Ideas lingüísticas y literarias del doctor Huarte de San Juan 8474050669, 9788474050660


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Ideas lingüísticas y literarias del doctor Huarte de San Juan
 8474050669, 9788474050660

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ESTEBAN

TORRE

Ideas lingüísticas y literarias del doctor Huarte de San Juan Prólogo de VIDAL LAMÍQUIZ

Anales de la U niversidad H ispalense P ublicaciones de la U niversidad de S evilla S e r i e : F ilosofía y L etras N.° 40-1977

© Esteban Torre. Edita: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Sevilla. Im prim e: Esc. Gráfica Salesiana.—M.a Auxiliadora, 18-Sevilla, 1977 Diseño cubierta: Joaquín Sáenz. Dep. Legal: SE-486-1977 I. S. B. N. 84-7405-066-9

INDICE PROLOGO .............................................................................................

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INTRODUCCION .................................................................................

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CAPITULO I: Hilarte de San Juan y el Examen de ingenios ... 1. B iografía.............................................................. 2. La edición príncipe (1575) ............................................ ... 3. El Examen y el Tribunal de la F e .................................... 4. La edición reformada (1594)............................................. 5. Noticia bibliográfica..................................

21 23 28 32 38 43

CAPITULO II: Lengua y Literatura, Ciencias y Letras ........ 1. La división huartina de las ciencias ................................ 2. Concepto de n atu raleza........................................................ 3. Letras, ciencias y artes ....................................................... 4. Las influencias ........................................................................ CAPITULO III: La conciencia lingüistica ................................. 1. ¿Arbitrariedad de! sig n o ? .............................................. ... 2. La respuesta platónica ........................................................... 3. Una interpretación de Noam Chomsky .......................... 4. La lengua latina y el español ............................................ 5. La construcción gramatical .................................................

47 49 53 58 62 69 71 77 82 88 92

CAPITULO IV: Poesía y elocuencia ........................................... 1. Dualidad ingenio y arte ........................................................ 2. El furor poético ...................................................................... 3. Poesía y v e r s o .......................................................................... 4. Dialéctica y retórica .............................................................

95 97 100 103 107

CAPITULO V: Tópica histórico-literaría ..................................... 1. La nobleza del a lm a ............................................................. 2. Armas y letras ........................................................................ 3. El retraso técnico de España ..........................................

113 115 119 123

CONCLUSION......................................................................................

127

BIBLIOGRAFIA ...................................................................................

133

PROLOGO

1

I1 h

I

La docencia y la medicina son ocupaciones que requie­ ren auténtica vocación, pues tienen en sus manos la res­ ponsable tarea de preparar y cuidar el desarrollo y la. sa­ lud ya del espíritu ya del cuerpo del hombre. Esteban Torre es médico y es profesor. Ha aunado ambas dedica­ ciones porque también es poeta. En un poema de remi­ niscencias quevedescas se autodefine: «Me moriré siendo feliz a medias, a medias escritor y a medias médico; pero, a pesar de todo, y como todos, me moriré del todo, desde luego.» Captó el pensamiento científico moderno. Lo demues­ tra en su libro Averroes y la ciencia médica, su tesis de doctorado en Medicina. Luego quiso perfilar su dimensión humanística al emprender los estudios de Filología His­ pánica. Ahí lo tuve como discípulo, pero un discípulo de esos pocos que, ya maduros en la reflexión, inmediata­ mente se convierten en colaboradores. Por ello, fue el principal participante en el homenaje que el Departamen­ to de Lengua española dedicó a Antonio Machado en el centenario de su nacimiento: La experiencia del tiempo en la poesía de Antonio Machado, ahora en su segunda edición. Como remate de su sensibilidad poética orientada científicamente por su doble formación, se preocupa por los grandes preceptistas literarios del siglo XVI quienes, curiosamente, tan frecuentemente fueron también médi­ cos. En esta línea, prepara y publica una edición del Exa­ 11

men de ingenios para las ciencias de Juan Finarte de San Juan. De aquí brota el presente libro cuyos capítulos, en metodología eminentemente actual, interrelacionan la lengua y la literatura, lo lingüístico y lo literario, la teo­ ría y la crítica literarias, las letras y las ciencias. Como Huarte, ha hecho suya y tiende a que los demás partici­ pen en «la reflexión directa sobre el lenguaje en una pers­ pectiva triple: como vehículo de pensamiento, como ins­ trumento de comunicación social y como expresión en­ soñadora de la belleza». Vidal Lamíquiz Universidad de Sevilla

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INTRODUCCION

T

Hasta hace muy pocos años, el conocimiento de las teorías literarias de los siglos XVI y XVII —las Poéticas, las Retóricas, lo que nuestros literatos, pensadores y preceptistas del Siglo de Oro opinaban sobre el lenguaje como instrumento de expresión artística— se limitaba prácticamente, en su visión de conjunto, a la Historia de las ideas estéticas en España, de Menéndez Pelayo, y al tantas veces citado artículo de Vilanova «Preceptistas es­ pañoles de los siglos XVI y XVII», excelente por muchos conceptos, si bien sometido a las coordenadas restrictivas de una Historia General de la literatura \ En el campo de la filología, entendida a la manera del último tercio del pasado siglo, cabe destacar aquí la recopilación biblio­ gráfica de Muñoz del Manzano, Conde de la Viñaza12. Bien es verdad que los juicios adversos de la crítica extranjera, entre la que se encuentran los tratados ya clá­ sicos de Spingarn 3 y Saintsbury4, hacían concebir pocas esperanzas en esta parcela de la investigación, ya que las ideas lingüísticas y literarias de nuestros preceptistas áureos no serían más que una tardía y desvaída copia de los modelos italianos5. Sin embargo, en estos últimos 1. V ilanova, A.: « P re c e p tista s esp a ñ o le s de los siglos XVI y XVII», ¡listona General de las Literaturas Hispánicas, III, ed . G. Díaz-PJaja, Barna, Barcelona, 1953, p ágs. 565-692. 2. V inaza, Conde de la: Biblioteca histórica de la filología castellana, Tello, Madrid, 1893. 3. SpinüAUn, J. E.: A History of Literary Criticism in the Renaissance, 9.a ed., Columbia Univ. Press, Nueva York, 1963. 4. S aintsbury, G.: A History of Literary Criticism, Dodd, Mead and Co., Nueva York, 1901. 5. En ciertos casos, la anterior acusación no carece de fundamento. En lo que concierne a Francisco de Cuácales, cfr. G arcía B errio , A.: Introducción a la Poética clasicista: Cáscales, Planeta, Barcelona, 1975, pág, 11: «Las Tablas poé­

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años, han ido apareciendo diversos estudios que vienen a fijar el estado de la cuestión, así como ediciones críti­ cas de libros fundamentales; entre ellos, la Philosophia antigua poética, del Pinciano 67 , y el Cisne de Apolo, de Luis Alfonso de Carballo \ obras que se adscriben respec­ tivamente a la preceptiva aristotélica y a la poética pla­ tónica, y cuya vinculación al Examen de ingenios para las ciencias, de Huarte de San Juan, fue ya puesta de ma­ nifiesto 8 por Antonio Vilanova. En cualquier caso, las investigaciones sobre la con­ ciencia lingüística y la especulación sobre la literatura en la época áurea distan aún mucho de una formulación ex­ haustiva y coherente. Werner Bahner, que ha dedicado un breve ensayo a las teorías de los siglos XVI y XVII sobre el origen de la lengua castellana y su relación con la filología y la literatura, se lamenta de que éstas «no hayan sido tratadas aún de forma suficiente por la inves­ tigación hispanística»9. Karl Kohut hace una selección del material crítico disponible en torno a la idea de la literatura en España y Portugal durante los siglos XV y XVI, así como una sucinta revisión de las fuentes, jus­ tificando su trabajo como «un mero estudio preliminar de una obra de mayor extensión» 10. En términos parecidos se expresa Antonio Martí, quien estudia la retórica, tanto sacra como forense, en el Siglo de Oro, tema que «ha sido notablemente descuidado hasta el presente», y confiesa: ticas son [...] un plagio literal de tres de los más difundidos tratados italianos de la Poética: el Comentario de Robortello a la Poética de Aristóteles, la redac­ ción italiana L'arte poética de Sebastiano Minturno [...] y los Discorsi deWarte poética diz Torquato Tasso.* 6. L ópez P inciano , A.: Philosophia antigua poética, ed. A. Carballo Picazo, C.S.I.C., Madrid, 1953. 7. Carballo, L. A.: Cisne de Apolo, ed. A. Porqueras Mayo, C.S.I.C., Ma­ drid, 1958. 8. V ilanova, A.: ob. cit., p ág s. 605, 608 y 615; 616-617. 9. B a h n e r , W .: La lingüística española del Siglo de Oro. Aportaciones a la conciencia lingüística de la España de los siglos X V I y XVII, trad. esp. J. Muñárriz Peralta, Ciencia Nueva, Madrid, 1966, pág. 14. 10. K o h u t , K .: Las teorías literarias de España y Portugal durante los si­ glos X V y XVI. Estado de la investigación y problemática, Anejo XXXVI de la Revista de Literatura, C.S.I.C., Madrid, 1973, Prólogo.

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«desde luego este estudio no es definitivo» n. Del mismo modo, en el terreno de la teoría dramática, conviene ob­ servar cómo Margarete Newels, significativamente, sub­ titula «investigación preliminar» 12 su estudio de los gé­ neros. Naturalmente, la investigación sobre las fuentes de la teoría lingüística y literaria no puede limitarse al aná­ lisis de aquellos tratados que expresamente se ocupan de la misma. Existen discusiones ocasionales de problemas teóricos en obras de todo tipo. El ejemplo más conocido es, sin duda, el de las discusiones de teoría literaria en el Quijote. Estos pasajes, como apunta Karl Kohut, son dificilísimos de encontrar, porque pueden aparecer prác­ ticamente en todas partes 13. En el caso concreto de la obra de Huarte de San Juan, el análisis comporta carac­ terísticas especiales. No se trata ya de un libro en el que, ocasionalmente, aparezcan pasajes de interés teórico; sino que, además de los múltiples fragmentos utilizables que se encuentran esparcidos por todo el Examen de in­ genios, existen nada menos que tres capítulos completos —VIII, IX y X de la edición de 1575— que se ocupan directamente de problemas de lengua y literatura. Huarte de San Juan, médico —como Escalígero, como el Pinciano—, ha venido siendo considerado como el gran precursor de la Psicología Diferencial y de las modernas ciencias y técnicas que, en el campo de la psicología apli­ cada, se encaminan a la orientación y a la selección de individuos para las distintas profesiones 14. En este te­ rreno —tomando quizás demasiado a la letra el anuncio de la portada de la edición príncipe: «Es obra donde el 11. M artí, A.: La preceptiva retórica española en el Siglo de Oro, Madrid, 1972, págs. 7 y 8. 12. N ewels , M.: L o s géneros dramáticos en las Poéticas del Siglo Investigación preliminar al estudio de la Teoría dramática en el Siglo trad. esp. de A. Solé-Leris, Támesis Books Ltd., Londres, 1974. 13. K o h u t , K.: ob. cit., pág. 19. 14. Cfr. I riartb , S. I., M. de.: El doctor Huarte de San Juan y su de Ingenios. Contribución a la Historia de la Psicología Diferencial, C.S.I.C., Madrid, 1948.

