Jose Gaos El Hombre Y Su Pensamiento

  • 0 0 0
  • Like this paper and download? You can publish your own PDF file online for free in a few minutes! Sign Up
File loading please wait...
Citation preview

V ER A YAMUNI

José Gaos El Hombre y su Pensamiento

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO MÉXICO, 1980

Primera edición: 1980 DR © 1980, Universidad Nacional A utonom a de México C iudad Universitaria. M éxico 20, D. 1. DIRECCION G E N E R A L DE PU BLICACIO N ES Im preso y hecho en México ISBN 968-58-2945-4

PROLOGO En la vida intelectual hay creaciones que se anonadan, que se aniquilan. Hay ideas que se presentan, pero que al no expresarse ni escribirse, se pierden al instante, poco después o con la muer­ te de quien las pensó. Otras vuelven una y otra vez, y aunque no se escriban, son comunicadas a personas que las recuerdan y las callan porque no pueden ser dichas al público. Hay unas terceras ideas que se comunican y pueden salvarse, si quien las oye se toma el cuidado de apuntarlas o redactarlas inmediatamente. Por último hay otras que son redactadas por el oyente algún tiempo después, fiado de sus recuerdos. A Gaos, como a todo profesional de la vida intelectual, se le ocurrían ideas que no comunicaba y que con su muerte se per­ dieron para siempre. Hubo otras que no escribió pero si comu­ nicó: de éstas algunas pueden ser dadas al público, otras no. En otros casos las anotaba en los más variados papeles y de diversas maneras. Algunas se extraviaron ya probablemente. Las anota­ das en abreviatura representan la probabilidad de que la anota­ ción haya sido en vano: sóio tenían sentido para él. Las escritu­ ras, y más o menos redactadas pueden salvarse, si se acaba de re­ dactar las menos elaboradas y se las publica junto con las ma­ yormente compuestas: estas esperan todavía su publicación. Este trabajo se basa para su composición ante todo en ideas que Gaos comunicó y no escribió, que pueden ser dichas al pú­ blico, ideas que repitió sobre todo verbalmente, y que la autora recogió después de sus innumerables conversaciones con él, y que terminó por redactar, procurando siempre ser lo más fiel posible al pensamiento de Gaos, evitando así la aniquilación de las ideas. El trabajo contiene, también, ideas que son interpreta­ ción y crítica de la autora, del pensamiento de Gaos. Al publicar este trabajo creo cumplir con la petición que va­ rias veces me hiciera Gaos, la de escribir una biografía, comple­ mentaria de su propia autobiografía1, solicitud que llegó a for­ 1 José Gaos, Confesionet Profesionales, Fondo de Cultura Económica. 1958.

mular de su puño y letra en la dedicatoria que puso en la segun­ da página de su libro Musco de filósofos, el año 1960: “ Para Vera, futura biógrafa de un pequeño filósofo” . Vera Yamuni Tabush 1978

El saber genealógico llega, por lo general, hasta los abuelos, a quienes regularmente se conoce en persona. Excepción a esta re­ gla serían la nobleza y las personalidades famosas. De los bisa­ buelos sólo se sabe por referencias, más bien escuetas, que los abuelos transmiten a los nietos. Gaos nada sabía de sus bisabuelos, a no ser algo de los mater­ nos, por tener una cierta hidalguía. Su memoria familiar directa, que se extendió únicamente tanto cuanto a la convivencia y la percepción, al igual que la de todo ser humano, es la siguiente. Su abuelo paterno se llamaba Andrés Gaos y Espiro. Vivió en la Coruña, donde nació su padre, y tuvo en Vigo una tienda de instrumentos de música, que acabó mal, arruinada. En ella se reunía una tertulia de ingeniosos, uno de ellos su propio abuelo, que se ejercitaban con ironías a costa de ios compradores, y que el abuelo atendía a desgana, según algunas anécdotas que conta­ ba su padre y que el propio Gaos me narró alguna vez, pero que he olvidado ya, De Vigo se trasladó la familia a Giión. donde su abuelo tuvo hasta su muerte un colegio particular de primera en­ señanza, al que concurrían dos docenas de niños, poco más o menos, según juzgaba Gaos por el recuerdo que le quedaba de la sala de clases. De la familia de su abuelo no sabía absolutamente nada. Un tío suyo llamado Félix, hermano de su padre y menor que éste, le informó que Gaos era un apellido de Bretaña. Tiem­ po después, fue Unamuno el que le dijo que su apellido bien po­ día ser tal, o provenir de una lengua que no había asimilado las vocales fuertes o los diptongos formados con ellas, y que el apelli­ do se encontraba en El pescador de Islandia de Loti. Espiro po­ día ser, decía Gaos, una fonetización y graficación española de Spir o Speer. El abuelo tenía la calva que heredaron el padre de Gaos y él mismo. Iievaba bigotes, que ya le conoció blancos, y usaba len­ tes de los de entonces, que a Gaos le parecía recordar sujetos a un cordoncito de seda negro. Era irónico y colérico y masón, según le parecía haber oído decir a la familia de su madre. En

todo caso era irreligioso y de ideas avanzadas, como se decía entonces de las simplemente liberales. Su colegio era laico y se­ gún recordaba de niños y niñas y con buena fama docente. Cuan­ do Gaos tenía unos siete años y pasaba una pequeña temporada con los abuelos paternos —vivió su niñez con los m atem os—, ha­ biéndose quedado el abuelo y el nieto solos en la sala de clases, sentado el hombre a la mesa de la tarima y el niño enfrente, en uno délos bancos de los colegiales, el primero se inclinó de pron­ to sobre la izquierda, diciendo “ Pando, Pando” , el nombre de su médico. El niño gritó, acudió la abuela, y le acabaron llevando a casa del director de la sucursal del Banco de España, amigo y ve­ cino. De un derrame cerebral murió su abuelo, a los sesenta y dos o tres años de edad. Su abuela paterna se llamaba Pilar Berea Rodríguez. Era galle­ ga, pero no recordaba de dónde. De su familia sólo sabía que te­ nía un hermano, Canuto, que era organista de iglesia. Su abuela era colérica, tenía buena figura, espigada, pero la familia de su padre decía que no había sido guapa, sino más bien fea. Le pa­ recía recordar que no era precisamente muy religiosa. Murió mucho después que su abuelo, no sabía exactamente de qué ni recordaba cuándo. En todo caso, murió no mucho antes de la guerra civil española. Su abuelo materno declaraba llamarse Marcelino González — Pola y Gutiérrez—Pola. El padre de Gaos le decía que por no re­ conocerse el simple González y Gutiérrez que era. Nació en Luanco, había sido piloto de la marina mercante y viajado hasta Buenos Aires y Filipinas en barco de vela. Se retiró de la marina y fue, después, jefe del despacho que tenía en Gijón la fábrica de Mieres, quizá de carbón, y, por último, cajero del despacho que tenía en Oviedo la fábrica de loza de San Claudio, cuyo director-gerente se había casado con una hermana de la madre de Gaos. Desde que lo recordaba, era un hombre con calvicie, igual que el otro abuelo, bigote y barba blancos, que hacía todos los días las mismas cosas a las mismas horas, com ía todos los días los mismos alimentos, no hablaba palabra y se mantenía imper­ turbable. Se había vuelto religioso a la postre, por influencia de su esposa. Pertenecía a la pequeña burguesía de Luanco y uno de muchos hermanos y hermanas, de las que conoció a las que vivían en Luanco, por los veraneos allí. Conoció a Gertrudis y Ezequiela, solteronas; a Celia, y a la viuda Ricarda, a Felisa viu­ da también, pero Gaos no podía afirmar, cuando ya residía en

