Historia Universal 6

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DESCUBRIMIENTOS

Y REFORMAS

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Título de la obra original

VÁRLDHISTORIA, FOLKENS LIV OCH KULTUR (g)

1967, por Ediciones Daimon, MarmeJ Tamayo, Madrid, Barcelona, México. Copyright por P. A. Norstedt & Soners. Stockholm (Suecia)

Este sexto volumen de la H IST O R IA UNIVERSAL DAIM ON, de Cari Grimberg y Ragnar Svanstróm, dirigida en su versión francesa por Georges - H. Dumont, ha sido traducido por E. Rodríguez. La revisión del original y su adaptación española ha sido efectuada por J. J. Llopis, A. Domingo y E. Mascaré, bajo la dirección de M. Tamayo.

Texto ín te g ro Edición c o m p le ta

ISBN 84-231-0586-5 D epósito legal: B. 2979-82 Gratos, S. A. Arte sobre papel. Paseo Carlos l, 157 - Barcelona 13

PILAKJ W S W l & R I ©

E l Renacimiento en Italia

Florencia, ciudad m a d re ..................................... 'Desarrollo del capitalismo. — La casa de los Médicis. — Su aporta­ ción al mundo de las artes y de las ciencias. — Cosme de Médicis.

Milán, posición clave

...................................................................

Los Sforza entran en escena. —. Florencia y Milán se complemen­ tan. —. Francisco Sforza, duque de Milán.

El humanismo ita li a n o .......................................................................... La cultura antigua y las nuevas ideas. — Niccolini y sus libros. — El bibliófilo P oggio (Bracciolini. — El libelista Pietro Aretino. — Lo­ renzo Valla, un humanista radical. —>Nicolás V. — Eneas Silvio, otro papa renacentista. — El Renacimiento y la religión.

Los Médicis y el pontificado................................................................... ■Los últimos años de Cosme de Médicis. ■ —•Pedro de Médicis y su política financiera. —• Lorenzo el Magnífico. —■La conjura de los Pazzi. — La vuelta de los Médicis. —’ El «mecenas renacentista».

Savonarola, la austeridad m ilita n te .................................................... U n dominico excepcional. — La elocuencia de la moralidad. — Complica.ciones políticas en Italia. — La invasión francesa. — Los fran­ ceses se retiran. — La caída de Savonarola.

La familia Borgia

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Rodrigo Borgia, papa Alejandro VI. — La Roma pagana entra en el Vaticano. — Lucrecia (Borgia, la sirena de la familia. — César Borgia: crimen, intriga y acción. —■«O César, o nada».

El nacionalismo ita lia n o ........................................................................... Julio II, un pontífice belicoso. — Italia, botín político. — Reacción antifrancesa. —■Nicolás Maquiavelo, un poltico realista. — La crisis y sus consecuencias. — «El Príncipe» o el despotismo permanente.

Literatura italiana

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Ludovico Ariosto y su «Orlando». —■Torcuato Tasso, un poeta des­ dichado. — «La Jerusalén liberada».

El arte del Renacimiento italiano 1 '' Los artistas del círculo de Cosme de M é d ic is .............................. La renovación: Ghiberti, Brunelleschi, Alberti. —. Donatello y otros artistas. —>La pintura: de M asaccio a Filippo Lippi. — Piero della Francesca y Benozzo Gozzoli.

Los artistas del círculo de Lorenzo el M agnífico.............................. Sandro Botticelli, creador idealista. —■Doménico Ghirlandajo, pintor mundano. —• Luca Signorelli, el genio de Orvieto.

6 • Pían y sumario Los comienzos del Renacimiento en Roma, centro y norte de Italia. Pinturicchio, pintor biógrafo. —• M elozzo da Forli y la corte de Urbino. —■Mantegna, viril y plástico. —■El (Perugino y Verrocchio. — Los artistas venecianos de finales del siglo xv. ■— (Bellini.

Máximo esplendor del arte ren a c e n tista ............................................ Características generales. —• Leonardo de Vinci, hombre universal. — El autor de la «Gioconda». ■ —•(Bramante, padre de la arquitectura vaticana. —■Rafael, pintor polifacético. — Grandes obras rafaelistas.

Miguel Angel, el ú n ic o ......................................................................... Una adolescencia genial. — Miguel Angel y Julio n . — Creando una «Creación», —■Epoca de turbulencias. •— El «Juicio Final».

El arte en Parma y V e n e c i a ........................................................... El Correggio, pintor de la belleza expresiva. —■El Renacimiento en Venecia. — Giorgione, el hombre y la Naturaleza. — El Ticiano, un veneciano genial. —■E l1 mundo del desnudo artístico. —■Carlos V y el Ticiano. — Paolo Veronés. — El Tintoretto: belleza y pasión.

El m a n ie ris m o ........................................................................................ Arte florentino a mediados del siglo xvi. —• Angiolo Bronzino y el retrato cortesano. —■Un orfebre: (Benvenuto Cellini. — Juan de Bolo­ nia y Horacio Fontana. — Arte renacentista en Vicenza y Génova.

Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes El arte de los Países Bajos a fines de la Edad Media . Van Eyck, realista y sincero. —■Van der Weyden, el sentimiento trá­ gico de la vida. —• Hans Memling, el melancólico. — Van der Goes.

Arte francés y a le m á n ......................................................................... La serenidad olímpica de Jean Fouquet. —■Griinewald y Cranach, fieles al gótico tardío. — El genial Alberto (Durero. — Pirckheimer, un mecenas alemán. —■La obra de (Durero.

El humanismo g e r m á n i c o .................................................................. Su esencia y significación.—'Reuchlin: helenismo y hebraísm o.— Ulrico de Hutten, el primer nacionalista. — Hutten y la Reforma.

Erasmo de R o t t e r d a m ............................. ....... Un holandés universal. — Erasmo en Francia y en Inglaterra. — La internacional humanista. —• El «Elogio de la locura». — Un mundo de controversias. —■Erasmo y Lutero. — Fracaso de un arbitraje.

El humanismo en Inglaterra .................................................................. Tomás Moro, el canciller filósofo. — El supramundo de la «Uto­ pía». —. Una iniciativa socialista y audaz.

Filósofos, teólogos y poetas renacentistas en Francia . El poeta Clemente Marot. — Margarita de Navarra, reina y poetisa. — El escéptico Etiénne Dolet. — Rabelais, un genio alegre y desenvuelto.

Los grandes descubrimientos geográficos ¿■'7: La hora de P o r t u g a l ......................................................................... Caminos a la expansión. —• La Orden de Cristo. — Enrique el Nave­ gante. — El espejismo del preste Juan de las Indias. — El gran periplo africano. — El cabo de las Tormentas.

Plan y sumario • 7 ' 163

La hora de E s p a ñ a ......................................................................... Cristóbal Colón. —• U n cruzado de la geografía. — La mayor decisión histórica. — A través del «mar tenebroso». — El descubrimiento de América. — Un mundo fascinador y paradisíaco. — Otros viajes d© Colón. — Muere el primer Almirante de Indias.

Los portugueses en las I n d i a s ..........................................................

173

España y Portugal se reparten el nuevo mundo. — Vasco de Gama. •— Recepción en Malabar. — La conquista de las Indias. — Almeida su­ cedo a Vasco de Gama. —• Alfonso de Alburquerque. — El poeta na­ cional portugués. — El poema de los descubrimientos.

América, Oceanía, mundos n u e v o s ...................................................

185

Los comienzos de la conquista. — Américo Vespucio, un enigma. — Balboa y el «mar del Sur®. — Magallanes y la cuestión de las Molucas. —• Rumbo al Pacífico. — La primera vuelta al mundo.

La antigua América, un mundo enigmático Méjico p r e c o l o m b i n o .........................................................................

199

Hernán Cortés, un héroe de leyenda. —•¡Prehistoria americana. — Los aztecas en Tenochtitlán. — Religión y militarismo, —. El empera­ dor Moctezuma y el dios Quetzalcoatl.

La conquista de M é jic o .........................................................................

207

Cortés se pone en marcha. —• Una recepción amistosa. — Prisión de Moctezuma. — La «noche triste», —• Asedio y conquista de Méjico.

El mundo m a y a ........................................................................................

215

La península yucateca. — Chichén-Itzá, ciudad santa de los mayas. —■ La «fuente sagrada». — Una arqueología sorprendente.

El Perú arcaico .

..................................... ....................................

221

Francisco Pizarro prepara su expedición. —• El pueblo de los incas. — Un antiguo socialismo de Estado. — Cultos y ritos incaicos.

Conquista del P e r ú .................................................................................

228

Pizarro y la guerra civil incaica. — Atahualpa en Cajamarca. — Ase­ sinato de Pizarro.

Otros descubrimiento y e x p lo r a c io n e s ............................................

231

La carrera hacia el Sur. —■Entre el trópico y los desiertos. — Tierra Firme y el país de los chibchas. —■El gran río de las Amazonas. — Arauco indómito. — Organización de los imperios luso y español.

Europa occidental a principios del siglo XVI > El césar C a r lo s ........................................................................................ r.

243

Carlos I de España. —■La elección imperial de 1519. — Margarita de Austria, una estadista. — Carlos V de Habsburgo. — Francisco I, un rival peligroso. — Rey y caballero andante.

Inglaterra y A le m a n ia ............................................ .......

251

Enrique VIII, otro monarca renacentista. —. Inglaterra en la encruci­ jada poltica. —■El cardenal Wolsey, — La casa Fiigger en Augsburgo. —■Jacobo Fiigger. —• Grandesa y servidumbre económicas.

Carlos V contra Francisco I

..........................................................

Carlos V comienza su reinado. — Coronación a la antigua usanza. —

258'

8 • Plan y sumario Los comuneros de Castilla. ■ — La rota de Villalar. — La Dieta de W oim s. —• Francisco i y el condestable de 'Borbón. — D os papas dis­ tintos: Adriano VI y Clemente VII. — La batalla de Pavía.

La segunda guerra h isp a n o fra n c e sa ....................................................

26 7

Clemente VII atrae el rayo de la guerra. — Una trágica marcha sobre Roma. — Saqueo de la Ciudad Eterna. — La «Paz de las Damas».

