José Antonio y la Economía
 9788496281103, 8496281108

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José Antonio y la Economía

Coordinador: Juan Velarde Fuerte

Biblioteca de Historia

J o s é M a n u e l C a n s i n o M u ñ o z - R e p is o

Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales y Doctor en Economía por la Universidad de Sevilla. A l v a r o d e D ie g o G o n z á l e z

Doctor en Ciencias de la Informat ‘ Profesor de Redacción Periodística acuitad de Humanidades y Cien5V J r o la Com unicación de la Universif f í, , 3an Pablo-CEU. , * ' a q u ín F e r n á n d e z F e r n á n d e z

r Doctor en Ciencias Políticas, Econó­ micas y Empresariales. Oficial Instructor del Frente de Juventudes. F e r n a n d o L a r a de V ic e n t e

Profesor Titular de Escuela Universi­ taria de la Universidad de Córdoba. R a f a e l Ib á ñ e z H e r n á n d e z

Licenciado en Historia Contem porá­ nea por la Universidad Com plutense de Madrid. J o r g e L o m b a r d er o Á lvar ez

Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la U N ED . G u s ta v o M orales D elgado

Periodista, director adjunto del pe­ riódico El Rotativo de la Universidad San P ablo-CEU ; J a v ie r M o r i l l a s G ó m e z

D octor en Ciencias Económ icas y Licenciado por la Universidad Complu* tense de Madrid. — J o s é L u is O r e l l a M a r t í n e z

Doctor en Historia Contem poránea por la Universidad de Deusto. J u a n V e l a r d e F u e r t e s (co o rd in a d o r)

Licenciado en Ciencias EconA,'*: '.a en la primera prom oción de la de Ciencias Políticas y Econó Madrid.

--

J o s é A n t o n io y l a E c o n o m ía

© G r a fíte E d ic io n es S.L.

Apdo. de Correos 165 48901 Baracaldo Teléfono: 94 449 76 40 Fax: 94 449 98 48 E-mail:

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ISBN: 84-96281-10-8 Dep. Legal:M -10.072-2004 Diseño y Maquetación: LDM Ediciones Imprime: ELECÉ Industria Gráfica S.L. c/ Río Tiétar, 24 28110 Algete (Madrid)

J o s é A n t o n io y l a E c o n o m ía

Coordinador: Juan Velarde Fuertes José Manuel Cansino Muñoz-Repiso Alvaro de Diego González Joaquín Fernández Fernández Fernando Lara de Vicente Rafael Ibáñez Hernández Jorge Lombardero Álvarez Gustavo Morales Delgado Javier Morillas Gómez José Luis Orella Martínez

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G r a f it e E d ic io n e s S. L.

M adrid, 2004

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índice Para entender a José Antonio (Juan Velarde)............................................................................... 13

Capítulo 1 Situación ideológica de! mundo tras Ia Primera Guerra Mundial (Alvaro de Diego y Gustavo M orales)...................................... 25 1. Los vencedores pronto amenazados: la crisis del Estado liberal democrático....................... 25 2. Los regímenes autoritarios ............................................ 36 3. Los totalitarismos ............................................................37 4. España de la Segunda República ................................. 68 Bibliografía ............................................................................ 82

Capítulo 2 Regeneración y modernización cultural de España (José Luis O rella)......................................................................... 85 1. El 98, catarsis de la nueva España de la modernidad............................................................ 86 2. La nueva intelectualidad del 14 .....................................95 Bibliografía ........................................................................ 107

Capítulo 3 Treinta y tres años apasionantes de la economía mundial (Juan Velarde)............................................................................. 109 Bibliografía ........................................................................ 143

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Capitulo 4 El primer tercio del siglo xx de la economía española. Entre el pesimismo social y el vigor económico (Javier Morillas) .......................................................................... 145 1. Posición relativa y evolución comparada de la economía española respecto a laeuropea .... 145 2. La reordenación del Estado y el gasto público........147 3. La diversificación del sector industrial ..................... 152 4. El escaso cultivo de la Ciencia económica en relación con el aventurerismo político............... 154 Bibliografía ........................................................................ 169

Capitulo 5 Sobre el pensamiento económico de José Antonio (José Manuel Cansino y Fernando Lara)................................. 171 1. Introducción ..................................................................171 2. La formación económica de José Antonio. La Licenciatura en Derecho....................................... 172 3. La formación económica de José Antonio. Los estudios de Doctorado ....................................... 179 4. El pensamiento económico de José Antonio en la literatura ............................................................. 193 5. Conclusiones.................................................................236 Bibliografía ........................................................................ 238

Capítulo 6 ¿Nacionalsindicalismo en España? (Jorge Lombardero) ...................................................................245 1. Del sindicalismo revolucionario al nacionalsindicalismo...................................................245 2. El caso español............................................................ 287 Bibliografía ........................................................................ 336

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Capítulo 7 José Antonio y la reforma agraria (Joaquín Fernández).....................................................................341 Introducción ........................................................................ 341 1. Miseria y subversión en el ca m p o .............................. 342 2. Antecedentes históricos............................................... 350 3. La reforma agraria de 1932 ........................................ 361 4. La propuesta joseantoniana....................................... 369 Bibliografía ..........................................................................379 Capítulo 8 Referentes económicos en la prensa del movimiento naciona/sindicalista (Rafael Ibáñez) .............................................................................. 385 1. Introducción ................................................................... 385 2. El nacimiento del movimiento nacionalsindicalista ... 386 3. El jonsismo vallisoletano.............................................405 4. La revista doctrinal jonsista........................................ 421 5. El portavoz del jonsismo valenciano........................ 432 6. La integración de José Antonio en el movimiento nacionalsindicalista.......................................................435 7. El falangismo cacereño ................................................ 453 8. Los periódicos de FE de las JO N S ............................. 459 9. Epílogo: los otros periódicos de Ledesma ................ 471 Bibliografía ..........................................................................479 Capítulo 9 Las carteras económicas en el gobierno proyectado por José Antonio (José Manuel Cansino, José Luis Orella y Fernando Lara)...... 487 Bibliografía ..................................................... .................... 499

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A pé n d ice s....................................................................................503 Norma programática de FE de las JO N S ..................... 503 Ante una encrucijada en la historia política y económica del m u n d o .............................................509 Discurso sobre la Revolución Española ....................... 538 Sobre la Reforma Agraria................................................554 Discurso de clausura del Segundo Consejo Nacional de la Falange................................................................569

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Los textos debidos a José Antonio Primo de Rivera se hallan recopilados en el conjunto de las siguientes obras: JAI.

P r im o d e R iv e r a ,

José Antonio (1956 [1968]). Epistolario y

textos biográficos. José Antonio íntimo, recopilación de Agustín del Río Cisneros y Enrique Pavón Pereira. Madrid: Ediciones del Movimiento. O C JA . P r im o d e R iv e r a , José Antonio (1976). Escritos y discur­ sos (1922-1936). Obras completas. Madrid: Instituto de Estudios Políticos. P P J A . P r im o d e R iv e r a y U r q u i j o ,

Miguel (1996). Los papeles

póstumos de José Antonio. Barcelona: Plaza & Janés.

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Para entender a José Antonio En el centenario de un hombre importante - y José Antonio Primo de Rivera lo fue- suelen acontecer dos cosas que contri­ buyen a confundir la esencia de su figura. Una procede de quie­ nes pretenden convertir la conmemoración en una acumulación de hagiografías. Ha llegado el momento, pretenden, de hacer un inventario de todos los activos de este personaje. Más de una vez, los ditirambos son de tal calibre que provocan reacciones negativas en las gentes que conocen alguno de estos trabajos. Crean, curiosamente, lo contrario de lo que pretenden. No tienen en cuenta que es preciso para hacer un balance serio presentar, además serenamente, los pasivos. Pero, sobre esto último, debe señalarse que, simultáneamente, en torno a los centenarios también revolotean los cuervos. Concretamente, alrededor de todo personaje histórico existen personas que son aficionadas a la carroña. No sólo buscan presentar todo el pasi­ vo de la persona, sin rubor alguno, sino que reinterpretan todo lo que con ella se relaciona para mostrar únicamente lo negati­ vo y, sobre todo, buscan con afán un papel, una confidencia, un rumor, para exponer una miseria cualquiera, con auténtico gozo.

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Incluso reacciones buenas, sacadas de su contexto, pueden convertirse en verdaderas abominaciones. Estos historiadores chacal, que tanto irritaban al gran Emil Ludwig, son asimismo parásitos de los centenarios y contribuyen a deformar a la perso­ na a través de lo que exhiben con entusiasmo escandaloso. Ambas cosas son repulsivas. La primera, por estúpida; la segunda, porque da asco. Por eso, algunos universitarios espa­ ñoles, cuando se aproximó la fecha del 24 de abril de 2003, centenario de José Antonio, nos echamos a temblar ante la posibilidad de que existiesen ambas equivocaciones, precisa­ mente por el afecto que sentíamos por su persona, por consi­ derarla muy importante para mejorar la historia de España y por entender que la vida de los españoles es mejor que la de otras épocas, entre otras cosas porque algunos políticos intentaron interpretar en diversos momentos de la historia de España adecuadamente lo mejor de su mensaje. En este caso, por ejem­ plo, a mi juicio, cuando en el Congreso de Falange de 1953 se archivó la utopía nacionalsindicalista, sin necesidad de decirlo, y se comenzó a caminar hacia algún tipo de alternativa que, como consecuencia de los tiempos, se podría calificar de socialdemócrata, oscura tarea donde fue importante la labor de José Solís y de Romeo Gorría; o cuando Girón, en el período que va de 1942 a 1944, pone los cimientos de unos seguros sociales bismarckianos que fueron la base del Estado del Bienestar; o cuando en 1959 se dio un giro tal a la política económica que se alteró la historia de España; o cuando las relaciones con Hispa­ noamérica cambiaron de estilo, a partir de finales de los años cuarenta; o cuando se comenzó a discutir, primero, y a aceptar, después, el que España no tenía sentido en la segunda mitad del siglo xx si se ponía al margen de la idea y realidad de la unión

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europea, como ya le habla acontecido en el xvi y habían intenta­ do impedir los comuneros; o cuando Cruz Martínez Esteruelas y Fernando Suárez, en sendas intervenciones, abrieron las puer­ tas para la sustitución de un régimen autoritario por uno liberaldemocrático. Esta relación, y podría con facilidad hacerse otra, es de acontecimientos muy importantes, y llevada adelante por personas que tenían muy presente que intentaban hacer lo que ellas entendían que haría José Antonio Primo de Rivera si estu­ viese vivo y se enfrentase con el mismo problema que ellos tenían que asumir. Pero como eso que hicieron es muy impor­ tante, y sin duda está en el gran activo nacional, es preciso acer­ carse a la fuente donde era evidente que se pretendía beber para actuar como se actuaba. Por todo lo anterior, un grupo de profesores universitarios, que tuvimos para nuestras reuniones el amparo generoso de la Facultad de Humanidades de la Universidad San Pablo-CEU, decidimos presentar por escrito y con discusión previa entre nosotros, pero asumiendo, al final, cada uno la responsabilidad total y exclusiva de sus propias palabras, un libro en torno a una cuestión muy concreta: el pensamiento de José Antonio en materia económica. Es evidente que esto puede parecer poco. Yo, personalmen­ te, me acordé que un domingo, por una serie de circunstancias fortuitas, había estado en el Valle de los Caídos, en un Semina­ rio que allí se había desarrollado. En la Basílica fui a misa y observé, aficionado a la botánica como soy, que sobre la tumba de José Antonio había un ramo pequeñito, espontáneo, de amarillos botones de oro (Ranúnculos acrís). Por la tarde tuve que acercarme al Cementerio Civil, frente al de la Almudena. Era preciso, a solicitud de unos profesores de la Universidad de

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Maastricht, que le preparaban un homenaje, comprobar si esta­ ba allí, o ya se había retirado para su patria, el cadáver del gran economista Heinrich Freiherr von Stackelberg. Pasé al lado de la tumba de Pablo Iglesias. Había unos claveles rojos un poco secos, pero también unas pocas inflorescencias frescas, recien­ tes, de acederillas (Rumex acetóse!la), estaban sobre su tumba. Existen políticos que se han ganado eso. De ahí lo que me impresiona observar cómo en el Panteón de Hombres Ilustres es vano imaginar algo así. Y ahí se encuentra, sencillamente, la esencia de este tomo: ser un ramo pequeño de trabajos no aparatosos, pero agavillados con un afecto extraordinario que, como en los casos que he dicho, buscan mostrar un homenaje científico, y por ello serio, verdadero, pero nada sectario. Lo que intentamos, desde el principio, con este sencillo esfuerzo es que se entienda mejor a José Antonio. Para ello es esencial tener en cuenta que perteneció a la generación situada entre la Primera y Segunda Guerras Mundiales. De él, como de todos los miembros de dicha generación, se puede repetir aque­ llo que un exquisito crítico literario francés aplicó a un grupo concreto de ellos y que ha exhumado Josyane Savigneau al enfrentarse con el Diario (1918-1919) de Mireille Havet1: "Los de esta generación, al rehusar las condiciones comunes del mundo, se arrojaron en brazos de una aventura de carácter absoluto, que les condujo a una muerte precoz". Desde el punto de vista simultáneamente político, social y económico, todo eso supuso la aparición de una especie de

1 Josyane Savigneau, 'Mireille Havet, 'enfant perdue' du XX* siécle. Le Journal d'une passionnée de litterature, découverte pour Apollinaire, morte á 34 ans”, Le Monde des Livres (4 de abril de 2003), p. 4.

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neonacionalismo, que se manifestó también con claridad en el aspecto económico. Recordemos a Manoilescu y su nacionalis­ mo industrializador -ligado por otro lado a la Guardia de Hierro de Codreanu-, que va a impulsar por el mundo un hiperproteccionismo, basado doctrinalmente en el proteccionismo integral de Schüller2 y enlazado todo ello con un reducto fortísimo del neohistoricismo que, además, tenía vínculos muy íntimos con el socialismo de cátedra de la Verein für Sozialpolitik, escuela que, con el famoso discurso de Alfredo Wagner en la Iglesia evangé­ lica de la guarnición de Berlín, se enlazaba con el Imperio Alemán, con el intervencionismo y con un militarismo muy claro. Este nacionalismo produciría la Primera Guerra Mundial, se gloriaría con ella -recordemos a Jünger y sus Tempestades de acero-, y se convertiría en muchísimo más fuerte a partir de 1919, mientras que del socialismo de cátedra derivaba un popu­ lismo nacionalista que le hizo entrar en colisión con un naciente, y triunfante en Rusia, comunismo, y por supuesto con la socialdemocracia. Como estos fenómenos fueron muy amplios, corta­ ron de tal modo el comercio internacional al mismo tiempo que era un imposible, como señaló Keynes en su obra Las conse­ cuencias económicas de Mr. Churchill, restablecer el patrón oro que crearon las condiciones para provocar el tremendo colapso que recibe el nombre de Gran Depresión de 1930. Con todos estos ingredientes, se decidió que de todos esos males, sólo había un culpable, el capitalismo. Por eso, acá y acullá se buscó con ansia de qué manera podría ser sustituido, con lo que pasaron a abundar las posturas ideológicas en pos de una utopía anticapitalista que en todas partes parecía urgente defender ^ Richard Schüller, Schutzzoll und Freihandel, Wien, 1905.

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y que se afianzaría en los países católicos con la encíclica Quadragesimo armo del Papa Pío XI. Lo señaló con su perspicacia habi­ tual Schumpeter3, mientras sostenía que el socialismo era un sendero inexorable para la economía mundial, con las alternativas del corporativismo en las naciones católicas, porque, decía este gran economista en Capitalismo, socialismo y democracia en 1942, "la evolución capitalista tiende a agotarse porque el Estado moderno es capaz de aplastar o paralizar sus fuerzas motoras”. El texto de Pío XI es rotundo y se une, perfectamente, al espí­ ritu que impregnaba el período que va de 1919 a 1939: "Salta a la vista que en nuestros tiempos no se acumulan solamente riquezas, sino también se crean enormes poderes y una prepo­ tencia económica despótica en manos de muy pocos... Esta acumulación de poder y de recursos, nota casi originaria de la economía modernísima, es el fruto que naturalmente produjo la libertad infinita de los competidores, que sólo dejó supervivien­ tes a los más poderosos, que es a menudo lo mismo que decir los que luchan más violentamente, los que menos cuidan de su conciencia... Esta concentración de riquezas y de fuerzas produ­ ce tres clases de conflictos: la lucha primera se encamina a alcan­ zar ese predominio económico; luego se inicia una fiera batalla a fin de obtener el predominio sobre el poder público y el consi­ guiente de poder abusar de sus fuerzas e influencias en los conflictos económicos; finalmente, se entabla el combate en el campo internacional, en el que luchan los Estados pretendiendo usar de su fuerza y poder político para favorecer las utilidades económicas de sus respectivos súbditos, o por el contrarío, 3 En el ensayo "La marcha hacia el socialismo' que fue su discurso como presiden­ te de la American Economic Association en 1949.

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haciendo que las fuerzas y el poder económico sean los que resuelvan las controversias políticas originadas entre las nacio­ nes...: la libre competencia se ha destrozado a sí misma; la prepotencia económica ha suplantado al mercado libre; al deseo de lucro ha sucedido la ambición desenfrenada de poder; toda la economía se ha hecho extremadamente dura, cruel, implacable... Es imprescindible que la libre competencia, contenida dentro de límites razonables y justos y, sobre todo, el poder económico estén sometidos efectivamente a la autoridad pública en todo aquello que le está esencialmente encomendado". Por eso, si éste era el ambiente general que empapaba a la opinión pública, era lógico que en este volumen se incluyese, en primer lugar, el artículo clarificador de los profesores de la Universidad San Pablo-CEU, Alvaro de Diego y Gustavo Mora­ les, "Situación ideológica del mundo tras la Primera Guerra Mundial", que se inicia con una lúcida y sintética explicación de por qué, además, había hecho crisis el Estado liberal democráti­ co. Yo añadiría a su análisis el que en España, aparte del hecho de la Dictadura de Primo de Rivera, existen importantes prece­ dentes para que no repugnen a los españoles las nuevas ideolo­ gías: el regeneracionismo, del que se ocupa el artículo siguiente; el krausismo, sobre el que basta recoger una frase de Adolfo Posada -"¿Habremos hecho fascismo sin saberlo los krausistas españoles?"-; Maura y, por supuesto, el maurismo y especialmente sus jóvenes, con Goicoechea al frente; finalmen­ te, el nacionalismo económico español proclamado por Cambó en Gijón el 8 de septiembre de 1918, para coincidir con el duodé­ cimo centenario de la batalla de Covadonga. Efectivamente, para completar estas ideas en profundidad, el profesor de la Universidad San Pablo-CEU José Luis Orella

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Martínez escribe a continuación un ciertamente magnífico ensa­ yo titulado "Regeneración y modernización cultural de España", donde el regeneracionismo, el modernismo y lo que se ha llama­ do con no demasiado rigor Generación del 98, conformaron un grupo intelectual que, como señala el profesor Orella, "pretendía ser el portavoz de la realidad del país, pero se encontraba distan­ te tanto de la clase dirigente como de la sociedad popular", pero que es seguido por la nueva generación de intelectuales que irrumpe en 1914, "nuevos valores formados en los colegios reli­ giosos de la Restauración y (...) en las universidades alemanas gracias a la Junta para la Ampliación de Estudios", o como en el caso de Zaragüeta o Zubiri, en la Universidad Católica de Lovaina, en el momento en que el cardenal Mercier articula la respuesta neotomista. Yo, a continuación, bajo el título de "Treinta y tres años apasionantes de la economía mundial", intento hacer una expo­ sición de lo que sucede en el mundo de la economía, desde 1903 -u n momento clave en el proceso de expansión schumpeteriana, o si se quiere, contemplado a través de Kondratief, de subida en una onda larga del capitalismo, que parece que va a crear una especie de economía pacífica y con fuerte desarrolloa 1936, el año en que, en medio de la Gran Depresión, se publi­ ca la Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero de Keynes. Se trata, pues, de una etapa en la que, simultáneamen­ te, el desarrollo económico español progresa, evidentemente, pero no produce convergencia con los países con los que tene­ mos que codearnos por historia y por cultura. Por eso había que analizar concienzudamente de qué modo se había comportado la economía española. Es lo que debemos al esfuerzo de Javier Morillas, de la Universidad San Pablo-CEU,

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con su aportación espléndida "El primer tercio del siglo xx de la economía española. Entre el pesimismo social y el vigor econó­ mico". Definen claramente el mensaje que nos envía este ensa­ yo los títulos de sus apartados sucesivos: La reordenación del Estado y el gasto público, La diversificación del sector industrial y el escaso cultivo de la Ciencia económica en relación con el "aventurerismo político". Desde el punto de vista histórico, tiene un interés por encima de lo corriente el trabajo de José Manuel Cansino, de la Univer­ sidad de Sevilla, y Fernando Lara, de la de Córdoba, "Sobre el pensamiento económico de José Antonio", que comienza por un análisis, hasta ahora nunca hecho, de los estudios, maestros y, en general, de la preparación en materia de ciencia económi­ ca por parte de José Antonio, con una especial referencia a Olariaga, Sorel, Marx y Tugan-Baranowski. Concluye con el análisis crítico, muy necesario, de las investigaciones previas hechas sobre el pensamiento económico de José Antonio, al que sigue la propia opinión de los profesores Cansino y Lara de Vicente, desvelando cómo también tuvo, en el personaje estu­ diado, influencia Schmoller. José Lombardero Álvarez, de la Fundación Gustavo Bueno, aborda en "¿Nacionalsindicalismo en España?", jugando, evidentemente, con el título del libro de Ramiro Ledesma Ramos ¿Fascismo en España?, una de las cuestiones centrales del pensamiento socioeconómico joseantoniano. El rigor histórico de este ensayo concreto es el adecuado para, posiblemente por primera vez, a pesar de la abundante bibliografía, comenzar a otear seriamente la cuestión de las relaciones de José Antonio con el sindicalismo español. Yo hablé mucho con gentes impor­ tantes del Movimiento Libertario, como íñigo Lorenzo, y también

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con otros relacionados con el treintismo, como Juan López, y por eso, en esa pequeña parte, tengo que subrayar lo excelen­ temente orientado que está este trabajo. El profesor Joaquín Fernández, de la Universitat Oberta de Catalunya, nos ofrece un completísimo análisis titulado "José Antonio y la reforma agraria", esa cuestión batallona en aquellos momentos, y que para daño de los españoles, fue desatendida por todos - y convendría subrayar ese todos- los Gobiernos de 1931 a 1936. Lo que en ese sentido se hizo fue escaso y casi siem­ pre -si dejamos a un lado las OPER, u Obras de Puesta en Rega­ dío de Leopoldo Ridruejo y Prieto- inadecuado o contraproducente. La reacción ante estas inepcias y desidias de José Antonio se estudia aquí del modo más interesante y comple­ to imaginable. Es valiosísimo el trabajo de Rafael Ibáñez Hernández, doctora­ do en la UNED, titulado "Referentes económicos en la prensa del movimiento nacionalsindicalista". Comienza con el nacimiento, en marzo de 1931, del nacionalsindicalismo; no olvida la reper­ cusión de la prensa del jonsismo vallisoletano, muy influido además por el jesuíta Sisinio Nevares y muy relacionado con gentes de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, a través de un Onésimo Redondo preparado en la Handels-Hochschule de la Universidad -católicay de Mannheim; analiza a fondo la revista doctrinal JO N S, así como el periódico del jonsismo valenciano, Patria sindicalista, y lo culmina con las consecuen­ cias de la integración de José Antonio en el movimiento nacionalsindícalista, incluido el semanario Decimos... del falangismo cacereño y, sobre todo, con una amplia referencia final a la primera etapa de Arriba y de los periódicos de la escisión de Ramiro Ledesma.

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Una cuestión histórica interesantísima, que analizan conjunta­ mente los profesores José Manuel Cansino, Fernando Lara y José Luis Orella, responde al título de "Las carteras económicas en e! Gobierno proyectado por José Antonio". Jamás se había estudia­ do a fondo lo que supone, ideológicamente, esta propuesta de gobierno de reconciliación nacional, que hubiera tenido que presidir Diego Martínez Barrio. Habrá que volver sobre estas consideraciones una y otra vez en todo estudio serio que se quie­ ra hacer sobre las relaciones de José Antonio y la economía. Abre un portillo, además, para imaginar cómo podría haber evolucio­ nado José Antonio sin su fusilamiento en Alicante. Nada de lo que aquí he analizado tiene la menor relación con mensajes propios de turiferarios ni, menos aún, con los de animales carroñeros. Creo que de nuestras reuniones han salido unos trabajos que, estoy seguro, en su redacción fueron inspi­ rados por ese deseo de responder a los análisis limpios, no zafios, que obsesionó a José Antonio. Julio Fuertes, en Arriba, me relató muchas veces la violentísima reacción joseantoniana contra la redacción del periódico por una fotografía publicada en él, sobre la JAP, evidentemente más que descortés, grosera. Yo, honradamente creo - y lo he escrito muy recientementeque en José Antonio Primo de Rivera existe una vocación frus­ trada de profesor universitario de Derecho. Estoy convencido de que, desde ahí, iba a intentar flanquear la respuesta a esa pregunta central que se hizo el gran economista Eucken: "¿Será posible crear en Europa, y en todos los países que se industria­ lizan, una nueva organización social?"4. Esta convicción, y todo

4 Watter Eucken, “El problema económico de la ordenación", en La economía de mercado, Madrid: Sociedad de Estudios y Publicaciones, 1963,11, p. 49.

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lo anteriormente dicho, es lo que ha movido a este grupo univer­ sitario, vinculado a cinco ámbitos importantes de serio trabajo intelectual, a presentar este libro sobre José Antonio que, como se observará en su lectura, es sobre todo expositivo y contiene relativamente poca polémica. Algunos creen que eso es señal de escaso interés. Tenemos que acostumbrarnos en España a todo lo contrario, precisamente al conmemorar el nacimiento de un español brillantísimo que iba a morir violentamente treinta y tres años después. Seguro que le apetecerían homenajes no crispados como éste, pues él, en su testamento nos envió un deseo congruente con esta estrofa de Young que recojo de Las peregrinaciones de Childe Harold, de Byron: Insatiate archer, could not one suffice?

Madrid, 14 de abril de 2003 Juan Velarde Fuertes

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Capítulo 1

Situación ideológica del mundo tras la Primera Guerra Mundial Álvaro de Diego González Gustavo Morales Delgado 1. LOS VENCEDORES PRONTO AMENAZADOS: LA CRISIS DEL ESTADO LIBERAL DEMOCRÁTICO

Al término de la Primera Guerra Mundial, la concepción liberal democrática del Estado se verá amenazada. La particular idiosin­ crasia del momento determinará, a la par que emergen impara­ blemente los totalitarismos fascistas (ya precedidos desde 1917 por el bolchevique), la revisión del modelo del Estado de Derecho. Consiguientemente, se producirá en las reservas democráticas del Occidente (Estados Unidos y Gran Bretaña, fundamentalmente) la negación del "Estado-policía", "mínimo" o "abstencionista", en fa­ vor del paradigma keynesiano del "Estado máximo" y la siembra de las bases del Estado de bienestar, una realidad que sólo tras la gran némesis de la Segunda Guerra Mundial será practicable. En cualquier caso, la crisis del Estado liberal democrático en el período de entreguerras, y más concretamente en los años

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treinta (cuando tiene lugar la actividad política de José Antonio Primo de Rivera), ofrece un triple frente: En el orden político, la estructura del Estado liberal no resiste los cambios que imponen los nuevos movimientos democráti­ cos. La supremacía del Parlamento conduce en algunos casos a la parálisis política (caso de la República de Weimar o de la Ter­ cera República francesa) o bien, en otros, a gabinetes socialistas condenados a la ineficacia (caso del primer gobierno Mac Donald en Gran Bretaña). Al Estado liberal le resulta sobremanera complicado conjugar las garantías del Estado de Derecho con la política social de carácter igualitario, cuando no con la escueta justicia social. En el orden económico, el hundimiento de la Bolsa y la gran crisis del 29 destruyen las ilusiones forjadas en los "felices vein­ te" y muy especialmente la idea de que, ante una crisis econó­ mica sin precedentes, el Estado liberal ya no ofrece remedios válidos. Quiebra la concepción del Estado abstencionista y se recurre al incremento del gasto público para resolver el paro ma­ sivo y estimular la demanda interna. El Estado es ya un Estado intervencionista. En cuanto al orden internacional, el Estado liberal se de­ muestra incompetente para garantizar unas relaciones pacíficas entre potencias. El Tratado de Versalles permitió a los observa­ dores más lúcidos (Keynes o Wilson) intuir que una paz excesi­ vamente vindicativa para con los vencidos sería insegura y breve. El fracaso de la Sociedad de Naciones pronto confirmó esta nefasta predicción. De hecho, la crisis del Estado liberal en los años veinte y trein­ ta extendió por Europa una sensación general de pesimismo. No era únicamente el Estado liberal el que estaba en peligro, sino la

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propia supervivencia de la civilización occidental, como dejó es­ crito Spengler. A la par, el triunfo del bolchevismo soviético, el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán vinieron a coin­ cidir estrechamente con la extensión de un pensamiento nuevo, ya patrocinado por lo teóricos de las élites (Pareto o Mosca) y, en gran medida, por un teórico de la praxis revolucionaria tan di­ fícil de clasificar como Georges Sorel. Dichas concepciones re­ flejaban puntos de vista sumamente cenizos en cuanto a la consolidación de los sistemas democráticos. En suma, el Estado liberal ya no estaba en condiciones de ga­ rantizar las funciones clásicas que su principal teórico, Adam Smith, había señalado: a) no garantizaba el orden público ni la seguridad ciudadana (asesinatos políticos, por ejemplo, en Ale­ mania o España); b) no garantizaba la defensa exterior: no es só­ lo que un régimen típicamente liberal como el checoslovaco no pudiera sujetar el avance nazi, sino que las potencias liberales, Francia y Gran Bretaña, cedieron ante el totalitarismo en su cie­ ga política de "apaciguamiento" de los acuerdos de Munich (1938); c) la gran crisis del 29 demostró que el liberalismo no era garantía, ni mucho menos, para el desarrollo armónico de los mercados. La crítica situación de los años treinta determinó el caldo de cultivo de los tres modelos de Estado contemporáneo: el Esta­ do fascista y el Estado socialista, en cuanto a alternativas radi­ cales al Estado liberal; y el Estado de bienestar, la revisión superadora del Estado liberal clásico.

1.1. Conflicto El siglo xx asistió, en su primera mitad, a la agonía y, en la se­ gunda, a la victoria de la democracia política y del liberalismo

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económico sobre sus dos grandes rivales: el fascismo y el co* munismo. Dos guerras mundiales y muchas regionales estable­ cieron el triunfo de la razón y la ilustración en la mayor parte del planeta. Las guerras dejaron de ser europeas, como habían sido hasta los siglos xvm y xix, y pasan a ser globales por las reper­ cusiones en las colonias y la intervención de Washington. Esta­ dos Unidos participa en ellas, como "cruzadas" en defensa de la democracia y las democracias europeas resistieron merced a la ayuda norteamericana. Un nuevo actor del teatro europeo toma protagonismo, la Unión Soviética. La Revolución Rusa y la toma del poder por los bolcheviques redefinen el papel de Rusia en el escenario inter­ nacional que pasa de la Santa Alianza a la revolución proletaria. La III Internacional y la asunción de la patria del socialismo ge­ neraron una red mundial de partidos comunistas atentos a la vo­ luntad de Moscú. Su labor agitadora en todos los continentes, y la instauración de nuevos socialismos aprovechando los proce­ sos de descolonización, en nada hacía prever el Muro de Berlín ni su caída en 1989. El liberalismo, tras la Primera Guerra Mundial, retrocedía en Europa a favor de alternativas totalitarias y anticapitalistas: co­ munistas y nacionalistas. También otros gobiernos personales autoritarios y antiparlamentarios, como el general Primo de Ri­ vera en España o Pilsusdki en Polonia, buscaban asemejarse a la nueva estética sin ser más que la expresión enérgica del orden parlamentario al que pretenden subvertir. En Turquía, Mustafá Kemal, conocido como Atatürk, decreta e impone la occidentalización del país. Es una derecha autoritaria y con sensibilidad so­ cial, pero no comparte con el marxismo ni el fascismo la vena proletaria y militante.

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1.2. Los tratados de paz Los tratados firmados tras la conferencia de París, no sirvieron para crear un marco de estabilidad internacional. Con graves di­ ficultades económicas, la situación política mundial generó múl­ tiples conflictos sin resover los pendientes, con la dificultad en la aplicación de los tratados. Impulsada por el presidente norte­ americano Woodrow Wilson, nace la Sociedad de Naciones con­ tenida en el Tratado de Versalles, que redibuja el mapa de Europa central. La Sociedad se postula como foro internacional donde debatir las grandes cuestiones y solventar los conflictos en paz. Pero la Sociedad era hija de los vencedores de la Gran Guerra. Rechazó el ingreso de Alemania y la Rusia soviética. In­ cluso abandonaron los Estados Unidos el proyecto que había di­ señado su presidente. Sólo Gran Bretaña y Francia se mantuvieron. Pese a todas las dificultades, Francia, por medio de su ministro de Asuntos Exteriores, Berthelot, firmó un trata­ do de alianza con la Polonia de Pilsudski en 1921, iniciando un juego de alianzas para dificultar a Alemania recobrar su territorio anterior a 1919. El primer ministro francés Aristide Briand, en 1929, habló ante la asamblea de la Sociedad de Naciones, defendió la idea de una federación de naciones europeas solidarias en busca de la pros­ peridad económica y la cooperación política y social. Muchos economistas británicos le prestaron atención, entre ellos John M. Keynes. Son los intentos de unirse por parte de las democra­ cias ante el crecimiento de un estallido antidemocrático en Euro­ pa. En Rusia había estallado la revolución y los bolcheviques se habían hecho con el poder. En Alemania crecía el rencor por las condiciones del Tratado de Versalles y el desmembramiento del

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Imperio Austrohúngaro también incrementaba la inestabilidad en Europa Central y del Este. Diversos movimientos nacionalis­ tas y otros socialistas asaltan los gobiernos nacidos de los restos del imperio de Viena. Con el Tratado de Versalles se dio fin a la Primera Guerra Mundial de 1914-1918 de la mano de cuatro estadistas: Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos; David Lloyd George, por Inglaterra; George Benjamín Clemenceau, por Fran­ cia, y Giorgio Sidney Sonnino, por Italia. Las condiciones finales se discutieron en París en un congreso de delegados de todas las naciones que, directa o indirectamente, habían participado en la guerra excepto los vencidos, los imperios centrales. Los alemanes lo llaman el Diktat, lo que quiere decir "condena". El rotativo The World comentaba en aquellos días: "En toda la his­ toria de la diplomacia no existe un tratado que pueda calificarse con más justicia de crimen internacional, como ese estrafalario documento que se quiere hacer firmar a los alemanes". El trata­ do da respuesta a las iras de los vencedores y no a los proble­ mas de base, contribuyó a dar origen a la Segunda Guerra Mundial del siglo xx.

1.3. Estados Unidos Woodrow Wilson creía firmemente en la obligación moral de Estados Unidos de exportar sus valores prístinos. Esta cruzada a favor de los valores morales norteamericanos le llevó a impulsar en Estados Unidos un programa de reformas, fuera de sus fron­ teras reunió a líderes internacionales a la búsqueda de formar un nuevo orden en el mundo. En su país, una ley prohibió el traba­ jo a los niños; otra redujo a ocho horas la jornada diaria de los trabajadores del ferrocarril. Wilson fue reelegido con el lema: "Él

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nos mantuvo fuera de la guerra", pero concluyó que América no podría seguir siendo neutral en la guerra mundial. Comprendió "la función que los valores y las creencias ejercían en el enfoque norteamericano de las relaciones internacionales" (Kissinger, 1996: 506). El 2 de abril de 1917 pidió al Congreso una declara­ ción de guerra contra Alemania alegando que era una cruzada para hacer el mundo "un lugar seguro para la democracia". El esfuerzo estadounidense masivo en favor de los aliados les lle­ vó a la victoria. Los alemanes firmaron el Armisticio en noviem­ bre de 1918. Wilson había presentado ante el Congreso en enero sus Catorce Puntos, el último de las cuales establecería "una asociación general de las naciones [...] que producen garantías mutuas de independencia política y de la integridad territorial a los estados grandes y pequeños igualmente". Consiguió que el Tratado de Versalles incluyera el Convenio de la Liga de Nacio­ nes, aunque el Senado de EEUU lo rechazó posteriormente. La clase política norteamericana desconfiaba de la decadente Euro­ pa y no asumía como propio el equilibrio de poder que había de­ tenido a Francia en el siglo xix y a Alemania en el xx. Otro protagonista de esa primera mitad del siglo xx fue Franklin Delano Roosevelt (1882-1945). Primo del presidente Theodore Roosevelt, fue educado en un ambiente elitista, cursó Derecho en Harvard. A los veintiocho años, en 1910, fue elegido senador del Partido Demócrata por Nueva York. Fue secretario adjunto de Marina en el primer gobierno del presidente Wilson. En agosto de 1921 sufre un ataque de poliomielitis que le deja en una silla de ruedas. En 1928 gana las elecciones para el gobierno de Nue­ va York. Durante la crisis de 1929, su programa de reformas so­ ciales dio buenos resultados para afrontar la recesión. Limitó los excesos del liberalismo y legisló leyes sociales. Además, tuvo la

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habilidad de rodearse de un buen equipo de colaboradores. En la convención demócrata de 1932, en Chicago, fue elegido candi­ dato a la presidencia del país. El 8 de noviembre de 1932 resultó elegido presidente, con casi veintitrés millones de votos, ocho más que su rival, Herbert Hoover. Al llegar al gobierno, lanzó un paquete de medidas sociales, económicas y políticas encamina­ das a lograr la recuperación del país tras la tremenda crisis eco­ nómica sufrida desde 1929, que se refleja en la película Las uvas de la ira. El programa fue bautizado como New Dea!, "nuevo re­ parto", para extender el bienestar económico y social de los ciu­ dadanos de Estados Unidos mediante una redistribución de la riqueza. Para ello, otorgaba al Estado ciertamente un papel inter­ ventor del que nunca antes había hecho gala en Estados Unidos, poniendo coto al capitalismo ultraliberal y desenfrenado que ha­ bía provocado la gran crisis. Fue también la primera vez en que, desde el gobierno, se inició un amplísimo programa de inversión pública, construyendo infraestructuras, financiando al campesi­ nado, frenando la especulación, legalizando las organizaciones sindicales e instalando un sistema de seguridad social. El tono social y moral del gobierno Roosevelt llegó al extremo de pro­ clamar la Ley Seca, para combatir el alcoholismo, aunque con re­ sultados desafortunados. La población norteamericana apoyó su política reeligiéndole para un cuarto mandato. Frente a él estaba el Partido Republicano, los grupos oligárquicos y los ultras del se­ nador Huey Long, quienes acusaban a Roosevelt de izquierdista y de convertir la Presidencia en su patrimonio. En el orden interna­ cional, Roosevelt era partidario de terminar con el tradicional ais­ lacionismo de los Estados Unidos como había intentado el presidente Wilson. En Iberoamérica, concedió la independencia a Cuba en 1934 y renunció a intervenir en Panamá. También se

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acercó a la Unión Soviética, reconociendo su existencia diplomá­ tica en noviembre de 1933. Preocupado por el avance del fascis­ mo en Italia, del nazismo en Alemania y el expansionismo japonés, no pudo intervenir en conflictos como el de Abisinia o España por una ley que aseguraba la neutralidad de Estados Uni­ dos en política exterior. La ocasión para romperla la dio el inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos favoreció económica y materialmente a Gran Bretaña y Francia. En 1941, tras el ataque nipón a Pearl Harbour, Estados Unidos entra de lle­ no en el conflicto. La industria estadounidense se movilizó para suministrar armamento. Como Moisés, no llegó a la tierra pro­ metida. Roosevelt no podrá ver personalmente la victoria aliada por fallecer el 12 de abril de 1945, aunque sí pudo participar en la configuración del mundo en sus reuniones con otros grandes lí­ deres, como Stalin o Churchill. La valoración de cuanto acontece en el nuevo imperio norte­ americano la realiza José Antonio en el Círculo Mercantil de Ma­ drid en 1935: "¿Sabéis en la época de prosperidad de los Estados Unidos, en la mejor época, desde 1922 hasta 1929, en cuánto au­ mentó el volumen total de los salarios pagados a los obreros? Pues aumentó en un 5 por ciento. ¿Y sabéis, en la misma época, en cuánto aumentaron los dividendos percibidos por el capital? Pues aumentaron en el 86 por ciento. I Decid si es una manera equitativa de repartir las ventajas del maqumismo!" (OCJA: 635).

1.4. Gran Bretaña Debido a la clase social de José Antonio Primo de Rivera, a su formación cultural y al ineludible referente mundial que la po­ tencia anglosajona constituía en el período de entreguerras (el Imperio, aunque veteado por multitud de grietas, estaba en su

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punto álgido al término de la Gran Guerra), Gran Bretaña fue su referente liberal más importante. Los años veinte significaron una época de profundos reajus­ tes en Europa, traumáticos en muchas ocasiones, pero también de profundas reformas y de progreso general de los ideales de­ mocráticos en una parte del Viejo Mundo. El mejor ejemplo lo constituye Gran Bretaña, que salió peor parada del final de la Gran Guerra que como había entrado en ésta. Pese a la presun­ ta consolidación como potencia industrial europea (tras la de­ rrota de su adversario alemán) y a su papel director en los asuntos internacionales (afianzamiento y engrandecimiento de su imperio colonial), la crisis mundial de posguerra se cebó en la economía británica: merma de las condiciones de vida de la clase trabajadora y consiguiente tensión social, endeudamiento de guerra, creciente competencia comercial de Estados Unidos y Japón, desmovilización y consecuente incremento del paro, reconversión de sectores industriales, etc. Alcanzado el sufragio universal en la posguerra (las mujeres mayores de treinta años consiguieron el voto en 1918), las ten­ siones sociales determinaron el resquebrajamiento del modelo liberal abstencionista clásico y el ascenso imparable del labo­ rismo. A finales de 1923, también con el problema irlandés de fondo, quebró el modelo bipartidista y por vez primera los la­ boristas formaban gobierno. Ramsay MacDonald, ciertamente con el apoyo de los liberales, se convertía en primer ministro de Su Majestad. Si bien la izquierda se demostró palmariamente ineficaz y fue desalojada del poder el siguiente año, mostró una imagen moderada sumamente favorable para la reconducción y supervivencia del modelo liberal democrático en un contexto internacional cada vez más oscuro.

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Los laboristas regresaron al poder en 1929, reajustando el mo­ delo bipartidista de modo permanente (sustituyeron a los libera­ les en la alternancia con los conservadores). El relevo, unido al empeoramiento de la situación socioeconómica por causa de la inminente crisis bursátil, marcaría el inicio de un nuevo período en la política británica de entreguerras. MacDonald se mantuvo en el Gobierno hasta mediados de la década. La actitud moderada del líder, coincídente con la del conservador Baldwin, originó resultados muy favorables en el interior (en el Reino Unido no se reprodujeron los choques entre facciones extremas que se dieron en el continente: ni comunis­ tas ni fascistas atrajeron votos considerables), si bien en el exte­ rior se mostró inadecuada. En 1937 el conservador Neville Chamberlain ocupó el cargo de primer ministro. Su orientación en la política exterior se reveló su­ mamente conformista y contraproducente. El apaciguamiento de Hitler y, en general, la incapacidad de hacer frente a los propósi­ tos expansionistas de los dictadores (agravada por la debilidad de Francia y el aislacionismo de Estados Unidos), son el aspecto más negativo de la política británica del momento. No obstante, los bri­ tánicos alcanzaron 1939 con la cohesión interna necesaria para afrontar una guerra de proporciones inéditas y, aunque de forma menos espectacular que los norteamericanos y su New Dea!, hi­ cieron frente a la depresión económica y sentaron las bases del Estado social y democrático de Derecho de la posguerra.

1.5. La Tercera República francesa El impacto de la Gran Guerra en Francia había sido considera­ blemente mayor: millón y medio de muertos, destrucción de buena parte de sus regiones industriales, gran endeudamiento

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interior y exterior, ahondamiento de las diferencias sociales, de­ pauperación de la pequeña burguesía y el proletariado, radicalización de las opciones sindicales, etc. En la primera mitad de los veinte, los gobiernos conservado­ res hicieron de Francia un país progresivamente más próspero que en el orden continental se convertía en el "gendarme" fren­ te a la derrotada Alemania (ocupación del Ruhr en 1923). En la segunda mitad de los años veinte, una nueva mayoría parla­ mentaria, la de la moderada Unión Nacional, conduciría al país por la senda de una relativa prosperidad. En los años treinta la situación cambió. La economía del país se estancó y las repercusiones sociales fueron graves (dos mi­ llones de parados, en su mayoría desasistidos, en 1935), a la par que holgaba una política común frente al revanchismo alemán y quebraba la solidaridad nacional coincidiendo con una descom­ posición y atomización del sistema de partidos. El descrédito del régimen republicano liberal caló especialmente entre la juventud intelectual, que se orientaba hacia soluciones extremistas (de iz­ quierda o de derecha). Tras las elecciones de 1936 ocupó el poder un Frente Popular de izquierdas, si bien más moderado que el español. El gobier­ no de León Blum solventó un peligroso fenómeno huelguístico y ahondó en una magnífica legislación social, pero la guerra ci­ vil española ya había abierto más y más el foso entre izquierdas y derechas, además de dividido al propio Frente Popular. 2. LOS REGÍMENES AUTORITARIOS

En los años veinte se produjeron varios fenómenos autori­ tarios que, si bien no se identificaban ni mucho menos con el

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totalitarismo, sentaban un precedente peligroso en cuanto a la puesta en tela de juicio del parlamentarismo. Se trataba, en cier­ to modo, de dictaduras de corte "comisaríal" (según terminolo­ gía de Cari Schmitt) en que la suspensión del régimen constitucional se justificaba en la protección de la misma y en el propósito del dictador de esforzarse por crear una situación en que pudiera observarse el derecho en modo efectivo. No menos de catorce estados europeos sufrieron entre 1920 y 1939 el establecimiento de dictaduras. La mayor parte de ellas tu­ vieron un carácter mucho más tradicional que las dictaduras fas­ cistas y afectaron a países menos desarrollados que Italia y Alemania. No viene al caso desarrollar los casos de Polonia, con el general Pilsudski, o Turquía, con la revolución de los "jóvenes tur­ cos". Resulta prioritario, en relación con la figura de José Antonio, citar la dictadura de su padre, el general Primo de Rivera (19231930). Aunque significó un positivo período de desarrollo indus­ trial y de las obras públicas (con apoyo del PSOE), no desmintió nunca su carácter de provisionalidad. Primo de Rivera no sólo no disciplinó una estructura institucional nueva y con afán de permanencia, sino que no supo cómo retornar al orden consti­ tucional que había suspendido. Los comienzos de la carrera po­ lítica de José Antonio se ligaron a la defensa de la memoria de su padre y, por extensión, a la obra de la Dictadura (con la que no estuvo, sin embargo, de acuerdo). 3. LOS TOTALITARISMOS

Según la categorización de F. Neumann, son varías las notas que caracterizaron a los sistemas políticos totalitarios. En primer lugar, el paso del Estado de Derecho al Estado policial, con la

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absorción por parte del Estado de todas las esferas de la so­ ciedad civil. El sentido difusionista del Estado democrático (se­ paración de poderes) se sustituye por la concentración; simultáneamente, se cuenta con la existencia de un partido es­ tatal que monopoliza la actividad política. Un dictador ejerce el liderazgo, a la vez que se incurre en una sincronización de las principales organizaciones sociales, que da como resultado la atomización de la vida pública y una fuerte propaganda. Es ha­ bitual la sistematización del terror como medio de dominación política.

3.1. El comunismo soviético El valor científico del marxismo como verdad histórica era in­ diferente a los ojos del francés Sorel, quien lo emplea como ins­ trumento de movilización, como mito que agrupa en torno suyo a los elementos revolucionarios, los del cambio. Lenin, hijo del Siglo de las Luces, pretende racionalizar toda la vida soviética, con ello engendró una maquinaria estatal monstruosa que debía planificarlo todo, controlarlo todo. Esa situación distaba mucho de ser una realidad en 1917. Cuando Lenin llega al poder, Rusia era una nación inmensa, con más de 150 millones de habitantes. Eran en su mayoría analfabetos, campesinos y obreros emigra­ dos a las ciudades. La patria de los zares enfrentaba una guerra mundial, una revolución y una guerra civil, con la economía colapsada. Sobre esa nación Lenin levantó el Estado soviético que se derrumbó antes de terminar el siglo xx para tener su conti­ nuación en otra nación inmensa, China. Es sabido que Karl Marx nunca pensó en Rusia como el lugar donde se podían dar las condiciones materiales para la edifica­ ción del socialismo. Sus previsiones tenían la fe de José Antonio,

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que sí creía en los vaticinios de Marx y se esforzaba en impe­ dirlos. En su "Discurso sobre la Revolución Española", el 19 de mayo de 1935, afirma: "Si se tiene la seria voluntad de impedir que lleguen los resultados previstos en el vaticinio marxista, no hay más remedio que desmontar el armatoste cuyo funciona­ miento lleva implacablemente a esas consecuencias: desmon­ tar el armatoste capitalista que conduce a la revolución social, a la dictadura rusa" (O CJA: 680). Es decir, José Antonio no nie­ ga las previsiones de Marx, para impedir que ocurra lo que va­ ticinó el pensador alemán es necesario eliminar la causa, el capitalismo. El genio de Lenin se muestra al señalar el momento exacto en que las condiciones rusas y la fuerza del sector bolchevique de la socialdemocracia permitían a los comunistas arrancarle el poder a la república de Kerenski que entonces gobernaba en Rusia. En­ tonces los bolcheviques consideraron la revolución rusa como un primer motor de la revolución mundial. La conquista del po­ der por los comunistas rusos tuvo ecos revolucionarios en toda Europa: Alemania, Italia, Hungría, Francia, Gran Bretaña, incluso en España, se vivieron los efectos de la revolución. En las pági­ nas de La Conquista del Estado, la publicación de Ramiro Ledesma, se darán vivas a la revolución rusa como proceso creativo que abandona el decadente orden liberal parlamentario. El impulso de la revolución se dejó sentir en gran parte del mundo, animó la subversión en Occidente y armó ideológica­ mente a los movimientos antiimperialistas en algunas colonias. Con todo, se produce alguna resistencia inicial a la rusificación por parte de dirigentes socialdemócratas en Alemania, Italia y otros países, a pesar del sovietismo servil de los jóvenes parti­ dos comunistas. El fracaso en el asentamiento de los procesos

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revolucionarios llevará a Rusia a modificar su estrategia y se centrará en la construcción del socialismo en un solo país. En es­ tas condiciones, el aislamiento de la revolución se hizo eviden­ te. Sin el concurso de un Estado comunista en Alemania, los bolcheviques tenían que hacer frente a la ruina de su economía y resistir la guerra civil.

3.1.1. La teoría marxista del Estado Marx y Engels explicaron que no es posible que una sociedad salte directamente del capitalismo a una sociedad sin clases por las características culturales y materiales heredadas del capitalis­ mo. Para ambos, la forma de producción genera la cultura y las estructuras sociales y políticas que históricamente y por etapas llevan indeludiblemente al comunismo. Después de la toma de poder socialista ha de establecerse un período transitorio, la dic­ tadura del proletariado, que ejerce su vanguardia, al decir leni­ nista, el partido. La élite comunista toma el poder y destruye la vieja maquinaria estatal de la sociedad burguesa y la cultura que emana de ese dominio económico y político. Para ello transforma radicalmente las unidades naturales de convivencia desde donde se construye la sociedad, achacando la existencia de la familia al sistema de producción capitalista. El 4 de marzo de 1934, en el Teatro Calderón de Valladolid, José Antonio afirma: "Así, cuando el marxismo culmina en una organización como la rusa, se les di­ ce a los niños, desde las escuelas, que la Religión es un opio del pueblo; que la Patria es una palabra inventada para oprimir, y que hasta el pudor y el amor de los padres a los hijos son prejuicios burgueses que hay que desterrar a todo trance" (OCJA: 330). Efec­ tivamente, en El Manifiesto Comunista, Marx había escrito: "Esos tópicos burgueses de la familia y la educación, de la intimidad de

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las relaciones entre padres e hijos [...]" (Marx y Engels, 1976: 42). José Antonio va más allá y desvela el 4 de febrero de 1934, en Cáceres, que "este Marx, que algunos, ignorantemente, conside­ ran como apóstol, cuando está en la intimidad, en las cartas que escribía a Engels, hablando del socialismo, dice que los obreros son la chusma y la canalla necesaria para que en los pueblos triunfe la doctrina socialista" (OCJA: 291). En esta fase de transición, de destrucción de las estructuras económicas e ideológicas anteriores, los bolvechiques inician el control de la sociedad en todas sus facetas, se organizan como clase dominante en representación de vanguardia del proleta­ riado y construyen su maquinaria estatal que busca la omnipresencia. Lenin subrayó esta idea en El Estado y la revolución: "Es necesario todavía un aparato estatal de transición, una ma­ quinaria especial de represión: el Estado. Pero es ya un Estado de transición". Anteriormente, Engels había señalado que el fin de la dictadura del proletariado será la extinción del Estado. En AntiDúhring dice: "Cuando, junto con la dominación de clase y la lu­ cha por la existencia individual creada por la actual anarquía en la producción, esos conflictos y excesos que resultan de esta lu­ cha desaparezcan, en adelante no habrá nada que reprimir ni ne­ cesidad de un instrumento especial de represión, el Estado". Para los padres del comunismo el desorden de la producción es el responsable de las diferencias de clase. La cura es la dictadu­ ra que termina en extinción del Estado, es decir, refuerzan el Es­ tado para abolirlo. La condición previa para la transición a una sociedad sin cla­ ses es el desarrollo de las fuerzas productivas que mediante la técnica dan la hegemonía a la industria sobre la agricultura. El objetivo enfatizado por Marx consiste en crear las condiciones

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materiales adecuadas para que la clase obrera, única protago­ nista del escenario político, liberada de luchar cotidianamente por su supervivencia, asumiera el control de toda la actividad social, política y económica. Marx decía que en una sociedad so­ cialista no habrá pintores sino obreros que en sus ratos libres pintan. Los hechos muestran que tras el relevo del dominio de la bur­ guesía rusa por el del Partido Comunista la planificación econó­ mica fracasó. El pleno empleo se hizo realidad pero devaluó seriamente los puestos de trabajo y los salarios en la Unión So­ viética. Las condiciones de desarrollo industrial y proletarización del campesinado estaban apenas balbuceando en la sociedad rusa que los bolcheviques ocuparon en 1917. En 1989 el fracaso se hizo evidente.

3.1.Z Los problemas de la edificación socialista Desde 1917 hasta 1921 la guerra civil aumentó la destrucción y el colapso económico, extendiendo la miseria en Rusia, des­ truyó su incipiente tejido industrial y el agrícola. Los bolchevi­ ques no heredaron las estructuras de un Estado, hubieron de construir uno nuevo de las cenizas del anterior. A pesar de que el gobierno revolucionario adoptó inmediata­ mente la jornada de ocho horas, no se pudo aplicar, pues la gue­ rra civil y la reconstrucción prolongaron las jornadas de trabajo. De forma paralela, el Ejército Rojo creado por León Trotsky com­ batía a una veintena de ejércitos rebeldes. El avance del Ejército Rojo se acompañaba con la ocupación de tierras y ciudades, la colectivización agraria y promesas de derechos a las minorías nacionales. Los bolcheviques construían un nuevo Estado. "El endurecimiento de la dictadura durante la primavera de 1918 se

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tradujo en la clausura definitiva de todos los periódicos no bol* chevíques, la disolución de los soviets no bolcheviques, el arres­ to de los opositores y la represión brutal" (Courtois, 1998: 84). Los bolcheviques eran soldados adoctrinados, guerreros mili­ tantes. Napoleón restituyó el deber de la ciudadanía de partici­ par en la defensa, los bolcheviques adoctrinaron a los soldados rojos. Los comunistas combinaron una guerra revolucionaria en el territorio ruso con un llamamiento permanente a la clase obre­ ra mundial contra el capitalismo para reducir la presión sobre la incipiente Rusia comunista. El triunfo militar del bolchevismo trajo consecuencias devas­ tadoras. La lucha de clases no desapareció por decreto, la pau­ perización de la vida social implicaba una lucha brutal por el excedente. Precisamente es a través de la distribución de ropas y alimentos, con cartillas al efecto, como comienzan a controlar las ciudades.

3.1.3. La tierra La estructura agraria rusa protagonizaba la economía del país. Los bolcheviques hubieron de atender las exigencias campesi­ nas de tierras propias. Habían llegado al poder en los soviets usando consignas sindicalistas: la tierra para quien la trabaja. Habían criticado la incapacidad del gobierno provisional de Kerenski para proceder a la entrega de la tierra, con lo que ganaron simpatías entre el campesinado. La enérgica exigencia del cam­ pesinado y la carencia de medios materiales para colectivizar la tierra forzaron a Lenin a esperar hasta que "las condiciones ob­ jetivas" permitiesen la colectivización. El decreto sobre la tierra, promulgado en el 2® Congreso PanRuso de los Soviets, recogía las reivindicaciones fundamentales

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del antiguo partido de los socialistas revolucionarios: quien lo solicitase tenía derecho a una parcela de tierra. La aplicación del programa social revolucionario en la aldea supuso una primera y breve concesión del bolchevismo, quien defendía la colectivi­ zación del campo, aplicando a la agricultura los últimos avances técnicos inexistentes en Rusia. El trabajo colectivo sobre gran­ des superficies de tierra permitía el uso intensivo de maquina­ ria industrial para incrementar la producción agrícola y racionalizarla. Paralelamente, en la industria se aprueba el decreto de con­ trol obrero en las fábricas. De hecho, en los primeros tiempos, los bolcheviques mantuvieron en la dirección de las empresas a los viejos propietarios, quienes tenían el conocimiento técni­ co y de organización que Lenin requería para llevar adelante su admiración por el sistema de producción medido por el tiempo que se expone en El taller y el cronómetro de Taylor. El partido comunista intenta disciplinar la producción, para lograrlo gene­ ra una organización centralizada para abastecer a las ciudades y al Ejército Rojo. Lenin sabe que no puede pasar directamente al socialismo desde una economía rural y una producción a pe­ queña escala. Los bolcheviques expropiaron y nacionalizaron las fábricas y la banca, establecieron el monopolio del comercio exterior y pro­ cedieron a levantar una administración de partido enquistada en el Estado con un fuerte déficit industrial que se mostraba en una escasa producción. Autores socialistas reconocen que el tráfico de mercancías entre el campo y la ciudad casi cesó. En 1918, tras un año de gobierno de Lenin, no se disponía siquiera de la mitad del suministro habitual mensual de cereal, por lo que el partido comunista impuso el monopolio estatal del trigo. Así dio

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comienzo la lucha contra el kulak, el campesino libre. Los cam­ pesinos pequeños y medianos fueron forzados a entregar parte de la producción. La cosecha de cereal en 1921 fue de sólo 37,6 millones de toneladas, un 43 por ciento de la media de pregue­ rra. El Estado rojo sólo podía dar al campesino papel moneda con el que no se podía comprar apenas nada. La industria no po­ día auxiliar al campesinado. La situación en el campo empeoró y las granjas colectivas estatales (koljoses y sovjoses) que dis­ ponían de casi el 5 por ciento de la superficie agraria útil, care­ cían de ganado y aperos de labranza. Para poder recibir comida y ropa, la población hubo de agruparse en cooperativas subor­ dinadas al Congreso de Alimentación, tales medidas recibieron el nombre de comunismo de guerra, dado que la prioridad en suministro de abastecimiento la tenía el Ejército Rojo. El comu­ nismo de guerra se apropió de la sacralidad de la razón de Esta­ do que había pergeñado el cardenal Ríchelieu. Latzis, jefe de la policía secreta, la Cheka, en 1919, daba directrices a sus hom­ bres: "Exterminamos a la burguesía como clase. No busquéis durante la investigación documentos o pruebas sobre lo que el acusado ha cometido, mediante acciones o palabras, contra la autoridad soviética. La primera pregunta que debéis formularle es la de a qué clase pertenece" (Courtois, 1998: 22). Como re­ cuerda Courtois, en unas semanas la Cheka había ejecutado a tres veces más personas que el imperio zarista en 92 años. El territorio bolchevique se redujo a una parte pequeña de la Rusia central en el inicio de la guerra civil. Más de veinte ejérci­ tos blancos tuvieron el control inicial de zonas ricas en grano, combustibles y materias primas, como la región del Volga, Siberia, Turquestán, Ucrania o el Cáucaso. La economía nacional se despedazó.

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La producción fue sometida a un régimen militar con la con­ siguiente merma de la eficacia. En 1920 la producción de mi­ neral de hierro y de hierro fundido cayó al 1'6 por ciento y 2'4 por ciento, respectivamente, desde sus niveles de 1913. El car­ bón al 17 por ciento, la producción general de bienes manu­ facturados al 12'9 por ciento. La producción agrícola cayó un 16 por ciento entre 1916 y 1919. Las cifras son del propio Go­ bierno soviético. Con el hambre y el frío vinieron las epidemias: tifus, cólera y hambre. Lenin escribía en diciembre de 1919: "Estamos sufrien­ do una crisis desesperada". La caída de la economía afectó a la clase obrera, que en 1920 se redujo a menos de la mitad de su tamaño en 1917. "El pro­ letariado industrial -dijo Lenin- debido a la guerra y la pobreza y ruina desesperadas se ha desclasado, es decir, ha sido des­ alojado de su rutina de clase, ha dejado de existir como proleta­ riado. El proletariado es la clase que participa en la producción de bienes materiales en la industria capitalista a gran escala. En la medida en que la industria a gran escala ha sido destruida, en la medida que las fábricas están paradas, el proletariado ha desaparecido". Y los leninistas ejercían la dictadura en su nom­ bre, la dictadura del proletariado inexistente. En muchos casos las estructuras soviéticas dejaron de funcio­ nar, los soviets como órganos de poder obrero fueron sustitui­ dos paulatinamente por los comités del partido. Las tareas de la administración del Estado eran cubiertas cada vez en mayor pro­ porción por un número importante de funcionarios comunistas. La falta de abastecimiento en las ciudades se combinaba con el hambre en el campo y pronto se sucedieron estallidos y ma­ nifestaciones del campesinado y de la clase obrera. En Tombov

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se organizó un levantamiento campesino y en Kronstad en 1921 la guarnición naval se sublevó contra el poder de los soviets, al igual que lo había hecho contra el zarismo. El desgaste, la escisión en el campesinado, la escasez general obligaron a dar un gi­ ro a los bolcheviques. En 1921, la introducción de la Nueva Política Económica supuso una nueva concesión a favor del res­ tablecimiento del intercambio comercial en el campo.

3.1.4. La Nueva Política Económica (NEP) Las viejas palabras de Marx planeaban sobre los líderes bol­ cheviques: "El desarrollo de las fuerzas productivas es práctica­ mente la primera condición absolutamente necesaria para el comunismo por esta razón: sin él se socializaría la indigencia y esta haría resurgir la lucha por lo necesario, rebrotando, conse­ cuentemente, todo el viejo caos". El fracaso de la revolución europea y las dificultades internas obligaron a la dirección del partido a realizar concesiones y con­ tramarchas. En el X Congreso se anunció la sustitución del sis­ tema de entregas forzosas de granos por el impuesto en especie, con lo que los campesinos podían disponer de un ex­ cedente con el que comerciar en el mercado libre. El objetivo úl­ timo era la productividad agrícola y conseguir colaboración de los renuentes campesinos. Inicialmente, se trataba de una expe­ riencia limitada y supeditada a la economía planificada: el Esta­ do seguía

concentrando toda

la industria

pesada,

las

comunicaciones, la banca, el sistema crediticio, el comercio ex­ terior y una parte preponderante del comercio interior. Todo pa­ ra derivar hacia un capitalismo de Estado. Pero a pesar de la NEP los problemas continuaron. En 1923 la discrepancia entre los precios industriales y agrarios continúa

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aumentando. La productividad del trabajo en la industria era muy baja y eso significaba precios altos para los productos in­ dustriales, mientras que los beneficios obtenidos por los peque­ ños campesinos eran insuficientes para poder acceder a ellos. Al mismo tiempo, los campesinos libres fortalecían su posición en el mercado, compraban el grano del pequeño productor, con­ virtiéndose en el único interlocutor del Estado. El kulak fortalecía su posición y esto se reflejaba también en los soviets locales donde su influencia crecía. Las tendencias anticomunistas en el campo se desarrollaban paralelamente al fortalecimiento y al au­ mento del peso de la burocracia.

3.1.5. Burocratización El partido comunista se enquistó en el Estado, lo sustituyó por completo. La creciente presencia de los bolcheviques en todos los aspectos de la vida rusa requería un control mayor, más con­ troladores. Se redujo la presencia de grupos diferentes a los co­ munistas en la escena política por el agotamiento de sus fuerzas tras la Gran Guerra y la revolución. La desmovilización de millo­ nes de hombres del Ejército Rojo entrenados e ideologizados fa­ voreció la formación de la nueva burocracia. A finales de 1920, el número de funcionarios del Estado había pasado de poco más de 100.000 a 5.880.000 y seguía creciendo. Miles de ellos fueron empleados como personal militar cualificado en el Ejército Rojo bajo la supervisión de los comisarios comunistas. Lenin prohibió la crítica a la Cheka en los medios de prensa. En ese contexto, Trotsky a posteriori comentó: "La joven bu­ rocracia formada precisamente para servir al proletariado se sintió árbitro entre las clases y adquirió una autonomía crecien­ te". Una nueva generación de militantes del partido ocupó los

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cargos medios, usando su posición de privilegio para sortear la escasez generalizada. La cadena de fracasos revolucionarios en Europa occidental, especialmente en Alemania en 1923, provocó el cambio del so­ cialismo internacional al socialismo dentro de las fronteras nacionales de Rusia. La tesis de la necesidad de extender la i

revolución por la imposible convivencia con los países capitalis­ tas se resquebrajó. La URSS entró en la arena internacional y comenzó a firmar tratados y a convivir con los dirigentes de las naciones a quienes habían pretendido derrocar en procesos re­ volucionarios entre 1917 y 1936. La democracia soviética fue mi­ nándose, tanto en lo relativo a los órganos de poder asambleario, los soviets, como en el interior del partido: "La de­ generación del partido fue la causa y la consecuencia de la bu­ rocratización del Estado", escribió Trotsky en La revolución traicionada. La historia del Partido Social Demócrata ruso desde su fun­ dación estuvo jalonada por el debate y la controversia. Dos vías de discusión: la "correcta" interpretación de los textos de Marx y las posturas a adoptar en el presente con relación a la profe­ cía comunista. El bolchevismo reconoció inicialmente la libertad de fracciones. Un caso evidente es el acuerdo con la Alemania imperial en la Primera Guerra Mundial. En 1918 durante la firma de la paz de Brest-Litovsk, no hubo una sola opinión, sino tres, representadas por Lenin, Trotsky y los llamados comunistas de izquierda, liderados por Bujarin y Preobrazensky, constituidos en corriente y publicando el diario El Comunista. La necesidad de centralizar el gobierno soviético pareja al control férreo de to­ do por parte de Lenin, llevó en el X Congreso a proscribir las fracciones lo que fortaleció al Estado y debilitó al partido. Lenin

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imponía la unidad del partido justificándola frente a los levanta­ mientos campesinos contra la tiranía del Partido y de unidades como los legendarios marinos del Kronstad, en un momento de extremo peligro para el Estado soviético. El Partido Comunista soviético (PCUS) fue vaciando a los so­ viets de contenido. La dictadura del proletariado la ejerció el PCUS. Trotsky escribe: "La estrecha conexión y algunas veces la fusión de los órganos del partido y del Estado, provocaron des­ de los primeros años un perjuicio a la libertad y elasticidad del régimen interno del partido". La democracia obrera dentro y fue­ ra del partido se volatizó a favor de una minoría, cuyo control creciente de todos los aspectos de la vida rusa generó la burocratización del Partido y su identificación con el Estado soviéti­ co. No fue un caso único, en Alemania Hitler hace otro tanto en los años treinta. Stalin y la nueva camarilla, una vez que Lenin murió en enero de 1923, prosiguieron la línea política y llevaron a cabo una se­ gunda depuración contra los cuadros bolcheviques, para impo­ ner su autoridad. El thermidor burocrático se consolidó con el atraso y el fracaso revolucionario en Europa occidental. El aisla­ miento de la revolución en las fronteras rusas aceleró la dege­ neración burocrática. 3.1.6. Lenin Con motivo de la I Guerra Mundial, Vladimir I. Lenin regresa a Rusia clandestinamente en 1917, enviado en un tren blindado que facilitan los junkers prusianos con objeto de que la revolu­ ción rusa libere el frente oriental para que las tropas alemanas puedan concentrarse en el occidente de Europa. Lenin critica la guerra: se trata de un enfrentamiento provocado por el capital y

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en el que los obreros mueren por una causa absurda, ajena y explotadora. Así, propone un pacto con las izquierdas alemanas para no participar en el conflicto, al mismo tiempo que dirige sus ataques contra el gobierno provisional del príncipe Lvov. En el diario Pravda publica su programa que incluye, además del fin de la guerra, el reparto de tierras entre los campesinos y el po­ der para los soviets, las asambleas. La situación se tornó insos­ tenible al poco tiempo. El 4 de mayo de ese mismo año se produjeron sublevaciones en San Petersburgo reclamando el fin de la guerra y eM7 de julio, nuevamente en la misma ciudad, se produjeron protestas contra el menchevique Kerensky, provo­ cando una respuesta violenta por parte del gobierno. En agosto sale a la luz el libro de Lenin titulado El Estado y la revolución, en el que postula la dictadura del proletariado como necesidad his­ tórica para el cambio. Dos meses más tarde, se produce la Re­ volución de Octubre, de la que Lenin saldrá como presidente del Consejo de los Comisarios del Pueblo. Firma la paz de BrestLitovsk con Alemania, rompiendo los acuerdos tomados con Gran Bretaña y Francia. "Con el apoyo de Stalin, Lenin exigió aplacar a los alemanes" (Kissinger, 1996: 271). Una vez que ha asegurado el flanco ruso con Europa, Lenin promulga decretos en los que abóle la propiedad privada, na­ cionaliza las industrias, crea el Ejército Rojo y reconoce las dife­ rentes nacionalidades insertas en el Estado ruso. Tras trasladar la capital a Moscú, pone en práctica los principios económicos, sociales y políticos del comunismo. Son los meses de julio y agosto de 1918. Ese último mes, el día 30, Lenin sufre un aten­ tado a manos de Fanny Roid Kaplan, socialista revolucionaria, lo que origina la depuración de las filas revolucionarias. No será la última.

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Lenin puso a Trotsky al frente de los ejércitos bolcheviques y, el 16 de enero de 1920, convirtió el Consejo de Obreros y Cam­ pesinos en un Consejo de Trabajo y Defensa. La dureza de la po­ lítica leninista llevó a distintas sublevaciones. Las protestas fuerzan a Lenin a una cierta apertura provisional hacia la propie­ dad privada. Ese mismo año convocó en Moscú un Congreso de partidos comunistas, constituido como la III Internacional, cuya doctrina fundamental fueron las críticas al socialismo de la II In­ ternacional, acusado de pactar con el capitalismo bélico permi­ tiendo la Gran Guerra, así como la dirección desde Moscú del movimiento comunista mundial en línea con los intereses nacio­ nales del nuevo Estado rojo. "A pesar de la retórica revoluciona­ ria, el interés nacional surgió a la postre como el objetivo soviético predominante, siendo elevado a la categoría de verdad socialista" (Kissinger, 1996: 273). El 30 de diciembre de 1922, para integrar las diferentes nacio­ nalidades del territorio ruso, Lenin proclamó la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Apenas vivió un año en la URSS. Enfermo de hemiplejía, resigna las tareas de go­ bierno a finales de 1922, fallece el 21 de enero de 1923. Su ca­ dáver, idolatrado, fue objeto de culto durante todo el período soviético, al ser expuesto en un mausoleo de la Plaza Roja de Moscú. Su obra no pasó de ahí, Stalin la consolidó en esa pri­ mera etapa. José Antonio destaca en Salamanca, el 10 de febrero de 1935: "No se ha cumplido el augurio de Lenin, para el cual, primero atravesarían por el capitalismo del Estado, luego por el socialis­ mo del Estado, para llegar, finalmente, al comunismo. Han fra­ casado allí, ya que, no obstante la férrea disciplina, no han pasado de la primera etapa" (OCJA: 554). Los hechos le darían

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la razón ya en 1989, después de muerto. Lenin había impresio­ nado a José Antonio Primo de Rivera por su desdeñoso "¿Liber­ tad para qué?", como respuesta a las preguntas de los delegados españoles que informaron negativamente a su regreso a España (OCJA: 607) y evitaron parcialmente que sus organizaciones se adhiriesen a la III Internacional. Esta cita se repite en distintas in­ tervenciones de José Antonio quien se diferencia, en primer lu­ gar, por afirmar positivamente la libertad de la persona. El 9 de abril de 1935, en el Círculo Mercantil de Madrid, José Antonio señala (O CJA: 636): "Lenin anunciaba, como última eta­ pa del régimen que se proponía implantar -lo anunció en un li­ bro que se publicó muy poco antes de triunfar la Revolución Rusa-, que al final vendría una sociedad sin Estado y sin clases. Esta última etapa tenía todas las características del anarquismo de Bakunin y de Kropotkín; pero para llegar a esta última etapa había que pasar por otra durísima, marxista, de dictadura del proletariado. Y Lenin, con extraordinario cinismo irónico, decía: 'Esta etapa no será libre ni justa. El Estado tiene la misión de oprimir; todos los Estados oprimen; el Estado de la clase traba­ jadora también sabrá ser opresor; lo que pasa es que oprimirá a la clase recién expropiada, oprimirá a la clase que hasta ahora la oprimía a ella. El Estado no será libre ni justo. Y, además, el pa­ so a la última etapa, a esa etapa venturosa del anarquismo co­ munista, no sabemos cuándo llegará'. Esta es la hora en que no ha llegado todavía; probablemente no llegará nunca".

3.1.7. Josó Sta/in Tras la muerte de Lenin, Stalin se instala en el poder. Es él quien potencia la política de frente popular en distintos países de Euro­ pa, "incluyendo a todas las fuerzas no específicamente fascistas"

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(Saña, 1972: 48). El Comitern necesitaba un respiro y la unidad contra el fascismo le permitía llegar a acuerdos con organizacio­ nes y naciones burguesas, con lo que abandonaban la lucha con­ tra el capitalismo como prioridad para desarrollar el discurso de batalla frontal al fascismo liberando de presión a la URSS. En 1936, Thorez pidió desde Radío París a los católicos franceses que se incorporasen al Frente Popular. Stalin había nacido en Georgia, hijo de un alcohólico. Ingresa en el seminario con catorce años, gracias a una beca. Antes de los veinte años es expulsado por socialista. Sus actividades de agi­ tación le condenaron al destierro en Siberia de donde se fugó. Dirigió el periódico Pravda y es nombrado secretario general del PCUS en 1922. Sucede a Lenin dos años después1. Un análisis troskista de Stalin: "El hecho indudable, a partir de 1930, es que Stalin ha pasado a dominar en solitario la escena política convirtiéndose en dueño y señor del partido. El oscuro komitetchik de Bakú no era en tiempos de Lenin un personaje se­ cundario; sin embargo tampoco era una figura de primer plano. Como escritor es enormemente gris, su oratoria es pesada, ado­ ra los silogismos y las repeticiones y hace gala de un gusto ma­ nifiesto por las letanías, éstas son las razones de que ninguna de las brillantes personalidades que rodean a Lenin le preste dema­ siado interés. Su carácter rencoroso le ha deparado innumera­ bles adversarios; pero se trata también de un hombre trabajador, organizador y tenaz que sabe cómo utilizar a los demás. Primero opta por la oscuridad y el trabajo poco espectacular: al igual que Ebert, con quien ha sido comparado muchas veces después de

1 Algunos le acusan de haber sido espía de la policía zarista, en cuyo caso la carre­ ra del hombre más poderoso de Europa en el siglo xx sería una fina ironía.

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que Trotsky lo hiciera, se instala en el partido como la araña en el centro de su tela. Como militante práctico, carente de ideas ge­ nerales, se apresura a rectificar sus errores tras la vuelta de Lenin en abril sin apartarse en lo sucesivo ni un ápice de las posturas del líder en sus intervenciones públicas hasta la muerte de aquél. Su máxima preocupación es la eficacia: entre los bolcheviques dirigentes este viejo bolchevique aparece en seguida como indis­ pensable. Es de los que 'trabajan' cuando otros polemizan o adoptan poses cara a la posteridad, de los que 'construyen'" (Broué, 1973). Como máximo dirigente de la Unión Soviética, desarrolló la teoría del "socialismo en un solo país", identificando al comu­ nismo con la URSS, la patria del socialismo. Los intentos de ex­ tender rápidamente la revolución han fracasado y Rusia se fortifica. La III Internacional estructuró el interés de Moscú por encima de los propios de los partidos comunistas locales, lo que ya criticó a Lenin sin resultados Rosa Luxemburgo. Stalin impuso el primer Plan Quinquenal para impulsar la in­ dustrialización, aumentar la productividad y convertir a la agríco­ la Rusia en una potencia industrial y autosuficiente. Generalizó por la fuerza la colectivización del campo con deportaciones ma­ sivas, traslados de pueblos completos y ejecuciones. La indus­ trialización a ultranza como medio de sacar a Rusia de su atraso económico con respecto a las grandes potencias occidentales y así demostrar la validez de las teorías comunistas, supuso la construcción en la década de los 30 de un sinnúmero de grandes fábricas, altos hornos y refinerías de petróleo en una apuesta abierta por la industria pesada. El objetivo era incrementar la pro­ ducción, lo que se fomentaba con propaganda y premios. Tam ­ bién se extendía la presencia permanente del Estado invadiendo

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todos los rincones de la sociedad rusa, creando un clima de vi­ gilancia constante. Stalin firmó con Hitler un tratado de paz que implicaba dejar las manos libres a los alemanes para iniciar su expansión en Europa central y oriental. "La creciente colaboración entre Alemania y la Unión Soviética fue un golpe decisivo al sistema de Versalles* (Kissinger, 1996: 257). El tratado es uno de los capítulos más con­ trovertidos de la historia de la URSS, más aún cuando, tras la in­ vasión de Polonia por Alemania y la subsiguiente declaración de guerra de Francia y Reino Unido, la Unión Soviética permaneció inalterable. Pero esa es ya otra historia que no incide en el mun­ do que conoció José Antonio.

3.2. El fascismo en Italia El nacionalismo autoritario anticapitalista pasó a ofrecer sus mensajes utópicos en Europa a partir del final de la Primera Gue­ rra Mundial. Un ingeniero francés, Sorel, hace la síntesis de los principios heroicos del socialismo revolucionario con la tradi­ ción guerrera. Un economista rumano, Manoilescu, se converti­ rá en el exponente económico de este movimiento, que defiende el corporativismo, la industrialización con proteccionis­ mo y el régimen de partido hegemónico. Es la rebelión contra el racionalismo y la relatividad que emanan del Siglo de las Luces y de la Revolución Francesa. Algo de ello hay en el fascismo don­ de la concepción del Estado es bonapartista, cesárea a la postre. Su expresión más nítida es su fundador, Benito Mussolini. La biografía de Mussolini se aleja mucho del estereotipo de fascismo de señoritos, a esos que critica posteriormente José Antonio por dedicar a la holganza las mejores horas del día. Be­ nito Mussolini era hijo de un herrero revolucionario, tuvo una

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educación anticlerical y antiestatista en ambientes obreros sin* dicalistas seguidores de la acción directa. Fue agitador, desertor, prófugo y preso. Trabajó como profesor y llegó a director de Avanti!, periódico oficial del Partido Socialista Italiano de donde le expulsaron por mostrar públicamente su apoyo a la interven­ ción italiana en la Primera Guerra Mundial. Mussolini fundó su propio diario en Milán: II Popolo d'Italia, de carácter ultranacionalista. Desde sus páginas respondió a "la urgente necesidad de una armadura ideológica movilizadora, capaz de organizar la so­ lidaridad, de establecer un mismo objetivo para una masa de tra­ bajadores" (Sternhell, 1994: 162). Mussolini declaró a Italia "nación proletaria". En 1919, Mussolini creó los Fascios Italianos de Combate, de ideología anticapitalista, nacionalista y anticomunista. Sobre el antiguo socialista planeaban las palabras del Manifiesto Comu­ nista: "La campaña del proletariado contra la burguesía comien­ za siendo nacional" (Marx y Engels, 1976: 35). La nación, no la clase, es el nuevo espacio de la solidaridad. A través de Sorel, incluido en las lecturas de José Antonio Primo de Rivera, la re­ visión no materialista del marxismo deviene en fascismo. El 7 de noviembre de 1921 se constituye el partido fascista y, tras la Marcha sobre Roma un 28 de octubre de 1922, el rey Víctor Ma­ nuel III encarga a Mussolini formar gobierno. En 1929 firma el Pacto de Letrán con el Papa, terminando así con el conflicto en­ tre el Vaticano y el Estado italiano y amplía simpatías entre los católicos. Aquel 28 de octubre será la referencia de otro acto que José Antonio celebrará en el Teatro de la Comedia el 29 de octubre de 1933. En más de dos décadas de gobierno, Mussolini monta el corporativismo, nacionaliza Italia y exige territorios donde extender

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su imperio. Toma Roma como paradigma. Ese aspecto de lo clá­ sico atrajo a José Antonio. También la originalidad de la respues­ ta social del fascismo. Mussolini desarrolló un importante esfuerzo en obras públicas y urbanismo, creó el Instituto Nacional de Industria -que tomó como modelo el Estado español nacido el 1 de abril de 1939- impulsando el desarrollo industrial. Terminó con la tuberculosis y la malaria en la península italiana al desecar los pantanos y miasmas, e impulsó la colonización de Etiopía du­ rante cinco años, buscando tierras para los colonos italianos. Mussolini escribió para ellos: "Los ingleses usan armas y látigos, nosotros empuñaremos palas y picos [...] (Derechos iguales para negros y blancos!" (Di Girolamo, 1953: 105). Desarrolla la tesis de naciones proletarias frente a naciones burguesas. La figura de Benito Mussolini fascinaba a muchas mentes bien pensantes de Europa, entre ellas a Wiston Churchill. Lenin había escrito del joven Mussolini que era el único marxista serio de Italia. En la Segunda Guerra Mundial, Italia no intervino hasta junio de 1940, con la invasión alemana de Francia. "En 1940, era final­ mente posible clavar el último clavo en el féretro de 1789" (Sternhell, 1994: 390). El vitalismo se lanza al asalto del imperio del racionalismo y la soberanía en el parlamento. Tres años después, con la guerra ya en derrota ante los Esta­ dos Unidos, el Duce fue derrocado por un golpe de Estado y trasladado a Gran Sasso, donde le rescata un comando encabe­ zado por el oficial austríaco de las SS Otto Skorzeny, hombres enviados por Hitler, a quien Mussolini se había negado a recibir durante años. Tras un breve exilio en Alemania, vuelve a Italia y proclama la República Social Italiana, régimen apoyado por Ale­ mania, y destruido por la ofensiva aliada. Mussolini fue capturado

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y asesinado el 25 de abril de 1945 cerca del Lago de Como, jun­ to con Clara Petacci, su amante judía. José Antonio había admirado al Duce; en su bufete había dos retratos, un cuadro de su padre y una fotografía dedicada de Mussolini. José Antonio, a la luz de la biografía del Duce, pen­ saba que el líder del fascismo español tenía que tener una tra­ yectoria obrera y luchadora. Si hemos de creer a Giménez Caballero, esto llevó al ofrecimiento de la jefatura de Falange a Indalecio Prieto, lo que el jefe socialista rechazó, pero creó una corriente de simpatía que se evidencia en los comentarios de Jo ­ sé Antonio desde la cárcel al mitin de Prieto en Cuenca (OCJA: 996-999). En el primer número de Aquí Estamos (23 de mayo de 1936), José Antonio escribe sobre las palabras patriotas de Prie­ to: "¿Qué lenguaje es éste? ¿Qué tiene esto que ver con el mar­ xismo, con el materialismo histórico, con Amsterdam ni con Moscú? Esto es preconizar, exactamente, la revolución nacional. La de Falange: y hasta con la cruda descalificación de la España caduca que la Falange fulminó muchas veces". Será ya en el discurso en el Círculo Mercantil (O CJA: 625643) cuando Primo de Rivera rechace el corporativismo fascis­ ta considerándole vacío, pues no ha sabido ir más allá de los jurados mixtos que ya aplicó su padre. Ese epígrafe se trata en otro capítulo.

3.3. La Alemania nazi José Antonio siempre desconfió del régimen nazi. En su con­ cepción clásica de las formas políticas repugnaba un sistema po­ lítico al que calificaba de "superdemocrático" y "romántico" (O CJA: 570). No obstante, habida cuenta de la pujanza de la Ale­ mania hitleriana (instalada en pleno punto álgido de la carrera

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política de José Antonio) y de su influencia posterior sobre el fascismo italiano (mucho más cercano a la sensibilidad joseantoniana), no puede olvidarse el Estado hitleriano. El Partido Nacionalsocialista (nazi) fue el instrumento elegido por Adolf Hitler para su movimiento. Convertido en líder del pe­ queño grupo ultranacionalista poco después de abandonar el ejército alemán al término de la Gran Guerra, Hitler estructuró el partido durante los años veinte. Creó en su interior un grupo paramilitar especial, las tropas de asalto (SA), en gran medida compuestas por ex-combatientes y especialmente preparadas para los choques callejeros, y las Shutzstaffel (SS), escolta de éli­ te uniformada de negro a la que se exigía un juramento de leal­ tad a Hitler. La Depresión y el resentimiento derivado de las humillantes condiciones de Versalles hicieron del Partido Nazi un movimiento de masas. En 1932 sus afiliados eran 800.000 perso­ nas de todo el país y las SA contaban con medio millón de hom­ bres, todos guerreros contra la democracia alemana, los judíos y los enemigos exteriores de Alemania. La repulsa del sistema democrático por parte de los germanos quedó demostrada en los comicios de 1932, cuando los votos de los dos partidos totalitarios de signo adverso (comunistas y nazis) reunían más de la mitad de los sufragios totales. En enero de 1933 el presidente alemán, mariscal von Hindenburg, encar­ gaba la cancillería a Hitler y el nazismo comenzaba su amenaza­ dor desembarco. En el invierno de ese año el incendio del Parlamento, del que se culpabilizó a los comunistas, permitió a Hitler obtener plenos poderes sin restricciones constitucionales. En julio el Partido Nazi se convirtió en "el único partido de Ale­ mania" y, a la vez que se instalaban los primeros campos de concentración, los tentáculos nazis se desplegaban por todos

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los grupos de población, incluidas asociaciones de jóvenes, de trabajo y profesionales. En 1934 las voces opositoras habían si­ do silenciadas. Aunque el ejército mantenía aún cierta independencia (y mu­ chos recelos ante el cabo bohemio), Hitler se apoyó en él para descabezar a las SA, que fueron purgadas en la llamada "noche de los cuchillos largos" (junio de 1934). En septiembre, muerto Hindenburg, Hitler se proclamó jefe del Estado y comandante en jefe de las fuerzas armadas. Las SS sustituyeron a las SA en la construcción de un Estado despótico y la Gestapo, policía se­ creta, se vino a ligar a la organización estatal. Cuando José An­ tonio Primo de Rivera era fusilado en la cárcel de Alicante, en una Alemania que se recuperaba económicamente la política de represión antisemita se hallaba en marcha y Hitler se aprestaba a la construcción del Tercer Reich, un imperio que suponía la re­ configuración -incluso racial- del mapa del mundo. Las principales características ideológicas del nazismo partían, fundamentalmente, de una rebelión (paranoide) contra la razón, con su consiguiente culto a la acción. Sorprendía su contradicto­ ria conjunción de la movilización masiva de las multitudes y el abierto desdén hacia las masas, conducidas por una élite, guiada a su vez por el supremo führer. Quizás el aspecto más nefasto y miserable del movimiento fuera su antisemitismo militante, que hacía del judío el chivo expiatorio de la frustración alemana so­ brevenida tras Versalles. Consiguientemente, adoptaba una acti­ tud hostil hacia el cristianismo, como no podía ser de otro modo habida cuenta de su desprecio de la caridad, la humildad o la mi­ sericordia. El racismo, igualmente anticristiano, se sostenía en la elaboración del mito ario, que incluía la noción darwinista (biologicista) de "espacio vital" para los pueblos; Hitler y sus acólitos

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aspiraban a una reconfiguración incluso racial del mapa de Euro­ pa. Finalmente, debe apuntarse la combinación polémica del na­ cionalismo con un "socialismo" atractivo para los pequeños industriales y comerciantes. Como ha indicado Stanley G. Payne, eran perceptibles unas diferencias esenciales con el fascismo italiano. En primer lugar, el nazismo constituía una ideología basada en la raza. El fascis­ mo se basaba en un nacionalismo político y cultural. La estruc­ tura fascista siguió siendo, en gran medida, un Estado de derecho con semipluralismo y derecho formal. Por su parte, el nazismo representó el paradigma totalitario del gobierno uniper­ sonal. El NSDAP desempeñó un papel mucho más importante que el PNF. El Estado alemán se acercó mucho más a la conse­ cución de un Estado de partido único. En relación con uno de los aspectos más polémicos, el antisemitismo alemán fue algo ab­ solutamente ausente en la formulación primigenia del fascismo italiano. Por último, la política exterior nazi buscó una reconfigu­ ración racial del mapa de Europa. Los objetivos coloniales de Mussolini fueron sensiblemente más modestos. Payne ha destacado, por otro lado, las coincidencias que el nazismo tuvo con el comunismo soviético. En primer lugar, es rastreable el reconocimiento por Hitler y los jerarcas nazis de que el único adversario revolucionario estaba en la URSS. Ambos to­ talitarismos contaron con una teoría de la acción revolucionaria y constituyeron doctrinas revolucionarias de la "lucha constan­ te". Compartieron, igualmente, un elitismo rígido, el personalis­ mo y el principio de jefatura. Un paralelismo cierto se encuentra en la teoría de las naciones desposeídas y proletarias y en la dic­ tadura unipartidista independiente de cualquier clase social con­ creta. Ambos regímenes atribuyeron excepcional importancia a

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la milicia política y a un partido-ejército y destacaron por su pro­ pósito de autarquía y gran militarización. Por último, proyecta­ ron a nivel internacional un nuevo mito ideológico.

3.4. Otros regímenes con componentes totalitarios Muchos de los cambios que tienen lugar son obra de perso­ nas brillantes, acertadas o no, pero cuya personalidad marcó la historia de sus países. En otros, son grupos nuevos y desapare­ cidos quienes llevaron a cabo el cambio. Pocos sobrevivirán a la bipolaridad que sintetiza la Segunda Guerra Mundial. En otros lugares de Europa se producen experiencias nuevas. Tras el desmembramiento del Imperio Austrohúngaro, el go­ bierno búlgaro nace formado por agrarios y comunistas. Se pro­ duce una dictadura parlamentaria del partido agrario que, tras deshacerse de los comunistas que llaman inútilmente a la huel­ ga, impone una reforma agraria radical con lo que aumentó al 80 por ciento los campesinos propietarios. Sustituyó el Servicio Mi­ litar por Servicio Obligatorio de Trabajo y se volcó en obras pú­ blicas. Intentó crear una Internacional Verde con todos los partidos agrarios. Esta política provocó un golpe de estado de los partidos burgueses en 1923. En Grecia un golpe de estado en 1925, cuando Primo de Ri­ vera lleva ya dos años largos gobernando España, lleva a Pangalos al poder. Por sus excesos en la represión fue sustituido por Kondylis. Una constitución republicana devuelve la normali­ dad y regresa Venizelos. Tres militares se hacen con el poder en Polonia, Turquía y Es­ paña: Jósef Pilsudski será el primer jefe de estado de la renacida Polonia (1918-1922). Activista nacionalista, organizó un grupo ar­ mado contra el dominio ruso. En la legión polaca luchó, bajo el

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patrocinio austrohúngaro, contra Rusia durante la Primera Guerra Mundial. Prisionero en Magdeburgo por desavenencias con los alemanes, al acabar la guerra llegó a Varsovia como un héroe na­ cional, siendo proclamado jefe del Estado y del ejército. Dirigió las fuerzas armadas polacas en su lucha victoriosa contra el Ejér­ cito Rojo. Tras retirarse por un corto tiempo, dio un golpe militar en 1926, estableciéndose un nuevo gobierno en el que Pilsudski desempeñó el cargo de ministro de Defensa, siendo el "hombre fuerte" del nuevo régimen. Pese a sus antecedentes socialistas, estableció una dictadura conservadora. Propuso en 1933 a Fran­ cia un ataque preventivo contra la Alemania hitleriana. La negati­ va de París le forzó a firmar en 1934 un pacto de no agresión con Alemania. A la vez prolongó el tratado de no agresión que Polo­ nia había firmado con la URSS. Trató en adelante de ensayar una política de equidistancia con Berlín y Moscú, implementada por su fiel seguidor Jósef Beck. Murió en 1935, siendo enterrado en la Catedral de Cracovia entre los antiguos reyes polacos. En Turquía todo cambiará bajo el dominio de Mustafá Kemal, el Atatürk. Era un oficial del Ejército procedente de las Acade­ mias de Manastir y Estambul (1895-1905). Desde su puesto en el V Ejército, con sede en Damasco, funda la sociedad secreta Pa­ tria y Libertad (1906). Sus ascensos le llevan a Salónica y al Es­ tado Mayor en Estambul (1911). Intervino en la guerra contra los italianos, en Libia (1912), en los Estrechos, en la inmediata gue­ rra de los Balcanes, y en 1918 dirige el VII Ejército, en Palestina. Un año después cuelga el uniforme e inicia una carrera política que culmina con su nombramiento como presidente de la Gran Asamblea Nacional Turca, en 1920, en oposición al Gobierno de Estambul, que lo condena a muerte. De nuevo comandante en jefe, nombrado por la Asamblea, conduce victoriosamente la

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guerra contra el sultanato. En 1923 se proclama la República y es elegido presidente. Mussolini había ya marchado sobre Ro­ ma. Kemal lleva la capital a Ankara. En 1934 se aprueba la ley que le nombra Atatürk (Padre de los turcos). Muere el 10 de no­ viembre de 1938. Considerado el fundador de la Turquía mo­ derna, reformista desde el poder, cambió el alfabeto, apostando por el laicismo e iniciando la liberación de la mujer de las rígidas normas islámicas. Acabó con la ¡dea del Sultanato como protec­ tor del Califato islámico y optó por el modelo europeo, variando el destino histórico de Turquía como punta de lanza del Islam. La dictadura de Primo de Rivera comenzó con un golpe de Es­ tado en septiembre de 1923 y acaba por dimisión del General en 1930. Dará paso a la Dictablanda o gobierno Berenguer. La dic­ tadura del general Primo de Rivera se produce de forma parale­ la a otros gobiernos autoritarios europeos. Mussolini en 1922 ocupa el poder en Italia y sirve de ejemplo este modelo italiano que había organizado la marcha sobre Roma bajos los auspicios del nacionalismo y del culto al trabajo. Las relaciones interna­ cionales del General le llevarán a establecer acuerdos con los constitucionalistas persas para escapar del monopolio nortea­ mericano del petróleo. En el caso de Primo de Rivera2, su intervención será causada por la incapacidad del parlamentarismo para resolver los proble­ mas de España que entonces están encabezados por el desorden

2 Es frecuente la intervención de los militares en la política española de los siglos xix y xx. Hay unas 150 asonadas, golpes y levantamientos. Pérez Galdós lo comenta con sabiduría cuando compara a la nación con una casa. Cuando las ventanas y las puer­ tas estaban cerradas y el ambiente era irrespirable, el Ejército, liberal, rompía los cris­ tales; cuando todo estaba abierto y el aire provocaba inestabilidad, el Ejército, conservador, cerraba puertas y ventanas.

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social que fomenta la miseria y el activismo político revolucionario en manos de movimientos nuevos como los nacionalismos sepa­ ratistas y el movimiento obrero; el caos político y las corruptelas; el conflicto de Marruecos sin solución ni popularidad. El primer programa del general Primo de Rivera está conteni­ do en el manifiesto que dirige al país y al ejército en septiembre de 1923. Es un documento patriótico, hostil hacia la política y lle­ no de referentes del regeneracionismo. Primo de Rivera dijo que su gobierno seró transitorio y duró de 1923 a 1930, cuando el General dejó el mando por su propio pie. Pueden verse influen­ cias del fascismo italiano y un protagonismo personal del dicta­ dor de carácter paternalista. El General disolvió las Cortes, prohibió los partidos políticos y gobernó un tiempo sin minis­ tros. Desde el poder creó la Unión Patriótica, a la búsqueda -fra­ casada- de vertebrar un movimiento político desde el poder que apoyase su programa. Para institucionalizar el nuevo régimen, creó la Asamblea Nacional Consultiva. Primo de Rivera buscó asegurar la integridad de la nación frente a los nacionalismos. Redujo el desorden social con la creciente violencia en las rela­ ciones laborales cuando el Dictador se alió con la Unión General de Trabajadores y puso a Francisco Largo Caballero al frente de los jurados mixtos que decidían sobre los conflictos laborales. El general Primo de Rivera también buscaba estabilizar el orden político y salvar al rey Alfonso XIII de responsabilidades. El hijo del general Primo de Rivera, José Antonio, juzgó así la obra de su padre el 6 de junio de 1934 en el Parlamento: *[...] el pueblo estuvo al lado del experimento revolucionario del 13 de septiembre de 1923, y si falló la Dictadura, falló, no porque tra­ mitase mal los expedientes, no porque amparase ningún nego­ cio deshonesto, que todos sabéis de sobra que a sabiendas no

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los amparó, sino que -y a veis que esto lo podemos decir sin ofendemos para nada unos a otros- fracasó trágica y grande­ mente porque no supo realizar su obra revolucionaria” (OCJA: 379). José Antonio conocía las carencias de la Dictadura. Fueron años de gran actividad económica y relativa prosperi­ dad. El modelo económico fue intervencionista siguiendo las teo­ rías del economista Keynes. Son los felices años 20. Los capitales extranjeros invierten en obras públicas. El Gobierno de Primo de Rivera desarrolló la red ferroviaria, modernizó las carreteras; creó una política hidráulica, que llevó el agua al interior y favoreció la creación y desarrollo del potencial hidroeléctrico. Se crean mo­ nopolios: Telefónica (1924), Tabacalera (1924), Campsa (1927). La situación económica estuvo marcada en algunos momentos por la crisis de la peseta, el paro y la deuda pública. Primo de Rivera hace sistematizar las leyes de administración local. En sustitución de los sindicatos se crean los Comités Pari­ tarios, organizaciones donde actúan conjuntamente obreros y empresarios siguiendo el primer modelo corporativista italiano. La C N T pasa a la clandestinidad y la U G T, como queda dicho, co­ labora con el gobierno de Primo de Rivera, quien prohíbe las huelgas. La dictadura de Primo de Rivera permitió que siguiera editándose Mundo Obrero, lo que da una pobre ¡dea sobre la efi­ cacia revolucionaria del periódico comunista. Tras la dimisión de Primo, el Rey Alfonso XIII encarga que for­ me gobierno el general Berenguer con la intención de volver a la situación anterior al golpe, reestablecer la constitución de 1876 y el turno de partidos. A prolongar la situación se oponen los re­ publicanos que buscan alianzas en la firma del Pacto de San Se­ bastián, al que se unen la izquierda catalana, los socialistas y un sector del ejército que defiende la República y que plasmaré su

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existencia real con la sublevación de Jaca. Como dato clarifica­ dor, cuando las tumbas de algunos de los sublevados son pro­ fanadas, José Antonio publicará una dura nota en Arriba, el 11 de abril de 1935 (OCJA: 650): "La Falange Española de las JONS, ante las primeras noticias de haber sido profanadas las tumbas de los capitanes Galán y García Hernández, no quiere demorar por veinticuatro horas su repulsión hacia ios cobardes autores de semejante acto. Quien demostrara su aquiescencia para tan macabra villanía no tendría asegurada ni por un instante su per­ manencia en la Falange Española de las JO N S, porque en sus fi­ las se conoce muy bien el decoro de morir por una idea". La muerte del general Primo de Rivera en París lanzará a José Antonio a la arena política, obteniendo el acta de diputado en Cortes en una candidatura monárquica. La inicial defensa de la tarea de su padre le hará comprender los errores de un gobier­ no más personal que estructural y elaborará una síntesis política que desarrolla apenas durante tres años. 4. E s p a ñ a

de la

S e g u n d a R e p ú b l ic a 3

Un recorrido al mundo de entreguerras, que es aquel que con­ templa la configuración del pensamiento joseantoniano, no de­ be evitar un somero análisis de la problemática de la Segunda República, marco de referencia del grueso de la actividad políti­ ca e intelectual de Primo de Rivera. En agosto de 1930 se había firmado el Pacto de San Sebastián entre agrupaciones republicanas y de la izquierda moderada (los

3 Tema bastante controvertido sobre el que se ha escrito bastante bibliografía aun­ que no siempre de calidad. Como manual resulta muy interesante el de Julio Gil Pecharromón (2002). Vide también Stanley G. Payne (1995).

