles riesgos geopolíticos asociados a la retención de las islas? ¿Estaba evitando temas incómodos que no favorecían su defensa del colonialismo norteamericano? En otras palabras, ¿entendió Worcester que las Filipinas exponían y debilitaban estratégicamente a los Estados Unidos y optó por evadir el tema? La evidencia examinada deja claro que éste sí entendió los riesgos asociados al control de las islas, pero estaba dispuesto a asumirlos porque consideraba que el potencial moral y económico de la retención de las Filipinas justificaba los posibles peligros. Además, consideraba que huir de las islas para evitar problemas con Japón dañaría la imagen y el estatus internacional de los Estados Unidos.113 La principal preocupación del colonialista norteamericano no era proteger las Filipinas de los peligros externos, sino de las amenazas internas que las acechaban. Para él, el principal peligro que enfrentaba el archipiélago no eran los japoneses, sino la posibilidad de la independencia. En su esquema mental, la bandera norteamericana era la única protección con que contaban las masas filipinas. Sin ella, las islas perderían la paz, el orden y el progreso que habían llevado los norteamericanos. La independencia abriría un inevitable periodo de inestabilidad, conflicto y violencia . Sólo los estadounidenses eran capaces de proteger a los pobres de los ricos, a los moros de los cristianos, a los cristianos de los moros, a los paganos de los cristianos, etc. En su mente colonialista, los filipinos eran incapaces de hacer nada bueno sin la supervisión paternal de los norteamericanos. En conclusión, Worcester se oponía a la independencia porque estaba convencido de que ésta iba en contra del bienestar de los filipinos.
113 United States Congress, Senate, Committee on the Philippines, 1914, 337.
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La esclavitud El tema de la esclavitud jugó un papel muy importante en la campaña que Worcester llevó a cabo en contra de la independencia. En 1913, redactó uno de sus últimos informes como miembro del gobierno colonial de las islas, titulado Slavery and Peonage in the Philippine Islands.114 En él afirmaba que, tras diez años de soberanía norteamericana, la esclavitud seguía siendo una práctica común y normal en las Filipinas. Esta seria acusación causó una gran controversia tanto en las islas como en los Estados Unidos. Según Sullivan, el informe recibió gran publicidad en la prensa norteamericana, que aceptó sin cuestionamientos los planteamientos de Worcester.115 Para los nacionalistas filipinos, estas acusaciones representaron un grande y serio peligro dado su impacto en la discusión sobre la independencia. Para combatir el daño hecho por Worcester, la asamblea legislativa filipina preparó un reporte titulado Informe sobre la esclavitud, que al estar escrito en castellano tuvo muy poco impacto en los Estados Unidos. Además, este informe carecía, según Michael Salman, de los «poderes institucionales del colonialismo, la ciencia y su superioridad como miembro de la raza blanca» que legitimaban a Worcester.116 En The Philippines: Past and Present, Worcester continuó con lo que había iniciado en su famoso informe, usando el tema de la esclavitud para perjudicar la campaña a favor de la independencia. Para ello, dedicó todo un capítulo de su libro a desarrollar sus acusaciones en torno a la práctica de la esclavitud, que —según él—sobrevivía gracias a la actitud irresponsable de la legislatura filipina, que no hacía nada para suprimirla. Sólo el gobierno colonial había enfrentado el problema y logrado acabar con la esclavitud en las áreas bajo su control exclusivo, es decir, los territorios no cristianos del archipiélago. A los líderes filipinos no sólo no les preocupaba que sus compatriotas fuesen víctimas de la esclavitud, sino que criticaban severamente a cualquiera, Worcester incluido, que mencionase o tratase 114 Worcester, 1913. Para un excelente análisis de la esclavitud en las Filipinas durante el colonialismo norteamericano se debe consultar Salman, 2001. 115 Las acusaciones de Worcester no sólo fueron aceptadas, sino que demostraron una gran persistencia en los medios norteamericanos a pesar de la campaña de los filipinos para combatirlas. Libros sobre las Filipinas publicados en las décadas de 1920 y 1930 reprodujeron íntegramente dichas acusaciones. Según Sullivan (1991, 171), en 1950 Bruno Lasker citó de forma extensa y sin críticas los planteamientos de Worcester en su libro titulado Bondage in Southeast Asia. 116 Salman, 2001, 264; TA.
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de resolver el problema. Tal actitud era muestra de que las Filipinas no podrían establecer y mantener un gobierno civilizado, justo y humano, por lo que no se les debía conceder su independencia.117 Una relación especial El futuro de los filipinos no cristianos era una de las grandes preocupaciones de Worcester y otra razón para rechazar la independencia. Para él, era imposible la coexistencia pacífica de los diversos grupos religiosos y culturales que habitaban el archipiélago. Por ende, la independencia abriría un inevitable periodo de inestabilidad política y guerra civil, porque los moros jamás aceptarían ser parte de una republicana cristiana. Además, los paganos serían víctimas de la actitud inmisericorde de los cristianos. Worcester completa este cuadro describiendo a los filipinos cristianos como una raza débil, que necesitaba la protección de los Estados Unidos para evitar una invasión y conquista musulmanas, y concluía que los norteamericanos tenían una responsabilidad moral que estaba por encima de cualquier aspiración política de los filipinos: mantener el control de las islas para garantizar la paz y el orden. De cometerse la terrible equivocación de conceder la independencia, los Estados Unidos debían retener el control sobre los territorios musulmanes. Esta sería la única forma de controlar la agresividad y violencia de los moros.118 Las llamadas tribus «salvajes» jugaron un papel muy importante en la carrera colonial de Worcester, pues éste se presentó no sólo como la máxima autoridad norteamericana sobre los paganos filipinos, sino también como su principal protector y amigo.119 Es por ello que no debe sorprendernos que los paganos fueran una pieza clave en su defensa del colonialismo. De acuerdo con él, los norteamericanos debían tener en cuenta el tema de 117 Worcester, 1914a, 679 y 704. 118 Ibíd., 224-229. 119 Sesenta años después de la muerte de Worcester, su biógrafo, R. J. Sullivan, nos brinda un excelente ejemplo de la durabilidad e influencia de la imagen del colonialista estadounidense como salvador de los filipinos salvajes. Según él, «No hay duda del amor de Worcester por el salvaje desnudo, su entusiasmo por el estudio científico de esas tribus y su preocupación por su bienestar». Sullivan, 1991, 162; TA. El biógrafo olvida o pasa por alto el paternalismo, racismo y colonialismo que servían de fondo a la supuesta relación especial que existió entre Worcester y los filipinos paganos. Para un buen ejemplo de la verdadera dimensión de la relación entre Worcester y sus «protegidos» se puede consultar su artículo «Head-Hunters of Northern Luzon». National Geographic, 23/9, 1912, 833-930.
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la población no cristiana al debatir el futuro político de las Filipinas, porque la seguridad y bienestar de éstas eran una responsabilidad directa de los Estados Unidos. Worcester alegaba que los filipinos cristianos nunca habían demostrado interés en el bienestar de sus vecinos salvajes. Por el contrario, no sólo los habían explotado y esclavizado durante siglos, sino que habían rechazado y se habían opuesto a las medidas tomadas por los norteamericanos a favor de las tribus salvajes de las islas.120 Como en el caso de los musulmanes, el altruismo norteamericano había generado una relación especial entre los filipinos paganos y los Estados Unidos, que sería traicionada si se concedía la independencia a las islas, pues los paganos confiaban y apoyaban al gobierno colonial. Esa supuesta relación especial le sirve a Worcester para identificar el colonialismo norteamericano con los más débiles, con los más vulnerables, con los menos civilizados. Ellos eran los principales beneficiarios del altruismo estadounidense y, por ende, serían los principales perjudicados si se abandonaban las islas. Ellos eran la principal razón por la que los Estados Unidos no debían abandonar las Filipinas. Una vez más, el imperialismo estadounidense es representado como un instrumento de justicia, paz y progreso. El colonialismo ilustrado Worcester era un fiel creyente de la idea de un colonialismo ilustrado en las Filipinas. Para él, la presencia norteamericana no sólo había significado paz, orden y progreso, sino también mejores condiciones sanitarias y de salud pública, mejores comunicaciones, un mejor sistema judicial y una administración eficiente. Lo que estaba en juego era el futuro de esa obra ante la amenaza de la posible independencia. Worcester no creía que dicha obra estuviese completa ni que los filipinos estuviesen capacitados para hacer avanzar las islas, porque la fuerza motriz detrás del progreso filipino era la presión civilizadora de los Estados Unidos. Sin esa presión, los filipinos serían víctimas de la apatía, la violencia, el desorden y terminarían destruyendo la obra civilizadora de los norteamericanos. La independencia iba en contra —sostenía Worcester— de los mejores intereses de los filipinos y éstos eran incapaces de entenderlo. Era responsabilidad de las autoridades norteamericanas hacerles ver la realidad y recordarles qué era lo mejor para ellos. 120 Worcester, 1914a, 661-662.
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La historia filipina En The Philippines: Past and Present, Worcester rechazó la existencia de una nación filipina, negó la creación de la república organizada por Aguinaldo en 1898, ignoró el papel jugado por los filipinos en la derrota de España, minimizó la responsabilidad de los norteamericanos en el estallido de la guerra filipino-norteamericana y cuestionó el apoyo popular filipino a la independencia. En otras palabras, Worcester rechazó todo elemento de la historia filipina y de las relaciones filipino-norteamericanas que cuestionara su representación del colonialismo norteamericano como un instrumento de progreso, paz y orden. La negación de la existencia de un pueblo o nación filipina fue un elemento central en el discurso de Worcester. Para él, las islas no estaban habitadas por un pueblo homogéneo, sino por un grupo de tribus con profundas diferencias culturales, lingüísticas y raciales. Los filipinos no eran un pueblo «en el sentido que esa palabra es entendida en los Estados Unidos. Ellos no son comparables en ninguna forma al pueblo norteamericano o al pueblo británico. No se les puede considerar como un todo y no pueden responder como un todo».121 Por lo tanto, la independencia debía ser pospuesta hasta que se superara la heterogeneidad endémica de las islas con la ayuda y supervisión de los norteamericanos. Worcester veía el colonialismo como un prerrequisito para la independencia, pues sólo los norteamericanos eran capaces de construir una nación en las Filipinas. El análisis de la guerra con España dio a Worcester la oportunidad de negar las acusaciones levantadas por los nacionalistas filipinos. Éste se concentró en dos asuntos: la supuesta promesa de independencia hecha por oficiales navales y diplomáticos norteamericanos a Aguinaldo, y el papel que jugaron los filipinos en la derrota de España. El primero de los temas era crucial, pues si, como alegaban los filipinos, representantes del gobierno norteamericano les habían prometido la independencia a cambio de su apoyo contra los españoles, entonces era cierto que la anexión de las Filipinas había sido un acto de traición. Worcester negó estas acusaciones basado en el uso de fuentes primarias, especialmente en el libro del capitán Charles R. Taylor The Philippine Insurrection,122 y del testimonio del almirante Geor121 Ibíd., 938 y 960; TA. 122 Taylor fue un oficial de inteligencia que compiló una gran cantidad de documentos capturados a los filipinos durante la guerra filipino-norteamericana. En 1906, estos documentos fueron publicados
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ge Dewey ante un comité del Congreso Federal. Según el colonialista norteamericano, Aguinaldo mentía para justificar su injustificada y traicionera rebelión contra los Estados Unidos. El líder filipino usó la teoría de la promesa de independencia para conspirar contra las autoridades norteamericanas. Aguinaldo puso en práctica un plan: esconder sus alegaciones contra las autoridades norteamericanas para que éstas no pudieran desmentirlas y así tener tiempo para engrandecer su ejército. Cuando se sintió lo suficientemente fuerte, entonces «amenazó abiertamente con una guerra si sus pretensiones no eran reconocidas». Según Worcester, los filipinos estaban usando, o pretendían usar, a los norteamericanos para lograr algo que solos no eran capaces de hacer: expulsar a España.123 Por lo tanto, los filipinos no eran aliados ni amigos de los Estados Unidos, sino unos traidores y oportunistas. Worcester manipula la historia filipina de forma extrema, pues no reconoce que la lucha independentista comenzó mucho antes de la victoria de Dewey. Además, olvida que los filipinos no escondieron su agenda independentista, que hasta llegaron a proclamar una república el 14 de junio de 1898 e invitaron a Dewey a la ceremonia de proclamación. Al contrario de lo que plantea Worcester, en enero de 1899 los oficiales norteamericanos debían tener muy claro las aspiraciones políticas de Aguinaldo y sus seguidores. Worcester también negó que los filipinos hubiesen jugado un papel de importancia en la derrota de las fuerzas españolas. Según él, «Dewey pudo haber tomado la ciudad (Manila) en cualquier momento de haber tenido las tropas para ocuparla». Para él, sólo las fuerzas navales y militares norteamericanas eran responsables de la victoria, pues ignora o trata como invisibles a los miles de soldados filipinos que cercaron Manila y facilitaron la derrota española. Worcester también restó cualquier valor o utilidad militar a las fuerzas rebeldes filipinas, pues las reduce a un grupo de bandidos que sólo querían saquear la capital del archipiélago. Con ello despolitizó y desradicalizó la lucha por la independencia. En su opinión, los filipinos no estaban luchando por su independencia, no eran combatientes por la libertad (freedom fighters), sino bandoleros indisciplinados buscando su beneficio económico. Por el contrario, los soldados norteamericanos eran una fuerza disciplinada y civilizada, cuyo único objetivo era liberar a las Filipinas del por el gobierno de los Estados Unidos y pasaron a ser una de las fuentes primarias más influyentes en la interpretación norteamericana de la guerra en las Filipinas. Taylor, 1906. 123 Worcester, 1914a, 65-66 y 97; TA.
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coloniaje español. En su recreación de la historia, el ejército norteamericano derrotó a los españoles y protegió Manila y a sus habitantes de la barbarie, violencia y avaricia de los rebeldes filipinos. En otras palabras, la toma de Manila no fue una operación bélica, sino una acción policíaca.124 El tema de la república filipina era escabroso para los enemigos de la independencia, pues abría las puertas a acusaciones muy serias y duras contra los Estados Unidos. Los nacionalistas filipinos y sus amigos norteamericanos acusaban al ejército de haber destruido la primera república cristiana de Asia para imponer el colonialismo norteamericano en las Filipinas. Esto obligó a los imperialistas, Worcester incluido, a negar la existencia de tal república de 1898. En The Philippines: Past and Present, su autor discute extensamente este tema afirmando que tal república nunca existió porque el gobierno creado por Aguinaldo no estaba basado en el consentimiento de los filipinos, sino que era una oligarquía militar, «impuesta al pueblo por hombres armados y sostenida, especialmente en sus últimos días, por el terrorismo y el asesinato».125 Además, los rebeldes no podían organizar una república porque no sabían lo que era. Lo que organizó Aguinaldo fue una dictadura militar, que no contaba con el apoyo de los filipinos, quienes nunca se vieron como ciudadanos, sino como súbditos. Por último, el colonialista norteamericano niega cualquier carácter democrático a la república de 1898, pues alega que el gobierno organizado por los rebeldes sólo representaba a un sector minoritario, los tagalos,126 y concluía que, al contrario 124 Ibíd., 86. 125 Worcester discute el tema de la república filipina en los capítulos 5, 6 y 8. Ibíd., 921-922; TA. 126 Ibíd., 252. Como parte de su negación de la existencia de una república filipina, Worcester critica un informe escrito por dos militares norteamericanos en 1898. En octubre y noviembre de ese año, el soldado W. E. Wilcox y el cadete marino L. R. Sargent viajaron a través del territorio controlado por la república filipina organizada por Aguinaldo y escribieron un informe relatando sus experiencias. En su reporte, plantearon que la «autoridad de Aguinaldo era universalmente reconocida» en los territorios que ellos recorrieron; además, alabaron la libertad de movimiento de la que disfrutaron y la paz y orden que encontraron a su paso. No debe sorprendernos que Worcester rechazara duramente las observaciones de ambos. Según él, los filipinos autorizaron el viaje de los dos militares porque sabían que Wilcox y Sargent escribirían un informe positivo; desafortunadamente, no explica cómo supieron de antemano los nacionalistas filipinos el contenido del informe que iban a escribir. Worcester también argumenta que los dos militares fueron víctimas de un montaje de los nacionalistas, quienes limpiaron las calles y pintaron los edificios para impresionarles. Por último, cuestiona los planteamientos de Wilcox y Sargent observando que ninguno de ellos hablaba los dialectos filipinos y, por tanto, no podían entender «la siniestra realidad de lo que había ocurrido y estaba ocurriendo en el territorio que habían visitado». Así pues, no sólo habían sido engañados y manipulados por los filipinos, sino que también carecían del conocimiento necesario para entenderlos. En otras palabras, no eran expertos como Worcester y, en consecuencia, no tenían acceso a la verdad. Worcester, 1914a, 152-156; TA.
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de lo que alegaban algunos, las tropas norteamericanas no destruyeron la primera república asiática, sino que rescataron a la mayoría de los filipinos de la explotación y opresión de una minoría agresiva y violenta. Una vez más, Worcester transforma el colonialismo norteamericano en una fuerza libertadora. Las causas de la guerra filipino-norteamericana fueron otro tema difícil para los defensores del colonialismo en las Filipinas. Para sus enemigos, las causas de la guerra eran la actitud racista y arrogante de las tropas y la traición de las autoridades norteamericanas, que se negaron a reconocer su promesa de independencia. Como otros imperialistas, Worcester negó estas acusaciones alegando que los norteamericanos habían sido víctimas de la traición y la ambición de los nacionalistas filipinos. Fueron éstos quienes deliberadamente provocaron la guerra para expulsar a los norteamericanos del archipiélago. El ejército norteamericano no era responsable de la guerra, pues fueron los filipinos quienes lanzaron un ataque sorpresa contra las tropas. Según Worcester, habían resistido gallarda y valientemente ante las provocaciones de los filipinos, quienes confundieron la disciplina norteamericana con cobardía. Ello les llevó a cometer el terrible error de atacar a los Estados Unidos.127 Por último, Worcester también analiza el tema de las atrocidades cometidas por soldados estadounidenses. Las fuerzas antiimperialistas atacaron duramente el comportamiento de las tropas norteamericanas, acusándolas de torturar prisioneros, masacrar civiles, profanar templos, cementerios, etc. Las acusaciones en torno a la tortura resultan de particular interés y relevancia, pues se alegaba que los soldados utilizaban para interrogar a prisioneros filipinos un método violento conocido como el water cure, una técnica muy efectiva de tortura que consistía en provocar el ahogo forzando al interrogado a ingerir grandes cantidades de agua. Curiosamente, cien años más tarde se acusaría a tropas norteamericanas de usar métodos similares en Irak. Las denuncias en torno a las atrocidades norteamericanas comenzaron a circular a través de cartas procedentes de las Filipinas y denuncias de veteranos de la guerra, pero fue la prensa la que las convirtió en un tema nacional. Entre 1898 y 1902, periódicos como The New York Times, Boston Evening Transcript, San Francisco Call, The Arena, The New York Sun, Public Opinion, Boston Herald, The Spingfield Republican y otros publicaron 127 Ibíd., 151.
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noticias y cartas de soldados norteamericanos denunciando las atrocidades cometidas en el archipiélago. Esto provocó una gran discusión pública y una investigación en el Congreso.128 Worcester no negó que en ocasiones los rebeldes filipinos habían sido tratados «con severidad e inclusive con crueldad por soldados y oficiales del ejército de los Estados Unidos, pero sin embargo, es indiscutiblemente cierto que nunca antes oficiales y soldados de ninguna nación civilizada se habían comportado tan humanitariamente» bajo condiciones similares a las de la guerra en Filipinas. Worcester revierte la acusación y la dirige contra los filipinos acusándoles de ser crueles y violentos no sólo con prisioneros norteamericanos, sino también españoles. Los combatientes filipinos no eran soldados civilizados, sino asesinos salvajes y despiadados. Su violencia y crueldad no habían desaparecido con el fin de la guerra, pues seguían vivas entre los nacionalistas filipinos. Esto llevaba al norteamericano a preguntarse cómo era posible considerar la posibilidad de la independencia si estaba claro que devolvería las islas al terror y la violencia que caracterizaron a la república filipina de 1898. No debe sorprender a nadie que Worcester olvidara o ignorara que buena parte de esa violencia había sido responsabilidad de los norteamericanos.129 CONCLUSIÓN Los filipinos jugaron un papel crucial en la búsqueda de respuestas de los norteamericanos a las preguntas provocadas por la retención de las Filipinas. Para convertirles en algo inteligible para el público norteamericano, los filipinos fueron clasificados, racializados y representados por los productores norteamericanos de conocimiento. En el proceso, fueron transformados en imágenes, estereotipos e ideas para consumo estadounidense. Los periodistas, escritores, académicos, viajeros y oficiales coloniales y militares norteamericanos no produjeron una imagen homogénea de los filipinos, sino dos retratos enfrentados, que reflejaban la relación conflictiva de los Estados Unidos con su colonia asiática. Uno de esos retratos fue usado para justificar el colonialismo norteamericano, el otro para cuestionarlo. Estas dos representaciones enfrentaban las mismas preguntas, pero 128 Barreto Velázquez, 1997, 2. Para un examen del water cure a la luz de los eventos ocurridos en Irak tras la invasión norteamericana se puede consultar Kramer, 2008. 129 Worcester, 1914a, 730-767 y 922; TA.
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con respuestas opuestas. Tales preguntas reflejaban las ansiedades asociadas al significado, real o imaginado, de las Filipinas para las instituciones políticas, las estrategias, la posición defensiva y las relaciones exteriores de los Estados Unidos. Para quienes apoyaban la presencia colonial en el archipiélago, los filipinos eran niños incapaces de gobernarse a sí mismos y precisaban de la supervisión y protección norteamericanas. Se niega la existencia de un pueblo filipino y se les reduce a un conjunto heterogéneo de tribus incapaces de asumir las responsabilidades asociadas con la soberanía. Los filipinos son representados como una raza inferior, inmadura y vulnerable, que podía ser manipulada fácilmente por la elite económica y política de las Filipinas. En esta representación el colonialismo norteamericano es transformado en una empresa creadora de naciones, en un escudo protector y en una experiencia iluminadora para los filipinos. De tal forma, el imperialismo estadounidense es camuflado y rediseñado de forma que no violente la mitología fundacional norteamericana, su credo de pueblo escogido y excepcional. Por otro lado, los enemigos del colonialismo produjeron una representación optimista y positiva de los filipinos. Éstos no sólo reafirman la existencia de una nación filipina, sino que representaron a las Filipinas como un pueblo que quería y estaba preparado para controlar su destino sin la intervención de los Estados Unidos. La presencia norteamericana en las islas es fuertemente cuestionada y descrita no como una fuerza liberadora, sino como una empresa colonial y una contradicción para las instituciones y principios de la democracia norteamericana.
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Capítulo 3
Las Filipinas y el debate naval, 1900-1910
«Si alguna nación del mundo conquistase una sola de las islas del archipiélago filipino, nos veríamos obligados a movilizar nuestra flota y a transportar a nuestros soldados unas 7.000 millas para hacer frente allí al enemigo; por el contrario ninguna nación europea podría desembarcar ni un solo regimiento en territorio de los Estados Unidos». Senador Fred W. Carmack (D-Tennessee) 3 de marzo de 1904; TA.
Desde la ratificación del Tratado de París en 1898, poniendo fin oficial a la guerra con España, hasta la aprobación en 1934 de la ley TydingsMcDuffie ‘acabando oficialmente’ con el colonialismo norteamericano en el archipiélago, el Congreso fue el principal agente en la definición de la política sobre las islas gracias al poder que le otorgaban dos fuentes: los casos insulares y la Constitución de los Estados Unidos. En 1901, la Corte Suprema examinó el estatus político de las recién adquiridas posesiones coloniales mediante una serie de importantes decisiones que pasaron a ser conocidas colectivamente como los casos insulares. En el más importante de éstos, Downes v. Bidwell, la corte decidió que las islas obtenidas en la guerra con España eran territorios no incorporados de la nación norteamericana y, por ende, el Congreso tenía poderes plenos sobre éstas. Como los nuevos territorios eran propiedad, pero no parte integral de los Estados Unidos, era el Congreso el que definiría como regía la constitución norteamericana a sus habitantes. Según el gran historiador Walter LaFeber, en 1901 la Corte Suprema reconoció que los habitantes de estos territorios estaban a merced del Congreso.1 De acuerdo con la constitución norteamericana, es el Congreso el que tiene el poder sobre la asignación de fondos del gobierno; esto significa que 1 LaFeber, 1994, vol. 1, 211. Sobre los casos insulares pueden consultarse las siguientes obras: Torruella, 2007b, 283-347; Burnett, 2001, y Sparrow, 2006.
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es el Congreso el que examina y decide el presupuesto de gastos que le somete el poder ejecutivo. En otras palabras, el Congreso tenía poder no sólo sobre el futuro político del archipiélago, sino también sobre asuntos como la defensa, la educación o el transporte. Sin el apoyo económico del Congreso, el colonialismo norteamericano en las Filipinas no habría sido posible. Este enorme poder sobre el futuro de las islas dejó la puerta abierta a una discusión casi continua del problema filipino. Durante más de treinta años, los miembros del Congreso debatieron el futuro de Filipinas como territorio norteamericano usando, como ya hemos dicho, ideas e imágenes producidas por escritores, periodistas, misioneros, viajeros y oficiales coloniales y militares norteamericanos. Es decir, el Congreso fue uno de los principales y más importantes escenarios en la búsqueda de respuestas a las preguntas e inquietudes que la adquisición y retención de las Filipinas provocaron en la sociedad estadounidense. Nuestro objetivo es analizar las discusiones legislativas sobre las Filipinas para entender mejor el desarrollo de las narrativas coloniales y anticoloniales norteamericanas en las tres primeras décadas del siglo XX. Para ello comenzaremos en este capítulo examinando la relación entre el Congreso y el llamado problema filipino. Veremos cómo los legisladores se incorporaron a la discusión nacional y qué factores influyeron en su actitud hacia las islas. Además, identificaremos los rasgos de las narrativas desarrolladas en el Congreso en relación a Filipinas, para luego centrarnos en un grupo de legisladores que se integraron de forma directa en la creación de conocimiento sobre las islas, transformándose en «expertos». Esto nos permitirá echar una ojeada a la relación entre los discursos legislativos y el cuerpo de conocimientos creado por los escritores analizados en los capítulos anteriores. Finalmente, examinaremos la intersección del debate en torno al crecimiento y papel que debía jugar la marina de guerra de los Estados Unidos y la discusión sobre el futuro de las islas como territorio norteamericano. Veremos cómo la relación directa entre el crecimiento de la Armada y el control de las Filipinas dio pie a un profundo debate sobre la identidad nacional estadounidense y el futuro de sus instituciones democráticas. EL CONGRESO Y EL PROBLEMA FILIPINO La actitud del Congreso con relación a las Filipinas no se desarrolló en un vacío. Las ideas, imágenes, estereotipos y representaciones creadas 122
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por escritores, periodistas, intelectuales, viajeros, misioneros y oficiales coloniales y militares influyeron grandemente en cómo los legisladores entendieron, imaginaron y visualizaron las islas. Sin embargo, los miembros del Congreso no mantuvieron una relación pasiva frente al conocimiento sobre las Filipinas creado por la sociedad norteamericana. Como veremos, un grupo de congresistas participó de forma activa en la discusión pública del problema filipino. Congresistas como Richard P. Hobson, Albert J. Beveridge, Richard W. Austin, William Jones y Harry B. Hawes participaron de forma directa en el proceso de creación de ese conocimiento, el cual definió el desarrollo de las relaciones filipino-norteamericanas. A través de sus libros, entrevistas, artículos, discursos y conferencias, estos congresistas se convirtieron en auto-proclamados expertos deseosos de explicar a sus compatriotas la realidad filipina. Los debates y las discusiones en el Congreso también dieron a sus miembros la oportunidad de producir y reproducir conocimientos sobre las Filipinas. Durante la discusión de diversos proyectos de ley relacionados con las islas, los congresistas no sólo usaron ideas, imágenes y estereotipos creados por escritores norteamericanos, sino que también produjeron sus propias representaciones sobre las Filipinas y los filipinos. Afortunadamente, tales discusiones fueron registradas en el Libro de sesiones del Congreso (Congressional Record). Esta importante fuente documental se publica desde 1876 y recoge las actas y debates de sus sesiones diarias. El Libro de sesiones es, sin embargo, mucho más que eso. Se podría plantear que éste es lo que David Spurr identifica en su excelente análisis de la retórica imperialista como una «prosa no narrativa», es decir, una fuente escrita no literaria muy útil para analizar el uso del lenguaje en el proceso histórico del colonialismo y, en especial, para estudiar el desarrollo de los discursos coloniales norteamericanos.2 El Libro de sesiones es una fuente muy usada en la historiografía norteamericana y, en particular, por los historiadores de las relaciones exteriores para examinar las acciones de la rama legislativa del gobierno estadounidense. Sin embargo, éstos tradicionalmente han explicado las posiciones y acciones de los legisladores en términos políticos, ideológicos o regionales, es decir, por su afiliación partidista (demócratas o republicanos), ideológica (liberales o conservadores) o por su origen geográfico (norteños o sureños). 2 Spurr, 1993, 2-3 y 10-11; TA.
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De acuerdo con Julian Zelizer, los historiadores norteamericanos no han prestado suficiente atención al Congreso de los Estados Unidos. Zelizer plantea que historiadores sociales, políticos, progresistas e izquierdistas han minimizado la importancia e influencia del Congreso. Al enfatizar el poder de la rama ejecutiva (el presidente), estos historiadores redujeron a los congresistas «a políticos provinciales preocupados exclusivamente por asegurar el apoyo de los votantes de su distrito electoral». De esta forma se ignora la «persistente influencia» del Congreso en la historia de los Estados Unidos. Por las razones ya expuestas podría plantearse que tal influencia era particularmente fuerte en el caso de las posesiones coloniales norteamericanas.3 En el caso de las Filipinas, la actitud congresual no estuvo influida exclusivamente por preocupaciones regionales o político-partidistas. Independientemente de su orientación geográfica, ideológica o política, los congresistas usaron los recursos retóricos creados por misioneros, viajeros, académicos, periodistas y oficiales coloniales para debatir el significado de las Filipinas para los Estados Unidos. En otras palabras, sureños o norteños, demócratas o republicanos, progresistas o conservadores, los congresistas fueron influidos por las ideas raciales, políticas y estratégicas creadas por los analistas norteamericanos del problema filipino. Los legisladores usaron tales ideas para entender e imaginar las Filipinas, justificar o rechazar la presencia norteamericana en ellas y, principalmente, para discutir sus ideas en torno a la naturaleza y el futuro de los Estados Unidos. Como en el caso de los congresistas progresistas anti-imperialistas4 estudiados por Robert D. Johnson, se podría alegar que al analizar el problema filipino los miembros del Congreso «entablaron una crítica cultural e ideológica de las relaciones exteriores norteamericanas».5
3 Zelizer, 2000, 308-309; TA. 4 En las últimas décadas del siglo XIX se desarrolló en la sociedad norteamericana un movimiento reformista urbano conocido como progresismo. Los progresistas buscaron paliar los efectos de la industrialización, la emigración y la corrupción a través de una serie de reformas políticas y administrativas que incrementaron el papel fiscalizador del Estado. Sobre el progresismo pueden consultarse: Dawley, 1991; Hays, 1957; Hofstadter, 1955; Kolko, 1963; Wiebe, 1967, y Rodgers, 1998. 5 En su libro, Jonhson se refiere a un grupo de senadores disidentes (entre ellos, Robert La Follette, William Borah, George Harris y Gerald Nye), que en la década de 1920 llevaron a cabo una eficaz labor fiscalizadora de la política exterior norteamericana. Según él, estos senadores buscaron promover la paz mundial a través de una política exterior anti-imperialista que alineara a los Estados Unidos con las naciones y pueblos débiles. El autor cuestiona la interpretación tradicional de las acciones de estos senadores al proponer que los peace progressives («los progresistas pacifistas») trascendieron sus
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La complejidad de las Filipinas es otro elemento que explica por qué fueron un tema de discusión congresual, pues eran las más problemáticas de las colonias adquiridas por los Estados Unidos en 1898. Los norteamericanos no tenían, como sí era el caso de Cuba y Puerto Rico, una relación histórica y económica con el archipiélago filipino antes de la guerra con España. Las islas no sólo estaban ubicadas a miles de millas de distancia de la zona de hegemonía norteamericana, sino que estaban habitadas por una población numerosa, diversa cultural, religiosa y lingüísticamente y dispersa en miles de islas. Al contrario que Puerto Rico, donde las tropas norteamericanas fueron bienvenidas, los filipinos resistieron al colonialismo norteamericano en una guerra sangrienta. Además, en las Filipinas las autoridades estadounidenses se enfrentaron a serias complicaciones estratégicas debido a su ubicación en medio de la lucha por la dominación colonial de Asia. En conclusión, el control norteamericano de las Filipinas no encajaba en la idea tradicional del expansionismo norteamericano (sobre un territorio contiguo y con escasa población) y era para muchos una mancha para el prestigio estadounidense. En palabras del intelectual Oscar Campomanes, las Filipinas eran el «lugar no reconocido de las ansiedades y dilemas imperiales de los Estados Unidos en el siglo XX».6 Los legisladores norteamericanos debatieron el significado de las Filipinas desde las preocupaciones sociales, estratégicos, políticas y raciales de su momento histórico, reflejando temas como las relaciones raciales (el llamado problema negro), el papel que debían jugar los Estados Unidos a nivel mundial (aislamiento vs. intervención), las discusiones en torno a la naturaleza y definición cultural, lingüística y religiosa de la sociedad estadounidense (generada en gran medida por la llegada de millones de inmigrantes asiáticos, judíos, latinos, etc.), el tamaño y rol de las fuerzas militares y navales (el miedo al militarismo y sus posibles consecuencias) y el significado y alcance del republicanismo norteamericano («amenazado» por el imperialismo que encarnaban las Filipinas). En otras palabras, las discusiones en torno a las complicaciones asociadas al control del archipiélago filipino dieron a los congresistas una buena oportunidad para debatir sus visiones sobre la identidad nacional, el orden social doméstico, la posición mundial y el sistema político de los Estados Unidos. De este modo, agendas domésticas al defender una política exterior reformista, basada en el rechazo del imperialismo europeo y la promoción y defensa de los intereses de los pueblos sometidos. Johnson, 1995, 9; TA. 6 Campomanes, 1995, 178; TA.
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el analizar las discusiones legislativas sobre Filipinas nos permite entender cómo imaginaban y concebían los legisladores a los Estados Unidos. LOS DISCURSOS LEGISLATIVOS La producción y reproducción congresual de conocimiento sobre las Filipinas no fue potestad exclusiva de aquellos que apoyaban las políticas coloniales en las islas. Los miembros del Congreso no sólo participaron en la construcción de un consenso ideológico y cultural a favor de dichas políticas, sino también en el cuestionamiento de éstas y de sus fundamentos ideológicos y culturales. Dicho de otro modo, los imperialistas no disfrutaron de un monopolio de la producción de conocimiento sobre Filipinas. Por el contrario, en los primeros treinta años del siglo XX se desarrollaron dos discursos legislativos en torno a ellas, uno para cuestionar el control norteamericano y el otro para justificarlo. Los congresistas que apoyaban la presencia en las Filipinas desarrollaron un discurso basado en la representación de las islas como una posesión estratégica, cuyo control permitiría la promoción y defensa de los intereses norteamericanos en Asia. Estos legisladores imperialistas eran fieles creyentes del excepcionalismo norteamericano, es decir, de la idea de que los Estados Unidos eran una nación política, racial y moralmente superior al resto del mundo, además de excepcional y única.7 Por ello no debe sorprendernos que representaran el control norteamericano de las islas no sólo como la expresión de la naturaleza excepcional de los Estados Unidos, sino también como la confirmación de ésta. Estos mismos legisladores representaron el colonialismo norteamericano como una empresa civilizadora que estaba ilustrando a los filipinos. Para ellos, el control de las islas sólo buscaba democratizar y civilizar a sus habitantes, y la presencia norteamericana era totalmente altruista, pues no buscaba beneficios materiales, sino el bienestar de aquéllos. Por lo tanto, este control no era de tipo colonial, sino un ejercicio desinteresado de construcción nacional (nation-making), que ayudaría a los filipinos a superar su heterogeneidad y a convertirse en una nación. Para estos congresistas, este control era un prerrequisito para la independencia, pues creían que sólo a través de la guía y supervisión de los norteamericanos las Filipinas estarían listas para independizarse. Esta representación de las relaciones filipino-norteamericanas ocultaba el im7 Sobre el excepcionalismo, consúltense Lipset, 1996, y Tyrrell, 1991, 1031-1055.
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perialismo, pues transformaba la relación colonial en un tipo de tutoría política necesaria para que los filipinos pudieran acceder a la soberanía. En otras palabras, la presencia norteamericana en el archipiélago era presentada como un acto desprendido e inocente, libre de toda maldad y movido por un fin ulterior: que los filipinos se convirtieran en un pueblo libre. Al obviar que los norteamericanos conquistaron y sometieron a los filipinos, lo congresistas protegían la superioridad moral de los Estados Unidos tras la fachada de un alegado sacrificio nacional, con la aceptación de la parte de carga del hombre blanco que le correspondía al pueblo estadounidense. Por otro lado, los congresistas que se oponían a la presencia en las Filipinas construyeron un discurso basado en la representación de las islas como una amenaza racial, ideológica, estratégica y política para los Estados Unidos. La inferioridad racial de los filipinos les convertía en una amenaza al balance y al orden racial de la sociedad norteamericana. Es decir, éstos eran racialmente indeseables porque no podían ser incorporados ni asimilados a la nación norteamericana. Además, el control de las Filipinas convertía a los Estados Unidos en una potencia colonial y ponía en peligro sus fundamentos ideológicos e instituciones políticas. Para completar el cuadro, se describía Filipinas como el punto más vulnerable de la defensa de los Estados Unidos. En este esquema, la relación colonial con el archipiélago exponía a la nación norteamericana a peligros innecesarios, por lo que su independencia era una medida necesaria de auto-defensa para proteger a los Estados Unidos de su colonia. Es inevitable subrayar que, aunque sus posturas ideológicas fuesen similares, los congresistas estaban en una posición muy diferente a la de los escritores y analistas estudiados en los capítulos anteriores, pues dado su enorme poder no sólo podían influir, sino también determinar el futuro del pueblo filipino. Ello hace necesario entender cómo se relacionó el Congreso con el cuerpo de conocimientos sobre las Filipinas creado en las tres primeras décadas del siglo XX. LOS CREADORES DE CONOCIMIENTOS En las primeras décadas del siglo XX, un grupo de legisladores estadounidenses se unió a la discusión pública del tema filipino.8 Como los 8 Entre ellos se encuentran James R. Mann (R-Illinois), Gilbert Hitchcock (D-Nebraska), Richard F. Pettigrew (R-South Dakota), John F. Shafroth (D-Colorado), Fred T. Dubois (R-Idaho), William
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creadores de conocimientos ya analizados, algunos de estos congresistas visitaron las islas y regresaron reclamando ser expertos en asuntos filipinos y deseosos de compartir su conocimiento y experiencia con sus conciudadanos. Otros congresistas nunca estuvieron allí, pero aun así contribuyeron a la producción de conocimiento sobre las islas elaborado para consumo norteamericano. En las páginas que siguen examinaremos la producción no congre9 sual de tres de estos legisladores, analizando sus discursos y charlas públicas, entrevistas, publicaciones y cartas para entender cómo analizaron y representaron las Filipinas para su público. Austin En 1915, el representante Richard W. Austin (R-Tennessee) se embarcó en una gira de cuatro meses por el Lejano Oriente, que le llevó a visitar China, Japón, Hawái y las Filipinas.10 A su regreso a los Estados Unidos publicó un panfleto titulado An American Congressman in the Orient, comentando sus experiencias de viaje,11 y en el que reprodujo algunas de las ideas y temas analizados en los capítulos anteriores: el colonialismo ilustrado, la alegada incapacidad política de los filipinos, el significado estratégico de las islas y la preocupación en torno a su estabilidad tras la independencia.12 Sin embargo, la principal preocupación de Austin era esto último, pues creía que concederles la independencia sería un grave error. Para el representante, el control de las Filipinas era una empresa civilizadora que había traído progreso, libertad y seguridad a las islas. Los C. Redfield (D-New York), Francis G. Newlands (D-Nevada), George W. Norris (R-Nebraska), Henry B. Hawes (D-Missouri) y Francis Burton Harris (D-New York). 9 Por producción no legislativa nos referimos a los escritos (libros, artículos de revistas, etc.) y/o presentaciones públicas (charlas, conferencias, entrevistas, etc.) de los legisladores, publicados o llevados a cabo fuera de las publicaciones oficiales, los salones y hemiciclos del Congreso norteamericano. 10 Austin nació en Alabama en agosto de 1857 y estudió leyes en la Universidad de Tennessee, estado del que fue electo representante en 1909. Congressional Biographic Directory, disponible en: http://bioguide.congress.gov/scripts/biodisplay.pl?index= A00034. Consultado el 29 de enero de 2009. 11 Austin, 1915. Este panfleto fue introducido en el Libro de Sesiones del Congreso por el senador Jacob Gallinger (R-New Hampshire) el 7 de enero de 1916 (Congressional Record (CR), Senate (S), 64 Congress, 1 Session, vol. 53, January 7, 1916, 666). En esta sección analizaremos y citaremos la versión del panfleto publicada como parte del Libro de Sesiones. 12 Ibíd., 666-668.
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filipinos eran como niños incapaces de entender que no podrían sobrevivir y progresar sin la protección y la guía altruista y sabia de los norteamericanos. Según Austin, como los filipinos eran fácilmente manipulables por sus líderes políticos, era responsabilidad norteamericana hacerles comprender que el colonialismo —y no la independencia— era la mejor alternativa para ellos. Como algunos de los escritores analizados en el segundo capítulo, Austin sostenía que la clase alta filipina conspiraba a favor de la independencia para liberarse de la supervisión norteamericana a fin de controlar y explotar las islas.13 Austin exploró también los factores económicos y estratégicos asociados a la retención de las Filipinas como colonia. Para él, la independencia de las islas hubiese privado a los Estados Unidos no sólo de un significativo mercado para sus productos, sino también de una fuente importantísima de materias primas tropicales. De acuerdo con el representante, en los primeros quince años de control, los filipinos habían adquirido productos norteamericanos por un valor de $145.315.043, lo que les transformaba «en los clientes más valiosos que tenemos hoy en día».14 A nivel estratégico, Austin rechazaba que el control de las Filipinas comprometiera la seguridad norteamericana en Asia. Quienes así pensaban, alegaba el legislador, olvidaban que Japón, no las Filipinas, era la principal amenaza para los intereses estadounidenses en el Lejano Oriente. El control de las Filipinas era, según él, una pieza clave en la lucha por la hegemonía asiática. Su independencia sería un disparate, pues privaría a los Estados Unidos de un territorio estratégico para la defensa y promoción de sus intereses en esa parte del mundo. Además, la retirada norteamericana del territorio filipino beneficiaría a Japón, pues Austin no tenía duda de que las islas pasarían a formar parte del imperio nipón en perjuicio de los estadounidenses. Los japoneses no sólo terminarían poseyendo el archipiélago, sino usándolo en contra de los Estados Unidos. Por lo tanto, era necesario retener y fortificar las islas, además de poseer una armada poderosa y un ejército capaz de protegerlas. Era, pues, responsabilidad del Congreso aprobar los fondos necesarios para transformar las Filipinas en un baluarte norteamericano en Asia.15 13 Ver cap. 2, 80-86. 14 Austin, 1915, 667. 15 Ibíd., 668.
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Austin también prestó atención a la defensa y alegada peligrosidad de las Filipinas. Como vimos en el primer capítulo, la defensa de las islas fue un asunto importante para muchos observadores norteamericanos. Escritores y analistas como Charles B. Elliot, Thomas Millard, Theodore Roosevelt, el reverendo Arthur Brown, N. P. Chipman, James Abbott, Francis B. Harrison, Goldwyn Smith, Charles Dole, James Schouler y el almirante Bradley A. Fiske abordaron su significado estratégico para los Estados Unidos. Algunos de ellos alegaron que el coste y la distancia imposibilitaban la protección del archipiélago ante un ataque externo.16 Austin estudió este problema y concluyó que una retirada norteamericana de las Filipinas para evitar las supuestas complicaciones respecto a su defensa sería, confesarle a la humanidad —al mundo entero— que nuestros nobles antepasados fallaron en transmitirle a los hombres de esta generación su valor indómito, su luminosa lealtad, su incesante bravura, su recta determinación de retener y defender por siempre nuestras posesiones legítimas, adquiridas no sólo con el pago de millones de dólares en un tratado que (William Jennings) Bryan ratificó, sino también y, sobre todo, con las invaluables vidas de nuestros héroes, muchos de los cuales duermen en la misma tierra a la que ahora nos dicen que debemos renunciar por falta de coraje, por miedo a tener «una amenaza en nuestras manos». Dios no lo permita.17
Es evidente que para Austin lo que estaba en juego en las Filipinas era el honor norteamericano. Resulta interesante comprobar cómo analiza el problema de la independencia desde el punto de vista de la masculinidad, pues vincula una posible salida norteamericana de las Filipinas con la falta de hombría. Austin se preguntaba si lo que querían los estadounidenses era que el mundo pensara que eran tan afeminados que no podían enfrentarse a los riesgos asociados a la retención de las Filipinas. También se cuestiona a dónde fueron a parar los valores masculinos heredados de los padres fundadores de la nación norteamericana. Para el congresista, la retención de las islas era una misión sagrada, que no podía ser evadida sin mancillar la hombría de los norteamericanos y sin traicionar a los que murieron allí peleando. 16 Ver cap. 1, 37-45. 17 Austin hace referencia a William Jennings Bryan, candidato presidencial por el Partido Demócrata en las elecciones de 1900. A pesar de ser un furioso anti-imperialista, Bryan votó a favor de la ratificación del Tratado de París de 1898, que acabó con la guerra hispano-cubano-norteamericana y convirtió a las Filipinas en una posesión colonial estadounidense. Austin, 1915, 668; TA.
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Beveridge Las Filipinas jugaron un importante papel en la carrera política del abogado Albert J. Beveridge (R-Indiana), pues uno de sus primeros y más importantes discursos como senador se refería al archipiélago. El 9 de enero de 1900, habló durante dos horas ante un Senado abarrotado de público e hizo una intensa defensa de la retención de las islas como posesión estadounidense.18 A pesar de las críticas de los periódicos anti-imperialistas, el discurso de Beveridge fue tan bien recibido que el Partido Republicano lo publicó y distribuyó gratuitamente un millón de copias del mismo. Este discurso le dio al senador fama y reconocimiento nacional y simbolizó su compromiso con el control norteamericano de las Filipinas.19 A partir de ese momento, Beveridge jugó un papel muy importante no sólo como simpatizante y promotor del colonialismo norteamericano en las islas, sino también como productor de conocimientos. Durante casi una década produjo imágenes y representaciones de las Filipinas y sus habitantes para consumo de sus conciudadanos, procurando crear un consenso nacional a favor del colonialismo.20 Albert J. Beveridge nació el año 1862 en Indiana, estado por el cual fue electo senador a la edad de 36 años. De acuerdo con su biógrafo Claude G. Bowers, llegó al Senado con claras aspiraciones presidenciales, por lo que pidió ser incorporado a importantes comités senatoriales. Su mayor deseo era convertirse en presidente del poderoso Comité de Asuntos Exteriores y decidió viajar a Filipinas para ganar experiencia internacional e incrementar así sus posibilidades. Beveridge llegó a las islas en mayo de 1899 y sostuvo reuniones con oficiales coloniales y militares norteamericanos, filipinos de clase alta, comerciantes extranjeros y soldados estadounidenses. Antes de regresar, el joven senador visitó Hong Kong y Japón. A pesar de contar con el apoyo de líderes importantes, entre ellos Theodore Roosevelt, Beveridge no consiguió ser nombrado para el Comité 18 Beveridge, Albert J., «Policy Regarding the Philippines. Speech of Hon. Albert J. Beveridge of Indiana, in the Senate of the United States, Tuesday, January 9, 1900», Library of Congress (LC), Manuscript Division (MD), Papers of Albert J. Beveridge (Beveridge), Box 292, 1900. 19 Para el Chicago Times-Herald el discurso de Beveridge captó «el ánimo psicológico nacional y le hizo famoso de un salto». Braeman, 1971, 46. 20 Nuestro análisis de la contribución de Beveridge a la producción de conocimiento sobre las Filipinas está basado en sus discursos y conferencias públicas dictadas durante sus años como senador (1899-1910). Algunos de ellos fueron publicados en 1908 (Beveridge, 1908a); otros pueden consultarse en la División de Manuscritos de la Biblioteca del Congreso, Washington, D. C.
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de Relaciones Exteriores, pero sí lo fue para el recién estrenado Comité de las Filipinas «como un premio por su viaje».21 Desafortunadamente, su primera visita a las Filipinas tuvo consecuencias personales trágicas, pues su esposa contrajo disentería y murió tras su regreso a los Estados Unidos. Su segunda visita a las islas fue como parte de una gira de cinco meses que incluyó Inglaterra, Alemania, Rusia, Japón, Manchuria y Siberia. Beveridge murió en abril de 1927, tras una larga e intensa carrera política.22 Como otros auto-proclamados expertos, Beveridge construyó una idea de sí mismo como perito en asuntos filipinos basada en su intensa, pero corta visita a las islas. En su primer discurso ante el Congreso, afirmó que no sólo estaba compartiendo con sus colegas hechos, sino también la verdad referente a las Filipinas, porque su conocimiento no estaba basado en lecturas, sino en el contacto y la observación directa de la realidad. Según él, sus ideas acerca de las Filipinas le «fueron impuestas por la observación en las diversas islas de personas de todas las clases sociales y por las conversaciones con comerciantes, sacerdotes, mestizos, filipinos puros, y de una variedad de juicios, opiniones y personalidades desde San Fernando, en Luzón, a través de todo el archipiélago, hasta el interior de las islas Sulu».23 A lo largo de sus más de diez años de análisis, Beveridge prestó gran atención a las islas desde una perspectiva estratégica y económica. Para él, el archipiélago filipino se convirtió en una posesión norteamericana en un momento muy especial en la historia de los Estados Unidos: una «conjunción histórica de crecimiento, deber y necesidad nacional».24 Dicho de otro modo, el gobierno norteamericano adquirió las Filipinas justo cuando el desarrollo económico hizo necesaria la búsqueda de nuevos mercados 21 Braeman, 1971, 46. 22 Bowers, 1932, 146-147. Para más información sobre la vida del senador Beveridge véanse Braeman, 1971 y Congressional Biographic Directory, disponible en: http://bioguide.congress.govscripts/biodisplay.pl?index=A0 00341. Consultado el 27 de diciembre de 2008. 23 San Fernando es una ciudad situada en la provincia de Pampanga en la isla de Luzón, la más septentrional de las Filipinas, mientras que las islas Sulus se encuentran en el extremo meridional. Con este comentario, el legislador buscaba demostrar el espectro geográfico de su conocimiento de las islas, pues las había recorrido de norte a sur. Beveridge, «Policy Regarding the Philippines», Speech of Hon. Albert J. Beveridge of Indiana, in the Senate of the United States, Tuesday, January 9, 1900», LC, MD, Papers of Albert J. Beveridge, Box 292, 1900, 5. 24 Según el senador, «el deber norteamericano, la disposición norteamericana y la necesidad comercial coincidieron a la hora de nuestro gran destino». Beveridge, «The Command of the Pacific», September 15, 1902, en Beveridge, 1908a, 190; TA.
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y cuando los norteamericanos estaban listos para compartir la responsabilidad de gobernar pueblos que «no estaban preparados para el gobierno propio».25 El senador veía a las islas como una posesión que redundaría en beneficios comerciales para los Estados Unidos; creía que podrían jugar un papel clave como mercado para los productos estadounidenses y como base para la promoción de los intereses norteamericanos en Asia. Como buen hijo de su tiempo, el joven senador estaba muy preocupado por la producción de excedentes industriales y agrícolas y consideraba que el gobierno era responsable de hallar nuevos mercados para los productores estadounidenses. Las Filipinas eran necesarias, según él, para penetrar en el mercado más grande e importante del mundo: China.26 Sin las islas, los Estados Unidos no serían capaces de «mandar en el Pacífico», lo que era inaceptable porque la expansión económica en Asia era esencial para garantizar la prosperidad de la nación. Tal era la importancia económica que Beveridge le adjudicaba a las Filipinas que llegó a tildar de traidores a los que favorecían la independencia del archipiélago.27 Las Filipinas también eran parte importante de la visión internacional del senador, quien creía que los Estados Unidos debían jugar un papel internacional proporcional al poder de la nación norteamericana y en defensa de sus intereses estratégicos y económicos. Como fiel creyente de la naturaleza excepcional de su nación, Beveridge veía su expansión económica como una bendición necesaria para el resto del mundo. Así, creía que la supremacía estadounidense en el Pacífico no sólo ayudaría a su economía, sino que también promovería la renovación y el progreso de los pueblos asiáticos.28 Para Beveridge, era necesario que los Estados Unidos se transformaran en la potencia dominante de Asia y las Filipinas eran un elemento imprescindible para ello, pues su control los colocaba en una posición ventajosa con relación al mercado chino. Además, estaba convencido de que una retirada de las islas las llevaría a manos japonesas, quienes terminarían 25 Ibíd.; TA. 26 Aunque el mercado chino era el principal blanco de las aspiraciones comerciales de Beveridge, no era el único, pues el senador también consideró las Filipinas como una base para acceder a la India. Beveridge, Speech, September 1902, LC, MD, Papers of Albert J. Beveridge, Box 298, 1902. 27 Beveridge, «The Command of the Pacific», September 15, 1902, en Beveridge, 1908a, 188199. 28 Beveridge, «The Stars of Empire», s. f., en Beveridge, 1908a, 128.
