Historia De Los Estados Unidos 1776

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AURORA BOSCH

HISTORIA DE ESTADOS UWIDOS 1776-1945

Crítica Barcelona

Agradecimientos La propuesta que me hicieron en 1995 Josep Fontana y Gonzalo Pontón de escribir una historia de Estados Unidos para los lectores en español, ha sido un trabajo de casi diez años, en los que he recibido la ayuda y el estímulo de muchas personas e instituciones, a las que qui­ siera expresar mi agradecimiento en estas líneas. Mi primera deuda es con mis editores, que transformaron mi proyecto inicial de hacer una historia del radicalismo estadounidense en una historia: de Estados Unidos, que contuviera también esos aspectos, habitualmente poco tratados en la mayoría de las síntesis históricas sobre ese país. Por otro lado, tanto Josep Fontana como Gonzalo Pontón leyeron parte de mi manuscrito en proceso de elaboración y fueron tremendamente condescendientes con los plazos de entrega de este libro. Mi agrade­ cimiento se extiende también a la profesionalidad y amabilidad de Carmen Esteban, directora editorial, de gran ayuda en la última fase de este libro, y a Silvia Iriso, coordinadora editorial, que ha facilitado todo el proceso de corrección de pruebas. Mi deuda es enorme con todas las personas e instituciones que hi­ cieron posible que pudiera aprovechar al máximo mis estancias en Es­ tados Unidos, sin las cuales no hubiera podido captar la complejidad y diversidad de la historia y la sociedad norteamericana. A sí pues, mi agradecimiento a la Generalitat Valenciana, que en el curso 19891990 me concedió una beca para desplazarme a la Universidad de Berk.el.ey en la que sería mi primera estancia en Estados Unidos; a R i­ chard Herr, que. me invitó al Departamento de Historia de dicha uni­ versidad y me brindó desde entonces su magisterio y amistad; a la Uni­ versidad de Valencia que en el año 1992 me. concedió una ayuda para una estancia breve en UCLA, a. invitación de John Laslett, en lo que fu e el comienzo de una larga relación con el Departamento de Histo­ ria de dicha universidad y muy especialmente con el Center fo r Social

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Theory and Comparative History, que dirige Robert Btenner. En dicho centro estuve en dos estancias breves en 1994 y 2002, que fueron de­ terminantes en ayudarme a enfocar la historia de Estados Unidos en clave comparativa y, sobre todo, me permitieron disfrutar del estímu­ lo intelectual y la amistad de muchas personas, entre las que quisiera destacar a su director Robert Brenner, al coordinador del centro, Tom Mertes, a Perry Anderson, Michael Mann, Nicky Hart. También en Los Ángeles conocí en 1992 a Devra Weber, profesora de historia de Esta­ dos Unidos en la Universidad de Riverside, que me ha facilitado y su­ gerido bibliografía y con la cual he discutido sobre la historia de Es­ tados Unidos a lo largo de estos años. Mi gratitud es especial hacia Perry Anderson y Chaohúa Wang y hacia Devra Weber, que me hos­ pedaron en Los Ángeles en 2002, También fueron muy fructíferas mis estattciaS en el Institute o f United States Studies de la Universidad :.40./;Eondre.s; la prim era en 1997, disfrutada gracias a la concesión de una beca del M inisterio de Educación, para elaborar algunos de los primeros capítulos del libro y la última durante el curso académico 2003-2004 en que la Univer­ sidad de Valencia me concedió un año sabático, imprescindible para la redacción final del libro. En esta última estancia quiero agradecer a James Dunkerly, actual director del instituto, adscrito en el momen­ to presente al Departamento de The Americas de dicha Universidad, que facilitara al máximo mis estancias en dicho centro. También a Perry Anderson, que generosamente nos prestó su casa para esta es­ tancia en Londres. En España quisiera agradecer a Carmen González, de la sección cultural de la Embajada de Estados Unidos en Madrid, la oportunidad que me dio de visitar en febrero de 2002 diversos centros de American Studies en universidades del sur y e l este de Estados Unidos, así como su apoyo y estímulo a este libro y en general a l estudio de la historia de Estados Unidos desde España. Agradecimiento que quiero exten­ der a las profesoras Sylvia L, Hilion y Carmen de la Guardia, pione­ ras en la historia de Estados Unidos en España, que siempre me brin­ daron generosamente su ayuda. Entre mis amigos y colegas mi agradecimiento especial a M. “Cruz Romeo, que me sustituyó en la docencia en una de mis estancias en Es­ tados Unidos, a Maro Baldó, Ismael Saz y Teresa Carnero, que como directores del Departamento de Historia Contemporánea de la Uni­ versidad de Valencia comprendieron la importancia de facilitar mis estancias en Estados Unidos y Londres, flexibilizando en la medida en

AGRADECIMIENTOS

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que pudieron la extrema rigidez y exigencia de nuestro calendario do­ cente y normativas académicas. Mi deuda es especial con Teresa Car­ nero, que me animó en todo momento, así como con Fernanda del Rin­ cón, Rafael Aracil y muy especialmente con Mario García Bonafé, que leyó pacientemente el manuscrito cuando yo estaba en mi particular crisis de «mitad del libro» y me animó a continuar mi estudio sin ata­ jo s y por tanto sin prisas. La redacción de este libro se ha beneficiado también del contacto y las discusiones con los alumnos de segundo ciclo y especialmente del doctorado del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, en los cuales he impartido respectivamente durante todos estos años Historia de Estados Unidos y distintos as­ pectos del radicalismo y sistema político estadounidense. En un libro escrito normalmente en el tiempo que queda tras la do­ cencia y la administración académica, merece una mención aparte la fam ilia, que es la que sufre directamente los apuros del autor y de la cual no he recibido mas que paciencia, apoyo y estímulo, particular­ mente de mis hermanas M .aÁngeles, Susana y Verónica. Mención aparte merece en este apartado mi marido, Ronald Fraser, al que va dedicado este libro, que contribuyó a que considerara normal dedicarme a la historia de un país que no fuera e l mío y en­ tendió desde principio a fín mi empeño. Durante todos estos años, he disfrutado de sus comentarios, su entusiasmo y de sus lecturas parcia­ les del manuscrito. A todas las personas e instituciones aquí mencionadas mi más sin­ cera gratitudaunque p or supuesto las opiniones, limitaciones y erro­ res de este libro son exclusivamente de mi responsabilidad. A u r o r a B o sch

Valencia, 8 de marzo de 2005

Principales unidades y abreviaturas: Acre = 0,4 hectáreas Hectárea = 2,47 acres Milla cuadrada = 640 acres (o 256 hectáreas) Galón americano = 3,785 litros Billón americano ~ 1.000 millones

ARK. ALA, CA. CONN. FLA. GA, IN. IND. ILL. KY. LA, MASS. MICH. ME. MD.

Arkansas Alabama California Connecíicuí. Florida Georgia Territorio indio Indiana Illinois Kentucky Louisiana Massachusetts Michigan Maine Maryland

MINN. Territorio de Minnesota MISS. Míssissipi MO. Missouri N.l New Jersey NH. New Hampshire N.C. Carolina de! Norte NY. Nueva York PA. o PENN, Pennsylvania R.l. Rhode Island S.C. Carolina del Sur TENN. Tennessee VT. Vermont WA. Territorio de Washington WIS. Wisconsin

Capítulo 1 REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL, 1776-1791 L as c o l o n ia s e n e l s ig l o x v m , s o c ie d a d e s e n p r o c e s o DE CRECIMIENTO ECONÓMICO Y CAMBIO SOCIAL ACELERADO

Hácia 1760, las 13 colonias británicas del América del Norte, no sóló habían demostrado su viabilidad económica, al constituir ya un tercio de la economía británica, sino que eran una sociedad diversa y conflictiva, en rápido proceso de cambio, que iban afirmando unos ras­ gos distintivos con respecto a la metrópoli. La población de las colonias norteamericanas crecía más rápida­ mente que ninguna otra del mundo occidental. Entre 1700 y 1776 sus habitantes se habían multiplicado por diez, pasando de 250.000 habi­ tantes a dos millones y medio, cuando ya constituía la quinta parte de las poblaciones británicas e irlandesas. Este aumento de la población fue debido tanto a un crecimiento vegetativo global del 1,5 por 100 y una esperanza de vida, una vez superada la primera infancia, superior a los sesenta años,1 como a las nuevas oleadas migratorias, tanto li­ bres como forzadas. Para satisfacer la demanda constante de mano de obra en las plan­ taciones del sur fueron deportados un total de 50.000 presos británicos, que durante el siglo xvm se sustituyeron progresivamente por esclavos africanos. En 1780 había ya 575.425 esclavos — 1/5 de la población colonial— , que vivía mayoritariamente en las colonias del sur. Tam­ bién los ingleses y escoceses pobres continuaron llegando a las colo­ nias como sirvientes contratados para •— a cambio del pasaje— , traba­ jar y ser tratados como esclavos por un período medio de cuatro años, tras los cuales recobraban su libertad.2

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En cuanto a los inmigrantes libres ya no eran exclusivamente ingle­ ses. Entre 110.000 y 150,000 alemanes luteranos y 250.000 escoceses del Ulster, presbiterianos se establecieron en los territorios de frontera de Pensilvania, Virginia y Las Carolinas. Allí ocuparon y roturaron las tierras de forma ilegal, disputándolas peligrosamente a los nativos ame­ ricanos. A los alemanes y escoceses-irlandeses se sumaron otros grupos menores como los hugonotes franceses, los irlandeses, los galeses, los suizos y los judíos, de forma que hacia 1790 poco más de la mitad de la población tenía sus orígenes fuera de Inglaterra.3 Esta presión sobre la tierra d é la creciente población aumentó el te­ rritorio colonizado, que hacia 1760 era ya una franja costera continua en el Atlántico, de Mainé a Florida, que se extendía al oeste más allá de los Apalaches. Seguía siendo una sociedad muy rural — sólo 167.500 personas vivían en las ciudades principales— , con una pobla­ ción muy dispersa, pero al calor de la actividad comercial fueron cre­ ciendo algunas ciudades en la costa Atlántica. La principal era Fila­ delfia con 35.000 habitantes, Boston y Nueva York contaban 25.000 habitantes cada una, tras ellas estaban los puertos de Charleston y Newport y otras 15 ciudades más pequeñas. En esta sociedad tan rural, el desarrollo agrícola fue el puntal del crecimiento económico colonial del siglo xvin y la forma en que la economía colonial se imbricó en la expansión económica británica. La presión demográfica aumentó la superficie cultivada y gran parte de la producción agrícola — principalmente grano y tabaco— , ya fuera en las plantaciones del sur o en las explotaciones familiares del noreste, se dedicaba a la exportación a Europa y al Caribe o al incipiente co­ mercio interior e intercolonial, que el crecimiento de las ciudades y la mejora de los medios de transporte favoreció. Este mercado interior re­ gional e interregional estimuló también las primeras manufacturas de tejidos naturales y zapatos. Pero la creciente demanda colonial de productos manufacturados aun prefería las manufacturas británicas, incrementando el déficit co­ mercial de las colonias con la metrópoli. Así, en este floreciente comercio, que en 1745 ocupaba la mitad de los barcos ingleses, las im portándonos de Inglaterra y Escocia4 pronto superaron a las expor­ taciones americanas, generando un déficit comercial, que de momen­ to era compensado por el comercio ilegal con las Antillas no británi­ cas y los beneficios económicos de pertenecer al imperio. Entre estos beneficios estaban los mercados garantizados, la protección naval, el acceso al crédito inglés y escocés o el que los barcos construidos en

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las colonias americanas, fueran legal mente británicos, permitiendo asi desarrollar en América una de las industrias más potentes de cons­ trucción naval.5 Aunque el crecimiento económico de la primera mitad del si­ glo xvni, elevó la movilidad social y las posibilidades de enriqueci­ miento, también consolidó el poder económico de las élites coloniales y aumentó las desigualdades deyriqueza entre estas y el resto de la po­ blación. Entre 1730 y 1760 en Ciudades pequeñas, como eran Nueva York (25.000 fiáBitárites), Filadelfia (35.000) o Boston (25.000), la élite de comerciantes concentró e incrementó su riqueza en torno a un 50 por 100, amasando enormes fortunas e imitando los comporta­ mientos de la clase alta británica. Por esas fechas, en esas mismas ciu­ dades tuvieron que construirse.7 Por otro lado, aunque los propietarios agrícolas eran mayoría, no todos los qué pretendían acceder a la propiedad lo consiguieron en la primera mitad del siglo xvm y el arrendamiento se convirtió en una de las formas dominantes de la explotación de la tierra desde Nueva York hasta Carolina del Norte.8 Algunos propietarios concedían arrenda­ mientos a precios bajos, con el simple objetivo de roturar la tierra; otros eran compañías que compraban tierra en el oeste para especular y algunos como los propietarios del valle de HudsOn, querían, como en un sistema feudal, unir extracción económica y privilegio político. Así, la demanda de tierra fue motivo de los distintos movimientos de protesta rurales que estallaron en el campo colonial desde 1740. En 1740 fueron los arrendatarios de New Jersey, en 1750-1760 los del nordeste de New York y el valle de Hudson y, entre 1766-1771 — ya en el período revolucionario— , el Movimiento Regulador reunió a 2,000 campesinos pobres de los condados del oeste de Carolina del Norte contra el sistema de impuestos, los comerciantes y los abogados, que recolectaban las deudas. El movimiento fue dispersado por la mi­ licia en 1771 y seis de sus líderes fueron ahorcados. Las protestas sociales en el campo y las ciudades expresaban ya el surgimiento de una ideología popular, que desafiaba el poder de la éli­ te, exigiendo su participación en la política y cuestionando la distri­ bución de la propiedad. Este ambiente de desafío a la autoridad de las élites tuvo su máxima expresión en el movimiento de disidencia reli­ giosa conocido como el Gran despertar, que se extendió por las colo­ nias en las décadas centrales del siglo xvm . Este movimiento de disi­ dencia religiosa era también un refugio para los pobres9 de las iglesias establecidas: Congregacionista en Nueva Inglaterra; Congregacionis-

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ta, Luterana y Holandesa en las colonias centrales; cuáqueros en Pensilvania; anglicanos y católicos en el sur. Las demandas religiosas de los pobres y los nuevos inmigrantes fueron satisfechas por predicado­ res evangelistas que viajaban por todas las colonias, difundiendo un mensaje radical contra la autoridad establecida, ganando a sus fieles por su capacidad para conmover, su crítica a la acumulación de rique­ za y su preocupación social, más que por su preparación intelectual. Era una religión más personal, donde podían expresarse libremente las emociones, escéptica ante el dogma, que invitaba a los fieles a partici­ par en los asuntos eclesiásticos. El Gran despertar desintegró así la re­ ligión institucionalizada, dando paso a multitud de iglesias, que com­ petían entre sí por captar a sus fieles, abriendo el camino a la separación de la Iglesia y el Estado, que se formalizaría durante la re­ volución en las Constituciones de los Estados y posteriormente en la Constitución federal (1787).10 En cuanto a la evolución política, a mediados del siglo xvm , las colonias seguían ligadas a la metrópoli por la figura del gobernador, de­ signado por el rey o propietario de la colonia, que tenía aún muchas atri­ buciones — como derecho a veto en las leyes elaboradas por las Asam­ bleas coloniales, poder de disolver las Asambleas y convocar nuevas elecciones y/o designar a su Consejo Ejecutivo— . Pero por otro lado las colonias estaban habituadas a autogobernarse a través de sus órganos legislativos elegidos — Asambleas coloniales, Town Halls— , liderados por sus propias élites y a decidir sobre los asuntos internos de cada co­ lonia, incluido el poder de aprobar impuestos e iniciar la discusión de sus leyes.’1 Esta política colonial, aunque liderada por las élites coloniales — abogados, comerciantes, plantadores— , que ocupaban los escaños de las Asambleas y los comités de los town meefings, eran elegidos por el electorado más amplio del mundo occidental. Entre el 40 y el 80 por 100 de los varones blancos — un 20 por 100 de la población— podía votar para elegir delegados en las Asambleas y paiticipar en los town meetings.12

¿ Q u ié n d o m in a r á e l c o n t i n e n t e ? L as g u e r r a s c o l o n ia l e s

Sin duda, las tres guerras imperiales, que desde 1713 tuvieron lugar en las colonias para dirimir qué imperio dominaría América del Norte, contribuyeron a aumentar las tensiones en este mundo cambiante, es-

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peeialmente en Nueva Inglaterra, que sufrió el mayor número de bajas. El tratado de Utrecht (1.713-1714), que puso fin a la guerra de Sucesión Española, conocida en las colonias como guerra de la reina Ana, supu­ so el fin de la hegemonía francesa y el principio de la hegemonía britá­ nica. Desde entonces, Inglaterra utilizó su hegemonía indirecta para mantener la paz y el equilibrio en el continente europeo; pero en Amé­ rica persiguió su política de desarrollo comercial y expansión colonial, frente a los dos imperios que obstaculizaban sus objetivos: Francia y España. De esta forma, a partir de 1713 todos los conflictos internacio­ nales tuvieron resonancia en los territorios coloniales del norte de América o fueron estos territorios motivo de las guerras entre los im­ perios europeos, exigiendo así la participación de los colonos en el es­ fuerzo bélico.13 La guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1742) enfrentó a Gran Bre­ taña y España por el control del comercio caribeño. La guerra se dis­ putó en Florida y el Caribe, donde las tropas británicas, reclutadas en Georgia y Carolina del Sur, financiadas con dinero colonial, pero man­ dadas por oficiales británicos, tenían el propósito de invadir Florida y adueñarse de Cartagena de Indias y Cuba. Los colonos fracasaron en todos sus objetivos sufriendo enormes pérdidas, que achacaron a la ineficacia y arrogancia de los oficiales británicos. En la guerra del rey Jorge (1744-1748), nombre con que se conocía en las colonias la guerra de Sucesión Austríaca, franceses e ingleses, se enfrentaron por el control de los bosques de la región del Maine, Illi­ nois, el valle de Ohio y la región de los Grandes Lagos. Ambos impe­ rios tenían una presencia y objetivos coloniales muy distintos en Nor­ teamérica. Los colonos británicos eran una población en expansión, de casi dos millones de personas, asentados en colonias independientes de la Costa Atlántica. Los colonos franceses, centrados en Québec, eran solamente 80.000, dispersos por un enorme territorio salvaje que iba de los Grandes Lagos a Nueva Orleans, siguiendo el curso del Mis­ sissippi. Pero Francia tenia la ventaja d e que en población era muy ho­ mogénea, su autoridad estaba centralizada y contaba con la alianza de las naciones indias frente a los ingleses, pues a diferencia de los colo­ nos ingleses no tenía interés en la explotación agrícola de su territorio. Los colonos de Nueva Inglaterra, planearon, financiaron y ejecutaron con éxito la toma de Louisbourg, la fortaleza francesa en Nueva Esco­ cia, que fue la principal victoria de esta guerra; pero el imperio britá­ nico, la devolvió a Francia en 1748 a cambio de Madrás en 1a India, sin tener en cuenta los intereses de los colonos.

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Seis años después, franceses ©ingleses se volvieron a enfrentar de­ finitivamente por el control de Norteamérica. La guerra de los Siete años, que duró nueve en las colonias norteamericanas (1754-1763) y se llamó guerra franco-india, se inició en América, sus moti vos fueron estrictamente coloniales y tuvo en América su escenario principal. El motivo fue otra vez la competencia por el control del valle de Ohio, en­ tre los colonos de Virginia, que lo consideraban su zona de expansión ál oeste, y Canadá,^obre la que aspiraban a expandirse los colonos de Nueva Inglaterra. Los primeros choques entre virginianos, mandados por el teniente coronel de la milicia, George Washington, de veintidós años, y franceses, tuvieron lugar en la confluencia del río Ohio y aca­ baron con la derrota de los virginianos. Tras esta derrota Inglaterra decidió enviar a Norteamérica sola­ mente dos regimientos, mandados por el general Edward Braddock, esperando que fuera una guerra localizaba. Por otro lado, fracasaba el llamado Pían de Unión de Albany, para establecer entre ocho colonias de las trece un plan de defensa común, que les permitiera reclutar un ejército y financiarlo. En 1755, el pequeño Ejército británico, al que se unieron tropas de las colonias directamente amenazadas, sufrió seve­ ras derrotas frente a los franceses, mientras la guerra se extendía por todo eí mundo: el Atlántico, elM editerráneo, las Indias Occidentales, El Océano índico y Asia. Las derrotas continuaron en 1756-1757, has­ ta que William Pitt, nombrado presidente del Consejo de Ministros, comprendiendo que lo esencial de esa guerra era eí control de Nortea­ mérica, trasladó a las colonias un ejército de 25.000 hombres, al que se unieron otros 25.000 colonos. En 1759 los británicos consiguieron controlar el valle de Ohio. Los primeros éxitos militares en Norteamérica se extendieron ese mismo año a todos los escenarios bélicos, con victorias en la India y África y la confirmación del poderío navál británico. A estas victorias, se uniría también en 1759 la toma de Qüébec y en 1760, la conquista de Montréal. Aunque la guerra aún continuaría en el oeste, el poderío francés se había acabado en el continente americarío. Por la paz de París (1763), todo el Canadá francés y la Florida es­ pañola — a cambio de la devolución de Cuba, conquistada por los in­ gleses en 1762— fueron cedidos a Gran Bretaña. Francia, para resarcir a España de sus pérdidasle cedió la Luisiana y todos los derechos fran­ ceses al territorio situado al oeste del Mississippi. Francia desapareció así de Norteamérica, lo que permitía a los colonos expandirse libre­ mente por ei norte y el oeste, y que el imperio británico fomentó hasta

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convertirse en una potencia mundial, que se extendía por Norteaméri­ ca, Las Indias Occidentales y la India.14 Las experiencias bélicas, el desarrollo económico y los cambios sociales de la primera mitad del siglo xvm , reafirmaron las particular!" dades que diferenciaban a las colonias de la metrópoli. A 5,000 kiló­ metros de distancia de la metrópoli, eran «sustancialmente libres e in­ dependientes unas de otras»; tenían una economía fundamentalmente agraria, incluso primitiva, pero muy capitalista y eran Una sociedad donde el racismo estaba institucionalizado — pues la prosperidad de los blancos se consiguió a base de arrebatar tierras y exterminar a las na­ ciones indias y explotar a los esclavos negros africanos— y constituía un elemento de cohesión de la minoría europea. La cohesión y homo­ geneidad de las sociedades coloniales aumentaba por la religiosidad común —casi todas las iglesias eran protestantes— , la alfabetización masiva y una relativa igualdad económica. Así, aunque las desigual­ dades de riqueza aumentaron en el siglo xvm , un 40 por 100 de la po­ blación blanca eran propietarios agrícolas, artesanos o tenderos y los colonos blancos en general gozaban de un nivel de vida y una partici­ pación en la sociedad civil muy superior a la europea.15 A pesar de estas peculiaridades, nada hacía pensar que la indepen­ dencia o la revolución eran inevitables tras la victoria británica en la guerra franco-india. La paz de París parecía beneficiosa tanto para los colonos como para el imperio. Inglaterra se confirmaba como el poder hegemónieo mundial, que dominaba los mares y añadía a su territorio la India; Canadá y Florida. En cuanto a los colonos, eliminados los franceses de Norteamérica, podían expandirse por su enorme territo­ rio, que ahora se extendía desde el Golfo de México a la Bahía de Hud­ son y de los Apalaches al Mississippi en el oeste. Pero las necesidades británicas de administrar su creciente imperio en Norteamérica y de enjugar las deudas contraídas en la guerra franco-india le obligaron a aumentar la imposición colonial. Este aumento de la tributación coin­ cidió con la crisis económica colonial y provocó entre 1763 y 1775 la crisis fiscal, que llevaría primero a la rebelión y después a la revolu­ ción y la guerra de la Independencia.

Mapas 1 y 2: Norteamérica en 1756 y 1763, respectivamente. F u en te : R. E. Evans, La guerra de la Independencia norteamericana, Akal, Madrid, 1991.

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I ,a

r e o r g a n iz a c ió n d e l im p e r io e n

«No PUEDE HABER

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A m é r ic a .

IMPOSICIÓN SIN REPRESENTACIÓN»

Los intentos de los Es tu ardo de centraliza!* administrativamente el imperio, mediante la Junta de Comercio (The Board of Trade), habían fracasado a principios del siglo xvm . En cuanto a las Leyes de Nave­ gación promulgadas a partir de 1651, por las que todas las mercancías coloniales debían dirigirse en primera instancia a los puertos británicos desde los cuales se reexportaban a otros países y las colonias eran mer­ cados exclusivos para las manufacturas inglesas, no se cumplían con rigor en las colonias americanas, que mantenían un floreciente comer­ cio intercolonial, ni en las Antillas no británicas, lo que les permitía compensar su desequilibrio comercial con Gran Bretaña. Cuando la guerra franco-india acabó, la reforma de ese imperio, al que Benjamín Franklin comparaba en su fragilidad con un jarrón chi­ no,16 no podía dilatarse más. Había que integrar a una población fran­ cófona de 80,000 habitantes, organizar el enorme territorio adquirido a Francia y España, especialmente las salvajes y deshabitadas tierras del oeste, donde el inminente conflicto entre los colonos ávidos de tierra y los nativos americanos estalló en la rebelión de Pontiac en mayo de 1763. Desde la toma de Canadá en 1760, el comandante en jefe del Ejército británico, el general Jeffrey Amherst, no necesitando ya la ayuda india para derrotar a los franceses, suspendió los subsidios a las naciones indias en el momento en que eran más necesarios para su su­ pervivencia tras los años de guerra. Al mismo tiempo el Ejército britá­ nico ocupaba los fuertes franceses a lo largo del río Ohio, lo que las na­ ciones indias de la zona consideraban una intrusión en sus territorios de caza y la constatación de que — a diferencia de los franceses— los británicos trataban de ocupar sus tierras, pues no entendían cómo los franceses «habían entregado su país, que jamás había sido conquistado por nación alguna».17 Ante esta perspectiva, los indios de la región del Ohio se unieron a Pontiac, el jefe de los otawa, en la guerra de inde­ pendencia india, capturando todos lo s puestos fronterizos —excepto Fort Pitt, Fort Niagara y Detroit— , masacrando las guarniciones y aso­ lando la frontera desde Nueva York a V irginia.18 Ante este levantamiento indio, el rey firmó en octubre de 1763 la Proclamación Real, que además de establecer tres nuevas colonias en las tierras conquistadas a España y Francia — Québec, Florida este y Florida oeste— , dibujaba una «frontera imaginaria» a lo largo de la cima de los Apalaches, que los colonos no podían traspasar y donde

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los gobernadores no podían autorizar inspecciones de tierras, n i con­ ceder donaciones. Pero la paz con los indios no llegó hasta 1766 y la Proclamación no evitó que los colonos y especuladores traspasaran la frontera de los Apalaches» por lo que Gran Bretaña consideraba que necesitaba un ejército permanente de 10.000 soldados en el oeste, el doble del que existía en las colonias antes de la guerra franco-india, cuyos gastos superaban las 300.000 libras anuales. Para pagar estos gastos y las deudas de guerra, no podía recurrirse ya al aumento de la tributación en Inglaterra» donde las clases popula­ res expresaban su descontento por la corrupción y la no extensión del derecho al voto en constantes disturbios populares; Irlanda se impa­ cientaba bajo la sistemática interferencia británica y las clases altas se sentían ahogadas por los impuestos. Las reformas de George Grenville, el primer ministro de Jorge III, trataron de que los colonos ameri­ canos, que soportaban la tributación más baja del mundo occidental, contribuyeran a estos gastos, primero con reformas aduaneras que hi­ cieran cumplir las Leyes de Navegación, y cuando éstas fueron insufi­ cientes, con nuevos impuestos. Las patrullas de la Marina en las costas y un nuevo tribunal del Al­ mirantazgo con sede en Halifax fueron acabando con la negligencia y corrupción de las Leyes de Navegación, La Ley del Azúcar, aprobada en 1764, reforzaba y actualizaba este aspecto de poner freno al contra­ bando y la corrupción de los aduaneros. La ley ampliaba la lista de pro­ ductos coloniales que debían exportarse directamente a Gran Bretaña — al tabaco y el azúcar se añadieron las pieles, el.hierro, la madera— ; aumentaba los registros y fianzas que los comerciantes debían obtener; imponía aranceles a los tejidos, el azúcar, el índigo, el café y el vino importado a las colonias y, sobre todo, reducía de 16 a 3 peniques el galón el arancel sobre las melazas, esperando que un arancel reducido se cumpliría a rajatabla, acabaría con el contrabando, llevaría a la im­ portación legal de melazas y beneficiaría económicamente a la Corona. La opinión de los colonos era muy distinta: «por primera vez el Parla­ mento había asumido funciones de aumentar los impuestos en las co­ lonias, más que simplemente regular el comercio».19 Ese mismo año el Parlamento aprobó la Ley de la Moneda, que ex­ tendía a todas las colonias la prohibición de emitir papel moneda, con lo que el dinero colonial perdió su valor, haciendo caer también los precios y agravando así la crisis económica y monetaria de las co­ lonias tras la guerra. Esta crisis no era la mera expresión de los efec­ tos de la guerra y los nuevos controles metropolitanos sobre el dinero

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y el comercio, sino que tenía como causa estructural la enorme depen­ dencia de la economía americana del crédito británico. Para aumen­ tar las ventas en las colonias, los financieros británicos y escoceses ampliaron y diversificaron su línea de crédito, lo que contribuyó a la expansión económica colonial de mediados del siglo xvm , pero tam­ bién saturó el mercado de productos británicos y de algunos america­ nos, como el tabaco. La demanda extraordinaria de la guerra francoindia salvó momentáneamente a muchos productores y comerciantes de la ruina, pero no de su dependencia del crédito británico y de cual­ quier movimiento de la economía británica, como la crisis financiera de 1762-1764. La escasez de crédito colonial era pues anterior a la Ley de la M o­ neda, pero tras la entrada en vigor de esta ley, todas las clases econó­ micas coloniales — granjeros, plantadores y comerciantes— pensaban que aumentar el papel moneda en circulación era una alternativa a la deflación y escasez de crédito. En los años siguientes también los co­ merciantes británicos —que habían presionado en su momento para que se aprobara la Ley de la Moneda— estaban de acuerdo en que el aumento de papel moneda en circulación facilitaría sus ventas en las . colonias americanas.20 Estas reformas que regulaban el comercio y particularmente la Ley del Azúcar, provocaron la primera protesta intercolomal contra la Co­ rona en 1764, pero fueron incapaces de sufragar todos los gastos del mantenimiento de los 10.000 soldados británicos estacionados en el oeste, por lo que Grenville decidió utilizar un nuevo tipo de impuesto, que por primera vez afectaba a la economía interior de las colonias. En marzo de 1765, el Parlamento aprobó la Ley del Timbre* que gravaba con un impuesto los documentos legales, almanaques, periódicos y casi cualquier tipo de papel utilizado en las colonias.21 También en marzo de 1765 se aprobó la Ley de Acuartelamiento, que obligaba a las colonias a abastecer y alojar a las tropas británicas, construyendo cuarteles o alojándolas en posadas y edificios vacíos . Esta ley afectaba sobre todo a Nueva York, donde estaba el Cuartel General del Ejérci­ to británico. La imposición por primera vez de un impuesto «interno», que afec­ taba a todas las colonias y perjudicaba especialmente a los grupos so­ ciales más poderosos e influyentes, así como lá amenaza de que la Co­ rona pudiera utilizar el Ejército del Oeste para asegurar el cobro del nuevo impuesto, movilizó a todos los sectores sociales y a todas las co­ lonias contra Inglaterra.

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En un contexto social ya muy convulso desde mediados del si­ glo xvui, donde en medio de las tensiones sociales coloniales comen­ zaron a elaborarse una «ideología whig», que enfatizaba los derechos del individuo frente al Estado, y una «ideología popular», que identifi­ caba libertad con representación política e igualdad, la nueva imposi­ ción británica dirigió la protesta social contra Inglaterra, y la Ley del Timbre la convirtió en un movimiento de masas colonial que comen­ zaba a articularse políticamente. La protesta comenzó entre las élites de las colonias — plantadores, comerciantes, abogados, impresores— , que expresaron su descontento en las Asambleas coloniales y lo difundieron por todas las colonias a través de los Comités de Correspondencia, la multiplicación de panfle­ tos, periódicos y organizaciones llamadas Hijos de la Libertad, que se reunían bajo los «árboles de la libertad». En los town meetings estas élites se encontraban con ía clase media de pequeños agricultores, ar­ tesanos y tenderos, organizados espontáneamente en clubs y tabernas, que formaban en todas las colonias grupos de resistencia locales y ex­ presaban junto a «la multitud» su descontento contra la Ley del Tim­ bre.22 El más violento de estos motines fue el que estalló en Boston, destruyendo la casa del gobernador Thomas Hutchmson en agosto de 1765 y la del distribuidor del timbre en Massachusetts, Tras estos inci­ dentes, en todas las colonias la multitud quemó esfinges de los funcio­ narios reales. El argumento legal de ía protesta era la defensa del derecho de los colonos, como «ingleses nacidos libres», a no ser obligados a pagar im­ puestos por una institución como el Parlamento británico, en la que no tenían representación. Este argumento contenía tanto una protesta con­ tra el Parlamento, que por primera vez había vulnerado la costumbre de «no imponer impuestos internos»; como un cuestionamiento de la «re­ presentación virtual»23 en eí Parlamento británico, por la que cualquier miembro del Parlamento representaba los intereses de todo eí país y todo el imperio, aunque las colonias y las ciudades industriales británicas, como Manchester o Birmingham, no tuvieran ninguna representación. Los colonos americanos, acostumbrados a que votaran entre el 40 y el 80 por 100 de los varones blancos —-mientras que en Inglaterra lo ha­ cían un 15 por 100— y a que hubiera una relación proporcional entre población, electores y representantes, no podían entender esta repre­ sentación virtual. Estos argumentos, así como la petición de ayuda al rey y al Parlamento para que rechazara la Ley del Timbre, se decidieron el 7 de octubre de 1765 en ei Congreso contra la Ley del Timbre, que

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reunió en Nueva York a 27 representantes de nueve colonias, para re­ dactar la Declaración de Derechos y Quejas de las Colonias. El 1 de noviembre debía comenzar a hacerse efectiva la ley, pero los negocios se hicieron sin timbre, los periódicos aparecieron con la calavera pirata en la esquina donde debía haber estado el timbre y los comerciantes británicos comenzaron a sufrir los efectos de los movi­ mientos de no importación. Estos movimientos, organizados por los comerciantes coloniales, unían los intereses de todos los grupos eco­ nómicos —comerciantes saturados de productos británicos, plantado­ res, agricultores, artesanos y manufactureros-— en una acción que ex­ presaba tanto una opinión económica a corto y largo plazo, como la influencia de la ética puritana,24 que consideraba productiva la agricul­ tura y la artesanía e improductivo la especulación y el comercio. En este contexto comenzaron a tener eco voces como la de Benjamín Franklin — el decimoquinto hijo de un cerero, impresor, escritor, filó­ sofo y científico autodidacta— , que cuestionaba el beneficio económi­ co de la relación con Gran Bretaña y veía llegado el momento de que los americanos «se vistieran con sus propios trajes y no se los quitaran de encima hasta que puedan comprar otros».25 Sin embargo, la mayo­ ría de los colonos aún pensaba en recuperar su autonomía económica dentro de la relación imperial con Inglaterra. El nivel de la protesta y el daño que ésta estaba causando a los in­ tereses económicos británicos fue tal, que en 1766 el Parlamento reti­ ró la Ley del Timbre, pero aprobó la Ley Declarativa, que confirmaba que en el imperio solamente el Parlamento tenía la soberanía y la po­ testad de hacer leyes que obligaran a los colonos «en todos los casos, cualesquiera que fueran». De todas formas, ante la oposición de los co­ lonos a pagar un impuesto interno, las autoridades británicas decidie­ ron recurrir a los tradicionales derechos de aduanas más indirectos y externos. En 1767, el ministro de Hacienda Charles Townshend consi­ guió la aprobación en el Parlamento de nuevos gravámenes sobre el vi­ drio, la pintura, el papel y el té importados a las colonias. También re­ organizó la autoridad colonial entre 1767-1768: creó la Junta de Aduanas norteamericana con sede en Boston, que dependía directa­ mente del Tesoro; estableció tres nuevos tribunales del Vicealmiran­ tazgo en Boston, Fiiadelfia y Charleston; creó un nuevo Secretariado de Estado, dedicado exclusivamente a asuntos coloniales, y para eco­ nomizar, una vez firmada la paz con Pontiac en 1766, retiró el Ejérci­ to del Oeste y lo estacionó en las colonias costeras. La concentración de este ejército permanente en el este y los Aranceles Townshend en-

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candieron otra vez la protesta colonial y los movimientos de no im por­ tación, sin conseguir recaudar más que la décima parte de lo que cos­ taba mantener anualmente el Ejército, causando además enormes pér­ didas a las exportaciones manufactureras británicas. Fue en Boston donde las protestas fueron mayores. Lideradas por * Samuel Adams — hijo de un cervecero al que arruinó, recaudador de impuestos fracasado y siempre perseguido por sus acreedores, fue uno de los líderes patriotas más radicales, así como tutor de su primo me­ nor John Adams-™, que con sus Hijos de la Libertad escribía incendia­ rios artículos en los periódicos, organizaba protestas en los pubs, town meetings y en la Asamblea cólÓnial. En febrero de 1768, la Asamblea de Massachusetts aprobó y envió a las otras Cámaras Coloniales la cir­ cular -—elaborada por Samuel Adaras y el abogado bostoniano James Otis-— que denunciaba los Aranceles Townsend como una violación constitucional del principio de «ningún i contribución sin representa­ ción». El gobernador disolvió la As nuble a, por negarse a revocar la circular, mientras los colonos formaban una Convención de Delegados Ciudadanos y bandas errantes intimidaban a los aduaneros y boicotea­ ban a los comerciantes probritánicos. Dos regimientos de tropas de Irlanda comenzaron a llegar a Boston el 1 de octubre de 1768. En 1769 había 4.000 «casacas rojas» en una ciudad de 16.000 habitantes y la tensión entre los soldados y los ciu­ dadanos era enorme. El 5 de marzo de 1770, una partida de ocho sol­ dados británicos, acosados por la multitud, disparó causando cinco muertos. La matanza de Boston proporcionaba así los primeros márti­ res a la causa de los colónos, mientras sólo se habían recaudado 21.000 libras con los nuevos aranceles y se calculaban en 700.000 libras las pérdidas comerciales británicas debidas a los movimientos de no im­ portación. En abril de 1770, el Parlamento revoco todos los Aranceles Tow n­ send, excepto el déL té, y durante dos años hubo una tranquilidad superficial. Las protestas de los colonos se habían convertido en una rebelión articulada intercolonial, suficientemente efectiva para conse­ guir dañar los intereses británicos y hacer que el Parlamento revocara la Ley del Timbre, el primer impuesto directo e interno sobre las colo­ nias americanas, así como todos los nuevos aranceles, excepto el del té. Pero la metrópoli seguía dispuesta a aumentar el control económi­ co y político sobre las colonias. La Ley del Azúcar, la Ley de la M one­ da y la Ley de Acuartelamiento se mantenían en vigor. Los tribunales del Vicealmirantazgo y la Junta de Aduanas continuaban funcionando.

r e v o lu c ió n , in d e p e n d e n c ia y c o n s tr u c c ió n n a c io n a l

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En cuanto al Ejército, había tenido que abandonar Boston después de marzo de 1770, pero permanecía en los alrededores y la Marina seguía patrullando las costas. Cuando comenzaron otra vez las protestas en el año 1772, las colo­ nias se encontraban en lo peor de la crisis económica, y los líderes americanos empezaron a considerar la posibilidad de la independencia como la mejor forma de proteger los intereses económicos colonia­ les.26 Conforme la crisis avanzaba, ya no se luchaba por «los derechos del inglés nacido libre», sino por preservar la libertad americana, en­ tendida como un derecho universal, frente a la tiranía británica. En junio de 1772, los habitantes de Rhode Island, en protesta por la imposición opresiva de las Leyes de Navegación, abordaron y hundie­ ron la goleta de la Armada británica Gaspée, hiriendo a su capitán. La respuesta de la metrópoli fue enviar una comisión real para investigar los hechos, con poderes para mandar a los sospechosos a Inglaterra a fin de ser juzgados. Ese mismo mes en Boston, el gobernador de Massa­ chusetts Thomas Hutchinson comunicó a la Asamblea de la colonia que su salario y el de los jueces del Tribunal Supremo ya no provendría de la Asamblea, sino de los beneficios de las aduanas, haciendo temer una evolución hacia formas despóticas de gobierno. En noviembre de 1772, bajo el liderazgo de Boston y especialmente de Samuel Adams, todas las ciudades de Massachusetts habían organizado Comités de Corres­ pondencia, y la mitad de ellas — 270 ciudades— aprobaron The Votes ú f Proceeding, el documento en que los bostonianos expresaban todas las violaciones británicas de los derechos de los colonos -^imposición de impuestos y legislación sin el consentimiento de los colonos, el en­ vío de ejércitos permanentes en tiempos de paz, la supresión del juicio con jurado, la restricción de las manufacturas y la amenaza de estable­ cer obispos anglicanos en Norteamérica— . En marzo de 1773, la Asam­ blea de Virginia propuso la formación de Comités de Correspondencia intercoloniaies y una red de estos comités se expandió por las colonias» mientras los periódicos hablaban abiertamente de independencia. En mayo de 1773, lord North, quien había sustituido a Townshend como ministro de Hacienda, proporcionó la ocasión para el enfrenta­ miento cuando consiguió que el Parlamento concediera a la Compañía de las Indias Orientales el privilegio exclusivo de vender directamente el té a las colonias, sin pasar por los almacenes de los comerciantes co­ loniales. El objetivo principal de esta medida era aliviar la situación económica de la compañía, pero la venta de té barato no evitó que los comerciantes coloniales pensaran que a este monopolio podían seguir

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otros, y que los Comités de Correspondencia interpretaran los hechos como que la metrópoli estaba intentando comprar la pasividad del pue­ blo con té barato.27 En los principales puertos se impidió que los barcos descargaran el té de la Compañía de las Indias Orientales. En Nueva York y Filadelfia los agentes de la compañía tuvieron que dimitir; en Charleston se descargó el té y se vendió después para financiar la revolución; en Boston, el gobernador Thomas Hutchinson obligó a los capitanes de los barcos a descargar, pero el 30 de noviembre de 1773, un grupo de patriotas disfrazados de indios mowak, dirigidos por Samuel Adams, arrojaron al mar el cargamento de té valorado en 10.000 libras. Mientras los comerciantes y algunos líderes patriotas veían con preocupación la destrucción de propiedad, el Parlamento británico aprobó en abril de 1774 las Leyes Coercitivas para disciplinar a Bos­ ton. Desde el 1 de junio de 1774, la Ley del Puerto de Boston cerraba el puerto hasta que el té fuera pagado. La Ley de la Administración Imparcial de la Justicia acordaba que los funcionarios acusados de de­ litos graves fueran juzgados en Inglaterra o en otra colonia, para evi­ tar unos jurados hostiles. Una nueva Ley de Acuartelamiento otorga­ ba al gobernador poderes para alojar a las tropas en edificios privados, confiscándolos si era necesario y la Ley del Gobierno de M assachu­ setts alteraba la Carta de la colonia y reorganizaba el gobierno. Según esta ley, los miembros del Consejo o la Cámara Alta serían nombra­ dos por el gobernador en lugar de ser elegidos por la Asamblea legis­ lativa, se restringían las reuniones ciudadanas, se reforzaba el poder del gobernador para nombrar juecés y sheriffs y se nombraba a Tho­ mas Cage, comandante en jefe del Ejército británico, gobernador de Massachusetts. Al malestar que provocaron las Leyes Coercitivas se unió en junio de 1774 la Ley de Québec, que permitía a los habitantes franceses de la provincia el uso de la lengua francesa y la práctica del catolicismo ro­ mano, nombraba un gobernador y Consejo no elegido y, especialmente, colocaba dentro de las fronteras de Québec las tierras occidentales al norte del río Ohio, tierras que Pensilvania, Virginia y Connecticut ha­ bían reclamado hacía tiempo como suyas. Una y otra fueron llamadas por los colonos «leyes intolerables», pues demostraban que Gran Breta­ ña estaba utilizando su poder contra los intereses económicos y políticos de los colonos. La aprobación de estas leyes reavivó la protesta, conver­ tida ahora en una rebelión abierta contra el poder tiránico de la monar­ quía británica y en una revolución de las formas de poder en las colonias.

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1774-1776, DE REBELIÓN COLONIAL A REVOLUCIÓN POR LA LIBERTAD UNIVERSAL

Las Leyes Coercitivas aprobadas por el Parlamento británico para castigar a Massachusetts y Boston, consideradas el embrión de la pro­ testa colonial, tuvieron el efecto contrario de unir a todas las colonias en su contestación al poder monárquico y la administración colonial. La revolución comenzó cuando el pueblo de Massachusetts se resistió a pagar el té y a aceptar la nueva situación de pérdida de sus derechos e instituciones, y en la lucha por recuperarlas encontraron nuevos lí­ deres radicales y fraguaron nuevos órganos de poder. Desde 1772, la élite de los comerciantes en alianza con los artesanos y en ocasiones con la colaboración de la multitud, había promovido la formación de Comités de Correspondencia en todo Massachusetts; pero en 1774 el cariz de la agitación cambió. Por primera vez hubo una presencia de agricultores, que perjudicados por el cierre del puerto de Boston, deci­ dieron en sus comités unirse a Boston en la lucha contra las Leyes Co­ ercitivas. Los comités en cada ciudad y condado tomaron el poder ac­ tivo, sustituyendo a la autoridad oficial y organizando milicias, que impedían la apertura de los tribunales. Aunque inicialmente la élite whig de mercaderes y las ciases medias luchaban por el reestableci­ miento de la antigua Carta de Massachusetts, en la lucha hubo un des­ plazamiento del poder hacia los sectores radicales de la clase media y «la multitud», más interesados en la igualdad política y económica, que convirtieron un movimiento limitado de resistencia en un movi­ miento popular.28 La sorpresa para los británicos fue que todas las colonias se sintie­ ron amenazadas por las Leyes Coercitivas y decidieron ayudar a Bos­ ton, y que en esta resistencia emergiera un poder político paralelo al de la Corona — local, de condado y provincial; pero también interprovin­ cial o intercolonial— . Mientras por toda la costa barcos cargados de mercancías iban en ayuda de Boston; de Nueva York a las Carolinas, todas las localidades establecieron Comités de Correspondencia, orga­ nizaron milicias y decidieron coordinar intercolonialmente el nuevo poder de los comités, convocando en septiembre de 1774 el Primer Congreso Continental en Filadelfia, Asambleas coloniales, comités locales o convenciones irregulares eligieron a los 55 delegados que asistieron al Primer Congreso Conti­ nental, representando a 12 de las 16 colonias —no enviaron delegados las colonias más recientes de Georgia, Québec, Nueva Escocia y las

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Floridas— , Estos delegados aprobaron la postura más radical, que compartían Massachusetts y Virginia, contenida en las Resoluciones del Condado de Suffolk, Massachusetts. Éstas recomendaban la resis­ tencia abierta a las Leyes Coercitivas, reconocían los nuevos poderes y creaban una Asociación Continental, que ponía en práctica las resolu­ ciones del Congreso referidas a la no importación y consumo de pro­ ductos británicos y ia persecución de los «enemigos de la libertad» mediante la intimidación y la coacción violenta. Esta revolución que estaba teniendo lugar en las colonias entre 1774 y 1776, variaba según la colonia, e incluso de unas zonas a otras, dependiendo de las relaciones de poder, la experiencia de las luchas anteriores o la situación política. En Virginia, donde no había habido tensiones sociales desde que en 1676 la rebelión de Bacón había unido a blancos pobres de la frontera con sirvientes contratados, negros li­ bres y esclavos, contra los indios y la élite de plantadores, la mayoría de los plantadores de la colonia eligió'lá revolución, que como en Mas­ sachusetts, inicialmente tuVo en la Asamblea provincial29 el centro de resistencia. Cuando el gobernador, lord Dunmore, disolvió la Cáma­ ra de los Burgueses, a finales de mayo de 1774, por haber votado un día de ayuno y oración contra las «leyes intolerables», sus miembros se constituyeron en Congreso Provincial, organizando una campaña para que otros sectores sociales se les unieran «en rituales de virtud y com­ promiso». En una colonia donde los blancos estaban unidos por la pro­ piedad, el cultivo del tabaco y la noción de libertad, gracias a la ex­ pansión de la esclavitud,30 los comités reflejaron también el orden existente de una sociedad que seguía regida por las necesidades e inte­ reses de su clase de plantadores. Maryland también se unió a la revolución por iniciativa de la élite de plantadores, pero no era como en Virginia una sociedad en que los blancos estaban unidos, ni donde todo era esclavitud y tabaco. Las tie­ rras del este, entre la bahía de Chésapeake y el Atlántico, eran de agri­ cultura familiar, y más al norte, tanto blancos pobres como negros li­ bres cultivaban trigo, no tabaco. Así, a diferencia de Virginia, negros y blancos pobres se unieron a los tories frente a los plantadores, al tiempo que en la milicia había un intenso republicanismo rad ical31 Tampoco en las Carolinas los plantadores controlaban a los blancos pobres. En las zonas rurales del oeste estaba aun muy presente la re­ presión al Movimiento Regulador y cuando los británicos invadieron el bajo sur, todo el interior de las Carolinas se enzarzó en una san­ grienta guerra civil.