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socialistas se unen en diciembre). Se acordó la creación de un comité revolucionario que coordinase los esfuerzos para im­ plantar la República y, en los meses siguientes, se organizó un movimiento revolucionario para la proclamación del nuevo régi­ men. El movimiento militar revolucionario tuvo fundamental­ mente lugar el 12 de diciembre de 1930 en Jaca, pero la sublevación fracasó y concluyó con el fusilamiento de sus cabe­ cillas Galán y García Hernández. El 14 de abril de 1931, tras la celebración de elecciones muni­ cipales, que dieron el triunfo a las agrupaciones republicanas en las ciudades (no así en los municipios pequeños y rurales), se proclamaba en España la Segunda República española. Alfonso XIII abandonaba España con la familia real, aunque sin abdicar de los derechos de la Corona. El Gobierno provisional, presidido por el católico liberal Niceto Alcalá Zamora, asumió el poder. Su gobierno, integrado por representantes de las diversas tenden­ cias de la coalición republicano-socialista, convocó elecciones generales para junio, pero antes hubo de enfrentarse a los pri­ meros problemas: el "Estat Catalá" y la quema de conventos o, en otras palabras, dos de los más importantes caballos de bata­ lla de la república: el autonomísmo y la explosión anticlerical.

4.1. Los partidos políticos más importantes en la Segunda República

4.1.1. Republicanos Dentro de los partidos que acataban el régimen republicano y trataban de observar su legalidad, debe destacarse en primer lu­ gar Acción Nacional/Acción Popular/CEDA, agrupación política inspirada por el catolicismo social emanado de Ángel Herrera y

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que contaba con El Debate como principal portavoz. Acción Na­ cional se presentaré a las elecciones generales de junio aliada con las candidaturas monárquicas, pero no se trataba de un par­ tido propiamente monárquico, adoptando la política de "acata­ miento" activo de las formas de gobierno. Esta plataforma primero se llamó Acción Nacional, pero a comienzos de 1932 cambió su nombre por el de Acción Popular. Tras la dimisión de Ángel Herrera como presidente, asumió las riendas del partido José María Gil Robles, que se convertirá en el principal líder de la derecha durante los años de la Segunda República. Acción Popular se convirtió en la principal impulsora de una "confede­ ración" de partidos católicos y "accidentalistas"; es decir, una supra agrupación política que englobaba a las formaciones polí­ ticas que aceptasen este ideario y estuviesen a favor de partici­ par en la República para introducirse en su engranaje y, una vez dentro de éste, poder transformarla. Éste será el origen de la CE­ DA (Confederación Española de Derechas Autónomas), consti­ tuida en 1933, el más importante partido de masas de la derecha. Por su parte, Derecha Liberal Republicana agrupaba a diver­ sos núcleos del antiguo caciquismo dinástico. Liderada por un ex ministro liberal, Niceto Alcalá-Zamora, y por el político con­ servador Miguel Maura, el grupo era partidario de una Repúbli­ ca conservadora a la que pudieran adherirse gentes de orden. Fue importante en los primeros meses republicanos para luego -aunque sin desaparecer- ir perdiendo protagonismo. A partir de 1932 se dividió en tres partidos políticos: el Partido Republi­ cano Progresista, de Alcalá Zamora; el Partido Republicano Con­ servador, dirigido por Miguel Maura, y el Partido Liberal Demócrata, liderado por Melquíades Álvarez.

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Más a la izquierda se situaba el Partido Republicano Radical (PRR) de Alejandro Lerroux, que pasó de posiciones decimonó­ nicas de izquierdismo anticlerical a una postura más templada. Como partido de centro, vertebró los gobiernos moderados del segundo bienio. Aun adoptando una opción francamente demó­ crata y sensata dentro del republicanismo, quedó muy tocado a raíz de escándalos políticos en 1935. Acción Republicana/Izquierda Republicana será la agrupación política liderada por Manuel Azaña. Partido propiamente repu­ blicano, aunque próximo a la izquierda socialista más modera­ da en lo social, inspiraba una revolución de tipo decimonónico, laicista. Tras ser uno de los partidos integrantes del Pacto de San Sebastián, encabezará los gobiernos del primer bienio y se convertirá en uno de los más importantes de la oposición du­ rante el segundo. Azaña fue presidente del gobierno en diver­ sas ocasiones e, incluso, de la República a partir de abril de 1936. Coincidirá en tareas de gobierno con éste, el Partido Re­ publicano Radical-Socialista, uno de los grupos más izquierdis­ tas de entre los republicanos, aunque va a dotarse de un programa de liberalismo muy avanzado. Será su líder político Marcelino Domingo. No hay que olvidar, por último, el papel desarrollado por una serie de republicanos independientes que colaboraron con la República. Algunos intelectuales (Ortega y Gasset, Marañón y Pérez de Ayala) crearon la Agrupación al Servicio de la Repúbli­ ca, importante en los primeros meses republicanos. Sus miem­ bros, no obstante, se desilusionaron pronto y la plataforma terminó desintegrándose en octubre de 1932.

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4.1.2. Obreristas De entre los partidos de vocación trabajadora destacó el Parti­ do Socialista Obrero Español (PSOE), el otro gran partido de ma­ sas de la Segunda República. Firmante tardío del Pacto de San Sebastián, participará en los gobiernos radicales del primer bien­ io hasta septiembre de 1933. Ejerció un importante papel de oposición y se implicó en diferentes movimientos revoluciona­ rios, especialmente la Revolución de Octubre de 1934. Sus prin­ cipales líderes políticos fueron Indalecio Prieto, Julián Besteiro -que ocupaba posiciones centristas dentro del partido- y Largo Caballero -e l más radicalizado-. A diferencia de los socialistas, el Partido Comunista representaba un sector marginal dentro del movimiento obrero. Sufrió un estricto control por parte de la di­ rección estalinista de la Comintern. Mostró su oposición a una re­ pública "burguesa", frente a la que defendía la creación de una república de soviets obreros y campesinos. Sus principales diri­ gentes fueron José Díaz, Vicente Uribe y Dolores Ibárruri. Aun­ que en la línea clásica de rechazo a participar en el juego político-estatal, el anarcosindicalismo (representado fundamen­ talmente por la Confederación Nacional del Trabajo) moviliza grandes masas de militantes.

.

4 1.3. De oposición De entre los detractores monárquicos de la Segunda Repúbli­ ca, son los alfonsinos -los antiguos seguidores de Alfonso XIIIquienes representan el grupo más destacado, organizativa y fi­ nancieramente. Su debilidad en los primeros años de la Repúbli­ ca fue patente, aunque poco a poco consiguieron reorganizarse y crear un partido político nuevo que alcanzó cierta entidad. Se

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trata de Renovación Española, creado en febrero de 1933 y lide­ rado por Antonio Goicoechea. Renovación será un partido cons­ titucional, aunque no democrático. También importante líder monárquico alfonsino fue José Calvo Sotelo, impulsor de una nueva plataforma política en diciembre de 1934 que agrupará a un sector de los alfonsinos con el sector mas transigente de los carlistas: el Bloque Nacional. Los partidos monárquicos alfonsi­ nos sí tuvieron representación -incluso importante- en las Cor­ tes, pero nunca llegaron a participar en el gobierno. La Comunión Carlista Tradicionalista reunió a los herederos del viejo tradicionalismo español, que al comenzar la Segunda República se encontraban divididos en tres ramas (jaimistas, integristas y mellistas). Pese a su debilidad en los primeros meses del nuevo régimen, crecerán mucho durante estos años, convir­ tiéndose en un importante partido de oposición. Mantuvieron su viejo ideario político, Dios, Patria, Rey - y Fueros-, y no eran constitucionales ni, mucho menos, demócratas. Aceptaban par­ ticipar en la política de la República porque creían que ésta era la única forma de conseguir algo para su causa. Lograron crear minoría parlamentaria en 1933 y 1936, aunque nunca formaron parte de ningún gobierno. Seguidores de Alfonso Carlos de Borbón -p o r entonces ya muy anciano, cuya muerte sin sucesión dejó al carlismo sin un heredero directo de los derechos dinásti­ cos-, su principal líder político fue Manuel Fal Conde. Una oposición distinta al régimen republicano, de tipo no mo­ nárquico, la postuló Falange Española. De tendencias ideológi­ cas cercanas al fascismo italiano, que no al nazismo, no consiguió gran implantación durante los años de la Segunda Re­ pública, aunque sus escasos seguidores eran bastante militan­ tes. En 1934 se fusionó con las JO N S (Juntas Ofensivas Nacional

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Sindicalistas), creadas por Ramiro Ledesma Ramos. Responsa­ bles de diferentes acciones violentas entre febrero y julio de 1936, la mayoría de las veces como respuesta a las agresiones que recibían por parte de socialistas y anarquistas. Eran partida­ rios de un estado autoritario y nacional sindicalista, que conju­ gue valores tradicionales con un programa social muy avanzado. En abril de 1936, Falange Española fue prohibida por el gobierno, viéndose así obligada a pasar a la clandestinidad.

4.1.4. Autonomistas La primera fuerza de Cataluña será la Esquerra Republicana de Catalunya. De tendencias izquierdistas y autonomistas, la lidera­ ban Maciá y Companys. A la derecha se situará la Lliga Regionalista (que en 1933 cambió su nombre por Lliga Catalana), del moderado y juicioso Cambó, un partido conservador y localista que ocupará el espacio de centro-derecha en la política regional. El Partido Nacionalista Vasco (PNV), liderado por José Antonio Aguirre, hará de la lucha por el Estatuto el eje de su actividad po­ lítica. Aunque primero colaboran con los carlistas, luego se sepa­ raron de ellos para terminar aliados con los partidos de la izquierda (e incluso durante la Guerra Civil se adherirán al bloque frentepopulista). Ideológicamente se encontraban muy alejados del republicanismo y más aún del izquierdismo. Socialmente eran sobremanera conservadores y defensores del clericalismo.

4.2. Una República imposible La misión fundamental del gobierno provisional era la convo­ catoria de elecciones a Cortes Constituyentes. Éstas tuvieron lu­ gar el 28 de junio de 1931. Los resultados electorales pusieron de manifiesto la unidad de la coalición de San Sebastián y la

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práctica inexistencia -e n cuanto a capacidad de organización y de proyectos- de la derecha política. El Partido Socialista y otros grupos republicanos se presentaron aliados a las elecciones, lo que supuso la aplastante mayoría de la conjunción republicanasocialista (con excepción del País Vasco y Navarra, donde los nacionalistas y tradicionalistas obtuvieron el triunfo). Las Cortes tendrían, por tanto, una amplia mayoría de izquierda republicana-socialista. La representación de la derecha era escasa (cerca de 70 diputados distribuidos en tres grupos políticos -agrarios, minoría vasco-navarra y Derecha Radical Republicana-). El Con­ greso estaba muy inclinado a la izquierda. La primera tarea que se impusieron los nuevos diputados fue la elaboración de una nueva Constitución. Los debates en torno a su elaboración comenzaron en el mes de agosto y pusieron pronto en evidencia los problemas y las diferencias de la socie­ dad española. Se acordó que el futuro texto fundamental reco­ nociese el derecho a la autonomía de las regiones -aquí hubo enconadas polémicas entre la derecha, la izquierda, los firman­ tes del Pacto de San Sebastián y los partidos nacionalistas-. Pe­ ro lo que mayores polémicas suscitó, sin duda, fue la llamada "cuestión religiosa" (y dentro de esta el polémico artículo 26). La nueva Constitución iba a regular la definitiva separación entre el poder civil y el eclesiástico (Iglesia-Estado) y -dentro de este mar­ co general- la disolución de aquellas órdenes religiosas conside­ radas como un peligro para la seguridad del Estado y el fin del presupuesto para el clero. Las propiedades del clero serían ob­ jeto de fiscalización estatal y podrían ser nacionalizadas. Los di­ putados agrarios y vasco-navarros se retiraron de los debates constitucionales. El modo de solucionar la cuestión religiosa había originado un importantísimo factor de inestabilidad que

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permanecerá vigente y será clave a lo largo de todos los años de la Segunda República4. Finalmente -con la abstención de la derecha- la Constitución se aprobó el 9 de diciembre de 1931. España se convertía en un Estado laico, con una única Cámara, un presidente de la Repú­ blica que durante sus posibles seis años de mandato gozaba de la facultad de disolver la Cámara dos veces, con sufragio uni­ versal y subordinación del derecho de propiedad al interés pú­ blico, lo que justificaba las posibles expropiaciones. La nueva Constitución definía un Estado central fuerte, que a su vez ofre­ cía un cauce para resolver los problemas regionales medíante la aprobación de los Estatutos autonómicos.

4.3. Las polémicas reformas Durante el primer bienio, el gabinete de Azaña emprendió po­ lémicas reformas, comenzando por la religiosa (ya citada) y la educativa. En una España con un 44 por ciento de población analfabeta, Azaña y su Gobierno estaban convencidos de que gran parte del retraso económico se debía a las deficiencias en el sistema educativo y gran parte de culpa la tenía la Iglesia y sus escuelas. Por lo tanto, va a dedicar parte importante de sus es­ fuerzos a sustituir la enseñanza religiosa por otra de tipo laico.

4 Además de la Constitución -con sus medidas anticlericales-, tenemos que mencio­ nar el Decreto de disolución de la Compañía de Jesús (23 enero 1932); el Decreto de secularización de los cementerios firmado el 30 de enero de 1932; la Ley de Divorcio de 2 de febrero de 1932 y la ya mencionada Ley de Confesiones y Congregaciones Religiosas -éstas debían inscribirse en un registro especial del Ministerio de Justicia, se reglamentaba el culto público, se suprimían los subsidios oficiales a la Iglesia y se nacionalizaba parte de su patrimonio-. En definitiva, lo que se pretendía era poner a la Iglesia bajo el dominio del poder civil. La movilización religiosa del electorado va a ser una de las causas que origine la victoria centro-derechista de 1933.

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Así mismo, emprendió la reforma militar. Las medidas enca­ minadas a reformar y "democratizar" las Fuerzas Armadas son prácticamente las únicas que no serán posteriormente modifica­ das por el segundo bienio, pero las reformas de Azaña indigna­ ron a amplios sectores del Ejército, que no vieron en ellas sino un propósito encubierto de minar el poder y prestigio de los mi­ litares. En conjunto, la legislación militar del primer bienio cons­ tituyó un importante esfuerzo de planificación y -d e haberse podido aplicar como fue diseñada- habría cambiado la faz de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, la reforma - y especialmente la reducción de plantilla- fue duramente criticada por la derecha y por un importante sector de la oficialidad. El pronunciamiento de Sanjurjo en 1932 fue exponente del malestar de una parte del Ejército. Además, Azaña se convirtió en la auténtica "bestia ne­ gra" del Ejército (muchos militares creían que quería "triturar" al Ejército). Pocos temas alcanzaron durante la Segunda República la re­ levancia política de la reforma agraria, habida cuenta de la situa­ ción del campo español (extensos latifundios en Extremadura y Andalucía, campesinos hambrientos y arrendatarios explotados, elevadísimo paro, etc.). Los propietarios disponían de la mayor parte de las rentas que en sus tierras se producían y dejaban al resto de sus habitantes en situación precaria, con lo que era ne­ cesaria una distribución más justa de la propiedad. Había que remediar el paro agrario mediante el asentamiento de jornaleros en las tierras expropiadas, la redistribución de las tierras expro­ piando las grandes fincas señoriales y los latifundios en manos de los propietarios absentistas para entregarlas a sus cultivado­ res, individualmente o a través de cooperativas, y racionalizan­ do el cultivo.

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La reforma agraria era necesaria y no estuvo mal planteada -aunque se llevó a cabo de forma muy lenta-, pero tuvo impor­ tantísimas consecuencias. En primer lugar, la oposición de los sectores conservadores terratenientes que se agruparon en las Cortes con la denominación común de "agrarios'' y que comba­ tieron por todos los medios esta reforma. Y, en segundo lugar, también supuso la oposición de los sectores anarquistas mós ra­ dicales, que pedían más celeridad en el proceso e incentivaron movimientos insurreccionales en el campo. Los propios socia­ listas que participaban en el Gobierno también consideraron es­ ta reforma agraria bastante moderada, puesto que su principal objetivo era la nacionalización de la tierra (eran partidarios de la restitución de los bienes comunales y de un proceso de sociali­ zación protagonizado por cooperativas). El propósito de la refor­ ma agraria era corregir las desigualdades sociales y el atraso del campo español convirtiendo en propietarios a cientos de miles de campesinos sin tierra y aumentando la capacidad de consu­ mo de las masas rurales. Esta reforma agraria hubiera sido útil, pero los gobiernos del segundo bienio la anularán. Los asenta­ mientos se hicieron muy, muy lentamente. La reforma regionalista se concretó el 27 de septiembre de 1932, con la aprobación del Estatuto de autonomía de Cataluña. El catalán pasaba a ser -com o el castellano- lengua oficial en Ca­ taluña. El primer presidente fue Francesc Maciá. En el País Vas­ co las divisiones internas no posibilitaron la aprobación de un Estatuto hasta después de estallada la guerra. A lo largo de 1932 se intensificaron los disturbios de orden pú­ blico, las tensiones sufridas por los conflictos sociales y el des­ contento de algunos sectores militares por la política de Azaña. Además, un sector del Ejército estaba muy descontento por la

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aplicación de las medidas militares de Azaña, así como la previsi­ ble aceptación del Estatuto de autonomía para Cataluña. Todo ello condujo al pronunciamiento militar del general Sanjurjo (10 agos­ to 1932), cuyo fallido objeto era rectificar el curso de la República. Uno de los más graves enfrentamientos con las fuerzas de or­ den público tuvo lugar en enero de 1933 en la localidad gadita­ na de Casas Viejas. Varios jornaleros anarquistas proclamaron el comunismo libertario y sitiaron el cuartel de la guardia civil. Tu ­ vo que intervenir la Guardia de Asalto que fusiló a cerca de ca­ torce campesinos. Esta matanza impresionó mucho a la opinión pública. Toda la derecha se unió contra Azaña. Los continuos desórdenes públicos irán poco a poco deteriorando la imagen de los gobiernos de Azaña y debilitando su autoridad, aunque a lo largo de 1933 se alcanzaron los índices más altos de conflictividad laboral del período republicano. Las siguientes elecciones se efectuaron en noviembre de 1933. En esta ocasión, la victoria será para la Unión de las Derechas. La derecha obtuvo 204 diputados (CEDA, atfonsinos y carlistas, fun­ damentalmente). El centro consiguió unos 170 diputados, mien­ tras que la izquierda únicamente logró 93 parlamentarios. Este segundo bienio, denominado radical cedista, se dividió en una primera fase de gobiernos de predominio radical -con colaboración de los partidos de centro o derecha republicanosy una segunda en la que la CEDA entró a formar parte del go­ bierno de la República. La CEDA decía ahora que no apoyaría a más gobiernos de centro si no se les permitía participar con car­ teras. El 4 de octubre de 1934 se constituyó el primer gobierno radical-cedista, presidido por Lerroux y con tres ministros de la CEDA. La entrada de los cedistas en el gobierno será la chispa definitiva para el estallido de un movimiento revolucionario de

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corte socialista que tuvo sus principales focos en Cataluña y, so­ bre todo, en Asturias. Pero el movimiento revolucionario ya es­ taba preparado y la entrada de la CEDA en el gobierno fue únicamente el pretexto; se hubiese producido igualmente. Octubre de 1934 abrió la brecha definitiva entre derecha e iz­ quierda, acelerándose el camino definitivo hacia la Guerra Civil de 1936. La derecha radical se convenció definitivamente de la amenaza socialista y de que no habían sido los resortes del Esta­ do los que habían puesto fin a la revolución, sino el Ejército que, implacable, había sido capaz de combatir a los revolucionarios. Los cedistas, ya en el poder, se vieron muy presionados por la derecha radical, que exigía una implacable represión. La CEDA no aprovechó su oportunidad de hacerse totalmente con el po­ der (como habían hecho sus colegas austríacos) y siguió pen­ sando que conseguirían íntegro el poder gracias al desgaste progresivo de los radicales. Los gobiernos del segundo bienio (fundamentalmente a raíz de la progresiva influencia de la CEDA) "revisarán" las reformas de los gabinetes de Azaña. Finalmente, Alcalá Zamora convocó elecciones para el 16 de febrero. El fra­ caso de la colaboración radical-cedista supuso la imposibilidad de centrar la República6.

5 La labor reformista que se llevó a cabo durante este bienio ha sido interpretada desde diferentes puntos de vista. Para los historiadores más próximos a posiciones progresistas, durante este bienio se llevó a cabo una labor etérea en cuanto única­ mente se dedicaron a 'rectificar'’ la labor reformista del bienio anterior. Por otra par­ te, los estudiosos más cercanos a posiciones conservadoras consideran que durante este bienio se perdió la oportunidad de frenar la República, es decir, de poner un lí­ mite a la progresión revolucionaria de la izquierda ("bienio estéril” lo llamó José An­ tonio Primo de Rivera). Una y otra versión pueden y deber ser matizadas. No obstante, las medidas de Gobierno se llevaron a cabo fundamentalmente en los si­ guientes ámbitos: la "contrarreforma agraria" y la fallida revisión constitucional.

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Las últimas elecciones de la Segunda República dieron la vic­ toria al Frente Popular, que conduciría al conflicto fratricida des­ pués de la llamada "primavera trágica". Las principales causas de la guerra fueron la radicalización o división política de Espa­ ña en dos mitades -una de las causas principales fue la cuestión religiosa-, cada vez más extremista; la actitud pasiva del gobier­ no frentepopuiista ante los desmanes del orden público, y la vio­ lación por parte del mismo del orden constitucional. La violencia será, sin duda, el rasgo más destacado de la vida nacional entre febrero y julio de 1936. Al extremismo y presión ejercida por los elementos más izquierdistas del Frente Popular sobre el gobier­ no, correspondió el cada vez más nítido insurreccionismo de la derecha, lanzada abiertamente a la destrucción del régimen. Stanley G. Payne ha sintetizado magistralmente las causas de la inestabilidad, y consecuente derrumbe de la Segunda Repúbli­ ca. Son causas estructurales, coyunturales y políticas. Entre las primeras, debe destacarse el hecho de que el período coincida con una fase de aspiraciones crecientes insatisfechas, esto es, fundamentalmente la existencia de un sistema político muy avan­ zado para un pueblo aún no preparado cultural y económica­ mente. Las causas coyunturales se ciñen a un contexto internacional, puesto que los treinta serán años de auge de los to­ talitarismos. Por último, las políticas incluyen multitud de errores de los hombres de Estado; el egocentrismo de líderes irrespon­ sables; el sentimiento patrimonial de la República por parte de la izquierda; o una ley electoral que favorecía pendulazos y absolu­ tamente nada la estabilidad.

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Capítulo 2

Regeneración y modernización cultural de España José Luis Orella Martínez Los desastres originados por la derrota militar del 98 produ­ jeron una frustración histórica y una crisis de identidad nacional en la conciencia de los españoles. Este suceso propició que las mentes más preclaras de España intentasen desde sus puntos de vista dar las soluciones precisas para cerrar el ciclo deca­ dente español. Para ello, unos buscaron fuera y otros dentro, pero todos estarán de acuerdo en que el sistema de entonces no era el apropiado para canalizar las energías regeneradoras del país. Algunos serán de la opinión de que España necesitaba una europeización y que había que fijarse en modelos extranjeros para extirpar de España los cánceres de la nación que estaban centrados en el caciquismo, la Iglesia y el ejército. Por otro lado, los tradicionales o casticistas buscaron en el pasado esplendo­ roso la solución de los males. De este modo, se vuelve a redes­ cubrir España, y los rincones más lejanos de nuestra geografía

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se convirtieron en puntos de referencia. La literatura sobre temas provincianos procuró resaltar cómo las provincias eran la reser­ va de los moldes tradicionales. Para los casticistas, el mundo ru­ ral será la fuerza regeneradora de la ciudad corrupta. Para los europeístas, la provincia era el último reducto de la reacción que representaban los "burgos podridos", que eran los sustentadores del poder corrupto. Todos coincidían en los males, pero receta­ ban medicinas diferentes. 1. E l 98,

c a ta r s is de la n u e v a

Es p a ñ a

de l a m o o e r m d a d

La crisis de fin de siglo había puesto en entredicho el sistema dinástico. Los intelectuales regeneracionistas capitaneados por Joaquín Costa denunciaron el caciquismo y el liberalismo políti­ co que sustentaba un régimen semejante al francés, al que acu­ saron de la pérdida del prestigio internacional después de la derrota militar que eliminó los últimos vestigios del antiguo im­ perio. En realidad, lo que deseaban en general todos los autores de estos planes curativos era sacar a España del marasmo en que, al parecer, la había sumido la derrota, y ello mediante un proyecto nacional capaz de aunar todas las energías, y que to­ dos los intelectuales del momento se habían lanzado a buscar, si bien algunos de ellos se distanciaron en seguida, como hizo Mi­ guel de Unamuno en 1899 (Serrano, 1991: 94). Pero, aunque al­ gunos pidieron el entierro de una nostalgia imperial mal entendida, sus protestas fueron reformistas y como burgueses no quisieron provocar una subversión revolucionaria. Las palabras de Pablo Alzóla, ingeniero y representante cuali­ ficado de los intereses industriales vizcaínos fueron elocuentes: "España necesita dos cosas esenciales si ha de reconstituirse:

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celebrar los funerales de Don Quijote de la Mancha aventando sus cenizas y adoptar como lema de su regeneración el apoteg­ ma de que es preciso ser fuertes persiguiendo este fin primor* dial en un largo período de orden, de paz, de recogimiento, de moralidad y de trabajo que acreciente el patrimonio nacional hasta alcanzar la riqueza y el saber, bases imprescindibles para la fortaleza de las naciones” (Serrano, 1991: 92). Por tanto, la defensa de unos valores burgueses podía ser compatible con lo defendido por los más tradicionalistas. Am ­ bos buscaron en el pasado la identidad nacional, pero unos pa­ ra reconstruir la antigua España, y los contrarios una nueva. Pero el fracaso de los regeneracionistas de la Unión Nacional y los si­ guientes proyectos replegaron a muchos de aquellos profesio­ nales a sus campos laborales. Sin embargo, el advenimiento de la problemática social con su llamamiento al cambio revolucio­ nario producirá en ellos diferentes comportamientos. Aunque al­ gunos intelectuales como Jaime Vera optaron por la disciplina socialista, la mayor parte de la generación del 98, por ejemplo, prefirió orientarse hacia el conservadurismo. Por un lado, esa crítica de la generación del 98 favoreció opi­ niones preautoritarias que conformaron la necesidad de un "ci­ rujano de hierro" que enmendase lo que los políticos habían destrozado. Por el otro, era la primera vez que los elementos cul­ tos provenientes de las clases medias habían salido de los claus­ tros profesionales para aportar soluciones desde sus puntos de vista. A los profesionales, catedráticos, periodistas y escritores se les sumaron los técnicos y juristas. Nuevas profesiones de moda en la Restauración, como los ingenieros industriales y los geógrafos, rompieron la corriente intelectual tradicional al incor­ porar nuevas filosofías aparecidas en la Mitteleuropa.

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Estos intelectuales se identificaron con la conciencia del pue­ blo, aunque éste se hallaba preocupado por otras cuestiones más prácticas. La aparición de un elemento técnico, racionalista, con visión científica de las cosas y admirado de los pensamien­ tos filosóficos germánicos, llevó a la búsqueda de una formación moderna y laica de la sociedad, que rompiese con el monopolio católico de la educación. A la vez, sus compañeros creyentes, pero con las mismas ansias de solucionar los problemas de Es­ paña, lo hicieron desde el neotomismo filosófico y el catolicismo social de León XIII. Curiosamente, la mayor parte de los intelec­ tuales procedían de las clases medias y debían su formación a la enseñanza recibida en los grandes colegios religiosos fundados en las capitales de provincia en el período canovista de fines del siglo xix. En parte debido a la falta de permeabilidad comprensiva de una sociedad campesina y trabajadora con escasa preparación, los intelectuales empezaron a convencerse del papel dominante en la historia de las élites activas en la conducción de sus pue­ blos, como algunos autores del momento habían desarrollado. Aunque debemos tener en cuenta que su posición crítica hacia el régimen provenía de su independencia con respecto a los po­ deres de la época, la mayor parte de ellos malvivieron con unos ingresos escasos y pasaron estrecheces. Las diferencias entre ellos fueron notables. Miguel de Unamuno fue afín a los socialistas, a su modo, y tuvo una lucha interior constante sobre la fe religiosa. Antonio Machado fue el ejemplo claro de la formación educativa laica y anticlerical de la Institución Libre de Enseñanza. Mientras, Valle Inclán glorificaba el pasado imperial español en los carlistas, que Ganivet había defendido desde su posición precursora entre los regeneracionistas de fines

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del siglo xix. Baroja, Maeztu y Azorín fueron elementos que, des­ de posiciones muy personalistas, criticaron no sólo a la España oficial, sino a todo lo que impedía como un lastre el desarrollo de España. Una de esas consecuencias fue el anticlericalismo ju­ venil de algunos de ellos. Un símbolo de su actitud será su negativa a homenajear a Echegaray cuando le sea concedido en 1906 el premio Nobel de Literatura. Mientras, la generación del 98 glorificaba a la figura de Larra por su independencia intelectual del poder de entonces. Los miembros de la generación del 98 se oponían a la situación de la España restauracionista y su hecho expresivo fue el ya ci­ tado contra el teatro de Echegaray o la poesía de Campoamor. Mientras, a través del homenaje a Larra, se intentaba conectar con el pasado real que desde el Arcipreste de Hita y a través de Góngora llegaba a Larra. La postura de estos intelectuales aprende y se apoya en las críticas a la moral oficial de la burguesía y del clero en E/ectra de Pérez Galdos y La Regenta de Clarín. Como en sus obras de en­ sayo, Unamuno emparenta con el regeneracionismo a través de su obra En torno a! casticismo. El llamamiento a concurso de la masa silenciosa del país buscando en el poso tradicional del pa­ sado el método reformista que proporcione una nueva España para el futuro. En definitiva, es una protesta que rompe con el convenciona­ lismo de la literatura oficial, con el parlamentarismo, con la mo­ ral eclesial, el caciquismo y el mundo académico. Unamuno, desde su posición socialista personal, defenderá una visión del hombre que vive y muere, del hombre de carne y hueso. Azorín, desde un espíritu rebelde y anarquizante activo, tiene una simili­ tud al Maeztu desclasado, rebelde y crítico, pero favorable a una

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revolución burguesa radical que industrializase la meseta. Baraja desde una germanofilia solitaria defiende al hombre nuevo nietzschechiano donde la técnica, la ciencia y la modernidad sus­ tituyen los viejos valores burgueses y de caridad cristiana. Sin embargo, sus caracteres irán templándose con el tiempo. Unamuno, desde su cátedra salmantina y alejado del Bilbao in­ dustrial socialista, heredero de un liberalismo sitiado por los car­ listas. Azorín se repliega a un conservadurismo guardián del orden por su volubilidad, como Maeztu, que desde su vuelta de Inglaterra, defenderá el orden frente a la revolución proletaria, que el sistema canovista no había podido evitar. Su fe en la Es­ paña eterna le hace salir del escepticismo en el que había caído y critica tanto el individualismo egoísta del liberalismo como el totalitarismo socialista. Desde su carlismo estético, Valle Inclán alabará las virtudes del hidalgo y del pueblo frente a la burgue­ sía farisea. Como un nuevo Balzac, ataca desde un pasado idea­ lizado los males del presente, pero dejando a su vez una puerta abierta a una visión progresista del futuro. Baroja, con sus per­ sonajes marginales, los exalta por encima de los considerados normales, en la necesidad de una reforma radical del alma del país. Es un liberal individualista que lucha contra todo dogma frente a la Iglesia y al Estado, y por este orden. El siglo xix que había terminado fue para los miembros del 98 un período decadente que debía ser pasado por la génesis de otro que rectificase la política emprendida por los hombres de la Restauración. Maeztu, Baroja, Azorín y Unamuno lucharon por derrocar una España oficial que no se correspondía con la real. Esta dualidad que el bilbaíno Unamuno intentó solucionar bus­ cando en la intrahistoria la comunicación con el pueblo, que era la búsqueda de las esencias nacionales, se asemejaba a la

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dualidad de Charles Maurras o a la polaridad de Eduardo Mallea con su Argentina visible e invisible (Mainer, 1975: 77). El intelectual pretendía ser el portavoz de la realidad del país, pero se encontraba distante tanto de la clase dirigente como de la sociedad popular. Del mismo modo, Baroja atacó a los litera­ tos restauracionistas acusándoles de representar el espíritu de­ crépito decimonónico. Para don Pío, estos hombres eran caciques de la cultura con las mismas culpas y defectos que sus equivalentes en la política electoral. Sus acciones no fueron úni­ camente de salón, apoyaron la presentación de Electra de Pérez Galdos, escribieron en la revista Germinal y protestaron contra el gobierno por las torturas infringidas a los terroristas anarquis­ tas de la Procesión del Corpus. Todo un símbolo de una gene­ ración neorromántica con una veta de rebeldía anticlerical, que representaban a una juventud estudiosa que pedía su participa­ ción en la dirección del país. Baroja, Azorín, de forma más militante, y Maeztu fueron los re­ presentantes de un periodismo radical antisistema de tonos in­ cluso anarquizantes, sobre todo en Azorín. Unamuno, entre tanto, abandonó el socialismo ortodoxo por un individualismo personal que le llevó a una situación de lucha interior entre el ra­ cionalismo y el sentido contemplativo de la vida. Valle Inclán no ejerció una autocrítica tan fuerte; en cambio, camufló su origen burgués en otro de hidalgo abolengo para criticar la sociedad burguesa desde la arcadia feliz de un pasado medieval con otra pauta de valores diferentes. Sus obras Águila de Blasón de 1907, Romance de lobos de 1908 y la trilogía sobre la guerra carlista de 1908 a 1909 fueron testimonio de estas ideas. Todos ellos tienen en común el sentimiento de soledad y marginación causado por la pérdida de identidad social de la pequeña

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clase media burguesa -de la cual son origínanos-, entre una oligar­ quía prepotente del sistema, que defiende sus intereses a través de los partidos dinásticos e hicieron fracasar los intentos de compartir el poder con las clases medias representadas por Costa y Alba, y el naciente proletariado, que ve en el socialismo y el anarquismo sus cauces de expresión, pero que a su vez marcan el fin del período de radicalización de los vástagos de la generación del 98. Este resurgimiento del arte español no se podía pensar sin el contacto con artistas extranjeros, y este florecimiento se dio en todas las ramas. En la música, con Enrique Granados y Manuel de Falla; en la pintura, con Rusiñol, Casas, Nonell, Utrillo y Zuloaga, y en la arquitectura, el gran Antonio Gaudí. Pero en la plu­ ma no habría que olvidar que Maeztu, Valle Inclán, Clarín y otros menos conocidos tradujeron al español varias de las obras más importantes del momento, que de este modo se pudieron co­ nocer en el ámbito cultural español. Esto ayudó a la difusión de ideas de otros países y reforzó la politización del escritor convertido en intelectual comprometido. A semejanza de los franceses con el caso Dreyfus, los escritores españoles llevaron su compromiso respaldando a los encausa­ dos por el atentado del Corpus. La politización y el populismo fueron dos de los legados importantes de los miembros de la Edad de Plata. El periodismo, las novelas breves y las revistas li­ terarias se convirtieron en los medios más utilizados por los in­ telectuales para llegar a la sociedad y no quedar recluidos a los grupos oficiales de entendidos. En la segunda década del siglo aparecieron editoriales de pequeño tamaño que ayudaron a la renovación de la moda literaria. En el mundo universitario, la crítica iba dirigida a convertir las instituciones educativas en centros de impulso intelectual y no

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en fábricas de títulos. La educación fue el punto crucial señala­ do por los intelectuales, por la necesidad de reformar el carácter nacional. Para ello era necesario rebuscar en la tradición espa­ ñola, argumento que posibilitó tanto un regeneracionismo tradicionalista como otro reformista, burgués e izquierdista. Uno de sus frutos fue la entrada de los hombres de la Institu­ ción Libre de Enseñanza en la política y en los claustros universi­ tarios, obligando a una renovación ideológica a sus contrarios católicos. Por influencia de los krausistas, se organizó la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas presidida por Ramón y Cajal. Esta institución becó a varios jóvenes para estu­ diar en el extranjero. Los estudiantes optaron preferentemente por Alemania y no por Francia, que hasta entonces había sido el país más admirado. La razón de la preferencia estaba en que la na­ ción teutónica había desarrollado más sus avances técnicos, cien­ tíficos y filosóficos. Estos jóvenes fueron de un gran valor cultural para España; de entre ellos salieron Antonio Machado, Ramón Pérez de Ayala, José Ortega y Gasset, Manuel Azaña y otros. En definitiva, la base de la generación clásica del 14. Además, la Jun­ ta de Ampliación de Estudios fundó el Centro de Estudios Históri­ cos, que renovó esta disciplina, y la Residencia de Estudiantes de Madrid, que a su vez fue la base de la generación del 27. Este renacimiento cultural no estuvo protagonizado por inte­ lectuales originarios de la capital. Por el contrario, casi todos -por no decir todos- eran naturales de la periferia. Madrid era el símbolo de la España oficial decadente, mientras los jóvenes de "provincias" buscaron esa revitalización española en las diferen­ tes ramas del saber. En Cataluña, el nuevo modernismo de sus escritores se vio be­ neficiado al surgir como respuesta a la demanda de la burguesía

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comercial condal (Mainer, 1975: 108). El catalanismo político orientó las energías culturales de su región hacia un renacimiento de la literatura catalana, que se centró en temas rurales, como una nostalgia de la burguesía urbana por una arcadia feliz en un am­ biente campesino. En cambio, en el País Vasco la imposibilidad por parte de la lengua autóctona -especializada en el mundo rural- de asumir los modos modernos de la literatura canalizó a los autores vas­ cos a un florecimiento de la lengua común española. Unamuno, Baroja y Maeztu, en la generación del 98, fueron buena muestra de ello. Pero Bilbao, con la industria, habla transformado su al­ deanismo en una urbe cosmopolita y su naciente burguesía de­ mandaba un arte que mostrase el esplendor de una nueva clase social, eran los gustos de los nuevos ricos. De este modo, sur­ gieron valores pictóricos como Ignacio Zuloaga, Manuel Losada y Anselmo Guinea, y en los musicales Jesús Guridi. Además, la nueva fenicia vizcaína demostró su vigor cultural con la funda­ ción de la revista Mermes en 1917, que fue el exponente de los gustos artísticos locales en busca de una expresión autóctona. En Galicia, la literatura en las dos lenguas desarrolló una visión populista del mundo rural interior y atrasado. Un modo de vida enfrentado al de las ciudades burguesas de la costa. Fue un gus­ to por el individualismo, el pesimismo y la nostalgia de un mun­ do rural con sabor a tradición celta. Del mismo modo que en Cataluña, la literatura en lengua gallega se vio instrumentalizada por revistas como Nos que, incentivando la cultura gallega, pre­ tendía el nacimiento de un nacionalismo político gallego en se­ mejanza al de la Lliga y el PNV. La búsqueda del pasado llevó a esta generación de intelec­ tuales a una visión romántica de una España desconocida para

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ellos, como era el mundo rural, incomunicado, tradicional y exó­ tico. Esta observación se materializó en la pintura realista de 1910 a 1930, que mostró el casticismo popular de esa España redescubierta.

2. La

n u e v a in te l e c tu a l id a d d el

14

En 1914 irrumpe una nueva generación de intelectuales en la vida pública española. Estos nuevos valores formados en los co­ legios religiosos de la Restauración y en las universidades ale­ manas, gracias a la Junta de Ampliación de Estudios, se replantearon el modo de levantar la nación. Si la anterior ge­ neración era romántica y vitalista, ésta será denominada clási­ ca. Sin embargo, a semejanza de la anterior, estos intelectuales eligieron entre el clericalismo y el laicismo los valores de la se­ cularización. Con respecto a la anterior generación, Ortega y Gasset -u n o de los más representativos de la nueva generación del 14- se enfrentó y rechazó el romanticismo aristocrático de Valle Inclán, el voluntarismo o individualismo de Maeztu, la insociabilidad de Baroja y el populismo provinciano de Unamuno (Mainer, 1975: 152). Ortega y Gasset, proveniente de la gran burguesía, defen­ dió el elitismo y la superioridad de la capital madrileña sobre los puntos temáticos antagónicos de Unamuno. Ellos fueron quienes, en su defensa de la europeización de Es­ paña, a pesar de la formación germana recibida, proporcionaron la base intelectual de los aliadófilos, una de las posturas de ter­ tulia de café en que España se polarizó a consecuencia de la Pri­ mera Guerra Mundial. Algunos de ellos, agrupados en la revista España -q u e fue dirigida primeramente por el socialista Luis

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Araquistain y después por Manuel Azaña-, consiguieron que fuesen tomados por sinónimos los términos de izquierdista y aliadófilo (Mainer, 1975: 158). Otro miembro de esta generación fue Ramón Pérez de Ayala, un buen exponente de la crítica a la educación católica desde la óptica de un antiguo alumno de los jesuítas. Además, para él "el problema de España era la patética inadecuación del país para la convivencia civil, la irrefrenable tendencia a la incivilidad y la propensión a la envidia" (Mainer, 1975: 167). Esta generación del 14 también fue consciente de la crisis es­ piritual de España, pero en vez de optar por una salida revolu­ cionaria, como era la posición romántica y rupturista de algunos del 98, su posición fue más comedida. Los hombres del 14 pro­ curaron buscar en la mediación y el consenso una vía construc­ tiva para el renacer del país. Por esta misma actitud, la función del intelectual también fue distinta. Si los escritores del 98, lle­ vados por un vitalismo irracionalista, vieron al intelectual como un guía profético del pueblo, los de la nueva generación lo vie­ ron como una misión educativa de la masa popular, formando parte de una élite pedagógica creadora de opiniones que ayuda a canalizar hacia unos fines concretos. En virtud de esta labor pedagógica, los hombres del 14 vieron posible la autorredención del individuo. Esta visión de la vida que cree en la autodeterminación ética de la persona se basa en un concepto kantiano, que es el que sirve de inspiración a Orte­ ga y Gasset. Según este presupuesto ideológico, si el hombre es capaz de autorrealizarse, es preciso cambiar los principios metafísicorreligiosos imperantes de la sociedad restauracionista por un nuevo concepto ético secular que se vea plasmado en la cultura.

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éste sería el campo donde el hombre podría realizar su autorredención. Por tanto, en vez de la crítica desgarradora del 98 -de la cual formaba parte la visión reformista de la religión de Unamuno-, los hombres del 14, desde su visión clásica y por tanto universa­ lista, concibieron la razón como el instrumento de autodetermina­ ción del individuo. La cultura, desde la ciencia, la moral y el arte, debe labrarse en un nuevo sentido de la vida, donde la norma, el orden, la reflexión, la racionalidad, la serenidad y el equilibrio, den una armonía a través de la medida y la proporción. Si el problema de España era la ignorancia, la nueva genera­ ción se veía en una misión semejante a los romanos para civili­ zar y europeizar el país en el sentido de su aprendizaje en las universidades germanas. Pero ello llevó, como ya vimos, al en­ frentamiento con el nacionalismo casticista de los hombres del 98. Sin embargo, Ortega y Gasset era favorable a "una cultura de integración del pathos trascendentalista germánico y el pathos sensualista mediterráneo" (Cerezo Galán, 1993: 233). El ideal de integración fecundadora vino por la creencia orteguiana, acreedora de la fenomenología de Husserl, de que la nueva España no podía realizar una cultura vigorosa sin respetar su propia personalidad. Con la variante de la integración, Ortega consideró a la cultura una función de la vida, porque “la vida de­ be de ser culta y la cultura vital" (Cerezo Galán, 1993: 238). Del mismo modo, la razón es una función vital y, en vez de creer que son elementos antagónicos, creyó que era posible su coordina­ ción, buscando la armonía creada entre racionalismo y vitalis­ mo. Por el contrario, Unamuno se encontró en una lucha metafísica entre los polos de razón y vida. Por un camino diferente, el catalán Eugenio d'Ors intentó, co­ mo Ortega y Gasset, descubrir una tercera vía, equidistante tanto

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del racionalismo como del transcendentalismo vitalista. Sin em­ bargo, mientras Ortega y Gasset luchó por integrar la razón en la vida para darle una proporción, d'Ors hizo lo contrario, buscar lo disperso, lo diverso y lo fragmentado que él atrapaba para ela­ borar una filosofía como un puzzle. El vitalismo asimilaría cierta racionalidad como una vacuna para ayudar a una mejor contem­ plación de la realidad. Lo que finalmente busca d'Ors es la armo­ nía y ésta es orden, y el orden fue el principio de la realidad; es el orden y no la razón el "símbolo de inteligibilidad del mundo" (Cerezo Galán, 1993: 243). De forma paralela a Ortega y Gasset, Manuel García Morente siguió el mismo camino que su coetáneo. Formado en Francia, quiso superar el positivismo para redescubrir la filosofía, porque el idealismo de Bergson no le llenaba. Como Ortega y Gasset en Alemania, se mantuvo fiel a la filosofía kantiana, pero en su bús­ queda para armonizar vida y razón llegó a la fenomenología. Con una clara influencia orteguiana, García Morente defendió que la renovación necesaria de la cultura debía hacerse tomando como génesis creadora el propio Yo. O sea, la cultura debía renovarse después de un proceso de interiorización para conocerse a sí mismo e intensificar la cultura. Su renovación estaría en el pro­ pio individuo. Por otro lado, uno de los puntos más importantes que García Morente ayudó a definir de diferente modo fue la idea de pro­ greso. Desde el positivismo imperante el progreso había sido ca­ lificado como una realización tomando en parte el transcurrir del tiempo y la acumulación de acciones en ese período. Sin em­ bargo, García Morente afirmó desde un plano existencial que el progreso avanzaba o retrocedía según se cumpliesen los valores que formaban parte de la meta o finalidad a alcanzar. Por tanto,

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"el progreso no sería el ser más, sino el valer más" (Cerezo Ga­ lán, 1993: 253). Pasando esa visión a la vida social, García Morente criticó la identificación de progreso con el avance tecnológico consumis­ ta que devoraba la naturaleza obligando a la sociedad a acumu­ lar medios; mientras, ésta estaba perdida sin un horizonte donde orientarse. La velocidad del falso progreso había hecho perder el sentido de la vida y, por tanto, según la opinión de Gar­ cía Morente, esta idea proveniente de la Ilustración había provo­ cado un espejismo que había llevado a un retroceso y no a un avance del progreso del hombre. La solución sería clarificar la vi­ da, poniendo ésta insertada en los valores a seguir. Su conver­ sión al catolicismo le ayudaría a definirlo con las virtudes del caballero cristiano, discrepantes de los valores burgueses de la sociedad restauracionista. Otro nuevo valor de esta generación será el oriotarra Juan de Zaragüeta. Este filósofo se formó en la Universidad Católica de Lovaina, donde el cardenal Mercier, a través del neotomismo, pre­ tendió articular una respuesta filosófica que defendiese el catolicismo de las nuevas teorías heterodoxas con la coherencia y nivel de calidad que obligaba el tiempo de entonces. Con una distribución innovadora de los argumentos escolásti­ cos, Juan de Zaragüeta, también, de forma semejante a Ortega y Gasset, pretendió la integración de los términos razón y vida. En este caso, el vasco denominó moral y ciencia, que él definió co­ mo "dos líneas paralelas", pero que a pesar de las dificultades ló­ gicas de relación conseguían "enlazarse entre sí en la vida interior del hombre" (Cerezo Galán, 1993: 256). Según él, la crisis ideoló­ gica venía del predominio del conocimiento científico por encima del moral. Para recobrar la lucidez perdida, había que retomar el

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ideal de un humanismo integrador donde la racionalidad ordena la vida animal del hombre, y la sobrenatural restaura el orden moral perdido con el pecado original (Cerezo Galán, 1993: 257). Por tanto, no había oposición, la integración de Zaragüeta se ex­ plicaría como el humanismo cristiano que culminaría la realiza­ ción moral y racional del hombre. Un discípulo directo de Ortega y Gasset fue Joaquín Xirau, quien desde un planteamiento platónico-agustiniano subrayó la importancia del amor como fuente del conocimiento. Su obra pretendió recuperar el amor por ser una parte importante y ne­ cesaria del conocimiento para formar nuestra conciencia. Algo problemático, en un período histórico dominado por una men­ talidad racionalista que consideró el amor disuelto y sin peso específico en la conciencia de un hombre racional. Xirau pre­ tendió con esto tener una visión de la realidad más allá del pu­ ro pragmatismo. Por último, Xavier Zubiri, alumno de la Universidad Católica de Lovaina, influenciado por Ortega y Gasset, buscó también a través de la fenomenología el camino más objetivo para ver la realidad, Sin caer en el pragmatismo, ni en el transcendentalismo, sino tomando elementos de ambos. A pesar de todo, aun­ que Zubiri inició sus trabajos en este período y defendió su tesis doctoral Ensayo de una teoría fenomenológica de! juicio en 1921, sus elaboraciones más importantes pertenecieron a épo­ cas posteriores, donde fue el máximo inspirador de la genera­ ción de pensadores del 36. Otro prototipo de la generación clásica fue el doctor Gregorio Marañón, fiel exponente del humanismo liberal. Este hombre huyó de las especialidades, el no saber nada de los demás cam­ pos del saber, y también del enciclopedismo, que definió como

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el intento de saber de todo, pero de forma incoherente, para buscar un nuevo humanismo renacentista. Por ello, en un inten­ to de dar sentido universal a su vida, se orientó hacia el huma­ nismo, definido como el intento de saber únicamente lo esencial, por lo que lo que se sabía de los diferentes campos de la sabiduría estaba unido por un sentido que era la finalidad de esa esencialidad. De este modo, huyendo de ios dogmatis­ mos, intentó conciliar la ciencia, de la cual era un claro prohom­ bre como médico, con su humanismo moral, por el cual desarrolló amplios estudios en otros campos como el ensayo y la biografía histórica. Gregorio Marañón, desde una profunda crítica de la situación decadente de España, orientó su solución hacia la vocación. Es­ ta adquisición del término religioso sería el instrumento necesa­ rio en la sociedad secular para realizar los deberes a los cuales cada uno estaba obligado. Algo importante si se tiene en cuen­ ta que la generación anterior únicamente había protestado con­ tra la sociedad oficial restauracionista reivindicando los derechos pero olvidando sus deberes, que Marañón recordó. Para realizarlos, eran necesarios generosidad, sacrificio, discipli­ na, entusiasmo..., virtudes todas ellas que emanaban de la vo­ cación. Sin ésta no se podían cumplir los deberes que eran necesarios para levantar al país de su crisis espiritual. La visión social de Gregorio Marañón fue tolerante. Se sintió liberal por conducta y no por política, pues ser liberal para él no era pertenecer a un partido liberal, sino una conducta referente en respetar la opinión del contrario y nunca justificar los medios por el fin. Del mismo modo, Ortega y Gasset creyó que debía restaurar Es­ paña, no desde el liberalismo político restauracionista, sino desde

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uno nuevo, más social y progresista. Su visión de reformista laico concebía el liberalismo como un ideal de la razón, era una postu­ ra sobre la vida, con su concepción kantiana de autonomía perso­ nal del hombre. Éste debía ser libre para cumplir con su destino individual y el liberalismo le ayudaría a reforzar su potencial crea­ tivo. Por tanto, su idea de liberalismo ayudaría a potenciar la per­ sonalidad individual contra la creciente despersonalización venida de la sociedad de masas (Cerezo Galán, 1993: 283). En correspondencia con esta interpretación del liberalismo, Ortega y Gasset le dio un sentido social al reconocer que el tra­ bajo creaba en los hombres una relación común. Este plantea­ miento le acercó a un socialismo de tipo lassalliano muy diferenciado del marxista, al concebir un híbrido de liberalismo y socialismo reformista esencialmente antirrevolucionario. Si en filosofía su piedra clave fue la integración, en política también lo fue al querer articular las fuerzas sanas de la sociedad burguesa en una postura regeneradora de la vida política espa­ ñola. La solidaridad de todos, orientados por la élite intelectual, era el único modo de levantar el país. Una burguesía de nuevo cuño sin intereses comunes con la oligarquía restauracionista debía ser quien dirigiese las reformas necesarias de la nación es­ pañola como una empresa común. España concebida por Orte­ ga y Gasset como una comunidad de destino, muestra en esto una clara influencia del socialismo de Lassalle. Esta idea pasará posteriormente a nuevos sectores políticos que surgirán en el período de la Segunda República. Su postura de una vertebración del nacionalismo español enfrentará al pensador madrileño con los posicionamientos de los independentismos periféricos. En Eugenio d'Ors el término de integración también será im­ portante, pero el catalán no va a resaltar el papel de la nación

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como empresa común, de clara inspiración orteguiana. Por el contrario, d'Ors va a luchar por la idea de imperio, que era una imagen más universal y aglutinadora de elementos diversos, mostrando un recuerdo por el Sacro Imperio Romano Germáni­ co, una institución clásica que ordenaba lo informe haciendo desaparecer las fronteras nacionales obra del hombre. Del mis­ mo modo, la individualidad del trabajador la integra en el sindi­ cato para crear un orden armonioso entre los intereses individuales del obrero y los sociales de su corporación. Pero si en la mayor parte de los miembros de la generación del 14 hemos visto que lo principal era la búsqueda de un cami­ no objetivo para que el hombre se realizase en su destino, aun­ que cada uno lo hiciese por caminos diferentes, Julián Besteiro y Fernando de los Ríos creyeron que el socialismo era el cami­ no político más idóneo para la regeneración del país desde un punto de vista racionalista, laico y que creyese que el hombre li­ bre con su autonomía personal podría efectuarlo. Sin embargo, sus planteamientos filosóficos resultaron ser an­ tagónicos. Mientras De los Ríos fue heredero de esa corriente re­ formista laica que desde el kantismo, el krausismo y el liberalismo orteguiano pretendía reformar España, Besteiro fue un empirista científico que volvió a retomar el marxismo como orientador de su visión de la vida, aunque nunca creyó desde su planteamiento en la necesidad del camino revolucionario y con­ sideró óptimo el reformista que le ofreció la democracia bur­ guesa. Esta actitud le acercó al resto de los componentes de la generación del 14. Sin embargo, el único miembro de esta generación que in­ tentó de forma activa llevar a cabo sus ideas en los más impor­ tantes puestos de la política española fue Manuel Azaña. Este

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pensador fue un fiel exponente de liberal jacobino, creyente en el papel reformador del laicismo, en "su" libertad del hombre, y en la labor dirigente de la inteligencia racional en la sociedad. Extremadamente sensible ante la decadencia española, sintió re­ pulsión por los criterios radicales del 98. Su visión fue clara, Es­ paña estaba atrasada debido al lastre tradicional y reaccionario de su herencia católica y ese peso debía ser cortado de raíz. El pasado debía ser olvidado para elaborar una nueva España des­ de los presupuestos laicos y precisos de la razón. Pero para ello, el intelectual no debía ser un profeta -com o era la opinión de Unam uno- o un simple consejero orientador, como creía Ortega y Gasset. La impresión de Azaña era que el intelectual debía in­ tegrarse en el pueblo y tomar un papel político activo como el que él llevó en la Segunda República. Por el contrario, Ortega y Gasset, que había fracasado con su Liga de la Educación Políti­ ca, volvió a intentarlo en el período republicano con la Asocia­ ción por la República, pero asumiendo una labor más consultiva que protagonista como pretendía Azaña. Su pasión por remediar la situación de España hizo de Azaña un furibundo anticlerical, porque en su creencia del Estado edu­ cador creyó que su principal misión debía ser la implantación de una educación laica similar a la francesa. De este modo se extir­ parían de las nuevas generaciones los valores del pensamiento católico imperante en el período de la Restauración. Si otros fue­ ron moderando sus opiniones, como los miembros de la gene­ ración del 98, Azaña -p o r el contrario- se fue radicalizando. Su creencia de que estaba en la razón le llevó a impedir la integra­ ción de los que no tuviesen sus ideas. En contra de la idea de in­ tegración del resto de los componentes de su generación, Azaña, llevado de su radicalismo político, excluyó totalmente a

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todos los que representasen cualquier tipo de pensamiento opuesto a su ideal liberal democrático. Su misión estaba clara, la instauración de un Estado liberal acreedor a los principios fun­ damentados en la Revolución Francesa. Todo lo que pasase esos límites debía ser eliminado desde la raíz por el bien del futuro. Su papel político y su mayor radica­ lismo fueron protagonistas en la década de los años treinta. Pe­ ro su modo de pensar, la base intelectual sobre la cual alzó su construcción ideológica, la inició en el período restauracionista. Azaña mostró un amplio desprecio por aquella España oligár­ quica, aunque militante del reformismo de Melquíades Álvarez, y decidió como casi todos los miembros de su generación des­ brozar su propio camino para la regeneración de España. Después del desastre ultramarino, los pintores del 98 recor­ daron la pintura del Greco y ellos mismos descubrieron la so­ lemnidad y tristeza del negro, como si hubiesen querido guardar luto por el hundimiento español. Autores como Ignacio Zuloaga, Darío de Regoyos y José Gutiérrez Solana reflejaron con sus pin­ celes una España negra, lúgubre que parecía sacada de los tiem­ pos de la decadencia imperial, tres siglos anteriores. Por el contrario, en los círculos catalanes y valencianos la luz fue la protagonista. Joaquín Sorolla fue el más representativo pintor de unas imágenes claras, rítmicas, con amplias gamas de luz y color, que eran del gusto de la sociedad restauracionista. Del mismo modo, en el País Vasco, Ricardo Baroja, Francisco de Echeverría, Francisco de Iturrino y otros, reflejaron temas rura­ les clásicos popularizando unos motivos cotidianos, pero que eran del gusto de la burguesía local deseosa de temas autócto­ nos. En este elenco participará el retratista Jesús Olasagasti, quien luchará durante la guerra en una bandera falangista.

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En el campo musical, París fue la Meca de los músicos, como lo fue de los seguidores de otras disciplinas. Dos de los princi­ pales exponentes de un tardío romanticismo español, como Albéniz y Granados, vivieron en la capital gala, donde dieron una imagen de la España soñada por ellos. En la ciudad del Sena se les reunieron Manuel de Falla y Joaquín Turina, los dos autores andaluces que se hicieron eco de un cierto regeneracionismo nacionalista musical proveniente de la catástrofe del 98. Junto a ellos, Bilbao, San Sebastián y Barcelona aportaron a varios mú­ sicos de calidad provenientes de las numerosas corales y orfeo­ nes con arraigo en esas tierras. Guridi, Usandizaga y Arriaga pusieron un tono de gusto autóctono contribuyendo a la música española.

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Capítulo 3

Treinta y tres años apasionantes de la economía mundial Juan Velarde Fuertes Un conjunto de acontecimientos económicos, evidentemen­ te, no puede explicar el talante de una persona que vive en esa época. Sería, el pretenderlo, caer en un marxismo vulgar im­ presionante. Las personas, en relación con los asuntos socio­ económicos, no se mueven a causa de lo que sucede con las relaciones de producción, sino por la influencia de una ideolo­ gía que impregna el ambiente (Keynes, 1998: 440). Natural­ mente, que a su vez esta ideología pretende resolver el problema socioeconómico y éste se plantea de un modo u otro, como consecuencia de las ideologías que han creado respues­ tas concretas para intentar llevar los hechos económicos por un sendero diferente a aquel por el que caminaban. Todo esto crea, naturalmente, no relaciones de causalidad, sino funciona­ les, especialmente muy complicadas. Los avances que tienen lugar en la teoría del caos, planteados por primera vez por los físicos, tienen aquí un encaje perfecto. Por tanto, la explicación

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del devenir económico de 1903 a 1936 no es ocioso para expli­ car la personalidad de José Antonio, como no lo es el análisis de las ideologías imperantes a lo largo de su vida. Concreta­ mente, lo que sigue tiene que enlazar con los otros ensayos de este volumen que se ocupan, ya de las ideologías imperantes en la época, ya de cómo el mundo académico puede haber de­ jado en la persona de José Antonio Primo de Rivera una huella profunda, a partir de 1903, el año de su nacimiento. El año 1903 es también en el que cristalizan las tres grandes innovaciones tecnológicas que habían aparecido a caballo de los siglos xix y xx, creando tres grandes revoluciones económicas, cuyas consecuencias llegan hasta ahora mismo. La primera es la de la industria química, en la que el papel alemán resulta impre­ sionante. En 1904 se constituyó un consorcio entre los estable­ cimientos A.G. Bayer, la Badische Anilin und Sodafabrik y la Agfa -A .G . für Anilinfabrikation- que pasó a dominar un amplio conjunto de sectores de la carboquímica, de los medicamentos y de los fertilizantes. La segunda de estas revoluciones es la eléctrica. La llegada de la corriente alterna fue el gran revulsivo, después de haberse ins­ talado en Buffalo, en 1886, la primera central de corriente alterna. Las consecuencias fueron claras. Como señala Harold I. Shalin, (Shalin, 1981: II, 644) el censo norteamericano de 1880 no indi­ caba el empleo de la electricidad en la manufactura norteameri­ cana, pero "el de 1900 señaló 300.000 caballos de fuerza en uso, y en 1914 esta cifra llegaba ya a los 8.847.622, los mismos que producía el vapor en 1900". Dos núcleos importantes surgirán en Estados Unidos, uno en torno a Westinghouse y otro relacionado con Edison. En Alemania los dos núcleos son el que se vincula a Siemens y el que lo hace con los Rathenau constituyendo la AEG,

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que pronto se vinculará a la General Electric, que había nacido en 1892 de la fusión de la compañía creada por Edison y la Thompson-Houston. El resultado de todo esto fue que "a partir de los comienzos del siglo xx, todas las fábricas de nuevo cuño, utiliza­ ron ya la propulsión por motores eléctricos. La década de 1899 a 1909 fue el punto de viraje en la electrificación de la industria. Al principiar esta década, en un total de 160.000 motores fabrica­ dos, 36.000 fueron motores industriales. En 1909, se fabricaron 243.000 motores para fines industriales en un total de 504.000" y "en tanto que una quinta parte de los motores industriales fabri­ cados en 1899 eran de corriente alterna, en 1909 lo eran ya la mi­ tad de ellos. En 1899 había solamente 16.891 motores con una capacidad (en total) inferior a medio millón de caballos de fuerza; en 1909 había un total de 388.854 motores instalados en fábricas, con una capacidad total de 4.817.149 caballos" (Shalin, 1981: II, 642). La tercera de estas revoluciones fue la del motor de explosión, que se vinculó de inmediato con todos los aspectos de la extrac­ ción y comercialización de los hidrocarburos, así como con la crea­ ción de las infraestructuras adecuadas -desde carreteras a aeropuertos- y tiene, en el propio 1903, una presencia colosal, con la creación por Henry Ford de su fábrica de automóviles. En ella decidió, según señala él mismo, "construir un automóvil pe­ queño, fuerte y sencillo, de poco precio, pagando altos salarios por su construcción. El 1° de octubre de 1908 construimos el pri­ mero de nuestros pequeños coches de tipo actual. El 4 de junio de 1924 llevábamos construidos diez millones. Actualmente, en 1926, vamos por los trece millones" (Ford y Crowther, 1931: 5). Por consiguiente, es necesario comenzar por consignar que desde 1903 a 1936 transcurren nada menos que los años de la

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economía mundial que van a llevar, de un mundo económico, el del siglo xix, a otro totalmente diferente, el del siglo xx. Es el mo­ mento en que el PIB por habitante de Gran Bretaña, como una especie de muestra del inicio de una decadencia qüe pronto se iba a palpar, es superada por los Estados Unidos por primera vez. Una crisis, en 1904, parecía que iba a restablecer la vieja su­ premacía británica, pero no hubo tal. En 1905 volverá Norte­ américa a situarse por encima del Reino Unido y, desde ahí, hasta ahora mismo. En la economía del continente europeo, se consolida la hegemonía germánica sobre Francia. Todavía en 1875 sus PIB por habitante estaban igualados con exactitud. En 1903, el alemán superaba con claridad al galo en un 13 por cien­ to. La apuesta económica del Imperio alemán, basada en una ex­ celente universidad, con sus derivaciones científicas y tecnológicas, lograba una ventaja definitiva (Maddison, 1997). Pero estas cuatro potencias económicas, entre las que no se puede incluir ni a Japón ni a Italia -tienen ambas un PIB clara­ mente inferior al español- van a tener desde la Primera Guerra Mundial una vida muy diferente a la que creían que iba a ser eterna, o poco menos. Desde ella, hasta entrados los años trein­ ta, existe tal conjunto de agitaciones, de novedades, que a par­ tir de 1918 se adivina que nada va a ser parecido a lo que sucedía en el terreno económico y social antes de la contienda. La onda larga Kondratief, descendente desde esa contienda, iba a precipitarse, al final, en la Gran Depresión de 1930. Eso con­ cluyó por cambiarlo definitivamente todo. Comencemos, pues, por estas cuatro grandes potencias a par­ tir de 1903. Estamos, en 1903, en el momento en que nace José Antonio, en pleno auge determinado por la onda larga de Kon­ dratief, que transcurre de 1898 a 1913, lo que no quiere decir que,

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concretamente, el año 1903 no fuese un buen año económico. Se trata del tercer ciclo Kondratief, que Schumpeter ha calificado co­ mo neomercantilista (Schumpeter, 2002: 266): "Pocos negarán que la atmósfera social cambió de manera característica en torno a los últimos años noventa (del siglo xix), aunque no todos los que reconozcan este cambio estarán dispuestos a admitir la cali­ ficación de simbólico que proponemos para el año 1897, y mu­ chos estarán también de acuerdo con la opinión de que aquellos cambios fueron de dos clases: una representada por síntomas ta­ les como el recrudecimiento del proteccionismo y el aumento de los gastos en armamento, y otra, por síntomas como el nuevo espíritu en la legislación fiscal y social, la creciente tendencia al radicalismo político y al socialismo y el desarrollo de actitudes cambiantes ante el sindicalismo, entre otros. En Norteamérica (arancel Dingley, 1897), el proteccionismo no significó más que otra victoria de una tendencia que había sido evidente desde el principio; en Inglaterra no fue más que un cambio lento de la opinión pública acerca de la cuestión del librecambio. En Ale­ mania, la partida de la seguridad social ascendió a 1.100 millo­ nes de marcos en 1913, mientras que en Norteamérica había poco de esto, aparte de la legislación social en algunos estados (Wisconsin) y una hostilidad general ante los grandes negocios, satisfecha por entonces con actuaciones al amparo de la Sherman Act y con la regulación de servicios públicos. Cualquiera que sea la importancia que podamos atribuir a los efectos eco­ nómicos inmediatos, mirando hoy hacia atrás, es imposible en­ gañarse acerca de la significación de estos síntomas de un cambio de actitud frente al capitalismo". Al nacer José Antonio esto era clarísimo -también en Espa­ ña, com o se verá en otro capítulo-, pues 1903 es el año en que

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aparece el Instituto de Reformas Sociales y en el que se avanza con claridad hacia refuerzos en el proteccionismo -del Arancel de 28 de diciembre de 1899 al de 28 de marzo de 1906, o Aran­ cel Salvador, de fuerte significación industrializadora-, todo ello en medio de las tres grandes innovaciones industriales que avanzan a paso de carga también en España: la electricidad, el motor de explosión y la industria química. Por tanto, desde su cuna, ese mensaje neomercantilista va a impregnar el ambiente a lo largo de toda su vida. Conviene señalar asimismo que los Estados Unidos consiguen ese año su consagración como gran potencia, al convertirse en la que va a resolver en solitario los asuntos americanos y la que convierte al Caribe en una especie de Mediterráneo norteameri­ cano. En México, Norteamérica frunció el ceño ante las vincula­ ciones de Porfirio Díaz con capitalistas europeos, sobre todo en relación con el petróleo. Tras la derrota española y el control de Cuba y Puerto Rico, el presidente Teddy Roosevelt espantó a Alemania, que pretendía ocupar unos puertos venezolanos, co­ mo represalia por la falta de pago de la deuda exterior, y adqui­ rió la Zona del Canal de Panamá -lo sucedido en el Parlamento colombiano y el alzamiento panameño fueron la consecuencia in­ mediata- por diez millones de dólares y una consignación anual adicional de 250.000 dólares. Todo esto iba a suponer, al cabo de unos años, un enlace entre el oriente y el occidente norteameri­ canos que iba a permitir que éste comenzase a despegar con fuerza. En tal despegue estaban desde la solución del contencio­ so entre el Reino Unido y los Estados Unidos por la frontera entre Alaska y Canadá, hasta la posesión de Hawai, Guam y Filipinas, lo que vinculará para siempre a Estados Unidos con los proble­ mas del Pacífico. Las tensiones con los inmigrantes japoneses

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en California, que renacerían una y otra vez, acentuaron esa pro­ yección norteamericana hacia los problemas del Pacífico, mien­ tras que, olvidadas ya rencillas que se habían iniciado con la Guerra de la Independencia norteamericana, y que habían pro­ vocado fricciones, a veces muy serias, con Canadá, se inició una amistad anglonorteamericana que no ha hecho más que consoli­ darse desde entonces. En el gigantesco mercado norteamericano comenzaban a crear­ se actividades evidentemente monopolísticas, a través de los fa­ mosos trusts, que Morgan, con Carnegie, emplearían para crear uno gigantesco del acero -la U.S. Steel Corporation-, y que con la colaboración de ingleses y alemanes impulsarían esas organi­ zaciones hacia la marina mercante. Otros financieros que enca­ bezaron trusts fueron Guggenheim y Rockefeller. Todos han quedado para siempre en el recuerdo popular de lo que era el capitalismo norteamericano. Teddy Roosevelt creó, precisamen­ te en 1903, el Burau of Corporations, con un planteamiento críti­ co ante estas prácticas, pero no ante los grandes negocios, pues habló de "buenos y malos trusts". Es justo el momento en que los literatos norteamericanos comienzan a criticar el sistema económico que así surgía en los Estados Unidos. Uno de los adelantados en ese sentido es Upton B. Sinclair. En 1906 publi­ caría The Jungle sobre la situación social en los mataderos de Chicago; en 1917 aparecerá King Coa/ y OH en 1927. Por ahí se iniciará un enlace con un mundo intelectual, muy influido por los neohistoricistas alemanes. En él desempeñaron un papel grande los institucionalistas, quienes con Commons, Mitchell y Veblen al frente, van a preparar la reacción del N ew Dea!, con toda su vertiente proteccionista. Desde luego, en el propio año de 1903 sucedieron cosas lo suficientemente importantes como para

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asentar algunos de los acontecimientos vinculados con esta lite­ ratura. Se trataba de una serie de cuestiones relacionadas si­ multáneamente con los ferrocarriles norteamericanos y con el sistema financiero, incluyendo los problemas derivados enton­ ces de la cotización del dólar, que dieron lugar a que apareciese ese año de 1903 el que se denominó "pánico de los ricos", que va a durar hasta casi finales de 1904, a lo que siguió un fuerte movimiento al alza de la actividad en Norteamérica. Debajo de todo esto, como señala Schumpeter (2002: 268269), se agazapaba por supuesto algo muy importante: "Los nuevos hombres (de empresa) no eran administradores, eran organizadores y financieros. Con relación a ello, el año 1893 ha dejado planteados, efectivamente muchos problemas. Incluso puede decirse que la situación ha establecido una tarea definida a la que ahora se aplicaban los grupos financieros que habían llevado a cabo la liquidación y la reconstrucción, así como los ejecutivos que la habían aceptado o puesto en práctica. Esta ta­ rea era la de consolidación, en un sentido muy amplio de esta palabra, e implicaba un significado concreto de concentración, fusión y absorción. Lo que el público y el mundo político vieron y sintieron fue por una parte, la creación de nuevas posiciones económicas apoyadas por la imaginación del hombre de la ca­ lle, con un poder que era a la vez inmenso y siniestro, y por otra, el espectáculo de las maniobras financieras y de las luchas en­ tre los grupos financieros que ofrecían alimento tanto para la tendencia prevaleciente a apostar como para la indignación mo­ ral. Dado que son estos aspectos los que todavía dominan tam­ bién la historiografía económica del auge de fusiones industriales, es necesario advertir que, para nosotros, esto últi­ mo significó algo de lo que la opinión pública no se percató en

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absoluto o dejó enteramente de relacionarlo con aquellas ope­ raciones financieras: las nuevas funciones de producción, la reorganización de grandes sectores del sistema y el aumento de la eficiencia productiva por todas partes. Por lo tanto, las fu­ siones deben ser enumeradas entre las innovaciones que lle­ varon consigo esa prosperidad" El fenómeno de las fusiones es también una característica de parte de la economía británica de esos años de inicio del ciclo Kondratief: en la industria textil, en la metalurgia - y dentro de ella, en la industria de armamentos con mucha fuerza- y, desde luego, en la Banca. Según J. Sykes (1926: Apéndice), entre 1890 y 1903 hubo en el sector bancario 126 fusiones. El Banco de In­ glaterra y los Big Five -Midland, Barclays, Lloyds, Westminster y Martins- se puede considerar que constituían el oligopolio del crédito. La City, por supuesto, era el centro del sistema financie­ ro mundial de entonces, y la libra esterlina era la moneda de re­ serva internacional. Pero Gran Bretaña, en estos momentos postreros de la era victoriana, comienza a observar que no ha apostado bien en el terreno industrial. Las causas son, desde lue­ go, muy complicadas, pero no es posible olvidar que en Alema­ nia, la Universidad, en todos sus aspectos, incluido el científico, rayaba a una altura mayor que la británica, y que la alta sociedad inglesa encajaba a las mil maravillas vincularse con la City, pero no con los que tenían la responsabilidad de las empresas indus­ triales. André Siegfried, al estudiar este fenómeno en 1931, ha­ blará, como causas de esta evidente decadencia, de un exceso de tradicionalismo, frente a las audacias de los competidores, así

1 Sigo al pie de la letra la versión española del texto de Schumpeter, porque, con al­ guna dificultad se entiende, pero, desde luego es manifiestamente mejorable.

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como de los bajos salarios japoneses -es el momento en que Thery, economista francés de la escuela liberalcatólica de Angers, publica un libro, Le peri! ¡auné, cuyo título pasó a constituir una expresión ampliamente admitida de este problema- y del pequeño poder adquisitivo global de los mercados en los que era indiscutible el reinado de las exportaciones industriales bri­ tánicas y, sobre todo, el que no se viese por parte alguna ningu­ na reforma social en la India, ni un impulso al desarrollo, en su gran mercado potencial, a causa del número muy alto de sus ha­ bitantes. El resultado fue que invadieron el mercado del Reino Unido productos industriales norteamericanos -máquinas de coser Singer, maquinaria agrícola International Harvester, má­ quinas de escribir Remington y Underwood, también máquinas herramientas, así como parte de la industria tabaquera-, mer­ cancías alemanas -tanto de la industria siderúrgica y metal me­ cánica, como de la química y, muy en particular, de las generadas en las industrias relacionadas con la electricidad-, e incluso, en el terreno textil, productos japoneses. Pero el 15 de mayo de 1903 tuvo lugar un acontecimiento importantísimo en el país que había sido el gran defensor del librecambio a lo lar­ go del siglo xix, basándose en los mensajes de David Ricardo. En su discurso en Birmingham, Joseph Chamberlain anunció al mundo "su conversión del librecambismo a la protección y a las preferencias imperiales". Y en el terreno del pensamiento britá­ nico, no puede dejar de señalarse que a comienzos del curso 1903-1904, al ocupar el famoso geógrafo Halford Mackinder el puesto de director de la London School of Economics, and Political Science, por influencia evidente de Sidney Webb, este cen­ tro comenzó a desarrollarse con muchísima fuerza. Pronto esa escuela constituiría uno de los puntos de apoyo fundamentales

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para un cambio muy profundo en la política económica y en la social (Dahrendorf, 1995: 69-75). En Alemania, la miopía de Guillermo II, que aparentemente iba de triunfo en triunfo en el Pacífico, así como en la construcción de una flota de guerra, junto con un colosal auge científico, cul­ tural y económico, va a situar al Imperio alemán camino de una sonada derrota. Rusia se alia con Francia; a pesar de lo reciente del incidente de Fachoda, entre unos enemigos multiseculares, Francia y el Reino Unido, surge la Entente Cordial; las relaciones anglonorteamericanas se estrechan, con olvido definitivo de to­ das las diferencias pasadas; Italia se mueve incómoda en la Tri­ ple Alianza; España, con Cánovas del Castillo, se había separado definitivamente del Tratado Secreto con la Triple Alianza. Por su­ puesto, los cancilleres alemanes que sucedieron al Canciller de Hierro, no tenían, ni de lejos, la capacidad y la habilidad de éste. Guillermo II, para empeorar aún más las cosas, intervino en la po­ lítica directa, una y otra vez, con torpeza. Comenzaba a surgir el fantasma de lo que iba a suceder en la Primera Guerra Mundial. Pero, en lo económico, se está en Alemania, como en lo cultural y en lo científico, en una Edad de Oro. El gigantesco desarrollo ferroviario de la década de 1895 a 1905, impulsa la ac­ tividad siderometalúrgica con la consolidación de los gigantes Krupp y Thyssen. En 1904, para resistir mejor las tensiones del mercado surge el cártel Stahlwerksverband. Por otro lado, la in­ dustria eléctrica y sus aplicaciones cabalga sobre las dos gran­ des moles de Siemens & Halske y de la heredera de la Deutsche Edison -d e ahí sus lazos con la General Electric norteamericanala Allgemeine Elektrizitáts Gesellschaft (AEG). También AEG y Siemens tienen lazos íntimos: por ejemplo, Osram, que depen­ día de ambos para fabricar bombillas incandescentes. Ákerman

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señalará que "de 1903 a 1914 puede hablarse de un cártel ale­ mán de electricidad, que abarcaba no sólo las principales com­ pañías alemanas, sino igualmente las filiales de los mayores competidores extranjeros, por ejemplo, la filial en Alemania de la compañía suiza Brown-Boverie" (Ákerman, 1960: 367), y agre­ gará un poco después: "Los encargos del Estado relativos a los ferrocarriles nacionales, a la marina, al ejército y los diversos de­ partamentos administrativos, desempeñaron un papel esencial y actuaron con mucha fuerza en el sentido de una nivelación de la coyuntura. Es, efectivamente, a partir de esta época, cuando empieza a llevarse a cabo el principio de contracoyuntura en el sentido de que se aumentan las inversiones públicas durante la depresión" (Ákerman, 1960: ibídem). Tal planteamiento, que pa­ rece muy moderno y keynesiano, había aparecido algo antes, y por vez primera, en Francia, con el nombre de Plan Freycinet, del nombre de un ministro de Obras Públicas que ocupó ese puesto en 1877. Se desarrolló ese Plan de 1877 a 1882, en que se suspendió bruscamente. Se basaban en obras públicas, por­ que así se consideraba que la actividad general se lograría man­ tener y, por otro lado, la actividad futura tendría el apoyo de mejores infraestructuras. Todo esto se pone a prueba en Alemania en la crisis econó­ mica que se ha de soportar desde 1900 al verano de 1902 que, entre otras cosas, explica el avance del partido socialista en las elecciones de 1903 y un proteccionismo unido a una política de dumping en el mismo sector -concretamente en el del aceroque, como consecuencia, explica en parte la reacción proteccio­ nista de Chamberlain a la que ya se ha hecho referencia. En Francia, la Exposición Universal de 1900 contempla el ini­ cio de una no muy importante crisis en parte impulsada por la

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alemana, malas cosechas y una huelga en las minas de carbón, en 1902, preludio de la colosal que tuvo lugar en 1906, en las mi­ nas del Norte. Pero es también el momento en que va a surgir con Combes una durísima política anticlerical en Francia, que provocará una importante evasión de capitales y un inicio de oposición importante, de tipo nacionalista y católico o, si se quiere, de rechazo radical del mensaje liberal que procedía de la Revolución Francesa, todo lo cual tendrá una persona clave en su centro: a Charles Maurras. El asesinato de Jaurés, en 1914, por un nacionalista francés, tras las tensiones del asunto Dreyfus, el suicidio del general neobonapartista Boulanger y el es­ candaloso asunto Caillaux, mostraba que también en las filas nacionalistas no se descartaba la acción directa. Lo sucedido en Alemania, un lustro después, con el asesinato de Liebknecht y Rosa Luxemburgo primero, y de Rathenau después, ratificaba todo esto. Simultáneamente surge, tras la Conferencia de Algeciras en 1906, el largo conflicto de Marruecos y todo ello en me­ dio de un auge considerable en la actividad económica. Es, pues, el año1903 un año, ya de crisis, ya de inicio de la re­ cuperación según los países, y también de la irrupción ya men­ cionada en el mundo occidental de un miedo considerable ante el auge del Japón. En 1904, aparece este país triunfante en la contienda rusojaponesa. Pero Teodoro Roosevelt es el que con­ voca a nipones y rusos, en 1905, a las conversaciones de paz en Portsmouth (New Hampshire), mientras que impulsa las obras del canal de Panamá que se concluirá en 1914. Todo esto está unido a la ya indicada apuesta por el Pacífico que hace Norte­ américa. Por supuesto, nada se frenó de esto por el terrible te­ rremoto de San Francisco, de 1906. A pesar de las leyes antitrust, el gran capitalismo norteamericano prosiguió su expansión casi

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insolente. Y no sólo el norteamericano. Sin salir del Reino Uni­ do, en 1907 la Shell británica y la holandesa Royal Dutch se fu­ sionaron y Deterding apareció en escena. Es el momento de la ascensión meteórica de la Lever. En 1914, el almirantazgo britá­ nico hizo que comenzase su vida la Anglo Persian OH. En su ám­ bito colonial procuraba controlar el capitalismo británico tanto el caucho como el estaño. En Suecia aparece al frente del Stockholms Enskilda Bank, el legendario Marcos Wallenberg, sin el que es difícil entender parte notable del desarrollo industrial sue­ co. En 1910 se había fundado en Alemania el primer cártel de la potasa, lo que significaba, una vez descubiertas las leyes de Liebig, tanto como la aparición de un impuesto que gravaba a la agricultura mundial a favor de Alemania. Con motivo de la puesta en marcha en Norteamérica de una de estas leyes, no excesivamente represoras de estos grandes ne­ gocios, la Ley Clayton, se declaró que el trabajo no era "una sim­ ple mercancía" y, por otro lado, asomó la cabeza un talante claro de ayuda a los agricultores. Grandes negocios y reacciones si­ multáneas de tipo social van a determinar un panorama singular. La crisis Knickerboker, en 1907, exigió también que se incremen­ tase el control de la banca en los Estados Unidos. De modo si­ multáneo, las rebajas de aranceles comenzaron a imbricar a Norteamérica en los mercados mundiales con las tarifas Payne (1909) y Underwood (1913), mientras el partido socialdemócrata fracasaba ruidosamente en las elecciones de 1912. No había, da­ ba la impresión, hueco para el socialismo en este país lleno de opulencia y de fuerza del capitalismo. Al poco tiempo, dos em­ presas gigantescas de la industria del automóvil -Ford con su producción en cadena, la que intentó ridiculizar Charlot en 1936, en Tiempos modernos, en una época en la que el capitalismo

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había pasado a ser algo vitando, y General Motors, consolidada gracias al amparo del gigante de la industria química Du Pont-, pasan a ser estudiadas incluso desde el punto de vista de las nue­ vas realidades sociopolíticas que originan. José Antonio, como empleado y como demandante, tendrá un fuerte enlace con esta actividad de la industria del automóvil. Al suceder Taft, en 1908, a Teodoro Roosevelt, todo esto pareció consolidarse. Wilson no fue capaz de alterar gran cosa este panorama. Este colosal capitalismo norteamericano que entraba en el mundo presidido por la Primera Guerra Mundial, tiene un cierto paralelismo en el del resto de las mayores potencias económicas. Sin saberlo, así se creaba el ambiente preciso para que, tras la contienda, surgiese una realidad bien distinta. La imposición pro­ gresiva se asienta en el mundo capitalista y con Joseph Chamberlain, también desde 1908, el seguro de vejez y una legislación social de significación bastante grande se comienza a asentar en el Reino Unido. La política que había llevado en 1834 a destrozar los últimos restos de la Ley de Pobres, ahora era olvidada. Cuando José Antonio en la adolescencia llega a la Universi­ dad, va a experimentar las consecuencias de que el neomercantilismo que se acentúa en el mundo se sume a una crisis económica tan importante que conviene dejar la pluma a Schumpeter para explicarla. En primer lugar, a partir de 1918 se observa, por primera vez en la historia de la humanidad, "el as­ censo de los intereses del trabajo a una posición de poder polí­ tico, y a veces, de responsabilidad (...) incluso donde, como en los Estados Unidos, los intereses del trabajo (...) no fueron (en­ tonces) políticamente dominantes". Pero lo curioso es que esta ascensión -los socialdemócratas con Ebert en Alemania, o los laboristas con Mac Donald en Inglaterra, y no digamos, un poco

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más adelante, el Frente Popular con León Blum en Francia o lo sucedido con estos grupos en Rusia-, fracasan ruidosamente en la conducción de la política económica. Para salir del atolladero en el que se habían metido, no tienen más remedio que poner­ se en cabeza de la represión de los que se han puesto al frente de las reivindicaciones populares, como sucede con la liquida­ ción en Alemania de los espartaquistas, o han de ceder el poder a los extremistas más radicales, como acabó por suceder en Ru­ sia, en "los diez días que conmovieron al mundo", o les condu­ cirán a aliarse con los enemigos tradicionales del socialismo, como aconteció con Ramsay Mac Donald, o a dejar paso, abo­ chornados, a fuerzas que no comulgaban precisamente con las ideas socialistas, como aconteció con Daladier en Francia. Las gentes, entre las dos guerras, buscaron, en general, que sus me­ canismos de voz -esto es, de acuerdo con la terminología de Víctor Pérez Díaz, el mecanismo de exteriorización ante la socie­ dad de sus reivindicaciones- tuviesen otros protagonistas, aje­ nos a la socialdemocracia. No sucedió exactamente eso en Norteamérica. Se ha hablado del fracaso previo del partido socialdemócrata. Roosevelt, con el New Dea/ del partido demócra­ ta, supo recoger estos planteamientos de una manera original, con lo que creó un aparato político en torno a sí de tal fuerza que, incluso, asustó a más de un ideólogo norteamericano, quien se planteó si no había surgido en el país, de algún modo, una especie de monarquía electiva. En segundo término, el capitalismo "desarrolló un fenómeno cuya importancia no fue prevista por Marx: la clase de los em­ pleados [...] El crecimiento relativo del empleado asalariado (aproximadamente igual al white collar) se convirtió entonces en algo espectacular (...) El interés de esta clase -la 'lógica de

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su situación' (en la jerga marxiana)- y su actitud difieren consi­ derablemente de los intereses y actitudes de los obreros [...] Es­ ta nueva clase medía, como se la ha llamado, forma en algunos países, y se halla en trance de formar en otros, junto con los gran­ jeros (campesinos) y pequeños negociantes (sobre todo detallis­ tas), una mayoría de la población que, aunque dividida en partes bastante diferentes, sin embargo se siente y actúa de manera uni­ forme en muchos casos, y que en su actitud fundamental se muestra tan hostil frente a los intereses de los más potentes y de la gran burguesía como la clase obrera en el sentido más estric­ to del término, aunque también siente hostilidad ante los intere­ ses de esta última. Es a la luz de estos hechos, y no a la de la simple pero nada realista contraposición entre propietarios y pro­ letarios, como deben ser comprendidos los modelos de la pos­ guerra" (Schumpeter, 2002: 303) de la Primera Guerra Mundial. La tercera característica es un cambio racionalízador del capi­ talismo, que ya no reacciona como reaccionaba antes de la Pri­ mera Guerra Mundial: "Los dirigentes de las grandes empresas, por lo general, desarrollan una función especializada con un es­ píritu que se parece al del empleado propiamente dicho, y tien­ den a distinguir entre su éxito y el de la empresa, tanto más que el de los accionistas. Además, la relajación del lazo familiar... eli­ mina o debilita lo que, sin duda, era el centro de la motivación del hombre de negocios de antes... Los capitalistas dejan de creer (en este período) en las reglas y esquemas morales de su propia clase. Adoptan, o toleran, muchas cosas que sus predecesores habrían considerado no sólo perjudiciales para sus intereses, si­ no deshonrosas: al examinar los hechos económicos modernos, uno no puede sino sentirse sorprendido por el descubrimiento de lo mucho que venía condicionado extraeconómicamente el

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comportamiento típico de la burguesía del siglo xix". El mundo burgués, en resumen, "se deja educar por unos nuevos maes­ tros" (Schumpeter, 2002, 304). El cuarto acontecimiento es un sentimiento contrario al aho­ rro. Primero aparecieron, sobre estos puntos de vista, unos más o menos enloquecidos propagandistas, en realidad, unos autén­ ticos charlatanes. Pero, poco a poco, todo esto experimentó una alteración profundísima con las tesis de Keynes y, muy espe­ cialmente, a partir de 1936, al aparecer la Teoría Genera! de la Ocupación, el Interés y e! Dinero. El ahorro podía ser malsano, en tanto en cuanto disminuía la demanda efectiva, y de un mo­ do que parecía mágico, surgió una situación como la del bolso del cuento, que cuanto más gastaba, más tenía. El ahorro no era una virtud, sino un vicio, y como tal tenía que ser tratado. De pronto, todo se sintió trastocado, porque el burgués y el ahorro siempre habían estado reunidos (Schumpeter, 2002: 302-305). Lo anterior fermentaba en una economía mundial que experi­ mentaba conmociones muy serias. La primera fue la aparición in­ sensata de unas reparaciones que, como denunció Keynes en el prefacio a la edición francesa de Las consecuencias económicas de la paz (Keynes, 1971: XIX) suponían "la demanda de lo impo­ sible, con lo que abandonaron la sustancia por la sombra y al fi­ nal, lo perdieron todo". De paso, crearon un ciempiés en el comercio internacional y en el sistema financiero mundial. La se­ gunda fue el progresivo abandono de la idea de crear un comer­ cio internacional cada vez más liberado de restricciones proteccionistas. Todo un conjunto de "ingenuas" -el adjetivo lo colocó Schumpeter- conferencias internacionales patrocinadas por la Sociedad de las Naciones, no sirvieron absolutamente para nada. El proteccionismo continuó su marcha de modo implacable.

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Recordemos, de la mano de Hertz, lo que sucedió en los Estados danubianos al hundirse por el escotillón del final de la Primera Guerra Mundial el Imperio austrohúngaro, esto es, el heredero directo, a través de los bárbaros, del Imperio romano. Como uno de los desastres que iban a conducir al caracol contractivo de Kindleberger, el proteccionismo creciente originaba que todo mes de un año comparado con el mismo mes del año anterior, presenciaba la disminución del comercio internacional; al caer éste, disminuía el Producto Interior Bruto, y con él el empleo y el bienestar de todos los países del mundo. Para luchar contra esto en cada nación, y proteger lo que quedaba de producción na­ cional, se acentuaban las medidas proteccionistas, con lo que el fenómeno proseguía ampliándose, y todo empeoraba hasta pro­ vocar la gigantesca implosión de 1930 y años sucesivos hasta al­ canzar la Segunda Guerra Mundial. Kindleberger calculó el total de las importaciones de 75 países, en valores mensuales, homogeneizados en viejos dólares oro norteamericanos. Las cifras en enero de esta espiral contractiva del comercio internacional, que se recogen en el cuadro 1, se deben relacionar con las del cuadro 2 (Kindleberger, 1975).

Importaciones de 75 países en millones de antiguos dólares oro norteamericanos Enero 1929

2.998

Enero 1930

2.739

Enero 1931

1.839

Enero 1932

1.206

Enero 1933

992

Cuadro 1

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Por supuesto que esto es el esquema descrito en sus líneas esenciales de lo que se encuentra tras la Gran Depresión, y esto fue lo que vivió España, aunque sabido es que "durante los años que van de 1924 a 1928, más o menos, se dieron realmente al­ gunos pasos hacia un comercio más libre, eliminando algunos países ciertas barreras y disminuyendo automáticamente los aranceles en otros, y en caso de derechos específicos, median­ te la depreciación no siempre compensada por medio de una cláusula oro. Sin embargo, es comprensible que no se hiciese más: las dislocaciones y los insostenibles desarrollos causados por la guerra siguieron existiendo; la desigual depreciación de las monedas fue sustituida por una desigual estabilización, lo que en algunos casos sobrevaloró y en otros subvaloró la uni­ dad de pago legal" (Schumpeter, 2002: 309). Más adelante, cuando apareció el Arancel Hawley-Smoot, es evidente que pa­ ra la economía mundial se escribieron las mismas palabras que las que aparecieron en la cena famosa del festín de Baltasar. No se puede olvidar, de ningún modo, que tras la Revolución de Octubre y la guerra civil que se desarrolló después, Rusia se convirtió en una pieza extraña dentro del conjunto de la econo­ mía mundial. Con sus 152'2 millones de habitantes en 1913, lo­ graba un PIB por habitante de 1.488 dólares Geary-Khamis de 1990, lo que no se volvió a conseguir hasta 1933. En 1913, ese PIB por habitante ruso era el 66 por ciento del español de en­ tonces; en 1933, era el 55'4 por ciento. Una crisis tan severa pa­ ra un país que hasta 1914 poseía un peso de importancia creciente en el conjunto de la economía mundial, forzosamente tenía que originar un efecto negativo en el desarrollo de las eco­ nomías europeas. Pero, además, con la Internacional Comunis­ ta, el nuevo régimen intentó, y en más de una ocasión lo logró,

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crear condiciones de crisis a través de perturbaciones sociopolíticas serias, o en ocasiones, muy severas. Por todas partes surgen sueños de asaltos al paralelo local del Palacio de Invier­ no y se baraja la posibilidad de otro crucero Aurora. Rusia no coadyuvó, pues, desde 1917, sino que perturbó de modo ex­ traordinario la marcha de la economía mundial, sin la obten­ ción, por cierto, de ventajas de ningún tipo. Una complicación más fue la originada por la caída en los pre­ cios agrarios en el mundo. Como señala Schumpeter, es en es­ ta etapa cuando "el problema de la alimentación de la humanidad fue, en lo que concierne al proceso económico, re­ suelto definitivamente, pero a costa de los intereses agrícolas" (Schumpeter, 2002: 317). Los avances en la productividad agrí­ cola, derivados de las nuevas tecnologías, que exigían una con­ siderable inversión en capital fijo -tractores, motores, almacenes, graneros, y la lista podría ser descomunal- y en tie­ rra porque todo esto se relaciona con las economías de escala, acabaron por endeudar a los campesinos que se habían movido impulsados, en principio, por la subida inflacionista de precios vinculada a la Primera Guerra Mundial. Esa deuda constituyó, muy pronto, un dogal que les ahogaba. Hubo uvas de la ira por doquier en el mundo. Para salvar en lo que se pudiera al campo, se iniciaron medidas muy rotundas para protegerlo, con lo que se coadyuvó así, en bastante medida, a complicar las transac­ ciones internacionales. No puede olvidarse, de ningún modo, la perturbación que ori­ ginaba la desaparición del patrón oro. Pero los intentos de re­ poner en el trono al monarca despedido, resultaron muy perturbadores. Keynes, en Las consecuencias económicas de Mr. Churchill, lo puso de relieve de modo desgarrado (Keynes,

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1925)*. Harrod (Harrod, 1958: 416-417) nos lo relata muy bien: "El folleto de Keynes está redactado en el más fino estilo polé­ mico. Cada frase está cuidada. Los argumentos eran incontro­ vertibles y los críticos, casi todos hostiles, no podían hacer más que enfadarse y farfullar. Inglaterra había aumentado delibera­ damente el valor de la moneda en un 10 por ciento y no había hecho plan alguno para ajustar los valores internos. Se intenta­ ba rebajar los salarios de los trabajadores de las industrias de exportación. Esta proposición hubiera sido razonable de haber algún plan para reducir todos los precios y todos los salarios del país en la misma proporción, de modo que las reducciones en dinero de los salarios fuesen sólo nominales [...] Si no se hacía esto - y no había plan alguno para hacerlo- los trabajadores de las empresas de exportación sufrirían un daño injustificado. ¿O acaso había un plan? Si tal era el caso, consistía aparentemente en una política deflacionaria, que esencialmente significaba la creación de un considerable desempleo en masa, por restricción del crédito, a fin de que fuera posible imponer una baja de los salarios por fuerza mayor [...] La argumentación económica del folleto fue reforzada con una importante carta que publicó The Times el 4 de septiembre (de 1925). Nadie puso atención a sus palabras. La industria del carbón se mantuvo en funcionamiento durante el invierno mediante un subsidio, y en seguida la nación sufrió el gran desastre de la huelga del carbón y de la huelga ge­ neral. El progreso industrial en la Gran Bretaña entre 1925 y 1929 fue marcadamente menor que en otros países". 2 Como es sabido, la primera versión la constituyeron tres artículos para el Evening Standard que se reunieron en un folleto que editó Hogarth Press, la editorial de Leo­ nardo y Virginia Woolf. Ésta, en su diario, nos habla de Maynard -eran los tiempos de Bloomsbury-, y de cómo fue editado rápida y vitriólicamente este librito.

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El estilo de Keynes en estos artículos se revela en estos pá­ rrafos que ratifican sus irritados puntos de vista ante lo ocurrido el 29 de abril de 1925, cuando Churchill, como canciller del Exchequer retornó al patrón oro: "En el campo de la justicia social, nadie puede discutir que es improcedente la reducción de los salarios de los mineros (del carbón). Ellos son las víctimas del Juggernaut económico. Ellos representan en su carne los rea­ justes fundamentales ideados por el canciller del Exchequer y por el Banco de Inglaterra para satisfacer la impaciencia de los padres de la City por salvar la moderada brecha entre 4'40 y 4'86 dólares por libra esterlina3. Ellos, y otros que luego vendrán, re­ presentan el moderado sacrificio que aún es necesario para ase­ gurar la estabilidad del patrón oro". Tod o esto Keynes ya lo había indicado en el Tract cuando es­ cribió: "En realidad el patrón oro ya es una reliquia bárbara. T o ­ dos nosotros, desde el gobernador del Banco de Inglaterra para abajo, estamos hoy básicamente interesados en la preservación de la estabilidad de los negocios, de los precios y del empleo, y si debemos escoger, no es probable que los sacrifiquemos deli­ beradamente al desgastado dogma, que en su día fue valioso, de 3 libras, 17 chelines y 101/2 peniques por onza. Los partidarios del patrón antiguo no perciben cuán lejos está éste del espíritu y de las necesidades de nuestro tiempo" (Keynes, 1992: 181). A veces, estas cosas sirvieron de algo. Concretamente, ése es el espíritu que rezuma el Dictamen de la Comisión del Patrón Oro que, en 1929, medíante la pluma de Flores de Lemus, aconsejó a Calvo Sotelo para que no siguiese los pasos de Churchill. Claro que poco tiempo después, en la etapa de la Segunda República, 3 Nada menos que un 10*45 por ciento.

