Juan de Aria

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Juan de Aria

Blest Gana

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THE LIBRARY OF THE UNIVERSITY OF NORTH CAROLINA

ENDOWED BY THE AND PHILANTHROPIC

DIALECTIC

SOCIETIES

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UNIVERSITY OF

N.C.

AT CHAPEL HILL

00028135633 BIBLIOTECA DE AUTORES CHILENOS.— VOL XIX

MM il álKi NOVELA POR

ALBERTO BLEST GANA

SANTIAGO LTBEEIUA, IMPUENTA I ENCUADEKN ACIÓN de Onllleriiio W). Miranda 51, AHUMADA, 51 1904

JUAN DE ARIA

BIBLIOTECA DE AUTORES CHILENOS.— VOL XIX

líHM

4.IMI

'AÍIíí^liM x^v^'—j'.rixr

NOVELA POR

ALBERTO BLEST GANA

SANTIAGO LTBKEKÍA, IMPKENTA

I

de Onillermo 51,

ENCUADERN ACIÓN Miranda

JE.

AHUMADA, 1904

51

JUAN DE ARIA

Juan de Aria, bachiller en leyes título

i

aspirante al

de licenciado, se paseaba un dia alegremente

hermosas calles de la ciudad de... El nombre poco importa para el interés de la historia que por

las

vamos á referir. Juan se hallaba en decir

la primavera de la vida; es que sus ilusiones en flor no hablan sido aun

tostadas por el sol

quemante de

fisonomía respiraba vigor

nían

el

fuego de su edad

i

i

los treinta años;

su

juventud, sus ojos

te-

sus labios parecían con-

como hai tantos otros que parecen saborear el gusto de un buen guisado. En suma, Juan de Aria, sin ser lo que llamamos un buen mo-

íVídar al amor, así

un joven con bastantes atractivos para inamor á cualquier corazón femenino. En aquel momento sus ideas vagaban alegres en el florido campo de las quimeras: seguian al amor, como los niños a las mariposas i muchas de las muzo, era

fundir

jeres que, al pasar, recibían sus miradas,

ban en su

interior: ese

esclama-

joven no puede dejar de ser

apasionado.

Para mí, esta espresion es un horrendo pleonasmo.

¿En qué tiempo buto de

la

la

pasión no ha sido

el

primer

juventud? Si hai mozos sobre

los frios vientos del

desengaño han arrojado una

capa de prematura indiferencia, removed zas,

atri-

los cuales

las

ceni-

haced que en ese aparente desierto resuene

voz de una mujer querida vivido

i

ardiente

como

oiréis el eco alegre

si

i

encontrareis

el

la

fuego,

acabara de prenderse

i

repetir con pasión el acento fe-

menino.

Juan fluctuaba entonces en ese estado particular de un espíritu joven, en que se aspira a todas horas por un bien indefinido i lleno de prestijio; en que el alma repite como un eco las voces de la tierra, prestándoles la armouía de su ilusión; en que todas las mujeres son bellas con tal que sepan mirar con languidez: en una palabra, el buen joven no habla amado aun a la edad en que muchos se creen con dan por concluida su misión, el corazón insensible hasta que a alguna hija de Eva se le antoje afinar i

— — 7

las

cuerdas de ese laúd destemplado que llamaii

hombre

indiferente.

El joven caminaba parándose para mirar a cada mujer que despertaba su interés, siendo así, que no hai cosa mas fácil de despertar que el interés de un mozo de veinticinco años. Encontraba que en el andar de

algunas hai mil fascinaciones dominantes

que hacen estremecerse

el

corazón a impulsos de

inesperadas sensaciones.

Como

debe presumirse, en tan grato pasatiempo

Juan no podia caminar mui de prisa. ¡El mundo es tan bello tan variado cuando se mira con los ojos i

de

la

juventud!

