Instrumental de hierro de época romana y de la Antigüedad Tardía en el N.E. de la Península Ibérica 9781407307756, 9781407337692

A study of Late Roman iron artefacts from the north east of the Iberian Peninsula.

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Spanish; Castilian Pages [188] Year 2011

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ÍNDICE
Agradecimientos
INTRODUCCIÓN
1. CONTEXTOS CRONO-ARQUEOLÓGICOS
2. ELABORACIÓN Y MANIPULACIÓN DE INSTRUMENTOS DE HIERRO EN EL ÁMBITO RURAL
3. TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO
3.1. La casa y las actividades domésticas. Estructuras y mobiliario
3.2. El campo: aperos agrícolas e instrumentos relacionados con la ganadería
3.3. Instrumentos relacionados con la construcción
3.4. Armas
3.5. Indeterminados y no clasificados
CONSIDERACIONES FINALES
BIBLIOGRAFÍA
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Instrumental de hierro de época romana y de la Antigüedad Tardía en el N.E. de la Península Ibérica
 9781407307756, 9781407337692

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BAR S2217 2011 CASAS & NOLLA

Instrumental de hierro de época romana y de la Antigüedad Tardía en el N.E. de la Península Ibérica Josep Casas Josep M. Nolla

INSTRUMENTAL DE HIERRO DE ÉPOCA ROMANA

BAR International Series 2217 2011 B A R Casas and Nolla 2217 cover.indd 1

10/03/2011 14:57:29

Instrumental de hierro de época romana y de la Antigüedad Tardía en el N.E. de la Península Ibérica Josep Casas Josep M. Nolla

BAR International Series 2217 2011

Published in 2016 by BAR Publishing, Oxford BAR International Series 2217 Instrumental de hierro de época romana y de la Antigüedad Tardía en el N.E. de la Península Ibérica © The authors individually and the Publisher 2011 The authors' moral rights under the 1988 UK Copyright, Designs and Patents Act are hereby expressly asserted. All rights reserved. No part of this work may be copied, reproduced, stored, sold, distributed, scanned, saved in any form of digital format or transmitted in any form digitally, without the written permission of the Publisher.

ISBN 9781407307756 paperback ISBN 9781407337692 e-format DOI https://doi.org/10.30861/9781407307756 A catalogue record for this book is available from the British Library BAR Publishing is the trading name of British Archaeological Reports (Oxford) Ltd. British Archaeological Reports was first incorporated in 1974 to publish the BAR Series, International and British. In 1992 Hadrian Books Ltd became part of the BAR group. This volume was originally published by Archaeopress in conjunction with British Archaeological Reports (Oxford) Ltd / Hadrian Books Ltd, the Series principal publisher, in 2011. This present volume is published by BAR Publishing, 2016.

BAR PUBLISHING BAR titles are available from: BAR Publishing 122 Banbury Rd, Oxford, OX2 7BP, UK E MAIL [email protected] P HONE +44 (0)1865 310431 F AX +44 (0)1865 316916 www.barpublishing.com

ÍNDICE Agradecimientos

VII

Introducción

IX

1. CONTEXTOS CRONO-ARQUEOLÓGICOS Catálogo de yacimientos

1 3

2. ELABORACIÓN Y MANIPULACIÓN DE INSTRUMENTOS DE HIERRO 11

EN EL ÁMBITO RURAL

3. TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO 3.1. La casa y las actividades domésticas Estructuras y mobiliario Puertas, llaves y sistemas de cierre Cadenas y anillas Cepos y grillos Instrumentos domésticos Cuchillos Otros instrumentos cortantes de uso doméstico Tijeras Ganchos y objetos análogos Ganchos-anilla Alcayatas o escarpias Recipientes y utensilios de cocina Cubos Objetos de uso personal (anillos, caligae, strigiles, stili ...) Agujas y púas

15 15 15 15 22 25 27 40 41 44 49 52 53 60 62 65

3.2. El campo: aperos agrícolas e instrumentos relacionados con la ganadería Azadas Arados, rastrillos y carros Aguijadas y picanas Rastras y rastrillos Carros Falces Cencerros Cepillos de cardar Instrumento para el curtido del cuero Equipamientos ecuestres Hebillas, arneses y bocados Hiposandalias y herraduras Espuelas

69 69 73 75 77 77 82 95 100 102 102 102 104 106

3.3. Instrumentos relacionados con la construcción Hachas, azuelas y derivados Sierras Clavos Abrazaderas de vigas Escoplos, punzones y cinceles Gubias y formones Martillos Tenazas Paleta de albañil, compás y plomadas Grapas Tubos y piezas discoidales

109 109 117 118 121 123 129 133 135 136 138 140

V

3.4. Armas Pila Lanzas y flechas Regatones Dagas, puñales, espadas... Escudos

145 146 148 150 154 155

3.5. Indeterminados y no clasificados

159

Consideraciones finales

165

Bibliografía

171

VI

Agradecimientos Damos las gracias a Aurora Martín, directora del MAC-Girona, por toda la ayuda dispensada, inapreciable para avanzar en este estudio, así como a nuestros colegas del Laboratori d’Arqueologia i Prehistòria del Institut de Recerca Històrica de la Universitat de Girona.

VII

VIII

INTRODUCCIÓN Hallar en cualquier excavación arqueológica de época histórica objetos de hierro es un hecho recurrente. Sin embargo, por diversas razones es fácil que aquellas piezas aparezcan en mal estado y sea difícil identificarlas con alguna seguridad. Circunstancias especiales -tipo de tierra, humedad, características formativas del estrato...- juegan siempre a favor o en contra de su conservación. Otros aspectos interfieren en las características de este tipo de hallazgos a tenor del valor del objeto desde el punto de vista de la materia en que se realizó y la facilidad de volverlo a fundir y reconvertirlo.

servir de punto de partida para nuevos trabajos, elemento de comparación y confrontación con otros ámbitos, con otras regiones. Éste es nuestro objetivo en esta obra, cuya estructura y organización vamos a desarrollar a continuación. El territorio sobre el que concentraremos nuestro esfuerzo es el nordeste de la Península Ibérica y, concretando más, la región que ocupó, antaño, el populus ibérico de los indiquetas que más adelante coincidiría con los territoria de las ciuitates de Emporiae, Gerunda, Aquae Calidae y Blandae. Se trata de una zona bien definida y delimitada con claridad, que se caracteriza, a nivel de cultura material, por su enorme personalidad sin apenas diferencias entre los innumerables yacimientos que la componen. Coincide con los límites de la actual diócesis de Gerona que no han variado como mínimo desde el siglo IX.

A pesar de todo, nunca faltan, si bien la mayor parte de las veces se trata de sencillos clavos de diversa forma y aspecto, alcayatas, puntas u otras piezas simples cuya función y uso es, a menudo, imposible de dilucidar. De vez en cuando, en estratos de destrucción o de abandono, formando parte del ajuar de alguna tumba, del relleno de un silo o de una fosa, se recuperan piezas enteras o en buen estado de conservación acompañadas de material cerámico, bronce o hueso que permiten reconocer útiles de todo tipo que estuvieron en uso en determinadas épocas. En otras ocasiones, es posible identificar hornos de herrero, a menudo muy simples, y con cierta frecuencia las escorias dejadas por su producción y transformación. Son este tipo de hallazgos los que permiten profundizar en su conocimiento.

Por lo que atañe a los límites temporales este trabajo pretende dar cuenta y analizar todos aquellos objetos férreos que se pueden situar entre el momento de la llegada de Roma a Hispania (218 a.C.) y el hundimiento de la monarquía visigoda a causa de la conquista agarena durante la segunda década del siglo VIII de la era. Serán, pues, más de novecientos años, lo cual nos proporciona una notable perspectiva para constatar cambio y continuidad en un mundo donde, como tendremos ocasión de observar, hay más de lo segundo que de lo primero.

En las memorias de excavación y en los estudios monográficos sobre yacimientos, las piezas metálicas no siempre merecen especial atención y raramente son estudiadas con el interés de otro tipo de hallazgos, más abundantes, más adecuados para fechar con precisión y, casi siempre, mejor conservados. Casi nunca faltan descripciones más o menos someras en función de la calidad del material y de su especificidad. Mucho menos frecuente es un estudio exhaustivo y detallado dentro de una publicación general y, menos aún, trabajos monográficos de tipo global que son escasos y antiguos. Destaquemos, sin embargo, los profundos estudios de alto nivel llevados a cabo hace más de cien años en los que se analizaba el instrumental de hierro de diversos usos, a partir de las ricas referencias literarias de los autores greco-romanos de todo tipo y valor, de los datos epigráficos y, como no, de los iconográficos. De su utilidad y vigencia, nuestra monografía puede ser una prueba.

Hay que hacer constar que nuestro estudio se centra exclusivamente en el mundo rural dejando a un lado los núcleos urbanos de las ciuitates. ¿Por qué? podríamos preguntarnos. Por una doble razón que creemos justifica esta decisión. En primer lugar, por la inexistencia de hallazgos de cierta entidad (sólo algunos clavos y fragmentos informes) en Gerunda, Aquae Calidae y Blandae y por las especificidades del conjunto ampuritano, pródigo en hallazgos, que exigiría un trabajo pormenorizado que no estábamos en condiciones de afrontar. Quede su estudio pendiente para más adelante. Hay que hacer constar que sobre este yacimiento emblemático existen interesantes trabajos que presentan, con mayor o menor detalle, instrumental de hierro. Se trata, sin embargo, o bien de estudios puntuales relativos a aspectos concretos – las necrópolis, por ejemplo – u otros de índole más general donde se tiene en cuenta parte del material ampuritano, mayoritariamente procedente de antiguas excavaciones y, a menudo, sin contexto arqueológico claro. Cien años de excavaciones arqueológicas oficiales exigen para una investigación de este tipo, tiempo, paciencia y dedicación. Evidentemente, vamos a utilizar todo aquello publicado como elemento de confrontación o para rellenar huecos.

Pensamos que a pesar de todo, faltan grandes corpora territoriales que con voluntad de exhaustividad pongan al alcance de arqueólogos, estudiosos o interesados las piezas localizadas en un área geográfica determinada que habrá de

IX

INTRODUCCIÓN

resumida y precisa que ha de servir para ampliar conocimientos a quien lo desee para, a continuación, observar y describir la elaboración y manipulación del instrumental férreo en contextos rurales. Es un hecho cada vez más repetido identificar en las excavaciones de uillae la presencia de pequeños hornos, muy sencillos cuya función no era otra que reparar aperos y producirlos, así como clavos, alcayatas y puntas de uso constante. Es interesante reseñar que, mayoritariamente, estos hornos, alrededor de los cuales abunda la localización de escoria, se asocian a nuevas fases de construcción o a reformas significativas del conjunto, momento en que era necesaria una gran cantidad de clavos. Controlamos mucho menos la existencia de pequeñas herrerías que, sin duda, debieron existir como mínimo en los grandes edificios rurales donde la autarquía no sólo era una aspiración teórica sino una realidad.

Así pues, el compendio de materiales recopilado procede de un determinado número de yacimientos tipológicamente diversos que, ya lo hemos observado, se escalonan a lo largo de poco más de novecientos años. Para el período inicial, época tardo-republicana, los objetos recopilados, no especialmente abundantes, proceden o bien de oppida, lugares de habitación en altura y fortificados, de dimensiones muy variables, de pequeños enclaves rurales indígenas de tipo familiar, de alguna uilla romanorepublicana y, mayormente, del relleno de silos asociados a los poblados o a los diminutos establecimientos dispersos. Los hallazgos que hay que datar en el Alto y Bajo Imperio, han aparecido exclusivamente en uillae que se localizan a lo largo y ancho de este territorio. Por regla general, se trata de material bien fechado y procedente de niveles arqueológicos de todo tipo, de algún estrato de destrucción, de abandono o rellenos de preparación de suelos. Por el número de hallazgos destacan por encima de otros algunos yacimientos determinados (Tolegassos, Mas Gusó, Vilauba, Pla de Palol...), probablemente como consecuencia de los intensos trabajos realizados en ellos.

Resuelto este primer apartado, que abre el trabajo, pasamos al estudio detallado del material identificado que hemos dividido en cuatro grandes bloques que, a su vez, se subdividen en muchos otros. La primera sección está dedicada a la casa y a las actividades domésticas que dividimos en dos grandes bloques claramente diferenciados pero indudablemente complementarios. El primer apartado está dedicado a recopilar llaves, placas de cerradura, goznes, pestillos, cadenas, anillas, mordazas y, como elementos extraordinarios, grilletes. Son algunos de los pobres indicios que la excavación arqueológica recupera de una muy rica realidad en buena parte desaparecida. El segundo está dedicado al instrumental doméstico en toda su extensión y variabilidad: cuchillos, en sentido extenso, con un interesante apartado complementario donde se presentan al lector algunos mangos bien conservados y datos, a menudo inéditos, que permiten incidir en los materiales utilizados para su elaboración y en su evolución cronológica, tijeras, ganchos, clavos y escarpias, recipientes de cocina (trípodes, ollas, platos, bandejas, cucharones, etc.), cubos, calderos, objetos de uso personal (hebillas, fíbulas, anillos, navajas, caligae, strigiles, stili …), agujas y púas.

Para la fase final, la Antigüedad Tardía, la época del dominio visigodo, hay que destacar dos yacimientos extraordinarios: el Puig de les Muralles (Puig Rom, Roses) un castrum edificado ex nouo con corta cronología de siglo VII i primeros veinte años del VIII, que proporcionó un número considerablemente alto de instrumental de hierro y que pone de relieve la diversidad y complejidad de este tipo de material en una estación de estas características, y el castellum de Sant Julià de Ramis, una fortificación romana de origen bajo-imperial que los visigodos aprovecharon y reformaron en beneficio propio. Los objetos recuperados proceden casi exclusivamente de los niveles de abandono que tuvo lugar hacia el 715, como resultado de la ocupación de la ciuitas de Gerunda por los árabes, que no consideraron necesario mantenerlo en uso al ser una pieza inútil en su manera de hacer la guerra. El conjunto estudiado es de una enorme diversidad puesto que se trata de armas, aperos de labranza, útiles artesanales y un sin número de piezas, más o menos conservadas de función dudosa o claramente indefinida. Su presentación podría haberse hecho de diversas maneras y, en cada caso, con aspectos favorables. Finalmente, hemos optado por efectuar el estudio por tipologías, agrupando los distintos tipos y analizándolos en conjunto, como si de pequeñas monografías se tratara. Nos ha parecido más eficaz y conveniente y no dificulta, en ningún caso, la identificación de procedencia de los objetos. Tal vez el único inconveniente a consignar sea la posible variabilidad cronológica de este material que, con este método, tan sólo es observable dentro de cada tipo.

La segunda sección se dedica a los aperos agrícolas y al instrumental relacionado con la ganadería; un capítulo importante de cara a una cierta reconstrucción de la actividad económica de estos territorios. Azadas, arados, aguijadas y picanas, rastrillos, falces, piezas de carro, cencerros, cepillos de cardar, instrumentos para el trabajo del cuero o los equipamientos ecuestres (herraduras, hiposandalias, bocados, arneses, espuelas, adornos,..), constituyen sendos capítulos que nos aproximan al mundo del trabajo ligado al cultivo agrícola y a la explotación ganadera desde una parte del instrumental requerido para su práctica.

La estructura de este trabajo se ha ordenado de la siguiente manera: en primer lugar, presentaremos de manera escueta y clara todos los yacimientos que han proporcionado material. Pretende ser una ficha simple donde mostrar de manera resumida las características principales de dicha estación, su evolución, la historia de la investigación y una bibliografía

La tercera pretende dar a conocer todo aquello relacionado con la construcción a partir de la subdivisión en diversos apartados donde se tratan de manera monográfica los clavos, las abrazaderas de viga, hachas, azuelas y derivados, escoplos, punzones, cuñas, las gubias y los formones, las sierras, los martillos, las tenazas, las paletas de albañil,

X

INTRODUCCIÓN

minados y no clasificados. Hemos creído conveniente proceder de este modo para dar a conocer un material abundante de interpretación compleja o desconocida por nosotros. Tal vez permita a otros investigadores realizar propuestas razonables de cara a solucionar problemas propios.

compases, grapas, tubos, discos y otras muchas cosas pertenecientes a este ámbito. No hay que insistir en que la presencia de determinados objetos en este apartado concreto no significa que no pudieran haber ocupado espacio en otro. Muchas piezas, antes y ahora, son multiuso y, sin duda, son siempre más apreciadas y más útiles aquellas con múltiples funciones. Hay que tener en cuenta esta salvedad a la hora de usar el catálogo, el cual exigía situar los tipos en un solo contexto, sin repeticiones.

En cada apartado el material se dispone del mismo modo. Una introducción general sobre el conjunto a tratar donde, de haberlos, se introducen comentarios y opiniones de los autores clásicos sobre el origen, función y peculiaridades de los diversos objetos; asimismo, se recogen y comentan diversas referencias iconográficas, especialmente aquellas que mejor ilustran las características y usos de los diversos objetos, y se analiza el material tanto desde un punto de vista técnico como también histórico. Se contempla su posible evolución a través de los tiempos y su presencia o ausencia en contextos anteriores a la época estudiada, las referencias al lugar de procedencia, a la fecha del contexto arqueológico, la bibliografía específica, si la hubiera, y una descripción sintética de cada objeto. Y al final, el inventario detallado. Cada una de las piezas es reproducida, como mínimo una vez, a una escala adecuada.

A las armas está dedicado el cuarto apartado. No son muy numerosas pero si que se hallan bien representadas. Los diversos capítulos recogen los pila, puntas de lanza y de flecha, conteras y regatones, dagas puñales y espadas y, para acabar, los elementos férreos de los escudos. Destacan, en esta sección, dos buenos conjuntos que se sitúan cronológicamente en los extremos del arco cronológico abarcado: la época tardo-republicana y, sobre todo, la Antigüedad Tardía. Para el período intermedio, los materiales recogidos parecen relacionarse con las actividades cinegéticas. Para finalizar, una última sección reúne los objetos indeter-

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1. CONTEXTOS CRONO-ARQUEOLÓGICOS

El conjunto de material incluido en este estudio procede de excavaciones realizadas en diversos yacimientos de época romana del territorio nororiental de la Península Ibérica y, concretamente, de la zona de Gerona, abarcando sus comarcas costeras y centrales. Tendremos en cuenta las estaciones tardo-republicanas (ibéricas), así como los dos asentamientos visigodos más significativos y mejor estudiados (Puig Rom y el Castellum de Sant Julià de Ramis), con el fin de obtener una visión amplia que abarque tanto los antecedentes como el momento final o más reciente de este complejo mundo centrado en las formas y utilidades del instrumental de hierro a lo largo de la Antigüedad. Se trata, en general, del ager de las ciuitates de Emporiae, Gerunda, Aquae Calidae y Blandae. Un territorio con un número de yacimientos importante pero con una distribución dispar; elevada en la zona costera, sobre todo en el territorium de Ampurias o en el de Gerona y, en general, en el área más llana y con mejores o más fáciles comunicaciones en la Antigüedad, y menos numerosos en las zonas interiores, hasta cierto punto montañosas y con una ocupación menor, quizás debido a la dificultad impuesta por la propia configuración de dicha área.

hierro más elaborado o con usos específicos en la vida doméstica rural, incluyendo los omnipresentes clavos. Recordemos, tal como se ha dicho, que el ámbito de estudio se centra en el mundo rural. Es decir, en los yacimientos, asentamientos, uillae, etc. con una vocación o una actividad agrícola y ganadera como razón de ser de su existencia. Por lo tanto, excluimos expresamente los núcleos urbanos, puesto que a pesar de la aparición de un elevado número de instrumental agrícola de hierro (por ejemplo, en Ampurias), y a pesar de que podrían proporcionar información para completar un catálogo tipológico que podría resultar útil para otro tipo de estudios, consideramos más adecuado, tal como se dijo en la introducción, priorizar un estudio más modesto y más realista encaminado a ver realmente qué objetos se utilizaban en el campo, centrándolo en el entorno del hábitat rural; aperos e instrumentos que sin duda usaban los trabajadores agrícolas en su quehacer diario y sobre el terreno o, por otra parte, los relacionados directamente con la casa (a todos los niveles, desde la estructura hasta el mobiliario), o con sus ocupantes, por lo que tampoco desdeñamos algunos objetos de uso exclusivamente personal. La condición es, por lo tanto, que unos y otros procedan de excavaciones en este tipo de yacimientos dispersos en el ager y cuya función era precisamente llevar a cabo su explotación de forma directa.

Por otro lado, la relación que comentaremos sucintamente en las próximas líneas, hace referencia únicamente a los yacimientos en los que han aparecido artilugios de hierro o señales indiscutibles de su manipulación. Por lo tanto, no pretende reflejar la compleja carta arqueológica de la zona, extensísima, con cientos de yacimientos de todo tipo, condición y tamaño, pertenecientes al período objeto de este estudio. Como se ha dicho, a pesar de lo que pudiera parecer, el hallazgo de objetos e instrumental de hierro no es tan habitual como cabría esperar; menos aún cuando aquello que interesa son objetos elaborados para un uso específico (no siempre conocido o fácil de determinar), relacionado con el trabajo del campo o con los quehaceres cotidianos de la vida doméstica.

Finalmente, la inclusión o la referencia a algunos oppida ibéricos o a asentamientos visigodos, responde a la misma intencionalidad. A pesar de su estructura de núcleos urbanos, tanto el oppidum de Mas Castellar (Pontós), como el castro visigodo del Puig de les Muralles (Puig Rom, Roses), son enclaves rurales, agrupaciones humanas de mayor o menor entidad, dotadas de una muralla de protección en determinados períodos. Para los asentamientos ibéricos, el instrumental de hierro constituye el modelo o los antecedentes de aquel que veremos ampliamente en uso en plena época romana y, en algunas ocasiones, quizá se trate realmente de las primeras importaciones de herramientas elaboradas en la Península Itálica. En el caso de otros yacimientos visigodos incluidos en el catálogo, como el castellum de Sant Julià de Ramis o la necrópolis de Sarrià de Ter, el estudio del material permite completar un repertorio poco conocido y, hasta la fecha, muy incompleto, a pesar de que el primero de ellos es claramente un puesto exclusivamente militar y, por lo tanto, las armas constituyen el grueso del material elaborado en hierro.

Otra cosa es el hallazgo de clavos de hierro; un objeto común, abundante, pero que poca información puede aportarnos, aparte de la constatación de su uso habitual y frecuentemente relacionado con las estructuras y maderamen que sustentaban tejados y cobertizos en las uillae, o simplemente con puertas, ventanas o elementos de mobiliario. Estos clavos, a los que dedicaremos un sucinto apartado, aparecen absolutamente en todos los yacimientos. A menudo son las únicas piezas de hierro localizadas en determinadas villas. En este caso, no incluimos ninguno de ellos en el estudio (ni los yacimientos), puesto que no aportan ninguna información que no podamos obtener en otros lugares en los que sí aparece instrumental de

Interesa señalar que en la mayor parte de los casos el material que presentamos apareció en contextos bien fechados, lo cual da fuerza al aspecto cronológico del

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CONTEXTOS CRONO-ARQUEOLÓGICOS

Situación de los yacimientos objeto de estudio y las ciuitates documentadas en el territorio. Las referencias numéricas corresponden a los lugares citados en el texto del presente apartado.

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CONTEXTOS CRONO-ARQUEOLÓGICOS

Vespasiano, por lo que ha podido comprobarse gracias a los materiales de su cargamento.

estudio y ha de permitir observar los cambios tipológicos o la fidelidad a unas formas determinadas que ni cambiaron ni lo han hecho en tiempos más recientes. Aquello que alcanza la perfección, no se modifica.

4. Tumba de inhumación de la Clota Grossa (L’Escala. Alt Empordà) Bibliografía: Casas 1982, 157-163; Nolla & Casas 1984, nº 17, 76-77, lám. XXI. Al sureste de esa población en la punta rocosa que separa las calas de La Clota Grossa de La Clota Petita, se identificaron en trabajos de construcción, dos sepulturas una de las cuales pudo ser parcialmente documentada. Aprovechando los recovecos de la roca parcialmente modificados, se dispuso el cuerpo del difunto decúbito supino. A su lado se habían colocado dos jarritas de cerámica gris emporitana de las formas H-I y I-I, respectivamente (Barberà, Nolla & Mata 1993, 43 y 45), y un estrígilo de hierro. Cabía fecharla en el primer tercio del siglo I a.C.

A continuación procederemos a describir sucintamente todos aquellos yacimientos que han proporcionado como mínimo una pieza estudiada en este trabajo.

Catálogo de yacimientos 1. Campo de silos de Puig Ferrer (Arenys d’Empordà, Garrigàs. Alt Empordà) Bibliografía: Nolla & Casas 1984, nº 45, 82-83, lám. XXII. En esta pequeña loma que se halla cerca del río Fluviá, en su ribera izquierda, se excavó un campo de, como mínimo, doce silos. Tan sólo uno de ellos había sido amortizado con material de desecho. Los objetos recuperados - cerámicas tardo-republicanas, terra sigillata sudgálica, africana D ponían de manifiesto una larga ocupación de la estación (o estaciones) de procedencia, que no se ha sido localizada.

Estas tumbas certificaban la existencia de una zona de habitación que acabó generando una pequeña necrópolis que habría que asociar a los puertos de Riells-La Clota, subsidiarios del de Ampurias e intensamente utilizados en época tardo-republicana (Nieto & Nolla 1985, 265-283).

2. Font del Vilar (también, urbanización de la Torre o urbanización Mas Pau), (Avinyonet de Puigventós. Alt Empordà) Bibliografía: Casas et al. 1995a; Lloveras i Palahí 2005, 163-168. Esta interesante villa se localiza al lado de la carretera de Figueres a Besalú, en el margen derecho del río Manol, en la Urbanización de la Torre o de la Font del Vilar, en medio de la llanura ampurdanesa. Fue descubierta inesperadamente cuando las obras de urbanización y objeto de varias campañas preventivas en 1983, 1992, 1993 y 2002. La presencia de abundante material tardo-republicano hace suponer un origen en el siglo I a.C. Sin embargo, la parte mejor excavada corresponde al momento final del yacimiento, hacia mediados/tercer cuarto del siglo V de la era. Se conoce una importante cella uinaria y otras habitaciones de transformación así como, muy arrasada, un sector del área residencial con un pequeño e interesante edificio termal que fue añadido, yuxtaponiéndolo, sin mucha atención, a las habitaciones preexistentes. La necrópolis sólo parcialmente conocida, se hallaría hacia el sur a escasa distancia del núcleo central.

5. Mas Castellar (Pontós. Alt Empordà) Bibliografía: Pons, ed. 2002; Pons et al. 2005, 361-377. Calificado en algunas ocasiones con la innecesariamente complicada y poco esclarecedora denominación de establecimiento rural especializado, en su última fase se trata de un pequeño conjunto urbano, en última instancia, un oppidum, con un urbanismo bien definido, con calles y casas amplias y de estructura compleja, muy diferentes a las sencillas casas ibéricas de tipo rectangular, con espacios abiertos a modo de patios interiores que vertebraban a su alrededor toda una serie compleja de habitaciones de superficies y funciones diversas. Estos conjuntos habitacionales muestran fuertes influencias mediterráneas llegadas sin duda a través de Rhode y Emporion, que más allá de la planta del edificio constatamos en la presencia de complejas decoraciones que embellecían algunas de las estancias. En su proximidad se hallarían diversos silos donde se conservaban durante un cierto tiempo los cereales recolectados. Todo permite suponer que el oppidum se abandonó “pacíficamente” el 195 a.C., si bien se documentan modestas frecuentaciones durante unos pocos años.

3. Culip IV (Cala Culip, Cadaqués. Alt Empordà) Bibliografía: Nieto et al. 1989; Nieto & Puig 2001. Este pecio localizado en Cala Culip, en el cabo de Creus, completamente excavado y publicado, corresponde a una pequeña nave de cabotaje de unos 10 m. de eslora, 3 de manga y 1’20 de puntal que procedente de Narbo Martius debía dirigirse al puerto de Ampurias. La carga, de unas 8 toneladas, era de aceite bético (79 ánforas Dressel 20), algo de vino y presencia significativa de cerámica fina, sudgálica de Condatomagum (La Graufesenque, Millau), lisa y decorada, y vasitos de paredes finas de la Bética, junto con lucernas itálicas. El hundimiento se produjo durante la octava década del siglo I, durante el principado de

6. Puig de les Muralles a Puig Rom (Roses. Alt Empordà) Bibliografía: Palol 2004. Hábitat en altura situado en las estribaciones más surorientales de la Serra de Rodes, a unos 250 m. sobre el nivel del mar. De planta ligeramente ovalada, se dotó de unas sólidas murallas muy bien conservadas, construidas con doble paramento de granito sin labrar y relleno interior de tierra y cascotes. La única puerta conocida se abría a mediodía y estaba flanqueada por dos poderosas torres de planta cuadrangular. Otra se identifica más hacia el este. En el interior se localizaron diversas casas de planta irregular, algunas de las cuales se edificaron adosadas a las defensas 3

CONTEXTOS CRONO-ARQUEOLÓGICOS

prensas de vino y aceite. Parece tratarse de un modesto establecimiento rural que estuvo habitado entre la segunda mitad del siglo II y el principado de Augusto.

urbanas. Son sencillas, con zócalos de piedra en seco o unidas con arcilla y, por encima, muros de adobe o tapial, con suelos de tierra batida y abundantes silos abiertos en la roca. El material recuperado permite fechar la fundación de este castellum o castrum, de fuerte vocación agrícola, en la primera mitad del siglo VII. El lugar se abandonó “pacíficamente” a finales de la segunda década del siglo VIII, tal como confirmaría el hallazgo de un triens de Ákhila II acuñado en Gerunda.

8. La Muntanyeta (Viladamat. Alt Empordà) Bibliografía: Casas & Soler 2008; Casas, Nolla & Soler 2010, en prensa. Yacimiento peculiar, hasta cierto punto raro, que se halla situado en una pequeña elevación de unos 80 m. de altitud, a poniente de los principales yacimientos del municipio de Viladamat, que se describirán a continuación. Forma parte de un conjunto de pequeñas estaciones con un marcado carácter indígena, que se extienden de norte a sur a lo largo de toda la sierra, con cronologías entre finales del siglo III y el siglo II a.C.

Todas las ilustraciones de los materiales que publicamos de este yacimiento proceden del MAC-Girona y fueron realizadas, en su momento, por Mercè Ferré. 7. Camp del Bosquet (Saus-Camallera-Llampaies. Alt Empordà) Bibliografía: Casas 1980, 257-281; Casas 1981, 37-44; Nolla & Casas 1984, nº. 86, 94-101; Casas 1997. Situado en el sector de Lluena, en una de las modestas estribaciones que definían por el lado oriental el antiguo lago de Camallera. A unos 200 m. al este, en un punto más elevado, se han documentado los restos de lo que podría ser una villa no demasiado grande, nunca explorada en profundidad, que proporcionó, en unas prospecciones, materiales del siglo I.

La Muntanyeta, con una extensión total inferior a los 150 m2, está formada por los restos de un hábitat simple, compuesto por dos dependencias o cabañas sencillas y de planta cuadrada (en realidad, extremadamente deterioradas), asociadas a un depósito para la elaboración de vino y a media docena de silos pertenecientes a las dos fases de ocupación o remodelación identificadas. Diversos indicios señalan una arquitectura quizás no tan modesta como podría deducirse de los míseros restos que han llegado hasta nosotros, los cuales, en realidad, se hallaron muy deteriorados por causas ajenas a la calidad de la construcción. Los numerosos restos de revestimiento de muro elaborados con argamasa, habitualmente con la superficie externa encalada, o los fragmentos de opus signinum que parecen proceder de pavimentos, o el hallazgo de algunos fragmentos de tegulae, parecen señalar la presencia de un edificio sencillo pero digno y con elementos constructivos claramente romanos.

La historia de la investigación de este yacimiento empezaría con el hallazgo casual en superficie de un as ibérico de Untikesken y de un depósito con las paredes recubiertas de opus signinum, en 1974. El área fue explorada el mismo año por arqueólogos del antiguo Servei Tècnic d'Investigacions Arqueològiques de Girona. Pocos meses después de haber finalizado la excavación, a lo largo de sucesivos trabajos agrícolas fue identificado un conjunto de ánforas, probablemente un almacén, y la parte superior de un silo, que también se excavó. Prospecciones posteriores permitieron descubrir un segundo silo, casi sin material en su interior, con la excepción de la mitad inferior de un vaso bicónico de cerámica gris emporitana (forma D-I).

En cuanto a su cronología, la fecha de fundación debe situarse hacia las primeras décadas del siglo II a.C., avalada por una cantidad notable de importaciones (ánforas púnicas, itálicas, cerámica campaniense y media docena de semis de la ceca de Untikesken; monedas que sabemos que fueron burdamente falsificadas en el pequeño taller situado en una de las dependencias de la casa, en la que se halló la base de un horno, escorias y restos de láminas de bronce con recortes circulares, así como un disco aún sin acuñar.

El origen de este asentamiento del Camp del Bosquet debe situarse en los últimos años del siglo II a.C., posiblemente en torno al 135-125 a.C. Los indicios más significativos de aquella primera fase son representados por un par de silos con poco material y un fondo de cabaña al lado de una trinchera colmatada con centenares de fragmentos de ánfora itálica Dressel 1 campaniense, mezclados con cerámicas de barniz negro y oxidadas i grises emporitanas. A su lado fueron explorados un tercer silo y el depósito recubierto de opus signinum que dejaron de usarse hacia el cambio de era sin que podamos saber cuando fueron construidos ni cuanto tiempo estuvieron en actividad. El aljibe está formado por un muro que recubre el agujero previamente abierto en el suelo: los ángulos fueron reforzados con molduras de media caña y la parte superior de la pared, a nivel del suelo, acabada con fragmentos de tegula bien dispuestos. A pesar de su reducido tamaño, en un de los ángulos se adosó una pequeña escalera y en el fondo, una cubeta semiesférica rehundida, destinada a facilitar la limpieza del fondo, lo cual es muy habitual en depósitos asociados a instalaciones para

La primera y única remodelación documentada se fecha con dificultad, puesto que en ella aparecen básicamente materiales de desecho pertenecientes a la primera fase fundacional. No obstante, podemos fechar con mayor precisión el abandono definitivo del lugar hacia los últimos años del siglo II a.C. o primeras décadas del siguiente; en general, entre el 110-80 a.C.). En todo caso, la remodelación, que probablemente tuvo lugar dentro del tercer cuarto del siglo II a.C., supuso el abandono del depósito revestido de opus signinum, así como del horno para la fundición de bronce, cambiándose la estructura inicial y funciones de las dependencias a ellos asociadas, y la excavación de nuevos silos que permanecieron en uso hasta el abandono total del yacimiento en una época en la que seguramente había quedado obsoleto con la presencia, al 4

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pie de la misma colina, del nuevo almacén y quizás uilla del Olivet d'en Pujol.

II o los dos primeros del siglo III, presentan un aspecto característico y específico para cada uno de ellos.

9. Olivet d’en Pujol (Viladamat. Alt Empordà). Bibliografía: Nolla & Casas 1984, 114-116; Casas 1989, 2146. Un pequeño establecimiento rural construido hacia el último cuarto del siglo II a.C. y abandonado a inicios del siglo I o poco después, seguramente durante el período de AugustoTiberio, aunque con alguna frecuentación esporádica a lo largo del siglo II. Está formado por un recinto cuadrangular, delimitado por un muro perimetral y con un pequeño edificio o cobertizo en la parte central del extremo norte. El patio había contenido un centenar dolia dispuestos en varias hileras, constituyendo un almacén para grano u otros productos del campo, tal vez asociado a una villa situada en las inmediaciones. Seria probable que formara parte de las dependencias de Tolegassos, situada a mil metros hacia el sudeste, aunque las últimas campañas de excavación llevadas a cabo en 2009 y 2010 sugieren que quizás se tratara de una pequeña uilla autónoma, con los espacios destinados a habitación situados en el mismo recinto.

En lo que al presente estudio interesa, cabe señalar que Tolegassos es, también en esta ocasión, uno de los yacimientos que mayor número y variedad de instrumental de hierro ha proporcionado. Sin duda ello es debido al hecho de que se trata de una villa rural, dedicada por entero a los trabajos agrícolas y a la ganadería, pero sin olvidar también el carácter de residencia para los mismos trabajadores del campo; es decir, para la familia de un uillicus que habitaba la misma casa que constituía el centro del fundus. Por lo tanto, no tan sólo aparecen las diversas herramientas y aperos agrícolas, sino también aquellos instrumentos relacionados con la vida familiar y cotidiana: agujas, navajas y cuchillos de cocina, anillas, láminas, etc. Por otro lado, en una de las dependencias de la villa, secundaria y situada en un extremo, se localizaron los restos de un pequeño taller de forja o manipulación de hierro y, en el patio interior, un depósito vertedero de escorias que documentan, una vez más, dicha actividad. 11. La Vinya del Fuster (Viladamat. Alt Empordà) Bibliografía: Nolla, Castanyer y Casas 2008, 249-257. Esta necrópolis se situaba a unos 300 m hacia el noroeste de la villa de Tolegassos de la cual dependía. Se han reconocido y excavado 90 sepulturas de las que 33 pertenecen a incineraciones que ocupan el sector norte del cementerio y 57 a inhumaciones distribuidas en tres pequeñas áreas que dejaban espacio suficiente sin ocupar entre unas y otras. Ocupaba un erial definido por un viejo camino que comunicaba (y comunica) el mar con la sierra inmediata. En general se trata de tumbas muy sencillas, de modesta tipología, de hombres, mujeres y niños, algunas de las cuales eran acompañadas por ajuares de poca entidad. Estuvo en uso desde poco antes del cambio de era hasta mediados/segunda mitad del siglo III. Sólo una puede fecharse en la segunda mitad del siglo IV y habría que asociarla a la corta etapa de ocupación bajo-imperial de Tolegassos.

Durante las antiguas campañas de 1982-83 se localizaron algunos elementos metálicos, de hierro, aunque en su mayoría son clavos procedentes del maderamen que sostenía el tejado del cobertizo. En la campaña de 2009, sin embargo, se localizó un importante depósito en el fondo de un silo abandonado durante la segunda mitad del siglo I a.C. Estaba constituido por las puntas de diversos pila, anillas, remaches y abrazaderas pertenecientes a la estructura de un carro, así como restos del refuerzo y forro metálico de una rueda. 10. Tolegassos (Viladamat. Alt Empordà) Bibliografía: Nolla & Casas 1984, núm. 118, 111-113; Casas 1989; Casas & Soler 2003. Es una de las villas mejor conocidas de la zona y la única excavada por completo en el territorio inmediato a la ciudad de Ampurias. Con unos orígenes en el siglo II a.C., seguramente con precedentes indígenas algo más antiguos, sufrió todos los cambios y modificaciones que ilustran el proceso de romanización en el nordeste peninsular hasta su abandono generalizado dentro del último tercio del siglo III de nuestra era, aunque con una reocupación puntual y posterior, de muy corta duración, hacia mediados del siglo IV.

12. Mas Gusó (Bellcaire d'Empordà. Baix Empordà) Bibliografía: Casas & Soler 2004. Una segunda villa en el territorio emporitano, a poco más de 4 km de la ciudad y también a unos 4 km de la villa de Tolegassos. El origen del yacimiento es mucho más antiguo, con unos remotos precedentes en el Neolítico final y una ocupación casi sin interrupciones a partir de los inicios de la Edad del Hierro hasta su abandono dentro del siglo III de nuestra era, pasando por las fases de época colonial e ibérica.

Las diferentes fases de la villa romana, a partir de su estadio tardo-republicano hasta su completo abandono, se documentan y fechan con precisión gracias a estratigrafías intactas que proporcionan cronologías seguras, con poquísimo margen de error, conteniendo grandes cantidades de material arqueológico que, en el caso de algunos estratos, se cuenta por millares de fragmentos. Asimismo, la aparición de depósitos y contextos cerrados, sin materiales residuales ni intrusiones posteriores, permiten fechar con fiabilidad poco habitual algunas producciones cerámicas de diversas épocas, de manera que los repertorios de todo tipo, pertenecientes sobre todo al período augustal, a mediados del siglo I, a los tres tercios en que podemos dividir el siglo

En este caso, interesa únicamente el hábitat de época romana, una villa construida ex novo hacia la segunda mitad del siglo II a.C. según un esquema típicamente itálico, si bien de modestas dimensiones, con reestructuraciones y ampliaciones sucesivas a lo largo de los dos primeros siglos de la nueva era. La villa adoptó su forma definitiva gracias a la reforma/ampliación de época alto-imperial, que se completó con un sencillo edificio termal situado en su 5

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limitándolas a la apertura de una cata en la zona occidental del yacimiento en la que afloraba un muro. En campañas posteriores se delimitó y excavó una segunda zona más extensa, que coincidía con uno de los patios de la villa y las habitaciones adosadas a su alrededor, pudiéndose recuperar lo que parece ser la parte no arrancada del pavimento de mosaico localizado cien años antes, fechado con toda probabilidad a comienzos del siglo III.

ángulo noroeste, fechado hacia finales del siglo II y remodelado pocos años más tarde. El abandono definitivo debe situarse hacia mediados del siglo III o poco después. En el ámbito del presente estudio, a pesar de la abundancia del material arqueológico aparecido durante las campañas de excavación, los instrumentos metálicos y, más concretamente, los de hierro constituyen unos productos escasos. El conjunto se limita a una veintena de ejemplares de muy diversa tipología, entre los que cabe señalar la presencia de cuchillos, anillas, cadenas, piezas tubulares y los pequeños clavos de la suela de una caliga.

Esta villa rural, alejada de los principales centros y ciudades, más o menos equidistante entre Emporiae y Gerunda, presenta unas características diferentes a las observadas en los yacimientos costeros situados en las cercanías de Ampurias, citados anteriormente. Su origen no es tan antiguo. Analizando los materiales arqueológicos de los estratos fundacionales es evidente que prácticamente ni un solo fragmento es anterior al cambio de era. Claramente corresponden a la primera mitad avanzada del siglo I, hacia el período de Tiberio-Claudio. Por otro lado, la perduración de la villa, con una fecha de abandono que debemos situar por lo menos en los siglos V-VI, es una característica que con frecuencia se repite en otros complejos rurales de estas zonas más alejadas de la antigua ciudad costera.

13. Collet Est (Sant Antoni de Calonge. Baix Empordà) Bibliografía: Nolla et al. 2004 193-200. Este yacimiento se halla inmediatamente al norte de la elevación rocosa donde se ubicaba la villa romana de Santa María del Mar o del Collet de Sant Antoni, bien conservada y tan sólo parcialmente excavada. En este punto, donde se documentan intensas frecuentaciones tardo-republicanas, se construyó, en un momento indeterminado de la segunda mitad/último tercio del siglo I a.C., un importante conjunto alfarero con más de 10 hornos, dedicado preferentemente a la fabricación de ánforas (Tarraconense 1, Pascual 1, Oberaden 74, Dressel 2-4, Dressel 8), cerámica oxidada común, dolia y material de construcción. Existió, a su vez, un horno para la obtención de cal. Se conservan asimismo grandes balsas de decantación de arcilla, áreas de trabajo y las grandes naves cubiertas a doble vertiente y sin muros laterales donde se secaban las piezas una vez finalizadas, antes de su enhornado.

Los datos que conocemos sobre la evolución estructural de la villa son muy parciales, puesto que la zona excavada durante las tres campañas de inicios de los años ochenta era muy limitada. En cualquier caso, parece segura su fundación dentro de la primera mitad del siglo I y una remodelación importante, que afectó todas las estructuras de la zona excavada, hacia el período 180-210. Esta remodelación de las dependencias situadas alrededor del patio central del edificio residencial, comportó el embellecimiento de algunas estancias con pavimentos de opus tessellatum polícromo, de notable calidad. Es posible que un modesto edificio termal (caldarium y tepidarium, como máximo), localizado en la zona oriental del complejo, junto a un pequeño almacén, perteneciera a la misma época.

Más interesante es el hallazgo de dos estancias interconectadas que funcionaron como almacén y cocina de la ladrillaría hasta que a causa de un corrimiento de tierras, quedaron completamente destruidas. Inmediatamente, la alfarería dejó de funcionar. Los hallazgos, numerosos y de gran interés, sitúan estos hechos en torno al 50 de la era. 14. Necrópolis septentrional de la villa del Collet de Sant Antoni (Calonge. Baix Empordà) Bibliografía: Nolla et al. 2005, 11-103. El sector norte de la antigua ladrillería, abandonada completamente a mediados del siglo I de la era, se convirtió, unos 75 años más tarde, en uno de los cementerios de la villa. Se han identificado 35 sepulturas de hombres, mujeres y niños, de modesta tipología algunas de las cuales han proporcionado sencillos ajuares (jarritas, lucernas, brazaletes, anillos, instrumentos de trabajo,...), que permiten constatar una utilización del espacio hasta mediados/finales del siglo V.

A partir de esta gran remodelación, que supuso el desmantelamiento de pequeños hornos cerámicos situados en la zona ocupada posteriormente por el patio interno de la zona residencial, se detectan cambios estructurales, obras y modificaciones puntuales en diversos períodos a lo largo de los siglos IV y V, aunque a causa de la escasa superficie excavada no podemos imaginar la repercusión que tuvieron en el resto de la villa o si se trató únicamente de remodelaciones puntuales afectando espacios secundarios. Los objetos e instrumentos de hierro, escasos, se limitan a las herramientas más comunes en cualquier establecimiento que combina usos residenciales y laborales; en esta ocasión, actividades agrícolas y ganaderas. Por lo tanto, deberemos considerar habituales algunos cencerros elaborados con una especie de latón o una amalgama de hierro y bronce, cuchillos, picanas para limpiar el arado, etc. Más sorprendente es, quizás, el hallazgo de un gran lingote de hierro puro, macizo, sin elaborar, que probablemente sirvió como reserva en caso de tener que reparar o confeccionar alguna herramienta en un taller local.

15. Puig Rodon (Corçà. Baix Empordà). Bibliografía: Nolla & Casas 1984, nº 156, 127-131; Casas 1986, 15-77; Nolla & Casas 1990, 193-218. La villa de Puig Rodon fue identificada por primera vez a finales del siglo XIX, dándose a conocer casi de inmediato un fragmento de mosaico cuyo actual paradero se desconoce. Las primeras excavaciones arqueológicas las emprendimos a inicios de los años ochenta del pasado siglo, 6

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16. Mas Bou Negre o Ca n’Aliu (Peratallada, Forallac. Baix Empordà) Bibliografía: Rio-Miranda & de la Pinta 1978, 93-95; Nolla & Casas 1984, nº 186-187, 139-140). Villa romana parcialmente conocida que se localiza a unos 250 al noroeste del núcleo urbano de Peratallada. Su proximidad, tanto al Mas Bou Negre como a ca n’Aliu, ha facilitado el error de considerar que eran dos yacimientos. El material recogido en diversas prospecciones permitiría proponer un origen tardo-republicano y un abandono en la segunda mitad/último cuarto del siglo III de la era.

V y hasta el primer cuarto del VI, asistimos a diversos abandonos y a una reducción de las áreas ocupada hasta el abandono final.

17. Sant Sebastià de la Guarda (Palafrugell. Baix Empordà) Bibliografía: Agustí, Burch & Llinàs 1998, 43-58. Este oppidum ibérico se localiza en una privilegiada posición, sobre un imponente acantilado y dominando la cala de Llafranc y, hacia el oeste, los feraces campos en los alrededores de Palafrugell. Es objeto de excavaciones programadas por parte de la Universitat de Girona que han permitido fijar su origen en el siglo VI a.C. y su perduración hasta los primeros años del siglo I a.C. Se conoce con suficiente detalle uno de los sectores del hábitat, con calles y manzanas de casas de forma convencional y la presencia de silos.

El material recuperado entre el relleno de los depósitos es muy homogéneo, con cerámica del último cuarto del siglo II y primeros años del I a.C. (cerámicas emporitanas oxidadas y, sobre todo, reducidas (formas A-II. D-I, I-I), kalathoi pintados, cerámica de engobe blanco, cerámica de barniz negro y cerámica común y ánfora vinaria de procedencia campaniense. A esto hay que añadir una excelente colección de objetos de hierro. Hay que poner en relación estos silos (y los objetos hallados en su interior), con los restos, mal conocidos, de una cabaña cortada por un camino forestal.

19. Bordegassos (Vilopriu. Baix Empordà) Bibliografía: Casas, Merino i Soler 1991, 121-139. Se trata de un asentamiento de escasa entidad y muy simple pero de interés notable. Se descubrieron, a finales de los ochenta del pasado siglo, dos silos recortados en el talud del camino que va de la carretera de Orriols a l’Escala, no lejos del oppidum ibérico de Planells.

20. Kerunta (oppidum ibérico de la montaña de Sant Julià de Ramis. El Gironès). Bibliografía: Burch et al. 2001; Burch et al. 2006; Burch & Sagrera 2009). Este extenso oppidum de poco más de 4 Ha. se localiza sobre la cima de la montaña de Sant Julià que se eleva unos 200 m sobre las tierras circundantes, atravesadas por el río Ter que abre, en este punto, el Congost, un estrecho paso que concentra toda la viabilidad entre norte y sur y viceversa.

18. Pla de Palol (Castell-Platja d’Aro. Baix Empordà) Bibliografía: Nolla, ed. 2002. Esta enorme villa romana se sitúa al noreste de Platja d’Aro, disponiéndose en suaves terrazas entre el mar y las estribaciones montañosas inmediatas. Conocida de antiguo, fue parcialmente excavada y destruida durante el boom turístico de los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo pasado. La parte protegida y de propiedad municipal ha sido objeto de importantes excavaciones y de un proceso de musealización de los restos conservados de notable interés. Ocupa una extensión de unos 10.000 m2, alrededor de grandes patios y zonas no construidas. Estuvo dotada de un pequeño puerto con una pequeña torre, tal vez un faro –La Senya dels Moros-, de un conjunto termal muy bien conservado y en la proximidad de una gran ladrillería donde se fabricaron cerámicas comunes, material de construcción y, sobre todo, ánforas vinarias para facilitar, a lo largo del Alto Imperio, la comercialización del preciado líquido a través del mar, sin duda la principal actividad económica de un gran fundus.

Su origen debe situarse hacia mediados / segunda mitad del siglo VI a.C., ocupando una pequeña área en la zona más noroccidental y hacia el 400 a.C. había alcanzado ya su máxima extensión. Su urbanismo se dispone adaptándose a las curvas de nivel y las casas son mayoritariamente sencillas de planta rectangular alrededor de 40 / 50 m2, si bien se han identificado viviendas mucho mayores, de más de 6 habitaciones. A partir del siglo II a.C., constatamos la monumentalización de fuerte influencia helenística en diversos sectores, entre los que destacaríamos la edificación de un templo de tipo itálico sobre podio, tetrástilo, seudoperíptero y de orden toscano que se dispuso en la parte central del oppidum, visible desde muchas millas de distancia, sobre una enorme plataforma artificial, y las contundentes reformas de la muralla que se adaptaron a las nuevas necesidades poliorcéticas y significaron un cambio en la ubicación de la puerta de acceso a la ciudad. A sus pies, a escasa distancia del Ter, existió un enorme campo de silos la mayor parte de los cuales estuvieron en activo entre finales del siglo III e inicios del siglo I a.C.

La presencia de material tardo-republicano en cantidades suficientes pero en ningún caso asociado a niveles y estructuras uniformes, plantea problemas sobre su origen aún sin resolver. Las primeras estructuras bien fechadas han de situarse en época augustal y hasta el paso del siglo IV al V de la era, sólo observamos obras de mantenimiento y mejora en el sector, relativamente reducido, que pudo ser explorado arqueológicamente. La llegada continuada y en grandes cantidades de material de importación confirmarían una intensa vida. Hacia el 400, el edificio fue substancialmente reformado y, de nuevo, se documentan almacenes de dolia que confirman nuevamente el papel que jugó, en Pla de Palol, el cultivo de la vid. A finales del siglo

Durante la tercera década del siglo I a.C., el oppidum fue trasladado unos 5 Km. hacia el sur, en el solar de la nueva Kerunta que los romanos llamarán Gerunda. En el antiguo emplazamiento tan sólo siguió existiendo el templo que estuvo activo como mínimo hasta principios del siglo III, y 7

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practicó, en época indeterminada, una fosa de planta rectangular, de 1,70 por 0,60 m de lado, en el relleno de la cual se recuperó una valiosa arula de piedra volcánica dedicada al culto privado y familiar (lares, penates). Los pavimentos, muy simples, eran de tierra batida y la techumbre, a base de tegulae y imbrices.

durante un corto intervalo, en el último tercio del siglo I a.C., una ocupación puntual centrada en la proximidad de la puerta del recinto que, tal vez, deba ponerse en relación con el control y reforma del camino que pasó a llamarse, en aquellos años, Vía Augusta. 21. Castellum de la muntanya de Sant Julià (Sant Julià de Ramis. El Gironès) Bibliografía: Burch et al. 2006; Burch et al. 2009. A mediados del siglo IV de la era, sobre las ruinas del oppidum indiketa, se construyó un castillo cuya misión no era otra que la protección del flanco septentrional de la fortificada ciudad de Gerunda y un control más efectivo y una mejor defensa de la Vía Augusta a su paso por el Congost. Se reutilizó, en gran parte, la vieja muralla, en buen estado de conservación, reforzándola con una nueva torre y cambiando sustancialmente la disposición de la puerta de acceso. En su interior se levantaron diversos edificios independientes, sólo parcialmente conocidos y de funciones complementarias. Se trata de una obra de gran solidez y, por regla general, bien conservada. Hacia el 500, ya bajo dominio visigodo, se realizaron importantes modificaciones que mejoraron la capacidad militar del conjunto. Un siglo más tarde, el castellum fue dotado de una pequeña iglesia que acabaría convirtiéndose, siglos más tarde, en parroquial. El lugar se abandonó pacíficamente en la segunda década del siglo VIII, con la llegada de los árabes.

Más adelante, en época indeterminada, el edificio se amplió con nuevas habitaciones. El abandono se ha fechado hacia mediados del siglo IV de la era y, sin duda, hay que poner en relación este hecho con la construcción del castellum sobre las ruinas del oppidum de Kerunta. Fue en estos niveles donde se hallaron interesantes artilugios de hierro. 23. Pla de l’Horta (Sarrià de Ter. El Gironès) Bibliografía: Nolla 1982-1983, 111-130; Palahí & Vivó 1994, 157-170 Descubierta casualmente en 1970, fue excavada de urgencia para definir su extensión y proceder a su salvaguarda. Desde 2008 es objeto de importantes trabajos arqueológicos y de consolidación, encaminados a conocer su historia y a una presentación pública del yacimiento. Se halla situada en una privilegiada posición, a muy poca distancia de la Vía Augusta y de Gerunda hasta el punto que cabe considerarla, a todos los efectos, una villa suburbana, en una zona llana y bien regada y apoyada en las primeras estribaciones montañosas que se elevan hacia el oeste. Los edificios ocupan un espacio enorme, de poniente a levante, alrededor de grandes patios y, probablemente, dispuestos en diversas terrazas sucesivas.

22. Casa del Racó (Sant Julià de Ramis. El Gironès) Bibliografía: Burch et al. 1994, 123-138; Burch et al. 1995, 95-107; Burch et al. 2006, 123-126. Esta pequeña villa romana de unos 900 m2, en origen un modesto establecimiento rural tardo-republicano, se edificó a los pies de la Muntanya de Sant Julià, en un pequeño altozano que delimitan el río Ter y su afluente el Terri, suficientemente elevado para ponerse a salvo de inundaciones. Su descubrimiento y excavación tuvo lugar durante los años 1991 y 1992 con motivo de la construcción de la variante de la N-II a su paso por Gerona.

Es seguro su origen tardo-republicano, con cronologías firmes de la tercera década del siglo I a.C., y una serie de habitaciones y pasillos que tan sólo conocemos parcialmente. Ya en la segunda mitad del siglo, tal vez en época augustea, algunas estancias fueron pavimentadas con suelos de mosaico de opus signinum con teselas incrustadas efectuando dibujos sencillos de tipo geométrico pero de un enorme interés.

Su fundación, en las primeras décadas del siglo I a.C., ha de relacionarse con el abandono del oppidum de Kerunta, para fundar la ciudad de Gerunda a poco más de 5 Km hacia el sur.

Conocemos mucho mejor las grandes reformas severianas que modificaron substancialmente diversos sectores del edificio con varias habitaciones pavimentadas con mosaicos policromos de temática geométrica y, en algún caso y puntualmente, figurativa. El hallazgo de restos de estatuaria, de pintura mural y claros indicios de salas con hipocausto, parece confirmar la monumentalidad del conjunto.

Las estructuras de esta primera fase, que se sitúan en la parte noreste, son escasas y difíciles de interpretar, con muros de piedra y arcilla y la presencia de un silo que se amortizó en el siglo I de la era. La presencia abundante de material cerámico permite poner de manifiesto una ocupación continuada hasta mediados del siglo II d.C., cuando se procedió a levantar el nivel del suelo para poder construir, encima y con más facilidad, un nuevo edificio, distinto del anterior que se articulaba alrededor de un patio y con diversas estancias alrededor y una valla. En el espacio occidental de este sector abierto se localizaron 7 improntas de dolium que se adaptaban eficazmente al desnivel natural del terreno. En el extremo norte se localizó una habitación pavimentada en opus signinum. En el centro de la sala se

Una nueva actividad constructiva se detecta a lo lago del Bajo Imperio con la identificación de grandes áreas de transformación que corresponderían a la pars fructuaria de la villa. El abandono, aparentemente pacífico, tuvo lugar durante la segunda mitad del siglo V. Más adelante y por encima de los niveles de derrumbe, se han explorada modestas estructuras de habitación, rectangulares, características de la Antigüedad Tardía y Alta Edad Media. Es interesante destacar que este conjunto poseyó su propio acueducto y, al menos, dos necrópolis situadas, 8

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Esta interesante villa romana objeto de excavación programada desde 1978, se localiza unos pocos kilómetros al sur del lago de Banyoles sobre las primeras estribaciones que, hacia el oeste, dominan el valle de la riera Matamors.

respectivamente, al norte y al sur de los sectores edificados. 24. Pla de l’Horta. Necrópolis visigoda (Sarrià de Ter. Gironès) Bibliografía: Llinàs et al. 2005, 195-210; Llinàs, Tarrés & Agustí 2008, 319-324; Llinàs et al. 2008, 289-304. En la proximidad inmediata de la necrópolis septentrional de la villa del Pla de l’Horta se excavó un interesante cementerio que estuvo en uso entre el último tercio/último cuarto del siglo V y mediados/tercer cuarto de la siguiente centuria. Por las características del ritual -los difuntos, hombres, mujeres, jóvenes y niños, iban vestidos y con fíbulas y hebillas de cinturón- y la presencia de algún ajuar, permiten deducir que se trataba de un grupo de visigodos que probablemente haya que poner en relación con el castellum de Sant Julià de Ramis (Burch et al., 2006, 127133). En total se contabilizaron 59 inhumaciones tipológicamente muy sencillas, idénticas a las empleadas en estas latitudes en aquellos mismos años.

Este asentamiento rural fue construido en torno a un patio, a finales del siglo I de la era, en un lugar frecuentado intensamente en época tardo-republicana. Se trata de una construcción muy sencilla dedicada a la explotación agrícola del territorio inmediato que, sin embargo, estuvo dotada de una habitación destinada a larario, de una despensa-cocina y de un modesto triclinium y, desde el siglo II, de un conjunto termal que se añadió sin demasiadas contemplaciones al sector sudeste del conjunto. A poca distancia en aquella dirección, existieron unas sencillas dependencias rectangulares que hay que considerar graneros y almacenes. Un incendio fortuito destruyó parcialmente el edificio a finales del siglo III, ocasión aprovechada para redefinirlo completamente. La villa bajo-imperial presenta salas de transformación y almacenaje de vino y/o aceite. En la segunda mitad del la quinta centuria, el edifico se abandonó, quedando tan sólo en uso una sala de prensado con unas pocas dependencias anexas. El hábitat, en proceso de excavación, ocuparía un área notable a mediodía de las ruinas de la villa y está formado por pequeñas casas de planta rectangular que ocupan el interior de un patio delimitado por una alta valla de piedra.

25. Puig d’en Rovira (La Creueta, Quart. El Gironès) Bibliografía: Riuró 1943, 117-131 i 8 láminas; Riuró 1952 88-95 i lám. X a XIII; Martín 1994, 89-108; Moret 1995, núm. 24, 372. Este oppidum ocupa la pequeña colina de dicho nombre que se eleva unos 150 m sobre el nivel del mar y que forma parte de una pequeñas elevaciones que separan el valle del Onyar del llano de Gerona, en la parte más septentrional del término municipal de Quart (Gironès), en el vecindario de la Creueta. Desde allí, dominaba el camino natural que conducía hacia el mar. Descubierto por F. Riuró y C. de Palol en los años treinta del siglo pasado y fue objeto de excavaciones puntuales.

Hacia finales del siglo VII o ya en los primeros años del VIII, se produjo el abandono definitivo del lugar. 28. Mas Castell (Porqueres. Pla de l’Estany) Bibliografía: Burch et al. 1999; En el lado sudoeste del lago de Banyoles, sobre un suave altozano, se localiza este importante oppidum de considerable extensión, de historia compleja y lamentable que explicaría el escaso conocimiento que sobre él poseemos. Su cronología abarca desde finales del siglo VI a.C. hasta mediados / segunda mitad del siglo I de la era.

No es fácil describir los restos exhumados pero hay que hacer constar la existencia de unas murallas con alguna torre cuadrangular, no fechadas, y la disposición de calles y casas en terrazas que se adaptan mal que bien a las curvas de nivel. Todo parece indicar que fue abandonado en torno el 195 a.C. En su proximidad se documenta un pequeño establecimiento rural tardo-republicano que acabó convertido en una villa que dejaría de existir en un momento indeterminado del siglo III.

Sabemos que fue objeto de monumentalización en época tardo-republicana tal como nos informa la existencia de un templo de tipo itálico, de orden dórico-toscano, entre otras realidades. En el sector meridional del yacimiento se descubrió y excavó parcialmente un notable campo de silos que se usó preferentemente entre los siglos III y I a.C., de donde proceden las piezas de hierro que se estudian en este trabajo.

26. Tumba del Mirador (Usall, Banyoles. Pla de l’Estany) Bibliografía: Nolla & Casas 2005, 235-238, fig. 4. En zona alta y dominante, al nordeste del lago de Banyoles, en un lugar conocido como el Mirador, en el vecindario de Lió, se localizó y excavó una única sepultura de inhumación, en caja de tegulae dispuestas a doble vertiente. El cadáver dispuesto decúbito supino era acompañado por dos (o tres) jarritas, dos pequeños discos umbilicados de bronce y un hacha de hierro. La deposición habría de fecharse de manera imprecisa entre mediados del siglo III y la segunda mitad avanzada del siglo IV.

Más adelante, ya en un momento avanzado del siglo IV, el sector más oriental del yacimiento fue ocupado por una necrópolis que ya en la siguiente centuria se dotó de una basílica que se modificaría varias veces a lo largo de los siglos. 29. Hort d’en Bach (Maçanet de la Selva. La Selva) Bibliografía: Llinàs et al. 2000. Esta villa romana descubierta casualmente durante unas obras realizadas en el núcleo urbano de Maçanet fue objeto

27. Vilauba (Camós. Pla de l’Estany) Bibliografía: Roure et al. 1988; Castanyer & Tremoleda 1999. 9

CONTEXTOS CRONO-ARQUEOLÓGICOS

una fuente y una cisterna que proveía de agua al conjunto; en la intermedia, se construyó la pars urbana, y en la inferior, la pars fructuaria.

de varias campañas de excavación programadas que han explorado a conciencia un sector del antiguo edificio y cuyos resultados han sido rápidamente publicados y que han permitido constatar que unos cuantos muros de la fase bajoimperial siguen en uso, incorporados a un notable edificio conocido como El Palau. Ha sido posible identificar una serie de fases sucesivas a partir de un origen tardorepublicano hasta la Alta Edad Media y, de hecho, épocas posteriores. La fase mejor conocida, de muy a principios del siglo V, permite identificar un gran edificio de planta en U, abierto hacia el este, con grandes y poderosos muros de opus caementicium y sólidos contrafuertes. Después del abandono de la villa el lugar continuó frecuentado intensamente tal como ponen de manifiesto suelos de habitación, modestas estructuras, silos y algún pozo, hasta la construcción, en la Baja Edad Media de El Palau.

Su origen se sitúa en la República tardía (80-60 a.C.), siendo, en aquel momento, tan sólo un pequeño edificio a la vez residencial y agrícola, que ocupaba la terraza media. En época de Augusto, fue transformada por completo y muy ampliada, separándose claramente los espacios con una notable zona residencial en la terraza intermedia y el área de trabajo y transformación, a sus pies. Importantes reformas modificaron y ampliaron ambos sectores en la primera mitad de siglo II y, nuevamente, en época severiana. A finales del siglo III, se produjo un abandono del lugar que fue objeto de intensas frecuentaciones y saqueos hasta que en el último cuarto del siglo IV, el lugar fue refundado con cambios significativos. Como en los orígenes, de nuevo tan sólo fue ocupada la zona intermedia. La villa como tal se abandonó en la segunda mitad del siglo V, siendo, sin embargo, el lugar intensamente habitado tal como prueban modestas casas rectangulares que reutilizaban estructuras más antiguas y un pequeño cementerio asociado.

30. Els Ametllers (Tossa de Mar. La Selva) Bibliografía: Palahí & Nolla 2010. Esta villa conocida de antiguo y excavada en su práctica totalidad se dispuso en una triple terraza magníficamente orientada hacia la bahía de Tossa. En la superior, se hallaba

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ELABORACIÓN DE INSTRUMENTOS

2. ELABORACIÓN Y MANIPULACIÓN DE INSTRUMENTOS DE HIERRO EN EL ÁMBITO RURAL hace y la forma en que se repite la palabra reparar, en el caso de Columela, o cómo Paladio señala la necesidad de disponer de forjadores para el mismo menester.

En el marco de una deseada y nunca alcanzada autarquía ampliamente preconizada por los agrónomos romanos (entre otros, Catón, Columela, Varrón), se pone de manifiesto en todos y cada uno de los establecimientos rurales (ya se trate de villas o asentamientos más modestos y difíciles de clasificar), una actividad relacionada con el trabajo artesanal que tenía por objeto la elaboración y/o reparación de los instrumentos y aperos agrícolas metálicos, especialmente de hierro, aunque sin excluir, en algunas ocasiones, la manipulación del bronce (en este último caso, con claros ejemplos en Mas Gusó y La Muntanyeta).

En el marco de la más o menos limitada autarquía de la uilla, resulta aún más lógica y explicable dicha actividad de reparación y forja, que se extiende a otros campos del trabajo cotidiano. Baste recordar, por ejemplo, la existencia de pequeños hornos para la cocción de materiales de construcción en modestas villas; la elaboración de objetos aprovechando huesos y cornamenta de animales (agujas, fichas de juego, mangos de cuchillo, etc.), cuya producción en el ámbito de las uillae ha quedado ampliamente constatada y, en definitiva, los consejos proporcionados unánimemente por los antiguos agrónomos con el fin de aprovechar todos y cada uno de los recursos al alcance del fundus (piedra, arcilla, paja, juncos, cañas, leña procedente de la poda de frutales, vides o árboles del bosque, etc.), con la clara y explícita finalidad del ahorro que, al fin y al cabo, se traduciría en un mayor beneficio para la explotación. La máxima sería: "compra sólo aquello que no puedas fabricar por ti mismo". Y, en este sentido, en la villa se producía la mayor parte de lo que se consumía, llevándose a cabo, de forma habitual, la elaboración y reparación de artilugios y herramientas de hierro, entre otras cosas.

No debe sorprendernos documentar de forma tan generalizada una actividad de este tipo. En realidad, entra dentro de la lógica y sentido común, e incluso debería considerarse intrínseca a cualquier villa rural, el elaborar o, como mínimo, reparar el instrumental agrícola utilizado en el quehacer y trabajo diario, prescindiendo, en lo posible, del gasto que suponía acudir constantemente al mercado urbano o a los establecimientos especializados para suplir o reparar piezas relativamente sencillas, si dentro de la misma uilla era posible llevar a cabo dicho trabajo, con el consabido ahorro de tiempo y dinero. En realidad, incluso resulta absolutamente natural, en el ámbito rural actual, el hecho de que el agricultor lleve a cabo sus propias reparaciones de urgencia, aquellas que no requieran una gran especialización, en equipos y utensilios de estas características. Abundando en esta cuestión, se hace necesario recordar las palabras de Paladio que podemos leer en Opus Agriculturae (I, VI, 2), escritas en un momento avanzado del siglo IV: "Hay que tener necesariamente forjadores, carpinteros y artesanos de tinajas y cubas, para que no distraiga a los campesinos del trabajo cotidiano la necesidad de depender de la ciudad". En realidad, el autor no hace otra cosa que recoger aquellos preceptos que habían establecido sus predecesores. Fue Columela quien tres siglos antes, refiriéndose a las tareas del capataz o encargado del fundus, había dejado escrito que "...se le debe exhortar al cuidado de los instrumentos de labor y de las herramientas, de las que debe guardar, reparadas y a buen recaudo, el doble de lo que el número de esclavos exige, a fin de no tener que pedir al vecino nada prestado, pues el tiempo que pierden los esclavos en ir a buscarlas tiene más valor que la herramienta en sí" (De re rust. I, 8, 8), insistiendo sobre la misma cuestión en el Libro XI 1, 20: "Además, durante las fiestas inspeccionará los instrumentos de labor... ...y más a menudo revisará los de hierro; siempre los preparará por duplicado y, reparándolos de vez en cuando, los guardará...". Obsérvese, sobre todo, en el hincapié que se

Fig. 1. Lingote de hierro de la villa de Puig Rodon (Corçà), de 12,7 Kg. de peso.

Dicha actividad, prescrita por los agrónomos de la época y que, arqueológicamente, se pone de manifiesto de distintas maneras, ha dejado, como mínimo, su rastro en forma de escorias y restos procedentes de ámbitos y niveles diversos de los respectivos yacimientos estudiados y, en el mejor de los casos, en forma de indicios materializados en los restos de hornos, pequeños talleres domésticos habilitados en dependencias concretas y a veces secundarias de alguna uilla e incluso, como en el caso de Puig Rodon (Corçà), en forma de un gran lingote de hierro aún sin procesar, sin duda

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ELABORACIÓN DE INSTRUMENTOS

desordenada restos de escorias e instrumentos de hierro de baja calidad, rotos o aún no del todo elaborados. Sin duda, materiales inservibles, sobrantes o rechazados, imposibles de recuperar con el trabajo de la pequeña herrería. Es, en definitiva, un minúsculo vertedero.

utilizado para la fabricación y reparación de instrumental a partir de dicho núcleo compacto, que tiene el aspecto de un pesado ladrillo alargado de 12,75 kg de peso (fig. 1). En algunos casos concretos, la cantidad de escorias vertidas junto con las tierras utilizadas para colmatar depresiones o silos denota una actividad intensa en esta área, aunque quizá puntual, específica, de corta duración y correspondiente a un momento, muy determinado. Un claro ejemplo lo hallamos en un silo excavado recientemente en el Olivet d'en Pujol (Viladamat), en el que apareció una cantidad más que considerable de escorias de hierro mezcladas con las tierras y restos de dos bóvidos en su interior. Es el mismo depósito en cuyo nivel inferior, seguramente algo más antiguo, se recuperaron diversos pila de punta piramidal y elementos dispersos de un carro (partes metálicas de la rueda, etc.), que estudiamos en el apartado correspondiente (fig. 47). En cualquier caso, a partir del material cerámico asociado, el estrato más reciente, se fecha hacia el cambio de era. Aunque este dato cronológico no es especialmente significativo, dado que es sólo un ejemplo más de un tipo de material ampliamente presente en toda la zona estudiada, sí que a nivel local, del propio yacimiento, debe tener otra lectura de mayor trascendencia, puesto que hasta hace poco se había considerado el Olivet d'en Pujol como un almacén de dolia aislado y desprovisto de otras instalaciones anexas, edificado hacia la segunda mitad del siglo II a.C. En cambio, a la luz de los nuevos hallazgos, como los comentados, empezamos a ver que existió algo más, seguramente una pequeña villa con sus dependencias y áreas de trabajo concretas, incluyendo una pequeña herrería que incluso podía haberse materializado en forma de taller provisional y no forzosamente fijo.

