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CarIo M. Cipolla, ed. Historia económica de Europa (1) La Edad Media V olumen fundamental para comprender la época en que se sientan las bases de las sociedades industriales.
Cerio "M. Cipolla, &d.
HISTORIA ECONÓMICA DE EUROPA LA EDAD MEDIA No había. basta la fecha, \IDa IUstoria econ6mica de Europa que combinase. en forma satisfaaoria, las ventajas del libro de texto (concisión, claridad, rotundidad) y los incentivos del libro de investigaci6n (planteamientos originales, hipótesis de trabajo, conclusiones innovadoras). Al conseguirlo. la HistoriA ,,~. '" dirigida por el profesor Cipolla ha sido rcci&i.da por la crítica internacional como una obra fuera de serie. que rompe moldes dentro del género. El talante imaginativo de su director. adsaito a las univcrsipades de Berkeley (California) y Pavía (Italia). al frente de un brillante equipo de sesenta colaboradores. pertenecientes a quince países y a más de cincuenta centros universitarios u organismos cc:on6micos internacionales. ha obrado el pequeño milagro, El conjunto de la obra se organiza en nueve volúmenes, agrupados en cuatro períodos: la Edad Media (1000-1100), los comienzos de la Edad Moderna (1500-1700), la etapa de la industrializaci6n (1700-1914) Y el mundo contemporáneo (1920-1970). La denominada alta Edad Media ha sido excluida. porque la obra tiene como objetivo básico explicar la emergencia de la civilización industrial.
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Durante la baja Edad Media, período de mudio del presente volumen, la poblaci6n europea cxpcriment6 un crecimiento notable, a pesar de la larga serie de calamidades iniciada con la peste de 1348-1350. Pero el creci~ento, del que se ponderan cada uno de los factltes. se concentr6 en la parte occidental y central (Francia. Países Bajos, Islas Británicas. Escandinavia y Alemani;t) prefigurando. de este modo. una hegemonía que ha durado hasta hoy. En términos cualitativos. dentro de un contexto eminentemente rural, destacó a partir del siglo Xl el desarrollo de unas ciudades más o menos nuevas, en todo caso bien distintas de las del ~undo antiguo, porque creadas y regidas por un estamento original -la burgucsía-, habrían de jugar un papel relevante en la supera(Continúa en la solapa posterior.)
ARIEL - HISTORIA
HISTORIA ECONÓMICA DE EUROPA Dirigida por Carlo M. Cipolla 1. La Edad Media
2. Sig,los XVI y XVII 3. La Revolución industrial 4. El surg,imiento de las sociedades industriales (Partes 1 y 2) 5. El sig,lo XX (Partes 1 y 2) 6. Economías contemporáneas (Partes 1 y 2)
CARLO M. CIPOLLA, ed.
HISTORIA ECONÓMICA DE EUROPA La Edad Media
EDITORIAL ARIEL BARCELONA - CARACAS - MEXICO
Título original: THE FONTANA ECONOMIC HISTORY OF EUROPE
The Middle Ages Collins/Fontana Books Traducción de CARMEN HUERA l." edición: octubre de 1979
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1972: Carlo M. Cipolla 1969: J. c. Russell 1971: Jacgues Le Goff 1970: Richard Roehl 1969: Lynn White Jr. 1969: Georges Duby 1971: Sylvia 1. Thrupp 1971: Jacgues Bernard 1970: Edward MilIer 1979 de la traducción castellana para España y América: Ari el , S. A., Tambor del Bruch, s/n - Sant Joan Despí (Barcelona) Depósito legal: B. 21.141 - 1979 ISBN: 8434465221 (obra completa) 8433462256 (tomo 1) Impreso en España
1979. - l. G. Seix y Barral Hnos., S. A. Av. J. Antonio, 134, Esplugues de Uobregat (Barcelona)
INTRODUCCiÓN GENERAL
Cuando se presenta al público un nuevo libro, se suele indicar que éste es muy útil y que viene a llenar un gran vacío. En realidad, es el público lector quien debe decidir si existe un vacío en la bibliografía de que se dispone en un tema determinado y si el nuevo libro lo llenará adecuadamente. A pesar de lo dicho, permítase al director y al editor de la presente obra que expresen su opinión de que existía una gran necesidad de una historia económica de Europa amplia y puesta al día. El plan de la obra sigue las pautas tradicionales. Se han asignado capítulos a temas tales como población, agricultura, manufacturas, comercio, tecnología y actividades empresariales. Esta clasificación se entrecruza con otra que divide la historia en cuatro períodos cronológicos: la Edad Media (1000 a 1500), la Edad Moderna ( 1500 a 1700), el período de la industrialización (1 700 a 1914) Y la etapa contemporánea (1920 a 1970). A los primeros siglos de la Edad Media apenas se les ha prestado atención, porque la obra está dedicada esencialmente a explicar la aparición del moderno mundo industrial. Todas las formas de división son arbitrarias, y así, cuando se opta por una, se deben aclarar y, si es posible, corregir todas las deformaciones que de ella pudieran derivarse. Los capítulos que hacen referencia a la agricultura, el comercio, la tecnología, las finanzas y otros temas semejantes tienden a dar excesiva importancia a los factores que operan del lado de la oferta. Por consiguiente, se han incluido capítulos, acerca de los niveles y modalidades de la demanda, que corresponden a cada uno de los cuatro períodos cronológicos de