Carlos V y E s p a ñ a .................................................................................

271

La preocupación por la amenaza islámica. — El problema económi­ co. —. Comiénza el Siglo de Oro literario. — Garcilaso de la Vega, poeta y soldado. — El «Príncipe de los poetas españoles».

r La Reform a en Alemania

M artín Lutero

.

.................................................................................

279

'Punto de partida: afán de renovación. — Lutero y sus proposicio­ nes. —■Personalidad de Lutero. —. D e la celda a la cátedra.

La r e b e ld ía ...............................................................................................

284

La cuestión de las indulgencias. — Controversia Lutero-Johann Eck. — La Dieta de Worms y el castillo de Wartburg.

Lutero en la in tim id a d .........................................................................

289

Lutero se casa con una monja. — Un cierto franciscanismo... — Con­ versaciones íntimas. ■ —-El reverso: el lenguaje de la violencia. — Los últimos combates. —• Grandeza y errores de Lutero.

Reformadores suizos Ulrico Z u in g lio ........................................................................................

299

Infancia y estudios. —. Zuinglio inicia su carrera. — La parroquia de Einsiedeln. — El reformador en Zurich.

Conflictos religiosos.................................................................................

303

En busca de orientaciones. — Zuinglio y el luteranismo, — La lucha entre la antigua y la nueva fe. —. Los caminos de la intolerancia.

Estalla la lu c h a ........................................................................................

307

La controversia de Marburgo. — Al borde del abismo. — La batalla de C a p p el.— Zuinglio y su reforma.

Juan C a l v i n o ........................................................................................

311

D e ¡Noyon al refugio de B asilea.— Calvino en Ginebra. — Ginebra llama de nuevo a Calvino. — Calvino y Castellion.

Otro foco de in to le r a n c ia ..................................................................

317

Sendas de amargura. —• Miguel Servet, el inconformista. — Una «In­ quisición calvinista». —. Las reacciones imponderables.

La Reforma se c o n s o l i d a ..................................................................

321

La «nueva Jerusalén». — Muerte de Calvino. —. El calvinismo y la economía capitalista. —-Calvino, 'Lutero y Zuinglio.

La imprenta y las nuevas id e a s ........................................................... La imprenta en Oriente. — Guttenberg, el genio creador. — Expan­ sión de la imprenta. ■ —■Los primeros libros,

324

Plan y sumario • 9 Entre luteranos y turcos L o s p r o b le m a s d e A l e m a n i a .................................................................................. Carlos V, emperador de Occidente. — La «guerra de los campesi­ n o s» ,—■El comunismo de M unzer.— Los protestantes «protestan»... Las andanzas de 'Felipe de ‘H esse.

329

L u c h a s in te r n a s y e x t e r n a s .................................................................................. Tercera guerra entre Carlos V y Francisco I. — El espejismo de un concilio. — La campaña de Mühlberg. —■Traición de Mauricio de Sajonia. —■Vida privada del emperador. — Abdicación de Carlos V.

335

L a o f e n s iv a tu rca ..................................................................................................... Selim I: el peligro o tom an o.— Solimán el Magnífico. — El «rey cristianísimo» se alia con los turcos. —■La invasión de Hungría.

344

El

350

im p e r io d e la S u b lim e P u e r t a ................................................................ Derrota de los turcos ante Viena. — Nuevas campañas de Solimán. — La vida en el Imperio otomano. — Los jenízaros.

La Reforma anglicana E l d iv o r c io d e E n r iq u e V I I I ......................................................................... Lady Ana B olen a.—• Catalina de Aragón y W olsey.— La política del cardenal. — El espinoso asunto del divorcio.

35 7

T r iu n fo d e A n a B o le n a ............................................................................................ Ana (Bolena y Tomás Cranmer. — Un nuevo consejero, Cromwell. — El «Parlamento de la ¡Reforma». — La excomunión de Enrique VIII.

361

El

p a r to s a n g r ie n to d e l a n g l i c a n i s m o ....................................................... La caída de Tomás Moro. —■Ocaso de Ana Bolena. — Juana Seymur, la nueva estrella. — Cromwell y la política anticatólica.

365

C u a r to , q u in to y s e x t o m a tr im o n io s . . . . . . . . Una cuarta boda, razón de Estado. — Contactos con Alemania. — Ana de Cléves, la flamenca repudiada. — Catalina Howard y Catalina Parr.

369

La Contrarreforma o reforma católica N u e v a d i s c i p l i n a ..................................................................................................... El Oratorio del Amor Divino. — Los papas reformistas. — Régimen interno. La Inquisición. — El Indice de libros prohibidos.

375

L a C o m p a ñ ía d e J e s ú s ............................................................................................ Un caballero andante «a lo divino». —• Estudios de Ignacio de Loyola. —■Una Orden militante. — La obediencia integral. — Los ejerci­ cios espirituales. —■El arte terrible de la sugestión.

380

E x p a n s ió n d e la C o m p a ñ ía . .............................................. Una «Internacional». —■Francisco Javier, el divino impaciente. — Los jesuítas en el Paraguay. — Pedagogía e interpretativa jesuíticas.

386

E l c o n c ilio d e T r e n t o ........................................................................................... Trento, ciudad frontera. — La primera fase conciliar. —■Su clausura.

390

N u e v a s p e r s p e c t iv a s c i e n t í f i c a s ......................................................................... L a m e d i c i n a ....................................................................................................................... ....................................................... I d e a s r e v o lu c io n a r ia s e n c o s m o g o n ía In d ic e c r o n o ló g ic o (d e lo s a ñ o s 1275 a 1 5 5 8 )............................. I n d ic e a l f a b é t i c o ....................................................... .........

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Las páginas que se citan son las que se hallan frente a la lámina en cuestión. Las ilustraciones que no llevan indicación de página form an la doble lá­ m ina interior y llevan el epígrafe en la anterior o en la siguiente.

Cosme y Lorenzo de M é d ic is ...................................................................................24 La Florencia del Renacimiento. Julián de Médicis, por Sandro B o t t i c e l l i ............................................................ 25 César Borgia y M aq u iavelo.......................................................................................... 48 Savonarola, Plaza de la Señoría, en Florencia. Ludovico Sforza, ducjue de M i l á n ........................................................................... 49 «íLa creación del hombre» de Miguel A n g e l............................................................ 72 «La Virgen de las rocas» de Leonardo de V in c i.....................................................72 La Piazzetta de Venecia (Escuela veneciana s. xvi). Retrato del dux Loredano, por Giovanni B e llin i.....................................................73 Una «Pietá» de Giovanni Bellini...................................................................................96 Retrato de una cortesana, por Carpaccio (siglo xv). El Tintoretto, «Autorretrato». El desnudo artístico en el siglo XVI........................................................................... 97 Las primeras grandes escuelas de pintura en Flandes y Francia . . . . 144 Maestro de Moulins: Margarita de Austria. Hugo van der Goes: «La adoración de los pastores». El espíritu del Renacimiento llega a A le m a n ia .....................................................145 Cabeza de adolescente maya (siglo v n ) .................................................................... 216 Llegada de Cortés a Méjico, visto por los aztecas. El dios del maíz, de la mitología azteca. Cristóbal Colón desembarca en G u an ah ah í............................................................ 217 Culturas preincaicas en el P e r ú .............................. ....... 288 La batalla de Marifián y Francisco I, rey de Francia. El humanismo en las letras, la filosofía y late o lo g ía ........................................ 289 Martín Lutero, según C r a n a c h ...................................................................................360 Solimán el Magnífico y Carlos V. Enrique VIII, rey de In glaterra...................................................................................361

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La Italia r e n a c e n t is t a .................................................................................................. 17 Rutas de los grandes descubridores........................................................................... 158-159 Castilla y Portugal se dividen el m u n d o ....................................................................174 La ruta de Vasco de G a m a .......................................................................................... 177 Dos grandes civilizaciones: los mayas y los a z te c a s............................................. 203 El imperio de los in c a s ........................................................................... ....... 223 Descubrimientos y exploraciones en América del N o r t e ......................................236 Descubrimientos y exploraciones en América del S u r ......................................237 Dos imperios rivales: Carlos V y Solimán el M ag n ífico ......................................337 Europa durante las guerras de religión (siglo x v i ) ............................................. 392-393

O T j lIIiCIMIBITO K MITALIA

FLORENCIA, CIUDAD MADRE Desarrollo del capitalismo El dinero no había desempeñado papel muy importante a comienzos de la Edad Media y el trueque de mercancías era entonces la forma de comercio más extendida. Toda la sociedad feudal se apoyaba en la posesión de tierras. La economía finan­ ciera no se desarrolló hasta iniciarse el tráfico de carácter internacional, consecuencia de las Cruzadas, impulso que ejer­ ció sobre todo en las ciudades italianas bajo tutela florentina. Tal evolución acarreó importantes consecuencias en el ám­ bito social. La nobleza y el clero poseían las tierras y habían dominado por tal motivo la antigua sociedad medieval. Los nu­ merosos conflictos, entre otros la prolongada lucha entre papas y emperadores, ocasionaron a los grandes terratenientes serias dificultades financieras y su único recurso, aunque momentáneo, fue pedir préstamos de dinero a los burgueses, que exigían inte­ reses muy elevados, y los terratenientes se vieron obligados a hipotecar sus territorios, solución de fatales consecuencias para ellos. Si los deudores no podían pagar sus deudas, cosa que su­ cedía con frecuencia, sus acreedores burgueses se apoderaban simplemente de sus propiedades agrarias, base de su poderío. Los aristócratas se arruinaron por este procedimiento; sus tie­ rras pasaron a los burgueses, que se elevaron de pronto a una posición social preponderante y que intentaron incluso superar esta posición buscando nuevos campos de actividad. Individua­ listas de carácter, aplicaron el principio de la libre concurren­ cia, sin retroceder jamás ante los peligros inherentes a tal sis­ tema; y este individualismo económico produjo las condiciones psicológicas y materiales indispensables para la emancipación 1400-1500

12 • El Renacimiento en Italia de las almas en todos los ámbitos de la cultura, es decir, el Renacimiento. El capitalismo fue, en consecuencia, un importante factor en la gran transformación que acabó con el universalismo inte­ lectual y político. En un solo campo, el de la política, la influen­ cia del dinero adquirió una significación muy particular en los últimos tiempos de la Edad Media. «Quien tiene dinero y tiem­ po, y sabe además cómo emplearlos, puede hacer, u ordenar que hagan, todo cuanto le place», decía Alberti, célebre arquitecto del Renacimiento.

