Historia Del Arte En Iberoamerica Y Filipinas

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Directorde laserie: RAFAEL LÓPEZ GUZMÁN Autores M IG U E L Á N G E L S O R R O C H E C U E R V A A L E JA N D R O V IL L A L O B O S P É R E Z

HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS MATERIALES DIDÁCTICOS I: CULTURAS PREHISPÁNICAS

GRANADA 2004

Reservados todos los derechos. Está prohibido reproducir o transmitir esta publicación, total o parcialm ente, p o r cualquier medio, sin la autorización expresa de Editorial Universidad de Granada, bajo las sanciones establecidas en las leyes.

© LOS AUTORES (Grupo de Investigación del PAI, HUM 002). COORDINACIÓN TÉCNICA: GUADALUPE ROMERO SÁNCHEZ. © UNIVERSIDAD DE GRANADA. HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS. MATERIALES DIDÁCTICOS I: CULTURAS PREHIPÁNICAS. © DIRECCIÓN DE LA SERIE: RAFAEL LÓPEZ GUZMÁN. ISBN: 8 . Depósito legal: . Edita: Editorial Universidad de Granada, Campus Universitario de Cartuja. Granada. Fotocomposición: Taller de Diseño Gráfico y Publicaciones, S.L. Granada Imprime: Imprenta Comercial. Motril. Granada. Printed in Spain Impreso en España

INTRODUCCIÓN L levar a cabo un estudio sobre la producción de las m anifestaciones culturales, con anterioridad a la llegada española a A m érica y las Islas Filipinas, es sin duda una labor apasionante que pretende ser un trabajo de síntesis, en el que se expon­ gan las pautas necesarias para la com prensión de ambos procesos culturales. Los acontecim ientos que se sucederán desde finales del siglo X V en territorio am erica­ no y hasta la conquista de Filipinas por Legazpi en 1565, supondrán el contacto de la cultura occidental con dos ám bitos sociales en los que se constatarán unos nive­ les de desarrollo desiguales y hasta ese m om ento desconocidos. No se puede olvidar que la m áxim a extensión a la que llegó el Imperio español en el siglo XVI, se logró gracias a la incorporación a su dominio de las tierras que conform an el continente Am ericano y aquellas posesiones del Océano Pacífico que fueron redescubiertas, tras la prim era vuelta al m undo ejecutada por Fernando de M agallanes y Juan Sebastián Elcano entre 1519 y 1522. En ese sentido, la llegada del hom bre occidental a A m érica puso de manifiesto, por un lado que el objetivo inicial de alcanzar las islas de las Especias, por otra ruta que no fuera la portuguesa del cabo de Buena Esperanza, no se había cum pli­ do y sobre todo evidenció la existencia de una vasta extensión de tierra habitada, desconocida hasta ese m om ento y sobre la que se había desarrollado un conjunto de culturas, con un diferente grado de evolución y entre las que existían algunas que alcanzaron cotas de verdaderas civilizaciones. El estudio de la historia del arte americano, obliga a iniciar la andadura desde las prim eras etapas en las que se tiene registrada la presencia de una producción cultural y artística, de la suficiente entidad como para considerarla una cualidad inherente de las sociedades que la generan, siendo indispensable analizar aquellos períodos más destacados, fundam entalm ente por el peso que tendrán en etapas posteriores m odernas e incluso contem poráneas. El m aterial es ingente, algo que no es nuevo, lo que nos ha obligado a llevar a cabo una serie de selecciones que han procurado m antener la idea de una visión global de lo existente. A la etapa anterior a la llegada del hom bre europeo a A m é­

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INTRODUCCIÓN

rica, se la conoce com o prehispánica, haciendo con ello alusión al período de tiem po en el que se desarrollaron las culturas americanas más importantes. Aunque no vam os a entrar a calibrar lo acertado o no de térm inos como prehispánico, precolom bino, precolonial, precortesiano, etc., es evidente, que dicha discusión conceptual, pone de m anifiesto la necesidad de definir un período que destaca por la im portancia en la ejecución y solidez de las m anifestaciones artísticas y cultura­ les desarrolladas a lo largo de su duración. Lo im posible de poder abarcar todo el territorio americano, desde A laska hasta Tierra de Fuego, ha hecho centrarnos en las dos áreas m ás im portantes de la deno­ m inada com o A m érica N uclear, la m esoam ericana y la región andina, en las que se puede hablar ciertam ente de la existencia de civilizaciones urbanas estables. Estos dos focos que no anulan a los restantes territorios, se caracterizarán por ser los más conflictivos en sus relaciones con la m aquinaria político — m ilitar-religiosa-adm inistrativa— , que a partir del siglo XVI entra en contacto con ellas. La consolida­ ción de las sociedades que las formaban, les convierte en ámbitos im prescindibles a partir de los cuales poder entender e interpretar aspectos y elementos de las m anifestaciones culturales no sólo producidas en ellas, sino de aquellas otras ante­ riores de las que provenían y que funcionaron como germen a partir del cual inclu­ so llegaron a proyectarse en períodos futuros. L a elección no es ni arbitraria ni original. Lo ideal hubiese sido analizar todas y cada una de las áreas culturales en las que se suele dividir América, pero los obje­ tivos del proyecto al que pertenece este texto han obligado a esta reducción, to­ m ándonos la salvedad de incluir las producciones prehispánicas en el archipiélago filipino, una de las grandes olvidadas en los trabajos sobre aquellos territorios que estuvieron bajo la dom inación española, básicam ente desde inicios del siglo XVI hasta finales del siglo XIX, y que son un exponente claro y antesala para la com ­ prensión de la im portante producción cultural que se generará en el archipiélago asiático. El contenido de este libro se organiza en 14 capítulos y cuatro apéndices, con los que se quiere abordar y proporcionar al alumno de la disciplina de Historia del Arte Prehispánico, toda la información necesaria para una aproximación e interpretación globales, de la producción cultural y artística generadas en América y Filipinas con anterioridad a la presencia del hombre occidental en ambos territorios. Se ha querido evitar una exposición diacrónica en el análisis de la producción cultural de los diversos pueblos que han ido aparecido en cada uno de ellos, justificando dicha decisión la clara intención de no querer recurrir a planteamientos excesivamente lineales que llevaran a una equivocada y rígida visión del tema. Por ello se eligió la posibilidad de afrontar el discurso desde una aproximación temática, que permitiera no perder de vista, no solo la evolución interna de cada uno de los capítulos sino sus consecuencias derivadas de las relaciones entre grupos contemporáneos. De ahí que los campos que se abordan pretendan ser los esenciales para el conocim iento de esta m ateria, procurando incorporar algunos genéricos que ayuda­ rán a crear una base adecuada para la asim ilación de ideas posteriores. Urbanismo, arquitectura, pintura, escultura, cerám ica, orfebrería, y artes decorativas, han sido entre otras, las m aterias elegidas.

CAPÍTULO PRIMERO

EL ESPACIO GEOGRÁFICO, POBLAMIENTO Y ÁREAS CULTURALES La estrecha vinculación que guardan las culturas prehispánicas en A m érica con el m edio en el que se desarrollan, obliga a una aproxim ación a las características geográficas del mismo. Se trata sin duda de uno de los aspectos que más sobresalen al estudiar el arte prehispánico, no solamente por su grandiosidad, que desde los prim eros m om entos se inserta en los esquemas m entales y religiosos de sus habi­ tantes, sino sobre todo en función de su capacidad para m odificar las característi­ cas propias de los grupos que sobre él se asientan, llegando a ser un determ inante de sus características culturales. Se trata de un elemento, cuya consideración den­ tro de las disciplinas que estudian al hom bre y su cultura no es nueva, y aunque se pueda caer en una posición determ inista a la hora de valorar su influencia sobre aspectos concretos, sobre todo en niveles de estudio muy especializados, se hace necesaria su presencia ya que son cada día más evidentes las constataciones que m uestran como en determ inadas fases de desarrollo cultural, las relaciones entre determ inadas sociedades y el am biente en el que se desenvuelven son trem enda­ m ente estrechas. Una dependencia del m edio que es m ayor en aquellas etapas evolutivas que no han logrado alcanzar un grado de desarrollo técnico suficiente como para desligar­ se de la naturaleza que las ve surgir, generando unas relaciones que llegan a ser tan íntim as, que la vinculación entre cultura y m edio no se entiende sin que la m odi­ ficación de cualquiera de los dos afecte de una m anera muy estrecha a la otra. Por tanto, podem os hablar de una relación con una clara doble dirección, donde el am biente llega a determ inar a la cultura que sobre él se desarrolla y a su vez, ésta determ ina y m odifica a ese espacio natural. El continente americano está form ado por dos enormes extensiones de tierra que constituyen la superficie más am plia del planeta dispuesta en el sentido de los m eridianos, situación que condiciona que se den en él todos los climas del planeta,

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MAPA DEL CONTINENTE AMERICANO.

fundam entalm ente por las diferencias de latitud que se pueden encontrar en toda su extensión. A ello se suma la existencia de una cadena m ontañosa, cuyos relieves m ás im portantes están en las M ontañas Rocosas en Norteam érica, y los Andes en Suram érica, que recorre como un todo unitario el continente de norte a sur a lo largo de su costa occidental, funcionando como una colum na vertebral que propor­ ciona una amplia variación altitudinal, en algunas ocasiones en m uy poco espacio de territorio, convirtiendo tam bién a la altitud y a la longitud, en claros factores que influirán en el desarrollo de los grupos humanos. La presencia de esta cadena m ontañosa genera una asim etría por la clara dis­ posición de los accidentes orográficos m ás im portantes en el vertiente occiden­ tal, a lo largo de toda la costa del Pacífico, dando lugar al desarrollo de grandes llanuras en el este que son recorridas por algunos de los ríos m ás caudalosos de la Tierra, como el M ississipi-San Lorenzo en A m érica del N orte y el O rinoco, A m a­ zonas y Paraná-R ío de la Plata en A m érica del Sur. Por lo tanto, longitud, latitud y altitud, son a priori, tres factores m uy a tener en cuenta al estudiar la geografía am ericana.

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Dentro del área m esoam ericana, los am bientes geográficos que podem os encon­ trar son diversos destacando la costa del Golfo, el Valle de M éxico, los Valles de O axaca y la Península del Yucatán, sin olvidar el occidente m exicano y la costa del Pacífico, todos ellos espacios en los que se desarrollaron por ejem plo culturas com o la olmeca, zapoteca, tolteca, azteca o maya. El Golfo de M éxico va a ser el escenario en el que aparezca la prim era de las grandes culturas m esoam ericanas, la olmeca. Con un clim a trem endam ente oxidan­ te, este sector de la costa oriental m exicana que com prende los actuales estados de Veracruz y Tabasco, está surcado por una serie de ríos caudalosos como el Coatzacoalcos, Pánuco, Papaloapán y Tonalá, que estructuran y definen una región panta­ nosa en la que llegaron a funcionar como im portantes vías de comunicación, dadas las dificultades para transitar por un interior terrestre trem endam ente frondoso y montañoso. En este sentido, la vegetación selvática, favorecida por las altas tem pe­ raturas de la zona y una m edia pluviom étrica en torno a los 1500 mm anuales, se convirtió en un inconveniente para el desarrollo de una agricultura que constante­ m ente tenía que ganarle terreno para generar campos de cultivo. Junto a la anterior, el Valle de M éxico es otra de las regiones en la que nos vamos a detener y a la que se le dedicará una especial atención. Se conform a como una depresión rodeada por elevaciones de variable altitud que se alza a m ás de dos m il m etros sobre el nivel del m ar y que con sus aproxim adam ente ocho m il kilóm e­ tros cuadrados de superficie y sus cien kilóm etros de longitud de norte a sur, está lim itada por valles tan im portantes com o los de Puebla y Toluca. Todo su centro lo ocupaba el Lago de Texcoco, en cuyas orillas surgieron im portantes aglom eracio­ nes hum anas, desde el período A rcaico hasta la caída de Tenochtitlán.

VISTA DE LA CORDILLERA ANDINA EN LAS PROXIMIDADES DE MACHU PICCHU. (PERÚ).

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PANORÁMICA DE LA COSTA DEL GOLFO DE MÉXICO EN EL ESTADO DE VERACRUZ. (MÉXICO).

El régim en hidrológico que condiciona el nivel del lago, el carácter lacustre del m ism o, junto a otros determ inantes climáticos, han influido tanto en la distribu­ ción y características de los asentam ientos en la zona, como en la m ism a naturaleza que se disponía en él, afectando a la vegetación de su interior, a las abundantes áreas boscosas que se distribuyen en sus alrededores, etc., dos testim onios claros del largo proceso antrópico del espacio, que ha llevado a las actuales característi­ cas geográficas del lugar en el que se asienta la ciudad de México. Los num erosos volcanes que salpican la región, son testim onio de la juventud del relieve am ericano, y en el que éstos no solam ente se han convertido en refe­ rentes ordenadores del lo que podríam os denom inar com o espacio m ágico - re li­ gioso, para las gentes que han habitado en estos lugares, sino que en parte son la explicación de em pleo de un tipo de piedra m uy característico y que predom ina en m uchas de las construcciones y obras de infraestructura de la región, el tezon­ tle. Los V alles de Oaxaca, son el tercer ám bito geográfico destacado en M esoamérica. Se trata de un nudo geográfico de com unicaciones en el que confluyen, en un territorio situado al sureste del Valle de M éxico, tres valles que desde etapas ini­ ciales se convirtieron en vías de com unicación y de asentam iento gracias a sus tierras fértiles. Etla, Zaachila y Tlacolula, conform an una red de tránsito fundam en­ tal en cuyo centro surgió, aproxim adam ente hacia el siglo VIII a.C. el importante enclave de M onte Albán, capital zapoteca y uno de los núcleos más prolíficos de M esoam érica. Sería tam bién con el tiempo, el lugar en el que se desarrollaría el pueblo mixteca.

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VALLE DE MÉXICO.

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VALLE DE ZAACHILA DESDE MONTE ALBÁN. OAXACA (MÉXICO).

Por últim o la península del Yucatán, territorio en el que se desarrollará la cultu­ ra M aya, está formado por distintos paisajes que contrastan entre sí como el altipla­ no de Chiapas y las tierras altas de Guatem ala, la Costa del Pacífico, el bosque tropical de las cuencas de los ríos U sum acinta y M otagua o la zona del Petén, y las tierras bajas de Chenes y Puuc. En esta am plia y variada geografía destacarán ciudades com o Kam inaljuyú, A baj Takalik, Palenque, Piedras Negras, Caracol, Chichén-Itzá, Tulum, Tikal, M ayapán, Coba, Yaxchilán, etc. Se conforma en sí, en su sector centro- septentrional, como una plataforma geológica que se genera en el Terciario, estando básicamente compuesta por margas arenosas, calizas y conglomerados marinos que articulan una extensa planicie kárstica. Solamen­ te hacia el oeste se transforma en una llanura aluvial en las actuales costas de Campeche y Tabasco, como prolongación del Golfo de México, un aspecto éste básico para enten­ der el predominio de la piedra caliza como material en las construcciones de la zona. La carencia de corrientes fluviales superficiales ha originado una circulación subterránea del agua que en determinados puntos ha provocado el hundimiento de esa capa caliza, abriendo al exterior grandes pozos o cenotes que no sólo acabarán siendo una de las fuentes principales de abastecimiento de agua para los pueblos asentados en este terri­ torio, sino que adquirirán un sentido religioso que los convertirá en referentes y puntos de peregrinación y sacrificio destacados. La otra gran área cultural que va a centrar nuestra atención es la región andina. Se caracterizará por su extensión y por el enorme contraste que presenta internamente entre la costa y el interior. Mientras que el litoral fue lugar de asentamiento de las primeras culturas de las que se tienen noticia en Suramérica, en la actualidad se articula

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PANORÁMICA DE LA PLANICIE DEL YUCATÁN EN EL PUUC. CHICHÉN ITZÁ (MÉXICO).

VISTA AÉREA DE LOS ANDES.

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como una estrecha banda que recorre los países de Colombia, Ecuador, Perú y norte de Chile y Argentina, en la que el desierto ha dominado todo el espacio geográfico. Su extensión se ve salpicada solamente por ríos de corto recorrido que descienden desde los Andes, y que generaron unos focos de poblamiento que, a manera de pequeños oasis, permitieron el desarrollo de centros culturales gracias a la estabilidad de grupos humanos que aprovecharon los escasos recursos hídricos de los que disponían. Será en ellos en los que aparezca una incipiente agricultura que combinada con los aportes alimenticios del mar, conformaría la base de la dieta de estos grupos. En este sentido, m uy relacionada con ella está la corriente m arina de H um boldt que desde el sur aporta agua fría a la costa peruana, enriqueciendo las posibilida­ des de pesca de todo el litoral, pero im pidiendo que lleguen los vientos cálidos cargados de lluvia desde el norte. Esta situación, que es la causante de la sequía endém ica de esta zona del planeta, provoca en no pocas ocasiones, que la corriente fría se vea contrarrestada por otra cálida conocida como El Niño, que proveniente de las zonas tropicales, calienta rápidam ente el aire húm edo de la superficie del agua, provocando lluvias torrenciales. La posibilidad de que se produzcan estos desastres naturales se ha llegado a poner en relación con el auge o decadencia de algunas de las culturas que se desarrollaron en la costa. El interior, por el contrario se articula trem endam ente condicionado por la pre­ sencia de los Andes que alcanzan alturas cercanas a los siete m il metros. Organiza-

VISTA DEL DESIERTO COSTERO DE PARACAS. (PERÚ)

dos en varias cadenas paralelas a la línea de costa, con confluencias nodales, dejan entre ellas valles que dieron lugar a zonas de m icroclim as que fueron ocupados por culturas como la chavín, w ari o la inca, aprovechando todos sus recursos naturales, y protagonizando algunos de los capítulos más im presionantes de adaptación del m edio a las necesidades humanas. En esta región destaca el lago Titicaca, verdadero foco de civilización, que a pesar del inconveniente de contar con un 2% de sal en su agua, limitó m ucho la explotación agrícola de su orilla, pero no evitó el que se desarrollará como área habitada, generando toda una serie de m itos religiosos en torno a él, que le convir­ tieron en el lugar originario de diversos pueblos y punto de peregrinación a centros

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com o Tiahuanaco. Junto a él, las corrientes fluviales que recorren estos valles interiores, generan algunas de los ríos m ás caudalosos del m undo, como el Marañón o el V ilcanota-U rubam ba afluentes del propio río Amazonas que tiene en estas estribaciones su nacim iento.

VISTA DE URUBAMBA EN UNO DE LOS VALES INTERIORES ANDINOS. (PERÚ).

A diferencia de la región m esoam ericana donde no llega a ser un elemento determ inante, un factor im portante a tener en cuenta en ésta, es el de la variabili­ dad de sus tem peraturas, sobre todo en función de la altitud, un aspecto que afec­ tará tanto a la agricultura com o a la propia distribución del hom bre por los Andes. En efecto, a los cuatro m il m etros de altitud, las heladas son frecuentes, lim itando la práctica de la agricultura en alturas que llegan hasta los cuatro m il doscientos m etros. Por encim a de ellas, el pastoreo se desarrolla hasta los cinco m il metros, siendo este el lím ite de la presencia humana. En cambio, en cotas inferiores a los cuatro m il m etros, se com ienzan a suceder los cultivos, que a lo largo del tiempo se han visto m uy m odificados por el hombre. Por último, todo este territorio lim ita al oriente con la selva amazónica, que se extiende como verdadera frontera natural. Las culturas andinas vieron en ella un espa­ cio inescrutable e inhóspito, en el que tuvieron cabida m ultitud de relatos y mitos fantásticos que alimentaron la imaginación de estos pueblos. No obstante, su historia está por analizar, al constatarse a lo largo de su extensión, focos de hábitat en los que el hombre logró imponerse al medio, una circunstancia que obligaría a replantearse historiográficamente el estudio de esta zona americana siempre considerada como un lugar apenas habitado por el hombre, prácticamente un desierto humano.

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LA DESEMBOCADURA DEL AMAZONAS. (BRASIL).

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Por tanto el detern in ism o geográfico se refleja en la propia form a del continen­ te, con dos grandes m asas de tierra unidas por el istmo de Panamá, condicionando el tránsito y m ovim iento de anim ales y grupos humanos, y la propia comunicación entre ambos territorios en una y otra dirección. A ello tenemos que sumar el carac­ terístico aislam iento de esta enorm e m asa terrestre, causado por la presencia de las dos grandes extensiones de agua del Pacífico y el Atlántico, lo que sin duda con­ dicionó que los desarrollos de los pueblos prehispánicos estuvieran apartados de ciertas influencias exteriores, fundam entalm ente hasta el siglo XVI. Esta últim a cuestión siem pre ha estado en el centro de las teorías que sobre el poblam iento de Am érica se han propuesto.



LAGO TITICACA. (PERÚ-BOLIVIA).

LAS TEORÍAS DEL POBLAMIENTO DE AMÉRICA Tras los prim eros contactos con los habitantes de América, los europeos com en­ zaron a preguntarse cuál pudo haber sido el origen de la llegada de éstos a un territorio tan extenso y alejado de Europa. En este sentido, ya en el siglo XX, se definieron dos corrientes de pensam iento que buscaron dar respuesta a este proble­ ma. Por un lado los difusionistas o m onogenistas defendían postulados que no consideran la creación independiente del ser hum ano en América, sino inserta den­ tro de los ciclos vitales de traslación m undial desde el foco originario africano; por otro los evolucionistas o poligenistas proponían la tesis de un origen independien­ te para las civilizaciones del N uevo M undo, sin ninguna relación con oleadas exteriores provenientes de otros territorios.

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VISTA DE ALASKA. (ESTADOS UNIDOS).

El jesu ita José de A costa ya en 1590, planteó la hipótesis de que la entrada más probable del hom bre a estos territorios se produjera desde el norte, aprovechando el paso natural del estrecho de Bering durante las glaciaciones, m om ento en el que el contacto de los continentes euroasiático y americano, se realizaba gracias a la capa de hielo y los pasillos de tierra surgidos por el descenso del nivel del mar. E sta tesis difusionista, expuesta en un m om ento en el que aún no se había explora­ do esa región del planeta, se ha visto corroborada por hallazgos arqueológicos que han puesto de m anifiesto la existencia de varias vías de penetración que utilizaron la costa de A laska y algunos valles interiores. Junto a este planteam iento, tam bién se definió otra hipótesis a partir de estos postulados difusionistas, que proponía la aparición del hom bre en Am érica por distintas vías y no exclusivam ente por la terrestre septentrional. En este sentido a la existencia, como propone Paul Rivet, de dos posibles oleadas terrestres, habría que sumar la de otras dos m arinas que por el Pacífico habrían aportado elementos m elanesios y australianos, fundam entalm ente en A m érica del Sur. U na postura, que si bien no acaba por definirse, si ha encontrado elementos que la corroboren con los hallazgos de asentam ientos costeros en N orteam érica, que vienen a plantear la posibilidad de que el hom bre no utilizase exclusivam ente la vía terrestre para llegar a América. De este modo, aún queda abierta la opción del Pacífico sur, a falta de hallazgos que dem uestren tam bién allí esta m ism a posibilidad de llegada. Respecto a la segunda de las posturas que defiende el postulado evolucionista de un desarrollo independiente del hom bre americano, no ha encontrado la acepta­ ción ni los refrendos arqueológicos de las anteriores, por lo que sus hipótesis ape­ nas si han conseguido avanzar desde sus planteam ientos iniciales.

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ÁFRICA. PUNTO INICIAL DE LA DIFUSIÓN DE LA ESPECIE HUMANA POR LA TIERRA.

El conjunto de publicaciones que sobre la cuestión se han editado con las teorías m ás diversas, habla de lo atractivo del tema, siendo básicam ente entre los siglos X V I y XIX, el período en el que todas ellas fueron expuestas, sobre la base de preguntas como, ¿de qué lugar del V iejo M undo provenía el H om bre am erica­ no?, ¿por dónde llegó a este territorio? y ¿en qué m om ento se produjo tal llega­ da? En uno u otro caso, para poder conform ar una respuesta adecuada a tales cues­ tiones se hace necesario considerar las propuestas de disciplinas como la A ntropo­ logía Física, la Lingüística, la Etnología, la Paleobotánica y sobre todo la Arqueología. Las distintas teorías que se han form ulado respecto al tema se pueden concretar en dos grupos claram ente diferenciados. Las Clásicas-Fantásticas y las propiam ente científicas, tal y como lo expone el profesor A lcina Franch. R especto a las prim eras, debem os englobar dentro de este grupo a las que sitúan el origen del hom bre am ericano en las tierras de Escandinavia, Inglaterra o E spaña sin olvidar las que hablan de la llegada de descendientes de los troyanos, cartagineses, egipcios, judíos, polinesios, tártaros, chinos o incluso de la propia A tlántida.

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C om o señalábam os, la m ás aceptada es la propuesta por Jo sé de A costa a finales del siglo X V I y que se basaba en una serie de puntos com o la unidad racial del hom bre am ericano, un entronque asiático-m ongol, la entrada en suce­ sivas oleadas p o r el estrecho de B ering en un tiem po relativam ente reciente, y con un escaso n iv el sociocultural que determ inó un desarrollo autóctono claro. D esde esta propuesta se han realizado otras, com o la defendida por G eorge C. V aillant, que han fundam entado la explicación de la diversidad física y lin ­ güística del hom bre am ericano, en la tem prana separación de los distintos g ru ­ pos que accedían a estas tierras, lo que aceleró su distinta adaptación a espacios geográficos diversos, dando lugar a una v ariedad que es la ha llegado hasta la actu alid ad . Esta teoría se ha refutado por parte de aquellos investigadores que defienden la entrada por diversos puntos y no solam ente el más septentrional. En este sentido Paul Rivet defendió una serie de tesis, que intentaban explicar dicha cuestión, fundam entada en el origen m últiple de lenguas y culturas americanas. Para este autor las cuatro oleadas que determ inaron el poblam iento de América se desarrollaron dos de ellas por el estrecho de Bering, y por el Océano Pacífico las restantes, constatando que los prim eros aportaron el com ponente m ongoloide y las otras dos los com ponentes australiano y m alayo-polinesio en la población indíge­ na am ericana. U na teoría que no deja de ser interesante, ya que si se corroborara por m edio de hallazgos, supondría la inclusión de todo el sudeste asiático en unas dinám icas de em igración m ucho más am plias y consolidadas que las que en la actualidad se vienen aceptando. Este problem a de los orígenes de las civilizaciones amerindias sigue siendo una de las grandes cuestiones abiertas de la historia de la Hum anidad. Las secuencias de la historia del V iejo M undo no ofrecen oportunidad de com probar la tesis de las tradiciones culturales distintas que surgen de orígenes independientes, de modo que debem os sopesar cualquier afirm ación que pretenda resolver la cuestión.

PERÍODOS Y ÁREAS CULTURALES Todo el desarrollo cultural de los distintos grupos que se distribuyen por el continente americano, va a llevarse a cabo entre unas fechas que, conform e van avanzando los estudios sobre los diversos hallazgos que se producen, se están concretando y aclarando. A este respecto es aceptada la presencia del hom bre en Am érica desde hace 40000 años, quién desde A laska y hasta Tierra de Fuego en el extrem o más m eridional, irá ocupando todo este territorio, estableciendo diferen­ cias evolutivas entre unas zonas y otras. En líneas generales los períodos que vamos a seguir en este m anual serán los establecidos por el profesor José A lcina Franch, incorporando ciertas puntualizaciones a algunos de ellos. Así, para todo el continente contarem os con un Período Lítico desarrollado entre el 40000 y el 3000 a.C. con una subdivisión en dos etapas. El Lítico Inferior entre el 40000 y el 15000 a.C.; y el Lítico Superior, entre el 15000 y el 3000 a.C.

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VALLES DE OAXACA, GOLFO Y VALLE DE MÉXICO. PUNTO CENTRAL DE MESOAMÉRICA.

De esta m anera, el arco tem poral con el que trabajarem os para el área m esoam ericana se organizará en base a: 1) 2) 3) 4)

Período Período Período Período

Form ativo o Preclásico desarrollado entre el 3000 y el 400 a.C. Protoclásico, entre el 400 a.C., y el 200 d.C. Clásico, entre el 200 y el año 1000 d.C. Postclásico, desde el año 1000 hasta la llegada de los españoles.

Por lo que se refiere a la región andina, estructurarem os su desarrollo en base a: 1) 2) 3) 4) 5) 6) 7)

Período Precerám ico entre el 4000 y el 1800 a. C. Período Inicial, entre el 1800 y el 900 a.C. Horizonte Antiguo, entre el 900 y el 200 a.C. Período Interm edio Antiguo, entre el 200 a.C. y el 500 d.C. Horizonte M edio, entre el 500 y el 1000 d.C. Período Interm edio Tardío, entre el 1000 y el 1428 d.C. Horizonte Tardío, entre el 1428 y 1532 d.C.

Existen otras periodizaciones em pleadas fundam entalm ente en Am érica y que sustancialm ente varían la term inología empleada, con la que se busca sustituir térm inos como Paleolítico o N eolítico, ligados a una visión eurocentrista de su estudio. Aunque se trata de conceptos vinculados con etapas propiam ente prehistó­ ricas, nos parece interesante al m enos citarlas para poner de m anifiesto el interés existente en la búsqueda de una m etodología propia, alejada de influencias exter­ nas y que responda a la realidad americana. Por ello términos como Arqueolítico y Cenolítico, vienen a referirse a esos dos períodos de tiempo que se desarrollan entre el 50000 y el 14000 a.C., el prim ero de ellos; y entre el 14000 y el 7000 el segundo, con una inflexión en el año 9000 que m arca la separación entre el Cenolítico Inferior y el Superior.

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ÁREAS CULTURALES EN AMÉRICA DEL SUR.

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Las culturas americanas se van a desarrollar en lo que se viene denominando com o A m érica Nuclear, térm ino acuñado para referirse a la región del continente que com prende las áreas de m ayor com plejidad y desarrollo sociocultural, densi­ dad de población, creatividad artística, etc. Englobaría un espacio que iría desde la actual frontera de M éxico con los Estados Unidos, hasta el norte de Chile y A rgen­ tina. Un área trem endam ente quebrada, que se subdividirá internam ente, pero que se contrapone al resto del continente donde encontrarem os el desarrollo de estadíos culturales secundarios, con una evidente m enor com plejidad y que no se abor­ darán en nuestro estudio. Internam ente podem os hablar de tres grandes subdivisiones que serán las más im portantes desde el punto de vista del desarrollo, las áreas M esoam ericana, Inter­ m edia y Andina. Con el nom bre de Á rea M esoam ericana, térm ino utilizado por prim era vez por Paul K irchhoff en 1947, nos referirem os a una unidad territorial com prendida entre la línea que iría desde los estados occidentales de Sonora y Sinaloa hasta el San Luis de Potosí en el Golfo de M éxico y la región Huasteca. La frontera m eridional incluiría la parte occidental de Honduras y el Salvador, llegando hasta la Península de N icoya en el Pacífico. La variedad de este espacio se refleja en los paisajes que se definen destacan­ do varios espacios claram ente diferenciados como son la zona del G olfo de M éxico donde se desarrollan culturas com o la olm eca, la totonaca y la huasteca. El p ro ­ pio V alle de M éxico, donde encontram os culturas com o la teotihuacana, la tolteca, o la azteca. L a Península del Y ucatán, con la m aya, extendida tam bién por tierras de los actuales países de G uatem ala, Belice, H onduras y El Salvador. O la región de los V alles de O axaca donde se desarrollarán culturas com o la zapoteca y m ixteca. La zona interm edia, verdadero punto de unión entre las dos áreas m ás im portan­ tes, y que no será analizada en su globalidad en este libro, nos interesará por tratarse del espacio geográfico a través del cual se produce la circulación e influen­ cias entre una y otra. M enos definida que las otras dos, estaría com prendida por la porción de continente que desde el sur de la zona m esoam ericana se extiende hasta Colom bia, Ecuador y la parte occidental de Venezuela. N o obstante de esta región destacarem os algunos de los capítulos m ás im portantes de las culturas preincaicas desarrolladas en territorio colom biano y ecuatoriano. En Suram érica el área m ás im portante de desarrollo cultural será la andina, en la que podem os encontrar una gran variedad de paisajes que m uestran una clara con­ traposición entre la parte central de los Andes y los desiertos costeros. Esta región ha sido subdividida por autores como G eorge Kubler en N orte, Septentrional, C en­ tral, Centro-Sur, M eridional y Sur. El extrem o norte del área andina com prende los valles de los ríos Cauca y M agdalena y la Sabana de Bogotá, territorio que funcionó como pasillo natural a través del cual se distribuyó el hom bre por el interior de la cordillera andina. El área andina Septentrional incluiría el sur de Colombia, la totalidad de Ecuador y el norte del Perú. El área andina C entral que com prende la m ayor parte del territorio peruano, la dividirem os en costa y tierra, espacio en el que se desarrollaron las

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grandes civilizaciones com o la chavín, nazca, mochica, chimú, wari, etc., y que culm inarían en el im perio incaico. El área Centro-Sur en torno al lago Titicaca se convierte en un territorio que enlaza los andes centrales con la zona m eridional, teniendo a las culturas pucará y tiahuanaco com o las m ás im portantes. Por último el área andina M eridional inclu­ ye territorios chilenos y del noroeste de Argentina, en los que destacarem os por ejem plo restos de la cultura chinchorro. No querem os dejar de citar al conjunto de tierras que se disponen en torno a la A m érica Nuclear, y que vienen en denom inarse como la Am érica M arginal. En ella podem os distinguir los territorios que se extienden en Am érica del N orte desde A laska hasta la frontera con M esoam érica, distinguiendo la región de las M ontañas Rocosas y las Llanuras Occidentales, la región del Caribe, y en el cono sur la A m azonia, la Pam pa y la Patagonia. Los intentos por determ inar la nom enclatura con la que designar cada uno de los períodos en los que hemos dividido tanto la evolución de M esoam érica como la de la región andina, se caracterizan por la adopción de distintos criterios para ejecutar dicha estructuración. Para los m esoam ericanistas el térm ino clave para los períodos es Clásico, m ien­ tras que los andinistas en cambio, prefieren el de Horizonte. En este sentido las m atizaciones se hacen evidentes ya que el prim ero supone una apreciación de carácter cualitativo y el segundo de valoración respecto a la unidad política y si se quiere cultural, definida por los restos arqueológicos. Los dos térm inos claves re­ flejan diferencias en los objetos y en las actitudes y así, el adjetivo clásico señala sus afinidades con el m undo mediterráneo, m ientras que por el contrario, cuando se em plea el calificativo de horizonte, se alude a una alternancia entre períodos de unidad territorial, y etapas de una clara fragm entación que se refleja en la aparición de estilos regionales. Recientem ente se ha propuesto la adopción de una term inología de valor neutro com o la de los andinistas para evitar las im plicaciones desarrollistas de palabras com o form ativo y clásico. Pero ignoran los aspectos valorativos de términos como horizonte e interm edio, que tam bién juzgan y no hacen más que sustituir períodos de diversa duración, que pueden llegar a ser más borrosos en los estudios sincróni­ cos que las divisiones del Clásico en temprano, m edio y tardío.

SELECCIÓN DE IMÁGENES EL ESTRECHO D E BERING Uno de los puntos más polém icos en el desarrollo de las diversas teorías que intentan explicar la llegada del hom bre al continente americano, lo protagoniza este accidente geográfico. Punto de contacto físico en su m om ento entre América y Asia, se conformó como un pasillo natural en la etapa de las glaciaciones, cuando el nivel del m ar era inferior al actual, perm itiendo el tránsito de m anadas de anim a­ les y de grupos hum anos que acabaron poblando todo el continente. En este sentido son determ inantes algunos de los rasgos físicos que caracterizan a los pobladores de América, en los que se encuentran elementos similares a algu­ nos grupos asiáticos como los ojos rasgados, la ausencia de pelo por el cuerpo o incluso la propia form a del cráneo, que venían a confirm ar las posibles oleadas que desde un período en torno al 40000 a. C., se sucedieron.

ESTRECHO DE BERING. (RUSIA-ESTADOS UNIDOS).

En la actualidad se trata de la tesis de poblam iento más aceptada por los distin­ tos estudiosos que se dedican al tema, siendo el fundam ento de propuestas como la del propio José Acosta, que a finales del siglo XVI ya planteó esta posibilidad

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com o la m ás lógica, ante las preguntas que se generaron sobre la procedencia del hom bre en este territorio. Su im portancia es tal, que en el desarrollo de hipótesis como las de Paul Rivet, su protagonism o se ve com plem entado por la incorporación de otra vía de llegada de elem entos que poblaron el continente am ericano como es la ruta m arina, a través fundam entalm ente del Pacífico. E sta teoría, que no viene a restar im portan­ cia a la propuesta inicial de la vía terrestre, perm ite justificar la presencia de otros elem entos raciales, fundam entalm ente en A m érica del Sur, aportados por grupos m elanesios y australianos y que se han querido ver reflejados en algunos com po­ nentes de los ejem plos m ás antiguos de la cerám ica americana.

EL GOLFO DE MÉXICO E l área g eográfica en la que se testim onia la presencia de la considerada com o la p rim era de las grandes culturas que aparecen en M esoam érica, la olm eca, cuenta con una serie de características que han generado debates a cerca de la idoneidad o no de co nsiderar dicho espacio com o ideal para generar la ap a­ rició n de una civilización com o tal. E l G olfo de M éxico es una región situada

VISTA DEL GOLFO DE MÉXICO.

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en el oriente del á rea m esoam ericana, conform ando un territorio en el que se dan un conjunto de condicionantes geográficos com o son la presencia de p e­ queños río s trem endam ente caudalosos, que nacen en las estribaciones de la S ierra M adre O riental y próxim os a la costa, que convierten m uchas extensio­ nes de tierra en espacios pantanosos. D esde un punto de vista clim atológico se caracteriza por una alta p luviosidad anual, con una tem peratura m edia y hum e­ dad tam bién altas, que se traduce en una vegetación exuberante y favorable p ara su explotación agraria. Sin duda fue esta característica la que determ inaría la adaptación definitiva de productos como el m aíz a los sistemas de explotación agrarios, sobre todo por los excedentes de hum edad y tem peratura de esta zona, factores que propiciaron unos sobrantes de energía que m uchos autores ven en la base para justificar el desarrollo de trabajos com unitarios de envergadura, como la planificación de centros ceremo­ niales o el propio traslado de bloques de piedra desde territorios alejados, con unos m arcados fines político-religiosos. No obstante son num erosos los trabajos que defienden precisam ente, que es este elem ento uno de los handicap que encontraron los pobladores de este terri­ torio, al ser la atm ósfera un com ponente trem endam ente oxidante que obligó a buscar otros espacios m ás favorables, no sólo para el cultivo sino tam bién para la propia conservación de los alim entos. U n aspecto que afectaba a la m ism a dieta alim enticia, baja en proteínas, lo que pudo incidir en la sobreproducción de la glándula del tiroides que se reflejó en un hipertrofism o de las extrem idades del cuerpo, flacidez de algunas partes y aparición del bocio, rasgos que se pueden constatar en algunas de las piezas escultóricas que la cultura olm eca generó en esta región.

LOS ANDES Uno de los espacios en los que se puede observar de una m anera más clara la influencia del m edioam biente en el desarrollo de algunas culturas es en el de la C ordillera de los Andes. E sta enorm e barrera m ontañosa que recorre Am érica del Sur desde Colom bia hasta Chile, articula la costa occidental del continente en tres zonas que se aceptan com o las básicas para ordenar la distribución de los grupos hum anos que se desarrollan en ellas. En este sentido, los Andes se convierten en una frontera natural que genera espacios que se relacionan de una form a paralela. U na la costa, otra los valles interiores y por último la extensa A m azonia que se convertía en la inexpugnable frontera al oriente de la cordillera. D e todas, las dos prim eras albergarán el desarrollo de las culturas prehispánicas en Suramérica. L a C osta es posiblem ente la más importante, ya que concentrará a un m ayor núm ero de ellas, en un territorio con características desérticas determ ina­ das por la influencia de la corriente m arina de Humboldt, pero en la que se dispo­ nen un conjunto de valles transversales, que serán los espacios más propicios para el desarrollo de grupos estables que acabarán relacionándose con aquellos que aparecen en la montaña.

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LA CORDILLERA DE LOS ANDES EN MACHU PICCHU. (PERÚ).

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El carácter agreste de este m edio, obligó a una intervención por parte del ser hum ano para adaptarlo a sus necesidades y antropizarlo hasta el punto de generar verdaderos paisajes culturales, donde se daba una m odificación del territorio para su explotación. Algunos de ellos incluso de m enor intensidad en su transform a­ ción, no obstante conform aban ejemplos de enorme valía técnica, donde se reali­ zan verdaderas obras de ingeniería como los acueductos que perm itían tomar agua de las corrientes que bajaban al Pacífico y que por su esporádica presencia obliga­ ban a su racional utilización. En el interior, sin duda la labor más trascendente fue la construcción de los andenes, que acabarán dando nom bre a la cordillera, y que se convierten en un verdadero ejem plo de m odulación de las pendientes para perm itir controlar el cir­ cuito del agua que perm itía la explotación agrícola de la tierra.

EL LAGO TITICACA. D esde los prim eros m om entos en los que se registra la presencia de grupos hum anos por América, las concentraciones interiores de agua se convierten en uno de los focos de atracción de población y determ inante en la estabilidad de los asentam ientos m ás importantes, im prescindibles para poder explicar el desarrollo de culturas prehispánicas. El caso del Lago de Texcoco posiblem ente sea el más im portante en el norte, donde tam poco podemos olvidar los cenotes del Yucatán. Por contra el lago Titicaca es el más destacado en la región andina.

LAGO TITICACA. (PERÚ-BOLIVIA).

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L a atracción que jugó este últim o espacio en las culturas que se asentaron, junto o cerca de él, se refleja no solo en la propia cultura de Tiahuanaco, sino en el protagonism o que tendrá en el desarrollo de numerosos m itos de nacim iento y evolución de pueblos, ejem plificado en los incas, quienes ubicaron su origen en este lago. Según éstos, allí se crearon el Sol y la Luna y las estrellas, estableciéndo­ se la separación de la tierra y el mar. Las aguas siguieron un m ovim iento centrífu­ go, surgiendo del centro de la tierra hacia fuera en la forma de ríos subterráneos que afloran como manantiales; luego las aguas fluían hacia el m ar otra vez a través de riachuelos y ríos. Por ello, no sólo el agua depositada, sino la propia circulación de la m isma tiene que ser tenida en cuenta, ya que era considerada como el principio dinám ico que explicaba el m ovim iento y las fuerzas de cambio de la naturaleza. La trem enda altitud a la que se encuentra, aproxim adam ente 3800 m, lo sitúa en el límite de las posibilidades de cultivo de algunas plantas, a lo que se le une la condición de contar con un bajo coeficiente de salinidad, pero lo suficientem ente im portante, com o para obligar a que la explotación agraria de las tierras que lo rodean no se haga con la intensidad que se deseara. D e ahí que su importancia radique más en su papel m ítico-religioso, que verdaderam ente económico.

APÉNDICE DOCUMENTAL HIPÓTESIS DE POBLAMIENTO* I. EL HOMOTIPO AMERINDIO «El m ism o antropólogo Ales H rdlicka que demostró los errores cometidos por Ameghino es autor de la prim era gran hipótesis del siglo. Partió de una idea m uy antigua defendida por el padre A costa en el siglo XVI y por otros m uchos poste­ riorm ente, que es la sim ilitud del am erindio con el hom bre asiático y la posibilidad de que este último em igrase al N uevo M undo a través del Estrecho de Bering (presentido incluso antes de ser descubierto por Virtus Bering en 1741). Hrdlicka pensó que el indio americano procedía de un doblamiento único y reciente (unos diez m il años atrás) efectuado desde Asia. Determinó que el amerindio tenía unas características generales que demostraban su clara ascendencia mongólica, tales como el color amarillento de la piel, el cabello negro, liso y rígido, la falta de pilosiad facial, la proyección popular del rostro, el ojo mongólico y la m ancha mongólica. El ojo mongólico se caracteriza, como es sabido, por tener un plano inclinado entre los dos extremos del mismo, presentar un pliegue en el párpado superior que oculta a menudo las pestañas y replegarse desde el ángulo interno del ojo sobre la nariz, tapando la carúncula lagrimal. En cuanto a la m ancha mongólica, está producida por las células de Baelz y es de carácter congénito. Suele aparecer en la región sacrolumbar y tiene usual­ m ente color verdoso o pizarroso. Es usual en pueblos de ascendencia asiática y se da con frecuencia en ciertos grupos amerindios. A H rdlicka se le ha criticado haber inventado un hom otipo amerindio inexisten­ te tal como si, (por ejemplo, los españoles se definieran como bajos, morenos, de tez oscura y cabello negro), pero no es cierto que el antropólogo desconociera la variedad indígena. Lo que ocurre es que pensó que tales topologías venían ya diferenciadas dede Asia y entraron así en el N uevo M undo, donde se acentuaron más. El prototipo asiático de H rdlicka es el m ongol, pero con rasgos peculiares adquiridos en China occidental, Japón, Filipinas, Formosa, Corea y Tibet. El mayor error del antropólogo fue señalar que había una tipología lingüística y cultural, imposibles de sostener. Afirmó que todas las lenguas amerindias tenían en común el ser polisintéticas (sin contemplar las diferencias estructurales que las separan) y que las culturas de los indios tenían similitudes tales como las técnicas de trabajar la piedra, la arcilla, la madera y el hueso, así como para la fabricación de tejidos y cestas, un método igual de obtener fuego y vestidos, mobiliario y religión parecidos, etc. Pese al rechazo a la hipótesis de Hrdlicka, hoy se sigue adm itiendo un doblam iento m ongólico y por la vía propuesta por este autor, aunque se niega que fuera la única, tan reciente y que por sí sola sea capaz de explicar la tipología somática, lingüística y cultural indígena. II. RIVET O LOS CAMINOS DEL M AR Otros muchos científicos establecieron hipótesis de poblamiento por vías oceáni­ cas durante los primeros cuarenta años de nuestra centuria, pero fue Paul Rivet quien

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logró sistematizarlas en su conocido libro Los orígenes del pueblo americano, publica­ do en 1943 y en el que recogió sus propios trabajos anteriores. Rivet partió del punto de vista de una diversidad amerindia en los tres campos de la Antropología Física, la Lingüística y la Antropología Cultural, que evidenciaban el hecho de un doblamiento múltiple y procedente de Asia, Australia y Malayo-Polinesia. L a m igración asiática se produjo m ediante dos grandes corrientes, m ongólica y uraliana. La prim era penetró por Bering tal y como Hrdlicka señaló. Rivet siguió en gran parte a este autor del que difiere substancialm ente en el hecho de que los asiáticos no fueron los únicos pobladores. Apuntaló así su hipótesis con algunos descubrim ientos notables, realizados después de que Hrdlicka la formulara, proce­ dentes de la lingüística y la serografía. En el prim ero de éstos destacó las correla­ ciones entre morfemas de las lenguas de los grupos Na-Dene y Sino-Tibetano hechas por Salir. En serología resaltó el alto porcentaje de grupo sanguíneo 0 existente entre los inicios como prueba de su ancestro m ongólico o asiático. En cuanto a la corriente uraliana, o protouraliana mejor, supone que partió de alguna zona de Asia m eridional y se dirigió hacia el norte por algún motivo que desconocem os (quizá por la presión de otros pueblos), adaptándose progresiva­ m ente a climas cada vez más fríos. Al llegar a las regiones árticas se dividió en dos grupos que siguieron direcciones contrapuestas, E y O. Este último entraría en Europa durante el Cuaternario superior dejando la raza de Chancelade como testi­ go de su presencia. El otro grupo cruzaría Asia hacia el NE desde donde pasaría a América, siendo los actuales esquim ales sus descendientes. L a presencia de un elem ento australoide en América la fundam enta antropofísica, lingüística y etnográficam ente. Para lo prim ero establece unas semejanzas craneom étricas (capacidad, índice cefálico horizontal, índice anchura-largura, índice nasal, facial superior y orbitario, así como prognatism o) y sexológicas (grupo san­ guíneo predom inantem ente 0): En lingüística estudia las correlaciones existentes entre los australianos y la lengua am erindia Chon a través de un vocabulario de 44 palabras que recogió el padre Schm idt entre los elementos más estables (con los que se designan partes del cuerpo o fenómenos naturales). Finalm ente anota una larga serie de sem ejanzas etnográficas tales como la hamaca, el uso de las mantas de piel, las chozas en form a de colmena, el trenzado en espiral, barcas hechas con pedazos de m adera cosidos, armas sem ejantes al boomerang, etc. El propio Rivet reconoce que las series utilizadas para las com paraciones son muy pequeñas, sin em bargo son las únicas que puede aportar. En cuanto a la ruta m igratoria utilizada por los australianos para ingresar en América, es la m ism a que había propuesto el antropólogo M endes Correa en 1925, es decir, A ustralia, Tasmania, islas Auckland, Campbell, M acquarie, Esm eralda, Tierra de W ilkes, Tierra de Eduardo VII, Tierra de Graham y Cabo de Hornos. Rivet opina que la m igración se efectuó cuando los hielos se contrajeron como consecuencia del optim um clim ático ocurrido hace unos seis m il años y que las pruebas arqueológicas de tal paso se encontrarán quizá en un futuro. A parte de lo señalado anteriorm ente, esta hipótesis adolece de un grave inconveniente, y es la im posibilidad de que los australianos, un pueblo que desconocía prácticam ente la navegación, fuera capaz de atravesar los 1600 kilóm e­ tros existentes entre Tasmania y M acquarie.

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El doblam iento m elanesio dejó en América, según Rivet, un tipo étnico que denom ina paleoam ericano, caracterizado principalm ente por los famosos cráneos de Lagoa Santa (Brasil), aunque se extiende por toda América, desde la B aja Cali­ fornia hasta Argentina, pasando por el suroeste norteam ericano, Colombia, Ecua­ dor y Perú [...]. El poblamiento polinésico lo establece con una metodología similar. En lingüística destaca la identidad de las palabras kichua y polinésica para designar el camote o plantas similares, o del polinésico y araucano para el morfema hacha. En etnografía recoge semejanzas como el horno polinésico (se han encontrado evidencias desde su existencia desde hace cuatro mil años en Sudamérica) y objetos como el patupatu. La posibilidad de que los polinesios llegaran a América no ofrece problemas ciertamente, pues tenían una gran técnica de navegación y unas embarcaciones magníficas, como las piraguas dobles, que les permitirían resistir el oleaje del océano y cubrir unas distancias de unas 75 millas en diez o doce horas, llegando así a la isla de Pascua en unos veinte días, y saltar luego hasta América. Rivet refuerza su hipótesis con una tradición recogi­ da por Caillot entre los polinesios mangarevienses, según la cual sus habitantes habían navegado por el oriente hasta Taikoko y Ragiriri, lugares que suponen serían el Cabo de Hornos y el Estrecho de Magallanes. R ivet concluyó su hipótesis incorporando la m igración vikinga en el siglo X, que pudo tam bién dejar influencias lingüísticas y culturales en América. Había abierto así océanos a todos los pueblos pobladores desde el Viejo M undo.

III. LAS DOCE TIPOLOGÍAS INDIAS DE IMBELLONI U tilizando datos antropofísicos recogidos por otros investigadores y sus p ro ­ pias investigaciones anteriores J. Im belloni replanteó en 1938 su hipótesis de doblam iento. Partió del hecho de que los indios am ericanos presentaban once tipologías bien diferenciadas, reflejos de un origen poblador m últiple y de un m estizaje entre los grupos inm igrantes. Las corrientes pobladoras eran siete, tasm anoide, australoide, m elanesoides, protoindonesios, indonesios, m ongoloides y esquim ales. Im belloni consideraba inútil buscar semejanzas culturales entre los pueblos que hay habitaban Asia y O ceanía y los de América, pues éstos tienen ya poco que ver con sus antecesores. Tam bién consideraba absurdo preocuparse por las rutas de doblam iento, ya que los lugares de partida no obligaban necesariam ente a seguir una vía m arítim a o terrestre. Rom pió de esta form a con la H istoria y con el difusionism o cultural. Los doce grupos de am erindios son: SUBÁRTIDOS. Habitaban en la costa ártica (esquimales). Son de estatura pe­ queña, cuerpo rechoncho, extrem idades cortas, piel amarillenta, ojo y m ancha m ongólicos. COLÚM BIDOS. Habitaban en la costa pacífica de Canadá y Estados Unidos hasta el río Colum bia. Son de estatura m edia o alta, cráneos braquicéfalos, torso y piernas cortas, piel clara y escasa pilosidad.

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PUEBLO-ANDINOS. Habitaban dos regiones muy diferentes: una en N orteam é­ rica, sobre las cuencas de los ríos Grande y Colorado, así como en los estados de Arizona y Nuevo M éxico; otra sobre la cordillera andina en Colombia, Ecua­ dor, Perú, Bolivia y norte de Chile. Son de estatura pequeña, cráneos m eso o braquicéfalos, cabeza pequeña, torso m uy grande, cabello negro, liso y rígido y escasa pilosidad. APALÁCIDOS. Habitan el oriente de los Estados Unidos, desde el río san L o­ renzo hasta el M ississipi. Son de gran talla, dolicocéfalos con tendencia braquicefalia y color claro de piel. PLÁNIDOS. Habitan las grandes llanuras norteam ericanas desde Alaska hasta el A tlántico. Son altos, m esocéfalos, con póm ulos muy salientes, narices largas, y cóncavas y piel bronceada. SONÓRIDOS. Habitan la costa pacífica norteam ericana, desde el río Colum bia hasta el actual estado de Sonora en M éxico. Son altos, de cabeza pequeña, cara redondeada y piel algo oscura. ISTM IDOS. Habitaban el sur de M éxico, Centroam érica y Colom bia (excepto en la parte andina de este últim o país). Son de pequeña estatura, cráneos braquicéfalos, cara ancha y corta, nariz ancha, cabellos y ojos de color negro. AM AZÓNIDOS. Habitaban en la gran Amazonia, que va en Sudam érica desde los Andes al A tlántico y desde V enezuela hasta el Río de la Plata, y principal­ m ente las cuencas de los ríos A m azonas y Orinoco. Son de m ediana estatura o baja, algo dolicocéfalos, cuerpo robusto, brazos largos, piernas cortas y piel am arillenta. PÁM PIDOS. Habitaban la Pam pa hasta la Tierra de Fuego y una gran parte del M ato Grosso en Brasil. Son m uy altos, dolicocéfalos, póm ulos salientes, m en­ tón m uy pronunciado, cara larga, nariz alargada y pelo liso y duro. LÁGUIDOS. H abitan en dos regiones muy diferentes, como el altiplano oriental de Brasil y pequeñas áreas al sur de la península de California, M éxico y costa de Chile. Son de estatura pequeña, muy dolicocéfalos y de cara y nariz anchas. FUÉGUIDOS. H abitaban la Tierra de Fuego y algunas regiones de la costa chi­ lena y del oriente colombiano. Son de estatura baja, dolicocéfalos, piernas cor­ tas y casa y nariz largas. A Im belloni se la ha criticado la escasa influencia que atribuye al medio en la conform ación de tipologías amerindias y lo incom pleto y anticuado de los m ateria­ les que utilizó para su hipótesis». * AA.VV. H istoria de Iberoamérica. Prehistoria e Historia Antigua. T.I. Madrid, Cátedra, 1992, pp. 24-31.

CAPÍTULO 2:

ASPECTOS CULTURALES INTRODUCCIÓN Para el estudio de los distintos aspectos de las culturas prehispánicas se cuenta con un conjunto de disciplinas que se han aproxim ado a las m ismas, apoyadas en dos fuentes prim ordiales, aunque no son las únicas. U na de ellas es la propia cultu­ ra m aterial que a través de la A rqueología nos m uestra la variedad de objetos que se produjeron desde los períodos A rcaico y Precerámico, hasta el siglo XVI de nuestra Era, y cuya interpretación es fundam ental para poder entender la evolución que conocieron cada uno de los grupos que se asentaron en el territorio americano, así com o el grado de las relaciones que se pudieron establecer entre ellos. En segundo lugar las fuentes docum entales que desde el siglo XVI se van a convertir en un referente necesario para el estudio de estos grupos hum anos, sin olvidar que fueron escritas en unas condiciones de desfase temporal, apoyadas en la propia tradición oral de estos pueblos, y que obligan a tener presente una cierta cautela a la hora de su valoración. Es a través de ellas com o se puede acceder en una prim era fase al análisis de la com plejidad que alcanzaron en sus desarrollos internos estas culturas y como aquella se reflejó en una serie de aspectos que nos hablan del grado de civiliza­ ción que alcanzaron. L a estructura de la organización social y del panteón reli­ gioso; la existencia de unos m ecanism os de cóm puto y relación como el calendario y la escritura, la capacidad de creación de im ágenes dotadas de significados abstractos relacionados con las fuerzas de la N aturaleza y la articulación territo­ rial por m edio de una estructuración económ ica fundam entada en la agricultura y el com ercio, son algunos de esos rasgos destacados que ayudan a com prender e interpretar con garantías y con m ayor claridad algunas de las características de las m anifestaciones culturales que llegaron a producir estas sociedades prehispánicas.

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A eso se unen acciones de m ayor envergadura como la generación de enclaves perfectam ente planificados, que hablan de una tradición urbana y de definición de los espacios que generan la escenografía necesaria para que sirvan de m arco vital a sociedades perfectam ente organizadas sin las que serían impensables dichas inter­ venciones.

CABEZA COLOSAL OLMECA, N° 4. MUSEO DE XALAPA. VERACRUZ. (MÉXICO).

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LA SOCIEDAD L a paulatina especialización que fueron conociendo los grupos que se distri­ buían por las distintas regiones de la A m érica prehispánica, era el comienzo de un desarrollo que alcanzaría su m áxim a expresión a partir de la etapa preclásica, fun­ dam entalm ente en los centros olm ecas de la costa del Golfo y en enclaves como Chavín de Huántar, en los Andes, en el Horizonte Antiguo. Este proceso inicial se proyectó en la aparición de sociedades prehispánicas que se caracterizarán por estar perfectam ente estructuradas de una m anera jerárquica, aunque no siem pre con el m ism o orden interno. La progresiva com plejidad que fueron adquiriendo con el tiempo y en el espacio, se reflejó en la aparición de algunos m iem bros de esas sociedades que llegaron a controlar al resto de la pobla­ ción, inicialm ente por m otivos religiosos y más adelante por causas m ilitares, aun­ que ambos coexistirían en determinadas etapas. En el primero de los casos la existencia de cham anes en el seno de los grupos sociales, puso de m anifiesto una incipiente diferenciación interna de los grupos que por tradición o especiales circunstancias aprovecharon la necesidad de interpretar los acontecim ientos sobrenaturales para lograr explicaciones terrenales, evidenciando la posesión de unas actitudes concre­ tas para determ inadas actividades propiciatorias, que afectarían a los logros con­ juntos del grupo, al funcionar de interm ediarios entre los dioses y éste. En ese sentido, la evolución desde fases iniciales igualitarias hasta la conform a­ ción de las com plejas sociedades de las civilizaciones, azteca o inca, evidencian un paulatino proceso que se reflejará en la propia organización social interna. D e ahí que el análisis de la evolución de la sociedad prehispánica am ericana se carac­ terice por el estudio de la constante adaptación del hom bre a las propias condicio­ nes naturales que lo determ inan, así com o a su cada vez m ayor com plejidad mental. Las sociedades prehispánicas com enzaron su andadura en el preciso m om ento en el que el hom bre se enfrentó a una m ínim a organización para efectuar labores de caza y recolección con las que garantizar el sustento del grupo. Durante los 5000 años anteriores al nacim iento de las sociedades urbanas se produce el desarrollo de una incipiente vida rural en una fase de clara neolitización en la que se domestican plan­ tas y animales, que derivó en la localización de los grupos en puntos determ inados y la explotación de los recursos naturales del entorno. Se trata del prim er momento en el que se constata una evidente acum ulación de objetos y la aparición de un exceden­ te de tiempo y energía que fue aplicado en la consecución de otros fines entre los que estarían los propiciatorios, las construcciones de complejos sagrados y todas aquellas actividades que necesitaron de una clara aportación colectiva. U na sum atoria de objetos y tiempo libre, que permitirán desarrollar actividades desconocidas hasta ese m om ento y que contribuyeron a una inicial diferenciación interna entre quién se m antenía en las acciones productivas y quién se dedicaba a las artesanales enfocadas a la producción de cerámica, textiles, etc., y por lo tanto lejos de la actividad exclusi­ vamente cazadora - recolectora, que hasta ese momento había caracterizado la vida diaria de estos grupos. Estos m iem bros destacarían, por un claro carácter sumiso, paciente, y en definitiva gregario, frente a los que ostentaban la capacidad de m ando que explicaba el distanciam iento entre una y otra.

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MONUMENTO N° 19. LA VENTA. (MÉXICO).

Las crecientes relaciones comerciales que aparecen entre las distintas regiones, cons­ tatadas de una manera clara en el período Clásico en Mesoamérica y desde el Horizonte Antiguo en la región andina, afectará a una mejora de la calidad de vida mediante el perfeccionamiento de todos los ámbitos de la existencia y una mayor interdiversificación social, aportando elementos de equilibrio en los procesos evolutivos, como ali­

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mentos o materiales de construcción. Es este el momento en el que aparecen ya total­ m ente definidos los sacerdotes, clase social derivada de los primitivos chamanes y que se dedicarán a la gestión de las riquezas de los templos, espacios que adquirían la virtud de convertirse en los lugares en los que se encontraba solución a los problemas sociales derivados de la creciente acumulación de riqueza. Junto a ella la propia realeza, muy vinculada con la clase religiosa, la clase militar y el resto de la población entre los que se podrían destacar comerciantes, artesanos y agricultores, se conformaban como los elementos integrantes de una estructura que prácticamente se mantendría a lo largo de la etapa clásica, coincidiendo con la eclosión de las ciudades-estado, tanto en la zona m esoamericana como en la andina, y finalmente en el período Postclásico y el Horizon­ te Tardío, constituyendo las estructuras que entraron en contacto y conoció el hombre europeo. L a sociedad que surge con la aparición del grupo sacerdotal reflejaba un orden dual en donde la religión encontraba una clara vinculación con al idea de civiliza­ ción frente a la barbarie relacionada con la ausencia de creencias religiosas. Unas ideas que transm itidas a través de objetos, no dejaban de representar conceptos com o los de respeto y terror, destinados a la concentración y m antenim iento del poder en unas m anos m uy exclusivas.

DETALLE DE LA PIEDRA TIZOC CON REPRESENTACIÓN DE GUERREROS. AZTECA. MUSEO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA. (MÉXICO).

N o obstante, esta situación se rom pe a inicios del prim er m ilenio, m om ento en el que surgen aristocracias guerreras que hasta ese m om ento se habían mantenido en un segundo plano y que resultan de la incursión de poblaciones nóm adas que

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acabaron controlando a las sociedades teocráticas. Toltecas, m ixtecas y chimús son los protagonistas de un cambio que de alguna m anera provocó una vuelta al pasa­ do con los grandes im perios a partir del 1300, convirtiéndose en símbolo de uni­ dad, capacidad de em prender obras públicas y sobre todo de colonización de nuevas tierras, hasta el m om ento en el que harían aparición de los españoles, caso de los aztecas y de los incas. Es en esta últim a civilización es donde nos queda aún una unidad social básica de la que hablar: el ayllu. En el m undo inca, toda la organización social giraba en torno a este núcleo que prácticam ente representa la unidad de parentesco en la que los m iem bros se consideran descendientes de un antepasado común, real o supues­ to. Junto a ello, se tenía una localización territorial estricta, con lo que cual favo­ recía que el patriarcado generase unas relaciones de endogam ia claras. Todo un sistem a que se incorporó al im perio y que dio lugar a los ayllus reales.

LA RELIGIÓN Las religiones prehispánicas son esencialm ente agrícolas. Las divinidades, los ritos, las fechas de las festividades, todo estaba vinculado directam ente con las fuerzas de la N aturaleza y con el cultivo de la tierra. Las explicaciones sobre el origen de la vida hacen referencia constante al m aíz como alim ento supremo, como m aterial con el cual se hizo carne de los hombres. Por ello las ceremonias, presidi­ das por verdaderos interm ediarios como eran los sacerdotes, se convertían en accio­ nes propiciatorias de la lluvia y la fertilidad formando el núcleo de los rituales, siendo la parte m ás antigua e im portante de la com pleja estructura del calendario de fiestas. Algunos autores incluso hablan de la propia guerra como la acción con la cual estos pueblos se hacían de los prisioneros necesarios para poder sacrificar­ los con el único fin de m antener el m ovim iento del universo con sus ofrendas, verdadero alim ento de los dioses, por encim a de pretensiones de expansión territo­ rial. La preocupación por la lluvia, cuya expresión m ás clara pudo ser la perfección que se alcanzó en el control y traslado del agua para riegos en determ inadas zonas de M esoam érica y Suram érica, era la lógica consecuencia del carácter agrí­ cola de aquellas sociedades, siendo el culto a la fertilidad el resultado m ás co­ m ún de estas prácticas. L a presencia constante de im ágenes y figuras de personajes fem eninos desde las etapas m ás tem pranas y sobre todo el papel destacado que alcanza la im agen de la m ujer en la organización social interna, se puede consi­ derar com o testim onio de la preponderancia que lo fem enino alcanza a niveles religiosos. El hom bre prehispánico vivía inmerso en un universo trascendente en el que las divinidades y las fuerzas todopoderosas estaban presentes cotidianamente, y en el que los actos de los hum anos influían en el orden o el caos del cosmos. La N atura­ leza se convertía en un ám bito que no era independiente del obrar humano, de tal m anera que cada acto de la vida estaba inm erso dentro de un ciclo universal del que difícilm ente de podía ver desarraigado. Esta religiosidad que im pregna la vida

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RELIEVE OLMECA CON LA REPRESENTACIÓN DE UN SACERDOTE. XALAPA. VERACRUZ. (MÉXICO).