- Inútil parece decir que muchas de las mujeres que a su lado pasaban, vulgares en su mayor parte, no sospechaban por un momento que al llegar a la

altura del joven, eran hechiceras divinidades.

Hubo un instante en que Juan alzó la vista, como pidiendo al cielo la realización de tantas esperanzas, nacidas tumultuosas en su alma, por accila vida como el de enconmuchas mujeres en una calle.

dentes tan ordinarios de trar

una

o

I parece que el cielo no desoyó su ruego, pues Juan se detuvo de súbito, abrió los ojos como un hombre que teme perder algo de lo que quiere ver si los

mía

deja en su estado ordinario

se cubrió de

un aspecto

seguramente habría hecho dre.

i

plácido

llorar

toda su fisonoi

risueño,

que

de placer a su ma-

¡Pero Juan no tenia

madre

i

su recuerdo era una

de sus mas dulces ocupaciones!

Componíase su familia de un padre anciano i dos hermanas jóvenes, establecidos en una provincia distante, en donde liacian votos fervientes por la prosperidad del hermano, la única esperanza de la casa.

hablan detenido en un una niña de diez i siete a diez i

Las miradas del joven balcón, en donde

se

ocho años, de negros ojos

i

mas negros

cabellos, pa-

recía entretenida en observar a los transeúntes.

Naturalmente, aquel joven que sin moverse contemplaba, llamó su atención instantes.

al

la

cabo de algunos

—Agregando cincuenta años

a cada

uno

de nuestros dos personajes, aquella circunstancia habria pasado probablemente inapercibida para ambos. i

la

go

— ¡Los años acortan

tanto la vista!

desconocida eran tan jóvenes,

mudo

i

—Mas, Juan

luego un diálo-

estableció entre ellos, mientras sus mi-

se

radas se habian encontrado con curiosidad.

—Por qué

habrá parado á mirarme ese joven? respondiéndose al mismo tiempo que seguramente le habria parecido bien; lo que para principiar empeñaba naturalmente su gratitud. Ah, si yo estuviese en el balcón al lado de ella, se decia Juan, cargándose sobre la pierna derecha para mudar de actitud. I a medida que notaba la se

preguntó

se

ella,



belleza de la niña, la altura le

del

malhadado balcón

parecía tomar dimensiones inconmensurables.

—9—

—Ese joven tiene ciertamente Linos ojos mui cidores, continuaba

pensando

la

de-

desconocida, ¿quién

será?

Cuando

de una mujer llegan a la puede asegurarse que ocuparán su espíhasta que ésta se satisfaga. las reflexiones

curiosidad, ritu

— Por vida de Dios, esta criatura proseguía Juan, llevando la

el

es encantadora,

peso de su cuerpo sobre

pierna izquierda. Por cierto Cjue esos rosados

bios...

i

el

joven se acariciaba

satisfacción de

el

la-

bigote con toda la

un conocedor consumado. Ah, yo mi vida por inspirarla una pasión

daria diez años de loca.

Nada mas barato que la vida de los jóvenes cuando tratan de obtener el amor: ellos arrojan sus años a los pies

de una mujer con un entusiasmo

me. ¿Sin amor, para qué sirve

la

subli-

vida? se dicen al

mirar unos lindos ojos. Mas tarde hallamos que existencia tiene mil aplicaciones venturosas

que para nada figura sabias lecciones,

el

i

en

la

las

amor. Los años, entre sus

nos enseñan

el

egoísmo en sus

aplicaciones infinitas.

Estos apartes tuvieron lugar en

mucho menos

que para referirlos hemos empleado. Los dos jóvenes se miraban i comprendían que el mismo deseo ajitaba sus corazones. Hai jueces que adivinan el delito en el rostro del acusado, ¿qué mucho pues que un mozo i una niña, que se miran

tiempo que

2

el



10



con interés sospechen, cada cual,

que

ajitan el

De

súbito,

ción en

tiempo

el bello rostro

sintió

golpe en

las

impresiones

alma del otro. Juan creyó notar una repentina turbade su desconocida,

que un codo vigoroso

le

i

al

mismo

daba un rudo

brazo, haciéndole casi perder el equili-

el

brio.