La casa de los Médicis En 1429 moría un anciano burgués de Florencia, el banquero e industrial Juan de Médicis. Reunió a sus hijos en torno a su lecho mortuorio y les formuló sus sabios y últimos consejos, resumiendo para ellos las enseñanzas de una existencia prolon­ gada y llena de contenido. Juan de Médicis legaba un apellido respetado y una inmensa fortuna. Poseía notables manufacturas y había hecho de su banca una de las más prósperas de Florencia e incluso de toda Italia. Figuraban reyes y cardenales entre sus deudores y fue nombra­ do banquero oficial del papa a comienzos del siglo xv; desem­ peñó un papel importante en el concilio de Constanza (14141418) y se enriqueció, además, con otros acertados préstamos. Juan de Médicis había hecho célebre su apellido en toda Europa. Suele idealizarse la historia de los Médicis, considerándoles únicamente como resortes del impulso cultural de la Florencia del siglo xv, sin conceder una atención suficiente al origen de todas sus glorias. Es preciso no perder de vista que la parte principalísima que tuvieron los Médicis en el desarrollo de las ciencias y las artes, sólo fue un aspecto de sus diversas acti­ vidades. Eran comerciantes, industriales, banqueros y políticos. Los Médicis se preocuparon, en primer lugar, del precio de la lana en Inglaterra y en Flandes, de las relaciones entre los par­ tidos de los Armagnacs y de los Borgoñones en Francia, de los candidatos a la siguiente elección pontificia y de los salarios pa­ gados a los trabajadores de Florencia. Cuando se indagan los fundamentos en que descansaba el poderío de los Médicis y de otros industriales florentinos, se llega a la conclusión de que la lucha por el dinero era tan encarnizada en el siglo xv como en nuestros días, si no lo era más. A finales de la Edad Media un comerciante debía poseer inteligencia despierta, nervios bien 1429

IConcilio de Constanza (1414-1418)

Fines de la Edad M edia • 13

Una amputación. E l instrumental esparcido por el s u e lo s era m uy rudimentario: una sierra, una esponja, unas tijeras, un ovillo de hilo, agujas y algunas vendas. E l paciente no era anestesiado. Su única defensa contra el dolor consistía en unos tragos de aguardiente. Una operación de este tipo era m uy peligrosa y por esto no es de extrañar la presencia de un sacerdote. 1400-1500

14 • Bl Renacimiento en Italia templados y carencia total de escrúpulos, si quería mantenerse frente a la competencia. Los burgueses poderosos prohibían con todo rigor a sus trabajadores abandonar Florencia y man­ tenían despiadadamente los salarios al más bajo nivel. La historia del Renacimiento, tan brillante en su aspecto cultural, lo es mucho menos en el terreno social: las clases trabajadoras vivían en una miseria espantosa y no participaban en modo alguno en el desarrollo cultural y artístico. Los obreros de las fábricas permanecían en un estado de indigencia casi permanente y se les prohibía unirse para que estas asociaciones no pudieran defender sus propios intereses. El obrero ni siquiera sabía si tendría trabajo al día siguiente. Si sobrevenía una crisis económica, con amenaza de paro par­ cial o total en la fabricación, o se producía una afluencia de obreros extranjeros dispuestos a trabajar por un salario aún más miserable, el operario florentino era simplemente arrojado a la calle. Sin embargo, debía componérselas como pudiera. Escar­ necido y oprimido, este primitivo proletario arrastraba una vida miserable sin la menor posibilidad de mejorar su condición. Nadie acudía a defender sus intereses. En cambio, los artesanos y los pequeños comerciantes de Florencia, eran protegidos por la familia de los Médicis; desde luego, padecían la opresión de poderosos capitalistas, pero su filiación a una corporación les otorgaba ciertos derechos políticos.

Cosme de Médicis Cuando Cosme, el hijo mayor de Juan de Médicis, asumió la dirección de los negocios familiares en 1429, estos iniciaban una etapa de auténtica prosperidad. Gracias a las iniciativas de su padre, los agentes de los Médicis ya habían extendido sus actividades lejos de las fronteras italianas creando una red de sucursales. que cubría gran parte de Europa. La sucursal de Brujas ocupaba una posición de primera categoría; debía vigilar el mercado flamenco de la lana, muy importante para Florencia, y desempeñó también notable papel desde el punto de vista cultural y político. Cosme sucedió a su padre en Florencia como jefe del par­ tido popular. Pese a toda su habilidad, Cosme era demasiado poderoso para no suscitar los recelos de la aristocracia. En 1433 estalló bruscamente esta hostilidad y Cosme fue encarcelado y acusado de alta traición. En aquellos días críticos pareció que no sobreviviría a tan peligrosa aventura. Pero Cosme no perdió 1429-1433

Cosme de Médicis (1389-1464)

La autocracia medicea 9 15 la serenidad. Conocía demasiado a los seres humanos para Ig­ norar que el dinero sirve para comprar no sólo mercancías, sino también las personas y las conciencias. Bastaron mil florines para salvarle la vida y asegurarle una sentencia relativamente suave: diez años de destierro. «Estos señores no son muy astu­ tos —anotó en su Diario^—. Hubieran conseguido diez mil o más, si hubiesen sido bastante inteligentes para exigirlos». Cuan­ do se dictó su sentencia pronunció un discurso ante la asamblea afirmando que se hallaba dispuesto a ofrecer la vida por su ciudad natal, si ello reportara a Florencia algún beneficio, y luego tomó el camino del destierro. Al año siguiente regresó a Florencia porque la ciudad difí­ cilmente podía prescindir de él y de sus capitales. A partir de entonces reinó en Florencia como verdadero autócrata y se vengó sin piedad de sus enemigos. Evitó el derramamiento de sangre, pero aplicó otros métodos no menos eficaces. En 1434, unas ochenta familias fueron condenadas al destierro. Arrojadas a la calle sin forma alguna de proceso, los exilados hubieron de abandonar sus hogares a toda prisa, Cosme empleó también otro método para desembarazarse de eventuales contrincantes. Bastaba con despojarles de sus bie­ nes sometiéndolos a un impuesto extraordinario y muy gravoso. Las pobres víctimas apelaban a la autoridad, pero veían recha­ zadas todas sus quejas. N o les quedaba otra solución que pagar hasta arruinarse. Abandonar Florencia era entonces la única manera de escapar a tales impuestos. Cosme no era sólo hombre genial para los negocios, sino también un soberado preocupado por la prosperidad de su Es­ tado y siempre dispuesto a ofrecer su fortuna personal para el bien de la comunidad. Mantuvo una política inteligente, supo preverlo todo con debida anticipación y aseguró así la paz en Italia durante decenas de años; su gobierno fue considerado desde diversos puntos de vista como un ejemplo en la historia de la política europea. Para comprenderla, debemos considerar la situación general de Italia en esta época.

MILÁN, POSICIÓN CLAVE Los Sforza entran en escena En un pueblecito de la Romaña, no lejos del mar Adriático, hacia los años 1380 y 1390, cierto día terminaba un joven su 1434

16 • E l Renacimiento en Italia jornada de trabajo en la granja paterna y se ocupaba en reco­ ger sus aperos. Acertaron a pasar algunos mercenarios, en fun­ ciones de reclutamiento para su jefe, un célebre «condottiero»,1 y aquellos soldados se detuvieron apenas divisaron al jovén campesino, ya que el muchacho parecía hecho para la vida militar. Al acercarse, entablaron conversación y describieron al joven su fabulosa vida de aventuras y viajes mundo adelante. «¿Por qué no nos acompañas?» le propusieron al fin. El joven dudó un instante, y cuenta la leyenda que tomando un hacha contestó a sus interlocutores que dejaba al azar que decidiese su porvenir: si el hacha quedaba clavada en el árbol, marcharía con ellos; si el hacha se caía, quedaría en casa. El hacha se quedó clavada. Aquella misma noche se des­ lizó en la oscuridad, ensilló uno de los caballos de su padre y abandonó para siempre la casa paterna. Así se convirtió en un poderoso guerrero que, al servicio de muchos príncipes, adqui­ rió poder y riquezas. En la cumbre de su gloria obligó al papa a concederle en feudo la población donde había nacido. A su muerte, en 1424, dejaba un hijo que siguió las huellas de su padre y fue también un «condottiero» mimado por la suerte: el célebre Francisco Sforza. El joven Francisco llegó a la meta de su carrera cuando en 1424 Felipe Visconti, duque de Milán, le confió una parte de sus tropas. Esta relación con la casa Visconti fue particular­ mente valiosa para Francisco, que vislumbró su mejor oportu­ nidad entre 1430 y 1440, cuando las disensiones internas esta­ llaron de nuevo en Italia. Gracias a su energía indomable, Francisco se fue encumbrando cada vez más. Cambió de par­ tido cuando comprendió que este viraje político era necesario para alcanzar su fín supremo, que nunca perdió de vista: hacerse dueño de Milán. Felipe Visconti le había otorgado su hija en matrimonio y, gracias a este enlace, podía aspirar a la heren­ cia de Felipe. Los sangrientos desórdenes tan característicos del Renaci­ miento en Italia, se prolongaron varios años. Numerosas co­ marcas fueron devastadas y muchos hombres asesinados; de continuo, pueblos y ciudades cambiaron de dueño en una su­ cesión ininterrumpida de expediciones militares y de intrigas diplomáticas. Surgieron las personalidades más extraordinarias, aunque ninguna tan grotesca como la de Segismundo Mala1 El término italiano «condottiero» designa a un jefe de mercenarios. Los con­ d otieros desempeñaron, a menudo, papel bastante importante en las luchas políticas de Ja 'Edad Media.