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Gredos, de Oro. de Oro, Examen 3.* ed.,

17

que leyere con a!tención hallara !a manera de su ingenio, y sabrá escoger la sciencla en que mas ha de aprouechar»—, la influencia ejercida por el Examen ha sido en verdad estimulante, hasta el punto de que el nombre de Juan Huarte de San Juan aparece en la actualidad asocia­ do al Instituto Nacional de Psicología Aplicada y Psicotecnia 15. Sin embargo, sus valiosísimas reflexiones sobre la lengua han sido prácticamente olvidades, a pesar de la ya señalada incidencia sobre las Poéticas de Pinciano y Carballo, e incluso sobre la creación literaria de Cervan­ tes 16, y a pesar también de las eventuales referencias que se encuentran aquí y allá en la literatura crítica 17. Un análisis de las reflexiones huartinas sobre el len­ guaje contribuirá, sin duda, al mejor conocimiento de este dilatado período que se ha dado en llamar prehisto­ ria de la lingüistica, que abarca desde las primeras preo­ cupaciones acerca de la lengua hasta el nacimiento de la lingüística considerada como ciencia, a finales del siglo XVIII o principios del XIX 18. Y el estudio de sus especu­ laciones, que participan de la problemática medieval y de la inflexión renacentista, podrá arrojar alguna luz —jun­ to a los tratados específicos: Poéticas, Retóricas, Comen­ tarios, Prólogos, etc.— sobre la teoría lingüística y litera­ ria del siglo XVI. La cuestión de las etimologías y la motivación de los «vocablos» (si éstos son cpúcm o ftécei: «una cuestión 15. Por expresa solicitud al municipio madrileño, dicho Instituto se domicilia en la calle «Juan Huarte de San Juan». 16. Cfr. Salillas, R.: Un gran inspirador de Cervantes. El doctor Juan Huarte y su Examen de Ingenios, Madrid, 1905. 17. Algunas de ellas, con notables inexactitudes. Así, por ejemplo, M artí, Antonio (ob. cit., pág. 85) atribuye a Huarte la noticia de que Nebrija, ya sep­ tuagenario, «tenía que dar las clases leyéndolas por otro por haber perdido casi del todo la vista», cuando lo que Huarte escribe es que «Antonio de Librija había venido ya a tanta falta de memoria, por la vejez, que leía por un papel la lección de retórica a sus discípulos» (pág. 191 de mi edición del Examen de ingenios para las ciencias, Editora Nacional, Madrid, 1976. En lo sucesivo, cito por esta edición). 18. Cfr. Lamíquiz, V.: Lingüística Española, 3.a ed., Publicaciones de la Universidad de Sevilla, Sevilla, 1975, págs. 94 y ss.

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que hay entre Platón y Aristóteles muy celebrada», en palabras de Huarte), la perfección de Ja lengua latina y el papel del romance, la naturaleza del «furor poético», las «propiedades» del orador, son temas —tratados por el doctor Huarte— que merecen una detenida atención. Diversos tópicos, más o menos típicos del siglo que nos ocupa, tales como el concepto de la nobleza del alma, o el conflicto entre las armas y las letras, aparecen asimismo en el Examen de ingenios. En el presente trabajo 19, se tendrán en cuenta funda­ mentalmente los textos huartinos que se refieren directa­ mente a la teoría lingüística y literaria. Pero, obviamente, el sistema de ideas resultante carecería de coherencia si se le aísla de la totalidad estructural que el Examen com­ porta. De ahí que, siquiera sea someramente, se dé una previa visión de conjunto de la obra. En especial, es ine­ ludible abordar el concepto de «naturaleza». Por otra parte, casi no es preciso advertirlo, el análisis ha sido realizado desde las perspectivas actuales y hacia la sin­ cronía del siglo de Juan Huarte, aspirando a la compren­ sión de «totalidades más amplias, respecto de las cuales los textos que nos proponemos estudiar constituyen sólo un elemento parcial»20.

19. Fue en su día tesis de licenciatura, defendida en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Sevilla, ante un tribunal constituido por los pro­ fesores J. (Hollantes de Terán, J. Gil, V. Lamíquiz —director y ponente— y F, Rodríguez-Izquierdo. Obtuvo la calificación de sobresaliente por unanimidad y posteriormente Premio Extraordinario. 20. G oldman, L.: «El concepto de la estructura significativa en Historia de la Cultura», Sentidos y usos del término estructura en las Ciencias del Hombre, trad. esp. B. Dorriots, Paidós, Buenos Aires, 1968, págs. 105-113; el entrecomillado en pág. 109.

19

i

Capítulo I

HUARTE DE SAN JUAN Y EL EXAMEN DE INGENIOS

j

1.

B iografía

Juan Huarte de San Juan nació, alrededor de 1530, en San Juan de Pie de Puerto. La fecha es conjetural, y sería inútil tratar de buscar la partida de bautismo, por h sencilla razón de que no existen allí libros parroquiales del siglo XVIa. El lugar de nacimiento viene expresado en la portada de la obra, «compuesta por el doctor Huarte de San Juan, natural de San Juan de! Pie del Puerto», y en la licencia concedida por Felipe II para su primera edición: «Por cuanto por parte de vos, el doctor Juan Huarte de San Juan, del lugar de San Juan del Pie del Puerto, de di­ cho nuestro Reino de Navarra, nos lia sido fecha relación diriendo que vos habíades compuesto un libro intitulado Examen de ingenios para las c i e n c i a s Desde 1515, la villa de San Juan de Pie de Puerto —hoy francesa: SaintJean-Pied-de-Port, cerca de la frontera, por la ruta de Valcarlos— pertenecía de hecho y de derecho a la Corona de España. Por motivos geográficos y políticos, fue pron­ to abandonada por Carlos I, quien ordenó desmantelar su castillo y sus fortificaciones en 1530. Felipe II siguió considerando estos lugares como parte integrante de «nuestro Reino de Navarra»; pero lo cierto es que pasa­ ron a depender de la Corona de Francia, a la que habrían1 1, Las fuentes documentales* laboriosamente inv&s liga das por S.mz, R, —véan­ se el prólogo y las notas a su edición del Examen de ingenios para jas ciencias, biblioteca de Filósofos Españoles, Madrid, 1930—, bao sido fijadas con valiosas aportaciones de primera mano por lRifiKrnt M, de i El doctor Huarte de San Juan y su Examen de Ingenios, Contribución a ía fiisroria de tn psicología diferencial, 3," ed., C,S.T,C,* Madrid, 1948,

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de quedar definitivamente unidos en 1660, en virtud de la Paz de los Pirineos. A partir de 1530, muchos habitantes —vascos— de la Sexta Merindad comenzaron a tener problemas en rela­ ción con su ciudadanía. «Debió de ocurrir en la Baja Na­ varra —escribe Rodrigo Sanz— cierta emigración de fa­ milias de historia y linaje; emigración a España, y no a Navarra y Alto Aragón, a pesar de su proximidad, porque en estas tierras eran mal mirados los ultraporteños..., sino a Castilla y especialmente a Levante y Andalucía, donde en la segunda mitad del siglo XVI aparecen ultraportenses pidiendo al Real Consejo de Navarra, desde Toledo, Sevilla, Granada, Almansa o Valencia, testimonio de su oriundez e hidalguía» 23.La familia de Huarte pudo ser una de las emigradas a España entre 1530 y 1540. Es, en efecto, muy probable que la infancia de Juan Huarte transcurriera en tierras de habla castellana, que él llama «mi español», idioma en que el que redacta su obra «por saber mejor esta lengua que otra ninguna». Las historias de la medicina de Chinchillas y de Her­ nández Morejón 4 dan por seguro que realizó sus estudios en Huesca. Esta afirmación ha sido puesta en tela de juicio por Sanz, quien descubre en los registros de la uni­ versidad de Huesca a varios Huarte (Huart, Hugart, Hugarte, Duarte) que nada tienen que ver con el autor del Examen de ingenios para tas ciencias. En el curso 1569-70 aparece un doctor San Juan 5 como catedrático de medi­ cina, lo cual no prueba que hubiera estudiado en aquella 2. S anz, R.: ob. cit., pág. XU. Amérieo Castro cía a entender el posible origen judío ilcl doctor lluarto. «El nombre de Uñarte por «¡f solo nada prueba, pues ios conversos solían variar sus nom bra». Puro no aporto datos concluyentes. Cfr. Castro, A.: lil petisamlcuto de Ccrvtwtes, cd, J. Rodrfguez'Puériohis, Ñogucr, Barcetona. 1972, págs. ,5fi-57. 3. C h in c h il l a , A.: Anales históricos de la medicina. Historia de la medicina española, t. I, Valencia, 1841, págs. 312-347. 4. ITuitN^NDEZ MotíiudN, A.: Historia bibliográfica de la medicina española, t. III, Madrid, 1843, pág-s. 229-257. 5. Como doctor San Juan o doctor Juan de San Juan es como se denomina, desde luego, al auténtico Juan Huarte de San Juan en la casi totalidad de los documentos contemporáneos.

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universidad, sino que había enseñado allí durante ese curso. Tal hipótesis ha sido también rechazada por Mau­ ricio de Iriarte, para quien el auténtico doctor Huarte es un Juan de San Juan que sigue los cursos de medicina de 1553 a 1559 en la universidad de Alcalá, donde se doctora el 31 de diciembre de este último año. De ser cierta la identificación, se podría precisar la fecha de su nacimien­ to en 1529, sobre la base de las inscripciones o matrícu­ las de esta universidad. Pero, como el mismo Iriarte re­ conoce, no existe «una clave expresa y positiva de co­ rrespondencia» 9. En realidad, las primeras noticias documentales abso­ lutamente seguras arrancan de 1572, año en que está fe­ chada una Real Provisión 67 que atestigua el ejercicio pro­ fesional del doctor Huarte en la ciudad de Baeza. Sabe­ mos así que el autor del «Examen de ingenios» fue médico en ejercicio, es decir, que no se movió sólo en el terreno de la teoría, como podrían hacernos pensar algunos pa­ sajes de su obra. La citada Provisión responde a una soli­ citud del «Concejo, Justicia y Regimiento» de Baeza para contratar los servicios profesionales del ilustre mé­ dico. Concede Felipe II licencia al municipio baezanopara que ratifique el contrato, que tenía ya concertado desde agosto de 1571, con el doctor Juan de San Juan, «hombre de muchas letras». En la información y los testimonios presentados, constaba que «se había visto y entendido su mucha habilidad y provecho». Se estipula un salario anual de 200 ducados y 50 fanegas de trigo —algo más de dos toneladas—. Hay una serie de datos internos en el «Examen de in­ 6. I riarte , M. de: ob. cit., p ág . 19. 7. Archivo municipal de Baeza, Casa de la Cultura, letra P (Provisiones), legajo 2, número 159. Hemos de agradecer al actual archivero, don José Molina Hipólito, las facilidades dadas para la localización de tan precioso documento utilizado ya por S anz (ob. cit., pág. XLIV) en 1914; pero desaparecido después, ya que I riarte (ob. cit.t pág. 49) no lo pudo encontrar. Por su singular significa­ ción en la brevísima —y, en muchos puntos, hipotética— biofjrafía huartina, incluyo facsímil y transcripción del mismo en el prólogo de mi edición del «Examen* (Editora Nacional, M ad rid , 1976, págs. 12-14).