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En la frontera de Nueva York también hubo una guerra civil que duraría siete años. Los pequeños propietarios y comerciantes del con­ dado de Tyron, descontentos con el estilo de vida aristocrático y el control económico del valle ejercido por la familia Johnson, se organi­ zaron en un cóiiiité para ayudar a Boston primero y repartirse las ricas tierras de los Johnson después. La respuesta de los Johnson fue opo­ nerse violentamente a «los patriótas» con la ayuda de sus arrendatarios católicos escócésés y de los indios iroqueses, a los que la familia había tratado bien. Én otoño de 1775, los Johnson y sus aliados huyeron a la frontera del Niágara, pero la guerra civil continuaría hasta lograr la in­ dependencia.32 Sin embargo, en la ciudad de Nueva York, como en Boston y Filadelfia, sería la clase media radical la que se haría con el poder desplazando a la élite mercantil. Filadelfia, el centro económico, político y cultural de las colonias en 1774, pasó a convertirse tras las «leyes intolerables» en la ciudad más radical de las colonias americanas. La ciudad tenía una población cosmopolita f diversa de 30.000 habitantes en la que, aparte de los grupos cuáqueros originarios, había también anglicanos y católicos, así como inmigrantes recientes alemanes e irlandeses. El 50 por 100 de ía población éran artesanos y el resto aprendices, jornaleros, marineros o pobres. La élite de ricos comerciantes cuáqueros y anglicanos domi­ nó la vida política de la ciudad hasta 1774, a través de la Corporación de la Ciudad de Filadelfia — compuesta por doce hombres que no tení­ an que enfrentarse ni a town meetings, ni a elecciones abiertas— y ía Asamblea provincial de Filadelfia, dominada por los moderados, que se había mantenido muy al margen del movimiento de resistencia. Los artesanos, que podían votar, a raíz de la lucha contra los im­ puestos británicos comenzaron a plantear una organización política in­ dependiente, que cristalizó en 1770 cuando formaron la Sociedad Pa­ triótica para promover a sus candidatos políticos artesanos y luchar contra la importación de manufacturas británicas. Tras las «leyes into­ lerables», cuando sé reanudaron las protestas contra Inglaterra, un gru­ po de jóvenes mercaderes y abogados, principalmente presbiterianos, apoyados por pequeños comerciantes y la comunidad artes ana, toma­ ron el control del movimiento de resistencia, formando un Comité de doce miembros. Desde los comités, esta clase media radical fue des­ plazando del poder a la élite moderada, derrocando en junio de 1776 a la vieja Asamblea provincial. Aún más radical fue la politización de los artesanos más pobres, oficiales, aprendices, jornaleros o peones, sirvientes, a través de la milicia entre 1775 y 1776. Para estos grupos

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excluidos de la política colonial, que expresaban esporádicamente su descontento a través de la multitud, la milicia fue una escuela de de­ mocracia, un primer peldaño en la transición de «la multitud» a la po­ lítica organizada. Sus demandas de poder elegir a sus oficiales cada dos años en votación secreta, sufragio universal masculino — sin limi­ taciones de edad o propiedad— y servicio militar universal fueron la expresión más radical de la revolución en Pensilvanía y en todas las colonias americanas.33 A pesar de esta diversidad de situaciones, en general la revolución comenzó cuando las élites coloniales lucharon por mantener el poder en las Asambleas provinciales frente a los gobernadores — Massachu­ setts, Virginia— y en esta lucha comenzó una sustitución del poder monárquico y la administración federal por los nuevos poderes de los comités y las milicias. En la mayoría de los casos las antiguas élites, con la incorporación de la clase media, siguieron controlando los nue­ vos poderes revolucionarios, pero en las principales ciudades — Bos­ ton, Nueva York, Filadelfia— , los nuevos estratos sociales de la clase media se hicieron con el poder incorporando a los blancos pobres. To­ das las situaciones revolucionarias tuvieron en común la formación de grandes alianzas, que iban de las élites a la clase media y el populacho. En ese momento el enfrentamiento principal no era entre pobres y ri­ cos, sino entre patriotas y cortesanos, entre aquellos que querían a su país y eran libres e independientes y aquellos cuya posición y rango provenía artificialmente desde arriba, por herencia o relaciones perso­ nales, que finalmente dependían de la Corona o la corte.34 La toma de partido se aceleró con los primeros enfrentamientos ar­ mados entre la milicia de Massachusetts y el Ejército británico en abril de 1775. La lucha en Lexington y Concord dejó un saldo de 275 sol­ dados y 95 patriotas muertos y tuvo como consecuencia el aumento de la solidaridad intercolonial y el asedio a los británicos en Boston des­ de los puertos de Charleston y Dorchester. La respuesta de los britá­ nicos fue enfrentarse a los colonos en junio de 1775 en Bunker Hill, obteniendo el general William Howe una víctóriá p riie a , pues el me­ jor ejército de! mundo consiguió conquistar la fortaleza al precio de 1.000 bajas británicas -—más del 40 por 100 de las tropas— , las mayo­ res bajas que los británicos tendrían en siete años de guerra. Para los americanos fue una victoria moral, que aceleró su apuesta por la inde­ pendencia. El comienzo de la lucha armada hizo que la principal función del Segundo Congreso Continental reunido en Filadelfia fuera asumir las

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tareas del gobierno central para las colonias. Como tal, decidió crear on Ejército continental al mando de George Washington, comandante e n jefe de la milicia de Virginia, emitir moneda para financiarlo y for­ mar un Comité para negociar con otros países. Pero el Congreso aún tardaría más de un año en declarar la independencia. Los representan­ tes de las colonias en el Congreso estaban de acuerdo en que debían defenderse frente a la conspiración del Parlamento y la Corona, pero la mayoría de ellos no pensaba que el problema fuera el imperio en sí. Declararan la independencia o no, la guerra había empezado ya. El 23 de agosto de 1775, Jorge III proclamó a las colonias en rebelión. En diciembre de 1775 todos los barcos norteamericanos podían ser con­ fiscados por los buques de guerra británicos. En invierno de 1775-1776 los colonos intentaron infructuosamente la conquista de Canadá para que los canadienses se les unieran en la lucha contra Inglaterra, pero sufrieron una dura derrota en Québec. Por esas fechas, los rebeldes comenzaron a tener claro por qué lu­ chaban. En enero de 1776 se publicó en Filadelfia Common Sense (el sentido común), el primer texto que demostraba que la lucha contra In­ glaterra debía ser por la independencia inmediata y la república igualita­ ria. Su autor era el británico Thomas Paine, editor hasta hacía poco del Pennsylvania Magazine, que había llegado a Filadelfia en 1774 — tras haber sido expulsado del cuerpo de recaudadores de impuestos por exigir un aumento de sueldo, perder sus bienes y separarse de su segun­ da esposa-—, para iniciar a sus treinta y siete años una nueva vida en América, pues como muchos de sus compatriotas creía que «era tierra de abundancia e igualdad, donde los méritos individuales, y no el ran­ go social, ponían los límites de los logros humanos». Hijo de un corsetero cuáquero de Norfolk, sus intentos de escapar del oficio familiar que detestaba y ascender socialmente -—como pro­ fesor de inglés o recaudador de impuestos— fracasaron; si bien su re­ corrido por distintas ocupaciones le proporcionó una formación inte­ lectual y política y un conocimiento de los límites del sistema político británico.35 La primera influencia del padre cuáquero le había hecho partidario de cierto igualitarismo, que rechazaba las jerarquías tanto en la Iglesia como en el Estado. Su educación y autoeducación le hizo re­ belde a la inmovilidad del sistema social británico y particularmente sensible a la imposibilidad de promoción personal. La experiencia como recaudador de impuestos le permitió observar las aflicciones que éstos causaban a la población y en su estancia en Londres conoció los barrios bajos de la ciudad y entró en contacto con el mundo popular-

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radical del artesanado londinense, de donde vino su interés por la cien­ cia —«que le hacía olvidar las preocupaciones diarias y pensar en pro­ blemas universales», así como conocer a Benjamín Franklin— y la vi­ sión milenarista-radical de un cambio total en la condición humana. También en Londres estuvo en contacto con todo el movimiento de oposición al gobierno y a la estrecha representación parlamentaria, que cristalizó en la elección parlamentaria de John Wilkes y su enorme se­ guimiento popular en el movimiento Wilkes and Liberty, que dominó la política de la ciudad entre 1768-1770. Thomas Paine llegó a las colonias americanas en las mejores con­ diciones posibles* Era libre, cuando la mayoría de los que emigraban a las colonias eran esclavos africanos o sirvientes contratados europeos, y pudo pagarse un pasaje en prirrtera clase: Era una persona instruida, tenía cartas de recomendación de Benjamín Franklin y llegaba a Fila­ delfia, la capital económica y política de Estados Unidos, cuando la ciudad se encontraba en plena efervescencia política y la clase media de artesanos y tenderos estaba encontrando su voz y su lugar político. Con la carta de presentación de Franklin consiguió un trabajo como editor en The Pennsylvania Magazine, lo que le permitió trabar amis­ tad con el médico de Filadelfia Benjamín Rush, así como con otros destacados patriotas cómo George Washington o Thomas Jefferson, quien se convertiría en gran amigo suyo. Con su bagaje de resenti­ miento hacia Inglaterra y su conocimiento del funcionamiento y los límites del sistema político inglés, observó los enormes cambios que estaban teniendo lugar en las colonias y los interpretó como la posibi­ lidad de construir un nuevo mundo y un nuevo sistema político. Con un lenguaje sencillo, directo y muy libre, sin eitas en latín, uti­ lizando como única autoridad la Biblia, Thomas Paine se dirigía a esos artesanos y pequeños agricultores, que ya estaban participando en la re­ volución y peleando contra Inglaterra mientras se planteaban la conve­ niencia de la independencia. Common Sense arrancaba primero con una crítica demoledora de la Constitución inglesa — «tan extraordinaria­ mente compleja, que la nación puede sufrir durante años seguidos, sin que sea capaz de descubrir dónde descansa la falta»—36 y de la supues­ ta superioridad de la monarquía británica —aunque supera regímenes tiránicos «es imperfecta, sujeta a convulsiones e incapaz de producir lo que decía prometer ... no consigue acabar con la tiranía real»—-;37 con­ tinuaba con una crítica igualmente demoledora de la monarquía heredi­ taria y del supuesto derecho divino de ésta, utilizando la Biblia y de­ mostrando que Dios está contra el gobierno monárquico.

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Después pasaba a analizar en una segunda parte la situación de las colonias en ese momento y los pros y contras de la independencia. Su diagnóstico a favor de ésta era primero económico: beneficiaría a la manufactura y al comerció, favorecería la llegada de inmigrantes y permitiría estar en paz con Francia y España. En segundo lugar, creía que América tenía potencial humano y territorial para favorecer la ex­ pansión económica y defenderse en la lucha contra Inglaterra, tanto con sus propios medios, como con la ayuda de sus posibles aliados; ayuda que solamente conseguiría si se separaba de Gran Bretaña, Fi­ nalmente para eliminar el miedo a la independencia, trazaba el plan de gobierno igualitario, republicano y democrático que debía sustituir a la antigua política colonial, pues consideraba que América tenía la posi­ bilidad de alumbrar «un nuevo mundo, y una raza de hombres, quizá tan numerosa como todos los que hay en Europa, recibirá su parte de libertad en unos pocos meses».38 A los tres meses de la publicación de Common Sense se habían vendido más de 100.000 copias y su impacto fue enorme en convencer a muchos sectores de la población americana de que la única solución era la independencia inmediata. A principios de la primavera de 1776, el Congreso continental abrió los puertos norteamericanos a todo el comercio extranjero y autorizó el equipamiento de corsarios para lu­ char contra los enemigos de Norteamérica. En mayo, el Congreso re­ comendó a las colonias que adoptaran nuevos órganos de gobierno «b&jo la autoridad del pueblo» y suprimieran cualquier tipo de autori­ dad monárquica. En jimio, el Congreso encargó la elaboración de una Declaración de Independencia a una comisión, formada por Benjamín FranMin, John Adams, Roger Sherman, Robert R. Livingston y Tilo­ mas Jefferson, que se encargó de su redacción. Thomas Jefferson, representante de Virginia en el Segundo Congre­ so Continental, no era buen orador, pero desde la crisis de las relaciones anglocoloniales de 1772-1774, se había destacado en la Asamblea de Virginia porque sus escritos eran los más radicales — partidario de constituir Comités de Correspondencia intercoloniales y de la solidari­ dad con Massachusetts— y los mejor escritos. Hijo de un plantador de tabaco y miembro de la Cámara de Representantes de Virginia, a su ra­ dicalismo político y talento como escritor, unía una sólida formación clásica y jurídica y una curiosidad insaciable, que le hicieron la perso­ na idónea para redactar la Declaración de Independencia, que tras ser alterada en sus aspectos más radicales — como la mención a la aboli­ ción gradual de la esclavitud---, fue casi totalmente obra suya.39

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La Declaración de Independencia era la expresión de las ideas del contrato de gobierno de John Loclce y de la Ilustración, pero tenía tam­ bién la impronta de la radicalidad de Common Sense y la influencia de los acontecimientos que las colonias estaban viviendo. Sus primeras palabras se referían a la igualdad de todos los hombres y a declarar uni­ versales derechos como la vida, la libertad y el alcance de la felicidad, restringidos a los ingleses nacidos libres. Este comienzo, como hiciera Paine en Common Sense, convertía ya la causa de América en la causa de toda la humanidad. Consecuentemente, el pueblo de América -—y no solamente los blancos con propiedad-— tenía derecho a destituir a los gobiernos tiránicos, como Gran Bretaña, y elegir a sus gobernantes. A continuación, en la parte más extensa de la Declaración, enu­ meraba los ataques que el rey había perpetrado contra la autonomía política colonial, la administración y la economía de las colonias. Detallaba después todos los agravios concretos, con que la Corona respondió a las protestas contra el aumento de la imposición británi­ ca. Y finalmente concluyó que, al no obtener reparación «ni del rey, ni de nuestros hermanos británicos, las colonias unidas se declaraban “una entidad política separada del imperio británico’5y Estados libres e independiantes». Tras un acalorado debate, La Declaración de Independenciale aprobó en el Segundo Congreso Continental el 4 de julio de 1776: La Declaración de Independencia, con su lenguaje de libertad e igualdad, sirvió para unir a los distintos sectores sociales en uná güerra de siete años y medio contra Inglaterra. Sin embargo, este lenguaje ra­ dical del preámbulo, así como el derecho de los pueblos a rebelarse, no tenía entonces la trascendencia histórica que tuvo después, como prin­ cipio legal e ideológico de todos los movimientos reformistas y radi­ cales estadounidenses. En los años de la guerra de Independencia y al principio de la república, la declaración era solamente un documento de independencia y se le daba poca importancia política al preámbu­ lo.40 A pesar de que justificaba el cambio revolucionario de gobierno, no fue utilizada durante la revolución y la guerra como referencia por las Constituciones de los Estados, ni por los radicales, y entre 1790 y 1815 no hubo consenso respecto a ella, siendo utilizada de forma par­ tidista por republicanos y federalistas en el período de. mayor división política de la historia de Estados Unidos. Mientras los republicanos de Jefferson la defendían, los federalistas la denigraban por ser antibritá­ nica y justificar la revolución.

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U na g u e r r a r e v o l u c i o n a r i a POR LA INDEPENDENCIA, 1776-1783 Tras el 4 de julio de 1776, los trece Estados Unidos de América,ya oficialmente independientes y separados de la Corona británica, lu­ chaban por expulsar al «invasoD> de su territorio, al tiempo que comen­ zaban a elaborarse las Constituciones republicanas de los Estados. Esta visión patriota de la guerra era compartida quizá por 500.000 per­ sonas —-el 20 por 100 de la población— : aquellos 120.000 que compra­ ron Common Sense en los tres primeros meses de 1776 y ios cientos de miles que compraron las 26 ediciones que se hicieron en el mismo año, así como los que leyeron y discutieron;41 pero otro 20 por 100 de la población, los llamados lories y permanecían leales a la Corona y no consideraban su país invadido. Los tories o leales eran especialmente importantes en Nueva York y los otros estados del Atlántico medio, así como en el sur profundo. Pertenecían a todos los sectores sociales, pero predominaba aquella élite que ocupaba cargos oficiales y se be­ neficiaba de esta situación política; 100.000 de ellos huyeron a Cana­ dá, las Indias Occidentales o Gran Bretaña y 40.000 lucharon en el Ejército británico.42 Aunque la mayoría de la población norteamerica­ na era indiferente o neutral, pues no estaba dispuesta a arriesgar su vida y propiedades en una guerra contra el país más poderoso del mundo. Efectivamente, en el planteamiento de una guerra convencional del siglo x v i i i las fuerzas británicas parecían muy superiores. Enviaron a Norteamérica un ejército profesional de 44.000 hombres, que en 1778 ascendió a 50.000, completado con 30.000 mercenarios, principalmen­ te alemanes del estado de Hesse. La mitad de los barcos de su aun po­ derosa Armada participó inicialmente en el conflicto, y en territorio americano contaban con la alianza de los indios como norma general, la colaboración de la población tory, a la que creían muy superior, y con convencer a los indiferentes. El Ejército continental dirigido por George Washington partió de la nada. A pesar de que la Declaración de Independencia remarcaba la soberanía de los trece Estados y su recha­ zo a un poder central fuerte, el Congreso Continental decidió en 1775 que para luchar contra los británicos había que hacerlo con un solo ejército, pues daría un sentido de unidad a la lucha de la nueva nación y facilitaría el apoyo externo. Sin embargo, crear el Ejército continen­ tal no fue fácil. Las milicias de los Estados -—4a forma tradicional de defensa de las colonias por sus ciudadanos — servían para la defensa

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local, pero eran reacias a desplazarse a otros Estados y a integrarse en el Ejército, por lo que el Congreso tuvo que recurrir a la llamada de vo­ luntarios en los distintos Estados, y cuando éstos fueron insuficientes, al alistamiento. Pero tanto la llamada de voluntarios como el alista­ miento y la financiación del Ejército dependía de los distintos Estados. George W ashington tuvo siempre problemas para financiar el Ejér­ cito y mantener un número permanente de soldados, 'Su tamaño osciló de 50.000 a 20.000 hombres» llegando a 1,000 hombres en los peores momentos del invierno de 1776-1777. Por otro lado, ni Washington ni sus oficiales pensaban inicialmente que sus hombres tuvieran siquiera la apariencia de soldados. Pasados los primeros momentos de entu­ siasmo, los que mantuvieron el Ejército y lucharon en él de forma per­ manente no fueron los blancos con propiedad, sino los blancos pobres, trabajadores itinerantes, inmigrantes alemanes e irlandeses, sirvientes contratados, presidiarios, nativos americanos, esclavos negros, todos ellos atraídos por la recompensa económica (20 dólares), la posibili­ dad de acceder a la propiedad (40 acres de tierra), la concesión de la ciudadanía o la promesa de libertad.43 Aún peor era la falta de oficiales expertos, principalmente ingenieros, que el Ejército continental tuvo que reclutar en Francia, Alemania y Polonia. El propio comandante en jefe, George Washington, sólo había sido coronel de regimiento de la milicia de Virginia, no tenía experiencia en el combate, ni en mover grandes ejércitos. Estos indicios llevaron a los británicos a pensar que los norteame­ ricanos no resistirían mucho y podían vencerlos en una batalla decisi­ va; sin embargo las apariencias escondían enormes desventajas para los británicos. A 5.000 km de distancia de Inglaterra, tuvieron grandes problemas de comunicación y logística y se vieron obligados a vivir sobre el terreno. Con un Ejército relativamente pequeño tenían que conquistar un territorio enorme, donde la autoridad estaba fragmenta­ da y dispersa, y no facilitaba «las acciones decisivas».44 Tampoco en­ tendieron, hasta 1778, que se trataba de una guerra diferente, una guer­ ra revolucionaria, que exigía métodos de lucha no convencionales, así como el apoyo de la población civil. Si los británicos tenían que atacar, Washington comprendió que su estrategia debía ser defensiva, evitan­ do una confrontación directa y acosando el abastecimiento enemigo con escaramuzas. De acuerdo con esta valoración inicial que hicieron los británicos de las fuerzas enemigas, en 1776 y 1777 las Fuerzas Armadas británi­ cas siguieron una estrategia de guerra convencional, que perseguía

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vencer al enemigo en una batalla decisiva y mostrar una actitud favo­ rable a la pacificación y la negociación. De esta forma, sin una lucha costosa, podía restaurarse rápidamente el control político y restablecer la legitimidad de la autoridad de la Corona ante los colonos.45 Para ma­ terializar este plan los británicos trasladaron su base de operaciones de Boston a Nueva York, donde había más tories entre la población, era un puerto más importante y tenía mejores vías de comunicación con el interior de América. Los ejecutores de este pían y de esta estrategia fueron los hermanos Howe. Richard Howe, al mando del grueso de la Armada, y William Howe, con un E jércitode 34.000 hombres, logra­ ron expulsar a Washington de Nueva York — pero no lo aplastaron— y le obligaron a retirarse a New Jersey, donde las milicias locales que controlaban las poblaciones se desintegraban, siendo reemplazadas por las milicias tories y 5.000 civiles “ incluido un firmante de la Decla­ ración de Independencia— , pensando que el final de la rebelión estaba cerca, aceptaron las ofertas de perdón del enemigo y juraron lealtad a la Corona. En el invierno de 1776-1777, Washington se había refugiado en Fi­ ladelfia, cansado, desprestigiado y con un Ejército de solamente 3.000 hombres; pero en un golpe de audacia, el día d e Navidad cruzó el río Delaware y capturó a 1.000 prisioneros alemanes en el fuerte Trento. Unos días después, en enero, capturó el fuerte Princeton. Éstos golpes de efecto, en el momento más bajo para la causa rebelde, hizo alentar nuevas esperanzas a los norteamericanos y aunque el invierno fue du­ rísimo para el Ejército, sin hombres — entre 1.000 y 800— , ni medios, acabaron obligando a los británicos a retirarse d e los lugares más ex­ puestos. La violencia de las tropas alemanas sobre la población civil hizo el resto y New Jersey cayó otra vez rápidamente bajo control in­ surgente. ............. Las campañas de 1777 fueron una continuación de: la estrategia de 1776. Había que destruir y dispersar al principal Ejército enemigo y aislar Nueva Inglaterra —columna vertebral de la rebelión—-, ganando el control del valle de Hudson. William Howe había propuesto una es­ trategia inicial que consistía en enviar un ejército Hudson arriba, para unirse al que bajara de Canadá, a fin de aislar Nueva Inglaterra del res­ to de las colonias. También propuso alternativamente tomar Pensilvania, dando por supuesto que habría más colaboración por parte de la población civ il Debido a problemas de comunicación con Inglaterra y a un conflicto de autoridades, el primer plan fue ejecutado por el ge­ neral John Burgoyne, que marchó a recuperar el fuerte Ticondega con

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un ejército de 8.000 hombres» entre los que había 3.000 alemanes y va­ rios cientos de indios. Cerca de Albany, Burgoyne tenía que reunirse con una fuerza adicional mandada por el teniente coronel Barry St, Leger, que se desplazaría hacia el este, a través del valle de Mohawk, y con el general Howe, que avanzaría hacia el norte desde Nueva York, a través de valle de Hudson. Pero St. Leger fue derrotado y detenido en el valle de Mohawk, mientras que Howe decidió ejecutar su segundo plan de tomar Filadelfia. William Howe consiguió conquistar Filadel­ fia y derrotó a Washington dos veces, aunque el Ejército continental demostró por primera vez ser capaz de librar un combate organizado. Sin embargo Howe no encontró en Filadelfia el apoyo de la población que esperaba y la toma de la ciudad le impidió reunirse con Burgoyne, cuyo ejército avanzaba lentísimamente por el valle de Hudson, hosti­ gado por las milicias de Nueva Inglaterra. Cuando Burgoyne llegó a Saratoga, con un ejército muy mermado, se enfrentó a un gran ejército norteamericano de más de 10.000 hombres, al mando del general Ho­ rario Gates. Tras dos sangrientas batallas, Burgoyne se rindió a los nor­ teamericanos con sus 5.700 hombres el 17 de octubre de 1777.46 Saratoga cambió el curso de la guerra. La tremenda derrota de Sa­ ratoga demostró a los británicos que no podían vencer rápidamente a los rebeldes en Una batalla decisiva, por lo que intentaron acabar con la guerra ofreciendo a los norteamericanos una vuelta a la situación ante­ rior de 1763 y un aumento del control de sus asuntos. La victoria nortea­ mericana convenció a los enemigos europeos de Gran Bretaña de que era el momento de la venganza. Francia, que desde el principió había ayudado oficiosamente a los rebeldes, firmó en 1778 un acuerdo co­ mercial con Estados Unidos y un tratado que garantizaba la ayuda francesa a la independencia norteamericana;47 España, que quería re­ cuperar Menorca y Gibraltar, se alió con Francia en 1779 contra Ingla­ terra. Al año siguiente, Gran Bretaña declaró la guerra a los holande­ ses, que seguían comerciando con franceses y norteamericanos, y Suecia, Dinamarca y Rusia se unieron en la Liga de la Neutralidad Ar­ mada, cerrando el Báltico a los barcos de guerra británicos en respues­ ta a las interferencias británicas en su comercio. Con una Inglaterra aislada diplomáticamente y una guerra que se había convertido en un conflicto mundial disputado en varios conti­ nentes — mar Mediterráneo, África, la India, el Caribe— contra los imperios francés y español, algunos políticos como lord North creían que el conflicto no valía lo que costaba. Sin embargo, el rey y su es­ tratega lord George Germain aun consideraban que si la mayoría de los

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norteamericanos fuera libre apoyaría a la Corona. Temían también que la independencia de Norteamérica fuera el comienzo del desmembra­ miento del imperio británico. Tras la derrota de Saratoga, el mando británico fue asumido por sir Henry Clinton, que adoptó una estrategia defensiva en el norte —eva­ cuando Filadelfia y utilizando sus bases en Nueva York, para realizar una campaña de asedio costero— , mientras sus aliados indios pre­ sionaban en el interior a los rebeldes. Con esta táctica se llegó a una situación de impasse en el norte, con el Ejército de Washington recu­ perado uas el penoso invierno de 1777-1778 en Valley Forge, Pensilvania.48 A partir de entonces, el Ejército y la Marina británicos dirigie­ ron sus esfuerzos militares principales al sur y las Antillas, La nueva estrategia militar iniciada en 1778, a diferencia de las an­ teriores, no trataba la guerra ni como un conflicto de orden público, ni como una guerra convencional, sino como una guerra revolucionaria en la que lo más importante era contar con el apoyo de la población ci­ vil.49 Por este motivo, pensando que había una mayor proporción de población leal en el sur, la estrategia se centraba en conseguir primero el control de alguna colonia importante en el sur profundo y restaurar completamente el gobierno monárquico civil, para después ir exten­ diendo poco a poco el Ejército hacia el norte, mientras se esperaba que los colonos leales de cada población pacificarían gradualmente los te­ rritorios rebeldes. También había una razón de política interna británi­ ca en la elección de esta estrategia, pues el rey y el gobierno habían de­ fendido el costo creciente de la guerra ante el Parlamento, porque «Inglaterra debía defender a los leales norteamericanos contra la ven­ ganza de los rebeldes».50 La elección del sur era aparentemente correcta, pues excepto en Virginia, la situación era políticamente más débil para la causa rebel­ de; pero también constituía una situación mucho más complicada de lo que los ingleses habían supuesto. Las élites estaban fraccionadas entre whigs y tories. La élite de plantadores no contaba con el apoyo de la mayoría de los blancos pobres para la defensa armada de la causa re­ belde. Las enormes desigualdades de riqueza — el 20 por 100 de la po­ blación controlaba el 75 por 100 de todos los bienes, y el 10 por 100 en la cúspide el 50 por 100— y la exclusión política de la mayoría de los blancos,51 convirtió a éstos en desafectos o neutrales, dispuestos a apo­ yar a los tories si exigían menos sacrificios que los rebeldes. En cuan­ to a la enorme población esclava — entre el 40 y el 45 por 100 de la po­ blación— , amenazaba con aprovechar cualquier crisis de autoridad

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para protagonizar una insurrección y era susceptible de ser cortejada por los británicos o los tories. Pero esta falta de legitimidad de la élite se convirtió en crisis de po­ der durante la revolución y la guerra, en una situación de anarquía, en donde una sociedad Muy fraccionada expresó sus resentimientos y frustraciones en úna guerra civil violenta y latente, especialmente en el sur profundo, ya que las concesiones económicas y políticas que la éli­ te whig hizo a la mayoría de Jos blancos en el alto sur,52 le permitió mantener una frágil autoridad durante la guerra, Esta situación de caos fue aprovechada por los británicos para con­ quistar Savanna a finales de 1778 y toda la débil y expuesta Georgia, organizando 20 milicias leales y consiguiendo que L400 georgianos juraran lealtad al rey. Después lograron conquistar el puerto de Char­ leston en Carolina del Sur, organizando en el interior milicias leales condado por condado, así como partidas militares que hacían una guer­ ra irregular contra las partidas rebeíldés. Pero a partir de la primavera de 1780, una guerra civil extremada­ mente cruel se extendió por todo el bajo sur hasta 1783, sin que ningu­ no de los dos Ejércitos pudiera mantener el orden. Mientras los sóidados cambiaban con facilidad dé bando, uniéndose a quien podía ganar, los lories y los whigs se perseguían a muerte y el asesinato y el bandi­ daje se había convertido en una forma de vida. Las cosas empezaron a cambiar en 1781, cuando los británicos de­ cidieron atacar ¡Carolina del Norte y el general Nathaniel Green se hizo cargo del Ejército rebelde en el sur. Este cuáquero de clase media y educación mediocre comprendió que la única forma de conseguir la victoria en el bajo sur era restablecer el orden y hacer una guerra para ganarse políticamente a la población y popularizar la revolución. Esto significaba dividir su ejército en pequeñas partidas para hostigar a los británicos, no enfrentarse de momento a ninguna batalla decisiva y tra­ tar a los habitantes con consideración y magnanimidad para conseguir que la población indiferente fuera ganada para la causa,53 Esta táctica de Green hizo fracasar los intentos británicos de pacificación del inte­ rior de las Carolinas y con ello toda la estrategia del Ejército británico, que se vio obligado a confinarse en los puertos principales y a em­ prender otra vez operaciones convencionales, las cuales tenían como objetivo primordial la destrucción del Ejército rebelde. Charles lord Cornwallis se dispuso a atacar Virginia y en su avan­ ce se detuvo a esperar la ayuda del general Clinton y la protección de la flota en Yorktown, pequeño puerto situado en la bahía de Chesape-

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ake. Pero ia flota británica, muy anticuada y mermada tras la guerra franco-india,34 tenía que enfrentarse a las Armadas más potentes y mo­ dernas de Francia y España, intentar proteger lasIndias Occidentales y apoyar el ataque al sur. Por eso no pudieron llegar a tiempo a Yorktown para respaldar a Comwallis, mientras sí pudieron hacerlo las flo­ tas de los almirantes Barras y De Gasse, al tiempo que los Ejércitos franceses y norteamericanos lo cercaban por tierra, no dándole otra oportunidad que la rendición incondicional de su Ejército de 8.000 hombres a Washington, el 17 de octubre de 1781. La guerra se podía dar por concluida. Aunque los británicos si­ guieron luchando durante dos años en el Mediterráneo y las Indias Oc­ cidentales, en Norteamérica fueron cediendo guarniciones a los norte­ americanos, que habían conquistado su independencia en una guerra sangrienta y larga. Al final, aparte de la decisiva ayuda exterior, fue también fundamental la politización progresiva de la población norte­ americana durante la guerra, tanto por las acciones del Ejército britá­ nico, como por el papel irregular, pero constante, de la milicia. Los norteamericanos no podían firmar la paz por separado con Gran Bretaña, desde que en 1778 firmaron el tratado de Alianza con Francia; pero temiendo que la espera hasta que España recuperara Gi~ braltar pudiera hacer perder la causa de la independencia y la repúbli­ ca, Benjamín Franklin, John Adams y John Jay decidieron negociar solos con Gran Bretaña. Explotando el temor de los británicos a la po­ sibilidad de una alianza estrecha entre Estados Unidos y Francia, los negociadores norteamericanos consiguieron unos términos de paz muy generosos para Estados Unidos. Gran Bretaña no solamente reconocía la independencia de sus colonias en Norteamérica, sino unos límites para el nuevo país mucho más extensos de lo que los franceses y sobre todo los españoles estaban dispuestos a apoyar. Estados Unidos llega­ ba hasta el Mississippi por el oeste, hasta la actual frontera de Canadá por el norte y hasta el paralelo 31 por el sur. Una vez conseguido este acuerdo, convencieron a los franceses para que lo aceptaran, en aras del mantenimiento de la fortaleza de su alianza, y España tuvo enton­ ces que abandonar sus exigencias sobre Gibraltar, aceptando a cambio la devolución de Florida oriental y occidental,55 De la paz de París (septiembre de 1783) salió una nueva república en el Nuevo Mundo, que había ganado su independencia en una gue­ rra contra el país más poderoso de la tierra. Su régimen republicano, el compromiso con los valores de la Ilustración, la apuesta por el libre co­ mercio, la paz, el individualismo y el capitalismo, y la propia indepen-

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ciencia, eran un desafío en medio de un continente donde el resto de los territorios seguía siendo colonia de los grandes imperios europeos. No menos importantes fueron los efectos sociales y políticos de la guerra y la revolución sobre la sociedad norteamericana.

EFECTOS SOCIALES Y POLÍTICOS DE LA GUERRA: BLANCOS LIBRES E IGUALES

Inevitablemente la experiencia de una guerra revolucionaría de ocho años contra Inglaterra, en la que 200.000 hombres lucharon en el Ejército continental y las milicias en uno u otro momento y la mayoría de la población se vio envuelta en el conflicto, alteró la naturaleza de la coalición revolucionaria y las sociedades de los distintos Estados. Las tierras y propiedades de la Corona y los tories huidos fueron confiscadas y subastadas por los gobiernos revolucionarios de los Es­ tados. No hubo vacío de poder, pero sí renovación de las élites. En ge* neral las élites coloniales que habían dirigido la revolución ocuparon el espacio dejado por las familias tories, permitiendo también el ascenso de nombres y caras nuevas procedentes de la clase media. De Nueva York huyeron Ibs De Lancey, De Preyster, Walton y Crueger, relacio­ nados por parentesco y matrimonio con la mitad de la aristocracia del valle de Hudson; de Pensilvania huyeron los Penn, Alien, Chew, Hamilton y Shippen; en Boston, el destierro en 1778 de 46 comerciantes, entre los que estaban las familias más ricas — los Erving, Winslow, Clark y Lloyd— , permitió el ascenso social de los Higginson, Lee, Jackson Cabot y Lowell, que se convirtieron en la nueva élite mercan­ til de Boston.56 No en vano la transformación de la protesta de las élites coloniales contra el aumento del control y la imposición británica, en una guerra por la independencia y la república, había convertido a la clase media de propietarios y artesanos en el eslabón principal de la coalición re­ volucionaria. Ellos eran el prototipo del ci u dadan o repu blic an o, que podía ser libre y virtuoso por el hecho de ser independiente. Extender a la mayoría de los varones blancos esta independencia era el objetivo de la igualdad republicana. La victoria de Estados Unidos en la guerra aumentó esa posibilidad a costa de los nativos americanos. Éstos no formaban parte de la coali­ ción revolucionaria y sabían muy bien que la victoria de Estados Unidos podía ser el comienzo de su extinción. La lucha de los nativos.america-

r e v o lu c ió n , in d e p e n d e n c ia y c o n s tr u c c i ó n n a c i o n a l

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nos por defender sus tierras frente a la intrusión de los colonos america­ n o s había comenzado ya en 1750, cuando éstos se aliaron primero con los franceses y después con los británicos. La proclamación real de 1763 intentó acabar con la guerra de Liberación India, reconociendo a las na­ ciones indias la posesión de las tierras al oeste de los Apalaches, pero no pudo detener las ocupaciones ilegales de los colonos de Virginia en el valle de Ohio. La respuesta de la Corona a esta violación fue extender en 1774 las fronteras de Québec hasta el río Ohio — Ley de Québec— , anulando así las conquistas territoriales de Virginia. Durante la guerra de Independencia, la mayoría de las naciones in­ dias se alió con la Corona para proteger sus tierras. Tras la guerra, Es­ tados Unidos asumió que la victoria contra Inglaterra les había dado au~ ' temáticamente los derechos de conquista sobre las tierras indias, por lo que en lugar de negociar compras o cesiones de tierras, asignaron uni­ lateralmente las fronteras de las reservas indias. Los indios del oeste, que no pensaban que habían sido conquistados, lucharon otra vez para defender sus tierras, hasta que en 1794, el general Anthony Wayne de­ rrotó a la Confederación de Indios del Oeste en la batalla de Fallen Timbers. En 1795, el tratado de Grenville consiguió finalmente la paz. El tratado, que consideraba a la naciones indias como naciones extran­ jeras, se comprometía a reconocer el derecho de los indios a disfrutar sin ser molestados de las tierras al oeste del Mississippi, a cambio de cesiones de tierras en el territorio del noroeste — que en 1803 se con­ vertiría en el Estado de Ohio— . Estas tierras solamente podían ser ven­ didas a Estados Unidos cuando las tribus quisieran, mientras tanto el gobierno federal se comprometería a defenderlas de cualquier intrusión del hombre blanco/17 Las nuevas tierras del oeste ofrecían la posibilidad de movilidad y ascenso social a los blancos pobres — trabajadores, sirvientes contrata­ dos, inmigrantes alemanes e irlandeses— que habían sostenido de for­ ma permanente el esfuerzo bélico, en el ejército y las milicias, politi­ zándose y radicalizando la coalición revolucionaria. La contrapartida fue la promesa de extensión de la igualdad republicana a estos secto­ res. El impulso revolucionario favoreció la casi total desaparición de la servidumbre contratada, inició la primera oleada democratizadora, que fue convirtiendo un régimen representativo en una democracia para hombres blancos, y dio la posibilidad de acceder a la propiedad de las : nuevas tierras del noroeste. También unos cientos de esclavos negros lucharon por su libertad en el Ejército continental, y muchas mujeres participaron activamente

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en la protesta contra Inglaterra y en él esfuerzo bélico en el frente y la retaguardia; pero su recompensa no fue exactamente la igualdad repu­ blicana. La gueiTa de la independencia y la revolución no abolieron la es­ clavitud, que se reforzó en el sur profundó; pero el impulso antiescla­ vista que la guerra provocó aumentó el número d e negros libres, evitó la expansión de la esclavitud a los nuevos territorios del noroeste, fa­ voreció su eliminación progresiva en el norte, la suavizó en el alto sur y puso las bases de facilitara afroamericana. Los miles de esclavos negros — 5 por 100 de todos los negros del sur— que lucharon en el Ejército británico a cam biode su libertad se establecieron como negros libres tras la guerra en Canadá o el Caribe británico, pero «cientos o quizás miles» permanecieron en Estados Unidos. A estos negros libres se unieron los 5.000 que habían luchado en el Ejército continental,58 reclutados por los Estados del norte y Maryland, y aquellas «decenas de miles» que, en el caos y la confusión de la guerra, pudieron escapar al norte haciéndose pasar por negros li­ bres. En Carolina del Sur más de 20.000 esclavos huyeron de las plan­ taciones principalmente para unirse al Ejército británico, descendien­ do su población negra del 60,5 al 43,38 por 100. En Georgia la población negra descendió de 45,2 a 36,1 por 10059, y en Virginia, so­ lamente en 1778, habían huido de la esclavitud 30.000 esclavos, apro­ vechando la presencia del Ejército británico.60 Era lógico que los Estados del norte fueran uno de los destinos de los negros recién liberados, pues estos Estados, liderados por Nueva Inglaterra, comenzaron un proceso de abolición gradual de la esclavi­ tud tras la guerra. El impulso antiesclavista de la revolución, la menor importancia económica de la esclavitud en los Estados del norte y la progresiva entrada de inmigrantes europeos en el primer tercio del si­ glo xx, favorecieron que en 1804 todos los Estados tuvieran leyes de emancipación gradual y que en 1840 solamente hubiera 1.000 esclavos en el norte del total de unos 120.000 afroamericanos. Este mismo im­ pulso antiesclavistá comprometió al gobierno federal en la no exten­ sión de la esclavitud a los nuevos territorios del noroeste — Ordenan­ zas del Noroeste, 1787— y en abolir el tráfico de esclavos en 1808. En el alto sur, el impulso antiesclavista de la revolución, la diversifi­ cación agrícola que incrementó el cultivo del cereal y el comienzo de la industria ligera, favorecieron que las legislaturas y los tribunales liberali­ zaran las Leyes de Manumisión y relajaran las críticas contra las deman­ das de libertad. En estos Estados no había compromiso de abolir la escia-

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vitud, pero gracias a la manumisión voluntaria en 1790 había 30.158 ne­ gros libres en el alto sur, que se convertirían en 56.855 en el año 1800 y en 94.085 en 1810, constituyendo casi el 5 por 100 de la población libre de Estados Unidos y el 9 por 100 de la población afroamericana.61 La tendencia no fue similar en el bajo sur, donde estaba concen­ trada la mayoría de la población esclava antes de la guerra y los escla­ vos eran esenciales para ia economía. Durante la guerra estos Estados rechazaron las peticiones del Congreso para armar a los esclavos, tras la independencia no aparecieron Sociedades Antiesclavistas y pocos amos liberaron a sus esclavos; al contrario la tendencia fue aumentar la población esclava. La expansión del cultivo del arroz y del algodón reforzó la esclavitud y tras la gueiTa los Estados del bajo sur compra­ ron esclavos a los Estados del alto sur y en 1803, Carolina reabrió el comercio de esclavos con Africa. Estados Unidos seguía siendo un país con esclavitud, pero ésta ha­ bía pasado de ser una institución nacional a ser «la institución peculiar del sur». Por otro lado, el numero de negros libres crecía rápidamente: en 1790 eran 59.456, en 1800, 108.395, y en 1810, 186.456. Eran un porcentaje pequeño dentro de la población esclava que se había incre­ mentado un 70 por 100 desde 1790 y contabilizaba 1.191.354 esclavos negros en 1810, pero fueron fundamentales para poner las bases de una cultura afroamericana. Algunos de estos negros libres emigraron a Canadá, Haití O Áfri­ ca, pero la mayoría permanecieron en Estados Unidos y se estable­ cieron en las ciudades. Generalmente eran libres, pero pobres, pues el racismo blanco les impedía ejercitar sus habilidades como artesa­ nos, pero una pequeña élite negra consiguió ascender, trabajando en el norte y alto sur, porque reforzaba la comunidad negra — tanto libre como esclava— , a través de las Iglesias Evangélicas y las escuelas. A finales del siglo xvm , el impulso antiesclavista de la revolución ha­ bía desaparecido y desapareció también la integración en escuelas e iglesias, propiciando la creación de escuelas e iglesias negras, que fueron duramente reprimidas en todo el sur.62 Sin embargo, los cam ­ bios sociales e institucionales no desaparecieron totalmente, permi­ tiendo la aparición de un fuerte movimiento abolicionista en el norte entre 1830 y 1840. Las mujeres blancas no eran esclavas, pero sin articulación política como grupo participaron en la revolución y en el esfuerzo bélico sin esperar una recompensa especial. En la Norteamérica colonial, el esta­ tus dé las mujeres se había beneficiado tanto de la escasez de féminas,

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como de la escasez de mano de obra. Esto se reflejaba especialmente en el estatus legal de tas mujeres casadas o viudas de las áreas comerciales-urbanas, donde tenían derecho a poner pleitos, dirigir negocios, firmar contratos, vender propiedad o tener poderes en ausencia de sus maridos. Igualmente había contratos prenupciales que mitigaban la ley común para las mujeres casadas.63 Dada la naturaleza que tomó la protesta contra Inglaterra desde 1763, centrada en el consumo, las mujeres ejercieron un papel activo tanto en el boicot a los artículos de importación británicos, como en las campañas para hilar y tejer en las casas. El contacto con la revolución tuvo lugar en un territorio conocido. Para las mujeres pobres, que ya formaban parte de la mano de obra que trabajaba en el putting out system en tomo a Filadelfia, no era una novedad producir primero los te­ jidos artesanales y posteriormente las camisas y mantas para el Ejérci­ to; pero para «las hijas de la libertad», las patriotas educadas de clase alta, reunidas en Círculos de Costura para hilar, tejer y cardar, sí resul­ taba una novedad esta tarea, y también sustituir a los hombres al fren­ te de sus negocios. Como en todas las guerras del siglo xvm , las mujeres acompaña­ ron a los hombres al campo de batalla, donde los atendían y cuidaban sí estaban enfermos; hicieron de correos y espías; a veces les sustituían en la línea del frente y tuvieron un papel destacado en recaudar fondos para «la causa». Sin embargo, sin independencia económica, educa­ ción ni articulación política, no exigieron ninguna contrapartida políti­ ca a cambio de su participación entusiasta en las actividades patriotas y el esfuerzo bélico. La mayoría solamente quería que la guerra acaba­ ra, para el bien de sus familias.64 Algunas mujeres más formadas de la clase alta, como Abigail Adams, Mency Warren y Eliza Wilkinson, hablaban de política entre ellas o — como Abigail Adams— presionaban a sus influyentes mari­ dos para que «se acordaran de las mujeres en las nuevas leyes de la na­ ción»;65 pero no exigieron la igualdad política y el voto, ni siquiera para las mujeres con propiedad, que en la época colonial sí podían ejercer el derecho al voto en algunas colonias. La única excepción fue el Estado de New Jersey, que hasta 1807 permitió votar a las mujeres no casadas que poseyeran 50 libras. Por el contrario, los restantes Es­ tados prohibieron votar a las mujeres, siguiendo el camino marcado por Nueva York en 1777. Tampoco a nivel legal hubo mejoras, sino más bien retroceso. Aunque los divorcios fueron más fáciles en Pensilvania y parte de

M apa

3: Las trece co lo n ias en 1776.

F u e n te : R. E. Evans, Im guerra de la independencia norteamericana, M adrid, Ediciones Akal, 1991.

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Nueva Inglaterra, las mujeres casadas no podían disponer de sus pro­ piedades y desaparecieron las prácticas de los contratos prenupcia­ les.66 Estos retrocesos, que se formalizarían conforme avanzaba el si­ glo xix, eran la expresión de los cambios en el papel social de la mujer norteamericana, que la revolución aceleró. El desarrollo del capitalis­ mo en Estados Unidos -—como en todo el mundo occidental— y la di­ visión del trabajo favorecerían un concepto de feminidad que relega­ ba a la mujer a la esfera privada y doméstica, mientras que los asuntos públicos se reservaban a los varones. Sin embargo, la experiencia de la guerra sería decisiva para articular, unas décadas después, la parti­ cipación femenina en el movimiento abolicionista, que como las otras cruzadas reformistas, integraría «la esfera privada» de las mujeres en la «esfera pública».67

T r e c e r e p ú b l ic a s ; L as C o n s t it u c io n e s d e l o s E st a d o s

La nueva nación comenzó a configurarse con la independencia, por lo que sus órganos de gobierno y la estructura de su Estado reflejó la diversidad de coaliciones revolucionarias en cada Estado, así como las tensiones, conflictos y experiencias de una situación revolucionaria en la guerra contra Inglaterra. Como no podía ser de otra forma, la construcción nacional comen­ zó por los gobiernos nacionales de cada Estado. En la primavera de 1776, los ciudadanos de las ex colonias eran sobre todo leales a sus Es­ tados y no se sentían miembros de una entidad superior. El Congreso Continental reflejó esta situación y en su resolución del 15 de mayo de 1776 recomendaba al pueblo de los Estados sustituir los gobiernos provisionales o los restos del poder monárquico por nuevos gobiernos nacionales republicanos elegidos por el pueblo; pero no pudo llegar a un acuerdo sobre la formación de una Confederación de Estados has­ ta 1781. El entusiasmo por aprovechar la oportunidad única de «poder do­ tarse de gobiernos elegidos para ellos y sus descendientes» fue tal, que todas «las plumas» se dedicaron a redactar las Constituciones de los Estados, abandonando muchos delegados el Congreso continental. No en vano, muchos políticos patriotas compartían la opinión de Thomas Jefferson de que no era la independencia, sino la formación de nuevos gobiernos que evitaran la tiranía, «el verdadero objeto de la presente controversia», es decir, de la revolución y la guerra.68

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Aunque;, como señalara George Washington, redactar constitucio­ nes «no era cosa de un día», la mayoría-—diez de ellas— se aprobaron en 1776. Algunos Estados las aprobaron antes de la resolución de mayo, como New Hampshire (5 de enero de 1776) y Carolina del Sur (26 de marzo de 1776); otros como Virginia, que la estaban redactan­ do en ese momento, la aprobaron poco después (27 de junio de 1776), y hasta diciembre de 1776 no se adaptaron las de New Jersey (2 de ju ­ lio de 1776), Delaware (20 de septiembre de 1776), Pensilvania (28 de septiembre de 1776), M aryland (9 de noviembre de 1776) y Carolina del Norte (1.8 de diciembre de 1776). También en 1776, Rhode Island (4 de mayo de 1776) y Connecticut (octubre de 1776), como ya eran repúblicas, adoptaron la mismas Cartas Coloniales, excluyendo toda mención a la autoridad real. Los cuatro Estados restantes dilataron la redacción de sus Constituciones por exigencias de la guerra. Georgia (5 de febrero de 1777) y Nueva York (abril de 1777) las aprobaron al año siguiente. En marzo de 1778, Carolina del Sur revisó y estableció más firmemente su Constitución, redactada dos años antes. M assachu­ setts, qué siguiéndo las recomendaciones del Congreso había adoptado provisionalmente su Antigua Carta en 1775, aprobó la Constitución en 1780, Solamente e l nuevo Estado de Vermont, que aprovechó las cir­ cunstancias de la guerra para separarse de Nueva York, no vio aproba­ da la Constitución hasta 1790, pues no fue reconocido como Estado in­ dependiente hasta esa fecha. La rapidez con que se redactaron las Constituciones expresaba tan­ to la experiencia anterior, como la determinación de las élites estatales de evitar un vacío de poder. Desde luego no partían de la nada. La ma­ yoría de los Estados habían tenido más de un siglo de gobierno colo­ nial semi-independiente, a lo que habían añadido más de diez años de resistencia y lucha contra Inglaterra, en medio de una intensa discusión política en que la élite whig tuvo que compartir su espacio político con las masas — blancos pobres y de clase media—- que por primera vez entraban en la política. Estas mismas circunstancias habían dado soli­ dez a la élite patriota, que consideró esencial que hubiera nuevos po­ deres legítimos para luchar contra Inglaterra. También la rapidez en la elaboración de las Constituciones expre­ saba cierta uniformidad; aunque como pasara con la revolución, hubo enormes diferencias entre ellas, pues reflejaban las relaciones de poder en cada Estado y los avalares de la guerra. La Constitución más radi­ cal é ra la de Pensilvania, donde la mayoría de la vieja élite se opuso a la independencia y los pocos miembros destacados de la élite patriota

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—como Benjamín Franklin— estaban ocupados en el Congreso o sir­ viendo en el Ejército; dejando un vacío de poder que fue aprovechado por los nuevos líderes de clase media, muy cercanos a Thomas Paine. Estos líderes representaban las tres tradiciones más importantes del radicalismo revolucionario. Timothy Matlack, hijo de un cervecero cuáquero, repudiado por los Hermanos de Filadelfia en 1765 por desa­ tender el negocio, no pagar las deudas y frecuentar malas compañías, era asiduo del mundo de las peleas de gallos y las tabernas, expresión de la cultura popular de las clases bajas urbanas de Filadelfia. El médi­ co presbiteriano Benjamín Rush, que limitaba su práctica médica a las clases bajas, compartía con los inmigrantes irlandeses-escoceses la vi­ sión milenarista de la república, según la cual no había más rey que Je­ sucristo ~~«No King but King Jesús»—, la república era la consecuen­ cia natural de la verdadera cristiandad y la revolución americana «anunciaba el reinadode Cristo en la tierra». Por último, estaban aque­ llos profesionales y artesanos cualificados más cercanos al deísmo ra­ cionalista de Paine, como el matemático James Cannon, el médico au­ todidacta Thomas Young, el científico y relojero David Rittenhouse y el también relojero y prestigioso retratista Charles W. Peale.69 Bajo este nuevo liderazgo, con amplio apoyo entre las clases bajas y medias, se realizó el proceso constitucional. Cualquier miembro de la milicia, mayor de veintiún años, que hubiera residido en el Estado durante un año y hubiera pagado impuestos podía elegir a los 108 de­ legados de la Convención Constitucional. Estos delegados, mayoritariamente agricultores de la frontera y artesanos —denigrados por sus críticos como campesinos «paletos»— , que habían participado en los Comités locales o eran oficiales de la milicia, constituían la nueva cla­ se política que a partir del 18 de junio de 1776 comenzó a redactar la Constitución. El resultado fue la Constitución más radical de la revolución ame­ ricana. La Constitución de Pensilvania rechazaba el equilibrio de po­ deres, aprobando una única Cámara Legislativa y sustituyendo la figu­ ra del gobernador con veto por un ejecutivo elegido. Intentó prevenir las diferencias entre los legisladores y el pueblo con la elección anual de representantes, la rotación de los cargos, los debates legislativos siempre abiertos al público y la elección cada siete años de un Conse­ jo Censor, que determinaría si la Constitución había sido violada. También introdujo reformas que favorecían a las clases bajas, como eliminar las penas de prisión para los deudores no culpables de fraude o establecer cuotas bajas para acceder a las escuelas de los condados.