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XOCHIPILI. DIOS DE LOS JUEGOS, DE LOS PLACERES Y DE LA ABUNDANCIA ENTRE LOS AZTECAS.

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en todos sus resquicios, conlleva a la presencia de una cuidadosa y omnipresente ritualización. La vida y la m uerte aparecen regladas por ritos que acompañan al hom bre durante toda su existencia, ritos para nacer, morir, crecer, pasar de un esta­ do biológico o social a otro, para conseguir abundancia, fortuna o felicidad, etc., y de los que dejarían testim onios valiosísim os autores como Bernardino de Sahagún. Ejem plo de cóm o los distintos elem entos que intervienen en la caracterización de la religión prehispánica encuentran su período definitivo y clarificador, lo tenem os en la cultura azteca o m exica, en la que se inscriben los sacrificios hum anos que narraron las crónicas españolas, reflejo de que en el don divino de la vida reside y alum bra con más claridad la idea de que el universo entero está sostenido por la energía hum ana, y sólo el sacrificio proporcionará la fuerza suficiente para el sostenim iento del ciclo vital. U na vinculación entre lo hum ano y lo divino que aparece en el m ito de la creación del Sol y la L una en Teotihuacán, en una cerem onia en la que tam bién se crea al hom bre a partir de los huesos triturados de los dioses, acción que convierte a los prim eros en seres con un com ponente divino y a los segundos en señores incom pletos ligados de por vida a los sacrificios hum anos.

CABEZA DE TLÁLOC. LA CIUDADELA. TEOTIHUACÁN. (MÉXICO).

Según los distintos m itos que se desarrollan, en el m om ento de la concepción de un ser humano, un fragm ento de energía cósm ica o tonalli, desciende del cielo y se encarna en el nuevo ser para conferirle la vida. U na energía que solamente se recupera m ediante el sacrificio ya que de lo contrario se pierde en el camino hacia el M ictlán o país de los M uertos. Los sacrificados son seres privilegiados cuyo

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destino está en garantizar que la vida continúe y que el sol se mueva, uno de los pocos aspectos considerados com o eterno por parte de las culturas prehispánicas. Solam ente la m uerte aseguraba la vida; las fuerzas de la resurrección, que parten del sacrificio, perm iten que el sol vuelva a salir, que la vegetación se regenere y que el agua abunde. V ida y m uerte se convierten en dos aspectos de la m ism a realidad, persistente idea del equilibrio de contrarios y que se reflejan en los esque­ letos vivientes que abundan en la iconografía prehispánica. Con la llegada de los españoles hubo una eficaz sustitución de un panteón por otro y de unas prácticas y ritos por otros. U na transición facilitada por la similitud entre lo antiguo y lo nuevo, fundam entalm ente porque las dos tradiciones com par­ tían entre otras, una especie de confesión, un rito de comunión, creían en la exis­ tencia de una m adre sobrenatural, etc. En definitiva aspectos que incluso influyeron en los diseños arquitectónicos de los edificios religiosos coloniales que buscaron en cierta m edida una sim ilitud con lo preexistente, con la intención de que el adoctrinam iento m asivo al que se vería sometido el indígena, tuviera su m arco adecuado en el que no se encontrara extraño, estando incluso decorado con una pintura mural, que iconográfica y técnicam ente hundía sus raíces en la imagen de los espacios prehispánicos. El panteón prehispánico m esoam ericano engloba divinidades tan dispares como Tláloc, el dios de la lluvia, Quetzalcóatl, Xochipilli, Chalchiutlicue, Coatlicue, X ochiquetzal, X ipe Totec, H uitzilopochtli, Tonatiuh, Tlazolteotl, entro otras. M u­ chas de ellas aparecen en la tradición religiosa desde etapas del preclásico como es el caso de Tláloc, siendo una constancia la relación de las m ism as con la agricultu­ ra y fenóm enos de la naturaleza vinculados con ella. La religión en la zona andina siempre estuvo vinculada con la construcción de centros religiosos desde los que emanaban los dogmas y las prácticas que por ejemplo caracterizaron el Horizonte Antiguo con Chavín o el M edio con Tiahuanaco. El estudio que se puede realizar a partir del análisis de las crónicas que desde el siglo XVI se comienzan a escribir sobre el Imperio peruano, pone de manifiesto la existencia de una clara doble vertiente a la hora de hablar de la religión andina. Ambas apoyadas en la existencia de una serie de mitos cosmogónicos que explicaban el origen del mundo, de los hombres, de las plantas, etc., incluso de su propio universo dentro del cual el inca se consideraba parte. Todo un corpus de información transmitida de modo oral y donde juega un papel importante Viracocha, una especie de héroe-padre que será fundamental en el desarrollo del pueblo inca. D entro de estos esquem as que ordenan ese conjunto de creencias que afectarán a su percepción del universo destacan algunos dioses que actuaban en diferentes planos y con distintas funciones, que en definitiva regían las fuerzas de la natura­ leza y facilitaban al hom bre su sustento y su seguridad. A estos dioses se les daba el nom bre genérico de huacas y se situaban en la base de la religiosidad popular. Para el caso suram ericano, figuras como el Lanzón, el señor de los Báculos que evoluciona desde una fase chavinoide hasta su representación en la Puerta del Sol de Tiahuanaco, V iracocha, o la propia conversión de las figuras del Sol y la Luna com o divinidades, m antienen un m ayor herm etism o respecto a la claridad de su sentido fundam entalm ente en los dos prim eros casos.

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DETALLE DE LA ESTELA RAIMONDI. CHAVÍN DE HUÁNTAR. (PERÚ).

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No obstante dentro de todo este conjunto de integrantes de la religión preincaica e incaica que estamos señalando, queremos hacer especial mención de los antepasados de los ayllu, que momificados y santificados conformaban lo que denominamos como mallquis llegando a mantenerse como elementos de culto tras la llegada española. Unos antepasados de cada una de las familias, cuya conservación se veía como elemento indispensable para reforzar las señas de identidad de los grupos. En ese sentido, la creencia en una vida tras la muerte, estuvo m uy asentada tanto en M esoam érica como en la área andina, testim oniándose fundam entalm ente en la aparición de una serie de edificios, cerem oniales y objetos que ratifican este aspec­ to. L a presencia de ajuares abundantes en las tumbas tanto de M onte Albán como en las m ochicas, pueden ser un ejem plo de la enorme preocupación que existía por hacer acom pañar al difunto en su viaje más largo. La m ism a existencia de las dos form as básicas de enterram iento, incineración e inhumación, m uestran la evolución que a lo largo de su historia conocieron los com portam ientos ante la m uerte por parte de estas culturas.

“CODZ POOP”. KABAH. YUCATÁN. (MÉXICO).

Este concepto determinó el desarrollo de todo un conjunto de rituales encaminados a la conservación del cuerpo momificado, sobre todo en las culturas preincaicas e incaicas, ayudándose de las especiales condiciones del clima. Culturas como la chin­ chorro, muestran lo tempranas que fueron estas prácticas, que se heredaron en el tiempo por mochicas e incas. Tanto las condiciones extremas del desierto como las de la alta montaña, aceleraron los procesos que aún en la actualidad sorprenden por el magnífico estado de conservación en el que hallan algunos de los cuerpos.

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LA ESCRITURA Y EL CALENDARIO Uno de los m áxim os exponentes que plasm an el desarrollo cultural al que puede llegar un determ inado grupo, incluso para ser considerado como civilización, es la existencia de los instrum entos necesarios para la com unicación entre los distintos m iem bros que lo com ponen y las sociedades con las que se relacionan. A ello unim os las posibilidades de control del tiem po que son el reflejo de un alto grado de evolución, m anifestación m áxim a del control de la aritmética. Detrás de ello se esconde un paulatino dominio de la N aturaleza que los rodea, de tal m anera que el cóm puto de los productos excedentes, así como una m ejor m anipulación de los productos agrícolas, provocan la necesaria aparición de la escritura y el calendario. Respecto a la prim era de ellas, la existencia de un lenguaje escrito, en el que se com binan elementos abstractos con imágenes, pudo tener su origen en el período olmeca, m om ento en el que se registra la presencia de elem entos esculpidos en los que aparecen signos de una com plicada interpretación. Las posibles relaciones con la zona m aya explicarían la existencia de similares iconografías que se emplean fundam entalm ente en estelas, lo que relaciona desde un prim er m om ento la escritu­ ra con las clases sociales dirigentes, que la em plearían para determ inar y m arcar m om entos y fechas que se recordarían por su especial significación.

TABLETA DE LOS ESCLAVOS. PALENQUE. (MÉXICO).

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ESTELA OLMECA. MUSEO DE XALAPA. VERACRUZ. (MÉXICO).

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Signos que se m antendrían relacionados con lugares destacados como los apare­ cidos en las estelas de la pirám ide de Cuicuilco, en el Pedregal de M éxico D.F., y que anticipan la etapa clásica teotihuacana. U na escritura trem endam ente dom ina­ da por la im agen que encontrará su culm inación en los códices m ixtecos de la fase final clásica y que serían el preludio del m agnífico desarrollo de la escritura maya a partir del siglo X d.C. D esde este m om ento los m áxim os elementos serán los desarrollados por éstos, creando un código consistente en signos enm arcados y com puestos que aún se llaman jeroglíficos ya que solamente se han conseguido descifrar un tercio de los 820 signos que componen el conjunto total. El alto grado de sofisticación alcanzado en este sentido, nos obliga a hablar de ellos diferenciando estos textos precolom binos en dos clases y dos épocas. Los prim eros son epigráficos y están formados por inscripciones m onum entales en este­ las y edificios, todos de la etapa clásica. El segundo grupo lo integran los textos m anuscritos en papel de corteza de los que solamente se conservan los códices de Dresde, París y M adrid. Las inscripciones registran sucesos históricos y m íticos, m ientras que los m anuscritos presentan fechas, tablas y cómputos astronómicos, referencias a los dioses, prescripciones rituales y símbolos de dirección. La escritu­ ra se ha reconocido com o un sistem a compuesto, ni ideográfico, ni puram ente fonético, sino que contiene expresiones en ambos modos. Por lo que respecta al cóm puto del tiem po, los calendarios se testim onian desde la etapa olm eca en una clara relación de estas culturas con los ciclos vitales de la N aturaleza que se hacían indispensables controlar, debido a su estrecha vincula­ ción con la producción agrícola de la tierra. Posiblem ente sea esta necesidad, la explicación de la aparición de un obligado control del transcurso del tiem po que tam bién alcanzó su m áxim o exponente en la etapa maya. En esta fase encontramos inscripciones en las que se ofrece el núm ero de días que han transcurrido desde un

CALENDARIO DE SACSAHUAMÁN. CULTURA INCA. CUZCO. (PERÚ).

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punto de partida arbitrario, teniendo en cuenta como señala el profesor Andrés Ciudad, que el tiem po no se puede conceptuar como un fenóm eno estático, sino recurrente, cíclico, que es susceptible de m edir y que puede ser medido en unida­ des jerárquicas m anipulables m atem áticam ente. De esta m anera podemos decir que el calendario, desde su aparición y total definición en el período maya, tiene sus raíces en la historia, y se ha forjado a partir de la religión, de los horóscopos, de la adivinación y de la astronomía. L a com plejidad que alcanzó en el m undo m aya hizo que contarán con varios ciclos, con unas funciones m uy determ inadas y que fueron utilizados por las elites aristocráticas y sacerdotales para legitim ar su posicionam iento frente al pueblo. Siguiendo al profesor Andrés Ciudad, vamos a explicar en que consistía el calenda­ rio m aya que es el que alcanzó un mayor grado de complejidad y de elaboración en las culturas prehispánicas de Mesoamérica. El primer ciclo se conoce con el término de tzolkin o “cuenta de los días”, que los mayistas han bautizado como almanaque sagra­ do. L a unidad básica es el día, cuya designación obedece a la combinación de dos elementos: un número del 1 al 13 y un conjunto de veinte días con su propio nombre. Los nombres de los días adaptados al castellano por Fray Diego de Landa son: Imix, Ik, Akbal, Kan, Chicchan, Cimi, Manik, Lamat, Muluc, Oc, Chuen, Eb, Ben, Ix, Men, Cib, Caban, E tz’nab, Cauac, Ahau. El proceso consistiría en asimilar un número a un día de manera sucesiva, 1 Imix, 2 Ik, etc., cerrándose el ciclo cada 260 días. El segundo calendario define el año solar conocido como Haab y consta de dieciocho m eses de veinte días cada uno, m ás un mes adicional de cinco días. Sus nom bres son: Pop, Uo, Zip, Zotz, Tpec, Xul, Yaxkin, Mol, Chen, Yax, Zac, Ceh, Yax, Zac, Ceh, M ac, Kankan, M uan, Pax, Kayak, Cumku, Uateb. La combinación de este calendario es m ás parecida al nuestro, de tal m anera que cada mes corre los veinte días correspondientes, 0 Pop, 1 Pop, etc., hasta com pletar los 360 días. Estos dos calendarios llegaron a com binarse para dar lugar a la que se conoce com o Rueda Calendárica, que es resultado de com binar 260 x 365, dando lugar a 18.980 días o lo que es lo m ism o 73 tzolkin o 52 haab. En este tercer caso los días irían nom brados de la siguiente m anera 1 Imix 0 Pop, 2 Ik 1 Pop, 3 Akbal 2 Pop, etc. Las dim ensiones a las que llegó el cómputo del tiem po hizo necesaria la utili­ zación de unidades, que perm itieran m edir los períodos de cincuenta y dos años. Estos órdenes de unidades son Kin que equivale a un día; Uinal que correspon­ de con 29 kines; Tun, es decir 18 uinales; Katun o lo que es lo m ism o 20 tunes y por últim o Baktun que son 20 katunes. Conocidas como series iniciales se em plearon continuadam ente en estelas, alta­ res, etc., y registran la fecha de erección, m ediante la enum eración de los períodos de 400 años que han pasado desde el cero, así como los períodos de 20 años del ciclo de 400 en curso. Tam bién se da la fecha del m onum ento concreto en el período de 20 años y en el calendario ritual de 360 días. En otros bloques de signos aparecen otros detalles sobre la edad lunar, sobre las regencias divinas im ­ plicadas en la com posición astronóm ica del m om ento y otras series se ocupan de los cómputos relativos al año solar y a la posición de la tierra respecto del sol. El sistem a incluye signos para los números, para los períodos, para las deidades, para las direcciones y para las prescripciones rituales, así como para los augurios.

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EDIFICIO CONOCIDO CONO “EL CARACOL”. POSIBLE OBSERVATORIO ASTRONÓMICO. CHICHÉN ITZÁ. YUCATÁN. (MÉXICO).

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L a cronología es m uy precisa, ya que no puede reaparecer ninguna fecha de serie hasta después de 374.440 años, y es duradera, puesto que la inscripción de serie inicial es tan redundante que su m ensaje fundam ental se puede reconstruir incluso aunque estén destruidas las dos terceras partes. En la historia clásica m aya se personificaba y deificaba cada período de tiempo, hasta el simple día. El culto y ritual de los períodos de tiem po sigue vigente, aunque atenuadamente, entre las rem otas com unidades de las tierras altas de G uatem ala y el sur de M éxico. Estas fechas de series iniciales y otras más breves, llam adas expresiones de ca­ lendario redondo, están m uchas veces separadas por números que indican distan­ cia, y que señalan los días transcurridos entre las fechas registradas. Éstas a m enudo se refieren a personas, títulos hechos y lugares, y a partir de su lectura se podrá reconstruir finalm ente la historia dinástica de m uchos em plazam ientos mayas clási­ cos. Por lo que respecta al área suramericana, sería con los incas con los que se alcanzaría un m ayor grado de desarrollo y expansión cultural. Pero al contrario de lo que venimos com entando para la zona mesoam ericana, en el mundo inca no existe ninguna clase de escritura, siendo los kipus y la fuerza de la tradición habla­ da los únicos m edios que se em plearon para transm itir los acontecim ientos históri­ cos. Los kipus, más que una escritura, se convirtieron en el m ecanism o que perm itió registrar la m archa del Estado, m ediante un sistem a de nudos y piedras en cordones de diversos colores y tam años que m arcaban los acontecim ientos, datos estadísti­ cos, batallas, cosechas y expediciones. C ada cosa indicaba su lugar en las cuerdas, de tal m anera que las unidades se colocaban en la extrem idad inferior del hilo, las decenas m ás arriba y así sucesivamente. C ada cordón tiene un significado que corresponde a un determ inado color y así el am arillo representa el oro, el blanco la plata, el rojo la guerra, el verde la sem entera, etc. A la m uerte de un soberano, los altos dignatarios se reúnen para considerar los hechos de m ayor im portancia, seleccionar aquellos que se darán a conocer al pueblo y los que son de dom inio divino. M erced a los kipus los funcionarios o kipucam ayos llevaban cuenta exacta de la población según la edad y sexo, los nacim ientos, m uertes, enferm edades, casas, anim ales, cosechas, etc.

LA ECONOMÍA (AGRICULTURA Y COMERCIO) Los prim eros grupos que se asientan de una m anera estable en el territorio, culm inando el proceso de sedentarización iniciado siglos antes, pusieron de m ani­ fiesto la pronta necesidad de consolidar la evolución de dos elementos fundam en­ tales para m antener la estabilidad del grupo, la agricultura y el comercio. El paulatino calentam iento de la tierra desde las últimas glaciaciones que lo hacían más similar al actual, perm itió que la econom ía básica de estos grupos se sustentara con un sistem a m ixto en el que convivían pesca, recolección, cacería, la propia agricultura y los intercam bios de objetos y productos, siempre dependiendo de las propias características de los territorios por donde se movían.

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ESTELA DE QUIRIGUÁ. (GUATEMALA).

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L a agricultura plasm aba en sí m ism a el largo proceso de contem plación y análi­ sis de la N aturaleza, selección de especies vegetales y su posterior dom esticación para hacerlas productivas, aspecto del que venimos hablando, generando un desa­ rrollo en torno a una de las plantas que más trascendencia ha podido tener en el desarrollo de una civilización: el maíz. D e las hipótesis más recientes acerca del origen del maíz, encontram os una serie de apreciaciones que van desde las propuestas de una evolución unilineal hasta los que defienden trasm utaciones que llevaron la línea evolutiva por caminos que no se han constatado con la realidad arqueológica. En este sentido jugó un papel fundam ental la cultura indígena que llevó a cabo hibridaciones tendentes al m ejo­ ram iento de la especie y a un m ayor rendim iento de la planta. Un m ecanism o cultural al que se le unió la incidencia de las condiciones clim áticas, topográficas y aquellas que pudieron afectar a la consecución de su consolidación como base de la alim entación americana. H acia el cuarto m ilenio antes de Cristo, la dom esticación del maíz había dado sus prim eros resultados en M éxico, C entroam érica y Suramérica, un elem ento de vital im portancia que incluso derivó en el desarrollo y aparición de diversas tipo­ logías de paisajes como el de chinam pas en el V alle de M éxico o el de andenes que alteraría el m edio en la zona andina y que junto con un control efectivo del agua se convertiría en uno de los pilares de las civilizaciones que se desarrollaron desde la costa colom biana a la chilena y en los valles interiores de los altiplanos. Junto al maíz, el cultivo de la calabaza, el aguacate, el chile, la papa o la m andioca, vinieron a com pletar un am plio grupo de plantas que se dom esticaron

EL GRAN COLIBRÍ. ARTE NAZCA. (PERÚ).

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de una form a paulatina. U na agricultura que desde un inicio tam bién conoció una evolución en lo que se refiere a las distintas técnicas y sistemas de cultivo que evidentem ente incidieron en la producción de excedentes, cuya dism inución fue la causa de las crisis del siglo VIII que dieron al traste, por ejemplo en el área mesoamericana con culturas como la teotihuacana o la maya. El control del agua fue necesario para que se produjera dicho desarrollo y así lo constatan los innum erables canales que aparecen en yacim ientos tempranos como el olm eca de San Lorenzo, las propias obras de ingeniería que corrigieron el trayec­ to del río San Juan en Teotihuacán o los sistemas de acueductos, canales y andenes que aparecerán en la región andina, recorriendo las m árgenes de los ríos que desde los Andes, descendían hasta el Pacífico. Respecto a las rutas com erciales, éstas se definen desde un prim er momento com o los vehículos a través de los cuales se pusieron en contacto distantes zonas de A m érica que intercam biaron productos excedentes y m aterias prim as sobrantes, en una incipiente articulación económ ica de las relaciones que llegó a su máximo culm en en las etapas finales de los im perios am ericanos de los siglos X IV y XV, justo antes de la llegada del hom bre europeo. Desde los prim eros m om entos, los intercam bios com erciales perm itieron la exis­ tencia de rutas de com unicación que explicaron la presencia de elementos cultura­ les en punto distantes a los de origen. N o olvidemos que en la zona m esoam ericana ya los olm ecas establecieron vías de penetración a otros espacios como la zona de los Valles de O axaca o el propio altiplano mexicano, en busca de unas áreas que suplieron las carencias agrícolas de su zona de origen. Por otro lado Teotihuacán estableció puntos de contacto con la zona del Yucatán y los propios Valles de Oaxaca y éstos últim os con M onte Albán a la cabeza controlaban rutas hacia el Golfo, el propio V alle de M éxico, la zona del Pacífico y el área maya. En la región andina, serían los incas quienes llevaron a cabo una articulación territorial global que hasta ese m om ento no se conocía y que las propias condicio­ nes geográficas determ inaron en un alto grado, como fue el caso de la propia costa donde los valles transversales funcionaban como puntos focales de ocupación o los propios valles interiores andinos que en ocasiones solamente perm itían una verdadera y más rápida com unicación con la zona costera, más que con otras regio­ nes del interior. Unas vinculaciones entre costa e interior que desde las fases Precerám ica e Inicial ya constataron la necesidad de realizar intercambios que mantuvieran un equilibrio en los alim entos de las dietas alimenticias.

SELECCIÓN DE IMÁGENES LOS SACERDOTES Uno de los personajes más reproducidos en los ciclos pictóricos clásicos, es la de una figura, ataviada con una indum entaria trem endam ente vistosa, y que repre­ senta a un sacerdote dedicado a servir y realizar los cultos de un determ inado dios, exponente de la organización social que dirigió los designios de las sociedades clásicas m esoam ericanas hasta el año 1000 d.C.

HOMBRE VESTIDO COMO ÁGUILA. CACAXTLA. TLAXCALA. (MÉXICO).

Su presencia, generalizada en los ciclos pictóricos de Teotihuacán o de las tum ­ bas de M onte Albán, habla de su protagonism o en la estructura social, religiosa e incluso económ ica y política de estas ciudades. Su papel interm ediario es sin duda el reflejo de un largo devenir, iniciado en aquellas sociedades igualitarias en las que sobresalían determ inados m iem bros por sus habilidades propiciatorias y que consiguieron convertir a toda una m aquinaria coercitiva en un m ecanism o de con­ trol y dom inio social hasta la llegada de las sociedades m ilitarizadas posclásicas, en las que su papel se diluyó con el del monarca, perdiendo el protagonism o anterior. El ejem plo que nos ocupa, com positivam ente participa de las características de la pintura prehispánica, destacando fundam entalm ente por la riqueza de la indu­ m entaria con la que se representan. Aparecen dibujados de perfil, aunque existen los ejem plos de frente, ante un fondo neutro o formando parte de un paisaje con­

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vencional, con unos contornos muy claros dominados por la línea y con un empleo del color en superficies lisas y sin gradaciones en los que dom inan los rojos, ver­ des, azules, am arillos y naranjas. Tanto las túnicas como los tocados a veces hacen difícil su lectura, destacando en ocasiones por portar báculos o la bolsa de copal y la voluta de la palabra o greca, símbolo de estar llevando a cabo un determinado ritual. Destacan, de todos los conjuntos, los sacerdotes de los m encionados com ­ plejos de Teotihuacán o los de M onte Albán.

LOS GUERREROS D E TULA Los cam bios que se van a producir en el área mesoam ericana, con al incursión de grupos chichim ecas desde el norte, se verán reflejados a partir del año 1000, en una transform ación evidente en la iconografía que va a dom inar los grandes con­ juntos program áticos de los centros que se construirán a partir de este momento. U no de los casos m ás significativos es el que representa los guerreros del templo de Q uetzalcóatl señor de la m añana o Tlahuizcalpantecuhtli en la ciudad de Tula, centro neurálgico de la cultura tolteca, la más clásica y reverenciada de las surgi­ das a partir de este m om ento y hasta la llegada de los españoles. Como si de verdaderos atlantes se tratara, en realidad retom an la tradición de soportes pétreos que ya iniciara la Chalchiuhtlicue teotihuacana, conform ándose desde un punto de vista iconográfico, como los representantes del nuevo protago­ nista de la organización social: el guerrero. D iseñados como soportes articulados en diversos tambores, no dejan de presentar las características de la escultura mesoamericana prehispánica, determ inada por la falta de herram ientas apropiadas para la talla de la piedra, y afectando a la presencia de un trabajo de relieve que apenas si talla en profundidad a la piedra. Junto a ello sobresale su monum entalidad, verda­ deros guardianes del templo que custodiaban y que con su presencia reforzaban su poder al ubicarse en uno de los puntos m ás sagrados de la ciudad, constatando los cam bios que se estaban produciendo y que dom inarán la vida en las ciudades hasta el siglo XVI. Sus rasgos aparecen trabajados en bajorrelieve, incluso m eras incisiones en la superficie de la piedra andesítica en la que están realizados. Presentan un mayor predom ino del volum en sobre la talla, lo que pudo ser una consecuencia de la propia carencia técnica que com entam os, como por la propia necesidad de trasm itir fuerza y solidez que se quería conseguir con estas imágenes.

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GUERRERO DE TULA. (MÉXICO).

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XIPE TOTEC El carácter funcional de los dioses que componen el panteón prehispánico, destaca por la presencia de algunos de ellos que reflejan la clara intencionalidad propiciatoria de sus orígenes, vinculados siempre con la necesidad de garantizar el mantenimiento de la ex­ plotación de la tierra. En este sentido, la figura de Xipe Totec, o el dios desollado refleja muy bien la presencia de divinidades a las que se vinculan no sólo sacerdotes que están destinados a efectuar los rituales, sino además, la definición de toda una programática ritual en la que de alguna manera se definen los fines para los que estaban designados.

DIOS XIPE TOTEC. AZTECA.

Sahagún describe la imagen de este dios de la siguiente manera: . .es a manera de un hombre desnudo que tiene el un lado teñido de amarillo y el otro de leonado; tiene la cara labrada de ambas partes a manera de una tira angosta que cae desde la frente hasta la quixada; en la cabeza, a manera de un capillo de diversos colores con unas borlas que cuelgan hazia las espaldas, tiene vestido un cuero de hombre; tiene los cabellos trangados en dos partes y unas orejeras de oro; está ceñido con unas faldetas verdes que le llegan hasta las rodillas, con unos caracolillos pendientes; tiene unas cotaras o sanda­ lias; tiene una rodela de color amarillo con un remate de colorado todo alrededor, tiene un cetro con ambas manos, a manera de la copa de la dormidera, donde tiene la semilla, con un casquillo de saeta encima empinado” . La iconografía de este dios es bastante elocuente y clarificadora del acto que repre­ senta, en el que la idea de un nuevo renacer tras la muerte aparece vinculada con el acto de colocarse la piel de un sacrificado que tiene el sacerdote que rinde culto a este dios. El sacerdote, de este modo, suele aparecer tocado con la piel del cuerpo y la cara del sacrificado, colocada como si de un disfraz se tratara y con cuya putrefacción, sobre el cuerpo de un ser vivo, venía a significar la idea de la renovación cíclica de la naturaleza.

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KIPU.

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LOS KIPUS Uno de los ejem plos más representativos de la falta de una producción escrita de las culturas prehispánicas y de la im portancia de la tradición oral, serán los kipus incaicos, verdaderos artefactos con los que se llevaba un control efectivo de la producción, la población e incluso el paso del tiempo. En esencia se trata de un conjunto de cordones anudados a uno principal, los cuáles cada uno de ellos tiene un significado que se corresponde a un determinado color, de tal m anera que el am arillo representa el oro, el blanco la plata, el rojo la guerra, el verde la sementera, etc. En esencia se trata de un juego de cuerdas que anudadas perm itían recoger cada uno de los cóm putos que se querían realizar, logrando ser un sistem a con una perfección que asom bró a los propios españoles cuando llegaron a territorio incai­ co en el siglo XVI.

EL VALLE SAGRADO-URUBAMBA El desarrollo de los valores espirituales y religiosos en la región andina, supuso desde un prim er m om ento determ inar el establecim iento de un conjunto de sím bo­ los que funcionaran como elem entos interm ediarios entre los hom bres y las divini­ dades. En el caso concreto del V alle Sagrado, el papel del cultivo y del agua se aúnan en uno de los conjuntos más im presionantes de identificación de la natura­ leza y lo sagrado. En todo ello jugó sin duda un papel destacado, la estrecha relación entre la explotación agrícola de la tierra y las acciones propiciatorias hacia los dioses, teniendo uno de sus ejem plos más relevantes en la imagen del V alle Sagrado del Im perio Inca, recorrido por el río U rubam ba o Vilcanota. La im portancia de la explotación de la tierra para estas culturas, hizo que desde tempranas fechas estu­ viera vinculada a la idea de un don divino, gracias al cual se podía sostener la sociedad que las custodiaba. En este sentido, los trabajos de som etim iento de esa naturaleza por parte de las culturas prehispánicas adquiere en los Andes uno de los ejemplos más sobresalien­ tes en los que se aprecia no solam ente su carácter de trabajo humano, sino de unas estructuras que se ponen al servicio del culto a determ inados dioses.

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VISTA DEL VALLE SAGRADO. (PERÚ).

APÉNDICE DOCUMENTAL EL MITO DE COYOLXAUHQUI* «M ucho honraban los mexicas a Huitzilopochtli, sabían ellos que su origen, su principio fue de esta manera: En Coatepec, por el rumbo de Tula, había estado vivien­ do, allí habitaba una mujer de nombre Coatlicue. Era madre de los cuatrocientos Suria­ nos y de una hermana de éstos de nombre Coyolxauhqui. Y esta Coatlicue allí hacía penitencia, barría, tenía a su cargo el barrer; así hacía penitencia, en Coatepec, la m on­ taña de la Serpiente. Y una vez cuando barría Coatlicue, sobre ella bajó un plumaje, como una bola de plumas finas. Enseguida lo recogió Coatlicue, lo colocó en su seno. Cuando terminó de barrer, buscó la pluma, que había colocado en su seno, pero nada vio allí. En ese momento Coatlicue quedó encinta. Al ver los cuatrocientos Surianos que su madre estaba encinta, mucho se enojaron, dijeron: — ¿Quién le ha hecho esto? ¿Quién la dejó encinta? Nos afrenta, nos deshonra. Y su hermana Coyolxauhqui les dijo: — Hermanos, ella nos ha deshonrado, hemos de matar a nuestra madre, la perversa que se encuentra ya encinta. ¿Quién le hizo lo que lleva en el seno? Cuando supo esto Coatlicue m ucho se espantó, m ucho se entristeció. Pero su hijo Huitzilopochtli, que estaba en su seno, la confortaba, le decía:— No temas, yo sé lo que tengo que hacer. Habiendo oído Coatlicue las palabras de su hijo m ucho se consoló, se calm ó su corazón, se sintió tranquila. Y entre tanto, los cuatrocientos Surianos se juntaron para tom ar un acuerdo, y determ inaron a una dar m uerte a su madre, porque ella les había infam ado. Estaban muy enojados, estaban muy irrita­ dos, com o si su corazón se les fuera a salir. Coyolxauhqui m ucho los incitaba, avivaba la ira de sus herm anos, para que m ataran a su madre». * «La leyenda de la Coyolxauhqui» (Fragmento). Artes de México, n° 7. 2000, pp.18-19.

ORIGEN DEL MUNDO INCA* «En los tiempos antiguos dicen ser la tierra e provincias de Piru oscura y que en ella no había lumbre ni día y que había en este tiempo cierta gente en ella la cual gente tenía cierto señor que la mandaba y a quién ella era sujeta del nombre de esta gente y del señor que la mandaba no se acuerdan y en estos tiempos que esta tierra era toda noche dicen que salió de una laguna que es e esta tierra del Perú en la provincia que dicen de Colla suyo un señor que llamaron Contiti Viracocha, el cual dicen haber sacado consi­ go cierto número de gente del cual número no se acuerdan y como este hubiese salido de esta laguna fuese de allí a un sitio que junto a esta laguna está donde hoy es un pueblo que llaman Tiaguanaco en esta provincia ya dicha del Collao y como allí fuese él y los suyos luego allí improviso dicen hizo el sol y el día y que al Sol mandó que anduviese por el curso que anda y luego dicen que hizo las estrellas y la luna. El cual Contiti Viracocha dicen haber salido otra vez antes de aquella y que en esta vez primera que salió hizo el cielo y la tierra y que todo lo dejó oscuro y que entonces hizo aquella gente que había en el tiempo de la oscuridad ya dicha y que esta gente le hizo cierto

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deservicio a este Viracocha y como della estuviese enojado tornó esta vez postrera y salió como antes había hecho y aquella gente primera y a su señor en castigo del enojo que le hicieron hízole que se tornasen piedra luego ansi como salió y en aquella misma hora como ya hemos dicho dicen que hizo el sol y día y luna y estrellas y que esto hecho que en aquel asiento de Tiaguanaco hizo de piedra cierta gente y manera de dechado de la gente que después había de producir haciéndole en esta manera que hizo de piedra cierto numero de gente y un principal que la gobernaba y señoreaba y muchas mujeres preñadas y otras paridas y que los niños tenían en acunas según su usu todo lo cual ansi hecho de piedra que lo apartaba a cierta parte y que luego hizo otra provincia de gente en la manera ya dicha y que ansi hizo toda la gente de Perú y de sus provincias allí en Tiaguanaco formándolas de piedra en la manera ya dicha y como las hubiese acabado de hacer mandó a toda su gente que se partiesen todos los que él allí consigo tenía dejando solos dos en su compañía a los cuales dijo que mirasen aquellos bultos y los nombres que les había dado a cada género de aquellos señalándoles y diciéndoles estos se llamarán los tales y saldrán de tal fuente en tal provincia y poblarán en ella y allí serán aumentados y estos otros saldrán de tal cueva y se nombrarán los fulanos y pobla­ rán en tal parte y ansi como yo aquí los tengo pintados y hechos de piedra ansi han de salir de las fuentes y ríos y cuevas y cerros en las provincias que ansi os he dicho y nombrado e ireis luego todos vosotros por esta parte señalándoles hacia donde el sol sale dividiéndolos a cada uno por si y señalándole el derecho que había de llevar». * BETANZOS, Juan de. Suma y narración de los Incas. M adrid, Ed. Atlas, 1987, pp. 11-12.

LA FILOSOFÍA DEL TIEMPO MAYA* «Para los mayas el tiempo constituyó un motivo de interés absorbente. Cada estela y cada altar se erigían para señalar el paso del tiempo, y por ello la dedicación se hacía al fin de un período. Es igual que si erigiéramos nosotros un monumento al final de cada cinco o diez años y grabáramos en él la correspondiente fecha [...], juntam ente con información sobre la edad de la Luna y los dioses entonces regentes. En alguna ocasión se creyó que los monumentos mayas con inscripciones [...], trataban exclusivamente del paso del tiempo, de datos sobre la Luna y el planeta Venus, de cálculos calendáricos y de asuntos sobre los dioses y los rituales implícitos en estos temas; pero los testimonios arqueológicos demuestran ahora que también se registraron sucesos históricos. Los textos de los únicos tres manuscritos jeroglíficos que sobrevivieron a la destrucción están llenos, en su m ayor parte, de almanaques adivinatorios y dan información sobre los aspectos de los dioses de los días, como por ejemplo cuales son favorables o desfa­ vorables para la siembre, la cosecha o la caza. También contienen pasajes sobre asuntos astronómicos, pero como siempre, la acentuación recae sobre los dioses que intervienen en ello». * THOM PSON, J.Eric.S. Grandeza y decadencia de los M ayas. M éxico, FCE, 1995, p. 196.

CAPÍTULO 3:

LA TECNOLOGÍA PREHISPÁNICA INTRODUCCIÓN Las civilizaciones de la A m érica prehispánica poseen una aparente semejanza que oculta una gran diversidad. Las sim ilitudes están en parte condicionadas por la tecnología que llegan a desarrollar, m ucho más precaria que la que se generó en el V iejo Continente, y que siem pre estuvo determ inada por una serie de lim itaciones en la m anipulación de las m aterias prim as en cada una de las zonas que estudia­ m os. En cambio, las diferencias vienen dadas por las condiciones que im pone el m edio a la hora de intevenir sobre él y los m ateriales que aporta a cada uno de los grupos, las soluciones necesarias para transform arlo y convertirlo en un espacio cultural y habitable. El hierro y el acero eran desconocidos. Excepto en los Andes, las herram ientas de cobre y bronce nunca llegaron a usarse de form a común, aunque el oro y la plata fueron em pleados abundantem ente para la fabricación de joyas cuya cali­ dad técnica y estética sorprendió a los m ism os orfebres europeos del siglo XVI. Los arquitectos ignoraban la cúpula y el arco de m edio punto. N o tenían conoci­ m iento de la pólvora, de la acuñación de m onedas, de la escritura alfabética, de la im prenta, de la destilación del ácido, del cristal o de los vidrios para las ventanas. El principio de la rueda había sido reconocido en M éxico, pero no era empleado en ninguna parte para nada m ás serio que m over juguetes; no había carretones, ni m olinos de viento, ni ruedas de alfarero, ni poleas, ni ninguna de las máquinas que dependen de ruedas y engranajes. No obstante el grado de desarrollo que alcanza­ ron precisam ente intentando solventar los problemas que esta falta de técnica im ­ plicaba, demuestra, que la consecución de una civilización no depende exclusivamente de los avances tecnológicos sino que participan otros condicionantes como el pro­ pia m anera de solventar los problem as ante la falta de medios.

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CULTURAS DE LA EDAD DE PIEDRA: HERRAM IENTAS Y TÉCNICAS CONSTRUCTIVAS Los pueblos m ayas clásicos producían objetos utilitarios y de adorno sólo con herram ientas de piedra, conform ando como decimos, un claro ejemplo de cómo un com portam iento y desarrollo cultural no tiene porque estar determ inado por la calidad y naturaleza de los instrum entos. Sus formas, aunque son com parables a las realizadas por las civilizaciones del m etal de la antigüedad m editerránea, pertene­ cen por su tecnología a una fase neolítica de evolución.

DETALLE ARQUITECTÓNICO DEL JUEGO DE PELOTA. DAINZÚ. (MÉXICO).

L a cultura m aterial prehispánica, por lo que respecta a las herram ientas, siempre estuvo m uy m ediatizada por la necesaria aplicación del m etal que se pudo hacer en cualquiera de las áreas que se han delimitado, de tal m anera que incluso el propio desconocim iento en el uso de los m ateriales para la obtención de las m ismas, se convirtió en una situación que llegó a determ inar que las obras de arquitectura o ingeniería tuvieran unas determ inadas características. En efecto, el calificativo de cultura de la edad de piedra se aplica fundam ental­ m ente, por el hecho de ser objetos pétreos los que se van a emplear, por ejemplo, en la elaboración de m uchos de los edificios y esculturas. Exponentes claros de la producción de estos grupos, solam ente podem os hablar de la existencia generaliza­ da de herram ientas indígena realizadas con piedras, cuyas características de dureza, superaban a aquellas sobre las cuales se trabajaba, predom inando basaltos, obsidia­ na, cuarzo, pedernal, andesitas o el empleo de las arenas para el acabado final de esculturas o sillares exteriores de los edificios. Otras herram ientas que han llegado hasta nuestros días son llanas de aplanado, realizadas con rocas cuyo peso específico era m enor que el utilizado para otros

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ANDENES DE MACHU PICCHU. (PERÚ).

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artefactos como tezontles o rocas volcánicas; o las plom adas de las que se conocen las realizadas en piedra y cerámica. Las técnicas empleadas para el trabajo de la piedra eran la talla y el picado, con el posterior pulido de la pieza. La primera requería de un mayor control del proceso, mediante percusión o presión, empleándose en piezas de pequeño tamaño a las que se les quería conferir una especial forma que dominaba sobre el volumen. En cambio, la segunda, es decir el picado, aparece en las esculturas de mayores dimensiones, por ejemplo en aquellas de carácter público y religioso. Se distingue por un claro predomi­ nio del volumen de la roca sobre la que se trabaja, sobresaliendo la presencia de los motivos en bajo o medio relieve, en ocasiones simples incisiones que recuerdan al hueco relieve y donde se realiza un acabado final que consiste en la pulimentación de la superficie. De este último ejemplo existen piezas de una indudable calidad como las cabezas de Quetzalcóatl en la pirámide de la Ciudadela de Teotihuacán, en las que se consigue un trabajo de verdadero calado de la piedra, en el acabado de los dientes de los ofidios, completándose el resto de los detalles con la aplicación de pintura.

CABEZA DE UNA DE LAS SERPIENTES DE LA PIRÁMIDE DE QUETZALCÓATL. TEOTIHUACÁN. (MÉXICO).

Por otro lado la madera tuvo que jugar un papel importante a pesar de ser pocos los testimonios que se tienen acerca de su empleo. Fundamentalmente se utilizó en la construcción de obras públicas y habitaciones, cumpliendo la función de absorber esfuerzos o librar claros en vanos, funcionando como dinteles, jambas, vigas, etc. Tam ­ bién son destacables, aunque menos, las esculturas realizadas en este material y de las que han llegado pocos ejemplos por sus propias características, las que a duras penas son capaces de salvar unas condiciones ambientales de alta temperatura y humedad.

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PIRÁMIDE DE CUICUILCO. DETALLE. (MÉXICO).

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Estas herram ientas, junto con el empleo de determ inados m ateriales, perm itieron el desarrollo de una serie de técnicas, más amplias de lo que en principio se puede considerar a tenor de las claras lim itaciones im puestas por el grado de desarrollo alcanzado. Podríam os señalar tres ejemplos, que m uestran qué grado logró la per­ fección técnica en las civilizaciones prehispánicas. Así destacaríam os por un lado las soluciones aplicadas a la construcción de las grandes pirám ides mesoamericanas, por otro las soluciones arquitectónicas ejecutadas por los m ayas y por último el trabajo de la piedra del m undo inca. Por lo que se refiere al prim ero de los ejemplos, las soluciones aplicadas en la construcción de las grandes pirám ides o plataform as m esoam ericanas son el resul­ tado de un proceso que se inicia en el preclásico, en las prim eras fases de yacim ien­ tos olm ecas de la zona del Golfo, en las que se ejecutaban estas construcciones m ediante el m ero am ontonam iento de los m ateriales que proporcionaba el entorno. L a estructura A del yacim iento de la Venta, se tom a como ejem plo que inaugura una evolución que progresivam ente iría testim oniando un constante perfecciona­ m iento en la elaboración y acabado de estos edificios en períodos intermedios, y que ejem plificados en la pirám ide de Cuicuilco, incorporarían un nuevo com po­ nente com o fue una cubierta exterior de piedra. Este proceso encontraría evolutiva­ m ente su punto final, en la ciudad de Teotihuacán con la Pirám ide del Sol, en la que se em plea un sistem a m ixto ya ensayado en Cuicuilco, pero m odificado en planta, y que acabaría perfeccionándose en las estructuras de la pirám ide de la Luna y el Tem plo de Quetzalcóatl, tam bién en Teotihuacán, que de una form a u otra se convierten en los prim eros capítulos de la arquitectura que se ejecutará con posterioridad.

LA PIRÁMIDE DE LA LUNA DESDE LA CALZADA DE LOS MUERTOS. TEOTIHUACÁN. (MÉXICO).

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En efecto, estos dos edificios se construyen siguiendo un nuevo proceso cons­ tructivo más estable, seguram ente con anterioridad al año 300 d. C. La solución se organiza en torno a un centro realizado con pilastras construidas con lám inas de tepetate, con conductos entre éstas, en los que se am ontonaban piedras y tierra. En las terrazas, m uros en form a de alas, sostenían el talud. Después de construir el esqueleto de pilastras y alas, se rellenaba la m asa con tierra, de m odo que se avan­ zaba más rápidam ente que con el viejo m étodo de acum ular capa por capa. N o debem os olvidar que la arquitectura olm eca se había convertido en el prim er episodio de una cam ino en el que se aplica la tierra como com ponente fundam ental y donde se em plea un progresivo depósito de grandes volúmenes de m ateriales que perm itían alcanzar ciertas alturas que se veían lim itadas en su desarrollo por los factores técnicos, de tal form a que la base y altura de los edificios estaba determ i­ nada por el ángulo natural de reposo del m aterial. En el segundo de los ejemplos, la arquitectura maya logró dotar a la ejecución de sus edificios una calidad tal, que permite sin ninguna duda, hablar de la existencia de un período clásico en la construcción prehispánica. Una arquitectura en piedra que usará bóvedas con voladizo y cemento u hormigón de argamasa, todos ellos empleando la caliza como base de los morteros y revocos. En cuanto a la disposición de las primeras nos encontramos con una solución en la que mediante un sistema de piedras contrape­ sadas, cada una situada de forma que sobresale por encima de la fila inmediatamente inferior, se genera la cubrición de espacios estrechos, pero en ocasiones tremendamente alargados, que solucionaban en algunos casos las necesidades, por parte de las clases dirigentes de contar con grandes salas de recepción cubiertas. U na bóveda m aya que apoya sobre unos muros de carga, definiendo una estruc­ tura en la que la altura de la aquélla y el soporte es igual. No obstante, el sistema tiene una inestabilidad inherente, y su equilibrio depende del ajuste entre los dis­ tintos salientes y varios elem entos de contrapeso. A la estabilidad contribuían tam bién el m ortero de cal, los núcleos de cemento, las vigas de madera, los muros, sin olvidar las divisiones interiores que tam bién jugaban su papel. El uso del cem ento o el horm igón para las uniones es una costum bre maya, que no se da en otros ejem plos de bóvedas con voladizo realizados en otros espacios. La decoración central del tejado maya, llam ada cresta y los falsos frentes, se conform an en verdaderas cargas, destinadas a contrapesar los m uros de sostén con­ tra los voladizos inestables. N orm alm ente la bóveda m aya se asienta con gruesas vigas de m adera en el interior del espacio que cubre, insertadas a m edida que avanzaba la construcción, y cuyo papel era inicialm ente m antener separados los voladizos durante el largo período de secado del mortero, aunque acabaron for­ m ando parte del m obiliario interior de la construcción. En líneas generales se trata de una arquitectura en la que predomina la m asa sobre el volumen y el espacio interno, logrado por el aglutinamiento de grandes cantidades de m aterial y rellenos de cajones de mampostería con juntas de barro, aprovechando es­ tructuras preexistentes a manera de núcleos, lo que recibe el nombre de superposición. De tal forma que una estructura concreta podía estar conformada por una serie de estas superposiciones hasta alcanzar dimensiones colosales, y cuya construcción venía a legitimar el orden determinado por los cambios de gobernantes.

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DETALLE DEL PALACIO. PALENQUE. CHIAPAS. (MÉXICO).

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RESTOS DE DECORACIÓN ESTUCADA. PALENQUE. (MÉXICO).

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Por lo que respecta a la arquitectura inca, es sin duda el ejemplo en el que se alcanza un m ayor grado de perfección a la hora de ejecutar los trabajos constructi­ vos, fundam entalm ente en lo que al tratam iento de m aterial se refiere. Llevando a cabo una clasificación básica, podríam os distinguir tres tipos fundam entales de fábrica. Los muros poligonales, con grandes bloques irregulares de piedra cuidado­ sam ente encajados; bloques rectangulares de piedra o adobe puestos en fila, más o m enos regulares. Y por últim o la denom inada pirca o muros de rocas sin desbastar sobre argam asa, que fundam entalm ente se empleaban en los muros más sencillos y en las casas. L a m am postería poligonal procedía probablem ente de la tradición de la pirca, y se usaba solo en los m uros de contención y paredes de recintos grandes que requerían dim ensiones voluminosas. La albañilería de bloques rectangulares surgió de los m ism os bloques de barro cortados en ángulo recto, y se usaba princi­ palm ente para los m uros aislados en los que se veían las dos caras. Los dos m étodos fundam entales para unir los muros m uestran una extrem a pre­ cisión al encajar las piedras, algunas de las cuales presentan señales de cuñas en las caras externas y hendiduras cóncavas que se ajustan en las piedras inm ediatam ente inferiores. En el sistem a poligonal, ninguna piedra está sobre una superficie plana, estando todas coronadas por su soporte, aunque la curva de esta coronación sea casi im perceptible. L a com binación de huecos y cuñas con estos planos curvos, sugieren de form a inm ediata como se encajaban las piedras m ediante un sistema con el que se les daba form a con herram ientas de piedra o de bronce y elevándolas m ediante una grúa de m adera con cuerdas que sujetaban las cuñas. E ra así como se la podía agarrar m ientras se colum piaba y se la encajaba.

DETALLE DE UNO DE LOS EDIFICIOS DE

CHICHÉN ITZÁ. (MÉXICO).

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En la albañilería de filas la técnica era m enos com plicada pero más laboriosa. En ella no se ven los planos cóncavos de ajuste y la unión se aseguraba por una abrasión de em puje y arrastre en la superficie plana. La única sustancia entre las piedras era una fina capa de arcilla rojiza.

LA PLANIFICACIÓN URBANA Y EL CONTROL DEL AGUA Para m uchos estudiosos la existencia de un urbanism o planificado es testim onio de un grado de civilización más que aceptado. En este sentido la presencia de esta planificación perfectam ente desarrollada, tanto en el ámbito m esoam ericano como en el andino nos lleva a plantear la necesaria existencia y desarrollo de una ciencia de cálculo, m edida y diseño que perm itió el que se trazaran algunas de las ciudades m ás im portantes prehispánicas. D esde Teotihuacán, M onte Albán y Tenochtitlán en M esoam érica, hasta Chan Chán, Viracochapampa, Pikillaqta u Ollantaytam bo en la andina, la tradición m uestra una perfecta asim ilación de unos conceptos de orden y organización del espacio urbano que se abordará de una m anera más con­ creta en los temas correspondientes.

VISTA DE LOS EDIFICIOS PRINCIPALES DE PISAC. (PERÚ).

Por lo que se refiere a la tecnología necesaria para el trazado de la ciudad, son num erosos loe factores que interviene en la misma. Desde una organización social clara y perfectam ente aceptada, hasta una organización del trabajo que perm itiera acom eter las ingentes obras de aterrazam iento y desm onte que son características

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PLANO DEL CENTRO DE MONTE ALBÁN. (MÉXICO).

en la práctica totalidad de las ciudades. La falta de determ inadas condiciones para acom eter dichos trabajos, en m uchos casos se vio solventada por una importante m ano de obra que intervino en cada uno de estos trabajos. Los iniciales esfuerzos encam inados en ciudades como L a Venta, a llevar a cabo el desplante de una im portante superficie en la que se definiría una plaza pública, con la construcción de una estructura como el edificio A, solam ente se explican m ediante la existencia de una estructura social perfectam ente aceptada, una organización del trabajo defi­ nida y una plusvalía de energía determ inada por las condiciones climáticas de la región del Golfo. Las técnicas de transporte no solamente implicaban el acarreo de m ateriales próxim os al yacimiento, sino que el papel que juegan los ríos en esta zona se convirtió en fundam ental para explicar el traslado de elem entos urbanos com o fueron las grandes piedras que se esculpieron para realizar los altares, estelas y cabezas colosales que desde le Tuxtlas se llevaron hacia sus zonas de destino, en una com binación de ingenio y aprovecham iento de las condiciones naturales del terreno que son las únicas que pueden explicarlas. Otro de los ejem plos destacados desde un punto de vista tecnológico, es el trabajo de canalización que se efectúa en Teotihuacán y que afecta a distintas zonas de la ciudad. Por un lado justifica la existencia de una infraestructura desti­ nada a desaguar algunos sectores de la C alzada de los M uertos; y por otro lado a un tramo central del río San Juan que atravesaba la zona sur del enclave y que aproxim adam ente en el siglo III d.C., se encauzó, perm itiendo controlar sus creci-

PALENQUE. RÍO O TUMBA. (MÉXICO).

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das y adaptar una gran extensión de tierra para la construcción de sectores im por­ tantes a partir de ese m om ento como serían la Ciudadela y el M ercado. Unos traba­ jo s que im plicaban un perfecto conocim iento de los ciclos del río, además de una confirm ación de los presupuestos organizativos laborales ya corroborados en la construcción de la Pirám ide del Sol. U na pirám ide que se había convertido en el elem ento vertebrador del organigram a urbano de la ciudad y que determinó con su orientación, ligeram ente desviada respecto al norte m agnético, un perfecto conoci­ m iento del trascurso de los astros por el cielo, afectando a la m ism a orientación de la gran calzada que se abrió delante de ella, regulando desde ese m om ento la ordenación general del enclave. Ciudades zapotecas com o M onte Albán y las mayas como Tikal, Copán, Uxmal o Chichén Itzá, tam bién conocieron una clara aplicación de la tecnología desarro­ llada y que se analizará concretam ente en un capítulo específico. Por lo que respecta al control de agua, su desarrollo también implicó una serie de avances técnicos en los que se refiere a su captación y reparto por el territorio. Centros como San Lorenzo en el Golfo y ciudades como Teotihuacán ya presentaban unos claros indicios de transformación de los cauces de ríos y la presencia de elementos urbanos como alcantarillas y colectores que hablaban de una perfecta definición de estos principios. L a propia M onte Albán contaba con un sistema de recogida de aguas para garantizar la estabilidad de la población que vivía en ella, e incluso Palenque regularizó, al igual que lo había hecho Teotihuacán, el tramo del río Otumba que discurre por el centro de la ciudad. N o obstante este último ejemplo es totalmente distinto al aprovechamiento de los recursos hídricos que por ejemplos hicieron ciuda­ des como Chichén Itzá, en las que los cenotes aportaban de una forma natural el agua que hacía innecesaria la aplicación de una tecnología avanzada para lograr acceder a aquella. Por lo tanto, podríamos considerarlos ejemplos claros de cómo la disponibili­ dad de determinados recursos incidía de una manera u otra en el agudizamiento en el desarrollo y control de una tecnología determinada. No obstante es sin duda en la zona andina en la que se definen un m ejor empleo de estas técnicas. D esde el 1400 a.C., los pueblos que se asientan en los valles desérticos costeros, tuvieron que desarrollar una tecnología arquitectónica y de alm acenaje del agua para garantizar la explotación de sus cultivos y el consumo hum ano. L a transform ación profunda que sufrió el territorio en la zona inca con los andenes, que llegaron a alterar los perfiles m ontañosos, se convierten en pruebas evidentes del establecim iento de unos principios básicos tecnológicos, cuya au­ sencia no hubiese podido explicar el grado de desarrollo al que llegaron estas culturas. La zona andina es el mejor exponente de cómo un territorio, tremendamente condi­ cionante geográficamente, motivó una serie de soluciones que implicaron el uso de sistemas tecnológicos dirigidos principalmente a vencer y manejar los factores produc­ tivos de la naturaleza, integrando diferentes formar de trabajo y organización social. Reflejo de ello son los innumerables sistemas agrícolas que se desarrollan y que esta­ blecen una clara diferencia entre la costa y la montaña. Para la primera de las regiones encontramos sistemas de riego mediante canalizaciones; agricultura en chacras hundi­ das, allí donde la humedad se encuentra a poca profundidad; agricultura en las lomas

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costeras, en lagunas y en achaques, estos últimos estanques excavados en los que se cultivada, al igual que en las lagunas, junco y totora. Por lo que respecta al interior, serán más frecuentes los andenes; cultivos en cam pos elevados o cam ellones (W aru-W aru), agricultura de riego en pam pas altoandinas, agricultura con qochas y cultivo en lagunas en el altiplano.

LA CERÁMICA Y LA METALURGIA Estas limitaciones técnicas de las que venimos hablando encuentran en la cerámica y en la metalurgia, dos de los exponentes más representativos del alto grado de calidad a que se llegó a la hora de elaborar determinados recipientes y objetos, a pesar de las carencias instrumentales. En el caso concreto de la primera, el desconocimiento de la rueda, limitó la utilización de una herramienta tan fundamental como el torno. No obstante, lo que debería haber sido un contratiempo, se convirtió en el mejor revulsivo para la definición de una enorme variedad de piezas, cuyas tipologías morfológicas van desde los meros recipientes para contener y guardar productos del campo, hasta piezas de funcionalidad religiosa como incensarios o máscaras.

VASO CON DOS PICOS Y ASA ESTRIBO. MOTIVOS FELINOS. CERÁMICA POLICRO­ MADA INCISA. PARACAS-CAVERNAS. (PERÚ).

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Incluso las técnicas que desarrollan no desmerecen en absoluto los logros de otras producciones ya que conocieron todas las posibilidades de la cocción en horno, así como las distintas posibilidades de acabado de las piezas, bien mediante la aplicación de pintura, ya fuera antes y después de la cochura; bien directamente sobre la arcilla o aplicándole previamente una capa de estuco con lo que se conseguía repetir a menor escala los mismos procedimientos de la pintura mural. A ello unimos la incorporación de piezas, siguiendo la técnica del pastillaje, con lo que se conseguían acabados que iban más allá de la m era terminación de la cara exterior de un modo bidimensional y se lograban terminaciones que estaban más próximas a un concepto escultórico del reci­ piente, que enriquecía mucho más las posibilidades de terminación. Por otro lado, en lo relativo a la extracción de metales de la naturaleza, su manipula­ ción y trabajo posterior para convertirlos en objetos de lujo y socialmente influyentes, no fue un privilegio de todos los pueblos prehispánicos. Las primeras manifestaciones de este tipo de técnicas se registran en la zona andina y desde ella, en sucesivas oleadas por el interior de Centroamérica y por la propia costa pacífica hasta las tierras mixtecas, se extendió por M esoamérica en una fecha mucho más tardía a la inicial. La antigüedad del trabajo de los metales, oro y plata fundamentalmente, y sus posibles aleaciones, se tiene registrada arqueológicamente entre el 1900 y el 1250 a. C. en las regiones andinas de Huayhuaca y M ina Perdida, a partir de las cuales posiblemente se expandió por el resto del continente teniendo en las tierras colombianas uno de sus mejores exponentes, fundamentalmente el trabajo del oro, en torno al siglo VI a.C. Los tres descubrimientos que explican el desarrollo de la orfebrería en la zona andi­ na son, en primer lugar el uso de los metales creando aleaciones útiles para reducir la temperatura durante la fusión y facilitar que los metales blandos mantuvieran su forma. L a segunda fue el método de la soldadura, que consiste en unir diversos trozos, vertien­ do algunas gotas de metal fundido a modo de cola en puntos muy precisos, para dar volumen a las láminas y transformarlas en objetos tridimensionales e incluso articula­ dos. Y la tercera consistía en la técnica del martillado o repujado, mediante la cual, las láminas, a menudo de grandes dimensiones, se golpeaban sobre bloques rígidos de madera o metal duro con una especie de martillo, se cortaban y se forjaban para crear formas de relieve. Junto a ésta destaca el empleo de la técnica de la cera perdida, fundamentalmente utilizada por los Moche. Los objetos que se produjeron se caracterizan por su calidad y diversidad. Coronas, pulseras, brazaletes, pendientes, pectorales, amuletos, esculturas exentas, etc., en las que sobresale el hecho de que sea el oro el material predominante, en ocasiones combi­ nado con cobre, aleación que se conoce como tumbaga. Esta circunstancia determina el hecho de que el oro sea considerado como el primer metal trabajado y apreciado, sobre todo por su fácil obtención en forma de pepita en los cursos de los ríos. Otros metales fueron la plata, el cobre y el estaño, cuya aparición se calcula en torno al siglo VI a.C. y el hierro que entra en el contexto americano con la llegada de los españoles. La especialidad de los artesanos peruanos era el tratam iento de la superficie externa de los objetos, en la que utilizaban dos procedim ientos. Uno de ellos con­ sistía en la aplicación de una fina lám ina de oro sobre la superficie de un objeto de cobre o plata, y la segunda se denom inaba de agotam iento y consistía en hacer em erger el oro presente en aleaciones con plata y cobre.

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TUMI O CUCHILLO DE SACRIFICIO CON EL HÉROE NAYLAMP. ORO, TURQUESAS Y PLATA. ARTE CHIMÚ. (PERÚ).

L a m etalurgia como hem os señalado apareció tarde en Am érica Central, datando los ejem plos más antiguos en torno al 500 d.C., y siendo clara su importación desde Panam á y su influencia en las culturas tolteca y maya. Desde el 1300 d.C. aparece en el m undo m ixteca en el que se ejecutan objetos por la técnica de la cera perdida, repujado, filigrana, aleaciones y soldaduras de estaño.

SELECCIÓN DE IMÁGENES LA ARQUITECTURA OLMECA Uno de los prim eros capítulos en los que se pueden analizar, cómo las lim itacio­ nes técnicas determ inaban y condicionaban las form as de los objetos creados, es en la propia conform ación de las prim eras estructuras en la cultura olm eca a lo largo del Preclásico. Aunque desde un punto de vista formal, im plantaron el tipo de pirám ide plataform a que tanto éxito tendrá en períodos posteriores, los procesos constructivos que se empleaban en un prim er momento, consistentes en el mero am ontonam iento de piedras y barro, afectaron a la term inación final de estas cons­ trucciones piram idales.

RECONSTRUCCIÓN DE LA ESTRUCTURA A DE LA VENTA. (MÉXICO).

En efecto, la m era disposición de dichos m ateriales, condicionaba el grado de la pendiente que se podía levantar, ya que esta no podía nunca sobrepasar el gradien­ te de desplazam iento de los m ateriales que se veían sometidos a fuerzas que los hacían deslizarse debido a la inclinación. Esta cuestión es la que se corrige en construcciones posteriores com o la pirám ide de Cuicuilco o la propia Pirám ide del Sol que se someten a una cubierta de piedra que dota de una m ayor estabilidad a los núcleos y perm iten incluso alcanzar unos m ayores gradientes en las inclinacio­ nes que se diseñan. N o obstante, yacim ientos tan iniciales como La Venta ofrecen una concepción global del diseño global del asentam iento, que hasta hoy sorprende por la exacti­

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tud con la que están orientados hacia los puntos cardinales los distintos elementos que la componen, presentando una ligera corrección en su m ayor eje norte-sur, en concreto 8° nor-noroeste, en una m uestra clara de orientación buscando la alinea­ ción de los edificios con los solsticios. Por lo tanto, L a V enta se convierte en el prim er ejem plo en el que se m uestra a que grado llegó el desarrollo tecnológico de estas culturas m esoam ericanas en la planificación de sus centros, adem ás de la presencia de una conciencia del trabajo colectivo indispensable para estos fines.

LA ESCULTURA TEOTIHUACANA D esde un punto de vista escultórico, las carencias de unas herram ientas m etáli­ cas que perm itieran un trabajo más perfecto de los bloques de piedra m etam órfica que se em pleaban tanto en los grandes espacios urbanos como a nivel de escultura exenta, conoció una etapa de esplendor en el período clásico en la ciudad de Teotihuacán. Tomarem os dos ejem plos del modo de trabajar la piedra por parte de la cultura teotihuacana. Por un lado la grandiosa Chalchiuhtlicue, y por otro el trabajo del frente occidental de la pirám ide de Q uetzalcóatl, uno de los mejores ejem plos de lo que estam os hablando. La prim era, posiblem ente la cariátide que sostenía el techo del templo, dentro del cual se em plazaba en la parte superior de la Pirám ide de la Luna, es un enorme bloque, cuya silueta contornea la figura de la diosa. La cara delantera, la única plásticam ente articulada, es en realidad un relieve esculpido en un bloque de bulto redondo. Las manos, la vestim enta, el rostro, están aplanados, acercándose a una concepción bidim ensional de la representación escultórica, donde solamente el rostro resalta en una rara concepción volum étrica. Sobresale el predom inio de la vista frontal, algunos detalles, pero sobre todo la disposición clara y ordenada de su conjunto. N o solamente el program a iconográfico que decora todo este sector del edificio, m uestra el grado que había alcanzado la im aginaria mesoam ericana, sino que la propia term inación de estas piezas y su inserción en el conjunto arquitectónico de la pirám ide, nos hablan de un paso hacia delante respecto a etapas anteriores. La piedra ya se trabaja de una m anera perfecta como sillar, para otorgar una m ayor dignidad a ese frente, pero adem ás detalles como los dientes de las serpientes em plum adas que consiguen conform arse como un calado, exponen los logros de la técnica de la piedra contra piedra, que regía todas estas labores. A ello se suma los estudios llevados a cabo relacionados con la inserción de dichos elementos pétreos que a m anera de espigones se insertan en el núcleo de piedra de los tableros, recibiendo y ejerciendo un juego de tensiones que contribuyen a dar estabilidad a cada una de las figuras y las zonas en las que se emplazan. Frente a esta, tam bién en Teotihuacán podem os encontrar otras técnicas como las de percusión y presión, em pleadas con piedras de otra naturaleza como la obsi­ diana, en las que el objetivo era alcanzar una m ayor perfección en la form a que se le quería dar, con lo que el proceso de obtención debía de controlarse m ucho más.

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CHALCHIUHTLICUE. TEOTIHUACÁN. (MÉXICO).

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ORFEBRERÍA MIXTECA. MONTE ALBÁN. (MÉXICO).