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genios» que parecen indicar que el doctor Huarte menos­ preciaba [a práctica de la medicina. En los primeros pá­ rrafos del capítulo XII, afirma que «siendo el médico muy gran letrado, por la mesma razón es inhábil para curar», pues «los médicos muy letrados, aunque se ejer­ citen toda la vida en curar, jamás salen con la práctica; y otros, idiotas, con tres o cuatro reglas de medicina que aprendieron en las escuelas, en muy menos tiempo saben mejor curar». Es de advertir, sin embargo, que en la ciu­ dad de Baeza se estaba muy lejos de creer que este «hombre de muchas letras» fuera «inhábil para curar». Por el contrario, se alaba precisamente su «mucha habi­ lidad», así como el «provecho» que se había seguido de su «experiencia», porque «era persona tal cual convenía a la dicha ciudad y vecinos de ella». Aunque escasos en número y en contenido utilizable, existen otros documentos # que arrojan alguna luz sobre los últimos dieciséis o diecisiete años de la vida del doc­ tor Huarte; entre ellos, su testamento, una carta de poder y dos contratos para la edición príncipe del «Examen». Queda, así, constancia de su afincamiento en Baeza, don­ de publica su libro en 1575, y en Linares (los leñares de Baeza), donde tenía «casa principal». Había contraído matrimonio con Agueda de Velasco, oriunda como él de la Baja Navarra. Tuvo siete hijos, tres varones y cua­ tro hembras. Además del eje Linares-Baeza, otro enclave geográfico aparece mencionado en las fuentes documentales: una pequeña zona de la Mancha, circunscrita por las villas de Tarancón, Corral de Almaguer y Villarejo de Salvanés. Lazos económicos con vecinos de estos lugares, una casa en Tarancón y el hecho de que figure como apoderado del doctor Huarte en esas tierras su cuñado Diego de Velasco o de Villalba, nos indican que tuvo —como apun­ ta Triarte— muchas relaciones en esos contornos, bien8 8. Cfr. S anz, R.: ob. cií.; I riartl , M.: ob. cít., Apéndice, págs. 405*414

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porque hubiera ejercido allí la profesión durante algún tiempo, bien porque allí hubiera tomado esposa. Posible­ mente, la familia de Agueda de Velasco, emigrada tam­ bién de Ultrapuertos, se había establecido en Tarancón, del mismo modo que los padres de Juan Huarte habrían fijado su residencia —«la casa principal»— en Linares. Ningún detalle verdaderamente expresivo de la vida del doctor Huarte ha llegado hasta nosotros. Nada sabe­ mos de su carácter, de sus alegrías o de sus tristezas. Pero su obra nos revela uno de los espíritus más finos del renacimiento español, una de las mentes más claras de todos los tiempos. Un libro, un solo libro, el Examen de ingenios para las ciencias, fue suficiente para dar cum­ plida entrada en la Historia de la Cultura a este ingenioso hidalgo, médico de profesión, de cuya historia personal solamente se conocen datos aislados. El 25 de noviembre de 1588, «estando enfermo del cuerpo, pero en muy buen seso, juicio y entendimiento natural», hace testamento en Baeza, ordenando ser ente­ rrado «en la iglesia mayor de la villa de Linares», en la misma sepultura que su mujer. Hubo de morir poco des­ pués, en los últimos días de 1588 o primeros de 1589, puesto que ya el 18 de febrero de 1589 se nombra un procurador 9 para los tres hijos varones, que eran meno­ res de edad, y el 19 del mismo mes firman dos de sus hijas una carta de poder 101para proseguir un pleito sobre ciertos asíanos que le debía al doctor Huarte de San Juan la ciudad de Baeza. Fundó una memoria para que, cada año, se dijeran en Linares «nueve misas rezadas a las nueve festividades de Nuestra Señora», por su alma y las de sus difuntos, «per­ petuamente para siempre jamás», lo cual aún se cum­ plía en 1720 n. 9. I riarte , M. de: ob. cit., pág. 59. 10. Sanz, R.: ob. cit., págs. XV-XVI. 11. lbidem, pág. XLVIII; I riarte , M. de: ob. cit., pág. 61.

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2.

La edición príncipe (1575)

El título completo del libro de Juan de Huarte es Examen de ingenios para las ciencias. Donde se muestra la diferencia de habilidades que hay en los hombres, y el género de letras que a cada uno responde en particular. La primera edición tuvo lugar en Baeza, en 1575. El im­ presor fue Juan Bautista de Montoya; pero los gastos co­ rrieron a cargo del autor, según se estipula en el primero de los ya mencionados contratos, que asimismo establece que la tirada constaría de 1.500 ejemplares. La obra esta­ ba dedicada «a la Majestad del Rey don Felipe, nuestro señor». No era Baeza, en la segunda mitad del siglo XVI, el pueblo «sombrío, entre andaluz y manchego» que habría de conocer Antonio Machado, sino una ciudad florecien­ te, de no escasa actividad cultural. Publicar un libro en Baeza no implicaba, en absoluto, una dificultad para su difusión. Por otra parte, el título mismo era suficiente­ mente atractivo para tentar a muchos lectores. Lo cierto es que el Examen de ingenios para las ciencias gozó en pocos años de varias reediciones —Pamplona, 1578; Bil­ bao, 1580; Valencia, 1580; Huesca, 1581...—, así como de traducciones a las principales lenguas europeas, algunas de ellas en vida de Juan Huarte. La edición príncipe —volumen en octavo, de 356 fo­ lios, más 8 hojas preliminares— fue de una gran sobrie­ dad, sin alardes tipográficos, y sin grabados, excepto la marca del impresor en el colofón. No obstante, la oportu­ nidad de los ladillos o notas marginales y una carencia casi absoluta de erratas hacen suponer la vigilancia per­ sonal del autor, quien ya se había cuidado de fijar en el contrato: «el latín que llevare el libro ha de ir de letra menuda, dentro y fuera del margen, y que salga la im­ presión verdadera, sin mentiras ni abreviaturas». Tras las debidas licencias y aprobaciones —para Castilla v para Aragón—, el libro aparece dividido en quince capítulos. 28

Lleva además dos proemios, uno dirigido al rey y otro al lector. Su contenido corresponde por entero al anuncio de la portada: «Es obra donde el que leyere con atención hallará la manera de su ingenio, y sabrá escoger la cien­ cia en que más ha de aprovechar; y si por ventura la hubiei'e ya profesado, entenderá si atinó a la que pedía su habilidad natural». Ingenio, ciencia, habilidad natural: he aquí los ele­ mentos esenciales del «Examen». El ingenio —la inteli­ gencia—del hombre admite grados y diferencias cualita­ tivas. Las ciencias —los saberes, las destrezas, oficios, profesiones, artes— son muy diversas, y requieren dis­ tintas habilidades naturales. La naturaleza es, en defini­ tiva, la que hace al hombre hábil para una u otra ciencia, tanto para su aprendizaje como para su ejercicio. En el primer proemio queda perfectamente delimita­ da «la materia sobre que se ha de tratar»: «Todos los fi­ lósofos antiguos hallaron por experiencia que donde no hay naturaleza que disponga al hombre a saber, por de­ más es trabajar en las reglas del arte. Pero ninguno ha dicho con distinción ni claridad qué naturaleza es la que hace al hombre hábil para una ciencia y para otra inca­ paz; ni cuántas diferencias de ingenio se hallan en la es­ pecie humana; ni qué artes y ciencias responden a cada uno en particular; ni con qué señales se había de conocer, que era lo que más importaba». Es por eso por lo que «había de haber diputados en la república, hombres de gran prudencia y saber, que en la tierna edad descubrie­ sen a cada uno su ingenio, haciéndole estudiar por fuerza la ciencia que le convenía, y no dejarlo a su elección». Y en el segundo proemio —al lector— se formulan «tres conclusiones»: «La primera es que, de muchas diferen­ cias de ingenio qua hay en la especie humana, sola una te puede con eminencia caber [...]. La segunda, que a cada diferencia de ingenios le responde, en eminencia, sola una ciencia y no más [...]. La tercera, que después de haber entendido cuál es la ciencia que a tu ingenio res­ 29

ponde, te queda otra dificultad mayor por averiguar; y es si tu habilidad es más acomodada a la práctica que a la teórica». Los siete primeros capítulos vienen a constituir la par­ te general y propedéutica de la obra. La naturaleza de la inteligencia humana es objeto de un análisis cuantitativo y cualitativo. Por lo pronto, desde un punto de vista cuantitativo, se distinguen tres «diferencias de ingenio», tres «grados de habilidad». Al primer grado o nivel pertenecen los indivi­ duos que sólo son capaces de comprender las cuestiones «claras y fáciles». «Otros ingenios suben un grado más», y llegan a do­ minar «todas las reglas y consideraciones del arte, claras, oscuras, fáciles y dificultosas»; pero «todo se lo han de dar hecho y levantado», porque necesitan «oír la ciencia de buenos maestros que sepan mucho, y tener copia de libros, y estudiar en ellos sin parar». Finalmente, «en el tercer grado, hace naturaleza unos ingenios tan perfectos que no han menester maestros que los enseñen»: son los ingenios inventivos, que «llaman en lengua toscana caprichosos, por la semejanza que tienen con las cabras en el andar y pacer; ésta jamás huelga por lo llano: siempre es amiga de andar a sus solas por los riscos y alturas, y asomarse a grandes profundidades». Por el contrario, los que no alcanzan este nivel de intelila oveja, la cual nunca sale de las pisadas del manso, ni gencia son ingenios oviles, pues «tienen la propiedad de se atreve a caminar por lugares desiertos y sin carril, sino por veredas muy holladas, y que alguno vaya de­ lante». Un análisis cualitativo también descubre tres «dife­ rencias de ingenio»: individuos memoriosos, imaginati­ vos e intelectivos, según predomine en ellos alguna de las tres «potencias racionales», a saber, memoria, imaginati­ va y entendimiento. A cada uno de estos tipos diferencia­ les de inteligencia le corresponde un grupo determinado 30