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En cuanto al sufragio, lo extendió a los varones blancos mayores de veintiún años que pagaban impuestos, reforzando la idea de que las clases productoras eran «la espina dorsal de la república».70 ■ Indudablemente esta Constitución extendió la nación política, pero excluyó a los no libres —“esclavos, sirvientes contratados y aprendi­ ces— , a las mujeres y a aquellos ciudadanos blancos tan pobres, que no pagaban impuestos. Tampoco su declaración de derechos incluía las visiones más radicales de la igualdad que mantenían los miembros de la milicia de Pensilvania, que exigían la redistribución de riqueza. La Constitución de Pensilvania fue aprobada el 28 de septiembre de 1776, La siguiente en aprobarse fue la de Maryland —el 9 de no­ viembre de 1776— , la más opuesta a la de Pensilvania por ser la más conservadora de todas las Constituciones. Como ya hemos visto, en Maryland la élite de plantadores se adhirió a la independencia sin entu­ siasmo, mientras trataba de mantener su poder en medio de la desinte­ gración social de la colonia. Acosados por las milicias tories, la ame­ naza de una insurrección esclava conforme se acercaba el Ejército británico y la radicalidad de la milicia patriota, elaboraron una Consti­ tución que hizo de la posesión de grandes propiedades el fundamento del gobierno y la condición para ser elegido y ocupar cargos públicos. Para ser miembro de ía Cámara Baja se requería un mínimo de 500 li­ bras en propiedad, 1.000 libras para la Cámara Alta, 5.000 para deten­ tar el cargo de gobernador, L000 para ser miembro del Consejo Eje­ cutivo del gobernador o sheriff del condado. El método de elección aseguraba también la selección de un gobierno aristocráticamente orientado, donde los votantes solamente elegían directamente a los miembros de la Cámara Baja y al sheriff del condado; mientras que quince miembros del Senado eran elegidos mediante Colegio Electoral cada cinco años, por electores que debían tener tierras valoradas en un mínimo de 500 libras. El gobernador era elegido cada año por la Le­ gislatura. En definitiva, el 90 por 100 de los blancos que pagaban im­ puestos estaban excluidos de poder detentar algún cargo en Maryland; solamente el 7 por 100 podía ser elegido para la Cámara Alta y el 10 por 100 para la Cámara Baja.71 Tanto en Nueva York como en Massachusetts, que elaboraron sus constituciones tras 1776 por las circunstancias bélicas, la élite whig in­ tentó que no se repitiera la experiencia de «democracia participativa de Filadelfia», reforzando el poder del Senado, el Ejecutivo y la Judicatu­ ra. En Nueva York, la élite patriota consiguió redactar una Constitu­ ción que reflejara sus ideas e intereses, pero fuera aceptable para la

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mayoría de los ciudadanos del Estado, Lo consiguió porque la élite tory, que controlaba exclusivamente la Asamblea provincial, huyó en el invierno de l 775-1776 y la invasión británica de 1776 convirtió a Nueva York en escenario de guerra, haciendo desaparecer las disputas internas dentro de la coalición revolucionaria y acabando con el poder radical de artesanos e «hijos de la libertad». La élite patriota, liderada por John Jay, Gouverñéur Morris, el co­ merciante William Duer y el propietario Robert R. Livingston, elabo­ raron una Constitución con una Legislatura bicamerál, en la que las dos Cámaras tenían los mismos poderes y los representantes para la Cámara Baja se elegían cada; año y los Senadores cada tres. El gober­ nador era elegido por un período de tres años y, junto con los jueces, del Tribunal Supremo, formaba el Consejo de Revisión-Modificación, que tema la posibilidad de vetar leyese a no ser que las votaran dos ter­ cios de la Cámara. También el gobefflfdór y cuatro senadores forma­ ban el Consejo de Nombramientos, que nombraba los cargos públicos. No se exigían calificaciones de propiedad para detentar cargos» pero para poder votar en la elección de representantes para la Asamblea se requería una propiedad mínima de 40 libras y 100 para poder elegir se­ nadores y gobernador.72 También en Massachusetts, escenario bélico desde 1775, mantu­ vieron provisionalmente la Antigua Carta Colonial, hasta que se re­ dactó una Constitución en 1780, La Constitución de Massachussetts resultó aún más conservadora que la de Nueva York. La Asamblea o Cámara Bajá representaba a las ciudades, el Senado tenía una repre­ sentación proporcional d e acuerdo con la riqueza de cada distrito, no de la población. Para votar se requería un mínimo de 60 libras de pro­ piedad. Para poder s e r elegido senador se requería al menos 300 libras en bienes inmobiliarios y 600 libras en propiedad personal, mientras que para poder ser elegido gobernador se requería un mínimo de 1,000 libras. El gobernador tendría amplios poderes tanto para vetar leyes, como para designar cargos. En contraste con la revisión conservadora que representaba el tex­ to constitucional dé Massachusetts, el procedimiento para su redacción y aprobación era un avance democrático y popular. Massachusetts in­ trodujo la novedad y el precedente de que las Constituciones escritas, como documentos fundamentales que eran, no debían ser redactadas por los gobiernos provisionales, sino por Convenciones constituciona­ les elegidas expresamente para tal fin. También debían ser ratificadas popularmente para poder entrar en vigor,73

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Vermont intentó y consiguió adoptar el modelo radical de Pensil­ vania ^ n i u y i n t e ^ Young, uno de sus redactores— , cuando consiguió independizarse de Nueva York* Los Green Mountain Boys encontraron en las circunstancias de la guerra el momento de separarse del Estado de Nueva York y escapar de su desigual estructu­ ra de la propiedad de la tierra. El Estado no recibió reconocimiento ofi­ cial hasta 1790, pero desde 1777 en adelante su existencia fue una rea­ lidad. La independencia de Vermont fue la única Ocasión durante la revolución en que los agricultores pobres de la frontera fueron deter­ minantes en la elección de un modelo político, optando por la demo­ cracia radical de Pensilvania,74 Pero Maryland, Pensilvania o Vermont fueron excepciones. En la mayoría de los casos —como en Nueva York o Massachusetts— la éli­ te -whig consiguió controlar el proceso de elaboración dé las nuevas Constituciones estatales, con el apoyo de la clase media. Casi todas las Constituciones eran pues expresión del poder whig y compartían una serie de características. Para defenderse de la tiranía y a diferencia de la Constitución británica eran Constituciones escritas, qué generalmente incluían una Declaración de Derechos Individuales, definiendo las li­ bertades que el gobierno no podía invadir bajo ningún pretexto: libertad de prensa, derecho a la petición o reclamación (Righí ofPetition), jui­ cio perjurado, habeos corpus... Redactadas por los gobiernos provisio­ nales o Convenciones populares, todas ellas asumían que el poder ema­ naba del pueblo y que los cargos gubernamentales debían ser elegidos directa o indirectamente por el pueblo. El disfrute de los cargos públi­ cos se limitaba normalmente a un año, excepto en el caso de los jueces. Tendieron a dar mucho más poder al Legislativo que al Ejecutivo. Así, Pensilvania abolió la figura del gobernador, pero en la mayoría de los Estados seguía existiendo sin derecho a veto y muy controlado por el Legislativo, que en muchos Estados lo elegía y destituía. También con ía excepción de Pensilvania, Georgia y Vermont, el poder legisla­ tivo se dividía en dos cámaras, pues siguiendo el consejo de John Adams, la Cámara Alta o Senado sería el lugar donde «lá aristocracia natural» — los hombres influyentes por riqueza, talento o nácimiento»~—podía ser aislada, sin poner en peligro las libertades dé las masas, representadas por las Cámaras Bajas o Cámaras de Representantes.75 Aunque el principio de las Constituciones y de los nuevos gobier­ nos era que el poder emanaba del pueblo, la representación no era igual para todos. En muchas colonias ™ de Pensilvania al sur— , las zonas de frontera del oeste estaban menos representadas que las del

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este. Los que tenían propiedad tenían más posibilidades de ser elegi­ dos; no podían votar los blancos que no pagaban impuestos; tampoco los que no eran libres, ni los no blancos, ni las mujeres, con la excep­ ción de New Jersey. Ni siquiera la Constitución más radical — Pensilvania— estableció el sufragio universal masculino, pero hubo enormes progresos en la re­ presentación popular. El procedimiento electoral se vio muy afectado por la revolución: las designaciones de candidatos se hicieron más re­ gulares y abiertas, los colegios electorales más numerosos y convenien­ tes, el voto secreto comenzó a introducirse en muchos Estados. Las Le­ gislaturas trataban se ser realmente representativas, réplicas en pequeño de los intereses y las divisiones sociales de cada Estado. Y se dio un avance enorme hacia el sufragio universal masculino para los varones blancos. En 1788, el 90 por 100 de los varones blancos podían votar en New Jersey, Pensilvania, Georgia, Carolina del Norte y del Sur, New Hampshire y muchas ciudades de Massachusetts. En Virginia, del 70 al 90 por 100, en Maryland el 70 por 100, en Nueva York el 60 por 100. En Rhode Island y Connecticut virtualmente todos los varones adultos blancos protestantes que tuvieran alguna propiedad podían votar.76

U n a C o n f e d e r a c ió n

de

E sta d o s.

E l « p e r í o d o c r í t i c o » (1781-1787) La aprobación de una Constitución nacional no avanzó con la mis-* ma rapidez durante la guerra. Aunque ya antes de la Declaración de In­ dependencia se había constituido un Comité pai*a elaborar un borrador de Constitución nacional —el Informe Dikinson, que proponía asig­ nar al Congreso las funciones .de gobierno central— , hasta noviembre de 1777 el Congreso no aprobó los artículos de la Confederación, que tardarían cuatro años más en ser ratificados por los Estados. Para ganar la guerra los Estados sabían que tenían que tener cierta unidad de acción y una autoridad común, pero él% di#a un poder cen­ tral fuerte —como el de la Corona británica— y la competencia y ri­ validad de los Estados en ausencia de un nacionalismo americano, les hacía reacios a adoptar un gobierno nacional permanente por encima del poder de los Estados. Solamente las dificultades financieras duran­ te la guerra, la necesidad de resolver el problema de la colonización de las tierras del oeste y las presiones de Francia llevaron a los Estados a ratificar los Artículos de la Confederación, en febrero de 1781.

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Como el Congreso no había sido elegido directamente por el pue­ blo, no podía imponer impuestos para financiar la guerra y decidió im­ primir papel moneda, que conforme avanzó el conflicto se devaluaba ante la negativa de comerciantes y agricultores a confiar en el crédito de la nueva nación. En marzo de 1780, la emisión de billetes ya costa­ ba más de lo que valían. A esta crítica situación financiera se añadió la necesidad de un arbi­ traje central para resolver las disputas sobre las futuras tierras del oeste. Los Estados sin tierras en el oeste — New Jersey y principalmente Maryland— creían que el Congreso debía tener autoridad para limitar la pretensión exclusiva de colonizar estas tierras por parte de aquellos Es­ tados como Georgia, las Carolinas, Virginia, Connecticut y Massachu­ setts que, según sus Cartas Coloniales, tenían el Pacífico como frontera occidental. El argumento de los Estados sin tierra era que el derecho a colonizar el oeste se estaba ganando en una guerra, en la que todos los Estados participaban y, perianto, todos tenían derecho a disfrutar de unas tierras que debían ser «dominio nacional» de Estados Unidos. Gru­ pos de especuladores en varios Estados apoyaban también esta idea como defensa frente a las ocupaciones espontáneas, y Virginia, el Esta­ do con más tierras, la aceptó a condición de que este dominio nacional se dividiera en Estados con los mismos derechos y deberes que los Esta­ dos ya existentes.77 La unanimidad final se consiguió gracias a la pre­ sión francesa. Cuando en 1781, Maryland y toda la bahía de Chesapeake estaban sufriendo las incursiones británicas, el embajador francés sugi­ rió que la protección naval francesa solamente llegaría si Maryland rati­ ficaba los Artículos de la Confederación. En febrero de 1781 Maryland los ratificó y en marzo la Confederación fue oficialmente anunciada. Aparentemente los Artículos de la Confederación asignaban mu­ chos poderes al Congreso —relaciones exteriores, poder de resolver las disputas entre los Estados, acuñación de moneda, pesos y medidas, comercio con los indios, comunicación y correos, empréstitos— , que seguía siendo el único órgano ejecutivo del gobierno central. Pero es­ tos poderes eran los que d efacto ya había ejercido el Congreso desde 1774 y los Estados seguían reteniendo la mayoría del poder: no sólo seguían siendo soberanos e independientes, sino que mantenían el po­ der y la jurisdicción en todos los ámbitos que no se habían delegado expresamente en el Congreso y además retenían la facultad de finan­ ciación, con lo cual detentaban el poder real del gobierno.78 El período en el que estuvieron en vigor los Artículos de la Confe­ deración, entre 1781 y 1788, se conoce como el «período crítico», se­

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gún el apelativo otorgado por el historiador John Fiske en Í889, pues coincidió con las dificultades económicas, políticas y diplomáticas del final de ía guerra. Sin embargo, estas dificultades oscurecen logros muy importantes de la Confederación, como ganar la guerra y conse­ guir unos términos de paz favorables y especialmente organizar la co­ lonización de las tierras del oeste, el único aspecto sobre el que la Con­ federación podía legislar. Distintas Ordenanzas entre 1784 y 1787 regularon las tierras del noroeste — área del norte del río Ohio, oeste de Fensilvania y este del M ississippi-". La Ordenanza de 1784, redactada principalm en­ te por Thomas Jefferson, dividía el territorio en siete distritos, que se­ rían admitidos en la Unión en los mismos térm inos que los Estados originales, tan pronto como tuvieran un número de habitantes igual al más pequeño de los Estados existentes. Mientras tanto, cada distrito se autogobernaría según l&s Constituciones y leyes de cualquier Esta­ do, pero sin interferir los acuerdos dél Congreso respecto a las tierras públicas. Estos acuerdos del Congreso, decididos en las Ordenanzas de 1785, regulaban la colonización del oeste en ciudades de seis millas cuadra­ das, que contendrían 36 lotes de tierra en una milla cuadrada* y que se­ rían vendidos a dólar el aCre. Antes de que comenzaran a aplicarse es­ tas Ordenanzas, los especuladores de Nueva Inglaterra, reunidos en la Compañía de Ohio, compraron un millón y medio de acres a menos de diez céntimos el acre. El Congreso estaba dispuesto a aceptar esta re­ baja forzada, porque muchos congresistas estaban en el negocio, y si las tierras seguían ocupándose libremente por los colonos, el Congre­ so no podría pagar sus deudas con estas ventas. Para evitar esta situa­ ción y realizar una acción directa en el único «dóminio nacional» que tenía Estados Unidos, el Congreso aprobó el 13 de julio de 1787 las Ordenanzas del noroeste. Las Ordenanzas del noroeste preveían un período inicial de tute­ la por el Congreso, en el que cada territorio sería controlado por un gobernador, un secretario y tres jueces, elegidos por el Congreso. Tan pronto como hubieran 5.000 varones adultos en el territorio, éstos po­ drían elegir una Asamblea general, pero el gobernador tendría derecho a veto. Solamente podrían votar para elegir a los miembros de la Asam­ blea los que poseyeran 50 acres de tierra, y no se podía aprobar ningu­ na ley que afectara a contratos privados. Se formarían entre tres y cin­ * Recuérdese que una milla cuadrada equivale a 640 acres, o 256 ha.

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Estados en los territorios; cada uno de los cuales entrada en la Unión en términos de igualdad con respecto a los Estados ya existentes, tan pronto como su población hubiera alcanzado la cifra de 60.000 ha­ bitantes. En los territorios y los Estados se aplicarían los principios de libertad de religión, representación proporcional en las legislaturas, juicio per jurado, hateas corpus, así como los privilegios de la ley co­ mún. En cuanto a la esclavitud, estaría permanentemente prohibida, expresando la enorme oposición con que esta institución contaba ya en Nueva Inglaterra. Las Ordenazas pretendían hacer atractivo e l asentamiento en el oeste, garantizando en los territorios tanto el disfrute de los principios políticos básicos ganados en la revolución, como la seguridad de los derechos de propiedad. Por otro lado, esta forma de colonización, de­ finida y reglamentada desde el principio por el gobierno nacional, al ofrecer la adhesión a la Unión en términos de igualdad, aseguraba una rápida colonización del oeste y una expansión territorial igualmente rápida de la república americana. Estos mismos principios —con ex­ cepción de la abolición de la esclavitud— se aplicaron con más difi­ cultad en los territorios del suroeste -—área al oeste de las montanas y sur del Ohio que permanecía en posesión de Georgia, las Carolinas y Virginia— , los cuales se convertirían posteriormente en los Estados de Tennesee y Meñtueky.79 Excepto este asunto de las tierras del oeste, cuando acabó la guerra, los Estados dejaron de interesarse por la unidad y los Artículos de la Confederación mostraron su impotencia para poder legislar y ejecutar sobre temas fundamentales. Los Estados comenzaron por seguir igno­ rando sus obligaciones financieras, y no podían pagarse las pensiones del Ejército continental, ni las deudas de guerra a Holanda y Francia. Tampoco podían cumplirse los términos del tratado de paz con Gran Bretaña, pues los Estados se negaban a devolver las propiedades in­ cautadas a los tories y a pagar las deudas anteriores a la guerra, po­ niendo así en peligro la integridad territorial de la nueva nación.80 También la Confederación se mostraba impotente para resolver la depresión económica posbélica, Después de 1783, los consumidores volvieron a comprar manufacturas británicas y podían vender tabaco a Gran Bretaña, pero no comerciar libremente con el Caribe británico, lo que les hubiera permitido pagar sus deudas. Tratando de buscar nuevos mercados en Europa, se encontraron con que muchos Estados no esta­ ban dispuestos a aceptar la libertad de comercio, y cuando trataron de proteger sus manufacturas con aranceles, vieron que no eran efectivos co

M a pa

4: Norteamérica en 1783.

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si no los adoptaban todos los Estados, por lo que se necesitaba urgen­ temente una regulación del comercio que la Confederación no podía imponer.

P o b r e s y e n d e u d a d o s . L a r e b e l i ó n d e S h a y , 1786

A todos estos problemas se unió el que la política de los nuevos E sta d o s estaba regida por las potentes Asambleas legislati vas, amplia­

das y democratizadas para incorporar a la clase media en detrimento del poder ejecutivo y judicial. Este aumento de representación en la política de los Estados significó la aparición en ellos de una nueva éli­ te política de clase media y una multiplicación de intereses que satis­ facer a nivel local; llenando la política de los Estados de localismo, «ti­ ranía de las Asambleas», anarquía e incapacidad para proteger las propiedades o pagar los créditos.81 Precisamente, uno de los principales conflictos de intereses de la posguerra y el «período crítico», que las Legislaturas de los Estados no supieron resolver satisfactoriamente, era el que existía entre deudores y acreedores en tomo a la forma de pagar las deudas prebélicas. En Rhode Island, donde los representantes de los deudores dominaban la Legislatura, la solución fue seguir emitiendo papel moneda cada vez más depreciado, con el cual estaban pagando a sus acreedores, deján­ dolos en la bancarrota. La Legislatura de Massachusetts tomó la op­ ción contraria. Desde que en 1780, el Estado redactó y aprobó una Constitución que exigía altas cualificaciones de propiedad para votar y ser elegido para la Legislatura, los agricultores pobres del oeste, que habían jugado un papel fundamental en la guerra y la revolución, no encontraron representados sus intereses en el Estado. A diferencia de Rhode Island, Massachusetts se negó a emitir papel moneda para que los agricultores pudieran pagar sus deudas, mientras los jueces dicta­ ban sentencias que permitían embargar ganados y cosechas por estos impagos. Ante esta amenaza, el descontento de los agricultores de los condados de Massachusetts se unió al de muchos ex veteranos del Ejército continental, que no habían cobrado sus bonos de guerra y se armaron para defender sus intereses frente a abogados, jueces y la Le­ gislatura del Estado. El más importante de estos ejércitos de campesi­ nos y ex combatientes estaba formado por unos 700 hombres, dirigi­ dos por el ex capitán Daniel Shay en el verano de 1786. Shay era un

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trabajador agrícola que se unió al Ejército continental durante la guer­ ra. Luchó en Lexington, Bunker Hill y Saratoga, y fue herido en com ­ bate, pero abandonó el ejército en 1780 por falta de paga. Cuando re­ gresó a casa se encontró con que había sido demandado por no pagar sus deudas. Mientras en Boston Samuel Adams redactó la Ley de Motines, que eliminaba el habeas corpas y permitía detener «a los alborotadores» sin juicio, Shay había reunido ya a L00Ü hombres armados y marcha­ ba hacia esta ciudad. Ante las muestras de simpatía de la milicia hacia los campesinos, los comerciantes de Massachusetts financiaron un ejército que consiguió dispersar a los partidarios de Shay, mientras él escapaba hacia Vermont. Algunos fueron capturados, juzgados y con­ denados a muerte. Unos fueron ahorcados y otros perdonados, entre ellos Daniel Shay.82 El ejército de Shay fue derrotado, pero ciertas de­ mandas se obtuvieron: el fin de los impuestos directos del Estado, me­ nos costos judiciales, exención de lás herramientas de trabajo indis­ pensables como concepto de pago de las deudas.

U n a r e p ú b l i c a f e d e r a l .X '- É d i i í S ti T U C íó Ñ f e d e r a l ( 1 7 8 7 ) y l a D e c l a r a c i ó n D e D e r e c h ó s (1 ^ 9 1 )

La rebelión de Shay fue» en palabras de Jefferson, «una pequeña re­ belión» que no se extendió más allá de Massachusetts, pero daba cuen­ ta de la impotencia de los Estados para resolver siquiera un conflicto armado local. Aunque la idea de reformar las deficiencias de las Cons­ tituciones de los Estados y de organizar un gobierno central fuerte ha­ bía aparecido mucho antes. El camino que llevó a Filadelfia comenzó en 1784, cuando James Madison medió en la disputa entre Virginia y Maryland sobre los im­ puestos de navegación en el río Potomac y la bahía de Chesapeake. Am­ bos Estados llegaron al acuerdo de imponer una tarifa única; pero la Le­ gislatura de Virginia encargó a Madison convocar una reunión de todos los Estados, con el objeto de que concedieran al Congreso el poder de regular el comercio. A la reunión de Annapolis, Maryland, en 1786, so­ lamente asistieron doce representantes de cinco Estados; pero Alexan­ der Hamilton (Nueva York) y James Madison (Virginia), convencidos ambos de la necesidad de reformar los Artículos de la Confederación, convocaron otra reunión en Filadelfia en mayo de 1787 para discutir to­ dos los problemas económicos, financieros y políticos a los que se en­

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frentaba el país. No en vano 1786 fue el peor año del «período crítico», pues además de la rebelión de Shay y de ser el punto más bajo de la de­ presión comercial, el conflicto de intereses entre los Estados del sur y el norte impidió aprobar el tratado de Jay con España, que contemplaba abril' España al comercio norteamericano, a cambio de que Norteaméri­ ca renunciara a navegar por el Mississippi durante varias décadas.83 El 21 de febrero de 1787, e i Congreso Continental apoyó la celebra­ ción de la Convención Constitucional de Filadelfia, siempre que ésta se limitara a la revisión de los Artículos. Sin embargo, el trabajo prepara­ torio que James M adison realizó durante el invierno y la primavera — comparando las distintas formas de gobierno y analizando los vicios del sistema político norteamericano— era más bien un cambio radical respecto a 1776, para establecer un gobierno nacional, basado en la di­ visión dé poderes que eliminara «la tiranía de las Asambleas», 74 delegados de doce Estados -—Rhode island no envió ningún de­ legado— fueron designados por sus Legislaturas para asistir a la Con­ vención, pero solamente asistieron 55. Todos ellos pertenecían a las élites norteamericanas. Tenían fortuna personal, sólida preparación in­ telectual e intensa experiencia política. El 60 por 100 había ido a la uni­ versidad— nueve a Princeton, cuatro a Yale^ tres a Harvard— . 34 eran abogados, el resto comerciantes, banqueros y plantadores, y muchos de ellos eran poseedores de deuda pública.84 De la generación de la revo­ lución los nombres más distinguidos eran George Washington, que ejerció de presidente y Benjamín Franklin, que tenía ya ochenta y un años. El resto era más joven, entre los treinta o cuarenta años, y com­ partía la experiencia de haber servido a la causa «nacional» durante la guerra —desde sus puestos en el Ejército, el Congreso o la Confedera­ ción— en medio de las dificultades de tener que luchar contra la resis­ tencia de los Estados a ayudar al esfuerzo bélico continental. Entre las personalidades políticas, no asistieron por estar en contra de la revisión de los Artículos, Samuel Adams (Massachusetts), ni Patrick Henry (Virginia). Tampocó asistieron John Adams, ni Thomas Jefferson, por estar sirviendo de embajadores en Londres y París, pero sus puntos de vista estaban ampliamente representados por Gouvemeur Morris y Ja­ mes Madison, respectivamente. Este grupo escogido de 55 hombres, que representaban los grandes intereses económicos, estaba de acuerdo en lo esencial: el gobierno na­ cional debía reforzarse. Este gobierno, representativo y basado en la di­ visión de poderes, debía ser capaz de recaudar sus propios impuestos, aprobar leyes y hacerlas cumplir con su propia Administración. Ade­

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más de este amplio principio de acuerdo, estuvieron tres meses y me­ dio —-del 8 de mayo a septiembre de 1787— debatiendo el borrador que les había presentado James Madison en unas circunstancias ex­ cepcionales, Aislados de la presión de la opinión pública, discutiendo en sesiones secretas, los delegados tuvieron total libertad para delibe­ rar, cambiar de opinión y llegar a compromisos. Dos compromisos fueron esenciales para resolver los desacuerdos en cuanto a representación en el Legislativo entre los Estados grandes y pequeños y los del norte y el sur. Apelando a la igualdad, los Estados pequeños — más interesados en revisar los artículos que en hacer una nueva Constitución— exigían una representación igual de los Estados; mientras que los Estados grandes señalaban que la igualdad era de hombres más que de Estados, por lo que la representación debía ser proporcional al número de habitantes de cada Estado. El llamado Gran compromiso o Compromiso de Connecticut —en realidad una conce­ sión de los grandes Estados-— logró el acuerdo, estableciendo una Le­ gislatura bicameral -—el Congreso— , con dos cámaras y sistemas de representación distintos. En la Cámara de Representantes, éstos serían elegidos popularmente en proporción al número de habitantes de cada Estado, en razónele un representante por cada 40.000 habitantes. En el Senado, todos los Estados tendrían la misma representación: dos sena­ dores elegidos por las Legislaturas de cada Estado. Aún existía mayor división y conflicto entre los Estados del norte y del sur. Por un lado, los Estados del norte tenían una mayoría de po­ blación libre, pero se esperaba que pronto ésta fuera mayor en el sur, pues el suroeste se estaba poblando más rápidamente que el noroeste. Por otro lado, les dividía la esclavitud y la pretensión del sur de no aboliría, así como de poder contar con la población esclava para au­ mentar el número de sus representantes en la Cámara, El compromiso a que se llegó ofrecía algo a ambas partes. Con igual representación de los Estados en el Senado, el sur tenía la segu­ ridad presente de mayoría frente al norte; mientras que el norte asegu­ raba una mayoría futura frente al sur, una vez se hubieran convertido en Estados los territorios del noroeste. Asimismo, la Convención otor­ gó una proporción extra de poder a los blancos del sur, al incluir a 3/5 de los esclavos de los Estados en el recuento de población, que decidía los representantes de cada Estado en la Cámara,85 Por supuesto la Constitución no se refería a la esclavitud o a su abo­ lición, pero se comprometía a prohibir el tráfico internacional de escla­ vos en 1808 y mientras tanto impondría un impuesto de diez dólares

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por cada esclavo importado, Para compensar esta medida, se llegó al a c u e r d o de que los esclavos fugitivos debían devolverse a sus dueños. Al Ejecutivo se le daban enormes poderes. El presidente era jefe de las Fuerzas Armadas, tenía derecho de veto, podía firmar tratados in­ ternacionales con el consentimiento de 2/3 del Senado, podía nombrar diplomáticos y jueces del Tribunal Supremo — aunque éstos eran rati­ ficados por el Senado y ejercían su cargo de forma vitalicia— , así como otros funcionarios federales, y tenía su propia Administración. El presidente era elegido cada cuatro años, con poder de reelección, me­ diante el procedimiento elitista e indirecto del Colegio electoral, for­ mado por un número de electores igual al número de representantes y senadores de cada Estado. Las Legislaturas estatales decidirían si estos electores serían designados directamente por ellas o elegidos por voto popular, procedimiento que adoptaría con rapidez la mayoría de ellas. En cuanto a las relaciones entre los Estados y el gobierno nacional, la Constitución otorgaba enormes competencias al gobierno federal, como imponer impuestos, dirigir las relaciones exteriores, regular el comercio nacional e internacional, crear una Armada y un Ejército, y acuñar mo­ neda. Sin embargo, los Estados aún seguían detentando ía mayoría del poder. El gobierno nacional o federal no podía vetar las leyes de los Es­ tados y las Legislaturas estatales decidían tanto la elección de senadores, como el procedimiento para elegir electores. Legislaban sobre los pro­ cesos electorales, la educación, aspectos civiles -—como matrimonios y divorcios— , comercio interior; establecían las condiciones para crear negocios, cuidaban de la seguridad pública y la moral. Los últimos ar­ tículos se referían al proceso para realizar futuras enmiendas, a la asun­ ción de las deudas contraídas por Estados Unidos durante la Confede­ ración y a la forma en que los Estados ratificarían la Constitución, en Convenciones elegidas específicamente para tal efecto en cada Estado. Después de tres meses y medio de discusiones, quedaban en la Con­ vención 42 de los 55 delegados iniciales, de los cuales 39 firmaron el documento. Las ausencias y rechazos en la élite anunciaban los proble­ mas y dificultades de la ratificación popular en los Estados. En medio de un intenso debate político entre federalistas y antifederalistas, la Cons­ titución necesitó ocho meses para ser ratificada por el mínimo de nueve Estados y más de dos años para que la ratificaran todos los Estados, En muchos Estados la oposición vino de los políticos locales y de los sectores populares directamente perjudicados en sus intereses por la nueva configuración del estatal Así, muchos agricultores pobres, habitantes del oeste y deudores en general se sintieron perjudicados;

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pero los artesanos de las ciudades y los manufactureros la apoyaban. Entre la élite, los propietarios de esclavos eran menos entusiastas que los comerciantes» banqueros y poseedores de deuda pública.86 Al daño de muchos intereses» se unía el recelo a un nuevo poder central. Elaborada con secretismo en Filadelfia, la Constitución no era una simple revisión de los Artículos de la Confederación, sino un go­ bierno totalmente nuevo, poderoso, distante y más elitista, que parecía una traición a los principios y avances democráticos de 1776. Inicial­ mente la Constitución no tenía una Declaración de Derechos y una Cá­ mara de Representantes con 55 miembros iba a decidir por más de tres millones de personas, en una proporción de un representante por cada 40.000 habitantes. En los Estados, muchos votantes temían que tan po­ cos hombres, representándolos a tantos kilómetros de distancia, serían más ricos y poderosos y estarían menos familiarizados con sus pro­ blemas, que los representantes de las leg islatu ras estatales. A pesar de esta oposición, la Constitución se ratificó porque algu­ nos sectores populares la apoyaron, porque los sectores más influyen­ tes utilizaron todos los medios, tanto lícitos como ilícitos, para que se aprobara y se hicieron algunas concesiones a los antifederalistas. Al­ gunos sectores populares, como los artesanos de las ciudades y cierto campesinado, apoyaron un gobierno nacional que protegiera sus inte­ reses. Los federalistas, antes llamados nacionalistas, con más medios para defender sus puntos de vista, tuvieron la habilidad, durapte el de­ bate de ratificación, de apropiarse del término federal para denominar a la república y el gobierno nacional, de identificarse como federalis­ tas —-como si estuvieran opuestos a un gobierno central fuerte— , cali­ ficando a sus adversarios de antifederalistas. Cuando la elocuencia no fue suficiente utilizaron todo su poder para intimidar y coaccionar, como en Pensilvania, donde los federalistas llevaron a rastras hasta el Hemiciclo a los representantes antifederalistas necesarios para conse­ guir el quorum que decidiría la fecha de la Convención, y en el debate de ratificación, compraron todos los periódicos del Estado donde im­ primían solamente los argumentos federalistas.87 Finalmente tuvieron que ceder algo y consentir en las primeras diez enmiendas, que garan­ tizaban los derechos individuales y otorgaban más derechos a los Es­ tados, añadidas al texto constitucional en 1791 con el nombre de De­ claración de Derechos. Los primeros en ratificar fueron los Estados pequeños, que veían ventajas en la Constitución. El primero en aprobarla unánimemente fue Delaware en diciembre de 1787. En el mismo mes también New Jersey

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la ratificó por unanimidad, Georgia y Connecticut lo hicieron con una mayoría abultada, y Pensilvania con un voto más disputado a principios de enero de 1788, También en enero de 1788 la ratificó Massachusetts, con una votación muy ajustada, sólo posible gracias a la «conversión» de John Hancock y a condición de que se introdujeran enmiendas. Maryland la ratificó en abril de 1778 con una mayoría más abundante, Carolina' del Sur con una votación muy ajustada le siguió en mayo. New Hampshire, el «crucial» Estado numero 9, la ratificó el 21 de junio de 1788 y unos días después, el 25 de junio de 1778, lo hizo Virginia, el mayor Estado de la Unión, con una votación ajustada de 89 a 79 tras un gran debate entre James Madison y Patrick Henry, La campaña de los federalistas, para que Nueva York ratificara fue muy agresiva, pues era el Estado que conectaba geográficamente el norte y el sur, así como el mayor puerto del país. Para convencer a los neoyorquinos de las bonda­ des de la Constitución federal, tres distinguidos políticos —James Ma­ dison, Alexander Hamilton y John Jay— publicaron 87 artículos en cuatro periódicos de la ciudad de Nueva York durante diez meses —de octubre de 1787 a mayó d e 1788— , bajo el pseudónimo de Publius. Es­ tos artículos, agrupados en El Federalista y considerados uno de los mejores tratadOs d e ciencia política, no evitaron que la ratificación de la Constitución eñiulió de 1788 fuera muy ajustada —-30 a 27— en Nue­ va York. Ese mismo mes, Carolina del Norte la rechazó, aunque revocó su decisión en noviembre de 1789, En mayo de 1790, Rhode Island fue el último EstádÓ;eh ratificarla.88 En la primera reunión del Congreso, el 25 de septiembre de 1789, James Madison, en nombre del primer gobierno de la república, pre­ sentó en doce enmiendas el borrador de la Declaración de Derechos, que muchos Estíidos habían exigido para ratificar la Constitución. Diez de Jas doce enmiendas, conocidas como de The Bill o f Rights (Decla­ ración de Derechos), que limitaban los poderes del nuevo Estado fe­ deral frente al individúo y otorgaban más derechos a los Estados, fue­ ron ratificados por éstos en diciembre de 1791.89 Las diez primeras enmiendas añadidas a la Constitución garantizaban la libertad de reli­ gión, expresión, prensa y derecho de reunión; el derecho del pueblo a defenderse y, por tanto, a portar armas; prohibían a los soldados alo­ jarse en casas particulares sin el permiso de sus propietarios, las in­ cautaciones arbitrarias, juzgar a las personas dos veces por el mismo delito, así como obligar a una persona a testificar en su contra. Garan­ tizaban rapidez en los juicios y el juicio por jurado. Prohibían las fian­ zas excesivas y los castigos crueles. Aseguraban que el individuo rete­

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nía los derechos no enumerados por la Constitución y, finalmente, de­ claraban reservado a los Estados todo derecho no concedido específi­ camente al gobierno federal. La Constitución federal establecía una forma de Estado totalmente nueva: una república en un gran país en crecimiento, con una estructu­ ra federal que aún dej aba un enorme poder a los Estados, cuando en Europa la modernización del Estado significaba centralización. Era también el sistema político más representativo del mundo occidental — 1/3 de la población— , con posibilidades de evolucionar hacia la de­ mocracia, pero con exclusiones que desafiaban el Principio de Igual­ dad anunciado en la Declaración de Independencia. Los años siguien­ tes confirmarían si este nuevo modelo de Estado, con enormes posibilidades de expansión, pero profundamente endeudado tras la guerra y muy dividido políticamente en tomo a la Constitución fede­ ral, tendría viabilidad en una situación de conflicto e intensa rivalidad internacional entre Francia e Inglaterra.

Capítulo 2 LOS AÑOS' DECISIVOS BE LA REPÚBLICA, 1790-1815 La urgencia de los problemas por resolver había facilitado el com­ promiso entre las distintas élites estatales reunidas en Filadelfia. Para que la Constitución fuera aprobada en 1787 y posteriormente ratifica­ da por los Estados en 1789, no mencionaba la esclavitud, era ambigua respecto a las atribuciones del gobierno nacional y declaraba que la so­ beranía no residía ni en el gobierno federal, ni en los Estados, sino en el pueblo. Los primeros años de la república federal —entre 1790 y el final de la guerra contra Inglaterra en 1815— serían decisivos para concretar las ambigüedades de la Constitución y comprobar si esta nueva estructura federal permitía respetar los derechos de los Estados y crear una nación americana, sin que el país se quebrara políticamen­ te, demostrando que el régimen republicano podía triunfar en un enor­ me territorio en expansión. Serían también años decisivos para esta­ blecer la viabilidad económica, la integridad territorial y la posición internacional de la nueva república federal. En 1790, como había demostrado el debate de ratificación, el país se encontraba políticamente muy dividido respecto a la Constitución fede­ ral, aunque la élite política la apoyaba casi de forma unánime. Sin em­ bargo, los efectos económicos positivos de su ratificación fueron inme­ diatos, acabando definitivamente con la crisis posbélica de la década de 1780. El país, con abundantes recursos y una población muy joven de 3,9 millones de habitantes, que crecía rápidamente, tenía buenas perspec­ tivas de crecimiento económico a largo plazo. Sin embargo, había pocas perspectivas de crecimiento económico rápido a corto plazo, a causa de la escasez de capital y mano de obra, y por el reducido tamaño de su mer­ cado nacional y la incapacidad de expandir el mercado exterior.1

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Una población de 3,9 millones de habitantes, de los que casi 700.000 eran esclavos, vivía mayoritariamente dispersa en el campo -—3,7 millones— . Con pocas ciudades y graves problemas de trans­ porte en las zonas rurales alejadas de los grandes ríos, el mercado inte­ rior era pequeño y no muy concentrado. Por otro lado, las enormes ex­ pectativas de que, tras la independencia, el comercio mundial se “abriera a los productos agrícolas norteamericanos se vieron frustradas y las exportaciones eran menores que antes de la revolución. Asimis­ mo, los productos fueron excluidos por Gran Bretaña del comercio con el Caribe británico y Canadá; pero tampoco vieron abrirse otros mer­ cados europeos por las políticas mercantilistas de sus respectivos go­ biernos, por la autosuficiencia de muchos países europeos en materia agrícola o porque el,precio de los productos agrícolas norteamericanos no compensaba los altos costos de transporte.