LA ORFEBRERÍA MIXTECA Sin duda alguna el estudio de la m etalurgia en el mundo prehispánico, m uestra de una form a elocuente el proceso de aparición, desarrollo y expansión de una técnica desde su punto de origen, hacia zonas lejanas. En ese sentido, incluso los propios cauces geográficos de com unicación se tienen establecidos, jugando en

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ellos un papel fundam ental la región de los ríos Cauca y M agdalena en Colom bia y el istm o centram ericano. A pesar de haber llegado con retraso respecto a sus orígenes suramericanos, no cabe la m enor duda de que uno de los capítulos más claros del desarrollo alcanza­ do por la cultura mixteca, adem ás de su arquitectura y sus códices es el del trabajo de los metales. Son diversas las piezas que destacan de su producción, pero fundam entalm ente son los pectorales que representan al dios m urciélago, encontrados en la tum ba 104 de M onte Albán los que nos hablan de dicho desarrollo. Se trata de joyas en las que el grado alcanzado en la m aleación del oro, repujado y trabajo de filigrana se com plem entan para alcanzar uno de los conjuntos de piezas más emblemático. Junto a ello, las diversas influencias que le llegan desde la zona centroam ericana com o determ inados detalles decorativos, nos hablan del im portante papel que jugó esta zona geográfica interm edia com o pasillo natural de paso de influencias entre la región andina y la m esoam ericana. En el caso del “C aballero de la M uerte” , pieza em blem ática datada en el siglo X III d.C., las calidades del trabajo del metal, así como las influencias formales de la pieza, hablan de una clara vinculación con tierras centroam ericanas como las pana­ m eñas. En este caso, el colgante representa un esqueleto tocado con un penacho de filigrana, y de cuyo cuello salen dos anchas pestañas laterales que equilibran el pesado adorno en una posición plana en el pecho de quién lo lleva. En sendas pestañas aparecen signos como el anual en form a de A y O entrecruzados que son propiam ente mixtecas.

LA CERÁMICA MOCHICA Uno de los aspectos más reseñados de la cerám ica prehispánica ha sido la capa­ cidad de crear objetos de una trem enda variedad, sin contar con uno de los elem en­ tos m ás necesarios desde el punto de vista técnico, la rueda. Este inconveniente no impidió que se llegara a la perfección en otro tipo de procesos como el control de la cocción de la pieza y la propia aplicación del color en la mism a, aspectos que contribuyeron a lograr unos acabados de una gran per­ fección y calidad que hoy distinguen a producciones como la cerám ica teotihuacana, zapoteca, maya, m ochica o nazca. En este sentido, la cerám ica prehispánica es un ejem plo claro de cómo no nece­ sariam ente los avances técnicos tienen que afectar a la calidad y cantidad de obje­ tos producidos. Así, la carencia de una m áquina como la rueda aplicada al torno, no sólo no ha sido un contratiem po, sino que afectó a una elaboración de calidad en la que destaca fundam entalm ente la diversidad de formas. El caso de la cerám ica m ochica es paradigm ático, no sólo por su calidad, sino incluso por la personalidad que sus autores le supieron im prim ir al trasm itir formas y tipos de la vida diaria, además de una producción de retratos que ha sobresalido sobre las demás produci­ das en la A m érica prehispánica, convirtiéndose en un aporte fundam ental ante la falta de docum entación escrita que caracteriza a estas culturas.

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HOMBRE VENADO CAUTIVO. ARTE MOCHICA. (PERÚ).

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Los vasos-retrato, en los que se representan una y otra vez cabezas humanas distintas, son de un realism o y una belleza clásicas inigualables; las vasijas zoom orfas destacan por su naturalism o; son también excepcionales los vasos filomórficos y los globulares y troncocónicos, caracterizados por la presencia de las características asa estribo o de doble pico o puente. Unas form as en las que no podem os olvidar la pintura en la que destaca una decoración con temas geom étri­ cos generalm ente en la parte superior de la vasija, dejando le resto de la superficie a la representación de escenas diversas de caza, pesca, m itologías y de guerra.

LOS ANDENES INCAICOS Desde un punto de vista tecnológico, no cabe la m enor duda que la captación, control y reparto del agua por parte de los grupos suramericanos ha sido y es en la actualidad uno de los aspectos que más destaca de unas culturas que desde sus inicios supieron adaptarse a las carencias del medio. Si bien se trata de unos procesos que se testim onian en m uchos asentamientos de las dos áreas principales que se estudian, la m esoam ericana y la andina, sin duda destacan en esta último, debido al propio carácter clim ático de la región, donde el desierto costero im pone unas condiciones de vida extrem as que provocaron la aparición de unas técnicas de captación y transporte del agua desde puntos muy distantes que evidenciaron la agudeza de las soluciones empleadas y el grado de expansión que alcanzaron ya que m uchas de ellas sirvieron para tener en explota­ ción una superficie de tierras, m uy superior a las que en la actualidad se emplean. L a alteración del paisaje por parte de estos grupos tiene en los andenes de M achu Picchu o Pisac, uno de los exponentes más relevantes de cómo el hombre fue capaz de transform ar el m edio para acom odarlo a sus necesidades, mostrando una gran capacidad de organización y de trabajo que era indispensable para m over y trasladar grandes cantidades de piedra sin contar con elementos como la rueda que hubiera facilitado en gran m edida las cosas. L a creación de estas terrazas no son más que la m uestra de la necesaria adapta­ ción del m edio para aprovecharlo hasta al m áxim o desde un punto de vista agrario teniendo en cuenta dos vertientes. Por un lado la necesaria creación de terreno que cultivar en un territorio trem endam ente m ontañoso. Un terreno que se conform aba alejado de los cauces de los ríos y de sus avenidas anuales. Y por otro lado el necesario control de un gradiente de la pendiente que se hacía im posible para frenar el discurrir del agua, aspecto que solamente suavizando estas pendientes perm itía un m ejor aprovecham iento de este elemento.

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DETALLE DEL EMPLEO DE LA PIEDRA EN LA CULTURA INCA. PISAC. (PERÚ).

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APÉNDICE DOCUMENTAL LA LABRA DE LA PIEDRA* «En el uso de la piedra el hom bre ha puesto desde la más rem ota antigüedad las prim eras facultades de su ingenio, y el m odo de usarla y de labrarla va marcando, por decirlo así, los pasos de la infancia de la humanidad. Los indios de la A ltiplanicie Central m anejaron la piedra con singular habili­ dad. Sin embargo, ha llam ado siempre la atención de los arqueólogos, fam iliariza­ dos con las ruinas y vestigios de las antiguas razas pobladoras de M éxico, esa especie de contraste que se advierte entre las m anifestaciones de una muy adelan­ tada civilización, reflejada en sus concepciones m itológicas y artísticas, en su or­ ganización social y en m uchos otros órdenes, y el estado algo rudim entario en que se m antuvieron en otras m uchas cosas. Esto fue debido principalm ente a su desco­ nocim iento del uso de los m etales industriales. Por un lado, estos hombres, con su peculiar civilización, aparecen m uy adelantados para la época en que vivieron, y por otro, casi retroceden hasta rem ontarse a las razas todavía en estado de semibarbarie. Estas anom alías resultan evidentem ente del aislam iento en que debieron vivir por siglos estos grupos hum anos, sin recibir de otros pueblos los beneficios de un intercam bio de ideas, de conocim ientos y de costumbres. Si, como quieren los historiadores, los constructores prim itivos de Teotihuacán, llám ense toltecas o cualquier otro modo, son de los civilizados más antiguos de la A ltiplanicie Central, resultan ser, com o bien se dice, los educadores de los aboríge­ nes, nóm adas y bárbaros, y los que dieron a las posteriores tribus, inmigrantes tam bién, turbulentas y guerreras, gran parte de sus adelantos y civilización. Si, desde el punto de vista de la concepción estética, los teotihuacanos alcanza­ ron la suprem acía sobre sus sucesores, éstos con elementos de aquellos, adquirieron m ás habilidad mecánica, sumando lo que sabían a lo que aprendieron de los toltecas. Estas ideas se adivinan con bastante claridad estudiando la ladra de las piedras. Las aztecas tienen más com plicados m otivos y más ideas y simbolizan m ejor lo que quisieron representar, em pleando m ayor variedad de piedras duras. Los constructores de Teotihuacán seguram ente desconocieron el empleo de los m etales com o utensilios para quebrar, tallas y pulir las piedras. Por eso asom bra ver cóm o pudieron m anejar tan pesados m ateriales y labrar con gran m aestría ídolos, vasos, alm enas, colum nas y piedras simbólicas que pesan, algunas, varias tonela­ das. L a figura geom étrica y la sim etría en estos objetos labrados son casi perfectas. Por ejemplo, los escalones tallados en piedra están también relabrados y a escua­ dra, com o lo puede hacer, con excelente herram ienta, un artífice moderno». * ORDÓÑEZ, Ezequiel. “A rquitectura y escultura. Segunda parte: Escultura, 1. L a labra de la piedra” . En La población del valle de Teotihuacán, vol. II, pp. 164­ 165.

CAPÍTULO 4:

TESTIMONIOS INICIALES DE LA PRESENCIA HUMANA EN AMÉRICA INTRODUCCIÓN. El estudio de las prim eras m anifestaciones que evidencian la presencia del hom bre en el territorio am ericano, perm iten dem ostrar la tem prana existencia de una serie de objetos dotados de algo m ás que una m era función utilitaria y en los que se constata una clara definición de sus form as. Los procesos que se llevan a cabo de dom inio del territorio, sedentarización y selección de ám bitos naturales con unas especiales características, así com o la determ inante elaboración de arte­ factos, condicionarán en cierta m edida la evolución de etapas posteriores al d e­ pender de estos prim eros momentos, situaciones como la selección de determinados hábitos alim enticios que afectarán a un conjunto de anim ales y plantas, que se convertirán en la base de las civilizaciones posteriores. L a elección de em plaza­ m ientos en torno a fuentes de agua estables com o el Lago de Texcoco o el propio T iticaca, ju n to a las cuencas fluviales; o puntos de fácil defensa com o los asenta­ m ientos en los valles de O axaca o la m ism a ciudad de Cuzco, m arcan los com ien­ zos de aspectos que se convertirán en esenciales para com prender las prim eras etapas de la presencia hum ana en A m érica. Es por esta especial im portancia que creem os tiene el conocim iento de estos com portam ientos, por lo que se le dedica un capítulo específico. N o podem os perder de vista que el itinerario seguido por los prim eros grupos hum anos, a través del puente tendido entre Asia y América, fue en realidad la etapa final de un proceso que com enzó medio millón de años antes en África, y a la vez el inicio de la presencia del hom bre en Am érica. Los continuos m ovim ientos de bandas de cazadores-recolectores hacia el norte y el este habían culminado en una am pliación del ám bito de ocupación hum ana desde las sabanas tropicales africa­ nas, hasta las frías tundras esteparias del norte de Asia.

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D E CAZADORES-RECOLECTORES A SEDENTARIOS El proceso evolutivo que llevó a los grupos am ericanos a pasar de ser cazadoresrecolectores a sedentarios, se convierte en el m ejor reflejo de la paulatina com ple­ jid ad a la que se estaban viendo sometidos, y que de alguna m anera m anifestaba los propios efectos que los cambios clim áticos, fundam entalm ente el final de la últim a glaciación, estaban ocasionando en sus patrones de comportamiento. La etapa que se desarrolla a lo largo del Lítico Superior, entre el 15000 y el 3000 a.C., viene caracterizada por la paulatina evolución del clim a de finales del Pleistoceno hacia otro más seco que afectó a las propias características de la fauna y la vegetación, provocando la m uerte de los grandes anim ales y la evolución vegetal. En ese proceso el hom bre tuvo que readaptarse a estas nuevas condiciones, lo que provocó una evolución técnica en sus herram ientas de caza que vieron com o pasaron a realizarse m ediante m étodos m ixtos de percusión y presión, y un cam bio en sus comportam ientos tantos individuales como de grupo.

VISTA DEL LAGO BAIKAL. (RUSIA).

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Las plantas, por un lado, más adaptadas a los nuevas condiciones de sequía iban a conocer también unas mutaciones que las hicieron más resistentes al clima y a unas exigencias de producción que facilitaron el paulatino sedentarismo de las comunida­ des. Por otro, los animales iniciaron unos procesos evolutivos hacia tamaños más pe­ queños y una mayor agilidad y rapidez en sus movimientos, lo que se tradujo en un cambio de la dieta alimenticia que trastocó los modos de comportamiento. D urante los 5000 años anteriores al nacim iento de las sociedades urbanas pro­ piam ente dichas se testim onia la dom esticación de plantas, en yacim ientos de Tehuantepec, junto con los animales, desarrollándose incipientem ente la vida rural. D e la m ism a m anera, en el área andina se evidencia en un período posterior en el tiempo, la dom esticación de especies vegetales como la m andioca o la papaya, que jun to con el maíz que probablem ente llegó desde el área mesoam ericana, en torno al 3000 a.C., se convirtieron en la base del desarrollo de grupos que encontraron en la com plem entación de otros com ponentes como los m arinos en la costa y la caza en el interior, la base necesaria para una dieta alim enticia consistente.

LOS PRIMEROS GRUPOS APROVECHARON DESDE LA PREHISTORIA LOS ABRIGOS NATURALES PARA PROTEGERSE.

Todos esos cambios también afectaron a las herramientas de piedra, donde se asistió al desarrollo de unos objetos de menores tamaños y una mayor calidad en los acabados, en los que se percibe un paulatino abandono de los procesos de percusión por los de presión, o la combinación de ambos, lo que permitía un mayor control en el trabajo del tallado. Todo ello no es más que el reflejo de la adaptación, como venimos diciendo de

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LAS PUNTAS FOLSOM SON UNO DE LOS PRIMEROS TESTIMONIOS DE ARTEFACTOS EN AMÉRICA.

toda una serie de piezas a las nuevas condiciones de la naturaleza en la que se desenvol­ vían los distintos grupos, de tal manera que sus diseños responden a una clara adapta­ ción a las nuevas circunstancias, y que se reflejan plenamente en la evolución de las puntas de flecha Clovis, más grandes y de m enor perfección que las Folsom, que se caracterizaban por un diseño más pequeño y especializado, y exponentes claros de estos cambios materiales de los que venimos hablando. En efecto, posiblem ente las puntas Clovis sean uno de los m ejores ejemplos de la etapa que se desarrolla en A m érica a partir del 9500-9000 a.C., y en la que podem os constatar unas pautas de com portam iento protagonizados por grupos de cazadores. L a vinculación de los prim eros restos de este tipo de artefactos con anim ales como los mamuts, junto a sus formas lanceoladas con un tamaño que varía entre los 7 y los 15 cms., bifaciales y hechas por la técnica de la percusión, las sitúa en una período interm edio, entre las más definidas y avanzadas Folsom, y etapas denominadas en algunos casos pre-clovis, coincidentes con los primeros m om entos de distribución del hom bre por el continente americano. La clara evi­ dencia de la búsqueda de un perfeccionam iento en el diseño de estas piezas se puede com probar en el acanalam iento que tienen en la base, probablem ente reali­ zado para perm itir una m ejor adaptación al vástago de la flecha. U na zona puli­ m entada que evitaría que las tiras de cuero que las ataban se rompieran.

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LOS CAMBIOS QUE SE PRODUCEN EN LAS CONDICIONES AMBIENTALES, AFECTA­ RON A LA FABRICACIÓN DE ARMAS PARA CAZAR. PUNTAS CLOVIS.

Para el caso suram ericano, podem os señalar una ocupación efectiva del territo­ rio en torno al 9000 a.C. por grupos que realizaban puntas muy similares a las Clovis. A diferencia de las norteam ericanas, éstas tienen cuerpos gruesos con pén­ dulos m arcadam ente delgados, que abarcan una tercera parte de la longitud de la punta, de ahí que se las conozca como “cola de pescado” . Sin embargo, algunas presentan sem ejanza con puntas encontradas en el sureste de los Estados Unidos, lo que dem uestra una relación entre ambas, refrendada por hallazgos en Panam á y C osta Rica. La sim ilitud entre éstas últim as y hallazgos de la Patagonia habla de una m igración m uy rápida. D e la m ism a m anera que en el norte del continente, la vinculación de los prim eros pobladores suramericanos con la caza de m am íferos de gran tam año se conforma, por la asociación en algunos sitios de estos artefactos con restos de anim ales extinguidos, como caballos, m astodontes o perezosos gi­ gantes, evidenciándose tam bién un cambio de actitud en la caza provocada por la desaparición de algunas de esas especies. Las evidencias de unos cam bios alim enticios, con una m ayor diversidad en la dieta, con la incorporación de vegetales, se constata en una fase coincidente con la desaparición de las especies anim ales o un cambio en las m ism as para adaptarse a las nuevas condiciones en torno al 7000 a.C.

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LOS PRIMEROS AGRUPAMIENTOS HUMANOS Es en el arco cronológico que se desarrolla entre el 10000 y el 8000 a.C. cuando podem os hablar de la definición de los prim eros modelos de asentam ientos. El proceso de estabilización que conocieron los diversos grupos y del que venimos hablando, determ inó una serie de cam bios en sus comportamientos, que hasta unas generaciones anteriores habían conocido un sistem a de vida organizado en torno al nom adism o y a la búsqueda del alimento, allí donde éste se encontrara. Este esque­ m a que se altera desde el m ism o m om ento en el que cam bian los principios de subsistencia, afectó a otros aspectos como el problem a de la vivienda.

VIVIENDA PREHISTÓRICA.

Inicialm ente podem os hablar de unos asentam ientos que se definen como agru­ paciones tem porales, o incluso transitorias, de espacios de habitación próxim as a las zonas de explotación agropecuaria de las que dependen. En este sentido la aparición de la agricultura determ inó sin duda la evolución de este patrón de asen­ tam iento que buscaba la localización de recursos destinados a garantizar la estabi­ lidad en el tiem po del asentam iento, y cuyas consecuencias son la identificación de sitios con elem entos suficientes para el sostenim iento de la población que a partir de ahora se va a caracterizar por desenvolverse en un crecim iento constante. Todo un proceso donde dos elem entos juegan un papel fundamental. Por un lado

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la fuente de agua junto con la garantía de alim ento y por otro la presencia de m ateriales indispensables para la construcción de las viviendas. En este sentido al aceptar que los prim eros asentam ientos se situaron en las proxim idades de fuentes de agua, es muy probable que los m ateriales de construc­ ción procedieran de estos m ism os enclaves, soluciones que entraron a form ar parte de las técnicas constructivas que se incorporaron al subconsciente colectivo de las sociedades prehispánicas y que se mantendrán hasta las últimas etapas anteriores a la llegada de los españoles. Para un análisis más profundo respecto al tema, tomemos como ejemplo la divi­ sión que algunos autores hacen respecto a los enclaves clovis. Por lo que se refiere a sus patrones de asentam iento podem os hablar de sitios de matanza, canteras, cam pam entos de caza y cam pamentos base. Respecto a los prim eros, los sitios de m atanza se localizan por lo general cerca de antiguas lagunas o arroyos, llegando a enclaves de un m arcado carácter lacustre. En uno u otro caso las posibilidades varían dependiendo de los lugares en los que se cazaban a los anim ales y donde éstos caían muertos. Para el caso de las canteras, desde m uy pronto los prim itivos habitantes descu­ brieron rápidam ente fuentes de pedernal con las cuales fabricaron sus instrumentos. Por lo que se refiere a los cam pam entos de caza, eran probablem ente ocupados por pequeños grupos de hom bres que hacían y reparaban sus instrum entos y armas m ientras esperaban que los animales pasaran cerca. Se trata de campamentos que están situados en tierras altas desde donde se podían ver las orillas del lago en el que los anim ales solían beber, o los valles que atravesaban durante sus m igraciones estacionales. Por últim o los cam pam entos base se distinguen por su m ayor tamaño y por una m ayor diversidad de los m ateriales, exponente claro de una m ayor cantidad de actividades, incipientes casos de especialización del trabajo. En algunos ejemplos se trata de enclaves en los que se recogen restos de estructuras de m adera que serían testim onio directo de una cierta estacionalidad en la utilización de los m is­ m os, un aspecto éste interesante ya que pondría las bases para entender la definiti­ va ubicación de muchos de los asentam ientos prim arios que se pueden estudiar tanto en M esoam érica como en la zona andina. El descubrim iento de la agricultura determinó unos cambios en los modelos anteriores. L a m ism a evolución que ésta conoce se puede reflejar en una m ayor definición de los patrones de asentamiento. A unque los intentos por determ inar el m om ento en el que se definen lugares estables en los que se pueden distinguir restos de habitación y de depósito de alim entos, han sido diversos los restos más evidentes de aldeas agrícolas hay que situarlos en Tehuacán en torno al 1700 a.C. En el caso de la región andina los restos son anteriores a los mesoam ericanos, A quí podem os hablar de fechas en tono al 3000-2500 a.C., para situar los primeros casos de aldeas estables, en las que no solo se registran un aumento en los depósi­ tos de alim entos, sino una diversidad en los mismos, restos anim ales y de plantas, y la construcción de estructuras arquitectónicas en las que se pueden diferenciar desde espacios de habitación a com plejos de piedra, posibles santuarios, que h a­ blan de incipientes estructuraciones sociales, con presencia de dirigentes y una

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necesaria jerarquización interna. V aldivia en la costa ecuatoriana, Huaca Prieta en la peruana y la región de A ncón-Chillón pueden ejem plificar algunos de los casos m ás antiguos.

HUESO DE TEQUIXQUIAC. (MÉXICO).

MESOAMÉRICA: TEPEXPAN Y TEQUIXQUIAC D ejando a un lado los hallazgos que se producen en lo que es actualmente N orteam érica, y centrando nuestra atención en el núcleo m esoam ericano, tenemos que señalar la existencia de hallazgos prehistóricos, fundam entalm ente líticos, da­ tados en fechas más cercanas a nosotros que las de los yacim ientos del norte del continente. Situando su etapa final en torno al 14000 a.C., se apunta a un com ien­ zo desconocido, del que se tienen pocos indicios que anuncien una datación abso­ luta no exenta de problem as. En la actualidad los restos más antiguos relacionados con el hom bre son unos supuestos hogares, restos de anim ales extinguidos y algu­ nos artefactos, en ocasiones de dudosa realidad y cronología, realizados con el roquedo de los lugares en los que se localizaban estos asentam ientos y que han perm itido establecer dataciones de aproxim adam ente el 25000 a.C. Los sitios más destacados de este período de la prehistoria m esoam ericana son las localidades de Tlapacoya, Caulapan, Valsequillo y Tehuacán en las tierras altas del centro de M esoam érica. Fuera de ellas señalamos los nombres de Laguna de

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Chapala, en la Baja California y Cueva del D iablo en el estado m exicano de Tam aulipas. M ucho más hacia el sur, los lugares y cuevas de Cham alacatlán y algo m ás tardía la cueva de Teopisca y Santa M arta en las tierras altas de Chiapas. No obstante querem os referirnos a dos de ellos por su im portancia y significa­ ción dentro del conjunto de enclaves estudiados. La población de Tepexpán se encuentra cerca del actual M éxico D.F., em plazada sobre un árido lecho del dese­ cado lago de Texcoco. Un enclave que delata que Tepexpán fue durante largo tiem po un foco de atención para los prehistoriadores que habían encontrado en sus proxim idades desde los años cuarenta restos de una especie de elefante junto a lechos de playas y pantanos.

LOS LAGOS SE CONVIRTIERON DESDE UN PRINCIPIO EN PUNTOS EN LOS QUE SE LOCALIZARON LOS GRUPOS HUMANOS.

Los restos óseos encontrados de un elefante y un cráneo hum ano junto con una lasca de obsidiana con huellas de utilización perm itieron configurar una hipótesis sobre la convivencia de este tipo de especies desaparecidas con los seres humanos. E l hom bre de Tepexpán presentaba una posición en decúbito ventral flexionado. L as prim eras hipótesis proponen la posibilidad de que se trate de un personaje que participó en la cacería del elefante hallado en prim era instancia y fue gravemente herido, por lo que sus com pañeros lo acercaron hacia la playa siendo abandonado. L a parte de la osam enta que presentó una m ejor conservación fue el cráneo y m andíbula, lo que perm itió la reconstrucción tanto del propio individuo como de la escena de la cacería.

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PINTURAS RUPESTRES SURAMERICANAS.

Las prim eras aproxim aciones datan el hallazgo hacia finales del Pleistoceno lo que lo ubica como uno de los m ás antiguos del continente americano Más reciente en el tiempo, ya que se ubica aproximadamente en el año 10000 a.C. es el hueso de Tequixquiac, en la actualidad en el Museo Nacional de Antropología de M éxico D.F. Se trata del hueso sacro de una especie de la familia de las llamas que ha sido aprovechado por su forma para ser convertido mediante la incisión de algunos rasgos, en la cabeza de un Coyote, con lo que nos encontramos ante una producción cultural que va más allá de la mera funcionalidad, para adquirir connotaciones mágico religiosas de una indudable relevancia en el estudio de etapas posteriores.

LAS PRIMERAS EXPRESIONES CULTURALES EN EL ÁREA ANDINA Frente a los anteriores, los restos más antiguos de la cultura de los prim itivos habitantes de Suram érica que se conocen, son una serie de instrum entos de piedra, toscam ente tallados y procedentes de la región de Ayacucho, y que rem ontan la antigüedad del hom bre suram ericano a unos 16000 años a.C. Estos restos eviden­ cian la entrada del hom bre a Suram érica desde A m érica Central durante el Pleistoceno, probablem ente con anterioridad a los 14000 a.C., y que convivieron con los grandes anim ales de la fauna am ericana que desaparecieron en torno al 10000 a.C.

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Los instrum entos de piedra de estos habitantes prim itivos corresponden al cono­ cido como estadio Pre-puntas de Proyectil, ya que se trata de utensilios poco dife­ renciados y que se agrupan en tres tradiciones diferentes, de dispersión variable a lo largo del continente. Se sabe m uy poco de la cultura de los fabricantes de dichos instrum entos, tan solo que eran con toda seguridad cazadores y recolectores de alim entos. Y es probable que m uchos de estos instrum entos fueran de carácter secundario, ya que se fabricarían m uchos otros con m ateriales perecederos, como la m adera o el hueso, con los que tam bién se realizarían las prim eras manifestaciones artísticas de las que no nos ha llegado prácticam ente nada, a lo que tenemos que unir los prim eros testim onios de música, danza u oratoria. Respecto a ello, las más antiguas m anifestaciones artísticas encontradas en Suram érica se refieren a las producidas por grupos que o bien eran descendientes de los prim eros habitantes o pertenecientes a una segunda oleada que en torno al 9000 a.C., ocupan los altiplanos andinos, dejando unos restos m ateriales que se han clasificado en diversas culturas, según sus características espaciales y temporales, pero que tenían en común la m anufactura de instrum entos de piedra m uy especia­ lizados, com o puntas de proyectil para la caza y otros utensilios para el tratam iento de la carne y las pieles. Son estos grupos de cazadores los que han dejado un arte espléndido en las paredes y abrigos de toda la región andina, pinturas en las que se reflejan una aguda percepción de la naturaleza, un profundo conocim iento del m undo animal, un sentido del m ovim iento y una considerable capacidad expresiva y de síntesis. E l m arco cronológico en el que se han de ubicar estas m anifestaciones se sitúa entre el 12000 a.C. y el 500 d. C. Las pinturas rupestres m uestran un amplio espec­ tro de estilos diferentes. Los estilos negativos o im prontas de m anos comunes en el sur de Argentina suelen asociarse con puntos, líneas de puntos, círculos, cruces, huellas de anim ales; los estilos de escenas reproducen cacerías, como cercos a guanacos, rastreos y persecuciones, o m anadas de anim ales en diversas actitudes; en los estilos de grecas o geom étricos com plejos se introducen, aparentem ente m otivos nuevos y tal vez desconocidos para los artistas, posiblem ente surgidos por los contactos con otros grupos de distinta cultura, como el tem a de la greca escalo­ nada de im portante tradición en el arte prehispánico americano. El m aterial utilizado para las pinturas se com pone de colorantes de origen m ine­ ral, hem atitas, óxidos de hierro, óxidos de cobre, que producen, tonos ocres, rojos, am arillos, verdosos. El color se disolvía en agua o en alguna m ateria grasa y se aplicaba con una especie de hisopillo hecho con una ram ita delgada en cuyo extre­ m o se enrollaba un m echón de lana; o simplemente se daba con los dedos, pero siem pre con trazos firm es y seguros. Un tem a de gran interés que plantean estas pinturas es el de su posible intencio­ nalidad y significado. Aunque no existe un acuerdo generalizado al respecto, pare­ ce existir un cierto consenso en interpretarlas dentro de un contexto ritual y como parte de cerem onias de m agia de propiciación. A esta idea ayuda el hecho de que estas pinturas se han encontrado siempre en sitios de acceso difícil y que nunca han sido lugares de habitación prolongados sino que sólo se ocuparon esporádica­ m ente.

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Los cam bios propiciados por la etapa neolítica en Suram érica y que evidente­ m ente se plasm aron en los cam bios alim entarios y de organización interna de los diversos grupos que se distribuían por el área geográfica que centra nuestro interés, afectaron tam bién a sus m anifestaciones culturales y artísticas. Unas artes que se plasm arán, e iniciarán un recorrido hacia la tradición en campos como la cestería, los m ates o calabazas decoradas y sobre todo los tejidos. Este período que se inicia en torno al 6000 a.C., aún no conoce la existencia de la cerám ica lo que determ inará que fuera común el empleo de calabazas secadas y vaciadas que se llegaban a trabajar y decorar con sumo cuidado habiéndose encon­ trado ejem plares formando parte de ajuares funerarios. Se trata de objetos decora­ dos con elem entos geom étricos com o líneas paralelas, donde aparece tam bién la figura hum ana m uy estilizada con las caras colocadas en lados opuestos y los cuerpos y extrem idades cruzados. Se trata en definitiva de piezas trabajadas con la técnica del pirograbado, de un acabado m uy conseguido lo que evidencia el hecho de que no se trata de m anifestaciones aisladas, junto a ello tampoco se pueden considerar como piezas incipientes ya que se decoran con un estilo muy elaborado. El arte y la técnica del tejido se inician también en este período, favorecidas por la extensión del cultivo del algodón, un trabajo que presenta dos técnicas en esta fase inicial, previa a la aparición del telar. Por un lado tenemos el entrelazado o especie de tejido rústico a mano, sobre hilos que hacen la función de urdimbre; y el anillado, o utilización de un único hilo que se irá enredando sobre sí mismo. Las fibras se separan con la ayuda de husos de madera o de piedra y el tejido se facilitaba con agujas y lanzaderas. Los tipos de telas varían según la función a la que se destinaban: redes, mantos, bolsas, manteletas, faldellines y turbantes, y en este caso se hacían las fibras de junco. L a m ayoría de los tejidos se decoraban com binando hilos de colores diferentes o pintando algunas zonas una vez realizada la tela. Los m otivos podían ser geom é­ tricos, pequeños diam antes y líneas form ando diseños variados, o también figurati­ vos, aunque siempre dentro de un estilo geom etrizante im puesto por la propia naturaleza del tejido. Se representaban figuras humanas, aves y otros animales. Entre las figuras reproducidas destacan las serpientes de doble cabeza, cangrejos de roca, cóndores y papagayos. Finalm ente podem os señalar que las m anifestaciones artísticas aparecen en este m om ento sobre objetos cotidianos, pero cuyo tratam iento obliga a considerarlas com o obras de arte, aunque tam poco hay evidencias de la existencia de materiales reservados para el trabajo artístico.

SELECCIÓN DE IMÁGENES PUNTAS FOLSOM En la segunda m itad del siglo XIX, los científicos norteam ericanos y los aficio­ nados a la arqueología, influidos por las teorías de D arwin y por los descubrim ien­ tos que se habían venido produciendo de objetos de la Edad de Piedra que se produjeron en Europa, emprendieron la búsqueda de evidencias del hom bre anti­ guo en el N uevo M undo. Los resultados no se hicieron esperar y se hallaron gran cantidad de útiles de piedra. Llam aba la atención de estos objetos la tosquedad del trabajo con el que se habían realizado, lo que planteó su antigüedad, que muchos ubicaron en el Pleistoceno e incluso en épocas más tem pranas.

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PUNTAS FOLSOM.

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Entre los muchos hallazgos que se produjeron destaca el de George M cJunkin, un vaquero de Nuevo M éxico, que inform ó acerca de unos huesos que sobresalían de la pared de un barranco cercano a la localidad de Folsom. Este hallazgo llamó la atención de J.D. Figgins, del M useo de H istoria N atural de Denver quién llevó a cabo la excavación del yacim iento. Los huesos extraídos pertenecían a un bisonte grande de cuernos largos que se había extinguido a finales del Pleistoceno. En 1926, Figgins encontraría una punta de proyectil de piedra en la arcilla cercana a los huesos. Esta punta se consideró en principio como un artefacto intrusivo, pero en 1927, se extrajo otra punta, esta vez situada entre las costillas del bisonte. De esta m anera se corroboraba la relación entre artefactos y restos humanos que situa­ ron la cultura Folsom en torno al 9000-8000 a.C. L a im portancia de los hallazgos de las puntas Folsom, va más allá del mero interés m aterial de las piezas. Insertas dentro de los debates abiertos a m ediados del siglo XIX. Tras la publicación de D arw in de su obra, E l origen de las Especies, el cuestionam iento acerca de la antigüedad del hom bre hizo tam balear los reconoci­ dos hasta ese m om ento 6000 años atribuidos por la Biblia. El interés generado por esta y otras de las obras de Darwin, E l origen el hom bre, llegó a América, donde com enzó la búsqueda del “hom bre antiguo” . A rtefactos de piedra toscam ente talla­ dos y aparentem ente prim itivos com o los encontrados en Tretonn Gravels, en N ue­ va Jersey en 1876, parecían comparables, en form a y datación, a las hachas de m ano del Paleolítico europeo. Tam bién se propuso una gran antigüedad para restos de esqueletos hum anos, como los encontrados en Lagoa Santa (Brasil), que pare­ cían ser contem poráneos de m am íferos de la Era Glaciar. Tras m uchas discusiones, cuando en 1926 se encontraron puntas de proyectil dentro del esqueleto de un bisonte gigante, de una especie extinguida, cerca de Folsom, fue cuando se dem os­ tró la coexistencia en A m érica del hom bre con los mam íferos de la Era Glaciar: la llegada del hom bre se había roducido por lo m enos hacía unos 10.000 años.

EL HUESO DE TEQUIXQUIAC El largo proceso de entrada y distribución del hom bre por América, tuvo distin­ tas fases en lo que a la producción m aterial se refiere. Ya se ha com entado el caso de las puntas Folsom , vinculadas con unos hábitos específicos de alimento, además de reflejar fases de perfeccionam iento funcional respecto al periodo precedente Clovis. No obstante, la evolución de estas m anifestaciones llevó a la aparición de objetos en los que las m eras preocupaciones funcionales se vieron compartidas, por otras de clara vinculación simbólica. En este sentido, uno de los enclaves más destacados del Valle de M éxico para poder analizar las primeras manifestaciones culturales del hombre en el Nuevo Mundo se encuentra en Tequixquiac. En este lugar, en 1870, se encontraron en circunstancias casuales la cabeza de un animal tallada directamente aprovechando la morfología de un hueso sacro y parte de la columna vertebral de un camélido. Unos restos que aparecie­ ron contextualizados con otros huesos de animales que curiosamente presentaban el rasgo común de estar extintos en la actualidad en esta zona de México.

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EL HUESO DE TEQUIXQUIAC. (MÉXICO).

La cabeza se encontró a unos doce metros de profundidad, relacionada con artefactos com o instrum entos de piedra que han sido fechados aproxim adam ente entre el 14000 y el 7000 a.C. La im portancia del hueso de Tequixquiac radica no solamente en su antigüedad, lo que testim onia que la presencia del hom bre en estas latitudes era más antigua de lo que se creía hasta ese m om ento, sino en la existencia en fechas tan tempranas de grupos humanos en los que algunos de sus miem bros destacaban por la práctica de ciertas habilidades que se basaban en la observación de la Naturaleza, de la que aprovechaban determ inados elem entos, confiriéndoles un valor que iba más allá del m eram ente material. N i siquiera podríam os pensar en una intencionalidad esté­ tica, sino que se buscaba ante todo envolver a estos objetos de un halo de signifi­ cación que abriría las puertas a una interpretación m ágico-religiosa de su empleo.

EL ESQUELETO DEL HOMBRE DE TEPEXPÁN La necesidad de contextualizar los hallazgos de artefactos o de restos humanos con su lugar de origen, es uno de los principios básicos de la Arqueología y una de las grandes preocupaciones para quienes estudian unas etapas de la historia dela Hum anidad, que precisam ente se caracterizan por la escasez de restos que aporten

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una inform ación precisa. En este sentido las circunstancias que envuelven a los hallazgos de Tepexpán hablan m uy a las claras de la im portancia de estos aspectos de los que venimos hablando.

LA CORRECTA LOCALIZACIÓN DE LOS ARTEFACTOS Y RESTOS ORGÁNICOS EN UN YACIMIENTO SON FUNDAMENTALES PARA UNA CORRECTA DATACIÓN.

En ocasiones, el establecim iento de una necesaria vinculación de los distintos artefactos y restos orgánicos, perm iten establecer unas relaciones funcionales, conductuales y tem porales entre ellos, necesarias para una perfecta interpretación de los m ism os. Dichas relaciones, refrendadas por técnicas de datación como la del C14, desarrollada en 1949, conform an un corpus variado de métodos que han logra­ do dar respuesta a m uchas de las preguntas que se abrían a la hora de llevar a cabo una lectura correcta en cada una de las ocasiones en las que se com probaba la existencia de una concordancia estratigráfica entre restos hum anos y animales. El esqueleto del hom bre de Tepexpán viene a ejem plificar esta cuestión. Fue encontrado en un estrato de sedim entos de fines del Pleistoceno, siendo fechados aproxim adam ente entre el 9000 y el 8000 a.C. No obstante la excavación de este esqueleto tuvo un registro deficiente, y se sospecha que pueda ser un enterram iento intrusivo de un período posterior. Esta duda aum enta con los análisis del cráneo, que no es significativam ente diferente de los americanos posteriores. A pesar de ello, las pruebas químicas de los huesos indican que el hom bre de Tepexpán tiene la m ism a edad que los huesos de los animales extintos encontrados en la m isma form ación geológica en la que se encontraba el esqueleto.

PINTURAS RUPESTRES ARGENTINAS Una de las m anifestaciones culturales de las que se ha servido el hom bre para expresar sus sentimientos ha sido la pintura. Los restos más antiguos, datados en el caso europeo en el Paleolítico, hablan de pinturas realizadas en paredes, en las zonas más internas de cuevas, al abrigo de una incipiente religiosidad y prácticas cerem oniales vinculadas con la obtención de aliento.

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El estudio de estas m anifestaciones rupestres de las culturas prehistóricas am e­ ricanas es sin duda otro de los capítulos m ás interesantes, dentro del análisis del desarrollo cultural de los prim eros grupos que llegaron a este continente. Funda­ m entalm ente por los escasos ejem plos que podemos encontrar, en com paración con otras m anifestaciones y sobre todo por el im portante papel que debieron jugar com o vehículo de inform ación. En el caso americano uno de los ejemplos más destacados es el de las pinturas rupestres argentinas, que se traen a colación por ser la expresión más latente a través de la cual se refleja la m anera de pensar, sentir y actuar de estos grupos.

PINTURAS RUPESTRES.

Algunos se localizan en Charquina, La Playa Córdoba, y nos hablan de una pintura naturalista tremendamente esquemática y dominada por las representaciones de anima­ les como la llam a que evidencian una trem enda dependencia de estas poblaciones respecto a un animal que se haría fundamental en su vida. Por el contrario, y totalmente contraria a esta situación, es la ausencia de representaciones de plantas en las distintas escenas que se han encontrado, de la m ism a manera que desde un punto de vista arqueo­ lógico se constata por la falta de utensilios agrícolas.

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O tra de las cuestiones destacadas es la ausencia de representaciones hum anas o de una interpretación de éstas de una form a abstracta y secundaria, en escenas en las que no im pera el orden sino una sum atoria de figuras, que se convierten en el reflejo de una pintura que posiblem ente alcanzó el grado de propiciatoria que tuvo en Europa y que pone de m anifiesto la aparición de prácticas de caza, en las que se contaba con la celebración de actos rituales que la hicieron más beneficiosa para el grupo.

HUACA PRIETA D entro del proceso de llegada del hom bre a Suramérica, a través del cuello de botella que es el Istm o de Panamá, uno de los prim eros testim onios im portantes y destacados de la presencia humana, nos habla de grupos que se asentaron en los territorios costeros, desarrollando una base de subsistencia apoyada en actividades de recolección y caza donde el m ar jueg a un papel fundam ental como lo hará en los siglos posteriores. En la costa norte del Perú, en el valle de Chicama, en el m ontículo de Huaca Prieta, se han excavado una serie de sectores que han sacado a la luz la existencia de restos orgánicos de alimentos como pescados y mariscos y cierto cultivo de plantas que dem uestran la existencia de una dieta m ixta desde los prim eros m o­ m entos, en esta región. No obstante este enclave destaca por la aparición del empleo de la calabaza com o recipiente con decoración incisa en su cara externa, m ostrando los primeros ejem plos en los que se conjugan los principios funcionales y estéticos de una m anera clara. L a decoración de ambos destaca por el esquem atism o de los motivos representados, m ostrándose tanto caras esquem atizadas como figuras hum anas y de pájaros con una clara estilización, y dispuestos sobre la superficie siguiendo es­ quemas simétricos. La relación de los m otivos de estas calabazas con los aparecidos en los restos de textiles encontrados en el m ism o asentam iento, ponen de m anifiesto la relación en una fecha m uy tem prana, aproxim adam ente el 2000 a.C., de una relación entre am bas actividades, en la que se puede constatar el intercam bio de m otivos y ele­ m entos que posteriorm ente serán utilizados por culturas con un desarrollo más com plejo. H uaca Prieta sirve de m odelo, para entender el patrón de asentam iento en la costa e Perú, en estas fases iniciales, y que corroboran otras cien aldeas en las que se repiten los esquem as de localización, dependientes de la explotación de los recursos naturales, básicam ente marinos.

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CALABAZA DECORADA. HUACA PRIETA. (PERÚ).

APÉNDICE DOCUMENTAL EL ARCAICO: LOS RECOLECTORES PLEISTOCÉNICOS* “Cuando los cazadores paleoindios entraron en el Nuevo M undo, la últim a gla­ ciación estaba próxim a a su fin. Las placas de hielo llegaron a su m áxim a expan­ sión alrededor del 16000 a.C.; com enzaron a fundirse y retroceder en el extremo norte 4000 años más tarde. El retroceso glaciar fue interrum pido por varios episo­ dios de avances glaciares menores, pero aproxim adam ente en el 8000 a.C., las capas de hielo estaban restringidas al extremo norte, y prevalecían temperaturas interglaciares. L a tem peratura prom edio anual era 16°C más alta en las áreas sep­ tentrionales que la que había habido durante el m áxim o glaciar. Después del 11000 a.C., se liberó una gran cantidad de agua por la licuación de las placas de hielo, y el nivel del m ar creció en todo el m undo. El puente terrestre de Bering fue cubierto de agua aproxim adam ente en 8000 a.C., y la línea costera de Norteam érica se inundó. Los cam bios posglaciares en las tem peraturas y en los regím enes pluviales tuvieron efectos m ayores sobre la vegetación. Algunos m edios pleistocénicos des­ aparecieron, como la tundra esteparia rica en animales de caza. Otros m edios se extendieron hacia nuevas áreas, com o los bosques caducifolios del sureste de N or­ teamérica. En Suram érica el bosque tropical puede haber rem plazado en gran m edi­ da a la tierra de pastos, previam ente expandida en la Amazonia. Éstos y otros cam bios en la vegetación afectaron a las poblaciones de animales[...]. Los paleoindios tuvieron que alterar sus patrones de subsistencia y depender con m ayor frecuencia de pequeños mam íferos, pájaros, peces, m ariscos y plantas, cuando los m am íferos que cazaban escasearon y (en algunos casos) desaparecieron por com pleto. Con el continente colmado de cazadores, las m igraciones hacia terri­ torios adyacentes, no m uy lejanos, parecieron una salida fácil para el exceso de población. L a reducción de los desplazam ientos y el surgim iento de barreras socia­ les (y quizás lingüísticas) en la com unicación parecen estar reflejadas en la gran diversidad regional de los estilos harte actuales arcaicos. Para poder m antener el equilibrio entre población y recursos silvestres en una región determ inada, se frenó el crecim iento de la población con m edidas culturales, como nacim ientos espacia­ dos, abortos o infanticidios, o con nuevos recursos alim entarios disponibles local­ mente, que fueron explotados con más eficacia. Las bandas de cazadores recolectores pospleistocénicos aprendieron a regular sus desplazam ientos a través de sus territo­ rios para tratar de aprovechar la abundancia estacional de varias plantas y animales[...]. Cuando los patrones de m ovilidad se volvieron cíclicos y program ados, en vez de nóm adas aleatorios, y cuando los recolectores se fam iliarizaron con el ciclo vital y los m ecanism os de reproducción de varias especies de plantas recolectadas, fue posible la m anipulación hum ana de las plantas. Las semillas y raíces cortadas pudieron plantarse en un claro y la banda pudo retornar m eses después para recoger la cosecha. Ciertas especies de plantas respondieron a esta preocupación hum ana con cam bios genéticos que produjeron varias generaciones más tarde, característi­ cas com o semillas grandes y la pérdida de la dureza de las vainas lo que aumentó

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el atractivo que tenían para los recolectores humanos. Los cultivos requirieron invertir un tiem po y trabajo extra, y esta inversión tuvo lugar a expensas de otras tareas de subsistencia que estaban com prendidas en el ciclo estacional. Cuando se descubrieron las técnicas de alm acenam iento, la cosecha excedente pudo utilizarse para períodos m ás largos, lo que supuso un fuerte incentivo para el establecim iento de aldeas perm anentes cerca de los cam pos cultivados y los depósitos. En el valle de Tehuacán, en M éxico, y en la Cueva del Guitarrero y el valle de Ayacucho, en Perú, existe una clara evidencia arqueológica de que el cultivo de plantas precedió a la aparición de asentam ientos basados en la agricultura perm anente...” . * 110.

STUART, J. Fidiel. Prehistoria de Am érica. Barcelona, Crítica, 1996, pp. 106­

CAPÍTULO 5:

LA CIUDAD EN MESOAMÉRICA INTRODUCCIÓN Uno de los valores que ha sido considerado como propio a una cultura para ser considerada como civilización, es el de la existencia de un urbanismo claramente definido que estructure sus asentam ientos, fundam entalm ente reflejado en una or­ ganización centralizada, con predom inio de edificios públicos y religiosos, confor­ m ándose en la proyección espacial de la propia estratificación social que los produce. E l estudio de las características del urbanism o en M esoam érica, tiene como objeti­ vo el m ostrar el grado de evolución al que éste llegó, apoyado en toda una tecno­ logía pensada para alcanzar un control del espacio, tanto interno de los enclaves com o del propiam ente territorial, y en el que se constata la existencia de ciencias perfectam ente definidas como la astronom ía, m atem áticas e incluso la geometría, que funcionando como auxiliares de la propiam ente urbana, dotaron a estos luga­ res de una clara regularidad, organización entre cada una de sus partes y una per­ fecta interrelación con el m edio natural en el que se em plazaban. Tanto las que se pueden denom inar ciudades, como los enclaves con una clara función sagrada, participan de esta dinámica que en un sentido u otro afectará tanto a la propia arquitectura que se dispone en ellas de un modo puntual, como a los conceptos de espacio urbano y escenografía que generarán como conjuntos construidos. L a com plejidad social que se tuvo que alcanzar fue evidente, ya que para poder hablar de ciudad, debem os tener presente la existencia de unas funciones adm inis­ trativas, religiosas y políticas claras, en torno a clases dirigentes como la nobleza y el sacerdocio, y una jerarquización interna de las m ism as en las que se reflejaba las propias relaciones del grupo. El m ism o proceso de construcción de los edificios, y el grado de organización que requiere este hecho, se conform a como uno de los exponentes más evidentes de la desaparición del concepto de sociedades igualita­ rias que predom inaba en las fases iniciales de desarrollo.

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PATRONES DE ASENTAMIENTO Los incipientes agrupamientos humanos, a los que podemos llamar propiamente primeras aldeas, aparecen en una fase inicial del Formativo o Preclásico, cuando se testimonia una sedentarización que afectó a la aparición de estructuras artificiales esta­ bles de habitación, que agrupadas dieron lugar a estos primeros centros. Este proceso que de una manera clara afectó al problema de la vivienda, considerando que un asen­ tamiento se puede entender como el conjunto de viviendas, permanentes o transitorias íntimamente ligadas a funciones arquitectónicas básicas como habitar y estrechamente vinculadas a zonas productivas de carácter agrícola, supondría un salto cualitativo en el problema de la constitución de la ciudad como tal.

CENTRO CEREMONIAL OLMECA DE LA VENTA. EJEMPLO DE INCIPIENTE URBANISMO EN MESOAMÉRICA. (MÉXICO).

En este sentido, la ocupación del espacio por parte del hombre prehispánico en Mesoamérica, se vio desde siempre m ediatizada por la necesidad de controlar efectiva­ m ente el entorno, no sólo disponiendo de los materiales y alimentos que éste le propor­ cionaba, sino también de los puntos estratégicos donde establecer lugares de fácil defensa y garantizar el acceso directo a fuentes de agua, aunque en algunos casos este componente no sea tan obvio. A ello se debe unir la influencia que la religión pudo tener a partir de un momento dado en la definición de algunos de estos primeros lugares, incluso en la localización de los mismos, ya que ciudades y núcleos como La Venta, Teotihuacán, M onte Albán o las ciudades m ayas contaban también con este elemento como fundamental para entender el lugar que finalmente escogían para localizarse.

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SECTOR OCCIDENTAL DE MONTE ALBÁN, ORIGEN DE LA CIUDAD CON TESTIMONIOS CLAROS DE INFLUENCIA OLMECA. (M ÉXICO).

El propio diseño de la ciudad prehispánica nos habla de la combinación de cada uno de los puntos anteriormente señalados, dándose una definición clara tanto de su morfo­ logía, como de la propia organización interior de las distintas zonas en las que se articula. Como si de una perfecta planificación se tratara y sin entrar a definir los casos particulares, algunos de los cuales se analizarán individualmente, la disposición de las ciudades m esoam ericanas conocen una metodología perfectamente definida que se plasm a en el espacio, con la combinación de plataformas, calles, plazas, edificios reli­ giosos y civiles, etc., que presentan una disposición y relación desde las etapas iniciales del Preclásico, en las que se empiezan a configurar los primeros núcleos. De este modo, entorno a un centro en el que se disponen los edificios religiosos y civiles más importantes, conformando lo que podríamos llamar como el espacio cere­ m onial de la ciudad, se distribuye la población de una manera dispersa y sin un aparente orden. Ese centro que presenta una clara ordenación de los espacios, en los que se puede percibir perfectamente la relación entre plataformas, altares y espacios abiertos. Incluso la calidad de la arquitectura que se construye no es la misma. Mientras que los templos y los palacios se edifican en materiales imperecederos como la piedra, complementada con unos perfectos programas escultóricos y pictóricos, y una monumentalidad que los hace destacar, el resto de las construcciones que conforman un asentamiento, se carac­ terizarán por su vulnerabilidad y materiales, como vegetales y tierra que definen unos modelos arquitectónicos que hasta la actualidad se siguen utilizando por parte de la población indígena, en algunas zonas de M esoamérica.

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PIRÁMIDE DE CUICUILCO, REFERENTE QUE OBLIGA A HABLAR DEL ENCLAVE COMO CIUDAD. (MÉXICO).

EL INCIPIENTE URBANISMO Los prim eros ejem plos registrados en el territorio que com prende M esoamérica, se presentan en dos focos fundam entales. Por un lado la llanura costera del Golfo de M éxico, entre el río G rijalva y los M ontes Tuxtlas; y por otro en las tierras del Altiplano, fundam entalm ente en torno a la Cuenca de M éxico, aunque no hay que olvidar los vestigios registrados en Tehuantepec y que conforman los m ás antiguos de la zona m esoam ericana. Sin duda los rasgos genéricos del urbanismo prehispánico m esoam ericano se van a definir en sus líneas generales en los prim eros asentam ientos de la cultura olm eca en la región del G olfo. En ellos se pueden identificar algunos de los patro­ nes que se repetirán de una m anera global en períodos posteriores con algunas diferenciaciones locales. Com o hem os señalado anteriormente, en el origen de los m ism os hem os de situar el fenóm eno de la sedentarización y por extensión de la aparición de unos cambios en las pautas de actuación de los m iem bros de los grupos que ven necesario el desarrollo de viviendas con un fin claro de habitación y relacionadas con la proxim idad de zonas productivas desde un punto de vista agropecuario. Agua y disponibilidad de m ateriales se conjugan junto con los con­ dicionantes fundam entalm ente estratégicos y de control del territorio, como los básicos en el inicio del Preclásico.

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LA PIRÁMIDE DEL SOL DESDE EL M ICCAOTLI. TEOTIHUACÁN. (M ÉXICO).

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Los tres yacim ientos olmecas m ás destacados, San Lorenzo Tenochtitlán, La V enta y Tres Zapotes, desarrollados entre el 1200 a.C. y el 300 a.C., son el eviden­ te testim onio del inicio del proceso evolutivo hacia una constante complicación al que derivó el devenir de los asentam ientos estables en M esoam érica. Como un claro rasgo diferencial, estos prim eros núcleos, sobre todo los más estudiados, San Lorenzo y La Venta, presentarán una estructura organizada en base a un centro cerem onial reducido, alrededor del cual se organiza la distribución de la población repartida de una form a dispersa y sobre todo m ediatizada por el hábitat lacustre en el que se hallaban. Un organigram a reflejo, por un lado de una especialización y sobre todo de una división de clases en la que la sacerdotal coparía el extremo superior de esta esquem ática pirám ide social y cuya existencia era im prescindible para poder llevar a cabo un trabajo de las dimensiones del efectuado. Por otro, de un ya claro conocim iento astronóm ico que se testim onia en la reorientación del eje m ayor de la plaza de L a Venta respecto al eje m agnético terrestre, y que vincula al conjunto urbano con los solsticios.

VISTA PARCIAL DE LA CALZADA DE LOS MUERTOS O MICCAOTLI. TEOTIHUACÁN. (MÉXICO).

D entro de este esquem a el propio centro cerem onial presentará una clara distri­ bución de los elem entos que lo com ponen en base a ejes orientados en relación con los puntos cardinales o referentes geográficos destacados y en los que ya apa­ rece una clara vinculación entre espacio abierto, plazas, y estructura construida, pirám ide o plataform a, que definen otro de los binom ios más recurrentes del urba­ nism o prehispánico.

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N o obstante este incipiente esquem a siempre ha contado con una cuestión que ha suscitado interrogantes desde el hallazgo de estos yacimientos, y es la constata­ ción de fases perfectam ente definidas en las que están ausentes los procesos evolu­ tivos previos de form ación. Un aspecto éste, que siempre ha estado muy vinculado a las características de la propia consustancialidad de lo olm eca y que se conform a com o uno de los grandes interrogantes de esta cultura.

PANORÁMICA DEL CENTRO DE MONTE ALBÁN DESDE LA PLATAFORMA SU R.(M ÉX ICO).

En el caso de San Lorenzo existen elementos centralizados, representados en la zona monum ental, y de una infraestructura como drenajes y sistemas de recogida de aguas, pasando por un im portante conjunto de vías de acceso al asentam iento. Todo un conjunto de aspectos que resum en un ejemplo de plan urbano diferencia­ do en el que de una m anera clara el centro juega el papel de punto vertebrador, a partir del cual se distribuye el conjunto de la población. En la zona de los V alles de Oaxaca, la presencia de elementos olmecas se regis­ tra desde el siglo V III a.C., en una etapa en la que ya existían grupos perfectam ente definidos que explotaban las riquezas agropecuarias de la región. En ella enclaves com o M onte Albán, M onte Negro y D ainzú representan esta fase de contacto con los recién llegados olm ecas. D e los tres destacará el primero, al constatar en sus fases iniciales de form ación una clara vinculación con los patrones olm ecas defini­ dos en la región del G olfo. A partir de una gran plaza central, de dimensiones rectangulares con un desarrollo longitudinal norte-sur, se constata una evolución

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TIKAL. TEMPLO DE LAS MÁSCARAS. (GUATEMALA).

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que incluye el núcleo nor-occidental, con inclusión del Edificio J, para ir confor­ m ando el perfil global de este espacio público que se consolidará como tal a lo largo del Clásico. D istinta podría ser la consideración para los asentam ientos más antiguos del m undo maya, fundam entalm ente si atendem os a la idea que defienden algunos autores como Paul G endrop y que establece una posible vinculación y origen con la cultura olmeca. E sta aseveración corroborada por las relaciones entre simbologías glíficas de Tres Zapotes e Izapa por ejemplo, no impide localizar asentam ien­ tos anteriores a la presencia olm eca sobre todo el la Cuenca del Río Pasión, localizándose focos contem poráneos en los A ltos de Guatem ala y Chiapas y en las Tierras Bajas M ayas. No son poco los autores que marcan cuáles son los com ponentes del patrón urbano m aya en el que distinguen básicam ente cuatro elementos. Prim eram ente las denom inadas como partes hom ogéneas, com puestas por las viviendas que en este caso se organizan en torno a patios de form a cuadrangular y con las dependencias dispuestas en torno a ellos. En segundo lugar encontramos la parte central confor­ m ada norm alm ente por áreas públicas, edificios adm inistrativos, residencias de gobernantes y edificios religiosos. En tercer lugar se disponen las vías de circula­ ción que se encargan de integrar los distintos componentes de cada uno de los asentam ientos y por últim o, las denom inadas como partes especiales, dentro de las que se incluyen áreas destinadas a actividades productivas, de intercam bio, defen­ sa, recreación y otras. E l caso de Uaxactún nos sirve para entender el desarrollo posterior del urbanis­ m o en esta zona tan concreta del área m esoam ericana, perm itiéndonos establecer una clara diferenciación con los establecim ientos de la zona del Golfo de M éxico y los valles interiores. En este caso, la ciudad no responde a un concepto unitario de asentam iento, sobre todo porque ha tenido que adaptarse a las condiciones im puestas por el terreno. Al igual que las anteriores, la zona pantanosa en la que se emplaza, ha obligado a una disposición de las estructuras principales en las eleva­ ciones que sobresalen en este am biente lacustre y entre las que se han definido las estructuras básicas de com unicación com o han sido pequeñas veredas que han aparecido junto a los riachuelos que las recorren.

LOS GRANDES CENTRO URBANOS Los esquemas hasta aquí defendidos se han aplicado a un conjunto de enclaves en los que se ha testim oniado una clara planificación y orden en la distribución de sus edificios, de tal m anera que hacen pensar que no se trata de meras aglom eracio­ nes esporádicas, sino que entran dentro de un desarrollo m editado y totalm ente diseñado. En este sentido los problem as surgirían en el instante en el que decida­ m os hacer una diferenciación cualitativa y cuantitativa de cada uno de los centros, y determ inar aquellos que han de ser considerados como verdaderas ciudades, h a­ ciéndose necesario plantear la m ism a definición de ciudad como parám etro desde el cual partir.

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En este sentido no perdam os de vista que esa propia definición de ciudad lleva aparejada una problem ática que no perm ite emplear una sola y exclusiva opción. Autores como Sonia Lom bardo hablan de la existencia de dos criterios como los de espontaneidad y planificación, considerando la necesidad de que un enclave cuen­ te con una serie de requisitos m ínim os que perm itan incluso poder hablar de un claro diseño predefinido. Estos elementos serían los de la existencia de un sistema de calles y caminos, viviendas, palacios, centro cerem onial-religioso y la plaza o mercado. D entro de estos intentos no son pocos los que como Alberto Am ador recurren al núm ero de sus habitantes com o el com ponente a tener en cuenta, de la m ism a m anera que otros lo hacen con la calidad de la arquitectura que es capaz de generar ese enclave. D e esta m anera parecen claros los elem entos con los que tiene que contar un asentam iento para ser definido com o urbano, tales com o los de disponer de un sistem a de vías, y una jerarquización espacial en base a la función ejercida por las diversas estructuras arquitectónicas, que se repartiría entre la zona de habita­ ción, la palaciega, el centro cerem onial, con un fuerte carácter religioso y el m ercado, centro de la vida diaria. D e la m ism a m anera podríam os enfocar el problem a de la necesidad de contar con la presencia de determ inados elem entos que fueran definidores de lo que se entendería com o ciudad, siendo el ejem plo m ás destacado el de la pirám ide que se convierte en el com ponente m ás distinti­ vo de éstas. Finalm ente otra posibilidad es la consideración de la existencia de unas funcio­ nes exclusivas de estos enclaves en los que destacaría el papel del poder religioso, m ilitar o político, el origen de la distribución de los productos generados en el territorio de influencia y por últim o la existencia de una diversificación social que contem ple la presencia de grupos especializados en distintas funciones, totalm ente alejados de la im agen de las sociedades igualitarias originales. E l punto álgido del desarrollo de las principales concentraciones hum anas de la zona m esoam ericana prehispánica se va a reflejar en los centros urbanos más im ­ portantes entre los que destacan los de Teotihuacán, M onte Albán, Palenque, Tikal, y Tenochtitlán. Si bien se trata de una selección puntual, necesaria para poder desarrollar algunos de los conceptos que nos interesan, de entre ellos se pueden extrapolar una serie de características genéricas que nos señalen la existencia de dos tipologías perfectam ente definidas. Por un lado aquellos núcleos que partici­ pan de una planificación clara en base a ejes y plazas como son los casos de los dos prim eros, siendo Tenochtitlán el punto final de dichos m odelos; y los planteam ien­ tos m ayas organizados en base a centros cerem oniales que funcionan como focos nucleares y se ven rodeados por la población que los genera y explica como cen­ tros de atracción religiosos. Es por ello que precisam ente sean éstos los grandes protagonistas del estudio del urbanism o prehispánico, al ofrecer un grado suficiente de com plejidad en sus definiciones que difícilm ente fue asim ilado por el hom bre occidental, y que tuvo que recurrir a su com paración con m odelos europeos para hacerlos m ensurables y com prensibles.

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PLANO DEL CENTRO DE TULA, DONDE SE DISPONEN EDIFICIOS COMO EL TEMPLO DEL SEÑOR DE LA MAÑANA (TLAHUIZCALPANTECUHTLI), DEFINIENDO UN SECTOR MIXTO, DESCUBIERTO Y PORTICADO. (MÉXICO).

LAS RELACIONES ENTRE ESPACIO ABIERTO Y VOLUMEN ARQUITECTÓNICO U na de las características básicas de los centros prehispánicos son las relaciones que se establecen entre espacio abierto y volumen arquitectónico, en una unión que se convertirá en paradigm ática y definidora del urbanismo prehispánico. En este sentido la predom inante presencia de los espacios abiertos se relaciona con las propias prácticas religiosas de estas culturas en las que el culto a la Luna y funda­ m entalm ente al Sol, se convertían en los ejes de sus plegarias. D e alguna manera podem os hablar de un urbanism o organizado en base a innum erables plazas que se relacionan entre sí y estructuras que las delim itan y convierten en espacios públi­ cos de una trem enda ceremonialidad. D esde las prim eras culturas, las relaciones entre espacio abierto y volum en ar­ quitectónico, no sólo definieron la esencia de la totalidad de los enclaves, sino que determ inaron la tendencia a orientar y crear direccionalidades en base a un conjun­ to de elementos que se convertían en com plem entarios de los anteriores. Las esca­ linatas asim étricas, las estelas y la propia presencia de un frente con escalera en las plataform as principales, facilitaba un cierto orden espacial que la ausencia de fa­ chadas monum entales y de elementos arquitectónicos perfectam ente establecidos podía solucionar.

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PANORÁMICA DE CHAPULTEPEC. LOS ESPACIOS NATURALES, ADQUIRIERON UNA GRAN IMPORTANCIA EN ALGUNAS FASES DEL DESARROLLO URBANO PREHISPÁNICO. (MÉXICO).

D icha circunstancia tiene un ejemplo destacado en el propio diseño del conjunto de escaleras que jalonan la Calzada de los Muertos, o Miccaotli, en Teotihuacán y que se complementan perfectamente con el diseño de la pirámide de la Luna, cuyo frente mira hacia el sur para abrirse a un gran espacio abierto que se anuncia en la distancia como el gran receptor de los flujos que desde las plazas del mercado y la Ciudadela se dirigen hacia ella. Entre el siglo I y el IV d. C., la necesidad de romper con el desequilibrio entre las proporciones de los dos edificios más importantes del yacimiento podría estar detrás de este diseño urbano y arquitectónico. E l estudio de la perspectiva se percibe en el intento de corregir la diferencia entre los dos volúmenes de las pirámides, la de la Luna y la del Sol, mediante el paulatino aumento de la altura del terreno que se soluciona con una ascensión constante desde el extremo sur de la ciudad hasta la Plaza Norte, enmar­ cado todo por las plataformas que delimitan a un lado y otro la Calzada de los Muertos, integrando en un solo conjunto las líneas de proyección de dichos laterales y los pro­ pios de la Pirámide de la Luna. E sta m ism a consideración la m erecería la plataform a norte del yacim iento zapoteca de M onte Albán. Siguiendo el esquem a y empleo de la escalinata como ele­ m ento diferenciador y separador de ámbitos, este sector septentrional de la gran plaza de la ciudad zapoteca se conform a como un espacio restringido, al que posi­ blem ente sólo pudieran acceder contados m iembros. Junto a ello se preocupa por insertarse dentro del conjunto del yacimiento, no olvidemos que se trata de una de las estructuras más antiguas de m ismo y por lo tanto datable en torno al siglo VII a.C., diseñando una de las prim eras grandes fachadas de la arquitectura prehispáni-

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DETALLE DEL EDIFICIO DEL MERCADO. CHICHÉN ITZÁ. EXPONENTE DE LA PRESENCIA DE ESPACIOS PÚBLICOS DISEÑADOS, PARA CONCENTRACIONES NUMEROSAS. (MÉXICO).