Hacia el Sur, en el mismo territorio inmediato a la ciudad romana de Ampurias y a poco más de 4 km de la urbs, otro yacimiento especialmente significativo por sus orígenes y niveles de época colonial e ibérica es Mas Gusó (Bellcaire d'Empordà), transformado y ocupado por una uilla como mínimo desde mediados del siglo II a.C. y con una evolución posterior parecida a Tolegassos, hasta su total abandono hacia mediados del siglo III o poco después. Las recientes campañas de excavación han puesto al descubierto menos de la mitad de las estructuras de época romana, por lo que aún quedan muchos aspectos que desconocemos y que podrían proporcionar datos que completarían (o quizás modificarían) algunos aspectos que sólo vemos parcialmente. En cualquier caso, por el momento únicamente podemos constatar que se trata de un edificio residencial, sin dependencias agrícolas, áreas de trabajo, almacenes, etc. Es posible que éstas se hallen claramente separadas y en otra finca más alejada de la uilla. Sin embargo, en casi todas las campañas llevadas a cabo, la aparición de escorias de hierro ha sido algo habitual. No en la misma cantidad que en otros yacimientos similares, pero si de manera significativa. Es decir: una vez más, la elaboración o manipulación de hierro en el ámbito doméstico rural a partir de un pequeño taller (en algunos yacimientos, improvisado), también se verifica en Mas Gusó. Incluso documentamos la manipulación de bronce a partir de algunas escorias de esta aleación, aunque es posible que correspondan a la fase ibérica anterior.

Sin apartarnos de este ámbito geográfico, a tan sólo un millar de metros hacia el Este se halla la villa de Tolegassos, en el mismo distrito municipal (Viladamat). Una uilla de tamaño mediano, dedicada a la producción cerealista, con orígenes imprecisos hacia mediados del siglo II a.C. y diversas fases constructivas escalonadas desde época augustea, mediados del siglo I, inicios del siglo II y, finalmente, en los primeros años del siglo III, para ser abandonada hacia el último cuarto de dicha centuria. En las dependencias correspondientes a la ampliación de la última fase, detectamos un pequeño ámbito situado en el ángulo sureste del complejo, en cuyo interior se llevó a cabo una actividad metalúrgica, habilitándose un pequeño taller que ha dejado poco rastro en el registro arqueológico. En todo caso, se identifica a partir del hallazgo de una importante cantidad de escorias de hierro asociadas a niveles de ceniza en un ángulo de la estancia y a los restos de lo que parece ser la base de un hogar o, mejor dicho, del horno e instalaciones de una sencilla herrería.

Fig. 2. Hornos metalúrgicos en la villa dels Ametllers

Algo similar a Tolegassos se halló en la uilla costera de Pla de Palol (Castell-Platja d'Aro), núcleo de un próspero fundus de notables dimensiones, considerando los tamaños habituales de las villas rurales del territorio, con un período de actividad continuada desde poco antes del cambio de era hasta época tardo-antigua. En el ángulo sudoriental del ámbito 26 (Nolla, ed. 2002, fig. 116 y 117, secciones B y C) se recuperaron los restos de un pequeño horno que se construyó justamente cuando se llevaban a cabo la reformas

Aislado en el patio interior de esta zona de la villa, y sin que sea posible fecharlo, otro hallazgo debe ponerse en relación con la misma actividad y posiblemente con el pequeño taller. Se trata, en esta ocasión, de una pequeña fosa circular de poco más de 30 cm. de diámetro y profundidad aún menor, en cuyo interior se depositaron de forma 12

ELABORACIÓN DE INSTRUMENTOS

más modernas de aquel sector que implicó, entre otras cosas, la ampliación de toda aquella área hacia levante.

sino que se habilitó como tal para un uso y un momento concretos (fig. 3).

El horno fue construido cuando los nuevos muros perimetrales ya existían. Esta estructura de combustión se situaba en el ángulo las paredes este (UE 1275) y sur (UE 1298) de la habitación y constaba de una parte exenta, semicircular, perfectamente definida por un suelo de tierra roja, endurecida por el calor y una parte superior que conservaba tan sólo una hilada de piedra. Se deducía con claridad que sólo funcionó de manera puntual y en relación, tal vez, con la construcción de aquella nueva fase, y al acabar las obras lo que quedaba del horno fue cubierto por el nuevo pavimento con el que se dotó aquella sala. Media un metro escaso de diámetro y los hallazgos relacionados con los estratos de obliteración indicaban con toda claridad que su misión fue la de producir clavos y otras piezas ligadas con la edificación del nuevo edificio.

Otros interesantes datos proceden del sector oriental del ámbito 28 (UE 1369) donde aparecieron cantidades considerables de escoria de hierro, sin duda indicios claros de la presencia de dicha actividad, en esta ocasión asociada a la fase alto-imperial del yacimiento (Nolla ed. 2002, 207208). Muy similares resultan los hallazgos de la villa dels Ametllers (Tossa de Mar). En el ámbito 31, en el sector nororiental de la pars urbana, sobre el derrumbe y aterrazamiento posterior del edificio tardo-republicano para construir la villa augustal. Se trata de una zona de trabajo donde se abrieron en la arcilla 3 cubetas de planta lenticular de unos 30 x 30 cm, dispuestas radialmente y una cuarta, ligeramente mayor, de unos 0’40 por 0’60 cm con indicios contundentes de rubefacción (fig. 2). Habría que considerarlos pequeños hornos para la fabricación de clavos y otras piezas de hierro necesarias (Palahí & Nolla 2010, 4849, fig. 31). Un hallazgo parecido se realizó en el ámbito 50, en el sector sudoccidental del edificio, asociado con las obras de construcción del edificio bajo-imperial. Se trataba de una sencilla estructura prácticamente circular realizada con material de recuperación, con algunos fragmentos de opus signinum, unidos con arcilla. Se trataba, sin duda, de algo provisional y lo interpretaríamos, nuevamente, como un pequeño horno metálico asociado a los nuevos trabajos de edificación (Palahí & Nolla 2010, 69, fig. 107). Durante la campaña de 2008 en el conjunto de alfares romanos de Ermedàs (Cornellà del Terri), aparecieron los restos de, al menos, siete pequeños hornos o fraguas para la manipulación del hierro, prácticamente idénticos a otros localizados en el espacio ocupado por la acera de uno de los decumani de Ampurias. Los de Ermedàs consistían en unas estructuras (mejor dicho, recortes en el suelo natural), de forma lenticular o rectangular, no demasiado anchas ni profundas, con evidentes signos de una intensa combustión en su interior (Tremoleda et al. 2010, 251). En realidad, tienen casi la misma forma del pequeño horno para fundir bronce que habíamos localizado en la Muntanyeta, citado al inicio. En la excavación reciente (2009-2010) de la gran villa suburbana de Pla de l’Horta (Sarrià de Ter), en las inmediaciones de Gerunda, se localizó y excavó otro de estos pequeños hornos metalíferos. Fue hallado en lo que parece ser un patio interior, cerca del muro de una de las habitaciones que lo definía por el este y tenía la característica forma lenticular si acaso algo alagada, con fuerte rubefacción. Se asociaba a la fase fundacional del edificio, tardo-republicana, y probablemente sirvió para fabricar los clavos y otras piezas necesarias. Un pavimento de opus signinum con teselas incrustadas de época augustea lo sellaba (fig. 4).

Fig. 3. Pequeños hornos metalúrgicos de la villa de Pla de Palol.

Una vez finalizados los trabajos, el horno fue parcialmente desmantelado hasta el nivel de la zapata de cimentación de los muros perimetrales y el resto cubierto de tierra, cenizas y piedras y sellado por un suelo de tegulae. Cronológicamente debemos ponerlo en relación con las grandes reformas bajoimperiales que habría que fechar con seguridad en el paso del siglo IV al V. Su aspecto y localización en una zona secundaria y lateral de la habitación coincide con el de Tolegassos, aunque sólo sea por lo efímero de su estructura y el corto período de funcionamiento (al parecer, pronto fue desmantelado), y por la posición en una zona que inicialmente no había sido concebida como taller o herrería,

Finalmente, recordaremos los hallazgos efectuados en la excavación de delimitación de la gran villa de Vilarenys (Vall-llobrega, Baix Empordà), en los sectores 8, 9 y 10, al 13

ELABORACIÓN DE INSTRUMENTOS

este del yacimiento, con indicios claros de actividad metalúrgica que habría que fechar en época bajo-imperial, con grandes cantidades de escoria de hierro y pequeños hornos tan sólo identificados (Caja et al. 2002, 198), un modelo que, sin cambios, se documenta un poco en todas partes.

cualquier ámbito de la vida doméstica de carácter rural (y añadiríamos también, urbano), para el aprovisionamiento, elaboración y reparación de instrumental de hierro en todos sus aspectos y ámbitos de uso; con frecuencia, relacionados con la construcción, lo cual origina unas estructuras o, más bien, unos restos de carácter muy sencillo, no siempre fáciles de identificar. Poner en condiciones una herramienta ajada por el desgaste, elaborar o acabar de pulir clavos para sostener andamios o estructuras de tejados, podía llevarse a cabo a pie de obra por medio de fraguas pequeñas, consistentes en un simple hoyo lenticular o elíptico excavado en el suelo, relleno de brasas de carbón vegetal y alimentado con una tobera cerámica y un fuelle en un extremo. Nada tendría que ver con los talleres especializados, como el que podemos reconstruir a partir del relieve del llamado herrero de Aquilea (fig. 5), en el que se aprecian todas las instalaciones e incluso el proceso para la forja y trabajo del hierro, así como los instrumentos utilizados y los producidos. En las modestas villas se trata de otra cosa; de una actividad necesaria, artesanal y simple. El horno, una vez llevada a cabo su función específica y puntual, simplemente se abandonaba y rellenaba de tierra y, en caso de necesidad, a los pocos días se instalaba otro pequeño horno con el mismo sistema. Son estos, mayoritariamente, los pequeños ámbitos y restos de la actividad de fragua y/o reparación de instrumental de hierro que han sido ocasionalmente documentados tanto en el medio rural como en el urbano del territorio objeto de estudio.

Fig. 4. Hornos metalúrgicos bajo las estructuras de la villa del Pla de l’Horta (Sarrià de Ter).

En cualquier caso, este conjunto de hallazgos, a veces simples indicios, permiten constatar repetidamente aquello que ya indicábamos al inicio: la manipulación del hierro en

Fig. 5. Relieve del herrero de Aquilea, mostrando el detalle de las tareas e instalaciones, así como de las herramientas usadas o ya elaboradas. Copia del Museo della Civiltà romana.

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

3. TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO

3.1. La casa y las actividades domésticas. Estructuras y mobiliario

de llaves, goznes de puertas o placas de cerradura, e incluso pestillos o parte de los mecanismos internos de la cerradura, su presencia es más lógica. Probablemente no deberíamos relacionar las llaves con el sistema utilizado para cerrar el acceso a la villa, como más o menos apuntábamos al inicio de esta exposición. Al fin y al cabo, las villas documentadas y excavadas en la zona, de medianas o pequeñas dimensiones, constituyen un complejo de edificios estructurados alrededor de un patio con las diversas dependencias agrícolas y residenciales. En todo caso, cabe pensar que en cualquiera de estos complejos siempre había alguien viviendo y trabajando dentro, fuera o en sus inmediaciones y, por lo tanto, estaba más o menos vigilada, protegida y el acceso principal al recinto no requería una cerradura del tipo a menudo identificado, sino más bien otros sistemas para bloquear puertas de grandes dimensiones. En estos casos, cerraduras y llaves -así como pestillos y goznes- pertenecerían a puertas de algunas dependencias y habitaciones internas y, porqué no, de muebles. Tal vez se usaran no tanto para cerrar la modesta casa sino tan sólo un espacio interior – la despensa – o una gran caja a modo de cofre.

Puertas, llaves y sistemas de cierre Aunque parezca una obviedad, las llaves recuperadas en los diversos yacimientos estudiados constituyen un sistema de cierre de puertas complejo, destinadas a impedir el libre acceso a personas ajenas a la vivienda o a sus dependencias cuando los moradores se hallan ausentes. Las llaves permiten, por lo tanto, cerrar y abrir desde el exterior. Ésta es, precisamente, su función, y no cabria esperar la utilización de estos mecanismos únicamente para obstruir una entrada para proteger a los habitantes o sus bienes hallándose éstos en el interior de la vivienda, puesto que podría hacerse mediante sistemas más sencillos, como un simple pestillo, una tranca o una barra manipulada desde dentro. Ello debería llevarnos a la conclusión de que los sistemas de cierre elaborados, que comportan una cerradura y su correspondiente llave, serían utilizados en edificios más o menos complejos. También supone el hecho de que, aun tratándose de edificios situados en medio rural (villas), sus moradores se ausentarían para llevar a cabo las tareas cotidianas, dejando la casa vacía pero cerrada desde el exterior, impidiendo algo tan poco deseable como es el acceso a extraños.

La presencia de muebles que podrían haber requerido sistemas seguros de cierre a fin de preservar su contenido, útil e importante para la familia moradora, se documenta muy a menudo, aunque de forma indirecta. Es muy habitual hallar en excavación aquellos pequeños tubos de hueso, normalmente duros y robustos, de un diámetro de unos 2 o 3 cm. con perforaciones circulares. A veces están decorados con simples ranuras incisas en su parte superior e inferior. Durante mucho tiempo considerados elementos de flautas (!), se trata, en realidad, de los goznes de muebles o armarios, en cuyas perforaciones circulares se insertaba una púa metálica o de madera dura, la cual permitía fijarlos a la hoja de madera o al marco del mueble, según fuera el caso. La relación de yacimientos en los que aparecen estos restos sería inacabable y, en cualquier caso, cualquiera de los incluidos en la primera parte de este estudio ha proporcionado objetos de este tipo y, a veces, en número considerable.

Ello viene a cuento por el hecho de que en algunas ocasiones, pocas, hallamos llaves en yacimientos en los que no cabría esperar un sistema de cierre tan complejo. Un caso clarísimo es el de los silos de Planells/Bordegassos (fig. 7: 2). La parte excavada de esta estación consiste en dos silos abandonados y colmatados a inicios del siglo I a.C., asociados a un fondo de cabaña (identificado pero no excavado), de una extrema sencillez, más parecida a una modesta casa ibérica que a un edificio rural de tipo romano como otros contemporáneos. Nos preguntamos cómo podía utilizarse un sistema complejo para cerrar la puerta de una simple cabaña construida con materiales ligeros, que apenas podía albergar una unidad familiar mínima, a menos que tuviera por objeto dejar a buen recaudo en un cofre, arcón o armario cerrado con llave, aquellos objetos de valor para los habitantes de la casa. Quizás, simples herramientas u otros objetos de difícil o cara adquisición, imprescindibles para el trabajo cotidiano. No olvidemos que Columela, al hablar de la situación y organización de la casa de labor, señala que "...es conveniente que haya dentro del propio almacén un lugar bajo llave donde puedan custodiarse las herramientas" (De re rust. I, 6, 8).

Secundariamente, la presencia de arcones, arcas y armarios queda de manifiesto a través de otros objetos que han perdurado por ser metálicos. En el larario de la villa de Vilauba, el tirador de bronce localizado junto a las estatuillas de los lares familiares, bajo un nivel de incendio, señala claramente la presencia del arca asociada a este culto doméstico, la cual probablemente contenía los documentos familiares (Tremoleda, Castanyer & Roure 1989, 58-59, fig. 10). En Tolegassos se localizó otro de estos tiradores de bronce, absolutamente diferente, pero que sin duda

En el caso de las uillae, que es donde aparece la mayor parte 15

TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

perteneció a un arcón o a un pequeño armario (Casas & Soler 2003, fig. 184: 12). En cualquier caso, siempre podemos documentar la presencia de elementos que requerían algún sistema de cierre seguro; no únicamente las puertas de acceso a la casa o a sus dependencias, sino simplemente elementos de mobiliario que por sus características o contenido necesitaban un tipo de cierre fiable.

perforación en forma de L para insertar la llave (fig. 5), y que se repite, junto a una llave y diversas herramientas, en la estela de Vibius Smintius, de Florencia, aerario y sevir (fig. 6). Documentos excepcionales para ilustrar, asimismo, diversos tipos de herramientas de hierro que, como en el caso de la placa de cerradura citada, también localizamos esporádicamente en los yacimientos estudiados, como las tenazas, martillos, etc.

Las llaves y los diversos sistemas de cierre se complementan con algunas piezas que habrían formado parte de la cerradura. Si por un lado identificamos partes del mecanismo interior de dichas cerraduras, como una pieza de bronce de Tolegassos (Casas & Soler 2003, fig. 102, 15), que adopta un modelo ampliamente difundido en época romana (Fernández 2007a, fig. 1 y 4), por otro, hallamos lo que consideramos placas de cerradura. El modelo es muy común y perfectamente documentado en el noreste de Hispania desde época republicana, como los tres ejemplares hallados en el Camp de les Lloses, Tona, que presentan la forma más clásica y repetida, como las procedentes de los yacimientos que estudiamos (Duran et al. 2008, 76). Se trata de unas láminas de hierro de sección muy delgada y forma cuadrada o rectangular, con una perforación también rectangular o en forma de L situada en un lateral o hacia uno de sus ángulos (fig. 8: 1 a 3). Una de ellas, la más antigua, procede del alfar asociado a la villa del Collet de Sant Antoni de Calonge, en un contexto del segundo cuarto del siglo I (fig. 8: 1). Además de la perforación en forma de L, aún pueden apreciarse tres de los cuatro agujeros situados en cada ángulo, en los que se insertaban los pequeños clavos para fijarla a la hoja de madera.

Fig. 6. Estela de Q. Vibius Maximus Smintius, en la que aparecen una placa de cerradura y una llave. Museo della Civiltà Romana.

La segunda placa, procedente de un estrato de la primera mitad del siglo III de la villa de Tolegassos, adquiere una forma similar, si bien sus extremos de prolongan mediante lo que podríamos llamar unos pequeños brazos de sobresalen de la placa rectangular. El orificio para la llave se halla en el ángulo inferior (fig. 8: 2). El tercer ejemplar es algo más dudoso, pero en principio lo consideramos una placa de cerradura por su parecido al anterior y por el hecho de presentar un orificio también en su ángulo inferior (fig. 8: 3). Procede de la villa de Pla de Palol y apareció en un estrato de mediados del siglo V. En su momento fue también considerado como un posible elemento de fijación de vigas o estructuras de madera, debido al hecho de que se halló en un nivel que contenía bastantes objetos metálicos pertenecientes a la estructura del tejado (Nolla, ed. 2002, 211-212). Sin embargo, se trata de una placa cuadrada con cuatro prolongaciones en cada extremo, como en el caso de Tolegassos, más estrechas, aunque de un grosor considerablemente mayor que el de las placas anteriores, como puede apreciarse en la sección. Aunque rota en la parte inferior, puede verse el inicio de un gran orificio de forma rectangular y con un extremo ligeramente circular, en el que posiblemente se insertaría la llave.

Éste último es un hallazgo interesante sobre el que vale la pena detenerse. En efecto, se trata de dos habitaciones contiguas que ocupaban el extremo oriental de una de las grandes salas de secado, que servían de pequeño almacén, despensa y cocina de aquellos que trabajaban en aquellas dependencias. Muy probablemente a causa de un desprendimiento de tierras de la colina inmediata, se produjo el hundimiento de aquel sector del edificio que quedaron cubiertas por el barro acumulado y por el techo del edificio que se hundió de golpe a causa del peso repentino de la tierra acumulada. Todo se conservaba en su sitio, si acaso desplazado siguiendo la dirección del derrumbe. Entre el material recuperado, muy abundante y de un extraordinario valor, se localizó la placa de la cerradura, intacta (fig. 8: 1), y su llave (fig. 7: 4) que tal vez se hallaba, cuando se produjo el fatal accidente, colocada en su interior. Queda claro que sólo una de las puertas, la exterior, podía ser cerrada a voluntad, tal vez para asegurar que los alimentos allí conservados no fueran consumidos sin control. Cabe recordar que fueron hallados también dos goznes (fig. 8: 9 y 10) que, sin duda, unían la hoja de la puerta con el marco donde se encajaba y permitían que abriera y cerrara.

En cuanto a las llaves en sí, a las que nos hemos referido brevemente al inicio de este apartado, en general adoptan, todas, el mismo modelo, con pocas variaciones. En todo caso, las que presentan mayores diferencias son las tardías de Puig Rom (fig. 7: 14 y 15), aunque debemos tener en cuenta que se trata de un núcleo de época del dominio visigodo habitado aproximadamente durante un corto período comprendido entre el 680 y el 720. En este caso, aún adoptando una versión tardía del modelo romano de

Se trata, probablemente, de un modelo de placa de cerradura muy común y ampliamente difundido. Su forma no sólo recuerda, sino que puede considerarse idéntica, a la representada en la estela del herrero de Aquilea, incluida la 16

TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

dientes de una determinada llave y no los de otra cualquiera. En ocasiones adoptan formas aún más complejas que la simple L dentada. Un ejemplar de Tolegassos -sin fechar, puesto que aparece en un estrato superficial (máximo, del siglo III)-, tiene el extremo dentado adoptando una forma curva, lo que supone un cierre con los encajes dispuestos de la misma manera. Otro ejemplar tardío de Pla de Palol, procedente de antiguas excavaciones sin registro arqueológico fiable, adopta una forma parecida a una gran V, con las púas situadas en sus vértices (fig. 7: 12 y 13), lo que supone otra forma en el encaje del interior de la cerradura.

llave con dos o más dientes, sus dimensiones son exageradamente mayores que las de cualquier ejemplar de los siglos anteriores. Es probable, aunque no ha podido ser confirmado a causa de su incompleta conservación, que por lo menos una de ellas correspondía el tipo de llave articulada o con mango plegable (fig. 7: 15), que han sido documentadas en diversos lugares de la Península Ibérica desde el siglo I a.C. hasta el siglo V y, en Puig Rom, en los años de transición entre los siglos VII y VIII (Fernández 2007a, fig. 3). En lo que se refiere a los modelos romanos más clásicos, con una docena de ejemplares localizados, presentan entre sí pocas diferencias. El más antiguo procede de los estratos más recientes del oppidum de Mas Castellar (Pontós), con una cronología de los primeros años del siglo II a.C. (fig. 7: 1), asociado a una placa de cerradura, al que cronológicamente le sigue otro ejemplar, ya señalado, perteneciente a Bordegassos, un asentamiento rural muy sencillo, fechado hacia el primer cuarto del siglo I, formado por dos silos y una habitación simple (fig. 7: 2). Es una llave muy larga, delgada, acabada en una anilla en el extremo superior y tres dientes de diferente tamaño, en el extremo inferior, doblado. En la misma época o quizás medio siglo más tarde, aparecen dos modelos en Tolegassos (fig. 7: 3a y 3b). Unas llaves de espiga más corta y gruesa, también acabadas en anilla circular en un extremo, pero sin que pueden apreciarse los dientes o púas en el otro, sino más bien un encaje alargado que recorre por ambos lados toda la parte inferior doblada en ángulo recto (fig. 7: 3b). Una forma que no se repetirá en otros yacimientos estudiados ni en épocas posteriores.

Como complemento de los diversos sistemas de cierre de pequeños muebles o, quizás, incluso de puertas, debemos referirnos a los distintos tipos de pestillos, aunque sea sucintamente. En realidad, no debemos esperar hallar una extensa tipología de estos pequeños objetos, puesto que su forma funcional tampoco permite excesivas variaciones, y menos aún tratándose de objetos elaborados con hierro (algunas piezas fundidas en bronce presentan variaciones como consecuencia de la introducción de pequeños elementos decorativos). En definitiva, se trata de espigas metálicas, de sección plana, con una perforación o anilla en un extremo por el que se fijan a la madera y el extremo opuesto doblado en ángulo recto. En ocasiones podrían ser confundidos con llaves, si no fuera por la ausencia de los dientes y por la forma en que está doblado su extremo inferior. El tipo más común lo vemos en un ejemplar completo de Tolegassos, fechado hacia la transición de los siglos II-III, o en otro de la misma villa, fechado hacia la primera mitad del siglo III (fig. 8: 6 a 8). Sin embargo, dos ejemplares rotos e incompletos del Collet de Sant Antoni de Calonge, fechados en el segundo cuarto del siglo I, ya preconizan la forma más habitual de este pequeño objeto (fig. 8: 4 y 5).

Sin embargo, existen otros modelos que recuerdan esta peculiar forma, aunque más sencillos y sin un encaje tan evidente. Inicialmente confundidos con simples pestillos, en realidad se trataría de pequeñas llaves con la parte inferior doblada en ángulo y sin los dientes que caracterizan la mayor parte de estos objetos (fig. 7: 4 y 5). Ambas se fechan hacia el segundo cuarto o primera mitad del siglo I y proceden, respectivamente, del Collet de Sant Antoni de Calonge y Tolegassos. El mismo modelo reaparecerá en Tolegassos a partir del último cuarto del siglo II y durante la primera mitad del siglo III (fig. 7: 8, 9 y 10), con tres ejemplares que, con toda probabilidad, deben pertenecer a sistemas de cierre de muebles o armarios. Estas llaves sin dientes forman parte de sistemas simples de cierre, con unas cerraduras también sencillas, sin la complejidad que suponen los encajes y perforaciones de distinto grosor en las que insertar los extremos de las llaves con dientes.

En otro orden de cosas, la presencia habitual –absolutamente lógica y esperada- de elementos metálicos que denotan la existencia de puertas de madera, constituye un elemento interesante para documentar la forma y soluciones adoptadas en la colocación y fijación de estos elementos que forman parte de cualquier vivienda. Goznes, charnelas y bisagras -si podemos llamarlas de esta forma- son elementos metálicos, de hierro, que aparecen escasamente y de forma muy esporádica, aunque con ejemplares que ilustran perfectamente los modelos y soluciones que deberíamos considerar más comunes. Lamentablemente, sólo identificamos tres piezas que sin duda habrían formado parte de la fijación de puertas a su marco de madera o a un elemento metálico, un gozne o algo parecido.

No obstante, el modelo más antiguo y seguramente el más común en época romana es el que adopta la forma de L y con el extremo inferior acabado en forma de peine con dos, tres o cuatro dientes, al que ya nos habíamos referido al inicio, con antecedentes claros en el mundo indígena, si bien con claras influencias externas (fig. 7: 1 y 2). Convive y es contemporáneo con todos los demás y supone la existencia de cerraduras algo más complejas, puesto que el mecanismo interior debe estar perfectamente diseñado para encajar los

El primero, también el más antiguo, procede de la villa del Collet de Sant Antoni de Calonge, en un contexto seguro del segundo cuarto del siglo I (fig. 8: 9). Es, además, un elemento que nos permite documentar la adopción de una solución que con pocas modificaciones ha venido siendo utilizada hasta mediado del siglo XX. Se trata de una espiga o púa larga, de sección casi circular, cuyo extremo se 17

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Fig. 7. Repertorio de llaves documentadas a lo largo del período estudiado (s. II-I a.C. – s. VII-VIII d.C.).

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ensanchó, aplanó y dobló adoptando una forma tubular, de modo que la punta iba insertada dentro de la hoja de madera y el tubo sobresalía e iba colocado sobre un perno en forma de L fijado a la pared.

Fig. 7: 3a y 3b. Tolegassos - Viladamat, 12VT-2443 (Casas & Soler 2003, 120, fig. 73: 23). Augusteo. Primera mitad del siglo I d.C. Conjunto de dos llaves de puerta, con el encaje y dientes de forma poco habitual. Aunque adoptan e aspecto más clásico, con una tallo corto y acabado en anilla circular en su extremo superior, carecen de dientes en la parte inferior, por lo que el sistema de encaje a la cerradura adopta una solución diferente a lo que suele ser habitual, especialmente en el caso de la llave 3b, que podemos ver más compleja, a pesar de la deformación producida por el óxido acumulado.

El segundo ejemplar, de la misma época y procedente del mismo yacimiento, adopta una forma que en principio resulta lógica y común, si bien algo extraña (fig. 8: 10). La larga espiga es robusta y de sección rectangular plana, aunque no excesivamente delgada, mientras que la anilla, girada respecto a la lámina más larga, quizá es demasiado delgada en comparación. También sería difícil insertar una lámina tan larga en el interior de una hoja de madera y, en cualquier caso, la ausencia de perforaciones descarta la posibilidad de que se fijara con clavos a la superficie de una tabla o de una puerta. Sin descartar la posibilidad de un error en la identificación del objeto, no le hallamos otra utilidad que la señalada.

Fig. 7: 4. Collet de Sant Antoni - Calonge. Entorno el 25-50 d.C. Llave de puerta de tipo clásico, terminada de forma sencilla y sin dientes, con un simple encaje. Fig. 7: 5. Tolegassos - Viladamat, 9VT-2414. Primer tercio del siglo I. Llave con el extremo sin los dientes y encajes, fácilmente confundible con un simple pestillo, aunque tiene la parte inferior más gruesa y ancha. Por su tamaño, deberíamos considerarla como una llave de una pequeña caja o arcón.

En último lugar, debemos recordar el hallazgo de una bisagra completa en el conjunto del castellum de Sant Julià de Ramis, en un contexto de finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Aunque muy tardío, se trata de un ejemplar excepcional en su categoría, puesto que comprende la bisagra en sí misma y los clavos que la fijaban al marco y a la puerta de madera; dos a cada lado (fig. 8: 11).

Fig. 7: 6. Tolegassos - Viladamat, VT-1058 (Casas 1989, 139, fig. 94: 15; Fernández 2007a, fig. 2: 10). Contexto a partir de inicios del siglo II, pero perdura durante todo el siglo. Llave de puerta de la forma típica, acabada en forma de peine con tres dientes y el extremo opuesto terminado en anilla. Quizás a causa del óxido, presenta un aspecto robusto, más grueso de lo que se consideraría habitual.

Si miramos hacia atrás, hacia el mundo ibero, observamos que llaves y cerraduras no son tan sólo escasas sino que parecen piezas extraordinarias y adoptadas tardíamente. De Mas Castellar (Pontós) proceden las piezas más interesantes y mejor conservadas, como la llave de tres dientes procedente del relleno del silo 101, que habría que fechar entorno al 195-190 a.C. y muy parecida a muchas de las aquí estudiadas (Rovira & Teixidor 2002, 359, fig. 11.27:6), u otra, fragmentada, hallada en la Casa 1 (Rovira & Teixidor 2002, 353, fig. 11.21: 8), de cronología similar o un poco anterior; placas de cerradura, morfológicamente muy próximas (Rovira & Teixidor 2002, 353, fig. 11.21: 12 Casa 1- y fig. 11.30: 3 –superficial-); o pestillos (Rovira & Teixidor 2002, 354, fig. 11.22: 6 -Casa 2-). Su existencia y uso, probablemente muy puntual, antes de la conquista romana sería confirmada, por el momento, por una única pieza procedente del Puig de Sant Andreu (Oliva 1958, 331, fig. 20), así como algunos hallazgos en contextos valencianos (Bonet & Guérin 1995, 87, fig. 2).

Fig. 7: 7. Tolegassos - Viladamat, VT-2006 (Casas 1989, 158, fig. 109: 6; Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 84; Fernández 2007a, fig. 2: 10). Escombrera de mediados del siglo II. Llave de hierro con cuatro dientes, algo mayor de lo que suele ser habitual y con el extremo también acabado en anilla. Fig. 7: 8. Tolegassos - Viladamat, 9VT-2413 (Casas & Nolla 1993, 74, nº 465). Hacia el 150-180. Seguramente es una llave de puerta, pero no tiene los dientes característicos. Hay otras, en Tolegassos, que tampoco tienen los dientes, pero sin duda también se trata de llaves. No parece que se pueda confundir con un pestillo de puerta, porque la parte doblada sobresale más de la cuenta.

CATÁLOGO Llaves Fig. 7: 1. Mas Castellar – Pontós (Pons & Rovira 1997, fig. 19: 2; Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.27: 6). Hacia el 195 a.C. Llave de puerta, de medianas dimensiones, en forma de L y provista de tres dientes muy separados en su parte inferior. Presenta una deficiente conservación.

Fig. 7: 9. Tolegassos - Viladamat, VT-2082 (Casas 1989, 93, fig. 59: 6; Fernández 2007a, fig. 2: 10). Transición siglos II-III. Pequeña llave de mueble, doblada formando una L como suele ser habitual, aunque sin dientes en el extremo inferior. Fig. 7: 10. Tolegassos - Viladamat, 6VT-2078. Inicios del siglo III. Llave de puerta, muy oxidada y deformada. Apenas pueden verse los detalles a causa de la corrosión y acumulación de óxido. Sin embargo, pertenece al grupo mayoritario, con un

Fig. 7: 2. Bordegassos - Vilopriu (Casas, Merino & Soler 1991, 133, fig. 9: 5). Primer cuarto del siglo I a.C. Llave de puerta, de tallo largo y estrecho, y extremo ligeramente curvado, con tres dientes. 19

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Fig. 8. Placas de cerradura, goznes y pestillos.

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del siglo V. Forma no habitual, que recuerda la placa de una cerradura de puerta de Tolegassos. Placa cuadrada con un agujero circular, roto, en la parte inferior. Cuatro púas que salen de los ángulos, hacia arriba y hacia abajo, sin función específica (decorativa, si sólo fuera una placa de cerradura).

extremo acabado en anilla y sin que puedan apreciarse los dientes, aún a pesar del óxido que se ha acumulado en la superficie. Fig. 7: 11. Tolegassos - Viladamat, VT-1010, (Casas 1989, 100, fig. 63: 9; Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 84; Fernández 2007a, fig. 2: 10). Nivel de destrucción y abandono, con materiales de los siglos II-III. Llave de hierro, con cuatro dientes (uno el doble de ancho que los demás, por corresponder a la prolongación de mango) y acabada en una anilla en la parte superior.

Pestillos, goznes y bisagras Fig. 8: 4. Collet de Sant Antoni - Calonge. Entorno el 25-50 d.C. Objeto parecido a una especie de clavo acabado con una cabeza circular perforada. Pero no tiene punta y el extremo es plano. Probablemente es el pestillo de una puerta (de armario, a juzgar por las medidas).

Fig. 7: 12. Tolegassos - Viladamat, VT-2001, (Casas 1989, 97, fig. 62: 5; Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 84; Fernández 2007a, fig. 2: 10). Estrato superficial, niveles de abandono (siglo III). Llave de hierro, con cuatro dientes en un extremo de forma semicircular (poco habitual). El otro extremo terminado en una anilla, como suele ser bastante común.

Fig. 8: 5. Collet de Sant Antoni - Calonge. Entorno el 25-50 d.C. Pequeño pasador acabado en un gancho, formado por un tallo de sección plana curvado y doblado en un extremo. Puede ser un pestillo o un pasador. Es poco probable que se trate del extremo de un gancho roto.

Fig. 7: 13. Pla de Palol - Platja d’Aro, (Nolla, ed. 2002, 52, fig. 25: 2). Cronología indeterminada, tardía, procedente de niveles y excavaciones antiguas sin registro seguro. Llave muy larga y estrecha, con la punta doblada en U y cuatro dientes. Extremo opuesto acabado en anilla. Toda la pieza es de sección plana, rectangular.

Fig. 8: 6. Tolegassos - Viladamat, VT-2084, (Casas & Soler 2003, 190, fig. 122: 20). Transición entre los siglos II-III. Pequeño pestillo de puerta, con un extremo circular y el otro doblado en ángulo recto; de sección cuadrada y un ligero encaje curvado en el ángulo interior. Modelo repetido hasta época actual.

Fig. 7: 14. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 107.042, (Palol 1952, lám. LV; Palol 2004, 84, fig. 121: 29; Fernández 2007a, fig. 2: 16). Transición siglos VII-VIII (680-720). Gran llave de puerta, con un mango largo y estrecho y dos dientes. Sigue la moda o los tipos de época romana, pero de dimensiones desproporcionadas.

Fig. 8: 7. Tolegassos - Viladamat, 3VT-2004, (Casas 1989, 97, fig. 62: 9; Casas et al. 1995, 111-113, fig. 84). Primera mitad del siglo III. Pestillo de puerta (quizá de mueble o armario). Diferente de las llaves básicamente porque el extremo doblado tiene casi la misma anchura y grosor que el resto de la pieza. Acabada en una anilla en el extremo opuesto, con el objeto de poder ser fijada a la madera de la puerta.

Fig. 7: 15. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 107.043, (Palol 1952, lám. LIV; Palol 2004, 84, fig. 121: 30; Fernández 2007a, fig. 2: 16). Transición siglos VII-VIII (680-720). Pieza extraña, aunque identificada como el extremo de una llave de puerta bastante grande, con dos dientes o encajes conservados parcialmente. Por la forma del mango, es casi seguro que seria del tipo de llave articulada o mango plegable.

Fig. 8: 8. Tolegassos - Viladamat, VT-2084, (Casas & Soler 2003, 190, fig. 122: 21). Transición entre los siglos II-III. Pieza en forma de L. Parte superior rota (tendría un extremo circular perforado, como los demás pestillos). La parte inferior es de sección circular.

Placas de cerradura Fig. 8: 1. Collet de Sant Antoni - Calonge. Entorno el 25-50 d.C. Placa de forma cuadrada correspondiente a la protección de una cerradura de puerta. Tiene al menos tres de los agujeros en los que se insertaban los clavos que la fijaban a la madera y el orificio central para la llave, en forma de L.

Fig. 8: 9. Collet de Sant Antoni - Calonge. Entorno el 25-50 d.C. Gozne de puerta de una sola pieza. Un extremo es más ancho y doblado, formando un corto tubo, y el otro como una punta que iba insertada en el interior de la hoja de la puerta. Muy robusto y efectivo (no podía arrancarse ni salir de quicio desde el exterior).

Fig. 8: 2. Tolegassos - Viladamat, 3VT-2004. Primera mitad del siglo III. Lámina de hierro de forma rectangular con cuatro extremos alargados arriba y abajo y una perforación rectangular desplazada hacia un ángulo. Placa de la cerradura de una puerta con el orificio para la llave

Fig. 8: 10. Collet de Sant Antoni - Calonge. Entorno el 2550 d.C. Hoja larga y de sección plana, acabada con una especie de anilla girada respecto al plano más ancho y el otro extremo terminado con una superficie de mayor grosor, pero no lo bastante cortante (no puede ser confundido con un cuchillo ni otro instrumento análogo). Parece un mango o más bien el gozne de una puerta, que iría insertado en la hoja de madera.

Fig. 8: 3. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1395. Mediados 21

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Algunos indicios parecen confirmar que, en general, debemos hacer la distinción entre estos eslabones alargados o en forma de ocho y las simples anillas, las cuales podían tener, a veces, otros usos o funciones. Creemos que, aunque se trate de un solo caso, el ejemplar nº 1 corrobora nuestra suposición, puesto que en él se combina un eslabón aplastado en forma de ocho con una anilla que, aun parcialmente rota, es claramente circular; como si se tratara de un elemento de unión de otros tramos de cadena. Lamentablemente, a partir de un solo caso se hace difícil generalizar; pero es un indicio firme que debemos tomar en consideración.

Fig. 8: 11. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2334 (Burch et al. 2006, 97: 6). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Juego completo de una charnela o bisagra, con los clavos que la fijaban a una puerta de madera que debió tener un grosor considerable. Ejemplar excepcional por su buena conservación y por aparecer completo.

Cadenas y Anillas Son elementos habituales en cualquier yacimiento de época romana, especialmente en el ámbito rural. Se trata de una serie de objetos cuyo uso específico en pocas ocasiones tendremos ocasión de conocer con exactitud. Su forma sencilla y su función polivalente hacen prácticamente imposible conocer el destino para el que fueron concebidas una serie de cadenas, anillas, eslabones sueltos, etc. Es, también, la ventaja de unos objetos que podían tener mil y una aplicaciones en el ámbito doméstico y rural. Algunos, quizás, ligados a la construcción (da la impresión que podían ir fijados a tablones o vigas (fig. 9: 16); otros, como partes intermedias para unir dos o tres tramos de cadena (fig. 9: 6). Pero la mayor parte constituyen fragmentos con dos o tres eslabones conservados y, en un solo caso, con cinco eslabones (fig. 9: 7).

A excepción de una pieza compleja de Tolegassos (fig. 9: 6), de mediados o segunda mitad del siglo II, constituida por una larga varilla doblada en cada extremo y por la parte central (lo que da a entender que era el núcleo que unía tres tramos de cadena), el resto de piezas muestran una gran simplicidad, puesto que se trata de anillas totalmente circulares y de diversos diámetros que determinaban los respectivos grosores (fig. 9: 8 a 19). En dos ocasiones, dichas anillas conservan parte de un segundo elemento: otra anilla a la que iban sujetas y que quizás - por lo menos en una ocasión - sirvió para fijarla a un travesaño o a un poste de madera, a juzgar por la forma de grapa que adopta esta segunda pieza (fig. 9: 16). No vale demasiado la pena fijarse en las cronologías del segundo conjunto, ya que documentamos anillas, arandelas y aros a lo largo de todo el período estudiado, desde el siglo II a. C. hasta los siglos VII-VIII de nuestra era, sin cambios que podamos percibir.

En cambio, nos proporcionan datos interesantes sobre los modelos habituales, así como sobre el trabajo de hierro, su forja y la forma de elaborar estas modestas piezas. Con toda probabilidad, deberemos agruparlas en dos grandes categorías genéricas, que quizás respondan a funciones diferentes en cada caso: los eslabones de cadena y las anillas. Pensamos que debe hacerse esta distinción en base a la forma específica de cada tipo. Los eslabones, por lo que observamos en el conjunto, se caracterizan por tener forma de ocho. En todo caso, una forma alargada que se comprime en la parte central; a veces, ambos lados llegan a tocarse, formando claramente un ocho perfectamente cerrado (fig. 9: 4, 5 y 7), mientras que en otras ocasiones, ambos lados largos no llegan a unirse por el centro (fig. 9: 2 y 3). Esta forma, peculiar, pero que ha perdurado hasta nuestros días, es la más característica de los eslabones de cadena del período estudiado, y no podemos considerar que pertenezcan únicamente a una época concreta y restringida o a determinado tipo de yacimiento, sino que se generalizaron en todo el territorio y en cualquier época.

En lo que sí debemos fijar nuestra atención es en el proceso para su elaboración y los resultados obtenidos. Aunque es un hecho absolutamente lógico, por no decir una obviedad, ambos tipos de eslabón/anilla (excepto el nº 6), se nos muestran de una sola pieza perfecta, totalmente cerrada, sin que sea posible, en ningún caso, apreciar el punto de unión o soldadura. Es decir, que se trata de aros que en otro tipo de metal o aleaciones se obtenían fácilmente por fundición y vertido en un molde; cosa que no seria posible en el caso del hierro a causa de la temperatura y técnica requeridas para ello (1536 ºC, inalcanzables en un horno de la época), y además resulta evidente que todas las piezas se obtuvieron en un trabajo artesanal de forja. No olvidemos que, tal como señalábamos en uno de los capítulos iniciales, la elaboración y manipulación de instrumentos y herramientas de hierro se llevaba a cabo normalmente en pequeños y a veces improvisados talleres caseros (supra), lo cual no significa que no pudieran realizarse trabajos de calidad en el ámbito de la forja y, en este caso concreto, en la elaboración de aros perfectamente cerrados, lo cual dotaba a los eslabones y anillas de una robustez y resistencia a la fractura o apertura accidental, considerables.

Los ejemplares documentados abarcan una dilatada etapa que se extiende desde época republicana (segunda mitad del siglo II a. C. para el primero de la fig. 9), hasta mediados del siglo III para la cadena nº 7 de la misma figura. Se trata, siempre, de piezas aparecidas en establecimientos rurales, como en la fase republicana de la villa de Mas Gusó y en un estrato de mediados del siglo III del mismo yacimiento (fig. 9: 7); en un silo amortizado hacia finales del siglo I a. C., del almacén de dolia del Olivet d'en Pujol (fig. 9: 2); en la villa del Collet de Sant Antoni de Calonge, en el segundo cuarto del siglo I (fig. 9: 3 y 4); Tolegassos hacia finales del siglo II (fig. 9: 5), etc.

En relación a los eslabones de cadena, su presencia en contextos ibéricos está bien documentada si bien en menor cantidad y, sobre todo, con soluciones más sencillas y simples. Señalemos las piezas bien publicadas de Mas 22

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Fig. 9. Eslabones, anillas y diferentes elementos de cadenas. .

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Anilla de hierro conservada parcialmente, de sección circular, gruesa y robusta.

Castellar de Pontós (Rovira & Teixidor 2002, 350-352, fig. 11.20:9). Mucho más abundantes son los hallazgos de anillas de dimensiones varias y con secciones en cinta, circulares o cuadrangulares y cuyo uso se nos antoja, como en sus homónimas romanas, poco especializado. En Mas Castellar (Pontós), no son extrañas (Rovira & Teixidor 2002, 350, fig. 11.21:5, fig. 11.22:10, fig. 11.23:12, fig. 11.25:5, fig. 11.39:9)

Fig. 9: 10. Vinya del Fuster – Viladamat, inhumación 22. Segunda mitad del siglo II o inicios del siglo III. Anilla de hierro de sección circular y de una sola pieza. No se ve el punto de soldadura. Fig. 9: 11. Mas Gusó – Bellcaire, MG-3004 (Casas & Soler 2004, 247, fig. 195: 3). Primera mitad del siglo III. Anilla de hierro, de pequeñas dimensiones.

CATÁLOGO Fig. 9: 1. Mas Gusó – Bellcaire, MG-3076. Segunda mitad del siglo II a. C. Dos anillas o eslabones de cadena. La primera, entera, en forma de ocho. La segunda, de forma circular, pero rota por la mitad.

Fig. 9: 12. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1395 (Nolla, ed. 2002, 209, fig. 155: 3). Mediados del siglo V. Eslabón de una sola pieza. No se ve el punto de unión del remache. Sección ligeramente ovalada e irregular. Fig. 9: 13. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.872 (Palol 2004, 91, fig. 125: 88). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Anilla o eslabón de una cadena, por ejemplo. Usos o funciones múltiples.

Fig. 9: 2. Olivet d’en Pujol – Viladamat. Últimos años del siglo I a.C. Dos anillas de hierro de forma alargada (como un 8), unidas entre ellas. Fig. 9: 3. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 25-50 d.C. Dos eslabones de cadena, unidos entre sí. Tienen forma de ocho, como suele ser bastante común en las cadenas de la época. No se nota el punto de unión o soldadura.

Fig. 9: 14. Mas Gusó – Bellcaire, MG-3005 (Casas & Soler 2004, 240 fig. 193: 8). Primera mitad del siglo III. Anilla de tamaño regular, de una sola pieza (no se aprecia el punto de unión o remache de los extremos). Fig. 9: 15. Vilauba – Camós (Roure et al. 1988, 72,fig. 44: 14). Fase IV, primera mitad del siglo V. Fragmento de anilla de sección ovalada.

Fig. 9: 4. Collet de Sant Antoni – Calonge.Entorno el 25-50 d.C. Dos eslabones de cadena aún unidos (uno de ellos, roto), en forma de ocho, repitiendo formas habituales.

Fig. 9: 16. Vilauba – Camós, Vil21-10-V-87-531-40, (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, lám. 124: 10). Finales del siglo III. Anilla circular con una grapa o un segundo eslabón abierto, terminado en punta en cada extremo, seguramente para poder ser clavada sobre una viga o un tablón.

Fig. 9: 5. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 161, fig. 101: 4). Hacia el 175/200. Fragmento de cadena formado por tres anillas o eslabones en la habitual forma de ocho, perfectamente soldadas y sin que se note el punto de unión o soldadura de cada pieza.

Fig. 9: 17. Vilauba – Camós, (Roure et al. 1988, 85, fig. 53: 18). Siglos VI-VII. Anilla de hierro, de sección circular o más bien plana.

Fig. 9: 6. Tolegassos – Viladamat, VT-2006 (Casas 1989, 100, fig. 63: 3). Mediados o segunda mitad del siglo II. Eslabón de cadena en forma de brazo de balanza, hecho con una sola tira de hierro de sección circular doblada por tres lugares para formar el lazo con tres anillas (central y en cada extremo).

Fig. 9: 18. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.945 (Palol 2004, 91, fig. 126: 192). Transición siglos VII-VIII (680720). Anilla rota, de tamaño bastante grande en comparación con la mayoría de las halladas en el asentamiento.

Fig. 9: 7. Mas Gusó – Bellcaire, MG-3037 (Casas & Soler 2004, 196, fig. 151: 16). Mediados del siglo III, estratos de abandono de la villa. Cadena formada por 5 eslabones en forma de ocho. Trabajo de herrero muy cuidado, sin que se vean los puntos de unión o cierre de cada eslabón.

Fig. 9: 19. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.923. Transición siglos VII-VIII (680-720). Pequeña anilla abierta y delgada.

Fig. 9: 8. Mas Gusó – Bellcaire, MG-3076. Segunda mitad del siglo II a. C. Conjunto de dos anillas de hierro, una de ellas rota, que han quedado soldadas entre sí por el óxido acumulado.

Fig. 9: 20. Hort d’en Bach – Maçanet de la Selva, UE-8002. Mediados del siglo V. Alambre retorcido formando una anilla con un nudo. Originalmente debió ir enroscado sobre un palo o un poste de madera. En realidad, no parece exactamente una anilla, en el sentido y uso que otorgamos a las demás, sino más bien un simple alambre.

Fig. 9: 9. Mas Gusó – Bellcaire, MG-3124. Segunda mitad del siglo II a. C. 24

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siglo I. En efecto, el hecho de dejar constancia, como excusa de tareas no terminadas, de la fuga de los esclavos, seruos aufugisse, (De agri cult., II, 2), refleja, sin duda, una realidad cotidiana.

Cepos y Grillos Aunque más propio de las medianas y grandes villas esclavistas de las que nos hablan algunos de los agrónomos del mundo clásico, y poco habituales en esta zona, las instalaciones destinadas al alojamiento de la mano de obra agrícola y aquellas específicas para los esclavos que podían considerarse, a los ojos de sus propietarios, "difíciles" o "conflictivos", incluían diversos elementos destinados expresamente a aprisionarlos y evitar su fuga. Es este caso, diversos tipos de cepos y grilletes (compes), de los que se hacen eco los diversos autores de la época han sido documentados esporádicamente.

En este apartado disponemos únicamente de dos piezas que corresponden, respectivamente, a un cepo y a un grillete. Dos casos únicos en el ámbito territorial estudiado y, en realidad, con muy pocos paralelos conocidos para los respectivos modelos, hasta el punto que en el primero de los artilugios, su forma es original, única (fig. 12: 1). Se trata de un cepo con estructura de madera chapado o rodeado con un refuerzo metálico de hierro fijado a la madera mediante unos clavos de cabeza circular y diámetro considerable en relación con el grosor de la punta. Procede de una necrópolis rural.

La preocupación por lo que podríamos llamar conservación de los esclavos queda perfectamente reflejada en dos párrafos de Columela al referirse a la ergástula que, según él, debería tener cada uilla: "Los cuartos para los esclavos sin grilletes tendrán perfecta orientación... ...para los esclavos encadenados, lo mejor es, por lo general, un ergástulo subterráneo..." (De re rust, I, 6, 3), añadiendo en el libro XI: "Y así, a los esclavos encadenados, que estén en el ergástulo, debería llamarlos todos los días por su nombre, y vigilar para que estén bien sujetos con los grillos..." (De re rust. XI, 1, 22). Y todo ello aún reconociendo - quizás exagerando - que el trabajo de los esclavos era menos rentable que el de los agricultores libres, como parece deducirse de algunos párrafos de Columela o Plinio, el cual señala que lo peor era utilizar los esclavos confinados en la ergástula (Coli rura ergastulis pessimum est, et quidquid agitur a desperantibus, N. H., XVIII, 3)

Fig. 11. Sistema de cierre de un grillete del siglo XIX, similar al de la villa de Pla de Palol.

El cadáver enterrado en la tumba nº 9 del cementerio oriental de la villa romana de Collet de Sant Antoni (Calonge) constituía, a todas luces, un hallazgo extraordinario. Parcialmente destruida, la tumba pertenecía a un hombre joven, de unos 25 años, que fue colocado dentro de un ataúd de madera con los pies encajados en un complicado cepo de hierro y madera que le aprisionaba ambas piernas a la altura de los tobillos y que le impidieron, en vida, cualquier movimiento. No es posible fechar con precisión la inhumación que con muchas posibilidades habría que situar entre mediados del siglo II y mediados del III. Se trata de un hallazgo curioso, único en aquel cementerio y extremadamente raro en el mundo funerario romano. Podemos deducir que el difunto habría sido castigado a ser inmovilizado de forma cruel sin posibilidad de moverse. Cabría la posibilidad – no se localizó la parte superior del cuerpo – que manos y cuello estuvieran encadenados si bien no era estrictamente necesario. Hay que suponer que fue castigado por algo que nunca conoceremos y, tal vez, torturado, muriendo mientras purgaba sus penas en la ergástula de la villa. Lo más sorprendente es que el cepo no fuera retirado y que se decidiera enterrarlo junto al cadáver.

Fig. 10. Representación del cuadripórtico posterior del teatro de Pompeya, con cuatro condenados encadenados (de G.B. Piranesi).

La fuga de los esclavos debía ser, en numerosas ocasiones, un hecho habitual, aún tratándose de haciendas relativamente pequeñas como las que describe Virgilio en las Geórgicas, en las que su número sería proporcional a la superficie del dominio agrícola. Pero también en las grandes o medianas haciendas como la que parece describir Catón a inicios del siglo II a.C. y, sobre todo, Columela a finales del 25

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Fig. 12. Grilletes de una sepultura del Collet y de la villa de Pla de Palol, con la reconstrucción hipotética del primero .

Ello nos invita a pensar en la voluntad expresa por parte del dominus o de su representante, el uillicus, tal vez como escarmiento general o a tenor de una falta muy grave que comportaba purgar la pena más allá de la muerte.

dispuestos a un lado y otro del siniestro aparato y que les obligaba a estar echados o, acaso, sentados o en cuclillas (Nolla et al. 2005, 90-93). En contexto funerario, conocemos dos paralelos sólo parecidos y, en ningún caso, iguales y que corresponden a realidades urbanas. Recordemos, en primer lugar, una inhumación de la necrópolis del Párking meridional de Ampurias, excavada en 1984, cuyo cadáver presentaba un grillo de hierro puesto en el tobillo izquierdo del cual salía una cadena del mismo material. Sin otros datos, no era posible establecer con precisión su cronología que sin

Las fuentes nos informan de la conveniencia de encadenar a los esclavos castigados y arqueológicamente deberíamos recordar los hallazgos efectuados en la celda nº 8 del cuadripórtico de detrás del teatro de Pompeya que funcionaba de cuartel de gladiadores (fig. 10), una auténtica mazmorra donde unos cepos permitían aprisionar simultáneamente una sola pierna de varios desgraciados, 26

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embargo ha de situarse antes del cambio de era (Nolla et al. 2005, 88, fig. 74).

mencionar, siendo algunas de ellas notablemente interesantes.

El otro ejemplo procede de la necrópolis de la calle de Quart, en Valencia, en un contexto alto-imperial. Correspondía a un hombre adulto que, como en nuestro caso, conservaba tan sólo las extremidades inferiores, con un grillo de hierro que le aprisionaba el tobillo izquierdo (García & Guérin 2002, 210-213, fig. 6).

Los cuchillos se presentan, por regla general, bajo la forma de una hoja más o menos larga (corta y ancha en los ejemplares más antiguos, y más alargada y estilizada en los más recientes), que forma una sola pieza con el mango. En realidad, debemos distinguir entre la espiga metálica de la parte posterior, que no es otra cosa que la prolongación de la hoja, del mango propiamente dicho. Éste, en realidad, está formado por un elemento no metálico en el que se insertaba la espiga (de sección cuadrada, circular o plana). Esta pieza, en los numerosos casos en que se ha conservado, está tallada en hueso o, más habitualmente, en asta de ciervo (fig. 14 y 17). Sin duda, existían los mangos de madera, pero por sus propias características no han perdurado hasta nuestros días. Sin embargo, la utilización de la madera en esta parte del cuchillo ha podido ser documentada al menos en una ocasión, en un gran cuchillo de Vilauba que conservaba restos de madera de boj adherida al extremo de la espiga metálica (fig. 14: 13).

La segunda pieza, relativamente más sencilla, corresponde a un simple grillete (en realidad, a una de sus mitades), formado por dos partes de forma semicircular y articuladas, lo que permitía, como en los modelos medievales y modernos, cerrarlo alrededor de una extremidad, ya fuera la pierna o el brazo (fig. 12: 2). El extremo inferior de cada mitad terminaba con una anilla de forma rectangular, en la que se insertaba un elemento móvil que permitía cerrar el círculo. No se trata de un modelo desconocido en contextos de época romana, puesto que el mismo tipo o muy parecido ha sido documentado, por ejemplo, en Renieblas (Soria), con cronologías del último tercio el siglo II a. C. (Fernández 2007b, fig. 5: 4 y 8). En realidad, su forma y el sistema de cierre perduraron durante siglos, utilizándose en el comercio esclavista hasta el siglo XIX (fig. 11).

La utilización de asta de ciervo como material para dotar de un mango grueso y robusto a los cuchillos (y quizás para otros instrumentos cortantes), ha sido documentada en la zona, incluso en yacimientos ibéricos antiguos. En los silos de Saus II, con una cronología del último cuarto del siglo V a.C., aparecieron dos ejemplares elaborados con dicho material (Casas & Soler, en prensa), perfectamente serrados en cada extremo y ligeramente pulidos, aunque conservado la rugosidad natural del asta con el fin de facilitar su prensión. Algo similar se halló recientemente en otros silos del Camp de l'Ylla (Viladamat), con la misma cronología que los anteriores (Casas, Nolla & Soler, en prensa). En esta ocasión se trata de los extremos puntiagudos y los nudos o bases de las raíces de astas de ciervo, rechazados una vez serradas las partes rectas y largas que se utilizaron para obtener los respectivos mangos.

CATÁLOGO Fig. 12: 1. Collet de Sant Antoni – Calonge, sepultura nº 9 (Nolla et al. 2005, 33-34, fig. 17, 18 y 19). Segunda mitad del siglo II o primera del siglo III. Grillete de hierro, formado por una placa ancha y de forma alargada, con los elementos fijados con clavos repujados y un posible sistema de cierre en un extremo. Aparentemente iba fijado entorno una pieza de madera que constituía realmente el grillete con dos agujeros para los pies. Apareció aprisionando los tobillos del cadáver en la necrópolis del yacimiento. Fig. 12: 2. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1021 (Nolla, ed. 2002, 209, fig. 155: 1). Mediados del siglo V. Dos piezas de la misma forma, enlazadas por el centro. Una parte curvada o de forma semicircular y la otra, en el extremo, como una anilla, de forma rectangular. Las dos piezas se podían cerrar constituyendo unos grilletes (básicamente para personas, aunque no debería descartarse un uso similar para trabar las patas de los caballos).

Esta tradición en la utilización de dichos materiales básicos es la que perduró en toda la región hasta época romana, sin ningún cambio a lo largo de casi un milenio, puesto que algunos mangos se fechan en el siglo V d.C. (como en caso de un ejemplar extraordinario de la Font del Vilar, que tendremos ocasión de comentar detalladamente). No obstante, en muchas ocasiones se utilizaron huesos de paredes gruesas, sobre todo procedentes de las extremidades de bóvidos, u otros de menor diámetro pero de igual resistencia, que con toda probabilidad proceden de las extremidades de ovi-cápridos. En ocasiones es difícil determinar su origen exacto porque su estado de conservación no lo permite o porque fueron pulidos o simplemente tallados en facetas longitudinales, hasta el extremo de haber desaparecido la rugosidad natural que en otros casos se observaría en las astas de venados. No siempre nos será posible determinar con certeza el material de base.

Instrumentos domésticos. Cuchillos Es el conjunto de materiales más numeroso, con un extenso repertorio que a menudo repite las mismas formas, aunque hallamos, de vez en cuando, ejemplares singulares, poco habituales y que pueden considerarse algo así como una novedad ante un panorama inicialmente homogéneo, repetido y hasta cierto punto monótono. Su estructura general no ha variado a lo largo de los siglos, aunque los detalles y soluciones en sus acabados, sobre todo en los mangos, presentan algunas particularidades que convendrá

El repertorio de formas puede apreciarse en la figura 17, aunque también podemos percatarnos de la simplicidad de 27

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Fig. 13. Cuchillos de diversos modelos y dimensiones, época republicana y alto-imperial.

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fecha, en esta ocasión, hacia el período 175-200, y procede también de la villa de Tolegassos.

estas partes que completaban los respectivos instrumentos de hierro. Se trata, en general, de mangos cortos, adaptados o con dimensiones proporcionales al tamaño de los cuchillos: pequeños para los de hoja corta, y más largos para los de hoja larga, aunque siempre robustos. Son ejemplos claros los de Tolegassos, algunos de ellos fechados en época de Augusto, otros hacia el 175/200 e incluso en la segunda mitad del siglo IV, sin apenas diferencias entre ellos.

En cuanto a las partes metálicas en si, pocas diferencias podremos apreciar entre los distintos ejemplares, a parte de aquellos más singulares que se distinguen por su forma o dimensiones. Los más habituales y sencillos aparecen hacia finales del período ibérico, poco después de iniciado el proceso de romanización, como el ejemplar de Sant Sebastià de la Guarda, fechado hacia mediados del siglo II a.C. (fig. 13: 1). Es una simple hoja plana, bastante ancha y de sección considerablemente delgada. La espiga del mango no es otra cosa que la prolongación de la hoja, más estrecha y recortada en la forma adecuada. No existen diferencias con respecto al segundo ejemplar, procedente de unos silos fechados con imprecisión hacia los siglos II-I a.C. (fig. 13: 2) y con el mango doblado e inutilizado expresamente. Podríamos continuar este catálogo con los ejemplares altoimperiales de Mas Gusó, Vilauba, Tolegassos, Pla de Palol, etc., los cuales adoptan el mismo modelo sencillo, aunque normalmente con la hoja más gruesa y robusta.

El más antiguo de época romana procede de los silos de Bordegassos (Vilopriu), fechado hacia el primer cuarto del siglo I a.C. (fig. 17: 1). Es un sencillo mango de sección casi circular, ligeramente facetado a causa de la forma en que fue tallado y pulimentado. Conserva aún en su interior la espiga de hierro del cuchillo, cuya hoja ya había desaparecido. Le siguen dos ejemplares de Tolegassos, procedentes de estratos del cambio de era (fig. 17: 2 y 3). Uno de ellos incompleto y conservado parcialmente y, el otro, de tamaño regular y completo. En ambos casos se tallaron en asta de ciervo sin pulir y manteniendo las rugosidades naturales de la superficie.

En algunos casos, a partir de las últimas décadas del siglo I a.C. y esporádicamente en el siglo posterior, aparecen algunos cuchillos de mayores dimensiones, más robustos, con un filo grueso e, incluso, con un mango de sección circular que hacia innecesario el mango de madera o asta que en otras ocasiones completaba esta parte del instrumento. El más antiguo de estos grandes cuchillos procede de un estrato fechado hacia la transición de los siglos II-I a.C. de Tolegassos (fig. 13: 3), y un segundo ejemplar, de un estrato de época augustea de la misma villa (fig. 13: 4); aunque ello no significa que sean exclusivos de este período más antiguo e incluso es más que posible que su forma y dimensiones respondan al uso al que específicamente estaban destinados y no a la época en que fueron forjados. Otra cosa muy distinta son los pequeños cuchillos de uso doméstico o quizás personal (podía ser habitual llevar encima un cuchillo a modo de navaja para los quehaceres cotidianos en el campo o con el ganado), cortos, robustos, con la punta aguzada y un filo que en muchas ocasiones adopta una forma curva, casi de media luna (fig. 13: 6, 7 y 9).

Como ejemplares singulares, diferentes y seguramente pertenecientes a instrumentos que quizás no deberíamos considerar simples cuchillos, debemos señalar el mango tallado y pulido de un cuchillo o una navaja plegable (fig. 17: 14); pieza excepcional hallada en un estrato de Tolegassos fechado entorno el año 200 de nuestra era, elaborada con un hueso de sección plana (la pared de una tibia de bóvido), con una estrecha ranura que albergaba la hoja una vez plegada. Conserva, aún, parte del orificio en el que iba insertado el pequeño clavo sobre el que pivotaba la parte móvil del filo. Únicamente conocemos otro ejemplar asimilable al de Tolegassos, procedente de Grand (Bourg 2009, 90). Los otros dos ejemplares de mango de la villa de Tolegassos es posible que no pertenecieran a cuchillos domésticos, sino a instrumentos más elaborados e incluso a utensilios totalmente diferentes (por ejemplo, a pequeños espejos). Sin embargo, constituyen nuevos ejemplos que ilustran la forma de elaborar mangos a partir de la talla de huesos robustos (fig. 17: 12 y 13). Ambos encierran en su interior la espiga metálica rota, pero perdieron el filo, la hoja o el resto de la parte metálica, fuera cual fuera su forma o uso. En cuanto a los mangos en si, se elaboraron cuidadosamente y fueron dotados de una sencilla decoración con incisiones y relieves longitudinales, amén de una forma regular, tallada y pulida en ambos extremos. Los dos proceden de estratos fechados en la primera mitad del siglo III, pero pueden ser algo más antiguos, puesto que se trata del vertedero de la villa, originado años antes.

Vale la pena observar que, por regla general, estos cuchillos de los siglos I-III de nuestra era parecen desproporcionados en sus dimensiones. Es decir, todos los ejemplares que han llegado completos a nuestras manos suelen tener una hoja igual de larga que la espiga del mango y, en no pocas ocasiones, aún más corta que el propio mango. Éste suele acabar a menudo con el extremo doblado, como sistema de fijación segura dentro del envoltorio de hueso, asta o madera con el que se completaba. En una ocasión parece terminado en anilla, probablemente para poder ser colgado de cualquier apéndice, alcayata u otro elemento usual en la cocina o en el ámbito doméstico o laboral (fig. 13: 9 y 11).

Finalmente, debemos referirnos a un objeto que, aunque no se trate estrictamente de un cuchillo o un mango, ni está elaborado en hierro, tiene una relación directa con dichos instrumentos: una especie de asa de bronce concebida para encajar en ella el extremo del mango de un cuchillo con el fin de poderlo colgar en cualquier parte de la cocina, por ejemplo, mediante una simple alcayata (fig. 17: 15). Se

A partir de un momento indeterminado, que seguramente deberíamos situar en el siglo IV, pero, sobre todo, en los ejemplares más recientes, de los siglos VI y VII, las hojas se 29

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Fig. 14. Repertorio de cuchillos procedentes de niveles alto-imperiales, algunos de los cuales conservan el mango de hueso.

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de prolongación del propio mango. Se fecha hacia el segundo cuarto del siglo I.

alargan y desaparecen las proporciones observadas en los cuchillos tardo-republicanos o alto-imperiales. En los más tardíos del castellum de Sant Julià de Ramis o del castro de Puig Rom, fechados hacia la transición entre los siglos VIIVIII, la longitud del filo suele ser como mínimo el doble del mango. Como consecuencia de ello, la hoja también ofrece un aspecto más estilizado, aún conservando la anchura y grosor del filo habituales en los ejemplares más antiguos. La hoja, alargada, pierde la forma curva o de media luna que vemos en los ejemplares más antiguos. Da la impresión, en algunos casos, de que nos hallamos ante una especie de dagas o puñales. En todo caso, aún suponiendo que se tratara de una costumbre o variante local, parece ser que en general la proporción entre la longitud de la hoja y el mango puede ser indicativa de su cronología: del mismo tamaño en los ejemplares alto-imperiales, hoja larga en los de la Antigüedad Tardía, sin que por el momento sea posible aportar mayores precisiones.

En último término conviene destacar un magnífico ejemplar localizado en la villa de la Font del Vilar (Avinyonet de Puigventós). Totalmente intacto, está formado por una hoja de hierro de anchura regular, que se prolonga en una espiga de sección rectangular insertada en un mango de hueso. El extremo posterior de este mango se completó fijando una moneda de bronce perforada a la punta de la espiga (fig. 15: 3). Estratigráficamente se fecha hacia el segundo tercio del siglo V. Finalmente conviene recordar que en recientes excavaciones preventivas han sido hallados cuchillos en contextos tardorepublicanos en el Camp del Pla de Sant Esteve (Vilademuls) donde hay, asimismo, una navaja (Codina 2010, 129-132), y en el Camp de l’Abadia (Aiguaviva), (Zabala & Sánchez 2010, 290). Tan sólo tenemos noticia de su existencia puesto que no han sido publicados

Este tipo de cuchillos visigodos presentan una problemática especial en cuanto a su correcta interpretación, derivada de su uso específico, de la que se hicieron eco los estudiosos de la panoplia militar de los dos yacimientos más significativos del período (García & Vivó 2003, 165). Efectivamente, el cuchillo, con la espiga del mango centrada en la parte posterior de la lámina (y no ajustada en la parte superior, en el lado romo de la hoja, tal como es norma en las piezas más antiguas y de época inmediatamente anterior), pudo tener un uso específicamente militar o, como mínimo, ambivalente. Los mismos autores señalan la dificultad para clasificar la pieza en relación con su uso militar, no quedando del todo clara la distinción entre cuchillo y puñal (García & Vivó 2003, 168). En el mundo franco y merovingio, a partir del primer curto del siglo VII, aparece frecuentemente este tipo de cuchillo-puñal relacionado con el mundo militar (Bailly 1990, 129-130). Es posible que en algunos casos de los identificados en nuestro territorio se tratara de una sax (algo más corta que la scramasax) y formara parte del equipamiento militar. La misma duda se nos aparece al clasificar adecuadamente algunos tipos de hacha de la misma época.

CATÁLOGO Fig. 13: 1. Sant Sebastià de la Guàrdia - Palafrugell, silo 6 (Agustí, Burch & Llinàs 1998, 49, fig. 7: 4). Mediados siglo II a.C. Cuchillo de forma estándar, de una sola pieza y hoja estrecha. Mango de sección plana para poder fijarlo a una pieza de madera o hueso. Fig. 13: 2. Puig Ferrer-Arenys d’Empordà (Nolla & Casas 1984, núm. 45, 82, lám. XXII: 11). Silos republicanos (siglos II-I a.C). Cuchillo entero, con el mango doblado. Fig. 13: 3. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2406. Transición entre los siglos II-I a.C. Cuchillo de grandes dimensiones, filo recto y dorso curvado. Mango circular, robusto y macizo. Quizá no tenía revestimiento de madera. Fig. 13: 4. Tolegassos – Viladamat, 8VT-2235 (Casas & Soler 2003, 43, fig. 21: 1). Augusto. Cuchillo de tamaño regular, robusto y sección ancha. Mango de sección circular y acabado en esfera. Probablemente estaba provisto de un mango de madera, hueso o cuerno.

En lo que se refiere a los ejemplares menos usuales (también más antiguos), de los que ofrecemos un repertorio relativamente amplio, se trata de cuchillos que responden mejor a unos estándares romanos clásicos y que incluso podemos ver reproducidos en la iconografía de la época. En algunos de los relieves clásicos, como las estelas de los comerciantes de cuchillos e instrumentos de filo, se repiten algunos de los que hallamos en yacimientos rurales de esta zona (fig. B23). Un excelente ejemplar procede de Vilauba y se fecha hacia finales del siglo III. Robusto y de hoja curva, adoptando la forma de media luna. Tenía el mango revestido de una pieza de madera de boj, cuyos restos aún se conservaban en el extremo de la espiga (fig. 14: 13). Otro cuchillo bastante parecido, aunque con la hoja menos ancha, procede del Collet de Sant Antoni de Calonge (fig. 13: 9). La principal diferencia respecto al anterior radica en la peculiar forma del mango, con el extremo tubular, hueco, en el que debió insertarse un complemento de madera a modo

Fig. 13: 5. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 163, fig. 103: 1). Entorno el 175/200. Cuchillo de dimensiones más bien pequeñas, en forma de hoja de laurel y con la parte posterior de la espiga doblada hacia abajo. Seguramente tenía un mango de hueso o asta. Fig. 13: 6. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 163, fig. 103: 2). Hacia el 175/200. Cuchillo de tamaño mediano, mango robusto y de sección circular. La mitad correspondiente a la punta no se conserva. Fig. 13: 7. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 163, fig. 103: 3). Hacia el 175/200. 31

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Fig. 15. Cuchillos bajo-imperiales y visigodos.