México, si esta última era hermana o prima camal de su abuelo. Recordaba a Rubiana, la menor, viuda, y sabía que había vivido en Vigo. El abuelo materno murió en Oviedo, mientras Gaos vi­ vía con él, por el año de 1912, de unos sesenta y cuatro años de edad. Su abuela materna se llamaba Dolores Menéndez Bros. No es­ taba seguro de que fuese de Oviedo. De los padres de esta abuela pendían retratos al óleo, en el comedor de la casa de sus abuelos en Campomanes 12, calle principal izquierda, de Oviedo, donde vivió con ellos desde 1905 hasta 1915, o sea, de los cinco a los quince años de edad. El retrato del bisabuelo era el de un co­ mandante de infantería. Su madre tenía una fotografía en que figuraban él, muy pequeñito, su madre, su abuela y su bisabuela. Esta última, de nombre Catalina, era de la Pola de Siero y des­ cendiente de un francés, Bros de Cónsul, que había venido a Es­ paña con los Borbones y fundado en Oviedo la Academia de Be­ llas Artes de San Carlos, según el ejemplar de una Memoria im­ presa en la que constaba esta genealogía y que se guardaba en el escritorio adosado a una de las paredes del comedor de la casa de sus abuelos. El padre de Gaos se burlaba de los deseos de aris­ tocracia que, según él, tenía la familia de su mujer p&Y este lado. Su abuela había tenido solamente dos hermanas, menores que ella. Una, Manolina, se había casado con un don Ramón Vereterra, que la dejó viuda y rica, con un hijo y una hija, Catalina, que se casó a su vez con un hombre de buena posición, Javier Cabanilles. Gaos decía que este lado de la familia materna era realmente el de más viso de toda ella. La otra hermana, Magdale­ na, no se casó, sino que se metió de monja y pasó a Santander, donde vivió muchos años y quizá murió. Manolina había muerto antes. Su abuela murió de la famosa gripe española del año 1918, el igual que su hija Catalina, la mujer del director-gerente de la fábrica de loza. El padre de Gaos era de la Coruña. Su madre, Josefa, de Gijón. Se conocieron y casaron en Gijón, donde nació él, el 26 de diciembre de 1900, a eso de las tres de la tarde, en el piso prin­ cipal de la casa número 13 de la calle de San Antonio, en cuyo bajo recordaba que había una paragüería de una señora llamada Petra. “ Nunca he comprendido, decía Gaos, ni podido explicarme, cómo pudieron casarse mis padres, de caracteres tan diferen­ tes” . Se explicaba que la familia de su 'madre consintiera en el

matrimonio con un hombre como era su padre y de una familia como era la suya, por la necesidad de casar a las muchas hijas de una posición modesta. El padre de Gaos era irreligioso, liberal, jovial, ingenioso, muy inteligente, cultivado, gran profesional, jurista distinguido como conocedor del derecho hipotecario, y estudioso. De él decía Gaos que había inventado un santo, san Apapucio, para no ofender los oídos de la esposa, cuando maldecía a la manera española invocando el nombre de un santo. De su ma­ dre, decía Jo sé Gaos, que había sido muy religiosa aunque poco inteligente y cultivada, y voluntariosa resistente. Tuvo su primer hijo al año de casada. Para explicar que su padre se uniera en matrimonio con ella, descontaba lo que la echaron a perder las repetidas maternidades, la mala posición económica durante muchos años, y la temprana pérdida de toda coquetería, y que contar, en cambio, que fue de joven actriz casera muy graciosa entre los miembros de la familia, y no mal parecida, aunque no había sido tan guapa como su hermana menor, Asunción, la can­ tada por el hombre macilento en El Sendero andante, de Pérez de Ayala, canción que se incluye más adelante. El padre de Gaos murió en Vemet les Bains, donde se le enterró, en otoño de 1939. Su madre murió en Valencia, unos diez años después del padre, estando Gaos ya en México. Jo sé Gaos decía deber a su padre, bretón y celta, y a su madre ibera y bereber» una herencia auténticamente celtíbera. Creía haber heredado del padre la vo­ cación intelectual y el erotismo, y de la madre la vocación a lo absoluto, el apasionamiento y la voluntariedad. Hijos de los abuelos paternos fueron: Andrés, violinista y después director de orquesta, el cual fundó la familia Gaos de la Argentina; su padre Jo sé Gaos; Alejandro, que fundó la familia Gaos de Puerto Rico, donde murió joven y recién casado, de un accidente; Félix, refugiado político de la guerra civil española, en México. Carmen, casada con un ingeniero de minas, de! que tuvo varios hijos; Luis, que anduvo por América, principalmente Cuba, y que llegó a ser cónsul de Cuba en Barcelona, y fundador de la familia Gaos de Cuba. Hijos de los abuelos matemos fueron: Ramón, del que no re­ cordaba ya si era el mayor, y que murió joven, tuberculoso; Ma­ ría, casada con un cubano rico, Alfonso Moren y Pulido, del que tuvo un hijo, Angel, que fue buen oculista y profesor de la Uni­ versidad de Santiago; su madre Jo sefa; la ya nombrada Catalina;

y Asunción, casada con un descendiente o primo de los descen­ dientes de Jovellanos, llamado Rafael Labiada y Cienfuegos, pa­ dres de varios hijos, y de los cuales, Rafael, fue un falangista fu­ silado o muerto por los republicanos en la guerra civil española; Rosario, que casó en edad ya madura, con un maduro luanquino que había andado por México como organista y cantor de igle­ sia, los cuales se retiraron a vivir en Luanco; Modesto, portero famoso del equipo de fútbol de la Sociedad Gimnástica Espa­ ñola, mal estudiante de Farmacia, que fue líder estudiantil y hasta profesional; más adelante, un tanto aventurero, anduvo por América acompañando a un artista o violín, y dando con­ ferencias. Jo sé Gaos el filósofo, cuyo nombre completo fue Jo sé María Enrique Esteban Gaos y González-Pola que nació el 26 de di­ ciembre de 1900, en Gijón, España. Fue el primogénito de sus padres. Estos tuvieron catorce hijos de los cuales sólo llegaron a adultos nueve. Jo sé , el filósofo; Carlos, ingeniero, muerto en México como refugiado político; María, viuda.en Valencia, Es­ paña; Alejandro, profesor y escritor en Valencia; Angel, ex-comunista, como decía Jo sé Gaos, escritor y refugiado en México; unos gemelos nacidos muertos; Jesús, muerto cuando niño de meningitis, en Valencia; Ignacio, que fue durante algún tiempo profesor en Francia; Vicente, profesor y escritor en España; Fer­ nando, escritor, en México; Lola, casada en Madrid. Jo sé Gaos casó el 29 de junio de 1926, con Angeles Hernán­ dez Barbarros, natural de Valencia, con la que tuvo dos hijas: Angeles y Paloma. Y pasó a vivir solo, sin la familia, desde mar­ zo del año de 1945, hasta su muerte. Jo sé Gaos salió de su casa el día 10 de junio de 1969, a las once de la mañana, para dar sus clases en el Colegio de México, donde tenía cursos los martes y los jueves —a partir de la agre­ sión contra el doctor Chávez y su renuncia a la rectoría, en 1966, y la suya propia al profesorado emérito de la UNAM, por !a dignidad de la lealtad a la jerarquía académica— y ya no regre­ só más. Murió de un último infarto cardíaco, a las siete de la no­ che en el momento mismo en que acababa de firmar el acta de graduación de uno de sus discípulos en esa institución.

NINEZ Y ADOLESCENCIA Se crió y educó en una familia muy católica, la de sus abuelos ma­ temos. Una familia de “novenas, triduos, meses, primeros viernes, domingos y lunes” 5. Católica, fundamentalmente, fue, pues, su educación, encaminada primordialmente a alcanzar la salvación. No fue único hijo, sino nieto único, que es todavía peor. Un niño solo y reconcentrado en sí mismo, y en “ rebeldía interna contra la educación opresora” , como solía decir. Por su propio natural quizá, y en todo caso por educación, fue un niño y jo ­ ven reprimido, por los demás y por él mismo. Un niño que juga­ ba a decir misa, y cuando lo hacía, en latín, delante de su abuela y otras mujeres de la familia, las conmovía hasta el punto de ha­ cerlas llorar. Era, si no por natural, por educación infantil, por infancia reprendida y reprimida, un individualista a ultranza. Su primera formación le motivó, si no entonces, por lo menos más tarde, un resentimiento contra tal educación. Esta “ educación de intimidación” dejó en él huellas imborrables a lo largo de toda su vida, tanto en eí hombre de carne y hueso como en ei pensa­ dor y filósofo. La moral de su educación cohibió muchísimo su temperamento de hombre, causándole un complejo de inferiori­ dad, superar el cual, decía, “ ha sido el esfuerzo más empeñoso de mi vida” . La religión en que le educaron fue la de la creencia en la divinidad de Jesús, los milagros de él y de los santos, la in­ tercesión de éstos, la existencia del cielo y del infierno, y la creencia en la inmortalidad del alma. Fue educado, además, en la práctica religiosa y la moral católicas, en la confesión, comu­ nión, misa, oraciones y devociones, prácticas alimenticias y mo­ ral sexual cristiana. La práctica de la extremada religiosidad ex­ terna en la niñez le llevó a rechazar, pasada la adolescencia y du­ rante la edad madura, la fe confesional, pero no la fe en Dios como misterio y objeto de oración de gracias por los bienes de esta vida, ideas recurrentes en él sobre todo durante los últimos años de su vida. 2

Confesiones profesionales, p, 130.