de saberes. Ocurre que «los que son rudos en una ciencia tienen en otra mucha habilidad, y los muy ingeniosos en un género de letras, pasados a otras no las pueden com­ prender». «Yo a lo menos —sigue diciendo Huarte, en el capí­ tulo I— soy buen testigo de esta verdad. Porque entra­ mos tres compañeros a estudiar juntos latín, y el uno lo aprendió con gran facilidad, y los demás jamás pudieron componer una oración elegante. Pero pasados todos tres a dialéctica, el uno de los que no pudieron aprender gra­ mática salió en las artes una águila caudal, y los otros dos no hablaron palabra en todo el curso. Y venidos to­ dos tres a oír astrología, fue cosa digna de considerar que el que no pudo aprender latín ni dialéctica, en pocos días supo más que el propio maestro que nos enseñaba, y a los demás jamás nos pudo entrar. De donde, espan­ tado, comencé luego a discurrir y filosofar, y hallé por mi cuenta que cada ciencia pedía su ingenio determinado y particular, y que sacado de allí no valía nada para las demás letras». En el capítulo VIII «se da a cada diferencia de inge­ nio la ciencia que le responde en particular». Según el catálogo de las ciencias que hace aquí Huarte, el latín y la gramática pertenecen a la memoria; la dialéctica, al entendimiento; la astrología, a la imaginativa. Queda así aclarado el episodio de los tres compañeros que comen­ zaron a estudiar juntos. Este capítulo y los seis siguien­ tes forman la parte especial y aplicada del «Examen». Se analizan en ellos las características de las profesiones más significativas de la época: el arte de la elocuencia, la teología positiva y la teología escolástica, la teoría y la práctica de las leyes, la teoría y la práctica de la medici­ na, el arte militar y, finalmente, el «oficio de Rey». Concluye la obra con un extenso y curioso capítulo XV, donde se explican «las diligencias que se han de ha­ cer para que los hijos salgan ingeniosos y sabios», «para que salgan varones y no hembras» y «para conservar el 31

ingenio a las niños después de estar formados y nacidos»; se indica, además, «qué mujer con qué clase de hombre se ha de casar para que pueda concebir». Reconoce el doctor Huarte que «la dificultad que tiene esta materia es no poderse tratar con términos tan galanos y honestos como pide la vergüenza natural que tienen los hombres», «Tomando, pues, en cuenta —sigue diciendo— esta ho­ nestidad natural del oído, procuré salvar los términos duros y ásperos de esta materia, y rodear por algunas maneras blandas de hablar; y donde no se pudiere ex­ cusar, habráme de perdonar el honesto lector». Al cabo de cuatro siglos, la lectura de este libro extra­ ordinario ofrece poco que perdonar y mucho que agrade­ cer. Sus páginas son, ante todo, un regalo para los oídos que saben disfrutar con las palabras sencillas y claras, portadoras de un pensamiento transparente. El objetivo principal de Juan Huarte es el establecimiento de un principio de justicia distributiva, según el cual cada uno debe ocuparse sólo de aquellas tareas para las que esté realmente capacitado. De una distribución racional de los trabajos —más allá del azar de la fortuna y de tantos otros factores irracionales— se seguirían los mayores be­ neficios para el individuo y para el conjunto de la so­ ciedad. 3.

E l E xamen

y el

Tribunal

de la

Fe

En 1575, fecha de la edición príncipe del «Examen», se hallaba Fray Luis de León en los calabozos del Tribu­ nal de Valladolid, acusado —entre otras faltas, de las que no era la menor su origen judío— de haber traducido el «Cantar de los cantares» como si se tratara de una can­ ción de amor profano. Diez años antes, el Tribunal de Sevilla había encontrado graves pasajes de «iluminismo» y «doctrina nueva» en los escritos de Santa Teresa de Jesús. Pocos recuerdos quedaban ya del espíritu —hasta cierto punto europeizante y erasmista— de la época del 32

emperador Carlos, en la que trascurrieron los estudios y la primera juventud de Juan Huarte. Felipe II, rey desde 1556 por la abdicación del Empe­ rador, regresa en 1559 de los Países Bajos. En Valladolid, su primer acto oficial fue presidir un auto de fe, al que siguieron otros en diversas ciudades de España. La In­ quisición, por su parte, se propuso mantener la ortodoxia a todo trance, organizando una sistemática operación de censura. Aunque con anterioridad habían circulado dis­ tintas listas de libros prohibidos 12, el primer Indice pro­ piamente español apareció en este memorable año de 1559. Se incluían en él —además de dieciséis obras de Erasmo, las dos primeras partes del Lazarillo de Tormes, la versión española de las Novelas de Boccaccio, etc.— nada menos que el Libro de la oración de Fray Luis de Granada y las Obras del cristiano de San Francisco de Borja. La heterodoxia llegó a ser considerada como una terrible amenaza, no sólo para la religión establecida, sino incluso para la seguridad del Estado. De ahí que el doctor Huarte tuviera buen cuidado de que su libro salie­ ra a la luz pública con toda clase de licencias y apro­ baciones. La censura previa no le pudo ser más favorable. Por el Consejo de Castilla, Fray Lorenzo de Villavicencio cer­ tifica que «su doctrina toda es católica y sana, sin cosa que sea contraria a la fe de nuestra madre la santa iglesia de Roma». De parte del Consejo de Aragón, el doctor Heredia afirma también que le parece «obra católica» y que «se le debe dar licencia» para imprimirla. Por si fuera esto poco, la obra «va dirigida a la Majestad del Rey don Felipe, nuestro señor, cuyo ingenio se declara». Las cualidades de «un Príncipe de tanto saber y pru­ dencia», como anuncia ya el primer proemio, son conve­ 12, Un reciente y documentado estudio sobre el tema puede verse en K amf.n , H.: La Inquisición española, Alianza, Madrid, 1973. En especial, el capítulo V: «El silencio se ha impuesto,»

3

33

nientemente descritas en el capítulo XIV —«donde se declara a qué diferencia de habilidad pertenece el oficio de Rey, y qué señales ha de tener el que tuviere esta ma­ nera de ingenio»—. Capítulo éste por demás sugestivo: «Prudencia y sabiduría», en grado máximo, son «el fun­ damento en que restriba el oficio de Rey», el cual «pide la mayor diferencia de ingenio que naturaleza puede ha* cer». El «oficio de Rey», así pues, requiere una constitu­ ción perfectísima, que se traduce en varias señales: entre ellas el ser «rubio», «mediano de cuerpo», «virtuoso y de buenas costumbres». ¿No es éste el retrato del prudente Felipe II, rubio y de mediana estatura? Juan Huarte no lo dice explícitamente. Lo da a entender al lector —al censor—, a fin de asegurarse garantías para su libro. «Con haber buscado esta diferencia de ingenio con mu­ cho cuidado —escribe—, sola una he podido hallar en España» y, fuera de España, tres: Adán, David y Jesucris­ to. ¿Qué censor se atrevería a desmentir semejantes juicios? Pero, a pesar de tantas precauciones, en 1581 aparece el «Examen de ingenios» en un Catálogo dos libros que se prohíben nestos Regnos e Senhorios de Portugal. La corona de estos reinos y señoríos, en 1581, la ceñía aquél en cuyos dominios no se ponía el sol, aquél cuyo ingenio había sido parangonado con el del primer hombre sobre la tierra, con el del principal autor de los Salmos y con el propio Hijo de Dios. Tal vez, en Portugal —que sólo por la fuerza de las armas había aceptado el dominio de Felipe II—, no eran precisamente bien vistas estas com­ paraciones. Por lo que respecta a los reinos de España, el «Exa­ men» figura también en los dos grandes índices de la In­ quisición española en el siglo XVI, publicados en 1583 y 1584 por el Inquisidor General, Gaspar de Quiroga. El primero —Index librorum prohibitorum — era una sim­ ple relación de libros prohibidos, entre los que se incluye el «Examen de ingenios, compuesto por el doctor Juan 34

Huarte de San Juan, no se enmendando y corrigiendo». El segundo —Index librorum expitrgatorum— especifica los pasajes que han de ser enmendados y corregidos. Sólo tres capítulos —VIII, IX y XI— se salvaron del expurgo. Los restantes sufrieron mutilaciones más o menos exten­ sas, siendo cuarenta y cuatro los lugares tachados; entre ellos, el capítulo VII, que fue censurado en su totalidad. ¿Hubo realmente motivos para la censura? Una respues­ ta adecuada, que trate de evitar cualquier tipo de inter­ pretaciones anacrónicas, ha de basarse en la atenta lectu­ ra de los párrafos expurgados y en la consideración de las decisivas circunstancias históricas del momento. No es preciso invocar razones de envidia y de amor propio herido 13 por parte de los censores, ni mucho menos atri­ buir una especial susceptibilidad intuitiva14 al Tribunal de la Fe. En el «Examen» hay suficiente materia desviacionista con respecto a la doctrina establecida, ratificada por el Concilio de Trento, para «justificar» medidas mu­ cho más expeditivas que una mera corrección de los tex­ tos. Lo que al cabo de cuatro siglos hemos de lamentar no son los motivos, sino el hecho mismo de la censura, como expresión genuina de la intolerancia. 13. Según M. de Iriarte, «los motivos iniciales de )n denuncia parece que no fueron celo de la religión, sino amor propio herido». El l)r. Alonso l’relcl, cate­ drático de Teología positiva en la Universidad de Baezu y Comisario del Santo Oficio en esta ciudad, se habría considerado ofendido porque Huarte había des­ crito como propias do iu memoria, y no del entendimiento, las características de su profesión. Lo cierto es que el doctor l’retel formuló en 1579 una denuncia a la inquisición de Córdoba, informando sobre varias proposiciones «noladns» en el Examen. Dato éste Interesante; pero uno más, sin duda, entre las «informa­ ciones» del complicado mecanismo inquisitorial. El citado autor, sin embargo, piensa que «se adivina la mano vengativa preleliana» en algunos de los pasajes censurados. Cfr. I riaktb, M. de; oh. cil., págs. 54-56 y 88-90. 14. La «mirada penetrante» de los inquisidores cayó sobre el «Examen-, según G. Maraflón, «como el águila que se abate sobre la presa», pues «su ins­ tinto infinitamente susceptible, olfateaba, con segura intuición...» Cfr. MaiuNón, G.: «Examen actual de un Examen antiguo», Cruz y liava, 1933; reproducido en Tiempo viejo y tiempo nuevo, Espasa-Calpe, Madrid, 1940, págs. 115 y ss. Que no era preciso tener tal instinto, susceptibilidad, olfato, o intuición, lo demues­ tra el hecho de que un simple estudiante de teología, de veintiún años de edad, llamado Diego Alvaro/., había redactado —ya en 1578— un largo discurso señalan­ do los puntos en que Huarte se apartaba de la doctrina tradicional. De dicho discurso dieron noticia, en el pasado siglo, B. J. Gallardo e I. Martínez. Cfr San/., R.: oh. cit., pág. XVIII.

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La sesión de clausura del Concilio de Trento había tenido lugar en 1563, y la observancia de sus decretos fue expresamente ordenada por Felipe II. Como es sabi­ do, entre las primeras definiciones figuraba el derecho exclusivo de la Iglesia a interpretar las Sagradas Escri­ turas. Conviene resaltar aquí algunas líneas textuales: «Con el fin de contener los ingenios insolentes», se decre­ ta que nadie se atreva a interpretar las Escrituras «con­ tra el sentido que le ha dado y da la santa madre Iglesia, a la que privativamente toca determinar el verdadero sentido de las sagradas letras» 1S. Pues bien, en el capítulo XV del «Examen» afirma Huarte: «De muchos sentidos católicos que la Escritura divina puede recebir, yo siempi’e tengo por mejor el que mete la letra que el que quita a los términos y vocablos su natural significación». De­ secha, por tanto, el sentido tropológlco, «el que quita a los términos y vocablos su natural significación» —que es en muchos casos el «verdadero sentido» propuesto por la Iglesia—, y defiende por el contrario el sentido literal, «el que mete la letra». Tal aseveración, por sí sola, habría bastado para po­ ner en marcha la máquina inquisitorial. Pero no es una afirmación aislada. Veamos el contexto en que la misma se produce: «El entendimiento y la memoria —dice Huarte— son potencias opuestas y contrarias». Los oradores —los pre­ dicadores—, cuyo quehacer se basa en la memoria, son individuos de muy poco entendimiento. «Y siendo esto así, es cosa muy peligrosa que tenga el predicador oficio y autoridad de enseñar al pueblo cristiano la verdad». ¿Quién ha de ser entonces el maestro que enseñe la ver­ dad al pueblo cristiano? He aquí la respuesta: la natura­ leza es «el maestro que enseña a las ánimas cómo han de 15. El sacrosanto y castellano por don Ignacio según ia edición auténtica drid, en la Imprenta Real.