S a n e a m ie n t o e c o n ó m ic o y n a c im ie n t o DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

El nuevo régimen tuvo la ventaja de poder contar con George W a­ shington, de Virginia, como presidente en sus primeros ocho años. El Colegio electoral lo había elegido presidente por unanimidad en 1789, mientras que John Adams, con 34 votos, se convirtió en vicepresidente. Su autoridad carismática, su probado patriotismo y fidelidad a la repúbli­ ca, sus dotes políticas, permitían dár tiempo a establecer la legitimidad política del nuevo país y el nuevo régimen. Como señalara Thomas Jef­ ferson en 1790, «si el presidente puede mantenerse unos pocos años, has­ ta que estén establecidos los hábitos de autoridad y obediencia, entonces no tenemos nada que temer».2 Cuando George Washington tomó pose­ sión de su cargo el 30 de abril de 1789 en Nueva York, contaba con cin­ cuenta y siete años, no tenía casi diéntes, su cabello era gris y sabía que se enfrentaba a «un mar de dificultades».3 Heredaba de la Confederación una Secretaría de Asuntos Exteriores con John Jay a la cabeza y dos em­ pleados; un Comité del Tesoro sin fondos; un Secretariado de Guerra, bajo la dirección de Henry Knox, con un Ejército de 672 hombres y sin Marina; una deuda federal enorme y casi ningún ingreso. La primera ta­ rea de Washington era crear cierto gobierno y Administración de la nada además de obtenerlos medios económicos para hacerlos viables. Washington formaría el primer Gabinete Presidencial con Thomas Jefferson, recién llegado de Francia tras cinco años de embajador,

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corno secretario de Estado; Alexander Hamilton -—su ayudante duran­ te la guerra— como secretario del Tesoro; Henry Knox seguía siendo secretario de Guerra y Edmund Randolph — antiguo gobernador de Virginia— fue nombrado fiscal general. Como presidente del Tribunal Supremo nombró a John Jay, que permanecería en el cargo hasta 1795. El primer desafío del Gabinete y concretamente de Hamilton era sa­ near las finanzas de la república federal, resolver los problemas de es­ casez de capital y garantizar la estabilidad económica. El programa económico de Hamilton quedó expresado en el Infor­ me sobre los fondos públicos (1790), que el secretario del Tesoro ela­ boró en tres meses a petición del Congreso,4 El programa, que consta­ ba de cinco puntos principales, iba a provocar no sólo la primera división entre ia élite que había apoyado la Constitución federal sino también el comienzo de una intensa división en la sociedad, que lleva­ ría a la formación del primer sistema de partidos. En primer lugar, su informe sugería que «la deuda debía ser pagada a su valor nominal», no a su valor de mercado, sin reparar en que estuviera o no en manos de su comprador original. La objeción de James Madison, represen­ tante de Virginia* era que aquellos veteranos de guerra que habían co­ brado sus salarios éh bonos de guerra y muchos patriotas que habían ayudado a la república durante los días desesperados de la revolución, habían tenido que vender sus bonos depreciados en los años de crisis de 1780 a una fracción de su valor; mientras que los especuladores que los habían acumulado se beneficiarían de la diferencia entre el valor de mercado depreciado al que los compraron y el valor nominal. La pro­ puesta de Madison era que la diferencia entre el valor nominal y el va­ lor de mercado se diera al comprador original de esta forma las dos partes tendrían beneficio. Hamilton se opuso a esa solución por poco práctica y como 29 de los 64 miembros de la Cámara eran poseedores de bonos del Estado, la propuesta de Madison fue derrotada. En segundo lugar, el gobierno nacional debía asumir «las deudas de guerra de los Estados». Con la excepción de Carolina del Sur, que tenía muchas deudas de guerra, esta medida favorecía en general a los Estados del norte (Nueva York, Massachusetts) y perjudicaba a los Es­ tados del sur, que se habían endeudado menos durante la guerra — Ge­ orgia, Maryland y Carolina del Norte— o que, como Virginia, ya la habían reducido en un 40 por 100 y ahora tenían que ayudar a pagar las deudas de otros Estados. La oposición fue liderada otra vez por Madison y el Estado de Vir­ ginia, que no solamente criticaban la injusticia económica que sufrí-

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rían los Estados con pocas deudas, sino que manifestaban la preocupa­ ción por que el gobierno federal asumiese implícitamente la autoridad soberana sobre las economías de todos los Estados, Esta preocupación se manifestó también en el tercer punto, relativa a «la consolidación de toda la deuda nacional» —la deuda combinada, es decir la deuda federal y de los Estados— , estimada en 79 millones de dólares. Así, el gobierno nacional emitiría bonos negociables, inter­ cambiables por la deuda. Ésta era la clave del programa de Hamilton, pues de esta forma una serie de certificados sin valor se transformaría en capital que estimularía la economía. Además, como la deuda era po­ seída por los ciudadanos más ricos, éstos apoyarían la nueva Constitu­ ción y el gobierno nacional. Las críticas de Madison y Virginia eran que tanto la asunción de las deudas de los Estados, como la consolidación de toda la deuda na­ cional, inflaría innecesariamente la deuda, favorecería a los especula­ dores y sería un signo de que el gobierno federal podría absorber a los Estados, pues para subvencionar la deuda incrementaba el poder im ­ positivo del gobierno nacional. Estos impuestos fluirían de los pobres a los ricos, del sur al norte y de los agricultores empobrecidos a los es­ peculadores. El secretario de Estado, Thomas Jefferson, que compartía los te­ mores de Madison sobre el creciente poder del gobierno nacional -—pero había comprobado en Francia que Estados Unidos no podía ser tomado en serio mientras la deuda externa no fuera pagada y el crédi­ to con los banqueros de Amsterdam, restaurado— , jugó un papel deci­ sivo para que Hamilton y Madison llegaran a un acuerdo en el Con­ greso. El acuerdo permitió que el Congreso aprobara la asunción de la deuda de los Estados y la consolidación de la deuda nacional; pero fue un triunfo para Virginia, pues consiguió que la capital —tras un perío­ do temporal en Pensilvania— se trasladara definitivamente al sur, al Potomac, entre Virginia y Maryland y que, de forma milagrosa, la deu­ da que Virginia debía asumir se igualara a los impuestos que este Es­ tado debía al gobierno federal, con lo cual la asunción de la deuda se­ ría ficticia.5 El cuarto punto, buscando crear instituciones financieras sólidas en el país, pretendía «ia creación de un Banco Nacional» del que el go­ bierno federal sería accionista minoritario y donde se depositarían los fondos gubernamentales. El banco incrementaría el flujo de capitales — esencial para el crecimiento económico— y proporcionaría también al país una moneda sólida. En 1790, el banco tenía también una signi­

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ficación política, pues sus acciones podían suscribirse con los recien­ temente consolidados Bonos Nacionales, de forma que estos nuevos accionistas, que se encontraban entre las clases más poderosas de Es­ tados Unidos, estarían más comprometidos por su propio interés en apoyar al gobierno nacional. Este punto fue también objeto de división de opiniones en el Congreso y planteó el primer debate sobre la inter­ pretación de la Constitución en el Gabinete Presidencial. El proyecto fue aprobado en el Congreso a pesar de las objeciones de Madison, el redactor de la Constitución, quien argumentaba que no había bases constitucionales para la creación de un Banco Nacional. En el Gabinete Presidencial se reprodujo el debate en tomo a la interpreta: ción amplia o estricta de la Constitución. Según el Artículo Primero, \ sección octava, de la Constitución, ésta autorizaba al Congreso a «pro­ mulgar todas las leyes, que fueran necesarias y apropiadas, para ejecu­ tar los poderes otorgados por esta Constitución al gobierno de Estados Unidos».6 Para Jefferson, la interpretación de este artículo era que el Banco Nacional no era «necesario» y que según la Décima Enmienda todos los derechos no delegados explícitamente en el Congreso eran re­ servados a los Estados. Mientras tanto, Hamilton insistía en que el po­ der constituir corporaciones era potestad de cualquier gobierno, estu­ viera o no expresamente indicado en la Constitución. El presidente compartió el argumento de Hamilton y firmó la ley que creaba el Ban­ co Nacional de Estados Unidos. El quinto punto urgía al Congreso a aprobar «un impuesto sobre el whisky destilado» para financiar la deuda consolidada. Aunque Ha­ milton sabía que este impuesto era impopular, creía más equitativo desplazar parte de la imposición fiscal de los comerciantes del este a los agricultores d ef oeste. El programa de Hamilton se completaba con un Informe sobre las . manufacturas, que proponía incentivar éstas, para utilizar productiva­ mente el nuevo capital creado por la deuda consolidada. Las ventajas que derivarían del desarrollo de la manufactura serían múltiples: di­ versificación del trabajo, mejor uso de la maquinaria, trabajo para las mujeres y los niños, promoción de la inmigración y creación de un mercado para los productos agrícolas. El programa exigía la imposi­ ción de altos aranceles protectores, que restringirían la exportación de ; materias primas y animarían a la creación de ciertas industrias, así como a ia mejora de los transportes. Los éxitos de la política de Hamilton fueron enormes, pues puso las bases del sistema monetario y fiscal norteamericano. Al consolidar las

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deudas, aumentó el valor del dólar continental, aseguró el crédito del gobierno y atrajo capitales. Con la creación del primer Banco Nacional de Estados Unidos comenzó a establecerse un elaborado mercado de capitales. Pero, sobre todo, las reformas económicas de Hamilton per­ mitieron que el país aprovechara las ventajas económicas internacio­ nales que se le presentaron a partir de 1793,7 cuando el comienzo de la guerra entre Francia e Inglaterra dejaba el comercio internacional en manos de los países neutrales. Pero estos éxitos se consiguieron a costa de la división entre los miembros del Gabinete Presidencial y la élite política que había redac­ tado la Constitución federal. Esta división fue el embrión de los pri­ meros partidos políticos. El primer punto de desunión era el relativo al poder de los Estados y el gobierno nacional, pero también había dos visiones distintas del capitalismo y la política económica. Los federa­ listas compartían las ideas de Hamilton de reforzar el gobierno nacio­ nal, mantener la política en manos d é la élite frente «a la tiranía de la mayoría» y poner las bases del desarrollo comercial e industrial de Es­ tados Unidos con medidas económicas que favorecieran sobre todo a los sectores comerciales y financieros del noreste; Los que se agrupa­ ban en tomo a Madison y Jefferson adoptaron el nombre de republica­ nos, equiparando el término república con política democrática. Así, se oponían alelitism o político del Senado y la presidencia, cuestiona­ ban que fueran constitucionales los nuevos poderes que estaba asu­ miendo el gobierno nacional, estaban de acuerdo en sanear la econo­ mía para posibilitar el desarrollo del país, y también con las ideas de desarrollo económico armónico de Adam Smith, ya que pensaban que el crecimiento continuo de una agricultura comercial familiar — con­ tando con la expansión hacia las tierras del oeste— estaría al alcance de todos los varones blancos.8 Páradójicamente, una parte fundamen­ tal del apoyo al programa de capitalismo agrícola comercial d élo s re­ publicanos se encontraba entre los intereses de los plantadores escla­ vistas del sur, pero esa realidad no parecía perturbar su programa de capitalismo popular o igualitario.9 Esta división en el gobierno y las élites se extendió a la población, convirtiéndose en una intensa lucha partidista, a partir de 1793, cuando los temas de política exterior dominaron la vida política nacional. En 1793, el rey de Francia, Luis XVI, fue ejecutado, abriendo un nuevo período de radicalización en la Revolución Francesa. Gran Bretaña, se unió a las monarquías de España y Holanda, en una guerra contra la re­ pública francesa, que duraría hasta 1815. Aunque Estados Unidos, por

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el tratado de 1778, era un aliado perpetuo de Francia y estaba obligado a defender sus posesiones en las Indias Occidentales, George Was­ hington proclamó la neutralidad de Estados Unidos — aunque recono­ ció la república francesa y admitió a su embajador Edmond-Charles Génet. Gracias a esta excepcional situación internacional, aumentaron to­ das las exportaciones agrícolas, especialmente las ya importantes de tri­ go y harina -—que abastecían a Portugal, España e incluso Gran Breta­ ña— , así como eí algodón, que rápidamente comenzó a sustituir al arroz y al tabaco como principal producto de exportación del sur. También in­ directamente benefició sobre todo a la industria de construcción de bar­ cos. Por esteM otivo, los principales beneficiarios de este crecimiento económico fueron los Estados con puertos importantes en el norte y en el alto sur — Massachusetts, Nueva York, Pensilvania y Maryland— ; mientras que en el sur profundo se beneficiaron sobre todo los Estados de Carolina del Sur, Georgia y Mississippi, donde más había aumentado el cultivó de algodón.10Los años transcurridos entre 1793 y 1808 fueron de enorme prosperidad, aunque durante los ocho primeros años de guer­ ra tanto Francia como Inglaterra intentaron acabar con la neutralidad de Estados Unidos, atacando sus barcos, incautando su carga y apresando a sus tripulaciones. Los acontecimientos de Francia y la guerra entre la república fran­ cesa, Gran Bretaña y las otras monarquías europeas tuvieron otra con­ secuencia: polarizar y dividir políticamente a la población en torno al apoyo a Francia o Gran Bretaña, como símbolo de dos concepciones distintas de la sociedad y la política norteamericana. Los federalistas apoyaban la neutralidad, y frente al jacobinismo y el «terror» de la república francesa, eran manifiestamente probritáni­ cos y partidarios de una política representativa, pero elitista; por otro lado una nueva forma de política popular surgía en tomo a los republi­ canos, que apoyaban la política francesa. Hubo enormes manifestacio­ nes populares de apoyo a la república francesa, asociaciones políticas voluntarias, llamadas Sociedades Democráticas, aparecieron en cada Estado, organizando Comités de Correspondencia entre ellas. Se edi­ taban periódicos partidistas y comenzaban a elegirse candidatos elec­ torales entre «los hombres comunes» por los temas que proponían, no por sus «virtudes personales».11 En este ambiente de división e intensa pasión política, en el que la fiesta del 4 de julio se celebraba por separado entre federalistas vesti­ dos de negro y republicanos portando los colores de la bandera trance-

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sa. dos decisiones de Washington en política exterior dividieron aún más a un país muy polarizado y plantearon la cuestión de hasta qué punto era legítimo para el pueblo involucrarse en debates sobre deci­ siones que la Constitución había confiado a los representantes elegidos. Cuando llegaron a Filadelfia las noticias de que los británicos ha­ bían apresado 399 barcos norteamericanos en el Caribe británico, Geor­ ge Washington y los federalistas, ante la necesidad de aumentar las de­ fensas del país, incrementaron los impuestos en los licores destilados. El aumento de estos impuestos dañaba los intereses de los agricultores al oeste de los Aleghenies, que por problemas de transporte convertían gran parte de su excedente de grano en alcohol destilado. Agricultores de cuatro condados del oeste de Pensilvania — ya organizados en So­ ciedades Democráticas— se levantaron en rebelión contra la recauda­ ción de este impuesto» atemorizando a los recaudadores, robando el correo, paralizando los juicios y amenazando con asaltar Pittsburg. La respuesta del presidente Washington fue reprimir la «rebelión del Whisky» con 13.000 milicianos, una fuerza mucho mayor que ningu­ no de los ejércitos mandados por Washington durante la guerra de In­ dependencia. Aunque los rebeldes se dispersaron rápidamente, la re­ sistencia al impuesto sobre el whisky renovó ei debate sobre la participación popular en política, defendida por periódicos y Socieda­ des Democráticas que Washington agitó cuando, en su discurso en el Congreso de otoño, habló de que «ciertas Sociedades» habían sido cul­ pables de fomentar la rebelión política. En medio de este debate, los términos del tratado de Jay se nego­ ciaron con Inglaterra. John Jay fue enviado por Washington a Gran Bretaña para conseguir que este país retirara sus puestos en la frontera occidental, pagara reparaciones por los barcos incautados, compensa­ ra por los esclavos liberados que huyeron con los británicos en 1793 y firmara un tratado comercial con Estados Unidos que legalizara el co­ mercio norteamericano con el Caribe británico. Pero tras siete meses de negociación, Jay solamente consiguió la promesa británica de eva­ cuación de los puestos fronterizos del noroeste en 1796 y el pago de re­ paraciones por los barcos incautados en 1793-1794. A cambio de estas concesiones, Jay aceptó la definición británica de los derechos de los neutrales, según la cual las mercancías no podí­ an viajar en barcos neutrales a puertos enemigos, y eí comercio con las colonias enemigas, prohibido en tiempos de paz, no podía abrirse en la guerra. Gran Bretaña conseguía el trato de nación comercial más favo­ recida, el compromiso de que el gobierno federal pagaría lo adeudado

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a los comerciantes británicos desde la revolución y ia promesa de que los piratas franceses no serían abastecidos en puertos norteamericanos. Lo peor, sin embargo, era no haber conseguido el acceso de los barcos norteamericanos al Caribe británico. Mientras los republicanos expresaban su descontento por las gene­ rosas concesiones a Gran Bretaña y se quemaba la esfinge de Jay en «reuniones públicas»,12 el Senado discutía el tratado en secreto, y por sólo un voto lograba la mayoría necesaria de 2/3 de la Cámara para aprobarlo el 24 de junio de 1795. Lo que sí consiguió la política exterior de Washington fue despejar el camino a la colonización de las tierras del oeste, pero «la política de tierras» se convirtió en otro punto esencial de discrepancia entre fede­ ralistas y republicanos. Por el tratado de Jay, los ingleses abandonaron sus puestos en el oeste. Apenas un mes después, por el tratado de Gre~ enville (agosto de 1795), Estados Unidos compraba a las doce tribus de Ohio los derechos del cuarto sureste de los territorios del noroeste (actualmente Ohio e Indiana), También en 1795 conseguía por el tra­ tado de Pickney con España que ésta reconociera el paralelo 31 como la frontera sur de Estados Unidos; la libre navegación del Mississippi; el derecho a «depositar mercancías» en Nueva Orleans sin tener que pagar aduanas por un período de tres años, con promesa de renova­ ción; una Comisión para fijar las reclamaciones norteamericanas con­ tra España y Ja promesa de que ninguna de las partes incitaría a ios in­ dios a atacar a la otra parte. La postura federalista era la de asentar primero la colonización en el este, y luego desarrollar las manufacturas y utilizar las tierras públicas como capital para pagar deudas y/o enriquecer al Tesoro. Esta política favorecía la división de la tierra en grandes lotes, que se venderían prin­ cipalmente a los especuladores. La postura de Jefferson y Madison, por el contrario, era favorecer la colonización rápida del oeste y dividir la tierra en lotes lo más pequeños posibles, como medio de afianzar la re­ pública y extender los derechos políticos a la mayoría de los hombres blancos. Prevaleció la política federalista en la Ley de Tierras de 1796, que mantenía los lotes mínimos de 640 acres de tierra de las Ordenan­ zas del Noroeste, aunque doblando el precio por acre a dos dólares y exigiendo que el total fuera pagado en un año. Como resultado de esta política, en 1800 el gobierno solamente había vendido 50.000 acres. Así pues, la política exterior y la simpatía por Francia o Inglaterra constituyeron el principal catalizador, en el segundo mandato de Geor­ ge Washington, de la división intensa de la sociedad y de la adscrip­

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ción a uno u otro partido, pues solamente en un sentido muy amplio se podía decir que los partidos representaban intereses territoriales y de clase. Eran más bien coaliciones amplias de intereses diversos. Así, aunque la mayoría de los apoyos federalistas se encontraban en el nor­ te, entre la élite comercial y financiera y los intereses manufactureros, tenían apoyos populares en los puertos de Nueva Inglaterra; asimismo los tratados de Jay y PicfcfíéyTés Había permitido tener apoyos en el Oeste y en el sur: Hamilton tenía importantes conexiones con Carolina del Sur, y George Washington y John Marshall con Virginia. En cuan­ to a los republicanos, aunque su mayor apoyo estaba entre los planta­ dores del sur y los agricultores pobres del sur y el oeste, también cre­ cieron mucho entre los cultivadores de grano dé Nueva Inglaterra y los Estados del Atlántico medio, siendo el eje Nueva York-Virginia el que sustentó la victoria del Partido Republicano en 1800. -3

L a d e s p e d id a d e G e o r g e W a s h in g t o n y l a s e l e c c io n e s d e 1796

El 19 de septiembre de 1796, George Washington anunciaba a sus «amigos y conciudadanos»; en un artículo publicado en The American Daily Advertaiser, el mayor periódico de Filadelfia, que no iba a pre­ sentarse para un tercer mandato presidencial. El hombre que era una leyenda viva de su tiempo, el «padre de la patria» desde 1776, que du­ rante veinte años había ocupado sucesivamente los cargos de coman­ dante en jefe del Ejército continental, presidente de la Confederación y presidente de la república federal en sus ocho primeros años, decidía retirarse a su plantación de Mount Vemon, Virginia. En mitad de la sesentena su salud de hierro había comenzado a fla­ quear. Se sentía herido tanto por las críticas de que actuaba con la m a­ jestad y la distancia de un «cuasi-rey», como por la tremenda oposi­ ción republicana al tratado de Jay y a la represión de la Rebelión del Whisky». Ante cualquier sombra de duda entre los que le acusaban de veleidades monárquicas, su decisión de no presentarse voluntariamen­ te a las elecciones de 1796 mostraba sus profundas convicciones repu­ blicanas. A diferencia de las monarquías europeas, los presidentes eran inherentemente desechables. El objetivo de su llamado Mensaje de despedida —-más bien una carta de despedida— era aconsejar a sus compatriotas sobre cómo mantener la unidad y el propósito nacional, no solamente sin él, sino sin un rey. El mensaje, convertido hoy en un documento fundacional de

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la república, contenía dos temas principales. Por un lado, una llamada a la unidad nacional, en donde denunciaba el excesivo partidismo, es­ pecialmente aquel que bajo la forma de partidos políticos perseguía «intereses ideológicos o de grupos de interés territorial, que hacían caso omiso a las ventajas de la cooperación». Por otro, él resto estaba dedicado a la política exterior y hacía una llamada a la neutralidad e in­ dependencia diplomática «de los enmarañados asuntos europeos». Ambas eran lecciones aprendidas en la guerra de independencia contra Inglaterra; Allí había comprendido que mantener la unidad del Ejérci­ to continental era la clave para sostener la resistencia nacional, hasta que cediera el ataque británico. También en la guerra comprendió que el objetivo era consolidar el control de la república sobre el oeste, a fin de convertirse en un imperio continental.14 En sus dos últimos años de vida en Mouñt Vemon, Virginia, el centro del republicanismo, parecía que sus consejos para fortalecer la uni­ dad nacional de la república eran desoídos. Las críticas republicanas al creciente poder del gobierno federal y sus llamadas a una hueva política democrática, que recuperara el espíritu de 1776, crecían parejas alas tre­ mendas dificultades internacionales de la presidencia de John Adams.

P r o b l e m a s in t e r n a c io n a l e s y d iv is ió n p a r t id is t a Jo h n A dams

e n l a p r e s id e n c ia d e

Las elecciones de 1796 iban a ser las primeras elecciones partidistas de la joven república. Compartidos aún poco desarrollados, seguía sien­ do más importante la credencial revolucionaria de los candidatos que el programa de partido. Retirado George Washington y fallecido Ben­ jamín Franklin, ia elección se debatía entre John Adams y Thomas Jef­ ferson, ambos colaboradores políticos en el Congreso continental y en l a redacción de la Declaración de Independencia, además de embaja­ dores en Europa y amigos desde 1774. Esta amistad no obviaba que ambos amigos y miembros del gobier­ no de W ashington hubieran manifestado diferencias políticas Sobre los principales temas en discordia. Les dividía el poder del gobierno na­ cional, el aumento de 1a representación política y, por supuesto, las re­ laciones con la Francia revolucionaria junto con el apoyo o rechazo al tratado de Jay. En las elecciones de 1796, ambos partidos trataron de compensar ferritoriaimente a sus candidatos con la elección del vicepresidente.

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HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

John Adams (Nueva Inglaterra) eligió a Thomas Pickney, de Carolina del Sur y Thomas Jefferson (Virginia) a Aaron Burr, de Nueva York. El voto se dividió territorialmente y el resultado fue muy ajustado, Adams capturó todos los votos electorales de Nueva Inglaterra y Jef­ ferson los del Sur, venciendo Adams por sólo tres votos en el Colegio electoral. De esta forma — como aún no se había aprobado la 12.a En­ mienda™-, John Adams se convirtió en presidente y Thomas Jefferson en vicepresidente. John Adams no solamente se enfrentó al desafío de ser presidente tras George Washington y de contar con unas instituciones jóvenes e inadecuadas para resolver los graves problemas de la nación, en medio de una intensa división ideológica de los partidos y de la prensa sobre la interpretación de la revolución y la Constitución; sino que además se encontraba prácticamente aislado en su Gabinete y heredó una cua­ si guerra con Francia, como consecuencia de la firma del tratado de Jay. Su vicepresidente, Thomas Jefferson había declinado encabezar una Delegación para negociar un tratado con Francia que evitara la guerra, pues prefería ser jefe de la oposición republicana dentro del Gabinete. El resto del Gabinete era fiel a Alexander Hamilton, que ex­ cluido del ticket presidencial instigaba a la división de los federalistas. Así, John Adams ignoró a su Gabinete y se apoyó en su mujer, Abigail Adams, y en su hijo, John Quincy Adams, levantando sospechas de ve­ leidades monárquicas.15 Cuando John Adams tomó posesión de su cargo en 1797, los fran­ ceses ya habían capturado 300 barcos norteamericanos y roto las rela­ ciones diplomáticas con Estados Unidos; el presidente intentó resta­ blecer las relaciones diplomáticas y evitar la guerra por todos los medios. Pero la respuesta del ministro de Exteriores francés Charles Maurice de Talleyrand, fue pedir un préstamo de 12 millones de dóla­ res, un soborno de 250.000 dólares para los cinco miembros del Di­ rectorio y disculpas de John Adams por su reciente mensaje en el Congreso, sólo para empezar a negociar. Cuando la noticia de las con­ diciones francesas llegó al Congreso y a la prensa* la/^hostilidad hacia Francia creció entre la población y comenzó una guerra naval «no de­ clarada» contra Francia entre 1798 y 1800. Aunque no hubo una de­ claración formal de guerra, el Congreso autorizó la captura de barcos franceses armados, suspendió el comercio con Francia y renunció a la alianza de 1778. Para luchar en esta guerra «no declarada», el Congreso autorizó la creación en 1798 de un Departamento de Marina, la reconstrucción de

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la Armada, que se había deshecho tras la revolución, así como la for­ mación de un Ejército de 10.00(3 hombres, que servirían durante tres anos, bajo la dirección de Alexander Hamilton. Pero al mismo tiempo, Adams reinició las negociaciones con Francia en el otoño de 1798, cuando Napoleón Bonaparte era el primer cónsul del nuevo gobierno francés. El objetivo de los negociadores norteamericanos era que los franceses pagaran 20 millones de dólares por los barcos capturados y la cancelación formal del tratado de Alianza de 1778. En 1800 los franceses accedieron solamente a dar por finalizada la alianza entre Francia y Estados Unidos junto con la cuasi guerra. Pero para entonces los republicanos ya habían comenzado el asal­ to a la presidencia por cualquier medio. Insistían en que el objetivo del gobierno de Adams era tanto la guerra con Francia, como aprovechar este conflicto para acabar con la oposición republicana y apoderarse «del gobierno del pueblo». La aprobación de las Leyes de Extranjería y Sedición en 1798 pareció confirmar estos temores. Las tres primeras leyes, aprobadas en el peor momento de la agresión francesa, refleja­ ban la hostilidad hacia los extranjeros — franceses, irlandeses, alema­ nes— . La Ley de Naturalización de 1798 alargaba de cinco a catorce años el período de residencia necesario para adquirir la ciudadanía. La Ley de Extranjería daba poderes al presidente para expulsar a los ex­ tranjeros peligrosos a su discreción y la Ley de Enemigos Extranjeros le autorizaba a «expulsar o encarcelar a los enemigos extranjeros en tiempos de guerra». Pero la Ley de Sedición iba mas allá, pues definía como una falta grave cualquier tipo de conspiración, tumulto o insu­ rrección contra «cualquier funcionario del gobierno federal», así como prohibía cualquier escrito, publicación o discurso contra el gobierno o cualquiera de sus miembros. La conmoción que provocó la aprobación de estas leyes demostra­ ba, una vez más, que no había consenso entre republicanos y federalis­ tas ni sobre lo que había sido el objetivo de la revolución americana, ni sobre lo que la Constitución había establecido; acusándose mutuamen­ te de traicionar la revolución y de violar la Constitución. De esta forma, la respuesta republicana a la aprobación de estas le­ yes fueron las Resoluciones de Kentucky y Virginia (1798), redacta­ das por Thomas Jefferson y James Madison respectivamente, que acu­ saban al gobierno federalista de violar la Constitución por distintos motivos, Jefferson, en la Resolución de Kentucky, señalaba que la Ley de Sedición era inconstitucional porque violaba los derechos naturales de los ciudadanos de cada Estado al controlar «sus asuntos internos»,

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pues cada Estado tenía derecho natural — si no estaba explícitamente reflejado en la Constitución como jurisdicción federal— a «anular» cualquier asunción de poder por otros poderes, dentro de los límites del Estado; así como el derecho a «separarse», si el Congreso o los Tri­ bunales desafiaban su decisión. La Legislatura de Keñtucky no aprobó todo lo referido a la anulación y separación por considerarlo demasia­ do peligroso. Por su parte, Madison señalaba que estas leyes eran «alarmantes infracciones» a la Constitución, pues violaban las garantí­ as de libertad de expresión de la Primera Enmienda.16

L as e l e c c io n e s d e 1800. L a r e v o l u c ió n r e p u b l ic a n a d e T hom as Jefferso n

Las noticias del acuerdo logrado en la nueva negociación con Fran­ cia llegaron demasiado tarde para influir en un electorado disgustado por los aumentos de impuestos para el nuevo Ejército y la Marina, los ataques contra los inmigrantes y la libertad de prensa, que representa­ ban las Leyes de Extranjería y Sedición, y el temor al aumento de po­ der del Ejecutivo federal John Adams se presentó otra vez como can­ didato federalista con un partido muy dividido por la hostilidad de Hamilton y sus seguidores. Frente a él los republicanos, que presenta­ ban una vez, más a Jefferson como presidente y Aaron Burr como vi­ cepresidente, contaban con una organización muy superior en los Estados — con «caucuses», Comités de Correspondencia y periódicos partidistas—- y representaban un nuevo estilo de hacer política que, gracias a la progresiva ampliación del sufragio, incorporaba a nuevos sectores sociales, los cuales comenzaban a vivir la política como una pasión colectiva que duraría todo el siglo xix. A pesar de todo, el resultado fue ajustado y el tándem JeffersonBurr ganó a Adams por 73 votos electorales contra 65. Como Jef­ ferson y Burr estaban empatados en votos electorales en el Colegio electoral, la Cámara de Representantes necesitó 35 votaciones para proclamar a Jefferson presidente, gracias a la abstención de los parti­ darios de Hamilton. La victoria de Jefferson y los republicanos no so­ lamente supuso el comienzo de la decadencia del Partido Federalista, sino también el final de un estilo de hacer política, el cual presuponía que existía un consenso esencial entre las élites, por encima de los in­ tereses partidistas. En los veinticuatro años siguientes, tres presiden­ tes virginianos y republicanos —Thomas Jefferson, James M adison y

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James Monroe— tendrían la ocasión de revertir el legado federalista y llevar a la práctica su interpretación de la revolución y la república federal. Pese a que la victoria de Jefferson sobre Burr en el Colegio electo­ ral fue pírrica, la mayoría en voto popular permitió a Thomas Jefferson interpretar su presidencia como una revolución republicana, que retor­ naba a los principios políticos americanos de 1776, frente a las ten­ dencias «monárquicas y anglosajonas» de los federalistas.17 Su toma de posesión, el 4 de marzo de 1801, realizada ya en la nue­ va capital a orillas del Potomac, marcaría el estilo y el contenido de esa revolución republicana. La ceremonia estuvo marcada por la «senci­ llez republicana» que caracterizarían los dos mandatos presidenciales de Thomas Jefferson. Ese día el presidente, vestido con ropas de dia­ rio, fue andando de la Casa Blanca al Capitolio por entre el conjunto de descampados y edificios oficiales que entonces era Washington.18 Durante sus dos mandatos presidenciales seguiría prescindiendo de la carroza en qué antes se habían desplazado George Washington y John Adams» insistiría en recibir a sus invitados sin ceremonia y con ropas sencillas y los sentaría siempre en una mesa circular, para que nadie pudiera presidir. Su discurso de toma de posesión, marcado por un tono conciliato­ rio, afirmó los principios republicanos y anunció las líneas generales de su programa de gobierno. Tras la intensa lucha partidista de la cam­ paña electoral y los años de presidencia de John Adams, su pragmatis­ mo le llevaba a resaltar los principios políticos que unían a todos los norteamericanos, para absorber a los federalistas moderados y ampliar la base social y territorial de su «revolución republicana».19 Recono­ ciendo la dificultad de su tarea en medio de «una nación que se está ha­ ciendo», quería devolver la armonía a la relación social, resaltando que «cada diferencia de opinión no era una diferencia de principio», pues todos estaban de acuerdo en la Unión Federal y en la república; «He­ mos llamado con nombres distintos a hermanos del mismo principio. Somos todos republicanos. Somos todos federalistas».20 Seguidamente, tras exponer los motivos geográficos, económicos y sociales por los que Estados Unidos era un país elegido, «cariñosamen­ te separados por la naturaleza y por un ancho océano de los estragos exterminadores de una cuarta parte del globo, con espacio para nuestros descendientes hasta dentro de cien o mil generaciones», que solamente necesitaba para conseguir la felicidad de su pueblo «un gobierno sabio y comedido, que impida a los hombres lesionarse unos a otros, pero que

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en lo demás les deje regular libremente sus propios proyectos de indus­ tria y mejora, y no le quite al trabajador de la boca el pan ganado».21 En cuanto a los principios de su programa de gobierno, prometía proteger los derechos individuales y colectivos de los ciudadanos, ga­ rantizando la igualdad ante la justicia, custodiando el derecho de elec­ ción del pueblo, respetando las decisiones de la mayoría y asegurando la libertad de religión, prensa y el juicio por jurado. Por otro lado, rei­ teraba los temas que habían marcado desde el principio las diferencias políticas entre federalistas y republicanos, como el mantenimiento de la paz, el comercio y la amistad con todas las naciones; el apoyo a los gobiernos estatales y al gobierno nacional; la conservación de una mi­ licia bien disciplinada; la supremacía de la autoridad civil sobre la mi­ litar; la economía en el gasto público; el pago honesto de las deudas; o el «estímulo de la agricultura y el comercio como su servidor».

R e f o r m a p o l ít ic a

A pesar de las palabras conciliatorias de su discurso de toma de po­ sesión, la elección de Jefferson y el triunfo del Partido Republicano no fue una revolución política, pero ciertamente avanzó e l proceso de de­ mocratización, la ampliación de la nación política y la transformación hacia la política de masas, que culminaría con la elección de Andrew Jackson en 1828. Una de las primeras medidas de Thomas Jefferson fue la derogación de las Leyes de Extranjería y Sedición, así como la promulgación de una nueva Ley de Naturalización, que en 1802 reins­ tauraba el período de residencia de cinco años22 para acceder a la ciu­ dadanía, eliminando las Enmiendas federalistas que en 1798 habían incrementado el período de residencia a catorce años. Igualmente, en los casi veinticinco años de presidencia ininterrum­ pida del Partido Republicano — en medio de cambios económicos muy rápidos en la sociedad norteamericana— , los partidos políticos se con­ virtieron en instrumentos de movilización política de las masas, más que en instrumentos de la élite. Miles de hombres de origen plebeyo comenzaron a participar en la política electoral, aumentó el número de cargos electivos a nivel estatal y sobre todo, Estado tras Estado, se iban eliminando los requisitos para votar, evolucionando rápidamente hacia el sufragio universal para los hombres blancos. El proceso de ampliación del sufragio se consiguió tanto gracias a la admisión de nuevos Estados del oeste, como a las Convenciones

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Constitucionales, que en los antiguos Estados fueron eliminando los requisitos de propiedad para poder votar. Entre 1801 y 1812, las Con­ venciones Constitucionales eliminaron los requisitos de propiedad en Maryland, Carolina del Sur y New Jersey; mientras que Ohio y Kentucky fueron admitidos en la Unión con Constituciones que otorgaban el sufragio a todos los varones blancos. Entre 1815 y 1828, todos los Estados excepto Rhode Island, Luisiana, Virginia y el Senado de Caro­ lina del Norte habían eliminado las barreras de propiedad para votar.23 Esta democratización, conseguida gracias a la movilización políti­ ca pacífica, fue esencial para la expansión del Partido Republicano, más allá de sus núcleos tradicionales del sur y el oeste. Si en esas zo­ nas el Partido Republicano era un vehículo de representación nacional de ios intereses territoriales de cada Estado — plantadores en el sur, agricultores pobres del sur y el oeste, expansionistas en el oeste— , que ocultaban los conflictos sociales; en las zonas del noreste y el Atlánti­ co medio, donde dominaban los federalistas, el republicanismo repre­ sentaba sobre todo los intereses de las clases populares frente a la élite y fue un vehículo esencial para las reformas políticas.24

P o l ít ic a e c o n ó m i c a r e p u b l i c a n a

Entre los principales objetivos del gobierno de Jefferson estaba tam­ bién el poner las bases de una verdadera política económica republica­ na. Frente a la «anglicanización» económica de los federalistas, el mo­ delo republicano, inspirado en el desarrollo económico de Virginia, quería que la economía norteamericana se mantuviera a un nivel de de­ sarrollo intermedio, caracterizado por la agricultura familiar comercial y un hábitat disperso y sin ciudades. Jefferson —como los fisiócratas Adam Smith o Málthus— no sólo culpaba a los gobiernos mercantilistas de impedir el incremento de la productividad agrícola, sino de pro­ vocar el envejecimiento prematuro de sus sociedades al favorecer el desarrollo de la industria y las ciudades, que habían permitido el enrir quecimiento de una minoría, pero había sumido en la pobreza a la ma­ yoría de la población. Para conseguir este objetivo económico, se reque­ rían tres condiciones básicas: un gobierno nacional libre de corrupción, una amplia reserva de tierras libres y libertad de comercio internacional, que permitiría exportar los excedentes agrícolas.25

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R e d u c c ió n d e l g a s t o p ú b l ic o

La «revolución republicana» intentó acabar con la corrupción de la Administración federalista, cumpliendo la primera condición para hacer posible la ejecución de la política económica republicana. Aun­ que el pragmatismo y la conciliación anunciada en el discurso de to­ ma de posesión de Jefferson estuvo también presente en sus deci­ siones de no expulsar a todos los cargos públicos federales y de m an­ tener los aspectos útiles del programa económico federalista --c o m o el Banco Central que se mantuvo hasta que se acabó la concesión en 1813— , cumplió su promesa de reducirlos gastos de! gobierno fe­ deral y los impuestos al consumó, rebajando al mínimo el presupues­ to de defensa. El Ejército prácticamente se eliminó, la defensa quedó en manos de la Milicia, y la M arina se redujo a misiones de defensa costera. En cuanto a los impuestos, se, eliminó el relativo al whisky destilado y los otros sobre el consumo, siendo sustituidos por los in­ gresos de la venta de tierras publicas y por los impuestos sobre las importaciones. La eliminación de los impuestos indirectos favoreció a plantadores y agricultores y, según los republicanos, solamente perjudicaba «a los ricos», que compraban productos de importación; pero hacía depender todas las finanzas estatales del comercio exterior. Cuando las circuns­ tancias internacionales eran favorables —com o en los primeros años de la presidencia de Jefferson-— y el comercio internacional no tenía obstáculos, el país pudo pagar la deuda, cubrir sus gastos y atesorar mediante los ingresos de los impuestos a la importación.26 Los proble­ mas vendrían a partir de 1803, cuando el Reino Unido y Francia rea­ nudaron la guerra, interrumpiendo el libre comercio internacional.

T ie r r a p a r a t o d o s : l á c o m p r a d é L u is ia n a Y LA PRIMERA EXPEDICIÓN AL OESTE

También unas circunstancias internacionales insólitas permitieron la compra de Luisiana en 1803, el mayor éxito político de Jefferson, que dobló el territorio del país, haciendo posible el acceso durante ge­ neraciones a las tierras libres, esencial para materializar la política eco­ nómica republicana. Jefferson fue el primer presidente que se refirió a la construcción de un «imperio de la Libertad», que fuera del Atlánti­ co al Pacífico, como medio para buscar otra rata hacia la India y acce­

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der a los mercados asiáticos, particularmente aT mercado chino. La compra de Luisiana fue así un paso definitivo en la construcción de ese «imperio de ía Libertad». El territorio de Luisiana ocupaba una enorme extensión entre el Mississippi y las Montañas Rocosas, incluía también el puerto de Nue­ va Orleans y había sido cedido por Francia a España tras la guerra franco-india. La posesión de ese territorio por un gobierno no estadou­ nidense obstruía la expansión al oeste, pues el Mississippi y el puerto de Nueva Orleans eran esenciales para la comercialización de los pro­ ductos del oeste. Pero España era un imperio en dificultades y por el Tratado de Pickney, firmado en 1795, había concedido temporalmente la libre navegación por el Mississippi y el derecho a depositar mercan­ cías en el puerto de Nueva Orleans. Las cosas cambiaron cuando con la llegada de Napoleón Bonaparte al poder, el territorio volvió a manos de Francia y se pretendía que fuera el centró de un imperio francés en el norte de América. Sin embargo, el fracaso francés a la hora de sofo­ car la rebelión de esclavos negros en Haití en 1802 —donde murieron 50.000 soldados franceses-— y las necesidades de financiar la inmi­ nente guerra con el Reino Unido, llevaron a Napoleón a vender Lui­ siana a Estados Unidos por 15 millones de dólares.27 La compra de Luisiana disipaba todos los problemas de comunicación de los colonos del oeste, y al doblar el territorio del país garanti­ zaba el acceso a la propiedad de la tierra durante generaciones. Pero planteaba también problemas constitucionales porque éra un acto de poder del Ejecutivo que exigió una interpretación muy amplia y dudo­ sa de la Constitución y encontró lá resistencia de los federalistas, ya que aumentaba ía deuda nacional en un 50 por 100, añadía un vasto te­ rritorio salvaje que de momento no servía para nada y amenazaba la futura importancia política del noreste y, por tanto, del Partido Federa­ lista.28 A pesar de esta oposición, el tratado firmado el 30 de abril de 1803, fue ratificado por el Senado en octubre pór uña mayoría de 26 votos favorables, frente a seis negativos y el 20 de diciembre de 1803 Estados Unidos tomó posesión del nuevo territorio. Una década des­ pués, en medio de la guerra de 1812 contra Inglaterra, las tropas norte­ americanas ocuparían la región próxima del oeste de Florida. También la compra de Luisiana dio un nuevo sentido a la expedi­ ción que desde hacía dos años venía preparando Jefferson, para explo­ rar el continente desde el Mississippi al Pacífico. El interés por explo­ rar ese territorio le venía ya de su padre, un miembro de The Loyal Land Company, al que la Corona había premiado con 800.000 acres de

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tierra al oeste de los Apalaches, y de su maestro, el reverendo James Maury, que también había hecho planes de explorar el oeste para la misma compañía. En la década siguiente a la independencia» de los cuatro planes norteamericanos para explorar el oeste, Jefferson fue el instigador de tres de ellos. Aunque en esa década y la siguiente las ur­ gencias políticas relegaron los planes de explorar el oeste» quedó claro para Jefferson que una exploración de este tipo no se podría hacer por suscripción privada, sino que necesitaría la financiación del gobierno federal. No había prisa mientras Luisiana permaneciera en poder del gobier­ no español, pero cuando en 1801 Jefferson tuvo noticias de que había vuelto a manos francesas y ese mismo año se publicó en Londres el re­ lato de Alexander Mackenzie, Voyages from Montreal, on the River S l Lawrence, though the Continent o f North America, to the Frozen and Pacific Ocean, sobre su expedición en busca de una ruta para el comer­ cio de pieles, Jefferson pensó que los franceses podían obstruir la expan­ sión de los norteamericanos hacia el oeste, y los británicos podían con­ trolar esos territorios si los norteamericanos no tomaban la iniciativa. Estas circunstancias aceleraron los preparativos de Jefferson, que eligió al virginiano Meriwether Lewis, su secretario particular y vete­ rano del Ejército continental, para dirigir la futura expedición. Duran­ te dos años lo estuvo preparando en conocimientos de botánica y car­ tografía, y en enero de 1803 consiguió que el Congreso aprobara la suma de 2.500 dólares para financiarla. De acuerdo con la Constitución, el objetivo para financiar una ex­ pedición, en lo que aún era un territorio no estadounidense, no podía ser otro que el interés del comercio. Pero la expedición tenía otros muchos intereses, como avanzar en conocimiento geográfico, recoger información científica sobre el territorio, explorar las posibilidades agrícolas y también los usos políticos y militares del oeste. Esta expe­ dición era así una culminación de la Ilustración americana, pues com ­ binaba la exploración científica y comercial con las preocupaciones agrícolas, el descubrimiento científico y la construcción nacional.29 Cuando se completó la compra de Luisiana, el objetivo de la expe­ dición cambió y fue sobre todo explotar el nuevo territorio adquirido por Estados Unidos. Con este objetivo principal, M, Lewis y su ayu­ dante, el también soldado virginiano William Clark, salieron de San Luis en mayo de 1804, llegando a Dakota del Norte en el otoño de 1804, donde construyeron Fort Mandan y pasaron el invierno. En la primavera de 1805 se dirigieron al oeste, acompañados por un cazador

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de pieles franco-canadiense y su mujer india, Scagawea, que les sir­ vieron de guías e intérpretes. Cruzaron las Rocosas por la actual Mon­ tana y descendieron por los ríos Clearwater y Columbia. hasta alcanzar la costa del Pacífico en noviembre. Tras esperar sin éxito la llegada de un barco, regresaron por tierra, dividiendo en dos la expedición tras cruzar las Rocosas, volviendo a reunirse en Fort Union y llegando a San Luis el 23 de septiembre de 1806, tras 28 meses de dificultades y peligros. Sus diarios, las especies que trajeron, los relatos de los indios que encontraron y con los que comerciaron fueron esenciales para dar a co­ nocer «el lejano oeste», atrayendo a los comerciantes de pieles y tram­ peros con sus relatos de indios cordiales, y abundantes pieles. La ex­ pedición daba también derecho a Estados Unidos a reclamar el territorio de Oregón, por «derecho de descubrimiento y exploración». La compra de Luisiana y la exploración del oeste culminaron un primer mandato presidencial lleno de éxitos en política interior y exte­ rior, que solamente se vio ensombrecido por los intentos de secesión de los federalistas radicales del noreste y las intrigas y posterior cons­ piración del vicepresidente Aaron Burr.

U n d u e l o y u n a c o n s p ir a c ió n

La adquisición de un vasto territorio en el oeste preocupaba a un grupo de federalistas radicales, liderados por el ex secretario de Esta­ do, el senador Timothy Pickering, que temían que Mueva Inglaterra y el Partido Federalista perdieran importancia política en la Unión. La alternativa de este grupo era lá secesión de Nueva Inglaterra de la Unión, formando con Nueva York la Confederación del Noreste. Para que el plan funcionara, necesitaban que Aaron Burr, aún vicepresiden­ te de Jefferson, triunfara como candidato federalista en las elecciones a gobernador de Nueva York en abril de 1804. Ya entonces Aaron Burr era un personaje político controvertido e incluso contestado en las filas del Partido Federalista. Su papel había sido decisivo en la victoria republicana de 1800, pero su desencuentro con Jefferson comenzó también en la misma elección, cuando la Cá­ mara de Representantes decidió elegir a Jefferson como presidente, gracias a los federalistas cercanos a Hamilton. Aunque fue vicepresi­ dente republicano con Jefferson en su primer mandato; sabiendo que éste iba a excluirlo del ticket presidencial en la elección siguiente, optó

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por probar fortuna con los federalistas, presentándose en abril de 1804 a las elecciones para gobernador del Estado de Nueva York. Pero Alexander Hamilton, el político más representativo del Parti­ do Federalista, que había manifestado abiertamente su desconfianza y rivalidad política con Aaron Burr desde 1789, intentó evitar por todos los medios que éste fuera elegido gobernador. Como ya manifestara en las elecciones de 1800, en una nación joven, donde aún no estaban asentadas ni las leyes, ni las instituciones, no podían elegir como pre­ sidente a «un hombre sin principios», al «Catilina de la República Americana»— parafraseando a Cicerón— qué prestaba sus servicios en aquella fracción o partido que podía ofrecerle más a cambio. Por eso se opuso a la elección de Burr como gobernador de Nueva York en 1804, considerándolo «un hombre peligroso, en el que no se debía confiar para tomar las riendas del gobierno» y desautorizando la sece­ sión, pues «el desmembramiento de nuestro imperio sería un sacrifi­ cio, sin ninguna contrapartida». Esta opinión era también compartida por la mayoría dé los federa­ listas en 1804, acallando momentáneamente los deseos de secesión de los federalistas radicales; pero Burr, derrotado abrumadoramente en la elección a gobernador de Nueva York en abril de 1804, decidió retar a Hamilton en duelo cuando sus palabras descalificadoras aparecieron en la prensa. Aunque en Nueva York estaban prohibidos los duelos, «la entre­ vista» tuvo lugar a orillas del Hüdson, el 11 de junio de 1804, con el resultado fatal de la muerte de Hamilton al día siguiente. Hubo con­ senso entonces — mantenido hasta hoy— en acusar a Burr de asesina­ to a sangre fría, pues Hamilton no disparó. Así, Burr, acusado de due­ lo y asesinato en el Estado de Nueva York, con una carrera política acabada, huyó a Georgia: El duelo entre Burr y Hamilton no sólo es­ condía una animosidad política llevada al extremo entre dos padres de la patria, sino que fue el único momento en que la generación revolu­ cionaria resolvió sus enfrentamientos políticos con la violencia,30 Jefferson ganaría las elecciones de 1804 por mayoría absoluta, pero su segundo mandato estaría lleno de dificultades, debido a las re­ percusiones de la reanudación de la guerra entre Inglaterra y Francia, a lo que se añadió la llamada «conspiración de Burr», el intento de Aa­ ron Burr de formar un imperio separado en el oeste. Burr tras refugiarse en la Florida española, volvió a W ashington en noviembre de 1804 para presidir el Senado; pero en realidad esta­ ba más interesado en construir una nación separada en el oeste con la

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ayuda del general James Wilkinson. El primer paso era conseguir la secesión e independencia de Luisiana, desde la cual se pretendía in­ vadir México. Burr consiguió su primer objetivo de que James W il­ kinson fuera nombrado gobernador del territorio de Luisiana en 1805, mientras Burr en 1806 reclutaba aventureros en Kentucky para invadirM éxico. La conspiración se abortó, porque el general Wilkinson traicionó a Burr, comunicando a Jefferson las intenciones de éste en Luisiana.31 Burr fue arrestado en Alabama en junio de 1807 y sometido a juicio por alta traición, presidido por el presidente del Tribunal Supremo John M arshall El juicio se convirtió en un enfrentamiento político »—que puso a prueba la independencia del poder judicial-— entre Jef­ ferson, que quería utilizar todo el poder del Ejecutivo para condenar a Burr, y el viejo federalista John Marshall, que quería utilizar la inde­ pendencia del poder judicial para absolverlo. Jefferson y la Administración salieron muy desprestigiados de este enfrentamiento, pues actuando como fiscal, aceptó la palabra dudosa del general Wilkinson para condenar sin pruebas a Burr de alta trai­ ción, independientemente de los hechos.32 En cuanto al Tribunal Su­ premo, manteniendo una interpretación estricta de lá Constitución, ab­ solvió a Burr* Según esta interpretación, se necesitaban dos testigos que probaran que Burr había intentado «declarar la puérra a Estados Unidos o unirse a sus enemigos». Como no se encontraron pruebas, el jurado declaró a Burr no culpable. Tras el juicio Burr marchó a Fran­ cia, donde intentó persuadir a Napoleón para organizar una invasión anglo-francesa de Norteamérica, regresando a Nueva York en 1812, donde continuó ejerciendo la abogacía hasta su muerte en 1836.

E x p e r im e n t o s d é « c o e r c ió n p a c íf ic a » a n t e l a s r e p e r c u s io n e s E u ro pa

e c o n ó m ic a s d e l a g u e r r a e n

Sin duda los peores problemas de Jefferson en su segundó manda­ to presidencial estuvieron causados por la situación internacional y sus repercusiones en el comercio y la economía norteamericanas. Cuando a partir de 1.803 Francia e Inglaterra reanudaron las hostilidades, Esta­ dos Unidos aprovechó otra vez las ventajas comerciales de ser un país neutral y durante dos años disfrutó de los beneficios extraordinarios que le reportaba el comercio de reexportación. Fero a partir de 1805, cuando Ñapoleón aspiraba a controlar el continente europeo e Inglate­

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rra los mares, y sobre todo a partir de 1807, cuando los británicos esta­ blecieron el bloqueo sobre el continente y las Órdenes del Consejo prohibían a los neutrales comerciar con los puertos de Francia y sus aliados, y Napoleón respondió con un bloqueo sobre los británicos - —el Sistema continental— , uno y otro país acosaron a los barcos neu­ trales norteamericanos que negociaban con el enemigo. Particular­ mente los británicos no sólo capturaban los barcos, sino que en su avi­ dez de marinos para la Armada británica apresaban a tripulaciones enteras, si sospechaban que eran de origen británico, aunque tuvieran la nacionalidad norteamericana. Uno de estos incidentes, el ataque y captura de algunos marinos del buque Chesapeake —justo fuera de aguas territoriales norteamerica­ nas— , llevó al país casi ai borde de la guerra con Inglaterra. Ésta evi­ tó el conflicto disculpándose y pagando una indemnización. Ni los bri­ tánicos ni Jefferson querían llegar a una guerra, pero el daño que las restricciones estaban imponiendo a la economía norteamericana era tal, que Jefferson optó por un experimento de «coerción pacífica», el embargo, que tenía un antecedente en los movimientos de no importa­ ción que precedieron y acompañaron a la revolución. En diciembre de 1807 el Congreso aprobó la Ley del Embargo, por la cual se prohibían las exportaciones de productos norteamericanos y las importaciones de productos británicos. La adopción de esta medida se basaba en la asunción de que los productos agrícolas norteamericanos eran esenciales para el continen­ te europeo y particularmente para los países en guerra — Francia e In­ glaterra— , y que el mercado norteamericano era fundamental para las manufacturas británicas. Esta necesidad de contar con Estados Unidos, tanto como proveedor como consumidor daba al embargo, según Jef­ ferson, la capacidad de acabar con las restricciones del comercio inter­ nacional. Pero el embargo no cumplió su objetivo de eliminar las restriccio­ nes comerciales y a cambio dañó profundamente la economía nortea­ mericana, que desde entonces a 1814 entraría en unproceso de reduc­ ción del crecimiento. El embargo falló porque muchos comerciantes y armadores lo burlaron. A pesar de los riesgos, los beneficios comer­ ciales eran tan grandes que animaron el contrabando, con lo que Fran­ cia y el Reino Unido no fueron profundamente perjudicados. La que sí sufrió fue la economía norteamericana, especialmente la producción agrícola del sur y el oeste, así como la industria de construcción de bar­ cos del noreste — permitiendo la recuperación del moribundo Partido

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Federalista en Nueva Inglaterra---, aunque en esta zona del país, parte del capital y la energía se dedicó al desarrollo de las manufacturas.33 En este aspecto, Jefferson apuntaba al desarrollo momentáneo de las pequeñas manufacturas domésticas» que podían producir artículos de primera necesidad que hicieran al país independiente del Reino Unido; pero seguía considerando improductivo económicamente y pe­ ligroso socialmente que el país se dedicara a la producción manufactu­ rera a gran escala.34 Su opinión no impidió que en Nueva Inglaterra, Pensilvania y Nueva York el capital que antes se dedicaba a la cons­ trucción de barcos y el comercio exterior se dedicara ahora a la manu­ factura a gran escala. Tras quince meses de inefectividad y perjuicio para la economía norteamericana, Jefferson aceptó que el embargo había fracasado, le­ vantándolo el 1 de marzo de 1809, unos días antes de que tomara po­ sesión James Madison, el también virginiano y político republicano, ex secretario de Estado, qué había ganado las elecciones de 1808. El embargo había acabado, pero la guerra entre Francia y el Reino Unido continuaba, así como los problemas comerciales y sus conse­ cuencias para la economía agrícola exportadora norteamericana. El Congreso decidió en 1809 continuar con la política de «coerción pací­ fica», mediante la Ley de No Relaciones Comerciales. Esta ley reabrió el comercio con todos los países, excepto Francia y el Reino Unido y autorizaba al presidente a reabrir el comercio con cualquiera de los pa­ íses que levantara las restricciones al comercio de los neutrales. La Ley de No Relaciones resultó tan ineficaz como el embargo y el 1 de mayo de 1810, el Congreso la sustituyó por el Decreto Número 2 de Macón, que reabría el comercio con el Reino Unido y Francia, pero prometía a la primera de esas potencias que eliminara las restricciones al comercio norteamericano, que suspendería el comercio con su enemigo. ; En marzo de 1811, la Administración de Madison — a pesar de que continuaron las capturas francesas de barcos norteamericanos y el apresamiento de marinos— aceptó la palabra francesa de que el Siste­ ma continental se iba a relajar y oficialmente permitió el comercio con Francia y prohibió el comercio con Inglaterra. Esta acción no detuvo en los dos años siguientes los ataques franceses a barcos norteameri­ canos, pero hizo que Estados Unidos fuera visto en Inglaterra como un agente francés y enemigo no declarado;35 al tiempo que dañaba tanto las exportaciones británicas, que los intereses manufactureros presio­ naron al gobierno para que revocara las Ordenes del Consejo.