Hizo los estudios de primera enseñanza en colegios privados de distintas poblaciones en que vivió con sus abuelos o padres. Con los abuelos matemos vivió en Oviedo, de 1905 a 1915, y un par de meses de verano, en Luanco, cerca de Gijón. Llevó a cabo los estudios de segunda enseñanza, que en España coincidían con los de bachillerato, en colegios religiosos, católicos. Los cua­ tro primeros años de la llamada segunda enseñanza, en el Cole­ gio de Santo Domingo, de Oviedo, de dominicos. El quinto año de la segunda enseñanza, o sea, el penúltimo del bachillerato, lo hizo en las Escuelas Pías, de Valencia, incorporado al Instituto General y Ténico de Valencia, en donde recibió enseñanza de los clérigos regulares de la orden de las Escuelas Pías, los escola­ pios. El sexto y último año del bachillerato lo hizo en el Institu­ to General y Técnico de Valencia, en donde se recibió de bachi­ ller, en 1917. Fue un alumno muy bueno de matemáticas, sobre todo de geometría, en Oviedo. Pero a partir de la adolescencia no se in­ teresó por las matemáticas ni casi tampoco por la ciencia de la naturaleza. En 1915, dejó la casa de sus abuelos matemos, en Asturias, y llegó a Valencia, a casa de sus padres. Este paso significó para el adolescente de casi 15 años un gran cambio, un dejar de ser nie­ to único para pasar a ser un hijo más entre numerosos e inquie­ tos hermanos. De la vida con sus abuelos matemos, vida austera de orden, rigor y puntualidad que le marcó toda su vida, de ro sarios y oraciones a horas y fechas fijas, pasó al espectáculo de las vidas menos rigoristas y más libres de sus hermanos, como los juegos de escondite bajo las camas y brincar sobre éstas sin preocupación por el desorden, cosa que le escandalizaba y pare­ cía continuar escandalizándole, cuando lo narraba, en la edad madura. Pasó a vivir con una madre tan católica como sus abue­ los matemos y un padre poco ordenado vitalmente, erótico se­ gún sus propias palabras, de tendencias intelectuales muy marca­ das, y escéptico en materia de religión, que se burlaba de sus pri­ meros entusiasmos por la metafísica, la ciencia que el adolescen­ te Gaos creía que le prometía y aseveraba la verdad religiosa y científica. Empezó a escribir, cuando tenía 14 años, en verso y en prosa. Compuso en prosa y.en verso una tragedia, en cinco actos, que llevó por título Ames, principe de Egipto, de la que no ha que­ dado rastro. Según sus propias palabras, sus pvimeras poesías,

eran composiciones convencionales, dedicadas a la Virgen y a los santos, y no tardó en tenerlas por malas. La época en que es­ cribió la mayoría de las poesías fue entre 1916 y 1921, de los 15 a los 20 años. Decisivo para su forma de escribir, según él mismo, fue el conocimiento de la poesía francesa moderna de Diez Cañedo y Fortín. Llegó hasta proyectar toda una Cosecha de primavera y otoño. Pero nunca publicó ninguna de sus poe­ sías y sólo conservó tres, que repetía de memoria, que yo escu­ ché y recogí. Nunca se decidió a publicar ninguna por una mez­ cla de conciencia de que aquello no tenía verdadero valor de pu­ blicación y de auto-definición como filósofo. Siempre reconoció que eran ejercicios literarios de la adolescencia, aunque en el momento de componerlas fueran para él otra cosa. La tríada de las poesías salvadas de su proyectada Cosecha de otoño y prima­ vera son: INVITACION Mira, sobre la mesa está lleno el frutero de pérsicos y uvas, de peras y manzanas, en la butaca yace un volumen somero y vesperal luz áurea entra por las ventanas. ¿Por que para sentarte no aceptas mis rodillas, tus bucles en mi hombro, tu talle entre mi brazo? Un leve rubor tibio sería en tus mejillas el amoroso fruto del tembloroso abrazo. Mas pronto volvería a tu faz la sonrisa, al degustar de un fruto fresca pulpa jugosa, y tus ojos azules, luego, con atención, siguiendo irían del verso mi lectura sin prisa, y al fenecer del todo la luz —sombra olorosa— en el aire, sin ruido, vibrará la emoción. ENSOÑACION Está encendido el fuego de tibia luz rojiza bajo la clara sombra de un cuadro familiar. Poco a poco el rescoldo se acuña en la ceniza y transcurre la noche. Silencioso ensoñar.

Hay en la casa ricos muebles de viejo roble. En el aparador brilla el cristal sencillo. En el grave despacho el cortinaje es noble. Y en el armario aroma la lencería el membrillo. Sólo falta que cruces de mi casa el jardín y traspases benévola las losas del umbral, tú, amor m ío; que brille tu cabello de oro al resplandor humilde con que el hogar da fin, y que de la velada sea el punto final sobre tus labios rosa un halago sonoro. RENUNCIACION Ya no quiero mi frente para el laurel glorioso. Ya no quiero mi mano para la noble pluma, ni la función prestante de instrumento armonioso o de compás dialéctico mi corazón asuma. En el jardín que al punto lo exótico fenezca y mil libros emigren de los plúteos de encina. Cuando en la dulce noche la tarde se adormezca, que en mi frente tus labios hagan siembra divina, que mi mano en la tuya, blanda, repose luego, y mi corazón tenga ya sólo sus latidos para sentir tus besos, para cuidar el fuego del hogar, cultivar rosas, leer unidos y recordar la gloria como sombra lejana que tú, mi luz, mataste una alegre mañana. Poco después de comenzar a escribir en prosa se le ocurrió fundar una revista que denominó Cultura, de la que publicó dos números manuscritos por él, destinada a circular por el colegio y cuya suerte narrá él mismo. Q uería que contuviese [la revista], adem ás de producciones puram ente literarias, com o p o esías y cuen tos, y de críticas n o so lo literarias y de artes, sino hasta de toros, principalm ente artículos sobre tem as de tod as

las asignaturas del bachillerato; escrito tod o p o r alum nos del Colegio o p o r p rofesores del m ism o que quisieran colaborar, com o lo hicieron algunos. Publiqué el prim er núm ero, m anuscrito entero p o r m í, en un cuaderno rayado de los m ás gruesos. Tuvo realm ente un gran éxito —causa de la m uerte de la revista al segundo núm ero. Pues se me ocurrió recoger en éste las opiniones m ás autorizadas o m ás eligiosas acerca del prim ero, y. . . En la cubierta del cuaderno del prim er núm ero h ab ía dibu jado a plum a una pareja bailando, que m e h ab ía im presio­ n ado, copiándola de una revista ilustrada cuyos n úm eros veía en casa de unos tío s. E l Padre L u cian o Escandón era el V icerrector y ten ía m ere­ cida fam a de adusto. Era im posible que no viese el núm ero. M ejor abor­ darle de frente con él. C uando pude encontrarle, y a !o h ab ía visto y d eb ía de estar influido p o r el éxito. Me dijo: “ Me parece b ien ” — m as acordán dose de la p ortada, hizo u na breve p au sa y siguió diciendo en el tono de u n a rectificación concesiva em pero: “ aunque está inm oral” . Q uedé tan sorprendido com o en can tado, pero ah. ./. N aturalm ente que m e apresuré a poner sus palabras en sitio de honor entre las opiniones recogidas en el segundo núm ero. Salió éste y a p o co me llegó el rum or de que el Padre Lu cian o estab a furioso contra m í, porque le h acía decir “ m e parece bien, aunque está inm oral” , lo que h ab ía producido una sorpresa universal, seguida de u na m arejada de veras y burlas entre los Padres m ism os y no sólo entre los colegiales. El rum or me enseñó la im portancia de los signos de pun tuación , haciéndom e pensar que no debía haber reprodu cido las palabras del Padre L u cian o con u n a sim ple com o antes del “ aun que” , pun tuación que p erm itía dar a la frase el sentido de “ m e parece bien, a pesar de estar inm oral” , “ con tó d o y su inm oralidad” , sino que d eb ía haberlas reproducido con u na ray a bien larga antes del “ aun qu e” , para que el “ aunque está inm oral” tuviese