1424-1440

Francisco Sforza (1401-1466)

La Italia del siglo X V • 17

IT A L IA E N 1455 Entre la multitud de pequeños estados italianos, la política peninsular gravitaba en torno a media docena de ellos: Génova, Milán y Venecia, al norte, Florencia y los Estados Pontificios, en el centro, y Nápoles en el sur.

18 • El Renacimiento en Italia

testa, señor de Rímini, uno de los «condotieros» más apasio­ nados y menos escrupulosos.

Florencia y Milán se complementan En medio de esta confusa lucha por el dominio del norte de Italia, Cosme de Médicis permanecía tranquilo en Florencia y trazaba sus planes. Italia era uno de los países más ricos de Europa, Gracias a sus posibilidades económicas y a su exce­ lente diplomacia, podía consolidar y extender su influencia sobre la evolución de otras naciones europeas, con la única condición de no exponerse demasiado a las disensiones internas. A la larga, tales disturbios debían inspirar necesariamente ideas de conquista a las potencias extranjeras y ofrecerles excelentes oca­ siones de entrometerse. ¿Acaso el rey de Francia, Carlos VII, no había manifestado ya en diversas ocasiones un creciente interés por Italia? Un tratado amistoso entre Florencia y Milán podría apor­ tar como resultado una situación de equilibrio político; resul­ taría entonces difícil para los franceses entrometerse con éxito en los asuntos internos de Italia. Tales reflexiones decidieron a Cosme a solicitar la ayuda de Francisco Sforza. Se había encontrado con el célebre «condottiero» por vez primera en 1435 y ambos entablaron pronto buenas relaciones. Francisco carecía de auténtica cultura y se mostraba grosero y rudo; pero Cosme no veía en ello ningún inconveniente. Al contrario, el hombre que reinase en Milán debería ser, ante todo, un hom­ bre de acción y con temperamento de caudillo. Por su parte, Sforza no hubiera podido encontrar mejor aliado que el gran comerciante florentino. Comprendió todo el valor de esta amistad "cuándo Felipe Visconti murió en 1447 sin dejar herederos y la burguesía de Milán ofreció a Sforza el mando de las tropas de la ciudad. En aquel momento el dinero de Cosme le fue muy útil y le permitió encaminarse con dere­ chura a su fin. En 1450, Francisco Sforza, hijo de un hombre que había iniciado su carrera como simple ayudante de gran­ jero, fue proclamado duque de Milán. Y este triunfo de Sforza decidió la lucha por el norte de Italia. La alianza Florencia-Milán era tan poderosa que ningún otro estado pudo amenazarla. La mayoría de las ciudades esco­ gieron, por consiguiente, la paz y así se entablaron negociacio­ nes que condujeron, en 1455, a la creación de una Liga que integraba a todos los estados importantes de Italia. La caída 1447-1455

F. Sforza, duque de Milán (1450)

Los «Síudia Humanitatis» • 19 de Constantinopla en 1453 aceleró la formación de esta Liga, pues los políticos italianos más influyentes llegaron a la con­ clusión de que sólo uniendo todas sus fuerzas contra los turcos podrían asegurar el comercio marítimo. Por otra parte, el pe­ ligro francés les impulsaba igualmente a concertar aquel trata­ do. En el mismo año de 1453, el fin de la guerra de los Cien Años dejaba al rey de Francia las manos libres para volverse contra Italia. Cosme había logrado el fin que se propuso. La paz en Italia quedaba asegurada para bastante tiempo. Gracias a su hábil diplomacia, Florencia se había convertido en mantenedora de la paz y del equilibrio político. Cosme permaneció fiel toda su vida a la alianza milanesa. Aquel tratado era la clave de su po­ lítica exterior.

EL HUMANISMO ITALIANO La cultura antigua y las nuevas ideas Mientras Cosme de Médicis empleaba todas las .sutilezas de su diplomacia en restablecer el sosiego y el equilibrio político en Italia, el Renacimiento se propagaba a todos los países. El propio Cosme fue uno de sus principales protectores. A él se debe, en gran parte, el que Florencia se convirtiera en centro de esta vida artística particularmente fecunda y de estas nuevas corrientes científicas y literarias que se engloban bajo el nombre de «humanismo». Los italianos del Renacimiento estaban entusiasmados por la Antigüedad. Querían vivir, estudiar, pensar y escribir como los antiguos griegos y romanos, y así, profesores, monjes, fun­ cionarios y mercaderes rivalizaban en entusiasmo por coleccio­ nar manuscritos antiguos y comentarios sobre los mismos. Los Síudia Humanitatis, el estudio de la humano, tal era el nombre con que designaban sus actividades intelectuales. Las generaciones medievales precedentes habían estudiado también a los autores clásicos, pero sin permitir que su filosofía y su forma de vida influyera en ellos. Si en la Edad Media se leía a los escritores de la Antigüedad, era sobre todo para encontrar materia con qué defender la doctrina cristiana. El Renacimiento, por el contrario, estudiaba la literatura antigua por sus valores intrínsecos. Desde sus comienzos, esta corriente estuvo impregnada de Ccáda de Constantinopla (1453)

1453

20 • E l Renacimiento en Italia nacionalismo. Aureolados de gloria, Escipión y Séneca parecía que se levantaban de su tumba más que milenaria para inflamar de amor a la patria a una Italia que se desgarraba en luchás intestinas. El entusiasmo que animaba a los propagadores de los ideales humanistas logra hacer apasionante esta época. Ateso­ raban objetos de arte antiguo; estaba de moda organizar biblio­ tecas; reunían verdaderos tesoros artísticos y literarios de todos los lugares donde podían encontrarlos.

Niccolini y sus libros En el primer decenio del siglo xv podía verse en las calles de Florencia a un hombre de cierta edad dirigiendo la palabra a los jóvenes transeúntes, y con cierta dulzura impregnada de firmeza, les demostraba la vanidad de los placeres materiales, y les aconsejaba ante todo el estudio de la Antigüedad, porque sólo en ella encontrarían auténtica satisfacción. Nicoló Niccolini .—así se llamaba este hombre singular'— era el más entu­ siasta de los bibliófilos de Florencia y, además, excelente cono­ cedor de los manuscritos antiguos. Su pasión le costaba una fortuna, pero Niccoló no se descorazonaba por ello; cuando se le acababa el dinero, podía pedirlo siempre a sus amigos, Cosme de Médicis, por ejemplo. La casa de Niccoló permanecía abierta a todos cuantos de­ seaban consultar sus colecciones; él mismo estaba dispuesto siempre para informar y aconsejar a sus visitantes. Uno de sus amigos humanistas, Vespasiano Bisticci, describe así a Niccoló en su casa: «Numerosos prelados y jóvenes eruditos le hacían frecuentes visitas; tan pronto como llegaba un huésped, le ponía un libro en las manos y le rogaba que lo leyera. A menudo, diez o doce señores de elevada alcurnia se entregaban al estudio junto a él». A su muerte, la colección de Niccoló comprendía ochocien­ tos volúmenes, cifra impresionante para aquella época. Había hecho firme promesa de que esta biblioteca permanecería acce­ sible a todo el mundo; Cosme de Médicis tuvo el mayor interés en que se cumpliera su deseo. Pagó las deudas considerables que Niccoló contrajera e hizo donación de su biblioteca al con­ vento de San Marcos; allí todos cuantos lo deseasen podían hacer uso de ella. Así nació en Europa la primera biblioteca pública que se fundó desde la Antigüedad. El citado Vespasiano Bisticci era otra figura de primera categoría en los círculos intelectuales de Florencia; propietario 1400-1410

Niccoló Niccolini (1364-1437)

Primitivos humanistas • 21 de la mayor librería de la ciudad, Bisticci reunía en su «tienda» a los florentinos más importantes y cultos. Las Memorias de este genial librero describen los personajes que conoció, cuya mayor parte eran íntimos amigos suyos; una obra que todavía se lee con interés.

El bibliófilo Poggio Braccioiini El simpático Vespasiano cita con particular respeto al hu­ manista Poggio Braccioiini, que fue durante muchos años secre­ tario en la cancillería pontificia. Participó en el concilio de Constanza (1414-1418) y aprovechó la ocasión para efectuar numerosos viajes en busca de documentos clásicos. Poggio vio recompensados sus esfuerzos y molestias: en la abadía de Cluny y en Colonia descubrió manuscritos de obras de Cicerón, toda­ vía desconocidas, y en las ruinas de la abadía de Saint-Gall encontró el famoso tratado de la Institución Oratoria del ro­ mano Quintiliano. Nada arredraba a Poggio cuando estaba poseído por el demonio de la paleografía. Si no le autorizaban a llevarse los manuscritos descubiertos, los hacía copiar por un secretario que le acompañaba a todas partes. Más de una vez, en momentos de debilidad, se guardó en alguno de sus enormes bolsillos algún pergamino muy codiciado. Poggio describe cuanto vio y vivió, en el curso de sus via­ jes, en elegantes cartas que los contemporáneos y la posteridad admiran unánimes. En ellas cuenta, sobre todo, su estancia ma­ ravillosa entre la buena sociedad de la pequeña ciudad de Badén, una villa de aguas termales en lá Suiza septentrional. Aquellos baños eran saludables para toda clase de enfermeda­ des, pero nada curaban tan rápidamente y tan bien como la esterilidad de las mujeres, según cuenta Poggio. Los esposos de aquella región no eran excesivamente celosos; dejaban a sus jóvenes esposas descansar solas en las casas de baño, donde podían entregarse a los más refinados placeres de la tierra. Poggio se divertía como una divinidad olímpica cuando desde la galería contemplaba tan agradables cuadros vivientes: «Es divertido ver a viejas ajadas por la edad entrar en los baños en compañía de doncellas jóvenes medio desnudas y exponerse a las miradas de los hombres. Estas damas desayunaban a menudo en sus baños, servidas en mesas que parecían flotar sobre el agua. Se permitía participar libremente a los señores en esta distracción. Estas jóvenes doncellas, de rostro resplandeciente, hermosas como jóvenes diosas, son un regalo para la vista. D anzan y cantan en el agua o bien juegan a lanzarse una pelota unas a otras.» Poggio (1389-1459)

1414-1418

22 • E l Renacimiento en líatia

La libertad de costumbres de que nos habla Poggio Bracciolini era una característica del Renacimiento. E ste grabado antiguo representa una cena celebrada durante un baño mixto.