—Dispense Ud., de afianzarse

caballero, le dijo

una

voz, mien-

de recobrar su centro de gravedad

tras él trataba

el

sombrero bamboleante sobre su

i

ca-

beza.

Juan

I

un

vio pasar de largo a

militar de atléti-

cas formas, con insignias de Mayor,

izquierda en

el

puño de una

que apoyaba

la

larga espada, con gar-

bosa altanería. Al pasar, sus miradas se encontraron i

el

Mayor

lo

saludó con una sonrisa perdida en

espesura de su bigote. Juan sintió al recibir aquella sonrisa

militar tenian algo

miedo.

near

la

Ademas

i

parecióle

la

un

frió estraño

que

los ojos del

de sobrenatural que infundía

Mayor

una manera de mecabeza que desesperaba por su amarga iroel

tenia

nía.

Juan, sin darse cuenta de su fascinación, siguió

con

la vista al

corpulento Mayor hasta que pareció

renovar su saludo, meneando ció torciendo

—Dios

lo

confunda con su infernal

muró Juan, alzando conocida.

la cabeza,

i

desapare-

en una esquina distante. la

sonrisa,

nmr-

cabeza para tornar a su des-

— Mas

11



joven habia desaparecido,

la

ba desierto

i

balcón esta-

el

mujeres que pasaban a su lado eran

las

estraordinariamente feas.

como una

Ciertas mujeres,

tienen

poder de nublarnos

el

luz

demasiado viva, para ver a

la vista

las

demás.

—Volvamos a

Novísima, se dijo Juan. Cierto que los bigotes del Mayor parecen un bosque de trébol. Esa niña debe llamarse María o algún nombre dulce por i

la

el estilo,

luego esos labios...

su pelo debe ser

Vamos ya

se

mui suave,

hace tarde

i

es

preciso estudiar las leyes.

II

Juan volvió

a

su casa distraido. Esta sencilla

aun triste. un ave inquieta asustadiza que toma menor sombra que aparece en el hori-

aventura traia su espíritu preocupado

La el

alegría es

vuelo a

la

i

i

zonte.

Abrió

la

Novísima con

el jesto

de un enfermo a

quien presentan una cucharada de emético; leyó largo rato; volvió la hoja dos o tres veces sin com-

prender una palabra; miró a una mosca que ba por pasar a través de un vidrio de tornó a leer tan infructuosamente

La niña

le

miradas

i

enviaba desde

el

Mayor

lo

el

la

como al

porfia-

ventana

i

principio.

balcón sus lánguidas

perseguía a codazos por toda

— ia

estension de la



12

calle,

meneando

cabeza cada

la

vez que se paraban a cobrar aliento.

¡Juventud, grata edad de los sueños ¿quién podrá

después jamas

siquiera, tus deliciosos capri-

finjir,

chos?

Juan cerró

la

Novísima sonriéndose

i

sintió

en

la

imajinacion unos accesos de lirismo llenos de pasión.

Tomó

la

pluma

i

escribió:

Vuelve a mirarme, niña de mis sueños, la voz de mi pasión ardiente, Torna tus ojos hacia mí risueños, Calma el ardor de mi abrasada frente.

I

oye

Si es dulce

amar cuando

Si hai algo de divino

Deja que

te

ame

en

la

vida empieza.

la existencia.

i

El Mayor aparecía en lontananza, murmurando el

consonante bajo su abultado bigote.

—Mañana

trataré de hacer conocimiento con los

criados de la casa, se decía

bata para acostarse,

i

Juan quitándose

vía la cuenta de este maldito sastre: pesos. Estos sastres se figuran

para todo. Estoi seguro que atrasadas de

muchos

ia cor-

con dinero... Aquí está toda-

años.

el

un

que uno

Mayor

levita...