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U n a s e g u n d a g u e r r a c o n t r a I n g l a t e r r a , 1812-1815

Finalmente la «coerción pacífica» pareció funcionar, pues aunque el gobierno británico veía a Estados Unidos como un agente francés, comerciantes y ferreteros -—que habían perdido ya 500.00 libras— presionaban al Parlamento para que revocara las Órdenes del Consejo antes del verano, como forma de evitar pérdidas ruinosas. Mientras tanto, en Estados Unidos, la Administración Madison y el Congreso estaban dispuestos a declarar la guerra a Inglaterra si no revocaba in­ mediatamente las Órdenes del Consejo, aunque el país no estaba pre­ parado para la guerra y se mostraba muy dividido respecto a su conve­ niencia. Así, las restricciones botánicas al comercio de Estados Unidos como país neutral y el apresamiento de marinos norteamericanos, por ser considerados ciudadanos británicos,36 fueron las causas oficiales que Madison y los republicanos en e f Congreso esgrimieron para de­ clarar la guerra a Inglaterra. En un país joven, ambas agresiones se consideraban un ataque a la independencia, la soberanía y el honor na­ cional;37 al tiempo que Madison estimaba que la «sumisión» podía per­ judicar al republicanismo, en un momento en que la guerra había rea­ bierto la división partidista de la sociedad.38 En la creación de esta sensación de que Inglaterra amenazaba la so­ beranía y prosperidad de Estados Unidos, fiie decisiva la actuación de la joven generación de republicanos que lideraban el Congreso. Estos hal­ cones de la guerra, liderados por Henry Clay, el presidente de la Cámara de Representantes más joven de la historia —entre los que se encontraban Richard M. Johnson, Félix Grundy y John C. Calhóun— , procedían de Estados del sur y el oeste, estaban en su primer mandato en el Congreso y no habían vivido la experiencia de la revolución y la guerra de la Inde­ pendencia. Fueron ellos los que relacionaron las agresiones comerciales británicas con la idea de que los británicos estaban instigando a las na­ ciones indias contra las fronteras del noroeste y el suroeste, y ofrecieron como solución la conquista del Canadá británico y la Florida española.39 Todos estos objetivos podían justificar la declaración de guerra con la nación más poderosa del mundo entre los intereses agrícolas del sur y el oeste; pero no convencían a las zonas marítimas del noreste, que habían sido las más afectadas por el apresamiento de marinos y las res­ tricciones comerciales.40 Particularmente en Nueva Inglaterra se con­ sideraba que la guerra iba a ser catastrófica para su economía y la opo­ sición a ella hizo revivir al Partido Federalista.

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Además el país no estaba preparado para la guerra, ni se estaba pre­ parando militar, ni financieramente. Madison había reducido aún más el presupuesto de defensa; de forma que el Ejército tenía 11.700 hom­ bres, de los cuales 5.000 eran nuevos reclutas voluntarios, mandados por viejos oficiales que «bebían demasiado» o jóvenes cuyo único mé­ rito era ser republicanos leales. La Armada estaba mejor preparada; te­ nía siete fragatas mayores y más rápidas que las británicas y siete ba­ landros, pero nada que pudiera desafiar a la Armada británica en combate abierto.41 Por otro lado, hasta un año después dé comenzada la guerra, el Congreso no aprobó los impuestos para financiarla, por lo que en 1813 el gobierno estaba prácticamente en baríéárrota, lo que ex­ plica que los británicos no se tomaran en sério la amenaza dé guerra. A pesar de la falta de preparación, la Cámara dé Representantes votó a favor de la guerra el 4 de junio de 1812 pór 79 votos frente á 49 —basado en un informe de guerra del Congreso, que parecía una se­ gunda Declaración de Independencia— , El Senado le siguió el 13 de junio por 19 votos frente a 13. El 18 de junio de 1812, el presidente Madison firmó la Declaración de Guerra, dos días después de que el go­ bierno británico revocara las Órdenes del Consejo, demasiado tarde para que la noticia llegara a Estados Unidos a tiempo de evitar la gue­ rra. Sin embargo, el gobierno británico buscó de inmediato un armisti­ cio, pues en medio del momento más álgido de la guerra contra Napo­ león en Europa, no estaba interesado en una guerra con Estados Unidos. En los seis primeros meses de guerra, las fuerzas superiores esta­ dounidenses se lanzaron al ataque de los británicos en Canadá sin éxi­ to; mientras que el Ejército británico — conocedor de su inferioridad— se mantuvo a la defensiva. En el mar la situación fue distinta y las mo­ dernas fragatas norteamericanas infringieron sus primeras derrotas a la Armada británica, cuyos efectivos principales estaban luchando en la península Ibérica. También la flota de balandros inflingió una im­ portante derrota a los británicos en los Grandes Lagos, en el invierno de 1812-1833. A finales de 1812, el gobierno británico reconoció que no iba a aca­ bar rápidamente con ese conflicto y su comercio se estaba resintiendo por ios ataques de corsarios y barcos de guerra estadounidenses, pero nada amenazaba el dominio británico de los mares. El comercio nortea­ mericano en cambio quedó aún más dañado por la guerra, y sus exporta­ ciones cayeron de 45 millones de dólares en 1 8 1 1 a siete millones en 1814.42 Esta dramática situación explica que, en abril de 1812, el ex pre­ sidente Jefferson, quien como muchos agricultores y plantadores virgi-

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nianos tenía sin vender su cosecha de primavera, explicara a algunos de sus corresponsales que incluso el comercio «con nuestros enemigos» se­ ría deseable.43 Y en efecto, gracias a las necesidades del Ejército de Wellington en España y Portugal, Jefferson y otros agricultores norteameri­ canos vieron aliviada su situación hasta cierto punto, pues el gobierno británico dio licencias a barcos norteamericanos para exportar harina a España y Portugal por cantidades que llegarían a alcanzar, en 1813, los 970.000 barriles. Como señalara Jefferson, «si el Ejército británico se retiraba de España por hambre, sería enviado a Estados Unidos, por lo que era mejor alimentarles en la península Ibérica y cobrar por ello».44 A principios de 1813, los británicos recibieron tres batallones más de refuerzo -—que junto con las tropas canadienses formaban un Ejér­ cito de 13.700 hombres—-, pero siguieron a la defensiva en la frontera canadiense; mientras que con los corsarios canadienses avanzaron en el bloqueo de la costa americana, que sería total en 1814, Los nortea­ mericanos realizaron una serie de ataques sobre Canadá —entre los que se encontraba el incendio del Parlamento de York en abril de 1813— que tenía como objetivo final tomar Montréal, pero que en ge­ neral fracasaron. Así, seis meses después, los británicos contraataca­ ron, capturaron Fort Niágara y devastaron ciudades estadounidenses y asentamientos en la frontera. En agosto de 1813, se abrió otro frente en el suroeste, cuando los indios creek atacaron Mobile en el río Alabama, matando a la mitad de los habitantes del fuerte. Andrew Jackson, general de la milicia de Tennesse, acabó con la resistencia creek el 27 de marzo de 1814, en la decisiva batalla de Horseshoe Bend, lo que provocaría la cesión de dos tercios de sus tierras a Estados Unidos, incluidas parte de Georgia y la mayor parte de Alabama. Aparte de estas ganancias en el suroeste, a finales de 1813, los es­ tadounidenses habían ganado muy poco tras dieciocho meses de guerra. A pesar de las victorias navales iniciales, la Armada estaba obligada a refugiarse en los puertos; su comercio exterior sólo se mantenía bajo licencia británica y según la conveniencia británica, su Ejército no era ninguna amenaza seria para Canadá, a pesar de su larga y expuesta frontera. No había ninguna base racional para pensar que el país pu­ diera ganar algo con prolongar la guerra, ya fuera territorio en Canadá, concesiones comerciales, acabar con los apresamientos u «honor na­ cional». Pero pasaron algunos meses antes de que el gobierno nortea­ mericano abriera negociaciones directas con el Reino Unido y la lucha continuó, una vez iniciadas éstas, a lo largo de 1814 y 1815.

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En cuanto a los británicos, preocupados por derrotar a Napoleón en Europa, no habían buscado la guerra y desde el principio del conflicto intentaron negociar un final rápido. Pero conforme mejoró su situación militar a partir de 1813, aumentó su resentimiento por un ataque nor­ teamericano producido en lo peor de la lucha contra Napoleón, y — en medio de las peticiones de los periódicos para derrocar al presidente Madison y disolver la Unión— el gobierno británico pretendía que el resultado de la guerra les permitiera modificar la frontera de Estados Unidos y Canadá, evitar que los primeros mantuvieran una Fuerza Na­ val en los Grandes Lagos y conseguir un acuerdo satisfactorio para los indios aliados del Reino Unido, La derrota de Napoleón en Europa en abril de 1814 parecía ga­ rantizar el logro de estos objetivos, pues muchas de las tropas que es­ taban luchando con W ellington en España y Portugal fueron tras­ ladadas a Estados Unidos. Con estos refuerzos en el Ejército y la Marina, los británicos tomaron la iniciativa con un plan de tres par­ tes. Desde Canadá, el general George Prevost tenía órdenes de inva­ dir Estados Unidos y tomar Pattsburg o Sackett’s Harbour, no tanto para conquistarlo, sino para asegurar la modificación de la frontera entre Estados Unidos y Canadá y restringir las Fuerzas Navales nor­ teamericanas en los Grandes Lagos. La campaña de Prevost fue un fracaso y tuvo que abandonar el ataque a Plattsburg y refugiarse en Canadá. ■ La otra parte del plan fue el ataque a l a bahía de Chesapeake, con el incendio de Washington el 24 de agosto de 1814 —en represalia por el incendio de York— , que aparte de obligar a huir al gobierno y humillar al país, no tuvo muchas consecuencias militares. Distinta fue la suerte de los británicos en Baltimore, pues la resistencia estadouni­ dense les hizo desistir de conquistar la ciudad. Fue precisamente con­ templando el sitio de la ciudad desde un barco en el puerto, cuando el abogado de George Washington, Francis Scott Key compuso The Star Spangled Banner (Una bandera salpicada de estrellas), que se con­ vertiría en el himno nacional de Estados Unidos. La tercera paite del plan era el ataque a Nueva Orleans, no tanto para que Luisiana fuera independiente o revirtiera otra vez a España, sino buscando un rápido final a la guerra. Pero allí, el 8 de enero de 1815, los 7.500 veteranos del Ejército británico sufrieron la peor de­ rrota en campo abierto que habían sufrido en muchos años, frente a las tropas de hombres de frontera, aristócratas criollos, negros libres y pi­ ratas, mandados por el general Andrew Jackson.

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Ya en diciembre de 1814 -—cuando fueron derrotados en Lake Champlain— , los británicos, en medio de las negociaciones del Con­ greso de Viena, consideraron que una victoria militar era demasiado costosa, pues exigía más medios militares, y decidieron firmar la paz. El tratado de Paz de Gante, firmado en la Nochebuena de 1814, era un documento vacío, que más o menos confirmó el statu quo anterior a la guerra. No se hizo ninguna mención a los apresamientos de marinos o a derogar las Órdenes del Consejo, no hubo alteraciones de la frontera canadiense, solamente había alguna mención a la protección de los aliados indios británicos, muchos de los cuales ya habían llegado a acuerdos con Estados Unidos.45 Tampoco los norteamericanos sacaron nada tangible de la guerra, excepto que el gobierno y el Partido Republicano salieron bien libra­ dos de una de las batallas más irresponsables llevadas a cabo por un gobierno representativo, y que gracias a la victoria de Andrew Jackson en Nueva Orleans, la convirtieron en una victoria que por primera vez dio un sentido nacional a Estados Unidos. Mientras británicos y estadounidenses llegaban a un acuerdo de paz en Gante, el descontento de Nueva Inglaterra con «la guerra del se­ ñor Madison» se expresaba en la reunión de 21 delegados de los Esta­ dos de Massachusetts, Rhode Island, Conñecticut, Vermont y New Hampshire en Hartford, Connecticut, el 15 de diciembre de 1814; Nue­ va Inglaterra, que hasta la caída de Napoleón se mantuvo distante de la guerra, sacando provecho del comercio ilegal y la piratería, vio que a partir de abril de 1814 los británicos la incluían en su bloqueo, ocupa­ ban parte de Maine y dirigían ciertos ataques a lo largo de la costa, amenazando incluso a Boston. En la Convención había una fracción radical, que quería separarse de la Unión, y una fracción moderada, que se impuso y propuso siete Enmiendas constitucionales para limitar la influencia política republi­ cana. Entre ellas estaban la petición de una mayoría de 2/3 de la Cá­ mara de Representantes para declarar la guerra o admitir nuevos Esta­ dos en la Unión; una prohibición de embargos que duraran más de seis días; un límite para la presidencia y una prohibición de sucesivos pre­ sidentes del mismo Estado. Si sus demandas no eran satisfechas, una próxima convención en Boston declararía la secesión. Pero la amena­ za de secesión se evaporó con las noticias de la paz de Gante y la vic­ toria de Nueva Orleans, hundiendo definitivamente a los federalistas por desleales y localistas.

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V ic t o r ia s in v ic t o r ia s

A pesar de que los estadounidenses no ganaron nada con la guerra y de la frivolidad con que ésta fue declarada; gracias a las circunstancias internacionales y a la victoria de Andrew Jackson en Nueva Orleans, sintieron que, bajo el liderazgo republicano, habían sobrevivido a una «segunda guerra de Independencia» contra el país más poderoso del mundo. Tampoco la guerra solucionó los problemas comerciales de la re­ pública* pues permanecieron las restricciones al comercio con Inglate­ rra, particularmente en el Caribe y nunca se recuperó el extraordinario comercio de reexportación, que había hecho crecer extraordinariamen­ te la economía norteamericana entre 1803 y 1808, Pero a partir de 1815 se inició un período económico de transición hacia la «revolu­ ción del mercado». El algodón -—presionado por la demanda de la in ­ dustria británica— se convirtió en el principal producto de exporta­ ción, siendo tanto el motor de la agricultura de plantación del sur, como del comercio del noreste, particularmente en Nueva York* que se convirtió en el centro del comercio del algodón.46 De igual modo en el noreste, especialmente en Nueva Inglaterra, desde el embargo comen­ zaron a desarrollarse las manufacturas a gran escala^ alimentadas por un mercado interior creciente, afirmando así el modelo de desarrollo federalista y poniendo en crisis la política económica republicana de acceso igualitario a la tierra y la agricultura comercial. Tras la guerra de 1812, Thomas Jefferson contemplaba cómo el crecimiento de la población impediría en un futuro cercano el acceso igualitario a la tierra. En cuanto a James Madison, veía que los proble­ mas no vendrían causados tanto por la escasez de tierra, sino por la su­ perproducción agrícola y la saturación de los mercados disponibles, por lo que creía necesario adaptar el espíritu y los principios de la re­ volución republicana a las necesidades del desarrollo industrial.47 La experiencia de la guerra ya había hecho que él y otros muchos republicanos se fueran alejando de los presupuestos económicos jeffersonianos, se hicieran más nacionalistas y adoptaran algunos aspec­ tos de la política federalista, como la utilidad de un Ejército y M arina permanentes, 1a necesidad de un sistema más eficaz de transporte, un Banco Nacional y tarifas arancelarias altas para proteger la industria. Al fin y al cabo, las manufacturas a gran escala no producían exclusiva­ mente artículos de lujo, ni eran responsables de la miseria de la pobla­ ción. Eso era más bien consecuencia de las políticas mercantilistas y

Capítulo 3 EL CRECIMIENTO'DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA DE JACKSON/IB 15-1850 E n o r m e s POSIBILIDADES EN EL CINCUENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA

A partir de 1815, finalizadaJa segunda guerra contra Inglaterra y las guerras napoleónicas, Estados Unidos —con un renacido senti­ miento nacional y un nuevo héroe político y militar en la figura de An­ drew Jackson— inició un período de enormes cambios sociales, polí­ ticos y económicos, conocido como la «revolución del mercado» o «la era de Jackson», De 1815 a 1850, el país pasó de ser una república agraria exportadora a estar a las puertas de convertirse en una potencia económica mundial, al mismo tiempo que avanzaban la democracia y la política de masas, pero se afianzaban la esclavitud en el sur y el ge­ nocidio indio en el oeste. Fue un período, pues, de enormes contradic­ ciones, pero también de grandes cambios e inmensas posibilidades, que dieron a la república una gran esperanza en su futuro como nación. Éste era el espíritu de Estados Unidos cuando en 1826 celebraba los cincuenta años de su independencia y así lo expresaron, con sus enor­ mes posibilidades y contradicciones, los muchos e ilustres viajeros eu­ ropeos que visitaron el país desde entonces, interesados en las enormes posibilidades del «experimento americano». Entre los atraídos por la promesa del «nuevo mundo», se encontra­ ban los reformadores británicos Robert Owen y Francis Wright, que establecieron comunidades utópicas en Indiana y Tennessee, respecti­ vamente, Robert Owen creía que el ambiente moldeaba el carácter de las personas, por lo que reformando las circunstancias ambientales se podía reformar la sociedad. América le pareció — como a otros pensa-

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del Reino Unido; pero en Estados Unidos, donde la emigración a la tie­ rra libre era siempre una posibilidad y el gobierno no era corrupto, las manufacturas no habían provocado miseria, ni pobreza y podían concíliarse con el igualitarismo republicano.48

Un

c o n s e n s o f o r ja d o s o b r e u n g r a n s il e n c io

En 1815, tras una segunda guerra contra Inglaterra, la república de Estados Unidos de América había demostrado que era viable y podía sobrevivir como nación; pero sus primeros años de vida fueron los de mayor división política de la historia del país. Varios fueron los moti­ vos que permitieron resolver las diferencias políticas pacíficamente y mantener un consenso básico en tomo a la república y la Unión. En primer lugar, la Constitución federal proporcionó un marco político para que la intensa división política, canalizada en partidos políticos a partir de 1794, se resolviera pacíficamente mediante el debate y la lu­ cha política partidista. En segundo lugar, la intensa lucha partidista se atenuaban en la cúpula, pues los primeros presidentes y los líderes de los partidos en esos años pertenecían todos ellos a una pequeña élite muy homogénea socialmente, unida por la amistad, pero acostumbra­ da al debate político y al consenso desde las luchas revolucionarias contra Inglaterra. El relativo éxito económico también ayudó a sostener la Unión, pues de 1793 a 1808 los extraordinarios beneficios del comercio exte­ rior beneficiaron a todos los sectores económicos y a todas las zonas del país, eliminando prácticamente las divisiones partidistas. Este sen­ tido de unidad se fortaleció tras la guerra, cuando él país inició la tran­ sición económica hacia un sistema que combinaba la expansión del cultivo y exportación del algodón en el sur, con el primer desarrollo in­ dustrial en el noreste y el crecimiento dél mercado nacional. Finalmente la Unión se pudo mantener porque silenciaba y dejaba fuera del debate político la esclavitud, el tema que seguía dividiendo, como en la Convención Constitucional, a los Estados de la Unión. Mientras los Estados del norte, con poca población esclava, seguían avanzando en la abolición gradual de la esclavitud; los Estados del sur profundo, que habían incrementado su población esclava desde 1790, no estaban dispuestos a admitir ninguna intromisión federal en la pro­ piedad de sus esclavos. Esta postura del sur profundo venció hasta 1808, porque los Estados del alto sur, liderados por Virginia — el ma­

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yor Estado de la Unión— compartían en el fondo la posición del sur profundo y conjuntamente tenían aún más población, poder político y peso económico que los Estados del norte. En efecto, la posición de los cuatro presidentes virginianos del pe­ ríodo era ambigua y contradictoria. Moral y políticamente decían, como los Estados del norte, que para completar la revolución había que abolir la esclavitud; pero no estaban dispuestos a que el gobierno federal interfiriera de momento en su población esclava.49 De esta for­ ma, el Congreso decidió en marzo de 1790 que el gobierno federal no podía legislar sobre la esclavitud, ni el tráfico de esclavos, hasta .1808, relegando la esclavitud a las iglesias y al ámbito de la moral. En las dé­ cadas siguientes, la esclavitud pasaría de ser un problema moral y cí­ vico a convertirse en el principal problema político de la Unión.

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dores utópicos— «el entorno» ideal para alcanzar sus objetivos refor­ mistas, por lo que en 1824 compró 20.000 acres de tierra en el sur de Indiana, a los que dio el nombre de Nueva Armonía. El multitudinario recibimiento dado a Owen en Filadelfia y Nueva York, a finales de 1824, indicaba hasta qué punto muchos norteamericanos creían posi­ bles esas reformas radicales en su territorio. La élite política expresó un interés similar, pues a principios de 1825 Owen dio dos conferen­ cias en el Capitolio sobre Un nuevo sistema social y fue recibido por los expresidentes Thomas Jefferson y James Madison. Cuando Robert Owen llegó en abril de 1825 a Nueva Armonía, cer­ ca de L000 personas lo recibieron con gran entusiasmo, haciéndole creer que el nuevo sistema cooperativo reemplazaría ai individualismo egoísta en dos años. Desde luego, las ideas de Owen sobre comunida­ des autosuficientes, que compartían agricultura e industria en un siste­ ma cooperativo, sincronizaban con las experiencias norteamericanas y sus expectativas de progreso. Sin embargo, Owen pasó poco tiempo en Nueva Armonía y no resolvió desde el principio los problemas básicos sobre la propiedad y la aplicación de la disciplina. Cuando estos pro­ blemas comenzaron a discutirse, empezaron también las tensiones, y en 1827 el experimento fracasaba, arrastrando consigo la fortuna per­ sonal de Owen. El experimento utópico de Francis Wright en Nashoga, Tennessee, fracasaba poco después. Francis Wright llegó a Estados Unidos por se­ gunda vez en 1824, acompañando al marqués de La Fayette en su visi­ ta para celebrar el cincuentenario de la independencia. Tras pasar unos meses en Nueva Armonía en 1825, combinó la idea de cooperativismo con antiesclavismo. Los esclavos negros podrían pagar con su trabajo el costo de su emancipación y de su colonización en Africa, a cambio de educación y libertad. Estas ideas recibieron el apoyo del marqués de La Fayette, Henry Clay, Andrew Jackson, así como de los ex presi­ dentes Thomas Jefferson, James Madison y James Monroe. Wright co­ menzó su experimento en 1826 comprando 15 esclavos en Menfis y en menos de dos años no sólo había fracasado totalmente la idea de susti­ tuir la esclavitud por el trabajo cooperativo, sino que la comuna ni si­ quiera podía afrontar sus gastos, y en 1830 Francis W right decidió li­ berar a sus esclavos y llevarlos a Haití.1 Había otros viajeros, como Alexis de Tocqueville, que en la década de 1830 viajaron a Estados Unidos para observar reformas menos radi­ cales —como la del sistema penitenciario— . y sus agudas observacio­ nes y análisis dieron lugar a un libro clásico de la ciencia política y el

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estudio de las sociedades, La democracia en América.2 Publicado entre 1835 y 1840 este libro popularizó la idea de la era de Jackson como ía época del «hombre común», destacando los rasgos democráticos e igualitarios de Estados Unidos en comparación con el Viejo Mundo. Hubo también libros y perspectivas muy criticas de Estados Unidos, como la de Francis Trollope, Francis Millón, de soltera, se había criado en el ambiente radical y liberal de los ex alumnos de Winchester y New College, Oxford. En 1803 se casó con Thomas Anthony Trollope, abo­ gado y también ex alumno de Winchester y New College. Fracasadas las expectativas de T. A. Trollope de convertirse en un hacendado, y afec­ tados por la muerte de uno de sus hijos, Francis Trollope decidió probar fortuna para su familia en Estados Unidos, convencida por su amiga Francis Wright. El 4 de noviembre de 1827 emprendieron el viaje jun­ tas en dirección a Nashoba, Tennessee. La comuna utópica no era ya más que tres cabañas de madera sin techo, en una zona pantanosa, con algunos esclavos pobremente vestidos; por lo que Francis Trollope de­ cidió trasladarse a Cincinatti, una ciudad del medio oeste que estaba creciendo rápidamente. Allí se reunió toda la familia y permanecieron dos años tratando de sacar adelante un bazar, donde se realizaban dis­ tintas actividades culturales. El poco éxito de la iniciativa y la malaria que Francis y su hijo Henry contrajeron acabaron con la aventura ame­ ricana de la familia Trollope.3 El resultado de esta dura experiencia fue Domestic Manners ofAmericans, publicado con gran éxito en 1832. El libro es una excelente descripción de la vida y costumbres en una ciu­ dad del medio oeste durante el primer mandato de Jackson y uno de los primeros testimonios en expresar las contradicciones de la sociedad norteamericana. La autora reconocía la mayor igualdad de oportunida­ des con respecto al continente europeo, pero veía las contradicciones de esta igualdad en un país que negaba cualquier oportunidad a los na­ tivos americanos y los esclavos negros.4 Igualmente, destacaba los pro­ blemas de primar la igualdad sobre la libertad en aquellos años. Su conclusión era tajante: «si yo fuera un legislador inglés, en lugar de mandar a ios radicales a la Torre de Londres, los mandaría a visitar Es­ tados Unidos. Yo era algo radical cuando me fui (de Inglaterra), pero a .mitad de mi estancia allí, estaba casi curada».5 Las visiones y testimonios contradictorios de los viajeros a Estados Unidos eran en gran parte fruto de su experiencia particular, pero ex­ presaban también ios grandes contrastes de la época, que la historio­ grafía sobre el período ha trasladado hasta nuestros días. Si hasta la dé­ cada de 1960 la valoración del período de Jackson fue esencialmente

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positiva, destacando el desarrollo económico, el avance de la demo­ cracia y la igualdad de oportunidades para «el hombre común»; a par­ tir de la década de 1960 se señalaron los aspectos negativos, como el aumento de las desigualdades económicas y las tensiones sociales, el afianzamiento de la esclavitud y el genocidio indio. Aunque todos los historiadores están de acuerdo en las enormes transformaciones eco­ nómicas, políticas y sociales del período.

A v a n c e d e l c a m t a l ís m o y d if e r e n c ia s ECONÓMICAS REGIONALES

La construcción de! canal del Eire, que uñía Nueva York con los Grandes Lagos, finalizó en un tiempo récord en 1835. La obra fue fi­ nanciada por el Estado de Nueva Y orfc^oapital privtóo y realizada por técnicos y mano de obra excluSi?ámente estadounidenses. El canal del Eire inició la revolución en el transporte y la fiebre en la construc­ ción de canales en otras zonas del país, como el canal del Ohio, el ca­ nal de Chesapeake, el del oeste de Massachusetts y el canal de Rhode Island. Igualmente, algunos hombres de negocios financiaron la cons­ trucción del primer ferrocarril Baltimore-Ohio, en 1828, cuando el barco de vapor llevaba ya cinco años demostrando ser decisivo para las comunicaciones en el oeste*6 La mejora de las comunicaciones ayudó á cimentar la Unión, redu­ ciendo las distanciase haciendo accesible la frontera y sobre todo favo­ reciendo ios intercambios comerciales y la creación de un mercado na­ cional . La revolución comercial aceleró la transición hacia la agricultura capitalista, comenzada ya en algunas zonas del noreste en el último tercio del siglo Xvin, y paulatinamente iría destruyendo el mundo agrícola tradicional e igualitario del pequeño propietario agrí­ cola con la emigración a las ciudades y el putting out system? El comienzo de la llamada «vieja inmigración», la gran oleada m i­ gratoria que entre 1830 y 1880 llevó a 30 millones de europeos— mu­ chos de los cuales eran católicos irlandeses o alemanes— permitió que la población pasara de 10 a 30 millones de habitantes entre 1820 y 1860. Muchos de estos inmigrantes, así como la inmigración interna, fueron atraídos a las ciudades por las posibilidades de trabajo en las manufacturas; aunque como en todo el mundo occidental esta primera industrialización antes de 1850 no se desarrolló en las fábricas, sino en las casas o los pequeños talleres. De forma que en 1830, 1/5 de los ha-

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hitantes vivía en las ciudades, convirtiendo a Nueva York en la ciudad más grande de Estados Unidos y uno de los puertos más importantes del mundo.8 La creación de bancos estatales y la constitución del segundo Ban­ co Federal en 1816 desarrollaron el sistema financiero, a la vez que la asunción de los valores del libre comercio y la competencia se exten­ dían y nuevas figuras económicas, como las Sociedades Anónimas y el subsiguiente principio de responsabilidad limitada, completaron este gran cambio económico en el que había diferencias regionales y secto:riales destacadas. El desarrollo económico fue muy importante en el noreste, donde la industria textil creció en el medio rural, aprovechando la crisis que ya sufría la agricultura familiar de Nueva Inglaterra^ Un caso muy ilus­ trativo es el de la Compañía Manufacturera de Boston, fundada por Francis Cabot Lowell, Éste quería crear una industria textil america­ na, sin la degradación a que había llevado el sistema de Manchester y encontró la mano de obra adecuada para su proyecto en el medio ru­ ral. Descubrió que el crecimiento demográfico y la emigración al oes­ te habían dejado en las granjas cada vez más empobrecidas de Nueva Inglaterra una manó de obra femenina sobrante, acostumbrada al tra­ bajo, bien educada* virtuosa, que se mostraba dispuesta a trabajar en las fábricas de forma temporal. El lugar de trabajo trataba de extrapolar las formas de vida rurales de Nueva Inglaterra, y las casas de huéspedes, donde las chicas vivían, sustituían a las familias. La localización de las fábricas en e l campo y la utilización del agua como energía, en lugar de «las humeantes má­ quinas de vapor», preservaba el medio rural, Lowell pagaba buenos salarios y muchas mujeres jóvenes consideraban el trabajo atractivo y en lodo caso temporal, para uno o dos años antes del matrimonio.9 Sin embargo, la «utopía de Lowell» sólo pudo llevarse a cabo por la cri­ sis de la agricultura familiar en Nueva Inglaterra; en 1830 su idea de pasar de un pasado agrícola idealizado a un futuro industrial sin rup­ tura en las relaciones o sacrificio de valores comenzó a quebrarse, y hacia 1850, en las zonas textiles de Nueva Inglaterra, abundaba la su­ ciedad, el hacinamiento y la depresión.10 Al noroeste llegaron muchos inmigrantes del sur y noreste de Esta­ dos Unidos, a ios que siguieron después inmigrantes irlandeses y ale­ manes. Todos ellos iban en busca de tierras baratas, que disputaban a los indios o estaban en manos de los especuladores. A pesar de las di­ ficultades, la mayoría consiguió su derra, y hasta comienzos de la dé­

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cada de 1820, cuando comenzaron a abrirse las rutas de transporte esteoeste, vivieron en una especie de economía autosuficiente. Sin embar­ go, en 1850 estos agricultores ya estaban totalmente integrados en el mercado, sustituyendo a Nueva Inglaterra en la exportación exterior y el abastecimiento al este. Los que tenían tierra suficiente aprovecharon las ventajas del mercado, los otros fueron perdiendo las tierras. En cuanto al sur, conoció en estos años la expansión hacia el oeste del sistema de plantación, ligado al auge del cultivo del algodón, que estaba provocado por las demandas de la industria algodonera británi­ ca y de Nueva Inglaterra. La expansión de la plantación, con un culti­ vo claramente orientado hacia el mercado y enlazado con el sector punta de la economía nacional e internacional» reforzaba así la esclavi­ tud, Por otro lado, en el sur, así como en algunas zonas del oeste, per­ sistió la figura de la pequeña propiedad agrícola relativamente autosuficiente e igualitaria hasta finales del siglo xix, alargando así la transición hacia el capitalismo sobre todo en la agricultura.11

D e m o c r a c ia p a r a l o s h o m b r e s b l a n c o s , c o m ie n z o DE LA POLÍTICA DE MASAS Y «SEGUNDO SISTEMA DE PARTIDOS»

Estos cambios económicos fueron acompañados por un enorme de­ sarrollo político, caracterizado por la política de masas y la democra­ cia para los varones blancos. Nadie como Andrew Jackson representaba la época del «hombre común» y aunque hoy, muchos de los aspectos igualitarios resaltados por Tocqueville están en revisión,12 es induda­ ble que el avance de aquella democracia no tenía parangón en el mun­ do occidental. Desde 1815 la presión popular por materializar la ideología revo­ lucionaria de control del gobierno e igualdad de derechos se concretó en la demanda y consecución del sufragio universal masculino. Connecticut en 1817, Massachusetts en 1821 y Nueva York en 1822, eli­ minaron cualquier requisito de propiedad para poder Votar o lo restrin­ gieron al pago de impuestos nominales. Los nuevos Estados que entraron en la Unión de 1816 a 1821, Indiana, Illinois, Alabama, Mis­ souri y Maine, desde el principio concedieron el voto a todos los hom­ bres blancos. Paralelamente, las Constituciones de los nuevos Estados tenían muchos más cargos electivos, incluidos gobernadores y jueces, y en 1816,10 de lo s 19 Estados de la Unión tenían voto popular para el presidente. Ésta fue la segunda oleada democratizadora tras la revolu-

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don, y sin duda la más importante, que finalizó en 1828, el año de la elección de Jackson como presidente, cuando aun tener propiedad era un requisito para votar en Rhode Island, Luisiana, Mississippi» Geor­ gia, Virginia y Carolina del Norte. Una tercera oleada de reformas comenzó con la Convención Cons­ titucional de Virginia de 1829-1830, que revisó los requisitos para vo­ tar y ser elegido en ese Estado, y a partir de entonces le siguieron Mis­ sissippi, Carolina del Norte y Georgia, Finalmente, en 1840, el asalto de la multitud al Capitolio estatal de Rhode Island, exigiendo el sufra­ gio universal, aceleró las reformas en los Estados que no las habían realizado y en 1860 el proceso de extensión del sufragio a todos los hombres blancos se había completado. Esta evolución hacia el sufragio universal masculino y la política de masas no fue un regalo de las élites» ni una consecuencia automáti­ ca de la revolución. Aunque costó mucho menos que en otros países, estuvo precedida en la mayoría de los Estados por movilizaciones le­ gales y pacíficas, que tomaron la forma de Asambleas populares, míti­ nes masivos y circulares. Las únicas excepciones fueron la insurrec­ ción civil de Rhode Island en 1840 y los intentos en algunos Estados del sur de constituir Convenciones estatales paralelas, que exigieran el sufragio universal masculino para todos los varones blancos. También fue posible por la emergencia de nuevas élites políticas locales, que no provenían de la gentry, sino de la clase media, las cuales formaron en cada Estado un grupo articulado y ambicioso, sin conexiones con la antigua élite, capaz de liderar las demandas democráticas y la nueva política de m asas,13 Las eleqciories presidenciales de 1824 se celebraron en este am­ biente de extensión del voto y aumento de los cargos públicos electi­ vos. Fueron unas elecciones de transición, en las que declinaba el «caucus»* y se extendía la democracia en medio de una campaña pre­ sidencial caótica, donde primaban las lealtades regionales ante la au­ sencia de organizaciones nacionales. Los cinco candidatos a la presi­ dencia -—Henry Clay, Andrew Jackson, John Quincy Adams, William H. Crawford, John C. Calhoun— se declaraban herederos del republi­ canismo jeffersoniano, pero había un candidato que destacaba sobre los * Caucas del Congreso: reunión de senadores y representantes de un partido, para nominar al candidato presidencia! del Partido hasta 1828; en general, se utiliza para re­ ferirse a cualquier Asamblea de miembros de un partido para seleccionar a los cargos electivos.

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demás en las preferencias populares: Andrew Jackson, el héroe de Nueva Orleans. A diferenci a de los otros candidatos, Andrew Jackson no tenía ex­ periencia política y era de origen humilde. Había nacido el 15 de mar­ zo de 1767 en un asentamiento ai noroeste de la frontera de Carolina del Sur. Su padre murió antes de que él naciera y su madre durante la revolución, cuidando a prisioneros norteamericanos en los barcos bri­ tánicos en Charleston. Él logró sobrevivir al cautiverio y al sarampión, estableciéndose en Salisbury, Carolina del Nortea donde estudió Leyes. Decidió probar fortuna más hacia el oeste, llegando a Nashville, Tennessee, a los veintiún afios. Allí se casó con Raquél Donelson, di­ vorciada e hija de una de las mejores familias def Estado, prosperando como abogado y plantador e iniciando su carrera política. Primero fue elegido para la Convención, que redactó la primera Constitución de Tennessee, posteriormente fue enviadq al Congreso como el primer y único miembro del Estado en la Camara de Representantes, y en 1797 fue elegido para el Senado, pero dimitió poco después para aceptar el puesto de juez del Tribunal Supremo de Tennesee. También por elección, en 1802 consiguió él mando de la M ilicia de Tennessee, con el rango de general; Era el puesto que había estado buscando para alcanzar la notoriedad. La primera gloria militar le lle­ gó con su victoria sobre los indios creeks en Alabama, en la batalla de Horseshoe Bend (27 de marzo de 1814), Tras imponer a los creeks un tratado de paz draconiano, sé dirigió a Nueva Orleans, dónde rechazó la invasión británica, convirtiéndose en el «héroe de Nueva Orleans» y el «viejo nogal» para sus hombres, por su estatura y delgadez. Más tar­ de, el presidente James Monroe le envió a luchar contra los seminólas en la Florida española. Jackson invadió Florida sin autorización y su acción forzó el tratado de Adams-Onís o tratado Transcontinental (1819), por el cual España cedía Florida por cinco millones de dólares y retiraba sus reclamaciones sobre Oregón, transformando a Estados Unidos en un poder continental. Tras esas victorias militares Jackson decidió presentarse a la presi­ dencia en 1824. El resto de los candidatos y la élite política lo consi­ deraba inadecuado por su educación, temperamento y falta de expe­ riencia política. Esta valoración fue determinante en unas elecciones muy disputadas. Aunque Jackson se impuso en voto popular, ni él ni su principal contrincante — John Quincy Adams— reunieron la mayoría de electores necesaria en el Colegio electoral, por lo que la elección re­ cayó en la Cámara de Representantes. Allí, Henry Clay, sin tener en

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cuenta M voto pojplár, decidió usar stiinfliiencia en la Cámara para conseguir qüe Jbh fuera elegido sexto presidente de Estados Unidos; se convirtió así en el prim er hijo de un presidente que llegaba a 1a presidencia, mientras muchos sectores populares creían que la élite lés había robado la elección. Posteriormente .1. Q. Adams nombró secretario de Estado a Henry Clay. Los llamados «republica­ nos nacionales» y posteriormente whigs, trataron de aplicar durante el mandato de Adams el «sistema americano», programa político que im­ pulsaba el desarrollo económico del país, reforzando el poder del go­ bierno federal En las elecciones presidenciales de 1828, Andrew Jackson, además del favor popular, contó con üná' organización política nacional, el Par­ tido Demócrata, planeada p o r Martín Van Burén. El partido contafea con un periódico nacional en Washington, clubs en todos los Estados y un aparato organizativo y de propaganda, que demostró ser muy efec­ tivo en la campaña electoral. Fue la primera campaña de masas de la historia de Estados Unidos, con mítines en cada condado elogiando la figura del «héroe», desfiles con banderas y tambores, y barbacoas mul­ titudinarias, en las que se cantaba «Bosque de nogal». Los resultados electorales dieron una gran victoria a A. Jackson sóbre X Q. Adams — 178 electores y 647.276 votos populares, sobre 83 electores y 308.564 votos populares— . Fue también la primera inauguración pre­ sidencial tumultuosa y plebeya, en la que entre 15.000 y 20.000 perso­ nas aclamaban «la Majestad del pueblo, el rey de la multitud».14 Esta multitud representaba a todos los perjudicados por el desarro­ llo económico capitalista, que el anterior gobierno había impulsado decididamente. Artesanos y trabajadores del noreste, pequeños agri­ cultores del sur, noroeste y noreste. También representába los intereses opuestos al aumento de la centralización, al poder del gobierno federal y a los aranceles que protegían las manufactureras. Ésta fue la base del apoyo popular ai Partido Demócrata, que regionalmente se basó en la alianza del sur y el oeste, hasta el comienzo de la crisis que llevaría a la guerra civil.15 Poco se sabía del programa de Jackson y del Partido Demócrata cuando éste llegó a la Casa Blanca, enfermo y devastado por la muer­ te reciente de su esposa, tras el desprestigio sistemático a que ésta ha­ bía sido sometida en la pasada campaña electoral por ser bígama. Es­ taba claro que quería desmantelar el «sistema americano», lo que incluía disminuir el poder del gobierno federal y aumentar el de los Es­ tados, Su apoyo a un desarrolló político descentralizado suponía, entre

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otras cosas, ir eliminando el arancel protector para las manufacturas y reducir los impuestos federales, pero todo ello preservando e incluso reforzando la Unión. Este equilibrio resultó difícil de mantener al principio, y originó la crisis de Carolina del Sur, que amenazaba con separarse de la Unión si se mantenía el arancel protector que favorecía a las manufacturas del norte y perjudicaba a los intereses del algodón en el sur. Desde la guerra de 1812 hubo una demanda constante de arance­ les protectores para salvaguardar la industria nacional de la compe­ tencia exterior. En 1816 se aprobó la primera tarifa protectora. No mucho después, los sudistas comenzaron a expresar su resentimiento, porque vendían su algodón en un mercado mundial, pero tenían que comprar productos manufacturados en un ..mercado protegido por la ley federal. En consecuencia, cuando los líderes demócratas en el Congreso decidieron elevar el arancel, justo antes de la elección pre­ sidencial de 1828, para complacer a los Estados cuyo apoyo electoral era necesario para Jackson, agitaron una parte fundamental de la sen­ sibilidad del sur. El arancel se elevó tanto en 1828, que se le llamó «el arancel repugnante». El entonces vicepresidente, J. C. Calhoun, regresó a Carolina del Sur y animó ia protesta de ese Estado contra el arancel y el gobierno nacional, que abusaba de su poder para aprobar una legislación en de­ trimento de una de sus partes. En la protesta se avanzaba la doctrina de la anulación, según la cual, cuando una ley federal estaba en conflicto con los intereses de un Estado, éste podía anular esa legislación en su territorio. Si el Estado fuera obligado por el gobierno federal a cumplir la legislación, entonces tenía derecho a separarse de la Unión.16 Ante la amenaza de secesión, Jackson manifestó su intención de mantener la Unión por encima de todo, incluso empleando la fuerza militar. Por otro lado, el arancel de 1832 rebajó algo el de 1828, pero era insufi­ ciente para los intereses sudistas, que seguían amenazando con la se­ cesión. Bajo esta presión se llegó al «arancel de compromiso» de 1833, por el que el gobierno federal prometía ir bajando gradualmente la tarifa aduanera en los siguientes diez años. El «arancel de compromiso» resolvía también el terna de las tierras públicas. Jackson compartía la opinión del oeste de favorecer un asen­ tamiento rápido en las tierras de frontera y de la venta barata de esta tierra a los colonos. Seguía pues la política de Jefferson, ligada a la creencia de ambos en la necesidad de expansión territorial de la repú­ blica y opuesta a la opinión mayoritaria del este, del partido whig y de

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los defensores del sistema americano de vender caras las tierras para saldar las deudas del Estado y evitar la escasez y encarecimiento de la mano de obra en el este J 7 Anteriormente, la Ley Agraria de 1820 ya había reducido el precio y el tamaño de Sos lotes de tierras públicas a 80 acres y' 1,25 dólar por acre, por lo que una propiedad podía comprarse con 100 dólares.18 Esta ley, aplicada durante los mandatos de Jackson y los presidentes demócratas que le sucedieron, parecía hacer triunfar la línea de Jefferson frente a Hamilton en relación con el acceso democrático a las tierras públicas y la importancia central de un campesinado familiar identificado con la república- Curiosamente esta evolución tenía lugar cuando la transi­ ción al capitalismo en la agricultura norteamericana estaba acabando con este tipo de campesinado en el noreste del país, aunque se pudo mantener en algunas zonas del oeste y el sur hasta finales del siglo xix. Otra expresión de la llamada democracia jacksoniana fue su pro­ mesa de desprofesionalizaclón de la política y por tanto la rotación de cargos públicos; aunque Andrew Jackson no practicó ninguna de estas medidas. En sus ocho años como presidente sólo sustituyó a un 10 por 100 de los cargos públicos y no abrió el servicio del gobierno y el Es­ tado a ninguna clase social distinta.19 Lo que sí constituyó una acción política fundamental contra el sis­ tema americano fue la lucha contra el privilegio que sus predecesores y rivales políticos parecían representar. Esta lucha significaba valorar el trabajo productivo, frente al improductivo simbolizado por especu­ ladores y sobre todo por banqueros, por lo que acabar con el segundo Banco Nacional de Estados Unidos (BUS), fue el objetivo principal de su política contra el privilegio. El segundo Banco Nacional de Estados Unidos fue constituido por el gobierno federal en 1816, con un capital de 35 millones de dólares, de los que 1/5 fue comprado por el gobierno y los restantes 4/5 vendi­ dos al público. Los fondos del gobierno eran depositados en el BUS y éste servía como agente en la recaudación de impuestos, no cobrando al gobierno por este servicio. El banco, con sede central en Filadelfia, tenía 26 oficinas repartidas por todo el país y su presidente era elegido por los accionistas. Cuando Jackson inició su guerra contra el banco, Nicolás Biddle, un hombre procedente de una conocida y rica familia de Filadelfia, era su presidente. El odio de Jackson al banco estaba enraizado en su odio personal a la especulación y al papel moneda, que era el resultado de una serie de malas experiencias personales en su juventud, cuando casi acabó en

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prisión por deudas. También veía al BUS cómo una amenaza a la li­ bertad individual, pues aseguraba que amañaba la elección presiden­ cial de las personas que compartían los intereses del banco, como ha­ bía intentado hacer en las elecciones de 1828 contra el propio Jackson. Sobre todo sentía que la institución servía los intereses de las clases acomodadas a costa del ciudadano medio, pues el gobierno federal de­ positaba allí todos sus fondos, procedentes de los impuestos de todos los contribuyentes, pero el interés de los depósitos no era disfrutado por ellos, sino por los accionistas. Jackson acudió al Congreso con éstas y otras quejas y finalmente decidió «matar al monstruo» y salvar al pueblo de su influencia corrup­ ta. Tomó esta decisión cuándo Henry Clay, dos días antes de que los es­ tatutos del banco prescribieran, pidió nuevos estatutos. Esta petición daba a Jackson la posibilidad de firmar o vetar la ley, en cuyo caso Clay podía desafiar a Jackson en las siguientes elecciones presidenciales, pues estaba convencido de que los norteamericanos nunca permitirían la destrucción del BUS. El 10 de julio de 1832 Jackson vetó el BUS, en lo que sería uno de los vetos más importantes en la historia constitucio­ nal de Estados Unidos, En efecto, las implicaciones políticas del veto fueron enormes; el presidente asumía el poder legislativo y establecía una relación directa con el pueblo, presuntamente más democrática, en la que él era la cabeza dei gobierno, el primero entre iguales,20 Como el odio a los bancos estaba muy extendido entre la población estadounidense desde -el pánico de 1819, por favorecer la especulación y el crédito arriesgado en la compra de tierras,21 Jackson pudo ganar las elecciones de 1832, utilizando como principal argumento de su campaña su ataque al BUS, Tras la victoria electoral, se vio legitima­ do por el pueblo para «matar al monstruo», retirando los depósitos gu­ bernamentales del banco. En el orden político, la guerra del BUS fue una lucha entre la preo­ cupación de Jackson y :su partido por los intereses del «ciudadano co­ mún», y Nicolás Biddle y los que buscaban con él una estabilidad finan­ ciera, que permitiera el crecimiento económico del país. El resultado de esta guerra cambió la relación entre el pueblo y el jefe del Ejecuti­ vo, reforzando el poder del presidente, que antes no tenía arraigo na­ cional y tendía a actuar como un prim er ministro. En las elecciones de 1832, por primera vez un asunto de gran importancia política dependía directamente de la decisión del electorado, y su apoyo masivo permi­ tió a Jackson acabar con el BUS, a pesar de las importantes objeciones del Congreso.