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MITLA. GRUPO DE LAS COLUMNAS. EJEMPLO DE ESPACIO DE REUNIÓN ABIERTO, ANTE LO QUE PUDO SER UN EDIFICIO CIVIL. (MÉXICO).

ca m esoam ericana que se abre hacia el gran espacio abierto central, generando un foco de atracción y sobre todo de relación que se contrarresta con la gran Pirámide del Sur, que funciona como elem ento que intenta generar la m ism a dualidad que las pirám ides del Sol y la Luna de Teotihuacán, anteriorm ente com entadas. En este caso, deja de existir una planificación lineal como en Teotihuacán para definirse otra más centralizada en torno al sector occidental en un punto ubicado entre los edificios de los Danzantes y la Estructura IV, y que aparece como el elemento organizador del conjunto. Desde él parten las líneas generales de proyección que orde­ nan al resto de elementos arquitectónicos en un continuo que abarcaría los 1400 años que constatan la presencia humana en la ciudad. La circunstancia de que se trate del único lugar del enclave que no presenta incidios de ocupación, ni siquiera de construc­ ción, mas que la presencia de un conjunto de enterramientos, hacen del mismo un foco de fuerte atracción mágico-religiosa que lo singulariza dentro de la ciudad. Por último, las consideraciones que se puedan derivar del análisis de enclaves como Tikal o Copán, nos ponen de manifiesto la pervivencia en etapas tardías en el período Clásico, en relación al momento de su aparición, de la vigencia de las estelas como elementos ordenadores del espacio físico y temporal que se define perfectamente por las sociedades m ayas. En este sentido, las vinculaciones que se pueden establecer entre estas estelas y los espacios que las rodean, adquieren el grado de dependencia hacia ellas, al conformarse como referentes visuales de una distribución de elementos que las consideran como signos o hitos, al marcar incluso de una manera clara, el frente desde el cual ha de ser divisada y por lo tanto estableciendo una jerarquización espaciovisual.

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LAS CALZADAS JUGARON UN PAPEL FUNDAMENTAL EN LA PLANIFICACIÓN DE LOS CENTROS MAYAS. CHICHÉN ITZÁ. (MÉXICO).

PALENQUE. EDIFICIO DE EL PALACIO. LAS ESTRUCTURAS REPRESENTATIVAS DEL PODER, SE EMPLAZAN EN LUGARES DESTACADOS, DENTRO DEL CONJUNTO URBANIZADO. (MÉXICO).

Junto a ello, el cariz de conmemoradora de fechas destacadas, la dotan de una doble significación al ser ella la que m arca la renovación del tiempo, mediante su función como elemento recordatorio de acontecimientos que la memoria colectiva tiene que almacenar y que adquieren un papel fundamental en la señalización de unos referentes que llegan a convertir el discurrir del tiempo en algo cíclico y renovable.

SELECCIÓN DE IMÁGENES LA VENTA El yacim iento de L a Venta, dispuesto en una isla en la zona pantanosa del río Tonalá, presenta una organización y distribución de los elem entos que lo com po­ nen, que nos hablan de una perfecta planificación en la ejecución de los mismos y a su vez, pone de m anifiesto una cuestión que está siendo debatida por diversos estudiosos. Verdaderam ente, si se trata de una etapa inicial, los rasgos que presenta dicha estructura urbana nos hablan de unos patrones perfectam ente definidos, hasta tal punto que m ás que de un inicio, tendríam os que hablar de un periodo final dentro de una evolución concreta.

LA VENTA. PLAZA CENTRAL. (MÉXICO)

E l yacim iento se organiza en base a un eje norte-sur, en el que dominan la estructura A, una pirám ide de 38 m etros de altura por 120 de diámetro, que recuer­ da en su perfil, la form a de los num erosos volcanes que dominan la zona y donde se puede rastrear la prim era recreación artificial de un elemento natural por parte de un grupo humano. No obstante, algunos autores opinan que se trata de un edificio que pudo haber contado con una escalinata hacia la explanada que se abre al norte de la m ism a y que aparece custodiada por dos plataform as paralelas que delimitan una plaza central. E l extrem o norte lo ocupa un patio rehundido, con filas de columnas de basalto que recrean una alineación a m anera de pórtico, posible fachada de algún complejo

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interior y donde han aparecido suelos cubiertos por baldosas representando geomé­ trica y abstractam ente la figura de un jaguar, animal de im portancia capital dentro de la m itología y religión olmecas. En esencia este es el organigram a de un com plejo que funcionaría como cen­ tro cerem onial en el que posiblem ente habitarían de una m anera perm anente unas 150 personas y que regirían la vida y religión de otras m uchas que se repartirían por los alrededores de este núcleo. N o obstante son varias las cuestiones que no podem os pasar por alto respecto a este prim er yacim iento en el que nos hem os detenido. Por un lado el hecho de que todas las construcciones que se desplantan en la zona sobre plataform as se realizan m ediante una acum ulación de tierra con algunas piedras de refuerzo, lo que desde un punto de vista tecnológico incidió en sus propias características. F undam entalm ente en el grado de pendiente de las paredes de la pirám ide principal cuya relación de altura y base dependía de la inclinación de deslizam iento del m aterial, en este caso la tierra con la que estaba realizada. Por otro lado la organización de cada uno de los edificios que conforman el conjunto lo hacen en base a un eje axial predom inante norte-sur, uno secundario, este-oeste y con una inclinación de 8° oeste respecto al norte, que nos hablan de un claro conocim iento de los elementos naturales y sobre todo astronómico, del trán­ sito de los astros. E sta característica determ ina que la vertical de su eje sea coinci­ dente con los solsticios y por lo tanto reflejo de su conocim iento del calendario que ya habían desarrollado en torno al 800 a.C. de 260 días o tonalpohualli.

TEOTIHUACÁN El análisis de la estructura urbana de Teotihuacán, pone de m anifiesto la exis­ tencia de una m etodología de planificación y constructiva totalm ente desarrollada, así com o un total y absoluto conocim iento sobre la N aturaleza y la Cosmología. Se trata de la constatación más eficaz y perfecta de la evolución que se había iniciado cientos de años antes en los centros olmecas de la costa del Golfo, convirtiéndose en un punto de inflexión que m arcará el futuro desarrollo de otras ciudades en M esoam érica. T eotihuacán, surge según las recientes investigaciones a partir de las estructu­ ras que se com ienzan a construir sobre la cueva que se em plaza bajo la Pirám ide del Sol, siendo ésta la prim era estructura del com plejo y la que de alguna m anera ordenará el resto de elem entos urbanos de la ciudad, tom ando com o base el eje de la C alzada de los M uertos, M iccaotli, o eje norte-sur que la recorre a lo largo de m ás de dos kilóm etros de longitud. En efecto la Pirám ide del Sol, es la más antigua construcción de la ciudad y se constituye como un hito visual inserto en el territorio, que consagra para la eternidad un lugar de culto, que funcionará com o centro de peregrinación para las poblaciones del V alle de M éxico, y que con el tiem po acabará siendo un im portante centro de com ercio al que llegarán las m ás diversas m aterias prim as desde los rincones m ás distantes de M esoam érica.

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TEOTIHUACÁN. (MÉXICO).

A l ser la estructura prim igenia, se calcula su fecha de edificación en torno al año 100 d.C., participando de los sistem as constructivos empleados en ese m om ento en otros edificios como la pirám ide de Cuicuilco. La estructura, realizada con un núcleo de tierra y piedras que se ve reforzado exteriorm ente m ediante una cobertu­ ra pétrea que busca la estabilidad de los perfiles de la misma, funcionó como plataform a en la que probablem ente se dispondría de una escultura en la parte superior, representación de una de las m uchas divinidades que se habían consagra­ do con el paso del tiempo entre los pueblos m esoam ericanos y que convertiría a la m ism a en punto de atracción, con un enorm e poder de convocatoria que determ ina­ ría el posterior crecim iento de la ciudad. A partir de ella se traza la C alzada de los M uertos que en su dirección norte-sur, servirá de eje distribuidor de los posteriores núcleos que se ejecutarán en ella como el Tem plo de Q uetzaltcóalt, la Pirám ide de la Luna, el M ercado o el núcleo del Q uetzaltpapálotl. Un organigram a en el que se define de una m anera clara una gradación desde un centro en el que se relacionan un espacio público como le M ercado y otro de carácter sem ipúblico, como la Ciudadela, hacia espacios más restringidos que culm inarían en torno a la Pirám ide de la Luna. D esde este conjunto central, la disposición de las unidades habitacionales se hace distribuyendo los espacios m ediante su vinculación a través de pasillos y pequeñas plazas, en el núcleo central de estas unidades. Patios a los que se abren dependencias elevadas sobre plataform as y en algunos de los cuales se levanta un pequeño tem plo en el centro.

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En este sentido, no podemos perder de vista que el crecim iento de la ciudad se hace a expensas del control del río San Juan y de la desecación de un espacio que era fácilm ente inundable por las crecidas del río hacia el sur. Un lugar que se convertiría en la zona de expansión natural de la ciudad, trasladando incluso una de las áreas de m ayor concentración de población, al núcleo conformado por la Ciudadela y el M ercado, y descongestionando con ello el sector norte que se que­ daría exclusivam ente destinado a funcionas sagradas entre la Pirám ide del Sol y la de la Luna.

M ONTE ALBÁN El centro neurálgico de los zapotecas en los valles de Oaxaca, es el siguiente núcleo en el que nos querem os detener. M onte Albán se conform a como el centro de una extensa región en la que se habían venido produciendo la aparición de núcleos com o San José M ogote, al norte del actual enclave, que centralizaban los flujos m igratorios y económ icos que se producían en la zona.

PLANO DE MONTE ALBÁN. (MÉXICO).

M onte Albán, yacim iento del que se tiene noticia desde el siglo XVIII, se ubica en el conocido como Cerro del Tigre, en una zona desde la que estratégicam ente se controlan los valles de Etla, Zaachila y Tlacolula, las vías naturales por las que se ponía en contacto esta región con el V alle de M éxico, el Pacífico y la zona m aya respectivam ente. El centro en sí se em plaza en un cerro que ha conocido una

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continuidad en la presencia hum ana durante al m enos 1400 años (s. VII a.C.- s. VII d.C.), lo que se ha traducido en una transform ación del medio de tal magnitud, que aún hoy en día asom bra por las dim ensiones del desplante que de la parte superior de la elevación se ha producido. D esde esta ciudad, verdadero centro cerem onial se genera una distribución de la población por las laderas y cerros próximos, en una extensión tan grande que prácticam ente el actual núcleo no es más que una mínim a parte de la totalidad del yacim iento. M onte Albán, recoge en sus estructuras la presencia de elementos olmecas que pu­ dieron iniciar la construcción de la gran plaza ceremonial, en la que se pueden apreciar diversas similitudes con la Venta, aunque mejoradas desde un punto de vista técnico. La gran plaza que ordena la presencia de las distintas estructuras que componen este centro ceremonial, guarda unas proporciones rectangulares con una orientación nortesur de sus lados menores. Al norte se emplaza una gran plataforma en la que se pueden apreciar algunas de las constantes de diseño de la arquitectura prehispánica como es la combinación del espacio abierto con las estructuras arquitectónicas, el papel de la escalera como delimitadora de espacios tanto físico como sonoro y visuales y la apari­ ción de una gran fachada que se abre a la plaza central. En el oeste se localizan algunos de los edificios más significativos del enclave como son la Estructura IV, el Edificio de los Danzantes y el M ontículo M. En cuanto al primero y al último, se trata de estructuras en las que se recoge el esquema TPA, Templo, Patio Altar, que repiten en pequeña escala los valores esenciales que resultan de la combinación de los espacios abiertos y las estructuras arquitectónicas. E l hecho de que se trate del sector más antiguo de la ciudad, junto con la Plataforma Norte, le dota de una especial vinculación con algunos de los grupos olmecas que se movieron por los Valles de Oaxaca, y que se reflejaron en las lápidas de los danzantes y que son las que dan nombre al edificio. Incluso, su relación con el espacio abierto contiguo que no conoce construcción alguna y que parece regir el ordenamiento del resto de los edificios de la plaza central, constatan estas circunstancias. La Plataforma Sur se convierte en el contrapeso urbano de su contraria en el norte, sin llegar a tener el mismo volumen que ésta. En sí se trata de una estructura que reaprovecha una elevación que acaba modelando y sobre la que define una escalinata en su cara norte y una pirámide sobre ella marcando un punto sagrado evidente. Del sector este destacamos el conjunto de edificios que parecen responder a estruc­ turas palaciegas con un organigrama dispuesto en torno a un patio que apenas se ve en otros lugares de M onte Albán. Junto a él, el juego de pelota que se ubica en la esquina nororiental responde al tradicional esquema de cancha en forma de H, aunque con la novedad de no contar con el tradicional anillo dispuesto en la zona central y estar sustituido por nichos situados en las esquinas y que tienen mucha relación con los que aparecen en las tumbas de la ciudad. Por último el Edificio J. Ubicado en la zona sur de la aplaza, sobresale del conjunto por su planta y su aparente desubicación del organigrama general. Su datación, en la etapa inicial del complejo, y relacionado con el Edificio de los Danzantes por la presen­ cia de piedras grabadas con personajes de vinculación olmeca, no hace más que abrir los interrogantes a cerca de la interpretación de su función, más relacionada con fines de observación astronómica, que esencialmente sagrada.

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TIKAL D urante once siglos, Tikal fue la ciudad m ás grande del Petén, en la que las excavaciones arqueológicas han puesto de m anifiesto la existencia de 3000 estruc­ turas arquitectónicas aisladas, bajo las que yacen otras 10000, reflejo de la tenden­ cia a reaprovechar estructuras previas por parte de las culturas prehispánicas. Junto a ello, la ciudad com o tal nos presenta un conjunto de estructuras gemelas, tem ­ plos, palacios, com plejos adm inistrativos y todos los elementos indispensables de una aglom eración de estas características.

PLAZA CENTRAL DE TIKAL. (GUATEMALA).

Tikal constituye sin duda uno de los grandes centros urbanos de la zona maya. Organiza su estructura con una serie de conjuntos habitacionales, que se disponen dispersos a lo largo del territorio y que se concentran con una m ayor densidad junto a los com plejos arquitectónicos principales. Sus lím ites vienen determinados por la construcción de m uros defensivos que rodean el sitio. L a parte central de la ciudad se organizaba en torno a la que se denomina como acrópolis norte, com puesta por pirám ides y edificios sagrados como templos que definen en su centro la gran plaza principal, que junto con canchas de juego de pelota cierra el conjunto de construcciones que se localizaban en la parte más im portante del enclave. Uno de los rasgos m ás destacados de la ciudad de Tikal en la etapa clásica es la aparición de com plejos de pirám ides gemelas que flanqueaban plazas y se dispo­

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nían con cuatro escalinatas, una a cada lado de sus frentes, que parecen estar rela­ cionadas con la conm em oración de los katunes o períodos de veinte años. D esde este centro partían tres calzadas que iban a parar a templos o edificios aislados destinados a la realización de determ inadas funciones y que en el caso de Tikal alcanzaron dim ensiones m onum entales, m edidas que llegan a los sesenta m etros de ancho y un kilóm etro de largo.

COPÁN Copán, ciudad de los astrónom os, está entre los enclaves clásicos más originales que se puedan analizar en el territorio maya, dentro de la actual Honduras. Desde un punto de vista urbano y constructivo, la ciudad es el segundo núcleo en tamaño del m undo m aya y responde al m odelo de enclave asentado en un territorio que llega a controlar convirtiéndose en el foco de ordenam iento poblacional, y próxi­ m o a un río, el Copán, cuyas crecidas han afectado a la propia integridad del conjunto.

PLANO DE LA ACRÓPOLIS DE COPÁN. (HONDURAS).

E l centro de la ciudad se ha planificado dentro de un rectángulo que describe internam ente una organización ortogonal, donde se percibe la preocupación por nivelar y rodear un conjunto de terraplenes sobre los que se alzan las estructuras de plataform as y pirámides. Copán se organiza como un conjunto de volúmenes abiertos en los que destacan los edificios que los jalonan, creando una escenografía entre los que se desarrollan

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las grandes plazas como puntos de encuentro. Urbanism o y arquitectura que se ven com plem entados por una serie de estelas y de altares que se constituyen en los hitos necesarios para la delim itación tem poral de determ inados acontecimientos que se convierten necesariam ente, en componentes del discurrir tem poral del pue­ blo m aya, m ediante elem entos que hunden sus orígenes en las prim eras culturas m esoamericanas.

APÉNDICE DOCUMENTAL INFORM E DE ANTONIO DEL RÍO. PALENQUE, 24 DE JUNIO DE 1787. DESCRIPCIÓN DEL TERRENO Y CASAS DE PIEDRA* «D esde el Palenque ultim o Pueblo al N. de la Provincia de Ciudad R. de chiapa, se sube caminando hacia el S.O. por una Serrania que viene a dividir este Reyno de G oatemala, del de Yucatán, o Compeche: a las dos leguas se encuentra el arroyo nom brado M ichol, cuyas aguas corren al Poniente, hasta unirse con el grande Río Tulixa que lleva su bertiente a la Provincia de Tabasco: Pasado este arroyo se continua subiendo, y a m edia legua se cruza un riachuelo que llaman Ototum, el cual bá a juntarse con el anterior: Aquí es donde se com ienza a descubrir montones de ruinas que hacen m uy m olesto el paso de otra m edia legua, hasta la subida al parage, en que se hallan situadas las Casas de piedra: estas se reducen á catorce mas, o menos, arruinadas, pero que aun conservan visibles m uchas de sus habita­ ciones. U n area rectangular de trescientas varas de latitud, y quatrocientas y cincuenta de longitud com prehende el terreno plano que se dem uestra al pie del m onte mas alto de esta Serrania el qual form a una Plaza, y como en su centro se be colocada la Casa más grande, y capaz de cuantas se han reconocido: su situacion es sobre un Cumulo, o Colina de veinte varas de altura, y al rededor de la m ism a se m anifiestan los demas en esta forma: Cinco al N. quatro o al S. una al S.O. y tres al Levante, notandose igualm ente por tres partes fragm entos de otras Casas y edificios caidos, extendiendose los de esta clase a lo largo de la m ontaña que corre de Lebantte a Poniente hasta la distancia de tres o quatro leguas por ambas partes: de m anera que la total extensión que form a esta arruinada población, se puede decir, comprehende de siete a ocho leguas de longitud, no correspondiendo á esta su latitud que biene a ser poco mas de m edia legua en donde finalizan las ruinas, esto es, hasta el arroyo M ichol, que cam ina al pie de la M ontaña: D e esta se descuelgan barias vertientes que bañan los cim ientos de las arruinadas Casas, situadas auna y otra orilla: lo que presentaria a la vista, sino fuera por la densidad de los Arboles, tantas calles, como arroyelos. Por la eleccion de establecerse en iguales sitios, y por un aqueducto de piedra subterráneo, de m ucha solidez y perm anencia, que atraviesa por debajo de la casa grande, se pudiera inferir que estas gentes tubieron alguna analogía y trato con los Romanos: no porque yo m e persuada, hayan llegado á este Terreno aquellos con­ quistadores, sino por que se deja congeturar con fundamento, que algunos de otra N acion culta se asom aron por estos Payses, de quienes, durante el espacio de su detencion, habrían recivido estos naturales alguna idea de las Artes, como Recom ­ pensa de su hospitalidad. A la belleza natural de su agradable situación, se añade la fertilidad del suelo, bajo de un clim a benigno que les ofrecería sin duda en abundancia casi todos los articulos precisos para satisfacer las necesidades de una vida conm oda y tranquila: puesto que las frutas silbestres que se encuentran en bastante copia quales son los Zapotes, A guacates, Camotes, Yuca, Platanos, y otras diferentes [...].

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Volviendo, pues, á este, exige el buen orden que a la descripcion del Terreno, se siga el examen de quanto nos presenta esta gran Casa en su interior, cuya arquitec­ tura m uy parecida a la antigua gotica, ofrece larga duracion en lo macizo y tosco de su fabrica, franqueando la entrada en la partte de Levantte, por un Portico o Corredor de treinta y seis varas de largo, y tres de ancho, con Pilastras rectangulas llenas, sin pedestal, ni vase alguna, sobre las cuales se hallan unas piedras quadradas y lisas de mas de un pie [...]». * CABELLO CARRO, Paz. Política Investigadora de la época de Carlos III en el área maya. M adrid, Ediciones de la Torre, 1992, pp. 132-147.

CAPÍTULO 6:

LOS DESARROLLOS URBANOS EN EL ÁREA ANDINA INTRODUCCIÓN El estudio del urbanism o prehispánico, encuentra en la región andina otro de sus capítulos más destacados, fundam entalm ente por la entidad y calidad de los núcleos con los que cuenta, debido al desarrollo que alcanzó la vida urbana en esta zona del continente. Los procesos de concentración hum ana se inician desde fases tem pranas del período Formativo, prim eram ente en la costa para posteriorm ente aparecer en el interior. En todos los casos no podem os perder de vista la determ ina­ ción que im plica el m edio geográfico, elem ento fundam ental para entender el desa­ rrollo de las culturas prehispánicas. L a evolución de los centros en esta zona cuenta con una dilatada cronología, situando su inicio en torno al siglo X X a.C., a través de la cual se pueden testim o­ niar fases que irían desde m om entos iniciales en los que se registran simples agru­ p ac io n e s de e stru c tu ra s h a b ita c io n a le s co n form ando en o casio n es sim ples cam pam entos estacionales, pasando por la definición de centros religiosos y aca­ bando con la aparición de ciudades perfectam ente conform adas tanto en concepto com o estructura. L a llegada de los prim eros españoles a tierras suramericanas, puso m uy pronto en contacto a éstos con la existencia de una cultura, la inca, que asombró entre m uchas cuestiones por presentar un grado de desarrollo muy sim ilar a las encontra­ das en M éxico, de las que ya se tenía noticia, además de contar con unas ciudades perfectam ente establecidas y claram ente jerarquizadas, y unos patrones de asenta­ m iento definidos con un urbanism o planificado como Cuzco. En este sentido, las ciudades incas, no eran más que la últim a fase espaciotemporal, de una larga evolución de enclaves que arrancaban en el segundo m ile­ nio antes de Cristo con yacim ientos como H uaca Prieta, Cerro Narrio, Kotosh, H uaca de los Reyes, Cerro Sechín y Chavín de Huántar, donde por prim era vez se

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testim oniaba la definición de un centro en el que de alguna manera, el empleo de elementos articuladores com puestos por plataform as y plazas rehundidas que se continuarían em pleando en el futuro, adquirirán un protagonism o destacado. E l análisis del desarrollo urbano en el área andina, presenta en definitiva una serie de elementos distintivos respecto a la zona mesoam ericana, en m uchos casos debido a la diferencia de características geográficas que influyeron en la distribu­ ción y localización de los distintos em plazamientos. Junto a éstos los propios com ponentes internos de los enclaves, así como el estilo de vida en el que elem en­ tos como la m etalurgia y el tejido, se habían desarrollado perfectam ente. Aunque los com ponentes básicos con los que nos vamos a encontrar poco difieren de los del capítulo anterior, si hemos de detenernos en esa serie de aspectos que los caracterizan como son su variedad respecto al entorno en el que se emplazan, diversidad de tipologías urbanas, y un desarrollo definido, salvo excepciones, del organigram a urbano.

PATRONES DE LOCALIZACIÓN DE LOS ASENTAMIENTOS ANDINOS E l ámbito geográfico suram ericano presenta si cabe, una m ayor disparidad entre los distintos ám bitos espaciales que lo integran. La cordillera andina, determ ina una extrem ada división entre la vertiente oriental, dom inada por las llanuras y selvas am azónicas que conform an una frontera natural de difícil tránsito, y la costa occidental del Pacífico que de alguna m anera se convirtió en el gran corredor por el que transitarían los distintos pueblos que bien por m ar o por tierra se fueron repartiendo por lo que sería el núcleo central de esta región.

DESIERTO COSTERO PERUANO.

D e estos dos territorios, nos interesa la propia costa y los valles interiores andi­ nos dispuestos entre la cordillera costera y la Cordillera Blanca y la Negra, ya que serán en ellos en los que se localicen los prim eros y principales testim onios de asentam ientos. Unos enclaves que a la larga m ostrarán claras vinculaciones que

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van m ás allá de las evidentem ente geográficas, para testim oniar relaciones de tipo económ ico y cultural que en ocasiones hicieron pensar en la existencia de horizon­ tes panperuanos de relación, que perm itieran explicar determ inadas fases del desa­ rrollo cultural en esta región del continente americano. La evolución de dichos asentam ientos se podría organizar en dos tipos. El pri­ m ero de ellos aparece desde fases iniciales tanto en la costa como en las serranías, y que denom inarem os com o agrupam ientos en aldea, controlando un valle o una zona estratégicam ente im portante y donde no podem os hablar claram ente de unos patrones urbanos definidos, sino m ás bien de esporádicas aglom eraciones en torno a fuentes de abastecim iento de diversa índole, ya sea esta agua, un punto de caza o de abundante vegetación, etc. A los segundos, posteriores en el tiempo, los podría­ m os considerar como enclaves del interior en los que de alguna m anera se consta­ tan desarrollos claramente organizados alrededor de estructuras arquitectónicas como plazas y plataform as que se conjugarán para conform ar espacios articulados, en los que juegan un papel im portante los ám bitos abiertos y en los que las relaciones visuales con puntos geográficos próxim os será una de sus características.

VISTA DE UNO DE LOS VALLES INTERANDINOS EN LOS QUE SE ASENTARON NUMEROSAS POBLACIONES QUE EXPLOTAN SUS RIQUEZAS NATURALES. AREQUIPA. (PERÚ).

Respecto a los prim eros asentam ientos que se pueden analizar en la región andi­ na, encontram os los de la costa ecuatoriana. Yacim ientos como V aldivia (Ecuador), en realidad basureros en los que se testim onia la presencia de una actividad antrópica por la acum ulación de restos orgánicos, son ejem plo de los prim eros m om en­ tos en los que se evidencia una clara adaptación de grupos cazadores-recolectores en la región de la costa al m edio en el que se hayan, desarrollando una economía de subsistencia basada en el aprovecham iento esporádico de los alim entos aporta­ dos por la naturaleza. R elacionados con ellos culturalm ente pero en el interior, en el cuarto m ilenio anterior a Cristo, podem os hablar de enclaves en los que la eco­ nom ía era básicam ente agrícola, con un claro desarrollo de estructuras de viviendas de planta elíptica hechas de m ateriales vegetales m uy similares a construcciones que en la actualidad se pueden localizar en la Amazonia. Unas viviendas que ya

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presentan desarrollos de sus espacios en herradura, en torno a patios, convirtiéndo­ se en los antecedentes de las construcciones en form a de U que se consolidarán definitivam ente en núcleos com o Cerro Sechín o Chavín de Huántar, a finales del segundo e inicios del prim er m ilenio antes de Cristo, y que incluso con el tiempo se harán frecuentes trasladados a formas cerámicas. D esde estos m om entos iniciales los patrones de asentam iento inician unas pau­ latinas transform aciones que se reflejarán tanto en un aumento de su propia com­ plejidad, como de las estructuras que los conforman, en tanto a la organización interna como a los m ateriales que se emplean. Tam bién se constata un m anteni­ m iento respecto a etapas anteriores en la vinculación con aspectos como el aprove­ cham iento de los recursos naturales que les proporciona el entorno, aunque habría que hablar de una m ayor riqueza que se reflejará en el hecho de consum ir una dieta m ixta que combinó productos agrícolas de interior con otros de la costa, am plian­ do las iniciales tendencias y posibilidades de alim ento de los grupos, y constatan­ do obviam ente el establecim iento de relaciones de intercam bio entre el interior y la costa peruanos.

PLANO DE MACHU PICCHU. (PERÚ).

En este sentido, en torno al segundo milenio se percibe ya la definición de unos elementos culturales perfectamente establecidos, generados en núcleos en los que se testimonia un aumento de la concentración de la población que hasta ese momento había ocupado gran parte de los valles costeros y del interior. Se trata de asentamientos relacionados con áreas de cultivo de una forma lógica, con una nula ocupación de las tierras cultivables, y que hacen que las laderas de esos valles sean los lugares elegidos

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para disponer las viviendas esparcidas irregularmente. Unas estructuras básicas en las que se constata el empleo de materiales vegetales y piedras, conformando habitaciones de distinta planta, tanto cuadrada como semicircular. E sta inicial com plejidad se m anifiesta tam bién en las relaciones sociales que hacen posible la existencia, ya en fechas tan tempranas, de sectores especializados dedicados exclusivam ente a la religión o actividades productivas, que explicarían la presencia de centros en los que no se constata una actividad de habitación perm anente, pero en los que sí se llevan a cabo reuniones tem porales de mucha población, funcionando como verdaderos centros ceremoniales.

LAS PRIMERAS ESTRUCTURAS URBANAS Para el caso suramericano las primeras estructuras urbanas estarían representadas en las aldeas de las que anteriormente hablábamos, convirtiéndose en las más antiguas agrupaciones de las que se tiene noticia a pesar de que no contaron con un grado de desarrollo tan claro, por ejemplo, como los olmecas, y en las que subsistían sus pobla­ ciones gracias a los recursos marinos y agrícolas. Se trata de enclaves organizados m ediante el mero agrupamiento de chozas circulares edificadas con totoras atadas a una ligera estructura de madera, ocasionalmente completada con costillas de ballena. Unas chozas que a diferencia de la especialización de los espacios de otras áreas culturales, se convertirán en lugar de enterramiento de los miembros de la familia, estableciendo desde este momento una vinculación entre espacio de habitación y lugar de enterra­ miento, que llegará a dotar al primero de una especial significación religiosa y estable­ ciendo una unión con los antepasados que marcará pautas constructivas posteriores.

CERRO SECHÍN. (PERÚ).

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CHAVÍN DE HUÁNTAR. (PERÚ).

No obstante los procesos de complicación y jerarquización social también van a tener su reflejo en el núcleo andino donde yacim ientos como El Paraíso en Chuquitanta, uno de los más antiguos, datados en el año 2000 a.C., presentan edificios en los que se emplean esquemas surgidos en momentos anteriores, con formas en U, y orientados hacia las m ontañas próximas a los enclaves. Los centros con esa forma se convirtieron en los de trazado más predom inante desde el año 1800 a.C., apare­ ciendo tanto en la sierra com o en la costa y perdurando su patrón casi m il años. U nos centros en los que tam bién se daba ya de una m anera incipiente la relación entre estructuras construidas y plazas hundidas. En Kotosh, al este del H uallaga Alto, nos encontram os con un enclave en el que se han llevado a cabo trabajos de aterrazam iento del terreno desde el siglo X X a.C. Los dos edificios de los que se han encontrado elementos estructurales como son los del Tem plo de las M anos Cruzadas y el Templo Blanco, presentan esquemas abiertos, ordenados en torno a patios, en los que sobresale la estrecha vinculación de las edificaciones con el lugar en el que se encuentran, además de una organiza­ ción regular trem endam ente simétrica. En segundo lugar, la Huaca de los Reyes, en el Valle del Río Moche, y datable en un arco cronológico que va desde el 1730 al 850 a.C., presenta un plano cuya simetría es mucho más evidente que en el anterior, sobre todo desde el punto de vista urbano. En su organización se percibe claramente la relación entre espacios abiertos y estructuras arquitectónicas, en las que la ordenación se realiza tomando como base una gran plaza a la que se abren tres pórticos conformados por columnas y mostrando una ordenación de los espacios que está lejos de cualquier improvisación.

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VISTA DEL RECINTO DEL KALASASAYA. TIAHUANACO. (BOLIVIA).

Por últim o Cerro Sechín m uestra posiblem ente un organigram a m ucho más sim ­ ple al anterior, pero donde la preocupación por parte de sus autores de dotarlo de una im portante y trascendental iconografía guerrera, lo convierten en un foco de atracción de m arcado carácter sacramental. Datable aproxim adam ente en el año 900 a.C., se entra a él a través de una escalinata que nos perm ite salvar la altura de la plataform a sobre la que se encontraba, accediendo a una estructura sim étrica a la que se abren las distintas cám aras dispuestas en torno a un eje. Cerro Sechín se puede considerar como el antecedente de Chavín, interesante por cuanto en él encontram os algunas de las pautas que se verán en el m ás destacado de los encla­ ves del Horizonte Temprano. Sin duda alguna uno de los primeros asentamientos en el que podemos hablar de una m ínim a regulación espacial es en el de Chavín de Huántar, 900-400 a.C. Prácticamente destruido por los avatares naturales y por el propio hecho de ser una cantera de m ateria­ les pétreos desde la etapa prehispánica, su organización nos habla de una distribución planificada de los elementos con un centro más importante y otro conjunto de lugares distribuidos a su alrededor y relacionados con él. Los diseños constructivos en forma de U y las vinculaciones de las edificaciones con patios como es el caso del denominado Castillo, nos permiten hablar de una serie de constantes del urbanismo prehispánico que sigue ubicando sus edificios también en plataformas. No obstante la no existencia de una planificación clara explicaría las sucesivas ampliaciones que tuvo este núcleo, como las que dieron lugar al Nuevo Templo, realizada con toda probabilidad en distin­ tas fases, lo que no hace pensar en un proyecto unitario.

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VISTA PARCIAL DE TIAHUANACO. (BOLIVIA).

Posiblem ente el enclave que más nos interese después del de Chavín de Huántar sea el de M oche, ya en la región costera del sur de Perú en donde podem os encon­ trar otro de los ejemplos de centros cerem oniales que podem os insertar dentro de la dinám ica urbana de los asentam ientos prehispánicos andinos. Moche, 100 a.C.-700 d.C., cuenta con dos plataform as, la H uaca del Sol y la de la Luna donde se relacio­ nan espacios abiertos y plazas, articulados por el cerram iento de plataform as que definen escenarios de un alto valor religioso. La distinta funcionalidad de las m is­ m as hace pensar en la vinculación entre poder civil y religioso, o la unión de ambos en la m ism a figura. Así, el hecho de considerar a la Pirám ide del Sol como un tem plo y a la de la Luna como la plataform a de un palacio, vendrían a sustentar esta hipótesis. Pero no solam ente podemos hablar de aglom eraciones definidas por ser lugares de habitación, sino que tam bién tenem os que tener en cuenta aquellos enclaves en los que originariam ente se aprecia una utilización ritual, celebración religiosa o enterram iento y que se convierten en otra de los condicionantes que dieron lugar a algunos de los yacimientos más im portantes de la región andina. Si ya hemos hablado de Chavín de H uántar y le hem os conferido ese carácter de lugar sagrado, el caso de los yacim ientos de Paracas en la región m eridional de la costa peruana, nos constatan la elección de enclaves por determ inadas circunstancias en los que se llevaban a cabo el enterram iento de cuerpos envueltos en fardos form ados por m antas de una altísim a calidad y que desde el 400 a.C., testim onian la presencia de concentraciones arquitectónicas dotadas de una fuerte simbología.

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PIKILLAQTA. (PERÚ).

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CHAN CHÁN. TRUJILLO. (PERÚ).

LAS PRINCIPALES CIUDADES El paulatino desarrollo com ercial incidió en el crecim iento y com plejidad de los centros de concentración hum ana, hasta tal punto que podem os decir que surgen las prim eras ciudades en un período que arrancaría en torno al siglo II d.C. L a ciudad de T iahuanaco representaría esta prim era fase. D om inada por dos gran­ des plataform as cubiertas de piedra, sobre cada una de las cuales hay una plaza hundida, los edificios que la conform an destacan por estar realizados con muy buena calidad y levantarse sobre las plataform as a las que se entra a través de una serie de pórticos, definidos por bloques m acizos de piedra de una sola pieza y decorados en algunas ocasiones con relieves. La m ás fam osa es la Puerta del Sol, cuyo principal m otivo puede ser una versión tardía del antiguo D ios de los B ácu­ los de Chavín. En una de las plazas del com plejo se localizan un gran núm ero de estelas entre las que se podían identificar algunas de dioses pertenecientes a pueblos conquistados y som etidos por T iahuanaco. Las grandes plataform as que aparecen con sus im presionantes edificios fueron las residencias y despachos de la elite gobernante, m ientras que la m asa de la población vivía en hum ildes casas. L a existencia de todos estos elem entos nos perm ite hacer una lectura en la que d estacaría la p resencia de una articulación espacial exterior ordenada en relació n a puntos o direcciones organizadas por las portadas y las estelas, co n s­ tituyendo un claro ejem plo de ordenación en base a hitos m onum entales y espacios públicos. L a p ropia calidad en la que se presentan habla m uy a las claras de la existen cia de una estructuración social interna sustentada en una ya

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defin id a d iferenciación, en la que posib lem ente se puedan encontrar p e rfec ta­ m ente d efinidos esp ecialistas altam ente cualificados, directores de obra, can te­ ros, sacerdotes, artesanos, orfebres, etc., representativos de una organización en torno a un poder central con la capacidad suficiente para m ovilizar a una m asa im portante de súbditos.

IGLESIA DE SANTO DOMINGO. CUZCO. (PERÚ).

El caso de W ari, estrecham ente relacionado con Tiahuanaco, surge justo cuan­ do éste conoce su etapa de máximo esplendor, aunque con un desarrollo caracteri­ zado por una disposición de los elem entos sin un orden preestablecido y con el empleo de piedras, más próxim as por su tamaño a lo m egalítico. El yacim iento se organiza m ediante com plejos am urallados divididos en secciones rectangulares que conform an patios rodeados de una serie de habitaciones que podrían haber confor­ m ado residencias de unidades familiares. Los enclaves de Huam achuco y V iracochapam pa, emplazados en el Horizonte M edio, vuelven a ser ejemplos en los que encontramos edificios organizados en torno a una plaza central y con una clara planificación que se testim onia no sola­ m ente en la calidad de la urbanización del recinto, sino incluso en el hecho de que sus lados estén orientados con los puntos cardinales, como es el caso de V iracochapampa. Para el caso de Huamachuco, la realización de estructuras de habitación organi­ zadas con salas rectangulares y ordenadas en torno a patios, vuelve a constatar la utilización de unas pautas de ordenación de las unidades básicas de habitación que se insertan dentro de la tradición suram ericana que venimos comentando.

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CALLE HUNÍN RUMAYOC. CUZCO. (PERÚ).

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SACSAHUAMÁN. CUZCO. (PERÚ).

Posiblem ente el m ejor ejem plo de esta planificación que se constata en estos conjuntos lo conform a la ciudad de Chan Chán, siglos XIII-X V d.C., de la que interesa resaltar, más la planificación de cada una de las unidades que la confor­ man, que el propio conjunto del enclave, que responde a la paulatina complementación de cada una de las unidades que lo integran, aunque el resultado sea una perfecta y geom étrica ordenación de sus áreas. U bicada en las proxim idades de la actual ciudad de Trujillo, el em pleo del adobe con un carácter m asivo en todas las estructuras, convierten adem ás a esta ciudad en uno de los m ejores espacios en los que analizar la aplicación y grado de calidad que alcanzó este material. Por lo que respecta al centro y sur de Perú, la ciudad de Pachacamac, siglos VIIX V d.C., representa la estructura m ás grande en la que se pueden ver conjuntos de grandes pirám ides, llegando a contar con construcciones de hasta seis pisos de tapias y pintados exteriorm ente, m ostrando una alta com plejidad en la conform a­ ción y decoración de cada uno de los elem entos que lo integraban. Por último, los enclaves de la civilización inca son algunos de los mejores conoci­ dos, fundamentalmente por ser de los últimos que se realizaron, disponer de un m agní­ fico trabajo de la piedra y contar con algunas de las descripciones más completas llevadas a cabo por los cronistas españoles. Si bien los ejemplos con los que nos poda­ mos encontrar son numerosos, destacan en ellos la existencia de enclaves en los que se testim onia una perfecta planificación en la disposición de los edificios y calles de Ollantaytambo. O de un desarrollo definido pero no regular manteniendo unas pautas de orientación constantes en el urbanismo de la región andina y donde el caso de Cuzco se convierte en uno de los casos más conocidos y mejor estudiados.

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MACHU PICCHU. (PERÚ).

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PISAC. (PERÚ).

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SELECCIÓN DE IMÁGENES CHAVÍN DE HUÁNTAR El prim er m om ento en el que se constata una unificación territorial, lo que los estudios llam an período panperuano, en el centro norte del Perú, por motivos reli­ giosos es en el H orizonte Antiguo, a partir del siglo IX a.C. Las circunstancias que dieron origen a ese m om ento hay que vincularlas con fases anteriores en las que se fueron definiendo los esquem as ideológicos-religiosos que tendrían en referentes naturales algunos de sus pilares. En el caso de Chavín, el proceso hizo aparecer todo un esquem a sustentado en un lenguaje form al que lo llegaría a identificar, conform ando todo un soporte de propagación ideológica que tiene en la figura del Lanzón a su máxim a expresión.

CHAVÍN DE HUÁNTAR. (PERÚ).

Heredero de todo un proceso de definición espacial iniciado en enclaves como Kotosh, H uaca de los Reyes o Cerro Sechín, el enclave de Chavín de Huántar, surgió en torno al año 900 a.C., siendo reflejo de la confluencia de experiencias de la costa y la montaña, y conform ando el prim er com plejo cerem onial sudamericano que llegó a tener presencia en un ámbito territorial amplio, y en el que im presiona la organización de sus espacios por su tamaño y por el cuidado en la disposición de edificios y plazas que conforman el centro en sí.

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L a parte m ás antigua del yacim iento que se conoce como Tem plo Temprano está conform ado por una plataform a en form a de U y una plaza hundida circular entre los brazos de dicha U. El organigram a del edificio se com pletaba con un sinfín de galerías que desarrolladas a distinta altura estaban decoradas con un conjunto de figuras que evidencia la especial sim bología de esta zona y en una de cuyas intersecciones, generadas por el cruce de dos de estas galerías se em plaza El Lanzón. E sta estructura original poco a poco se fue m odificando, incorporándose con el tiem po en un conjunto de plazas y plataform as que generó un modelo que se siguió utilizando hasta Tiahuanaco.

TIAHUANACO L a posibilidad de considerar la existencia de una estrecha relación entre los distintos períodos en que se estructura el desarrollo histórico de la región andina con anterioridad al Im perio Inca, perm itiría hablar de una evolución en esta región americana, sustentada por el proceso acum ulativo de cada una de las fases que se suceden. En este sentido el análisis form al consistente en la form a en que unas culturas reaprovechan elem entos de las anteriores podría tener su justificación. Eso es lo que ocurre al analizar el enclave de Tiahuanaco, donde se puede testim oniar el empleo de una iconología chavinoide, reflejada en el Dios de los Báculos, ele­ m ento que las relaciona y que perm ite defender esa hipótesis de vinculación.

TIAHUANACO. (BOLIVIA).

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L ocalizada en las proxim idades del lago Titicaca y a unos 3800 metros de altitud, la conformación de Tiahuanaco como enclave de ocupación habría que situarlo entre el siglo III a.C. y VIII d.C. Los edificios más im portantes de Tiahuanaco parecen haberse construido en los prim eros siglos de nuestra era, recogiendo en ella todos los principios de pirám ides, plataform as y espacios abiertos que son propias de estas entidades urbanas prehispánicas en la región andina. L a principal estructura del yacim iento es la denom inada Akapana, una pirám ide truncada de 180 por 100 m etros de base que se separa de la plataform a del Kalasasaya m ediante una avenida que conform aría una de las principales vías de la ciu­ dad. Es en el K alasasaya donde se em plaza la Puerta del Sol, posiblem ente uno de los referentes más conocidos de esta ciudad, en la que destaca, por un lado el empleo de la piedra como m aterial dom inante y que diferencia a esta zona de las viviendas en sí que fueron construidas con m ateriales perecederos. Junto a ello, iconográfica­ m ente, la presencia de un personaje m uy sim ilar al Señor de los Bastones de la estela Raim ondi de Chavín, evidencian una posible influencia con otros centros religiosos del Perú, lo que abriría la puerta a posibles contactos entre distintos centros. Existen indicios de que Tiahuanaco fue la residencia de una elite gobernante con un desarrollo social y cultural lo suficientem ente fuerte como para poder llevar a cabo trabajos de gran envergadura, transportando m ateriales desde largas distan­ cias.

CHAN CHÁN La historia peruana, tiene en el Período Interm edio Tardío como gran protago­ nista a la dinastía Chimú. L a grandeza y pretensiones de dominio territoriales por parte de este pueblo fueron frenadas a m ediados del siglo XV por los ejércitos incas, cortando la que podría haber sido el desarrollo del gran enemigo del norte y gran com petidor por el control territorial del Perú, cuando había logrado incorporar bajo su tutela todos los valles costeros desde Lim a a Tumbez. Su dinastía tuvo orígenes m itológicos, llegando su fundador Taycam ano desde el mar, e inauguran­ do una serie de doce descendientes entre los que destacaron su nieto, Nangenpinco y el noveno jefe M inchangamán. Chan Chán fue posiblem ente la ciudad m ás grande de la región andina, cuyas ruinas se localizan en la actualidad cerca de la localidad de Trujillo. La estructu­ ra de esta urbe se organiza en base a un conjunto de recintos planeados conoci­ dos com o barrios, interconexionados de tal m anera que m antienen una unidad que los dota de una orientación com ún, en la que se quiere ver una m ism a progra­ m ática constructiva de tal m anera que todos los com plejos se ordenan orientados h acia poniente. E l m aterial básico es el adobe, conform ando en la actualidad parte de la estruc­ tura de los m uros divisorios de cada una de las unidades espaciales y llegando a alcanzar en algunas zonas 11 m etros de altura. Se trata de un m aterial que aparece

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CHAN CHÁN. TRUJILLO. (PERÚ).

trabajado m ediante la inserción de frisos de anim ales y otros motivos que relacio­ nan a los mism os con los tejidos que realizaba la cultura chimú. La m ayoría de los com plejos que conforman la ciudad presentan una planta rectangular, repitiendo en su interior los m ism os usos de suelo, donde sobresalían la presencia de patios y conjuntos habitacionales posiblem ente utilizados con fi­ nes adm inistrativos, jun to con los que no era extraño encontrar espacios sin ocupar destinados en la inm ensa m ayoría de los casos a cultivos.

OLLANTAYTAMBO Los distintos estudios que sobre el origen de la ciudad am ericana se han escrito, siempre sopesaron la influencia que algunos esquemas regulares prehispánicos pudieron tener en la configuración de los modelos urbanos a partir del siglo XVI. Ejemplos com o el de Ollantaytam bo, ponen de m anifiesto la existencia de estos organigra­ m as en m om entos anteriores a la llegada de los españoles, pero no necesariam ente vinculables con los diseños planificados que surgirían posteriorm ente. En este sentido, dentro de esta problem ática surgida en torno a la consideración del carácter planificado de m uchos de esos asentamientos, no cabe la m enor duda que el caso de Ollantaytam bo ejem plifica tanto el grado de desarrollo que alcanza­ ron m uchos de ellos, como la existencia de un modelo en el que había vivido el indígena am ericano y que por tanto conocía, justificación que perm itiría explicar el por qué de su perfecta adecuación a los modelos importados desde occidente.

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OLLANTAYTAM BO. (PERÚ).

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Em plazada en el valle del río Urubam ba, su historia está m uy relacionada con la del propio Cuzco, ubicada en un punto estratégico desde el que se controlaban varios pasos. Su estructura se organiza en dos sectores, la fortaleza, que emplazada en lo alto de la m ontaña vigilaba dicha posición privilegiada y la ciudad, a sus pies. El desarrollo de la m ism a se caracteriza por su tremenda regularidad en la que dieciocho bloques rectangulares se distribuyen generando en el centro una plaza y separados por calles rectilíneas, por las que discurre un conjunto de canales que pasan por los quicios de las entradas a las viviendas funcionando como sistema de higiene trem endam ente desarrollado. L a estructura de cada una de esas unidades señaladas o bloque, se organiza m ediante un sistem a dual en el que se insertan dos patios separados y rodeado cada uno de ellos por cuatro habitaciones, todo realizado con una tremenda perfección en el trabajo de la piedra. En las esquinas, pequeños patios completan los espacios libres entre las habitaciones.

CUZCO

CUZCO. EN ESTE PLANO SE PUEDEN VER LAS SALIDAS DE LA CIUDAD HACIA LAS CUATRO PARTES DEL IMPERIO INCA. (PERÚ).

El caso de Cuzco ejem plifica la culm inación de un proceso de ocupación terri­ torial posiblem ente iniciado unos dos m il años antes a su fundación como capital inca. L a im portancia estratégica y económ ica de su enclave, ubicado en un cruce natural de cam inos no fue explotado totalm ente hasta la últim a fase del período

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prehispánico y contando con una hegem onía sobre el conjunto del Perú que no abarcó m ás allá de tres generaciones. Su m érito radica en haberse desarrollado a partir de un establecim iento pre-inca datado en la m ism a época que Chavín del que no nos han llegado restos de arquitectura m onum ental, escultura en piedra o m eta­ les, siendo básicam ente la cerám ica el único testim onio m aterial de este asenta­ miento. Ni siquiera en el Horizonte Medio, bajo la sombra del poder wari, se testimonia la presencia de un enclave im portante que hablara de una clara preem inencia de esta región sobre el entorno. E l trazado de la ciudad de Cuzco que tanto im presionó a los españoles, estaba ordenado en base a dos ejes principales que señalaban el inicio de los cuatro caminos que se dirigían a las cuatro regiones en que estaba dividido el imperio. Dichos ejes se convertían a su vez, en los referentes que m arcaban las direcciones de las calles secundarias que a diferencia de las principales se trazaban m antenien­ do unos perfiles angostos, con fuertes declives debido a la orografía. L a plaza m arcaba el centro de la ciudad y se encontraba dividida en dos seccio­ nes que se utilizaban de distinta m anera. La del norte estaba dedicada a las cerem o­ nias, m ientras que el sector m eridional estaba dedicado a las fiestas y bailes. D e entre los edificios que se disponían en la ciudad destacaban los palacios, de gran tam año y organizados internam ente por gran cantidad de habitaciones en los que, como ocurría con los templos, sobresalía el trabajo de piedra con el que estaba realizada parte de la estructura. D esde este centro crecería la ciudad de una form a espontánea, organizando todo el entram ado en barrios que formaban un anillo de construcciones de m ateriales perecederos que se diferenciaban de las construccio­ nes más im portantes que ocupaban los alrededores de la plaza.

APÉNDICE DOCUMENTAL DE LA MANERA Y TRAZA CON QUE ESTÁ FUNDADA LA CIUDAD DEL CUZCO, Y DE LOS CUATRO CAMINOS REALES QUE DELLA S ALEN, Y DE LOS GRANDES EDIFICIOS QUE TUVO, Y QUIÉN FUE EL FUNDADOR* «La ciudad de Cuzco está fundada en un sitio bien áspero y por todas partes cercado de sierras, entre dos arroyos pequeños, el uno de los cuales pasa por medio, porque se ha poblado de entram bas partes. Tiene un valle a la parte de levante, que com ienza desde la propia ciudad: por m anera que las aguas de los arroyos que por la ciudad pasan corren al poniente. En este valle, por ser frío demasiado, no hay género de árbol que pueda dar fruta, si no son algunos m olles. Tiene la ciudad a la parte del norte, en el cerro m ás alto y m ás cercano a ella, una fuerza, la cual por su grandeza y fortaleza fue excelente edificio, y lo es en este tiempo, aunque lo más della está deshecha; pero todavía están en pie los grandes y fuertes cimientos, con los cubos principales [...]. En el com edio, cerca de los collados della, donde estaba lo más de la población, había una plaza de buen tamaño, la cual dicen que antigua­ m ente era trem edal o lado, y que los fundadores, con m ezcla y piedra, lo allanaron y pusieron com o agora está. D esta plaza salían cuatro caminos reales; en el que llam aban Chichasuyo se cam ina a las tierras de los llanos con toda serranía, hasta las provincias de Quito y Pasto. Por el segundo camino, que nom bran Condesuyo, entran las provincias que son subjetas a esta ciudad y a la de Arequipa. Por el tercero camino real, que tiene por nom bre Andesuyo, se va a las provincias que caen en las faldas de los Andes y a algunos pueblos que están pasada la cordillera. En el último camino destos, que dicen Collasuyo, entran las provincias que llegan hasta Chile[...]. El río que pasa por esta ciudad tiene sus puentes para pasar de una parte a otra. Y en ninguna parte deste reino del Perú se halló form a de ciudad con noble ornam ento sino fue este Cuzco, que (como muchas veces he dicho), era la cabeza del imperio de los ingas y su asiento real. Y sin esto, las más provincias de las Indias son poblaciones. Y si hay algunos pueblos, no tienen traza ni orden ni cosa política que se haya de loar; el Cuzco tuvo gran m anera y calidad; debió ser fundada por gente de gran ser. H abía grandes calles, salvo que eran angostas, y las casas, hechas de piedra pura, con tan lindas junturas que ilustra el antigüedad del edificio, pues estaban piedras tan grandes m uy bien asentadas. Lo demás de las casas todo era m adera y paja o terrados, porque teja, ladrillo ni cal no vemos reliquia dello. En esta ciudad había en m uchas partes aposentos principales de los reyes ingas, en los cuales el que sucedía en el señorío celebraba sus fiestas. Estaba en ella el m agnífico y solem ne templo del sol, al cual llaman Curicanche, que fue de los ricos de oro y plata que hubo en m uchas partes del mundo. Lo más de la ciudad fue poblada de m itim aes, y hubo en ella grandes leyes y estatutos a su usanza, y de tal m anera, que por todos era entendido, así en lo tocante de sus vanidades y tem plos como en lo del gobierno. Fue la más rica que hubo en las Indias de lo dellas sabemos, porque de muchos tiempos estaban en ella tesoros allegados para grandeza de los señores, y ningún oro ni plata que en ella entraba podía salir, so pena de m uerte. De todas las provincias venían a tiem pos los hijos

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de los señores a residir en esta corte con su servicio y aparato. H abía gran suma de plateros, de doradores, que entendían en labrar lo que era m andado por los ingas. Residía en su tem plo principal que ellos tenían su gran sacerdote, a quién llamaban Vilaom a. En este tiempo hay casas muy buenas y torreadas, cubiertas con teja. Esta ciudad, aunque es fría, es m uy sana, y la m ás proveída de m antenim ientos de todo el reino, y la m ayor dél, y adonde más españoles, tienen encom ienda sobre los indios, la cual fundó y pobló M angocapa, prim er rey inga que en ella hubo. Y después de habar pasado otros diez señores que le sucedieron en el señorío, la reedificó y tornó a fundar el adelantado don Francisco Pizarro, gobernador y capi­ tán general destos reinos, en nom bre del em perador don Carlos, nuestro señor, año de 1534 años, por el mes octubre». * CIEZA DE LEÓN, Pedro. La Crónica del Perú. M adrid, H istoria 16, 1984, pp. 335-338.

CAPÍTULO 7:

ARQUITECTURA MESOAMERICANA INTRODUCCIÓN Uno de los capítulos destacados de las culturas m esoam ericanas es el de la construcción de edificios, sin duda uno de los aspectos más interesantes que sobre­ sale por la calidad y cantidad de las obras realizadas. D esde los inicios del Preclá­ sico se constata la existencia de com plejos arquitectónicos que testim onian un grado de evolución cultural y técnico m uy importante, en los que se evidencian la presencia de una serie de patrones de construcción perfectam ente establecidos, que se m antendrán hasta sus últim as consecuencias en las etapas finales del Posclásico, anteriores a la llegada de los españoles. M uestra evidente de una sedentarización ya consum ada, entre el 1500 y el 1200 a.C ., m uchos de los asentam ientos alcanzaron un nivel de organización m uy com plejo, en las que las tareas esp ecializadas eran cada vez m ás num ero­ sas, lo que se reflejó en la p ropia organización de las ciudades y en aspectos tan básicos com o en un aum ento en la intensidad de los intercam bios de m ate­ rias prim as destinadas en un alto porcen taje a satisfacer fines rituales y funera­ rios. L a id o n eid ad o no de llam ar a este co njunto de e d ificacio n es com o arq u i­ tectu ra, se p lan tea p recisam en te p o r la ausen cia de grandes esp acios c u b ier­ tos, asp ecto que no es óbice p ara q u e estem os hab lan d o de unas estructuras q u e co nocen fases de diseñ o y co n stru cció n , llevadas a cabo por un grupo so cial sacerd o tal o regio, q u e es q u ién ordena su co n strucción. E l grado de c o m p lejid ad que se alcan za se p u ede a p reciar a través de la estrech a relació n q u e ex iste en tre los ed ificio s en sí y la tram a urbana dentro de la que se in sertan , d eterm in an d o de esta m an era la aparició n de v erdaderos com plejos en los que el a n álisis de un elem ento no se puede llev ar sin su in serció n en el c o n ju n to .

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UNA ARQUITECTURA A CIELO ABIERTO L a estrecha relación de los pueblos prehispánicos con la naturaleza en la que se insertaban y en la cual encontraban explicación a m uchas de las cuestiones tras­ cendentales que los regían, vida, cosm ología, etc., justificaría muchas de las carac­ terísticas de las estructuras arquitectónicas a las que nos vamos a referir. La concepción de su religión, estructurada en torno a la idea del necesario m antenim iento del ciclo vital, se sustentaba en la garantía de la sucesión del tiempo a través de una serie de rituales que se reflejaban en un rico y variado panteón que desde la etapa olm eca se había ido fraguando y consolidando dentro de la dinám ica social prehispánica, y que a su vez m antenía a toda una clase dirigente inicialm ente sacerdotal y posteriorm ente guerrera, que m andó erigir todo un conjunto de estructuras que se convertirían en el escenario idóneo a través del cual poder legitim ar sus acciones.

TEOTIHUACÁN. CALZADA DE LOS MUERTOS (MICCAOTLI). (MÉXICO).

L a idea de form ar parte de esa arm onía vital y nunca contra ella, y la necesidad de llevar a cabo un culto al sol como astro rey que garantizaba la vida, y cuyo transcurso por el cielo era considerado como esencial para su existencia, determinó la aparición de unos espacios en los que se adoraba de una m anera evidente a estos elementos. D esde etapas tempranas, tanto en la zona m esoam ericana como en la andina, el culto al sol se convirtió en el protagonista de la elaboración y planifica­ ción de los espacios, donde la exposición a su observación elim inaba la contem ­ plación de cualquier construcción cubierta que pudiera evitarla. Ni tan siquiera los espacios m enores domésticos, pueden apartarse de la presencia de un elemento

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YUCATÁN. CHICHÉN ITZÁ. EL CASTILLO. (MÉXICO).

abierto que m ostrara dicha relación, caso de los patios en torno a los cuales se disponen las unidades habitacionales. Ahora bien, el propio concepto de la construcción, entendida como una parte m ás de la naturaleza, integrada en la misma, abriría las puertas a una interpretación m ás profunda. No sólo el hecho de presentar estructuras abiertas justificaría este vínculo, sino que el m im etizarse prácticam ente con el entorno, en casos como las pirám ides de Teotihuacán, con el Cerro Gordo y el Chiconautla como telones de fondo, hablan de la trem enda preocupación que tuvieron sus constructores de con­ vertir sus obras en un parte más de esa naturaleza, cuya armonía no se quería alterar. L a continuidad entre las líneas naturales de las m ontañas y las artificiales de lo arquitectónico, ejem plifican de un m odo más que destacable ese concepto arquitectónico que huye de los espacios cerrados para integrarse directam ente en el m edio al que pertenecen.

EL DISEÑO: ARQUITECTURA Y PLANIFICACIÓN URBANA Dentro del proceso de definición de los elementos que serán esenciales en la arquitectura prehispánica m esoam ericana podríam os hablar de la existencia de unos m odelos que definirán un diseño arquitectónico desde los prim eros enclaves olmecas del G olfo hasta los aztecas de Tenochtitlán, convirtiéndose en unas constantes repetidas en la práctica totalidad de los centros construidos. Los estudios encami­ nados a determ inar los niveles de continuidad de las estructuras arquitectónicas,

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m ediante el análisis de los restos m ateriales que la arqueología relaciona con las m ism as, y su propia evolución interna, en un intento de crear una secuencia cons­ tructiva que explique sus com ponentes, puede ser uno de los m edios más aclaradores de las circunstancias que envuelven al m ism o proceso de edificación.

MONTE ALBÁN. OAXACA. PLAZA CENTRAL. (MÉXICO).

En este sentido, la determ inación de la presencia de organizaciones geométricas que nos m uestran una clara relación de las partes con el conjunto del yacimiento en el que se encuentran, nos hablarían de una suerte de ejercicio de ejecución encam inado a llevar correcciones tem porales en determ inados momentos, a la vez que proponer program as planificados de construcción que serían, en últim a conse­ cuencia, reflejo de unos procesos de econom ía edificatoria. D entro de los que se definen como elementos arquitectónicos podríam os hablar de plataform as, haciendo una distinción entre las pirámides, calzadas, espacios abiertos, unidades de habitación construidas m ediante un sistem a adintelado, orga­ nización de estos espacios en torno a patios, etc., todos con el punto en común de conocer procesos de construcción en los que se reaprovechan subestructuras pre­ vias, en un claro exponente de renovación espacial y volum étrica que en ocasiones se produce en períodos conocidos de tiempo. Así, ejemplos como la pirámide de Cuicuilco, el edificio de los Danzantes de Monte Albán, la pirámide de El Tajín, el Templo de los Guerreros de Chichén Itzá, o los restos del templo mayor de Tenochtitlán, mostrarían las tendencias ejecutadas por unas cons­ trucciones en las que se constata una suerte de evolución teniendo al pasado como soporte, que se reflejaría en ese conservadurismo estructural de muchas de ellas. Capí-

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CHICHEN ITZÁ. YUCATÁN. “EL CARACOL”.

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(MÉXICO).

tulo aparte lo conforma, por ejemplo, la construcción del templo rojo que existe delante de la pirámide de Quetzalcóatl en la Ciudadela de Teotihuacán, donde se evidencia la intención de anular y ocultar una estructura previa mediante la interposición, en rela­ ción al acceso más importante a la explanada central, de una construcción que anulara visualmente dicha pirámide y que estudios recientes están poniendo en cuestión, ya que la propia finalización de dicha edificación es dudosa.

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LA ARQUITECTURA CIVIL, PÚBLICA Y PRIVADA (PALACIOS-VIVIENDA) A la hora de hablar de los espacios de habitación de la arquitectura prehispánica, de la m ism a m anera que en otras culturas, se puede señalar una separación entre los espacios utilizados por las clases dirigentes, y aquellos otros destinados a la habitación de la población en general. U na distinción que se transm ite tanto en la calidad de los m ateriales em pleados como en la am plitud de los mismos. En este sentido querem os hacer referencia a los palacios y a las estructuras habitacionales m ás esenciales.

YUCATÁN. UXMAL. PIRÁMIDE DEL ADIVINO. (MÉXICO).

Por lo que se refiere a los primeros, los ejemplos que han llegado hasta nosotros y que han podido ser interpretados con la suficiente garantía no son muchos. Inclu­ so, su propia utilización por parte de sacerdotes o reyes, no habla de una evidente diferenciación dependiendo de uno u otro. Los casos que se pueden analizar con m ás claridad com o el Q uetzalpapálotl de Teotihuacán, algunos de los complejos del sector occidental de M onte Albán, el grupo de las Columnas de M itla o el Palacio de Palenque, nos hablan de una serie de características que podríamos definir com o comunes. En todos los casos estamos hablando de estructuras claram ente diferenciadas del conjunto por sus dim ensiones, por la calidad de los m ateriales que se emplean en ellas o por su ubicación dentro del plan urbano definido. Este hecho, si cabe, les confiere una m ayor m onum entalidad que se transm ite en su em plazamiento, casi siem pre sobre una enorm e plataform a, al contar con decoraciones esculpidas en

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piedra o labradas en estuco sin que predom ine la pintura de una m anera clara y sobre todo por su vinculación con sectores im portantes como una plaza, que h a­ blan de su relevancia al estar estrecham ente relacionados con espacios de reunión de una especial im portancia espiritual.

TEOTIHUACÁN. LA CIUDADELA. (MÉXICO).

No obstante, en los ejem plos escogidos destaca el com ponente común de la presencia de un patio o espacio abierto, como elem ento regulador de la distribu­ ción de las unidades habitacionales y que organiza un ámbito que siempre aparece aislado de las áreas públicas, m ediante un acceso en recodo y de reducidas dim en­ siones com o en el Q uetzalpapálotl de Teotihuacán; m ediante la incorporación de un elem ento interm edio como en el Grupo de las Columnas de M itla o una sobre elevación del nivel del suelo como el de Palenque. Por lo que respecta a las unidades habitacionales, utilizadas por clases sociales m ás hum ildes destacaríam os dos ejem plos. Por un lado los com plejos habitacionales de Teotihuacán y por otro las viviendas m ayas. Por lo que se refiere a las primeras, la organización de los espacios en torno a patios a los que se abren las habitaciones en sí, parece responder a la repetición en un nivel más dom éstico de las m ism as estructuras que se pueden percibir en los lugares sagrados. Tepantitla, Atetelco, Zacuala o Yayahuala, nos hablan de unas estructuras en las que se define de una form a clara los elem entos que las integran, patios y habitaciones básica­ mente, utilizándose los mism os m ateriales con la m ism a presencia de la pintura sobre capas de estuco que en los lugares de m ayor trascendencia. M ás hum ilde es el caso maya. En éste, la habitación m aya se caracteriza por el em pleo de m ateriales m ás perecederos donde son protagonistas los vegetales y la

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tierra, que definen unas estructuras en las que se constata el aprovecham iento de los recursos del entorno. Unas viviendas que serán frecuentem ente utilizadas como elem entos de decoración en templos y edificios de los centros cerem oniales más destacados como Uxmal, Sayil o Labná, en cuyos edificios aparecerán como com­ plem ento decorativo de los relieves exteriores.

EDIFICIO DE LOS DANZANTES. MONTE ALBÁN. OAXACA. (MÉXICO).