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ler 2003, 191, fig. 123: 14). Transición siglos II-III. Pequeño cuchillo de forma algo curvada (típica en Tolegassos); espiga de sección rectangular y extremo posterior doblado, lo cual indica que llevaba un mango, probablemente de hueso o asta de ciervo.

Cuchillo con la punta rota. Mango de sección circular. Dimensiones medianas. Fig. 13: 8. Collet de Sant Antoni – Calonge, Collet 1395-61. Entorno el 25-50 d.C. Cuchillo de gran tamaño y muy robusto. Mango tubular perforado, de sección circular. Por lo tanto, se completaba con un mango de madera que se insertaba dentro de dicho espacio cónico. Una solución rara para un cuchillo, pero explicable si se tratara de una pieza de tamaño más grande de lo habitual.

Fig. 14: 3. Tolegassos – Viladamat, VT-2082 (Casas 1989, 93, fig. 59: 12; Casas & Soler, 2003, 254, fig. 174: 5). Transición siglos II-III. Pequeño cuchillo, completo, sin características especiales. Fig. 14: 4. Mas Bou Negre o Ca n’Aliu – Peratallada (RioMiranda & de la Pinta 1978, 8, lám. 4: 13). Contexto con materiales fechados entre el siglo I a.C. y el siglo III d.C. Cuchillo de una sola pieza, de corte casi triangular y mango con el extremo doblado para fijarlo a una madera, hueso o cuerno de forma tubular.

Fig. 13: 9. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 163, fig. 103: 4). Hacia el 175/200. Cuchillo muy puntiagudo y afilado, con el corte muy curvado. Espiga de sección circular y acabada en punta doblada hacia abajo, lo que indica que iba fijada a un mango de cuerno o hueso.

Fig. 14: 5. Tolegassos – Viladamat, 7VT-2109. Fosa o depósito en el patio central, con escorias y sin contexto (Siglo III). Cuchillo con la hoja plegada, doblada y casi fundida por altas temperaturas. Quizás está deformado precisamente debido al fuego.

Fig. 13: 10. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 163, fig. 103: 5). Hacia el 175/200. Cuchillo no demasiado grande, carente de punta. Filo muy curvado y mango metálico de sección casi circular. Por el grosor, es seguro que tenía un mango de hueso o madera.

Fig. 14: 6. Mas Gusó – Bellcaire d’Empordà, MG-3037 (Casas & Soler 2004 196, fig. 151: 16). Mediados del siglo III; estratos de abandono de la villa (con TSA C). Hoja de una herramienta de corte larga, como una especie de cuchillo. Es probable que tuviera filo por ambos lados.

Fig. 13: 11. Vilauba – Camós, 6-V-83-B-400-15 (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, fig. 195, lám. 125: 4). Segunda mitad del siglo II. Pequeño cuchillo de hoja corta y puntiaguda. Espiga de sección rectangular y terminada en gancho para fijarla adecuadamente a un mango de madera, asta o hueso, e incluso para poder ser colgado de un soporte.

Fig. 14: 7. Tolegassos – Viladamat, VT-2451 (Casas & Soler 2003, 182, fig. 115: 20). Primer cuarto del siglo III. Hoja de cuchillo a la que le falta el mango. Forma habitual.

Fig. 13: 12. Mas Gusó – Bellcaire d’Empordà, MG-2025 (Casas & Soler 2004, 169, fig. 136: 3). Segunda mitad del siglo II. Cuchillo de tamaño regular, robusto y espiga del mango gruesa. Seguramente no tenia mango de madera o cuerno.

Fig. 14: 8. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2004 (Casas & Soler 2003, 254, fig. 174: 6). Primera mitad del siglo III. Cuchillo de pequeñas dimensiones (en comparación con la mayoría). Mango robusto y grueso, pero posiblemente el acabado era de hueso o madera.

Fig. 13: 13. Vilauba – Camós (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, fig. 195, lám. 125: 7). Segunda mitad del siglo II. Pequeño cuchillo de hoja larga y estrecha, con el dorso algo curvado. Espiga del mango de sección plana.

Fig. 14: 9. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2004 (Casas & Soler 2003, 254, fig. 174: 7). Primera mitad del siglo III. Mitad de la hoja y parte del mango de un cuchillo de pequeñas dimensiones. El mango está hecho con un tubo de hueso perforado, con la espiga de hierro engastada sólidamente.

Fig. 13: 14. Pla de Palol – Castell-Platja d’Aro, UE-1033 (Nolla, ed. 2002, 211, fig. 158: 26). Siglos II-III. Cuchillo de pequeño tamaño; lámina en hoja de laurel y mango de sección plana, roto.

Fig. 14: 10. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2004 (Casas & Nolla 1993, 90, nº 611; Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 85; Casas & Soler 2003, 254, fig. 174: 8). Primera mitad del siglo III. Cuchillo de tamaño regular, más bien pequeño. Hoja engastada en un mango de cuerno de ciervo (o corzo), bien recortado en cada extremo y sin pulir. Conserva las rugosidades naturales del asta.

Fig. 13: 15. Tolegassos – Viladamat, 8VT-2248. Siglos IIIII. Mitad posterior (mango y hoja), de un cuchillo de medianas dimensiones. Fig. 14: 1. Pla de l’Horta - Sarrià de Ter (Palahí & Vivó 1994, 167, fig. 4: H). Transición siglos II-III. Cuchillo de hoja delgada y espiga del mango estrecha, de sección rectangular o plana para poder ir fijada a un mango de madera, hueso o asta. Tipo estándar.

Fig. 14: 11. Tolegassos – Viladamat, VT-2004 (Casas 1989, 97, fig. 62: 14). Primera mitad del siglo III. Cuchillo de tamaño regular, punta rota y mango robusto, de sección circular.

Fig. 14: 2. Tolegassos – Viladamat, VT-2082 (Casas & So33

TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

Fig. 16. Cuchillos tardíos y de época visigoda.

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

Fig. 15: 8. Puig Rodon – Corçà, C-1001 (Casas 1986, 60, fig. 34: 12). Niveles superficiales, contexto con materiales de los siglos I-VI. Cuchillo de tamaño regular, muy deteriorado, con la espiga del mango rota y no conservada, por lo que no podemos conocer su aspecto original.

Fig. 14: 12. Mas Gusó – Bellcaire d’Empordà, MG-3001C (Casas & Soler 2004, fig. 199: 3). Superficial, con materiales de hasta mediados del siglo III, pero con otros pertenecientes a los cinco siglos anteriores. Mitad posterior de un cuchillo, con la hoja rota. Mango fuerte y robusto, pero delgado, terminado en gancho, lo que parece señalar que iba insertado en un mango de madera o hueso.

Fig. 15: 9. Puig Rodon – Corçà, C-2002. Siglos V-VI. Cuchillo de pequeñas dimensiones y deficientemente conservado.

Fig. 14: 13. Vilauba – Camós, 10-V-87.521-137 (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, fig. 195, lám. 124: 9; Castanyer & Tremoleda 2007, 42). Ultimo cuarto del siglo III. Gran cuchillo con la hoja en forma de media luna, robusta y gruesa. Mango de sección circular y hueco. En el extremo hay todavía una pieza de boj que habría formado parte del forro o prolongación del mango de madera.

Fig. 15: 10. Vilauba – Camós (Roure et al. 1988, 85, fig. 53: 21). Fase de abandono del yacimiento, en un contexto de los siglos VI-VII. Fragmento de hierro irregular, con aspecto de hoja de cuchillo rota, conservando la espiga posterior del mango. Pero la sección es más gruesa de lo habitual.

Fig. 15: 1. Vilauba – Camós (Roure et al. 1988, 66, fig. 39: 10). Fase III, últimos años del siglo III y primera mitad del siglo IV. Cuchillo de hoja larga y estrecha, con la parte trasera rota.

Fig. 15: 11. Vilauba – Camós (Roure et al. 1988, 85, fig. 53: 16). Fase de abandono, siglos VI-VII. Cuchillo de hoja larga y estrecha, bastante recta y de sección delgada. Extremo posterior de la espiga del mango, roto.

Fig. 15: 2. Casa del Racó - Sant Julià Ramis (Casas 1992, 151 -erróneamente atribuida a Tolegassos-; Burch et al. 2009, 54). Primera mitad del siglo IV. Cuchillo de medianas dimensiones, hoja ancha y espiga de sección cuadrada para su inserción en una pieza de madera.

Fig. 15: 12. Vilauba – Camós (Roure et al. 1988, 85, fig. 53: 12). Niveles de abandono, siglos VI-VII. Pequeño cuchillo roto, de hoja estrecha y espiga del mango de sección plana.

Fig. 15: 3. Font del Vilar - Avinyonet de Puigventos, UE35-78 (Casas et al. 1993, 369, fig. 14: 11; Casas et al. 1995a, 28-30, fig. 21: 11). Niveles de abandono de la villa, hacia el segundo tercio del siglo V. Cuchillo de dimensiones medianas, con una hoja ancha y mango formado por una pieza de hueso y rematado con una moneda clavada en el extremo, perforada por el centro.

Fig. 15: 13. Vilauba – Camós (Roure et al. 1988, 85, fig. 53: 17). Niveles de abandono, siglos VI-VII. Hoja de cuchillo, pequeño, deteriorado y con la espiga del mango retorcida y plegada. Punta rota. Fig. 15: 14. Pla de l’Horta - Sarrià de Ter, sepultura E-32 (Llinàs et al. 2008, 294, fig. 12). Siglo VI. Pequeño cuchillo de hoja larga y proporcionalmente estrecha (típica de las hojas más tardías).

Fig. 15: 4. Font del Vilar - Avinyonet de Puigventos, UE117 (Casas et al. 1993, 371, fig. 23: 6; Casas et al.,1995a, 39, fig. 32: 6). Segundo tercio del siglo V. Cuchillo de hoja ancha y robusta. En cambio, el tallo del mango es bastante más delgado de lo que suele ser habitual. Debió ir fijado a un mango de madera o, más probablemente, de hueso.

Fig. 15: 15. Pla de l’Horta - Sarrià de Ter, sepultura E-66 (Llinàs et al. 2008, 294, fig. 15). Siglo VI. Pequeño cuchillo, incompleto y con parte de la espiga del mango perdida. Fig. 15: 16. Pla de l’Horta - Sarrià de Ter, sepultura E-62 (Llinàs et al. 2008, 294, fig. 10). Siglo VI. Hoja de cuchillo, delgada, estrecha, ligeramente triangular y alargada. Le falta el mango.

Fig. 15: 5. Pla de Palol – Castell-Platja d’Aro, UE-1043 (Nolla, ed. 2002, 212, fig. 159: 30). Mediados del siglo V. Cuchillo bastante deteriorado en el filo, con una gran muesca.

Fig. 15: 17. Pla de l’Horta - Sarrià de Ter, sepultura E-62 (Llinàs et al. 2008, 294, fig. 10). Siglo VI. Cuchillo de hoja larga y delgada. El mango también es plano, con el mismo grosor que la hoja. Al igual que otros ejemplares de esta necrópolis y de conjuntos tardíos similares, la espiga del mango aparece centrada respecto a la hoja, y no como una continuación del dorso, que vemos en los ejemplares más antiguos.

Fig. 15: 6. Pla de Palol – Castell-Platja d’Aro, UE-1077 (Nolla, ed., 2002, 212, fig. 159: 29). Mediados del siglo V. Cuchillo de tipo corriente, en forma de hoja de laurel. La mitad de la espiga del mango está rota. Debió ir sujeto a una pieza de madera o hueso. Fig. 15: 7. Pla de Palol – Castell-Platja d’Aro, UE-1363 (Nolla, ed. 2002, 211, fig. 158: 27). Mediados del siglo V. Cuchillo de pequeño tamaño, en forma de hoja de laurel. Mango roto y hoja de sección plana.

Fig. 15: 18. Vilauba – Camós (Roure et al. 1988, 85, fig. 53: 15). Siglos VI-VII (estratos de abandono).

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

Cuchillo de hierro, de una sola pieza. Hoja estrecha y espiga del mango delgada, acabada en punta.

fig. 85: 4; Burch et al. 2009, 68). Transición siglos VII-VIII. Cuchillo largo y estrecho, muy deteriorado por el óxido. Hoja de sección plana y mango de sección rectangular.

Fig. 16: 1. Vilauba – Camós (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, fig. 195, lám. 125: 5). Siglos VI-VII (estratos de abandono). Cuchillo de hoja ancha, ligeramente curvada, robusto y con la espiga del mango de sección ligeramente cuadrada.

Fig. 16: 9. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.849 (Palol 2004, 91, fig. 127: 171). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Parece una hoja simple de cuchillo, aunque también podría tratarse del extremo de una hoz (se desconoce la forma exacta de la sección del filo), aunque dada la escasez de dichas herramientas es poco probable que sea una de ellas.

Fig. 16: 2. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2406 (García & Vivó 2003, 165, fig. 2: 5; Burch et al. 2006, 98, fig. 85: 5; Burch et al. 2009, 68). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Hoja de cuchillo largo y estrecho, con la parte del mango rota y perdida. Sección triangular y casi plana.

Fig. 16: 10. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.850 (Palol 2004, 91, fig. 127: 172). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Pieza alargada, como una hoja de cuchillo o de hoz.

Fig. 16: 3. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2286 (García & Vivó 2003, 165, fig. 3: 9; Burch et al. 2006, 98, fig. 85, 7; Burch et al. 2009, 68-69). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Cuchillo alargado, tal vez algo deformado por el óxido, adoptando la forma de una hoja de laurel, aunque en la sección puede observarse que tiene un solo filo y el dorso romo. Espiga del mango de sección rectangular.

Fig. 16: 11. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.910 (Ardanaz, Rascón & Sánchez, 1998, 424; García & Vivó 2003, 165, fig. 2: 6; Palol 2004, 86, fig. 122: 43). Transición siglos VII-VIII (680-720). Cuchillo largo y estrecho, con el extremo del mango de sección plana. Fig. 16: 12. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.911 (Palol 2004, 86, fig. 122: 41). Transición siglos VII-VIII (680720). Cuchillo bastante completo, sin la parte del mango; robusto y alargado.

Fig. 16: 4. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2256 (García & Vivó, 2003, 165, fig. 3: 8; Burch et al. 2005, 65; Burch et al. 2006, 98, fig. 85: 6; Burch et al. 2009, 68-69). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Cuchillo con la forma típica de los modelos más tardíos, con la hoja larga y estrecha, delgada (a pesar de la deformación por el óxido y la corrosión), con un buen filo y robusta. Mango de sección rectangular y muy plana, aunque la espiga no se ha conservado completa.

Fig. 16: 13. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.912 (Palol 2004, 86, fig. 122: 39). Transición siglos VII-VIII (680720). Hoja de cuchillo no demasiado bien conservada y deteriorada por el óxido. Le falta el mango.

Fig. 16: 5. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2350. (García & Vivó 2003, 165, fig. 2: 2; Burch et al. 2006, 98, fig. 85: 1; Burch et al. 2009, 68). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Cuchillo de hoja larga y estrecha, robusto y de sección bastante gruesa. Parte posterior del mango rota.

Fig. 16: 14. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.913. (Ardanaz, Rascón & Sánchez 1998, 424; Palol 2004, 86, fig. 122: 40). Transición siglos VII-VIII (680-720). Cuchillo de hoja estrecha y larga, puntiaguda y de buena calidad. Mango roto; sólo conserva el inicio de la espiga.

Fig. 16: 6. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2422 (García & Vivó 2003, 165, fig.2: 1; Burch et al. 2005, 63; Burch et al. 2006, 98, fig. 85: 2; Burch et al. 2009, 67-68). Transición entre los siglos VII-VIII. Cuchillo de una sola pieza, largo y estrecho. Hoja de sección triangular plana (un solo filo), mango delgado y de sección rectangular.

Fig. 16: 15. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.950 (Palol 2004, 91, fig. 126: 214). Transición siglos VII-VIII (680720). Probablemente una hoja de cuchillo de pequeño tamaño. Ha perdido la punta y el mango. Fig. 16: 16. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.955 (Palol 2004, 86, fig. 122: 37). Transición siglos VII-VIII (680720). Cuchillo de hoja plana y espiga muy delgada para un mango de madera o hueso. Se ha conservado deficientemente y aparece muy deteriorado.

Fig. 16: 7. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2265 (García & Vivó 2003, 165, fig. 2: 4; Burch et al. 2005, 63; Burch et al. 2006, 98, fig. 85: 3; Burch et al. 2009, 68). Transición entre los siglos VII-VIII. Cuchillo incompleto, con el extremo de la punta roto y perdido. Mismo tipo que los otros del yacimiento, pero con la hoja un poco más ancha.

Fig. 16: 17. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.957 (Palol 2004, 86, fig. 122: 44). Transición siglos VII-VIII (680720). Parte de la hoja de un cuchillo de tamaño regular, con la punta y la espiga del mango rotas.

Fig. 16: 8. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2350 (García & Vivó 2003, 165, fig. 2: 3; Burch et al. 2006, 98, 36

TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

Fig. 17. Mangos de cuchillo tallados en hueso o asta de ciervo (1 a 11); mango de cuchillo plegable (14); mangos de hueso con espiga metálica en su interior (12 y 13); asidero de bronce para fijar al mango de hueso de un cuchillo (15).

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

Mango de cuchillo en hueso o asta, de sección ligeramente elíptica, con la superficie muy pulida y un extremo más delgado perforado para encajar la espiga posterior de un cuchillo (no conservado).

Fig. 16: 18. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.962 (Palol 1952, lám. LV; García & Vivó 2003, 167, fig. 3: 10; Palol 2004, 86, fig. 122: 36). Transición siglos VII-VIII (680720). Hoja de cuchillo, larga y robusta, bien proporcionada. Espiga del mango ancha y robusta, de sección plana y con el extremo roto. Al igual que en los dos siguientes, la espiga aparece centrada respecto a la hoja.

Fig. 17: 5. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 163, fig. 103: 9). Hacia el 175/200. Fragmento de mango de cuchillo tallado en un hueso largo con la superficie poco pulida y cortada longitudinalmente, resultando una sección irregular y poligonal.

Fig. 16: 19. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.965 (Palol 1952, lám. LV; Palol 2004, 86, fig. 122: 42). Transición siglos VII-VIII (680-720). Pequeño cuchillo de hoja relativamente ancha y espiga del mango rota en su inicio.

Fig. 17: 6. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 163, fig. 103: 12). Hacia el 175/200. Mango de cuchillo elaborado con un hueso o asta cortada y pulida, de sección ligeramente elíptica. Conserva la espiga metálica del cuchillo

Fig. 16: 20. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.00b (Palol 1952, lám. LV; García & Vivó 2003, fig. 168, fig. 3: 11; Palol 2004, 86, fig. 122: 38). Transición siglos VII-VIII (680-720). El óxido y la conservación algo deficiente no permiten ver bien la sección, pero la forma corresponde a un cuchillo, algo más ancho en el dorso que en la parte que correspondería al filo. Sólo conserva el inicio de la espiga del mango, que habría ido sujeto a una pieza de madera o hueso.

Fig. 17: 7. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 163, fig. 103: 8). Hacia el 175/200. Mango de cuchillo, de gran tamaño, elaborado con un asta de ciervo serrada y casi sin pulir, lo cual le da una sección poligonal. En el extremo más estrecho conserva la marca de la espiga metálica del cuchillo, en forma de estrella. Fig. 17: 8. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 161, fig. 101: 8). Hacia el 175/200. Mango de cuchillo tallado en asta de ciervo o corzo serrada por cada extremo y suprimido el inicio de otra rama que se observa en la parte superior derecha. No se pulió la superficie y conserva las rugosidades naturales. Indicios de la espiga de hierro del cuchillo encastada en un extremo.

Fig. 16: 21. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.006. Transición siglos VII-VIII (680-720). Hoja rota en cada extremo, que quizá pertenece a un cuchillo doméstico. Fig. 16: 22. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.025 (Palol 2004, 86, fig. 122: 45). Transición siglos VII-VIII. Pieza extraña, como una especie de cuchillo o refuerzo de un instrumento de corte terminado con una espiga muy delgada y un refuerzo lateral en la parte superior (o lateral).

Fig. 17: 9. Mas Gusó - Bellcaire Empordà, MG-3005 (Casas & Soler 2004, fig. 190: 5). Fin siglo II-1ª mitad del siglo III. Mango de cuchillo tallado en asta de ciervo o corzo, con perforación en el extremo más delgado para poder fijar la varilla metálica. Sin pulir ni desbastar. Serrado en cada extremo.

Fig. 16: 23. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.039. Transición siglos VII-VIII (680-720). Hoja de cuchillo muy deteriorada, con la parte del filo literalmente carcomida por el óxido.

Fig. 17: 10. Tolegassos – Viladamat, 9VT-3001 (Casas & Soler 2003, 237, fig. 162: 13). Segunda mitad del siglo IV. Parte del mango de un cuchillo elaborado a partir de un asta de ciervo aserrada en cada extremo.

Fig. 17: 1. Bordegassos – Vilopriu (Casas, Merino & Soler 1991, 133, fig. 5: 5, silo nº 1). Primer cuarto del siglo I a.C. Mango de cuchillo de hueso o cuerno de ciervo serrado, con la espiga de hierro del mango aún incrustada en su interior.

Fig. 17: 11. Tolegassos – Viladamat, VT-2458 (Casas & Soler 2003, 186, fig. 118: 9). Primer cuarto del siglo III. Mango de cuchillo elaborado con un fragmento de la cornamenta de ciervo o corzo. De forma algo curvada, como el asta, sin pulir la superficie y con todas las rugosidades naturales. Los dos extremos están cuidadosamente serrados y en el más estrecho se fijaba el mango o espiga posterior del cuchillo.

Fig. 17: 2. Tolegassos – Viladamat, VT-2105 (Casas & Soler 2003, 84, fig. 48: 4). Augusto. Fragmento del mango de un cuchillo tallado en asta de ciervo serrada a propósito. Muy deteriorado y mal conservado. Fig. 17: 3. Tolegassos – Viladamat, VT-2105 (Casas & Soler 2003, 84, fig. 48: 5). Augusto. Mango de cuchillo, entero, obtenido a partir de un cuerno de ciervo o corzo serrado por cada extremo. Sin pulir ni alisar. Tamaño bastante considerable.

Fig. 17: 12. Tolegassos – Viladamat, 3VT-2011 (Casas 1989, 84, fig. 50: 1). Estrato de la primera mitad del siglo III. Mango de hueso tallado, pulido y decorado con sencillez, que conserva la espiga de hierro insertada en su interior.

Fig. 17: 4. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 163, fig. 103: 10). Hacia el 175/200.

Fig. 17: 13. Tolegassos – Viladamat, 3VT-2004 (Casas 38

TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

Fig. 18. Diversos objetos cortantes o provistos de filo.

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

que seguramente corresponde al sistema de fijación del mango (fig. 18: 4).

1989, 97, fig. 62: 7). Primera mitad del siglo III. Mango de hueso de sección rectangular, decorado con molduras longitudinales, con una varilla o espiga de hierro incrustada.

El resto de los elementos no clasificados y que incluimos en este apartado son aún más difíciles de identificar. El primero, de forma ligeramente triangular, como una punta de lanza, es, en realidad, totalmente plano y tiene dos apéndices en la parte superior doblados hacia atrás, como un sistema de fijación o para ser colgado de un cable (fig. 18: 6). La forma puntiaguda del otro extremo y ambos lados con un filo evidente a pesar del óxido acumulado, lo convierten en un objeto cortante con una función totalmente desconocida. Procede de Tolegassos y se fecha estratigráficamente hacia mediados del siglo II.

Fig. 17: 14. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2004 (Casas & Soler 2003, 262, fig. 142 y 178: 10). Primera mitad del siglo III (o transición siglos II-III). Mango de hueso, seguramente de una navaja de hoja plegable, tallado en un hueso plano, pulido y con una sencilla decoración. Orificio en la parte inferior, para un pequeño clavo sobre el que pivota la hoja al desplegarse. Fig. 17: 15. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas 1989, 163, fig. 103: 11; Casas & Soler 2003, 163, fig. 103: 11). Hacia el 175/200. Pieza de bronce, con una anilla o gancho el forma de asa, que seguramente debió ir sujeta al mango de un cuchillo.Pieza de bronce, con una anilla o gancho el forma de asa, que seguramente debió ir sujeta al mango de un cuchillo.

Los otros cuatro (fig. 18: 7 a 10), son bastante más tardíos, puesto que proceden del castro visigodo de Puig Rom. Nada podemos decir sobre sus posibles usos, a parte de constatar que todos ellos tienen en común una parte de la lámina afilada, especialmente los tres últimos. Los ejemplares 8 y 9 recuerdan extraordinariamente los encendedores usados en época medieval y prácticamente hasta inicios del siglo XIX, que se utilizaban frotando el filo sobre un pedernal al objeto de encender la yesca. Evidentemente, el simple parecido no es razón suficiente para considerarlos como tales encendedores, sin más, a pesar de que en la Antigüedad y en época visigoda debieron utilizarse sistemas parecidos para encender fuego.

Otros instrumentos cortantes de uso doméstico Existe un pequeño conjunto de instrumentos de corte cuyo uso de desconoce o, como máximo, sólo se adivina, sin que tengamos la absoluta certeza de su función. Se trata de objetos variados en su forma y tamaño, cuya única característica común se halla en el hecho de disponer de un filo en alguna de sus partes (fig. 18). En ocasiones podríamos considerarlos simplemente como fragmentos de cuchillo, con el dorso romo y el filo aguzado (fig. 18: 1, 2 y 5), pero sus dimensiones, considerables, hacen inviable dicha atribución. No obstante, un uso en tareas domésticas o agrícolas, a modo de machetes para cortar simples ramas, cañas, arbustos o, simplemente, para desbrozar, no sería descartable.

Fig. 19. Instrumento moderno para pulir o rebajar la madera, posible variante de los de época romana.

En otras ocasiones, la forma peculiar de las piezas parece indicar que iban fijadas a un mango horizontal externo (o vertical, según se mire), quizás móvil, a modo de cuchillas para cortar o desmenuzar forrajes (fig. 18: 3 y 4). No conocemos paralelos para estos dos ejemplares. Sin embargo, su forma recuerda asombrosamente a las cuchillas utilizadas en el ámbito doméstico y rural en las pasadas décadas, para el corte y pulido de tablas y vigas de madera, de las que se conservan aún escasos ejemplares (fig. 19). No obstante, el sistema de fijación del mango y la situación de éste respecto al filo en los ejemplares modernos es opuesto al que correspondería a los de época romana.

CATÁLOGO Fig. 18: 1. Tolegassos – Viladamat, VT-2105 (Casas & Soler 2003, 84, fig. 48: 10). Augusto. Instrumento para cortar, de grandes dimensiones (incompleto), de hoja robusta y filo bien definido. Se desconoce la forma entera, pero por las dimensiones no parece un simple cuchillo. Fig. 18: 2. Collet de Sant Antoni – Calonge, UE 1047. Entorno el 25-50 d.C. Hoja parecida a la de un cuchillo, pero con una parte que sobresale por debajo, rota.

El primero de ellos, procedente de un estrato fechado en el segundo cuarto del siglo I de la villa del Collet de Sant Antoni (Calonge), únicamente conserva uno de los apéndices superiores a los que iría fijado el mango (fig. 18: 3), mientras que el segundo, con la misma forma, procede de un estrato de la villa de Tolegassos, fechado en la primera mitad del siglo III, y aparece completo. Incluso conserva un segundo elemento metálico en una de sus anillas superiores,

Fig. 18: 3. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Instrumento cortante (como las medias lunas actuales), formado por una hoja larga con una especie de botón en cada extremo (uno de ellos no se ha conservado). Podía ir fijado a un mango, como su contemporáneo de Tolegassos. 40

TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

instrumento, el forfex o forpex (vulg.), que podía utilizarse, según unos autores, para la esquila del ganado: “ne sit acuta forpice laesa cutis” (Calpurnius Siculus, Ecl., 5. 73-4) o, según Columela y Plinio, para cortar los racimos de uvas durante la vendimia: “alii, cum legerunt uvam, si qua sunt in cavitiosa grana forficibus amputant” (Columela, 12. 14. 4). En cuanto a la esquila del ganado, sobre todo el ovino, Paladio hace referencia a dicha actividad en diversas ocasiones, como tarea propia del mes de abril (“Ahora, en lugares calurosos, deben trasquilarse las ovejas…”), y mayo (“En lugares templados debe realizarse ahora la trasquiladura de las ovejas”), (Libros V, 6 y VI, 8).

Fig. 18: 4. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2004. Primera mitad del siglo III. Objeto raro. Hoja con una anilla en la parte superior de cada extremo, seguramente para fijar un mango (en una de ellas, restos de otra anilla de hierro). Similar a las cuchillas de media luna de épocas recientes, que con diversas variantes en la forma del filo se utilizan para pulir o rebajar tablones de madera. Fig. 18: 5. Tolegassos – Viladamat, 2VT-2010. Contexto de mediados del siglo III. Dos fragmentos de hoja de un cuchillo de grandes dimensiones. Delgada y afilada.

En estas tareas se empleaba el modelo que analizamos, que parece ser el que ha perdurado hasta nuestros días y el que arqueológicamente se documenta con mayor frecuencia e, insistimos, destinado sobre todo a la esquila del ganado lanar, como señalan otros estudios (White 1967, 118), puesto que las evidencias sobre la utilización en la vendimia se limitan a tres referencias literarias.

Fig. 18: 6. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2414 (Casas & Nolla 1993, 38, nº 175). Mediados del siglo II. Hoja de forma triangular o cordiforme, puntiaguda, con dos tiras en la parte superior dobladas hacia atrás que permitían colgarlo de un pasador. Parece una herramienta de corte, pero no se identifica su uso.

Este modelo más común se documenta ya en yacimientos ibéricos del País Valenciano (Pla 1968, 159) o de Cataluña (Sanahuja 1971, 93-94) así como en el oppidum de Mas Castellar (Pontós), hacia la transición entre los siglos III y II a.C., aunque su origen es mucho más antiguo.

Fig. 18: 7. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.040. Transición siglos VII-VIII (680-720). Hoja curva, con los extremos rotos, difícil de identificar. Fig. 18: 8. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.921. Transición siglos VII-VIII (680-720). Una especie de instrumento cortante acabado en un gancho en forma de S en el lateral. Es posible que en el otro extremo tuviera un apéndice similar. Fig. 18: 9. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.922. Transición siglos VII-VIII (680-720). Hoja ancha y estrecha, con una especie de mango o punta doblada en la parte superior (o debajo). Tiene la forma habitual de algunos encendedores medievales (para frotar sobre un pedernal). Fig. 18: 10. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.927. Transición siglos VII-VIII (680-720). Pieza plana con una punta en cada lado y la parte central en forma de arco (?). Difícil de describir. Es posible que se trate de un pequeño instrumento cortante.

Tijeras Fig. 20. Tijeras modernas para la esquila del ganado, perpetuando el modelo antiguo.

Un instrumento de uso cotidiano que no experimentó modificaciones a lo largo de los siglos, con un diseño práctico, sencillo y eficaz, que ha perdurado hasta nuestros días y que aún se utiliza para la esquila del ganado lanar (fig. 20). Los diversos ejemplares de tijeras de época romana, escasos, adoptan la forma de dos hojas largas unidas por su parte posterior por una pieza delgada que hace las funciones de resorte. En realidad, se forjaron en una sola lámina de metal, convenientemente modelada y con el mango y dorso girados 90º en relación con el plano de las hojas, sin que ello conllevara un estrechamiento o adelgazamiento de la parte posterior (fig. 21). Algunos escasos textos de la Antigüedad hacen referencia a este

En los tres únicos ejemplares plenamente romanos (fig. 21: 2, 3 y 4), fechados en época de Augusto y hacia al primer cuarto del siglo I de nuestra era, no se aprecian diferencias respecto a las antiguas tijeras. La proporción y dimensiones del filo y lo que debemos considerar el mango con el resorte, son las mismas. Los paralelos, para este período y a lo largo de toda la época alto-imperial, son numerosos en yacimientos hispanos, itálicos o galo-romanos (Ferdière 1988, vol. 2, 159), y no apreciamos diferencias sustanciales entre unos y otros. Las modificaciones, en el ámbito de la 41

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Fig. 21. Tijeras. Tipos del siglo II a.C. al siglo VIII d.C.

quizás estuviera centrada en la vid, a juzgar por el tipo de azadas que también se estudian en otro apartado. Por otro lado, la forma sufre modificaciones importantes, abandonándose las proporciones estilizadas –incluso esbeltas- que vemos en los ejemplares ibéricos y altoimperiales.

zona estudiada, no aparecen hasta la Antigüedad Tardía y, claramente, hasta época visigoda. Por un lado, se multiplica el número de ejemplares identificados, aunque ello puede ser debido a factores circunstanciales, propios y específicos del yacimiento de procedencia. En este caso, Puig Rom (Roses); un castro visigodo ocupado entorno el 680-720, en el que se documenta una clara actividad pastoril probablemente especializada en el ganado lanar (prueba añadida serian los diversos cepillos de cardar procedentes del mismo entorno), complementada con una actividad agrícola que en parte

En el numeroso conjunto de tijeras tardías, las hay con las hojas exageradamente largas y otras extremadamente cortas, con la parte posterior, el muelle, muy corto y reducido, lo que en ocasiones incluso nos hace dudar de su efectividad y si su manejo era realmente práctico. Un único ejemplar 42

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procedente del castellum de Sant Julià de Ramis, de la misma época, también presenta estas características. En la publicación monográfica dedicada al castro, algunas de ellas se consideran, sin que se justifique adecuadamente, “pinzas para castrar el ganado” (Palol 2004, 90), aunque los instrumentos destinados en época romana para esterilizarlo de esta forma traumática eran, según podemos ver en algunas representaciones y en escasos ejemplares conservados, totalmente diferentes, adoptando el aspecto de unas tenazas o más bien la de un largo cascanueces (Ferdière 1988, vol. 2, 142). Paladio, en su obra, describe con precisión los diferentes métodos y útiles para castrar el ganado, que no coinciden con la utilización de las tijeras (VI, 7). En otros casos, también se ha propuesto identificarlas como piezas que podrían haber sido clavadas sobre madera, a modo de alcayatas o ganchos (Palol 2004, 90, fig. 124: 67), explicación que tampoco nos convence, dada su clara forma de tijeras.

ganadería, que se considera que comportó un fenómeno de deforestación en busca de nuevos pastos (Palol 2004, 105).

En cualquier caso, los usos que de forma genérica o más particular se hubieran dado al instrumento pueden ser muy diversos y acordes con las circunstancias y necesidades precisas de cada momento. Al fin y al cabo, aunque las de mayor tamaño pudieran utilizarse para esquilar ovejas, otras más pequeñas quizás fueron utilizadas en el ámbito doméstico, para usos relacionados con el corte y manipulación de tejidos, por ejemplo. Tijeras y cepillos de cardar indican sin lugar a dudas la confección de tejidos en este castro (en realidad, un pueblo fortificado), cuya actividad principal y base económica era la agricultura y la ganadería.

CATÁLOGO Fig. 21: 1.- Mas Castellar – Pontós, silo 101, (Pons & Rovira 1997, fig. 9: 5; Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.27: 8). 200-190 a.C. Dos hojas que probablemente pertenecen a unas mismas tijeras que han perdido la parte posterior. Modelo clásico, antiguo, con las hojas en forma de cuchillas anchas, delgadas y afiladas.

En cambio, para los tres primeros siglos de nuestra era (e incluso para el período republicano), el análisis, siempre parcial e incompleto, de los restos faunísticos aparecidos en los yacimientos rurales de la zona, indican que los diversos establecimientos completaban una economía basada sobre todo en el cereal, la vid y el olivo, con el cuidado de ganado vacuno, ovino y porcino, sin que ninguna de las tres categorías tuviera una peso específico excesivamente importante, más allá del consumo doméstico. ¿Hasta qué punto un modesto objeto como éste puede reflejar una situación tan compleja? Seguramente es sólo un indicio más, aislado dentro de un conjunto de datos de difícil interpretación, y, quizás, con una incidencia ínfima en relación con la cuestión planteada.

Fig. 21: 2.- Tolegassos – Viladamat, VT-2105, (Casas & Soler 2003, 84, fig. 48: 3). Fechada hacia en cambio de era. La mitad de unas tijeras, hoja entera y parte del mango, de sección totalmente plana.

Cuestión muy diferente es la que plantean los tres ejemplares romanos de época alto-imperial (e incluso, el ibérico más antiguo). Nos preguntamos cómo es posible la escasez de este instrumento durante un período tan largo. Si, por un lado, hallamos diez tijeras en el Castellum y en Puig Rom (nueve de las cuales en este último yacimiento), para un período de ocupación de poco más de una generación, por el otro sólo disponemos de cuatro para el conjunto del resto de yacimientos de este territorio, abarcando un larguísimo período que se extiende desde inicios del siglo II a.C. hasta el siglo VI d.C. Evidentemente, no tomamos en consideración las que puedan proceder de núcleos urbanos, como Ampurias, que tampoco analizamos para el resto de instrumentos de hierro objeto de este estudio.

Fig. 21: 3.- Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno al 2550 d.C. Mitad de unas tijeras de tipo clásico y hoja larga. Mango también largo y delgado, aunque robusto. Fig. 21: 4.- Tolegassos – Viladamat, 9VT-3001 (Casas & Soler 2003, 237, fig. 162: 15). Segunda mitad del siglo IV. Parte superior de la mitad de unas tijeras, correspondiente al mango, con el inicio de una de las hojas de corte. Fig. 21: 5.- Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.898 (Palol 2004, 90, fig. 124: 67). Transición siglos VII-VIII (680720). Tijeras de hoja estrecha y muy larga, con la parte posterior (que hace función de muelle), muy corta.

Es posible que la explicación tenga relación con un fenómeno más generalizado, que también documentamos a partir de otros indicios: el aumento de la actividad ganadera relacionada con los ovi-cápridos a partir del Bajo Imperio, en contraste con el relativamente escaso peso específico que hasta el siglo IV parece ser que tenía el ganado ovino en las uillae de la zona. Uno de los ejemplares (fig. 21: 4), procede precisamente de una fase de Tolegassos que corresponde a una reocupación del siglo IV relacionada con un corral para el ganado. Nos hallamos en una época en la que parece detectarse un claro debilitamiento y empobrecimiento de la actividad agrícola en contraste con un aumento de la

Fig. 21: 6.- Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.899 (Palol 2004, 90, fig. 124: 68). Transición siglos VII-VIII (680720). Tijeras de hoja estrecha y larga, casi intactas, con parte de una de las hojas rota. Muelle ancho y robusto. Mango corto, casi inexistente, al igual que las anteriores, con lo que resultaría difícil obtener la flexibilidad de un muelle. Fig. 21: 7.- Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2448 (Burch et al. 2006, 103, fig. 87: 4).

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doblada o curvada por uno de sus extremos, normalmente terminada en punta (aunque también los hay romos), y con algún sistema de prensión en el extremo contrario, o bien con algo que permita colgarlo de un muro o, quizás, de un poste de madera. Como tales, los ganchos podían ser utilizados en las tareas domésticas; por ejemplo, como un elemento más de los que contenía la despensa, de los que simplemente se colgarían tanto algún tipo de provisiones, como otros objetos de uso diario, ollas, determinado tipo de vajilla, herramientas, etc. En este sentido, los localizados en la despensa de la villa de Vilauba –destruida por un incendio- avalan dicho uso más o menos general y no muy bien especificado.

Pequeñas tijeras de muelle o torsión, con los extremos de las dos hojas rotos y perdidos. Es un modelo tardío que también vemos en Puig Rom, caracterizado por una hoja muy corta y ancha en comparación con las tijeras romanas que hallamos en niveles alto-imperiales. Fig. 21: 8.- Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.900 (Palol 2004, 90, fig, 124: 69). Transición siglos VII-VIII (680720). Tijeras de hoja corta, ligeramente triangular y de pequeño tamaño. Las hojas se unen directamente al muelle posterior, sin apenas un corto mango. Fig. 21: 9.- Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.901 (Palol 2004, 90, fig, 124: 74). Transición siglos VII-VIII (680720). Pequeñas tijeras de hoja corta y casi triangular.

Los agrónomos romanos se refieren a ellos como un objeto más entre los muchos necesarios para llevar a cabo de forma adecuada el cultivo de la vid; aunque quizás deberíamos preguntarnos si al citar los uncos ferreos se refieren a un tipo específico destinado exclusivamente a dicha tarea. Al fin y al cabo, la palabra uncus designa diversos instrumentos que tienen en común el hecho de tener un extremo acabado en forma curva y puntiaguda. En el caso de Columela, lo mismo la utiliza para referirse a la forma de anzuelo que puede adoptar una raíz según la forma de plantar una cepa (De re rust. III, 18, 3), o como uno de los instrumentos que junto con los podones y otros tipos de falces específicas deben tenerse preparados para la vendimia (De re rust. XII, 18, 2). Sin embargo, más allá de estas citas (y otras, tanto o más escuetas), no hallaremos otra información complementaria.

Fig. 21: 10.- Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.902 (Palol 2004, 90, fig, 124: 70). Transición siglos VII-VIII (680-720). Tijeras de tamaño más bien pequeño, parecidas a las anteriores, completas; hoja estrecha y larga. Fig. 21: 11.- Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.903 (Palol 2004, 90, fig, 124: 71). Transición siglos VII-VIII. Tijeras mal conservadas, tal vez fragmentadas o dañadas por el óxido que se ha acumulado sobre una de sus hojas, deformándola. Fig. 21: 12.- Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.904 (Palol 2004, 90, fig, 124: 72). Transición siglos VII-VIII (680-720). Tijeras de pequeño tamaño, algo deterioradas y muy deformadas.

Algunas cuestiones quedarán, lamentablemente, sin resolver. Más aún cuando de la simplicidad del numeroso conjunto de objetos incluidos en el capítulo general de ganchos no podemos deducir una función concreta en casi ninguno de los casos. Efectivamente, aparte de su forma (más o menos simple o elaborada, según los casos), prácticamente ninguno de ellos ha aparecido en niveles o asociado a ámbitos, instalaciones o dependencias que nos hagan suponer una utilidad concreta, a parte de los ejemplares ya citados de Vilauba. En su mayor parte proceden de estratos y zonas sin contextos claros; a veces como un objeto más, como podría serlo un fragmento de cerámica o una moneda mezclados entre las tierras.

Fig. 21: 13.- Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.905 (Palol 2004, 90, fig, 124: 73). Transición siglos VII-VIII (680-720). Tijeras de pequeño tamaño, de hoja ancha y corta. Fig. 21: 14.- Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.948 (Palol 2004, 91, fig. 126: 218). Transición siglos VII-VIII (680-720). Difícil de identificar. Hoja de corte, con una parte superior más delgada y de sección diferente, como la que vemos en las numerosas tijeras del yacimiento, pero los escasos restos conservados hacen imposible conocer su tamaño y proporciones.

Por lo tanto, las informaciones que nos proporciona la excavación se limitarán, por regla general, a la cronología del objeto en sí (que no es poco) o, mejor dicho, a la cronología del estrato en el que ha aparecido, independientemente del período de uso, que por regla general debió ser bastante dilatado, teniendo en cuenta la resistencia y perdurabilidad del metal y la necesidad de conservarlo en buen estado a fin de ahorrar en nuevas adquisiciones, como repetidamente recomendaban los agrónomos; algo que el sólo sentido común debió convertir en práctica habitual. Ante dichas limitaciones, poco más podremos hacer que especular sobre sus posibles funciones o intentar agrupar los numerosos objetos de forma ganchuda en base a tipos más o menos específicos (extremo superior con o sin anilla, dimensiones, etc.) y su relación con otras

Ganchos y objetos análogos "Quo modo uineae iug. C instituere oporteat... ... operculum aheni I, uncos ferreos III..." (Catón, De agri cult., XI, 2). A causa de la simplicidad de este objeto o instrumento citado en la clásica obra de Catón o en Columela (De re rust. XII, 18, 2), resulta difícil determinar su uso específico, el cual podía ser muy diferente según los casos y situaciones. Al fin y al cabo, un gancho no es otra cosa que una varilla metálica 44

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Fig. 22. Repertorio de objetos en forma de gancho, de funciones diversas y a menudo indeterminadas.

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Fig. 23. Ganchos tardíos, contextos de época visigoda.

de los citados se aparta de la forma simple, puesto que la parte superior es más ancha, plana y, posiblemente, con el extremo roto, por lo que no podemos estar seguros de su forma completa. Su procedencia de un conjunto de silos colmatados a inicios del siglo I a.C. también lo convierte en el más antiguo de los estudiados. El resto son claramente más recientes y se fechan, como mínimo, hacia comienzos del siglo I. Es el caso del ejemplar nº 3 de la fig. 22, en el que percibimos restos de una segunda pieza metálica en su parte superior, que quizás habría que identificar como una anilla complementaria para colgarlo de otro elemento, un muro o un poste. En cambio, el segundo y el cuarto gancho, con toda evidencia rotos e incompletos, ya pertenecen, respectivamente, a mediados del siglo II y mediados del siglo III. Ambos proceden de niveles de vertederos y relleno

piezas de su entorno estratigráfico, si es el caso y, como no, determinando su cronología que, mayoritariamente, es bastante precisa. En total, son veintidós los ejemplares que hemos podido identificar con bastante claridad; todos ellos de dimensiones y variantes diferentes, aunque podríamos agruparlos en base a pequeños detalles en su forma, que sin duda tendrían relación con funciones específicas que de momento desconocemos. En cuanto a la forma, la más sencilla consiste en una simple varilla de metal con un extremo doblado y acabado en punta, sin otras particularidades. Es el caso de los ejemplares 1 a 4 y seguramente los nº 7 y 13 de la fig. 22, aunque el primero 46

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cómoda su fijación a un travesaño de madera mediante un simple clavo. Este método, que documentamos en la misma época que el primero, fue el utilizado para elaborar los ganchos del castellum de Sant Julià de Ramis hacia finales del siglo VII (fig. 23: 2 a 4), cuya finalidad desconocemos, aunque podría tener relación con la colocación y sujeción de arneses de caballos o, quizás, de las armas de la guarnición militar. En el mismo yacimiento observamos, en una ocasión, un tipo intermedio, consistente en un gancho con la anilla superior abierta, más delgado y posiblemente destinado a otros fines (fig. 23: 1).

de silos de la villa de Tolegassos, aparecidos fuera de contexto, aunque acompañados de un amplio repertorio cerámico que nos permite determinar cronologías firmes. En otros casos, estos ganchos de forma simple presentan variaciones singulares. Por ejemplo, en los casos de la fig. 22: 6 y 14, ambos muy parecidos en cuanto a dimensiones y forma. Con una espiga gruesa y el gancho delgado y más curvado de lo habitual, posiblemente tenían una función muy específica que en estos momentos no podemos adivinar. El primero, de Tolegassos, se fecha hacia la transición de los siglos II y III. El segundo, del castellum de Sant Julià de Ramis, es cinco siglos posterior. Una última variante que podemos tomar en consideración procede de la villa de Pla de Palol (fig. 22: 13), y se fecha hacia mediados del siglo V. Conservando la forma simple de una delgada varilla de metal curvada como un anzuelo, no presenta ninguna característica a destacar.

Absolutamente diferentes a los demás, con usos indeterminados, debemos referirnos a dos ejemplares cuya forma no se repite. El primero, de Tolegassos y fechado hacia finales del siglo II, dispone de sendas anillas formadas al retorcer ambos extremos (fig. 22: 5), y es posible que sólo fuera una especie de eslabón o pieza intermedia en una cadena más larga. El segundo, del castellum citado anteriormente, adopta la forma de un bichero acabado en punta muy aguzada y gancho lateral (fig. 22: 12). A pesar del entorno y contexto en que fue hallado, es poco probable que tenga relación con el armamento de la guarnición militar. Estos instrumentos, inicialmente más propios de ámbitos marineros, fueron adoptados y modificados en épocas posteriores para usos militares, dando lugar a unas incipientes alabardas empleadas para derribar o descabalgar jinetes.

Variantes más elaboradas, también de mayores dimensiones y con funciones específicas en la despensa de la casa, aparecen en Vilauba hacia finales del siglo III. Se trata de un conjunto con formas idénticas, aunque con diferentes dimensiones en cada grupo, con unas características comunes (fig. 22: 8 a 11). En comparación con los demás, tienen unas dimensiones considerables, de unos 30 cm. de longitud. Su extremo superior está doblado en forma de L puntiaguda y formando un ángulo de 90º respecto al plano del gancho inferior. De ello se deduce que iban clavados a una tabla o una viga de madera. Por la posición de la punta superior y el gancho inferior, los dos primeros se presentaban con dicha parte en posición lateral, mientras que los dos segundos, que tienen ambos extremos en el mismo plano, como una especie de Z alargada, se presentaban vistos de frente. Probablemente no tiene más importancia, aunque es una forma buscada expresamente y con una finalidad concreta.

Este tipo de piezas lo hallamos a menudo en los oppida ibéricos con cierta frecuencia y, probablemente, usados de manera parecida. Hagamos mención de los hallazgos, puntualmente publicados, de Mas Castellar (Pontós), procedentes de diversos ámbitos del yacimiento (Rovira & Teixidor 2002, 348, fig. 11.20: 10 y 11, fig. 11.17: 7 y 8). CATÁLOGO Fig. 22: 1. Silos de Bordegassos - Vilopriu (Casas, Merino & Soler 1991, 133, fig. 9: 7). Primer cuarto del siglo I a.C. Gancho de púa casi circular y parte superior plana y más ancha. Uso indeterminado

En tercer caso o variante en el aspecto y acabados de los ganchos en general consiste en la formación de una anilla en su extremo superior, con la finalidad de disponer de un elemento de sujeción o para ser colgados de una estructura como un poste, una viga, o simplemente de un muro a partir de un clavo curvo y, en cualquier caso, sin que este sistema de fijación fuera perpetuo como en el caso anterior. Es decir, que disponer de un extremo acabado en anilla permitía mover, retirar y colocar en otro sitio el gancho metálico e incluso podría pensarse en otros usos o modos de utilización, pudiendo ser fijados al extremo de una cadena o de una cuerda.

Fig. 22: 2. Tolegassos - Viladamat, 3VT-2004. Mediados del siglo III. Púa en forma de anzuelo o gancho de sección circular, con toda evidencia incompleto y roto en su parte superior. Fig. 22: 3. Tolegassos - Viladamat, 8VT-2235 (Casas & Soler 2003, 43, fig. 21: 3). Transición siglos I a.C. - I d.C. Gancho de regulares dimensiones, con una pieza en la parte superior que quizás era una anilla para unirlo a una cadena o a una cremallera para colgar el caldero sobre el fuego del hogar.

La anilla puede adoptar, por regla general, dos formas o, mejor dicho, se obtiene mediante dos procedimientos diferentes. El más simple, que observamos en algunos ejemplares de Puig Rom (fig. 22: 15 y 16; fig. 23: 5 y 6), consiste en doblar el extremo superior de la varilla metálica. El segundo, algo más complejo, requiere un trabajo de forja consistente en obtener una superficie plana y posteriormente perforarla para formar la anilla a partir del ensanchamiento del extremo de la espiga. A partir de aquí, era fácil y

Fig. 22: 4. Tolegassos - Viladamat, 6VT-2061. Hacia mediados del siglo II. Gancho de hierro con la punta roma (o desgastada). No conserva el extremo opuesto, con cabeza, anilla o cualquier otro sistema de sujeción.

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Gancho obtenido a partir de una varilla de sección delgada y algo irregular. Cuadrado en una punta y rectangular en el otro extremo. Parece doblado expresamente en forma de anzuelo.

Fig. 22: 5. Tolegassos - Viladamat, 6VT-2084. Transición siglos II-III. Gancho obtenido a partir de un tallo de hierro de sección circular, doblado en cada extremo. Podría ser el extremo inferior de una cremallera o un sistema para colgar una olla o un caldero sobre el hogar o en la chimenea. Es poco probable que se trate de un elemento de unión de distintos tramos de cadena.

Fig. 22: 14. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2286 (Burch et al. 2005, 64; Burch et al. 2006, 112, fig. 97: 4). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Pequeño gancho de sección cuadrada y acabado con el extremo doblado. Quizás sea sólo un fragmento de una pieza mayor, como otros publicados en esta misma sección.

Fig. 22: 6. Tolegassos - Viladamat, 14VT-2004. Transición siglos II-III. Pequeña pieza acabada en forma de gancho, con el tallo algo más grueso y robusto, aunque se trata de un instrumento de pequeñas dimensiones.

Fig. 22: 15. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.877 (Palol 2004, 91, fig. 125: 110). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Clavo o punta acabada en gancho, algo curvada o doblada. También podría ser el extremo del asa de una olla o cubo, aunque es poco probable.

Fig. 22: 7. Mas Gusó - Bellcaire d'Empordà. UE-3004 (Casas & Soler 2004, 247 fig. 195: 5). Primera mitad del siglo III. Tallo de hierro doblado en forma de gancho, muy deteriorado por el óxido, con restos de madera. Uso indeterminado.

Fig. 22: 16. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 107.010 (Palol 2004, 91, fig. 125: 120). Transición siglos VII-VIII (680720). Pieza de forma aparentemente circular (el óxido la distorsiona), doblada en forma de gancho. Ha perdido uno de los extremos. También ha sido considerado como parte de unas tenazas o de unas tijeras.

Fig. 22: 8. Vilauba - Camós, 10-V-87.531-14 (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, lám. 124: 4). Segunda mitad del siglo III. Largo gancho con la punta ligeramente doblada y abierta, de sección circular. El tallo es de sección circular y casi cuadrada en algunas zonas.

Fig. 23: 1. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2286 (Burch et al. 2005, 64-65; Burch et al. 2006, 112, fig. 97: 5). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Gancho doble de forma poco habitual; elaborado con una lámina de hierro de sección plana (ni circular ni cuadrada), que se va volviendo más estrecha (más rectangular), hacia los extremos. Uno de ellos describe un semicírculo más grande (sería el gancho), y el otro más pequeño, por donde se colgaría al techo, pared o a cualquier otro elemento.

Fig. 22: 9. Vilauba - Camós, 10-V-87.523-14 (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, lám. 124: 5). Segunda mitad del siglo III. Gancho largo y robusto, con el tallo y el extremo inferior de sección más o menos circular, mientras que el extremo superior, que sobresale torcido como una L terminada en punta, es de sección cuadrada.

Fig. 23: 2. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2576 (Burch et al. 2005, 64; Burch et al. 2006, 112, fig. 97: 8; Burch et al. 2009, 67). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Gancho robusto y de sección rectangular. La parte superior termina con una anilla que parece haberse obtenido perforando el extremo plano de la hoja (no por torsión del extremo, como suele ser habitual). Esta forma se repite en los otros dos ganchos del mismo estrato.

Fig. 22: 10. Vilauba - Camós, 10-V-87-531-38 (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, lám. 124: 2). Segunda mitad del siglo III. Gancho de sección circular, con la parte superior doblada en L y el gancho del extremo inferior roto. Fig. 22: 11. Vilauba - Camós, 10-V-87-531-40 (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, lám. 124: 3). Segunda mitad del siglo III. Gancho de sección circular, con el extremo superior doblado en L y de sección cuadrada. Ha perdido la punta inferior, que suponemos igual a la de los ejemplares ya señalados anteriormente.

Fig. 23: 3. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2576 (Burch et al. 2005, 64; Burch et al. 2006, 112, fig. 97: 7). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Gancho largo y estrecho, en general de sección rectangular y ancha en todo el tallo. La parte superior termina con una gran anilla obtenida perforando la placa de hierro.

Fig. 22: 12. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2334 (Burch et al. 2006, 112-113, fig. 98: 2). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Estaca con un gancho, como el extremo de una pértiga o un bichero. Forma extraña e inédita hasta ahora en el catálogo, aunque no desconocida en otros ámbitos rurales.

Fig. 23: 4. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2576 (Burch et al. 2006, 112, fig. 97: 6). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Gancho largo, con el tallo de sección rectangular, ancho y robusto. Termina arriba con un agujero circular y ancho para poder ir colgado de otro elemento, probablemente de un

Fig. 22: 13. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1395 (Nolla, ed. 2002, 210, fig. 156: 14). Mediados del siglo V. 48

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utilizados para colgar aperos, otras herramientas y utensilios, e incluso que formaran parte de elementos muebles, tanto del propio mobiliario doméstico como de arados o carros. La forma permite múltiples funciones, según sea la necesidad.

travesaño, un poste o quizás a una tabla de madera. Fig. 23: 5. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.998 (Palol 2004, 88, fig. 123: 59). Transición siglos VII-VIII (680720). Gancho. El extremo superior acabado con una anilla para ir sujeto arriba (al muro o a una viga), pero también apta para ser fijada al extremo de un cabo o de una cadena. La parte de abajo tiene la forma habitual de gancho abierto.

Una variante más sencilla, que ha perdurado hasta nuestros días, es la formada por una espiga más o menos larga y terminada en una anilla obtenida al doblar el extremo de forma circular (fig. 24: 6, 9, 11 a 21). Por regla general, este tipo de gancho estaba destinado a ser insertado sobre una tabla de madera y en ocasiones a una viga de gran tamaño, a juzgar por la longitud y grosor de algunos de ellos (fig. 24: 13, 14 y 15). La misma forma que adopta el resto de la pieza, claramente acabada en punta como un clavo común, indica sin lugar a dudas que estaban pensados para ser clavados sobre una madera y no empotrados directamente a la pared, aunque no puede excluirse ningún uso secundario, como sucede habitualmente en el mundo rural, en el que todo podía ser aprovechado para usos inicialmente no previstos.

Fig. 23: 6. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 107.007 (Palol 2004, 91, fig. 125: 101). Transición siglos VII-VIII (680720). Tira de hierro alargada, terminada con un gancho en un extremo (el otro está roto), que quizá corresponde a la parte inferior de una cremalleras para suspender el caldero sobre el hogar.

Ganchos-anilla Hemos considerado oportuno separar en una segunda categoría una serie de elementos metálicos, de hierro, que tienen un cierto parecido con los ganchos más típicos que hemos analizado en el apartado precedente, pero que sin embargo responden a tipos, variantes y usos sin duda distintos de aquellos.

En ambos casos, se trata siempre de modelos que han perdurado durante siglos, siendo prácticamente imposible obtener conclusiones claras o intentar establecer tipologías en base a su cronología. En realidad, son piezas sencillas, funcionales, útiles para el quehacer diario de una explotación o residencia agrícola, que lo mismo aparecen en contextos del cambio de era como a mediados del siglo I, del II o en época visigoda, sin apenas cambiar de forma. Podemos verificarlo a partir del muestrario que ofrecemos en la figura 24, que comprende todo el abanico cronológico desde inicios del siglo I hasta inicios del VIII. Ninguna diferencia existe entre el ejemplar del Collet de Sant Antoni de Calonge, fechado hacia el 25-50 (fig. 24: 3), con el de la incineración nº 30 de la Vinya del Fuster, fechado alrededor del 135 (fig. 24: 5), o de Tolegassos y Mas Gusó, pertenecientes a la transición entre los siglos II y III y mediados del siglo III, respectivamente (fig. 24: 7, 8 y 10).

De la simple observación de los reproducidos en la fig. 24 podemos deducir las diferencias y el contraste entre unos y otros, a pesar de su aparente similitud. Por un lado, resulta frecuente el hallazgo de ganchos de pequeño tamaño, con el extremo superior terminado en una anilla obtenida al doblar la punta de la varilla, y el extremo inferior acabado en un simple gancho romo, en absoluto puntiagudo (fig. 24: 1, 2 y 4). El uso al que se destinaban estas piezas (debemos confesar que nos es absolutamente desconocido), debió ser muy diferente al de los grandes ganchos comentados en el apartado anterior. Quizás podamos intuir o, mejor dicho, nos podría proporcionar una pista el ejemplar nº 2 de la misma figura, el cual aún conserva una segunda anilla -un eslabón de cadena- prendida en su anilla superior.

En la segunda variante tampoco apreciamos diferencias -a no ser por su desigual estado de conservación y desigual tamaño, como en la primera variante-, entre los ejemplares más antiguos de Tolegassos, Mas Gusó o Pla de Palol y los más recientes de la necrópolis de Pla de l'Horta o de Puig Rom. Incluso entre estos últimos, a pesar de la diferencia de tamaño, todos ellos conservan la misma forma y proporciones (fig. 24: 13 a 21).

Un uso muy diferente debió ser el de los demás ganchos con anilla superior, algunos de los cuales más bien parecen grapas y, sin duda, iban fijados a tablas o postes de madera. Entre ellos debemos señalar dos categorías que pueden diferenciarse claramente según su morfología. Por un lado, los obtenidos a partir de una sola espiga de metal a la que se dio forma a fin de obtener dos puntas paralelas y una anilla en su extremo superior (fig. 24: 3, 5, 7, 8 y 10). Se trata de auténticas grapas pensadas expresamente para ser clavadas sobre distintas superficies. El ejemplar nº 10, con el extremo inferior doblado en L, nos indica de forma clara dicho uso e, incluso, el grosor de la tabla sobre la que se clavó, puesto que se aplastó sobre la madera la parte que sobresalía. Es posible que se tratara, en otras ocasiones, de goznes o charnelas, aunque ya hemos visto en un capítulo anterior que los modelos más habituales son bastante diferentes. Lo más probable, no obstante, es que sean elementos sencillos

A medio camino entre unos y otros, quedan algunos ejemplares que podríamos considerar extraños o, como mínimo, que adoptan formas o variantes poco frecuentes. Dos de ellos proceden de la villa de Pla de Palol (fig. 24: 11 y 12), y su forma difiere de las más comunes por el hecho de tener una sección plana en su tallo y, uno de ellos, el segundo, disponer de una corta púa en lo que consideramos su parte terminal, quizás destinada a fijar este objeto metálico sobre una madera, de forma que quedaba todo a la vista, como un elemento ornamental (o de refuerzo), pero no para ser clavado por un extremo como los demás analizados. 49

TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

Fig. 24. Diversas variantes de ganchos y clavos provistos de una anilla en su parte superior.

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

La misma forma y sección plana, como una lámina en ambos casos, da a entender que su finalidad era ésta y no otra.

Pequeño clavo doblado formado una anilla en el extremo, para ir sujeto sobre una madera (o al muro) y sostener algún otro objeto o colgar un pequeño cordel.

El tercer objeto cuya forma se aparta de las más habituales, aunque sólo sea en su acabado, es el pequeño clavo con anilla superior procedente del castro de Puig Rom (fig. 24: 19). La diferencia básica estriba en que se obtuvo retorciendo la varilla metálica a lo largo de todo el tallo, dando lugar a una especie de tornillo con la cabeza terminada en anilla circular. Posiblemente se trate de un elemento más ornamental que funcional.

Fig. 24: 10. Tolegassos - Viladamat, 12VT-2002. Mediados del siglo III. Pieza con un extremo en forma de anilla y el otro doblado en L, seguramente porque sobresalía por el otro lado de la madera sobre la que fue clavada. Se fabricó con una sola tira de hierro doblada y con la forma precisa. Uso indeterminado. Fig. 24: 11. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1440 (Nolla, ed., 2002, 210-211, fig. 157: 22). Mediados del siglo V. Pieza de sección general plana, acabada con una anilla formada al doblar un extremo.

CATÁLOGO Fig. 24: 1. Tolegassos - Viladamat, 6VT-2063 (Casas 1989, 122, fig. 80: 9). Época de Augusto. Gancho de forma algo extraña, acabado en forma de anilla en la parte superior y punta roma, plana y ensanchada, en el otro extremo.

Fig. 24: 12. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1440 (Nolla, ed., 2002, 210, fig. 157: 18). Mediados del siglo V. Pieza extraña, como un clavo de sección plana doblado para formar una anilla en el extremo superior. Sobresale una punta en el centro. Es posible que se trate de un elemento ornamental, como el herraje de un arcón, mueble o armario.

Fig. 24: 2. Tolegassos - Viladamat, 2VT-1019. Contexto de la 2ª mitad del siglo I. Clavo de hierro acabado en forma de anilla circular al que se une otra anilla.

Fig. 24: 13. Pla de l’Horta - Sarrià de Ter, sepultura E-32 (Llinàs et al. 2008, 294, fig. 12). Siglo VI . Punta o varilla de hierro, de sección circular y acabada con un gancho o anilla obtenida al doblar el extremo de la pieza.

Fig. 24: 3. Collet de Sant Antoni - Calonge. Entorno al 2550. Clavo con anilla formada al doblar una varilla de hierro de sección circular. Debió ir clavado a una tabla, haciendo de pasador para otra anilla o para un cabo.

Fig. 24: 14. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.874 (Palol 2004, 91, fig. 125: 108). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Púa robusta y gruesa, o punta con el extremo doblado y acabado en gancho, de sección más o menos circular.

Fig. 24: 4. Tolegassos - Viladamat, 9VT-2411 (Casas & Nolla 1993, 12, nº 14). Segundo tercio del siglo I. Gancho con un extremo de forma circular y la parte inferior doblada formando el gancho.

Fig. 24: 15. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.987 (Palol 2004, 88, fig. 132: 58). Transición siglos VII-VIII (680720). Punta larga, de sección cuadrada y acabada con una anilla o gancho obtenido al doblar o enrollar el extremo de la pieza.

Fig. 24: 5. Vinya del Fuster - Viladamat, Incineración 30. Entorno al 135. Grapa circular con dos puntas abiertas o divergentes. Habitual en época romana (en Tolegassos y en tantos otros yacimientos). Su forma era óptima para poder ser clavada sobre una tabla de madera, como un pasador o un gancho.

Fig. 24: 16. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.917. Transición siglos VII-VIII (680-720). Clavo o punta de sección más o menos circular, acabado en un gancho curvo.

Fig. 24: 6. Tolegassos - Viladamat, 12VT-2456. Segunda mitad del siglo II. Llave con el extremo doblado formando un anillo circular.

Fig. 24: 17. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.876 (Palol 2004, 91, fig. 125: 109). Transición siglos VII-VIII. Pieza ligeramente curvada, que recuerda el asa de un cubo o caldero, aunque se halla incompleta y quizás se trata del extremo de una púa.

Fig. 24: 7. Tolegassos - Viladamat, 3VT-2005. Transición siglos II-III. Instrumento elaborado con una sola varilla de hierro doblada para darle forma de anilla en un extremo.

Fig. 24: 18. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.918. Transición siglos VII-VIII (680-720). Punta de hierro con el extremo superior doblado formando un gancho. La parte de abajo es más puntiaguda.

Fig. 24: 8. Mas Gusó, MG-3004 (Casas & Soler 2004, 247, fig. 195: 2). Finales del siglo II o primera mitad del siglo III. Anilla abierta y acabada en dos puntas; para ser fijada o clavada sobre una madera y utilizada como pasador (de cuerda, correa o, sencillamente, para colgar otro utensilio)

Fig. 24: 19. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.919. Transición siglos VII-VIII (680-720). Punta con el extremo doblado formando un gancho o anilla.

Fig. 24: 9. Tolegassos - Viladamat, 6VT-2077. Inicios del siglo III. 51

TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

En cuanto al resto, presentan características comunes, con variaciones apenas imperceptibles o que deban tomarse en consideración. Las más antiguas, de Tolegassos, pueden fecharse con poca precisión entre la primera mitad y mediados del siglo III (fig. 25: 1 y 2). A diferencia de la mayor parte de los objetos de hierro, resulta extraño que las primeras alcayatas en yacimientos rurales no aparezcan hasta fechas tan tardías. Las otras, aún más recientes, proceden de la villa de Pla de Palol y pertenecen a las fases últimas del yacimiento, y es probable que estuvieran relacionadas con el maderamen de soportaba el tejado de parte del edificio, pero no como simples clavos de sujeción o soporte (fig. 25: 3 a 6). Finalmente, las tres más modernas proceden del castro visigodo de Puig Rom (fig. 25: 8 a 10). Las dos primeras, incompletas, y la tercera, de un tamaño considerable en relación con todas las anteriores. Las tres se fechan en el período 680-720, aproximadamente.

Toda la pieza está retorcida en espiral, quizá como elemento decorativo. Fig. 24: 20. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.920. Transición siglos VII-VIII (680-720). Pieza extraña, en forma de S y con un extremo terminado en gancho. Quizás es el extremo de un instrumento parecido a las referencias 106.921 y 106.922 de Puig Rom, aunque es poco probable. Fig. 24: 21. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 107.024 (Palol 2004, 91, fig. 126: 170). Transición siglos VII-VIII (680720). Punta con anilla, elaborada con una sola pieza de sección circular y con el extremo doblado sobre si mismo.

Alcayatas o escarpias

CATÁLOGO Fig. 25: 1. Tolegassos - Viladamat, 7VT-2109. Fosa con hierros y escorias en el patio interior, sin contexto. Siglo III. Clavo con gancho o escarpia, en forma de letra L, para ir clavado sobre madera o muro, quizás para colgar otros objetos.

Su definición exacta es la de un clavo con la cabeza doblada en ángulo recto que sirve para colgar cosas de él y, como tal, es un objeto que forma parte de las estructuras y complementos de cualquier edificio o instalación rural de la Antigüedad. Aunque podían tener usos o funciones específicas y muy diferentes según su ubicación en la casa, los incluimos en el mismo apartado que las piezas anteriores puesto que con toda probabilidad se relacionan con los ganchos y otras piezas similares destinadas a sostener objetos en el ámbito doméstico, en la cocina, despensa, almacenes, etc. Todo ello sin descartar su utilización en otras dependencias destinadas a distintas actividades, pero siempre en el ámbito de las tareas cotidianas de la uilla. Es posible, incluso, que en algunas ocasiones formaran parte o se vieran complementadas con algún tipo de gancho como los señalados en apartados anteriores.

Fig. 25: 2. Tolegassos - Viladamat, 9VT-2004. Primera mitad del siglo III. Pieza doblada en L, sección ligeramente rectangular y extremo muy puntiagudo. Seguramente iba clavado sobre una madera o una tabla. Fig. 25: 3. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1117 (Nolla, ed. 2002, 212, fig. 160: 36). Mediados del siglo V. Escarpia de hierro en forma de L y de sección cuadrada, con el tallo ligeramente curvado..

Su extrema sencillez no permite trazar rasgos diferenciadores a través de los distintos períodos. Tampoco sería ésta una tarea especialmente necesaria. Su forma, obtenida doblando en ángulo recto una pequeña varilla de metal con el extremo largo puntiagudo a fin de poderla fijar a un poste o directamente a un muro de opus latericium o formaceum, no le confiere unas peculiaridades especiales ni diferentes a las de las modernas alcayatas, aunque debemos tomar en consideración las dimensiones de algunos ejemplares, como el mas tardío de Puig Rom, de finales del siglo VII (fig. 25: 10).

Fig. 25: 4. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1012 (Nolla, ed. 2002, 212, fig. 160: 35). Mediados del siglo V. Clavo de hierro, como una escarpia de grandes dimensiones en forma de L, de sección cuadrada, robusta y gruesa. Fig. 25: 5. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1272 (Nolla, ed. 2002, 212, fig. 160: 37). Mediados del siglo V. Clavo o escarpia de hierro, similar a las nº 3 y 6, de forma ligeramente en L y sección cuadrada. Fig. 25: 6. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1272 (Nolla, ed. 2002, 212, fig. 160: 38). Mediados del siglo V. Escarpia de hierro, alargada, en forma de L algo cerrada. Sección rectangular en un extremo y circular en el centro.

De los diez ejemplares incluidos en el catálogo, probablemente deberíamos descartar el nº 7 de la fig. 25, puesto que, en apariencia, se trata de un simple clavo con la punta doblada. Ello es, al menos, lo que parece deducirse viendo su cabeza de sección cuadrada (algo extraña en comparación con el resto de clavos de hierro, siempre de forma piramidal y muy ancha), y su forma claramente plana y, por lo tanto, imposible de clavar en un soporte de madera, a menos que estuviera pensado para ser empotrada en un muro durante su construcción y, de esta forma, quedar fijado de manera permanente.