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Por otro lado, la destrucción del BUS terminó con la Banca Central en Estados Unidos hasta la aprobación del Sistema de Reserva Federal en 1913, durante la Administración de Woodrow Wilson. Tradicional­ mente, se han achacado a la inexistencia de un Banco Central todas las fluctuaciones económicas que dominaron el período jacksoniano, como la inflación de mediados de la década de 1837, el pánico de 1837 y la deflación posterior; pero como señala Peter Temin: «La in­ flación y crisis de la década de 1830 tuvo su origen en acontecimien­ tos que escapaban al control de Jackson y que hubieran tenido lugar igualmente si hubiera actuado de otra forma».22 En realidad, el pánico de 1837 era un reflejo de la crisis económica británica, que supuso la caída de los precios del algodón y sobre todo contrajo drásticamente el crédito, del que seguía dependiendo la expansión económica norte­ americana. ;

L a o t r a p o l ít ic a : p r im e r o s S in d ic a t o s y P a r t id o s T r a b a ja d o r e s

de los

La extensión del voto a los hombres blancos desde la década de 1820, el triunfo de Jackson en 1828 y la inauguración del segundo sis­ tema de partidos dejaron durante un tiempo un espacio para una polí­ tica radical, que los Partidos de los Trabajadores llenaron en las prin­ cipales ciudades del noreste hasta mediados de la década de 1830. Como Marx solía señalar, el primer Partido de los Trabajadores del mundo se constituyó en Filadelfia en 1828;23 de tal manera que la extensión de la democracia y ía primera formación de la clase obrera norteamericana se unían en el tiempo de forma insólita. En efecto, las primeras de­ mandas de un artesanado amenazado por la «revolución del merca­ do» se expresaron en un movimiento que agrupaba a las clases bajas «contra los ricos»» formado principalmente por aprendices y maestros, cuya ideología era una reinterpretación del republicanismo radical ar­ tesano. Los programas de los Partidos de los Trabajadores denunciaban las injusticias económicas y hablaban por primera vez de lucha de clases, pero su definición de ciase obrera era amplia y flexible, como demos­ traban sus principales demandas. Éstas pretendían tanto proteger y ele­ var la condición de la clase obrera, como abolir el sistema de milicias, eliminar la prisión por deudas, buscar protección contra la competen­ cia desleal del trabajo presidiario e infantil, o lograr una educación

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universal e igualitaria, aspecto que atraía a amplios sectores de la cla­ se medía. En efecto, tanto en Nueva York, como en Filadelfia y las otras ciu­ dades del noreste, los Partidos de los Trabajadores partían del republi­ canismo radical e igualitario de ía revolución, al que unieron la teoría del valor del trabajo y el productivismo.24 Este último aspecto los acerca­ ba al Partido Demócrata, que especialmente en ía campaña de 1832 di­ rigió su mensaje electoral contra los parásitos y privilegiados -—perso­ nificados en la lucha contra el BUS— y a favor del trabajo productivo. A la larga, esta similitud de mensajes disolvió a los votantes y militan­ tes de los Partidos de los Trabajadores dentro de la poderosa maquinaría del Partido Demócrata. Un nuevo sindicalismo sustituyó a mediados de la década de 1830 a los Partidos de los Trabajadores en la expresión y organización de esta clase obrera en formación. Desde 1827 comenzaron a crearse en las principales ciudades del este y medio oeste Sindicatos de Oficios, que pocos años después se agruparon en las General Trade Unions (GTU) locales en Nueva York, Filadelfia, Boston, Baltimore, Washington, Louisville, Cincinnati y otras ciudades mas allá de los Allegheny, de forma que al final de 1830 alrededor de una decena de ciudades tenían General Trade Unions. Sus luchas y peticiones principales eran la jornada de diez horas, mejores salarios, el derecho legal a organizarse y convocar huelgas, así como mantener la calidad y dignificación del trabajo respecto a «las normas del oficio». En cuanto a su ideología, reinterpretaron el «radi­ calismo artesano», esencia de la república que sólo podría ser salva­ guardada por los trabajadores. Esta revisión de los viejos valores repu­ blicanos no era nostálgica, sino que diseñaba un sistema alternativo que ofrecía una solución cooperativa al progreso y daba a los trabaja­ dores el control sobre su trabajo, eliminando la dominación capitalista y «el demonio de la ganancia individual». La revolución se convirtió así en la causa de los oficiales, y «la mutualidad republicana del oficio se transformó en ía mutualidad republicana del sindicato».23 El ascenso y progreso de la Central de Sindicatos (General Trade Unions) en Nueva York, y sus equivalentes en otras ciudades, fue un acontecimiento fundamental en la historia de las relaciones de clase en Estados Unidos. Según Sean Wiientz, en las numerosas denuncias del GTU sobre la explotación en el lugar de trabajo, se encuentran ele­ mentos de una política económica de la clase obrera distinta de la del ar­ tesano y productor, por lo que de este sindicalismo partió todo el radi­

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calismo de clase obrera norteamericano del siglo xrx, en todas sus for­ m a s , excepto el marxismo.26 Tanto Sean Wilentz sobre Nueva York, como Bruce Laurie sobre Filadelfia,27 están de acuerdo en que entre 1820 y 1837, junto a esta cul­ tura sindical-radical, se desarrollaron otras dos culturas entre los artesa­ nos y las clases populares. Una cultura tradicional, caracterizada por los hábitos irregulares del trabajo, la camaradería masculina de la bebida, la asociación voluntaria en las brigadas de bomberos y la violencia ca­ llejera de las bandas. La otra era la cultura del evangelismo y la mode­ ración, que atrajo primero a patronos y maestros, y después de la crisis del sindicalismo — a partir del pánico de 1837— , a muchos aprendices y asalariados, que se fueron adaptando a la nueva moralidad de la abs­ tinencia alcohólica, la disciplina en el trabajo, y la religiosidad, hasta al­ canzar una respetabilidad y comportamiento social parecido al de la clase media,28 especialmente puando los trabajos no cualificados co­ menzaban a estar dominados por una clase obrera inmigrante. La crisis del nuevo sindicalismo comenzó en 1836 en Nueva York, con violentas huelgas en la construcción y los muelles, que tuvieron contundente respuesta conjunta de los poderes públicos de la ciudad, la Judicatura y la Fuerza Pública, aunque este ataque sólo consiguió for­ mas más activas de resistencia, que llegaron a hacer hablar a los pro­ pietarios de la ciudad de «violencia insurreccional y revolución». No fue sin embargo la represión la que acabó con este sindicalismo en Nueva York y otras ciudades, sino la miseria y la crisis-económica que siguieron al pánico de 1837; cuando sólo en la ciudad de Nueva York había 20.000 personas sin medios para pasar el invierno — excepto la caridad— , 1/3 de los asalariados del país estaba en paro y los que con­ servaban el trabajo vieron reducidos sus salarios en un 30-50 por 100, mientras los precios de las subsistencias se disparaban. Quedaron dos legados de este sindicalismo. Una derrota, ya que fracasaron en lograr el control de su propio trabajo o en reordenar las relaciones de producción en los talleres; pero también el éxito de unir por primera vez a todos los trabajadores cualificados como clase, de conseguir durante un tiempo concesiones de los empresarios, de dar un objetivo y una organización a oficiales y aprendices, que les permitió luchar contra la intimidación en los talleres y en los tribunales.29 Tras su derrota, la cultura del evangelismo, la moderación y el nativismo, como expresión política, fueron ganando terreno entre esta clase obre­ ra, hasta el resurgimiento del sindicalismo a finales de la década de 1840, sobre las bases del movimiento anterior.

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El artesanado norteamericano, ya muy numeroso y educado en tiempos de la revolución en las principales ciudades del noreste, jugó un papel decisivo en la independencia y construcción nacional, unien­ do así su discurso político al de la revolución. Este artesanado estaba pues mejor pertrechado que el de otros países para defender sus posi­ ciones políticas y económicas de forma autónoma cuando el capitalis­ mo industrial comenzó a desafiar sus intereses. Estos artesanos fueron pues los protagonistas de esta primera forma­ ción de la clase obrera estadounidense, cuya ideología y conciencia de clase peculiar— identificación con la revolución, cooperativismo, productivismo, religión, moderación— tenía mucho de lá tradición del re­ publicanismo artesano y permanecería durante todo el siglo xix y parte del xx como una influencia central del radicalismo obrero. Por otro lado, la fortaleza ideológica y política de este sector artesanal en crisis, que ya tenía voto y su propio proyecte de readaptación republicana a los nuevos cambios sociales, puede explicar la tremenda reacción em~ presarial-judicial-política en cuanto empezaron los primeros conflictos graves en 1836. Este tipo de reacción contundente y conjunta se repeti­ ría en todos los momentos de peligro posterior, pues la propia política, al ser de masas y abierta a todos los varones blancos, no ofrecía sufi­ cientes garantías de contención.30

Los

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EVANGELISTA DÉ CLASE MEDIA

Otros grupos sociales excluidos de forma-distinta de la política de­ mocrática, como los,esclavos negros, las mujeres y los nativos ameri­ canos, encontraron sus defensores en el reformismo de clase media, que el «segundo despertar religioso» favoreció á partir de 1820. Estos movimientos reformistas no trataron de reformar el capitalismo, sino que eran una adaptación moral á una sociedad en rápida transforma­ ción por la «revolución del mercado». Su discurso y sus objetivos eran morales y cívicos, aunque tuvieron importantes consecuencias en la gestación del ambiente político que llevó a la guerra civil. Tras la revolución, había florecido, tanto entre la élite como en las clases humildes, una religión racional -—unitarismo, universa­ lismo— menos rígida y convencida de la bondad de Dios hacia los hombres o de la bondad natural del hombre. Hacia 1800 se temía que este racionalismo pudiera llevar a la secularización, que fue lo que el

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evangelismo trató de evitar en el llamado «segundo despertar re­ ligioso». Las Sectas Evangelistas que protagonizaron este despertar fueron sobre todo los baptistas y los metodistas, que compartían una teología basada en la autoridad de la Biblia y la redención universal, frente a la predestinación calvinista. Tenía también una organización más demo­ crática, que permitía la participación de las mujeres y enfatizaba la igualdad de hombres y mujeres ante Dios, sin tener en cuenta la rique­ za, educación o el estatus social. La máxima manifestación de ésta religión igualitaria se materia­ lizó en la frontera, donde se producían nuevas manifestaciones reli­ giosas de gran emoción y un nuevo ritual en torno a la camp meeting (reunión en acampada), en que las solitarias gentes de la frontera en­ contraban un sentido de comunidad. Los baptistas añadían a estas ca­ racterísticas el bautismo adulto y una organización muy descentraliza­ da y democrática, ya que cada congregación era la más alta autoridad y cualquier grupo de frontera podía formar su congregación y nombrar a su ministro, el cual vivía y trabajaba exactamente como sus feligre­ ses, roturando ia tierra, abriendo caminos, plantando maíz y criando cerdos.31 Los metodistas tenían una organización más centralizada y novedosa, así como un efectivo método de reclutamiento móvil, C ir ­ cuit rider (jinete de circuito), convirtiéndose en 1840 en la secta pro­ testante más importante del país, con implantación tanto en el oeste, como en las regiones más asentadas del este y medio Oeste.32 El evangelismo en su conjunto era la subcultura política más im­ portante del país en 1840, pues aunque los feligreses de sus distintas sectas no sobrepasaban el 15 por 100 de la población, los simpatizan­ tes ascendían al 40 por 100.33 Cuando la política de masas estaba emer­ giendo, la experiencia de participación democrática en las iglesias, la concepción moral de cada una de las sectas y la crítica general del evangelismo a la degeneración en que había caído la política partidista, representada sobre todo por Jackson y el Parüdo Demócrata, guió las decisiones políticas de muchos norteamericanos hacia el Partido Whig y más tarde el Partido Republicano.34 Por otro lado, esta influencia re­ ligiosa llenó la política de consideraciones éticas, a veces intransigen­ tes, y de divisiones rígidas — producto de la alta significación que tenía para sus seguidores el pertenecer a una secta u otra-—-, que no hicieron fácil, el compromiso político en los años anteriores a la guerra civil.35 La influencia mayor y más directa del evangelismo fue cívica y cultural, pues inspiró, todos los movimientos reformistas asociados al

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ascenso de las clases medias en las ciudades del norte. La búsqueda de perfección y el compromiso moral caracterizaron a todos los mo­ vimientos de reforma de las instituciones — de las cárceles a los asi­ los— , así como a las principales cruzadas cívicas, como 1a nativista, la abolicionista y la antialcohólica,. En todas estas actividades reformis­ tas. como en las Iglesias Evangélicas, participaron de forma destacada las mujeres y no hubieran sido posibles sin el desarrollo de la prensa popular, la literatura nacional, la extensión de la educación o el asociacionismo voluntario. Desde el período colonial los norteamericanos tenían los índices de alfabetización más altos del mundo occidental. En 1840, a pesar de la poca extensión de la educación pública, el 78 por 100 de la población total sabía leer y escribir, y entre la población blanca la proporción al­ canzaba el 91 por 100. Estas cifras se debieron en parte a la presión que en el período jacksoniano ejercieron radicales y reformistas para conseguir una educación igualitaria sufragada por los poderes públi­ cos. Gracias a esta presión la enseñanza se convirtió en una profesión reconocida y dejó de ser un trabajo a tiempo parcial, mientras se mul­ tiplicaban las escuelas, se alargaban los períodos lectivos y las mujeres se incorporaban lentamente a la docencia. Una vez superados los grados elementales, la educación estaba en manos de Academias Privadas — 6.000 en 1850—™,subsidiadas por las iglesias y los fondos públicos, pues antes de la guerra civil solamente había 300 Institutos de Educación Secundaria en todo el país. También la educación superior fue impulsada en el período jacksoniano, gracias a las Universidades de las Iglesias y de algunos Estados. De las 78 uni­ versidades que había en 1840, 35 se fundaron después de 1830, como las Universidades de las Iglesias, y tras la fundación de la Universidad de Ohio en 1803, otros nuevos Estados siguieron la misma política de dotación de universidades estatales. La mayoría eran universidades pe­ queñas, con una media de 100 estudiantes y un máximo de 600, prác­ ticamente todos ellos varones. Aunque como ya señalara Tocqueville en aquellos años, las muje­ res en Estados Unidos recibían una educación mucho más indepen­ diente y adulta que las mujeres europeas por la combinación de pro­ testantismo y democracia,36 y la educación elemental entre ellas estaba extendida y era socialmente aceptada, no comenzaron a acceder tími­ damente a la educación superior hasta la década de 1830. Primero se constituyeron los Seminarios Femeninos, les siguió en. 1833 el Oberlin College, en Ohio, que admitía tanto a mujeres como a negros entre sus

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alumnos, siendo admitidas las primeras estudiantes en 1837. En gene­ ral fueron las Universidades Estatales del oeste las que lideraron la co­ educación, pero las mujeres permanecían en un estatus subordinado, sin igualdad re a l/' También el asociacionismo voluntario era observado por Tocqueville como una de las características principales de la América jacksoniana.38 Ligado a la necesidad de satisfacer las demandas sociales de una población en rápido cambio y crecimiento, ante la impotencia inicial de los poderes públicos y las iglesias, las Asociaciones Voluntarias daban apoyo emocional y una rápida identificación a una población móvil y joven, que se trasladaba a otras zonas del país sin el apoyo de familia­ res o amigos.39 Muchas de estas asociaciones, de inspiración religiosa y dedicadas al reformismo moral en todos sus ámbitos, permitieron y alentaron el asociacíonismo femenino, abriendo un espacio público para la mujer — como ya había hecho el evangelismo— , más allá de la esfera doméstica.40 Especialmente activas fueron las mujeres en los dos movimientos reformistas más importantes de mediados del siglo xix, la cruzada antialcohólica, donde las féminas constituían la mayoría de las bases y en menor medida en el movimiento abolicionista.

C r u z a d a a n t ia l c o h ó l ic a

El movimiento por la moderación en el consumo de alcohol co­ menzó oficialmente con ía Constitución en Boston, en 1826, de la So­ ciedad Americana para el Fomento de la Abstención Alcohólica (American Society for the Promotion of Temperanee) y la posterior formación en 1833 de la Asociación Americana Antialcohólica (Ame­ rican Temperanee Union). El surgimiento de esta cruzada estuvo uni­ da al desarrollo del capitalismo, la liquidación de la economía domés­ tica y sus consecuencias sobre la eficiencia y disciplina laboral, así como a la mayor diferenciación y separación entre obreros y patronos. También estaba relacionado con la reacción nativista frente a la inmi­ gración masiva y sus consecuencias, pues los nativistas acusaban a los irlandeses católicos del aumento de la delincuencia y la conducta de­ sordenada y tumultuosa, provocada por el consumo excesivo de al­ cohol. Sólo unos años antes, en la década de 1820, el alcohol formaba par­ te del trabajo y la paga de los obreros, que además bebían con el pa­ trono en el lugar de trabajo. Unos años después, la disciplina laboral

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desplazaba el alcohol del lügar de trabajo y lo relegaba a la taberna y al ámbito de la cultura autóctona de la clase obrera» donde fue ganan­ do el papel simbólico que tendría desde entonces. La clase m ediarseparada ya por la familia, el trabajo y los barrios, de la clase obrera, encontraba en la moderación alcohólica su motivo favorito de diferen­ ciación y afirmación de sus valores de c la se /1 Para la clase media, la cruzada antialcohólica fue un éxito, pues en­ tre 1830 y 1860 redujo drásticamente el consumo de alcohol, aunque los trabajadores siguieron bebiendo a espaldas de los patronos, entre ellos, y en sus barrios y tabemas. Y desde luego esta cruzada reservó un lugar destacado a la s mujeres, pues el nuevo culto de la domesticidad y las dos esferas alcanzaba la máxima expresión en ella. Las mu­ jeres eran las que tenían que inculcar la nueva moral de moderación y contención sexual y alcohólica a los maridos e hijos, así como las que llenaban de contenido ese hogar, como refugio de un mundo hostil.42

E s c l a v it u d y a b o l ic io n is m o

El impulso que la revolución dio a la lucha antíesclavista se apagó pronto. A partir de la década de 1790 una reacción conservadora parecía confirmarla como una institución, si no deseable, al menos necesaria para la república. Por un lado, la reacción a los excesos de la Revolución Francesa enfatizó en la nueva república los aspectos de propiedad y orden sobre la igualdad; por otro, las insurrecciones de esclavos en San­ to Domingo en 1790 y la posterior proclamación de la república negra de Haití en 1802 llenaron de pánico a la élite del sur, al tiempo que la Sec­ tas Evangelistas fueron abandonando su igualitarismo en las décadas de 1790 y 1800, y metodistas y bautistas relegaron de sus prioridades la causa antiesclavista. La revolución había dejado un legado de contradicciones políti­ cas, al tratar de conciliar los principios de libertad e igualdad con la institución de la esclavitud. Para solucionar la contradicción entre li­ bertad e igualdad se acentuó el aspecto racial, pues era la única forma de justificar la desigualdad de los esclavos negros, en cuanto a la li­ bertad y el disfrute de los derechos civiles. Para resolver la contradic­ ción entre libertad y esclavitud, muchos sudistas utilizaban el término libertad en un sentido antiguo, como un derecho de grupos específi­ cos y no un derecho universal, argumentando que infringir su derecho a poseer esclavos era una violación de su libertad. Así, se presentaban

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como ardientes defensores de la esclavitud y la libertad, aunque el de­ recho a poseer esclavos era su libertad más importante. De esta forma, con la emancipación gradual en el norte, la esclavitud se identificó aún más con el sur, y la próxima ocasión en que los blancos del sur lu­ charan por «su libertad», lo harían explícitamente por su derecho a poseer esclavos/’3 A pesar de esta reacción conservadora, el tráfico de esclavos se abolió en 1807 y se hizo efectivo en 1808, tal como la Convención Constitucional había previsto veinte años antes; pero eso no llevó a una abolición gradual de la esclavitud como muchos pensaron, pues el cultivo del algodón la reforzó. El algodón sustituyó al tabaco como cultivo dominante en el sur en las dos últimas décadas del siglo xvm , muy ligado a los avances técnicos que en el Reinó Unido permitieron que esta materia sustituyera a la lana en los tejidos para consumo de masas, haciendo de la industria del algodón el motor de la industriali­ zación tanto en el Reino Unido como en Nueva Inglaterra. Tras la re­ volución, el cultivo del algodón se extendió a las costas de Georgia, Carolina del Sur, la parte sureste de Carolina del Norte y más tarde a los Estados del suroeste como Arkansas, Florida y Texas. El algodón, como antes el tabaco, creó una intensa demanda de mano de obra esclava y por tanto un alza en el precio de los esclavos al coincidir con la supresión del tráfico internacional. En su lugar se ge­ neró un intenso comercio interno, que resultó un gran negocio para los Estados con abundancia de esclavos y sin cultivo de algodón. Pero el algodón no era sólo el motor de la economía del sur, sino el primer producto de exportación de Estados Unidos, dirigido sobre todo al Rei­ no Unido.44 En la primera década del siglo xix, la esclavitud parecía pues más asentada que nunca, como lo estaría también en la siguiente década y en los años anteriores a la guerra civil. En este contexto, el primer abolicionismo había desaparecido hacia 1810 y fue sustituido por la idea de colonización que, encamada por la Sociedad Americana de Colonización (1816), proponía asentar negros libres en África y animaba a las emancipaciones voluntarias. A partir de 1830, el abolicionismo fue la otra gran cruzada evange­ lista, dentro del movimiento de reforma moral y búsqueda de perfec­ ción que el romanticismo y el «segundo despertar religioso» genera­ ron. Muchos jóvenes de clase media ascendente se sintieron atraídos por esa propuesta de reforma de las instituciones norteamericanas y por primera vez pudieron pensar en el activismo social como una pro­ fesión legítima. El que este radicalismo potencial de los jóvenes refor­

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madores se dirigiera al tema de la esclavitud en la década de 1830 se debió a la coincidencia de una serie de factores, que actuaron sobre el motivo de fondo de una sociedad, evolucionando rápidamente hacia los valores morales de afirmación del individualismo.45 En primer lugar, la militancia negra antiesclavista había comenza­ do a manifestarse a finales de la década de 1820 de la mano de los es­ clavos huidos al norte y de los negros libres del norte, que formaron una asociación, organizaron un movimiento anticolonización y publi­ caron un periódico. En 1829, apareció en Boston el libro fundamental del ex esclavo David Walker, An Appeal to the Colored Citizens o f the World, que condenaba la solución colonizadora como una expresión de la supremacía blanca y manifestaba una visión religiosa afroameri­ cana, la cual veía la lucha antiesclavista y la resistencia negra como una cruzada sagrada. Contenía pues todos los principales argumentos del abolicionismo y fue ampliamente distribuido, siendo objeto de una discusión nacional y teniendo un enorme impacto hasta ía guerra civil En el sur, su distribución y posesión fue considerada una ofensa crimi­ nal seria y pocas copias sobrevivieron a la sistemática destrucción de las autoridades.46 Otra de las figuras principales del antiesclavismo a finales de la dé­ cada de 1820 fue Benjamín Lundy; nacido en New Jersey y criado en una familia cuáquera de Virginia, se trasladó después a Ohio, donde comenzó su cruzada y empezó a publicar en 1821 The. Genious o f Uni­ versal Emcincipation, que en 1825, desde su nueva sede en Baltimore, aparecería en edición semanal y mensual, llegando a tener 1.100 suscriptores entre ambas ediciones. Desde The Genious, Lundy desacre­ ditaba económicamente la esclavitud y denunciaba el peligro que esta institución representaba para las libertades de los norteamericanos y la integridad de la Unión. Condenaba también el concepto de inferiori­ dad racial, y era un pacifista muy impresionado por el libro de ía abo­ licionista británica Elizabeth Heyrick, Inmediate, Not Gradual Emancipation, que se publicó en Inglaterra en 1826, fue serializado en The Genious y después repetidamente publicado en Estados Unidos.47 En 18281Lundy constituyó en Baltimore la Asociación Nacional de Pro­ paganda Antiesclavista (The National Anti-slavery Tract Society), que éñ lóstlós años siguientes llevó su mensaje a los 19 Estados del norte, y posteriormente sería elegido director de la Asociación Antiesclavis­ ta Americana. En una de estas giras William Lloyd Garrison lo oyó ha­ blar y comenzó a trabajar con él en Baltimore, publicando The Ge­ nious.

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En 183! Garfíson dio un giro definitivo al movimiento, abogando, desde el recién creado periódico The Libe rato r de Boston, por una emancipación inmediata de los esclavos sin compensación a los amos. Tanto ios abolicionistas como sus enemigos creían que éste era un mo­ vimiento revolucionario, pues los inmediatistas vivían su actividad como una cruzada y eran personas sacrificadas y abnegadas, dedicadas totalmente a la causa abolicionista como un imperativo moral, ío que llevó a muchos de ellos a rechazar sus iglesias, su gobierno e incluso la Constitución de Estados Unidos. Este giro inmediatista y «revolucionario» del movimiento en 1831 coincidió además con la «crisis de la anulación» de Carolina del Sur, en la que como hemos visto, por primera vez se relacionaba esclavitud con defensa de los intereses del sur y con la amenaza de secesión. También coincidió con la insurrección de esclavos en Jamaica, que tuvo como resultado el inicio de un programa de emancipación gradual en el Caribe británico, y con la insurrección de Nat Turner en Virginia, la más importante y sangrienta de la historia de Estados Unidos. Aunque la forma más característica de resistencia de los esclavos del sur de Estados Unidos no fue la insurrección a gran escala, sí que hubo rebeliones e insurrecciones desde el período colonial. En 1712, dos decenas de esclavos participaron en una insurrección en Nueva York; en 1739, en Stono, Carolina del Sur, entre 60 y 100 esclavos protagonizaron una insurrección que acabó con la muerte de 25 blan­ cos y 35 negros. En ei siglo xix, además de la insurrección de Nat Tur­ ner, antes hubo otras tres importantes: la de Gabriel Posser en Richmond, Virginias, en 1800, que acabó con 27 ejecuciones; ia del sur de Louisiana en 1811, en la que participaron entre 300 y 500 esclavos, y la de Denmark Vesey en Charleston, Carolina del Sur, en 1822, que acabó con 34 ejecuciones. Ninguna de estas insurrecciones, ni siquiera la de Nat Turner, po­ día compararse con las insurrecciones masivas de esclavos que tuvieron lugar en los siglos xvin y xix en el Caribe y Sudamérica. En Haití, San­ to Domingo, las Guayanas, Brasil, Jamaica, fueron la forma de resisten­ cia característica de la población esclava. En Jamaica, eran constantes las revueltas de esclavos con una media de 400 participantes, las cuales pusieron las bases para ana poderosa tradición revolucionaria en el si­ glo xix que influiría en la.polític^ abolicionista del Reino Unido. Duran­ te el siglo xvin una serie de insurrecciones de esclavos estalló en Vene­ zuela, culminando en la de Coró en 1795, que sacudió el poder colonial español. En las Guayanas, tras/!731 hubo rebeliones cada década, y más

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de 10.000 esclavos participaron en 1823 en la «Deraerada Rehellion», mientras que en Brasil se rebelaron cientos e incluso miles de ellos y co­ munidades enteras de hasta 10.000 esclavos escaparon y mantuvieron una guerra de guerrillas durante años. En el Caribe y Sudamérica una población mayoritariamente negra vivía y trabajaba en grandes plantaciones, en condiciones duras y es­ casa o nula relación con el amo, normalmente propietario absentista. Las insurrecciones aprovecharon las divisiones de la élite y triunfaron allí donde la proporción de la población negra sobre la blanca era muy elevada y los esclavos tenían la posibilidad de adquirir experiencia mi­ litar, ya fuera porque los regímenes de Sudamérica y el Caribe, en constante conflicto, forzaron a los gobiernos a armar voluntarios ne­ gros periódicamente, a cambio de la promesa de libertad; o porque las insurrecciones estuvieron acompañadas y seguidas de guerras de gue­ rrillas, que en muchos casos forzaron a las autoridades a dar autonomía a las colonias de guerrilleros, convirtiéndose éstos en inspiración para los esclavos.48 En Estados Unidos también hubo grupos de esclavos que trataron de organizarse en colonias, como hubo insurrecciones, pero no se daba ninguna de las condiciones para que éstas se convirtieran en la forma de resistencia característica. La mayoría de los esclavos del sur de Es­ tados Unidos vivía y trabajaba en granjas familiares, donde no era más de una o dos docenas, y mantenía una estrecha relación con los amos. Incluso en las grandes plantaciones, con más de 100 esclavos, el pro­ pietario no era absentista y 1a relación era más cercana y el trato mejor que en el Caribe o Sudamérica. Estas tendencias se acentuaron con la supresión del comercio internacional de esclavos y la extensión del cultivo del algodón, ya que ai ser más escasos y preciados, inevitablemente aproximó la re­ lación amo-esclavo y mejoró el trato, creando, como señala Eugene E. Genovese, una relación paternalista, forjada tanto en la necesidad de disciplina, como de justificación moral de un sistema de explota­ ción. Esta compleja relación estimulaba la amabilidad y el afecto, pero también la crueldad y el odio, mientras que la distinción racial entre amo y esclavo aumentaba la tensión inherente a un orden social injusto,49 Para los amos, el patemalismo significaba que el trabajo forzado de los esclavos era una devolución legítima a sus amos por protección y dirección. Sin embargo, esta necesidad de ver a los esclavos como se­ res humanos constituía para éstos una victoria moral, pues la insisten­

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cia del patemalismo en las relaciones mutuas -—obligaciones» respon­ sabilidades, derechos— implícitamente reconocía su humanidad. Pero también la relación tendía a destruir ía solidaridad entre los oprimidos, pues los unía como individuos a sus opresores. En estas circunstancias «los esclavos del viejo sur desarrollaron una gran solidaridad y resis­ tencia a sus amos, pero dentro de la relación paternalista, su acción tendió a convertirse en defensiva y a buscar una protección individual contra la agresión y el abuso»,50 Las tendencias inherentes al patemalismo se reforzaron en un sis­ tema de subordinación racial. Si el patemalismo creaba una tendencia a identificarse con una comunidad particular, a través de la identifica­ ción con el amo, reduciendo las posibilidades de identificación como clase; el racismo minaba la autoestima de los esclavos y reforzaba su dependencia de los «amos blancos», En este sistema los esclavos for­ jaron formas de defensa y resistencia cuyo núcleo era la religión, la cual, aunque parecía que aseguraba su complicidad y docilidad, recha­ zaba la esencia de la esclavitud, protegiendo sus propios derechos y valores como seres humanos.51 Por otro lado, en el sur existía un poder blanco muy fuerte que iba más allá de las élites, pues el racismo y la esclavitud no sólo eran la base de una ideología extendida a todos los blancos, sino que estaba reforzada nacionalmente por el apoyo explícito del Partido Demócrata desde el período jacksoniano y era por tanto defendida por las institu­ ciones y Fuerzas Armadas de los Estados y del Estado federal, A pesar de estas diferencias del sur de Estados Unidos con respec­ to a otras regiones con esclavitud, el contexto de lucha abolicionista, la crueldad de las acciones llevadas a cabo y una inusual documentación — las confesiones del propio Nát Turner poco antes de su ejecución al abogado Thomas R. Gray— dieron a la insurrección de Nat Tumer un eco especial. Nat Turner se consideraba a sí mismo un hombre excep­ cional dentro de la comunidad negra del condado de Southampton, Virginia, pues parecía tener extraordinarias habilidades naturales y es­ tar destinado a algún objetivo especial. La familia y el amo de Tumer reiteraban su inteligencia natural, que le permitía leer sin haber apren­ dido y experimentar con la fabricación de papel y pólvora, a ía vez que cultivaba un estilo de vida austero y religioso. Según él, a principios de la década de 1820, experimentó la primera de una serie de revelacio­ nes religiosas en la que «el Espíritu» le visitó y le recitó el siguiente pasaje bíblico: «Busca el Reino de los cielos y todo se te dará por aña­ didura».

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Esta visión se repitió dos años después, acompañada de toda una serie de signos, que él consideraba enviados por Dios, para dirigir a su pueblo en la gran batalla contra la esclavitud. La señal definitiva para la insurrección se presentó en forma de eclipse solar el 12 de febrero de 1831 y después, el 13 de agosto de 1831, como un sol tintado de verde. Entonces T um er reunió entre 60 u 80 esclavos en una cena, en los bosques de Cabin Pond, en e l condado de Soutbampton, Virginia, la noche del 21 de agosto de 1831. Esta zona de Virginia parecía idó­ nea para el éxito de la insurrección: Estaba relativamente aislada, tenía pocos núcleos urbanos, y una economía estancada en la que predomi­ naban las granjas familiares con poco más de diez esclavos donde blancos y negros se enfrentaban cada día; Al amanecer del día 22 deagosto atacaron la granja del amo de Tum er y después las colindantes, matando a todos los blancos que encontraron, incluidos mujeres y ni­ ños, a los cuales inevitablemente conocían, Al amanecer del día 23, la milicia capturó o mató a todos losT^IMdes, con la excepción de Tur­ ner, que eludió a sus perseguidores durante dos meses. Fue finalmente capturado el 30 de octubre de 1831, juzgado una semana después y ejecutado el 11 de noviembre de 1831.52 En contra de lo que pensaran Turner y sus seguidores, la insurrec­ ción tenía pocas posibilidades de prosperar. La reacción armada fue inmediata y desproporcionada. 3.000 soldados se concentraron en el condado de Soutíi^mpton, dando idea del pánico existente entre los blancos del sur.:,lPor otro lado, la violencia y crueldad de las acciones de los esclavos insurrectos fue compartida pór sus represores, que uti­ lizaron también la decapitación y otras formas de mutilación, al tiem­ po que las ejecuciones sumarias sobrepasaron el número de los escla­ vos insurrectos. El propio gobernador de Virginia y algunos dirigentes de la milicia local actuaron rápidamente para controlar las atrocidades de la repre­ sión, que hacían aparecer a Virginia como «bárbara» a los ojos del mundo. Esta acción aseguró los juicios de los insurrectos restantes, entre ellos el propio Nat Turnea que aunque distaron mucho de reunir garan­ tías de normalidad, aLmeños declararon «no culpables» a 13 de los en­ causados, y en bastantes casos — cuando los acusados eran jóvenes y había evidencia de que su participación en la revuelta había sido obliga­ da— el Tribunal recomendó conmutar la sentencia y desterrarlos fuera del Estado. Aunque las autoridades veían el destierro como una alterna­ tiva a la ejecución, en realidad era un castigo brutal para los esclavos, pues suponía su permanente separación de la familia y los amigos, Fi-

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nalmente en estos juicios fueron sentenciadas a muerte 30 personas, pero sólo se ejecutaron 19 sentencias, entre ellas la de Nat Turner.53 Tras estos acontecimientos muchos esclavos huyeron del conda­ do, 300 aceptaron ir a Liberia y los que se quedaron tuvieron que vivir bajo estrechos controles, perdiendo el derecho a ser juzgados por un jurado. Por otro lado, los blancos, liderados por el gobernador Floyd, hablaban del «espíritu de insubordinación», que había crecido entre los esclavos del Estado de Virginia y que achacaban a la propaganda abolicionista extendida en el sur por los predicadores negros. En este contexto no era extraño que los predicadores negros y las prácticas re­ ligiosas de los esclavos fueran especialmente perseguidas, aprobando leyes en las que el Estado de Virginia prohibía a todos los negros, es­ clavos y libres, «dar sermones u organizar ceremonias religiosas», pues para los blancos de Virginia» Nat Turner personificaba la amenaza de una religión independiente afroamericana.54 Por otro lado, la insurrección reabrió el debate sobre el futuro de la esclavitud, que se desarrolló en la legislatura del Estado dé Virginia durante el mes de enero de 1832* pues un sector de los blancos quería eliminar gradualmente la esclavitud, eliminando también a los negros, mediante la venta de los esclavos a otros Estados. Finalmente dominó ¡a postura de que puesto que la esclavitud era el fundamentó económi­ co de una sociedad comprometida con la libertad e igualdad dé todos los blancos, su eliminación «amenazaría la libertad tan querida por los virginianos».’’5 En cuanto a las interpretaciones de la insurrección, esta fue de­ plorada en su tiempo por W. Garrison, a causa de su violencia; algu­ nos esclavos convirtieron a N at Tum er en un trickster hero (héroe embaucador), centro de sus trickster tales y también fue común en la comunidad negra retratar a Nat Turner como un héroe y un gran lu­ chador por la libertad.56 Mucho más tarde, en la década de 1960, en pleno movimiento por los derechos civiles, la insurrección de Nat Tum er se popularizó gra­ cias a la novela de William Styron, The Confessions o f N at Tum er.57 El libro, tomando como base las confesiones de Turner, intentaba ima­ ginar el mundo a través de los ojos de un esclavo del sur en el siglo xix y no fc>uscaba representar tanto a Tum er como un héroe, sino como un ser humano secretamente atraído por M argaret Whitehead, la única persona a la que él asesinó y por la que lideró la insurrección. La novela fue premiada con el Pulitzer en 1967, pero se ganó la hostilidad de la intelectualidad negra en aquellos años críticos de fina­

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les de los sesenta. Las críticas acusaban a W. Styron de distorsionar la realidad histórica con la intencionalidad política de desprestigiar al movimiento negro y, por tanto, de no haber interpretado al personaje de Tumer y la insurrección en el contexto histórico de la lucha de los es­ clavos negros.58 En realidad, lo que Styron quería describir era la vio­ lencia de la íntima relación entre amo y esclavo, que torturaba la mente humana y generaba a su vez violencia extrema.59 En este énfasis puesto en el estrecho contacto entre razas, Styron anticipaba ya la interpreta­ ción clásica de Eugene G. Genovese, de considerar la esclavitud una relación paternalista, pues como el propio Genovese señalara, el as­ pecto humano de la relación entre Nat Turner y Margaret Whitehead «exponía una de las más trágicas características del régimen esclavis­ ta. Por un lado, la esclavitud lanzaba a blancos y negros juntos en una relación a menudo dura y brutal, otras veces cariñosa y afectiva, a me­ nudo ambas cosas a la vez; pero por otro lado impedía el disfrute de los sentimientos de afecto que esta intimidad generaba», describiendo «un sistema social que llevaba a la gente a relacionarse íntimamente, nega­ ba esa intimidad, suprimía de forma implacable cualquier conocimien­ to del sentimiento creado y necesariamente convertía el amor en odio y miedo». De ésta manera, para Genovese Styron había descubierto el fundamento de la relación paternalista, que está en la base de la «tra­ gedia racial americana»,60 Las posibilidades de que la insurrección de Nat Turner anunciara in­ surrecciones mayores en el sur eran nulas, pero sí es cierto que la lucha abolicionista había tomado otro cariz con la aparición del periódico The Liberator, de William L, Garrison y que su objetivo era el sur. Garrison y sus seguidores pensaban que la forma de conseguir la emancipación inmediata era convencer moralmente a los poseedores de esclavos del sur de que acabaran voluntariamente con la esclavitud.61 En diciembre de 1833, seis meses después de que el Parlamento británico hubiera emancipado a todos los esclavos de sus colonias en el Caribe, 62 abolicionistas se reunieron en Filadellia para formar la Sociedad Antiesclavista Americana. Aunque la dilección de la socie­ dad estaba en manos de varones blancos, tres negros y cuatro mujeres, todas ellas cuáqueras, participaron en la redacción de la Declaración de Sentimientos y Propósitos, aunque ninguna de ellas fue invitada a firmarla, ni ellas esperaban ser invitadas.62 De acuerdo con esta decla­ ración se organizaron sociedades en pueblos y ciudades, que utilizaron como táctica la persuasión moral. Esta táctica inauguraba el discurso y los métodos de las luchas posteriores por los derechos civiles y se ma~

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terializó en la aparición de periódicos y sociedades por todo el país y en la organización en 1835 de una gran campaña de difusión postal del abolicionismo, dirigida al sur, para convencer a los propietarios de es­ clavos sudistas de que liberaran a los esclavos.63 Por supuesto, estos argumentos no convencieron al sur, que reac­ cionó con hostilidad y represión a la campaña postal y a todo lo que fuera el abolicionismo, pues relacionaba estas ideas de inmediata emancipación con la preparación de una gran insurrección en el sur. Tampoco en el norte los abolicionistas tuvieron en principio mucho éxito en una sociedad que no era esclavista, pero sí muy racista y que por otro lado veía con temor un mensaje que ponía en peligro la Unión, Inicialmente, pues, los abolicionistas fueron recibidos en el norte también con violencia y hostilidad. Estados Unidos se había ido con­ virtiendo en una sociedad más conflictiva, con niveles de desorden so­ cial desconocidos hasta entonces, donde los tumultos, motines y lin­ chamientos eran expresión de las disidencias y divergencias en una colectividad cada vez más compleja y democrática. Así, en el ano 1834 hubo ataques a las Iglesias Católicas en Nueva York, se saquearon las casas de los banqueros de Baltimore, se incendiaron los barrios de los negros en Filadelfia y Boston, se interrumpieron reuniones masónicas. En 1835 les tocó el tumo a los abolicionistas. Una multitud entró en la casa de Lewis Tappan destruyendo los muebles, mientras que el 31 de octubre W. L. Garrison fue atacado por la multitud, que colocó una cuerda alrededor de su cuello y lo arrastró por las calles de Boston. Dos años después, otra multitud en Alton, Illinois, asesinó a Elijah Lovejoy, un editor abolicionista.64 Este asesinato y la hostilidad con que el sur recibió el mensaje abolicionista fue ganando una parte de la opi­ nión pública nordista para la causa antiesclavista, aunque muchos nor­ teños seguían rechazando un movimiento que ponía en peligro la Unión para mejorar las condiciones de una raza inferior. Así, la Legis­ latura de Ohio aprobó una resolución condenando a los abolicionistas como «locos, ilusorios y fanáticos». Incluso Abraham Lincoln firmó una resolución en Illinois manifestando que los efectos del abolicio­ nismo eran «aumentar los demonios de la esclavitud, más que elimi­ narlos».65 Paralelamente, las campañas se hicieron más políticas tras la mitad de la década de 1830, extendiéndose la práctica de las peticiones al Congreso. En el año 1838, el movimiento abolicionista tenía 14.000 sociedades y 150.000 miembros y 415.000 peticiones fueron enviadas a Washington. Frente a estas peticiones el Congreso adoptó la famosa

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Gag Rule (Ley del Silencio), por la cual decidió continuar sin discutir ninguna de las peticiones abolicionistas. Esta negativa animó aún más a los abolicionistas, que en los años siguientes extendieron la petición de la abolición de la esclavitud al distrito de Columbia y sus territorios, exigiendo la anulación dé la Gag Rule, la prohibición del tráfico de es­ clavos interestatal, el reconocimiento de la república de Haití, la opo­ sición a la admisión de Texas y otros nuevos Estados en la Unión como Estados esclavistas.66 Por otro lado, el ex presidente John Quincy Adams y otros destacados whigs defendieron el derecho a la petición, frente a la opinión mayoritaria del Congreso. De todas formas, la negativa de las instituciones a secundar algu­ nas de las principales demandas abolicionistas llevó ai movimiento a una crisis seria y a su posterior división en 1840, Los temas que cau­ saron la división fueron la participación del abolicionismo en la políti­ ca y la representación y participación igualitaria de las mujeres en el movimiento. Una vez fracasada l a ?& tic a de persuasión moral sobre los poseedores de esclavos del sur, los más moderados veían en la po­ lítica la única salida para el abolicionismo y no contemplaban la parti­ cipación igualitaria de las mujeres en el movimiento; mientras que los más radicales, liderados por Garrison, desafiaron a los líderes religio­ sos, adoptaron una postura feminista y lanzaron un ataque directo a la Constitución federal, cuestionando los valores fundamentales de la nación. En 1840 el abolicionism o no había conseguido su objetivó ini­ cial de persuadir al sur de acabar voluntariamente con la esclavitud, Sino que al contrario la agitación abolicionista aumentó la alarma en el sur que optó —como táctica política para defender la institución de la esclavitud— por reinterpretar la Constitución y ganar para su causa el apoyo del Partida Demócrata. El fracaso en el sur fue compensado por el éxito en gran parte del norte, que ante la reacción hostil del sur, fue ligando la abolición de la esclavitud con la salvaguarda de las liberta­ des fundamentales de la república, amenazadas por el poder esclavista del sur.67 El abolicionismo consiguió también el apoyo político del ex presidente J. Q. Adams y del Partido Whig a sus peticiones. En las dos décadas siguientes el antiesclavismo pasó de ser un problema moral, a convertirse en el tema político central de la república, pero como tal, fue arrebatado a los abolicionistas por el Movimiento para la Tierra Li­ bre (Free Soil Movement) y por el Partido Republicano.68

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A b o l ic io n is m o y n a c im ie n t o d e l f e m in is m o

Como hemos visto, el ascenso de la clase media y el desarrollo del capitalismo convirtió a las mujeres de clase media en rectoras de la es­ fera privada. En este ámbito preservaban los valores religiosos y mo­ rales de la familia frente al mundo exterior. Esta nueva y «verdadera feminidad»69 aumentó las diferencias entre los roles y valores atribui­ dos a hombres y mujeres. Los hombres lidiaban con el mundo exterior y eran por tanto agresivos, racionales y susceptibles de bajas pasiones. Las mujeres, en la esfera privada, regían el espacio de los sentimien­ tos, la delicadeza y las causas altruistas. El evangelismo y las cruzadas reformistas que éste inspiró en la América jacksoniana convirtieron, sin embargo» las preocupaciones privadas en públicas y las mujeres vieron ampliada su esfera privada al ámbito público.70 De todas las cruzadas reformistas, fue la cruzada abolicionista de la década de 1830 la que les condujo al feminismo, pues exigieron en el movimiento una igualdad con los hombres y, sobre todo, se identifica­ ron con una lucha que se basaba en la reclamación de la igualdad de derechos civiles para los esclavos negros, en un momento en que las mujeres solteras tenían algunos derechos civiles, pero perdían toda identidad legal al casarse, de forma que el matrimonio era la forma más concreta y visible de «esclavitud sexual»,71 Las mujeres comenzaron a enrolarse en la causa abolicionista en solidaridad con las mujeres esclavas. Ya una precursora de ambos mo­ vimientos, como Elizabeth Chandler, que en 1826 a los diecinueve años comenzó trabajando para The Genious o f Universal Emancipation y después para The Liberator, destacaba el carácter compasivo y sensible de la mujer, que la hacía enemiga natural de la esclavitud, así como la obligación que tenían de solidarizarse con las mujeres escla­ vas, víctimas especiales de esta institución por su delicada naturaleza y su vulnerabilidad frente al abuso sexual.72 Unos años después, W. Garrison animaba a las mujeres a apoyar la causa del abolicionismo in­ mediato «en solidaridad con el millón de mujeres esclavas, expuestas a toda violencia y el dolor de la pasión y tratadas con más falta de de­ licadeza y más crueldad que el ganado».73 Algunas mujeres de Boston, a las que se unieron después otras de Filadelfia y Ohio, respondieron a su llamada actuando en principio en Sociedades Antiesclavistas Femeninas, apéndices de las sociedades Antiesclavistas principales y sólo masculinas. De esta forma, en 1832, Mary Weston Chapman y tres de sus hermanas organizaron en Boston,

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la'Sociedad Antiesclavista Femenina de Boston (The Boston Female Anti-Slavery Society), como una sociedad auxiliar de la recién creada Sociedad Antiesclavista de Nueva Inglaterra (New England Anti-Sla­ very Society), En 1833, tras la convención que fundó la Sociedad An­ tiesclavista Americana, un grupo de mujeres cuáqueras, lideradas por Lucrecia Mott, constituyó la Sociedad Antiesclavista Femenina de Fi­ ladelfia (The Filadelfia Female Anti-Slavery Society), primera en ac­ tuar separadamente de las sociedades masculinas. El ejemplo de esta sociedad inspiró a otras mujeres a organizarse autónomamente en so­ ciedades femeninas y a pensar en desafiar los patrones aceptados de segregación y dominación masculina. En 1837, en la Convención Antiesclavista de Mujeres Americanas, por primera vez se intentó crear una organización nacional autónoma. En aquella reunión, Mary S. Parker, de Boston, fue autorizada a enviar una circular a todas las Sociedades Antiesclavistas Femeninas del país, en la que aconsejaba a las mujeres «seguir sus propias conciencias y no los deseos de los maridos».74 La cuestión de los derechos de la mujer se hizo pública dentro del movimiento abolicionista a finales de 1837 y Angelina y Sarah Grimké estuvieron en el centro de la polémica. Na­ cidas ambas en Carolina del Sur, en una familia aristocrática y escla­ vista, rechazaron este ambiente y se trasladaron a Filadelfia en la dé­ cada de 1820. Buscando algo que diera sentido a sus vidas, se hicieron cuáqueras y después trabajaron en el abolicionismo garrinsoniano, in­ gresando en la Sociedad Antiesclavista Femenina de Filadelfia. Como todas las abolicionistas, las hermanas Grimké sintieron que estaban siguiendo los designios divinos, luchando contra la esclavitud y mostrando, sobre todo Angelina, una gran seguridad en su trabajo re­ formador, que la llevó a convertirse en elocuente oradora y a escribir en 1836 An Appeal To The Christian Women o f the South, en el que ur­ gía a las mujeres del sur a influir sobre maridos y hermanos para que actuaran contra la esclavitud. Ella y su hermana Sarah, como el resto de las mujeres abolicionistas, utilizaron el mismo argumento sobre los derechos de la mujer al pedir la participación igualitaria en la Sociedad Antiesclavista Americana, abriendo la caja de Pandora de la negación de los derechos legales a la mujer casada, o el difícil acceso a una edu­ cación superior y un empleo digno. En 1838, Sarah Grimké, en sus Letters on the Equality o f the Sexes and the Condition o f Women,15 planteó la primera discusión seria sobre los derechos de la mujer, ba­ sando su defensa de la mujer en las Escrituras y argumentando que hombres y mujeres habían sido creados en perfecta igualdad, aunque