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ecuménico Concilio de Trento. «Traducido al Idioma I.ópez de Ayala. Agrégase el texto original, corregido de Roma, publicada en 1564. Con privilegio. En Ma­ MDCCLXXXV.» Sesión IV, pág. 16.

obrar», porque «si el cerebro tiene el temperamento que piden las ciencias naturales, no es menester maestro que nos enseñe». Es decir: si un individuo ha sido dotado por la naturaleza de un buen cerebro, puede alcanzar la verdad sin ayuda de nadie. Y esto se aplica también al dominio de las verdades reveladas, pues «para dar Dios alguna ciencia sobrenatural a los hombres, les dispone primero el ingenio y los hace capaces con disposiciones naturales». En definitiva: el hombre inteligente conoce la verdad y, en consecuencia, sabe discernir cuál es el ver­ dadero sentido de los textos sagrados, que —como ya se ha dicho— no es otro sino el que se atiene a la letra. No es así de extrañar que el Tribunal de la Fe encon­ trara indicios alarmantes de «libre examen» en el «Exa­ men de ingenios», y que su autor fuera clasificado entre los «ingenios insolentes» que había que contener. Entre las proposiciones que fueron condenadas en el Indice del Cardenal Quiroga, destaca la repetida afirma­ ción de que «el entendimiento es potencia orgánica», esto es, que el entendimiento —potencia del alma, fundamen­ to de la vida intelectiva— tiene una base material; o dicho de otra manera, que el alma depende intrínsecamente de los órganos, no sólo en la vida vegetativa y en Ja vida sensible, sino también en el ejercicio de su más alta fun­ ción: entender. Podría considerarse esto como una pre­ misa previa para la negación de la espiritualidad del alma v su correlato inmediato: la inmortalidad. Pero no es así. Lo que Huarte rechaza es el fácil argumento de los que pretendían demostrar la naturaleza espiritual del ser hu­ mano «poniendo al entendimiento apartado de órgano corporal». Para Huarte, como para muchos autores cató­ licos, la inmortalidad del alma no puede demostrarse apodícticamente por la razón. En efecto, «la certidumbre in­ falible de ser nuestra ánima inmortal no se toma de las razones humanas», pues «sola nuestra fe divina —escribe en el capítulo VII— nos hace ciertos y firmes que dura para siempre jamás». En cualquier caso, todas estas ma­ 37

nifestaciones de «doctrina nueva» fueron puntualmente censuradas. Los Indices españoles gozaban de autonomía en rela­ ción con los de Roma. Tenían éstos la característica de ser exclusivamente prohibitorios, es decir, que proscri­ bían libros sin tener en cuenta el número de sus errores y sin especificar si podrían o no publicarse una vez ex­ purgados. Por otra parte, no era raro que disfrutaran de la protección de Roma autores cuyos escritos habían sido rigurosamente censurados en España, y viceversa. Pero en lo que concierne a la obra de Huarte, no hubo dispa­ ridad de criterios: desde principios del siglo XVII apare­ ce también en diversos Indices romanos. En el de 1665, la prohibición no distingue ediciones primitivas y refor­ madas; las comprende todas, incluidas las traducciones: in qualunque lingua et in ogni stampa che sia. Y, como tal libro prohibido, ha venido figurando el «Examen» en Indices posteriores, hasta que finalmente fueron suprimi­ dos y aventados por los aires renovadores del Concilio Vaticano I I 16. 4.

La

e d ic ió n

reform ada

( 1594)

Puesto que el Indice español de 1584 autorizaba la di­ fusión del «Examen» siempre que se corrigieran los pasa­ jes censurados, el doctor Huarte hubo de llevar a cabo las enmiendas exigidas. Algunas eran fáciles de realizar, como la eliminación del capítulo VII o las supresiones de párrafos que no afectaban al sentido del contexto. En otros casos, la refundición obligaba a profundas altera­ ciones del contenido mismo, llegándose a decir —en tesis fundamentales— exactamente lo contrario de lo que se había mantenido en la edición primitiva. 16. El 15 de noviembre de 1966, la Congregación de la Doctrina de la Fe, antes Santo Oficio, da un decreto que abroga los cánones 1.399 y 2.318, referentes al Indice de libros prohibidos. Cfr. Acta apostalicae seáis, vol. LVIII, Imprenta Vaticana, 1966, pág. 1.186.

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La primera edición reformada vio la luz en 1594, unos cinco años después de la muerte de Juan Huarte. La li­ cencia había sido solicitada por su hijo Luis, y la tirada se efectuó en Baeza, en casa de Juan Bautista de Montoya, el mismo impresor de la edición príncipe, con un título similar al anterior: Examen de ingenios para las ciencias, en el cual el lector hallará la manera de su inge­ nio para escoger la ciencia en que más ha de aprovechar, y la diferencia de habilidades que hay en los hombres, y el género de letras y artes que a cada uno responde en particular. El libro, «ahora nuevamente enmendado por el mismo autor, y añadidas muchas cosas curiosas y pro­ vechosas», muestra claramente la ausencia del doctor Huarte. Obra postuma y rehecha a base de las correccio­ nes —supresiones, arreglos, añadidos—, carece de los más elementales cuidados de última hora. Abundan, en efecto, las erratas y los pasajes confusos, incluso con du­ plicidades de texto primitivo y reformado. La edición baezana de 1594 sirvió de pauta a las reedi­ ciones españolas de los siglos XVII y XVIII. Sin embar­ go, en los Países Bajos —fuera de la jurisdicción del Indi­ ce de Ouiroga— se siguieron imprimiendo ejemplares, en castellano, de acuerdo con el texto primitivo. Por lo que respecta a las traducciones, de las que ya en vida de Huarte se hicieron dos ediciones en lengua francesa y tres en italiano, la mayoría de ellas utiliza también el texto primitivo, si bien varios traductores tuvieron ade­ más en cuenta algunas de las ampliaciones de 1594. En España, no volvieron a publicarse los pasajes prohibidos del «Examen» hasta 1846, fecha de la edición de Ildefon­ so Martínez. Por supuesto que, pocos años antes, se había promulgado un decreto por el cual la Inquisición españo­ la quedaba definitivamente abolida. Por las variantes de la edición de Baeza de 1594, pue­ de apreciarse hasta qué punto se vio obligado el doctor Huarte a «rectificar» su doctrina. Así, por ejemplo, afir­ maba en el capítulo V de 1575: «Necesariamente, allá 39

dentro, en el cerebro, ha de haber órgano para el enten­ dimiento, y órgano para la imaginación, y otro diferente para la memoria». La enmienda de 1594 es como sigue: «Necesariamente, allá dentro, en el celebro, ha de haber órgano para la memoria, y órgano para la imaginativa; para el entendimiento, no hizo naturaleza instrumento». Pero Huarte no podía limitarse a suprimir pasajes, y a refundir otros, en contra de sus más íntimas conviccio­ nes. Redactó tres nuevos capítulos (I, II y V de la edición reformada), amplió considerablemente el segundo proe­ mio y añadió «muchas cosas curiosas y provechosas» en distintos lugares del libro. Aunque tuvo que resignarse en ocasiones a escribir lo contrario de lo que pensaba, aprovechaba toda oportuni­ dad para dejar traslucir su auténtico parecer. Véase cómo inicia la ampliación del segundo proemio: «Una duda me ha traído fatigado el ingenio muchos días ha [...]. Y es, de dónde puede nacer que siendo todos los hombres de una especie indivisible, y las potencias del ánima racio­ nal, memoria, entendimiento y voluntad, de igual perfec­ ción en todos, y —lo que más aumenta la dificultad— que siendo el entendimiento potencia espiritual y apar­ tada de los órganos del cuerpo, con todo eso vemos por experiencia, que, si mil hombres se juntan para juzgar y dar su parecer sobre una mesma dificultad, cada uno hace juicio diferente y particular, sin concertarse con los demás». En otras palabras: ¿Que las potencias del alma son memoria, entendimiento y voluntad, y no memoria, entendimiento e imaginativa —como se dice, una y otra vez, en el «Examen»—? Bien. ¿Qué el entendimiento es potencia espiritual y no precisa de ningún órgano? Bien. Pero lo cierto —lo que «vemos por experiencia»— es que los hombres, cuando se reúnen para tratar de una cues­ tión, dan muestras de tener pareceres bien diferentes, por más que su entendimiento sea «de igual perfección en todos». En realidad, Huarte sigue manteniendo la tesis de que 40

la inteligencia depende de la constitución natural del ce­ rebro. En una enmienda al capítulo III de 1575 —donde afirmaba que los animales poseen un cierto grado de en­ tendimiento y que «la diferencia que hay del hombre al bruto animal es la mesma que se halla entre el hombre necio y el sabio, no más de por intensión»— empieza con­ cediendo que «la potencia en que difiere el hombre de los brutos animales es el entendimiento, porque éste hace sus obras sin órgano corporal ni depende de él»; mas añade a renglón seguido: «Pero, porque el entendimiento tiene necesidad de las demás potencias para su obra, y éstas tienen al cerebro por órgano para obrar, decimos que el cerebro humano ha de tener las condiciones que hemos dicho para que el ánima racional pueda con él obrar como conviene a las obras de su especie». En silo­ gismo escolástico: El entendimiento tiene necesidad de las imágenes o «fantasmas», fabricados por la imagina­ ción y la memoria; es así que la imaginación y la memo­ ria dependen del cerebro; luego el entendimiento, en el ejercicio de su función, depende también de un órgano: el cerebro. Entre los textos añadidos, requiere especial atención el capítulo I de la edición reformada, «donde se declara qué cosa es ingenio». Sucede que «el entendimiento tiene virtud y fuerzas naturales para producir y parir dentro de sí un hijo, al cual llaman los filósofos naturales noti­ cia o concepto, que es verbum mentís ». Así pues, la «pa­ labra mental» es generada por el entendimiento 17. Pero la generación y el parto de los conceptos no son iguales en todos los seres humanos, sino que existen tres «dife­ rencias» de ingenio o niveles de inteligencia. Al primer nivel pertenecen aquellos individuos «cuya habilidad no 17. El aspecto «creador» del lenguaje ha sido proclamado, en nuestros días, por los teóricos de la gramática generativa. No es extraño que «la obra del médico español Juan Huarte de San Juan, quien en los últimos años del siglo XVI publicó un estudio sobre la naturaleza de la inteligencia humana» llamara la atención de Noam Chomsky, mereciendo un puesto de honor en su libro Language and Mind. Cfr.: C h o m sk y , N.: El lenguaje y el entendimiento, trad. esp., Seix Barral, Barcelona, 1971, págs. 22-24.