25

tiene plata

tiene cuentas

-



13

Si hai algo de divino eu la existencia

Deja que

te

ame

Juan durmió aquella noche le

la

con nada.

sin soñar

Al dia siguiente se vistió con todo el esmero que permitía su no mui poblada guardaropa i salió a calle sin hacer alto en las personas que encontra-

un

un objeto principal un hombre depende de tan leves circunstancias! como ha observado algún filósofo: apenas se comprenden los efectos cuando su vida tenia ya

ba:

casi único.

fin,

i

¡El destino de i

se considera la pequenez ordinaria de las causas.

Juan

llegó a la calle de su desconocida

razón palpitante de esperanzas; acortó retardar

la

realidad

indiferente del

en en

trató de aparentar el aire

hacia

al llegar a la casa alzó el

balcón, en

a la joven

mirando, como por casualidad,

mismo

la

dirección en que él venia. Creyó notar

lugar

i

seo es tan engañoso) que

él

lijera

contestó con

llas

de

la

la

niña

lo

(el

la

mayor

de-

hábia saludado

sonrisa de reconocimiento a la

que

gracia posible. Las meji-

desconocida se cubrieron de encarnado

sus ojos parecieron

que

mas

resueltamen-

donde vio

el

con una

el co-

paso por

mundo.

Sin embargo, te los ojos

i

con

el

se ajitan

brillantes,

como

i

esas estrellas

en perpetuo movimiento.

Para no aumentar su turbación, Juan tuvo la jela vista i mirar en varias direc-

nerosidad de bajar ciones para ver

si

nadie los observaba. Al alzarla

— de nuevo,

la

paseaba

-

niña había desaparecido

vio al espantoso se

14

Mayor

que,

en su lugar

i

meneando

a lo largo del balcón, al lado

la

cabeza,

de un hom-

bre de cincuenta años en apariencia, de benévolo semblante, bien que contraído

al

parecer por pode-

rosas preocupaciones.

Juan se quedó como si le hubiesen dejado caer un balde de agua helada sobre la cabeza, su respiración se turbó, un involuntario temblor ajitó sus miembros apenas tuvo la suficiente enerjía para sustraerse a las miradas del Mayor, que en aquel momento, daba vuelta hacia el lugar donde él se hai

llaba.

—Bien dicen que hai presentimientos que lizan, se dijo el

este

malhadado

se rea-

pobre mozo ocultándose; no en vano militar se

me

habia clavado en la

imajinacion con tanta tenacidad. I

de

en aquel instante, Juan creia en

los

presentimientos con toda

la fe

la

veracidad

supersticiosa

de un jugador.



I

por qué he de ocultarme? dijo después ani-

mado de repentina indignación. El Mayor es un hombre como cualquiera otro si no le gustan mis i

atenciones por esa niña, no seré yo quien

me

oculte

para que deje de decírmelo.

Con esta resolución volvió el joven a mostrarse; mas el Mayor habia dejado el balcón i aparecía en la calle al mismo tiempo que Juan se avergonzaba de haberse ocultado. Hízote el Mayor al pasar un



15



saludo lleno de cortesía con su sardónico movimiento de cabeza

que

i

esa sonrisa de traidor de

primera vez

la

voluntariamente saba una estraña '



lo

que entonces, como

i i

melodrama

habia hecho estremecerse

in-

antes, le cau-

desagradable impresión.