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usándolas en contra de los Estados Unidos.29 La prosperidad económica estadounidense exigía, según el senador, que adoptemos una política de comercio exterior constructiva. Debemos mantener la puerta de China abierta al comercio y asegurarnos de que nuestros productos pasen esa puerta. Tenemos que controlar las Filipinas.30
Durante una serie de debates con el ex candidato presidencial demócrata William J. Bryan, celebrados en julio y agosto de 1907 en las páginas de la revista The Reader, el senador Beveridge abordó uno de los temas más usados en contra de la retención de las Filipinas: su peligrosidad. Para el legislador, el control del archipiélago no exponía la seguridad nacional, sino que la fortalecía, sobre todo en Asia. Para probar su opinión, el senador usó de ejemplo la rebelión de los «bóxers», alegando que gracias al control de las Filipinas el gobierno norteamericano pudo enviar tropas a China para proteger a sus ciudadanos.31 La guerra ruso-japonesa le proporcionó otro ejemplo para apoyar su defensa del control de las islas. Según él, los rusos fueron derrotados por los japoneses porque no contaban con una base naval donde su flota pudiese proveerse de carbón y entrar en combate donde considerase más conveniente. En otras palabras, para Beveridge las Filipinas no eran un peligro ni una fuente de debilidad, sino una base desde donde desplegar las fuerzas navales y militares norteamericanas en Asia. Era necesario dejar de jugar a la política con el futuro del archipiélago y fortificarlo sin importar el coste, pues éste sería mínimo en comparación con «las ventajas que las Filipinas fortificadas nos darían a través de todo el Pacífico y el Oriente».32 En su debate con Bryan, Beveridge también abordó el significado político e ideológico de las Filipinas rechazando que su control fuese en contra de los «principios fundacionales» de la nación norteamericana. Para el senador, la libertad, la democracia y el republicanismo estadounidenses estaban a salvo del posible efecto negativo que, según algunos, representaban las islas y sus habitantes. Beveridge tenía una idea completamente 29 Beveridge, Speech at the Formal Opening of the Republican Speaking Campaign at the Auditorium in Chicago, October 5, 1916, LC, MD, Papers of Albert J. Beveridge, Box 306. 30 Ibíd. Énfasis añadido; TA. 31 Sobre la rebelión de los bóxers, véase cap. 1, 38-39. 32 Beveridge, «Senator Beveridge’s Reply», The Reader, August 1907, 261, LC, MD, Papers of Albert J. Beveridge, Box 300; TA.
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diferente de su impacto político, pues creía que su control fortalecía a las instituciones políticas norteamericanas, ya que allí los Estados Unidos estaban cumpliendo con una misión civilizadora y democratizadora. En palabras del senador, ¿Decaerá el espíritu libertario en el pecho de los norteamericanos si gobernamos a un pueblo extraño sin su consentimiento? […] ¿Es nuestro amor por la libertad tan frágil que puede ser atenuado por administrar libre y honestamente a un pueblo incapaz, que terminó bajo nuestro control como consecuencia de una guerra por la libertad?33
Hobson Nuestro último ejemplo fue uno de los más consistentes partidarios del control norteamericano de las Filipinas, el representante Richard P. Hobson (D-Alabama). Nació el 17 de agosto de 1870 en el estado de Alabama y, tras graduarse en la Academia Naval de Anápolis en 1889, sirvió en la Armada hasta 1903. Hobson fue electo congresista en 1907 y ocupó un escaño en la Cámara de Representantes hasta 1915. Además de gran orador, fue un reformista convencido que, entre cosas, se preocupó por el problema del alcoholismo en el país. De acuerdo con uno de sus biógrafos, era muy intenso en las causas que defendía porque «tendía a creer en absolutos».34 Entre 1902 y 1915, Hobson llevó a cabo una incansable campaña a favor de una política exterior agresiva y de retención de las Filipinas. Durante este periodo, mantuvo un mensaje consistente en sus conferencias, entrevistas, charlas, artículos de revistas y debates en el Congreso: los intereses y la seguridad de los Estados Unidos estaban amenazados por Japón y la única forma de enfrentar tal amenaza era a través de la construcción de una Armada grande y poderosa.35 33 Beveridge, Speech, September 1902, 12, LC, MD, Papers of Albert J. Beveridge, Box 298, 1902. Énfasis añadido; TA. 34 Pittman, 1981. Para más información sobre la vida de Hobson pueden sonsultarse: Rosenfeld, 2000; Sheldon, 1972, 243-261, y el Congressional Biographic Directory, disponible en: http://bioguide. congress. gov/scripts/ biodisplay. pl? index =H 000667. Consultado el 28 de diciembre de 2008. 35 En 1902, Hobson publicó un artículo en la revista North American Review titulado «America Mistress of the Sea», argumentando que los Estados Unidos debían poseer una flota de guerra de «casi igual tamaño que el de las Armadas combinadas del mundo». Seis años más tarde, el congresista publicó una serie de artículos en Cosmopolitan Magazine titulados «If War Should Come!», donde analizaba el desarrollo teórico de una guerra entre los Estados Unidos y Japón, y donde alegó nuevamente a favor
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Al contrario que Austin y Beveridge, Hobson nunca visitó las Filipinas, por lo que la «autoridad» de su conocimiento provino no de su contacto directo con las islas, sino de su experiencia naval y de su fama de héroe de guerra. El periódico The Boston America reconocía en 1908 que era necesario prestar atención a los comentarios y observaciones de Hobson porque no sólo era un héroe de guerra, sino también un experto en asuntos militares. El diario hacía alusión a un episodio que marcó su vida ocurrido durante la guerra hispano-cubano-norteamericana, por el que se convirtió en un héroe nacional. Como parte de la flota que bloqueaba la bahía de Santiago en Cuba, Hobson comandó una misión suicida que buscó hundir el vapor USS Merrimac a la entrada de la rada para bloquear la posible salida de la flota del almirante Pascual Cervera. La misión fracasó porque el Merrimac fue hundido por los españoles antes de poder bloquear la bahía, y Hobson y su tripulación fueron capturados. Después de tres meses de prisión, fueron intercambiados por otros prisioneros de guerra. Esta odisea le convirtió en un héroe nacional, lo que benefició grandemente sus aspiraciones políticas y dio base a sus reclamos de ser un experto en asuntos internacionales.36 El control de las Filipinas era parte del plan de Hobson para un nuevo orden mundial liderado por los Estados Unidos y bajo la protección de su marina de guerra. Para dar forma a este plan, proponía una drástica reorientación de la política exterior y naval. En su opinión, los Estados Unidos debían jugar un papel internacional proporcional a su poderío y para ello era necesario rechazar el aislacionismo, reinventar el destino manifiesto y adoptar el navalismo como la nueva filosofía nacional.37 Hobson estaba convencido de que el nuevo destino y misión de los Estados Unidos era garantizar la paz mundial desarmando a las potencias europeas. El congresista proponía darle carácter mundial a la doctrina Monroe, transformándola en de una marina de guerra poderosa. En 1915, Hobson analizó el impacto de la primera guerra mundial sobre la posición estratégica de la nación norteamericana; como era de esperar, aprovechó la disyuntiva de la guerra para proponer nuevamente la construcción de una Armada poderosa. Hobson, 1902, 550; 1908b y 1915. 36 «Better listen Hobson than laugh at him”, The Boston America, July 10, 1908, LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 31, folder 1. 37 LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 28, folder 3, College Men and Naval expansion, n. d. and Box 29, folder 13, carta a un editor no identificado, May 15, 1915. El historiador Mark Russell Shullman define el navalismo como «la dedicación a crear una marina imperial». Según este investigador, su surgimiento formó parte de «una agenda internacionalista emergente», que buscaba independizar a los Estados Unidos de la sombrilla defensiva británica fortaleciendo la Armada norteamericana. Shulman, 1995, 1-2; TA.
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lo que él denominaba como la doctrina norteamericana. Aunque reconocía la supremacía moral, económica y política norteamericana, planteaba que sólo a través de la supremacía naval los Estados Unidos serían capaces de imponer un nuevo orden mundial.38 Como buen seguidor de las ideas de Alfred T. Mahan,39 Hobson concebía el poder naval como el elemento central del poder mundial. Para el congresista, la nación que poseyese la marina de guerra más grande y poderosa controlaría los mares y, por ende, el mundo. Sólo los Estados Unidos, alegaba Hobson, podían convertirse en el poder naval hegemónico sin amenazar la paz mundial. La supremacía naval provocaría un periodo de paz, progreso y justicia porque los Estados Unidos eran una nación sin enemigos, sin ambiciones imperialistas, altruista e intrínsecamente pacífica.40 En el esquema de Hobson los Estados Unidos eran una nación no sólo históricamente anti-imperialista, sino no-imperialista por naturaleza. La nación norteamericana era un país joven, liberal e igualitario, que debía reemplazar como líder de la raza blanca y el mundo civilizado a la vieja, militarista y anti-democrática Europa.41 El análisis de Hobson combina una fuerte tendencia mesiánica con navalismo. Para él, los Estados Unidos eran una nación escogida por Dios para cumplir una misión sagrada: convertirse en «la defensora y campeona 38 Hobson, 1902, 552, y 1906; LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 75, Folder 11, Why America Should Hold Naval Supremacy, Letter to Hon. A. A. Wiley, M. C. House of Representatives, November 25, 1903; LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 32, folder 5; «In Time of Peace, Prepare to War», 1908, LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 17; «Hobson pleads for great Navy», The Salt Lake Herald, April 22, 1908, LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 32, folder 5; «Sees war cloud on the Pacific», Desert Evening News, April 22, 1908, LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 32, folder 5; «Prepare to war, says Capt. Hobson», The Pasadena Star, May 8, 1908, LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 32, folder 5; «Uncle Sam to fight Japan», The Sioux City Journal, June 29, 1906, LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 31, folder 1. 39 Alfred T. Mahan (1840-1914) fue un oficial naval norteamericano que destacó como historiador y autor de uno de los libros más influyentes de la historia naval, The Influence of Sea Power Upon History, 1660-1783 (1890). Según Mahan, el poder de una nación estaba determinado por su fuerza naval; por ende, quien dominase los mares dominaba el mundo. Dicho de otro modo, si una nación quería ser respetada y proteger sus intereses comerciales y estratégicos, debía poseer una marina de guerra poderosa y una cadena de basas navales, preferentemente en colonias. Sus teorías estaban basadas en el análisis del ascenso de Gran Bretaña a la primacía mundial en los siglos XVII y XVIII. Su libro ejerció gran influencia a nivel mundial. En los Estados Unidos, Mahan influyó en los líderes del expansionismo norteamericano de finales del siglo XIX. Véase Terzago Cuadros, 2006. 40 Hobson, 1902, 523. Ver también LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 33, folder 6, «The World’s Peace. Address Before the Peace Society of New York City», The Patriot, February 1907. 41 Hobson, 1902, 551.
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de la paz mundial»,42 y sólo podrían cumplir la voluntad divina y su destino nacional convirtiéndose en una potencia naval invencible. Japón y la amenaza amarilla Para entender la actitud anti-japonesa de Hobson es necesario echarle un vistazo al estado de las relaciones entre japoneses y norteamericanos. A principios del siglo XX, Japón no era visto como una amenaza, sino como un posible aliado. Preocupados por el expansionismo ruso —sobre todo en China— muchos estadounidenses veían a Japón como un contrapeso a la amenaza rusa. Sin embargo, una serie de eventos fueron alterando la actitud estadounidense hacia aquel país. En 1902, Japón acordó una alianza militar con Gran Bretaña que alteró el balance de poder en Asia. Dos años más tarde, lanzó un ataque sorpresa contra las fuerzas rusas en el Pacífico. La derrota rusa fue total y para muchos sorprendente. Tras su impresionante victoria, Japón se convirtió en una potencia asiática de primer orden, con un creciente interés por China. Ante los ojos de los norteamericanos comenzó entonces a convertirse en un claro competidor y en una potencial amenaza. A la agresividad y creciente poderío japonés hay que añadir un factor más de preocupación: la emigración japonesa a los Estados Unidos. Según el historiador Akira Iriye, en 1900 residían 24.000 japoneses en los Estados Unidos, cantidad que fue doblada un año más tarde. A principios de la guerra ruso-japonesa, había 65.000 japoneses residiendo en Hawái y cerca de 40.000 en la costa del Pacífico.43 La emigración japonesa provocó fuertes reacciones racistas, principalmente en la costa oeste de los Estados Unidos, en donde residían una buena parte de los 24.000 japoneses que vivían en Norteamérica. En 1906, la Junta Escolar de la ciudad de San Francisco ordenó la segregación de los estudiantes japoneses, provocando una fuerte reacción del gobierno nipón. La crisis diplomática que se sucitó fue resuelta con el famoso «acuerdo de caballeros», por el cual Japón se comprometió a frenar la emigración de sus ciudadanos a los Estados Unidos a cambio de que el gobierno estadounidense pusiera fin a la política discriminatoria contra los estudiantes japoneses en California. El peligro de una 42 Ibíd., 553; LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 32, folder 5, «America to keep World Peace», The Daily Ledger, April 17, 1903 y Box 72, folder 1, Letter to Mrs. Martha P. Owen, California Lady Magazine, San Francisco, s. f.. 43 Iriye, 1972, 100, y Wimmel, 1998.
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guerra fue superado, pero no la descofianza y el recelo que la crisis causó en las relaciones norteamericano-japonesas. No es una casualidad que en 1907 el presidente Theodore Roosevelt enviara la flota de acorazados estadounidenses en gira alrededor del mundo (la famosa Flota Blanca) y que uno de los puertos a ser visitados fuera Tokio.44 Detrás de tal demostración de poderío naval se escondía una creciente incomodidad con el Japón. El fuerte sentimiento anti-japonés de Hobson no es, por lo tanto, un episodio aislado, sino un reflejo de su momento histórico. Lo que no cabe duda es que Hobson jugó un papel principalísimo en el desarrollo de la actitud norteamericana hacia el imperio del sol naciente.45 Hobson afirmaba que Japón era la principal amenaza a la que se enfrentaban los Estados Unidos a nivel mundial por varias razones. Primero, porque el militarismo era un elemento intrínseco de la filosofía nacional japonesa. Los japoneses creían que el prestigio de una nación estaba determinado por su poder militar y por ello habían transformado su país en un «inmenso ejército». Segundo, porque la naturaleza militarista de los japoneses venía acompañada de un enorme poderío naval y militar. De acuerdo con Hobson, Japón se había apropiado «de las invenciones y descubrimientos de la raza blanca», lo que le había permitido convertirse en una potencia militar. Japón poseía capital humano (50 millones de habitantes), experiencia militar adquirida gracias a la guerra con Rusia y un ejército de un millón y medio de soldados bien entrenados y experimentados. A ello se sumaba una poderosa y experimentada flota de acorazados y superacorazados (dreadnoughts) operando cerca de sus bases. Tercero, por la debilidad naval y militar de los Estados Unidos. Según Hobson, el gobierno norteamericano contaba con un ejército regular de 60.000 hombres y una milicia compuesta por 140.000 individuos. Además, los Estados Unidos no poseía en el Pacífico una fuerza naval equivalente a la japonesa y sus barcos de guerra operaban muy alejados de sus bases.46 Cuarto, porque mientras 44 LaFeber, 1994, vol. 1, 252-254. 45 Según Iriye, Hobson fue «probablemente el más vigoroso publicista de la inevitabilidad de una guerra entre Occidente y Oriente, y de la idea de que Japón buscaba expulsar a los blancos de Asia, inculcando un sentimiento anti-occidental entre los orientales». Iriye, 1967, 118; TA. 46 El 17 de julio de 1907, Hobson dio una conferencia en la ciudad de Kansas titulada «The Japanese Crisis and it Relations to our Navy». En su presentación, el congresista denunció la superioridad naval japonesa sobre los Estados Unidos. Según él, «No tenemos una base naval allí (el Pacífico). Hemos desatendido la bahía de Subig, cerca de Manila, y Pearl Harbor, cerca de Honolulu. Japón opera en sus aguas nacionales y posee al menos cuatro bases. Por consiguiente, mañana por la mañana Japón
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los Estados Unidos estaban prácticamente solos, Japón contaba con el apoyo de su aliada Gran Bretaña. En conclusión, Japón era una amenaza porque superaba a los Estados Unidos a nivel militar, naval y diplomático. El expansionismo japonés era gran causa de preocupación para Hobson, pues estaba convencido de que Japón quería establecer su hegemonía en Asia y que la presencia norteamericana en Hawái y las Filipinas obstaculizaba estos planes expansionistas. Según él, si los norteamericanos eran expulsados de Asia, Japón «podría dictar el comercio y otras políticas a China. […] Con el control de Hawái y las islas Filipinas Japón sería el dueño indiscutible del océano Pacífico».47 Hay un elemento racial muy marcado en el análisis de Hobson de la peligrosidad japonesa. El congresista podría ser considerado como uno de los profetas de la idea de la amenaza amarilla o Yellow Peril, un concepto desarrollado a fines del siglo XIX en respuesta al desarrollo de Japón como una potencia mundial. Para Gina Owens, la idea de la amenaza amarilla combinaba el sentido de superioridad racial occidental con una creciente preocupación ante el ascendente poderío japonés. Esto dio forma a la teoría «de una confrontación entre las civilizaciones occidental y oriental».48 Por su parte, Akira Iriye identifica el lado chino del peligro amarillo al plantearnos que las potencias occidentales estaban preocupadas por una posible combinación de Japón y China, que «barrería la presencia occidental en Asia».49 La visión de la amenaza amarilla podía ser muy gráfica, pues se temía la llegada de «hordas orientales, tal vez lideradas por Japón, descendiendo sobre Europa e imponiendo el despotismo donde una vez existieron gobiernos ilustrados».50 Para Hobson, una guerra entre las razas blanca y amarilla no sólo era inevitable, sino también cosa de tiempo. En tal conflicto, Japón sería podría tomar Hawái y las Islas Filipinas y arrojar a los Estados Unidos fuera del Pacífico». LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 31-1, «Hobson Says War may Come», The Kansas City Star, July 18, 1907, Clipping; TA. 47 LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 28-3, «The Japanese Crisis», July 9, 1907, 2. Hobson también enfocó el tema del expansionismo japonés en: LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 31-1, «War with Japan inevitable and U. S. Discomfiture sure Asserts Captain R. P. Hobson», New York Press, February 2, 1907, Clipping. 48 Owens, Gina, «The Making of the Yellow Peril: Pre-war Western Views of Japan», en Hammond, 1997, 33. 49 Iriye, 1972, 103-104 y 112. 50 Owens, Gina, «The Making of the Yellow Peril: Pre-war Western Views of Japan», en Hammond, 1997, 32.
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el líder indiscutible de la raza amarilla, mientras que los Estados Unidos liderarían a la raza blanca y la civilización occidental.51 Al congresista le preocupaba particularmente la posibilidad de una alianza chino-japonesa y creía que las potencias occidentales estaban empujando a China del lado japonés. Una alianza de esa magnitud hubiese sido terrible para la raza blanca, porque hubiese unido a medio billón de orientales en contra de Occidente. Además, hubiese combinado la tecnología japonesa con los recursos naturales y humanos chinos, creando una super potencia mundial. Hobson llegó inclusive a denunciar que Japón estaba entrenando y organizando al ejército chino con armas y técnicas japonesas. Para él, era evidente que Japón no sólo estaba buscando la hegemonía asiática, sino la supremacía mundial de la raza amarilla.52 El legislador concluía que lo que estaba en juego no era solamente el futuro de las colonias norteamericanas en Asia, sino la supervivencia norteamericana misma: El peligro amarillo está aquí. Es la principal amenaza que enfrentan los Estados Unidos; nuestra única seguridad es el control del océano Pacífico. […] Es hora de que los patriotas norteamericanos consideren la posibilidad de una guerra por nuestra supervivencia. Es necesario que entendamos que todo depende del control del océano Pacífico.53
La única forma de enfrentar la amenaza amarilla era, según Hobson, construyendo una armada compuesta por super-acorazados de 25.000 toneladas de peso. Sólo la superioridad naval podría persuadir a Japón de que una guerra contra los Estados Unidos sería un suicidio. En otras palabras, sólo la intimidación naval frenaría la ambición y la agresividad japonesas.54 Hobson y las Filipinas Las Filipinas ocupaban un papel muy importante en la visión geopolítica de Hobson. Al contrario que otros congresistas, él no tenía problemas 51 «If War Comes», en Hobson, 1908b, 588. 52 LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 28-3, «The Japanese Crisis», July 9, 1907. 53 LC, MD, Philippines, Papers of Richard P. Hobson, Box 31-5, «Japan may Seize the Pacific Slope says Hobson», The Washington Times Magazine, November 3, 1907. Este artículo también fue publicado por The New York American, November 3, 1907, 47. Énfasis añadido; TA. 54 LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 31, folder 1, «War with Japan looks inevitable», Independent Star, February 1907.
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en reconocer el significado estratégico y las posibles consecuencias del control norteamericano del archipiélago. Estaba claro que la adquisición de las Filipinas había acabado con el aislamiento y expuesto la seguridad de los Estados Unidos.55 El congresista inclusive reconocía los problemas asociados a la defensa de las islas y aceptaba que no habrían podido evitar su conquista por parte de los japoneses. Además de constituir un problema estratégico, las Filipinas hacían inevitable una guerra entre ambas naciones, pues la presencia norteamericana era un obstáculo para los planes expansionistas del Japón. En palabras del propio Hobson, Japón las quiere (las Filipinas) con urgencia. Las quiere porque sabe que mientras estén en nuestros poder controlamos la llave del comercio oriental. Poseer las Filipinas nos acerca a ellos (los japoneses).56
Si Hobson estaba tan seguro de los riesgos que conllevaba el control de las Filipinas, ¿por qué era uno de los principales partidarios de la retención de las islas? Cuatro son los factores que explican su actitud al respecto. Primero, porque creía que la supremacía naval era imposible sin bases navales y la mejor forma de garantizar tales bases era poseyendo colonias. Segundo, porque pensaba que los peligros asociados a las islas estaban justificados dada su importancia estratégica. Tercero, porque estaba convencido de que, con las Filipinas en su poder, los Estados Unidos estaban en mejor posición para hacer frente a temas como la política de puertas abiertas, la agresividad japonesa y la competencia naval mundial.57 Cuarto, porque creía que la presencia en las Filipinas sería una especie de escaparate para Japón del poder y la eficiencia norteamericanas. En otras palabras, Hobson era un gran defensor del control norteamericano de las Filipinas porque las veía como un recurso que podría ayudar a los Estados Unidos a prevalecer en la competencia por la supremacía en Asia. Por ello no sólo proponía la retención de las islas, sino también su transformación 55 Según el legislador, la adquisición de Filipinas movió la doctrina Monroe hasta el Pacífico, complicando la situación estratégica de los Estados Unidos. Hobson, 1902, 550. 56 LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 31, folder 1, «War with Japan looks inevitable», Independent Star, February 1907. 57 La política de puertas abiertas y el mercado chino jugaban un papel importantísimo en el pensamiento de Hobson. Para éste, la supremacía naval norteamericana era necesaria para mantener el mercado chino abierto a los productos estadounidenses. Hasta cierto punto, el congresista reinventa la política de puertas abiertas al plantear que el futuro de China determinaría el futuro del mundo. LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 72, folder 1, «Letter to the Editor of The Chicago Herald», March 1, 1905.
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en una base naval fortificada desde donde operasen las fuerzas norteamericanas en el sudeste asiático.58 Hobson tampoco tenía problemas en reconocer que la defensa de las Filipinas era una responsabilidad norteamericana. Para él, el gobierno de los Estados Unidos tenía dos opciones: estar preparados para defender las islas o asumir el riesgo de una humillación militar. Concederles la independencia para evitar los riesgos asociados a su control era una propuesta que Hobson rechazaba tildándola de cobarde. Para él, lo digno era retenerlas y estar listos para su defensa construyendo una armada poderosa.59 Es necesario señalar que el control de las Filipinas era una pieza clave en la visión geopolítica del legislador. Hobson no veía a los Estados Unidos como un país aislado, sino como una potencia mundial con intereses globales. El gobierno estadounidense debía estar listo y ser capaz de defender la política de las puertas abiertas, la doctrina Monroe, sus costas continentales y las posesiones y territorios norteamericanos. La seguridad, el progreso y bienestar de millones de personas estaban en manos de su gobierno. En otras palabras, la idea de Hobson de la seguridad nacional no estaba limitada a la defensa del territorio continental; por el contrario, esta seguridad incluía la defensa de Hawái, el canal de Panamá y las Filipinas. Totalmente convencido de que la principal amenaza a la que se enfrentaban los Estados Unidos estaba en el Pacífico, no debe sorprendernos que Puerto Rico esté totalmente ausente del análisis de Hobson. En su opinión, el control de las Filipinas colocaba a los Estados Unidos en una mejor posición estratégica para defender sus intereses.60 Sin embargo, el gobierno no podría defender tales intereses —como tampoco las Filipinas— sin una marina de guerra grande y poderosa. El congresista rechazaba rotundamente los argumentos de que una armada poderosa amenazaría las instituciones políticas norteamericanas. Para él, la supremacía naval no reduciría o dañaría el excepcionalismo 58 LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 17, In Time of Peace, 1908, 9-10. 59 LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 75, folder 11, «Why should America?», November 25, 1903, 2, y Hobson, «American Mistress of the Sea», 551. 60 LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 75, folder 11, «Why America Should Hold Naval Supremacy?», Letter to Hon. A. A. Wiley, House of Representatives, November 25, 1903; Box 31, folder 9, «The True Relations of Our Navy to the Nation. Speech of Richmond P. Hobson of Alabama in the House of Representatives», February 22, 1913, 4; Box 31, folder 9, «The Philosophy of Our Naval Policy. Speech by Hon. Richmond P. Hobson of Alabama, in the House of Representatives», December 14, 1909, 6.
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estadounidense, sino que por el contrario lo ampliaría. Hobson alegaba que existía un viejo vínculo entre navalismo y republicanismo, pues era un hecho histórico que «ninguna armada había usurpado el poder civil o derrocado un gobierno».61 A pesar de su acercamiento estratégico y naval, Hobson no fue inmune a la representación del colonialismo norteamericano en las Filipinas como una empresa civilizadora e iluminadora. Durante la discusión del presupuesto naval de 1914, planteó que los Estados Unidos estaban ocupando las islas no para su provecho, sino para beneficio exclusivo de los filipinos. Según él, «estamos allí por su bien y con el tiempo nos retiraremos y les daremos gobierno propio».62 ¿Por qué un analista tan centrado en elementos geopolíticos como Hobson le prestó atención a este tema? No tenemos una respuesta definitiva a esta pregunta, pero sí podemos sugerir dos posibles explicaciones. A Hobson podía preocuparle que la ocupación de las Filipinas fuese entendida como una contradicción de su representación de los Estados Unidos como una nación sin aspiraciones imperialistas. Tal vez por ello, vio necesario clarificar que la presencia en las islas no era una empresa colonial tradicional, sino otro reflejo de la singularidad de la nación norteamericana. Por otro lado, es probable que Hobson no pudiera sustraerse de la influencia de las fuerzas culturales e ideológicas que definieron el discurso imperialista norteamericano basado en la idea de un imperialismo ilustrado. En otras palabras, como hijo de su momento histórico, el congresista, siendo uno de ellos, no pudo escapar a la influencia de los creadores de conocimiento sobre las Filipinas. Como se ha podido ver, Austin, Beveridge y Hobson prestaron más atención a los asuntos estratégicos que los creadores de conocimiento analizados en los dos capítulos anteriores. Estos tres congresistas estaban más preocupados por el significado y valor estratégico de las Filipinas, el futuro de la armada, el aislamiento y la posición de los Estados Unidos en el mundo que de los elementos ideológicos y culturales asociados a los conceptos de imperialismo ilustrado o republicanismo. En su pragmatismo, Austin, Beveridge y Hobson representaron las islas como una posesión indispensable para la defensa y promoción de los intereses económicos, estratégicos y diplomáticos de los Estados Unidos. 61 LC, MD, Papers of Richard P. Hobson, Box 75, folder 11, «Why American should Hold Naval Supremacy», 4, y CR, 63-2, vol. 52, January 25, 1915, 2704. 62 CR, H, 63-2, vol. 51, May 5, 1914, 8114; TA.
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LA CUESTIÓN NAVAL Y LAS FILIPINAS En los primeros años del siglo XX, el Congreso discutió intensamente el tamaño, armamento, tonelaje y distribución geográfica de la flota norteamericana de acorazados. Estos debates dieron paso a la discusión de otros temas y asuntos relacionados como el anti-militarismo, el aislacionismo, el conservadurismo fiscal y los regionalismos políticos.63 El futuro de las posesiones insulares, y en especial de las Filipinas, también afloró durante los debates legislativos en torno al futuro de la marina de guerra. Entre 1900 y 1908, hubo tres momentos durante los cuales el problema filipino y la cuestión naval se entrelazaron: los debates anuales sobre el presupuesto de la Marina, los debates sobre la construcción de una base naval en las Filipinas y el debate sobre la construcción de cuatro acorazados en abril de 1908. Esto no debe ser causa de sorpresa, pues está claro que desde el comienzo mismo de la ocupación norteamericana hubo un fuerte vínculo entre la armada y la aventura colonial en las Filipinas. La retención de las islas fue usada por miembros del Congreso para justificar y criticar los planes del gobierno a favor de una armada poderosa. Los congresistas pro-marina alegaban que una armada poderosa era necesaria para defender las Filipinas y todo lo que allí estaba en riesgo (el honor, el prestigio internacional y los intereses económicos de los Estados Unidos). Para ellos, la soberanía norteamericana en las islas no estaba en discusión; por lo tanto, su defensa era una responsabilidad que no se podía evitar. Dada la enorme distancia que mediaba entre el territorio continental norteamericano y las islas, la única forma de cumplir con tal responsabilidad era con una armada poderosa. Estos congresistas establecieron un vínculo directo entre las Filipinas y el poderío naval: los Estados Unidos no tenían otra opción que aumentar su poder naval para ser capaces de proteger las Filipinas, para lo cual era necesario construir una gran flota de potentes acorazados. Quienes se oponían en el Congreso a la construcción de una armada grande reconocieron el vínculo entre poder naval y defensa de las islas, y plantearon su independencia como una solución. Para ellos, los Estados Unidos debían abandonar las Filipinas para evitar así el riesgo de transformarse en un nación militarista. 63 Para un examen más detallado del desarrollo de la marina de guerra de los Estados Unidos pueden consultarse las siguientes obras: Sprout, 1990, y Pedisich, 1998.
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Para muchos legisladores, el tema de las Filipinas estaba relacionado no sólo con el futuro político de las islas, sino también con el futuro de las instituciones y tradiciones políticas norteamericanas. El problema filipino trascendía la discusión sobre el futuro de las islas como posesión norteamericana (independencia, anexión o retención). Estos congresistas abordaron el tema de la defensa de las islas junto con asuntos como ciudadanía, honor y seguridad nacional, el papel internacional de los Estados Unidos, las relaciones y jerarquías raciales norteamericanas, el sistema político estadounidense, etc. En otras palabras, la intersección entre el debate naval y la cuestión filipina sirvió de marco para la discusión de un asunto más profundo: la idea que poseían los congresistas sobre lo que constituía la esencia de la identidad nacional norteamericana (Americanness).
EL REPUBLICANISMO Y LA CUESTIÓN NAVAL El republicanismo fue uno de los principales temas que afloraron durante los debates en el Congreso en torno al futuro de la armada y de las Filipinas. El republicanismo es uno de los elementos ideológicos usados por los norteamericanos para construir una identidad nacional basada en la diferenciación de los Estados Unidos y Europa, especialmente Gran Bretaña. Tal diferenciación estuvo basada en la comparación de las monarquías dictatoriales europeas con la joven república democrática norteamericana. En otras palabras, lo que distinguía a los Estados Unidos del resto del mundo era su sistema republicano de gobierno. Esta idea era casi un credo entre los congresistas en las primeras décadas del siglo XX. Como fieles creyentes de la superioridad de sus instituciones y sus tradiciones políticas, imaginaban la sociedad norteamericana como la más libre e igualitaria del mundo, como la más grande república de la historia. Ninguna otra nación en la historia de la humanidad había desarrollado un sistema político no monárquico, con una separación estricta de la iglesia y el estado, sin una aristocracia, sin un ejército permanente y basada en la participación política de sus ciudadanos. Para ellos, ningún otro país era capaz de reproducir o copiar sus instituciones y tradiciones republicanas porque éstas eran producto de la unicidad política, cultural, racial y económica de los Estados Unidos. 146
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Aunque la inmensa mayoría de los congresistas creían en la existencia de esta «comunidad imaginada», no hubo un consenso entre ellos en torno a cómo las posesiones insulares podrían afectar al republicanismo norteamericano. Para muchos legisladores, la posesión de colonias era, además de una contradicción para una sociedad republicana, un serio peligro. El colonialismo era compatible con los gobiernos monárquicos, pero totalmente incompatible con formas republicanas de gobierno como la norteamericana; de ahí que alegaran que la posesión de colonias ponía en peligro la supervivencia de la democracia en los Estados Unidos. Por otro lado, hubo congresistas para quienes la adquisición y retención de un imperio insular era una gran oportunidad para que la nación norteamericana cumpliera con su misión de propagar sus instituciones más allá de sus fronteras. Éstos no veían contradicción alguna entre colonialismo y republicanismo porque estaban convencidos de que el colonialismo norteamericano sólo podía ser una experiencia iluminadora.64 El republicanismo fue un tema importante durante las discusiones legislativas sobre el futuro de la armada norteamericana. Algunos miembros del Congreso se mostraron preocupados por el posible impacto del militarismo sobre sus instituciones políticas, pues creían que la construcción de una gran flota de guerra llevaría al país por el camino del militarismo, poniendo en peligro la democracia. Para ellos, los Estados Unidos no necesitaban una gran marina de guerra porque no tenían nada que temer, pues estaban protegidos por dos amplios océanos. Por el contrario, otro grupo de congresistas no vio peligro alguno en la construcción de una armada poderosa. El militarismo no era algo que les preocupara y creían que la defensa de los intereses y posesiones norteamericanas hacían necesario que los Estados Unidos tuviese una marina de guerra potente. Estas dos visiones chocaron durante el debate congresual en torno a la construcción de una base naval en las Filipinas. Entre 1900 y 1908, el gobierno de los Estados Unidos discutió extensamente el papel que jugarían las islas dentro de la política norteamericana en Asia. Uno de los elementos principales de esa discusión fue la posibilidad de construir una base naval en algún punto del archipiélago filipino, que podría tener una gran importancia estratégica porque podría ser el centro de las operaciones navales estadouni64 Sobre la idea de un colonialismo ilustrado, véanse Barreto-Velázquez, 1998; Conklin, 1997 y 1998, 420-423.
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denses en la zona y a la vez ser un escudo protector para las islas.65 Entre los funcionarios de la administración de Theodore Roosevelt existió un consenso a favor de la construcción de una base, pero no así de su ubicación. Para el ejército, el lugar ideal era Cavite en la bahía de Manila, mientras que la marina se inclinaba por Olangapo en la bahía de Subig. En 1908, y tras siete años de debate, las autoridades norteamericanas decidieron que la bahía de Manila era el lugar donde construirían su base naval. Sin embargo, nunca fue construida porque ese mismo año se decidió hacer una en Pearl Harbor, Hawái, que terminó convirtiéndose en la principal base de operaciones de la flota norteamericana del océano Pacífico.66 Es necesario señalar que, a pesar de la importancia del debate entre la marina y el ejército, el futuro de la base en las Filipinas fue decidido por los congresistas, no por los oficiales navales o militares. Entre el cincuenta y seisavo (1901) y el sexagésimo (1907) Congreso, la armada solicitó la asignación de fondos para el desarrollo de una base naval en Filipinas, pero el Congreso de forma sistemática ignoró sus peticiones.67 En otras palabras, en las Filipinas no se construyó una base naval porque el Congreso no quiso. El debate congresual sobre la construcción de esta base naval abrió las puertas a la discusión de temas más amplios, pues fue aprovechada por algunos legisladores para criticar duramente la política del gobierno hacia las islas. Uno de ellos fue el representante James L. Slayden (D-Texas), quien rechazó la construcción de la base porque creía que las islas eran indefendibles. Slayden cuestionaba que se pretendiera invertir millones de dólares en la construcción de una base que garantizara la seguridad del archipiélago, porque eso era estratégicamente imposible. El representante por el estado de Texas no se opuso a su construcción sólo por razones económicas y estratégicas, como podría argumentar una importante corriente historiográfica norteamericana. Su oposición también tuvo una orientación ideológica, pues creía que la ocupación de las islas era una contradicción con las instituciones y tradiciones políticas norteamericanas. Para él, la presencia en las Filipinas era «rara y anti-norteamericana», y, por ende, debía ser eliminada de forma inmediata.68 65 1958. 66 67 68
Para más información sobre este tema, véanse Barreto-Velázquez, 1999, y Braisted, 1954 y Barreto-Velázquez, 1999. Ibíd. CR, H, 59-2, vol. 41:3, February 12, 1907, 2776.
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El congresista Robert Baker (D-New York) nos brinda un gran ejemplo de cómo la discusión en torno a la base naval fue usada para atacar la presencia norteamericana en las Filipinas. El 15 de febrero de 1905, la Cámara de Representantes discutía la asignación de $100.000 para el desarrollo de una base en Olongapo. Durante el debate, Baker presentó una enmienda eliminando la asignación de esos fondos y justificó su propuesta de forma clara y contundente, Sostengo que el pueblo de los Estados Unidos no tiene ningún asunto en las Filipinas; nunca tuvimos ningún asunto en las Filipinas; hoy día no tenemos ningún asunto allí. La capacidad de los filipinos para el autogobierno no es asunto nuestro. A nosotros no nos toca decidir si hay un mal o buen gobierno en las Filipinas. No tenemos el derecho moral —ningún derecho moral— de salir fuera de los Estados Unidos e imponer nuestra voluntad sobre ningún otro pueblo independientemente que su gobierno no cumpla con nuestros estándares. No tenemos el derecho moral a la interferencia más leve en los asuntos del pueblo filipino. Por lo tanto, la asignación de fondos es, en primer lugar, un desperdicio de recursos del pueblo norteamericano y, en segundo lugar, va a ser usada de la forma más inmoral posible.69
Para Baker, el control norteamericano de las Filipinas no sólo era inmoral, sino innecesario, pues no veía razón estratégica, económica, cultural o humanitaria que justificase la presencia en las islas. El legislador rechazaba el control de las islas porque estaban muy alejadas de los límites naturales del poder estadounidense.70 Baker cuestiona las bases mismas del discurso imperialista norteamericano al reclamar que los Estados Unidos no tenían derecho alguno de juzgar la capacidad política de los filipinos ni de ningún otro pueblo. Hacerlo no sólo era algo inmoral e indigno, sino también injusto, pues los estándares políticos norteamericanos eran difíciles de reproducir. Baker tampoco creía que la educación política de los filipinos fuese una responsabilidad de los norteamericanos.71 Como hemos visto, el debate en torno a la construcción de una base naval en Filipinas fue usado por algunos miembros del Congreso para representar el control colonial de las islas como una amenaza a la naturaleza política de los Estados Unidos. 69 CR, H, 58-3, vol. 39:4, February 17, 1905, 114-117. Énfasis añadido; TA. 70 Como veremos, otros congresistas rechazaron también el control de las Filipinas argumentando que estaban ubicadas fuera del territorio protegido por la doctrina Monroe. 71 La enmienda de Baker no fue aprobada.
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LAS FILIPINAS Y LA SEGURIDAD NORTEAMERICANA La situación geopolítica de Asia fue otro de los temas que afloraron durante las discusiones conjuntas sobre las cuestiones filipinas y navales en el Congreso. A principios del siglo XX, las aspiraciones imperialistas rusas, francesas, alemanas, japonesas y británicas se enfrentaban en el Lejano Oriente, especialmente en China. La debilidad militar, económica y política china desató una feroz competencia entre las potencias imperialistas por el control del mercado y los recursos naturales del gigante asiático. Estas potencias no luchaban sólo por la supremacía en China, sino también por la hegemonía asiática. Los Estados Unidos se insertaron en este juego proponiendo la igualdad de condiciones comerciales y defendiendo la integridad territorial china. El comportamiento de las potencias europeas no era lo único que preocupaba a los legisladores norteamericanos a principios del siglo XX. El ascenso de Japón y su transformación en una potencia complicó el escenario político mundial, especialmente después de que los japoneses obtuvieran una de sus principales victorias diplomáticas en 1902, al acordar una alianza defensiva con Gran Bretaña que según Walter LaFeber «estremeció el escenario mundial».72 Esta gran victoria diplomática ayudó a Japón a preparar el camino para una guerra contra su principal enemigo, Rusia. Las relaciones ruso-japonesas se complicaron tras la operación militar internacional contra los bóxers en 1900.73 Rusia fue una de las potencias que envió tropas para luchar contra los nacionalistas chinos y aprovechó la ocasión para ocupar una zona al norte de China conocida como Manchuria. Entre los japoneses existía «un consenso casi unánime de que la seguridad nacional japonesa demandaba el control de la península de Corea y esto no podía garantizarse mientras Manchuria permaneciera en poder ruso».74 Para el gobierno japonés era necesario, aún a riesgo de una guerra, prevenir que Rusia usara Manchuria como base para dividir China y, por ende, amenazar a Corea y la seguridad japonesa. Decidido a poner fin a esta amenaza y reforzado por su alianza con Gran Bretaña, Japón decidió tomar la iniciativa. En 1905, conmocionó al mundo con sus ataques sorpresivos contra las posiciones rusas en Puerto Arturo y la derrota fulminante de su 72 LaFeber, 1997, 76. 73 Sobre los bóxers ver nota 31. 74 LaFeber, 1997, 76.
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flota en la batalla del Mar del Japón. Con ello quedó claro que Japón era una potencia que debía ser respetada y tomada en cuenta, complicando aún más el ya espinoso juego diplomático asiático. En este contexto de expansión japonesa y competencia imperialista, no debe ser una sorpresa que, dada su ubicación geográfica, el significado estratégico de las Filipinas para los Estados Unidos se convirtiese en un tema de discusión en el Congreso. Esta discusión giró en torno a varias cuestiones: ¿Llevarían las Filipinas a los Estados Unidos a una guerra? ¿Exponían la seguridad de la nación norteamericana? ¿Podrían los Estados Unidos defender el archipiélago? Estas preguntas fueron tema obligado en casi todos los debates sobre las islas en el Congreso a lo largo de las tres primeras décadas del siglo XX. Durante ese periodo, los legisladores no fueron capaces de esbozar una respuesta común, sino que se enzarzaron en un intenso debate. La discusión del futuro de la marina de guerra sirvió de marco perfecto para dicho debate. Para algunos congresistas, el control de las Filipinas no conllevaba riesgo alguno porque los Estados Unidos no tenían enemigos y nadie se atrevería a atacar las islas. Durante la discusión del proyecto de ley de 1904 para asignar fondos a la marina de guerra, los representantes George E. Foss (R-New York) y Theodore E. Burton (R-Ohio) discutieron el valor de las Filipinas para los Estados Unidos y su relación con el tamaño de la armada en los siguientes términos: Sr. Foss: Me gustaría preguntarle al caballero si cree o no que debemos tener una flota en el Oriente lo suficientemente grande y poderosa para proteger las Filipinas. Sr. Burton: ¿Por qué tendría que decir que sí? ¿Cuál es la razón para que necesitemos más acorazados para proteger las Filipinas de un ataque? ¿Quién está amenazando atacarlas?».75
Burton rechaza que la defensa de las Filipinas demandara la construcción de una armada poderosa. Para él, las islas no corrían peligro alguno porque eran un territorio norteamericano. La bandera estadounidense era mejor protección que cualquier flota de acorazados. Burton no reconoce que la adquisición y retención de las islas hubiese cambiado la posición internacional de los Estados Unidos, como tampoco reconoce que pusieran 75 CR, House, 58-2, vol. 38:3, February 22, 1904, 223; TA.
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en peligro la seguridad norteamericana. Para éste, nada había cambiado tras 1898; los Estados Unidos no tenían enemigos y, por ende, nada que temer. Como veremos, no todos los congresistas compartían el optimismo del representante Burton. En 1904, el senador Chauncey M. Depew (R-New York) rechazó los planteamientos de su colega Fred W. Carmack (D-Tennesse) en contra de la retención de las Filipinas, negando que las islas expusieran a los Estados Unidos al peligro de una guerra. Según Depew, ni las grandes potencias europeas tenían los recursos necesarios para movilizar una ejército e invadir las islas. La gran distancia entre las bases de estas potencias y las Filipinas, unida a la presencia de la marina de guerra de los Estados Unidos, hacían poco probable un ataque externo contra el archipiélago.76 Carmack respondió recordándole a Depew que Gran Bretaña tenía colonias cercanas a las Filipinas desde donde fácilmente podía lanzar un ataque contra ellas. El senador por Tennesse subrayaba su vulnerabilidad geográfica (miles de millas de costa) y el enorme costo humano y económico que conllevaría su defensa, concluyendo: Nuestro control de las Filipinas aumenta el peligro de vernos involucrados en una guerra y debilita enormemente nuestro poder defensivo.77
Es evidente que para Carmack las Filipinas eran el lado débil de la defensa territorial norteamericana. Defender las islas requeriría una gran armada y la construcción de fortificaciones, lo que hubiese costado millones de dólares. Contrariamente a lo planteado por Depew, Carmack tenía claro que la ubicación de las Filipinas en una zona inestable y peligrosa exponía a los Estados Unidos a riesgos que él consideraba innecesarios. Para el senador por Tennesse, era indiscutible que el control de las islas ponía en peligro a los Estados Unidos. Resulta interesante la ausencia del Japón en el debate entre Depew y Carmack. La definición de Depew de «potencias mundiales» era claramente eurocéntrica y por ello deja fuera a Japón. En su opinión, sólo las potencias europeas podían amenazar la seguridad filipina y, por lo tanto, las islas estaban seguras por circunstancias geográficas. Aunque el acercamiento de Carmack es menos limitado, éste sólo identifica a Gran Bretaña como un peligro potencial y olvida la cercanía y peligrosidad de Japón. La invisibi76 Ibíd., 2734. 77 Ibíd.; TA.
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lidad de la amenaza japonesa refleja que ambos senadores subestimaban o ignoraban su poderío. No podemos perder de vista que el análisis de ambos es previo a la gran victoria japonesa sobre Rusia en 1905. En otras palabras, las naciones occidentales, los Estados Unidos incluidos, no se habían aún estremecido por las aplastantes victorias de la marina japonesa sobre su homóloga rusa. No todos los congresistas subestimaron la amenaza japonesa. Durante la discusión del proyecto de ley de 1904 para asignar fondos a la marina, el senador Hernando de Soto Money (D-Mississippi) identificó a Japón como uno de los grandes peligros que enfrentaban los Estados Unidos por su control de las Filipinas. En palabras de Soto Money, «Japón era un enemigo que ninguna nación puede despreciar».78 El senador estaba convencido de que los Estados Unidos no podrían evitar que Japón conquistase las islas, porque los japoneses eran una raza guerrera que no se detendría hasta completar sus ambiciones expansionistas en Asia. Su invasión de las Filipinas era cuestión de tiempo, porque «Japón mantiene la misma actitud hacia el archipiélago filipino que mantiene hacia Manchuria y Corea».79 Es decir, las Filipinas eran un pieza más en su programa expansionista y los Estados Unidos no podrían hacer nada para evitarlo. Como Carmack, Soto Money creía que las Filipinas eran el punto débil de la defensa nacional norteamericana e identificaba a Japón como la principal amenaza. De ahí que estuviera convencido de que una guerra con Japón comenzaría con un ataque suyo contra las islas, que sería seguido por ataques contra la costa oeste de los Estados Unidos. El senador consideraba necesario abandonar las Filipinas para evitar así dicho conflicto. En su análisis, de Soto Money transforma a los japoneses en una amenaza racial al alegar que su agresividad y violencia estaban racialmente determinadas. La representación del pueblo japonés en términos raciales será un elemento de importancia en la discusión congresual del tema filipino entre las décadas de 1910 y 1930. «Nuestro espléndido aislamiento geográfico» La vinculación entre los temas navales y filipinos abrió las puertas a la discusión congresual del significado de uno de los elementos más im78 CR, Senate, 58-2, vol. 38:6, Appendix, 93; TA. 79 CR, House, 58-2, vol. 38:3, February 22, 1904, 273; TA.
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portantes en la historia de las relaciones exteriores de los Estados Unidos: su aislacionismo geográfico. Este aislacionismo es una de las «creencias y tradiciones» que, junto al republicanismo, la doctrina Monroe, el excepcionalismo, el destino manifiesto, el providencialismo, el sentido de misión y la política de la puerta abierta, ejercieron una gran influencia en la política exterior norteamericana.80 De acuerdo con el historiador Robert L. Beisner, en el siglo XIX el aislamiento «más que un hecho físico, era un objetivo nacional». En otras palabras, los norteamericanos creían que los dos grandes océanos que separan a los Estados Unidos de Asia y Europa servían de barrera geográfica que, unida a una política de no intervención en los asuntos europeos, mantenía segura a la nación. De ahí que vieran el aislamiento como «un profiláctico para prevenir la contaminación del experimento norteamericano con las costumbres e instituciones europeas». El aislamiento permitía también eludir las disputas europeas y manejar los asuntos norteamericanos «independientemente de las cancillerías europeas como una manera prudente de perseguir los intereses nacionales».81 Esto no significó que los Estados Unidos se mantuviera completamente aislado del resto del mundo. Por el contrario, no sólo mantuvieron relaciones diplomáticas y comerciales con otros países, sino que también cooperaron con otras naciones y «se impusieron en el hemisferio occidental, especialmente en Centroamérica y el Caribe».82 Los debates navales sirvieron de marco para una discusión del impacto de la guerra con España sobre el aislacionismo norteamericano. Tal discusión giró en torno a una pregunta: ¿Hasta qué punto la transformación de los Estados Unidos en un poder colonial asiático había afectado al aislacionismo como base de la política exterior norteamericana? Las Filipinas jugaron un papel muy importante en el debate sobre esta cuestión. Los legisladores discutieron sobre si la adquisición de las islas había acabado con el aislacionismo provocando cambios en la planificación estratégica y en la asignación congresual de fondos. Todo ello asociado a la pregunta de si las Filipinas exponían la seguridad de los Estados Unidos. La fortaleza y tamaño de la marina de guerra jugaron un papel de importancia en la discusión de la validez del aislacionismo como filosofía 80 Beisner, 1975, 9; TA. 81 Ibíd., 10-11; TA. 82 Ibíd.; TA.
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estratégica. Muchos congresistas cuestionaron si una marina poderosa era necesaria no sólo para defender las posesiones coloniales norteamericanas, sino también para mantener la nación segura. En otras palabras, se preguntaron si el aislamiento geográfico no era suficiente para garantizar la seguridad de los Estados Unidos haciendo necesaria una armada potente. Como era de esperar, los congresistas elaboraron diversas respuestas para estas cuestiones. Para algunos, la retención de las Filipinas significó el fin del aislamiento como estrategia defensiva.83 Alegaban que la guerra de 1898 había redefinido a los Estados Unidos en términos geográficos y estratégicos, dejando de ser un país continental y transformándose en una potencia mundial con fronteras en Asia y el Caribe. En consecuencia, quien quisiera atacar a los Estados Unidos no tenía que cruzar el Atlántico o el Pacífico, sino atacar alguna de sus nuevas posesiones coloniales. Las nuevas responsabilidades e intereses del gobierno norteamericano comprometían el aislacionismo y hacían, por ende, necesaria una flota de guerra poderosa. Durante la discusión del proyecto de ley de 1904 para asignar fondos a la marina, el congresista Robert E. Foss (R-Illinois), presidente del Comité de Asuntos Navales de la Cámara de Representantes, usó la defensa de las Filipinas para justificar el incremento del poderío marítimo. De acuerdo con Foss, con la adquisición de las islas los Estados Unidos dejaron de ser un «país aislado».84 Su argumentación era muy pragmática: el Congreso tenía que enfrentar el hecho de que la seguridad de las Filipinas era una responsabilidad norteamericana. El congresista alegaba que, independientemente de cómo fuese resuelto el futuro político de las islas, los Estados Unidos no dejarían de ser responsables de su seguridad. En conclusión, el problema filipino no tendría una solución fácil o rápida; por lo tanto, los Estados Unidos debían estar listos para defender el archipiélago.85 83 Entre ellos destacan George E. Foss (R-Illinois), Samuel L. Powers (R- Massachussets), Fred W. Carmack (D-Tennessee), Nicholas Longworth (R-Ohio) y Richard W. Parker (R-New Jersey). 84 CR, H, 58-2, vol. 38:3, February 19, 1904, 2066. El congresista Samuel L. Powers (RMassachussets) también declaró el fin del aislamiento, pero no sólo por culpa de las Filipinas, sino también por Puerto Rico. La adquisición de ambas posesiones instaló la bandera norteamericana a miles de millas de distancia del territorio continental y en zonas de alta peligrosidad. Powers defendía la construcción de una Armada poderosa, capaz de defender y promover los intereses norteamericanos. CR, H, 58-2, vol. 38:3, February 19, 1904, 2226. 85 Ibíd. La pregunta acerca de si la responsabilidad norteamericana sobre las Filipinas terminaría con su independencia estuvo presente en todos los debates legislativos sobre el futuro de la colonia
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El representante Nicholas Logworth (R-Ohio) creía, como Foss, que la adquisición de las posesiones insulares en 1898 habían acabado con el aislacionismo. Según él, el nuevo papel internacional de los Estados Unidos a principios del siglo XX «nos ha convertido, queramos o no, en una potencia mundial y yo estoy orgulloso de ello». Longworth también creía que la defensa de las Filipinas era una responsabilidad que no podían evitar y estaba seguro de que el pueblo norteamericano no toleraría que las islas les fuesen arrebatadas; por lo tanto, era necesario estar listos para su defensa.86 Es necesario puntualizar que no todos los defensores de la idea del fin del aislacionismo eran miembros del Partido Republicano. Por ejemplo, en 1904, el senador Carmack, demócrata por el estado de Tennessee, coincidió con los argumentos de Foss y Longworth de que la retención de las Filipinas había puesto fin al aislacionismo de los Estados Unidos. Sin embargo, Carmack veía las Filipinas como un peligro para la nación, porque eran el punto más vulnerable de la defensa estadounidense. De ahí que se mostrase a favor de su independencia como una forma de fortalecer la seguridad de los Estados Unidos.87 Otros miembros del Congreso se resistieron a firmar el acta de defunción del aislacionismo. Un grupo de congresistas alegó que el aislamiento seguía siendo la mejor defensa con que contaba la nación norteamericana.88 Según ellos, la guerra con España no había cambiado la situación geográfica de los Estados Unidos y, por lo tanto, la nación seguía protegida por los océanos Pacífico y Atlántico. Además, la seguridad de los Estados Unidos no estaba amenazada porque nadie tenía por qué atacarlos; por lo tanto, la construcción de una armada poderosa era totalmente injustificada. Estos legisladores eran fieles creyentes del excepcionalismo norteamericano, por lo que creían que la singularidad de su sociedad era un escudo protector para toda la nación. Algunos inclusive pensaban que el patriotismo norteamericano era su primera línea de defensa. Para éstos, la seguridad norteamericana. Durante más de treinta años, esta pregunta fue discutida no sólo en el Congreso, sino en conferencias, libros, caricaturas e inclusive en discursos radiofónicos. 86 CR, H, 60-1, April 15, 1908, 4802; TA. 87 CR, S, 58-2, vol. 38:3, March 3, 1904, 2733; TA. 88 John S. Williams (D-Missouri), David A. de Armond (D-Missouri), Lemuel L. Padgett (DTennessee), James R. Tawmey (R-Minnesota), Samuel L. Piles (D-Washington), Thomas H. Carter (R-Montana), Moses E. Clapp (R-Minnesota), Richard Barthold (R-Missouri).