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LA ARQUITECTURA RELIGIOSA: PIRÁMIDES, TEMPLOS, JUEGOS DE PELOTA L a percepción divina de la m ontaña por parte de las culturas antiguas, como espacio sagrado, lugar próxim o a los dioses y por lo tanto vinculado con sus prin­ cipios, encontrará en el m undo prehispánico ejemplos destacados. En el área m esoam ericana, son num erosos los casos que se encuentran desde las etapas tem pranas del Preclásico hasta las definitivas construcciones aztecas del últim o período. Junto a ello los logros teotihuacanos y totonacas, nos hablan de un elemento, la pirám ide, que sin duda en el m undo m aya alcanzó una de sus m áximas expresiones. En la zona andina, como ya se verá, las construcciones de estas características se dan de una m anera generalizada y en ningún caso tienen nada que envidiar a sus sem ejantes en territorio m esoam ericano. Las construcciones de adobe llevadas a cabo por la cultura chimú en el valle de M oche, nos hablan de las dim ensiones y las características que llegaron a alcanzar convirtiéndolos en elementos distintivos dentro del paisaje. Se trata posiblem ente del edificio más característico de lo prehispánico. C onsi­ derado por unos como una construcción per se y por otros como un elemento indisoluble con el tem plo al que sirve de base, en realidad se trata de la estructura que define con más claridad la evolución de los principios arquitectónicos de la arquitectura prehispánica. Y a en L a Venta, entre el 1200 y el 900 a.C., se dieron los prim eros pasos para la definición de un m odelo en la denom inada como la Estructura A. La recreación de la form a de un volcán, con sus pendientes recorridas por canales, hace pensar en la prim era recreación artificial de la m orada de un dios. D esde este punto, en enclaves com o Cuicuilco, el m odelo vuelve a repetir el m ism o perfil que el de los volcanes próxim os, sim plem ente que sustituyendo la form a inicial olm eca por una planta circular y un desarrollo en altura con cuatro pisos decrecientes que dejan pasillos entre ellos, por los que se puede transitar. En este caso, la disposición de una ram pa y una escalera que potencian el eje este -oeste, vincula a este edificio con las prim eras m anifestaciones de un culto solar, al hacer coincidir estos componentes con la dirección del sol por el cielo. Sin duda la Pirám ide del Sol de T eotihuacán será la m ás m onum ental. Sus dim ensiones, 225 m. de lado aproxim adam ente por unos 65 m. de altura, hablan d e una estructura achatada en cuanto a la relación base-altura. No obstante se trata del últim o capítulo de unos sistem as constructivos em pleados desde el período olm eca, en este caso reforzados, com o en C uicuilco, con una cubrición exterior que refu erza el núcleo de tierra y piedra. La disposición de la escalin a­ ta en la cara oeste, m irando h acia la C alzada de los M uertos, y su ligera desv ia­ ción respecto al eje m agnético, vin cu la este com plejo arquitectónico con un culto solar que posib lem en te se llev ara a cabo en una prim era fase en la parte superior d el edificio, p ara traslad arse p osteriorm ente, con toda seguridad d es­ pués del año 300 d.C. a la zona inferior, m ucho m ás próxim a a la plaza que se abre a sus pies.

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EL TAJÍN. LA PIRÁMIDE DE LOS NICHOS. VERACRUX. (MÉXICO).

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TEOTIHUACÁN. QUETZALPAPÁLOTL. (MÉXICO).

Su vinculación con la Pirám ide de la L una, repite estructuralm ente el esquema dado por ésta, aunque de menores dim ensiones y una distinta disposición en cuan­ to a su orientación, en este caso presidiendo la plaza norte en la que se emplaza junto al Quetzalpapálotl. L a pirám ide totonaca de El Tajín, conform a sin duda uno de los ejemplos más refinados desde el punto de vista arquitectónico. Construida a partir del año 600 d.C ., la Pirám ide de los N ichos, reúne a algunos elementos como la definición de un volumen a partir de la superposición de pisos escalonados y con una planta cuadrada. Cuenta con una sola escalinata en la que destacan alfardas de grecas y la presencia de los 364 nichos a los que se les ha otorgado diversas funciones, desde las calendáricas a las de cum plir como lugares en los que se colocaban urnas fune­ rarias. En uno u otro caso, su ubicación privilegiada en una de las zonas del yaci­ m iento, nos habla del papel preponderante que este tipo de construcciones llegó a tener a la hora de ordenar el espacio en torno a ellas, cum pliendo la m ism a función que en el caso teotihuacano. Cerraríam os este brevísim o recorrido con los ejem plos toltecas y aztecas. En el prim ero de los casos, estamos hablando de un modelo, la Pirám ide de Tlahuizcalpantecuhtli, en la que se retom an m odelos mesoam ericanos. O rganizada con un planta rectangular y pisos escalonados, estaba rem atada por un tem plo sostenido por los atlantes que soportarían el entram ado principal de la cubierta de una sala a la que se accedería por una portada presidida por un chac m ool y dos columnas, cuyos fustes representarían los cuerpos de dos serpientes con la cabeza hacia abajo,

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ocupando el papel de la basa y el acrótalo en el capitel. Este modelo que sería exportado a Chichén Itzá, al tem plo de los Guerreros, solam ente se realiza en estos dos edificios, retom ando una iconología de larga tradición en las religiones prehispánicas. E l caso de los aztecas se caracteriza por el esquema dual de sus edificios en un claro exponente de la relación de tradiciones. La antigua, refrendada en la presencia de un templo dedicado a Tlaloc y la nueva con H uitzilopochtli, o dios de la guerra, divinidad a la que le rendían la m áxim a veneración. E l diseño de estos edificios de los que destacam os los ejemplos de la pirám ide de Tenayuca y la que conform aba el Templo M ayor de Tenochtitlán, fusiona la recreación del esquem a vital de los aztecas organizado en un desarrollo anual en el que se rendía culto al dios de la agricultura y al de la guerra, las dos acciones esenciales de la existencia de este pueblo m esoam ericano. Las pirám ides mayas son el otro gran capítulo. D estacaríam os dentro de ellas, por un lado las de Tikal, como el Tem plo I, Jaguar-Gigante, en el que podemos apreciar la característica fisonom ía de estos edificios, de planta cuadrada o rectan­ gular, con una escalinata, trem endam ente esbeltas en su concepción y con un tem ­ plo en la parte superior, organizado norm alm ente con varias dependencias cubiertas con la bóveda m aya y rem atado con una cresta que culm ina el conjunto. D e singular podem os calificar el Templo de las Inscripciones de Palenque, 700 d.C., donde encontram os la prim era estructura con una cám ara de enterram iento en su interior. L a presencia de la tum ba de Pakal, ha abierto el interrogante de sí se trata de una pirám ide con enterram iento interno o si por el contrario, de lo que tenem os que hablar es de una tum ba a la que se le superpuso una pirámide. En uno u otro caso, se trata de unas estructura que descansa sobre la falda de una de las elevaciones que conforman el núcleo de Palenque, lo que hace que no se trate de un edificio con las dim ensiones y proporciones que hasta ahora hemos analizado, aunque su im agen si nos perm ita hablar de un esquem a de planta rectangular, con pisos decrecientes y templo en la parte superior organizado en este caso con un par de crujías paralelas, cubiertas con sendas falsas bóvedas. Por últim o la Pirám ide del Adivino en Uxmal, construida a partir del 600 d.C., y la de Kukulkán en Chichén Itzá, datable con posterioridad al 1000 d.C., perm iti­ rían cerrar este recorrido por los ejemplos más destacados mayas. Para el prim ero de ellos, podem os hablar de una pirám ide de planta rectangular con las esquinas m a­ tadas, de tal m anera que se aproxim a su diseño más a la figura elíptica. Con doble escalinata, preside un conjunto urbano en el que sobresale como el edificio más alto. En la parte superior un templo le otorga todo su significado. E l caso de la Pirám ide de Kukulkán o el Castillo, podem os hablar de otro caso singular. Con una planta cuadrada, tiene cuatro escaleras que perm iten el acceso a un templo, cuya fachada se abre con una entrada con doble colum na en la que se reproduce en esquem a de la serpiente invertida de Tula. D e nuevo, como en el Tajín, cada una de las escalinatas que perm iten la ascensión al templo, cuenta con 91 escalones, es decir, 364 en total lo que de nuevo nos vincula este edificio con un posible culto solar. Com pleta el conjunto las alfardas en las que se reproduce de nuevo el cuerpo de una serpiente con la cabeza al inicio de la parte baja de la escalera, convirtién­ dose en un icono repetitivo a lo largo de toda la ciudad.

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MITLA. OAXACA. GRUPO DE LAS COLUMNAS. (MÉXICO).

Por lo que se refiere a los templos, éstos se relacionan con las pirám ides como espacios en los que se llevan a cabo los cultos a los dioses, dándose ejemplos en los que la propia pirám ide se convierte en la plataform a sobre la que se asienta dicho edificio. Espacios donde lo sagrado y lo privado conforman un lugar de una alta significación y de los que podem os encontrar num erosos ejemplos por todo el territorio prehispánico. L a enorm e diversidad de estos lugares nos obliga a una selección que sin duda dejará fuera a edificios que por sus características m erece­ rían un análisis detallado, pero que excedería las pretensiones de este manual. E l hecho de tratarse de la zona más sagrada justificaría su generalizada desapa­ rición, y a pesar de que son num erosas las reconstrucciones que se han realizado de estos edificios, no cabe la m enor duda de que m uchas de ellas responden a unos principios básicos constructivos. D e los prim eros asentam ientos apenas si han lle­ gado ejemplos. Para el caso olmeca, podríam os incluso señalar que la relación entre el tem plo en sí y la pirám ide respondería a un esquema dual en el que confor­ m arían un conjunto que delim itaría, por ejemplo ambos extremos de la plaza prin­ cipal de La Venta. Y a en Cuicuilco, la relación entre la pirám ide y el templo que sobre ella se dispone, parece clara, constatándose incluso la existencia de varias reconstrucciones en las que se dispone la sala sagrada sobre la parte superior de la estructura piram idal, perm itiendo plantear la posibilidad de que ésta no sea más que el m edio y no el fin espacial en el que se realiza el ritual. Las hipótesis respecto a los modelos estructurales que culm inarían las cimas de la Pirám ide del Sol y de la Luna en Teotihuacán, son uno de los ejemplos más

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destacados. Si bien en este sentido, la figura de la Chalchiuhtlicue, ha planteado la posibilidad de tratarse de salas hipóstilas, sostenidas por verdaderas cariátides y rem itiendo a la traslación de m odelos como los del Quetzalpapálotl. En uno u otro caso, se abren unas propuestas de diseños que tendrían otro ejemplo en la recons­ trucción del tem plo de Q uetzalcóatl en Tula, donde los guerreros tendrían la fun­ ción de atlantes, sosteniendo la estructura com pleta de la sala, y recuperando de esa m anera el m odelo precedente teotihuacano. Los casos aztecas tam bién nos han llegado de m anera indirecta a través de reconstrucciones, en las que de nuevo nos volvem os a encontrar, en este caso duplicadas, estructuras arquitrabadas que repi­ ten esquemas anteriores aunque más integrados en el diseño general de la obra, caso de la pirám ide de Tenayuca, o la propia del Templo M ayor de Tenochtitlán.

UXMAL. EL PALACIO DEL GOBERNADOR. YUCATÁN. (MÉXICO).

El m undo m aya se sale de la norm a al em plear el sistem a de bóveda para la finalización de sus construcciones. En este caso, las vinculaciones m ágico-religio­ sas consistentes en la recreación de formas naturales, podrían estar en la base de la sustitución de los cierres adintelados. A hora bien, el empleo de la cal como m ate­ rial básico de estos edificios, perm itirá encontrar ejem plos de salas en las que se estructuran los espacios interiores m ediante la disposición de crujías paralelas, cubiertas con la denom inada falsa bóveda maya, confiriendo esos perfiles tan ca­ racterísticos y sobre todo condicionando la propia espacialidad de cada una de las salas. N o obstante existen ejem plos en los que incluso podríam os decir que se dan soluciones de entrecruzam ientos de bóvedas, que recuerdan a las de arista, y que

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com o en el caso de los tem plos del Sol y de la Flor Foliada de Palenque, se cons­ tituyen en un paso m ás hacia la com plicación que se logró definir. Por últim o hem os seleccionado el Juego de Pelota como máximo exponente de espacio cerem onial y sagrado que tendrá en la zona m esoam ericana su área de m áxim a expansión. E l espacio que se definió, fue empleado como lugar de celebra­ ción ritual, donde se llevaban a cabo cerem onias en las que participaban toda una serie de elementos que les confieren un especial valor y un altísim o carácter sagra­ do.

JUEGO DE PELOTA. DAINZÚ. OAXACA. (MÉXICO).

Inserto dentro de la dinám ica religiosa de las culturas prehispánicas, el juego de pelota se conform a com o una cancha en form a de I o H, rehundida o aislada respec­ to al terreno que la circunda y lim itada por paredes verticales en todos sus lados excepto en los mayores centrales, en los que se disponen muros inclinados destina­ dos a contener decoración y contar en la inm ensa m ayoría de los casos con los anillos de piedra por los que se hacía pasar a la pelota. Existen excepciones como la cancha de Chichén Itzá, anterior al 1200 d.C., la más grande de M esoam érica en la que todas las paredes son verticales, o los juegos de pelota de M onte Albán y D ainzú del 300 a.C., en los que los aros son sustituidos por hornacinas dispuestas en las esquinas de los extremos de la I, y cuya funcionalidad se piensa pudo ser la m ism a que la de los anillos, estando en este caso estrecham ente vinculados con otros nichos sim ilares que se disponen en algunas de las tumbas aparecidas en el m ism o M onte Albán.

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El ritual que se recrea en la acción es el de la traslación del sol por la bóveda celeste ayudado por la fuerza de los hom bres. L a puesta en m ovim iento de la pelota de hule se ejecuta con todas las partes del cuerpo excepto con las manos, de ahí que los jugadores de pelota aparezcan ataviados y protegidos con elementos com o las rodilleras, las coderas, las palm as que evitaban que los golpes directos de la pelota im pactarán sobre el cuerpo, etc. Dichos jugadores siempre distribuidos en dos equipos en principio conform ados por un núm ero im par de individuos, tenían por objetivo el hacer pasar la pelota por alguno de los aros que se disponen en el centro de la cancha o en su defecto por las hornacinas que los sustituyen en los casos comentados. El público se sitúa en torno a la cancha, de pie presenciando el ritual, y que finalizaba tal y como se propone, con el sacrificio del capitán del equipo perdedor al que se le extraía el corazón y se le ofrecía a los dioses, como se narra en los relieves de uno de los juegos de pelota de El Tajín.

SELECCIÓN DE IMÁGENES LA PIRÁMIDE DE CUICUILCO La conform ación de las orillas del Lago de Texcoco, espacio elegido por distin­ tos grupos humanos a lo largo de la etapa preclásica mesoam ericana, como lugar de asentam iento aprovechando los recursos naturales, tiene uno de sus reflejos más sorprendentes en la Pirám ide de Cuicuilco.

PIRÁMIDE DE CUICUILCO.

(MÉXICO).

Em plazada en la actualidad dentro de la ciudad de M éxico D.F., en el conocido com o Pedregal de San Ángel, las obras de urbanización de la que iba a ser la Villa O lím pica de las Olim piadas de 1968, pusieron de m anifiesto la incorporación de esta estructura a un com plejo m ayor de edificios, entre los que destacaba por sus dim ensiones y características constructivas. Se trata de una pirám ide de planta circular de aproxim adam ente 150 m. de diám etro y conform ada por cuatro plataform as troncocónicas decrecientes, dispues­ tas de tal m anera que dejan en su superposición un espacio o pasillo para poder circular por ellas. En los lados oriental y occidental se disponen sendas estructuras aplicadas posteriorm ente al núcleo que ponen de m anifiesto una clara vinculación con los puntos cardinales principales, por donde sale y se pone el sol. L a estructura de levante es una escalinata que perm ite subir a la parte superior y la de poniente se conform a como una ram pa, uno de los escasos ejemplos que se pueden encontrar en la arquitectura prehispánica.

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Su técnica constructiva se puede considerar como el punto final de la evolución iniciada en la zona olm eca con estructuras como la A de La Venta, y el inicio de las grandes pirám ides m esoam ericanas que tendrán uno de sus referentes principales en el conjunto de la vecina y opuesta ciudad de Teotihuacán, situada en el extremo contrario del V alle de M éxico y dentro del radio de acción del Lago de Texcoco. La Pirám ide de Cuicuilco está construida con un núcleo de estructuras preexis­ tentes, que se realizan m ediante la acum ulación de tierra y piedra hasta conform ar el volum en de la edificación. Posteriorm ente se cubre esta parte central con una capa de piedra volcánica, dispuesta sin ningún tipo de m ortero y sin labrar, confor­ m ando una cubierta que consolida el núcleo y dota de una clara estabilidad al conjunto.

LA PIRÁMIDE DEL SOL DE TEOTIHUACÁN El análisis arquitectónico e incluso urbano de Teotihuacán gira en torno a la figura de la Pirám ide del Sol, su edificio m ás emblem ático. Em plazada en el sector oriental central de la Avenida de los M uertos, los datos arqueológicos hablan de que se trata de la prim era gran estructura que se construye, siendo el elem ento a partir del cual se ordenará la distribución del resto de los com plejos urbanos de la ciudad. La pirám ide recoge las propuestas de Cuicuilco y se convierte en el inicio del desarrollo de un tipo de una planta arquitectónica que se repetirá hasta la saciedad en toda la A m érica prehispánica.

TEOTIHUACÁN. PIRÁMIDE DEL SOL (MÉXICO).

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Con sus 65 m etros de altura y sus 222 x 225 m. de planta, este edificio se concibe com o la consolidación espacial y visual de un antiguo santuario o lugar de peregrinación que estaba conform ado por una cueva con planta trebolada sobre la que se construye. En esencia repite en su estructura el sistem a construc­ tivo derivado de la zona Olm eca, y desarrollado de una sola vez. Es decir, un enorm e núcleo constituido por la acum ulación de tierra y piedra que en esta ocasión define una planta cuadrada, que se recubre con una capa de piedra que sirve para consolidar dicha estructura y a la vez ser la base de una cubierta de estuco que serviría para disponer una decoración pictórica de la que apenas han llegado restos. En altura se desarrolla con cuatro plantas troncopiram idales decrecientes que culm inan con una explanada sobre la que se situaría el tem plo o la imagen divina a la que se rendiría culto. Presenta un solo acceso por su lado occidental, mediante una escalinata que alterna su desarrollo con uno y dos tramos hasta alcanzar la parte superior. D icha circunstancia, la de presentar su fachada o lado principal orientado hacia el poniente planteó la probabilidad de su relación con el culto al sol, aspecto que se corroboró al com probar que su planta se encontraba ligeram ente inclinada hacia el noroeste los grados necesarios para que en las fechas de los solsticios de verano e invierno, de cada año, la sombra que se proyecte sobre ella sea totalm ente paralela a su eje este-oeste.

LA PIRÁMIDE DE LOS NICHOS DE EL TAJÍN El enclave totonaca de El Tajín, descubierto en el siglo XVIII, ejem plifica los avances que en m ateria arquitectónica se alcanzaron en la etapa final del clásico m esoam ericano. Sus estructuras más importantes, construidas a partir del 500 d.C., definen un conjunto de edificios que sobresalen por las técnicas constructivas em pleadas y por la calidad de sus acabados. Sin duda alguna es la Pirám ide de los Nichos el edificio señero de este asentam iento. Localizado en el complejo denom inado Tajín Grande, próxim a al inicio de la colina sobre la que se asienta el Tajín Chico, la Pirámide de los Nichos, destaca del resto con su volum en y por los elem entos que le dan nombre. Se trata de una pirám ide de planta cuadrada, com puesta por siete plataformas, con una sola escale­ ra orientada hacia el oriente, flanqueada por dos alfardas decoradas con grecas y dispuesta en relación a los cuatro puntos cardinales. El sistem a constructivo que se em plea en ella aúna la reutilización de estructuras preexistentes, en este caso una pirám ide de seis plantas, y el empleo de la piedra en sillares m uy hom ogéneos que perm iten realizar un trabajo con ellos m uy sim ilar al del ladrillo. Cada uno de los tram os que la conform an repiten un m ism o esquem a que desde abajo se conform a con un talud, moldura, un tablero ahuecado con los nichos, y un alero m uy volado que contrarresta la inclinación del talud. Los nichos con los que se horadan los tableros de sus cuatro frentes, tiene unas dim ensiones de aproxim adam ente 70 centím etros de profundidad por otros tantos de altura y anchura, siendo precisam ente el elem ento más singular de la estructura.

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P

PIRÁMIDE DE LOS NICHOS. EL TAJÍN. VERACRUZ. (MÉXICO).

Su significado se desconoce aunque se barajan las posibilidades de que hayan servido para colocar objetos de culto como palm as o yugos del juego de pelota; urnas funerarias, o incluso hogueras. El hecho de que el cóm puto que se pueda hacer de los m ism os hable de 364 huecos, incorpora tam bién la idea de que se trate de un templo en que se rendía culto al sol, al tránsito del tiempo y en que se llevaran a cabo ritos de propiciación.

EL PALACIO DE PALENQUE Situado junto al río Otulum que riega y recorre todo el enclave de norte a sur, este edificio destaca por su singularidad y su propia estructura espacial. En esencia el conjunto arquitectónico se alza sobre una plataform a de 100 m etros de largo, por 80 de ancho y 10 de altura, a la que se accede por una escalinata situada por todo el lado septentrional. El com plejo se organiza en torno a cuatro patios, que se fueron definiendo m ediante la sucesiva construcción de edificios junto a ellos. U nas estructuras que se organizan con dobles crujías que se abren al interior y el exterior del com plejo, formando galerías que se vieron transform adas m ediante la incorporación de tabiques de separación en cuartos. El alto grado de desarrollo que alcanzaron los m ayas en el control del agua, desde su captación a su reparto se refleja en la existencia en el complejo de unos baños y retretes conectados con caño de desagüe y sumideros.

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EL PALACIO. PALENQUE.

(MÉXICO).

D e todo el conjunto destaca la torre, que aunque en la actualidad reconstruida, se convierte en el elem ento distintivo. O rganizada en cuatro pisos y cuya función com o punto de vigilancia u observatorio no se ha conseguido descifrar, es el único ejem plo de arquitectura m aya de este tipo de estructura arquitectónica, aparecien­ do perfectam ente definida y exenta en el conjunto del edificio. El Palacio estaba profusamente decorado tanto con imágenes labradas en estuco y de las que quedan algunos restos en sus paredes, que representan figuras humanas, símbo­ los religiosos y jeroglíficos. Como pinturas que apenas si han logrado sobrevivir de las inclemencias de un medio tremendamente húmedo y que las ha hecho prácticamente desaparecer. También destacan las lápidas de piedra labrada que decoran algunos de los patios y entre las que sobresalen las figuras del Escriba y el Orador y un gran tablero que representa una escena de entrega de atributos de la realeza. Posiblemente fuera Pakal quién mandará construir el conjunto de galerías que sur­ can los subterráneos del edificio, para recrear el ámbito del inframundo a los que los gobernantes descendían simbólicamente durante las ceremonias de entronización.

EL TEMPLO DE LOS GUERREROS DE CHICHÉN ITZÁ L a historia tolteca viene m arcada por la figura de Quetzalcóatl, y su viaje a las tierras orientales de la zona m aya donde fundaría la ciudad de Chichén Itzá. M itad historia y m itad mito, la trascendencia de este dirigente sacerdote, estriba no solo en el papel que se le confirió como fundador de la cultura tolteca, inventor de la

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escritura, el calendario o la arquitectura, sino más allá de ello, por el protagonism o que tuvo en el m om ento de la llegada de Hernán Cortés a las tierras mexicanas. El edificio de los Guerreros de Chichén Itzá, ejem plifica desde nuestro punto de vista, no solo la im portancia y trascendencia de dicho personajes, sino incluso la consta­ tación en una etapa concreta del posclásico de la presencia de estrechas y claras relaciones entre distintas zonas de M esoam érica.

TEMPLO DE LOS GUERREROS. CHICHÉN ITZÁ. (MÉXICO).

Este edificio forma parte del complejo más importante del yacimiento de Chichén Itzá y muestra, como decimos, con claridad las relaciones e influencias que recibieron las tierras mayas del Puuc, por parte de los toltecas del Valle de México. Su planta procede directamente del templo principal de Tula, dedicado a Venus o Tlahuizcalpantecuhtli, literalmente, casa del señor de la mañana. Se trata de una pirámide de cuatro pisos, desarrollados m ediante la combinación del tablero talud y con relieves de jagua­ res y águilas, sobre la que se dispone el templo a la que se accede por una escalinata que perm ite el acceso a la plataforma superior delante del chac mool. E l templo se abre m ediante un pórtico formado por dos grandes serpientes invertidas, con la cabeza a ras de suelo y la cola funcionando como capitel. A l pie del edificio se dispone un pórtico sostenido por pilares que sirve de unión con una sala de tres naves, hipóstila que organiza un espacio indefinido que culm ina en la conocida com o sala de las M il Columnas, constatando el hecho de que Chichén Itzá sea un m odelo perfectam ente trasladado del templo de Tula don­ de se presentan los m ism os elementos, pero en los que se emplean los sistemas de construcción que habían desarrollado los m ayas como el empleo de la cal y los sistemas abovedados de horm igón.

APÉNDICE DOCUMENTAL RELACIÓN DE LOS EDIFICIOS DEL GRAN TEMPLO DE MÉXICO* «...Era el patio de este templo m uy grande; tendría hasta doscientas brazas en cuadro. Era todo enlosado (y) tenía dentro de sí m uchos edificios y m uchas torres; de estas torres unas eran m ás altas que otras, y cada una de ellas era dedicada a un dios. La principal torre de todas estaba en el m edio y era m ás alta que todas, era dedicada al dios H uitzilopochtli o Tlacauépan Cuexcótzin. Esta torre estaba divi­ dida en lo alto, de m anera que parecía ser de dos y así tenía dos capillas o altares en lo alto, cubierta cada una con un chapitel, y en la cum bre tenía cada una de ellas sus insignias o divisas distintas. En la una de ellas y m ás principal estaba la estatua de H uitzilopochtli, que tam bien la llam aban Ilhuicatl xoxouhqui; en la otra estaba la im agen del dios Tláloc. D elante de cada una de estas estaba una piedra redonda a m anera de tajón que llam aban téchcatl, donde m ataban los que sacrifica­ ban a honra de aquel dios; y desde la piedra hasta abajo estaba un regajal de sangre de los que m ataban en él, y así estaba en todas las otras torres. Estas torres tenían la cara hacia el occidente, y subían por gradas bien estrechas y derechas, de abajo hasta arriba, a todas estas torres..». * SAHAGÚN, Bernardino de. Historia General de las cosas de Nueva España. T. I. M éxico, Porrúa, 1969, p. 232.

DESCRIPCIÓN DE LAS PIRÁMIDES DE TEOTIHUACÁN* «Los únicos m onum entos antiguos que pueden llam ar la atención en el valle m exicano por su grandeza y m oles son los restos de las dos pirám ides de San Juan de Teotihuacán, situadas al N. E. del lago de Texcoco, consagradas al sol y la luna y llam adas por los indígenas Tonatiuh Itzacualli, casa del sol, y M eztli Itzacualli, casa de la luna. Según las m edidas tom adas en 1803 por un sabio joven mexicano, el doctor Oteiza, la prim era pirám ide, que es la m ás austral, tiene en su estado actual una base de 208 m etros de largo y 55 m etros ( o sean 66 varas m exicanas) de altura perpendicular. La segunda, esto es, la pirám ide de la Luna, es 11 m etros más baja y su base m ucho menor. Estos monum entos, según la relación de los prim eros viajeros y según la form a que presentan aun en el día, sirvieron de m odelo a los teocallis aztecas. Los pueblos que los españoles encontraron establecidos en la N ueva España, atribuyeron las pirám ides de Teotihuacán a la nación tolteca; lo que siendo así, hace subir su construcción al siglo octavo o nono, porque el reino de Tollan duró desde 667 hasta 1031. Los frentes de estos edificios están con la diferencia de cerca de 52’, exactam ente orientados de N. a S. y de E. a O. Su interior es de arcilla m ezclada de piedrezuelas: está revestido de un grueso m uro de am igdaloide porosa, encontrándose además vestigios de una capa de cal con que estaban em butidas las piedras por de fuera. Fundándose algunos autores del siglo X V I en una tradición india, pretenden que lo interior de estas pirám ides está hueco.

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E l caballero Boturini dice que el geóm etra m exicano Sigüenza no había podido conseguir el horadar estos edificios por m edio de una galería. Form aban cuatro hiladas o pisos, de las cuales hoy no se ven sino tres, porque la injuria de los tiem pos y la vegetación de los nopales y de los magueyes han ejercido su influjo destructivo sobre la parte exterior de estos m onum entos. En otro tiem po se subía a su cim a por una escalera de grandes piedras de sillería; y allí, según cuentan los prim eros viajeros, se hallaban estatuas cubiertas de hojuelas m uy delgadas de oro. Cada una de las cuatro hiladas principales estaba subdividida en gradillas de un m etro de alto, de las cuales aún se ven hoy las esquinas. Estas gradas están llenas de fragm entos de obsidiana, que sin duda eran los instrum entos cortantes con que los sacerdotes toltecas y aztecas (Papahua Tlemacazque o Teopixque) abrían el pecho de las victim as hum anas. Es sabido que para el laboreo de la obsidiana (itztli) se em prendían grandes obras, de las cuales aún se ven los vestigios en el inm enso núm ero de pozos que se encuentran entre las m inas de M orán y el pueblo de Atotonilco el Grande, en las m ontañas porfídicas de O yam el y del Jacal, región que los españoles llam an el Cerro de las Navajas. Se desearía sin duda ver aquí resuelta la cuestión de si estos edificios que exci­ tan la curiosidad y de los cuales el uno (el Tonatiuh Itzacualli) según las m edidas exactas de m i am igo el señor O teiza tiene una m asa de 128.970 toesas cúbicas, fueron enteram ente construidos por la m ano del hombre, o si los toltecas se aprove­ charon de alguna colina natural, y la revistieron de piedra y cal. Esta m ism a cues­ tión se ha prom ovido recientem ente con respecto a varias pirám ides de Gizéh y de Sajarah; y se ha hecho m ucho m ás interesante por las hipótesis fantásticas que W ise ha aventurado a cerca del origen de los m onum entos de form a colosal del Egipto, de Persépolis y Palmira. Como ni las pirám ides de Teotihuacán, ni la de Cholula, de que hablarem os después, no han sido horadadas por su diámetro, es im posible hablar con certidum bre de su estructura interior. Las tradiciones indias que las suponen huecas son vagas y contradictorias; y atendida su situación en llanuras en que no se encuentra ninguna otra colina, parece tam bién muy probable que el núcleo de estos m onum entos no es ninguna roca natural. Lo que se hace también muy notable (especialm ente teniendo presente las aserciones de Pococke acerca de la posición sim étrica de las pirám ides pequeñas de Egipto) es, que alrede­ dor de las casas del sol y de la luna de Teotihuacán se haya un grupo, o por m ejor decir un sistem a de pirám ides, que apenas tiene nueve o diez m etros de alto. Estos m onum entos de que hay centenares están ordenados en calles m uy anchas que siguen exactam ente la dirección de los paralelos y m eridianos y que van a parar a los cuatro frentes de las dos pirám ides grandes. Las pequeñas pirám ides están más espesas hacia el lado austral del tem plo de la Luna, que hacia el templo del Sol; lo cual, según la tradición del país, consistía en que estaban dedicadas a las estrellas. Parece bastante cierto que servían de sepulturas a los jefes de las tribus. Toda esta llanura, a que los españoles dan el nom bre (tomado de la lengua de la isla de Cuba) de Llano de los C ues, llevó en otro tiempo, en las lenguas azteca y tolteca, el nom bre de M ictlaoctli o Cam ino de los M uertos. ¡Cuántas analogías con los m o­ num entos del Antiguo Continente! Y este pueblo tolteca que a su llegada al suelo m exicano en el siglo VII construyó, bajo un plan uniforme, m uchos de estos m onu­

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m entos de form a colosal, esas pirám ides truncadas y divididas por hiladas como el templo de Belo en Babilonia, ¿ de dónde había tomado el tipo de tales edificios?¿Venía él de raza m ongolesa?¿D escendía de un tronco común con los chinos, los hioñux y los japoneses?». * HUM BOLDT, Alejandro von. Ensayo político sobre el Reino de Nueva Espa­ ña. 4a ed. M éxico, Porrúa, 1984, pp. 124-126.

CAPÍTULO 8:

LOS MODELOS CONSTRUCTIVOS EN EL ÁREA ANDINA INTRODUCCIÓN La arquitectura andina siempre se ha distinguido por la calidad del trabajo de m ateriales como la piedra, realizados fundam entalm ente por la cultura inca, en enclaves tan paradigm áticos con Cuzco, M achu Picchu o Pisac. No obstante un estudio porm enorizado de los elem entos arquitectónicos aparecidos desde los yaci­ m ientos m ás antiguos hasta los que conocieron los prim eros españoles, nos hablan de una diversidad de técnicas y m ateriales que hacen de ella uno de los casos más significativos. D esde la arquitectura de adobe de la costa a la de piedra en las tierras altas interiores, pasando por la diversidad de técnicas constructivas que se emplean com binando ambos, hace de ésta uno de los capítulos m ás im portantes en el estudio de las culturas suramericanas.

VARIEDAD TIPOLÓGICA La diversidad de edificios que se pueden recoger en un recorrido analítico por el área andina va desde los de carácter religioso y civil, pasando por el militar. En este sentido dicha diversidad se plasma igualmente en una distinta utilización de materiales en cada uno de ellos, e incluso en el propio tratamiento que puedan recibir. Así en la arquitectura prehispánica suram ericana serán frecuentes las pirámides, entendidas com o plataform as destinadas a albergar en su parte superior un templo, com o es el caso de las pirám ides del Sol y de la Luna en M oche, que presentan tanto unas dimensiones m enores a la m esoam ericanas, como un sistema constructi­ vo no planificado, dando la sensación de conform ar m eros am ontonam ientos de adobes efectuados de una form a interm itente a m anera de tributo a una divinidad concreta, m ostrando ya creencias a los astros.

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D entro de este grupo podem os incorporar el apartado de las plataform as que de la m ism a m anera que en M esoam érica tam bién aparecen aquí, y que presentan una variedad de técnicas constructivas que van desde las exclusivam ente realizadas con piedra o abobe, a las que presentan trabajos m ixtos de núcleos de adobe, recubiertos con una envoltura de piedra. D esde un punto de vista tipológico tam bién se constata la existencia de pala­ cios o residencias de elites sociales en las que se puede percibir sino una utiliza­ ción de m ateriales de m ayor calidad, sí un m ejor tratam iento de los m ism os y una m ayor preocupación en la definición interior de éstos, posiblem ente debido a m o ­ tivos funcionales y rituales.

DETALLE DEL CENTRO CEREMONIAL DE CHAVÍN DE HUÁNTAR. (PERÚ).

En cuanto a las h abitaciones, éstas tam bién presentan unos acabados re a liza ­ dos en p iedra com o las de edificios de la ciudad de M achu Picchu, Pisac u O llantaytam bo en los A ndes o las de adobe, de una etapa anterior, en la costa com o en Chan C hán. En uno u otro caso, si bien la fisonom ía de la vivienda es variada, sí p resentan en un alto p o rcentaje la sim ilitud de aparecer relacionadas con espacios abiertos com o patios, conform ando sistem as m ixtos que a una escala dom éstica m antienen la relación de elem entos básicos de la arquitectura p reh isp án ica. Por lo que se refiere a las obras de ingeniería, que incorporam os por la tras­ cendencia que tuvieron desde los prim eros m om entos en las distintas sociedades que se fueron constituyendo, podem os referirnos a dos de los elementos básicos. La

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ACEQUIA INCA.

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preocupación clara de estos pueblos por dom inar una naturaleza hostil se reflejó en las grandes construcciones de infraestructuras de la costa y así, por un lado la red de canales, acueductos y depósitos que se construyeron en los distintos valles de la costa y que sirvieron tanto para abastacer a las poblaciones como para poner en cultivo las terrazas, no son más que un exponente de este conjunto de obras. Por otro lado la infraestructura de caminos, puentes e incluso andenes que transform a­ ron el núcleo del im perio inca en un territorio claram ente hum anizado con el que se buscaba dar unidad política a una vasta región que conocieron directam ente los españoles en el segundo tercio del siglo XVI, es reflejo de la capacidad para desa­ rrollar trabajos com unitarios que se alcanzaron y que tanto asom braron a los espa­ ñoles.

DISEÑO CONSTRUCTIVO Y DEFINICIÓN ESPACIAL Los ejem plos con los que nos podem os encontrar en este recorrido por la arqui­ tectura preincaica e incaica, responden a unos tipos que ante todo solventan de una m anera acertada sus relaciones com o volúm enes con el entorno en el que encuen­ tran, volviendo a convertirse en verdaderos referentes visuales, y por otro de com ­ plejos en los que exceptuando algunos casos concretos como el m ism o Chavín de Huántar, se trata de edificios en los que se ha querido transm itir una especial significación a través de unos conjuntos regulares en los que la arm onía en la relación de cada una de las partes que componen su estructura, son reflejo de equilibrio y racionalidad para con quién debía ser el propietario de dicha construc­ ción, ya fuera dios o rey. Exceptuando los casos más sim ples de construcciones en las que se ha querido ver una incipiente estructura que de nuevo nos vuelve a relacionar el posible ori­ gen de la arquitectura con los lugares de enterramiento, los casos más paradigm áti­ cos de la arquitectura prehispánica son ejemplos de perfecta integración en el espacio en el que se encuentran y de orden interior. Los prim eros ejem plos como el templo de las M anos Cruzadas de Kotosh o la propia H uaca de los Reyes, cuyas construcciones están separadas por más de mil años, ya nos hablan de estas tendencias que venimos señalando. Para el prim ero de ellos, enclave situado en las tierras altas del norte peruano, destaca por com binar estructuras arquitectónicas en las que se organizan los interiores en torno a un pequeño patio rehundido al que se accede a través de dos puertas situadas en el m ism o eje m ayor del rectángulo que define el edificio. En el caso de la Huaca de los Reyes en el valle del M oche, la organización global destaca por la enorme sim etría en el desarrollo de su plano, adem ás de sobresalir, no solamente la defini­ ción de unas unidades espaciales abiertas a patios que se suceden dispuestos en un eje, sino que la existencia de pórticos nos habla por prim era vez en esta región de la utilización de espacios indefinidos funcionando a m anera de propileos columnados. C erro Sechín, tem plo an terio r al año 900 a.C . supone un buen caso en el que p o d er a p reciar no solo la ex iste n c ia de una clara p la n ific ac ió n del encla-

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DETALLE DEL MURO DE LA PLAZA CEREMONIAL. CHAN CHÁN. (PERÚ).

ve sino adem ás de la fu n ció n de la escu ltu ra com o elem ento in teg rad o en la fach ad a, generan d o una je ra rq u iz ac ió n de los fren tes que p o ten c ia la pro p ia fu n cio n alid ad d el ed ificio . En ese sentido, la p ro p ia d efin ició n in terio r de las estan cias n os h ab la de una c la ra o rd en ación arm ónica de los m ism os sig u ie n ­ do un eje que re c o rre todo el in te rio r d esd e el acceso h asta la sala p rin cip al, p lasm an d o in clu so com o las d istin ta s m o d ificacio n es que h a conocido en el tiem po, no han afectad o n i siq u iera a la idea o rig in a l de su o rganización in tern a. El propio Chavín de H uántar refleja esta tendencia a la construcción de una form a paulatina a partir de un núcleo originario, que se convierte en la piedra angular del desarrollo posterior de alas que tienden ante todo a generar espacios donde prim a la orientación de los interiores desde fachadas que se abren a plazas, creando direcciones de percepción. D el conjunto de pirám ides y plataform as posiblem ente las de M oxeke y M o ­ che rep resentan unos de los m ejores ejem plos con los que se puede trabajar. En el p rim ero de los casos, p o r p resen tar una articulación a p artir de terrazas suce­ sivas donde incluso vuelve a ap arecer el com ponente escultórico com o re fe re n ­ te claro, en este caso reflejado a través de un conjunto de esculturas de arcilla incorporadas a nichos que rom pen la plan itud de los m uros. O las de M oche que conform an los ejem plos m ás g randilocuentes de este tipo de estructuras insertas en el p aisaje, m ostrando h asta que punto se llega a u tilizar el adobe com o m aterial de construcción, con sistem as de colum nas y paredes agrupadas pero no unidas.

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DETALLE DE LA PUERTA DEL SOL. KALASASAYA. TIAHUANACO. (BOLIVIA).

Uno de los grandes capítulos arquitectónicos del arte preincaico posiblem ente lo constituyan las estructuras y la propia organización de la ciudad de Chan Chán de lo que ya se ha hablado. Núcleos palaciegos como el denom inado de M ax Uhle, presenta una organización interna con un espacio cuadrangular con casas y una disposición sim étrica de las estancias que se concentraban en unidades espaciales que se aislaban del resto de la ciudad por m edio de muros dobles que solam ente se abrían en un punto. U n esquem a que vuelve a verse al menos en la organización de ciudades como V iracochapam pa y Pikillaqta. Los edificios de Tiahuanaco se articulan en torno a plataform as y estructuras con cámaras, donde se puede apreciar en algunos de los restos, la posible reutiliza­ ción de m ateriales de otros edificios y donde se recurre a técnicas constructivas com o las que ya se podían apreciar en Cerro Sechín, en las que la calidad del trabajo del corte de algunas de las piedras nos habla de una posible utilización de herram ientas de metal. Finalm ente la arquitectura inca nos m uestra una dualidad a la hora de trabajar los m ateriales y sobre todo de un empleo racional de los mismos con esas cim enta­ ciones y en algunos casos total desarrollo de las estructuras con muros de piedra perfectam ente encajados. En m uchos de ellos se pueden apreciar los perfiles carac­ terísticos trapezoidales de puertas y ventanas, siendo uno de los ejemplos más destacables las casas de Ollantaytam bo que posiblem ente sean las viviendas más antiguas de Suram érica aún en uso.

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VISTA PARCIAL DE MACHU PICCHU. (PERÚ).

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MATERIALES Y TÉCNICAS CONSTRUCTIVAS Los materiales básicos que se encuentran en la arquitectura prehispánica suramericana van a estar condicionados por las características del terreno en el que se generen, de tal manera que el determinismo que éste va a suponer afectará tanto a la naturaleza del mismo como a las técnicas empleadas. En esencia la tierra y la piedra serán los dos materiales básicos con los que se ejecutarán estos edificios a los que habría que sumar los elementos vegetales que intervienen tanto en estructuras como en cubiertas y que por su naturaleza son de los que menos nos han llegado.

MURO DEL CENTRO CEREMONIAL DE TAMBO MACHAY O BAÑO DEL INCA. CUZCO. (PERÚ).

Por lo que respecta a la tierra, este será el m aterial básico de las edificaciones que se construyen en la franja costera que desde el Ecuador hasta el norte de Chile fue territorio de fructíferas culturas que alcanzaron un alto grado de desarrollo. La extrem a sequedad del ambiente, ya comentada en el tema del urbanismo y a la que volverem os en el apartado de las artes m enores, va a condicionar que el bajo nivel de hum edad de la región y la escasez de canteras, faciliten y determinen el desarro­ llo del empleo de este material. Ésta se empleará básicamente en forma de adobe, como tapia y a manera de cubierta protectora de paredes, llegando a trabajarse con una infinidad de m otivos que decora­ rán los espacios interiores y exteriores de estas construcciones. El adobe constituye posiblem ente uno de los sistemas constructivos m ás anti­ guos conocidos por el hombre. Reflejo de un perfecto conocim iento del terreno y del m aterial que éste le puede aportar, conforman la forma m ás prim itiva de realiza-

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VISTA PARCIAL DE PISAC. (PERÚ).

ción de figuras geom étricas básicas que sustituyen a bloques de piedra en aquellos lugares donde éstos escasean. Realizados con m oldes y secados al sol, pronto con­ taron con la incorporación de desgrasantes que evitaban que se desquebrajaran com o paja o pequeñas piedras. Los ejem plos conocidos m uestran que se utilizaron tanto los de form a rectangular como los cónicos, siendo éstos posiblem ente los más antiguos elem entos que conform aban paredes como se puede com probar en ruinas com o las de Chan Chán, cerca de Trujillo o Viracochapampa. La tapia viene a ser un desarrollo de esta inicial técnica, m ediante la cual se realizan secciones de m uro de m ayores dim ensiones gracias al empleo de encofra­ dos de m adera dentro de los cuales se disponían capas de tierra hasta conform ar cajones de diversa medida, tal y como podemos apreciar en construcciones como las de Raqchi, de época inca. Si bien el ahorro de tiempo era evidente al cubrirse m ayor extensión con m enor esfuerzo, tanto el procedim iento del adobe como éste, se caracterizan porque no requieren de una m ano de obra especializada, de ahí su éxito en aquellas zonas, y su perfecta acom odación a las circunstancias desérticas de la costa pacífica sudamericana. Por últim o no queremos dejar de un lado el empleo de la tierra como capa protectora de núcleos de adobe o tapia y qua acabó convirtiéndose en una técnica de decoración de muchos de los edificios, llegando a ser si se quiere un elemento urbano de considerable im portancia. En m uchos de los restos arquitectónicos en­ contrados se constata la aplicación de una capa exterior de tierra que posteriorm en­ te se decora m ediante el corte de dibujos que cubren la totalidad de los muros, utilizando motivos repetitivos.

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RAQCHI. ARQUITECTURA EN TIERRA INCA. (PERÚ).

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ARQUITECTURA INCAICA Y COLONIAL EN CUZCO. (PERÚ).

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DETALLE DE UNO DE LOS MUROS DE MACHU PICCHU. (PERÚ).

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Por lo que respecta a la piedra, será m ás abundante en los asentam ientos de las tierras altas interiores en los que se em pleará como m aterial básico de distintas form as. Aparece com poniendo m uros de m am postería, como canto de río en los cim ientos y sobre todo trabajada como sillar donde alcanzará sus m áxim os logros, siendo la m anera m ás conocida. Los ejem plos m ás sim ples de arquitectura en piedra pueden ser las tumbas que aparecen en m uchos enclaves em pleándola directam ente excavada como las de San Agustín o Tierradentro en Colom bia o realizando m uros de contención de mampostería de planta circular o rectangular en la región de Paracas. A esto debemos unir los ejem plos de construcciones dom ésticas de viviendas realizadas también en piedra y que conform an los ejem plos m ás simples y esenciales en los que aparece trabajado este m aterial. Las cubiertas se realizaban con m aterial vegetal con el que se definían, siguien­ do a las reconstrucciones realizadas de algunos edificios, el perfil de doble agua o corriente apoyada sobre m uros m edianeros de carga en los que descansaban cada uno de los com ponentes de esta cubierta. N o obstante también se testim onia el em pleo de techum bres planas con las que de alguna m anera se soluciona la falta de especies arbóreas en algunas zonas, fundam entalm ente del altiplano y se fomenta un ahorro de m aterial que sería m ucho m ás grande si se emplearan soluciones abovedadas. Dejam os para un últim o apartado el tem a de la ingeniería pre e incaica, funda­ m entalm ente por ser uno de los capítulos m ás im portantes de la arquitectura prehispánica en Suramérica. Aunque fueron los incas quienes llegaron a diseñar la basta red de caminos que recorrieron todo el im perio desde el norte hasta el sur, antes que ellos, los prim itivos habitantes de lo que acabarían siendo territorios incas ya contaban con vías de com unicación que les perm itían ir de un territorio a otro dentro de un espacio caracterizado por las dificultades orográficas. Unos caminos que m ás que circuitos económ icos eran en realidad vías que sirvieron a funciones m ilitares, estratégicas y administrativas. Una estructura viaria que fue utilizada por los primeros conquistadores y que les perm itió desplazarse de un extrem o a otro con m ucha facilidad. La red de caminos form an un sistem a vial de aproxim adam ente 23000 kilóm etros de longitud y a las que com plem entaban paredes, postes, puentes, tambos, oroyas, huaros o tarabitas, un conjunto de com plem entos que ante todo garantizaban la com unicación allí donde el relieve se hacía m ás salvaje. En ellos la piedra se emplea para realizar la superficie del camino y en algunos casos los m ism os puentes que se salvaban en el recorrido.

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ENTRADA DE UNA VIVIENDA INCAICA EN OLLANTAYTAMBO. (PERÚ).

SELECCIÓN DE IMÁGENES CERRO SECHÍN. 900 A.C. Dentro de la evolución que van a conocer los asentam ientos del Horizonte A n­ tiguo, los esquem as constructivos se van a ir definiendo en enclaves como Kotosh y Cerro Sechín. En ambos, ejem plos de una serie más amplia, ya se testim onia la com binación de estructuras abiertas y cerradas, en las que se adivinan algunas de las características de etapas posteriores.

CERRO SECHÍN. (PERÚ).

La relación que se establece entre un lugar y su significación, suele estar reafir­ m ada en la presencia de una producción cultural de la m ás diversa índole. En el caso de Cerro Sechín, uno de los más directos antecedentes de Chavín de Huántar, esta característica se puede refrendar en el im portante program a iconográfico que decora sus paredes exteriores. Cerro Sechín es una colina granítica que dom ina un sector del valle del río Casma. En la antigüedad estaba fortificado con num erosos recintos amurallados que rodeaban las viviendas y los tem plos de cada uno de los complejos que lo integraban. El m ás grande está en el lado norte y tiene la plataform a del templo al pie de una de las laderas. Ésta estaba cubierta con losas de granito revestidas y esculpidas que conform an los ejem plos de escultura m onum ental m ás antiguo de

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los Andes. Se colocaban de tal m anera que se alternaban piedras verticales y estre­ chas con otras cuadradas y más pequeñas. En ellas aparecen esculpidas figuras hum anas de perfil, representaciones ideográficas de herram ientas, trofeos de cabe­ zas partidas y colum nas vertebrales. Sobre la plataform a se ubicaba el tem plo que estaba construido con adobes cónicos sobre un plano rectangular con un conjunto de cámaras dispuestas axial­ m ente respecto al eje central.

CHAVÍN DE HUÁNTAR E l centro en torno al cual girará el desarrollo del Horizonte Antiguo en la región andina será Chavín de Huántar, 700 a.C. Su im portancia radica, en ser el prim er núcleo en el que se testim onia la irradiación de una serie de valores de carácter religioso que contribuirán a dotar de unidad a un amplio territorio del Perú.

CHAVÍN DE HUÁNTAR. (PERÚ).

Su organigrama nos interesa ya que se puede considerar como el final del desarrollo espacial de los enclaves anteriores, donde se consolida una serie de soluciones arqui­ tectónicas que se mantendrán en el tiempo. L a estructura central del yacimiento está conformada por un conjunto de plataformas, salpicadas de pasadizos y desarrolladas en torno a una plaza rehundida, en cuya relación se quiere ver una serie de similitudes con los accidentes geográficos del entorno. U na especie de reinterpretación artificial de la vinculación existente entre montañas, valles y cuevas.

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Chavín em pezó com o un pequeño santuario en torno a la figura del Lanzón, flanqueado por dos alas laterales, a partir del cual se fue agrandando el complejo en sucesivas intervenciones. D estaca de este conjunto el edificio principal conoci­ do como el Castillo, que aparece revestido por una serie de plazas de piedra dis­ puestas en filas de anchura variable. Internam ente se ve recorrido por una serie de galerías, cámaras y respiraderos dispuestas en tres plantas. Exteriorm ente cuenta con elem entos de una singular im portancia como las cabezas grotescas incrustadas en las paredes y cornisas con cuerpos de jaguar y serpientes esculpidas. V inculados con él están los ejem plos más característicos de la escultura chavinoide, de una trascendental influencia como el Lanzón, la estela Raimondi, el Obelisco Tello, etc., encontrados y ubicados en algunas de sus salas, y cuyo signi­ ficado, aún sin descifrar, ha contribuido a aum entar el enigm a sobre este lugar, desde el que se extendió un culto que llegaría hasta tierras como las del entorno al lago Titicaca en enclaves com o Tiahuanaco.

LA PIRÁMIDE DEL SOL. MOCHE La arquitectura m ochica fue una de las m ás destacadas en el Período Interm edio Temprano. No sólo por la calidad de los edificios que se construyeron, sino además por la variedad de los mism os. D entro de todo el conjunto de obras que se llegaron a edificar, destacan tanto las infraestructuras destinadas a la distribución de agua, com o los canales de irrigación; y los edificios religiosos y funerarios, caso de las pirámides.

HUACA DEL SOL. MOCHE. (PERÚ).

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El valor de la pirám ide como lugar de habitación de los dioses siempre ha tenido una fuerte trascendencia en las culturas prehispánicas. L a pirám ide o Huaca del Sol de M oche, 100-600 d.C., es posiblem ente la estructura prehispánica más grande de Suramérica, en la que se han reproducido algunos procesos constructivos que tienen com o protagonista fundam ental a uno de los m ateriales más utilizados en la arquitectura preincaica e incaica, el adobe. Con sus cincuenta m etros de altura, doscientos treinta de base y ciento treinta y seis de anchura, se calcula que se em plearían hasta cincuenta m illones de estos adobes. Está conform ada por la superposición de cinco pisos decrecientes a cuya cim a se puede subir por medio de una ram pa de unos noventa m etros de longitud. En este caso, los diversos estudios que han analizado esta estructura, coinciden en subrayar la carencia de un plan unitario a la hora de construir este edificio que posiblem ente sirviera com o base para un templo. Por el contrario, más parece el resultado de una continua acum ulación de m aterial como reflejo de una especie de ofrenda continuada que acabó generando el edificio que en la actualidad se puede contem plar. A quinientos m etros de ella se eleva la Huaca de la Luna, en la que se han encontrado num erosas habitaciones decoradas con fragm entos de pintura mural.

CHAN CHÁN Uno de los reinos que se engrandeció hasta constituir un pequeño estado centra­ lizado fue el reino de Chimor, cuya capital Chan Chán hay que relacionar con un m om ento de expansión del im perio W ari, donde se puede percibir el grado al que llegó la im posición de un patrón urbano característico. Chan Chán es una de las ciudades más grandes de la Am érica prehispánica y uno de los ejem plos más destacados de planificación urbana. La zona arqueológi­ ca, situada a unos kilóm etros al noreste de Trujillo, ocupa una llanura por encim a del nivel irrigado actualm ente cubriendo unos 18 kilóm etros cuadrados. Pudo lle­ gar a tener 200000 habitantes. En su interior se pueden llegar a distinguir nueve o diez unidades, conocidas con el nom bre de ciudadelas, de las que destacam os la conocida como de M ax Uhle. Podríam os decir que se trata de un complejo arquitectónico que vuelve a ofrecernos un ejem plo de disposición de dependencias de una form a ordenada junto a un patio, donde la distribución de cada uno de los subsectores en los que se puede organizar el com plejo se lleva a cabo de una form a regular, y totalm ente aislada del resto del asentam iento por un muro con un solo acceso que ayuda a potenciar si cabe la direccionalidad de los espacios interiores. El empleo de adobe como base exclusiva en todo el conjunto, ejem plifica del m ism o m odo uno de las m ejores propuestas que se pueden encontrar en Suramérica. Además de las ciudadelas, Chan Chán cuenta con una serie de huacas o m ontí­ culos y otras construcciones de valor y época diversa. Entre las prim eras destaca­ m os la huaca del Obispo, Las Conchas, El Olvido, Toledo, El Higo, etc.

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rrn CHAN CHÁN. TRUJILLO. (PERÚ).

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PISAC Dentro del conjunto de enclaves que se reparten por el Valle Sagrado, Pisac, es el que posiblem ente ofrezca los restos arquitectónicos de m ás calidad. El yacim ien­ to destaca por la m aestría y el refinam iento de la técnica de labrar la piedra em plea­ da en su construcción.

PISAC. (PERÚ).

E l centro de la ciu d ad p reh isp án ica com prende una serie de im presionantes andenes, que se adaptan a las lín eas g en erales del reliev e para in teg rarse en él, siguiendo en su diseñ o las m ism as curvas de n iv el que acaban e sca lo n án ­ dose.

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L a ciudad en sí, está com puesta por edificios cuya función es difícil de precisar. Al igual que en otros enclaves como Sacsahuamán y Ollantaytambo, sobresale el aspecto m ilitar y el religioso presente en estas estructuras, m ostrándose casi insepa­ rables el uno del otro. Reflejo de ello es el Intihuatana o lugar en el que queda atado el sol, organizado por m edio de un esquem a bastante rígido, donde sobresa­ len templos, almacenes, fortalezas, observatorios, calles, pasajes, túneles, etc. Todo este sector, se organiza en torno a un edificio de granito rosado, realizado rodeando un m onolito denom inado precisam ente Intihuatana, lo que le convierte en un espacio dedicado al culto solar. Los restos de los edificios conservados, presentan ese trabajo perfecto en el ensam blaje de cada uno de los sillares de piedra, y la presencia de ventanas trape­ zoidales, con la parte superior más estrecha, típicas de la arquitectura inca. O tros sectores nos m uestran algunos ejem plos de viviendas com o el que se en cuentra situado en la ladera o riental de la m ontaña, bajo el m ism o Intihuatana. E l conjunto está form ado p o r pequeños recintos am urallados separados e n ­ tre ellos, y agrupados en dos estructuras, siguiendo la configuración sinuosa del terreno.

APÉNDICE DOCUMENTAL DEL VALLE DE PACHACAMA Y DEL ANTIQUÍSIMO TAMPLO QUE EN ÉL ESTUVO, Y CÓMO FUE REVERENCIADO POR LOS YUNGAS* «Pasando de la ciudad de los reyes por la m ism a costa, a cuatro leguas della está el valle de Pachacama, m uy nom brado entro estos indios. Este valle es deleitoso y frutífero, y en él estuvo uno de los suntuosos templos que se vieron en estas partes: del cual dicen que, no em bargante que los reyes ingas hicieron, sin el templo del Cuzco, otros muchos, y los ilustraron y acrecentaron con riqueza, ninguno se igua­ ló con este de Pachacama, el cual estaba edificado sobre un pequeño cerro hecho a mano, todo de adobes y de tierra, y en lo alto puesto el edificio, com enzando desde lo bajo, y tenía m uchas puertas, pintadas ellas y las paredes con figuras de anim a­ les fieros. D entro del templo, donde ponían el ídolo estaban los sacerdotes, que no fingían poca santim onia. Y cuando hacían los sacrificios delante de la m ultitud del pueblo iban los rostros hacia las puertas del templo y las espaldas a la figura del dolo, llevando los ojos bajos y llenos de gran temblor, y con tanta turbación, según publican algunos indios de los que hoy son vivos, que casi se podrá com parar con lo que se lee de los sacerdotes de Apolo cuando los gentiles aguardaban sus vanas respuestas. Y dicen más: que delante de la figura desde demonio sacrificaban nú­ m ero de anim ales y alguna sangre hum ana de personas que m ataban; y que en sus fiestas, los que ellos tenían por más solemnes, daba respuestas; y como eran oídas, las creían y tenían por de m ucha verdad. Por los terrados deste tem plo y por lo más bajo estaba enterrada gran suma de oro y plata. Los sacerdotes eran muy estimados, y los señores y caciques les obedecían en m uchas cosas de las que ellos mandaban; y es fam a que había junto al tem plo hechos m uchos y grandes aposentos para los que venían en rom ería, y que a la redonda dél no se perm itía enterrar ni era digno de tener sepultura si no eran los señores o sacerdotes o los que venían en rom ería y a traer ofrendes al templo. Cuando se hacían las fiestas grandes del año era m ucha la gente que se juntaba, haciendo sus juegos con sones de instrum entos de m úsica de las que ellos tienen. Pues como los ingas, señores tan principales, señoreasen el reino y llegasen a este valle de Pachacama, y tuviesen por costum bre m andar por toda la tierra que ganaban que se hiciesen tem plo y adoratorios al sol, viendo la grandeza de este tem plo y su gran antigüedad, y la autoridad que tenía con todas las gentes de las comarcas, y la m ucha devoción que a él todos mostraban, pareciéndoles que con gran dificultad la podrían quitar, dicen que trataron con los señores naturales y con los m inistros de su dios o demonio que este templo de Pachacam a se quedase con la autoridad y servicio que tenía, con tanto que se hiciese otro tem plo grande y que tuviese el más em inente lugar para el sol; y siendo hecho como los ingas lo m andaron su templo del sol, se hizo m uy rico y se pusieron en él m uchas m ujeres vírgenes. El demonio Pachacama, alegre en este concierto, afirm an que m ostraba en sus respuestas gran contento, pues con lo uno y lo otro era él servido y quedaban las ánim as de los simples m alaventurados presas de su poder. Algunos indios dicen que en lugares secretos habla con los más viejos este m alvado dem onio Pachacam a; el cual, como ve que ha perdido su crédito y

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autoridad y que m uchos de los que le solían servir tienen ya opinión contraria, conociendo su error, les dice que el Dios que los cristianos predican y él son una cosa, y otras palabras dichas de tal adversario, y con engaños y falsas apariencias procura estorbar que no reciban agua del baptism o, para lo cual es poca parte, por que Dios, doliéndose de las ánim as de estos pecadores, es servido que muchos vengan a su conocim iento y se llam en hijos de su iglesia, y así, cada día se baptiza. Y estos tem plos todos están desechos y ruinados de tal m anera que lo principal de los edificios falta; y a pesar del demonio, en el lugar donde él fue tan servido y adorado está la cruz, para más espanto suyo y consuelo de los fieles...». * CIEZA D E LEÓN, Pedro de. La crónica del Perú. Edición de M anuel B alles­ teros. M adrid, H istoria 16, 1984, pp. 285-287.

CAPÍTULO 9:

LA PINTURA EN LAS CULTURAS PREHISPÁNICAS INTRODUCCIÓN Tras el im portante capítulo del urbanismo y la arquitectura, restarían los ám bi­ tos de la pintura y la escultura, para cerrar una visión com pleta de los pilares más im portantes, aunque no los únicos, del arte prehispánico. El sentido integrador de éste, hace que cuando se habla de arte prehispánico, tengam os que ser conscientes de la unidad que im plica la presencia de las tres artes, para conform ar unos espa­ cios unitarios, cargados de un profundo valor tanto simbólico como religioso. Es por ello, por lo que a pesar de tratarse este tem a de la pintura de un apartado específico, de la m ism a m anera que se hará con el de la escultura, no se puede disociar del de la arquitectura y ni m ucho menos del urbanismo, verdadero am bien­ te escenográfico en el que éstas adquieren todo su sentido y su verdadera significa­ ción. A ello unim os que su conocim iento y análisis en la etapa prehispánica, resultan desde nuestro punto de vista esenciales para entender los contenidos de los gran­ des ciclos pictóricos de los edificios coloniales, en los que se aplicó con la m ism a intensidad y extensión el em pleo de la pintura, buscando con ello generar una escenografía ritual de conversión, en la que conjuntam ente con otros elementos se quería no descontextualizar en exceso el am biente religioso en el que se había m ovido el indígena americano, alcanzando con ello un m ayor éxito en el adoctri­ nam iento de la población. Dejam os de lado capítulos tan im portantes como los de la cerámica, ya que serán tratados en un apartado independiente. Siendo conscientes de la alta calidad a la que llegan algunos de los objetos producidos por los alfareros desde etapas tempranas, si es cierto que en ellos se aplican los mism os principios y métodos de diseño que se verán para el caso de la pintura.

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LA FUNCIÓN DE LA PINTURA E l papel que ha jugado desde siem pre la pintura como elemento cargado de una trem enda simbología, ha sido una constante a lo largo de la H istoria de la H um ani­ dad. L a tem prana relación que se establece entre los distintos colores y su identifi­ cación con valores m ágico-religiosos como la vida, la naturaleza o el cielo, la dotó de una especial significación para funcionar como vehículo de los intereses de las clases dirigentes, y con ello legitim ar un orden establecido en la inm ensa m ayoría de los casos por obra y gracia divina.

PALETA DE PINTOR. BARRO ESTUCADO. TEOTIHUACÁN. PERÍODO CLÁSICO MEDIO.

Podemos señalar que la función de la pintura en el m undo prehispánico fue doble. A pesar de ser escasos los ejemplos con los que contam os para abordar un estudio profundo de la mism a, ésta ocupó un papel relevante no sólo como elem en­ to que cubría todos los edificios, dotándolos de un com ponente de protección además de estético, sino que funcionaba como vehículo de difusión de ideas, con unos objetivos claros, tanto propagandísticos, como religiosos, convirtiéndose en legitim adores de un poder que se plasm aba a través de una serie de imágenes que actuaban como un verdadero código inteligible para la inm ensa m ayoría de la sociedad prehispánica. En este sentido, la circunstancia de que m uchas de ellas, que no todas, ocupen espacios de un claro carácter sagrado com o las dependencias de algunos de los

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com plejos habitacionales de Teotihuacán, tumbas de M onte Albán, Bonampak, e incluso en enclaves suram ericanos, ayuda a corroborar su verdadero papel de ele­ m ento sacralizador y com plem entario a la arquitectura que cubría. A ello se suma su papel en el exterior, donde el significado de la m ism a se transm itía a la inmensa m ayoría de la población a través de su valor simbólico tal y como se puede apre­ ciar en ejem plos que aún se pueden contem plar en la ciudad de Teotihuacán.

DETALLE DE UNO DE LOS MUROS DE TETITLA. FELINO NARANJA SENTADO EN UN TABURETE CON CORAZONES FRENTE A SUS FAUCES. TEOTIHUACÁN. (MÉXICO).

Una significación que se ejem plificaría en la propia sim bología que se le atribu­ ye a los colores que se emplean. Así, no es casual ese significado simbólico en relación con las direcciones cardinales. Por ejemplo, entre los m ayas el negro es el norte, el blanco es el oeste, el rojo es el sur y el am arillo el este. Entre los nahuas, ese sentido varió y para ellos el este es el rojo, el oeste el azul, el norte el amarillo y el sur el verde.

LAS TÉCNICAS PICTÓRICAS El conjunto de los ciclos pictóricos que se pueden estudiar en la actualidad presentan una sim ilares técnicas de ejecución entre las que distinguim os tanto las que se em plean para la realización de los colores, como las utilizadas en la aplica­ ción de la m ism a. N o perdam os de vista que por lo general los m uros exteriores de

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los edificios estaban pintados de un color uniforme, m ientras que las escenas se solían reservar para espacios interiores y m ás restringidos en cuanto al tránsito de gente.