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obsesionados con el cambio de la peseta y con las formidables reservas de oro del Banco de España, seducidos por el ejemplo francés, participamos en el Bloque Oro. No es posible olvidar, entre las perturbaciones de esta etapa de entreguerras, lo sucedido con la inflación alemana, que ex­ plica mucho de lo acontecido políticamente en ios años treinta. En Alemania, como nos relata Bresciani-Turroni en esa obra maestra, en opinión de Henry W. Spiegel, que es La vicenda del marco tedesco (Bresciani-Turroni, 1931), de pronto se juntaron todas las furias hasta crear, por fuerza, una situación infernal. Por una parte, el pago de las reparaciones, de cuya insensatez ya se ha hablado, originó un muy grave desequilibrio de tipo presupuestario. Las revueltas interiores, desde los extremistas de derechas a los de izquierdas -recordemos, respectivamente, a Von Kapp o a los espartaquistas-, exigieron asimismo su su­ peración con gasto público. Mucho hizo la especulación interna­ cional con el marco. Desde luego, la búsqueda del dólar como mecanismo de reserva para el ahorro y, asimismo, para poder importar bienes necesarios para la industria, y a veces, para la propia pervivencía de los alemanes, contribuyó, y mucho. No menos supuso el ansia de tener activos reales, ante las dudas sobre la moneda alemana. También contribuyó bastante que el tipo de descuento, en medio de una inflación colosal, se movie­ se con lentitud de caracol. Desde 1915 a mediados de 1922, és­ te no subió del 5 por ciento; después, con pereza, comenzó a progresar hasta llegar al 18 por ciento en la primavera de 1923, justamente cuando estalla la traca final de este proceso inflacionista, al saltar los precios, respecto a 1913=100, de 19'4 x 104en el mes de junio de 1923 a 12'6 x 1012en diciembre de 1923. Era ya imposible controlar con los tipos de interés esa situación en

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la que era imposible ir a la compra sin un carrito, no para traer los magros bienes que se podían adquirir, sino para llevar la considerable masa de billetes que eran precisos para la más mi­ núscula de las transacciones. Se ha hablado, más de una vez, que en esa inflación se conte­ nía asimismo una reacción contra el Tratado de Versalles, sobre todo cuando tuvo lugar la ocupación francesa y belga del Ruhr por parte del general Degoutte, por orden de Poincaré, como re­ presalia por no pagar las reparaciones. La ocupación finalmente se convirtió, por la reacción alemana, en una carga tan insopor­ table que al poco tiempo se evacuó la región. La circulación mo­ netaria, de diciembre de 1918 a diciembre de 1923, se multiplicó por 22'7 x 106. Las consecuencias las resume así Ákerman: "El efecto del proceso inflacionista sobre la producción durante el período 1920-1923 fue doble: por una parte, la producción se orientó en gran proporción hacia los bienes de capital -después de cinco años de guerra era indispensable reemplazar el mate­ rial ferroviario deteriorado, mejorar las fuentes de energía y do­ tar a la agricultura de nueva maquinaria- y, por otra parte, la integración adquirió proporciones considerables [...] La más cé­ lebre de estas asociaciones gigantes fue el Konzern Stinnes [...] Por comunidad de intereses con la gran firma eléctrica SiemensSchuckert-Union. Stinnes organizó, por otra parte, un Konzern que englobaba al conjunto de sus propias inversiones... Stinnes (pasó así a tener) [...] intereses mayoritarios o minoritarios en 1.535 empresas diferentes. Y hubo que compensar a las empre­ sas siderúrgicas por su retroceso de Lorena, de Luxemburgo, de Silesia y del Sarre" (Ákerman, 1960: 431-432). Todo esto forma parte del entramado que precipitaba a la economía europea hacia la catástrofe. Pero el nublado también

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era notable en la norteamericana. Téngase en cuenta que no es­ casearon medidas anticíclicas: hubo apoyo a la agricultura; ade­ más "el mundo económico norteamericano no era [...] de ningún modo pesimista en aquella época"; "el gasto público se mantu­ vo e incluso aumentó, especialmente gracias a la construcción pública" (Schumpeter, 2002: 366-367). Sin embargo, aunque el primer semestre de 1930 se había podido resistir, el segundo fue catastrófico. El capitalismo, a pesar de todas las medidas, ha­ bía fracasado en Estados Unidos. En Europa, ese capitalismo había originado, además, todo tipo de desatinos. Las cifras de lo que había sucedido continúan escalofriando. Sencillamente, sin ir más allá de la observación de lo sucedido en el PIB por habitante, en los quince países que constituyen por su peso en la economía mundial actual el total de los estudiados semanalmente por The Economist, se movió en el período 1929=100-1935, como se observa en el cuadro 2. Todo esto, naturalmente, se acompañaba de perplejidad, de desánimo y de toda una importante masa de parados. Era el mo­ mento en que la crisis norteamericana pareció alcanzar su cum­ bre precisamente el 4 de marzo de 1933, el día en que Roosevelt sucedió a Hoover, jornada en la que suspendieron pagos todos los bancos neoyorquinos. El paro alcanzó en Estados Unidos el nivel máximo en 1932, pero en el verano de 1938 retornó a cifras parecidas a las de ese máximo. Sobre Gran Bretaña y esta etapa, escribe Johan Ákerman: "El fundamento de la política económi­ ca de Inglaterra en los años treinta debe buscarse en la difícil si­ tuación de la industria -clave después de la Primera Guerra Mundial-, y en el paro que se manifestó en todas las grandes zo­ nas industriales - las áreas deprimidas-, con excepción de la re­ gión londinense, que se había transformado en sede de nuevas

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ÍN D ICES DEL PIB p.c. (1929 = 100) Países

1929

1930

1931

1932

1933

1934

1935

Alemania

100'0

93'4

83'5

75'4

82'8

88'7

96'1

Australia

100'0

94'1

89'0

91'6

96'1

99'0

102'3

Austria

100'0

97'0

88'9

79'5

76'6

77'1

78'6

Bélgica

100'0

98'5

96'2

91'2

92'6

91'5

96'8

Canadá

100’0

95'0

79'0

72'5

66'5

72'9

78'0

Dinamarca

100'0

105'2

106'7

101*8

104'2

106'4

108'0

España

100'0

95'1

92' 1

94'1

91'4

94'9

94'7

Estados Unidos 100'0

90'1

82'5

71' 1

69'2

74'1

79'2

Francia

100'0

96'2

89'9

84'1

90'0

89'0

86'7

Gran Bretaña

100'0

98'9

93'4

93'5

95'9

10V9

105'4

Holanda

lOO'O

98'5

91'1

88'5

87'1

84'5

86'7

Italia

100'0

94'3

93'0

95'3

93'9

93'6

101 '8

Japón

100'0

91'3

90'7

96'8

104'8

103'6

104'7

Suecia

100'0

101'8

97'8

94'8

96'2

103'2

109'4

90'2

100'0

98'6

93'9

Suiza

Cuadro 2. Elaboración propia sobre cifras de Angus Maddison

industrias de consum o en pleno desarrollo. Entonces se dieron cuenta de la dificultad encontrada por la técnica y la organización inglesas -d e m a sia d o esclavas de la trad ición- para mantenerse al nivel de los otros grandes países industriales en su actitud pa­ ra realizar innovaciones. Sin em bargo, se pensaba que una gran parte de la subutilización de la capacidad de producción debía ser atribuida a la política monetaria de los años veinte y al nivel dem asiado elevado del interés, debido a exigencias del patrón oro" (Á kerm an, 1960: 467).

135

En el caso de Francia, el panorama también era sobrecogedor. Para un índice 100 en 1930 de la producción industrial, en 1931, era de 88'1; en 1932, de 68'3; en 1933 y 1934, repuntó ligera­ mente -76'2 y 70'3-, para derrumbarse de nuevo en 1935, con un índice de 67'3. Todo esto se producía mientras estallaban es­ cándalos tan importantes como el asunto Stavisky, por el que se produjo en 1934 el famoso choque en torno al Parlamento de la policía con los nacionalistas franceses. La alianza de Acción Francesa y los excombatientes del coronel La Rocque, los fa­ mosos Cruces de Fuego, estuvo a punto de cambiar el régimen francés. A continuación, apareció la experiencia económica­ mente caótica del Gobierno Blum del Frente Popular, que de­ fendió un programa que no pudo cumplir y que provocó un radicalismo obrero extremo, mientras a Francia no se le ocurrió otra cosa que introducirse en 1928 en el patrón oro y defender el núcleo denominado "bloque oro", que obligó a las duras me­ didas de Laval de 1935, que hundieron la industria de la cons­ trucción hasta niveles ínfimos. Si consideramos la actividad constructora en 1930 como el 100 por ciento, veremos que en 1931 era de 91'9; en 1932, de 73'0; en 1933, de 66'7; en 1934, de 60'4; en 1935, de 50'5; en 1936, de 477 y en 1937, de 41'4. El paro, la inflación y el desorden económico eran lo general. Por lo que se refiere a Alemania son bien claras estas pala­ bras de Antonio Ramos Oliveira en su, en general, bien traba­ jada obra Historia social y política de Alem ania4: "El año de 4 Debe anotarse, en justicia, que así como son deleznables, con juicio caritativo, las obras de Ramos Oliveira sobre España y su economia -E l capitalismo español al des­ nudo y Política, economia y hombres de la España moderna- y sus artículos en Leviatán en relación con nuestra realidad económica, este trabajo está documentado y se puede comparar de modo muy positivo con otros que tienen bastante mayor fama.

136

1930 se inició en Alemania con el despido en masa de los obre­ ros industriales. En los quince primeros días de enero queda­ ron sin ocupación 400.000 personas. A mediados de enero había ya cerca de 6 millones de proletarios sin trabajo. En el es­ pacio de unos meses el número de desocupados pasó de poco más de un millón a seis millones... Los seis millones de desocu­ pados habían de ser sostenidos por el Estado y los municipios. El obrero alemán sin trabajo recibía un subsidio. Su alimenta­ ción consistía en pan, patatas y verdura. Una vez a la semana podía comprar carne y, a veces, hasta recibía alguna mante­ quilla. El seguro de paro era en Alemania relativamente eficaz durante los seis primeros meses del desempleo. Pero a medi­ da que se prolongaba la falta de trabajo, el Estado iba abando­ nando al individuo. Al fin, se encargaba de su manutención la beneficencia municipal. Entonces la ayuda quedaba reducida a la mínima. Ya no había carne ni mantequilla; la dieta del sin tra­ bajo consistía ya solamente en patatas y verdura. Un plato de patatas y verdura costaba -precio especial para los desocupa­ d o s- 25 centavos de marco [...] Además de los parados, había obreros que solamente trabajaban tres o cuatro horas diarias. A muchos otros se les había rebajado el jornal [...] Alemania volvió a ser un país de mendicidad, como en la época de la gran inflación. Calculando que cada obrero sin trabajo hubiera de sostener a dos miembros de la familia -discurriendo por lo bajo- nos encontramos con 18 millones de alemanes en la mi­ seria, pendientes de la beneficencia pública. A esos 18 millones había que agregar otros 20 millones que vivían con salarios dis­ minuidos [...] La crisis (además) vino a destruir la posibilidad de que renaciera la clase media alemana" (Ramos Oliveira, 1964: II, 35-38).

137

Todo esto provoca una viva reacción que fue muy general, y que, en el caso de Alemania, señala a la perfección Hannah Arendt: La caída de los tabiques que protegían a las clases transformó a las dormidas mayorías existentes tras todos los partidos en una masa inorganizada e ¡reestructurada de furiosos individuos que no tenían nada en común excepto su vaga aprensión de que las esperanzas de los miembros de los partidos se hallaban conde­ nadas; de que, en consecuencia, los miembros más respetados, diferenciados y representativos de la comunidad eran unos im­ béciles y de que todos los poderes existentes eran no tanto ma­ los como igualmente estúpidos y fraudulentos. Para el nacimiento de esta solidaridad negativa, nueva y aterradora, no tuvo gran consecuencia el hecho de que el trabajador parado odiara el statu quo y los poderes existentes bajo la forma de par­ tido socialdemócrata; que el pequeño propietario expropiado odiara bajo la forma de un partido centrista o derechista, y los an­ tiguos miembros de la clase media y alta lo odiaran bajo la for­ ma de la extrema derecha tradicional. Las dimensiones de esta masa de hombres generalmente insatisfechos y desesperados aumentaron rápidamente en Alemania y Austria después de la Primera Guerra Mundial, cuando la inflación y el paro se suma­ ron a las quebrantadoras consecuencias de la derrota militar. (...) En esta atmósfera de ruptura de la sociedad de clases se desarrolló la psicología del hombre masa europeo. El hecho de que con uniformidad monótona, pero no abstracta, sobreviniera el mismo destino a una masa de individuos, no impidió que és­ tos se juzgaran a sí mismos en términos de fracaso individual y al mundo entero en términos de injusticia específica. Esta amargu­ ra centrada en sí misma, empero, aunque repetida una y otra vez en el aislamiento individual, no constituía un lazo común, a pesar de su tendencia a extinguir las diferencias individuales, porque no se hallaba basada en el interés común, económico, social o político. Su concentración, por eso, corrió pareja con un decisivo debilitamiento del instinto de autoconservación. La abnegación, en el sentido de que uno mismo no importa, el sentimiento de ser gastable, ya no era la expresión de un idealismo individual, sino

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un fenómeno de masas. [...] En comparación con la ausencia de materialismo (de estas masas alemanas), un monje cristiano pa­ recía un hombre absorbido por los asuntos mundanos. Himmler, que tan bien conocía la mentalidad de aquellos a los que organi­ zó, describió no sólo a sus hombres SS, sino a amplios estratos de donde los reclutó, cuando dijo que no se hallaban interesados en los 'problemas cotidianos', sino sólo 'en cuestiones ideológi­ cas importantes durante décadas y siglos, de forma tal que el hombre... sabe que está trabajando para una gran tarea que so­ lamente se presenta una vez cada dos mil años'. [...] Eminentes investigadores y políticos europeos habían predicho desde comienzos del siglo xix la aparición del hombre-masa y la llegada de una época de masas. (...) Las masas, contra lo que se predijo, no fueron el resultado de la creciente igualdad de condición, de la difusión de la educación general con su inevitable reducción de niveles y vulgarización de su contenido. (...) Pronto se vio con claridad que las personas muy cultas se sentían particularmente atraídas hacia los movi­ mientos de masas y que, generalmente, un individualismo y una complejidad altamente diferenciados no impedían, e incluso a veces favorecían, el abandono de sí mismo en la masa (...)s. 5 Parece bastante evidente que Hannah Arendt situase aquí a Heidegger con quien trabajó en los años veinte y de quien fue amante en esa época. Para conocer esta compleja historia, conviene leer el libro de Sylvie Courtine-Denamy, Hannah Arendt. Belfond, París, 1995. También se conocen multitud de informaciones útiles sobre es­ ta importante pensadora judía alemana a través de los libros sobre ella de Geneviéve Grandboullan, editado por Anthropos, en 1990, en París, y de Wolfgan Hever, en la versión editada por Jacqueline Chambón, en 1993. Hannah Arendt huye de Ale­ mania a Francia, por la llegada del nacionalsocialismo, en 1933, nada més concluir su tesis sobre San Agustín, y después, en 1940, escapa a España y, un año después, pasa a Estados Unidos. Contribuye a explicar muchas cosas sobre ella, creando la adecuada atmósfera, toda la amplia bibliografía que existe sobre Edith Stein, así co­ mo el libro de Rahel Varnhagen: además de en alemán, existe una versión en la bi­ blioteca de bolsillo francesa de Agora, en el n® 128, con el título de La vie d'une juive allemande i fepoque du romantisme. En la caída de Heidegger, tuvo mucho que ver un gran economista, también de Priburgo, Eucken. Quizá por ser buen economista supo resistir mejor al flautista de Hamelín que manipulaba esta situación de masas.

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Como fue tan inesperado el hecho obvio de que la individuali­ zación y la educación no impedían la formación de las actitudes de masas, se ha culpado frecuentemente a la morbosidad o al nihilismo de la intelíigentsia moderna de un odio hacia sí mis­ ma, supuestamente típico de los intelectuales, de una 'hostili­ dad a la vida' y a su antagonismo a la vitalidad. Sin embargo, los muy calumniados intelectuales eran sólo el ejemplo más ilustrativo y los más claros portavoces de un fenómeno mucho más general. La atomización social y la individualización extre­ mada precedieron a los movimientos de masas que, mucho más fácilmente y antes que a los miembros sociales y no indi­ vidualistas de los partidos tradicionales, atrajeron a los típicos 'no afiliados', completamente desorganizados y que, por razo­ nes individualistas, siempre se habían negado a reconocer la­ zos y obligaciones sociales. [...] las masas surgieron de los fragmentos de una sociedad muy atomizada cuya estructura competitiva y cuya concomi­ tante soledad sólo habían sido refrenadas por la pertenencia a una clase. La característica principal del hombre-masa no es la brutalidad y el atraso, sino su aislamiento y su falta de rela­ ciones sociales normales. Procedentes de la sociedad estruc­ turada en clases de la Nación-Estado, cuyas grietas habían sido colmadas por el sentimiento nacionalista, era sólo natu­ ral que estas masas, en el primer momento de desamparo de su nueva experiencia, tendieran hacia un nacionalismo espe­ cialmente violento por el que los dirigentes de las masas ha­ bían clamado contra los propios instintos y fines por razones puramente demagógicas (Hannah Arendt, 1974 [1998]: 396398).

Y

si se contempla el progreso de España, lo que el capitalis­

mo había hecho en España, se puede observar que en los 115 años que separaban 1820 de 1935, el PIB por habitante se había multiplicado por 2'63. Pero esto, que señalaba un débilísimo progreso, nada tenía que ver, como se contempla en el cuadro 3, con lo que se había multiplicado el PIB en esos trece países

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con los cuales se codea hoy España, obligada además por su historia6. El resultado era deprimente.

Países

Veces por las que se multiplica su PIB p.c. en el período 1820-1935

Alemania

3'74

Australia

3'41

Austria

2'26

Bélgica

3'71

Canadá

4'19

Dinamarca

4'30

España

2'63

Estados Unidos

4'25

Francia

3'32

Gran Bretaña

3'15

Holanda

3'08

Italia

2'82

Japón

2'90

Suecia

3'53

Cuadro 3. Elaboración propia sobre cifras de Angus Maddison Todo esto tenía que crear tal conjunto de vivencias, que to­ da persona sensible y culta tenía por fuerza que reaccionar an­ te lo que se agazapaba tras este panorama. Lidia Volchanínov, ® No se compara con Suiza porque sus series macroeconómicas se inician en 1870. De 1870 a 1935, el PIB p.c. suizo se multiplica por 2'68; el español, en el mismo pe­ ríodo, lo hace por 2*03.

141

la heroína del cuento de Chejov, Casa con desván, sostiene en una polémica: "La tarea más elevada y sagrada de una perso­ na cultivada es ayudar a sus semejantes, y nosotros tratamos de ayudarlos como podemos". No sólo Lidia opinó eso.

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Capítulo 4

El primer tercio del siglo xx de la economía española. Entre el pesimismo social y el vigor económico Javier Morillas Gómez 1. Po s ic ió n

r e la tiv a y e v o l u c ió n c o m p a r a d a

DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA RESPECTO A LA EUROPEA

En el terreno económico, durante el primer tercio del siglo xx, y junto al pesimismo que se extiende por amplios sectores de la sociedad española consecuencia del infeliz desenlace de la gue­ rra hispano-norteamericana, vamos a asistir a un vigoroso pro­ ceso de extensión y diversificación del aparato productivo. Para ser exactos, en 1900, la renta per cépita española era un 41'2 por ciento de la del Reino Unido, mientras que en 1930 era de un 52 por ciento, produciéndose un claro período de conver­ gencia real con el país pionero del proceso industrializador en el mundo; si bien las distancias se incrementan con respecto a Ale­ mania -que pasa del 59'1 por ciento de la renta inglesa al 70'8

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en igual periodo-, a Francia -que pasa del 63'2 al 87'4 por ciento -, e Italia -que salta del 41'9 al 60'1-, que experimentarán unas tasas de crecimiento superiores a las españolas e inglesas, aun­ que a su vez la ventaja de España sigue aumentando la distancia relativa con respecto a otros países, como Portugal -cuya renta per cépita en 1900 es el 25'4 por ciento de la británica, y en 1930 es sólo del 26'3 por ciento-, que apenas logra alcanzar la mitad de la renta española. Si analizamos el período 1900-1935 en su conjunto1, y a pesar del menor crecimiento de los primeros años de siglo y la clara desaceleración económica que se produce durante los años 1931-1935, la comparación internacional es igualmente elocuen­ te en cuanto la evolución del producto real per cópita. España crece a una tasa media anual acumulativa del 1'1, sólo por de­ bajo de Italia, que crece al 1'7, y por encima de Estados Unidos, Reino Unido, Francia o Alemania, que lo hacen al 0'8, 0'5, V0, y 1'0, respectivamente. V más aún, si dejamos al margen los todavía titubeantes pri­ meros años del siglo XX y los de la República, observando para ello el período 1913-1929, la tasa de crecimiento sube hasta el 1'8 anual, igual que la de Italia, y sólo superada por Francia en una décima -1 '9 - y de nuevo muy por encima del Reino Unido -0 '3 - y Alemania -0 '9 - y también de Estados Unidos -1'7. En todo caso, para España constituye un período con un ritmo de crecimiento económico y progreso evidente, que compensa parcialmente los años perdidos del siglo xix, aunque no tuviera la espectacularidad en cuanto a renta per cépita global de nuestros vecinos; éstos habían hecho un mejor aprovechamiento del siglo 1 García Delgado (1993 [2001]).

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precedente y venían empujados por la positiva inercia adquirida a lo largo de éste entrando ya en el conocido "climaterio". El que ambas realidades, fortalecimiento económico y fuerte pesimismo social, coincidieran en el tiempo, y que ambas fueran asumidas por sectores sociales relevantes, daría lugar a un cú­ mulo tal de contradicciones que acabaron, en España, por re­ sultar .irresolubles al iniciarse la fase contractiva del ciclo económico, combinada con el cambio de régimen de 1931, y la gran depresión mundial de los años treinta. Y

es que ciertamente, al iniciarse el siglo xx estábamos lejos

de aquel optimismo que nuestros agricultores reflejaban en sus coplas de manera prosaica, cuando apenas unas décadas antes, coincidiendo con la guerra de Crimea, decían "Agua y sol/ y gue­ rra en Sebastopol". Siendo no menos optimistas las de nuestros arroceros levantinos: "Cuando en Odessa y Moscú/ suenen los cañones de bronce,/ el arroz que hoy está a nueve/ mañana lle­ gara hasta once" (Lida, 1972: 57). 2. L a

r eo r d en a c ió n d el

Es t a d o

y el g a s to pú b lico

Pero al margen de cualesquiera percepciones, el siglo xx se ini­ cia en la economía española con un serio intento de rehabilitar las finanzas públicas, cuya descomposición y bancarrota se habían agudizado seriamente tras las guerras ultramarinas. El gobierno que integra Raimundo Fernández Villaverde, como recién nom­ brado ministro de Hacienda, elabora la reforma de Ley 2-9-1899, que conduce al importante cambio en la estructura del sistema impositivo, destacando el establecimiento de la contribución de utilidades, e intentando poner coto a una tradicional situación in­ flacionaria. Al mismo tiempo, Eduardo Dato iniciaba en 1900 lo

147

que sería la Seguridad Social, Maura creaba en 1903 el Instituto de Reformas Sociales, y en 1907 quedaba constituida la Junta pa­ ra la Ampliación de Estudios, auténtico motor para el impulso y la difusión de la investigación científica. La reforma fiscal suscitó una enconada oposición por parte de ciertos sectores de la burguesía española, motivando disturbios y movimientos de resistencia al pago de impuestos. No obstan­ te, el equipo Villaverde se mantuvo firme en sus criterios, inclu­ so tras asumir éste la Presidencia del Gobierno, en 1903 y 1905, logrando un rápido e importante saneamiento de la Hacienda, si­ tuación que se prolongó hasta 1909. Cuando la reforma surte sus efectos y se produce el equilibrio presupuestario ya no es preciso que el Estado acuda al Banco de España en demanda de recursos. La relación entre ambos cam­ biaba y la actividad del banco también. Éste empieza a llevar a cabo una de las funciones claves que ha de cumplir un banco central. Hasta entonces, el Banco de España, sólo había actuado co­ mo banco del Gobierno y había regido las reservas exteriores (Tortella Casares, 1970: 261-313). A partir de 1900, al convertir­ se en un instrumento de la política estabilizadora, fue también in­ térprete de la política monetaria. A pesar de ello la circulación fiduciaria no descendió como se buscaba, debido a la política de descuentos fijada por el banco. En 1902, la Ley de 13 de mayo y el Convenio de 17 de julio, intentan ir produciendo un descenso de los billetes en circulación, al establecerse una garantía metá­ lica más elevada y que el banco sustituyese la cartera de renta por una cartera comercial. Lo que se produce claramente es una disminución en el en­ deudamiento del Estado con el banco, a la vez que aumenta la

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cartera mercantil. Esto es, los recursos que el Banco de España destinaba a atender las necesidades financieras del Estado co­ mienza a dirigirlos hacia el sector privado de la economía, como consecuencia de las disposiciones legales establecidas, reorien­ tando parte del anterior gasto público improductivo, que ahora queda a disposición de los ciudadanos y las empresas. En 1903 aparecen por primera vez créditos concedidos con la garantía de valores mobiliarios y efectos comerciales, lo que no afectó a los beneficios de la entidad, que siguieron tan elevados como has­ ta entonces; ni tampoco a la cotización de sus acciones, que en­ tre 1900 y 1914 se movieron en una horquilla de entre 405 y 500 enteros. De esta forma, el Banco de España que había contribuido tan decisivamente a que se extendiesen las prácticas bancarias, se preparaba para dejar de ser la principal institución que funcio­ naba en dicho ámbito. Las instituciones financieras territoriales que habían surgido y proliferado por todo el país, principalmen­ te en el último tercio del siglo xix, iban creciendo y madurando, como en el resto de los países europeos. Bancos de carácter lo­ cal, como el Banco de Bilbao, Santander, Vizcaya, Sabadell, sin contar las múltiples Cajas y Montes de Piedad impulsadas por todo el país por la Iglesia, muchas ya centenarias, como la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid que al empezar el si­ glo xx cumplía su segundo centenario. Es decir, al disminuir la demanda financiera asfixiante del pe­ sado gasto del sector público y racionalizarse más el Estado, se oxigena el conjunto del aparato productivo del país, al tiempo que se consolida una importante banca privada. Una banca más orientada y eficiente en el servicio a la empresa y las necesidades apremiantes de unos ciudadanos laboriosos que encuentran más

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facilidades de liquidez para sus proyectos. El Banco de España quedaba, efectivamente, como un verdadero banco de bancos, función última de un banco central que el Banco de España nun­ ca antes había desempeñado. La primera intervención del banco en este sentido se produce en 1913, al vivir el Banco Hispano Americano -antiguo Banco Hispano-Colonial2- momentos de zozobra; como también ocu­ rriría con el Crédito de la Unión Minera de Bilbao, en 1914. Es en este nuevo marco, y con estas nuevas condiciones previas, co­ mo se va a producir el mejor aprovechamiento y la expansión de la economía española que se produce también con la Primera Guerra Mundial. La peseta se aprecia en los mercados mundia­ les y las continuas compras de oro del Banco de España estabi­ lizan el tipo de cambio. La expansión monetaria provoca un fuerte impulso para la modernización e industrialización del apa­ rato productivo del país, que se ve acompañado de un período de alta inflación, como es el comprendido entre 1914 y 1920. Sin embargo, la posguerra europea provoca la lógica bajada de precios, disminución en el tipo de cambio y falta de liquidez en el sistema bancario. Esto no hace que el Banco de España se desprenda del oro adquirido, ni que asuma plenamente su papel de banco de bancos, no acudiendo en socorro financiero de ins­ tituciones financieras privadas como el propio Banco Hispano Americano o el Crédito de la Unión Minera, que no pudieron por sí mismos evitar la suspensión de pagos. Y ello por las propias restricciones estatutarias fijadas para el Banco de España. La crea­ ción del Consejo Superior Bancario por la Ley de Ordenación

2 Sobre las vicisitudes de éste y sus conexiones con otras grandes empresas e insti­ tuciones financieras de la época nacionales y extranjeras. Morillas (1988 [1995]: 130).

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Bancaria de 1921 tampoco impedirá las quiebras que se produ­ cen entre 1920 y 1925. Al oponerse el Banco de España a vender sus reservas y pro­ ceder a una revaluación, los intentos de estabilizar el cambio, al final de la década de 1920, se llevan a cabo por medio del Co­ mité Interventor del Cambio, sustituido posteriormente, en 1930, por el Centro Regulador de Operaciones de Cambio y por el Centro Oficial de Contratación de Moneda, ambos fusionados en 19313. La obsesión de Primo de Rivera por mantener una pese­ ta fuerte, produjo una sobrevaloración de la misma que llevó a un desequilibrio en la balanza comercial, dificultando y entorpe­ ciendo la marcha de nuestros sectores productivos exportado­ res e incrementando las importaciones, a pesar del alto nivel de proteccionismo establecido en nuestra economía, lo que se aca­ bó manifestando contraproducente. Esta política de revaluación de la peseta mantenida también por la República, acabó dete­ riorando la demanda externa; al tiempo, en la demanda interna, los altos precios interiores de los productos importados acabó por deteriorar el consumo privado, lo que en su conjunto con­ tribuyó a la progresiva caída de la producción, unida al progre­ sivo desplome de la inversión a partir de 1931, metiendo al país en una espiral de contracción económica, y consiguiente alza del desempleo y del lógico descontento social. En enero de 1932 el número de parados alcanzaba la cifra de 389.000 personas, que fue subiendo hasta los 801.322 en junio de 1936 (Tamames, 1974: 158).

3 Tras la guerra civil fue sustituido por el Instituto Español de Moneda Extranjera, or­ ganismo encargado de todas las operaciones con el exterior hasta 1973.

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3. LA DIVERSIF1CACIÓN DEL SECTOR INDUSTRIAL

En el sector secundario, y reordenadas desde principios de si­ glo, aunque sea parcialmente, las finanzas públicas, la economía española va a caracterizarse durante aquellas primeras tres dé­ cadas por la extensión y diversificación de su tejido industrial. Un rasgo ciertamente novedoso y típico de la llamada "segunda revolución industrial", característica de los países vecinos indus­ trializados (Carreras, 1993). Dicho empuje es también posible por la inicial difusión de las innovaciones técnicas -a la que no fue ajeno el aliento de la Jun­ ta de Ampliación de Estudios-, fruto de una aplicación más siste­ matizada de la ciencia a la producción fabril: tecnología química, eléctrica y las derivadas del motor de combustión interna, junto a nuevos procedimientos en la siderurgia, máquina-herramienta, textil y otros sectores con larga tradición (García Delgado y Ji­ ménez, 1999). Responde asimismo a la nueva capacidad inversora que pro­ porcionan la repatriación de los capitales formados en las colo­ nias ultramarinas independizadas, y en especial de Filipinas y las Antillas; también en la atracción que el nuevo marco institucional sabe ejercer para renovar la intensidad del flujo de capitales bel­ gas, alemanes, ingleses y franceses, al menos hasta la Primera Guerra Mundial. También por los beneficios extraordinarios deri­ vados de la neutralidad de España durante dicho conflicto. El vigoroso impulso económico que experimenta la sociedad española, especialmente entre 1913 y 1931, responde también a la más decidida voluntad del Estado de "fomentar" la producción nacional mediante las sucesivas leyes de protección industrial y nuevos aranceles. Al estímulo, en definitiva, de la sustitución de

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importaciones a través de medidas que, además de las de pro­ tección arancelaria y aduanera, sitúan a las industrias y empresas españolas en condiciones más ventajosas tanto en el terreno cre­ diticio, como en el administrativo y fiscal. Desde esta óptica de las iniciativas empresariales, el fenómeno es muy perceptible a lo largo de los tres primeros decenios del si­ glo xx. Se renuevan, afianzan o crecen, según los casos, las em­ presas químicas, de automoción, astilleros navales, empresas eléctricas y de construcción y obras públicas; también toda una amplia gama de industrias transformadoras, desde las de maqui­ naria a las de reparaciones y construcciones metálicas; mientras, se moderniza el sector servicios, destacando las empresas de se­ guros, telecomunicaciones, transporte por carretera u hostelería. Desde la perspectiva del reequilibrio territorial, la difusión de la actividad productiva es también muy notable. Madrid se convier­ te en la ciudad más representativa de esta segunda oleada industrializadora en España; se afirma su condición de capital industrial, además de administrativa y financiera y como centro de las nuevas redes de transporte; por su parte, la redoblada vigorización de la industria valenciana se evidencia en su capacidad exportadora y en su gran variedad de producciones, al tiempo que cobran mayor fuerza, simultáneamente, las áreas industriales de Guipúzcoa, Zaragoza, Valladolid, Santander o Sevilla. Es decir, desde el punto de vista de la inversión, del surgi­ miento de proyectos empresariales, de la construcción de infra­ estructuras y obras públicas, de la generación de rentas, el panorama del primer tercio del siglo xx crece hasta cifras pro­ pias del entorno europeo. España por tanto no llega tarde a esa cita con la "segunda revolución tecnológica", sino que experi­ menta una aceleración del ritmo de crecimiento económico a

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medida que se avanza en dicho primer tercio del siglo; y que, aunque se desacelera a partir de 1931, va a suponer un recorte de diferencias respecto a los estándares europeos occidentales. Sin embargo, y frente a este progreso económico evidente, las crecientes desigualdades sociales que acompañan a todas estas fases del estirón del crecimiento, junto a la desaceleración económica, caída de la inversión y la demanda ya señalada, cre­ ciente desempleo y bajos salarios, especialmente durante la Re­ pública, van a acabar por crear un caldo de cultivo propicio para la agitación, las contradicciones sociales y lo que es peor, desde el punto de vista económico, el aventurerismo político.

4. El escaso c u ltiv o de la ciencia económica EN RELACIÓN CON EL AVENTURERISMO POLÍTICO

"Es la economía y no la política la que puede salvar a España", decía -sin mucho éxito- Ramiro de Maeztu en su Hacia otra Es­ paña, coincidiendo con el cambio de siglo. Y es que acabábamos de cerrar -sólo nominalmente- un siglo que en España había si­ do excepcionalmente propicio, precisamente, para el aventure­ rismo político, pero poco para la ciencia económica. La purga en las universidades, propia del retorno fernandino al absolutismo, el restablecimiento de la Inquisición, el cierre a todo intercambio y comunicación intelectual con el exterior, supuso una grave quiebra; especialmente en lo que se refiere al desarrollo de la ciencia económica en España4. 4 Durante los siglos XVI y XVII, con todas las limitaciones que se quiera, los auto­ res de la conocida como Escuela de Salamanca -Tom ás de Mercado, Martín de Azpilcueta, Francisco de Vitoria, Luis Sarabia, Francisco García, Martín González de Cellorigo, Luis de Molina o Pedro de Valencia- supieron llamar la atención sobre los grandes problemas de su tiempo -aun con sus soluciones discutibles- a través de

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Ésta había tenido un impulso notable a través de las Socieda­ des Económicas de Amigos del País (Anes, 1971). Activas enti­ dades que agrupaban lo mismo a intelectuales que a miembros de la nobleza o a ilustrados radicales, menestrales, comercian­ tes, clérigos o ganaderos, y sin cuyo concurso, impulso, infor­ mes y trabajos no se entiende el amplio período de expansión económica de la España del último tercio del xvm y principios del xix. Las Sociedades Económicas, extendidas por toda España, contagiaron al país su interés por la naciente industrialización, la innovación y los cambios en los sistemas de cultivo, en la gana­ dería, en la enseñanza, la mejora de la cualificación, la disciplina laboral, la creación de escuelas de fomento de la ciencia y de la técnica, la extensión del nivel de empleo, o la realización de obras de ayuda social. En su entorno se aglutinaron personali­ dades como el conde de Campomanes, autor del Discurso sobre el fomento de la industria popular de 1774; Pablo de Olavide, con su Informe sobre la Ley Agraria, o Gaspar de Jovellanos, con su Informe sobre el ejercicio de las artes, o sobre la misma cues­ tión agraria; gentes influyentes como el conde de Aranda, el con­ de de Florídablanca, Cabarrús y tantos otros, como José Ibáñez, constructor en 1797 en Lugo del primer alto horno de nuestra in­ dustria siderúrgica, luego marqués de Sargadelos. "Cuando yo me figuro -decía Olavide6 reflejando muy bien el espíritu que animaba a las Sociedades Económicas- que, con sus escritos, informes s la Corte o Memoriales al Rey. Durante el xvui, consejos co­ mo los del economista Jerónimo de Ustáriz -luego ministro de la Junta del Comer­ cio y la Moneda-, autor de la Teoría y prédica de! comercio y la marina, publicada en 1724, fue traducida a los principales idiomas europeos y citado por A. Smith. 5 El texto del Informe sobre la Ley Agraria de 1784 nos parece muy elocuente del es­ píritu que animaba a las Sociedades Económicas (Morillas, 1993: 199).

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sólo repartir esta tierra perdida de baldíos, puedo ver en España y en poco tiempo un inmenso y nuevo número de labradores útiles, una infinita multiplicación de frutos y ganados, un comer­ cio y circulación activa y laboriosa, y que estos mismos bienes producen otro fondo casi que puedo ver a mi nación culta y pu­ lida, llena de cáminos cómodos, de canales hechos, de riegos fa­ cilitados, y otras mil obras públicas que, al tiempo que pulen y adornan a la nación, están siempre fomentando la población y la agricultura, se inflama mi celo, y el amor que me penetra por mi patria se enciende en el más vivo y fervoroso entusiasmo". Su interés por la ciencia económica constituye un reflejo de su preocupación por la mejora del bienestar y la educación de las gentes; por el progreso de la nación, por eliminar los obstáculos a su desarrollo, por solucionar los problemas específicamente materiales, por la difusión de la técnica y la industria; y esa mis­ ma ilusión les llevó a fomentar por distintas vías el estudio de la Economía Política. De hecho, la primera cátedra española en es­ ta materia surgiría en Zaragoza, de la Sociedad Económica de esta ciudad, el 24 de octubre de 1784. "Una nación -escribía Jovellanos en este sentido’- que culti­ va, trabaja, comercia, navega, que reforma sus antiguas institu­ ciones y levanta otras nuevas, una nación que se ilustra, que trata de mejorar su sistema político, necesita todos los días de nuevas leyes, y a la ciencia de que se deban tomar sus principios [...] La economía [...] debe formar el primer objeto de los estu­ dios del Magistrado, para que consultado por el Gobierno pue­ da ilustrarle, presentándole los medios de labrar la felicidad del

6 Morillas (1993: 5), precediendo el texto original del Discurso sobre el estudio de la economia civil, de 1796.

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Estado (...) Así (...) corriendo los grandes y diversos conoci­ mientos que requiere la ciencia de la legislación hube de reco­ nocer muy luego que el más importante y más esencial de todos era el de la economía [...]; porque tocando esta ciencia la inda­ gación de las fuentes de la pública prosperidad, y la de los me­ dios de franquear y difundir sus benéficos raudales, ella sola es la que debe consultarse continuamente para la derogación de las leyes inútiles o perniciosas, y para la formación de las nece­ sarias o convenientes". Y, sin embargo, las propias Sociedades Económicas de Ami­ gos del País fueron marginadas, hostilizadas y cuasi condenadas a la desaparición. Las sanas energías e inquietudes sociales que antes éstas canalizaban de manera positiva y racional, empeza­ ron a buscar nuevos cauces en la clandestinidad. En 1832, un pionero poco conocido de nuestra industrialización, José Bonaplata, había introducido el vapor en la industria textil. Durante los años inmediatos, Barcelona desarrolla una importante indus­ tria de este tipo, y es en esta ciudad donde surgen las primeras asociaciones obreras; de tejedores concretamente, en 1840. Son la Asociación Mutua de Obreros, inspirada por Muns, y la Sociedad Patriótica, que tuvo por secretario a Abdón Terradas, no tardando ambas en fusionarse. Pero lo que en buena parte viene a sustituir a las Sociedades Económicas es una era de conspiraciones y luchas clandestinas en las cuales también están concertados los oficiales del Ejército que habían regresado de las cárceles francesas o de luchar jun­ to a los guerrilleros. Mientras a muchos de ellos se les relegaba a una posición secundaria, se daban prebendas a los supervi­ vientes del viejo régimen, que habían permanecido camuflados o en el mejor de los casos habían sido vapuleados por las tropas

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invasoras7. Los campesinos que tanta sangre habían derramado, empezaron a soñar con el reparto de la tierra de los colaboracio­ nistas, de los afrancesados, de los ricos latifundistas. Y

esos sectores sociales, que con tanta fuerza habían entrado

ya en la historia del país durante esos años, no estaban dis­ puestos a volverse atrás. Conocedores de esa predisposición, a él acudirían en adelante todos los nuevos arribistas, demago­ gos, aventureros políticos, y cortesanos, para utilizar tan precia­ do brazo, en sus conspiraciones, llegando a prolongar sus nefastas secuelas hasta el siglo xx. La lucha por los derechos sociales y constitucionales fue du­ ra, como duras eran las reivindicaciones del tradicionalismo car­ lista. Contra el Gobierno de Isabel II y la reina madre María Cristina hubo, en 1854, violentas manifestaciones en distintos lu­ gares de España. En julio de ese año diversas fuerzas políticas se coaligan en sus intrigas palaciegas contra Sartorius, que era, a la sazón, el favorito de turno de Isabel II. O'Donnell, que capi­ taneaba la resistencia a éste y jefe militar de prestigio, es busca­ do por la policía y halla escondite seguro en casa del hojalatero madrileño Ailer y del sastre Aguirre. El pueblo madrileño, con sus sociedades secretas, hace circular panfletos contra la reina y su Gobierno y contra María Cristina. Las deportaciones y las pri­ siones no le atemorizan. Batidos en Vicálvaro los militares de la oposición, fueron los colectivos más radicales -oportunamente movilizados- los que resolvieron la situación echándose a la ca­ lle y expresando su irritación contra los bienes y residencias de Sartorius, la reina madre, junto a los banqueros y empresarios

7 Daoíz y Velarde se habían rebelado en Madrid, sin ni siquiera imaginar que se pu­ diese haber firmado un pacto entre Napoleón y una fracturada Casa Real.

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más conocidos, como el propio Pepe Salamanca, impulsor entre otras muchas obras económicas de la construcción de ferroca­ rriles en España. En Barcelona se incendiaron y se destruyeron fábricas e instalaciones de hilaturas mecánicas. En Zaragoza, en noviembre de 1855, grupos armados intentan quemar las barcas que conducen trigo por el Ebro; parte de la Milicia Nacional se une a los amotinados y la ciudad queda dos días en su poder. Estos y otros acontecimientos conducen al alejamiento del po­ der de Espartero, subiendo O'Donnell, a quien no tarda en suce­ der Narváez. Pronunciamientos militares y más aventurerismo político, a los que sólo con la Restauración y la Constitución de 1876 se supo poner freno. A pesar de ello, cuando llega la encrucijada finisecular todavía "España es una nación que se halla no arriba, donde debe estar, si­ no debajo; explotada y no directora, sometida y no gobernante"8.

8 Germán Gamazo, político liberal (1838-1901), ministro de Fomento, Ultramar y Ha­ cienda. Estas referencias con tintes deliberadamente maximalistas figuran expuestas en Morillas (1978: 13-40), donde se procede al análisis del nacimiento de la lucha popular organizada en el siglo xix, y el surgimiento y planteamientos de FE de las JONS. La publicación de este libro me fue sugerida por Patricio González de Cana­ les antes de su fallecimiento; éste temía por la deriva que tomara la Falange Autén­ tica -vulgarmente conocida como Falange hedillista- de la que él había sido digno depositario durante largos años. El libro, de evidente carácter provocativo, constitu­ ye una obra colectiva, editada mientras me encontraba cumpliendo el servicio mili­ tar, conteniendo una elocuente recopilación de textos; entre otros el Manifiesto oficial del Comité Central del Frente Nacional de Alianza Libre, FNAL, de 1974, del que fue presidente Hedida, y el propio González de Canales hasta su muerte; tam­ bién otros manifiestos y elaboraciones teóricas congresuales del período 1973-76; así como sendos artículos de viejos camaradas del fundador de la Falange: Manuel Luis del Riego, 'Fuera las manos de José Antonio", y Narciso Perales, 'Una sociedad sindicalista', publicados originalmente en las revistas Cambio 16 (noviembre de 1976) y Opinión (diciembre de 1976), respectivamente.

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Esta era la descripción que de su país hacía todo un ministro de Fomento y Ultramar de aquel período de la Restauración. Sectores sociales cada vez más amplios se habían ¡do decep­ cionando de la política al uso, de los políticos y de los partidos. Entendían que sólo se les seguía queriendo como instrumentos para el logro de finalidades ajenas a sus aspiraciones. De ahí la acogida que, como derivada, empezaron a tener entre los nú­ cleos obreros las ideas y perspectivas que ofrecía la Asociación Internacional de Trabajadores a través de la interpretación de Miguel Bakunin La llegada de Fanelli fue decisiva y en el Con­ greso de Barcelona, el 19 de julio de 1870, queda fundada la Fe­ deración Regional Española como sección de la Internacional10. Cuando en septiembre de 1871 se celebra en Londres una con­ ferencia, convocada por el Consejo General de la Internacional, Anselmo Lorenzo asiste nombrado por la conferencia de Valen­ cia. En su obra, El proletariado militante, nos describe cuál fue el efecto que causó en su ánimo todo aquel ambiente de intri­ gas, personalismos y ruindades, en especial contra Bakunin, au­ sente, y todos sus seguidores, por parte de Carlos Marx y sus amigos. Comparados estos textos de Lorenzo con los escritos de Angel Pestaña, recogidos en sus "Consideraciones y juicios 9 La Internacional habla sido fundada en Londres en septiembre de 1864 y, en 1868, acudió a uno de sus congresos una Legión Ibérica representada por Sarro Magallán. Pese a todo no se mantenía ningún tipo de relaciones con España, donde se iban formando pequeños núcleos obreros organizados. 10 La represión gubernativa lleva a algunos miembros del Consejo Federal, como Anselmo Lorenzo y Morago a pasar a Portugal. Su breve permanencia equivalió pa­ ra los portugueses a lo que para los españoles supuso la llegada de Fanelli. En reu­ niones secretas celebradas en una barca del Tajo perteneciente a uno de los lusitanos, con Antero de Quental, Fontana, Maia y algunos más, se fundó el núcleo organizador de la Internacional portuguesa.

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acerca de la Tercera Internacional" en la Memoria presentada por éste al Comité de la Confederación Nacional del Trabajo en 1922, se observan unas similitudes y una línea de conducta que luego marcarían el modus operandi del régimen bolchevique, tras la revolución de octubre y el aplastamiento de los verdade­ ros soviets -caso de Kronstad-. En este sentido era un adelanto del régimen de terror que Lenin había iniciado y del que Stalin sería su consecuencia lógica. En este aspecto, la deriva anarco­ sindicalista que adoptó mayoritariamente el movimiento obrero en España constituyó un cúmulo de contradicciones e irracio­ nalidades evidentes, generadoras de grandes deseconomías durante el primer tercio del siglo en España. Sin embargo, de cara a los años treinta, contribuyó a vacunar, o al menos poner en guardia, a buena parte de la sociedad española y sus inte­ lectuales más solventes, sobre el tipo de régimen que se estaba desarrollando en Moscú, y que se pretendía con enorme desca­ ro exportar al exterior; el notable grado de analfabetismo exis­ tente en amplias capas del movimiento obrero llevó a éstas a ver en la Rusia de Stalin el gran faro para una supuesta libera­ ción de la humanidad. Pero antes, todavía en aquellos años finiseculares de conso­ lidación y expansión de la doctrina anarquista, la vida oficial continuaba, con poca sensibilidad respecto a cuanto ocurría11, por sus derroteros habituales. Siguen las loas *a aquellos va­ lientes soldados que están sufriendo en la Antilla toda clase de privaciones y cuyas madres se desprenden de ellos por puro Decir a este respecto que la propia Iglesia ya habla reaccionado. En 1891 publi­ caba su conocida encíclica social Rerum Novarum, y en los años inmediatos el car­ denal Cascajares intentaba, aunque con poca fortuna, algún cambio de rumbo (Morillas, 2000).

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patriotismo"1J. Daba la casualidad que sólo las madres de las clases populares habían dado señales de patriotismo, pues las cla­ ses dirigentes habían echado la llave a las Cortes el día en que iba a discutirse el servicio militar obligatorio, guardando, una vez más a sus hijos en casa, los cuales se eximían de dicho servicio mediante el pago de unas cuantas pesetas. No obstante, lo peor estaba por venir. Cuando Mackinley pa­ sa a ser presidente de los Estados Unidos, un hombre llamado Teodoro Roosevelt pasa a dirigir su Departamento de la Arma­ da. Éste empieza a funcionar muy activamente, inspirado por Roosevelt, quien nunca antes había ocultado a nadie su deseo de ver a todas las naciones europeas arrojadas de sus posesio­ nes en el hemisferio occidental. Luchó por la anexión de las is­ las Hawai, por la construcción de un canal en América Central y por el desarrollo de una potente armada. En diciembre de 1897 escribe a un oficial naval no ocultándole que sus deseos eran poder tener la oportunidad de usar la flota contra "alguna po­ tencia extranjera, preferiblemente Alemania, pero yo no soy exi­ gente y la usaría contra España si no aparece nada mejor" 1\ Así pues, cuando las ya antiguas presiones de los sectores taba­ quero y azucarero americanos, se combinan con el aura y el apoyo mediático a la lucha de los independentistas cubanos, Roosevelt está preparado. Para la confiada sociedad española, el golpe moral y el im­ pacto emocional que va a tener el desenlace de la guerra alcan­ za un profundo calado. A todo el pesimismo propio de la

12 Tales fueron concretamente las palabras del general Martínez Campos tras regre­ sar de Cuba y pronunciar en 1896 un discurso en el Senado. Cit. en MH'aary Review XXXIX/2 (mayo, 1959), Ed. Hispanoamericana, p. 37.

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"literatura del desastre, se vino a sumar una desvertebración so­ cial creciente, fruto de la industrialización tardía, el conflicto car­ lista no cerrado, la guerra de Marruecos, la agitación socialista y anarquista [...] El disgusto social venía apuntando maneras por el recurso a la utopía". Este pesimismo, en muchas ocasiones estimulante pero en muchas otras confuso, cuando no irresponsable por demagógico y frustrante, mezclado con el nuevo período de aventurerismo po­ lítico que se abre -tras el asesinato anarquista de Canalejas- con un nuevo magnicidio en la persona de Eduardo Dato en 19211\ conduce a la proclama de Miguel Primo de Rivera. Su base argumental y primeros objetivos, expresados ya en su manifiesto de Barcelona del mismo 23 de septiembre de 1923, son la lucha contra: "La corrupción, el pistolerismo, la inacabable sangría de la guerra de Marruecos,...". "Si los políticos en defen­ sa de clase forman frente único, nosotros lo formaremos con el pueblo sano, que almacena tanta energía contra ellos", dirá en te­ legrama al presidente del Gobierno García Prieto. Por la prensa de la época, puede verse el amplio margen de confianza -cuan­ do no buena acogida- que se da al dictador, y la escasa oposición al mismo; diarios liberales como El Sol, intelectuales como Orte­ ga y Gasset, caricaturistas de izquierda como Bagaría, y tantos, se expresaron en su favor en aquel tiempo. El órgano del Partido

El asesinato de Eduardo Dato se produjo el 8 de marzo de 1921, y el de José Ca­ nalejas por el anarquista Pardiñas, en 1912. En ambos casos fueron ciertamente unos asesinatos muy selectivos, y extraordinariamente costosos para el mantenimiento del futuro del régimen constitucional y la convivencia en España, lo que debió ser valora­ do por el conjunto de la clase política del momento empezando por la oposición, lue­ go integrada en el Pacto de San Sebastián; como en 1936 lo sería el de José Calvo Sotek), de grandes intuiciones y creaciones económicas durante su etapa ministerial.

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Socialista Obrero Español del día 16 publicó un manifiesto firma­ do por el Secretario del partido, Saborit, y el de la Unión General de Trabajadores, Largo Caballero, aconsejando la no resistencia. Los logros sociales y la fuerte expansión económica del período primorriverista, que siempre se consideró transitorio, no evitaron las protestas de quienes reclamaban las libertades constituciona­ les, y mucho menos -aunque cedió- la violencia anarquista. Tras dejar caer -el 29 de enero de 1930- a Primo de Rivera, Al­ fonso XIII nombra presidente al general Berenguer, intentando restablecer la normalidad constitucional, al margen de la cual se había actuado en 1923. Planeando todavía sobre la bonanza eco­ nómica del período anterior, su lamentable pasividad institucio­ nal dio paso a la Presidencia del almirante Aznar. Éste, elaboró un programa de retorno a la senda constitucional en tres pasos: elecciones municipales, provinciales y a Cortes. Como estaba previsto, se celebran las municipales el 12 de abril, siendo elegidos 22.151 concejales monárquicos, frente a 5.775 republicanos. A pesar de ello, lejos de celebrarse las si­ guientes citas electorales previstas, la sorprendente carencia de masa crítica de aquel gobierno y la incompetencia de la clase política del momento, aconsejaron a Alfonso XIII el abandono; ello, pese a la oposición del ministro de Fomento, De la Cierva, en nuestra opinión el de mayor conocimiento económico. De forma súbita, improvisada y en dos días, se establecía la Repú­ blica. Desde muy diversos frentes, los partidarios del "cuanto peor, mejor", habían triunfado. Justo cuando además ya habían cruzado el Atlántico y campaban sobre España los efectos más perversos de la crisis de Wall Street. V cuando en octubre de 1934 el Partido Socialista -uno de los principales partidos supuestamente constitucionales y firmante

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del Pacto de San Sebastián- protagoniza la revolución de As­ turias, y rompe las reglas de juego, evidencia su disposición manifiesta a intentar el asalto al Estado incumpliendo la pro­ pia Constitución creada por la República. Con lo que parecía que apenas se había avanzado, ni siquiera con el cambio de régimen. La sociedad española estaba definitivamente fracturada. Y quizás en esta situación el juicio de los economistas debía haber terciado poniendo racionalidad ante situación económica tan es­ pecial. Ortega y Gasset había dicho en los años veinte que lo ur­ gente, lo más necesario en España era impulsar los estudios de Economía. De hecho, el profesor Zumalacárreguí, tras introdu­ cirse en éstos, al parecer por indicación de Miguel de Unamuno, escribió cómo, a principios de siglo: "iMe encontré tan solo y tan aislado en los comienzos de mi carrera [...] no había nada [...] ni una reunión de especialidad, ni seminarios, ni estudios de in­ vestigación. Nada (...) (en estudios de postgrado) (...) se podría decir que para que en tales condiciones hubiera economistas en España sería preciso creer en la generación espontánea" (Velarde, 1974: 243-244). Y la situación no mejoró sustancialmente en las tres décadas siguientes. José María Zumalacárreguí, Francis­ co Bernis, Antonio Flores de Lemus, Agustín Viñuaies, Bermúdez Cañete, demasiados pocos para generar masa crítica suficiente e influir en la situación; para divulgar criterios, ele­ mentos de juicio objetivos sobre la realidad económica del país, que era difícil, pero no sólo para España. Un análisis sin falsos optimismos, pero también sin masoquismo, a falta de solventes institutos de análisis, de instituciones y cuadros reputados, de líderes de opinión, empresariales, sociales o políticos con acep­ table formación económica.

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En lugar de todo ello, el sentimiento regeneracionista seguía alimentando las esperanzas de amplios sectores sociales duran­ te el primer tercio de siglo de la economía española, proporcio­ nando y recuperando ilusiones y fibra para la sociedad española. ¿Cuáles eran las razones de nuestros males?, ¿por qué nuestros diferenciales de renta y desarrollo con otros países europeos?, ¿por qué todavía tantos desequilibrios económicos, territoriales, sectoriales y sociales? A estas preguntas intentaron responder un buen puñado de personalidades e intelectuales. Para una de ellas, Joaquín Costa: "Sea la causa la que quiera, apartamiento geográfico y pobreza constitucional del territorio, defecto consiguiente de horizontes y de nutrición, agotamiento o falta de desarrollo o estaciona­ miento de la raza, es el hecho que le han faltado alas al pensa­ miento nacional para remontarse, poder de ideación, estímulos históricos, cultura filosófica y actividad cerebral en las escuelas, fuego evangélico en los pulpitos, levadura de profetas, ilumina­ dos y creadores de mundos nuevos, compenetración con Euro­ pa, libertad en la constitución",s. El regeneracionismo frente a los males de la Patria (Mallada, 1890) va a reclamar liderazgos fuertes, reformas radicales y cambios de rumbo en el entrama­ do económico, social y político del país, difundiendo su influen­ cia en todos los ámbitos de la sociedad española. Las deficiencias de la estructura agraria española (Campos Nordman, 1967), tantas veces puesta de manifiesto por las So­ ciedades Económicas, las asimetrías de la segunda industrializa­ ción, la violencia anarquista, la agitación obrera asociada a la

15 y ¡de Costa, Joaquín, Oligarquía, caciquismo y otros escritos, recopilación de Ra­ fael Pérez de la Dehesa, Madrid, Alianza Editorial, 1973.

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crítica religiosa, el mantenimiento del tradicionalismo carlista al margen de las instituciones del Estado, la propia precariedad del marco institucional, constituyeron el caldo de cultivo para el pe­ simismo y la critica ácida, propia de las reclamaciones regeneracionistas. Éstas, aunque con diferentes expresiones, se fueron caracterizando por la creciente puesta en cuestión de la estruc­ tura constitucional de la Restauración, acusándola de un libera­ lismo doctrinario, al tiempo que -con influencias de la escuela histórica alemana- se iba desarrollando la idea de un espíritu po­ pular, creador de un sistema político y jurídico original de cada nación. Para ello se fue dando importancia al estudio de toda clase de tradiciones para enraizar en ellas cualquier ordenación política y jurídica del país16. El espíritu de rebeldía contra lo que había sido la frustrante ex­ periencia de gran parte del siglo xix, y de los aspectos más ne­ gativos de la Restauración, se había venido manifestando en propuestas regeneracionistas de muy diferente formato. Macías Picavea considera, en El Problema nacional (1899: 82-83), vital y primario para España buscar y obtener el medio de redistribuir la muy irregular cantidad de agua. "Superar la división de los ca­ tólicos medíante la reagrupación de sus fuerzas en una ilusiona­ da empresa colectiva" era la propuesta del aragonés cardenal Cascajares, "con buena prensa, buenos profesores" y un líder "mezcla de Bismarck y San Francisco de Asís". En el pensa­ miento de su paisano Joaquín Costa, el regeneracionismo pasa por potenciar todos los organismos intermedios: familia, muni­ cipio, región, asociaciones, a las que daba un valor sustantivo y autónomo y que debían ser el cauce normal de desarrollo de las Vide Pérez de la Dehesa, Rafael, en la recopilación de J. Costa, o.c., p. 8 y ss.

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actividades humanas, potenciando la política educativa y reali­ zando una política hidraúlica que doblegara la adversa infra­ estructura física de la economía española. Figuras como Julio Senador Gómez (1915) reclamaban políticas de reforestación masiva, promoviendo "días del árbol" por los pueblos y ciuda­ des de todo el país, a modo de fechas de movilización anual, cual si de una vuelta al antiguo culto céltico del árbol se tratara. Lucas Mallada reclamaba una nueva ordenación del territorio y el impulso de los regadíos. La llamada cuestión social, parecía también tener solución desde la Rerum Novarum, que se esgri­ mía como el marco doctrinal adecuado para el cambio social y político que España necesitaba. Mientras que a unos, la crítica regeneracionista los llevó al socialismo, como a Unamuno en un cierto momento, a otros, como Ortega y Gasset, les llevaba a decantarse por la forma republicana de gobierno. Los desilusio­ nados de ésta empezaron a hacerse accidentalistas en cuanto a la forma del Estado. A antiguos dirigentes anarquistas los lleva­ ría al sindicalismo político, como a Ángel Pestaña. Otros mu­ chos, en fin, se instalaron en la reivindicación regíonalista, o se afirmaron en el tradicionalismo carlista. Y de esas mismas fuen­ tes surgiría la rebeldía joseantoniana por una nueva España. No fue posible la cohesión y el consenso social mínimo que España necesitaba para transitar por las procelosas aguas de los años de la Gran Depresión. De una depresión económica sin precedentes, y que daría lugar -también sin precedentes- a la mayor conflagración mundial que nunca había existido en el mundo.

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Capítulo 5

Sobre el pensamiento económico de José Antonio José Manuel Cansino Muñoz-Repiso Fernando Lara de Vicente 1. I n tr o d u c c ió n

La obra y el pensamiento del fundador más carismático de Falange Española ha sido abordada desde perspectivas tanto específicas como generalistas -e n este segundo caso funda­ mentalmente en forma de biografías-. Además del estudio de su figura como abogado realizado por Del Río Cisneros y Pavón Pereyra (1963), su filosofía política ha sido objeto de tratamien­ to monográfico en la Tesis Doctoral del profesor Moisés Si­ mancas Tejedor titulada "Las fuentes intelectuales del fascismo español. La génesis del pensamiento de José Antonio Primo de Rivera y su desarrollo hasta noviembre de 1934", defendida en la Universidad Autónoma de Madrid en 1999'. Desde el punto * Los autores agradecen a José María García de Tuñón los comentarios a una ver­ sión preliminar de este capítulo. 1 Recientemente (2003) se ha editado esta tesis de Simancas Tejedor.

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de vista económico, no podemos, sin embargo, tomar la fecha de 1934 como final de la evolución del pensamiento económico de José Antonio, particularmente en lo concerniente a la con­ cepción sindicalista del sistema económico nacional2. En este capítulo se aborda el pensamiento económico de José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia (1903-1936). Para ello, se analiza en primer lugar la formación académica recibida en materia económica. Esta primera parte aborda las enseñanzas recibidas durante su etapa como estudiante de Derecho en la Universidad Central de Madrid, así como durante el curso de doc­ torado que realizó posteriormente. En segundo lugar, el trabajo aborda una revisión de la literatura publicada sobre el pensa­ miento económico de José Antonio Primo de Rivera.

2. La

f o r m a c ió n e c o n ó m ic a d e

José A n t o n i o .

L a l ic e n c ia t u r a e n D e r e c h o

2.1. Los estudios universitarios en materia económica. La formación en Economía Política y Hacienda Pública José Antonio obtuvo el título de bachiller el 10 de octubre de 1917 tras finalizar los preceptivos estudios en junio del mismo año. Durante el verano de 1917 decidió emprender la carrera de Derecho, decisión en la que influyó Raimundo Fernández Cues­ ta, quien luego sería Secretario General de FE de las JO N S en la etapa previa a la Guerra Civil y tercer Jefe Nacional de la misma organización una vez que ésta recuperó su personalidad jurídi­ ca en 1976 según acuerdo del Consejo de Ministros de 16 de septiembre. No obstante, Serrano Súñer (1959) señala que José

2 En este sentido, véase Velarde (1972) y Morales (2003).

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Antonio, antes de comenzar sus estudios de Derecho, estudió Matemáticas, ciencia por la que sentía una especial devoción a juzgar por la obra de Ximénez de Sandoval (1941 [1980]). Miguel Primo de Rivera (PPJA: 19-20) reproduce el testimonio de Se­ rrano quien afirma que José Antonio "se incorporó como alum­ no oficial a nuestra promoción [se refiere a los estudios de Derecho] con un año de retraso por haber dedicado el año an­ terior a estudiar Matemáticas [...] con el propósito de hacerse ingeniero". Hasta 1943 las enseñanzas de Economía se impartieron esen­ cialmente en las facultades de Derecho, concretamente en las asignaturas de Economía Política y Hacienda Pública, ya que la primera Facultad de Economía3 no se creó en España hasta ese año. José Antonio cursó la mayor parte de sus estudios de Derecho en la Universidad Central de Madrid4entre los años 1917 y 1922, aunque realmente durante el curso 1917-18 lo que José Antonio estudió fue el "Preparatorio de Derecho", con lo que su primer año académico cursando la licenciatura fue el de 1918-19. Ximé­ nez de Sandoval (1941 [1976]: 29) señala que empezó la carrera como estudiante libre teniendo como profesor particular a don Alvaro Rodríguez Moya. De hecho, escribe el mismo autor que "por haber estudiado libre en los comienzos ha ganado algunas asignaturas, y dentro de la facultad se mezcla con dos cursos di­ ferentes", si bien no especifica cuáles. En la facultad coincidirá

3 La denominación completa fue Facultad de Ciencias Políticas y Económicas imi­ tando la denominación de la London Schoo/ of Economics and Political Sciences británica. 4 Actualmente, Universidad Complutense de Madrid.

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con personas de posterior relevancia política, como fue el caso de Ramón Serrano Súñer, quien con el paso de los años escribi­ rá sobre la vida universitaria del fundador de Falange. Nos referi­ mos en concreto a la obra Semblanza de José Antonio, joven (1959). José Antonio finalizó su licenciatura en julio de 1922, aun­ que el título de licenciado no se expidió definitivamente hasta el 20 de enero de 1923, debido a que el interesado lo devolvió por estar extendido erróneamente en favor de MJosé Primo de Rive­ ra" en lugar de "José Antonio Primo de Rivera". Pese a disfrutar de su licenciatura, no pudo incorporarse al ejercicio de la aboga­ cía hasta no cumplir la edad mínima legal. De hecho, José Anto­ nio no se incorporó al Colegio de Abogados de Madrid hasta el 3 de abril de 1925, cosa que hizo con el número 1.605. Ximénez de Sandoval, con seguridad el biógrafo clásico más popular de José Antonio, se encargó de reproducir las califica­ ciones que José Antonio obtuvo en la Universidad (1941 [1976]: 29-30). Personalmente comprobamos que el expediente acadé­ mico de José Antonio fue retirado del archivo de la Universidad Central de Madrid con fecha 10 de abril de 1940 "por orden del subsecretario del Ministerio de Educación Nacional", según reza en la portada de la carpeta del expediente académico de José Antonio. En ese momento ocupaba la subsecretaría de Educa­ ción Nacional el falangista Alfonso García Valdecasas6, siendo ministro de Educación Nacional José Ibáñez Martín, quien había sustituido a Pedro Sainz Rodríguez tras su cese en 1939 (Thomás, 5 Para la elaboración de este capitulo, y con objeto de recuperar este expediente, nos dirigimos al Archivo Histórico del Ministerio de Educación, al Archivo General de la Administración del Estado y a la familia García Valdecasas -e n este caso a travós de don Guillermo García-Valdecasas, hijo de Alfonso- en todos los casos las gestio­ nes resultaron infructuosas. El expediente no aparece.

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2001: 188). Centrándonos en las materias relacionadas con la Economía señalaremos que obtuvo la calificación de sobresa­ liente tanto en Economía Política como en Hacienda Pública. Sobre la ocultación de las calificaciones universitarias de José Antonio, el lector interesado debe remitirse al sabroso comenta­ rio de Ximénez de Sandoval (1941 [1976]: 30) introducido en la sexta edición de su obra6. Este mismo autor subraya que si bien José Antonio fue un destacado estudiante durante los últimos años de carrera, no lo fue tanto al comienzo de sus estudios uni­ versitarios. La razón para este limitado éxito académico estaba en el trabajo que realizaba en la empresa de importación de au­ tomóviles Colé y McFarland, cuyo representante en España era Antonio Saénz de Heredia -tío de José Antonio-. Su labor en la empresa consistía en ocuparse de la correspondencia en inglés.

2.2. Los maestros de José Antonio en estas materias En la Universidad Central de Madrid, las enseñanzas de Ha­ cienda Pública eran responsabilidad de la cátedra de Institucio­ nes de la Hacienda Pública a la que también estaba temporalmente acumulada la docencia de Economía Política. Por tanto, es de interés conocer a los responsables de ésta. Aracil (2001: 38) señala que el profesor José Manuel Piernas Hurta­ do tomó posesión de la cátedra de Instituciones de la Hacienda Pública de la Universidad Central de Madrid el 24 de junio de 1882. Piernas se ocupaba directamente de la docencia de Ha­ cienda Pública, mientras que la asignatura de Economía Política era responsabilidad de los profesores Francisco Javier Jiménez y Pérez Vargas y José María de Olózaga y Bustamante.

6 La sexta edición se publica en octubre de 1974.

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Cronológicamente, la primera asignatura relacionada con la Economía que cursó José Antonio en su licenciatura de Derecho fue Economía Política, asignatura que correspondía al primer año de carrera. Como se ha avanzado, la cátedra de Piernas Hur­ tado también se ocupaba de la docencia de la Economía Política estando esta asignatura a cargo de los profesores Francisco Ja­ vier Jiménez y Pérez Vargas y José María de Olózaga y Bustamante. Piernas Hurtado falleció en 1911 y fue precisamente de Olózaga quien le sustituyó en la cátedra de Hacienda Pública, mientras que la docencia de Economía Política continuó estando a cargo de Jiménez y Pérez de Vargas hasta su sustitución por Flores de Lemus. José Antonio estudió Economía Política preci­ samente en el curso 1918-19, el último de docencia de Francis­ co Javier Jiménez y Pérez Vargas. Dado que no se tiene referencia de manual alguno elaborado por Jiménez y Pérez de Vargas, suponemos que pudo utilizar como manuales básicos los que sí había publicado Piernas Hurtado pese a no haberse ocupado este profesor directamente de la enseñanza de Econo­ mía Política. La referencia de estos manuales que, en nuestra opinión, debió manejar José Antonio fueron su Introducción aI estudio de la Ciencia Económica (1895) y Principios elementales de la ciencia económica (1903). En 1920, y tras la muerte del catedrático Jiménez y Pérez Var­ gas, fue el profesor Antonio Flores de Lemus quien ocupó su lu­ gar en la cátedra, que ahora se denominaba de Economía Política. Aracil (2001: 63-64) recuerda que Flores de Lemus se reincorporó a la actividad académica en 1920 tras su paso como técnico por el Ministerio de Hacienda, al que se incorporó poco después de ganar en 1904 la cátedra de Economía Política y Ha­ cienda Pública en la Facultad de Derecho de la Universidad de

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Barcelona. La reincorporación de Flores de Lemus a la docencia universitaria se realizó tras ganar por oposición la cátedra de Economía Política7 de la Universidad Central de Madrid ante un tribunal del que formaban parte varios de sus discípulos. Entre estos discípulos se encontraban Ramón Carande0 y Vicente Gay Fornet9. Los discípulos de Flores de Lemus encontraron acomodo tras la Guerra Civil en la sección de economía del Instituto de Estu­ dios Políticos, institución directamente vinculada a la Junta Polí­ tica de FET y de las JO N S. La razón de esta coincidencia en la misma institución de liberales y falangistas la explica Velarde

^ Aracil recoge que Flores de Lemus recomendaba dos manuales para la asignatura de Economía Política: el de Camillo Supino -Principios de economía política (1920)y el de Friedrich von Kleinwáchter -Economía política (1925K si bien esto ocurriría con posterioridad al curso 1917-18, en el que José Antonio superó la asignatura de Economía Política. ® Ramón Carande fue nombrado consejero nacional de FET y de las JON S y miem­ bro del Instituto de Estudios Políticos al finalizar la Guerra Civil, a pesar de que la Co­ misión Depuradora del Profesorado Universitario dictaminó su separación definitiva del cargo de catedrático en excedencia que mantenía en la Universidad de Sevilla. Este dictamen, elevado a la Comisión de Cultura y Enseñanza, fue ratificado por la Junta Técnica del Estado con fecha 17 de mayo de 1937. Más de dos años después, el 7 de noviembre de 1939, una orden del ministro de Educación Nacional -José Ibáñez Martín- confirmó a Carande en su cargo de catedrático. Durante todos estos años Ramón Carande contó con el apoyo del que fuera su alumno, profesor univer* sitario y destacado falangista, Pedro Gamero del Castillo (Yñiguez, 2002: 83-87). 9 El profesor Vicente Gay fue catedrático sucesivamente en las universidades de Santiago de Compostela, Valladolid y Central de Madrid. Entre otras obras, fue autor de Hacienda Pública (1931) y Programa de Economía Política (1932). Desde el pun­ to de vista político, señalaremos que en 1937 fue nombrado delegado de Prensa y Propaganda, cargo creado a mediados de enero del mismo año y dependiente de la Junta Técnica del Estado (Rodríguez Jiménez, 2000: 245). En abril de 1937, Gay fue sustituido por el comandante Paz (Thomés, 2001: 155).

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(2001b: 106). Fue precisamente en el IEP donde coinciden Al­ fonso García Valdecasas y Pedro Sainz Rodríguez, recuperado para la vida pública por el primero tras su cese en 1939. Una re­ ferencia más amplia sobre la estructura del Instituto de Estudios Políticos puede encontrarse en Thomás (2001: 187-188). La segunda de las asignaturas de contenido económico que cursó José Antonio durante su licenciatura fue la de Elementos de la Hacienda Pública, asignatura correspondiente al tercer año impartida directamente por Piernas Hurtado. Para sus enseñan­ zas en esta materia utilizó primero el Manual de Instituciones de Hacienda Pública Española de Mariano Miranda y Eguía y del propio Piernas Hurtado (1869). Posteriormente, este manual fue sustituido por el influyente Tratado de Hacienda Pública y exa­ men de la española elaborado en solitario por Piernas Hurtado (1884-1885). Tras el fallecimiento de Piernas Hurtado en 1911 fue Olózaga10 el encargado de sustituirle en la cátedra y ense­ ñanza de Hacienda Pública. Dado que no tenemos noticia de que publicase ningún manual de esta materia, nuestra hipótesis es que siguió utilizando el Tratado de Piernas Hurtado. Por tanto, con este manual José Antonio cursaría la asignatura de Hacien­ da Pública el año académico 1920-21, precisamente coincidien­ do con la llegada del profesor Flores de Lemus a la cátedra de Economía Política.

10 Ya en los años treinta, la cátedra de José Marta de Olózaga fue ocupada por Agus­ tín Viñuales. La oposición a esta cátedra se celebró, concretamente, en la segunda quincena del mes de mayo de 1932, teniendo como candidatos a Bernia y a Viñua­ les. El tribunal la otorgó por unanimidad al segundo (Velarde, 1974; Fernández Cle­ mente, 2001: 545). Será también Agustín Viñuales el candidato en quien posteriormente José Antonio pensará para un gobierno de consenso nacional que acabase con la Guerra Civil.

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3. La

fo r m a c ió n e c o n ó m ic a de

J o s é A n t o n io .

Los ESTUDIOS DE DOCTORADO 3.1. Las asignaturas de doctorado y la influencia de Olariaga La temprana edad con la que José Antonio finaliza sus estu­ dios de Derecho le impide comenzar, como se ha señalado, el ejercicio de la abogacía; esta situación le lleva a comenzar los estudios de doctorado, tarea que emprende en el curso 1922-23. Conviene aclarar que José Antonio sí supera con éxito las asig­ naturas del doctorado, obteniendo la calificación de Matrícula de Honor en las cuatro asignaturas que integran el curso: Literatu­ ra Jurídica, Historia del Derecho Internacional, Derecho Munici­ pal11 y -e n lo que más nos interesa- Política Social. Sin embargo, José Antonio nunca llegará a finalizar su tesis doctoral, como acertadamente señala Ximénez de Sandoval (1941 [1976]: 36) y no como erróneamente recoge Miguel Pri­ mo de Rivera y Urquijo (PPJA: 49). Sobre el tema de la tesis existen dos versiones diferentes. La primera es la aportada por Río Cisneros y Pavón Pereyra (1963). Para estos autores, el guión de la tesis doctoral versaba sobre Derecho Romano IV, materia que ni siquiera cursa durante el doctorado. La segun­ da -p o r la que nos inclinamos- es la mantenida por Velarde, quien la obtiene del testimonio directo del propio Olariaga: el tema sobre el que versaba la inconclusa tesis doctoral de José Antonio fue el gremialismo inglés, materia que comenzó a es­ tudiar precisamente en las clases de Olariaga. Alguna confu­ sión surgió también con motivo de la aparición en el libro de 11 Las asignaturas obligatorias para realizar los estudios de doctorado eran tres, a ellas debfa añadir el alumno una cuarta de su elección. José Antonio eligió como asignatura optativa del doctorado la de Derecho Municipal.

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Adolfo Muñoz Alonso (1971) de la reproducción de un manus­ crito de José Antonio, concretamente la portada y la hoja en la que comienzan los apuntes de Marx. No obstante, se trata de los apuntes de las clases de doctorado y no de trabajos pro­ pios de la tesis. Así, en la portada de esos apuntes reza con le­ tra del propio José Antonio: "Apuntes tomados en la clase de Política Social por José Antonio Primo de Rivera. Alumno ofi­ cial. Madrid 1922". Estos apuntes están en posesión de Ramón Serrano Súñer, quien así lo desvela en su Semblanza reprodu­ cida parcialmente por Miguel Primo de Rivera (1996: 20) en la parte en la que el autor señala: "Conservo aún los cuadernos donde ponía en limpio -la noche misma de tomarlos- los apun­ tes de Política Social, asignatura del doctorado que explicaba Olariaga"1J. La formación económica más influyente en José Antonio ven­ drá de la mano del profesor Luís de Olariaga y Pujana, respon­ sable de la cátedra de doctorado de Política Social y de quien José Antonio llegó a ser profesor ayudante. A través de las en­ señanzas de Olariaga, José Antonio conoció y estudió la obra de dos autores con un mismo denominador común: su separación progresiva del marxismo debido a su componente determinista, así como por la ausencia de un marco ético-moral para el com­ portamiento humano. Estos dos autores fueron Georges Sorel y Mijail Ivanovich Tugan-Baranowski.

12 Con objeto de consultar estos apuntes, nos dirigimos a la familia Serrano Súñer -a través de don Fernando Serrano, hijo de Ramón- y a la familia Muñoz Alonso -a través de don Alejandro Muñoz-Alonso, hijo de Adolfo-. Don Fernando Serrano nos manifestó no haber encontrado entre los documentos de su padre los mencionados apuntes. Don Alejandro Muñoz-Alonso no atendió nuestra consulta.

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3.2. Sorel y el sindicalismo revolucionario13 Este ingeniero francés (Cherburgo, 1847, Boulogne-sur-Seine, 1922) fue en su origen un liberal en el sentido de Alexis de Toe* queville,4. Posteriormente, tras conocer a Marx y a Proudhon se convierte en un marxista fervoroso para, a partir de ahí, iniciar un proceso de alejamiento del marxismo que se refleja en Sagg¡ di critica de! marxismo (1903) y en ¿a décomposition du marxisme (París: M. Rivére, 1908). Sorel16 se enfrentará a las tesis deterministas de Kautsky e insistirá en la línea del revisionismo de Eduart Bernstein en los aspectos voluntaristas y éticos de la doctrina16. Posteriormente, Sorel evolucionará hacia el sindica­ lismo revolucionario, llegando a ser en opinión de Spiegel (1991: 564) "el principal teórico del sindicalismo". Entre 1905 y 1908 escribió para el Mouvement soda/¡ste, órgano del sindica­ lismo revolucionario, donde publicó sus obras más conocidas, en particular, Les i/lusions du progrés (1908). Sorel acabará también desencantado del sindicalismo revolu­ cionario. A partir de aquí se produce un gran desacuerdo entre los autores que han estudiado su obra e influencia política. Así -e n un sentido- el profesor Stanley G. Payne (1995) señala el ne­ xo entre el sindicalismo de Sorel y el fascismo italiano a través 13 Sobre este tema pueden verse el capítulo 9 del libro De la protesta a la propues­ ta de Gustavo Morales (1996: 148-155). Sobre el mismo tema versó su intervención en el curso "1939-1999. La Guerra Civil 60 años después' de la Universidad Interna­ cional de Andalucía, Sede de La Rábida (julio de 1999). En esta etapa de su pensamiento escribió Le procés de Socrate (1889). Una amplia referencia a la obra de Sorel puede encontrarse en Spiegel (1989 (1990): 867). Eduart Bernstein (1850-1932) fue el primer autor en reivindicar el factor ético den­ tro del socialismo.

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de la Teoría de las Élites de Vilfredo Pareto y la obra de Gaetano Mosca. Esta conclusión la fundamenta en la afirmación de Sorel según la cual Mel socialismo debería sostener una nueva cultura y una nueva psicología, que reconociera la importancia de las fuerzas morales y emocionales y el poder motivador del idealis­ mo y el mito" (Payne, 1995: 42). Frente a la opinión de Payne, Spiegel (1991) limita la coinci­ dencia entre Sorel y Pareto a la importancia que ambos atribu­ yen al factor irracional en la vida social. En mayor desacuerdo con la línea Sorel-Pareto (Mosca)-Mussolini, George Goriely afir­ ma (1976:139) que: "A menudo se acusa equivocadamente a Sorel de haber jugado un papel ideológico en el advenimiento de las modernas dictaduras. [Sorel] siempre denunció cuanto pudiera dar a la acción socialista un aire jacobino o blanquista, cuanto pudiera someterla a la dirección autoritaria de un partido y, a fortiori, de un hombre". J. A. Schumpeter afirmará (1971 [1994]: 850) en relación a Sorel que: "Sus transitorias simpatías por el sindicalismo revo­ lucionario, el fascismo italiano y el bolchevismo leninista no ejemplifican más que un aspecto de su pensamiento y no tie­ nen importancia primaria para el conjunto del mismo. [...] Des­ de nuestro punto de vista interesa observar Ja afinidad de algunas ideas de Sorel con las de uno de los más grandes eco­ nomistas del período, Pareto. Otras afinidades no nos intere­ san aquí". Probablemente será la reivindicación de Sorel de la dimensión ética de la lucha revolucionaria17-idea que le acompañó durante

17 Schumpeter (1971 [1994]: 850) señaló que todas las obras de Sorel estaban vin­ culadas por su "hostilidad al intelectualismo burgués".

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casi toda su vida- la influencia más notable que G. Sorel dejó sentir en José Antonio, entre otros,B. José Antonio conoció la obra de Sorel a través de las ense­ ñanzas de Olariaga. Es conocida la sólida formación en sindica­ lismo adquirida por Olariaga fundamentalmente en el mundo de la London School of Economics and Political Sciences, a cuyo desarrollo asistió. Su obra periodística muestra el conocimiento que el maestro de José Antonio tenía del pensamiento de Sorel. Para fundamentar lo anterior acudimos a la obra de la profesora Pérez de Armiñán y García-Fresca (1991). Esta autora -sobrina del mismo Olariaga- ha realizado un exhaustivo análisis de la obra periodística del maestro de José Antonio. En relación con el pensamiento de Sorel deben mencionarse el artículo titulado "De la ideología social. Las doctrinas del sindicalismo revolucio­ nario”, cuyas dos partes vieron la luz en el diario £/ So/ el 12 de noviembre ("I. Su crítica del Estado") y el 19 de noviembre ("11. Su filosofía de acción") de 19191B. El conocimiento amplio de la obra de Sorel por parte de Jo ­ sé Antonio puede documentarse sobradamente. Tres son las fuentes sobre las que sostener la afirmación anterior, dos de carácter directo y una indirecta. Ordenadas cronológicamente son éstas: las lecturas que recomienda a los militantes de Fa­ lange desde su cautiverio en la Cárcel Modelo de Madrid, sus papeles póstumos y el testimonio que ofrece Ximénez de Sandoval.

Entre los nacionalsindicalistas influidos por la obra de Sorel, debe destacarse es­ pecialmente al joven filósofo Ramiro Ledesma Ramos. También es de interés su artículo "Socialismo de Estado y socialismo democráti­ co", España (Madrid) 45 (diciembre de 1915), pp. 3-4.

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Con respecto al "plan de lecturas" que José Antonio reco­ mendará desde la cárcel a los militantes de Falange, Agustín del Río Cisneros (OCJA: 1.213) señala que de entre los libros que és­ te recibe de su biblioteca particular con la intención de continuar ocupándose de la formación política de los falangistas se en­ cuentra Réf/exions sur la violence (1908) de Sorel20. Por su parte, al publicar los papeles póstumos de José Anto­ nio, Miguel Primo de Rivera detalla el contenido de la carpeta número 20, cuyo documento 60, titulado "Cuadernos de notas de un estudiante europeo", constituye el boceto de lo que en pa­ labras de José Antonio sería "un índice [...] de los temas que preocupan a toda la juventud de nuestro tiempo". En el esque­ ma de este documento José Antonio anota (PPJA: 169) -con la intención de utilizarlo en un posible desarrollo futuro- el nombre de Sorel y el prólogo a las Réf/exions sur /a vio/ence. En tercer lugar -com o veremos en el apartado siguiente- Ximénez de Sandoval se refiere a los frecuentes diálogos que José An­ tonio sostenía con Olariaga, en los que analizaban y comentaban las obras de destacados autores relacionados con la disciplina que impartía este profesor. Naturalmente, entre ellos estaba Sorel. A la evidencia mostrada añadiremos la opinión vertida por Luis Mayor Martínez en su obra Ideologías dominantes en el Sindicato Vertical, donde analiza la influencia de Sorel y el sindicalismo re­ volucionario en el nacionalsindicalismo en general (1972: 49). Esa influencia se haría notar principalmente en Ramiro Ledesma, que escribiría su artículo "La vitalidad nacional" con el mismo espíritu

20 Junto a la recomendación de la obra de Sorel, José Antonio incluye la obra Democracy in crisis (1933) del teórico laborista Harold Joseph Laski, del que también pudo tener noticia a través de las enseñanzas de Olariaga.

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con que Sorel rechazaba la "ciencia burguesa", asumiendo -dice Mayor (1972: 51)- el vitalismo político, el desprecio al político y al intelectual, la necesidad de una vanguardia intelectual y la mística de la violencia. El mismo autor considera que la influencia soreliana es directa en el pensamiento de los fundadores del nacionalsindicalis­ mo, si bien no llega a través de la atracción que algunos de ellos pu­ dieron sentir por Mussolini y el fascismo italiano. Para Mayor Martínez, los planteamientos sorelianos aparecerían en las formu­ laciones anarcosindicalistas, lo que supuso un punto de contacto entre este movimiento y el movimiento nacionalsindicalista. De ahí se derivaría la positiva actitud mostrada desde el primer momento por los nacionalsindicalistas hacía la CNT, es decir, de la coinci­ dencia en ambos movimientos en las tesis básicas del sindicalismo revolucionario y en la doctrina soreliana (Mayor, 1972: 55-56)21. Después de analizar las posibles relaciones y conexiones entre las JO NS y la CNT, Mayor Martínez (1972: 60) hace una única re­ ferencia a José Antonio en este análisis de la influencia de Sorel en el nacionalsindicalismo, aludiendo a la admiración que aquel sentía por Ángel Pestaña y a su intención de recibir en la Falange a quienes se apartaran de la C N T 22.

21 De manera particular, Ledesma exaltará el espíritu antipacifista y guerrero de la CN T y su orientación soreliana que la habían convertido en la fuerza obrera más ca­ pacitada y combativa frente al artilugio burgués. 22 Respecto a la posible entrevista entre José Antonio y Pestaña, Mayor considera que nunca llegaron a hablar directamente. A una conclusión diferente llega Antonio Saa Requejo (1999: 104-105), quien tras indicar que se ha especulado mucho sobre esa entrevista, refiere la versión de De Lera y el contenido de l8 conversación que mantuvieron, añadiendo un comentario de Abad de Santillán afirmando que Pesta­ ña sostuvo ante algunos correligionarios suyos que habría sido razonable un acer­ camiento con José Antonio. Sin indicar la página, Saa toma la referencia de Ángel María de Lera (1978: 309-311).

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3.3. Marxismo, Tugan-Baranowski y José Antonio

3.3.1. El conocimiento de la obra económica de Marx Velarde (2001a: 9) ha escrito acertadamente que José Antonio habló siempre con respeto de los puntos de vista de Marx. La controversia sobre si José Antonio leyó o no directamente a Car­ los Marx es una polémica absolutamente menor que resuelve por una parte José María García de Tuñón (1995 [1996]: 203), por otra el profesor de la Universidad Católica de Buenos Aires Vicente Gonzalo Massot (1982 [1997]: 21) y final y nuevamente, Ximénez de Sandoval (1941 [1976]: 34), quien afirma que El profesor Olariaga todos los días entablaba diálogos con José Antonio sobre las teorías explicadas. Y era de admirar por todos los condiscípulos la seguridad con que su compañero [José Antonio] rebatía los conceptos de Bakunin, de Marx o de Sorel, que no coincidían con sus apreciaciones íntimas. Más interesante es el juicio de José Antonio sobre el marxis­ mo, una cuestión recurrente entre falangistas y detractores de Jo­ sé Antonio. Sin embargo, no por recurrente la cuestión está aún por dilucidar; en este sentido, la obra seminal del profesor Adol­ fo Muñoz Alonso, de la antigua Universidad Central de Madrid, deja zanjada la cuestión. Así, en su opinión José Antonio reivin­ dica como justa la bandera levantada por el marxismo para luego rechazarlo en la línea de Sorel, Tugan-Baranowski, Toynbee23 y 23 Amold Toynbee (1852*1883) fue un economista inglés -tío del famoso historiador del siglo xx- que combinó una intensa convicción religiosa con el combate en Oxford de las doctrinas liberales del laissez-faire. Defendió un socialismo no colectivista, al tiempo que fue un abierto defensor del socialismo municipal con el que més tarde se identificarían los fabianos. Es probable que Olariaga conociera a Toynbee directamen­ te o a través de sus obras aunque, en rigor, esta posibilidad necesita ser fundamenta­ da. Mucho més interesante es el hecho de que Toynbee fuera, junto con Bagehot y C. Leslie, uno de los autores que desarrollaron la versión inglesa del historicismo alemán.

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otros, es decir, por la vía de la ausencia de valores espirituales. De manera resumida, José Antonio asume la vindicación de la justi­ cia social al tiempo que repudia el materialismo histórico marxista construido sobre bases hegelianas y darwinistas. De manera esclarecedora, Muñoz Alonso (1971: 179-180) escribirá: Si luego resulta que las aspiraciones revolucionarias del so­ cialismo originario, asumidas por José Antonio, pueden ser sa­ tisfechas en un sistema socialista, con valores espirituales, radicalmente antimarxista en el ideario y en el procedimiento táctico -como sería el nacional-sindicalismo-, habrá que retener que, en el pensamiento de José Antonio, el socialismo conde­ nable no es el que conduce "a las sociedades modernas hacia la igualdad de la condición humana y a la generalización del bienestar”14, sino el que monta la transformación sobre unos pre­ supuestos ideológicos contradictorios con la libertad de la per­ sona singular y con la sociabilidad inmanente del ser humano. José Antonio demostró tener un conocimiento absolutamen­ te solvente del pensamiento económico de Marx (Funes, 2003) y que éste plasma en su obra El Capital. Ello es así no sólo por la licencia de erudición que se permite José Antonio al referirse al hecho de que Marx sólo publicó en vida el primer tomo de los tres que integraban la totalidad de esta obra26, sino por referirse con rigor a las predicciones marxistas sobre el futuro del siste­ ma capitalista. 24 Muñoz Alonso inserta en este punto una referencia a Meynaud (1964: 8). 25 Marx publicó en 1867 el primer volumen de Das KapHa/ con el titulo de Una criti­ ca de la economía política. Tras la muerte de Marx, Friedrich Engels publicó los otros dos volúmenes en 1885 y 1894, respectivamente. Aunque José Antonio afirma que Marx no publicó la totalidad de £/ Capital por tratarse de “un libro formidablemente grueso' (CXXIA: 633), parece que su autor tuvo severas dudas sobre la oportunidad de seguir publicando su obra tras conocer las críticas al primer volumen que formu­ laron los economistas de la Escuela austríaca, en particular Bóhm-Bawerk.

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Como es sabido, Marx no formula una explicación única acer­ ca de la crisis económica capitalista sino tres. A todas ellas y de forma separada se refiere José Antonio en la conferencia pro­ nunciada en el Círculo de la Unión Mercantil el 9 abril de 1935 bajo el título: "Ante una encrucijada en la historia política y eco­ nómica del mundo" (O CJA: 625-643). Así, José Antonio habla en primer lugar de la crisis económica asociada al aumento de la composición orgánica del capital76. En segundo lugar, de la cri­ sis derivada de la concentración de capital -que él denomina aglomeración- y de la proletarización progresiva de la sociedad; y, finalmente, de la crisis por superproducción. Sobre esta cues­ tión volveremos más adelante al estudiar las obras monográfi­ cas dedicadas al pensamiento económico de José Antonio.

3.3.2. La influencia de Tugan-Baranowski Como hemos avanzado, Tugan-Baranowski (1865-1919), eco­ nomista inicialmente marxista, fue considerado por la ortodoxia comunista como revisionista incluso antes que Bernstein, máxi­ mo representante del revisionismo alemán. En la carta fechada en Zarauz el 3 de septiembre de 192427, Jo ­ sé Antonio agradece a Olariaga el libro de Tugan-Baranowski, si bien no especifica el título del libro. En la citada carta al profesor Olariaga, José Antonio escribe: José Antonio es un crítico del fenómeno del maquinismo a quien responsabiliza en parte del alto nivel de paro que azotaba Europa. En la misma línea de crítica ha­ cia el maquinismo irá una interesante ponencia elaborada por el que luego sería II Jefe Nacional de FE de las JONS, Manuel Hedida, presentada en el seno del II Con­ sejo Nacional de Falange celebrado durante los días 15, 16 y 17 de noviembre de 1935 (Rodríguez Jiménez, 2000: 235). 27 Se conservan tres cartas remitidas por José Antonio al profesor Olariaga, fecha­ das el 15 de julio, 16 de agosto y 3 de septiembre de 1924.

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Mi querido don Luis: hace mucho tiempo que debía haberle dado las gracias por el libro de Tugan que me ha prestado pa­ ra leer [...]. En cuanto al libro de Tugan, aún no he acabado de leerlo, pe­ ro ya veo lo útil que es para equilibrar los efectos de la maravi­ llosa dialéctica de Marx." En los primeros años del siglo xx, Tugan-Baranowski abando­ nó la economía marxista y el determinismo filosófico” rechazó el concepto de lucha de clases y subrayó, como también haría Sorel, la importancia de los factores morales y sicológicos en las relaciones sociales, si bien siguió considerándose a sí mismo un socialista *.

La carta en cuestión es imperfectamente reproducida por Ximénez de Sandoval (1941 (19761: 35). 29 Schumpeter (1971(1994]: 961) afirma que el marxismo fue la principal influencia formativa de casi todos los economistas rusos del período que abarca el último cuar­ to del siglo xix y la primera quincena del siglo xx, manteniendo que Marx era el au­ tor que los economistas intentaban dominar a fondo. Una educación marxista era algo obvio incluso en los autores que se oponían a Marx. Señala como el más emi­ nente de los críticos semimarxistas de Marx a Tugan-Baranowski. Tugan-Baranowski intentó explicar el problema del ciclo económico por medio de las desproporciones existentes entre las industrias productoras de bienes de consu­ mo y las industrias productoras de bienes de capital, considerando la desproporción en la inversión como elemento principal de la depresión (Seligman, 1967: 57). Afir­ maría que el mantenimiento de las proporciones adecuadas entre los sectores de la economía permitiría que el capitalismo evolucionara por sendas equilibradas. Al ex­ tender esta afirmación a las cuestiones internacionales, resulta que el imperialismo no sería un desarrollo inmanente del capitalismo, sino cuestión de política (1967: 114). Aunque Tugan-Baranowski estuvo claramente influenciado por Marx, se inspiró tam­ bién en los clásicos ingleses y en los economistas de la Escuela austríaca, de mane­ ra que, en muchos sentidos, su análisis teórico fue una fusión de la teoría de la utilidad marginal y la teoría del valor-trabajo, nexo de unión entre la obra de Ricardo y Marx. A Tugan-Baranowski se le consideró asociado con el grupo de los denomi­ nados "marxistes legales' de Peter Struve.

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En la comprensión de lo económico de José Antonio pudo muy bien influir la concepción que Tugan-Baranowski desarrolló subra­ yando la importancia del comportamiento ético y la cooperación (Seligman, 1967: 123-129). Tugan-Baranowski rechazó la teoría marxista de la explotación e insistió en que, mientras los benefi­ cios derivaban de un complejo de factores productivos, su distri­ bución venía afectada principalmente por la fuerza de la negociación relativa de las diferentes clases de la sociedad. De­ clara como causa de las perturbaciones cíclicas y el desempleo re­ sultante a la desigualdad de rentas en una sociedad (Schumpeter, 1967: 1.226). La obra más conocida de este autor fue Promysh/ennye krizisy v sovremennoi Angli /Las crisis industriales en Inglaterra] (1894)31. No obstante, es igualmente posible que José Antonio estuviera le­ yendo la traducción inglesa publicada en 1910 de Souzemennyi sotsia/iszm u ' svoem' ¡storicheskom' razyitii' [El socialismo moder­ no en su desarrollo históricoJ (1906), obra más ajustada al perfil de la asignatura impartida por Olariaga y seguida por José Antonio. En opinion del profesor Simancas32, es posible que José An­ tonio manejase también Teoreticheskiia osnovy marksizma A principios del siglo xx, este revisionista del marxismo -m uy próximo, como se ha se­ ñalado, a la posición de Bemstein- consideró que la lucha de clases era un error fatal que no tenía que ver con el análisis económico o con la interpretación económica de la historia. Consideraba insostenibles las teorías del valor-trabajo, el concepto de ex­ plotación y la doctrina de Marx de la miseria creciente y ello a la vista de los hechos so­ ciales que había analizado. Consideró que el capitalismo no resolvería su problema económico fundamental -separación entre el consumo y la producción- y mantuvo que las crisis serían cada vez más intensas, y que únicamente una economía socialista podía lograr el equilibrio de fuerzas para un equilibrio sostenido (Seligman, 1967: 124). 31 Traducida al francés en 1913. 32 Carta fechada el 10 de enero de 2000.

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[Los fundamentos teóricos de! marxismo] (1906), cuya primera edición española es de 191533. En esta obra podemos encontrar -en palabras de Luis Recasens Siches (1947)- un agudo análisis crítico de la concepción materialista de la Historia. En la tesis de Marx, la economía era el factor decisivamente determinante de todo el proceso social e histórico. En cambio, para Tugan-Baranowski, la economía queda reducida tan sólo a un factor condi­ cionante de todas las demás actividades, siendo sus principales rectificaciones las siguientes: 1. Amplía el concepto de factor económico de Marx, ensanchándolo e incluyendo en él los procesos de cambio. 2. Amplía la noción de materia social, incluyendo ade­ más de las fuerzas económicas otra serie de intereses, necesidades y estímulos. 3. Muestra que muchas de las obras y productos que aparecen en un momento como medios utilitarios para satisfacer necesidades de carácter material no tuvieron

33 Aunque José Antonio hablaba inglés y francés y -p o r lo tanto- podía haber utili­ zado las ediciones en estas lenguas de las obras de Tugan-Baranowski, referimos aquí siguiendo a Huerta de Soto (2002 [1998]: 444) las obras de dicho autor publica­ das en castellano en esas fechas: "Los trabajos de Tugan-Baranowski traducidos al español son los siguientes: Las crisis industriales en Inglaterra, publicado por la Es­ paña Moderna, Madrid 1912; El socialismo moderno, publicado como Tomo XIII en la Biblioteca Sociológica de Autores Españoles y Extranjeros, Madrid 1914, y Los fundamentos teóricos del marxismo, publicado por Hijos de Reus, con un prólogo de Ramón Carande, en Madrid 1915**. Nos parece interesante en este punto repro­ ducir el testimonio de Juan Martínez Díaz, mozo de biblioteca del Ateneo de Madrid -frecuentada por José Antonio-, afirmando recordar que el fundador de Falange Es­ pañola siempre pedía libros de Economía Política en inglés (Aguinaga y González Na­ varro. 1997: 158).

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su origen en tipos de acción con finalidad inmediata­ mente utilitaria, como Marx y otros pensadores habían supuesto. 4. Al lado de las actividades económicas hay otras, ajenas a lo económico, que influyen poderosamente en las es­ tructuras sociales y en el proceso cultural-histórico (instinto sexual, sentimientos de simpatía, diversos móviles afectivos, motivos ego-altruistas, lo espiritual, el juego, el deporte, el arte, la ciencia, la moral). Este razonamiento lo sitúa, evidentemente, en la misma lí­ nea que Sorel. En definitiva, Tugan-Baranowski rebasó la concepción mate­ rialista de Marx tomando en cuenta la múltiple diversidad de fac­ tores que actúan en el proceso social y cultural y determinando sus relaciones con el factor económico. En este sentido definió la actividad económica a través de dos notas diferenciales: en primer lugar es un medio para lograr un fin extrínseco a sí mis­ ma, satisface necesidades pero no es ella, en sí misma, satisfac­ ción de las necesidades; en segundo lugar, actúa sobre la naturaleza exterior a diferencia de otras actividades que tienen como objeto la vida interior, como la religión, la moral, la ense­ ñanza... (Recasens, 1947). Que José Antonio tenía sólidos conocimientos de Economía es algo que a estas alturas resulta difícil negar. A la ya referida carta en la que agradece al profesor Olariaga el préstamo de un libro de Tugan-Baranowski y se define como su discípulo y ami­ go, añadimos el testimonio recogido por Aguinaga y González (1997: 181-182) del discurso que este catedrático pronunció en contestación al discurso de ingreso de Mariano Navarro Rubio

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en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en 1969. Olariaga refiere otra carta, fechada el 15 de julio de 1924, que Jo ­ sé Antonio le escribe y en la que éste le manifiesta estar leyen­ do con bastante constancia el libro de Schmóller34, añadiendo que éste le interesa mucho y que le encuentra un aspecto de obra construida escrupulosamente desde el principio. Al mismo tiempo, José Antonio le anuncia una futura demanda de auxilio -se entiende que en lo que se refiere al contenido de las lectu­ ras que está realizando- y le agradece el interés que se está to­ mando por ayudarle.