En una tal descripción de felicidad y juventud, Poggio se hace eco del placer que los antiguos sentían por la belleza, pero también es eco de su sensualidad. Hay otro aspecto de la an­ tigüedad romana que se expresa en la célebre carta en que Poggio describe el proceso llevado a cabo contra Jerónimo de 1400-1450

E l «cuarto de la mentira » • 23

Praga, discípulo de Hus. En él se siente revivir la admiración por la firmeza y fuerza de ánimo varonil de los héroes antiguos.

Otras andanzas de Poggio Clausurado el concilio de Constanza, Poggio se dirigió a Inglaterra invitado por un alto dignatario de la Iglesia y per­ maneció allí cuatro años. Se tropezó con un materialismo brutal y mal disimulado que no pudo soportar más tiempo: «Entre los ingleses, el arte culinario prevalece sobre las demás artes y ciencias», escribía al regresar a Italia. Los ingleses podían tragar comida durante cuatro horas sin interrupción: cuatro ho­ ras de suplicio para Poggio. Para mayor desdicha, no había ningún manuscrito interesante en aquel país bárbaro. Según Poggio, los conventos estaban llenos de viejos fárragos esco­ lásticos. Desde luego, Italia le sentaba mejor a Poggio. A su regreso fue nombrado secretario en la corte del papa. En tierra italiana podía frecuentar el trato con gentes cultas, que compartían sus gustos y sus ideas. Por lo general, este círculo de amigos se reunía por las tardes en una sala llamada «cuarto de la menti­ ra», en un ala separada del palacio pontificio; charlaban, bebían y se divertían. Allí se contaban los últimos chismes mundanos de Roma, y también anécdotas groseras. En sus últimos años, Poggio reunió tales anécdotas en un volumen, que obtuvo gran éxito, lo que hizo exclamar a su autor, satisfecho: «Los asuntos más ordinarios pueden ser tratados igualmente en buen latín». Estos humanistas italianos eran personas muy vanidosas y poseídas de sí mismas; una generación que ilustraba a maravilla un aforismo de Poggio que afirmaba que cada cual debía con­ siderar su mujer y su filosofía como lo mejor del mundo. Ello no obsta para que se considerasen representantes de una cultura nueva y superior. Surgían humanistas en todas las cortes principescas y en las universidades y eran recibidos en todas partes con los brazos abiertos. En Milán, Francisco Sforza retenía a Francisco Filel£o, erudito belicoso, codicioso y de una vanidad sin límites, si bien el mejor helenista de la época. Filelfo proclamaba sin rebozo que, para él, el honor sin dinero era tan despreciable como el dinero sin honor. Filelfo, enemigo declarado de los Médicis, y Poggio, amigo de Cosme, entablaron una de esas disputas literarias tan carac­ terísticas del Renacimientos. Los dos sabios humanistas se lan1418-1425

24 ® E l Renacimiento en Italia zaban terribles diatribas, y en libelos muy divulgados se arroja­ ban recíprocamente injurias mortales e hirientes acusaciones. Según Poggio, Filelfo era un auténtico ladrón y un adúltero, que incluso abusaba de los jovencitos. «¡Bestia repugnante! —exclamaba-—, ¡Monstruo cornudo! ¡Despreciable murmura­ dor! ¡Que la cólera divina te aniquile!» Y Filelfo respondía en el mismo tono, superando incluso a Poggio en su odio, cosa difícil de lograr. Entretanto, sus contemporáneos presenciaban la escena con gran interés y maliciosa satisfacción. Y así, fue enorme su decepción cuando se enteraron de que ambos enemi­ gos habían hecho las paces. N o era preciso molestarse en in­ dagar las razones de tal cambio: Filelfo había comprendido que resultaba más ventajoso estar en buenas relaciones con Cosme de Médicis; rogó, pues, a Poggio que le perdonara. ¿Habría dicho su colega, quizás, a su poderoso amigo algunas palabras amistosas en su favor?

El libelista Pietro Aretino Filelfo y Poggio eran técnicos ambos en el arte de abrirse paso a codazos; sin embargo, todavía les superó un hombre de otra generación, Pietro Aretino, que se dio a conocer durante la primera mitad del siglo xvi y se atrajo el sobrenombre de «fustigador de príncipes». Es difícil comprobar la importancia del papel que desempeñó el Aretino en el desarrollo de la cultura humanística. Sus obras teatrales son clasificadas entre las mejores de la literatura italiana y sus libelos le han valido el título de «padre del periodismo». Fue también a su modo un gran artista, dotado de vigorosa imaginación y profunda cultu­ ra. Además, juzgaba a la perfección su época y sus contempo­ ráneos. Pero la forma de expresarse en sus críticas ha hecho que se le considere, con razón, como uno de los personajes menos escrupulosos en la crónica de la literatura mundial. El Aretino inició su carrera como auxiliar de un rico ban­ quero romano. A la muerte del papa León X, y cuando la lucha por la sucesión era más enconada, participó en la controversia con una serie de sátiras en que se mofaba de todos los carde­ nales de la Curia. N o se detuvo en ello y poco después ilustró veinte grabados del célebre artista Raimondi, con sonetos licen­ ciosos del mismo cariz. El papa Clemente VII hubo de interve­ nir personalmente en el asunto. El Aretino se defendió con su brutalidad característica. «¿Qué mal puede haber en que un hombre tenga una amante? .—exclamaba.—■. ¿Entra en vuestras 1400-1450

Cosm e (a la izquierda) y Lorenzo de M édicis, figuras ejem p lares del R enacim iento que dieron a la ciudad de Florencia un poderío y un p restigio sin igual.

He aquí una im agen casi idéntica de la Florencia del Re­ nacim iento: a la izquierda, la cúpula de márm ol blanco del B aptisterio, y d etrás, el domo de la iglesia de San Lorenzo. En el cen tro , la catedral de Santa M aría del Fiore con el «cam panile» a la izquierda y la cúpula de Brunelleschi a la derecha. En el cen tro , la to rre del palacio del Bargello.

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1532-1534

336 ® Entre luteranos y turcos dor alemán que «sublevó contra él a todos sus contemporáneos por pretender resucitar el anticuado principio imperial». La guerra contra Francia duró dos años, lapso de tiempo que bastó para convencer a ambos antagonistas de que a nin­ guno le reportaba utilidad el proseguir las hostilidades; el papa ofreció su mediación, y en 1538 se firmaba en Niza un armis­ ticio de diez años, sin cesión alguna de territorios por ninguna de ambas partes, manteniéndose íntegramente el «statu quo» anterior a la guerra.

El espejismo ele un concilio Desde muchos años atrás, el más caro anhelo de Carlos V era la reunión de un concilio que zanjara definitivamente la cuestión religiosa, pero no era cuestión de poca monta llegar a la realización de aquel proyecto, ya que el papa demostraba escaso entusiasmo ante el temor de que su poderío quedase minado por dicha asamblea, y por otra parte, los protestantes de Alemania se negaban categóricamente a participar en un concilio presidido por Paulo III. Oposiciones tan diversas obligarían al emperador a dar mayores muestras de energía y a desempeñar el papel principal en todas las escenas políticas entre 1540 y 1550. Su prólogo fue la Dieta de Ratisbona de 1541, donde los teólogos pontifi­ cios, imperiales y protestantes se reunieron para debatir una vez más los trascendentales problemas religiosos y políticos del momento. Las partes en conflicto cedieron terreno en algunos puntos y pareció jurante algún tiempo que podía abrigarse la esperanza de que se concretara en forma tangible aquel compromiso que tan ardientemente ansiaba el emperador. Por desgracia, pronto recobró sus fueros la intolerancia, y Car­ los V hubo de comprobar nuevamente que todo acuerdo era imposible; no le quedaba entonces otra solución sino actuar contra los protestantes por la violencia armada. Carlos V preparó la guerra de religión, ya inminente, diri­ miendo sus diferencias con dos de sus enemigos, Felipe, el alemán, y Francisco I, el francés. En primer lugar, con Felipe de Hesse, el landgrave, por haber transgredido las leyes del imperio con su segundo matrimonio, ofrecía un punto vulnera­ ble, y el emperador se percataba del valor de aquella baza que tenía en su mano. Inició negociaciones con Felipe y le ofre­ ció su protección y el mando de su ejército a condición de que abandonara toda relación con Francia e Inglaterra, y 1536-1541

D ieta d e Ratisbona (1541)

338 ® Entre luteranos y turcos sirviese en lo sucesivo al poder imperial con toda lealtad. Felipe aceptó y firmó en Ratisbona un acuerdo en este sentido, que­ dando sujeto y Carlos triunfante: el jefe de la Liga de Smal­ kalda, su más temido adversario político en Alemania, estaba al fin de su parte.

La campaña «le MiiMberg Luego le correspondió el turno a Francia. En 1542, Car­ los V se vio obligado a hacer nuevamente la guerra contra Francisco í, por cuarta y última vez, contienda que terminó en 1544 por la paz de Crespy, que tampoco cambió en nada la situación territorial. Si bien esta vez la posición de Carlos fue lo bastante sólida para imponer a Francisco I la impor­ tantísima promesa de no prestar más ayuda a la Liga de Smal­ kalda, con lo cual quedaba seguro de poder terminar con los protestantes de Alemania sin temor a ingerencias exteriores. Así, en 1547, pudo entrar en campaña, al frente de su ejército, y dirigirse a la pequeña ciudad de Mühlberg, en Sajonia. La Alemania meridional se había sometido al emperador el año anterior, y las tropas de la Liga se habían retirado a Sajonia, a las órdenes del príncipe elector Juan Federico de Sajoniá, aliado de Felipe de Hesse durante muchos años. El emperador derrotó a Juan Federico en Mühlberg, le capturó, le despojó de su dignidad de príncipe elector y le hizo encarcelar; en cuanto a Felipe de Hesse, que de nuevo estaba luchando con los enemigos de Carlos, corrió la misma suerte. El papel político de la Liga de Smalkalda había terminado, y Carlos V no ocultó su alegría, considerando la jornada de Mühlberg como una de las más felices de su vida. Las consecuencias del triunfo del emperador no fueron de larga duración. Había conseguido desintegrar la Liga de Smal­ kalda, y al pretender convertirse en cierto modo en el dictador de Alemania, los príncipes se coaligaron contra él; rebosantes de amargura ante el destino reservado a Juan Federico de Sajonia y a Felipe de Hesse, los príncipes constituyeron una oposición muy potente y, al frente de ella, Mauricio de Sajonia desem­ peñaría el principal papel en la vida política de Alemania.