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norteamericana debía estar basada en sus instituciones políticas y no en el número de acorazados que poseyese la armada. En su análisis, las posesiones insulares no eran un elemento suficientemente importante para justificar una revisión de las políticas tradicionales respecto a la seguridad de los Estados Unidos. Durante la discusión del proyecto de ley de 1904 para asignar fondos a la armada, el representante John S. Williams (D-Missouri) argumentó que el aislacionismo seguía siendo la mejor defensa, y para probar su tesis analizó la actuación de los británicos durante la guerra de los boers. De acuerdo con el congresista demócrata, esta guerra demostró que los problemas con el transporte de tropas podía ser una limitación seria aún para la principal potencia naval. Los Estados Unidos, concluía Williams, no tenían nada que temer, pues su aislamiento geográfico complicaría terriblemente la logística de un posible ataque externo. En otras palabras, ninguna nación podría trasportar a través de dos océanos las tropas necesarias para atacar a los Estados Unidos.89 Las posesiones insulares estaban totalmente ausentes en el análisis de Williams así como también la posibilidad de un ataque japonés. Para él, los Estados Unidos seguían siendo un país continental, sin responsabilidades más allá de sus fronteras naturales. De ahí que la guerra con España, la adquisición de las Filipinas y Puerto Rico, el control de Cuba, la anexión de Hawái y la construcción del canal de Panamá no significaban nada para él. El representante David A. de Armond (D-Missouri) también usó la discusión del ya citado proyecto de ley de 1904 para defender el aislacionismo como la mejor opción defensiva. En su opinión, el patriotismo de los ciudadanos era la fuente real del poder estadounidense. De Armond creía que, si se atenían a su tradición de concentrarse en sus propios asuntos, no tendrían nada que temer. Además, los Estados Unidos eran una nación tan poderosa que ningún país o combinación de países podrían derrotarla.90 Las posesiones insulares no figuran en el análisis de Armond porque su idea de los Estados Unidos no incluía a un grupo de islas localizadas a miles de millas de distancia del territorio continental norteamericano. Para él, los Estados Unidos eran una nación excepcional, habitada por un pueblo superior, con un destino por cumplir; una nación con instituciones demo89 CR, H, 58-2, vol. 38:3, February 22, 1904, 2229. 90 Ibíd., 2378-2379.
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cráticas y republicanas, que debían ser protegidas de la contaminación de la tradición monárquica y colonialista europea. Un país con estas características y además protegido por dos océanos no necesitaba una armada grande y poderosa. En otras palabras, la seguridad norteamericana dependía más de su superioridad moral e intelectual que de la construcción de acorazados y bases carboneras. El representante Lemuel P. Padgett (D-Tennessee) tampoco creía que la seguridad de los Estados Unidos estuviese amenazada y rechazaba la construcción de una marina poderosa. Padgett planteó varias preguntas a sus compañeros legisladores: ¿Qué país querría retar al poder norteamericano? ¿Quién querría enfrentarse al excepcionalismo norteamericano? ¿Quién querría retar su hombría? Según él, nadie querría; por lo tanto, la nación estaba segura. Padgett creía que la superioridad de la civilización y la masculinidad norteamericana eran escudos protectores difíciles de vencer, que garantizaban la seguridad. En 1908, el senador Samuel H. Piles (D-Washington) apoyó la asignación de fondos para la construcción de cuatro acorazados, aunque pensaba que los Estados Unidos no necesitaban una fuerza naval poderosa porque, al contrario que los europeos, los norteamericanos no sufrían la amenaza de «estados contiguos».91 El senador Thomas H. Carter (R-Montana) también creía que los Estados Unidos no tenían nada que temer de un ataque externo, y citaba a Lincoln: Todos los ejércitos combinados del mundo no podrían beber un baso de agua del río Ohio a menos que les dejemos hacerlo.92
Aunque existían diferencias entre estos representantes y senadores, todos ignoraban tanto a las colonias insulares norteamericanas como la amenaza japonesa. En el análisis de Padgett, Armond, Williams, Piles y Carter las posesiones insulares estaban ausentes porque, para ellos, el imperio norteamericano era invisible. Las Filipinas, Puerto Rico y Hawái no encajaban en su definición y representación de los Estados Unidos como 91 CR, S, 60-1, vol. 42, April 24, 1908, 5164. El senador Moses E. Clapp (R-Minnesota) también pensaba que el aislamiento geográfico era garantía suficiente de la seguridad norteamericana. Por ello, catalogaba la construcción de cuatro acorazados como algo totalmente innecesario. Ibíd., 5274. 92 CR, S, 60-1, vol. 42, April 27, 1908, 5269. Para Carter, los Estados Unidos eran «la vanguardia de la raza aria»; TA.
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una nación homogénea, blanca, civilizada, pacífica, viril y excepcional. Para estos congresistas estas islas eran realidades inexistentes, sombras que podían ser fácilmente ignoradas y olvidadas. Tal invisibilidad les ayudaba a lidiar con la ansiedad que les podría provocar reconocer o hacer frente a la faz imperialista de una nación que imaginaban única, superior y especial. Como los amerindios, los afro-americanos, los asiáticos-norteamericanos y los hispano-norteamericanos, los habitantes de las Filipinas, Puerto Rico y Hawái debían ser borrados, escondidos e ignorados para salvaguardar la inocencia norteamericana. Sólo así era posible reproducir un discurso basado en la excepcionalidad estadounidense y mantener invisible su imperialismo.93 Es necesario aclarar que no todos los miembros del Congreso ignoraron el significado geopolítico de las posesiones insulares, especialmente de las Filipinas. Para algunos de ellos, la conquista y retención del archipiélago cambió la posición estadounidense en Asia, haciendo necesaria una armada grande y poderosa. Para éstos, la perdida de las Filipinas expondría a Hawái y, a su vez, la posible pérdida de Hawái podría exponer la seguridad de la costa oeste de los Estados Unidos. En otras palabras, lo que estaba en juego no era sólo la seguridad de unas islas alejadas, sino la propia seguridad del territorio continental estadounidense. Algunos congresistas entendieron que las Filipinas podían desempeñar un papel muy importante en caso de que los Estados Unidos tuviesen una guerra en Asia y, sobre todo, en la defensa de los intereses norteamericanos en China. Para ellos, las islas podían ser usadas como base de operaciones de la armada y el ejército de los Estados Unidos. En 1904, el senador Depew (R-New York) reconoció que las Filipinas «podrían ser la posesión valiosa que los Estados Unidos tienen que defender y nuestra posesión más valiosa, que podría ser atacada».94 Las Filipinas eran la posesión más importante porque, según Depew, Todas las naciones europeas las consideran el lugar desde donde los Estados Unidos son capaces de atender y proteger su comercio en el Oriente.95 93 Sobre la invisibilidad del imperialismo norteamericano se pueden consultar los trabajos de Amy Kaplan y en especial su famoso ensayo «‘Left Alone with America’: the Absence of Empire in the Study of American Culture». Kaplan, 1993, 3-21. 94 CR, S, 58-1, vol. 37, March 3, 1904, 2732. 95 Ibíd.; TA.
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Otros congresistas reconocieron el valor estratégico de las Filipinas, pero de igual forma desaprobaron su adquisición. De acuerdo con el representante de Soto Money (D-Mississippi), el Partido Republicano favorecía la retención de las Filipinas porque podían ser utilizadas como base para garantizar a los Estados Unidos un pedazo del mercado chino. El representante aducía que su adquisición no había sido una buena idea porque provocó un crecimiento de la armada y colocó a los Estados Unidos en el centro de las «guerras futuras». Para de Soto Money, el gobierno norteamericano debía abandonar las islas para evitar una guerra y reducir al mínimo su presencia naval en Asia. Sin embargo, lo más interesante de su análisis es su comparación del significado estratégico de las Filipinas y Hawái. Aducía que Hawái jugaba un papel crucial en la protección de la costa oeste de los Estados Unidos, por lo que invertir en su seguridad era equivalente a invertir en la defensa de la nación norteamericana. De acuerdo con de Soto Money, Con una guarnición debidamente fortificada (en Hawái), no habría peligro de ataque contra nuestras posesiones en el Pacífico.96
Al contrario que las Filipinas, Hawái era una posesión valiosa, pues servía de escudo protector del territorio continental norteamericano; por lo tanto, estaba justificado retener las islas Hawáianas y protegerlas debidamente. Como hemos visto, el significado geopolítico de las Filipinas fue un tema muy controversial, que generó gran debate. Los congresistas desarrollaron visiones muy dispares sobre el impacto, real o imaginado, de las islas en la seguridad y el tradicional aislamiento norteamericano. EL HONOR NORTEAMERICANO Y LAS FILIPINAS El honor de los Estados Unidos fue otro tema discutido en el Congreso en la intersección de los debates de los problemas naval y filipino. Para algunos congresistas, la vulnerabilidad e indefensión de las islas comprometían el honor norteamericano.97 Éstos alegaban que si las Filipinas eran 96 CR, S, 60-1, vol. 42, April 21, 1908, 5014; TA. 97 Entre ellos Frank T. Brandegee (R-Connecticut), William E. Humphrey (R-Washington), William Richardson (D-Alabama), George K. Favrot (D-Louisiana) y John W. Gaines (D-Tennessee).
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arrebatadas a los Estados Unidos, el gobierno no tendría otra opción que salir en defensa del honor y reconquistarlas sin medir el costo. Por lo tanto, era necesario estar preparado para defender el archipiélago y eso sólo era posible con una armada poderosa. De acuerdo con estos legisladores, era responsabilidad del Congreso apoyar los esfuerzos del gobierno a favor de un marina de guerra capaz y vigorosa. Abandonar las islas para así evitar un posible conflicto con otra potencia no era una opción válida, por lo que la independencia filipina quedaba fuera de toda posibilidad. El honor norteamericano demandaba que los Estados Unidos salieran del archipiélago por decisión propia y no coaccionados por las circunstancias estratégicas y geopolíticas asociadas a las islas. En otras palabras, los norteamericanos estaban atrapados en las Filipinas, pues si huían de las islas mancillaban su honor, y si se quedaban, lo exponían. Otro grupo de congresistas no tuvo reparos en plantear la independencia como la única solución a los riesgos que corría el honor de la nación como consecuencia del control del archipiélago. Éstos estaban convencidos de que la retención de las islas llevaría a los Estados Unidos a una guerra en la que el honor de la nación estaría en juego, no el bienestar o el futuro de los filipinos. Estos legisladores veían la independencia como una necesaria retirada táctica, que pondría fin a los riesgos militares y a los peligros ideológicos y políticos asociados con las islas. La bandera norteamericana jugó un papel muy importante en esta discusión. Para muchos congresistas, ésta era el símbolo central de la soberanía y misión de los Estados Unidos en las Filipinas y, por ende, sólo debía ser retirada cuando su labor civilizadora estuviese completa y no en respuesta a peligros o presiones internas o externas. Por lo tanto, consideraban necesaria la construcción de una flota de poderosos acorazados para proteger el honor nacional. En palabras del representante William E. Humphrey (R-Washington), El pueblo norteamericano nunca consentirá que se le vea como a un cobarde. Cumpliremos con nuestro deber y nos prepararemos para proteger la bandera donde quiera que ésta ondee.98
98 CR, H, 60-1, vol. 42, April 15, 1908, 4791. En 1904, el representante Henry A. Cooper (RWisconsin) usó la presencia de la «bandera norteamericana en las Filipinas» para justificar su apoyo a una Armada potente. CR, H, 58-2, vol. 38:3, February 20, 1904, 2157; TA.
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Aunque Humphrey reconocía que el control de las Filipinas era «una constante amenaza a la paz de la nación», también sostenía que «la paz nacional, la seguridad nacional, el orgullo nacional y el honor nacional demandaban que se tomen medidas inmediatas para protegerlas (las Filipinas) del mundo y de ellas mismas».99 A pesar de que las islas exponían el honor y la seguridad nacional, los Estados Unidos no debían, huir como un cobarde, sino prepararse para proteger el archipiélago por medio de una armada potente. Para Humhprey, La única certeza de paz en el Pacífico es estar preparados para la guerra para que así ninguna nación se atreva a atacarnos injustamente. El honor, la paz y la seguridad de esta nación demanda imperiosamente que se mantenga un poderoso escuadrón de acorazados en el Pacífico y otro en el Atlántico.100
Humphrey establece aquí un vínculo directo entre el control de las Filipinas y el poder naval, uno hacía necesario al otro. Además, no distingue entre la defensa del honor norteamericano y la defensa de las Filipinas, pues ambas demandaban la construcción de una marina de guerra poderosa. Humphrey veía a la marina de guerra como una extensión del excepcionalismo estadounidense. Para él, la construcción de una armada poderosa no sería un signo de armamentismo, sino un instrumento de paz. Ningún país del mundo tenía nada que temer de una nación no militarista ni imperialista como los Estados Unidos. Por el contrario, ellos eran la única potencia mundial que no tenía agendas escondidas y que ejercía una influencia pacificadora y democratizadora. Cualquier dinero que el gobierno norteamericano invirtiese en la defensa de las Filipinas no sólo era una inversión en la protección del honor norteamericano, sino también en la promoción de la paz en Asia. En palabras de Humphrey, En caso de una guerra en el Pacífico, debemos depender enteramente de la marina. Nuestro ejército, si es que tuviésemos uno, sería inútil. La única garantía de paz para el Pacífico en el futuro es una gran armada.101
Otros miembros del Congreso, como el representante George K. Favrot (D-Louisiana), veían el tema de la defensa del honor norteamericano 99 Ibíd.; TA. 100 Ibíd. Énfasis añadido; TA. 101 Ibíd.; TA.
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de una forma más pragmática. Favrot reconocía que con la adquisición de las Filipinas habían asumido obligaciones desacertadas, pero que no podían ser evadidas. Mientras las islas fuesen una posesión estadounidense existía el peligro de una derrota humillante de las fuerzas navales y terrestres allí destacadas. A pesar de ello, renunciar a las islas no era una opción digna, por lo que no tenían otra alternativa que estar listos para defenderlas, y para ello era imprescindible una armada poderosa y capaz. Es evidente que para el representante existía un vínculo directo entre la defensa del honor, la retención de las Filipinas y el tamaño y poder de la marina de guerra de los Estados Unidos.102 El representante John W. Gaines (D-Tennessee) añade un cuarto elemento a esta tripleta: el republicanismo. Gaines identifica los dilemas estratégico, ideológico y político asociados a la ocupación de las Filipinas. Para él, una marina de guerra grande era necesaria porque la retención de las islas exponía la seguridad norteamericana y éstas sólo podían ser defendidas navalmente. El problema para el representante estaba en que la construcción de una armada poderosa traía consigo la semilla del militarismo y era, por ende, una amenaza para la república norteamericana. Además, Gaines consideraba la retención de las Filipinas como una acción imperialista, que negaba y contradecía la tradición y el pasado antiimperialista norteamericano. Todo ello llevaba al congresista por el estado de Tennessee a concluir que el control de las Filipinas no sólo ponía en peligro a los Estados Unidos, sino que amenazaba con corromper sus instituciones políticas. Como buen aislacionista, Gaines veía la independencia filipina como una medida quirúrgica, que cortaría el lado débil de la defensa norteamericana.103 No todos los congresistas establecieron una conexión entre la defensa de las Filipinas, el honor nacional y el tamaño y potencia de la armada. El representante Richard Barthold (R-Missouri) rechazó el uso de las islas para justificar el crecimiento naval, pues consideraba que el archipiélago filipino no representaba un riesgo para los Estados Unidos porque «ninguna de las potencias mundiales aceptaría las islas ni como regalo».104 El representante Theodore E. Burton (R-Ohio) también rechazó la relación entre el honor estadounidense, las Filipinas y la armada. Para éste, la mejor 102 CR, H, 58-2, vol. 38:3, April 10, 1903, 4581. 103 CR, H, 57-1, vol. 35:6, May 15, 1902, 5526. 104 CR, H, 57-1, vol. 35:6, April 10, 1908, 4587.
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defensa de los Estados Unidos era su gran poder económico, pues países como Japón, Gran Bretaña y Alemania dependían de las importaciones norteamericanas. Ninguna de esas naciones osaría atacar a los Estados Unidos y, por ende, a las Filipinas. Burton proponía una política que combinara diplomacia del dólar y aislacionismo, no el navalismo.105 CONCLUSIÓN Los debates legislativos jugaron un papel importante en el proceso norteamericano de creación de conocimiento sobre las Filipinas. Los miembros del Congreso no sólo reprodujeron el conocimiento sobre las islas a través de sus conferencias, libros y artículos, sino también en sus discursos y discusiones en el pleno de la Cámara de Representantes y el Senado. Durante tales debates, los legisladores se unieron a los escritores analizados en los dos capítulos anteriores en la búsqueda de respuestas a las preguntas que el control de las Filipinas provocaba. Ello les llevó a examinar y describir las Filipinas y a sus habitantes. La discusión congresual del problema filipino en las tres primeras décadas del siglo XX generó dos discursos opuestos. Por un lado, un grupo de congresistas se opuso a la retención de las islas con argumentos morales, raciales, políticos y estratégicos. Por otro lado, otro grupo de legisladores desarrolló un discurso en apoyo del control de las Filipinas basado en preocupaciones estratégicas e ideológicas. A través de su discursos, cartas, presentaciones públicas y artículos, legisladores como Hobson, Beveridge y Austin participaron de forma directa en la producción de conocimiento sobre las Filipinas. Ellos no sólo produjeron conocimiento sobre las islas y sus habitantes para consumo de sus colegas congresistas, sino que también informaron a la sociedad norteamericana sobre su lejana colonia asiática. Aunque le prestaron atención a elementos morales, ideológicos y culturales, la base de su justificación de la retención de las Filipinas fue de tipo estratégico. La labor civilizadora norteamericana en las islas jugó un papel secundario en su análisis. Estos tres legisladores vieron el control de las islas como parte de un cuadro más amplio: la lucha por la hegemonía asiática. Para ellos su importancia radi105 CR, H, 57-1, vol. 35:6, April 11, 1908, 4611.
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caba en el papel que las islas podían jugar en la defensa y proyección de los intereses norteamericanos en Asia. Si los Estados Unidos se retiraban de las Filipinas, éstas serían eventualmente conquistadas por Japón, lo que iba en contra de los mejores intereses estadounidenses. La principal preocupación de estos legisladores era el mercado chino y, por ende, veían la presencia en las Filipinas en función de su principal objetivo: mantener las puertas de China abiertas a los productores norteamericanos. Es necesario subrayar que, a pesar de la labor de difusión de estos legisladores, la principal aportación en la creación de conocimiento sobre las Filipinas se llevó a cabo durante los debates en las sesiones del Congreso. En la primera década del siglo XX, existió en el Congreso norteamericano un fuerte vínculo entre el problema filipino y la cuestión naval. La discusión de uno llevaba a la discusión del otro, y viceversa. Los miembros del congreso usaron ambos temas como excusas para discutir sus ideas sobre la esencia de la identidad nacional norteamericana y el futuro de sus instituciones políticas. Sus debates reflejaron lo que historiador norteamericano Matthew Frye Jacobson describe como la principal característica de la cultura política de los Estados Unidos a principios del siglo XX: «Una combinación paradójica de confianza suprema en la superioridad y rectitud de los Estados Unidos, y de ansiedad provocada por un fuerte provincialismo».106 En otras palabras, los debates en el Congreso en torno al futuro de las Filipinas y la armada reflejaban un serio conflicto entre la autoproclamada misión norteamericana de democratizar e iluminar al mundo y un profundo temor a cómo el contacto con el mundo externo podría afectar a la naturaleza cultural, ideológica y política de los Estados Unidos, lo que Jacobson denomina «el verdadero americanismo». Algunos congresistas no tenían problemas en reconocer que la guerra con España había alterado la posición internacional norteamericana, cambiando las reglas del juego geopolítico. Para ellos, la nación norteamericana debía renunciar al aislacionismo, poseer una armada poderosa, construir bases navales y conservar y proteger sus posesiones insulares, especialmente las Filipinas, para promover sus intereses económicos y estratégicos. Sólo así los Estados Unidos podrían ejercer una influencia democratizadora y civilizadora sobre la humanidad. A este grupo de legisladores no le preocupaba el imperialismo ni el militarismo, porque eran fieles devotos de 106 Jacobson, 2000, 4; TA.
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la idea del excepcionalismo y, por ende, consideraban que la superioridad moral, política, económica y racial de los Estados Unidos salvaguardaba y protegía sus instituciones y tradiciones políticas. Por otro lado, un grupo de legisladores representaron a las Filipinas como una amenaza para los Estados Unidos. Estos congresistas estaban atrapados entre su sentido de superioridad racial y política y las ansiedades que les provocaba la situación imperial norteamericana. A pesar de ser fervientes creyentes del excepcionalismo norteamericano, eran víctimas de los temores, reales o infundados, asociados con la trasformación de los Estados Unidos en una potencia mundial. Éstos se sabían y sentían superiores, pero a la vez temerosos del militarismo, el navalismo, el autoritarismo, las razas inferiores, el mestizaje, etc. Los Estados Unidos eran una nación con una misión, pero una misión que debía cumplir aislándose de los peligros que la acechaban. Salvaguardar la superioridad norteamericana requería darle marcha atrás al reloj de la historia y recuperar el aislacionismo como filosofía nacional. Para ello era imprescindible acabar con la amenaza filipina.
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Capítulo 4
Bajo la amenaza filipina, 1912-1924
«No voy a discutir con el caballero si es inevitable un conflicto entre el Lejano Oriente y Occidente. Pero si tal conflicto se hiciera realidad, las lejanas Filipinas constituyen nuestro principal, sino el único, punto vulnerable». William A. Jones (D-Virginia), 2 de octubre de 1914; TA.
En marzo de 1912, el representante William A. Jones1 (D-Virginia) introdujo en el Congreso de los Estados Unidos el primero de una serie de proyectos de ley de su autoría concediéndole la independencia a las Filipinas.2 Aunque el primer proyecto Jones fue recomendado favorablemente por el Comité de Asuntos Insulares (CAICR), no fue aprobado por el pleno de la Cámara de Representantes. A pesar de este fracaso, este proyecto es de suma importancia para el desarrollo del colonialismo norteamericano en las islas, porque abrió un periodo de intensa discusión congresual sobre el problema filipino. Tal discusión culminó en 1916 con la aprobación del tercero y último proyecto Jones, aumentando la participación filipina en el gobierno colonial. Tras esta aprobación, la intensidad de la discusión congresual sobre las islas entró en un periodo de calma que duró hasta 1924, cuando el representante Louis W. Fairfield (R-Indiana) presentó un 1 El representante Jones nació en Virginia en 1849 y estudió leyes en la universidad estatal. Sirvió como representante por su estado desde 1891 hasta 1918, fecha de su muerte. Desde su posición de presidente del Comité de Asuntos Insulares de la Cámara de Representantes (CAICR), Jones se convirtió en un tenaz defensor de la independencia filipina. Puede consultarse una pequeña biografía de Jones en: Congressional Biography Directory, www.bioguide.congress.gov/scripts/ biodisplay. pl?index=J000259. Consultado el 29 de enero de 2009. 2 El primer proyecto Jones proponía la concesión de la independencia en 1912. El segundo fue presentado el 11 de julio de 1914 y, a diferencia del primero, no especificaba una fecha definitiva para la independencia, pero en su preámbulo se afirmaba que ésta «sería concedida tan pronto como fuera instaurado un gobierno estable» en las Filipinas. Este proyecto fue aprobado por la Cámara, pero ignorado por el Senado. El tercer proyecto Jones, ampliando el gobierno propio de las Filipinas, fue presentado en el Congreso en enero de 1916 y aprobado tras un intenso debate en agosto de ese año. Borden, 1969, 25, y Molina Memije, 1984, tomo II, 532-534; TA.
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proyecto de ley concediéndole gobierno propio a las Filipinas, lo que reanimó el debate sobre las islas. El proyecto Fairfield proponía la creación de una república filipina supervisada por los Estados Unidos, y a pesar de que fue recomendado por el CAICR, la Cámara de Representantes no lo atendió. Tras el fracaso de Fairfield, la discusión en el Congreso del problema filipino entró en otro periodo de relativa calma, roto por las terribles consecuencias de la Gran Depresión a finales de la década de 1920.3 Dada la intensidad del debate legislativo sobre el futuro de las Filipinas, la década de 1910 es un excelente periodo para examinar el desarrollo de las ideas y representaciones congresuales sobre las islas y sus habitantes. Durante ese periodo, los congresistas no sólo debatieron el significado de las Filipinas para los Estados Unidos, sino también sus ideas sobre temas como la esencia de la identidad nacional norteamericana (Americanness), la ciudadanía, el republicanismo, el papel de los Estados Unidos en el mundo y otros más. En estas páginas identificaremos los argumentos utilizados por los legisladores entre 1912 y 1924 para oponerse a la retención de las Filipinas. Nuestro objetivo es analizar la interacción congresual con el cuerpo de conocimiento sobre las Filipinas que examinamos en los dos primeros capítulos. Nos proponemos dar respuesta a dos preguntas básicas: ¿Qué usaron los congresistas del archivo de ideas e imágenes creado por los auto-proclamados expertos en temas filipinos? ¿En qué contribuyeron los legisladores a ese archivo? Aunque examinaremos conferencias, discursos y publicaciones dictadas y elaboradas por congresistas, nuestro análisis estará basado principalmente en las discusiones en el pleno del Congreso de los proyectos de independencia filipina. Creemos que la discusión congresual del tema filipino fue otro medio de creación de conocimiento sobre las islas, pues en sus debates los legisladores no se limitaron a reproducir conocimiento sobre su colonia asiática. Por el contrario, éstos hicieron una aportación significativa al conocimiento que sus compatriotas poseían sobre las Filipinas. EL REPUBLICANISMO La idea de que la presencia colonial de los Estados Unidos en las Filipinas iba en contra de las tradiciones e instituciones políticas norteameri3 Borden, 1969, 58 y 73.
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canas fue desarrollada por un grupo de intelectuales, periodistas y viajeros analizados en el capítulo 1, figurando entre ellos James L. Blair, Francis B. Harrison, Richard F. Pettigrew, Goldwin Smith, William Graham Sumner, William F. Willoughby, el reverendo Henry Van Dyke y Moorfield Storey. A través de sus publicaciones, discursos y conferencias, describieron el colonialismo como un enemigo histórico del republicanismo e identificaron la ocupación de las Filipinas como una amenaza para las estructuras políticas de la nación estadounidense. Un número considerable de congresistas reprodujo este argumento para justificar su rechazo a la retención del archipiélago.4 Para ellos, la adquisición y posesión de colonias era compatible con imperios y monarquías, no con gobiernos democráticos y republicanos. Al controlar las Filipinas los Estados Unidos se comportaban más como una monarquía que como una república, y ello entrañaba una peligrosa contradicción que debía ser resuelta concediéndole la independencia al archipiélago. Así, refiriéndose a los Estados Unidos el senador Knute Nelson (R-Minnesota) dice lo siguiente: No tenemos súbditos en este país. Tal término es extraño a las instituciones y a las leyes norteamericanas.5
Como los creadores de verdades examinados en el capítulo 1, Nelson y sus compañeros estaban más preocupados por el futuro político de los Estados Unidos que por el bienestar de los filipinos. Para ellos, la independencia era, sin lugar a dudas, una movida de autodefensa ideológica y política. El imperialismo británico jugó un rol importante en la defensa congresual del republicanismo norteamericano; tema que recibió más atención de parte de los congresistas que de los escritores analizados en los dos primeros capítulos. Los legisladores opuestos a la retención de las Filipinas identificaban el colonialismo como un fenómeno intrínsecamente británico y, por ende, profundamente anti-norteamericano. Para ellos, Gran Bretaña 4 Por razones de espacio no podemos identificar a todos los congresistas que pensaban así. Algunos de ellos fueron: Marcus A. Smith (D-Arizona), Jacob T. Baker (D-New Jersey), George F. Burgess (D-Tejas), Henry A. Cooper (R-Wisconsin), Charles A. Towne (D-Minesota), William E. Mason (RIllinois), George F. Hoar (R-Massachussets), 1898, Thomas W. Hardwick (D-Georgia), William E. (DWest Virginia), Marcus A. Smith (D-Arizona), William P. Borland (D-Missouri), William F. Shafroth (D-Colorado) y Cyrus Cline (D-Indiana). 5 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 14, 1916, 1075. Énfasis añadido; TA.
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no sólo era el arquetipo del imperialismo, sino también todo lo opuesto de lo que eran y representaban los Estados Unidos: una república igualitaria y democrática. Controlando las Filipinas, se comportaban como los británicos y ello era intolerable porque no debía olvidarse que los Estados Unidos habían surgido de un grupo de colonias que se liberaron tras una sangrienta lucha contra la tiranía británica. Estos congresistas no podían menos que concluir que, con la ocupación de las Filipinas, los Estados Unidos traicionaban sus orígenes históricos.6 Para entender por qué un grupo de congresistas aducía que la retención de las Filipinas ponía en peligro la naturaleza política norteamericana es necesario fijar nuestra atención en cómo imaginaban a los Estados Unidos. Entre ellos predominaba la imagen de la nación norteamericana como una utopía republicana, es decir, como la más grande república de la historia, como una sociedad basada en la libertad y la democracia y como una nación de iguales, sin nobleza y con un gobierno basado en la voluntad del pueblo. En este esquema los Estados Unidos eran presentados como una nación anglo-sajona, de clase media y cultural y lingüísticamente homogénea. En otras palabras, una nación y sociedad únicas y excepcionales. La independencia filipina era necesaria para proteger la unicidad de esa sociedad. Las mujeres, los granjeros, los amerindios, los afro-americanos, los mexicano-norteamericanos, los problemas laborales, la corrupción, los conflictos y problemas sociales quedaban fuera de este cuadro. Los millones de inmigrantes no anglosajones, no anglo-parlantes, católicos y judíos que arribaron al país en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX tampoco tenían un espacio en la idea de los Estados Unidos que compartían estos congresistas. Arriesgando la libertad norteamericana Según el gran historiador Eric Foner, «no hay idea más esencial para la identidad individual y nacional de los norteamericanos que la idea de 6 En un intercambio con el representante James R. Mann (R-Illinois), el congresista Augustus O. Stanley (D-Kentucky) argumentó: «Es natural, es lógico, que el caballero (Mann) lea editorial tras editorial elogiando la política colonial de Gran Bretaña, porque en efecto ésa es la política del Partido Republicano, emular los atributos más feos y crueles de una monarquía a la cual arrebatamos nuestra libertad con sacrificio de vida y hacienda». CR, H, 63-2, vol. 51, Bill Jones, October 3, 1914, 16133. Énfasis añadido; TA.
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libertad».7 Por lo tanto, no debe sorprendernos que el significado de las Filipinas para la libertad norteamericana fuese un tema importante de discusión en el Congreso. Para algunos de sus miembros, las Filipinas ponían en peligro el tesoro más valioso de la sociedad estadounidense, su libertad. Para ellos, era un hecho histórico que gobiernos democráticos y republicanos no podían poseer colonias sin arriesgar la libertad de sus ciudadanos. Como los gobiernos republicanos de Venecia, Roma y Atenas, los Estados Unidos no sobrevivirían a las consecuencias políticas del imperialismo porque éste implicaba el gobierno de súbditos, no de ciudadanos. En palabras del senador Charles S. Thomas (D-Colorado), «No puede haber súbditos en una república libre sin dañar nuestras instituciones».8 Este grupo de legisladores concluía que el control de las Filipinas estaba en contra de todo lo que los Estados Unidos simbolizaban, y que su independencia era necesaria para reconciliar a la nación norteamericana con su historia, su destino y su sistema político. La independencia filipina protegería a los Estados Unidos «de las rocas del imperialismo».9 Las Filipinas y el destino norteamericano Como ya hemos visto anteriormente, para algunos congresistas el control de las Filipinas constituía una amenaza para el destino y la misión de su país.10 Éstos compartían un fuerte sentido mesiánico, pues creían que los Estados Unidos habían sido escogidos por Dios para llevar a cabo una misión: democratizar el mundo; una misión mucho más importante que civilizar o proteger a los filipinos, considerando la retención de las islas como una distracción que interfería con la voluntad divina. Por lo tanto, su independencia era necesaria para que la nación norteamericana cumpliera con su destino. De acuerdo con el representante Finly H. Gray (D-Indiana),
7 Foner, 1998, xiii. 8 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 24, 1916, 1449. Énfasis añadido; TA. 9 Shafroth, 1916, 9. Este artículo fue publicado originalmente en The New York Evening Post, el 4 de diciembre de 1915. 10 Entre ellos, John L. McLaurin. (D-South Carolina), Cyrus Cline (D-Indiana) y Charles M. Stedman (D-North Carolina).
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la misión de este país no es la conquista y subyugación, sino preservar los principios de gobierno propio en casa y promover el gobierno popular en el extranjero. Esa es nuestra misión y es una misión grande y gloriosa.11
Para estos congresistas, preservar el republicanismo era parte de esa misión, pues los Estados Unidos eran un faro de luz para los pueblos menos afortunados del mundo, que encontraban en la democracia estadounidense inspiración en su lucha contra la tiranía. Por lo tanto, era responsabilidad de los norteamericanos mantener viva la esperanza de un mundo mejor, salvaguardando sus instituciones democráticas y republicanas. De esta forma, aquellos legisladores transformaron el republicanismo en una aspiración humana que debía ser protegida, un bien universal que estaba amenazado. ¿Cómo podían ser los Estados Unidos un modelo de democracia y libertad y un poder colonial simultáneamente? Esa era la pregunta que lanzaban con insistencia y para la que tenían una sola respuesta: la independencia filipina. El control colonial de las islas era la gran contradicción que amenazaba las simientes del templo del republicanismo norteamericano. Para ellos, los Estados Unidos tenían que regresar al camino correcto y esto sólo era posible saliendo de las Filipinas. Como hemos visto, los congresistas norteamericanos elaboraron un complejo discurso republicano que conllevaba ideas como el excepcionalismo, el sentido de misión, la libertad y el universalismo de sus instituciones políticas para rechazar el control de las Filipinas. Republicanismo, aislamiento y amenaza militar El posible impacto del militarismo sobre el sistema político norteamericano fue un tema que preocupó a más de un congresista.12 Éstos asociaban imperialismo con militarismo y guerra, y estaban totalmente convencidos de que la adquisición de las colonias no conllevaba solamente posibilidades económicas, sino también responsabilidades y riesgos militares. Los países imperialistas tenían que proteger a sus colonias de la codicia de sus competidores y de las aspiraciones de libertad de sus súbditos. Estas 11 CR, H, 63-2, vol. 51, Bill Jones, October 14, 1914, 16615; TA. 12 Por ejemplo, Harvey Helm (D-Kentucky), William G. Brantley (D-Georgia) y Marcus A. Smith (D-Arizona).
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amenazas internas y externas les obligaban a adoptar una filosofía militarista. El control colonial de las Filipinas no sería, creían ellos, una excepción a esta regla, pues su defensa obligaría a los Estados Unidos a mantener un ejército grande y permanente, así como también una armada poderosa, es decir, transformarse en una potencia militar y naval. Los países imperialistas podían controlar y poseer colonias sin que ello amenazara a sus monarquías despóticas, porque el militarismo era parte esencial de sus sistemas políticos. En otras palabras, los europeos no tenían nada que perder, lo que no era el caso de una democracia republicana como los Estados Unidos, pues el militarismo asociado al control de las Filipinas destruiría su sistema político. Para ellos, los Estados Unidos no podían poseer las islas sin transformarse en un poder militar, y no podían convertirse en un país militarista sin poner en peligro la libertad, la democracia y el republicanismo sobre el que descansaban las instituciones políticas del país. Por lo tanto, las Filipinas eran un negocio arriesgado para los Estados Unidos, que podía transformar a la nación en una sociedad antidemocrática. En palabras del representante Harvey Helm (D-Kentucky), Si nos embarcamos en el juego colonial y guerrero, necesitaremos una marina de guerra mucho más grande que la que posee Inglaterra, así como ésta y sus aliados necesitan en este momento una armada más poderosa que la que posee Alemania; (también) necesitaremos un ejército más grande y eficiente que el alemán. ¿Cuánto tiempo sobrevivirá esta república una vez establecida esta política belicosa?13
Como los creadores de conocimiento analizados en el primer capítulo,14 algunos miembros del Congreso vieron la retención de las Filipinas como una amenaza a lo que consideraban la base de la política exterior norteamericana: el aislamiento. Estos legisladores alegaban que antes de la adquisición de las islas los Estados Unidos eran un país aislado, que no tenía que preocuparse de posibles invasiones o de alianzas políticas. Los océanos Atlántico y Pacífico funcionaban como barrera natural, que hacían que la nación estadounidense no necesitase un ejército grande o una armada poderosa para garantizar su seguridad. Todo ello cambió en 1898 con la conquista de las Filipinas, pues con ello se convirtieron en una potencia 13 CR, H, 63-2, vol. 51, Bill Jones, October 14, 1914, 16614; TA. 14 Cap. 1, 34-37.
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asiática. Tal transformación no era gratuita, pues conllevaba responsabilidades que podrían llevar al país al pecado de las alianzas internacionales que, desde la era de Jorge Washington, siempre habían evitado. Esto, unido al peligro del militarismo que entrañaba el control de las Filipinas, provocaba en estos legisladores un temor sobre el futuro y la supervivencia misma de la república norteamericana. Nuevamente, la única salida posible a los dilemas asociados con las Filipinas era su independencia. Expansión vs. imperialismo Para algunos congresistas la retención de las Filipinas no sólo era un acto inmoral, sino también una desviación del expansionismo histórico de los Estados Unidos. Por ejemplo, en 1900, el representante Adolph Meyer (D-Luisiana) alegó que la adquisición de las islas no había sido una acción «honorable, natural o inteligente». Para justificar su argumento Meyer identificó cuatro razones por las que, según él, la anexión de las islas había roto con la tradición expansionista del país: no eran un territorio contiguo como Luisiana, estaban pobladas por una raza inferior que podía amenazar el sistema político estadounidense, no eran «un territorio despoblado, desocupado y abierto para la emigración norteamericana» y habían sido adquiridas por la fuerza.15 Como podemos ver, Meyer imaginaba el expansionismo continental norteamericano como una expansión legal y pacífica sobre un territorio vacío, dejando fuera de su representación las guerras contra los amerindios, la guerra con México, los miles de mexicanos, sioux, apaches, etc., que fueron sometidos violentamente y privados de sus tierras, libertad y culturas.16 De esta forma queda protegida la alegada inocencia de los Estados Unidos, pues se reproduce la idea de que los norteamericanos no explotan, no conquistan, no someten; el credo de que sus actos no pueden menos que causar bienestar porque siempre están guiados por las más nobles intenciones, o lo que el historiador Morris Berman llama el mito de «nuestra inherente bondad e inocencia».17 Meyer evita ver la naturaleza imperialista, violenta y abusiva del expansionismo estadounidense al hallar confort en la negación y el auto-engaño.
15 Meyer, 1900, 17-18; TA. 16 Sobre el expansionismo norteamericano pueden consultarse: Stephanson, 1995; Horsman, 1981; Sundquist 1995, 127-328, y Drinnon, 1980. 17 Berman, 2007, 12.
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Bárbaras y distantes Los congresistas enemigos del control de las Filipinas usaron la gran distancia que separaba las islas del territorio continental estadounidense para justificar su independencia.18 Según éstos, las Filipinas no sólo estaban habitadas por razas muy diversas, sino que también estaban situadas muy lejos de los Estados Unidos. Al contrario que Cuba y Puerto Rico, el archipiélago filipino estaba fuera de la esfera geográfica natural de los norteamericanos. En otras palabras, no había una contigüidad geográfica que justificara su adquisición y retención. Para ellos, la conquista de las islas no sólo rompió con la tradición norteamericana de expansión a territorios contiguos, sino que movió la frontera oriental de los Estados Unidos a miles de millas, a una región sumamente peligrosa. El primero de marzo de 1900 el senador Alexander S. Clay (D-Georgia) reaccionó ante los argumentos del senador Albert J. Beveridge (R-Indiana) en defensa de la política norteamericana en las Filipinas señalando lo siguiente, … no calcula (Beveridge) por un momento la responsabilidad que nuestro gobierno asumió cuando se hizo responsable del futuro de esa raza bárbara e ignorante al otro lado del mundo, a 10.000 millas de distancia del Capitolio…19
Clay subrayaba la composición racial, la distancia geográfica y el grado de civilización de los filipinos. Las islas estaban muy lejos de los Estados Unidos, además de estar habitadas por una raza extranjera, inferior, que había sido sometida por la fuerza y cuya fidelidad y simpatías eran más que cuestionables. Quince años más tarde, la enorme distancia geográfica entre los Estados Unidos y su colonia asiática seguía siendo un problema para algunos legisladores. De acuerdo con el senador Porter J. McCumber (R-Dakota del Norte), Existe una gran diferencia entre expandirnos en este lado del hemisferio, entre comprar o hacer parte de nuestro país un territorio contiguo al nuestro, 18 William G. Brantley (D-Georgia), Alexander S. Clay (D-Georgia), Henry A. Cooper (R-Wisconsin), Charles F. Curry (R-California), Charles S. Thomas (D-Colorado), William E. Borah (R-Idaho) y Porter J. McCumber (R-North Dakota) 19 Clay, 1900, 11. Énfasis añadido; TA.
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habitado por la raza blanca, e imponernos en aguas asiáticas tomando el control de una raza completamente diferente, con poca o ninguna sangre caucásica. Ellos tienen su civilización, nosotros las nuestra.20
McCumber le suma a la distancia geográfica las diferencias raciales y culturales para justificar su alegato de que las Filipinas eran una posesión demasiado alejada y habitada por «una raza completamente diferente», que no tenía cabida en la nación norteamericana. UN ANTI-IMPERIALISMO RACIAL La raza jugó un papel muy importante en las discusiones congresuales sobre el futuro de las Filipinas como territorio norteamericano. De acuerdo con Eric Foner, en la década de 1890 la clase media norteamericana abandonó una visión igualitaria de la ciudadanía y adoptó definiciones racialmente determinadas de conceptos como libertad y ciudadanía. A partir de entonces, sólo las personas blancas y anglosajonas encajaban en tales definiciones.21 El historiador norteamericano explica este importante cambio como una consecuencia de los conflictos sociales que aquejaban a la sociedad decimonónica (huelgas, problemas agrarios, violencia política y social, etc.) y a la llegada de millones de inmigrantes procedentes del sur y del este de Europa. Según Foner, Para finales del siglo (XIX), el lenguaje racial —conflicto racial, sentimiento racial y problemas raciales— había alcanzado un lugar central en el discurso público norteamericano.22
Los debates congresuales en torno a las Filipinas no escaparon de la influencia de los nuevos conceptos raciales dominantes en la sociedad. La discusión sobre el futuro de las islas dio a los congresistas una gran oportunidad para debatir en torno a sus ideas sobre el futuro racial de
20 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 28, 1916, 1682. Énfasis añadido. El senador William E. Borah (R-Idaho) también creía que la distancia era un serio obstáculo al colonialismo norteamericano en las Filipinas. Borah era muy claro y directo: «No quiero un territorio a siete mil millas de distancia del territorio continental norteamericano». LC, MD, Papers of William E. Borah, Box 32, Philippines, 1915-1916, Letter, February 15, 1916; TA. 21 Foner, 1998, 130. 22 Ibíd., 131; TA. Sobre el tema del racismo en la sociedad norteamericana decimonónica pueden consultarse las siguientes obras: McFerson, 1997; Jacobson, 1998, y Dyer, 1980.
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los Estados Unidos. Para algunos, las Filipinas no sólo eran una amenaza política, sino también racial, por lo que se oponían a su control. Los participantes de este anticolonialismo racista tenían dos preocupaciones principales: la posibilidad de que las Filipinas llegasen a convertirse en un estado de la Unión y la posible concesión de la ciudadanía norteamericana a los filipinos. Éstos alegaban que la incorporación de las islas al sistema político norteamericano como un estado lo destruiría, porque los filipinos eran racialmente inferiores y, por tanto, incompatibles con dicho sistema. Conceder la estadidad a las Filipinas hubiese significado la incorporación política de una población racialmente incapaz, que hubiese contaminado y, eventualmente, destruido las instituciones republicanas de los Estados Unidos. Los filipinos constituían una amenaza racial porque no podían ser americanizados y, por ende, no podían ser incorporados al sistema político norteamericano sin ponerlo en peligro.23 Los congresistas opositores al control de las Filipinas, especialmente los abiertamente racistas demócratas sureños, creían que la democracia y el republicanismo no eran conceptos universales, sino productos raciales.24 Para ellos, sólo los pueblos blancos anglosajones eran capaces de desarrollar gobiernos democráticos y republicanos. En su ideología racial, el sistema político norteamericano no sólo era producto de la superioridad racial anglosajona, sino también la principal y máxima expresión de tal superioridad. Estos legisladores analizaban las habilidades políticas de los filipinos desde una perspectiva racial, arguyendo que la composición racial de las islas explicaba la incapacidad política de sus habitantes. Para ellos, las Filipinas no tenían futuro como territorio norteamericano porque sus habitantes carecían de la disciplina e inteligencia necesarias para el gobierno propio, la democracia y el republicanismo. En otras palabras, su inferioridad racial nunca podría ser superada y, por ende, los filipinos nunca estarían listos ni para la estadidad ni para la ciudadanía norteamericana. Este fue un argumento muy fuerte entre los opositores al colonialismo norteamericano en las islas durante los primeros treinta años del siglo XX.
23 James K. Vardaman (D- Mississippi), CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 17, 1916, 1152, y January 24, 1916, 1501 y 1558; y William P. Borland (D-Missouri), CR, H, 64-1, vol. 53, S. 381, January 17, 1916, 1152, y January 24, 1916, 7199. 24 Para un análisis de la relación histórica entre anglo-sajonismo e imperialismo norteamericano véanse Horsman, 1981; Stephanson, 1995, y Rowe, 2000, 104.
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Tan temprano como en 1900, el representante William G. Brantley (DGeorgia) planteó que El carácter, las costumbres, los intereses y la civilización de las personas que habitan las islas (Filipinas) son tales que nuestra civilización anglo-sajona, o mejor aún, nuestra civilización norteamericana, nunca consentirá que esas personas puedan tener igual voz e igual poder que nosotros en el manejo de nuestros asuntos propios.25
Es evidente que Brantley consideraba que el control de las Filipinas era un grave error porque sus habitantes eran racialmente incompatibles con el sistema político y la civilización anglosajones. Para éste, las islas nunca podrían ser incorporadas al sistema político norteamericano debido a las irreconciliables diferencias raciales entre filipinos y norteamericanos.26 Durante el debate del tercer proyecto Jones en 1916, el senador Thomas Sterling (R-Dakota del Sur) identificó el gobierno propio como una cualidad anglosajona. Sterling planteaba como un hecho histórico la capacidad inherente de la raza anglosajona para el autogobierno y la administración colonial, y mencionaba como ejemplo la habilidad británica para el gobierno de pueblos inferiores. La historia había demostrado, según el senador, que las «razas tropicales» eran incapaces de desarrollar y mantener gobiernos democráticos, y concluía que sólo los pueblos caucásicos eran capaces de desarrollar su autogobierno y que esto explicaba la incapacidad política de los filipinos. Estos eran factores que el Congreso debía tomar en cuenta al discutir el futuro político de las Filipinas.27 En octubre de 1914, el representante William D. H. Murray (DOklahoma) propuso una enmienda al segundo Proyecto Jones para aplicar 25 Brantley, 1900, 25. El representante Alexander S. Clay (D-Georgia) enfatizó las consecuencias de la adquisición de las Filipinas. Según él, al adquirirlas los norteamericanos también adquirieron una población «ignorante, bárbara, deshonesta, indolente, corrupta, traicionera e incapaz de entender los principios elementales del gobierno anglo-sajón. No puedes separar a un país de su población; cuando adquieres uno, te haces responsable de lo otro». Clay, 1900, ix. Énfasis añadido; TA. 26 Dieciséis años más tarde, el senador LeBaron B. Colt (R-Rhode Island) argumentó también que los filipinos nunca podrían ser incorporados al cuerpo político estadounidense porque eran racialmente inaceptables. LeBaron Colt B., S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 14, 1916, 1069-1070. Otro tanto pensaba el senador William E. Borah (R-Idaho), que eran racialmente inaceptables y además inasimilables. Según él, «estos pueblos (los filipinos) nunca estarán listos para el gobierno propio como tampoco se convertirán en factores de importancia para la civilización anglo-sajona». LC, MD, Papers of William E. Borah, Box 32, Philippines, 1915-1916, Letter, February 15, 1916; TA. 27 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 8, 1916, 723.
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el juicio con jurado en las Filipinas, lo que provocó un interesante debate. Como parte de ese debate, el representante Charles L. Barlett (D-Georgia) planteó que, aunque el juicio con jurado era un producto de la raza anglosajona, era un deber de los norteamericanos introducirlo en las Filipinas como parte de su labor civilizadora.28 Por otro lado, el representante Charles B. Miller (R-Minnesota) rechazó la enmienda Murray alegando que no todos «los principios de libertad característicos de la raza anglosajona» podían ser aplicados a los filipinos, porque éstos carecían de la capacidad para lidiar con ellos. Miller le recordó a sus compañeros que en las Filipinas vivían 1.200.000 personas que no eran cristianas ni civilizadas y, por ende, no estaban preparadas para el juicio con jurado.29 En otras palabras, Miller pensaba que los supuestos logros de la civilización anglosajona eran demasiado para los filipinos. El representante Finis J. Garret (D-Tennessee) también cuestionó la capacidad racial de los filipinos para poner en práctica el juicio con jurado. Según éste, Nosotros, descendientes de la raza anglosajona, compartimos los mismos sentimientos con relación al juicio con jurado; pero en vista de las condiciones existentes en las Filipinas, los miembros del comité […] llegamos a la conclusión de que no era sabio injertar en el sistema judicial de ese pueblo una institución que es un producto exclusivo de nuestra raza, y con el cual aquella raza (los filipinos) no ha estado familiarizada nunca.30
Para Garrett, el juicio con jurado no sólo era un invento, sino también una exclusividad de la raza anglosajona, para la cual los filipinos no estaban racialmente preparados. Brantley, Sterling, Garrettt y Barlett no estaban solos. Otros miembros del Congreso también argumentaron que las Filipinas no podían convertirse en estado porque sus habitantes no eran capaces de superar las diferencias raciales y culturales que les separaban de los norteamericanos. Para estos congresistas, los filipinos no sólo eran diferentes, sino también completamente opuestos a los norteamericanos y, por ello, nunca podrían ser incorporados a la Unión en calidad de ciudadanos. En palabras del senador Wi28 CR, H, 63-2, vol. 51, Bill Jones, October 14, 1914, 16134-16135. La enmienda no fue aprobada. 29 Ibíd., 16135-16136. 30 Ibíd., 16136.
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lliam F. Shafroth (D-Colorado), «Nunca les trataremos como ciudadanos porque como tales tendrían derecho a la estadidad».31 Estos legisladores llegaban a una conclusión muy sencilla: si las Filipinas nunca se convertirían en un estado de la Unión y a los filipinos nunca les sería concedida la ciudadanía, entonces el control del archipiélago era incompatible con el sistema político norteamericano.32 El virus del mestizaje Para algunos congresistas, los filipinos eran una especie de virus racial que podía contaminar a los Estados Unidos. Por ejemplo, en 1916, el senador John S. Williams (D-Missouri) planteó que su integración política a la nación norteamericana envenenaría su sistema político con «una sangre que no podía ser asimilada».33 De forma similar, el senador James K. Vardaman (D-Mississippi) propuso, también en 1916, que los Estados Unidos debían abandonar las Filipinas para evitar «el negro virus de la incompetencia».34 De acuerdo con Vardaman, Es un hecho que siempre hemos sostenido que no pretendemos retenerlas. Sabemos que no son aptos para la ciudadanía de esta república. No queremos que las Filipinas se conviertan en estado porque no queremos que más virus negro sea inyectado a nuestro sistema político y sólo las retenemos bajo nuestro poder hasta que estén calificadas para sostener un gobierno propio. No uno como el nuestro, sino uno propio.35
Vardaman creía que los Estados Unidos tenían demasiados problemas con los afro-americanos —los amerindios quedan fuera de su análisis— para incorporar a otra raza inferior e incompatible con el sistema político norteamericano. Otros miembros del Congreso estaban muy preocupados por el fantasma del mestizaje racial (miscegenation). Éstos argüían que la retención 31 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 7, 1916, 654; TA. 32 James B. Clark (D-Missouri), Henry A. Cooper (R-Wisconsin), Charles S. Thomas (DColorado), Marcus A. Smith (D-Arizona), Cyrus Cline (D-Indiana), William G. Brantley (D-Georgia), Alexander S. Clay (D-Georgia), Charles F. Curry (R-California), John S. Williams (D-Mississippi), William P. Borland (D-Missouri) y William E. Borah (R-Idaho). 33 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 8, 1916, 724. Énfasis añadido; TA. 34 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 17, 1916, 1152; TA. 35 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 24, 1916, 1558. Énfasis añadido; TA.
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de las Filipinas dejaba la puerta abierta a la interacción entre las razas malaya y blanca, y que podía llevar al desarrollo de un peligroso mestizaje que debilitaría racialmente a los Estados Unidos. Ese mestizaje alteraría su composición racial poniendo en peligro la civilización y el sistema político estadounidenses. En 1916, el senador Vardaman alegó que, Todos nosotros sabemos que igualdad política y racial significan finalmente igualdad social; a la igualdad social le seguirá la mezcla racial, la mezcla racial producirá deterioro racial —la degeneración racial— y ésta será inevitablemente seguida por la desintegración y muerte de nuestra civilización.36
Para Vardaman, la incorporación política de las Filipinas dejaba la puerta abierta a una inevitable interacción racial, y el producto de esa interacción sería una raza inferior no sólo a la raza malaya, sino también a la raza blanca. En otras palabras, la incorporación política de las Filipinas podría provocar una degeneración racial que llevaría a la decadencia de las instituciones políticas y de la civilización norteamericanas. Por lo tanto, era prioritario evitar la posibilidad de tal mestizaje. El senador Benjamin Tillman (D-Carolina del Sur) también hizo uso de la metáfora del virus racial para oponerse a la retención de las Filipinas. Tillman atacó una de las ideas básicas de quienes apoyaban el control de las islas: los Estados Unidos no podían salir de las islas antes de haber completado la educación política de sus habitantes y de que el archipiélago estuviese listo para el gobierno propio. Según el senador, los filipinos nunca llegarían a estar listos para el gobierno propio porque eran un pueblo no blanco, «con el virus español del desgobierno inyectado en su sangre y en sus huesos».37 En otras palabras, para el senador los filipinos eran incompatibles con el autogobierno no sólo por su condición racial, sino también porque no habían sido colonizados por un pueblo anglosajón, sino por un pueblo latino, católico y medieval. Los miembros del Congreso que hicieron uso de este tipo de argumentos para oponerse al control de las Filipinas estaban más preocupados por el futuro racial y político de los Estados Unidos que por el bienestar de los filipinos. A diferencia de aquellos que defendían el control de las islas 36 Ibíd., 1501. Énfasis añadido; TA. 37 Citado por Kantrowitz, 2000, 262-263. Énfasis añadido; TA.