DETALLE DE UNA DE LAS PINTURAS MURALES DE TETITLA. HOMBRE JAGUAR QUE SE DIRIGE A UN TEMPLO TEOTIHUACANO. (MÉXICO).

Respecto a los colores tenem os que hablar de los extraídos de bases animales, vegetales y m inerales, aunque la gam a crom ática con la que se realizan estas pintu­ ras no sea m uy am plia siendo básicam ente los amarillos, ocres con rojos y naranjas com o variantes m ás claros, azules y verdes los principales, junto al blanco y el negro, los más em pleados. La base sobre la que se aplica varía, en M esoam érica predom ina la cal, y para los restos encontrados en Suram érica es el barro el protagonista. Para el prim ero de los casos, la capa de estuco que aún se puede apreciar en los edificios prehispánicos cum plía una doble función. Por un lado protegía y unificaba la superficie exterior del edificio, dotándolo de una capa de protección, m ientras que a su vez servía de base para la aplicación pictórica. Ésta se disponía empleando dos técni­ cas básicas, la pintura al fresco y la pintura al seco, jugando indistintam ente con cada una de ellas. En este sentido no podem os perder de vista la im portancia de la cal en el mundo prehispánico, llegando a ser el m aterial cim entante más im portante de la antigüe­ dad. Su em pleo fue tan diverso que no solamente se llego a utilizar, como señalá­ bam os anteriorm ente, para recubrir la arquitectura con enlucidos que ocultaran y

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protegieran el núcleo de los muros, pisos y relieves, sino que además se utilizó com o cemento para unir las piedras de los m uros y bóvedas, así como para m odelar relieves y esculturas de bulto, como por ejemplo llegaron a hacer los mayas.

PINTURA TEOTIHUACANA. ZACUALA. PERSONAJE CON ATRIBUTOS DE TLÁLOC CON CANASTA DE MAÍZ. (MÉXICO).

L a obtención de la cal se realiza a partir de la calcinación de piedras calizas o de conchas marinas. Al calentar estos m ateriales a tem peraturas cercanas a los 800 ° C se logra descom poner la m olécula original, carbonato de calcio, obteniendo un com puesto inestable y reactivo en presencia del agua, la cal viva. Al m ezclar am ­ bos compuestos, agua y óxido de calcio, se hidrata transform ándose en cal m uerta o apagada. Al elim inarse el exceso de agua de la cal, queda una pasta, que en contacto con el aire y conform e se va secando, cristaliza, form ándose de nuevo un com puesto de carbonato de calcio. L a técnica que se em plea nos habla de una despreocupación por la copia del natural, por la representación perfecta del entorno que rodea al artista. En cambio interesa más el contenido, la idea, el qué se representa que el cómo. En este senti­ do, se busca una representación clara y directa, buscando una lectura limpia a pesar de la com plicación de m uchas de ellas para ser leídas en un prim er momento. Se trata de una pintura en la que predom ina básicam ente la línea, que delim ita unas zonas perfectam ente establecidas. U na línea ondulante y orgánica en unas ocasiones, recta y angulosa en otras, casi siem pre trazada en color negro, lo que facilita que cada una de las partes se puedan apreciar perfectam ente. Los colores se

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DETALLE DEL MURAL DEL TEMPLO DE LA AGRICULTURA. TEOTIHUACÁN. (MÉXICO).

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disponen en las zonas delim itadas, aparentem ente de una m anera plana sin b u s­ car el volum en y la gradación, en una especie de cloisonné pictórico que en determ inadas ocasiones resulta excesivam ente infantil. Los fondos también neutros, evid en cia en m uchos casos, una falta de dom inio de la perspectiva y de la tercera dim ensión, lo que convierte a las representaciones en escenas planas en las que se recu rre a soluciones b ásicas p ara conseguir lograr efectos de pro fu n ­ didad. N o obstante, son otros m uchos los ejem plos que están dem ostrando, una vez restaurados, que se buscaron en ocasiones alcanzar una clara sensación v olum étrica. L as figuras representadas, fundam entalm ente las de anim ales y personas, se atienen a principios de sim etría y relieve que rara vez se abandonan, dando la sensación de estar som etidas a unos patrones de representación perfectam ente esta­ blecidos y que son esenciales en las de tem a religioso. Solamente algunos ejem plos de la pintura teotihuacana como la representación del Tlalocan, las escenas del Tem plo de la Agricultura, y la propia pintura maya, m áxim o exponente del naturalism o, no se someten a esos principios compositivos rígidos. Por lo que respecta a Suramérica, la típica pintura m ural andina se realiza direc­ tam ente sobre el enlucido de las paredes de barro utilizando la técnica del temple mate. Es decir, m ateriales colorantes con agua a los que se agrega una sustancia aglutinante que da com o resultado esos tonos mates. Destaca en este sentido, h e­ chos com o que la técnica del fresco no se em pleara en toda Suram érica por su desconocim iento; o que básicam ente se recurriera al colorante mineral, m ucho más fácil de conseguir en la naturaleza. L a técnica a penas si varió a lo largo de los distintos horizontes, aunque si se pueden apreciar algunas distinciones, como el que en el Horizonte Temprano sim ­ plem ente se enlucieran las paredes, aplicando encim a la pintura. Tam bién podemos señalar com o en el Período Interm edio Temprano se produjo una diferenciación que ha dado lugar a dos escuelas. La Lima, en la que se enlucían las paredes, que posteriorm ente se cubrían con una capa de pintura blanca sobre la que se ejecutaba el tema. O aquella otra en la que se enlucían las paredes, sobre las que se disponía una cubierta blanca, en la que al seco o en húm edo se incidían los m otivos que se querían representar y que luego se rellenaban de color. El aglutinante en muchos de los casos es la savia de alguna cactácea, que aún en la actualidad es empleada por los indígenas para pintar sus casas. Tam poco podem os olvidar capítulos que se tratarán independientem ente en otros apartados, pero que se han de tener en cuenta a la hora de valorar en su globalidad la pintura prehispánica. Por un lado el capítulo de la pintura aplicada a la cerám ica donde encontram os ejem plos de una enorm e calidad en la cerám ica m aya o mochica. L a escultura, que tam bién cuenta con algunos de los más destacados referentes en aplicaciones pictóricas, y por otro lado los códices prehispánicos que se convir­ tieron en uno de los exponentes de m ayor calidad. En uno y otro caso nos enfren­ tamos a superficies de m enores dim ensiones que las arquitectónicas, pero en las que prácticam ente se aplican las m ism as técnicas y se utilizan los mismos motivos que en la pintura a m ayor escala.

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FRESCO DE LOS BEBEDORES DE CHOLULA. (MÉXICO).

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ICONOGRAFÍA El conjunto de im ágenes que se pueden observar en la pintura prehispánica recoge un am plio abanico de representaciones que van desde las naturalistas a las abstractas, pasando por tem áticas religiosas, algunas de ellas con un claro carácter m ítico y m ilitar. En este sentido será la figura humana, con un protagonista indis­ cutible, el sacerdote, y animales m ítico-religiosos como la serpiente emplumada, el coyote, el jaguar, la m ariposa, etc., los principales protagonistas de estos ciclos.

DETALLE DEL MURAL DE LA BATALLA DE CACAXTLA. TLAXCALA. (MÉXICO).

La figura hum ana se presenta de un m odo natural y ocupa un papel destacado en escenas como las m ayas de B onam pak o las de Cacaxtla en el Altiplano. Llega a estar próxim a al retrato, y se ve refrendada por la presencia en ocasiones de simbologías que le otorgan personalidad, fundam entalm ente en el caso de las mayas. Una figura hum ana que se esquematiza, reducida a sus signos básicos de identidad. En este caso representa lo m ism o al dios que se viste de hom bre que al esclavo más hum ilde, y entre ellos guerreros, gobernantes, nobles, comerciantes, músicos, y siem pre sin olvidar a los sacerdotes. En este sentido, por lo que respecta a los sacerdotes, se trata de una de las im ágenes m ás recurrentes de la pintura prehispánica. Representados en su inm ensa m ayoría de perfil, se trata de figuras que se caracterizan por el barroquism o de sus trajes e indum entaria en la que sobresalen los vestidos, los tocados, las m áscaras y en definitiva todos aquellos elem entos que los relacionan con el dios al que rinden

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culto. Suelen aparecer, tanto individualizados como representados formando parte de un cerem onial junto a otros sacerdotes, donde llevan a cabo un ritual de variado tipo, ya sea ofrenda o sacrificio.

SÍMBOLO DE XILBABÁ QUE IDENTIFICA UN LUGAR ACUOSO, MORADA DE LOS MUERTOS. CACAXTLA. TLAXCALA. (MÉXICO).

D entro de este grupo podríam os incluir al dios de los bastones, una de las repre­ sentaciones más repetidas en la iconografía andina y que tiene unos ejem plos des­ tacados en la H uaca de la Luna de M oche, donde aparece esquematizado e incluido dentro de superficies cuadradas que se repiten para form ar un m otivo decorativo de clara influencia textil, y cuya presencia habría que vincular con una influencia llegada desde el interior, de la cultura chavín. Por lo que respecta a los animales, el jaguar, el coyote y la serpiente emplumada pueden ser los más recurrentes, todos ellos con un alto contenido simbólico-mitológico y entre los que destaca el de esa serpiente emplumada, verdadera representación de la dualidad y el dominio del ambiente terrenal y celestial. Una imagen que la historia vinculará con la figura mitológica de Quetzalcóatl que acabará identificándose con ella a partir de la cultura tolteca y fundamentalmente con el mito maya que le dará la importancia que llegó a adquirir con la llegada de los españoles. En cuanto a la im agen del jaguar, se trata de uno de los anim ales más antiguos de los representados, siendo en la cultura olm eca donde aparecen sus primeras m uestras que se extenderán hasta las culturas suram ericanas en las que adquirirá incluso una im portancia m ayor a la de M esoamérica. D esde ahí, los ejemplos se m ultiplicarán en el Clásico en ciudades como Teotihuacán o Cacaxtla.

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TEMPLO ROJO. MURO ESTE. REPRESENTACIÓN DE UN ANCIANO, BULTO DE MERCADER Y MAÍZ. CACAXTLA. TLAXCALA. (MÉXICO).

En definitiva im ágenes de anim ales que se caracterizan por su cercanía a los m odelos naturales, en los que se m anifiesta un perfecto conocim iento de la reali­ dad.

LOS GRANDES CONJUNTOS PICTÓRICOS D entro de los grandes conjuntos pictóricos que se pueden estudiar en el m undo prehispánico destacan algunos de ellos tanto por su im portancia en cuanto a la calidad de sus representaciones, como por el lugar en el que se encuentran. En ese sentido se hará en este apartado una valoración genérica de algunos de ellos, para pasar en los apéndices a com entar de un modo más puntual algunos ejemplos. Básicam ente recurrirem os a las pinturas de los espacios habitacionales de Teotihuacán, fundam entalm ente de Tetitla, Teplantitla, Atetelco y Zacuala. Las pinturas de las tum bas zapotecas de M onte Albán, las de Cacaxtla, en Tlaxcala y por último al episodio posiblem ente de m ayor calidad de las dependencias de Bonampak. Junto a ello harem os m ención a algunos ejemplos que nos han llegado desde Suram érica, donde la tradición de pintar los m uros de los edificios se rem onta a las fases m ás tem pranas del desarrollo cultural en esta región. Respecto al prim ero de ellos, los ciclos de pintura de Teotihuacán son uno de los capítulos m ás im portantes de la pintura prehispánica en M esoamérica. Es pro-

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VISTA PARCIAL DE LAS PINTURAS EXTERIORES DE UNA DE LAS PIRÁMIDES DE LA CIUDADELA. TEOTIHUACÁN. (MÉXICO).

bablem ente la ciudad prehispánica en la que se hallan los ejem plos más sobresa­ lientes de la pintura m ural, con un período continuo de unos setecientos años de experiencia. Los restos que nos han llegado se distribuyen por las unidades habitacionales que conform an el entram ado urbano de la ciudad y testim onian la am plia presencia de este elemento, que no solam ente decoraba las estancias más privadas e importantes, sino que incluso recubrían exteriorm ente hasta los más im presionan­ tes edificios como la Pirámide del Sol, que aún m antiene las espigas que funciona­ ban como elem entos de sujeción de la enorm e capa de cal que recubría a toda la estructura. En ellas se pueden ap reciar algunas de las características que las harán ú n i­ cas y que se darán en zonas alejadas al propio T eotihuacán, com o es el hecho de ocupar toda la superficie de la p ared estructurando a ésta en varias superfi­ cies o bandas, ordenadas en esencia, m ediante un zócalo en la parte inferior y u na superficie continua en el resto de la pared. En ellas se sigue una pauta que es la de enm arcar las escenas prin cip ales m ediante cenefas que perm iten una m ás ráp id a y clara lectura de la pintura. U nas cenefas que suelen aparecer d eco ­ rad as con m otivos florales o geom étricos entre los que sobresalen las flores de cuatro pétalos, los chalchiuites, m allas, etc. T écnicam ente se trata de una p in tu ­ ra bruñida, p lan a y hom ogénea en la que aparecen colores yuxtapuestos, satura­ dos y com pactos. En todo el conjunto sobresalen las escenas de sacerdotes de T etitla, el T lalocan del T ep an titla y los frisos de anim ales de A tetelco. La calidad y la técnica con la que fueron ejecutadas han perm itido que lleguen un

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im portante conjunto de ellas h asta nosotros, lo que h a servido para reconstruir im ágenes h ip o téticas de cóm o se cubrían todos los espacios y edificios de esta ciudad. Uno de los recursos iconográficos distintivos del lenguaje visual teotihuacano es la llam ada vírgula de la palabra. Se trata de un elemento que se eleva y se enrosca hacia adentro, como voluta, dispuesto frente a los rostros de los personajes, hum anos o animales, casi siem pre a la altura de la boca o del hocico. D e esta m anera su presencia nos indica la em isión de algún sonido, indicando algún tipo de com unicación particular. En las pinturas de algunas de las tum bas de M onte Albán, destaca fundam ental­ m ente el carácter sagrado de las m ism as. Los protagonistas son sacerdotes pintados individualm ente o en procesiones y en los que se detecta una falta de naturalidad a la hora de representarlos, lo que podríam os entender como cerem onialidad, fun­ dam entalm ente al distribuir en el espacio a los distintos personajes que protagoni­ zan la escena. D ependen en este caso de su relación con los nichos que suelen com plem entar los interiores, y que estaban destinados a albergar objetos rituales, de los cuales la cultura zapoteca ofrece algunos de los m ejores ejemplos de todo el arte prehispánico. Representaciones en perfil y ordenación en base a ejes perfecta­ m ente establecidos, se trata de ciclos en los que el carácter funerario se refleja en la propia presencia de sacerdotes y dioses vinculados con el culto a M ictlan y donde se percibe una influencia clara de la pintura teotihuacana, tanto en la form a como en la temática.

DETALLE DE UNO DE LOS CICLOS PICTÓRICOS DE LA TUMBA 104 DE MONTE ALBÁN. OAXACA. (MÉXICO).

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HOMBRE JAGUAR CON TOCADO DE SERPIENTE DESCARNADA. CACAXTLA. TLAXCALA. PÓRTICO A, JAMBA NORTE. (MÉXICO).

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El tercer ejem plo nos lleva a C acaxtla (550-850 d.C.) en Tlaxcala. Se trata de unas pinturas en las que se detectan influencias de diversas zonas de M esoam érica y en las que se pueden observar escenas en las que se representan seres sobrenatu­ rales y una batalla, destacando personajes casi de tamaño natural. M uy similares a las de Bonampak, en el m ural de la batalla se retratan a dos grupos de guerreros, los vencedores y los vencidos, en donde la paleta que se em plea contem pla una gam a de ocho colores en los que se destacan hasta cuatro manos diferentes en su ejecu­ ción. Junto a ello las influencias de Teotihuacán, X ochicalco y M onte Albán, se deja ver en los distintos signos que decoran los m arcos del conjunto. La existencia de relaciones con el m undo m aya se refleja en los tipos, en los que se perciben los m ism os rasgos faciales.

PERSONAJES CON CAPA BLANCA DEL CUARTO 1. BONAMPAK. CHIAPAS. (MÉXICO).

El ciclo pictórico m aya de Bonam pak es sin duda el que de más calidad ha llegado a nosotros. Repartido en tres dependencias, en ellas se distribuyen series de personajes en espacios que han sido com partim entados en cuatro niveles o registros superpuestos, en los que se han querido ver la recreación del inframundo, el m undo terrenal y el celestial. El ciclo gira en torno a la representación de un grupo familiar, conform ado por un hom bre y una m ujer con niños y sirvientes que aparecen en las habitaciones de los extremos, m ientras que la central se dedica a la representación de una batalla. En las tres cám aras el espectador ve prim ero el muro posterior, antes que la pared de la puerta, de tal m anera que los espacios de estas escenas narrativas tienen continuidad, con secuencias figurativas que recorren inin-

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terrum pidam ente todas las paredes de la cámara. Su distribución en tres cámaras, así como la perfecta definición de un ciclo pictórico en su conjunto, con una clara significación del em pleo de los colores y la delim itación de diversos ámbitos, hace que estem os ante uno de los conjuntos m ás integrados del m undo prehispánico. En la zona andina, los ejem plos de ciclos o restos pictóricos que se pueden encontrar no son tan num erosos y de tanta calidad como los anteriores. En ese sentido es significativo que se trate de la cerám ica el m ejor campo en el que se puedan apreciar las características de esta producción pictórica. En el caso andino, la pintura m ural es una m anifestación artística que se conoce desde hace m ucho tiempo, pues fue observada y m encionada por los cronistas españoles, aunque a nivel arqueologico, pocos han sido los ejem plos que se han encontrado, y que nos hayan llegado de una m anera parcial y fragmentada. D e las prim eras fases (1800-900 a.C.), apenas si encontram os ejem plos que pue­ dan perm itirnos estructurar esta etapa inicial, siendo los restos pictóricos encontra­ dos en Kotosh y en Cerro Sechín, los m ás antiguos que hasta el momento se conocen. Se trata de pequeños dibujos esquem áticos en los que se representan anim ales y seres humanos, predom inando un claro m onocrom ism o en su ejecución. La influencia de Chavín se pude testim oniar en las pinturas encontradas del Horizonte Tem prano (900-200 d.C.). Los restos son tam bién fragmentarios, exis­ tiendo pinturas en Punkurí y Cerro Blanco. Precisam ente de este último, em plaza­ do en el V alle de Nepeña, apareció una plataform a realizada en piedra y cuyos m uros aparecieron recubiertos con relieves de arcilla y pintados con clara influen­ cia, como venim os diciendo del estilo chavín. U na de las fases en las que florece de una m anera más clara y decidida la pintura m ural es en el Período Interm edio Tem prano (200 a.C.-500 d.C.) y en el Horizonte M edio (500-900 d.C.), donde podem os hablar de dos focos en la Costa, uno en el V alle de Lim a y Chancay, y otro en M oche. En el prim ero de ellos, podemos decir que el m otivo predom inante es el de una serpiente estilizada y entrelazada, excesi­ vam ente m onótona, pero de una gran calidad cromática. Para el segundo, ya desarrollado en el Período Interm edio Temprano, la cultura M oche, será una de las principales realizadoras de este tipo de decoración mural. D estacan las de Pañamarca, de nuevo en el V alle de Nepeña, con decoraciones en las que aparecen representados sacerdotes participando en diversos cerem oniales; y M oche, donde encontram os pinturas en las edificaciones principales, como las ci­ tadas de la H uaca de la Luna, donde podem os hablar de escenas de una enorme im aginación, sobresaliendo las luchas de objetos antropomorfizados, dispuestos a enfrentarse con seres hum anos. L a influencia textil es clara en la disposición de los m otivos, junto con la de W ari en la tem ática, donde sobresalen las representaciones del Dios de los Báculos. U nos ejem plos en los que podemos ver la aplicación de la pintura a la arquitectura, que tam bién llegarían hasta el período de dominio de Tiahuanaco, donde se registra la utilización de colores como el blanco, rojo o verde en la decoración exterior de los edificios. D e los dos últim os períodos apenas si nos han llegado restos, es decir del Perío­ do Interm edio Tardío y Horizonte Tardío (900-1440). Solo destacan las del conjun­ to de Pachacam ac en las que de nuevo nos encontram os con unas pinturas en las

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que aparecen series de personajes en procesión, en este caso portando una serie de objetos de difícil identificación. Junto a ellas, existieron conjuntos de peces, plan­ tas y aves. Destacam os tam bién las de la Param onga, enclave en el que existían restos de pintura m ural con los m otivos distribuidos en superficies reticuladas y en las que se representaban animales. La cantidad de inform ación que guardan las pinturas m urales es enorme, a pesar de que no han sido interpretadas totalm ente. Debido a su presencia constante desde las épocas m ás tem pranas y a su extensión, se puede reconocer que fue un rasgo cultural y artístico fundam ental en las culturas prehispánicas.

SELECCIÓN DE IMÁGENES LOS MUROS DE TETITLA. TEOTIHUACÁN Los enorm es com plejos arquitectónicos que conform an la ciudad de Teotihuacán, son sin duda uno de los capítulos m ás com pletos en los que se puede apreciar al grado de desarrollo al que llegó esta m anifestación. La representación de sacer­ dotes en el com plejo de Tetitla, no es m ás que uno de los ejem plos en los que se puede apreciar com o la clase dirigente de la ciudad llegó a em plear la pintura com o vehículo de difusión de ideales, m ediante unas imágenes perfectam ente reco­ nocibles por quién las veía.

SACERDOTES PINTADOS EN EL ZÓCALO DEL CONJUNTO HABITACIONAL DE TETITLA. TEOTIHUACÁN. (MÉXICO).

Tetitla es el conjunto arquitectónico que conserva m ás pintura en sus paredes. Estructuralm ente, Tetitla tuvo un crecim iento que duró varios siglos, lo que se explica en la com plejidad de la organización de sus dependencias En el caso concreto que se analiza, las representaciones de estos importantes perso­ najes, se ejecuta con una metodología predeterminada en la que impera la línea que delimita zonas perfectamente identificables y que serán ocupadas por colores planos que generarán una pintura en la que las leyes de la perspectiva o la proporción no se contemplaban como fundamentales para trasmitir el mensaje. Todo un repertorio ico­ nográfico como las huellas de pies, templos, volutas de la palabra, etc., complementa­ ban los motivos principales para lograr con m ayor éxito su función.

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Se trata de una figura con un enorm e tocado conform ado por un elem ento rec­ tangular, dispuesto de m anera horizontal, en cuyo centro aparece la cabeza de un ave. D ebajo de este tocado se dispone una m áscara verde. Ésta incluye unas gran­ des orejeras, con una banda serpentina que repite el m ism o motivo del tocado, y por debajo de ella se disponen otras dos franjas, la prim era sem eja una cuerda retorcida y la segunda está form ada por un punto y una barra que se suceden consecutivam ente. A su vez, a esta últim a banda se sobreponen, con gran dinam is­ m o y movim iento, cinco cuadros que se han identificado con quincunces, símbolos que tienen relación con los rum bos del universo. Las m anos del personaje se m uestran por el dorso y presentan las uñas de color rojo, además de una pulsera de cuentas que la adorna. D e ambas manos salen a m anera de ofrenda corrientes de agua dentro de las cuales se pueden identificar diferentes signos como bigoteras de Tláloc, floreros, manos, pequeñas cabezas, etc. Todo el conjunto se bordea con una cenefa que enmarca la escena, formada con dos bandas que se entrecruzan, una por encima de la otra. Una de ellas presenta conchas y un abanico de plumas, mientras que la otra m uestra dos rectángulos intersectados.

LA TUM BA 104 DE M ONTE ALBÁN La importancia conferida por parte de las culturas prehispánicas a la decoración de los interiores de sus espacios más significativos, tiene en la tumba 104 de M onte Albán uno de sus capítulos más interesantes. Aunque en realidad el análisis de este espacio rara vez se hace independientemente de las pinturas de la tumba 105, la mayor sencillez en el tratamiento del tema permite tomar como de una etapa anterior a la 104, permitien­ do ver las características de la pintura que en ella se emplea. El conjunto está decorado con una pintura m ural en la que se representa una escena procesional en la que los personajes se encuentran dispuestos, m archando hacia el nicho del fondo. Todas la com posición se encuentra salpicada de signos y tributos con los que van tocados cada uno de los sacerdotes cuyas proporciones de enanos casi los convierten en un elem ento secundario respecto a los signos de calendario, núm ero y m áscaras que aparecen. La aplicación del color en superficies planas perfectamente delimitadas por gruesas líneas, junto con la ausencia de perspectiva y una clara ubicación especial de las escenas, m antienen a las m ism as dentro de las características genéricas de la pintu­ ra prehispánica en M esoam érica. En la identificación de algunos grifos se han querido ver una relación entre los textos inscritos en el interior de la lápida de la entrada, los grifos pintados en el interior de la tum ba y las im ágenes tam bién pintadas. El tem a se refiere al linaje de la fam ilia que vivía en la casa de arriba, representándose en este caso el regreso a las fauces celestiales del último m iem bro del linaje. Se ha sugerido desde hace tiem po que los difuntos iniciaban un viaje descen­ dente que los conducía al infram undo o bien ascendían al mundo celestial. Ello im plica la concepción de un universo constituido por tres niveles en los que ocu­ rría la vida y su consecuencia, la muerte.

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VISTA PARCIAL DE LA TUMBA 104 DE MONTE ALBÁN. (MÉXICO).

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EL COMPLEJO DE BONAMPAK El conjunto de pinturas m ayas de Bonampak, conform a el complejo de m ayor calidad de pintura m ural de la A m érica prehispánica. Organizadas en tres habita­ ciones la calidad de éstas con sus contornos fluidos que delim itan zonas en las que se aplica el color en superficies planas, sobresalen por la form a en la que se traba­ ja n las proporciones y las perspectivas m ucho más cuidadas, elemento que pone de m anifiesto un claro control del pintor que las realizó.

DETALLE DE UNO DE LOS MURALES DE BONAMPAK. CHIAPAS. (MÉXICO).

Organizados en tres salas, los paneles se hayan casi totalm ente cubiertos por pinturas, en las que se m uestra un estilo extraordinariam ente realista, donde la brillantez del colorido, la am plitud y variedad de las composiciones, ayudan a otorgar a este conjunto una indudable singularidad. Junto a ello, estas pinturas son una fuente de inform ación riquísim a para el conocim iento de la vida de los mayas, ya que en ellas se representan un conjunto muy num eroso de atavíos y adornos distintos en las que aparece una gran variedad de tipos. En la prim era de las tres cám aras, se representan un conjunto de ceremonias relacionadas con la presentación de un niño posiblem ente perteneciente a la reale­ za y en la que destaca la procesión de sacerdotes ricam ente vestidos. En la segunda se representa una batalla con sus consecuencias de prisioneros y heridos donde destacan sobre todo el dom inio de la representación en escorzo de algunos sectores de la misma.

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L a tercera cám ara recoge un conjunto de escenas en las que se ha querido ver las distintas celebraciones realizadas con m otivo de la victoria en la batalla preceden­ te. En conjunto, las escenas son el testim onio de diversas actividades llevadas a cabo por el gobernante Ghaan M uan II o Cielo Arpía II y otros m iem bros de la nobleza de Bonampak. En total se representaron 272 individuos, con una altura m áxim a sin contar los tocados de 98 cms. Las pinturas de B onam pak son un claro ejem plo de naturalism o, del sorprenden­ te m anejo de las formas, de su organización en el espacio pictórico, además del dom inio de la técnica y sin un docum ento histórico sobre una época de esa ciudad. A simismo, a través de ellos podem os im aginar como debieron estar cubiertas las paredes de m uchos recintos m ayas, al ser la pintura m ural una tradición por m edio de la cual se confirm aban y perpetuaban relevantes acontecim ientos.

HUACA DEL SOL. MOCHE Las especiales características de la arquitectura realizada en la zona andina, m ucha de ella con adobes de tierra que siempre se exponen a un deterioro m ayor que la propia piedra, contaron con grandes superficies de estuco que no solamente protegían a esos núcleos de tierra sino que además, eran la base adecuada en la que diseñar grandes pinturas de las que pocos restos han llegado hasta la actualidad. El caso de la H uaca del Sol en el yacim iento de M oche, se trata de uno de los ciclos

HUACA DEL SOL. (PERÚ).

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m ás com plejos en el que se puede analizar la presencia de esta pintura en una plataform a con m uros de adobe cubiertos de relieves en arcilla, pintados y esculpi­ dos, en donde la presencia de la influencia Chavín es clara. L a decoración se articula en base a una disposición de rom bos separados por bandas decoradas, en las que el tem a principal es la cabeza de un ser antropom orfo con cabellos formados por serpientes. L a repetición del motivo principal, junto a la tendencia a cubrir toda la superficie, pone en relación este tipo de decoración con la realización de tejidos de los que posiblem ente se tom ara el esquem a com positi­ vo básico.

APÉNDICE DOCUMENTAL LAS PINTURAS DE ATETELCO EN TEOTIHUACÁN* «Desde el año de 1940 y con Fondos de la Fundación V iking, el Instituto N acional de A ntropología e H istoria ha explorado, fuera de la zona de los gran­ des m onum entos, diferentes lugares de Teotihuacan, encontrando algunos ed ifi­ cios pintados. Prim ero fue un Tepantitla, un lugar situado al oriente de la pirám ide del Sol, donde accidentalm ente aparecieron unas pinturas en tonos rojos, que representa­ ban al dios Tláloc. D esde entonces se iniciaron explotaciones sistemáticas, fuera de la zona arqueológica, habiéndose localizado tres grupos im portantes de edificios pintados, que son: Tepantitla (lugar de paredones), Tetitla (lugar de piedras) y A tetelco (en la piedra junto al agua). En Tepantitla, además de las representaciones de Tláloc antes m encionadas, se encontraron innum erables fragmentos, habiéndose logrado reconstruir gran parte de un m ural. El doctor Alfonso Caso, en un estudio publicado en esta revista, lo identificó como el Tlalocan. Con anterioridad, m i intervención en las exploraciones arqueológicas había con­ sistido solam ente en la copia de las pinturas, pero en este caso, habiéndose encon­ trado m uy rotas las paredes pintadas, tuve que empezar por reconstruirlas para trabajar. El señor Santos Villasánchez, empleado de la zona, resultó un m agnífico cola­ borador. Como experto albañil, pronto solucionó los problemas que de su oficio se presentaron en el trabajo y desde entonces m e ayuda en la restauración, lim pieza y consolidación de los m urales prehispánicos de Teotihuacan y de otros lugares de la república, como son Tamuín en San Luis Potosí y Palenque en Chiapas. En la copia de estas pinturas de Tepantitla m e ayudó el pintor don M ateo Saldaña, dibujante, como yo del Instituto de Antropología. En Tetitla se localizó el segundo grupo de edificios con pinturas. Se conocía una parte de éstas que había publicado la revista Zeta en el año 1940, y aunque allí se decía que se trataba de una pintura de Teotihuacan, no se indicaba el sitio exacto de su ubicación. Un día le m ostraron al señor Saldaña un fragm ento de un m uro pintado y él lo identificó, por su dibujo, como del m ism o estilo del que había aparecido copiado en la citada revista. Localizado el sitio de donde prevenía el fragmento, se procedió a explorarlo, habiéndose encontrado m uchos m uros pintados y trozos en gran cantidad. Procedi­ m os inm ediatam ente a calcar aquéllos y a consolidar éstos. La consolidación con­ siste en aplicar cem ento en la parte de atrás a los fragmentos, lo cual los protege en el constante m anejo a que tienen que estar sujetos durante el proceso de restaura­ ción. M ientras realizaba este trabajo tuve informes de que en un lugar cercano había pinturas. Era un sitio con grandes hoyancos, en uno de los cuales existía parte de un m uro en el que estaban pintados dos tigres. En el terreno se veía gran cantidad de m aterial de construcción arrancado a los edificios sepultados. En los escombros

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encontram os una cantera que tenía varios discos tallados y pintados de color rojo y en otra de sus caras varios huecos en form a rectangular y de similar tamaño. Por los discos parecía tratarse de una cornisa, pero los huecos nos desorientaron e im pidieron que supiéramos positivam ente de qué se trataba, hasta que más adelan­ te y por casualidad, com o sucede m uchas veces en la arqueología, dimos con el significado de ellos. Los arqueólogos del Instituto se encargaron de las exploraciones: prim ero el señor Pedro Arm illas y después el señor Carlos M argáin, habiendo sido éste quien puso el nom bre de Atetelco al lugar[...]. Esta construcción la encontram os cortada y rellena de escombros, sepultada por una estructura posterior. El reconocim iento por medio de túneles nos mostró las paredes pintadas y en el enorm e núcleo de tierra que cubría el patio encontramos innum erables fragmentos, tam bién pintados. Al ver tal cantidad de m aterial decora­ do tuve la im presión de que se podrían reconstruir los m urales y pusim os m ano a la obra[...]. El dibujo del tablero figura una red estilizada, y por un fragmento que encontré en un sitio, supe que em pieza con un entrelace. Repitiendo la figura dos veces me dio un total de 3,32 m. Añadiendo otra figura en sentido vertical hubiera dado una altura inusitada en este tipo de arquitectura, por lo que quedó en dos rom bos la decoración. El alto de la puerta se fijó m uy aproxim adam ente. El listón rosa que divide su m arco del dibujo del tablero lo coloqué tapando el prim er entrelace em pezando de arriba. El espacio que quedó entre la m oldura horizontal y el m arco de la puerta me pareció el más lógico, pues el haber subido el m arco para dar m ayor altura a la puerta hubiera sido causa de que quedara demasiado cerca del dibujo de la m oldu­ ra, detalle de m al gusto que no estaría de acuerdo con el resto de la decoración [...]. Para reconstruir la decoración se hizo un dibujo m uy detallado a tamaño natu­ ral, colocándose las calcas en donde por su diseño pudiera corresponderles, y cuan­ do la m ayoría estuvieron en su lugar, se calcó el conjunto señalando los fragmentos originales. Reduciendo esta calca a la tercera parte de su tamaño se utilizó para hacer una copia en color en la que queda diferenciado lo auténtico de lo recons­ truido [...]. Aquí en Atetelco la decoración tam bién corresponde al culto de Tláloc.[...]. El m ural de Atetelco está realizado solamente en tres tonos de rojo indio y al fresco: un tono está dado con el color puro; otro m ezclado con cal y el tercero está rebajado con agua, dando un color rosa m uy claro. El porqué del color rojo de la decoración queda explicado en las siguientes frases del “Canto a Tláloc”, recogido por Sahagún y traducido por el doctor E duar­ do Seler: “M i dios(o m i sacerdote) se ha pintado de color rojo obscuro con la sangre (de la víctim a)” . En cada talud del m uro aparecen dos tigres; van emplum ados y dos de ellos, com o señalé, tienen pintada la red en el cuerpo; de sus fauces salen volutas con gotas de agua y tam bién el signo de la palabra. Enm arcando estas figuras hay dos franjas formadas por dos cuerpos entrelazados de serpientes, con cabezas, garras y colas de tigre[...].

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En el tablero hay pintada una m alla de red, de dibujo geom etrizado para adap­ tarlo como m otivo decorativo; los hijos que la form an están emplumados, m aterial lujoso, y llenos de pequeños círculos y óvalos que representan “chalchihuites”, indicando con esto que no se trata de una red común y corriente sino de un objeto precioso. Después, dentro de los claros de la red hay pintados unos personajes que van al centro del tablero. Tienen un gran penacho con una cabeza de ave al frente; llevan nariguera con dientes; con una m ano sostienen un báculo de sonaja y con la otra un escudo emplum ado con una red en medio, del que sobresalen flechas. Al frente, colgado en el pecho, llevan un gran caracol; su vestido tiene flecos de plum as y calzan lujosos cactles” . * GALLEGOS RUIZ, Roberto (Coord.). Antología de Docum entos para la histo­ ria de la arqueología de Teotihuacan M éxico, INAH, 1997, pp. 553-561.

CAPÍTULO 10:

LA ESCULTURA: MATERIALES E ICONOGRAFÍA INTRODUCCIÓN Otro de los capítulos importantes dentro de arte prehispánico es el constituido por la escultura. Si bien la producción en las dos zonas que centran nuestro interés es desigual, en ambas la importancia de estos elementos es fundamental para adquirir una idea completa de las manifestaciones artísticas de las culturas prehispánicas. Lo abierto de la consideración del término escultura, nos obliga por las dimensiones de este trabajo a centrar nuestra atención en las obras producidas en piedra y en menor medida en arcilla, de ahí que si bien deberían de tratarse dentro de este apartado aspec­ tos de la cerámica o de la metalurgia que tienen la calidad y características para ser consideradas como tales, las dejamos para sus correspondientes temas.

LA FUNCIÓN DE LA ESCULTURA El papel dentro de la cultura prehispánica que se le pueda dar a la escultura, está muy relacionado con los valores sociales y religiosos que se han apuntado para otros cam ­ pos. En este sentido, podríamos decir que su función hay que insertarla dentro de ámbitos civiles y religiosos desde las primeras etapas de su aparición. Los restos más antiguos que se pueden encontrar tanto en M esoamérica como en la zona andina nos hablan de figuras que jugaron un importante papel dentro de la formación de las prim e­ ras creencias y esquemas mentales, en los que se pone de manifiesto la complejidad cultural que habían alcanzado estas sociedades. Desde las figurillas de arcilla de Tlatilco o las representaciones del Niño-Jaguar olmecas, pasando por las esculturas monolí­ ticas de San Agustín, en la región colombiana de Tierradentro, las coincidencias nos hablan de la existencia de unos valores en los que ideas como la fertilidad, lo femenino y la vida de ultratumba, entre otras, estaban perfectamente establecidos.

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HACHA KUNZ. OLMECA.

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CABEZA DE JAGUAR. ANTECEDENTES CLAROS DE LAS CABEZAS CLAVAS DE TIAHUANACO. CHAVÍN DE HUÁNTAR. (PERÚ).

Su relación con las clases poderosas hizo que estuvieran al servicio de la difu­ sión de ideas relacionadas con el poder y la religión, de ahí que su vinculación con espacios de una especial significación religiosa-ritual y civil, las dotara de un alto valor simbólico. Dentro de esa idea global que el arte prehispánico desarrollará, las esculturas no se puede entender sin el contexto en el que se hallan, confiriéndoles una parte fundam ental, incluso para la correcta interpretación de estos espacios urbanos y edificios perfectam ente definidos. Las vinculaciones entre plataform as, espacios abiertos y estelas o altares por ejemplo, determ inarán que los elem entos escultóricos que aparecen insertos dentro de estos ámbitos, tengan una especial significación. Incluso, su inserción y rela­ ción con territorios más amplios, como ocurre con las cabezas colosales olmecas o incluso las anteriorm ente com entadas esculturas de San Agustín, ponen de m ani­ fiesto el papel inicial que llegaron a jugar como m arcadores de lugares o delim ita­ dores de espacios. Por otro lado, las figuras de m enores dimensiones, siempre se han relacionado con determ inados cultos o acciones rituales que les han conferido el papel de exvotos dentro de la religión prehispánica, lo que no obstante no ha estado exclui­ do de dudas, ya que algunas propuestas las han dotado de un papel de m enor relevancia como juguetes y objetos de mero entretenimiento.

CARACTERÍSTICAS GENERALES: MATERIALES En líneas generales, los ejem plos más destacados de la escultura prehispánica están realizados en m ateriales de gran dureza, piedras de distinta naturaleza, funda-

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FIGURA DE PIEDRA TEOTIHUACANA. PUEBLA. (MÉXICO).

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m entalm ente basálticas y areniscas, aunque existen casos destacados realizados en barro cocido, o incluso m adera com o algunos ejemplos mayas. Las carencias técnicas hace que las posibilidades de trabajo de sus superficies, se lim ite a un empleo de herram ientas de piedra, de las que se aprovecha la distinta densidad que tienen entre ellas, para em plear las más duras como objetos de percu­ sión o abrasión. La técnica de la piedra contra piedra explica el hecho de que se trate de piezas en las que hay que hablar m ás de grabado que de modelado, desta­ cando siem pre el volum en del núcleo sobre el predom inio de los detalles. Incisio­ nes y abrasión de las superficies son algunas de las técnicas con las que se complementa el tallado. Junto a la piedra no es raro encontrar aunque con m enos frecuencia la realiza­ ción de esculturas con barro y m adera, que im plican distintas m aneras de tratar estos m ateriales. En el caso de las prim eras, si bien m uchos de los ejemplos que podríam os considerar entran dentro del apartado de la cerámica, en el caso de algunos de los relieves que decoran los edificios de ciudades preincaicas en Suram érica, podrían integrarse dentro de este grupo. En ellas se detecta el trabajo de la tierra aún fresca, m ientras se seca al sol, conform ando enormes extensiones de grabados que decoran prácticam ente la totalidad de la superficie. Garigay, M oche o la m ism a Chan Chán servirán de ejemplo. Destacadas son tam bién en este sentido las esculturas m ayas provenientes de la Isla de Jaina, al conform ar uno de los conjuntos m ás realistas y de m ayor calidad que se pueden encontrar en el m undo prehispánico. Por último las figuras realizadas en m adera, presentan el handicap de deteriorar­ se con m ayor facilidad con el tiem po siendo, como señalábamos m ás arriba, raros los ejem plos que han llegado hasta nosotros. En este caso el trabajo de talla habla de un perfecto dom inio y conocim iento de la anatom ía hum ana y sobre todo de la relación de la escultura realizada en barro de la que se toman m uchas característi­ cas.

TIPOLOGÍAS: FIGURAS DE BULTO REDONDO, ESTELAS, ALTARES Y RELIEVES. LOS CONJUNTOS ESCULTÓRICOS Un recorrido por la escultura prehispánica en América pone de m anifiesto la diversidad de estas piezas que desde las etapas iniciales estuvieron presentes en la producción cultural. En lo que se refiere a M esoam érica, las prim eras m anifestacio­ nes im portantes de este tipo son las que encontram os en la cultura olmeca, en las que destacan las cabezas colosales, figuras de bulto redondo y altares. En todas ellas se dan algunas de las características que ya señalaba Covarrubias respecto a la estética olm eca como la simplicidad, realism o, formas sensuales, fuerza y esponta­ neidad, y en las que se apreciaba un acabado de calidad de las superficies trem en­ dam ente lisas y pulidas. Las cabezas colosales pueden representar uno de los prim eros ejem plos de la escultura m onum ental aplicada a delim itar espacios concretos. Con unas caracte­ rísticas m uy sim ilares en las que sobresalen fundam entalm ente los rasgos físicos

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CABEZA OLMECA N° 4 DE SAN LORENZO. (MÉXICO).

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de los rostros, com o la realización de la nariz chata, labios gruesos, ojos alm en­ drados y la aplicación de un casquete a m odo de tocado, su interpretación pasa por la propuesta de una serie de hipótesis que dejan abierta su lectura. Desde sím bolos reales, retratos, antepasados o dioses, las tesis expuestas sobre la cues­ tión ponen de m anifiesto la diversidad de interpretaciones a las que se puede llegar, en relación a un hecho concreto, en el que está ausente cualquier fuente escrita.

LUCHADOR DE UXPANAPAN. BASALTO. ARTE OLMECA. (MEXICO).

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Por lo que respecta a las im ágenes de bulto redondo, destaca la presencia de una serie de constantes en figuras como el Señor de las Limas, el Luchador de Uxpanapán o el hacha Kunz, com o es la boca y la muesca olmeca. En el prim ero de los casos nos referim os a la form a de representar esta parte del rostro en la que el labio superior se dispone m ás grueso y elevado, el inferior más fino y recto, dotando a la boca de una form a triangular que deja ver en determ inadas ocasiones unos colm i­ llos especialm ente desarrollados. U na presencia del referente felino, que hace alu­ sión a la creencia en un ser mitológico, un hom bre jaguar, que funciona como un antepasado del cual desciende la hum anidad. La presencia de este jaguar es fre­ cuente en m uchas de las representaciones olmecas al convertirse en un animal totémico, mágico, al que se vinculan con la lluvia y el agua, representante máximo de la fuerza de la N aturaleza. En cuanto a la muesca, se convierte en otro de los exponentes más evidentes del posible significado religioso de estas im ágenes. Situada en la parte superior de la cabeza, para m uchos autores es el signo de relación entre lo hum ano y lo divino, la señal que indica que la figura que la porta está dotada de un m atiz sagrado.

ALTAR DE LA VENTA. ARTE OLMECA. MUSEO DE XALAPA. VERACRUZ. (MÉXICO).

Los altares son otro de los capítulos de la escultura olmeca. En este caso se trata de cuerpos prism áticos realizados en piedra, labrados en tres de sus caras y en los que sobresale la figura de un sacerdote en la frontal, saliendo de una especie de cueva y portando en sus brazos la imagen de un niño divino. El significado de esta imagen es dudoso, aunque es evidente que hay que ponerlo en relación con la propia función del altar. Su em pleo com o tal o incluso como trono, nos abre las

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DETALLE DE UNO DE LOS PILARES TALLADOS DEL COMPLEJO DEL QUETZALPAPÁLOTL. TEOTIHUACÁN. (MÉXICO).

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PIEDRA DEL SOL O CALENDARIO AZTECA. RELIEVE SOBRE BASALTO. ARTE AZTECA. MÉXICO. (MÉXICO).

puertas a una interpretación en la que juega un papel central la figura del sacerdote que aparece en el frente. Por último las estelas, se presentan com o m onolitos en los que se representan sacerdotes vestidos con trajes exuberantes. En ellas se pone de m anifiesto su papel religioso, al ser utilizadas com o m edios de difusión de imágenes e ideas vinculadas con la clase sacerdotal. Pero a ello debem os unir la función de conm em oración que tenían, siendo en realidad los prim eros testigos de la existencia de una costumbre a recordar determ inados acontecim ientos o acciones m ediante estas piedras. En cualquier caso son ejem plos de trabajo en relieve que tiene un claro representante en el Q uetzalpapálolt de Teotihuacán. D entro del m undo m esoam ericano no podem os olvidar las figuras de la etapa teotihuacana com o la Chalchiutlicue, de la huasteca como el Adolescente, de la azteca como la Piedra del Sol y la Coatlicue y de entre las mayas, por su calidad, las estelas y las figuras de la Isla de Jaina, antes m encionadas. Su relación no hace m ás que poner de m anifiesto la existencia de una tradicional producción escultóri­ ca, en la que se llegan a establecer claros vínculos de relación entre las áreas geográficas y los períodos históricos. Por lo que se refiere al mundo maya, sería prácticamente imposible llevar a cabo un análisis de cada uno de los capítulos que conforman su producción escultórica. No obstante si podemos exponer algunas de sus características generales. Se trata de un

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DETALLE DEL CODZ POOP. KABAH. ARTE MAYA. YUCATÁN. (MÉXICO).

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DINTEL 24. YAXCHILÁN. ARTE MAYA. CHIAPAS. (MÉXICO).

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capítulo importante dentro de la cultura maya en la que se percibe una enorme unidad en la producción formal de estas piezas. Se trata de figuras de variados tamaños realiza­ das en su inmensa mayoría en piedra caliza, arenisca o traquita, además de en estuco, madera, arcilla y jade. E l ámbito en el que aparece es variado, yendo desde la decora­ ción arquitectónica, los relieves conmemorativos, las figurillas, la cerámica y la joyería. Toda una escultura puesta al servicio de los intereses particulares de los gobernantes y en las que se alcanzaron altos niveles de calidad representativa, además de profundos significados, más allá del mero formalismo. Uno de los principales centros del área suram ericana es el conjunto de escultu­ ras de la región colom biana de San Agustín, que con sus más de 300 piezas desti­ nadas a delim itar tum bas, conform an uno de los ejemplos más im portantes e im presionantes. Representan hom bres, anim ales y m onstruos, en relieve y en escul­ tura de bulto redondo. Su estudio ha estado m arcado por la im posibilidad de una datación arqueológica debido a lo trem endam ente expoliados que se han encontra­ do los yacim ientos en los que se encuentran, teniéndose que recurrir a una clasifi­ cación form al y a la evolución de los m otivos con los que aparecen realizadas, para llevar a cabo una m ínim a ordenación de las piezas existentes. En este sentido el orden de aparición de los grupos en los que se pueden dividir el conjunto de esculturas de San A gustín va desde las formas cilíndricas que son las más antiguas, las de bulto redondo esculpidas con un relieve muy profundo y figuras de bajorre­ lieve com o losas. En ellas las formas son desproporcionadas, en las que la cabeza ocupa un tercio o más de la com posición, siendo además la zona de la escultura m ejor trabajada. Los escultores em pleaban un conjunto de símbolos para realizar las facciones del rostro, como sistemas, en los que se com binaban los ojos y la nariz, disponién­ dose ambos en un solo plano liso con una curva continua que perfila todos los rasgos. Otro grupo presenta las cejas formando una sola línea que atraviesa la frente y desde la que continúa la nariz com o una unidad independiente. Por último, no podem os olvidar aquellos ejemplos en los que los ojos y la m ism a nariz se reducen a un relieve liso en dos planos. En la región de Ecuador, los m ejores ejemplos de escultura en piedra son los de M anabí, donde encontramos figuras en los que aparecen esculpidos seres humanos representados de frente, con decoraciones que recuerdan a los m otivos textiles. E l conjunto de esculturas del área central de los Andes, se definen por las que conform an el centro de Chavín de Huántar, no obstante existen algunos ejemplos previos en los enclaves de Sechín y M oxeke que nos hablan de algunas fases anteriores. En este sentido las de Cerro Sechín forman un conjunto de losas traba­ jadas en relieve que aparecen cubriendo algunas de las plataform as del yacimiento. Las losas que posiblem ente sean las esculturas m onum entales más antiguas de esta región y datadas en el siglo X a.C., aparecen colocadas de form a que alternaban las de m ayor tamaño, verticales y estrechas con otras piedras menores y cuadradas. Las representaciones son figuras hum anas esculpidas de perfil, representaciones ideo­ gráficas de herram ientas, trofeos de cabezas partidas y colum nas vertebrales. Los relieves están trabajados de dos m aneras en las que se diferencian las incisiones de los contornos de las que conform an los elementos interiores. Por su técnica y la

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com posición del conjunto presentan una gran relación con los relieves del Edificio de los D anzantes y el M ontículo J de M onte Albán, aunque las conexiones entre ambos no se puedan establecer. Si son más probables las influencias de Sechín en Tiahuanaco, donde algunas de las plataform as de la ciudad, presenta esa alternan­ cia en la disposición de las piedras. En el caso de M oxeke, próxim o a Sechín, los ejemplos con los que contamos son los restos de unas esculturas realizadas en arcilla y que form aban parte de la decoración de las terrazas de una de las plataform as del yacimiento. En este caso, cam bia el m aterial pero no la im portancia de las m ism as al tratarse de esculturas de dim ensiones colosales, esculpidas y pintadas en arcilla. Solamente se conservan las partes inferiores de unos cuerpos pintados de rojo, negro, azul y blanco, mostrando en algunos de los casos relación con las de Sechín. El conjunto escultórico más im portante de los Andes Centrales es sin duda el de C havín de Huántar. Partim os de la base, como señalan num erosos autores, que el estilo chavín ofrece esculturas en piedra, de superficies lisas, en las que se han trazado dibujos incisos, o bien, volúm enes regulares en los que cada uno de sus lados se ha tratado de la m ism a m anera. Son obras en las que está ausente el m odelado y existe una clara relación con la arquitectura en la que se encuentran. Las convenciones fundam entales que hay que tener presentes para entender esta escultura son la simetría, la repetición, el m ódulo de anchura y la reducción de los m otivos. El prim ero de ellos hace referencia al uso en la totalidad de los ejemplos de la escultura chavín, a un eje vertical que distribuye todos los elementos que confor­ m an la imagen. Para el segundo, la repetición, alude a la existencia de un cierto ritm o característico que identifica a este estilo, em pleando una serie de símbolos, que dispuestos siguiendo la sim etría anterior, llegan a definir unos modelos icono­ gráficos perfectam ente identificables con la cultura Chavín. Por lo que respecta al m ódulo de anchura, se refiere a la existencia en cada com posición de una serie de cintas de anchura aproxim adam ente iguales que rigen la com posición y en las que los rasgos naturales como ojos y nariz, se acomodan tam bién a ese esquem a llegan­ do a definir una representación bidim ensional. Por último, la reducción de los m otivos, habla de una sim plificación de los com ponentes de la imagen a líneas rectas, curvas sencillas y volutas, que han llegado a reducir algunas de las caracte­ rísticas físicas a motivos geométricos. En el caso concreto de cada uno de ellos, el Lanzón, pieza realizada con poste­ rioridad al siglo IX a. C., se conform a como una piedra prism ática de cuatro metros y m edio de altura y esculpida con figuras felinas que se orientan hacia el punto central. El eje que la recorre en toda su altura, sirve de ordenador de cada uno de los motivos, lo que no evita que el prism a guarde una cierta independencia en cada una de sus cuatro caras y que unidas, dan la sensación de conjunto. El personaje dispone sus rasgos principales en los laterales mayores, distinguiéndose los ojos, la boca con colmillos y los cabellos conform ados por serpientes. Junto a ello diversos m otivos geom étricos, acaban decorando toda la superficie de la piedra. Por otro lado, la Estela Raimondi, 200 a.C. es una piedra de diorita grabada en la que aparece un personaje cuyo cuerpo no ocupa más de un tercio de su longitud y donde se

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ESCULTURA DE EL LANZÓN. CHAVÍN DE HUANTAR. (PERÚ).

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CABEZA CLAVA DE TIAHUANACO. (BOLIVIA).

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ha querido ver a un portador de cetros o la representación de un ser humano en vuelo descendente. Esta posibilidad de una doble lectura o si queremos una clara ambivalen­ cia en su interpretación no es exclusiva de Chavín. Tanto olmecas, como teotihuacanos o las esculturas colombianas de San Agustín, ofrecen ejemplos destacados respecto a esta idea. Volviendo a la estela, para la primera de las propuestas de interpretación, el personaje aparece tocado con un motivo que se repite sucesivamente y que parece más la representación de la cabeza de un caimán vista de frente; mientras que si se ve en relación a la segunda opción este motivo se convierte en una especie de colgante, que parte de nuevo del mismo personaje de los báculos. La estela además interesa porque es en ella, donde aparece definido un personaje que tendrá trascendencia en culturas posteriores como es el Señor de los Báculos o de las Varas y que volveremos a ver en representaciones de W ari o Tiahuanaco. Por últim o, el Obelisco Tello, 500 a.C., ejem plifica los principios de simetría, repetición, dispuestos en un m onolito de piedra, en el que la figura principal es la de un caimán, surgido de la interrelación de m últiples motivos, siguiendo los m is­ m os esquem as de doble lectura que se pueden observar en la Estela Raimondi. En relación a dos de las principales culturas suramericanas, la M ochica (Período Interm edio Antiguo) y la Chim ú (Período Interm edio Tardío), la prim era de ellas derivó toda su producción escultórica hacia la cerám ica por lo que se tratará en su capítulo correspondiente. M ientras, en la Chimú, las principales producciones es­ cultóricas se encuentran aplicadas a la arquitectura, fundam entalm ente con una decoración realizada en arcilla y dispuesta en paneles y bandas en las que se repre­ sentan m otivos repetidos que recuerdan a los em pleados en la decoración de los textiles. En los altiplanos que se desarrollan en torno al núcleo de Titicaca, destacan dos producciones escultóricas de relevancia. Por un lado la generada en el centro de Pukará donde encontram os figuras de piedra con sus cuerpos realizados con líneas redondeadas, trabajadas con una calidad y técnica variables. Y junto a éstas, los ejem plos que encontram os en el enclave de Tiahuanaco, que se caracterizan por estar organizados en dos grupos o fases. L a prim era de ellas está form ada por esta­ tuas y relieves esculpidos con las formas redondeadas que producen las m azas y hachas de piedra y donde las representaciones de formas naturales se reducen a su m ínim a expresión. Dentro del considerado como período clásico destaca la decora­ ción arquitectónica como los relieves de la Puerta del Sol, donde el tamaño de la decoración grabada está ajustado y refinado para perm itir una delicada elaboración donde se establecen formas que atraen a la vista por sus volúmenes audaces y m antienen la atención por su delicado trabajo. Los m otivos recuerdan m ucho a Chavín, tanto en el Señor de los Báculos que ocupa el centro del dintel de la puerta, como las representaciones de aves con rasgos hum anos que lo flanquean, y en las que se ve cierta sim ilitud con las repre­ sentaciones del m ism o personaje, que ya aparecían en el yacim iento del Horizonte A ntiguo.

SELECCIÓN DE IMÁGENES LA CABEZA COLOSAL N° 1 DE SAN LORENZO M USEO DE XALAPA Uno de los capítulos m ás interesantes de la escultura prehispánica m esoam ericana lo conform an el conjunto de cabezas colosales relacionadas con la cultura olmeca, que aúnan en su interpretación tanto la necesidad de dar respuesta a la técnica que se empleó, como a los m étodos de traslado que sin duda están en la base de m uchos de los esquem as que envuelven a estas piezas. Labradas en bloques m ono­ líticos de más de 200 toneladas de peso, y de entre 2 y 3 m etros de altura, se trata del prim er conjunto escultórico que ofrece m uchas de las características que iden­ tifican a la escultura prehispánica. Son bloques de gran dureza, graníticos fundam entalm ente, en las que se ha trabajado su superficie con herram ientas de piedra aprovechando la diferencia de dureza de unas y otras. E sta circunstancia hizo que más que una escultura en sí, tengam os que hablar de un trabajo en relieve de la superficie de las m ism as, en las que se aprovecha al m áxim o el propio volumen, del que apenas se puede desligar el trabajo del artesano. Sus rasgos, trem endam ente negroides, con los labios anchos, nariz chata y ojos almendrados, planteó la posibilidad de que se tratara de representaciones de perso­ najes de distinta raza a la propia de los habitantes de la zona del golfo. N o obstante se trata de un tema aún abierto, el relativo a la significación e interpretación del sentido de unas esculturas que ubicadas en puntos m uy concretos, conforman unos referentes iconográficos indiscutibles. Vinculada con este tema, está el de su presencia en una región en la que no abundan los grandes afloram ientos pétreos. El hecho de que se trate de piedras, traídas ex profeso desde los Tuxtlas, hizo cuestionarse el m étodo de traslado. Si tecnológicam ente se acepta que no conocían la rueda, existe la posibilidad de que se emplearan rodillos y un sistema de balsas, aprovechando los caudalosos ríos de la región, para descender hasta el mar, y de nuevo rem ontar una corriente fluvial, que les perm itiera llegar al lugar en que se encontraron.

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CABEZA COLOSAL N° 1 DE SAN LORENZO. OLMECA. MUSEO DE XALAPA. VERACRUZ. (MÉXICO).

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LA CHALCHIUHTLICUE La escultura m onum ental, cuenta con m agníficos ejemplos dentro de las cultu­ ras m esoam ericanas y andinas. Su papel público, ya fuera emplazadas en una plaza o dentro de un templo, las otorgó de una especial significación que se debía trasm i­ tir, tanto en la sim bología que las acom pañaban como en la calidad del m aterial en el que se realizaban. Con la C halchiutlicue de Teotihuacán, se abre uno de los capítulos m ás im pre­ sionantes de figuras dotadas de una fuerza interior y que destinadas a la divulga­ ción de unos conceptos m uy concretos, se convertían en el m ejor exponente del lenguaje form al desarrollado por las clases dirigentes en la etapa clásica del m undo mesoam ericano. La Chalchiutlicue, o diosa de la falda de esmeraldas, es un enorme m onolito prism ático de piedra, trabajado en sus cuatro caras como si de diversos relieves se tratara que en conjunto conform aban una de las imágenes a las que posiblem ente se le rindiera culto en el tem po ubicado en la parte superior de la Pirám ide de la Luna. Su concepción nos recuerda a la de las cariátides de la G recia Clásica, aun­ que en este caso se trata de una figura en la que la significación va m ás allá, al converger en ella elem entos form ales y sim bólicos de indudable im portancia que habría que poner en relación con una especie de lenguaje subliminal latente en toda la ciudad de Teotihuacán. La m uesca que aparece en el frente del tocado que lleva sobre la cabeza, la sutil descripción de su silueta del perfil del tablero-talud de los edificios de la ciudad, y la lectura que se pueda hacer de sus piernas como la representación de un templo, la convierten en una de las figuras m ás enigm áticas de las esculturas m esoam ericana. Podríam os afirm ar que inaugura un grupo de esculturas entre las que podemos situar, los guerreros de Tula y la Coatlicue azteca.

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LA CHALCHIUHTLICUE

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LA COATLICUE

LA COATLICUE.

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El desarrollo que llegó a alcanzar la m itología azteca encuentra en esta figura una de sus m áxim as representaciones. C oatlicue, m adre de H uitzilopochtli y Coyolxauhqui, es para m uchos autores el final de un largo recorrido que se iniciaba con la pieza anterior. T ratada con la m ism a intención, bloque m onolítico de una piedra granítica, se trabaja su superficie com o un relieve en el que se constata la evolución de la técnica y de la concepción al plantear una relación de planos no tan rígida com o en la figura teotihuacana. Su aspecto es el de una m ujer decapitada, de cuyo cuello salen dos grandes cabezas de serpiente. Lleva un collar con corazones humanos, dos m anos con las palm as de frente y una calavera con los ojos casi vivientes. Su falda está form ada por serpientes que entrelazan sus cuerpos a m anera de retícula rom boidal; lleva tam bién un cinturón en form a de dos serpientes anudadas al frente, en lugar de m anos tiene tam bién dos serpientes y sus pies son como garras de águila. Coatlicue era la diosa del nacim iento y de la muerte, la que daba y quitaba la vida, la que encarnaba la dualidad del ser humano. Por ello las dos grandes cabezas de serpientes que salen de su cuello, una frente a la otra, simbolizan el concepto de dualidad. El collar representa la vida y la m uerte por el sacrificio, es decir, el dar y quitar la existencia como ofrenda a los dioses para que conserven el orden del universo. Su falda sim boliza a la tierra y sus garras penetran en el mundo de los m uertos, de ahí que bajo ellos aparezca un relieve de Tlaltecuhtli, dios relacionado con la muerte, la tierra y el agua. L a diosa de la falda de serpientes, cierra toda una producción escultórica en la que se ha ido aplicando un conjunto de componentes ideológicos que la fueron convirtiendo en el m edio a través del cual transm itir un pensam iento y una concep­ ción del m undo en la que se constató una m ayor com plejidad en los conceptos que se transm itían y una m ínim a evolución en el tratam iento del trabajo de la piedra.

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EL CHACMOOL DE CHICHÉN ITZÁ L a relación de algunas de las producciones escultóricas, tanto con determinados rituales como con edificios de una especial significación, tienen uno de los m ejo­ res ejem plos en las figuras de Chacm ool de las ciudades M ayas. En Chichén Itzá, se han contabilizado hasta catorce de diversos tipos. Se trata de la representación de figuras masculinas, realizadas en piedra y que aparecen reclinadas sobre su espalda con la cabeza vuelta hacia el espacio abierto que se abre delante de los edificios en los que se emplazan, y sostienen sobre su vientre una bandeja o vasija con las manos. Se los relaciona con determ inados rituales en los que se llevaba a cabo la inges­ tión de bebidas o drogas, aunque parece más acertada la interpretación que los vincula con la im agen de un m ensajero divino, que estaba encargado de llevar la ofrenda que se depositaba en su vientre al dios solar. Su origen se desconoce, aunque el hecho de que aparezcan delante de las puer­ tas de los templos, hace pensar que estuvieran estrecham ente vinculadas con lo sagrado, siendo por tanto tan antiguas como esos rituales que en torno a ellos se celebraban. Su presencia en la zona m aya hay que ponerla en relación con la de la propia expansión tolteca por la península del Yucatán, m om ento en el que lo exportarían desde el Valle de M éxico.

CHAC MOOL. PIEDRA BASÁLTICA.TOLTECA.

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DOBLE YO D entro de la zona andina, uno de los conjuntos m ás destacados de esculturas en piedra lo conform a el enclave de San Agustín, en la actual Colombia. Se trata de esculturas m onum entales, realizadas en piedra, que aparecen solas o en grupo, y representativas del trabajo de piedra contra piedra, con una term inación en la que se aprecia el em pleo de abrasivos que es tan característico de lo prehispánico. Unas esculturas que además estuvieron pintadas con lo que se convierten en ejemplos en los que se puede entender la función que llegó a tener la pintura como elemento com plem entario. N o obstante, se trata de imágenes en las que habría que hablar m ás de trabajo en relieve que de m era escultura, llegando algunas de ellas a tener la superficie term i­ nada con un acabado m uy plano, y donde destaca sobre todo la m ayor atención que se dedica a la cabeza. Sin duda, la conocida como el Doble Yo, reúne m uchos de las aspectos que venim os tratando. Es una figura realizada en un solo bloque de piedra, donde la superficie se ha trabajado como si se tratara de un gran relieve, aunque la predeter­ m inación del volum en del bloque ha condicionado algunos de los rasgos de la m ism a. La lectura de esta imagen, en la que se percibe una com posición dual, nos recuerda a iconografías de otras latitudes, como la imagen del Adolescente huaste­ ca. La escultura se organiza a partir de la figura de un personaje m asculino que aparece labrado de pie y con los brazos doblados con las m anos sobre el vientre, en una posición frontal, hierática, son ningún tipo de naturalidad. D e su cabeza solo destaca el rostro, realizado con unos rasgos m uy esquem áticos y la m anera como se ha solucionado el perfil de sus orejas que m ás parecen una tira anudada que cuel­ gan de un tocado. Posiblem ente su significado esté relacionado con la otra imagen que com pleta la com posición. Sobre este personaje se dispone otro, más enigm áti­ co aún, que cae sobre sus espaldas, definiendo el perfil de un cocodrilo, donde sobresale el trem endo esquem atism o con el que se han tallado cada uno de sus rasgos. Esta constante, de com poner im ágenes a partir de la integración de otras fue una característica de culturas como la olmeca. En cualquier caso, la importancia del reptil como anim al enigmático, cargado de una profunda religiosidad, unida a la del personaje que surge de lo que debería ser su cola, nos hablan de una figura vinculada con un determ inado tipo de culto, y que nos anticipa representaciones com o las del Obelisco Tello de Chavín de Huántar.