4. E l

p e n s a m ie n to e c o n ó m ic o de

José A n t o n io

en la l ite r a tu r a

4.1. Entre la falta de rigor y la escasez de tratamientos monográficos No abunda la literatura que analiza monográficamente el pen­ samiento económico de José Antonio Primo de Rivera, a pesar de la cantidad de obras de todo tipo escritas sobre la persona, obra y pensamiento del fundador de Falange Española. A pesar de este escaso tratamiento, destacamos por la importancia de su contenido los trabajos de Plaza Prieto (1950) * Fuentes Irurozqui (1951 y 1957), Bellod (1956)36, Velarde (1972) y Fernández (1991).

3* Schmóller fue la figura más relevante de la Escuela Historicista antigua. 35 Plaza Prieto (1950: 203) afirma que su artículo no es otra cosa que el esquema de un trabajo inédito sobre la labor del primer Jefe Nacional de Falange en materia eco­ nómica, si bien no se tiene noticia de la publicación definitiva de este trabajo inédito. 3® Tomamos como fecha de publicación del trabajo de Bellod la que le atribuyen Díaz y Uribe (2002: 36) en su destacado trabajo a pesar de que en el catálogo bi­ bliográfico de la Biblioteca Nacional se le imputa la fecha de 1940.

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Señalamos, no obstante, que por ser el análisis de la realidad del mundo en que vivió y la búsqueda de soluciones a los pro­ blemas económicos y sociales parte esencial de su doctrina y su obra, encontraremos referencias al respecto en la mayoría de los trabajos que se ocupan de su persona, de su pensamiento o de la doctrina del nacionalsindicalismo. En esta línea de trabajos no monográficos, autores como Bravo Morata (1979) y Montalvo Rodríguez (1978) realizan con una du­ reza no exenta de apriorismos un juicio contundente y demoledor sobre el pensamiento económico de José Antonio. Bravo (1979: 99-102) llega a firmar que no entendía una palabra de Economía, que no tenía la menor idea de cómo se podían resolver de veras los problemas de España, afirmando además que esa ignorancia es uno de los escasos puntos de contacto entre Primo de Rivera y el general Franco. Define a José Antonio como un hombre ra­ biosamente joven, apasionado, orador brillante y sencillamente católico, no beato, que llega desde las tertulias aristocráticas de un Madrid intrascendente y que está lejos de la realidad popular. Añade, y establece otro elemento de conexión con Franco, que es un hombre que ama la violencia y la voluntad de imponerse sin te­ ner en cuenta el deseo de la mayoría del país37. Con mayor parcialidad, si cabe, en su valoración de José An­ tonio Primo de Rivera se expresa Montalvo (1978: 102-120,137), 37 No es el objeto del presente trabajo analizar la violencia en la personalidad y en la doctrina de José Antonio Primo de Rivera, pero no podemos dejar de hacer una referencia, aun mínima, a la poca consistencia que tienen los argumentos que pre­ tenden presentar a José Antonio como un hombre fundamentalmente violento que canalizaría su violencia a través de la lucha política. Queda demostrada esa incon­ sistencia en numerosos trabajos, siendo algunos de los mós recientes el de Moa (1999: 243-251) y el de García de Tuñón (2002), en el que se destaca la aportación de Velarde.

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quien se empeña en demostrar que éste carece de cualquier programa político y es un demagogo sin sentido de la honradez. Afirma que todos sus escritos se caracterizan por la ignorancia y la confusión, que ataca al liberalismo sin comprender que es una fase del sistema capitalista, que en la línea más ortodoxamente reaccionaria justifica la explotación en beneficio de los intereses de la burguesía, que convierte a la teoría marxista en un cuadro dantesco y desconoce, o pretende desconocer, la realidad del sistema capitalista y del capitalismo financiero. Califica de demencial e irracional los argumentos de José Antonio, llegando el líder falangista a elaborar categorías sociales que persiguen la finalidad de alterar los principios de elección colectiva. Vale la pena, por lo llamativo del razonamiento, detenerse unas líneas en el análisis que hace Montalvo de la personalidad y motivaciones de José Antonio. Afirma que en él existen planos reales e ideas confundidas, la violencia envuelta en términos alti­ sonantes con una búsqueda de intuición sensible que le llevaría a una toma de conciencia de clase dominante. Percibe una per­ sonalidad ambigua, moviéndose en una vaguedad de pensa­ mientos y recuerdos fascistas exteriores [sic] que oscurece con un lenguaje pretendidamente poético. Llega a afirmar que una nebulosa cubre la ideología de José Antonio mostrando su enor­ me frustración: ser un escritor fracasado. Sigue exponiendo que la razón que le impulsa a participar en política es claramente de matiz freudiano, defender la obra de su padre sin asimilar las crí­ ticas a que es sometida. Estas críticas le llevan a un odio de cla­ se contra monárquicos, intelectuales, aristócratas y militares, desclasándose progresivamente y adquiriendo la caracterología del fascista: odio y resentimiento, traducido en belicosidad irre­ frenable. Montalvo llega a proponer un forzado paralelismo entre

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las motivaciones freudianas que impulsaron a Hitler y a José A n­ tonio a intervenir en política, estableciendo como nexo de unión entre ambos la frustración común en los dos por el pintor que no fue el primero y el escritor que tampoco fue el segundo, y cuyo precedente estaría en la no asunción crítica de la figura del padre. No hemos encontrado mucho rigor científico en este plantea­ miento de Montalvo. Continuando con el comentario de las obras que no abordan de manera monográfica el pensamiento económico de José Antonio, hemos encontrado otra valoración negativa de lo eco­ nómico en el pensamiento joseantoniano en la obra del biógra­ fo del personaje Julio Gil Pecharromán, quien afirma (1996: 383) que mantenía una visión apocalíptica de los problemas económicos y sociales de su época, visión que concretó en la aludida conferencia pronunciada en el Círculo de la Unión Mer­ cantil de Madrid el 9 de abril de 1935 y en el discurso pronun­ ciado en el Cine Madrid el 19 de mayo. En contraste con esta opinión, Gonzalo Massot (1982 [1997]: 113-114) afirma que Jo ­ sé Antonio no exageraba en sus afirmaciones sobre el marxis­ mo y con incuestionable acierto dice que hoy, una vez desaparecido éste de la escena política, pueden parecer apoca­ lípticas las verdades anunciadas por José Antonio, que en su momento entrevió el problema en su justa dimensión. Los jui­ cios sobre el marxismo son uno de los elementos fundamenta­ les en los planteamientos joseantonianos, estando presentes en sus análisis e inacabadas propuestas. Es, por tanto, perfecta­ mente admisible, a nuestro juicio, extender esta consideración sobre lo acertado de la visión del fundador de Falange Españo­ la al conjunto de sus análisis y soluciones, con un criterio con­ trario al de Gil Pecharromán.

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En otra línea, Vicente Gonzalo Massot (1982 [1997]: 10-11, 8283 y 92) expone que José Antonio, con las limitaciones del tiem­ po de que dispuso y de la edad, discurrió con rigor e inteligencia acerca de los principales temas de la política, si bien el suyo fue un pensamiento de urgencia y, citando a Fueyo Alvarez, "sin cala intelectual profunda". Cita también el reconocimiento de Unamuno sobre la sobrada inteligencia de José Antonio *, estable­ ciendo que no se puede negar entidad a su reflexión, de lo que deriva que no es una irreverencia sostener el carácter inacabado e imperfecto de su teorética política, ya que apenas pudo nutrir con su pluma unas ideas dotadas de precisión, a las que -añadees necesario abordar sin fanatismos ni preconceptos estériles. Manifiesta que las reflexiones de José Antonio sobre el capitalis­ mo son en extremo endebles y sólo nos dejó sobre el mismo unas ideas generales y confusas, añadiendo que en ningún as­ pecto como en el económico se percibe el carácter provisional e inacabado de sus conclusiones. Con mayor dureza señala en otro momento que sus ideas en materia económica delatan cierta in­ solvencia y pecan por un exceso de simplificación. Frente a las críticas recogidas anteriormente Manuel Fuentes Irurozqui, ofrece una valoración muy diferente del pensamiento eco­ nómico de José Antonio, materia que -a diferencia de los autores mencionados- estudia monográficamente. Fuentes Irurozqui

38 Podemos encontrar esa referencia en Aguinaga y González (1997: 246): ‘ Apenas si se sabe nada de su suerte. Imagínese mi zozobra. Ahora, que nos da por arrasar la inteligencia no es licito que aguardemos con demasiado optimismo lo que la con­ tienda pueda depararle. Lo he seguido con atención y puedo asegurar que se trata de un cerebro privilegiado. Tal vez, el más prometedor de la Europa contemporánea” (Carta al periodista argentino Lisardo de la Torre, agosto de 1936; recogida por An­ tonio Gibello, 1985: 17).

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(1951: 16, 26-27) afirma que José Antonio tuvo una intuición, una visión y un criterio perfectamente claros, y construyó un credo social y económico perfectamente definido, siendo nacio­ nal en la política, humano en lo social y constructivo en lo eco­ nómico. Puso lo económico al servicio de lo social, y lo social subordinado al ideario de la Patria, de una Patria con pan y jus­ ticia. Vio claro el problema económico, tanto en el ámbito uni­ versal como en el nacional y no consideró nunca a la economía como un fin, sino como un medio. Por ello -afirm a- lo econó­ mico es estudiado, considerado y concebido por José Antonio como basamento de la justicia social necesaria para establecer la unidad entre los hombres de España y, por otro lado, para asegurar la independencia y soberanía nacionales. No son sólo los autores falangistas los que reconocen y valo­ ran positivamente los planteamientos de José Antonio en lo económico. Payne (1965 [1985]: 97), a la par que afirma que la Falange a medida que iba afirmando su independencia fue acen­ tuando su interés por una amplia reforma económica, observa que Primo de Rivera estaba muy enterado de los problemas agrarios y sus opiniones eran muy comentadas por reconocidos especialistas. Mayor Martínez (1972: 67, 72, 75-77) mantiene que José Antonio asumió la empresa del nacionalsindicalismo y realizó su mayor aportación original al elevarlo a sistema filosó­ fico, integrando en una concepción total del hombre el enlace revolucionario de lo nacional y lo social recibido del bagaje ideo­ lógico de las JONS. Expone que en José Antonio se advierte claramente su repudio del sistema capitalista, realizando una crítica radical del mismo y distinguiendo el concepto de propie­ dad privada que contrapone al capitalismo. Señala también que su motivación es proteger al hombre de unas declaraciones de

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libertad puramente formales que le dejan indefenso ante la rea­ lidad económica, colectivista y anónima. Afirma que hay en Jo ­ sé Antonio un admirable sentido de la realidad y que su antimarxismo radical no le impide hacer una consideración ob­ jetiva de las ideas de Marx, aceptando el planteamiento marxista de la evolución y crisis económico-social del sistema capitalista. La seriedad y capacidad intelectual de José Antonio recogidos en numerosos testimonios nos permiten concluir el aprovecha­ miento que de sus lecturas y estudios obtuvo, y que le permitie­ ron iniciar un análisis igualmente serio y riguroso de la realidad económica y social de España y del mundo en el que vivió, si bien dicho análisis y las propuestas que del mismo se derivarían quedaron interrumpidos por su muerte al ser fusilado en Alican­ te el 20 de noviembre de 1936. Por otra parte, su análisis y pro­ puestas no pueden consultarse más que en textos de carácter político, apresurados e inacabados muchos de ellos -pues se corresponden en su mayor parte con intervenciones públicas a lo largo de la geografía española-, en sus intervenciones en el Parlamento, así como en sus escritos en la prensa. Como es sa­ bido, José Antonio no escribió ningún libro que recogiese siste­ mática, ordenadamente y de primera mano el contenido de su pensamiento político, social y económico.

4.2. La función económica del hombre La concepción joseantoniana del hombre se inscribe en el per­ sonalismo; en este sentido no son pocos los estudiosos que esta­ blecen un vínculo entre el pensamiento joseantoniano y las tesis de E. Mounier. Bellod (1956: 83 y ss.) expone de una manera muy clara la visión de José Antonio sobre la función económica del

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hombre. Éste no realiza su destino abstractamente, sino que lo hace a través de unas funciones básicas. Entre esas funciones se encuentra la función económica, como una más entre las que ha de ejecutar para el cumplimiento de su destino individual. El efecto primordial de la función económica es la producción de bienes y servicios para subvenir necesidades, generándose dos vertientes fundamentales: la función humana (el trabajo) y su efecto (la producción). El trabajo es causa de la producción y está perfectamente claro en José Antonio el reconocimiento de su función creadora y de su dignidad. La realización de esta función económica exige el dominio del hombre sobre la mate­ ria resultado de su intervención en su contorno físico; la propie­ dad se manifiesta así como dominio sobre el mundo físico necesario al hombre para realizar su destino, en definitiva, como un atributo elemental humano. Esta consideración de la economía como una función huma­ na, presente en el ideario joseantoniano, instala plenamente al hombre en la soberanía de su destino económico. En conse­ cuencia, las leyes económicas no se han de interpretar como le­ yes sociales sino como obra del hombre, producto de su acción y de su voluntad sobre la naturaleza. El hombre debe gozar de libertad para ejercer sus funciones soberanamente y de ello se deriva la necesidad de garantizar la normalidad en el desarrollo de éstas, entre las que, como ya se ha dicho, se encuentra la función económica. De esa manera, cada sujeto tendrá la posibilidad de realizarse como persona suficiente históricamente y sus límites no serán otros que los impuestos por la naturaleza y las posibilidades del momento histórico. Con la misma claridad podemos leer la consideración del hom­ bre en el pensamiento de José Antonio en un reciente artículo de

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Ángel Luis Sánchez Marín (2003). El hombre es portador de valo­ res eternos y debe tributarse el máximo respeto a la dignidad hu­ mana, a la integridad del hombre y a su libertad. La existencia de la libertad no se deriva del reconocimiento formal y legal de la misma, sino que se llega a ella creando las condiciones que la ha­ gan posible. Son elementos necesarios del conjunto de esas con­ diciones la justicia social y la responsable autoridad del Estado ". En la misma línea, y sintetizando las ideas de José Antonio, ar­ gumenta Bellod (1956) la necesidad de garantizar las funciones del hombre a través de un entramado social, de un orden que ga­ rantice la libertad. Siguiendo con las argumentaciones de Sánchez Marín, son muy interesantes las conclusiones a las que llega en su análisis de la idea del hombre en el ideario joseantoniano. Afirma que la propuesta del fundador de Falange Española es la de una eco­ nomía mixta, superadora del marxismo y del capitalismo, en la que han de coexistir las formas privadas y socializadas de los medios de producción, con un nuevo planteamiento de la rela­ ción de trabajo superador del dualismo trabajador-empresario a través de su síntesis en la noción de productor. Esto supone la aparición de empresas sindicales y su posterior organización en sindicatos verticales de productores por ramas de la produc­ ción. Como requisitos para el mantenimiento de esta sindicalización económica debe nacionalizarse el crédito y crearse una Banca Sindical. Las consecuencias de esta concepción del hombre son rotundas para este autor: “Una concepción del hombre como ésta compatibiliza mal con un régimen totalita­ rio. Efectivamente, la defensa de la dignidad, la libertad e integridad de la persona humana sólo puede ser considerada como la base filosófica de un régimen auténti­ camente democrático*’.

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4.3. El liberalismo y el capitalismo José Antonio hace referencias muy claras y precisas respecto al liberalismo en sus orígenes. Valgan, a modo de ejemplo, las palabras que pronunció en el ya referido discurso del 4 de fe­ brero de 1934 en Cáceres, donde afirmó que el "liberalismo na­ ció y lo pusieron de moda con sus doctrinas el señoritismo brillante del siglo xvm, los petimetres que hablaban de liberalis­ mo y de nivelación social para entretener sus ocios con las du­ quesas en los elegantes salones en sus medios artificiales" (O CJA: 290). En este sentido, los liberales proclamaban la liber­ tad del trabajo como un sarcasmo más. En este discurso, José Antonio argumenta que las leyes del liberalismo sumieron en la más horrenda desesperación a los obreros. Las aportaciones de José Antonio en el único número apareci­ do de El Fascio40 fueron dos artículos, titulado uno de ellos "Orientaciones hacia un nuevo estado" y el otro "Distingos nece­ sarios" (OCJA: 157-160). En el primero de ellos escribía, respecto al Estado liberal, que éste producía una desigualdad mayor que la desigualdad entre el partido dominante y el resto de los ciudada­ nos: la desigualdad económica. Así, el estado liberal, fruto de la actitud liberal, sitúa a todos en la misma situación de igualdad a la hora de contratar, pero obliga a los más débiles a aceptar las condiciones de los más fuertes, lo que define como "la tiranía económica de los poderosos". La consecuencia inmediata es la acumulación de capitales y la proletarización de las masas.

40 Una reseña interesante sobre esta efímera publicación, secuestrada por orden del ministro de la Gobernación, Casares Quiroga, y perseguida en la calle por miembros del PSOE, de la U G T y de las Juventudes Socialistas, se encuentra en Gil Pecharrromón (1996: 161-169).

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En la repetidamente citada conferencia del Círculo de la Unión Mercantil de Madrid, José Antonio se manifestaba res­ pecto al liberalismo con las siguientes palabras: "El liberalismo económico tuvo una gran época, una magnífica época de es­ plendor; a su ímpetu, a su iniciativa, se debieron el ensanche de riquezas enormes hasta entonces no explotadas; la llegada, aun a las capas inferiores, de grandes comodidades y hallazgos; la competencia, la abundancia, elevaron innegablemente las posi­ bilidades de vida de muchos. Ahora bien: por donde iba a morir el liberalismo económico era porque, como hijo suyo, iba a pro­ ducirse muy pronto este fenómeno tremendo, acaso el fenóme­ no más tremendo de nuestra época, que se llama el capitalismo" (OCJA: 631). En esta misma conferencia, José Antonio apunta que la historia del liberalismo económico y la del liberalismo po­ lítico corren paralelas. Muñoz Alonso (1971: 131) define esta conferencia como uno de los escritos más serios, profundos y acabados de José Antonio, que reúne las condiciones de estilo, doctrina y de rigor exigidas en una lección universitaria. El profesor Velarde (1972: 99) señala escuetamente que José Antonio no concede gran importancia a la doctrina liberal, a la que considera como algo desaparecido a manos del capitalismo. El Estado, que debía supuestamente desentenderse de la activi­ dad económica, sujeta a leyes propias e inflexibles, pasa a ser ocupado por una facción que lo convierte en custodio de sus in­ tereses económicos (Massot, 1982 [1997]: 81). Sobre el mismo discurso refleja Mayor Martínez (1972: 71-72) las palabras antedi­ chas del fundador de Falange Española sobre el liberalismo y aña­ de un fragmento del discurso pronunciado por José Antonio en el Frontón Betis de Sevilla el 22 de diciembre de 1935, en el que dice que del liberalismo económico queda tan solo la "libertad de

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morirse de hambre" (OCJA: 865)41. La dramática consecuencia del inevitable paso del liberalismo al capitalismo sería la ruptura de la armonía del hombre con su entorno, la desintegración y el desarraigo de individuo hasta quedar convertido en "un número en las listas electorales y un número en las colas a las puertas de las fábricas” (OCJA: 636). Ante el fenómeno capitalista -indica rotundamente Velarde (1972: 92)-, José Antonio se muestra como enemigo. Su defini­ ción de capitalismo la podemos encontrar en aquella conferencia tan citada, oportunidad en la que dice textualmente: "El capitalis­ mo es la transformación más o menos rápida de lo que es el vín­ culo directo del hombre con sus cosas, en un instrumento técnico de ejercer el domino" (OCJA: 631). El capitalismo impone un sis­ tema deshumanizado que hace que esta organización económica se encuentre tanto frente a los obreros como a los patronos. Fren­ te a estos últimos por su tendencia hacia la concentración de em­ presas y el monopolismo inherente al sistema capitalista. José Antonio percibe cómo el cambio en los modos de producción que supone el capitalismo provoca la desaparición del propietario

41 El fragmento completo del que parece extraer la cita Mayor Martínez es el si­ guiente: 'Queremos ver una España entera, armoniosa, fuerte, profunda y libre: li­ bre como Patria, que no soporte mediatizaciones extranjeras ni trato colonial en lo económico, ni tenga sus fronteras y sus costas desguarnecidas, y libre para cada uno de sus hombres, porque no se es libre por tener la libertad de morirse de ham­ bre formando colas a las puertas de una fábrica o formando cola a la puerta de un colegio electoral, sino que se es libre cuando se recobra la unidad entera: el indivi­ duo, como portador de un alma, como titular de un patrimonio; la familia, como cé­ lula social; el municipio, como unidad de vida, restaurado otra vez en su riqueza comunal y en su tradición; los sindicatos, como unidad de la existencia profesional y depositarios de la autoridad económica que se necesita para cada una de las ra­ mas de la producción'. Lo destacado es nuestro.

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como tipo económico (Massot, 1982 [1997]: 83). En ese sentido, y analizando el pensamiento de José Antonio al respecto, Bellod (1956: 72) señala que el capitalismo termina con las formas de propiedad tradicionales y desplaza al hombre del campo de la economía, culminando el proceso en el capitalismo financiero. Mayor Martínez (1972: 72 y ss.) refleja claramente el repudio que Primo de Rivera siente por el sistema capitalista, señalando que si bien su crítica es radical no le lleva a rechazar toda inicia­ tiva privada, que por el contrario debe ser protegida por el Esta­ do. Señala que la exaltación que José Antonio hace de la propiedad privada a lo largo de su vida se puede deber a la in­ fluencia del pensamiento cristiano. Destaca en este sentido el punto 13 de la norma programática de FE de las JONS, en el que se reconoce la propiedad privada y se anuncia su protección por el Estado frente a los abusos del gran capital financiero, los es­ peculadores y los prestamistas. De aquí se infiere que uno de los argumentos básicos para el rechazo joseantoniano del capitalis­ mo se encuentra en su deshumanización de la propiedad. Respecto al análisis de la relación entre el sistema capitalista y la propiedad que hace José Antonio y de las propuestas que éste lanza para reemplazar el sistema de propiedad capitalista, Massot (1982 [1997]: 85) señala críticamente que utilizó la voz "capitalismo" como un eslogan, exponiéndolo a perder por falta de rigor todo su significado. Indica que propuso como remedio la propiedad comunal y sindical, argumentando que éstas tam­ bién son objeto de la misma crítica que hace a la propiedad ca­ pitalista, en cuanto al rompimiento en el vínculo que une al hombre con su posesión. Es interesante el resumen del pensamiento joseantoniano sobre el capitalismo que hace Bellod (1956: 76-78). Las consecuencias

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del sistema capitalista son claras: socialmente desencadena la lucha de clases y económicamente termina con la libertad de concurrencia, engendra poderes rectores de toda la economía, abandonada en manos de los grupos financieros, que para hacer frente a las épocas de crisis y asegurar su subsistencia hacen in­ tervenir al Estado en su defensa. El capitalismo destruye por sí mismo la economía liberal. Esta realidad invalida el sistema de democracia política al apoderarse la economía del Estado y dic­ tar sus mandatos desde él. La estructura del Estado queda fuera de la acción de la maquinaria política. El resultado es que si las fuerzas sociales desean liberarse económicamente, habrán de controlar el Estado, y en ese sentido se han orientado los es­ fuerzos del comunismo. Debe nacer todo un nuevo orden que evite además la implantación del comunismo, ya que éste no es sólo una táctica, es también una doctrina -el marxismo- que propugna una estructura social incompatible con el sentido cris­ tiano, occidental, del hombre. Para el comunismo, señala Bellod, la colectividad es lo que importa; la amputación de un individuo o de sus derechos es indiferente si la comunidad se robustece con ello. El proceso de concentración de empresas que origina el capi­ talismo es peligroso, indica Velarde (1972: 92) en línea con lo di­ cho en el párrafo anterior, a causa del poder político que logran ciertos grupos, incapaces para lograr una labor eficaz política. Además, es peligroso también en razón del desequilibrio de ren­ tas que origina y la pequeña reacción que experimenta en los casos en que se necesita aumentar la ocupación y el dividendo nacional. En la exposición del ideario económico de José Antonio, Fuentes Irurozqui (1951: 46 y ss.) señala igualmente la distinción

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que éste hace entre capitalismo y capital, entre capitalismo y propiedad privada. Transcribiendo parte del texto del discurso del Cine Madrid, señala que debe desmontarse el capitalismo fi­ nanciero, pero que le parece más probable la persistencia del capitalismo industrial, porque la industria no cuenta con el capi­ tal para fines exclusivamente de crédito, sino que el capitalismo está infiltrado en la estructura misma de la industria. Considera José Antonio factible y deseable que la gran industria y la banca se pongan al servicio del interés nacional. La política económica joseantoniana se basa en la sustitución del orden económico existente por otro nuevo, y esta sustitución lleva aparejada la creación de un Estado fuerte (al servicio de la gran unidad de destino que es la Patria). "Pero la reforma económica -añadió [en el Gran Teatro de Córdoba el 12 de mayo de 1935]- no es po­ sible sin una ambición histórica. Sólo con ella puede aceptarse un sistema económico que haga imponer muchos sacrificios* (OCJA: 671). En el discurso pronunciado en el Cinema Europa de Madrid el día 2 de febrero de 1936, José Antonio afirma que desmontar el capitalismo es más que una tarea económica, es "una alta tarea moral*. Argumenta que es el comunismo donde ha de desem­ bocar el capitalismo liberal. Para evitarlo hay que tener el valor de desmontar el capitalismo, y deben hacerlo aquellos mismos a quienes favorece. Desmontar el sistema capitalista permitiría -en palabras de José Antonio- "devolver a los hombres su con­ tenido económico para que vuelvan a llenarse de sustancia sus unidades morales, su familia, su gremio, su municipio” (OCJA: 932). Mayor Martínez (1972: 80) hace referencia a estros argu­ mentos, exponiendo que el sentido cristiano de la Historia impi­ de a José Antonio adoptar una posición fatalista y, por tanto, no

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acepta la tesis catastrofista que lo da todo por perdido. La tesis aceptada aparece expuesta en varias ocasiones en las interven­ ciones de José Antonio y es la que aspira a tender un puente so­ bre la invasión de los bárbaros, evitando que la revolución comunista se lleve por delante los valores religiosos, espiritua­ les y nacionales de la tradición. Expone Mayor el paralelismo en­ tre el argumento de José Antonio con el aparecido en los escritos de Ángel Pestaña, posteriores a su salida de la CNT, afir­ mando no ser marxista por no creer en el fatalismo económico. Por su parte, también nos presenta Plaza Prieto (1950: 203) la propuesta joseantoniana de un cambio completo, de arriba abajo, de la estructura de la economía capitalista, basando toda la políti­ ca económica en la sustitución del orden existente por otro nue­ vo que llevaría aparejado la creación de un Estado fuerte. Cita las palabras pronunciadas en Córdoba por José Antonio en mayo de 1935, en las que con incuestionable realismo y sinceridad vaticina que la sustitución del orden económico traerá sacrificios. Va hemos expuesto antes, como argumenta Bellod (1956) al resumir los planteamientos joseantonianos sobre el capitalismo, cómo al apoderarse la economía del Estado y dictar desde él sus mandatos, aprisiona la vida del hombre e invalida el sistema de democracia política al colocar los ejes sobre los que ésta real­ mente descansa fuera de la acción de la maquinaria política. Es­ to supone, en palabras del propio José Antonio, el fracaso de la democracia como forma (OCJA: 73-76)", al no proporcionar una vida verdaderamente democrática en su contenido. Enlazando

42 En el extracto de la conferencia pronunciada por José Antonio en el local de la Unión Patriótica de Madrid sobre el tema La forma y el contenido de la democracia el 16 de enero de 1931, publicada en La Nación (17 de enero de 1931).

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con los argumentos anteriores, desmontar el sistema económi­ co capitalista es en consecuencia necesario para poder tomar el camino adecuado que se dirija "a buscar, mediante construccio­ nes de 'contenido', el resultado democrático que una 'forma' no ha sabido depararle". El protagonismo en la búsqueda le corres­ ponde a la ciencia, que tendrá que ejercer de guía, "no median­ te improvisaciones [...], sino mediante el estudio perseverante, con diligencia y humildad, porque la verdad, como el pan, he­ mos de ganarla con el sudor de nuestra frente". En este mismo discurso dirá José Antonio: "No caigamos en las exageraciones extremas, que traducen su odio por la superstición sufragista, en desprecio hacia todo lo democrático. La aspiración a una vida democrática, libre y apacible será siempre el punto de mira de la ciencia política por encima de toda moda"43.

4.4. Socialismo y socialismo marxista El autor que más espacio ha dedicado a estudiar las relacio­ nes entre el socialismo y el falangismo fundacional es, sin duda, Cantarero del Castillo, para quien (1973: 9) "el socialismo filió la mayor parte del contenido ideológico de la teorización falangis­ ta". Anuncia Cantarero en la introducción de su obra que va a

43 Referimos aquí -a título de curiosidad- que en la edición popular de las Obras Completas de José Antonio (1939: 185), en la transcripción del primer párrafo del dis­ curso pronunciado en el Teatro Cervantes de Málaga el 22 de julio de 1935 podemos leer: ‘ Pero nunca me he sentido yo tan satisfecho como en este ambiente de confi­ dencia, de intimidad, de mangas de camisa, que es señal de pura y sencilla demo­ cracia" (lo destacado es nuestro). Sin embargo, en ediciones posteriores de los textos de José Antonio -amén de corregir la fecha- el término 'democracia' es reemplazado por 'camaradería' (OCJA: 728). También difiere significativamente el texto que refie­ re las palabras que pronunció ese mismo día al término de un almuerzo celebrado a continuación en Villa Carlota.

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presentar una Falange "de izquierdas", al mismo tiempo que mantiene que presentar una Falange "de derechas" sería más di­ fícil, en tanto que quien se propusiera dicho fin (antitético con el suyo) "no podría, con seguridad, aportar un testimonio textual, extraído de los escritos y palabras de los fundadores mismos, ni siquiera aproximado, en dimensión cuantitativa y en intensidad cualitativa", al aportado por él. Afirma Cantarero (1973: 271, 293) que José Antonio dio muestras de conocer perfectamente en qué consistía el socialis­ mo comunista que en la práctica coincidió, para el fundador de la Falange, con el socialismo. Mantiene que la crítica del capita­ lismo, del liberalismo y de la democracia parlamentaria en los fundadores de Falange es coincidente con la de los ideólogos marxistas, suscribiendo el falangismo plenamente las razones motivadoras del socialismo. En su planteamiento, defiende la existencia de coincidencias literales entre las formulaciones so­ cioeconómicas falangistas y las soluciones socioeconómicas socialistas democráticas, si bien dice encontrar una discrepancia radical en las posibilidades para los falangistas de llevarlas a ca­ bo sirviéndose de la democracia (entendemos que se refiere al modelo de democracia liberal-parlamentaria y al sistema sufra­ gista de partidos políticos). Mantiene, asimismo, que la objeción más grande que el fundador de la Falange hace al socialismo -insistiendo en que José Antonio se refiere al socialismo que ha­ bía visible en España en los tiempos en los que le tocó vivir- es el de la subestimación por el mismo de todo valor espiritual en el hombre, lo que nos devuelve a la crítica en la línea de TuganBaranowski y Sorel. Extraemos también una afirmación tajante de Cantarero (1973: 297), que literalmente dice de los fundado­ res de la Falange que "sabían que el sistema económico que

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ellos propugnaban (aun admitiendo la iniciativa privada y ne­ gando el estatismo) era socialista". En términos similares se manifiesta Plaza Prieto (1950: 207) cuando afirma que el nacio­ nalsindicalismo era foráneo en José Antonio, llegándole por vía directa de las JO N S, manteniendo que sus primeras ideas eco­ nómicas eran más bien de tipo socialista, de un socialismo na­ cional, antimarxista. Con las siguientes palabras se expresó José Antonio en el dis­ curso de proclamación de FE de las JO N S respecto al nacimien­ to del socialismo, a su evolución, a la lucha de clases y al materialismo histórico: Claro está que los obreros tuvieron que revolverse un día contra esa burla, y tuvo que estallar la lucha de clases. La lucha de clases tuvo un móvil justo, y el socialismo tuvo, al principio, una razón justa, y nosotros no tenemos para qué negar esto. Lo que pasa es que el socialismo, en vez de seguir su primera ru­ ta de aspiración a la justicia social entre los hombres, se ha con­ vertido en una pura doctrina de escalofriante frialdad y no piensa, ni poco ni mucho, en la liberación de los obreros. (...) El socialismo dejó de ser un movimiento de redención de los hombres y pasó a ser, como os digo, una doctrina implacable, y el socialismo, en vez de querer restablecer una justicia, quiso llegar en la injusticia, como represalia, a donde había llegado la injusticia burguesa en su organización. Pero, además, estable­ ció que la lucha de clases no cesaría nunca, y, además, afirmó que la Historia ha de interpretarse materialistamente; es decir, que para explicar la Historia no cuentan sino los fenómenos económicos (OCJA: 329-330). Y en otro momento: No hace mucho tiempo hablaba aquí don Fernando de los Ríos de la obra de las misiones españolas; poco después me hablaba a mí en los pasillos de la congoja con que él había se­ guido en América el rastro de los conquistadores españoles; y

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yo le decía a don Fernando de los Ríos: el día en que estas co­ sas que usted nos dice, el día en que esta emoción española que usted pone cuando habla con nosotros las trasladen uste­ des a los sindicatos obreros, entonces ya no habrá nadie que se atreva a ponerse en el camino del partido socialista; porque si el partido socialista suscita enemigos, y tal vez los va a sus­ citar más cada día, pues las juventudes socialistas se alejan de este sentido nacional, es porque el partido socialista se empe­ ña en arriscarse en una interpretación marxista, antinacional, absolutamente fría ante la vida española. El día en que el parti­ do socialista asumiera un destino nacional, como el día en que la República, que quiere ser nacional, recogiera el contenido socialista, ese día no tendríamos que salir de nuestras casas a levantar el brazo ni a exponernos a que nos apedreen, y, a lo que es más grave, a que nos entiendan mal; el día en que eso sucediera, el día en que España recobrara la misión de estas dos cosas juntas, podéis creer que la mayoría de nosotros nos reintegraríamos pacíficamente a nuestras vocaciones (OCJA: 382)“ .

Para José Antonio la crisis capitalista es un hecho histórico con el que hay que enfrentarse enérgicamente, y así lo expone Plaza Prieto (1950: 206). Sólo existen dos salidas frente a la cri­ sis y agonía del capitalismo: la invasión de los bárbaros o la ur­ gente desarticulación del mismo. La invasión de los bárbaros es la invasión comunista, carente de sentido nacional y espiritual, por lo que hay que tener el valor de desmontar el capitalismo pa­ ra evitar esa invasión de los bárbaros. Coinciden los distintos autores aquí considerados al apreciar claramente y exponer que para José Antonio el nacimiento del socialismo fue justo. Sin embargo, como refiere Plaza Prieto, se

44 "Juicio sobre la Dictadura y necesidad de la Revolución", discurso pronunciado en el Parlamento el 6 de junio de 1934.

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descarrió en su reacción contra la esclavitud liberal, arrastrando cosas buenas que no deberían ser arrastradas. Para Massot (1982 [1997]: 109-110), cuando José Antonio justifica el necesario naci­ miento del socialismo se refería a los socialismos utópicos46, cir­ cunscribiendo su justificación a los aspectos económicos, sin afirmar en ningún momento que el socialismo fuera justo en sí mismo. Citando a Muñoz Alonso, expone que para el fundador de la Falange el nacimiento del socialismo queda justificado, más que por sus aportaciones positivas, por la realidad injusta que pretende combatir, resultado de la sinrazón del capitalismo, su supuesto contrario. Para Velarde, las palabras de José Antonio demuestran su respeto y adhesión hacia muchas ideas socialistas, algunas de ellas de tipo marxista. Al tratar en su obra la postura joseantoniana hacia el socialismo, Velarde (1972: 93) argumenta que pa­ ra todos los que defiendan una postura estatista tienen que halagar las palabras que José Antonio dedica a lo que él llama un hipotético socialismo nacional. A José Antonio no le preocupa el orden económico que pueda implantar el socialismo. Sus críticas del socialismo marxista, se­ gún Massot (1982 [1997]: 114-115), se dirigen más a contradecir

Referimos la consideración que Gonzalo Massot (1982 [1997): 110-111) hace sobre el conocimiento que José Antonio tenfa acerca del socialismo utópico y su pos­ tura frente a él. Refiriéndose a un discurso pronunciado en Cáceres (OCJA: 291), afirma que aún sin nombrarlos expuso José Antonio claramente en pocas palabras lo que opinaba sobre los socialistas utópicos. La calificación que hizo de los socia­ listas utópicos -señoritos, casi unos poetas- revela un amplio criterio sobre los mis­ mos. Aunque José Antonio hizo uso de algunos de sus postulados, se apartó de aquellos que consideró anacrónicos u opuestos a la tradición intelectual en la que se había formado. Comprende que fracasó por lo vaporoso de sus resultados y absor­ bido por el marxismo.

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su ¡dea del hombre y la negación de la dimensión espiritual que a refutar su pensamiento económico, considerando que José Antonio se equivocó al afirmar que el marxismo había sabido anticipar el futuro y prever la crisis final del capitalismo. La ne­ gación del marxismo por José Antonio vendría de su inspiración intemacionalista y de su raíz atea. Habría que traer al proletariado al seno nacional, de manera que éste participase de los bienes materiales y reconociese la supremacía de la Patria. Lo que le impide aceptar el socialismo es evitar que el hom­ bre sea devorado por la masificación; la creencia en que el esti­ lo y la conducta del hombre están condicionados por su situación de poseedor de valores eternos. Teme al sentido ma­ terialista de la historia y de la vida (Massot, 1982 [1997]: 108); en definitiva, a la irreligiosidad. Aunque siente simpatía por el so­ cialismo en cuanto reacción legítima contra un estado de cosas insoportable, como una exigencia justa ante la situación de es­ clavitud a la que el capitalismo había conducido a los obreros, por las razones expuestas no se siente llamado a sus filas. José Antonio acepta el planteamiento marxista de la evolu­ ción y crisis económico-social del sistema capitalista (Mayor, 1972: 76). Distingue claramente el socialismo del marxismo y acepta ciertas tesis marxistas (Velarde, 1972: 96 y ss.). Intuye la fallida esperanza del socialismo de ser algo distinto en términos cualitativos del comunismo (O CJA: 291), considerando el socia­ lismo de Carlos Marx una encarnación sectaria, antirreligiosa y cruel del espíritu bárbaro que relativiza los valores morales ne­ gándoles entidad. El régimen ruso comunista sería la versión in­ fernal del afán hacia un mundo mejor (Massot, 1982 [1997]: 115). Los puntos del socialismo marxista que José Antonio recoge y admite son:

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1. El dogma de la concentración de capitales (Bellod, 1956: 73). La aglomeración termina absorbiendo la pequeña in­ dustria, que no puede soportar los ritmos de producción y los precios que impone el gran capital. Como prueba del indiscutible proceso de concentración capitalista es­ tán los grandes trusts y los sindicatos de producción. 2. Como consecuencia de la concentración de capitales, ad­ mite la necesidad del intervencionismo estatal, que evite las ganancias monopolísticas destinadas a los empresa­ rios (a los capitalistas). 3. Se puede observar una aparente aceptación de la tesis marxista de la plusvalía. Según Velarde (1972: 97), José Antonio adopta dos posturas distintas frente a la plusvalía: 3.1. Asignación al productor encuadrado en el sindica­ to (posición antiestatista). Si bien Velarde reconoce que esta postura no es muy firme, por una parte por los ata­ ques que recibe el concepto de plusvalía por parte de los economistas, y por otra por la construcción del ins­ trumento adecuado para asignar la plusvalía, cuando un sistema fiscal progresivo en relación con uno muy adelantado de servicios y seguros sociales lo consigue de igual modo. 3.2. En un sentido más estatista, asignación al Sindica­ to Nacional productor. Para Mayor (1972:91-93), es la atribución de la plusvalía lo que justifica concebir a España como un gigantesco Sin­ dicato de Productores, señalando José Antonio que la ra­ zón por la que se postula la propiedad sindical no es otra que imputar los beneficios a los productores, insistiendo

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en que el Sindicato Vertical no será el representante de un grupo de productores, sino el beneficiario del producto conseguido. 4. Dogma de la proletarización creciente, consecuencia de la concentración capitalista (Bellod, 1956 : 73-74). Los ar­ tesanos, los pequeños productores y los comerciantes se ven reducidos a la condición de proletarios, perdiendo la posibilidad de regir su destino económico, que quedaría en manos de unas fuerzas ajenas a su control. Al des­ montar el capitalismo habría de detenerse la proletariza­ ción. El fenómeno de la proletarización arrastra también a las clases medias. José Antonio no acepta la teoría de la interpretación materialis­ ta de la historia, aunque respecto a la lucha de clases coincidió con el marxismo en que está asociada a determinadas fases históricas del desarrollo productivo (Massot, 1982 [1997]: 118-119). El capi­ talismo ha desencadenado la lucha de clases al engendrar poderes rectores de la economía, abandonada en manos de los grandes grupos financieros. Al dar a entender, según Massot (1982 [1997]: 120), que antes de existir la sociedad burguesa el concepto de cla­ se social era por lo menos dudoso, el planteamiento de José An­ tonio respecto a la lucha de clases es discutible en algunos de sus términos. Desmontar el capitalismo (Massot 1982 [1997]: 122-125) es para José Antonio la forma de poner remedio a la lucha de cla­ ses y evitar el peligro que corrían la civilización occidental y Espa­ ña. Frente a la concepción marxista del Estado, sienta las bases del Estado nacionalsindicalísta: plantea como objetivo nacionalizar un sindicalismo revolucionario que introduzca a las masas trabajado­ ras en el destino nacional. La solución que propone no parte de

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una base colectivista, sino todo lo contrario, confiriendo a los va­ lores prioridad de fin sobre lo económico. La propiedad y la liber­ tad están íntimamente relacionadas. Respecto a la dictadura del proletariado (Massot, 1982 [1997]: 120), la rechaza al entender que rompe la unidad de la nación, lastrada por odios clasistas, y añade que sería equivocado su­ poner que impugnaba la posición marxista absteniéndose de considerar al proletariado como clase susceptible de tener parti­ cipación en el poder. Por el contrario, la vertebración del Estado implica, para José Antonio, la inclusión del proletariado y su conversión en una fuerza nacional.

4.5. Corporativísmo y fascismo El profesor Velarde (1972: 99) califica la postura de José Anto­ nio ante el corporativísmo o sindicalismo nacional como una de las más interesantes en las que éste se coloca. En la búsqueda de un sistema que integrase lo nacional y lo social, llevando el pa­ triotismo a las masas obreras españolas, las soluciones posibles que en su tiempo se presentaban como soluciones económicas totales eran el socialismo marxista, el nacionalsocialismo de tipo alemán y el corporativismo fascista italiano. Ya hemos expuesto la posición de José Antonio, analizada por varios autores, respecto al socialismo. Afirma Velarde que el nacionalsocialismo alemán es socialismo en el pleno sentido de la palabra y que su carácter estatista no es aceptado por José Antonio. Por otra parte, Cantarero del Castillo (1976: 163-164) señala que si por la vía nacionalista hay en el falangismo funda­ cional una influencia, ésta es la fascista y no la nazi, añadiendo que si bien Ramiro Ledesma parece demostrar alguna vez una cierta indecisa simpatía por el nacionalsocialismo, José Antonio

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no se sintió en absoluto atraído por la experiencia hitleriana46. La tercera posibilidad parece que sería la única solución de entre las tres presentadas, si bien frente a ella José Antonio "unas ve­ ces se muestra escéptico o irónico" y otras "lo reputa como co­ sa interesante" (Velarde, 1972: 99). Si la Falange fue -pretendió ser o incluso ha de seguir siendoun partido que pueda denominarse fascista, es un tema de dis­ cusión que acapara gran parte de los debates entre los que se consideran seguidores del pensamiento joseantoniano, a pesar de la -a nuestro juicio- clara postura que frente al fascismo adoptó el fundador de Falange Española La previa definición de fascismo genera un amplio debate, sin que consideremos aquí el uso vulgar del término. Y es porque, como afirma Massot (1982 [1997]: 94) desde el punto de vista de la ciencia política, el fascismo no deja de ser un proyecto inacabado e inmaduro. La solución sindicalista, el sindicalismo nacional, es un plan­ teamiento inconcluso, como lo es el sistema corporativo del fas­ cismo italiano y, por tanto, no se justifica forzar una identidad entre ambos sistemas. José Antonio, que estudió con seriedad el fenómeno del cor­ porativísimo fascista italiano (Massot, 1982 [1997]: 94), com­ prendió que se trataba del inicio de un sistema más ambicioso y complejo, y con su fino espíritu crítico (Velarde, 1972: 101)

Un hombre como José Antonio, de base moral cristiana y de pensamiento esencialmente humanista, no podía aceptar nunca el racismo ni los métodos del nazismo. En este sentido resultan oportunas estas palabras del fundador de Falange Españo­ la: "Lo de que no se nos hable de la raza está bien: el Imperio español jamás fue ra­ cista; su inmensa gloria estuvo en incorporar a los hombres de todas las razas a una común empresa de salvación. Pero eso no lo ignora nadie. ¿Hay, acaso, racistas en España?" (OCJA: 181).

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observó los inconvenientes que producía. Massot (1982 [1997]: 103) apunta que José Antonio demostró la independencia de su proyecto respecto a la de cualquier otro grupo político. Es cierto que alabó del fascismo la empresa de vertebrar armónicamente la nación por medio de un estado que no dependiese de una clase económica o de las directrices de un partido político, subordinan­ do los intereses particulares al interés nacional. Sin embargo, no es menos cierto que depuró el fascismo al pensar que la Patria no se identifica en sinonimia conceptual con el Estado, y al elevar los sindicatos de trabajadores a órganos del estado, apuntando la ¡dea del Estado Sindicalista, mostrándose claramente original. Sigue exponiendo Massot ([1982] 1997: 104) las dudas que tu­ vo José Antonio respecto al valor del sistema corporativo. Ade­ lantó una crítica sobre la insuficiencia que veía en la función del Estado como pieza de enlace capaz de compatibilizar los intere­ ses de obreros y patronos, percibiendo con claridad cómo el sis­ tema corporativo mantenía intacta la relación del trabajo en los mismos términos que la economía capitalista. En ese sentido se manifestó críticamente respecto a la armonización del capital y el trabajo, exponiendo el sinsentido de armonizar una función humana con un instrumento económico. La concepción económica de José Antonio estaría más cerca, considera Massot (1982 [197]: 104), de las ideas desarrolladas por Ugo Spirito en mayo de 1932 en el Congreso de Estudios Sin­ dicales y Corporativos de Ferrara47, y al referirse a la necesidad

*7 Stanley G. Payne (1995: 542) se refiere a Ugo Spirito como el más izquierdista de los principales teóricos fascistas, y como el principal portavoz de los fascistas revo­ lucionarios de izquierdas, que reclamaban el corporativismo social (el empleo de las corporaciones para emprender un proceso de nacionalización económica)*

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de que el proletariado de convierta en una fuerza nacional, soli­ daria de los destinos nacionales, sostiene que el pensamiento de José Antonio estuvo más cerca del sindicalismo revolucionario que del fascismo (Massot, 1982 [1997]: 121). Legaz Lacambra (1939: 27) se lamenta de la gran confusión existente en torno a los conceptos de corporativismo y nacional­ sindicalismo, y del equívoco que unas veces considera el corpo­ rativismo como un residuo liberal, que afirma otras veces que el nacionalsindicalismo o desemboca en el corporativismo o no sig­ nifica nada, y ve en otras -con el fascismo- en el corporativismo la esencia absoluta del Estado, y concluye diciendo que el cor­ porativismo es un símbolo político con el que se designan las tendencias modernas de signo antiliberal y antimarxista, basadas en una filosofía social orgánica, que aspiran a una reforma del Es­ tado (Legaz, 1939: 43). Cuando ese símbolo político se torna en específico sirve para designar de modo especial las tendencias políticas antiliberales y antimarxistas, pero también autoritarias, y añade que en ese sentido es en el que se opone por los corporativistas el corporativismo al fascismo, al nacionalsocialismo y al nacionalsindicalismo. En otro momento, Legaz Lacambra (1939: 44-47) no duda en afirmar que el nacionalsindicalismo constituye una especie del género corporativista (sería el modo en que el sistema corporativo español refleja la verdadera fisonomía del país) y añade que los corporativistas no son precisamente nacionalsindicalistas y que los nacionalsindicalistas no gustan de lla­ marse corporativistas. Afirma que el nacionalsindicalismo es otra cosa que corporativismo pura y simplemente. De esta forma, opone a la tesis de Azpiazu según la cual el nacionalsindicalismo ha de desembocar necesariamente en el corporativismo para ser algo, la tesis propia de que el corporativismo desemboca, entre

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otras cosas, en fascismo y nacionalsindicalismo, que son más que corporativísimo, y por tanto tienen significación propia. Por otra parte, Bartolomé Aragón (1937: 23) comienza su en­ sayo con el siguiente pensamiento: "económicamente hablan­ do, corporativismo es a Italia, lo que nacionalsindicalismo a España”, manteniendo que el corporativismo es un punto de conciliación, resultado de la tendencia superadora del liberalis­ mo y el socialismo que han de encontrarse a fuerza de racioci­ nio. Más adelante expone los fundamentos filosóficos del corporativismo a partir de las ideas del ya mencionado Ugo Spirito (Aragón, 1937: 95-101). Señala como el punto más original de su filosofía la coincidencia de los conceptos individuo y Esta­ do, salvando el defecto común a liberalismo y socialismo. El cor­ porativismo supera la antinomia de individuo y Estado, hace coincidir el ordenamiento económico y político con el ordena­ miento corporativo venciéndose así el egoísmo de clase y al po­ lítico profesional. El Estado aparece como una agrupación de categorías, no como una suma de individuos, que agrupados en esas categorías, se identifican con el Estado al coincidir sus in­ tereses con los de éste. Spirito se esfuerza por salvar el conteni­ do ético en el que se apoya la crítica socialista al sistema liberal, al tiempo que los principios básicos del liberalismo. Cantarero del Castillo (1973: 152-158) expone cómo la recep­ ción del fascismo en España es tardía y mantiene que el revolucionarismo fascista es puramente teórico. José Antonio se sintió en principio deslumbrado por el fascismo al entender que signi­ ficaba una vocación de justicia social al mismo tiempo que de afirmación nacional y modernidad. Pero esa atracción inicial se rectifica al descubrir en su actuación contradicciones graves, de modo que sus concomitancias con el fascismo fueron efímeras.

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Del fascismo gustó a los falangistas originarios el sentido de efi­ cacia ejecutiva del Estado, frente a la ineficacia del Estado libe­ ral-democrático, y el sentido de la afirmación nacional; y gustaba poco, por tibio e impreciso, el tipo de revolución social que propugnaba48. Una razón importante esgrimida por Cantarero en el aleja­ miento de José Antonio del fascismo es la sospecha, creciente hasta la certeza, de que no haría la revolución social que el tiem­ po exigía. Mantiene que el fascismo carecía de doctrina econó­ mica en sentido estricto y que José Antonio admitía que podía tener un carácter "capitalista retardatario". En el falangismo, sos­ tiene Cantarero (1973: 163), la teoría económica fue básica des­ de el principio, aunque sumariamente expuesta o enunciada, y precisó de forma radical algunos postulados esenciales desde su origen. Sería ésta una diferencia considerable entre la doctri­ na de José Antonio y el fascismo. Refiriéndose a la entrevista que Mussolini concedió a José A n­ tonio en Roma en octubre de 1933, Muñoz Alonso (1971: 103104) nos dice que el fundador de Falange obtuvo de la conversación la "reencarnación de un axioma de ascendencia española; [...] lo demás, la aplicación a la política de un total, uni­ versal sentido de la vida, la concepción del Estado como instru­ mento al servicio de una misión histórica permanente, la visión del trabajo y el capital como piezas integrantes del empeño na­ cional de la producción, la voluntad de disciplina e imperio, la

*8 Cantarero alude al artículo titulado “El ruido y el estilo”, al interrogatorio del Fis­ cal en el proceso de Alicante y a las notas de prensa que José Antonio dio como con­ secuencia de su hipersensibilidad a una posible confusión con el fascismo (OCJA: 346, 524, 976-978, 1.054).

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superación de las ¡deas de partido [...] eran preocupaciones e ideales vistos y aprendidos en Roma, no como singularidades de importación, sino como exigencias constantes olvidadas en España". Leyendo con detenimiento a José Antonio se aprecia claramente que cuando defiende al fascismo lo hace obedecien­ do a dos principios: de orden moral, la defensa de la verdad, y por otro lado, la salvaguarda del nacimiento público y solemne del nacionalsindicalismo. Muñoz Alonso (1971: 112) cita el discurso pronunciado por José Antonio en Villagarcía de Arosa el 17 de octubre de 19354S, donde definió con claridad y distinción su pensamiento en con­ traste doctrinal y político con el fascismo. Payne (1965 [1985]: 94-99) duda que José Antonio tuviera temperamento fascista “ , y señala cómo la propaganda falan­ gista dejó de calificar de fascista al partido a principios de 1934. Respecto a este discurso, hemos de decir que la fecha citada por Muñoz Alonso no coincide con la que aparece en otras fuentes documentales (OCJA: 574-575). Se­ gún las citadas fuentes, el discurso habría sido pronunciado en Villagarcía de Arosa el 17 de marzo de 1935, y no el 17 de octubre, como afirma Muñoz Alonso. También hemos de decir que algunas ediciones de los textos de doctrina política y de Ia6 obras completas no incluyen este discurso. En JAI (1956 [1968]: 397-402) se reproducen cuatro resúmenes del mismo, aparecidos en otras tantas fuentes. Según el resumen publicado por La Voz (Madrid) (18 de marzo de 1935), José Antonio "explicó cómo conciben el nuevo Estado y negó que traten de imitar a los fascismos extranjeros". Según el extracto, versión de Carlos Herrero, aparecido en El Pueblo Gallego (22 de octubre de 1938), ‘ el orador hizo una exposición clara y concisa del Movimiento Fa­ langista, netamente nacionalista español, que con los movimientos de este tipo en Alemania e Italia no tiene de común més que la simultaneidad con que se producen*. 50 A este respecto, tomamos de Gil Pecharromán (1996: 360) la referencia que hace a las declaraciones de Unamuno sobre José Antonio: "Es un muchacho que se ha metido en un papel que no le corresponde. Es demasiado fino, demasiado señorito y, en el fondo, tímido para que pueda ser un jefe, y ni mucho menos un dictador. No le veía como líder de un partido 'fajista', porque para eso había que ser ‘epiléptico*".

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En el proceso evolutivo de José Antonio afirma Payne que ei úni­ co punto de partida programático constantemente mantenido fue el ferviente nacionalismo, y que, a medida que la Falange iba afir­ mando su independencia, se acentuó su interés por una amplia reforma económica, a la que calificaba de revolución, recono­ ciendo José Antonio en privado que había poca diferencia entre su visión económica y la de los socialistas moderados de Prieto.

4.6. Las propuestas de José Antonio ante los problemas económicos Velarde (1972: 102-107) ha analizado detenidamente la postu­ ra joseantoniana ante problemas económicos españoles concre­ tos, que se sustenta en su visión de la estructura económica de España, a partir de la cual define cuestiones tales como la políti­ ca agraria a seguir y la política industrial a desarrollar. Conocer aquella visión explicaría muchas de las medidas de política eco­ nómica que José Antonio defendió. Conforme argumenta Velarde, José Antonio señala tres puntos principales como claves de la situación económica española: 1. Unas posibilidades económicas muy superiores a las que se deducirían de su renta; idea excesivamente optimista. 2. La pequeña repercusión de las crisis económicas mun­ diales en la coyuntura española. 3. La gran abundancia de necesidades sin cubrir de sus ha­ bitantes y su bajo nivel de vida, por lo que el trabajo in­ tenso adquiere una importancia fundamental para elevar la renta nacional. Al tratar la política agraria a seguir, Velarde señala cómo Jo ­ sé Antonio critica la llevada a cabo por la Segunda República,

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basada principalmente en el reparto demagógico y escaso de tie­ rras, divididas de manera absurda y antieconómica. Las afirma­ ciones joseantonianas sobre la reforma agraria son claras: nacionalización y reorganización del agro español, devolviendo al monte y a los pastos las tierras arrebatadas, siendo radical en materia de expropiaciones. Al mismo tiempo, José Antonio otor­ ga gran importancia a la creación de un verdadero crédito agrí­ cola y a la amplia difusión de la enseñanza agrícola y pecuaria. Para Velarde, en lo referente a la política industrial, no se apre­ cia la misma unidad en su pensamiento como al tratar la reforma agraria, señalando que realmente sólo expuso tres ideas al res­ pecto, quizás -indica- por no presentar un carácter urgentes sus problemas en su corto período de vida política. Esas ideas son: 1. Las grandes perspectivas que presentaba un renacimien­ to de la industria artesana española, especialmente en lo social. 2. La posibilidad de que el Estado desmonte en España el sistema capitalista en la industria, por ser el capitalismo de nuestro país poco fuerte. 3. La consideración sobre la conveniencia de un control obrero en las empresas. Para Plaza Prieto (1950: 203-204), el pensamiento económico de José Antonio se centra en tres orientaciones: la tierra, el sis­ tema financiero y la industria. En opinión de este autor "toda la política económica joseantoniana se basa (...) en la sustitución del orden económico existente [liberal capitalista] por otro nue­ vo y esta sustitución lleva aparejada la creación de un Estado fuerte al servicio de la gran unidad de destino que es la patria". El mismo autor afirma que el objetivo de José Antonio será el de

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desmontar los "respectivos capitalismos" hacia los que había evolucionado la agricultura, el sistema financiero y el sector in­ dustrial español. Aunque no lo menciona, Plaza Prieto se refiere a la evolución del orden económico liberal primigenio (del que José Antonio se muestra partidario en la Conferencia del Círcu­ lo de la Unión Mercantil) hacia el sistema capitalista (que el pro­ pio Jefe Nacional falangista denuncia en la citada conferencia, como ha quedado de manifiesto a lo largo del capítulo). Señala también que el pensamiento de José Antonio se cen­ tra fundamentalmente en los problemas del campo español de entre los que destaca el paro estacional y la miseria de los cam­ pesinos, aunque sorprendentemente no menciona el problema de la estructura de la propiedad. En cuanto a la vía para desarti­ cular el capitalismo agrario, José Antonio entiende que es tan sencilla como "declarar cancelada la obligación de pagar la ren­ ta", lo que en opinión del propio José Antonio "podrá ser tre­ mendamente revolucionario pero, desde luego, no originará el menor trastorno económico; los labradores seguirán cultivando sus tierras, los productos seguirán recogiéndose y todo funcio­ naría igual" (OCJA: 807). Como se ha señalado, Plaza Prieto no se refiere a la denuncia joseantoniana de la estructura de la pro­ piedad agraria. Para ello utiliza el eufemismo de decir que "para José Antonio el derecho de propiedad sobre la tierra pasa por una subestimación ante la conciencia jurídica de la época en que vive". A partir de aquí, la reforma agraria joseantoniana aborda­ ría dos aspectos: la reforma económica y la reforma social61.

Este planteamiento puede seguirse en el esquema que José Antonio realiza a mo­ do de "propuesta de solución política" y que, según parece, envía a Diego Martínez Barrio el 9 de agosto de 1936 (PPJA: 146).

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La reforma económica impulsaría los siguientes cambios: 1. La delimitación racional de las áreas habitables y cultivables. 2. La racionalización de las unidades de cultivo. 3. La organización de un sistema de crédito agrícola. 4. Defensa de una política arancelaria de corte proteccio­ nista en el ámbito de los productos agrarios. 5. Fomento de las obras hidráulicas. 6. Difusión de la enseñanza agropecuaria entre la población campesina. 7. Sistema de precios garantizados que permitiesen asegu­ rar a los campesinos una renta digna. Por su parte, la reforma social implícita consistiría esencial­ mente en la movilización de la población campesina hacia nue­ vos asentamientos en tierras fértiles que les serían suministradas por el Estado. Para ello el Estado adquiriría las tie­ rras que luego entregaría a los colonos, y caso de no disponer de los fondos necesarios, procedería a hacer la reforma agraria "revolucionariamente", es decir, "imponiendo a los que tienen grandes tierras el sacrificio de entregar a los campesinos la par­ te que les haga falta" (O CJA: 783). En lo referente al sistema financiero, es conocida la demanda joseantoniana de nacionalización del Banco de España, que en la etapa histórica que analizamos era una corporación bancaria pri­ vada. Esta exigencia deja ver de nuevo la influencia del profesor Olariaga, quien había denunciado de manera pública y rotunda la situación del banco emisor. En cuanto a su análisis del sector industrial, para José Antonio el capitalismo industrial español es fácil de desmontar porque el

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desarrollo de la industria en España no es muy grande; no obs­ tante, el proceso de desarticulación será prolongado. En cual­ quier caso, Plaza Prieto (1950: 206) recuerda -aunque sin citarlas explícitamente- las palabras de José Antonio en el Círculo de la Unión Mercantil.

4.7. El Estado sindical La sustitución del capitalismo, objetivo principal en el pensa­ miento de José Antonio, se llevaría a cabo con la construcción de una nueva estructura económica de base sindicalista, montada sobre un nuevo sistema político que integraría la síntesis superior de la Patria (Mayor, 1972: 83-84). En el nuevo orden económico, la propiedad de los medios de producción no pertenecería al ca­ pital ni tampoco al Estado. José Antonio propugna sustituir el sis­ tema de propiedad capitalista por la propiedad individual, la propiedad familiar, la propiedad comunal y la propiedad sindical. En opinión de Bellod (1956: 102-117), la reordenación social se ha de basar en el hombre, comenzando por considerar el tra­ bajo como atributo humano. La proletarización, consecuencia del régimen capitalista, genera -e n opinión del mismo autoruna subversión profunda, pues supone la rebelión del hombre integral contra su consideración material. En el nuevo orden pro­ pugnado, el sindicato permitiría la prestación del trabajo a una comunidad y se sustituiría su consideración de simple energía por la de ejercicio de una función individual y socialmente nece­ saria. Se pretende sustituir la relación bilateral del trabajo a fin de evitar la consideración de una potencia humana como obje­ to cuyo uso se pueda discutir y la fijación de las condiciones en las que se ha de desarrollar el trabajo de acuerdo con los intere­ ses inhumanos de la economía capitalista.

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La relación bilateral del trabajo quedaría modificada por los sindicatos verticales, y por medio de ellos se garantizaría la efi­ cacia industrial, de manera que no serían órganos de represen­ tación sino de actuación, de participación y de ejercicio. José Antonio se refirió en numerosas ocasiones al poder eco­ nómico sindical, como pone de manifiesto Mayor (1972: 88-89). En el planteamiento joseantoniano, el Estado reconoce el sindi­ cato como estructura de participación de poder, mientras que el carácter instrumental del Estado queda claro en la norma pro­ gramática de la Falange. José Antonio indica cómo el sindicato habría de recortar funciones del Estado, el cual se reservaría "las funciones esenciales del poder", realizando un esfuerzo clarifi­ cador al precisar que el Estado que propugnaba no sería corpo­ rativo. Este Estado se constituye como verdadera garantía de la libertad del individuo y el sindicato se presenta como el respon­ sable de la estructuración de la economía. Para Bellod (1956: 107 y ss.) es éste el sentido nuevo de la función económica de los sindicatos en José Antonio, del carácter sindical de la fun­ ción económica. Bellod (1956: 109) entiende en el pensamiento de José Anto­ nio que el sindicato es la institución que armoniza el esfuerzo productivo y reparte sus beneficios entre los creadores. Explica Mayor (1972: 90-91) que en la organización económica que ha de sustituir al capitalismo los bienes de producción deben per­ tenecer a los productores, en sus formas individuales o sindica­ les. La propiedad de los medios de producción quedaría atribuida de esta forma a las denominadas "entidades naturales de convivencia", base sobre la que se monta todo el sistema ca­ pitalista. De ella se derivan dos nuevos principios:

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1. La asignación de la plusvalía a los productores de cada sindicato. 2. La negación del carácter bilateral de las relaciones de trabajo. El sindicato se convierte así en el beneficiario del producto conseguido y no es meramente el representante de un grupo de productores. Así, la solución sindicalista acabaría con los inter­ mediarios políticos y otros parásitos. Bellod (1956: 112) estima que a la atribución de la plusvalía a los sindicatos podría oponerse la objeción de la necesidad del proceso de capitalización y crédito en la economía. La nacionali­ zación del crédito -sostiene Mayor (1972: 94)- es necesaria para poder atribuir la plusvalía a los sindicatos. Para José Antonio, la nacionalización del crédito requería una inmediata aplicación” . Indica Bellod que la alusión ál crédito estatal debe quedar corre­ gida, de acuerdo con la posición nacionalsindicalista de que el Estado debe abandonar el ejercicio económico a los sindicatos, y por tanto no debe verse una tendencia hacia la estatificación del crédito, sino hacia su sindicación. Por su parte, Mayor (1972: 94) señala el respeto de la doctrina nacionalsindicalista hacia el pe­ queño ahorro, indicando lo lógico de esta actitud si tenemos en cuenta que el motivo de nacionalizar el crédito no era otro que proteger a los pequeños productores. En las conclusiones de su trabajo Mayor (1972: 98-99) hace las siguientes afirmaciones:

52 En el discurso pronunciado en el Teatro Pereda de Santander el 26 de enero de 1936, sostuvo que 'si Falange llega al Poder, a los quince dias será nacionalizado el servicio de crédito, acometiéndose inmediatamente el problema agrario. Quizó llegue pronto el día en que me vea obligado a responder de estas cosas' (OCJA: 916-917).

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1. El sindicalismo vertical constituye toda una doctrina que exige una nueva estructura socioeconómica no compati­ ble con el capitalismo. 2. Es preciso organizar las fuerzas económicosociales par­ tiendo de la base de que los elementos que intervienen en la producción constituyen una comunidad y no hay oposición de intereses entre ellos. 3. Es necesario que desaparezca la propiedad capitalista que sería sustituida por la propiedad sindical, y desaparecería entonces la justificación de los sindicatos horizontales.

4.8. Por una teoría económica del nacionalsindicalismo Bajo el título "Por una teoría económica del nacionalsindica­ lismo" Bartolomé Aragón desarrolla uno de los capítulos que componen la obra Cuatro estudios sobre sindicalismo vertical (1939), redactado en enero de 1937. En él establece un parale­ lismo entre nacionalsocialismo, corporativismo y nacionalsindi­ calismo al afirmar que pertenecen a un modo de internacional que empieza siendo una defensa colectiva ante el socialismo, y que afirmando la personalidad de la nación prepara a los pue­ blos para una nueva forma de vida. Es su objetivo mostrar la fi­ losofía sobre la que se apoya el nacionalsindicalismo, del que afirma que es una realidad que impone la historia como conse­ cuencia de la lucha mantenida entre el liberalismo y el socialis­ mo, y que no es una doctrina ecléctica más, que participa un poco del liberalismo económico y otro poco del socialismo. Analizando los rasgos principales del liberalismo y del socialis­ mo, afirma Aragón que el nacionalsindicalismo no puede ni acep­ tar el interés individual como motor de la economía y ordenador

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del sistema ni despreciarlo para mirar las formas colectivas, co­ mo hicieron los socialistas. La iniciativa individual, la iniciativa particular, es el factor principal que sirve de base al interés nacio­ nal, y debe ser enaltecida y perfectamente vigilada, no pudiéndo­ se mantener el interés particular cuando esté en contraposición al interés colectivo, como hiciera la doctrina liberal. Al referirse a la libre concurrencia, la define como tópico de la economía liberal, que la considera válvula reguladora del siste­ ma económico. Afirma que a la economía liberal nunca le inte­ resó ni regular la capacidad de producción ni la capacidad de consumo, ni si algún producto es de interés nacional. Un asala­ riado en una empresa capitalista liberal da su trabajo y recibe su jornal, pero no le importa nada el resultado del ciclo económico. Para Aragón, en España es el nacionalsindicalismo el que tenía que dar respuesta a los problemas económicos. A él le corres­ pondería construir la nueva economía política: 1. Encauzando la producción, fijando el punto límite y lo­ grando la exacta compenetración de los factores capital y trabajo. 2. Determinando la forma en que el trabajo interviene y su participación en los beneficios distribuidos. 3. Precisando el modo de distribuir la riqueza, así como las formas necesarias en que deberá realizarse el consumo. Es a los sindicatos -admitiendo como punto inicial la organi­ zación sindical- o a las categorías superiores suprasindicales a quienes ha de corresponder el nivel normativo de la concurren­ cia, haciendo imposibles luchas innecesarias y superproduccio­ nes antieconómicas. Al tener estos organismos un interés directo en la producción y no ser órganos estatales sin vida, al

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tener una visión completa del mercado nacional e internacional, facilitarán la acomodación de la producción al consumo. Esto no lo podían hacer la economía liberal, por no existir la integración de las diversas economías, ni la socialista, porque al negar al in­ dividuo elimina por completo la iniciativa particular. Para Aragón, el nacionalsindicalismo ha de recoger la expe­ riencia liberal y socialista, cimentando en ellas su sistema eco­ nómico. No puede anular al individuo, absorbido por el Estado, creando una tiranía; ni el Estado nacionalsindicalista es una forma endeble y transitoria que admita la imposición de las individualidades.

4.9. Una mirada restrospectiva A lo largo de los epígrafes anteriores se han presentado no sólo las principales ideas y propuestas económicas extraídas d¡ractamente de los escritos y discursos de José Antonio, sino también las interpretaciones que de ellas han realizado quienes los han estudiado de forma más o menos monográfica. Como no podía ser de otra forma, las interpretaciones difieren en oca­ siones en forma de matices y, en otras oportunidades, de forma amplia. Convendría disponer de un análisis de la evolución tem­ poral de esas interpretaciones del pensamiento económico de José Antonio. Ésta es precisamente la tarea que realiza Joaquín Fernández. Entiende este autor (1991: 546) que han existido cua­ tro interpretaciones del pensamiento falangista a las que otorga la siguiente denominación: a) la falange de José Antonio; b) la falange de Franco o Movimiento; c) las falanges alternativas, y d) la falange hipotética.

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4.9.1. La falange de José Antonio Fernández (1991: 550) reconoce que la posición de José A n­ tonio frente al fenómeno fascista es en ocasiones contradictoria, si bien evoluciona claramente desde una simpatía inicial hacia un alejamiento progresivo63. Ese alejamiento culmina para auto­ res como Velarde (1972) en el reiterado discurso que José A n­ tonio pronuncia en el Círculo de la Unión Mercantil en abril de 1935. Señala también el mismo autor que la recurrente compa­ ración entre falange y fascismo la resuelve acertadamente el Je­ fe Nacional de FE de las JO N S desde un punto de vista estrictamente semántico en la entrevista que concede a la pe­ riodista Irene Polo. En aquella entrevista, publicada en abril de 1934 en L'Opinio de Barcelona (Gibson, 1980: 287), José Anto­ nio afirma: El movimiento que se efectúa actualmente en España no es, precisamente, fascismo. Lo que pasa es que corresponde a la época de los fascismos. El fascismo es una constante universal que en cada país tiene sus características y nombre propio. Aquí es una síntesis de lo nacional y de lo social, que es con lo único que se puede dar una solución completa a la situación.

4.9.2 La falange de Franco, las falanges alternativas y la falange hipotética Fernández (1991: 555-556) define "la falange de Franco" como una especie de movimiento esquizofrénico en el que existían "falangistas de derechas", "falangistas de izquierdas" y otros que interiorizaron la esquizofrenia al advertir la contradicción en los términos. En cualquier caso, en su opinión la estrategia más

Esta tesis es la que comparten varios historiadores, entre los que merece men­ ción García de Tuñón (2002).

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afortunada en estos años fue la del posibilismo ejercido en aque­ llas áreas en las que el sector azul del Régimen gozó de alguna parcela de poder. Fruto de esa estrategia posibilista, Fernández destaca -entre otros- los siguientes logros: 1. El avance en los derechos laborales que supuso la apro­ bación del Fuero del Trabajo. 2. El establecimiento del seguro obligatorio de enfermedad. 3. La construcción de una amplia red de infraestructura sanitaria. 4. La creación de mutualidades laborales que extendieron progresivamente las pensiones de invalidez y jubilación. 5. El establecimiento del principio de estabilidad en el em­ pleo. 6. El establecimiento de las Magistraturas de Trabajo. 7. La construcción de una red de infraestructuras que ga­ rantizase el disfrute del ocio para los trabajadores. 8. La regulación y el estímulo desde el Ministerio de Traba­ jo de las cooperativas de trabajo asociado y las Socieda­ des Anónimas Laborales. 9. La regulación de los mercados de productos agrarios. 10. La creación del Instituto Nacional de Colonización. 11. La estatificación en 1962 del Banco de España entre otros bancos. Con respecto a las falanges alternativas nacidas o reconstituidas en 1976 al amparo de la Ley de Partidos Políticos, Fernández (1991: 558) se muestra claro partidario de desvincularlas de los grupos ultraderechistas, algunos de los cuales cita explícitamente.

235

Finalmente, Fernández (1991: 556) se refiere también a ia "fa­ lange hipotética", tomando el término del que fuera escritor fa­ langista Dionisio Ridruejo (1977: 438), aquella que estuvo integrada por el "conjunto de subjetividades de buena voluntad que creían estar participando en un movimiento de regeneración del país, tanto en el orden de su potenciación nacional como en el orden de su reforma social". 5. C o n c l u s io n e s

José Antonio no fue un economista político en el sentido cien­ tífico del término. Fue -eso sí- una persona de notables conoci­ mientos en Economía Política sobre los que vertebró parte considerable de una propuesta política que fue seguida por mi­ llares de españoles y españolas en unos años ciertamente trági­ cos. Estos conocimientos los adquirió, principalmente, a raíz de los estudios realizados bajo la tutela del profesor Olariaga. De él recibió dos influencias científicas igualmente importantes pero desigualmente tratadas por la literatura especializada. La primera y menos estudiada fue la del historicismo alemán. De este in­ fluencia conocemos el único dato -revelado en la corresponden­ cia epistolar con Olariaga- del estudio que realiza de la obra de Gustav Schmóller64. No debemos pasar por alto que una parte muy destacada del mundo académico que rodea al José Antonio universitario está formada intelectualmente en las universidades alemanas. La segunda influencia que José Antonio recibe de Olai

riaga es su amplio conocimiento del fenómeno sindicalista en to­ das sus variantes. Este conocimiento es el que le lleva al estudio 54 Sobre esta influencia puede consultarse Cansino (2003).

236

de las obras de tres autores claves: Marx, Tugan-Baranowski y Sorel. José Antonio coincidió con Marx en el pronóstico del colapso del sistema capitalista -e n lo que se ha divulgado como su ver­ sión manchestariana- y al mismo tiempo rechazó el legado de Marx al negar la dimensión ética y moral del cambio social. Fue esta crítica del marxismo la que lo situó científicamente próximo a las tesis de Tugan-Baranowski y Sorel. Ante la quiebra del sistema capitalista que José Antonio vis­ lumbra, advirtió la urgente necesidad de desmontar en España este sistema económico ante la amenaza comunista. Su solución pasó por rechazar la opción corporativa frente a la alternativa que representaba la organización sindical de la economía: en definiti­ va, el Estado sindical que permitiría armonizar las aspiraciones de los trabajadores con el destino de la Patria en el sentido orteguiano del mismo. Fue esa aspiración la que quedó resumida en la consigna de la lucha por la patria, el pan y la justicia.

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Capítulo 6

¿Nacionalsindicalismo en España? Jorge Lombardero Álvarez 1. D el

sin d ic a lis m o r ev o lu cio n a r io a l n a c io n a lsin d ic a lism o

1.1. El trabajo El trabajo es una manifestación de la capacidad creadora del hombre. A través del trabajo el hombre transforma las cosas y en este sentido representa un esfuerzo realizado por el hombre mismo. No debemos olvidar que la palabra trabajo procede de la latina trapatium que designaba un instrumento de tortura compuesto por tres palos. Hoy día la palabra trabajo se utiliza con distintos significados tanto en el lenguaje ordinario como en el plano científico, sien­ do destacables las siguientes acepciones: - el trabajo como obra o producto, que se refiere a cosa elaborada, a un resultado concreto; - el trabajo como actividad, se remite a la simple presta­ ción de servicios considerada en sí misma; - el trabajo como empleo, hace mención a la colocación del trabajador;

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- el trabajo como factor de producción, que permite hablar de mano de obra en sentido netamente económico; - el trabajo, en fin, como agrupación de trabajadores o la clase social de los trabajadores. A lo largo de la historia, el trabajo ha merecido una conside­ ración atenta desde diferentes concepciones filosóficas y vitales. El mundo clásico conoció una versión del trabajo que lo identificaba con un sentido exclusivamente material, lo que hi­ zo posible la institución de la esclavitud. Se da pues una inter­ pretación negativa del trabajo, según la cual ser hombre libre equivale a ejercer una profesión que ennoblece y ser esclavo quiere decir hallarse condenado al trabajo vil. La esclavitud es una forma de trabajo en que el hombre pierde la posesión de sí mismo: es la alienación total de un hombre por otro. El trabajo humano queda reducido a cosa y arrastra consigo a la persona, a la que está indisolublemente ligado. El trabajo es atributo del esclavo. Habrá así, una misión del pensamiento puro, inconta­ minado con el trabajo, propia del hombre libre, y por otro lado el trabajo manual, función del esclavo, debido a su incapacidad para actuar como sujeto de pensamiento. En el cristianismo aparecerán agregados al trabajo la fatiga y el esfuerzo penoso como consecuencia de la caída original del hombre. Al presentarse el trabajo como una posibilidad de con­ tinuar la obra creadora de Dios, todo individuo está obligado a trabajar. Pero debemos tener en cuenta que la verdadera esencia del cristianismo imprime al hombre un fin que no radica en el tra­ bajo. El hombre debe perseguir el Reino, de significación espiri­ tual, desproveyéndose de toda contaminación material. Y el trabajo en cuanto permite y actúa como elemento santificador,

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hace posible esa consecuencia del fin último del hombre, supe­ rándose la distinción entre trabajo intelectual y manual. En el Renacimiento, el trabajo aparece como un valor que se ensalza, una realidad que alcanza plena estimación en cuanto fruto de la voluntaria actividad racional del hombre. Así, en Campanella se atisba ya una sociedad del trabajo, en la que la labor intelectual no sea de superior catalogación que el trabajo mate­ rialmente considerado. En esta concepción todos están obliga­ dos al trabajo y éste se afirma como el cimiento sobre el que ha de levantarse la estructura ideal de la República. El protestantismo incorpora al trabajo un doble sentido reli­ gioso y económico, tratando de conjugar ambos factores en la justificación y desarrollo del mismo. En la mentalidad luterana, el trabajo responde a un sentido de vocación profesional, de rea­ lización del destino divino. La actividad laboral es el instrumen­ to mediante el cual los elegidos de Dios desarrollan su individualidad y actualizan su poder. La correspondencia protes­ tante entre predestinados y elegidos se traduce en la dualidad de capitalistas y proletarios. Aquéllos cuentan con bienes terre­ nos y garantía de solución eterna; éstos aparecen condenados a no disfrutar de una ni a contar con los otros. Durante el desarrollo individual y comercial de los siglos xvu y xvm, los economistas clásicos -Adam Smith, David Ricardo, Malthus- desarrollan una concepción del trabajo definida co­ mo equivalente al ejercicio de las facultades y el esfuerzo hu­ manos en cuanto dirigidos a la producción de riqueza. El trabajo es factor de producción. Su noción es la de mercancía sometida a la ley de mercado y, donde por tanto, no procede sino respetar las consecuencias inexorables de una automática disposición natural, en la que no cuentan los valores morales

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ni las consideraciones de una justicia social, enteramente ex­ traños unos y otros a la regulación del trabajo, factor econó­ mico que se mide y se valora única y exclusivamente en función de la utilidad que reporta. Para el marxismo, el trabajo es el factor fundamental de la pro­ ducción. Es el único que merece ser tenido en cuenta a los efec­ tos de engendrar una titularidad determinada. Y ese trabajo es sólo el del obrero. Es el trabajo el que presta valor a las cosas que crea y transforma; por tanto, el producto del trabajo perte­ nece al obrero como clase.

1.2. Las clases sociales Sin embargo, llama la atención que Marx nunca llegara a dar una definición clara y detallada de clase social. En diversas obras suyas pueden encontrarse textos diferentes y contradictorios sobre las clases sociales. Pero el capítulo 52 del libro tercero del El Capital, donde se propone responder a la pregunta: ¿Qué es lo que constituye una clase?, quedará inconcluso. En principio el término clase social no connota otras ¡deas que las de clasificación o tipología. Una clase no sería más que una de las formas de clasificar determinados individuos o gru­ pos, de acuerdo con algunas características comunes. Se trata pues de una expresión genérica y flexible, con la que es posible referirse a muchas cosas y que no prejuzga inicialmente ningu­ na idea ni valoración. Siempre nos ha sorprendido la preferencia de los conserva­ dores por términos como estrato o capa social para sustituir al de clase, cuando este último es meramente descriptivo, mien­ tras que el de estrato está asociado por sus orígenes (metáfora geológica) a ideas de rigidez e inmodificabilidad.

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En cuanto a su génesis no puede decirse que el concepto de clase social tenga antecedentes remotos en el pensamiento so­ cial. No obstante, la expresión remite a un término latino -c/assisque los censores romanos utilizaron para referirse a los distintos grupos contributivos en que se dividía la población de acuerdo con la cuantía de impuestos que pagaban; eran pues grupos de referencia económica1. Pero la palabra clase no se utiliza con el significado que hoy tiene hasta que se produce la quiebra de la sociedad estamental y comienza el desarrollo industrial capitalista; y su plena utiliza­ ción tendrá lugar en el siglo xvm, no llegando a ser vocablo de uso corriente hasta el xix. Generalmente existe una cierta imagen que asocia el concepto de clase social a la reflexión marxiana sobre el tema, a pesar de lo que hemos señalado y de lo dicho por el propio Marx (1974: 50) cuando declaraba que no le corresponde a él, "el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad mo­ derna, como tampoco, la lucha que libran entre sí en esa socie­ dad. Historiadores burgueses -prosigue- habían expuesto mucho antes que yo la evolución histórica de la lucha de clases, y eco­ nomistas burgueses habían descrito su anatomía económica". Como apunta Marx, una interpretación económica de la reali­ dad de clases, vinculada a la dinámica de los sistemas producti­ vos ya había sido dada por Adam Ferguson, John Millar y Adam Smith; interpretación económica que no les impidió referirse a otros aspectos políticos, sociológicos y culturales de las clases

1 La influencia de esta terminología romana esté también presente en el mismo con­ cepto de proletariado, pues los pro/etarii eran aquellos que no tenían más propiedad que su prole.

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sociales. Estos rasgos políticos habían sido especialmente resal­ tados teóricamente por los socialistas utópicos franceses y co­ menzaron a ser puestos en práctica por los primeros movimientos obreros organizados. Luego en los orígenes de la reflexión en torno a las clases so­ ciales es preciso señalar tres fuentes: el pensamiento de los economistas clásicos ingleses, el pensamiento de los socialis­ tas utópicos franceses y el ejemplo de algunas clases sociales concretas que se van a tomar como modelo paradigmático de lo que es una clase social (nos estamos refiriendo en concreto, a la burguesía, a los obreros fabriles y a la clase terrateniente inglesa). Sin embargo, y a pesar de estos antecedentes, la populariza­ ción del término y la carga de contenido ideológico que tiene hoy se debe al curso de unos procesos políticos específicos y a la elaboración teórica de los pensadores socialistas. De la gran cantidad de enfoques planteados por los estudiosos de las clases, podemos destacar dos puntos de coincidencia: - en primer lugar, que los sistemas de jerarquías sociales que son las clases no forman parte de un orden de cosas natural e invariable, sino que son un artificio humano so­ metido a cambios de carácter histórico; - y en segundo lugar que las clases, en contraste con las castas o los estados feudales, son grupos económicos en su sentido más exclusivo. Es decir, que los límites de las clases sociales están definidos de manera menos precisa dado que no concurren a constituirlos o sostenerlos cier­ tas formas legales y religiosas específicas, y la participa­ ción en una clase dada no confiere al individuo derechos

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civiles o políticos especiales como ocurre con el sistema de castas o estamentos, al menos formalmente2.

1.3. La clase obrera Teniendo en cuenta que la dimensión económica es primor­ dial (aunque no única) para la conformación de las clases socia­ les, un primer criterio definitorio del proletariado como clase sería la nopropiedad de los medios de producción, de donde se deriva su carácter de clase explotada que produce plusvalía pa­ ra el capital. Un segundo criterio ligado estrechamente al anterior sería el de nocontrol por parte de los trabajadores del proceso de produc­ ción. En el capitalismo no son los trabajadores quienes deciden lo 2 En este sentido, para Medrano (s.f.: 6-7) el orden de castas es una estructuración basada en las diferencias de naturaleza, vocación y aptitudes de los seres humanos (con sus tres tipos básicos: sacerdotal, guerrero y económicamente productivo). Las castas agruparían a individuos que corresponden a un mismo tipo, que poseen la misma inclinación fundamental, poseyendo cada uno sus propios deberes y dere­ chos (que le permiten la realización de su función específica), su propio modo de vi­ da y sus propias normas éticas. El conjunto de castas o estamentos formaría un todo jerarquizado cuya gradación viene determinada por la mayor o menor proximidad a la espiritualidad pura (es decir, sacerdote-guerrero-productor). Ello lleva, según este autor, a que la jerarquía de castas se regiría por un estilo de vida heroico y aristo­ crático, encontrándose el plano económico y material supeditado a los valores polí­ ticos y religiosos. Medrano se queja además de que la sociedad modterna haya acumulado numerosos errores y prejuicios sobre el orden estamental de castas, pie­ za clave de la sociedad tradicional. Es sintomático que este autor (Medrano, [1981] 1998) sea uno de los principales defensores de una interpretación "tradicional" del nacionalsindicalismo. Para nosotros ni es un error ni un prejuicio de la mentalidad moderna señalar que en el sistema estamental de estratificación social la condición de señores y siervos se obtenía por el nacimiento e implicaba derechos y deberes legalmente establecidos, con lo que quedan fuera de lugar las diferencias naturales, de vocación o aptitudes como elemento de adscripción a las diferentes clases o es­ tamentos como trata de defender Medrano.

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que se produce y la manera de producirlo, sino los propietarios del capital. Éste, al obtener la posesión de la fuerza de trabajo que compra en el mercado, puede disponer de ella de la mane­ ra que mejor responda a sus intereses. Esta característica de subordinación, unida a una escasa re­ muneración y a las casi nulas perspectivas de promoción o movilidad social, nos da ya una descripción bastante aproxi­ mada de la clase obrera, al menos en su sentido económico. En la actualidad los medios científicopropagandísticos del ca­ pital pretenden convencernos de que la clase obrera ha des­ aparecido y que sólo existe la clase media a la que todos perteneceríamos. Desde luego no nos extraña este esfuerzo divulgativo del capital dado el papel histórico de las clases me­ dias, limitado a la mejora de su nivel de vida privado y como factor de desideologización y desmovilización social. Hecho és­ te perfectamente apreciado por Perón cuando en octubre de 1965 afirma que "no intentamos de ninguna manera sustituir a un hombre por otro; sino un sistema por otro sistema. No bus­ camos el triunfo de un hombre o de otro, sino el triunfo de una clase mayoritaria y que conforma el pueblo argentino: la clase trabajadora. Y porque buscamos el poder, para esta clase ma­ yoritaria, es que debemos prevenirnos contra el posible 'espíri­ tu revolucionario de la burguesía'. Para la burguesía la toma del poder significa el fin de su revolución. Para el proletariado -la clase trabajadora de todo el país- la toma del poder es el prin­ cipio de esta revolución que anhelamos, para el cambio total de las viejas y caducas estructuras demoliberales. Si realmente tra­ bajamos por la liberación de la patria, si realmente comprende­ mos la enorme responsabilidad que ya pesa sobre nuestra juventud, debemos insistir en lo señalado. Es fundamental que

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nuestros jóvenes comprendan que deben tener siempre pre­ sente en la lucha y en la preparación de la organización que es imposible la coexistencia pacífica entre las clases oprimidas y opresoras. Nos hemos planteado la tarea fundamental de triun­ far sobre los explotadores, aún si ellos están infiltrados en nues­ tro propio movimiento político"3. Para nosotros estas afirmaciones de Perón son totalmente asumibles hoy en día pues, si bien ha disminuido el número de trabajadores industriales en toda Europa, la clase obrera, tal co­ mo la hemos definido -nopropietaria y excluida de las decisiones de producción- lejos de disminuir sigue siendo el núcleo social mayoritario de las sociedades occidentales y la práctica totalidad de la población del llamado Tercer Mundo4.

1.4. El sindicalismo Llegada la revolución industrial y después de la introducción del trabajo mecanizado, dieron comienzo las primeras luchas en­ tre patronos y asalariados, viendo estos últimos la necesidad de unir sus fuerzas. En Francia la ley Le Chapelier votada durante la

3 'Carta de Juan Domingo Perón a la Juventud Peronista”; cit. en Iglesias (1993: 24). * Evidentemente contabilizamos también al proletariado rural o campesino. Algunos autores cifran precisamente en el campesinado la esperanza de una auténtica acción revolucionaria en América Latina. Asi, para James Petras (1997) 'la pieza clave del resurgimiento de la izquierda se encuentra en el campo: los años noventa se han ca­ racterizado, en muchos países, por un vasto movimiento de ocupación de tierras protagonizado por campesinos sin tierras. El movimiento mós importante por tama­ ño y significación política es el Movimiento de Campesinos Sin Tierra de Brasil (MST), con cientos de organizaciones campesinas y cientos de miles de seguidores activos, ha forzado un debate nacional entre los partidos políticos sobre la cuestión de la reforma agraria'. También se dan importantes movimientos de este tipo en Bolivia, Paraguay y México.

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Revoluciónprohibía las asociaciones de trabajadores, y leyes parecidas surgieron pronto en todos los estados europeos. Des­ pués de duras y ásperas luchas, los trabajadores obtuvieron pri­ mero la tolerancia de sus organizaciones y posteriormente su reconocimiento legal. Los sindicatos estaban concebidos toda­ vía sólo como asociaciones de ayuda mutua en caso de enfer­ medad, para socorro en los accidentes de trabajo y para atender las necesidades de la vejez. A partir de 1830, una vez que ad­ quirieron la forma actual, las organizaciones sindicales dieron comienzo a campañas de agitación con la intención de mejorar las desastrosas condiciones de vida de los trabajadores, pero sus revueltas fueron frecuentemente sofocadas con sangre. El sindicalismo como doctrina que defiende el control obrero de la industria por medio de los sindicatos se desarrolló en Fran­ cia a mediados del siglo xix y, posteriormente, se extendió a otros países. El sindicalismo original entendía que la mejora de las condiciones laborales se debía hacer desde el mundo del tra­ bajo, primero con la unión de los trabajadores de un mismo gre­ mio y luego de obreros de todos los gremios, para presionar mediante acciones comunes hasta conseguir ser dueños de su propio trabajo y del producto de éste. Sin embargo, la oposición al patronato no significa todavía una oposición al régimen capi­ talista. Los obreros aspiran a una organización del trabajo que

^ En la que se dice: 'Los ciudadanos de un mismo estado o profesión no podrán, cuando se encuentre juntos, ni nombrar presidente, ni sindico, ni tener registros, ni tomar resoluciones o deliberar, ni formar reglamentos bajo pretendidos intereses comunes. Se prohíben por atentar contra la libertad y la Declaración de los Derechos del Hombre, y serán nulos de pleno derecho todos los convenios por los cuales los ciudadanos de una misma profesión acuerdan no dispensar sus productos o su tra­ bajo más que a un precio determinado'; cit. por Lefranc (1965: 22).

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les permita constituir sus talleres en pequeñas repúblicas autó­ nomas. No se trata de nacionalización ni de expropiación; el es­ píritu de asociación que invocan los obreros no excluye la concurrencia de empresas con dirección patronal, pero tienen la convicción de que prevalecerán rápidamente las asociaciones obreras si nada impide su desarrollo. Luego el sindicalismo no nació bajo el signo de la lucha de clases. El fracaso de la Revolución de febrero de 1848 disipa este sue­ ño. Mientras los sindicatos se agrupaban en federaciones nacio­ nales (de oficio o de industria), y más lentamente en uniones locales, una serie de influencias intentan utilizar en provecho propio esta nueva fuerza. Los poderes públicos, por medio del movimiento sindical, tratan de canalizar a las masas obreras ha­ cia actividades que no sean revolucionarias. Así, se promulga la ley francesa de 1864 que autoriza las coaliciones obreras. Aun­ que ésta no elimina todas las trabas jurídicas al ejercicio real del derecho de huelga, la justicia vacila cada día más en perseguir las movilizaciones de los trabajadores, lo que supone un primer éxito para la acción sindical. La influencia de los marxistas en los sindicatos franceses es débil en un principio. Cuando los obreros miraban hacia Lon­ dres era para tomar ejemplo de las Trade Unions más que para pedir lecciones a Marx. Además, la corriente proudhoniana que cree en el valor propio del sindicalismo resiste a la corriente marxista que sólo ve en los sindicatos un medio de agitación ca­ paz de acelerar el despertar de la conciencia de clase y que de­ ben subordinarse estrechamente a las directrices del partido. Hacia 1880, cuando los marxistas van ganando posiciones en los sindicatos franceses, entran en escena elementos llegados de los medios anarquistas.

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1.5. El sindicalismo revolucionario En un principio los sindicalistas revolucionarios aceptan del marxismo las críticas que dirige al capitalismo. Pero añaden una crítica al Estado que se nutre de Fourier, de Proudhon y de Bakunin. Para ellos, el Estado no puede ser el instrumento de la li­ beración social cuando lo es, en sí mismo, de opresión. Resulta, por tanto, inútil arrancarlo de manos del capitalismo para hacer de él un elemento revolucionario. Los revolucionarios conscien­ tes no pueden proponerse más que un fin: su destrucción. Para Edouard Berth, "el socialismo, es decir, el sindicalismo revolucionario, es una filosofía de los productores. Concibe la sociedad conforme al modelo de un taller sin patronos, alta­ mente progresivo; a sus ojos, todo lo que no es función de este taller debe desaparecer. Por consiguiente, debe desaparecer en primera línea el Estado, que representa la Sociedad no produc­ tora por excelencia, la sociedad parasitaria" (Díaz, 1978: 25). Pero es en este punto donde empiezan a aparecer divergen­ cias entre los teóricos del sindicalismo revolucionario. Un sec­ tor de éstos se esforzará por señalar las diferencias que existen entre sindicalismo y anarquismo. Entre ellos Sergio Pannunzio, para quien "la diferencia inicial entre el sindicalismo y el anar­ quismo es la siguiente: mientras que el primero rechazando el Estado, no rechaza al mismo tiempo, toda forma de organización autoritaria de la sociedad, el segundo rechaza de un modo ab­ soluto el principio autoritario en sí, y por consiguiente, toda for­ ma de autoridad social" (Díaz, 1978: 83). Es decir, para Pannunzio es fundamental distinguir entre el Estado concebido como determinación y configuración política histórico-burguesa, y la autoridad como principio y lazo social que domina la vida

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comunitaria independientemente de las actitudes y formas que revista en los distintos períodos históricos y en los diversos me­ dios sociales. Estas disputas dentro del seno del sindicalismo revolucionario llevarán a una parte del sector no anarquista, del que precisa­ mente Pannunzio será uno de sus representantes más destaca­ dos, a evolucionar hacia lo que ya puede ser llamado sindicalismo nacional o nacionalsindicalismo. Ahora bien, mien­ tras esto sucedía en la teoría, en la práctica en el movimiento sindical tanto reformista (que prefiere el convenio colectivo a la huelga) como revolucionario (partidario de la huelga general co­ mo arma revolucionaria) están de acuerdo en eliminar la política del sindicato. Cuando en 1906 elementos del sector textil proponen en el Congreso de Amiens un acuerdo con el Partido Socialista, que acababa de unificarse, la mayoría responde de modo negativo. El fin del sindicalismo sigue siendo la desaparición del patrona­ to y del salario, consagrándose cada día a mejorar la condición obrera; no abandonar a un partido, sea el que fuere, la labor de realizar la emancipación integral de la clase trabajadora. El mo­ vimiento sindical es el que hará la revolución por medio de la huelga general. El sindicato es un grupo de resistencia, que se­ rá en el futuro la agrupación de producción y de reparto, base de la organización social. De ahí surge una verdadera declaración de los derechos y de­ beres de los trabajadores: - deber de adherirse a la agrupación esencial que es el sin­ dicato, cualesquiera que sean sus opiniones o sus ten­ dencias políticas o filosóficas;

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- derecho a participar, fuera dei sindicato, en toda acción que coincida con sus concepciones filosóficas o religiosas; - deber de no introducir estas opiniones en el sindicato. En cuanto al propio sindicalismo, para que alcance su máxi­ ma efectividad, debe dirigir su acción directamente contra el pa­ tronato, sin preocuparse de aquellos partidos o sectas que, a su lado y si lo desean, puedan también intentar realizar la transfor­ mación social. Tras este congreso, para los sindicatos revolu­ cionarios franceses el verdadero partido del trabajo es la C G T (Confederación General del Trabajo, constituida en Limoges en 1895), al frente de la cual estará desde 1909 León Jouhaux, cu­ yas convicciones son por entonces las de un sindicalista revo­ lucionario, y decimos por entonces, porque en breve se pondrán a prueba los principios de los sindicalistas en su con­ frontación con la realidad de la guerra europea. Hasta entonces el sindicalismo revolucionario se había defini­ do como antimilitarista. Los trabajadores, conscientes de no te­ ner más fronteras que las que separan las clases, hacen suya la frase de Marx: los trabajadores no tienen patria. Un conflicto no sería más que la distracción inventada por la burguesía para des­ viar las reivindicaciones obreras. En caso de guerra entre poten­ cias, los trabajadores deben responder con una declaración de huelga general revolucionaria. Pero, evidentemente, con la Primera Guerra Mundial esto no sucedió según lo previsto. Por un lado el sindicalismo británico, que no había negado nunca la nación, se integró inmediatamen­ te en la defensa nacional. Las Trade Unions pidieron la suspen­ sión de todas las huelgas existentes y la solución amistosa de todos los conflictos presentes y venideros. En abril de 1915, los

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jefes sindicales acceden a renunciar al derecho de huelga a cambio de la constitución de comités paritarios y de la creación en cada fábrica de delegados de taller, que deben ser consulta­ dos cuando se introduzcan nuevos métodos de organización en el trabajo. Por otro lado, el sindicalista socialdemócrata alemán Legien declaraba el 16 de julio de 1915 en Francfort del Main: "Si el re­ sultado de esta guerra nos es desfavorable, nosotros seremos los más fuertemente castigados. Pues hemos formado en Ale­ mania una cultura obrera como no puede encontrarse en ningún otro país. No nos es indiferente que, en el futuro, el Reich ale­ mán tenga por frontera el Rhin al Oeste y el Vístula al Este" (Lefranc, 1966: 41-42). Luego los sindicalistas alemanes no sólo habían descubierto que tenían patria, sino que la juzgaban socíalmente más adelantada que las demás. Mientras tanto, en Francia, el Comité Confederal Nacional de la C G T es aún hostil a la guerra. Cuando el 1 de agosto de 1914 se lanza la orden de movilización general, la C G T deplora lo sucedido, pero no con­ voca la huelga general. Esta postura sería explicada en 1919 por el propio Jouhaux, cuando ante las acusaciones de colaboracio­ nismo contestaba que "si se entiende por colaboración tomar una responsabilidad en las decisiones de poder, jamás colabo­ ró. Si por colaboración entendemos, en cambio que, cediendo ante las circunstancias, abrumado por ellas como los demás ca­ maradas, intentando defender paso a paso los intereses de los obreros, me he hallado presente en todas partes donde era ne­ cesario defenderlos, entonces sí que he colaborado" (Lefranc, 1966: 44). Más contundente es en este sentido Merrhüm, que justifica la aceptación de la guerra como una inapelable cuestión de

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supervivencia: "la clase obrera, arrastrada en este momento por una ola formidable de nacionalismo, no habría dejado a los agentes de la fuerza pública la tarea de fusilarnos. Nos ha­ bría fusilado ella misma" (Lefranc, 1966: 42). Tanto los socialistas intervencionistas (partidarios de la par­ ticipación de sus naciones en la guerra) como los sindicalistas revolucionarios no anarquistas tomarían buena nota de estos hechos, que serían decisivos en el nacimiento del fascismo y en la evolución del sindicalismo revolucionario al nacional­ sindicalismo. En 1920 se celebra en Berlín una conferencia sindicalista para continuar el trabajo establecido en Londres en 1913, donde se habían reunido delegados de varias organizaciones sindicalistas revolucionarias para relacionarse internacionalmente, propósito que la guerra había truncado. En 1921, tras la celebración del congreso constitutivo de la Internacional Sindical Roja (ISR-lll In­ ternacional), tiene lugar en Dusseldorf una conferencia prepara­ toria para un próximo congreso que agrupe a todos los sindicatos revolucionarios que rechazan la tutela de la ISR. Del 16 al 18 de junio de 1922 se reúne en Berlín la conferencia de las organizaciones que pretenden reconstituir la A IT (Asociación In­ ternacional de Trabajadores). Participan en ella los sindicatos FAU (Alemania), USI (Italia), CGTU (Francia), C N T (España), SAC (Suecia), NSF (Noruega) y las minorías sindicalistas de las unio­ nes profesionales rusas y de la FORA (Argentina)6. ® Federación Obrera Regional Argentina (FORA), fundada en 1904. Era mayoritaria en el seno del proletariado organizado argentino de inspiración anarquista. En 1919 se dividirán en dos: FORA V Congreso, que defendía ei comunismo libertario, y FO­ RA IX Congreso, integrada por socialistas y sindicalistas revolucionarios o sindica­ listas puros, seguidores de Sorel y Arturo Labriola.