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como una desinteresada labor civilizadora, éstos no querían conservarlas porque veían en ellas una amenaza a su idea de los Estados Unidos como una nación blanca, y querían proteger sus jerarquías raciales manteniendo y asegurando la hegemonía de los blancos anglosajones sobre la sociedad y las instituciones políticas. En otras palabras, los congresistas opositores al colonialismo norteamericano en las Filipinas veían en su independencia una medida necesaria de autodefensa racial. En 1900, el representante por Georgia William G. Brantley expuso esta idea de forma muy clara, Sr. Presidente [de la Cámara de Representantes], en todo lo que hoy he dicho, no he discutido sobre los filipinos propiamente. Mi preocupación no es por ellos, sino por nosotros.38
LA AMENAZA ESTRATÉGICA Durante más de treinta años, los miembros del Congreso lidiaron con varias cuestiones sobre el valor estratégico de las Filipinas para los Estados Unidos: ¿Eran las islas una posesión estratégica? ¿Podían ser defendidas de un ataque externo? ¿Cuánto estaría dispuesto a invertir el gobierno norteamericano en la defensa de un territorio ubicado a miles de millas de distancia de su territorio continental? Como en muchos otros temas vinculados a las relaciones filipino-norteamericanas, estas preguntas provocaron multiplicidad de respuestas. En las página que siguen abordaremos de qué modo los congresistas que se oponían al control de las islas dieron respuesta a estas interrogantes justificando la independencia como una medida necesaria para garantizar la defensa nacional. Las Filipinas como una debilidad estratégica La representación de las Filipinas como desventaja estratégica para los Estados Unidos fue un importante recurso retórico usado por los congresistas que se oponían a la presencia norteamericana en las islas. Aunque usaban diferentes fórmulas para referirse a ellas (punto débil, fuente de peligro, etc.), coincidían en la representación de las islas como la más vulnerable de 38 Brantley, 1900, x. Énfasis añadido; TA.
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todas las posesiones insulares norteamericanas. Para ellos, las Filipinas no eran una posesión estratégica, sino una fuente de peligro y debilidad.39 Tan temprano como febrero de 1899, el senador Horace Chilton (DTejas) argumentó que las Filipinas habían convertido a los Estados Unidos en un país vulnerable. Chilton pintó un cuadro muy interesante de la nueva situación estratégica del país. Según éste, cualquier enemigo sólo tenía que atacar a la nación norteamericana donde era más débil —en las Filipinas— y luego sentarse a esperar la reacción de su gobierno. Los norteamericanos no tendrían otra opción que enviar a su marina de guerra a recuperar unas islas situadas a miles de millas de distancia de sus bases. Esto le concedía a cualquier enemigo de los Estados Unidos una enorme ventaja táctica, pues podrían decidir dónde y cuándo combatir. Chilton concluía que el resultado final sería trágico para el país. El senador también estaba preocupado por las posibles complicaciones diplomáticas asociadas al control de las Filipinas, pues estaba convencido de que tal control enredaría inevitablemente a los Estados Unidos en los problemas europeos. Según él, Al ir a las Filipinas, nos lanzamos a la estufa candente de las relaciones internacionales en el hemisferio oriental […] Al ir a las Filipinas nos colocamos en el mar de China. Francia está allí, Inglaterra está allí, Rusia está allí, Alemania está allí. Ciertamente, los problemas no tardarán en sobrevenir. En mi opinión, no pasarán veinte años antes de que seamos conducidos a un conflicto armado con una o con todas las potencias europeas.40
Al igual que Chilton, el representante Adolph Meyer (D-Luisiana) vio la adquisición de las Filipinas como el fin de la política defensiva tradicional de los Estados Unidos: el aislacionismo. Antes de esta adquisición, eran una nación invulnerable, protegida por dos grandes océanos y sin alianzas o 39 Horace Chilton (D-Tejas), Adolph Meyer (D-Louisiana), Edward W. Carmack (D-Tenesí), Augustus O. Bacon (D-Georgia), Horace M. Towner (R-Iowa), Andrew Jackson Montague (D-Virginia), Charles S. Thomas (D-Colorado), Finis J. Garrett (D-Tennessee), John W. Weeks, (R-Massachussets), Charles F. Curry (R-California), Finly H. Gray (D-Indiana), Joseph Taggart (D-Kansas), John S. Williams (D-Mississippi), Charles M. Stedman (D-North Carolina), John F. Shafroth (D-Colorado), James H. Lewis (D-Illinois), James P. Clarke (D-Arkansas), Kenneth D. McKellar (D-Tennessee), Howell T. Heflin (D-Alabama), Francis G. Newlands (D-Nevada), Hallet S. Ward (D-North Carolina), Guinn Williams (D-Tejas), Jacob L. Milligan (D-Missouri), Frank Gardner (D-Indiana), William C. Salmon (D-Tennessee), Heartsill Ragon (D-Arkansas), T. Webber Wilson (D-Mississippi), Joseph T. Robinson (D-Arkansas), Henry F. Lippitt (R-Rhode Islands) y Marcus A. Smith (D-Arizona). 40 Chilton, 1899, 11-13; TA.
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intereses internacionales. La consecución de las islas cambió todo ello, pues acabó con la invulnerabilidad norteamericana y redujo «nuestra seguridad contra un enemigo externo».41 En otras palabras, las Filipinas cambiaron las reglas del juego internacional al mover las fronteras norteamericanas hasta el corazón de Asia. Esta discusión continuó a lo largo de la década de 1910. Durante el debate del Proyecto Jones de 1916, el senador Henry Lane (D-Oregon) argumentó que las Filipinas eran «el punto débil de nuestra línea defensiva».42 Lane combinó preocupaciones estratégicas con cuestiones políticas, al alegar que la principal responsabilidad de los Estados Unidos era perpetuar sus instituciones políticas y que la retención de Filipinas era una amenaza directa contra éstas. El legislador era muy claro: las islas eran un problema político y estratégico que debía ser resuelto para garantizar la seguridad nacional y salvaguardar las instituciones republicanas. El representante Kenneth D. McKellar argumentó asimismo que las Filipinas eran «una amenaza constante para nosotros». De acuerdo con este demócrata por Tennessee, la retención del archipiélago obligaba a los Estados Unidos a mantener una flota en el océano Pacífico que podría utilizarse para proteger el territorio continental norteamericano. El control de las Filipinas ampliaba la defensa nacional norteamericana de forma muy peligrosa.43 Así pues, para algunos miembros del Congreso las Filipinas eran una posesión peligrosa y estratégicamente insignificante. Durante el debate del segundo Proyecto Jones en 1914, el representante Finis J. Garrett (D-Tennessee) negó que las islas fuesen una posesión estratégica, calificándolas como «una fuente de debilidad militar».44 Dos años más tarde, el congresista John S. Williams (D-Mississippi) coincidió con Garrett al alegar que no tenían ningún valor estratégico para los Estados Unidos. De acuerdo con éste, Las Filipinas no son para nosotros una posesión estratégica; como consecuencia de nuestra ocupación, son simplemente una ofensa inútil a todo el Oriente, a todos los pueblos trans-pacíficos, incluyendo a los japoneses.45 41 42 43 44 45
Meyer, 1900, 18; TA. CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, February 2, 1916, 1995; TA. CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, May 1, 1916, 7179; TA. CR, H, 63-2, vol. 51, Bill Jones, October 14, 1914, 16624; TA. CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 14, 1916, 724; TA.
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La independencia filipina como un movimiento de defensa propia Algunos miembros del Congreso manifestaron un gran temor de que el control de las Filipinas llevara a los Estados Unidos a una guerra. En los primeros años del siglo XX, el senador Horace Chilton (D-Tejas) y el representante Adolph Meyer (D-Luisiana) argumentaron que una guerra a causa del archipiélago era una cuestión de tiempo.46 El senador Edward Carmack (D-Tennessee) alegó, en 1904, que las Filipinas no sólo debilitaban estratégicamente a los Estados Unidos, sino que también los llevarían a una guerra. Según él: El peligro de vernos involucrados en una guerra se incrementa grandemente por nuestro control de las Filipinas, y nuestro poderío defensivo se debilita cada vez más por nuestra posesión de las islas. Corremos un gran riesgo de vernos involucrados en una guerra, y una vez que entremos en guerra, nuestro control de las Filipinas nos hará bastante más débiles.47
Para estos legisladores, la independencia filipina era la única solución a los problemas asociados al control de las islas. En otras palabras, su independencia era un movimiento defensivo esencial para poner fin a una relación poco provechosa y peligrosa. La representación de la independencia como una acción auto-defensiva fue compartida por un buen número de congresistas durante las discusiones de los proyectos Jones en la década de 1910.48 Uno de ellos fue el senador James P. Clarke (D-Arkansas), quien en 1916 señaló: «Queremos salir de allí porque no queremos defendernos o ser atacados en esa parte del globo».49 Clarke no estaba solo. El representante Cyrus Cline (D-Indiana) le planteó a sus colegas que el bienestar de los filipinos no debía ser el único elemento a ser considerado al discutir el futuro de las islas y que, por ende, no era egoísta preocuparse por la «seguridad nacional».50 46 Meyer, 1900, y Chilton, 1899. 47 Carmack, Edward W., CR, S, 58- 2, vol. 38, March 3, 1904, 2733; TA. 48 Entre ellos Samuel A. Witherspoon (D-Mississippi), William A. Jones (D-Virginia), Charles M. Stedman (D-North Carolina), Clement L. Brumbaugh (D-Ohio), Joseph T. Robinson (D-Arkansas), Henry Lane (D-Oregon), John S. Williams (D-Mississippi), James P. Clarke (D-Arkansas), Charles S. Thomas (D-Colorado), James H. Lewis (D-Illinois) y Cyrus Cline (D-Indiana). 49 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 28, 1916, 1682; TA. 50 CR, H, 63-2, vol. 51, October 16, 1914, Bill Jones, 1224; TA.
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En 1915, el senador Charles S. Thomas (D-Colorado) recurrió a una fuente inesperada para justificar la independencia filipina como un movimiento defensivo necesario. Ese año el ex presidente Theodore Roosevelt, un defensor histórico del colonialismo norteamericano en las islas, publicó un controvertido artículo en la revista Everybody’s Magazine considerando a las Filipinas como una fuente de debilidad para los Estados Unidos.51 El 24 de enero de 1916, Thomas citó el artículo de Roosevelt en el pleno del Senado como una prueba de que la independencia de las islas era necesaria para fortalecer las defensas norteamericanas.52 El propio representante William A. Jones (D-Virgina), uno de los principales propulsores de la independencia filipina, recurrió a argumentos estratégicos para justificar la salida de los norteamericanos del archipiélago. En 1914, reconoció que eran «una fuente de debilidad y una amenaza constante para nuestra paz». La gran distancia que separaba a las islas del territorio continental norteamericano imposibilitaba su defensa y exponían, según Jones, la seguridad de los Estados Unidos.53 Reales o imaginados, los peligros asociados a la presencia norteamericana en las Filipinas, y no la preocupación por el bienestar de sus habitantes, llevaron a un número considerable de legisladores a favorecer la independencia como la única solución a los problemas estratégicos a los que se enfrentaba el gobierno norteamericano en las islas. ¿Cuán defendibles eran las Filipinas? El debate congresual sobre la defensa de las Filipinas giró en torno a una pregunta básica: ¿era una colonia indefendible un buen negocio para los Estados Unidos? Los enemigos y simpatizantes de la presencia en las islas debatieron esta pregunta durante más de treinta años sin alcanzar un consenso.54 El Congreso fue uno de los principales escenarios de esta discusión. Abordaremos a continuación cómo discutieron este problema los enemigos de la retención de las Filipinas durante los debates de los proyectos Jones en la década de 1910. Como veremos, afrontaron el asun51 52 53 7149. 54
Ver cap. 1, 32-33; Roosevelt, 1915, 120-128. CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 24, 1916, 1449. CR, H, 63-2, vol. 51, September 28, 1914, 15834, y CR, H, 64-1, vol. 53, S. 381, May 1, 1916, Ver cap. 1, 39-42.
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to de la defensa filipina desde una perspectiva geográfica, alegando que la enorme distancia que las separaba del territorio continental norteamericano imposibilitaba y encarecía dicha defensa. Era imprescindible, pues, que el gobierno reconociera que las islas no podían ser defendidas y abandonarlas lo antes posible.55 Durante el debate del Proyecto Jones de 1914, el representante Finly H. Gray (D-Indiana) argumentó que la distancia encarecía tremendamente la defensa de las islas, que sólo sería posible mediante «un terrible costo económico y un horrible sacrificio de vidas de nuestros ciudadanos».56 Dos años más tarde, el senador Marcus A. Smith (D-Arizona) también consideró la distancia como un impedimento para una adecuada defensa. Para Smith, las Filipinas eran una colonia inútil y muy alejada, que exponía la seguridad y el prestigio de los Estados Unidos. La nación norteamericana arriesgaba demasiado al permanecer allí. Era hora, según él, de que reconocieran que los filipinos no querían la protección norteamericana y salieran de las islas.57 Algunos legisladores prestaron atención a elementos no geográficos en su descripción de las Filipinas como una colonia indefendible. Por ejemplo, el representante Jones consideraba que la lealtad de los filipinos era un elemento que debía ser tomado en cuenta. Para éste, la defensa de las islas no dependía de acorazados, fortificaciones o soldados, sino de la buena voluntad del pueblo filipino. El principal problema al que se enfrentaban los norteamericanos en las islas era que habían sido ocupadas en contra de la voluntad de sus habitantes y, por lo tanto, los Estados Unidos no podían contar con su fidelidad en caso de una invasión.58 Para Jones, la independencia era la única solución a los problemas y dilemas que las islas representaban para los Estados Unidos. Otros legisladores coincidieron en la representación de las Filipinas como una colonia indefendible y peligrosa, pero plantearon soluciones diferentes a la independencia. Uno de ellos fue el representante Frederick H. Gillet (R-Massachusetts), quien en 1915 se unió al coro de los que 55 Entre quienes así pensaban se encontraban Charles F. Curry (R-California), Frederick H. Gillett (R-Massachussets), Marcus A. Smith (D-Arizona), Henry Lane (D-Oregon), Clement L. Brumbaugh (D-Ohio), John F. Shafroth (D-Colorado), Finly H. Gray (D-Indiana) y David A. Reed (R-Pennsylvania). 56 CR, 63-3, vol. 51, October 14, 1914, Bill Jones, 16615; TA. 57 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 14, 1916, 1076. 58 CR, H, 64-1, vol. 53, S. 381, May 1, 1916, 7149.
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proponían una retirada táctica de las Filipinas que reforzara la situación estratégica de los Estados Unidos, sobre todo en Asia. El caso de Gillet es interesante, pues su primera opción no era la concesión de la independencia a las islas, sino su venta. Dado que eran una carga que fácilmente le podía ser arrebatada a los Estados Unidos por Japón, con las consecuencias terribles que ello conllevaría, era conveniente vender el archipiélago a alguna potencia interesada en adquirirlo. De esta forma se mejoraría la situación defensiva norteamericana y se librarían de una posesión poco valiosa.59 En conclusión, los congresistas opositores a la presencia en las Filipinas estaban de acuerdo en que era insensato controlar un territorio cuya defensa comprometía la seguridad de los Estados Unidos; por lo tanto, la independencia era la mejor opción con la que contaban para lidiar con el problema filipino. La defensa del honor Para algunos congresistas, lo que estaba en juego en las Filipinas no era sólo la seguridad nacional, sino también el honor, el orgullo y el prestigio de los Estados Unidos. Éstos pintaban una imagen muy clara: el pueblo norteamericano no toleraría que otra nación le arrebatara las islas, por lo tanto, si eran conquistadas, el gobierno no tendría otra opción que recapturarlas sin importar el coste humano o económico.60 Estos legisladores alegaban que las islas no sólo estaban muy alejadas de los Estados Unidos, sino también ubicadas en una zona muy turbulenta y rodeadas por colonias europeas y japonesas. La rivalidad económica, militar y naval de las potencias coloniales, unidas al creciente poder de Japón, les hacía pensar que una guerra por causa de las Filipinas era más que probable. En 1916, John S. Williams (D-Mississippi) le recordó a sus colegas que lo que estaba en juego en las Filipinas era el orgullo nacional y el honor racial de los Estados Unidos. De acuerdo con él, Mientras la bandera norteamericana ondee allí, el pueblo norteamericano, con su orgullo racial y nacional, no permitirá sobrevivir a ninguna adminis59 CR, H, 63-3, vol. 52, January 30, 1915, Naval Appropriation Bill, 2742. 60 Edward W. Carmack (D-Tennessee), Charles M. Stedman (D-North Carolina), John S. Williams (D-Mississippi), Kenneth D. McKellar (D-Tennessee), William A. Jones (D-Virginia).
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tración que abandone las Filipinas tras el ataque de un enemigo externo. Para satisfacer el sentimiento popular, nos veríamos obligados a defenderlas y a agotar hombres y dinero en ello.61
El representante Kenneth D. Mckellar (D-Tennessee) coincide con Williams en que el ataque de otra potencia a las Filipinas hubiese obligado a los Estados Unidos a reconquistarlas sin importar el costo. Para Williams, ese sacrificio hubiese sido un desperdicio de sangre y dinero estadounidenses porque los filipinos eran «el tipo de pueblo que nunca podría fusionarse al nuestro».62 En otras palabras, el representante demócrata consideraba que los filipinos eran racialmente incompatibles con la sociedad y el sistema político norteamericanos, por lo que invertir en su reconquista era un desperdicio. Williams, McKellar y otros legisladores identificaban la independencia filipina como la única forma de proteger el honor norteamericano de los peligros asociados a las islas. Las islas amenazadas Uno de los argumentos más interesantes usados en el Congreso con relación a la defensa de las Filipinas era que la ocupación norteamericana ponía en peligro a las islas y no al contrario. Para algunos congresistas, la bandera norteamericana no era una fuente de protección y seguridad para los filipinos, sino de peligro. Una república filipina estaría más segura de las amenazas externas, porque ninguna potencia estaría interesada en ella, mientras que como colonia norteamericana las islas eran blanco seguro de los enemigos potenciales de los Estados Unidos en Asia. Además, era evidente que los norteamericanos no podían protegerlas, por lo que era absurdo exponer a los filipinos a un ataque seguro extendiendo innecesariamente la presencia estadounidense. Para estos congresistas, la independencia era la única forma de garantizar la seguridad de los filipinos.63 61 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381; TA. El representante Charles M. Stedman (D-North Carolina) también usó el prestigio de la bandera norteamericana en su representación de las Filipinas como una amenaza para los Estados Unidos. CR, H, 63-2, vol. 52, January 23, 1915, Bill Jones, 2168. 62 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, May 1, 1916, 7178; TA. 63 Moses E. Clapp (R-Minesota), John C. Schafer (R-Wisconsin), Hallet S. Ward (D-North Carolina), Guinn Williams (D-Texas), Jacob Leroy Milligan (D-Missouri), Frank Gardner (D-Indiana), W. C. Salmon, Heartsill Ragon (D-Arkansas) y T. Webber Wilson (D-Mississippi).
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Como hemos visto, el significado estratégico de las Filipinas fue un tema muy importante para los congresistas, pues se temía que involucrasen a los Estados Unidos en una guerra. Los partidarios de la independencia filipina planteaban que la indefensión del archipiélago hacía necesaria una retirada táctica, que garantizase la seguridad norteamericana y el honor de los Estados Unidos. LAS PREOCUPACIONES ECONÓMICAS DEL CONGRESO Además de las preocupaciones políticas, ideológicas y estratégicas, los miembros del Congreso también expresaron reparos económicos en relación a la retención de las Filipinas como territorio norteamericano. Para éstos, el control de las islas era una empresa muy costosa e improductiva, que iba en contra de los intereses de los Estados Unidos. Además, estaban convencidos de que la defensa de las islas provocaba un aumento en los gastos militares norteamericanos, especialmente navales, dinero que podía ser utilizado en la defensa y desarrollo del propio territorio continental.64 Los debates congresuales sobre los costes económicos asociados a la adquisición y retención de las Filipinas fueron intensos. Uno de las principales interrogantes de esas discusiones era cuánto dinero había gastado el gobierno norteamericano en las islas. Para contestar a esta pregunta se dieron enormes cifras de dinero. Por ejemplo, en 1907, el representante Frank Clark (D-Florida) argumentó que los gastos eran «no menores de los $1.000.000.000 en nueve años, o un promedio de $110.000.000 anuales».65 Ocho años más tarde, el representante Joseph Taggart (D-Kansas) alegó que los Estados Unidos habían gastado «más de un millón de millones de dólares» como consecuencia del control de las Filipinas.66 Para los senadores demócratas por el estado de Colorado William F. Shafroth y Charles 64 Francis G. Newlands (D-Nevada), John W. Gaines (D-Tennessee), William A. Jones (D-Virginia), John F. Rixey (D-Virginia), Augustus O. Bacon (D-Georgia), Edward W. Carmack (D-Tennessee), Thomas W. Hardwick (D-Georgia), James L. Slayden (D-Texas), James B. Clark (D-Missouri), Lemuel P. Padgett (D-Tennessee), Eugene Hale (R-Maine), Charles S. Thomas (D-Colorado), Finly H. Gray (D-Indiana), Joseph Taggart (D-Kansas), Henry F. Lippitt (R-Rhode Island), John F. Shafroth (D-Colorado), Charles S. Thomas (D-Colorado), James H. Lewis (D-Illinois), Joseph J. Russell (D-Missouri), Moses E. Clapp (R-Minesota), George W. Norris (R-Nebraska), Clement L. Brumbaugh (D-Ohio) y Henry Lane (D-Oregon). 65 Clark, 1907, 1; TA. 66 CR, 63-3, vol. 52, Naval Appropriation Bill, January 29, 1915, 2726; TA.
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S. Thomas, hasta 1916 se habían gastado unos $800.000.000 en las Filipinas.67 El senador republicano Henry F. Lippit (Rhode Island) hizo un cálculo menos extremo, pues alegó que el gobierno norteamericano sólo había gastado en las Filipinas $119.000.000 entre 1903 y 1914, un promedio de $9.475.000 anuales.68 Las cantidades pueden variar, pero todas comparten un objetivo común: justificar la independencia de las Filipinas. Para algunos las islas no eran sólo un peligro racial, estratégico o político, sino también «una sangría continua» sobre el tesoro nacional, por lo que era necesario acabar concediéndole la independencia al archipiélago.69 Las Filipinas y los gastos militares Los congresistas opositores al colonialismo en las Filipinas usaron los gastos militares para justificar su independencia. De acuerdo con ellos, la adquisición de las islas provocó un incremento dramático en los gastos militares, especialmente navales, porque para poder ser capaces de proteger las islas los Estados Unidos tuvieron que convertirse en una potencia naval. Lo que realmente molestaba a estos congresistas no era necesariamente el efecto político o ideológico de tal transformación, sino el costo económico. Además, al identificar el poderío naval con la defensa de las islas trasformaron, camuflaron o ignoraron las consideraciones materiales detrás del poder marítimo estadounidense. Para este grupo de legisladores, los Estados Unidos no se transformaron en un potencia naval para defender, promover y proyectar sus intereses económicos y estratégicos, sino para defender las Filipinas. En otras palabras, el poderío naval era producto del altruismo de los Estados Unidos, no de consideraciones geopolíticas. En 1904, el representante Thomas W. Hardwick (D-Georgia) alegó que la adquisición de las Filipinas había sido un mal negocio para los Estados Unidos. Hardwick calculaba que entre 1899 y 1902 el gobierno había gastado $170.000.000 en las Filipinas, principalmente en el desarrollo de la única arma capaz de defender el archipiélago: la armada. Construir y mantener una flota poderosa sólo para defender las islas constituía, según 67 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 7, 1916, 661. 68 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 19, 1916, 1252. 69 CR, 63-3, vol. 51, Bill Jones, October 14, 1914, 16615.
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el representante, un despilfarro injustificado de dinero. Para Hardwick, la independencia filipina era una medida necesaria para librar a la nación de una pesada carga económica.70 Hardwick no fue el único legislador que vinculó el gasto naval norteamericano con las Filipinas. En 1907, el representante James L. Slayden (D-Tejas) argumentó que sin las Filipinas «nuestro gasto naval podría ser cortado a la mitad y nuestro presupuesto militar reducido considerablemente».71 Nueve años más tarde, el representante Joseph D. Russell (D-Missouri) alegó que si los Estados Unidos renunciaban al control de las Filipinas la asignación de fondos para la marina de guerra podría ser reducida en «varios millones de dólares».72 Quién se beneficiaba del gasto militar asociado a las Filipinas era una pregunta que inquietaba a algunos congresistas. Éstos pensaban que sólo los grandes intereses económicos se beneficiaban de la retención de las islas. Por ejemplo, durante la discusión del tercer proyecto Jones en 1916, el senador Charles S. Thomas (D-Colorado) planteó que el control de las Filipinas era parte de una conspiración de ciertos sectores económicos estadounidenses. Según el senador por el estado de Colorado, sólo los intereses económico-militares estaban ganando dinero con la retención de las Filipinas, porque la defensa de las islas era la excusa perfecta para incrementar el gasto militar de la nación y hacer dinero a cuenta del gobierno.73 Para Hardwick, Slayden, Russell y Thomas, la independencia filipina era la única forma de evitar que el gobierno de los Estados Unidos desperdiciara millones de dólares. Estos opositores al control de las islas presentaron su independencia como un movimiento de autodefensa económica y financiera.
70 CR, H, 58-2, vol. 38, February 20, 1904, 2156. También en 1904 el senador Augustus O. Bacon (D-Georgia) usó la alegada no rentabilidad de las Filipinas para justificar su independencia. Según él, las islas eran una carga económica porque los Estados Unidos gastaban más dinero en ellas de lo que recibían a cambio. CR, S, 58-2, vol. 38, March 3, 1904, 2733; TA. 71 CR, H, 59-2, vol. 41, February 12, 1907, 2775; TA. 72 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, May 1, 1916, 7157; TA. El senador Moses E. Clapp (R-Minesota) también estableció una relación directa entre el gasto naval y el control de las Filipinas, pues estaba convencido de que su defensa era la principal causa del incremento en el presupuesto militar estadounidense. CR, S 64-1, vol. 53, S. 381, January 19, 1916, 1252. 73 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 7, 1916, 661. El representante Cyrus Cline (D-Indiana) también alegó que la retención de la Filipinas promovía los intereses militaristas. CR, H, 63-3, vol. 52, January 29, 1915, Naval Appropriation Bill, 2733.
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Un asunto de prioridades Las preocupaciones económicas y presupuestarias de los congresistas no se limitaron a lo relacionado con el gasto militar. Un grupo adoptó una posición pragmática al alegar que el dinero que se desperdiciaba en las Filipinas podía ser usado no sólo para la defensa del propio territorio continental, sino también para el desarrollo interno del país.74 Estos legisladores criticaban que se invirtieran millones de dólares en la defensa de un territorio indefendible como las Filipinas, pues ese dinero podía ser usado en reforzar las defensas y la infraestructura estadounidenses. Era necesario que el gobierno adoptara una política práctica que privilegiara los intereses y necesidades de los Estados Unidos por encima de los de su problemática colonia asiática. Este pragmático acercamiento fue claramente definido por el senador Clement L. Brumbaugh (D-Ohio), quien en 1916 alegó: «necesitamos a Corregidor en casa», en clara referencia a la isla situada a la entrada de la bahía de Manila, que fue transformada, gracias a la inversión de millones de dólares, en una base símbolo de la presencia militar norteamericana en las Filipinas.75 Para Brumbaugh, la prioridad del gobierno debía ser la defensa del territorio continental, no la fortificación de una isla a miles de kilómetros de distancia. Por ello no debe sorprendernos que Brumbaugh propusiera la reubicación en territorio continental de todas las fuerzas navales y militares destacadas en las islas, con lo que —según sus cálculos— se reforzaba la seguridad de la nación y se ahorraban $30.000.000.76 Durante la discusión del tercer proyecto Jones en 1916, el senador William F. Shafroth (D-Colorado) añadió un elemento geográfico al enfoque pragmático de Brumbaugh. Shafroth argumentaba que la extensión de la costa filipina complicaba la defensa de las islas, es decir, que las Filipinas no sólo estaban muy alejadas, sino también compuestas por miles de islas y miles de millas de costa, lo que elevaba el costo de su defensa a nive74 Entre ellos John W. Gaines (D-Tennessee), John F. Rixey (D-Virginia), Edward W. Carmack (D-Tennessee), Clement L. Brumbaugh (D-Ohio), Henry Lane (D-Oregon), William F. Shafroth (DColorado) y Francis G. Newlands (D-Nevada). 75 CR, H, 64-1, vol. 53, S. 381, May 1, 1916, 7192. Sobre la importancia de la base de corregidor en la isla puede consultarse Linn, 1997. 76 CR, H, 64-1, vol. 53, S. 381, May 1, 1916, 7192. El senador Henry Lane (D-Oregon) también creía que el dinero desperdiciado en las Filipinas podía ser usado para reforzar la defensa del territorio continental estadounidense. CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 31, 1916, 1803.
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les millonarios. El senador completó su argumentación con una pregunta directa: «¿Estamos dispuestos a realizar tales gastos cuando nuestras ciudades están indefensas?»77 Para él, la respuesta era un no categórico, por lo que apoyaba la independencia como salida a los dilemas que suponía el control de las islas. La seguridad de los Estados Unidos no era la única preocupación de estos legisladores pragmáticos. Para ellos, el dinero derrochado en las Filipinas podía y debía ser utilizado para mejoras internas domésticas, tales como proyectos de irrigación, construcción de edificios públicos, puertos, puentes, carreteras, etc. El bienestar de los filipinos no debía ser la prioridad del gobierno norteamericano, sino el desarrollo económico del país. Por ello no debe sorprendernos que apoyaran la independencia de las islas como un medio para salvaguardar los intereses económicos norteamericanos. El senador Francis G. Newlands era un gran defensor de esta idea y tan temprano como en 1902, en pleno conflicto armado con los independentistas filipinos, preguntaba en el pleno del Senado por qué el dinero que se estaba gastando para subyugar a los filipinos no era invertido en un programa de irrigación en el oeste norteamericano.78 Catorce años más tarde, Newlands no había cambiado de opinión y continuaba criticando los gastos en las Filipinas. De acuerdo con él, Estoy más inclinado a pensar que debemos proteger nuestros intereses y retirarnos (de las Filipinas), independientemente de que nuestra retirada beneficie o no a los filipinos. Yo estoy a favor de legislar dando prioridad a los Estados Unidos.79
El futuro político de las Filipinas era otro tema de discusión para los congresistas con preocupaciones económicas. Para ellos, invertir dinero en un territorio cuyo futuro político no estaba claro no era algo inteligente. Por eso proponían que primero se definiera el futuro de las Filipinas como pro77 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 7, 1916, 665; TA. Doce años antes, Edward W. Carmack (D-Tennessee) planteó exactamente lo mismo. CR, S, 58-2, vol. 38, March 3, 1904, 2733. 78 Newlands, 1932, January 21, 1902, 68. 79 CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, May 1, 1916, 663. Énfasis añadido; TA. El senador William E. Borah (R-Idaho) también creía que las necesidades y el bienestar del pueblo norteamericano debían ser prioritarios para el gobierno. LC, MD, Papers of William E. Borah, Box 32, Philippines, 1915-1916, Letter, February 15, 1916.
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piedad norteamericana y después que el gobierno invirtiera en su defensa.80 En palabras del representante Jones, El carácter y la naturaleza de los trabajos construidos en las Filipinas debía depender, en gran medida, de la decisión final sobre el futuro de esas islas.81
Como hemos visto, las preocupaciones económicas jugaron también un papel significativo en los debates del Congreso sobre el futuro de las Filipinas. Algunos congresistas mostraron abiertamente su profunda preocupación por el costo económico, directo e indirecto, del control sobre las Filipinas, proponiendo su independencia como una solución pragmática al problema. CONCLUSIÓN Los congresistas que se oponían a la retención de las Filipinas representaron las islas como una gran amenaza para los Estados Unidos, que ponía en peligro la seguridad, el sistema político, el bienestar económico y la estructura racial norteamericanas. Las islas amenazaban la democracia, el republicanismo y la naturaleza excepcional estadounidenses, porque no podían ser incorporadas al sistema político norteamericano. Los filipinos no podían ni debían ser integrados al cuerpo político de la metrópoli, porque no estaban racialmente capacitados para ello. Por el contrario, era necesario independizar las islas para acabar con la amenaza de contaminación racial que éstas representaban para la sociedad norteamericana. Los miembros del Congreso de los que hemos tratado en este capítulo se mostraron también muy preocupados por el valor estratégico de las Filipinas para los Estados Unidos, pues creían que las islas constituían una carga y eran el lado más vulnerable de las defensas norteamericanas. El hecho de que las islas eran supuestamente indefendibles era un obstáculo infranqueable, que exponía la seguridad de la nación. Además, no sólo estaban localizadas a miles de millas de distancia de los Estados Unidos, sino también en una región convulsa y peligrosa. 80 Lemuel P. Padgett (D-Tennessee), Eugene Hale (R-Maine) y William A. Jones (D-Virginia). 81 CR, H, 58-2, vol. 38, Appendix, February 22, 1904, 162; TA.
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La peligrosidad política de las Filipinas preocupaba mucho a estos congresistas, pues estaban convencidos de que el control de las islas transformaría a los Estados Unidos en una nación militarista, poniendo en peligro sus prácticas, instituciones y tradiciones políticas. Para ellos, el control de las Filipinas era lo que convertía a los Estados Unidos en una potencia colonial y, por ende, amenazada por el flagelo del militarismo, una ideología totalmente incompatible con el republicanismo. La necesidad de defender las Filipinas de las amenazas internas y externas forzaría a los Estados Unidos a convertirse en una potencia militar, amenazando las bases mismas de su sistema político. En otras palabras, las islas no sólo eran una amenaza directa a la seguridad, sino también a la naturaleza política de la nación. Al contrario que los creadores de conocimiento analizados en los dos primeros capítulos, los miembros del Congreso aquí estudiados demostraron un gran interés en asuntos económicos, especialmente en lo relacionado con el costo de la presencia norteamericana en las islas. Para ellos, el archipiélago era una posesión insignificante y muy costosa; a sus ojos, el colonialismo norteamericano en las Filipinas era un desperdicio de dinero. Los filipinos jugaron un papel muy limitado entre los defensores de su independencia, pues recibieron muy poca atención de los congresistas que analizamos. Los legisladores se limitaron a racializar a los filipinos considerándolos como miembros de una raza inferior no identificada. De ahí que no les clasificaran, describieran o analizaran. La historia filipina, especialmente la guerra filipino-norteamericana, tampoco jugó un papel de importancia en el discurso antiimperialista analizado en este capítulo. Los miembros del Congreso examinados no se apropiaron de la historia filipina para criticar el colonialismo estadounidense y justificar la independencia de las islas. Aunque favorecían la independencia, estos congresistas no discutieron la existencia de una nación filipina o la usaron como justificante de la independencia. La idea de un colonialismo ilustrado tampoco fue tratada por estos congresistas. Sin embargo, los legisladores sí rechazaron cualquier responsabilidad sobre el bienestar o la seguridad de los filipinos; si éstos podían defender o gobernar su país no era una cuestión que preocupara a los congresistas aquí tratados. En general, los congresistas que se oponían a la retención de las Filipinas mostraron poco o ningún interés sobre el futuro de los filipinos, pues compartían una visión pragmática que enfatizaba el bienestar de los Estados Unidos y de los norteamericanos. 198
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En conclusión, los legisladores que hemos examinado tenían una cosa en común: todos representaban a las Filipinas como una amenaza para los Estados Unidos. En lo que diferían era en el tipo de amenaza que las islas constituían. Para unos, las Filipinas eran un peligro racial, para otros político o estratégico. Con ello, trastocaron el orden colonial, pues transformaron la colonia en amenaza y la metrópoli en víctima. En otras palabras, el poder colonial es presentado como un ente vulnerable que debe rendirse ante los peligros que representaba su colonia y abandonar la empresa colonial. A pesar de su inferioridad, sobre todo racial, la colonia adquiere un enorme poder, pues es presentada como un ente peligroso que puede destruir las bases políticas, raciales y estratégicas de la metrópoli. La independencia de las Filipinas resulta ser la solución necesaria, pues acaba con la relación colonial eliminando los peligros que ésta entraña. Los Estados Unidos no debían abandonar las Filipinas necesariamente porque su control de las islas fuese colonial o inmoral, sino porque éstas y su población eran una amenaza para la nación norteamericana. Por lo tanto, la independencia de las Filipinas no constituiría un ejercicio descolonizador, sino quirúrgico, por el cual se extirparía la amenaza y se protegerían las instituciones políticas, el orden racial y la seguridad norteamericana.
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Capítulo 5
«Todas las bendiciones que les hemos otorgado»: el colonialismo bondadoso, 1912-1924
«Por supuesto que los filipinos quieren la independencia. A todo escolar le gustaría quedar libre de las limitaciones del maestro sabio y bondadoso». Frederick H. Gillet (R-Massachussets).1
En el capítulo anterior examinamos a un importante grupo de congresistas que en las décadas de 1910 y 1920 desarrollaron un discurso basado en la representación de las Filipinas como una amenaza política, estratégica, racial, ideológica y económica para los Estados Unidos. Éstos se acercaron al problema filipino de una manera muy pragmática, pues su principal preocupación era la seguridad y el bienestar norteamericanos, no la culminación de su supuesta labor civilizadora en las islas. Para ellos, la independencia era la única salida para la trampa que representaba el control de las islas para la nación norteamericana. En las páginas que siguen examinaremos la otra cara de la moneda, es decir, aquellos congresistas que desarrollaron un discurso justificando la retención de las Filipinas como territorio estadounidense. Dicho discurso rechazaba la independencia de las islas, enfatizaba las responsabilidades norteamericanas frente al archipiélago y sus habitantes y subrayaba su valor económico y su importancia estratégica. El punto de vista de estos legisladores fue mucho más ideológico que el de sus contrarios, pues representaron el colonialismo norteamericano como una misión democratizadora y civilizadora. El altruismo norteamericano en las islas era el reflejo y la confirmación del excepcionalismo norteamericano, es decir, de la superioridad moral de los Estados Unidos. Salir huyendo de las islas para evitar los supuestos peligros que éstas representaban sería un acto cobarde, poco viril y traicionero, indigno de la nación norteamericana. 1 Congressional Record (CR), House of Representative (H), 63 Congress, 2 Session, Jones Bill, October 14, 1914, 1227. Énfasis añadido; TA.
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Los Estados Unidos tenían una sola opción y era permanecer en las islas hasta que la labor de construcción nacional, de entrenamiento político, de alumbramiento cultural, moral y social estuviese completa. Otra cosa sería anti-norteamericano e inaceptable. EL COLONIALISMO ILUSTRADO La idea de un colonialismo ilustrado estuvo también presente en los debates legislativos referentes a las Filipinas, siendo una de las justificaciones básicas del colonialismo en las islas. Como vimos en el primer capítulo, para quienes lo apoyaban, la presencia norteamericana era una experiencia colonial única, basada en el más puro altruismo. De acuerdo con esta idea, los norteamericanos no estaban en las Filipinas buscando su beneficio económico, sino el bienestar de sus habitantes. Los escritores y analistas que así pensaban representaron el control norteamericano como un nuevo tipo de colonialismo que no explotaba, no abusaba ni reprimía, y que estaba orientado única y exclusivamente a promover el progreso y la paz de los filipinos.2 Los congresistas partidarios de la presencia colonial en el archipiélago reprodujeron esta idea de un colonialismo ilustrado extensa e intensamente durante los debates congresuales sobre el futuro político de las islas en las décadas de 1910 y 1920. Como los oficiales coloniales, periodistas y viajeros examinados en el capítulo 1, los legisladores presentaron la ocupación norteamericana como una experiencia ilustrada. Para éstos, la política respecto a las Filipinas no sólo era un reflejo de la singularidad de la sociedad estadounidense, sino también la confirmación de que eran un país excepcional, superior e insuperable. La inocencia norteamericana Como sabemos, los oponentes de la presencia en las islas rechazaban la idea de un colonialismo altruista alegando que era el producto de una imposición militar.3 Éstos cuestionaron la inocencia norteamericana y dis2 Ver capítulo 1, 27-31. 3 Ver capítulo 1.
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putaron la benevolencia del gobierno colonial en las Filipinas rechazando la teoría del accidente histórico. La idea de que las acciones norteamericanas son inherentemente bondadosas e inocentes es un elemento fundamental de su mitología nacional y una expresión de la idea de la excepcionalidad norteamericana. Esta idea parte de la visión de los Estados Unidos como una nación escogida y, por ende, superior moral y materialmente, cuyas acciones están siempre guiadas por las más nobles intenciones (democratizar, liberar, civilizar). No importa el resultado real de las acciones, sino la nobleza de las intenciones, lo que produce estados de alienación que no permiten reconocer el verdadero alcance y las consecuencias de la política exterior norteamericana. Por ejemplo, que en la guerra filipino-norteamericana murieran miles de filipinos no es interpretado o reconocido como una responsabilidad o consecuencia de las acciones norteamericanas, sino como una consecuencia de la incapacidad de los filipinos para entender las intenciones y los objetivos de los Estados Unidos. Según los detractores de la idea de un colonialismo altruista, la adquisición de las islas no fue el resultado de un plan premeditado, sino un resultado casual de la guerra con España. En 1898, los Estados Unidos no buscaban la expansión territorial, sino liberar Cuba de la opresión española. En otras palabras, la adquisición del archipiélago filipino fue un resultado fortuito de una guerra humanitaria y desinteresada. Una vez que las islas terminaron en manos norteamericanas, el gobierno no tuvo otra opción que asumir el deber de civilizar y desarrollar las capacidades políticas de los filipinos. En 1904, el representante Charles E. Townsend (R-Michigan) reaccionó en contra de los argumentos del legislador Charles Cochran (D-Missouri), recordándole a su colega demócrata que «una guerra humanitaria nos llevó a las Filipinas y no ha habido un momento, desde entonces, en el que hayamos eludido nuestras responsabilidades y abandonado las islas».4 Diez años más tarde, los congresistas Simeon D. Fess (R-Ohio), James R. Mann (R-Illinois) y John McKenzie (R-Illinois) también afirmaron que la adquisición de las Filipinas no había sido parte de un plan premeditado.5 4 CR, H, 58-2, vol. 38-3, February 20, 1904, 2169; TA. 5 CR, H, 63- 2, vol. 51, October 14, 1914, 16622; CR, H, 63-2, October 1, 1914, 16025, y CR, H, 63-2, 16029-12030.
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McKenzie incluso llegó a plantear que las islas se convirtieron en territorio norteamericano por voluntad divina, pues fue Dios quien «puso los millones de habitantes de las Filipinas en nuestras manos». Según Fess, «en 1898 recibimos las Filipinas como resultado de una guerra que no buscamos, cuyo resultado no escogimos». Es necesario resaltar que, en el esquema de Fess, los Estados Unidos no compraron o conquistaron las islas, sino que las «recibieron», y era deber de los norteamericanos permanecer en ellas y completar su labor civilizadora. Por otro lado, Mann reconoce que los norteamericanos arrebataron las islas a los españoles, pero como consecuencia de un evento fortuito, no planificado. Una vez bajo el control de los Estados Unidos, éstos no podían renunciar a unas islas que nunca buscaron.6 Townsend, Cochran, Fess, Mann y McKenzie consideraban la adquisición de las Filipinas como un accidente histórico, del cual los Estados Unidos eran totalmente inocentes. En 1898, los norteamericanos pelearon contra la tiranía española, no para cumplir un objetivo expansionista. Por lo tanto, su control fue un efecto secundario de una guerra humanitaria, justa y necesaria, no un acto imperialista. Al enfatizar la inocencia norteamericana, estos legisladores hacían posible proponer y defender la existencia de un colonialismo altruista en las islas. ¿Una nación filipina? La existencia de una nación filipina fue un tema muy disputado entre los enemigos y amigos de la presencia de los Estados Unidos en Filipinas. Los primeros alegaban que las tropas norteamericanas encontraron en las islas una nación que se había organizado políticamente en forma de república. Por lo tanto, las autoridades estadounidenses no sólo habían establecido un gobierno ilegal e inmoral, sino que en el proceso habían destruido la primera república asiática de la historia. Por otro lado, quienes apoyaban el colonialismo alegaban que los soldados norteamericanos no encontraron en las Filipinas una nación, sino un mosaico de tribus que hablaban un sinfín de idiomas y dialectos y que adoraban a diferentes dioses.
6 CR, H, 63-2, vol. 51, 16029-12030; CR, H, 63-2, vol. 51, October 14, 1914, 16622, y CR, H, 63-2, vol. 51, October 1, 1914, 16025; TA.
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Este debate en torno a la existencia o no de una nación filipina no jugó un papel significativo en el discurso anticolonial analizado en el capítulo 4. Sin embargo, sí fue un tema ampliamente discutido por los congresistas partidarios de la política hacia las Filipinas, quienes negaron la existencia de una nación y subrayaron la heterogeneidad cultural, religiosa, lingüística y étnica de las islas para justificar el colonialismo.7 Como en el caso de los escritores analizados en el capítulo 2, los filipinos no encajaban en la definición de nación que manejaban algunos miembros del Congreso, para quienes una nación era un pueblo racial, lingüística y religiosamente homogéneo, que ocupaba un espacio geográfico común. Estos legisladores imaginaban su propio país como homogéneo e ignoraban las serias diferencias sociales, raciales y políticas que caracterizaban a la sociedad estadounidense de las primeras décadas del siglo XX. Tan temprano como febrero de 1900 encontramos al senador John L. McLaurin (D-Carolina del Sur) afirmando que las tropas no encontraron una nación a su arribo a las islas. Según el senador, los primeros soldados que entraron en contacto con las Filipinas no hallaron un gobierno nacional, sino sesenta tribus independientes.8 Una de esas tribus, los tagalos, se habían resistido a la soberanía norteamericana, pero ni ésta ni su líder (Emilio Aguinaldo) representaban al pueblo filipino porque tal cosa era inexistente. McLaurin no sólo negaba la existencia de una nación filipina, sino que también cuestionaba la legitimidad del liderato político de Aguinaldo, aduciendo que éste sólo representaba a una de las tantas tribus que habitaban las islas. Según él, la diferencia entre Aguinaldo y Washington era la misma que existía entre un movimiento insurreccional local en un pueblo acostumbrado al gobierno tribal e inspirado por un instinto bárbaro y un pueblo homogéneo, unido, entrenado para el gobierno propio e inspirado por la determinación de ser libre o morir.9 7 Entre ellos, John L. McLaurin (D-South Carolina), William C. Redfield (D-New York), Julius Kahn (R-California), Clarence R. Miller (R-Minnesota), William P. Ainey (R-Pennsylvania), Horace M. Towner (R-Iowa), James A. Reed (D-Missouri), George Sutherland (R-Utah) y Knute Nelson (RMinnesota). 8 En 1899, McLaurin se opuso a la anexión de las Filipinas por razones políticas y en defensa del republicanismo. Sin embargo, un año más tarde alegaba que la ocupación de las islas había sido necesaria para evitar que fueran víctimas de la anarquía. Qué le hizo cambiar de idea es una pregunta a la que, desafortunadamente, no podemos responder. Ver capítulo 4 y 5. 9 McLaurin, 1900, 5. Énfasis añadido; TA.
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Ni Aguinaldo ni su lucha por la independencia eran válidas porque no representaban a una nación, sino a una tribu. Es necesario subrayar que el uso del concepto tribu vinculaba la discusión congresual sobre las Filipinas con el pasado colonial doméstico de los Estados Unidos. El senador McLaurin usaba un término muy familiar, que los norteamericanos identificaban con barbarie y violencia. Los creadores de conocimientos que examinamos en el capítulo 2 usaron este concepto ampliamente.10 McLaurin cerraba su argumentación describiendo la retención de las Filipinas como un sacrificio. Según él, si los norteamericanos no hubiesen tomado el control de las islas en 1898, éstas hubiesen sido víctimas de la anarquía y el caos. Con España derrotada y sin un gobierno nacional filipino, no había otra opción que permanecer en el archipiélago y gobernarlo por la seguridad y bienestar de sus habitantes. En definitiva, la retención de las Filipinas no fue un acto voluntario, sino forzado por las circunstancias. Catorce años más tarde, los representantes Horace M. Towner (RIowa) y Julius R. Kahn (R-California) usaron ideas similares a las de McLaurin para justificar el dominio norteamericano. Durante la discusión del segundo Proyecto Jones, Kahn afirmó que los filipinos no eran un pueblo homogéneo porque estaban divididos en tribus. Además, carecían de unidad lingüística, pues tras trescientos años de colonialismo español no eran capaces de hablar castellano, sino que poseían un buen número de idiomas y dialectos.11 Kahn enfatizaba, además, las diferencias religiosas recordando a sus colegas que los filipinos estaban divididos en cristianos y no cristianos, e incluso los filipinos cristianos no eran un pueblo uniforme porque estaban divididos por sus lenguas, costumbres y tradiciones. Para complicar este escenario, las relaciones tribales no eran las mejores, porque las diferencias entre las tribus eran tan marcadas que la convivencia pacífica era imposible. Según Kahn, antes de la llegada de los estadounidenses las islas vivían asoladas por las guerras tribales.12 10 Ver capítulo 2, 69-70. 11 Igual que los escritores analizados en el capítulo 1, los congresistas hicieron uso del colonialismo español, especialmente de sus fallos y limitaciones, para justificar la idea de un colonialismo ilustrado. Al contrastar ambos colonialismos, opresivo el uno y altruista el otro, buscaban resaltar la presencia norteamericana como una fuerza civilizadora y benévola, que sólo quería el bienestar de los habitantes de las islas. Ver capítulo 1, y Barreto-Velázquez, 1998. 12 CR, H, 63-2, vol. 51, October 1, 1914, 16032.
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Por otra parte, Kahn rechazaba que se usara a Cuba para criticar la política norteamericana en las Filipinas. Según el representante, a la hora de su independencia Cuba poseía un nivel de cohesión que los filipinos no tenían, pues los cubanos poseían un idioma y religión comunes. Además, en Cuba no había «fanáticos mahometanos» ni tribus paganas.13 En otras palabras, los cubanos merecían la independencia porque gracias a su homogeneidad religiosa y lingüística podían ser considerados una nación; mientras que la organización tribal de los filipinos era un obstáculo insuperable para el desarrollo de un gobierno nacional, indispensable para la independencia del archipiélago. Construyendo una nación La representación del colonialismo norteamericano como un proceso de creación nacional (nation-making process) fue la consecuencia lógica de la negación de la nación filipina. Quienes simpatizaban con la retención de las islas alegaban que la inexistencia de un pueblo homogéneo obligaba a los Estados Unidos a crearlo.14 De esta forma, el imperialismo norteamericano se convierte en una empresa creadora y no supresora de naciones. Para ellos, la creación de una nación filipina era otro ejemplo del altruismo de su país. Los congresistas partidarios de la retención de las Filipinas se apropiaron de esta idea argumentando que los Estados Unidos estaban convirtiendo a sus habitantes en un pueblo capaz para el auto-gobierno y la libertad, transformando así su colonialismo en una experiencia libertadora, que capacitaría a los filipinos para ser una nación libre. En este esquema los amos coloniales serían quienes decidieran cuándo estaría completo el proceso de creación nacional y los filipinos pudieran acceder a su independencia. La educación norteamericana y la enseñanza del inglés jugaban un papel cimero en el proceso que, según algunos congresistas, llevaría a las Filipinas a superar su heterogeneidad. Según ellos, los filipinos desarrollarían una cohesión nacional mediante la adopción del inglés como idioma nacional gracias al sistema educativo establecido en las islas. Si los norteamericanos se retiraban de las islas de forma prematura, el resultado sería desastroso, pues se truncaría el camino hacía la constitución de una 13 Ibíd.; TA. 14 Ver capítulo 2, 68-70.
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nación.15 En otras palabras, el colonialismo norteamericano era un requisito indispensable para el desarrollo nacional filipino.16 Durante el debate del Proyecto Jones de 1914, el representante Towner (R-Iowa) alegó que el sistema educativo establecido en las islas y la enseñanza del inglés permitirían a los filipinos desarrollar un «idioma uniforme» y un sentido de comunidad. Towner pensaba que ninguno de los idiomas locales podría unificar a los filipinos. Era evidente que la concesión prematura de la independencia pondría fin a la enseñanza del inglés y con ello resurgirían «las viejas animosidades tribales, y se perdería el gran progreso hacia la homogeneidad y la unidad».17 La lengua inglesa se convierte así en el instrumento clave de la construcción de una nacionalidad filipina, pues sólo mediante la adquisición del inglés superarían sus divisiones y se convertirían en un pueblo. En definitiva, el idioma colonizador se convierte en la herramienta que libera al colonizado. El senador Knute Nelson también prestó atención a la educación y, como Towner, valoró el significado —real o imaginado— de la enseñanza del inglés. Según este republicano por el estado de Minnesota, la labor educativa norteamericana había convertido el inglés en el idioma de una «nueva generación» de filipinos. Tal era la confianza de Nelson que pronosticó que se transformarían en un «pueblo anglo-parlante» en sólo una generación.18 Lo que resulta interesante de los argumentos de Nelson es cómo aplica la experiencia con los amerindios al caso filipino. Los norteamericanos se enfrentaban en las Filipinas, afirmaba el congresista, con el mismo problema que habían tenido en relación con la enseñanza del inglés a las tribus norteamericanas: que una vez que regresaban a sus casas hablaban sus idiomas locales, perjudicando así «el progreso y el logro adquirido en las escuelas». Nelson no sólo convierte el espacio familiar filipino en un obstáculo para el progreso, sino que, de paso, también nos ofrece un excelente ejemplo de 15 Horace M. Towner (R-Iowa), Knute Nelson (R-Minnesota), Clarence R. Miller (R-Minnesota), Henry F. Lippitt (R-Rhode Island), Gilbert M. Hitchcock (D-Nebraska), John S. Williams, (DMississippi), George Sutherland (R-Utah), John F. Shafroth (R-Colorado) y Francis G. Newlands. 16 El historiador filipino Cecilio Duka no comparte esta visión tan optimista del sistema educativo implantado por los Estados Unidos. Según él, el objetivo del sistema de enseñanza norteamericano era «desviar la atención de los filipinos de los ideales de independencia hacia las ideas de sumisión y aceptación de su destino en manos de sus amos norteamericanos. Definitivamente, la educación fue usada como un medio para pacificar a un pueblo que estaba protegiendo su libertad de un ogro que se hizo pasar por un aliado, infundiendo las políticas coloniales norteamericanas». Duka, 2001, 188; TA. 17 CR, H, 63-2, vol. 51, October 2, 1914, 16075; TA. 18 CR, H, 64-1, vol. 53, January 14, 1916, 1071.