el

inequívoco de uns rectificación en vista de Isi Dort^ds, 3.1 4 o *•* ' C X

y

no haber dormido bien una sola noche,; en contrasté con el dormir regular a diario,, ocho horas como mínimo:, a lo la rg o de la \id a anterior a su última entrada en Cardiología, a la media noche.: entre el 1 8 y el 19 de febrero de 1969. Sus cardiopaUaS, el in­

somnio perturbador y el mes'escaso de vida que le quedaba no le permitió redactar sus Confesiones finales, las de su vida mis­ ma vivida renovadamente por una nueva vida ulterior, la de la última década de su vida, durante la cual se preocupó y reflexio­ nó acerca de este mundo, la inmortalidad del alma, y la existen cia de Dios. Cumplo ahora, incluyéndolas en este trabajo, diez años después de su muerte, con la petición. A Gaos, durante su primera madurez, le solía escuchar la que esto escribe, expresiones como ¿Con que ésto era la vida? i Venga otra vez! Se sentía contento de la vida, y sus satisfaccio­ nes le valían la dicha de vivir y repetir una vida como la suya. Sin embargo, al.final de su vida, el “ Venga otra vez la vida” , ter­ minó pareciendole un trozo de bravura verbal, no una reflexión completa, sincera, y sobre todo final. S e g u ía reconociendo, d u ­ rante sus penúltimos años seguir teniendo temporadas de euforia plenaria y suma, gozos, pero entrecortadas p o r amarguras e in­ satisfacciones, y agregaba a esto al final, que se daba ya satisfe­ cho con su vida, que no le interesaba repetirla, hasta llegar a fo r­ mular la idea, con los cambios causados p o r 1a enfermedad.40 la edad y las circunstancias, de que si hubiese podido preveer su vida y elegir entre vivirla o no, no le hubiera interesado vivirla. No creía tener, al final, satisfacciones lo suficientemente po­ tentes para que su vida restante fuera amable, y sí algunas ex­ periencias de decepción y fatiga o insatisfacciones que le ha­ cían preferir el no haber venido a la existencia. Con el transcurso de los años, Gaos se fue viviendo como cre­ cientemente anacrónico, y sentía, a pesar de sus continuas lec­ turas y reflexiones sobré lo nuevo, estar cada vez más, en su si­ tuación de rezagado con respecto a su modo contemporáneo. Este fue para él, un mundo de economismo-tecnocrático, como lo conceptuó, dominado técnica y científicamente y explotado económica y socialmente por los capitalistas internacionales do­ minantes de la técnica, la ciencia y la economía mundial. Un mundo insatisfactorio que no se interesaba, para el que no tenía sentido “ el más allá religioso y m etafísico” , que había sido objeto de su vocación, profesión y obra sobre todo fina­ les. Un mundo de economismo tecnocrático en el que él sen­ tía que como hombre, profesor y filósofo, se alojaba rezagada­ 40

El primero de sus varios infartos cardíacos lo tuvo en 3958. a la edad de cincuen­ ta y ocho años de edad.

mente en un rincón, inadvertido él mismo por casi todos, a cau­ sa de falta de afectos, y por anacronismo. Una sociedad humana en la que las juventudes se abitaban confusas y las masas campe­ sinas y proletarias vivían todavía en la miseria. Un mundo al que no interesaba la Filosofía que se escribía y escribía él, y en el que su obra casi solo podía tener interés y sentido para él. Un mundo del que creía que no sabemos, ni podríamos llegar a saber, si es finito o infinito en el espacio, si empezó o acabará o si existió desde siempre y existirá siempre. Un mundo en el cual, aunque parecía haber tenido comienzo la Tierra, la vida en ella, la humanidad, resultaba puro enigma o misterio el sentido de la vida y de la humanidad. Un mundo en donde las razones de experiencia de la vida y de la muerte infrahumana y humana estaban en contra de la inmortalidad del alma, y en el que todos los argumentos filosóficos acerca de la inmortalidad del alma humana eran dudosos. Un mundo en el que no había indicio, en el mundo material, de la existencia de un Dios como el del catolicismo o el de los filósofos, y en el que los racioci­ nios de la teología y teodicea eran dubitabilísimos como los que más, si no los más de todos. Un mundo en el cual era indicio contra de la existencia de Dios el mal vivido por el hombre. Un mundo en el cual era un hecho que habían existido o exis­ ten algunos individuos que habían concebido o conciben un Dios perfecto, o la perfección o el bien, o el sentido de la vida y del mundo, pero en el que era un hecho el que nadie sabía ni el origen, ni la verdad de tales concepciones, ni si los indivi­ duos podían llegar a saberlo. Y, sin embargo, un mundo en el que era posible llegar a saber del hombre lo bastante para que el humano pudiera vivir mucho mejor y más feliz, física y moralmente, individual o colectivamente, en todas las clases y en todos los pueblos, dentro de un lapso de tiempo todavía desconocido, por imprevisible en el presente, el sentido de la progresión de la ciencia y la técnica del hombre. Pero a pesar de todas estas dudas e insatisfacciones suyas, quiso siempre proceder a acabar su filosofía, se interesó en ella, sin preocuparse, según decía verbalmente, de la “ falta de todo interés ajeno, presente o futuro por ella” , aprove­ chando el individualismo solitario de Gaos justamente la li­ bertad, siempre preferida, en que lo dejaba lo inadvertido del rincón y sobre todo del arrinconamiento en él, para acabar su Filosofía.

Insatisfactorio era para él, también, la disminución de fuer­ zas físicas causadas por la edad, así como sus cardiopatías, obje­ to de continuos temores. Insatisfactorio era el giro y marcha de la Universidad Nacional de México a partir de la agresión contra el Rector, el Dr. Chávez, en 1966, inaceptable no sólo por lealtad a la jerarquía universitaria sino porque los aconte­ cimientos y la renuncia del Rector significó, para él, la impo­ sición por la fuerza de la voluntad de un grupo reducidísimo de sedicientes y agresivos estudiantes a la voluntad digna y acadé­ mica del Rector y la mayoría universitaria, y tal imposición, como cualquiera otra infundida por la mera fuerza lo ponían frenético. Parte de su moral práctica, y de su conducta efectiva a lo largo de la vida, probada no con una formulación de posi­ ble conducta sino atestiguada por escritos y casos, fue que él jamás empezó una acción por la fuerza, pero casi nunca dejó de oponerla a la empezada por otro u otros. Autoritario de la autoridad moral, fue enérgico para resistir y oponerse a la fuer­ za, no para imponer nada por ésta. Por eso salió a la defensa del Rector y la comunidad universitaria, e hizo lo posible, en con­ versaciones con diferentes personalidades universitarias y por medio de escritos, para que por lo menos se sancionara ju sta­ mente a los pocos sedicientes estudiantes. Con anterioridad se había debatido con el problema, se inquietó y molestó muchísimo con e! curso que iban tomando los sucesos, a tal punto que sus cardiopatías, empeoraron, se preguntó si su reac­ ción estaba motivada en alguna proporción por el orgullo, la vanidad, o la fatuidad, reflexionó a fondo sobreios acontecimien­ tos, y sus propias cavilaciones lo llevaron a pensar que aunque la motivación del impulso se redujera a tales reacciones, el obje­ tivo y los resultados de orden, estudio e investigación que pre­ tendía alcanzar eran buenos, y eran los debidos. Y así, al no obtener satisfacción por lo menos en el sentido de la sanción justa mencionada, se sintió sin fuerzas morales suficientes para volver por la Universidad mientras permanecieran en ella, sin que se Ies impusiera a los agresores, las justas sanciones, y se le volvió un imperativo moral el presentar, como lo hizo, id Dr. Leopoldo Zea, entonces director de la Facultad de Filosofía y Letras, después id Rector de la Universidad, el ingeniero Barros Sierra su renuncia al profesorado emérito de la Universi­ dad Nacional Autónoma de México, nombramiento que le había sido otorgado poco después de cumplir sesenta años.