Traición de Mauricio de Sajonia Mauricio había nacido en 1521; sobrino-nieto de Juan Fe­ derico y yerno de Felipe de Hesse, desde siempre estuvo 1542-1547

Batalla de M'úlhberg (1547)

L a p a z de A ugsbucgo 9 339

compenetrado con la Liga de Smalkalda hasta 1546, año en que se pasó de súbito al bando de Carlos V, ante la promesa de suceder a Juan Federico, El emperador cumplió su palabra después de la batalla de Mühlberg, pero Mauricio era dema­ siado ambicioso para contentarse largo tiempo con tan secunda-

El príncipe elector de Sajonia, Juan Federico, se despide de Carlos V después de la batalla de M ühlberg, en Sajonia, y en la cual el principe elector fue hecho prisionero. Este fragmento de un grabado en madera de la época muestra al emperador, instalado en una silla transportada por dos muías, y, más al fondo, el carruaje que habrá de llevarse bien custodiado al prín­ cipe elector.

1547

340 • Entre luteranos y turcos ria posición; en primer lugar, codiciaba su independencia, y luego la dirección, política de Alemania. En 1551 cambiaba nuevamente de partido y organizaba, junto con otros príncipes alemanes, una alianza ofensiva contra su soberano. Mauricio se había proporcionado los fondos necesarios para la guerra mediante un acuerdo con el nuevo rey de Francia, Enrique II, que le había ofrecido un apoyo poderoso si le cedía las ciu­ dades fronterizas de Metz, Toul y Verdún. La nueva guerra estalló en 1552. Mauricio de Sajonia, con el apoyo del rey francés y del margrave de Brandeburgo, avan­ zó hacia Innsbruck. Carlos V se encontró de pronto aislado y en situación desesperada, por lo que tuvo que atravesar los Alpes a toda prisa para escapar de sus enemigos. El 6 de abril, postrado por la gota y por tantos desengaños recibidos, huía a Villach, y tres semanas más tarde quedaban suspendidas las sesiones del concilio de Trento. Poco después, en julio, el em­ perador se vio obligado a aceptar el tratado de Passau (1552), que establecía la libertad religiosa en Alemania hasta la siguien­ te Dieta. Profundamente humillado por su huida al otro lado de los Alpes, Carlos V quiso recuperar su poder y el prestigio ante sus contemporáneos con un contraataque enérgico. Sitió la plaza fuerte de Metz y como recrudeciera su enfermedad de la gota, impidiéndole montar a caballo, se hizo conducir al campo de batalla en litera. El plan de operaciones preveía un asalto de las tropas imperiales a la ciudad, pero los soldados se negaron rotundamente a ello; Carlos comprendió que la empresa estaba perdida y ordenó levantar el sitio. El emperador dispuso que su hermano Fernando, proclamado rey de romanos hacía muchos años, iniciara negociaciones con los protestantes de Alemania. Era evidente que no podía aplazarse más la regulación de las cuestiones religiosas y la decisión se adoptó en 155$ con la célebre Paz de Augsburgo, por la cual el catolicismo seguía siendo la religión oficial del Imperio, aunque en lo sucesivo se toleraría en él la doctrina luterana. A cada príncipe alemán y a cada ciudad libre del Imperio se le otorgaba el derecho a elegir entre el luteranismo y el catolicismo, y a determinar la religión de sus súbditos según el principio Cuius regio, ejus reli­ gió (tal es su país, tal su religión). Los súbditos que se ne­ gaban a someterse a la voluntad de su señor no tenían, libertad religiosa, aunque sí derecho a establecerse en otra parte. La paz ponía punto final a la primera fase del protestan­ tismo, la más áspera y difícil, y durante los sesenta y tres años 1546-1552

Tratado de Passau (1552)

Miseria y grandeza de Carlos V ® 34! siguientes, la libertad religiosa permaneció garantizada en Ale­ mania, hasta cierto punto.



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Vida privada y conducta del emperador

Sus estados y dominios, tan dispersos geográficamente, así como sus- intereses de universalidad imperial, obligaron a Car­ los V a mantener una corte errante, sin fijar capitalidad ni residencia estable en parte alguna: España, Flandes, Alemania, Italia, fueron lugares donde anduvo de continuo, además de otros países donde se reclamó su presencia por motivos políti­ cos o debido a sus _campañas militares. Sin embargo, fue en Eápafia donde fijó sus miras para residir en sus últimos años y exhalar su postrer suspiro. Fue precisamente en aquel ocaso y final de su vida cuando pudo hacer examen de conciencia de su conducta a lo largo de una existencia tan ajetreada. Por las mismas razones, no pudo gozar de una tranquila vida de familia. En Sevilla, y en marzo de 1526 ■ —precisamente en los mismos días en que el rey prisionero Francisco I de Francia regresaba libre a su país*—, contrajo matrimonio Car­ los V con la princesa Isabel de Portugal, hija del rey Manuel I el Afortunado. Lo que parecía un enlace meramente político, fue luego unión respetada, ya que más tarde, al quedar viudo el emperador, jamás quiso contraer segundas nupcias. Aquel en­ lace fue estimulado por los deseos de las Cortes de Castilla y, como le expresaron los propios miembros de la nobleza es­ pañola refiriéndose a Isabel, «porque es de nuestra lengua»; razón que, aun no siendo exacta filológicamente, evidencia la fraternidad hispano-portu-guesa en aquella época. Isabel de Portugal era físicamente muy bella y el gran pintor Ticiano dejó de ella un retrato que es una auténtica obra maestra. El emperador tuvo de ello un hijo y dos hijas: Felipe II, su sucesor en el trono español; doña M aría, que casó con el emperador M axim i­ liano II de Austria, y dofia Juana, que fue princesa de Portugal. Despues de trece años de matrimonio y a los treinta y ocho de edad, falleció la emperatriz Isabel en Toledo, el primero de m ayo de 1,539, a conse­ cuencia del parto de un hijo varón que nació también sin vida. La muerte de tan ilustre dama fue sinceramente sentido en España, donde sus excelentes cualidades le granjearon muchas simpatías. Sus restos mortales fueron' conducidos al panteón de la capilla real de G ranada, y encargado d® dicha ceremonia y de presidir la fúnebre comitiva fue el duque de Gandía, amigo del poeta Garcilaso de la V ega y uno de los más conspicuos representantes de la nobleza española; según parece, al verificar la entrega de los despojos y al abrir el fére1526-1539

342 • E n tre luteranos y turcos tro, el espectáculo le impresionó de tal modo que decidió renunciar a todos sus títulos y bienes de fortuna y dedicarse a la vida religiosa. Así lo llevó a cabo algún tiempo después, ingresando en la Compañía de Jesús, de la que fue tercer prepósito general; fue canonizado con el nom­ bre de san Francisco de Borja. El episodio de la entrega del féretro, en Granada, ha inspirado algunas obras artísticas y literarias. Del emperador Carlos, pese a la extraordinaria discreción y secreto mantenidos con relación a sus devaneos galantes, se sabe que dejó algunos hijos naturales y bastardos. Poco después de su coronación en Aquisgrán (1520) m antuvo relaciones amorosas con una dama de Flandes, llamada M argarita o Johanna van der Gheest, de la que tuvo una hija que casó con el duque Alejandro de Médicis y, viuda de éste, con O ctavio Farnesio (1537), príncipe de Parm a, por lo que es conocida en la historia con el nombre de M argarita de Parm a; fue goberna­ dora de Flandes en tiempos de Felipe II (1559). El emperador, ha­ llándose en Spira, en 1544, preocupado por su cuarta guerra con Francisco I, conoció a una mujer de humilde condición social llamada Bárbara Blomberg, natural de Ratisbona, de la que tuvo un niño que después se inmortalizaría en la H istoria con el nombre de don Juan de Austria. Por último, carecemos de noticias detalladas acerca de otra aventura galante de Carlos V con una dama llamada Ürsolina de la Peña, llamada también «la bella Penina», de la que tuvo una niña llamada Tadea.

Su actitud con relación a España evolucionó con los años. La lucha de las comunidades había sido, efectivamente, un aldabonazo que despertó el tardo, inexperto y adormilado ánimo de su juventud, y los comuneros le recordaron que el pueblo no es un rebaño esquilmable por el monarca, sino que el rey se debe a la felicidad de su pueblo y amoldarse a su índole. Con­ tribuyó también a dar una mayor amplitud liberal a su carácter el influjo que en él ejerció uno de sus secretarios, el humanista Alfonso de Valdés, «más erasmista que el propio Erasmo», como se le calificaba, que aunque anhelase la unidad cristiana, fustigaba también con audacia la corrupción de las propias ins­ tituciones que acataba. Como sugiere Menéndez Pidal, Carlos V se hispanizó y quiso hispanizar a Europa. La vida de las cortes y la diplomacia se vio invadida por ministros españoles y por costumbres es­ pañolas, y este idioma empezó a ser usado en todas partes, sobre todo desde que el emperador lo hizo resonar bajo las bóvedas del Vaticano, ante el papa Paulo III, el 17 de abril de 1536. Regresaba Carlos V vencedor en Túnez y en La Goleta, satisfecho de haber cumplido su deber de príncipe cris­ tiano y de haber combatido personalmente con el turco, pero volvía dolido y quejoso del rey francés Francisco I, a quien 1520-1544

Ultimos años del emperador ® 343 acusaba de desleal con la cristiandad, según cartas comprome­ tedoras de este monarca al pirata Barbarroja, acabadas de coger por el mismo emperador en La Goleta. El obispo de Ma­ cón, embajador de Francia, no comprendía bien la lengua en que Carlos formuló tan categóricas acusaciones, y el emperador le replicó ante el papa: «Señor obispo: entiéndame si quiere, y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan- noble que merece ser sabida de toda la gente cris­ tiana». Y así, Carlos V, que a los dieciocho años de edad no ha­ blaba una palabra de español, a los treinta y seis años proclama­ ba este idioma como la lengua común de la cristiandad y lengua oficial de la diplomacia. Además, este postrer emperador de corte universal medievalista, que intentó la última gran cons­ trucción histórica con aspiraciones a un sentido de totalidad, audaz y ambiciosa, tuvo otro carácter singularísimo: fue el primero y único emperador europeo y americano a la vez. Se hallaba en plena era de aquella hegemonía española que duró un siglo.