Fig. 25: 7. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1143 (Nolla, ed. 2002, 212, fig. 160: 41). Mediados del siglo V. Punta en forma de L, de sección cuadrada y la cabeza formada por un engrosamiento del cuerpo. Fig. 25: 8. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 107.049 (Palol 2004, 91, fig. 126: 146). Transición siglos VII-VIII (680720).

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

Fig. 25. Alcayatas o escarpias.

Pieza alargada; escarpia algo irregular debido al óxido acumulado, y doblada en L.

Recipientes y utensilios de cocina En el conjunto de yacimientos estudiados, una amalgama de objetos, casi siempre fragmentarios, rotos o incompletos, parecen formar parte de aquellos enseres que serían de uso común y, hasta cierto punto, habitual en el hogar y, concretamente, en la cocina de cualquier uilla o simple habitáculo rural. Como ocurre en tantas otras ocasiones cuando analizamos un sinfín de fragmentos y piezas incompletas, a menudo (seguramente más de lo que creemos), descartamos uno u otro fragmento o lo clasificamos en apartados que no corresponden, simplemente por el hecho de no haber podido identificar con precisión su función. Sin duda este error, explicable en determinadas circunstancias de mala conservación del instrumental de hierro, afecta el conjunto de objetos pertenecientes al ámbito doméstico o, más precisamente, a los que formaban parte indisociable de las culinae de tantas casas excavadas.

Fig. 25: 9. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.875 (Palol 2004, 88, fig. 123: 55). Transición siglos VII-VIII (680720). Tallo de hierro, robusto y sección circular, doblado en forma de L. Carece de ambos extremos, por lo que es difícil una identificación segura. Fig. 25: 10. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.939 (Palol 2004, 88, fig. 123: 51). Transición siglos VII-VIII (680720). Escarpia considerablemente larga y doblada formando una L. Sección cuadrada, muy puntiaguda en su extremo. ** * * * 53

TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CASA

correspondiente a la base o zona de reposo del pie, ligeramente girada hacia fuera, a fin de disponer de una mayor superficie de apoyo sobre el suelo del hogar. Por otro lado, lo que podríamos denominar las tres patas del trípode adoptan una sección ligeramente triangular, con una especie de engrosamiento de su zona media interna, como si se tratara de una forma de proporcionar mayor robustez a dicha zona. Si lo comparamos con la reproducción del trípode itálico expuesto en el Museo della Civiltà Romana, no apreciaremos ninguna diferencia (fig. 26). De ello podríamos concluir que el modelo ni siquiera es original ni de diseño local, sino que se había difundido, como mínimo, por todo el occidente mediterráneo, si es que se nos permite proponer esta hipótesis a partir tan sólo de dos ejemplares.

¿Cómo podemos saber, por ejemplo, si determinado gancho, fragmento de cadena, o escarpia procede de una cremallera colgada sobre el hogar? Serán muy pocos y casi excepcionales los casos en que podremos determinar la forma y atribuir un uso específico relacionado con la cocina o la mesa (aparte de los cuchillos, ya analizados), sin que exista el riesgo de equivocarnos. Es por ello que el catálogo de esta sección es tan reducido, limitado a pocos ejemplares y, en ocasiones, a uno sólo, aunque suficiente para documentar la presencia de determinadas piezas que, generalizando, deberíamos considerar de uso común. Por ejemplo, las cremalleras para el hogar; esta barra metálica con dientes destinada a suspender las ollas, calderas, etc., sobre el fuego, que no identificamos con seguridad. Según los estudiosos del oppidum de Mas Castellar (Pontós), algunas de las cadenas y objetos metálicos, como espigas articuladas, aparecidos en los niveles más recientes (y, por lo tanto, fechados entorno al 195 a.C.), pertenecen a cremalleras para el hogar (Rovira & Teixidor 2002, 349, fig. 11.17: 1; 352, fig. 11.20: 1 y 2). No podemos, por ahora, confirmar dicha interpretación, puesto que los objetos señalados más bien parecen simples ganchos de los que colgar ollas y calderos, pero no cremalleras dentadas y articuladas. La forma de estas últimas ha perdurado con pocas variaciones en el mundo rural (e incluso urbano), hasta prácticamente nuestros días o, para ser más precisos, hasta la modernización del campo en la segunda mitad avanzada del siglo XX. No se asemejan, en todo caso, a las varillas articuladas de Mas Castellar. Éste es tan sólo un ejemplo de la dificultad que entraña a menudo la identificación correcta de tantos objetos extraños que podrían pero que no acaban de ser lo que parecen; alejados, en su forma, de los que la costumbre, la tradición o la etnología ha preservado hasta nuestros días. Las mismas dificultades que vemos en este simple ejemplo del mundo ibérico más reciente se reproducen al estudiar los ámbitos romanos. Pocos objetos podrán ser identificados de forma tan clara como los que comentaremos a continuación. El primero de ellos, excepcional tanto por su estado de conservación como por su forma, es un trípode procedente de la villa de Vilauba (Camós), recuperado bajo los escombros procedentes de un incendio que, si bien destruyó un ala del edificio, preservó como si de una cápsula del tiempo se tratara, todo lo que se hallaba dentro de una habitación que ha sido acertadamente interpretada como una cocina-despensa. Entre los numerosos objetos, aparte de los utensilios cerámicos, cabe destacar un trípode de hierro intacto (y otro algo más deteriorado). Vale la pena detenerse para observar este objeto de uso común en el hogar, puesto que su forma y el trabajo de elaboración son notables y se repiten en otro idéntico (aunque se trata de una reproducción), expuesto en el Museo della Civiltà Romana del EUR Roma (fig. 26).

Fig. 26. En la parte superior, trípode procedente de la cocinadespensa de Vilauba; en la inferior, ejemplar del Museo della Civiltà Romana, Roma

A partir del hallazgo de este trípode y de otros instrumentos y recipientes de cocina cerámicos, los excavadores de Vilauba también han podido proponer la identificación de otros elementos metálicos y su relación con las tareas del

El trípode de Vilauba, fechado hacia el último cuarto del siglo III, está compuesto por tres piezas en forma de grapa soldadas entre sí por la parte superior y con la parte inferior, 54

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Fig. 27. Diversos objetos de cocina. 1 y 4: posibles atizadores; 2: base de candelabro (?); 3 a 8: fragmentos de recipientes, ollas, calderos.

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Tolegassos (fig. 27: 5), hallado en un estrato de inicios del siglo I, dotado con un borde ligeramente inclinado hacia el exterior, aunque desconocemos la forma de la base. Del mismo yacimiento procede un fragmento de borde de otro recipiente cuya forma no podemos determinar, aunque quizás se asemejara a una cazuela semiesférica. En todo caso, conserva un asa en forma de apéndice ganchudo soldado en el borde del recipiente (fig. 27: 7).

hogar (Castanyer & Tremoleda 1999, 318). En este caso, es la asociación de las diversas piezas y su localización conjunta lo que permite una interpretación más fácil y segura. Probablemente, si hubieran aparecido en cualquier otro ámbito, sin estas asociaciones, solos en cualquier estrato, hubiéramos podido especular sobre su función y seguramente nos habríamos equivocado. El primero, en forma de horquilla en U al final de un largo vástago de sección circular (y parte inferior tubular, perforada), se considera como un atizador para el fuego fig. 27: 1). No es demasiado raro, aunque no disponemos de paralelos fiables. Sin embargo, quizás podríamos asociarlo – independientemente de la enorme distancia cronológica- con ejemplares incompletos de Mas Castellar, de los que únicamente se conserva la parte larga, sin los extremos, suponiendo que hubieran tenido la misma forma que el de Vilauba (Rovira & Teixidor 2002, 355, fig. 11.23: 4; 357, fig. 11.25: 1; 362, fig. 11.30: 1).

Los otros dos ejemplares son bastante más tardíos; concretamente de época visigoda, y proceden del castro de Puig Rom, asociados con otros recipientes de cocina que comentaremos posteriormente. El primero de ellos (fig. 27: 6), es un fragmento de la pared de un recipiente de forma globular, aunque su aspecto completo nos es desconocido. Correspondería, suponemos, a una olla de dimensiones regulares. El último (fig. 27: 8), corresponde a la parte intermedia de una pequeña olla, que conserva el asa, pero no el borde superior ni la base. En todo caso, se trata de un objeto interesante para observar y poder apreciar el trabajo de forja del hierro –puesto que aún no se podía fundir con buenos resultados- hasta obtener la forma deseada. Una forma cuya elaboración requería una habilidad especial, al tratarse de un objeto cerrado y de forma globular, como el anterior, pero de pequeñas dimensiones.

Es posible, por otro lado, que un segundo objeto de Vilauba tuviera la misma función, aunque su forma difiera sensiblemente del primer atizador señalado (fig. 27: 4). Se trata de una especie de horquilla, con el mango más corto y dos púas de sección circular en el extremo, aparecida junto al atizador anterior y al trípode ya comentado. En este mismo apartado, un objeto hasta cierto punto raro, interpretado como la base de una especie de candelabro por sus descubridores (Castanyer & Tremoleda 1999, 318 y lám. 125: 1), tiene la forma de una espiga gruesa y alargada, sostenida por tres pies de forma irregular, ligeramente ondulados. El objeto aparece algo deteriorado o deformado, pero lo consideramos completo (fig. 27: 2). Su cronología, al igual que el resto de objetos de la villa que incluimos en este apartado, debe situarse hacia el último cuarto del siglo III.

Entre los recipientes y utensilios más usuales en la cocina, merecen una mención a parte los grandes cucharones procedentes de la Casa del Racó (Sant Julià de Ramis), y Puig Rom (Roses). Todos son tardíos. El primero, de la primera mitad del siglo IV, y los otros dos de finales del siglo VII (fig. 29: 3 y 4). No conocemos, en el territorio, ningún ejemplar más antiguo. A pesar de la distancia cronológica que los separa, los tres fueron elaborados de una sola pieza. No se aprecia punto de soldadura u otro modo de fijación del largo mango al vaso; lo que requiere, como en el caso de las ollas citadas anteriormente, un trabajo de forja muy especializado y fuera del alcance de profanos, a diferencia de lo que podría ocurrir para el caso de reparaciones de pequeñas herramientas agrícolas en los talleres improvisados que hemos identificado a menudo en varias uillae (supra).

En otro apartado, deberíamos señalar la presencia de diversos objetos, restos incompletos y muy deteriorados, que posiblemente habrían formado parte de los utensilios de cocina más o menos comunes. Dado su estado de conservación, nos será difícil determinar con precisión su forma y uso, pero creemos que se trata de fragmentos de recipientes, ollas o calderos de pequeñas y medianas dimensiones. No obstante, es un conjunto limitado y muy dispar, en el que tan sólo vemos cinco fragmentos para un larguísimo período que abarca desde inicios del siglo I hasta inicios del siglo VIII. Todos ellos son, por otro lado, notablemente diferentes entre sí (fig. 27: 5-8).

El de mayor tamaño, procedente de Puig Rom, ha sido considerado como un crisol o, más concretamente, un recipiente para verter metal fundido dentro de un molde (Palol 2005, 510). No se justifica, creemos, esta interpretación, puesto que el hecho de asociarlo a unas tenazas y a unos crisoles rectangulares que en realidad son bandejas, no es suficiente para atribuirle dicha función, y tampoco se han identificado instalaciones para fundición de metales o aleaciones cuya temperatura de fusión de prestara a ello (bronce, plata, plomo, etc.).

El más antiguo, fechado hacia en segundo cuarto del siglo I, procede del Collet de Sant Antoni de Calonge y adopta la forma de un arco con un apéndice fijado en su mitad, sobresaliendo a modo de gancho o asidero. Con todas las precauciones, proponemos interpretarlo como el refuerzo del borde de un recipiente similar a una olla (fig. 27: 3). Mas probable es la identificación de los demás fragmentos, los cuales adoptan de forma más clara el aspecto de recipientes (vasos, ollas o pequeños calderos). Entre ellos cabe destacar uno de forma tubular y paredes verticales procedente de

En el caso de los tres cucharones, no apreciamos diferencias formales que puedan ser indicativas de una evolución a lo largo de los siglos. A pesar de los casi cuatro siglos que separan el de la Casa del Racó del ejemplar de mayores dimensiones de Puig Rom, el aspecto es idéntico, tanto en el mango como en la cuchara de sección semiesférica. Es, por 56

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aproximadamente; aunque constatamos repetidamente que los objetos relacionados con las tareas del hogar y, especialmente, con la cocina son muy escasos, si exceptuamos los numerosos cuchillos y otros instrumentos de corte abundantes en cualquier período de los estudiados. La vajilla de mesa, normalmente sencilla, solía ser de cerámica; habitualmente, en cerámica común de producción local o, como máximo, barnizada (campaniense en época tardo-republicana o los distintos tipos de sigillata a partir del Alto Imperio). Ésta era la vajilla común y más usual, de bajo coste y fácilmente sustituible. La vajilla y los recipientes metálicos, incluso los de hierro, debieron considerarse relativamente lujosos y bastante más caros por el valor intrínseco del metal y su manipulación en los talleres especializados, lo que explicaría su rara presencia en el ámbito doméstico de los yacimientos estudiados. El gasto en hierro parece ser que se reservaba para los útiles que necesariamente debían ser de este metal y que constituían los elementos imprescindibles para el trabajo: herramientas, arados, azadas, clavos, ganchos, podones, etc. No olvidemos los consejos que repetían los agrónomos romanos en sus obras, sobre el cuidado y la vigilancia que debía llevarse a cabo sobre los aperos y utillaje agrícola.

otro lado, la forma que ha perdurado hasta nuestros días. En cuanto al otro ejemplar de Puig Rom, de menor tamaño, en él podemos ver una variante en la forma del cazo, de paredes ligeramente inclinadas y fondo totalmente plano (fig. 29: 3), sin que ello tenga aparentemente la menor trascendencia en su empleo. Debemos mencionar a parte el asa de lo que consideramos un recipiente similar, o quizás de un simple cazo, procedente de Mas Gusó y que se fecha hacia las últimas décadas del siglo II a.C. (fig. 29: 2). Es de forma plana y con un extremo curvo en el que se conserva el remache de un clavo. Seguramente es la parte que se uniría con el receptáculo, mientras que la del extremo posterior termina en forma de T o Y muy abierta. Es, hasta cierto punto, un objeto habitual en cerámica, con paralelos fechados entre los siglos II y III de nuestra era (Casas et al. 1990, nº 537, 538, 268 y 269), y más numeroso aún en la vajilla metálica más lujosa, ya sea en bronce o plata. En último lugar, también debemos incluir las dos bandejas de forma rectangular, ambas elaboradas a partir de una lámina de metal, procedentes del castro de Puig Rom (fig. 30). Deducimos que se trata de las mismas a las que Palol atribuye la función de crisoles rectangulares (Palol 2005, 510), aunque en la monografía dedicada al estudio de dicho yacimiento aparecen como simples platos (Palol 2004, 82, nº 19 y 20). La primera, de pequeño tamaño, mide poco más de 10 cm. en su lado más largo y unos 7 cm. en el corto. Se modeló con una delgada lámina de hierro a la que se doblaron los lados para formar el recipiente. La segunda, mucho mayor, mide unos 15 x 25 cm. y se elaboró a partir de una lámina de metal bastante más gruesa que la primera. Sin embargo, ambas mantienen las mismas proporciones en cuanto a tamaño y altura. Recuerdan extraordinariamente (salvando las distancias), aquellas bandejas que se muestran en alguna mensa funeraria, de las que hallamos numerosos ejemplares en el África romana (fig. 28).

CATÁLOGO Fig. 26: 1. Vilauba – Camós (Castanyer & Tremoleda 1999, 66 y 316, fig. 50; Castanyer & Tremoleda, 2007, 43). Ultimo cuarto del siglo III. Trípode completo, formado con tiras de hierro robustas y soldadas entre sí. La parte de reposo de cada pie es algo curvada. En la habitación (la despensa y quizás cocina de la villa), había dos. El segundo, algo más deteriorado. Fig. 27: 1. Vilauba – Camós (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, lám. 124: 1). Segunda mitad o último cuarto del siglo III. Varilla metálica acabada en forma de horquilla, con el mango de sección circular. Se considera que podría ser una especie de atizador para el fuego. Fig. 27: 2. Vilauba – Camós (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, lám. 125: 1). Segunda mitad del siglo III. Una especie de soporte de candelabro o vela, con la base hecha con tres pies alargados y el eje central, más grueso, de sección circular en el centro y aplanada hacia el extremo superior. Fig. 27: 3. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Indeterminado. Es una tira alargada, de sección plana, rectangular, con otra pieza clavada perpendicularmente y con un extremo doblado como si fuera un asa. Quizá es el remate del borde de una olla o un caldero.

Fig. 28. Mensa funeraria de Tebesa (Argelia), con una bandeja rectangular provista de asas horizontales (Sintes & Rebahi 2003).

Fig. 27: 4. Vilauba – Camós, 10-V-83-298-31 (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, fig. 195, lám. 125: 6; Castanyer & Tremoleda 2007, 39). Finales del siglo III. Pequeña horquilla de dos puntas de sección circular. Mango más grueso y de sección rectangular.

No conocemos otros objetos similares fuera del ámbito estricto de este poblado amurallado cuyo período final de ocupación se sitúa entre los años 680 y 720, 57

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Fig. 29. Cucharones y asa de un pequeño cazo.

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De identificación difícil. En principio, parece el protector de mejilla de un casco. Pero no se aprecia si es una pieza completa y terminada o si es un fragmento. En este último caso, la curvatura indicaría que se trata de un recipiente, como una olla, lo que es mucho más factible. Fig. 27: 7. Tolegassos – Viladamat, 3VT-2004. Primera mitad o mediados del siglo III. Fragmento de borde de lo que consideramos una olla metálica, que conserva una especie de asa o asidero inclinado hacia el exterior. Fig. 27: 8. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.00a. Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Fragmento de una pequeña olla o quizás vaso de hierro, con dos pequeñas asas en la parte superior. La parte más ancha del cuerpo aparece reseguida por una fina incisión. Fig. 29: 1. Casa del Racó - Sant Julià Ramis (Casas 1992, 151 -erróneamente atribuida a Tolegassos-; Burch et al. 2009, 54). Primera mitad del siglo IV. Cucharón de hierro, de mango largo y sección plana, no sobrealzado, sino formando un solo plano con el cazo. Fig. 29: 2. Mas Gusó – Bellcaire, MG-3127. Segunda mitad del siglo II a.C. Lámina de hierro de sección plana y delgada, doblada por un extremo y rota por el otro. Adopta la forma de Y en un extremo y ligeramente doblado en el opuesto, con un clavo remachado para ir fijado o soldado a un recipiente, sea un cazo o un cucharón. Fig. 29: 3. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.954 (Palol 1952, lám. LV; Palol 2004, 82-84, fig. 121: 21). Transición siglos VII-VIII (680-720). Cucharón de fondo plano y mango horizontal, formando un solo plano con la cazoleta. Se elaboró en una sola pieza, no siendo visibles soldaduras, remaches u otros sistemas de fijación del mango con el cazo. Fig. 29: 4. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.105 (Palol 1952, lám. LV; Palol 2004, 84, fig. 121: 22). Transición siglos VII-VIII (680-720). Cucharón con la cazoleta semiesférica, de buena calidad y con un mango largo de sección circular. Se elaboró en una sola pieza. Fig. 30: 1. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.997 (Palol 2004, 82, fig. 121: 20). Transición siglos VII-VIII (680720). Plato de forma rectangular y fondo plano, con las paredes no demasiado altas y ángulos redondeados. Parece hecho de una sola lámina de hierro a la que dio forma un artesano hábil y profesional.

Fig. 30. Bandejas de hierro procedentes de Puig Rom.

Fig. 27: 5. Tolegassos – Viladamat, VT-2439 (Casas & Soler 2003, 66, fig. 38: 7). Transición siglos I a.C. al siglo I d.C. Utensilio indeterminado, pero en forma de tubo o quizás de vaso, de paredes delgadas y borde ligeramente vuelto hacia el exterior, como el que veríamos en un recipiente cerámico.

Fig. 30: 2. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.104 (Palol 1952, lám. LV; Palol 2004, 82, fig. 121: 19). Transición siglos VII-VIII (680-720). Plato o bandeja de forma rectangular y fondo plano, con los bordes no muy altos. Paredes gruesas y robustas, en proporción, bastante más que las de la bandeja anterior.

Fig. 27: 6. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.041. Transición siglos VII-VIII (680-720). 59

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de ellos corresponden a las anillas de refuerzo de cubos (fig. 32: 1 y 4). El primero, completo y con una placa remachada que une ambos extremos del aro; mientras que el segundo, fragmentado, conserva el remache de un solo clavo en el punto de unión de ambos extremos. El ejemplar completo, el primero de los citados, procede del castellum de Sant Julià de Ramis, fechado entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII, en plena época visigoda, El segundo ejemplar, algo más antiguo, puesto que se ha datado a mediados del siglo V, apareció en la uilla de Pla de Palol (Platja d’Aro). Un tercer ejemplar, del mismo yacimiento, tiene una interpretación más dudosa (fig. 32: 5), puesto que podría tratarse del asa de un recipiente similar al resto de los incluidos en la misma figura.

Cubos La forma y características de algunos elementos metálicos nos inducen a suponer que se trata de los restos de cubos o recipientes similares (incluso pequeños toneles), cuya estructura principal era de madera y los aros de hierro constituían simplemente los refuerzos o los elementos que daban cohesión al recipiente. En otras ocasiones, la forma de las piezas metálicas parece corresponder a las asas, utilizadas indistintamente en cubos y, quizás, más asiduamente en ollas y calderos. La presencia de cubos, poco o nada habitual en estas latitudes a causa de unas condiciones desfavorables para la conservación de la madera, es bastante común en otras regiones del Imperio (Galia, Germania, Britania…), lo que nos permite conocer su forma y características. Lo mismo sucede en el caso de los toneles, de mayores dimensiones, pero perfectamente conocidos a través de la iconografía, como el conocido relieve de Neumagen en el que aparece una nave cargada con dichos contenedores (Ferdière, 1988, vol. 2, 97), o el relieve de Aviñón, con un barco fluvial también cargado de toneles (fig. 31). En cualquier caso, siempre se trata de piezas y noticias dispersas, que difícilmente ayudaran a determinar el uso y procedencia exacta de los elementos metálicos que incluimos en el presente estudio, pero que como mínimo permiten constatar materialmente la existencia y uso común de los distintos recipientes.

En cuanto a las asas metálicas, como mínimo distinguimos tres, aparte de la pieza acabada de citar. Es muy probable que pertenezcan a ollas o calderos metálicos y no a cubos de madera. Las asas de hierro son necesarias en recipientes que deban ir colgador sobre el fuego del hogar por medio de unas cremalleras (y no sobre trípodes, destinados más bien a las ollas de cerámica), pero no en simples cubos para transportar líquidos, que habitualmente disponían de un asa elaborada con un pedazo de cuerda, un simple cabo. Los tres ejemplares más claros, de épocas totalmente diferentes, tienen algunos rasgos característicos, aunque su aspecto y acabados puedan diferir. El primero, de un estrato de mediados del siglo III de la villa de Tolegassos (fig. 32: 2), tiene forma de arco y termina con sendas anillas en cada extremo, aunque una de ellas no se haya conservado. Es robusto y de sección circular. La segunda asa es considerablemente mayor (el doble del tamaño que la primera), adopta, también, la forma de arco, aunque más cerrado, y su sección es plana. Ignoramos como terminaban sus extremos, desaparecidos. Procede de un estrato de la villa de Puig Rodon (Corçà) y es difícil de fechar, puesto que en él se mezclan materiales desde el siglo I hasta el siglo VI (fig. 32: 3).

Fig. 31-A y B. Transporte de toneles en barco. A: escultura de Neumagen (Rheinisches Landesmuseum Trier). B: Transporte de toneles en un barco fluvial. Musée Lapidaire d’Avignon.

La tercera asa procede de los niveles de abandono del castrum de Puig Rom y, por lo tanto, se fecha aproximadamente entre el 680 y el 720 (fig. 32: 6). La consideramos un asa completa, en forma de arco muy abierto y con ambos extremos doblados a modo de gancho. La sección de la barra de metal es rectangular, totalmente plana. En cierta forma, recuerda a la pieza de Puig Rodon, en la que también parece adivinarse en uno de los extremos mejor conservados el inicio del gancho que permitiría su fijación a una anilla o a un apéndice de la olla. Existe la posibilidad de que dicha asa, combinada con dos de los varios ganchos del mismo yacimiento, que se estudian en otro apartado, hubiera formado parte del sistema de suspensión de un caldero, a modo de cremalleras.

Los seis objetos que estudiamos, por su tamaño pertenecen al conjunto de utensilios domésticos, relacionados con toda probabilidad con la vida casera y el hogar. En ningún caso se trata de restos de grandes contenedores, como toneles, u otros recipientes para trabajos del campo. Como mínimo dos

CATÁLOGO Fig. 32: 1. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2334 (Burch et al. 2006, 115, fig. 98: 4). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. 60

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Fig. 32. Diversos tipos de asas y elementos pertenecientes a cubos y recipientes similares.

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pequeños mangos de hueso, también descritos en el apartado correspondiente a los cuchillos y otros instrumentos relacionados (supra).

Aro elaborado con una ancha tira de hierro, muy plana y soldada o unida con una pieza remachada con dos pequeños clavos. Quizá se trate del aro de un cubo o de cualquier otro contenedor similar.

En definitiva, la línea que separa los objetos e instrumentos de uso personal de aquellos de uso común, que en el marco de la casa romana (y, por extensión, visigoda), hemos analizado en los capítulos anteriores, es muy delgada, indefinida en muchas ocasiones y difícil de apreciar en otras. Por ello, en este apartado incluimos únicamente aquellos elementos metálicos, de hierro, que sin ninguna duda habrían formado parte de los complementos de uso exclusivamente personal y no generalizado. Se habrían utilizado, además, en los quehaceres cotidianos más privados, fuera del ámbito laboral, o bien formaron parte de los complementos del vestido o usados para la higiene personal. Es por ello que se trata de un conjunto muy limitado, puesto que no es habitual ni frecuente, en el ámbito rural (otra cosa sería el ámbito urbano, que no estudiamos), hallar determinado tipo de objetos que, en según qué circunstancias, se podrían considerar incluso de cierto lujo.

Fig. 32: 2. Tolegassos – Viladamat, 14VT-2004 (Casas & Soler 2003, fig. 178: 8). Mediados del siglo III. Asa bastante robusta, con una anilla en cada extremo (una de ellas no conservada). Seguramente pertenece a una olla o a un caldero, más que a un cubo. Fig. 32: 3. Puig Rodon – Corçà, C-1045. Indeterminada, siglos I-VI. Asa de medianas dimensiones, formando un ancho arco, de sección plana o rectangular (no se puede confundir con una hoz, puesto que no tiene filo). Pertenece seguramente a un caldero o cubo. Fig. 32: 4. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1395 (Nolla, ed. 2002, 209, fig. 156: 9). Mediados del siglo V. Tira metálica larga y curvada, de sección plana o rectangular, que tanto podría pertenecer al asa de un cubo o caldero como a un círculo de refuerzo exterior de un recipiente de madera. Fig. 32: 5. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1443 (Nolla, ed., 2002, 209, fig. 155: 4). Mediados del siglo V. Pieza curva y de sección rectangular, plana, con los extremos rotos, parecida al asa de un cubo o caldero. Otras similares en Mas Gusó, Tolegassos, etc. Fig. 32: 6. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.934 (Palol 2004, 88, fig. 123: 61). Transición siglos VII-VIII (680720). Asa de sección plana o rectangular y los extremos algo curvados. Pertenece a un cubo, olla, pequeño caldero, etc.

Objetos de uso personal (anillos, caligae, strigiles, stili ...)

Fig. 33. Tachuelas de hierro de unas caligae de Mas Gusó.

Sin duda, algunos de los objetos analizados en páginas precedentes podrían haber pertenecido a la categoría de instrumentos de uso personal. Pensemos, por ejemplo, en los cuchillos, utilizados no sólo en las tareas domésticas, sino también en las agrícolas, en la caza o en cualquier otra actividad. Una herramienta, en definitiva, que habitualmente podía llevarse encima para solventar cualquier eventualidad, como ha sido habitual en los trabajadores del campo (y de otros oficios), hasta nuestros días. Y, más sofisticadas, las navajas, como el ejemplar de hoja plegable aparecido en Tolegassos (supra), que, sin duda, constituye un objeto de uso muy personal, con paralelos aún más elaborados aparecidos en distintas zonas del Imperio, con mangos no sólo de hueso tallado, sino labrados en materiales a menudo más costosos como el marfil. Sabemos del hallazgo reciente de otra en el relleno de un de los silos del Camp del Pla de Sant Esteve (Vilademuls), en un contexto tardo-republicano (Codina 2010, 131). En la misma categoría o similar, los dos

Dada su difícil clasificación y segura identificación, hemos limitado su inclusión a aquellos cuya atribución no ofrece dudas y, aún a pesar de ello, algunos podrían estar sujetos a interpretaciones encontradas. Es el caso, muy concreto, de un conjunto de clavos procedentes de Tolegassos (fig. 34: 2), fechados en el segundo tercio del siglo I e idénticos a otro conjunto más numeroso hallado en la villa de Mas Gusó, fechados hacia mediados del siglo III (fig. 34: 3 y fig. 33). Mientras que los segundos, de los que sólo ofrecemos una pequeña muestra en la figura citada, pertenecen, sin lugar a dudas, a unas caligae, de las que disponemos de numerosos ejemplos (Brouquier-Reddé 1997, fig. 7, de Alesia; Peralta 2007, fig. I, del castra principalis de La Loma, augustal), la disposición de los primeros, prácticamente soldados por el óxido en una especie de tira de cuero, nos hicieron suponer, en una ocasión anterior, que se trataría del collar claveteado de un perro (Casas & Soler 62

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Fig. 34. 1: Anillo de hierro con una cornalina; 2 y 3: clavos de caligae o quizás de un collar claveteado; 4: stilus; 5 y 6: strigiles; 7: pinzas; 8: hebilla de cinturón.

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Relacionados con la higiene personal y con un origen indudablemente itálico, debemos mencionar dos strigiles de hierro, de épocas diferentes, aparecidos en una sepultura de inhumación y en una villa, respectivamente (fig. 34: 5 y 6). El primero de ellos formaba parte del modesto ajuar funerario de una tumba de inhumación situada en La Clota, l’Escala, a escasos metros del mar, sin duda relacionada con un puerto subsidiario de Ampurias (Nieto & Nolla 1985, 143-162), y fechada entorno al 80 a.C. (Casas 1982, 157163). El difunto llevaba un óbolo de bronce y el estrígilo sobre el pecho, aún adherido a la tela del sudario, que pudo identificarse gracias al hecho de que había quedado enganchada a la pieza metálica y el óxido preservó la fina trama del tejido. En cuanto al objeto metálico, apareció completo, con toda la hoja de sección curva y el mango doblado.

2003, 253-254). Es más que probable que se trate, en realidad, de una caliga o, quizás, de un cinturón. Sin embargo, la duda persiste. En cambio, no existen discusiones sobre la identificación del anillo de hierro de los estratos de relleno de uno de los pozos de Tolegassos, con una cronología precisa del último cuarto del siglo II (fig. 34: 1). El anillo de hierro, robusto, tiene engastada una cornalina de color ambarino de una excepcional calidad, en la que se talló una imagen de Fortuna sosteniendo una cornucopia con el brazo izquierdo y una vara o, quizás, el timón de una nave con la mano derecha. Es una imagen clásica y habitual, que se repite en la iconografía más común de la época y que vemos repetida hasta la saciedad en, por ejemplo, la decoración de los discos de las lucernas a partir de inicios del siglo I, incluso en la misma uilla. En este caso, lo que interesa señalar es el significado del anillo de hierro: la identificación de un liberto; seguramente el uillicus de Tolegassos en determinado momento. No olvidemos que dicha uilla, por su estructura hasta cierto punto peculiar, podría haber sido una explotación basada en el trabajo de mano de obra esclava, bajo la supervisión de un uillicus, en representación de un propietario absentista, residente en Ampurias. Sería un factor más que explicaría su abandono hacia finales del siglo III, coincidiendo con el de la ciudad romana.

Hay diversos aspectos a considerar en relación con el hallazgo. De entrada, se trata de una inhumación; lo cual es interesante, pero no extraordinario, para una cronología del primer tercio del siglo I a.C. Entre los romanos, en aquellos años, predominaba la costumbre de incinerar el cadáver; entre los itálicos, aunque era más frecuente el rito de incineración, en muchas zonas de la península también se practicaba la inhumación, lo que parece indicar que el difunto sería un itálico fallecido lejos de casa, al que sus compañeros o familiares sepultaron siguiendo el rito que era propio en su región de origen.

También deben ser considerados como objetos de uso personal, entre otros, los que relacionamos con las escritura. El stilus de hierro de Tolegassos, fechado en el primer cuarto del siglo III, es el único ejemplo (fig. 34: 4). Sin embargo, aparecen con cierta frecuencia en esta y otras uillae del territorio los tallados en hueso. En todos los casos tienen una forma similar, con un tallo de sección circular, el extremo inferior acabado en punta y el superior con una especie de espátula formada por el ensanchamiento del tallo.

La presencia del estrígilo de hierro, un hecho nada extraño en tumbas tardo-republicanas y que también encontramos acompañando al difunto en varias sepulturas de la necrópolis de la calle Cañete, en Valencia, y que hay que considerar pertenecientes a los fundadores de la ciudad, itálicos no romanos, permite iluminar la tumba de la Clota Grossa (García & Guérin, 2002, 205-209; Ribera 2008, 188189, fig. 9). El significado justo de este objeto en un contexto funerario se nos escapa, pero es una muestra de la fuerte urbanización y helenización de Italia en aquellos años y pone de manifiesto, pensamos, el fuerte arraigo del uso del balneum, al que va ligado la utilización del estrígilo; una costumbre tan integrada que no podían dejar de practicar.

Conocemos un único ejemplar de pinzas, de pequeño tamaño y, sin duda, para la higiene personal (fig. 34: 7). Su forma delicada y su reducido tamaño las alejan de cualquier otra variante usada, por ejemplo, a modo de tenazas en actividades de forja o para manipulación de objetos. Se fechan en época tardía (hacia las últimas décadas del siglo VII) y adoptan una forma parecida a las tijeras. Es decir, con un muelle semicircular en la parte posterior uniendo los dos brazos.

El segundo estrígilo de hierro, procedente de la uilla de Pla de Palol tiene una lectura totalmente diferente. Por un lado, apareció en el contexto de una gran residencia dotada de zonas fructuarias, pero también de un conjunto termal notable; un balneum privado con todas sus dependencias (Nolla, ed. 2002, 29-40). Por el otro, su cronología es mucho más reciente, puesto que apreció en unos niveles tardíos de mediados del siglo V, lo cual no significa que no pudiera pertenecer a una época anterior, teniendo en cuenta su deficiente conservación, puesto que le faltaba el mango. En cualquier caso, conserva la hoja curva, de sección acanalada, y adopta la misma forma que el de La Clota o la de tantos otros elaborados en bronce.

No deja de ser, en el contexto que estudiamos, un objeto rarísimo (prueba de ello es la presencia de un único ejemplar), que más bien se elaboraba en bronce y con usos relacionados generalmente con la medicina y la cirugía, de los que en este caso sí conocemos diversos ejemplos. Dada su procedencia en un contexto militar como es el castellum de Sant Julià de Ramis, su uso quirúrgico no es del todo descartable, puesto que también se empleaban para extraer púas, pinchos, puntas de proyectil y cualquier otro pequeño objeto del cuerpo. En hierro, no existen otros ejemplares en la zona. En cualquier caso, la diferencia entre unos y otros estriba en el tipo de metal utilizado, más raro en hierro, más habitual en bronce.

Finalmente, debemos señalar el hallazgo de una hebilla, también de hierro, de uso personal y que en ningún caso podrá confundirse con las simples hebillas de aro o 64

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(Casas 1982, 159, lám. III, foto I; Nolla & Casas 1984, nº 17, 76). Primer tercio del siglo I a.C. Strigilis de hierro, completo y bien conservado a pesar del óxido. Mango bien doblado y parte inferior de sección curva o acanalada. Hallado sobre el cadáver en una sepultura de inicios del siglo I a.C. Conservaba restos de tejido que debieron pertenecer al sudario.

rectángulo que incluimos en otro apartado de este estudio, las cuales se relacionan sin duda con los arneses de caballería o, como máximo, con equipamientos militares de la tropa. En este caso de trata de una hebilla tardía, aparecida en el contexto visigodo del castellum de Sant Julià de Ramis (fig. 34: 8), adoptando una tipología que más bien la relaciona con el mundo merovingio. Fue elaborada a partir de una delgada placa cuyos lados se dotaron de unos salientes en forma de sierra de anchos dientes. El extremo de dicha placa va fijado a una anilla casi circular, de sección más delgada en el punto de unión que en el extremo contrario. En el otro extremo de la placa se conserva un pequeño remache de bronce que, junto a los de los dos orificios situados cerca de la anilla, debía servir para fijarla a un cinturón de cuero. No apreciamos ninguna otra señal de decoración sobre la superficie de la placa, aunque siendo de hierro y tan oxidada seguramente tampoco podríamos verla.

Fig. 34: 6. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1395 (Nolla, ed. 2002, 209, fig. 155: 7). Mediados del siglo V. Está roto y es difícil de determinar su uso. La parte conservada parece corresponder a un estrígilo de hierro parecido al de la tumba de La Clota. Fig. 34: 7. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2286 (Burch et al. 2006, 103, fig. 87: 3). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Pequeñas pinzas formadas por una sola espiga de hierro de sección rectangular, doblada y formando un anillo o semicírculo en un extremo, a modo de muelle parecido al de las tijeras.

Dadas sus especiales características, concretadas en el uso del hierro para su fabricación, la forma profunda y estrecha de la anilla y a su sistema de sujeción al cinturón de cuero mediante pequeños remaches, en contraste con las hebillas visigodas peninsulares, se considera un objeto procedente de talleres francos de la zona noreste peninsular, más que de los talleres visigodos o de tradición bizantina del centro y sur de la Península (García & Vivó 2003, 181; Burch et al. 2006, 107).

Fig. 34: 8. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2356 (García & Vivó 2003, 179-181, fig. 10: 3; Burch et al. 2005, 64; Burch et al. 2006, 107, fig. 91: 1 y fig. 92; Burch et al. 2009, 67). Excepcional ejemplar de hebilla o broche de hierro adoptando un modelo que recuerda vagamente las hebillas visigodas (y aún más claramente las merovingias), elaborada con una placa decorada con salientes en los lados, como una sierra de anchos dientes, que va fijada a una anilla situada en el extremo, mientras que en el opuesto se conserva un pequeño remache de bronce que, junto con otros dos pequeños agujeros en su mitad derecha, constituía uno de los elementos para fijarlo a un cinturón de cuero.

CATÁLOGO Fig. 34: 1. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 162, fig. 102: 12). Entorno el 175/200. Anillo de hierro, de buena calidad, con una cornalina engastada en la que aparece una Fortuna con timón y cornucopia. Teóricamente, el anillo de hierro es el distintivo de un liberto. Fig. 34: 2. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2411 (Casas & Nolla 1993, 12, nº 10; Casas & Soler 2003, 254, fig. 174: 15). Segundo tercio del siglo I. Collar, cinturón, caliga (?). Formado por una tira de cuero a la que se fijaron pequeños clavos circulares. La oxidación unió los clavos y preservó la forma del cuero.

Agujas y púas Con cierta frecuencia aparecen en las excavaciones pequeños objetos metálicos –en este caso, de hierro-, cuya función puede estar sujeta a diversas interpretaciones, puesto que su extrema sencillez no permite una identificación segura ni concreta. En realidad, en la mayor parte de las ocasiones no tenemos ninguna pista que pueda resolver la cuestión relativa a su función específica. Entre estos objetos se hallan los que agrupamos bajo la denominación común de agujas, aunque en realidad no tienen porqué serlo expresamente. Es, simplemente, la denominación que mejor se ajusta a su aspecto formal. No son como las agujas de coser o para el pelo, normalmente talladas en hueso (considerablemente abundantes, con docenas e incluso centenares de ejemplares en algunos yacimientos), aunque en ocasiones también las hallamos en bronce. Aquellas son agujas con una, dos o tres perforaciones en su extremo superior (si se utilizaron pasa coser), o terminadas con un engrosamiento e incluso con una esfera, en el caso de las agujas de hueso para sujetar el pelo.

Fig. 34: 3. Mas Gusó – Bellcaire, MG-3135. Niveles de abandono de mediados o segunda mitad del siglo III. Conjunto de 47 tachuelas, como pequeños clavos de cabeza cónica y circular, punta pequeña, que sólo podían utilizarse para ir fijados sobre una tabla de madera (para decorar), o sobre una correa de cuero o la suela de una sandalia (clauis caligae), que es lo más probable. Fig. 34: 4. Tolegassos – Viladamat, 12VT-2451. Primer cuarto del siglo III. Stilus de hierro, con punta fina, tallo de sección circular y paleta del extremo superior de forma casi rectangular y sección plana. Fig. 34: 5. Sepultura de inhumación de La Clota - L’Escala

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Tolegassos, y es una especie de cucharilla o espátula con el extremo doblado adoptando la forma de L. Probablemente es una aguja procedente de la mortaja que envolvía el cadáver. En cambio, el segundo ejemplar, que se asemeja más bien a un clavo largo y delgado, adopta la forma que reconocemos en las agujas de hueso para el pelo; o simplemente se trata de una especie de clavo no destinado a fijar tablas, vigas u otras estructuras de madera, puesto que su diámetro y forma hacen que sea poco resistente (a parte de que los clavos para fijar maderas son completamente distintos, como tendremos ocasión de ver en su momento). Quizás era un elemento más bien decorativo. Su hallazgo en un estrato de mediados del siglo V en la uilla de Pla de Palol en un contexto de abandono del lugar, no proporciona otras informaciones de interés. Lo mismo cabe decir de los ejemplares 3 y 4 de la fig. 35, procedentes del mismo yacimiento y con la misma cronología. En este caso, se trata de dos espigas de metal en forma de aguja (¿o gancho?), incompletas y de uso indeterminado. El otro ejemplar (fig. 35: 5), recuerda más bien a una sonda con el extremo esférico. Resulta bastante habitual el hallazgo de sondas y agujas-sonda, elaboradas en bronce, en casi todos los yacimientos de época alto-imperial estudiados. Sin embargo, uno de sus extremos suele acabar en forma de oliva y no en esfera, mientras que el otro suele terminar en espátula o cucharilla. En este caso, parece adivinarse la espátula incompleta del extremo superior, aunque ello no supone una identificación segura para dicho objeto (por otro lado, más reciente, de mediados del siglo V), al que por el momento continuaremos considerando como una variante de púa o aguja de función indeterminada.

Fig. 35. Agujas de diversos tipos y funciones.

Los ejemplares de hierro que incluimos en el catálogo son diferentes. A veces podrían parecer un clavo, aunque su tamaño descarta dicha identificación (fig. 35: 2 y 4), y en otras ocasiones simples agujas, varillas, púas e, incluso, espátulas o sondas; pero siempre de pequeño tamaño. Existe un problema añadido, que es su precaria conservación debido al óxido que habitualmente recubre cada objeto y que hace difícil, si no imposible, apreciar detalles en su morfología que podrían ayudarnos a esclarecer su función última. Por lo tanto, este apartado debe ser considerado como una especie de cajón de sastre que agrupa objetos de formas análogas, sin que ello suponga que tuvieran todos ellos la misma función.

Los ejemplares 6, 7 y 8 son aquellas agujas que habrían podido formar parte de un cepillo de cardar deshecho y con sus restos esparcidos en un nivel del período final de Puig Rom, mientras que la aguja nº 9 es totalmente diferente. Se elaboró mediante un delicado trabajo consistente en retorcer su tallo formando una espiral, como la que adoptaría un tornillo o una alcayata para ser fijada en una madera. Incluso su parte superior termina en una anilla obtenida doblando el extremo. Ahora bien, ¿se trata realmente de un simple clavo para un uso bien prosaico? Es posible, pero no podemos descartar, por su tamaño y minuciosa elaboración, una aguja decorada de esta forma simple pero vistosa.

En cuanto a su procedencia, es muy dispar y no podemos establecer patrones tipológicos o evolutivos a partir de, tan sólo, 11 ejemplares. Cronológicamente, se sitúan entre finales del siglo II hasta época visigoda, claramente a inicios del siglo VIII. Es posible que algunas de éstas últimas sean, en realidad, los restos de cepillos de cardar (fig. 35: 6 a 8), de los que hallamos dos ejemplares relativamente bien conservados en Puig Rom, con púas que se asemejan a las citadas, procedentes del mismo yacimiento. Su hallazgo en otras zonas del castrum, sin contexto, sueltas y separadas del resto de los artilugios usados para el trabajo de la lana y fibras hace más difícil dicha asociación, pero no imposible. En todo caso, es una cuestión a tener en cuenta. En otras circunstancias, la determinación de su uso será totalmente especulativa, por la simplicidad de la pieza y la carencia de paralelos claros.

En último lugar, dos láminas o varillas de metal, de forma hasta cierto punto irregular o indefinida, podrían corresponder a sendas agujas de uso también indeterminado (fig. 35: 10 y 11), sin descartar la posibilidad de que, en realidad, se tratara de fragmentos de otros instrumentos que al aparecer incompletos resulte imposible su identificación (púas, varillas, escarpias, clavos, etc.).

CATÁLOGO Fig. 35: 1. Vinya del Fuster – Viladamat, inhumación 33. Entre finales del siglo II y la primera mitad del III. Pieza en forma de letra L, con el mango de sección rectangular y la espátula plana, como un rascador.

El primer ejemplar de la figura 35 procede de una sepultura de inhumación de la necrópolis asociada a la villa de 66

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Fig. 35: 2. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1334 (Nolla, ed. 2002, 212, fig. 160: 42). Mediados del siglo V. Punta larga y de sección circular, con el extremo de la cabeza algo más ancho, pero no diferenciado.

2004, 91, fig. 126: 150). Transición siglos VII-VIII (680720). Pequeña aguja con punta delgada y cabeza engrosada en forma de oliva.

Fig. 35: 3. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1440 (Nolla, ed. 2002, 211, fig. 157: 23). Mediados del siglo V. Visto de perfil, parece un anzuelo, pero tiene la sección plana, ancha y rectangular. Quizá sea un gancho normal y corriente, o una aguja de uso indeterminado.

Fig. 35: 8. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.054 (Palol 2004, 91, fig. 126: 151). Transición siglos VII-VIII (680720). Aguja delgada, larga y sencilla, de uso indeterminado. Fig. 35: 9. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.052 (Palol 2004, 91, fig. 126: 149). Transición siglos VII-VIII (680720). Púa o aguja retorcida terminada en un gancho o anilla. Uso indeterminado.

Fig. 35: 4. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1440 (Nolla, ed. 2002, 210, fig. 157: 21). Mediados del siglo V. Pieza alargada, de sección plana y cabeza más gruesa, como una aguja algo más grande de lo habitual.

Fig. 35: 10. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.907. Transición siglos VII-VIII (680-720). Púa de sección circular, larga, con un extremo más delgado (para ser fijado a un mango de madera) y el otro algo romo (roto de antiguo). Podría ser una punta de saeta (poco probable), o una simple aguja.

Fig. 35: 5. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1395 (Nolla, ed. 2002, 212, fig. 159: 33). Púa de sección circular excepto en el extremo superior, que es plana. La otra punta termina en un botón circular y romo. Uso desconocido. Fig. 35: 6. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.851 (Palol 2004, 91, fig. 127: 173). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Tallo de hierro de sección circular, como una aguja delgada y puntiaguda.

Fig. 35: 11. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.852 (Palol 2004, 91, fig. 127: 190). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Varilla de hierro, delgada, rota en cada extremo, de función indeterminada.

Fig. 35: 7. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.053 (Palol

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hoja más larga y estrecha, también más ligera, y que en ocasiones quizás tenía un apéndice posterior formado por dos púas: “…tu penitus latis viscera marris ne dubita…” (10. 72-73 y 10. 88-89, citado). Plinio (Nat. Hist. 9.45, 17.159 y 18.147), cita en diversas ocasiones las marrae bajo

3.2. El campo: aperos agrícolas e instrumentos relacionados con la ganadería Azadas Es, con toda seguridad, una de las herramientas agrícolas básicas -junto con el arado-, utilizadas desde tiempos inmemoriales en el territorio. Su evolución a partir de los primeros tipos introducidos durante la época colonial y a lo largo del período ibérico no parece ser demasiado compleja. En realidad, se trata de un objeto tan difundido en el mundo mediterráneo, que apenas observamos diferencias entre los distintos ejemplares, independientemente de su cronología y lugar de procedencia. De hecho, los dos más antiguos que incluimos en nuestro catálogo proceden del oppidum ibérico de Mas Castellar (Pontós) y, a pesar de su filiación y cronología (entorno al 195 a.C.), se trata de instrumentos repetidamente utilizados en época romana y que han perdurado hasta nuestros días (fig. 36 en comparación con la fig. 37). Ambos tridentes, de una factura y calidad excepcionales, son los únicos localizados en ámbitos rurales de esta región. Sin embargo, el repertorio tipológico de azadas y azadones habituales en nuestras uillae en época romana y durante la Antigüedad Tardía es mucho más extenso y, hasta cierto punto, complejo. Las fuentes literarias y las referencias, a veces escasas y muy escuetas, que hallamos en los textos de los agrónomos romanos, no ayudan a determinar el tipo exacto al que deberíamos adscribir los ejemplares que estudiamos. En general, consideramos que, a parte de los tridentes de Mas Castellar, el resto puede ser del tipo ligo, marra y sarculum, sin que en muchas ocasiones sea posible determinar claramente la clase específica. El primero de ellos sería la azada más común, constituida por una hoja más o menos rectangular, de unos 20 cm. o más de longitud, con una perforación circular o rectangular en el extremo superior (a veces en la misma hoja y, en otras ocasiones, en una protuberancia o apéndice que sobresale expresamente), destinada a fijar un mango de madera de 1 m. de longitud, aproximadamente. Varrón (L.L. 5. 134), se refiere a él como “ligo, quod eo Procter latitudinem quod sub terra facilitus legitur” y Columela (10. 88-89), escribe: “mox bene cum glebas vivacem caespitis herbam contundat marrae vel fracti dente ligonis”. Otras referencias dispersas aparecen en Catón (…palas, ligones, secures…), o en Ovidio y Plinio, sin que aporten ninguna precisión en cuanto a la forma exacta y descripción de la herramienta.

Fig. 36. Azadas tridentes de Mas Castellar, Pontós (de Rovira & Teixidor, 2002).

Columela se refiere, por otro lado, a una especie de azada de

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El segundo sistema de fijación del mango, totalmente opuesto al primero, consiste en el mango tubular o, mejor dicho, en un apéndice de forma tubular o troncocónica que no es otra cosa que la prolongación de la parte superior de la hoja, doblada y plegada formando un tubo más o menos largo, dentro del cual se insertaba el mango de madera (fig. 40: 4, 6 y 12). Es algo parecido –salvando las distancias- a los dos tipos más comunes de fijación del mango de los podones (en espiga o en tubo), que en algunas contadas ocasiones también observamos en los grandes cuchillos. No es, en las azadas, el sistema predominante; pero lo constatamos en un pequeño azadón de Tolegassos, con la hoja ligeramente elíptica (fig. 40: 4), y en otro ejemplar del Hort d’en Bach, de mayores dimensiones (fig. 40: 6), ambos fechados entre mediados del siglo II y el siglo III.

las fórmulas marra y marris, al igual que Juvenal (Sat. III, 310). Probablemente el sarculum era un azadón parecido, aunque la hoja metálica terminaría con un filo ligeramente curvado o quizás claramente triangular. En cualquier caso, en lo que se refiere a los materiales objeto de nuestro estudio, únicamente podremos exponer aquellos rasgos que los diferencian y los caracterizan, centrados básicamente en el tamaño y forma de cada ejemplar (que sin duda determinaron su uso específico), sin que sea posible entrar en consideraciones acerca de su denominación exacta o adscripción a alguno de los tipos señalados en los textos clásicos, y menos teniendo en cuenta que las variantes locales, tanto en su forma como en la denominación, pudieron ser incontables.

Las hojas en sí, independientemente de su tamaño, adoptan normalmente una forma totalmente rectangular (fig. 40: 2), ligeramente trapezoidal (fig. 40: 1, 3 y 8) y claramente triangular el otras ocasiones, sobre todo en los ejemplares más tardíos de Puig Rom (fig. 40: 9 a 11), idénticos a un tercer ejemplar visigodo hallado recientemente en Viladamat y aún inédito. La azada de forma triangular procedente de las antiguas excavaciones en la villa de Els Ametllers (Tossa de Mar), es más antigua, aunque no puede determinarse con precisión su cronología. En cualquier caso, son azadas tradicionalmente utilizadas en el cultivo de la vid y, sobre todo, en terrenos duros, pedregosos y no demasiado fértiles. El peculiar sistema de fijación del mango en los ejemplares visigodos de Puig Rom, responde sin duda a este uso. Si nos fijamos en la forma y orientación de la perforación, en la que en el caso de insertar un mango totalmente recto surgirían serias dificultades para su manejo, responde, en realidad, a una hábil solución para poder cavar la vid por debajo de los brazos y pámpanos de las cepas sin necesidad de afectarlas, puesto que el mango para estas robustas azadas era curvo en la parte más próxima a la hoja de metal, lo que permitía un acercamiento a ras del suelo, con esta parte casi horizontal (fig. 39).

Fig. 37. Bidens y tridens modernos (siglos XIX y XX), adoptando los modelos romanos.

En cuanto a su uso específico, deberemos tomar en consideración una última variante del modelo genérico de la azada más común. Se trata del azadón de hoja ancha y más bien corta, de poca altura. Uno de ellos, fechado hacia el cambio de era, procede del Olivet d’en Pujol (fig. 40: 12), y seguramente es el ejemplar más característico del modelo, con su ancha hoja –aunque delgada- y un mango tubular para poder insertar un asta de madera. Es una pieza más ligera y menos robusta que el sarculum del Hort d’en Bach (fig. 40: 6), pero seguramente con una función similar. En cambio, los dos últimos ejemplares, procedentes del castro visigodo de Puig Rom (fig. 40: 13 y 14), adoptan una forma más alargada y, proporcionalmente, de menor altura, aunque también de una gran robustez. Aparentemente, tenían un sistema de fijación del mango en forma tubular, aunque dicho apéndice no se ha conservado lo suficientemente bien para poder apreciarlo y estar seguros de este detalle.

Lo primero que llama la atención, observando los diversos ejemplares del noreste peninsular que incluimos en nuestro catálogo, es, independientemente de su forma, el sistema de fijación del mango. Básicamente se utilizaron dos modos completamente diferentes. El primero de ellos, ya comentado de forma sucinta, consiste en un apéndice perforado que se prolonga por la parte superior de la hoja, más gruesa y resistente. La perforación, cuadrada o rectangular, permitía insertar un robusto mango de madera (fig. 40: 1 a 3, 8 a 12). El mismo sistema que observamos en azadas y azadones, se repite en los tridentes ibéricos de Mas Castellar, los cuales constituyen excelentes ejemplos del trabajo de forja en el ámbito rural indígena, no siendo del todo descartable un origen itálico para ambos ejemplares. Por el contrario, no hallamos la otra variante de azada, con la perforación para el mango realizada directamente sobre la hoja, como en otros modelos, algunos de los cuales han perdurado hasta nuestros días (fig. 38).

En todo caso, el repertorio es más limitado de lo que cabría esperar, puesto que para el largo período comprendido entre

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Fig. 38. Azadas modernas, usadas durante los siglos XIX y XX.

inicios del siglo II a.C. e inicios del siglo VIII de nuestra era, tan solo disponemos de 16 piezas, algunas de las cuales presentan serias dificultades de datación a causa de su hallazgo en antiguas excavaciones sin registro fiable o fuera de contexto. Recordemos, sin embargo, el hallazgo reciente de herramientas de este tipo, aún no publicadas, entre el material de relleno de diversos silos en los yacimientos del Camp del Pla de Sant Esteve (Vilademuls) (Codina 2010, 131), del Camp de l’Abadia (Aiguaviva) (Zabala & Sánchez 2010, 289-292) y en Can Castells (Vidreres), un pequeño enclave rural indígena tardo-republicano (Frigola & Roncero 2010, 125-128). CATÁLOGO Fig. 36: 1. Mas Castellar- Pontós, silo 101 (Pons & Rovira 1997, fig. 17; Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.26, 1). Entorno el 200-190 a.C. Tridens. Una especie de azada-rastrillo formada por tres púas robustas, aunque planas, soldadas entre sí. En realidad, el excepcional diseño de la herramienta soluciona hábilmente el problema de unir o formar las tres puntas, lo que se consigue con una U invertida a la que se une la punta central fijándola mediante un clavo remachado. En el extremo superior de este elemento central se practicó la perforación para insertar el mango de madera.

Fig. 39. Los tres tipos de mangos identificados en las azadas de territorio analizado. A: de enmangue tubular; B: perforación perpendicular a la hoja; C: perforación en ángulo agudo de época visigoda.

Fig. 40: 3. Mas Castell – Porqueres (Sanahuja 1971, 67 y 85-86, fig. 1: 3). Siglos II-I a.C. Azada de hoja triangular y ligeramente curvada, robusta y, como la anterior, con la parte superior más gruesa a fin de poder garantizar una adecuada fijación del mango. Fig. 40: 4. Tolegassos – Viladamat, VT-2005 (Casas 1989, 100, fig. 63: 1). Mediados del siglo II. Pequeña azada o azadón, con la parte para fijarla al mango rota. Forma elíptica, algo curvada y muy robusta.

Fig. 36: 2. Mas Castellar- Pontós, silo 101 (Pons & Rovira 1997, fig. 17; Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.26, 2). Entorno el 200-190 a.C. Tridens idéntico al modelo anterior, formado exactamente de la misma manera y con las mismas dimensiones, aunque una de las puntas está rota de antiguo.

Fig. 40: 5. Tolegassos – Viladamat, 7VT-2109. Fosa con hierros y escorias en el patio interior, sin contexto. Fragmento de una azada pequeña, con el extremo del corte roto, al igual que la parte del mango.

Fig. 40: 1. Mas Castell – Porqueres (Sanahuja 1971, 68 y 85-86, fig. 2: 1). Siglos II-I a.C. Azada de forma ligeramente rectangular y alargada, robusta, con un apéndice perforado para insertar el mango. Diseño que ha perdurado hasta nuestros días.

Fig. 40: 6. Hort d’en Bach – Maçanet de la Selva (Nolla & Ramírez 1995; Llinàs et al. 2000, 94, fig. 75: 1). Primera mitad del siglo III. Azada de pequeñas dimensiones, hecha de una sola pieza, con la parte del mango de madera de forma cónica o tubular para insertar el asta de madera. Hoja de forma ligeramente ovalada (seguramente en su origen seria más bien triangular).

Fig. 40: 2. Mas Castell – Porqueres (Sanahuja 1971, 67 y 85-86, fig. 1: 2). Siglos II-I a.C. Azada de hoja totalmente rectangular, delgada y recta. Apéndice superior perforado para el mango de madera.

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Fig. 40. Los diversos tipos de azadas documentados.

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El arado, herramienta imprescindible en el paisaje agrícola, cuyos orígenes se remontan sin duda a la revolución neolítica con la aparición de unos primitivos instrumentos que lenta e inexorablemente fueron evolucionando a lo largo de los siglos, se documenta, a pesar de todo, con ciertas dificultades en los contextos de época romana en el territorio objeto de esta investigación. En efecto, es más fácil obtener ejemplares de notable calidad pertenecientes al mundo ibérico (aunque tardío), que al período plenamente romano, en el que predominan otros instrumentos para el trabajo del campo, como pueden ser los distintos tipos de azada. No obstante, esta situación puede ser debida a factores totalmente circunstanciales. O bien no se han excavado los yacimientos adecuados, o los ejemplares utilizados en época romana fueron reaprovechados y, el hierro, forjado de nuevo para obtener otros instrumentos y herramientas. No olvidemos el valor intrínseco del propio metal y el peso o volumen que representaba la reja y la hoja de un arado. Por lo tanto, estas valiosas piezas fueron objeto de sistemáticos reciclajes en época romana, fenómeno documentado en otras zonas (Ferdière 1988, vol. 2, 30).

Fig. 40: 7. Tolegassos – Viladamat, 7VT-2109. Fosa con hierros y escorias en el patio interior, sin contexto. Aparentemente se trata de una pequeña azada, algo curvada y con un sistema de fijación al mango un poco raro, con una pieza tubular soldada a la parte superior. Fig. 40: 8. Els Ametllers - Tossa de Mar (Sanahuja 1971, 78 y 85, fig.1: 6). Azada de dimensiones más bien pequeñas, de forma ligeramente trapezoidal y diseño clásico, con perduraciones en piezas actuales. Fig. 40: 9. Els Ametllers - Tossa de Mar (Sanahuja 1971, 78 y 85, fig.1: 4). Azada de medianas dimensiones, de forma sensiblemente triangular aunque con la punta roma a causa del desgaste, probablemente utilizada para el trabajo de la viña. Diseño que ha perdurado hasta nuestros días. Fig. 40: 10. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 14.813 (Palol 2004, 82, fig. 120: 13). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Azada de forma triangular puntiaguda, habitual para cavar viña, con la doble función de pico.

Quizás es por ello que todos los incluidos en el catálogo proceden de contextos ibéricos, aunque fechados hacia los primeros años del siglo II a.C. No sabemos si el modelo se perpetuó en época romana, aunque es posible que así fuera. No obstante, las simples rejas localizadas en este territorio difieren de lo que podríamos considerar el modelo romano clásico y seguramente más extendido (fig. 41). Es posible que se trate de la adaptación local de un tipo de arado con una larga tradición en la zona, del que no sabemos con certeza en que momento dejó de utilizarse o simplemente se extinguió. Las cronologías de todos los ejemplares deben situarse, como señalábamos, en época tardo-republicana y tienen unas características comunes que poco varían en dicho conjunto. En cuanto al modelo, los paralelos más próximos desde el punto de vista tipológico, aparecen en el mundo galo, aunque constituyen variantes próximas, pero no idénticas, a nuestros ejemplares (Ferdière 1988, vol. 2, 3031), siendo absolutamente diferentes las rejas elaboradas en una sola pieza de hierro.

Fig. 40: 11. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.106 (Palol 1952, lám. LIV; Palol 2004, 82, fig. 120: 12). Transición siglos VII-VIII (680-720). Azada triangular y estrecha, robusta y dura, típica para el trabajo de la viña. Podía servir de pico, al mismo tiempo. Fig. 40: 12. Olivet d’en Pujol – Viladamat. Época de Augusto. Pequeña azada o azadón, de hoja trapezoidal, delgada y robusta, doblada en su extremo. Terminada con un apéndice tubular para fijar un mango de madera. Fig. 40: 13. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.953 (Palol 1952, lám. LIV; Palol 2004, 82, fig. 119: 11). Transición siglos VII-VIII (680-720). Instrumento con la forma de una azada ancha y baja, con una pieza central que parece destinada a fijar un mango. La hoja, estrecha, parece terminada en dientes de sierra (seguramente provocado por el óxido). Fig. 40: 14. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 14.817 (Palol 1952, lám. LIV; Palol 2004, 82, fig. 119: 10). Transición siglos VII-VIII (680-720). Pieza parecida a una azada de hoja muy ancha pero baja, con un punto en el centro (aparentemente de forma tubular), para fijar un mango de madera. Quizás se trate de una especie de rastrillo o pala.

Arados, rastrillos y carros "Dicendum et quae sint duris agrestibus arma, quis sine nec potuere seri nec surgere messes: uomis et inflexi primum graue robur aratri tardaque Eleusinae matris uoluentia plaustra tribulaque traheaeque et iniquo pondere rastri" (Virgilio, Georg. I, 160).

Fig. 41. Reconstrucción de un arado romano. Museo della Civiltà Romana.

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Se trata de hojas más o menos largas, que pueden llegar hasta los 20 cm., más bien estrechas y de forma ligeramente acanalada, terminadas con un filo que el uso continuado ha convertido en romo y ligeramente curvado (fig. 43). El acanalado, obtenido doblando las aletas laterales de una lámina de metal, tiene como finalidad el facilitar su inserción en una viga de madera bastante estrecha, según puede deducirse a partir de la anchura de la parte metálica, con lo que se obtiene, en realidad, una reja relativamente ancha y robusta formada con la combinación de ambos elementos. Es la parte del arado destinada a perforar la tierra y abrir el surco. No conocemos (o no identificamos), los elementos laterales o las hojas que ayudarían a voltear la tierra procedente del surco, suponiendo que estos antiguos arados estuvieran provistos de este elemento. Es más probable que simplemente estuvieran formados únicamente por esta ancha reja, sin otros apéndices, lo que se traduciría en unos pobres resultados al arar la tierra. La anchura y profundidad del surco se vería extremadamente limitada, lo cual repercutiría, además, en la calidad de la cosecha. La variante más "romana", que no identificamos en el territorio, sería la reja elaborada íntegramente en hierro que, como señalábamos, debió ser más cara y, sin duda, fue objeto de reciclaje sistemático a fin de aprovechar el metal para forjar otros instrumentos.

Fig. 42. Boyero con arado, de un mosaico de Cherchel (Argelia).

Debemos tener en cuenta que los arados antiguos se dividen en dos grandes familias o grupos: el aratrum, cuya finalidad era la de cortar la tierra, limitándose, por lo tanto, a abrir un surco relativamente estrecho, y la carruca, la cual, además, giraba la tierra gracias a la forma del dental y orejera, que es el modelo que parece representarse en algunos mosaicos antiguos, como el de Cherchel (fig. 42), o en la preproducción expuesta en el Museo della Civiltà Romana (fig. 41). Sobre estos dos modelos básicos, las variantes locales son enormes. Sin embargo, los pocos restos identificados en el territorio objeto del presente estudio pertenecen todos ellos al primer modelo, aunque con el tipo de reja más sencillo que podríamos hallar entre las distintas variantes. En cuanto a las partes del aratrum, descritas en numerosas ocasiones por los autores de la Antigüedad y ampliamente

Fig. 43. Puntas de reja de arado. 1 a 4: Mas Castellar, Pontós (de Rovira & Teixidor, 2002); 5: La Creueta.

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estudiadas en obras especializadas (White 1967, 129-138), únicamente han llegado hasta nuestros días las rejas (uomer, uomis, uomeris), que se fijaban al extremo de la dentale de madera; siendo éste el tipo más simple, como hemos señalado repetidamente.

Con toda seguridad es la punta de una reja de arado, aunque algo más pequeña de lo normal. La forma es la más habitual en este tipo de piezas.

Aguijadas y picanas

El conjunto más notable de rejas de arado arcaicas proceden del oppidum ibérico de Mas Castellar (Pontós), y fueron hallados, o bien en superficie o en estratos tardíos, niveles de abandono o similares, fechados entorno el 195 a.C. (fig. 43: 1 a 4). Otro ejemplar procede del poblado de la Creueta, a poca distancia al sur de Girona, y también debería fecharse hacia la misma época. Este último es bastante más corto y robusto que los de Mas Castellar, aunque reproduce el mismo modelo (fig. 43: 5). Los primeros, con un repertorio que permite apreciar los distintos tamaños y proporciones, suelen estar forjados a partir de láminas de metal relativamente delgadas, con una proporción entre anchura y longitud bastante mayor que la de la Creueta. La forma y tamaño no disminuyen su robustez y, por el contrario, favorecen una mayor resistencia y mejor fijación a la madera, puesto que disponen de un tallo mucho más largo y, por lo tanto, con mayor superficie de contacto entre uomer y dentale.

La denominación, con matices, engloba dos instrumentos que constituyen un complemento casi imprescindible en las tareas de roturación del campo. Se trata de una larga vara provista de un extremo metálico, utilizada comúnmente por los boyeros para conducir y dominar los animales de tiro. En este caso, el extremo metálico toma la forma de una especie de lanza corta, con una gruesa punta. En la segunda acepción, la parte metálica adopta la forma de una estrecha espátula y se utilizaba para limpiar o desprender la tierra adherida al arado. Su presencia, común hasta la mecanización del campo, también ha formado parte de la iconografía sobre los santos y patrones protectores del agricultor (pensemos, por ejemplo, en las imágenes de San Isidro Labrador o San Galderico, siempre provistos de dicho instrumento). Las representaciones del instrumento en monumentos de la Antigüedad son muy escasas. Cabe señalar un ejemplar medieval publicado en la clásica obra de White sobre el instrumental agrícola romano (White, 1967, 134 i fig. 12),

CATÁLOGO Fig. 43: 1.- Mas Castellar – Pontós, Zona 100, superficial, (Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.30: 10). 200-190 a.C. Reja de arado, de hoja estrecha y relativamente delgada, formada doblando las alas de una lámina de hierro con la pertinente forma previa. Es posible que contenga elementos de diversas reparaciones o refuerzos colocados sucesivamente. En realidad, más bien parecen tres rejas embutidas sucesivamente una sobre otra.

Este conjunto incluye, para el período que estudiamos, cuatro ejemplares; todos ellos procedentes de niveles relativamente tardíos dentro del amplio período que nos ocupa. Efectivamente, tanto el de la villa de la Font del Vilar (fig. 45: 1), como los dos de Puig Rodon (fig. 45: 2 y 3) o el más dudoso –por incompleto- de Pla de Palol, se fechan hacia mediados del siglo V, aunque su hallazgo en niveles superficiales, en algunos casos, no permite contrastar adecuadamente las cronologías, puesto que bien podrían pertenecer a períodos anteriores. Sin embargo, no deja de ser significativo el hecho de que los cuatro aparezcan en estos estratos tardíos y no tengamos constancia, para esta zona, del hallazgo de otros ejemplares en niveles más antiguos. Evidentemente, a partir de tan sólo cuatro piezas es arriesgado generalizar y proponer conclusiones definitivas. Pero es posible que se trate de un instrumento introducido en el campo del noreste peninsular en época bastante avanzada, por lo menos con la forma que adoptan los cuatro ejemplares citados.

Fig. 43: 2.- Mas Castellar – Pontós, Zona 100, superficial, (Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.30: 11). 200-190 a.C. Larga reja de arado (el doble de lo que suele ser habitual), aunque con la misma anchura que aquellas más cortas. Obtenida doblando los laterales de una ancha lámina de hierro con el fin de asegurar su sujeción al asta de madera del arado. Fig. 43: 3.- Mas Castellar – Pontós, Zonas 10 y 11, (Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.22: 1). 200-190 a.C. Reja de arado relativamente corta y con las proporciones más habituales en estas herramientas (se repite en La Creueta, algunas décadas antes). Ancha lámina doblada en los laterales.

En cuanto a la aguijada que toma la forma de una pequeña lanza, también se trata de un material escaso (4 ejemplares) y con una cronología diversa. Su uso se documenta ampliamente en la Antigüedad por parte de agricultores y boyeros, conociéndose numerosas representaciones, como las que aparecen en el ya citado mosaico romano de Cherchel o en el de Saint-Roman-en-Gal (fig. 42 y 44).

Fig. 43: 4.- Mas Castellar – Pontós, Zonas 10 y 11, (Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.22:2). 200-190 a.C. Reja de arado de un modelo arcaico y difusión restringida, que localizamos en el mismo yacimiento y en otros oppida ibéricos, no quedando lo suficientemente bien documentada su perduración en época romana en este territorio.

En este punto debemos hacer un paréntesis para señalar un posible uso alternativo aceptable en algunos casos. No podemos descartar que, en ocasiones, como en el caso de las azagayas o lanzas de Mas Gusó y la Muntanyeta (éste último, un yacimiento en el que quizás resultaría difícil la

Fig. 43: 5.- Puig d’en Rovira - la Creueta, Quart. Transición siglos III-II a.C.