Insatisfactorio fue para él, por infructuoso, la búsqueda du­ rante parte de su vida, y en todo caso al final de ella, de un desinteresado y afectuoso amor, visto ideal pero erróneamente, como una compenetración continua y única con otro ser, una mujer, inteligente y sumisa, que se adaptara a su temperamento y cárácter. Era insatisfactorio para él, el vivirse sin amores, que quería absolutos, solo, solitario. Y quizá de desesperanza de no poder compenetrarse del todo con nadie, se volvió y aferró a Dios. Fue Gaos un individualista a ultranza y un introvertido, por infancia reprendida y reprimida por severos y austeros abuelos que lo educaron como hijo único, y ésta su educación de inti­ midación dejó en él huellas imborrables a lo largo de toda su vida, que cohibió muchísimo su temperamento de hombre, causándole una afición a la soledad y al arrinconamiento, y un individualismo ermitaño que es, cuando se reflexiona a fondo, malamente conciliable con la capacidad de querer y ser querido. Esta educación, y la rebeldía que sintió en algunos momentos contra ella, parecen ser el motivo de algunas irregularidades de su vida regular cristiana, caracterizada por el trabajo continuo, el estudio y la investigación incesantes, la honradez material e intelectual, el amor a la palabra empeñada, y la moralidad tradi­ cional y cristiana. Tal rebeldía le permitió, entre otras cosas, después de muchas cavilaciones, pasar a vivir solo, sin la familia, desde el año 1945, y convivir con su ama de llaves, a partir de 1960 hasta su muerte, persona cuyos servicios domésticos men­ ciona y agradece en el testamento ológrafo que dejó escrito de su propio puño y letra tres meses antes de morir, sin haber po­ dido él mismo, a pesar de algunos tímidos intentos fallidos, ni moral ni jurídicamente, divorciarse nunca. Entre todas las virtudes cristianas, aquella que le costaba más aceptar era la humildad, sin duda por ser, si no propiamente un soberbio, un hombre con plena conciencia de su superioridad intelectual, fuera o no esta soberbia así definida, una reacción a un complejo de pequeñez óntica. La idea de que de lo inte­ grante de nosotros era integrante de Dios, como lo expresó algu­ na vez, las rechazó y sustituyó por las de que ni todo lo malo y lo bueno de nosotros era obra nuestra, y así al pensar la humil­ dad, consideró esta virtud cristiana como el reconocimiento, lo más justo posible, de lo mucho malo existente en nosotros, pero reconociendo también que un poco de bueno lograba emerger en nuestras propias obras.

D urante un a é p o c a de su vid a, la de su prim era m adu rez, G ao s cre y ó ser in créd u lo, y h ab er d e jad o de p reo cu parse por p ro b le m as religiosos. Pero d esp u és, y a bien e n tra d o en la m a­ durez, y sobre to d o duran te su vejez, sin tió la n ecesid ad de orar y repen sar cu estio n es c o m o la de la in m o rtalid ad del alm a y la existen cia de D ios.

A medida que iba acercándose a la muerte, además, le costa­ ba más representarse la vida como atractiva, e iba volviéndose más dubitativo y más reconocedor del misterio de la existencia del hombre en el Todo. No quería que la vida, que declinaba, acabara antes que decayera mucho, ni quería representarse la vida de ultratumba como la eternidad contemplando a Dios. Las descripciones del cielo y el infierno del cristianismo le hi­ cieron imposible recobrar la fe confesional perdida de su infan­ cia. No le parecía, realmente, que el peor de los males fuera la muerte, la aniquilación, sin más. Lo peor era el dolor, inclusive el de la muerte prematura, por accidente o enfermedad. Si no hubiese dolor ni más muerte que la por envejecimiento paula­ tino, con pérdida continua de las ganas de vivir, no habría disteleología alguna en este mundo, todo sería un proceso o fa­ ses sucesivas de un orden. Durante sus últimos años ^.ún quería vivir lo bastante para acabar de escribir su obra, para perfeccio­ narla, pero otra vida de esfuerzos cotidianos de todas clases, de lucha p ara in ten tar evitar el mal y h acer el bien, de remordi­ mientos y exámenes de conciencia cristiana, de desazón por su “ propia m aldad” y lo inextirpable de ella, según sus propias “ confesiones” , solo, solitario, como se sentía sobre todo al final, no la quería. Todavía tenía afectos, pero sentía que había terminado no queriendo a nadie lo bastante ya para querer una convivencia eterna, que estaba acabando la vida realmente solo, en desola­ ción. Era como si creyera que para querer otra vida, infinita, era condición necesaria haber vivido en ésta lo infinito, un amor infinito. Y él que en esta vida fijó su atención y vivió ante todo lo relativo en filosofía y en amores, no pudo querer durante sus últimos años lo absoluto, prefirió no ser después de la muerte. Se pronunció intelectualmente, conforme a la razón, contra la inmortalidad debido a una mortalidad pensada, al final de su vida, por desamor al alma, a su alma, y hasta por desamor a lo existente. En el D el hombre, curso escrito y leído durante el año aca-

ciémico de 1965, expresa Gaos: “ Los humanos que no han creí­ do o no creen en la inmortalidad del alma. . . sin duda no se a m a n tanto cuanto para. . . concebirse inmortales” .41 Y de viva voz dijo, en una ocasión, no querer creer en la inmortalidad del alma, por haber llegado a no quererse a sí mismo, ni querer la vida que le tocó vivir, lo suficiente para poder creer con certeza en la inmortalidad del alma, idea congruente con conceptos tan importantes dentro de su filosofía como el amor y el odio, que son, para Gaos, realidades, es decir, sentimientos humanos que motivan, el primero, el deseo de la felicidad del objeto amado, y cuando este amor es suficientemente intenso, el deseo y pensa­ miento de la infinitud de la existencia de lo amado, y el segun­ do, el odio, que motiva el deseo de la insatisfacción del objeto odiado, y cuando este odio es suficientemente intenso, el deseo y pensamiento de la inexistencia de lo odiado. El amor, pues, cuando ligado a la inmortalidad del alma, motiva el deseo y la concepción del alma inmortal, por amor a ella, y el odio re­ chaza o aniquila tal concepción, por desamor a ella. Sin embargo, dio otras razones, de viva voz, en contra de la inmortalidad del alma. Entre el hombre vivo y el animal vivo, decía, había una diferencia enorme: toda la cultura humana. Y aunque para Gaos el hombre no comprendía más que parcial­ mente el mundo, la parte de comprensión del mundo que tenía el humano era mucho mayor que !a de! animal. Pero entre el hombre precisamente muerto y el animal muerto, o entre el cadáver del hombre y el del animal, no veía diferencia alguna. La muerte anulaba las diferencias. Esta similitud que percibía entre los cadáveres del hombre y del mortal animal, fue para Gaos una de las razones que nos podía hacer inclinamos a favor de la idea de la mortalidad del alma humana. Otra razón que dio en contra de la inmortalidad del alma es el hecho de que nuestra conciencia, que ha sido precedida de una inconciencia equivalente a una inexistencia, puede hacer presuponer un hecho igual, la inexistencia de nuestra concien­ cia después de la muerte. O como lo expresó en otra ocasión: si nacemos de la nada a la convivencia y vivimos conviviendo con una soledad resabio de la prenatal y pregusto de la post­ mortal, ¿no volveremos de la convivencia a la nada? Más aún. La inmortalidad del alma en una acepción de otra 4' Jo sc Gaos, Del hombre. Fondo de Cuiiura Económica, México, 1970, p. 473.