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la historia. No estoy totalmente convencido de que ello nivele suficientemente la balanza, pero por lo menos el posible desequilibrio ha sido considerablemente corregido. En cuanto a los dos períodos más recientes (1700-1914 Y 1920-1970), el tratamiento adoptado, aunque sigue el modelo que acabamos de indicar, se amplía mediante una exposición del desarrollo industrial en países determinados, lo que permite estudiar cada país como un caso especial; ello significa, esencialmente, que un mismo tema ha sido estudiado dos veces, cada una desde distinto ángulo. Cuando se han analizado países concretos, el criterio divisorio para los capítulos individuales ha sido el de considerar el estado como unidad política. Evidentemente, el desarrollo industrial no siempre coincide con las fronteras de las entidades políticas; dentro de cada país hay regiones de rápido crecimiento y Otras de pertinaz estancamiento. A este respecto algunos países resultan más homogéneos que otros: Inglaterra constituye un área homogénea, mientras que Italia, en el otro extremo del espectro, ha sido, según dijo el príncipe de Metternich, "una expresión geográfica" con dramáticos contrastes internos. Hay que reconocer que usar y comparar promedios nacionales en casos tan distintos no constituye una operación razonable ni significativa. Piamonte y Sicilia son en muchos aspectos menos compatibles que Inglaterra y Escocia, aunque convencionalmente se considere a Italia como una entidad estadística, mientras que en las cifras acerca de Inglaterra se indica cuidadosamente que en ellas no se incluyen Escocia e Irlanda. Por otra parte, los promedios nacionales tienden a ocultar los sutiles mecanismos que favorecen internamente a unas regiones a expensas de otras, mecanismos que constituyen un elemento esencial del proceso de desarrollo. En los libros de texto corrientes, y en los tratados generales de historia económica, se suele realizar el análisis del proceso de industrialización haciendo referencia sólo a Inglaterra. Francia, Alemania y, ocasionalmente, Rusia, mientras que experiencias no menos interesantes de otros países son con frecuencia olvidadas. Por ello nos hemos propuesto incluir también en nuestro estudio los casos de Escandinavia, los Países Bajos, Suiza, el imperio de los Habsburgos, Italia y España.
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INTRODUCCIÓN GENERAL
En relación con mi anterior manifestación de que todas las posibles divisiones son arbitrarias, debo señalar que la historia económica en sí misma constituye una división, y una de las más arbitrarias; y que ha sido adoptada por conveniencia de análisis y de enseñanza académica; pero en la vida no existen tales compartimentos: sólo existe la historia. 10 qué nosotros denominamos historia económica y social solamente puede resultar inteligible si se tiene presente el trabajo realizado en otras divisiones arbitrarias, tales como las historias de las ideas, de la educación, ciencia, tecnología, medicina, o del arte militar. Hoy en día está de moda hablar de relaciones capital-producto, funciones de producción, ganancias marginales y cosas parecidas, pero, por interesante que sea tratar de tales temas y evaluar algunas de estas variables, el verdadero problema de la comprensión de la historia es muchísimo más interesante y al mismo tiempo mucho más difícil e inasequible. El verdadero problema consiste en comprender la realidad humana que se halla detrás de todas esas variables y hace de ellas lo que son. Considero trivial distinguir entre historia económica "nueva" y "vieja", "cualitativa" y "cuantitativa". Tales distinciones sólo sirven para perpetuar querellas académicas. La distinción fundamental reside entre buena y mala historia económica, y esta distinción no depende del tipo de símbolos usados ni del número de cuadros estadísticos que se incluyen; depende de la importancia de los problemas planteados y de la calidad del material recogido para responder a ta-' les problemas, así como de la selección y uso del método analítico más adecuado tanto a los problemas suscitados como al material de que se dispone.