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las traducciones masculinas de la Biblia habían falseado esta verdad.76 El conflicto sobre la participación igualitaria de las mujeres en las Sociedades Antiesclavistas aumentó entre 1838 y 1840, contribuyendo a la ruptura del movimiento abolicionista en 1840. Tras la ruptura, las mujeres garrinsonianas mezclaron sus sociedades con las de los hom­ bres y permanecieron en las Sociedades Antiesclavistas americanas. El abolicionismo declinó, pero en las décadas siguientes la polémica so­ bre los derechos de la mujer se extendió. En las décadas de .1840 y 1850 la causa de la mujer se desarrolló en un movimiento indepen­ diente» con periódicos, convenciones, organizaciones locales y nacio­ nales. En su máxima expansión en la década de 1850 la revista Lyly te­ nía 6.00Ó suscriptoras, y en 1852, 2.000 mujeres asistieron a las distintas convenciones que discutían sobre sus derechos, A pesar de todo, su apoyo iba poco más allá de las militantes y simpatizantes y su mo~ mentum fue perdiendo fuerza conforme la guerra civil se acercaba. Ellas apoyaron la causa ñordista en la creencia de que apoyaban su propia liberación, pero para su sorpresa, al acabar la guerra civil la 14.a y 15.a Enmiendas a la Constitución concedieron la igualdad de dere­ chos a ex esclavos, pero dejaron intacta la desigualdad femenina. Fue el fin de la lucha feminista abolicionista y el comienzo de un movi­ miento feminista independiente, centrado en sus propias demandas. Tras tener ante sí todas las posibilidades de cambio que encerraba la era de Jackson, las feministas abolicionistas experimentaron la enorme frustración de no conseguir más que una parte de lo que esperaban. Aunque los logros objetivos que obtuvieron —el derecho de las muje­ res a la igualdad en la educación y el trabajo, aprobación de leyes sobre derechos de propiedad de las mujeres casadas en distintos Estados, pro­ tección gubernamental ante la violencia masculina-—, las convirtieron en modelo de actuación para las generaciones siguientes.77

E l TRASLADO FORZOSO INDIO

F^ntre 1789 y 1829 Estados Unidos evitó enfrentarse con uno de los problemas más delicados para la república, el de las relaciones con las naciones indias. Por supuesto, durante estos años había habido en oca­ siones guerras abiertas y los enfrentamientos y disputas fueron cons­ tantes en la zonas de frontera, donde nuevos colonos blancos disputaban las tierras indias. La tensión era particularmente grave en la frontera del suroeste y se había resuelto momentáneamente tras la guerra de

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la'Sociedad Antieselavista Femenina de Boston (The Boston Female Anti-Slavery Society), como una sociedad auxiliar de la recién creada Sociedad Antiesclavista de Nueva Inglaterra (New England Anti-Sla­ very Society). En 1833, tras la convención que fundó la Sociedad An­ tiesclavista Americana, un grupo de mujeres cuáqueras, lideradas por Lucrecia Mott, constituyó la Sociedad Antiesclavista Femenina de Fi­ ladelfia (The Filadelfia Fémale Anti-Slavery Society), primera en ac­ tuar separadamente de las sociedades masculinas. El ejemplo de esta sociedad inspiró a otras mujeres a organizarse autónomamente en so­ ciedades femeninas y a pensar en desafiar los patrones aceptados de segregación y dominación masculina. En 1837, en la Convención Antiesclavista de Mujeres Americanas, por primera vez se intentó crear una organización nacional autónoma. En aquella reunión, Mary S. Parker, de Boston, fue autorizada a enviar una circular a todas las Sociedades Antiéisciavistas Femeninas del país, en la que aconsejaba a las mujeres «seguir sus propias conciencias y no los deseos de los maridos».74 La cuestión de los derechos de la mujer se hizo publica dentro del movimiento abolicionista a: finales de 1837 y Angelina y Sarah Grimké estuvieron en el centro de la polémica. Na­ cidas ambas en Carolina del Sur, en una familia aristocrática y escla­ vista, rechazaron este ambiente y se trasladaron a Filadelfia en la dé­ cada de 1820. Buscando algo que diera sentido a sus vidas, se hicieron cuáqueras y después trabajaron en el abolicionismo garrinsoniano, in­ gresando en la Sociedad Antiesclavista Femenina de Filadelfia. Como todas las abolicionistas, las hermanas Grimké sintieron que estaban siguiendo los designios divinos, luchando contra la esclavitud y mostrando, sobre todo Angelina, una gran seguridad en su trabajo re­ formador, que la llevó a convertirse en elocuente oradora y a escribir en 1836 An Appeal To The Chrisíian Women ofthe South, en el que ur­ gía a las mujeres del sur a influir sobre maridos y hermanos para que actuaran contra la esclavitud. Ella y su hermana Sarah, como el resto de las mujeres abolicionistas, utilizaron el mismo argumento sobre los derechos de la mujer al pedir la participación igualitaria en la Sociedad Antiesclavista Americana, abriendo la caja de Pandora de la negación de los derechos legales a la mujer casada, o el difícil acceso a una edu­ cación superior y un empleo digno. En 1838, Sarah Grimké, en sus Letters on the Equcility o fth e Sexes and the Condition o f Women,15 planteó la primera discusión seria sobre los derechos de la mujer, ba­ sando su defensa de la mujer en las Escrituras y argumentando que hombres y mujeres habían sido creados en perfecta igualdad, aunque

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las traducciones masculinas de la Biblia habían falseado esta verdad.76 El conflicto sobre la participación igualitaria de las mujeres en las Sociedades Antiesclavistas aumentó entre 1838 y 1840, contribuyendo a la ruptura d el movimiento abolicionista en 1840. Tras la ruptura, las mujeres garrinsoniattas mezclaron sus sociedades con las de los hom­ bres y permanecieron en las Sociedades Antiesclavistas americanas. El abolicionismo declinó, pero en las décadas siguientes la polémica so­ bre los derechos de la mujer se extendió. En las décadas de 1840 y 1850 la causa de la mujer se desarrolló en un movimiento indepen­ diente, con periódicos, convenciones, organizaciones locales y nacio­ nales. En su máxima expansión en la década de 1850 la revista Lyly te­ nía 6.000 suscriptoras, y en 1852, 2.000 mujeres asistieron a las distintas convenciones que discutían sobre sus derechos. A pesar de todo, su apoyo iba poco más allá de las militantes y simpatizantes y su momentum fue perdiendo fuerza conforme la guerra civil se acercaba. Ellas apoyaron la causa nordista en la creencia de que apoyaban su propia liberación, pero para su sorpresa, al acabar la guerra civil la 14.a y 15.a Enmiendas a la Constitución concedieron la igualdad de dere­ chos a ex esclavos, pero dejaron intacta la desigualdad femenina. Fue el fin de la lucha feminista abolicionista y el comienzo de un movi­ miento feminista independiente, centrado en sus propias demandas. Tras tener ante sí todas las posibilidades de cambio que encerraba la era de Jackson, las feministas abolicionistas experimentaron la enorme frustración de no conseguir más que una parte de lo que esperaban. Aunque los logros objetivos que obtuvieron — el derecho de las muje­ res a la igualdad en la educación y el trabajo, aprobación de leyes sobre derechos de propiedad dé las mujeres casadas endistintos Estados, pro­ tección gubernamental ante la violencia masculina-™, las convirtieron en modelo de actuación para las generaciones siguientes.77

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Entre 1789 y 1829 Estados Unidos evitó enfrentarse con uno de los problemas más delicados para la república, el de las relaciones con las naciones indias. Por supuesto, durante estos años había habido en oca­ siones guerras abiertas y los enfrentamientos y disputas fueron cons­ tantes en la zonas de frontera, donde nuevos colonos blancos disputaban las tierras indias. La tensión era particularmente grave en la frontera del suroeste y se había resuelto momentáneamente tras la guerra de

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1812 y la guerra contra los creek de 1813-1814, reconociendo la sobe­ ranía de las tribus indias y su derecho a firmar tratados con los Estados Unidos, en los que mediante presión, soborno o engaño iban cediendo tierra a cambio de distintas sumas de dinero. Esta política se acompa­ ñó con el intento de civilizar algunas tribus indias del sureste, como los cherokees, chicasaws y choctaws, tanto por motivos humanitarios, como por la necesidad de justificar moralmente la política de usurpa­ ción de tierras, A cambio de estas entregas de tierra, los indios serían asimilados y absorbidos por la sociedad blanca.78 Pero esta política civilizadora comenzó a poner en crisis las rela­ ciones indios-blancos a partir de la década de 1820. Algunas tribus del sureste, como los cherokees, ya tenían un elevado nivel de desarrollo cultural, con una lengua escrita, y gracias a la relación con los misio­ neros, agentes del gobierno y comerciantes, vieron crecer una impor­ tante población mestiza que servía de intermediaria entre la tribu y el hombre blanco, con el que ya compartían algunos valores. Concreta­ mente muchos desarrollaron el sentido de la propiedad privada y en su esfuerzo por asimilarse y civilizarse, los cherokees redactaron una Constitución escrita en 1827, siguiendo el modelo de la constitución americana, que proclamaba que los cherokees eran una nación inde­ pendiente, con Soberanía sobre la tierra de la tribu en Georgia, Caroli­ na del Norte, Ténnessee y Alabama. En el futuro, los cherokees usarían esta soberanía para evitar las «cesiones» obligadas de tierra. Esta declaración coincidió con la insistencia y presión del Estado de Georgia sobre el presidente John Quincy Adams para que expulsara a los indios creeks de su territorio. La negativa del presidente a apoyar esta y otras posturas similares con medidas federales llevó al Estado de Georgia a tomar el asunto entre sus manos. Georgia se apoyó en las ideas del juez del Tribunal Supremo John Marshall, quien en 1823 ha­ bía señalado que los indios tenían sus tierras por «derecho de ocupa­ ción», subordinado al «derecho de descubrimiento» que Estados Uni­ dos había heredado del Reino Unido. Según esta interpretación los indios eran meros «inquilinos dependientes», sujetós al deseo de Esta­ dos Unidos.79 En consecuencia, el 28 de diciembre de 1828, la Legisla­ tura del Estado de Georgia decretó que todos los residentes indios esta­ rían bajo su jurisdicción después de seis meses. Otros Estados sudistas — Alabama, Tennessee, Florida, Mississippi, Carolina del Norte— si­ guieron acciones similares, presionados como Georgia por los colonos y también por la constante huida de esclavos a tierras indias y el miedo a una cooperación entre esclavos negros e indios amenazados.

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La situación de enfrentamiento entre los Estados del sur, sobre todo Georgia, y el gobierno federal llegó a bordear la crisis constitucional, pues los sudistas señalaban que si el gobierno federal podía defender la existencia de naciones indias dentro de los Estados, también podría emancipar a los esclavos, y el presidente John Quincy Adams ya era bastante sospechoso por sus simpatías con los abolicionistas. Antes de abandonar la presidencia, Adams y miembros destacados de su Gabi­ nete estaban de acuerdo en que trasladar a los indios al oeste era la úni­ ca solución. No era una solución nueva, pues desde George Washington todos los presidentes habían pensado en esa posibilidad80 y desde diciembre de 1824, el presidente saliente James Monroe había anunciado que la política oficial del gobierno de Estados Unidos era el traslado de jos indios del este al oeste del Mississippi. Tras él, J. Q. Adams se acercó a esta política desde la postura menos agresiva y más negociadora po­ sible; 81 es decir, resp etan d o ^ derecho de las tribus a ratificar o recha­ zar la firma de los tratados, aunque este punto estaba en total desa­ cuerdo con los deseos de Georgia y otros Estados del sur. Cuando Jackson llegó a la presidencia en 1828, el problema indio en el sur era de máxima prioridad. Desde hacía años la solución para él era el traslado forzoso, partiendo del no reconocimiento de la sobera­ nía india y su derecho a negociar o firmar tratados con Estados Unidos. Jackson tenía más experiencia en el tema que ningún oU'o presidente. Era un hombre de la frontera del suroeste que como militar había lu­ chado contra ellos, primero en escaramuzas constantes en Tennessee y luego en Florida en la guerra contra los creeks en 1813-1814, donde éstos le había apodado «cuchillo afilado».82 Posteriormente, aumentó su experiencia como comisario del gobierno para investigar la validez de las reclamaciones de tierra de las distintas tribus y firmar tratados, delimitando los territorios entre Estados Unidos y las tierras indias. En esta tárea, en marzo de 1817, escribió al presidente Monroe: «Veo ab­ surdo firmar tratados con los indios, pues son sujetos de Estados Uni­ dos y es absurdo negociar un tratado con un sujeto». Señalaba también que si uno de estos «sujetos» entraba en conflicto con la seguridad na­ cional, «el gobierno tenía derecho a ocupar su territorio, y desposeerle de él».83 La política de Jackson, de negar la propiedad de las tierras a los in­ dios y la posibilidad de que establecieran enclaves o territorios inde­ pendientes y soberanos dentro de Estados Unidos, no era muy distinta de la de los presidentes anteriores y tema como motivo principal la se­

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guridad y engrandecimiento nacional.84 Andrew Jackson — que llegó a adoptar a un niño indio-— consideraba a los indios inferiores a los blan­ cos, pero su postura hacia ellos era como la de un gran padre,85 aunque como militar estaba muy preocupado por la amenaza de esas tribus a la seguridad nacional en lá frontera sur, ya que desde la independencia se habían aliado con todos los imperios que competían en esa zona con Estados Unidos y especialmente con el Reino Unido, Aparte de la seguridad nacional, su concepción del futuro de la Unión estaba también en la base de su aproximación al problema in­ dio. Sólo la expansión continental podía conciliar la contradicción po­ lítica que existíá en un presidente deseoso dé devolver los poderes a los Estados, pero a la vez ferviente nacionalista, empeñado en fortale­ cer la Unión.86 También esta promesa de expansión mantuvo unida y satisfizo hasta la década de 1850 a una coalición política muy hetero­ génea — plantadores del sur, pequeños propietarios del sur y el oeste, inmigrantes y trabajadores de las ciudades-del este— , en la que se asentaba la mayoría demócrata,87 Gracias a su postura decidida respecto al traslado indio, que abría al provechoso cultivo del algodón nuevos territorios, consiguió el apo­ yo del sur en la campaña electoralde 1828. Sin esperar a la toma de po­ sesión del presidente, las leg islatu ras d e Georgia, Alabama y Missis­ sippi aprobaron leyes para actuar sobre los territorios indios y forzarles a emigrar. En su discurso de toma de posesión, en marzo de 1829, Jackson anunció oficialmente él traslado forzoso de las Cinco tribus ci­ vilizadas — creeks, cherókees, choctaws, chicasaws y sem inólas-^ al oeste del río Mississippi. En el discurso ofrecía a estas tribus unos tér­ minos que él consideraba extremadamente generosos. Los que quisie­ ran podrían permanecer al este del Mississippi, bajo las leyes de los distintos Estados y los qué decidieran trasladarse recibirían la misma cantidad de tierra que dejaban y estarían bajo la «protección paternal del presidente». Les avisó también de que no encontrarían paz al este del Mississippi, si continuaban con sus pretensiones de soberanía.88 Creeks y cherókees reiteraron su rechazo a abandonar sus tierras y para sorpresa del presidente el traslado se encontró también con el re ­ chazo de muchos grupos humanitarios, religiosos y de la opinión pú­ blica del noreste. La tarea de convencer a estos grupos de que él tras­ lado era la única forma de proteger la integridad cultural y personal de los indios89 coincidió con el debate de la Ley de Traslado en el Con­ greso, a partir del mes de diciembre de 1829. El debate fue largo y muy disputado en ambas cámaras. Los indios contaron con el sincero

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apoyo Üé figuras nacionales tan destacadas como David Crockett, congresista por Tennessee y héroe de la frontera del suroeste, que ma­ nifestó su oposición a la ley y a la manera en que ésta se iba a ejecu­ tar contra los deseos de los indios, pues él pensaba que las tribus nati­ vas indias eran un pueblo soberano dentro del territorio dé Estados Unidos, a las que el gobierno federal estaba obligado por tratado a proteger.90 También el Partido Whig los apoyaba, más por desgastar al presi­ dente,91 que por sincero humanitarismo y antirraeismo. El casó es que la ley se aprobó finalmente el 28 de mayo de 1830 por escaso margen de votos. La Ley de Traslado Forzoso permitía negociar tratados con las cinco tribus civilizadas, para eam biaf tierra pública no organizada al oeste del Mississippi por tierra india en él este. Los emigrantes in­ dios recibirían títulos perpetuos de propiedad en sus nuevas tierras, al tiempo que compensación por las mejoras introducidas en las tierras del este y asistencia en la emigración. El Congreso aprobaba un presu­ puesto de 500.000 dólares, para que el Ejecutivo llevara a cabo estas medidas.92 El gobierno animó inmediatamente a las cinco tribus a fir­ mar tratados y comenzar el traslado al Territorio Indio, situado princi­ palmente en el territorio de Okiahoma. Algunos aceptaron e iniciaron su traslado al Territorio Indio. Los elioetaws fueron los primeros en 1830 a cambio de soberanía en su nuevo territorio. La mayor parte dé la tribu se trasladó entre 1830-1832 y muchos murieron por la dureza del viaje y el asentamiento en una frontera aún salvaje. Los que se quedaron en el este no recibieron la protección legal, ni los lotes de tierra prometidos. También los chichasaws dejaron sus tierras sin resistencia. Habían educado a sus hijos, construido iglesias y cultivado la tierra según los cánones de la fronte­ ra dél Mississippi, pero tras una serie de tratados en los que se acordó pagarles las tierras que abandonaban en el este, marcharon a Territorio Indio durante el invierno de 1837-1838.93 Los cherokees, los creeks y los seminólas resistieron de distinta forma. Ya antes de aprobarse la ley en el Congreso, el 9 de mayo de 1830, David Crockett avisaba al Congreso que «sabía que una gran parte de la tribu no quería marchar» y prefería morir en sus casas.94 Los cherokee, como tribu civilizada, apelaron oficialmente al pueblo nor­ teamericano en julio de 1834, The Memorial o f the Cherokee Nation insistía en que ellos querían quedarse en la tierra de sus padres y que la nueva ley no revocaba los tratados ya existentes entre Estados Unidos y los cherokees. Este memorial no cambió la postura de Jackson res­

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pecto al traslado indio; al contrario, en su mensaje anual al Congreso en diciembre de 1834, justificaba su postura por el beneficio de esta­ blecer una población blanca en la frontera del suroeste «que pudiera repeler futuras invasiones sin necesidad de ayuda federal de otras par­ tes del país».95 Por otro lado, no dudaba de la superior capacidad civi­ lizadora de los blancos y de su beneficio para el desarrollo nacional, cuando se preguntaba «qué hombre de bien preferiría un país cubierto por bosques y habitado por unos miles de salvajes a nuestra extensa república, sembrada de pueblos, ciudades y prósperas granjas, embe­ llecida con todas las mejoras de arte o la industria, ocupada por más de 12.000.000 de gente feliz y dotada de todas las bendiciones de la li­ bertad, la civilización y la religión».96 El paso siguiente de los cherokees fue recurrir al Tribunal Supre­ mo. El juez John Marshall lo presidía desde hacía treinta años y aun­ que ya había expresado su opinión sobre la no soberanía de las tribus indias en 1823, había defendido siempre el derecho a las revisiones judiciales y no tenía ninguna simpatía por Jackson, al que se había en­ frentado como candidato a la presidencia en la campaña electoral de 1828. Sin embargo, su postura fue la misma que había mantenido años antes; las tribus indias eran naciones soberanas, pero dependien­ tes, en un estado de «pupilaje» con respecto a Estados Unidos.97 La negativa a la revisión de la ley por el Tribunal Supremo coinci­ dió con la crisis de Carolina del Sur, por lo que el presidente Jackson quería evitar a toda costa un enfrentamiento con Georgia. Así, tras ne­ gociar otra vez con los líderes cherokees se llegó a la firma del tratado de New Echota en 1935, por el que cedían a Estados Unidos todas las tierras al este del Mississippi a cambio de 4,5 millones de dólares y una cantidad equivalente de tierra en el Territorio Indio a las que tenían en el este. El traslado comenzaría a los dos años de la ratificación del tra­ tado. Muy pocos cherokees votaron la ratificación del tratado y el Con­ greso recibió de ellos 14.000 protestas. El Senado ratificó el tratado por un estrecho margen y éste comenzó a aplicarse el 23 de mayo de 1838. Los cherokees habían tenido dos años para preparar el éxodo, pero esperando que el Congreso cambiara de opinión, no habían preparado la marcha y la aplicación de este tratado fue uno de los grandes críme­ nes contra los indios. La milicia quemó sus casas, destruyó sus cose­ chas, saqueó sus pertenencias, robó su ganado, encerró a los cherokees en empalizadas, donde muchos de ellos enfermaron y murieron. En el mes de junio, los supervivientes iniciaron la marcha hacia el oeste, por

EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA, LA ERA JACKSON

el que se ha llamado «el sendero de lágrimas», hasta su destino final en Territorio Indio, Fue un viaje de L300 kilómetros de enfermedad, mi­ seria y muerte, a través de Tennessee y Kentucky, cruzando los ríos Ohio y Missouri^ hasta el territorio de Oklahoma, en el que murieron 4.000 de los 18.000 cherokees que fueron trasladados. En 1836, Jackson acabó su mandato presidencial y'el hasta enton­ ces vicepresidente y también demócrata, Martin Van Burén fue elegi­ do presidente, fin su mensaje al Congreso, en diciembre de 1838, Van Burén comunicó que «le causaba un gran placer anunciar el total tras­ lado de la nación cherokee a sus nuevos hogares al oeste del Missis­ sippi» y que «las medidas autorizadas en la última sesión del Congre­ so habían tenido las más felices consecuencias».98 Anteriormente, los creek habían resistido por un tiempo al trasla­ do forzoso y cuando en 1835 el secretario de Guerra ordenó el tras­ lado por la fuerza, la nación declaró otra vez la guerra, aunque ésta acabó con la derrota de los cféeks antes del verano de 1836. Tras ella, ios hombres fueron encadenados y trasladados con sus mujeres e hi­ jos a Oklahoma, donde estos 2.496 creeks, casi desnudos, sin armas para cazar, sin utensilios para cocinar, fueron dejados allí «a vida o muerte».99 Los seminólas decidieron luchar. A pesar de haber firmado con presiones un tratado de traslado al oeste en 1834, cuando llegó el mo­ mento de la marcha en diciembre de 1835, los seminólas, dirigidos por el joven jefe Osceola, comenzaron una serie de ataques de guerrilla contra todos los asentamientos blancos de la costa de Florida. Fue una guerra de ocho años que costó 20 millones de dólares y 1.500 vidas a los norteamericanos, y sólo acabó cuando, a principios de la década de 1840, los seminólas empezaron a cansarse y a pedir treguas, pues eran un pequeño grupo contra una nación de grandes recursos.100 El traslado de las cinco grandes tribus civilizadas del sur tuvo su paralelo en el norte. Los iroqueses fueron primero trasladados a Ar~ kansas, después a Wisconsin y finalmente a Kansas. Algunos de los oneidas aceptaron la reserva en Wisconsin, donde aún viven y un tra­ tado fraudulento con el resto fue firmado por el Senado, aunque los cuáqueros de Nueva York los defendieron y Jackson les permitió per­ manecer, En el noroeste los sanks resistieron en la guerra Black Hawk en 1812, pero sin poder evitar finalmente la expulsión de su tierra, A finales de la década de 1830, la mayoría de las tribus desplaza­ das vivían al oeste de la línea Iowa-Missouri-Arkansas, en tierras cuya propiedad se les había garantizado a perpetuidad. Esta región, com­

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prendida por ios actuales estados de Kansas, Nebraska y O klahom afue conocida como Territorio Indio, aunque nunca tuvo un gobierno terri­ torial, Conforme el asentamiento blanco fue avanzando sobre Kansas y Nebraska, el territorio se restringió a Oklahoma. Allí, todas las tribus del sur, con la excepción de los seminólas, doblegaron la salvaje fron­ tera y prosperaron, Labraron tierras, construyeron casas, redactaron constituciones, eligieron gobiernos, establecieron un sistema escolar, hasta que a finales de la década de 1850 comenzaron otra vez las pre­ siones de los colonos blancos y el gobierno federal para evacuar la m i­ tad del Territorio Indio.10' Además de los misioneros y algún miembro del Congreso y del Partido Whig, muchos abolicionistas establecieron una estrecha rela­ ción entre la privación de derechos de los indios y los esclavos negros. A partir.del año, 1829, W. L. Garrison desde el Genious o f Universal Emancipation denunció la política de, traslado forzoso de los indios. Años más tarde, Lydia María Ghild, editora á t The National Anti-Slavery Standard, relacionaba el maltrato de los indios y la esclavitud de los negros, y al principio de la década de 1840, la abolicionista cuá­ quera Lucrecia Mott señalaba que la lucha por la igualdad de derechos de las razas era una prioridad.102 Pero a pesar de reconocer el problema* los abolicionistas pensaban que debían centrarse en el tema de la esclavitud* cosa que hicieron has­ ta el final de la guerra civil. No iba a haber una cruzada contra el traslado de los indios, similar a la cruzada antiesclavista, que contribuye­ ra a hacer de este asunto un problema político nacional. El menor número de indios y la aparente menor gravedad de su situación hacían aparecer este tema como menos urgente* especialmente cuando la eje­ cución del traslado aplazó el problema al menos durante veinte años. Por otro lado, cuando el traslado indio se complicó con una guerra cos­ tosa y prometía la expansión territorial, hubiera sido muy difícil para los abolicionistas romper un consenso nacional y social prácticamente unitario en torno al derecho a la expansión territorial de la «república blanca».103

Capítulo 4 DESTINO MANIFIESTO. EL OESTE, LA ANEXIÓN DE TEXAS:Y LA GUERRA CONTRA MÉXICO, 1828-1848 El

d o m i n i o d e l c o n t i n e n t e » UN

«DESTINO MANIFIESTO»

Bn 1845, en medio del debate sobre la anexión de Texas a Estados Unidos* John L. O ’Sullivan, editor de larevista del Partido Demócrata, The United States Magazine and Democratic Review, utilizó por pri­ mera vez la expresión destino manifiesto para justificar la anexión de la república de Texas, frente a la interferencia hostil de potencias como Inglaterra o Francia, que «tienen el objetivo declarado de frustrar nues­ tra política y estorbar nuestropoder, limitando nuestra grandeza y con­ trolando el cumplimiento de nuestro destino manifiesto de desarrollar el continente destinado jpor la Providencia, para el libre desarrollo de nuestros millones (de habitantes), multiplicados cada año». La publi­ cación era quizá una de las mejores revistas políticas que nuneá ha te­ nido un partido político, con las colaboraciones asiduas de Nathaniel Hawthorne, Henry David Thoreau, Walt Whitman, E dgar Alian Poe; aunque representaba al sector más radical del Partido Demócrata y como tal era también un firme defensor de la expansión tefritOriál. Aunque la expresión «destino manifiesto», referida a la expansión continental, apareció en 1845 en palabras de ©’Sullivan, el concepto se había ido elaborando desde la independencia y fue justificando to­ das las anexiones territoriales, por com pra o conquista, conseguidas anteriormente, Albert K. Wemberg en su estudio clásico, M anifest Destiny. A Study o f Nationülist Expansionisrrt in American H istory,1 señalaba que desde la independencia la nueva nación ya estaba uni­ da a la Providencia en el cumplimiento de una «misión nacional», a

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la vez que se convertía en tierra de asilo para los amantes de la liber­ tad. Este sentido providencial, así como la necesidad de tierras para asegurar la extensión de la propiedad y derechos políticos a la mayo­ ría de los hombres blancos, favoreció la idea de un derecho natural a la expansión continental, que estuvo presente en la compra de Luisia­ na (1803) y en la mención que ya se hizo entonces al derecho natural de controlar el Pacífico, como una consecuencia lógica de tal adquisi­ ción territorial. El concepto de derecho natural a la expansión fue sustituido, en el primer tercio del siglo xix, por el de predestinación geográfica y fro n ­ tera natural. Ya el presidente Thomas Jefferson habló en 1806 del gol­ fo de México como destinado a ser «Mare Nostrum»2 y en el tratado de adquisición de Florida a España en 1819 — Tratado Adams-Onís— , algunos congresistas protestaron por haber renunciado a Texas, pues las fronteras naturales del sur y suroeste eran «el Río Grande y la ca­ dena montañosa que marcaba los límites de Texas».3 En la década de 1820, el presidente John Quincy Adams utilizó también este argumen­ to en la disputa por el territorio de Oregón, señalando que «no era ima­ ginable que, en la presente condición del mundo, ninguna nación eu­ ropea pensara en el proyecto de establecer una colonia en la costa noroeste de América» pues no sólo se esperaba que Estados Unidos debía establecerse allí, «con absoluto derecho territorial y comercial, sino que estaba señalado por el dedo de la naturaleza [,..]».4 Este mis­ mo argumento se utilizó ya entonces para referirse a Cuba, como un apéndice natural de Estados Unidos. En las décadas centrales del siglo xix, se empleó la doctrina de mi­ sión civilizadora, así como la de mejor utilización de los recursos na­ turales y extensión de las instituciones liberales democráticas para jus­ tificar el «traslado forzoso indio», la ocupación de Oregón, la anexión de Texas y la guerra contra México con el fin de adquirir California y Nuevo México.5 Henry Nash Smith en su libro ya clásico, Virgin Land. The American West as Symbol and Myth,6comparte con Weinberg la idea de que con la independencia la creencia en el destino de la expansión continental se convirtió rápidamente en un ingrediente del desarrolló del nacionalismo norteamericano. Las primeras visiones de un imperio americano entre­ mezclaban dos perspectivas distintas: la entonces aún dominante de un imperio mercantil que controlara los mares y la de un imperio continen­ tal, como una «ruta hacia la India», en palabras del poeta Walt Whitman. Como ya vimos en el capítulo anterior, Jefferson fue claramente el

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padre de esta idea de desarrollo y conquista del oeste, la relativa a una «ruta hacia la India», resucitando la vieja idea de Colón de buscar un ca­ mino hacia el oriente por occidente. Gracias a su iniciativa, la expedi­ ción científica de Lewis y Clark al alto Missouri, las Montañas Rocosas y la cabeza del río Columbia alcanzaría el Pacífico en 1806.7 La idea'dé buscar una ruta al Pacífico sin tocar las- posesiones es­ pañolas y de la explotación del continente como una ruta hacia Asia, continuó tras Jefferson en las creencias de Thomas Hart Benton; pero conforme él y sus coetáneos fueron descubriendo la enorme extensión de Norteamérica, abandonaron momentáneamente la concepción de un imperio comercial y de la conquista territorial como una mera ruta ; hacia Asia, por la de forjar un imperio continental, asentado en la ex­ plotación y desarrollo económico del oeste. Así, tras la adquisición formal de Oregón en 1846 y de California en 1848, se consiguió el do­ ble objetivo de alcanzar el Pacífico y convertir a Estados Unidos en una nación continental.8 La expansión territorial din mte el primer tercio del,siglo xix se ha­ bía conseguido sin lucha, gracias a la compra de Luisiana a Francia en 1803 y a través de la cesión española de Florida y su derecho a la explotación de Oregón en 1819, por el tratado de Adams-Onís. En am­ bos casos, Estados Unidos aprovechó los apuros económicos de dos imperios europeos afectados por la guerras napoleónicas y sus conse­ cuencias. Francia estaba desde 1803 envuelta en una guerra por el do­ minio continental europeo y las arcas del decadente imperio español estaban sangradas por una guerra de siete años contra los franceses, entre 1808 y 1814. El siguiente paso de la expansión continental, el traslado al Territorio Indio de las tribus del sur y norte, sí que necesitó en ocasiones el uso de la fuerza militar, pero al finalizar la década de 1830 el objetivo de poder disponer de todas las tierras en el este, para el asentamiento de los colonos blancos, se daba por concluido. A comienzos de la década de 1840, lo que seguía uniendo a la ma­ yoría de los norteamericanos era continuar esa expansión continental hacia el Pacífico, cruzando las Montañas Rocosas y atravesando el le­ jano oeste. En su avance hacia el noroeste sólo podían tropezar con el imperio británico, con el que compartían la Administración de Oregón; pero en el suroeste todos estos territorios pertenecieron al imperio es­ pañol hasta 1821, cuando pasaron a México tras su independencia.

Mapa 5: Las primeras rutas hacia el oeste. F u e n t e : © Frederick Smoot. 2000.

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C a m in o d e S a n t a F e , L a s p r im e r a s r u t a s Y EMIGRACIONES AL OESTE

El camino de Santa Fe fue la primera ruta que se abrió hacia el Pa­ cífico. Antes de la independencia de México, Santa Fe era la capital y el centro comercial de Nuevo México, territorio que tenía una pobla­ ción en tomo a los 60.000 indios y mexicanos. Tras la independencia, México hizo saber que los comerciantes norteamericanos serían bien­ venidos, y en los años siguientes se establecieron de 100 a 200 comer­ ciantes, los cuales demostraron cómo pesados carromatos podían atra­ vesar las montañas, siendo los primeros en desarrollar esta técnica y organizar caravanas de protección mutua. La técnica se desarrolló de 1830 a 1850 en las rutas de Oregón y California. El territorio de Oregón estaba desde 1818 bajo la ocupa­ ción conjunta del Reino Unido y Estados Unidos. Hasta 1830, la ocu­ pación conjunta había sido un tecnicismo legal, pues los británicos eran los que dominaban la explotación de la zona, basada en el comer­ cio de pieles. Sólo cuando al final de la década de 1830 los misioneros metodistas comenzaron a extender la noticia de la fertilidad de sus tie­ rras, sus enormes bosques y su clima templado, comenzó una gran co­ rriente migratoria a lo largo del camino de Oregón. Esta com ente mi­ gratoria se convirtió en «fiebre» y «emigración masiva» en 1843, y hacia 1845 había 5.000 colonos en la región. Estos emigrantes viajaban siempre en familias y en caravanas de carros, apodadas «goletas de la pradera». Dejaban Missouri a finales de la primavera, en mayo, y viajando entre 25 y 30 kilómetros diarios. ..llegaban a su destino en Oregón seis meses después. Algunos se que­ daban con los mormones en Salt Lake City, Utah, otros tomaban en Fort Hall la rata de California hacia Sacramento. Desde la década de 1820 tramperos y marineros norteamericanos habían extendido la imagen de California como «un paraíso natural», como una tierra de «leche y miel», y en la década de 1830 el cam i­ no de California y el enclave comercial de Sacramento empezaron a atraer emigrantes, aunque hasta la fiebre del oro en 1848, en mucha menor proporción que Oregón. California era además una provincia remota de México, en perpetua anarquía política y habitada sólo por 8.000-12.000 califomianos descendientes de españoles, una población india muy mermada y unos ochocientos norteamericanos, que desde mediados de la década de 1840 pensaban en constituirse en nación in­

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dependiente, bajo la protección de Francia o Inglaterra, o unirse a Es­ tados Unidos. En total, entre 250.000 y 500.000 personas emigraron hacia el oes­ te entre 1840 y 1870, en caravanas y carros, haciendo las rutas de Ore­ gón y California. La mayoría eran granjeros pobres del Mississippi en busca de tierras mejores y más productivas o de un clima más suave. Viajaban con su familia o miembros de sus comunidades más cercanas y habían sabido de las posibilidades del oeste a través de cartas, con­ versaciones, charlas, noticias aparecidas en periódicos locales. En un viaje largo y agotador, hombres y mujeres escribieron diarios y cartas, que son la base de documentadas historias sobre estas expediciones. En general, lo que se había anunciado como «poco más que un viaje de placer»9 resultó un largo y penoso trayecto, con trabajo físico agotador de dieciséis horas diarias, ataques indios y enfermedades contagiosas; si bien tenía la compensación de un paisaje intacto e inusualmente be­ llo y la promesa de mejorar su situación adquiriendo las tierras que no podían comprar más al este. Por otro lado, estos pioneros, hombres y mujeres, aunque reflejaban en sus diarios preocupaciones inmediatas y rutinas distintas, compartían lo esencial de la experiencia del viaje y de sus objetivos, al tiempo que pertenecían a una misma cultura, cuyos valores y características eran «una estética naturalista, trabajo duro, buéna salud y consideraciones económicas prácticas».10

L a a n e x ió n d e T ex a s

Antes de que esta emigración comenzara hacia Oregón y California, en Texas, provincia fronteriza de México, residían ya muchos nortea­ mericanos. Cuando en 1821 México se independizó de España, el impe­ rio mexicano pensaba que Estados Unidos era su más directa amenaza, especialmente en Texas y otras regiones del norte. Esta combinación de envidia y miedo cambió en 1823, cuando la república sustituyó al impe­ rio y deseaba imitar a su vecino del norte en el desarrollo político y eco­ nómico, a la vez que culpaba de su constante inestabilidad política a la herencia colonial española. Fue entonces, en 1823, cuando se permitió que colonos mexicanos se establecieran en Texas, como medio de esta­ bilizar la frontera; aunque las sospechas sobre las intenciones nortea­ mericanas se incrementaron con la estancia del embajador Poinsett de 1825 a 1829, pues intervino abiertamente en la política mexicana y no ocultó las pretensiones estadounidenses sobre Texas. Tras su mandato,

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aumentó en México la hostilidad hacia Estados Unidos y sus habitantes. Esto coincidió con la publicación en 1826, en México, de la Memoria de Luis de Onís, que había sido embajador de España en Estados Uni­ dos y que firmó el tratado de cesión de Florida en 1819. En esta memo' ría se admiraba la estabilidad, prosperidad y libertad de,los norteameri­ canos, pero también se avisaba de sus deseos expansionistas sobre las posesiones españolas en Latinoamérica, de las que Florida era sólo la primera conquista, pues «como nación se ve a sí misma destinada a ex­ tender sus dominios sobre todas las regiones del Nuevo Mundo».15 También en esos años los mexicanos se preocupaban por la marca­ da superioridad racial que los norteamericanos exhibían respecto a to­ dos los pueblos de color, incluidos los sudamericanos, a los que consi­ deraban descendientes de africanos y, por tanto, inferiores. Esta visión no era nueva. Antes de la independencia de México, la frontera espa­ ñola era vista con la imagen de la leyenda negra heredada de los países europeos protestantes. Los angloamericanos consideraban que los es­ pañoles eran «inusualmente crueles, avariciosos, falsos, fanáticos, su­ persticiosos, cobardes, corruptos, decadentes, indolentes y autorita­ rios».12 Esta hispanofobia aumentaba porque las posesiones españolas obstaculizaban las ambiciones territoriales norteamericanas y por el mestizaje de las colonias españolas. Los angloamericanos estaban sor­ prendidos de la mezcla de razas que observaban de Texas a California, pues lo consideraban una violación de las leyes de la naturaleza, que había producido una raza de hombres «imbéciles y pusilánimes», «in­ capaces de controlar los destinos de aquel bello país.13 En esta atmósfera, la colonia «anglo» de Texas fue creciendo hasta llegar a ser la mayoría de la población en 1830, pues había en la pro­ vincia 20.000 norteamericanos blancos y 1.000 esclavos negros, frente a sólo 5.000 mexicanos. Estas cifras alarmaron al gobierno, que prohi­ bió la emigración y envió al Ejército a vigilar la frontera, pero los inmi­ grantes ilegales siguieron cruzándola con facilidad y eñ 1835 los norte­ americanos eran ya 30.000, superando diez veces a los mexicanos. Cuando a finales de 1834, el general Santa Ana dio un golpe de Es­ tado, disolviendo el Congreso, aboliendo el régimen federal y convir­ tiéndose en dictador, los texanos se levantaron en rebelión, reunieron una convención y decidieron luchar por la vieja Constitución mexica­ na. El 2 de marzo de 1835, cuando Santa Ana se acercaba con el Ejér­ cito, los texanos declararon su independencia y durante los meses siguientes lucharon fieramente por ella, con ayuda de muchos volunta­ rios norteamericanos del sur y de algunos mexicanos como Lorenzo de

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Zavala, que veía la revolución texana como una lucha para defender el federalismo mexicano frente al centralismo de Santa Ana. U no de los momentos cumbre de esta lucha fue el sitio de E l Ála­ mo, donde el Ejército mexicano con 4.000 hombres cercó a 188 texa­ nos y voluntarios norteamericanos, entre los que se encontraba David Crockett, el héroe de la frontera d el suroeste. El 26 de febrero de 1836, Santa Ana les pidió la rendición sin éxito. Tras varios asaltos fallidos de los 4.000 mexicanos, el coronel William Travis dibujó una línea en el suelo y dijo a los sitiados: «Quien esté dispuesto a dar su vida por la libertad que cruce esta línea». Todos lo hicieron. El 6 de marzo de 1836, El Álamo ñfe tomado, pero los mexicanos perdieron 1.544 sol­ dados en el asalto y la heroica resistencia empujó al resto de los texa­ nos a luchar fanáticamente. Sam Houston era el comandante en jefe de las Fuerzas Texanas. Era un hombre de la frontera de Tennessee, que había luchado con Andrew Jackson y se había trasladado a Texas en 1833. El 2 de abril de 1836, Houston dirigió un ataque al campamento mexicano en San Jacinto, en el que 1.800 texanos y voluntarios norteamericanos, al grito de «re­ cuerda El Álamo», redujeron en quince minutos a los mexicanos e hi­ cieron prisionero a Santa Ana. El dictador compró su libertad firman­ do un tratado que reconocía la independencia de Texas, aunque el Congreso mexicano lo rechazó, pero la guerra estaba acabando. Desde el punto de vista de México esta victoria texana se interpre­ tó como una incursión norteamericana y se habló por prim era vez del «coloso del norte». Se responsabilizaba a Estados Unidos de fomentar «disturbios» en Texas para favorecer a los especuladores de tierras de los Estados del sur y extender la esclavitud, a la vez que se veían estas acciones como el comienzo de una amenaza norteamericana sobre todo M éxico.14 En cuanto a los anglotexanos, Stephen F. Austin describió el con­ flicto con México como «una guerra de los principios bárbaros y des­ póticos, hecha por el mestizo hispano-indio y la raza negra, contra la civilización y la raza anglonorteamericana».55 Este sentido de superio­ ridad racial se trasladó después de la victoria texana a la misma escri­ tura de la historia, que presentaba a los texanos como hombres he­ roicos, de una raza superior. Desde entonces una hispanofobia aún mayor acompañó al expansionismo norteamericano, alcanzando un punto álgido en la guerra contra México. Tras la victoria texana se constituyó la República de la Estrella So­ litaria (Lorie Star Repuhiic), que redactó una Constitución e hizo a Sam

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Houston su primer presidente, votando por unanimidad la anexión a Estados Unidos en cuanto hubiera oportunidad. Aunque Andrew Jack­ son, aún presidente, era amigo personal de Sam Houston, consideraba que la anexión de Texas planteaba serios problemas pues, en medio de la campaña abolicionista de peticiones al Congreso, añadir un nuevo Estado esclavista a la Unión podría haber aumentado las tensiones re­ gionales y hecho peligrar la inminente elección del demócrata Martin Van Burén como presidente de Estados Unidos. Pero, sobre todo, esta­ ba el peligro de una guerra con México, que hizo que tanto Jackson como Van Burén no consideraran el tema en sus presideñcias. Aunque la anexión no se consiguió hasta 1845, muchos norteameri­ canos del sur siguieron emigrando con sus esclavos a la república de Texas en busca de tierras más baratas para el cultivo del algodón. Es así como llegó Mary A. Maverick, de Virginia, que tras casarse en 1836 con Samuel A. Maverick, un texano nativo de Carolina del Sur, se trasladó con él a Texas en 1838, estableciéndose en San Antonio y después en la costa. Su marido era «agrimensor» y se dedicaba a la especulación de terrenos; FJ, como otros hombres jóvenes del sur, había sido voluntario ■■en-la-'guerra de Independencia de Texas y fue atraído por el clima, la aventura, las posibilidades de especulación y la libertad de la frontera hacia ese «paraíso real», que hizo posible la «fiebre dé Texas».16 Las memorias de Mary Mavérick ilustran cómo San Añtonio de Bexar, poblada esencialmente por familias mexicanas cuando ellos lle­ garon en 1838, fue llenándose poco a poco de familias «anglo», que al comenzar la década siguiente habían conseguido establecer incluso una agradable vida social para las señoras, con muchos libros, buenas amigas y «maravilloso cotilleo», tanto de Estados Unidos, como de San Antonio.57 En 1842 México, en un intento de recuperar Texas, tomó San An­ tonio e hizo prisioneros a los norteamericanos, entre ellos a Maverick. Al año siguiente habían sido liberados, y estos y otros anglos, que nun­ ca habían abandonado la idea de uñirse a Estados Unidos, recibieron con alegría la noticia de un tratado de anexión en 1843 . L a decisión fue tomada por la Administración dél presidente John Tyler, un extraño whig defensor de los derechos de los Estados, que llegó a la presiden­ cia por la muerte inesperada de William Henry Harrison. Apoyaban esta anexión los sudistas esclavistas y el Partido Demócrata, pero los whig ia rechazaron en el Senado, por miedo a aumentar las tensiones regionales y a una guerra con México.