vida diferente de ésta no tuvo mucho sentido para él. Repre­ sentarse la inmortalidad del alma a la manera como lo conce­ bía la tradición cristiana, como una continuación de la vida psíquica actual sin el precepto del propio cuerpo, ni ningún otro, y recordar a las personas queridas en forma puramente conceptual, sin imaginarlas tal como realmente habían sido en esta vida, y sin la espera o esperanza de nuevas convivencias con los convivientes queridos en este mundo, fue un razona­ miento que hizo también que se extinguiera en él el afán de in­ mortalidad del alma, y creía que precisada así la vida de ultra­ tumba, haría que se extinguiera en otros, más afanosos que él de la inmortalidad, el afán de vida perdurable o inmortal. Y así, con todas estas razones quiso y creyó dejar de creer en la inmor­ talidad del alma. Notable fue en el hombre Gaos, que no se hubiera inquietado o no hubiese querido inquietarse por la solución que dio ai pro­ blema del alma, el de su mortalidad. Y no se inquietó, quizá, porque no deja de haber una cierta tranquilidad en concebirla finita, cuando se experimenta un vago temor por la condenación de ella, y se está parcialmente temeroso, como lo estuvo durante un cierto tiempo, de la maldad divina. Y, sin embargo, su reli­ giosidad de los últimos años, que se hace patente ante todo en la necesidad que sintió de dar gracias por los beneficios recibidos, en particular por el de esta vida, su prolongación y perfecciona­ miento, incluía a veces una vaga esperanza de final satisfacción o bienaventuranza para no quedarse exclusivamente, tal vez, con el hecho del mal en el mundo y en el hombre, y con el mis­ terio del humano en esta vida, y el del hombre que concebía el bien en el mundo, y en sí mismo. Señ or, no sé si existes y hasta du do de que hay un “ T U ” que Seas Bien y B o n d ad infinitos y que lo p uedas tod o, pero con tod o mi ser de este m om en to p o r ¡o s bienes que no me debo te doy gracias, y te p id o de esta mi vida la p erfección p o r la de mi obra o la final satis­ facción, felicidad o bienaventuranza.

¿Cóm o afrontaba entonces la muerte el alma cristiana de Gaos, que no creía o que no quería creer en la inmortalidad del alma? Con la satisfacción de la propia dignidad de haber pugna­ do reiteradamente a favor de la santidad, de! hacer el bien a pe­ sar de todo y contra la parte del propio natural, que en el con­ ceptuaba de mala, y aun reconociendo que la pugna no fue victo­ riosa más que en la reiteración de ella hasta la muerte.

En medio de este nihilismo querer, corno deseaba, acabar su obra filosófica, querer evitar los males y hacer bienes, no pudo ser sino un caso más de la evidencia de bienes y valores relativos a esta vida. Repetía, con frecuencia, que como no sabía cuando moriría, tenía deseos de hacer cosas todavía, que si supiese de cierto que iba a morir inmediatamente, dejaría de tener intere­ ses. Pensaba que había valores mientras había esperanza de vida, valores que la inminencia de la muerte sin inmortalidad, los ani­ quilaba. Por eso, para él, los valores eran relativos únicamente a la vida. Veía bienes en tal sentido, imperativos, que quería realizar hasta la plenitud posible a su relatividad. Causaba, recib/a y agradecía bienes, quería evitar causar males, siempre relativos a este mundo. Sentía y creía que el vivir males y bie­ nes hace odiar los males y amar los bienes. Causamos bienes y males relativos a esta vida, a los demás y a nosotros mismos, y agradecemos los bienes hechos a nosotros por los demás, se ¡os agradecernos a ellos, y se los a g ra d e c e m o s a Alguien, aunque admitía la existencia de los ingratos, uno de los cuales no quería ser él. Por eso agradeció a México y a los mexicanos, siempre y sinceramente, el acogimiento y las posibilidades de trabajo y acción que le otorgaron a partir del destierro a él y a sus compatriotas refugiados en tierra mexicana, durante y después de la guerra civil española, y no sólo agradeció a Méxi­ co su acogida sino que se sentía orgulloso de haber tenido en este país su madurez y plenitud vital e intelectual, y haber lle­ vado a cabo en él plenamente, su actividad de profesor, traduc­ tor, y su obra filosófica y literaria casi toda. Agradeció también, para sólo recordar otro caso más de agradecimiento no religio­ so, a quien hiciera posible para él su casita, propiedad suya du­ rante los últimos diez años de su vida, en Lomas Quebradas, al pie de ¡os montes, “ desde donde contemplaba diariamente el paisaje, que era uno de sus goces” , casita por cuyo jardín y el vecino se paseaba al atardecer, cuando cansado de la labor co tid ian a, rezaba sus oraciones de “ gracias a D ios” por los bie­ nes recibidos, y cuya comodidad, paisaje y montes cercanos, le prolongó la vida diez años, según sus propias palabras, des­ pués de su primer infarto cardiaco. Expresión máxima y religiosa de este su ser agradecido, ya no p ara con los humanos, fue el sentir una irreprimible necesi­ dad de agradecer a alguien, de llevar a cabo una oración de gra­ cias a alguien, cuando creía “ recibir” un bien, como por ejerm-

p ío , el de la p ro lo n g ació n de su vida que te m ía ver acortada por sus c a rd io p a tía s, y el creer firm em ente que ía gratitu d por los bien es recibidos eran lo que h acían , o le h acían , concebir a D ios. Y si de niño rezó por e d u cació n , a partir de enton ces rezó por convicción. Y como cada año que vivió a partir de los sesen ta y tres añ os, le iba parecien d o ca d a vez un a contin­ gencia mayor, un milagro que agradecer, un favor cada día más g ratu ito , podría decirse que n ecesitó a Dios para que le prolongara la vida, la perfeccionara y la co lm ara de ben eficios. Y dijo las siguientes oraciones, aproximadamente, los d ías veintiséis de diciembre, fecha de su cumpleaños: L o s sesenta y tres años. A fe cto s a la medida. Obra. Casa. Me siento satisfech o, feliz. Sien to necesidad de dar gracias a Dios. G racias a D ios p o r haber finalizado el sesenta y cuatro. Y a he cu m plido los sesenta y cinco. Gracias, Señor. Y la m ejor m ane­ ra de agradecer mi cum pleaños, es continuar honradam ente con mi obra. He cu m plido los sesenta y seis, gracias a D ios; pero de tan arriesgada m anera, que no me atrevo a esperar los sesenta y siete sino de un m ilagro; y tam bién de tan colm ada manera, que tam poco me atrevo a pedirlos m ás que si D ios quiere que se los pida. H oy he cu m plido ¡o s sesenta y siete, iloado sea Dios! Un m ilagro que agradecer, he cum plido los sesenta y och o años.

Y murió cinco meses y medio después de haber pronun­ ciado la anterior última frase. La necesidad de pedir gracias y darlas, motivo de su ora­ ción pasó así a ser la esencia de su religión, y comprendió los conceptos de gracia, petición y agradecimiento. Además del humano agradecer existente en este mundo, Gaos creyó en la humana interpretación, en las gracias soli­ citadas sobre todo a nuestro favor, en el solicitar ay u d a contra los males causados a nosotros y contra los que causa mos a los demás. Sin embargo, expresaba también, que había bienes y males de los que no podíamos reconocemos ni re­ conocer a los demás causantes de ellos, como se ha dicho ya, y a veces ni siquiera podíam os conocer las causas, reconocer­ nos causa de su posible dirección y educación. El hombre Gaos, que se reconocía impotente contra tantos males y para llevar a cabo muchos bienes, sentía que debía considerarse obligado a esforzarse cuanto podía contra los males que po­ día evitar y a favor de los bienes por los que podía.