C. M.
C!POLLA
LOS ORíGENES por C. M. CIPOLLA Nuestra historia comienza en la depauperada Europa de los siglos VIII y IX. La población era escasa; la elevada fertilidad estaba contrarrestada por la igualmente elevada mortalidad. Triunfaban la violencia, la superstición y la ignorancia. La actividad económica había retrocedido a niveles muy bajos y a formas primitivas. Era la edad de oro de la vida monástica, porque la gente soñaba con oasis de paz en los que pudiesen sentirse a salvo del mundo pecador y de sus pecadores habitantes, y rogar por una vida y un mundo mejores. En el nivel económico la organización señorial reflejaba idéntica actitud de recelo hacia los elementos extraños. Es tradicional considerar la autosuficiencia del primitivo señorío medieval como una consecuencia de la ausencia de comercio, pero éste nunca cesó completamente, y fácilmente puede argüírse que las causas no fueron tan simples ni actuaron en una sola dirección. La falta de relaciones comerciales fue también, a su vez, un resultado de la autosuficiencia del señorío. Cuando un documento de la época aconseja: "Todas las cosas necesarias deben ser hechas en la misma hacienda, de modo que no sea preciso comprar o pedir prestada cosa alguna fuera de la misma", ello no excluye la posibilidad de obtener los artículos necesarios en el mercado; simplemente recalca que sería deseable no tener que depender del mercado. En efecto, no se podía confiar en el mercado, ya que éste no podía asegurar una provisión regular de todas las cosas necesarias. Las relaciones comerciales: tanto a larga como a corta distancia, eran irregulares e imprevisibles. Era inconcebible que una
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comunidad pudiese vivir de la actividad comercial sin dedicarse directamente a la agricultura para cubrir las necesidades de la vida diaria. Aquellos que conocían la existencia de Venecia, consideraban a esta ciudad como algo anormal y extraño, un fenómeno inexplicable; y el autor de un documento del siglo XI informaba maravillado: "Esta gente no ara, ni siembra, ni vendimia". 1 Durante la Alta Edad Media, la mayoría del pueblo la constituían los siervos dedicados a las tareas agrícolas; de los pocos artesanos existentes, algunos eran trabajadores itinerantes, pero la mayoría eran en parte artesanos y en parte siervos agrícolas que dividían su tiempo entre el cultivo de sus parcelas y la producción de rústicos artefactos para la comunidad o para el señor y compartían la mísera existencia y las paupérrimas condiciones de vida de los siervos agrícolas. Había también mercaderes itinerantes, pero este grupo era muy heterogéneo. Existían pequeños buhoneros que recorrían zonas relativamente pequeñas e intentaban vender sus pobres mercancías en los pueblos o en los mercados semanales, y grandes mercaderes que operaban sobre vastas extensiones, a menudo atravesando las fronteras de diversos países, llevando consigo sedas o ricas telas, objetos de marfil o ébano, reliquias religiosas, joyería y esclavos; estos mercaderes hacían acto de presencia especialmente en las grandes ferias que tenían lugar en diferentes épocas y localidades. Entre estos dos tipos de mercaderes había otros tipos intermedios, pero todos sea cual fuere la envergadura de su empresa- compartían unas características comunes: su posición en el escalafón social era baja, eran itinerantes, virtualmente gentes vagabundas y desarraigadas, y eran mirados con suspicacia por todo el mundo. La Iglesia los condenaba porque dedicaban sus vidas a la obtención de provechos materiales, lo cual era pecaminoso según los clérigos. Los oficiales administrativos locales los miraban con desconfianza, temiendo constantemente que aquellos aventureros errantes se convirtieran en espías del enemigo o en malvados ladrones. El pueblo también desconfiaba de aquellos extranjeros que con frecuencia carecían de patria y de hogar, 1. "Et illa gens non arat, non seminat, non vindemiat". Instituta Regalia et Ministeria Camere Regum Langobardorum, par. 4 en MMGGHH, Scriptores, 30, parto 2, pp. 1450-1457.