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se extiende a más de aprender y retener en la memoria lo que el maestro dice y enseña». Los que se encuentran en el segundo nivel, en cambio, «paren mil conceptos» sin necesidad de maestros, «con sólo el objeto y su entendi­ miento». El tercer nivel es, en fin, el de la auténtica ca­ pacidad creadora, «con la cual dicen los que la alcanzan, sin arte ni estudio, cosas tan delicadas, tan verdaderas y prodigiosas, que jamás se vieron, ni oyeron, ni escribie­ ron, ni para siempre vinieron en consideración de los hombres». «A las tres diferencias de ingenio que pusimos en el capítulo pasado —escribe Huarte en el capítulo II de la edición reformada—, responden otros tres géneros de in­ habilidad». El grado ínfimo viene representado por la in­ capacidad absoluta para concebir ideas. «La inhabilidad de éstos responde totalmente a los capados; porque, así como hay hombres impotentes para engendrar por fal­ tarles los instrumentos para la generación, así hay enten­ dimientos capados y eunucos, fríos y maleficiados, sin fuerzas ni calor natural para engendrar algún concepto de sabiduría». Un segundo «género de inhabilidad» se manifiesta en aquellos que, habiendo llegado a vislum­ brar la verdad, son incapaces de conservarla. «Son como algunas mujeres que se empreñan y paren; pero, en na­ ciendo la criatura, luego se les muere». Al tercer «género» pertenecen los individuos «confusos», que engendran «in­ finitos conceptos, todos sueltos y sin la trabazón que han de tener». «Es como la mujer que se empreña y pare un hijo a luz con la cabeza donde han de estar los pies, y los ojos en el colodrillo.» Describe Iluarte un cuarto nivel de inteligencia, o de falta de inteligencia, que no sabe si llamar «inhabilidad» o «ingenio». En este nivel se desenvuelven muchos hom­ bres discretos, prudentes, ordenados, que saben hacer uso de los conocimientos adquiridos y que «hablan y obran muy bien cuando es menester»; pero, si se les preguna «el propter quid de aquello que saben y entienden, 42

descubren claramente que sus letras no son más que una aprehensión de solos los términos y sentencias que con­ tiene la doctrina, sin entender ni saber el por qué y cómo es así». Tal es el limbo gris en el que dormitan los que toman los saberes de mano ajena, sin atreverse a profun­ dizar en la naturaleza misma de las cosas. 5.

N oticia

bibliográfica

Tras las noticias proporcionadas por Nicolás Antonio (Bibliotheca hispana nova, 2." ed., Madrid, Ibarra, 1788) y los datos recogidos por Bartolomé José Gallardo (Ensa­ yo de una biblioteca española de libros raros y curiosos, 2.a ed., Madrid, Gredos, 1968) y ampliados por Ildefonso Martínez —el primer editor moderno del «Examen»—, Miguel Artigas intenta una puesta al día con sus Notas para la bibliografía del Examen de Ingenios. Estas notas, basadas en los ejemplares de la Biblioteca de Menéndez y Pelayo, fueron pronto superados por Rodrigo Sanz, que da una lista de 62 ediciones, y Mauricio de Iriarte, que describe hasta 70 ediciones distintas, más 13 variantes de portada. La edición de Sanz —con la valiosa aportación docu­ mental de su prólogo— y el extenso trabajo de Iriarte son obras, ya citadas, que se complementan y constitu­ yen un cuerpo bibliográfico fundamental para los estu­ dios huartinos. A continuación, se resumen y ordenan las ediciones españolas, así como las sucesivas traducciones al francés, italiano, inglés, latín, holandés y alemán, que pueden facilitar una rápida visión del éxito editorial al­ canzado por el Examen de ingenios para las ciencias. De las dos ediciones de Baeza, tanto la princeps (texto íntegro, R.10774; y texto censurado, R.1445) como la re­ formada de 1594 (R.291), existen ejemplares en la Biblio­ teca Nacional, donde se conservan también volúmenes de las restantes españolas a partir de 1591, de las traduc­ ciones italianas de Camillo Camilli (Cremona, 1588) y de 43

Salustio Gratii (Venecia, 1600), y de la francesa de Ga­ briel Chappuis (Lyon, 1608). Ediciones antiguas españolas

a) Texto primitivo Examen de ingenios para las sciencias. Donde se muestra la differencia de habilidades que ay en los hom­ bres, y el genero de letras que a cada uno responde en particular. Baeza, Juan Baptista de Montoya, 1575. Luego, ediciones de Pamplona, 1578; Bilbao, 1580; ¿Logroño, 1580?; Valencia, 1580; Huesca, 1581; Leyden, 1591; s.l. pero Amberes, 1593; s.l. pero Amberes, 1603; Leyden, 1652; Amsterdam, 1662; Bruselas, 1702.

b) Texto reformado Examen de ingenios para las sciencias, en el qual el lector hallara la manera de su ingenio para escoger la sciencia en que mas a de aprouechar. Y la differencia de habilidades que ay en los hombres, y el genero de letras y artes que a cada uno responde en particular. Baeza, Juan Baptista de Montoya, 1594. Luego, ediciones de Medina del Campo, 1603; Barcelo­ na, 1607; Alcalá, 1640; Madrid, 1668; Granada, sin año pero 1768. Ediciones modernas Examen de ingenios para las ciencias. Ed. y prólogo de Ildefonso Martínez y Fernández, Imprenta de D. Pri­ mitivo Fuentes, Madrid, 1846. — Ed. de Adolfo de Castro, Biblioteca de Autores Es­ pañoles, vol. LXV, Madrid, 1873. Nuevas ediciones en 1905, 1913, 1929, 1953. — La Verdadera Ciencia Española, Barcelona, 1883. 44

— Biblioteca Clásica Española, Barcelona, 1884. — Ed. y prólogo de Federico Climent Ferrer, Biblio­ teca de Cultura y Civismo, Barcelona, 1917. — Ed., prólogo y notas de Rodrigo Sanz, Biblioteca de Filósofos Españoles, Madrid, 1930. — Ed., introducción y notas de Esteban Torre, Edito­ ra Nacional, Madrid, 1976. T raducciones Francés Anacrise, ou parfait jugement et examen des esprits propres et naiz aux Sciences. Trad. de Gabriel Chappuis. Lyon, Estienne Brignol, 1580. Luego, ediciones de París, 1588; Lyon, 1597; Rouen, 1598; Rouen, 1602; Rouen, 1607; Lyon, 1608; Lyon, 1609; Rouen, 1613; París, 1614; París, 1619; Rouen, 1619; París, 1631; París, 1633. L’examen des esprits pour les Sciences. Trad. de Char­ les Vion Dalibray. París, Jean le Bouc, 1645. Luego, ediciones de París, 1650; París, 1655; París, 1661; Lyon, 1668; París, 1668; Lyon, 1672; París, 1675. L'examen des esprits pour les Sciences. Trad. de Frangois Savinien d'Alquié. Amsterdam, J e a n de Ravenstein, 1672. Italiano Essame de gl'ingegni de gli huomini per apprender le scienze. Trad. de Camillo Camilli. Venecia, Aldo, 1582. Luego, ediciones de Venecia, 1586; Cremona, 1588; Venecia, 1590. Essamina de gl'ingegni de gli huomini accomodati ad apprender qual si voglia scienza. Trad. de Salustio Gratii. Venecia, Barezzo Barezzi, 1600. Luego, ediciones de Venecia, 1603; Venecia, 1604. 45

Inglés Examen de Ingenios. The Examination of Mens Wits. Trad. de Richard Carew. Londres, Adam Islip, 1594. Luego, ediciones de Londres, 1596; Londres, 1604; Lon­ dres, 1616. Examen de Ingenios, or The Tryal of Wits. Trad. de Edward Bellamy. Londres, Gray - Inn - Gate for Richard Sare, 1698. Latín Scrutinium ingeniorum pro iis qui excellere cupiunt. Trad. de Aeschacius Maior (Ioachimus Caesar). Leipzig, in Officina Cothoniensi, 1622. Luego, ediciones de ¿Viena?, 1637; Jena, 1663. Holandés Onderzoek der b yzo n d ere Vernuftens Eygentlijkke Abelheen. Trad. de Henryk Takama. Amsterdam, Johannes van Ravensteyn, 1659. Alemán Johann Huarte Prüfung der Kopfe zu den Wissenschaften. Trad. de Gotthold Ephraim Lessing. Zerbst, Zim mermann, 1752. Luego, edición de Wittenberg-Zerbst, 1785.

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Capítulo II

LENGUA Y LITERATURA, CIENCIAS Y LETRAS

1.

L a d iv is ió n h u a r t in a d e l a s c ie n c ia s

En el capítulo anterior, hice referencia al catálogo de las profesiones más significativas en la época de Juan Huarte. La diferencia de ingenio exige una diferencia de ciencia, y viceversa. El criterio de clasificación está fun­ dado en las «facultades del alma» —memoria, entendi­ miento e imaginativa— y en el carácter «teórico» o «prác­ tico» de la ciencia en cuestión: «Las artes y ciencias que se alcanzan con la memoria son las siguientes: gramática, latín y cualquier otra len­ gua; la teórica de la jurisprudencia; teología positiva; cosmografía y aritmética. Las que pertenecen al entendimiento son: teología es­ colástica; la teórica de la medicina; la dialéctica; la filo­ sofía natural y moral; la práctica de la jurisprudencia, que llaman abogacía. De la buena imaginativa nacen todas las artes y cien­ cias que consisten en figura, correspondencia, armonía y proporción. Estas son: poesía, elocuencia, música, saber predicar; la práctica de la medicina, matemáticas, astrologia; gobernar una república, el arte militar; pintar, tra­ zar, escribir, leer, ser un hombre gracioso, apodador, polido, agudo in agilibus; y todos los ingenios y maquina­ mienios que fingen los artífices; y también una gracia de la cual se admira el vulgo, que es dictar a cuatro escri­ bientes juntos materias diversas, y salir todas muy bien ordenadas» *.1 1. Examen, cap. VIII, pág. 164, La «pintura», tradicionalmente excluida de todas las estructuras disciplinarias aceptadas por las universidades medievales,