Hacía m u ch o s exám en es de conciencia, a veces fran cam en ­ te excesivos, que a mí me hacían la impresión, a veces, de afectación de exceso de maldad, y se “ confesaba” m ás peca­ dor de lo que realmente fue. Estos exámenes fueron motivajo s en buena parte p o r la influencia de su dedicación a e stu ­ diar, durante sus últimos años, la maldad h u m an a, y en co n ­ traposición la santidad, en obras múltiples, esp ecialm en te las literarias. Hizo exámenes de lo que denominaba sus propias maldades, para corregirse, pocos exámenes de sus bondades, lo cual con alguna frecuencia le traía remordimientos de con­ ciencia, si no latentes en sus escritos, patentes en sus “ confe­ siones” verbales. Sentía remordimientos por la irascibilidad que le hacía ponerse a la par del irascible, en vez de sobreponerse con la ecuanimidad, remordimientos por sulfurarse cu an d o le llevaban la contraria en la vida cotidiana, las faenas y el orden domésticos, o cuando se faltaba a la palabra empeñada, sin que se molestase por censuras ideológicas o filosóficas, ya que no se enemistaba ni con sus mayores críticos. A este respecto hay que decir que ni siquiera exponía sus ideas sino a quienes le pedían que las expusiera, y que expuestas, ni siquiera se em­ peñaba en defenderlas; muchísimo menos, en imponerlas. Pero cuando algo le irritaba o enojaba, se ponía a pensar en el mejor medio de evitar que se repitiera, que le disminuyera y hasta le quitara la irritación o el enojo, de más provecho que éstos. Sen­ tía, además remordimientos por no renunciar al afán de mandar y dirigir, cosa en la que no creía haberse autoeducado suficien­ temente, ni a tiempo. En fin, remordimientos sentía el hombre bueno que fue Gaos —que opto tanto en filosofía moral como en la vida, reconocien­ do los limites humanos de tal opción, por el prevalecer del bien sobre el mal por lo que conceptuó como su “ propia maldad” ante todo cuando creía que causaba el mal, que para él era esen­ cialmente el dolor de todas sus especies. Más de una vez hizo examen de conciencia frente a la que es­ to escribe, que gustaba que fuera no de sus bondades sino de sus “ m aldades” y el “ por qué” de ellas, de sus limitaciones, exa­ geradas en sus “ confesiones” verbales de los últimos años de su vida, como lo muestra el siguiente diálogo en ei que pretendí mostrarle a él mismo algunas de sus bondades, que fueron mu­ chas: §,«

D ije: T e apena apenar.

R esp on dió: Por m iedo a penal'.

F.res dadivoso.

Por recibir siquiera agradecim iento.

T e esfuerzas, incluso, p o r p ortarte bien.

Por m iedo a acortarm e la vida aún querida, cuando no a la sanción en la otra.

Luchas p o r un espontáneo im pulso de am or generoso, desinteresado, puram ente efusivo, al bien ajeno.

Nada. H ay alm a canija en m í, estéril.

Pero si a sí la recibiste o te la educaron, ¿pu edes cam biártela por otra?

Más bien me cabe sólo sufrírm ela.

Uno de los males que más temió Gaos en más de una ocasión fue el acortamiento de su vida en vez de la prolongación de ella, y dijo temerlo por “ su mal comportamiento” . Respondí, una vez, que eso implicaba concebir a Dios como un sancionador de mal con mal, en contradicción con su idea de no poder concebir a Dios más que como bondadoso y beneficíente. Contestó que resolvía la contradicción pensando que si el mal comportamien­ to le acbrtaba la vida, tenía que ser por obra del demonio en él, un caso más del problema del mal en general, con el que tanto se debatió. El miedo a Dios, el deseo de dejar de ser malo y de pedir au­ xilio contra los males que quería evitar, el de dar gracias por los beneficios, el afán de afirmar, en algunas ocasiones, deber que­ rer sólo a Dios, desencadenaba en él, algunas veces, la oración, en primera persona del plural, para rezar por los demás, por cari­ dad y comunión con los otros, como la siguiente, una de las primeras oraciones del último período de su vida: Ayúdanos a dejar de ser malos. Líbranos de los males. Gracias. Nos gozamos en Tu gloria, de Bondad infinita. Pero más esencial aún: Ayúdanos a no ser más que un quererTE. La oración anterior es, parcialmente al menos, de petición de ayuda contra la maldad, que en parte está en poder de nues­

tra voluntad, y de liberación de aquellos males que no están en poder de nuestra voluntad. Las gracias son por los beneficios no debidos a nosotros mismos. Y agregaba, que había que ren­ dirle a Dios el homenaje de creerlo, a pesar de todos los pesares, infinitamente bueno. Poco después, en una ocasión en que hablábamos de la ora­ ción, expresó que la suya debía ser la de un agnóstico conse­ cuente con sus ideas, una oración más congruente con un agnos­ ticismo que declaraba inaccesible al entendimiento toda noción de lo absoluto, y que por lo tanto, él no debía dar gracias y ha­ cer peticiones a un Destinatario Definido, sino hacer él mismo el esfuerzo de obtener lo que quería, y reverenciar solo la incomprensión de todo lo existente, incluso de Dios. N o decir, ayúdam e a dejar de ser m alo, a ser bueno, ante to d o íntim a­ m ente, sino expresar, debo esforzarm e p o r conducirm e com o me con ­ cibo obligado a conducirm e. No decir, líb ran os de los m ales, danos la salud sin expresar, debo es­ forzarm e p or librarm e de los m ales consecuen tes al conducirm e mal. N o decir, gracias p o r T u s ben eficios sino expresar, estoy agradecido p o r los ben eficios que recon ozco no deberm e exclusiva ni siquiera preferen­ tem ente a m í mism o. N o decir, n os gozam os en Tu gloria sino expresar, n os gozam os en la gloria del m undo. N o decir, reverenciam os Tu M isterio sino, reverenciam os el m isterio, la existencia, la incom prensible creación del m undo y de la concepción de D ios, y la incom prensible eternidad del m undo. N o decir, dan os el m orir en la apacible reverencia de Tu M isterio sino expresar, que el m orir en la apacible reverencia del m isterio sea la ú lti­ m a obra en m í de éste.

Pero agregó inmediatamente después, que aunque la anterior oración podía ser el resultado de una razón razonablemente agnóstica, él sentía —¿qué quieres?—, la necesidad, espontánea e irreprimible, por irracional que pudiera parecer y parecerme, de dar gracias y de pedir perdón, salud y bondad, y de reveren­ ciar a Alguien. La oración era motivada en él, también, por el deseo de reci­ bir un bien o por percibir que lo recibía. Sentía entonces una irreprimible necesidad de agradecerlo a ese Alguien, cosa que desencadenaba en él, el mecanismo de la oración, de la manera siguiente. Le pedía, le repedía un beneficio, un bien a Dios, y no obte­ nía respuesta ni satisfacción. Pensaba que Dios era sordomudo,

que era como si no existiera. Pero de pronto recibía el bien pedido. En el poder de él estaba tan; po.es el bien recibido, creía, que tenía que pedirlo, repetirlo. Era, pues, un beneficio rigurosamente: “ recibido” . Y espontáneamente brotaba de sus labios una oración de acción de gracias a Dióá, al Misterio» E! abatimiento, la pérdida, de la calina, d0énc:ádcrtaba otras, veces en él, la oración. Creía que la oración podía ser también de petición de tranquilidad o calma, y decía que si se tuviese calma, no se erraría, que en él eran los primeros movimientos: los errados o faltos, que en cuanto razonaba, surgía la tendencia a la corrección o la corrección misma. La felicidad le movía, también, a dar espontáneamente gra­ cias por ella, porque en él ésta era expansiva* comunicativa,* agradecida, y le hacía conducirse,: además, como religioso, ha­ ciendo todos los atardeceres, al pasearse por el jardín de su casa y el de la casa vecina, la siguiente oración: Perdónam e m is pecados. A yúdam e a dejar de ser m alo, a ir siendo cada vez m ejor, sobre tod o, íntim am ente. L íb ran o s de los m ales. D anos la vida, la salud, p ara la obra, la concordia y el pesar. Gracias p o r T u s beneficios, y gracias de todo corazón, de tod o ser, por las T u yas. N os gozam os en Tu gloria, en la herm osura de la N aturale­ za. Reverencio T u M isterio. Dam e el morir en la apacible reverencia de Tu M isterio” .

Gaos quería ser él mismo bueno, y a veces desesperaba por no poder serlo tal como quería, queriendo, llegar a la santidad. Otras, después de un examen de conciencia quedaba resignado, tranquilo, por su contentamiento con el conocimiento, propio quizás, dado que fue también un teórico puro, con el matiz hedónico de la teoría. Señor, y a no te pido nada. Ni que me ayudes a hacerm e m ejor. D eses­ pero de p od er hacer mi parte. S o y y a dem asiado viejo: tengo los hue­ sos m orales dem asiado duros. D a igual que se trate de perezosa indo­ lencia para vencerm e a m í m ism o. C ontra esta indolencia, tam bién, n o niego una posible pura gracia tuya. Solam ente, p o r los beneficios que no m e debo, Te doy gracias. Sentidas, ju b ilo sas. Sin peticiones, desinteresadas, puras, séante más aceptas. Petición única, deseo de que Te sean aceptas de veras, de que sean gracias de veras.