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hombres que se trasladaban de aquí para allá a extraños lugares, a menudo con extrañas mercancías, traficando con cosas prohibidas, cometiendo usura y sólo Dios sabe cuántas otras actividades pecaminosas. Los documentos que poseemos de este período son hostiles a los mercaderes. Liutprando de Cremona relata que los mercaderes de Verdún castraban a los niños y los vendían como esclavos en los mercados musulmanes. Un texto de la región del Mosa, que data del primer cuarto del siglo Xl, presenta a dos mercaderes hablando al pasar ante una iglesia; uno sugiere que podrían entrar a orar, pero el otro rehúsa esta idea diciendo que no desea apartar su mente de los negocios. Un pasaje del texto de El milagro de San Fo) nos habla de un mercader de la Auvernia que se enriqueció mediante ilícitas especulaciones con la cera utilizada para hacer velas para los peregrinos que se congregaban en el santuario de San Foy de Conques. El cronista Alpert de Metz describe a los mercaderes como hombres rudos (homines duri) que se mofan de las leyes a menos que éstas los favorezcan. Son grandes bebedores, y sólo admiran a aquellas personas que cuentan historias indecentes en voz alta incitándoles con ello a reír y beber. Con el dinero que obtienen, celebran banquetes en los que se emborrachan. 2 Tales ideas no eran totalmente absurdas. Téngase en cuenta que solamente los más recios caracteres se atrevían a viajar a través de la perturbada, insegura y selvática Europa de los siglos tenebrosos; sólo ambiciosos aventureros eran capaces de hacer frente a todas las penalidades de una peligrosa vida itinerante a cambio de la obtención de una ganancia pecuniaria. Sólo hombres carentes de escrúpulos desafiarían tan abiertamente la condenación moral de la Iglesia para ingresar en una profesión tenida en tan ínfima estima social. Los clérigos y los caballeros dirigían la sociedad y controlaban la mayor parte de su riqueza. Los rasgos culturales de estos dos gru2. Acerca de lo que precede. consúltese E. Sabbe, "Qudques types de marchands des e IXeet X siedes", en Rell/le &Igede Philologieetd'HiJloire, 13(1934), 176·187, Y F. Ver· cauteren, "The Circulation of Merchants in Western Europe from the 6th to the 10th Ceno tury: Economic and Cultural Aspects", en S. L. Thrupp, ed., Early Medieval Society, Nueva York, 1967, pp. 185·195.
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pos moldeaban la sociedad y dirigían sus acciones. Sus respectivos ideales eran la oración y la lucha, pero ninguno de los dos grupos despreciaba la riqueza; al contrario, cuidaban de Mammón tanto como cualquier otro, si no más, pero era inconcebible para los miembros de estos dos grupos dirigentes el emplear sus vidas en la producción de riqueza. La riqueza debía ser producida por los estamentos más bajos, por los siervos. Los "mejores", los clérigos y los señores, tenían el derecho de· tomar la totalidad o parte de este producto mientras se dedicaban a las nobles actividades de orar y luchar, los dos fines admitidos por la sociedad. La producción era un medio, la devoción y la gallardía eran los fines. La consideración social y los laureles se concedían a los que alcanzaban el éxito en la dedicación a tan nobles fines, y no a aquellos que triunfaban en la provisión de los vulgares medios. . No existía una negación consciente de lo práctico, más bien al contrario. Simplemente, debemos darnos cuenta de lo que significaba "lo práctico". La cosa más práctica para los clérigos era rogar por la salvación de sus almas, y también, si era posible, por la salvación de las almas de sus amigos. La cosa más práctica para los nobles era demostrar su fuerza y valor. Tanto para los clérigos como para los caballeros resultaba práctico el explotar a aquellos que producían la riqueza. La educación no era despreciada, pero el concepto de educación también se acomodaba de modo peculiar a los ideales principales de los dos grupos dirigentes. Los señores despreciaban la educación literaria o, en el mejor de los casos, no se interesaban por ella, y la dejaban para los clérigos. Según· aseguraba un grupo de godos a la reina Amalasunta: "Las letras son incompatibles con la virilidad, y las enseñanzas de los ancianos producen espíritus cobardes y sumisos". 3 Los caballeros respetaban aquella educación que les permitía aumentar sus conocimientos y destreza en la equitación, en la caza y en los torneos. Dadas sus metas, ésta era, desde luego, una excelente y práctica educación. Por su parte, los clérigos cultivaban la educación musical y literaria porque ésta les permitía leer los textos sagrados y cantar en la iglesia. 3.