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parte superior para permitir la fijación del mango de madera.

práctica de una actividad agrícola), con cronologías de los siglos II y I a.C. respectivamente, se tratara de lanzas utilizadas para la caza. Las actividades cinegéticas han sido ampliamente documentadas en diversas uillae de la zona, como complemento esporádico de la economía doméstica o como simple entretenimiento. En cualquier caso, no disponemos de datos firmes para concretar de forma segura el uso de estos ejemplares, aunque constatamos que sus dimensiones, forma y proporciones son diferentes a los otros dos (especialmente al de Tolegassos), más corto y menos apto para abatir las presas. Insistimos en que se trata tan sólo de una posibilidad que no podemos descartar.

Fig. 45: 4. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1395 (Nolla, ed. 2002, 211-212, fig. 158: 28). Mediados del siglo V. Pieza extraña, con un encaje para fijar un mango o una pieza de madera. Podría ser la punta de una reja de arado, pero las medidas son muy pequeñas. Más bien sería una picana. Extremo roto y, por tanto, difícil de clasificar. Fig. 46: 1. Mas Gusó – Bellcaire, MG-3128. Segunda mitad del siglo II a.C. Fragmento de hoja muy deteriorada, sin punta ni base. Adopta la forma de una hoja de laurel y es de sección elíptica, de doble filo. Se trata, sin duda, de una lanza o la hoja de una aguijada. Fig. 46: 2. La Muntanyeta – Viladamat, UE 1003 (Casas, Nolla & Soler, en prensa). Primera mitad del siglo II a.C. Diferentes partes rotas de una lanza o más bien una aguijada. Parte de la hoja de forma lanceolada y sección elíptica, y la del regatón, rota longitudinalmente.

Fig. 44. Mosaico de Saint-Roman-en-Gal. Escena de labranza con el boyero provisto de una larga aguijada.

El ejemplar de Vilauba, con una hoja ancha, robusta, de sección elíptica, no puede ser considerada una lanza precisamente a causa del grosor de la hoja, poco apta para una penetración efectiva en el cuerpo de la víctima y, en cambio, efectiva para dominar y conducir el ganado sin peligro de producirle heridas accidentales (fig. 46: 4). Lo mismo cabe señalar de la punta de hierro de Tolegassos, que citábamos anteriormente; más corta, aunque con la hoja también más delgada (fig. 46: 3). Por el contrario, ambas se alejan mucho de las habituales lanzas para uso bélico, de hoja delgada, relativamente ligeras y siempre con nervadura central, como tendremos ocasión de ver en un apartado posterior. CATÁLOGO Fig. 45: 1. Puig Rodon – Corçà, UE-1001 (Casas 1986, 60, fig. 34: 10). Niveles superficiales con materiales de hasta el siglo VI. Picana típica, con las alas que forman el tubo de unión con el mango de madera bien dobladas. Fig. 45: 2. Puig Rodon – Corçà, UE-1001 (Casas 1986, 60, fig. 34: 11). Niveles superficiales con materiales de los siglos I a VI. Picana con el corte más paralelo y hoja no tan abierta.

Fig. 45. Aguijadas o picanas para labores del campo.

Fig. 46: 3. Tolegassos – Viladamat, VT-2086 (Casas 1989, 96, fig. 61: 15; Casas & Soler 2003, 254, fig. 174: 11). Segunda mitad del siglo II. Punta de forma triangular o en hoja de laurel, engrosada por el centro y con corte a cada lado. Extremo inferior de sección cilíndrica y perforada para fijar un mango en su

Fig. 45: 3. Font del Vilar - Avinyonet Puigventos, UE 35-78 (Casas et al. 1993, 369, fig. 14: 10; Casas et al. 1995a, 28, fig. 21: 10). Segundo tercio del siglo V. Picana forjada a partir de una hoja ancha y doblada en la

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interior. No parece exactamente una lanza, sino una azagaya o una aguijada de boyero para dominar y conducir las reses (bueyes de labranza, etc.).

de pesada madera, a modo de un marco con particiones internas, al que se han fijado unas robustas púas de hierro a modo de escoplos en su parte inferior. Su forma puede ser rectangular o triangular, por lo que podemos deducir de la iconografía y, sobretodo, por la pervivencia de dicho apero en el campo hasta hace pocas décadas.

Fig. 46 : 4. Vilauba – Camós (Roure et al. 1988, 66, fig. 39: 14). Fase III, últimos años del siglo III y primera mitad del siglo IV. Punta de una especie de lanza (seguramente para conducir ganado, sin descartar su uso para la caza), de hoja ancha y sección ligeramente ovalada o romboidal, casi sin filo. Habría servido más bien para pinchar. Mango hueco, de sección circular, como el de un regatón. El asta de madera se insertaba en su interior.

A las grandes rastras tiradas por animales, destinadas a desmenuzar la tierra y rasar la superficie de los campos, quizás podamos atribuir algunas púas y puntas que adoptan la forma genérica de escoplos y que, por lo tanto, hemos incluido en el apartado específico dedicado a dichos instrumentos. Pero su sencillez y el hecho de no presentar características especiales hacen imposible determinar su pertenencia a este apero agrícola en particular. Al fin y al cabo, una rastra no es otra cosa que una estructura de madera en forma de marco, al que se han fijado las púas de hierro en su parte inferior, según se desprende de diversos modelos en miniatura hallados en otros contextos de época romana (Ferdière 1988, vol. 2, 47 y 48). Un modelo que en este territorio apenas sufrió modificaciones hasta la mecanización del campo.

Rastras y rastrillos No podemos afirmar, de forma contundente y sin atisbo de duda, que hayamos identificado partes metálicas pertenecientes a este instrumento agrícola relacionado específicamente con las tareas de labranza, en el primer caso y, en el segundo, incluso para la recogida del cereal. El irpex (irpices) citado y detalladamente descrito por Varrón (L.L. 5. 136) (…irpices regula compluribus dentibus, quan item ut plaustrum boves trahunt…), consiste en una estructura

La versión para el manejo manual, el rastrillo común, es tan sólo una especie de peine de varias púas insertadas en un travesaño de madera que a su vez está fijado al extremo de un mango también de madera. A partir de este modelo básico, las variantes pueden ser múltiples. Incluso algunas pueden ser totalmente de madera y otras, por el contrario, íntegramente de hierro; aunque la versión más común, según puede documentarse etnológicamente, es la que combina ambos elementos (Ferdière, 1988 vol. 2, 58: 10). Por lo tanto, es posible que algunas púas sin función específica, que también hemos incluido en el apartado general correspondiente, hubieran formado parte de dicho instrumento.

Carros Se trata, en todas las ocasiones, de hallazgos excepcionales por su rareza. No es habitual localizar elementos que, en su conjunto, pertenezcan a las partes metálicas de un carruaje (sencillo o complejo), y que puedan ser identificadas como tales sin dejar lugar a dudas. Es posible que objetos aislados, dispersos, hubieran formado parte de vehículos agrícolas, carros y otros similares. Sin embargo, es imposible, a partir del hallazgo suelto de una simple pieza de forma peculiar, determinar su uso exacto o su pertenencia a un carro. Pensemos, por ejemplo en un sinfín de anillas, clavos y otras piezas metálicas como las que se incluyen en los respectivos apartados de esta investigación, que tanto podrían ser susceptibles de haber formado parte de los componentes metálicos de un vehiculo, como de cualquier otro artilugio o elemento de uso común en cualquier complejo agrícola de época romana. Por ello, insistimos una vez más en la excepcionalidad de dos hallazgos fechados en época de Augusto, en los que se identifican los elementos metálicos de sendos carruajes, aunque es muy cierto que la restitución de cada una de las

Fig. 46. Aguijadas de boyero.

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último, diversas anillas de sección plana y forma tubular o claramente cuadrada, debieron constituir refuerzos de los mismos brazos o quizás del eje y extremo de la rueda (fig. 47: 6 y 7).

piezas en el lugar exacto que ocuparían en ambos vehículos resulta difícil y, a veces, absolutamente imposible. Sin embargo, los elementos mejor reconocibles, correspondientes a las ruedas, muestran unas formas y peculiaridades, comunes con otros restos localizados en distintos puntos de Cataluña. En el caso del carro del Olivet d'en Pujol (Viladamat), identificamos con claridad parte del revestimiento externo de una rueda, formado por dos láminas de hierro circulares, planas, unidas entre si por remaches del mismo metal. Se trata del forro y refuerzo lateral externo de la rueda, el cual iba fijado sobre la madera y se completaba con una tercera anilla que daba aún mayor consistencia a la rueda y la protegía del desgaste causado por el roce continuado sobre el firme de caminos y campos (fig. 47: 1 y 8).

Debemos tomar en consideración aparte, diversos elementos de función indeterminada, que adoptan la forma de grapas con los extremos ligeramente puntiagudos a fin de poderlos fijar sobre una tabla u otro elemento de madera, sin olvidar diversos clavos en los que la herrumbre protegió y permitió conservar restos de la madera sobre la que iban clavados (fig. 47: 9 a 11). Los restos metálicos del carro de Tolegassos, todos ellos procedentes también de un estrato del cambio de era, presentan notables semejanzas con los anteriores; sobre todo en lo que se refiere a las anillas tubulares y a diversos fragmentos incompletos de la protección externa de la rueda (fig. 48: 1 y 2). Las primeras habrían pertenecido al extremo exterior del eje de las ruedas, a modo de refuerzo, mientras que cuatro piezas en forma de herradura podrían pertenecer a apéndices destinados a reforzar la caja del vehiculo, descartándose una función decorativa poco clara (fig. 48: 4 a 7). Algunos elementos del carro de Tolegassos tienen sus paralelos y equivalencias en el del Olivet d'en Pujol, como los refuerzos y protecciones externas de la rueda, en forma de lámina circular -aunque formada por diversos retazos y no en una sola pieza- (fig. 48: 3, 9 y 10), mientras que otros son completamente distintos. Debemos tener en cuenta que en los respectivos niveles arqueológicos no se depositaron los carros completos, sino únicamente algunos restos dispersos pertenecientes a vehículos amortizados; elementos metálicos inservibles y, quizás, irrecuperables para otros usos.

Hallamos paralelos exactos al ejemplar del Olivet d'en Pujol en el yacimiento del Pla de les Lloses, en Tona (Duran et al. 2008, 72-73), en el que aparecieron los restos de otra rueda idéntica en cuanto a su forma y estructura, e incluso fechada en la misma época o quizás algunas décadas antes. El paralelismo, en este caso, resulta sorprendente. Aunque se trata de hallazgos procedentes de la misma zona nororiental de la Península, son yacimientos relativamente alejados entre sí. Sin embargo, parece lógico deducir que la forma común de las ruedas de ambos vehículos respondería a un estándar ampliamente difundido y que posiblemente deberíamos considerarlo como el más habitual. El otro ejemplar que puede servirnos como paralelo, aunque con notables diferencias, procede de los silos ibéricos de Montjuic (Barcelona), en uno de los cuales fueron recuperados los elementos de otro carro, siendo de destacar los restos casi completos de las ruedas (Miró 2009). Sin embargo, se trata de unas piezas fechadas por los estudiosos hacia mediados del siglo IV a.C. Por lo tanto, plenamente ibéricos y con pocos o ningún punto en común con los dos romanos que analizamos. De época ibérica se documentan diversos restos incompletos procedentes de oppida catalanes y, en general, de la zona central y oriental de la Península Ibérica, para algunos de los cuales se han propuesto restituciones (de ruedas), similares a las que analizamos (Miró 2009, 94-96).

En cualquier caso, estos dos conjuntos, tan próximos entre sí, tanto geográfica como cronológicamente, constituyen unos testimonios notables del equipamiento que deberíamos considerar común y habitual en una explotación agrícola de la época, dando todo el sentido a aquella cita de Virgilio con la que encabezamos este apartado. Aunque poco frecuentes, por no decir inusuales, las representaciones de carros del ámbito agrícola o rural en la Antigüedad, ayudan a hacerse una idea y disponer de una primera aproximación a su forma y, asimismo, nos permiten ver la perduración de unos modelos hasta prácticamente nuestros días. Modelos que poco o nada tienen que ver con aquellas otras representaciones de carros de viajeros con las que se ilustran a menudo las publicaciones y estudios sobre vías romanas. El carro del mosaico tunecino de la fig. 86, en una escena ligada a la construcción, no parece otra cosa que nuestro carro de varas, omnipresente en el mundo rural hasta finales del siglo XX. Es sólo un ejemplo de cómo han perdurado algunas formas de la Antigüedad.

El del Olivet d'en Pujol se completaba con diversos elementos metálicos que, en caso de haber sido hallados por separado, hubiéramos colocado en el apartado correspondiente a las anillas, abrazaderas y otros elementos similares. Algunas de estas anillas, de sección plana y abiertas por un extremo, a modo de grilletes, pertenecen, en realidad, a los refuerzos de los brazos del carruaje (fig. 47: 4). Seguramente a la parte sobre la que se fijaban las cintas de cuero o cuerda atadas a los arneses del animal de tiro. Otra variante análoga, pero con los extremos de sección circular y más estrecha, también abiertos y ligeramente puntiagudos, podrían ir fijadas directamente sobre los mismos brazos o a la caja del vehiculo, hipotéticamente a modo de pasadores de cuerdas o riendas (fig. 47: 5). Por

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Fig. 47. Los distintos elementos del carro hallado en un silo del Olivet d’en Pujol (Viladamat).

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Fig. 48. Elementos correspondientes a la rueda y otras partes del carro de Tolegassos (Viladamat).

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CATÁLOGO Fig. 47: 1.- Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusteo, fin del siglo I a.C. Pieza formada por dos laterales de sección plana que en alzado lateral se desarrollarían adoptando una forma circular, unidos por clavos remachados colocados de manera regular. Constituirían el refuerzo o forro de la pina de madera, según la terminología usada en los carros actuales.

Dos grapas cortas, planas y con restos de madera adherida en los extremos.

Fig. 47: 2.- Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusteo, fin del siglo I a.C. Pieza robusta, en forma de pequeña azada o azadón con el mango de sección circular y maciza. Hoja ancha y gruesa, sin corte. A pesar de su forma, sin duda tenía una función concreta y formaba parte del carro.

Fig. 48: 1 y 2.- Tolegassos – Viladamat, 8VT-2124 (Casas & Soler 2003, 44, fig. 22: 14). Augusteo, fin del siglo I a.C. Dos aros de tamaño regular y forma tubular, que corresponden al extremo del eje de una rueda de carro.

Fig. 47: 11.- Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusteo, fin del siglo I a.C. Conjunto de clavos de hierro, de sección cuadrada y cabeza redondeada o más bien piramidal. Todos tienen restos de madera adherida y mezclada con el óxido.

Fig. 48: 3.- Tolegassos – Viladamat, 8VT-2124 (Casas & Soler 2003, 44, fig. 22: 16). Augusteo, fin del siglo I a.C. Pieza de forma alargada, de sección plana y curvada adoptando la forma de una rueda. Recubría exteriormente una rueda convencional, complementando los refuerzos laterales que vemos en la rueda de carro del Olivet d'en Pujol

Fig. 47: 3.- Olivet d’en Pujol – Viladamat. fin del siglo I a.C. Disco no demasiado grueso, circular, robusto, con una perforación central cuadrada, del tamaño de un clavo. Fig. 47: 4.- Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusteo, fin del siglo I a.C. Anilla abierta por un extremo, terminada en dos puntas, como una grapa o un asidero para ir clavado sobre una madera; quizás al soporte o a la caja del carro o más probablemente al extremo de las varas, para hacer pasar las riendas o una correa.

Fig. 48: 4-7.- Tolegassos – Viladamat, 8VT-2124 (Casas & Soler 2003, 44, fig. 22: 17). Augusteo, fin del siglo I a.C. Series de 4 piezas planas en forma de U. Posiblemente iban fijadas sobre madera, en la caja del carro o como refuerzos por los que pasar las correas. Fig. 48: 8.- Tolegassos – Viladamat, 8VT-2124 (Casas & Soler 2003, 44, fig. 22: 15). Augusteo, fin del siglo I a.C. Dos piezas de sección plana y alargada, curvadas. Posibles refuerzos de los brazos de un carro (ver similares en Olivet d'en Pujol).

Fig. 47: 5.- Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusteo, fin del siglo I a.C. Pieza idéntica a la anterior, aunque con los extremos puntiagudos y de sección circular. Es posible que las variaciones en la forma de ambos sean debidas al deterioro y al óxido acumulado. Fig. 47: 6.- Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusteo, fin del siglo I a.C. Tubo de hierro, ligeramente troncocónico, con la parte ancha un poco más gruesa. Seguramente formaba parte o iba fijado al extremo del eje de la rueda del carro, como coronamiento o refuerzo exterior; lo que en los denominados carros de varas, prácticamente en uso hasta nuestros días, se denomina sortija. Fig. 47: 7.- Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusteo, fin del siglo I a.C. Anilla cuadrada y de sección plana, para fijar a un tablón o la vara del carro. Fig. 47: 8.- Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusteo, fin del siglo I a.C. Hoja o lámina de hierro con indicios de un encaje o quizás agujero en un extremo; no demasiado ancha y fragmentada. De uso incierto, aunque podría formar parte del forro externo o aro de la rueda. Fig. 47: 9 y 10.- Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusteo, fin del siglo I a.C.

Fig. 49. Tienda de cultellarius con los distintos tipos de instrumentos de corte de su negocio.

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la semejanza que tiene con él; la curvada, 'seno'; la que sigue a la curvatura, 'escalpelo'; la que viene después, de forma ganchuda, 'pico'; la superpuesta a ésta, que se parece a una media luna, se llama 'hacha', y la que, como una especie de ápice, se inclina hacia adelante, se llama 'punta'. Cada una de estas partes desempeña su propia función, si es que el viticultor conoce cómo usarlas". (De re rust., IV, 25, 1 y 2).

Fig. 48: 9.- Tolegassos – Viladamat, 8VT-2124 (Casas & Soler 2003, 44, fig. 22: 15). Augusteo, fin del siglo I a.C. Lámina de hierro curva y de espesor y anchura regular, asociada con el resto de piezas atribuidas a un carro. Fig. 48: 10-12.- Tolegassos – Viladamat, 8VT-2124 (Casas & Soler 2003, 44, fig. 22: 13). Augusteo, fin del siglo I a.C. Tres clavos o puntas sin cabeza, muy deteriorados y casi irreconocibles. Probablemente también formaban parte del mismo carro que los restos anteriores, puesto que aparecieron juntos en el mismo depósito.

El de Columela, sin embargo, es un modelo que no hemos identificado en la zona estudiada (fig. 50). Ha sido documentado especialmente en la Península Itálica, en menor medida en la Galia y, en general, en prácticamente todo el territorio de Roma en el que se llevó a cabo de forma asidua el cultivo de la vid.

Falces La correcta clasificación de los instrumentos que integran este conjunto de herramientas agrícolas no siempre será tan fácil como inicialmente pueda aparentar. Bajo la común denominación de falx encontramos una serie de instrumentos cortantes de diversos tamaños, que se caracterizan básicamente por el hecho de tener una forma curva y un filo principal que los distingue del resto de cuchillos (culter). La denominación antigua de la herramienta hace hincapié precisamente en esta característica: falx curua o procurua. A partir de esta forma básica podemos hallar las diversas variantes, más o menos complejas, destinadas a tareas específicas. Los agrónomos romanos se hacen eco de la gran variedad de falces utilizadas en el trabajo del campo. Esta complejidad queda asimismo reflejada de forma clara en la tantas veces publicada estela del mal llamado cultrarius (quizás seria más correcto denominarlo cultellarius) conservada en los Museos Vaticanos (fig. 49), en la que, entre una gran cantidad de cuchillos, aparecen diversos tipos de falces. Sin que el catálogo pretenda ser exhaustivo, en los tratados agronómicos existen referencias sobre la falx faenaria (Catón, De agri cultura, X, 3), la falx messoria (para la siega), la falx stramentaria, el podón del jardinero y, para la vid, la falx putatoria, uinitoria o uineatica, y los podones para frutales y otros árboles (falx siluatica, arboraria o arboria, ruscaria, lumaria, sirpicula, etc.). Catón (XI, 4), también nos proporciona una relación exhaustiva de los tipos y cantidades de herramientas necesarias para cultivar una viña de 100 iugera: "...ferramenta, falces sirpiculas V, falces siluaticas VI, arborarias III, secures V, cuneos III...". En el mismo sentido, aunque no tan exhaustivo, se manifiesta Columela al describir algunas de las tareas del uillicus en vistas a la recolección de la uva: "... y preparar y afilar asimismo hocinos y ganchos de hierro en la mayor cantidad posible..." (De re rust. XVIII, 2); o Paladio, que en el siglo IV cita los "hocinos de mango tubular muy corto con los que solemos cortar el helecho" (Op. Agr. I, XLII, 3). Algunos de los antiguos autores insisten en las virtudes y utilidad de las más comunes de estas podaderas, como es el caso de Columela al describir la falx uinitoria: "Ahora bien, la forma de la podadera que se utiliza para la viña presenta la siguiente disposición: la parte más cercana a la empuñadura, que tiene un filo recto, se llama 'cuchillo', por

Fig. 50. Reconstrucción hipotética de la falx uinitoria descrita por Columela.

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desprendiera. Un acabado idéntico también lo podemos observar en algunos ejemplares de cuchillos domésticos.

En el extremo noreste de Hispania, aún sabiendo la importancia que tuvo este cultivo en la Antigüedad, perfectamente documentado a través de otras fuentes arqueológicas (producción de ánforas para el transporte de vino, prensas e instalaciones relacionadas), no hemos identificado un solo ejemplar que responda a la descripción del agrónomo. No obstante, sí que han sido localizados diversos ejemplares que sin ninguna duda fueron utilizados como falx uinitoria, pero adoptando un modelo más sencillo y asombrosamente próximo a aquellos empleados por nuestros viticultores hasta la mecanización del campo, de los que mostramos dos ejemplos actuales en la fig. 52.

La segunda variante corresponde al mango tubular. Aunque no es el más habitual en las pequeñas podaderas como la falx uinitoria, no por ello es totalmente desconocido (Fig. 55: 1, 2, 3 y 5), pero sin duda es más común en los podones de mayor tamaño. En el caso de la falx de Sant Julià de Ramis, claramente de época republicana (del siglo II a.C.), observamos este tipo de mango casi tubular obtenido doblando las aletas laterales de una ancha espiga de sección plana; mientras que en el caso de la falx uinitoria de Tolegassos (nº 3, de los últimos años del siglo I a. C.), la espiga de sección circular, delgada, aunque robusta, indica claramente que nos hallamos ante un sistema de fijación al mango correspondiente al primero de los modos indicados. En otras ocasiones, como en el ejemplar nº 5, vemos un mango tubular y no demasiado ancho que parece indicar que el asta de madera iría insertada en su interior. Seguramente se trata, en este caso, del tipo de hocino descrito por Paladio (Op. Agr. I, XLII, 3).

Fig. 51. Mosaico de Saint-Roman-en-Gal. Escena de poda de árboles.

A diferencia de la descripción de Columela, los distintos tipos de falx uinitoria aparecidos en los yacimientos rurales de época romana de esta región son de una extremada sencillez. Independientemente de su cronología (los más antiguos pertenecen al siglo II a. C.), constan de una hoja curva y robusta y un mango que, de hecho, es donde hallamos las diferencias más significativas entre los diversos ejemplares. En definitiva, lejos de la complejidad de la podadera de viña de Columela, su forma responde al modelo genérico de falcula en su acepción como diminutivo de falx: pequeño instrumento cortante de hoja curva. A este modelo pertenecen, como mínimo, los ejemplares nº 1 a 7 de la fig. 55. En ellos se hacen patentes los dos tipos básicos de mango, que con diversas variantes se repetirán en los ejemplares de mayor tamaño utilizados claramente como podones y podaderas de árboles. Por un lado, el mango en forma de espiga, como una púa metálica que no es otra cosa que la prolongación de la base del filo, a veces de sección circular y en otras ocasiones de sección rectangular. Es una forma que indica sin lugar a dudas que iba fijada a un mango de madera, hueso o asta de animal. A veces el extremo distal de la espiga aparece doblado, para quedar mejor sujetado en la parte posterior del mango de madera e impedir que éste se

Fig. 52. Pequeños podones de vid contemporáneos.

En general, los dos sistemas de fijación indican, como en los ejemplares actuales aún en uso, dos tipos de mango muy diferentes y, en el caso de los podones de medianas dimensiones o de gran tamaño, un uso totalmente distinto para ambos modelos (fig. 54). Por un lado, las hojas cuya base se prolonga en una espiga larga y estrecha dispondrían

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no pudo ser otro que el de podar árboles cortando de cuajo las ramas sobrantes.

de un mango de madera o hueso muy corto, y podrían ser usadas o sujetadas con una sola mano. Hojas de idéntica forma y dimensiones, pero con un ancho mango tubular, tendrían un asta de madera larga, de unos 150 o 200 cm, y servirían para desbrozar o cortar ramas de árboles situadas a mayor distancia del suelo. Aunque no siempre se cumplirá esta condición y en ocasiones deberemos admitir cualquier variante, en este último caso, por regla general, se trataría de distintos tipos y derivados de falx arboraria o la falx putatoria referida por Paladio: "...falces putatorias, quibus in arbore utamur et vite", que según el agrónomo lo mismo podían utilizarse en árboles como en la poda de viñedos. La comparación de los ejemplares de época romana o visigoda con aquellos que aún se usan actualmente y que comentaremos someramente al final de este apartado, ayuda a entender la función y aspecto (y uso específico) de las herramientas cortantes con sus respectivas peculiaridades.

No hace falta insistir en el uso y aprovechamiento de los recursos forestales en época romana, lo que conlleva un mantenimiento adecuado de los árboles que pasa, entre otras cosas, por una poda regular a fin de obtener especimenes altos y robustos y, por otro lado, aprovechar la leña producto de las podas (fig. 51); algo que, una vez más, recomiendan los antiguos agrónomos refiriéndose a todo tipo de plantas: "de uinea et arboribus putatis sarmenta degere et fasciam facere et uitis et ligna in caminum ficulna et codicillos domino in aceruum conpone" (Catón, De agri cult. XXXVII. 5). Sin embargo, tampoco puede obviarse su utilización en un cultivo tan tradicional y extendido alrededor de la cuenca mediterránea como es el olivo. El mismo Catón señala claramente la necesidad de disponer de un extenso surtido de podones y podaderas para este trabajo. Para un olivar de 240 iugera, recomienda disponer de "...falces faenarias VIII, stramentarias V, arborarias V..." (De agri cult. X, 3). Su uso, por lo tanto, podía estar relacionado tanto con el cuidado de los olivos como para poda de cualquier otra clase de árbol. Por otro lado, la variedad y complejidad de instrumentos cortantes en forma de hoz que se esconden bajo la denominación común de falx arboraria o falx putatoria es enorme, tal como se refleja en el estudio ya clásico de W. D. White sobre los instrumentos agrícolas de época romana, en el que reúne cinco tipos diferentes de falx arboraria, a los que podría añadirse un sexto elemento clasificado con algunas dudas como una falx ruscaria (White, 1967, 86-88). Otros ejemplares similares, uno de ellos idéntico a la falx ruscaria de White y muy similar a los nº 10 a 12 de la fig. 55 de nuestro catálogo, procede de la casa de Menandro en Pompeya, junto con una notable colección de instrumentos agrícolas cuya elaboración debe fecharse, por lo tanto, pocos años antes de la erupción del Vesubio, en el 79 (fig. 53, nº 5002). La forma de la hoja y el mango de los podones nº 9 a 12 de la fig. 55 y 1 de la fig. 56, todos ellos prácticamente idénticos, los identifica precisamente con este tipo de instrumento destinado específicamente a la poda de todo tipo de árboles, provistos de un mango de madera de gran diámetro en el cual se insertaba la espiga metálica de un diámetro y robustez considerable. Eran, por lo tanto, podones de mango corto para ser usados con una sola mano, como los actuales. El hecho de que el nº 12 tenga una espiga tubular perforada no debe engañarnos sobre su forma y adaptación al mango, puesto que tiene el mismo diámetro y dimensiones que los demás.

Fig. 53. Herramientas de hierro de la casa del Menandro, Pompeya (De Vos 1988, 96).

No obstante, dentro del segundo gran grupo debemos señalar la presencia de algunos podones de tamaño notable, cuyo uso no puede relacionarse con el cultivo y mantenimiento de la vid, sino con el de otras plantas de mayor tamaño, árboles de todo tipo, tanto frutales como simples arbustos y plantas del bosque. Se trata de una serie de instrumentos robustos y hoja ancha y gruesa, con un buen filo, cuyo mango, aunque tubular, no parece el más indicado para aguantar un asta inserta en su interior. Es demasiado pequeño para soportar adecuadamente las tensiones y los golpes producidos con su uso que por su aspecto y robustez

No existen variaciones en el modelo a lo largo de todo el período estudiado, si bien es cierto que el repertorio es muy limitado y desde el punto de vista cronológico disponemos de un abanico que se extiende desde finales del siglo II hasta mediados del siglo V. El más antiguo, incompleto, procede de la villa de Tolegassos; apareció en un estrato del siglo I, aunque removido y alterado hacia finales del siglo II (fig.

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laterales de una ancha placa plana y no por la perforación de la espiga.

55: 9). El ejemplar de la villa del Pla de l'Horta (fig. 55: 10), procede de un estrato fechado hacia la transición entre los siglos II-III, y constituye la forma completa y más común de este tipo de falx stramentaria o arboraria que se repite en sendos ejemplares de Pla de Palol y la Font del Vilar, todos ellos fechados con precisión entorno al segundo tercio del siglo V (fig. 55: 11 y 12, fig. 56: 1).

Llaman la atención algunos aspectos de los tres últimos ejemplares citados. De entrada, su forma apenas sufrió modificaciones a lo largo del dilatado período transcurrido entre los años 25-50 y 180-210 en que se fechan los respectivos estratos de ambos yacimientos. Por otro lado, la forma específica, con unos detalles poco comunes y no documentados en el resto de ejemplares del territorio. Podones con un filo robusto y afilado, pero con el extremo del pico acabado de forma recta, casi como un martillo y no en punta, así como el hecho de que en esta parte de la hoja la herramienta carece de filo, puesto que tiene una sección claramente rectangular o trapezoidal, pero no cortante. No acertamos a identificar, entre los numerosos ejemplos citados por los agrónomos clásicos, a qué variante concreta pertenecen estos tres útiles. Deberemos considerarlos, con toda probabilidad, variantes o soluciones locales para usos específicos en la agricultura o arboricultura del territorio. Hasta cierto punto nos recuerdan algunos ejemplares pompeyanos de la casa de Menandro, sin que acaben de ser idénticos (fig. 53 nº 5030 y 4998), o la falx sirpicula de White, que también aparece en la citada casa pompeyana (White, 1967, fig. 66).

Si este tipo de podones servían para cortar ramas bajas, accesibles con una herramienta de mango corto (fig. 51), la otra variante que deducimos a partir del sistema de fijación del mango corresponde a una falx arboraria destinada a cortar ramas situadas a mayor altura; lo que podríamos llamar hocinos de mango largo o, mejor aún, el podón desramador con un mango de hasta 1,80 m. de longitud (la "serpe à ébrancher" gala), (Ferdière 1988, vol. 2, 125 y 130). Ignoramos, por el momento, cual sería su correcta denominación e identificación a partir de los textos clásicos, por lo que continuaremos usando la de falx arboraria, más apropiada para aquellos podones de mango largo, que la denominación de stramentaria, normalmente reservada para los de mango corto. En contextos claramente ibéricos, podones y podaderas son aperos bien documentados entre los siglos V y II a C, tanto en la actual Cataluña como en el País Valenciano, donde es común un sistema particular para fijar la pieza al mango a base de roblones, una manera de proceder escasamente documentada al norte del Ebro y que parecería arcaica. Constituyen un grupo significativo co muchas y variadas muestras (Pla 1968, 149-151, fig. 11 y 12; Sanahuja 1971, 61, 77, 79, 92-93, fig. 4 y 15). Entre los oppida del territorio que estudiamos, en contextos anteriores al primer cuarto del siglo I a. C., señalemos su presencia en el Puig de Sant Andreu (Sanahuja 1971, 93-94, fig. 15: 8 y 9) y, sobre todo, los procedentes de Mas Castellar (Pontós), bien contextualizados, muy modernos, dentro de la serie y muy parecidos a algunos de los aperos más tardíos (Rovira & Teixidor 2002, 350, 354, 358, 363, fig. 11.18:1, fig. 11.22: 3, fig. 11.23: 7, fig. 11.26: 3, 4 y 5), que también hemos incluido en nuestro catálogo (fig. 56: 2 y 3), dado su interés y por el hecho de constituir el precedente inmediato de una herramienta común en el campo romano, con unos prototipos, aún en contexto indígena, que en el occidente mediterráneo pueden remontarse hasta el siglo V a.C., como el ejemplar de la Moulinasse, en el Languedoc (Passelac 1995, 187). Otros precursores de estos podones en el territorio estudiado podrían ser identificados en época tardo-republicana en Mas Castell de Porqueres (hacia los siglos II-I a.C.), si hemos interpretado bien dos fragmentos localizados hace años en dicho yacimiento (fig. 56: 6 y 7), a los que falta la mitad superior de la hoja. En cualquier caso, la forma completa aparece en un estrato del período 25-50 en el Collet de Sant Antoni de Calonge (fig. 56: 8), repitiéndose el mismo modelo hacia los últimos años del siglo II o inicios del siglo III en la villa de Pla de l'Horta (fig. 56: 9 y 10). En todos los ejemplares el mango es tubular y se obtuvo plegando los

Fig. 54. Podones y desramadores contemporáneos, con los dos tipos de mango, en espiga y tubular.

En último lugar, cabe citar un conjunto compuesto por cuatro podones con características idénticas, que se repiten en otras áreas del imperio romano con soluciones y formas muy próximas entre sí (fig. 57: 3 a 6). Se trata de podones con una aleta dorsal cortante, más bien con forma de gancho orientado hacia abajo, cuyos paralelos mejor documentados

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Fig. 55. Diversos tipos de falces de pequeño y mediano tamaño, en su mayoría, falces uinitoriae.

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procedente del castellum de Sant Julià de Ramis, de diseño muy especial y que sólo conocemos en fotografía puesto que se hallaba en proceso de restauración (Burch et al. 2009, 67). Se trata de una interesantísima pieza que lamentamos no poder estudiar con más detalle.

proceden de las Galias (Ferdière 1988, vol. 2, 88, 92, 93, 125 y 130). Los tres primeros son considerados como podaderas de viña, falces uinitoriae con una forma menos estilizada que los ejemplares gerundenses, de menor tamaño y más anchas; mientras que los dos últimos citados tienen la aleta ganchuda orientada hacia arriba y se consideran como podones de desramar.

Capítulo aparte merece un conjunto irregular de herramientas e instrumentos de corte que constituyen variantes de podones y podaderas difíciles de clasificar a causa de su mala conservación o por el hecho de hallarse incompletos. Algunos presentan formas extrañas que no se repiten ni pueden incluirse en un grupo más amplio, mientras que otros son fragmentos debieron pertenecer a objetos similares a los que hemos comentado someramente en las páginas anteriores. Por prudencia, aunque intuimos de forma más o menos clara a que tipo o variante de falx corresponden, preferimos incluirlos en este cajón de sastre de los "indeterminados", aunque todos ellos con cronologías perfectamente establecidas y, según creemos, con poco margen de error.

Por regla general, las falces provistas de la media luna (ecuris) en la parte dorsal, deben ser consideradas falces uineaticae o uinitoriae, mientras que las que tienen el apéndice ganchudo pertenecen a la categoría de instrumentos de podar. En todo caso, los primeros responden a una adaptación local (itálica, gala, etc.) del modelo citado por Columela, mientras que los últimos constituirían una herramienta relacionada con los trabajos forestales que ha perdurado hasta nuestros días. Es con estos últimos con los que podemos relacionar los cuatro ejemplares de nuestro estudio, a pesar de las diferencias en su forma y uso específico. Se trataría, en este caso, de otra variante de la falx arboraria de Catón adaptada a los usos y costumbres locales. Insistimos en la necesidad de tener en cuenta estas diferencias.

Entre los primeros, cabe señalar un objeto cortante en forma de cuchillo muy corto y de hoja casi semicircular, con una espiga larga, aparecido en los silos tardo-republicanos de Bordegassos, fechados hacia inicios del siglo I a. C. (fig. 58: 1). No conocemos paralelos para esta peculiar forma, cuyo extremo superior aparece roto. A pesar de todo, resulta difícil clasificarlo como un simple cuchillo, sino que más bien parece un instrumento destinado a cortar objetos (¿carne, otro tipo de alimentos?), a base de descargar sobre ellos golpes contundentes.

Efectivamente, los cuatro podones con aleta posterior localizados en Pla de l'Horta (fig. 57: 3) y en el castro visigodo de Puig Rom (fig. 57: 4 a 6), no pueden considerarse, por su tamaño, como podaderas de vendimiador, sino para un trabajo más duro y que requiere unos utensilios más resistentes. En definitiva, parece indiscutible su empleo como podones para cortar ramas que pueden eliminar no solamente con el filo principal, sino también con la aleta posterior ganchuda para desgajar y suprimir pequeñas ramas, ya sea para el cultivo de los olivos o para la poda de árboles del bosque. El hecho de disponer de una espiga larga y aguzada, indica que probablemente el propio mango sería de madera y corto. Por lo tanto, se trata de herramientas de una sola mano, resistentes, duras y para cortar leña o ramas con golpes contundentes.

Otros fragmentos de hojas cortantes proceden de la villa de Tolegassos (fig. 58: 2 y 4), las cuales probablemente pertenecen a grandes hoces o quizás guadañas, aunque no podemos ser determinantes en este aspecto. La primera de ellas, de hoja estrecha pero robusta, con el dorso ancho y el corte afilado, se fecha hacia en cambio de era. La segunda apareció en un estrato del período 175-200. En cuanto a los demás fragmentos, identificamos el mango tubular de una falx de variante imprecisa procedente del Collet de Sant Antoni (fig. 58: 3, fechada entre los años 25-50), dos hojas de Tolegassos que quizás pertenecieron a pequeñas hoces de vendimiador (fig. 58: 5 y 6), de cronología imprecisa dentro de la primera mitad del siglo III, o el conjunto de puntas y mangos (también alguna hoja) de podones de distintos tamaños procedentes del castro visigodo de Puig Rom, ocupado aproximadamente entre los años 680 y 720. Algunos, como la punta 12 de la fig. 58, debieron pertenecer al mismo tipo que analizábamos en un apartado anterior, el gran podón con aleta curva en el dorso.

En cuanto a su cronología, el ejemplar más antiguo es el primero, recuperado en un estrato de finales del siglo II en Pla de l'Horta, mientras que los más numerosos, sin una sola modificación en su forma, proceden de Puig Rom, con una cronología entre los años 680 y 720. Como sucede en tantísimas ocasiones, no se aprecia ninguna evolución en la forma a lo largo de los siglos, perdurando hasta épocas muy recientes. En realidad, resulta totalmente lógico que aquellos diseños útiles, que cumplen a la perfección la función para la que fueron concebidos, no sufran modificaciones mientras perdure el tipo de trabajo que deben llevar a cabo.

En último lugar, y para finalizar esta somera exposición, cabe señalar un conjunto limitado de hoces, en general, incompletas y fragmentadas, cuya cronología, extrañamente, es siempre muy tardía, a excepción de las tres primeras que incluimos en la fig. 59. Las dos primeras, que aunque fechadas hacia inicios del siglo II a.C. deben ser consideradas indígenas, puesto que proceden de los niveles más recientes del oppidum del Puig Castellar (Pontós),

Recordemos, a modo de epílogo, el hallazgo reciente, siempre en contextos claramente tardo-republicanos, de diversos podones en el relleno de algunos silos del Camp del Pla de Sant Esteve (Vilademuls) (Codina 2010, 131) y del Camp de l’Abadia (Aiguaviva) (Zabala & Sánchez 2010, 289-292), sin publicar y otro interesante artilugio,

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Fig. 56. Podones con sistema de enmangue tubular.

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romana, no deja de ser extraño el hecho de que todas las que pueden identificarse con toda seguridad pertenezcan a la Antigüedad Tardía y más concretamente al período visigodo. Teniendo en cuenta la vocación cerealista de las uillae de la zona estudiada, aunque combinada con el cultivo de los otros dos elementos que constituían la tríada mediterránea, deberíamos considerar un poco anómalo el hecho de no localizar el elemento primordial utilizado para la siega. Es posible, como ocurre en tantas ocasiones, que se trate de un hecho circunstancial. A pesar del conocimiento profundo que tenemos de varios asentamientos agrícolas, en el fondo constituyen una ínfima parte de un conjunto aún no explorado y que cabe esperar que proporcionará aquellos elementos necesarios para completar el catálogo, cubriendo los huecos cronológicos de los que ahora nos lamentamos.

constituyen dos ejemplares excepcionalmente bien conservados de falces messoriae (fig. 59: 1 i 2). Totalmente completas, una de ellas conserva aún el remache de clavos que la sujetaban al mango de madera. La tercera falx messoria o falx faenaria, procedente de Tolegassos, se fecha en época de Augusto, hacia los últimos años del siglo I a. C. (fig. 59: 3), pero se trata de un ejemplar incompleto del que ignoramos la forma y tamaño originales. Otro fragmento localizado en relación con una sepultura de la necrópolis de la misma villa (fig. 59: 4), podría pertenecer a una hoz de hoja ancha, aunque su identificación tampoco puede ser absolutamente segura, puesto que se trata de un simple fragmento mal conservado. En este caso, se fecha hacia la transición entre los siglos II y III. Su escasa presencia en este territorio ha de tratarse, sin duda, de un hecho circunstancial producto de la casualidad, puesto que estas piezas, o muy parecidas, no son raras, a pesar de su fragilidad y la dificultad de identificar fragmentos, en contexto ibérico anterior al primer cuarto del siglo II a.C. Son piezas bien representadas en el País Valenciano (Pla 1968, 151, fig. 13) y en territorio ibero catalán (Sanahuja 1971, 95, fig. 16:1). Recordemos algunas del Puig de Sant Andreu (Sanahuja 1971, 95, fig. 16:3) y aquellos dos ejemplares del silo 101 de Mas Castellar (Pontós), ya comentados, muy modernos de diseño y cronología (Rovira & Teixidor 2002, 363, fig. 11, 27: 1 y 2).

Como habíamos señalado en páginas precedentes, el diseño original de algunas herramientas incluidas en la categoría estudiada ha perdurado hasta nuestros días. Resulta absolutamente lógico que aquellos instrumentos se hayan conservado hasta la fecha, teniendo en cuenta que se trata de diseños muy bien estudiados y fruto de una larga experimentación y que, por lo tanto, mientras haya perdurado la necesidad de su uso (es decir, un determinado tipo de trabajo o de cultivo), también haya permanecido la forma del instrumento. Un caso clarísimo lo vemos en los podones comunes; aquellos que anteriormente distinguíamos entre los de mango corto en forma de púa y los de mango tubular para insertar un asta de madera, ambos pertenecientes al tipo genérico de la falx arboraria o arborea. Si comparamos los que hemos reproducido en las láminas con los de la figura 54, contemporáneos (uno de mediados del siglo XX y el otro fabricado hace apenas dos años), nos será difícil hallar diferencias significativas, más allá del deterioro de las antiguas.

Sin embargo, las mejor identificadas, que sin duda constituyen el modelo de hoz que ha perdurado hasta nuestros días, pertenecen a períodos más tardíos, claramente de época visigoda. Este modelo de falx messoria, con mango en espiga (quizás podríamos asociarla a la falx ueruculata de Columela, II, 20, 3), no ha visto modificada su forma y proporciones hasta la fecha actual en este territorio. No obstante, difiere de los modelos localizados en otras zonas del imperio, algunos de los cuales fueron incluidos en la publicación de White (1967, 80-83), mientras que, por otro lado, coinciden con algunos ejemplares de la Galia romana procedentes de Vienne, o de la cercana Ruscino (Castell Rosselló), o con una tercera falx messoria intacta conservada en el museo de Neuchâtel en Suiza (Ferdière 1988, vol. 2, 50 y 59).

Lo mismo cabe decir de las pequeñas falces utilizadas en época romana y hasta hace poco para la recogida de la uva (y no para podar las cepas), que reproducen con apenas variaciones los modelos pretéritos. Una de ellas es idéntica a la falx vinitoria de época augustal procedente de Tolegassos (fig. 55: 7), aunque fabricada hacia finales del siglo XX (fig. 52). Y, cómo no, sin olvidar las hoces a las que nos referíamos en el último apartado dedicado a analizar los antiguos instrumentos.

Las cinco hoces incluidas en el catálogo (fig. 59: 5 a 9), proceden todas ellas de yacimientos con cronologías ampliamente contrastadas y establecidas con precisión entre las últimas décadas del siglo VII y los primeros años del siglo VIII. Dos de ellas se hallaron en el castellum de Sant Julià de Ramis, un puesto militar sobre el recorrido de la antigua Vía Augusta, con orígenes en el siglo V y una evolución con diversas reestructuraciones a lo largo de los dos siglos posteriores, hasta su abandono definitivo. Las otras tres, fragmentadas e incompletas, proceden de Puig Rom, el castro visigodo situado sobre una elevación próxima a la antigua Rhode que estuvo habitado entre los años 680 y 720, aproximadamente.

Este tipo de falx messoria, con todas las variantes que podríamos esperar -debidas a sus usos específicos y a costumbres o adaptaciones locales-, ha permanecido inalterado hasta la fecha, y continúa elaborándose con la misma forma que hallamos en el castellum de Sant Julià de Ramis o en Puig Rom a finales del siglo VII, a pesar de su nula o escasa utilización en las principales tareas del campo actual.

Aunque los textos y los restos iconográficos nos ofrecen un amplio repertorio de hoces de distintas formas en época

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Fig. 57. Podones y podaderas, los más tardíos, con pequeña hacha dorsal.

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Fig. 55, 10. Pla de l’Horta - Sarrià de Ter (Sanahuja 1971, 75 y 92-93, fig. 14: 2; Palahí & Vivó 1994, 166, fig. 4: D; Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 84). Transición siglos IIIII. Podón de grandes dimensiones, mango delgado pero tubular. Forma clásica que ha perdurado hasta época actual.

CATÁLOGO Fig. 55: 1.- Mas Castellar – Pontós, zonas 10 y 11 (Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.22: 3), 200-175 a.C. Pequeña podadera o falx uinitoria a juzgar por sus dimensiones. Hoja curva y con la misma forma y proporciones que las más habituales en la zona estudiada, aunque con el mango tubular en el que se insertaría una corta asta de madera. Fig. 55: 2. Oppidum - Sant Julià de Ramis (Sanahuja 1971, 69 y 93, fig. 15: 2). Siglos II-I a. C. Pequeño podón o falx uinitoria con el mango aparentemente tubular.

Fig. 55: 11. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1113 (Nolla, ed. 2002, 211, fig. 158: 24). Alto-imperial, siglos I-III. Podón robusto, de sección gruesa en la parte central del filo. Mango de sección circular; difícil determinar si iba sujeto en el mango de madera o si el asta se introducía en el extremo metálico (quizás hueco). Modelo clásico.

Fig. 55: 3. Tolegassos - Viladamat, VT-2439 (Casas & Soler 2003, 66, fig. 38: 8). Augusteo. Hoz de podar o desbrozar de tamaño regular, afilado y con el mango obtenido mediante el doblado del extremo inferior de la hoja. Tipo de mango para fijar una varilla de madera larga.

Fig. 55: 12. Font del Vilar, UE92 (Casas et al. 1993, 370, fig. 16: 1; Casas et al. 1995a, 30, fig. 24:1). Segundo tercio del siglo V. Hoz de podar de grandes dimensiones y robusta. Mango de sección circular y perforado, aunque seguramente no es para fijar el extremo del asta de madera.

Fig. 55: 4. Tolegassos - Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 163, fig. 103: 6 y 254, fig. 174: 1). Hacia el 175/200. Hoja de una pequeña una hoz de vid. Le falta el extremo del mango.

Fig. 56: 1. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1043 ( Nolla, ed. 2002, 211, fig. 158: 25). Mediados del siglo V. Podón de gran tamaño y robusto. Hoja de sección bastante plana y afilada. Mango robusto, macizo y de sección circular, como el podón típico.

Fig. 55: 5. Tolegassos - Viladamat, 8VT-2150 (Casas et al. 1995, 111-113, fig. 84; Casas & Soler 2003, 254, fig. 174: 2). Siglo II. Pequeña podadera o falx uinitoria. Hoja robusta y mango de sección circular. Dimensiones regulares, más pequeñas que las de una podadera convencional.

Fig. 56: 2. Mas Castellar – Pontós, silo 101 (Pons & Rovira 1997, fig. 18; Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.26, 3). Hacia el 200-190 a.C. Falx arboraria de medianas dimensiones, hoja ancha y robusta, con un filo muy marcado. Mango tubular, en el que aún se conserva el clavo de hierro que servía para sujetar el asta de madera al tubo de hierro. Modelo clásico.

Fig. 55: 6. Mas Gusó - Bellcaire, MG-2007 (Casas & Soler 2004, 208, fig. 164: 10). Finales del siglo II. Hoz para podar viña o cortar uva (falx uinitoria). Medidas algo más pequeñas que los podones normales.

Fig. 56: 3. Mas Castellar – Pontós, silo 101 (Pons & Rovira 1997, fig. 18; Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.26, 4). Hacia el 200-190 a.C. Podón robusto y dimensiones regulares, con una ancha y afilada hora y mango tubular para sujetar una larga asta de madera.

Fig. 55: 7. Tolegassos - Viladamat, 8VT-2234 (Casas & Soler 2003, 43, fig. 21: 2). Augusteo. Pequeña podadora de viña (o frutales). Hoja ancha y de sección delgada. Mango delgado, de sección circular y acabado con esfera. Debió estar provista de un mango de madera o hueso.

Fig. 56: 4. Mas Castellar – Pontós, silo 101 (Pons & Rovira 1997, fig. 18; Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.26, 5). Hacia el 200-190 a.C. Podón de tamaño algo inferior al de los otros hallados en el mismo estrato, aunque sigue el mismo modelo y proporciones, coincidentes con los descritos en los tratados agronómicos de época romana. Dorso ancho y hoja afilada. Mango tubular obtenido por el doblamiento o plegado de las alas de una ancha espiga inferior, como suele ser bastante común en todo este tipo de herramientas para desramar.

Fig. 55 : 8. Collet de Sant Antoni - Calonge, sepultura 4 (Nolla et al. 2005, 25, fig. 10). Transición siglos II-III. Podón de tamaño pequeño, consistente y robusto; mango de sección más bien circular. Tiene una marca longitudinal algo extraña, dejada por la huella de otro objeto. Fig. 55: 9. Tolegassos - Viladamat, 4VT-2054 (Casas 1989, 100, fig. 63: 6; Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 84; Casas & Soler 2003, 254, fig. 174: 4). Estrato del siglo I alterado hacia finales del siglo II. Fragmento de hoja de falx de tamaño regular. El mango tiene la sección plana, delgada y maciza. Iba fijado a un mango de madera, como los modelos actuales.

Fig. 56: 5. Mas Castellar – Pontós, Zona 10, casa 1-3 (Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.18: 1). Hacia el 190 a.C. Podón de desramar de medianas dimensiones, en todo caso, inferiores a las de los grandes podones que aparecen incluso en el mismo yacimiento. Sin embargo, adopta la forma clásica que ha perdurado hasta nuestros días, incluso con el

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Fig. 58. Fragmentos de podones incompletos y variantes inusuales.

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mango tubular en el que insertar el asta de madera en su interior.

Iba fijado a un mango de madera con una espiga larga y delgada.

Fig. 56: 6. Mas Castell - Porqueres (Sanahuja 1971, 68 y 100, fig. 25: 1). Siglos II-I a. C. Pieza rota. Sólo se conserva la mitad inferior y el mango. Podría ser un podón de mango tubular y sección circular (de tratarse de un cuchillo, sería demasiado grande).

Fig. 57: 4. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 14.812 (Palol 1952, lám. LIV; Palol 2004, 80, fig. 119: 4). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Podadera de hierro con aleta posterior. Fig. 57: 5. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 107.013 (Palol 2004, 82, fig. 119: 6). Transición siglos VII-VIII (680-720). Podadera con aleta posterior y punta rota. Muy robusta. La parte de abajo parece que acabaría en una espiga para ir sujeta a un mango de madera, al igual que los ejemplares 3, 4 y 6 de la misma figura.

Fig. 56: 7. Mas Castell - Porqueres (Sanahuja 1971, 68 y 100, fig. 25: 2). Siglos II-I a. C. Mitad inferior de un instrumento cortante, seguramente un podón, a juzgar por las medidas. Mango tubular, abierto como la mayor parte de los ejemplares conocidos, de tipo falx arboraria. Es demasiado grande y curvado para ser un simple cuchillo.

Fig. 57: 6. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 107.014a (Palol 2004, 80, fig. 119: 5). Transición siglos VII-VIII (680-720). Podón con aleta posterior, también con un buen filo. Le falta el extremo superior. Iba fijado a un mango de madera gracias a una larga espiga que se prolonga desde la parte inferior de la hoja.

Fig. 56 : 8. Collet de Sant Antoni - Calonge, UE-1395. Entorno al 25-50. Podón del mismo tipo que el Pla de l’Horta. Mango tubular, hecho al doblar en forma tubular el extremo de la hoja. Filo robusto, con el extremo superior de sección rectangular y sin corte, casi como un martillo.

Fig. 58: 1. Bordegassos - Vilopriu (Casas, Merino & Soler 1991, 133, fig. 9: 1). Primer cuarto del siglo I a. C. Instrumento de corte en forma de media luna convexa, con un mango en la parte inferior y la superior rota (tal vez tenía un segundo mango). Debió tener al menos un mango de madera.

Fig. 56: 9. Pla de l’Horta - Sarrià de Ter (Sanahuja 1971, 75 y 92-93, fig. 14: 9; Palahí & Vivó 1994, 166-167, fig. 4: F; Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 84). Transición entre los siglos II-III. Podón robusto, con mango tubular para encajar el asta de madera. Hoja con la mitad inferior cortante y la superior roma y sin filo.

Fig. 58: 2. Tolegassos - Viladamat, VT-2116/17 (Casas & Soler 2003, 39, fig. 19: 15). Augusteo. Hoja con filo cortante, rota y de forma incompleta. Tiene dos clavos repujados en un extremo, que parecen indicar que iba fijada a un mango de madera, como una especie de guadaña u hoz de tamaño grande.

Fig. 56: 10. Pla de l’Horta - Sarrià de Ter (Sanahuja 1971, 75 y 92-93, fig. 10: 2; Palahí & Vivó 1994, 166-167, fig. 4: E; Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 84). Transición entre los siglos II-III. Podón u hoz de desbrozar, con mango tubular hecho doblando la hoja. Llevaba, pues, un mango de madera largo. Mitad superior de la hoja roma, de sección rectangular y sin filo. Ese extremo parece más un martillo que un podón.

Fig. 58 : 3. Collet de Sant Antoni - Calonge. Hacia el 25-50. El aspecto recuerda el de los mangos de podón u hoz que encontramos a menudo casi en todas partes. También podría ser sencillamente un tubo roto longitudinalmente por el punto de unión.

Fig. 57: 1. Tolegassos - Viladamat, 2VT-1022 (Casas 1989, 100, fig. 63: 5; Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 84; Casas & Soler 2003, 254, fig. 174: 3). Niveles de abandono a partir de mediados del siglo III. Podadera de tamaño regular, robusta y con el extremo inferior de sección circular y perforada para fijar el mango de madera en su interior, como las actuales hoces de desbrozar.

Fig. 58: 4. Tolegassos - Viladamat, 6VT-2080. Hacia el 175/200. Una especie de utensilio para cortar, de forma poco habitual, roto, de aspecto difícil de restituir. Fig. 58: 5. Tolegassos - Viladamat, 7VT-2109. Fosa con hierros y escorias en el patio interior, sin contexto (como máximo, del siglo III). Fragmento de hoja de una podadera de tamaño regular. Le falta la punta y la parte de abajo, la correspondiente a la fijación del mango.

Fig. 57: 2. Vilauba - Camós (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, lám. 125: 3; Castanyer & Tremoleda 2007, 34). Contexto genérico del siglo V. Podón, hoz de viña. Ha perdido el extremo de la hoja y la parte inferior del mango, del que ignoramos su forma final.

Fig. 58, 6. Tolegassos - Viladamat, VT-2458 (Casas & Soler 2003, 186, fig. 118: 10). Primer cuarto del siglo III. Pequeña hoz de viña, con el extremo muy curvado (aunque con la punta perdida), y la parte inferior rota y sin forma determinada.

Fig. 57: 3. Pla de l’Horta - Sarrià de Ter (Palahí & Vivó 1994, 167, fig. 4: G). Transición entre los siglos II-III. Podón de hoja delgada y corte afilado, con aleta posterior.

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – EL CAMPO

Fig. 59. Hoces de diversos tipos y períodos, desde el siglo II a.C. hasta el siglo VIII d.C. (1 y 2, de Rovira & Teixidor, 2002).

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – EL CAMPO

Fig. 58: 7. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.930. Transición siglos VII-VIII (680-720). Fragmento de hoja de una especie de podadera de pequeño tamaño. Punta y mango rotos.

Siendo tan plana, más bien deberíamos aceptar la primera opción. Fig. 59: 5. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 14.814 (Palol 2004, 82, fig. 119: 7). Transición entre los siglos VII-VIII (680-720). Podadera o más bien hoz de segar, de mango robusto y de sección circular, filo y hoja incompleta; rota en el extremo superior.

Fig. 58: 8. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.946 (Palol 2004, 91, fig. 126: 216). Transición siglos VII-VIII (680720). No puede apreciarse la sección. Parece el extremo de un cuchillo o una hoja curva, seguramente de algún tipo de hoz.

Fig. 59 : 6. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2334 (Burch et al. 2006, 101, fig. 86: 4). Transición entre los siglos VII-VIII. Hoz de segar, de una sola pieza y con el extremo del mango acabado en una espiga puntiaguda para fijarlo a un soporte de madera.

Fig. 58: 9. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.947 (Palol 2004, 91, fig. 126: 217). Transición siglos VII-VIII (680720). Parte superior de una hoja curva, seguramente de un podón o alguna variante de hoz. Fig. 58: 10. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.958 (Palol 2004, 82, fig. 119, 8). Transición siglos VII-VIII (680-720). Indeterminado, pero la curva parece indicar el punto de unión entre el mango y la hoja de una hoz.

Fig. 59 : 7. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2350 (Burch et al. 2006, 101, fig. 86: 5). Transición entre los siglos VII-VIII. Varios fragmentos de la hoja de una hoz de segar, de sección delgada y ancha. Repite el modelo ya conocido en el yacimiento.

Fig. 58: 11. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.995. Transición siglos VII-VIII (680-720). Fragmento de hoja sin forma, quizá perteneciente a una hoz.

Fig. 59: 8. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.964 (Palol 2004, 80, fig. 119: 2). Transición entre los siglos VII-VIII (680-720). Pieza de hierro ligeramente curvada y rota por cada extremo. No identificable con facilidad, aunque se considera una hoz alargada, según los autores que han estudiado el yacimiento.

Fig. 58: 12. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 107.013. Transición siglos VII-VIII (680-720). Extremo o punta de la hoja de un podón bastante robusto. Fig. 58: 13. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 107.014. Transición siglos VII-VIII (680-720). Fragmento de la hoja de un podón, sin ninguna particularidad especial, puesto que no se han conservado los extremos, sino únicamente parte del filo.

Fig. 59: 9. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 107.107 (Palol 1952, lám. LIV; Palol 2004, 80, fig. 119: 1). Transición entre los siglos VII-VIII (680-720). Pieza muy curvada, más parecido a un podón que una hoz, aunque en antiguas fotografías y dibujos aparece más completa y con el extremo superior conservado, lo que permite interpretarla claramente como una hoz de segar.

Fig. 58: 14. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 107.087 (Palol 2004, 80, fig. 119: 3). Transición siglos VII-VIII (680-720). Hoja curvada y rota en cada extremo. Podría ser de una herramienta de corte, una hoz o un podón.

Cencerros

Fig. 59: 1 y 2. Mas Castellar – Pontós, silo 101 (Pons & Rovira 1997, fig. 18: 6 y 7; Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.27: 1 y 2), Hacia el 200-190 a.C. Dos ejemplares intactos en su parte metálica, de falx messoria, en los que aún puede apreciarse el sistema de fijación al mango de madera, con las pequeñas placas y remaches que garantizaban su sujeción y resistencia para el trabajo de siega.

Un sencillo y modesto instrumento de diseño perfecto para la función a la que estaba destinado, como lo demuestra el hecho de que no ha variado de forma a lo largo de los dos últimos milenios. Podemos comparar perfectamente los actuales cencerros y esquilas para el ganado (fig. 60) con los antiguos de época romana, sin que sea posible apreciar variación alguna entre ambos, a no ser por el hecho de que en ocasiones la acumulación de óxido y herrumbre han alterado el aspecto delgado y más bien delicado de las paredes de estas campanillas para el ganado. Este hecho no debe llevarnos a confusión. A pesar del grosor que vemos en las láminas que acompañan este texto, originalmente sus paredes eran tan delgadas como en los ejemplares actuales. Incluso el metal con el que se elaboran es el mismo. Una especie de latón formado por una mezcla de hierro y bronce cuyo componente se hace patente en el óxido verdoso que aparece en algunos de los ejemplares antiguos, mezclado con el óxido de hierro.

Fig. 59: 3. Tolegassos - Viladamat, 8VT-2124 (Casas & Soler 2003, 44, fig. 22: 13). Augusteo, fines del siglo I a. C. Extremo de la hoja de una hoz de grandes dimensiones (por la proporción). Robusta, de sección triangular. Fig. 59: 4. Vinya del Fuster - Viladamat, inhumación 31. Segunda mitad del siglo II o inicios del siglo III. Fragmento de placa muy delgada y bastante deteriorada. Podría ser de una gran hoz o una guadaña, pero también de un recipiente como un caldero, una olla o un cubo metálico.

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – EL CAMPO

El diseño, por lo tanto, ha permanecido invariable, aunque los tamaños de los distintos ejemplares pueden ser muy diversos; seguramente en función del tipo de animales a los que se les colgaban del cuello estos apéndices sonoros. No obstante, la mayor parte son de tamaño mediano, de entre 10 y 15 cm. de altura, por lo que deducimos que pertenecen a ganado ovino. Un solo caso tiene unas dimensiones considerables, el doble de las habituales (fig. 61: 3), y bien podría haber sido empleado en el ganado vacuno. Se trata de un ejemplar de Tolegassos fechado hacia el último cuarto del siglo II. En el otro extremo, hallamos ejemplares de pequeño tamaño. Uno de ellos, también de Tolegassos, procede de un estrato tardío de la segunda mitad del siglo IV (fig. 62: 6) y sin duda se relaciona con la reocupación parcial de la villa abandonada, un sector de la cual se había transformado o adaptado como corral para un rebaño de ovejas. También son de tamaño más bien pequeño los englobados en un conjunto fechado a lo largo de todo el período estudiado, y que aparecen tanto en las villas rurales más antiguas (fig. 62: 4), como en niveles de ocupación bajo-imperiales (fig. 62: 5 a 10), o claramente visigodos, como los del castellum de Sant Julià de Ramis o del castro visigodo de Puig Rom (fig. 61: 11 y 12), del período de transición entre los siglos VII y VIII.

fabricada normalmente en madera dura (difícilmente en hueso), no se han conservado. Es un hallazgo poco frecuente: conocemos tan sólo dos casos de cencerros procedentes de villas romanas de las Galias, con el badajo aún en su lugar (Ferdière 1988, vol. 2, 158). Su presencia se relaciona, por lo tanto, con una actividad ganadera asociada al resto de los trabajos ordinarios de las uillae, que crece en importancia con el tiempo. En realidad, los primeros que documentamos en la zona estudiada corresponden a los últimos años del siglo II y aumenta su número a partir del Bajo Imperio. Es un hecho constatado y señalado en otras ocasiones (Castanyer & Tremoleda 1999, 317) el aumento de la ganadería a partir del siglo III y sobre todo en la centuria siguiente. Se detecta en prácticamente todos los establecimientos agrícolas del noreste peninsular la presencia de las tres principales especies de animales de granja desde inicios de la romanización e incluso durante el período ibérico. La recuperación de restos de bóvidos, suidos y ovicaprinos en cualquier nivel es un hecho habitual en cualquier excavación. Aunque carecemos de estudios precisos en este campo, da la impresión que a partir de un determinado momento, que podríamos situar hacia los siglos III-IV, aumenta considerablemente el número de ganado ovino en detrimento de las otras dos especies, quizás relegadas a un consumo doméstico o como complemento a una precaria economía familiar. En algunas zonas, y a partir de la Antigüedad Tardía, esta actividad ganadera centrada en el ganado ovino es la que parece prevalecer. Otros datos, a partir de complejos estudios, permiten asegurar un intenso proceso de erosión durante esta etapa histórica que hay que poner en relación con la destrucción del bosque. Parece fuera de toda duda, uniendo los diversos datos, que esta intensa actividad fue motivada por la necesidad de disponer de prados para cubrir las exigencias de una actividad ganadera cada vez más importante (Palol 2004). Los numerosos ejemplares de cencerros constituyen una prueba adicional de esta situación. En total, son veinte los pertenecientes al período comprendido entre los siglos II-III y VII-VIII. En las villas estudiadas, en Tolegassos o Puig Rodon, hallamos los primeros entre finales del siglo II y la primera mitad del siglo III; en Vilauba a partir de mediados del siglo III. No conocemos, por el momento, ninguno anterior al siglo II en este territorio. A partir de este momento su número va in crescendo y siempre siguiendo el mismo modelo, aunque por diversas circunstancias algunos han perdido la anilla superior externa, ancha y plana, por la que se colgaban del cuello de los animales. Aparecen en la Casa del Racó hacia la primera mitad del siglo IV, en el Hort d'en Bach y en Pla de Palol a mediados del siglo V, y finalmente, en el Castellum de Sant Julià de Ramis y en Puig Rom, en un momento tan tardío como es el último cuarto del siglo VII o inicios del siglo VIII. Pudiera resultar sorprendente, en el caso de Sant Julià de Ramis, su presencia en un recinto de tipo indudablemente militar, aunque la presencia de animales domésticos en instalaciones de estas características no tendría porqué ser del todo extraña.

Fig. 60. Cencerros. 1 y 2: época romana; 3 y 4: finales del siglo XX.

Los que mejor se han conservado, aún disponen en su interior de la anilla soldada en la parte superior, de la que se colgaba el badajo. Como es muy comprensible, no se ha recuperado esta parte móvil del cencerro, puesto que al ser

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – EL CAMPO

Fig. 61. Conjunto de cencerros alto-imperiales.

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – EL CAMPO

Fig. 62. Cencerros de los siglos III a VIII.

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – EL CAMPO

17). Fechado estratigráficamente en la primera mitad del siglo III. Cencerro elaborado con lo que aparenta ser una aleación de hierro y bronce (una especie de latón). Conserva la anilla del badajo interior, pero no la exterior para colgarlo del cuello del animal.

Destaquemos su inexistencia en contextos del ibérico antiguo y pleno en estas tierras. Habría que deducir su introducción por parte del mundo romano en fechas avanzadas puesto que, tal como podremos comprobar a continuación, las piezas, por lo general muy bien fechadas, sitúan su presencia a partir de mediados del siglo II y su intensificación en el Bajo Imperio y a lo largo de la Antigüedad Tardía..

Fig. 62: 1. Tolegassos - Viladamat, 3VT-2004 (Casas 1989, 97, fig. 62: 12; Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 84). Primera mitad del siglo III. Cencerro de hierro o latón (una aleación de hierro y bronce que proporciona un óxido verdoso), de pequeñas dimensiones en comparación con los modelos más comunes. Paredes delgadas a pesar del óxido acumulado, y con la anilla o asidero en la parte superior externa.

CATÁLOGO. Fig. 61: 1. Tolegassos - Viladamat, 9VT-2408 (Casas & Nolla 1993, 66, nº 422). Hacia el 150-180. Cencerro de hierro o latón, de medianas o pequeñas dimensiones. Conserva en su parte interna el badajo, pero está tan lleno de herrumbre, que incluso se proyecta hacia el exterior.

Fig. 62: 2. Vilauba - Camós (Castanyer & Tremoleda 1999, 317, fig. 196; Castanyer & Tremoleda 2007, 37). Segundo cuarto del siglo III. Cencerro de hierro (o latón), bastante deteriorado y parcialmente restaurado; con la pared muy delgada. Conserva la anilla para colgar el badajo interior.

Fig. 61: 2. Puig Rodon - Corçà, C-2016. Hacia el 175-210. Cencerro de hierro o latón de medianas dimensiones, completo, con la anilla interna aún conservada y el asidero exterior, ancho y grueso, también completo.

Fig. 62: 3. Tolegassos - Viladamat, 3VT-2007 (Casas 1989, 100, fig. 63: 4). Siglos II-III. Cencerro de hierro o latón, de tamaño regular, bien conservado, aunque ha perdido la anilla para colgar el badajo.

Fig. 61: 3. Tolegassos - Viladamat, 6VT-2080 (Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 84; Casas & Soler 2003, 161, fig. 101: 3). Hacia el 175-200. Cencerro de hierro o latón (aparece óxido de bronce). De grandes dimensiones, robusto y con la anilla de colgar el badajo aún en su interior, aunque dicho apéndice no se ha conservado.

Fig. 62: 4. Mas Bou Negre o Ca n’Aliu - Peratallada (RioMiranda & de la Pinta 1978, 8, lám. 4: 6). Villa explorada superficialmente, con materiales fechados entre el siglo I a.C. y el siglo III d.C. Cencerro de medianas dimensiones o más bien pequeñas, casi completo, aunque muy alterado por la herrumbre y algo deformado.

Fig. 61: 4. Tolegassos - Viladamat, 6VT-2080 (Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 84; Casas & Soler 2003, 161, fig. 101: 1). Hacia el 175-200. Cencerro de hierro o latón, con restos de óxido de bronce. De forma un tanto irregular, pero completo y bien conservado. También tiene la anilla para colgar el badajo en su interior.

Fig. 62: 5. Casa del Racó - Sant Julià Ramis (Casas 1992, 151 -erróneamente atribuida a Tolegassos-; Burch et al. 2009, 54). Primera mitad del siglo IV. Cencerro de latón de diseño y forma clásica, paredes delgadas, con la anilla interna para sujeción del badajo y asidero en la parte superior externa.

Fig. 61: 5. Tolegassos - Viladamat, 6VT-2080 (Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 84; Casas & Soler 2003, 161, fig. 101: 2). Hacia el 175-200. Cencerro de hierro o latón, con el asidero roto y la anilla para suspender el badajo también desaparecida. Paredes muy gruesas a causa del óxido acumulado.

Fig. 62: 6. Tolegassos - Viladamat, 9VT-3001. Segunda mitad del siglo IV. Esquila o cencerro de pequeñísimas dimensiones en comparación con los publicados en este catálogo. Mantiene, no obstante, la forma y proporciones habituales. Parcialmente roto.

Fig. 61: 6. Puig Rodon - Corçà, 3C-2029 (Casas 1986, 59, fig. 27: 3). Transición entre los siglos II y III. Cencerro de latón, con extraña aleación de bronce y hierro. Paredes bastante delgadas, conservado regularmente y con la anilla del badajo aún en su interior.

Fig. 62 : 7. Hort d’en Bach - Maçanet de la Selva (Llinàs et al. 2000, 134, fig. 105). Mediados del siglo V. Cencerro de hierro o latón de dimensiones medianas, como la mayor parte de ellos, bien conservado y prácticamente completo.

Fig. 61: 7. Puig Rodon - Corçà, 4C-2012 (Casas 1986, 42, fig. 17: 12). Inicios del siglo III. Cencerro de latón, con óxido de bronce muy evidente en el cuerpo de hierro. Paredes gruesas a causa de la acumulación de óxido, lo que le da un aspecto irregular.

Fig. 62 : 8. Hort d’en Bach - Maçanet de la Selva. Mediados del siglo V. Cencerro de latón o hierro, con restos de bronce. Tamaño

Fig. 61: 8. Tolegassos - Viladamat, 9VT-2004 (Casas & Nolla 1993, 90, nº 616; Casas & Soler 2003, 254, fig. 174:

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – EL CAMPO

grupo de instrumentos que podemos asociar sin demasiadas dificultades a la manipulación de tejidos, con toda probabilidad la lana, sin descartar fibras de otro tipo, incluso vegetales. Nos referimos a los cepillos de cardar, exclusivos, por el momento, del castrum visigodo de Puig Rom.

mediano, más bien pequeño, deficientemente conservado, sin asa. Fig. 62 : 9. Hort d’en Bach - Maçanet de la Selva (Llinàs et al. 2000, 134, fig. 104). Mediados del siglo V. Cencerro de hierro o de latón (restos de óxido de bronce). Buena calidad y conservado entero, excepto el badajo.