La oración, origen de su religiosidad, por lo menos la de sus últimos años, que fue en Gaos, inicialmente, dffi. acción de gra­ cias, por esta vida y por los beneficios recibidos -y de petición

de au x ilio co n tra males, esforzándose a favor del bien y lo más posible contra la maldad, ajenos y propios, terminó comple­ tándola m ás adelante con la acción de gracias por los males evitados y petición de beneficios, y con un conformarse con el mal efectivo, la maldad, incluso la propia, pero esforzándose lo mas' posible contra ella, y con un contentarse con el bien efectivo y agradecerlo, a lo que agregó un “ Auxilia a mi incre­ dulidad” , “ Señor, acepta mi incredulidad y ayúdame a ser fiel a la razón con que me hiciste hombre” , “ Nos gozamos en Tu gloria” , hasta terminar diciendo la oración que creyó ser esen­ cial por sí sola: “Reverenciam os tu m isterio” o “ Reverencia­ mos-Te, Mis t e ñ o ”.

Muy hacia el Final de su vida, durante los últimos meses de ésta, Gaos dejó de atormentarse con exámenes de conciencia, y casi dejó de orar, según la “ confesión” hecha en el sentido a la autora de lo que esto escribe. Fue dejando de hacer tales acciones en la medida en que se le perfilaba en el pensamiento que es inútil pedir, que Dios hace o deja de hacer sin que los humanos atisbemos relación regular alguna con nuestras peti­ ciones, que basta agradecer los bienes “ recibidos” , y que la me­ jor oración, de petición de acción de gracias, de adoración, to­ da, era hacer el bien por el Bien, con reverencia. Si durante su primera madurez Gaos creyó ser incrédulo, no lo fue nunca por impiedad o indiferencia religiosa, sino sobre to­ do y fundamentalmente por reflexión concienzuda. Se debatió siempre con el problema de la inmortalidad del alma y la exis­ tencia de Dios, aunque sólo tomara, al ocuparse con estos pro­ blemas, una posición mayormente decidida y personal durante' los últimos años de su vida. Y si al final de ella creyó dejar de creer en la inmortalidad del alma, por desamor a su existencia, según creía, hay que decir que más tiempo le costó dejar de creer en la concepción cristiana tradicional de Dios. Un Dios infinitamente poderoso. Pero un Dios infinitamente bueno y poderoso al mismo tiempo no era compatible con el mal. El mal era, para él, razón suficiente contra la existencia de Dios concebido como infinitamente bueno y poderoso. Por esta incompatibilidad o razón lógica entre lo infinitamente bueno e infinitamente poderoso, fue finitista de la potencia divina. Pero a pesar de estas compatibilidades e incompatibilida­ des racionales, le pareció que la concepción más valiosa de Dios que había pensado el hombre era la de Dios infinitamen­

te bueno y benefactor, que esa concepción- era el ideal más alto de todos los pensados por el hom bre. Por eso terminó identificando, las más de las veces, a D ios con el “ Bien” , o con la Bondad y la Beneficiencia Puras, y fue infinitista de tal Bondad Divina. Pero así se le volvió mayonnente insoluble el problema del mal. Y como entre tener a Dios por malo o por impotente prefirió su impotencia, se le volvió necesario atribuir los males a demonios, contrariadores de Dios, o a demonios en nosotros. Pedía auxilio, creía que debíamos pedir auxilio contra los males recibidos del Demonio. Parque el Demonio es tan ne­ cesario como Dios cuando se le concibe a éste último como Bondad y Beneficencia Puras, y se reconoce al hombre como impotente contra los males recibidos, cualesquiera que sean las problemáticas relaciones entre Dios y el Demonio. En todo ca­ so, Gaos, al pensar que debía concebir a Dios como El Bien, co­ mo infinitamente bueno y beneficíente, un Dios que coexistía con el mal, y tener que atribuir los males a demonios, concibió un maniqueismo de origen cristiano, de- hecho, que no concep­ tuó como tal ni del que fue muy consciente, pero que fue resul­ tado, si se lleva el pensamiento de Gaos hasta sus últimas conse­ cuencias, del no querer imputar el mal a Dios, y del no querer imputar todo el mal al hombre. Y así el claro dualismo del maniqueismo que ve al mundo constituido por dos principios, el principio del Bien y el del Mal, y cuya lucha constituye el proceso del mundo, aunque ha sido muy refutado, desdeñado y está muy olvidado, aparece revivido por el pensamiento de Gaos, y resulta a estas luces muy realista. A Gaos no le interesó otra vida en el más allá, de creer en la cual le disuadía la razón, pero si le interesó su propia vida, como se ha dicho ya, y puede decirse que es así también como necesitó concebir a Dios como Pura Beneficencia y Bondad Infinita, no para que le diera la inmortalidad, sino para la pro­ longación y perfección de su propia vida en este mundo, en el más acá. Con anterioridad a pensar a Dios como Bondad Infinita, Gaos concibió a Dios corno la categoría del ideal de cada hombre, del ideal de la explicación racional del mundo. Posteriormente lo concibió como el ideal de Bien en la tierra y como vocación hu­ mana al bien en esta vida, hasta pensar a Dios no sóío como Mis­ terio del Mundo, sino Misterioso el mismo o Puro Misterio. Veía con evidencia que debía, que debíamos hacer todo lo posible

por evitar el mal, el dolor en todas sus especies, y la maldad que lo causaba, que debía, que debíamos hacer el bien que percibía­ mos, reconociendo el Misterio que rodeaba este punto de evi­ dencia, admitiendo el Misterio y lo Misterioso de Dios. Reverenció. Su deseo de reverenciar surgió en vista de lo mis­ terioso y enigmático de la Naturaleza y del Universo, de lo misterioso de ambos y de Dios, y de su deseo de querer morir en la apacible reverencia del Misterio del mundo y de Dios. Terminó siendo, pues, finitista del alma o incrédulo de la in­ mortalidad, por no quererla, religioso activo y no ateo, no un puro agnóstico, pues aunque fue agnóstico del mundo, no lo fue de Dios, en tanto que reconocedor Gaos de la Bondad y Bene­ ficencia infinitas del Alguien Misterioso, del Misterio, con re­ verencia.

Vera Yamuni 1979

APENDICE No. 1 EL DISCURSO DEL METODO DE D ESCARTES LA EXPOSICION D E JO S E GAOS, DEL AÑO 1937 Presentamos aquí la ideación, en francés parcialmente, de la exposición oral del Discurso del Método, mencionada en el ca­ pítulo “ El Joven Gaos” , la que él mismo hiciera como delega­ do oficial de España en el Congreso Internacional de Filosofía “ Descartes” , en París, en 1937. El comienzo de tal exposición apuntada por Gaos en francés, y terminada en español, en varios papeles, fue recogida y puesta en orden por la autora de este trabajo y aparece aquí la parte escrita en francés, traducida al español. La traducción de las páginas escritas en francés, al es­ pañol, así como algunas sugerencias en la ordenación y redac­ ción finales son de la Dra. Elsa Cecilia Frost. N ous soinm es en train de féter !e troisiém e centenaire de la publica­ ción du ü isco u rs de la M éthode. Cette féte n ’est q u ’une de p lu s parm i d ’innom brables autres sim üaires. Le foisonernent de ces fétes cominém oratrices -aniversaires, centenaires, voire millénaires— sem ble bien éUc un des traiis les pius m arquanís de notre époque. Quel est done le sens de ce trait général? Quel le sens de la présente com m ém oration du D iscours de la M éthode en particulier? L e foisonernent dont ¡es com m ém oration s tém oignent de nos jo u rs sem ble n’étre qu ’une des m anifestations d ’un autre trait bien plus p ro fo n d et caractéristique de notre époque: son caractére historíque. Ce sont trois au m oins les sens dans lesquels on peut qualifier d’historique une époque. D ’abord, tou te époque est historique dans ce sens q u ’elle constitue une partie de ¡’histoire. Ensuite, sont historiques dans un autre sens certaines époque qui Iranchent d ’une fa