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cómo se entrelazaban las esferas doméstica e internacional del colonialismo norteamericano en las discusiones congresuales del problema filipino.19 El senador Gilbert M. Hitchcock (D-Nebraska) no tenía dudas del éxito del experimento norteamericano de creación nacional en las Filipinas. En un discurso pronunciado en 1915 ante el Omaha Club, durante la celebración del natalicio de Jorge Washington, Hitchcock aseguró que las islas se convertirían en una nación habitada por 30.000.000 de personas angloparlantes, cristianas, diestras en las artes y la industria, y desarrollando un país rico en recursos. Usarán los métodos norteamericanos y se guiarán por nuestros estándares. […] Tendrán a su servicio todos los mecanismos de una civilización recibidos como un regalo gratuito de parte del pueblo norteamericano. Dispondrán de una forma de gobierno ideada y otorgada por los Estados Unidos.20
Gracias al todopoderoso altruismo norteamericano los filipinos se convertirían en una nación lingüística, cultural, religiosa y políticamente occidental en el medio de Asia. Para Hitchcock, la transformación de las Filipinas en un clon asiático de los Estados Unidos sería la culminación del colonialismo norteamericano. Es necesario destacar que el senador veía este proceso como parte de la penetración cultural en Asia. Para él, las Filipinas eran la base ideal para la expansión de la cultura estadounidense entre los pueblos asiáticos. En la lógica de Towner, Nelson y Hitchcock, el colonialismo norteamericano no era un obstáculo para el desarrollo de una nación filipina. Por el contrario, creían que el control estadounidense era el único camino hacia la unidad nacional y, por ende, hacia la soberanía filipina. Para estos legisladores, la enseñanza del inglés era la pieza clave del altruismo norteamericano, pues permitiría a los filipinos convertirse en un pueblo y aspirar a ser libres. EL HONOR Y LA MASCULINIDAD NORTEAMERICANOS La misión civilizadora en las Filipinas fue identificada por algunos congresistas como una expresión de la masculinidad estadounidense.21 19 Ibíd.; TA. 20 LC, MD, Papers of Moorfield Storey, Box 10, 1915, Gilbert M Hitchcock, “The Future of the Philippines”, The Filipino People, s. f. Énfasis añadido; TA. 21 Como ya sabemos, los creadores del cuerpo de conocimientos sobre Filipinas durante las primeras décadas del siglo XX también prestaron atención al tema del honor y la masculinidad. Ver capítulo 1, 26-27 y 32-39.
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Para ellos, las islas eran un reto a la capacidad y eficiencia de los norteamericanos. Una retirada prematura del archipiélago podría, por ende, mancillar ese honor y poner en duda tal capacidad. Lo honorable y masculino era, según estos legisladores, permanecer en las islas hasta que la obra civilizadora estuviese completa.22 Uno de los congresistas que relacionó masculinidad y colonialismo fue el senador Beveridge (R-Indiana), quien en 1900 afirmó que era necesario educar y civilizar a los filipinos porque éstos eran como niños. Para ello era imprescindible enviar allí a individuos moral y físicamente capaces de convertirse en modelos para los filipinos. En palabras del propio Beveridge, Los hombres que enviemos a administrar un gobierno civilizado en las Filipinas deben ser los ejemplos más elevados de nuestra civilización. […] Deben ser hombres de mundo, estudiosos de sus prójimos, no teóricos ni soñadores. Deben ser valientes física y moralmente. Deben ser incorruptibles como el honor, sin mancha como la pureza; hombres que ninguna fuerza atemorice, ninguna influencia coaccione, ningún dinero compre. […] Sería mejor abandonar esta posesión de valor incalculable, admitir nuestra incompetencia para cumplir con nuestra parte de la labor de redención del mundo que lleva a cabo nuestra raza imperial; mejor sería bajar nuestra bandera, símbolo de arduas hazañas a favor de la civilización e izar la bandera de la reacción y la decadencia, a aplicar nociones académicas de gobierno propio a estos niños o intentar gobernarles con algo menos que la perfecta administración que este país es capaz de producir.23
Beveridge presenta la misión en las Filipinas como el ejercicio de una masculinidad que imagina como pura, valiente, realista e incorruptible. Para él, los verdaderos norteamericanos no eran académicos, sino hombres de acción. Civilizar a los filipinos no era sólo un reto a la masculinidad estadounidense, sino también una responsabilidad racial. Como miembros de una raza superior, los hombres norteamericanos tenían la responsabilidad de sacar a los «niños» filipinos de la ignorancia, el atraso y la oscuridad. 22 Horace M. Towner (R-Iowa), Simeon D. Fess (R-Ohio), George Sutherland (R-Ohio), Albert J. Beveridge (R-Indiana), James W. Bryan (Progresista-Washington), Nelson E. Matthews (R-Ohio), Leonidas C. Dyer (R-Missouri), David Hollingsworth (R-Ohio), Charles H. Dillon (R-South Dakota) y Charles E. Townsend (R-Michigan). 23 «Policy Regarding the Philippines. Speech of Hon. Albert J. Beveridge of Indiana, in the Senate of the United States, Tuesday, January 9, 1900”, LC, MD, Papers of Albert J. Beveridge, Box 292, 17. Énfasis añadido; TA.
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Catorce años más tarde, el representante James W. Bryan (ProgresistaWashington) vinculó el control de las Filipinas y la masculinidad norteamericana a través de una serie de preguntas retóricas: ¿Había perdido importancia la doctrina de la puerta abierta de China? ¿Habían perdido relevancia los intereses de «la raza caucásica»? ¿Era deber de los Estados Unidos mantener el equilibrio y preservar la paz en el Lejano Oriente? ¿Eran los norteamericanos una nación de «derrotistas»? ¿Saldrían huyendo de las Filipinas? ¿La salida del archipiélago filipino conllevaría también la eventual retirada de otras posesiones insulares y de Alaska?24 Estas preguntas reflejan, entre otras cosas, hasta qué punto Bryan asociaba la retención de las Filipinas con la política exterior estadounidense en Asia y, especialmente, en China. Para él renunciar a las islas era renunciar a jugar un papel de peso en la diplomacia asiática. Las interrogantes del representante también reflejan una visión racial, pues vincula la presencia en las Filipinas con la defensa y proyección de la raza blanca en Asia. Por último, para Bryan renunciar a las islas era una actitud indigna de la nación norteamericana, que podría llevar a la pérdida de otras posesiones territoriales. Para el congresista, la única opción masculina y decente con la que contaban era defender sus intereses en Asia, manteniendo su control sobre las Filipinas. Retirarse no sólo sería un acto cobarde, poco masculino y vergonzoso, sino también la renuncia a las responsabilidades internacionales de los Estados Unidos.25 Por su parte, el senador George Sutherland (R-Utah) estaba preocupado por cómo la retención de las Filipinas podría menoscabar el honor norteamericano. Durante la discusión del Proyecto Jones de 1916, afirmó que los Estados Unidos tenían un deber moral que cumplir en las islas. Su labor era, según el senador, una muestra colectiva de las capacidades individuales de los estadounidenses. Una retirada prematura del archipiélago podría ser entendida como un fracaso de la capacidad de los Estados Unidos y una mancha en su honor.26 Sutherland no era el único congresista preocupado por el honor del pueblo norteamericano. El representante Simeon D. Fess (R-Ohio) reco24 CR, H, 63-2, vol. 51, October 14, 1914, 16617. 25 Los representantes Nelson W. Matthews (R-Ohio) y Leonidas C. Dyer (R-Missouri) coincidían con Bryan en que una retirada prematura hubiese sido un acto poco varonil y vergonzoso. La única opción «justa, honorable y varonil» para los Estados Unidos era permanecer en las islas y completar su labor allí. CR, H, 64-1, vol. 53, Appendix, May 9, 1916, 1680, y CR, H, 64-1, vol. 53, May 1, 1916, 7204; TA. 26 CR, S, 64-1, vol. 53, January 26, 1916, 1554.
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noció que algunas personas defendían la independencia de las Filipinas porque las consideraban una posesión débil desde un punto de vista militar. Sin embargo, Fess rechazó tal argumento reclamando que los Estados Unidos no eran una nación temerosa de cumplir con sus responsabilidades, especialmente cuando su honor estaba en juego. En otras palabras, los norteamericanos no eran cobardes que saldrían corriendo de las Filipinas para evitar los riesgos asociados a éstas.27 Hemos visto cómo un grupo de congresistas estaba seriamente preocupado por la masculinidad norteamericana, creyendo que ésta estaba en juego en las Filipinas. Cualquier decisión apresurada, equivocada o cobarde en torno al futuro de las islas inevitablemente dañaría la percepción e imagen internacional de los Estados Unidos. Una retirada precipitada de las islas pondría en duda la hombría norteamericana y mancharía el honor estadounidense. Lo que estaba en juego no era sólo el bienestar de los filipinos, sino también la reputación y la imagen de los Estados Unidos. Estos congresistas estaban convencidos de que no debían salir de las Filipinas sin haber primero civilizado y democratizado a sus habitantes. Como el fracaso no era una opción, sólo había una alternativa: permanecer en las islas y cumplir con la misión que se habían impuesto. LA APROPIACIÓN DE LA HISTORIA FILIPINA Al igual que los escritores examinados en el segundo capítulo, los congresistas partidarios de la retención de las islas se apropiaron de su historia y la usaron para justificar el colonialismo.28 Dado que la versión filipina de su historia no encajaba en la representación congresual de la presencia colonial estadounidense, ésta fue descartada y sustituida por una versión más apropiada. Durante los debates de la década de 1910, los congresistas se concentraron en dos temas: la controversia en torno al papel que jugaron oficiales navales y diplomáticos norteamericanos antes de la batalla de Manila y las causas de la guerra filipino-norteamericana. Según los nacionalistas filipinos y los anti-imperialistas norteamericanos, el entonces comodoro George Dewey y los cónsules en Singapur y Hong Kong se reunieron con el líder nacionalista Emilio Aguinaldo y 27 CR, H, 64-1, vol. 53, May 1, 1916, Appendix, 849. 28 Ver capítulo 2, 62-64.
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le ofrecieron la independencia de las Filipinas a cambio de su ayuda en contra de España. De acuerdo con esta teoría, Aguinaldo aceptó la oferta, pero una vez que los españoles fueron derrotados, los norteamericanos no cumplieron su parte del convenio, causando así una guerra con los filipinos.29 Dicho de otro modo, un grupo de oficiales navales y diplomáticos mintieron y manipularon a los filipinos para ganar su apoyo contra España. Estas acusaciones representaban una seria amenaza para los partidarios del control de las Filipinas porque, de ser ciertas, ponían en tela de juicio el auto-proclamado colonialismo altruista de los Estados Unidos. ¿Cómo podía la presencia norteamericana ser benévola e ilustrada si era el producto del engaño y la traición? Esta pregunta provocó que los congresistas que favorecían la ocupación reaccionaran vigorosamente rechazando las acusaciones de sus enemigos. Para ello recurrieron —como también hicieron los escritores analizados en el capítulo 2— a cuestionar la credibilidad y la estatura moral de los acusadores. Estos congresistas se preguntaban cómo alguien en su sano juicio podía creer las denuncias de un bandido como Aguinaldo y poner en duda la integridad de un héroe nacional como Dewey. Al clasificar a Aguinaldo como un delincuente, despolitizaron su liderato y sus acciones contra los Estados Unidos. En otras palabras, Aguinaldo no era un freedom fighter, es decir, un patriota que luchaba por la libertad de su pueblo, sino un bandolero, un hombre sin moral ni disciplina, que tenía la osadía de difamar a un hombre intachable y recto como Dewey. Quienes daban fe a tales calumnias no podían ser buenos norteamericanos. Durante la discusión del segundo Proyecto Jones en octubre de 1914, el representante Julius Kahn (R-California) tuvo un interesante debate con el comisionado residente filipino Manuel L. Quezon en torno a la supuesta oferta de independencia hecha a Aguinaldo en 1898.30 Kahn reaccionaba en contra del preámbulo del proyecto, que prometía la concesión de la independencia.31 Con un enfoque claramente racista, Kahn argumentaba que 29 Ibíd. 30 El comisionado residente es el delegado o representante que eligen los territorios insulares norteamericanos para representarlos en el Congreso. Éste es miembro de la Cámara de Representantes, participa en sus debates, pero no en las votaciones. Las Filipinas contaban con dos Comisionados, mientras que Puerto Rico elige sólo uno hasta el día de hoy. Pratt, 1950, 164; ver también Trías Monge, 1980, vol. 1, 227. 31 El segundo Proyecto Jones incluía un preámbulo que resultó muy polémico, porque afirmaba que «la independencia sería concedida tan pronto se instaurara un gobierno estable» en las islas. Borden, 1969, 25.
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no se podía confiar en los pueblos orientales y que, por ende, era peligroso ofrecerles la independencia a los filipinos porque podrían usar tal oferta para justificar otra rebelión. Para fortalecer su argumento, el legislador le recordó a sus colegas que Emilio Aguinaldo había usado una ilusoria oferta de independencia para desatar una guerra cobarde y traicionera en contra de los Estados Unidos. Kahn recurre al Tratado de Bianakbato —un episodio muy importante de la historia filipina— para cuestionar la credibilidad de Aguinaldo. El 14 de diciembre de 1897 el gobernador general de las Filipinas, el general Fernando Primo de Rivera, firmó un tratado en Bianakbato (Bulacan) con los líderes revolucionarios filipinos, dirigidos por Aguinaldo, poniendo fin a la rebelión independentista iniciada en agosto de 1896. Como parte de ese tratado, el gobierno español aceptó pagar 800.000 pesos a los líderes insurrectos con la condición de que éstos depusieran las armas y reconocieran la soberanía española sobre las islas. Las autoridades españolas también aceptaron llevar a cabo reformas políticas que no fueron especificadas en el texto del tratado. Por su parte, el liderato filipino aceptó exilarse y Aguinaldo y sus generales salieron de las Filipinas rumbo a Hong Kong. Parte del dinero acordado fue pagado por los españoles y depositado por Aguinaldo en un banco en la colonia inglesa.32 Kahn usa el hecho de que los líderes filipinos aceptaran dinero de parte de las autoridades españolas para cuestionar las acusaciones de Aguinaldo en contra del almirante Dewey. Para el legislador, el Tratado de Biaknabato era un acto de traición inexcusable y reprensible, que ponía en tela de juicio la moralidad del líder filipino. Khan le preguntaba a sus colegas si podían «imaginar a George Washington o John Adams vendiéndose por 800.000 pesos u otra cantidad de dinero cualquiera».33 Era evidente que Aguinaldo y demás líderes filipinos habían traicionado a su pueblo, y que ello descalificaba totalmente sus acusaciones y denuncias contra Dewey y otros oficiales estadounidenses. En otras palabras, Khan catalogaba al líder filipino no sólo de traidor, sino también de mentiroso, despolitizando así las acciones de Aguinaldo. Dado que éste no era un héroe, su rebelión contra 32 Arcilla, 1998, 88-89 y 93, y Molina Memije, 1984, tomo II, 375-377. 33 CR, H, 63-2, vol. 51, October 1, 1914, 16096; TA. Es necesario destacar que la fuente de información usada por el congresista para denunciar el papel de Aguinaldo en la firma del Tratado de Biakanabato fue el libro de Dean C. Worcester The Philippines Past and Present, lo que confirma la gran influencia que tuvo esta obra.
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los Estados Unidos no era la expresión de un nacionalismo filipino, sino otra prueba de la codicia de este líder. En las Filipinas, los norteamericanos no pelearon contra patriotas, sino contra bandidos, contra cobardes, contra mentirosos. Las causas de la guerra filipino-norteamericana fue otro tema muy debatido por los amigos y enemigos del control de las islas. Para los nacionalistas filipinos y sus simpatizantes estadounidenses la guerra no había sido una consecuencia del racismo, violencia y arrogancia de los soldados y las autoridades norteamericanas destacadas en el archipiélago. Por otro lado, quienes apoyaban la presencia colonial en las islas alegaban que la guerra era el resultado de un ataque filipino, no provocado y cobarde, contra las tropas estadounidenses.34 Durante su alocución, Kahn también abordó las causas y el origen de la guerra filipino-norteamericana. Según él, al estallar la guerra la soberanía norteamericana era un hecho reconocido por el Tratado de París; por lo tanto, Aguinaldo y sus seguidores no iniciaron una guerra de liberación, sino una insurrección injustificada y criminal contra el gobierno legítimo de las Filipinas. El congresista también minimizó el impacto del conflicto, alegando que la «insurrección» duró sólo unos meses, y demonizó a Aguinaldo al convertirle en la causa principal de la guerra.35 Kahn no le consideraba un líder político, sino un delincuente, cuyas acciones estaban guiadas por una profunda ambición; por lo tanto, la «insurrección» no fue un acto político, sino criminal. Por otro lado, Kahn presentó a los soldados norteamericanos como víctimas inocentes del pérfido Aguinaldo, que no podían ser criticados por proteger la legítima soberanía norteamericana sobre las islas ni por hacer cumplir la ley. En otras palabras, los soldados estadounidenses no eran agentes imperiales, sino guardianes de la ley, el orden, la democracia y la libertad. Los comentarios de Kahn provocaron una fuerte reacción de parte de Quezón, quien reconoció que en 1897 Aguinaldo aceptó dinero de las autoridades coloniales españolas para poner fin a la rebelión, pero aclaró que el líder filipino quería el dinero para comprar armas y «obligar a España a cumplir con el tratado (de Biaknabato)». Quezón también le defendió de las duras acusaciones de Kahn, catalogándole como un hombre de «gran 34 Ver capítulo 2, 62-64. 35 CR, H, 63-2, vol. 51, October 1, 1914, 16096; TA.
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carácter y patriotismo». Era necesario entender, afirmaba Quezón, que Aguinaldo no era un traidor, sino un líder sacrificado que escogió el exilio para ganar la paz y reformas políticas para su pueblo. Prueba de ello era que no usó el dinero que recibió de los españoles para su beneficio personal, sino que lo cuidó celosamente para usarlo a favor de la causa de la independencia. Como vemos, el comisionado filipino pintó un cuadro muy diferente al de Kahn, proyectando a Emilio Aguinaldo como un héroe dispuesto al mayor de los sacrificios —el exilio— en aras de un futuro mejor para su pueblo.36 Este debate deja ver que la historia filipina era un terreno muy disputado entre filipinos y norteamericanos. Mientras Kahn presentó el tratado de Biaknabato como una prueba irrefutable de la corrupción del liderato nacionalista filipino, Quezón construyó una imagen completamente opuesta del pacto, presentándolo como una prueba de patriotismo verdadero y sacrificado. El mismo episodio histórico es usado simultáneamente para justificar y cuestionar el colonialismo norteamericano. Kahn no fue el único congresista que explicó la guerra filipinonorteamericana convirtiendo a Aguinaldo en un monstruo, en un demonio. En enero de 1916, el senador Knute (R-Minnesota) reconoció que suprimir «lo que yo llamo la rebelión de Aguinaldo» había costado mucha sangre.37 Nelson reconoce que los filipinos se rebelaron contra España en 1896, pero afirma que tal rebelión fue controlada por los españoles mediante el pago de un soborno (el tratado de Biaknabato). Sin embargo, el senador despolitiza la rebelión al no reconocer que los filipinos peleaban por su independencia y al concentrar su análisis en el tratado. Como Kahn dos años antes, Nelson responsabiliza a Aguinaldo de la guerra alegando que, tras la derrota de España, el líder filipino creyó que podría sacar a las tropas norteamericanas fuera de las islas «y tomar posesión del gobierno».38 En otras palabras, los soldados estadounidenses no pelearon contra un pueblo, sino contra la ambición de un solo hombre. Nelson concluye que al derrotar a Aguinaldo los norteamericanos le rindieron un gran servicio al pueblo filipino. De acuerdo con el senador, 36 CR, H, 63-2, vol. 51, October 2, 1914, 16094-16095; TA. 37 CR, S, 64-1, vol. 53, January 14, 1916, 1075. Énfasis añadido; TA. 38 Ibíd.; TA. Nelson niega cualquier participación filipina en la derrota de España en 1898. Para el senador, los norteamericanos derrotaron a los españoles sin ayuda de nadie; brindándonos así otro ejemplo de la importancia de la historia filipina como herramienta para justificar o cuestionar la presencia colonial norteamericana.
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De todas las cosas buenas que hicimos por el pueblo filipino durante aquellos primeros días, de todas las bendiciones que les conferimos, la principal fue la supresión de la salvaje, temeraria y cruel rebelión de Aguinaldo. Si éste hubiese tenido éxito y obtenido el control del país, el pueblo filipino se encontraría en una situación mucho peor que bajo la peor tiranía española.39
Nelson considera la derrota de la «rebelión de Aguinaldo» como otro elemento del altruismo y la labor ilustrada de los norteamericanos en las islas. En su lógica, el colonialismo deja de ser una herramienta de opresión para convertirse en un arma de libertad. Al derrotar a Aguinaldo —no a al pueblo filipino—, las autoridades estadounidenses salvaron a los filipinos de la tiranía y les abrieron las puertas de la libertad. PROTEGIENDO A LOS FILIPINOS DE SÍ MISMOS Las minorías filipinas Los simpatizantes del colonialismo analizados en el capítulo 2 usaron a los filipinos no cristianos —musulmanes y paganos— para justificar la retención de las islas. De acuerdo con este grupo de analistas, periodistas y oficiales coloniales, los filipinos cristianos y los no cristianos eran incapaces de convivir pacíficamente como consecuencia de sus profundas diferencias religiosas, étnicas y culturales. Éstos eran enemigos naturales, incapaces de construir una nación libre y soberana, por lo que la independencia sólo significaría anarquía y violencia.40 Algunos miembros del Congreso suscribieron esta idea alegando que cualquier interrupción del control norteamericano dejaría las puertas abiertas a la inestabilidad y la guerra civil y religiosa. Estos legisladores representaron el gobierno norteamericano de las islas como una fuerza neutral, como un intermediario necesario que garantizaba la paz y como la única protección con la que contaban todos los habitantes del archipiélago. En otras palabras, era necesario que los Estados Unidos permanecieran en las islas para proteger a los filipinos de sí mismos.
39 Ibíd. Énfasis añadido; TA. 40 Ver capítulo 2, 79-80.
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Durante el debate congresual del segundo Proyecto Jones en octubre de 1914, el representante Horace Towner (R-Iowa) propuso que el gobierno de los filipinos no cristianos estuviera en manos de una comisión nombrada por el presidente de los Estados Unidos porque éstos eran una responsabilidad «que no debemos imponerle a la asamblea filipina en este momento».41 A Towner le preocupaba la posible reacción de los moros a cualquier reforma que les dejara bajo la supervisión de la mayoría cristiana, pues creía que existía una animosidad natural e insuperable entre ambos grupos. El legislador estaba convencido de que los musulmanes filipinos resistirían violentamente cualquier imposición de un gobierno cristiano. La única forma de promover la paz y de garantizar la seguridad de esta minoría era que los norteamericanos mantuvieran un control directo sobre los no cristianos. Todo ello llevaba al congresista republicano a concluir que la independencia no era un opción viable para las Filipinas. La representación de los moros como una minoría violenta y agresiva era un elemento muy útil para quienes se oponían a la independencia. Según ellos, si los norteamericanos salían de las islas, los filipinos cristianos serían incapaces de controlar la naturaleza violenta de la minoría musulmana. En este esquema, el colonialismo era presentando como la única garantía de paz con la que contaban las Filipinas puesto que los moros veían a los norteamericanos como sus aliados y amigos. Si los Estados Unidos abandonaban las islas, los moros resistirían cualquier intento de imponerles un gobierno cristiano. En resumen, el colonialismo estadounidense era presentado como la fuerza que mantenía el equilibrio de la sociedad filipina.42 Durante el debate del segundo Proyecto Jones, el representante Clarence R. Miller (R-Minesota) afirmó que la actitud de la mayoría cristiana no dejaba espacio para las minorías no cristianas en una república filipina. De acuerdo con Miller, los cristianos, creían que dispondrían de las tribus salvajes imponiéndoles un gobierno, abriendo sus tierras a la colonización filipina y, especialmente, eliminándoles.43 41 Miller (R-Minnesota), Fess (R-Ohio) y Harvey Helm (D-Kentucky) tampoco creían prudente dejar a los filipinos no cristianos bajo el control de la asamblea legislativa filipina propuesta en el proyecto Jones. Los representantes argüían que el proceso de aprendizaje político de los filipinos cristianos estaba inconcluso y, por tanto, no estaban en condiciones de hacerse cargo de los moros y paganos que habitaban las islas. United States Congress, House Committee on the Philippines, 1915, 620, 645 y 646; CR, H, 63-2, vol. 51, April 21, 1914, 7038-7039 y October 12, 1914, 16485-16486. 42 Ver capítulo 2, 68-69 y 79-80. 43 CR, H, 63-2, vol. 51, April 21, 1914, 7038; TA.
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Las tribus salvajes, y en especial los moros, no aceptarían la independencia de las islas y se rebelarían contra los cristianos en una «guerra a muerte, que terminaría en la victoria, no en la derrota de los moros».44 Es evidente que para Miller la presencia norteamericana era lo único que evitaba que los filipinos se degollaran los unos a los otros. Sin embargo, creía que, dada la ferocidad de los moros, la mayoría cristiana estaría en desventaja tras una eventual retirada norteamericana. Otros miembros del Congreso manifestaron una gran preocupación por la población pagana del archipiélago. Para ellos, la bandera estadounidense era la única protección con la que contaba el sector más pequeño y vulnerable de las islas frente a la actitud tiránica de la mayoría cristiana. Este grupo de senadores y representantes no tenían duda alguna de que la independencia conllevaría la ruina de las llamadas tribus salvajes. En 1916, el senador William S. Kenyon (R-Iowa) enfocó este asunto desde un punto de vista muy paternalista, alegando que los no cristianos eran incapaces para el auto-gobierno. Para apoyar su argumento el senador recurrió a uno de los protagonistas principales del colonialismo norteamericano en las Filipinas, Dean C. Worcester, quien según el legislador tenía «un conocimiento íntimo de su condición y sus hábitos», además de un gran afecto por los filipinos paganos. De acuerdo con la cita del gran defensor de las minorías filipinas a la que recurre Kenyon, se asumía que los paganos eran filipinos, pero «no lo eran en el sentido real del término. Ellos (las tribus paganas) eran filipinos por nacimiento, pero en lo que concerniente a su sangre no eran malayos». En otras palabras, Worcester, y Kenyon indirectamente, no sólo negaba que los paganos tuviesen capacidad para gobernarse a sí mismos, sino que llega a cuestionar que fuesen filipinos por no ser supuestamente miembros de la raza malaya.45 El representante Miller (R-Minnesota) también se refirió a los filipinos paganos. El caso de Miller era especial, porque había visitado las Filipinas en 1915 como miembro de una comisión del Congreso y, por ende, podía reclamar que poseía un conocimiento directo de las islas. Miller alegaba haber visitado muchas tribus salvajes filipinas e identifica algunas de ellas: los negritos, los bagobos, los manobas, los subarros y los tagbarras. Tales tribus ocupaban, según Miller, la mitad del área total del archipiélago y 44 CR, H, 63-2, vol. 51, April 21, 1914, 7040; TA. 45 Worcester se autoproclamaba no sólo un experto en los habitantes paganos del archipiélago, sino también su sincero amigo y benefactor. Ver Sinopoli, 1998c, 7.
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tenían sus derechos. El representante no dudaba de que el gobierno de los cristianos sería desastroso para estas tribus, pues sufrirían abusos. Miller llega inclusive a predecir la aniquilación de los no cristianos. Para el legislador era necesario retener a los paganos bajo el gobierno de los Estados Unidos y así garantizar su subsistencia y evitar el baño de sangre que inevitablemente traería la concesión de la independencia.46 Los argumentos de Towner, Kenyon y Miller esconden un importante elemento: la idea de la imposibilidad de una nación filipina. Para ellos, la independencia era imposible porque la heterogeneidad nacional filipina no podía ser superada. Las islas estaban habitadas por grupos étnicos y religiosos muy disímiles y terriblemente enfrentados entre sí. Tal animosidad hacía imposible la construcción de una nación filipina y presagiaba que la ocupación norteamericana del territorio no tendría fin. Protegiendo a los pobres Las relaciones sociales filipinas también capturaron la atención de los miembros del Congreso. Un grupo de ellos afirmó que la presencia norteamericana en las islas era necesaria no sólo para proteger a las minorías étnicas y religiosas, sino también a los filipinos pobres. Según estos legisladores, el gobierno norteamericano era la única protección con la que contaban los taos (campesinos) frente a la explotación de la elite. La masa filipina era fácilmente manipulada por la clase alta, que quería estar libre de la supervisión norteamericana para así explotar libremente a sus compatriotas. Esto explicaba, según estos congresistas, por qué los filipinos pobres favorecían la independencia. En otras palabras, el apoyo popular a la separación no era el producto de un sentimiento nacionalista genuino, sino de la manipulación y el engaño.47 Una vez más, los filipinos son presentados por los congresistas como niños indefensos, ignorantes e incapaces de discernir lo que les convenía. 46 CR, H, 63-2, vol. 51, April 21, 1914, 7040. Es necesario señalar que, al clasificar a los filipinos en tribus, Miller reproduce un concepto íntimamente ligado a la experiencia colonial norteamericana con los pueblos amerindios a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX. En otras palabras, el legislador nos brinda un excelente ejemplo de la intersección histórica entre los sujetos coloniales domésticos y los externos. 47 Esta forma de argüir refleja cómo se apropiaron los legisladores de la teoría de la conspiración de la elite filipina, elaborada por los escritores ya analizados. Ver capítulo 2, 76-79.
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El senador William E. Borah era uno de los legisladores preocupados por el posible impacto de la independencia sobre las clases pobres filipinas. En 1916, sostuvo en el Senado que el compromiso y la responsabilidad de los Estados Unidos era, no con las clases educadas de las Filipinas, sino con los pobres. Por lo tanto, cualquier decisión que tomara el gobierno sobre el futuro de las islas debía estar basada en el bienestar de los filipinos normales y corrientes, y no en las demandas políticas de la elite. Borah adopta la teoría de la conspiración independentista de la elite filipina al alegar que las clases altas querían acabar con la presencia norteamericana en el archipiélago para poder explotar a las masas. Para el senador republicano por el estado de Idaho, el control de las Filipinas funcionaba como una especie de escudo protector, cuya remoción sólo favorecería los intereses de la elite. Borah recurre al colonialismo español para explicar la actitud antidemocrática de los filipinos ricos. Según el legislador, la independencia restauraría el despotismo que caracterizó al dominio colonial español porque, tras la salida de los Estados Unidos, la elite filipina daría marcha atrás al reloj de la historia, eliminando las libertades instauradas por la nación norteamericana.48 Borah nos brinda otro ejemplo de cómo los norteamericanos hicieron uso del colonialismo español para justificar su control del archipiélago. En la lógica del senador, el despotismo está directamente asociado a la herencia colonial española. Como herederos directos de España, los miembros de la elite filipina querían restaurar la opresión sacando a los estadounidenses de las islas. Borah desconoce, olvida o escoge olvidar que la elite filipina era una aliada del gobierno colonial norteamericano, que jugó un papel fundamental en la pacificación de las islas. Por su parte, el representante Miller sacó a colación el origen racial del liderato político filipino al alegar que «prácticamente todo filipino dedicado a la vida pública es un mestizo, ya sea mestizo chino o español».49 Este era un factor de gran importancia para Miller, pues creía que, una vez que le fuese concedida la independencia, el liderato filipino explotaría a las masas sin compasión porque no pertenecían al mismo grupo racial. En otras palabras, con la independencia los filipinos pobres pasarían a ser víctimas del racismo de una elite racialmente diferente. 48 CR, S, 64-1, vol. 53, January 6, 1916, 608. 49 CR, H, 63-2, vol. 51, April 21, 1914, 7037-7038.
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Miller también prestó atención a la supuesta debilidad de carácter y a la ignorancia del pueblo filipino. De acuerdo con el legislador, la mayoría no sólo eran ignorantes, sino también fácilmente manipulables. Ello explicaba por qué el ochenta por ciento de los filipinos favorecía la independencia, a pesar de que no entendían lo que ésta significaba.50 En palabras del propio Miller, No encontré prácticamente ningún miembro de esta clase (los campesinos) que poseyera una idea correcta de lo que es la independencia.51
Miller estaba convencido de que los filipinos no eran capaces de entender el significado y las consecuencias de la independencia. Dado que la inmensa mayoría no estaba en condiciones de poder distinguir lo que era conveniente para su país, los norteamericanos, proponía Miller, tenían que tomar las decisiones correctas acerca del futuro de las islas. De esta forma, el legislador le resta legitimidad al movimiento independentista desligándolo de las masas y transformándolo en una conspiración clasista. En el esquema de Miller, los filipinos son presentados como niños ignorantes y maleables, que necesitaban que un adulto (los norteamericanos) evitara que se hicieran daño. LAS HABILIDADES POLÍTICAS DE LOS FILIPINOS La capacidad política de los filipinos para el auto-gobierno fue un tema que enfrentó a opositores y simpatizantes de la presencia en las islas. Para los primeros, los filipinos estaban listos para asumir el control del destino de su país y el único obstáculo que se lo impedía era la ocupación norteamericana. Por el contrario, los defensores del colonialismo alegaban que la independencia no era viable porque los filipinos no estaban preparados para asumir las responsabilidades del auto-gobierno.52 50 Las autoridades coloniales españolas también usaron una teoría conspirativa para explicar la rebelión de 1896. Según el historiador filipino Cornelio Bascara, los gobernantes españoles afirmaron que el filipino normal no luchaba por la independencia, porque no entendía cuál era su significado; por el contrario, la mayoría peleaban porque eran víctimas de la manipulación por parte de los enemigos de España. Bascara, 2002, 134, 168 y 171. 51 CR, H, 63-2, vol. 51, April 21, 1914, 7035; TA. 52 Ver capítulo 2, 70-75.
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El Congreso de los Estados Unidos fue un espacio importante para esta discusión. Para algunos congresistas, los filipinos no podían ser liberados porque aún no estaban capacitados para asumir las riendas del gobierno de las islas. Estos legisladores veían la presencia estadounidense en las islas no como un acto colonialista, sino como una especie de escuela de entrenamiento de destrezas y modales políticos. Los norteamericanos tenían una labor y era entrenar a los filipinos en «carácter, en inteligencia, en capacidad, en iniciativa, para difundirles el espíritu del gobierno propio, el lenguaje y la solidaridad y la unidad de espíritu, y entonces hablar de independencia».53 En otras palabras, la independencia sólo sería posible mediante la asistencia y el entrenamiento provisto por las autoridades coloniales norteamericanas. Con este argumento los congresistas se apropiaban del derecho a determinar en qué momento estarían listos los filipinos para la independencia. Lidiando con niños Como hemos visto, algunos congresistas tenían una visión paternalista de la capacidad política de los filipinos, pues les consideraban niños incapaces de regir sus propios destinos. Por ejemplo, en 1900, el senador Beveridge (R-Indiana) alegó que, Como raza su habilidad general no es excelente […] Ellos no son ni siquiera buenos agricultores. La destrucción de la fibra de cáñamo es infantil. Son irremediablemente indolentes. Abandonan su trabajo con facilidad y se divierten hasta gastarse todo el dinero que han ganado. Son como niños haciendo el trabajo de hombres. […] No debemos olvidar que al tratar con filipinos lidiamos con niños.54
Beveridge recurre a un viejo argumento colonial utilizado en contra de los amerindios norteamericanos durante el periodo de expansión conti53 CR, S, 64-1, vol. 53, January 6, 1916, 607; TA. Para el senador Borah, «nunca ha sido posible bajo ninguna circunstancia que un pueblo adquiera el gran poder (el gobierno propio) excepto a través de siglos de luchas y sacrificios, aún cuando tengan la mano guiadora y la influencia de naciones más civilizadas y desarrolladas que les guíen. Los filipinos no eran la excepción». CR, S, 64-1, vol. 53, January 6, 1916, 1438-1439; TA. 54 «Policy Regarding the Philippines. Speech of Hon. Albert J. Beveridge of Indiana, in the Senate of the United States, Tuesday, January 9, 1900”, LC, MD, Papers of Albert J. Beveridge, Box 292, 1900; TA.
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nental: como los filipinos no podían desarrollar la tierra y los recursos que poseían, no los merecían.55 De acuerdo con esta lógica, el colonialismo norteamericano estaba justificado por la indolencia e incapacidad administrativa de los filipinos. El senador infantiliza también a los filipinos transformando el colonialismo en una relación paternal. Como los norteamericanos eran los adultos de la relación, no debían olvidar que los filipinos eran niños y tratarles como tales. Dieciséis años más tarde, el senador Sutherland (R-Utah) arguyó que los filipinos no estaban más preparados para el gobierno propio que los ocho millones de escolares norteamericanos que asistían a la escuela primaria. El senador no tenía dudas de que esos ocho millones de alumnos estaban «mejor preparados para mantener un gobierno independiente que el pueblo de las islas Filipinas».56 La incapacidad racial Las ideas e imágenes raciales jugaron un papel muy significativo en la descripción de los filipinos como seres incapaces para el auto-gobierno. En efecto, fueron presentados como individuos cuyo comportamiento y capacidad política estaban racialmente determinados. De acuerdo con esta hipótesis, eran políticamente incapaces porque no eran blancos y el autogobierno era un monopolio de la raza anglosajona. A esta incapacidad racial había que sumarle un accidente histórico: trescientos años de gobierno español. A pesar de su larga presencia en al archipiélago, los españoles fueron incapaces de desarrollar políticamente a los filipinos porque el gobierno propio era un producto anglosajón.57 De esta forma, los congresistas no sólo racializaron las destrezas políticas de los filipinos, sino también las de los españoles. Los filipinos eran incapaces de ejercer el gobierno propio no sólo porque no eran blancos, sino porque habían sido colonizados por una rama inferior de la raza blanca.58 55 Limerick, 1987, 190-191, y Drinnon, 1980, 83. 56 Sutherland, CR, S, 64-1, 53, January 31, 1916, 1797; TA. 57 CR, S, 64-1, 53, January 14, 1916, 1069-1070. 58 Este es otro ejemplo del uso de España y del colonialismo español para justificar el control norteamericano de las Filipinas. Su presencia en el archipiélago era necesaria porque los españoles fueron incapaces de educar políticamente a sus habitantes. Dicho de otro modo, los norteamericanos estaban cumpliendo con su responsabilidad racial, subsanando los errores y limitaciones de trescientos años de dominio español.
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Éstos sólo podrían desarrollar las destrezas necesarias para gobernarse a sí mismo a través de la guía y la enseñanza de lo que los congresistas identificaban como la máxima expresión de la raza anglosajona: los Estados Unidos de América. La naturaleza oriental de los filipinos fue otro elemento racial analizado por algunos legisladores norteamericanos. Según éstos, los pueblos orientales eran racialmente incapaces no sólo para el gobierno propio, sino también para la democracia y el republicanismo. El auto-gobierno era, según ellos, un monopolio de la civilización occidental y, por lo tanto, era incorrecto pretender que un país asiático como las Filipinas se convirtiera en una democracia funcional y exitosa. Dado que la democracia y el republicanismo eran logros anglosajones, los filipinos no podrían acceder a ellos sin la tutela y ayuda de los norteamericanos. En febrero de 1916, el senador Francis G. Newlands (D-Nevada) reaccionó en contra de una enmienda al Proyecto S. 381, propuesta por el senador Gilbert M. Hitchcock (D-Nebraska), requiriendo que un futuro gobierno filipino soberano tuviese que estar organizado como república. Para Newlands, eso era imposible porque una república «es el máximo logro de la civilización, posible sólo en un pueblo de la mayor inteligencia, aplomo y autocontrol. Los pueblos orientales no están acostumbrados a la forma republicana de gobierno, y apenas saben lo que esto significa».59 La diversidad racial y cultural de las Filipinas dio a los congresistas argumentos adicionales para disputar la habilidad política de sus habitantes. Los legisladores consideraron la complejidad lingüística, religiosa y cultural de las islas como un obstáculo para el desarrollo de las destrezas políticas. Por ejemplo, en 1924, el representante Louis W. Fairfield (RIndiana) describió las Filipinas de una forma muy interesante. Según el, el cincuenta por ciento de la población mayor de diez años seguía siendo analfabeta, a pesar de los esfuerzos educativos del gobierno norteamericano. Además, aún no se había superado la barrera lingüística, pues los filipinos seguían divididos por los ochenta y siete dialectos hablados en el archipiélago. Fairfield afirmaba que la «evolución y unificación de un pueblo en un cuerpo político homogéneo no se lograba en una generación», y elogiaba el desarrollo alcanzado por los filipinos. Sin embargo, llegaba a la conclusión de que la labor norteamericana aún no estaba completa, por 59 CR, S, 64-1, vol. 53, February 2, 1916, 1988; TA.
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lo que la concesión de la independencia debía esperar.60 En la lógica de Fairfield, los norteamericanos eran los únicos capacitados para determinar cuándo estaría completa la educación política de los filipinos. Como otros congresistas de los que ya hemos tratado, Fairfield creía que sólo por medio de la intervención norteamericana se convertirían en una nación. El debate en torno a las capacidades políticas de los filipinos dio paso a una discusión sobre las limitaciones raciales del gobierno propio. En 1916, los senadores John F. Shafroth (D-Colorado), James K. Vardaman (D-Mississippi) y George Sutherland (R-Utah) se enfrascaron en un debate sobre la relación entre la Declaración de Independencia norteamericana y el problema filipino, que giró en torno a una pregunta básica: ¿contradecía la ocupación de las Filipinas los postulados de la Declaración de Independencia? Para Shafroth, la posesión de las islas era una clara negación y un rechazo a las ideas expuestas por Thomas Jefferson en el acta de nacimiento de los Estados Unidos porque los norteamericanos no contaban con el consentimiento de los filipinos.61 Sutherland fue más flexible que su colega, pues creía que el gobierno propio era «más un asunto de habilidad que de derecho». Aunque reconocía el gobierno propio como un derecho universal, el senador republicano planteaba que, sin embargo, no todas las personas estaban preparadas para ejercerlo. Sutherland le recordaba a sus colegas que, aunque la Declaración de Independencia había sido extendida a los «indios», se les había mantenido «sometidos por un buen periodo de tiempo, porque pensábamos que aunque en sentido remoto tenían el derecho al gobierno propio, no estaban capacitados para gobernarse a sí mismos. Las dos cosas deben coexistir, el derecho al gobierno propio y la habilidad para ponerlo en práctica».62 Las observaciones de Sutherland provocaron la reacción de Vardaman, quien le aclaró a su colega que la Declaración no mencionaba a los «indios», sino sólo a la raza caucásica porque su autor era un esclavista. Luego de esto, Vardaman abordó el tema de los afro-americanos, alegando que «su presente civilización en los Estados Unidos se debe a la dominación de los blancos y la continuación de su civilización dependerá del control del hombre blanco».63 Ambos senadores estaban de acuerdo en que existían negros inteligentes, pero aún así creían 60 61 62 63
United Congress, House Committee of Insular Affairs, 1924, 2. CR, S, 64-1, vol. 53, January 26, 1916, 1558. CR, S, 64-1, vol. 53, January 31, 1916, 1797. Énfasis añadido; TA. CR, S, 64-1, vol. 53, S. 381, January 26, 1916, 1558; TA.
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que no estaban calificados para el gobierno propio sin la supervisión de los blancos, y ambos coincidían en que la participación política de los negros alteraría el orden social y político de la sociedad estadounidense. Este debate demuestra cómo la discusión de las políticas y prácticas coloniales norteamericanas abría las puertas a la discusión de los problemas domésticos del país, especialmente los raciales. Los senadores vinculan a los sujetos coloniales internos (los afro-americanos y los amerindios) con los externos (los filipinos) en su incapacidad para el autogobierno y coinciden en que su naturaleza inasimilable constituía una amenaza al sistema político y social estadounidense. Vardaman, Shafroth y Sutherland reconocen que los filipinos no eran la primera minoría no blanca a la que el gobierno norteamericano le había negado sus derechos políticos para garantizar el predominio de los blancos. Aunque Sutherland y Vardaman no coinciden en sus interpretaciones de la Declaración de Independencia, sí están de acuerdo en un elemento esencial: el control sobre los sujetos coloniales internos y externos era necesario para la supervivencia de las instituciones políticas estadounidenses y de su idea de la civilización norteamericana. LOS ARGUMENTOS ESTRATÉGICOS El valor y significado estratégico de las Filipinas fue un tema muy controversial dentro y fuera del Congreso.64 Como vimos en el capítulo anterior, los congresistas que se oponían a la retención de las islas afirmaban que éstas no podían ser defendidas de un ataque externo y que el archipiélago exponía la seguridad de los Estados Unidos porque eran el punto más vulnerable de su defensa. Su ocupación había puesto fin a la mejor defensa con que históricamente habían contando los Estados Unidos —el aislamiento geográfico— al mover la frontera de la nación a miles de kilómetros al oeste y en medio de una zona inestable y peligrosa. La supuesta peligrosidad de las Filipinas llevó a congresistas como Henry Lane, William Jones, Adolph Meyer, Horace Chilton, Edward Carmack, John S. Williams, Augustus O. Bacon, Finis J. Garrett, John F. Shafroth y Marcus A. Smith a proponer su la independencia como un movimiento defensivo.65 64 Ver capítulo 1, 31-39. 65 Ver capítulo 4, 180-185.
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Los congresistas defensores del control de las islas desarrollaron una narrativa totalmente opuesta, visualizándolas en el contexto de los intereses estratégicos y económicos de los Estados Unidos en Asia. Algunos legisladores enfatizaron la situación geográfica de las islas, subrayando su importancia para la defensa y promoción de los objetivos de la política exterior norteamericana en Asia (preservación de la integridad territorial china, control de la migración japonesa, control del expansionismo japonés, promoción de la expansión comercial, etc.). En otras palabras, presentaron a las Filipinas como una importante base naval y comercial. Otros congresistas se mostraron preocupados por el significado internacional de la posible independencia de las islas. A éstos les preocupaba seriamente que la independencia abriese las puertas a la conquista de las islas por Japón y a su eventual uso en contra de los Estados Unidos. Todos estaban de acuerdo en una cosa: las Filipinas no eran una amenaza, sino una posesión valiosa, cuyo control los norteamericanos no podían darse el lujo de perder y menos renunciar a él. Las Filipinas como una posesión estratégica Durante el debate del proyecto Jones de 1914, el representante James W. Bryan (Progresista-Washington) se opuso a la independencia vinculando los intereses geopolíticos norteamericanos en Asia con el control de las islas. Según Bryan, la ocupación del archipiélago era vital «para la preservación de la integridad de China», para «mantener la autoridad de la raza caucásica en el Pacífico», para controlar la emigración japonesa a los Estados Unidos, para promover el comercio con China y «para demostrar nuestro carácter a los pueblo orientales». El senador adoptó una posición abiertamente intervencionista e imperialistas y dejó claro que las Filipinas eran una pieza clave para la penetración estadounidense en los mercados asiáticos. Bryan proponía que en vez de perder el tiempo considerando la independencia de una posesión tan valiosa, el gobierno adoptara una política clara y directa a favor de sus intereses asiáticos. Para ello proponía la ubicación de la flota de acorazados en el océano Pacífico, la fortificación de la costas orientales del territorio continental norteamericano, la retención de sus dependencias y una mano firme en la promoción del comercio externo. De esta forma, el país no sólo fortalecería su posición internacional, sino que también honraría a sus antepasados. Bryan no veía en la retención 230
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de las Filipinas una contradicción ideológica, política o histórica, sino otro capítulo en la historia del expansionismo norteamericano.66 El senador Thomas Sterling (D-South Dakota) enfocó el valor estratégico de las Filipinas desde una perspectiva mucho más comercial. Para él, las islas eran importantes como mercado y como base para la penetración económica en Asia. Por lo tanto, su independencia perjudicaría los intereses económicos y la expansión del comercio norteamericano. Es interesante que este legislador creyese que las fuerzas del creciente comercio internacional habrían acercado a los Estados Unidos a las Filipinas independientemente de la guerra con España.67 Para él, las Filipinas estaban destinadas a ser territorio norteamericano. El representante James R. Mann (R-Illinois) estaba muy preocupado de que las islas terminasen siendo usadas contra los Estados Unidos. Mann creía, como Hobson, que una guerra entre Occidente y Oriente era cuestión de tiempo. Además, estaba convencido de que la independencia de las islas llevaría a que fuesen conquistadas por alguna otra potencia, que podría usarlas como base para atacar a Estados Unidos en «la inevitable guerra racial» que se avecinaba.68 Para Mann, en manos de los Estados Unidos las Filipinas eran una posesión valiosa, pero eran una amenaza en manos de sus enemigos. Era preferible seguir controlándolas antes que concederles la independencia y ver cómo las utilizaban contra los intereses norteamericanos en Asia. Es necesario subrayar que la preocupación en torno al uso hipotético de las islas contra los Estados Unidos no fue desarrollada por los autores que examinamos en el capítulo 1; fue, pues, una contribución de los congresistas partidarios del colonialismo norteamericano en las islas. Las Filipinas y la Armada Como sabemos, durante los debates de principios del siglo XX las Filipinas fueron usadas como argumento para justificar los planes sobre la construcción de una marina de guerra poderosa. Los congresistas partidarios de una armada poderosa afirmaban que era necesaria no sólo para garantizar la defensa del archipiélago filipino, sino también para proteger 66 CR, H, 63-2, vol. 51, October 2, 1914, 16092; TA. 67 CR, S, 64-1, vol. 53, January 26, 1561. 68 CR, H, 63-2, vol. 51, October 1, 1914, 16024-16025; TA.
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todo lo que los estadounidenses arriesgaban al ocupar las islas (el honor, el prestigio internacional y los intereses económicos del país). Por otro lado, los críticos de una armada bien dotada también utilizaron las Filipinas para justificar su posición. Aunque éstos reconocían que una armada poderosa era necesaria para defender las islas, afirmaban que los problemas y riesgos asociados a su retención tenían una solución fácil: la concesión de la independencia.69 En la década de 1910, los miembros del Congreso continuaron con esta discusión, pero no con la misma intensidad de principios de siglo. Por ejemplo, en mayo de 1916, el representante Horace Towner (R-Iowa) reconoció que la defensa de las islas no era una tarea fácil por la distancia que las separaba del territorio continental y por la competencia entre las potencias imperialistas. Sin embargo, Towner no consideraba como un imposible la defensa del archipiélago, siempre y cuando los Estados Unidos se convirtieran en la primera o segunda potencia naval del mundo. El análisis del legislador enlazaba la posesión de las islas con la seguridad nacional y los intereses norteamericanos en Asia, especialmente con el control del océano Pacífico. Según él, A menos que seamos capaces de defender las Filipinas, perderemos de antemano nuestro control del Pacífico. Un poder tan temible que nos obligue a renunciar a las Filipinas podría expulsar nuestro comercio del Pacífico, tomar el control de nuestras posesiones insulares, disponer del Canal de Panamá e imponerle condiciones a nuestro comercio con el Oriente.70
Esta es, sin lugar a dudas, una de las más fuertes defensas geopolíticas del control de las Filipinas con que nos hemos tropezado. Para Towner, lo que estaba en juego en las islas no sólo era la influencia y el poder de los Estados Unidos en el Pacífico, sino también su seguridad nacional. Si se retiraban de las islas para evitar los problemas y riesgos asociados a su defensa, la nación norteamericana renunciaría a su posición de potencia asiática. Además, quedarían expuestas posesiones como Hawái y el Canal de Panamá, que eran vitales para la seguridad nacional. En la visión geopolítica del representante, las Filipinas jugaban un papel principal en la
69 Ver capítulo 3. 70 CR, H, 64-1, vol. 53, May 1, 1916, 7153; TA.
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defensa y promoción de los intereses económicos y estratégicos de los Estados Unidos. Para Towner, renunciar a ellas no sólo era tonto, sino suicida. Towner no era el único legislador que relacionó las Filipinas con el tamaño y poder de la Armada estadounidense.71 Sin embargo, no existió un consenso entre ellos, pues algunos congresistas aseveraban que la retención de las islas era la causa del creciente poder naval norteamericano, mientras que otros lo negaban. Por ejemplo, el senador Henry Lippitt (R-Rhode Island) afirmó en 1916 que la posesión de las Filipinas no provocaba un aumento del gasto militar y naval de los Estados Unidos, es decir, ni el ejército ni la armada eran más grandes por causa del archipiélago.72 El senador Thomas W. Hardwick alegó, también en 1916, que existía una relación directa entre el tamaño de las fuerzas navales estadounidenses y el control de las islas. Para él, éstas eran la única razón por la que era necesaria una armada grande y poderosa.73 El senador Porter J. McCumber (RNorth Dakota) creía que los Estados Unidos necesitaban una fuerza naval poderosa en el océano Pacífico independientemente de que las Filipinas fueran o no un territorio norteamericano. Sin embargo, McCumber estaba convencido de que, sin el control de las islas, se requeriría un ejército y armada más pequeños.74 El senador Frank Brandegee (R-Connecticut) afirmaba que las Filipinas sólo podían ser defendidas por medio de una armada poderosa y que el gobierno debía estar preparado. Brandegee era muy enfático: «¿Cómo podemos retener las Filipinas sin una armada? Debemos defenderlas o abandonarlas».75 Como acabamos de ver, el debate en torno al futuro político de las Filipinas en la década de 1910 abrió las puertas a la discusión sobre el futuro de la armada estadounidense. Contrariamente a lo ocurrido en la década de 1900, el debate de los años 1910 fue menos intenso y menos ideológico. Temas como el republicanismo, el honor y el militarismo no jugaron un papel significativo en esta discusión porque los congresistas de los años 1910 se mostraron mucho más pragmáticos que sus colegas de principios de siglo. 71 Entre ellos Henry F. Lippitt (R-Rhode Island), Thomas W. Hardwick (D-Georgia), Porter J. McCumber (R-North Dakota), William E. Williams (D-Illinois), George E. Foss (R-Illinois) y Wesley L. Jones (R-Washington). 72 CR, S, 64-1, vol. 53, January 28, 1916, 1682. 73 CR, S, 64-1, vol. 53, January 19, 1916, 1252-1253. 74 CR, S, 64-1, vol. 53, January 26, 1916, 1564. 75 CR, S, 64-1, vol. 53, July 21, 1916, 11378; TA.