Se ha señalado, en alguna ocasión, la vocación claramente militar de Puig Rom, construido con la finalidad de controlar el acceso a los Pirineos, considerándose como una actividad secundaria o complementaria la relacionada con la agricultura y la ganadería (García & Vivó 2003, 162 y 164, recogiendo la opinión de Hernández 2001, 132). Sin embargo, consideramos que dicho castrum fue en realidad un núcleo o un poblado fortificado, con una actividad agrícola-ganadera como base de su economía y de su propia razón de ser, aunque con elementos defensivos como los que podríamos hallar en oppida de época ibérica, o en núcleos medievales. En este sentido, la contundencia con que se expresa P. de Palol a la hora de definir el yacimiento no deja lugar a dudas: “El poblado de Puig de les Muralles de Roses (Puig Rom) es por sus características de hábitat y por las condiciones de vida, tanto el poblado mismo, como los hallazgos ornamentales y de uso diario, un importante espécimen de poblamiento comunitario al modo de un burgo medieval, de un conjunto humano de tradición aún romana tardía coherente y no disperso, como parece que la investigación arqueológica actual intenta definir…” (Palol 2004, 105).

Fig. 62: 10. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1043 (Nolla, ed. 2002, 212, fig. 159: 34). Mediados del siglo V. Cencerro de hierro o latón, completo. Conserva tanto el asa como la anilla interna para colgar el badajo. Fig. 62: 11. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2350 (Burch et al. 2005, 62; Burch et al. 2006, 115, fig. 98: 5; Burch et al. 2009, 67). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Pequeño cencerro de hierro (latón), relativamente bien conservado, con la anilla en su interior. Fig. 62: 12. Puig Rom - Roses, MAC-Girona 106.943 (Palol 1952, lám. LIV; Palol 2004, 90, fig. 124: 66). Transición siglos VII-VIII (680-720). Cencerro para el ganado, incompleto, pero siguiendo el modelo clásico documentado desde época alto-imperial.

Cepillos de cardar En el apartado anterior y en el capítulo dedicado a las tijeras (especialmente las procedentes de Puig Rom), nos hemos referido a un fenómeno ampliamente contrastado y documentado a partir del Bajo Imperio y la Antigüedad Tardía, consistente en el empobrecimiento de la agricultura y el auge de la actividad ganadera, aunque sus dimensiones e importancia aún son difíciles de medir. En cualquier caso, ambos fenómenos se hacen evidentes, aunque no podamos valorar o cuantificar la incidencia que tuvo sobretodo la ganadería en estos períodos o hasta qué punto aumentó el número de cabezas en relación con períodos anteriores. Es posible que al limitarse y retroceder la actividad agrícola (que se traduciría en un claro empobrecimiento), conservándose el mismo número de cabezas de ganado de épocas anteriores, el auge fuera tan sólo aparente. En cualquier caso, es una cuestión aún no cerrada, que deberá esclarecerse a partir de nuevos hallazgos, algunos de los cuales ya se están produciendo.

En todo caso, es de estructura y características muy diferentes al castellum de Sant Julià de Ramis. El carácter civil y la vocación agrícola y ganadera de Puig Rom ha quedado puesta de manifiesto en los diversos estudios que sobre el mismo se han llevado a cabo, ya citados (Palol 2004 y Palol 2005), y podemos constatarla a partir de sus restos arqueológicos, el instrumentum domesticum, la vajilla, las importaciones y la preponderancia del instrumental de hierro de tipo laboral por encima del militar. Sin excluir, por otra parte, que muchas de las armas que estudiaremos posteriormente podían tener una doble función y ser usadas en la vida cotidiana, en el trabajo, la caza, etc., como las hachas, venablos y lanzas, continuando una antigua y arraigada costumbre. La intensa actividad laboral (agrícola y ganadera) del poblado se documenta, por lo tanto, en una cantidad numerosa de utensilios y objetos, entre los cuales se hallan los cepillos de cardar (fig. 63: 1-3). Aunque su uso debió ser común y habitual en la Antigüedad, por razones que no alcanzamos a conocer, únicamente han aparecido en Puig Rom. Quizás en otras épocas se habrían fabricado con materias perecederas, maderas duras, o con unas formas que no sabemos reconocer. En cualquier caso, los restos de dos o quizás tres peines de cardar del castrum se fabricaron en hierro. Consisten en una serie de púas dispuestas en tres líneas paralelas, sujetas en su parte superior mediante lo que parece ser un alambre (o quizás se trata del óxido que ha soldado las púas entre sí), y sin duda iban clavadas sobre una tabla de madera. Diversas púas sueltas pertenecen a otro ejemplar que no ha podido conservarse en el mismo estado que los dos primeros (fig. 63: 3).

Interesa destacar, en relación a la preponderancia que parece alcanzar la ganadería durante la Antigüedad Tardía – sobretodo del ganado ovino- diversos objetos de uso cotidiano que ayudan, aunque sea de forma modesta y parcial, a documentar las tareas que con ella se relacionan. Hemos visto, por una parte, el elevado número de tijeras procedentes de Puig Rom y, por otro lado, hemos analizado un conjunto notable de cencerros que en su mayoría se fechan en el Bajo Imperio y en el periodo posterior, aunque ni unos ni otros deban asociarse forzosamente a una actividad centrada en el ganado lanar (y bovino en el caso de algunos cencerros). Pero son indicios significativos. En tercer lugar, debemos tomar en consideración otro limitado

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – EL CAMPO

Fig. 63. 1 a 3: Fragmentos de cepillos de cardar; 4: hoja de cuchilla para el pulido del cuero.

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – EL CAMPO

En realidad, es exactamente el mismo sistema y el mismo modo de empleo que se utiliza en las cuchillas de pulir madera, cuyas hojas pueden variar en función de su uso específico, puesto que las hay totalmente horizontales, ligeramente curvadas hacia el exterior o en forma de media luna. En cuanto a otros ejemplares similares, no conocemos ninguno en la región estudiada, aunque sí existe un numeroso repertorio si ampliamos la zona de búsqueda, como se refleja en el estudio del castellum, ya citado (Burch et al. 2006, 113, con referencias anteriores).

Los ejemplares más recientes, utilizados en la vida doméstica del territorio hasta el siglo pasado, consistían en una serie de púas fijadas al extremo de una larga tabla de madera, sobre la que se golpeaba un manojo de fibras (lana, esparto, lino, etc.), pero también los hay en forma de cepillo sin mango. La variante o la solución finalmente adoptada en el caso de los ejemplares de Puig Rom nos es totalmente desconocida. CATÁLOGO Fig. 63: 1. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.996 (Palol 1952, lám. LIV; Palol 2004, 90, fig. 124: 63 y 65). Transición siglos VII-VIII (680-720). Conjunto de púas, algunas aún unidas entre ellas, formando una especie de cepillo robusto y compacto. Suelen utilizarse para cardar lana o esparto, o cualquier otra fibra que necesite ser ablandada y limpiada antes de proceder al hilado.

CATÁLOGO Fig. 63: 4. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2350 (Burch et al. 2005, 64; Burch et al. 2006, 113, fig. 97: 9). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Cuchillo o cortante de descarnar y limpiar la piel para pulir el cuero. Pieza alargada, con una parte recta y la otra en forma de media luna, descrita extensamente en el parágrafo anterior. Posiblemente las pequeñas perforaciones de la parte superior sirvieran para fijar una especie de mango o asidero horizontal.

Fig. 63: 2 y 3. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.008 (Palol 1952, lám. LIV; Palol 2004, 88, fig. 124: 62 y 90, fig. 124: 64). Transición siglos VII-VIII (680-720). Conjunto de púas, algunas de ellas aún soldadas formando dos filas, correspondientes a uno o más peines de cardar lana o fibras vegetales. Conservan, arriba, una marca en rebaba causada por el óxido, que señala el punto de unión o fijación a un soporte, seguramente de madera.

Equipamientos ecuestres Un conjunto de objetos -interesante, aunque disperso-, nos permite conocer algunos rasgos elementales del equipamiento ecuestre a lo largo del período estudiado. Se trata, no obstante, de distintos elementos de hierro relacionados, o bien con los caballos, o bien con sus jinetes. Puesto que tratamos únicamente los de hierro, somos muy conscientes de que el apartado referente a los adornos de arneses debería completarse con los objetos de bronce; aunque, por regla general, el bronce solía reservarse precisamente para elaborar los pequeños elementos y piezas de decoración, engastados en los arreos, arneses, etc., mientras que los de hierro tenían una función más prosaica, utilitaria y casi nunca decorativa, como tendremos ocasión de comprobar. Asimismo, los elementos de bronce suelen ser relativamente abundantes sobretodo durante el Alto Imperio, con una presencia menor a partir del siglo IV y casi desconocidos en los arneses y equipamientos ecuestres de la Antigüedad Tardía y época visigoda.

Instrumento para el curtido del cuero En el castellum de Sant Julià de Ramis, con una cronología de finales del siglo VII, se localizó un objeto cortante que por su forma podría considerarse tanto una cuchilla para pulir madera como para aderezar el cuero. De hecho, esta segunda opción es la que proponen, de forma muy razonada, los autores del estudio sobre el yacimiento (Burch et al. 2005, 64; Burch et al. 2006, 113). Debemos admitir que, aunque semejante, no adopta la misma forma que hasta nuestros días han conservado las cuchillas para desbastar y pulir la madera, que quizás serían más parecidas a dos piezas citadas en capítulos anteriores (fig. 18) y a las utilizadas hasta hace poco tiempo (fig. 19). Por lo tanto, debemos considerarlo como un instrumento para curtir, para suprimir la capa adiposa (e incluso el pelo), de las pieles de animales.

Hebillas, arneses y bocados Precisamente a este período pertenecen las diez hebillas de hierro que incluimos en el catálogo (fig. 64), dos tercios de las cuales proceden del castellum de Sant Julià de Ramis y las tres restantes del castrum de Puig Rom. No debe sorprendernos su elevado número en el castellum, puesto que se trata precisamente de un establecimiento militar que alojaba una guarnición con todo su equipamiento (armas, escudos), también caballería, amén de aquellos objetos necesarios para la vida cotidiana e incluso para el trabajo agrícola y/o artesanal (gubias, hoces, tijeras, etc.). En todo caso, y en lo que se refiere a la presencia de hebillas de hierro, frenos, anillas de arnés o grillos para inmovilizar caballos, debemos considerarla absolutamente lógica.

Su forma puede resultar hasta cierto punto difícil de describir (fig. 63: 4). Es una pieza plana, alargada, muy delgada, que consta de dos lengüetas laterales; una de ellas con el extremo anguloso y la otra más bien redondeado. No se trata de un accidente o de un desgaste, sino de una forma adoptada expresamente. Su parte central, más ancha, tiene un lado curvado, cóncavo, con un corte afilado, mientras que la parte contraria, opuesta a ella, es recta y ligeramente más gruesa, constituyendo el dorso de la cuchilla. Además, presenta diversas pequeñas perforaciones, 4 o 5, que quizá corresponden al sistema de fijación de un mango o asidero de madera que se prolongaría hacia los laterales. De hecho, se utilizaba sosteniéndolo con ambas manos mientras se rascaba el cuero colocado sobre una superficie dura y ligeramente curvada.

Sin embargo, en el caso de las hebillas existe una lógica homogeneidad entre los ejemplares de Sant Julià y los de

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Fig. 64. Hebillas de hierro de los siglos VII-VIII.

cóncava (fig. 64: 2, 3 y 8), robustas y con una larga aguja dispuesta en uno de los extremos cortos, como es lógico. Esta forma admite pocas variantes. Como máximo, la hebilla totalmente cuadrada o bien la circular (fig. 64: 1 y 6).

Puig Rom. No olvidemos que a pesar de la distancia que separan ambos yacimientos, los dos pertenecen al ámbito cultural de época visigoda y, desde el punto de vista cronológico, apenas existe diferencia. En todo caso, independientemente del período más o menos largo de ocupación de uno u otro, los materiales estudiados pertenecen a su momento más reciente; a la última fase o al momento de abandono, fijado por los investigadores hacia inicios del siglo VIII. Las hebillas, consideradas unánimemente como pertenecientes a arneses de caballos, y aún admitiendo la posibilidad de que algunas de menor tamaño hubieran podido ser utilizadas también en cinturones de persona o para sujetar armas (Burch et al. 2006, 110111), tienen siempre la misma forma: rectangulares, aunque de diversos tamaños, a veces con la parte central ligeramente

Las hebillas para uso personal, complemento del equipo o del vestuario, seguramente eran bastante más elaboradas, como prueba el ejemplar del castellum estudiado en un apartado anterior, y que imita, en hierro, los ejemplares merovingios. Otros complementos para la caballería, poco numerosos en hierro, los constituyen los bocados y complementos de los arneses y, por otro lado, las herraduras e hiposandalias (fig. 66: 4 y 5). Caso aparte, por su rareza, lo constituye un

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inexistencia de ejemplares de hiposandalias en la Península Ibérica anteriores al siglo I de nuestra era, mientras que las más modernas se fechan entre la primera mitad del siglo III hasta finales del siglo IV (Álvarez 2003, 168). Por otro lado, en la zona oriental de Francia su aparición resulta hasta cierto punto frecuente, aunque adoptando un modelo en ocasiones ligeramente diferente (Ferdière 1988, vol. 2, 138). El repertorio completo de ejemplares, en la Galia y Germania, es extenso.

trabón o especie de grillete destinado a inmovilizar el animal (fig. 66: 9). El conjunto que estudiamos abarca un largo periodo cronológico, desde inicios del Alto Imperio hasta época visigoda. Los frenos y bocados o sus componentes dispersos han aparecido en contextos muy tardíos; los mismos a los que pertenecen las hebillas que acabamos de comentar. De hecho, forman parte de los mismos conjuntos. Cabe señalar parte del bocado y una anilla de su extremo, procedentes de Sant Julià de Ramis (fig. 66: 6 y 7). El primero se forjó con una varilla de hierro con ambos extremos doblados formando sendas anillas que, por el extremo central se unía a otra pieza igual y por el otro extremo, que constituía su parte externa, iba unida a una anilla como la nº 6 de la figura citada, o quizás algo más pequeña. Se trata, en definitiva, del cañón de un bocado de filete de embocadura articulada, de origen antiquísimo en su concepción y una evolución difícil y compleja (Quesada 2005, fig. 21 y 23).

El origen de la herradura, que con pocos cambios ha perdurado hasta la fecha, también ha sido objeto de largos debates y extensas disertaciones, originadas hace décadas y no del todo conclusas. Su presencia en yacimientos europeos prerromanos o su aparición a partir del siglo VII en sustitución de la hiposandalia es una cuestión aún no del todo resuelta, aunque las más recientes investigaciones apuntan que su origen probablemente deba situarse hacia el siglo IV de nuestra era (Álvarez 2003, 169). Ambos sistemas de protección del casco de los équidos parece que tendrían una finalidad distinta. Por un lado, la hiposandalia ha sido considerara incluso como un remedio o un método preventivo o más bien curativo de deformaciones o daños en los cascos y utilizada sobretodo en mulas y animales de carga, pero no en la caballería. En cambio, la herradura serviría para prevenir un problema en el casco de los caballos en determinadas zonas con el suelo duro e incluso para caminos empedrados. La herradura localizada en la uilla del Hort d’en Bach (Maçanet de la Selva), aporta poca información sobre la cuestión y no resolverá el dilema obre su origen (fig. 66: 5). Apareció en un estrato fechado hacia mediados del siglo V y se trata de una herradura muy deteriorada, ancha y de sección plana, corroída por el óxido, el cual sólo ha permitido la conservación de dos agujeros perfectamente visibles.

Tanto o más interesante es el fragmento procedente de Puig Rom, que corresponde a la parte externa o cama de un bocado que con toda probabilidad es del mismo tipo que el anterior (fig. 66: 8). En esta ocasión se trata de una pieza larga y casi recta, extremadamente sencilla, muy diferente de otras más elaboradas, algunas de las cuales con una riquísima decoración, presentes ya desde el siglo VI a.C. en el mundo griego, pero también en la Península (Quesada 2005, fig, 17 y 18). Sin embargo, es un diseño sencillo y eficaz, eminentemente práctico y de fácil fabricación. Hiposandalias y herraduras En un tercer apartado debemos señalar la presencia de posibles hiposandalias y herraduras de caballo; dos objetos rarísimos y únicos en este territorio, pertenecientes a establecimientos rurales en actividad durante el Alto y Bajo Imperio. Un objeto, incompleto, procede de un estrato de Tolegassos fechado hacia mediados o tercer cuarto del siglo III (fig. 66: 4). Se trata de una lámina de hierro, con dos de sus ángulos doblados y dos orificios en ambos laterales. No se ha conservado la mitad posterior, en la que presumiblemente habría una prolongación del talón en forma de gancho para sujetar una correa de cuero desde la parte posterior de la pata del caballo, en caso de que realmente se tratara de una hiposandalia. No obstante, el hecho de haber aparecido incompleta y al no ajustarse exactamente a los modelos conocidos (especialmente a los hallados en Francia), plantea dudas sobre su correcta identificación, aunque en trabajos anteriores la hubiéramos clasificado como una hiposandalia (Casas & Nolla 1993, 95, nº 635). El modelo recuerda la variante publicada por Connolly en una conocida obra de divulgación (Connolly 1975, 61, fig. 5).

Fig. 65. Diversos tipos y sistemas de fijación de la hiposandalia.

Relacionada también con la caballería, en el castellum de Sant Julià de Ramis apareció una traba o una especie de grillete articulado para inmovilizar las patas del animal (fig. 66: 9). Consta de dos partes: una fija terminada en su parte inferior en un cilindro hueco en el que se insertaba la otra parte móvil y con el extremo formando una especie de muelle. En realidad, adopta la forma de un candado con el arco de mayores dimensiones de lo habitual, pero el sistema de cierre es el clásico en este tipo de objetos (fig. 67). En el

La problemática que presentan tanto el origen y evolución de las hiposandalias como el de las herraduras, de gran complejidad y con opiniones encontradas entre los diversos investigadores, aparece claramente expuesta en un exhaustivo trabajo publicado hace pocos años (Álvarez 2003, con un amplio estado de la cuestión). Se constata la

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Fig. 66. Equipamientos ecuestres. 1 a 3: espuelas; 4: posible hiposandalia; 5: herradura; 6 a 8: piezas de arneses y bocado; 9: Traba para las patas de un caballo.

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III de nuestra era y época visigoda (fig. 66: 1 a 3). La espuela constituyó un apéndice imprescindible para dominar y mandar al caballo en una época en la que aún no existía una silla de montar desarrollada y los jinetes debían sostenerse y gobernar la montura mediante la fuerza de sus piernas y rodillas. El estímulo del aguijón de la espuela en su vientre permitía el dominio y conducción del animal. En cuanto al origen de este complemento, relativamente antiguo, se sitúa en un momento posterior al siglo V a.C. (Quesada 2005, 125), y consta de un cuerpo metálico en forma de arco, con una punta o aguijón centrado en su centro posterior, y una parte en materiales perecederos, normalmente cuero, para atarla al tobillo del jinete. Como es lógico, únicamente hemos localizado las partes metálicas, de hierro, de las tres espuelas de exponemos, cada una de las cuales pertenece a tipos o variantes diferentes. La primera, del oppidum de Mas Castellar, se fecha a inicios del siglo II a.C. y se conserva casi completa (fig. 66: 1). Tiene casi todo el arco, ancho y de sección plana, con el extremo conservado terminado de forma ligeramente puntiaguda, y el aguijón largo, de sección cuadrada y con el extremo punzante de sección casi circular. Dada su procedencia y cronología (hacia el 190 a.C.), no podemos considerarla romana sin ningún género de duda. En cambio, la segunda, procedente de Tolegassos, se inscribe en un contexto cultural y cronológico totalmente romano (fig. 66: 2). También es incompleta, puesto que le falta uno de los laterales, y apareció muy oxidada, no siendo visible ningún sistema u orificio para atar la cinta de cuero que la fijaría a la bota o al tobillo del jinete. El acabado de estos laterales, de forma romboidal, no suele aparecer en las tipologías más detalladas sobre este tipo de objetos, aunque recuerda modelos similares (Fernández 2007, 422, de Conimbriga; Quesada 2005, 126-127, con un amplísimo repertorio). En cuanto al aguijón, adopta una forma triangular, corta y robusta. Y por lo que se refiere a la última, de Puig Rom, su identificación es dudosa, puesto que se trata de la parte central, sin los extremos laterales ni la punta del espolón, por lo que incluso podría tratarse de otro objeto mal clasificado (fig. 66: 3). CATÁLOGO Fig. 67. A: Sistema para inmovilizar el caballo; B: detalle de un candado antiguo con el mismo sistema de cierre de la traba.

Hebillas de arnés Fig. 64: 1. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1021 (Nolla, ed. 2002, 209, fig. 155: 2). Hebilla de hierro de forma circular, conservando la aguja. Posiblemente no es de un cinturón, sino de un arnés de caballo.

extremo opuesto al orificio en el que se insertaba la púa del cierre aparece otro agujero por el que se introducía la llave que permitía desbloquear dicho cierre y abrir el grillo. Es un hallazgo único en el sentido literal de la expresión. Es decir, que no conocemos otro ejemplar idéntico. Su cronología, a partir del contexto del hallazgo, debe situarse en la transición entre los siglos VII y VIII.

Fig. 64: 2. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2448 (García & Vivó 2003, 182, fig. 11: 4; Burch et al. 2005, 62; Burch et al. 2006, 110, fig. 91: 5; Burch et al. 2009, 66). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Hebilla de hierro de forma rectangular y con la aguja en el centro. Probablemente pertenece a los arneses y guarniciones de un caballo, más que a un cinturón o un complemento del vestido de una persona.

Espuelas Conocemos tres ejemplares, relativamente similares entre sí, pertenecientes a los tres períodos principales que abarca esta investigación: Inicios del siglo II a.C, primera mitad de siglo

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Fig. 64: 3. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2448 (García & Vivó 2003, 182, fig. 11: 2; Burch et al. 2006, 110, fig. 91: 6; Burch et al. 2009, 66). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Hebilla de hierro con la aguja conservada. Tiene forma rectangular, un poco más alargada que otras del mismo yacimiento.

recientes, como los otros incluidos en este apartado. Fig. 66: 2. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2004 (Casas & Nolla 1993, 90, nº 613; Casas & Soler 2003, 254, fig. 174: 9). Primera mitad del siglo III. Espuela de jinete. De forma curvada, con los extremos acabados en punta triangular o más bien romboidal y una tercera punta centrada en la parte posterior.

Fig. 64, 4. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2350 (García & Vivó 2003, 182, fig. 11: 7; Burch et al. 2006, 111, fig. 91: 8; Burch et al. 2009, 66). Finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Hebilla de hierro de forma rectangular y con la aguja conservada. Probablemente pertenece a los adornos de un animal, pero no se puede descartar su uso en el equipamiento militar de los soldados de la guarnición.

Fig. 66: 3. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.026 (Palol 2004, 91, fig. 126: 175). Transición siglos VII-VIII (680720). Aparentemente, se trata de un espolón de jinete, si bien roto en los laterales y la punta trasera. Fig. 66: 4. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2002 (Casas & Nolla 1993, 95, nº 635; Casas & Soler 2003, 254, fig. 174: 14). Mediados o segunda mitad del siglo III. Placa con los extremos doblados y con perforaciones. Con toda probabilidad podríamos identificarlo con un típico "zapato" de caballo, una hiposandalia, aunque dañada y con un extremo roto, aunque su mal estado no permite asegurarlo.

Fig. 64: 5. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2265 (Burch et al. 2006, 110, fig. 91: 4). Transición siglos VII-VIII. Aguja de hebilla, con toda probabilidad del mismo modelo que recogen otras fichas del yacimiento. Fig. 64: 6. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.916. Transición siglos VII-VIII (680-720). Hebilla de hierro de forma cuadrada (ligeramente pentagonal). Ha perdido la aguja.

Fig. 66: 5. Hort d’en Bach – Maçanet de la Selva. Mediados del siglo V. Herradura del tipo más corriente y que ha perdurado hasta ahora. Casi inédita en la época romana (pocos ejemplares, pero no desconocida). Sólo se ven dos orificios para los clavos. Los demás han desaparecido taponados por la herrumbre.

Fig. 64: 7. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2350 (García & Vivó 2003, 182, fig. 11: 6; Burch et al. 2006, 111, fig. 91: 7; Burch et al. 2009, 66). Transición siglos VII-VIII. Hebilla en forma de rectángulo, a la que le falta la aguja. Misma forma y proporciones que las otras del yacimiento.

Fig. 66: 6. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2533 (García & Vivó 2003, 182, fig. 11: C; Burch et al. 2006, 111, fig. 91: 11). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Anilla circular, con protuberancias semiesféricas distribuidas regularmente por toda la superficie, probablemente pertenece a los arneses de un caballo.

Fig. 64: 8. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.915 (Palol 1952, lám. LV; García & Vivó 2003, 182, fig.11: 5; Palol 2004, 84, fig. 121: 27). Transición siglos VII-VIII. Hebilla de hierro, de forma cuadrada, ligeramente aplastada por ambos lados y con la aguja en el centro.

Fig. 66: 7. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2533 (García & Vivó 2003, 182, fig. 11: 8; Burch et al. 2006, 111, fig. 91: 10; Burch et al. 2009, 67). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Bocado o freno del arnés de un caballo, hecho con una tira de hierro terminada con los extremos circulares para sujetar las otras piezas del freno. En realidad, se trata de la mitad de la embocadura, que debería completarse con otra pieza idéntica. Amplio repertorio en la necrópolis celtibérica de Carratiermes, Soria, (Quesada 2005, fig. 8).

Fig. 64: 9. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.037 (García & Vivó 2003, 182, fig. 11:3; Palol 2004, 84, fig. 121: 26). Fechado hacia la transición siglos VII-VIII (680-720). Hebilla de arnés, de forma más bien rectangular y con los ángulos redondeados. Conserva la aguja, aunque está muy deteriorada a causa del óxido. Fig. 64: 10. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.959 (Palol 1952, lám. LV; García & Vivó 2003, 182, fig. 11: 1; Palol 2004, 84, fig. 121: 28). Transición siglos VII-VIII. Pieza o anilla rectangular con una púa o aguja fijada en un lateral. Sigue el mismo modelo que las otras hebillas identificadas en Puig Rom, pero es de tamaño algo mayor.

Fig. 66: 8. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.067 (García & Vivó 2003, 182, fig. 11: A; Palol 2004, 91, fig. 127: 234). Transición siglos VII-VIII (680-720). Conjunto de piezas que formaban parte del freno y bocado. Conserva parte de un elemento igual al anterior

Espuelas, bocados y herraduras Fig. 66: 1. Mas Castellar – Pontós, Zona 10, casa 1.3 (Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.18: 4). En torno el 190 a.C. Espuela de jinete, fragmentada e incompleta, aunque adopta la misma forma que modelos romanos varios siglos más

Fig. 66: 9. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2448 (Burch et al. 2005, 62; Burch et al. 2006, 111, fig. 91: 9, 93 y 94; Burch et al. 2009, 66). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Fase de abandono de la fortificación. Traba

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – EL CAMPO

Aunque deteriorado, el sistema de cierre parece corresponder a un sencillo candado, con una púa flexible en su interior, que únicamente podía desbloquearse mediante una llave similar a las señaladas en un apartado precedente.

para atar las patas de un caballo, formado por dos piezas en forma de esposas o candados que se podían abrir por un extremo o cerrarlas insertando una en la otra, quedando la púa aprisionada en su interior (fig. 67.B).

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CONSTRUCCIÓN

3.3. Instrumentos relacionados con la construcción

cepas, según parece deducirse de una cita tardía de Paladio. En este caso, se utilizaría más bien como un pico-azada o como una alcotana.

Hachas, azuelas y derivados

La forma canónica no aparece en este territorio. En cambio, ya desde inicios del siglo I, con antecedentes en la Baja República, hallamos unas herramientas que sin duda deberemos asociar a la dolabra, quizás como una variante local, influenciada por otros usos y costumbres. Su forma se asemeja a las variantes publicadas por White, que adoptan más bien el aspecto de un zapapico (White 1967, fig. 35, 36 y 38). Disponemos de tres excelentes ejemplares procedentes, respectivamente, del asentamiento ibérico de Mas Castell de Porqueres (siglos II-I a.C.), del Collet de Sant Antoni de Calonge (fechado hacia en segundo cuarto del siglo I), y de Mas Bou Negre (Peratallada), una villa con una cronología alto-imperial imprecisa (fig. 75: 1 a 3). Los tres ejemplares son idénticos entre sí y muestran la forma que es típica en este territorio. En realidad, se trata de hachas dobles, con el filo a ambos lados y, por lo tanto, alejadas de la dolabra que deberíamos considerar típica o canónica. Sin embargo, no conocemos otra denominación más apropiada, aunque su forma sea más bien la de un securis (hacha sencilla), pero de doble filo.

Hachas y azuelas son, en principio, herramientas concebidas para cortar árboles, o leña y para pulir la madera. Básicamente se relacionan, por lo tanto, con la silvicultura y sobre todo con la construcción y los trabajos de carpintería. Aunque, como podremos ver, en ocasiones será difícil determinar estos usos específicos. En este apartado incluimos aquellos instrumentos que, de modo muy genérico, en las fuentes antiguas reciben los nombres de dolabra, dolabella, securis y ascia, aunque no siempre será posible atribuir sin ningún género de duda a cada una de las herramientas su correcta denominación. Las variantes locales y cronológicas dificultan su clasificación. Por otro lado, la presencia de elementos que podían tener un uso militar (o como mínimo, doble), durante la Antigüedad Tardía y en época visigoda, como sería el caso de las hachas de Puig Rom y del castellum de Sant Julià de Ramis, algunas de las cuales son del tipo francisca, complica aún más la cuestión. Debemos recordar, finalmente, que trabajamos a partir de un número muy limitado de ejemplares pertenecientes a un larguísimo período. Las fuentes escritas a menudo no proporcionan la suficiente información para identificar con precisión los instrumentos que hallamos en excavación. En otras ocasiones, no coinciden cronológicamente con las herramientas en cuestión y, en último término, no debemos menospreciar las variantes locales de algunas de ellos. La forma canónica de la dolabra, por ejemplo, sería la de un instrumento que serviría a la vez como hacha y como pico (o quizás martillo), con una hoja cortante y afilada por un lado y una especie de punta curva por el otro, situada al extremo de un largo mango de madera, tal como aparece frecuentemente en la iconografía, con ejemplos magníficos, como los de la columna Trajana en Roma (fig. 68). Se trataba, en definitiva, de una herramienta multiuso, utilizada por el ejército para cortar árboles, levantar empalizadas, cavar zanjas, etc. Pero también por los agricultores y trabajadores del bosque, puesto que su uso principal era como hacha. White, que en su obra estudia en profundidad este tipo de herramientas, distingue algunas variantes según su uso (White 1967, 62-65). La dolabra fossoria, por ejemplo, sería la utilizada por los mineros y para practicar excavaciones diversas. Pero su uso en la agricultura sería aún más extendido y habitual, ya sea como una especie de pico para preparar el terreno (incluso para cortar raíces superficiales), o para cavar alrededor y en la base de las

Fig. 68. Dos tipos de dolabra en la columna Trajana. Reproducción del Museo della Civiltà Romana.

Ignoramos si el tamaño de la herramienta completa sería muy grande, puesto que el orificio en el que se insertaría el mango suele aparecer cegado por la herrumbre acumulada y da la impresión (seguramente falsa), de ser bastante pequeño. En caso de tener poco diámetro, ello determinaría un mango de madera delgado y, por lo tanto, corto. De ser así, se trataría de hachas usadas con una sola mano, de

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forma similar a las piquetas y alcotanas de pequeño tamaño. Ahora bien, las notables dimensiones de la hoja (diferentes en los tres ejemplares), las convierten en verdaderas hachas destinadas básicamente a la tala de árboles de madera dura (encinas, robles, etc.), como podemos deducir por su filo estrecho, ya que para las maderas más blandas (p.e., el pino), se han utilizado tradicionalmente hachas de hoja más ancha.

Roma (fig. 69), en una de cuyas caras aparecen diversas herramientas de carpintero (sierras, hachas, etc.), junto con instrumentos rituales (lituus, culter, apex…). Precisamente una de estas hachas adopta una forma parecida a las que comentamos, aunque con ambas hojas algo más cortas y más anchas que las de nuestros tres ejemplares. El hacha que podríamos considerar clásica (securis), la de una sola hoja y que ha perdurado hasta nuestros días con variantes más o menos significativas, aparece en la misma cantidad que la anterior: 4 ejemplares localizados en distintos yacimientos y con cronologías dispares. Los más antiguos, pertenecientes al período de Augusto, proceden del Olivet d’en Pujol y Tolegassos, ambos yacimientos localizados en Viladamat, entre 4 y 5 km. de Ampurias. En el primer caso, se trata de una hoja fragmentada, de la que únicamente se conserva parte del filo (fig. 75: 5); mientras que de la segunda no se ha conservado la parte posterior, con el orificio para el mango (fig. 75: 4). Ambas tienen tamaños similares. Los ejemplares mejor conservados, y que consideramos que constituyen el modelo clásico de securis, proceden de la villa de Pla de Palol y de una inhumación del Mirador (Usall), con cronologías, respectivamente, de la segunda mitad del siglo I y de finales del siglo III (fig. 75: 6 y 7). No deja de ser curiosa su aparición en sepulturas, quizás como ofrenda ligada a la actividad que en vida llevó a cabo el difunto. El modelo consiste en una hoja robusta, gruesa en el centro y con un filo agudo, forjada en una sola pieza a la que se practicó una perforación tubular en la parte posterior, a fin de poder fijar un grueso mango de madera. Es un sistema común que se repite en todos los modelos de hacha que incluimos en este apartado (incluso las de uso bélico), y que también se utiliza en las azadas y azuelas. El modelo, además, sin apenas sufrir variaciones ha perdurado hasta la fecha en este territorio.

Fig. 69. Pequeño altar de los Museos Capitolinos en el que, junto a los atributos del sacrificator, se representan sierras de marco y dolabrae. (de Daremberg & Saglio, fig. 6376).

Por otro lado, es muy cierto que ninguno de sus extremos se habría podido utilizar como pico o martillo -aunque adopta la forma de las modernas piquetas utilizadas incluso en arqueología-, por lo que su denominación sigue siendo incierta. Este tipo de herramienta, que convencionalmente llamaremos dolabra (a causa de su tamaño nos resistimos a denominarlas con el diminutivo dolabellae), ha sido identificado en yacimientos de esta zona y no conocemos paralelos idénticos fuera de ella, puesto que los más habituales, aún tratándose de variantes de la forma original, adoptan la forma común de alcotana de pequeño tamaño, con la hoja posterior plana o girada 90º respecto la delantera, con el filo vertical. Quizás exista una excepción, aunque con algunas dudas, en el hacha de doble filo que aparece en un altar conservado en los Museos Capitolinos de

Fig. 70. Relieve de un comerciante de instrumentos de hierro de Ostia, con dos tipos diferentes de hachas.

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al modelo precedente), y la parte posterior con un segundo filo mucho más estrecho, como el extremo de un pico o alcotana (fig. 76: 1 i 2). Son hachas relativamente pesadas, de gran tamaño (entre 20 y 30 cm. de longitud), provistas seguramente de un largo mango de madera que obligaba a sostenerlas con ambas manos. Su función militar es, por lo tanto, aún menos probable. En cambio, su uso como simple hacha multifuncional (como en el caso de la dolabra), es el más probable en estos contextos de finales del siglo VII.

Los establecimientos visigodos de Puig Rom y Sant Julià de Ramis han proporcionado un conjunto notable, aunque limitado, de hachas de uso bélico, si bien no podemos descartar su empleo en actividades cotidianas, si ello fuera necesario, sobre todo en el caso del primer asentamiento. En definitiva, un hacha sirve básicamente para cortar madera. Pero es innegable que el conjunto que estudiamos a continuación tiene su relación y forma parte del equipamiento militar de la época, como resulta especialmente evidente en el caso de las procedentes del castellum de Sant Julià de Ramis. En un detallado estudio de estos instrumentos, se analizan y clasifican los diferentes tipos procedentes de ambos yacimientos (García & Vivó 2003, 171-173), señalándose también la dificultad para determinar con precisión su uso bélico o laboral.

En último término, debemos incluir las asciae; herramientas con una larga tradición en el territorio, con unos orígenes que en este caso se remontan a época ibérica, como tendremos ocasión de comentar más detalladamente, y unas funciones muy concretas para el trabajo artesanal de la madera e incluso en la silvicultura. Las azuelas adoptan unas formas más sencillas y otras más elaboradas, en función de su uso específico y posiblemente también según los distintos períodos históricos. La forma de la hoja de metal también determina el tipo de mango de madera del que iba provista y el modo en que se fijaba a ella. Algunos ejemplares, por lo tanto, son muy elaborados, mientras que otros adoptan la simple forma de pequeña azada con un filo cortante, sin que ello signifique diferencias a nivel cronológico. En el oppidum ibérico de Mas Castellar de Pontós, en los niveles de abandono, fechados hacia el 190 a.C., hallamos

Fig. 71. Azuelas modernas (siglo XX), correspondientes a los dos tipos antiguos documentados. (A: de Peña 1993; B: de los autores).

El primer tipo de hacha debería ser asimilado a las franciscas por su similitud con las utilizadas en el mundo franco a partir del último cuarto del siglo V y hasta mediados del siglo VII (Bailly 1990, 139), pero no por ello desconocidas en la Península. Se trata, como señalan los autores del estudio citado, de un arma arrojadiza, de pequeñas dimensiones, con un mango corto de madera y la hoja de forma peculiar, con un filo muy ancho casi en forma de media luna, que se estrecha en la parte central, junto al inicio del orificio para el mango, y un talón de refuerzo situado en la parte posterior. Este talón actúa incluso como contrapeso, puesto que se trataría de un arma arrojadiza. Identificamos tres ejemplares en Puig Rom, uno de ellos con tan sólo parte del filo (fig. 76: 3). Dado el carácter eminentemente agrícola y pastoril del poblado, su uso doble, como hacha y arma (junto con algunas lanzas del mismo castrum), es bastante más que probable. El segundo tipo de hacha es más largo y más estilizado, con una forma muy diferente a las anteriores. Existen dos ejemplares, procedentes de Puig Rom y Sant Julià de Ramis, respectivamente, idénticos entre sí, a pesar de su tamaño ligeramente diferente. Por su forma, parecen la evolución tardía de las dolabrae más clásicas, con la parte anterior con una hoja terminada en un filo ligeramente curvado (similar

Fig. 72. Relieve funerario de un carpintero sosteniendo una azuela en su mano derecha. Museo arqueológico de Burdeos (dibujo de Adam 20085).

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dos tipos completamente diferentes, los cuales perdurarán en época romana e incluso hasta nuestros días, como los contemporáneos de la fig. 71. El más elaborado aparece con la hoja terminada en un filo recto, aunque algo romo o curvado en los laterales (fig. 78: 3 y 4), provisto de una púa posterior de sección cuadrada. El mango de madera se fijaba mediante una espiga y abrazadera que sobresale de la parte central, formando ángulo recto con la hoja. El segundo tipo, más sencillo, pero también más grueso, adopta la forma de pequeño azadón afilado, muy robusto, con una perforación circular en la que insertar el mango de madera (fig. 78: 1, 2 y 5). Visto de perfil longitudinal, la zona comprendida entre el filo y el agujero del mango forma un triángulo. En cuanto al filo, suele ser ligeramente curvado en un ejemplar y totalmente recto en el otro.

romano del yacimiento del Hort d’en Bach, fechado en la primera mitad del siglo III, prácticamente cuatrocientos años más moderno que los de Mas Castellar y, sin embargo, idéntico (fig. 78: 5). Por el contrario, la única azuela tardía, procedente del castro visigodo de Puig Rom, adopta una forma bastante diferente (fig. 78: 6). Se trata de una hoja estrecha y alargada, como un pequeño azadón, bastante delgada en toda su longitud y ligeramente curvada. El orificio para el mango, parcialmente conservado, es rectangular. Pertenece a la última fase de ocupación del poblado, hacia los años 680-720. CATÁLOGO Fig. 75: 1. Mas Castell – Porqueres (Sanahuja 1971, 67-68 y 97, fig. 21: 3). Siglos II-I a.C. Hacha de doble filo, de hoja delgada pero alargada. Especial para cortar maderas duras. Fig. 75 : 2. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Hacha de doble hoja, estrecha, pero larga, de corte afilado, y bien conservada. El diámetro del orificio para el mango de madera parece indicar que se trataba de una herramienta larga, para ser utilizada con ambas manos. Fig. 75: 3. Mas Bou Negre – Peratallada (Rio-Miranda & de la Pinta 1978, 8, lám. 4: 8). Contexto con materiales fechados entre el siglo I a.C. y el siglo III d.C. Hacha de doble filo, como un pico, robusta y con una perforación vertical en el nudo central; seguramente más grande inicialmente, y ahora taponada por el óxido. Especial para cortar maderas duras. Fig. 75: 4. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2063 (Casas 1989, 122, fig. 80: 8; Casas & Soler 2003, fig. 174: 18). Augusto. Pequeña hacha con la parte trasera rota. No se ve el sistema de fijación al mango.

Fig. 73. Relieve de un carpintero con una azuela en su mano derecha. Saint Ambroix, Museo de Châteauroux (de una fotografia de Coulon 1990).

Existe un considerable número de ejemplares distribuidos en el territorio del imperio romano, todos ellos con esta forma característica, así como diversas representaciones sobre monumentos funerarios, o simplemente en bajorrelieves de la época (fig. 72, 73, 74), de los que podemos hallar una extensa representación en la clásica obra de Adam sobre la construcción romana (Adam, 20085, fig. 204, 217, 220, 221, 223, etc.).

Fig. 74. Relieve funerario del constructor o arquitecto Gailus, sosteniendo una paleta de albañil y una regla, con una sierra de marco y una azuela a su derecha. Museo Rolin en Autun (dibujo de Adam 20085).

Es la misma forma que adopta el ejemplar plenamente

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Fig. 75. Diversos tipos de alcotanas y hachas.

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Fig. 76. Hachas visigodas, de posible uso militar.

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Fig. 78: 1. Mas Castellar – Pontós, Zona 100, superficial (Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.30: 6). Entorno el 190 a.C. Pequeña y robusta azuela para tallar y pulir madera, de hoja corta y estrecha. La lámina, de un grosor considerable, se perforó por el extremo superior a fin de obtener el orificio en el que insertar un mango de madera.

Fig. 75: 5. Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusto, fin del siglo I a.C. Hoja probablemente de un hacha de hierro, con un corte fino y muy afilado, y la parte trasera rota (no se puede apreciar cómo iba fijada al mango). Pieza gruesa, robusta y maciza. Fig. 75: 6. Pla de Palol - Platja d’Aro (Nolla, ed. 2002, 74, fig. 44: 6). Segunda mitad del siglo I. Hacha de una sola pieza, con el agujero para fijar el mango roto y abierto. Robusta.

Fig. 78: 2. Mas Castellar – Pontós, Zona 10, casa 1-3 (Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.18: 2). Entorno el 190 a.C. Pequeña azuela para desbastar madera, de hoja gruesa y robusta, estrecha en el centro y ensanchándose hasta formas un filo curvado, casi en forma de media luna en la parte cortante. El mango de madera se fijaba gracias a una perforación cuadrangular en la parte superior de la pieza.

Fig. 75: 7. Mirador – Usall (Tremoleda, Roure & Castanyer 1986-1987, 134-137, fig. 9: 3; Nolla & Casas 2005, 235236, fig. 4: 3). Finales del siglo III. Hacha de una sola pieza. El agujero para el mango se perforó directamente en la lámina. Hoja ancha, corta y robusta.

Fig. 78: 3. Mas Castellar – Pontós, silo 101 (Pons & Rovira 1997, fig. 18; Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.26: 7). Entono el 190 a.C. Peculiar y completo modelo de azuela para el trabajo de la madera, con una ancha y afilada hoja ligeramente curvada o en creciente lunar en el extremo de corte, y acabada en una aguzada púa en el extremo opuesto. En el centro queden restos del sistema de fijación al mango de madera, adoptando una forma que ha perdurado hasta nuestros días.

Fig.76: 1. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2576(García & Vivó 2003, 174, fig. 6: 1; Burch et al. 2006, 101, fig. 88: 1; Burch et al. 2009, 69). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Hacha doble, aunque el filo principal sólo está en un lado. Instrumento quizás de combate, ligero, con la parte central delgada para conservar un peso moderado y hacerla más manejable, y el filo más ancho para causar un daño mayor. Tampoco puede excluirse un uso en las tareas cotidianas, puesto que más bien parece una evolución de la dolabra clásica.

Fig. 78: 4. Mas Castellar – Pontós, silo 101 (Pons & Rovira 1997, fig. 18; Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.26: 6). Entorno el 190 a.C. Azuela completa, adoptando el mismo modelo que la anterior y procedente del mismo silo, aunque en este se aprecia mejor parte del sistema de fijación al mango en el centro de la pieza. Hoja ancha y ligeramente curvada en el filo.

Fig. 76: 2. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 14.816 (Palol 1952, lám. LIV; Ardanaz, Rascón & Sánchez 1998, 425; García & Vivó 2003, fig. 174, fig. 6: 2; Palol 2004, 82, fig. 120: 16). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Hacha de doble filo o con dos hojas. La de delante o principal con el filo en forma de media luna y la trasera más estrecha. Podía tener una doble función, militar y civil. Fig. 76: 3. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.887 (García & Vivó 2003, 171-173, fig. 5: 3). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Fragmento de placa más estrecha de un lado. Se trata del extremo de la hoja de una francisca, hacha del mismo tipo que las otras aparecidas en el mismo yacimiento. Fig. 76: 4. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 14.815 (Palol 1952, lám. LIV; Ardanaz, Rascón & Sánchez 1998, 425; García & Vivó 2003, 171, fig. 5: 1; Palol 2004, 82, fig. 120: 17). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Hacha de tipo francisca, de hoja alta y corte en media luna. Parte de fijar el mango más estrecha, pero robusta y con el talón más desarrollado.

Fig. 77. Mosaico de Saint-Roman-en-Gal. Escena de poda de árboles con sierras de mano.

Fig. 76: 5. Puig Rom – Roses, MAG-Girona 107.048 (García & Vivó 2003, 171, fig. 5: 2; Palol 2004, 84, fig. 120: 18). Transición siglos VII-VIII (680-720). Hacha de combate, francisca. Con toda probabilidad se trata de un arma de guerra, aunque también se podía utilizar para cortar leña o usos civiles. Hoja robusta, con el corte curvado en media luna.

Fig. 78: 5. Hort d’en Bach – Maçanet de la Selva (Nolla & Ramírez 1995; Llinàs et al. 2000, 94, fig. 75: 2). Primera mitad del siglo III. Por el tamaño correspondería a un azadón, pero por la forma

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Fig. 78. Azuelas (1 a 4, de Rovira & Teixidor, 2002).

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talleres, ciudades i uillae del territorio, como ha sucedido hasta la actualidad (fig. 69, 74, 98, etc.).

peculiar puede tratarse más bien de una azuela para pulir tablones de madera, aunque en este caso concreto su hoja es más larga y estrecha de lo habitual.

Por otro lado, no deja de ser significativo que las sierras de época romana hayan perdurado en la región (y en tantas otras), sin apenas sufrir modificaciones en su diseño hasta hace relativamente pocos años. Será un indicio débil, pero que debemos tomar en consideración. En cualquier repertorio de herramientas para la construcción, en el apartado dedicado a las sierras aparecen indefectiblemente las imágenes de la sierra de mano; la típica sierra de bastidor, formada por un marco y un travesaño de madera, con la hoja en su parte inferior y una cuerda en la superior, que se puede tensar a voluntad. Se trata de un diseño que aparece en el ara de los Museos Capitolinos (Daremberg & Saglio, 1877, 1257, fig. 6376), y que se repite en la estela del constructor Gailus, conservada en el Museo de Autun, bajo una azuela (fig. 74 y 94), entre otras representaciones (Adam, 20085, 96). Aún se utiliza en la actualidad (fig. 80). Como también se utiliza el simple serrucho de mano, habitual en las tareas agrícolas, de poda y jardinería, con orígenes en época romana (Adam, 20085, 95 y fig. 202), cuya representación aparece claramente en una escena del mosaico de Saint-Roman-en-Gal (fig. 77).

Fig. 78: 6. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.036. Transición siglos VII-VIII (680-720). Adopta la forma de una pequeña azada, robusta y bastante estrecha. Más bien se trataría de una azuela para pulir tablones de madera y no para cavar el suelo.

Sierras Hasta cierto punto, resulta sorprendente no hallar ni un solo fragmento de sierra de época romana en el área estudiada. Todos los ejemplares conocidos pertenecen a los dos extremos cronológicos del período analizado: de inicios del siglo II a.C. las sierras de Mas Castellar (Pontós), y hacia la transición entre los siglos VII y VIII las de Puig Rom. Entre ambas, casi un milenio sin un fragmento de estas herramientas. Dado el carácter del territorio, con abundantes bosques de tipo mediterráneo, poblados de encinas, robles y pinos, con vegetación de ribera en las zonas bajas del entorno de Ampurias, y existiendo las evidencias de época ibérica de Mas Castellar o las visigodas de Puig Rom, debemos concluir que su inexistencia durante el Alto y Bajo Imperio es debida a causas totalmente circunstanciales. Sencillamente, no hemos tenido la oportunidad –o la fortuna- de hallar sierras en las uillae del territorio o no hemos sido capaces de identificarlas.

Fig. 80. Sierra de marco moderna, con una forma apenas inalterada desde época romana.

Del mismo modo que, a pesar de su ausencia en contextos arqueológicos, la gran sierra fijada en el centro de un gran marco de madera debió ser también habitual por estas tierras. Comparando los modelos representados en relieves de época romana, así como las reconstrucciones que para dicha sierra se han propuesto (Adam, 20085, 100-101), con fotografías obtenidas a comienzos del siglo XX en las comarcas gerundenses (fig. 79), podemos apreciar que su diseño tampoco ha sufrido ninguna variación. Es más, su función y modo de empleo continúan siendo los mismos: cortar tablones de madera a partir de un tronco apoyado sobre un andamio en forma de X. Lógicamente, debemos concluir que si hasta el siglo pasado (e incluso hasta la fecha) se han estado utilizando unos tipos de sierra que aparecen en la iconografía de época romana en tantas regiones, también serían de uso común en este territorio, a pesar, insistimos, de su flagrante ausencia.

Fig. 79. Obtención de tablones con una sierra de marco en un pueblo gerundense hacia el 1890. Modelo perpetuado desde época romana.

No tenemos ninguna duda de su utilización en época romana, puesto que forman parte ineludible del conjunto de herramientas para el corte y trabajo de la madera, junto con las hachas y las azuelas. Diversos indicios señalan su uso y, por otra parte, los hallazgos que se han venido produciendo en cualquier punto antiguamente bajo el dominio de Roma, o las numerosas muestras iconográficas que han perdurado hasta nuestros días (ninguna de ellas en esta zona), no permiten suponer otra cosa que su presencia habitual en

Sin embargo, los ejemplares a los que nos referíamos al inicio, son buenos testigos de la utilización de sierras en

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distintos momentos. Son extraordinariamente notables los fragmentos procedentes del oppidum de Mas Castellar (fig. 81: 1 a 3). Se trata de cuatro hojas fragmentadas, cada una de las cuales tendría, completa, una longitud superior a los 40 cm, con sus extremos perforados y atravesados por un pequeño clavo que permitía fijar la hoja a un arco de madera. Sin duda se trata de ejemplares de la sierra de bastidor; aquella sierra de mano que la iconografía cristiana ha colocado tradicionalmente en las manos de San José. Debemos insistir en la excepcionalidad del hallazgo y de su significado, puesto que se fechan, como máximo, hacia la década del 200-190 a.C. y proceden de un contexto ibérico, lo cual no significa que su origen y su misma elaboración deban ser forzosamente indígenas. No podemos descartar su llegada y adquisición a través de la vecina Ampurias y, por lo tanto, un origen y fabricación localizados en talleres itálicos e incluso en el Mediterráneo oriental.

La otra sierra, visigoda, fechada entorno el año 700, aporta poca información, puesto que se trata de un simple fragmento de la parte central, siendo imposible conocer la forma en que se uniría a un mango o a un marco de madera (fig. 81: 4). Es mucho más robusta que las de Mas Castellar y también bastante más ancha (casi el doble, unos 8 cm), por lo que podemos deducir que el fragmento pertenece a una sierra diferente a las primeras y probablemente dispondría de otro sistema para fijarla a un mango o para sujetarla. Ello supondría, además, una función algo diferente a la de la sierra de bastidor del tipo señalado antes. No sería una sierra de mano de carpintero, sino que podría tratarse de una sierra para cortar árboles o grandes tablas. Sin embargo, dadas las características y la poca información que puede proporcionarnos un solo fragmento, lo que apuntamos no deja de ser una simple especulación que no podemos confirmar. En cualquier caso, constatamos la perduración de este tipo de herramientas en época visigoda. CATÁLOGO Fig. 81: 1 a 3. Mas Castellar – Pontós, silo 101 (Pons & Rovira 1997, fig. 19: 1; Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.27: 3). Hacia el 190 a.C. Conjunto de tres o quizás cuatro sierras (uno de los fragmentos puede pertenecer al extremo de cualquiera de las hojas). De diseño absolutamente contemporáneo (de hecho, intemporal), pertenecen a sierras de cuadro o bastidor con barra central y tensor en la parte superior a base de un cabo retorcido. En algunos de los extremos puede apreciarse el orificio para fijar la hoja al marco e incluso el travesaño hecho con un pequeño clavo de metal. Fig. 81: 4. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.873 (Palol 1952, lám. LV; Palol 2004, 82, fig. 119: 9). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Fragmento de hoja de sierra, delgada y con parte de los dientes aún visibles. Proporcionalmente tendría un tamaño mayor que el de las citadas anteriormente.

Clavos Obtenidas las vigas, tablones y maderas; cortadas, desbastadas y pulidas con los instrumentos básicos y más comunes analizados en los apartados precedentes, su colocación y fijación para formar las estructuras de los edificios, ya sean simples puertas con sus marcos o el envigado que sostenía las pesadas cubiertas de tegulae de las uillae, precisaba de nuevos elementos metálicos adecuados. En este caso, los clavos. Es habitual hallar clavos de hierro en cualquier nivel arqueológico de los yacimientos excavados, siendo hasta tal punto numerosos, que hemos prescindido de la mayor parte de los recuperados, puesto que de haber sido incluidos todos ellos en este catálogo hubiera requerido docenas de láminas mostrando series interminables de clavos, casi todos iguales. Por ello, conscientes de que su inclusión sería más un estorbo que una aportación apreciable, hemos considerado preferible hacer una pequeña selección de los tipos y formas más

Fig. 81. Hojas de sierra. 1 a 3, de Mas Castellar de Pontós (de Rovira & Teixidor, 2002); 4, de Puig Rom.

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Fig. 82. Repertorio de las formas más usuales de clavos de hierro desde época republicana hasta la Antigüedad Tardía.

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lógico, los clavos con espiga larga y cabeza cuadrada (más bien circular y hasta cierto punto piramidal), como un ejemplar de Mas Gusó, de la segunda mitad del siglo II a.C. (fig. 82: 4), que podría ser considerado el tipo común y que perduró a lo largo de los siglos. Es el tipo de clavo que hallamos a centenares en los yacimientos rurales (y urbanos), durante el Alto y el Bajo Imperio, con pocas variaciones significativas.

características, cuyo número no representa ni el 5% de los que se conservan en los almacenes de los museos. Sin embargo, los que incluimos en la lámina constituyen un repertorio amplio de todos los tipos y variantes desde el siglo II a.C. hasta el siglo VII-VIII de nuestra era. En algunas ocasiones, pocas, los clavos han aparecido asociados sin ninguna duda con los restos de vigas de techos y tejados, como en el caso de la zona afectada por un incendio en Vilauba, hacia finales del siglo III, o en el Collet de Sant Antoni de Calonge, asociados con placas metálicas fragmentadas, que probablemente corresponderían a abrazaderas y grapas para unir el maderamen que sostenía el tejado del edificio. Son casos aislados, poco comunes, que por circunstancias especiales han llegado hasta nosotros relativamente intactos. Lo habitual, por el contrario, es el hallazgo de clavos fuera de contexto, como material fuera de uso o echado en cualquier vertedero como un resto inútil más. Cuestión aparte es la referente a aquellos procedentes de necrópolis, en las que a menudo se identifica la inhumación en caja de madera gracias a hallarlos dispuestos alrededor del difunto. Asimismo, en este contexto no es rara la presencia de clavos entre el ajuar con interpretaciones mágicas, con poder para fijar la umbra del difunto.

Entre estas variantes, cabe señalar básicamente cuatro, que reproducimos en la fig. 82: 6 a 10. La primera es la que tiene la cabeza totalmente cuadrada o bien ligeramente rectangular, pero totalmente plana (nº 6 y 7). La segunda, no demasiado habitual, tiene la forma de una gran tachuela, con la punta corta y delgada y una cabeza circular y ancha como el sombrero de una seta (fig. 82: 8). Dada su forma y dimensiones, es poco probable que sirviera para otra cosa que no fuera un elemento decorativo sobre un mueble. Un tercer tipo es algo más parecido al primero señalado, aunque en este caso, la cabeza rectangular y plana se halla desplazada respecto el eje del clavo (fig. 82: 9). Y, finalmente, uno de los casos aparentemente más clásicos y canónicos, pero contrariamente a lo que pudiere pensarse, poco habitual: el clavo con cabeza de forma piramidal (fig. 82: 10). Es una forma que predomina sobre todo en los clavos de bronce, aunque normalmente de dimensiones menores, pero suele ser rara en los de hierro, en cuyo conjunto dominan de forma clara y a lo largo del milenio que estudiamos, los de cabeza redondeada y poco pronunciada, como el ya citado de Mas Gusó, o los de Tolegassos y Puig Rom.

La selección de la fig. 82 responde, por un lado, a la intención de ofrecer un repertorio amplio de los clavos de hierro que han sido hallados en los yacimientos de la zona estudiada, abarcando el período de tiempo más amplio posible. Por otro lado, hemos considerado adecuado incluir las variantes más significativas, algunas de las cuales son propias de períodos concretos, como los de época tardorepublicana, de cabeza alargada. La inclusión, en último término, de una quincena de clavos procedentes todos ellos de los niveles de abandono del castro visigodo de Puig Rom, responde a la intención de mostrar, no sólo los tipos más comunes de éste período, sino para reflejar una pequeña parte del numeroso conjunto de clavos aparecidos en el yacimiento, del que proceden centenares de ejemplares.

CATÁLOGO Fig. 82: 1 a 3. Bordegassos – Vilopriu (Casas, Merino & Soler 1991, 133, fig. 9: 2; silo nº 2). Primer cuarto del siglo I a.C. Clavos de hierro de cabeza rectangular, ligeramente ovalada, diferentes a los más habituales con la cabeza circular. Punta corta y robusta, aunque delgada en el tercer ejemplar. Fig. 82: 4. Mas Gusó – Bellcaire, MG-3128. Segunda mitad del siglo II a.C. Clavo de hierro, de cabeza circular y sección cuadrada, de dimensiones mayores de lo que suele ser normal, aunque se trata del tipo más común durante este largo período.

Excepto aquellos que han aparecido incompletos (fig. 82: 11, 12, 19-21), todos los clavos tienen unas características comunes en cuanto a su forma y partes, que casi no es necesario señalar: la punta y la cabeza. A partir de estos elementos, podemos observar variaciones más o menos significativas. La primera de ellas, que únicamente hemos hallado en los de época republicana, es la forma de la cabeza, muy alargada, rectangular (elíptica seguramente a causa del óxido y el desgaste), que se combina con una punta corta. En todo caso, proporcionalmente más corta que en el resto de ejemplares (fig. 82: 1-3 y 5). Los tres primeros se fechan hacia el primer cuarto del siglo I a.C., entorno el año 80 a.C., mientras que el cuarto podría ser algo más antiguo, puesto que apareció en un estrato de Tolegassos fechado hacia la transición entre los siglos II-I a.C.

Fig. 82: 5. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2418. Transición siglos II-I a.C. Clavo de forma peculiar, como una gran T. Sección circular, tanto la punta como la cabeza. Tiene cierto parecido con los localizados en los silos de Bordegassos (citados). Fig. 82: 6 y 7. Font del Vilar - Avinyonet Puigventos, UE 79 (Casas et al. 1993, 369, fig. 13: 11-12; Casas et al. 1995a, 28, fig. 17: 11 y 12). Segundo tercio del siglo V. Dos tipos de clavos de hierro representativos de la villa. Sección cuadrada y cabeza también cuadrada y no circular.

La aparición de este tipo de clavo en niveles tardorepublicanos no significa, en absoluto, que sea el tipo único empleado en dicho período; ni siquiera la forma predominante. Aparecen, como resulta absolutamente

Fig. 82: 8. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1012 (Nolla, ed. 2002, 212, fig. 161: 47). Mediados del siglo V.

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extrañar que para soportarlo se requiriera una estructura segura y reforzada con piezas metálicas. No solamente los clavos de hierro, sino diversos tipos de cintas y abrazaderas que fijaran los tramos de vigas, travesaños y tablas, impidiendo cualquier movimiento.

Pequeño clavo, corto, de espiga delgada y con una gran cabeza circular, en forma de tachuela. Fig. 82: 9. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1395 (Nolla, ed. 2002, 212, fig. 160: 44). Mediados del siglo V. Clavo de tipo estándar, pero con la cabeza rectangular y desplazada hacia un lado. Sección cuadrada. Fig. 82: 10. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1363 (Nolla, ed. 2002, 213, fig. 161: 49). Mediados del siglo V. Clavo de tipo corriente, sección cuadrada pero con la cabeza piramidal o en diamante. Fig. 82: 11. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1023 (Nolla, ed. 2002, 212, fig. 159: 32). Mediados del siglo V. Pieza alargada, de sección circular en un extremo y cuadrada en el centro; acabada con un engrosamiento del otro extremo. Da la impresión de tratarse de un clavo roto y alterado. Fig. 82: 12. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1043 (Nolla, ed. 2002, 212, fig. 159: 31). Mediados del siglo V. Tallo de hierro doblado en el extremo inferior, como un anzuelo. Quizá es una forma accidental originada como consecuencia de la rotura de un clavo fijado a una viga o tabla, por lo que se deduce de la punta doblada. Sección irregular en las distintas zonas, aunque quizás debido a la oxidación. Fig. 82: 13. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.956. Transición siglos VII-VIII (680-720). Clavo largo y robusto, de cabeza semiesférica o casi piramidal. Fig. 82: 14 a 21. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.068. Transición siglos VII-VIII (680-720). Conjunto de puntas y clavos más representativos del yacimiento, con las formas y variantes más habituales. Sus dimensiones pueden presentar notables diferencias en función de su destino. Los clavos usados para fijar y trabar vigas y elementos estructurales suelen ser bastante más largos que los de pequeños muebles, aperos, cajas, etc.

Fig. 83. Estela de un constructor de carros, con la rueda, cepillo de carpintero, doble hacha, compás, regla y taladro. Museo de Siracusa.

Estamos, seguramente, demasiado acostumbrados a ver soluciones hábiles e ingeniosas, que se reproducen en manuales de arqueología ampliamente difundidos, que prevén las uniones de vigas y piezas de la carcasa o subestructura de un tejado mediante pernos de madera y encajes de todo tipo (Adam 20085, 104-105), quizás por adaptación y transposición de los métodos medievales y modernos a lo que se supone que se utilizaba en época romana. En realidad, a parte de excepcionales hallazgos de maderas con encajes, preservadas en medio húmedo, localizadas en algunos yacimientos europeos, no existen elementos seguros de época romana que permitan documentar con precisión este tipo de encajes, más allá de lo que sería la composición del opus craticium. Ello no supone su negación, pero debemos tomar en consideración otras soluciones tanto o más prácticas. En este caso, perfectamente documentado en el Collet, nos referimos a las láminas metálicas aparecidas en un nivel de destrucción, asociadas a diversos clavos y formando un conjunto que nos

Fig. 82: 22 a 26. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.080. Transición siglos VII-VIII (680-720). Conjunto representativo de tipos de puntas y clavos del yacimiento, normalmente asociados a elementos estructurales y de construcción.

Abrazaderas de vigas Únicamente en un yacimiento, en la villa del Collet de Sant Antoni de Calonge, y en un marco cronológico de los años 25-50, aparecen una serie de elementos metálicos (que en otro contexto habrían pasado desapercibidos o inclasificables), que pueden ser relacionados con el conjunto de herrajes y clavos que sostenían y unían las diferentes partes de la estructura de madera que, a su vez, sostenía el tejado de un ámbito de la casa. Considerando el enorme peso de las tegulae de cualquier tejado romano, no es de

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CONSTRUCCIÓN

Fig. 84. Placas de hierro que, por el lugar de su hallazgo, podemos considerar como pertenecientes al refuerzo de la estructura de madera de un tejado.

ción con niveles de destrucción o construcción. Tratándose de unos elementos tan sencillos y comunes, en aquellos casos consideramos arriesgado clasificarlos como abrazaderas y refuerzos de vigas, sin más. Incluso es posible que algunas de estas láminas aparecidas de forma aislada, que aparentemente son completas (no se aprecian roturas en ninguno de sus extremos), fueran las afiladas hojas de cepillos de carpintero. Un instrumento que sin duda se utilizó asiduamente, como nos demuestra la iconografía, con un excelente ejemplar en la estela del constructor de carros (fig. 83).

permite reconstruir hipotéticamente los sistemas de unión entre las diversas partes de la subestructura mediante clavos y abrazaderas metálicas. Todos los fragmentos tienen unas características comunes, repetidas en todos ellos, por lo que sólo incluimos los siete más significativos y mejor conservados. Al fin y al cabo, se trata únicamente de delgadas láminas de metal, de grosor y anchura regular, casi siempre la misma en todas ellas, a veces dobladas y en otras ocasiones más o menos curvadas (fig. 84). En el último fragmento (nº 7), incluso se aprecia el orificio del clavo que sujetaba la lámina a la viga o al poste de madera.

CATÁLOGO Fig. 84: 1. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Placa de forma rectangular y sección plana. Función indeterminada, relacionada con un conjunto de placas y clavos procedentes de la estructura del tejado.

Debemos señalar que este tipo de láminas, a menudo aún más fragmentadas y deterioradas, suele aparecer con relativa frecuencia en los yacimientos estudiados; lamentablemente, siempre fuera de contexto y como material aislado, sin rela-

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CONSTRUCCIÓN

Fig. 84: 2. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Placa de forma rectangular y sección plana, ligeramente curvada, asociada a un nivel de derrumbe de un tejado.

Desde el punto de vista morfológico, podemos agruparlas en tres grandes apartados. En el primero, las puntas cortas, de sección circular, robustas, con un extremo romo y el otro puntiagudo. Los nos 2, 3, 7, 12, 14 y 19 de la fig. 87 formarían parte de esta variante. En el segundo, púas de sección cuadrada o rectangular, que presentan un extremo plano y afilado como en un escoplo, o bien acabado en punta (fig. 87: 5, 6, 18 y 20; fig. 88: 8, 9 y 12 a 16). En último lugar, una serie de varillas en forma de púas o punzones largos, relativamente delgados en relación con su longitud, con la cabeza roma y la punta bastante afilada; siempre de sección circular, como los nos 4, 8 y 16 de la fig. 87 y los seis primeros de la fig. 88. Cabría la posibilidad de añadir un cuarto apartado que recogiera el resto de ejemplares cuya forma no se ajusta exactamente a las tres anteriores, ya sea por su tamaño (fig. 87: 15 y fig. 88: 11), o por su forma incompleta y quizás alterada por una manipulación o deterioro posterior (fig. 87: 10, 11, 13 y 17).

Fig. 84: 3. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Placa de sección plana, algo doblada como si fuera una herramienta (un azadón o una azada pequeña), aunque su escaso grosor, regular y homogéneo, no haría posible dicho uso, y menos teniendo en cuenta su hallazgo entre los restos de un tejado destruido, junto a otras láminas similares. Fig. 84: 4. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Placa algo deteriorada, de forma rectangular y sección plana, con las mismas características que las demás. Fig. 84: 5. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Placa de forma rectangular y sección plana, muy delgada. Fig. 84: 6. Collet de Sant Antoni – Calonge. 25-50 d.C. Placa rectangular y sección plana, algo curvada en los extremos, como una especie de asidero o más probablemente una abrazadera para sostener una estructura de madera. Fig. 84: 7. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Placa rectangular con un gran agujero en el centro, seguramente para pasar un clavo.

Escoplos, punzones y cinceles Existe una cantidad considerable de varillas metálicas, de distinto grosor y sección, cuya función no puede determinarse fácilmente, aunque todas tienen unos rasgos comunes. Se trata de casi cuarenta púas con el tallo de sección circular, cuadrada o rectangular que se caracterizan por su robustez y por el hecho de estar terminadas en un extremo puntiagudo (fig. 87 y 88). Pertenecen a diversos períodos, a partir del siglo II a.C. y son especialmente abundantes durante la Antigüedad Tardía. Aunque las hayamos agrupado en un mismo apartado, es muy probable que se trate de instrumentos distintos y que sus funciones fueran diversas. Fig. 86. Mosaico tunecino con escenas de construcción. En la parte superior, escoplo y plomada. Museo del Bardo.

¿Cuál era su función? Seguramente muy distinta en unos y otros, pero difícilmente podremos determinarla con seguridad. En principio, existe la posibilidad de que todos ellos hubieran podido ser usados como escoplos y cinceles para el trabajo de la piedra, aunque sin llegar a ser instrumentos para una labor especializada como la llevada a cabo por los canteros profesionales, sino para un trabajo cotidiano, sencillo, incluso esporádico para cortar y

Fig. 85. Relieve con instrumentos de cantero. A la izquierda, un escoplo. Musée de l’Arles Antique.

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7, del 25-50 d.C.), el de Tolegassos (fig. 87: 14, entorno el 175-200), y el de Vilauba (fig. 87: 19, de la transición entre los siglos III y IV). En cuanto a aquellos punzones de menor tamaño, quizás su forma viene determinada por otro uso específico o estaban destinados a un trabajo de mayor precisión; incluso para pulir bloques más pequeños.

desbastar pequeños bloques de piedra para la construcción. En un magnífico mosaico tunecino, ya citado anteriormente (fig. 86), aparece una escena de construcción. En la parte inferior, el transporte de una columna sobre un carro de varas; en la intermedia, obreros transportando otros materiales con cestas y, en la superior, el maestro de obras y un cantero y, entre ellos, una plomada, un cartabón y un escoplo idéntico a la mayor parte de los que reproducimos en las figuras 87 y 88. Otro ejemplar, en esta ocasión sobre un relieve del Museo de Arles, a la izquierda de una azuela de cantero, reproduce el mismo sencillo modelo (fig. 85)

En cambio, es absolutamente imposible adivinar a qué uso de destinaban otros instrumentos cuya forma es más rara, como el que adopta la forma de punta de lanza de sección circular y con una fina espiga rota en uno de sus extremos, fechado entorno los años 25-50 (fig. 87: 17). A pesar de las apariencias y de su similitud con la punta de un pilum (veremos ejemplares en un apartado posterior), no se trata del extremo de este tipo de arma.

En una posibilidad diametralmente opuesta, incluso podríamos llegar a especular en que los ejemplares nos 18 y 20 de la fig. 87 pertenecieran a un rastrillo agrícola como los citados en un apartado anterior, insertados en un robusto marco de madera. Se trata, insistimos, de una simple especulación.