4

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Tal es la «célebre clasificación (baconiana en profecía) de las ciencias» 2, en frase de Menéndez Pelayo, quien se manifiesta de acuerdo en que todas las artes que se deri­ van de la buena imaginativa consisten en figura, corres­ pondencia, armonía y proporción, si bien se lamenta de que «filósofos independientes —como Huarte— y no es­ colásticos, si se exceptúan los que estaban amamantados en la purísima tradición clásica, como Vives y Fox Morci­ llo» hubieran relegado «la facultad estética a los grados más inferiores de la cultura humana»; en el caso concre­ to de Huarte, había llegado a «rebajar tanto [...] la digni­ dad de las artes, y mayormente de la música y de la poe­ sía [...], que se arroja a declarar a sus cultivadores inep­ tos para todas las ciencias que pertenecen al entendimien­ to, etc.» 3. Indudablemente, el adverso juicio de Menéndez Pela­ yo no carece de fundamento; pero no pasa de ser una verdad a medias. Lo que Huarte mantiene es una diferen­ ciación cualitativa de la mente humana, según la cual «de muchas diferencias de ingenio que hay en la especie hu­ mana, sola una te puede con eminencia caber», porque «a cada diferencia de ingenio le responde, en eminencia, sola una ciencia y no más» 4. Aunque admite Huarte la posibi­ es incluida por Huarte en su clasificación de las ciencias, si bien de una manera indirecta: «pintar, trazar». Leonardo da Vinci, el gran defensor de las artes plásticas, se había preguntado «por qué la pintura no es contada entre las cien­ cias», siendo así que —según ia fórmula horaciana ut picíura, poesis— «la pin­ tura es poesía muda, y la poesía pintura ciega». Cfr. V in c i , Leonardo da: Trata­ do de la pintura, ed. A. González García, Editora Nacional, Madrid, 1976, pá­ ginas, 41 y 55. 2. M enéndez P elayo, M.: Historia de las ideas estéticas en España, II, Edi­ ción Nacional, C.S.I.C., Madrid, 1947, pág. 141. Como apunta R. Sanz en nota a su edición del «Examen» (Biblioteca de Filósofos Españoles, Madrid, 1930, pá­ ginas 211-212), se hace difícil pensar que Bacon hubiera tomado precisamente de Huarte un criterio de división que, mucho antes que ambos, era un tópico de la cultura intelectual de los tratados de ratione studiorum. Por otra parte, la división de Huarte ocupa escasas líneas, mientras que la de Bacon se extiende a lo largo de ocho libros (II al IX) de su De dignitate et augmentis scientiarum. 3. M enéndez P elayo, M.: ob. cit., págs. 140-141. 4. Examen, Proemio al lector, pág. 64.

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lidad de que existan individuos en los que la naturaleza haya unido los tres tipos fundamentales de inteligencia (intelectivos, memoriosos e imaginativos), lo común es que ninguna de las diferencias de ingenio tenga entera perfección, «porque, si el hombre tiene grande entendi­ miento —por la mucha sequedad—, no puede aprender las ciencias que pertenecen a la imaginativa y memoria; y si grande imaginativa —por el mucho calor—, queda in­ habilitado para las ciencias del entendimiento y memo­ ria; y si grande memoria —por la mucha humedad—, ya hemos dicho atrás cuán inhábiles son los memoriosos para todas las ciencias» 5. Las ideas de Huarte fueron bien entendidas por Luis Alfonso de Carballo (o Carvallo), quien escribe en el Cis­ ne de Apolo, publicado en Medina del Campo en 1602, que «assi como las facultades y professiones tiene[n] sus differe[n]cias entre sí, ni más ni menos ay differencias en el ingenio de los hombres, que vnos son hábiles para vna profession, y otros para otra. Y para esta de la poesia es menester gran imaginatiua, y esta es la differencia de in­ genio que a esta facultad pertenece, y lo mesmo a todas las artes que consisten en proporción, figura y armonía, como son, el escriuir, eloquencia, astrologia, medicina, gouernacioln], matemática, pintura, y milicia [...], como iodo es doctrina de don luán Huarte » 6. Armonía, correspondencia, figura, proporción... Para la mejor comprensión de dichos términos, podemos acu­ dir al Tesoro de Covarrubias: Armonía: «Latine harmonía, concentus, convenientia, concordia, compositio; es la consonancia de la música que resulta de la variedad de las voces en convenientes intervalos; es nombre griego appovux a verbo apgo^w con­ gruo, adapto, quadro, conglutino, etc. [...]. Qualquiera 5. Ibidem, cap. XIV, pág. 288. 6. C arballo, Luis Alfonso de: Cisne, de Apolo, ed. A. Porqueras Mayo, C.S.I.C., Madrid, 1958, págs. 69-70. Los subrayados son míos.

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cosa artificiosa y de mucho ingenio, con variedad de co­ rrespondencias, decimos tener armonía»T. Correspondencia: «Correspondencia, en arquitectura, es quando los lados y las partes del edificio se remedan unos a otros, y hazen perspectiva y obra» \ Figura: «Latine figura, forma, species, a verbo fingo, fingís, por dar forma a cierta materia, como el ollero o el alfaharero, que de un pedazo de barro forma diferen­ tes vasos [...]. Y el talle y la forma de qualquier cosa lla­ mamos figura. Cicero De finibus 5: Figura est forma et statura corporis nostri ad naturam apta [...]. Figuras, cerca de los gramáticos y retóricos, son ciertos modos y términos de hablar extraordinarios, y fuera de común uso. Quintiliano, lib. 9, cap. I: Figura est conformatio quaedam orationis remota a communi et primum se offerente ratione» 7 89. Proporción: «Lo que tiene correspondencia entre sí y sus partes, latine proportio, duarum rerum Ínter se com­ paratio» 10. «Proporción» y «armonía» se remiten, así pues, a «co­ rrespondencia», término que no aparece en la serie de Carballo; podíamos decir que sus semas están incluidos en los anteriores sememas. El semantema «armonía» es el que posee la más rica gama significativa, ya que impli­ ca una variedad (de «correspondencias», de «voces en convenientes intervalos»), aludiendo además a cualquier cosa artificiosa y de mucho ingenio. Por otra parte, la «fi­ gura» es forma de algo fingido, en su sentido etimológico (ia verbo fingo) y clásico. Lo que Huarte de San Juan está definiendo no es otra cosa sino el concepto medieval de la belleza, compendiado por Santo Tomás en las tres ideas de perfección, proporción y brillo: Integritas sive 7. Covarrubias, Sebastián de: Tesoro de la Lengua Castellana o Española, ed. Martín de Riquer, Horta, Barcelona, 1943, 146, b, 9. 8. Ibidem, 363, a, 48. 9. Ibidem, 593, b, 44. 10. Ibidem, 884, b, 58

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perfectio... Et debita proportio sive consonantia. Et iterum claritas n. 2.

Concepto

de naturaleza

La distribución racional de los individuos en las dis­ tintas profesiones había de partir de un examen previo de las distintas capacidades naturales, que para Huarte de San Juan dimanan de la constitución del cerebro, es de­ cir, de su naturaleza, que él define como temperamento de las cuatro calidades primeras: «El temperamento de las cuatro calidades primeras —calor, frialdad, humedad y sequedad— se ha de llamar naturaleza, porque de ésta nacen todas las habilidades del hombre, todas las virtu­ des y vicios, y esta gran variedad que vemos de inge­ nios» 12. «Naturaleza no es otra cosa más que el tempera­ mento de las cuatro calidades primeras» 1314. Siquiera sea brevemente, conviene precisar aquí el sentido de algunos términos que utiliza el doctor Huarte y que están directamente tomados de la tradición clásicomedieval, con un espíritu típicamente sistematizadorH. 11. Aquino , Tomás de: Suma teológica, B.A.C., Madrid, 1959, 1, q, 39, a. 8. Con el término «medieval» no intento emitir ningún juicio de valor. Obsérvese que, cuando Hjelmslev afirma que «la descripción debe ser coherente, exhaustiva y lo más sencilla posible» (Prolégoménes á une théorie du langage, Minuit, París, 1968, pág. 21), está poniendo en juego ideas similares: integritas (exhaustividad), consonantia (coherencia) y claritas (sencillez). 12. Examen, cap. II, pág. 87. 13. Ibidem cap. IV, pág. 99. Naturaleza —rpú-tu;—, para Aristóteles, es todo lo que se mueve o cambia, todo lo que viene y va, tanto en el sentido de pasar de «aquí» a «allí», como en el de devenir de «esto» a «aquello». Los seres natu­ rales cambian, llegan a ser, están siendo, dejan de ser. Se relaciona (púau; con rpusív (nacer, brotar, crecer, desplegarse) en la lengua griega, como natura con nascere (nacer, etc.) en la latina. Los seres «naturales» cambian y se des­ pliegan. En esa capacidad de despliegue radica su propia naturaleza. Cfr. Z ubirt , X.: Naturaleza, Historia, Dios, 5.a ed., Editora Nacional, Madrid, 1963, pá­ ginas 173 y ss. 14. Cfr. H uizinga , J.t El otoño de la Edad Media, trad. esp. de José Gaos, 9.a ed., Revista de Occidente, Madrid, 1973, págs. 333 y ss.: «La labor intelectual del espíritu medieval consistía principalmente en descomponer el mundo entero y la vida toda en ideas independientes y en ensamblar estas ideas en grandes y numerosas asociaciones feudales o jerárquicas de conceptos» (pág. 335). Nueva­ mente señalo que el calificativo «medieval» no conlleva connotaciones peyorativas.

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Las cuatro calidades primeras, calidades elementales, o simplemente calidades, son el «calor», la «frialdad», la «humedad» y la «sequedad». En virtud de una dinámica combinatoria de oposiciones binarias, estas calidades se organizan y se mezclan dos a dos: «calor y humedad», «calor y sequedad», «frialdad y sequedad», «frialdad y humedad», dando origen a los cuatro elementos (aire, fue­ go, tierra y agua), a los cuatro humores (sangre, cólera, melancolía, flema) y, en definitiva, a todos los seres —ani­ mados o inanimados— del mundo visible. Según el tipo de mezcla de las calidades y el predominio de alguna de ellas, tienen lugar los distintos temperamentos, «tempe­ rancias» 15 o «temperaturas» de las cosas, esto es. su na­ turaleza. En el nivel más alto de la naturaleza creada —los se­ res vivientes y, en último término, el hombre— aparecen unas potencias o «facultades», que reciben diversos nom­ bres en relación con los distintos actos que presiden. Así, las «potencias racionales» (imaginativa, memoria, enten­ dimiento) posibilitan el conocimiento racional. Estas po­ tencias son «orgánicas», dependen de un órgano, tienen una base material: el cerebro humano. Pues bien, si en la constitución del cerebro predominan el calor, la hume­ dad o la sequedad, las facultades más desarrolladas serán respectivamente la imaginativa, la memoria o el entendi­ miento, según la fisiofilosofía huartina. El órgano crea la función. El funcionalismo teleológico de la Edad Me­ En biología, el concepto de jerarquía de estructuras «es una noción simple, co­ rresponde a algo dado y no sólo a algo inteligible»; los elementos —que no son ya el fuego, el aire, la tierra y el agua, sino el carbono, el hidrógeno, etc.— «son los materiales fundamentales con los que se edifica, en último análisis, toda la materia viva»; cada una de las estructuras biológicas «está constituida por el conjunto de unidades de la estructura subyacente», etc. Cfr. W olff, E.: «Sen­ tido y empleo del término estructura en biología», Sentidos y usos del término estructura en las Ciencias del Hombre, trad. esp. de B. Dorriots, Paidós, Buenos Aires, 1968, págs. 19-22. 15. Cfr. T orr e , E.: «Significación de la temperancia en el Colliget de Averroes», Actas del IV Congreso de Historia de la Medicina, vol. I, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Granada, Granada, 1973, págs. 55-59.