Singular individuo, esclamó Juan en sus aden-

¿Qué tenemos ambos de común? Nada por cierto, i sin embargo su vista me entristece como el anuncio de venideras desgracias. Hai en sus ojos algo de fatídico que me recuerda los monstruos que cuando menos, poblaban los sueños de mi niñez tros.

i

parece la grotesca figura de Satanás escapada de

guna I

al-

vieja pintura de convento.

seguia con la vista al atlético militar que se ale-

jaba, volviendo de vez

hacerle

un

lijero

—Vamos

i

en cuando

la

cabeza para

burlesco saludo.

eJuan, se dijo el

mozo,

si

no

eres cobar-

de debes pedir cuenta a ese hombre de su insultante cortesía, I al decir esto se dirijió

con paso acelerado hacia

Mayor, que volvía la misma esquina del día precedente. Pero sus pies se fijaron al suelo i sus ideas

el

cambiaron con violencia de rumbo, volviéndose gres

i

ale-

apasionadas.

Había

que su joven desconocida saha de la casa en traje de iglesia i acompañada por una mujer de edad, que llevaba su hbro de horas. Aquel visto

incidente tenia para

que

suficiente poder

él

sobi:^da importancia,

i

mas

para hacerlo abandonar sus



-

16

que parecía

hostiles proyectos contra el Maj^or,

des-

tinado a ser su negra pesadilla.

Juan

sintió el placer

de un hombre que sueña

con un palacio de hadas, crecientes

las

que

van mostrando una novia

le

maravillosos primores, o de

i

que recorre uno a uno los regalos de la boda, puesto de manera a ir aumentando la sorpresa embeleso; pues^ la desconocida se

ostentando a sus admirados ojos

i

de un

llezas

suaves

i

talle

de diez

i

el

mostraba enton-

le

andando con una gracia

ces en toda su majestad, indecible,

dis-

i

ocho años,

los

las be-

contornos

amorosos de un seno de vírjen. Cada paso él una nueva i deliciosa sorpre-

de

la

sa,

que, a medida que se acercaba,

niña era para

cubrir todas las perfecciones que

hablan escapado a su

le

el

permitía des-

dia anterior se

vista.

un instante en que el vestido de la niña rozó suavemente su cuerpo, en que casi oyó su respiración, en que pudo extasiarse en la tersa Por

fin llegó

finura de sus rosadas mejillas, en

medad de ojos,

svis

labios encarnados,

ruborizándose con

ciéndose

el

la i

rubor de

deliciosa hu-

Juan bajó ella

i

los

estreme-

como un azogado cuando sintió el suave Toda emoción grande es co

contacto de su vestido.

mo un

golpe eléctrico que paraliza instantáneamen-

Así fué que Juan no vio en aquel una sombra confusa deslizarse ante sintió su sangre venir en oleadas queman-

te las facultades.

momento su vista,

sino i

tes a agolparse

en su pecho.

— A

un paso de

17



Juan se dijo con desesperación: un tonto rematado, i a te que no soi otra cosa, cuando en vez de mirarla como me lo prometia de decirla con los ojos el inmenso amor que me inspira, no hago sino bajar la vista como una colejiala que va a recibir su premio de buena conducta. Decididamente soi un solemne ani-

—Me va a

ella

creer

i

mal.

Tras esta reflexión echó a andar en seguimiento de

la

niña, arreglando su paso a conservar cierta

que

distancia

le

dejase libre retirada en caso de ne-

cesidad.

—La cara de

la vieja

decia mientras andaba,

no tiene nada de i

agrio, se

bien pudiera intentar un

ataque de ese lado; mas no precipitemos

las cosas,

porque una imprudencia podría perderme, mientras que con paciencia, como dicen, se puede ganar el cielo

i

con mayor razón uno de sus ánjeles.

Para un hombre enamorado todo incidente que dice relación con su querida es

una peripecia de

palpitante interés. Por eso es que

el

amor,

mas

la

que menos contemplan indife-

esclusiv^ de las pasiones, es también la atractivos tiene para los

que

lo

Un hombre dominado

rentes.

por cualquiera otra

pasión despierta un interés de algún jénero:

un

enamorado suele dar

ve-

lástima, a veces risa

i

a

ces

Pero Juan se curaba de pensar averiguar

si la

"^

3

así tanto

como de

luna tiene o nó pobladores. Vio a su

„_ 18



desconocida entrar a una iglesia rada, al tiempo de volverse con

i

dirijirle

mucha

una mi-

naturalidad

de manos de la vieja. Juan acariciándose el bigote con adorable fatuidad, parece que no le somos tan indiferente. Daban las nueve con fuertes campanadas para tomar



en

¡Ola!

el reloj

el libro

dijo

de

la iglesia.