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Del 25 de diciembre de 1922 al 5 de enero de 1923 se celebra el congreso constitutivo de la Asociación Internacional de los Trabajadores; además de las delegaciones reunidas en junio participan otras procedentes de Chile, Dinamarca, México, Por­ tugal, Holanda y Checoslovaquia. En él se aprueban los estatu­ tos y la declaración de principios de la AIT que, todavía hoy, perduran. Estos principios del sindicalismo revolucionario adop­ tados en diciembre de 1922 declaran lo siguiente: El sindicalismo revolucionario, basándose en la lucha de cla­ ses, busca establecer la unidad y solidaridad de todos los tra­ bajadores manuales e intelectuales dentro de organizaciones económicas que luchan por la abolición tanto del sistema de salarios como del Estado. Ni el Estado ni los partidos políticos son capaces de lograr la organización económica y la emanci­ pación de la clase obrera. El sindicalismo revolucionario mantiene que los monopolios económicos y sociales deben ser reemplazados por federacio­ nes autogestionadas, libres, de trabajadores industriales y agrí­ colas unidos en un sistema de asambleas (federaciones). La doble tarea del sindicalismo revolucionario es continuar con la lucha diaria por una mejora intelectual, social y econó­ mica de la sociedad existente, y lograr una producción y distri­ bución autogestionada e independiente a través de la toma de posesión de la tierra y medios de producción. En lugar del Es­ tado y los partidos políticos, la organización económica de la clase obrera. En lugar de un gobierno sobre el pueblo, la admi­ nistración de las cosas. El sindicalismo revolucionario se basa en los principios de federalismo, libre acuerdo y organización de base, de abajo arriba en federaciones locales, regionales e internacionales uni­ das por aspiraciones compartidas e intereses comunes. Dentro del federalismo, cada unidad tiene plena autonomía e indepen­ dencia en su propia esfera, al mismo tiempo que mantiene to­ das las ventajas de la asociación.

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El sindicalismo revolucionario rechaza el nacionalismo, la re­ ligión del Estado y todas las fronteras arbitrarias, reconociendo únicamente el autogobierno de comunidades naturales7 que tienen su propio estilo de vida, enriquecidas constantemente por los beneficios de la libre asociación con otras comunidades federadas. El sindicalismo revolucionario, basándose en la acción directa, apoya todas las luchas que no entren en contradicción con sus principios: la abolición del monopolio económico y de la domi­ nación del Estado. Los medios de acción directa son la huelga, el boicot, el sabotaje y otras formas de acción directa desarrolladas por los trabajadores en el curso de sus luchas, comenzando por el arma más efectiva de la clase obrera, la huelga general, prelu­ dio de la revolución social ("XX Congreso", 1996: 4).

Como vemos, estos principios preconizan la acción directa co­ mo elemento indispensable de la organización obrera y todos ellos son igualmente antíestatistas, anticapitalistas y anticolabo­ racionistas con las clases opresoras. Luego manifiestan un espí­ ritu antiautoritario que supone un predominio de la corriente anarcosindicalista. Aunque para Paco Cabello, a partir de estos principios pueden distinguirse en el sindicalismo revolucionario las siguientes tendencias ("XX Congreso", 1996: 8): El sindicalismo que representan Peouget, Monatte, Delasalle, etc., y que alcanzó su máxima expresión en la Declaración de Amiens, es un sindicalismo concebido como instrumento revo­ lucionario, educador del trabajador para la revolución. En este tipo no existen organizaciones específicas anarquistas, pues se estima que las masas obreras se sienten naturalmente inclina­ das hacia el anarquismo.

7 Obsérvese la similitud con las entidades naturales de convivencia de que hablará la norma programática de FE-JONS (1934). Para nosotros esta coincidencia en el vo­ cabulario no es casual, sino que en ambos casos se hace referencia a formas pre­ políticas de organización social y por tanto "naturales*.

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El sindicato orientado por premisas libertarias declaradas. Es el caso de la C N T española que desde el Congreso de la Co­ media (1919) se asigna la finalidad del comunismo libertario y en cuyo seno tienen presencia organizaciones específicamente anarquistas (o no, según la época, área geográfica, etc.). El sindicalismo como organización específica de militantes anarquistas, del cual el ejemplo de la FORA argentina serla el más relevante. Aquí la organización anarcosindicalista es una cuña, la punta del diamante de un movimiento más general. El anarcosindicalismo defendido por Maximoff en Rusia y que era partidario de trabajar dentro de los sindicatos oficiales para hacer obra revolucionaria desde su interior. Este modelo se basa en la confianza en la capacidad de los trabajadores de autoorganizarse y acrecentar su conciencia revolucionaria siempre que un poder estatal no les prive de su autonomía.

Los que no tendrían cabida dentro de estas corrientes serían aquellos sindicatos que predicasen, en virtud de una peculiar lectura del sindicalismo revolucionario, el abandono de la acción directa y caminasen hacia posturas de cogestión del Estado del Bienestar con el gobierno. Tal fue el caso de la SAC sueca que abandonó la A IT en 1958, o más recientemente de la C G T espa­ ñola, "que pretendiendo ocupar un espacio a la izquierda de los sindicatos oficiales han acabado inmersos en la órbita y total de­ pendencia económica del Estado" ("XX Congreso”, 1996: 8). El VIII Congreso de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), celebrado en Granada en diciembre de 1995, adopta en su punto 13 del orden del día, el acuerdo de ratificarse en la adhe­ sión a la Asociación Internacional de Trabajadores y en sus prin­ cipios, tácticas y finalidades, mantenidos también tras el XX Congreso Internacional de la A IT celebrado en Madrid en di­ ciembre de 1996. Como vemos, los principios del sindicalismo revolucionario aprobados en 1922 en el Congreso de Berlín se

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mantienen todavía como guía de actuación de las organizacio­ nes que integran la A IT 8. Ahora bien, como el tiempo no pasa en vano, se incluyeron para su discusión en este XX Congreso dos nuevos puntos para la puesta al día de los principios del sindicalismo revolucionario: Punto*. El sindicalismo revolucionario se opone a todas las jerarquías, privilegios y opresiones, no simplemente a aquellos que tienen origen económico. Reconoce que la opresión se puede basar en raza, sexo, sexualidad o cualquier otra diferen­ cia percibida o real y que estas opresiones deben ser combati­ das tanto por sí mismas como por ser esenciales para el mantenimiento del capitalismo. Sin embargo, toda opresión, cualquiera que sea su origen, tiene un aspecto económico y se basa en una relación de poder. Los conceptos de ''igualdad” que no reconozcan este hecho y cualquier intento de luchar contra la discriminación sin luchar al mismo tiempo contra las jerarquías y privilegios basados en la clase social beneficiarán fundamentalmente a los sectores de las clases privilegiadas ex­ cluidos hasta ahora, pero no acabarán con la discriminación contra los que no posean privilegios de clase, aunque consigan algunas mejoras inmediatas. Punto**. El sindicalismo revolucionario reconoce la necesi­ dad de una producción que no dañe el medio ambiente, que in­ tente minimizar el uso de recursos renovables y que utilice siempre que sea posible alternativas renovables. Identifica la búsqueda de ganancias y no la ignora como la causa de la cri­ sis medioambiental actual. La producción capitalista siempre busca minimizar los costes para conseguir un nivel de ganan­ cias cada vez más elevado para sobrevivir y no puede proteger 8 El directorio de la AIT-IWA para el congreso celebrado en Madrid en 1996, incluía las siguientes organizaciones: ASF/IWA (Australia), CNT/AIT (España), CNT/AIT (Francia), COB/AIT (Brasil), FAU/IAA (Alemania), FORA/AIT (Argentina), NSF/IAA (Noruega), RRU (Japón), SF/IWA (Inglaterra), USI/AIT (Italia), WSA/IWA (EEUU), ADX (Colombia), ASF (República Checa), GTS (Bolivia), ASAUL (Portugal), AL (Nigeria), CRAS (Rusia), SO (Chile), NGW (Bangla Desh) y BKT (Bulgaria).

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el medio ambiente. En concreto, la crisis mundial de la deuda ha acelerado la tendencia hacia las cosechas comerciales en detrimento de la agricultura de subsistencia. Esto ha causado la destrucción de las selvas tropicales, hambre y enfermedades. La lucha para salvar nuestro planeta y la lucha para destruir el capitalismo deben ser conjuntas o ambas fracasarán. *

No creemos, por otra parte, que estas concesiones al lengua­ je políticamente correcto mejoren sustancialmente los principios originales.

1.6. El sindicalismo nacional Una vez que hemos visto lo que sucedió con el sindicalismo revolucionario de tendencia anarcosindicalista, cabe preguntar­ se por la evolución y desarrollo de aquellos sectores que no só­ lo diferenciaban el sindicalismo del anarquismo sino que cada día les parecían conceptos más alejados. Siendo incluso para al­ gunos autores estos últimos y no ios anarcosindicalistas los "au­ ténticos" sindicalistas revolucionarios. Así, para Marino Díaz Guerra (1977: 154-155) "son precisamente estos hombres ar­ dientes, animados prodigiosamente de un fuerte sentimiento de libertad, tan ricos en devoción por el proletariado como pobres en fórmulas escolásticas, que extraen de la práctica de las huel­ gas una concepción muy clara de la lucha de clases, un grupo de anarquistas o como frecuentemente se les denomina 'anar­ cosindicalistas', el sindicalismo revolucionario supone una rup­ tura, tanto con el socialismo político como con el anarquismo. Y si en algún momento se le acusó de haber dado entrada a los anarquistas, son los anarquistas que en su juventud creyeron en

® "Propuestas de Solidary Federation para el XX Congreso de la AIT", C N T 211-212 (octubre 1996), p. 15.

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la grandeza de la democracia -en los principios democráticos- y se desilusionaron ante la realidad, ante lo que Sorel denomina patriciado de mediocridades". Ya que se cita a Sorel, aprovecharemos para decir que su in­ fluencia en el sindicalismo revolucionario es bastante controver­ tida. Mientras para unos -Sternhell (1994: 27)- sus escritos "esbozan el espacio conceptual en el que evolucionarán las teo­ rías del sindicalismo revolucionario", para otros -Berlín (1976: 4 6 )- "el efecto de la doctrina de Sorel sobre el movimiento re­ volucionario fue mínimo. Escribía artículos en la prensa, colabo­ ró con Lagardelle, Delesalle, Péguy, rindió homenaje a Fernand Pelloutier y daba charlas y conferencias a grupos admiradores en París; pero cuando se le preguntó a Griffuelhes, la personali­ dad sindicalista más fuerte desde Pelloutier, si había leído a So­ rel, su respuesta fue 'Yo leo a Alejandro Dumas'". Según Sorel, el comunismo anarquista y libertario es el sueño idealista de los socialistas oficiales, quienes aspiran a un régimen en el que el derecho llegará a ser inútil, mientras que para la con­ cepción soreliana es esencial la conquista de un orden jurídico. La única salvación de la sociedad reside en la liberación de los productores, esto es de los trabajadores y en particular de los que trabajan con sus manos. Para él tenían razón los fundadores del sindicalismo: hay que proteger a los trabajadores del dominio de los expertos, ideólogos y profesores. Observa que en nuestros días esta clase de hombres suelen ser intelectuales o judíos apátridas, gentes sin terruño y sin hogar, sin tumbas ni reliquias an­ cestrales que defender contra los bárbaros. Para Isaiah Berlín (1976: 34-35) "ésta es naturalmente, la retó­ rica violenta de la extrema derecha: de De Maistre, de Carlyle, de los nacionalistas alemanes, de los antidreyfusistas franceses,

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de los chauvinistas antisemitas: de Maurras y Barrés, Drumont y Dérouléde. Pero es también el lenguaje de Fourier y Cobbet, Proudhon y Bakunin, y el que más tarde hablarían los fascistas y nacionalsocialistas y sus aliados literarios en muchos países, al igual que lo emplearían en la Unión Soviética y otros países de Europa Oriental los que truenan contra los intelectuales críticos y cosmopolitas desarraigados. Nadie se ha aproximado más a este estilo de pensamiento y expresión que los llamados nazis de izquierdas, Gregor Strasser y sus seguidores de los primeros tiempos de Hitler, y en Francia hombres como Deat y Drieu la Rochelle”. En el radicalismo europeo siempre ha habido una componen­ te antiintelectual y antiilustrada, que a veces se alia con el popu­ lismo o el nacionalismo y se remonta a Rousseau, Herder y Fichte; se introduce en los movimientos agrarios, anarquistas, antisemitas y otros de tipo antiliberal que dan lugar a combina­ ciones anómalas, unas veces en oposición y otras en alianza con diversas corrientes del pensamiento socialista y revolucionario. Sorel que sentía un odio obsesivo hacia la democracia, la repú­ blica burguesa y el enfoque racional de la inteligencia, alimentó esta corriente al principio de forma indirecta, pero ya más vio­ lentamente a finales de la primera década del siglo xx, hasta lle­ gar en 1910 a la ruptura con sus aliados de izquierda. Sorel sólo se quedará del marxismo con la lucha de clases. Pa­ ra él, esta lucha es la esencia y esperanza del socialismo. Pero no opone el socialismo al capitalismo; opone, en una guerra heroi­ ca, el proletariado a la burguesía. Sorel ataca a la burguesía, pe­ ro no al sistema de producción capitalista. Por ello según las circunstancias, vuelve la vista hacia Maurras o hacía Lenin. De hecho el movimiento maurrasiano desde sus comienzos sigue

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con interés la evolución intelectual de la izquierda no conformis­ ta. Este socialismo basado en una profunda revisión del marxis­ mo -u n socialismo que no cuestiona ni la propiedad privada, ni el beneficio, ni el conjunto de la economía liberal, sino exclusi­ vamente la democracia liberal y sus fundamentos filosóficos- en­ cuentra una amplia acogida en Acción Francesa. La revolución soreliana pretende minar los fundamentos utili­ tarios y materialistas de la cultura política y democrática, pero nunca ataca a la propiedad privada. Progresivamente, a la vez que la noción de productor tenderá a sustituir a la de proletaria­ do, los sorelianos elaborarán la teoría revolucionaria del patrón y sentarán las bases del capitalismo de productores, enemigo de la plutocracia y de la gran finanza, de la bolsa, de los mercade­ res, de los traficantes, de los acaudalados. Una teoría "revolu­ cionaria" profundamente vinculada con la economía de mercado, con la competencia y con la no intervención del Esta­ do en la actividad económica. Los sorelianos pues, partidarios de la economía de mercado, tras haber sometido al marxismo a una auténtica metamorfosis, permanecen fieles a Proudhon y al principio de la propiedad privada. De suerte que producen un ti­ po de revolución completamente nuevo: una revolución antili­ beral y antimarxista, una revolución cuyas tropas no procede de una, sino de todas las clases sociales, una revolución moral, in­ telectual y política, una revolución nacional. Ésta converge con los rebeldes del sindicalismo revolucionario y del nacionalismo que según Sternhell (1994: 194) "no rebasa, en la Francia de 1914-1918, la fase de una síntesis intelectual, pero al otro lado de los Alpes, en la atmósfera de penuria que prevalece tras la fir­ ma del armisticio, esta síntesis está en trance de convertirse en la gran fuerza revolucionaria del momento".

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Ya la guerra italo-turca por Libia en 1911 reorientó al sindica­ lismo revolucionario italiano hacia el descubrimiento de la pa­ tria, entendida como "nación proletaria", que es víctima de las potencias plutocráticas. Pero la guerra de Libia ayuda muy poco a los sindicatos revolucionarios a resolver los problemas que les plantean los conceptos de nación y de guerra. La actitud gene­ ral del movimiento a excepción de los intelectuales, sigue sien­ do antimilitarista, aun cuando la diferencia conceptual entre nación y Estado (la primera asociada al proletariado, el segundo a la burguesía) iba preparando el terreno para el cambio ideoló­ gico que pronto permitirá al sindicalismo revolucionario apoyar la entrada de Italia en la guerra europea. Durante el Congreso de Módena de los sindicalistas revolu­ cionarios, celebrado en noviembre de 1912, se decidió la crea­ ción de una central sindical propia, es decir, abandonar la CGL controlada por el Partido Socialista, que había expulsado a sus líderes (Labriola, Olivetti, Orano) por desviacionismo ideológico. Estos se proponen asegurar una independencia total de su or­ ganización no sólo del PSI y de la CGL, sino también de cual­ quier otra formación política o sindical, según los principios del sindicalismo revolucionario. Así nace la USI (Unione Sindícale Italiana) que a finales de 1913 contará con más de 100.000 afilia­ dos (la CGL tiene 300.000). Cuando Italia entra en la guerra en mayo de 1915, los diri­ gentes sindicalistas revolucionarios se presentan voluntarios en los cuarteles de reclutamiento. En este momento la evolución ideológica del sindicalismo revolucionario ha llegado a un pun­ to que no permite el retorno. Como comenta Sternhell (1994: 210) "la síntesis socialista-nacional ha ido madurando en el cur­ so de los años anteriores a agosto de 1914, pero es evidente

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que esta terrible convulsión acelera poderosamente su evolu­ ción. Las ideas de nación y socialismo no pueden sino seguir desarrollándose en el sentido indicado en La Lupa10o en el sen­ tido que ya habían preconizado Arturo Labriola, Orano y Olivetti cuando tuvo lugar el gran debate sobre la campaña de Trípoli. El año 1917 juega un destacadísimo papel en este proceso de deslizamiento hacia un socialismo cada vez más 'nacional' y siempre más alejado de sus raíces marxistas. En 1917 suena el trueno de la revolución bolchevique, un trueno que hace temer por los intereses nacionales de una Italia profundamente estre­ mecida por la derrota de Caporetto. Más que nunca, el sindica­ lismo revolucionario se alinea con la nación contra una revolución que no sólo cuestiona el interés nacional, sino que al propio tiempo, representa un modelo que los teóricos del sin­ dicalismo revolucionario siempre definieron como algo com­ pletamente erróneo. Esta revolución destructora de los logros capitalistas no podía ser la suya ni siquiera pudo haberlo sido en los tiempos felices de la Avanguardia Socialista". Estamos ya ante el sindicalismo nacional o nacional-sindica­ lismo. Así denomina Pannunzio a su doctrina al acabar la guerra. En marzo de 1919 Sergio Pannunzio presenta su Programa de Acción, gracias al cual cree haber resuelto, a la vez, el problema de la propiedad y de la producción. Este proyecto propone una sociedad organizada sobre un modelo corporativista en el que el Estado, que ha abolido la propiedad privada, adjudica a los pro­ pietarios, a los que reconoce la capacidad de producir, el dere­ cho de hacer uso de la tierra, de las fábricas y de cualquier otro

Publicación romana fundada por Orano a finales de 1910, abierta e quienes preten­ den tender puentes entre los sindicalistas revolucionarios y el nacionalismo radical.

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medio de producción. La idea consiste en asociar el derecho de propiedad -en realidad el derecho de hacer uso de ella para producir y obtener beneficios- con la acción de producir. Quie­ nes no quieran producir, calificados de parásitos, no sólo deben ser expulsados del proceso productivo, sino también privados del derecho de propiedad. También propone Pannunzio una re­ organización de las estructuras políticas, como la creación de un parlamento central restringido y aristocrático, que funcionaría con una división de las tareas preestablecidas, en coordinación con parlamentos locales instituidos sobre la base de criterios so­ cioeconómicos. Para que pueda funcionar esta distribución, es preciso organizar a toda la población en clases orgánicas, las clases en corporaciones y transferir a las corporaciones la admi­ nistración de los intereses sociales. Esta clase orgánica consti­ tuida por las corporaciones, es la columna vertebral de un sistema político cuyo doble objetivo es acabar con el liberalismo individualista y evitar el socialismo colectivista de clase. Al re­ servar al Estado los derechos de arbitraje y de adjudicación, en materia de producción y propiedad, el programa corporativista de Pannunzio aumenta considerablemente sus prerrogativas, criticando al tiempo la propiedad privada. Como vemos, el sindicalismo nacional se aleja cada vez más del modelo del sindicalismo revolucionario de un Estado reduci­ do a sus funciones administrativas. En este esquema, el Estado es una categoría política central. En definitiva, Pannunzio quiere un sindicalismo distinto del sindicalismo obrero, que agrupe a los obreros, propietarios, funcionarios, hombres de negocios, cam­ pesinos y todas las personas que participan en la producción. A partir del momento en que todo el mundo es miembro de un sindicato-corporacion, la nación se compone de sindicatos y deja de

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estar formada por individuos exclusivamente movidos por bene­ ficios personales. La estructura política corporativa vísta posee la función de destacar la importancia de las relaciones entre el Es­ tado y el sindicato. En aportaciones posteriores llegará a la con­ clusión de que los sindicatos darán lugar a un nuevo Estado, el Estado sindical. En consecuencia, el Estado debería reconocer el papel de los sindicatos concediéndoles personalidad jurídica pública. Para Pannunzio, no se puede sentir el Estado sí no se siente el sindicato, porque a la idea de Estado se llega a través de los grupos sociales intermedios que socializan al hombre. El Esta­ do no debe enfrentarse con los sindicatos, personificación de las fuerzas sociales, sino integrarlos en la estructura constitucional. A los sindicatos deben unirse las corporaciones como confedera­ ciones de éstos, y a través de los sindicatos y las corporaciones se lograría la integración del individuo en el Estado. Las funciones de las corporaciones serían consultivas, legis­ lativas y de intermediación entre los distintos sindicatos y entre éstos y el Estado. La nueva participación y representación debe realizarse no a través de los partidos, sino de las corporaciones. Pannunzio les asigna un papel fundamental en la política eco­ nómica. Por medio de las corporaciones, el Estado dirigirá la economía jurídicamente, no materialmente, pues estaba con­ vencido de la utilidad de la iniciativa particular frente a las tesis filo-colectivistas de Spirito, que proponía la corporación como propietaria. El Estado, por tanto, debía dirigir y planificar pero no gestionar. Este pluralismo económico era el que hacía nece­ sario un órgano deliberativo y representativo, que no discutiría ahora los abstractos programas políticos de los partidos, sino las necesidades concretas y reales del proceso de creación de la riqueza nacional. Esto llevará a un sistema bicameral, en el

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que a la cámara baja corresponderá la tarea de debatir y decidir sobre problemas directamente relacionados con las corporacio­ nes (los derechos políticos sólo podrán ser ejercidos por los ciudadanos organizados en corporaciones). Mientras que al Se­ nado, elegido por la cámara baja, le corresponderá debatir y de­ cidir sobre las cuestiones que se refieren al interés general del Estado. Pannunzio, como otros teóricos del sindicalismo nacio­ nal (De Ambris, Lanzillo), establece un paralelismo entre la pro­ ducción y la representación económica y la política. Los sindicatos deberán regular la producción, por encima de ellos las nuevas instituciones legislativas, designadas con el nombre de República Social o Sindical, serán la expresión y ejercerán la tutoría de la síntesis nacional, que integrarán los intereses de to­ dos los trabajadores italianos y permitirán la creación de una na­ ción más fuerte, rica y armónica. En la práctica, la Unione Italiana del Lavoro, creada en Milán en junio de 1918, adoptará este desarrollo de la ideología del sin­ dicalismo revolucionario. El periódico de esta central, L'ltalia Nostra, que posteriormente se llamará BattagUe della' UIL, to­ mará el lema 'La patria no se niega, se conquista'. La UIL es el lu­ gar de confluencia de las ideas sindicalistas nacionales a lo largo de los años críticos del 'bienio rosso', en 1919-1920. En este pe­ ríodo la ideología sindicalista nacional defenderá la participación de los obreros en la gestión de la empresa, es decir, la autoges­ tión. Los nacional-sindicalistas presentarían su propuesta de au­ togestión en la industria al ministro de Trabajo, Arturo Labriola; y el primer ministro Giolitti devuelve a los industriales sus fábri­ cas y a las organizaciones obreras su "honor", convencido de que ha evitado una revolución de tipo soviético. Pero la huelga general de 1920 pone a Italia al borde de la guerra civil. Para los

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sindicalistas nacionales esta huelga, aun teniendo causas eco­ nómicas, sólo puede acabar bien si se encuentra una solución de orden político aplicable además a todo el país. Esta visión de­ bía desembocar en la concepción de un modelo corporativista y productivista, modelo muy alejado del socialismo marxista, que sólo veinte años antes constituía el punto de partida y la teoría de referencia de los sindicalistas revolucionarios. Y

de hecho esta solución política aplicable está empezando a

gestarse, no en todo el país, sino en la ciudad de Fiume. Cuan­ do, en septiembre de 1919, estalla el asunto de Fiume, el sindi­ calismo nacional apoya sin reservas a D'Annunzio. Para la UIL, Fiume es parte integrante de Italia. De Ambris llega a Fiume en 1920 como secretario de gobierno de la Comandancia de la Ciu­ dad. En condición de tal, el líder sindicalista presenta al Con­ doliere nacionalista el esbozo de lo que había de convertirse unos meses más tarde en la Constitución de Fiume: la Carta del Carnaro. Este documento político será a partir de 1920 la guía del sindicalismo nacional. Tras una corrección de estilo por par­ te de D'Annunzio y la incorporación de su interpretación filosófíco-estética de la vida, el comandante promulga el 8 de septiembre de 1920 la Carta del Carnaro como texto constitu­ cional de la Regencia de Fiume. Si bien fue De Ambris el que lle­ vó el mensaje de la ideología sindicalista nacional a orillas del Carnaro (allí se redactó la Carta), este texto supone una inter­ pretación del pensamiento del comandante, bajo cuya inspira­ ción y dirección se creó. Después de su promulgación, De Ambris escribe a D'Annunzio para anunciarle que el último acto del drama de Fiume debería ser representado en Roma, lo que demuestra la intención de superar esta fase de ensayo pura­ mente local.

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La Carta en sí misma es un documento político en el que el productivismo corporativista del sindicalismo nacional encaja perfectamente en las ideas filosóficas y estéticas de D'Annunzio. El corporativismo, el productivismo, la restitución al traba­ jo de un papel central en la sociedad, que en el futuro se guiará por las normas de la Carta del Carnaro, se proponen eliminar la distancia que hay entre el individuo y el Estado; así como la que separa al productor de la estructura económica en la que vive y trabaja. El corporativismo se convierte en el puente entre el pro­ ductor y el Estado, pero también en la institución capaz de es­ tructurar y regular la producción. El trabajo es simultáneamente un deber y un derecho constitucional. El hombre debe produ­ cir, la constitución se encarga de asegurarle los medios y las posibilidades de cumplir con este deber. La Constitución de Fiume debe instaurar las condiciones que permitirán al individuo, una vez superados el egoísmo capitalista y el burocratismo so­ cialista, producir libremente, crear y sacar provecho de la vida. Por eso el artículo IX de la Carta define al Estado como el re­ sultado de la voluntad común y como etapa institucional que emana del deseo del pueblo de conjugar sus esfuerzos para al­ canzar un vigor material y espiritual de un nivel cada vez más elevado. De manera que sólo serán ciudadanos con plenitud de derechos los productores aptos para crear este tipo de riqueza y de poder. Desde el punto de vista nacionalsindicalista, la Carta del Car­ naro es la solución, a la vez, del problema social y de la cuestión nacional. A partir del momento en que la nueva clase de pro­ ductores vive y actúa en el seno de las corporaciones, se en­ cuentra automáticamente identificada con el Estado. Por ello, llegarían a desparecer los conflictos de intereses entre la clase y

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el Estado, la clase obrera y el Estado burgués, sin que esto im­ plique la abolición de la propiedad privada. La Carta no sólo afirma la italianidad de Fiume, sino también su estado revolucionario. El gobierno italiano desconfía de esta mezcla. Primero por las implicaciones internacionales de la ac­ ción D'Annunzio, pero además porque teme que Fiume, conver­ tido en un símbolo de todos los que se oponen a la democracia liberal, llegue a ser el foco y el pretexto que estimule las velei­ dades revolucionarias. Por ello el 20 de diciembre de 1920, Giolitti acaba con la regencia de Fiume, con lo que la Carta de Carnaro quedará como proyecto teórico. El fracaso de Fiume y el pacto de Giolitti con los sindicatos es­ tá tras la decisión de muchos sindicalistas nacionales de abrazar la causa del fascismo. En la fundación del movimiento fascista por Mussolini en la concentración de la Piazza San Sepolcro de Milán, el 23 de marzo de 1919, se encontraban eminentes diri­ gentes sindicalistas revolucionarios, como Agostino Lanzillo y Michele Bianchi. Entre 1919 y 1920 cada vez se van estrechando más los lazos entre el fascismo y el sindicalismo nacional. En una palabra, en 1919 los sindicalistas y los fascistas comparten los mismos puntos de vista sobre el cambio social y sobre ios medios adecuados para conseguirlo; asimismo, unos y otros son productivistas y nacionalistas. Entre 1920-1922 se va reforzando como movimiento político. Durante estos años el sindicalismo nacional se plantea la cues­ tión de si hay que intentar cambiar el fascismo desde dentro, o por el contrario, dividirlo con el propósito de recuperar su ala iz­ quierda. Finalmente, se impone la primera de las soluciones, de forma que numerosos teóricos o dirigentes prestigiosos, como Pannunzio, Orano, Olivetti, Bianchi, Rossi, Dinale, Mantica, Ciardi,

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Razza, Rocheli, Rocca, Amilcare de Ambris -hermano del autor de la Carta de Carnaro, Alceste-, Masotti, De Pietri-Tonelli y Ren­ do, abrazan la causa fascista. Se pondrán primero ai servicio del movimiento fascista, luego del régimen y le servirán con lealtad, incluso cuando quede muy poca cosa -con el fascismo en el po­ der- de los objetivos iniciales del sindicalismo revolucionario. Y

esto, a pesar de que el fascismo empieza pronto a aban­

donar los principios de Fiume, procurando en este proceso la subordinación de los sindicatos al aparato del partido, acto ab­ solutamente contrapuesto al principio de autonomía sindical, que fue uno de los artículos de fe de su primera etapa. Por ello habrá algunos sindicalistas revolucionarios y sindicalistas na­ cionales que verán con claridad que el fascismo no reserva nin­ gún papel destacado a la clase obrera, la cual se convierte en un actor entre otros; pero se cree que es el precio que hay que pagar si se quiere llegar a una solución global, sin volver a caer en la impotencia revolucionaria. En vísperas del ascenso del fascismo al poder, Alceste De Ambris sigue tímidamente unido a las concepciones del sindica­ lismo de Labriola y Leone. Estos dos economistas napolitanos también se mantienen fieles a la naturaleza fundamentalmente económica del sindicalismo revolucionario, tal como lo conci­ bieron y presentaron en su revisión de Marx. Al igual que De Ambris, Labriola desaprobará al fascismo en el poder. Éste ha­ bía abandonado el sindicalismo revolucionario; tras la guerra de Libia fue elegido parlamentario socialista independiente y nom­ brado ministro de Trabajo en el gabinete Giolotti en 1920, año de las ocupaciones de las fábricas. Su oposición al fascismo le lle­ vará a tomar el camino del exilio. También Enrico Leone se rein­ corporará a las filas del socialismo y se negará a cualquier tipo

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de compromiso con el fascismo, pasando la mayor parte de su período de gobierno internado en un hospital psiquiátrico. Y, por último, Alcesti de Ambris será el más famoso de los sindicalistas revolucionarios que se opusieron al fascismo. Alcesti había teni­ do una estrecha relación con Mussolini y con los fasci en los años 1919 y 1920, pero llega a la conclusión de que el líder fas­ cista estaba traicionando los ideales del sindicalismo nacional y que cada vez se iba inclinando más a la derecha. En realidad, la visión economicista del sindicalismo nacional tal como la profe­ sa De Ambris sólo acepta el nacionalismo dentro de los límites necesarios del productivismo. Esta posición procede en buena parte de las teorías de Labriola y Leone. Asimismo, compartirán esta actitud opositora otros sindicalistas, como Dalbi, Laceria, Ferrari y Lucchesi, que son los mismos hombres que durante al­ gún tiempo creyeron que el sindicalismo fascista podía presen­ tar un aspecto positivo en la medida que su componente obrero habría de contribuir a provocar la división entre los socialistas y los reaccionarios del movimiento. Como esto no se produjo, cuando en 1922 el fascismo toma el poder, De Ambris y su gru­ po pasan a la oposición, teniendo más adelante que tomar el ca­ mino del exilio. Hay que reconocer que estos hombres constituían una minoría en el sindicalismo revolucionario. Todos los demás teóricos y mi­ litantes conocidos pertenecen al núcleo duro de los fundadores del movimiento fascista. Según Zeev Sternchell (1994: 291-293), Cesari Rossi llegará a secretario general adjunto de los fasci. Edmondo Rossoni será el fundador de la central sindical fascis­ ta. Michele Bianchi, el prestigioso líder obrero de Ferrara, es uno de los personajes que forman el círculo íntimo de Mussoli­ ni. En 1921 llegará a ser secretario general del Partido Nacional

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Fascista y, en 1922, es uno de los quadrumviri que intentan compartir la dirección del partido con Mussolini. En 1924, Bianchi será diputado fascista; en 1929, formará parte del gobierno como ministro de Obras Públicas. Esta importante personali­ dad del movimiento obrero italiano encontrará eco en las filas del fascismo en hombres como Paolo Mantica, Ottavio Dinale, Tullio Masotti y Umberto Pasella. Exceptuando a Arturo Labriola, los teóricos de primera fila del sindicalismo revolucionario abrazarán ardorosamente la causa del fascismo. Uno de los primeros que se incorpora es Angelo O. Olivetti, director de Pagine Liberale, autor del Ma­ nifiesto dei sindicalisti, uno de los principales ideólogos del movimiento. Será miembro del Consejo Nacional de Corpora­ ciones y uno de los dieciocho encargados en 1925 de propo­ ner la reforma de la Constitución. Ejerce la docencia en la facultad fascista de Ciencia Política de Perugia. Es judio. Su fa­ llecimiento en 1931 le ahorró haber conocido la Italia fascista de las leyes raciales. Sergio Pannunzio, que fue socialista, sindicalista revolucio­ nario, luego nacional-sindicalista, en 1924 es diputado fascista. Forma parte de la dirección del PNF y también será miembro del Consejo Nacional de las Corporaciones. Pero lo que de él destaca el fascismo es su condición de teórico del corporativismo. Se le considera, junto a Rocco y Gentile, uno de los princi­ pales ideólogos del partido fascista. Ejerce la docencia en la facultad de Ciencia Política de Perugia, en compañía de Paolo Orano. El redactor jefe de La Lupa durante los años 1910-1911 empezó, como Pannunzio, siendo socialista, fue miembro del equipo de Avantil; ingresa en seguida en las filas del sindica­ lismo revolucionario, luego en las del sindicalismo nacional, pa­ ra incorporarse finalmente al fascismo. Es un declarado antisemita. En 1924 y 1925 es responsable de la edición roma­ na de //Popolo d'ttalia. En 1939 será senador del Reino. Agostino Lanzillo, el más fiel de los discípulos de Sorel, en 1914 da su adhesión a Mussolini; a partir de este momento nunca dejó de escribir para II Popolo d'ttalia. Este viejo sindica­ lista sigue al lado de Mussolini en marzo de 1919, en Milán, en

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el acto de fundación de los fascios. Luego será elegido al Par­ lamento por el partido fascista y será asimismo miembro del Consejo Nacional de Corporaciones.

Estos ejemplos nos llevan a preguntarnos bajo qué criterios se efectúa la separación entre los sindicalistas revolucionarios que participaron en la fundación del fascismo y se mantienen fieles a él -hasta su muerte o por lo menos hasta la del régi­ men-, y los que tras haber contribuido a crear el movimiento se baten en retirada, hasta el punto de tener que exiliarse, en lo que puede interpretarse como una vuelta a sus orígenes socialistas. Para nosotros, la respuesta está en que los primeros han lle­ gado a una concepción voluntarista del cambio social, conce­ diendo al factor económico una importancia secundaria. Esto les lleva a creer en el papel predominante de las élites y a distan­ ciarse del análisis socialista marxista y de sus implicaciones ma­ terialistas. Han sustituido la clase obrera por la nación, una nación voluntarista en la que se confía la dirección del proceso de cambio social a unas élites activistas. Al decir de Sternhell (1994: 295) "el idealismo revolucionario reemplazará al materia­ lismo histórico". Para ellos la Nación está por encima de las cla­ ses; y toda consideración de clase debe quedar eclipsada ante los hechos de carácter nacional. Si en un principio Mussolini presenta el nacionalismo como un instrumento al servicio del socialismo -ya que la solidaridad internacional de los trabajadores no puede ejercerse debido a las rivalidades nacionales y puesto que la cuestión nacional blo­ quea las veleidades revolucionarias, la única vía de la revolución social pasa por la solución de los problemas nacionales-, al tiempo que el fascismo va afirmando su influencia, la herencia socialista-revolucionaria se diluye. El fascismo en el poder ya se

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parece poco al fascismo de 1919 y menos aún al sindicalismo re­ volucionario. Como explica Sternhell (1994: 355) "no cabe duda de que a medida que el fascismo se hace Estado, la resistencia a su herencia sindicalista-revolucionaria modifica en gran medi­ da la dosificación entre lo nacional y lo social. La dictadura mussoliniana, muy enraizada en el sagrado horror que siempre ha inspirado la democracia a todos los elementos constitutivos del fascismo, produce finalmente un régimen del que quedan pros­ critos todos los elementos de origen socialista" 1^ En una crónica publicada antes de la llegada de Mussolini al poder por De Montgri en la Revista Social (difusora de la doctrina social de la Iglesia) de Barcelona, se defiende por el contrario la oposición del fascismo al socialismo, no como un aban­ dono de estos elementos, sino porque su origen es netamente contrarrevoluciona­ rio. Así lo delataba Montgrl (1922: 136-137): 'El fascismo, partido social-político surgió espontáneamente como natural reacción contra los desmanes que, dos años atrás, el partido obrerista italiano, creyéndose dueño de la calle ante un gobierno dé­ bil y pusilánime como el de Giolitti, cometió en todas las regiones y ciudades que estimaba por suyas, invadiendo talleres, adueñándose de fábricas, apropiándose de fincas rústicas, ocupando predios urbanos, imponiéndose por la audacia y el terror a las gentes pacíficas y atemorizadas. Y fue entonces cuando las rudimentarias aso­ ciaciones patriótico-militares de los fasci, nacidas al calor de la gran guerra para for­ zar al gobierno de Italia a tomar parte en la misma, se constituyeron en núcleos de resistencia a tales demasías (toleradas por el gobierno), para reprimirlas por su pro­ pia mano. Alrededor de estos núcleos se cobijaron los elementos sociales atropella­ dos y los que ponían sus barbas a remojo viendo rasurar las del vecino por el puñal de los sicarios de la commune. erigido en centro de denominación. Y ante el dilema de ser o no ser, de morir o defenderse, esos elementos nutrieron abundantemente a los fasci, surgieron como por encanto sus hombres directores, y en menos tiem­ po del que cuesta relatarlo, estas fuerzas novicias, espoleadas y aun obligadas por la truculenta realidad, presentaron batalla a los nuevos desarmonizadores del patri­ monio particular, y vencieron. La lástima es que los vencedores aplicaron por toda regla de derecho la bárbara pena de tallón, que no siempre supieron interpretar pru­ dentemente. Y el comunismo salvaje, y el socialismo de armas tomar, y el sindica­ lismo de la acción directa, fueron diezmados y acorralados en toda Italia, sustituyéndose su ominosa tiranía por otra, la del fascismo, que a la hora presente

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Esta evolución no supondría ninguna sorpresa para un obser­ vador atento, pues ya antes de acceder al poder, en un discurso parlamentario en junio de 1921, Mussolini declara que los fas­ cistas se opondrán con todas sus fuerzas a las tentativas de so­ cialización, de estatización o de colectivización, declarándose partidario de reducir el Estado a su mera y única expresión jurí­ dica y política. Para Mussolini, es posible liquidar el liberalismo político con sus valores burgueses, preservando simultánea­ mente el conjunto de los aspectos económicos de la civilización capitalista. Para los sindicalistas que defienden una síntesis de socialismo y nacionalismo, pero sin sustituir totalmente la clase por la nación -puesto que la lucha se basa, no en sentimientos, sino en intereses y necesidades-, la postura de Mussolini elimina para ellos cualquier esperanza en el fascismo, si es que alguna vez la tuvieron, por lo que vuelven a una concepción clasista de la sociedad y a postular la independencia de la clase trabajado­ ra y la lucha de clases como base de la acción sindical, que se realizará en el terreno económico, siendo el sindicato, indepen­ diente ideológica y orgánicamente, el medio específico de lucha. Es decir, retornan a la concepción del sindicalismo revoluciona­ rio según la cual la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de ellos mismos. constituye una gran incógnita y una inquietante realidad”. Sin embargo, para Juan B. Bergua (1931: 173) la evolución de Mussolini significa una auténtica traición a sus orígenes socialistas: 'Este es el hombre y esta es su obra. El hombre que engen­ drado y nacido socialista, hecho hombre gracias al socialismo, y puesto en condi­ ciones de medro gracias a sus ataques a la burguesía, ha acabado instaurando en su país una neta y rotunda dictadura total y absolutamente antisocialista y antidemo­ crática sostenida por los tres grandes puntales sobre los que se han levantado todas las dictaduras conocidas que han prevalecido desde la era cristiana hasta la fecha: la Monarquía, la Iglesia y el Capitalismo'.

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1.7. Conclusiones Para nosotros la división que se verificó en el sindicalismo na­ cional o nacionalsindicalismo italiano supuso de hecho su desapa­ rición. Su descomposición generó dos tendencias claramente diferenciadas. Por un lado un grupo mayorítario, que apoyó el corporativismo fascista, integrándose en los sindicatos del régi­ men, que supusieron un control absoluto sobre el movimiento obrero, pero muy escaso sobre la estructura económica de la na­ ción. El corporativismo fascista pretendía armonizar los intereses de los trabajadores y patronos en un esfuerzo productivo común, con una regulación de la sociedad en su conjunto, que sólo po­ día proporcionar el Estado, superando la lucha de clases y la po­ breza económica nacional. Las corporaciones autocontroladas unificaron a los representantes sindicales y empresariales en un mismo órgano, eliminando en realidad a los sindicatos como agentes de negociación. En definitiva, el corporativismo fascista pretende asegurar la pervívencia de la forma de vida nacionalcapitalista mediante un proyecto de disciplina totalizante12.

Cierto es que durante su periodo republicano el fascismo procura volver a sus orí­ genes con una legislación socializante. Como ejemplo podemos citar el Decreto de Ley que crea la Confederación General del Trabajo y de las Artes de 20-12-43 o el Decreto legislativo sobre la socialización de las empresas de 12 de febrero de 1944. Los representantes de las fábricas reconocen en la socialización una fase decisiva de la revolución del proletariado, el cual, tras haber sido combatido durante más de un siglo por el ciego capitalismo, suscitador de guerras y fomentador del odio de cla­ ses, emerge hoy en la República Social Italiana, en el momento más grave de la his­ toria, para alcanzar el renacimiento de la nación. También denuncian que la socialización tiene un solo enemigo: el capitalismo; y que los que se oponen a ella están pagados y guiados por las fuerzas ocultas de éste. Para ellos por primera vez en la historia de la vida social, los trabajadores se encuentran dueños absolutos de sus dominios. Paradójicamente, el primer acto del gobierno de coalición encabezado

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V

por otro lado, el sector minoritario que retorna a los primiti­

vos planteamientos del sindicalismo revolucionario, pero al que la nueva situación de oposición al fascismo triunfante le obliga a hacer una serie de reconsideraciones. El sindicato revolucionario es un medio fructífero de subversión en el sistema capitalista, so­ bre todo si existen libertades democráticas y un número sufi­ ciente de trabajadores con un alto nivel de conciencia revolucionaria. Pero como durante la dictadura fascista no se dan estas últimas características, el sindicalismo revolucionario no sería suficiente para dirigir las luchas de los trabajadores, sino que se vería la necesidad de un órgano que, superando el terre­ no puramente económico de los sindicatos, preparase la movili­ zación de grandes masas tras un programa de acción política contra el Estado fascista. Y este órgano político no podía ser otro que el partido. Por lo que -exceptuando al grupo que se había quedado en el anarcosindicalismo apolítico, que combina el des­ precio por la organización con la ignorancia del papel de los me­ canismos de opresión política en el mantenimiento del sistema capitalista- se reincorporarán a la izquierda socialista. Esta última postura, no por minoritaria deja de parecemos la más coherente. Decimos esto porque creemos que el sistema de intercambio mercantil entre empresas libres y autónomas predicado por sin­ dicalistas y libertarios no tiene ninguna posibilidad histórica ni ningún carácter socialista, incluso puede ser retrógrado en rela­ ción a muchos sectores ya organizados a escala general en la

por Ferruccio Parri, con la participación de socialistas y comunistas, fue la deroga­ ción de la legislación socializante de la República Social, que por otro lado se con­ virtió en el principal referente de los neofascistas de "izquierdas* (Spampanato, 1957: 482 y ss.; Landaluce, 1978: 383 y ss.).

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época de la burguesía, como requieren los desarrollos técnicos y la complejidad de la vida social. Socialismo quiere decir que toda la comunidad constituye una asociación única de produc­ tores y consumidores. Todo sistema de empresas perpetúa el despotismo interno en la fábrica y la anarquía en el consumo. Además, la neutralidad del Estado no ha sido más que una rei­ vindicación de la burguesía contra el Estado feudal. El Estado moderno no representa a toda la sociedad, sino solamente a la clase capitalista dominante. El dirigismo y el capitalismo de Es­ tado son también formas de sumisión del Estado político a la empresa capitalista. Lo anterior, para nosotros invalidado como alternativa frente al capitalismo, tanto las nacionalizaciones -u n ideal capitalista de burócratas-, como las fórmulas de empresa sindicalista, cooperativa o autogestionaria, que al ser respetuo­ sas con el mercado sólo podrán desembocar en un capitalismo sindical en nada superior al modelo actual. La respuesta al do­ minio capitalista está en la sustitución de la empresa aislada por instituciones que realicen la integración de cada sector o rama de actividad como conjunto, concebido como una función polí­ tica de la comunidad, que evite la anarquía de la producción ca­ pitalista. La planificación de los resortes económicos decisivos son condiciones de la soberanía y la unidad de la patria. De ca­ ra al exterior, son cimiento de la independencia y la pujanza. De cara al interior, son requisito imprescindible de la cohesión na­ cional, que implica el avance, escalonado pero incesante, hacia una sociedad sin clases. La disolución del proyecto marxista en el liberal-capitalismo significa tan sólo que una etapa histórica está completamente agotada: la etapa escolar del socialismo inaugurada en la pri­ mera mitad del siglo xix. El colapso del marxismo ha clausurado

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únicamente la infancia burguesa del combate del trabajo. Ha si­ do un final brutal, como el de todas las infancias. Pero permite a la perspectiva socialista un importante avance hacia las cotas de lucidez que siempre ha precisado, liberada la servidumbre a cosmovisiones presuntuosas o a supercherías dialécticas, hostiles a cualquier enfoque logo-experimental. Este socialismo mayor de edad exige como condición vital de cohesión la democracia. Demanda un sistema político que posibi­ lite la formación y realización de la voluntad nacional compacta. Si el principio crucial del liberalismo es la libertad individual, la no­ ción clave de la democracia es el interés de la comunidad nacio­ nal, que sólo puede descansar en la igualdad de sus miembros. Precisamente la nación es la forma de vida frente al reino, ha pro­ cedido a la extirpación de las prerrogativas estamentales y de los privilegios territoriales, para poner en su lugar a la igualdad ciu­ dadana. Será la igualdad política, fundada en la coherencia nacio­ nal, que delimita la esfera de la ciudadanía, la que exija y al mismo tiempo permita una participación intensa y lo más directa posible en la construcción política y en el acceso de los ciudadanos a las funciones directivas con igualdad de oportunidades, en el grado que dicten el empeño y las capacidades de cada cual. Así como la selección y revocación de los dirigentes sobre la base de criterios de competencia y de responsabilidad ante la nación. El hecho de que el marxismo haya fracasado, no confiere un ápice de legitimidad al capitalismo. Este sistema estanca las po­ tencialidades del hombre en una pretendida "naturaleza humana" de productor-consumidor, reducida, además, a mercancía entre otras mercancías. Reposa sobre estructuras de propiedad en cu­ yo marco el excedente creado por el conjunto del trabajo nacio­ nal adopta la forma de beneficio privado, atribuido a una minoría

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social privilegiada, y se destina según los intereses de la misma. Inmola al planeta entero en aras del bienestar de un puñado de naciones y desencadena una ruina acelerada de elementos am­ bientales. Dispara una conflictividad mercantil entre naciones y en el seno de cada una de ellas, con una inmensa dispersión y des­ pilfarro de energías, abre continuas tendencias a la desintegración social, sólo conjuradas mediante el fortalecimiento de burocracias y tecnocracias de todo tipo. Reproduce las divisiones sociales, que por un lado atrofian las facultades de gran parte de la pobla­ ción y que, por otro, sitúan a los grupos económicamente más po­ derosos en todos los niveles de la hegemonía. Y propicia que el avance tecnológico se desate como un proceso incontrolado. Incluso sus defensores reconocen, como lo hizo Mario Vargas Llosa (1997: 6) al presentar las conclusiones del primer congre­ so internacional del Proyecto Tercer Milenio (celebrado en Va­ lencia del 23 al 25 de enero de 1997, con el apoyo de la UNESCO), que el mercado "ciertamente es incapaz de satisfacer las necesidades humanas elementales en su totalidad y de su­ perar la pobreza", pero que "hasta que surja un modelo mejor, seguirá siendo el mecanismo dominante". Para nosotros la po­ sibilidad de llegar a ese "modelo mejor", superador del merca­ do, está en el trabajo por la elaboración de un socialismo maduro y por tanto republicano, democrático y nacional. 2. E l

c a s o es p a ñ o l

2.1. Los orígenes del sindicalismo en España Ya antes de que se fundara la AIT en 1864, los obreros textiles barceloneses habían protagonizado actos que expresaban su re­ chazo a la política de los partidos en el poder respecto a las clases

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trabajadoras. Como ejemplos podemos citar el incendio en Bar­ celona de la fábrica de hilaturas Bonaplata el 6 de agosto de 1835 o la huelga general de 1855. Tanto estas manifestaciones "luditas" o antimaquinistas como la huelga general desarrollada bajo el le­ ma "Asociación o muerte" se insertan dentro de la campaña obre­ ra contra los gobiernos liberales por la libertad de asociación. El nacimiento de las primeras sociedades obreras en España aparece relacionado con la difusión en nuestro país de las di­ versas corrientes del socialismo utópico. Éstas se extienden por las regiones afectadas por la industrialización y son divulgadas por hombres de extracción burguesa que encuentran respuesta entre los trabajadores, sobre todo de Barcelona (donde predo­ minan las variantes jacobianas, sobre todo el cabetismo y el saint-simonismo) y de Andalucía (con mayor presencia del fourierismo, especialmente en Cádiz). Las primeras asociaciones obreras españolas surgen con un carácter más defensivo que ofensivo. Así se crea en Barcelona en 1840 la Asociación Mutua de Obreros de la Industria Algodo­ nera como organización casi benéfica para suplantar a la Socie­ dad de Tejedores de Algodón, en el caso de que esta última constituida como sindical fuera declarada ilegal. Hecho que efectivamente ocurrió, permaneciendo durante los diez años de gobierno moderado los obreros textiles asociados en la clan­ destinidad. En 1855 se creó la Unión de Clases y, tras la huelga general de este año, todas las acciones protagonizadas por el proletariado se encaminarán a la reivindicación del derecho de creación de una organización autónoma. Ésta sería la única fór­ mula para obtener la subida de salarios y la reducción de la jor­ nada laboral, que eran las principales reclamaciones de la clase obrera por aquel entonces.

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El Gobierno de O'Donnell abolió el derecho de asociación y hasta 1864 no puede hablarse de un auténtico desarrollo en España del asociacionismo obrero. A partir de 1864 se suce­ den un gran número de sociedades de resistencia, mutualistas, benéficas, instructivas, de recreo y cooperativas de producción. Pero hasta la llegada de la Internacional este aso­ ciacionismo no adquirió madurez. Tras la caída de Isabel II, lle­ ga a España Fanelli que, procedente de Génova, desembarca en Barcelona. Allí se introduce en los sectores más concien­ ciados de la clase obrera, logrando la constitución de un pri­ mer núcleo intemacionalista a finales de 1868, seguido poco después del de Madrid. Y desde que en el congreso de junio de 1870 se funda en Barcelona la Federación Regional Espa­ ñola (FRE) de la AIT, el movimiento obrero español seguirá un camino empedrado de conflictos. La ruptura entre bakuninistas y marxistas tuvo un inmediato reflejo en España. Los marxistas, que serán expulsados de la FRE por su consejo federal en julio de 1872, crean la nueva fe­ deración madrileña, que es el núcleo del que surgirá el PSOE en 1879 y la U G T en 1888. Por su parte, los bakuninistas seguirán una trayectoria mucho más accidentada. La FRE se disuelve en 1881, pero a la llegada de Sagasta al poder, con un mayor ámbito de libertad de acción, los intemacionalistas intentan de nuevo la creación de una fe­ deración nacional obrera que concluye en septiembre de 1881 con la constitución de la Federación de Trabajadores de la Re­ gión Española (FTRE). Sin embargo, esta federación nace con nuevos motivos de disensión que a la postre acabarían con ella. En el congreso de Sevilla de 1882 se dan dos tendencias: por un lado, la anarco-colectivista de Bakunin, con mayor influencia en

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la Cataluña industrial, y la anarco-comunista de Kropotkin, que se extendió rápidamente por el sur campesino. La radicalización de las posturas enfrentadas fue en aumento y la federación comenzó a debilitarse, puesto que muchos de sus miembros fueron vícti­ mas de la represión, disolviéndose finalmente como consecuen­ cia de los efectos del pleito entre comunistas y colectivistas. Tras el fin de la Federación de Trabajadores de la Región Es­ pañola, los grupos sindicalistas catalanes constituyen el Pacto de Unión y Solidaridad que ratifica una vía económica de eman­ cipación del proletariado a través de la lucha de resistencia al ca­ pital. La línea del pacto se consolida en 1900 con la creación de la Federación Española de Sociedades de Resistencia, que en 1906 se convertiría en Solidaridad Obrera y a partir de 1908 tras­ ciende los límites de Cataluña extendiéndose a otras áreas del país influidas por el anarquismo. Su sindicalismo apoliticista le permite un mayor crecimiento en estas zonas que el de la central sindical socialista. Con esta si­ tuación y después de la Semana Trágica de Barcelona, se con­ voca un congreso del que había de salir un gran sindicato dispuesto a servir los intereses de los trabajadores. La negativa de la U G T a participar en éste lo decantó hacia el apoliticismo; lo que no debe identificarse, o no solamente, con el anarquismo.

2.2. El sindicalismo revolucionario español En efecto, la creación en 1910 de la C N T como agrupación de sindicalismo no marxista y ajeno a las directrices de los partidos políticos, supone el nacimiento del moderno sindicalismo revo­ lucionario español y su consolidación orgánica. La posible influencia del sindicalismo revolucionario francés sobre el español es un asunto muy debatido. Para Antonio Bar

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(1981: 99-100) "generalmente, se tiende a dogmatizar sobre es­ te tema, afirmando tajantemente una u otra postura en base a ar­ gumentaciones históricas o datos incontestables. Por un lado, se afirma que tal influencia no ha existido, que en el movimiento obrero libertario español estaban ya todos los elementos nece­ sarios para que se produjese la lógica evolución en ese sentido. Es decir, que el sindicalismo revolucionario español no es sino el producto de la propia evolución y desarrollo del movimiento obrero español, sin influencia alguna externa. Por otro lado, se suele afirmar que el sindicalismo revolucionario español es una consecuencia del desarrollo del sindicalismo revolucionario francés, en el que se inspira y del que toma sus modos de ac­ ción, y bajo cuya influencia -la Carta de Amiens sería decisivase funda la CNT. Incluso hay quien afirma que el sindicalismo re­ volucionario español, desarrollado autóctonamente, contiene elementos propios del sindicalismo revolucionario francés, co­ mo si se tratase de dos fenómenos paralelos curiosamente coin­ cidentes. Pero aun otra postura llega a sostener la influencia inversa, es decir, que fue el sindicalismo revolucionario español el que influenció al sindicalismo revolucionario francés".13

^ Es interesante en este sentido la serie de artículos que bajo el titulo ‘ Sindicalismo revolucionario'' desarrolla Martín Camprubí en la Revista Social (a la que ya hemos he­ cho referencia) a lo largo del año 1922. En la primera entrega señala el origen del sin­ dicalismo español: “En Francia, durante la tercera República, la ley Waldeck-Rousseau de 1884, acuerda la existencia legal de los sindicatos y desde entonces éstos y las Bol­ sas de Trabajo, toman un gran incremento, luchando hasta lograr en el Congreso de Montpellier de 1902 la ansiada unión obrera con la Confederación General del Trabajo. Reconoce ésta su propio poder, el valor de la acción sindical, y aparece el sindicalismo, que de Francia ha sido importado a España'. Aunque a continuación indica que 'en Es­ paña no se ha estudiado el sindicalismo todavía. De los diversos campos políticos y doctrinales no ha partido una orientación determinada. Reina en los hombres que se

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Ahora bien, sean como fueren estas influencias, lo cierto es que la introducción del sindicalismo revolucionario en España se produjo a través de las obras de destacados dirigentes sindica­ listas franceses, traducidas y comentadas por anarquistas espa­ ñoles como Anselmo Lorenzo o José Prats. Esto hace que el sindicalismo revolucionario español tenga ciertas peculiaridades respecto al francés o al italiano. Es decir, en España se adoptó el sindicalismo revolucionario pero adaptado por y para la mayoría de los militantes anarcosindicalistas. Pero ello no quiere decir que no existiese en España un sindi­ calismo revolucionario, que conservase esencialmente el conte­ nido del francés. Éste se dio en la federación Solidaridad Obrera casi de manera absoluta y en gran parte del primer período de la CNT. Los documentos, manifiestos y acuerdos tanto de SO como de la C N T son la demostración de la existencia de un sin­ dicalismo revolucionario español, de tal manera que hasta el congreso de 1919 la palabra anarquía, o las expresiones comu­ nismo anárquico o comunismo libertario no aparecen ni una so­ la vez en las resoluciones de la C N T (Bar, 1981: 112). Ello es una buena prueba de la vigencia de los planteamientos del sindica­ lismo revolucionario que inspiró en sus orígenes a la organiza­ ción, a pesar de las presiones de los anarcosindicalistas que desde un principio intentaron dirigirla. dedican a estudiar las cuestiones sociales una gran confusión. Todo el mundo siente y lamenta los efectos del sindicalismo, pero falta un libro de exposición y crítica de esta moderna teoría social. Y no es extraño, porque el hombre estudioso se encuentra per* piejo, al querer penetrar en la entraña de esta doctrina, por culpa de los mismos sindi­ calistas, que todavía no han sintetizado en una obra franca y completa su teoría social. Artículos, revistas, congresos, dan solamente la pauta al publicista en sus investigacio­ nes, y esto de una manera fragmentaria y oscura. Parece que los intelectuales del sindi­ calismo abrigan por ahora el decidido propósito de evitar la divulgación de su sistema*.

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Los principios del sindicalismo revolucionario presentes en la primera etapa de la C N T serían: -La concepción clasista de la sociedad y la lucha de clases como base de la acción sindical. - La independencia de la clase trabajadora que ha de actuar en la defensa de sus intereses sin influencia de otras cla­ ses que puedan desviarla de éstos, que no son otros que la propia emancipación y con ella de la sociedad entera. - La lucha social se realiza en el terreno puramente econó­ mico. Esta concepción es excluyente, de manera que im­ plica la negación de la actividad política. - El sindicato como medio específico de la lucha. Pues si el campo en que debe actuar la clase trabajadora es el eco­ nómico, el instrumento más adecuado para luchar en ese terreno es el sindicato. - Independencia ideológica y orgánica del sindicato. Nin­ gún elemento de tipo ideológico o político o religioso puede ser un criterio válido para agrupar a los trabajado­ res, ya que introduciría entre ellos factores de división, al contrario que la explotación económica de la clase traba­ jadora que supone un elemento unificador. - Autonomismo. Este punto sí es el resultado de una clara influencia antiautoritaria del anarquismo. Cada sindicato adherido es totalmente libre para decidir sobre los pro­ pios asuntos. - Acción directa. Principio clásico del sindicalismo revo­ lucionario y lógico resultado de la negación de la ac­ ción política en cuanto que ésta supone el uso de representantes.

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- La huelga general como arma revolucionaria. Otra clara in­ fluencia del sindicalismo revolucionario. A partir de unos enfrentamientos desencadenados por problemas parcia­ les, se generalizan llegando a la culminación del proceso a la huelga general, momento en el que convergen los conflictos de todo tipo y cuya finalidad es la revolución. Debemos dar la razón a Antonio Bar cuando concluye que la "Confederación Nacional del Trabajo nace con todos los elemen­ tos precisos para configurar un conjunto de concepciones, bajo cuya inspiración regir su actuación, que no puede ser calificado de otra manera que sindicalismo revolucionario" (Bar, 1981: 229). Pero cuando los anarquistas, todavía muy presentes en los medios obreros, abandonan las viejas tácticas que les habían lle­ vado a una crisis que se prolongaba desde finales de siglo y se convencen de las ventajas y lo adecuado del sindicalismo revo­ lucionario para la revolución social, pasan de ser una más de las corrientes ideológicas presentes en los sindicatos a ser la hegemónica, y a ejercer un predominio efectivo en los mismos, im­ poniendo sus propias concepciones por encima de la genérica del sindicalismo revolucionario. Pero esta fracción triunfante no será la del anarquismo en general, o aquella que vio en los sin­ dicatos en un mero campo para su propio desarrollo, sino que será aquel sector del anarquismo que ve en el sindicalismo el medio más adecuado para la revolución social venidera, es de­ cir el anarcosindicalismo. A pesar del triunfo de estas últimas posiciones, que llevarán a la C N T a definirse como comunista libertaria en su Congreso Nacional de 1919, diversas corrientes seguirán actuando, una veces en su interior y otras provocando sucesivas escisiones y

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reincorporaciones hasta prácticamente la Guerra C i v i l C a b e destacar en este sentido por un lado a los sectores pro-bolche­ viques, partidarios del acercamiento a la Tercera Internacional y a su rama sindical la Internacional Sindical Roja, tendencia que cristalizaría en 1922 en los Comités Sindicalistas Revoluciona­ rios; y por otro, a los anarquistas preocupados por mantener la pureza anárquica de los sindicatos, que terminarán por fundar la Federación Anarquista Ibérica en 1927, asegurando así la coor­ dinación nacional del conjunto de grupos anarquistas, que venían actuando en los sindicatos desde hacía mucho tiempo. 14 El concepto del comunismo libertario, que había sido citado como meta de la lucha confederal en el congreso de 1919, queda abierto a la discusión de todos lo militantes. Conviene señalar que especialmente a lo largo de los primeros años 30 se produjo un intenso debate en torno a este tema, en el que cada tendencia dentro del anarcosindi­ calismo presentaba su propuesta al respecto. La CNT no adopta una posición definitiva sobre esta disputa hasta el Congreso Nacional de Zaragoza, del 1 al 10 de mayo de 1936, por medio de la ponencia ‘ Dictamen confedera! sobre el comunismo libertario''. En el mencionado documento se afirma “que la expresión política de nuestra revolución hemos de asentarla sobre esta trilogía: el individuo, la comuna y la federación*. Y pro­ ponen en conclusión 'la creación de la comuna como entidad política y administrativa. La comuna será autónoma y confederada al resto de las comunas. Las comunas se fe­ derarán comarcal y regionalmente, fijando a voluntad sus límites geográficos, cuando sea conveniente unir en una sola comuna pueblos pequeños, aldeas y lugares. El con­ junto de estas comunas constituirá una Confederación Ibérica de Comunas Autónomas Libertarias. Para la función distributiva de la producción, y para que puedan nutrirse me­ jor las comunas, podrán crearse aquellos órganos suplementarios encaminados a con­ seguirlo. Por ejemplo: un consejo confederal de producción y distribución, con representaciones directas de las federaciones nacionales de producción y del congreso anual de comunas”. Se contempla también una curiosa posibilidad de segregación de alguna de estas comunas de los objetivos de carácter general: 'aquellas comunas que, refractarias a la industrialización, acuerden otra clase de convivencia, como ejemplo las naturistas y desnudistas, tendrán derecho a una administración autónoma, desligada de los compromisos generales”. Como vemos, la apuesta por entidades prepolíticas de convivencia o 'naturales' no puede ser más clara. El texto íntegro del dictamen apare­ ce reproducido en González Urién y Revilla González (1961: 178 y ss.).

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Mientras, los defensores del sindicalismo revolucionario, que empezará a ser denominado -con frecuencia despectiva mentesindicalismo puro", con un cuerpo de doctrina ya muy elabora­ do, mantendrán contra todo ataque, desde posiciones franca­ mente débiles en la mayoría de ios casos, sus posiciones.

2.3. ¿Sindicalismo nacional? El más genuino representante de este "sindicalismo puro" se­ rá Ángel Pestaña, cuya frontal oposición a la influencia de la FAI en la C N T le lleva a ser expulsado de ésta y a la fundación del Partido Sindicalista en 1933. Mussolini, conocedor de la evolu­ ción de sus "sindicalistas revolucionarios", según Heleno Saña {1976: 201), le comentó a José Antonio Primo de Rivera que "el único hombre con personalidad suficiente para realizar en Espa­ ña lo que él había hecho en Italia era Ángel Pestaña",s. Aun su­ poniendo la autenticidad de este comentario, lo que sí podemos afirmar es que en todo caso Pestaña no quería realizar en Espa­ ña lo que Mussolini había hecho en Italia. El mismo año que Pri­ mo de Rivera realiza su visita a Mussolini (1933), Pestaña ya tenía claro lo que el fascismo podía dar de sí en cuanto afirma: "en Italia el fascismo es republicano en su origen. Se desvía más tarde, cuando el pueblo ve que su situación de miseria no ofre­ ce perspectivas de solución. Y acelera su ritmo destructor, tor­ ciendo la marcha hacia la derecha, después de aquel ensayo, tan infructuoso como infecundo, de asalto y toma de las fábricas por

^5 Suponemos que Saña se refiere a la entrevista de José Antonio con Mussolini que tuvo lugar en Roma en octubre de 1933 poco antes de lanzar Falange Española. José Antonio realizaría en mayo de 1935 otro viaje a Italia pero, a pesar de que tenía pre­ visto un nuevo encuentro con el Duce, éste no pudo realizarse por un retraso en el viaje de Primo y por los problemas de agenda de Mussolini para concertar otra cita.

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ios obreros en Turín, Milán y otras poblaciones italianas". En re­ sumen, "aceite de ricino; asaltos y desfiles marciales; gritos, vio­ lencias y excesos. Reacción y tiranía. Todo esto y mucho más es el fascismo". Tras preguntarse si en España existe fascismo y con­ testar negativamente, concluye que "si se quiere, pues, que no ha­ ya fascismo en España, hay que llegar, empleando todos los medios por radicales que parezcan, a que todos los españoles tengamos el plato de comida en la mesa y un lecho donde des­ cansar por la noche"’6. Y propone como medida profiláctica para evitar el triunfo del fascismo en España la creación por la clase tra­ bajadora de "un organismo defensivo, una especie de alianza, de 'entente', de pacto de codos entre las fuerzas obreras de izquier­ das, socialistas, Unión General de Trabajadores, comunistas, Blo­ que Obrero y Campesino, Confederación Nacional del Trabajo, Federación Anarquista Ibérica y sindicalistas libertarios".17 Para Pestaña, la consigna frente al fascismo sería "unámonos, pues. Busquemos esa coincidencia, y cuanto antes mejor. Apre­ temos nuestras filas contra el peligro común. Contra ese peligro que primero destruye democracias burguesas. Y cuando ha con­ sumado esa labor suicida y criminal, destruye también a las or­ ganizaciones obreras, convirtiéndose en instrumentos serviles de una política de rapiña y de dominio".18 Estas opiniones tan claras y contundentes de Pestaña sobre el fascismo, a la altura de 1933, se compadecen bastante mal con 16 Pestaña, A., 'Actualidad ¿Fascismo?", La Libertad (31 de abril de 1933); recogido en Pestaña (1974: 709-712). Pestaña, A., "Sugerencias. Lo que conviene". La Libertad (4 de mayo de 1933); también en Pestaña (1974: 714). Pestaña, A., "Del momento. Busquemos esa coincidencia", La Libertad (25 de ma­ yo de 1933); recogido en Pestaña (1974: 720).

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las especulaciones sobre sus posibles relaciones políticas con José Antonio Primo de Rivera, quien fundaría ese mismo año Fa­ lange Española, movimiento político que no olvidemos fue se­ ñalado por las fuerzas de izquierdas como la variante española del fascismo. Opinión que también era compartida por la dere­ cha y que calaría en la opinión pública a pesar de los esfuerzos del partido por alejarse de esta adscripción, al menos en sus de­ claraciones públicas, tras ver las hostiles reacciones que esta denominación provocaba, sobre todo en los medios obreros a los que paradójicamente pretendía dirigirse. Sobre este asunto las opiniones son variadas. Para Ximénez de Sandoval (1941 [1976]: 159-160): José Antonio, que no llegó a hablar nunca con este leader [sic] auténticamente obrero, sentía vivas simpatías por su per­ sona en la que reconocía cualidades poco comunes de honra­ dez y convicción revolucionaria. Los últimos días de Pestaña y la actuación en el Madrid rojo de su Partido Sindicalista, donde ingresaron cientos de camaradas nuestros, demuestra la buena visión de José Antonio. Sin embargo, por razones que ignoro, nunca hablaron directamente ni se pudo realizar la fusión de ambos sindicalismos. Quien sí había estado al habla con él an­ tes de nacer la Falange y que animaba a José Antonio a cap­ tarle era Julio Ruiz de Alda. No me ha sido posible averiguar por qué no hablaron nunca José Antonio y Pestaña. Como me consta que José Antonio lo deseaba, pienso si la entrevista se frustraría por temor de Pestaña o por la actuación de interme­ diarios poco hábiles o de mala fe.

El escritor Joan Llarch (1985:167) desmiente la versión anterior al asegurar que "José Antonio Primo de Rivera había intentado atraer a la Falange a la organización sindicalista CNT y que inclu­ sive se había celebrado una entrevista entre José Antonio y Ángel Pestaña en un café de la Plaza Real de Barcelona. El encuentro se

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celebró en el año 1933 y la realidad de la entrevista fue facilitada por Joan Saña, quien formaba parte del grupo de afinidad 'Salud', integrado por el mismo Saña, Ángel Pestaña, Pere Foix y Joan Peiró". La falta de resultados de este encuentro es atribuida por Llarch a la irreligiosidad de Pestaña y a que la sola posibilidad de esta negociación sería considerada por las bases anarcosindica­ listas como una traición. Heleno Saña (1974: 146) confirma la versión anterior: "Poco después de la fundación de la Falange, Pestaña se entrevista en Barcelona con José Antonio. Este primer contacto con la Falan­ ge se mantuvo después a través de Ruiz de Alda y Luys Santa Marina, pero sin que se llegara a un acuerdo formal o tácito en­ tre ambos. Según el testimonio de Abad de Santillán, Pestaña sostuvo ante militantes libertarios conocidos, como Antonio García Birlán (Dionisios), que habría sido razonable un acerca­ miento con Primo de Rivera". Ceferino Maestú (1987: 30) defiende también la existencia de la reunión, pero con variaciones de fecha y lugar: "La entrevista se celebró. La había gestionado Roberto Bassas, jefe provincial de Barcelona y tuvo lugar en el mes de septiembre u octubre de 1935, en un restaurante del Tibidabo barcelonés. Allí comieron juntos José Antonio, Ángel Pestaña y los acompañantes del jefe de Falange y dirigentes de la CONS (Central Obrera Nacional Sin­ dicalista) Camilo Olcina y Luis Aguilar Sanabria, mientras monta­ ban la guardia dos famosos pistoleros cenetistas de Olcina. A los postres, José Antonio y Pestaña se quedaron solos conversando largo rato. Cuando terminaron, Olcina sólo le sacó a José Antonio que Pestaña pedía mucho dinero. ¿Para qué? Probablemente pa­ ra arrastrar con él a otros muchos dirigentes y militantes destaca­ dos de la CNT, para garantizarles una estabilidad económica".

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Tras este episodio "Julio Ruiz de Alda envió a César Moreno Na­ varro a Barcelona para entregar a Pestaña una carta de José An­ tonio. Le visitó en su taller de relojero y no hay nada más". Pero a pesar de lo que dice Maestú, todavía habría algo más, o por lo menos eso es lo que cuenta Miguel Primo de Rivera, hermano de José Antonio, en un artículo publicado en el diario Arriba el 18 de julio de 1961, titulado "La verdad entera". En él relata que "los falangistas tienen ya un copioso fichero de afilia­ dos que hay que guardar y proteger con riguroso secreto y con especialísima reserva. Yo revisé ese fichero por última vez a principios de 1936. Había que camuflar un buen número de nombres cuya presencia en nuestras filas podría acarrear graves daños a todos" y tras comentar la presencia de alguno pertene­ ciente a la aristocracia, desvela que "en el mismo fichero prote­ gido por la palabra 'reservadísimo' y con una nota para prestar la más conveniente colaboración, había otro nombre: Ángel Pestaña. Este artículo lleva a Gibello (1985: 265) a concluir que en vísperas de la Guerra Civil, "Ángel Pestaña, al frente del Par­ tido Sindicalista, figurase ya en los cuadros secretos de la Fa­ lange", aunque a la vista del desarrollo posterior de los acontecimientos esta conclusión nos parece ún tanto descabe­ llada. No debemos olvidar que Ángel Pestaña concurrió a las elecciones de 1936 en las listas del Frente Popular, obteniendo acta de diputado. Al iniciarse la Guerra Civil fue hecho prisione­ ro transitoriamente por los militares alzados en Barcelona y el 21 de septiembre de 1936 organiza el primer batallón de la 'Colum­ na Pestaña' en el bando republicano. Durante el conflicto jugó la baza de una apertura a las clases medias desprovistas de repre­ sentación por el eclipse republicano. Asimismo las desavenen­ cias entre las organizaciones obreras favorecieron un nuevo

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acercamiento de Pestaña a la CNT, reingresando en ella en sep­ tiembre de 1937, y acabó siendo portavoz oficioso suyo ante el parlamento de la República y frente al Partido Comunista. Pesta­ ña permaneció en el bando republicano como un aliado secun­ dario al que más o menos voladamente se invitaba a disolver su partido. Su muerte en diciembre de 1937 le impidió resolver per­ sonalmente esta encrucijada. Esta trayectoria nos hace pensar que la presencia de su nombre en los ficheros de Falange (de ser cierta) respondería más a una mala interpretación de los contac­ tos habidos que a una voluntad de Pestaña de ser un "cuadro se­ creto" de la organización. En cuanto a la presencia que señala Ximénez de Sandoval de cientos de falangistas en el Partido Sin­ dicalista en el Madrid rojo, se explicaría por sus desesperados intentos de salvar la vida. En esa situación el Partido Sindicalis­ ta, ahora abierto a las clases medias, se les presentaría como el menos hostil de los del Frente Popular. No olvidemos, por otra parte, la afluencia de militantes de organizaciones obreras a las filas de la Falange, en el llamado bando "nacional", con el mis­ mo objetivo. Para nosotros, Pestaña ha sido calificado como prototipo del último sindicalista revolucionario, ya que en el Congreso Nacio­ nal de la C N T de 1919, "se orientaría hacia un sindicalismo re­ volucionario más moderado [...] alejándose de la intransigencia anarquista que le había caracterizado durante sus primeros años de militancía" (Bar, 1981: 494), por lo que puede definirse con igual justicia como el modelo del primer sindicalismo nacional español. O por lo menos de aquel sindicalismo nacional que, al igual que el italiano, proviene de la evolución de las posiciones del sindicalismo revolucionario. El programa del Partido Sindi­ calista de marzo de 1934 es realmente parecido al programa de

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acción que Pannunzio presentó en marzo de 1919, cuando ya se consideraba sindicalista nacional o nacionalsindicalista. La pro­ puesta del Partido Sindicalista expresada en su programa se puede resumir así: "no se encontrará solución adecuada a nin­ gún problema político si no se resuelven al mismo tiempo los problemas económicos mediante una mejor organización en la producción y en la distribución de las riquezas y la toma del po­ der económico y del poder político por las clases productoras". Para ello se pregunta: "¿cuales serán, pues, las instituciones y organismos sobre los que el Partido Sindicalista cree necesario afianzar esa organización social futura una vez hayan triunfado las clases productoras y destruido el Estado y el capitalismo burgués? Sobre tres exclusivamente: los sindicatos que toma­ rán a su cargo la organización de la producción; las cooperativas que se encargarán de las distribución y los municipios, que se­ rán el órgano de expresión política de la transformación social a que aspira el sindicalismo". V

a partir de estos principios, el programa nos presenta el mo­

delo de ordenación del Estado: La organización a la que aspira el Partido Sindicalista em­ pieza en el municipio, asciende a la región y termina en el or­ ganismo superior que será el Estado o confederación de municipios. Los municipios gozarán de plena autonomía en los aspectos económicos y administrativos, que es lo fundamental de su existencia. Las comarcas y regiones se formarán por libre y voluntaria agrupación de los municipios, que unas veces obe­ decerá a razones económicas y otras a situaciones geográficas o de orden diferente, pero en todo momento serán ellos quie­ nes lo determinen. Del organismo central, confederación de municipios, o como quiera llamársele, dependerán todos aquellos servicios que tengan carácter nacional. La clasificación de cuáles son estos

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servicios, así como la forma en que han de prestarse, lo acon­ sejarán las propias necesidades y lo determinarán los sindica­ tos y organizaciones que los representen. Para establecer la legislación y las normas de convivencia social apropiadas, tanto en lo económico como en lo político, lo que hoy se llama Cámara legislativa o Parlamento Nacional, se transformará en Cámara del Trabajo, a la que sólo tendrán acceso delegados de los sindicatos, de las cooperativas, de las corporaciones profesionales y de los municipios. La Cámara del Trabajo tendrá carácter nacional. Pero habrá también cámaras regionales. Estas cámaras regionales de acuerdo con los sindicatos y demás organizaciones de la pro­ ducción, elaborarán los planes económicos que necesite cada región. Y la nacional elaborará, con los informes de las cáma­ ras regionales, el plan general de la economía del país. Los miembros de estas cámaras serán nombrados en asamblea de sindicatos, de corporaciones profesionales, de cooperativas y de municipios (Pestaña, 1974: 767-769). Esta propuesta de democracia industrial o económica, que también podría ser definida como orgánica y funcional, en la que el ciudadano sólo participa en cuanto productor, se asienta además en principios federativos. De ahí que en el manifiesto del Partido Sindicalista de julio de 1934 se sostenga que Mel hecho ca­ talán autónomo encontrará en nosotros a sus más ardientes de­ fensores, pero esto no cegará nuestra razón al extremo de olvidar que la economía catalana, y por tanto, la suerte del obrero cata­ lán, está íntimamente ligada a la economía española y a la suerte del obrero de otras regiones del país. De esto deducimos, pues, que los avances que en materia económica obtenga el obrero ca­ talán, habrán de estar forzosamente regulados y de acuerdo con los avances que obtenga el obrero de Castilla, de Levante, de Ex­ tremadura, de Andalucía, de Aragón o de Galicia", por lo que con­ cluye que "no nos interesa el separatismo, lo que nos interesa es

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que la personalidad catalana, como la personalidad andaluza, vasca o aragonesa, alcancen su pleno desarrollo dentro de la unidad que han de formar las distintas variedades de la econo­ mía, de la política y de lo social española. Así lo vemos y así lo defenderemos" (Pestaña, 1974: 783-784). Esta línea de evolución del sindicalismo revolucionario al sin­ dicalismo nacional no supuso caer en la tentación de un acerca­ miento al fascismo, como habían hecho sus predecesores italianos. El mencionado manifiesto es bien claro a este respec­ to: "inútil decir que combatiremos al fascismo. Discrepamos fun­ damentalmente de los métodos fascistas usados en el extranjero. Y mucho más, infinitamente más de los métodos y principios que informan a lo que conocemos del fascismo o lo que sea, español, por lo tanto sepan los fascistas que nos ten­ drán siempre contra ellos. Y que unidos a los demás que lo quie­ ran o solos nosotros si los demás no lo quisieran, combatiremos al fascismo porque no tiene razón de ser en nuestro país, y por­ que no da satisfacción tampoco a los que desean una transfor­ mación de tendencias y tipo genuinamente social" (Pestaña, 1974: 784) Como vemos, en 1934 Pestaña sigue propugnando un frente obrero contra el peligro fascista, al que niega su pre­ tendida preocupación social, que para él sigue estando en el campo socialista. Aunque su partido mantenga diferencias con el Partido Socialista y con el Partido Comunista que explica así: "socialistas ellos y socialistas nosotros, pertenecemos a la es­ cuela que estudiando los fenómenos económicos y políticos, ha sentado la afirmación de que son esos mismos fenómenos los que empujan al mundo a la socialización de una gran parte de las actividades humanas. Por lo tanto, no existe diferencia aparente. Surge esta diferencia cuando al sustantivo común se una el ser

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socialista marxista o el no serlo. Porque nosotros, aún siendo ge­ néricamente socialistas, no somos marxistas. Conste bien claro así; no somos marxistas. No somos tampoco antimarxistas, co­ mo ahora se estila. En esto no seguimos la m oda".10 En efecto, Pestaña no es marxista porque considera que el mar­ xismo fundamenta su doctrina en el fatalismo económico. Es de­ cir, que los fenómenos políticos, éticos, culturales y jurídicos son resultado de las formas económicas imperantes. Para él, es cierto que la economía influye poderosamente sobre lo político y lo so­ cial, pero ésta no explica por sí sola todas las acciones humanas y sostiene que también lo político y lo social influyen a su vez en lo económico. Esta postura respecto al marxismo llevó a que so­ cialistas y comunistas acusaran al Partido Sindicalista de no ser un partido de clase, lo que evidentemente en su terminología se con­ vierte en una acusación de traición a la clase obrera. Pestaña (1974: 841) contestará que su "partido de carácter acentuada­ mente social, aspira a tener en sus filas a cuantos crean que el ré­ gimen capitalista debe ser sustituido y transformado. Pertenezcan a la clase que pertenezcan y sea cualquiera su origen y el plano que ocupen en la sociedad, salvando el escollo de la conducta moral del individuo", y prosigue "se objetará quizá que renuncia­ mos a la lucha de clases. En tanto que partido, sí renunciamos a ella. Porque la lucha de clases no debe salir del marco natural de los sindicatos. A éstos incumbe esa tarea. Al partido, no. Al parti­ do le incumbe la lucha por la conquista de los medios necesarios para transformar al mundo". En resumen, dirá Pestaña: "aspira­ mos a la transformación social, económica y política de España. A

Pestaña, Á. 'Por qué se constituyó el Partido Sindicalista'; reprod. en Pestaña (1974: 823).

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su desintegración de un pasado borroso y vacilante, y a su incor­ poración al plano de los pueblos guía; de los pueblos que hacen su historia y ayudan a hacer la suya a los demás*. Ante estas palabras podemos asegurar sin temor a equivocar­ nos que nos encontramos ya ante un auténtico sindicalista na­ cional. Su muerte en diciembre de 1937, lejos de acabar con el Partido Sindicalista o de posibilitar una vuelta de sus militantes a posiciones anteriores -n o olvidemos su reingreso en la C N T-, supuso un repunte moderado de la organización bajo la dirección de su sucesor Marín Civera. El partido participa en el golpe de Ca­ sado para terminar con la guerra, "tras una inflexión nacionalista, según resulta al menos de la lectura de su órgano nacional, El Sindicalista, madrileño", como constata Antonio Elorza (1974: 41). Parece ser que esta evolución "nacional" de los continuado­ res de Pestaña en El Sindicalista fue tan evidente que Elorza ase­ gura haber oído en una ocasión a "Juan Velarde que hubo un intento fallido de proseguir su publicación el 28 de marzo de 1939, con un título como El Nacional-Sindicalista pero este pun­ to, como los posibles contactos con Falange antes de 1936, per­ manecen sin confirmación". Lo que sí está confirmado es que el Partido Sindicalista tuvo que hacer frente a las consecuencias legales de la derrota de­ claradas desde la Ley de Responsabilidades Políticas de febrero de 1939, que supuso su disolución. Existieron, después, algunos intentos de reconstrucción desde la clandestinidad, llegándose a editar algún número de El Sindicalista. A finales de 1976, el Par­ tido Sindicalista se vuelve a poner en marcha integrando mili­ tantes del viejo partido y otros que provienen de organizaciones clandestinas surgidas en la lucha contra la dictadura como las Juntas Republicanas Sindicalistas (1957) o el Frente Sindicalista

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Revolucionario (1967). En febrero de 1977 el Partido Sindicalista es legalizado, actuando como secretario general del mismo Jo ­ sé Luis Rubio. Éste es para nosotros el auténtico sindicalismo nacional espa­ ñol, procedente de una evolución de los postulados del sindica­ lismo revolucionario y que comparte básicamente los contenidos del sindicalismo nacional italiano antes de que la mayor parte de sus miembros abrazaran la causa fascista. Si este movimiento supone la existencia de lo que podríamos llamar un sindicalismo nacional implícito, en 1931 aparece en nuestro país un sindicalis­ mo nacional explícito -desde un primer momento se denomina a sí mismo nacional-sindicalismo- que adopta directamente esta posición, ahorrándose la travesía que supone el paso de un sin­ dicalismo revolucionario apolítico a un sindicalismo político, en el que el papel de las clases es sustituido por el de la nación. Cla­ ro que este salto teórico es posible porque ya se había experi­ mentado en la práctica en Italia por lo menos diez años antes.

2.4. El nacional-sindicalismo Cuando hablamos de nacional-sindicalismo en España, forzo­ samente tenemos que referirnos al grupo que surge alrededor del semanario La Conquista de! Estado dirigido por Ramiro Ledesma Ramos. Ya en el Manifiesto político de esta publicación, aparecido en su primer número (marzo de 1931), se incluye un apartado titulado "Estructura sindical de la economía" en el que se pide la sindicación obligatoria de las fuerzas económicas que quedarán supeditadas al Estado para garantizar la producción20.

20 'Nuestro Manifiesto Político', La Conquista deI Estado 1 (14 de marzo de 1931), p. 2; reprod. en Ledesma Ramos (1986: 45-48).

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La deuda de La Conquista de! Estado con el sindicalismo revo­ lucionario puede verse en la publicación del artículo de Hubert Lagardelle "El hombre real y el sindicalismo"21. Lagardelle, teórico del sindicalismo revolucionario, había fundado con Sorel y Berth el Movimiento Socialista. La elección de este autor no nos parece ar­ bitraria pues es un ejemplo claro de evolución desde el sindicalis­ mo revolucionario hasta el nacional. Comenzó a militar en el socialismo desde muy joven. En 1902, que ya había tenido con­ tactos con Sorel, entronca con los sindicalistas revolucionarios ita­ lianos que intentan conquistar el Partido Socialista desde dentro. En los congresos socialistas de Nancy (1907) y de Toulouse (1908) defiende con vigor las tesis sindicalistas. Sus intervenciones en es­ tos congresos fueron seguidas con interés por el en aquel enton­ ces socialista Mussolini, del que llegaría a ser amigo personal. Pero no consigue convencer al partido ni a la mayoría de los trabajado­ res franceses, más preocupados por las reformas sociales que por la revolución, de que reconozcan el valor del movimiento revolu­ cionario de los sindicalistas. Esto le lleva a acercarse a la síntesis socialista nacional que viene proponiendo Valois e ingresa en 1926 en la sección de Toulouse del Faisceau. En 1931 se incorpora a la revista Plans, que en opinión de Sternhell (1994: 144) fue una pu­ blicación "vanguardista, modernista, soporte casi ideal de un fas­ cismo con la vista puesta en la técnica, el rascacielos, la ciudad". Precisamente, el artículo de Lagardelle publicado en La Con­ quista del Estado en abril de 1931 había aparecido en el tercer número de Plans sólo un mes antes. La revista interrumpe su

Hubert Lagardelle, "El Hombre real y el sindicalismo”. La Conquista del Estado 4 (4 de abril de 1931), p 3. En castellano, vide Lagardelle, "Los caracteres generales del sindicalismo”, en Sindicalismo Revolucionario, Carlos Díaz (ed.) (1977: 47-56).

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publicación en 1933, cuando Lagardelle se incorpora a la emba­ jada de Francia en Roma. Este destino, a petición de Henry de Jouvenal, fue aprobado por el Quai d'Orsay, conocedor de la deuda intelectual del Duce con Lagardelle y de que la mayoría de los teóricos del sindicalismo revolucionario italiano pertene­ cían al círculo de fundadores del régimen fascista. Luego su re­ cibimiento en la capital italiana fue inmejorable. En Roma se interesa por los problemas económicos y socia­ les, incorporándose al corporativismo, en el que ve realizados los objetivos del sindicalismo. Esta experiencia le servirá para desempeñar el cargo de secretario de Estado de Trabajo de Vichy. Nombrado para este puesto el 8 de abril de 1942, dimite en noviembre del 43, regresando a su labor periodística (había sido director del Mouvement Socia/iste), asumiendo la dirección del periódico sindicalista de Vichy, La France Sociaíiste. Aquí se reencuentra con exsindicalistas, como Georges Dumoulin, Georges Lefranc y Francis Dalaisi, y defenderá hasta el final de la gue­ rra el corporativismo italiano, así como la necesidad de un nuevo socialismo22. 2? El propio Mussolini (1934: 9-10) reconoce la influencia de Lagardelle en el naci­ miento del fascismo en su artículo sobre la Doctrina del fascismo en la Enciclopedia Ita­ liana: "También en aquel período mi doctrina había sido de la acción. Desde 1905, cuando nació en Alemania el movimiento revisionista, capitaneado por Bemstein, no existia una doctrina socialista univoca, aceptada por todos, y en cambio, en el alza y baja de las tendencias, se formó un movimiento de izquierda revolucionaria, que en Ita­ lia no rebasó el campo de las frases, mientras que el socialismo ruso fue el preludio del bolchevismo. Reformismo, revolucionarismo, centrismo: de esta terminología se han apagado ya los ecos, mientras que en el caudaloso rio del fascismo encontraréis los fi­ lones que partieron de Sorel, de Péguy, de Lagardelle del Movement Socialista, y de la cohorte de sindicalistas italianos que entre 1904 y 1914 dieron una nota de novedad en el ambiente italiano -castrado y cloroformado por la fornicación giolitiana-, con las Páginas Libres, de Olivetti; La Loba de Orano y el Devenir Social de Enrico leone".

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En La Conquista del Estado se seguirá también con interés la evolución del nuevo régimen italiano. La crónica sobre la Italia fascista de Santiago Arnaiz explicaba las características del sin­ dicalismo nacional que condujo a la constitución de las corpora­ ciones y que entendía contrarias a los principios del sindicalismo revolucionario: "1° el sindicalismo debe tener fines nacionales, ser uno de los órganos de la nación, incluido en las instituciones. Este principio encontrará su expresión en la corporación, órga­ no del Estado; 2° el sindicalismo no tiende a la lucha de clases ni a la revolución obrera sino a la colaboración de las clases pa­ ra la organización nacional de la producción"23. Y tras constatar "que el estado corporativo ha nacido y funciona", cierra su artí­ culo con los siguientes interrogantes: "¿En qué medida aporta elementos de solución al Estado moderno? ¿En qué medida res­ peta el papel histórico del proletariado organizado? ¿En qué me­ dida respeta el principio y la fuerza ética del sindicalismo? Son preguntas a las que contestaremos llegado el momento, exami­ nando los diversos regímenes que, dirigidos contra la democra­ cia parlamentaria individualista, han buscado las instituciones del mundo nuevo". Los que no tenían estas dudas eran los integrantes del círculo vallisoletano que constituyó la Junta Castellana de Actuación Hispánica, dirigido por Onésimo Redondo. Este grupo -nacido meses después de La Conquista del Estado y con quien acaba­ rían fusionándose a finales de 1931 para constituir las JO N S - ex­ presa su clara apuesta por el sindicalismo corporativista. Así, el artículo segundo de sus ordenanzas afirmaba: "rechaza la Junta

23 Santiago Arnaiz, 'La Italia fascista', Ler Conquista del Estado 10 (16 de mayo de 1931), p. 5.

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la teoría de la lucha de clases. Todos los elementos que inter­ vienen naturalmente en la producción, deben vivir en una armo­ nía presidida por la justicia. Se declara la preferencia por la organización sindical corporativa protegida y regulada por el Es­ tado, como sistema obligado de relación entre el trabajo y el ca­ pital y de uno y otro con los intereses nacionales de la producción. Se proscribe la intervención de organismos interna­ cionales extraños al Gobierno de la Nación, como impulsores del movimiento obrero español" (Onésimo..., 1937: 23)2\ Por el contrario, La Conquista de! Estado seguía intentando atraerse el movimiento obrero, aunque estuviese contaminado de internacionalismo, puesto que su objetivo era precisamente nacionalizar el sindicalismo. De ahí su intento de captar elemen­ tos tanto de la U G T como de la CNT, pero especialmente de esta última, a la que consideraba un caso de sindicalismo genuinamente hispánico. En este sentido aparecen constantemente en la publicación proclamas como la siguiente: "nos unimos a la peti­ ción que hace Solidaridad Obrera de que funcionen en las fábri­ cas y talleres consejos obreros". O la entrevista de Ramiro Ledesma a Álvarez de Sotomayor, que titula intencionadamente "Unos minutos con el camarada Álvarez de Sotomayor, de los Sindicatos Únicos", en cuya introducción declaraba: "los sindica­ tos únicos -la Confederación Nacional del Trabajo- movilizan las fuerzas obreras de más bravo y magnífico carácter revoluciona­ rio que existen en España. Gente soreliana, con educación y for­ mación antipacifista y guerrera, es hoy un cuerpo de combate decisivo contra el artilugio burgués. Cuando llegue el momento de enarbolar las diferencias radicales nosotros lo haremos; pero 24 Aunque este texto aparece sin firma, se atribuye a Javier Martínez de Bedoya.

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mientras tanto, los consideramos como camaradas, y en muchas ocasiones dispararemos con ellos, en afán de destrucción y muerte, contra la mediocridad y la palidez burguesas"25. Esta ca­ maradería metafórica expuesta por Ledesma, en el caso de Sotomayor llegaría a ser real al afiliarse éste a las JO NS. Sotomayor será uno de los pocos militantes significativos de la CN T que se pasa al nuevo movimiento sindicalista nacional. Y esto a pesar de todos los esfuerzos que se hicieron desde La Conquista de! Esta­ do por atraerlos, entre ellos una amplia cobertura del Congreso Extraordinario de la C N T de 1931: "Nosotros tropezamos ahora mismo con el casi millón de adheridos a la CNT, con el fenóme­ no sindicalista y entonces nuestro interés más fecundo, conver­ ge en las faenas de la asamblea actual. Vamos forzosamente a buscarla y a comprenderla y a interpretarla con ojos amigos, cer­ ca de medio millar de delegados de los cuatro puntos cardinales de la Península; trae la fiebre ibérica por la creación y el ensueño futuro; trae los enormes problemas de la tierra, de la sindicación forzosa y del provenir del país. Viene repleta de denuedo y de afán juvenil" “ En el reportaje de este congreso se hace especial referencia a Ángel Pestaña: "este líder está ungido por la gracia de su nombre y de su prestigio. La CN T se doblega cariñosa­ mente ante sus palabras. Sí, surgieron y surgirán caudillos nue­ vos, sin embargo, Pestaña continúa siendo el árbitro. El sindicalismo lo lleva en la carne y su voz de reflejos castellanos actúa como sedante, pero también como acicate. Las frases más 25 R. L. R., 'Unos minutos con el camarada Álvarez de Sotomayor, de los Sindicatos Únicos', La Conquista de! Estado 11 (25 de mayo de 1931), p. 2; reprod. en Ledes­ ma Ramos (1986: 184-185). 2® 'Congreso extraordinario de la CNT", La Conquista del Estado 14 (13 de junio de 1931), p. 6; reprod. en Ledesma Ramos (1986: 218).

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duras, los días más felices de la confederación, los encarna este hombre, que bien pudo acompañar al Mío Cid a reconquistar jus­ ticia". Ya en un número anterior, comentando unas declaracio­ nes de Pestaña en las que afirmaba que la democracia burguesa no tiene nada que hacer, La Conquista de! Estado concluía: "nosotros ayudaremos al sindicalismo revolucionario, y lo pro­ clamamos, hoy por hoy, el único capacitado para dirigir un ata­ que nada sospechoso a las instituciones mediocres que se agruparán en torno a la política demoliberal de los burgueses"27. Ahora bien, si el grupo de Ledesma estaba dispuesto a apoyar al sindicalismo revolucionario, éste no lo estaba a respaldar la creación de un Estado fuerte aunque se basase en una estructu­ ración sindical de la economía, como pretendía La Conquista de! Estado. Por ello Ledesma, al no poder arrastrar a las masas anar­ cosindicalistas hacia sus postulados, abandona esta postura y con el grupo de Redondo se embarca en un nuevo proyecto, la constitución de un partido político. Habían nacido las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalistas (JONS). Aunque el nombre del partido se debe a Ledesma, según al­ gunos testimonios, el término juntas fue impuesto por Redondo -que ya lo había utilizado en su formación- por su sentido cas­ tellano y para evitar la expresión 'partido' (Onésimo..., 1937: 26). El propio Ledesma explica que "el hecho de que las juntas se de­ nominen de 'ofensiva', señala con claridad nuestro carácter re­ volucionario, es decir, que nos reservamos la aspiración a subvertir el actual régimen económico y político e implantar el

2? R. l . R., '¡Teníamos razón! Se desmorona el régimen liberal-burgués”. La Conquista def Estado 13 (6 de junio de 1931), p. 1; reprod. en Ledesma Ramos (1986: 201-205).