En último término, tampoco podemos olvidarnos de un conjunto de piezas, aún más extrañas, la mayoría de las cuales parecen ser cuñas o más bien percutores gruesos y robustos, a veces de forma totalmente cilíndrica y en otras ocasiones ligeramente puntiagudas, aunque con la punta roma o desgastada por el uso (fig. 89). No olvidemos que se trataba de un objeto habitual y aparecen referencias al mismo ya en el tratado de Catón: “…securis III, cuneos III…” (De agri cult. X, 3).

Si intentamos relacionar formas y cronologías a fin de poder determinar una evolución a lo largo del milenio estudiado, los resultados son poco esperanzadores. Los doce primeros de la fig. 87 pertenecen al período tardo-republicano y a la primera mitad del siglo I, y algunos de ellos muestran una extraordinaria similitud con otros ejemplares alto-imperiales e incluso con los de época visigoda recogidos en la fig. 88. A nuestro juicio, no existe diferencia morfológica entre los ejemplares 4 y 16 de la fig. 87 (fechados en época de Augusto y el tercer cuarto del siglo II, respectivamente), y los seis primeros de la fig. 88, del castellum de Sant Julià de Ramis, y los nos 7, 9, 10 y 17 de la misma figura, de Puig Rom, todos ellos de época visigoda (680-720 aprox.). En este caso concreto, cabría suponer que a una misma forma corresponde una misma función.

Una varilla, también robusta, es más larga que las comentadas anteriormente (fig. 89: 1), lo cual no significa que tuviera que tener una función diferente. En cualquier caso, sí que presentan características propias las cuatro cuñas o percutores que acabamos de señalar, todas ellas de distintas épocas. Dada su robustez y la resistencia que en principio se les supone, debieron emplearse para el corte de bloques de piedra, de modo parecido a los escoplos, pero seguramente para partir bloques de mayores dimensiones con la ayuda de un gran martillo o un mazo, utilizando la técnica ancestral en las canteras que podríamos llamar de tipo doméstico, destinadas a aprovisionar del material de construcción necesario para la casa; una actividad que en el mundo rural perduró hasta mediados del siglo XX en la región, utilizando instrumentos similares a modo de sencillas barrenas.

Los colegas que estudiaron los materiales de hierro del castellum consideraron que se trata de estacas o punzones de cantero, para marcar líneas de corte o escoplos para cortar piedra (Burch et al. 2006, 101); explicación totalmente lógica y que consideramos la más adecuada. En el caso de los punzones o escoplos de Puig Rom, en la monografía más reciente que estudia el yacimiento no queda totalmente clara la opinión del autor sobre su uso específico, sin duda debido a la dificultad que existe al identificar de forma clara y precisa unos objetos tan simples. De forma imprecisa se señala la posibilidad de que formaran parte del conjunto de elementos relacionados con las estructuras de madera, para sujetar piezas ensambladas y, en general, como elementos de construcción, de forma similar a los clavos (Palol 2004, 86). En el catálogo descriptivo de la obra citada reciben la denominación de punzones cilíndricos, barrita tipo punzón o barrita de sección circular, cuadrada, etc. El nº 12 de nuestra figura 88, por ejemplo, se consideró un punzón de punta fina para ser clavado sobre madera (Palol 2004, 91).

El primer ejemplar, ligeramente puntiagudo y de sección casi cuadrada (fig. 89: 2), procede de una fosa con escorias de hierro localizada en el patio central de la uilla de Tolegassos, relacionada con una actividad artesanal de forja llevada a cabo durante la primera mitad del siglo III. El segundo, que consideramos fragmentado e incompleto, procede de un estrato de Vilauba fechado en la primera mitad del siglo V. Tiene el tallo de sección cuadrada y no podemos saber como terminaban sus extremos (fig. 89: 3). Los dos últimos, procedentes de los yacimientos tardíos de Puig Rom y Sant Julià de Ramis (fechados entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII), adoptan una forma alargada, más ancha en un extremo que en el contrario, sección irregular, ligeramente acanalada en el de Puig Rom (fig. 89: 4 y 5). A pesar de las diferencias en sus respectivos tamaños, sin duda responden al mismo modelo de barrena (o

En el mismo sentido que apuntábamos en un parágrafo anterior, tampoco apreciamos diferencias entre el robusto punzón o escoplo del Camp del Bosquet y el de Tolegassos (fig. 87: 2 y 3), ambos procedentes de estratos del cambio de era, ni con los del Collet de Sant Antoni de Calonge (fig. 87:

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Fig. 87. Punzones y escoplos.

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Varilla metálica de sección circular y larga, con un extremo algo doblado. No es seguro que se trate de un punzón.

cuña-percutor), y con las mismas funciones que las dos primeras. Se trata, siempre, de formas sencillas, robustas y sobretodo prácticas para el trabajo al que estaban destinadas, ya se tratara de cortar madera o bloques de piedra.

Fig. 87: 11. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Púa de sección circular, robusta y acabada en punta. El otro extremo, romo. Seguramente se trata de un punzón para trabajar piedra (o ladrillo), como un escoplo.

CATÁLOGO Fig. 87: 1. La Muntanyeta – Viladamat, UE 1003 (Casas, Nolla & Soler en prensa). Primera mitad del siglo II a.C. Punta o varilla de sección circular y no demasiado robusta, deteriorada por la oxidación. No ha conservado ninguno de los dos extremos, aunque en la parte inferior parece ser algo más plana, como si fuera un escoplo o un formón.

Fig. 87: 12. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2411. Segundo tercio del siglo I. Punta maciza, de sección cuadrada, roma arriba y puntiaguda en el extremo inferior. Como un escoplo, un cincel, etc.

Fig. 87: 2. Camp del Bosquet – Camallera (Casas, 1981, 40, lám. III: 7). Augusto. Púa maciza y de sección circular, similar a los pila más robustos del Olivet d'en Pujol. Podría tratarse de un punzón o un escoplo.

Fig. 87: 13. Vinya del Fuster – Viladamat, incineración 30. Entorno el 135. Punta de hierro, de sección circular, como un escoplo o un punzón (no es un clavo sin cabeza), colocada como ofrenda en una incineración.

Fig. 87: 3. Tolegassos – Viladamat, 8VT-2235. Augusto. Púa de hierro, de sección circular y punta afilada. Punta roma y sin cabeza. Uso indeterminado.

Fig. 87: 14. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 161, fig. 101: 9). Entorno el 175/200. Púa larga, de sección circular y cabeza roma. Una especie de escoplo, cincel o punzón para piedra.

Fig. 87: 4. Tolegassos – Viladamat, 8VT-2235. Augusto. Púa de sección circular y bastante larga. Probablemente tiene roto el extremo superior.

Fig. 87: 15. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2084. Transición siglos II-III. Púa en forma de varilla larga y delgada, pero bastante más grande que una aguja convencional. Sección circular, punta afilada y cabeza roma.

Fig. 87: 5. Tolegassos – Viladamat, VT-2037 (Casas, 1989, 89, fig. 55: 6). Contexto de la segunda mitad del siglo I. Pieza de hierro de espesor regular, con los extremos rotos, de uso indeterminado. Podría ser un formón, un escoplo o una púa de rastrillo.

Fig. 87: 16. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2407 (Casas & Nolla 1993, 76, nº 485). Hacia el 150-180. Púa o escoplo muy largo, de sección cuadrada en el tallo y extremo puntiagudo. Señales de aplastamiento por percusión (¿con un martillo?) en la parte superior.

Fig. 87 : 6. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Tallo de hierro largo y sección rectangular, como un escoplo, lima o formón, aunque no conserva el extremo afilado. La parte más estrecha parece indicar que iba fijado a un mango o a una pieza de madera.

Fig. 87 : 17. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 25-50 d.C. Pieza de forma bicónica, con los extremos más o menos puntiagudos y de sección casi circular. Quizá la parte inferior iba fijada a un mango y la superior era la punta del punzón.

Fig. 87, 7. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Utensilio macizo y robusto, de sección casi circular, pero dañado. Quizá se trata de un escoplo o un punzón para barrenar o perforar.

Fig. 87: 18. Tolegassos – Viladamat, 3VT-2007. Segunda mitad del siglo II. Punta maciza y robusta, de sección cuadrada-rectangular, que se va adelgazando hacia el extremo. Parece un escoplo típico, pero también es como las púas de un rastrillo.

Fig. 87 : 8. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Varilla de metal de sección cilíndrica, acabada en punta por un lado y roma por el otro, como un punzón para tallar o pulir piedra.

Fig. 87 : 19. Vilauba – Camós (Roure et al. 1988, 66, fig. 39: 12). Fase III, últimos años del siglo III y primera mitad del siglo IV. Fragmento de un punzón de sección circular y robusto.

Fig. 87 : 9. Collet de Sant Antoni – Calonge. Hacia el 25-50. Tallo de sección cilíndrica, robusto, con punta por un extremo y el otro roto. Puede tratarse de un escoplo o un punzón para cortar piedra. Es demasiado grande para ser un clavo de hierro.

Fig. 87 : 20. Hort d’en Bach – Maçanet de la Selva. Mediados del siglo V. Pieza alargada, como un triángulo estirado. Extremo más ancho con la sección rectangular, y en la parte de abajo con

Fig. 87, 10. Collet de Sant Antoni – Calonge. Hacia el 25-50

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Fig. 88. Punzones, escoplos y puntas.

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sección cuadrada. Acabado en punta. Podría ser una especie de escoplo, un cincel o un punzón, pero no es del todo seguro. Fig. 88: 1 a 6. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2573 (Burch et al. 2006, 101, fig. 87: 1; Burch et al. 2009, 69). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Conjunto de seis puntas idénticas, del mismo tamaño y sección circular, de función desconocida. Pueden ser punzones de cantero o simples estacas para sostener las alas de un toldo o tienda. Fig. 88: 7. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.942 (Palol 2004, 88, fig. 123: 49). Transición siglos VII-VIII (680720). Punzón largo y de sección casi circular, muy robusto. Seguramente para barrenar y labrar piedra. Fig. 88: 8. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 170. Transición siglos VII-VIII (680-720). Pieza alargada, de sección rectangular, cabeza ligeramente aplastada por el uso y los golpes del martillo. En sección pueden observarse con toda claridad las distintas capas de hierro colocadas o utilizadas al forjar la herramienta. Fig. 88: 9. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.988 (Palol 2004, 88, fig. 123: 47). Transición siglos VII-VIII (680720). Punta larga delgada, de sección más bien cuadrada y robusta. Seguramente es un punzón o un escoplo. Fig. 88: 10. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.941 (Palol 2004, 88, fig. 123: 50). Transición siglos VII-VIII (680720). Punzón robusto, grueso y de sección circular, para trabajar piedra. Le falta la punta inferior. Fig. 88: 11. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.914. Transición siglos VII-VIII (680-720). Varilla de hierro de sección circular acabada en punta. Podría ser un punzón delgado o un pequeño escoplo.

Fig. 89. Punzones, percutores y cuñas.

Fig. 88: 15. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.a. Transición siglos VII-VIII (680-720). Tallo de sección rectangular, robusto y resistente. Seguramente era un escoplo o una herramienta similar, con la parte superior bastante aplastada por percusión.

Fig. 88: 12. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.064 (Palol 2004, 91, fig. 127: 219). Transición siglos VII-VIII (680720). Es una especie de varilla de sección cuadrada, larga y estrecha en la parte inferior. Podía haber sido utilizada como escoplo o punzón, pero su función no es del todo segura.

Fig. 88: 16. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.c. Transición siglos VII-VIII (680-720). Fragmentos de una pieza de sección cuadrada o rectangular, que quizá habrá que identificar con un escoplo o punzón.

Fig. 88: 13. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.065 (Palol 2004, 91, fig. 127: 220). Transición siglos VII-VIII (680720). La consideramos como una especie de escoplo de sección cuadrada y robusta. Tiene los extremos dañados, por lo que no podemos conocer su forma completa ni la función exacta.

Fig. 88: 17. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.989 (Palol 2004, 88, fig. 123: 48). Transición siglos VII-VIII (680-720). Punzón largo y robusto, de sección más o menos circular (demasiado oxidado), seguramente para el trabajo de la piedra.

Fig. 88: 14. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.086. Transición siglos VII-VIII (680-720). Escoplo o punzón largo y de sección cuadrada, robusto, con la cabeza algo aplastada y el extremo de la punta roto.

Fig. 89: 1. Tolegassos – Viladamat, 9VT-2411 (Casas & Nolla 1993, 12, nº 9). Segundo tercio del siglo I.

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Fig. 89: 2. Tolegassos – Viladamat, 7VT-2109. Fosa con hierros y escorias en el patio interior, sin contexto. Punta maciza y de sección más o menos cuadrada o poligonal. Misma forma que un pilum encontrado en el silo augustal del Olivet d'en Pujol (infra).

pulido de la madera en el ámbito de un taller. En cambio, el de Porqueres parece que iba fijado al extremo de un robusto mango de madera insertado en su parte posterior y habría servido, más que para pulir o rebajar listones o tablas, para abrir troncos o grandes tablones, a modo de cuña e incluso con funciones de azuela, en el supuesto que hubiera estado dotado de un mango en forma de codo. En cualquier caso, las diferencias morfológicas entre ambos tipos responden sin duda a su utilización en distintos tipos de trabajos especializados.

Fig. 89 : 3. Vilauba – Camós (Roure et al. 1988, 72, fig. 44: 13). Fase IV. Primera mitad del siglo V. Fragmento robusto y de sección cuadrada, como una especie de percutor o escoplo.

Es posible, aunque no del todo seguro, que dos objetos que aparecen en la esquina inferior derecha del relieve del cultellarius, citado en un apartado anterior (fig. 49), deban ser identificados como formones de este tipo.

Fig. 89: 4. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.011. Transición siglos VII-VIII (680-720). Fragmento de una pieza robusta y maciza, de sección casi cuadrada, similar a un escoplo o cuña (por ejemplo, de un cantero o de un herrero).

No hallaremos más ejemplares de esta clase de formones hasta épocas más recientes. Ello no significa forzosamente que no existieran o no se utilizaran, sino que hasta la fecha no han aparecido en las excavaciones llevadas a cabo. En realidad, el único ejemplar claro procede de la villa de Els Ametllers (Tossa de Mar), y se halló en antiguas excavaciones, lo que no nos permite fecharlo con precisión, puesto que el yacimiento estuvo ocupado durante el Alto y Bajo Imperio (fig. 91: 6). Vale la pena observar que el sistema de inserción al mango de madera es totalmente distinto respecto a los tres ejemplares de época republicana, con una espiga similar a la que hemos visto en los cuchillos.

Tallo de hierro largo y delgado, con un nudo en la parte inferior (¿quizás una bola de óxido?), parecido a un pilum sin punta, aunque más bien sería una barrena. Sección circular.

Fig. 89 : 5. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2350 (Burch et al. 2006, 101, fig. 87: 2). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Cuña de sección algo irregular, más bien circular, corta, gruesa y robusta.

Creemos, por otro lado, que el ejemplar en forma de espátula procedente del Collet de Sant Antoni de Calonge (fig. 90: 9), tendría una función similar y un sistema de fijación del mango parecido al de Tossa de Mar; aunque se trataría de una pieza más robusta y, a juzgar por la anchura del filo, destinada a desbastar o rebajar mayores superficies de madera.

Gubias y formones En el contexto de los trabajos artesanales, esta vez relacionados específicamente con la carpintería, una serie de objetos, algunos de ellos de excelente factura y calidad, permiten un acercamiento a este tipo de actividades, que sin duda eran habituales en cualquier uilla o establecimiento rural, como ha sido tradicional en el campo. Prueba de ello es que hallamos herramientas especializadas, fabricadas por artesanos herreros de gran habilidad, ya en yacimientos ibéricos que quizás fueron abandonados inmediatamente después de la represión de Catón del 195 a.C. Los hallazgos de Mas Castellar, en Pontós, son especialmente interesantes y pertenecen a esta época. Tanto por su presencia en un establecimiento ibérico como por su factura y excelente estado de conservación (y su forma desconocida en otros yacimientos), se trata de piezas únicas que no veremos en otros lugares de la zona (fig. 90: 2 y 3).

Si los formones han aparecido en yacimientos indígenas, aunque fechados en los siglos II y I a.C., las gubias pertenecen todas ellas a contextos y yacimientos plenamente romanos, aunque con orígenes en el período tardorepublicano, prologándose su uso hasta época visigoda, si bien con modificaciones en su forma. Desde el punto de vista tipológico, existe una gran variedad de soluciones en su factura y acabado. Al fin y al cabo, lo que interesaba, suponemos, es que cumplieran su función. Una gubia es, en definitiva, un instrumento de corte similar a un formón, pero con el extremo curvado en forma de cuchara o media caña, para labrar o vaciar superficies curvas. En cambio, el formón se asemeja más al escoplo para tallar piedra, pero tiene un filo plano, no curvo, y poco ancho, especialmente diseñado para el tallado de madera.

Este tipo de formones, con un mango tubular o ligeramente cónico, en el que se insertaba un corto mango de madera, parecen exclusivos del mundo indígena, por lo menos en lo que se refiere a esta zona específica, puesto que se repite, por ejemplo, en el otro ejemplar de Mas Castell de Porqueres (fig. 90: 1). No obstante, a pesar de su similitud, debemos tener en cuenta que su uso sería diferente al de los de Pontós. Sus dimensiones, en cuanto al grosor de la hoja y anchura del filo, la convierten en una herramienta destinada a trabajos más duros que los reservados a los dos formones de líneas más delicadas, destinados a un trabajo de rebaje y

Las gubias que analizamos presentan todas las características esenciales del instrumento: un tallo más o menos grueso, según su uso o longitud, una parte superior roma, sobre la que golpearía el martillo, y el otro extremo en forma de cucharilla. A este modelo pertenecen, a pesar de las diferencias morfológicas entre sí, los ejemplares 4, 5 y

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Fig. 90. 1 a 3 y 9: formones; 4 a 6: gubias; 7, 8 y 10: barrenas.

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de la fig. 90 y los 1 y 5 de la fig. 91. Los nos 7, 8 y 10 de la fig. 90 muestran unas peculiaridades que comentaremos aparte, al igual que otras variantes específicas. Centrémonos ahora en los tres primeros, que representarían los modelos “normales” del instrumento.

aunque la parte superior, en lugar de plana, parece ser piramidal (Ferdière 1988, vol. 2, 131). Otro ejemplar, también galo-romano, se conserva en el Museo de Sens (Adam 20085, 102), y es posible que los taladros que se utilizan en diversas representaciones de la época, incluidos en la obra de Adam, emplearan este tipo de barrena que, por otro lado, ha perdurado hasta nuestros días. En todo caso, los objetos del castellum, fechados entre las últimas décadas del siglo VII e inicios del siglo VIII, tienen su función en trabajos de carpintería, no demasiado alejada de la que correspondería a las gubias y formones.

El primero es, aparentemente, el más raro por su forma (fig. 90: 4). Sin embargo, no olvidemos que se trata de un fragmento de una pieza incompleta, que ha perdido tanto el filo como la parte posterior. No obstante, la forma acanalada del tallo, que en lugar de media caña adopta la forma angulosa de una caja, la asocia al otro ejemplar de mayores dimensiones, mango robusto y boca con la misma sección (fig. 90, 5). Ambos proceden de la villa de Tolegassos; el primero, de un estrato fechado hacia la transición de los siglos II-III, mientras que el segundo es dos siglos más antiguo, de época augustea. La forma, no obstante, no se abandonó, puesto que la volvemos a encontrar en la pieza de Puig Rom (680-720), provista del mismo tipo de tallo, pero con una espiga más delgada, quizá para poder dotarla de un mango de madera (fig. 91: 4).

En último lugar debemos mencionar dos piezas con características especiales, muy similares entre sí, ambas procedentes de Puig Rom (fig. 91: 2 y 3). La mejor conservada está formada por un largo tallo de hierro de sección circular y termina con una gran cuchara dispuesta en ángulo recto en su extremo. El otro ejemplar es más pequeño y en lugar de cuchara acaba en espátula plana. Ambos debieron tener funciones parecidas. La primera, sin duda, se utilizaba para vaciar la madera, ya fuera para labrar recipientes como otros objetos usuales. En realidad, instrumentos similares se han utilizado hasta hace pocas décadas para el vaciado de zuecos. Dado su tamaño, en éste caso más bien sería útil para tallar objetos de mayores dimensiones.

Debemos dar un largo salto en el tiempo, hasta mediados del siglo V, para hallar otro ejemplar de gubia que presenta las características más clásicas, a pesar de que no ha conservado el extremo de la cuchara, cortada al inicio del tallo (fig. 90: 6). Adopta la forma de un escoplo, sin mango de madera, pero con la hoja de corte en forma de cucharilla. El tallo o mango es de sección circular, con el extremo superior romo. Procede de la villa del Hort d’en Bach y no puede ser fechado con posterioridad al siglo V. En realidad, la forma no es tan rara (todo lo contrario), y se repite en el castro visigodo de Puig Rom en cronologías de inicios del siglo VIII (fig. 91: 1). En esta ocasión, la cucharilla es más larga o, simplemente, se ha conservado mejor, y el tallo continúa teniendo una sección circular.

El segundo es similar. Su forma es adecuada para rebajes planos o para pulir superficies como lo haría un cepillo de carpintero (que, por cierto, parecen ausentes en todo el periodo). Pero en ningún caso para tallar cuencos o recipientes de madera a los que dar una forma cóncava. Como es costumbre, cada instrumento tiene su función específica. CATÁLOGO Fig. 90: 1. Mas Castell – Porqueres (Sanahuja 1971, 67-68 y 97, fig. 21: 3). Siglos II-I a.C. La forma general es la de las picanas, pero la hoja es muy robusta y el sistema para fijar el mango algo diferente, por lo que deberemos considerarla una especie de formón de gran tamaño. Según como se colocara el mango (en ángulo), incluso podría servir de azuela para pulir o desbastar tablones de madera.

Habíamos indicado que analizaríamos aparte los tres ejemplares del castellum de Sant Julià de Ramis que presentan una forma diferente (fig. 90: 7, 8 y 10). Las tres son prácticamente idénticas, con un tallo no demasiado largo, una cucharilla en el extremo inferior, ligeramente más ancha que el tallo (y suponemos que afilada), y una hoja plana en el otro extremo, que puede adoptar una forma elíptica o bien triangular. Es un sistema para fijar un mango de madera. La pregunta es: ¿Qué tipo de mango y con qué objeto? En realidad, creemos que no se trata exactamente de gubias para tallar y vaciar, sino de barrenas para perforar la madera. El mango, por lo tanto, no se fijaría de forma vertical como en un moderno destornillador, como creen los autores del estudio sobre el yacimiento (Burch et al. 2006, 101), sino perpendicularmente, como en cualquier barrena antigua o moderna.

Fig. 90: 2. Mas Castellar – Pontós, silo 101 (Pons & Rovira 1997, fig. 19: 4; Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.27: 9). 200-190 a.C. Formón de carpintero, constituido por una larga y estrecha hoja, afilada sobretodo en su extremo, y un mango corto y tubular en la parte posterior, en el que se insertaría un corto mango de madera.

En realidad, este tipo de mango no es tan raro y ni mucho menos desconocido en época romana. A. Ferdière publica una buena colección de ejemplares similares (los forêts o barrenas para el trabajo de la madera), pero de época plenamente romana, procedentes de yacimientos galos. Incluso puede verse, en todos ellos, la cucharilla inferior,

Fig. 90: 3. Mas Castellar – Pontós, zonas 10 y 11 (Rovira & Teixidor 2002, fig. 11.22: 4). Entorno el 200-190 a.C. Formón de regulares dimensiones, adoptando la misma forma que su gemelo hallado en el silo 101 del mismo yacimiento. Hoja estrecha, de bordes paralelos, y terminada en punta roma y afilada. Parte posterior de forma tubular,

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et al. 2005, 65; Burch et al. 2006, 101, fig. 86: 1). Transición entre los siglos VII-VIII. Gubia o barrena con un extremo en forma de cucharilla y el otro de espátula a fin de poderla fijar a un mango de madera. Tronco central de sección cuadrada.

suponemos que con el fin de poder insertar un mango de madera. Fig. 90: 4. Tolegassos – Viladamat, VT-2004 (Casas 1989, 100, fig. 63: 2). Transición siglos II-III. Pieza de forma alargada y de sección en canal, con el extremo inferior roto.

Fig. 90: 8. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2422 (Burch et al. 2005, 63; Burch et al. 2006, 101, fig. 86: 2; Burch et al. 2009, 67). Transición entre los siglos VII-VIII. Gubia o barrena con un extremo plano y en forma de hoja lanceolada; el tronco de sección cuadrada y el otro extremo desaparecido (habría tenido una sección curva).

Fig. 90: 5. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2062 (Casas 1989, 119, fig. 77: 3). Augusto. Hoja robusta, ancha, gruesa, de sección rectangular, acabada con un extremo afilado y en canal plano. Seguramente para el trabajo de la madera, como una gubia o formón.

Fig. 90 : 9. Collet de Sant Antoni – Calonge, UE 1001. Entorno el 25-50 d.C. Una especie de espátula o ancho formón con el mango acanalado y el extremo deteriorado, muy plano y ligeramente circular; posiblemente terminado en una hoja afilada.

Fig. 90 : 6. Hort d’en Bach – Maçanet de la Selva, UE 8002. Mediados del siglo V. Formón, seguramente para el trabajo de la madera. Tallo macizo, robusto y de sección circular. Extremo inferior acabado en cuchara, aunque parcialmente roto y desaparecido.

Fig. 90 : 10. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2334 (Burch et al. 2006, 1001, fig. 86: 3). Transición entre los

Fig. 90: 7. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2265 (Burch

Fig. 91. Gubias procedentes de contextos tardíos.

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Rom y, por lo tanto, pertenezcan a época y ámbito cultural visigodo. Ninguno en época romana y ninguno en el período ibérico más reciente. Sin embargo, no era una herramienta desconocida; ni siquiera en el campo ibérico, puesto que un ejemplar excelente se halló en uno de los silos de Saus, fechado hacia finales del siglo V a.C. (Casas 1985, fig. IX: 3), y otro en Ullastret (Sanahuja 1971, fig. 17). Adoptan la misma forma que veremos en ejemplares de todas las épocas, incluso actuales; algo absolutamente lógico, tratándose de un diseño sencillo y eminentemente práctico. Muestras excepcionales en la iconografía antigua las hallamos, por ejemplo, en el relieve del herrero de Aquilea (fig. 5), con un martillo idéntico al del siglo V a.C. procedente de Saus, al que acabamos de referirnos.

siglos VII-VIII. Gubia o barrena para el trabajo de la madera. Tronco de sección cuadrada, un extremo terminado en cucharilla y el otro en forma de espátula casi triangular y plana, para insertar al mango de madera. Fig. 91: 1. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.a. Segunda mitad avanzada o fin del siglo VII (680-720). Tallo de hierro, sección general circular, excepto el extremo, que adopta forma de cuchara, como cualquier gubia de carpintero. Sin embargo, el extremo superior, de forma piramidal alargada, hace suponer que se insertaría a un mango de madera perpendicular y, por lo tanto, se trataría de una barrena. Fig. 91: 2. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.940 (Palol 1952, lám. LV; Palol 2004, 88, fig. 123: 52). Transición siglos VII-VIII (680-720). Una especie de cucharón largo, con el mango de sección circular y el extremo abierto o cóncavo, para trabajar la madera (vaciar zuecos, tallar platos y otros recipientes, etc.).

En todos los casos (incluso en los martillos ibéricos de Ullastret y Saus), se trata de piezas destinadas a trabajos corrientes de carpintería e incluso de herrería, puesto que es lógico disponer de este instrumento básico en cualquier taller dedicado a estas actividades, por sencillo que fuera. No documentamos, a nuestro entender, ninguno que pudiera formar parte del equipo de un cantero, aunque el nº 4 de la fig. 92, con el extremo curvado, más bien parece un pico, y el primero de la misma figura ha sido considerado como una azada de hoja curva (Palol 2004, 82).

Fig. 91: 3. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.085 (Palol 2004, 85, fig. 121: 30). Transición siglos VII-VIII (680720). Pieza en forma de L y un extremo doblado. El otro extremo termina en forma de paleta más ancha, afilada, mientras que el tallo del tronco tiene forma más bien cuadrada (el óxido no lo deja ver). Parece una especie de gubia o formón para trabajar la madera. Publicado erróneamente como llave (Palol 2004, 85, fig. 121: 30), al ser confundido con la referencia 107.043 del mismo yacimiento.

Entendemos que sus tamaños no son los más comunes ni seguramente los más adecuados para un martillo, puesto que el nº 1 mide casi 15 cm. de longitud y el nº 4 unos 12 cm. No obstante, sobretodo el primero de ellos, adopta la forma clásica de un martillo, aunque de mayores dimensiones y, en cambio, no sabemos reconocer en él las características más usuales de las azadas, azadones, picos y otras herramientas para cavar. Es cierto que el óxido acumulado ha alterado bastante su aspecto y que incluso podríamos considerarlo como una piqueta, con la parte delantera de la hoja horizontal y la posterior vertical respecto al mango. Pero en este caso sería un instrumento quizás demasiado pequeño. Es bastante raro.

Fig. 91: 4. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.084 (Palol 2004, 84, fig. 121: 24). Transición siglos VII-VIII (680720). Pieza con la parte central ancha y acanalada; el otro extremo adelgazado en forma de espiga para ir fijado a un mango de madera. Parece un formón o gubia de carpintero, aunque se ha señalado su posible relación con tareas de fundición o herrería (Palol 2004, 84), opinión que a nuestro juicio es incorrecta.

Tampoco podemos considerar absolutamente normal el otro martillo/pico de sección cuadrada y parte del orificio del mango conservada en su extremo posterior (fig. 92: 4). La situación del agujero respecto a la curva que describe el pico no es la adecuada para fijar el mango, puesto que éste quedaría horizontal, de través, girado 90º respecto al plano de la pieza, o bien se trataría de un pico o martillo torcido hacia un lateral. Algo también rarísimo. Aunque tanto o más lo es el martillo con dos orificios para el mango (fig. 92: 2). No se entiende esta peculiaridad, que no es accidental, a no ser que se tuviera la intención de insertar un mango con dos espigas con el objeto de evitar que la cabeza girara accidentalmente sobre el eje circular de un solo mango; algo que, por otro lado, se habría podido evitar simplemente con un orificio rectangular. En cuanto a su función, da la impresión que se trata de una herramienta de herrero o forjador, a juzgar por la forma estrecha en que termina su extremo, propio para trabajos de repujado y martilleado de metal. Sus dimensiones, bastante regulares (8,2 cm.), lo convierten en un martillo de tamaño mediano, prácticamente

Fig. 91: 5. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.985. Transición siglos VII-VIII (680-720). Fragmento de gubia para el trabajo de la madera, de sección acanalada y muy delgada. Ha perdido el extremo inferior y la parte superior. Fig. 91: 6. Els Ametllers - Tossa de Mar (Sanahuja, 1971, 78 y 101-102, fig. 28: 1). Aparecida fuera de contexto, con cronología indeterminada. Formón para cortar, pulir o trabajar la madera, de hoja ancha y espiga delgada para insertar al mango.

Martillos No deja de ser curioso y hasta cierto punto sorprendente que todos los martillos o instrumentos similares que hemos identificado (cuatro en total), procedan del castro de Puig

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CONSTRUCCIÓN

polvo que posteriormente formó aquella masa. Rellenado el vacío interno con silicona, el resultado fue un martillo pata de cabra de forma perfecta. No forma parte del utillaje procedente de una uilla, pero por su interés hemos considerado adecuado incluirlo en el catálogo.

igual que aquél ibérico de un silo de Saus, once siglos más antiguo. Al igual que los otros de Puig Rom, el último ejemplar también presenta unas peculiaridades particulares (fig. 92: 3). Su forma y perfil pueden considerarse muy normales, incluso muy actuales en cuanto a su diseño: con una cabeza ancha y gruesa en un lado y más delgada en el opuesto, adecuadas para dos funciones distintas. Sin embargo, no vemos el orificio en el que insertar el mango. Aparentemente, es una pieza compacta, maciza, sin perforaciones; aunque es posible que el agujero para el mango hubiera quedado taponado por el óxido acumulado siendo imposible distinguirlo con claridad.

CATÁLOGO Fig. 92: 1. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 14.811 (Palol 2004, 82, fig. 120: 15). Segunda mitad avanzada del siglo VII o inicios del VIII (680-720). Martillo de hierro (¿o pico?), con perforación central rectangular para fijar el mango. Ha sido también considerado como una azada de hoja curva (Palol 2004, 82, nº 15), aunque da la impresión de que en el texto existe un error en la descripción del objeto.

En último lugar debemos señalar una pieza mixta, rara en los repertorios más comunes, procedente del pecio de Culip IV, Cadaqués, cuyo hundimiento se sitúa entorno el año 80 de nuestra era. Se trata de un completo martillo pata de cabra, utilizado específicamente para arrancar grandes clavos, a juzgar por su tamaño (fig. 92: 5). Su recuperación e identificación fue posible a partir del vaciado de una masa informe de óxido, en el interior de la cual se identificó, mediante rayos X, la forma dejada por la herramienta, totalmente desaparecida y convertida, precisamente, en el

Fig. 92: 2. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.077 (Palol 2004, 84, fig. 121: 25). Transición siglos VII-VIII. Pieza extraña. Martillo con dos agujeros y el extremo delgado en forma de cuña, como para golpear sobre metal. Uso desconocido, aunque probablemente se trata de un martillo de herrero al que se dotó de dos orificios para una mejor sujeción del mango.

Fig. 92. 1 a 3: martillos; 4: pico-martillo; 5: martillo pata de cabra.

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CONSTRUCCIÓN

ni un capricho, ni siquiera podemos pensar que es consecuencia del deterioro de la herramienta, a pesar de que las tenazas de Puig Rom conservan una enorme cantidad de herrumbre que ha alterado su aspecto. La forma curva, casi ganchuda del extremo de uno de sus brazos, facilita su mejor agarre y sobretodo la apertura de la pinza mediante un ligero movimiento del dedo meñique; una función parecida a la de los ojales de las tijeras.

Fig. 92: 3. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.935. Transición siglos VII-VIII (680-720). Martillo con un lado de sección rectangular y el otro aún más estrecho y plano. Ideal para repujado de delgadas placas de metal, aunque sus dimensiones son bastante considerables, parecidas a las del nº 1. Fig. 92: 4. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.986 (Palol 2004, 82, fig. 120: 14). Transición siglos VII-VIII (680720). Roto en la parte posterior, donde se ve el comienzo de lo que fue el agujero para ir fijado al mango (posición rara). El aspecto general es el de un martillo o pico de sección cuadrada, delgado, pero muy robusto. Los hay que tienen usos militares. También ha sido considerada como una azada ancha o un pico. No deja de ser una pieza rara y de difícil interpretación. Fig. 92: 5. Pecio de Culip IV (Nieto et al. 1989, 212, fig. 153: 2; Geli & García 2007, 355). Pecio fechado hacia los años 70-80. Utensilio de hierro procedente del pecio de Culip IV, en forma de escoplo con dos púas. De hecho, se trata de un martillo pata de cabra; herramienta utilizada exclusivamente para arrancar clavos de maderas y tablas.

Tenazas Las tenazas, un instrumento que podríamos considerar inherente a cualquier taller o actividad de forja y manipulación del hierro (un excelente ejemplo en el relieve del herrero de Aquilea), constituyen un objeto hasta cierto punto raro, no sólo en esta región, pero no por ello desconocido. Disponemos de tres notables ejemplares, milagrosamente conservados en su integridad y pertenecientes a épocas diversas: último cuarto del siglo III, mediados del siglo V y transición entre los siglos VII y VIII. No conocemos ejemplares más antiguos, aunque tenemos referencia de unas tenazas de Ampurias parcialmente conservadas (Sanahuja 1971, 75).

Fig. 93. Estela de un comerciantes de cuchillos e instrumentos de hierro (tijeras, cuchillos, tenazas, sierras de marco, martillos, etc.). Ostia.

Esta solución se adoptó en época romana en otros instrumentos similares. Si observamos el relieve del comerciante de cuchillos de Ostia, entre sus diversos instrumentos de corte (cuchillos, tijeras, incluso sierras de carpintero), muestra las herramientas de un herrero, entre las que destacan unas tenazas que más bien parecen unas modernas tijeras de podar (fig. 93). En el extremo de uno de sus brazos podemos observar con toda claridad la forma ganchuda. Este gancho permanecerá en este tipo de instrumentos, y sobretodo en las tijeras de podar o en las utilizadas para cortar finas láminas de latón e incluso de bronce, hasta fechas muy recientes. Era un apéndice práctico en una época en la que de desconocía el muelle o resorte fabricado con una lámina de acero, como el que desde el siglo XIX suelen llevar las podaderas.

Las tres tienen en común su forma: dos piezas de forma sinuosa, con una curva en su extremo superior, contrapuestas, de modo que la unión de ambas mediante un clavo reblado en su centro permite la apertura o cierre de la pinza superior y las convierten en un instrumento adecuado para sujetar otros objetos, arrancar clavos, etc. En este sentido, es enormemente instructivo observar con detalle el relieve del herrero de Aquilea (fig. 5 y 6). En su parte central aparece el forjador sosteniendo un objeto mediante unas tenazas en su mano izquierda, mientras lo golpea con el martillo de su mano derecha. Ante si, un detalle ampliado de las herramientas que le son imprescindibles: en primer lugar, las tenazas.

Normalmente, las modernas tenazas suelen tener su extremo superior más o menos ancho y con un filo cortante, de modo que, además de poder ser utilizadas para arrancar pequeños clavos, incluso pueden cortar alambre. Esta peculiaridad no puede ser comprobada en las tres tenazas romanas o visigodas de nuestro catálogo; pero da la impresión de que su extremo no era tan afilado. Podemos deducirlo a partir de la sección de sus pinzas, estrecha y acabada de forma abrupta, por lo que es posible que se utilizaran más en el

Para facilitar la prensión del instrumento y hacer más cómodo y eficaz el acto de abrir y cerrar las tenazas, dos de ellas tienen uno de sus brazos con el extremo inferior ligeramente doblado (fig. 94: 2 y 3). No es una casualidad,

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – LA CONSTRUCCIÓN

trabajo de la herrería –para retirar del fuego y sostener piezas de hierro candente sobre el yunque-, que para otros usos. En realidad, Palol relaciona las tenazas y otros pequeños instrumentos de Puig Rom con las actividades habituales de un taller de forja o fundición (Palol 2004, 84, nº 23; Palol 2005, 510; Navarro 2005, 558).

en cuenta su forma y tamaño (23 cm de longitud la de Sarrià y 32 cm la de Ampurias), no podemos aceptar en modo alguno este supuesto uso del instrumento. Estas paletas, por otro lado, han sido introducidas en las tareas de jardinería en época moderna y no se documentan entre los aperos de labranza de estas tierras antes de la mecanización.

En cualquier caso, su presencia en uillae romanas o en el castro de Puig Rom, eminentemente dedicado a la actividad agrícola y ganadera, no debe ser nada extraña. Ya hemos comentado y repetido en ocasiones anteriores lo habitual que era disponer de las herramientas suficientes y necesarias para cubrir todas las eventualidades, incidencias y vicisitudes que cotidianamente podían surgir. Ya hemos visto que todos los agrónomos insisten en la necesidad de disponer de todas las herramientas adecuadas. En Vilauba, las tenazas aparecieron bajo los escombros del incendio de la despensa, junto con otros instrumentos que ya hemos comentado, con una cronología de los últimos decenios del siglo III (fig. 94: 1). Las de Pla de Palol, una uilla situada junto al mar, aparecieron junto con otros elementos de hierro –y una considerable cantidad de escoria de hierro en diversos estratos- en los niveles de abandono fechados a mediados del siglo V (Nolla, ed. 2002, 207). Las de Puig Rom, como la mayor parte del material arqueológico, recuperado, corresponden a la fase de abandono (680-720), ignorándose si llevaban muchos años usándose. Fig. 94. Relieve funerario del constructor Gailus, hijo de Getulus, con los atributos de su oficio. La paleta de su mano izquierda es idéntica a la de la villa del Pla de l’Horta (fig. 99, 4). Museo Rolin en Autun.

CATÁLOGO Fig. 94: 1. Vilauba – Camós, 10-V-87-531-43 (Castanyer & Tremoleda 1999, 318. lám. 125: 2; Castanyer & Tremoleda 2007, 39). Segunda mitad del siglo III. Tenazas largas, con los brazos algo doblados o torcidos y abiertos en los extremos. Las dos mitades están unidas con un remache central.

En cambio, existe documentación suficiente para identificar este instrumento como una auténtica paleta de albañil, que adopta la forma exacta que otros ejemplares de época romana y, de forma muy específica, la que sostiene en su mano izquierda el constructor Gailus en el relieve que hemos citado en un apartado anterior, cuando comentábamos la cuestión de sierras y azuelas (fig. 74 y 94). La paleta que el maestro de obras sostiene con su izquierda es tan semejante a la de Pla de l’Horta que podríamos creer que es la misma, a pesar de la distancia: una paleta con la hoja más bien ovalada, acabada en punta roma y con el mango describiendo una curva antes de que la espiga se inserte en su complemento de madera. La parte posterior de la espiga aparece, al igual que en muchos podones, cuchillos y otros instrumentos dotados de un mango de madera, doblado hacia abajo. Es un claro indicio de la presencia de dicho mango, como es normal en una paleta.

Fig. 94: 2. Pla de Palol – Platja d’Aro, UE 1395 (Nolla, ed. 2002, 210, fig. 157: 19). Mediados del siglo V. Tenazas de tamaño regular o mediano, completas, con un brazo recto y otro con el extremo con una terminación curva, en forma de gancho para asirlo mejor con la mano. Fig. 94: 3. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.083 (Palol 2004, 84, fig. 121: 23). Transición siglos VII-VIII (680720). Tenazas actualmente soldadas en una sola pieza a causa del óxido; similares a las de época romana (e incluso actual), con uno de los brazos doblado hacia afuera.

Paleta de albañil, compás y plomadas

En íntima relación con el trabajo de albañil, debemos señalar la rara presencia de dos plomadas; una de ellas íntegramente de plomo y la otra con un núcleo de hierro. Ambas de forma cónica, como una peonza, y halladas en niveles relativamente tardíos de dos importantes villas de la región: Pla de Palol y els Ametllers (fig. 99: 6 y 7). La presencia de plomadas de albañil en cualquier tipo de yacimiento es rara, aunque a menudo las vemos en estelas funerarias y otras representaciones de la época, como el relieve del Caelio,

Únicamente conocemos un ejemplar de paleta de albañil procedente de esta región, concretamente, de la villa del Pla de l’Horta, Sarrià de Ter, en un estrato fechado con bastante precisión hacia la transición entre los siglos II y III (fig. 99: 4). En una publicación antigua, esta herramienta fue considerada, junto a otro ejemplar ampuritano, como una paleta de plantador (Sanahuja 1971, 75 y fig. 10). Teniendo

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83, fig. 49: 12; Casas & Soler 2003, 254, fig. 174: 20). Estrato de abandono de mediados o segunda mitad del siglo III. Compás, seguramente de cantero o carpintero. Está formado por dos brazos de sección plana, con el extremo superior redondo y el inferior aparentemente curvo, según puede deducirse del mejor conservado. Se unen mediante un remache circular en la parte superior.

Roma, junto a un escoplo, un hacha de cantero, un compás y un cartabón (fig. 97), o en el citado mosaico tunecino (fig. 86). En cuanto al compás, en el ámbito de nuestra investigación únicamente conocemos el de la villa de Tolegassos, Viladamat, de buena calidad, aunque lamentablemente incompleto. Se trata de un artilugio relativamente habitual e incluso imprescindible en según qué trabajos, como los relacionados con la carpintería o el tallado de piedra y, en general, con la construcción. A juzgar por la forma de los brazos, da la impresión de que se trataría de un compás con los extremos curvos, típico de los canteros; pero no es del todo seguro. Al fin y al cabo, podía ser usado por las distintas profesiones relacionadas con la construcción. Prueba de ello son las numerosas representaciones que vemos en relieves y estelas, de las que hallamos una amplia muestra en la clásica obra de Adam sobre la construcción romana (Adam 20085, 43, 96 y 103), unas relacionadas con el trabajo de la piedra y otras con el de la madera.

Fig. 99: 6. Ametllers – Tossa de Mar, ámbito 38, UE 1069. Segunda mitad del siglo III. Plomada de carpintero de forma cónica, como una peonza, con un núcleo que parece de hierro forrado con una capa de plomo que le proporciona su forma regular.

Fig. 95. Relieve de un constructor o cantero. Copia del Museo della Civiltà Romana.

Entre ellos, cabe citar los conservados en el Museo della Civiltà Romana y la del Museo de Siracusa, ambos pertenecientes a carpinteros constructores de carros (fig. 83 y 96). Un excelente repertorio podemos hallarlo entre los materiales de Pompeya (Adam 20085, 44, fig. 85), entre los cuales se encuentran diversos tipos y variantes de compases (largos, cortos, plegados, con la parte superior de los brazos formando un arco o un círculo, etc.), y que se repiten, entre otros instrumentos, en el relieve del llamado taller de carpintería de Minerva (fig. 98). Dentro del grupo probablemente reconoceríamos el de Tolegassos, en el supuesto de que sus brazos fueran rectos; una posibilidad que no debemos desdeñar. CATÁLOGO Fig. 99: 4. Pla de l’Horta - Sarrià de Ter (Sanahuja, 1971, 75 y 91, fig. 10: 1; Palahí & Vivó 1994, 166, fig. 4: C; Casas et al. 1995b, 111-113, fig. 84. Paleta algo curvada y punta redondeada, aunque es posible que haya perdido su extremo a causa del uso y el deterioro por el óxido. Hoja muy delgada, a pesar del óxido, pero completa y bien conservada. Mango acabado con punta doblada, indicio de que se completaba con un mango de madera.

Fig. 96. Estelas de constructores de carros, ambas con un compás. Museo della Civiltà Romana y Museo de Siracusa (dibujo de Adam 20085).

Fig. 99: 5. Tolegassos – Viladamat, VT-2010 (Casas 1989,

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específica. Teniendo en cuenta la escasa longitud de las puntas, poco peso podían sostener sin desprenderse. Más bien parece que se trataría de piezas o grapas destinadas a unir dos tramos de madera, a modo de refuerzo en los ángulos o puntos de unión, que incluso podrían haber sido ensamblados mediante cualquiera de los numerosos modos utilizados en carpintería. Esta función correspondería a la mayor parte de los ejemplares pertenecientes a todo el período estudiado, incluso a los de época visigoda, algunos de los cuales presentan unos extremos más romos, mientras que en otros son muy afilados, por lo que podemos ver a pesar de la capa de óxido que recubre casi todas las piezas estudiadas.

Fig. 97. Relieve con instrumentos de un albañil o un cantero: plomada, escoplo, hacha doble, compás y cartabón.

Otras grapas son más raras, con una función menos clara; seguramente más específica para trabajos o usos muy concretos. Dos de la villa de Tolegassos, por ejemplo, son grapas de cuatro púas, como una especie de arañas, que fácilmente podrían clavarse sobre una superficie de madera (fig. 100: 2 y 3). La primera con la cabeza cuadrada y plana; la segunda, con la parte superior circular y las puntas abiertas. Ambas son de época augustea.

Fig. 99: 7. Pla de Palol – Platja d’Aro, UE 11220 (Nolla, ed. 2002, 153). Inicios del siglo V. Plomada de 3 cm. de ancho y 5 cm de altura, de plomo en la parte externa y con un núcleo de hierro del que sobresale una parte que originalmente terminaría en una anilla a la que fijar un cordel.

La forma más común y habitual, que veremos a lo largo de un larguísimo período, hasta inicios del siglo VIII, consiste en una varilla de longitud variable (en todo caso, en relación con su grosor), tan ancha en su parte central como en las puntas de ambos extremos, de sección circular, rectangular, cuadrada o ligeramente trapezoidal. A veces, con las puntas afiladas y de la misma longitud que el tallo transversal; en otras ocasiones, con el tallo considerablemente más largo, y pocas veces con éste ligeramente arqueado. La mayor parte de las variantes y ejemplares localizados proceden de contextos alto-imperiales o visigodos, como la colección de Pla de Palol que se fecha hacia mediados del siglo V (fig. 100: 7 a 10), la gran grapa de Sant Julià de Ramis (fig. 100: 11), y las del castro de Puig Rom, algunas de ellas idénticas a la anterior, fechadas todas hacia la transición entre los siglos VII y VIII (fig. 100: 12 a 16).

Fig. 98. Relieve de una carpintería bajo la protección de Minerva, con diversos instrumentos colgados de la pared (sierras, cartabón, compás para medir grosores, etc.). Roma.

Grapas Las grapas, en sus distintas formas y variantes, son otro de los elementos complementarios de la construcción, relacionadas básicamente con las estructuras de madera, de forma similar a cómo lo están las abrazaderas que hemos tenido ocasión de analizar en páginas precedentes. Por regla general, adoptan la forma de una varilla o un tallo más o menos largo, con ambos extremos puntiagudos y doblados en ángulo recto. En ocasiones, en lugar de una varilla estrecha, el cuerpo está formado por una lámina más ancha, de sección rectangular, plana y robusta, que se estrecha en cada extremo para adoptar la forma puntiaguda de sección circular. Sería el caso de un ejemplar de época augustea procedente de Tolegassos (fig. 100: 1), de considerables dimensiones, o del de menor tamaño hallado en el mismo yacimiento, pero de la segunda mitad del siglo III (fig. 100: 6); y el del Collet de Sant Antoni, Calonge, fechado hacia el segundo cuarto del siglo I, aunque algo deteriorado y con los extremos abiertos (fig. 100: 4).

Lamentablemente, en las respectivas publicaciones no aparecen informaciones ni interpretaciones sobre su función específica, puesto que de la simplicidad de las piezas poco puede deducirse. De las de Puig Rom, una vez colocadas en el apartado de los objetos metálicos relacionados con la construcción, tablones y vigas, se clasifican como barritas con los extremos doblados (Palol 2004, 88), y sirven de paralelo a la de Sant Julià de Ramis, correctamente interpretada como una grapa (Burch et al. 2006, 115). Poco más podríamos añadir para aportar luz a la cuestión. CATÁLOGO Fig. 100: 1. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2063. Augusto. Pieza rectangular, ancha y acabada con dos puntas dobladas en ángulo recto, como una especie de grapa que iría fijada sobre una tabla de madera.

Las tres tienen en común esta forma plana y ancha en su parte central y las puntas cortas. Sin duda iban clavadas sobre una pieza de madera, pero ignoramos su función

Fig. 100 2. Tolegassos – Viladamat, VT-2096 (Casas & Soler 2003, 56, fig. 29: 13). Augusto.

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Fig. 99. 1 a 3: tenazas. 4: paleta de albañil; 5: compás: 6 y 7: plomadas.

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Una especie de grapa de forma cuadrada, con cuatro puntas (una en cada ángulo), ligeramente dobladas.

emplearía para unir o sujetar mejor las uniones de grandes tablas o quizás vigas de madera.

Fig. 100: 3. Tolegassos – Viladamat, VT-2096 (Casas & Soler 2003, 56, fig. 29: 14). Augusto. Como una especie de grapa o chincheta formada por dos piezas en forma de letra omega unidas o soldadas por su centro. Uso indeterminado.

Fig. 100: 12. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.924. Transición siglos VII-VIII (680-720). Pieza curvada en forma de herradura o de letra pi. Seguramente es una grapa del mismo tipo que las nos 8 y 9, destinada a ir clavada sobre una tabla de madera o una superfície similar.

Fig. 100: 4. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Forma algo extraña, pero similar a las grapas de hoja ancha y extremos en forma de punta cilíndrica y doblados para poder ser clavados sobre una superficie de madera.

Fig. 100: 13. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.936. Transición siglos VII-VIII (680-720). Grapa de medianas dimensiones, en forma de letra pi, con una de las púas rotas. Aparentemente, tenía la misma longitud que anchura.

Fig. 100 : 5. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 25-50 d.C. De pequeño tamaño, adopta la forma de una grapa con una de las puntas rota. La otra es muy puntiaguda y toda la pieza de sección ligeramente circular.

Fig. 100: 14. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.938 (Palol 2004, 88, fig. 123: 53). Transición siglos VII-VIII (680-720). Pieza alargada, de sección rectangular en el centro y triangular en cada extremo. Es prácticamente idéntica a la procedente de Sant Julià de Ramis (nº 11), incluso en sus dimensiones. Aún tratándose de una grapa, es hasta cierto punto extraña la sección casi triangular de ambos extremos.

Fig. 100: 6. Tolegassos – Viladamat, VT-2002 (Casas & Soler 2003, 221, fig. 147: 22). Mediados o segunda mitad del siglo III. Una pequeña grapa, con la parte superior ancha y de forma rectangular y con las puntas más estrechas, casi circulares y dobladas prácticamente en ángulo recto.

Fig. 100: 15. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.984 (Palol 2004, 88, fig. 123: 54). Transición siglos VII-VIII (680-720). Grapa de forma clásica, sección rectangular en el centro o parte superior y los dos extremos cortos y romos a causa del desgaste y el óxido (demasiado dañada para apreciar otros detalles).

Fig. 100: 7. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1084 (Nolla, ed. 2002, 210, fig. 157: 16). Mediados del siglo V. Pieza doblada en forma de grapa, delgada y de sección plana. Quizás sea una pequeña abrazadera, aunque su forma difiere de las otras documentadas en la región y se asemeja más a una grapa. Incluso existe la posibilidad de que se trate de una herramienta deteriorada y doblada.

Fig. 100: 16 Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.050 (Palol 2004, 91, fig. 147 y 148). Transición siglos VII-VIII (680-720). Conjunto de dos grapas en forma de C, de pequeño tamaño, sección rectangular o plana y puntas cortas en cada extremo, parecidas a los ejemplares más antiguos, como el del Collet de Sant Antoni (nº 5).

Fig. 100: 8. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1043 (Nolla, ed. 2002, 210, fig. 157: 17). Mediados del siglo V. Grapa de sección rectangular y puntas bien afiladas para poder ser clavada sobre una pieza de madera. Fig. 100: 9. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1395 (Nolla, ed. 2002, 210, fig. 157: 15). Mediados del siglo V. Pieza en forma de grapa, de sección plana o rectangular, con los extremos algo más delgados, acabados en punta, aunque rotos.

Tubos y piezas discoidales Hemos optado por esta denominación para designar un pequeño conjunto de objetos, once en total, que adoptan una forma tubular (más larga o más corta, de mayor o menor diámetro), y que no pueden confundirse con las clásicas anillas, arandelas o regatones que analizamos en sus correspondientes apartados. Añadimos, además, una pieza discoidal de uso impreciso, procedente de un estrato de la segunda mitad del siglo I a.C., de Mas Gusó. Tiene una perforación en su centro, lo cual indica que seguramente estaba clavada sobre una madera; y en la parte superior una especie de protuberancia en forma de pequeña aguja o saliente agudo (fig. 101: 1).

Fig. 100: 10. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1395 (Nolla, ed. 2002, 210, fig. 156: 13). Mediados del siglo V. Pequeña grapa en forma de C muy abierta y sección plana. A causa del óxido, las puntas han quedado deterioradas y presentan un aspecto romo poco habitual. Fig. 100: 11. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2256 (Burch et al. 2006, 115, fig. 98: 3). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Grapa con la parte más larga de sección cuadrada y los extremos más planos. Un modelo repetido a menudo en época romana y sobre todo visigoda (ver ejemplar de Puig Rom), de uso indeterminado, aunque suponemos que se

Sin duda, los objetos de este apartado son muy diversos entre si y con toda probabilidad tuvieron unas funciones dispares, cada uno según su forma concreta. En pocas oca-

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Fig. 100. Diversos tipos de grapas, seguramente con distintas funciones.

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Pequeño tubo, roto en la unión, de forma cilíndrica.

siones tendremos elementos suficientes o lo bastante claros para determinar cual era su utilidad. Las notas y referencias que dejaron consignadas los investigadores que las publicaron por vez primera no son de demasiada ayuda, puesto que ellos, al igual que nosotros, tampoco disponían de indicios claros para resolver esta cuestión. En otra ocasión consideramos que las anillas de Pla de Palol de forma tubular, más anchas y gruesas que las simples anillas en forma de alambre o de eslabón, habrían sido utilizadas para unir dos piezas de madera (Nolla, ed. 2002, 159-160).

Fig. 101: 3. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1399 (Nolla, ed. 2002, 211, fig. 156: 11). Mediados del siglo V, aunque quizás es de una época anterior. Anilla ancha y de sección plana, como un tubo con los dos extremos doblados para poder ser apretados y sujetados a modo de abrazadera. Debía ir fijada sobre una barra de madera. Fig. 101: 4. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE 1399 (Nolla, ed. 2002, 209-210, fig. 156: 10). Mediados del siglo V. Anilla ancha y de sección rectangular, plana. Aparentemente, de una sola pieza, puesto que no se aprecia el punto de unión o soldadura de ambos extremos.

Es muy posible que ésta sea la explicación más adecuada, aunque, más que para unir dos piezas, más bien creemos ahora que se trataría de refuerzos de barras, postes o vigas de estructuras de madera (en el caso de Pla de Palol, de la propia casa), e incluso para varas de carros o de cualquier otro objeto mueble. Parece bastante claro que el nº 3 es una especie de abrazadera, aunque con sus extremos rotos, que tendría la función ya señalada. Los nos 4, 5 y 7, aunque en diversos grados de conservación o deterioro, siguen el mismo ejemplo que el primero.

Fig. 101: 5. Mas Gusó, MG-3005 (Casas & Soler 2004, 240, fig. 193: 8). Primera mitad del siglo III. Fragmento tubular, como de una anilla o pieza en forma de canal, rota por ambos extremos y de uso indeterminado. Fig. 101 : 6. Hort d’en Bach – Maçanet de la Selva, UE 8002. Mediados del siglo V. Fragmento de tubo circular o cilíndrico, de paredes verticales. No parece que formara parte de ningún regatón.

En cambio, los de menor tamaño, todos ellos rotos e incompletos, parecen auténticos fragmentos de tubo -aunque uno de ellos tiene el lateral abierto-, cuya función se nos escapa (fig. 101: 2 y 6). Proceden de contextos cronológicos muy diversos, desde el siglo I hasta el siglo V. Los de Puig Rom, que aparentemente adoptan la forma de pequeños anillos, ninguno completo, tampoco pueden ser identificados (fig. 101: 8 a 10). Podríamos pensar, en algunos casos, que quizás serían fragmentos de conteras o regatones; pero el hecho de que tengan una forma cilíndrica y no ligeramente cónica, nos inducen a descartar esta opción. Como veremos en su momento, los regatones adoptan una forma algo diferente.

Fig. 101: 7. Pla de Palol - Platja d’Aro (Nolla, ed. 2002, 209, fig. 155: 5). Mediados del siglo V. Anilla de sección plana o, más bien, un tubo con un extremo abierto. Probablemente iba fijado entorno un poste o barra de madera. Fig. 101: 8. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.853 (Palol 2004, 91, fig. 127: 183). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Un tubo corto y estrecho como un anillo ancho, seguramente para ser colocado sobre un asta de madera.

En cuanto a la última pieza tubular, también procedente de este establecimiento visigodo, se elaboró enrollando una lámina de metal de una forma algo irregular, con un acabado bastante deficiente (fig. 101: 11). Al parecer, se encontró en el extremo de una punta de lanza (Palol 2004, 86), por lo que es posible que formara parte del arma; quizás como un refuerzo del asta de madera, aunque es poco probable. En un estudio sobre el armamento de Sant Julià de Ramis y Puig Rom, no se tiene en cuenta (García & Vivó 2003).

Fig. 101: 9. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.854 (Palol 2004, 91, fig. 127: 187). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Fragmento de anillo de tubo pequeño, como el de la referencia anterior. Fig. 101: 10. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.855 (Palol 2004, 91, fig. 127: 185). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Anillo de hierro roto, pequeño y estrecho, como los de las referencias anteriores.

CATÁLOGO Fig. 101: 1. Mas Gusó - Bellcaire Empordà, MG-3132. Augustal o segunda mitad del siglo I a.C. Asociado a clavos de hierro normales, ánfora Pascual 1 y derivados de cerámica de engobe blanco. Disco de hierro, totalmente plano y con un agujero ligeramente rectangular en el centro. En un extremo (o en el lateral), sobresale una especie de púa triangular que no parece causada por el óxido de la pieza, sino un añadido expreso o quizá el inicio de una espiga, mango, asa, etc.

Fig. 101: 11. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.937 (Palol 2004, 86, fig. 122: 46). Segunda mitad avanzada del siglo VII (680-720). Tubo de hierro formado con una lámina enrollada sobre si misma, más estrecha en un extremo que en el opuesto. Al parecer, se halló asociada a una lanza y es posible que formara parte de la misma, a modo de asidero en el centro del asta o quizás como un sencillo regatón.

Fig. 101 : 2. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 25-50 d.C.

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Fig. 101. Disco, tubos y abrazaderas de uso indeterminado.

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años del siglo VIII. Podemos constatar, observando las cronologías que consignamos en el catálogo, que se agrupan en dos períodos principales a los que pertenecen la mayor parte de las armas: siglo I a.C. y época visigoda. Entre ellos, durante el Alto y Bajo Imperio, aparentemente existe un gran vacío, explicable por la inexistencia de tropas y grandes guarniciones en un territorio sin conflictos documentados, en el que la vida ciudadana y campestre se desarrollaba en una pacífica monotonía.

3.4. Armas El estudio del armamento antiguo, y no sólo el de época romana, ha gozado tradicionalmente del favor de los investigadores, los cuales han dedicado centenares de obras, artículos y todo tipo de publicaciones a esta materia, algunas de ellas altamente especializadas. La ancestral atracción que ha experimentado el hombre por las armas -que incluso han sido y son objeto de colección-, la investigación sobre su origen, uso y evolución, y una manera de contar la Historia que hasta hace no demasiadas décadas hacía hincapié en la relación de emperadores, reyes y batallas, son quizás los responsables de esta situación. En comparación con las publicaciones dedicadas al armamento, las que se centran en las herramientas y objetos de uso civil, laboral, artesano o agrícola, ni siquiera representan el uno por ciento del total. Los objetos de hierro de tipo doméstico forman parte, normalmente, del conjunto de materiales que han aparecido en una excavación, como un apartado más y hasta cierto punto secundario, que se publica junto al material cerámico, los objetos de hueso o las monedas. Y, sin embargo, en el conjunto total de instrumentos de hierro de todo tipo procedentes de no importa qué zona, las armas suelen tener (con excepciones), un peso específico insignificante. Prueba de ello es el presente estudio. De los 594 objetos estudiados, sólo 38 pueden ser asociados al armamento, a parte de algunos cuchillos de época visigoda cuya función, como ya habíamos señalado, pudo ser doble. Podría aducirse que el escaso número es debido al ámbito objeto de estudio: el mundo rural. No debemos olvidar, no obstante, que incluimos un puesto militar, un castellum, y el castro de Puig Rom, ambos muy tardíos, de los que proceden más de la mitad de las armas estudiadas. El panorama tampoco es diferente para el período ibérico, que solo tratamos tangencialmente y centrado casi exclusivamente en el oppidum de Mas Castellar, Pontós, por el hecho de que la mayor parte de sus objetos férreos proceden de niveles de abandono fechados hacia la primera década del siglo II a.C., cuando las legiones romanas hacía más de dos décadas que ocupaban el territorio, y constituyen los antecedentes inmediatos del instrumental y herramientas agrícolas cuyo uso se extenderá durante los siglos posteriores. Dentro del conjunto, las armas son muy escasas (Rovira & Teixidor 2002).

Fig. 102 y 103. Mosaicos con escenas de caza con lanzas. Villa del Casale (Sicilia) y de una villa tunecina (Museo del Bardo).

Los pocos ejemplares de armas procedentes de niveles arqueológicos fechados en los tres o cuatro primeros siglos de nuestra era posiblemente deberían estudiarse desde una lectura no bélica, sino cinegética. Las actividades venatorias eran habituales a lo largo de todo el período. En el ámbito local, lo demuestran los restos de fauna de animales considerados de caza mayor (jabalíes, corzos o ciervos, etc.), e incluso de caza menor que suelen aparecer frecuentemente en las escombreras y vertederos de las uillae. En un ámbito más genérico, todos recordamos los excelentes mosaicos con escenas de caza que a partir de determinado momento se popularizan en cualquier punto del Imperio (fig. 102 y 103),

Su escasez no significa su inexistencia, ni que los objetos de armamento hallados carezcan de interés. Todo lo contrario. En las figuras 105 y 106 incluimos todas las armas conocidas hasta la fecha y publicadas, procedentes de niveles fechados entre inicios del siglo I a.C. y los primeros

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Fig. 104. Sarcófago de la caza, fechado entorno el 330. Musée de l’Arles Antique.

o el extraordinario sarcófago de la caza, conservado en el Museo de l’Arles Antique (fig. 104). Algunas puntas de lanza podían haber tenido esta función, del mismo modo que otras semejantes, estudiadas en un apartado anterior, formarían parte de las picanas de los boyeros.

silos y un fondo de cabaña aún no excavado, cuyo abandono se sitúa dentro del primer cuarto del siglo I a.C. En él apareció una punta de pilum casi completa, doblada en su extremo superior, así como el regatón de hierro de la parte inferior del asta (fig. 105: 1 y fig. 107: 2).

Por el contrario, aquellas localizadas en estratos del siglo I a.C. hasta el principado de Augusto, así como las de época visigoda, tienen un carácter claramente bélico. Al primer período corresponden diversos pila, mientras que al segundo, las puntas de lanza de diferentes tipos, asideros de escudo, quizás algunos cuchillos y con toda probabilidad las hachas franciscas estudiadas en un apartado precedente. Analizaremos las no estudiadas hasta el momento.

El otro yacimiento, también de tipo rural, que ha proporcionado un número inusual de pila es el Olivet d’en Pujol, Viladamat. Durante la campaña de 2009 se excavó un silo cuyo abandono y colmatación debe fecharse en época de Augusto, hacia el último cuarto del siglo I a.C. En el fondo del silo, bajo los restos casi completos de dos bóvidos, aparecieron los elementos metálicos de un carro, ya estudiado, junto a las puntas y parte de la espiga de cinco o quizás seis pila (fig. 105: 2 a 7), uno de ellos ciertamente dudoso, ya que tiene un tamaño y peso considerablemente superior al resto.

Hay que añadir a estos hallazgos el descubrimiento reciente de tres puntas de lanza en contextos tardo-republicanos que de momento no han sido publicadas. Una procede del oppidum de Kerunta (Sant Julià de Ramis), de un estrato que cabría fechar hacia mediados del siglo II a.C.; otra del enclave rural indígena de Can Castells (Vidreres) (Frigola & Roncero 2010, 125-128), de los primeros años del siglo I a.C.; y una última localizada en uno de los silos del Camp del pla de Sant Esteve (Vilademuls) (Codina 2010, 131). Estos recentísimos hallazgos se inscriben, como podemos ver, en el primero de los dos períodos que han proporcionado armamento.

Debemos señalar, además, un último ejemplar aparecido en la uilla del Hort d’en Bach, Maçanet de la Selva, en un contexto fechado hacia la primera mitad del siglo III, pero adoptando la forma característica de los ejemplares tardorepublicanos y augustales, aunque de menores dimensiones que los anteriores. (fig. 105: 8). Todos adoptan la misma forma: un largo y delgado vástago de hierro que termina en una punta no demasiado larga y de forma piramidal (sección cuadrada), muy robusta. Una variante de pilum que quizás no es la más extendida (suelen tener forma de punta plana con aletas parecidas a las flechas), pero tampoco inhabitual, puesto que documentamos paralelos en el campamento de La Muela (Peralta 2007, 504), también de tipo piramidal en Corporales, León, con cronologías situadas entre el 15/20 y el 60/70 (Fernández 2007b, 406), o en los dardos y proyectiles de Andagoste y Veleia (García & Sáez 2007, fig. 5: 3), entre los más representativos de un catálogo que no pretende en modo alguno ser exhaustivo.

Pila El arma arrojadiza por excelencia de las legiones romanas, el pilum, aparece con mayor frecuencia de lo que cabría esperar en este territorio y, lo que es aún más inusual, casi todos han sido hallados dentro de silos para el grano abandonados en establecimientos rurales sencillos, modestos y considerablemente pequeños, uno de los cuales con todas las características que serían propias de una pequeña granja indígena como las que, sobretodo durante el siglo II a.C., localizamos en diversos puntos de la zona. Nos referimos al yacimiento de Bordegassos (Vilopriu), formado por dos

En realidad, se trata de un tipo de punta ampliamente documentado en época republicana, que normalmente corresponde al pilum pesado, cuyo vástago puede adoptar algunas variantes, con una base hueca o tubular para insertar

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – ARMAS

Fig. 105. Diversos tipos de pila de época tardo-republicana (1 a 7) y alto-imperial (8 y 9).

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – ARMAS

arcaico, del siglo V a.C., por lo que debemos excluirlo. Sin embargo, no disponemos de paralelos seguros ni de otros elementos que nos permitan corroborar su cronología, que debemos basar en el contexto del estrato de procedencia.

un asta de madera, o bien con una lámina plana que se insertaría en el extremo del asta quedando perfectamente fijada con dos clavos remachados (Connolly 1997, fig. 1: C, D, E y K; y fig. 3: D, G y K), pero que indefectiblemente termina con una punta piramidal o de sección cuadrada, muy robusta. Ambas variantes aparecen en Valencia, Alesia y Oberaden (Connolly 1997, 46), Osuna y La Caridad (Sievers 1997, 273; Vicente, Punter & Ezquerra 1997, 183; Quesada 2007, 382), abarcando un período comprendido aproximadamente entre el 100 a.C. y el cambio de era. Esta forma perdurará, con pocas variaciones, durante el Alto Imperio, con puntas más o menos robustas y de diferentes longitudes (Feugère 1990, fig. 91), de las que documentamos algunas en la Península en contextos de la segunda mitad del siglo I (Fernández 2007b, fig. 1: 11).

Lanzas y flechas Casi todas las lanzas, a excepción de la primera, proceden de contextos muy tardíos: el castellum de Sant Julià de Ramis y el castro visigodo de Puig Rom. Únicamente la primera de la fig. 106 apareció en un estrato de la primera mitad del siglo I en una villa rústica: Tolegassos. Ya hemos señalado y estudiado en apartados anteriores un conjunto de objetos que adoptan la forma genérica de lanza o azagaya, y que relacionamos más bien con actividades agrícolas, instrumentos utilizados por los boyeros, etc. Aquellos son totalmente diferentes a los de este apartado, que agrupa puntas de diversos tipos de lanza diseñadas como tales y con el objeto expreso de producir heridas.

Se han publicado, en otras ocasiones, unos objetos de hierro que adoptan una forma parecida a los pila que acabamos de señalar: las barrenas para taladrar madera (los forêts de Ferdière 1988, vol. 2, 131; Adam 20085, 225). El extremo superior, que se insertaría en un mango de madera transversal, formando una T, tiene la misma forma piramidal que observamos en los pila de Els Bordegassos y del Olivet d’en Pujol. Sin embargo, sus tamaños pueden ser muy variados y el extremo inferior, más corto que en un pilum, termina en forma de cucharilla, como suele ser habitual en barrenas y gubias. Dejamos constancia de ello, puesto que es fácil la confusión entre ambos objetos cuando únicamente se dispone de la punta piramidal.

Las que consideramos como auténticas armas (independientemente de si su uso era venatorio o bélico), tienen varios elementos en común: su robustez, el sistema de fijación al mango mediante una espiga o base tubular y la forma de la hoja, con nervadura central o de sección romboidal. Otros aspectos, que se estudiaron detalladamente hace algunos años, se refieren a su denominación y función precisa, distinguiéndose entre jabalinas y lanzas de mano (García & Vivó 2003, 174-178). Observamos que los ejemplares de Tolegassos (siglo I) y los del castellum de Sant Julià de Ramis (transición siglos VII-VIII), tienen en común su forma estilizada, con una nervadura central que les confiere una gran resistencia combinada con su escaso peso. Sus dimensiones no tienen nada que ver con esta forma característica, que aparece en una hoja corta del castellum al lado de otra el doble de larga (fig. 106: 3 y 4).