—La hora de

la clase, se dijo el

joven que hasta

entonces habia observado sus deberes con relijiosa

un

mas

o menos poco importa, i una ocasión de ver este interesante monumento de una arquitectura verdaderamente prodijiosa. No hai como el amor para elevar el alma a la altura de su misión. Las grandezas del mundo material se comprenden mas bien cuando en el pecho se ajitan grandes i nobles sentimientos. Dios me perdone, creo que tengo mis puntillas de filósofo... I Juan se quitó el sombrero al entrar por la puerta principal del templo, en donde el órgano hacia vibrar sus monótonos i prolongados sonidos.

puntualidad,

dia

luego, esta es

III

la

Nuestro héroe era mozo sentimental, como lo son mayor parte de los jóvenes en quienes el amor

hace resonar por vez primera

las cuerdas, hasta en-

tonces dormidas, del sentimiento.

Al atravesar

las

espaciosas

naves del templo,



19



Juan sintió un recojimiento relijioso que ajilaba su pecho con mil ajitadas sensaciones. Las notas del órgano le hablaron vagamente de las inefables

venturas del cielo

de

i

los

inocentes

placeres de la infancia, este diáfano recuerdo de dos, bien

común que

esencia terrenal para revestirse

encanto a medida que

los

años van arrojando sobre

nuestro ánimo su capa de cuidados

Por un momento comprendió

mas exajeradas proporciones, coleto, se recostó sobre la

lengua rebelde a repetir el

las

joven

se

mal humor.

i

ascetismo en sus

se hizo penitente re

i

de su sepulcro,

trató

de forzar a su

olvidadas oraciones que

hogar doméstico.

— Señor, tenga Ud. cuidado pisado un pié,

el

fria losa

envuelto en su tosco sudario aprendiera en

to-

memoria su de un prestijioso

pierde en nuestra

le dijo

al

andar, Ud.

una mujer junto

me ha

a la cual el

habia detenido en su relijioso arroba-

miento.

Estas palabras lo volvieron a su situación preci-

samente en el instante en que sus reflexiones iban también a cortar su vuelo, para hacerlo pensar en el

objeto de su entrada en la iglesia.

—Mucho me temo,

se dijo Juan,

que

si

entrado a esta iglesia antes de enamorarme,

hubiese

me

ha-

brían dado tentaciones de hacerme fraile. Decidida-

mente valgo mas que mi reputación: vaya, por tanque valen menos que la que el mundo les da. Haciendo estas reflexiones Juan se habia elejido

tos



20



un excelente punto de observación, desde sus ojos

uno de

los

i

de

la

el

cual

desconocida hablan entablado

esos diálogos deliciosos en

que

el

plea todo su poder para dar a la vista su

alma em-

mas

espre-

siva elocuencia.

Terminada ta

de

la

la

iglesia,

misa,

el

joven se colocó en

la

puer-

prometiéndose ser menos tímido

que en su anterior encuentro. Vio con impaciencia desfilar ante sus ojos la multitud de devotos que sallan santiguándose con agua bendita i empezaba a temer que la niña hubiese saHdo por alguna otra puerta, cuando mui cerca de sí oyó una voz que decia: Paula, todos los dias vendremos a esta misa. La voz que esto decia era de un timbre fresco i juvenil que llamó inmediatamente la atención del joven. I Juan vio a su bella desconocida fijar en él



sus ojos con resolución

i

responder sonriéndose a su

saludo.