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Estado de eficacia española"28. Y cuando alude a las pretensiones de este nacional-sindicalismo naciente queda claro su cambio de táctica respecto a la fase anterior, afirmando en la proclama fun­ dacional "que es una ingenuidad seráfica estimar que el uso del vocablo sindicalismo nos une a organizaciones proletarias que con el mismo nombre se conocen en nuestro país y que son lo más opuestas posibles a nosotros. El Estado nacionalsindicalista se propone resolver el problema social a base de intervenciones reguladoras, de Estado, en las economías privadas. Su radicalis­ mo en este aspecto depende de la meta que señalen la eficacia económica y las necesidades del pueblo. Por tanto, sin entregar a la barbarie de una negación mostrenca los valores patrióticos, culturales y religiosos, que es lo que pretenden el socialismo, el comunismo y el anarquismo, conseguirá mejor que ellos la efi­ cacia social que todos persiguen". Estamos, pues, ante una au­ téntica proclama del sindicalismo nacional, basado en la 'eficacia económica', luego productivismo, y los 'valores patrióticos', por tanto nación. Es decir, las bases en que se fundó el sindicalismo nacional. Por lo que la evolución de esa denominación a la de nacional­ sindicalismo sólo exigía la inversión de los términos, que la asi­ milaba a una traducción literal del nombre que designaba a un nuevo movimiento alemán que avanzaba imparable hacia la con­ quista del poder, el nacionalsocialismo. El mérito del hallazgo de esta expresión es atribútale a Ledesma, pero como hemos visto su contenido ideológico ya venía de lejos. Término, por cierto, pronto exportado. En febrero de 1932, el periódico Revo/ugáo

28 R. L. R., “Las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista", La Conquista del Estado 21 (10 de octubre de 1931), p. 1; reprod. en Ledesma Ramos (1986: 267-270).

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anuncia la creación del Movimiento Nacional-Sindicalista portu­ gués que, como reconoce el investigador Costa Pinto (1994: 139): "A pesar de que no tenga mucha significación, la adopción del nombre 'nacionalsindicalista', por los fascistas portugueses, inversión de los términos 'sindicalismo nacional' de los años 20, fue inspirado por las JO N S de Ledesma Ramos". Tras el cierre de La Conquista del Estado, las JO N S apenas tu­ vieron actividad hasta 1933. Este año, en el único número de la publicación El Fascio, se hace una entrevista a Ramiro Ledesma en la que aprovecha para definir su movimiento como sindica­ lista nacional: "Las JO N S se consideran revolucionarias. Por su doble índole de partido que utiliza y propugna la acción directa y la lucha por conseguir un nuevo orden, un nuevo Estado, subvertiendo el orden y el Estado actuales. Somos en lo económico sindicalistas nacionales. Tenemos en nuestro programa la sindi­ cación forzosa de productores, y desde los sindicatos de indus­ tria a la alta corporación de productores -capital y trabajo-, una jerarquía de organismos 'nacionales' garantizará a todos los le­ gítimos intereses económicos sus rotundos derechos. Otra cosa es en nuestra época caos, convulsión, ruina de los capitales y hambre del pueblo. Sólo nosotros, nuestro sindicalismo nacio­ nal, puede hacer frente a todo eso, aniquilando la lucha de cla­ ses y la anarquía económica"29. Poco después de estas declaraciones aparece la revista JO N S como portavoz oficial del partido. En su número 6 (noviembre de 1933), Ledesma publica el artículo "Hacia el sindicalismo na­ cional de las JONS", donde equipara sindicalismo nacional y Es­ tado corporativo, pero con la precaución de diferenciar su 29 "Movimiento Español JONS", El Fascio 1 (16 de marzo de 1933).

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corporativismo de otros que en ese momento se presentaban como soluciones técnicas, aportadas desde un plano pacífico y frío. Para Ledesma, "el estado corporativo, el sindicalismo na­ cional, presupone una patria, un pueblo con conciencia de sus fines comunes, una disciplina en torno a un jefe y una plenitud nacional a cuyos intereses sirven las corporaciones. Es decir, un Estado auténtico, fundido con la ilusión popular y con la posibili­ dad misma de que haya paz y justicia para las gentes"30. Por ello, critica la teorización corporativa de la Acción Popular de Gil Ro­ bles o las experiencias de Dollfuss en Austria y de Salazar en Por­ tugal, a los que reprocha la falta de acción a la que deben subordinarse las teorizaciones y las fórmulas, pues "las revolu­ ciones no se hacen solas, sino que requieren y necesitan hom­ bres de temple, hombres revolucionarios". El manifiesto del nuevo partido elude entrar en una detallada explicación teórica del Estado sindicalista, que sustituye por una serie de propuestas y consignas de lucha diaria: "El triunfo de la revolución jonsista resolverá de plano las dificultades de los tra­ bajadores. Pero hasta que eso acontezca se requiere amparar, apoyar y encauzar sus luchas diarias. Las JO N S piden y quieren la nacionalización de los transportes, como servicio público no­ torio; el control de las especulaciones financieras de la alta ban­ ca, garantía democrática de la economía popular; la regulación del interés o renta que produce el dinero empleado en explota­ ciones de utilidad nacional; la democratización del crédito, en beneficio de los sindicatos, agrupaciones comunales y de los in­ dustriales modestos; abolición del paro forzoso, haciendo del

30 Ramiro Ledesma Ramos, “Hacia el sindicalismo nacional de las JO N S ', JO N S 6 (noviembre de 1933), p. 241-246; recogido en Ledesma Ramos (1985: 146-151).

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trabajo un derecho de todos los españoles, como garantía con­ tra el hambre y la miseria, igualdad ante el Estado de todos los elementos que intervienen en la producción (capital, trabajo y técnicos), y justicia rigurosa en los organismos encargados de disciplinar la economía nacional; abolición de los privilegios abusivos e instauración de una jerarquía del Estado que alcance y se nutra de todas las clases españolas"31. Pero por estas fechas las JO N S ya contaban con otro compe­ tidor. Éste había nacido como Movimiento Español Sindicalista y en su primera proclama, subtitulada "Fascismo Español", ex­ ponía sus fundamentos: "unidad y potencia de la patria; sindi­ cato

popular,

jerarquía,

armonía

de

clases;

disciplina;

antiliberalismo; antimarxismo, aldeanería, milicia; cultura; esta­ tismo nacional; justicia que al dar a cada uno lo suyo no con­ siente desmanes anárquicos de obreros ni mucho menos desmanes predatorios de patronos"

El grupo fue fundado por

Primo de Rivera y Ruiz de Alda en el verano de 1933 y, tras su unión con una parte del Frente Español de Alfonso García Valdecasas, se convierte a partir de octubre en Falange Española, conservando las siglas de este último. El acto del Teatro de la Comedia del 29 de octubre de 1933, con la intervención de Alfonso García Valdecasas, Julio Ruiz de Alda y Primo de Rivera -aunque no se utilizara en el mismo el nombre de Falange-, supone de hecho el nacimiento del nuevo partido, que en diciembre comenzará a editar un semanario cuyo

31 'Las JO N S a todos ios trabajadores de España. Manifiesto del partido', JON S 7 (diciembre 1933), p. 331-335; reprod. en Ledesma Ramos (1985: 163-169). 32 'Primera Proclama del Movimiento Español Sindicalista. Fascismo Español”; re­ producido integramente por Rafael Ibáñez Hernández (2002: 69-71).

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título se corresponde con las iniciales del movimiento: F.E. En su primer número, recoge los "Puntos iniciales de Falange Españo­ la". En el apartado final del punto segundo se hace una defensa de la cooperación entre patronos y obreros por la producción na­ cional: "la lucha de clases ignora la unidad de la patria porque rompe la idea de producción nacional como conjunto. Los patro­ nos se proponen en estado de lucha ganar más. Los obreros tam­ bién. V, alternativamente, se tiranizan. En las épocas de crisis de trabajo los patronos abusan de los obreros. En las épocas de so­ bra de trabajo, o cuando las organizaciones obreras son muy fuertes, los obreros abusan de los patronos. Ni los obreros, ni los patronos se dan cuenta de esta verdad: unos y otros son coope­ radores en la obra conjunta de la producción nacional. No pen­ sando en la producción nacional, sino en el interés o en la ambición de cada clase, acaban por destruirse y arruinarse pa­ tronos y obreros"33. Para solucionar esta división, el punto sexto propone un nue­ vo Estado que supere la lucha de clases: El nuevo Estado no se inhibirá cruelmente de la lucha por la vida que sostienen los hombres. No dejará que cada clase se las arregle como pueda para liberarse del yugo de la otra o pa­ ra tiranizarla. El nuevo Estado, por ser de todos, totalitario, con­ siderará como fines propios los fines de cada uno de los grupos que lo integren, y velará, como por sí mismo, por los intereses de todos. La riqueza tiene como primer destino mejorar las condiciones de vida de los más, no sacrificar los más al lujo de los menos. El trabajo es el mejor título de dignidad civil. Nada merece más atención al Estado que la dignidad y el bienestar de los trabajadores. Así considerará como primera obligación

‘ Falange Española. Puntos Iniciales', F.E. 1 (7 de diciembre de 1933), p. 6-7 (OC­ JA : 219-226).

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suya, cueste lo que cueste, proporcionar a todo hombre traba­ jo que le asegure no solo el sustento, sino una vida digna y hu­ mana. Esto no lo dará como limosna, sino como cumplimiento de un deber. Por consecuencia, ni las ganancias del capital -hoy a menu­ do injustas- ni las tareas del trabajo, estarán determinadas por el interés o por el poder de la clase que en cada momento pre­ valezca, sino por el interés conjunto de la producción nacional y por el poder del Estado. Las clases no tendrán que organizarse en pie de guerra para su propia defensa, porque podrán estar seguros de que el Es­ tado velará sin titubeo por todos sus intereses juntos. Pero sí tendrán que organizarse en pie de paz los sindicatos y gremios, porque los sindicatos y los gremios, hoy alejados de la vida pública por la interposición artificial del Parlamento y de los partidos políticos, pasarán a ser órganos directos del Estado. En resumen: La actual situación de lucha considera a las cla­ ses como divididas en dos bandos, con diferentes y opuestos intereses. El nuevo punto de vista considera a cuantos contri­ buyen a la producción como interesados en una misma gran empresa común. Como vemos, aparecen ya en los puntos iniciales de Falange Española las ideas de productivismo y nación propias del sindi­ calismo nacional. Esta postura hace que los partidos marxistas presenten a Fa­ lange como defensora del capital, lo que obliga a ésta a insertar en el segundo número de F.E. 34 un llamamiento a los obreros en estos términos: Falange Española no es un partido más al servicio del capi­ talismo. ¡Mienten quienes lo dicen! El capitalismo considera a la producción desde su sólo punto de vista, como sistema de

34 "Obreros", F.E. 2 (11 de enero de 1934), p. 9; atribuido a José Antonio (OCJA: 255-256).

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enriquecimiento de unos cuantos. Mientras que FE considera la producción como un conjunto, como una empresa en común, en la que se ha de lograr, cueste lo que cueste, el bienestar de todos. P o r e s o FE im p o n d r á a n t e s q u e n a d a Primero. El Estado sindicalista, es decir, la única forma de Es­ tado en que los sindicatos obreros intervienen directamente en la legislación y en la economía, sin confiar sus intereses a los partidos políticos parasitarios. Segundo. La distribución del trabajo remunerado justamen­ te a todos los hombres iNo más hombres parados! Tercero. El seguro contra el paro forzoso, contra los acci­ dentes y contra la vejez. Cuarto. La elevación del tipo de vida obrero, hasta procurar­ le no sólo el pan, sino el hogar limpio, el solaz justo y los luga­ res de esparcimiento que necesita una vida humana. Entre estas propuestas y las ofrecidas por las JO N S en su ma­ nifiesto a los obreros sólo un mes antes apenas hay diferencias, por lo que la unidad no tardará en llegar. Efectivamente, en fe­ brero de 1934 se produce la fusión entre las JO N S y FE, aunque la unión no estuvo libre de ciertas tensiones, entre la militancia de FE porque creían demasiado revolucionarios a los jonsistas, y entre alguno de estos últimos por creer que los falangistas eran muy conservadores. El jonsista Santiago Montero, que venía del comunismo, se negó a integrarse en la nueva formación por con­ siderar que la esencia misma de la Falange era derechista. Y

precisamente en el número de F.E. que anunciaba la unidad

de los partidos se inicia en su sección de "Economía y Trabajo" una serie de artículos sobre el corporativismo. En el primero se afirma que "el corporativismo, o más castellanamente diríamos el corporatismo, es el último experimento político filosófico de Europa" y que "en manera alguna queremos copiar en nuestra

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España la organización corporativa italiana", pero que "aquí como en Italia, el Estado corporativo que crearemos necesitará para vi­ vir ese espíritu de optimismo nacional que se logra desarrollando una nueva concepción de la vida y de nuestra relación con el Estado". Para FE de las JO N S, "el Estado corporativo supone una nueva concepción política-filosófica, una nueva voluntad de cooperación económica y una nueva concepción de la propia res­ ponsabilidad. Tod os para cada uno y cada uno para todos', ése es su lema"*. En la segunda entrega se defiende la necesidad de que las fuerzas sociales de las que emana el Estado se organicen en una estructura cuyo principio de coordinación sea jerárquico para que pueda darse el corporativismo. No se puede construir la organización corporativa de la economía sin realizar un armazón político jerárquico, antidemocrático y antiliberal, pues sería el ca­ so del pensamiento tradicional español de representación por cla­ ses y organización económica gremial, o el de los defensores del socialismo gremial, como puede ser Colé. Pero para FE "ni uno ni otro movimiento pueden servirnos hoy de otra cosa que de con­ traste y de identidad, de principio informante, pero nunca de mo­ delo que sirviera para construir la sociedad española. La representación por clases no tiene aplicación en el momento ac­ tual La unidad corporativa, digámoslo así, es hoy el sindicato, y en él tiene que fundamentarse la organización corporativa. La re­ presentación sindical es racional y humana. Mediante ella la inter­ vención ciudadana en la política nacional tiene dos aspectos. En primer lugar los ciudadanos, no sólo seleccionan en cada grupo

35 'Corporatismo', F.E. 9 (8 de marzo de 1934), p. 10. 3® Para algunos tendría aplicación todavía; incluso sería la esencia del nacional­ sindicalismo.

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local industrial quienes hayan de representarle en la resolución de su industria, sino que también ellos son los que envían a repre­ sentantes a la cámara corporativa. Así, la política se expresa por gentes que conocen los problemas que han de resolver. En la ci­ ma está la corporación, que agrupa la confederación de obreros y la confederación de patronos de cada industria. Las corporacio­ nes dependientes de un ministerio de ese nombre vigilan toda la vida económica nacional, fiscalizan los comités intersindicales, provinciales y municipales. Su fin primordial estriba no sólo en ar­ monizar todos los posibles intereses de los obreros y de los pa­ tronos, sino también establecer bases de cooperación entre una fábrica y otra, entre productor e intermediario. Estando como es­ tán, compuestas de representantes de los obreros y de los patro­ nos, éstos entran en contacto para realizar la labor común de ampliar y conciliar sus intereses, etc. Toda la dirección económica está así presidida por el interés de aumentar la producción coor­ dinándola con el consumo. Para el Estado corporativo, a diferen­ cia del Estado liberal, el interés general no se obtiene del resultado de la pugna entre los distintos intereses parciales"37, y como este Estado corporativo ha encontrado en Italia la solución moderna de las ansias gremialistas, "reflejo de su corporativismo tendrá que ser el nuestro que, por otra parte, dibujará contornos propios y presentará características netamente españolas". En el último tra­ bajo sobre corporativismo, F.E. explica los orígenes del sindicalis­ mo nacional, con el que se identifica el semanario: "Mussolini, aunque militó en el partido socialista no comulgó nunca en sus principios, más que en lo que tenía el deseo latente de mejorar las clases proletarias y de alcanzar una justicia social humana y digna. "Corporatismo II", F.E. 10 (12 de abril de 1934), p. 8.

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Mussolini fue en realidad un sindicalista integral en sus primeros pasos revolucionarios. Luego un sindicalista constructivo y na­ cional como somos nosotros" *. Y también reconoce que la pri­ mera plasmación de estas ideas se da en Fiume "porque en la constitución de D'Annunzio (constitución de Carnaro) el sindica­ lismo nacional toma por vez primera carta de naturaleza. El na­ cionalismo y el sindicalismo se abrazaron en el corporativismo". Termina por fin el artículo explicando cómo estos sindicatos na­ cionales en Italia crecieron hasta superar a los marxistas, "así es, que las antiguas uniones de trabajadores fueron núcleos de los nuevos sindicatos fascistas o éstos los absorbieron o se disol­ vieron 'motu proprio'". Pero debemos tener en cuenta que esta generalización de la sindicalización fascista se produce cuando ya está en el poder Mussolini. Y que este poder le llevó a tener un control absoluto sobre el movimiento obrero. En 1934, en que se alcanzó final­ mente la forma teórica corporativa y que es cuando F.E. analiza esta situación, se seguían aplicando las normas establecidas en las leyes de 1926 que disciplinaban el trabajo, pero sin controlar el capital. Los grandes empresarios dirigían sus empresas con muy poca interferencia exterior. Pero ni el gobierno de Mussoli­ ni, ni las corporaciones que sí utilizaban al Estado para terminar con los sindicatos y conseguir que quedaran exclusivamente los fascistas, intimidaron jamás -com o dice Tannenbaum (1975: 179)- "a Fiat, Pirelli o el Banco de Italia". A pesar de esto, inclu­ so antes de tomar el poder, el Partido Nacional Fascista había te­ nido su peso sindical, como hemos visto al incorporar a sus filas a una gran parte de los antiguos sindicalistas revolucionarios. 3® "Corporatismo III", F.E. 12 (26 de abril de 1934), p. 8.

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Falange, tras la fusión con las JONS, se plantea también la crea­ ción de sindicatos propios. Nace así la Central Obrera Nacional Sin­ dicalista (CONS) en el verano de 1934, de la mano de los antiguos cenetistas Nicasio Álvarez de Sotomayor, Camilo Olcina y Juan Orellana, que a partir de 1935 pasará a ser dirigida por el excomu­ nista Manuel Mateo. Pero, a pesar del pasado militante en el sindi­ calismo revolucionario de estos dirigentes obreros de CONS, ésta no logró el rápido crecimiento esperado ni modificar la imagen que del falangismo se habían formado los trabajadores españoles. Como ejemplo para ilustrar nuestra afirmación, baste este re­ lato publicado en el libro El primer sindicato nacional sindicalis­ ta de Andalucía se fundó en Sevilla, bajo el expresivo título "Un admirador del general Primo de Rivera" (Rubio, 1943: 33-36): En el comedor del Hotel París, situado en la Plaza de la Mag­ dalena, se encontraba almorzando con dos amigos Pepe García A/gabeño el día 6 de septiembre de 1934. Les servía un hom­ bre de aspecto agradable, grueso, de estatura corriente y que, por la forma de atender a los clientes, se veía era un excelente camarero, sabedor perfecto de su oficio. El buen hombre, no obstante sus modales correctos, deno­ taba una honda preocupación y durante la comida, el Aígabeño no cesaba de observarle, como hallando en él condiciones excelentes para atraerlo al partido en el que militaba. Aprovechando una oportunidad, el Algabeño interrogó al ca­ marero sobre cuál era el motivo de su preocupación. El interpelado, que seguramente tenía deseo de expansio­ narse, contó a su interlocutor el motivo de sus quebraderos de cabeza. Por disconformidad con la organización obrera, a la que había dejado de pertenecer momentos antes, acababa de abandonarla para demostrar con ello su repulsa a la misma. Entonces el Algabeño, ahondando más en la investigación del carácter de aquel hombre, tan preocupado por su disgusto con el organismo obrerista al que había dejado de pertenecer, inquirió detalles sobre el pensamiento político del camarero, y

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éste, ante el asombro de su interlocutor -que le creía de ideas extremistas avanzadas, como se 'llevaba' en tal época-, díjole espontáneamente: -Verá usted. Yo, antes que nada, soy ferviente admirador de Don Miguel Primo de Rivera, de 'mi Coronel', como le llamo to­ davía desde que serví a sus órdenes en África, donde fui dos ve­ ces herido. A partir de entonces conservo para 'mi Coronel' los mejores afectos y nada ni nadie me hará variar de pensamiento. -Entonces -interroga el Algabeño-, ¿entrarás tú en el partido de su hijo José Antonio? -Y, ¿qué partido es ese? -Pues... ei fascismo, lo que salvará a España de caer en el abismo de su perdición definitiva. -Y eso ¿qué es? -El partido creado por el hijo del General a quien tanto quie­ res y cuyo recuerdo llevas permanentemente en tu corazón. -¿Qué hay que hacer para formar en ese partido? ¿Pueden pertenecer a él los obreros? -Naturalmente. Si casi podría afirmarse que el fascismo vie­ ne a atender al trabajador de forma directa y como finalidad primordial. -No hay más que hablar. Yo me hago fascista. Pero cuanto antes, mejor. -En ese caso, vete mañana a casa de Sancho Dávila en la ca­ lle Canalejas, número 4, y allí te 'apuntaremos'. El siguiente día en el despacho de la casa donde vivía el Con­ de de Villafuente-Bermeja, se encontraba con el hijo del pro­ pietario, Sancho Dávila, Pepe García el Algabeño. Explicándole cómo había captado a un antiguo elemento de la UGT, de la que se había separado por disparidad con los dirigentes, a los que acusaba de 'traidores a los obreros'. Escuchaba complacido Sancho las explicaciones de su ami­ go, cuando le avisaron de la visita de Alfonso Lozano. Éste era el camarero en cuestión, quien después de serle presentado, le mostró dos carnets a su nombre: uno del Partido Nacionalista Español con el número 37 de inscripción, y el otro, con el nú­ mero 95 de Somatén.

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Identificada la persona, se procedió en este mismo instante a la filiación del recién llegado, que quedaba de hecho ingresa­ do en Falange Española, recibiendo en seguida instrucciones para la formación del primer Sindicato Nacional-Sindicalista, cuya realización ideada desde hacía mucho tiempo, se plasma­ ba ya en una realidad tangible si el encargado de hacerlo sabía dar forma a lo que era todavía una vaga esperanza, en la que se cifraban los mayores anhelos". Aunque sobre cualquier comentario, creemos que historias como ésta no harían mucha gracia a Ramiro Ledesma, quien no había ocultado nunca su enemistad hacia el Partido Nacionalista Español de Albiñana. Ya en La Conquista de! Estado había diri­ gido serias advertencias a los partidarios de este grupo en anun­ cios de gran formato intercalados entre los que insertaba llamando a una lucha común a los sindicatos revolucionarios. Así, en el número 9 podemos leer: "Algunos ateneístas discípu­ los del cabileño doctor Albiña babean por ahí su propósito de asaltar nuestras oficinas, iNo asustarse, camaradas! i Buena puntería!"39; y en el siguiente, también en letras destacadas: "Hay que cortar de raíz el pistolerismo a sueldo y el albiñanismo inmundo. La hora española requiere, más que nunca, sinceridad y pureza" *°. Como vemos, lo que para Ledesma era motivo de rechazo constituía para los nuevos proselitistas del nacional­ sindicalismo aval suficiente para entrar en el partido y comenzar a realizar tareas organizativas. En vista de estas contradicciones

En La Conquista del Estado 9 (9 de mayo de 1931), p. 2. *0 En La Conquista del Estado 10 (16 de mayo de 1931), p. 2. Frente a este ataque de Ledesma al pistolerismo, los grupos conservadores llevaban años justificando es­ ta medida. Para Martín Camprubí (1922: 247-248,65) “la clase media, llamémosla asi, organizando somatenes y la acción ciudadana, que tanto extraña y detesta el sindi­ calismo, cumple solamente un deber elemental de defensa”.

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y de la confusión ideológica existente, se plantea la tarea de dar al nuevo grupo una norma programática breve y clara. Surgen así los famosos 27 puntos doctrinales. El apartado "Economía, trabajo, lucha de clases" ocupa ocho de los puntos del documento final. El punto noveno apuesta por un sindicalismo nacional-corporativo: "Concebimos a España en lo económico como un gigantesco sindicato de productores. Or­ ganizaremos corporativamente a la sociedad española mediante un sistema de sindicatos verticales por ramos de la producción, al servicio de la integridad económica nacional". El punto déci­ mo repudia el capitalismo y el marxismo; el undécimo condena la lucha de clases; el duodécimo defiende el fin social de la ri­ queza; el decimotercero afirma que "el Estado reconocerá la propiedad privada como medio lícito para el cumplimiento de los fines individuales, familiares y sociales y la protegerá contra los abusos del gran capital financiero, de los especuladores y de los prestamistas"; el décimo cuarto defiende "la tendencia a la nacionalización de la banca y, mediante las corporaciones, a la de los grandes servicios públicos"; mientras, los dos siguientes rei­ vindican el derecho y el deber de todos los españoles al traba­ jo. Aparece en este documento la terminología "sindicatos verticales" que tanto dará que hablar en el futuro y que, según Narciso Perales, José Antonio tomó de un oscuro teórico poco conocido: Hugo Sliunes (Martínez Val, 1975: 174)41. Para Muñoz

Tan oscuro y poco conocido que ni siquiera existió. Fue Juan Velarde quien si­ guiendo esta pista y ante la imposibilidad de localizar al tal "Sliunes'', preguntó di­ rectamente a Perales sobre este asunto. Narciso le contestó que se refería al industrial alemán Hugo Stinnes, sin precisar la fecha en que se lo había referido Jo ­ sé Antonio y le remite al Diccionario Enciclopédico Satvat que "en el artículo Stinnes (Hugo), tomo XI, dice textualmente '...fundó después una (industria) propia, que se

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Alonso (1971: 257-258) "la verticalidad propugnada por José Antonio no es un requisito técnico de organización y estructura, sino una fórmula flexible en un Estado ideal. El asalto ideológico a la verticalidad de los sindicatos procede de los cuarteles del sindicalismo primigenio y de los campos de operaciones del li­ beralismo económico. En expresión rigurosa podríamos escribir que la verticalidad sindical es una idea-fuerza frente a la subver­ sión economicista del hombre y en favor de la conversión co­ munitaria que ha de presidir la actividad laboral". Y además "la verticalidad sindical no es una concepción viable en un régimen de empresa liberal-capitalista -quede bien claro-; sino que ope­ ra para su desarticulación y resulta adecuada para el desarrollo de la economía en un régimen de empresa comunitaria. El verticalismo no es en José Antonio un dogma, es una solución, no es una teoría, es una praxis; no es una lucubración intelectual es una concreción social; no es un sueño idealista, es una forma plástica y realista con efectividad revolucionaria y con vigencia prospectiva". convirtió rápidamente en uno de los más poderosos sindicatos verticales del país, que controlaba minas, fundiciones, compañías navieras, explotaciones de petróleo en América, papelerías y periódicos...'. La referencia puede ser interesante*. (Velarde, 1972: 39-40) Nosotros hemos localizado referencias a Stinnes en el trabajo de Gerald Feldman (1988: 213), donde señala que "la alianza entre las organizaciones industriales y obreras a finales de la guerra fue confirmada por el denominado Acuerdo Stinnes-Liegen del 15 de noviembre de 1918, un acuerdo firmado por Hu­ go Stinnes, el gran industrial, y Cari Liegen, el más importante dirigente de los Sin­ dicatos Libres. Quedó materializado en la Zentralarbeisgmeinschaft (Comunidad Central de Trabajo de los Empresarios y Trabajadores Alemanes, ZAG)M. El texto ín­ tegro del acuerdo puede consultarse en Puig (1988: 517-519). Recientemente, Simoes (2000: 17) presenta a Stinnes como precursor de la línea antibolchevique y de defensa de la industria pesada y sus capitales de Moeller van der Bruck frente a la antiburguesa de Niekisch.

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Esta nueva posición de José Antonio, en ia que los sindicatos aparecen como órganos de participación en las funciones del Estado y con intervención directa de éstos en la legislación y en la economía, lleva hacia el Estado de los sindicatos o Estado sin­ dical. La evolución de José Antonio hacia el Estado sindical es la que paradójicamente le va separando de Ledesma Ramos. Con­ venimos con Martínez Val (1975: 175) que a partir de aquí se da una bifurcación de caminos: por un lado el primitivo jonsismo partidario de "mantener el sindicalismo dentro de la esfera eco­ nómica, con su vertebración, pero sin implicaciones políticas di­ rectas. Se mantenía en la línea más pura del pensamiento sindicalista". Esta postura es muy similar a la de Pestaña y a la del sindicalismo revolucionario. Y por otro lado, el camino del falangismo: "convertir el sindicalismo en un miembro y órgano totalmente integrado en la organización estatal. Era la politiza­ ción de los sindicatos, aspirando a una visión de la totalidad de los problemas socio-político-económicos". Esta posición es más próxima al último Pannunzio y en general a los sindicalistas na­ cionales italianos que apostaron por el régimen de Mussolini, aunque luego éste no llevara a cabo todas sus propuestas. Estas divergencias llevaron a Ledesma a romper con FE e in­ tentar resucitar las JO N S ; pero el número de militantes que lo si­ guió fue escaso, sin lograr su objetivo de arrastrar consigo la CONS -que permaneció leal a Primo-, aunque durante un tiem­ po reinó cierta confusión sobre quienes se habían ¡do, se que­ daban o finalmente serían expulsados. Un buen ejemplo lo tenemos en la provincia de Santander, que nos ilustra también sobre la "peculiar" manera de entender el sindicalismo de los di­ rigentes del falangismo local. El artista Cossío, amigo personal de Ledesma e incompatible con el triunvirato de esta provincia,

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logra con otros camaradas apoderarse de la correspondencia que la jefatura provincial sostiene con varias empresas indus­ triales: "¡Qué cartas! Recomendaban los afiliados de la CONS, alegando que éstos eran muy buenas personas, nada amigos de conflictos y que, en último caso, podrían pagarles menos". Cossío envió esta correspondencia a José Antonio, quien dele­ gó en Manuel Mateo para gestionar la reconciliación entre el triunviro Yllera, apoyado por Cossío, y los otros dos, Pino y Estévez, que eran los redactores de las cartas de recomendación. La misión resultó imposible, llegando el grupo de Cossío a pe­ netrar en los locales de la Agrupación Regional Independiente -partido integrante de la C ED A - "para exigir a los dos triunviros que abandonasen sus puestos, apoderándose violentamente del archivo y ficheros de Falange, que guardaron en depósito hasta tanto que José Antonio decidía" (Mora Villar, 1971: 175-176). Mientras, el pequeño grupo de Ledesma se reúne en torno a la publicación La Patria Libre, regresando a las tácticas iniciales de llamamiento a un frente común de todos los sindicalistas: Nosotros decimos al grupo disidente de la CNT, a los treinta al partido sindicalista de Ángel Pestaña, a los posibles sectores marxistas que hayan aprendido la lección de octubre, a Joaquín Maurín y a sus camaradas del Bloque Obrero y Campesino: Romped todas las amarras con la ilusiones intemacionalis­ tas, con las ilusiones liberalburguesas, con la libertad parla­ mentaria. Debéis saber que en el fondo esas son las banderas de los privilegiados, de los grandes terratenientes, y de los ban­ queros. Pues toda esa gente es internacional porque su dinero y sus negocios lo son, es liberal porque la libertad les permite

4? Nombre que recibe el manifiesto redactado contra el predominio anarquista en la CNT, y firmado por Ángel Pestaña y otros 29 militantes confederales en Barcelona en agosto de 1931.

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edificar feudalmente sus grandes poderes contra el Estado Na­ cional del pueblo. Es parlamentarista porque la mecánica elec­ toral es materia blanda para los grandes resortes electorales que ellos manejan: la prensa, la radio, los mítines y la propa­ ganda cara. Cantando, pues, las delicias del internacionalismo, de la de­ mocracia, de las libertades, fortalecéis en realidad a los pode­ res de los privilegiados, debilitando las posiciones verdaderas de todo el pueblo y entregáis a éste indefenso en manos de los grandes poderes capitalistas, de los grandes terratenientes y de los banqueros43. A la postre, lo que consiguió le escisión de Ledesma fue una radicalización social de FE de las JO N S, o al menos de su dis­ curso, que pretende ahora desligarse del corporativismo y apos­ tar por un cambio revolucionario en la economía. Así, en la conferencia que José Antonio Primo de Rivera pronuncia en el Círculo Mercantil de Madrid el 9 de abril de 1935 (OCJA: 625643) critica duramente las posturas de las derechas cuando de­ claran que la solución al problema social está en armonizar el capital y el trabajo: "Cuando dicen esto, creen que han adopta­ do una actitud inteligentísima, humanísima, ante el problema so­ cial. Armonizar el capital con el trabajo..., que es como si yo dijera: 'me voy a armonizar con esta silla'. El capital [...] es un instrumento económico que tiene que servir a la economía total y que no puede ser, por tanto, instrumento de ventaja y de pri­ vilegio de unos pocos que tuvieron la suerte de llegar antes". Más adelante se pregunta: ¿Y el Estado Corporativo? Esta es otra de las cosas. Ahora son todos partidarios del Estado Corporativo; les parece que si *3 “Obreros parados y capitales parados". La Patria Libre 3 (2 de marzo de 1935), p. 1; atribuido a Ledesma (1988: 213).

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no son partidarios del Estado Corporativo les van a echar en ca­ ra que no se han afeitado aquella mañana, por ejemplo. Esto del Estado Corporativo es otro buñuelo de viento. Mussolini, que tiene alguna idea de lo que es el Estado corpo­ rativo, cuando instaló las veintidós corporaciones, hace unos meses, pronunció un discurso en el que dijo: 'Esto no es más que un punto de partida; pero no es un punto de llegada'. La organización corporativa, hasta este instante, no es otra cosa (...) que esto: los obreros forman una gran federación; los pa­ tronos forman otra gran federación (los dadores de trabajo, co­ mo los llaman en Italia), y entre estas dos grandes federaciones monta el Estado como una especie de pieza de enlace. A mo­ do de solución provisional, está bien; pero notad igualmente que éste es, agigantado, un recurso muy semejante al de nues­ tros Jurados Mixtos. Este recurso mantiene intacta la relación del trabajo en los términos en que la configuraba la economía capitalista; subsiste la posición del que da el trabajo y la posi­ ción del que arrienda su trabajo para vivir. En un desenvolvi­ miento futuro que parece revolucionario y que es muy antiguo, que fue la hechura que tuvieron las viejas corporaciones euro­ peas, se llegará a no enajenar el trabajo como una mercancía, a no conservar esta relación bilateral del trabajo, sino que todos los que intervienen en la tarea, todos los que forman y com­ pletan la economía nacional, estarán constituidos en sindicatos verticales, que no necesitarán ni de comités paritarios ni de pie­ zas de enlace, porque funcionarán orgánicamente como fun­ ciona el Ejército, por ejemplo, sin que a nadie se le haya ocurrido formar comités paritarios de soldados y jefes. Su propuesta es contundente: "la única manera de resolver la cuestión es alterando de arriba abajo la organización de la economía". Poco después, en un discurso en el Cine Madrid decía: Cuando hablamos del capitalismo -ya lo sabéis todos- no ha­ blamos de propiedad. La propiedad privada es lo contrario del capitalismo; la propiedad es la proyección directa del hombre

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sobre sus cosas: es un atributo elemental humano. El capitalis­ mo ha ido sustituyendo esta propiedad del hombre por la pro­ piedad del capital, del instrumento técnico de dominación económica. El capitalismo, mediante la competencia terrible y desigual del capital grande contra la propiedad pequeña, ha ido eliminando el artesanado, la pequeña industria, la pequeña agricultura: ha ido colocando todo -y va colocándolo cada vez más- en poder de los grandes trusts, de los grandes grupos bancarios. El capitalismo reduce el final a la misma situación de angustia, a la misma situación infrahumana del hombre des­ prendido de todos sus atributos, de todo el contenido de su existencia, a los patronos y a los obreros, a los trabajadores y a los empresarios. Y esto sí que quisiera que quedase bien gra­ bado en la mente de todos; es hora ya de que no nos preste­ mos al equívoco, de que se presente a los partidos obreros como partidos antipatronales o se presenten a los grupos pa­ tronales como contrarios, como adversarios, en la lucha con los obreros. Los obreros, los empresarios, los técnicos, los or­ ganizadores, forman la trama total de la producción, y hay un sistema capitalista que con el crédito caro, que con los privile­ gios abusivos de accionistas y obligacionistas, se lleva, sin tra­ bajar, la mayor parte de la producción, y hunde y empobrece por igual a los patronos, a los empresarios, a los organizadores y a los obreros. Y anuncia cómo realizarán el desmontaje del capitalismo: Tenemos que empezar por el hombre y pasar por sus unida­ des orgánicas, y así subiremos del hombre a la familia, y de la familia al municipio, y por otra parte al sindicato, y culminare­ mos en el Estado, que será la armonía de todo. De tal manera, en esta concepción político-histórico-moral con que nosotros contemplamos el mundo, tenemos implícita la solución econó­ mica, desmontaremos el aparato económico de la propiedad capitalista que absorbe todos los beneficios, para sustituirlo por la propiedad individual, por la propiedad familiar, por la pro­ piedad comunal, y por la propiedad sindical (OCJA: 676-686).

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Según Rafael del Águila (1982: 188 y 190), esta conciliación de anticapítalismo y propiedad no es sino una síntesis falsa. Para él "la postura anticapitalista de José Antonio Primo de Rivera pue­ de resumirse así: las relaciones capital-trabajo están deshuma­ nizadas por la intervención del capitalismo financiero y del capitalismo rural. Así se critican dos figuras: el rentista y/o absentísta rural, por un lado, y el gran capitalista por otro. En el pri­ mer caso, la crítica quiere incidir en la problemática del pequeño campesino y arrendatario rural, en general muy sensibilizado an­ te este tema durante la Segunda República. En el segundo caso, en la problemática del pequeño propietario urbano, al punto de la ruina durante la crisis económica. Esta crítica se enlaza con los elogios a la pequeña burguesía en general, a la que se intenta hacer ver lo insostenible de su situación y atraer a esta posición falsamente sintética con la que el fascismo se imbrica con los in­ tereses armonizadores de la clase intermedia". Concluyendo que, mientras José Antonio "impugna claramente el marxismo y a sus supuestos económicos, con el capitalismo se mantiene una ambigua y doble actitud: por un lado se critica su concep­ ción del mundo, el liberalismo, y por otro, se reafirma su base económica, la propiedad". En sus posteriores intervenciones públicas, Primo continua­ ría en la línea crítica hacia la derecha, mientras que por otro la­ do el partido está intentando pactar su entrada en las listas del bloque conservador para los comicios de 1936. La falta de acuerdo y la presentación de FE de las JO N S en solitario a las elecciones de febrero la dejó fuera del parlamento y con un go­ bierno del Frente Popular, que no estaba por la labor de dar mu­ chas facilidades al desenvolvimiento de lo que para ellos era el fascismo español. El ejemplo de Italia, donde se eliminaron los

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partidos de izquierdas, puso en guardia a éstos en España, que levantaron un frente antifascista. Al llegar al poder, esta táctica se plasmó en una política de represión preventiva que dio con los dirigentes falangistas en la cárcel y obligó a la organización a pasar a la clandestinidad. En estas condiciones, no es difícil adivinar la postura de sus militantes ante el levantamiento mili­ tar de julio.

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Capitulo 7

José Antonio y la reforma agraria Joaquín Fernández In tr o d u c c ió n

El problema del campo español y la política económica enca­ minada a resolverlo fueron, sin duda, los aspectos de la estruc­ tura económica española tratados con más detalle por José Antonio Primo de Rivera, especialmente en sus discursos del 23 y 24 de julio de 1935 en el Congreso de Diputados. En el pri­ mero, lanzó la siguiente pregunta al hemiciclo: "¿Hace falta o no hace falta una reforma agraria en España?" (O C JA : 735). La pregunta era puramente retórica. El asentimiento silencioso fue la respuesta. No es extraño. En 1935, la población activa agraria se elevaba al 45,5 por ciento del total, sin considerar las ayudas familiares, que en ese sector siempre han sido de mayor intensidad. Si, ade­ más, se tienen en cuenta la demanda de bienes y servicios de consumo por esta población agraria y los consumos intermedios de la actividad agraria, no es exagerado estimar en un 75 por ciento la proporción de españoles que percibían sus ingresos,

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directa o indirectamente, de la producción agraria. Eso desde el lado de la oferta, porque desde la demanda la dependencia sería probablemente mayor, dados los hábitos de consumo de la épo­ ca, ya que la agricultura era "el factor principal del general sus­ tento y la primera consumidora de los productos de la industria nacional" (Aunós, 1928: 158, citado por Velasco, 1979: 158). Por tanto, si existía un problema agrario, ese problema sería el pro­ blema español por excelencia. Con razón decía José Antonio en el artículo "Labradores" -publicado en Arriba el día 7 de noviem­ bre de 1935-: "Levantar la vida del campo es levantar la vida de España" (OCJA: 783). De ahí que hasta los propietarios agrícolas supieran que España la necesitaba. "Se entiende por reforma agraria una reorganización jurídica e institucional planeada de las relaciones entre el hombre y la tie­ rra", decía Gunnar Myrdal en el discurso de apertura de la Con­ ferencia Mundial sobre la Reforma Agraria de 1966. Más concretamente, según Le Coz (1976, citado por Fraile, 1991: 2) es "el conjunto de operaciones que tienden a transformar la es­ tructura territorial de un estado o de una región mediante la mo­ dificación de las relaciones sociales, con el fin de asegurar la mejora de las técnicas de cultivo y el aumento de la producción agrícola". 1. M iser ia

y s u b v e r s ió n en el c a m p o

Dos sucesos de signo contrario habían impresionado a la opi­ nión pública en una época en que los incendios de iglesias, ase­ sinatos y sucesos de toda índole, habían elevado sensiblemente el umbral de impresionabilidad. El primero fue el 31 de diciem­ bre de 1931 en Castilblanco (Badajoz), donde fueron linchados

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cuatro guardias civiles que intentaban disolver una manifesta­ ción. El segundo, de signo contrarío, fue el conocido como los sucesos de Casas Viejas (Cádiz) donde el 12 de enero de 1933, los guardias de asalto, que habían acudido a reprimir una re­ vuelta de campesinos que, dirigidos por un viejo anarquista apo­ dado Seisdedos, habían proclamado el comunismo libertario, acabaron matando a sangre fría a una docena de campesinos. Estos sucesos sólo eran la punta del iceberg de la subversión campesina que se extendió durante la República por toda Espa­ ña, especialmente en el Sur. Ocupaciones de tierras, incendio de cosechas, sacrificio de ganado, roturación de pastizales y asesi­ nato de los propietarios que trataban de impedirlo, fueron he­ chos habituales de los que queda amplia constancia en la prensa de aquella época, a pesar de la férrea censura impuesta por la Ley de protección de ia República. Basta ver que, en época tan temprana como 1931, el gobernador de Sevilla, Sr. Bastos (1931), elevó un informe al Gobierno en el que, entre otras co­ sas, decía: Ténganse en cuenta las terribles consecuencias de los bár­ baros actos de sabotaje; abandono y dispersión de millares de cabezas de ganado, pereciendo por la sed y falta de necesarios cuidados; las cosechas, en plena recolección, desatendidas y a merced de los elementos; las acequias y canalizaciones des­ truidas para conseguir la pérdida de las plantaciones de rega­ dío; los incendios y toda clase de atropellos a cosas y personas. Sevilla, 25 de julio de 1931. Naturalmente, esto no ocurría porque los campesinos fueran una gente especialmente violenta y perversa o por la mera vo­ luntad de unos revoltosos. Ciertamente, las minorías anarquis­ tas habían sembrado su ideología en el campo, al que habían

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desplazado verdaderos profesionales del proselitismo y la vio­ lencia, pero no habrían recogido tan abundante cosecha si no hubieran encontrado un campo abonado por la explotación y la miseria. En pocas palabras lo dijo José Antonio en el discurso pronunciado en el Parlamento el día 21 de marzo de 1935 (OC­ JA : 589): "La base social española está saturada y entrecruzada de injusticias; los españoles, todavía en una gran parte, viven al nivel de los animales". Pudiera parecer que el final de la oración era una frase hecha o una exageración. Nada de eso; no era su costumbre hablar sin apoyo de la realidad. Basta leer Los Santos Inocentes de Miguel Delibes para constatar la animalidad de la vida rural, especial­ mente en la persona de Paco en su papel de eficiente perro per­ diguero y el mismo Azarías, descrito como un cachorro ávido de mamar (1984: 16). Claro que el argumento de la novela transcu­ rre en la década de los sesenta, pero es que, en esa época, aún quedaban muchos vestigios de la preguerra. Cuántas veces los viejos del lugar hemos oído la frase de extrema sumisión "a mandar que pa eso estamos", con que Remigia asume sumisa la negativa de su patrón a que su hija acuda a la escuela. Eso, por lo que se refiere al latifundio, que respecto al mini­ fundio, más desconocido, Velarde (1967: 196-198) describe có­ mo todavía en los años sesenta, los 42 habitantes de La Pruvia, en el Concejo de Mieres, carecían aún de luz eléctrica por impo­ sición del monopolio de ERCOA. Yo mismo tuve ocasión de vivir durante unos meses, allá por el año 1945, en Padornelo, esa pequeña aldea bajo La Portilla, tan popular por los partes meteorológicos. Los agricultores mínifundistas del noroeste español, propietarios de sus minúsculas fin­ cas y de su sudor, sin comunicaciones y alejados de las grandes

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urbes eran paupérrimos en comparación con ios latifundistas del Sur, pero no se consideraban pobres. No tenían electricidad ni las comodidades que se derivan de ella, pero tampoco las año­ raban porque no las conocían. Sólo consideraban pobres a los mendigos que, hatillo al hombro, aparecían ocasionalmente por el pueblo. No pasaban hambre, como en la zona latifundista ’, pe­ ro desconocían la mayoría de las frutas. Seguían sin electricidad pero se alumbraban con carburos y -¡maravillas del raciona­ miento!- habían descubierto el pan de trigo y el aceite de oliva. Los carburos, o lámparas de carburo, llegaron allí a causa de la vía del ferrocarril que se estaba construyendo de Madrid a Pon­ tevedra. Tenía un túnel por La Portilla de Padornelo y, justamen­ te, en el centro del túnel había un pozo para entrar y salir los obreros. Como el pozo distaba unos cientos de metros del pue­ blo, algunos mozos que trabajaban en la obra descubrieron los carburos* cuyo uso se incorporó inmediatamente a las costum­ bres del pueblo. Por lo demás, salvo los artículos ocasionales que podían comprarse cada semana en el mercado de Puente; a unos 15 kilómetros, aquella era una economía de subsistencia. Se ali­ mentaban de las patatas por ellos sembradas, de la carne de va­ cas y cerdos y del pan de centeno que habían cultivado, segado, majado y cocido. El majado era una operación semejante al trillado, porque su fin era separar el grano de la paja, solo que practicada con mé­ todos primitivos. Yo tuve ocasión de majar con los mozos del pueblo. Se extendía el centeno sobre una era, y los mozos, puestos en hilera, uno junto al otro, abarcando toda la anchura

^ En la provincia de Jaén se registró un promedio de 12 muertes anuales por inani­ ción durante el período 1943-1948 (Velarde y Fuentes Quintana, 1964 (1966): 114).

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de la era, avanzábamos pausadamente descargando el majo so­ bre el centeno. Llamaban majo a un palo de un metro y medio de longitud aproximadamente, de cuyo extremo superior colga­ ba otro palo de unos cuarenta centímetros, ligado al grande por medio de correas, que servían de gozne. De esta manera, al des­ cargar el golpe sobre el centeno, el palo más corto quedaba ho­ rizontal para abarcar más espigas. No requería gran esfuerzo; únicamente convenía adquirir cierta destreza, porque el majo golpeaba la cabeza si no se tenía mucho cuidado. No todo era así; en todas las culturas se encuentran siempre elementos casi futuristas junto a reliquias del pasado. El tío Toribío había com­ prado aquel año una trilladora y, cuando fuimos a su trilla, no tu­ vimos más trabajo que echar el centeno por arriba. Era una gozada ver cómo sacaba por un lado los granos de centeno y por otro los haces de paja ya atados. Ni siquiera utilizaban el arado romano que -p o r su nom bredebía tener más de mil años, sino unos arados de madera que, además, no eran arrastrados por caballos, muías ni burros, sino por vacas o bueyes. Había más vacas que habitantes. Una vez presencié el alboroto que se armó porque se había vuelto rabio­ sa una vaca, decían que a causa de la dentellada de un lobo, ani­ mal entonces casi tan numeroso como las vacas por aquellos contornos. La siega del centeno se hacía con la hoz, igual que la del trigo en las tierras de pan llevar. Era más original la del he­ no, que se hacía con guadaña. Hasta que llegué a Padornelo só­ lo la había visto en los dibujos de la Parca. Se manejaba con una gran elegancia, con el cuerpo derecho y describiendo semicír­ culos con la guadaña a ras del suelo. Después se cargaba el he­ no con unas forcas, que eran como tenedores enormes de madera, y se acarreaba en carros tirados por bueyes o vacas.

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Otra faena curiosísima era el ripado del lino. Así como 'majar' aparece en el diccionario de la RAE, 'ripar' no. No sé si se trata­ rá de un arcaísmo, un galicismo o un modismo propio de aque­ lla comarca y época. Viene a ser un sinónimo de desmotar: se hacía pasar el lino por un peine de madera, cuyos intersticios te­ nían suficiente amplitud para que pasara el tallo, pero no la se­ milla ni la flor. Se ripaba por la noche. Un buen día se corría la voz: "Esta noche se ripa en casa de la Tía Práxedes" y allá que iban los mozos a ripar cuatro o cinco horas. No pagaban un du­ ro por eso; allí no se pagaba a nadie por nada: se iba a majar a casa del Tío Julián, a segar a casa del Tío Bernardo o a ripar a ca­ sa de la Tía Práxedes. Un día por ti y otro día por mí. En el zaguán de la Tía Práxedes había seis o siete bancos de madera, formados en fila de tres, como en el ejército. Los zagua­ nes de Padornelo, que también hacían las veces de cocina, co­ medor, sala de reuniones y lugar de descanso, eran inmensos. Cada banco tenía clavado en el centro un gran peine de madera. En un extremo del banco se montaba un mozo y en el otro una moza. En el suelo, al lado izquierdo, se encontraba un montón de lino, tal como venía del campo, se cogía un puñado por los tallos, se pasaba las cabezas por el peine y, ya desmotado, se dejaba al lado derecho, donde otros mozos y mozas reponían los monto­ nes vírgenes y recogían los desmotados. De vez en cuando to­ maban una pinta de jamón y la bota de vino, que corría de mano en mano. A medida que se aligeraba la bota aumentaban los chistes, los comentarios y algún achuchoncillo. Ese lino lo hilaría la Tía Práxedes en la rueca, lo tejería en el telar y confeccionaría unas camisas para sus hijos. Durante mi estancia vino un camión que recorría los pueblos vendiendo cosas para ellos exóticas. Me sorprendió la ilusión

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con que compraban los melones, fruta corriente por demás, pe­ ro por lo visto allí no se cultivaba. Les salió más caro el melón allí que la carne en Andalucía; en cambio, la carne la regalaban. Pero lo que más interés despertó en las mozas del pueblo fue­ ron los zapatos-tanque, unos zapatos femeninos entonces muy de moda, con un tacón de corcho tan ancho que ocupaba más de la mitad posterior del zapato. Aquellas buenas gentes no tenían luz eléctrica, agua corriente, ni muchas otras cosas que eran moV:

neda corriente en el mundo, pero que no habían llegado allí por

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su aislamiento. En la década de los noventa pasé por el puerto de La Portilla La carretera era ya una verdadera autovía. Había un bar, justo en los campos en que majábamos. Desde la carretera se veían en la profundidad los tejados. Parecía que seguían indemnes las casas del pueblo, pero el dueño del bar me advirtió que solo quedaba una persona. Por curiosidad, bajé al pueblo. Allí vivía todo el censo de la población: Patrocinio, con quien había bailado de jo­ ven. "¿Pero no sientes miedo aquí sola?", le dije. "A veces, cuan­ do nieva y no puedo subir a la carretera", me contestó. Ignoro si Patrocinio sigue allí. Supongo que no; los 400 habitantes de aquellas tierras han huido en busca de una vida más humana. Ha sido un fenómeno generalizado en toda la Península: a principios del siglo xx, el 60 por ciento de la población española vivía en el anillo central; hoy, a duras penas llega al 20 por ciento. Si en la Edad Media se buscaban las alturas, que protegían de los ene­ migos, hoy se buscan las zonas templadas, en las que se goza de las comodidades y atractivos de la civilización. Lo que reclama­ ba José Antonio el día 17 de noviembre de 1935 en el discurso de clausura del II Consejo Nacional de la Falange en el cine Ma­ drid, "tener el valor de dejar que las tierras incultivables vuelvan

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al bosque, a la nostalgia del bosque de nuestras tierras calvas, devolverlas a los pastos" (OCJA: 809), lo ha hecho la emigración, con menor coste público pero incalculable coste humano. Desde el establecimiento de la Segunda República, la pro­ puesta de una reforma más o menos radical, según la militancia, estaba ya en la mente y en las palabras de los políticos republi­ canos. Esta intención, sin duda, tenía que motivar, y motivó, la resistencia de los latifundistas, que apoyaron, cuando no finan­ ciaron, todos los movimientos de oposición, tratando de atraer al seno de la oposición a la República a todos los que se sintie­ ran agredidos, bien sea por la reforma militar o por los ataques a la religión. Tampoco estaban libres de preocupación los pequeños pro­ pietarios, ya que la indefinición del alcance de las expropiacio­ nes les hacía sentirse posiblemente amenazados, sentimiento que apoyaban los grandes terratenientes, aprovechando la inde­ finición de los diversos supuestos de expropiación de la Ley. De ahí que llegara a formarse un partido agrario y que éste fuese uno de los más fuertes de la oposición. Y

como las palabras habían ido más lejos que los hechos, los

jornaleros y aparceros se sentían engañados por los dirigentes políticos, que al fin y al cabo, habían salido en su mayoría del se­ no de las clases acomodadas. Consecuentemente, las provoca­ ciones de unos y otros fueron constantes a lo largo del quinquenio, dando lugar a un estado de permanente subversión. Ya lo decía proféticamente Azorín (1967: 138, citado por Velarde, 1967: 105) treinta años atrás: Ya están cansados los buenos labriegos de Lebrija; ya están cansados los labriegos de toda Andalucía; ya están cansados los labriegos, los obreros, los comerciantes, los industriales de

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toda España. Ya estamos cansados los que movemos la plu­ ma para pedir un poco de sinceridad, de buena fe, de amor, de reflexión a los hombres que nos gobiernan. ¿Qué va a ve­ nir después de este cansancio? ¿No es ésta una interrogación formidable? 2. A n te c e d e n te s

h is tó r ic o s

2.1. Latifundios y minifundios Las situaciones sociales obedecen en gran parte a la voluntad colectiva, pero se encuentran fuertemente condicionadas por el peso de la Historia, que no sólo determina los elementos objeti­ vos que la componen sino que influye sobre los componentes subjetivos que, en última instancia, dan lugar a la voluntad co­ lectiva. Para entender las causas de la miseria y la subversión, así como la postura joseantoniana ante el problema, es necesa­ rio acudir a los antecedentes históricos de la situación del cam­ po español, que han conocido diversos avatares de uno y otro signo. En 1935 se consideraban latifundios los predios agrícolas su­ periores a las 200 hectáreas. Naredo (1975: 9) observa que la "dificultad de fijar un límite de extensión superficial por encima del cual una finca se considera latifundio se pone de manifiesto al observar que no existe un criterio común aceptado con gene­ ralidad, sino que en la literatura se aprecian distintos límites", desde las 100 hectáreas del informe del Banco Mundial hasta las 500 señaladas por Lamo de Espinosa (1967), pasando por las 250 de Tamames (1960 [1983]: 104), generalmente con la condi­ ción de que sea insuficientemente cultivada, en tanto que sobre la extensión de los minifundios no se aventuraba ninguna di­ mensión, ya que una parcela de 5 hectáreas podía considerarse

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adecuada si estaba destinada a huerta, pero minifundista dedica­ da al secano. El dominio latifundista se suele situar en el Sur de la Península, en tanto que el minifundista se sitúa en el Noroeste, aunque existen excepciones, más abundantes en el Sur que en el Noroeste. En Guadix, por ejemplo, en plena Andalucía, existen propietarios de no más de 10 hectáreas subdivididas en 10 o 12 parcelas, distantes entre sí varios kilómetros. Es suficientemente conocido que los minifundios se formaron a causa de las sucesivas subdivisiones de las herencias a través de un largo proceso de expansión demográfica, mientras que los latifundios deben su origen a las donaciones reales a los se­ ñores que participaron con sus huestes en la Reconquista. A los señores que conquistaban grandes territorios se les asignaba -o se autoasignaban- la jurisdicción del territorio conquistado. Con el paso de los años y de los siglos, como decía José Antonio (O CJA: 739), "los señoríos jurisdiccionales, por obra casi de prestidigitación, se transformaron en señoríos territoriales; es decir, trocaron su naturaleza de Derecho público en títulos de Derecho privado patrimonial". A su mantenimiento a través de los siglos colaboró la institu­ ción de los mayorazgos y las vinculaciones, que impedían la fragmentación de las herencias. La acumulación de los patrimo­ nios por los matrimonios incrementó la dimensión de los pre­ dios hasta el punto de hacerlos inabarcables para sus titulares. La estratificación social del antiguo régimen no fue contestada durante siglos. Se suponía venida del cielo, como el granizo, las epidemias y otras desgracias, hasta que empezó a ponerse en cuestión. En el siglo xvn se sembró la semilla de las futuras reformas agrarias. La duda metódica de René Descartes y la superación

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de la filosofía escolástica por Francis Bacon darían sus frutos en el Siglo de las Luces: Ilustración, Fisiocracia, Enciclopedia y, en el límite, Revolución Francesa. El imperio de la razón estaba reñi­ do con los privilegios hereditarios, especialmente si éstos im­ pedían el funcionamiento racional de la actividad económica. La brillantez de la tradición escolástica retrasó, pero no impidió, la difusión en España de las ideas de la Ilustración. A partir de 1765, en el reinado de Carlos III, comenzó un tímido reparto ■*

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de tierras en poder de "manos muertas", en el que influyeron los diversos informes de los llamados ilustrados. De la llustración viene el término de manos muertas, aplicado a las de los titulares, fueran nobles, eclesiásticos o concejiles, que sustraían las tierras de la actividad productiva, así como el de desamorti­ zación, como medida de política económica para suprimir las vinculaciones y retornar las tierras al tráfico económico. Como afirma Tamames (1960 [1983]: 90) "Olavide, Aranda, Floridablanca, Campomanes, Jovellanos y Cabarrús estudiaron los problemas agrarios en general y el de la amortización en concreto. Las tendencias desamortizadoras de estos economistas tuvieron su reflejo en las pragmáticas de Carlos III". Sin embar­ go, una cosa es predicar y otra dar trigo. Algunos de ellos no desdeñaron aprovechar los métodos tradicionales de posesión de la tierra*. De todos modos, los resultados de las pragmáticas fueron muy modestos.

2 Francisco Cabarrús en 1780, otorgó ante notario una escritura instituyendo un ma­ yorazgo, en la cual se establece que 'los bienes de este mayorazgo no se puedan di­ vidir, vender, ceder, renunciar, donar, legar, trocar, acensuar, empeñar ni gravar en manera alguna [...] lo cual prohíbe absolutamente a los poseedores, porque asf con­ viene y es preciso a la seguridad de esta vinculación'.

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2.2. El proceso desamortizador del siglo xix En el siglo xix se pasó de las propuestas a los hechos. La Gue­ rra de Independencia proporcionó la ocasión para dar un fuerte impulso a los propósitos desamortizadores. Primero fue José Bonaparte quien disolvió las órdenes religiosas y expropió todas sus propiedades territoriales. A continuación, las Cortes de Cá­ diz acordaron la supresión de los señoríos jurisdiccionales y los mayorazgos. Los diputados que defendieron su supresión argu­ mentaron su derecho en la defensa que el pueblo había hecho de la tierra española. En cambio, los señores habían colaborado con el invasor o, en el mejor de los casos, habían huido. Según Costa (1904: 7), el argumento más usado por los diputados de las Cortes de Cádiz era que Si fue justo que se premiase a los señores a costa de los mis­ mos pueblos conquistados por ellos, pide la justicia que sean ahora premiados los pueblos a costa de los señores, que sin ellos habrían sido subyugados... Es pueril hablar de los guerre­ ros de la antigua reconquista, cuando sus sucesores no pueden libertar la presa de entonces de las garras de un nuevo enemi­ go: para que la duda no sea posible, el pueblo ha tenido que lanzarse a la lucha sin que ni el rey ni los magnates estuvieran a su frente. No ha habido príncipe ni señor que haya libertado por sí una sola villa, un solo lugar de la Península. El resultado fue el Decreto de 6 de agosto de 1811, que decía en su artículo I: "Desde ahora quedan incorporados a la nación todos los señoríos jurisdiccionales de cualquiera clase y condi­ ción que sean". Y en su artículo V: "Los señoríos territoriales y solariegos que­ dan desde ahora en la clase de los demás derechos de propie­ dad particular, si no son de aquellos que por su naturaleza deban incorporarse a la nación, o de los en que no se hayan

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cumplido las condiciones con que se concedieron, lo que resul­ tará de los títulos de adquisición". La primera mitad del siglo fue testigo de un continuo tejer y destejer en el terreno de las libertades públicas y, especialmen­ te, en el secular problema de la tierra. Acabada la Guerra de In­ dependencia, Fernando VII regresó a España y en 1914 declaró nulas por decreto las leyes desamortizadoras aprobadas por las Cortes de Cádiz, volviéndose al sistema señorial. Pero al acan­ tonarse el Ejército en Andalucía, el Rey se vio obligado a reunir las Cortes y jurar la Constitución, lo que dio inicio al Trienio Li­ beral, durante el cual se aprobaron las leyes de 27 de septiem­ bre de 1920, que suprimió los mayorazgos y vinculaciones, y 11 de diciembre de 1820, que las declaró desamortizables. Final­ mente, en 1823 Fernando VII regresó al absolutismo apoyado por los Cien mil hijos de San Luís, volviendo a anular todas las leyes liberales. Hubo que esperar al reinado de Isabel II, bajo la Regencia de su madre María Cristina, para reiniciar el proceso desamortizador. Éste se vio favorecido por la conjunción de la existencia de un gobierno liberal encabezado por MendizábaJ y la necesidad de hacer frente a los problemas de la Hacienda Pública. Ésta, ya exhausta por las guerras y los acontecimientos tormentosos de los últimos cincuenta años tanto en América como en la Penín­ sula, tenía que hacer frente al cáncer de la guerra carlista. Así, la única orientación práctica fue la de obtener el máximo precio por las tierras, poniéndolas en pública subasta, lo que evidentemente no podía devenir en una distribución racional y social de la tierra sino en una entrega a quien dispusiera de más medios de pago, con el consiguiente aumento de la dimensión de las propieda­ des de muchos terratenientes y la conversión de comerciantes e

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intermediarios en grandes propietarios. De todos modos, tam­ poco se saciaron las arcas públicas, porque no se había previsto que la masa monetaria es la que es y el aumento desmesurado de la oferta redujo el precio con la misma desmesura. Por Decreto de 19 de febrero de 1836 se enajenaron y decla­ raron en venta las propiedades territoriales de las órdenes regu­ lares y por Ley de 29 de julio de 1837 se transformaron en propiedad pública las del clero secular, que se declararon en ven­ ta por Ley el 2 de septiembre del mismo año. En esa permanente tela de Penélope, durante la llamada Dé­ cada Ominosa (1844-1854), se devolvieron al clero secular los bienes no enajenados. Finalmente, en el bienio progresista (18541856), siendo ministro de Hacienda Pascual Madoz, se dieron las últimas disposiciones desamortizadoras mediante la Ley de 1 de mayo de 1855 de desamortización civil y eclesiástica. Ésta, fun­ dada también en las necesidades de la Hacienda Pública, llegó más lejos que las anteriores, ya que no sólo afectó a las propie­ dades eclesiásticas sino también a las propiedades públicas y, especialmente, a los bienes propios y comunes de los pueblos. La enajenación de los bienes comunes supuso una importante pérdida económica para los concejos, ya que el importe de su arrendamiento era una parte importante de sus presupuestos y los de los propios lo fue para los vecinos del pueblo, que perdie­ ron el derecho a disfrutar gratuitamente de la caza, pastoreo y obtención de leña. También hay que decir que muchos concejos habían vendido ya gran parte de sus tierras, a veces con la mera autorización del gobernador civil, para hacer frente a los gastos que las diversas guerras y conflictos les habían comportado. A pesar de lo mucho que se ha escrito sobre el proceso desamortizador, afirma Martelos (1974: 99) que "en lo que a la

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desamortización se refiere, todavía es mucho lo que queda por contar", porque se conoce casi todo de quienes perdieron sus tierras, pero muy poco de quienes las adquirieron. El gran pro­ ceso desamortizador del siglo xix tuvo, como aspecto positivo, la puesta en rendimiento de terrenos útiles hasta entonces baldios, pero importantes aspectos negativos, como: 1. Mendizábal, Espartero y Madoz se guiaron por la ne­ cesidad de aumentar los ingresos del Estado para lle­ nar las vacías arcas públicas y no prestaron atención a los deseables efectos económicos y sociales. 2. Al enajenarse las tierras en pública subasta, no se pro­ dujo una redistribución racional y justa de la tierra. Al contrarío, las tierras de las órdenes religiosas, el clero secular, el Estado, los municipios y los propietarios con escasos medios de pago, contribuyeron a engro­ sar los patrimonios de quienes ya lo tenían abundante. Como dice Garrabou (1974: 214-215), MSi bien algunos campesinos adquirieron pequeñas parcelas, los princi­ pales beneficiarios fueron la burguesía urbana, propie­ tarios agrícolas de una cierta entidad, nobleza y en menor proporción grandes arrendatarios. La adquisi­ ción de bienes desamortizados les permitió ampliar sus propiedades o bien convertirse en latifundistas de nuevo cuño". 3. El perjuicio lo sufrieron los habitantes de los pueblos, que perdieron el derecho a los aprovechamientos de los terrenos concejiles, así como los aparceros y arren­ datarios, que sufrieron la cancelación de usos y dere­ chos ancestrales.

4. Según Garrabou (1974: 215): MLa supresión del régi­ men señorial tuvo efectos similares. La legislación abo­ licionista al facilitar, en numerosas ocasiones, la conversión del señorío jurisdiccional en propiedad pri­ vada, actuó a favor del mantenimiento de la nobleza como grandes propietarios". En unos casos mediante apelaciones a la justicia y en otros adquiriendo nuevas tierras con las indemnizaciones recibidas. 5. Los nobles se disfrazaron de burgueses y los burgue­ ses devinieron nobles, bien por concesión real, bien por matrimonio. Ambos se fusionaron para formar la alta burguesía y el feudalismo dio paso al caciquismo, en adelante gran protagonista del acontecer político. 6. Gran cantidad de terrenos forestales se convirtieron en deficientes tierras de cultivo, en perjuicio tanto de la productividad agraria como del medio ambiente. 7. Los campesinos pobres, que anteriormente podían atender a algunas de sus necesidades mediante la ca­ za, la leña y los pastos de las tierras concejiles, se vie­ ron privados de ellos.

2.3. La política hidráulica de la Dictadura El primer tercio del siglo xx fue el escenario de la política hi­ dráulica. Pasado el arrebato desamortizador del siglo xix emergió a primer plano la preocupación de los regeneracionístas por la es­ casa productividad, a causa de la escasez de riego. El apóstol de la política agraria fue Joaquín Costa (1911: 428), que defendía la necesidad de que el riego llegara "a la mayor extensión posible del territorio" y que, en lugar de dejar las obras necesarias a la

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iniciativa privada, debía ser de una tarea urgente e inaplazable, de la que el Gobierno era responsable porque "el pueblo espa­ ñol no se ha repuesto todavía del empobrecimiento espiritual que sufrió en las tres últimas ominosas centurias, y sigue nece­ sitando la tutela providente del Estado" (1975: 19). El primer intento de política hidráulica fue la Ley de Coloniza­ ción y Repoblación Interior de 1907 promulgada por el gobierno de González Besada, pero su eficacia no llegaría hasta la Dicta­ dura de Primo de Rivera (1923-1930). Algo que no se puede ne­ gar al dictador es su propósito de elegir a las personas más capaces para ejercer funciones políticas y el acierto en la elec­ ción. Valgan como botones de muestra Fermín Palma, alcalde de Jaén, Ramón de Carranza, alcalde de Cádiz y el conde de Guadalhorce como ministro de Fomento. Benjumea, nacido en 1876, ya en 1903 había construido la primera central hidroeléctrica de España para la Compañía Eléctrica del Chorro. Por las diversas obras ‘ingeníenles en el río Guadalhorce, entre ellas el Pantano del Chorro, construido en 1907, que amplió la zona regable de la Hoya de Málaga, recibió de manos de Alfonso XIII el título de conde de Guadalhorce. Nombrado ministro de Fomento por Primo de Rivera en 1925, emprendió una titánica tarea de construcción de redes de co­ municación y regadíos. La obra más decisiva de su mandato fue la constitución de las Confederaciones Sindicales Hidrográficas y la del Ebro en particular, por dos decretos de marzo de 1926, elevados ambos a Real Decreto el 26 de mayo del mismo año. El Real Decreto les concedió "la máxima autonomía compatible con la soberanía que, en nombre del Estado ha de ejercer la A d­ ministración pública, con sujeción a nuestra legislación vigente sobre aguas".

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La elección del término 'confederación' para designar a los na­ cientes organismos es indicador del carácter democrático y participativo que se les pretendía infundir, carácter que se reforzaba con el apelativo 'sindical' aunque éste pronto desapareció. No obstante, las confederaciones hidráulicas fueron mucho tiempo auténticos órganos representativos de todos los intereses impli­ cados. A continuación se constituyeron otras cuatro Confedera­ ciones Sindicales Hidrográficas en las siguientes cuencas: - Segura: 23 de agosto de 1926. - Duero: 22 de junio de 1927. - Guadalquivir: 22 de septiembre de 1927. - Pirineo Oriental: 15 de marzo de 1929. El Decreto consideraba como unidad de desarrollo la cuenca fluvial, en un sentido tan amplio, que Lorenzo Pardo (1930: 62) pudo decir, refiriéndose a la Confederación Hidrográfica Sindical del Ebro: La actividad de la confederación no se limita a la preparación y ejecución de las obras incluidas en el plan. Está realizando una multitud de servicios públicos, para los cuales la colabora­ ción corporativa se ha estimado justificadamente útil y necesa­ ria. Merecen especial atención los de meteorología, hidrografía, organización agrícola y social de las zonas de regadío, defensa forestal de los embalses y sanitaria de la población rural y, so­ bre todo, los de preparación del plan general de desenvolvi­ miento económico de toda la cuenca, que sólo en pequeñas porciones y sin enlace alguno ni visión de conjunto realizaban los organismos dependientes de la Administración pública, ali­ gerados en su función. El resultado de la política hidráulica de la Dictadura no fue tan brillante como se pronosticaba, en parte porque sólo transcurrie­ ron tres años entre la publicación de los decretos de constitución

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y la caída del dictador, sin olvidar la rigidez que impuso su ex­ trema burocratización y, fundamentalmente, "la oposición de ciertos influyentes intereses privados que no parecían demasia­ do favorables a los nuevos planteamientos." (Ortega: 371). No obstante, es de justicia reconocer que su realización supuso una mejora sobre las anteriores, continuada por la República en su Plan Nacional de Obras Hidráulicas de 1933. Sin embargo, para­ dójicamente, desnaturalizó el carácter democrático de las Con­ federaciones y, como denunció Onésimo Redondo (1954-1955: I, 55-56)\ a la vez les restó funciones y redujo su autonomía. La política hidráulica de la Dictadura fue también un precedente inspirador de la efectuada después de la Guerra Civil. Igualmente, la acción colonizadora superó lo hecho anterior­ mente ya que, aún modesta, la parcelación de unas 21.500 hec­ táreas y el asentamiento de unos 4.200 colonos fueron también un precedente de la política de colonización que sucedió a la contienda.

2.4. La situación del campo en 1931 Las desamortizaciones del siglo xix habían liberado las tierras del limbo económico y la política hidráulica de la Dictadura había comenzado un tímido proceso de irrigación de las tierras. Pero al advenimiento de la República el 14 de abril de 1931, subsistían las dos endemias que perpetuaban la miseria: deficiente estruc­ tura de la propiedad de la tierra y escasa productividad agraria. El proceso de industrialización y la reforma de la agricultura se producen por medios compulsivos, espontáneos o por una

^ R. O., “La desaparición de las Confederaciones hidrográficas", Libertad 3 (27 de ju­ nio de 1931), p. 4.

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combinación de ambos en un proceso realimentado. La deman­ da de trabajo por el crecimiento industrial atrae a los trabajado­ res del campo y éste se mecaniza para suplir el descenso de la oferta de trabajo. La mecanización agraria alimenta el crecimien­ to de la producción industrial y los beneficios y rentas del sector agrario se invierten en la promoción de nuevas industrias. Espa­ ña no podía ser una excepción y el trasvase de población agra­ ria a la industria se realizaba ya en 1931, pero a ritmo lento. La lentitud era debida sobre todo al freno que suponía la estructu­ ra de la propiedad. Los latifundios, insuficientemente cultivados, no demandaban maquinaria agrícola y los minifundios no tenían la suficiente extensión para soportar la mecanización ni produ­ cían los beneficios necesarios para adquirirla.

3. L a

r efo r m a a g r a r ia d e

1932

3.1. Una oportunidad revolucionaria Hacía más de un siglo que las mejores cabezas españolas sa­ bían que era necesaria una revolución. Para cualquier persona instruida, una revolución consiste en cambiar las relaciones de poder en dos dimensiones: política y económica. La primera di­ mensión se alcanzó pacífica y rápidamente, para sorpresa de todos, no tanto por el resultado de las elecciones municipales de abril de 1931 cuanto por el desistimiento voluntario y pre­ tendidamente temporal de Alfonso XIII y su salida de España. Faltaba la segunda. Dado el grado de desarrollo español en ese momento, parecía claro que la segunda dimensión era el cam­ bio de la estructura de la propiedad de la tierra. Mientras per­ sistiera, seguirían los caciques, el hambre y la rebeldía campesina. Como más tarde dijo José Antonio (O C JA : 737), la

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tarea más urgente era instalar a los hambrientos de siglos, y ha­ cerlo "revolucionariamente". El 14 de abril de 1931, el Gobierno provisional de la República tuvo ocasión de hacerlo pero, como le reprochó José Antonio (OCJA: 738): "Vuestra revolución del año 31 pudo hacer y debió hacer todas estas cosas. Vuestra revolución, en vez de hacerlo pronto y en vez de hacerlo así, lo hizo a destiempo y lo hizo mal".

3.2. Lo hizo a destiempo Una reforma agraria " sólo se puede realizar en coyunturas re­ volucionarias" (O CJA: 736). Y una coyuntura, por muy revolu­ cionaria que sea, y menos aún si es revolucionaria, no dura años; puede durar días si se actúa con torpeza. El Gobierno pro­ visional tuvo a la sociedad entregada el 14 de abril de 1931. El pueblo, manifestándose entusiásticamente en las calles y en las plazas; los jornaleros, confiando en su redención; la aristocracia, consciente de su derrota y los militares en posición de saludo. Como decía José Antonio, ningún nuevo régimen recibe la legi­ timidad del anterior. El Gobierno provisional de la República te­ nía la legitimidad de las masas que salieron a la calle el día 14 de abril. En nombre de esa legitimidad pudo sacar adelante sin mie­ do y sin resistencia una reforma militar. No habían transcurrido quince días desde la constitución del Gobierno provisional cuan­ do se publicó el Decreto de Reforma militar. En unos meses, la nómina se redujo de 250 generales a 100 y de 22.000 oficiales a 8.000. Unos 14.000 militares perdieron su empleo y no pasó na­ da. Lo que pasó más tarde fue debido a otro conjunto de facto­ res; entre ellos, los de la reforma agraria. En lugar de ello, esperó la legitimidad de las Cortes Constitu­ yentes y las consiguientes discusiones parlamentarias hasta

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aprobar la Ley de Bases de la Reforma Agraria, el 15 de sep> tiembre de 1932. Los primeros trámites para comenzar a ver qué y cómo se tenía que hacer, comenzaban i 19 meses! des­ pués de la proclamación de la República. Tiempo suficiente pa­ ra que desaparezca cualquier coyuntura. Tiempo suficiente para que los jornaleros y arrendatarios sintieran que se les estaba en­ gañando; que lo que había era más de lo mismo. El error fue doble: no hizo la revolución y, en su lugar, no pa­ ró de proclamarla. Las masas creyeron que había llegado la ho­ ra, sea para apoderarse de las empresas o de las tierras y acceder a una vida mejor. La revolución, para las masas, sin de­ jar de ser un cambio de poder político y económico, era princi­ palmente otra cosa: la desaparición violenta del Rey, los nobles, los ricos y los curas. Al fin y al cabo, era la cara más conocida de las revoluciones francesa y rusa y, en consecuencia, hicieron su revolución: incendio de iglesias y cosechas y ataques a la Guar­ dia Civil. La inacción cuando no complacencia del Gobierno -"todas las iglesias de Madrid no valen la uña de un republica­ no" (Azaña, citado por De la Cierva, 1971: 133)- hizo posible que la verdadera revolución fuera imposible.

3.3. Lo hizo mal Tan abundantes fueron los errores de ejecución que los efec­ tos de su acumulación fueron tan perniciosos, si cabe, como el de hacerlo a destiempo. Un sucinto resumen puede dar ¡dea de su gravedad.

3.3.1. Ineptitud del ministro de Agricultura Marcelino Domingo, ministro de Agricultura que había de ela­ borar la Ley de Bases de Reforma Agraria, defenderla en las

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Cortes Constituyentes y ejecutarla, era un periodista sin los me­ nores conocimientos de agricultura, a quien el mismo Azaña, que lo nombró por dos veces para el ministerio, consideraba que "lo más inasequible del mundo es pedirle a Domingo pre­ cisión y detalles de ninguna cosa [...] no es que sea tonto [...] su desconocimiento de las cosas del campo es total” (Azaña: 540-541).

3.3.2. Elaboración de la ley La motivación de la ley, manifestada por Domingo en su dis­ curso de presentación en las Cortes Constituyentes, parece con­ tradecir la opinión de Azaña ya que está meridianamente clara en la forma: "El proyecto tiene tres finalidades principales: pri­ mera, evitar el paro obrero en el campo; segunda, distribuir la tierra; tercera, nacionalizar la economía agraria". Sin embargo, no puede estar más confusa en el fondo. Ni la reforma agraria podía evitar el paro en el campo, ya que si era eficiente habría de liberar brazos para la industria y los servicios, ni lo que ne­ cesitaba el campo español era sólo distribución de la tierra, si­ no en algunos casos concentración y, en todos, modernización y racionalización. Es de suponer que, dado el precario bagaje técnico del ministro y, teniendo en cuenta que el Diario de Se­ siones se elabora basándose en las palabras pronunciadas por los oradores, es posible que el ministro confundiera el término 'racionalización' que debieron escribir los técnicos del ministe­ rio con 'nacionalización'. Abona esta sospecha el hecho de que en el resto del discurso aparecen referencias racionalizadoras; por otra parte, no se trataba de un Gobierno socialista aunque en él hubiera ministros de esa tendencia, pero no Domingo ni Azaña. Aparte de ello, la exposición, excesivamente genérica,

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no menciona aspectos como irrigación, formación profesional, repoblación forestal, creación de infraestructuras ni preparación de las bases para facilitar la migración sectorial de la población campesina a la industria y los servicios. Y lo que es más grave, no se hacía alusión alguna a la heterogeneidad de la estructura de la propiedad de la tierra. ¿Pretendía quizá distribuir también la tierra de los minifundios? La elaboración de la ley fue lenta y tumultuosa, hasta el pun­ to de que Azaña escribe en su diario: “Le digo a Domingo que ya no puede esperarse más, y que si él no vence las dificultades, mañana iré al banco azul para hacer cuestión de gabinete la aprobación del texto pendiente" (Azaña: 110). "Es el resultado de la endeblez de Domingo, que con tal de quitarse momentá­ neamente de delante una dificultad [...] no acertaba a encarrilar el asunto" (Azaña: 130). Como resultado, el texto de la ley fue un monumento a la irra­ cionalidad. La enumeración de los conceptos por los que una finca era susceptible de expropiación en la base 5*, era tan pro­ lija y confusa, que bastaba hacerla leer intencionadamente a cualquier agricultor para convencerle de que su propiedad lo era. Por ejemplo, "las que por sus características de su adquisi­ ción, por no ser explotadas directamente por los adquirentes y por las condiciones personales de los mismos, deba presumirse que fueron compradas con fines de especulación o con el único objetivo de percibir su renta". También eran susceptibles de ex­ propiación las "manifiestamente mal cultivadas"; ¿a juicio de quién? ¿quién no podría ser convencido de que su finca estaba mal cultivada? Difícil es la justificación de "las situadas a menos de dos kilómetros del casco de los pueblos de menos de 25.000 habitantes de derecho", cuando hay innumerables pueblos que

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distan menos de cuatro kilómetros. Los citados son unos pocos de los diversos supuestos de expropiación. Por ello, todo pro­ pietario, por pequeño que fuese, se sentía amenazado, y los grandes propietarios, que no eran tontos, supieron utilizarlos pa­ ra sumar a los pequeños a su causa. El resultado fue que la re­ forma agraria consiguió enfrentar con la República a todos los propietarios agrarios, tanto grandes como pequeños. El colofón fue la introducción improvisada en los últimos días de larga discusión de la ley de una adición a la base 8* en la que se exceptuaba de indemnización a los propietarios pertenecien­ tes a la "extinguida Grandeza de España". Predominó en el Go­ bierno la sensación de estar todavía en lucha contra la monarquía y la nobleza sobre la conciencia de emprender una tarea revolucionaria y creadora, como se desprende de la de­ fensa /'/? extremis de Azaña al introducir este precepto: "es mu­ cho menos digno de consideración el haber territorial de un grande de España que la última fibra de un ciudadano español cejado y maltratado por los regímenes anteriores que esos se­ ñores han contribuido a defender y sostener". Tan clara era la re­ lación entre esa medida y la sublevación del general Sanjurjo unos días antes, que el presidente del Gobierno se vio obligado a terminar su discurso con la frase "No se trata, sres. Diputados, de una medida de venganza ni de persecución".

3.3.3. Ejecución de le ley Los resultados de la ejecución fueron desastrosos. Cuando habían transcurrido ya once meses de la promulgación de la ley y le quedaban al Gobierno de Azaña solamente tres de gobier­ no, éste, que no había tenido más remedio que reconocer "el fracaso de la reforma agraria" (Azaña: 483), escribía en su diario:

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"Los resultados de la labor del ministro no se ven por parte algu­ na [...] en torno a Domingo trabaja una legión de técnicos: juris­ tas, agrónomos, arquitectos, sociólogos, etcétera, que hasta ahora no han hecho sino escribir y viajar [...]. Desde el Consejo en que Domingo nos informó de la marcha de la reforma, estoy desconsolado. No hará nada útil, y habiendo producido inquietud y perturbación, ni Domingo ni sus huestes son capaces de hallar para la República la compensación necesaria, atrayéndose masas de campesinos a quienes se dé tierra” (Azaña: 527-571). El principal inconveniente fue la elaboración del inventario, porque era tan inmenso el número de fincas que había que in­ ventariar, que "no hay tiempo material en treinta años de inscri­ bir y movilizar tres millones de fincas [...] Pues como el Instituto de Reforma Agraria no ha podido realizar esta función, resulta prácticamente que toda la propiedad española, afecta o no a la reforma agraria, sujeta o no a esos fines sociales, está inmovili­ zada sin beneficio para nadie” (Alcalá Espinosa: 9.410-9.412). Las consecuencias habían sido desastrosas para los agricultores, cu­ yas tierras habían bajado de valor drásticamente y a quienes las entidades financieras negaban créditos, ante la incertidumbre. Finalmente, la ineficiencia del IRA, gran gigante burocrático, fue proverbial. El mismo jefe del Servicio de Reforma Agraria en la provincia de Cádiz, don Ángel Cruz García, en su "Memoria de los trabajos realizados en la provincia de Cádiz por el personal del Servicio de Reforma Agraria” (Morales, 2001), enunciaba en mayo de 1935 tres factores como causa del mal funcionamiento del IRA: 1° Insuficiente rendimiento del personal técnico. 2° Insuficiencia de la actual organización administrativa en las comunidades creadas.

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3° La falta de un criterio sostenido por el Instituto sobre la labor a realizar.

3.4. La contrarreforma de 1935 De la reforma agraria del bienio derechista poco se puede de­ cir. Se trataba de impedir el avance de la de 1932 y reparar sus efectos. A pesar de la lenidad de la ley, como el ministro Manuel Giménez Fernández argumentara la Doctrina Social de la Iglesia, un diputado tradicionalista escribió en el diario Ef So/: "Como el ministro de Agricultura siga citando encíclicas del Papa para de­ fender sus proyectos, yo le aseguro que terminaremos hacién­ donos cismáticos griegos". Tan claro era su propósito negativo que el mismo Gil Robles, que no presidía pero que sostenía con los votos de su coalición al Gobierno, le llamaba, según Ricardo de la Cierva (1971: I, 139), la "contrarreforma agraria", a lo que añade el citado autor que "la actuación de las derechas en torno a los problemas del campo fue tal vez uno de los principales condicionamientos de la Guerra Civil y del odio que imperó en ella". Cosa, por otra parte, que ya había anticipado José Antonio en el Congreso (OCJA: 740): "Este proyecto se mantendrá en pie, naturalmente, hasta la próxima represalia, hasta el próximo mo­ vimiento de represalias". El aspecto más juicioso de la ley era la eliminación de los pre­ ceptos más irracionales e injustos de la de 1932, como los que afectaban a las fincas situadas a menos de dos kilómetros de los cascos urbanos y la excepción de la indemnización a los Gran­ des de España.

4. L a

p r o p u es ta jo s e a n to n ia n a

4.1. Un planteamiento total y coherente El planteamiento de José Antonio sobre la reforma agraria y la forma en que presentó sus propuestas y detectó los puntos débiles de la agricultura española, eran propios de un profesio­ nal especialista en economía agraria. Él era ya reconocido como prestigioso abogado, político inteligente y agudo parlamentario, pero no más. En aquella época, la calidad intelectual del equipo que le rodeaba no era excesivamente elevada, como él mismo confesó a Dionisio Ridruejo (1977: 59), si se exceptúa a Eugenio Montes, que no era precisamente un especialista en economía agraria. No se puede menospreciar su capacidad de absorción y ele­ vación de las ideas ajenas. De Ramiro Ledesma había recibido un bagaje revolucionario no despreciable, pero tampoco era ésa su especialidad. Alguna influencia debió haber ejercido Onésimo Redondo. Éste, en su abundante producción periodística y participación política, se había dedicado con agudeza a diversos problemas agrarios, como su grito "la tierra para el que la traba­ ja", derribando los privilegios feudales "aún existentes" o la lla­ mada a la repoblación forestal en las Ordenanzas de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica (1954: 248). Y en su artículo "Repoblación forestal", publicado en Libertad el 31 de agosto de 1931 (1954: 204), con su reproche: "iAh, si los árboles tuvieran votol", atacó también el problema triguero con su realista cons­ tatación de que España "no deja de ser un pigmeo triguero" en comparación con países como Canadá, Estados Unidos o Ar­ gentina (1954: 153). Estaba al corriente del daño que hizo al bos­ que español la devastación producida por las talas que siguieron

369

a las desamortizaciones (1954: 202). Sin duda debió influir en el pensamiento de José Antonio. Sin embargo, no llegó a la rique­ za conceptual que lucía el conjunto total y coherente de la pro­ puesta joseantoniana sobre los problemas del campo en su tiempo, que en una sucinta síntesis exponemos a continuación.

4.2. Depreciación histórica del derecho de propiedad territorial En los discursos pronunciados en el Parlamento, se encuentra la más cumplida expresión de las ideas y propuestas de José A n­ tonio. Una de sus primeras afirmaciones, en su discurso en el Parlamento el día 23 de julio de 1935 (OCJA: 737) trata de cons­ tatar el estado de la corriente jurídica contemporánea sobre el derecho de propiedad territorial: "En este momento la ciencia ju­ rídica del mundo no se inclina con el mismo respeto de hace cien años ante la propiedad territorial". El cuestionamiento de la pro­ piedad agraria no es de hoy. Por algunos se alega el mandato bí­ blico (Levítico, XXV, 23) "Las tierras no se venderán para siempre: por cuanto es mía y vosotros sois advenedizos y colo­ nos míos", aunque esta afirmación queda cuestionada en diver­ sos versículos del capítulo XXVII del mismo libro. En sentido restringido, el condicionante Mpara siempre" lo haría aplicable de lleno a los mayorazgos y vinculaciones. Pero si la sacralidad de la propiedad de la tierra fue indiscutida durante siglos, los desafíos a la vigencia de la propiedad territorial fueron numerosos en el primer tercio del siglo xx. Henry George (1879) defendía "sustituir la propiedad individual de la tierra por la propiedad común de la misma. Ningún otro medio llegará hasta la causa del mal, en nin­ gún otro medio radica la más leve esperanza". Para marxismo y anarquismo, que llevaban medio siglo exten­ diendo su poder de persuasión sobre trabajadores e intelectuales

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de toda Europa, no sólo se había deteriorado el derecho a la pro­ piedad de la tierra, sino incluso el de cualquier medio de produc­ ción. En algunos países se había pasado del terreno de la teoría al de los hechos; en la URSS, por supuesto, la reforma agraria co­ menzó en 1918, y entre ese año y 1924, conocieron reformas agrarias más o menos radicales Croacia-Eslavonia, Rumania, Ser­ bia, Polonia, Checoslovaquia, Italia, Alemania, Estonia, Lituania y Letonia. Ni todas las reformas fueron una panacea ni todos los re­ formados quedaron satisfechos. Los soviéticos conocieron autén­ ticas hambrunas y masivas deportaciones, los croatas clamaban su descontento porque los terratenientes serbios habían salido fa­ vorecidos sobre los campesinos croatas y el trato de favor dis­ pensado a los terratenientes de Posnania y la Alta Silesia dejó un mal sabor de boca al resto de los polacos. No tengo constancia de que la obra de Henry George fuera conocida por José Antonio, aunque existe un ejemplo casi coin­ cidente entre ambos. Así, George (1879): “Si fuese verdad que la tierra siempre ha sido tratada como propiedad particular, es­ to no probaría la justicia o necesidad de continuar tratándola así. No lo probaría más que la existencia universal de la esclavitud, en otros tiempos plenamente reconocida, demostraría la justicia o necesidad de la propiedad de la carne y sangre humana". Y José Antonio, en el citado discurso en el Parlamento (OCJA: 738): "hubo un instante en que la conciencia jurídica del mundo subestimó este valor, negó el respeto a este género de título ju­ rídico, perjudicando patrimonialmente a aquellos que tenían es­ clavos, los cuales tuvieron que rendirse ante la exigencia de un nuevo orden jurídico”. Consecuente con esta creencia, el punto 21 de la norma pro­ gramática de la Falange (O CJA: 481) dispone: "El Estado podrá

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expropiar sin indemnización las tierras cuya propiedad haya si­ do adquirida o disfrutada ilegítimamente". De este punto se de­ duce que la expropiación sin indemnización se limitaría exclusivamente a la existencia de ilegitimidad en la adquisición o disfrute, pero no oculta que en caso de necesidad financiera podría desaparecer tal distinción: "mientras se esclarezca si es­ tamos o no en condiciones financieras de pagar la tierra, lo que no se puede exigir es que los hambrientos de siglos soporten la incertídumbre de si habrá o no habrá reforma agraria; a los ham­ brientos de siglos hay que instalarlos como primera medida; luego se verá si se pagan las tierras". Y para lograrlo, una propuesta radical pronunciada en el dis­ curso de clausura del II Consejo Nacional de la Falange (O CJA: 807): "el procedimiento de desarticulación del capitalismo rural es simplemente éste: declarar cancelada la obligación de pagar la renta".

4.3. Racionalización de las unidades de producción Una de las aportaciones originales, en la medida en que no se contemplaba en ninguno de los proyectos de reforma agraria de la República, fue la insistencia en la consideración productiva en el punto 18 de la norma programática (O CJA: 481): "ordenando la dedicación de las tierras por razón de sus condiciones y de la posible colocación de sus productos", que recuerda la propues­ ta de Onésimo sobre "la determinación exacta de los cultivos que más convienen a cada cuenca, y aun a cada comarca" (1954-1955: 55)4. También en el mismo punto 18: "Racionalizan­ do las unidades de cultivo para suprimir tanto los latifundios

* Ibidem.

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desperdiciados como los minifundios antieconómicos por su es­ caso rendimiento"; en la conferencia en el teatro Calderón de Valladolid el 3 de marzo de 1935 (O CJA; 572) defendiendo el "enriquecimiento y racionalización de los cultivos"; y, magistral­ mente en el discurso en el Parlamento (O CJA: 736-737): "el sue­ lo español no es todo cultivable. Hay territorios inmensos del suelo español donde lo mismo el ser colono que el ser propie­ tario pequeño equivale a perpetuar una miseria de la que ni los padres, ni los hijos, ni los nietos se verán redimidos nunca [...]. No es cuestión de latifundios ni de minifundios; es cuestión de unidades económicas de cultivo". Aquí se ve una anticipación de lo que hoy se conoce con la denominación de "grandes ex­ plotaciones agrarias". Su opinión sobre las unidades económicas de cultivo fue aún más detallada en el discurso de clausura del II Consejo Nacional de la Falange en el cine Madrid el día 17 de noviembre de 1935 O CJA: 810): "[...] hay tres clases de cultivo: los grandes cultivos de secano, que necesitan una industrialización y un empleo de todos los medios técnicos que sean necesarios para que pro­ duzcan económicamente, y que han de someterse a un régimen sindical; los cultivos pequeños, en general los cultivos de rega­ dío o los cultivos de tierras en zona húmeda: éstos han de par­ celarse para constituir la unidad familiar; pero como ocurre que en muchas de esas tierras se ha exagerado la parcelación y se ha llegado al minifundio antieconómico, lo que en muchos casos será parcelación, en otros será agrupación para que se formen las unidades familiares de cultivo, los cotos familiares de cultivo, o se regirán por un régimen familiar corporativo, para el sumi­ nistro de aperos y para la colocación de los productos; y hay otras áreas, como son por ejemplo las olivareras, de un interés

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excepcional para España, donde el cultivo deja periodos de lar­ gos meses de total desocupación de los hombres. Las tierras de esta clase necesitan complemento, bien por los pequeños rega­ díos, donde se trasladen los trabajadores durante las épocas de paro involuntario, bien por el montaje de pequeñas industrias, accesorias de la agricultura, para que puedan vivir los campesi­ nos durante estas largas temporadas". Sus llamadas a la consideración de las unidades económicas de cultivo fueron insistentes. Así, publicaba en Arriba el día 5 de diciembre de 19356: "Una reforma agraria que determine, en primer lugar, las áreas cultivables de España [...] entregue al bosque o al pasto todo lo que quede fuera de esas áreas culti­ vables e instale en ellas revolucionariamente (es decir, indemni­ zando o no) a la población campesina de España" (O CJA: 837). El discurso en el Parlamento citado más arriba provocó una intervención del diputado Alcalá Espinosa que tildaba de pere­ grino el discurso de José Antonio, precisamente por su defensa de las unidades económicas de cultivo. Esta intervención moti­ vó al día siguiente una réplica de José Antonio (O CJA : 740-741) en la que, apoyándose en el informe presentado por el señor Fiorensa, que citaba la depreciación de los productos agrícolas, interpretó e interpeló a éste con las siguientes palabras: El señor Fiorensa [...] nos dijo, con tal fuerza expresiva que hizo pasar ante nuestras mentes incluso el espectáculo físico de lo que describía, que en la cuenca del Ebro hay tierras feraces, yermas por falta de brazos que las cultiven (...) ¿No atribuye el señor Fiorensa la depreciación de los productos agrícolas al he­ cho de que se destinen a su producción tierras estériles, o casi estériles? (El señor Fiorensa: 'Sí/) [...] Pues si hay tierras feraces

5 'El Frente Nacionar, Arriba 22 (5 de diciembre de 1935), p. 4.

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sin brazos que las cultiven y tierras dedicadas a cultivos absur­ dos, en una ambiciosa, profunda, total y fecunda reforma agra­ ria había que empezar por trazar el área cultivable y habitable.

4.4. Ordenación del crédito agrícola Otra de sus propuestas fue la implantación del crédito agríco­ la, que postulaba el punto 18 de la norma programática (OCJA: 480-481) -"Organizando un verdadero Crédito Agrícola Nacional que, al prestar dinero al labrador a bajo interés, con la garantía de sus bienes y de sus cosechas, le redima de la usura y del ca­ ciquismo"-, propuesta que reiteró en la conferencia pronuncia­ da en el teatro Calderón de Valladolid el día 3 de marzo de 1935 (O CJA: 568-572) y en la hoja "Labradores", publicada en Arriba ese mismo año8 (O CJA: 781-783).

4.5. Repoblación forestal Las roturaciones subsiguientes al proceso desamortizador del siglo xix, que arrancaron a Ganivet su exclamación de que algu­ nos agricultores eran capaces de "arar la cabeza de su padre", produjeron más estragos en el bosque español que todas las ta­ las de la Reconquista. Ya hemos visto cómo la repoblación fo­ restal fue una de las propuestas de Onésimo. José Antonio le dedicó relativamente menos atención que a otros problemas agrarios, quizá porque se englobaba dentro del conjunto de su propuesta sobre unidades económicas de cultivo, pero tampoco lo descuidó. Lo mencionó en su discurso en el teatro Calderón de Valladolid (O CJA: 572): "hay que devolver al desierto, y sobre todo al bosque, muchas tierras que sólo sirven para perpetuar la miseria de quienes las labran"; en el discurso de clausura del II 6 'Hojas de la Falange. Labradores”, Arriba 18 (7 de noviembre de 1935), p. 4.

375

Consejo Nacional de la Falange: "dejar que las tierras incultiva­ bles vuelvan al bosque, a la nostalgia del bosque de nuestras tie­ rras calvas, devolverlas a los pastos, para que renazca nuestra riqueza ganadera" (O CJA: 809); y consta en el punto 20 de la norma programática (OCJA: 481): "Emprenderemos una campa­ ña infatigable de repoblación ganadera y forestal

4.6. Restitución de los patrimonios comunales Deforestación y pérdida de los patrimonios comunales son dos carencias estrechamente relacionadas entre ellas y, a su vez, en gran parte con la desamortización de los bienes propios y del común de los municipios, como más arriba se ha dicho. La nor­ ma programática también se ocupaba de esta carencia en su punto 22 (O CJA: 481): "Será designio preferente del Estado na­ cionalsindicalista la reconstrucción de los patrimonios comuna­ les de los pueblos".

4.7. Obras hidráulicas No podía olvidar la política hidráulica, probablemente tan co­ mentada en la intimidad familiar, y así pedía la "aceleración de las obras hidráulicas, llamadas a fertilizar tantas tierras sedien­ tas" en la citada hoja "Labradores" (O CJA: 781), y en el punto 18 de la norma programática (O CJA: 481) constaba, entre las pro­ puestas para enriquecer la producción agrícola, la aceleración de las obras hidráulicas.

4.8. Formación agraria Otra de sus propuestas en el texto de "Labradores" (O CJA: 782) fue la "difusión de la enseñanza agrícola y pecuaria, lleván­ dola hasta el mismo campesino para orientarle y aumentar su

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capacidad técnica", propuesta cuyo inicio coincide casi literal­ mente con la escueta exposición en el punto 18 de la norma pro­ gramática (O CJA: 481): "Difundiendo la enseñanza agrícola y pecuaria".

4.9. Protección de la agricultura Siguiendo la costumbre proteccionista de la época, sugería el establecimiento de alguna protección de tipo arancelario en la norma programática -"orientando la política arancelaria en senti­ do protector de la agricultura y la ganadería" (OCJA: 481)- lo que concretó más tarde (OCJA: 782) pidiendo "protección arancelaria enérgica de los productos del campo, sacrificados muchas veces a la defensa de industrias artificiales e inútiles". En el mismo artí­ culo proclamaba que "la ciudad presta al campo ciertos servicios intelectuales y comerciales, pero se los cobra demasiado caros".