Abdicación de Carlos Y En octubre de 1555, el emperador Carlos se dirigió a Bru­ selas para abdicar la corona. La ceremonia se celebró el 25 de octubre. Montado en una muía, pues sus achaques no le permi­ tían ya el uso del caballo, el emperador se dirigió al palacio de Coudenberg, donde se hallaban congregados los diputados de los Estados Generales, distribuidos por categorías y dignidades. La gran sala del Consejo Privado aparecía decorada con tapice­ rías que evocaban la historia de Gedeón, patrono bíblico de la Orden del Toisón de Oro. Carlos V y María de Hungría ocu­ paron sus puestos en el estrado adosado a la chimenea y, a una señal del emperador, el consejero de Estado, Filiberto de Bru­ selas, tomó la palabra anunciando que el soberano, en vista de su estado de salud, había resuelto poner en manos de su hijo Felipe II los destinos de Flandes y Países Bajos. Carlos V se levantó luego, con una hoja de notas en la mano que consultó de vez en cuando; hizo el balance de sus cuarenta años de reinado y recordó sus viajes por Alemania, . España, Italia, Francia, Inglaterra y África. —'Admito que he cometido errores ^ c o n fe s ó —, sea por descuido de la juventud, soberbia en la edad viril u otro motivo cualquiera: pero declaro que Jamás perjudiqué voluntariamente a nadie, y si tal hubiere Abdicación de Carlos V (1555)

1555

344 • Entre luteranos y turcos hecho, lo lamento profundamente y suplico a presentes y ausentes que me lo perdonen. . _' ■. Finalmente el emperador imploró la ^bendición de Dios sobre -sü hijo Felipe II, al que exhortó .a «ser buen príncipe». Pálido de emo-> Clon. Carlos V volvió a sentarse. E n la sala s e ’oiam los sollozos mal contenidos de los oyentes y el propio emperador no .pudo retener las lágrimas. , • • — Si lloro —■declaró'— no creáis-que £s por la soberanía que aban­ dono, sino -por verme obligado a alejarme del país .en que naci y -pres­ cindir de ,tan buenos vasallos como tenía. ' •

Al año siguiente, también en Bruselas, Garlos cedió ’del mismo modo el trono de España a Felipe, Carlos V, por entero liberado de sus numerosos y agobiantes deberes, podía,ya reali­ zar su deseo de alejarse del mundo. Se retiró al monasterio de Yuste, en.España, en la provincia de Cáceres, ‘ ■„• Carlos exhaló el último suspiro en septiembre de 1558; con él moría el último gran defensor deí principio imperial tal como lo concebía la Edad Media.

LA OFENSIVA TURCA Selira I: el peligro otomano El sultán Mahomed II había efectuado su entrada triunfal en Constantinopla en 1453, jornada que señaló para el imperio otomano el principio de una colosal expansión. Mahomed obtu­ vo grandes victorias en Europa y en Asia. En 1456 conquistó Atenas, y el Peloponeso en 1458; sometió Bosnia y parte de la Herzegovina, y en Asia Menor se apoderó de Trebizonda. Uno de sus objetivos era dotar a su imperio de una marina poderosa y su prolongada guerra contra Venecia proporcionó a Turquía La hegemonía em el Mediterráneo oriental. «Nuestro imperio es la patria del Islam» ■ —dijo’ un día Mahomed.—■. «De padres a hijos alimentamos la lámpara del Islam con el corazón de los infieles». En Occidente circulaban espantosos rumores acerca de las costumbres sanguinarias de los turcos y los proyectos de conquista concebidos por el sultán. Soñaba, según decían, con igualar la gloria de Alejaüdro y el poderío de Gengis Kan. Mahomed II murió en 1481, y el imperio turco fue goberna­ do durante treinta años por su hijo, el pacífico Bayaceto II, que, a diferencia de sus antecesores, sólo gustaba de la filosoS. XV-XVI

Abdicación de Carlos V

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345

Abdicación de Carlos V en Bruselas, el 25 de octubre de 1555, según el fragmento de un grabado en bronce de la época. Arriba, a la izquierda, Carlos (Carolus), saluda a su hermana M aría (reina viuda de Hungría y gobernadora de Flandes); en el cen­ tro, el emperador conduce a su hijo, futuro Felipe 11 (Philippus R e x ), hacia el trono, y abajo, a la derecha, Carlos V aban­ donando la sala.

1555

346 • Entre luteranos y turcos fía y de las artes, e incluso adquirió renombre como poeta. Su reinado fue pobre en acontecimientos, comparado con el de su padre; Bayaceto sólo hacía la guerra cuando la creía indispen­ sable para la seguridad del imperio, como hizo cuando conquis­ tó el resto de Herzegovina para asegurar sus fronteras. En 1512, Bayaceto hubo de ceder el mando a su hijo Selim I, que era considerado «un salvaje» y, en efecto, una de sus pri­ meras iniciativas fue organizar una matanza de chiitas, secta que1disputaba el dominio espiritual del mundo musulmán a los sunnitas ortodoxos. Al igual que su abuelo Mahomed II, Selim se sentía con­ quistador y en ocho años de reinado consiguió doblar sus terri­ torios gracias a sus audaces empresas. Atacó primero Persia, el más peligroso rival del imperio otomano en Asia y, además, centro del movimiento chiita; el sha (emperador) entonces reinante, Ismaíl, era excelente administrador y valiente guerre­ ro, habiendo incrementado considerablemente su imperio con una serie de campañas afortunadas. Selim inició la guerra contra Persia en otoño de 1514, concentrando en la costa asiática del Bósforo un ejército de más de 140 000 hombres, 60 000 camellos y 300 cañones. El sultán tomó la decisión de enfrentarse con su enemigo cerca de Tabriz, la capital persa, y le infligió una de­ rrota aplastante. Selim volvió a tomar las armas en 1516, esta vez contra el poder de los sultanes mamelucos, proclamando paladinamente su intención de tomar las ciudades santas de La Meca y M e­ dina. El primer choque tuvo lugar en Siria, cerca de Alepo; una sola batalla de pocas horas le proporcionó a Selim otra gran victoria; el sultán entró en Damasco, organizó allí la adminis­ tración de su nueva provincia de Siria y preparó una nueva campaña contra Egipto. Selim salió de Damasco en diciembre de 1516 y le bastaron diez días para atravesar el desierto que separa Siria de Egipto. A principios de enero de 1517 llegaba al Cairo, donde le espe­ raba el ejército de los mamelucos; Selim no tuvo la menor difi­ cultad en arrollarlo y acto seguido los turcos tomaron la ciudad, donde se entregaron a saqueos, destrucciones y matanzas sen­ cillamente indescriptibles. Vencedores de los mamelucos, los turcos eran entonces due­ ños de Arabia y, por consiguiente, de las ciudades santas del Islam. N o podía, pues, sorprender que Selim adoptara el título reservado siempre a los grandes soberanos musulmanes, de ca­ lifa. El sultán se convertía de este modo en jefe religioso oficial 1512-1517

Los turcos en Egipto (1517)

P enetración turca en E u ro p a • 347

del mundo islámico y sucesor de Mahoma, para la defensa y propagación de la auténtica fe mahometana. Selim murió súbitamente en 1520, en circunstancias miste­ riosas, y subió al tronó su hijo Solimán.

Solimán el Magnífico Era de elevada estatura, tez curtida, nariz aguileña y labios severos, y asumió el poder a ñnales de septiembre de 1520. Un mes más tarde, Carlos V era coronado emperador en Aquisgrán. Durante varios decenios, estos dos soberanos que comen­ zaran ambos su tarea en la misma época y figuran entre las mayores personalidades de la Historia universal, entablarían una lucha sin tregua ni descanso. Solimán profesaba un odio feroz a Carlos V. La idea de que otro monarca pudiera reivindicar el dominio universal le resultaba sencillamente insoportable, y como quiera que el padre del sultán había resuelto todos los problemas del imperio turco en Asia, Solimán pudo, desde el principio de su gobierno, con­ sagrarse por entero a los de Europa, por hallarse magnífica­ mente preparado para cualquier proyecto que forjara. Al residir gran parte de su vida en Constantinopla, pudo iniciarse en la situación política de Occidente. «El mundo está dividido en dos partes, según enseña el Corán: la morada del Islam y la morada de la guerra...» Con­ vencido de ello, Solimán decidió atacar el punto más vulnera­ ble de la Europa central e invadirla. Remontó el valle del D a­ nubio; era humanamente imposible que Belgrado resistiera los veinte asaltos turcos que sufrió (1521). La punta de la cimi­ tarra otomana penetraba lentamente en el corazón de aquella Europa dividida. El 26 de junio de 1522, los caballeros hospitalarios de San Juan que defendían la isla de Rodas se vieron cercados por centenares de galeras turcas. Su situación era desesperada y sin embargo, y en la proporción de 12 000 contra 115 000, los cristianos opusieron feroz resistencia. Tras medio año de asedio, Rodas seguía resistiendo, pero el hambre y la peste agotaban a sus defensores y a petición de los isleños, el gran maestre de la Orden, Felipe de l'Isle~Adam, abandonó la lucha. Ante la tienda de Solimán esperó un día entero soportando la lluvia antes de ser recibido por el vencedor, quien no pudo menos de admirar el valor de su adversario. «Me da lástima ese viejo que acabamos de echar de su tierra», exclamó; le hizo sentar en A sedio d e R odas (1522)

1520-1522

348 • Entre luteranos y turcos presencia y le cubrió con un lujoso manto de honor, dispo­ niendo que todos los caballeros e insulares que lo desearen pudieran abandonar libremente la isla. El primero de año de 1523, el gran maestre" embarcó con sus caballeros y en vez de la cruz blanca, insignia de la Orden, las galeras enarbolaban en señal de luto un estandarte con la imagen de la Virgen sos­ teniendo a su Hijo crucificado... Pocos años después de la capitulación, los caballeros de San Juan recibieron del emperador autorización para instalarse en Malta y en Trípoli. Carlos V obraba muy hábilmente al con­ cederles aquellos territorios ya que confiaba de este modo en poder cerrar el acceso al Mediterráneo occidental a la armada otomana. En efecto, los caballeros de San Juan constituyeron una heroica avanzadilla de la cultura cristiana frente al peli­ gro turco.