—No faltaremos

a la cita, se dijo,

viéndola

ale-

estoi seguro que aquí no vendrá a saludarMayor, quien tiene traza de no ser mui asiduo a estos lugares. Tal vez con los s^tos sus cuentas anden tan atrasadas como con los sastres, I Juan, cuyo corazón nadaba en la felicidad voljarse,

me

i

el

vió a su casa haciendo el

mahgnas suposiciones sobre

Mayor, a quien consideraba ya como un enemigo

declarado.

Esta vez su ataque a

la

Novísima tuvo un éxito

— mas

deplorable que

21



del dia anterior.

el

atreverse a abrirlo

el libro sin

ahogando un suspiro. Vamos, el amor



incompatibles,

También

el

le

Juan miró

volvió la espalda

estudio de las leyes son

vez por ser aquella una pasión

tal

enemiga de trabas viendo a mirar

el

i

i

i

sujeciones, se dijo el joven vol-

el libro.

lirismo del dia anterior se habia cam-

biado en furor epistolar. Juan miró su composición

empezada con una sonrisa, que si bien hacia mérito a su buen sentido, no honraba en manera alguna a su

numen

poético.

—No hai como mirar se dijo,

tomando

to los versos, si

las

cosas con sangre fria,

papel sobre

el cual habia escriyo hubiese terminado ayer esta comel

posición habria querido hacerla imprimir; mientras

que ahora

irá a

hacer parte de mis rimas de juven-

tud principiadas a flor

los

quince años

i

será la última

de mi corona de niño, que quedará inconclusa,

como

los

tinguido

antiguos templos góticos, por haberse exla fe del autor.

Mas, como dijimos, plazado en

el

joven

al

el

furor epistolar habia reem-

deseo de hacer versos amo-

rosos.

una nueva hoja de paque yo la amo con pasión será confiar a Ud. una cosa que la parecerá mui natural, mas, saber que yo pido de rodillas una contestación a esta carta, será un acto calificado por Ud. de imper«Señorita, escribió sobre

pel, decirla

— —



22

donable osadía. Pues bien, yo imploro perdón en

nombre de mi amor, en

que he cifrado

el

de mi vida, disculpcándome con

que

me

la

dicha

la

imposibilidad en

Juan

encuentro de poder hablar con Ud.

de Aria, bachiller en leyes.»

Al siguiente dirijió a la

Juan, armado de su epístola se

dia,

evitando

iglesia

la

donde temia encontrarse con asegurarse de

en

se colocó

la

la

el

casa de

la

joven en

Mayor. Después de

presencia de su desconocida, Juan

puerta de

la iglesia

esperó

i

la

con-

clusión de la misa.

En medio

de un grupo de mujeres, que sallan

prodigándose empellones la

i

Juan a

codazos, divisó

niña que luchaba en vano por sahr de aquella

masa compacta de

fraternales devotas.

Juan

se abrió

paso sin ahorrar su fuerza ni sus codos, llegó hasta la

niña que parecía próxima a desmaj'arse

ciéndola dola con

océano ajitado. Al dejar traia

preparado

desapareció entre

saba a

la

—En

ofre-

su cuerpo, hasta ponerla fuera de aquel el

brazo de

ven, Juan deslizó temblando en su

que

i

brazo volvió a abrirse camino, escudán-

el

la

i

turbada

jo-

el billete

sin esperar respuesta de ella

multitud que aun no se disper-

puerta de la

mañana

la

mano

iglesia.

mi destino, se dijo Juan al acostarse aquel dia. I ya es tiempo a fé mia, porque desde ayer me siento una fíebre devoradora. I mis estudios sufren de una manera lamentable. Si

fin,

tuviera

se decide

en mis manos esa carta,

la llenaría

— 23

de frases ardientes como mi amor; porque he cometido la torpeza de escribirla mía carta mui tibia.

Todo requiere

práctica

i

yo

me

desquitaré en

la se-