4.10. Financiación de la reforma El sistema de expropiación y financiación de la reforma apa­ reció a los ojos de José Antonio como argucia para evitar cual­ quier tipo de mejora: "En este proyecto del señor ministro de Agricultura se dice que la propiedad será pagada a su precio jus­ to de tasación, y se añade que no se podrán dedicar más de cin­ cuenta millones de pesetas al año a estas operaciones de reforma agraria. ¿Qué hace falta para reinstalar a la población es­ pañola sobre el suelo español? ¿Ocho millones de hectáreas, diez millones de hectáreas? Pues esto, en números redondos va­ le unos ocho mil millones de pesetas; a cincuenta millones al año, tardaremos ciento sesenta años en hacer la reforma agra­ ria. Si decimos esto a los campesinos, tendrán razón para con­ testar que nos burlamos de ellos" (OCJA: 738).

377

4.11. Pérdida de la oportunidad revolucionaria Con ei fracaso de la reforma agraria, perdió la mayor parte de su capital político el gobierno de Azaña. Como decía José Anto­ nio (O CJA: 800): "Azaña tuvo una ocasión ciertamente envidia­ ble; tuvo una ocasión en que se encontraron en sus manos estos dos prodigiosos ingredientes: de una parte, la fe colectiva, abierta, dócil, y un pueblo en trance de alegría; de otra parte, unas dotes nada comunes de político, un extraordinario desdén por el aplauso, una privilegiada precisión dialéctica", pero la desaprovechó lamentablemente. El resultado fue que, a 31 de diciembre de 1934, el Instituto de Reforma Agraria había distri­ buido 116.837 hectáreas y se habían asentado 12.260 colonos. Nada en comparación con la inmensidad de la masa jornalera. Si, en lugar de ello, en el mismo mes de abril de 1931, cuando el Gobierno provisional contaba con todo su capital político, hu­ biera dictado un decreto declarando susceptibles de expropia­ ción las fincas de más de 2.000 hectáreas -p o r ejemplo-, la expropiación no hubiera afectado a más de unos 200 propieta­ rios y se hubiera dispuesto posiblemente de más de un millón de hectáreas. Sin tanto aparato burocrático, el inventario se hu­ biera demorado unos meses y se habrían asentado más de 100.000 colonos en menos de un año a cambio de 200 enemi­ gos, muchos de los cuales ya lo eran. Ello sin olvidar la atención a la concentración parcelaria, que pudo hacerse con el estilo de la realizada a partir de 1953, con menores restricciones políticas.

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Capítulo 8

Referentes económicos en la prensa del movimiento nacionalsindicalista Rafael Ibáñez Hernández 1. In tr o d u c c ió n

El nombre de José Antonio Primo de Rivera está vinculado de forma indeleble al de su obra política, Falange Española, pese a que desde determinados sectores se quiera hoy obviar esta fa­ ceta de su personalidad histórica. Movilizado para la lucha polí­ tica en la defensa de la memoria de su padre, el dictador que ofreció a la monarquía alfonsina su última oportunidad antes del desmoronamiento que provocaría la proclamación de la Segun­ da República, evolucionó rápidamente hacia posicionamientos independientes de aquel clientelismo para dar forma a la Falan­ ge, organización a la que dotó de valores propios -"[...) nuestro movimiento [...] no es una manera de pensar: es una manera de ser" (O CJA: 194)- a partir de una formulación ideológica que no era ya original. Porque el falangismo tiene su núcleo doctrinal en el nacionalsindicalismo, una doctrina política cuyo nacimiento es ajeno a la figura de José Antonio, aunque fuera éste y no otro

385

quien le proporcionó la proyección suficiente para ilusionar a jó ­ venes de más de una generación. Fue el inquieto Ramiro Ledesma Ramos el inicial propulsor del movimiento nacionalsíndicalista, al que con posterioridad se s u ­ marían el joven abogado vallisoletano Onésimo Redondo y, más tarde, José Antonio Primo de Rivera, con sus seguidores. ¿Cuá­ les eran los planteamientos económicos y las pautas de co m ­ portamiento político-económico que halló José Antonio en el movimiento nacionalsíndicalista? ¿Cuál la proyección que este movimiento ofrecía de sus postulados económicos antes y con posterioridad a que José Antonio asumiese -prim ero de facto y después de ¡ure- la dirección de este movimiento político? Las fuentes hoy accesibles para responder a las cuestiones plantea­ das quedan apenas reducidas a la prensa emanada del propio movimiento nacionalsíndicalista, en su parte trascendental d i­ rectamente inspirada por los citados personajes, sus fundado­ res. Reconociendo el intento que en su momento realizara Velasco Murviedro (1990), nos dedicaremos en las páginas que siguen a buscar los referentes económicos en la prensa del m o­ vimiento nacionalsíndicalista. 2. E l

n a c im ie n to d el m o v im ie n to n a c io n a l s ín d ic a l is ta

Los Gallos de Marzo lanzaron su canto en 1931, semanas an­ tes de la proclamación de la Segunda República, en plena efer­ vescencia electoral, entre los estertores de la moribunda vieja política de la monarquía alfonsina. Impulsados por el joven es­ tudiante de Filosofía en la Universidad Central Ramiro Ledesma Ramos -cuyas inquietudes intelectuales le hicieron participar en proyectos como el Centro de Estudios Históricos o La Gaceta

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Literaria-, difundieron un manifiesto encabezado por lo que era toda una proclamación de intenciones, "La Conquista del Esta­ do", epígrafe que encabezaría el semanario con el que dieron cauce a sus propósitos políticos. Con una mera modificación circunstancial, el primer número de esta publicación reprodujo el manifiesto, firmado entre otros por Ernesto Giménez Caba­ llero -inquieto personaje que entonces se debatía entre la van­ guardia y el fascismo, como ha descrito Enrique Selva (2000)-, el diplomático Ricardo de Jaspe Santoma -quien, tras pasar por las filas azañistas, recalaría finalmente durante el franquis­ mo en el Instituto de Cultura Hispánica (Delgado-Escalonilla, 1988: 261)-, el después comunista Ramón Iglesia Parga -que acabó suicidándose en su exilio mexicano (Selva, 2000: 116117)-, el pintor Francisco Mateos González -cuya actividad po­ lítica le llevó a las filas de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, obteniendo tras su regreso del exilio numerosos premios (Garfias, 1977)- o el futuro colaborador de Informacio­ nes y editorialista del católico Ya Juan Aparicio, factótum del primer franquismo proveniente de las filas comunistas (Norling, 2002: 169-173). El manifiesto político del grupo se articulaba en diversos epí­ grafes de los que habitualmente se han destacado los dedicados a supremacía del Estado, afirmación nacional y aun exaltación universitaria en detrimento de otros -com o la articulación co­ marcal de España- que no siempre han sido leídos con la debi­ da atención, como el relativo a la estructura sindical de la economía':

^ 'Nuestro manifiesto político', La Conquista del Estado 1 (14 de marzo de 1931), p. 2.

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No pudieron sospechar los hacedores del Estado liberal bur­ gués las rutas económicas que iban a sobrevenir en lo futuro. La primera visión clara del carácter de nuestra civilización in­ dustrial y técnica corresponde al marxismo. Nosotros luchare­ mos contra la limitación del materialismo marxista, y hemos de superarlo; pero no sin reconocerle honores de precursor muer­ to y agotado en los primeros choques. La economía industrial de los últimos cien años ha creado poderes e injusticias socia­ les frente a las que el Estado liberal se encuentra inerme. Así el nuevo Estado impondrá la estructuración sindical de la econo­ mía, que salve la eficacia industrial, pero destruya las 'supre­ macías morbosas' de toda índole que hoy existen. El nuevo Estado no puede abandonar su economía a los simples pactos y contrataciones que las fuerzas económicas libren entre sí. La sindicación de las fuerzas económicas será obligatoria, y en to ­ do momento atenida a los altos fines del Estado. El Estado dis­ ciplinará y garantizará en todo momento la producción. Lo que equivale a una potenciación considerable del trabajo. Queda to ­ davía más por hacer en pro de una auténtica y fructífera eco­ nomía española, y es que el nuevo Estado torcerá el cuello al pavoroso y tremendo problema agrario que hoy existe. M e­ diante la expropiación de los terratenientes, las tierras expro­ piadas, una vez que se nacionalicen, no deben ser repartidas, pues esto equivaldría a la vieja y funesta solución liberal, sino cedidas a los campesinos mismos, para que las cultiven por sí, bajo la intervención de las entidades municipales autónomas, y con tendencia a la explotación comunal o cooperativista.

De esta manera, el panestatismo que -sin duda alguna por mor de la eficacia- defenderán los jóvenes agrupados en torno a La Conquista de! Estado tendrá su primera matización en la profunda descentralización administrativa y económica articula­ da a partir de la comarcalización, aspecto éste apenas atendido por cuantos autores se han ocupado del texto. Sus propuestas quedaban resumidas en diecisiete puntos -que serán reiterada­ mente difundidos bajo el título "Nuestra dogmática"-, de los que

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al menos cinco concretaban aspectos del naciente ideario nacionalsindicalista ligados a materia económica: 11.'8 Plena e integral autonomía de los municipios en las fun­ ciones propia y tradicionalmente de su competencia, que son las de índole económica y administrativa. 12.9 Estructuración sindical de la economía. Política econó­ mica objetiva. 13.fi Potenciación del trabajo. 14.® Expropiación de los terratenientes. Las tierras expropia­ das se nacionalizarán y serán entregadas a los municipios y en­ tidades sindicales de campesinos. 15.B Justicia social y disciplina social.

En pocos números fue este semanario perfilando sus iniciales propuestas. El propio fundador y director de la publicación dio a sus columnas un nuevo texto que pretendía arrojar luz sobre la confusión en que parecían caer algunos de los que a sus páginas se acercaban. En este artículo2, aunque de forma lacónica, apa­ recen de forma más palpable los afanes que inspiran el movi­ miento recién creado, apuntándose entre otras cuestiones la índole juvenil de la tarea de construcción de un Estado hispáni­ co fuerte de origen popular, caracterizado por la cultura de ma­ sas, la unificación nacional con articulación de las entidades comarcales posibles, sin influencias extranjeras, con las funcio­ nes del Parlamento al menos limitadas. Se fundamentan estas propuestas en radicales reformas de las estructuras económicas,

2 Ramiro Ledesma Ramos, “i iConfusionistas, nol! Nuestras afirmaciones”, La Con­ quista del Estado 4 (4 de abril de 1931), p. 1; reprod. en Ledesma Ramos (1986: 9798). Parte del texto se reiterará en sucesivos números de la primera etapa de la revista -junto con el párrafo sobre "Nuestra organización" del Manifiesto- bajo el epí­ grafe "Pedimos y queremos”, lo que ocurre por vez primera en La Conquista def Es­ tado 5 (11 de abril de 1931), p. 5.

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de forma que la prevalencia de los intereses de la comunidad na­ cional quede garantizada por la decisiva intervención del Estado: Queremos y pedimos la desaparición del mito liberal, per­ turbador y anacrónico, y que el Estado asuma el control de to­ dos los derechos. Queremos y pedimos la subordinación de todo individuo a los supremos intereses del Estado, de la colectividad política. Queremos y pedimos un nuevo régimen económico. A base de la sindicación de la riqueza industrial y de la entrega de tie­ rra a los campesinos. El Estado hispánico se reservará el dere­ cho a intervenir y encauzar las economías privadas. Queremos y pedimos la aplicación de las penas más riguro­ sas para aquellos que especulen con la miseria del pueblo. Queremos y pedimos el más implacable examen de las in­ fluencias extranjeras en nuestro país y su extirpación radical.

Como verdadero alma del nuevo movimiento, Ramiro Ledes­ ma atendía a cuantos aspectos se significaban en la nueva doc­ trina, pero prestaba especial atención a la agitación política. De modo que serán otros los hombres que se ocupen con prefe­ rencia de las cuestiones económicas en las columnas de La Conquista de! Estado, como fue el caso del administrador del semanario Alejandro M. Raimúndez, que más tarde debió inte­ grarse -así lo creerá al menos Ledesma (1988: 57)- en las filas del leorrouxismo, o el de Manuel Souto Vilas, ya entonces ca­ tedrático de Filosofía de Enseñanza Media, de caballeresca per­ sonalidad "aunque también dispuesto a fantasmagóricas aventuras, como la de dedicarse a la piratería contra los navios británicos en las costas gallegas" (Aparicio, 1939: X I)3. Enrique Compte Azcuaga -contable de la publicación- abogará desde las

3 Breve semblanza a cargo de Norling (2002: 161-164).

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páginas del semanario por los intereses de los agentes comer­ ciales4, mientras el párroco de la localidad palentina de Valdecañas del Serrato, Teófilo Velasco, aportará con sus colaboraciones sobre la problemática agraria castellana un punto de vista rural a la publicación6. Pero el verdadero responsable de la información económica y financiera del semanario La Conquista deI Estado -tarea por la que percibía ciento veinticinco pesetas mensuales- fue Antonio Bermúdez Cañete (Ledesma Ramos, 1988: 56-57)s. Licenciado en Derecho, se inclinó hacia la economía tras su estancia como becario en Alemania, Austria y Gran Bretaña, lugares en donde recibió la influencia de Strioder, Spann y la Escuela de Cambrid­ ge, convirtiéndose en admirador de Keynes. Fue miembro del Centro de Estudios Financieros del Banco de España. Nombrado agregado comercial en la embajada española ante la corte britá­ nica, en 1932 perdió su condición de funcionario a raíz de sus críticas al ministro Marcelino Domingo, dedicándose a partir de * Enrique Compte Azcuaga, 'Los agentes comerciales y el Estado, La Conquista del Estado 6 (18 de abril de 1931), p. 4; E. Compte Azcuaga, 'Para el director general de Aduanas', La Conquista del Estado 7 (25 de abril de 1931), p. 2; E. Compte Azcuaga, 'Para una revisión del arancel aduanero'. La Conquista del Estado 8 (2 de mayo de 1931), p. 2. 5 Teófilo Velasco, 'El problema económico en el campo castellano', La Conquista del Estado 12 (30 de mayo de 1931), p. 5, La Conquista del Estado 16 (27 de junio de 1931), p. 2; y La Conquista del Estado 17 (4 de julio de 1931), p. 3. Teófilo Velasco. 'La venta del trigo. Por los campos castellanos', La Conquista de/ Estado 20 (3 de octubre de 1931), p. 2. Teófilo Velasco, 'Por los campos castellanos. Los siempre es­ clavos' La Conquista del Estado 22 (17 de octubre de 1931), p. 2. 6 El único estudio de cierta profundidad sobre este personaje lo tenemos en Velarde Fuertes (1972:127-216). Podemos contrastar y ampliar algunas informaciones en Robinson (1974: 117 y 157); Montero (1977: t I, 157-158, 479, 625-628, 725-727 y 733; y t. II, p. 424 y 500); o Norling (2002: 135-139).

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entonces plenamente al periodismo, lo que le brindaría la opor­ tunidad de asistir como enviado al conflicto ¡talo-etíope. Desti­ nado antes como corresponsal de El Debate en Alemania en pleno auge del nacionalsocialismo, sus iniciales simpatías hacia su política se fueron transformando en animadversión al racis­ mo, hasta que su defensa de las posturas católicas frente a las del nuevo régimen le valieron la expulsión del país. Miembro de la asamblea deliberativa de Acción Nacional -luego Acción Po­ pular, núcleo de lo que será la C ED A - desde julio de 1931, a par­ tir de febrero del año siguiente formó parte de la Comisión Ejecutiva de sus Juventudes, cargo que compatibílizó durante un tiempo con el de triunviro jonsista. Perteneciente además a la ACNP, participó en los proyectos de la Agrupación Menéndez y Pelayo y la Revista de Estudios Hispánicos. Su militancia en las filas posibilistas no fue obstáculo para que colaborara en las pá­ ginas de Acción Española, revista en la que se responsabilizaría del "Boletín financiero". Elegido diputado en 1936 por la cir­ cunscripción de la capital española, alzó su voz en las Cortes en defensa de la Falange, en la que -según algunos autores- ingre­ só de forma secreta. Apresado tras el Alzamiento, pese a la in­ munidad parlamentaria de que gozaba, fue asesinado en agosto de aquel mismo año7. Su actuación al frente de la Academia de Oratoria le propor­ cionó cierta fama, convirtiéndose en modelo para los japistas. Por su parte, La Conquista del Estado reseñará una conferencia 1 Preston (1978: 303) cifra en más de quince millares los japistas que ingresaron en las filas de la Falange durante la primavera trágica de 1936, dato digno de tener en cuenta a la hora de calibrar el posible ingreso de Bermúdez Cañete en la organiza­ ción falangista. Southworth (1967 : 96) cree la versión de su muerte a manos de agentes de la Gestapo.

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de "nuestro querido camarada Bermúdez Cañete" dictada en la Asociación de Ingenieros en la que -partiendo de los principios de la organización científica del trabajo- postuló la racionaliza­ ción del consumo y el comercio, criticando la estructura capita­ lista de la agricultura española8. Aunque tradujo al español algunos capítulos de Mein Kampf de Hitler, que el grupo de Le­ desma proyectaba publicar8, su actividad para el semanario se concretaba fundamentalmente en la redacción de las "Notas de economía” que no siempre firmará. Motivado por la actualidad económica española, en esta sección Bermúdez Cañete pro­ pugnó la investigación en la industria militar, aplaudió el nom­ bramiento de Gabriel Franco como director del Banco Exterior y la honradez de que hizo gala Flores de Lemus el poco tiempo que actuó como delegado gubernamental en el Monopolio de Petróleos, criticando al tiempo medidas como las que pretendían la deflación mediante la disminución de la circulación fiduciaria, la reforma militar emprendida por Azaña en cuanto agravaba el problema económico que producía el exceso de oficialidad, el control establecido sobre la extracción de fondos bancarios con el propósito de impedir la compra de otras divisas, la prohibi­ ción de determinadas exportaciones de productos agrícolas, la transferencia de las competencias en materia ganadera a manos de los veterinarios vinculados al ministerio de Fomento, la de­ cretada subida del descuento bancario, la incoherencia de los gobernantes al reanudar determinadas obras públicas al poco tiempo de paralizarlas, síntomas de una indefinición en materia

® En 'Babel económica de la semana'. La Conquista del Estado 6 (18 de abril de 1931), p. 5. ® Ledesma Ramos (1988: 56-57); Aparicio (1939: XI).

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económica y fiscal que se traducía en el descenso de los valo­ res pese a la intervención en la Bolsa. Pese a su vinculación con Ángel Herrera Oria, no tuvo dudas a la hora de criticar la pro­ puesta social de aquél en torno al salario familiar, atreviéndose a manifestar en esta ocasión que “lo sustantivo, lo fatal, es lo económico [...]" ’°- Interesado como estaba por la racionaliza­ ción de la economía, en estas "Notas" se manifestará en contra del decreto de cultivo forzoso de las tierras por cuanto apelaba a los usos y costumbres en lugar de la racionalización de la pro­ ducción agrícola y defenderá la industrialización centralizada de la producción de pan en Madrid frente a las insalubres y anti­ económicas tahonas tradicionales. En esta misma línea, aposta­ rá por la racionalización del servicio ferroviario, lo que significaría la concentración estatal del más de centenar de em­ presas entonces existentes, la modernización de los tendidos y los elementos de tráfico, así como la ordenación de la actividad en virtud del conjunto de la economía nacional en coordinación con los transportes complementarios n. Idénticos motivos de racionalización económica le harán posicionarse contra las ten­ siones secesionistas en Cataluña12. Partidario de la nacionalización de la Telefónica " con el pro­ pósito de minar el ultracapitalismo que colonizaba España -e n A.B.C., 'Notas de economía”. La Conquista del Estado 2 (21 de marzo de 1931). P 4. 11 Antonio Bermúdez Cañete, “Lo básico en la cuestión ferroviaria'. La Conquista del Estado 2 (21 de marzo de 1931), p. 4. Antonio Bermúdez Cañete, 'La economia y el autonomismo". La Conquista del Estado 20 (3 de octubre de 1931), p. 1-2. Gil Pecharromán (1996: 70-73) pone en su lugar la supuesta contratación de Jo­ sé Antonio Primo de Rivera por parte de esta filial española de la norteamericana ITT.

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declaración que coincidió en el tiempo con la huelga que en esta compañía organizó la CNT, en la que desde su debilidad colabo­ raron los seguidores de Ledesma M- , dedicó una prolongada e interesante serie al problema agrario andaluz, para el que dicta­ minó una solución basada en el reparto racional de las tierras -a partir de una expropiación retribuida y ordenada- sobre las ba­ ses objetivas de capacidad de producción del suelo -que deter­ minaría el tipo de explotación, intensivo o extensivo- o el tamaño de la unidad familiar1&. Entre estas y otras cuestiones ligadas al acontecer de la vida económica española en aquellas convulsas semanas, Bermúdez Cañete prestó singular atención a las medidas pretendida­ mente destinadas a la estabilización de la peseta. Denunciando "la tontería de muchos y la sinvergonzonería de unos pocos” que abogando por la revalorización de la moneda española de­ fendían los intereses de los grandes rentistas ", no se opuso sin embargo a auténticas medidas de estabilización siempre que su propósito fuera el de fomentar la riqueza económica del país y no otros espurios intereses. En esta línea, criticó los cré­ ditos pactados por el Banco de España con la Banca Morgan y

14 Ledesma Ramos (1988: 60-61). “El rapaz capitalismo extranjero. La vergüenza de la Telefónica*, La Conquista del Estado 18 (11 de julio de 1931), p. 2; puede verse también en Ledesma Ramos (1986: 253). Antonio Bermúdez Cañete, 'Los trucos del capitalismo extranjero”, La Conquista del Estado 18 (11 de julio de 1931), p. 3. Antonio Bermúdez Cañete, “El problema agrario andaluz”. La Conquista del Esta­ do 11 (23 de mayo de 1931), p. 5; 12 (30 de mayo de 1931), p. 2; 13 (6 de junio de 1931), p. 3; 14 (13 de junio de 1931), p. 5; 15 (20 de junio de 1931), p. 5; y 17 (4 de julio de 1931), p. 4. Antonio Bermúdez Cañete, ”La estabilización y sus enemigos”. La Conquista del Estado 3 (28 de marzo de 1931), p. 4.

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diversas entidades francesas porque forzaban la revaloriza­ ción artificial de la peseta, así como la incongruencia del de­ creto de 9 de octubre por el que se aumentaba la intervención estatal en la gestión del banco emisor al tiempo que se man­ tenía su responsabilidad en la política monetaria española. Desde esta posición, y con el propósito de independizarlo de los intereses accionariales y partidistas, Bermúdez Cañete de­ fenderá el fin del mero intervencionismo en el Banco de Espa­ ña, para el que propugna la nacionalización al tiempo que propone la creación de un verdadero sistema económico na­ cional que garantizase: Primero. La independencia máxima de nuestra economía frente a las conveniencias extranjeras. Segundo. Las relaciones ordenadas de nuestra agricultura -base de la actual riqueza nacional- con nuestra industria y comercio. Tercero. La estructuración de nuestra industrial (sic) de tal modo que se independice en lo posible de las materias primas extranjeras; que se aprovechen, transformándolos, los produc­ tos y subproductos de la agricultura, y que sea capaz de crear­ se en España y en el extranjero mercados cuya firmeza descanse en la bondad del producto, en el cambio evolutivo hacia el gasto del mercado y en la intervención vigilante y pro­ tectora del Estado.

La formación germana que recibió y la preocupación desarro­ llada por la crisis financiera desatada en la Alemania de Weimar llevaron a Bermúdez Cañete a interesarse por la verdadera si­ tuación de la economía alemana. Aun reconociendo los proble­ mas fiduciarios desatados por la retirada de los fondos bancarios extranjeros como consecuencia de la crisis general, el economista español se atrevió a "afirmar que la economía ale­ mana es, en realidad, la más fuerte del mundo", afirmación que

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sostenía sobre el carácter adjetivo de lo financiero en economía y la potencia industrial alemana17. Pero la información económica internacional inserta en las pá­ ginas de La Conquista dei Estado procederá generalmente de fuentes externas. La revista francesa Le Mois fue utilizada como fuente para algunos artículos presentados como originales, co­ mo los firmados por Jaspe sobre el acuerdo naval francoitaliano y la unión aduanera germanoaustriaca18. Pronto comenzaron a intercalarse en el semanario español artículos transcritos direc­ tamente de la publicación francesa, naciendo de esta manera la sección "Panorama político internacional" -m ás tarde, "Panora­ ma internacional de la semana"-, en la que tendrán cabida tex­ tos de carácter económico centrados en Alemania, Gran Bretaña, Italia, los Balcanes y aun la lejana Australia19. Fuera de 17 Antonio Bermúdez Cañete, 'La fuerza de una economía'. La Conquista del Esta­ do 19 (25 de julio de 1931), p. 3. 18 Ricardo de Jaspe, 'Política internacional. Antecedentes del acuerdo naval fran­ coitaliano', La Conquista del Estado 1 (14 de marzo de 1931), p. 4; Ricardo de Jas­ pe, 'Política internacional. El acuerdo naval francoitaliano', La Conquista del Estado 2 (21 de marzo de 1931), p. 4; y Ricardo de Jaspe, 'Política internacional. La unión aduanera germanoaustriaca”, La Conquista del Estado 3 (28 de marzo de 1931), p. 4. Amiral Docteur, 'L'Accord Naval franco-italien', Le Mois (de 1 de marzo a 1 de abril de 1931), pp. 97-98; 'Le traité douanier austro-allemand de Vienne et l'Anschluss', Le Mois (de 1 de marzo a 1 de abril de 1931), pp. 21-35. 'Panorama político internacional', La Conquista del Estado 4 (4 de abril de 1931), p. 3, compuesto -entre otros- por la traducción de "Vers une confédération balkanique' y 'U n project (faide financiére ó l'Allemagne", Le Mois (de 1 de febrero a 1 de marzo de 1931), pp. 67 y 114, respectivamente. 'Panorama político internacional', La Conquista del Estado 7 (25 de abril de 1931), p. 3, en la que se emplea 'Les Soviets et les industriéis allemands', Le Mois (de 1 de marzo a 1 de abril de 1931), 86-88. 'Pa­ norama político internacional. Las finanzas de Australia', La Conquista del Estado 8 (2 de mayo de 1931), p. 4; 'La crise financiére australienne'. Le Mois (de 1 de abril a 1 de mayo de 1931), p. 89. 'Panorama internacional de la semana”, La Conquista del

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esta sección, La Conquista de! Estado reproducirá en su núme­ ro décimo tercero un extenso artículo sobre "La sobreproduc­ ción mundial del trigo", además de unas "Notas de Rusia"20, así como más tarde traducirá el análisis que sobre la proposición Hoover para Alemania publicara Le Mois en su número del mes de junio21. Con anterioridad incluyó el semanario dirigido por Ledesma unas "Notas actuales de la Rusia soviética" elaboradas sobre textos de la mencionada revista Le Mois y la también francesa Plans22, publicación -e n opinión de Sternhell (1986: 202-203, y 1994: 144-145)- de corte vanguardista defensora de una socie­ dad orgánica, que prestó singular atención al nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano, el comunismo soviético y el indus­ trialismo norteamericano. De Hubert Lagardelle se ofrecerá falsa­ mente como colaboración internacional su ensayo sobre la democracia, en el que este sindicalista revolucionario -verdadero Estado 12 (30 de mayo de 1931), p. 5, parcialmente elaborado con ‘ La situation économique de la Grande-Bretagne” y “Les relations commerciales italo-yugoeslaves'. Le Mois (de 1 de abril a 1 de mayo de 1931), pp. 86-87 y 85-86. 20 'La sobreproducción mundial del trigo” y 'Notas de Rusia', La Conquista de! Es­ tado 13 (6 de junio de 1931), p. 4 y 5, respectivamente. Los textos originales son 'La surproduction du blé”, 'Une nouvelle doctrine politique russe: l'Eurasisme' y 'Des fissures dans le plan quinquenal', Le Mois (de 1 de abril a 1 de mayo de 1931), pp. 66-78, 36-37 y 87-89. 21 'La posible bancarrota alemana y la proposición Hoover', La Conquista del Esta­ do 19 (25 de julio de 1931), p. 4; 'Les finances du Reich et la proposition Hoover', Le Mois (de 1 de junio a 1 de julio de 1931), pp. 67-90. 22 "Notas actuales de la Rusia soviética”, La Conquista del Estado 10 (16 de mayo de 1931), p. 5; 'Les Soviets se défendent contre Tintervention étrangéré" y 'Le treiziéme anniversaire de l'armée rouge...'. Le Mois (de 1 de marzo a 1 de abril de 1931), pp. 45-46 y 148-150, asi como 'URSS. L'activité commerciale de l'URSS", Plans 4 (abril de 1931), pp. 139-141.

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inspirador de la publicación- dice encontrar al nuevo hombre, germen de una nueva sociedad y una nueva cultura en el sindi­ calismo23. El artículo sobre el Estado Corporativo italiano que aparecerá en el décimo número de La Conquista del Estado con la firma de Santiago Arnaiz incluirá un original de Philippe La­ mour24 redactor jefe de Plans -antiguo miembro del Faisceau de Valois y posteriormente diputado del Front Populaire- que verá traducidos otros de sus artículos, entre ellos un análisis de la cri­ sis en los Estados Unidos “ También Plans alimentará en una ocasión el "Panorama internacional de la semana" Encabezado como "Informaciones de La Conquista del Estado" se publicará en el quinto número del semanario madrileño un reportaje de re­ dacción sobre la URSS publicado el mes anterior por la revista

23 Hubert Lagardelle, “Nuestra colaboración internacional. M is allá de la democra­ cia. El hombre real y el sindicalismo', La Conquista da/Estado 4 (4 de abril de 1931), p. 3, traducción de Hubert Lagardelle, 'A u déla de la démocratie. II, L'homme réel et le syndicalisme", Plans 3 (marzo de 1931), pp. 24-32. 24 Santiago Amáiz, ‘ La Italia fascista”, La Conquista del Estado 10 (16 de mayo de 1931), p. 5; Philippe Lamour, 'L'ltalie fascista, ótat corporatiT, Plans 4 (abril de 1931), pp. 130-134. 2^ Philippe Lamour, "Crisis en los Estados Unidos”, La Conquista de/Estado 6 (18 de abril de 1931), p. 4, traducción de Philippe Lamour, "USA. Crise aux États-Unra’ , Plans 2 (febrero de 1931), pp. 129-135. 'Panorama internacional de la semana”, La Conquista de! Estado 11 (23 de mayo de 1931), p. 5. La información sobre Rusia es traducción de las notas 'Le lin, le bois et le 'Dumping'*, 'La jeunesse russe et le Plan', 'L'aviation civile en 1931”, 'Le plan financier unique” y 'La presse en URSS”, Plans 4 (abril de 1931), pp. 141-143. Las no­ tas sobre Estados Unidos se publicaron originalmente con los títulos 'Le contróle budgétaire dans l'industrie* y "L'escalade du ciel", Plans 4 (abril de 1931), pp. 138139. Finalmente, las notas sobre Italia se toman de 'La réduction du prix de la vie”, 'La bataille du blé”, 'L'unification dans les industries' y 'L'ltalie et le 'Dumping'”, Plans 4 (abril de 1931), pp. 134-137.

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francesa” , mientras que, finalmente - y sólo entre los artículos de interés económico-, el semanario madrileño presentará como procedente "de nuestro servicio autorizado de la revista Plans" un artículo sobre "Las condiciones de trabajo en la URSS", aun­ que silenciará el nombre del autor de parte del texto original28. El interés por lo económico en las páginas de La Conquista del Estado no se agota en todos estos artículos citados, originales o no. Tratándose de un semanario de agitación política, también se preocupará su director por el más sosegado análisis de ensayos ajenos. La publicación en España de la descripción del Plan Quin­ quenal soviético por ingeniero Grigorii F. Grinko (1930) es una magnífica disculpa para que Ledesma analice, siquiera breve­ mente, los avances económicos y posibilidades del régimen stalínista, cuyo posible éxito -pese al fracaso que vaticina en la sovietízación del campesinado- quedará empañado por el incum­ plimiento de aquellas otras misiones a las que los grandes pue­ blos están destinados. Sobre el mismo tema volverá Ledesma semanas más tarde, cuando se refiera al libro sobre el Plan Quin­ quenal soviético escrito por Farbman (1931), cuya traducción” y

27 'Informaciones de La Conquista del Estado. La dictadura soviética de Stalin. La Rusia actual”, La Conquista del Estado 5 (11 de abril de 1931), p. 6; traducción de 'L'URSS en construction”, Plans (París) 3 (marzo de 1931), pp. 144-148. 2® 'Las condiciones del trabajo en la URSS”, La Conquista del Estado 14 (13 de ju­ nio de 1931), p. 3, traducido de Stéphane Bauer, 'Les condicions du travail en URSS”, Plans 5 (mayo de 1931), pp. 136-138, además de las notas 'La double légende du dumping et du travail forcé", "URSS et USA", 'URSS et Italie” y 'Pourquoi pas?", Plans 5 (mayo de 1931), pp. 138-140. 29 R.L.R., "Libros políticos extranjeros", La Conquista del Estado 1 (14 de marzo de 1931), p. 4; también en Ledesma Ramos (1986: 58-59). R.L.R., "Libros políticos. M. Farbman...", La Conquista del Estado 5 (11 de abril de 1931), p. 4; también en Le­ desma Ramos (1986: 134).

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publicación en lengua española anuncia pronto. Por su parte, Antonio Hernández Leza señalará como "creación anacrónica" el concepto de hombre-capital que propone Álvarez Laviada (1930), que parte de la idea marxista del trabajo como sustan­ cia del valor30. El mismo Leza, apoyándose en un libro publica­ do por la importante casa editorial Ciap (Pérez, 1930), reflexiona sobre la figura del enigmático Joaquín Costa, en el que parecen descubrirse no pocas similitudes con el naciente movimiento: El problema planteado en este estudio costiano -¿Revolu­ cionario? ¿Oligarquista?- enfréntase con otro de menor interés: Costa, ¿monárquico o revolucionario? ¿O, inatendido, inescuchado por unos, se convierte en tránsfuga decepcionado y se incorpora a las falanges de los otros? Probablemente. Pero an­ te todo y sobre todo -para nosotros- el Costa revolucionario y propulsor de un Gobierno que mantenga la disciplina social con mano firme.31

Se retoma así en las páginas de La Conquista deI Estado la fi­ gura del pensador regeneracionista, quien ya en el primer nú­ mero de la publicación había sido homologado por Giménez Caballero con Alfredo Oriani, señalado como un precursor de su movimiento por los fascistas italianos32. En su afán anticomunista y antiliberal, además de la exalta­ ción nacional, escogió La Conquista del Estado la vía sindical para la construcción del Estado hispánico que propugnaba, aunque su formulación no resultaba por entonces excesivamente

30 Leza en 'Libros políticos'', La Conquista del Estado 5 (11 de abril de 1931), p. 4. 31 Leza, 'Libros", La Conquista del Estado 3 (28 de marzo de 1931), p. 3. 32 E. Giménez Caballero, 'Interpretación de dos profetas. Joaquín Costa y Alfredo Oriani', La Conquista del Estado 2 (21 de marzo de 1931), p. 1-2.

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concreta33. A una etapa primeriza de agitación revolucionaria que debía contar como jalón organizativo con la constitución de unas células políticas y otras sindicales, le seguiría otra en que los hombres de La Conquista de/ Estado centraron su atención en la CNT, organización en la que vieron "la palanca subversiva más eficaz de aquella hora, libre asimismo de influjos bolcheviques por la oposición anarcosindicalista a la doctrina del marxismo" M. Fue el suyo un apoyo crítico a los sindicalistas revolucionarios españoles que tiene justificación en su entendimiento del "anar­ quismo como reacción primitiva, y un tanto bárbara, a los abu­ sos capitalistas del sistema liberal y como cauce espontáneo y libertario de la idiosincrasia española frente a la tiranía burocráti­ ca de las internacionales obreras" (Areilza, 1974: 90) * Por eso, mostrándose conformes con algunas propuestas de la CNT, 33 "Ante el comunismo. La batalla social y política de Occidente”, La Conquista dei Estado 5 (11 de abril de 1931), p. 1: “Hay que esgrimir contra el comunismo dos efi­ cacias: los valores hispánicos y la victoria económica. Nosotros propugnamos la in­ serción de una estructura sindicalista en el Estado hispánico que salve las jerarquías eminentes y garantice la prosperidad económica del pueblo. El Estado hispánico, una vez dueño de los mandos absolutos y del control de todo el esfuerzo económico del país, vendrá obligado a hacer posible el bienestar del pueblo inyectándole optimismo hispánico, satisfacción colectiva y a la vez palpitación de justicia social y prosperidad económica.” Véase también el artículo citado en Ledesma Ramos (1996: 117-121). 3* Ledesma Ramos, ¿Fascismo... (1988), p. 60. 3^ Brenan (1962 [1978]: 243): '[...] el anarquismo español es un credo ascético que pone los valores espirituales de la vida por encima del confort material, y sabe que pa­ ra que esos valores espirituales se desarrollen es menester cierto ocio. En este as­ pecto es hondamente español. (...) Y así, el movimiento anarquista español, estrecho, ignorante, a menudo terriblemente carente de piedad, enarbolando con li­ bre determinación e in[e]fable optimismo designios totalmente impracticables, no solamente es la cosa más 'hispánica' al sur de los Pirineos, sino que contiene prin­ cipios que, con todas las modificaciones precisas, han de ser reconocidos y satisfe­ chos si es que España ha de volver a ser una nación grande y unida”.

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quienes participaban en la redacción del periódico nacionalsindicalista se unían "a la petición que hace Solidaridad Obrera de que funcionen en las fábricas y talleres consejos obreros. Ya hablare­ mos de las intervenciones que a nuestro parecer le[s] correspon­ den"35. Más allá de la mera simpatía, existieron algunos contactos de La Conquista del Estado con la C N T que quedaron reflejados en el semanario. Así, en su momento se incluyó la orden del día del Congreso Extraordinario que la C N T celebraría en Madrid en junio de 193137, y en el siguiente número se publicó una página ín­ tegra dedicada a información del congreso, a una de cuyas sesio­ nes asistieron algunos miembros de La Conquista del Estado*. El fracaso en los esfuerzos de Ledesma por "encauzar las aguas desbordadas del cenetismo" (Guillén Salaya, 1938: 23)38 3® La Conquista del Estado 8 (2 de mayo de 1931), p. 5. Véase también "Los Conse­ jos obreros en las fábricas''. La Conquista del Estado 9 (9 de mayo de 1931), p. 2, reprod. en Ledesma Ramos (1986: 170). 37 "Para nuestro próximo número". La Conquista del Estado 13 (6 de junio de 1931), p. 2. Brenan (1962 [1978]: 143): "Este Congreso aprobó, por 302.343 votos contra 90.671, una medida para organizar las Federaciones de Industria. Esta medida [...] apoyaba las federaciones industriales verticales en adición a las federaciones loca­ les conocidas como Sindicatos Únicos". En este congreso fue confirmado como se­ cretario general Ángel Pestaña, que encabezaba la corriente posibilista frente a la FAI, desplazándose además la sede del Comité Nacional a Madrid, algo en absoluto anecdótico, como describe Bookchin (1980: 332-337). 3® "Los Sindicatos Únicos. Congreso extraordinario de la CNT", La Conquista del Es­ tado 14 (13 de junio de 1931), p. 6: "Hemos de estar junto a la CNT, en estos mo­ mentos de inmediata batalla sindical, en estos instantes de ponderación de fuerzas sociales. Así creemos cumplir con nuestro deber de artífices de la conciencia y de la próxima y genuina cultura de España". La entradilla del reportaje -a la que pertene­ cen las frases reproducidas- también en Ledesma Ramos (1986: 218). 39 Este esfuerzo fue común en los inicios políticos de diferentes figuras esenciales del nacionalsindicalismo durante la Segunda República. Veamos como ejemplo el caso de José Antonio Primo de Rivera, quien en su campaña electoral de noviembre

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pronto le llevaron a corregir el rumbo de su proselitismo hacia las masas campesinas. "La única fuerza que tiene en su progra­ ma la absoluta nacionalización de la tierra, es la nuestra", pro­ clamaba La Conquista de! Estado en uno de sus primeros números40. Ante la necesidad de movilizar a los trabajadores del campo para aspirar a la victoria, constituyó Ledesma -co n la co­ laboración de Bermúdez Cañete- el Bloque Social Campesino [BSC], que se proyectó como una organización filial de la agru­ pación que tomaba el nombre del semanario, destinada a edu­ car y canalizar los afanes hispánicos y revolucionarios que éstos encontraban en el campesinado español, con el propósito de lu­ char por la defensa de los intereses de los campesinos a la hora de la legislación, enfrentarse a la explotación a la que éstos eran sometidos y postular la entrega de tierra. Quizá la única referen­ cia coetánea a esta organización sea la de García Menéndez (1931: 265-270), quien reproduce la información que sobre el Bloque publicó este semanario en uno de sus números y un artí­ culo relativo a la cuestión salido de la pluma de Souto Vilas, que calificará como admirable41. En dicho artículo queda patente un

de 1933 programó "sendos mítines en Céd¡2 y en el Teatro de las Cortes, de San Fer­ nando [...], para defender públicamente ante asambleas de sindicalistas los postulados que él predica. A estos mítines sólo podrán asistir afiliados a la CNT y a la FAI, previa presentación del carnet que lo acredite'; cit. en Primo de Rivera (1956 (1968): 204). *0 Recuadro en La Conquista del Estado 6 (18 de abril de 1931), p. 6. 41 'Nuestras organizaciones. El 'Bloque Social Campesino", La Conquista del Estado 14 (13 de junio de 1931), p. 1, reprod. como texto de Ledesma Ramos (1966: 214215); y Manuel Souto Vilas, 'El campesino y la política”, La Conquista del Estado 14 (13 de junio de 1931), p. 2. No deja de ser significativo que García Menéndez califique como admirable el texto de Souto. siendo sus simpatías políticas totalmente distintas. Se trata de una obra en la que se analiza la cuestión agraria española en los primeros meses de la Segunda República, antes de que se promulgara la Constitución.

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aspecto de la oferta política agraria de La Conquista dei Estado que difiere de las ideas habituales al respecto. Nos referimos a la defensa campesina frente a la agresión del monopolio de la política -e n su más amplio sentido social- ejercido desde la ciu­ dad, planteada con similitud a la ya tradicional idea de la lucha de clases: "Mayor es la distancia que separa al ciudadano del campesino que a la alta burguesía del proletariado". A pesar de lo que se dijera en la propaganda del Bloque sobre su alto índi­ ce de afiliación, lo cierto es que esta empresa fracasó estrepito­ samente. No por ello abandonó La Conquista de! Estado su sistemática denuncia de la concentración de la propiedad del suelo agrícola en manos de escasos propietarios: "iCampesi­ nos: ciento cuarenta y siete grandes terratenientes tienen en sus manos más de un millón de hectáreas de tierral Toda esta tierra es vuestra. (Exigid su nacionalización!"43. Con actitudes y pro­ clamas como éstas, pese a su debilidad, no puede extrañarnos "que los conservadores de todos los matices considerasen que Ledesma, las JO N S y luego la Falange propugnaban una forma pervertida de socialismo" (Blinkhorn, 1979: 243). 3. E l

jo n s is m o v a l l is o l e ta n o

En los últimos cuatro números de su existencia, La Conquista de! Estado trató de difundir una nueva organización política, las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista [JONS], cuyo nacimien­ to puede fecharse en el momento de la publicación de un mani­ fiesto firmado por Ledesma en el que ya se encuentra perfilada

42 La Conquista de! Estado 6 (18 de abril de 1931), pp. 6, y 13 (6 de junio de 1931), p. 5.

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su aportación a la doctrina nacionalsindicalista43. En este texto son claramente patentes los dos componentes -social y nacio­ nal- del nacionalsindicalismo, en un aparente orden de priorida­ des que indica la profunda preocupación social de Ledesma Ramos frente a la estéril abundancia de expresiones patrióticas: El Estado nacional-sindicalista se propone resolver el pro­ blema social a base de intervenciones reguladoras, de Estado, en las economías privadas. Su radicalismo en este aspecto de­ pende de la meta que señalen la eficacia económica y las ne­ cesidades del pueblo. Por tanto, sin entregar a la barbarie de una negación mostrenca los valores patrióticos, culturales y re­ ligiosos, que es lo que pretenden el socialismo, el comunismo y el anarquismo, conseguirá mejor que ellos la eficacia social que todos persiguen.

Cree firmemente Ledesma en la crisis de las estructuras de la economía liberal y del sistema capitalista, señalando el sindica­ lismo como única vía posible para solventar esta problemática: "Sólo polarizando la producción en torno a grandes entidades protegidas, esto es, sólo en un Estado sindicalista, que afirme como fines suyos las rutas económicas de las corporaciones, puede conseguirse una política económica fecunda"44. Aunque impulsadas por Ramiro Ledesma, las JO N S fueron po­ sibles por la incorporación a su proyecto de otro joven inquieto,

*3 R.L.R., 'Las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista', La Conquista da!Estado 21 (10 de octubre de 1931), p. 1. Sin embargo, la creación de la nueva organización ya es anunciada en 'Nuestro frente. Declaración ante la Patria en ruinas', La Conquista del Estado 20 (3 de octubre de 1931), p. 1; ambos textos se encuentran también en Ledesma Ramos (1986: 261-262 y 267-270). 44 'Las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista. Nuestras consignas', La Conquis­ ta del Estado 23 (24 de octubre de 1931), p. 1; atribuido a Ledesma Ramos (1966: 287-289).

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Onésimo Redondo, licenciado en Derecho que había ampliado su formación mediante una beca como asistente lector de es­ pañol en la Handels-Hochschule de la católica Universitát Mannheim durante el curso 1927-28. De regreso a España, su nombre se ligó al Sindicato de Cultivadores de Remolacha de Castilla la Vieja, en el que trabajó como secretario asesor, desarrollando importantes labores de proselitismo y organización para hacer frente a la Industrial Castellana, única fábrica azucarera entonces existente en la provincia vallisoletana. Sus inquietudes sociales le habían llevado a ingresar en la ACNP, a través de la cual se in­ corporó a la política tras la proclamación de la República en el seno de Acción Nacional. Mas su discrepancia con los princi­ pios estrictamente conservadores de la citada organización po­ lítica le llevaron a impulsar la publicación del semanario Libertad. Aunque inicialmente tuviera su redacción en los loca­ les del partido conservador, al mes de su aparición Libertad se independizó de éste -M onge y Bernal (1936: 1.126-1.127) ofre­ ce una confusa versión de los hechos-, constituyéndose algo más adelante la Junta Castellana de Actuación Hispánica [JCAH], cuya militancia será reclutada fundamentalmente entre la masa estudiantil. A partir de este momento, Libertad comen­ zará a alzar la voz reclamándose portavoz de la juventud, la jus­ ticia social, la agricultura y el hispanismo46, así como adalid de la revolución hispánica, que "será impulsada por la doble pa­ lanca de t r a d i c i ó n y r e n o v a c i ó n " 46. *5 "éstas son las palabras salvadoras del momento", dice Libertad 6 (20 de julio de 1931), p. 5. 46 "La revolución hispánica", Libertad 7 (27 de julio de 1931), p. 1; reprod. con cier­ tas variaciones en Libertad 120 (4 de febrero de 1935), p. 6, y atribuido a Redondo Ortega (1954-1955:1,107-108). Lo destacado, así en la fuente.

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Entre las especiales características de esta publicación figura la inclusión de información de carácter general, deportiva y tau­ rina, además del empleo sistemático de despachos de las agen­ cias Prensa Asociada y Noti-Sport, así como el amplio plantel d e redactores y colaboradores con que contó. Entre los primeros podemos nombrar a Emilio Gutiérrez Palma, Narciso García Sán­ chez, Víctor Gómez Ayllón, Carlos Sanz Alonso, José Villanueva de la Rosa y Francisco González García, quien firmaría sus co­ mentarios deportivos como 'Don Balón', mientras que con el seudónimo 'Ito' se publicaban las crónicas taurinas y las carica­ turas origínales de Luis González-Armero47. Al incorporarse a la redacción del semanario, asumió las tareas propias de su jefatu­ ra Javier Martínez de Bedoya, joven nacido en una familia de cor­ te liberal y pariente de personalidades como Ramón Carande, brillante estudiante de Derecho en Valladolid que realizaría sus estudios de doctorado en Alemania por indicación de Fernando de los Ríos, desarrollando su tarea política en la inmediata pos­ guerra española en temas sociales (Martínez de Bedoya, 1996). En los comienzos del semanario se publicarían colaboraciones 47 García Sánchez ocupó la dirección de Libertad en su reaparición como diario tras el estallido de la Guerra Civil, desarrollando desde entonces un8 tarea periodística que le llevaría a la presidencia de la Asociación de la Prensa de Valladolid. González García había sido con anterioridad redactor de Ofympia (Valladolid), y lo fue más tar­ de de Solidaridad Nacional y Pueblo (Madrid). Gómez Ayllón jamás abandonó la re­ dacción de Libertad, hasta 1973. Además de corresponsal y colaborador en diversos medios, González-Armero trabajaría como redactor y dibujante en el Diario Regional, así como en la Hoja del Lunes de Valladolid, de la que llegaría a ser director. Carlos Sanz Alonso llegaría a director de Libertad ya en 1964, tras haber sido redactor y editorialista del diario y director de la Hoja del Lunes de la provincia. Licenciado en De­ recho, Villanueva compatibilizó posteriormente sus tareas como redactor de Libertad y de Castilla y como editorialista de Pueblo con la carrera militar en el seno del Ejército del Aire. López de Zuazo Algar (1981: 230, 243, 250, 253, 571 y 652).

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de Luciano de la Calzada -entonces catedrático auxiliar de Histo­ ria en la Universidad de Valladolid-, Mariano Sebastián Herrador y Tomás Cerro Corrochano, destacadas firmas ligadas a A N 48. En la extensa nómina de colaboradores aparecerán además las fir­ mas de Antonio María Valentín, Carlos Soto, Mariano Tobalina, Jesús Ercilla, Carlos Fernández Cuenca o Pedro Sánchez Merlo49. En circular destinada a la captación de suscriptores, Libertad será definido inicialmente como un periódico político y católico -"aunque no pretende hablar en cada página de cosas de igle­ sia, que ni es su misión ni su gusto"-, de defensa castellana y agraria” . Sólo a medida que madura la publicación irán concre­ tándose sus propias líneas ideológicas, a la par que su director se integra en los avatares del movimiento nacionalsíndicalista, pasando a formar parte del Triunvirato Ejecutivo Central de las JO N S junto con Ramiro Ledesma Ramos y Francisco Jiménez, siendo este último pronto sustituido por Bermúdez Cañete (Gar­ cía Venero, 1970: 13). *8 Sebastián Herrador desarrollará toda su actividad profesional en los diarios de La Editorial Católica; por su parte. Cerro Corrochano se inició como redactor del Diario Regional, siendo durante el periodo republicano secretario de redacción de El De­ bate y años después redactor y editorialista de Ya, según López de Zuazo Algar (1981: 576 y 124). *9 Ercilla fue en la inmediata posguerra director general de Prensa, después de fun­ dar Yugos y Flechas (Ávila) y ostentar la jefatura de redacción de La Ametralladora; Fernández Cuenca fue redactor del ultraconservador La Época hasta 1933, pasando a realizar criticas cinematográficas en El Sol y, más tarde, en Ya, además de otras pu­ blicaciones; Sánchez Merlo alcanzara la dirección de la Hoja del Lunes vallisoletana. López de Zuazo Algar (1981: 169, 185 y 559). Los nombres citados han sido recogi­ dos por Gómez Aparicio (1967-1981: IV, 388), Martín de la Guardia (1994: 30) y Mínguez (1990: 28). 50 Carta circular sin fecha para procurar suscripciones a Libertad, Colección José Luis Jerez Riesco.

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Durante el período en que las JO N S actuaron en solitario, n o fue Libertad más que un semanario con una marcada tendencia política cada vez más centrada en el nacionalsindicalismo, pero en modo alguno se puede afirmar que fuera un periódico de par­ tido. La vinculación de Redondo con el grupo de Ledesma ape­ nas se traducirá inicialmente en la reproducción de artículos publicados previamente en La Conquista del Estado, atribuidos o firmados por Ramiro Ledesma, Emiliano Aguado (Norling, 2002: 147-155) o Teófilo Velasco51. Como empresa periodística antes que portavoz, las alusiones a las JO N S en Libertad se limitaron apenas -tras un primer momento de silencio absoluto- a tratar entonces con cierta deferencia las informaciones relativas a la organización, escasas referencias acompañadas por la perti­ naz cobertura de las actividades públicas de las organizaciones derechistas, saludando como futuro estadista a Gil Robles ” , 51 R. Ledesma Ramos, "Los 29.000 votos de Primo de Rivera”. Libertad 18 (12 de oc­ tubre de 1931), p. 5, tomado de ”La vida política. Los 29.000 votos de Primo de Rive­ ra”, La Conquista del Estado 21 (10 de octubre de 1931), p. 3; 'El problema anticlerical”, Libertad 19 (19 de octubre de 1931), p. 5, tomado de 'La vida política. El problema anticlerical”, La Conquista del Estado 22 (17 de octubre de 1931), p. 1; y 'Sobre el separatismo de Cataluña”, Libertad 20 (26 de octubre de 1931), p. 2, toma­ do de 'La vida política. Más sobre el separatismo de Cataluña”, La Conquista del Es­ tado 23 (24 de octubre de 1931), p. 2, todos reproducidos en Ledesma Ramos (1986: 273, 282-283 y 292-293). Emiliano Aguado, 'Nuestra generación frente al comunis­ mo”, Libertad 17 (5 de octubre de 1931), p. 1, tomado de Emiliano Aguado, 'Nuestra generación frente al comunismo'. La Conquista del Estado 20 (3 de octubre de 1931). p. 1; o Teófilo Velasco, "La venta del trigo", Libertad 17 (5 de octubre de 1931), p. 6, tomado de forma no estrictamente literal de Teófilo Velasco, 'La venta del trigo. Por los campos castellanos”, La Conquista del Estado 20 (3 de octubre de 1931), p. 2. En Libertad 29 (28 de diciembre de 1931), p. 6: 'Parece hoy el hombre esperado, la imagen viva del caudillo que la España sana anhela, y que le sigue con la vista fi­ ja en su trayectoria triunfal, de tan amplio radio geográfico como es magnífica su vi­ sión de futuro estadista'.

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declarándose amigo de los tradicionalistas63o participando en la campaña en defensa de Juan March

No obstante, cada vez re­

sultará más perceptible la línea ideológica jonsista, aunque em­ pleando un tono menos exacerbado que el de La Conquista de! Estado. La concreción doctrinal del Libertad será una tarea fundamen­ talmente asumida -aunque no de forma exclusiva- por Onésino Redondo, autor de la larga serie de artículos "Hacia una nueva política"

El primer aniversario del semanario brindó una opor­

tunidad de oro para que perfilase el ideal nacional con el que as­ piraba a la construcción de una patria grande, señalando como sus principios56: 1.° Afirmación de España como nación una e imperial, obli­ gada por su historia y la capacidad de su cultura a ser fuerte en­ tre los demás pueblos y a cumplir el destino de comunidad espiritual con las naciones de ultramar, hijas de nuestra patria. 2.® El Estado español debe con firmeza inteligente, y con [sic] reconstruirse sobre bases tradicionales, admitiendo el va­ lor eterno de la religión de nuestros mayores como educado­ ra del pueblo e informadora de la nacionalidad, y sustituyendo el sistema liberal de Gobierno por una dictadura nacional, con el auxilio de las Cortes representativas de profesiones, munici­ pios y regiones. 3.fi Abolición oficial de las actividades sociales y políticas ba­ sadas en la teoría de la lucha de clases. Nueva estructura social y nacional de la Economía, para garantizar la digna subsistencia

53 "Justificándonos'', Libertad 51 (30 de mayo de 1932), p. 5. 54 'Cóm o está la política”, Libertad 53 (13 de junio de 1932), p. 2. 5® Reproducida en Redondo Ortega (1954-1955: I, 363-366, 379-382, 391-393, 401404, 413-416, y II, 19-21, 27-30, 35-38, 43-46 y 51-54. 55 “Mañana hace un año que Libertad empezó a publicarse. Lo que somos y lo que queremos”, Libertad 53 (13 de junio de 1932), p.1.

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de todo trabajador dentro del sindicato, y para someter todas las fuerzas productoras a los fines de engrandecimiento nacional. 4.° Reconstrucción sistemática y forzosa del suelo nacional, para corregir eficazmente la ruina forestal de España y crear desde el Estado una agricultura libre y ordenada. El intento de Onésimo Redondo por participar en la contienda electoral de 1933 le llevó a redactar un manifiesto en el que -sin mencionar a las JO N S - tenía cabida un programa social destina­ do a impedir la proletarización de las clases medias mediante un "nuevo régimen de justicia social basado en el orden sindicalista corporativo", según rezaba su insuficientemente concreta pro­ puesta, reproduciendo párrafos ya publicados anteriormente en Libertad*1: Contra el embaucamiento enchufista. Contra la explotación del hombre por el hombre. En favor de un régimen sindicalista de armonía social. En contra de la especulación político-finan­ ciera, de las utilidades absorbentes del capital anónimo, del pa­ ro obrero y campesino contemplado con indiferencia por la alta burguesía. Defendemos el salario seguro y suficiente para el decoroso sostenimiento de toda la familia. (...] Todas las fuerzas de la producción deben colaborar dirigidas hacia un fin conveniente a todos: el de la reconstrucción y la grandeza nacional. El resurgimiento de España, positivo, cierto, planeado de modo totalitario e inteligente, debe ser obra de las clases trabajadoras y de la juventud nacional. Junto con el planteamiento de algunos principios que decla­ raba inmutables -resumidos en la abolición de la Constitución-, centraba Redondo su atención en este manifiesto en la defensa

5? “Manifiesto electoral de Onésimo Redondo”, Libertad 63 (2 de noviembre de 1933), p. 3-4; reproducido en Redondo Ortega (1954-1955: II, 465-482).

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de la agricultura, concretada en la revalorización de los produc­ tos agrícolas -co n medidas tales como la tasa mínima-, la mo­ dificación de la política arancelaria -proponiendo una política de exportaciones agresiva y denunciando los acuerdos con Francia y la peculiaridad arancelaria catalana-, el fomento de nuevas producciones entonces deficitarias, la sindicación de los pro­ ductores y del crédito, la derogación de la Ley de Términos, la li­ beración de los Jurados Mixtos de toda injerencia política mediante la intervención de los magistrados de Trabajo

la re­

visión de la política social agraria y la radical rectificación de la Ley de Reforma Agraria: Somos partidarios del acceso de todo obrero agrícola a la propiedad. Queremos la transformación de todas las vegas es­ pañolas en terrenos de riego; pedimos la reconstitución de los patrimonios comunales de los municipios que deben ser consi­ derados como el capital del pobre, y reparar con ellos la obra devastadora de la desamortización liberal llevada a cabo en el pasado siglo. Por consiguiente, l a re fo rm a a g r a r ia , posible y v e rd a d e ra , es parte de nuestro programa. Por eso mismo niego la condición de 'Reforma Agraria' a la ley que lleva ese nombre, y pretendo su absoluta modificación, ya que no su derogación terminante. (...) Debe suprimirse todo lo que hay en ella de venganza políti­ ca [...]. Debe borrarse también todo lo que de colectivismo for­ zoso hay en sus inaplicables preceptos, y orientarla en cambio hacia la constitución de pequeños patrimonios familiares que pertenezcan de un modo definitivo y, en determinada medida, con cualidad de inembargables, al obrero beneficiado.

Tiempo más adelante, tal medida será reputada como claramente insuficiente en el principal periódico falangista: 'Esta lucha sigue en pie mientras no se cambie(n) las bases del sistema económico. Ni con presidentes de Magistratura, ni negando el recurso contra las resoluciones, se resolverá esta cuestión'; 'Perdiendo el tiempo. La reforma de la Ley de Jurados Mixtos', Arriba 13 (13 de junio de 1935), p. 4.

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No era ésta en modo alguno una propuesta gratuita, pues res­ pondía a las conclusiones de un previo análisis de los diferentes modelos de reforma agraria -agrupándolas en dos tipos, porque "en las reformas radicales predomina el criterio de una nueva dis­ tribución; en las reformas evolutivas, el de una mayor produc­ ción" “- y a un sincero propósito "de transformar a los obreros agrícolas en cultivadores propietarios"90 con el fin de aumentar la producción y atender a las lógicas reclamaciones de justicia social. Este interés por las cuestiones agrarias será una constante en las páginas del vallisoletano Libertad desde sus inicios. Entre las líneas ideológicas del semanario -nacionalismo hispánico, cier­ to antisemitismo y un supuesto confesionalismo- destaca lo que Jiménez Campo (1979: 131) ha denominado acertadamente po­ pulismo castellanísta. En cierto modo -nunca absoluto, desde luego-, los jonsistas vallisoletanos representan la facción rural del nacionalsindicalismo español, con concreción en la Castilla que ensalzaran los noventayochístas, cuyo campesino encarna las virtudes del nuevo español. El componente rural de este po­ pulismo se aproxima al agrarismo castellano-leonés en la medi­ da en que el semanario se presenta como portavoz de ios pequeños agricultores castellanos -"Los periódicos jonsistas son campesinos por definición"81-frente a la burguesía urbana, en la que parece personificarse el monstruo de la usura que 59 'Ante la reforma agraria', Libertad 32 (18 de enero de 1932), p. 6; 33 (25 de enero de 1932), p. 6; 34 (1 de febrero de 1932), p. 6; y 36 (15 de febrero de 1932), p. 8; disponi­ ble también en Redondo Ortega (1954-1955: 1,441-444,455-458,463-467 y 477-479). 60 'Ideas de reforma agraria", Libertad 15 (21 de septiembre de 1931), p. 6; además, en Redondo Ortega (1954-1955: I, 227-229). 'La defensa del pan", Libertad 96 (13 de agosto de 1934), p. 1; lo destacado, así en la fuente.

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devora el producto del agro. Acaso el mejor exponente de esta postura de la publicación sea su sección "Página castellana", donde abundan entremezclados soflamas castellanistas, artícu­ los técnicos y críticas a la política agrícola del régimen. Por supuesto, los aspectos agrofinancieros no escapan a la atención de los redactores de Libertad, que manejan el concep­ to de 'servidumbre del interés' que difundiera Gottfried Feder (1933) para defender el crédito agrícola62. Resulta evidente así el distanciamiento entre los postulados defendidos en el semana­ rio nacionalsindicalista y las pretensiones de no pocos agrarios, que no comprendieron el componente social del que desde un principio alardeaba Libertad: Nuestras campañas se inspiran en estas directrices: 1.° Afirmación de la pura nacionalidad hispana y de las posi­ bilidades imperiales de la raza. 2.B Revolución social para sustituir el caduco edificio liberalburgués por las nuevas formas de un corporativismo de ampli­ tud nacional. 3.9 Eliminación de las mentiras parlamentario-democráticas y del materialismo judio marxista como fundamento de civilización. Para nuestro concepto de revolución social no aniquiladora sino creadora y eminentemente positiva, la entrega de tierra a los campesinos es un postulado irrenunciable **.

Rotas las relaciones con la derecha local como consecuencia del conflicto surgido en las elecciones de 1933 -que llevó a Re­ dondo a renunciar finalmente a su candidatura-, las alusiones en Libertad a las JO N S y sus actividades serán desde entonces 62 'Granjero', 'El crédito agrícola”. Libertad 64 (20 de octubre de 1934), p. 3; 65 (27 de noviembre de 1933), p. 8; y 66 (4 de diciembre de 1933), p. 8. 63 'Ideas de reforma agraria”, Libertad 14 (14 de septiembre de 1931), p. 6; atribui­ do a Redondo Ortega (1954-1955: I, 227-229). La cursiva, así en el original.

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constantes. Se iniciará en este momento la publicación con regu­ laridad de la sección "Página obrera", encabezada por el lema na­ cionalsindicalista "Por la patria, el pan y la justicia". Sin convertirse de forma absoluta en portavoz del movimiento, la vinculación de Libertad con las JO N S se hace de esta forma totalmente evidente, comenzando a recoger instrucciones para la consolidación del movimiento jonsista o el fomento de sus actuaciones políticas, co­ mo la constitución de grupos de oposición en el seno de la U G T M. Al propio tiempo, se incrementarán las colaboraciones de ca­ rácter formativo doctrinal, anticipando acaso - y después com­ plementando- la labor que le correspondió al mensual JO N S. En este papel, incluirá Libertad varias e interesantes series de ca­ rácter económico publicadas de forma anónima -aunque posi­ blemente debidas todas a la pluma de Luis Moure Mariño-, una ofreciendo un análisis de diferentes "Correctivos al régimen del salario" -defendiendo la creación de consejos de fábrica, como ya se hiciera desde las páginas de La Conquista de! Estado *-, otra repasando distintas "Teorías sobre el Derecho de Propie­ dad"66y una tercera recogiendo "Críticas del colectivismo"67. Entrefilete en Libertad 71 {22 de enero de 1934), p. 3. “Correctivos al régimen del salario”, Libertad 66 (4 de diciembre de 1933), p. 6; y 67 (11 de diciembre de 1933), p. 6. En La Conquista de! Estado 8 (2 de mayo de 1931 y, p. 5: “Nos unimos a la petición que hace Solidaridad Obrera de que funcio­ nen en las fábricas y talleres consejos obreros. Ya hablaremos de las intervenciones que a nuestro parecer le corresponden”; reprod. en Ledesma Ramos (1986; 160). 6® Teorías sobre el Derecho de Propiedad”, Libertad 68 (18 de diciembre de 1933), p. 6; 69 (8 de enero de 1934), p. 6; y 70 (15 de enero de 1934), p. 7. Luis Moure, “Crítica del colectivismo", Libertad 71 (22 de enero de 1934), p. 7; 72 (29 de enero de 1934), p. 7; 73 (5 de febrero de 1934), p. 7; 74 (12 de febrero de 1934), p. 75 (19 de febrero de 1934), p. 7; 76 (26 de febrero de 1934), p. 7; y 77 (5 de marzo de 1934), p. 7. No todos los artículos reseñados aparecen firmados.

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El interés por reforzar sus argumentos de política económica llevó a ios redactores de Libertad a buscar algunos testimonios autorizados, que hallaron en Leopoldo Bárcena y Díaz. Este in­ geniero de minas nacido en las proximidades de Torrelavega, junto a sus indudables innovaciones de carácter técnico, se planteó ya en 1931 la resolución de los problemas sociales sur­ gidos a partir de la reconversión tecnológica que le tocó vivir, por encima de la cuestión del régimen político, sobre la base del desarrollo de las obras públicas, una política a favor del peque­ ño campesino, la creación de un parlamento de corte orgánico y la descentralización administrativa y social, programa que enca­ ja muy fácilmente con las primeras ideas al respecto de Onésimo Redondo: Por todo lo que hemos dicho necesariamente hemos de re­ sultar demasiado nacionalistas para las llamadas izquierdas y demasiado socialistas para las llamadas derechas. |... Se] ha de ir, por intermedio de los sindicatos indepen­ dientes de que ya hemos hecho mención, a formar la Segunda Unión General de Trabajadores, organismo descentralizado, cuya bandera será la española, dejando la roja para los que de­ sean un régimen donde no se reconoce al trabajador el dere­ cho a hacer del fruto de su trabajo el uso legal que quiera.

En defensa de nuestra economía nacional, el libro de Bárcena empleado en Libertad, parte de un análisis del liberalismo y es­ pecialmente del socialismo en sus facetas integral -comunis­ m o-, maximaHsta y moderado -reconociendo ya entonces la existencia de un socialismo cristiano- para adentrarse después en el planteamiento de un Estado intervencionista a partir de un órgano director que el autor denomina Fomento de la Economía Nacional. Según las palabras del propio autor, este diseño viene a coincidir con el solidarismo defendido por el jesuíta alemán

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Heinrich Pesch (1905-1923), en realidad un corporativismo cató­ lico. No debe por tanto causar sorpresa la glosa de este libro en el órgano periodístico del jonsismo vallisoletano cuando Bárcena justifica su propuesta desde posiciones que sin ninguna difi­ cultad suscribiría Redondo (Bárcena, 1932 [1978]: 19-20): Para que el lector sepa a qué atenerse, le confieso que no per­ tenezco a ningún partido político, al menos por el momento; no soy más que un católico ferviente y un amante de mi patria. Sin embargo, no tengo necesidad de acudir al punto de vis­ ta cristiano para tratar ninguna de las materias que toca este fo­ lleto. Me limito a hacerlo desde el punto de vista técnico, exclusivamente técnico: que resulta al mismo tiempo cristiano y nacional.

Por otro lado, el evidente anticomunismo de Libertad llevará a la inclusión de una breve reseña de El conflicto entre el com u­ nismo y la reforma s o c i a l obra en la que el catedrático de D e­ recho Político en la Universidad de Santiago - y vocal del Tribunal de Garantías Constitucionales durante la Segunda Re­ pública- Carlos Ruiz del Castillo argumenta contra la idea del ré­ gimen comunista como instrumento de progreso social. Editado por la Sociedad de Estudios Políticos, Sociales y Económicos que creara Ángel Ossorio y Gallardo con el propósito de difundir los posicionamientos propios de la naciente democracia cris­ tiana española, obvia este libro las tentaciones más o menos autoritarias que rondarían a su autor -colaborador habitual de Acción Española y vicepresidente segundo de la sociedad cul­ tural del mismo nombre, según Vegas Latapie (1983: 214)-, sentando las bases para la oferta de la democracia social frente a la política derivada del materialismo histórico. Las directrices 68 "La dictadura del proletariado", Libertad 65 (27 de noviembre de 1933), p. 6.

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de la Historia son para el autor la paz en la justicia y la libertad en el orden, principios subvertidos al sustituirse la moral por la economía. Todos los sistemas que propugnaban algún tipo de reforma social fueron respetuosos con la realidad moral del hombre, actitud con la que rompió el marxismo al establecer que sólo el factor económico -p o r encima de la religión, la polí­ tica, el derecho, las costumbres, los códigos y las reglas mora­ les- determina de forma sustantiva los acontecimientos humanos. En el análisis que Ruiz del Castillo realiza del materia­ lismo histórico, será la concentración capitalista la que engendre el socialismo, el régimen burgués desarrollado el que dé origen al proletariado, empujado por la miseria hacía la emancipación. Pero la política marxista, al conducir hacia la insurrección civil, ataca la base de los postulados de la misma ciencia natural que invoca: "Conferir al poder aptitudes para transformar la econo­ mía resulta opuesto al principio fundamental del marxismo: la preeminencia de lo económico, que determina lo político" (1928: 62). Los avatares del director de Libertad hicieron que el jonsismo vallisoletano contase durante un año con otra cabecera periodís­ tica en sustitución de aquélla, gubernativamente suspendida co­ mo consecuencia de la Sanjurjada de agosto de 1932. Desde Portugal, donde se refugió en forzado exilio, Redondo ordenó a sus seguidores la pronta publicación de un nuevo semanario que lo sustituyese con el nombre de Igualdad. Apresuradamente, los jonsistas proyectaron el nuevo semanario, que se imprimiría igualmente en los talleres de Afrodisio Aguado. A la búsqueda de un hombre de paja que actuase como director y de financia­ ción para el nuevo proyecto, los jonsistas encontraron al aboga­ do zamorano Juan Misol Matilla. Martínez de Bedoya -entonces

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un brillante estudiante de Derecho- actuaría como redactor-jefe de la nueva publicación, enlace a estos efectos con Onésimo Re­ dondo y verdadero animador de la revista. Al proyecto pronto se sumaron los antiguos redactores y colaboradores de Libertad, que dieron al nuevo semanario un aspecto externo muy similar al de su precedente. Poco conocemos del contenido de Igual­ dad, pero a la vista de los ejemplares que conocemos cabe de­ ducir con facilidad que en poco difiere del Libertad al que sustituyó: comentarios políticos, información deportiva y tauri­ na, noticias locales, despachos de agencia... Pese a que no se presentaba como órgano de las JO N S, Igualdad fue empleado por esta organización política en su campaña para crear una red de sindicatos presentados como profesionales, autónomos e in­ dependientes con la que pretendía hacerse un hueco ante el pre­ dominio socialista ". Junto a los ataques contra el separatismo, la masonería o el ju­ daismo -además de la acerada crítica a la clase política del régi­ m en-, formará parte del discurso del nuevo semanario la preocupación por la situación agraria y los problemas sociales, criticando como pseudorrevolucionaria la legislación en torno a la reforma agraria, el laboreo forzoso o los arrendamientos rús­ ticos70. Pero acaso el principal papel que jugó Igualdad fue el de servir de vehículo a los argumentos políticos de Onésimo Re­ dondo, quien aprovechó su retiro en el balneario portugués de 69 Emilio Gutiérrez Palma, "Desde Guipúzcoa. Sindicarse, sí; pero autónomamente". Igualdad 42 (4 de septiembre de 1933), p. 1. 7® Emilio Gutiérrez Palma, "No queremos esta organización social”. Igualdad 31 (19 de junio de 1933), p. 1. 0. Redondo Ortega, "No ha habido revolución social”, Igual­ dad 35 (3 de julio de 1933) y 36 (24 de julio de 1933), p. 6; reprod. en Redondo O r­ tega (1954-1955: 427-437).

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Curia para reflexionar reposadamente y dar forma a su personal aportación a la doctrina nacionalsindicalista. Lo hizo en una serie de artículos -"m ás bien reflexiones sobre las malformaciones su­ fridas por España" según el parecer de Mélida Monteagudo (1996: 3 5 )- en los que, tras repasar los orígenes del sistema demoliberal, planteaba los principios sobre los que debía basarse el nuevo Es­ tado Nacional, entre los que figuran: 1.° Sustitución del liberalismo filosófico por el respeto posi­ tivo del Estado y de la colectividad a las verdades cristianas, que son la fuente moral de la civilización. 2.a Eliminación dei dogma marxista de la lucha implacable de las clases, aceptando la fe activa en una justicia social que el Estado impondrá sobre la base de una conciliación obligatoria entre todos los elementos de la producción

.

4 La

r e v is ta d o c tr in a l j o n s is t a

Desaparecida La Conquista del Estado, y habida cuenta la pre­ caución con que el pinciano Libertad se movía respecto de la vin­ culación de su director con las JONS, la inquietud de Ramiro Ledesma le llevó a impulsar la publicación de una nueva revista, en este caso una publicación mensual que sacó a la calle su pri­ mer número en mayo de 1933. Mientras que su precedente en­ caja a la perfección en los límites propios de la prensa de combate, JO N S -que tal será el título de la nueva publicaciónpretenderá ajustarse a los rasgos propios de la prensa doctrinal o de pensamiento, órgano de elaboración y concreción teórica del pensamiento nacionalsindicalista y expositor de todas las facetas ideológicas del movimiento, intenciones comparables con las de otras revistas ideológicas como Leviatén para el pensamiento Igualdad (24 de abril de 1934), reproducido en Redondo Ortega (1938 [1943]: 135).

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de la extrema izquierda socialista, la Revista de Estudios Hispá­ nicos para el conservadurismo ligado a la CEDA o Acción Espa­ ñola para los monárquicos alfonsinos. De hecho, el propio Ledesma (1985: 263) afirmó haber seguido como modelo la re­ vista Bolchevismo, revista teórica del PCE que inició su breve an­ dadura también en 1932. Acaso la diferencia de JO N S con estas publicaciones se encuentre -además de en el sentido propio de su particular ideología- en que, heredera de un periódico de lu­ cha política, le faltaba capacidad para trascender más allá de las filas de la organización que le era propia, abonando difícilmente simpatías fuera de su propio ambiente. Acompañando a Ledesma Ramos -tan íntimamente ligado a la revista que ambas figuras se confunden-, en su nómina de cola­ boradores encontramos a los mesetarios Onésimo Redondo y Javier Martínez de Bedoya, que incrementaban así su participa­ ción en la prensa del movimiento nacionalsíndicalista. La sección de política internacional estuvo a cargo de José María Cordero Torres, joven ayudante de cátedra de Derecho Internacional Pú­ blico en la Universidad madrileña, con vastos conocimientos de geopolítica -una ciencia nueva por aquel entonces- que coinci­ dió con Ramiro Ledesma en el Ateneo de Madrid, donde tenía su sede la Sociedad de Estudios Internacionales y Coloniales de la que fuera secretario durante décadas (Norling, 2002: 213-216); prolífico escritor, fue un destacado miembro de la sección de Po­ lítica Exterior del Instituto de Estudios Políticos y oficial letrado del Consejo de Estado, alcanzando un sillón en la Academia de Ciencias Morales y Políticas. La firma del omnipresente Giménez Caballero reapareció en dos ocasiones en la nueva publicación nacionalsíndicalista. Francisco Bravo -p o r aquel entonces, re­ dactor jefe de La Gaceta Regional de Salamanca (López de Zuazo

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Algar, 1981: 86}-, Emiliano Aguado, Nemesio García Pérez, Félix García Blázquez -clérigo y doctor en Filosofía, amigo personal de Maeztu, según recoge Norling (2002: 181-184)- y Juan Aparicio fueron también colaboradores. Igualmente lo fueron el ideólogo del monarquismo autoritario José Félix Lequerica -autor del que se ocupa con cierto detenimiento Plata Parga (1991: 30-34)- y Jo ­ sé María de Areilza, entonces animador de la Juventud Monár­ quica bilbaína y posteriormente presidente de Renovación Española en Vizcaya, llevándole su fidelidad monárquica a seguir los pasos políticos de la alta burguesía vasca. También al pie de un texto -e n el número de agosto de 1933, cuando se estable­ cieron los primeros contactos entre las JO N S y F E - aparecerá el nombre de Alfonso García Valdecasas, aunque en realidad se tra­ tará de la transcripción de una intervención parlamentaria en la que el que fuera diputado de la Agrupación al Servicio de la Re­ pública hizo gala de su oposición al sistema liberal de los parti­ dos políticos y suspiraba por un socialismo nacional” . Pero las dos aportaciones que más llaman la atención al revisar la nómi­ na de colaboradores de JO N S son las de Santiago Montero Díaz (Norling, 2002: 107-121) -cuya firma apareció por vez primera en una revista nacionalsindicalista con motivo de una carta que en­ vió a La Conquista de! Estado cuando aún participaba de la ideo­ logía comunista, y que fue acogida con satisfacción en la redacción del semanario73- y Nicasio Álvarez de Sotomayor, quien había sido secretario de la Federación Local de Madrid de

72 Alfonso García Valdecasas. "La crítica de los partidos”. JO N S 3 (agosto de 1933), p. 114-118. 73 S. Montero Díaz, ‘ Una carta a La Conquista del Estado", La Conquista del Estado 16 (27 de junio de 1931), p. 4.

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la CNT, en cuyo seno trató de organizar un partido de técnicos y trabajadores -m ás conocido como Tec-Tra-, motivo por el cual fue expulsado de la organización sindical (íñiguez, 2001: 38). J i­ ménez Campo (1979: 253) atribuye su incorporación al jonsismo a "cierta decantación reformista, que no le hace abandonar, sin embargo, una retórica de tipo revolucionario". De hecho, el ingre­ so de Álvarez de Sotomayor en el grupo de Ledesma será fruto de los intentos de éste por atraerse a los sindicalistas frentistas de Pestaña, sobre los que escribió el propio Sotomayor en JO N S: Pero este grupo, capitaneado por Pestaña, se ha olvidado, entre otras cosas, de una de las virtudes que Rousseau, el pa­ dre del anarquismo, cantara como una de las fuentes más vita­ les y tonificantes de su estado natural. [...] Nos referimos al amor a la tierra en que se naciera: al sentido nacionalista de los grupos humanos. [...] Y por sentirme revolucionario y a la par patriota, he ingresa­ do en las JONS74. Por el propio carácter de la revista, en JO N S se tratan en prin­ cipio con relativa mayor amplitud y profundidad que en su pre­ cedente los temas doctrinales, toda vez que la información política queda reducida a algunas circulares y una breve sección -co n el epígrafe "Noticiario jonsista"- en la que se trataba de plasmar con notas de redacción casi telegráfica las escasas acti­ vidades de la organización, como los intentos por constituir en el seno de sindicatos afectos a la U G T grupos de oposición nacional-sindicalistas a comienzos de 1934” . 74 Nicasio Álvarez de Sotomayor, 'Del anarcosindicalismo al sindicalismo nacional de las JO N S ', JO N S 5 (octubre de 1933), p. 200. No deja de ser llamativo que, para justificar el nacionalsindicalismo, Sotomayor invoque el nombre de Rousseau, tan denostado por José Antonio Primo de Rivera. 75 'Noticiario jonsista", JO N S 8 (enero de 1934), p. 45.

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En cualquier caso, la revista JO N S carece de la premura a que está sometido un semanario de información y agitación políticas y por eso se entrega con mayor extensión a cuestio­ nes de vital importancia para la formación doctrinal. Sorpren­ dentemente, uno de los principales artículos de este tenor, en el que -e n oposición al sindicalismo de clase- se define el na­ cionalsindicalismo por su aceptación de la patria, aparecerá fir­ mado por el destacado activista conservador y monárquico José María Areilza, quien parece sufrir cierta confusión al su­ marse a la pasión revolucionaria de Ledesma: "El nacional-sin­ dicalismo, triunfante hoy en Italia y Alemania, y en cierto modo no integral, sino clasista, en la Rusia soviética, aparece a nues­ tros ojos enturbiados por el vaho de la catástrofe marxista im­ perante, como el único remedio que haga resurgir a nuestra patria en ruinas" n. Fiel al propósito formativo de JO N S , en los tres primeros nú­ meros de la revista se incluyó una serie dedicada a analizar crí­ ticamente el marxismo y el anarquismo 71. Si a éste último apenas se le presta atención, acaso por la dificultad derivada por la escasa rigurosidad teórica de los anarquistas, del mar­ xismo señala como fin último la formación de una sociedad sin clases diseñada según los parámetros del socialismo integral. A esta propuesta los jonsistas oponen la falsedad de premisas

José M. Areilza, “El futuro de nuestro pueblo. Nacional-Sindicalismo”, JO N S 1 (mayo de 1933), p. 7-10. El texto citado evoca un recuadro incluido en La Conquista del Estado 13 (6 de junio de 1931), p. 6, en el que se vitoreaba al mundo nuevo: ”1V¡va la Italia fascista) iViva la Rusia soviética! iViva la Germania de Hitler! IViva la Es­ paña que haremos!”. 77 B., “Marxismo y anarquismo”, JO N S 1 (mayo de 1933), pp. 31-35; JO N S 2 (junio de 1933), pp. 76-84; y JO N S 3 (agosto de 1933), pp. 119-124.

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como la necesidad de la lucha de clases y la imposibilidad de que exista un Estado que no sea órgano de opresión de una clase por otra, además del utopismo que hace imposible el ob­ jetivo final del marxismo, por otra parte no deseable por cuan­ to no haría realmente feliz a la humanidad. Finalmente, los métodos supuestamente dirigidos a la construcción de la so­ ciedad sin clases no conducen realmente a este objetivo, pues mientras el comunismo camina hacia la dictadura del proleta­ riado, la socialdemocracía por su parte hace abstracción de to­ da ¡dea revolucionaria para finalizar afianzando el dominio del capital. En el número correspondiente a octubre de 1933 -"m es bifronte de sementeras y de preparativos electorales" n- se prestó en JO N S especial atención a la cuestión agraria. Partiendo de la necesidad planteada por Souto Vilas de revalorizar la figura del campesino79, se enumerarán las bases para un programa agra­ rio jonsista, en el que -tras situar en lugar preferente la defensa del catolicismo, la exaltación de la patria y el rechazo al parla­ mentarismo- se propone la regularización de la producción y el mercado a través de una organización estatal corporativa, una legislación racional conforme con las necesidades de los terre­ nos y los cultivos y el fomento de la pequeña propiedad familiar, amén del establecimiento del salario familiar colectivo mediante la intervención supletoria de la administración -d e modo que el es­ fuerzo no recaiga de modo asfixiante en el patrono- y el aumento

'E l campesino y la política”, JO N S 5 (octubre de 1933), pp. 212-214. 79 Manuel Souto, 'Campo y ciudad. Revalorización del campesino”, JO N S 5 (octu­ bre de 1933), pp. 214-218.

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de medios para el perfeccionamiento de los conocimientos pro­ fesionales agrarios80. La construcción ideológica original -especialmente en materia de economía- no fue muy profusa o concreta, lo que tampoco sig­ nifica que resulte inexistente. Acaso lo más significativo sea el re­ pudio de los jonsistas a las fórmulas teóricas exógenas, que deriva en la crítica a "una consigna que va convirtiéndose en el asidero fácil de muchos cerebros perezosos: el Estado corporati­ vo"81. Esta denominación ha de tener un contenido propio por en­ cima de las simples directrices económicas, por cuanto "el Estado corporativo, el sindicalismo nacional, presupone una patria, un pueblo con conciencia de sus fines comunes, una disciplina en torno a un jefe y una plenitud nacional a cuyos intereses sirven las corporaciones". Esta propuesta -que en Libertad denominarán Estado nacional-corporativo antes que nacional-sindicalista- exi­ ge, de un lado la "nacionalización" de los sindicatos, esto es, su ubicación "en un plano nacional de servicio a España y a su eco­ nomía", y de otro la reordenación de las prioridades, de modo que sea "España el objeto y fin de la economía", cuyos generales in­ tereses no coinciden con los privados de los capitalistas. ¿De qué sirve, se preguntará Ledesma, una política de salarios altos acom­ pañada de una política financiera inflacionista de la que incluso podrán lucrarse los grandes capitalistas? Con todo, y como ocurriera en La Conquista de! Estado, tam­ bién en JO N S se reproducen textos de dirigentes y pensadores

80 Nemesio García Pérez, 'Agrarismo y jonsismo”, JO N S 5 (octubre de 1933), pp. 219-224. 81 Ramiro Ledesma Ramos, ”Hacia el sindicalismo nacional de las JO N S ”, JO N S 6 (noviembre de 1933), pp. 241-246; reprod. en Ledesma Ramos (1985: 146-151).

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fascistas, algunos ya publicados en el semanario de Ledesma años atrás82, lo que demuestra el legítimo interés de los redac­ tores de la revista por un pretendido fenómeno nacional y revo­ lucionario como el que pretendían protagonizar en España. En esta misma línea, se recogerán algunos trabajos de índole eco­ nómica, de los cuales acaso el menos original sea el del publi­ cista Mario Missiroli83, en el que se reproducen literalmente las líneas fundamentales del pensamiento mussoliniano previo a la constitución del definitivo régimen corporativo italiano, como la subordinación de las masas sindicales a las exigencias de la na­ ción y la liberación y potenciación del elemento capital. Pero el que resultará sin duda trascendental para la configuración de las líneas económicas del nacionalsindicalismo -acaso para el pen­ samiento económico de José Antonio Primo de Rivera- será el breve ensayo sobre la libertad económica de Ugo Spirito84, filó­ sofo seguidor de la estela de Gentile y portavoz del fascismo re­ volucionario de izquierda que durante los años centrales del

82 Adolfo Hitler, ‘ La mecánica de los viejos partidos parlamentarios*. La Conquista de! Estado 12 (30 de mayo de 1931), p. 3, y JO N S 7 (diciembre de 1933), pp. 309-315. F.T. Marinetti, 'Mas allá del comunismo”, La Conquista de! Estado 22 (17 de octubre de 1931), p. 4, y JO N S 8 (enero de 1934), pp. 26-30; este artículo fue escrito por M a ­ rinetti en diciembre de 1919. 83 Mario Missiroli, 'El Sindicalismo Nacional del Fascismo', JO N S 4 (septiembre de 1933), pp. 169-178. Fundamentalmente periodista, Missiroli capeó los bandazos de la política italiana, pasando desde posiciones cercanas a Giolitti a otras más próximas al fascismo, después de incluso haberse batido en duelo con el propio Mussolini, a cuyo régimen sobrevivió como director de los influyentes Messaggero y del Corrie­ re delta Sera (De Bernardi y Guarracino, 1998: 389). En España tuvo cierta repercu­ sión durante la Guerra Civil por la versión de su obra Lo que Italia debe a Mussolini (1937). Hugo Spirito, 'La libertad económica", JO N S 5 (octubre de 1933), pp. 225-235.

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régimen mussoliniano teorizó en torno a la economía corporati­ va (1932) a partir de una profunda crítica del liberalismo (1930)*. Recuperando la noción histórica de los conceptos de individuo, Estado, bienestar individual y social -verdaderos fundamentos de la ciencia económica-, concluye este artículo: Pero si conviene combatir el individualismo tradicional de la libre concurrencia, es menester después eliminar con no me­ nos energía todas las formas estatales que tienden a diferen­ ciarse de los individuos. Como el individuo degenera en el egoísmo, así el Estado degenera en el particularismo de clase y de los hombres dominantes [...]. Al albedrío de los individuos abandonados en la lucha egoísta se sustituye el albedrío de un Gobierno que impone un propio fin, también egoísta; y en am­ bos casos, la libertad económica es radicalmente negada. El perfeccionamiento de la vida económica no podrá existir más que en formas cada vez más unitarias, de colaboración, con la progresiva amplitud de los organismos productivos y la disci­ plina de las varias fuerzas, en el único sistema estatal. Ésta es la intuición fundamental del Estado corporativo, destinado a rea­ lizar con progresiva conciencia la compenetración e identifica­ ción absoluta de individuos y Estado, o sea de la voluntad y de la iniciativa del individuo con el fin supremo del Estado. Pese a las protestas de originalidad, en las páginas de JO N S se recogerá, bajo el título "La empresa en la economía nacionalsindicalista"80, un breve folleto del italiano Francesco Rizzi (1933)

85 Las relaciones de Spirito con las jerarquía del régimen fascista fueron polémicas, dado el escándalo que provocó su tesis de la corporación propietaria en el II Con­ vengo di studi sindacali e corporativi di Ferrara en mayo de 1932, planteamiento que Massot (1982 (1997): 104] cree reconocer en la concepción económica de José An­ tonio Primo de Rivera. Francisco Rizzi, 'La empresa en la economía nacional-sindicalista’’, JO N S 6 (no­ viembre de 1933), pp. 272-285; JO N S 7 (diciembre de 1933), pp. 321-330; y JO N S 9 (abril de 1934), pp. 69-71.

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que en realidad alude a la economía corporativa italiana. En es­ te ensayo, su autor señala como elementos constitutivos de la hacienda -sea en su forma familar, artesanal, domiciliaria o em­ presarial- el capital y el trabajo, suministrados por la colectivi­ dad. Si el capital -conjunto de medios a disposición de una empresa- es básico para la actividad empresarial, lo mismo de­ be decirse de la energía o trabajo, pues sólo la conjunción de ambos elementos da lugar a la producción, promovida y regula­ da por los empresarios, en último extremo responsables ante la sociedad. Frente a las políticas liberal y socialista "sólo nos que­ da seguir el camino de en medio: dejar a los particulares liber­ tad de obrar y de emprender, con tal de que su acción sea contenida entre ciertos límites fijados por el Estado (...]". El ca­ pital debe ser retribuido de manera tal que alimente su creci­ miento con la formación de nuevos capitales, mientras que la contribución del trabajo debe procurar la formación de indivi­ duos sociales, física y moralmente sanos. Por otro lado, la inter­ vención del Estado en la producción debe organizarse de modo tal que, "siendo el único propietario de las riquezas nacionales, y el único empresario, dé a su ciudadanos la libertad que más se asemeje a la autarquía y se aleje todo lo posible de la autono­ mía". El autor, crítico con la política corporativista del régimen italiano, propugna el reconocimiento a los sindicatos -entes autárquicos, órganos del Estado- de la capacidad de comerciar, de modo que así el Estado tendrá de verdad a su disposición los ór­ ganos aptos para sustituir la iniciativa particular cuando fuere menester. "La empresa corporativa -viene a concluir- no tiende a privar a los capitalistas, sino solamente a limitar su derecho de posesión de los bienes, obligándoles a administrarlos de mane­ ra que sirvan a los intereses generales y no particulares".

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Uno de los procedimientos empleados por la redacción de JO N S para orientar la formación ideológica de los integrantes del nuevo grupo político, que se quería impulsor del sindicalis­ mo revolucionario en España, fue la publicación de una rela­ ción bibliográfica, hoy sumamente interesante para localizar los referentes ideológicos empleados para la construcción del nacionalsindicalismo español. En una bibliografía como ésta -e n la que tienen cabida Ortega y Gasset, Unamuno, Mariana, Forner, Costa, Ganivet, Maeztu y Sorel, entre otros autores- no podía faltar alguna obra de estudio o análisis sobre el fenóme­ no fascista, que entonces estaba en boca de todos cuantos se interesaban por la política. Entre las obras propuestas figura el folleto del propio Mussolini sobre La dottrina del fascismo (1933), que reproduce el texto de la voz "Fascismo" escrito pa­ ra la Enciclopedia Italiana y que se complementa con la histo­ ria del fascismo italiano -publicada en la propia revista J O N S nfirmada por Gioacchino Volpe. También se recomendará la versión española del reportaje de Eschmann sobre el Estado fascista que se estaba construyendo en Italia (1930 [1931]), cu­ yo sistema corporativo cree este autor que no supone la defi­ nitiva superación del conflicto interclasista, sino su simple

87 Joaquín Volpe, “La nacionalización del Partido Fascista", JO N S 2 (junio de 1933), p. 87-93, y 3 (agosto de 1933), p. 125-135. Cuando la revista JO N S recomienda la lec­ tura del texto de Mussolini, Acción Española iniciaba la publicación de su primera traducción en Esparta: Benito Mussolini, "La doctrina del fascismo". Acción Españo­ la 31 (19 de junio de 1933), pp. 9-22; y 32 (1 de julio de 1933), pp. 113-125. Algunos meses m is tarde, del mismo escrito de Mussolini aparecerá una poco exacta versión autorizada por el Duce en un pequeño libro elaborado sobre la base de su edición en francés -que iba igualmente acompañado con una recopilación de normas legis­ lativas-, al que se añadía un prólogo firmado por José Antonio Primo de Rivera y un epílogo de Julio Ruiz de Alda (1934).

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constricción ante la presión del Estado, crítica que meses más tarde hará suya José Antonio Primo de Rivera. También parece muy significativo que en las páginas ó e JO N S se recomiende la lectura del programa del NSDAP, cuya difusión fue tarea fundamentalmente encomendada a Gottfried Feder, quien incluirá, junto con los veinticinco puntos programáticos y el manifiesto de 1930 sobre los campesinos y la economía rural, una exposición de los elementos doctrinales fundamentales, muy especialmente sus reflexiones en torno a la emancipación de la servidumbre del interés, su gran aportación al esfuerzo nazi por la independencia y la libertad alemanas. En su esfuerzo di­ vulgador, Feder sistematizará en las páginas de esta obra la doc­ trina nacionalsocialista en treinta y nueve puntos, en los que encontramos las propuestas de un Estado alemán único para to­ dos los alemanes, libre de las deudas tributarias que lo encade­ nan al gran capital y protector de la propiedad privada, la nacionalización de las grandes empresas, la participación gene­ ral en las ganancias obtenidas por el trabajo, y la eliminación de los judíos y los no alemanes de los puestos de responsabilidad pública, todo ello sobre la base "de un positivo cristianismo” (1927 (1932): 113)“ . 5. El

p o r ta v o z del j o n s is m o v a l e n c ia n o

Bastante menos conocidas que las hasta ahora revisadas, existieron durante la Segunda República otras publicaciones 88 Será precisamente 8 partir de estas fechas cuando la estrella de Feder comience a declinar como consecuencia de la dictada supremacía de la política sobre los prin­ cipios económicos, que dará paso en el seno del nacionalsocialismo alemán a un cierto pragmatismo que modificará sustancial mente ios elementos económicos de la revolución social inicialmente propuesta.

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nacionalsindicalistas diseminadas por la geografía española, ge­ neralmente de ámbito local y escasa duración. En este momen­ to, para nuestro propósito es preciso que prestemos cierta atención al que fuera portavoz del jonsismo valenciano, Patria Sindicalista. El movimiento nacionalsindicalista en la cuenca del Turia tie­ ne su origen en un pequeño grupo de jóvenes universitarios ca­ talizados en torno a las páginas de La Conquista del Estado por Bartolomé Beneyto, hasta que éste marchó a Madrid para cursar el Doctorado (Beneyto Pérez y Herrero Higón, 1939: 5-7 y 10-12). Durante los dos últimos meses de 1933, jonsistas y falangistas compartirán el mismo local, circunstancia en la que nacerá Pa­ tria Sindicalista, semanario inicialmente dirigido por el falangis­ ta de procedencia comunista Gaspar Bacigalupe hasta que la separación de ambos grupos semanas después situó al frente del semanario a Maximiliano Lloret” . Es indudable que Patria Sindicalista es una publicación directamente heredera de La Conquista del Estado, como demuestran los subtítulos de su ca­ becera: Semanario de lucha política. Por la patria, el pan y la justicia. Por ía conquista deí Estado. Pero no ha de perderse de vista que es una publicación coetánea de JO N S -sus escasos números aparecieron a caballo entre 1933 y 1934- y pertenece a un momento en que el nacionalsindicalismo de Ledesma Ramos va adquiriendo perfiles más asentados que en el primer instan­ te. De hecho, se reproducen en este periódico un total de dieci­ siete textos previamente publicados en la revista teórica, alguno 89 Natural de Alcadozo, en la provincia de Albacete, Maximiliano Lloret fue médico y periodista, colaborador de Actualidad, redactor de la Hoja del Lunes valenciana, y director de publicaciones tan variadas como Jaimito, SI y Deportes. (López de Zúazo Algar, 1981: 337-338).

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de los cuales se reproducirá de forma fraccionada debido a su longitud original, como ocurrió con el primero de la serie firma­ da por Francisco Rizzi, que quedará incompleto90. Una de las secciones habituales de Patria Sindicalista será "Movimiento sindical", que ocupará toda una página -esto es, una cuarta parte de cada número-, lo que indica la importancia que a priori prestaban sus redactores a tal cuestión. En ella no solamente se recogen informaciones relativas al mundo del tra­ bajo, sino que también se presta atención a la elaboración doc­ trinal. Sus columnas hacen evidente una fuerte preocupación de sus redactores por desmarcarse de posiciones capitalistas o conservadoras91, ahondando en cuestiones concretas que tanto hacen para la clarificación ideológica, como la intervención del obrero en la empresa, tanto en la fiscalización de su dirección a través de los sindicatos nacionales como en la participación de sus beneficios92. Con estos planteamientos, se vanagloria Patria Sindicalista de lo que considera acercamiento de algún líder obrero como Ángel Pestaña a la ideología jonsista, que busca y halla la fortaleza de

90 Francisco Rizzi, 'La empresa en la economía nacional-sindicalista', JO N S 6 (no­ viembre de 1933), p. 272-285, y Patria Sindicalista 3 (10 de enero de 1934), p. 4, 4 (17 de enero de 1934), p. 3, 5 (24 de enero de 1934), p. 4, y 6 (31 de enero de 1934), p. 4. En Patria Sindicalista 4 (17 de enero de 1934), p. 3: 'Nacional Sindicalismo no es un partido más al servicio del capitalismo, i Mienten quienes io dicen! El capitalismo considera a la producción desde un solo punto de vista, como sistema de enrique­ cimiento de unos cuantos. Mientras que N.S. considera a la producción como un conjunto, como una empresa común, en la que se ha de lograr, cueste lo que cues­ te, el bienestar de todos*. José M. López B., 'La intervención del obrero en la gran industria*. Patria Sindi­ calista 6 (31 de enero de 1934), p. 1.

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los sindicatos en su profesionalidad, su apoliticismo y, por su­ puesto, su sentido nacional“ . Al mismo tiempo, en sus páginas se acogerá alguna noticia del movimiento trentista que en su mo­ mento sacudió la C N T M, pero serán las organizaciones sindicales católicas -con especial presencia en la región valenciana- las que protagonicen con preferencia la información obrera del periódi­ co, descendiendo incluso a detalles más bien propios de un pe­ riódico sindical católico96. En esta línea, y ante la debilidad organizativa del jonsismo, Patria Sindicalista difundirá una norma de sindicación que dirija a sus militantes hacia los sindicatos pu­ ramente profesionales M. 6. L a INTEGRACIÓN DE JOSÉ ANTONIO EN EL MOVIMIENTO NACIONALSINDICALISTA

Inicialmente volcado en las tareas políticas para defender la me­ moria de su padre, un hombre que -según el parecer de Ledes­ m a - "no resolvió nada, que fracasó en todo, pero que tuvo la magnífica iniciativa de vocear y hacer contra todos los viejos valo­ res que aquí se adoraban como mitos"*7, pronto José Antonio Pri­ mo de Rivera se sintió impulsado a superar tan estrechos límites y 93 “Ángel Pestaña y Luis Lucia. Todos hacia el Nacional-Sindicalismo', Patria Sindi­ calista 5 (24 de enero de 1934), p. 3. 'De la CN T se han separado varios sindicatos de Barcelona', Patria Sindicalista 5 (24 de enero de 1934), p. 3. 'Movimiento sindical. Información obrera', Patria Sindicalista 4 (17 de enero de 1934), p. 3. 9® 'Orientaciones sindicalistas”, Patria Sindicalista 5 (31 de enero de 1934), p. 3. 'E l aniversario de Primo de Rivera”, La Conquista del Estado 2 (21 de marzo de 1931), p. 1; atribuido a Ledesma Ramos (1986: 71).