El «rey cristianísimo» se alia con los turcos En febrero de 1525, época de la batalla de Pavía, en que el rey de Francia fue hecho prisionero por las tropas imperia­ les, se firmaron pactos secretos de gran importancia para el futuro. La madre de Francisco, regente durante el cautiverio de su hijo, envió a uno de sus diplomáticos a Constantinopla, por­ tador de una carta de súplica al sultán para que libertara a Francisco. Solimán estudió el mensaje con mucho interés, ya que su contenido no era normal y corriente: uno de los mayores soberanos de Europa, precisamente el «rey cristianísimo» de Francia, le pedía ayuda. El sultán no vaciló en satisfacer tan insólita petición: «Noche y día permanecen ensillados nuestros caballos, y dispuestas a ser usadas nuestras espadas», fue la orgullosa respuesta que dio al enviado francés, junto con la exposición de grandes proyectos: la flota turca se dirigiría ha­ cia España, mientras Solimán conduciría al propio tiempo sus tropas de tierra a Italia y marcharía hacia Milán. Aquellos planes gigantescos obtuvieron resultados distintos a los esperados. Incluso antes de que el sultán pasara a vías de hecho, la paz de Madrid permitía a Francisco I salir de su prisión y, por consiguiente, Solimán carecía de pretexto para invadir Italia, Modificó sus planes en el sentido de que su cam­ paña no tuvo ya como objetivos España e Italia, sino Hungría, territorio donde el emperador también tenía intereses políticos, y su monarca, el débil Luis II, se había casado con María, her­ mana de Carlos V. Este no era el único lazo de unión familiar 1523-1525

Batalla de Pavía (1525)

Solimán ocupa Bada • 349 entré la casa de Habsburgo y Hungría; su segundo hermano, el archiduque Femando, estaba casado con la princesa Ana, hermana de Luís y como éste no tuviera hijos, Fernando he­ redaba el trono de Hungría. ' Según parece, cierto diplomático prudente y experimentado sugirió en cierta ocasión al emperador: «No temáis ai rey de Francia ni a príncipe alguno, sino sólo al archiduque Fernando», frase que refleja la opinión que merecía a sus contemporáneos. Pero Carlos V, con relación a aquel hermano ambicioso, se comportó con mucha inteligencia y, en 1521, dispuso que sus territorios hereditarios de Austria quedasen bajo su adminis­ tración, ofreciéndole asi una independencia completa y graves responsabilidades políticas.

La invasión de Hungría En la primavera de 1526 llegó a Hungría la noticia de que el sultán de Constantinopla amenazaba de nuevo el país. El rey Luis envió sus diplomáticos a las capitales de Europa occiden­ tal, suplicó por doquier que corrieran en su ayuda, y ésta fue su única reacción ante el peligro. Mientras, el ejército turco se puso en marcha a fines de julio. Tras haber tomado una plaza fuerte en la frontera, el sultán escribió esta lacónica frase en su diario: «Quinientas ejecuciones, trescientos prisioneros». La marea invasora prosiguió en dirección a la localidad de Mohacs, en el Danubio, donde había acampado el ejército húngaro. La batalla decisiva se entabló allí el 29 de agosto. Millares de señores y caballeros húngaros perecieron en aquella triste jornada, en las marismas de Mohacs. El rey Luis, separado de sus hombres durante la refriega, pereció también y se halló luego su cadáver, todavía sobre la silla de montar y hundido en las marismas. Solimán hizo anotar en su diario que habían sido ejecutados 12 000 prisioneros, y después se dirigió a la capital húngara, Buda, que se rindió sin la menor resistencia. Con su favorito, el gran visir Ibrahím, recorrió Solimán a ca­ ballo las calles desiertas; luego, celebró su victoria en el pro­ pio palacio real con una prolongada serie de festejos, pero no ciñó la corona de Hungría, sin duda por considerarla mez­ quina para él. La batalla de Mohacs acarreó deplorables consecuencias para Hungría. El país se convirtió en «el lugar donde no cesaba de golpear el martillo manejado por el ansia de conquistas de los turcos, pero también por la diplomacia francesa». Para los Batalla de Mohacs (1526)

1521-1526

350 • E n tre luteranos y turcos

Habsburgo, ías secuelas de aquella batalla no fueron de menor importancia. La muerte de Luis convertía al archiduque Fernan­ do en el inmediato pretendiente al trono, y a tal efecto fue elegido rey, primero en Bohemia, que formaba parte de Hun­ gría en aquella época, y luego, eh diciembre de 1526, en el pro­ pio territorio húngaro. El advenimiento de Fernando al trono señala el comienzo de la unión entre Austria y Hungría, fenó­ meno político de suma importancia para la futura evolución política europea. Pronto comprendió Fernando que no sería empresa fácil conservar la corona húngara, ya que el país profesaba honda antipatía a los alemanes. Negándose a reconocer al austríaco, gran parte de la nobleza propuso a su propio candidato, Juan Zapolya, príncipe de Zevenburg, y consiguió que fuera elegido rey de Hungría. En años sucesivos menudearon los disturbios, intrigas, disputas y reuniones políticas, mientras Zapolya reci­ bía el apoyo de Francisco I, enemigo mortal de los Habsburgo, y del propio sultán otomano, que proyectaba entonces precisa­ mente una expedición contra la Europa cristiana. Al enterarse Fernando de los proyectos de Solimán, envió a Constantinopla a sus mejores diplomáticos para que intenta­ ran convencer al sultán de que renunciara a su proyecto; inú­ tilmente, ya que los embajadores regresaron defraudados en sus esperanzas. Toda su elocuencia no obtuvo más que una sola respuesta, lacónica y definitiva: «El sultán poseerá toda tierra que pise su caballo» y Solimán prosiguió sus preparativos. E L IM P E R IO D E L A S U B L IM E P U E R T A D errota de los turcos ante Viena

Desde el punto de vista político y diplomático, la posición de Solimán era también muy sólida, por hallarse Europa más dividida que nunca. El sultán había seguido con mucha aten­ ción la evolución política y religiosa de Alemania, y es vero­ símil incluso que antes de dirigirse hacia Viena tuviera cono­ cimiento de la rebelión protestante, en la Dieta de Spira del año 1529, y comprendiese toda la amplitud del conflicto reli­ gioso. Cuando los embajadores de Fernando afirmaron en Cons­ tantinopla que Carlos V podía tener absoluta confianza en sus súbditos, el sultán les preguntó sarcástico si había conseguido el emperador hacer la paz con Lutero. 1526-1529

D ieta d e Spira (1529)

Fracaso turco ante Viena 9 351 En mayo de 1529, Solimán iniciaba la campaña cuyo obje­ tivo era Viena. En el propio campo de batalla de Mohacs, donde, tres años antes, Luis de Hungría halló la derrota y la muerte, le esperaban entonces Zapolya y sus partidarios; éste acompañó a Solimán a Buda, y, para vergüenza suya, fue solemnemente coronado rey de Hungría el 14 de septiembre de 1529. Al cabo de una semana, los turcos llegaban ante las murallas de Viena. Informes fidedignos evalúan sus efectivos en trescientos mil hombres. La situación del rey Fernando era poco menos que deses­ perada. Suplicó en vano al emperador, su hermano, que le en­ viara socorros y, en cuanto a sus súbditos, en modo alguno de­ seaban luchar y morir por un austríaco. Por fin, Fernando se vio obligado a proceder a la expropiación de una parte de los bienes de la Iglesia, para sus gastos de guerra, si bien con la aprobación del papa. Desde las torres de la catedral de San Es­ teban, los defensores de Viena podían ver cómo asentaban los turcos sus tiendas a orillas del Danubio, estableciendo un cam­ pamento que constituía una verdadera ciudad de lona. Muchos burgueses, entre ellos numerosos miembros del consejo de go­ bierno, ya habían huido. Los vieneses destruyeron las fortifi­ caciones exteriores, por no haber bastantes soldados para de­ fenderlas, ya que la guarnición apenas contaba cOn veinte mil hombres. Viena se salvó casi por milagro. El asedio duró cuatro se­ manas y los turcos intentaron en cuatro ocasiones asaltar e invadir la ciudad y todas sus ofensivas quedaron frustradas. Veinte mil hombres tenían en jaque a trescientos mil; Europa contenía su aliento y esperaba con angustia el resultado de aquella lucha que parecía decidir el destino de un continente. Debe reconocerse, por otra parte, que una de las causas del fracaso turco fue un clima execrable; llovía de día y de noche, las trincheras de los sitiadores se hallaban inundadas, y un frío terrible paralizaba a los ateridos turcos, que ya no sentían el menor fervor combativo. El 16 de octubre, Solimán hizo levantar el sitio; a marchas forzadas, el ejército turco empren­ dió el regreso y, a mediados de diciembre, el sultán llegaba a Constantinopla.

Nuevas campañas de Solimán En 1532, Solimán se hallaba de nuevo dispuesto a prose­ guir la guerra contra el emperador Carlos V, a quien no daba A s e d i o d e V ie n a ( 1 5 2 9 )

1529-1532

352 # Entre luteranos y turcos otro título que el de «rey de España». Al frente de un poderoso ejército atravesó Hungría e invadió los territorios ^hereditarios de los Habsburgo, en Austria; pero aquella expedición !n