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El peligro amarillo Una de las grandes interrogantes con que se enfrentaban los legisladores era si las Filipinas involucrarían a los Estados Unidos en una guerra. Esta pregunta estaba íntimamente ligada a la supuesta amenaza de los pueblos orientales, el denominado peligro amarillo.76 Los debates en torno al futuro de las Filipinas en la década de 1910 ofrecieron una gran oportunidad para la discusión congresual sobre este tema.77 Algunos argumentaron que el control de las islas arrastraría a los Estados Unidos a una guerra racial y propusieron una retirada como movimiento táctico. En otras palabras, vieron la independencia filipina como un necesario recurso defensivo.78 Otros miembros del Congreso creían que los Estados Unidos se verían involucrados en un conflicto asiático con o sin el control de las Filipinas, y afirmaban que los intereses estratégicos y comerciales norteamericanos en Asia no se limitaban a la posesión del archipiélago. La defensa de tales intereses forzaría a los Estados Unidos a cumplir con sus responsabilidades raciales, convirtiéndose en el líder de la raza caucásica. Dicho de otro modo, los norteamericanos tenían el deber y la responsabilidad, con o sin las Filipinas, de pelear al lado de su raza contra la amenaza amarilla. Estos congresistas no tenían duda alguna de que la posesión de las islas les ayudaría a cumplir con sus deberes raciales y a promover sus intereses. Para ellos, la independencia del archipiélago sería un gran error que llevaría a que las islas terminasen siendo usadas en contra de los Estados Unidos. Por todo ello concluían que renunciar a las Filipinas iba en contra de los mejores intereses de los norteamericanos en Asia.79 La amenaza japonesa Japón fue otro factor de peso en las discusiones congresuales del valor estratégico de las Filipinas. Algunos legisladores veían a los japoneses 76 Ver capítulo 3, 131-132. 77 Entre los legisladores interesados en la amenaza de la raza amarilla se encontraban: James R. Mann (R-Illinois), William B. Madden (R-Illinois) y William H. D. Murray (D-Oklahoma). 78 Ver capítulo 4, 182-183. 79 Ver por ejemplo: “Mann’s View on the Philippines”, Times (Seattle), October 16, 1914, LC, MD, Papers of James R. Mann, Scrapbook, vol. 21, August 1914-January 1915.
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como los enemigos y competidores naturales de los Estados Unidos en Asia y se mostraban preocupados por tres asuntos en particular: el desarrollo económico, la emigración y el expansionismo de Japón. Además, creían que Japón era la principal amenaza a la que se enfrentaban las Filipinas, pues la presencia norteamericana era lo único que detenía a los japoneses de invadirlas y conquistarlas. Una vez convertidas en una colonia japonesa, se transformarían en un arma efectiva contra los intereses norteamericanos en Asia. Por lo tanto, concederles la independencia sólo beneficiaría a Japón. En 1914, el representante Bryan (P-Washington) vinculó a las Filipinas con la competencia racial entre norteamericanos y japoneses. Según él, Japón era un reto para la raza caucásica y los Estados Unidos, líderes indiscutible de tal raza, tenían el deber de enfrentarse a la amenaza japonesa. Sin embargo, no serían capaces de hacerlo con éxito sin el control de las Filipinas.80 Dos años más tarde, el senador Thomas Sterling (RSouth Dakota) reconoció que no tenía la evidencia de que Japón buscase conquistar el archipiélago; sin embargo, esto no le impidió afirmar que la emigración japonesa a las islas era una invasión silente. Sterling era de los legisladores que creían que la presencia estadounidense era lo único que frenaba a Japón de tomar el control de las Filipinas.81 Tal era el temor a Japón entre los congresistas que algunos llegaron a jugar con la idea de una guerra japonesa-norteamericana. Uno de ellos fue el senador Miles Poindexter (R-Washington), quien en 1916 analizó el desarrollo teórico de tal conflicto. Poindexter alegaba que el éxito de una invasión japonesa de las Filipinas no decidiría una guerra, porque Japón tendría que hacer frente al poder de la armada norteamericana. Por consiguiente, tal conflicto sería definido en una gran batalla naval. Una victoria norteamericana obligaría a los japoneses a retirarse de las islas, pero si los vencedores eran los japoneses la costa oriental de los Estados Unidos quedaría expuesta. De acuerdo con Poindexter,
80 CR, H, 63-2, vol. 51, October 14, 1914, 16616. 81 CR, S, 64-1, vol. 53, January 8, 1916, 721. De acuerdo con la historiadora japonesa Lydia N. Yu-Jose, en 1896 habían sólo seis japoneses en las Filipinas. Tal numero creció hasta llegar a 1,215 en 1903 y 9,874 en 1919. La mayoría de los inmigrantes japoneses llegaron a trabajar en la construcción de una carretera y se quedaron en las islas. A pesar de las tensiones entre Japón y los Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XX, la emigración japonesa no fue detenida porque «los norteamericanos tenían gran consideración por los trabajadores japoneses y baja estima por los filipinos». Yu-Jose, 1992, 13-14.
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No sólo eso, Señor Presidente, si Japón destruyese nuestra flota podría negarnos el derecho a navegar en mar abierto; podría dictarnos los términos de nuestro comercio con Oriente. Seríamos una potencia humillada y sometida si Japón llegase a conquistar y usar las Filipinas en contra nuestra.82
Es evidente que para Poindexter la conquista japonesa de las Filipinas podría definir el futuro mismo de los Estados Unidos. Es necesario aclarar que no todos los congresistas consideraron a Japón como una amenaza. Algunos creían que las autoridades japonesas aprobaban y estaban felices con la presencia norteamericana en las Filipinas.83 Según éstos, la política de los Estados Unidos con relación al archipiélago explicaba en parte la actitud positiva de los japoneses, pues sabían que los norteamericanos no planeaban quedarse de forma indefinida en las islas. En 1916, el senador Borah aseveró que no sólo Japón no tenía problemas con los Estados Unidos, sino que su presencia en las Filipinas no irritaba a los japoneses. Por lo tanto, la decisión con relación a la independencia de las islas no debía estar basada en la actitud japonesa hacia la nación norteamericana, sino en lo que era más conveniente para el país y para su deber.84 Por su parte, el senador Shafroth afirmaba, también en 1916, que la actitud japonesa hacia la presencia norteamericana en las Filipinas estaba determinada por el hecho de que Japón sabía que la ocupación no sería permanente. Sólo un cambio en esa política hubiese alterado la posición japonesa. Como se puede ver, un grupo de legisladores se mostró muy interesado en el significado y posibles consecuencias estratégicas de la presencia estadounidense en las Filipinas. Algunos opinaban que la retención del archipiélago era peligrosa porque podía causar una guerra con Japón, pero estaban dispuestos a asumir ese riesgo porque consideraban que eran una posesión de gran valor estratégico y comercial. Otros estaban muy preocupados de que la independencia filipina fuese una especie de cesión indirecta a Japón. A éstos lo que más les preocupaba no era necesariamente el bienestar de los filipinos, sino que las islas terminasen convertidas en una base contra los intereses norteamericanos en Asia. Ambos grupos estaban de acuerdo en que los Estados Unidos bajo ninguna circunstancia debían renunciar a las Filipinas. 82 CR, S, 64-1, vol. 53, January 17, 1916, 1154. Énfasis añadido; TA. 83 Según el senador Thomas Hardwick (D-Georgia), el control norteamericano de las Filipinas era «enteramente satisfactorio para el Japón». CR, S, 64-1, vol. 53, January 19, 1916, 1225; TA. 84 CR, S, 64-1, vol. 53, January 24, 1916, 1438.
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CONCLUSIÓN Los miembros del Congreso estudiados en este capítulo prestaron atención a los asuntos culturales, ideológicos y políticos relacionados con las Filipinas, y recurrieron a la idea de un colonialismo ilustrado para justificar su control. Además, negaron la existencia de una nación filipina, cuestionaron las habilidades políticas de sus habitantes y presentaron las islas como una posesión estratégica para los Estados Unidos. La idea de un colonialismo altruista fue muy útil para los congresistas partidarios de la ocupación de las Filipinas. Tal imagen les sirvió para representar el colonialismo norteamericano como una misión civilizadora y democratizadora, como una empresa benévola. De esta forma, el control de las islas dejaba de ser producto de una imposición colonial y se transformaba en una especie de tutelaje en el que los filipinos no eran sujetos coloniales, sino pupilos bajo la custodia temporal de los Estados Unidos. Para estos legisladores, la labor que realizaban los norteamericanos en las islas no sólo era un expresión de su singularidad, sino la confirmación del excepcionalismo norteamericano. Sólo una nación democrática, no imperialista como los Estados Unidos podía llevar a cabo una labor como ésta. Para culminar su análisis, estos congresistas concluían que la independencia sería desastrosa para las Filipinas, pues perderían la libertad, el progreso y la justicia que los norteamericanos habían llevado. La negación de la existencia de una nación filipina fue un factor fundamental en la construcción de la imagen de un colonialismo ilustrado. Tal negación se fundamentaba en la heterogeneidad lingüística, racial y cultural de las llamadas tribus filipinas. Los estadounidenses llegaron a rescatar a los filipinos de su diversidad para convertirles en una nación. De esta forma, el colonialismo norteamericano se convertía en un proceso de construcción nacional, que permitiría a los filipinos desarrollar la cohesión necesaria para aspirar a su independencia. La subordinación colonial dejaba así de ser un obstáculo y se transformaba en un requisito indispensable para las aspiraciones nacionales filipinas. La supuesta incapacidad política de los filipinos fue otro elemento del discurso elaborado por los congresistas enemigos de su independencia. Este argumento contenía un fuerte sentido racial, pues afirmaban que los Estados Unidos no debían abandonar las islas porque sus habitantes eran 237
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racialmente incapaces de desarrollar un gobierno propio, el republicanismo y la democracia. Racialmente inferiores, los filipinos requerían de la guía de la máxima expresión de la superioridad racial anglosajona —los norteamericanos— para poder aspirar a ser una nación libre y soberana. Sólo se convertirían en un pueblo políticamente capaz si abrazaban la labor civilizadora y democrática que, desinteresadamente, los Estados Unidos habían puesto en marcha en las islas. En esta visión racista y paternalista, los filipinos eran presentados como niños, que no sólo necesitaban la guía y adiestramiento norteamericanos, sino que también eran incapaces de determinar por sí mismos cuándo estarían listos para ser libres. En este discurso las Filipinas también fueron analizadas desde un punto de vista internacional, que enfatizó los intereses económicos y estratégicos de los Estados Unidos, especialmente en Asia. Los legisladores norteamericanos adoptaron una actitud pragmática al afirmar que las islas eran una posesión valiosa y necesaria para la promoción y defensa de los intereses en Asia. Sin las islas, la posición norteamericana se debilitaría, porque los Estados Unidos eran una potencia asiática gracias al control de las Filipinas. Renunciar a una posesión tan valiosa era, según ellos, un movimiento erróneo, casi suicida. El impacto real o imaginado de las islas sobre las instituciones y las tradiciones políticas norteamericanas no fue una preocupación para los congresistas que apoyaban su retención. Por lo tanto, ideas como republicanismo y militarismo no jugaron un papel decisivo en sus análisis y propuestas. La hipotética transformación de los Estados Unidos en una nación militarista y despótica no era algo que les quitara el sueño, pues no creían que el control de las Filipinas y/o la construcción de una armada poderosa constituyesen amenazas políticas o ideológicas. Por el contrario, alegaban que una marina de guerra grande y eficaz era necesaria no sólo para defender las Filipinas, sino también para proteger los intereses y el territorio nacional norteamericano. Enemigos abiertos del aislacionismo, los legisladores analizados eran fieles creyentes de que los Estados Unidos debían asumir un papel internacional equivalente al de su poder y que el control de las Filipinas era una señal clara y directa en esa dirección. Sin embargo, éstos no negaban que la posesión de las islas entrañaba ciertos riesgos y se mostraban preocupados por el peligro de una guerra, especialmente con Japón. Algunos congresistas incluso creían que tal guerra 238
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era inevitable por cuestiones raciales y geopolíticas, e identificaron la ocupación de las Filipinas como una posible causa de ese conflicto, pero no por ello favorecieron su independencia. Por el contrario, se mostraron dispuestos a enfrentar los riesgos asociados a las islas porque las consideraban una posesión valiosa y necesaria.
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Capítulo 6
«El esqueleto en nuestro armario»: el Congreso y las Filipinas en la década de 1930
«Durante más de 30 años esta cuestión (el futuro de las Filipinas) ha sido un gran peso sobre la conciencia del pueblo norteamericano. Es el esqueleto en nuestro armario y, mientras lo mantengamos ahí, nos sentiremos culpables». Edward E. Cox (D-Georgia), 4 de enero de 1932; TA.
En octubre de 1929 la economía de los Estados Unidos entró en una severa crisis producto de la especulación desenfrenada de la década de 1920. En menos de un año 800 bancos quebraron, llevándose consigo los ahorros de millones de norteamericanos. En 1933, 12.6 millones de trabajadores estaban desempleados. El producto nacional bruto descendió de $104 billones en 1929 a $56 billones en 1933. Este descalabro económico tuvo serias repercusiones sociales y políticas.1 La nación se vio amenazada por el desempleo, el hambre, la desesperanza y los conflictos sociales.2 Una de las principales consecuencias de esta crisis fue el ascenso a la presidencia de Franklin D. Roosevelt, quien puso en práctica un experimento políticoeconómico-administrativo conocido como el Nuevo Trato, que buscó frenar los efectos de la crisis, devolver la fe y confianza a los estadounidenses y evitar que se repitiese algo similar. Los efectos de esta crisis también repercutieron en la discusión sobre el futuro político de las Filipinas. En su profunda frustración y desesperación, sectores agrarios y laborales se ensañaron con las islas, pues creían que la competencia de productos y trabajadores inmigrantes filipinos era una de las causas de la crisis económica.3 Para ellos era imprescindible acabar con tal competencia y por eso favorecían la inmediata independencia de
1 LaFeber, 1994, vol. 2, 349. 2 Zinn, 1995, 378-381. Este historiador recoge excelentes ejemplos del impacto de la crisis en el pueblo norteamericano en su clásico libro A People’s History of the United States. 3 Borden, 1969, 92-93 y 1972, 133-134.
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las islas. La presión política de estos sectores abrió una nueva etapa en la discusión nacional sobre el futuro político del archipiélago. El Congreso fue uno de los foros principales donde no sólo se llevó a cabo tal discusión, sino donde se tomaron medidas concretas para afrontar el problema filipino. En este capítulo nos proponemos examinar la aportación del Congreso a dicha discusión entre 1925 y 1934. Nos interesa explorar el conjunto de ideas y representaciones en un momento de polarización política debido a la crisis económica. Aunque examinaremos el periodo comprendido entre 1925 y 1934, es necesario aclarar que concentraremos nuestra atención en las discusiones congresuales durante los primeros años de la década de 1930. Esto responde a dos factores: primero, a que —como ya planteamos— la crisis económica intensificó el interés por las Filipinas, y segundo, a que durante ese periodo fueron discutidos dos importantes proyectos de ley concediéndoles la independencia: el proyecto Hare-HawesCutting y el Tydings MacDuffie. A principios de 1932, los senadores Harry Hawes (D-Missouri) y Bronson Cutting (R-Nuevo México) presentaron en el Senado su proyecto de ley para la independencia, el cual contemplaba un periodo de transición durante el que los filipinos gobernarían las islas bajo la supervisión de un Alto Comisionado norteamericano. En marzo de 1932, el representante Butler B. Hare (D-South Carolina) introdujo un proyecto similar en la Cámara de Representantes. Luego de que ambos proyectos fueran discutidos en Cámara y Senado, se llegó a un acuerdo para crear uno solo: el proyecto Hare-Hawes-Cutting (HHC), que establecía un periodo de transición hasta la independencia de quince años, permitía la redacción de una constitución con plena autonomía local y requería la aprobación de la Legislatura filipina.4 El HHC fue aprobado por el Senado y la Cámara sin mayores problemas, pero vetado por el presidente Herbert Hoover, lo que forzó al Congreso a pasar por encima del veto presidencial y aprobarlo nuevamente.5 Sin embargo, la acción del Congreso quedó sin efecto, porque el HHC fue rechazado por la Legislatura filipina en octubre de 1933.6 4 Borden, 1972, 94-95. Ver también Golay, 1997, 288-301, y Brands, 1992, 149-156. 5 Borden, 1972, 118-119. En su veto, Hoover subrayó que la seguridad y el bienestar de los filipinos eran responsabilidad de los Estados Unidos. El presidente estaba convencido de que una retirada estadounidense abriría las puertas a una agresión externa contra las islas. Afirmó también que la política respecto a las islas no debía basarse en lo que denominó «intereses egoístas». Brands, 1992, 149-156; TA. 6 Ibíd., 121.
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El Proyecto Tydings-McDuffie (TM) fue producto de las gestiones realizadas por el ex-comisionado residente, presidente del Senado filipino y principal artífice de la derrota del HHC en la Legislatura, Manuel L. Quezón,7 quien en 1934 se trasladó a Washington para gestionar otro proyecto de independencia. Usando los contactos que desarrolló durante su periodo como comisionado residente, Quezón consiguió que el senador Millard Tydings (D-Maryland) y el representante John McDuffie (D-Alabama) presentaran ante el Congreso un proyecto de ley para la independencia. Este nuevo proyecto poseía una sola diferencia notable con relación al HHC: disponía que, tras la independencia, los Estados Unidos cerrarían todas sus instalaciones militares en las islas con la excepción de las bases navales y carboneras.8 El TM fue aprobado por la Cámara y el Senado sin mayor oposición, firmado por el presidente Roosevelt el 24 de marzo de 1934 y ratificado unánimemente por la asamblea filipina el primero de mayo de 1934.9 Se cerró así un importante periodo en la historia de las relaciones filipino-norteamericanas. La discusión de ambos proyectos de ley abrió un periodo de intensos debates en el Congreso sobre el tema filipino, cuyo análisis abordamos a continuación. LA PRODUCCIÓN DE CONOCIMIENTO La producción de conocimiento sobre las Filipinas no desapareció en las décadas de 1920 y 1930. Por el contrario, durante ese periodo las islas continuaron cautivando la atención de los norteamericanos. La búsqueda de respuestas a las preguntas que su control generaba provocó que se continuaran publicando libros y artículos, pronunciando discursos y debatiendo públicamente el futuro de las relaciones de los Estados Unidos con su colonia asiática.10 Tal discusión se hizo particularmente intensa como consecuencia del colapso de la economía norteamericana en 1929. 7 Para un análisis de las razones que llevaron a Quezon a oponerse al proyecto Hare-HawesCutting (HHC) pueden consultarse Borden, 1972, 119-123, Golay, 1997, y Brands, 1992. 8 Según Borden (1972, 124), el proyecto establecía que el futuro de las bases navales sería discutido por ambos gobiernos —el filipino y el norteamericano— tras la independencia. 9 Ibíd., 126. 10 Por ejemplo, en 1927, se editó una compilación de artículos titulada Independence for the Philippines. Según su compiladora, Eleonor Ball, este libro era una publicación del Reference Shell
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Las principales ideas y representaciones de las Filipinas y sus habitantes creadas en la primera década del siglo XX fueron reproducidas en las décadas de 1920 y 1930. Ideas y temas como el excepcionalismo norteamericano, el colonialismo ilustrado, el republicanismo y el imperialismo, tan comunes en las primeras décadas del siglo XX, no desaparecieron de la discusión en estos años. Por el contrario, éstos jugaron un papel importantísimo. Por lo tanto, es posible plantear que existió una continuidad en la forma de imaginar, describir y entender las Filipinas entre 1900 y 1934. Los legisladores estadounidenses también fueron consistentes en la forma de analizar y enfocar las islas desde una óptica estratégica y geopolítica. Entre 1900 y 1934, los congresistas se hicieron las mismas preguntas, discutieron las mismas preocupaciones y propusieron las mismas soluciones a los problemas estratégicos y defensivos asociados al control del archipiélago. Hubo, pues, una continuidad en la forma de abordar el problema filipino. Es indiscutible que el debate congresual sobre las Filipinas en la década de 1930 estuvo determinado por factores económicos asociados a las consecuencias de la crisis en los Estados Unidos. Autores como Theodore Friend, Frank Golay, H. W. Brands, Stanley Karnow y Karen Borden han planteado como acciones del Congreso entre 1930 y 1934 con relación a las Filipinas estuvieron determinadas por la presión política de sectores agrarios y laborales, que veían en la independencia de las islas una salida a sus problemas.11 En otras palabras, estos investigadores han explicado la aprobación en el Congreso de dos proyectos de ley concediendo la inCollection, que «complementaba y tomaba el lugar del número previo de la colección titulado Independence for the Philippines, compilado por Julia E. Johnsen, y ya agotado». Otro buen ejemplo de cuánta atención recibían las Filipinas en la década de 1930 es un manual para debates de escuela superior compilado por E. R. Rankin y titulado también Independence for the Philippines. Fue publicado en 1931 por la High School Debating Union of North Carolina para ser usado en su sesión de debates de 1930-1931. Según su compilador, «La cuestión de si los Estados Unidos deben conceder la independencia a las Filipinas ha sido por mucho tiempo un importante tema nacional y los eventos de los pasados meses han servido para aumentar el interés actual en este tema. Es la esperanza del comité central (de la Union de Debates) que el debate a nivel estatal sobre el tema de la independencia de las Filipinas sea el más exitoso jamás celebrado en este estado. Agradecemos a las compañías editoras por haber autorizado la reimpresión de los artículos que aparecen en este manual». Ball, 1927, 4; TA, y Rankin, 1931, 1. Énfasis añadido; TA. Para una relación más detallada de los libros publicados sobre las Filipinas en las décadas de 1920 y 1930 puede consultarse el Apéndice 2. 11 Los sindicatos favorecían la independencia porque querían poner fin a la emigración filipina. Según éstos, los inmigrantes filipinos constituían una mano de obra barata, que mantenía los sueldos bajos. Los productores de lácteos favorecían también la independencia para poner fin a la importación de copra y aceite de coco filipinos, usados en la producción de margarina. Por último, los productores de azúcar de remolacha querían acabar con la competencia del azúcar de caña filipino, cuyos costes de
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dependencia en términos fundamentalmente económicos.12 Según ellos, sectores agrarios y laborales afectados por la Gran Depresión usaron las Filipinas como chivo expiatorio para explicar la situación económica en la que se encontraban los Estados Unidos, demandaron su inmediata independencia y transformaron el problema filipino en una cuestión nacional. Sin embargo, es posible argumentar que elementos no económicos, estratégicos, ideológicos y políticos no fueron desplazados por las preocupaciones económicas, sino que jugaron un papel de gran importancia durante los debates congresuales sobre las Filipinas. Es decir, hubo un grupo considerable de senadores y representantes que enfocaron las Filipinas desde puntos de vista no económicos o que combinaron preocupaciones de uno y otro tipo. Por último, proponemos que los debates congresuales sobre las Filipinas en las primeras tres décadas del siglo XX no estuvieron dominados por los aspectos económicos. Entre 1900 y 1934, los legisladores discutieron en innumerables ocasiones el valor de las Filipinas. Durante tales discusiones fueron explorados asuntos económicos, pero lo que predominó fue un examen de la relación de los Estados Unidos y su lejana colonia en términos ideológicos, raciales, estratégicos y políticos. Prueba de ello es que, aún en tiempo de crisis, los congresistas más preocupados por los problemas económicos reprodujeron algunas de las ideas y representaciones sobre las Filipinas creadas en las primeras décadas del siglo XX. Ni siquiera ellos fueron capaces de enfocarlas desde una perspectiva exclusivamente económica, sino que recurrieron a elementos culturales, raciales, estratégicos, ideológicos y políticos para justificar su independencia. Se podría cuestionar la sinceridad de estos legisladores alegando que usaron estas ideas porque les eran convenientes para dicha justificación. Sin embargo, independientemente de su motivación, el mero hecho de que las usaran confirma la importancia, la fuerza y la continuidad de las mismas. EL COLONIALISMO ILUSTRADO Como sabemos, la representación del colonialismo en las Filipinas como una expresión del excepcionalismo norteamericano fue constante producción eran más baratos. Todos consideraban que el control de las Filipinas afectaba negativamente a sus intereses y presionaron para que se concediera la independencia. Ver Wurfel, 1988, 9. 12 Brands, 1992; Golay, 1997; Karnow, 1989; Friend, 1965, y Borden, 1969.
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entre los partidarios de la retención de las islas bajo el dominio de los Estados Unidos. Para éstos, la presencia norteamericana rompía con el molde del colonialismo europeo, pues estaba basada en el altruismo y no en la explotación. Los norteamericanos estaban en el archipiélago no en busca de beneficio económico, sino para civilizar, democratizar e ilustrar a los filipinos. Para quienes sostenían esta idea, sólo una nación excepcional como los Estados Unidos, con una sólida tradición democrática y anti-colonial, podía asumir el control de un pueblo como el filipino y gobernarlo no como a sujetos coloniales, sino como a discípulos. Esta idea fue reproducida sin mayores cambios durante los debates congresuales de la segunda mitad de la década de 1920. Prueba de ello es la reacción que provocaron en el pleno de la Cámara los comentarios del representante Otis T. Wingo (D-Arkansas) contra la idea del colonialismo ilustrado. Según éste, la presencia en las islas no tenía nada de altruista, pues lo que procuraba era la promoción de los intereses azucareros y comerciales norteamericanos.13 Wingo también alegó que el desarrollo nacional y la protección de los filipinos no era —contrariamente a lo planteado por algunos— una responsabilidad del gobierno norteamericano. El representante se preguntaba por qué era el deber «de este gran, fuerte y benevolente gobierno proteger a ese pueblo (los filipinos) de sus propios pecados, estupidez y confusión de idiomas».14 Los comentarios de Wingo provocaron una fuerte de reacción por parte de los representantes Louis W. Fairfield (R-Indiana), James H. MacLafferty (R-California) y Heartsill Ragon (D-Arkansas), quienes reafirmaron que la presencia en las islas estaba guiada única y exclusivamente por el deseo altruista de ayudar a los filipinos. Para ellos, la labor en las Filipinas no sólo era una expresión del excepcionalismo de la nación norteamericana, sino su confirmación.15 En palabras de MacLafferty, esta labor era «el mayor acto de altruismo llevado a cabo por gobierno alguno desde el comienzo de la historia».16 La idea del colonialismo ilustrado también fue reproducida durante los debates congresuales de 1926. El representante Robert L. Bacon 13 14 15 16
Congressional Record (CR), House (H), 68-2, vol. 56, January 28, 1925, 2595. Ibíd., 2597; TA. Ibíd., 2596, 2599 y 2601. Ibíd., 2596. Énfasis añadido; TA.
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(R-New York) y los senadores Charles L. Underhill (R-Masachusets) y Samuel M. Shortridge (R-California) hicieron uso de esta idea para justificar la presencia en las Filipinas.17 Según Shortridge, la ocupación había sido una bendición para las islas porque los Estados Unidos habían «elevado» a sus habitantes moral, material e intelectualmente. El senador afirmaba que la llegada de los norteamericanos había sido una doble bendición para los filipinos porque también habían sido liberados de trescientos años de tiranía española.18 En la década de 1930 se intensificó el debate en torno a la naturaleza altruista del colonialismo en el archipiélago. Sin embargo, muy pocos congresistas hicieron uso de éste para justificar su retención.19 Por el contrario, la idea del colonialismo ilustrado fue usada para justificar la independencia como la culminación lógica de más de treinta años de labor en las islas. En otras palabras, la idea del colonialismo ilustrado no fue rechazada ni negada, sino transformada en un argumento a favor de la independencia, que no sólo era posible gracias a la labor desinteresada de los Estados Unidos, sino que era confirmación de su éxito.20 Negar que los filipinos estuvieran listos para la independencia era negar este éxito. Además, la concesión de la independencia confirmaría que la presencia norteamericana siempre había estado guiada por intenciones altruistas y generosas. Por ejemplo, en 1930, el representante Harold Knutson (R-Minnesota), un gran defensor de la independencia por razones económicas, planteó que la labor en las islas había sido completada, pues los filipinos podían ejercer el gobierno propio y, por ende, era hora de concederles la independencia.21 17 CR, Senate, 69-1, vol. 67, February 16, 1926, 4075; February 18, 1926, 4242; May 28, 1926, 10351-10352, y June 30, 1926, 123, 80 y 82. 18 En palabras de Shortridge: «Hemos sido una bendición inconfundible para el pueblo de estas islas […] En pocos años les hemos dado todas las bendiciones por las que nuestros ancestros lucharon durante siglos». CR, Senate, 69-1, vol. 67, February 16, 1926, 4075. Es necesario que enfaticemos el uso que hace Shortridge de la leyenda negra del colonialismo español para resaltar el alegado altruismo del colonialismo estadounidense. 19 Representantes Carroll L. Beedy (R-Maine) y Charles J. Colden (D-California). 20 Representantes Adolph J. Sabath (D-Illinois) y Ralph F. Lozier (D-Missouri). 21 CR, H, 71-2, vol. 72, May 13, 1930, 8869. Los representantes Conrad G. Selvig (R-Minnesota), Ralph F. Lozier (D-Missouri) y Adolph J. Sabath (D-Illinois) coincidieron con Knutson. CR, H, 72-1, vol. 75, July 5, 1932, 14362; CR, H, 71-2, vol. 72, May 6, 1930, 8465, y CR, H, May 5, 1934, 8134. Un año antes, el senador Knutson, un acérrimo defensor de la independencia de las Filipinas por razones económicas, reprodujo la idea del colonialismo altruista en una carta en el periódico Saint Paul Pioneer Press. En su misiva, Knutson consideró la labor norteamericana en las islas como parte del altruismo mundial de los Estados Unidos. CR, H, 71-2, vol. 71, December 14, 1929, 690.
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Sin embargo, la idea de un colonialismo ilustrado no estuvo exenta de críticas. Por ejemplo, los senadores Harry B. Hawes (D-Missouri) y Huey Long (D-Louisiana) subrayaron sus limitaciones.22 Para éstos, la capacidad norteamericana para transformar a los filipinos estaba limitada racialmente. Según Hawes; Los habitantes de estas islas pertenecen a la raza malaya. Son activos, inteligentes y durante 30 años han recibido la educación que les ha suministrado el gobierno de los Estados Unidos. Intereses egoístas alegan que la educación de los filipinos no está completa, que se requieren 30 años más para completar su compresión de las teorías y leyes anglo-sajonas. […] En mi opinión, la posibilidad de cambio es un sueño iridiscente, imposible de llevarse a cabo. No podemos cambiar más las mentes, los pensamientos, las características, las aspiraciones nacionales de estos pueblos que lo que podemos cambiar el color de su pelo, la textura de su piel o sus características físicas. Ellos siempre serán malayos; siempre pensarán como malayos.23
Hawes subraya los límites de la labor civilizadora. Los norteamericanos no podían cambiar la naturaleza racial de los filipinos; pretenderlo era utópico. Los españoles no pudieron hacerlo en 300 años, por lo que no era sorprendente que los norteamericanos no lo hubiesen logrado en sólo 30.24 Si los filipinos no podían ser cambiados (americanizados), no había razón para que los Estados Unidos mantuvieran las islas bajo su control. Por otra parte, Long no sólo subraya los límites, sino que también le da un carácter diferente a la idea de un colonialismo ilustrado. Para el senador por Louisiana, los norteamericanos nunca serían capaces de americanizar a los filipinos porque éstos eran asiáticos.25 Por lo tanto, era absurdo retener un territorio que jamás podría ser incorporado políticamente a la nación norteamericana. Long planteó también que la labor realizada en las Filipinas no era producto del altruismo, sino un acto de caridad producto 22 CR, S, 71-2, vol. 72, February 17, 1930, 3376; CR, S, 72-1, vol. 75, July 1, 1932, 14476, y CR, S, 73-1, vol. 77, March 22, 1934, 5098. 23 CR, S, 71-2, vol. 72, February 17, 1930, 3376. Énfasis añadido; TA. 24 Es necesario comentar que Hawes no compartía la idea de una España medieval, opresiva y explotadora, tan común entre otros miembros del Congreso; por el contrario, el senador usa las limitaciones del colonialismo español para subrayar los límites de la labor norteamericana. En otras palabras, el colonialismo español era la referencia para medir esos límites y no el éxito del colonialismo estadounidense. 25 CR, S, 73-1, vol. 77, March 21, 1934, 5009.
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de la lástima.26 Era hora, decía Long, de que el gobierno norteamericano empezara a ejercer esa caridad con sus ciudadanos. El senador William H. King (D-Utah) negó también la existencia de un colonialismo altruista en las Filipinas, pero desde una perspectiva completamente diferente a la de Long. En sus planteamientos, King combinaba un fuerte anti-imperialismo con una dosis de idealismo. Para el senador de Utah era imposible negar que en las Filipinas, como en otras regiones del planeta, los Estados Unidos habían actuado como una nación imperialista.27 King no tenía ningún problema en reconocer el carácter imperialista de su nación y, por ende, no debe sorprendernos que negase cualquier motivación altruista. Para él, la situación era muy clara: el gobierno norteamericano en las Filipinas no estaba basado en el consentimiento de los gobernados, sino que era el producto de una imposición militar y, por tanto, era imposible reclamar que fuese un gobierno generoso y desinteresado. Además, el hecho de que después de más de treinta años los filipinos continuasen reclamando su independencia era para King otra prueba en contra del alegado altruismo de los Estados Unidos. 28 Afirmar que el colonialismo beneficiaba al pueblo sometido era, según King, una práctica común entre las potencias imperiales.29 Éste reconoce que los pueblos sometidos colonialmente podían beneficiarse de esta relación, pero también planteaba que «bajo este pretexto naciones poderosas habían cometido muchos males contra pueblos indefensos. […] Bajo políticas imperialistas han sido cometidos serios males y verdaderos crímenes. Ciertos pueblos han sido esclavizados física, mental y económicamente. La auto-determinación es el derecho de los estados pequeños».30 En otras palabras, King no sólo cuestiona la base del colonialismo norteamericano en las Filipinas, sino la idea misma del excepcionalismo. Al reclamar 26 Ibíd. 27 CR, S, 70-2, vol. 70, February 20, 1929, 3838. 28 CR, S, 73-2, vol. 78, March 1, 1934, 3461. 29 Esta no es una idea desarrollada por King en la década de 1930, pues en 1926 le encontramos afirmando lo siguiente: «cada nación imperialista que ha subyugado a un pueblo ha proclamado en voz alta sus altos propósitos y sus designios altruistas; la historia está llena de ejemplos donde la conquista, aún cuando estuvo inspirada por motivos nobles, terminó corroyendo al vencedor, nublando su conciencia y despertando ambiciones peligrosas para su moral y progreso material. […] La nación conquistadora usualmente declara que sus intenciones son nobles y altruistas, y que su único deseo es el bienestar material y moral del pueblo subyugado». CR, Senate, 69-1, vol. 67, February 16, 1926, 4075; TA. 30 CR, S, 73-2, vol. 78, March 1, 1934, 3461. Énfasis añadido; TA.
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que su presencia estaba guiada por el deseo de ayudar a los filipinos, los norteamericanos se comportaban no como una nación excepcional, sino como una nación imperialista más. Es significativo que King reclamase el derecho a la auto-determinación de los pueblos pequeños en un contexto mundial favorable a la ideología imperialista. Como hemos visto, la idea de un alegado colonialismo ilustrado y altruista en las Filipinas sufrió una seria transformación en la década de 1930, pues se convirtió en una excusa para justificar la independencia. Sin embargo, un grupo de legisladores cuestionó el alcance del altruismo norteamericano. REPUBLICANISMO Desde principios del siglo XX, los opositores a la retención de las Filipinas usaron una serie de elementos ideológicos, y el republicanismo fue uno de los más importantes. Alegaban éstos que el colonialismo y el republicanismo eran totalmente incompatibles, pues el primero era la negación de una de las bases fundamentales del segundo: un gobierno basado en el consentimiento de los gobernados. Argumentaban además que la competencia internacional asociada al colonialismo llevaba inevitablemente al militarismo, y éste a la destrucción de las instituciones republicanas de gobierno. Por ende, la retención de las Filipinas era una seria amenaza a las instituciones políticas de los Estados Unidos. Su independencia no sólo conciliaría al país con su tradición anti-colonial, sino que también garantizaría la supervivencia de la libertad, la democracia y la forma de vida de la que disfrutaban los ciudadanos norteamericanos.31 El impacto potencial de las Filipinas sobre las instituciones políticas norteamericanas fue también discutido en el Congreso en la década de 1930, pero no con la misma intensidad que antes.32 Como en décadas anteriores, la concesión de la independencia fue presentada como un paso de reafirmación del carácter republicano y, por ende, antiimperialista de los Estados Unidos. Para quienes así pensaban, la independencia de
31 Ver capítulo 1. 32 William H. King (D-Utah), Ralph F. Lozier (D-Missouri), Edwin S. Broussard (D-Louisiana), John M. Jones (D-Texas) y Joe Crail (R-California).
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las islas traería al país de vuelta a sus foundation principles (principios fundacionales).33 El más consistente entre los defensores de tal idea en la década de 1930 fue el representante Ralph Lozier (D-Missouri). Durante ese periodo, Lozier participó en casi todas las discusiones congresuales en torno a la independencia. ¿Por qué un abogado y granjero de Carrolton, Missouri, se embarcó en una defensa apasionada de la independencia filipina? No hay un respuesta definitiva para esta pregunta, pero los intereses agrícolas de Lozier pueden brindar ciertas pistas. Después de quedar fuera del Congreso en 1934, Lozier regresó a Carrolton y se dedicó a «actividades agrícolas».34 Tres años más tarde, el ex legislador testificó en las audiencias del Comité de Pesos y Medidas de la Cámara de Representantes sobre la Ley de Marihuana de 1937. Lo interesante de la comparencia de Lozier es que testificó en su condición de cónsul general del Instituto Nacional de Productos Oleaginosos, una asociación compuesta por productores y distribuidores de aceite de semillas.35 Durante la década de 1930, los productores norteamericanos de aceite vegetal, preocupados por la competencia, real o imaginada, del aceite de coco filipino, se unieron a los sindicatos obreros y a los granjeros en su cruzada a favor de la independencia de las Filipinas.36 Por consiguiente, se podría alegar que el compromiso de Lozier con la independencia estaba influenciado por sus vínculos con la producción de aceite vegetal en los Estados Unidos. Sin embargo, es necesario destacar que, a pesar de sus lazos con intereses agrícolas, Lozier no basó su defensa de la independencia en argumentos económicos, sino ideológicos, morales y políticos.
33 CR, H, 73-1, vol. 77, March 19, 1934, 4842. El senador King definió este tema muy bien durante los debates legislativos de 1929: «Esta gran República no puede permitirse políticas imperialistas. Esto debilitaría nuestras instituciones, corroería el espíritu de libertad y democracia que debe guiar nuestras vidas y determinar nuestras políticas nacionales. Lincoln entendió que los Estados Unidos no podían sobrevivir siendo un país mitad esclavista, mitad libre. Esta República no puede ser imperialista y preservar su integridad, sus ideales, sus instituciones democráticas». CR, S, 70-2, vol. 70, February 20, 1929, 3836. 34 Biographical Directory of the United States Congress, http://bioguide.congress.gov/scripts/ biodisplay.pl?index=L000489. Consultado el 3 de febrero de 2009. 35 Schaffer Library of Drug Policy, http://www.druglibrary.org/Schaffer/hemp/taxact/lozier.htm. Consultado el 3 de febrero de 2009. 36 Brands, 1992, 150.
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Para Lozier los Estados Unidos eran «la República excepcional del mundo», por lo tanto, no debe sorprender que se opusiera a la retención de las Filipinas en términos ideológicos. Según él, Para las monarquías no es contradictorio gobernar pueblos sometidos al otro lado del mundo, dominar razas extrañas y negarles el derecho al gobierno propio, pero tales políticas son absolutamente repugnantes para el genio y el espíritu de nuestras instituciones. No debemos permitir que una doctrina cínica y funesta nos saque de nuestro sendero histórico o permitir que anule nuestro sano juicio, destruya nuestros altos ideales, nuble nuestra conciencia, reprima nuestros impulsos o sofoque el sentimiento mayoritario del pueblo norteamericano.37
Es evidente que para Lozier la posesión de colonias era sólo compatible con sistemas monárquicos de gobierno, de ahí que vincule la retención de las Filipinas con el despotismo asociado a las monarquías. Para él, la libertad y la democracia eran expresiones republicanas. Negar tal libertad era, por ende, una actitud anti-republicana. Así pues, no debe sorprendernos que Lozier concluyese que mantener a los filipinos sometidos al control de los Estados Unidos era una acción anti-republicana.38 En su narrativa, la retención de las Filipinas era una aberración que iba en contra del «genio y el espíritu de nuestras instituciones».39 Los Estados Unidos no tenían otra opción que la de ser fieles consigo mismos, concediéndole la independencia a las islas. El senador demócrata por Louisiana Edwin S. Broussard también se opuso a la retención de las Filipinas en términos ideológicos. Sin embargo, su caso reviste un interés especial por ser un gran defensor de la independencia filipina en términos económicos. El 30 de septiembre de 1929, Broussard apoyó la independencia como un mecanismo para acabar con la competencia de los productos agrícolas filipinos que afectaba a los granjeros norteamericanos. Lo curioso del discurso de Broussard es que comenzó justificando la independencia en términos económicos, pero terminó recurriendo al republicanismo. Según él, No hay lugar en esta República para una colonia. Repudiamos el colonialismo cuando nos separamos del Imperio Británico. Nuestro ideal, como se ha 37 CR, H, 72-1, vol. 75, February 26, 1932, 4834. Énfasis añadido; TA. 38 Ibíd., April 5, 1932, 7516. 39 Ibíd., January 4, 1932, 1239; TA.
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demostrado en el pasado, es de un país de estados y territorios libres, cada uno parte integral de la Nación y entre los cuales existe libre comercio. […] No tenemos derecho moral o legal para mantener sometidos a los filipinos. Dado que no son una parte integral de nuestra Nación y que nuestro país no es un imperio con colonias, sino una República compuesta por estados y territorios libres, debemos tomar las medidas necesarias para concederles la independencia (a las Filipinas).40
Es evidente que para Broussard el colonialismo era contrario a las instituciones políticas y a la historia norteamericanas. La retención de las Filipinas era una contradicción a la que los norteamericanos debían poner fin. Es interesante que, aún un devoto defensor de su independencia por razones económicas como Broussard, recurra a elementos ideológicos para justificar sus argumentos. Esto confirma la importancia de éstos en la discusión congresual sobre el futuro de las Filipinas. LAS FILIPINAS COMO UN PROBLEMA MORAL En las décadas de 1900, 1910 y 1920, los congresistas opositores a la retención de las Filipinas usaron elementos morales para cuestionar la presencia en el archipiélago.41 Sin embargo, el uso de este argumento en la década de 1930 sufrió un interesante giro, pues no sólo fue más intenso, sino que también estuvo caracterizado por una fuerte tendencia anticolonial y la defensa del derecho a la auto-determinación. Un buen número de congresistas cuestionaron el control de las islas por considerarlo inmoral, pues no estaba basado en el consentimiento de los filipinos. Para ellos, era injusto y equivocado mantenerlas bajo la bandera norteamericana en contra de la voluntad de sus habitantes. De esta forma cuestionaron la base ideológica del control norteamericano: la idea de un colonialismo ilustrado. En otras palabras, ¿cómo podía ser altruista un gobierno basado en una imposición militar? El 28 de enero de 1925, el representante Otis T. Wingo (D-Arkansas) planteó que el control de las Filipinas era inmoral porque no estaba basado en el consentimiento de sus habitantes. Para Wingo, el alegado atraso 40 CR, S, 70-1, vol. 71, September 30, 1929, 4063. Énfasis añadido; TA. 41 Ver capítulo 1, 26 y 32-33; capítulo 3, 141 y 142.
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económico y cultural de los filipinos no era razón suficiente para justificar el control del archipiélago. De igual forma, no creía que la concesión de la independencia dependiera de la capacidad de los filipinos para «mantener la peculiar forma de gobierno que en su gran sabiduría el pueblo norteamericano estableció en el territorio continental de los Estados Unidos».42 Wingo opinaba que los filipinos, como el resto de los pueblos que habitan la Tierra, serían capaces de desarrollar un tipo de gobierno «que llenara sus necesidades particulares».43 Los comentarios de Wingo provocaron la reacción del representante Knutson, quien le preguntó a su colega si creía que los nativos norteamericanos y los haitianos tenían también derecho al auto-gobierno. Su respuesta fue muy interesante, pues defendía el derecho al auto-gobierno y la descolonización: Yo estoy a favor de la independencia del individuo, a favor de que cada comunidad se gobierne a sí misma; cada pueblo separado de nosotros como los filipinos tiene el derecho a gobernarse como les plazca. Superemos la política partidista y reconozcamos su derecho.44
La respuesta de Wingo refleja una posición muy liberal, pues reconoce el derecho de los pueblos no blancos a gobernarse a sí mismos. Además, es evidente para Wingo la independencia era un derecho de los filipinos que los norteamericanos no podían negar sin dañar la naturaleza misma de su nación. En 1926, el senador King cuestionó el control de las Filipinas en términos muy similares a los de Wingo. Para él, el gobierno norteamericano en el archipiélago era inmoral, pues no contaba con el aval del pueblo filipino. Como Wingo, King combinó planteamientos morales con una seria preocupación del posible impacto de las Filipinas sobre el sistema político norteamericano. Para el senador por Utah, ninguna república podía gobernar sobre otra nación sin poner en peligro sus instituciones políticas. En otras palabras, King recurrió a un argumento usado ampliamente por los opositores a la política norteamericana en las Filipinas: el colonialismo y el republicanismo eran totalmente incompatibles.45 42 43 44 45
CR, H, 68-2, vol. 56, January 28, 1925, 2594-2595; TA. Ibíd., 2595; TA. Ibíd., 2597; TA. CR, S, 69-1, vol. 67, February 16, 1926, 4075.
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En la década de 1930 los cuestionamientos morales del control norteamericano de las Filipinas se volvieron más fuertes. Dada la fuerza de los argumentos económicos usados para justificar la independencia, un grupo de legisladores insistió en que el problema filipino era algo más que un asunto económico.46 Para ellos, se trataba de un serio problema moral y ético. En palabras del representante Edward E. Cox, las Filipinas eran «el esqueleto en nuestro armario y, mientras lo mantengamos ahí, nos sentiremos culpables».47 Para este grupo de legisladores, la independencia era un derecho de los filipinos que el gobierno norteamericano no podía ni debía negar. El representante Lozier (D-Missouri) fue el más insistente de los miembros de este grupo. Defendió la independencia de las Filipinas desde puntos de vista morales e ideológicos, combinando un fuerte antiimperialismo, republicanismo e idealismo. Lozier planteaba que la política norteamericana hacia las Filipinas, así como también la política exterior de los Estados Unidos, debían estar basadas en altos preceptos morales (transparencia, respeto, consistencia y sinceridad). Para él, el problema filipino era muy claro: el control norteamericano era inmoral porque no estaba basado en el consentimiento de los filipinos y la independencia era un derecho suyo que los Estados Unidos no podían negarles. De igual forma rechazaba que el problema filipino fuese económico porque, para él, lo que estaba en juego en las islas era el honor y el prestigio internacional de los Estados Unidos. Ante tal situación sólo existía una salida, la total y absoluta independencia de las Filipinas. Según Lozier, Debemos resolver nuestros problemas con los filipinos de forma tal que no conlleve un sacrificio de nuestro honor nacional, que no viole los principios e ideales en que se funda nuestro gobierno, sin violar los derechos de los filipinos, sin desamparar su auto-estima y derechos, y sin disminuir la confianza, buena voluntad y afecto que ahora existen entre el pueblo norteamericano y la raza filipina.48
46 Lozier (D-Missouri), Hawes (D-Missouri), King (R-Utah), Fiorello LaGuardia (D-New York), Edward E. Cox (D-Georgia), Byron Berry Harlan (D-Ohio), Ralph Waldo Emerson Gilbert (DKentucky), Adolph J. Sabath (D-Illinois), Conrad G. Selvig (R-Minnesota), Oliver T. Cross (D-Texas) y John M. Nelson (R-Wisconsin). 47 CR, H, 72-1, vol. 75, January 4, 1932, 1240. Énfasis añadido; TA. 48 Ibíd., May 26, 1932, 11356; TA
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«An American Pledge» Los congresistas que concedieron importancia al aspecto moral del problema filipino reclamaban la existencia de una promesa y un compromiso norteamericanos con la independencia de las Filipinas. Los defensores de esta idea no aclararon el origen de tal promesa; sin embargo, parece ser que algunos de ellos basaban sus reclamos en el preámbulo de la Ley Jones y en un supuesto compromiso histórico con la independencia filipina.49 Independientemente del origen de esta alegada promesa, los legisladores que afirmaban que existía planteaban que el honor y credibilidad norteamericanos estaban en juego. Para ellos, el incumplimiento de tal solemn pledge («promesa solemne») mancharía la reputación internacional de los Estados Unidos.50 Por lo tanto, la independencia no era una opción ni un acto de cobardía, sino una obligación. Es decir, los norteamericanos debían abandonar las islas no porque temieran las consecuencias de su presencia en ellas, sobre todo militares, sino porque habían empeñado su palabra.51 Esta idea no fue tan relevante en las discusiones congresuales llevadas a cabo entre 1925 y 1929.52 Sin embargo, esto no quiere decir que no se enfocara la independencia filipina desde esta óptica ética. Por ejemplo, en 1929, el senador King no sólo subrayó que existía un compromiso norteamericano con la independencia, sino que también hizo una seria defensa de la capacidad política de los filipinos para gobernar su país. Según éste, Los Estados Unidos no pueden darse el lujo de ser poco sinceros o permitirse artimañas o jugar con un pueblo orgulloso y progresista. Las Filipinas pertenecen a los filipinos, no a los Estados Unidos. Ellos demandan que este gobierno cumpla su promesa, retire su soberanía y reconozca la independencia de las islas Filipinas. Los filipinos han demostrado su capacidad para el gobierno propio, han hecho progresos y avanzado de una manera satisfactoria por el camino del desarrollo nacional, intelectual y el progreso moral.53 49 Para el preámbulo de la Ley Jones ver capítulo 5, página 216, nota 31. 50 La frase es del representante John E. Rankin (D-Mississippi). CR, H, 73-2, vol. 78, March 19, 1934, 4840. Énfasis añadido; TA. 51 Lozier (D-Missouri), King (D-Utah), Cross (D-Texas), Gilbert (D-Kentucky), Cox (DGeorgia), Kenneth D. Mackellar (D-Tennessee), Dingell (D-Michigan), John McDuffie (D-Alabama), Richard J. Welch (R-California), John D. M. Johnson (Farmer Laborite-Minnesota), John E. Rankin (D-Mississippi) y Charles G. Edwards (D-Georgia). 52 Durante ese periodo sólo he encontrado dos congresistas apoyando la independencia desde una perspectiva moral: Gilbert en 1926 y 1928, y King en 1929. 53 CR, S, 70-2, vol. 70, February 20, 1929, 3835. Énfasis añadido; TA.
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A diferencia de lo que había ocurrido en el pasado, en la década de 1930 la idea de una promesa de independencia fue usada por un buen número de congresistas. Uno de ellos fue el representante Richard J. Welch, quien en 1934 recalcó que había una promesa norteamericana. Según él, en 1898 los Estados Unidos manifestaron su deseo de no ocupar las Filipinas de forma permanente, sino de asistir a sus habitantes en el desarrollo de un gobierno estable que les garantizase su libertad.54 La petición de independencia que hacían los filipinos estaba en completa armonía con la promesa que se les había hecho treinta años atrás. Así pues, no pedían nada extraordinario, sino algo para lo que no sólo estaban preparados, sino que también se les había sido prometido.55 Por su parte, el representante Magnus Johnson (Farmer LaboriteMinnesota)56 combinó su preocupación económica con aspectos morales. Éste era un feroz defensor de la independencia como un mecanismo para frenar la competencia de los productos agrarios y los inmigrantes filipinos.57 Sin embargo, reconoció que había un lado moral que los Estados Unidos no podían obviar, pues existía una promesa de independencia que tenía que ser respetada. Para Johnson, la independencia le haría justicia no sólo a los trabajadores y agricultores norteamericanos, sino también a los filipinos.58 El representante Charles Gordon Edwards (D-Georgia) identificó las inversiones en las Filipinas como el factor que evitaba que el gobierno estadounidense cumpliese con la promesa de libertad que se había hecho, y 54 Desafortunadamente, Welch no aclara cómo y cuándo fue hecha tal promesa. 55 CR, H, 73-2, vol. 78, March 19, 1934, 4842. 56 El Minnesota Farmer Labor Party (FLP) fue creado por la Non Partisan League of Minnesota y algunas uniones obreras. Durante las décadas de 1920 y 1930, el FLP se convirtió en una fuerza política de importancia en el estado de Minnesota, llegando a elegir dos senadores federales (Johnson y Henrik Shipsted). Ver Schlesinger, 1985, vol. 6, 2369-2370; Dyson, 1982, y Mazmanian, 1974. 57 El 19 de marzo de 1934, el representante Johnson afirmó que la independencia era necesaria para detener la competencia desleal que sufrían los agricultores y trabajadores estadounidenses de parte de los productos agrícolas y los trabajadores filipinos. La independencia, alegaba Johnson, sería además un paso decisivo en la recuperación económica del país. CR, H, 73-2, vol. 78, March 19, 1934, 4842. 58 Ibíd., 4841-4842. El representante Oliver H. Cross (D-Texas) combinó preocupaciones morales, estratégicas y económicas. En 1930 afirmó: «si queremos ayudar a la primera industria de este país, la agricultura; si queremos mantener nuestro prestigio internacional y evitar la destrucción, tarde o temprano, de nuestra armada valorada en un billón de dólares; si queremos estar a la altura de nuestras pretensiones y cumplir nuestras promesas y mantener nuestro honor sin mancha, entonces, debemos concederle a los filipinos su independencia absoluta sin mayor demora». CR, H, 71-2, May 12, 1930, 8797; TA.
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creía que los intereses económicos no debían ser un obstáculo para cumplir con la palabra empeñada. Es interesante que Edwards reafirme la inocencia de los Estados Unidos al plantear que nunca han sido «una nación imperialista». Para él, la ocupación de las Filipinas no era de carácter colonial porque existía una promesa de independencia. Edwards también reafirma el altruismo norteamericano al alegar que los Estados Unidos siempre procuraban promover «los intereses de la humanidad».59 Sin embargo, consideraba necesario que cumplieran con su promesa de independencia y confirmaran así que no eran una nación imperialista. Además, cumplir con tal promesa era fácil porque, después de treinta años de entrenamiento, los filipinos estaban preparados para gobernar su propio país. En palabras de Edwards: Estoy orgulloso de nuestra gran bandera porque nunca ha sido de agresión, nunca ha sido de conquista, sino que a donde quiera que ha ido ha promovido el bienestar humano. Esperemos que el país nunca se aleje de ese camino. Nosotros le prometimos la independencia a ese paciente pueblo tan pronto como fueran capaces para el gobierno propio. ¿Hay alguna duda de que ya lo son?60
Es necesario señalar que la idea de una promesa de independencia a las Filipinas contó con una pequeña oposición. En 1930, el representante Jonathan M. Wainwright (R-Nueva York) reconoció que algunos generales y presidentes se habían comprometido con la independencia, pero que ello no conllevaba una promesa por parte del pueblo norteamericano. Además, ninguna ley o promesa política estaba por encima de la voluntad del pueblo estadounidense y éste se había expresado en 1900 al reelegir al presidente McKinley, partidario de la retención de las Filipinas.61 La independencia como un derecho Algunos de los congresistas que cuestionaron moralmente la retención de las Filipinas enfocaron el problema desde la óptica de los derechos 59 CR, H, 71-3, vol. 74, December 13, 1930, 630; TA. 60 Ibíd.; TA. 61 CR, H, 71-2, vol. 72, January 13, 1930, 1534-1535. La reelección de William McKinley en las elecciones presidenciales de 1900 fue interpretada por los imperialistas como una muestra de aprobación del electorado a las acciones de su gobierno, durante y después de la guerra hispano-cubanonorteamericana, especialmente la conquista de las Filipinas.