Procopius, GOlh¡c War, 1, 2.
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Las clases más bajas, en su inferior status sodal, se sometían a este estado de cosas y pasivamente aceptaban no sólo su baja posición en la escala social, sino también la preponderancia de los valores culturales de los grupos dirigentes; la aceptación de una cosa implicaba la otra. Por otra parte, ellos no poseían sistemas de valores más altos o más nobles para oponer a los de sus gobernantes. Bizarría, valor y devoción parecían, desde luego, más nobles ideales que el vulgar deseo de conseguir algo más para comer, para vestir o para ahorrar. La organización señorial, no permitía obtener altos niveles de productividad, pero, dadas las condiciones generales y los rasgos culturales preponderantes en la época, era tal vez la mejor forma de organización posible. En realidad, entre los siglos VII y X se adoptaron gran cantidad de innovaciones tecnológicas (aparecieron el arado pesado, el sistema rotativo de los tres campos y nuevos métodos para enjaezar los caballos, y mejoró la integración entre agricultura y ganadería). El resultado de estos y otros cambios, combinados con el fin de las principales invasiones, debe haber sido un incremento notable en la productividad agrícola, especialmente después del siglo IX. Ahora bien, lo que ya es más discutible es si este aumento de la productividad agrícola fue en sí mismo causa suficiente para el desarrollo que se produjo a partir de la segunda mitad del siglo x, pero 10 que es indudable es que constituyó una condición necesana. Es imposible definir relaciones causales; todo lo que se puede aventurar, con cierto grado de seguridad, es la descripción de las tendencias más acusadas. A partir de la segunda mitad del siglo X la población aumentó en toda Europa; durante un largo período no se produjeron estrangulaciones en el sistema económico. La tierra era fecunda y el capital necesario para el desarrollo era creado lentamente, aunque no sin quebrantos. La producción aumentaba en todos los sectores. . Se suele hacer referencia principalmente al incremento del comercio a larga distancia, con ocasionales, aunque no siempre pertinentes, referencias a Venecia y las Cruzadas, y a las especias, que desde luego constituyeron progresos importantes; pero tal vez fue más importante el desarrollo del comercio local y las artesanías.
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Aunque no sea éste el lugar apropiado para discutir todos estos movimientos en detalle, es necesario subrayar que un aspecto esencial del proceso de desarrollo, que constituyó a la vez su "causa" y su "efecto", fue el rápido incremento, en todas partes, del número de personas que practicaban alguna modalidad de comercio o algún oficio. Su número crecía tanto en términos absolutos como en relación con otros grupos, y así mismo 'aumentaba su riqueza. En el N arte estas gentes generalmente se agrupaban en torno a un castillo o abadía, dondequiera que las condiciones geofísico-políticas favorecían las comunicaciones y los trueques. 4 En el Sur los puntos naturales de reunión fueron los restos de las antiguas ciudades romanas. En su resurgir, toda clase de gente acudía hacia los renacientes centros urbanos: siervos fugitivos, aventureros desarraigados, tales como aquel políglota pannosus mencionado por Liutprando en su Antapodosis,5 y, especialmente en Italia, miembros de la pequeña nobleza. 6 Lo que llevaba a la gente hacia las ciudades eran más las crecientes oportunidades que ofrecían los centros urbanos, que un empeoramiento de la situación económica en el campo. La gente abandonaba el campo porque creía que en las ciudades había mejores oportunidades para progresar económica y socialmente, y esta creencia los hacía intolerantes con la lenta movilidad del mundo rural. Stadtluft machts /rei, decían en Alemania: "El aire de la ciudad hace al hombre libre". En muchos aspectos este movimiento se parece -en cuanto a motivaciones y sentimientos se refiere- a la migración de los europeos hacia América durante el siglo XIX. En ambos casos existió una especie de esperanza de trasladarse a un mundo mejor, a una sociedad más abierta y a más amplias oportunidades económicas. 7 Generalmente se admite que, tanto si se trata del resurgir de una ciudad entre las corroídas ruinas romanas, en el Sur, o como de los primeros inicios de vida ciudadana, en el Norte, la aparición y crecimiento de los nuevos centros urbanos representó un momento deci4. 5. (1928). 6. 7.