En segundo lugar, tenemos serias dudas a la hora de clasificar el ejemplar de punta piramidal, más bien de sección octogonal, situada al extremo de un delgado vástago de sección circular, procedente del Olivet d’en Pujol (fig. 105: 6). Su peso es considerable, el doble que en el resto de pila, difícilmente manejable por una persona que pretendiera utilizarlo como arma arrojadiza, y sus dimensiones también son bastante mayores que las de cualquier otro pilum. Termina en una punta que el óxido ha convertido en roma, pero que adivinamos aguzada. Es posible que se trate de otro tipo de lanza o proyectil de catapulta, lo que aún hace más rara su presencia en el contexto del almacén de dolia del Olivet d’en Pujol.

En cambio, las cuatro hojas de Puig Rom tienen un aspecto totalmente diferente, a pesar de ser contemporáneas a las dos anteriores. Luego veremos los detalles más particulares de todas ellas y sus aplicaciones o modos de uso específicos. De momento, nos limitamos a constatar la diferencia genérica en su forma y concepción. Son lanzas mucho más robustas; en general, de mayor tamaño y con la hoja de sección romboidal, sin nervadura central. Sus dimensiones también suelen ser mayores que las de los ejemplares del castellum. Ambos conjuntos tienen en común el sistema de fijación del asta de madera, que iba insertado a la base tubular de la hoja (fig. 106: 5 a 8).

Finalmente, cabe señalar el hallazgo de una lanza absolutamente diferente a todas las demás, procedente del establecimiento rural de la Casa del Racó (Sant Julià de Ramis), en un contexto de la primera mitad del siglo IV. Por su estructura y morfología se trata de un pilum. Tiene un largo vástago metálico, delgado, de sección circular, pero terminado en una hoja larga y estrecha, afilada y con nervadura central, igual que las lanzas (fig. 105: 9). La longitud de la hoja dobla la de los pila de punta piramidal que hemos localizado en ámbitos del siglo I a.C., pero es más corta y estrecha que las típicas puntas de lanza de base tubular que reproducimos en la fig. 106. Este tipo de hoja es bastante característica, pero no exclusiva, de las armas arrojadizas más tardías, y no la hemos visto en los distintos repertorios de pila de época republicana que hemos consultado, a excepción de algún ejemplar itálico muy

Aparte de estas consideraciones sobre su morfología, que seguramente es el resultado de diferentes tradiciones en la forma de concebir estas armas, también deberemos tener en cuenta los diversos tipos bajo los que podrían ser agrupadas. Hasta cierto punto, cada una de ellas es diferente a las demás. Sin embargo, en aras a la brevedad y concisión, los reduciremos a los dos básicos que en un trabajo precedente fueron establecidos para el conjunto (García & Vivó 2003, 174-176.).

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Fig. 106. Lanzas, jabalinas y punta de flecha; excepto la nª 1, todas tardías.

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la otra lanza procedente del mismo yacimiento, contemporánea suya, cuyo tamaño es casi el doble (fig. 106: 4). En todo caso, deberíamos compararla con una de las lanzas de Puig Rom, de forma similar (fig. 106: 6), aunque difieren en dos puntos importantes: su sección, que en Puig Rom es romboidal, y en la base de la hoja, más abrupta en Sant Julià y casi imperceptible en Puig Rom, formando una sola línea continua, sinuosa, con la base tubular. Ésta es una lanza de hoja ancha, pesada, pero efectiva en el combate. Sus características son poco habituales en contextos del siglo VII, y se apartan de las que observamos en el resto de ejemplares.

En primer lugar, las puntas de jabalina, de menor tamaño y más ligeras que las pesadas lanzas. Ambas son de tamaños muy similares, aunque la de Sant Julià de Ramis es sensiblemente mayor que la de Puig Rom (fig. 106: 2 y 8). Son piezas relativamente simples, de cuello largo y hoja ligeramente romboidal o en forma de hoja de laurel; más alargada en Puig Rom y más corta en Sant Julià, y ambas de sección losángica. Las principales diferencias entre ambas también se aprecian en la forma del mango, tubular, de sección circular, proporcionalmente más corto en Puig Rom. En la jabalina del castellum de Sant Julià, la base tiene el doble de longitud que la hoja, mientras que en Puig Rom es algo más corta.

Otro espécimen muy diferente, aunque con rasgos comunes al resto de armas de estos contextos tardíos y visigodos, es la gran punta de lanza de Puig Rom, muy pesada, de 40 cm. de longitud, con un largo cubo y cuello estrecho y, en cambio, una punta relativamente corta (fig. 106: 5). Una vez más, la punta es de sección romboidal, mientras que el cubo, ligeramente troncocónico, servía para alojar el extremo de una robusta asta de madera. Sin duda era una lanza pesada, fuerte y sólida, que debía empuñarse con ambas manos.

Se había considerado, seguramente con razón, que la punta de jabalina de Puig Rom tiene una línea aerodinámica que la hace muy apta para su lanzamiento, deduciéndose, a partir de la estrechez de la hoja, que fue concebida para penetrar limpiamente en el cuerpo de la víctima, mientras que la hoja más corta y más ancha del ejemplar del castellum produciría una herida más ancha y un desgarramiento mayor (García & Vivó 2003, 174-175). Ello induce a los autores a clasificarlas como jabalinas ligera y semipesada, respectivamente. Posiblemente las diferencias también son debidas a dos orígenes diferentes: claramente visigoda la de Puig Rom, y seguramente de tradición merovingia la de Sant Julià. En esta última, tanto la sección de la hoja, la del mango y sus proporciones aparecen frecuentemente en los ejemplares merovingios entre finales del siglo VI y el siglo VII (Bailly 1990, fig. 117).

A medio camino entre una y otra, con rasgos que la aproximan a las lanzas de Sant Julià de Ramis, la hoja de lanza nº 7 de la fig. 106 presenta, en contraste con las demás, una hoja larga y estrecha, también de sección romboidal y base más ancha que la nº 6. La punta, tan alargada y aguzada, está diseñada para penetrar profundamente en el cuerpo del contrario. No es raro hallar este tipo de lanzas en contextos visigodos y merovingios del siglo VII (Bailly 1990, fig. 117).

La otra categoría a considerar son las lanzas. Armas robustas, pesadas, que en principio no están concebidas para ser arrojadas, sino para el combate cuerpo a cuerpo. Su forma es la más común y sencilla en un arma, como hemos tenido ocasión de ver en el caso de las jabalinas: una hoja de hierro puntiaguda, con una base o mango en el que se insertaba el asta de madera. La diferencia con las jabalinas y las azagayas es casi únicamente de tamaño y peso, pero morfológicamente y a grandes rasgos, apenas se diferencian. En realidad, las diferencias aparecen cuando comparamos los diferentes ejemplares de lanza que hemos identificado. Ya hemos tenido ocasión de comentar sucintamente esta cuestión, cuando nos hemos referido a la forma de la hoja, sección, la presencia o no de nervadura central, etc. Si las comparamos aún con más detenimiento, podremos apreciar nuevas diferencias, hasta el punto en que llegaremos a la conclusión de que tantos ejemplares como disponemos equivalen a tantas formas diferentes. En nuestro catálogo, no hay dos iguales, a pesar de que la mayoría (7 de 8) son contemporáneas.

En último lugar, señalaremos el hallazgo de una punta de flecha, la única en todo el territorio, procedente de Puig Rom (fig. 106: 9). Su presencia es quizás únicamente testimonial, aunque deberíamos aceptar que su uso, tanto en la caza como en el campo de batalla debió ser común a lo largo de todo el período estudiado, a pesar de que tan sólo hemos hallado este ejemplar tardío, que debe fecharse hacia los últimos años del siglo VII o poco después. Su forma tampoco es la más frecuente en este tipo de proyectiles, en los que más bien predominan las fechas de sección plana, con aletas y pedúnculo. En este caso, su sección adopta la forma de un triángulo con los lados cóncavos. Un diseño que podríamos considerar hasta cierto punto innovador, que no hallamos en los repertorios de época romana que hemos tenido ocasión de consultar.

Regatones

Ya hemos señalado la lanza de Tolegassos, de forma muy clásica, hoja casi triangular, bastante ancha en la base y con la punta afilada. Su resistencia está garantizada por el nervio central, típico de estas armas. La pequeña lanza del castellum tiene cierta semejanza, pero la hoja, más corta, adopta una forma casi romboidal. También es más delgada, pero no por ello memos resistente (fig. 106: 3). A parte de su sección con nervadura central, poco tiene en común con

Parte integrante de pila y lanzas indistintamente, el regatón (contus, cuspis) constituye la protección de la base o extremo inferior del asta de estas armas. Su forma más habitual y característica es la de un cono más o menos largo, robusto y acabado en una punta normalmente aguzada. Aunque su principal función es la de proteger y preservar la base de la lanza, evitando el desgaste y posible astillado, constituía en si mismo una parte ofensiva del arma, casi

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este detalle en algunos casos. En todo caso, no cabe duda que el regatón o contera nº 3, se elaboró perforando ex profeso una pieza de hierro; lo mismo que el nº 6, de paredes gruesas y robustas.

tanto como el otro extremo; de ahí su forma siempre afilada. Tampoco existen diferencias entre los regatones de pila y los de lanza. En realidad, también son los mismos tipos utilizados incluso en la base de los estandartes de las legiones romanas.

En último lugar, debemos hacer una observación sobre una cuestión que ya hemos planteado con anterioridad al examinar otros objetos y que se refiere a la presencia de armas en ámbitos domésticos, en uillae con una actividad eminentemente agrícola y ganadera. A diferencia de las lanzas, la mayor parte de las cuales proceden de contextos muy tardíos, de tipo militar (castellum) o poblados fortificados (Puig Rom), los regatones han aparecido en todo tipo de yacimientos, con una distribución mayor que pila y lanzas. Incluso dejando a parte los tardo-republicanos, algunos de ellos asociados a pila (¿armas defensivas en granjas durante un estadio de ocupación del territorio aún no del todo pacificado? Recuerdo del servicio de un legionario licenciado al que correspondió un lote de tierra?), quedan algunos procedentes de ámbitos domésticos alto-imperiales.

Si examinamos la docena de ejemplares que estudiamos, podremos observar la disparidad de formas (o quizá sería más adecuado hablar de variantes), tamaños, acabados y soluciones particulares. A primera vista, da la impresión de que existen tantas variantes como ejemplares identificados. Pero, por regla general, el regatón típico, propio de un arma (pilum o lanza), es el que adopta una forma alargada, cónica y con la punta afilada (fig. 107: 4 y 7 a 10). Las diferencias que observamos entre estos cinco que acabamos de citar posiblemente sean debidas a factores cronológicos, aunque no podemos tener una absoluta seguridad sobre esta cuestión. En otros casos, no podemos manifestarnos en ningún sentido, puesto que se trata de ejemplares incompletos, rotos, en los que no es posible apreciar la forma de la punta (fig. 107: 1, 2, 11 y 12). No obstante, el nº 2 pertenece, con toda probabilidad, puesto que aparecieron juntos, al pilum del silo 1 de Bordegassos (fig. 105: 1).

Como en otras cuestiones relacionadas con las armas, deberíamos tener en cuenta y aceptar una práctica evidente y ampliamente documentada en época romana: la caza. La presencia de puntas de lanza, escasas, y de regatones, más extendidos, podría apuntar en esta dirección.

En una tercera categoría incluimos aquellos con una forma menos puntiaguda, de cuerpo no tan cónico, sino más bien tubular (fig. 107: 5 y 6). No deja de ser una variante más de la forma canónica. En cambio, es absolutamente diferente el regatón de perfil complejo procedente de un silo augusteo del Olivet d’en Pujol, Viladamat, aparecido junto a las puntas de pila comentadas anteriormente (fig. 107: 3). Es más elaborado que otros y no parece propio de una lanza o de un pilum, sino de otro elemento que no somos capaces de identificar.

CATÁLOGO Pila Fig. 105: 1. Bordegassos – Vilopriu, procedente del silo 1 (Casas, Merino & Soler 1991, 133, fig. 5: 4). Primer cuarto del siglo I a.C. Pilum de punta piramidal, con un largo y delgado tallo, sin el inicio de la base y doblado en la parte superior. Apareció asociado a un regatón (fig. 107: 2).

En cuanto al proceso seguido para su elaboración, también es posible observar dos variantes o procedimientos. No parece que ninguna de ellas tenga nada que ver con las respectivas cronologías de los diversos regatones. La primera, que podemos ver de forma clara en los ejemplares no 2, 4, 8 y 10 de la fig. 107 consiste en una lámina que en parte o en su totalidad fue doblada y enrollada sobre si misma, formando el cono. No siempre es posible apreciar este detalle, a causa del óxido acumulado que ha emborronado el punto de unión de los dos extremos. En ocasiones, como en el largo regatón del castellum de Sant Julià, esta particularidad sólo aparece en su tercio superior. Debemos tener en cuenta que la punta inferior del regatón tiene una sección cuadrada y maciza, mientras que la parte superior es un tubo de sección circular, abierto por un lado.

Fig. 105: 2. Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusto, fin del siglo I a.C. Punta de pilum de sección cuadrada y forma piramidal, con la parte inferior del tallo algo más plana. Fig. 105: 3. Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusto, fin del siglo I a.C. Punta de pilum de sección cuadrada y forma piramidal, con el vástago ligeramente plano en el extremo inferior, aunque toda la pieza es robusta y sólida. Fig. 105: 4. Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusto, fin del siglo I a.C. Punta de pilum de sección cuadrada y forma piramidal, idéntico a los anteriores.

La segunda forma o variante consiste, aparentemente, en una pieza cónica perforada y no enrollada como en el caso anterior. No deja de ser algo rara y, en todo caso, bastante más difícil de elaborar, puesto que para ello es necesario perforar un cono de hierro macizo con una barrena especial, lo cual no significa que no sea posible. La cuestión es que no sabemos ver la juntura que en los regatones del primer modelo es tan evidente. Una vez más, debemos insistir en el hecho de que la acumulación de óxido ha podido ocultar

Fig. 105: 5. Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusto, fin del siglo I a.C. Varilla de hierro, aparentemente de sección acanalada de arriba abajo (el óxido impide confirmarlo), con restos de madera. Apareció asociada con varios pila, por lo que no seria de extrañar que se tratara de parte de la espiga metálica de uno de ellos.

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Fig. 106: 5. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.108 (Palol 1952, lám. LV; García & Vivó 2003, 175, fig. 8: 5; Palol 2004, 84, fig. 122: 31). Transición siglos VII-VIII (680720). Lanza larga y robusta, de sección romboidal aplanada y nervio central grueso. Parte media de sección circular y maciza, mientras que la parte inferior está hueca a fin de poder fijar el asta de madera.

Fig. 105: 6. Olivet d’en Pujol – Viladamat. Augusto, fin del siglo I a.C. Pilum robusto, pesado, de sección poligonal casi circular. Más grande y ancho de lo normal. Quizá se trata de otro tipo de proyectil. Fig. 105: 7. Olivet d’en Pujol – Viladamat, dolium 3/2009. Principado de Augusto o últimos años del siglo I a.C. Punta fragmentada de un pilum de cabeza piramidal, sección cuadrada, con ambos extremos rotos (tanto la espiga como la punta superior). Adopta la misma forma y con idénticas dimensiones que los otros pila hallados en un silo próximo.

Fig. 106: 6. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.00a (Palol 1952, lám. LV; García & Vivó 2003, 175, fig. 8: 4; Palol 2004, 84, fig. 122: 32). Transición siglos VII-VIII (680720). Punta de lanza robusta y sección romboidal aplanada, con nervadura central. Base cónica y hueca para fijar el asta de madera.

Fig. 105 : 8. Hort d’en Bach – Maçanet de la Selva (Llinàs et al. 2000, 96, fig. 76). Primera mitad del siglo III. Punta de un pilum de sección cuadrada y forma piramidal, con el extremo para fijar el mango de sección cuadrada. Dimensiones menores que en los anteriores.

Fig. 106: 7. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.933 (Ardanaz, Rascón & Sánchez 1998, 420; García & Vivó 2003, 175, fig. 8: 3; Palol 2004, 84, fig. 122: 32). Transición siglos VII-VIII (680-720). Punta de lanza de sección plana y nervadura central. Base cónica y hueca para fijar al asta de madera.

Fig. 105: 9. Casa del Racó - Sant Julià de Ramis. Primera mitad del siglo IV. Lanza o pilum de medianas dimensiones, pero con un tallo o vástago de sección circular muy largo. Hoja estrecha y con nervadura central.

Fig. 106: 8. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.963 (Palol 1952, lám. LV; García & Vivó 2003, 174, fig. 7: 1; Palol 2004, 84, fig. 122: 34). Transición siglos VII-VIII (680720). Punta de jabalina de sección ligeramente romboidal aplanada y base ancha y cónica, hueca para fijar un asta de madera.

Jabalinas y Lanzas Fig. 106: 1. Tolegassos – Viladamat, 12VT-2443 (Casas & Soler 2003, 120, fig. 73: 22). Augustal. Primera mitad del siglo I d.C. Hoja de lanza de forma triangular y sección con nervio central robusto. Parte superior cilíndrica y hueca para fijar a un asta de madera. La hoja es relativamente corta, si la comparamos con los tipos más corrientes de lanzas militares. La forma recuerda o se asimila a Fernández, 2007b, 410: 3, de Pinilla del Toro del último cuarto del siglo I.

Fig. 106: 9. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.908 (Palol 1952, lám. LV; Ardanaz, Rascón & Sánchez 1998, 426; García & Vivó 2003, 178-179, fig. 9:1; Palol 2004, 84-86, fig. 122: 35). Transición siglos VII-VIII (680-720). Punta de flecha, de sección triangular con nervadura central que le da una robustez considerable y mucha fuerza de penetración.

Fig. 106: 2. Sant Julià de Ramis, procedente de las excavaciones de los años 1932-1945, sin especificar (García & Vivó 2003, 175 y fig. 7: 1). Probablemente fechado entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Punta de jabalina en forma de hoja de laurel bastante ancha y sección losángica; cuello largo y cubo corto; parecido a las framea merovingias.

Regatones Fig. 107: 1. Muntanyeta – Viladamat, UE 1007 (Casas, Nolla & Soler, en prensa). Mediados del siglo II a.C. Regatón roto longitudinalmente, pero de buena calidad. Sin duda es la base de una lanza, pilum o cualquier otro instrumento o arma que estuviera fijada a un asta por el mismo sistema.

Fig. 106: 3. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2406 (García & Vivó 2003, 178, fig. 9: 7; Burch et al. 2005, 6869; Burch et al. 2006, 101, fig. 88: 2; Burch et al. 2009, 6465). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Lanza de combate, con nervadura central y sección característica en este tipo de arma. Iba sujeta al asta por la base de forma tubular.

Fig. 107: 2. Sitges Bordegassos – Vilopriu (Casas, Merino & Soler 1991, 133, fig. 5: 4 (silo nº 1). Primer cuarto del siglo I a.C. Regatón de la parte inferior de un pilum, de forma algo irregular y elaborado doblando una lámina de metal.

Fig. 106: 4. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2533 (García & Vivó 2003, 175-178, fig. 9: 6; Burch et al. 2005, 64; Burch et al. 2006, 101, fig. 88: 3; Burch et al. 2009, 6869). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Hoja de lanza de grandes dimensiones, algo deformada, con nervio central muy grueso para reforzar mejor una lámina de 30 cm. de largo. Base tubular para fijar el asta.

Fig. 107: 3. Olivet d’en Pujol – Viladamat, 2009. Augustal, fin del siglo I a.C. Regatón robusto, cónico, con una rebaba anular bien marcada (contus, cuspis). Es más elaborado que otros y no parece propio de una lanza. No sería extraño que formara parte de un estandarte o algún tipo de utensilio similar.

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Fig. 107. Regatones de lanzas, jabalinas y pila. de sección circular y hueca para poder ser fijada a un asta de madera.

Fig. 107: 4. Tolegassos – Viladamat, 8VT-2235. Augustal o cambio de era. Regatón de forma cónica y puntiaguda, hecho con una placa de hierro retorcida, siendo visible el punto de unión de arriba a abajo. Pertenece al extremo inferior de una lanza o de una picana.

Fig. 107: 7. Tolegassos – Viladamat, VT-2010 (Casas, 1989, 83, fig. 49: 11; Casas & Soler 2003, 254, fig. 174: 19). Contexto de mediados del siglo III. Regatón de forma cónica alargada (habitual y típica), con el extremo muy puntiagudo.

Fig. 107 : 5. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 25-50 d.C. Contera o regatón cónico, de sección circular, muy alargado y con la punta rota.

Fig. 107: 8. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2077. Inicios del siglo III. Regatón de forma cónica elaborado con una placa de metal retorcida (no perforada en bloque). Extremo inferior roto.

Fig. 107: 6. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 163, fig. 103: 7). Entorno el 175/200. Punta muy larga (más de lo normal en un regatón), cónica,

Fig. 107: 9. Font del Vilar – Avinyonet de Puigventós, UE

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preferido agruparlos todos en el apartado de cuchillos en general, como ha quedado consignado, con objeto de mantener la unidad tipológica.

79 (Casas et al. 1993, 369, fig. 13: 13; Casas et al. 1995, 28, fig. 17: 13). Segundo tercio del siglo V. Regatón más largo de lo que suele ser habitual, puntiagudo y de sección cilíndrica. Quizá no pertenece al extremo inferior de una lanza o azagaya, sino que puede ser su punta superior (como el aguijón de una picana de boyero).

Sin embargo, creemos que algunas piezas y fragmentos no pueden ser considerados simples cuchillos. A pesar de su forma genérica, el largo cuchillo procedente de una de las 58 sepulturas visigodas de Sarrià de Ter, fechado en el siglo VI (probablemente en su segunda mitad), tiene todas las características de un arma. Si bien es habitual que los cuchillos visigodos y merovingios, de todos los tamaños, adopten la forma de filo único pero con espiga centrada (Bailly 1990, fig. 112, con cronologías de fin del siglo VI e inicios del siglo VII), el tamaño de este ejemplar lo convierte en una auténtica arma ofensiva (puñal o daga), diferente a los otros identificados, aunque hasta cierto punto próximo a algún ejemplar de Puig Rom o de Sant Julià de Ramis, como señalábamos anteriormente (fig. 109: 4). Asimismo, su presencia precisamente en una sepultura avalaría su identificación como arma.

Fig. 104: 10. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2256 (García & Vivó 2003, 178, fig. 9: 9; Burch et al. 2005, 64; Burch et al. 2006, 101, fig. 88: 5; Burch et al. 2009, 68). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Contera cónica y proporcionalmente muy delgada y alargada. Adopta una forma algo extraña, con la parte tubular hueca, de sección circular, y la punta inferior maciza y de sección cuadrada; poco habitual en este tipo de instrumentos. Fig. 107: 11. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2256 (Burch et al. 2005, 64; Burch et al. 2006, 101, fig. 88: 4; Burch et al. 2009, 68). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Fragmento de contera o regatón de forma cónica, o quizá base de una hoja de lanza. Demasiado deteriorada para poder determinarlo.

Los dos fragmentos de hojas robustas procedentes de Puig Rom (fig. 109: 2 y 3), aunque con dudas, parecen pertenecer a instrumentos cortantes similares (más bien cuchillos que espadas), de unas dimensiones parecidas o quizás mayores que el procedente de la necrópolis arriana de Sarrià de Ter. Es cierto que son bastante más recientes; seguramente casi un siglo posteriores. Lamentablemente, su deficiente estado de conservación no permite más consideraciones que las ya expuestas.

Fig. 107: 12. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.909. Transición siglos VII-VIII (680-720). Punta cónica, robusta y reforzada. Quizá se trata de la base de una punta de lanza a la que le falta la hoja, o bien, de un regatón. No es seguro.

Dagas, puñales, espadas... Se trata de una cuestión bastante compleja, puesto que, por un lado, el número total de ejemplares es escasísimo y, por el otro, existe aquella duda, ya planteada con anterioridad, sobre la correcta identificación y uso que debería atribuirse a una serie de cuchillos de época visigoda que, aún tratándose de objetos domésticos, tradicionalmente habían formado parte del armamento de la milicia. En este caso, a menos que por sus dimensiones no quepa duda sobre su uso militar, los hemos incluido en el capítulo dedicado a los cuchillos domésticos. Los de Puig Rom, por ejemplo, se hallaron en silos, habitaciones y dependencias domésticas, y no existen elementos suficientes para determinar una u otra función. Es por este motivo que en el reducido catálogo que acompaña el presente apartado sólo se incluyen cuatro piezas, tres de las cuales se fechan hacia la transición entre los siglos VIIVIII (fig. 109). En cambio, en un estudio publicado hace algunos años, referido al armamento y equipo militar de Puig Rom y Sant Julià de Ramis (García & Vivó 2003), se incluyó un número mayor de cuchillos (diez en total), que por las características de los yacimientos podían haber formado parte de las armas de sus habitantes o de la guarnición del castellum. En este caso, los autores se hacían eco de la dificultad existente a la hora de clasificarlos como armas o cuchillos domésticos, optando por la primera opción pero sin descartar la segunda (García & Vivó 2003, 165). En el presente trabajo hemos

Fig. 108. Puñal de la villa de Tolegassos.

En un ámbito totalmente opuesto, el puñal o daga de la villa de Tolegassos (fig. 108 y fig. 109: 1), con la hoja completa pero carente de mango (únicamente conserva el sistema de

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO – ARMAS

Daga o puñal de tipo militar, con la hoja en ligero perfil en S un refuerzo remachado en la parte superior, en el punto donde empezaría el mango (perdido). Fernández (2008: 117), la considera un tanto atípica, porque no respeta las medidas y proporciones que se considerarían adecuadas.

fijación del mango de asta o madera), es un objeto claramente romano, que sigue de cerca los modelos más habituales, aunque constituye una variante interesante, puesto que no sigue las medidas y proporciones que se considerarían adecuadas en un arma romana, ya que es demasiado corta (Fernández 2008, 93 y 117, fig. 37 y lám. VII). La forma, en general, adopta el aspecto de tantos puñales militares alto-imperiales (Fernández 2007b, fig. 3). En todo caso, se trata de un ejemplar excelente, de cronología difícil, ya que apareció en un estrato superficial asociado a materiales que no son posteriores al siglo III (aunque probablemente pertenece al siglo II). Remitimos al trabajo de Fernández, citado, para los detalles precisos de la pieza.

Fig. 109: 2. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.078 (Palol 2004, 91, fig. 127: 252). Transición siglos VII-VIII. Hoja ancha y delgada, rota en la parte de abajo, mientras que en el otro extremo parece salir una espiga de un posible mango. Podría tratarse de un instrumento de corte, como un gran cuchillo o parte de la hoja de una espada. Fig. 109: 3. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.109. Transición siglos VII-VIII (680-720). Fragmento de una hoja gruesa pero con los bordes más delgados, como el filo de una espada o de cualquier otra herramienta de corte no identificada con claridad. Fig. 109: 4. Pla de l’Horta - Sarrià de Ter, sepultura E-66 (Llinàs et al. 2008, 294, fig. 15). Necrópolis visigoda del siglo VI. Cuchillo de hierro que formaba parte de las ofrendas en una tumba de inhumación. Largo, regular, simétrico y aparentemente de dos filos, como un puñal, habitual en contextos visigodos y, especialmente, merovingios.

Escudos En este caso, se trata de un elemento único y exclusivo del castellum de Sant Julià de Ramis. Es desconocido en el resto de yacimientos del territorio objeto de estudio. Los escudos, que se identifican gracias a las manillas de hierro que servían para sujetarlos con la mano o pasando el antebrazo por su interior, aparecieron juntos en una de las dependencias de la fortificación, junto con otros elementos metálicos que ya hemos señalado antes: armas, clavos, estacas y punzones, etc. La forma y características de las partes metálicas conservadas pone de manifiesto que los escudos, con toda seguridad de forma circular, estaban fabricados íntegramente de madera, a excepción de las manillas, las cuales presentan perforaciones en sus extremos e, incluso en un caso, los clavos que servían para fijarlas precisamente a la lámina de madera (fig, 109: 4). Probablemente estas manillas de hierro no sean otra cosa que el forro o refuerzo de unos asideros de madera que daban al conjunto mayor grosor, con una forma más adecuada para asirla con la mano sin el peligro de sufrir lesiones a causa del roce con el metal desnudo (fig. 111). En cambio, no fueron identificados umbos, a pesar de que los escudos de tipo circular (y otros), solían tener esta protuberancia externa, que se correspondía con el hueco para colocar la mano que asía la manilla por el interior.

Fig. 109. Puñal romano de Tolegassos y cuchillos o dagas visigodas.

CATÁLOGO Fig. 109: 1. Tolegassos – Viladamat, VT-2001 (Casas 1989, 97, fig. 62: 4; Casas & Soler 2003, 254, fig. 174: 16; Fernández 2008, 93 y 117, fig. 37 y lám. VII). Estrato superficial, con cronología máxima del siglo III, pero más probable del siglo II.

En un trabajo repetidamente citado, los investigadores consideraron clasificar en tres categorías o tipos diferentes las cinco manillas (García & Vivó 2003, 169). El primero de ellos (fig. 110: 1), incluye una manilla de pequeñas dimen-

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Fig. 110. Manillas de escudos del castellum de Sant Julià de Ramis.

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siones, casi plana (no sobresaldría del plano del escudo, lo que implicaría la existencia de umbo); los extremos de los brazos o aletas adoptan una forma circular más ancha, perforada, mientras que en los otros tipos es la prolongación de las aletas. Si los dos clavos de sujeción corresponden al grosor del escudo, podemos deducir que el de la lámina de madera sería de 1 cm. Sus características llevan a los autores de su estudio a proponer que se trata de un escudo de caballería. El segundo tipo (fig. 110: 2 y 3), es más largo, con el centro de forma ovalada, cóncava y no plana, las aletas con los bordes paralelos y el extremo redondeado sólo algo más ancho que el resto de la lámina. La delgadez de la manilla (la misma que en los demás ejemplares), nos induce a suponer que en realidad forraba una pieza de madera que constituía el verdadero asidero del escudo.

CATÁLOGO Fig. 110: 1. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2286 (García & Vivó 2003, 169, fig. 3: 1; Burch et al. 2006, 105107, fig. 89: 3; Burch et al. 2009, 68). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Asidero de escudo fragmentado en dos partes, las cuales han conservado los clavos que servían para sujetarlo a la hoja de madera. Tipo 1, caracterizado por su forma totalmente plana, aletas delgadas y estrechas, con los extremos circulares perforados por sendos clavos. Fig. 110: 2. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2286 (García & Vivó 2003, 169, fig. 4: 2; Burch et al. 2006, 105, fig. 89: 1; Burch et al. 2009, 68). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Mango o manilla para sujetar un escudo, hecha con una lámina de hierro que se fijaba al disco de madera con sendos clavos puestos en cada extremo (se conservan los agujeros). Lámina delgada, aletas estrechas y extremos de forma circular, con las perforaciones para los clavos.

El tercer tipo es bastante más robusto, aunque igual de delgado (fig. 110: 4 y 5). Las aletas de fijación son bastante más anchas que en los demás casos, terminando con puntas ligeramente redondeadas, pero no totalmente circulares ni más anchas que la lámina de la aleta. A juzgar por el tamaño de la pieza y por el clavo conservado en uno de sus extremos, el grosor del escudo sería de unos 2 cm. o poco menos. Se trataría, en general, de un escudo de mayores dimensiones que el resto, en el supuesto que el tamaño y características del tipo de manilla sea determinante en esta cuestión. La distinción de las tres categorías permitirían suponer que corresponden a tres tipos de guerrero diferente: el primero, ligero y pequeño, para caballería; el segundo, algo mayor, para infantería ligera; y el tercero, más robusto, para infantería pesada (García & Vivó 2003, 171).

Fig. 110: 3. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2286 (García & Vivó 2003, 169, fig. 4: 3; Burch et al. 2006, 105, fig. 89: 2; Burch et al. 2009, 68). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Asidero de escudo bien conservado, parecido a los cinco del conjunto hallado en el mismo estrato del yacimiento, pero correspondiente a otro tipo o variante de mayor tamaño, además de tener una sección o forma cóncava en el centro. Fig. 110: 4. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2286 (García & Vivó 2003, 169, fig. 4: 4; Burch et al. 2006, 105107, fig. 89: 4; Burch et al. 2009, 68). Fin del siglo VII o inicios del siglo VIII. Manilla de escudo variante 3 del modelo genérico. Esta vez conserva una de las puntas que lo fijaban al escudo, de unos 2 cm de grosor, ligeramente doblada hacia el exterior. Los extremos de las aletas terminan de forma redondeada, pero no circular ni formando un disco como en los tipos 1 y 2. Fig. 110: 5. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE 2286 (García & Vivó 2003, 169, fig. 4: 5; Burch et al. 2006, 105107, fig. 89: 5; Burch et al. 2009, 68). Fin del siglo VII o inicios del siglo VIII. Mitad de un asidero para sujetar un escudo. Adopta el modelo tipo 3, que se repite otra vez en el yacimiento, y conserva el agujero en el que se insertaba la punta para fijar la pieza metálica a la madera.

Fig. 111. Reconstrucción del modelo de escudo visigodo de Sant Julià de Ramis.

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elementos de cadenas utilizados hasta nuestros días, sujetos a un eslabón final por medio de un orificio que se hallaría en la protuberancia semicircular del centro de la pieza, y que se utilizan como elemento de unión o sujeción temporal, a modo de traba, entre dos tramos de cadena. Sin embargo, la pieza de Tolegassos se aparta del modelo actual en dos aspectos: la sección de la mitad superior es rectangular, plana, mientras que la de la parte inferior es circular y, en segundo lugar, no apreciamos orificio alguno en el engrosamiento central. Por lo tanto, deberemos continuar clasificándola como pieza de función desconocida.

3.5. Indeterminados y no clasificados Un conjunto considerable de objetos, en su mayor parte fragmentados, incompletos y alterados, no pueden ser clasificados en ninguno de los tipos expuestos hasta ahora. Se trata de 33 fragmentos o piezas de hierro que debemos colocar en el cajón de sastre de los inclasificados o indeterminados, a pesar de que algunos de ellos tienen formas peculiares, hechas ex profeso y no como consecuencia de una alteración posterior a causa de una rotura, por ejemplo. En otros casos, se trata de fragmentos pertenecientes a objetos de mayor tamaño, pero que a partir de los restos conservados es imposible –o como mínimo, arriesgado- proponer una identificación correcta y segura. En este sentido, estamos convencidos que algunos de ellos podrían ser fragmentos de hojas de cuchillo; otros, elementos decorativos; es posible que incluso se tratara de asas de recipientes, en algunos casos. No lo sabemos y, ante la duda, nos limitaremos a dejar constancia de su existencia, de sus peculiaridades y de su cronología en la relación que incluiremos después de esta breve introducción.

En casi todos los yacimientos aparecen con cierta frecuencia fragmentos de láminas de hierro que, por regla general, no pueden identificarse, puesto que suelen ser pedazos de objetos de mayores dimensiones que han quedado fragmentados. En otras ocasiones observamos que estas láminas mantienen una forma y estructura aparentemente intacta, lo que nos hace plantear su función específica. La respuesta no suele ser fácil y, en la mayor parte de los casos, absolutamente hipotética e incluso inexistente. Por ejemplo, la lámina del Collet de Sant Antoni de Calonge (fig. 112: 2), parece completa (aunque algo deteriorada) y, sin embargo, difícilmente podremos conocer su utilidad. Dada su forma y estructura, bien podría tratarse de la hoja de un cepillo de carpintero (es curioso que entre tantas herramientas de carpintero no haya aparecido ningún ejemplar de esta pieza básica), igual que la hoja nº 7 de la misma figura. Tampoco podremos confirmarlo.

Entre los objetos aparentemente completos, pero de uso dudoso, debemos señalar, en primer lugar, una pieza bicónica procedente de Tolegassos, fechada en la segunda mitad del siglo I (fig. 112: 1). Tiene forma de huso y sus extremos terminan con sendas anillas perforadas, dispuestas en un giro de 90º una respecto a la otra. Da la impresión de que se trata de un elemento de unión de dos tramos de cadena. Otra pieza rara, que adopta la forma de un asa, también procede de la villa de Tolegassos (fig. 112: 4). Es esta ocasión se fecha hacia los años 175-200. Al igual que la descrita en primer lugar, sus dos extremos acaban en dos anillas, también giradas 90º la una respecto a la otra. Como peculiaridad, la de un extremo se obtuvo doblando la punta de metal, mientras que la otra se hizo perforando directamente el extremo plano de la varilla. De no ser por esta forma rara, la habríamos considerado como el asa de un cubo o un caldero, como otras que hemos visto en el apartado correspondiente.

Es posible, como decíamos, que otros fragmentos que pertenecen a objetos mayores, correspondan a cuchillos de diversos tipos. Es lo que deduciríamos de los fragmentos de la fig. 112: 13 a 16, o de algunos hierros de Puig Rom de características similares (fig. 112: 1, 5, 6, 7, 8). Otros quizás correspondan a clavos, punzones o escoplos, dado que presentan una sección gruesa y más o menos circular; pero no podemos avanzar más en su identificación. En último término, una de las placas de Puig Rom parece adoptar la forma de una protección de mejilla de un casco (fig. 112: 17); incluso tiene una perforación en la parte inferior, en la que podría atarse un cordón. Pero, una vez más, es una pieza incompleta y cualquier interpretación es insegura.

También recuerda el asa de un pequeño recipiente un tercer objeto de forma lenticular y con dos brazos o apéndices en forma de gancho, obtenidos doblando sus extremos, procedente una vez más de Tolegassos, con la misma cronología que la anterior (fig. 112: 5). Probablemente el extremo derecho, desaparecido, era igual que el izquierdo, y podríamos pensar en una especie de asa de un pequeño recipiente, aunque no podamos confirmarlo. En cuanto a una cuarta pieza de hierro procedente del mismo yacimiento y con la misma cronología (fig. 112: 6), recuerda unos

Como piezas cuya forma se repite en dos ocasiones y en dos yacimientos distintos, con cronologías diferentes, debemos citar las nos 3 y 12 de la fig. 112. La primera procede del Collet de Sant Antoni de Calonge (en torno los años 25-50), mientras que la segunda apareció en la villa de Pla de Palol en un contexto de mediados del siglo V. A pesar de su forma, no se trata de llaves o del extremo roto de dichas

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO-INDETERMINADOS

Fig. 112. Objetos de uso indeterminado y tipología diversa.

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Uso indeterminado. Hoja que quizá era de corte, pero el óxido no permite apreciar los detalles.

piezas. A pesar de no haberse conservado completos, estos objetos adoptarían, en el desarrollo de un posible mango, una forma que no corresponde a una llave. En último término, señalaremos el hallazgo de una pieza de forma rarísima en un estrato fechado hacia el último cuarto del siglo III de la villa de Vilauba, Camós (fig. 112: 8). Aunque parcialmente rota, adopta la forma de una especie de cruz o aspa, con los brazos provistos de ramificaciones aparentemente irregulares y sin dibujar una forma regular o clara a causa de la desaparición de diversos fragmentos, lo cual impide poder restituir el diseño de forma más o menos aproximada. Se ha considerado un elemento ornamental (Castanyer & Tremoleda 1999, 318), que seguramente iría fijado sobre una tabla de madera, quizás una puerta. El orificio que aparece en uno de sus gruesos brazos avalaría esta posibilidad.

Fig. 112: 8. Vilauba – Camós, 10-V-87-531-43 (Castanyer & Tremoleda 1999, 318, lám. 124: 6). Ultimo cuarto del siglo III. Pieza de hierro forjado con los brazos formando una especie de decoración en cruz y con un agujero pequeño para fijarlo sobre una tabla (?). La anchura de los brazos es regular y su grosor es aproximadamente la mitad de la anchura. Fig. 112: 9. Vilauba – Camós (Roure et al. 1988, 72, fig. 44: 12). Fase IV, primera mitad del siglo V. Fragmento de placa u hoja, quizá perteneciente a una herramienta de corte, como un podón. Fig. 112: 10. Vilauba – Camós (Roure et al. 1988, 77, fig. 47: 21). Fase IV-I, siglo V a primera mitad del VI. Hoja en forma de pequeña hacha o formón, de uso indeterminado.

CATÁLOGO Fig. 112: 1. Tolegassos – Viladamat, VT-2037 (Casas 1989, 89, fig. 55: 5). Contexto de la 2ª mitad del siglo I. Una especie de gancho. Pieza de forma bitroncocónica o de huso con una anilla en cada extremo, pero puestas de forma girada una respecto la otra.

Fig. 112: 11. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1395 (Nolla, ed. 2002, 209, fig. 155: 6). Mediados del siglo V. Pequeña placa con un lateral doblado y un pequeño clavo al otro lado. Seguramente iba clavada sobre un mango de madera o una pieza similar.

Fig. 112: 2. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Placa rectangular de uso indeterminado, delgada, aparentemente afilada en su extremo y bastante ancha.

Fig. 112: 12. Pla de Palol - Platja d’Aro, UE-1395 (Nolla, ed. 2002, 210, fig. 156: 12). Mediados del siglo V. Pieza en forma de letra F, como una llave con dos dientes, pero demasiado separados y sin el mango.

Fig. 112: 3. Collet de Sant Antoni – Calonge. Entorno el 2550 d.C. Está roto y no se aprecia cómo termina. Recuerda el extremo de una llave de puerta con dos dientes. Pero las medidas parecen demasiado grandes para serlo y la prolongación de un posible brazo o tallo no se desarrollaría en la forma adecuada.

Fig. 112: 13. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2256 (Burch et al. 2005, 64; Burch et al. 2006, 112, fig. 97: 1). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Pequeña placa de hierro de forma triangular y redondeada, rota de una pieza más grande y de forma desconocida. Fig. 112: 14. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2350 (Burch et al. 2005, 64; Burch et al. 2006, 112, fig. 97: 2). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Fragmento de placa de hierro de uso indeterminado. Quizás es un fragmento de hoja de cuchillo, pero no es seguro.

Fig. 112: 4. Tolegassos – Viladamat, 6VT-2080 (Casas & Soler 2003, 161, fig. 101: 5). Hacia el 175/200. Posible asa de caldero o sencillamente una tira de hierro doblada. Un extremo termina en gancho por la torsión y doblaje de la misma varilla, mientras que el otro, girado 90º, se perforó expresamente sobre la gruesa lámina.

Fig. 112: 15. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2350 (Burch et al. 2005, 64; Burch et al. 2006, 112, fig. 97: 2). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Fragmento de placa rota a partir de una pieza mayor. Función desconocida.

Fig. 112: 5. Tolegassos – Viladamat, VT-2084. Transición siglos II-III. Placa de forma ovalada, ligeramente doblada o curvada y con los extremos también doblados para formar un gancho (uno de ellos está roto de antiguo).

Fig. 112: 16. Castellum - Sant Julià de Ramis, UE-2448 (Burch et al. 2005, 64; Burch et al. 2006, 112, fig. 97: 3). Entre finales del siglo VII e inicios del siglo VIII. Fragmento de placa perforada por un extremo. Uso indeterminado.

Fig. 112: 6. Tolegassos – Viladamat, 3VT-2005. Transición siglos II-III. Utensilio con un extremo de sección rectangular y el opuesto de sección circular, separados por un engrosamiento semicircular, como una protuberancia, en el centro.

Fig. 112: 17. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.888. Transición siglos VII-VIII (680-720). Fragmento de hoja delgada, de forma ligeramente curvada (como una protección de mejilla de un casco). Tiene un

Fig. 112: 7. Tolegassos – Viladamat, 7VT-2109. Fosa con hierros y escorias en el patio interior, sin contexto, aunque posiblemente de la primera mitad del siglo III.

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Fig. 113. Objetos fragmentados, de atribución y uso indeterminado.

Fig. 113: 3. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.952 (Palol 2004, 91, fig. 126: 191). Transición siglos VII-VIII (680720). Varilla de sección circular, con un extremo roto. No identificable.

agujero en la parte inferior, quizás para hacer pasar una cinta. Fig. 112: 18. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.932. Transición siglos VII-VIII (680-720). Dos piezas de hierro soldadas en forma de cruz o X, quizás a causa de la propia oxidación.

Fig. 113: 4. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.960. Transición siglos VII-VIII (680-720). Indeterminado. Fragmento de una púa de sección circular, rota por cada extremo.

Fig. 113: 1. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.949 (Palol 2004, 91, fig. 126: 213). Transición siglos VII-VIII (680720). Difícil de identificar. Hoja delgada, muy deteriorada, que quizá corresponde a un cuchillo con la punta doblada. El otro extremo parece conservar el inicio del mango.

Fig. 113: 5. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.961. Transición siglos VII-VIII (680-720). Objeto indeterminado, de sección plana y con el extremo conservado terminado en una especie de placa circular.

Fig. 113: 2. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.951 (Palol 2004, 91, fig. 126: 215). Transición siglos VII-VIII (680720). Una especie de punta sin cabeza y doblada en la parte más ancha.

Fig. 113: 6. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.991. Transición siglos VII-VIII (680-720). Indeterminado, como un fragmento sin forma de una placa delgada y bastante regular.

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TIPOLOGÍA Y CATÁLOGO-INDETERMINADOS

casco. Demasiado dañada para obtener una identificación segura.

Fig. 113: 7. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.992. Transición siglos VII-VIII (680-720). Indeterminado. Pequeña lámina de hierro de forma romboidal y sección plana. Es posible que se trate de parte de la hoja de un cuchillo, aunque no podemos apreciar la punta ni la espiga del mango de forma clara.

Fig. 113: 12. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.110. Transición siglos VII-VIII (680-720). Extremo de una hoja rota, de herramienta indeterminada. No se aprecia filo cortante ni otros elementos que puedan indicar su función.

Fig. 113: 8. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.993. Transición siglos VII-VIII (680-720). Indeterminado. Forma irregular e incompleta, como una hoja de sección gruesa y con ambos extremos rotos; quizás un cuchillo.

Fig. 113: 13. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.097 (Palol 2004, 91, fig. 125: 134). Transición siglos VII-VIII (680-720). Una especie de gancho en forma de S, muy dañado por la oxidación del metal, que incluso ha alterado su aspecto original.

Fig. 113: 9. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 106.994. Transición siglos VII-VIII (680-720). Indeterminado. Posiblemente el extremo de un utensilio o herramienta cortante rota.

Fig. 113: 14. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.005. Transición siglos VII-VIII (680-720). Fragmento muy deformado, que quizá corresponde a la parte posterior de un cuchillo, con la espiga para fijar el mango de madera.

Fig. 113: 10. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.012 (Palol 2004, 88, fig. 123: 60). Transición siglos VII-VIII (680-720). Punta de hierro de sección circular, que aparentemente atravesaba dos anillas; aunque también es muy posible que se trate simplemente de una púa de un peine de cardar.

Fig. 113: 15. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.038. Transición siglos VII-VIII (680-720). No conocemos la sección y, por lo tanto, no sabemos si era muy delgada o afilada, pero la hoja con la anilla dispuesta de esta manera recuerda algunos instrumentos cortantes alargados, como algunas navajas. También podría ser, sencillamente, el gozne de una puerta. Pero no aparecen los orificios para fijarlo a la madera.

Fig. 113: 11. Puig Rom – Roses, MAC-Girona 107.033 (Palol 2004, 91, fig. 126: 181). Transición siglos VII-VIII (680-720). Placa delgada y aparentemente en forma de protección de la mejilla de un casco militar o simplemente parte del propio

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CONSIDERACIONES FINALES

El material analizado en el presente estudio no podía, de ningún modo, aportar datos sorprendentes ni novedades inesperadas, puesto que había buenas razones para suponer que, a nivel global, objetos y artilugios manufacturados en hierro eran, a todo lo largo del período considerado, los mismos con, si acaso, muy pequeñas variaciones. La koiné mediterránea, expandida y fortalecida por Roma, así lo propugnaba.

Veamos, a continuación, algunas de las pautas que creemos haber detectado, que habría que considerar las conclusiones generales de nuestro estudio, que a veces no hemos resaltado o no lo hemos hecho especialmente en los capítulos anteriores donde cada tipo, dentro de su contexto, merecía unas consideraciones específicas y pormenorizadas. Hemos detectado los siguientes campos: A) La pervivencia de los modelos (aperos e instrumentos de trabajo ligados a un oficio). B) Innovaciones (la casa, en sentido extenso). C) Comportamiento teórico en el mundo rural a partir de los datos recuperados (lingote de hierro en bruto, pequeños hornos de función puntual, compra en el mercado más próximo,...). D) Armas exclusivamente el contexto tardorepublicano y tardo-antiguo. E) La compleja dialéctica cuchillo uersus puñal o daga. F) El peso de la ganadería en el mundo tardo-antiguo.

Los grandes estudios a partir, sobre todo, de datos literarios, epigráficos y, hasta donde era posible, iconográficos (Daremberg & Saglio, ed. Paris, 1877-1919; White 1967) no hacían otra cosa que constatarlo y que a su vez confirmaban trabajos puntuales centrados en yacimientos o territorios determinados de carácter marcadamente arqueológico (por ejemplo, Pla 1968, 143-190; Sanahuja 1971, 61-110). No era, pues, éste el objetivo propuesto por nosotros cuando pensamos que podía ser de cierta utilidad la realización de un catálogo exhaustivo de este tipo de material centrado en una área geográfica reducida, controlable y que conocemos en profundidad. Abarcar un territorio bien definido y más extenso hubiera exigido otros enfoques y un esfuerzo investigador que no estábamos en condiciones de realizar, y que pensábamos que las conclusiones a las que llegaríamos pudieran compensarnos.

Si nos centramos en el primer apartado -A-, no deja de ser sorprendente observar que en todo aquello relacionado con los aperos de labranza y con los artilugios ligados a una actividad artesanal (construcción, carpintería, herrería, mundo textil, curtidos, etc.), la evolución es inexistente o, si acaso, escasa y muy de detalle. Encontramos los mismos modelos perfectamente desarrollados y muy presentes ya en el mundo ibero mucho antes de la conquista romana. No hay apenas cambios ni nuevas incorporaciones y, sin duda, si analizamos el problema con una cierta tranquilidad, es lo razonable. En efecto, se trata siempre de artilugios bien diseñados, en ocasiones muy antiguos con prototipos de bronce y de sílex, que por su perfecta adaptación a una labor determinada no exigía ni modificaciones ni cambios. Aperos de muy distinta índole (podones, falces en sus infinitas variantes, azadas, picos, hachas, formones, gubias..), tienen sus precedentes mucho antes de la expansión mediterránea de Roma. Y esta tozuda permanencia en el diseño ha continuado hasta nuestros días. El instrumental en uso, al menos hasta fechas muy recientes, en poco se diferenciaba del que se utilizó dos, tres y hasta cuatro mil años antes.

El volumen de material que hemos podido estudiar, unas seiscientas piezas, resulta a todas luces un límite razonable, un conjunto sobre el que se puede trabajar intensamente a un nivel de detalle muy adecuado. A pesar de la uniformidad general que constatamos a lo largo y ancho del mundo romano, de una cierta repetición de modelos, el instrumental y otros elementos estudiados no sólo permiten confirmar lo dicho sino observar pequeños cambios en los modelos, modificaciones, desapariciones y ciertas pautas que a falta de otros corpora parecidos de áreas geográficas próximas, necesarios para una eficaz confrontación, permiten vislumbrar unos comportamientos que tal vez sean de tipo regional o local. A su vez, gracias, en esta ocasión, a la datación precisa de la mayor parte de las piezas que hemos podido estudiar y que permiten situarlas en su escala temporal, es posible una eficaz comparación con otras del mismo modelo más antiguas o más modernas y, por consiguiente detectar, si los hubiera, cambios, modificaciones o sustituciones. Asimismo, tendremos ocasión de poner de manifiesto pautas y aspectos que tal vez no sean exclusivos del territorio analizado sino aplicables a áreas geográficas mucho más extensas y, acaso, al conjunto de la Koiné.

Sólo en determinados aspectos es posible citar, en este campo, ciertas innovaciones, como en los arados que el mundo romano modificó perfeccionando lo que existió anteriormente. La gran reja triangular era una importante mejora al no hender sólo la tierra sino que la removía convenientemente. Sin embargo no hemos hallado indicios de su existencia, si bien ya apuntábamos las posibles causas de estas circunstancias (supra, capítulo 3.2).

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podemos reseguir su presencia desde la República Tardía hasta la Baja Antigüedad. En ocasiones corresponden a llaves de puertas, grandes y robustas; otras veces sirvieron, sin duda, para cerrar armarios, arcas, baúles y hasta pequeñas cajas.

Mayoritariamente, siendo la forma conocida de antaño, lo que podemos observar a lo largo del dilatado espacio temporal analizado, es la multiplicidad de sub-formas y tamaños que tal vez se explicarían por una necesaria especialización de tipos. Por ejemplo, entre los podones, la enorme variedad tipológica y de tamaños ha de responder, estamos seguros, a esta causa. Veamos un ejemplo. No es fácil, a partir de su exacta localización, proponer una función especifica para un determinado útil puesto que el lugar de procedencia, si bien fechado con precisión, no nos sirve para iluminar una tarea determinada. Se trata preferentemente de niveles de relleno que, desde este punto de vista, tienen escaso valor. Sin embargo, cuando se trata de estratos de destrucción y, acaso, de abandono, la situación cambia completamente. Un gran podón y un hacha, únicas piezas de este tipo, fueron localizados en la despensa-cocina del alfar de la villa del Collet, en Sant Antoni de Calonge, dentro del nivel de derrumbe del techo como consecuencia de un corrimiento de tierras.

En este territorio hemos identificado piezas de todo tipo y función con un hallazgo extraordinario que pasamos a comentar. Hay que citar, de nuevo, la despensa-cocina de la ladrillería de la villa del Collet a la que acabamos de aludir (supra). Podemos deducir del hallazgo y de su justo lugar de procedencia que dicha habitación contaba con una puerta que podía ser cerrada a voluntad con una gran llave que en el momento de producirse el hundimiento de la sala debía hallarse en la cerradura. Ambas piezas se localizaron juntas y encajan perfectamente una en otra. Es ciertamente el único espacio de la alfarería que podía abrirse y cerrarse, lo cual nos permite suponer como muy razonable que lo que allí se guardaba tenía un valor y que no era conveniente, en determinados momentos, exponer a visitas no deseadas. Pensaríamos que se trataría, sobretodo, de los alimentos que allí se guardaban y que servían para preparar la comida a todos aquellos que trabajaban en la ladrillería y, tal vez también para impedir la desaparición de piezas de todo tipo que allí se guardaban y que sin ser de gran valor, tenían relativa importancia. Debía hallarse en manos del encargado, (¿el uillicus?) que procedía a abrirla o cerrarla cuando era necesario.

En la gran habitación, muy funcional y sencilla, se guardaba comida, recipientes cerámicos de almacenaje, ollas y urnas, platos, cuencos, jarras y vasos que debían ser usados por el personal que trabajaba en la ladrillería. Había, asimismo, algunas piezas de bronce de uso culinario que, al menos en una ocasión, había tenido que ser reparada. Entre los objetos de hierro tan sólo una llave y una cerradura que comentaremos más adelante, abrazaderas de diversos tamaños e innumerables clavos de diversas formas que hay que poner directamente en relación con el sistema de cobertura de la estancia junto al gran podón y al hacha ya señalados. Su presencia en este contexto sólo se explica, pensamos, como instrumentos dedicados a la obtención puntual de leña para cocinar. El podón para cortar algunas ramas de árboles que se hallarían en las inmediaciones de dicha estación y el hacha para adaptar este material en bruto y otro que pudiera obtenerse por otras vías. Probablemente, como todo el conjunto de material, eran objetos del fondo de la villa destinados a esta nueva función y, en según que casos -las piezas de bronce y, tal vez, las de hierro-, instrumental en desuso.

En muchos yacimientos han aparecido más a menudo llaves pequeñas que no mayores y más pesadas, lo que nos obliga a pensar en un extendido uso, en las uillae y, de hecho, en todas partes, de armarios, alacenas, cajas y arcones que convenía tener a buen recaudo. Son, sin lugar a dudas, preocupaciones propias de una civilización más compleja, mucho más sofisticada. En otras ocasiones, deben pertenecer a puertas de más entidad, de habitaciones muy determinadas. En ningún caso podemos atribuir una llave a la puerta principal de un edificio. Goznes i pestillos, inexistentes antes, hacen su aparición, con cierta regularidad en esta etapa, una prueba más, si hubiera necesidad, de los cambios profundos que en este apartado tuvieron lugar.

En otros contextos menos diáfanos, que son la mayoría, no es posible deducir de manera tan clara una función específica.

Un aspecto de enorme interés, puesto que nos abre una ventana directa a situaciones que a menudo son difíciles de constatar a través del registro arqueológico y que nos ponen en relación con un mundo que tan sólo podemos conocer a través de los datos literarios y epigráficos, son los hallazgos de unos grilletes de distinta complejidad y en condiciones diversas que nos recuerdan la duras condiciones de vida para extensos grupos humanos en épocas más remotas. Son especialmente impactantes los hallados en la modesta necrópolis del Collet de Sant Antoni, de notable complejidad técnica, puesto que el difunto fue enterrado con ellos. Ya hemos aventurado posibles interpretaciones (supra); ahora sólo nos toca insistir en el valor simbólico del acto. Son también piezas raras en contexto prerromano pero no inexistentes (recordemos los grilletes que atenazaban las

En cambio, en todo aquello que tiene que ver con el mundo de la casa in extenso (apartado B), sí que parece haber ciertas innovaciones, que a menudo no tienen que ver con la introducción de nuevos modelos o la voluntad de dar salida a nuevas necesidades sino a su popularización y expansión. Lo que en el mundo prerromano era puntual y raro, pasó a ser normal y frecuente en el mundo romano. En efecto, las llaves y cerraduras, más difíciles, éstas, de identificar al ser menos robustas y, por lo tanto, de conservación más dudosa, son un material abundante, con formas y tamaños cambiantes que indican un uso muy extendido y multifuncional. Ciertamente, las llaves son piezas bien conocidas en contexto ibérico pero su presencia es escasa. Y mucho más raras son las cerraduras. En contexto romano,

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aquello que no puede ser reciclado. Las piezas de hierro, los yunques, mazos, tenazas, continuaban siendo imprescindibles o, como mínimo, podían ser refundidos y darles nueva vida. Es ilustrativo de cuanto decimos el yacimiento de Can Pons (Arbúcies, La Selva), una casa unifamiliar indígena de principios del siglo I a.C, que fue construida para explotar una superficie determinada puesta en explotación después de la quema de un sector de bosque. Cuando su cultivo decayó, la casa fue abandonada para repetir el proceso en la proximidad. Es interesante constatar que no se halló ni un solo fragmento de hierro y que sólo se abandonó lo que no podía aprovecharse o que era sencillo sustituir. Éste sería el proceso normal.

piernas de un difunto en la necrópolis griega del área del Párking de Ampúrias (Nolla et al. 2005, 34, 88-89, fig. 74). Interesantes a todas luces resultan los hallazgos repetidos continuamente en yacimientos rurales (y no sólo en villas), de pequeños hornos dedicados a la manufactura puntual de objetos de hierro. En todos los casos documentados (supra, capítulo 2), parece distinguirse un proceder común. En efecto, se trata, siempre, de pequeños hornos abiertos en el subsuelo, en patios o áreas no construidas, de forma vagamente circular o elíptica y que se localizan dentro del recinto del edificio y no en zonas marginales y que concentraron una intensa actividad en determinados momentos que siempre hemos podido poner en relación con reformas importantes o grandes reconstrucciones para, inmediatamente, ser abandonados y cubiertos de tierra. En su interior o en la proximidad abundan las escorias de hierro.

Mucho más difícil de dilucidar es saber si en origen aperos e instrumentos eran adquiridos en los núcleos urbanos o producidos en la heredad. Tal vez la pregunta esté mal planteada puesto que son posibles diversas soluciones. La proximidad de un mercado o su lejanía podrían explicar ciertos comportamientos. Nos parece más razonable, sin que podamos argumentarlo, la adquisición mayoritaria, al menos hasta la Antigüedad tardía, de todo tipo de piezas en los centros urbanos y nundinae y su larguísimo mantenimiento in situ.

De ninguna manera podemos suponer que estas estructuras de combustión pueden interpretarse con la herrería que con muchas posibilidades tuvieron las villas romanas o, al menos, las más importantes. Hay que suponer que los pequeños hornillos lenticulares fueron construidos en momentos de premura, para fabricar con rapidez material férreo necesario en la construcción, clavos, preferentemente, pero también abrazaderas y piezas mayores relativamente fáciles de producir. Es su abundancia, localización y características que nos induce a opinar de este modo. Lo que queda claro, gracias al hallazgo extraordinario de Puig Rodon (Corçà), una gran villa romana sólo parcialmente conocida, es a partir de qué se podían crear clavos y otro tipo de piezas sencillas. En efecto, allí se recuperó un lingote de hierro en forma de ladrillo que pesaba unas 39 libras romanas (que en origen pudieran haber sido 40).

Pudiera parecer sorprendente la presencia exclusiva de armas en la etapa inicial y final del período analizado, la República Tardía y la Baja Antigüedad y, sin embargo, no lo es. Tal como hemos podido comprobar en su momento (supra, 3.4), aquellas piezas que podemos definir sin ninguna duda como armas se han localizado exclusivamente en niveles tardo-republicanos como tardo-antiguos. Para la extensa etapa del Alto y Bajo Imperio, no es posible señalar ninguna y tan sólo algunas piezas ambivalentes o claramente dedicadas a actividades cinegéticas, muy en boga entre los propietarios rurales.

Hemos de suponer la existencia de piezas de estas características, de peso suficiente para su traslado sin dificultades adquiridas en algún núcleo urbano donde se concentraba la actividad comercial y donde era posible adquirir (casi) todo aquello necesario para poder desarrollar en el campo una existencia casi autárquica. A partir de allí no era ninguna complicación la reparación de piezas, siempre necesaria en una gran heredad, o su realización, al menos para aquellas más complejas, más estandarizadas, pero, sin duda, imprescindibles.

Para la etapa inicial abundan los hallazgos de pila, arma ofensiva típicamente romana que acabaron usando aliados y mercenarios. Proceden, nuestros hallazgos, del relleno de algunos silos de estaciones próximas a Ampurias y en contextos tanto indígenas como itálicos. Hay que suponer que se trataría de armas personales y que estuvieron en manos de sus propietarios hasta que dejaron de servir. Recordemos, asimismo, la presencia de armas entre los ajuares de algunas tumbas de Les Corts (Ampurias) donde ha aparecido algún casco de bronce de tipo Montefortino que marcan profundamente aquella necrópolis y que prueban que eran útiles propiedad del difunto, lo cual hacía posible su amortización en su propia sepultura.

Hay que suponer, al menos ésta es nuestra opinión, la existencia como mínimo en las grandes uillae, de pequeñas herrerías, distintas sin duda de los “pequeños hornillos de supervivencia”, donde se repararían y tal vez se producirían todo tipo de artilugios necesarios para el buen funcionamiento del fundo. No hemos sido capaces de identificar ningún espacio donde se pudiera haber realizado un trabajo de aquellas características. Una explicación a considerar es que no siendo numerosos los estratos de destrucción asociados al mundo rural (para este territorio tan sólo unas pocas habitaciones de Vilauba), no va a ser nada fácil poder asociar un espacio determinado a aquella actividad. Cuando se remodela un edificio o cuando se abandona sólo se deja

En otro orden de cosas conviene recordar el hallazgo, puntual ciertamente, de armas en oppida. En Sant Julià de Ramis, en niveles de siglo II a.C, hay que mencionar una gran espada recta dentro de su vaina, procedente del derrumbe de una casa, y una gran punta de lanza, de perfil propio del Ibérico Pleno pero en uso hasta mucho después. Estos hallazgos sirven para recordarnos la importancia entre las élites de este tipo de material, de uso tan arraigado, y

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propósito de si determinadas piezas son cuchillos, puñales o dagas o piezas multifunción.

desmienten la supuesta prohibición decretada por el cónsul M. Porcio Catón de usar armas después de la derrota de 195 a.C.

En ocasiones parece claro que se trata de cuchillos de uso corriente y, otras veces, que fueron indudablemente puñales o dagas, por lo que podríamos deducir de su presencia en determinados contextos. Sin embargo, la mayor parte de las veces no es posible decidirse por una u otra función y lo más probable es que pudieran servir para todo en función de las circunstancias. Las piezas tardías de Puig Rom, muy bien estudiadas (García & Vivó 2003, 163-168), plantean a la perfección este dilema. Poseen un solo filo y la punta suele ser roma y a pesar de su tamaño parecen más próximas al cuchillo que al puñal, aspecto que se vería reforzado por las características no militares de la estación. Otras piezas, de gran tamaño y que podrían ser llamadas sax sin dificultades, parecen representar mejor el papel de puñal de parada que el de cuchillo. Sin embargo nada es tan simple. Algunas de las piezas halladas en contexto funerario muestran la ambivalencia de estos artilugios que hay que suponer que se usaron indistintamente según las circunstancias.

En el otro extremo, la Antigüedad Tardía, tres yacimientos de distinta tipología han proporcionado hallazgos de este tipo. Se trata de un pequeño cementerio visigodo (finales del siglo V a finales del siglo VI), con inhumaciones vestidas y presencia puntual de armamento, puñales preferentemente, de una fortaleza de origen bajo-imperial mejorada por los visigodos (los niveles que han proporcionado hallazgos habrían de fecharse en la segunda década del siglo VIII, y un hábitat en altura, protegido por sólidas murallas, con cronologías entre mediados del siglo VII y los primeros veinte años de la siguiente centuria. Su presencia en contexto funerario no puede extrañar, tratándose de una costumbre muy arraigada entre este pueblo germánico. Se trata, siempre, de enterramientos de personajes masculinos adultos y de piezas de coste limitado y muy personales. No se han hallado ni puntas de lanza ni largas espadas.

Ya se ha insistido sobradamente sobre la extensa utilización del cuchillo (o navaja) en el mundo rural anterior a mediados del siglo XX. Era, sin duda y preferentemente, un instrumento multiuso, pero podía servir de arma llegadas las circunstancias. Excepcional nos parece el hallazgo de las cachas de una navaja que prueban la existencia de piezas de este tipo capaces de abrir y cerrarse a voluntad.

En el castellum de Sant Julià de Ramis, se halló un completo repertorio de piezas donde sobresalen elementos metálicos de armas ofensivas y defensivas que se hallarían sin montar. El conjunto es notable. Hay que suponer que seria material almacenado que fue dejado in situ cuando la fortaleza fue abandonada. En el Puig de les Muralles (Puig Rom, Roses), entre un extraordinario conjunto de material, no faltan armas de varios tipos, entre las que destacamos las puntas de lanza, hachas de guerra arrojadizas tipo francisca, puntas de flecha y cuchillos-puñales. A pesar de lo que se ha escrito, este yacimiento no puede ser interpretado como una fortaleza militar ni por sus características ni por su localización. Se trata de un castrum o castellum en altura habitado por campesinos, pastores y explotadores del bosque, donde hay también algunas armas que concuerdan con la presencia de unas buenas murallas. A diferencia de etapas anteriores, el uso de armamento para fechas tan avanzadas no parece nada extraordinario. Si el poblado hubiera sido explorado en toda su extensión y supiéramos la procedencia exacta de todos los objetos férreos podríamos cotejar la procedencia de las armas y sacar conclusiones. Todo parece indicar que aperos, útiles y armas habrían aparecido mezcladas en diversos silos y habitaciones.

La localización in extenso de cencerros, sobre todo de tamaño medio o pequeño, y la seguridad de sus dataciones permiten insistir sobre algunos aspectos de la economía rural desde esta perspectiva. Son, en total, veinte especimenes por lo general muy bien conservados, que suelen ser de hierro y latón y que no han conservado el badajo. Proceden de Tolegassos, Puig Rodon, Puig Rom, Mas Bou Negre, Casa del Racó, Vilauba, Hort d’en Bach, castellum de Sant Julià de Ramis i Pla de Palol.

Para la larga etapa que se distribuye entre el cambio de era y entre mediados/finales del siglo V, las armas son inexistentes. Aparecen, es cierto, algunas puntas de jabalina y numerosos cuchillos de muy diversos usos pero, efectivamente, se trata de otra cosa que cabría poner en relación con actividades cinegéticas más o menos desarrolladas.

Estos datos no están faltos de interés. Confirman la ausencia de este tipo de artilugio en contextos tardo-republicanos siguiendo una tradición mucho más antigua. No sería hasta mediados/segunda mitad del siglo II de la era cuando el registro arqueológico comienza a documentar la presencia de estas pequeñas campanas. A partir de este momento podemos reseguir su utilización en yacimientos de toda índole y condición. Las piezas más antiguas proceden de las villas agrícolas de Tolegassos y de Puig Rodon y las más recientes, dentro del período estudiado, del castellum y Puig Rom.

Una docena, recuperados en las villas de Tolegassos (7), Puig Rodon (3), Vilauba (1) y Mas Bou Negre (1), se fechan claramente en el Alto Imperio, entre finales del siglo II y finales del III. El resto, ocho, aparecidos en La Casa de Racó (1), en las estructuras tardías de Tolegassos (1), en Hort d’en Bach (3), en Pla de Palol (1), en el castellum de Sant Julià de Ramis (1) o en Puig Rom (1), son bajo-imperiales o tardo-antiguos.

Estas consideraciones nos permiten presentar otros temas de indudable interés y donde nuestra aportación no es suficiente para resolver un problema largamente planteado a

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origen y distribución plantean. Al fin y al cabo, a pesar de ser una categoría del instrumentum habitual en cualquier yacimiento, como lo es la cerámica, los objetos elaborados en hueso y aquellos moldeados en metales diferentes, tradicionalmente los de hierro han gozado de poca atención por parte de los investigadores. A diferencia de lo que ocurre con los recipientes cerámicos en todas sus formas, categorías y producciones, para los objetos de hierro apenas disponemos de repertorios extensos ni manuales de referencia. La mayor parte de las conclusiones a las que podamos llegar se obtienen directamente del propio contexto y del conjunto estudiado, puesto que, como podemos ver en los catálogos que incluimos en el texto, apenas existen paralelos y, los pocos existentes, o bien son dispersos, descontextualizados o claramente poco útiles (no tiene sentido, por ejemplo, citar paralelos interminables de regatones o clavos). Los mejor estudiados en el conjunto de publicaciones especializadas, se refieren, en todo caso, a las armas; una categoría con un bajo peso específico en el conjunto que analizamos.

Su ausencia no significa la inexistencia de una explotación ganadera más o menos desarrollada. Los estudios de los numerosos restos óseos que aparecen en estratos de todo tipo, intensificados estos últimos tiempos, permiten confirmar el desarrollo de esta actividad, que para contextos prerromanos y tardo-republicanos parece más dirigida al aprovechamiento de la leche, de la lana o de la fuerza del trabajo que de la carne. Se trataría, pues, de cabañas más reducidas y con un consumo en edad avanzada. La presencia o ausencia de cencerros tan sólo sirve para confirmar una costumbre que habría de tener un enorme éxito y que no se introduce, con éxito inmediato en estas tierras, hasta mediados del siglo II para continuar a lo largo del Bajo Imperio y Tardía Antigüedad. En cambio su cantidad sí que permite suponer una consolidación y, tal vez, expansión del aspecto ganadero entre las uillae de este territorio. Los datos zoológicos sirven para confirmar un más alto consumo de carne que podemos deducir de la edad de sacrificio de los animales. Se continuó, sin embargo, aprovechando la fuerza de trabajo, la leche o la lana, como ponen de manifiesto otros datos complementarios.

Sin embargo, a pesar de las dificultades de inicio, consideramos como mínimo útil recoger en una sola publicación todos los ejemplares identificados en esta área geográfica, muchos de los cuales son aún inéditos, mientras que otros han quedado arrinconados y casi invisibles –como si de materiales secundarios se tratara- en las publicaciones dedicadas a los yacimientos estudiados. Será una modesta contribución al estudio de un material a menudo olvidado, pero sin duda alguna de un enorme interés en el ámbito de la economía rural de epoca romana y visigoda en la región.

Todo parece indicar un cierto auge de la actividad ganadera a lo largo de los siglos III a VII, un proceso en consonancia con otro tipo de datos (lamentablemente escasos) que, sin embargo, en los yacimientos de esta zona estuvo supeditada siempre a la agricultura, sin duda la principal fuente económica de estos fundos. El estudio del instrumental de hierro no resolverá, sin duda, muchas de las cuestiones que su propia identificación, uso,

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