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humanos. Aunque en las décadas previas hubo algunos que cuestionaron la moralidad de las acciones norteamericanas en las islas, este enfoque basado en los derechos humanos es una aportación de los legisladores de la década de 1930. Para estos congresistas, los filipinos tenían derecho a la autodeterminación y a la independencia; por ende, ningún argumento podía justificar que se les negara el derecho a ser libres. Negar tal derecho no sólo era incorrecto, sino también inmoral. Por lo tanto, los Estados Unidos tenían una sola opción: reconocerles el derecho a la independencia y desalojar las islas. El senador demócrata por el estado de Utah William H. King fue el más ferviente defensor de esta idea. En 1934, argumentó que el problema filipino era una cuestión de derechos humanos, cuya solución estaba por encima de cualquier fórmula legal, pues la independencia era un «preciado derecho del hombre» que los Estados Unidos le habían estado negando a los filipinos. Tal posición era «indigna de esta República» y precisaba ser enmendada.62 King tenía una visión amplia sobre el significado de la independencia, pues la vinculaba con la promoción del respeto a nivel mundial a las naciones pequeñas. De acuerdo con él, No debemos regresar a los días de los gobiernos autocráticos, al gobierno de estados poderosos que ejercen su dominio sobre tierras distantes y pueblos extranjeros. Más bien deberíamos promover la democracia, el espíritu del liberalismo, el desarrollo de las pequeñas unidades, el reconocimiento del individuo como la verdadera unidad vital y el factor más importante en el desarrollo social, político, intelectual y moral del mundo.63
King veía la independencia de las Filipinas como un paso hacia la descolonización del mundo y la creación de un nuevo orden mundial basado en la igualdad de las naciones. Estaba a favor de una política exterior que promoviera la democracia y el liberalismo, y por ello consideraba necesario que los Estados Unidos se colocaran del lado de los débiles y de los pequeños y contra la agresividad colonial de las otras potencias mundiales. 62 CR, H, 73-2, vol. 78, March 1, 1934, 3466. Según King, «Cuando tratamos con derechos humanos, libertades y naciones, ninguna fórmula legal debe interponerse en el camino de la justicia, la libertad y los derechos de la humanidad». CR, S, 70-2, vol. 70, February 20, 1929, 3840. Énfasis añadido; TA. 63 Ibíd.; TA.
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La independencia de las Filipinas sería, según él, un paso importantísimo en esa dirección. Su visión estaba muy próxima a la de un grupo de congresistas disidentes conocidos como los peace progressives («los progresistas pacifistas»), que adoptaron una clara posición antiimperialista en la década de 1920. Éstos querían promover la paz a través de una política exterior basada en «líneas reformistas».64 De acuerdo con el historiador Robert D. Johnson, este grupo de legisladores quería «que los Estados Unidos emplearan una variedad de tácticas económicas, morales y diplomáticas a favor de los pueblos y estados débiles para ayudar en la creación de lo que ellos esperaban fuera un orden internacional más estable y pacífico».65 A pesar de su cercanía a los peace progressives, un abogado corporacionista y mormón como King «no encajaba en el perfil de un senador disidente clásico».66 Sin embargo, se convirtió en un empecinado enemigo del gasto naval, un fiero oponente de la ocupación norteamericana de Haití y un gran partidario de la Liga de Naciones. En ese sentido, no debe sorprendernos que se opusiera a la construcción de una armada poderosa, alegando que ésta sería usada contra las naciones débiles, y que además fuera el autor de enmiendas a favor de la retirada de las fuerzas militares estadounidenses de Haití. A pesar de su carácter conservador, favoreció una política exterior basada en el respeto a los derechos de los pueblos más vulnerables.67 King planteó también la independencia filipina como una acción necesaria para despejar las dudas sobre la naturaleza antiimperialista de la nación. Al respetar la palabra empeñada en las islas, los Estados Unidos mejorarían notablemente su credibilidad y liderazgo a nivel mundial.68 Un buen ejemplo del anti-imperialismo-moralista de King lo encontramos en un debate con el senador Millard Tydings (D-Maryland), celebrado en febrero de 1929. Durante este debate Tydings alegó que las islas estaban más seguras como colonia de los Estados Unidos de lo que 64 Johnson, 1995, 2-3. 65 Ibíd. 66 Ibíd., 263-265. 67 Ibíd. El historiador norteamericano H. W. Brands (1992, 155) nos recuerda que King era senador de un estado azucarero, lo que podría ayudar a entender su apoyo a la independencia del archipiélago. Sin embargo, esto no explica el fuerte carácter moral e ideológico de su cruzada a favor de las islas. 68 King estaba convencido de que tras la concesión de la independencia, «El mundo aclamaría nuestro proceder y quienes hoy nos critican, porque temen que somos imperialistas, se quedarían sin argumentos y unirían sus voces al coro de elogios y buena voluntad que de seguro sería escuchado en todas partes del mundo». Brands, 1992, 155; CR, S, 70-2, vol. 70, February 20, 1929, 3842; TA.
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lo estarían como nación soberana. Según Tydings, tras la salida de los norteamericanos las Filipinas serían presa fácil de alguna otra potencia que no sería tan «amable» con sus habitantes, posibilidad que le perturbaba. Los planteamientos de su colega provocaron una fuerte reacción de King, quien le recordó al senador por Maryland que, desde los tiempos de Roma, las potencias coloniales habían usado los supuestos beneficios del colonialismo para justificar su dominio sobre naciones más débiles. King se reafirmó en que tal argumento era anti-republicano y, por ende, anti-americano (un-American). En un arranque de lo que podríamos denominar idealismo, King le contestó a Tydings que prefería ver las Filipinas sometidas por alguna otra potencia a retenerlas bajo la bandera norteamericana en contra de la voluntad de los filipinos.69 Finalmente, cerró su participación en este debate subrayando su anti-colonialismo. Según él, No tenemos derecho a imponerles (a los filipinos) nuestras opiniones por la fuerza, aun cuando éstas y nuestra civilización se encuentren en el estándar más alto.70
En este debate Tydings reprodujo la idea del colonialismo ilustrado, es decir, la representación del colonialismo norteamericano como fuente de protección y progreso material para los filipinos. Tydings consideraba que el dominio norteamericano era preferible a las incertidumbres y peligros asociados a la independencia. Por el contrario, King creía que el derecho a la libertad de los filipinos era más importante que cualquier supuesto beneficio material que pudiesen recibir de su situación como colonia de los Estados Unidos, incluyendo la protección contra una potencial agresión externa. Para King, el colonialismo no tenía justificación alguna. El senador por Utah también se mostraba preocupado por las instituciones republicanas norteamericanas. Para él, controlar las Filipinas sin el consentimiento de sus habitantes era contrario al sistema republicano. La independencia filipina fue defendida por King como la reconciliación entre el discurso y la práctica política de los norteamericanos. No era suficiente que los Estados Unidos reclamaran ser una república democrática y anti-colonial, sino que también era necesario que actuaran como tal.
69 Ibíd., 3842-3843. 70 Ibíd., 3843; TA.
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Una vez más encontramos a King argumentando que la idea de un colonialismo altruista no era exclusiva de los norteamericanos, sino tan antigua como el imperialismo mismo. Al plantear que los imperios siempre habían justificado su dominio, afirmando que éste era en beneficio de los dominados, King le da un duro golpe a uno de los pilares sobre los que se había sostenido la justificación de la presencia norteamericana en las Filipinas. En otras palabras, para King el colonialismo en las Filipinas no tenía nada de excepcional y no había forma de justificarlo, sobre todo tratándose de una república democrática como los Estados Unidos. LA REPRESENTACIÓN DE LOS FILIPINOS Desde la llegada de los primeros estadounidenses a las Filipinas, sus habitantes —como ya hemos visto en capítulos anteriores— fueron sometidos a la observación y escrutinio de escritores, oficiales coloniales, misioneros, periodistas, viajeros e intelectuales norteamericanos.71 Se les representó como un pueblo carente de homogeneidad lingüística y religiosa, salvaje y sin historia, racialmente inferior, dividido en tribus y totalmente incapaz para el auto-gobierno. Tal representación jugó un papel importantísimo en la justificación del control norteamericano como una empresa civilizadora y como un nation-making process.72 Entre los años 1925 y 1934 el cuestionamiento sobre sus destrezas políticas, el nivel cultural, la naturaleza racial y la historia filipina continuaron provocando serios debates entre los miembros del Congreso. Después de más de treinta años de dominio norteamericano, algunos congresistas sintieron la necesidad de explicar y describir las Filipinas. Para éstos la ignorancia que aún existía en los Estados Unidos sobre las islas no permitía al pueblo norteamericano entender las dimensiones del problema.73 Buscando remediar tal ignorancia algunos miembros del Congreso explicaron 71 Ver capítulo 2. 72 Ver capítulo 1. 73 Según el senador Hawes, «Si los norteamericanos retiraran por un momento su atención de Haití y Nicaragua, los dos países a donde hemos enviado a nuestros infantes de marina, y prestaran atención a las Filipinas podría solucionarse el problema que estos pueblos (los filipinos) representan para nosotros y para ellos mismos. El problema de la independencia de las Filipinas sería resuelto una vez que los norteamericanos entendiesen que las Filipinas son parte de Asia, que sus 13.000.000 habitantes son malayos y orientales, que las islas no se encuentran en la ruta comercial entre los Estados
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y describieron las Filipinas y a sus habitantes no sólo para sus colegas, sino también para sus conciudadanos. Uno de ellos fue el representante John M. Nelson (R-Wisconsin), quien en 1930 argumentó que los norteamericanos tenían una idea incorrecta de las Filipinas gracias a la campaña publicitaria llevada a cabo por los enemigos de su independencia. Según Nelson, el objetivo de sus comentarios era precisamente superar esa visión incorrecta que predominaba entre los norteamericanos. Según él, Los filipinos no eran salvajes cuando fueron «descubiertos» por los norteamericanos ni por los españoles. […] Tras siglos de contacto con las civilizaciones china e india, con 300 años de contacto con la cultura y la civilización secular y religiosa española y con 30 años de contacto con la civilización política y económica norteamericana, el pueblo filipino, el 90 por ciento cristiano, ha alcanzado una etapa de desarrollo que demanda libre expresión y gobierno propio.74
En esta cita Nelson reinventa a los filipinos como un pueblo civilizado y con una historia previa a la llegada de los españoles. Según él, a la llegada de los norteamericanos, los filipinos no eran un pueblo de salvajes, pues habían estado bajo la influencia de España durante trescientos años, a los que añade los treinta años de contacto con la civilización y las instituciones políticas norteamericanas. En otras palabras, los filipinos tenían trescientos treinta años de contacto con la civilización occidental. Es necesario destacar la representación de España que hace Nelson, pues no lo describe como un poder colonial explotador, sino que lo transforma en una de las fuentes de donde se nutrió la civilización filipina. Con ello rompe con el tradicional uso de los fracasos y limitaciones del colonialismo español en las Filipinas para justificar el control norteamericano de las islas. También en 1930, el representante Lozier argumentó que «muchos norteamericanos carecen de información correcta con relación a los habitantes de las islas Filipinas».75 Para combatir tal ignorancia Lozier nos brinda una interesante descripción de la geografía, la historia y los orígenes raciales de los filipinos. El representante describe las Filipinas como un conjunto de islas a 12.000 millas náuticas de la ciudad de New York y Unidos y China y Japón, que la distancia entre nuestra costa y Manila no puede ser neutralizada por nuestro ejército y nuestra armada». CR, S, 72-1, vol. 75, July 1, 1932, 4476; TA. 74 CR, H, 71-2, vol. 72, January 31, 1930, 2787. Énfasis añadido; TA. 75 Ibíd., June 25, 1930, 11701.
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7.000 de San Francisco, enfatizando así la gran distancia que las separaba de los Estados Unidos como un elemento que los norteamericanos tenían que tener muy presente. Como veremos, este tema será de gran importancia en el análisis estratégico de los congresistas en la década de 1930. Luego Lozier nos brinda un recuento de la historia de las Filipinas desde la llegada de los españoles en el siglo XVI hasta la conquista norteamericana en 1898. Es significativo que enfoque también la historia previa a la llegada de los españoles, recalcando la relación de las islas con China y el mundo musulmán.76 Además, le aclara a sus compañeros que habían formado parte de los imperios malayos. En otras palabras, Lozier reconoce que la historia y la cultura filipinas no comenzaron ni con la llegada de los españoles ni con la de los norteamericanos. Asimismo, abordó a la población de las islas clasificándola en tres grupos religiosos-culturales: la «gente de las montañas», los moros y los cristianos. A estos últimos los dividió en dos clases sociales: los «caciques» («en su mayoría mestizos con sangre china o española»), que constituían la clase adinerada, y los taos o clase campesina.77 Es significativo que Lozier no mencione las supuestas diferencias irreconciliables entre los grupos que vivían en las islas (moros vs. cristianos), ni que tampoco los clasifique en tribus. Lozier reconoce que existían diferencias entre ellos, pero no le da mayor importancia ni las considera un obstáculo para la independencia. Aquí encontramos una ruptura significativa con la imagen tradicional sobre los filipinos, pues si bien reconoce las diferencias religiosas y culturales que existían, no las considera causa suficiente para impedir la independencia de las islas; como tampoco recurre al concepto de tribu, tan importante en el desarrollo de las prácticas coloniales norteamericanas del siglo XVII.78 Lozier racializa a los filipinos identificándolos como miembros de la raza malaya.79 Sin embargo, aquí rompe también con la representación tra76 El representante John E. Rakin (D-Mississippi) también enfatizó los vínculos históricos de las Filipinas con China y Japón. Según él, «Ellos tienen una civilización tan antigua como la de los chinos y japoneses, y es absurdo alegar que les estamos concediendo algo que no pueden manejar. En mi opinión, los filipinos pueden hacerse cargo de sus asuntos como otras muchas naciones son capaces de hacerlo hoy en día». CR, H, 73-2, vol. 78, March 19, 1934, 4840; TA. 77 Ibíd., 11701. 78 Ver capítulo 2, 64. 79 Según Lozier, la raza malaya «es una de las cinco grandes familias de la humanidad, según la clasificación hecha por Jean Frederick Bluemenbach en 1775, y comprende los habitantes no negros
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dicional sobre ellos, pues afirma que el contacto directo con la civilización y la religión occidentales colocaba a los filipinos por encima de la mayoría de los miembros de su raza, y destacaba que eran una raza más cristiana que otras «de las llamadas razas atrasadas y sometidas». Gracias a ello, habían desarrollado su «lado espiritual» y superado a los demás miembros de la raza malaya «a nivel religioso, ético, moral y cultural».80 Los planteamientos de Nelson y Lozier reflejan la actitud de un grupo de legisladores que, en la década de 1930, reinventaron a los filipinos y su historia para justificar la salida norteamericana de las islas.81 En sus discursos, los filipinos dejaron de ser un pueblo de salvajes, divididos religiosa y lingüísticamente, sin historia e incapaces políticamente, para convertirse en un pueblo preparado para la independencia. La capacidad política de los filipinos Desde 1898 se justificó la retención de las Filipinas alegando que sus habitantes carecían de la capacidad política necesaria para gobernar su propio país y que, por ende, no se les podía dejar solos. En otras palabras, los norteamericanos habían retenido las islas bajo su control no porque estuvieran motivados por razones expansionistas o imperialistas, sino porque la incapacidad política de los filipinos no les dejó ninguna otra opción. De esta forma, la ocupación era presentada como una especie de accidente histórico, y los norteamericanos se quedaron allí para cumplir su responsabilidad de pueblo civilizado, educando a los filipinos, y no porque quisieran conquistarles u obtener beneficios económicos con el control de las islas. Para quienes así pensaban, los Estados Unidos no podían abandonar las islas en tanto que sus habitantes no fuesen capaces de gobernarse a sí mismos. Esta idea fue una de las bases sobre la que se construyó la representación del colonialismo norteamericano como una empresa altruista. Por lo que dominan en las regiones costeras de la península Malaya y Oceanía, el archipiélago de las Indias Orientales, extendiéndose desde la península Malaya hasta Timor y, de ahí, al norte de Luzón». CR, H, 73-2, vol. 78, March 19, 1934, 11701-11702; TA. 80 Ibíd., 11703; TA. 81 King, Hawes, Wingo, Cross, Burton K. Wheeler (D-Montana), John McDuffie (D-Alabama), John B. Snyder (D-Pennsylvania), John E. Rankin (D-Mississippi), Charles J. Colden (D-California), Ralph Gilbert (D-Kentucky), Leonidas C. Dyer (R-Missouri), Arthur P. Lamneck (D-Ohio), Joe Crail (R-California).
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tanto, alegar que los filipinos estaban preparados para el auto-gobierno era cuestionar la lógica que justificaba la tutela norteamericana. Por eso no nos debe sorprender que éste fuera un tema discutido desde el principio hasta el momento final de la ocupación. El tema de la capacidad política de los filipinos figuró prominentemente en los debates del Congreso sobre las islas registrados entre 1925 y 1934. Por ejemplo, en 1926, el representante Ralph Gilbert (D-Kentucky) alegó que era injusto usar los logros políticos norteamericanos como patrón para juzgar la habilidad política de los filipinos.82 Gilbert le recuerda a sus colegas que «los pueblos angloparlantes se habían destacado en asuntos gubernamentales en el mundo moderno, como los romanos lo habían hecho en la Antigüedad y, por lo tanto, no era justo aplicar sus estándares de gobierno».83 En otras palabras, la capacidad política era una destreza innata de la raza anglo-sajona que los filipinos podrían desarrollar, pero nunca estarían a la altura de los norteamericanos por razones raciales. En la década de 1930, este tema también fue discutido en el Congreso; sin embargo, durante este periodo muy pocos congresistas cuestionaron la capacidad política de los filipinos.84 Por el contrario, un buen número de ellos defendió dicha capacidad como base para justificar la independencia de las islas;85 al mismo tiempo que reconocían que su supuesta incapacidad había sido un argumento esgrimido por los que se oponían a la independencia. Alegaban además que no había razón para posponerla, porque los filipinos estaban listos para ella. En 1931, el representante Leonidas C. Dyer (R-Missouri) planteó que era imposible determinar con total certeza cuán preparados estaban lo filipinos para el auto-gobierno mientras continuasen bajo el control de los Estados Unidos. En su carácter personal Dyer creía que estaban capa82 El senador King también se expresó en contra de evaluar las destrezas políticas de los filipinos usando los estándares norteamericanos. Era absurdo, afirmaba King, esperar que aquéllos desarrollaran destrezas políticas similares a las que desarrollaron los norteamericanos tras su independencia. El senador rechazaba el argumento de que el colonialismo norteamericano era una escuela de auto-gobierno para los filipinos, pues estaba convencido de que la soberanía era un requisito para el desarrollo del gobierno propio. CR, S, 69-1, vol. 67, February 16, 1926, 4075. 83 CR, H, 69-1, vol. 67, March 5, 1926, 5087. 84 Sólo hallamos un legislador alegando, en 1934, que los filipinos no estaban capacitados para su auto-gobierno: el representante Charles J. Colden (D-California). CR, H, 73-2, vol. 78, March 19, 1934, 4838. 85 Entre ellos Lanmneck, Gilbert, Lozier, Dyer, McDuffie, Nelson, Crail y King.
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citados para ello, pero recomendaba concederles la independencia y luego juzgar su capacidad política.86 En otras palabras, como sujetos coloniales los filipinos nunca estarían en posición de demostrar sus habilidades políticas plenamente.87 Es interesante que en su afán de demostrar que los filipinos estaban listos para la independencia, Dyer reconociera que, en 1899, habían organizado una república. Esto es así porque la negación o trivialización de tal república fue una constante entre los opositores a la independencia. Según el legislador, los filipinos habían adquirido un grado razonable de entendimiento del concepto anglo-sajón de derechos individuales. Incluso antes de que comenzara la influencia norteamericana en las islas, la garantía de los derechos individuales había sido reconocida en la constitución de la república filipina.88
Dyer no sólo no corta del todo con el pasado, pues no explica qué ocurrió con la república organizada por Aguinaldo, sino que de paso esconde también el colonialismo norteamericano tras la máscara de un eufemismo. Sin lugar a dudas, el representante Lozier fue el más ferviente defensor de la capacidad política de los filipinos durante los debates congresuales de los años 1930. Como Dyer, Lozier reconoció que la supuesta incapacidad política de los filipinos había sido usada históricamente para rechazar su independencia. El problema estaba en pretender que los filipinos desarrollasen «el mismo genio y capacidad que había desarrollado el pueblo norteamericano».89 En palabras de Lozier, Sería extremadamente irrazonable demandar de las masas filipinas, que recientemente han salido de trescientos años de explotación y opresión, el mismo conocimiento íntimo y aplicación eficiente de las bellas artes y de las artes mecánicas y liberales, la misma pasión por el poder, la misma cultura, la misma comprensión de los problemas gubernamentales y el mismo dominio del manejo de los asuntos públicos que el que poseen los ciudadanos de los Estados Unidos tras 150 años de vida y experiencia nacional.90 86 Lozier también consideraba injusto pedirle a los filipinos que demostraran su eficiencia administrativa sin haberles concedido primero la independencia. CR, H, 71-3, vol. 74, May 6, 1930, 8466. 87 CR, H, 71-3, vol. 74, part 7, January 13, 1931, 2113. 88 Ibíd. 89 CR, H, 71-3, vol. 74, May 6, 1930, 8466; TA. 90 CR, H, 72-1, vol. 75, January 4, 1932, 1240; TA.
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Lozier creía que aunque los filipinos no estaban a la altura de los norteamericanos, sí habían desarrollado suficiente capacidad política para gobernarse a sí mismos. Esta cita incluye una dosis ideológica, pues es evidente que Lozier pensaba que el excepcionalismo norteamericano demandaba que los Estados Unidos fuesen justos y magnánimos a la hora de medir la capacidad de los filipinos, pues era imposible que éstos llegasen al mismo nivel. Para Lozier, tal magnanimidad sería otra expresión del carácter altruista del dominio norteamericano en las Filipinas. Para el legislador, esta capacidad política era en gran medida el resultado de la labor educativa de los norteamericanos. El sistema de educación pública establecido, junto con la enseñanza del inglés, juegan un papel muy importante en los argumentos de Lozier. Es necesario señalar que no fue el único miembro del Congreso que alabó la labor educativa realizada en las islas. Un grupo de congresistas alegaron que los filipinos habían desarrollado la capacidad política necesaria para ser independientes gracias al experimento de formación nacional llevado a cabo, y coincidían con Lozier en que la enseñanza del inglés había jugado un papel determinante para transformarlos en una nación preparada para la independencia.91 Por ejemplo, en 1931 el representate Dyer afirmó que como resultado de la enseñanza del inglés durante más de 30 años, un gran número de filipinos, independientemente de su grupo o dialecto, habla la lengua inglesa, que se ha convertido rápidamente en el idioma común a través de las islas, especialmente entre la generación joven.92
El senador King también analizó el significado del sistema educativo establecido, pero desde una perspectiva crítica. King expresó gran admiración por el sistema educativo colonial y enfatizó sus logros: la construcción de ocho mil escuelas y la formación de treinta mil maestros, así como también la creación de colegios de educación superior y universidades. A pesar de su admiración por esta labor educativa, King no pudo menos que concluir que no había garantía de que continuar el control sobre las Filipi91 Dyer, Crail, Cross, McDuffie, King y Snyder también trataron del impacto de la educación norteamericana en el desarrollo de las destrezas políticas de los filipinos. Como vimos en el capítulo 5, en la década de 1910 un grupo de legisladores afirmaron que la enseñanza del inglés era la pieza clave del altruismo norteamericano, pues permitiría a los filipinos convertirse en un pueblo y aspirar a ser libres. Ver capítulo 5, 210-212. 92 CR, H, 71-3, vol. 74, part 7, January 13, 1931, 2112; TA.
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nas preparara mejor a sus habitantes para la independencia. King decía no tener duda de que los norteamericanos habían cumplido su labor y muestra de ello era el carácter democrático y la capacidad política alcanzada por los filipinos. Era necesario, planteaba King, darles la oportunidad de demostrar al mundo que estaban preparados para ser libres.93 Su enfoque era realista, pues admitía que la independencia conllevaba riesgos, pero consideraba necesario enfrentarlos. La continuación del colonialismo no era garantía de que el progreso alcanzado en las Filipinas continuaría, pero la independencia no conllevaría la destrucción automática de ese progreso. REINVENTANDO LA HISTORIA FILIPINA La historia de las Filipinas jugó, como sabemos, un papel importante en la discusión congresual sobre el futuro de las islas durante las dos primeras décadas del siglo XX. Tanto opositores como defensores del control norteamericano hicieron uso de su historia para adelantar sus respectivas agendas, apropiándose del derecho a definir esa historia y negándole a los filipinos el derecho a definir su pasado. En este proceso, los primeros años de la presencia norteamericana fueron de gran interés e importancia, especialmente las acciones de un grupo de oficiales diplomáticos, militares y marinos norteamericanos en el periodo comprendido entre la victoria del almirante George Dewey en mayo de 1898 y el inicio de la guerra filipino-norteamericana en febrero de 1899. La existencia de una alianza filipino-norteamericana contra España, basada en una supuesta promesa de independencia, y la polémica en torno a quién inició la guerra filipinonorteamericana fueron temas controversiales no sólo en el Congreso, sino también públicamente.94 En la década de 1930, el Congreso prestó atención a estas cuestiones de forma muy diferente a cómo se había hecho en años anteriores. Durante esta década un grupo de congresistas reinventó la historia de las relaciones filipino-norteamericanas, reconociendo no sólo la existencia de una alianza, sino también la contribución de los filipinos a la derrota de España. Asimismo, criticaron el proceso que convirtió a las Filipinas en un terri93 CR, S, 73-2, vol. 78, March 1, 1934, 3465. 94 Ver Capítulo 2.
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torio norteamericano, cuestionaron severamente las acciones del almirante Dewey y de otros oficiales, reconocieron a Emilio Aguinaldo como un héroe nacional y aceptaron la responsabilidad de las tropas norteamericanas en el estallido de la guerra que les enfrentó a unos con otros. La adquisición de las Filipinas La adquisición de las Filipinas fue uno de los temas menos mencionados por los legisladores en la década de 1930. Algunos de ellos reprodujeron la explicación tradicional, que adjudicaba el hecho a un accidente histórico, pues había sido el resultado indirecto de una guerra peleada para liberar Cuba. Estaban convencidos de que la guerra contra España había sido motivada sólo por razones humanitarias, no por razones imperialistas y expansionistas. En este esquema, las Filipinas terminaron en manos de los Estados Unidos porque no hubo otra opción ante la incapacidad política de sus habitantes.95 En mayo de 1930 el representante Lozier alegó que Estas islas y sus millones de habitantes de raza marrón fueron dejadas en nuestras puertas por la fortuna de una guerra a la que nos vimos arrastrados. No son el fruto de una guerra de conquista, de expansión territorial o de crecimiento nacional. Son el residuo de una aventura en la que, sin lugar a dudas, actuamos impulsados por motivaciones altruistas, desinteresadas y humanitarias.96
Incluso Lozier, gran defensor de la independencia, no pudo superar esta explicación tradicional sobre su adquisición; según él, los Estados Unidos no conquistaron las Filipinas, sino que las heredaron. Como a un huérfano abandonado a las puertas de un convento, los norteamericanos acogieron a los filipinos bajo su ala protectora. No todos los congresistas pensaban como Lozier. En 1932, el representante Edward E. Cox (D-Georgia) afirmó que la anexión fue en contra de la voluntad del pueblo norteamericano, que esperaba que, tras la derrota de España, las Filipinas recibieran el mismo trato que recibió Cuba, es decir, que se le concediese su independencia. Sin embargo, los imperialistas norteamericanos tenían otros planes para las islas. Es necesario destacar 95 John D. Dingell (D-Michigan), Lozier, Tydings y Hawes. 96 CR, H, 71-2, vol. 74, May 6, 1930, 8463. Énfasis añadido; TA.
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que Cox reconocía que, cuando llegaron los norteamericanos al archipiélago, los filipinos estaban peleando por su independencia y que hubo una alianza filipino-norteamericana. Según Cox, la ayuda filipina fue vital para la victoria contra España.97 El senador Huey P. Long (D-Louisiana) fue un duro crítico de la adquisición de las Filipinas. Este extravagante y ambicioso político sureño fue una de las figuras políticas más importante de la década de 1930. Como gobernador de Louisina (1928-1932), Long desarrolló una fuerte agenda populista y una sólida maquinaria política que le ayudó a convertirse en senador federal en 1932. Aunque apoyó la candidatura presidencial de Franklin D. Roosevelt, Long se distanció del presidente, insatisfecho con la naturaleza y alcance del Nuevo Trato. Long era un populista radical, que proponía la redistribución del ingreso como la única salida de la depresión económica. Para él, el gobierno federal debía usar su poder para cerrar la brecha que existía con los ricos, cobrándole impuestos a los millonarios y a las corporaciones. Tras distanciarse de Roosevelt, Long desató una campaña en contra del presidente y sus políticas reformistas, que dejaba ver una clara intención de aspirar a la jefatura del Estado. En 1935, un asesino puso fin a su carrera y a sus aspiraciones presidenciales.98 Los comentarios de Long sobre las Filipinas pueden entenderse como parte de su campaña contra Roosevelt, pero también como un reflejo de su fuerte aislacionismo. Para él, la guerra con España y la participación estadounidense en la primera guerra mundial fueron errores muy costosos, que no debían ser repetidos. De acuerdo con el senador, Como reveló ayer el senador por Maryland [Tydings], la adquisición de las Filipinas representa una negra marca que el gobierno norteamericano nunca podrá borrar. En primer lugar, nos involucramos en una guerra con España que no era asunto nuestro. Entonces, llegamos a las Filipinas y propagamos entre los filipinos la idea de que debían liberarse del yugo español y declararse libres. Los enviados y almirantes norteamericanos fueron quienes animaron a las tropas de Aguinaldo a rebelarse contra el yugo español y declararse libres e independientes. Cuando los filipinos habían ganado esa independencia, España prefirió entonces rendirse ante los Estados Unidos y nosotros, a pesar de haber incitado la rebelión filipina, aceptamos esa ren97 CR, H, 72-1, vol. 75, January 28, 1932, 2918. 98 Brinkley, 1982; Dethloff, 1967; Hair, 1991, y Williams, 1979.
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dición y pagamos $15.000.000 para tomar control de las islas. Animar a ese pueblo a iniciar una guerra de la cual salieron victoriosos, para luego aceptar la rendición de las islas y robar la independencia que los filipinos habían ganado con las armas, constituye un perfecto acto de piratería internacional cometido por el gobierno de los Estados Unidos.99
Esta cita refleja una compleja interpretación de la historia filipina. Primero, Long califica la adquisición de las islas como una mancha en la historia norteamericana. Con ello, deja claro que se opone a su retención y cuestiona las bases mismas del colonialismo norteamericano en las islas. Segundo, no reconoce la existencia de un movimiento independentista previo a la llegada de los norteamericanos, sino que los filipinos se rebelaron contra los españoles porque fueron instigados por aquellos, y olvida o desconoce que estaban peleando por su independencia desde 1896. Tercero, reconoce que los filipinos habían ganado su independencia y que los norteamericanos les traicionaron, privándoles de ella.100 A pesar de los problemas que hay en su interpretación de la historia filipina, los planteamientos de Long son muy valiosos porque rompen con la versión oficial. El senador King también nos ofrece otra interesante interpretación de la adquisición de las islas. Según éste, los norteamericanos no habían liberado a los filipinos, pues en 1898 ya tenían pleno control de las islas y habían organizado un gobierno republicano. King creía que los filipinos se habían liberado a sí mismos y que fueron los norteamericanos quienes les privaron de esa libertad.101 Esta observación le lleva a hacer un planteamiento mucho más radical que el de Long. Según él, los filipinos habían acabado con la soberanía española antes de que arribaran las tropas norteamericanas; por lo tanto, España no tenía poder para transferir las islas a manos de los Estados Unidos. En otras palabras, King consideraba que el Tratado de París de 1898 y el control norteamericano del archipiélago eran ilegales.102 99 CR, S, 73-2, vol. 78, March 22, 1934, 5097. Énfasis añadido; TA. 100 La cita refleja la persistencia entre los congresistas de una imagen negativa de España, es decir, la de un poder tiránico que tenía sometido a los filipinos a su yugo. Al aceptar la rendición española, el gobierno norteamericano so sólo traicionó a los filipinos, sino también a sí mismo al hacer tratos con una tiranía. 101 Según King, «nosotros no liberamos a los Filipinos; ellos se liberaron por sí solos del control español, y nosotros por la fuerza destruimos su gobierno e impusimos nuestra voluntad y dominio». CR, S, 69-1, vol. 67, February 16, 1926, 4077. Énfasis añadido; TA. 102 CR, S, 69-1, vol. 67, February 16, 1926, 4076; CR, S, 70-2, vol. 70, February 20, 1929, 383; y CR, S, 73-2, vol. 78, March 1, 1934, 3461 y 5005.
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Los representantes John M. Nelson (R-Wisconsin) y Oliver H. Cross (D-Tejas) coincidían con King en que los filipinos se habían liberado antes de la llegada de las tropas norteamericanas. Según Nelson, «es evidente que el pueblo filipino ganó su independencia antes de que los norteamericanos llegaran» a las islas.103 Cross llegó inclusive a coincidir con King en que España no tenía poder para transferirlas a los Estados Unidos porque, en el momento de la firma del Tratado de París, la soberanía era «ejercida por la República Filipina y con el general Aguinaldo como su presidente».104 Cross reconocía la existencia de una república creada por los filipinos, negaba que España tuviese derecho a ceder las islas y cuestionaba la legalidad del control norteamericano. De igual forma Cross reconoció a Aguinaldo como el líder legítimo de los filipinos. La alianza filipino-norteamericana La negación del papel jugado por los filipinos durante la guerra con España fue un tema recurrente en los debates del Congreso. De acuerdo con los nacionalistas filipinos y sus simpatizantes estadounidenses, en 1898 oficiales navales y diplomáticos norteamericanos ofrecieron la concesión de la independencia a cambio de una alianza militar contra España. Como parte de este acuerdo, los rebeldes filipinos debían atacar las fuerzas españolas en el archipiélago y cercar Manila, capital de las islas. Según esta versión, las acciones de los rebeldes habrían falicitado la victoria estadounidense. En las primeras décadas del siglo XX, los opositores a la independencia minimizaron el papel que jugaron los rebeldes filipinos en la derrota española y negaron la existencia de tal alianza militar. Sin embargo, en la década de 1930, algunos legisladores no sólo admitieron la existencia de tal alianza, sino que no tuvieron problemas en reconocer el papel que jugaron los filipinos en la derrota de España.105 En 1932, uno de estos congresistas, el representante Oliver H. Cross (D-Tejas) hizo un análisis detallado de los eventos que ocurrieron en las
103 CR, H, 71-2, vol. 72, January 31, 1930, 2785; TA. 104 CR, H, 71-2, vol. 72, May 12, 1930, 8798. Énfasis añadido; TA. 105 Entre ellos, Cross, Cox y Nelson.
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Filipinas desde la victoria de Dewey hasta la rendición española. Cross, un abogado y agricultor, llegó a estas conclusiones.106 Primera, que los filipinos apoyaron a los norteamericanos en contra de los españoles porque pensaban que con ello lograrían su independencia. Segunda, que tal suposición era correcta, pues los propios norteamericanos habían logrado su independencia con ayuda francesa. Tercera, que el cónsul norteamericano en Hong Kong se había reunido con Aguinaldo en noviembre de 1897 para discutir los términos de una alianza contra España. Cuarta, que el almirante Dewey mantuvo contacto con Aguinaldo mientras el líder filipino se encontraba en Hong Kong. Quinta, que después de la destrucción de la flota española en Cavite, Aguinaldo regresó a las Filipinas a bordo de un barco de la marina norteamericana. Sexta, que el cónsul norteamericano de Hong Kong compró fusiles que les fueron entregados a Aguinaldo. Séptima, que el propio Dewey ordenó que se entregaran a Aguinaldo fusiles y cañones capturados a los españoles.107 Finalmente, tras su análisis, Cross concluía que los hechos confirmaban que hubo una alianza filipinonorteamericana. Cross no sólo reconoció la existencia de esta alianza, sino que también enfatizó el papel que jugaron los filipinos en la derrota de España, debilitando a las tropas españolas y haciendo así mucho más fácil la victoria norteamericana. Prueba de ello era el hecho de que, al arribo de las tropas, casi todo el archipiélago estaba en manos de los rebeldes filipinos, quienes además tenían cercada la guarnición española en Manila.108 Según Cross, De no haber sido por los insurgentes, en vez de 20 muertos y 105 heridos, habríamos tenido miles de muertos y heridos, sin mencionar a aquéllos que habrían estado postrados por enfermedades en las selvas.109
Cross rompió por completo con las explicaciones tradicionales sobre la victoria norteamericana de 1898, reconociendo que la ayuda filipina no sólo había sido clave, sino que también había salvado la vida de muchos soldados. Cross criticaba que tan valiosa ayuda hubiera sido correspondida 106 Para más información sobre Cross puede consultarse el Biographical Directory of the United States Congress, http://bioguide.congress.gov/scripts/biodisplay.pl?index=C000931. Consultado el 23 de diciembre de 2008. 107 CR, H, 73-2, vol. 78, April 4, 1932, 7405-7406. 108 CR, H, 71-2, vol. 72, May 12, 1930, 8797. 109 Ibíd.; TA.
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con una vil traición, que comenzó en el momento mismo de la victoria: una vez que las tropas norteamericanas entraron victoriosas en Manila, les negaron el acceso a la ciudad a las tropas filipinas.110 Es interesante constatar como, en su reinvención de la historia filipina, el representante Cross cuestiona duramente el razonamiento del almirante Dewey. Como sabemos, el estatus de héroe nacional que poseía Dewey había sido usado para desacreditar cualquier cuestionamiento de sus actos en las Filipinas.111 Cross hace varias preguntas muy sencillas: ¿Cómo Dewey y otros oficiales navales y militares no entendieron que Aguinaldo estaba convencido de que la guerra contra España llevaría a la independencia de las Filipinas?¿Cómo pudieron contactar a Aguinaldo en Hong Kong, traerle de vuelta a las Filipinas y armarle, y a la vez alegar que desconocían que Aguinaldo quería la independencia de su país? ¿Cómo entendieron Dewey y otros oficiales norteamericanos el hecho de que los filipinos organizaran una república?112 Es evidente que Cross tenía serias dudas acerca de la veracidad de las alegaciones de Dewey. Para él, las explicaciones dadas por el almirante eran del todo inverosímiles, pues las intenciones de Aguinaldo eran obvias. «The great Filipino revolutionist» En el capítulo 5 vimos cómo la figura de Emilio Aguinaldo fue demonizada por los enemigos de la independencia filipina,113 quienes le despolitizaron, describiéndole no como el líder de un movimiento político, sino como un bandido ambicioso, un tirano y un traidor de su propio pueblo. Además, explicaron la guerra filipino-norteamericana como el resultado de la ambición de un loco —Aguinaldo— y no como la consecuencia de las acciones norteamericanas en las Filipinas. En la década de 1930, la figura de Aguinaldo experimentó en el Congreso una impresionante revisión, pues dejó de ser un bandido y un traidor para convertirse en un héroe nacional. Por ejemplo, en 1932, el senador Hawes (D-Missouri) justificó la independencia recordándole a sus colegas 110 111 112 113
CR, H, 72-1, vol. 75, January 28, 1932, 2918-2919, y April 4, 1932, 7406. Ver capítulo 5, 216. CR, H, 72-1, vol. 75, April 4, 1932, 7406, y CR, H, 71-2, May 12, 1930, 8797. Ver capítulo 5, 215-216.
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senadores que el reclamo independentista era mayoritario entre los filipinos. Según Hawes, Hasta el momento lo que hemos escuchado es la voz unida del pueblo filipino expresada en su congreso nacional, expresada por el viejo Aguinaldo, su héroe nacional, expresada en comunicados de sus hombres de negocios, expresada por cada grupo en las islas.114
Hawes no sólo reconoce que el apoyo a la independencia era mayoritario entre los filipinos, sino que también identifica a Aguinaldo como el héroe nacional. Sin embargo, es curioso que no se nos diga contra quién actuó heroicamente Aguinaldo. Es decir, se reconoce su heroísmo, pero no las razones que lo motivaron, y con ello se hacen invisibles las acciones del colonialismo norteamericano. El representante Cox también participó en la rehabilitación política de Aguinaldo. En 1932, planteó ante la Cámara de Representantes que, En el momento en que la guerra fue declarada, Aguinaldo, el gran revolucionario filipino, se encontraba en Singapur y el cónsul norteamericano en ese puerto, consciente del valor de este líder para su pueblo, se reunió con él en nombre de su gobierno y le pidió que regresara con sus tropas e hiciera causa común con los Estados Unidos en contra de España. Aguinaldo aceptó la oferta.115
En esta cita Cox le reconoce a Aguinaldo su liderazgo político, pues no le presenta como un bandido, sino como el líder de su pueblo, y al mismo tiempo reevalúa otros aspectos de la historia filipina, pues reconoce que hubo un intercambio entre Aguinaldo y autoridades diplomáticas norteamericanas, y parece insinuar incluso una alianza. ¿Por qué esta reevaluación del papel histórico de Aguinaldo? Las fuentes no son claras al respecto, pero podemos afirmar que para la década de 1930 el viejo líder filipino no era ya una amenaza para los Estados Unidos, por lo que reconocer su liderazgo no era considerado un acto antinorteamericano.
114 CR, 71-2, vol. 72, February 17, 1930, 3376. Énfasis añadido; TA. 115 CR, H, 72-2, vol. 76, January 28, 1932, 2917. Énfasis añadido; TA.
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La guerra filipino-norteamericana El origen y las causas de la guerra filipino-norteamericana fue un tema discutido en el Congreso desde el comienzo mismo del control de las islas. Precisar cómo y por qué se inició esa guerra tenía su importancia porque si, como alegaban los partidarios de la independencia, la guerra había sido provocada por los norteamericanos, entonces se podría cuestionar su altruismo y con ello las bases ideológicas del colonialismo norteamericano. Entre 1920 y 1930 este tema fue debatido en el Congreso con menor intensidad que en periodos anteriores. La mayoría de los congresistas no tuvieron mayor reparo en cuestionar la explicación tradicional del conflicto y fueron muy críticos con el comportamiento de las tropas norteamericanas durante la guerra. En 1930, el representante John M. Nelson (R-Wisconsin) afirmó que los norteamericanos se comportaron en las Filipinas tal y como lo había hecho el general Valeriano Weyler en Cuba, pues hasta crearon «campos de concentración». Nelson alegó que los norteamericanos no sólo traicionaron a los filipinos, sino que también les concentraron en campos de exterminio y les reprimieron de forma salvaje. Es interesante que Nelson no considerara salvajes o bandidos a los rebeldes filipinos, sino hombres que estaban peleando por la libertad de su patria contra un poder invasor.116 El representante Cox también abordó este tema, coincidiendo con Nelson en que el comportamiento norteamericano durante la guerra había sido altamente cuestionable, pero centrando su atención en exculpar a los filipinos de la responsabilidad del origen de la guerra. Para este legislador, era evidente que los norteamericanos habían iniciado las hostilidades, no los filipinos.117 Es significativo que tanto Nelson como Cox rescaten del olvido las supuestas atrocidades cometidas por los soldados norteamericanos, un tema de gran importancia a principios del siglo XX, pero que luego desapareció de las discusiones congresuales. Con ello, Cox y Nelson hicieron un aporte a la reinvención de la historia filipina como mecanismo para justificar la independencia de las islas.
116 CR, H, 72-1, vol. 75, January 31, 1930, 2785. 117 CR, H, 72-1, vol. 75, January 28, 1932, 2819.
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EL COLONIALISMO ESPAÑOL El uso del colonialismo español para justificar a su homólogo norteamericano en las Filipinas ha sido un elemento común a lo largo de este estudio. Desde 1898, los norteamericanos usaron las «maldades» y «limitaciones» del gobierno español para justificar su propio colonialismo como una experiencia libertadora para los filipinos. Esta idea no desapareció de las discusiones congresuales en los años de 1930, pero sí hubo un interesante cambio en la actitud de ciertos congresistas hacia los trescientos años de presencia española en las islas. Éstos continuaron haciendo referencia a la tiranía y yugo español, pero no necesariamente para justificar la continuación del colonialismo norteamericano en el archipiélago, sino para resaltar su altruismo hacia los filipinos. Así, la adquisición de las islas no había estado motivada por ambiciones económicas o imperialistas, sino por el deseo de liberar a los filipinos de la tiranía española. La presencia norteamericana es presentada como un acto altruista y un sacrificio. Sin embargo, quienes así pensaban también creían que la labor había finalizado y que era necesario concederle la independencia a los filipinos.118 Así pues, la imagen de España no fue usada para justificar la continuación del colonialismo norteamericano, en lo cual se separaban radicalmente de quienes, en períodos anteriores, habían usado el colonialismo español como justificación para la continuación del norteamericano. Lozier, el gran paladín de la independencia filipina en la década de 1930, también abordó el tema del colonialismo español describiéndolo como medieval, sanguinario, cruel, egoísta y tiránico.119 Según él, en 1898 los norteamericanos retuvieron el control sobre las Filipinas no por razones expansionistas, sino «porque no había otra salida consistente con nuestra dignidad y honor nacionales, y porque el bienestar de los habitantes requería que fueran removidos permanentemente del despiadado control de España».120 Aquí Lozier no sólo reafirma la inocencia y altruismo norteamericanos, sino que alega que las Filipinas no fueron conquistadas, sino rescatadas por los Estados Unidos. Tal liberación fue lo que permitió, 118 Long, Lozier, Lamneck y Cox. 119 Para Lozier, «Después de un largo carnaval de usurpación y continua opresión españolas, los Estados Unidos arrebataron las Filipinas al salvaje dominio de España». CR, H, 72-1, vol. 75, April 5, 1932, 7517; TA. 120 CR, H, 71-2, vol. 72, June 12, 1930, 10582. Énfasis añadido; TA.
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según Lozier, el desarrollo de la capacidad política para el auto-gobierno que a su vez permitía la concesión de la independencia. Los norteamericanos no sólo habían rescatado a los filipinos, sino que los prepararon para ser libres. De esta forma, su colonialismo es presentado por Lozier no sólo como una experiencia liberadora, sino también como un ente creador de naciones.121 La culminación de la labor norteamericana en las Filipinas tenía que ser la inmediata concesión de la independencia. Por otro lado, un grupo de congresistas usó los trescientos años de presencia española para justificar la independencia de las islas, promoviendo una idea de España totalmente opuesta a la que ya vimos. Legisladores como Harlan, Hawes, Colden, King y Nelson manifestaron una opinión muy positiva de España y de su labor en las Filipinas, y no describieron a España como un poder tiránico y medieval, sino como una nación que había jugado un papel importantísimo en el proceso de civilización y cristianización de los filipinos.122 En 1930, el senador Hawes hizo un interesante uso del colonialismo español, subrayando los límites de la labor norteamericana en las islas: pretender cambiar la naturaleza de los filipinos era utópico. Si los españoles no pudieron cambiarles en trescientos años, no era de sorprender que los norteamericanos no lo hubiesen logrado en sólo treinta años,123 y si no podían ser cambiados (¿asimilados? ¿americanizados?), no había razón para que los Estados Unidos mantuvieran las islas bajo su control.124 Es pertinente destacar la visión de España que aporta Hawes, pues no es la metrópoli medieval, explotadora y represora que tan duramente criticaban anteriormente otros legisladores. Por el contrario, Hawes usa las limitaciones del colonialismo español para subrayar los límites de la labor norteamericana en las Filipinas. En otras palabras, el colonialismo español no es el patrón para medir el éxito del colonialismo estadounidense, sino para entender sus limitaciones.
121 Según Lozier, «Con la espontaneidad, renuncia, abnegación y elevada justicia que siempre han caracterizado al pueblo norteamericano, rápidamente le concedimos (a los filipinos) una autonomía generosa, humana y benevolente, y les prometimos completa independencia una vez que hubiesen establecido un gobierno estable». CR, H, 72-1, vol. 75, January 4, 1932, 1240; TA. 122 Durante el debate de 1934, el representante Colden alabó la labor realizada por los españoles en las Filipinas. Según él, los españoles crearon allí «una cultura y un amor por la música que es raro entre los orientales». CR, H, 73-2, vol. 78, March 19, 1934, 4838; TA. 123 CR, S, 71-2, vol. 72, February 17, 1930, 3376. Énfasis añadido; TA. 124 En palabras de Hawes: «No podemos rehacer una raza». CR, S, 71-2, vol. 72, April 22, 1930, 7433; TA.
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CONSIDERACIONES ESTRATÉGICAS Durante más de treinta años los miembros del Congreso discutieron extensamente la importancia estratégica de las Filipinas. La creciente peligrosidad del Japón, los problemas asociados con la defensa del archipiélago, la neutralización de las islas y otros temas semejantes predominaron en la discusión congresual sobre el futuro de las Filipinas. Tal discusión estuvo caracterizada por dos puntos de vista totalmente opuestos. Por un lado, se justificó la presencia en ellas alegando que tenían un gran valor estratégico y comercial para los Estados Unidos. Por el otro, se describieron las Filipinas como el talón de Aquiles de los Estados Unidos y se reclamó la inmediata retirada de las islas como un mecanismo de auto-defensa.125 Las preocupaciones estratégicas asociadas al control de las Filipinas no desaparecieron detrás de los urgentes problemas económicos que caracterizaron a la década de 1930. Por el contrario, el significado estratégico y defensivo de las islas fue un elemento de peso durante las discusiones congresuales de esos años. Sin embargo, hubo un cambio significativo, pues imperó la imagen de las Filipinas como una amenaza para la seguridad de los Estados Unidos, y se justificó la independencia como un movimiento de defensa nacional.126 Las Filipinas como una carga La idea de que las Filipinas eran una carga estaba estrechamente asociada con la noción de que los Estados Unidos eran incapaces de defenderlas de un ataque externo. Factores como la gran distancia que existía entre la metrópoli y las islas, su localización geográfica, la débil presencia naval norteamericana en Asia y las características geográficas de las propias islas fueron usadas para cuestionar la capacidad para defender tan lejana colonia. Según los defensores de esta idea, el gobierno estadounidense no 125 Ver capítulos 1, 3 y 4. 126 Entre 1925 y 1934, sólo encontramos a un congresista afirmando que las Filipinas eran una posesión estratégicamente valiosa. En mayo de 1926, el representante Robert L. Bacon (R-New York) alegó que el control del archipiélago era necesario para promover y defender los intereses estadounidenses en Asia. Según él, sin las Filipinas los Estados Unidos estarían en una posición desventajosa para expandirse en los mercados asiáticos, y perderían poder e influencia sobre los asuntos asiáticos. CR, H, 69-1, vol. 67, May 28, 1926, vol. 67, 10353.
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podía evitar que otra potencia mundial, especialmente Japón, conquistase las Filipinas.127 Los problemas asociados a su defensa fue un tema ampliamente discutido en el Congreso desde el comienzo mismo de la presencia norteamericana en las islas.128 Como en años anteriores, en la década de 1930 un grupo de congresistas usaron este tema para justificar la independencia.129 Para ellos, la situación era muy clara: un ataque contra las Filipinas involucraría a los Estados Unidos en una guerra innecesaria y costosa. Dado que eran territorio norteamericano, un ataque contra ellas sería un ataque contra los Estados Unidos, que a su vez provocaría una reacción inmediata del pueblo estadounidense. Además consideraban que era muy probable un ataque porque las islas eran «el punto débil de nuestra armadura», y, por tanto, era de esperar que cualquier ataque en contra de los Estados Unidos comenzara allí.130 En 1932, el representante Cox (D-Georgia) advirtió que la demora en la concesión de la independencia era: (…) peligrosa tanto para los Estados Unidos como para las Filipinas. Las islas constituyen nuestra principal debilidad militar. Gracias a ellas el mundo sospecha de nosotros y estamos bajo el constante temor a una guerra. Ellas están paralizando la agricultura americana y empobreciendo a un cuarto de nuestra población. Para las Filipinas, la demora está quebrando la esperanza de un pueblo que ha confiado en nosotros. Está matando el espíritu nacional de toda una raza. Está destruyendo su iniciativa individual y dañando su fé en las altas intenciones de esta República.131
En las declaraciones de Cox se combinan elementos estratégicos y económicos, pues también se muestra preocupado por el impacto de las Filipinas sobre la agricultura propia. Para él, no eran solamente una amenaza económica, sino también estratégica, pues constituían el talón de Aquiles norteamericano. Posponer la independencia no sólo atrasaba la recuperación económica de los Estados Unidos, sino que también exponía a la nación a un ataque externo o a una posible rebelión de los filipinos. 127 Ver capítulo 1. 128 Ver capítulos 2, 3 y 4. 129 Jones, Cross, Gilbert, Broussard, Hawes, Cox, Vandenberg y Crail. 130 Hawes, CR, S, 72-1, vol. 75, July 1, 1932, 14474-14475; TA. Broussard y Crail le recordaron a sus colegas que en 1898 los Estados Unidos atacaron a España en su punto más vulnerable: las Filipinas. CR, S, 70-1, vol. 71, September 30, 1929, 4065, y CR, H, 72-1, vol. 75, April 8, 1932, 7780 . 131 CR, H, 72-1, vol. 75, February 19, 1932, 4401. Énfasis añadido; TA.
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Otros miembros del Congreso alegaron que la capacidad defensiva de los Estados Unidos en las Filipinas había sido seriamente limitada por el Tratado de las Cuatro Potencias (TCP).132 En este tratado, firmado en 1922 por los Estados Unidos, Japón, Francia y Gran Bretaña como parte de las negociaciones llevadas a cabo en Washington para la reducción del armamento naval, los Estados Unidos se comprometieron a no construir nuevas fortificaciones en las Filipinas.133 Congresistas como el senador Long simplemente alegaron que no estaban listos para defender las Filipinas porque no se habían construido fortificaciones apropiadas y porque no se contaba con el número adecuado de soldados ni de barcos de guerra. Aunque el representante Leonidas C. Dyer (D-Missouri) coincidía con Long, afirmó también que el problema era más complicado. Para él, los tratados firmados en Washington (el TCP) eran un gran obstáculo para la defensa, pues limitaban la capacidad de los Estados Unidos para fortificar el archipiélago. Sin tales fortificaciones sería necesaria una guarnición de sesenta u ochenta mil soldados, es decir, una guarnición «casi tan grande como el ejército permanente de los Estados Unidos».134 Dyer estaba convencido de que las Filipinas serían una carga militar en tanto los tratados de Washington estuvieran vigentes; aunque consideraba poco probable que las islas provocaran una guerra con algún otro país, pues creía que nadie las ambicionaba, no descartaba totalmente esa posibilidad.135 Dyer no dudaba de que los Estados Unidos podrían reconquistar las islas de serles arrebatadas por otra potencia, pero planteaba que tomaría por lo menos dos años y que sería muy costoso económica y humanamente. El senador Hawes también trató del coste que conllevaría la reconquista de las Filipinas, pues estaba convencido de que «no podrían ser defendidas, serían conquistadas».136 Como Dyer, Hawes creía que los Estados Unidos poseían los recursos necesarios para recuperarlas. Sin embargo, no quería pagar el coste humano y económico que conllevaría su reconquista, por lo que no veía otra salida a este dilema que la independencia. Para Hawes, ésta era una medida necesaria de autodefensa nacional. 132 Hawes, CR, S, 72-1, vol. 75, July 1, 1932, 14474-14475, y King, CR, S, 70-1, vol. 71, September 30, 1929, 4066. 133 LaFeber, 1994, vol. 2, 339-340. 134 CR, H, 71-3, vol. 74, January 13, 1931, 2113-2114; TA. 135 Ibíd. 136 CR, S, 71-2, vol. 72, February 17, 1930, 3376.