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plantear una oferta ideológica que reconstruyese en la España de los años treinta las ambiciones regeneracionistas. En la búsqueda de referentes se halló José Antonio con el fascismo, y en la con­ creción formal de sus aspiraciones llegaría a coincidir con el im­ pulsor del nacionalsindicalismo, Ramiro Ledesma Ramos. Los contactos entre ambos no fueron directos y personales al menos hasta la aparición de Ei Fascio, aunque se puede afirmar que el joven abogado estaba al tanto de las ideas y la marcha de los seguidores de Ledesma, quizá a través de la lectura misma del periódico, que debió conocer a través de su pasante Manuel Sarrión, quien según Aparicio (1951: 27) se adhirió al grupo de La Conquista de! Estado. La inicial coincidencia de los puntos en que se condensaba el ideario del grupo al frente del cual se si­ tuó más tarde Primo de Rivera y otros de la norma dogmática de La Conquista dei Estado señala la proximidad de pensamiento de ambos jóvenes, que les llevará -junto con otros factores- a un acercamiento de acción y a una concordancia de objetivos poco más de dos años d e s p u é s E s ta proximidad queda reflejada además con una nota publicada en La Conquista dei Estado - y reproducida en Libertad" - a raíz de las elecciones constituyen­ tes parciales en Madrid en la que se analizan los veintinueve mil 9® Borrás (1971: 279-280) concreta esta proximidad en los siguientes puntos: “2° Su­ premacía del interés de España frente a todos los intereses políticos o partidistas. 3® Exaltación del sentimiento nacional como principio uniformador de nuestra política. 4° Reconquista de la independencia económica de España. 5B Establecimiento de una disciplina civil consciente, severa y de alto espíritu patriótico”. Además, a éstos puede añadirse el primero: ‘ Unidad nacional intangible”. 99 r . Ledesma Ramos, 'Los 29.000 votos de Primo de Rivera", Libertad 18 (12 de oc­ tubre de 1931), p. 5, reprod. de 'La vida política. Los 29.000 votos de Primo de Ri­ vera', La Conquista de! Estado 21 (10 de octubre de 1931), p. 3. También en Ledesma Ramos (1986: 273).

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votos que obtuvo el hijo del Dictador, demostrándose así una cierta atención por parte de Ledesma a las actividades de éste. Ambos personajes participaron en la publicación de El Fascio en 1933, lo que podría significar una primigenia colaboración. Pese a que quepa atribuir el proyecto a Delgado Barreto, José Antonio Primo de Rivera jugó en esta aventura periodística un importante papel, mientras que los jonsistas accedieron a cola­ borar para abrirse una vía de propaganda ante el silencio a que los sometían las circunstancias, consiguiendo el compromiso de contar de manera exclusiva con dos páginas redactadas por los jonsistas (Ledesma Ramos, 1988: 106). Mediante este acuerdo, las JO N S consiguieron un periódico dentro de otro, y sólo así puede entenderse su colaboración, prácticamente en su totali­ dad dedicada a una autoentrevista a Ramiro Ledesma Ramos. Fracasada la tentativa por intervención gubernamental, en el ve­ rano de 1933 se establecieron nuevas negociaciones entre Le­ desma y Primo de Rivera por iniciativa de Areilza (1992: 42-61), otra vez infructuosas. Con los apoyos que pudo recabar, finalmente José Antonio lanzó a la arena -e n plena campaña electoral de 1933- su nueva organización política, Falange Española, a la que su memoria permanecerá ya ligada para siempre. Durante las primeras fases de su historia, entre el 7 de diciembre de 1933 y el 19 de julio de 1934, fecha en que cesó su publicación, la organización falangis­ ta contó como medio de expresión y difusión escrita con el se­ manario F.E. Será su director el mismo José Antonio, quien contará con la inestimable colaboración de Rafael Sánchez Ma­ zas, verdadero 'factótum' del semanario, responsabilizándose de la confección de sus números el joven poeta José María Alfaro. Con el domicilio establecido en la sede falangista de la madrileña

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calle de Eduardo Dato y posteriormente el palacete de Marqués de Riscal, el periódico se imprimiría en los talleres tipográficos de El Financiero, semanario -m ás tarde diario- de información eco­ nómica impulsado por el periodista José García y Cebados Teresi y que mantendrá posiciones ciertamente conservadoras pero eclécticas, liberales en lo económico y más cercanas al autorita­ rismo en lo político (Fernández Clemente, 1990: II, 91-97). Pese al tono literario de la publicación, en gran parte debido al estilo que trazó Sánchez Mazas en sus columnas y que tanto dis­ gustó a Ledesma Ramos (1988: 103), encontramos la trascen­ dencia de F.E. en que será el primer vehículo de difusión de la doctrina nacionalsíndicalista cuando la Falange la hace suya. Ya el primer número acogerá en sus páginas centrales los "Puntos iniciales" de Falange Española -atribuidos íntegramente a José Antonio (OCJA: 219-226)-, en los que, tras proclamar que "el tra­ bajo es el mejor título de dignidad civil", se propone la reorgani­ zación sindical para que sindicatos y gremios pasen "a ser órganos directos del Estado" 10°. Pero, además, se multiplicarán en sus sucesivos números entre filetes y manifiestos destinados, más que a adoctrinar a los lectores, a atraer nuevos militantes -propietarios, obreros o campesinos101- a las filas falangistas. Además, se convertirá en eco impreso de algunas intervencio­ nes parlamentarias de José Antonio Primo de Rivera, incremen­ tando aún más de esta forma el peso de su figura en el seno de la organización hasta que alcanzara la Jefatura Nacional. De és­ tas, acaso nos interesen más las dos planas completas de texto

100 'Puntos iniciales'. F.E. 1 (7 de diciembre de 1934), p. 6-7; lo destacado, asi en la fuente. 101 Véanse los entrefiletes publicados en F.E. 1 (7 de diciembre de 1933), p. 9-11.

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corrido que recogerán la intervención parlamentaria de Primo de Rivera del 6 de junio de 1934

la única oportunidad que tuvo

de referirse con cierta amplitud a la obra de la Dictadura, cum­ pliendo así en cierta forma aquel propósito que le llevara años antes sin éxito a intentar la aventura electoral (OCJA: 373-383). Sin embargo, no se limitará a una estrecha defensa de la labor de su padre, sino que convertirá ésta en una ocasión de oro pa­ ra difundir su noción de la 'revolución pendiente'. En una actitud que resultó cuando menos irreverente para más de un republi­ cano, Primo de Rivera no dudó en comparar la alegría popular y el posterior fracaso de dos fenómenos revolucionarios aparen­ temente antitéticos como los del 23 de abril de 1923 y el 14 de abril de 1931, revolucionarios ambos en cuanto que subvirtieron el orden constitucional vigente y fracasados porque no fueron capaces de realizar la tarea revolucionaria a la que se compro­ metieron. En este discurso -dolosamente obviado por sus bió­ grafos-, Primo de Rivera invitará a los socialistas a aunar las ambiciones social y nacional en un único esfuerzo, tarea a la que se entregan los falangistas: No hace mucho tiempo hablaba aquí don Fernando de los Ríos de la obra de las misiones españolas; poco después me hablaba a mí en los pasillos de la congoja con que él había se­ guido en América el rastro de los conquistadores españoles; y yo le decía a don Fernando de los Ríos: el día en que estas co­ sas que usted nos dice, el día en que esta emoción española que usted pone cuando habla con nosotros las trasladen ustedes a los sindicatos obreros, entonces ya no habrá nadie que se atre­ va a ponerse en el camino del partido socialista, [...]. El día en que el partido socialista asumiera un destino nacional, como el 102 "Discurso pronunciado por J. A. Primo de Rivera en el Parlamento el 6 de junio", F.E. 13 (5 de julio de 1934), p. 8-9.

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día en que la República, que quiere ser nacional, recogiera el contenido socialista, ese día no tendríamos que salir de nuestras casas a levantar el brazo ni a exponernos a que nos apedreen, y, a lo que es más grave, a que nos entiendan mal; el día en que eso sucediera, el día en que España recobrara la misión de es­ tas dos cosas juntas, podéis creer que la mayoría de nosotros nos reintegraríamos pacíficamente a nuestras vocaciones. Las cuestiones económicas tendrán su particular espacio en la sección "Economía y Trabajo", cuyos comentarios se centrarán en el carácter antimarxista y anticapitalista del nacionalsindica­ lismo, definiendo vagamente la suya como una "doctrina de amor que abraza al trabajo con el capital, al patrono con el obre­ ro, para el engrandecimiento de España", toda vez que conside­ ra el aspecto espiritual del hombre por encima del material. En la continuación del mismo artículo, publicado varias semanas más tarde, se definirán el capitalismo como la economía de la producción y el socialismo como la del consumo, conceptuando la propiedad privada como mero depósito público, de modo que "ningún propietario tiene derecho a abusar de lo suyo ni a em­ plear lo que tiene en perjuicio de la colectividad"103. Con el propósito de concretar algo más la propuesta, incluirá F.E. en sus páginas una serie sobre "Corporatismo"1M, en la que son constantes las referencias al fascismo italiano, pese a que "en manera alguna queremos copiar en nuestra España la organiza­ ción corporativa italiana". En cambio, la redención del agricultor que preconiza este semanario falangista sigue la senda marcada

103 -|m¡ capitalismo ni marxismo", F.E. 3 (18 de enero de 1934), p. 9; y 7 (22 de fe­ brero de 1934), p. 13. 104 "Corporatismo", F.E. 9 (8 de marzo de 1934), p. 10; 10 (12 de abril de 9134), p. 8; y 12 (26 de abril de 1934), p. 8.

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por los fascistas106, empleándose como modelo para la critica al decreto de tasa del trigo la política diseñada en la Alemania nacionalsocialista, que había dividido el mercado en varios terri­ torios con diferentes tasas, organizaba corporativamente a los molineros para favorecer la organización del mercado y se esta­ blecían garantías penales106. Este interés por la vida rural no sig­ nifica -d e todas formas- una mera exaltación como la señalada en otros periódicos nacionalsindicalistas, sino antes al contrario una preocupación por la miseria del campo español: En los pueblos se vive con menos -se nos dirá-; allí la vida es más barata, las necesidades son menores, los motivos de distracción y gastos superfluos casi nulos. A lo que habremos de contestar: No es que la vida sea más barata, sino que es más pobre; no que las necesidades sean menores, sino que las suprime un estado de miseria; no que la gente rural repela y rechace cultura, distracciones, comodida­ des y placeres, sino que se pasa sin ellos, deseándolos y la­ mentando su carencia de medios para lograrlos. Porque hay que insistir en que, en el concepto general que de la ciudadanía se tiene, la población rural ocupa un lugar in­ ferior, y esa inferioridad abarca todos los aspectos de la vida’07. La vía de lucha que los falangistas ofrecen a los aldeanos no es otra que la unión sobre las bases ideales de las antiguas co­ munidades de labradores para zafarse de la dictadura de los partidos y los bancos: "Queremos solamente que impongáis

105 "Poética terrera”, F.E. 5 (1 de febrero de 1934), p. 11: "España ha de seguir con su agricultura la senda que le han enseñado Mussolini y Hitler”. 106 'Cóm o se gobierna un pueblo. 'El pan nuestro de cada día", F.E. 1 (7 de di­ ciembre de 1933), p. 11. 107 'p 0 ||t¡ca terrera", F.E. 7 (22 de febrero de 1934), p. 12. Lo destacado, así en el original.

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aquella economía, aquella administración, aquella organización técnica y aquella idealidad patriótica y moral [...]. Demostrad que los antiguos, los invariables caballeros de España sois ya vosotros únicamente los aldeanos" 1“ Ya en sus páginas, F.E. apuntará los principales trazos con que José Antonio dibujará su pensamiento sobre la reforma agraria en 1935. Lejos de atacar el fenómeno del latifundio, se critica con vehemencia la escasez de capitales asociados a estas uni­ dades de producción, así como el asfixiante dominio de la buro­ cracia, incapaz de comprender que la verdadera solución pasa por trasladar a los campesinos desde las detestables tierras in­ fames donde están condenados a morir irremisiblemente -con reforma o sin ella- a otras cuyas posibilidades prometen10B. Mas los referentes económicos en el primer semanario falan­ gista no se limitan aquí, sino que se extienden a otros espacios. Es el caso de los comentarios publicados en torno al affaire Stavisky, del que hasta en seis ocasiones la sección "Noticiero del mundo" se ocupará de este turbio asunto'10, uno de tantos

108 "Labranza", F.E. 6 (8 de febrero de 1934), p. 10. 109 -|_a tierra. Latifundio y burocracia", ", F.E. 2 (11 de enero de 1934), p. 9. 110 “Noticiero del mundo. El folletín Stavisky y su moraleja", F.E. 3 (18 de enero de 1934), p. 5; "Noticiero del mundo. Un nuevo capítulo del folletín Stavisky", F.E. 5 (1 de febrero de 1934), p. 5; "Noticiero del mundo. El capítulo patriótico del folletín Sta­ visky', F.E. 6 (8 de febrero de 1934), p. 5; "Noticiero del mundo. La ira de Francia y el camino nuevo', F.E. 7 (22 de febrero de 1934), p. 5; 'Noticiero del mundo. El ma­ gistrado Prince o el terrorismo defensivo de la política', F.E. 8 (1 de marzo de 1934), p. 5; y 'Noticiero del mundo. El folletín Stavisky y la responsabilidad moral”, F.E. 10 (12 de abril de 1934), p. 5. Pese a no prestar especial atención a la información in­ ternacional, la trascendencia de estos sucesos fue tal que Libertad también los co­ mentó: Gilberto de la Llama G.-Lago, "Consecuencias del parlamentarismo. La lección de Francia”, Libertad 75 (19 de febrero de 1934), p. 6.

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escándalos financieros que salpicaron la Tercera República francesa, pero cuyas peculiaridades estuvieron a punto de dar al traste con aquel régimen. En diciembre de 1933 quedó al descubierto la maniobra del especulador Serge Alexandre Stavisky, quien había empujado a las autoridades municipales de Bayona a emitir una serie de bonos por valor de cerca de dos­ cientos cuarenta millones de francos sin el respaldo debido. Las oscuras relaciones de este personaje con diversas autori­ dades -algunos de ellos, conocidos francmasones-, su muer­ te en extrañas circunstancias -junto con la del también implicado Garat, teniente de alcalde de Bayona- y su origen ju­ dío ucraniano, fueron circunstancias singulares que, debida­ mente aireadas por la prensa, dieron pie a una serie de demostraciones contra la corrupción del régimen parlamenta­ rio impulsadas por las ligas nacionalistas -e n especial la Croix de Feu-, que alcanzaron su clímax en la jornada del 6 de fe­ brero de 1934, con un saldo de al menos quince muertos y centenares de heridos (Soucy, 1995: 30-31) Como no podía ser de otra forma, F.E. señalará -a la vista de aquellos sucesosel fantasma del fascismo emergente en Francia ante la general corrupción del sistema parlamentario, lo que indudablemente llevará al lector a establecer la debida correlación para el caso español, aun cuando todavía no habían estallado los casos Straperlo y Nombela. Siendo F.E. un semanario político, cuenta entre sus propósi­ tos el adoctrinamiento de los falangistas, para lo que incluye al­ gunas reseñas bibliográficas. Entre éstas, cabe señalar la que el

111 Pese al inicial éxito de los movilizados -que lograron la dimisión de Oaladier-, estos sucesos fueron acicate para la posterior formación del Front Populaire.

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propio José Antonio redactara (O C JA : 261)112 sobre unas refle­ xiones en torno a las sociedades anónimas publicadas por el ca­ tedrático Joaquín Garrigues a partir de una conferencia que pronunciara en 1931 en el Ateneo Jurídico de la Universidad Central (1933). Es conocida la admiración que el abogado Primo de Rivera profesaba por Joaquín Garrigues, de quien fue alum­ no " 3. Pero no es esto lo que explica la publicación de esta nota en el semanario falangista, sino la lectura política que de sus pá­ ginas puede realizarse, que lleva a Primo de Rivera a expresar: "Queremos que estas líneas sirvan de saludo al libro y a su au­ tor, cuya llegada se nos finge próxima, como un alegre barrun­ to". Señala Garrigues como rasgos esenciales de las primitivas sociedades anónimas primitivas -fundadas en Holanda a princi­ pios del siglo xvn sobre la bases de las compañías de Indias- la dependencia respecto del Estado y la desigualdad de derechos entre los accionistas, características que en el xix se verán mo­ dificadas mediante su regulación por disposiciones normativas

1

La reseña aparece publicada en F.E. 3 (18 de enero de 1934), p. 11.

113 Conocemos dos ejercicios presentados por José Antonio Primo de Rivera -el primero de ellos, en colaboración con Ramón Serrano Suñer- para superar la asig­ natura de Derecho Civil impartida por Garrigues en 1922 (OCJA: 5-10). Siendo el ca­ tedrático más joven de la Facultad de Derecho de esa Universidad, Garrigues asentó su maestría con la publicación del Curso de Derecho Mercantil a caballo sobre la Guerra Civil (1936-1940), alcanzando más tarde un sillón de la Real Academia de Ju ­ risprudencia y Legislación. Miembro de la Sección de Justicia del Instituto de Estu­ dios Políticos, participó en la tarea prelegislativa de la Ley de Sociedades Anónimas de 1951. Estos trabajos darían paso posteriormente a la elaboración -e n colabora­ ción con Rodrigo Ur(a- de una nueva doctrina netamente española sobre la sociedad anónima (1952-1953). Autor de más de una veintena de artículos y conferencias so­ bre esta figura, será la que comenta Primo de Rivera en las páginas de F.E. su pri­ mera monografía publicada en solitario (Bercovitz Rodríguez-Cano, 1971).

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emanadas del sistema de codificación comercial y la exaltación de la junta general de accionistas -que funciona por el principio de igualdad de derechos- al rango de órgano soberano. En cier­ to modo, la sociedad anónima reproducirá la fisonomía del es­ tado democrático, en cuanto que sus estatutos son comparables a una constitución, la junta general de accionistas y el consejo de administración actúan como los diferentes órganos del Esta­ do, cada socio se figura un ciudadano y el sistema de delibera­ ciones sociales sobre el que se basa reproduce el régimen de mayoría. A la vista de tal comparación, resulta fácil hallar en las notas fundamentales del concepto clásico de sociedad anónima algunas de las taras que los falangistas señalarán para el Estado demoliberal: su carácter capitalista, la valoración impersonal del socio - Mpor lo que tiene y no por lo que es"-, la limitación de la responsabilidad de éste y la fractura real del principio de igual­ dad de derechos en cuanto su extensión depende de la porción del capital social aportado. Partiendo de la consideración de la absoluta igualdad de derechos de todos los accionistas según los principios del régimen democrático como un absurdo eco­ nómico, en cuanto los tipos de accionistas varían según sus in­ tereses reales, Garrigues reconoce la existencia de nuevos hechos que comienzan a variar las características de la sociedad anónima. Así, el uso mercantil y la jurisprudencia empiezan a romper el principio democrático de proporcionalidad entre apor­ tación de capital y derechos sociales mediante la creación de ac­ ciones de preferencia o de acciones de voto múltiple, la asimilación del pequeño accionista al obligacionista sin determi­ nados derechos o la transferencia del derecho esencial de voto a entidades que no son propiamente accionistas, como los ban­ cos depositarios de las acciones. Tras la Gran Guerra, la sociedad

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anónima inicia el retorno a su fisonomía aristocrática primigenia merced al incremento de la tutela del Estado, director de la eco­ nomía nacional. Y serán estos cambios los que salude con satis­ facción Primo de Rivera en cuanto tienen de sintomático respecto a los nuevos vientos que corren para la fisonomía del Estado, puesto que "los mismos principios que fueron corrosivos para la sociedad mercantil serán bastantes para acabar de disol­ ver, si no se revisan resueltamente, patrias e imperios". Otro autor que encuentra espacio en el semanario de la Fa­ lange para la glosa de una de sus obras es Vicente Gay, que se­ ría sucesivamente profesor de Economía en las universidades de Santiago, Valladolid y Madrid, además de colaborador habi­ tual bajo el seudónimo de 'Luis de Valencia' en el vespertino In­ formaciones. Sus publicaciones sobre el fenómeno fascista recibieron el beneplácito y apoyo financiero tanto de la Italia fas­ cista -sobre la que escribiría Madre Roma (1935)- como del ré­ gimen nacionalsocialista alemán (Peña Sánchez, 1995: 152; Viñas, 2001: 187). Sobre este último publicaría La revolución na­ cionalsocialista (1934) del que el libro reseñado en F.E. -Q u é es el socialismo, qué es el marxismo, qué es el fascismo (1933)- es como un prólogo, igualmente fruto de su estancia en Alemania. Pretende ser un estudio comparado de las dos ideologías seña­ ladas en primer lugar para mayor gloria de una tercera, la fas­ cista. Con este fin, Gay recurre en las más de cuatrocientas páginas del texto -redactado en el mismo momento de la llega­ da de Hitler a la Cancillería del Reich- a abundantes fuentes de la teoría y el derecho políticos, a partir de los cuales establece una relación entre el socialismo no marxista y el nuevo libera­ lismo formulado con anterioridad a la Gran Guerra. En cuanto al marxismo, repasa algunos de sus hitos doctrinales como el

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cientifismo, la lucha de clases o las teorías del valor y la plus­ valía, así como el materialismo histórico -que considera esen­ cialmente fatalista- para concluir su carácter paradójicamente antisocialista. Empero, la mayor parte de la obra está dedicada al estudio de la formulación germana de la doctrina fascista. Gay señala la paridad Estado-Nación como elemento funda­ mental del Estado fascista, para el que defiende la considera­ ción democrática a partir de la representación corporativa. Las raíces de la economía fascista se hunden en el socialismo orto­ doxo, aunque no niega el carácter reaccionario -d e respuesta a una situación dada: la agonía y corrupción del Estado liberal, los avances de la democracia social y la agitación bolcheviquedel fascismo. Basándose en el pensamiento de Feder, repasa con cierto detenimiento las concepciones fundamentales del nacionalsocialismo, desde su nueva concepción del mundo hasta la política comercial o impositiva, sin perder de vista -aunque también es cierto que sin darle excesiva importanciasu componente racista. La publicación de F.E. cubrirá un hito en la historia del movi­ miento nacionalsindicalista español: la fusión en febrero de 1934 de las dos organizaciones preexistentes, las JO N S lideradas por Ledesma Ramos y Falange Española. Confluyen así en uno solo los dos proyectos políticos, algo que sin embargo no tendrá su reflejo en los referentes económicos presentes en la prensa na­ cionalsindicalista cuya publicación estaba en ese momento en curso. Esto apenas será perceptible en el caso de la revísta teó­ rica JO N S , que desapareció después de que en agosto de 1934 se publicara el último de los tres números salidos de la impren­ ta tras la fusión. En ellos, apenas econtramos como novedad la traducción de un artículo de Vasily Ivanovich Kubasov en torno

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al trabajo obligatorio,14, en el que este pensador reflexiona sobre uno de los principios de la doctrina bieoconomista que difunde (1932), declarando no venal esa porción de trabajo necesaria pa­ ra la producción. La única forma de garantizar tal inalienabilidad sera mediante la implantación del servicio obligatorio del traba­ jo bajo control estatal, a cambio de la garantía de la mayor liber­ tad posible fuera de la economía vital. Mayor importancia tendrá el artículo en que el economista Cario Emilio Ferri -cuyo interés por la teoría de las élites en economía (1925) le llevaría a ser uno de los teóricos del corporativismo fascista (1933) " 5- plantea el conflicto entre la economía política y la economía corporativa, un pequeño tratado de filosofía de la economía11$. De entre las firmas falangistas que se incorporarán a la revista, sólo Raimun­ do Fernández Cuesta atenderá a tema económico117, defendien­ do como solución a la crisis del sistema capitalista "una intervención del Estado inspirada en un criterio de armónica her­ mandad de los factores económicos [...] acompañada de una fuerte disciplina política, y de una tensión constante de ideales patrióticos", que es como se limita a caracterizar su interpreta­ ción del corporativismo.

1 Basilio-lván Kubassov, "El principio del trabajo obligatorio”, JO N S 9 (abril de 1934), p. 91-95. 115 perri fue durante varios años coeditor, junto con Pietro Vaccari, del Anuario di política estera de la Facoltá di scienze politiche en Pavía, disciplina a la que también se dedicó. En materia económica, se preocupó especialmente por la problemática retributiva (1939) y, más tarde, accionarial (1961). 116 Carlos Emilio Ferri, "La nueva ciencia y la corporación fascista”, JO N S 9 (abril de 1934), pp. 79-87, y 10 (mayo de 1934), pp. 131-133. 117 Raimundo Fernández Cuesta, "Capitalismo y corporación”, JO N S 11 (agosto de 1934), pp. 155-159.

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Por su parte, apenas unos días antes de la fusión de las JONS con el grupo liderado por Primo de Rivera, el vallisoletano Libertad hizo pública una propuesta para un nuevo Estado, definido como una dictadura popular en el que se garantizara el trabajo, primer tí­ tulo ciudadano, en un ambiente de paz y colaboración11S. Esta pro­ puesta -que incluía entre otros elementos la desaparición del parlamento de partidos, la disolución de la masonería, la abolición del separatismo y del marxismo- venía a ser el resumen en len­ guaje periodístico de un ensayo previo sobre el Estado nacionalcorporativo, denominación preferida en Libertad a la de Estado nacionalsindicalista. De sus tres características elementales, la pri­ mera será lo corporativo, idea unánimemente aceptada por todas las fuerzas políticas ajenas al viejo régimen -al margen de mati­ ces-, desde los tradicionalistas a los socialistas. El nacionalismo -entendido como "una rotunda concepción nacional de la política"será elemento imprescindible de ese nuevo Estado, en cuanto es indispensable para apremiar la cooperación de las fuerzas sociales. Por último, el Estado nacional-corporativo debe ser totalitario, es­ to es, "un Estado que impone algunos principios a todos y que considera como atribuciones propias todo lo que concurre al fin nacional que se propone", actuando contra el separatismo, reem­ plazando el parlamento de partidos por la asamblea corporativa y municipal, contando con una milicia popular y una cultura de al­ cance imperial, todo ello al servicio de ia reconstrucción nacional118. 118 «ei Estado que queremos", Libertad 73 (5 de febrero de 1934), p. 1; reiterado en Libertad 126 (18 de marzo de 1935), p. 2, y en su práctica totalidad en Libertad 82 (7 de mayo de 1934), p. 1. 119 "Todo conduce al Estado nacional-corporativo. Por encima de las derechas y las izquierdas. Descripción del Estado futuro”, Libertad 70 (15 de enero de 1934), p. 1; atribuido a Redondo Ortega (1954-1955: II, 537-540).

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La convocatoria del Primer Consejo Nacional de FE de las JO N S -cuyas sesiones coincidirán con las jornadas revoluciona­ rias de octubre de 1934- dieron a Libertad la oportunidad de di­ fundir entre sus lectores la propuesta nacionalsindicalista de política agraria 12°. Los 'Principios de una Reforma Agraria Nacio­ nal' elaborados para la ocasión no serán otros que la recons­ trucción de los patrimonios comunales mediante la expropiación sin indemnización de las porciones correspondientes de las grandes fincas detraídas en su día y la constitución en beneficio de los campesinos de nuevos patrimonios familiares inembarga­ bles. La crudeza de estas medidas se vería atenuada mediante la supresión de la incautación de las fincas de la Grandeza, el es­ tablecimiento de regímenes voluntarios de aparcería y la regu­ lación a través de organismos paritarios del acceso a la propiedad de tierras cultivadas durante quince o más años en régimen de arrendamiento o similar. La expropiación de las tie­ rras de secano sería -com o norm a- debidamente retribuida, y la parcelación de los nuevos regadíos se ajustaría a la legislación entonces vigente. En su preocupación por el mundo agrícola, Libertad no per­ manecerá al margen de la preocupación entonces existente por la deforestación del suelo peninsular, que dio pie a una ley de re­ población aprobada finalmente el 9 de octubre de 1935, aunque los avatares políticos retrasaran su aplicación hasta la posguerra (Gil-Robles, 1978 [1998]: 178-179)121. Para sensibilizar a sus lectores,

120 “Política agraria. Ponencia presentada al Consejo Nacional de las JONS. Proble­ ma social de la tierra”, Libertad 106 (29 de octubre de 1934), p. 6. 121 'Bello pero insignificante. El proyecto de repoblación forestal”, Libertad 117 (14 de enero de 1935), p. 2. Gil-Robles, No fue..., pp. 178-179.

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llegará a reproducir parcialmente un artículo de Tomás Borrás aparecido previamente en diferentes medios122, una práctica que resultará común en diferentes publicaciones nacionalsindicalistas pero que no fue habitualmente utilizada por la redacción del semanario pinciano. La preocupación por el trabajador agrícola de los nacionalsindicalistas vallisoletanos no será óbice para que la provincia castellana constituya uno de los principales nidos de organiza­ ciones sindicales falangistas no sólo en el ámbito rural, sino tam­ bién en el urbano, contradiciendo -al menos por la vía de los hechos- ese antagonismo campo-ciudad que autores como Ji­ ménez Campo (1979: 233) o Hermida Revillas (1989: 309) han se­ ñalado como uno de los ejes del discurso propio de las organizaciones fascistas. Si durante 1933 el esfuerzo jonsista se volcó en la constitución de la Federación Sindical Agraria de Tra­ bajadores del Campo, el primero constituido sería sin embargo el Sindicato de Conductores de Automóviles, embrión de la Fede­ ración Sindical de Trabajadores de la Ciudad123. Los nuevos sin­ dicatos autónomos -distintos de los sindicatos profesionales que animara Gutiérrez Palma en 1933 y a los que él mismo acusaría de amarillismo al ser penetrados por "burgueses y vividores" 124~ 122 Tomás Borrás, “La España sin montes”, Libertad 88 (18 de junio de 1934), p. 8. En esta ocasión, se cita como fuente el diario madrileño ABC, aunque por la proxi­ midad de las fechas nos inclinamos a pensar que fue tomado del vespertino Infor­ maciones: Tomás Borrás, "Stilogramas. España sin bosques', ABC (Madrid) (28 de diciembre de 1933), pp. 6-7, e Informaciones (Madrid) (16 de junio de 1934), p. 6. 123 Gutiérrez Palma (s.f.: 20-23). 'Las Federaciones (de) Sindicatos de Trabajadores del Campo y de la Ciudad", Libertad 69 (8 de enero de 1934), p. 3. 124 Emilio Gutiérrez Palma, 'La verdad escueta. Hay que limpiar las organizaciones obreras de burgueses y vividores. En defensa propia', Libertad 88 (18 de junio de 1934), p. 3; 'Los Sindicatos Profesionales”, Libertad 90 (2 de julio de 1934), p. 3.

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fueron creciendo desde la fusión jonsista con Falange hasta agosto de 1934, momento en que articularon en Valladolid la CONS (Gutiérrez Palma, s.f.: 35-36). No obstante, debemos re­ conocer que caben muchas matizaciones en el esfuerzo sindical agrario planteado por los nacionalsindicalistas en Castilla. Junto a la propuesta de un movimiento sindical de carácter reivindícativo, las páginas de Libertad acogen con generosidad el diseño de un sindicalismo meramente cooperativo para los productores de trigo, con el propósito de fomentar la articulación del crédito agrícola en torno a las paneras sindicales. Con ellas, los pro­ ductores podrían hacer frente a las exigencias bancarías de ga­ rantías contra el crédito mediante la responsabilidad solidaria ilimitada y el depósito cooperativo de frutos, pudiéndose a la vez regular la comercialización del grano a lo largo de toda la cam­ paña y no sólo en el momento de la cosecha, circunstancia que evidentemente abarata los precios en perjuicio del agricultor No obstante, el esfuerzo iniciado en este sentido no estuvo so­ metido al ámbito del movimiento nacionalsindicalista, como se desprende de la lectura misma de las páginas de Libertad. De una parte, el Gobierno aprobó el 2 de agosto de 1934 un decre­ to destinado a fomentar la constitución de paneras sindicales, mientras que la denominada Unión Castellana de Sindicatos Tri­ gueros creada al efecto126 inició entonces su campaña de crea­ ción de las citadas paneras, para lo que contó con la experiencia 125 'Q ranjero', "El crédito agrícola y las paneras sindicales”, Libertad 88 (18 de junio de 1934), p. 8; 89 (25 de junio de 1934), p. 8; 91 (9 de julio de 1934), p. 8; 92 (16 de julio de 1934), p. 6; 93 (23 de julio de 1934), p. 6; y 95 (6 de agosto de 1934), p. 6. 12® 'Importante asamblea triguera', Libertad 94 (30 de julio de 1934), p. 6; 'Una reu­ nión. Se constituye en Valladolid el sindicato triguero', Libertad 95 (6 de agosto de 1934).

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de la Federación de Sindicatos Católico-Agrarios de Villalón y el apoyo del Sindicato de Cultivadores de Remolacha de Casti­ lla la Vieja, del que -n o lo olvidemos- era secretario Onésimo Redondo127. 7. E l

f a l a n g is m o c a c e r e ñ o

Aparte de las más conocidas ya citadas, hubo otra cabecera periodística que vivió la experiencia de la creación de FE de las JO NS. En los talleres tipográficos del diario Extremadura de Cáceres -entonces sometido a la A C N P - comenzó a publicarse el primer día de junio de 1933 el semanario Decimos... bajo la di­ rección de Francisco Maderal Antón, sobrino del prestigioso pe­ riodista local y upetista Narciso Maderal Vaquero. Era su propietario Alfonso Bardají Buitrago, abogado del Estado exce­ dente de su puesto en la Delegación de Hacienda, que en aquel momento se dedicaba a tareas agropecuarias, presidiendo en­ tonces la Asociación de Propietarios Rurales de los partidos de Trujillo y Logrosán (Pulido Cordero y Nogales Flores, 1989: 97; Sellers de Paz, 1991: 287-292). Será a su nombre al que perma­ nezca ligado Decimos... durante su año largo de existencia, una empresa personal puesta al servicio de una causa. En sus inicios, fue Decimos... un simple semanario político1W, aunque con una carga ideológica de evidente tono conservador. Sin ningún tipo de complejo, este periódico se declara desde el ^27 "Hacia la organización de paneras sindicales', Libertad 91 (9 de julio de 1934), p. 8; y 'Hacia la creación de paneras sindicales', Libertad 97 (20 de agosto de 1934), p. 6. 128 Así se subtitulará en esta su primera etapa: Semanario político de la provincia de Cáceres.

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primer momento antimarxista, al tiempo que reclama la unidad de acción contra el socialismo. Pero el componente ideológico más trascendente en este primer momento de la vida de la pu­ blicación será el ideario católico, que tendrá como principal vo­ cero al párroco de San Mateo, Santiago Gaspar Gil, oculto tras el seudónimo 'Extremeñófilo' (Sellers de Paz, 1991: 288). Este catolicismo, que se quiere militante, llevará a los redactores del semanario a oponerse frontalmente al socialismo desde las po­ siciones oficiales de la Iglesia Los socialistas pretenden estatificar todos los medios de pro­ ducción. La Iglesia, por boca de sus Pontífices, dice que “el de­ recho de propiedad privada fue otorgado por la naturaleza, o sea, por el mismo Creador, a los hombres”. Los socialistas proclaman la lucha de clases para conseguir su desaparición y que todos los ciudadanos tengan los mismos derechos y obligaciones. León XIII, en su Encíclica Rerum Novarum dice que “hay que partir del orden existente que es in­ mutable, ya que en la sociedad civil, una ecuación de alto y bajo, de rico y pobre, en modo alguno se puede efectuar. Siempre seguirán impresas en la humanidad las mayores y más profun­ das desigualdades: Desiguales son las disposiciones persona­ les, la aplicación, la salud, las fuerzas y ahí necesariamente la desigualdad en la disposición social y en la propiedad”. Durante los meses centrales de 1933, el semanario se conso­ lidará con la publicación de varias colaboraciones fijas, algunas sustentadas en el contrato con una agencia de prensa. Será el tiempo en que, sin que se exprese renuncia alguna al catolicis­ mo político -aún aparecerán algunos artículos de tal tenor13°-,

129 ‘ Socialismo y catolicismo", Decimos... 3 (8 de junio de 1933), p. 3. 1^0 v.C., “Laicismo", Decimos... 21 (19 de octubre de 1933), p. 2; y 24 (9 de no­ viembre de 1933), p. 2.

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éste ceda terreno a un vago regeneracionismo en el que la re­ dacción buscará los elementos precisos para la reconstrucción de su ideal nacional: MSe necesita predicar: 'Pan y catecismo' o 'Escuela y despensa'. Elíjase cualquiera de las dos banderas"131. En este período, claramente Decimos... se vierte al agrarismo de los propietarios cacereños, en consonancia con la ocupación de su propietario. Esta tendencia, que no tiene nada que ver con el ruralismo patente en Libertad, se manifiesta en las páginas del semanario cacereño de dos formas diversas. Por una parte, se incluye información sobre disposiciones legales y administrati­ vas de supuesto interés para el lector, generalmente bajo el co­ mún epígrafe "Interesa a los...", o al menos insertando relación de estas disposiciones aparecidas en la Gaceta de Madrid o el Boletín Oficial de la Provincia. Por otro lado, se ofrece amplia in­ formación sobre la vida de las diferentes asociaciones de pro­ pietarios rurales de la provincia y aun de ámbito nacional. De esta manera, Decimos... pasará entonces a actuar como porta­ voz oficioso de estos propietarios, que encontrarán en sus co­ lumnas no pocas críticas a la reforma agraria y sus medidas complementarias132: Todos los males de que adolece la reforma agraria -copia de patrones extranjeros, desconocimiento de la vida rural, burocra­ tismo exagerado-, los encontramos agravados en las comuni­ dades campesinas. El socialismo no olvida su ideario y pretende relegar a segundo término la explotación privada, para conceder 131 “De jueves a jueves. El camino del deber*, Decimos... 6 (6 de julio de 1933), p. 1. Puede decirse que el semanario optó por la segunda bandera. 132 Alfonso Bardají, 'Comunidades de campesinos”, Decimos... 17 (21 de septiem­ bre de 1933), p. 3. Para la crítica a otras disposiciones en materia agrícola y social, véase por ejemplo Arnaldo, 'Eutrapelias. Alojamientos forzosos', Decimos... 10 (3 de agosto de 1933), p. 3.

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lugar preferente a la colectiva; y llevará la reforma agraria al fra­ caso, porque olvida que la materia prima sobre la que está ope­ rando el campesino español no quiere saber de comunidades y las pocas veces que se asocia con algún compañero para una explotación en común, acaba por tirarle los trastos a la cabeza. (...] ¿Hay alguien que crea que esto es lo que va a redimir a los campesinos? Pero no son estos los únicos referentes agrarios presentes en las páginas de Decimos... durante las últimas semanas del pri­ mer bienio republicano. Sin informaciones de carácter técnico, resulta difícil encontrar noticias o sucesos relativos al ámbito ru­ ral m, pero poco a poco se encontrarán referencias pertenecien­ tes a la esfera de la política partidista, quizás por la contienda electoral que se adivinaba próxima. En este sentido, las primeras aludirán al mitin organizado por el Partido Regional Agrario de Plasencia en Hervás el 24 de septiembre de 1933, en el que hi­ cieron uso de la palabra el delegado de Acción Popular y direc­ tor del placentino El Faro de Extremadura Joaquín García del Val, el secretario general de la CEDA Federico Salmón y el diputado Antonio Royo Villanova 134. Convocadas las elecciones, Deci­ mos... ofrecerá sus páginas a la candidatura antimarxista, com­ puesta por radicales y católicos agrarios, e inserta publicidad del mitin celebrado en Cáceres el 10 de noviembre, en el que inter­ vino José María Gil Robles1X. Pero, en realidad, se trata de una maniobra de apoyo circunstancial encaminado simplemente a 133 'Urge el remedio. Hay que evitar que continúen los incendios en el campo*. De­ cimos... 10 (3 de agosto de 1933), p. 1. 134 “En Hervás. Un mitin del Partido Regional Agrario de Plasencia", Decimos... 16 (14 de septiembre de 1933), p. 1; "El agrarismo de Plasencia. Gran expectación ante el acto de Hervás", Decimos... 17 (21 de septiembre de 1933), p. 2. 135 En Decimos... 24 (9 de noviembre de 1933), p. 1.

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impedir el triunfo de la izquierda13S. Efectivamente, aunque una lectura superficial de sus páginas pudiera hacernos creer que nos encontramos ante un medio de prensa católico-agrario, lo cierto es que no es así. En realidad, en estas fechas Decimos... se encuentra en fase de definición ideológica, buscando su lugar entre el conservadurismo autoritario, el derechismo radical y la tentación fascista. Así, antes de incluir artículos de José María Pemán -cuyo nombre estuvo muy ligado a la Unión Patriótica, y que en Decimos... verá publicada en un par de ocasiones su co­ lumna "Cosas de Pemán"137- , se publicará un breve de José Cal­ vo Sotelo negando la existencia de una política económica o un artículo alabando la obra de Eugenio Vegas Latapie -secretario de Renovación Española- Catolicismo y República13e. Después de su basculación desde el socialcatolicismo hacia el agrarismo, Decimos... descubrirá el fenómeno fascista, co­ mo lo hicieron otras muchas publicaciones. Lentamente, los re­ ferentes fascistas irán haciéndose con un lugar en las páginas de la revista, aunque de forma sosegada -aparentemente refle­ xiva pero persistente-, calando en la publicación de manera ca­ si imperceptible. Su principal punto de apoyo será el componente antimarxista del fascismo, elemento sobre el que

136 “Editorial. Decimos...', Decimos... 21 (19 de octubre de 1933), p. 1. En Decimos... 24 (9 de noviembre de 1933), p. 2, se publica el siguiente suelto: 'Derrotar a los so­ cialistas y a los radical socialistas debe constituir un timbre de honor para la ciuda­ danía de la provincia de Cáceres. •Pero esto sólo se consigue votando (ntegramente, con disciplina, la candidatura radical-agraria'. "137 José María Pemán, 'A l pan, pan, y al vino, vino', Decimos... 10 (3 de agosto de 1933), p. 2; 'Aristocracias e imperios', Decimos... 11 (10 de agosto de 1933), p. 3. 138 Calvo Sotelo, 'Esta es la obra'. Decimos... 6 (6 de julio de 1933), p. 1. D.P.R., 'Agradeciendo un envío', Decimos... 20 (12 de octubre de 1933).

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pívotarán las alusiones a los logros de los regímenes fascistas y su soporte doctrinal corporativista. Las comparaciones entre los beneficios políticos y sociales de sus respectivos regímenes en Rusia, Alemania e Italia, decantándose por este último caso, serán inevitables13#. Abierto el período electoral, Decimos... no se limitará al prag­ matismo de la defensa de la candidatura radical agraria frente a republicanos y socialistas, sino que también prestará atención a dos actos propagandísticos que resultarán trascendentales para la configuración del movimiento nacionalsindicalista. El primero de ellos será el mitin organizado por las JO N S en el Gran Teatro de la ciudad, en el que intervinieron Francisco Guillén Salaya, Jo* sé Olalla, Nicasio Álvarez de Sotomayor y Ramiro Ledesma Ra­ mos (Guillén Salaya, 1938: 107-117), aunque no informara de su desarrollo -com o tampoco lo hiciera del realizado en esas mis­ mas fechas por Derecha Regional Agraria- supuestamente por exceso de original y falta de espacio 14°. El otro acto público al que aludíamos no será sino el de afirmación nacional celebrado en el madrileño Teatro de la Comedia el 29 de octubre, considerado en sus columnas como el "primer y grandioso mitin fascista espa­ ñol" 141. Es evidente que aquel mitin impactó sobremanera a los redactores de Decimos..., de modo que a partir de ese momento el semanario cacereño se pondrá de forma terminante al servicio

1^9 Arnaldo, “Socialismo y corporativismo", Decimos... 20 (12 de octubre de 1933), p. 2. 140 “propaganda electoral. Mañana se celebrará un mitin nacional sindicalista'’, De­ cimos... 24 (9 de noviembre de 1933), p. 2; suelto en Decimos... 25 (16 de noviem­ bre de 1933), p. 3. 141 «Dei mitin de la Comedia. Impresiones de un fascista", Decimos... 23 (2 de no­ viembre de 1933), p. 1.

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de la naciente Falange Española, aunque no sea hasta febrero de 1934 cuando Decimos... pase a denominarse en su subtítulo Órgano de F E en Ia provincia de Cáceres. Esto ocurrirá pocas fe­ chas antes de la fusión con las JO N S , lo que no quedará refleja­ do en su cabecera hasta el número de 22 de marzo de 1934 -días después del acto de proclamación en Valladolid-, en que pasará a subtitularse Órgano de FE de las JO N S en la provincia de Céceres.

8. Los PERIÓDICOS DE FE DE LAS JO N S Si La Conquista del Estado, JO N S , F.E. o Decimos... son ca­ beceras que representan las diferentes líneas que en un mo­ mento determinado confluyeron para dar forma al movimiento nacionalsindicalista, Arriba será su periódico por excelencia. Con gran modestia de medios nacerá el 21 de mayo de 1935 es­ te nuevo semanario, heredero directo del primer periódico fa­ langista en el que es palpable la necesaria maduración del modelo periodístico de José Antonio, lo que hace de Arriba una publicación más combativa. De su nómina de redactores y cola­ boradores, algunos nombres permanecerán ligados al mundo del periodismo, bien porque Arriba acogió sus juveniles inquie­ tudes, bien porque pusieron sus conocimientos profesionales al servicio de la causa nacionalsindicalista. Este último será el caso de Emilio Alvargonzález, militar retirado y colaborador entonces del gijonés El Comercio, o Federico González Navarro, en aquel tiempo redactor de Informaciones, acaso más conocido en de­ terminados ambientes poéticos y falangistas como 'Federico de Urrutia' (López de Zuazo Algar, 1981: 257). Alumno entonces de la Escuela de Periodismo de El Debate será el antiguo boxeador

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y torero ya entonces retirado Saturio Torón Goyena, muerto el 1 de enero de 1937 como capitán de las fuerzas republicanas en el frente de Somosierra (López de Zuazo Algar, 1981: 610; Urrutia: 78-79). En cambio, entre aquellos que se iniciaron en la pro­ fesión desde las páginas de Arriba podemos señalar a José Antonio Giménez-Arnau Gran -q u e más adelante sería director de los vascos Unidad de San Sebastián y Hierro de Bilbao, así como del sevillano F.E., alcanzando después cierto renombre li­ terario como autor de novelas y piezas teatrales- y a José Luis Gómez Tello, entonces estudiante de Filosofía -después de ha­ berlo sido sin éxito de Derecho y Medicina- que obtuvo el nú­ mero uno en el Curso de Profesionales de Periodismo organizado en la más inmediata posguerra por Juan Aparicio, llegando a ser subdirector del diario Arriba (López de Zuazo Al­ gar, 1981: 239 y 249). Pero, al margen de la abundancia de co­ laboraciones

y

de

las tareas

más

o

menos

técnicas

encomendadas a militantes falangistas, Arriba es obra de cua­ tro autores que vendrían a conformar un consejo de redacción sui generis: el jefe nacional de FE de las JO N S, quien se hizo cargo de la sección de información nacional; el consejero na­ cional del partido Rafael Sánchez Mazas, al que se le asignaron las consigas de norma y estilo; el diplomático Felipe Ximénez de Sandovai, que se ocuparía lógicamente de la "política inter­ nacional"; y el obrero tipógrafo Manuel Mateo Mateo, respon­ sabilizado de la sección sindical como dirigente que era de la CONS (Ximénez de Sandovai, 1941 [1976J: 266). Como no podía ser de otra forma, su sección "Sindicalismo nacional" -en el primer número se denominó más restringidamente "Central obrera"- prestará atención a las organizaciones sindicales más importantes existentes en la España del momento

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mediante un amplio reportaje seriado sobre los sindicatos obre­ ros de talante revolucionario, con el que se pretendía responder a la pregunta "¿Adónde va el movimiento sindical obrero?". En su • primera parte atendería a la socialista U G T y en la segunda a la CGTU, de inspiración comunista14í. Finalmente, la serie se cerra­ rá con un análisis de la admirada CNT, que "mientras fue una or­ ganización sindical sin sugerencias anarquistas o ingerencias [sic] atenuadas, era la esperanza del proletariado revolucionario"143. Bajo el epígrafe "Mosaico de noticias breves" se informará -con un evidente tono crítico- sobre diferentes actitudes o activida­ des de las distintas organizaciones sindicales, incluidas las cató­ licas, cuya internacional se comparará con las obreras de otro signo144. Acusará el semanario falangista a los sindicatos católi­ cos de ver en los males de la clase obrera sólo causas morales, una visión en el fondo tan parcial como la de las organizaciones marxistas, que únicamente encuentran motivos económicos146. Tampoco los sindicatos profesionales -la gran obsesión de Ma­ teo, aquellos que no se declaraban confesionales pese a ser aus­ piciados desde instancias eclesiales- se librarán de las críticas en Arriba: "No nos cansaremos de repetirlo: el apoliticismo es el arma que quiere emplear el capitalismo para atraerse a las cla­ ses trabajadoras y volverlas a explotar, como en otros tiempos

142 «¿Adónde va el movimiento sindical obrero?", Arriba 3 (4 de abril de 1935), p. 5; Arriba 5 (18 de abril de 1935), p. 5; y Arriba 6 (25 de abril de 1935), p. 5. 143 "¿Adónde va el movimiento sindical obrero?", Arriba 7 (2 de mayo de 1935), p. 5. 144 «Mosaico de noticias breves. Son muchas internacionales”. Arriba 3 (4 de abril de 1935), p. 5. ^45 "Mosaico de noticias breves. Sindicalismo católico”. Arriba 11 (30 de mayo de 1935), p. 5. Sobre el movimiento obrero católico en España en este momento, Benavides (1973: 641-668).

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ominosos"14#. La virtualidad del programa social de la CEDA se­ rá también objeto de agrios comentarios, como de crítica lo fue­ ra la figura del diputado populista y dirigente de Acción Obrerista Dimas Madariaga147. Sin embargo, el enfrentamiento entre los nacionalsindicalistas y los libres no hallará eco en las páginas de Arriba pese a ser acaso aún más virulento (Winston, 1989: 292-293 y 299-303). Aunque el antimarxismo de la CO N S y su oposición al anarquismo ¡lustre las continuas refe­ rencias de estas páginas de Arriba a las organizaciones obre­ ras revolucionarias, su actitud ante las organizaciones sindicales antimarxistas quizá sea de más difícil explicación. El motivo quizá pueda hallarse en las evidentes diferencias ideo­ lógicas, pero tampoco será ajena al caso la retirada de la sub­ vención otorgada durante 1934 para la creación de la C O N S por Renovación Española, que buscó ya en 1935 sus aliados obreristas en otros ámbitos. En todo caso, los sindicatos falan­ gistas no se integrarían en el Frente Nacional del Trabajo cons­ tituido ese mismo año ni, lógicamente, en la posterior Confederación Española de Sindicatos Obreros -e n la que fi­ nalmente confluyeron católicos y profesionales (Elorza, 1973)-, decisión que Arriba justificaría por las cortas miras del proyec­ to, su pretendido apoliticismo, su sometimiento a determina­ das influencias y su "sentido colaboracionista a todo trance",

146 «vida sindical. Una demostración palpable del falso apoliticismo de los sindica­ tos profesionales”, Arriba 12 (6 de junio de 1935), p. 5. Véanse también “¿Apolíti­ cos?", Arriba 1 (21 de marzo de 1935), p. 5, y 'Mosaico de noticias breves. El apoliticismo de algunos sindicatos'. Arriba 19 (16 de mayo de 1935), p. 5. 147 «¿Dónde está el programa social que, según afirma El Debate, la CEDA está po­ niendo en práctica?”, Arriba 20 (21 de noviembre de 1935), p. 6; 'Mosaico de noti­ cias breves'. Arriba 3 (4 de abril de 1935), p. 5.

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su amarillismo en suma14B. Tal actitud parece contrastar con otra que, sin embargo, ya encontramos en otras publicaciones naciónalsindicalistas: el intento por atraerse a las masas encuadradas en la CN T, de cuya descomposición por efectos del federalismo anarquista de la FAI se dolían los falangistas14#, quienes reclama­ rán de los cenetistas su incorporación al movimiento nacionalsindicalista tras la decisión de la C N T de apoyar electoralmente a los represores "de Casas Viejas y de Arnedo y del Llobregat"16°. Más allá de la critica a los diferentes movimientos sindicales, Arriba atendió las experiencias corporativistas puestas en mar­ cha en diferentes países. Para ello publicó un amplísimo repor­ taje seriado que -bajo

el común epígrafe "El régimen

corporativo en Europa"- repasaba la evolución de las ideas cor­ porativistas de la relación del trabajo y la ordenación económica en la Alemania nacionalsocialista16\ el movimiento obrero britá­ nico 162 y el peculiar sistema sindical norteamericano163. Estaba previsto incluir en esta serie artículos sobre el régimen fascista italiano y el Portugal salazarista, pero finalmente no llegaron a "Hablemos claro. Qué es y a qué aspira el congreso unitario antimarxista", Arri­ ba 24 (19 de diciembre de 1935), p. 3. Guillón Salaya (1941: 63). 149 «Cada día es mayor la descomposición de la CNT", Arriba 19 (14 de noviembre de 1935), p. 3. 150 "Obrero de la CNT". Arriba 29 (23 de febrero de 1936), p. 4. 151 "El régimen corporativo en Europa. El corporativismo hitleriano". Arriba 16 (4 de julio de 1935), p. 3; Arriba 19 (14 de noviembre de 1935), p. 3; y Arriba 22 (5 de di­ ciembre de 1935), p. 3. 152 *ei movimiento obrero inglés y la idea corporativa", Arriba 23 (12 de diciembre de 1935), p. 4; Arriba 24 (19 de diciembre de 1935), p. 4; Arriba 26 (2 de enero de 1936), 2; y Arriba 27 (9 de enero de 1936), p. 3. 153 >ei movimiento obrero mundial. Estados Unidos", Arriba 28 (16 de enero de 1936), p. 4.

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publicarse. Con todo, esta curiosidad no implica aceptación acrítica de los modelos de relación laboral analizados, toda vez que Arriba denunciará la política de armonización de trabajo como "ostensiblemente fracasada. (...) La clave está en la transforma­ ción del sistema económico"1M. Desde luego, el trabajador a quien se dirigen estos comenta­ rios y reportajes de carácter sindical es preferentemente indus­ trial, aunque el relativo éxito de la CONS se centre en el sector de servicios -empleados municipales, hostelería, transporte.. sin olvidar al menos la vertiente agraria, proclamándose sin ambages: "La tierra para el que la trabaja"165. Las medidas agra­ rias que la Falange propondrá en los últimos meses de 1935 quedarán recogidas en una hoja volandera reproducida en Arri­ ba 1M, cuya redacción se atribuye a José Antonio Primo de Ri­ vera (O C JA : 781-783). En ella se indicará como imperiosa la necesidad de enriquecer el campo mediante la organización de un verdadero crédito agrícola, la difusión de la enseñanza pro­ fesional, la ordenación de las tierras, una enérgica protección arancelaria de los productos agrícolas y la aceleración de las obras hidráulicas. Consideradas estas medidas insuficientes, será necesario llevar a cabo una verdadera revolución nacional agraria, "el traslado de masas enteras, hambrientas de siglos, agotadas de arañar tierras míseras, a los anchos feraces", aunque para eso sea preciso imponer "a los que tienen grandes tierras el

154 "Perdiendo el tiempo. La reforma de la Ley de Jurados Mixtos”, Arriba 13 (13 de junio de 1935), p. 4. 155 Alvaro Cruzat, 'La tierra para el que la trabaja”, Arriba 11 (30 de mayo de 1935), p. 5. 'Hojas de la Falange. Labradores', Arriba 18 (7 de noviembre de 1935), p. 4.

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sacrificio de entregar a los campesinos la parte que haga falta" aun sin indemnización. Sin duda alguna ligada a esta propuesta agraria, el principal portavoz falangista clamará por una política revolucionaria de re­ población forestal que devuelva al monte las tierras sin rendi­ miento agrario. Acaso sorprendentemente, junto a estos argumentos empleará otros que se nos antojan acordes con el moderno ecologismo, que se hacen compatibles con las habi­ tuales inquietudes españolistas: "De cualquier manera, sin con­ templaciones, contra cualquier derecho, para hacer de nuestra patria un lugar habitable en el mundo, lárbolesl iárboles para España!"167. El problema del paro merecerá al menos una mención en las páginas de Arriba1S8, que también se ocupará de otras cuestio­ nes socio-económicas. La nacionalización de la banca es apun­ tada ya en el primer número como una tarea urgente1M: Mientras las grandes entidades bancarias cierran sus ejerci­ cios con crecidos beneficios, la modesta industria, el modesto comerciante se arruinan entre otras razones, por carecer de crédito, i Hay que acabar con el monstruo del gran capitalismo financiero! La economía nacional no puede estar a merced de especuladores y gentes sin entrañas. Urge, llegando a la raíz, poner el crédito al servicio de las necesidades nacionales, res­ catándolo de la oligarquía intemacionalista. En la misma línea, los redactores considerarían que debía po­ nerse fin a la presencia cada vez más importante de compañías

En Arriba 15 (27 de junio de 1935), p. 1. “El paro obrero”. Arriba 3 (4 de abril de 1935), p. 4. 159 "Tarea urgente”. Arriba 1 (21 de marzo de 1935), p. 1.

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con capital preferentemente extranjero, algunas de ellas tan co­ nocidas como Nestlé o SEPU, acusándose a esta última de prác­ ticas abusivas para con sus empleados1#0. Esta enumeración de los referentes económicos en Arriba puede cerrarse con la transcripción de la conferencia que en su día pronunciara Raimundo Fernández Cuesta sobre economía, trabajo y lucha de clases, reproducida poco después de manera anónima y sólo con ligeros retoques estilísticos de tipo menor (1935)16'. En ella, el secretario de FE de las JO N S criticará el ca­ pitalismo y el liberalismo económico, el socialismo y hasta el sindicalismo revolucionario de Sorel y Lagardelle. Se permitirá incluso denostar el Estado corporativo italiano, toda vez que "lo que en esta país llaman corporación, en realidad no es otra co­ sa que un inmenso jurado mixto, o comité paritario", incapaz de fundir capital y trabajo en una síntesis superior. Por lo tanto, considerará precisa la construcción de un nuevo orden en el que la economía quede subordinada a la moral. "Debemos for­ mar sindicatos verticales y nacionales. Es decir, que en lugar de ser exclusivamente de obreros o de patronos, inspirados tan só­ lo en un interés de clase, lo estén por la igualdad de interés en su producción [...] Y sindicatos que devuelvan su espíritu de lu­ cha e incluso de rebeldía dentro del ámbito de los intereses de la nación". Proclamados enemigos del capitalismo financiero, los falangistas defenderán la propiedad privada y la igualdad de 160 *i_a protección que se dispensa a la Industria y Comercio nacional', Arriba 2 (28 de marzo de 1935), p. 5; 'La invasión financiera'. Arriba 3 (4 de abril de 1935), p. 5.; '¡Siempre SEPUI', Arriba 12 (6 de junio de 1935), p. 5. 161 'Conferencia de Raimundo Fernández Cuesta. Economía, trabajo, lucha de cla­ ses”, Arriba 6 (25 de abril de 1935), p. 4-5; recogida en Fernández Cuesta (1951: 513).

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todos los hombres ante el trabajo, lo que no excluye rangos y je­ rarquías alcanzados sobre la base de la capacidad y el esfuerzo. Si el año 1935 está marcado en la historia de la prensa falan­ gista por el nacimiento de Arriba, no fue sin embargo la única cabecera que apareció entonces. En realidad, tuvo un preceden­ te en el quincenario Patria. Órgano de Falange Española de las JO N S , nacido en el mes de febrero. De la lectura de sus escasos números se obtiene la impresión de que fue obra de su redactor más prolífico, el estudiante de origen jonsista José Gutiérrez Or­ tega, entonces jefe provincial del SEU, según testimonia David Jato (1953 [1975]: 144 y 185). Junto a su nombre o iniciales, apa­ recerán también las firmas de Domingo Lozano -que sería jefe provincial del partido en Málaga antes del Alzamiento-, J. Moli­ na Plata, Carlos Cervera Mengual, Luis Valle, P. Jiménez Castro, M. López Valenzuela y José Fuentes, así como un par de seudó­ nimos. También se incluirán textos de Javier Martínez de Bedo­ ya -éste ya, de hecho, separado de FE de las JO N S, lo que indica que su artículo no es sino una reproducción de uno publicado en otro m edio- y Ernesto Giménez Caballero,M. El carácter localista de la publicación se hará patente incluso en las referencias políticas, como demuestran las ácidas críticas que se dirigen a Ramón Ruiz Alonso, dirigente de Acción Popu­ lar, cuyo enfrentamiento con la Falange granadina tendrá uno de sus más ásperos episodios en la detención y fusilamiento de Fe­ derico García Lorca (Molina Fajardo, 1983): "El referido 'obrero'

1®2 j . m. de Bedoya, "El antiobrerismo de la revolución de abril', Patria 2 (28 de fe­ brero de 1935), p. 2; tomado de JO N S 4 (septiembre de 1933), p. 179-180. E. Gimé­ nez Caballero, 'U n precursor español del fascismo (Pío Baroja)', Patria 3 (15 de marzo de 1935), p. 2; tomado de JO N S 8 (enero de 1934), p. 7-12.

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al leer en el mitin de Armilla uno de los puntos de la JAP, recal­ cando la lectura, decía: 'El que no quiera trabajar que no coma'. Eso está muy bien; pero ¿y el que queriendo trabajar no come? ¿y los que sin trabajar comen a boca llena? Ha mirado el señor Ruiz Alonso por casualidad a su alrededor. Mucho cuidado con recalcar las palabras que a veces comprometen y perjudican a algunos afiliados"ie3. Como se puede suponer después de este texto, Patria se nos aparece como portavoz de un nacionalsindicalismo obrerista, es decir, un periódico interesado en demostrar que FE de las JO N S es un partido en el que los obreros tienen un puesto pa­ ra la defensa de sus intereses: "Aunar el esfuerzo de todos para defender al Estado de los empujes vandálicos de los antiespa­ ñoles y de los egoísmos endurecidos de los ricos; esa es la ban­ dera de Falange Española de las JO N S y a esa bandera debemos abrazarnos, y de una manera especial los obreros pa­ ra que unidos íntimamente, haciendo caso omiso de los que quieren dividir para triunfar ellos solos, consigan siempre, pan y paz al grito de Viva España..”. En ocasiones, el discurso em­ pleado para atraer al obrero a las filas falangistas no deja de ser un tanto paternalista, al tiempo que se plantean algunas vague­ dades de tono corporativista teñidas de rancios sentimientos españolistas: Nuestro obrero es bueno, nuestro obrero es creyente, nues­ tro obrero es amante de la tranquilidad y del orden, sólo quie­ re trabajo justamente remunerado para cubrir sus ascensiones, y al que tiene perfectísimos derechos. [...] FE de las JONS hace suyas todas las reivindicaciones y todas las necesidades del que trabaja, sin olvidar tampoco al 163 “Como noticia'. Patria 4 (31 de marzo de 1935), p. 4.

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capital cuando necesite nuestro apoyo y para que se convierta en trabajo y riqueza nacional. Porque quiere armonizar estos dos elementos nuestro movi­ miento, es esencialmente sindicalista; se apoyará en la diversi­ dad de sindicatos, tantos como ramas de la actividad nacional, y en los que patronos y obreros, sin esa odiosa y criminal lucha de clases, laboren por el engrandecimiento de nuestra E s p a ñ a INMORTAL, NUESTRA ESPAÑA CREADORA DE MUNDOS, y q u e P6S6 a tO -

dos, hemos de imponer y colocar en el lugar que le correspon­ de en el mundo y que gentes sin conciencia, hombres que no merecen el nombre de e s p a ñ o l e s , nombre que como ha dicho con su frase justa nuestro Jefe Nacional, es una de las pocas cosas serias que merecen ser la pena en el mundo, han procu­ rado derribar de su pedestal inmaculado1M. Aun así, su mensaje obrerista resulta en ocasiones harto radical pese a no alcanzar la formulación de medidas concretas más es­ pecíficas. Su enunciado trasladaría la sinceridad de este mensaje desde el plano teórico al de la posibilidad práctica de su realización: Queremos, no la armonización como se estila entre capital y trabajo, sino una, en que los derechos de éste no sean atrope­ llados por los de aquél. El capital es modificable en su existen­ cia. La necesidad de trabajar no se puede escatimar: el productor necesita trabajar para cubrir sus necesidades y la[s] de su familia. El nacional-sindicalismo, quiere que el capital justifique su existencia dando trabajo al pueblo, ésa es su misión. El capital de todos los nacionales ha de subordinarse a este fin. El que no lo hace así, pertenece a la nación y hay que confiscarlo1M. Desde esta revista se advierte a los verdaderos perturbadores sociales -usureros, explotadores, esquilmadores...- "que no vengan 164 Domingo Lozano, "Por qué FE de las JO N S no es enemiga del obrero”. Deci­ mos... 4 (31 de marzo de 1935), p. 2; lo destacado, así en el original. 165 Entrefilete incluido en Patria 3 (15 de marzo de 1935), p. 1.

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a nuestras filas creyendo que van a seguir conservando sus in­ dignos privilegios"iaB. En cambio, se pretende atraer a los obre­ ros, fin para el cual se mantendrá en Patria la sección "Sindicatos", en la que -además de informar del desarrollo de los Sindicatos Autónomos de FE de las J O N S - se insistirá en el proselitismo obrero 1” . Patria se sumará a la campaña contra los grandes almacenes SEPU en la que coincidieron las principales publicaciones nacionalsindicalistas, tanto las acogidas a la disciplina falangista como el semanario de los jonsistas disidentes, llegándose a producir unos incidentes dentro del local comercial’®, aunque según Corniero Suárez (1991: 110) obedecieron al despido de un grupo de trabajadores por el mero hecho de pertenecer a la CONS: "De continuar abiertos, o sin modificar, los almacenes del capitalismo judío SEPU, la ruina del comercio madrileño es inminente"

El

tono antisemita del artículo, sin embargo, simplemente refuerza la defensa que del pequeño comerciante y la clase media realiza el movimiento nacionalsindicalista frente a las nuevas prácticas comerciales, más agresivas y menos sociales: El capitalismo internacional judío va a causar incomparables estragos en Madrid. Los judíos, sin sentimientos humanitarios, sin entrañas, fríos y egoístas -pueblo sin patria- atentos sólo a

J.G.O., ‘ Los verdaderos perturbadores. A los explotadores del pueblo no los queremos en nuestras filas porque son los causantes de estado caótico actual de Es­ paña”. Patria 4 (31 de marzo de 1935), p. 3. “Sindicato Autónomo del Ramo de la Construcción'’, Patria 2 (28 de febrero de 1934), p. 3. Además de los textos de Arriba ya citados, "El capitalismo judío", Libertad 128 (1 de abril de 1935), p. 6; "Ahí está SEPU", La Pktria Libre 1 (16 de febrero de 1935), p. 2. 16® En Patria 4 (31 de marzo de 1935), p. 5.

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su medro personal, van a arruinar al comercio madrileño si no se impide con urgencia. Y lo van a arruinar, porque el pequeño y aún el gran capital español, no puede competir con esos grandes trusts judíos, que tienen en sus manos todo el comer­ cio mundial. [...] Por eso, ante la realidad de este hecho, nosotros tene­ mos que decirles a los obreros: vuestro enemigo no es la bur­ guesía -siempre que sea española- sino la plutocracia supercapitalista que envuelve a la nación y os tiraniza; y a los patronos: vuestro enemigo no son los obreros, no son los tra­ bajadores -que sólo quieren llevar una vida digna- sino esa misma plutocracia internacional que con sus grandes trusts os arrunina [sic]. 9. E p íl o g o :

lo s o tr o s per ió dicos d e

L edesm a

Aunque en 1934 el movimiento nacionalsindicalista español vivió la fusión de sus organizaciones políticas en una sola, lo que finalmente llevaría a José Antonio Primo de Rivera a su total li­ derazgo, sólo un año después padeció una crisis que pudo lle­ var al traste todo el proyecto: su enfrentamiento con el joven abogado llevaría fuera de las filas de FE de las JO N S a Ramiro Ledesma Ramos. Aunque la nueva situación le exigió un replan­ teamiento de su actuación, no se retiró de la actividad política, que pretendió impulsar nuevamente desde columnas periodísti­ cas. En este afán, Ledesma y sus escasos seguidores sacaron muy pronto el semanario La Patria Libre, cuyo primer número vio la luz el 16 de febrero de 1935, mientras que el séptimo y úl­ timo lo hizo el 30 de marzo del mismo año, a pesar de que se so­ ñó con hacer de él un diario 17°. Elaborado en la misma imprenta

170

Patria Libre da las gracias 8 todos los camaradas

La Patria Libre 5 (16

de marzo de 1935), p. 1.

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en que se editaran F.E. y Arriba, La Patria Libre fue redactado en un ambiente de gran enfrentamiento con los seguidores de Jo ­ sé Antonio. En sus páginas se llegará a denunciar las actividades de FE de las JO N S contrarias a la difusión del periódico -"Todas las semanas movilizan a sus afiliados para impedir la difusión de La Patria Libre en las calles"171- , cuyas oficinas fueron asaltadas por escuadras falangistas. No debe extrañarnos por lo tanto que, a pesar de la intención inicial de no ocuparse más del problema planteado con la escisión ni criticar a los jonsistas que quedaran bajo la disciplina de Falange Española m, La Patria Libre hiciera objeto de su burla a los antiguos camaradas. No obstante, el interés principal de Ledesma estará en la re­ construcción de las JO NS, lo que se plasmará incluso en la ca­ becera del periódico -La Patria Libre. Órgano de las JO N S -, donde el acrónimo de la organización es de mayor tamaño que el título mismo del semanario en sus dos primeros números. Lógicamente, los llamamientos a la afiliación y la actuación abundan en sus páginas, así como las supuestas incorporacio­ nes de militantes nacionalsindicalistas procedentes de las filas falangistas. También en el movimiento obrero buscarán segui­ dores los jonsistas, de conformidad con la tradición que iniciara La Conquista del Estado173. Por lo que se refiere al contenido ideológico de La Patria Libre, no ofrece ninguna diferencia significativa con su predecesora La "En presencia de la ruindad", La Patria Ubre 4 (9 de marzo de 1935), p. 2; atri­ buido a Ledesma Ramos (1988: 225). 172 » l 8S JON S y FE. Con precisión, con serenidad y con entereza". La Patria Ubre 1 (16 de febrero de 1935), p. 3; atribuido a Ledesma Ramos (1988: 179-180). 173 "Obreros parados y capitales parados", La Patria Libre 3 (2 de marzo de 1935), p. 1; atribuido a Ledesma Ramos (1988: 211-213).

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Conquista de! Estado, más allá de la elaboración que ha sufrido la doctrina, de lo que es producto el empleo de expresiones que los enemigos del nacionalsindicalismo fácilmente calificarán co­ mo populistas174. Por tanto, no puede aceptarse en su literalidad la idea de Jiménez Campo (1979: 320) según la cual en este pe­ riódico desaparece Mel lenguaje radical de meses anteriores, y lo que es más importante, las concretas propuestas de 'desmantelamiento' de la sociedad burguesa". En realidad todo se reduce a una diferenciación de objetivos: Ledesma no buscará en esos momentos la profundidad de pensamiento ni la perfecta expre­ sión de su ideario, sino la reconstrucción de una organización al margen de determinado grupo político al que estuvo ligado. Cier­ tamente, Ledesma parece mostrarse partidario de la revisión de ciertos aspectos coyunturales -nunca doctrinales, más allá de lo preciso-, sin abandonar sus líneas antimarxista, antiseparatista, sindicalista y popular. Así, resulta muy sencillo localizar en las co­ lumnas del nuevo semanario los habituales ataques al marxismo, la masonería, la banca y los partidos políticos m. Se trata, simple­ mente, de hallar una nueva táctica que -sin embargo- se sentirá incapaz de exponer en las páginas de su nueva publicación176. En

174 En Patria Ubre 3 (2 de marzo de 1935), p. 2; reproducido también en Ledes­ ma Ramos (1988: 220). 175 '¡¡c ó m o va a triunfar la revolución marxista!!', La Patria Libre 1 (16 de febrero de 1935), p. 2; 'La masonería tiene en nosotros un enemigo', La Patria Libre 2 (23 de febrero de 1935), p. 2, atribuido a Ledesma Ramos (1988: 203-204); 'Los bancos españoles', La Patria Libre 4 (9 de marzo de 1935), p. 1, atribuido a Ledesma Ramos (1988: 226*229); 'La farsa partidista', La Patria Libre 4 (9 de marzo de 1935), p. 2, atri­ buido a Ledesma Ramos (1988: 233). 176 »La ruta Nacional-Sindicalista', La Patria Libre 6 (23 de marzo de 1935), p. 1; re­ producido en Ledesma Ramos (1988: 250-252).

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todo caso, no abandonará Ledesma la vía revolucionaria por el camino reformista ni renunciará a ciertos objetivos. En las pági­ nas de La Patria Libre se afirma que "se trata de organizar la vi­ da de la producción y del consumo [...] sin entrar a saco en las economías privadas ni perturbar en el más mínimo grado la pro­ ducción nacional"177. Una lectura superficial podría sobrevalorar la contradicción de tal afirmación con las sostenidas en La Con­ quista de! Estado, error en que cae ingenuamente Jiménez Cam­ po (1979: 322-323), quien trata de ocultarlo justificándolo con la pretendida falsedad de las aspiraciones revolucionarias del na­ cionalsindicalismo. Ha de tenerse en cuenta -repetimos- que La Patria Libre no pretende ser un periódico doctrinal, como en cierto modo lo fue su predecesor primero, y las diferencias que en este sentido pueden hallarse vienen a equilibrar los excesos de la primera hora. Por otro lado, en el momento en que se pu­ blica La Patria Libre la ideología nacionalsindicalista ya no es pa­ trimonio en exclusiva de Ramiro Ledesma, sino también de José Antonio Primo de Rivera y sus seguidores. Finalmente, debemos tener presente que este periódico es editado en un momento de ira y obcecación, sin el reposo intelectual previo con que conta­ ron La Conquista deI Estado o aún más JONS. Meses más tarde del cierre de esta publicación, impulsará Le­ desma Ramos la aparición de Nuestra Revolución. Abordó la em­ presa en colaboración con Raúl Carballal y pocos camaradas más, entre los que se encontraban Ignacio Luengo, Emilio Gutiérrez Palma, José María Cordero, Francisco Guillén Salaya y Emiliano

177 'La bandera de la unidad y del vigor de España como Patria grande y justa La Patria Libre 1 (16 de febrero de 1935), p. 1; atribuido a Ledesma Ramos (1988: 173*176).

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Aguado (Arias Andreu, 1976: 164; Sánchez Diana, 1975: 230), a los que se sumará un dibujante, el burgalés José Luis Dávila de Arizcun (López de Zuazo Algar, 1981: 149). Aparte de breve -s ó lo fue posible la publicación de un único número el sábado 11 de julio de 1936-, la vida de Nuestra Revolución no fue en absoluto fácil. Prueba de ello es que Ledesma "quiso publicarlo el 4 de ju­ lio, pero los tipógrafos de la imprenta de El Financiero, taller don­ de había de imprimirse, se negaron a editarlo", por lo que la edición del primer y único número tuvo que demorarse hasta que halló otra imprenta dispuesta a hacerlo, la de Ascasíbar, en la que se habían realizado algunos números de La Conquista del Estado (Sánchez Diana, 1975: 229; Borrás, 1971: 685). A estas di­ ficultades deberíamos añadir la tradicional de toda la prensa na­ cionalsindicalista: la escasez de medios económicos. Aunque su formato recuerda La Conquista del Estado, será Nuestra Revolución un periódico totalmente distinto de cuantos había dirigido Ledesma Ramos o de la prensa jonsista editada en diversas provincias. Pese a ser un medio de prensa de carácter político, no se tratará en absoluto de un periódico de partido si­ no de un Semanario político-social, como reza su cabecera. Sin ser un periódico de lucha, prometerá atender aspectos tan va­ riados como la vida política y social, la actividad sindical y la economía españolas, la España campesina, la política exterior, el hispanismo o la cultura nacional17S, aunque muchas de las sec­ ciones anunciadas no aparecerán en el único número publicado. En un tono muy distinto -m ás propio de un semanario de opi­ nión- retomará Ledesma en Nuestra Revolución algunas de sus

En Nuestra Revolución 1 (11 de julio de 1936), p. 2. Muchas de las secciones anunciadas no aparecieron en el único número publicado.

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antiguas campañas. En esta línea, insertará un riguroso estudio sobre las minas de Río Tinto y toda su infraestructura, un ejem­ plo de la colonización capitalista en España17S. No se trata -c o m o sostiene Jiménez Campo (1979: 323)- de una simple alternativa doctrinal "frente a la comprobada inutilidad de toda profundización en los iniciales planteamientos 'revolucionarios'", toda vez que podemos comprobar que ya tiempo atrás se preocupó Le­ desma por este problema180, aunque es cierto que lo publicado en Nuestra Revolución demuestra cierta depuración de la exce­ siva ingenuidad que abundaba en las primeras páginas periodís­ ticas del nacionalsindicalismo. Se dedica también -com o ya hiciera La Conquista del Estadouna gran atención a la CNT, de la que se destaca el pretendido apoliticismo como algo encomiable. Acertado el pronóstico de la fulminación de la central obrera en caso de colaborar con las or­ ganizaciones marxistas, confundió el autor sus anhelos con las intenciones de los dirigentes cenetistas, para quienes sería muy sencillo contribuir "con éxito a que los proletarios descubran un rumbo nacional nuevo"1S1. Además, no es poco el espacio destinado a "La España campesina y sus problemas", sección en la que se recogen los puntos fundamentales de actuación para la redención del campesinado:

179 «El capitalismo extranjero en España. Un ejemplo sangrante: Río Tinto*, Nuestra Revolución 1 (11 de julio de 1936), p. 3; disponible en Ledesma Ramos (1968: 296-299). 180 Véase, por ejemplo, "El despreciable pulpo extranjero en Tharsis", La Conquis­ ta de! Estado 2 (21 de marzo de 1931), p. 2, atribuido a Ledesma Ramos (1986: 70). !®1 A.P., 'Las fuerzas motrices de la transformación española: la CNT", Nuestra Re­ volución 1 (11 de julio de 1936), p. 6. Una lectura sin duda apresurada de este arti­ culo ha llevado a Dorado Fernández (1987: 742) a calificar -aunque no sin reservasel periódico Nuestra Revolución como anarquista.

476

Lo QUE p e d ím o s p a r a l o s o b r e r o s c a m p e s in o s : 1) Salarios decorosos. 2) Participación en los beneficios de las grandes explotaciones. 3) Viviendas higiénicas y confortables. 4) Escuelas en abundancia para sus hijos. 5) Bibliotecas, cines y prácticas deportivas. 6) Acceso de sus hijos a los centros superiores de enseñan­ za técnica. 7) Cooperativas de consumo. 8) Bancos de ahorro popular. 9) Posibilidades de adquirir y trabajar tierra propia o del Estado. 10) Sanatorios gratuitos para toda clase de enfermedades. 11) Liquidación inmediata de todas las deudas abusivas que se hayan visto obligados a contraer Puede observarse que este plantel de objetivos no se ofrece con la virulencia acostumbrada en la primera etapa política de Ledesma, ni se plantea en absoluto el carácter del Estado que propugna. ¿Supone esto una claudicación de las iniciales postu­ ras? El ideario expuesto en sus momentos iniciales carecía del perfeccionamiento que sólo con el tiempo y la colaboración de otros pensadores le sería posible adquirir. Por otra parte, el ca­ rácter de Nuestra Revolución no le permite incitar a la lucha, si­ no limitarse al simple planteamiento de unos objetivos nada lejanos de los postulados nacionalsindicalistas, pero siempre dentro del marco de la economía capitalista de la España del momento. No es lo mismo entender los cambios económicos dentro del proceso de evolución -n o revolución- del Estado ha­ cia el ideal nacionalsindícalista, que es tal como se planteaba en La Conquista del Estado, que entenderlos como una simple me­ jora en el seno de un sistema determinado.

En Muestra Revolución 1 (11 de julio de 1936), p. 4.

477

Revisando la prensa del movimiento nacionalsindicalista p re ­ via al estallido de la guerra resulta sencillo observar la evolución de sus propuestas económicas que -a partir de orígenes diver­ sos- fueron perfilándose conforme transcurría el tiempo. La in­ corporación de José Antonio a este movimiento no supuso reconducción alguna de sus postulados en materia económica, como acaso temiera alguno de los precursores. Antes al contra­ rio, el joven abogado impulsó la fluidez de su progresión desde formulaciones próximas al mero corporativismo hacia otras nue­ vas de corte revolucionario cuyo desarrollo teórico truncó defi­ nitivamente la dramática experiencia de la guerra.

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Capítulo 9

Las carteras económicas en el gobierno proyectado por José Antonio José Manuel Cansino Muñoz-Repiso Fernando Lara Vicente José Luis Orella Martínez El falangismo era el movimiento político que más se distan­ ciaba de los planteamientos socioeconómicos de las fuerzas de derechas. Aunque originario en las clases medias del país, se ve­ ría en su transcurrir contagiado por la dinámica revolucionaria de las JO N S. Los falangistas admitirían las reivindicaciones so­ ciales de la izquierda como necesarias, para encauzar el caudal enérgico y regenerador de las clases medias y obreras en la res­ tauración del prestigio nacional. Su proyecto de gobierno debía contrastar con los desarrollados por las fuerzas de derechas, monárquicas o cedistas. Sin embargo, resultaba interesante y novedoso estudiar los hombres que José Antonio elige en su lista de gobierno de re­ conciliación nacional. Como es sabido, poco antes de su fusila­ miento en 1936, José Antonio proyectó un gobierno de consenso

487

nacional con la intención de detener la Guerra Civil. En este pro­ yectado gobierno ocuparía la presidencia Diego Martínez Barrio. Las carteras de contenido económico serían las de Agricultura, Industria y Comercio y Hacienda. La propuesta de José Antonio incluía nombrar como ministro de Industria y Comercio al profesor Agustín Viñuales Pardo (PPJA: 145), quien había sustituido al profesor José María de Olózaga en la cátedra de Hacienda Pública de la Universidad Central de Madrid. Este dato parece desconocerlo Fernández Clemente (2001: 460). Viñuales fue un hombre vinculado a la Segunda República (Fernández Clemente, 2001: 452-456). La primera responsabili­ dad pública que le encomiendo la autoridad republicana fue la de director general del Timbre, Cerillas y Explosivos al tiempo que representante del Estado en el Monopolio de Tabacos. En noviembre de 1931, Indalecio Prieto lo nombró Consejero del Estado en el Banco de España dentro del proyecto republicano de nacionalizar el Banco de España1. El 21 de mayo de 1931, las autoridades republicanas le nombran miembro de la Comisión Técnica encargada de redactar un proyecto de reforma agraria. La posición política de Viñuales se irá radicalizando, vinculán­ dose progresivamente a Azaña y a su partido. Acción Republi­ cana. Incluso en abril de 1933 llegará a suscribir un manifiesto de intelectuales que constituyen la Asociación de Amigos de la URSS. A pesar de sus reticencias iniciales, Agustín Viñuales

^ Esta responsabilidad le permite conocer el decreto secreto que firma Negrín -m i­ nistro de Hacienda en septiembre de 1936- ordenando el transporte de las reservas de oro, plata y billetes del Banco de España 'al lugar que estime de más seguridad* (Fernández Clemente, 2001: 459).

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aceptó el nombramiento de ministro de Hacienda en el tercer y penúltimo Gobierno de Azaña. Su etapa al frente del ministerio será brevísima, extendiéndose entre el 12 de junio y primeros de octubre de 1933. Abandonará España a fines de 1936 para esta­ blecerse en Francia desde donde, según parece, intentó regre­ sar a España en 1940 aunque sin conseguirlo hasta años más tarde. Aunque la propuesta de José Antonio era de un gobierno de consenso nacional y no de un gobierno falangista o de marcado tono azul, sorprende que José Antonio no propusiese a Antonio Bermúdez Cañete para la cartera de Agricultura. Bermúdez Ca­ ñete fue técnico en Economía y licenciado en Derecho, habiendo ampliado sus estudios fuera de España, época en la que recibió -entre otras- la influencia de la escuela corporativista de Othmar Spann. Sin embargo, ante todo Bermúdez Cañete fue un desta­ cado periodista2, profesión a la que -según recuerda Norling (2002: 135)- se dedicó plenamente desde su expulsión de la Ad­ ministración Pública española por su militancia política en 1932. Firmante del manifiesto de La Conquista dei Estado en 1931, se ocupará dentro de la publicación del mismo nombre de la sec­ ción de economía y finanzas. En total publicará una treintena de artículos, de entre los cuales destacan los dedicados a intentar presentar una solución al dramático problema social que pre­ sentaba el campo andaluz. En el marco de estos trabajos, Ber­ múdez Cañete propuso una amplia reforma agraria que partiese

2 Como periodista y corresponsal en Berlín de Et Debate, se encargará de coordinar las visitas de los políticos españoles José María Gil Robles y Ángel Herrera a la Ale­ mania nazi. Finalmente tendrá que abandonar ese país por sus artículos duramente críticos con el gobierno de Hitler (Norling, 2002: 138).

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de la expropiación forzosa de las tierras de los latifundistas3. Po­ líticamente, Bermúdez Cañete seguirá a los miembros de La Conquista del Estado cuando fundan las JO N S, aunque abando­ nará casi inmediatamente el grupo para desarrollar su actividad política en las filas de la derecha, como dirigente de las Juventu­ des de Acción Popular [JAP]. Sin embargo, a pesar de su filiación derechista seguirá colaborando con Ramiro Ledesma en la re­ vista JO N S (Norling, 2002: 136-137). Habiéndolo sido ya con an­ terioridad, en febrero de 1936 volvió a ser elegido diputado por la CEDA. Desde su acta de diputado defendió a Falange Españo­ la ante la persecución que sufrió por el Gobierno del Frente Po­ pular; persecución que, como es sabido, devino en la ¡legalización de la organización política y en el encarcelamiento de sus dirigentes. Fue asesinado por milicianos republicanos el 21 de agosto de 1936 en Madrid. Prácticamente olvidado duran­ te la etapa franquista, su memoria fue rescatada por Velarde (1972). El ministro de Agricultura propuesto por José Antonio será Mariano Ruiz Funes, nacido en Murcia en 1889. Catedrático de Derecho Penal desde 1919, se especializará en endocrinología criminal. En Madrid se hará cargo de la cátedra de Derecho Pro­ cesal Penal en el Instituto de Estudios Penales. En cuanto a su carrera política, será un hombre cercano a Manuel Azaña, mili­ tando en su partido Izquierda Republicana. Diputado en 1931 y 1936, Ruiz Funes será ministro de Agricultura en el gobierno del Frente Popular de febrero de 1936. Era el hombre que debía rea­ lizar la deseada reforma agraria. Ruiz Funes conservará el cargo bajo la presidencia provisional de Martínez Barrio y seguirá siendo 3 Norling (2002: 136) asf como uno de estos artículos que el autor reproduce.

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titular de Agricultura con Casares Quiroga. El 18 de julio de 1936 fue uno de los pocos hombres que se negaron a entregar armas a las milicias populares de los partidos revolucionarios. En ple­ na Guerra Civil recibirá el encargo del presidente Azaña para for­ mar gobierno, a lo que se negará. Con el posterior gobierno de Largo Caballero, Ruiz Funes pasará a ser ministro de Justicia y después de esta experiencia, saldrá de España como embajador de la República en Varsovia y Bruselas. Al final de la guerra, se exiliará en Cuba y finalmente en México donde impartirá clase en la Universidad Autónoma de México. Su labor como crimina­ lista será importante en la redacción de textos legales en dife­ rentes países hispanoamericanos. La elección de Ruiz Funes por José Antonio se justifica en la decisión de incluir algún representante del republicanismo bur­ gués de izquierdas, no marxista pero sí abierto a las reformas necesarias en el proceso modernizador de España. Favorable a la necesidad de reformar el campo, José Antonio podía encon­ trar en la visión reformista del ministro murciano coincidencias con el espíritu transformador del nacionalsindicalismo. La otra cartera ministerial de contenido económico, la de Ha­ cienda, habría de ser ocupada -según la propuesta de José An­ tonio- por el financiero catalán Juan Ventosa Calvell (Payne, 1985: 147). Nacido en Barcelona en 1879, estudió Derecho en la Universidad de Barcelona, doctorándose en la Central. Junto con Francesc Cambó, con quien le unía la amistad, fundó la Lliga, el partido regionalista catalán de orientación conservadora que de­ fendía los presupuestos ideológicos de la burguesía textil barce­ lonesa. Diputado por la Lliga en las Cortes desde 1907 hasta 1923 por Santa Coloma de Farnés, Ventosa fue ministro de Ha­ cienda en el gobierno de García Prieto en noviembre de 1917 y

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no lo volvería a ser otra vez hasta febrero de 1931, caída la dicta­ dura de Primo de Rivera, con el gobierno del almirante Juan Bau­ tista Aznar. Sus relaciones con las finanzas internacionales le permitirían conseguir sesenta millones de dólares de la Banca Morgan (Rull, 1991: 168). En 1932 publicaría un libro denomina­ do La situación política y los problemas económicos de España, bastante significativo del período que nuestro país vivía entonces. El estallido del Alzamiento del 18 de julio en Barcelona estuvo marcado por el predominio anarcosindicalista de la CNT. La re­ volución social ocasionó la fuga masiva de la clase media cata­ lana, en muchos casos simpatizantes o miembros de la Lliga. Juan Ventosa fue el responsable de presentar una declaración de apoyo a la Junta Nacional de Burgos, firmada por 128 catala­ nes de prestigio en el mundo cultural, político y económico (Riquer, 1996: 66). Su preparación le llevó a ser uno de los asesores económicos de la España nacional y fue considerado el candidato mejor preparado para titular del ministerio de Econo­ mía (Garriga, 1977: 62). No resulta por lo tanto extraño que J o ­ sé Antonio, guiado por su prestigio, considerase la posibilidad de sentar en el gobierno de reconciliación nacional a un hombre de valía, grandes relaciones internacionales y que -com o se­ gundo de la Lliga- atraería el apoyo de la burguesía catalanista. Sin embargo, la presencia de catalanes monárquicos, fuerte­ mente españolistas, en Burgos impidió la carrera política de los procedentes de la Lliga, aunque fue Ventosa quien consiguió gestionar la devolución de 40,5 toneladas de oro y 8,4 toneladas en lingotes y monedas del Banco de España depositadas por la República en Francia (Riquer, 1997: 214). Bajo el régimen del ge­ neral Franco, Ventosa fue nombrado procurador en las Cortes constituidas en marzo de 1943. En junio del mismo año firmó,

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junto con otros veintiséis procuradores, un escrito en el que so­ licitaban al general Franco la restauración monárquica en la fi­ gura de Juan de Borbón (Tomás, 2001: 324). Alguna confusión ha surgido en torno a la posibilidad de que José Antonio pensara en Demetrio Carceller Segura como mi­ nistro de Economía en el citado gobierno de consenso nacional. A esta confusión contribuye precisamente el trabajo de Fernán­ dez Clemente (2001), quien reproduce el testimonio del falangis­ ta Ángel Alcázar de Velasco, a pesar de que le otorga muy poca credibilidad: "no es muy de fiar el testimonio de tan pintoresco personaje", escribe. Este testimonio (Alcázar de Velasco, 1941) alude a una cuartilla en la que José Antonio "esboza lo que se­ ría su primer gobierno nacionalsíndicalista". Naturalmente no se trata sino del gobierno de consenso nacional. En cualquier caso, Alcázar cita entre los ministrables a Viñuales y a Carceller. Efectivamente, Demetrio Carceller aparece en los escritos que José Antonio elabora en la cárcel prisión de Alicante antes de su fusilamiento por el gobierno de la República. Así, Miguel Primo de Rivera (1996: 65) alude al documento número 54 de la car­ peta número 1 de los mencionados Papeles póstumos, un lista­ do de nombres que formarían parte del gobierno que proyectó el jefe nacional de FE-JONS. En este documento -diferente de aquel otro en el que aparece Viñuales- figura el nombre de Car­ celler, si bien no se especifica la cartera ministerial para la que se proponía. Nacido en Parras de Castellote (Teruel) en 1894, pronto se trasladó a Tarrasa, trabajando y pagándose los estudios, donde se hizo ingeniero textil (Orella, 2001: 155-156). Bajo la protección de Alfonso Sala, prohombre del monarquismo alfonsino y de la derecha españolista en la localidad, llegó a ser director gerente

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de Sabadell y Henry. La formación de Campsa en 1927 por Cal­ vo Sotelo le convierte en subdirector de la compañía y en uno de los escasos expertos en petróleo de España, aunque en 1930 ocuparía la dirección general de Cepsa. Pese a su filiación mo­ nárquica por la protección que disfrutaba de Alfonso Sala, pala­ dín de Renovación Española en Cataluña, su amistad con José Antonio le llevó a afiliarse tempranamente a Falange. Se convir­ tió en su cerebro económico, aunque él personalmente defen­ diera la iniciativa privada y no siguiese los planteamientos estatistas del nacionalsindicalismo. Durante la guerra consiguió pasarse a zona nacional, donde desempeñó el puesto de vocal en la comisión de Industria y Comercio de la Junta Técnica. El 25 de octubre de 1939 Carceller fue nombrado miembro de la Jun­ ta Política de FET y de las JO N S (Rodríguez Jiménez, 2000: 337). Un año más tarde fue nombrado ministro de Industria y Comer­ cio en sustitución de Luis Alarcón de la Lastra (Tomás, 2001: 248), llevando a cabo una política autárquica de restricciones. Sin embargo, tuvo frecuentes choques con el fundador del Ins­ tituto Nacional de Industria, Juan Antonio Suanzes, por la de­ fensa del intervencionismo estatista de este último (Thomás, 2001: 187). Ya en julio de 1935, cuando entra en contacto con la Unión Mi­ litar Española para apoyar un alzamiento, José Antonio estable­ ce una primera lista de gobierno (Payne, 1985), en la que figuran militares de claro liderazgo como Francisco Franco (Defensa) y Manuel Goded (Marina), así como Emilio Mola (Interior), que ha­ bía sido director general de Seguridad con el Dictador. Se su­ man a éstos su amigo personal Ramón Serrano Suñer (Justicia), diputado y miembro de la CEDA zaragozana; el antiguo ministro y teórico del corporativismo Eduardo Aunós (Educación) y el ya

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citado Demetrio Carceller (Economía). Julio Ruiz de Alda, falan­ gista y aviador de merecida fama por su viaje en el Plus Ultra, habría de ocupar la cartera de Comunicaciones, mientras que Manuel Mateo -responsable de la CONS, procedente del comu­ nism o- se situaría al frente de las Corporaciones. Se confirmaría de esta manera la trayectoria del falangismo, que huyó de con­ siderar el sindicalismo como un movimiento domesticado por las élites tradicionales, orientando hacia su rama sindical a aque­ llos militantes procedentes del anarquismo o del comunismo con el propósito de mantener su espíritu reivindicativo. Obviamente, este listado guarda grandes diferencias con el co­ rrespondiente a su período en la cárcel de Alicante, donde el go­ bierno debía servir para una reconciliación nacional y evitar un enfrentamiento civil entre españoles. El listado de 1936 introduce a figuras representativas de la intelectualidad republicana, pero esencialmente todos ellos participan del mismo espíritu refor­ mista que había impregnado a la Segunda República en su ori­ gen. La Agrupación al Servicio de la República, fundada por José Ortega y Gasset, intentó ser un grupo que inspirase las reformas necesarias para modernizar España. Desde 1898 el regeneracionismo español había intentado recuperar la vía de la moderniza­ ción de España, fracasando tanto los esfuerzos de Francisco Silvela como los de Antonio Maura. Con el cambio de régimen, Miguel Primo de Rivera aspiró a ser el cirujano de hierro del dis­ curso de Joaquín Costa. La caída del gobierno primorriverista proporcionó la oportunidad para instaurar una República, que en un primer momento parecía iba a estar regida e inspirada por in­ telectuales. El grupo de Ortega y Gasset quiso inspirar el nuevo régimen, pero no pudo realizar su obra. Su fracaso sirvió para que jóvenes que habían estado a su lado, como Alfonso García

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Valdecasas, buscasen nuevas alternativas afines en un Frente Es­ pañol que sumaría fuerzas a las de un José Antonio que iniciaba entonces su actividad pública. La influencia orteguiana en la ideología falangista la proclamó el propio Ortega y Gasset en su libro Una interpretación de la Historia Universal (1960), donde aseguró haber tenido una gran influencia en un grupo de la juventud española que había ejerci­ do una intervención muy enérgica en la existencia española. Su participación en la caída de la monarquía alfonsina le alineó con el liberalismo reformista. Su creencia en un elitismo creador de signo aristotélico coincidía en el tiempo con la teoría expuesta por Wilfredo Pareto en su Tratato di sociología generale (1916), donde había postulado el papel de las élites como cuerpos diri­ gentes de los pueblos en su devenir histórico. De esta forma, cuando José Antonio en su celda alicantina discurre el modo de evitar a nuestra piel de toro el rejón mortal de la guerra, retoma la posibilidad de concertar un gobierno en el que estén presentes las personalidades republicanas que me­ jor pueden personificar el espíritu reformista que aquellas clases medias cultivadas, hijas de la Restauración, querían hacer de Es­ paña. Por esta razón, no se puede entender el gobierno de re­ conciliación de José Antonio, sin contar con: Presidencia: Martínez Barrio Estado: Sánchez Román Justicia: Melquíades Álvarez Guerra: Martínez Barrio Marina: Miguel Maura Gobernación: Pórtela Valladares Instrucción Pública: Ortega y Gasset

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Obras Públicas: Indalecio Prieto Sanidad: Gregorio Marañón Agricultura: Ruiz Funes Hacienda: Joan Ventosa Industria y Comercio: Agustín Viñuales Como se puede apreciar, los candidatos de las carteras econó­ micas formaban en un equipo más amplio de claro espíritu refor­ mador, como demuestra la presencia de un Sánchez Román, jurista de prestigio y líder del diminuto partido republicano nacio­ nal, o de Pórtela Valladares, reformista liberal, junto con un grupo que respondía al pensamiento de Ortega y Gasset, Marañón y el filósofo mismo. Ruiz Funes y Viñuales, cercanos al republicanismo de Azaña, son hombres famosos por su profesionalidad y hom­ bres enemigos de la revolución, mientras que la inclusión de Ven­ tosa es un guiño al catalanismo constructivo de Cambó, el catalanismo que una vez intentó con el maurismo crear la fuerza regeneradora de España en plena Restauración. Prieto y Maura son los casos más radicales, pero se deben a su amistad con el fundador de la Falange. El socialista Prieto fue atemperando su es­ píritu revolucionario y José Antonio creía que alguna vez podría li­ derar un socialismo subordinado a los intereses nacionales. En cuanto a Maura, era un reformista procedente de la derecha que intentaba mantener vivo el ideal de modernizar España desde arri­ ba, algo que no había podido hacer su padre. La presencia de Mel­ quíades Álvarez representa el tributo a un liberal reformista que desde un cuarto de siglo atrás había forjado una generación de políticos reformistas, entre los cuales habría que contar al propio Manuel Azaña; por sus ideas anturevolucionarias, morirá víctima del Frente Popular en Paracuellos del Jarama.

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Ese espíritu reformador que los intelectuales querían materia­ lizar de alguna manera para modernizar España y que fracasó en la Segunda República, es el que José Antonio pretende recupe­ rar y darle una nueva oportunidad. En definitiva, la Falange, aun­ que ecléctica en su origen, no deja de ser acreedora en fuerte medida de las ideas regeneradoras de los intelectuales liberales. Esa comunidad de ideas es lo que hace que José Antonio, hijo del cirujano de hierro, confíe de nuevo en ellos como posibles gobernantes de España, ante la dura perspectiva de una lucha cainita.

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B ib lio g r a fía A lcázar

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14 abril 1931 14 octubre 1931

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