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DOBLE YO. MONOLITO. SAN AGUSTÍN. ALTO DE LOS ÍDOLOS. (COLOMBIA).

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EL LANZÓN DE CHAVÍN DE HUÁNTAR. (PERÚ) En el Horizonte Antiguo andino, surge uno de los centros que más peso especí­ fico iba a tener en etapas y culturas posteriores. Chavín de Huántar, ubicado en el departam ento de Ancas, se va a convertir en un foco de atracción religioso, que llegará a controlar el prim er período en que se puede hablar de una cierta unidad religiosa en Perú, más que propiam ente m ilitar. Las dudas en cuanto a su origen com o enclave, se ciernen sobre cuestiones como el destino de las influencias que en él se reúnen y entre las que se han querido ver claras vinculaciones con la Amazonia. Su posición, en el valle del M osna, afluente del M arañón, abriría la puerta a la aceptación de un com ponente que incluso se puede rastrear en algunos de los m otivos decorativos que se dan en algunos de sus ejemplos escultóricos más destacados com o el Obelisco Tello y la Estela Raimondi. U na de las figuras más im portantes que podemos encontrar en este lugar y una de las más im portantes de la producción escultórica de la zona andina es sin duda el Lanzón. De nuevo nos encontram os con una pieza relacionada con un edificio de indudable significación religiosa, y localizado en un lugar predom inante de éste, en el cruce de sus ejes principales para que su percepción fuera lo más directa posible, un aspecto que nos haría com prender las posibles ubicaciones de piezas com o la C halchiutlicue y la Coatlicue. Clavado por uno de sus extremos, la escenografía que envuelve a su ubicación se ve com plem entada por la escasa ilum inación y pequeñas dim ensiones en pro­ porción al lugar en el que se encuentra. R ealizada en granito, sus más de cuatro m etros de altura están labrados en bajorrelieve, tomando como figura central el ser antropom orfo que aparece en lo que podríam os denom inar su frente. Se trata de un ser que se ve ataviado con orejeras, collar y túnica y un cinto decorado con caras. E l cabello y los párpados tienen form a de serpiente y destaca una gran boca con las com isuras vueltas hacia arriba y colm illos que salen de la m andíbula superior.

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EL LANZÓN DE CHAVÍN DE HUÁNTAR. (PERÚ).

APÉNDICE DOCUMENTAL HISTORIA DE LA CONQUISTA DE MÉXICO* «Ocupaba el centro de esta plaza una gran m áquina de piedra, que a cielo descu­ bierto se levantaba sobre las torres de la ciudad, creciendo en dism inución hasta form ar una m edia pirámide, los tres lados pendientes, y en el otro labrada la esca­ lera: edificio suntuoso y de buenas m edidas, tan alto que tenía ciento y veinte gradas de escalera, y tan corpulento que term inaba en un plano de cuarenta pies en cuadro; cuyo pavim ento, enlosado prim orosam ente de varios jaspes, guarnecía por todas partes un pretil con sus almenas retorcidas a m anera de caracoles, formado por ambas haces de unas piedras negras sem ejantes al azabache, puestas con orden, y unidas con betunes blancos y rojos que adornaban el edificio. Sobre la división del pretil, donde term inaba la escalera, estaban dos estatuas de mármol, que sustentaban, im itando bien la fuerza de los brazos, unos grandes candeleros de hechura extraordinaria; más adelante una losa verde que se levantaba cinco palm os del suelo y rem ataba en esquina, donde afirmaban por las espaldas al m iserable que habían de sacrificar, para sacarle por los pechos el corazón; y en la frente una capilla de m ejor fábrica y materia, cubierta por lo alto con su techumbre de m aderas preciosas, donde tenían el ídolo sobre un altar m uy alto y detrás de cortinas. E ra de figura humana, y estaba sentado en una silla con apariencias de trono, fundada sobre un globo azul que llam aban cielo, de cuyos lados salían cuatro varas con cabezas de sierpes, a que aplicaban los hom bros para conducirle cuando le m anifestaban al pueblo. Tenía sobre la cabeza un penacho de plumas varias en form a de pájaro, con el pico y la cresta de oro bruñidos, el rostro de horrible severidad, y más afeado con dos fajas azules, una sobre la frente y otra sobre la nariz; en la m ano derecha una culebra ondeada que le servía de bastón, y en la izquierda cuatro saetas que veneraban como traídas del cielo, y una rodela con cinco plum ajes blancos puestos en cruz, sobre cuyos adornos, y la significa­ ción de aquellas insignias y colores, decían notables desvaríos con lastim osa pon­ deración. Al lado siniestro de esta capilla estaba otra de la m ism a hechura y tamaño, con un ídolo que llam aban T laloch, en todo sem ejantes a su compañero. Teníanlos por herm anos, y tan am igos que dividían entre sí los patrocinios de la guerra, iguales en el poder y uniform es en la voluntad; por cuya razón acudían a entrambos con una víctim a y un ruego, les daban las gracias de los sucesos, teniendo en equilibrio la devoción». * SOLIS Y RIVADENEIRA, Antonio de. Historia de la conquista de México, población y progresos de la América Septentrional, conocida por el nombre de Nueva España. M éxico, Editorial Porrúa, 1978, p. 169.

CAPÍTULO 11:

CREACIÓN Y FUNCIÓN DE LA CERÁMICA INTRODUCCIÓN Entre los restos de la cultura m aterial que llegan hasta nosotros a través de los yacimientos arqueológicos de la América precolombina, destaca sin lugar a dudas la cerámica, como uno de los principales testimonios de unos grupos de los que en ocasio­ nes solamente quedan estos vestigios de tierra cocida. M uchos m ateriales orgánicos com o la m adera, el hueso o el cuero desaparecen con el paso del tiem po sin dejar rastro, m ientras que otros de carácter inorgánico com o la piedra son prácticam ente inalterables. La cerám ica que tras su m odelado y cocción sufre una alteración de carácter físico-quím ico irreversible, que la dota de im portantes condiciones de perdurabilidad, es uno de los m ateriales considerados com o m ás significativos, testim onio de estas culturas prehispánicas. El papel de la cerám ica dentro de estos grupos agrícolas sedentarios fue funda­ m ental para cubrir las prim eras necesidades de vajilla, cocina y almacenamiento. Sus características de dureza e imperm eabilidad, aunque porosa, perm itió desde un principio realizar los procesos m ás diversos relacionados con la actividad humana. Su uso continuado elevaba las posibilidades de rotura, por lo que la producción debía ser continua para garantizar el suministro. De ahí que la inmensa m ayoría de los basureros arqueológicos aporten toneladas de este material.

FORM A Y DISEÑO N o todos los yacim ientos ofrecen objetos realizados con las m ism as arcillas ni los m ism os desgrasantes, ni tan siquiera con la m ism a cocción. Los acabados son tam bién m uy variados y las superficies engobadas o pintadas, cubiertas con una fina capa de arcilla m uy diluida y coloreada, alisadas o pulidas, llanas o m odela­

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das. Además la enorm e variedad de formas se debe a varios m otivos como la fun­ cionalidad del objeto, la presencia de m odas en distintas épocas y sobre todo a las enorm es posibilidades que curiosam ente brindaba el desconocim iento de la rueda, y con ello del torno para la elaboración de las mismas. La variabilidad de la decoración puede ser infinita y ahí la imposición cultural puede ser determinante e incluso alcanzar un alto grado de perfección sobre todo en la cerámica suntuaria o de lujo, realizada para fines ceremoniales y rituales e incluso para intercambios comerciales, que la hizo deseable por las clases dirigentes. Las clasificaciones a las que se recurren por parte de los arqueólogos se realizan en función de diversas variables que son empleadas para organizar grupos que permitan sobre todo un mejor conocimiento de las mismas: clases de pastas, desgrasantes, acaba­ do, decoración, formas, etc. Al existir una referencia constante a la situación de los objetos según su mayor o m enor profundidad en el yacimiento, es posible una relación entre determinados tipos y la época en la que aparecen, estableciendo así unas series cronológicas, relativas y absolutas, cuando el conjunto de datos permite una datación exacta gracias a métodos científicos como el Carbono 14. La cerám ica recoge adem ás los procesos de cambio que tienen lugar en la cultu­ ra a través de la evolución de las pautas decorativas, en la aparición de nuevos tipos y estilos, en la m ezcla con m otivos de procedencia foránea, etc. Su im portan­ cia se m anifiesta incluso en que la historia y la nom enclatura de las culturas ar­ queológicas americanas es en ocasiones la de los principales estilos y tipos cerámicos. L a cerám ica aparece así como uno de los más im portantes instrum entos de acceso al conocim iento de la realidad indígena americana.

LA FUNCIÓN Pero no solam ente los restos cerám icos son testim onio de la cultura m aterial de una sociedad. En ocasiones por determ inadas circunstancias que perm iten que el objeto en sí llegue a nosotros con todas sus características físicas y decorativas, puede ser considerado como obra de arte y en ese caso la inform ación que puede sum inistrarnos es incluso m ayor ya que entra a proporcionarnos datos de la cultura sim bólica de la sociedad, reflejo de su ideología, dentro de unos niveles de com ­ plejidad y abstracción cultural. En este caso junto a la consideración de la presencia de un artesano dentro de la sociedad productora de la cerámica, hemos de pensar en la existencia de verdaderos artistas, especialistas a tiempo completo que dedican todo su trabajo y maestría a la elaboración de complicados objetos que en la inmensa mayoría de los casos serán desti­ nados a uso exclusivo de las clases dirigentes, ya sean de índole civil y religiosa, utiliza­ dos en ceremonias o como parte del ajuar mortuorio de algún personaje destacado. Pero también pueden ser consideradas como obras de arte los ejemplares de aspecto mucho más sencillo a simple vista, objetos que vieron como los ceramistas intentaron añadir algún elemento ornamental que excede de la mera funcionalidad para la que en origen fue creada y que acaba convirtiéndose en una pauta decorativa, de carácter simbólico o mágico y en las que de alguna manera se traslada la creencia de que su presencia incide en la propia función del recipiente.

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DIOSA DE LA FECUNDIDAD. TERRACOTA. CULTURA VALDIVIA. FASE 6. MANABÍ. (ECUADOR).

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CÁNTARO CON LA REPRESENTACIÓN DE UN HOMBRE COJO CON BÁCULO. ARTE MOCHICA TARDÍO. (PERÚ).

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JARRO CON CIEMPIÉS-OTATE. ARTE TOTONACA. (MÉXICO).

D entro de esta serie destacan las denom inadas como figurillas o pequeñas escul­ turas en cerámica, de variado carácter, que aparecen en fechas muy tempranas y en contextos culturales m uy sencillos, pero que representan toda un repertorio de ideas de carácter espiritual asociadas a conceptos de fertilidad o muerte, que poco a poco serán testim onio de la com plejidad social de la que venimos hablando.

EL ORIGEN DE LA CERÁMICA Uno de los problem as que aún hoy suscita una gran controversia, es el de esta­ blecer el origen de la técnica cerámica, la cual parece m anifestarse de una m anera clara aproxim adam ente a finales del IV m ilenio a.C., en la costa ecuatoriana del Guayas y sin unos antecedentes form ativos claros que permitan, ni tan siquiera plantear unas iniciales hipótesis. L a cerám ica de Valdivia, nom bre del yacim iento en el que se han encontrado un m ayor núm ero de restos, es de gran calidad técnica y estética y no parece tener antecedentes directos en otros yacimientos de la zona.

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FIGURA FEMENINA. TERRACOTA POLICROMADA. TLATILCO. PRECLÁSICO. (MÉXICO).

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Los distintos arqueólogos que la han estudiado, plantean un conjunto de teorías relativas a su origen que van desde las semejanzas de la m ism a con producciones de las islas japonesas de Kyushu, en la que las similitudes se establecían tanto en parám etros de técnica y form a como por la sim ilitud de los contextos culturales en las que aparecen. A esta teoría contribuía la dirección de los tifones y corrientes tropicales de la zona, lo que perm itía teorizar a cerca de una hipotética llegada de gentes del otro lado del océano. Otros planteam ientos volvían sus ojos hacia la Amazonia, por la sem ejanza entre las culturas agrícolas y sedentarias del interior del Ecuador, con las de esta zona de Suramérica. N o obstante no podem os olvidar que precisam ente Ecuador jugó un papel m uy im portante en la difusión de la técnica cerámica. Las relaciones entre costa, sierra y m ontaña, favorecieron los intercam bios de ideas y de pautas culturales que desde fechas tem pranas hablaban de un desarrollo precoz respecto a otras zonas, y que posteriorm ente se vieron frenados por diversos m otivos. En la actualidad se plantea el problem a como resultado del origen individualizado de cerám icas en distintos lugares sin una conexión clara y de tosca factura, a la que se ha de unir la difusión desde un solo lugar de una tradición ceram ista de m ás calidad.

ICONOGRAFÍA CERÁMICA EN LAS DISTINTAS ÁREAS CULTURALES U n recorrido por la producción de las distintas áreas culturales prehispánicas, nos ayudará a entender la diversidad de representaciones, la riqueza de su signifi­ cado y sobre todo la variedad de tipos con los que nos podemos encontrar. La aparición de la cerám ica en el área m esoam ericana señala el inicio de la etapa preclásica en torno al 2500 a.C., m om ento en el que se forman los rasgos distintivos de las prim eras culturas y entre los que destacan ya ejemplos cerámicos perfectam ente definidos, en los que se alcanzan grados de frescura y originalidad no superados en etapas posteriores. Las figurillas de la antigua ladrillera de Tlatilco, en el V alle de M éxico y proce­ dentes de 330 enterram ientos, m arcan uno de los mom entos más im portantes de esta etapa. Se trata de figurillas m acizas, m odeladas a m ano y decoradas con pun­ ciones y pastillaje. Suelen representar en un alto porcentaje a m ujeres de grandes cabezas, brazos cortos, senos pequeños y estrecha cintura, piernas bulbosas y an­ chas caderas. Se representan desnudas con una gran variedad de peinados y toca­ dos y se las suele conocer con el nom bre de “m ujeres bonitas” . Hay además temas de mujeres embarazadas, m aternidad, juegos, danzas, shamanes, etc., reveladores de los cambios hacia una com plejidad social clara. D om ina la expresividad y un in­ tento de representar una idea antes que tipos concretos. Otra serie de figurillas encontradas en el Altiplano, la com ponen representacio­ nes huecas de paredes finas que im plican una m ayor com plejidad técnica y en la que predom inan la representación de hom bres con una tendencia clara hacia el bulto redondo. Su m odelado es más rotundo, m enos esquem ático, pero no menos expresivo aunque sí más solem ne y m onum ental. Entre ellas destacan las “babyfaces” o caras de niño con rasgos felínicos claros de procedencia olmeca.

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FIGURA DE MUJER MUERTA AL DAR LUZ. TERRACOTA POLICROMADA. TLALIXCOMÁN. VERACRUZ-EL ZAPOTAL. ESTILO REMOJADAS. (MÉXICO).

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JARRA MAYA. TERRACOTA ESTUCADA Y POLICROMADA. (GUATEMALA).

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L a etapa clásica va a estar protagonizada en el V alle de M éxico por la produc­ ción cerám ica de T eotihuacán. E sta civilización producirá un conjunto de obje­ tos ricos y variados en los que encontrarem os desde una cerám ica cerem onial com puesta por vasos m uy elaborados de form a cilindrica y soportes trípodes hue­ cos que con frecuencia llevan una tapa con un asa anular o antropom orfa, pasan­ do por los grandes braseros o quem adores de com pleja estructura y cuya com plicada decoración se concentra en la tapa, desplegándose de form a rítm ica y geom étrica en torno a la m áscara de un dios. F inalizando con figurillas de gran variedad, m odeladas a m ano m uchas de ellas, con una gran expresividad y en las que predom ina una gran variedad de tocados y vestidos aunque tienen en com ún unas típicas caritas triangulares de b arbilla aguda y grandes ojos rasgados. Hay adem ás figurillas para vestir, con enorm es deform aciones craneanas y en curiosas actitudes de danza. Las figurillas confeccionadas con m olde, cuya producción se generaliza a partir de ahora, haciéndose exclusivas en la etapa postclásica, son de aspecto m ucho más rígido, esquem ático y estereotipado. M ención especial m erece la tradición cerám ica M ixteca-Puebla de Cholula en la que destaca la policrom ía lacada con una gruesa capa de pintura pastosa que se aplica en el vaso después de su cocción y pulim ento tras lo cual se le somete a una segunda cocción. Predom inan los temas alusivos a los sacrificios, a la religión, a los ritos y a las divinidades. D e la zona occidental de M esoam érica nos interesan las producciones cerámicas de Colima, Jalisco y N ayarit donde se constata la existencia de gran cantidad de tum bas de tiro que han proporcionado un núm ero im portante de figuras de barro. Las de Colim a son las más variadas, algunas de gran tamaño, huecas, revestidas de engobe rojo, café o negro con el cuerpo m acizo, grandes cabezas con ojos alm en­ drados y extrem idades cortas. D estacan figuras sedentes, bebedores, cargadores, cantores, guerreros, seres deform es, perros en actitudes humanas, etc. También se han encontrado pequeñas figuras decoradas con pastillaje, sobre todo femeninas en las que destaca el sentido de la representación diaria. En Jalisco sobresalen piezas grandes y huecas, de cabezas m uy alargadas y facciones finas con cuerpos cortos y anchos. Por últim o las de Nayarit, de factura rudim entaria, están m odeladas a m ano y decoradas con la técnica del pastillaje. Este grupo conform a una im portante fuente de inform ación sobre la vida y costum ­ bres de sus realizadores donde podem os señalar las agrupaciones de figurillas for­ m ando com posiciones diversas y las expresivas escenas de enterramientos. La costa del G olfo de M éxico conoce la aparición y desarrollo de una cerám i­ ca en una zona heredera de la cultura olm eca y representada en vasijas y figuras de variados estilos y dim ensiones. Entre ellas encontram os figurillas m acizas, m odeladas a m ano y retocadas con pastillaje, de form a aplanada y pequeño tam a­ ño. Hay vasos escultóricos, generalm ente antropom orfos, con rostros esquem áti­ cos m odelados a m ano. G randes figuras huecas de arcilla porosa y m ayores dim ensiones y por últim o figuras m odeladas y esculturas m onum entales que pue­ den alcanzar el m etro de altura y que son indicativas de la sofisticada técnica alcanzada.

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VASO RETRATO. TERRACOTA. ARTE MOCHICA. (PERÚ).

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Las figuras antropom orfas llevan com plicados vestidos y adornos, realizados adem ás con pintura de varios colores, entre los que destaca un colorante negro, extraído del hule o chapopote (asfalto), para resaltar algunas zonas del rostro con probable sentido ritual. L a iconografía tiene m ucho que ver con divinidades de amplia tradición mesoamericana. Tenem os así im ágenes del viejo dios del fuego o Xiuhtecuhtli, de las deida­ des del agua y de la fertilidad, Tláloc o Quiauhteotl, el dios desollado o Xipe Totec, el dios de la m uerte M ictlantecuhtli, o del viento Ehecatl. En la época clásica se encuentran instrum entos m usicales de índole diversa; en cerám ica se trata, sobre todo de silbatos, ocarinas y flautas con variadas representa­ ciones. Pero hay tam bién anim ales como perros, felinos y monos, algunos de ellos sobre ruedas con algún fin ritual. Sin embargo las figurillas que más han llam ado la atención son las conocidas com o sonrientes por la expresión de sus caras, con las que nos enfrentam os a ejem ­ plos de figuras m oldeadas que representan hom bres y sobre todo m ujeres de gran­ des cabezas deformadas, generalm ente de pie y con los brazos alzados en una cierta actitud de danza. En ellas se ha querido ver a la representación del dios de la danza, la m úsica y la alegría X ochipilli, tocado con el símbolo ollín o movimiento. En la región de O axaca destaca la producción cerám ica hallada en las tumbas y donde tras períodos de influencias olm ecas y teotihuacanas se han generado unos objetos de una enorme riqueza decorativa y perfección técnica. Las conocidas como urnas zapotecas son recipientes con alturas comprendidas entre los 10 y los 75 cms., realizados en arcilla gris o negruzca y decoradas con pintura roja, amarilla, etc. Por norma se trata de recipientes escultóricos aunque a veces se independi­ zan aumentando en tamaño respecto a la figura, apareciendo pegados a la espalda de la misma. La representación de carácter antropomorfo, zoomorfo o mixto, aparece sentada, con los brazos sobre el pecho o en las rodillas. Lleva un complicado atavío con máscaras, mascarones en el tocado, colgantes y pectorales, collares y pulseras. La mayor parte de ellas se consideran representaciones de dioses o de sacerdotes ataviados como ellos, no descartando que se trate de víctimas destinadas al sacrificio. L a m ixteca es la cultura que sucede a la anterior en la región y nos proporciona una cerám ica muy refinada y elaborada en las que se establece una clara relación entre su decoración y la de los códices de los que eran grandes m aestros. Es una cerám ica perfecta tanto técnica como artísticam ente, exponente de un preciosism o refinado que se preocupa m ás por el acabado perfecto que por la monum entalidad. D estacan los cajetes y platos con largos trípodes, term inados en cabezas de serpien­ te o garras de jaguar. L a decoración utiliza gran núm ero de colores como el ocre dorado o el siena tostado, cubriendo toda la vasija y formando una banda alrededor del cuello con m otivos simbólicos, geom étricos y otra m ayor en torno al cuerpo con tem as relacionados con los códices. L a cultura maya, desarrollada en líneas generales desde el inicio de la era cris­ tiana hasta el siglo X V I va a producir una cerám ica de alta calidad de nuevo muy relacionada fundam entalm ente en su decoración con los códices. Las producidas en el período Clásico tardío, entre el 700 y el 900 d.C., se caracterizan por ser form as simples y elegantes, pensadas sobre todo como soporte de pinturas con un

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VASIJA DE BARRO EN FORMA DE LLAMA. RÍO GRANDE DE NAZCA. ESTILO TIAHUANACO COSTA. (PERÚ).

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VASO POLÍCROMO CAHUACHI. RÍO GRANDE DE NAZCA. ESTILO TIAHUANACO COSTA. (PERÚ).

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tam año m uy grande y en las que sobre un fondo blanco-crem a y delim itadas por bandas rojas, se desarrollan los m otivos principales pintados en negro con trazos ágiles. Las representaciones incluyen jeroglíficos, bandas planetarias, cartuchos de glifos, sucesos históricos y escenas m itológicas. Además de este estilo se da una cerám ica polícrom a de tem a religioso. La gama de colores se enriquece con blancos, rojos, negros, amarillos y azules, en un reper­ torio en el que se distingue una cierta especialización de cada ciudad que contaría con sus m aestros especialistas. En el Postclásico la cerám ica se convierte en objeto de comercio a larga distan­ cia y en la fase final de M ayapán, en torno al 1200-1450 d.C., proliferan los incen­ sarios en form a de deidades m uy semejantes a las de M éxico. Por último destacan dentro de la cultura m aya la producción de la isla de Jaina donde predom inan las figuras m odeladas a mano, con ayuda de un m olde y com bi­ nando ambas técnicas, en las que destacan la perfección de la ejecución y donde los detalles anatómicos, vestidos y adornos se realizan con un resultado realista y dinám ico. Los rasgos de las figuras m oldeadas presentan en cambio unos rasgos m ás convencionales en los que se ofrecen indum entarias y adornos recargados pero con una com posición esquem ática y un aspecto general rígido. Los ejem plos más antiguos que se pueden encontrar en Suram érica hay que situarlos en Ecuador y sur de Colombia. Los enclaves de V aldivia y Puerto H orm i­ ga, ofrecen los prim eros restos de cerám ica fechados en torno al 3000 a.C., con producción de figurillas decoradas con incisiones y cortes, en las que se ha querido ver en m om entos determ inados una continuidad con trabajos en piedra. Se dan incluso los prim eros casos de recipientes con estribo y pico tan característicos de la cultura chavín y que luego heredarían los ceramistas mochicas. Precisam ente algunos de los restos de cerám ica encontrados en Chavín y Cerro Sechín, nos hablan de recipientes m onócrom os con decoración grabada que con el tiem po m uestran cam bios sobre todo en el tipo de m otivos empleados, fundam en­ talm ente blanca con una base roja, posiblem ente surgida de la utilización de hor­ nos abiertos dando lugar a una cocción por oxidación que sustituía a la inicial de reducción que aportaba recipientes en tonos oscuros. Un estilo que encontraría un refrendo en los recipientes de estilo cupinisque. L a cerám ica con decoración negativa, se realizaba aplicando a los m otivos ban­ das de cera o arcilla que dejaban intacto el color del m aterial de la vasija una vez que esta se im pregnaba de tinte. L a cerám ica recuay es la más característica realiza­ da con esta técnica, donde ya aparece un repertorio form al muy variado, y desta­ cando las representaciones de casas con sus habitantes, y en cuyas combinaciones de color predom inan los negros, blancos y rojos. Los m ejores ejem plos los conform an los recipientes m ochicas que algunos auto­ res incluso incluyen dentro del análisis de la escultura, más que el de la cerámica. Se trata de una producción que destaca por la calidad de los objetos realizados y por la variedad de formas. Son por regla general vasijas m uy elaboradas con formas esféricas, figuras de anim ales y cabezas humanas, aplicación de estribos con pito­ rros, etc. L a decoración va desde la esculpida con el propio m aterial hasta la reali­ zada en relieve y pintada.

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CÁNTARO. TERRACOTA POLICROMADA. ESTILO RECUAY. (PERÚ).

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Respecto a la cerám ica chimú, ofrece restos de objetos sencillos, donde se pue­ den encontrar objetos de cerám ica roja y negra, que dejan ver restos de estribos y de efigies. En uno y otro ejemplo, la term inación aparenta trabajos m etálicos lo que induce a pensar una posible influencia de la m etalurgia en la definición de los acabados. En torno a la costa central, aparecen algunos restos de un estilo cerámico que se llam a lima, que destaca por la pasta anaranjada con la que está realizada y los colores blanco, gris, negro, m arrón y am arillo de su decoración, produciendo unos objetos más pintados que los m ochicas y más escultóricos que los nazca. Las for­ m as son variadas y derivan con el tiem po en un estilo tardío denom inado chancay. En la costa sur encontram os la cerám ica producida por la cultura nazca. La im portancia de la decoración pintada, m uy relacionada con los m otivos que apare­ cen en los tejidos, exige de superficies continuas de ahí que muchas de las figuras tengan form a de pera, para así proporcionar una superficie curva a la decoración. L a pintura que se aplica evoluciona desde ejem plos de recipientes en los que se m arca los contornos de las superficies a colorear, a los casos en los que la superfi­ cie lisa es un continuo. Los m otivos utilizados indistintam ente de form a repetitiva o heterogénea presentan figuras hum anas, de animales y símbolos que hacen pen­ sar en una estrecha relación de éstos, más con las ideas que con lo representado. Los restos de la cerám ica de Tiahuanaco nos hablan de objetos vinculados con actividades cerem oniales, donde predom inan form as cilíndricas con los bordes ondulados y pitorros donde volvemos a encontrar el tem a de la cabezas de pumas, donde se com binan los m otivos geom étricos con las representaciones de peces y estos felinos. L a decoración pintada se realiza sobre una gam a de cinco colores, con las zonas a colorear recortadas con perfiles negros. En el caso de la región andina, los fragmentos más antiguos se han datado aproxim adam ente en el siglo XIX a.C., distinguiéndose de un modo evidente entre la cerám ica de uso cotidiano y la destinada a fines funerarios, la prim era más rústica y simple y la segunda más refinada y elegante. Los ejemplos más abundan­ tes son precisam ente los de la cerám ica funeraria que por regla general proceden de sepulturas en las que se empleaban o bien en los cerem oniales de entierro o se colocaban para que acom pañaran al difunto. La diferenciación entre la cerám ica killke y la cuzco resum iría esta diferencia­ ción entre objetos realizados con un cierto descuido, decorados con m otivos geom é­ tricos, como en el primero de los casos, mientras que los del segundo grupo destacan por su acabado y la realización de una form a muy característica similar a los aríbalos clásicos griegos.

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ARÍBALO INCA. (PERÚ).

SELECCIÓN DE IMÁGENES RECIPIENTE TRÍPIDE TEOTIHUACANO El capítulo de la cerám ica teotihuacana viene centrado por la producción de recipientes m uy característicos, de formas circulares, con las paredes ligeram ente cóncavas y apoyados en tres soportes que repiten en su perfil la silueta del tablero talud de la arquitectura.

VASIJA CLÁSICA TEOTIHUACANA. (MÉXICO).

Se trata de una cerámica de calidad que aparece decorada con pintura que se aplica con la m isma técnica que los espacios arquitectónicos. Sobre una capa fina de estuco, se dibujan los motivos, de carácter ceremonial, dispuestos en una superficie continua, delimitada en la parte superior y en la inferior por sendas bandas decoradas. Los colores se aplican de una forma plana en superficies delimitadas por una línea roja y donde la ausencia de una clara naturalidad a la hora de representar las escenas, relaciona estos recipientes con funciones sagradas, más que con un fin doméstico.

INCENSARIO ZAPOTECA En ningún otro lugar de la A m érica prehispánica, los alfareros llegaron a desa­ rrollar de una m anera tan clara la plasticidad de la arcilla aplicada a unos recipien­ tes. Trasladaron todas las formas y técnicas a unas figuras que ganaron con el paso

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URNA ZAPOTECA. DIOS SENTADO. MONTE ALBÁN. (MÉXICO).

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del tiempo en grandeza y riqueza. Los zapotecas nunca forzaron la arcilla para que pareciera otra m ateria que no fuera el barro, y gustaban de usar su naturaleza húm e­ da y dúctil para un m odelado geométrico, cortando el m aterial cuando estaba a m edio secar, en planos suaves de bordes agudos, consiguiendo formas sugerentes. La práctica de incinerar a sus m uertos, m otivó un desarrollo de este tipo de recipientes, que destacan por su variedad y profundo significado religioso. Se trata de piezas que suelen estar divididas en dos sectores. Por un lado el recipiente en sí, conform ado por un contenedor con form a cónica, que aparece cerrado por la segun­ da pieza, una tapadera que contendrá los m ayores m otivos decorativos y que suele conform ar los dos tercios totales de la altura del objeto. En ella se puede observar el em pleo de la técnica del pastillaje, que consiste en aplicar sobre un núcleo toda una serie de piezas de arcilla, láminas, bolas, rollos, etc., para conform ar todos y cada uno de los motivos y detalles. Suelen representar­ se dioses o sacerdotes sentados, donde destaca la frontalidad y sim etría de la com ­ posición. Se com plem enta el conjunto con decoración pictórica que ayuda a resaltar los elem entos con los que aparecen ataviados estos personajes.

SACERDOTE. ISLA DE JAINA La tradición de realizar figuras hum anas en el arte m aya, m uy probablem ente llegó desde el Valle de M éxico en las etapas iniciales del Clásico. De todo el conjunto de la producción, las esculturas producidas en la isla de Jaina, son sin duda uno de los conjuntos de im ágenes m ás im presionantes por el realism o alcan­ zado dentro de la estatuaria m aya. Realizadas en arcilla y con una técnica de m olde, estas figuras representan tipos variados en los que se pueden encontrar personajes y escenas de la vida cotidiana y oficial. Suelen distinguirse dos grupos, las figurillas de silbato hechas a mano, que corresponderían con un período m ás antiguo. Y las figuras de cascabel ya posterio­ res y realizadas con m olde. En el desarrollo de las prim eras, las hechas a m ano, se distinguen tres tipos. E l prim ero caracterizado por p osturas sim étricas, grandes pendientes de disco y cabezas b ulbosas con ojos protuberantes, se dataría en torno al 40 0 d.C. Los vestidos y las jo y a s están indicados m ediante am plios lazos y lám inas de a rci­ lla. El segundo tipo, siglos V y VI, corresponde a m odelos de figuras con pies abiertos, que reflejan la edad, con un realism o que se consigue gracias a la utilizació n del m odelado, grabado y lam inado. Por últim o, el tercer grupo es el realizad o con m olde y p resen ta figuras con silbatos en la espalda, con cabezas con el m ism o realism o que las an teriores, con m ovim ientos y figuras m uy an i­ m ados. En este caso esta imagen reproduce la figura de un sacerdote o un noble, atavia­ do con tocado y delantal que sugieren un rasgo señorial, m ientras que la nariz prom inente representa el ideal de belleza de los m ayas clásicos. Tam bién se puede constatar el papel que juegan estas piezas como fuente de inform ación sobre ele­ m entos como la propia indum entaria y su m odo de empleo.

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FIGURA MAYA. PERÍODO CLÁSICO TARDÍO. ISLA DE JAINA. CAMPECHE. (MÉXICO).

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RECIPIENTE NAZCA U na de las culturas que va a producir uno de los conjuntos de m ayor calidad de la cerám ica preincaica será la nazca. En su etapa de m áxim o desarrollo realizará piezas de form as grandes y expresivas que se curvan delim itando perfiles continua­ dos y claros, que perm iten definir una superficie am plia que se cubrirá con colores cocidos y m uy barnizados.

CUENCO CON MOTIVOS GEOMÉTRICOS. CERÁMICA. ARTE NAZCA. (PERÚ).

En líneas generales, la cerám ica nazca m uestra un enorme desarrollo de la técni­ ca de m anufactura y la presencia indudable de artistas especializados para su ela­ boración. L a confección de las piezas se hacía por adujado o enrollam iento, a partir de una base convexa. L a superficie se alisaba con cuidado, tanto interior como exteriorm ente, em pleándose una espátula para dar ese brillo característico final. La pintura se aplicaba con anterioridad a la cocción, delineándose los m otivos para rellenarse posteriorm ente con una gam a que abarcaba diez colores. Es interesante el papel que jueg a no solo la com binación de los colores, sino adem ás el protagonism o de la línea que define las superficies que ocupan aquellos, adem ás de conferirle individualidad a cada uno de los motivos.

VASIJA ESTRIBO MOCHICA El origen de la cerám ica en Suram érica hay que rem ontarlo a los restos encontra­ dos en la región de V aldivia en la costa ecuatoriana que sitúan la fecha de los

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restos m ás antiguos entre el 3000 y el 2500 a.C. La m ochica fue sin duda, la producción m ás prolija de piezas en las que se ven por un lado las influencias de etapas anteriores, y por otro, la incorporación de nuevos elem entos propios de lo m ochica. D entro de este im portante capítulo, podem os distinguir dos tipos perfectam ente diferenciados en base al tipo de decoración que se aplica a la superficie del reci­ piente. Uno em plea la pintura com o técnica principal, básicam ente roja sobre fon­ do crema, y se caracteriza por la diversidad de tipos y el carácter etnográfico de la inform ación que aportan. El otro, escultórico, juega con el relieve de la superficie del recipiente, en las que todo el cuerpo del vaso se convierte en una representa­ ción. La variedad y calidad del repertorio cerám ico m oche se ejem plifica en este vaso retrato, uno de los m odelos m ás difundidos de la producción mochica. Se trata de recipientes provistos con un asa estribo con pitorro, donde representan rostros hu­ m anos, m asculinos realizados con un extremo realism o, que ha hecho pensar a algunos autores que se trata de verdaderos retratos. La calidad antes señalada, o el que hayan aparecido formando parte de ajuares funerarios, sin apenas señales de uso, ha hecho pensar que se trata de objetos vinculados con altos dignatarios de la sociedad m ochica, m iem bros de la elite sacerdotal o política.

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APÉNDICE DOCUMENTAL EL ARTE CERÁMICO DE LOS PUEBLOS AGRÍCOLAS «Como prim er ejem plo de este arte cerám ico está Tlatilco, una im portante v illa agrícola localizada en la parte noreste del V alle de M éxico. Allí, curiosa­ m ente, a pesar de una vigorosa y prolongada presencia olm eca que im pone una tradición regional m ás fuerte cuyas raíces deben provenir de algún viejo estrato anim ista de tipo agrario, pero de una gracia innegable, se encuentran las estatui­ llas de p retty ladies o ‘m ujeres b o n itas’ que constituyen el aspecto m ás caracte­ rístico de esta tradición, con sus brazos cortos y su delgado talle que hacen resaltar im presionantes caderas, probable m anifestación de un culto a la fertili­ dad tanto de la tierra com o de la m ujer. E stas figurillas parecen la viva antítesis de aquel ideal de belleza olm eca que suele representar escuetos cuerpos de p ro ­ porciones m ás bien m asculinas, aunque deliberadam ente desprovistas de rasgos sexuales. Al lado de estas estatuillas femeninas, a menudo bicéfalas (sim bolizando quizá el principio de la dualidad tan arraigado en la m entalidad mesoam ericana), surge en Tlatilco y en otras villas del preclásico todo un animado mundo de danzantes, m úsicos, acróbatas y shamanes con el rostro cubierto por una máscara; guerreros, jugadores de pelota, grupos familiares, parejas de enamorados, m ujeres cargando o am am antando a sus hijos, y otras donde juegan con sus perros, etc. Dentro de este pequeño y m odesto m undo de las figurillas m odeladas en arcilla, se afirm an ten­ dencias estilísticas tan m arcadas como diversas. Tales son las estatuillas de cuerpos aplanados y anchas cabezas de Chupícuaro, al sur de Guanajuato; las abstractas representaciones hum anas de alargadas y es­ cuetas cabezas triangulares de la región de Colima; o aquellas emotivas creaciones de Xochipala, en Guerrero, donde se com bina el realism o con un sentido verdade­ ram ente dram ático de las actitudes. Pero el más sorprendente m undo plástico jam ás m odelado por los ceram istas m esoam ericanos proviene de la región que se conoce hoy como el O ccidente de M éxico y que incluye esencialm ente los actuales esta­ dos de Guanajuato, M ichoacán, Jalisco, Colim a y Nayarit[...]. D esde los inicios de nuestra era se m anifiesta esta peculiar vocación de ceram is­ tas en las vasijas rituales de Chupícuaro, donde un sentido form al muy seguro se alía con una rica policrom ía de m arcado carácter geométrico. Tal es el caso de las vasijas ‘patonas’ cuyos anchos y poco profundos recipientes ostentan tres largos y gruesos soportes huecos; de los elegantes tecomates; de las grandes copas de an­ cho soporte troncocónico, etcétera. M ás aún que en otras aldeas del preclásico como Tlatilco, ciertas regiones del O ccidente crean un abigarrado m undo de estatuillas que, aisladas o formando com ­ plejas escenas de grupo, constituyen otras tantas ‘instantáneas’, ingenuas y alegres, de las m últiples facetas de la vida cotidiana. La región de Ixtlán del Río, en Nayarit, nos ha legado en esta región una de las más ricas variedades, especialm ente en lo que se refiere a conjuntos habitacionales, escenas pueblerinas o complejas esce­ nas de grupo, trátese de una acom pasada procesión funeraria, de un torneo, de un

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anim ado juego de pelota, de las acrobacias de unos m alabaristas o de los apresura­ dos preparativos para la defensa de una aldea. Escuetos, reducidos a sus componentes m ás elementales, los personajes se anto­ jan, sin embargo, llenos de vida y las coquetas chozas lucen techitos de dos picos alegrem ente decorados con m otivos geom étricos de varios colores. Pero m ás que todo lo anterior, lo que coloca al O ccidente de M éxico en un lugar muy especial dentro del panoram a artístico de M esoam érica, son sus estatuillas huecas, de di­ m ensiones m uy variadas[...]. Frecuentem ente concebidas con vasijas o vasijas-efi­ gies, estas estatuillas pueden ser fitom orfas, zoomorfas, o antropomorfas, y suelen ser de barro bruñido, con incorporación en uno de los varios colores antes de su cocción [...]. C ualquiera que sea el tema, se siente detrás de cada creación una aguda observación de la realidad, aunada a un sentido de lo esencial y a una enorm e capacidad de abstracción, de tal m anera que esta realidad se ve a menudo m odificada por la m ano del artista al grado de reducirse a un simple signo abstrac­ to. Y no cabe aquí hablar de incapacidad para reproducir las proporciones reales del cuerpo humano; se siente en cada una de estas obras, una intención muy clara que viene a secundar una gran seguridad en la ejecución[...]. En contraste con el resto de M esoam érica que durante esta m ism a época clásica practicaba un arte de tipo sagrado, lleno de simbolismos esotéricos y de contem ­ placiones a m enudo m acabras, estos pueblos del O ccidente de M éxico parecen com placerse m ás bien en plasm ar las m últiples facetas de la vida cotidiana, al conservar en sus figurillas un cierto prim itivism o y una gran espontaneidad, cuali­ dades que perduraron hasta m uy entrado el período posclásico. Y si tras estas ani­ m adas estatuillas de barro, testim onio aparente de una vida despreocupada, profana y alegre, se ocultan sin duda un carácter votivo y un simbolismo religioso, este aspecto no suele traducirse en ellas: este universo de formas de Nayarit, Jalisco y Colima diríase, m ás bien, es el canto a la vida de pueblos agrícolas sanos y despro­ vistos de profundas preocupaciones esotéricas». *GENDROP, Paul. Compendio de arte prehispánico. M éxico, Ed. Trillas, 2000, pp. 29-36.

EL VALOR ETNOGRÁFICO DE LA CERÁMICA MOCHE* «La cerámica M oche representa un fenómeno hasta cierto punto único en el mundo del arte indígena americano. En primer lugar, la ingente cantidad de ceramios o ‘huacos’ hace que están prácticamente presentes en todo museo o colección relacionado con América. Pero, sobre todo, es notorio su asombroso afán narrativo desplegado en las representaciones, que ha hecho sean la primera fuente de información para el conoci­ m iento de la cultura M oche. Tras un período de transición, donde todavía existen tradiciones y culturas locales, los habitantes de los valles de la costa norte de Chicama y Moche iniciaron sus conquistas hasta lograr una verdadera confederación entre 100 y 500 años d. de C. La continua beligerancia produjo gran cantidad de m ano de obra cautiva que se utilizó en la construcción de grandes obras de ingeniería hidráulica,

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construcciones ceremoniales y ciudades. Aunque la organización de la costa norte en le momento de su máximo esplendor se aproxime más a la de un estado que a la de una serie de jefaturas, se conservan todavía algunas costumbres de éstas, como el acusado ceremonialismo funerario reflejado en aparatosos enterramientos con grandes ajuares de los que la cerámica era un parte primordial. La cerám ica M oche tiene en principio unas pocas form as básicas: la botella globular con caño estribo que, sin perder el asa característica, se aplana y se con­ vierte en una especie de plataform a sobre la cual se desarrollan escenas con figuri­ llas modeladas, o bien todo el cuerpo se transform a en una escultura. Hay también grandes platos de bordes abiertos, botellas de cuello sencillo y algún cuenco o copa. M odelada en principio a mano, según la técnica común del adujado, poste­ riorm ente se hará con ayuda de un m olde, técnica generalizada en épocas tardías. Sobre estas form as básicas, la im aginación de los artistas moche se despliega fun­ dam entalm ente de dos maneras: una, claram ente pictórica, y otra, escultórica, aun­ que pueden darse com binaciones de ambas. En el segundo caso hay que hablar de dibujo antes que de pintura. Los dibujos, en un tono pardo-rojizo, se trazan de m anera resuelta, firm e y segura, sin titubeos, sobre un fondo característico de color crema. Las figuras se representan de perfil, con los ojos y el torso de frente, y norm alm ente nunca aisladas, sino componiendo escenas de m uy diverso carácter. Estas pinturas sobre cerám ica constituyen un ver­ dadero m uestrario etnográfico de la cultura Moche. Cualquier aspecto de la vida cotidiana o cerem onial desfila por los huacos en escenas llenas de m ovim iento y dinam ismo, y cargadas de expresividad. L a cabeza aparece representada con todos los m étodos utilizados para llevarlas a cabo; hay escenas de pesca, de recolección y, por supuesto, de guerra, la actividad favorita de los señores; hay tam bién esenas de ritos, de cerem onias fúnebres, de más difícil interpretación. Si las vasijas pintadas son expresivas, no lo son menos los huacos escultóricos. Destacan, en primer lugar, los famosos ‘vasos retrato’, aquellos en que el cuerpo de la botella se ha convertido en la cabeza de un personaje, en su retrato, hecho bastante ajeno al mundo americano, relacionado con representaciones de shamanes. Cuando aparece una figura completa, lo hace en multitud de representaciones: guerreros con mazas o macanas en actitud de sumisión, músicos con todo un surtido de instrumentos, individuos enmascarados, enfermos con toda suerte de patologías diversas y represen­ taciones zoomorfas y fitomorfas. Pero donde la expresividad M oche llega a su cumbre es en las escenas modeladas sobre vasijas. Son pequeños personajes en número y tama­ ño variable que despliegan una gran actividad. Las más llamativas son las relativas a las ocupaciones diarias. Las figurillas preparan alimentos, los consumen; las mujeres se lavan la cabeza; las viejas curan a los enfermos; las madres acunan a sus hijos; los niños juegan; las comadronas ayudan en los partos... Parece que nos encontramos otra vez ante la idea de reflejar acontecim ientos de toda índole, a fin de rodear a los m uertos de todo lo que es cotidiano, teniendo en cuenta hasta los m ás m ínim os detalles de la vida y el quehacer diarios». * SÁNCHEZ M ONTAÑÉS, Emma. La cerámica precolombina. E l barro que los indios hicieron arte. M adrid, Anaya, B iblioteca Iberoam ericana, 1988, pp. 92-95.

CAPÍTULO 12:

EL TRABAJO EN METAL INTRODUCCIÓN Hacíam os referencia de una form a escueta en el capítulo cuarto, dedicado a la tecnología prehispánica, al tem a de la m etalurgia o trabajo con los m etales dentro del conjunto de estas sociedades. L a im portancia que adquiere la m anipulación del oro, de la plata o el cobre, tanto desde el punto de vista social, por su función com o elem ento de distinción y diferenciación, como desde un punto de vista esté­ tico, por la alta calidad a la que llegan en la realización de algunas de estas piezas, obliga a dedicar un apartado concreto a esta m anifestación de las culturas prehispánicas. L a variedad de m etales trabajados, el grado de desarrollo que se alcanzó en su extracción y la calidad de las piezas realizadas m ediante un sin fin de técnicas, nos hablan de la im portancia que adquirió este ámbito que acabó expandiéndose por toda la A m érica N uclear desde las tierras sudamericanas, utilizando el pasillo natu­ ral de Centroam érica, tanto terrestre como m arítim am ente y definiendo uno de sus capítulos finales en territorio m esoam ericano. E sta circunstancia hará que los m ejores ejemplos que nos encontremos se loca­ licen en las tierras andinas, m ientras que las puntuales piezas de las que hablare­ m os para la zona m esoam ericana, son una derivación de m odelos llegados a este territorio en épocas tardías del siglo VIII d.C.

EL METAL EN LA SOCIEDAD PREHISPÁNICA Uno de los rasgos m ás distintivos de las culturas prehispánicas fue el descono­ cim iento de la aplicación de los m etales a herram ientas u objetos que les hubieran perm itido llevar a cabo trabajos de labra o incluso de agricultura de una m anera

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m ás eficaz y liviana. No obstante, curiosam ente destacaron en el trabajo de otros m etales a los que m uy pronto se los dotó de una profunda significación y sentido religioso - político, y en los que sí se aplicaron una enorme variedad de posibili­ dades tanto técnicas como decorativas.

LÁMINA CON MOTIVOS ANTROPOMORFOS Y ZOOMORFOS. ORO. ARTE INCA. (PERÚ).

El m ito de El Dorado, sin duda, surgido en la m entalidad occidental, refleja hasta qué punto llegó a ser im portante el papel del oro como m etal predilecto, dentro de las sociedades prehispánicas. L a posesión de m etales por parte de deter­ m inados m iem bros de las clases sociales m ás poderosas, fue un m edio para legiti­ m ar su situación, favoreciendo la propia diferenciación en el seno de los grupos. No obstante esta diferenciación social, venía m atizada por el fuerte carácter religioso que se le im prim ió a estos m etales como el oro y la plata. La vinculación del prim ero de ellos con la religión se convirtió en otro de los exponentes que propiciaron el aum ento de prestigio y poder a quienes lo poseían, de tal form a que incluso los propios sacerdotes contaban con im portantes ajuares que los constata­ ban com o elem entos de una clase social superior, llegándose a convertir en una de las m aterias protagonista de los ajuares con los que se acom pañaba a los difuntos en su largo viaje al m ás allá. La relación del m etal y sobre todo de su brillo con los dioses astros, el sol y la luna, propició de una m anera clara un aum ento de consideración como m ateriales sagrados. M etales como el oro, la plata, el cobre o el bronce, se convirtieron en los esenciales con los que estaban realizadas no solamente piezas de adorno personal, sino además, objetos de uso diario.

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COLGANTE ANTROPOMORFO. ARTE COLIMA-TOLIM A. (COLOMBIA).

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LAS PRINCIPALES ZONAS PRODUCTORAS N o podem os perder de vista que el trabajo de los m etales estaba m uy relaciona­ do con la propia actividad m inera a través de la cual se extraían, conform ando una ocupación especializada. L a m inería en los Andes peruanos estaba m uy ligada con el desarrollo de las sociedades urbanas, ya que alcanzaron un grado de evolución que exigía el uso cada vez m ayor de gran cantidad de objetos m anufacturados a partir del uso de m aterias prim as m inerales.

FIGURILLA ZOOMORFA. ARTE SINÚ. (COLOMBIA).

Los principales centros productores de orfebrería en la A m érica prehispánica se centran fundam entalm ente en la zona andina, conociendo un foco principal en el área colom biana-ecuatoriana y otro en la región de las tierras altas de los Andes, en las que se llegó tam bién a producir una im portante cantidad de estos objetos. Ya los prim eros vestigios aislados hay que datarlos aproxim adam ente en torno al 1900 y el 1250 a.C., en enclaves com o H uayhuaca o M ina Perdida que nos hablan de la antigüedad de este trabajo en la región. A partir de aquí los restos encontrados testim onian ya trabajos en la propia región en la que se desarrollaría la cultura de Chavín de H uántar y Cerro Sechín. A llí encontram os algunos de los ejem plos más antiguos de piezas de m etal que se puedan testim oniar en toda América, siendo a través de las producidas en Chavín, por las que se conocen etapas de expansión que explican la aparición de piezas m etálicas en zonas distantes como la propia M esoamérica. Este fenómeno, que justifica la existencia de líneas de interrelación entre distintas áreas geográficas,

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POPORO ANTROPOMORFOS. ORO. ARTE QUIMBAYA. (COLOMBIA).

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tiene una especial significación para el caso m esoam ericano, ya que no se registra la presencia de una producción propia altam ente desarrollada, aunque recibió los aportes sudam ericanos a través del istm o de Panam á tanto por tierra como por mar, explicando las producciones m ixtecas y algunas mayas de las etapas del Clásico y el Postclásico.

COLGANTE ANTROPOMORFO. ORO. ARTE TOLIMA. BOGOTÁ. (COLOMBIA).

L a región colom biana, aproxim adam ente a partir del siglo V I a.C., tuvo en cul­ turas como la calim a, darién, tolima, sinú, tairona, quim baya y chibcha el centro de su m áxim a producción, aunque de una form a desigual. A lo largo del desarrollo de cada una de ellas, los avances tecnológicos afectaron a la cantidad y a la calidad de los objetos producidos, lo que de alguna m anera habla del alto grado de desa­ rrollo alcanzado. En su conjunto, autores como Kubler, hablan de tres etapas tec­ nológicas que irían desde una prim era en la que se em plea el proceso de golpear en frío y trabajar el oro virgen, tal y como se encontraba en las pepitas halladas en los lechos de los ríos y espacios rocosos. En una segunda etapa el cobre fue fundido y se empleaban m oldes abiertos, para en una tercera acabar aleado este m ism o m etal con el oro para producir la tumbaga. U na aleación en la que se com binaban oro a un 85% y cobre a un 18%, y que resultaba con un punto de fusión m ás bajo que el de los dos m ateriales por separa­ do y adquiría una dureza m uy sim ilar a la de otros metales duros. La relación de las culturas anteriores en función de la calidad y técnica empleada en la producción de sus piezas, ha hecho plantearse un organigrama evolutivo en el que culturas como calima, darién y tolima son anteriores por el empleo del trabajo en frío elemental y vaciados simples, frente a quimbaya, sinú, tairona y chibcha en las que se constatan trabajos de vaciado más complejos y se incluyen complementos de filigrana.

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BASE DE UN CUENCO DE PLANTA. ESTILO CHIMÚ. (PERÚ).

Aproxim adam ente del siglo XIII se puede datar la orfebrería encontrada en el yacim iento de Lam bayeque, en los andes centrales, en el que se hallaron cuchillos de oro con figuras hum anas aladas. Estos tumis, localizados en una zona de in­ fluencias m ochicas y tiahuanacas, representan a deidades lunares con un motivo que va a ser trem endam ente repetido en la cerám ica y en los textiles de las culturas prehispánicas andinas. D entro de la m ism a área geográfica, debem os situar la pro­ ducción de orfebrería y m etalurgia del centro chimú de Chan Chán donde podemos hablar de formas plásticas y fluidas con temas como copas y adornos, que son ejem plos de cóm o tam bién la orfebrería sirvió para producir recipientes fuera de los fines m eram ente ornam entales a los que originariam ente se podía pensar que esta­ ban destinados. En la región andina la producción en m etal se centra en figuras de poco tamaño y se los considera como reproducción de una escultura a m ayor escala, que en la actualidad se encuentra desaparecida.

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PECTORAL DE ORO MARTILLADO. ESTILO CALIMA. CUENCA DEL RÍO SINÚ. BOGOTÁ. (COLOMBIA).

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LA DIVERSIDAD FORMAL El análisis de la producción m etalúrgica prehispánica ofrece un conjunto de piezas de las que destacan tanto la diversidad form al como la variedad de técnicas que se llegaron a desarrollar para su elaboración. D e los conjuntos colom bianos m ás im portantes destacan los pectorales, d ia­ dem as, adornos p ara la nariz y alfileres calim as. Las figuras de anim ales y h u ­ m anas son básicas en la producción de D arién, donde se dan representaciones zoom orfas, todas ellas en una clara tend en cia a la sim plificación de las form as a planos con la incorporación de volutas, un aspecto éste que hay que in corpo­ rar dentro de la tendencia de las represen taciones suram ericanas a la ab strac­ ción y redu cció n de las form as n aturales a esquem as geom étricos. E sta m ism a ten d en cia se aprecia en las figuras del estilo tolim a en las que se puede co n sta­ tar el d esarrollo de form as angulosas con las que se realizan figuras inspiradas en aves, rep tiles y m am íferos y donde la abstracción llega a deform ar el v o lu ­ m en de los cuerpos en los que se produce la solapación de distintas piezas por m edio de soldaduras. Posiblem ente el conjunto de piezas más característicos sean los vaciados pesa­ dos de los quim bayas como yelmos, botellas y estatuillas, adornos nasales, pecto­ rales, campanas, brazaletes, cuentas, alfileres, m áscaras, pinzas y diademas. Las form as de los cuerpos fundam entalm ente presentan la sensación de estar inflados, ingrávidos y tener la superficie y los perfiles sinuosos. Por último, el estilo chibcha ofrece un repertorio en el que predom inan las formas realizadas con triángulos isósceles de oro, con rasgos hum anos y vestidos representados por filam entos m ol­ deados en cera desechable. L a cultura chimú com pone otro de los centros más im portantes de la orfebrería prehispánica, en la que destaca la ingente cantidad de objetos producidos así como la diversa procedencia de los m ism os y las distintas fechas con las que se tiene que trabajar. Los orfebres chim úes m anipularon los más diversos metales entre los que destacan el oro, la plata y el cobre, aplicando básicam ente el m artillado y el repu­ jado como técnicas más comunes. D estacan dentro de la producción chimú vasos de plata en los que aparecen representadas caras hum anas de nariz ganchuda, en un claro ejem plo de copia de m odelos cerámicos, en los que aparecen tam bién las form as de doble pico y las asas puente. N o podem os olvidar los tumis o cuchillos cerem oniales en form a de m edia luna con un m ango figurado generalm ente confor­ m ado por la imagen de un ser m ítico y que ya se han comentado. U na m ención especial m erece el im portante conjunto de piezas del ajuar del Señor de Sipán, en L am bayeque, hallados en 1987 y que en la actualidad co n s­ tituyen el conjunto de piezas m ás im portantes de estas características. Se trata del ajuar de unos dirigentes y sacerdote m ochicas conform ado por coronas, pulseras, p ectorales, narigueras, cuentas de collar, orejeras, etc., m agnífico tes­ tim onio de nuevo, de la v ariedad form al que alcanzó la producción orfebre andina, que se enriq u ecía con la in crustación de piedras sem ipresiosas com o el lapislázuli, conviertiendo al color en un valor añadido del significado de estas piezas.

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PLACA DE ORO REPUJADO DEL DIOS COCODRILO. ESTILO COCLÉ. (PANAMÁ).

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PECTORAL CON LA REPRESENTACIÓN DEL DIOS COCODRILO. ORO FUNDIDO. PUNTA BURICA. (COSTA RICA).

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U n capítulo a parte m erece la producción de m etalurgia de M esoam érica. En este sentido se constata que su aparición en el norte de la zona nuclear prehispánica se produce unos 1500 años con posterioridad a los datos que se tienen de los hallazgos suramericanos. Siendo el conjunto m ás antiguo de aproxim adam ente el 500 d. C. La orfebrería m ixteca, parece tener origen tras la desintegración de la cultura tolteca, con posterioridad al 1300 d.C., siendo los hallazgos más im portan­ tes los realizados en las tum bas de Zaachila y M onte Albán en los que se pueden apreciar objetos realizados por la técnica de la cera perdida, el repujado, etc., m os­ trando m uchos de ellos una clara relación con soluciones formales de Centroamérica, fundam entalm ente en colgantes con elementos articulados.

FUNCIÓN Y SIGNIFICADO La función de estas piezas parece evidente tras los estudios, tanto de los hallazgos arqueológicos como los análisis comparativos de las producciones de distintas áreas, entre las que se ha querido ver algún tipo de relación. En este sentido, el ser reflejo del estatus social de quién las posee, incluso una vez fallecido, dentro de lo que es el ajuar funerario conformado en gran parte por este tipo de piezas, constituye uno de los ele­ m entos fundamentales de su función, junto al papel de piezas complementarias de rituales y ceremonias, en las que se veían implicados sacerdotes y los mismo dirigentes. Los incas, no lo olvidemos, conscientes del prestigio que suponía el contar con este tipo de piezas, no dudaban en rodearse de los más expertos y famosos orfebres, que normalmente procedían de la cultura chimú, que junto con los moche, vicús y sicán, eran los verdaderos herederos de una tradición que hundía sus orígenes en la cultura chavín y la habían conseguido perpetuar en el tiempo. En M esoam érica, aunque la tradición llegó m ás tarde, un gran núm ero de habi­ lísim os artesanos produjeron gran cantidad de joyas, generándose una situación sim ilar a la que se estaba dando en la zona andina, ya que aquí los monarcas aztecas se rodearon de los orfebres m ixtecas para contar con los m ejores objetos que se producían en todo el territorio m exica. N o obstante la función que éste pudo tener en Suramérica, como el m etal más preciado, no la tuvo en M esoamérica, donde el oro, denom inado teocuitatl o excrem ento del sol, nunca pudo suplantar el valor y la im portancia del jade o de las plum as del quetzal. Junto a ello, la falta de una literatura contem poránea referida a los restos halla­ dos, junto a la descontextualización en la que aparecen m uchos de ellos debido a los expolios a los que se ven sometidos una gran cantidad de estos yacimientos, hacen m ucho m ás difícil la interpretación de su sentido. N o podemos olvidar que la actividad minero-metalúrgica estuvo dedicada princi­ palmente a la elaboración de objetos suntuarios, más que a la de instrumentos de traba­ jo. Al estar la metalurgia ligada a esos bienes suntuarios, de m ayor acceso para las elites políticas, dicha explotación fue también controlada por ellos mismos. Ello hizo de este trabajo una rama de la producción importante, pero ligada al valor simbólico del metal y a la compleja organización social de su extracción y transformación, más que por su valor como objetos de producción e inclusive de cambio, que en todo caso no supuso más que el desarrollo de formas simples de trueque.

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POPORO ANTROPOMORFO. ARTE QUIMBAYA. (COLOMBIA).

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FIGURA FEMENINA. ORO. ARTE CHIBCHA. (COLOMBIA).

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MÁSCARA CON NARIGUERA. ORO E INCRUSTACIONES DE PLATA. ARTE DE LA TOLITA. GUAYAS. (ECUADOR).

SELECCIÓN DE IMÁGENES PECTORAL CALIMA U na de las piezas más señeras de la producción orfebre de las culturas prehispánicas andinas es sin duda el capítulo que conforman los pectorales. D e una clara función ceremonial, incluso podríam os pensar en piezas utilizadas por personajes de cierto rango político y m ilitar, los pectorales se conforman en piezas en las que se pueden testim oniar de una m anera clara el trabajo de repujado de finas láminas con las que se realizaban. El ejem plo de este pectoral calim a presenta un perfil lobulado en el que destaca tanto la presencia de un rostro en la zona superior como el trabajo de repujado que se ha realizado en el borde. En el caso del rostro destaca la definición de las líneas de una m anera angulosa donde sobresale la presencia de una nariguera, pieza m uy característica utilizada por algunos personajes como sa­ cerdotes. Se com plem enta esta zona con un conjunto de collares que cuelgan a un lado y otro de la cabeza funcionando com o una decoración de éstas. Por otro lado la decoración del borde, realizada como decíamos con la técnica del repujado, retom a m otivos de inspiración cerám ica lo que habla de la interrelación de las distintas artes de las que se tom aban distintos m otivos para su term ina­ ción.

PECTORAL. ORO. ARTE CALIMA. (COLOMBIA).

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POPORO QUIMBAYA

POPORO. ARTE QUIMBAYA. (COLOMBIA).

Uno de los recipientes más reproducidos por esta cultura son los poporos que se utilizaban para la cal que se m ezclaba con la coca en el m om ento de m asti­ carla. En algunos de los ejem plos producidos por los quimbayas, destacan tanto la perfección de las formas como la inspiración de m uchas de las piezas que presentan rasgos sim ilares a las producciones asiáticas de la India. En el caso concreto del poporo que se ha seleccionado se trata de un ejem plar en el que destaca la repre­ sentación de un personaje fem enino adosado a uno de sus frentes y rem atado en su parte superior con una form a bulbosa que recuerda al cáliz de una adorm idera con lo que la relación de este recipiente con la ingestión de alucinógenos es evidente. Desde un punto de vista formal, sobresale la calidad con la que se ha acabado la superficie y la rigidez y estatism o de la figura que coloca sus manos a la altura del vientre y aparece trabajada con cierto detalle en algunas zonas como las pulseras, las rodilleras y las tobilleras que la decoran.

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VASO SICÁN La cultura Sicán dejó un im portante legado de piezas de oro, reflejo de la alta calidad con la que trabajaron sus orfebres este metal. En el caso de este vaso cuyo perfil recuerda los recipientes incaicos o keros, presenta una superficie enteram ente decorada m ediante repujado en el centro de la cual destaca la figura del héroe N aym lap, que se caracteriza por el tocado en forma de m edia luna. La decoración en sí, se distribuye en bandas horizontales y diagonales, en las que destacan figuras de anim ales como aves y espirales de clara inspiración m arina que m uestran de una forma evidente la influencia del entorno como fuente de inspiración de los distintos m otivos con los que se van a decorar estos recipientes.

VASO SICÁN. (PERÚ).

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CORONA CHIMÚ La elaboración de piezas destinadas a legitim ar la posición social de determ ina­ dos miem bros de las sociedades prehispánicas andinas, tiene uno de sus m áximos exponentes en las coronas que se realizaban para los altos dignatarios de las m is­ m as. En este caso esta corona chim ú se convierte en uno de los ejemplos más destacados tanto desde el punto de vista form al como desde el punto de vista sim bólico. Se trata de una corona cilíndrica en la que se puede constatar de nuevo el perfecto trabajo de repujado con el que se elabora en la que sobresale el perso­ naje m asculino que centra la com posición y que habría que relacionar con algún dios o personaje sem idivino perteneciente al panteón chim ú. Remata la pieza un tum i lo que vincula esta pieza con posibles ceremonias rituales en las que este cuchillo se em pleaba de una m anera clara y en el que destaca ese perfil tan carac­ terístico en form a de m edia luna, trabajado en sus bordes con pequeñas bolas en relieve.

CORONA CHIMÚ. (PERÚ).

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TUMI U na de las piezas que m ejor reflejan la relación entre la función y la sim bología que adquiere su diseño es el de los cuchillos cerem oniales o tumis que fueron utilizados por algunas de las culturas preincaicas. El tum i es un cuchillo en form a de m edia luna, usado fundam entalm ente por los pueblos de la costa norte en sus rituales y en el que aparece representado el personaje m itológico Naymlap. Éste se caracteriza por representarse de frente con las m anos sobre el vientre y estar tocado con su som brero en form a de m edia luna con los ojos aviform es y suele estar tocado con una especie de alas, que se relacionan con el m om ento de su muerte, cuando voló a los cielos. Se trata de un personaje que adem ás aparece representado en la cerámica, los tejidos y otros objetos realizados en metal.

TUMI O CUCHILLO DE SAGRIFICIO CON EL HÉROE NAYLAMP. ORO, TURQUESAS Y PLATA.