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dia 1617ha dado paso, por tanto, a un organicismo típica­ mente renacentista. Juan Huarte creía firmemente en la existencia de un alma espiritual. Pero las almas —vendrá a decir— son todas de igual perfección. En consecuencia, las «diferen­ cias de ingenio» no derivan de ellas, sino de la constitu­ ción material ”, o naturaleza, del cerebro. Esta «naturale­ za» era todavía, en el siglo XVI, un «temperamento» de las «cuatro calidades primeras»; del mismo modo que, siglos después, se acudiría —para explicar los distintos grados de inteligencia— a la especial distribución de las circunvoluciones cerebrales y, más recientemente, a un juego combinatorio de conexiones entre células nervio­ sas l8. El cualquier caso, la inteligencia humana es suscep­ tible de ser medida y estudiada científicamente. 16, Paro d pensamiento medieval, es Te función )n que determina ol tír%am>, y no a] revés. En el siglo XJII, Santo Tomás de Aqulrto lo expresa con lítela claridad: «No son las potencias por razón de los órganos, sino los órganos por razón de las poLencias» (Sum n Teoiógica» I q. 76, m S). Es exactamente! To mismo que había mantenido Averroea un siglo antes: «Los órgano* Fueron hechos por razón de las potencias» ÍCofílgeí, lib. II, cap, VIH). Actitud diametralmente opuesta a que se inicia en el renacimiento y cristaliza en el racionalismo orgfmlcisla de Descartes, cuando afirma que las funciones «resultan de la sola disposi­ ción de los órganos» (Discurso dej método* parte V). Cfr. T orre , E*j Averroc* v ciencia médica, ha doctrino anatomofnitcronat del tCoitigct*. Ediciones dol Centro, Madrid, 1974. págs. 73, IOS. 143-tfiO, 192»IM, 267-269. Para la parlad Ideación v las fronteras entre Edad Media y Renacimiento, en el plano artístico, vófisc P anopííky, E,: Renacim iento y renacimientos rrt d arte occidental, Alianza. Mn-

drid, 1975, pAgs, 31 y *5-

17. T eo ría que h ab ía de ser enjuiciado po r Menónde/. Pe lavo con las simulan» tes expresiones: «m arcadas tendencias em píricas», Historia de tas idea* estétiCrf$.,,* cit.* pág, MI: «proposiciones em píricas y sensualistas», Historia de. fas heterodoxos ¿apartóle í, JV; Edición Nacional, C.S.LC*, Madrid, 1947. pág, 437; «etigcndvitdor inconsciente de no pocos sistem as m aterialistas», La ciencia espa* ñola, T, Edición Nacional, C.S.LC., M adrid, 1953, pág. 36; «manifestaciones del em pirism o sutnsütiHsia en nuestro historia Filosófica", ibidetn* pág. t i l : «sólo n quien desconozco p o r entero la filosofía española se le puede o cu rrir el citar en* tre nuestros guindes pensadores a H u m e y a doña Oliva Sabuco de Nantes, colocándolos en b misma línea que a Luis Vives, Suárcz y Fox Morcillo», ihidem, página 110,

IB, Según Sanford Shcpard, «los conceptos de Uñarte están desfigurados por su croencia en que los humores corpóreos son causa de las facultades intelectua­ les»: Ef PJncUmó y tas teorías literarias del Srgto de Orot 2.» ed., Grcdos, Madrid, 1970, pág, 32. No son los «humores», sino la constitución material del cerebro, la causa do las diferencias intelectuales. Los humores, como el cerebro, están compuestos por «calidades», Es de la mentar el desconocimiento de la historia de las ideas an atoro ofunc ion ales por parte de este autor, que, sin embargo, ha sabido

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Ahora bien, la posibilidad de predecir de una vez y para siempre las características vocacionales, las aptitu­ des, los intereses, los rasgos peculiares de la personali­ dad, mediante un «examen» previo —pruebas o tests, di­ ríamos hoy—, es algo que todavía se escapa del dominio de las ciencias. Como ha señalado Donald E. Super en an reciente trabajo 10, la elección profesional «no es un acontecimiento, sino un proceso»; porque las cualidades individuales no son estáticas, sino que crecen y emergen evolutivamente. De ahí que haya cambiado la imagen que se tenía de la orientación vocacional: un joven situado en un cruce de caminos, examinando sus diversas direc­ ciones, de las que habría de elegir sólo una. La verdad es que «en la mayoría de los casos —escribe Super— no se da un punto de elección grande y decisivo; hemos apren­ dido que, en vez de eso, la elección de una ocupación se desenvuelve a través de una serie de elecciones menores». Además de las facultades naturales, es preciso tener en cuenta las habilidades adquiridas en función de la ex­ periencia, el entorno, las circunstancias de todo tipo. Es lo que los anglosajones definen con el binomio natura/ nurture (naturaleza/crianza), siendo especialmente pode­ rosos los determinantes económicos y sociales1920. Huarte, aunque presta una mayor atención a la naturaleza, no se olvida del papel que cumple la crianza en la conforma­ ción de los «ingenios». Se ocupa, en efecto, de las relacio­ nes familiares, el clima, la alimentación: el medio am­ biente, en suma. Incluso dedicó un largo capítulo al es­ captar perfectamente el legado que Huarte dejó al Pincíano, basado en la razón y la ciencia. 19. SiiPUR. D. E.: «Determinantes psíquicos de la elección profesional*, Révixta de Psicología general y aplicada, vol. XXIX, núm. 128, Madrid, 1974, pagi­ nas 565*582, 20, Las diferencias culturales y socioeconómicas —la posición social— han venido siendo, desgraciadamente. tos determinantes más efectivos para la distri­ bución de los individuos en las distintas profesiones. Véase, por ejemplo, TícrstiN, T,: «Talento, oportunidad y carrera: un seguimiento de veintiséis años». Revista de Psicología general y aplicada, vol. XXVII, mím. 119, Madrid, 1972, páginas 905*926. Concluye el pmlesor Torsten Husén: «es más altamente predíctivo del éxito en la vida el punto de arranque social que Ea aptitud.»

tudio de los cuidados prenatales, y hasta preconceptivos, del nuevo ser. Y por lo que respecta a los factores socio­ económicos, no le pasó desapercibida la injusta situación de «los que por tener corta fortuna están en viles artes arrinconados, cuyos ingenios crio naturaleza sólo para le­ tras»; a éstos había que restituirlos a las universidades —afirma en el capítulo I—, echando al campo a los «estó­ lidos e imposibilitados para saber». Pero no le pidamos al doctor Huarte de San Juan la imposible pirueta de manifestar excesivas preocupacio­ nes sociales, en un salto mortal de varios siglos. A ren­ glón seguido, se limita a decir: «Mas pues no se puede hacer ni remediar, no hay sino pasar con ello»21. En uno de los famosos Emblemas de Alciato (1492-1550), traduci­ dos en verso español por Bernardino Daza Pinciano en 1549, aparece una figura alegórica de mano izquierda ala­ da y un lastre en la derecha, cuyo título es Que la pobre­ za impide a subir a los ingeniosos y cuyo texto es el siguiente: «Colgado está de la derecha mano un canto, y la siniestra está encumbrada con unas alas que subirme en vano trabajan, porque tanto la pesada carga detiene, quanto de este llano la pluma sube a la región no hollada, que ansí estuviera aqueste ingenio en alto si mi pobreza no impidiera el salto» 22.

21. Examen, cap. I, pág. 73. Alciato: Emblemas, Editora Nacional, Madrid, 1975, pág. 67. E) texto ori­ ginal latino, en pág. 337: Dextera tenet lapidem, manus altera sustinet alas: Ut me pluma levat, sic grave mergit onus. Ingenio poteram superas volitare per arces, Me nisi paupertas invida deprimeret. 22.

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3.

L e t r a s , c ie n c ia s y a r t e s

Dada la complejidad de los elementos —filosóficos, científicos, literarios— que intervienen en la obra de Juan Huarte, no resulta fácil su clasificación en el conjunto de las manifestaciones del espíritu humano. Se le suele apli­ car una fórmula de compromiso, «prosa didáctica» o «li­ teratura ideológica», que trata de soslayar, entre otros, el debatido problema de los géneros literarios. Lo cierto es que el Examen de ingenios para las ciencias se inscri­ be, por derecho propio, en la gran Historia de la Cultura española. Si hubiera que definir el estilo de Huarte con una sola palabra, no ofrecería dificultades la elección de un calificativo: seco. En la fisiofilosofía huartina, la «seque­ dad» es precisamente el soporte natural del entendimien­ to: sequedad templada, que se opone a la húmeda fluidez de los memoriosos y al excesivo acaloramiento febril de los delirios imaginativos. Claridad, concisión, equilibrio, naturalidad, son las características esenciales —típica­ mente renacentistas— del lenguaje de Juan Huarte. «Tanto en la literatura como en el uso idiomático del Siglo de Oro —escribe Vossler— pueden distinguirse tres grados estilísticos: el popular, el clásico y el artificioso o culterano»; pero «en la suntuosa construcción literaria del idioma español, el piso intermedio, que hubiera podi­ do representar el grado de la moderación y de la pureza, ocupa el espacio más modesto» 23. Pues bien, en este piso irtermedio, moderado, clásico, están situadas las páginas del «Examen». Y lo están, no como manifestación de un fenómeno aislado, sino como expresión genuina de nues­ tro renacimiento: armonizando saberes medievales y nue­ vas aportaciones europeas, tradición religiosa y humanis23. V ossler , K.: introducción a la literatura española del Siglo de Oro. trad. esp. de F. González Vicén, Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1945, págs. 20-21.

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r mo pagano, idealismo y realismo, finalidad didáctica y preocupación estética. Todas las actividades del espíritu humano son com­ prendidas por Huarte, en la división que de ellas hace, como «artes y ciencias». Arte, según Covarrubias, «es nombre muy general de las artes liberales y las mecáni­ cas» 24; ciencia «es el conocimiento cierto de alguna cosa por su causa» 25. No establece Huarte una distinción ex­ presa entre ambos conceptos. Tampoco distingue 1a s «ciencias» de las «letras»: «Después de haber entendido cuál es la ciencia que a tu ingenio más le responde, te queda otra dificultad mayor por averiguar; y es si tu ha­ bilidad es más acomodada a la práctica que a la teórica, porque estas dos partes, en cualquier género de letras que sea, son tan opuestas entre sí y piden tan diferentes mgenios, que la una a la otra se remiten como si fueran verdaderos contrarios» 2627. La separación conceptual y terminológica se establece, por tanto, entre la práctica y la teoría21. «Letras» y «cien­ cias», en el siglo XVI, eran en realidad términos equiva­ lentes. Cuando Huarte quiere referirse a los géneros de estricta creación imaginativa, utiliza la palabra poesía: «En el catálogo de las ciencias que pertenecen a la imagi­ nativa —escribe en el capítulo VIII— pusimos al princi­ pio la poesía; y no acaso ni con falta de consideración sino para dar a entender cuán lejos están del entendi­ miento los que tienen mucha vena para metrificar». Los que poseen esta «diferencia de ingenio» se desviven «por leer en libros de caballerías, en Orlando, en Boscán, en 24. C ovarrubias, S. de: ob. cit., 153, b. 46. 25. Ibidem, 415, b, 10. Cfr. T orre B arcar