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La independencia como un movimiento defensivo Hawes no era el único miembro del Congreso partidario de una retirada táctica de las Filipinas. Otros legisladores también consideraron la independencia como la única solución para los dilemas estratégicos a los que se enfrentaban los Estados Unidos, por ser las islas su punto más débil para la defensa. Su independencia inmediata fortalecería la seguridad nacional. Además, consideraban absurdo retener el control de un territorio imposible de defender y que ponía en peligro a toda la nación.137 En marzo de 1926, el representante Ralph Gilbert (D-Kentucky) recurrió al fantasma japonés al analizar el significado estratégico de las Filipinas. Según él, la retención de las islas exponía a los Estados Unidos a una guerra desventajosa con Japón, pues tendrían que pelear «a las puertas» del imperio japonés.138 Para Gilbert, las Filipinas eran una clara fuente de debilidad para el país. Varios días más tarde, el representante John J. Jones dejó bien claro que su principal preocupación era el bienestar y la seguridad de los Estados Unidos. Según él, La razón principal por la que favorezco la concesión de la independencia a las Filipinas es desde el punto de vista de Estados Unidos. […] Todos aquellos que han estudiado este asunto deben admitir que las Filipinas son nuestro punto más débil. Cualquier nación en el Oriente que nos quiera atacar, naturalmente lo haría en ese punto. Por supuesto, nos atacarían donde nos consideran más débiles. Si las Filipinas son capturadas, tendríamos que enviar un ejército a un lugar dos veces más alejado que los campos de batalla de la primera guerra mundial, o perder la guerra. Si enviamos nuestro ejército, tendríamos una línea de combate de 6.000 millas de largo con un flanco totalmente expuesto. De este modo la guerra no sólo sería tremendamente costosa, sino que conllevaría la pérdida de muchas vidas. Por lo tanto, desde casi cualquier ángulo para mí es claro que las Filipinas son más una carga que un punto estratégico.139
Esta cita integra algunos de los puntos más importantes hasta ahora analizados. Primero, es evidente que Jones consideraba la independencia 137 Cross, Gilbert, Ragon, Knutson y Arthur R. Robinson (R-Indiana). 138 CR, H, 69-1, vol. 67, March 5, 1926, 5088; TA. 139 CR, H, 69-1, vol. 67, March 10, 1926, 5362. Énfasis añadido; TA.
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como la salida a los dilemas defensivo-estratégicos enfrentados por los Estados Unidos. Segundo, las Filipinas eran el punto más débil de las defensas norteamericanas. Tercero, el convencimiento de que cualquier enemigo potencial de los Estados Unidos iniciaría las hostilidades atacando las islas por su debilidad y vulnerabilidad. Cuarto, que el costo económico y humano de su reconquista sería enorme. Todo ello llevaba a Jones a concluir que las Filipinas eran una carga y a favorecer su independencia. Seis años más tarde, el senador Arthur R. Robinson (R-Indiana) analizó la situación estratégica de los Estados Unidos. Según éste, la capacidad norteamericana para fortificar las islas había sido seriamente limitada por el TCP, y sólo contaban con una base naval en Cavite, cuyo estado describe como «lastimoso». La guarnición de las islas estaba compuesta por seis mil soldados, en su mayoría nativos, que tenían la responsabilidad de proteger siete mil islas que se extendían mil millas de norte a sur y seiscientos de este a oeste. Además, la localización de las Filipinas en medio de los conflictos y problemas que imperaban en Asia las convertía en una posesión peligrosa para los Estados Unidos. Robinson estaba particularmente preocupado por la posibilidad de una guerra con Japón. Para él, los norteamericanos respirarían más aliviados si no tuvieran que afrontar las complicaciones internacionales asociadas a la retención de las Filipinas; por lo tanto, era necesario concederles la independencia.140 El representante Harold Knutson (R-Minnesota) también estaba preocupado por la posibilidad de que las Filipinas involucraran a los Estados Unidos en una guerra. Sus comentarios son muy relevantes, pues nos brindan otro ejemplo de la integración de elementos económicos y no económicos en los debates congresuales de 1932. Knutson era un gran defensor de la independencia por razones económicas, pero ello no evitó que enfocara el problema filipino desde una óptica diferente. Para el representante por Minnesota, las Filipinas eran «una fuente de debilidad, como también de peligro».141 Además, su retención obligaba a los Estados Unidos a poseer una fuerza naval y militar poderosa, que les costaba millones de dólares. En otras palabras, la independencia no sólo era una medida auto-defensiva necesaria, sino que también les ahorraría dinero a los contribuyentes norteamericanos. 140 Robinson proponía concentrar la atención del gobierno en la defensa de Hawai, «el último puesto de avanzada norteamericano en el Pacífico». CR, S, 72-1, vol. 75, July 1, 1932, 14435-14436; TA. 141 CR, H, 71-2, vol. 72, May 13, 1930, 8868.
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La amenaza japonesa Como sabemos, la supuesta amenaza de Japón fue un elemento común entre los defensores del colonialismo en las Filipinas. De acuerdo con éstos, el militarismo e imperialismo japoneses eran una amenaza directa para las islas. La presencia norteamericana era lo único que les mantenía a raya, pues éstos tenían claro que un ataque contra las Filipinas hubiese provocado una guerra con los Estados Unidos. Por lo tanto, la independencia sería un suicidio colectivo, pues abriría las puertas a la conquista japonesa del archipiélago. Esta idea estaba asociada a la supuesta incapacidad de los filipinos para defender su país de una agresión externa. Para quienes pensaban así, la presencia norteamericana era necesaria porque los filipinos carecían de los recursos y la capacidad militar para proteger su país. Esta noción es una variante de la idea del colonialismo ilustrado, pues transforma la presencia colonial norteamericana en un escudo que protegía a las Filipinas del expansionismo de las potencias coloniales, sobre todo del Japón.142 Durante la década de 1930, se registró un cambio notable en el uso de la amenaza japonesa como justificante del colonialismo. A pesar de las acciones japonesas en Asia, un número de congresistas rechazó o negó la existencia de tal amenaza para así poder justificar la independencia filipina.143 Para ello minimizaron las posibles consecuencias de las acciones japonesas, en particular, con respecto a la invasión de Manchuria en 1931.144 Su lógica era contundente: si Japón no constituía una amenaza para las Filipinas, no había razón para dilatar su independencia. En 1929, el senador King negó que Japón fuese a atacar las Filipinas tras la concesión de la independencia. Para el senador por Utah, esta amenaza era una excusa usada por los «capitalistas norteamericanos» para 142 Ver capítulos 2, 3 y 4. 143 Cross, Wheeler, Hawes, Underhill, Norris, King, Colden, Nelson y Bacon. 144 En septiembre de 1931, los japoneses invadieron Manchuria, al norte de China, iniciando así un proceso de distanciamiento de los Estados Unidos que culminaría diez años más tarde con el ataque a la base naval norteamericana en la bahía de Pearl Harbor, Hawái. La agresión japonesa era en gran medida producto de sus problemas y limitaciones domésticas, así como también de la lucha entre los sectores moderados y los militares dentro del gobierno japonés, que culminó con la victoria de estos últimos. El gobierno norteamericano rechazó las acciones de las fuerzas armadas japonesas, pero no fue respaldado por Gran Bretaña ni por otras potencias. En marzo de 1933, Japón abandonó la Liga de Naciones en respuesta a las críticas a su política en China. Todos estos actos generaron preocupación entre algunos sectores de la opinión pública estadounidense. LaFeber, 1994, vol. 2, 352-357.
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justificar el control de las islas y de ese modo poder seguir explotándolas. King hace una clara apología de Japón: Lamento que haya tantos ataques injustos y gratuitos contra Japón en la prensa norteamericana. Aún en este recinto he escuchado serias acusaciones contra Japón, contra su buena fe y su orgullo nacional. En varias ocasiones he defendido a Japón de lo que he considerado críticas injustas. He llamado la atención sobre sus problemas, la situación en China con sus millones de habitantes y en Rusia con su enorme población y recursos, bloqueando la expansión de Japón en la única dirección en que ésta es posible.145
Este texto refleja una particular identificación con lo que King denomina los problemas japoneses: el cerco y la amenaza de China y Rusia. Es curioso que el senador consideraba que la única opción de expansión para Japón era hacia al noroeste, y por eso identificaba a Rusia como un obstáculo para estas aspiraciones expansionistas. De esta forma las Filipinas quedaban fuera del área de expansión japonesa. King concluía que las islas no se enfrentaban a la amenaza de Japón ni de ninguna otra potencia colonial, por lo que no había excusa para atrasar la concesión de la independencia.146 Un año más tarde, el senador Burton K. Wheeler (D-Montana) coincidió con King en que el supuesto peligro japonés era usado por hombres de negocios norteamericanos para justificar el control de las Filipinas.147 Según el senador, los contrarios a la independencia sabían que los ciu145 CR, S, 70-2, vol. 70, February 20, 1929, 3838; TA. 146 Según él, «No he encontrado la más mínima evidencia de que si le concedemos la independencia a los filipinos, éstos serían molestados por alguna otra nación o su soberanía intervenida». Ibíd., 3837; TA. 147 Wheeler era un abogado con una impresionante carrera profesional y política. Fue miembro de la Cámara de Representantes de Montana (1911-1913), fiscal federal (1913-1918) y senador federal durante más de veinte años (1922-1946). En 1920, compitió por la gobernación del estado de Montana, pero fracasó; también aspiró a la vicepresidencia en 1924 como candidato del Partido Progresista. Ideológicamente puede ser catalogado como un pacifista, progresista y aislacionista, con fuertes simpatías hacia el movimiento obrero. Wheeler favoreció el reconocimiento diplomático de la Unión Soviética, se opuso a la ocupación estadounidense de Nicaragua y defendió el desarme naval. Según Robert D. Johnson, el apoyo de Wheeler a la independencia Filipina estuvo fuertemente influido por «un grado de aislacionismo». Johnson, The Peace Progressives, 275; http://bioguide.congress.gov/scripts/biodis play.pl?index=w000330. Consultado el 1 de febrero de 2009. Raimondo, Justin, «Wheeler’s Progress. The Evolution of a Progressive», http://www.antiwar.com/justin/pf/p-j090501.html. Consultado el 1 de febrero de 2009; The Political Graveyard. A database of Historic Cemeteries, http://politicalgraveyard. com/bio/wheeler.html, y American National Biography, http://www.anb.org. Consultados el 1 de febrero de 2009.
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dadanos norteamericanos no serían favorables a la misma si con ello las islas quedaban expuestas a un ataque japonés y por eso usaban la idea del «peligro amarillo» para manipular a la opinión pública.148 Para Wheeler, las acusaciones eran «totalmente infundadas» porque Japón era un «pobre colonizador».149 El legislador creía que las Filipinas estaban a salvo porque los japoneses no toleraban el clima tropical, razón por la cual su gobierno no les había convencido de emigrar a sus colonias. Además, Wheeler afirmaba que el control japonés sobre Corea y Formosa era tenue y, por ende, en cualquier momento podrían desatarse revueltas nacionalistas en ambas, peligro que mantendría a Japón concentrado en sus colonias y fuera de las Filipinas. Creía también que la pertenencia a la Liga de Naciones protegería a las Filipinas de un posible ataque japonés, pues no se expondrían a las consecuencias internacionales que tal acción podría acarrearles.150 El equilibrio de poder existente entre las potencias coloniales era otra factor que, según el legislador, prevendría cualquier agresión japonesa contra las islas. Así como este equlibrio garantizaba la independencia de Siam, garantizaría también la independencia filipina, pues los holandeses, ingleses y franceses no tolerarían que Japón se apropiara de las islas y pusiera en peligro la seguridad de sus colonias. En otras palabras, la localización estratégica de las Filipinas entre posesiones coloniales europeas garantizaría su independencia.151 La protección moral de los Estados Unidos también detendría a los japoneses. Según Wheeler, las autoridades japonesas necesitaban mantener buenas relaciones con los Estados Unidos y sabían que un ataque contra las Filipinas afectaría negativamente esas relaciones. Era un hecho que los Estados Unidos no estaban en condiciones de defender el archipiélago y, aun así, Japón no lo había atacado, porque la amistad de los norteamericanos era más importante para ellos que la conquista del archipiélago. Tal amistad, afirmaba Wheeler, seguiría siendo vital para los japoneses una vez que las Filipinas alcanzasen su independencia; por tanto, los filipinos no tenían nada que temer.152 148 Según Wheeler, «Durante años grupos inescrupulosos con motivos mercenarios han llevado a cabo esta ofensiva en contra de Japón a través de libros, discursos, panfletos y, particularmente, a través de la prensa chauvinista». CR, S, 71-2, vol. 72, March 14, 1930, 5320; TA. 149 Ibíd., 5323. 150 Ibíd., 5320. Viniendo de un feroz aislacionista, el proponer la membrecía de las Filipinas a la Liga de Naciones podría ser considerado un cinismo. 151 CR, S, 71-2, vol. 72, March 14, 1930, 5323. 152 Ibíd., 5121.
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Wheeler retomó los argumentos de quienes acusaban a Japón de ser una potencia agresiva y usaban las acciones japonesas en Corea, Manchuria y Formosa como ejemplo. Según él, en los tres casos Japón había actuado con el permiso o la avenencia del gobierno norteamericano. El senador le recordaba a sus colegas que, al conquistar Corea, Manchuria y Formosa, Japón no hacía otra cosa que seguir el ejemplo norteamericano en las Filipinas. En otras palabras, la ocupación del archipiélago incapacitaba moralmente a los norteamericanos para criticar el expansionismo japonés. Además, Wheeler invierte la idea del llamado «peligro amarillo» al plantear que la verdadera amenaza a la que se enfrentaba Asia era el peligro blanco, es decir, las potencias imperialistas occidentales, no Japón. 153 Para Wheeler, el uso de la amenaza japonesa cerraba las puertas a la solución del problema que representaban las islas para los Estados Unidos, porque «si las Filipinas tienen que esperar hasta que Japón pierda su poder, el pueblo filipino está condenado a ser una nación sometida».154 La supuesta amenaza de Japón era absurda, pero muy útil para los enemigos de la independencia, pues les permitía prolongar el control norteamericano indefinidamente, porque Japón nunca dejaría de estar geográficamente cerca de las islas y las condiciones internacionales nunca serían perfectas para la concesión de la independencia. Por lo tanto, era necesario dejar a un lado el absurdo del peligro japonés y concederle la independencia a las Filipinas. El senador Hawes también le prestó su atención a la amenaza japonesa. Contrario a Wheeler y King, Hawes no pensaba que esa supuesta amenaza fuera parte de una conspiración de los intereses capitalistas norteamericanos. Hawes recurre al determinismo climatológico para negar tal amenaza.155 Según el senador por Missouri, los japoneses no estaban interesados en las Filipinas porque no podían tolerar la humedad y el calor, y por eso sólo ocho mil japoneses habían emigrado a las Filipinas a pesar de que dicha emigración no estaba limitada.156 Como Wheeler, Hawes le prestó atención a lo que acontecía en China. No niega la política expansionista del Japón, pero aclara que ésta no 153 Ibíd., 5322. 154 Ibíd., 5323; TA. 155 Jones también prestó atención a elementos climatológicos, alegando que su clima tropical protegería a las islas de un ataque externo. Este clima, caliente y húmedo, las convertía en un territorio poco atractivo y, por ende, seguro. CR, H, 69-1, vol. 67, March 10, 1926, 5362-5363. 156 CR, S, 72-1, vol. 75, June 21, 1932, 13555-56.
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estaba orientada hacia al sur, sino hacia el norte y el oeste; es decir, hacia territorios con clima templado. Por lo tanto, las Filipinas estarían a salvo como país soberano y los Estados Unidos podían marcharse de las islas sin temer por su futuro.157 No todos los miembros del Congreso compartían el optimismo de Wheeler, King y Hawes, y mostraron su preocupación por la posible amenaza del Japón para las Filipinas. Por ejemplo, durante la discusión del proyecto Tydings-McDuffie, el representante Charles J. Colden (D-California) usó las acciones japonesas en Manchuria para justificar la retención de las Filipinas. Este congresista estaba muy preocupado por el peso de los factores económicos en la discusión sobre el futuro de las islas, pues creía que había otros factores que el Congreso debía tomar en consideración. Uno de ellos era la seguridad de los filipinos. Para el senador californiano, las acciones japonesas comprobaban que eran un nación criminal, violenta y militarista, que no respetaba el orden internacional. Colden no tenía duda de que, tras la salida norteamericana, las islas estarían a merced del Japón, A pesar de que los aspectos comerciales son de importancia y deben ser tomados en cuenta, existen otros factores que deben ser considerados cuidadosamente por los miembros de la Cámara (de Representantes). Antes de arriar la bandera norteamericana y dejar a un pueblo indefenso a la deriva frente a un imperio vecino, con un imperialismo y militarismo desenfrenados, debemos detenernos y reflexionar. Una nación que desprecia los tratados internacionales como las sobras de papel, una nación que hoy mantiene un mandato sobre islas del Pacífico y alardea en la Liga de Naciones, a una nación que ha invadido el territorio de un país vecino pacífico tomando ventaja de los problemas internos de China no se le debe otorgar permiso para hacer caso omiso de la voluntad de los filipinos. En este momento no podemos ignorar las condiciones que existen en los asuntos y políticas de las naciones cuya buena voluntad, cooperación e integridad internacional son necesarias para preservar la independencia y los límites territoriales de un pueblo que profesamos defender.158
Es claro que para Colden, Japón era una nación agresiva, militarista y violenta, que amenazaba la seguridad de las Filipinas. Garantizar la inte-
157 CR, S, 72-1, vol. 75, July 1, 1932, 14477. 158 CR, H, 73-2, vol. 78, March 19, 1934, 4838. Énfasis añadido; TA.
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gridad territorial y la libertad de las islas era, según el legislador, una responsabilidad norteamericana. Los Estados Unidos no debían abandonarlas a su suerte, por lo que la independencia debía ser pospuesta. Las repercusiones internacionales de la independencia filipina Las posibles repercusiones internacionales de la independencia fueron también tema de discusión en el Congreso durante el periodo analizado en este capítulo. Esta discusión estuvo dividida entre los que consideraban que la independencia de las islas tendría un impacto internacional negativo y quienes pensaban lo contrario. Los representantes Bacon (R-New York) y Colden (D-California) fueron quienes con mayor ímpetu argumentaron que la independencia desestabilizaría Asia y afectaría negativamente a los intereses norteamericanos en esa región. En 1926, Bacon alegó que incluso afectaría negativamente a la paz mundial, pues alteraría «el orden militar, económico y político del Pacífico».159 En otras palabras, el legislador temía que la independencia de las islas alterara el orden internacional existente en Asia, el equilibrio de poder asiático. Creía además que la independencia llevaría a un inevitable periodo de violencia interna, que también desestabilizaría la región y podría provocar una intervención norteamericana. También afirmó que la independencia pondría en peligro la influencia cristiana en Asia que era «tal vez nuestra mayor contribución a la civilización del Pacífico».160 En palabras de Bacon, Nuestra presencia en las islas no constituye una amenaza para ninguna potencia, ni pone en peligro la seguridad nacional, el comercio o la paz de ningún país extranjero. Por otro lado, nuestro historial allí y en otras partes del mundo ha probado que los Estados Unidos están movidos por pensamientos de justicia internacional y concordia. Al permanecer en las Filipinas, hicimos posible ejercer una influencia benéfica sobre una zona amplia; al retirarnos quedaríamos sin nada que decir, no sólo en relación a asuntos de vital importancia para los Estados Unidos, sino también para la paz mundial.161
159 CR, H, 69-1, vol. 67, May 28, 1926, 10352; TA. 160 Ibíd.; TA. 161 Ibíd., 10353. Énfasis añadido; TA.
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Para Bacon, la retención de las islas era imprescindible si los Estados Unidos querían ejercer alguna influencia sobre los asuntos de Asia; sin las Filipinas dejaban de ser una potencia asiática. Seis años más tarde, el representante Colden se opuso a la independencia alegando que ésta tendría serias repercusiones internacionales.162 Lo que se jugaban los Estados Unidos en las Filipinas, según Colden, eran «sus relaciones con otras naciones del Oriente». La mayor preocupación del representante del estado de California era, sin lugar a dudas, el comercio norteamericano en Asia. Según él, con la salida de los Estados Unidos del archipiélago, los japoneses ganarían acceso al mercado de la copra, el tabaco y los aceites filipinos. Además, los Estados Unidos perderían una base para el comercio con China.163 Colden le recuerda a sus colegas legisladores que «Manila es la puerta de entrada al sur de China» y bajo la protección norteamericana podría convertirse en una base importante del comercio oriental.164 Colden estaba convencido de que la independencia de las Filipinas acabaría con el equilibrio de poder existente en Asia, abriendo las puertas a una guerra que afectaría negativamente el comercio norteamericano en la región. Sólo la presencia norteamericana en las Filipinas mantenía el equilibrio de poder, lo que a su vez garantizaba la paz necesaria para el desarrollo del comercio.165 Por otro lado, otro grupo de legisladores negó totalmente que la independencia fuera a desestabilizar Asia o a afectar los intereses norteamericanos en la región. Por el contrario, creían que promovería los intereses de los Estados Unidos en Asia, confirmando el altruismo y el excepcionalismo norteamericanos. Al liberar las Filipinas, enviarían un mensaje claro a los pueblos del Asia que repercutiría favorablemente en la imagen de los Estados Unidos en la región. Además, no consideraban que los intereses de las potencias coloniales debieran ser un elemento a tener en cuenta a la hora de decidir el futuro de las Filipinas. 162 El representante Carroll L. Beedy (R-Maine) coincidía con Colden en creer que la independencia desestabilizaría el Oriente. Según él, «El ánimo que impera en el Oriente es de descontento y de una peligrosa incertidumbre. Concederle la independencia a las Filipinas bajo estas condiciones es una invitación al desastre». CR, H, 71-3, vol. 74, December 13, 1930, 620. Énfasis añadido; TA. 163 CR, H, 73-2, vol. 78, March 19, 1934, 4838-4840. 164 Ibíd. 165 Ibíd., 4840.
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En 1926, el representante Jones (D-Texas) reaccionó a planteamientos del representante Charles L. Underhill (R-Masachusets) en el sentido de que la presencia en las Filipinas era necesaria para garantizar la paz en el Lejano Oriente. Para Jones, si tal argumento era cierto, entonces «deberemos permanecer en las islas de forma permanente», lo que el legislador rechazaba categóricamente.166 Cinco años más tarde, el representante Dyer (R-Missouri) dijo ante el Congreso que alegar que la independencia filipina desestabilizaría Asia, estimulando a las colonias europeas de la región a buscar su propia independencia, era contrario a la historia y la naturaleza de la nación norteamericana. Dyer les recordó a sus colegas que los Estados Unidos eran el producto de una lucha anticolonial, y, por ende, debían actuar en las Filipinas en concordancia con ese pasado. Dyer creía que los intereses de los poderes coloniales no debían ser la principal preocupación de los norteamericanos al lidiar con el problema filipino, sino que debían estar más preocupados en promover la democracia en Asia. Además, opinaba que los pueblos asiáticos buscarían su independencia sin importar lo que hicieran los norteamericanos en las Filipinas; por lo tanto, era absurdo posponer su independencia para no alterar el orden colonial asiático.167 Dyer también respondió a las alegaciones de que la independencia afectaría negativamente a los intereses comerciales de los Estados Unidos en Asia. Según él, el control de las Filipinas no tenía «un efecto benéfico en nuestras relaciones y comercio con el Oriente». Por el contrario, negarle la independencia a los filipinos afectaría negativamente al comercio norteamericano en la región, destruyendo la fe de los asiáticos en la nación norteamericana, y pondría en duda el altruismo estadounidense en las Filipinas.168 El senador Hawes rechazó también que la independencia filipina fuera a desestabilizar la región asiática.169 Al igual que Jones, Hawes creía que los Estados Unidos no debían considerar los intereses de las metrópolis coloniales, sino el futuro de las Filipinas. Hawes criticó duramente a quienes alegaban «que no debemos hacer nada que inspire el amor y el anhelo por la libertad en los corazones de las razas sometidas».170 De esta forma, Hawes reconoce indirectamente que la independencia filipina sería un 166 167 168 169 170
CR, H, 69-1, vol. 67, March 10, 1926, 5360; TA. CR, H, 71-3, vol. 74, January 13, 1931, 2113. Ibíd., 2114; TA. CR, S, 72-1, vol. 75, June 21, 1932, 13556.144 Ibíd., 14475-14476; TA.
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precedente descolonizador en Asia, y ello no le quitaba el sueño. Al igual que Dyer, planteaba que negarle la independencia a los filipinos tendría un impacto negativo para la imagen de los Estados Unidos en la región, destruyendo la fe de los pueblos asiáticos en la nación norteamericana y perjudicando sus intereses comerciales. Según Hawes, Nuestro interés personal es inseparable de nuestro amor propio. No podemos influir en nuestra expansión comercial y seguridad en el Lejano Oriente si destruimos la fe de un pueblo oriental. Tal conducta convertiría en nuestros enemigos no sólo a los filipinos, sino también a los chinos y a otros pueblos de las Indias Orientales y la India. Eso dañaría la influencia moral que indiscutiblemente ejercemos en el Oriente. Eso borraría la vieja diferencia que separa a las naciones europeas de los Estados Unidos.171
Hawes combinaba aspectos ideológicos y económicos, pues creía que la independencia de las Filipinas confirmaría la excepcionalidad de los Estados Unidos frente a los países orientales y eso promovería su expansión económica en Asia. Hawes rechazó también que la posesión de las Filipinas hubiese ayudado a la ampliación del comercio en Asia. Según él, había añadido muy poco porque Manila no se había convertido en un gran mercado internacional.172 Por lo tanto, los intereses comerciales no se verían afectados por la independencia de las islas. El representante Lozier también abordó este asunto, pero desde una óptica diferente, pues opinaba que el cristianismo de los filipinos era un elemento que hacía necesaria su independencia. De acuerdo con Lozier, Once millones de cristianos están sosteniendo en alto el estandarte del Galileo en una jungla de religiones paganas y no cristianas. […] En el centro de este cuadro de políglotas, polígamos y abominaciones paganas se encuentran las Filipinas, que hoy en día son, probablemente, la posición estratégica más importante con que cuenta el cristianismo en su triunfante marcha hacia el dominio de las mentes y las conciencias de la humanidad.173
En otras palabras, la concesión de la independencia ayudaría a la promoción del cristianismo en Asia, pues confirmaría el altruismo norte171 Ibíd., 14475. Énfasis añadido; TA. 172 Ibíd. 173 CR, H, 71-2, vol. 72, June 25, 1930, 11703. Énfasis añadido; TA.
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americano, y esto tenía que ser tomado en cuenta a la hora de decidir el futuro filipino. Lozier también creía que la república de las Filipinas jugaría un papel mesiánico en Asia, pues «sería el nuevo centro desde donde se difundirán las fuerzas de la civilización occidental, las cuales estoy verdaderamente convencido de que el supremo gobernante del Universo ha decretado que deben avivar y rehabilitar el Lejano Oriente».174 Era deber de los Estados Unidos ayudar a los filipinos a cumplir su destino concediéndoles su independencia. A pesar de su fuerte análisis ideológico-religioso, Lozier no pierde de vista el alcance económico de la independencia del archipiélago. Según él, Asia era un gigante dormido, que cuando despertase, experimentaría «un renacimiento y bautismo de americanismo, y dedicará sus millones de habitantes y sus recursos ilimitados a la causa de la libertad, la felicidad y bienestar de la humanidad».175 En ese proceso los filipinos jugarían un papel de importancia, pues la República de las Filipinas rejuvenecería, democratizaría y modernizaría la región.176 Al concederle su independencia, los Estados Unidos no sólo cumplirían con un compromiso histórico, sino que también promoverían los intereses y los ideales norteamericanos. La República de las Filipinas es presentada por Lozier como una especie de cabeza de playa mercantil y religiosa en Asia, no sólo de los Estados Unidos, sino del Occidente. CONCLUSIÓN La crisis económica que azotó a los Estados Unidos en la década de 1930 revivió el debate en torno al tema filipino. Abrumados por las terribles consecuencias de la crisis, los sectores agrícola y laboral encontraron en las Filipinas un necesario chivo expiatorio. Para ellos, los problemas a los que se enfrentaban los agricultores y los obreros norteamericanos eran consecuencia de la competencia injusta de la agricultura y los trabajadores inmigrantes filipinos. Tales sectores estaban convencidos de que la retención de las islas permitía o facilitaba la entrada libre de productos y traba174 CR, H, 72-1, vol. 75, January 4, 1932, 1240; TA. 175 CR, S, 72-1, vol. 75, June 21, 1932, 14475; TA. 176 Ibíd.
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jadores filipinos a los Estados Unidos, y que el bajo costo de éstos tenía un efecto negativo sobre los trabajadores y agricultores estadounidenses. Los sectores agrario y laboral se embarcaron en un intensa campaña a favor de la independencia de las Filipinas para acabar con lo que —entendían— constituía una seria amenaza a sus intereses. Tal campaña provocó un renacer del debate nacional en torno a las islas. El Congreso fue uno de los escenarios más importantes de esa discusión. Sin embargo, el Congreso no se limitó a debatir el significado —real o imaginado— de las Filipinas. Por el contrario, los legisladores estadounidenses tomaron medidas concretas para poner fin a la «amenaza» filipina, a través de una serie de proyectos de ley (Hare-Hawes-Cutting y Tydings-McDuffie), concediéndole la independencia a las islas. El debate de tales proyectos de ley abrió un periodo de intensa discusión congresual del tema filipino. Aunque los factores económicos dominaron tal discusión, ello no significó que elementos ideológicos, políticos y estratégicos no jugaran también un papel crucial. Un gran número de senadores y representantes adujeron argumentos no económicos durante los debates sobre el futuro político de los filipinos, mientras que otros legisladores combinaron efectivamente argumentos económicos y no económicos. Durante el periodo examinado en este capítulo, la producción de conocimiento sobre las Filipinas no se detuvo, pues las ideas, imágenes y estereotipos sobre las islas y sus habitantes, creados en las primeras décadas del siglo XX, fueron usados en los años de 1930 con algunas variantes muy interesantes. Una de estas ideas fue la representación del colonialismo norteamericano en las Filipinas como una empresa altruista. Durante la década de 1930, los congresistas usaron la noción de un colonialismo ilustrado no para justificar la presencia estadounidense en las islas, sino para abogar por su independencia. Los legisladores analizados en este capítulo veían la independencia como la consecuencia lógica y necesaria de la labor altruista de los Estados Unidos en el archipiélago. Muy pocos parlamentarios cuestionaron la idea de un colonialismo ilustrado; por el contrario, ésta fue transformada en otro elemento a favor de la concesión de la independencia. La amenaza de las Filipinas a las instituciones republicanas norteamericanas también surgió en los debates congresuales de la década de 1930, aunque con menos intensidad que en los años previos. Los congresistas 297
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estudiados presentaron la independencia de las islas como la afirmación del carácter republicano y, por ende, anti-imperialista de la nación norteamericana, y no las vieron como una amenaza para sus instituciones. Para ellos, la independencia cerraría un capítulo en la historia de los Estados Unidos y regresaría a la nación a los principios de sus padres fundadores. La representación de las Filipinas y sus habitantes también sufrió cambios interesantes durante esta década. La capacidad política de los filipinos dejó de ser seriamente cuestionada durante los debates congresuales. La mayoría de los senadores y representantes estudiados en este capítulo alegaron que los filipinos estaban preparados para la soberanía gracias a la labor educativa y al entrenamiento político recibido de parte de los Estados Unidos. Para estos legisladores, el éxito del gobierno altruista norteamericano era lo que hacía posible la independencia de las islas. En las primeras décadas del siglo XX, la historia de las Filipinas fue usada para justificar su adquisición y posterior retención. Durante los años de 1930, los legisladores revisaron la historia de las relaciones filipinonorteamericanas, cuestionaron el colonialismo en las islas, aceptaron el papel que jugaron los filipinos en la derrota de España, reconocieron a Emilio Aguinaldo como un héroe nacional y admitieron la responsabilidad de las tropas norteamericanas en el estallido de la guerra entre ambos. Al presentar el control norteamericano como el resultado de la traición y las mentiras al pueblo filipino, estos legisladores socavaron las bases ideológicas del colonialismo estadounidense en las islas, generando una simple pregunta: si la presencia norteamericana en las Filipinas era producto de una imposición militar, ¿cómo podía ser altruista? El cuestionamiento ético de la idea del altruismo no sólo se intensificó en la década de 1930, sino que estuvo acompañado de una fuerte dosis de anticolonialismo. Para un grupo de congresistas, la presencia norteamericana era inmoral porque no contaba con el consentimiento de los filipinos. La independencia no fue sólo presentada como lo moralmente correcto, sino también como un derecho de los filipinos. Algunos legisladores inclusive reconocieron que concederle la independencia a las islas podría estimular la descolonización de Asia y era una oportunidad para que los Estados Unidos se situaran del lado de los débiles, no del lado de las potencias coloniales. La independencia de las Filipinas les parecía un paso firme en esa dirección. 298
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Por último, los temas estratégicos no fueron desplazados por la importancia indiscutible de los asuntos económicos. En la década de 1930, el Congreso debatió temas como la defensa de las Filipinas, la amenaza japonesa y el significado estratégico de las islas. Sin embargo, al contrario que en años anteriores, los congresistas no enfatizaron el valor estratégicocomercial de las islas, sino los riesgos asociados a éstas. Los senadores y representantes estudiados describieron al archipiélago filipino como una carga estratégica, como una posesión que debilitaba y exponía las defensas de los Estados Unidos. Para ellos, la independencia era una medida necesaria, que fortalecería la posición estratégica de la nación norteamericana. Los Estados Unidos no sólo eran incapaces de defender las Filipinas, sino que éstas estaban localizadas en una región inestable y peligrosa. Por lo tanto, era necesario eliminar la amenaza filipina concediéndole la independencia a las islas.
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Conclusión
En los últimos días del mes abril del año 2003, el entonces secretario de Defensa de los Estados Unidos Donald Rumsfeld realizó una gira por varios países del Golfo Pérsico.1 A pocos días de la culminación exitosa de la invasión norteamericana de Irak, la gira constituyó una especie de paseo triunfal. El 28 de abril, Rumsfeld y el comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas en la región, el general Tommy Frank, llevaron a cabo una conferencia de prensa en la ciudad de Doha, Qatar, durante la cual un periodista de la cadena Al Jazeera preguntó a Rumsfeld si el gobierno norteamericano estaba inclinado a la creación de un imperio en la zona. Visiblemente irritado, el secretario respondió, No buscamos un imperio. No somos imperialistas. Nunca lo hemos sido. Ni siquiera puedo imaginar por qué me hace esa pregunta.2
Ese mismo día, tropas norteamericanas abrieron fuego contra una manifestación de ciudadanos iraquíes en la ciudad de Faluja, matando a trece personas, entre ellas varios adolescentes, lo que, según el periodista británico Robert Fisk, marcó el inicio de la insurrección iraquí contra las fuerzas de ocupación norteamericanas.3 Ambos episodios encierran una contradicción macabra. Por un lado, el secretario Rumsfeld niega indignado que su país fuese una nación imperialista, mientras sus tropas desataban el mortífero poder de ese imperio contra los iraquíes que, como los filipinos cien años antes, resistían a la fuerza libertadora de los Estados Unidos. Ambos episodios también dejan ver la persistencia de la invisibilidad del imperia1 Rumsfeld visitó los Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Kuwait, Irak y Afganistán. Eric Schmitt, «Aftereffects: Military Presence; Rumsfeld Says US Will Cut Forces in the Gulf», New York Times, April 30, 2003. Disponible en: http://query.nytimes. com/gst/fullpage.html?res=9A01EEDE103DF93 AA15757C0A9659C8B63&sec=&s pon =& pagewanted=2. Consultado el 6 de febrero de 2009. 2 Ibíd. Énfasis añadido; TA. 3 Fisk, 2007, 1075, y Marirrodriga, Jorge, «Soldados de EEUU disparan contra una manifestación y matan a 13 iraquíes», El País, 30 de abril de 2003. Disponible en: http://www.elpais.com/articulo/ internacional/Soldados/EE/UU/disparan/manifestacion/matan/iraquies/elpepiint/20030430elpepiint_2/ Tes. Consultado el 5 de febrero de 2009.
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lismo norteamericano, especialmente entre altos funcionarios del gobierno de los Estados Unidos que, consciente o inconscientemente, son incapaces de reconocer el carácter imperialista de la política exterior de su país. La invisibilidad del imperialismo norteamericano es la fuerza motriz de este estudio. A través de sus páginas hemos visto como, a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, los norteamericanos tuvieron serios problemas para reconocer la naturaleza imperialista de su nación. Para ello, recurrimos al análisis de las discusiones congresuales sobre las Filipinas entre 1900 y 1934. La adquisición de las islas por los Estados Unidos provocó un intenso debate en torno al significado, real o imaginado, de esta colonia asiática para la nación norteamericana. La casi total ignorancia de los estadounidenses acerca de esta lejana posesión generó una necesidad de información sobre las islas y sus habitantes, atendida por escritores, periodistas, viajeros, misioneros, intelectuales y oficiales militares y coloniales. A lo largo de más de treinta años, este grupo de analistas explicó y describió el archipiélago filipino a través de un conjunto de imágenes, ideas, generalizaciones y representaciones que determinaron el modo cómo sus conciudadanos imaginaron y entendieron a las Filipinas y a sus habitantes. Tal conjunto de conocimientos fue usado tanto para cuestionar como para justificar el colonialismo estadounidense en el archipiélago. Los creadores de ese conocimiento elaboraron dos narrativas opuestas sobre el mismo grupo de preocupaciones e ideas. Temas como el republicanismo, el excepcionalismo, el sentido de misión, la capacidad política, el militarismo, el navalismo, la cohesión nacional y la habilidad política y el potencial racial y político de los filipinos a ser asimilados por los Estados Unidos fueron desplegados de formas diferentes en estas visiones enfrentadas del colonialismo norteamericano. Los habitantes de las islas fueron retratados usando dos juegos opuestos de imágenes e ideas. Los defensores del colonialismo representaron a los filipinos como niños que eran muy fáciles de manipular y, por ende, incapaces para la independencia. Como miembros de una raza inferior, los filipinos eran presentados como inmaduros, poco fiables, débiles y carentes de la homogeneidad política, cultural, lingüística y religiosa necesarias para transformarse en un pueblo soberano. Simultáneamente, los anti-imperialistas trazaron una imagen de los filipinos como una nación cuya independencia había sido usurpada por los norteamericanos. En esta 304
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versión, los filipinos son presentados como un pueblo políticamente capaz y cultural e históricamente preparado para la independencia. En esta visión anti-colonial la presencia norteamericana en las Filipinas no es presentada como un proceso de formación nacional, sino como una empresa colonial que contradecía la historia, los principios democráticos y las instituciones republicanas estadounidenses. El Congreso de los Estados Unidos fue uno de los principales terrenos para la producción de conocimiento sobre las Filipinas. Durante más de treinta años, los congresistas discutieron el futuro de las islas como territorio norteamericano usando las ideas y las imágenes creadas por los analistas y comentaristas norteamericanos del llamado problema filipino. Algunos legisladores generaron sus propias respuestas a las preguntas que las Filipinas les provocaban. Congresistas como Richard P. Hobson, Albert J. Beveridge, Richard W. Austin, William A. Jones y Harry B. Hawes participaron en el proceso de creación de conocimiento sobre el archipiélago, que se desarrolló en la sociedad norteamericana en las primeras décadas del siglo XX. A través de sus relatos de viajes, libros, entrevistas, artículos y discursos y conferencias públicas, estos hombres también influyeron en cómo sus compatriotas imaginaron y entendieron las Filipinas, al mismo tiempo que actuaron de forma directa para determinar el futuro de las islas. La creación congresual de este conocimiento no se limitó a las publicaciones y presentaciones públicas de algunos legisladores. Las audiencias, discusiones y debates legislativos también dieron oportunidad a los congresistas no sólo para producir conocimiento, sino también para reproducir el que sobre las islas habían creado los comentaristas norteamericanos del problema filipino. Las Filipinas figuraron de forma prominente durante los debates de diferentes proyectos de ley, dando a los legisladores la oportunidad de usar los conceptos creados por escritores como Worcester, Blount o Mayo, y de producir sus propias imágenes e ideas sobre la lejana colonia asiática. Siguiendo las pautas establecidas por los analistas y comentaristas del problema filipino, los miembros del Congreso desarrollaron dos discursos opuestos sobre el tema. Quienes se oponían a la presencia norteamericana en las islas desarrollaron un discurso basado en elementos económicos, morales, raciales, políticos y también estratégicos, mientras que sus opositores utilizaron elementos ideológicos y estratégicos. 305
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Los legisladores que se oponían al control del archipiélago construyeron una imagen de las Filipinas como un territorio problemático a nivel estratégico, económico, racial, político e ideológico. Para ellos, la incorporación de los filipinos a la nación norteamericana era racialmente imposible y por ello las Filipinas constituían una amenaza para la democracia, el republicanismo y la naturaleza excepcional de su nación. Dado que los filipinos era incapaces de convertirse en norteamericanos, el gobierno estadounidense no tenía otra opción que concederles la independencia y cortar así el peligro de que un pueblo racialmente incapaz contaminara a la sociedad norteamericana. Los legisladores anticoloniales estaban también preocupados por el significado geopolítico de las Filipinas para los Estados Unidos, pues consideraban que el control de las islas era una desventaja estratégica. El archipiélago era indefendible porque estaba situado a miles de millas de distancia del territorio continental estadounidense y en una zona inestable y peligrosa. Por lo tanto, la presencia norteamericana en las islas ponía en peligro la seguridad del país. Para estos congresistas, la independencia de las Filipinas era una medida necesaria para reestablecer el aislacionismo como filosofía nacional y así garantizar la seguridad de los Estados Unidos. Los congresistas opositores a la retención de las islas también las presentaron como una amenaza ideológica y política, porque entrañaba el virus del militarismo. En su visión, el republicanismo y el militarismo eran conceptos completamente incompatibles, porque el segundo tendía al absolutismo, no a la democracia. Los Estados Unidos eran una potencia colonial porque poseían el archipiélago filipino, y tal control hacía necesario invertir en la defensa de la islas, lo que abría la puerta al crecimiento del poder militar estadounidense. A mayor poder militar, mayor peligro de que la democracia norteamericana fuese sustituida por un régimen tiránico. Lo que estaba en juego era, por ende, la libertad del pueblo estadounidense amenazada por un grupo de islas. Era necesario cerrar esa caja de Pandora acabando con el colonialismo norteamericano, garantizando así la supervivencia de las instituciones y tradiciones políticas del país. En otras palabras, para estos legisladores la independencia filipina era un movimiento autodefensivo imprescindible para proteger la democracia y libertad del pueblo norteamericano, no para reconocer la soberanía del pueblo filipino. 306
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Los legisladores opuestos a la retención de las Filipinas querían liberar a los Estados Unidos y representaron las islas como una amenaza racial, política y estratégica. Con ello, alteraron el orden colonial al convertir la colonia en una amenaza y la metrópoli en una víctima. De esta forma, el poder imperial es presentado como un ente vulnerable, que debía abandonar la empresa colonial para evitar los peligros que representaba su colonia. En esta lógica, la colonia adquiere, a pesar de su inferioridad material y racial, un enorme poder, pues es presentada como un peligro que puede destruir la estructura política, alterar las relaciones raciales y dañar la posición estratégica de la metrópoli. La independencia era el antibiótico necesario para cortar de raíz la amenaza del virus filipino, acabando con la relación colonial y eliminando así los peligros que ésta entrañaba. En la lógica de estos legisladores, los Estados Unidos no debían abandonar las Filipinas porque su control fuese inmoral, sino porque éstas y su población constituían una amenaza para la nación norteamericana. De esta forma, la independencia es presentada como un ejercicio médico, mediante el cual se extirparía la amenaza y se protegerían las instituciones políticas, el orden racial y la seguridad de los Estados Unidos. Por otro lado, los legisladores que apoyaban la retención de las Filipinas elaboraron un discurso basado en la representación de las islas como una posesión estratégica. Para ellos, la presencia norteamericana en el archipiélago era esencial para promover y defender los intereses globales de los Estados Unidos. De ahí que enfatizaran la importancia de las islas como sede para promocionar dichos intereses en Asia y, especialmente, en China. Por ello no debe sorprendernos que catalogaran la retirada como una huida cobarde e injustificada de una posesión clave para la nación norteamericana. Otros legisladores prestaron atención a factores ideológicos, culturales y políticos en su elaboración de un discurso que justificara el control del archipiélago. De acuerdo con éstos, los Estados Unidos estaban civilizando, democratizando y desarrollando las destrezas políticas de la población filipina. Los norteamericanos aplicaron en las islas un nuevo tipo de colonialismo, caracterizado por su altruismo y compromiso con el bienestar de los filipinos, no con la explotación de los recursos de las islas. Este grupo de legisladores creía que los Estados Unidos eran una nación excepcional, superior material y moralmente al resto del mundo, y por ello 307
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habían sido capaces de desarrollar una relación única con las Filipinas y sus habitantes. En otras palabras, la labor estadounidense en las islas no sólo era una expresión de la excepcionalidad de la nación norteamericana, sino también la confirmación de tal singularidad. Sólo los Estados Unidos eran capaces de asumir la responsabilidad de elevar política y culturalmente a un pueblo inferior como los filipinos, sin esperar nada a cambio. Por lo tanto, los Estados Unidos no eran una nación imperialista, sino un pueblo consciente y desprendido, que no rehuía ni podía eludir sus responsabilidades raciales. Para construir la imagen de un colonialismo ilustrado en las Filipinas fue necesario que los lesgisladores negaran la existencia de una nación filipina, cuestionaran las capacidades políticas y defensivas de los filipinos, les representaran como niños, revisaran la historia de las islas y enfatizaran la heterogeneidad de su población. Según estos legisladores, no existía una nación filipina, sino un grupo de tribus, que hablaban diferentes lenguas y adoraban diferentes dioses. El control de las islas era, según estos congresistas, un proceso de creación nacional que estaba ayudando a los filipinos a superar sus diferencias y convertirse en una nación. De esta forma transformaron el colonialismo norteamericano en un requisito para la independencia filipina, pues creían que sólo a través de la guía desprendida de los estadounidenses llegarían los filipinos a estar preparados para ser libres. Este grupo de legisladores consideraban que tanto el desarrollo de la democracia como del gobierno propio estaban no sólo racialmente determinados, sino reservados para los miembros de la raza anglosajona. Por ello, consideraban un hecho histórico que sólo los pueblos anglosajones habían sido capaces de desarrollar sistemas democráticos de gobierno. En su esquema racial, los anglosajones ocupaban los primeros lugares como una raza superior y los norteamericanos eran la máxima expresión de esa raza. Por el contrario, los filipinos eran miembros de una raza inferior —la marrón o malaya— y, por ende, eran incapaces de desarrollar las destrezas políticas reservadas para las razas superiores. En otras palabras, dado que los filipinos no eran anglosajones, no podrían por sí solos superar sus limitaciones raciales y convertirse en una nación soberana sin la ayuda de los norteamericanos. La crisis económica de la década de 1930 suscitó un intenso debate sobre el futuro de las Filipinas como territorio norteamericano. Los sindicatos 308
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obreros y las organizaciones de agricultores estadounidenses encontraron en las Filipinas un necesario chivo expiatorio al que achacarle la culpa por las consecuencias de la Gran Depresión. Según ellos, el control norteamericano de las islas permitía la entrada al país de productos agrícolas y de trabajadores filipinos que competían con ventaja con sus homólogos estadounidenses. Las denuncias de trabajadores y granjeros reavivaron el debate público en torno a las islas, pues se embarcaron en una intensa campaña a favor de la independencia filipina como solución a los problemas que las islas representaban para los Estados Unidos. El Congreso fue uno de los principales escenarios de tal debate, pero esta vez los legisladores no se limitaron a debatir el futuro de las islas, sino que tomaron medidas concretas para definirlo. En la década de 1930, el Congreso discutió y aprobó dos proyectos concediendo la independencia a las islas. En 1932, fue discutido y aprobado el Proyecto Hare-Hawes-Cutting, pero rechazado por el Senado filipino. Dos años más tarde fue aprobado por el Congreso y ratificado por los filipinos el Proyecto Tydings-McDuffie, concediéndole la independencia tras un periodo de diez años de transición. El análisis de los debates de ambos proyectos permite entender cómo la producción y reproducción de conocimiento sobre las Filipinas evolucionó en la década de 1930. Lo primero que salta a la vista es que la discusión congresual sobre las islas en la década de 1930 registró interesantes cambios con relación a los veinte años anteriores. Durante esta década los legisladores usaron la idea de un colonialismo ilustrado no para justificar el control de las islas, sino para apoyar su independencia, presentada como el desenlace lógico del éxito de la labor civilizadora estadounidense. Los filipinos estaban listos para ser independientes gracias a más de veinte años de labor desinteresada. En otras palabras, el alegado altruismo norteamericano no fue cuestionado, sino usado para justificar la retirada de las islas como un paso necesario e inevitable. El enfoque del significado de las Filipinas para las instituciones políticas norteamericanas también sufrió cambios importantes durante los debates congresuales en la primera mitad de la década de 1930. Aunque los legisladores no describieron las islas como una amenaza para el republicanismo, sí vieron su independencia como una afirmación de las ideas e instituciones norteamericanas. La creación de una república filipina pondría fin a un periodo en la historia estadounidense y marcaría el regreso de 309
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los norteamericanos a sus valores y creencias históricas, dejados a un lado temporalmente para educar y civilizar a los filipinos. La imagen de los filipinos también registró un cambio muy importante, pues los congresistas dejaron de cuestionar seriamente su capacidad política. Por el contrario, los isleños fueron representados como un pueblo preparado para la independencia gracias al altruismo estadounidense. La interpretación de la historia filipina sufrió un cambio dramático, pues los congresistas recurrieron a ella no para negar, sino para justificar la independencia de las islas. En un giro sorpresivo, los legisladores criticaron las acciones de los oficiales navales y diplomáticos norteamericanos a finales del siglo XIX, reconocieron el papel que jugaron los filipinos en la derrota de las fuerzas españolas en 1898, reconocieron a Emilio Aguinaldo como un héroe nacional filipino y aceptaron la responsabilidad norteamericana en el estallido de la guerra filipino-norteamericana. Con ello, los miembros del Congreso socavaron la idea del colonialismo ilustrado, que había sido la base ideológica del control norteamericano de las Filipinas. Aunque en la década de 1930 los congresistas no recurrieron a la imagen de las Filipinas como una amenaza política para la democracia norteamericana, sí reprodujeron la imagen de las islas como una amenaza estratégica, basada en la supuesta indefensión del archipiélago. Su localización a miles de millas del territorio continental estadounidense y en una zona peligrosa e inestable hacían imposible defender a un número tan grande de islas. La independencia filipina era, por lo tanto, un necesario movimiento táctico que fortalecería la posición estratégica norteamericana y minimizaría los riesgos asociados al control de las islas. Al hablar de las Filipinas y de su control por los norteamericanos, los congresistas y los creadores de conocimientos convirtieron sus opiniones en verdaderos testimonios sobre la esencia de la ideología nacional norteamericana y los valores políticos de la sociedad estadounidense de inicios del siglo XX (excepcionalismo, republicanismo, colonialismo ilustrado, aislacionismo, etc.). Algunos siguen teniendo vigencia política en la actualidad, y no permiten que funcionarios como Donald Rumsfeld reconozcan lo que está claro para millones de seres humanos: que los Estados Unidos son un imperio.
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Apéndices
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ISBN 978-84-00-09172-9
9 788400 091729
El imperialismo norteamericano y las Filipinas, 1900-1934
Norberto Barreto Velázquez 1. Sembrando Ideales. Anarquistas españoles en Cuba (1902-1925). Amparo Sánchez Cobos.
En 1898, los Estados Unidos libraron una corta pero muy exitosa guerra contra España, conocida como la guerra hispanocubano-norteamericana, que les concedió el control sobre Cuba, Puerto Rico, Guam y las Filipinas. De todas estas posesiones, ninguna se encontraba más distante del imaginario norteamericano que el archipiélago filipino, ni generó tan intenso debate político, ideológico y cultural en la sociedad estadounidense. La amenaza coloniall analiza el impresionante cuerpo de ideas e imágenes generado por escritores, militares, funcionarios coloniales, periodistas, misioneros y viajeros norteamericanos sobre las islas y sus habitantes, y cómo esta producción cultural fue a su vez creada y recreada por los miembros del Congreso de los Estados Unidos en sus discusiones sobre el futuro político de su lejana colonia. La amenaza coloniall pone de relieve el papel protagónico que tuvo el Congreso en el desarrollo de prácticas, instituciones y políticas imperialistas de los Estados Unidos, desde una perspectiva que combina enfoques culturales, políticos, ideológicos y estratégicos.
La amenaza colonial
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La amenaza colonial El imperialismo norteamericano y las Filipinas, 1900-1934 Norberto Barreto Velázquez
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COLECCIÓN UNIVERSOS AMERICANOS CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Norberto Barreto Velázquez es un historiador puertorriqueño, doctorado en Historia de los Estados Unidos por la Universidad del Estado de Nueva York, en Stony Brook. Actualmente vive en Lima y trabaja como profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Antes ha desempeñado labores docentes en la Universidad del Estado de Nueva York, Universidad de Hofstra, Universidad Metropolitana de Puerto Rico, Universidad Interamericana de Puerto Rico y Universidad de Puerto Rico. Sus trabajos académicos tienen como eje central el análisis de los discursos, prácticas e instituciones imperiales norteamericanas, y es autor, entre otros textos, de El último de los tutores: la oposición enfrentada por el Gobernador Rexford G. Tugwell, 1941-1946, publicado por Ediciones Huracán (Puerto Rico, 2004).