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FIGURA M ASCULINA INCA D entro de las representaciones que se harán frecuentes en la cultura andina, serán un grupo de figuras m asculinas y fem eninas en las que destacan algunas características físicas que las distinguen, las que adquieran una gran importancia. Por un lado se trata en la m ayoría de los casos de personajes representados de pie con los brazos sobre el pecho y con los lóbulos de las orejas agrandados hasta deform arlos, aspecto éste que llevó a los españoles a llam arlos orejones y que era distintivo de las clases nobles. Com binan tanto las soluciones m acizas como lam i­ nadas y se representan los personajes totalm ente desnudos. El rostro m uestra unos rasgos tipificados que no nos perm iten hablar de retratos concretos y sí m ás bien de representaciones idealizadas, en las que de una form a u otra se quieren ver símbolos de la procreación o de la dualidad de ambos sexos.

FIGURA MASCULINA INCA. OREJÓN. (PERÚ).

APÉNDICE DOCUMENTAL D E LA MUERTE DEL REY AHUITZOL Y DE LAS SOLEMNES EXEQUIAS QUE LE HICIERON, Y DE LAS MUCHAS RIQUEZAS QUE CON ÉL ENTERRARON* «...Luego entró tras él el rey de Tacuba, y haciéndole otra lastim osa y sentida p lática al difunto, no m enos dolorosa y com pasiva, hablando con él com o si estu v iera vivo, le ofreció otro p resente com o queda dicho de esclavos y joyas, y de plum as y m antas, y piedras. L uego la provincia de C halco con todos sus señores, entró a h acer su p lática y oración. L uego entraron los de la Chinam pa, que es X ochim ilco, C uitlahuac y M izquic, a los cuales antiguam ente llam aban chinam panecas, que en n u estra lengua quiere decir “la gente de los setos o ceras de cañ as” , e hiciero n su p lática y ofrenda. Tras ellos entraron los de C uauhnauac, con todos los señores de T ierra C aliente, con m ucha riq u eza de esclavos y m antas, joyas y piedras y plum as m uy preciosas, e hicieron su o ra­ ción y razonam iento com o los dem ás. L uego los m atlatzincas con todos los cuauhtlalpas y m azahuaques y toda la n ación O tom í de X ocotitlan, C hiapanecas y X iquipilcas, X ilotepecas y de T epexi, A pazco y Tula, T epotzotecas y los de C uauhtitlan y T ultutlan, T enayuca y E catepec. Todos los cuales y cada uno p o r sí, en nom bre de sus lugares y pueblos, le hicieron su oración m uy retórica al cuerpo, y le o frecieron gran núm ero de esclavos, que pasaban de doscientos los que tenía alrededor de sí, los cuales habían de m orir para ir a acom pañarle a la otra vida. T enía gran núm ero de joyas de oro, de piedras m uy ricas y p reciosas, de m uchos gén ero s; m ás tenía junto así gran m ontón de plum as de d iversas hechuras y colores, y brazaletes y calcetas de oro y m edias calcetas y coronas de la hechura que ellos usaban, de oro y pedrería, m uchos vasos de oro, escudillas y platos, todos de oro, porque en esta tierra no fue conocida la plata, n i se usó otro m etal que el oro. T enía ju n to a sí el cuerpo de este rey gran sum a de m antas de ricas labores y de diferentes colores y hechuras y por el co n si­ g uiente para cada m anta su ceñidor o braguero, que eran con que ellos cubrían sus vergüenzas y parte de los m u slo s; ju n tam en te m uchos zapatos rico s de d ife ­ ren tes colores. A cabadas estas pláticas y oraciones de pésam e, sacaron todas las m antas y ceñidores de que el rey había usado en su vida, y todas las dem ás jo y a s y piedras que tenía en su recám ara y para el ornato de su persona, de todo lo cual v istieron y adornaron todos aquellos esclavos acom pañadores, aunque h abían de m orir delante del cuerpo m uerto[...]. Todos los señores y reyes presentes tom aron sobre sus hombros el cuerpo del rey A huitzotl y lleváronlo a un lugar de descanso, que ellos llamaban, que era como prim era pausa y estación. Donde los cantores empezaron a tañer y cantar los cantares funerales o responsos que en semejantes m ortuorios cantaban. Y acabados los cantos los mismos señores lo alzaron, lo llevaron a otra estación, que llamaban Tlacochcalli. Y allí le puso el rey de Tezcoco unas m antas reales, que fue como investidura real, y le puso la corona en la cabeza con m ucho número de plumas atadas al cuello. Púsole sus zarcillos y en las narices su joyel, y en el labio bajo otro, con sus brazaletes y

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m edias calcetas de oro y unos zapatos, y em bijarle todo el cuerpo con el betún divino, con lo cual quedó el rey A huitzotl consagrado en dios y canonizado en el número de los dioses». * DURÁN, DIEGO. H istoria de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme. T. I. M adrid, Banco de Santander, 1990, pp. 227-228.

CAPÍTULO 13:

LAS ARTES DECORATIVAS INTRODUCCIÓN L a enorm e producción de objetos que podríam os englobar dentro de los térm i­ nos genéricos de artes decorativas, suntuarias o artes menores, conforman uno de los capítulos más ricos y diversos en cuanto a formas y tipos que se pueden anali­ zar dentro del estudio del arte prehispánico. D icha cantidad, junto a la calidad de las obras realizadas ha hecho que capítulos como el de la cerám ica o el de la orfebrería se hayan tratado de una m anera independiente, y hayan sido otros m u­ chos los que se han dejado para ser analizados en éste. Térm inos frecuentes com o los de artes aplicadas, artes m enores o artes decora­ tivas no son m ás que las distintas denom inaciones de un ám bito artístico m uy relacionado con aspectos de la vida cotidiana, de la oficial o de la m ism a m uerte, que no desm erecen por sus m enor tam año o su subordinación a ám bitos y aspec­ tos sin los cuales no adquieren el significado verdadero para el que fueron dise­ ñados.

CARACTERÍSTICAS GENERALES Con el nom bre de artes decorativas nos vamos a referir a todo un conjunto de objetos producidos por las culturas prehispánicas y que se destinaban a una innu­ m erable serie de funciones, que iban desde las m eram ente dom ésticas hasta las de un m arcado carácter oficial o sagrado. Se trata de piezas en las que el sentido sim bólico de los m ateriales con las que se realizan les confieren una significación y valoración que va más allá del puram ente material. Escudos, textiles, recipientes, objetos cerem oniales, etc., conform an un capítulo im portante dentro del conoci­ m iento del arte prehispánico.

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KERO CON FORMA DE CABEZA HUMANA. MADERA PINTADA. INCA. (PERÚ).

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Se trata de objetos en los que sobresale la enorme cantidad de materiales que se emplean así como la diversidad de formas que adquieren. Madera, piedras, hueso, pin­ tura, plumas, metales, fibras textiles, etc., se unen a esta variedad que venimos señalan­ do y que adquiere una mayor significación si se considera la diversidad de técnicas que se emplean tanto para su tratamiento como para su elaboración. En este sentido es significativo, como ejemplo, el empleo de piedras duras que confería a los objetos una componente de permanencia, que incluso permitía abrir el abanico de la experimenta­ ción con tipos y formas que iban mas allá de los realizados con un material tan básico como la arcilla. Conceptos trasmitidos por el brillo o la transparencia, aumentaba el significado de estos objetos, sobrepasando los elementos meramente funcionales. N o obstante no podemos perder de vista dicho carácter funcional al que veni­ m os refiriéndonos y que nos plantea la necesaria consideración de la dualidad de unas piezas en las que se conjugan, en un m ism o espacio, unas claras característi­ cas funcionales junto a meros elem entos con un claro com ponente y destino esté­ tico-decorativo. D icha funcionalidad siem pre se ha visto como la causa primera, de que se trate de piezas que no conocen una evolución tan fugaz como la que expe­ rim entan los com ponentes de otros ámbitos como la arquitectura, la pintura o la escultura, otorgándoseles un cierto aire conservador que de alguna m anera han hecho incluso que los propios cam bios de estillo las haya m antenido al margen. A pesar de ello la relación entre arquitectura, pintura y escultura con otros ele­ m entos como la plumaria, la cerám ica o los tejidos, se ha m antenido siempre muy estrecha, m otivando que las influencias entre ellas no conozcan en determinados ejem plos unas claras líneas de direccionalidad, sino que simplemente se conviertan en un claro exponente de la interrelación entre las mismas.

SU FUNCIÓN SUNTUARIA, CEREMONIAL Y FUNERARIA De entre todas, la especial relación de este tipo de objetos con las clases dirigentes tanto sacerdotales, reales o militares, sin duda ha favorecido que hayan llegado a noso­ tros fundamentalmente por la calidad de los materiales con los que se realizaron y el propio valor intrínseco que adquirieron y que las dotaron de una apreciación que las convirtieron en piezas indispensables, gracias a las cuales muchas personas encontra­ ban un vehículo para legitimar su poder. El importante desarrollo de los actos ceremo­ niales en el transcurso de la vida diaria de estas culturas, así como la necesidad de diferenciarse dentro del grupo de las clases dirigentes, es sin duda uno de los aspectos que más determinó la producción m asiva de unos objetos destinados tanto para las indumentarias de dichos personajes como para la realización de actos rituales y ceremo­ nias, ejecutándose con la consiguiente dignidad y lujo. Ya desde la etapa olmeca se hace evidente la existencia de un grupo destacado de sacerdotes que, representados en los frentes de altar, corroboran la aparición de un conjunto de acciones vinculadas con estas piezas y que tenían su reflejo en determina­ dos objetos que han llegado hasta nosotros, sobresaliendo máscaras o incluso canoas talladas en piedras duras como el jade, que hablan de una manera muy clara de la implementación de dichas acciones con las piezas que las acompañaban.

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DIOS MURCIÉLAGO. JADE. MONTE ALBÁN. (MÉXICO).

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MÁSCARA DE JADE, CONCHA Y OBSIDIANA. ARTE MAYA. PALENQUE. CHIAPAS. (M ÉXICO).

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FIGURA DE BARRO DE TLATILCO. (MÉXICO).

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D esde aquí, la producción conoce capítulos destacados como las m áscaras teotihuacanas, los objetos cerem oniales m ixtecas o la producción azteca que venía a cerrar un periplo en el que el cerem onial y los sacrificios de sangre adquirieron su punto más álgido. En el caso suram ericano destacan objetos como los tejidos o la m asiva produc­ ción de piezas destinadas a la decoración personal realizadas en diversos m ateria­ les, sobresaliendo los m etales, que no ponen más que de m anifiesto la importancia de los m ism os para poder explicar no solo la organización interna de estos grupos, sino incluso la propia articulación de actividades que de alguna m anera vendrían a constatar esa necesidad de lo cerem onial en el transcurrir diario. Sin duda la estre­ cha relación de estas piezas con lo sagrado, tendrán un ejem plo destacado en las m antas producidas por determ inadas culturas con las que se envolvían a sus difun­ tos en fardos, con los cuales se introducían piezas y objetos que se pensaban serían de utilidad al fallecido en el m ás allá.

LOS EJEMPLOS MÁS SIGNIFICATIVOS Llevando a cabo una diferenciación entre los dos territorios que están sirviendo de m arco para el desarrollo de los distintos capítulos de este m anual, no podemos perder de vista por un lado la producción de piezas en la zona m esoam ericana y por otro en la suramericana. Los ejem plos como decimos, son muchos y diversos y difícilm ente se podrían analizar todos y cada uno de ellos. Se han seleccionado algunos de los más desta­ cados, en los que se han querido ver reflejados la m ayor diversidad de campos referenciados en la bibliografía especializada. Desde las etapas más tempranas, las culturas que aparecerán y se desarrollarán por el territorio m esoam ericano, crearán todo un conjunto de piezas en los que se percibirá perfectam ente ese com ponente funcional-estético de la que venimos h a­ blando. En este sentido la presencia de figurillas de arcilla en centros como Cuicuilco o Tlatilco, nos hablan de la existencia de una producción consciente de figuras relacionadas con distintas funciones, dom ésticas o rituales, a las que se han querido ver determ inados valores com o su relación con cultos vinculados con la fertilidad de la tierra o incluso m eros juguetes. U n capítulo m uy im portante lo conform a el tema de las m áscaras y los pectora­ les como objetos com plem entarios y relacionados norm alm ente con determinados rituales de m uerte, en donde se incorporaban junto a los cuerpos de los difuntos dentro del ajuar que los acom pañaban al otro m undo. En este sentido serán los grandes ciclos pictóricos, así com o ejem plos puntuales, los m ejores testimonios con los que se cuentan, fundam entalm ente como fuente en la que poder m ostrar su función sobre todo en lo relativo al m odo y form a en que se empleaban. Ya en el período olmeca, aparecen los prim eros y más significativos ejemplos de m áscaras de jade en las que se representan a deidades felinas o recién nacidos, que nos hablan del inicio de un im portante capítulo conform ado por piezas que ten­ drán una constatable funcionalidad ritual y en las que se aprecian la calidad en el

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MÁSCARA TEOTIHUACANA. TURQUESA, NÁCAR, CORAL Y OBSIDIANA. CLÁSICO. (MÉXICO).

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trabajo de piedras duras al que llegaron los prim eros artesanos que aparecen en M esoam érica. Será en el C lásico con en la ciudad de Teotihuacán com o gran centro productor, un m om ento donde tam bién aparecerán este tipo de piezas, en las que se constata adem ás el em pleo del barro cocido, el m antenim iento de la producción con piedras duras y fundam entalm ente la consolidación de una prác­ tica en la que se generan m áscaras destinadas a ser colocadas sobre el rostro del fallecido. El carácter sintético de las m ism as se percibe en la sim plificación de los rasgos del rostro, en donde la boca y los ojos se convierten en aberturas ovales dentro de un conjunto en el que las orejas adquieren unos rasgos abstractos y la cara tiene proporciones cuadradas donde la barbilla y la frente se trabajan como planos para­ lelos. La gran m áscara m ixteca del dios m urciélago posiblem ente constituya uno de los m ás significativos ejem plos, realizada con piedras de una extrem ada dureza, presentando m odificaciones posteriores como la incorporación de complementos colgantes en la parte inferior y que nos perm iten relacionarlas con otros ejemplos, fundam entalm ente m ixtecas, en los que se produce un trabajo m ixto de piedras aplicadas en form a de m osaico sobre un núcleo de m adera previam ente tallados. Relacionados con estos objetos funerarios podríam os incluir en este apartado aquellos instrum entos que se em pleaban en los sacrificios, como las vasijas para depositar los órganos de los sacrificados o los cuchillos de pedernal que en algu­ nos ejemplos m uestran una m ayor atención en las em puñaduras en las que se reali­ zan verdaderos trabajos de aplicación de piedras repitiendo el trabajo de m osaico anteriorm ente comentado. Ya en el período Clásico se constata la producción de objetos para los órganos como el recipiente en forma de jaguar del British Museum, donde se han reducido los elem entos com positivos hasta convertirlos en form as convencionales perfectam ente legibles, como si de un verdadero lenguaje form al se tratara, sustentado en una com ponente escrita. U na producción que ten­ drá en la azteca otro m om ento fundam ental, sobre todo por la im portancia que tuvieron los sacrificios para esta cultura. Las cabezas con crestas, las hachas, yugos y palmas, son sin duda otro de los conjuntos m ás im portantes de piezas realizadas en piedra en la región huasteca. V inculadas con los rituales del juego de pelota que tienen en la ciudad de Tajín uno de sus más im portantes centros, se trata de objetos en los que se conjugan la estética, la sim bología y la funcionalidad conform ando un conjunto vital de indu­ dable significación. En este sentido los jades m ayas son otro apartado interesante en donde no sola­ m ente destaca la variedad existente, diferenciable por la distinta intensidad del color de las piedras utilizadas, sino que se convierten en ejemplos dignos de las distintas técnicas que se podían em plear a la hora de tratar dichas piezas con herram ientas de piedra e incluso de metal, o abrasivos. El trabajo de la plum aria tenía como m ateria básica las plum as del quetzal que se utilizaban tanto para la realización de vestidos como la propia ejecución de objetos, escudos o discos destinados a la celebración de determ inados rituales. En este sentido la técnica de m ontar las plum as sobre bastidores de telas se extendió desde Tenochtitlán, gracias a la red com ercial que desde la ciudad, abarcó a gran

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HACHA CEREMONIAL TOTONACA. (MÉXICO).

parte del territorio m esoam ericano. Unas plum as que se pegaban o cosían a la ropa una vez que se perfilaban unos dibujos realizados por pintores. Las plum as que se recortaban se disponían en capas irregulares con las que se conseguía m ezclar los distintos tonos de los colores.

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PALMA DE BASALTO. VERACRUZ. (MÉXICO).

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Si bien en su m om ento se analizó el papel de la pintura en la decoración arqui­ tectónica, no podem os dejar de hablar de la im portante realización de códices que se convirtieron en uno de los ejem plos m ás destacados de producción escrita don­ de culturas com o la m ixteca o la m aya produjeron algunos de los más importantes. Se trata de pliegos, algunos de piel de ciervo otros realizados sobre tela o papel europeo, que son en realidad grandes tiras narrativas dobladas en form a de acor­ deón, de tal m anera que perm iten una contem plación unitaria de su conjunto y una lectura en la que se puede consultar tanto el principio como el fin. Norm alm ente aparecían cosidas o pegadas y protegidas por un barniz de yeso que conform aba la superficie sobre la cual con posterioridad se dibujaban las escenas. Unas páginas que se suelen dividir en bandas que se leen de forma ondulada. En el caso de los m anuscritos aztecas se trata de otro capítulo im portante que perduró con posterioridad a la propia llegada de los españoles como lo constatan las ilustraciones que decoran los m anuscritos de la obra de Fray Bernardino de Sahagún. U n conjunto de obras en las que se han podido diferenciar dos grupos distintos form ados, uno por la utilización de figuras de gran tamaño con un estilo m ás o m enos cursivo y otras a las que K ubler denom ina de estilo colonial prim itivo en las que se trabajan las figuras como si se tratara de signos. El Códex ZoucheNutall, el Códex de Viena, el Códex Xolotl, el Códex Féyerváry o el Códex M a­ drid, son algunos de los ejem plos m ás destacados. Los ejem plos m ayas destacan por la calidad de las ilustraciones que los decoran, realizados sobre papel de corteza de árbol, cubiertos con una fina capa de cal y plegados en form a de biom bo, escritos en ambos lados con signos que definen largos fragmentos en los que aparecen figuras humanas, algunas de ellas con atri­ butos divinos. En cuanto a los tejidos son sin duda otro de los capítulos m ás interesantes desarrollados en este caso, por las culturas preincas en Suramérica, sobre todo por la elaboración y calidad de los ejem plos que se han encontrado, gracias a las especiales condiciones geográficas y el clima en el que se produjeron, y que han perm itido que lleguen hasta nosotros prácticam ente con las m ism as características con las que fueron realizados. Fueron los producidos por las culturas nazca y paracas posiblemente los que adqui­ rieron más fama por la calidad de los diseños y la tela, convirtiéndose en uno de los mejores ejemplos de piezas realizadas. En algunos casos sus funciones eran tanto do­ mésticas para vestir, como funerarias, para realizar los fardos de los enterramientos y cuyos motivos decorativos como figuras de animales o geométricas se convirtieron en referentes para modelos que aparecerán en la cerámica e incluso en la arquitectura. Se trata de piezas en las que los diseñadores han m ostrado un especial interés por no cubrir totalm ente la superficie con m otivos decorativos, recurriendo a la repetición de tales decoraciones, de tal forma que al ir plegados en los vestidos, una vez que se divisa una parte del m ism o, se puede im aginar el conjunto de la pieza totalm ente acabado. Incluso las propias carencias técnicas de los bastidores con los que se ejecutaban hizo que formas como las curvas se adaptaran a desarro­ llos rectilíneos y que solam ente se pudieran ejecutar con realizaciones posteriores al propio trabajo del telar, con bordados, etc.

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VASIJA CON LA REPRESENTACIÓN DE UN CAIMÁN. ÓNICE. ISLA DE LOS SACRIFICIOS. VERACRUZ. (MÉXICO).

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ESPANTAMOSCAS CEREMONIAL. PLUMAS MULTICOLORES DE DIVERSAS ESPECIES DE AVES. ARTE AZTECA. (MÉXICO).

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DETALLE DEL CÓDICE MENDOZA.

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FIGURA MITOLÓGICA CON SERPIENTES. ARTE PARACAS. (PERÚ).

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TEJIDO CHANCAY. (PERÚ).

Los tejedores de la cultura de Cavernas, una de las prim eras y a partir de la cual se desarrollarían las de Paracas y N azca ya conocían las técnicas de hilar el algo­ dón o la lana y como teñir posteriorm ente las piezas, dos m ateriales que nos hablan de la existencia, en fechas tan tempranas, de relaciones de intercam bio entre la costa y las tierras interiores. Los colores son otros de los com plem entos de estas telas, desarrollados en torno a tonalidades como el marrón, rojo, amarillo-naranja, azul-verde, etc., llegándose a perfilar a partir de éstos casi doscientas tonalidades distintas. Por último, por su originalidad y posible vinculación con determ inados ritos de iniciación, debem os citar las pacchas incas en las que su com plejidad form al las convierte en un objeto significativo dentro de las culturas suramericanas.

SELECCIÓN DE IMÁGENES MÁSCARA

MÁSCARA DECORADA CON UN TRABAJO DE MOSAICO REALIZADO CON DIVERSAS PIEDRAS SEMIPRECIOSAS. ARTE AZTECA. (MÉXICO).

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La m áscara es uno de los elementos m ás característicos de todas las culturas de la A mérica prehispánica. A juzgar por los num erosos hallazgos, ocupaba un lugar im portante en el m undo im aginativo de sus creadores. Perteneciente al ritual y ligada con el culto de los muertos, tienen un significado m ágico-religioso. Relacionadas con esa idea de la alteración de la realidad, m ediante la transfor­ m ación de la imagen cotidiana de la persona que la porta, se convirtieron no solo en elem entos indispensables de los rituales, sino incluso en com plem ento de los ajuares m ortuorios de m uchos de los dignatarios de estas culturas. Las tipologías son variadas, de la m ism a m anera que los m ateriales que se utilizaban para su elaboración. Una de las piezas más destacadas de la producción de la artesanía prehispánica y perteneciente a ese grupo señalado como de artes suntuarias, es sin duda esta m áscara azteca. Realizada en m adera, define una superficie rom boidal, en la que se representa a un personaje tocado con un gorro y una especie de turbante, formado por el cuerpo de una serpiente y nariguera que prácticam ente cubre toda la boca. Toda la pieza aparece recubierta con un trabajo de m osaico realizado con pequeñas piezas de turquesas, obsidiana y pirita.

CÓDICES MIXTECAS

DETALLE DE UN CÓDICE MIXTECA.

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Posiblem ente el desarrollo de la idea de pueblo, cuyo origen y hazañas había que narrar y testim oniar para la posteridad, están tras la aparición y desarrollo de estos docum entos que se convierten en los pocos testim onios de una producción que se vio seriamente diezm ada por las intervenciones inquisitoriales de la iglesia española en América. Los códices podrían ser considerados en realidad como un subcapítulo de la pintura, pero aplicada sobre m ateriales vegetales, que no obstante repetían con ligeras m odificaciones las m ism as técnicas que se aplicaban en los edificios. Es decir, se trata siem pre de piezas que previam ente se ha preparado para contener la pintura con una capa de estuco que posteriorm ente se doblaba como si se tratara de acordeones y en los que se pueden encontrar referencias a acontecim ientos en m uchos de los casos anteriores a la llegada de los españoles.

ESCUDO AZTECA En Viena se conserva uno de los mejores ejemplos del trabajo de la plumaria ejecu­ tado por la cultura azteca. Se trata de un escudo sobre el que se ha definido la figura de un coyote, realizado con plumas de diversos colores que se han fijado sobre una base conformada por una piel en la que se insertan las plumas de quetzal y de airón rojo, junto con elementos complementarios como láminas de oro que sirven para resaltar algunas partes del cuerpo del animal como el pelaje o la boca. No olvidem os que la plumaria, se puede encontrar tam bién uno de los mejores ejem plos de integración de las distintas artes, ya que era frecuente que los dibujos y diseños de las diversas piezas, fueran previam ente realizadas y dibujadas por pintores que proporcionaban la base para el posterior acabado, creando uno de los capítulos m ás particulares de las artes suntuarias prehispánicas.

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ESCUDO CEREMONIAL CON LA REPRESENTACIÓN DEL COYOTE DE LAS AGUAS. PIEL, PLUMAS DE QUETZAL Y DE GARZA ROSA, E HILOS DE ORO. ARTE AZTECA.

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TEXTILES PARACAS Los tejidos peruanos tienen pocos equivalentes por su elaboración. Los realiza­ dos por las culturas de paracas y nazca añaden a su calidad m aterial, la perfecta conservación en que nos han llegado, gracias a las especiales condiciones de extre­ m a sequedad en las que se han m antenido. Y a los cronistas españoles se percataron de la riqueza y detalles de la vestimenta de los peruanos que curiosam ente siem pre se realizaron con instrum entos que des­ tacaron por su sim pleza y que se realizaban tanto con las m anos los ejemplos más simples, el uso de la rueca o el telar de cintura en las etapas m ás avanzadas.

DETALLE DE UN TEJIDO DE LANA DE LLAMA. ARTE PARACAS-CAVERNAS. HORIZONTE ANTIGUO. (PERÚ).

Las características de este tipo de tejidos es sobre todo la incorporación de m otivos repetitivos que perm iten una apreciación global de la pieza con un solo vistazo, evitando cubrir la superficie con grandes com posiciones unitarias que so­ lam ente se pudieran ver una vez que se ha estirado la tela. Figuras geométricas, pequeños animales, o personajes divinos son algunos de los m otivos que se reali­ zan junto a un crom atism o que va desde colores como m arrones, rojos, amarillos, naranjas, azules o verdes.

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PACCHA INCA Uno de los objetos más extraños producidos por la cultura andina es sin duda este al que nos referim os. Se trata de un recipiente compuesto por un cuenco aviforme, con la base abierta m ediante un pequeño orificio que comunica con el interior de un m ango en el que está colocado un pequeño animal frente al cuenco. D e este m odo el líquido que se vierte en el cuenco atraviesa el paso interno y sale por el agujero situado en la boca del animal, cae en el abrevadero y recorre el canalito hasta llegar al extrem o del mango. Algunas investigaciones han colocado este instrum ento relacionado con determ inados ritos vinculados con la fecundidad. Realizado en piedra, esta decorado con m otivos pintados en los que se represen­ ta una escena en la cara exterior del recipiente de m ayor tamaño y con motivos florales entre rom bos y animales el m ango propiam ente dicho.

PACCHA INCA. (PERÚ).

APÉNDICE DOCUMENTAL CAPÍTULO IX DE LA DÉCADA CUARTA* «Trajeron dos m uelas de molino, una de oro y otra de plata, m acizas, de casi igual circunferencia, y de veintiocho palm os. La de oro pesa tres m il ochocientos castellanos; ya dijimos que el castellano es una m oneda de oro que vale una cuarta parte más que el ducado. El centro lo ocupa, cual rey sentado en su trono, una imagen de un codo, vestida hasta la rodilla, sem ejante a un zeme, con la cara con que entre nosotros se pintan los espectros nocturnos, en campo de ramas, flores y follaje. La m ism a cara tiene la de plata, y casi el m ism o peso, y el m etal de las dos es puro. Trajeron tam bién pepitas de oro en bruto, no fundidas, como garbanzos o lente­ jas, cual m uestra de oro nativo, y así m ism o dos collares de oro, uno de los cuales consta de ocho cadenillas, que tienen engastadas doscientas treinta y dos piedras rojas, aunque no granates, y ciento ochenta y tres verdes. Son de tanta estimación com o entre nosotros las esm eraldas notables. D e la orilla del collar penden veinti­ siete cam panillas de oro, que llevan intercaladas cuatro figuras de perlas, engasta­ das con oro, y de cada una penden dijes de oro. El otro collar es de cuatro cadenas de oro, adornadas alrededor de ciento dos piedrecitas rojas, y ciento setenta y dos verdes, y veintiséis campanillas de oro elegantem ente dispuestas. En m edio del m ism o collar van intercaladas diez perlas grandes engastadas con oro, que tienen colgando ciento cincuenta dijes de oro prim orosam ente elaborados. Traen unos doce borceguíes de cuero de diferentes colores: unos guarnecidos de oro, otros de plata, éstos de perlas, de color azul y verde, y todos con sus cam pani­ llas de oro colgando. Trajeron asim ism o tiaras y m itras con varias joyas, engastadas y llenas de piedras azuladas que parecen zafiros. D e sus casquetes, ceñidores y abanicos de plumas, no sé qué decir. Entre todas las alabanzas que en estas artes ha m erecido el ingenio humano, m erecerán éstos llevarse la palma. No admiro cierta­ m ente el oro y las piedras preciosas; lo que m e pasm a es la industria y el arte con que la obra aventaja a la m ateria; he visto m il figuras y m il caras que no puedo describir; m e parece que no he visto jam ás cosa alguna, que por su hermosura, pueda atraer tanto las m iradas de los hom bres. Las plum as de las aves que nosotros no conocemos, son brillantísim as; como a ellos les causarían adm iración las colas de los pavos reales y de los faisanes, así a nosotros las plum as con que hacen los abanicos y los penachos y adornas todas sus cosas elegantes. Hem os estado viendo los colores naturales que las plum as tienen: azules, verdes, am arillos, encarnados, blancos y tam bién morenos; todos esos ins­ trum entos los hacen de oro. Trajeron dos celadas cubiertas con piedras preciosas de color verde mar. U na de ellas rodeada de cam panillas de oro, y con m uchas lám inas de oro también, y sostenidas las cam panillas en dos colitas del m ism o metal. La otra, rodeada tam ­ bién de las m ism as piedras preciosas, con veinticinco campanillas de oro, y en cuya cim era había un pájaro verde con cresta, cuyos ojos, pico y pies eran de oro.

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Y a cada una de las campanillas las sostenía una bolilla de oro. Trajeron también cuatro tridentes de pescar, adornados con plum as entrelazadas de varios colores, y cuyos dientes son de piedras preciosas unidas entre sí con hilillos de oro. Del m ism o modo un gran núm ero de cetros de piedras preciosas con dos anillos de oro. Tam bién un brazalete de oro, unos zapatos de piel de ciervo, cosidos con hilo de oro y con la suela blanca. U n espejo de piedra transparente, semi-azul, con m arco de oro puro. U na esfinge de una com o piedra diáfana, engastada en oro, un gran lagarto y dos grandísim os caracoles, y dos ánades de oro y especies varias de aves, de oro. Cuatro peces m úgiles de oro. U na vara de latón. Todas estas cosas con plum as de varias m aneras m aravillosas. Vinieron adargas y escudos largos, veinticuatro de oro y cinco de plata. Una rodela entrelazada de varias plum as, en cuyo frente hay una lám ina de oro esculpi­ da, donde se representa un ídolo zeme. Rodean a esta figura otras cuatro, a manera de cruz, de lám inas de oro, y cabezas de varios animales, como leones, tigres y lobos, form ados los anim ales de m im bres y tablillas con sus m ism as pieles super­ puestas, y adornados con cam panillas de latón y con pieles de varios animales, enteras y perfectam ente preparadas. G randes colchas de algodón teñidas de color blanco, negro y amarillo, cual tablero de ajedrez, lo cual es indicio de que ellos usan tam bién los cubiletes: una colcha que la cara la tiene negra, blanca y encarna­ da, y por dentro es lisa sin variedad; otra tejida del m ism o modo, de otros colores, y tiene en m edio una rueda negra con rayos, y entrem ezcladas plum as brillantes. Asim ism o otras dos colchas blancas, alfom bras, tapices y sayo de hombre, a usanza del país, y túnicas interiores y varios velos finísimos para la cabeza, y otras muchas cosas de m ás vista que valor, las cuales m e parece que ya más bien fastidiaría a V uestra Santidad refiriéndoselas». * M Á RTIR DE ANGLERÍA, Pedro. D écadas del Nuevo M undo. M adrid, E dicio­ nes Polifem o, 1989, pp. 283-285.

CAPÍTULO 14:

ARTE PREHISPÁNICO EN FILIPINAS INTRODUCCIÓN La vuelta al mundo realizada por Fem ando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano, supuso por primera vez en la historia, la incorporación a los esquemas mentales occi­ dentales de las verdaderas dimensiones de la Tierra. Dentro de todo su periplo las islas Filipinas se convertirían en un punto fundamental, no solo porque fue allí, en la isla de Mactán, donde Magallanes murió a manos del rey indígena Lapu Lapu, sino porque fue un punto estratégico en el sudeste asiático, frente a las fundaciones llevadas a cabo por los portugueses y sobre todo como contrapeso al control de éstos sobre las islas de la especiería, Las Molucas. En el m omento de la llegada de los españoles a Filipinas, el archipiélago se encontraba inserto dentro de la dinám ica de extrem o oriental de Asia, ocupado en el sur por grupos de cultura m usulm ana, con la isla de M indanao como centro, y com erciantes chinos que desde la costa de Fujian se dedicaban a com erciar con los grupos asentados en la isla norteña de Luzón. E sta situación que confería un carácter singular a las islas, determinó que desde el siglo XVI, se llevara a cabo una política de control de todo el conjunto del archipiélago por parte de la corona española, en un prim er momento para explotar sus riquezas, y en una segunda fase para convertirlas en puente entre A sia y España a través de la ruta transoceánica hacia N ueva España, que se consolidaría con el G aleón de M anila o Nao de la C hina. El asentam iento de los españoles en la isla fue desigual. M ientras que la costa conoció una rápida transform ación con la fundación de nuevas ciudades, el interior m ontañoso se m antuvo fuera del alcance de los nuevos pobladores, a penas algu­ nas avanzadillas m isionales de dom inicos y agustinos llegaron a consolidar su presencia, lo que incidió en la preservación de sus tradiciones y rasgos culturales. Todo un conjunto de aspectos que son los que se tratan en este tema.

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N o obstante quisiéram os aclarar que la m ayoría de las piezas que se conservan en la actualidad pertenecientes al arte prehispánico filipino datan del siglo XIX, siendo básicam ente reproducciones de los originales, que han llegado a nosotros com o copias, pero cuyo análisis sirve inicialm ente para el objetivo de este tema.

LA GEOGRAFÍA DE LAS ISLAS FILIPINAS La geografía de las Filipinas es principalmente insular aunque presenta ciertos ras­ gos continentales en el interior de algunas de las islas mayores que conforman el archi­ piélago. Sus 7107 islas se organizan en porciones terrestres, de las que destacan once grandes islas que se distribuyen a el largo de más de m il ochocientos kilómetros de norte a sur. Sus 23000 kilómetros lineales de costa, condicionaron su continua exposi­ ción a las influencias llegadas desde territorios próximos del sureste asiático. Las islas de Bohol, Cebú, Leyte, Luzón, M asbate, M indanao, M indoro, Negros, Palawan, Panay y Samar, conform an más del 90% del territorio nacional m ientras que el resto se reparte entre un incontable núm ero de islotes, agrupados en peque­ ños archipiélagos. La orografía es fundam entalm ente m ontañosa y volcánica, superando una dece­ na de islas los 2000 m etros de altura, y destacando los innum erables volcanes que aún presentan actividad en algunas de ellas. Las llanuras que se abren entre las cadenas m ontañosas que recorren el país en una dirección predom inante norte-sur, son pequeñas y escasas destacando las de Cagayán, M anila o Llanura Central en Luzón y las de Agusán y el Valle en M indanao. La red hidrográfica apenas si está desarrollada por lo que las cuencas de m ayor caudal se em plazan en las islas mayores. Unos ríos que no sólo se encuentran expuestos a cam bios de cursos por los propios m ovim ientos sísmicos, sino que debido a la poca extensión de las islas, tienen una longitud lim itada con fuertes pendientes y lechos escalonados. Sin embargo, la trem enda caudalosidad de algu­ nos de ellos los convierte en m edios ideales de com unicación local, perm itiendo el desarrollo com ercial interior. El clima es extremadamente caluroso, con una media que no baja a lo largo del año de 21° C, donde destaca el régimen de lluvias dependiente de los tifones y monzones del sureste de Asia, que se convierten en elementos condicionantes de la distribución de la población sobre el territorio y determinantes de la propia economía que se llega a desarrollar, siendo este elemento uno de los más importantes a tener en cuenta. Por últim o respecto a la vegetación, se trata de una cubierta vegetal propia de los espacios subecuatoriales destacando la selva tropical cálida.

CONTACTOS PREVIOS A LA LLEGADA DE LOS ESPAÑOLES La singularidad del espacio filipino respecto al americano antes de la llegada de los españoles, está determ inada por el hecho de encontrarse inm erso en relaciones con otras regiones del arco surasiático, lo que nos lleva a considerar a elementos

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TERRAZAS DE ARROZ DE BANAUE. ISLA DE LUZÓN. (FILIPINAS).

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malayos, indios, chinos, vietnam itas e indonesios, como los predom inantes en las características del arte filipino con anterioridad al siglo XV I. Las sucesivas tesis del poblam iento de Filipinas han sido objeto de discordia, existiendo un punto en común en la aceptación de una em igración desde el conti­ nente asiático y un elem ento de desencuentro en la cronología y en la form a en que fueron llegando los distintos grupos. D e acuerdo con las teorías clásicas, se puede afirm ar que los prim eros pobladores fueron negritos o pigm eos oceánicos, contin­ gentes del m ism o grupo étnico de los habitantes de la península de M alaca y el oeste de N ueva G uinea. En una segunda fase llegaron em igraciones directam ente desde la India y China, junto con oleadas de grupos proto-m alayos. Finalm ente en torno al 300 a.C. y hasta el siglo XIII, se testim onian aportes m alayos con una cultura m ás avanzada, provocando el arrinconam iento de los pobladores existentes, que se vieron obligados a refugiarse en las zonas m ontaño­ sas de las islas principales. L a influencia m usulm ana llegó al archipiélago a finales del siglo X IV ocupando fundam entalm ente las islas del sur. U na expansión que se vio frenada por la llega­ da de los españoles en el siglo XVI. El predominio de las incursiones marítimas en el desarrollo de estas vinculaciones se testimonian a lo largo de todo este período, siendo los primeros contactos los estableci­ dos con la India desde los siglos anteriores a nuestra Era, aprovechando los vientos de los monzones para comerciar por el Golfo de Bengala, Vietnam y las propias Filipinas. M ás tarde, con Indonesia, se consolidaron una serie de pequeños estados en la región que aumentaron las relaciones de intercambio fundamentalmente de especias, produc­ tos tropicales, oro y estaño. Una situación que propició el que se generalizaran entre cada región toda una serie de elementos que las relaciona desde un punto de vista religioso y artístico, llegándose a compartir términos y creencias. N o obstante, el com ercio estaba lim itado a las zonas costeras de las Filipinas lo que provocó un desarrollo desigual con el interior, donde se daba una econom ía de autosuficiencia. Unas zonas interiores que perm anecieron desconocidas hasta 1572. D urante el siglo X V II es cuando aumentan el núm ero de datos acerca de estas zonas de las islas, gracias a las m isiones cristianas de dominicos y agustinos que se adentran en ellas intentando som eterlos a la religión cristiana, aunque no con el éxito que se venía produciendo en otras zonas.

SOCIEDAD Y RELIGIÓN Los grupos filipinos anteriores a la llegada de los españoles desarrollaron su vida cotidiana vinculándola a su entorno, tremendamente mediatizado por las creencias religiosas, los ciclos de recolección de la tierra y el prestigio social a través de la figura del guerrero. En este sentido la estructura social de esta población era relativamente compleja ya que se encontraba conformada por una variedad ingente de etnias cuyos rasgos cultura­ les condicionaban sus costumbres y modos de vida. La sociedad filipina se encontraba organizada en cuatro estamentos de los cuales el más importante era el dato, o dirigente, gobernador de los barangays o unidades de organización política, formados por un

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grupo de familias que presentaban lazos de parentesco, que aún en la actualidad existen como célula de organización de las distintas provincias del país. El segundo grupo en importancia eran los maharlicas o nobles que obedecían al dato y apoyaban las acciones bélicas para establecer la paz entre los barangays. El tercer grupo eran los timavas o timaguas, hombres libres que servían al dato a manera de plebeyos. Por último nos encontramos con los aliping o siervos adscritos a la tierra que cultivaban y de la que daban la m itad de la producción a su señor. A pesar de esta claridad en la estratificación social, la diversidad de grupos étnicos filipinos, los hace diferentes los unos de los otros. Los más im portantes en sus producciones artísticas van a ser los ubicados en la Cordillera M ontañosa, en la isla de Luzón a quienes se les conoce con el nom bre de Igorrotes, es decir, “los que viven en la m ontaña”, destacando los Ifugao, los Kalinga y los Bontoc, de las aproxim adam ente diez tribus que conform an este grupo. La base económ ica de estas poblaciones se basa en el cultivo de arroz de rega­ dío, los alim entos tradicionales y los cultivos más antiguos, como son los tubércu­ los y raíces, propios de la agricultura de artiga que se llama kaingin. L a producción de estos sistemas de regadío destaca en los Bontoc e Ifugaos, que han practicado desde la antigüedad un sistem a de cultivo de arroz en los terrenos pendientes en las laderas montañosas, convertidos en terrazas cultivables por m edio de fuertes m uros de piedra o kabitis, que se hacían prácticam ente verti­ cales por fuera y con fuerte inclinación por dentro. Este sistema de cultivo es uno de los m ás antiguos del mundo, el cual perdura en la actualidad gracias al esfuerzo de los ancianos de las tribus.

CULTIVO DE ARROZ. ISLA DE LUZÓN. (FILIPINAS).

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DISTRIBUCIÓN DE LOS GRUPOS ÉTNICOS EN LA ISLA DE LUZÓN. (FILIPINAS).

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PAREJA DE MUJERES EN BONTOC. ISLA DE LUZÓN. (FILIPINAS).

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Por lo que respecta a la religión, ésta se basa en la tradición oral transm itida a través de las canciones. En este sentido se constata la existencia de la creencia en un dios superior que se com unica con los hom bres a través de los espíritus de la naturaleza y de los antepasados. Ese ser supremo, cuyo origen estaría en la influen­ cia de las doctrinas taoistas chinas, se considera como la esencia prim igenia que m ueve el universo y que apenas se relaciona con los hombres y con los dioses secundarios de la propia naturaleza. Éstos son seres que se representan en un objeto m aterial, inspirando emociones que causan adoración, conteniendo fuerzas m ági­ cas que resultan positivas o negativas, que exigen de un conjunto de rituales para que predom inen las prim eras respecto a las segundas. No menos importantes son los dioses particulares o antepasados a los que se invoca sobre todo para las actividades cotidianas. Son los dioses de la guerra, el arroz, etc., y juegan un papel fundamental dentro de la estructuración religiosa ya que junto con los dioses de la naturaleza son los más cercanos a la voluntad del ser supremo.

CARACTERÍSTICAS GENERALES DEL ARTE PREHISPÁNICO FILIPINO E l carácter trad icio n al que en cierra la cultura filip in a determ ina que su arte se encuentre relacionado con los elem entos culturales m ás destacados de su entorno. U nas m anifestaciones culturales cuyo concepto artístico carece de un v alo r estético estable y cuenta m ás con un aspecto sim bólico trem endam ente m arcado y que afecta a la interpretación de los acontecim ientos, a cerem onias, o la realizació n de piezas, perm itiendo que convivan de una m anera clara e le ­ m entos m ateriales e in m ateriales. Es por ello que un análisis de cada uno de los cam pos en los que podem os co nsiderar que se d esarrolla el arte filipino prehispánico, exija una diferenciación entre el significado y el significante de un m odo evidente. Respecto a la alfarería, una de las actividades con más tradición en las islas Filipinas, destacan los recipientes utilitarios y los funerarios de tipologías varia­ das, aunque los antropom orfos y los de sección circular ligeram ente asimétrica, son los más num erosos. La m uestra más im portante de la cerám ica prehispánica filipina es la jarra llam ada M anunggul que se exhibe en el M useo Nacional Filipino y data del siglo V III a.C. En cuanto a los tejidos los filipinos com enzaron su producción fabricando sus propias telas extrayendo fibras vegetales como el abacá, el ramio o el maguey y a teñirlas con diversos colores extraídos de las plantas y las cortezas de los árboles. L a elaboración de los tejidos era un trabajo en el que participaba toda la fam ilia donde la m ujer era la encargada de m anejar el telar. Los tejidos que se elaboraban tenían unos fines dom ésticos aunque adquirían un valor especial a la hora de la m uerte, ya que los difuntos se envolvían en tantas m antas como la fam ilia podía adquirir. Los fardos en los que acababan cubiertos los fallecidos recuerdan a las prácticas de enterram iento peruanas cuyos m uertos se envuelven en fajos de m an­ tas, de tal m anera que se convertía en un reflejo del estatus económ ico de la fam i­ lia.

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MUJER IFUGAO ALFARERA. ISLA DE LUZÓN. (FILIPINAS).

MUJER IFUGAO TEJIENDO. ISLA DE LUZÓN. (FILIPINAS).

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El arte y diseño de la cestería en Filipinas es una de las mayores manifestaciones de su sensibilidad artística. L a variedad de las plantas del tipo de la mimbre, el junco y caña, les proporciona la m ateria prim a necesaria para elaborar magníficos objetos. Unas piezas que se generalizaron desde el m ism o m om ento en el que los filipinos se vieron en la necesidad de alm acenar cosas, desarrollando un amplio m uestrario de form as para cada una de las funciones que requerían. De este modo evolucionaron las técnicas hasta el punto de llegar a im perm eabilizar los cestos con pasta hechas de resinas, para proteger a los productos de la hum edad del clima. D estacan las producciones de cestas y m ochilas para conservar y transportar el arroz, m ochilas rituales para la caza de cabezas, sobreros, etc. Desde un punto de vista decorativo, los m otivos varían dependiendo de la zona en la que nos encontrem os y así en el caso de M indanao o Cebú la decoración se consigue con la com binación de dos tonalidades de la m ism a planta generando dibujos de estrellas y rom bos. Algunos ejem plos más complejos decoran las cestas con piezas de vidrio, conchas o bronce además de utilizar una m ayor gam a de colores. D iferentes a éstos, son los ejem plos de Luzón donde las piezas son m ucho m ás sobrias en cuanto al color que suele ser más uniform e y la ornamentación depende de la diferencia de anchura de las fibras o de los refuerzos que se aplican. Gran parte de estas piezas im itan m odelos de porcelanas chinas que tanta in­ fluencia han tenido en el archipiélago. Las piezas se heredaban de padres a hijos, porque se convertían en objetos m uy valiosos por su diseño y resistencia. El trabajo de los m etales en los pueblos prehispánicos filipinos se concentró en la m anufactura del hierro, bronce, latón, plata y oro con los que se realizaron una variada tipología de objetos, desde armas, y elem entos rituales hasta joyas. La acum ulación de m etales com o el oro proporcionaba ascensión social, de la m ism a m anera que contribuía a ello la posesión de las minas, cuya utilización estaba expuesta a la realización de sacrificios a los dioses. Los objetos de latón norm alm ente eran cajas para betel de distintas formas, m edia luna, octogonal o rectangular, presentando algunas internam ente los com ­ partim entos necesarios para m ascarlo: la nuez de areca, las hojas frescas de pim ien­ ta, la cal y las hojas de tabaco. Las armas, fundam entales en estos pueblos, se realizaron básicam ente en latón o hierro y se decoraban con elem entos de m adera y marfil. Por último tenemos las realizaciones de collares, pulseras, tobilleras y collares, como los objetos referenciales de su adorno corporal, aparte del característico tatuaje que adornaba el cuerpo de los Igorrotes. Así, hay que destacar la indumentaria y adorno de los hombres antes de partir a la batida de caza de cabezas humanas, donde destacan los brazaletes o tankil que se decoraban con pequeñas esculturas de madera que represen­ taban a Anitos; los collares o Boaya de colmillos de cocodrilo y los gorros ceremoniales realizados con ratán, o entrenzado de hojas de palmera y plumas de ave. L a abundancia de m adera en el archipiélago ha propiciado que sean los objetos realizados con este m aterial los que destaquen de una m anera especial. Dentro de la organización social de las Filipinas prehispánicas, solamente los grupos de las clases superiores fueron los que accedían a estos objetos que tenían tanto una clara funcionalidad como un fin religioso.

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VESTIMENTA CEREMONIAL BONTOC. ISLA DE LUZÓN. (FILIPINAS).

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JOVEN KALINGA. ISLA DE LUZÓN. (FILIPINAS).

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La escultura en la cultura Igorrote nos plantea el reto, no solo de investigar sus cualidades y calidades form ales sino encontrar el significado antropológico y su vinculación con su amplio panteón de deidades. Las tallas en m adera son características de los pueblos de la m ontaña y represen­ tan fundam entalm ente a los antepasados o A nitos. Éstos viven exaltados hasta que se celebran las ceremonias adecuadas de enterram iento. Si no se llevasen a cabo, quedarían deam bulando causando el mal. Quizás los m ejores ejemplos de talla en m adera de narra o naga, sean las deida­ des que guardan los graneros o B ulul. Estas esculturas, tanto m asculinas como fem eninas, representan una clase de deidades asociadas con la producción de gene­ rosas cosechas. Se utilizan en los rituales en los que se les preguntaba como hacer para que crecieran las cosechas y en algunas festividades. Los B ulul se encuentran en parejas y están esculpidos sentados o de pie con las rodillas flexionadas y apoyando las palm as de las m anos o los codos en ellas y cruzando los brazos a la altura del pecho. La distinción entre figuras femeninas y m asculinas es apenas apreciable en la m ayoría de los casos ya que sus facciones están esculpidas de una form a m uy esquem ática. Antes de colocar el Bulul en el granero definitivamente, se realiza una ceremonia de activación de la talla, untándose con sangre del animal sacrificado en el ritual. Este ritual esta acompañado de unas cajas o Punamhan para el sacrificio, también realizadas en madera, en las que se guardan los restos del sacrificio. Además aparecen unas escul­ turas con cuenco, casi siempre entre los Kankanay, donde se deposita el arroz o vino de arroz como ofrenda, muchas de ellas presentan un tatuaje muy delicado y fino en las manos y muñecas y mechones de pelo natural en la cabeza. Otros ejem plos de talla en m adera son las cucharas con figuras decorando los extrem os de sus m angos. Cuando no se utilizaban se guardaban en el hogar en cestas especiales después de ser lim piadas cuidadosam ente tras acabar una comida. Las cucharas se utilizaban para tom ar líquidos y los cucharones para rem over la com ida. La sim bología que encierran las representaciones que aparecen en sus m angos va, desde la m aternidad, la m uerte, la fertilidad, la flora o la fauna, plasmación de conceptos de la vida cotidiana. Los bancos de m adera o H agabi que se decoran con estilizadas cabezas de cerdo esculpidas a cada lado, unos m uebles que representaban la riqueza de quienes los poseían, perteneciendo solam ente a las elites de los poblados. En m adera tam bién se desarrollan objetos de defensa como escudos, hechos en una sola pieza con m aderas m uy ligeras. Los ejemplos que se pueden encontrar son num erosos, destacando los de los K alinga, más esbeltos que los de otros pueblos y cuya form a recuerda, vagam ente al cuerpo humano, presentando una decoración com binada con cestería y elem entos incisos.

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CUCHARAS IFUGAO. ISLA DE LUZÓN. (FILIPINAS).

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HAGABI. IFUGAO. ISLA DE LUZÓN. (FILIPINAS).

LA ARQUITECTURA PREHISPÁNICA FILIPINA Finalm ente no queremos concluir este capítulo sin añadir las especiales caracte­ rísticas constructivas de la arquitectura filipina, que servirían de base a las técnicas constructivas que se desarrollaron en la etapa de la presencia española en el archi­ piélago, fundam entalm ente en lo concerniente a la arquitectura civil. Es en este campo donde se desarrollan las mayores aportaciones de los indíge­ nas filipinos ya que por sus creencias religiosas no contem plaban la idea de cons­ truir templos para sus deidades, de ahí que sólo nos centremos en señalar las características generales de la casa indígena de Filipinas, que es del mismo tipo que las que se expanden por todo el sureste asiático. Ésta consta de un techo de dos o cuatro aguas, sostenido por una arm adura que descansa sobre cuatro o más pilares de m adera flexible denom inados harigues, que se utilizaban para resistir los conti­ nuos terrem otos que se suceden en el archipiélago filipino. El suelo se eleva un m etro o más sobre la tierra, para salvaguardarse de los anim ales salvajes. El entra­ m ado puede ser de banaba duro o de molave que cuando está seco, resiste m ejor al agua. Los techos de bálago, en copete o faldón, se elevan en vertientes empinadas para de esta m anera librarse más fácilm ente del agua. Desgraciadamente muchas de estas edificaciones han desaparecido no solo por el fuego y las condiciones meteorológicas adversas, sino por la propia intervención del hombre que ha ido poco a poco sustituyéndolas por otras realizadas con materiales prefabricados, de mayor tamaño y que responden mejor a las necesidades de una pobla­ ción filipina que crece sin control. L a búsqueda de una posición social más reconocida, y una errónea concepción de lo moderno, están haciendo que los ejemplos de este tipo de arquitectura tienda en la actualidad a ir desapareciendo.

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ESCUDO FILIPINO.

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VIVIENDA TRADICIONAL FILIPINA. BANAUE. ISLA DE LUZÓN. (FILIPINAS).

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SELECCIÓN DE IMÁGENES JARRA MANUNGGUL Se considera la m uestra más im portante de cerám ica prehispánica en Filipinas. Se exhibe en la actualidad en el M useo N acional Filipino y fue hallada en la isla de Palawan, estando datada en el siglo VIII a.C.

JARRA MANUNGGUL.

El desarrollo de la cerám ica dentro de las culturas del archipiélago filipino es uno de los capítulos más destacados de su producción material, alcanzando en algunos de los casos unas calidades form ales y de acabado, que m uestran el grado de perfección al que llegaron en la producción de este tipo de recipientes. Dicha im portancia se refleja en el hecho de que m uchos de ellos van más allá de su mera función contenedora y adquieren verdaderos tintes mágico religiosos que obliga a hablar de ellos desde un punto de vista sagrado. En este caso concreto, este recipiente fue concebido para los enterram ientos, puesto que las figuras antropom orfas ubicadas en la tapa lo relacionan con la creencia que existía en el archipiélago filipino, por la que pensaban que el alm a del difunto iba a parar a un río o laguna, donde había un barquero anciano que la trasladaría al m ás allá. E sta idea es la que explica que siempre, en un ritual funerario, se disponía en la sepultura cierta cantidad de dinero para que el difun­ to pagara el viaje, que no se especificaba hacia donde era, aunque si se aclaraba

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que en ese lugar le esperaba una vida placentera, hasta que volviese al m undo reencarnado. E sta leyenda se relaciona con el m ito clásico griego, según el cual las alm as de los difuntos tenían que atravesar el río A queronte, ayudados por el barquero Caronte, al que los difuntos debían pagar el viaje con una m oneda que colocaban en la tumba. Las figuras que aparecen en la tapa de la jarra navegan en barca hacia el más allá. M ientras que la de la parte trasera está rem ando por ser la encargada de llevar el alm a del difunto a su destino, la figura delantera representa al difunto y se talla con las manos en el pecho, algo m uy común en el sudeste asiático en cuanto a la disposición de los cadáveres en la tumba.

CESTA Esta cesta proviene de la provincia ifugao, situada en la zona norte de la isla de Luzón, y está realizada con liana y fusta. M ide 42 x 42 cm., y se encuentra en el M useo Etnológico de Barcelona.

CESTA IFUGAO.

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El interés de esta pieza, va más allá de la im portancia que pueda tener como tal, al ejem plificar una producción de objetos realizados con vegetales, claro testim o­ nio de la que para m uchos autores fue la prim era fase en la definición de piezas para contener alim entos y que derivó en la cerámica propiam ente dicha, cuando se le aplicaron m ateriales como pastas de barro o de resinas, con la intención de evitar que se perdieran sus contenidos y sobre todo protegerlos de las condiciones am ­ bientales externas. En este caso, las producciones de cestería de la Cordillera de Luzón, como es este ejem plo que estamos analizando, perteneciente exactam ente a la tribu de los Ifugao (Filipinas), se caracterizan por su carácter utilitario y práctico, donde desta­ ca la sobriedad en el color, aspecto que no era común en todas las demás tribus de Igorrotes, puesto que a m enudo aparecían ornam entadas con conchas, bronce, vi­ drio, etc. Esta cesta tenía una función específica que era la de guardar el arroz en la casa, por lo que dispone de una tapa, para evitar que entraran insectos. Una solución para proteger el alim ento que se ve com plem entada además, con la propia term ina­ ción de su tejido, m ucho más com pacto, de lo habitual. U na de las curiosidades de la elaboración de la cestería en la Cordillera de Luzón, es que era tarea exclusiva de los hom bres, que aprovechaban sus momentos de encuentro para realizar m ultitud de piezas. G ran parte de estas piezas im itan m odelos de porcelanas y cerám icas chinas que tanta influencia han tenido en el archipiélago. Las piezas se heredaban de padres a hijos, porque eran m uy valiosas por su diseño y resistencia.

CAJAS DE BETEL Caja proveniente de la isla de M indanao (Filipinas), realizada en latón. M ide 42 x 42 cm., y se encuentra en el M useo Etnológico de Barcelona. Los antiguos filipinos transform aban el hierro, el bronce, el latón, la plata y el oro, en joyas, elem entos rituales y artículos para el hogar y la industria. Sabemos por las leyendas de tradición oral que la acum ulación de oro procuraba la ascensión social entre los pueblos. La propiedad de las m inas y el trabajo en régim en de servidumbre de los m ineros acentuaba esa ascensión, aunque las m inas eran consideradas propiedad de los dioses del infram undo y solo podían utilizarse a cam bio de sacrificios a las divinidades pertinentes. El hom bre que descubre un filón debe cortarse un dedo u ofrecer una fiesta, asegurando a los dioses que ocupa la m ina por necesidad. Los anitos y dioses se comunican con los hombres a través del sueño para decirles dónde se encuentra el m ineral que buscan o com unicar que no desean que se explote una m ina determinada. Los objetos de latón, norm alm ente eran cajas para betel, la hoja de una planta con ligero sabor a m enta, que se utiliza en Filipinas para la com posición del buyo y a la que se le otorgan propiedades curativas. Las formas de esos recipientes es variado, de m edia luna, octogonal o rectangular. Algunas tiene com partim entos en los que se colocan esos otros ingredientes que se utilizan para m ascar el betel: la

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nuez de areca, las hojas frescas de pim ienta, la cal y húm edas hojas de tabaco. Las más pequeñas pueden llevarse en la cintura, sujetas por medio de un cinturón o guardadas en bolsas, otras se tienen en la casa para ofrecer betel a los visitantes.

CAJAS DE BETEL.

Esta pareja de figuras provienen de la provincia ifugao, ubicada en la zona septen­ trional de Luzón (Filipinas). Está realizada en madera y miden aproximadamente 36 y 44 cm., respectivamente. Se datan en el siglo XIX, aunque incluso pudiera tratarse de piezas más antiguas. En la actualidad se encuentran en la Fundación Folch. La talla de m adera, es otra de las técnicas desarrolladas por los pueblos que habitan las F ilipinas. La abundancia de m aderas hace que sea un m aterial em ­ pleado tanto para la realización de esculturas com o recipientes m ás cotidianos e incluso m uebles. En el caso concreto de estas tallas, están realizadas en m adera de narra y están asociadas a la producción de grandes cosechas de arroz. Esta disposición en parejas de am bos sexos, los relacionan con el ciclo de procreación que está a su vez vinculado con su función de proteger e increm entar las cose­ chas de los arrozales. Antes de ser colocadas en los graneros que era su destino final, tenían que ser activadas por m edio de una cerem onia ritual en la que se sacrificaban animales y se hacían ofrendas de arroz para que la cosecha fuera fructífera, posteriorm ente se vertía la sangre del anim al sacrificado encim a del bulul y ya estaba considerado apto para proteger las cosechas.

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PAREJA DE BULUL. IFUGAO.

Los bulul se heredaban de padres a hijos, aunque solo los podían poseer las fam ilias más ricas, ya que com prendía un gasto im portante para éstas. L a disposición de esta pareja de bulul, en concreto sentados y con los bazos apoyados sobre las rodillas, era común, aunque tam bién se han encontrado muchos ejem plos de pie. N orm alm ente apenas se aprecian los rasgos del rostro ni los miem bros sexuales, ya que eran tallas m uy esquem áticas e hieráticas.

ANITO Pieza proveniente de la zona septentrional de la isla de Luzón (Filipinas), perte­ nece al pueblo Kankanay. E stá realizada en m adera y m ide aproxim adam ente 35.5 cm., de alto. D atable en el siglo XIX, en la actualidad se encuentra exhibida en el M useo N acional de Antropología de M adrid. La producción de figuras de m adera, encuentra en la producción de los Anitos, otro im portante conjunto, en este caso, cargado de una especial y profunda signifi­ cación anim ista. E sta talla de m adera, como se ha señalado, pertenece a la tribu de los Kankanay, una de las m ás im portantes de la Cordillera de Luzón. Su figuración hace que se trate de una de las m ás singulares, al estar representada con un bol, y a que se ha conservado en m uy buen estado perm itiendo percibir el realism o y deta­ lle con los que se realizó, una evolución sin duda alejada del esquem atism o de los bulul.

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ANITO KANKANAY.

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MIGUEL A. SORROCHE CUERVA Y ALEJANDRO VILLALOBOS PÉREZ

Su im portancia radica en ser un tipo de figura que form aba parte de los rituales de estas gentes, ya que se utilizaban en las cerem onias relacionadas con los buenos augurios para las cosechas de arroz que m encionábam os antes, depositándose vino de arroz en éste cuenco que portan las tallas. La figura con bol que nos ocupa tiene una com binación de m ateriales que no habíam os encontrado hasta el mom ento, como son la madera, la cerám ica para la representación de los ojos y pelo natural. Está realizada con un gran detalle, algo que podemos com probar en la represen­ tación de los tatuajes característicos de los Igorrotes, que aquí aparecen en las m anos y brazos. Tam bién se aprecia la representación del sexo m asculino más exagerada que en tallas anteriores, m anifestando su papel m ágico religioso y una m ayor preocupación por aproxim arse sus creadores, a través de ellas, a un m ayor naturalism o y reflejo de la población que la realizó.

APÉNDICE DOCUMENTAL BAUTISM O DEL REY DE ZUBU* «Prometió el rey a nuestro capitán abrazar la religión cristiana; se fijo para la ceremo­ nia el domingo 14 de Abril de 1521. Se aderezó, al efecto, en la plaza ya consagrada un tablado adornado con tapicerías y ramas de palmeras. Saltamos a tierra cuarenta hom ­ bres, más dos armados de pies a cabeza, que daban guardia de honor al pendón real. Al pisar tierra los navíos dispararon toda la artillería, lo que asustó a los isleños. El capitán y el rey se abrazaron. Subimos al tablado, en el que había para ellos dos sillas de terciopelo verde y azul. Los jefes isleños se sentaron en cojines, y los otros en esteras. Hizo el capitán decir al rey que, entre las m uchas ventajas de que iba a gozar haciéndose cristiano, tendría la de vencer más fácilm ente a sus enem igos. El rey respondió que estaba m uy contento de convertirse, aun sin beneficio ninguno; pero que le agradaba el poder hacerse respetar de ciertos jefes de la isla que rehu­ saban sometérsele, diciendo que eran hom bres como él y no querían obedecerle. Entonces el capitán m andó que los trajeran y les dijo que si no obedecían al rey com o soberano, los haría m atar a todos y confiscaría sus bienes en provecho del rey. Con esta am enaza todos los jefes prom etieron reconocer su autoridad. A su vez el capitán aseguró al rey que a su vuelta a España volvería a su país con fuerzas m ucho m ás considerables, y que les haría el más poderoso m onarca de aquellas islas, recom pensa m erecida por haber sido el prim ero que abrazó la reli­ gión cristiana. El rey dio las gracias levantando las manos al cielo y les rogó insistentem ente que dejase algunos hom bres con él para que le instruyesen en los m isterios y deberes de la religión cristiana, lo cual prom etió el capitán; más a condición de que le confiase dos hijos de personajes de la isla para llevarlos con él a España, donde aprenderían la lengua española, para que a su vuelta pudiesen dar una idea de lo que hubieran visto. D espués de haber plantado una gran cruz en medio de la plaza se pregonó que cualquiera que quisiese cristianizarse debería destruir todos sus ídolos, colocando la cruz en su lugar. Todos consintieron. El capitán, tomando al rey de la m ano le condujo al tablado; vistiéronle enteram ente de blanco, y se le bautizó con el rey de M assana, el príncipe su sobrino, el m ercader m oro y otros muchos, hasta quinien­ tos. Al rey, que se le llam aba raja Humabon, se le puso el nom bre de Carlos, por el emperador; los dem ás recibieron diversos nom bres. Se dijo en seguida misa, des­ pués de la cual le acom pañó hasta las chalupas, que nos volvieron a la escuadra; al llegar dispararon otra descarga cerrada. A cabada la com ida fuimos a tierra m uchos con el capellán para bautizar a la reina y a otras mujeres. Subimos con ellas al tablado, y yo m ostré a la reina una imagen pequeña de la Virgen con el Niño Jesús, que le agradó y enterneció mucho. M e la pidió para colocarla en lugar de sus ídolos, y se la di de buena gana. Se puso a la reina el nom bre de Juana, por la m adre del emperador...». * PIGAFETTA, A. Prim er viaje en torno del globo. M adrid. Espasa Calpe. 1999, pp. 103-104.

APÉNDICE I: CARTOGRAFÍAS

MAPA DE LOS PRINCIPALES CENTROS MESOAMERICANOS.

376

MIGUEL A. SORROCHE CUERVA Y ALEJANDRO VILLALOBOS PÉREZ

ÁREAS CULTURALES DEL PERÍODO CLÁSICO.

DISTRIBUCIÓN DE LOS PRINCIPALES YACIMIENTOS MESOAMERICANOS.

HISTORIA DEL ARTE EN IBEROAMÉRICA Y FILIPINAS

377 90°

95°

tierra central olmeca ruta del cormroo lugar otmeca o de influencia olmeca

escala I. >4 000.000

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300 km

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