Véase H. Pirenne, Medieval Cilies. H. Pirenne, "Un prétendu drapier milanais en 926". en Sludii Medievali. N. S. 1 131-133. E. Sestan. C. M. Cipolla, Cloc/c.s and Cullure, Londres, 1967, pp. 17-18.
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sivo y revolucionario en la historia occidental, el cual confirió a esta historia su único y peculiar carácter. Las raíces de todos los subsecuentes progresos, incluyendo la revolución industrial y sus consecuencias, pueden ser rastreadas en el desarrollo urbano de la Edad Media. Sin embargo, existían ciudades en otros lugares del mundo medieval, tanto en China como en el Imperio Bizantino. Las grandes ciudades parecen haber sido más numerosas, proporcionalmente, en China, que en Europa hasta el siglo XIX, y hasta el XVIII la urbanización parece haber sido muy superior. 8 Constantinopla tenía una extensión de casi 3.500 acres cuando París medía 20, Tournai 30 y Milán 283.9 En un pasado más lejano también existieron ciudades, incluso a partir de la revolución del Neolítico: en tiempos del Sumer más antiguo y en Egipto. En realidad, ninguna cultura se ha identificado tan completamente con la ciudad como lo hicieron las de la Grecia clásica y Roma. Ahora bien, si la ciudad de la Europa medieval dio a la historia europea un carácter único y determinó un derrotero histórico tan diferente al de otras sociedades, es evidente que la ciudad medieval debe haber sido algo esencialmente distinto de las ciudades de otras áreas u otras épocas. La diferencia no radicaba en la composición' profesional de los habitantes de la ciudad. En efecto, en las ciudades de la Europa medieval'había mercaderes, artesanos y gentes de profesiones liberales, así como gran cantidad de sacerdotes, monjas y monjes, más cierto número de señores. Por otra parte, y de modo similar, las ciudades del antiguo Egipto, la Grecia clásica y Roma estaban habitadas por comerciantes, artesanos, cambistas de dinero, abogados, jueces, maestros, médicos, etc., y esta clase de gente era mucho más numerosa en las ciudades que en los pueblos. Asimismo, en China, Chingte-chen era el centro productor de la cerámica imperial; Shanghai, mucho antes de convertirse en un puerto privilegiado bajo dominio extranjero, había sido el principal centro comercial del valle del 8. R. Murphey, uThe City as a Center of Change: Western Europe and China", Annals 01 tbe Association 01 American Geograpbers, 44 (1954), 35 4. 9. R. S. López, Tbe Birtb 01 Europe, Nueva York, 1967, p. 131.
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Yangtse; Cantón era el más consistente foco del comercio con el extranjero; Chunking, Chengchow, Hankow, Hsiagtan, Soochow y Wuhu constituían centros comerciales importantes. Así pues, si comparamos la ciudad medieval con las ciudades de otras áreas y otras épocas, observaremos una gran similitud tanto en la composición profesional de su población como en las funciones urbanas; sin embargo, había una diferencia esencial. En las ciudades del mundo clásico, y en las ciudades chinas, el mercader, el artesano, el doctor y el notario nunca adquirieron una posición socialmente prominente. Incluso cuando se enriquecían, se conformaban con una posición social inferior; aceptaban pasivamente su baja posición en la escala social y, al mismo tiempo, la preeminencia de los val