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L a g u e r r a c o n t r a M é x ic o , 1 8 4 6 -1 8 4 8

Desde luego el tema de la revolución, independencia y posterior anexión de Texas fue el motivo principal y manifiesto que llevó a la guerra entre Estados Unidos y México. El tradicional temor y animo­ sidad de México hacia Estados Unidos se convirtió en unánime hosti­ lidad a partir de la revolución e independencia de Texas en 1836. La indignación aumentó cuando Andrew Jackson reconoció la república de Texas en 1837 y fue en aumento por una serie de incidentes rela­ cionados con reclamaciones económicas, delimitación de fronteras y diferencias sobre el futuro de Texas. Ya en 1838 los franceses, para cobrar lo que México les adeudaba desde la independencia, bloquearon los puertos del golfo de México y bombardearon Veracruz. En 1842, Estados Unidos reclamaba dos m i­ llones de dólares a México en compensación por los daños perpetrados a las propiedades de norteamericanos establecidos en el país. Ese mis­ mo año una expedición texana se había dirigido a Santa Fe, mientras los norteamericanos habían tomado Monterrey, la capital de Califor­ nia. Cuando en 1844, James K. Polk, demócrata de Tennessee, parti­ dario de la esclavitud y claramente expansionista, fue elegido presi­ dente, los mexicanos no tuvieron dudas sobre sus pretensiones de anexionarse Texas y las otras provincias del norte de México, Califor­ nia y Nuevo México. Para enfrentarse con esta amenaza en su frontera norte, que creían podía extenderse a la captura de todo México, el gobierno mexicano contaba con un país dividido desde ía independencia en distintos inte­ reses y facciones políticas, sin instituciones estables, sin dinero tras dos décadas de revolución, guerra y rivalidad entre facciones; con una población de seis millones de habitantes, compuesta por un millón de criollos, dos millones de mestizos y tres millones de indios, pocos de los cuales se sentían comprometidos o identificados nacionalmente.18 El gobierno y los jefes militares mexicanos —en contra de la opi­ nión sostenida por la historiografía norteamericana durante muchos años— , reconocían esta debilidad y sabían que lo máximo a lo que México podía aspirar era a úna Texas independiente y a conservar Ca­ lifornia, con la mediación y ayuda británica. Pero los británicos, que ya habían resuelto el tema de Oregón con Estados Finidos, no iban en ese momento a apoyar a México. Sin ayuda británica, México tenía pocas posibilidades de salir con éxito de esta crisis.19

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La crisis se agravó por la pretensión norteamericana de extender la frontera de Texas del río Nueces a Río Grande» una franja de territorio que los mexicanos consideraban suya. Aunque siguiendo los consejos británicos, los mexicanos aceptaron la anexión de Texas en mayo de 1846 y la negociación con Estados Unidos sobre su frontera. Dos me­ ses después, Polk envió al general Zacary Taylor a proteger la fronte­ ra en Río Grande y reforzó la escuadra en el golfo de México. Parece ser que las intenciones del presidente Polk no eran provocar una guer­ ra, sino aumentar la presión sobre un país que sabía débil y considera­ ba inferior, para conseguir que éste le cediera la mitad de su territorio por 27 millones de dólares. Dos millones de dólares por la extensión de la frontera de Texas a Río Grande y 25 millones por California. Es cierto que mediante compra y negociación, Estados Unidos ha­ bía conseguido de Francia, el Reino Unido y España aumentar sus territorios, pero en todos esos casos eran posesiones coloniales perifé­ ricas de imperios europeos;-mientras que a México, un país en forma­ ción, se le daba la elección de capitular y entregar la mitad de su terri­ torio o la guerra. Aunque el presidente Paredes y la mayoría de los políticos mexicanos — a excepción de los federalistas seguidores de Gómez Farías-— no querían la guerra, no tuvieron otra opción. Tras dos años de tensión política y varios meses de presión militar, el 23 de abril de 1846, Paredes proclamó una guerra defensiva contra Estados Unidos. Un día después, los mexicanos abrieron fuego contra un des­ tacamento de «dragones» norteamericanos al norte de Río Grande. Mataron a diez soldados, hirieron a cinco y el resto fue hecho prisio­ nero. El informe del general Taylor llegó al presidente Polk el día 9 de mayo; dos días después Polk leyó su informe ante el Congreso, el cual aprobó la declaración de guerra tras «la agresión manifiesta» de M é­ xico.20 A pesar de su oposición teórica a la guerra, pocos whig se opu­ sieron a ella, de forma que el Congreso aprobó la declaración por una mayoría abrumadora de 174 a 14 y solamente hubo un día de debate en el Senado. Era la primera guerra ofensiva de Estados Unidos, la primera desa­ rrollada en territorio extranjero, la primera seguida por corresponsales y prensa, que jugaron un papel fundamental a la hora de moldear a la opi­ nión pública. Al principio el entusiasmo estuvo muy extendido, pero no fue unánime y la popularidad de la guerra varió según las zonas del país. Fue inmensamente popular en el Mississippi, también en Nueva York, donde el novelista Hermán Melville señalaba que la gente se encontraba en «un estado de delirio»; pero muy impopular en Nueva Inglaterra. La

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Legislatura de Massachusetts lá declaró una «guerra de conquista» y en general se consideraba un asunto de plantadores esclavistas y Estados del sur, de los que Nueva Inglaterra estaba dispuesta a separarse. Tam­ bién algunos políticos como el ex presidente John Quincy Adams y un desconocido congresista por Illinois,; llamado Abraham Lincoln, se opusieron al conflicto; como también lo hicieron los abolicionistas y las Iglesias Cuáquera, Unitaria y Congregaeionistá, así como algunos tra­ bajadores organizados en Nueva Inglaterra y Nueva York, y los escrito­ res Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau. La oposición más conocida y tajante fue lá de Henry D. Thoreau, pues no sólo criticó la guerra como una agresión á México, sino que se negó a pagar impuestos^ como protesta, motivó por el que fue a.la cár­ cel, aunque sólo permaneció un día,-píies sus amigos pagaron la fian­ za. Lo más importante, sin embargo, fue ese estilo de oposición perso­ nal al conflicto, que inspiró el famoso ensayo sóbre la Desobediencia civil,21 e inauguró una táctica moderna de lucha cívica y política pací­ fica contra los abusos gubernamentales y el gobierno injusto. A pesar de la atmósfera de euforia en Estados Unidos» ninguno de lo s dos Ejércitos parecía preparado para la guerra. El Ejército méxica» no contaba con más hombres, 32.000, pero la mayoría eran indios cap­ turados para luchar sin haber visto nunca un fusil y sin sentimiento nacional alguno respecto a México. En cuanto al Ejército norteameri» cano, contaba sólo con 7.000 hombres y una oficialidad inexperta. Por primera vez en su historia, é l país se enfrentaba a su primera guerra ofensiva y a su primera operación militar anfibia en un territorio extraño y muy extenso: pues iba desde la costa este de México y Rio Gran­ de hasta California, Necesitaba por tonto movilizar rápidamente un Ejército, producir material bélico adecuado, así como proveer la inten­ dencia y los medios-de transporte necesarios.22 En general la movilización fue un éxito y aí final de la guerra el Ejército norteamericano había llegado a tener 104.000 hombres, de los que 31.000 eran Ejército regular y marines. El resto eran volunta­ rios de seis o doce meses. Algunos de éstos eran hijos de personajes distinguidos, como Henry Cláy y Daniel Webster, pero la mayoría eran hombres que buscaban promoción social y económica. Había ru­ dos hombres de la frontera, sin uniformes, equipo, ni disciplina; había muchos inmigrantes recientes irlandeses y alemanes, que llegaron a formar la mitad del ejército de Zacary Taylor: Bastantes de ellos de­ sertaron del Ejército norteamericano y algunos se alistaron en el Ejér­ cito mexicano, como los irlandeses que formaban e l batallón de San Pa~

DESTINO MANIFIESTO

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tricio, liderado por el sargento Riley, que posteriormente serían cap­ turados y treinta de ellos ahorcados por deserción. Las rápidas victorias de Taylor al norte de Río Grande en mayo de 1846 mantuvieron el entusiasmo por la guerra y el reclutamiento vo­ luntario; pero al final de año el reclutamiento fue disminuyendo y los prerrequisitos físicos para entrar en el Ejército se redujeron hasta el punto de que casi cualquiera podía enrolarse con un sueldo mensual de dos dólares. Incluso estas medidas fueron insuficientes para atraer a vo­ luntarios y el Congreso aprobó, a principios de 1847, un presupuesto para diez nuevos regimientos de Regulares, prometiéndoles 100 acres de tierra pública.23 Entretanto, en la costa del Pacífico, comenzaba la conquista de Ca­ lifornia. El presidente Polk había intentado comprar esa provincia de México sin éxito, más tarde buscó provocar un tipo de revuelta pareci­ do al de la revolución texana. Por ese motivo envió a finales de 1845 a John C. Frémont y otros 60 hombres de frontera, incluido «Kit» Carson en otra exploración, a California y Oregón. En junio de 1846, Fré­ mont y sus hombres se trasladaron hacia el valle de Sacramento, ocu­ paron Sonoma y proclamaron la república de California, el 14 de junio de 1846. A finales de junio Frémont se dirigía a Monterrey, cuando el comandante de la Flota del Pacífico, teniendo noticias delcomienzo de las hostilidades con México, proclamó a California parte de Estados Unidos, contando con el apoyo de una población muy receptiva a esta anexión. La república de California había durado menos de un mes y, tras esporádicas luchas, México capituló en enero de 1847. Ese mismo mes, el coronel Stephen Kearney, habiendo tomado ya Santa Fe sin oposición y ocupado Nuevo México, se trasladó al sur de California y ocupó Los Ángeles con 300 soldados. M ientras se producían esas conquistas, tuvieron lugar las grandes victorias de Zaeary Taylor y su marcha hacia el sur, al corazón de M é­ xico, en septiembre de 1846. Su primer éxito fue tomar la ciudad de Monterrey tras cinco días de asedio. Pero ei presidente Polk, descon­ tento por la creciente popularidad de Taylor, así como por su pasividad, inició negociaciones con Santa Ana, entonces deportado en Cuba, por facilitar el regreso del dictador a México a cambio de una negociación de paz ventajosa para Estados Unidos. Sin embargo, cuando en agos­ to de 1846 Santa Ana regresó a M éxico y al poder con la ayuda de Es­ tados Unidos, se preparó para luchar contra el Ejército de Taylor. El presidente Polk decidió entonces dirigirse a Ciudad de México por Veracruz y nombrar al general W infield Scott jefe del Ejército, el cual

M a p a 6: Crecimiento territorial de Estados Unidos.

F u e n t e : Samuel Morrison, Henry 1

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S. Commager y William E. J Jy íiA /^ k

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iba a emprender la mayor operación anfibia de la historia del Ejército norteamericano. Veracruz se rindió el 27 de marzo de 1847, después de una semana de asedio. Tras Veracruz el general Scott y sus 14.000 soldados se di­ rigieron a Ciudad de México, en una penosa marcha de 400 kilóme­ tros, en la que muchos soldados enfermaron y se debilitaron por las diarreas. El 13 de septiembre de 1847, el Ejército norteamericano en­ traba en Ciudad de México, alzaba la bandera en el Palacio Nacional y ocupaba el Palacio de Moctezuma, pero México no capitulaba. En ese momento, muchos sectores del Partido Demócrata, concre­ tamente los demócratas radicales, presionaron al presidente Polk para conquistar todo México, en aras de la regeneración de aquel país y del «destino manifiesto» de ocupar toda Norteamérica, marcado por lá Pro­ videncia. Pero muchos sectores del Ejército y del mismo Partido De­ mócrata temían que la anexión de todo México fuera demasiado cos­ tosa y peligrosa para las instítuciones nOttCamerieanas, considerando más adecuado el establecimiento de una «línea de inmunidad» a lo largo del norte de México, que Estados Unidos podría mantener con una pequeña fuerza armada dé entre 7.000 a 10.000 tropas, lo que haría in­ necesario un inmediato tratado de paz,pero recordaría a los mexicanos que se enfrentarían a una ocupación permanente si ofrecían resistencia a una paz satisfactoria;24 El presidente Polk, consciente del creciente sentimiento antibélico en el país y del costo económico de la guerra, no se apartó de sus ob­ jetivos de una guerra limitada a conseguir unos territorios específicos. Lo que sí hizo fue aumentar la presión militar sobre México para for­ zar las negociaciones, cuando de forma inesperada llegó la oferta de México para negociar la paz. El tratado de Guadalupe-Hidalgo se fir­ mó el 2 de febrero de 1848, cuando México retiró sus reclamaciones sobre la frontera de Texas al norte de Río Grande y cedió California y Nuevo México por 15 millones de dólares, más el pago de las recla­ maciones de los ciudadanos norteamericanos contra México, que as­ cendía a un total de 3.250.000 dólares. El tratado fue ratificado por el Senado el 10 de marzo de 1848. A finales de julio, los últimos solda­ dos norteamericanos embarcaron en Veracruz.

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n a g r a n v ic t o r ia c o n u n p e l ig r o s o l e g a d o

La guerra contra México fue la primera librada por Estados Unidos en territorio extranjero, frente a una joven república en el mismo con­ tinente, que bacía poco más de dos décadas que se había independiza­ do del imperio español. Con una extensión territorial parecida a Esta­ dos Unidos e importantes recursos en minas de plata, la república de México estaba muy debilitada económicamente por la lucha por la in­ dependencia y sus élites políticas no habían llegado a un acuerdo polí­ tico básico. Por otro lado, la población era muy inferior en número a la norteamericana y mucho menos homogénea, contando con una mayo­ ría de indios que, oprimidos en 1a escala social y sin derechos políticos, difícilmente podían sentirse integrados en el proyecto de la construc­ ción nacional del nuevo país. Con estas diferencias como punto de partida, él presidente Polk pensó primero en comprar la mitad del territorio mexicano y después •~^áúte la negativa de México a vender— en una guerra corta. La guer­ ra fue más larga y costosa de lo previsto. Tras diez meses de hostilida­ des, 1.721 norteamericanos murieron en combate, 4.102 fueron heridos y más de 1L155 murieron de enfermedad. Pero a cambio de estas pér­ didas humanas y de 98 millones de dólares, Estados Unidos consiguió la mitad de México: más de un millón y medio de kilómetros cuadra­ dos contando Texas, que incluían los puertos de San Diego, Monterrey y San Francisco, con incontables riquezas minerales, que completaron la expansión continental La guerra dio su oportunidad a una serie de jóvenes generales que se convirtieron en los líderes militares de la guerra civil, y fue inicial­ mente muy popular, llenando de orgullo nacional al país. Sin embargo, muy poco después de la victoria fue apeada de la leyenda gloriosa nor­ teamericana, y empezó a considerarse una guerra de conquista, provo­ cada por un presidente expansionista, que amenazaba con reabrir los conflictos internos entre las distintas zonas del país. Con esta sombra sobre el horizonte, Zaeary Taylor, el héroe de la guerra contra México, se convirtió en presidente en noviembre de 1848.

Capítulo 5

LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 S o b r e l a e x c e p c i ó n a l í d a d .d e l s u r EN EL ORIGEN DE LA GUERRA CIVIL

A mediados del siglo xix, Estados Unidos tenía 32 millones de ha­ bitantes y cuatro millones de esclavos, siendo el país más poblado del mundo occidental tras Rusia y Francia. Su crecimiento vegetativo era cuatro veces más rápido que el europeo y no se debía al crecimiento de la natalidad, que había descendido, sino a una menor tasa de mortali­ dad y sobre todo a la inmigración. De 1800 a 1850, cinco millones de inmigrantes europeos habían llegado al país atraídos por la disponibi­ lidad de tierras, los altos salarios y el aumento de la renta per cápita desde 1820. Esta población inmigrante tendió a agruparse inicialmente en los centros urbanos del norte, de forma que aunque Estados Unidos era aún eminentemente rural antes de la guerra civil, la población urbana crecía tres veces más deprisa que la rural —del 6 al 20 por 100 del total— y el trabajo no agrícola pasó a ocupar al 45 por 100 de la población activa. La revolución del transporte, iniciada con la construcción de cana­ les en la década de 1820, culminaba en 1860 con el tendido de una red ferroviaria mayor que la del resto de los países occidentales juntos. Por otro lado, el desarrollo del telégrafo y los periódicos, como medio de comunicación de masas, contribuía a integrar un país que llegaba has­ ta la costa pacífica. La creación de este enorme mercado nacional intensificó la especialización agrícola a escala regional y permitió la estandarización y la producción en masa en las manufacturas. Las industrias más mecaniza­

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das, como la textil, evolucionaron rápidamente hacia el sistema de fac­ toría; mientras que las menos mecanizadas, como la confección, recu­ rrían al putting out system y empleaban la mano de obra semicualificada de mujeres y niños, Pero ambos sistemas de producción se caracteriza­ ban por la división y especialización del trabajo, la disciplina laboral, la mejora de la eficiencia y la mayor producción al menor costo. * Entre 1850 y 1860 los sectores más dinámicos de la economía nor­ teamericana habían colocado a Estados Unidos en la segunda economía en producción industrial tras el Reino Unido y en el país con niveles de vida más elevados. Lo que destacaba de este rapidísimo crecimiento económico a ojos de los europeos era el llamado sistema americana de manufactura, en el que la producción estaba altamente mecanizada y estandarizada, gracias a la utilización de maquinaria específica para la elaboración de cada pieza. Este sistema de alta mecanización se adaptó para solucionar el pro­ blema de la carencia de mano de obra y satisfacer el consumo de ma­ sas, aprovechando los abundantes recursos en energía y materias primas del país, y no hubiera sido posible sirte! alto índice de alfabeti­ zación de la sociedad norteamericana y la extensión de la educación pública. Incluso contando a los esclavos negros, 4/5 partes de la po­ blación estadounidense sabía leer y escribir en 1850, en contraste con las 2/3 partes del Reino Unido y el noreste de Europa y 1/4 parte en el sur y este de Europa. Por otro lado, las escuelas seguían impartiendo los valores de regularidad, puntualidad, constancia y laboriosidad, ca­ racterísticos de ia ética puritana protestante, que tan bien servían a una sociedad en rápido crecimiento. En cuanto a los hombres de negocios del norte, sabían que el desarrollo se sostenía en un sistema general de educación popular y en trabajadores preparados e inteligentes, Pero este desarrollo económico rapidísimo, que colocó a Estados Unidos antes de la guerra civil entre las potencias económicas occi­ dentales, fue sobre todo el desarrollo del norte, que desde 1820 co­ menzó a acentuar sus diferencias con respecto al sur. Así, la población del norte crecía más rápidamente, se urbanizaba más deprisa — el 26 por 100 de la población vivía en centros urbanos-— y dedicaba a la agricultura el 40 por 100 de su población activa. Mientras que en el sur sólo un 10 por 100 de la población vivía en centros urbanos y el 84 por 100 de su población activa estaba dedicada a la agricultura. Por supuesto, la diferencia más importante era la esclavitud. En el sur vivía el 95 por 100 de los esclavos del país, que constituían 1/3 de la población, y sobre la esclavitud giraba la vida económica, política y

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social de estos Estados. Debido al mantenimiento de la esclavitud y al «boom» del algodón apenas se desarrollaba la industria, las ciudades crecían más despacio, era más común que los hombres llevaran armas y las utilizaran, y el militarismo y la profesión militar estaba más arrai­ gada; mientras que en el norte se multiplicaban los ingenieros, inven­ tores, hombres de negocios. También la esclavitud era una causa im­ portante de que en el sur hubiera tres veces más analfabetos que en el norte entre la población blanca y siete u ocho veces más contando a los esclavos, y que las autoridades estatales o locales no se sintieran com­ prometidas con la extensión de la educación. Una diferencia que se acentuó en las décadas anteriores a la guerra civil es que el noroeste, que antes había seguido un desarrollo agrícola similar al del sur, se orientaba hacia la industrialización y el creci­ miento urbano como el norte, hasta el punto de que entre 1840 y 1860 el índice de industrialización en el oeste fue tres veces más rápido que en el noreste y cuatro veces mayor que en el sur. Lo mismo se podía decir del crecimiento del empleo no agrícola, de la repercusión del fe­ rrocarril que unió el noroeste con el noreste y del notable crecimiento de ciudades como Chicago, Cincinnati, Cleveland y Detroit, con sus industrias de construcción de maquinaria agrícola, equipamiento de fe­ rrocarril, alimentaria, que comenzaron el desarrollo industrial del me­ dio oeste y contribuyeron a que en 1861 el viejo oeste y el este unieran sus intereses. Lo cierto es que en las décadas de 1850 a 1860 los coetáneos resal­ taban estas diferencias, que enfrentaban á dos sistemas económicos, dos estilos de vida, dos civilizaciones, dos naciones, y que a la postre serían las causantes de lá guerra civil, sobre todo por la anomalía o excepcionalidad del sur con respecto al desarrollo dominante que el nor­ te representaba. Sin embargo, actualmente hay historiadores, como Ja­ mes M. Mcpherson, que aunque no niegan las diferencias entre norte y sur, creen que habría que hablar más bien de excepcionalidad del nor­ te, pues eran el norte y el oeste los que habían cambiado rapidísimamente; mientras que el sur mantenía los valores político-ideológicos tal y como se habían establecido en el período de construcción nacio­ nal,1 Otros historiadores, como Edward Pessen, creen que las diferen­ cias se han exagerado al intentar buscar en ellas las causas de la guer­ ra civil. En realidad, él considera que las similitudes superaban a las diferencias, pues norte y sur eran dos partes complementarias de una sociedad norteamericana que aún era más rural que urbana, capitalista, materialista y socialmente estratificada; con un sistema político de re­

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presentación limitada, de gran diversidad religiosa, étnica y racial, así como profundamente expansionista y chovinista.2 Siguiendo esta pista de Pessen, así como su sugerencia de que esta guerra civil se debió más a la similitud de intereses, que a las diferen­ cias, habría que considerar como causa directa destacada del conflicto la distinta forma en que cada zona del país quería utilizar la reciente ex­ pansión territorial; pues tanto el norte como el sur la consideraban im­ prescindible para la supervivencia y difusión de su modelo de socie­ dad. Así las cosas, la tremenda crisis política que esta pugna provocó fue desgastando un sistema de partidos con representación e implanta­ ción nacional y sustituyéndolo por nuevos partidos con implantación en una sola de las zonas del país o por los antiguos partidos totalmente divididos en dos.

C a u s a s d e l a g u e r r a c iv il . « M é x ic o EXPANSIÓN TERRITORIAL Y ESCLAVITUD

n o s e n v e n e n a r á »:

Antes de la guerra con México, el escritor de Nueva Inglaterra Ralph Waldo Emerson argumentaba su oposición al conflicto, antici­ pando las tremendas consecuencias que una eventual conquista de te­ rritorio mexicano pudiera tener para Estados Unidos, con sus célebres palabras «México nos envenenará». También John C Calhoun, el co­ nocido político de Carolina del Sur, defensor de los derechos de los Estados frente a la Unión, señalaba que México era un fruto prohibido y el castigo por comerlo sería «someter a nuestras instituciones a la muerte política».3 Ambos acertaron en sus análisis, pues la repentina adquisición de los inmensos territorios del suroeste reabrió el tema de la esclavitud en una nueva dimensión; el de su extensión o no a los nuevos territorios. Al unirse con la expansión territorial, la esclavitud pasó de ser un problema moral a convertirse en un problema político fundamental, pues se trataba de dirimir el peso político del norte y el sur en la Unión.4 La expansión territorial hacia el oeste, iniciada con la compra de Luisiana por Jefferson en 1803, había planteado ya este problema ante­ riormente. Tras la Constitución de Luisiana como Estado esclavista en 1812, la primera crisis tuvo lugar en 1819, cuando el territorio de M is­ souri quiso incorporarse a la Unión como Estado esclavista, rompiendo así el equilibrio que existía entre los 22 Estados que entonces confor­ maban la Unión, con 11 Estados libres y 11 esclavistas. El Compromi­

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so de .Missouri (.1820) logró reestablecer el equilibrio al incorporar a Maine como Estado libre, compensando así la admisión de Missouri y acordando que al norte del paralelo 36° 30’ se prohibía la esclavitud en los territorios adquiridos por la compra de Luisiana, y al sur de esta la­ titud se permitía. Fue así como en estos territorios, Arkansas se incor­ poró como Estado esclavista en 1836 y low a como Estado libre en 1846. Pero el equilibrio se rompió fuera de esos territorios provenientes de la compra de Luisiana, pues Florida entró a formar parte de la Unión en 1843 como Estado esclavista y Texas se anexionó en 1845.5 Las consecuencias de la anexión de Texas fueron las previstas, pro­ vocando la siguiente crisis grave entre norte y sur.-México rompió re­ laciones de inmediato con Estados Unidos, la guerra comenzó en 1846 y se vivió ya con sentimientos encontrados en el norte y el sur. 2/3 de los voluntarios eran sudistas, mientras que la población de Nueva In­ glaterra se opuso a la guerra y la clase política del norte se creía ame­ nazada «por una conspiración del poder esclavista». El 8 de agosto de 1846, los congresistas del norte — tanto del Partido Demócrata, como del Partido Whig— aprobaron la Enmienda Wilmot,6 según la cual la esclavitud se excluiría de cualquier territorio que se ganara a México por la guerra. La Enmienda fue aprobada en la Cámara de Representantes, do­ minada por los whig desde 1846, pero fue bloqueada por el poder sudista en el Senado. Los whig, que dominaban la Cámara de Represen­ tantes desde las elecciones de 1846, apoyaron la Enmienda, pero el poder del sur en el Senado, con 15 Estados esclavistas, frente a 14 li­ bres en 1847, la bloqueó posponiendo la crisis, aunque ya era eviden­ te que la división territorial entre norte y sur iba suplantando a la divi­ sión partidista.7 La Enmienda W ilmot mostraba que los nordistas pensaban que el Congreso tenía el poder de excluir la esclavitud de los territorios y que debía ejercer ese poder; pero los sudistas respondieron agresivamente a la amenaza del norte y por primera vez desafiaron la doctrina de la autoridad del Congreso para regular o prohibir la esclavitud en los te­ rritorios. John Calhoun hizo pública en 1847 la Plataforma del Sur, que consideraba que los territorios eran propiedad común de todos los Estados y sus ciudadanos tenían derecho a emigrar a cualquier territo­ rio y llevar su propiedad consigo. También estimaba que el Congreso no tenía autoridad constitucional para imponer restricciones sobre la esclavitud en ios territorios, que la mayoría del norte estaba avasallan­ do a la minoría del sur y si esto continuaba los Estados del sur no ten-

7: El compromiso de Missouri (1820)

F u e n te : G. B. Tindatl y David E. Shi, America, W. W. Norton & Co, Nueva York, 1993,

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drían más opción que separarse; pues todos los Estados, en opinión de Calhoun, eran Estados soberanos y no sacrificaron su soberanía cuan­ do ratificaron la Constitución de 1787.8 De esta forma, antes de que finalizara la guerra con México, el nor­ te y el sur estaban enfrentados en dos ideologías políticas expansionistas pero excluyen tes. El norte basaba su superioridad en la ideología de «tierra libre, trabajo libre y hombres libres», según la cual el trabajo li­ bre asalariado era opuesto y superior al trabajo esclavo, pues permitía la igualdad de oportunidades y la movilidad social. Elemento esencial para garantizar esta movilidad era la posibilidad de que los nuevos te­ rritorios fueran subastados en lotes lo más pequeños y baratos posibles y que fueran explotados con trabajo asalariado.9 Frente al trabajo libre, la esclavitud y su extensión seguía siendo la razón de existencia e identidad de la sociedad sudista. Solamente la ad­ quisición de más tierras para el cultivo del algodón y el incremento del negocio de venta de esclavos podía mantener un crecimiento económi­ co extensivo y cuantitativo como el del sur, así como su posición políti­ ca en la Unión. Por otro lado, el conservadurismo sudista — ideología hegemónica en el sur— trataba de conciliar la esclavitud con el impara­ ble progreso económico y la extensión con la democracia que estaban te­ niendo lugar en Estados Unidos desde la década de 1820. Estos sudistas se presentaban como los genuinos intérpretes de los valores de la cultu­ ra occidental; es decir, respetuosos de la tradición cristiana y herederos del legado de la Ilustración, sin las perversiones que la burguesía había perpetrado a los valores de la modernidad, como el trabajo asalariado y la extensión de la democracia a las clases trabajadoras. Ellos pensaban que el progreso genuino sólo se conseguiría en una sociedad estratifica­ da y desigual, en la que para que los descendientes de los blancos euro­ peos gozaran de libertad, los negros debían ser privados de ella.10 La naturaleza de ambas ideologías políticas hacía pues las posturas del norte y el sur irreconciliables y el conflicto inevitable, pero tras la rendición de Ciudad de México, en septiembre de 1847, había aún mu­ chos sectores en el sur y en el norte, que veían ventajas en la Unión e intentaron llegar a un compromiso para no destruirla. La solución pre­ ferida por el presidente Polk era extender a los nuevos territorios con­ quistados a México lo acordado en el Compromiso de Missouri para las tierras procedentes de la compra de Luisiana. Esta propuesta favo­ recía claramente al sur, pues la mayor parte de los nuevos territorios estaban al sur de la latitud 36° 30% por lo que los congresistas norteños derrotaron la propuesta en la Cámara de Representantes.

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La noción de soberanía popular tuvo más éxito para llegar a un acuerdo. Esta idea fue desarrollada por dos senadores demócratas del me­ dio oeste, Lewis Cass, de Michigan y Stephen Doüglass, de Illinois, que señalaban que la decisión sobre la extensión de la esclavitud a los nuevos territorios no debía tomarla el Congreso, sino los habitantes de los territo­ rios. La propuesta parecía ofrecer algo a las dos partes. Satisfacía el deseo del sur de autogobierno y no intervención federal, a la vez que daba la po­ sibilidad de que la esclavitud se extendiera en alguno de los territorios. En cuanto al norte, podían pensar que los colonos blancos asentados en los nuevos territorios difícilmente votarían por la esclavitud. A pesar de que la noción de soberanía popular desafiaba la prácti­ ca previa según la cual el Congreso decidía sobre los territorios, y de que era un concepto ambiguo y recibía una interpretación distinta en el norte y el sur,!! fue apoyada por amplios sectores políticos. Solamente encontró la oposición de algunos sudistas que, siguiendo a Calhoun, insistían en el derecho de los ciudadanos a llevar sus propiedades — in­ cluidos los esclavos— allí donde quisieran, y de los abolicionistas del norte, que pensaban que la esclavitud no debía expandirse bajo ningu­ na circunstancia, ni siquiera si la mayoría de los colonos lo deseaba. En las elecciones de noviembre de 1848, cada partido presentó un solo candidato, pero hicieron campañas diferentes en el norte y el sur. Los demócratas encontraron un candidato de compromiso en la perso­ na de Lewis Cass, de Michigan, y oficialmente el partido apoyó la idea de la soberanía popular, aunque en el sur insistieron en vetar la En­ mienda Wilmot y en el norte señalaban que la soberanía popular re­ vertiría de hecho en tierra libre, sin amenazar a la Unión. El Partido Whig nominó a Zachary Taylor, el héroe de la guerra contra México, que aunque era un propietario de esclavos de Luisiana, era partidario de no extender la esclavitud a los nuevos territorios. Para evitar la división entre norte y sur, el Partido Whig no presentaba en su plataforma electoral el tema de la expansión de la esclavitud. Esto sig­ nificaba que se presentaba como partidario de la «tierra libre» y la En­ mienda Wilmot en el norte, y como contrario a ésta y a favor de los de­ rechos de ios Estados en el sur. La otra novedad de la campaña electoral de 1848 fue que apareció un nuevo partido, el Partido de la Tierra Libre (Free Soil Party), com­ puesto por demócratas norteños, partidarios de Martin Van Burén, whigs que se negaban a apoyar a un poseedor de esclavos como Taylor y abolicionistas que habían formado el Partido de la Libertad (Li­ berty Party) en las elecciones de 1844.

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Tras una campaña dominada por el tema de la expansión de la es­ clavitud a los nuevos tenitorios, Taylor ganó las elecciones con votos del norte y del sur —le apoyaron ocho de los quince Estados esclavis­ tas y siete de los quince Estados libres— , aunque el Free Soil Party consiguió el 10 por 100 del voto popular. El Congreso, .que se reunió a partir de diciembre de 1848, estuvo también dominado por el enfre.nla­ miente entre norte y sur y la animosidad aumentó en 1849, cuando Ca­ lifornia ratificó su Constitución para entrar en la Unión como estado li­ bre y miles de mormones en torno a Salt Lake City y los colonos de Nuevo México querían seguir sus pasos.12 El presidente Taylor, que se oponía a la extensión de ia esclavitud, había animado a los colonos de California y Nuevo México a diseñar sus Constituciones y pedir rápidamente su admisión en la Unión, sin pasar por el proceso previo de establecer gobiernos territoriales. Esta­ ba seguro de que en ambos territorios se votarían constituciones libres, con lo que contentarían al norte sin que ios sudistas pudieran protestar, pues los habitantes del territorio lo habrían elegido. El sur, sintiéndose traicionado por Taylor, al no poder disponer de unos territorios que se habían conquistado gracias a los voluntarios del sur,13convocó bajo el liderazgo de Mississippi una reunión de Estados esclavistas en Nashville, Tennessee, para el mes de junio de 1850. Allí los Estados esclavistas decidieron adoptar alguna forma de resistencia frente a «la agresión del norte»; mientras en el Congreso los debates sobre la extensión de la esclavitud solían ir acompañados de peleas y puñetazos, y muchos sudistas comenzaron a hablar abiertamente de secesión.

€ l C o m p r o m i s o be 1850 Aunque el pfésidente Taylor no quería hacer concesiones al sur, al­ gunos políticos del medio oeste y los Estados de frontera, liderados por el veterano político whig Henry Clay, buscaron la conciliación. En enero de 1850, Henry Clay presentó una serie de ocho propuestas al Senado para solucionar la crisis. Las agrupó por pares, de forma que se equilibraban la una a la otra. El primer par admitía a California como un Estado libre y organizaba el resto de los territorios adquiridos a Mé­ xico sin ninguna restricción o condición con respecto al tema de la es­ clavitud. El segundo fijaba las fronteras entre Texas y Nuevo México a favor del último, pero compensaba a Texas con la asunción federal

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de la deuda que había contraído durante su existencia como república independiente. El tercero abolía e í tráfico de esclavos en el distrito de Columbia, pero garantizaba la esclavitud en el mismo distrito. El últi­ mo par de propuestas negaba el poder del Congreso para regular el trá­ fico interestatal de esclavos, pero pedía una ley federal más fuerte, para perseguir a los esclavos fugados a los Estados libres. Tras siete meses de intensos debates y negociaciones en el Congre­ so,14 la muerte repentina del presidente Taylor y su sustitución por un político más cauteloso como Millard Fillmore permitieron llegar a un acuerdo en septiembre de 1850. El Compromiso de 1850 se parecía mucho a las propuestas iniciales de Henry Clay. California entraba en la Unión como Estado libre, acabando para siempre con el viejo equi­ librio entre Estados libres y esclavos. Por la Ley de Texas y Nuevo Mé­ xico, este último se constituía en territorio incluyendo la zona disputa­ da a Texas, que a cambio recibía diez millones de dólares para saldar su deuda. También Utah se organizaba como territorio y, com o Nuevo México, su Legislatura tenía la potestad de decidir::sobre cualquier tema, incluida la esclavitud. Esta ambigüedad permitía que los congre­ sistas nordistas pensaran que las Legislaturas territoriales excluirían la esclavitud de sus territorios según el principio de soberanía popular, mientras que los sudistas pensaban que no lo harían. Como gesto ante los abolicionistas, el tráfico de esclavos, aunque no la propia esclavi­ tud, fue abolido del distrito de Columbia; mientras que una nueva Ley de Esclavos Fugitivos endurecía la persecución de los fugados y colo­ caba su captura bajo jurisdicción federal para contentar al sur.15 El equilibrio conseguido era inestable. El norte ganó más que el sur, ya que con la admisión de California como Estado libre, pasaba a controlar también el Senado y era dudoso que Utah y Nuevo México no entraran en la Unión como Estados libres en el futuro. Por otro lado, el compromiso no era realmente tal en el sentido de que ambas partes habían cedido algo para llegar a un acuerdo, sino una serie de medidas separadas, cada una de las cuales fue aprobada por su mayoría territo­ rial contra la mayoría territorial de los otros.*6 Sin embargo, a pesar de las limitaciones, el acuerdo logrado en 1850 demostraba que la mayo­ ría de los norteamericanos veía ventajas en mantener la Unión.17 A partir de entonces comenzaron dos años de relativa tranquilidad, con la excepción de las tensiones que provocó la aplicación de la nueva Ley de Esclavos Fugitivos. La Ley de Esclavos Fugitivos de 1850 fue la única concesión clara que el Compromiso de 1850 hizo al sur y el único tema en que los Es­

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tados del sur querían reforzar la autoridad federal; otorgando de hecho al gobierno nacional más poder que ninguna otra ley de la época, para reprimir la forma más común de resistencia de los esclavos nortéame1£ ricanos. La Legislación sobre este tema no era nueva. En 1793 una ley fe­ deral autorizaba a los propietarios de esclavos a cruzar las fronteras de los Estados para capturar a sus esclavos fugados, y así poder probar que eran de su propiedad ante cualquier magistrado local. Esta ley no daba ninguna protección de ¡tabeas corpas al esclavo* ni derecho a juicio con jurado, ni a testificar en su favor. En respuesta a los abusos que am­ paraba la Ley de 1793, algunos Estados del norte promulgaron leyes de libertad personal -—que daban a los fugitivos el derecho a testificar, babeas corpus y juicio con jurado, e imponían sanciones criminales por rapto— > y constituyeron Comités de vigilancia, que cooperaban con el famoso underground railroad, ayudando a los esclavos a esca­ par a los Estados del norte y a Canadá. Este «ferrocarril subterráneo» fue exagerado por los sudistas, que lo presentaban como una organiza­ ción «yankee» que robaba miles de esclavos, y por el norte, que lo con­ virtió en mito de su superioridad moral frente al sur. En realidad, no pa­ saba de unos cientos los esclavos que cada año escapaban al norte de Estados Unidos y Canadá, y muy pocos provenían del sur profundo, la región que más exigía un reforzamiento de la ley. Sin embargo, como pasara con la California libre, la ayuda del norte alo s esclavos que es­ capaban era interpretada como una agresión al sur. La nueva Ley de Esclavos Fugitivos, incluida en el Compromiso de 1850, trataba de acabar con cualquier ayuda del norte a los esclavos fu­ gados. No daba a los negros capturados ningún derecho a probar su li­ bertad y, en cambio, el propietario podía demostrar su propiedad con una simple declaración jurada ante un tribunal de su Estado o el simple testimonio de un testigo blanco. Por otro lado, los policías federales de­ bían ayudar a los propietarios de esclavos a capturar su propiedad, bajo amenaza de 1.000 dólares de multa sí rehusaban hacerlo, y también po­ día multarse a cualquiera que obstruía la captura. En los primeros quince meses tras la aprobación de la ley, 84 fugitivos fueron devueltos a la es­ clavitud y durante toda la década de 1850 fueron capturados 332. Estas capturas atemorizaron alas comunidades negras del norte, que huyeron a Canadá, doblando la población negra de Ontario en la década de 1850. También provocaron la resistencia de antiesclavistas negros y blancos. Entre las resistencias destacó la de la comunidad cuáquera de Cris­ tiana, Pensil vania, que se negó a entregar a los esclavos fugitivos obli­

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gando a intervenir al presidente, a las tropas federales y a los marines en la llamada «batalla de Cristiana». Sin embargo, estas resistencias fueron actos minoritarios en un norte muy racista,19 mayoritariamente partidario de cumplir el Compromiso de 1S50 y evitar una guerra por la esclavitud. Aunque el impacto moral que tuvo en el norte la aplicación de la Ley de Esclavos Fugitivos se puede medir por el éxito de la novela de Harriet Beecher Stowe, La cabaña del tío Tom.20 La autora, formada en el seno de una familia reformista-abolicionista de Nueva Inglaterra, narraba con un lenguaje sencillo, sentimental y moral la historia de una familia de esclavos (k Kentucky, que huyó a Canadá a través del underground railroad, así como la de Tom, un esclavo modelo, vendido por su amo de Kentucky a un propietario d el sur profundo, donde Tom encontró la tortura y la muerte. La cabaña d el tío Tom se convirtió en un fenómeno literario cuando se publicó el libro en 1852, tras ser se­ ñalizado anteriormente en el periódico National Era. Sin publicidad ni reseñas, vendió 3.000 ejemplares el primer día, 20.000 las tres prime­ ras semanas, 300.000 al cabo del año en Estados Unidos y tres millo­ nes en todo el mundo, traduciéndose en los años siguientes a más de 30 idiomas y divulgándose en obras de teatro.21 Su repercusión política inmediata fue paralela a su éxito, pues el libro contribuyó a ganar a muchos nordistas para la causa antiesclavista, hasta el punto de que cuando Lincoln recibió a la autora en la Casa Blanca en el otoño de 1862 exclamó: «¡De modo que usted es la mujercita que escribió el li­ bro que ha provocado esta tremenda guerra!». El mismo año en que se publicó la novela, 1852, hubo elecciones presidenciales. La división del Partido Whig favoreció una victoria abrumadora del candidato demócrata, Francis Pierce, así como el con­ trol de ambas cámaras por elPartido Demócrata. Éste se presentó uni­ do en tomó a un candidato que era nordista, pero había participado en la guerra contra México y simpatizaba con los puntos de vista del sur. Apoyaron como plataforma el Compromiso de 1850 y la idea de apli­ car la soberanía popular para decidir sobre la esclavitud en los nuevos territorios. El Partido Whig no pudo superar sus divisiones entre norte y sur, ni la muerte de sus dos principales líderes Daniel Webster y Henry Clay. Consiguieron ponerse de acuerdo en tomo a un candida­ to, el general Winfield Scott, héroe de la guerra contra México, pero no en una plataforma electoral más allá del débil apoyo al Compromi­ so de 1850. Mientras que F. Pierce ganó con el 51 por 100 de los votos y el apoyo de 27 Estados, W. Scott, con el 44 por 100 de los votos, sólo

M apa

8: La Ley de Kansas-Nebraska (1854).

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consiguió el apoyo de cuatro Estados, y el descalabro de los whig fue particularmente grave en el sur, donde gran parte de su voto se pasó a los demócratas y sólo consiguieron el apoyo de Kentueky y Tennessee. A partir de esta derrota electoral, el Partido Whig ya no pudo desafiar en adelante a los demócratas, nicom petir con éxito en otras elecciones, iniciando la crisis del «segundo sistema de partidos», decisiva en la quiebra que llevaría a la guerra civil.22 La abrumadora victoria de los demócratas y la ausencia de oposi­ ción reiniciaron los esfuerzos por expandir la esclavitud y reforzar el poder sudista en la Unión. La Administración Pierce alentó los esfuer­ zos mercenarios y diplomáticos por adquirir Cuba y más territorio de México, como primera fase de un imperio esclavista centroamericano. Aunque estos intentos expansionistas fracasaron, Pierce contentó a los sudistas de su partido endureciendo la aplicación de la Ley de Escla­ vos Fugitivos y abriendo parte de Nebraska, territorio que quedaba sin organizar de la compra de Luisiana, a la esclavitud. El endurecimiento de la Ley de Esclavos Fugitivos radicalizó al norte, donde un abolicionista pacifista como Williams Lloyd Garrison llegó a quemar una copia de la Constitución, y algunos Estados como Nueva Inglaterra, Qhio, Michigan y Wisconsin aprobaron leyes más radicales de libertad personal, que chocaban con la ley federal. Pero fue la Ley de Kansas-Nebraska de 1854, la que polarizó de tal forma la vida política del norte y del sur que constituyó el acontecimiento sin­ gular más importante para desencadenar la guerra civil.

L a L ey d e K a n sa s-N eb ra sk a DE PARTIDOS

y l a c r i s i s d e l s e g u n d o s is t e m a

Nebraska era e l’último territorio no organizado que quedaba de la compra de Luisiana. En la década de 1850, políticos y empresarios del medio oeste, deseosos de construir un ferrocarril transcontinental de Chicago a San Francisco, y colonos y especuladores de tierras, atraí­ dos por los fértiles valles dé los ríos Kansas y Platte, se interesaron por la rápida organización de este territorio inmenso, poco poblado por co­ lonos blancos y mayoritariamente árido. Los sudistas no parecían tener prisa en que el territorio se organi­ zara, pues se hallaba al norte de la latitud 36° 30’, donde la esclavitud estaba excluida según el Compromiso de Missouri de 1820; además preferían una ruta del sur para el ferrocarril transcontinental a través de

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Nuevo México. Pero dos políticos demócratas de Illinois, William A. Richárdson y Stephen A. Douglas —presidentes de la Cámara de Re­ presentantes y del Comité del Senado para los territorios, respectiva­ mente— , no sólo eran destacados representantes de la ideología del «destino manifiesto», también tenían intereses económicos particula­ res en esta expansión23 y comenzaron en 1853 a elaborar una Propues­ ta de Ley para organizar Nebraska. Para atraer al sur, la Ley de Kansas-Nebraska (1854) anulaba lo dispuesto en el Compromiso de Missouri sobré la no extensión de la esclavitud al norte de la latitud 36° 30’, y lo sustituía por él principio de soberanía popular, dejando decidir a los habitantes del territorio si se incorporaba como Estadolibre o esclavista a lá Unión. Él territorio se dividía en dos: Kansas, al oeste de Missouri, y Nebraska, al oeste de lowa y Minnesota. Había pocas posibilidades de que la esclavitud se instalara en Nebraska — rodeada de Estados libres— , pero algunas de que lo hiciera en Kansas. Douglas pensó que había ganado el apo­ yo del sur sin conceder demasiado a carúbio, pero se equivocó. La ley provocó un rechazo total en el norte y polarizó de tal forma la política entre norte y sur, que acabó definitivamente con el segundo sistema de partidos. El descontento en el norte se expresó en coaliciones electorales contra la Ley de Kansas-Nebraska en las elecciones al Congreso de 1854, muchas de las cuales tomaron el nombre de republicanas, en re­ ferencia a la lucha y los principios de 1776 contra la aristocracia. En­ tre la disputada e intensa campana electoral del norte, destacó lá del Estado de Illinois, donde se enfrentaron Stephen Doüglass y Abraham Lincoln, aún miembro del Partido Whig. Lincoln, que había nacido en una cabaña de troncos de Keñtucky, tras pasar por varios empleos y la Milicia de Illinois, consiguió convertirse en abogado y casarse con la hija de un propietario de esclavos de Kentucky; llevaba en la política whig veinte años, primero en la Legislatura de Illinois y después en la Cámara de Representantes, donde destacó por su oposición a la guerra contra México. En los discursos de esa campaña electoral Lincoln anunció los te­ mas que se convertirían en el programa d e l Partido Republicano y le harían ganar la presidencia seis anos después. Según su interpretación, «ios padres fundadores», aunque toleraron temporalmente la esclavi­ tud, en principio se oponían a ella, por eso legislaron contra su expan­ sión en la Ordenanza del Noroeste (1787), abolieron el tráfico de es­ clavos en 1807 e iniciaron un proceso de emancipación gradual en los

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Estados del norte. La Constitución protegía la esclavitud donde existía, pero no su extensión, por lo que el precepto de soberanía popular era falso en principio y pernicioso en la práctica, pues la cuestión de la es­ clavitud no afectaba sólo a las personas que vivían en un territorio, sino a toda la nación, y esclavizar a los hombres no se podía conside­ rar un derecho de autogobierno. Finalmente, Lincoln consideraba que el gobierno nacional tenía el derecho y el deber de cortar el «cáncer» de la esclavitud, evitando su extensión a los territorios.24 Muchos votantes del norte estuvieron de acuerdo con estas ideas y se opusieron mayoritariamente a la Ley de Kansas-Nebraska y al Parti­ do Demócrata, que perdió 1/4 de sus votantes y el control de todos los Estados libres menos dos, pasando de 93 a 23 congresistas en el norte. De esta forma, la oposición demócrata, mayoritaria en la Cámara de Representantes, estaba repartida entre las dos formaciones políticas que habían sustituido al Partido Whig en el norte: los republicanos domina­ ban el medio oeste y los nativistas controlaban los Estados del este, en donde lo más preocupante no era la extensión de la esclavitud, sino el aumento de la inmigración. Este aspecto los separaba radicalmente, pues para los republicanos era esencial mantener un abundante flujo migratorio —que garantizara la abundancia de trabajo asalariado y la colonización del oeste— , para evitar la expansión de la esclavitud.23 Los «Know Nothing», organizados en principio como una Sociedad Secreta a imitación de la masonería, debían responder «yo no sé nada» cuando se les preguntaba, de ahí su nombre. En la campaña electoral de 1854 salieron a la luz como partido político, consiguiendo controlar los Estados del noreste y sumando un millón de afiliados. Su éxito se debía a que eran una alternativa conservadora al antiesclavismo de los republicanos y a que, ante los temores de la inmigración masiva de ir­ landeses y alemanes católicos, respondían con el control de la inmi­ gración, la exigencia de un período de residencia de veintiún años para ser naturalizado y la prohibición de que los extranjeros ejercieran car­ gos públicos.26 Con este programa y el nombre de Partido Americano desde 1855, los nativistas se extendieron al sur, convirtiéndose en un partido nacional con más posibilidades de sustituir al Partido Whig sin romper la Unión que los republicanos. Pero la situación de conflicto abierto en Kansas a partir de 1856 convirtió otra vez la extensión de la esclavitud en tema político central y al Partido Republicano en here­ dero del hueco dejado por el Partido Whig. Mientras tanto, como se había previsto, Nebraska se pobló tras la Ley de 1854 con colonos libres del norte, que asegurarían su evolución

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como Estado libre; en Kansas, los colonos libres y los proesclavistas procedentes de Missouri compitieron sobre el terreno durante los pró­ ximos años, llegando al conflicto armado. L a Sociedad de Ayuda al Emigrante, de Nueva Inglaterra, se formó en 1854 para promover el li­ bre asentamiento en Kansas. En Missouri, la Asociación de Defensa del Municipio (Píate County Deffensive Association) intentó asegurar que Kansas sería un Estado esclavista. En marzo de 1855, cientos de proesclavistas de Missouri entraron en Kansas para elegir la primera Legislatura territorial, que tenía que decidir sobre la esclavitud. El re­ sultado fue que la Legislatura que se reunió en Lecompton en junio de 1855 era totalmente proesclavista y aprobó una Legislación en la que se consideraba una ofensa capital ayudar a un esclavo fugitivo, podía ser encarcelado cualquiera que sostuviera que la esclavitud no era le­ gal y la representación de cargos públicos se restringía a los proescla­ vistas. En contestación los colonos libres formaron su propio gobierno y Legislatura en Topeka, y elaboraron una Constitución antiesclavista, pero también racista, que prohibía el asentamiento de negros, libres o esclavos, en el territorio. Ninguno de los proyectos de Constitución fue aprobado por el Congreso, pues los republicanos controlaban la Cámara de Represen­ tantes y los demócratas el Senado, mientras la tensión pasaba de la política a los incidentes y conflictos armados. En el mes de mayo de 1856, un grupo de esclavistas atacaron Lawrence, centro de las fuerzas pro Estado libre. En represalia por esa acción, John Brown, un ferviente abolicionista, padre de veinte hijos, que pensaba que Dios lo había elegido para acabar con los proesclavistas, provocó 1a sangrien­ ta masacre de Pottowotomie Creek, cuando él y sus hijos mataron a sangre fría a cinco jóvenes colonos de Missouri. Los periódicos del norte lo convirtieron en un héroe y comenzaron a hablar de «guerra ci­ vil en Kansas». Esta tensa situación fue el escenario en que se realizaron las elec­ ciones presidenciales de 1856. Los republicanos se unieron bajo el es­ logan de free soil, free labor, free men, en una plataforma electoral que era sobre todo una declaración de sus principios antiesclavistas, más que un programa de acción sobre temas concretos. Eligieron como candidato a un outsider, John C. Frémont, nacido y criado en el sur, explorador del oeste, héroe popular, considerado por muchos como «el conquistador de California», pero con muy poca experiencia política. En cuanto a los demócratas, eligieron como candidato a James Buchanan, un nordista aceptable para el sur, que no estaba comprometido en

F u e n te : G. B. Tindall, D. E. Shi, America, W. W. Norton & Company, Nueva York 1993,

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el conflicto de Kansas por haber sido embajador en Rusia y el Reino Unido en los últimos años. Como programa electoral apoyaban el Compromiso de 1850, la aplicación del principio de soberanía popular a los territorios y el mantenimiento de la Unión. Los republicanos — que apenas acababan de organizarse para estas elecciones— se asentaron en el norte como principal partido, desplazan­ do a los «Rnów Nothing», y Buchanan ganó las elecciones con el voto de los Estados del sur, — excepto Maryland; más los de New Jersey, In­ diana, Illinois y California. Si Buchanan lograba resolver la situación en Kansas, nada desafiaría la hegemonía demócrata — único partido «na­ cional» del país— , Pero los acontecimientos se precipitaron a partir de 1857, provocando la división total de los demócratas del norte y el sur, En 1857 estaba claro que la mayoría de los colonos asentados en Kansas era partidaria de un territorio y Estado libre. Buchanan y mu­ chos demócratas estaban dispuestos a respetar el principio de sobera­ nía popular para que Kansas evolucionara como California, Oregón y M innesota hacia un Estado libre, pero que votara demócrata. Sin em­ bargo, el gobierno esclavista de Lecompton convocó elecciones para una Convención que debía redactar la Constitución del Estado. Tras dos elecciones fraudulentas, los esclavistas dominaron la Convención y elaboraron una Constitución en la que se consideraba inviolable la propiedad de esclavos. Buchanan, temiendo perder el apoyo de los sudistas de su partido, no se opuso a esta Constitución y su actitud generó la hostilidad y se­ cesión de los demócratas del norte, liderados por Stephen Douglas. Cuando el propio Buchanan admitió su error, se convocaron nuevas elecciones en Kansas en 1858, que resultaron en una victoria abruma­ dora de los partidarios de un Estado sin esclavitud, lo cual permitió que Kansas entrara en la Unión como Estado libre en enero de 1861. Pero en 1858 los demócratas ya estaban irremediablemente divididos. La quiebra del Partido Demócrata, la crisis del Partido Americano y el «pánico económico de 1857» permitieron que los republicanos ga­ naran las elecciones al Congreso de 1858. La campaña electoral supu­ so el nacimiento de Lincoln como líder nacional del Partido Republi­ cano y la exposición pública de sus ideas sobre la esclavitud y la Unión, expresadas en su famoso discurso de la «casa dividida». Esta­ dos Unidos, señalaba Lincoln, no podía seguir siendo mitad libre y mi­ tad esclavo, como una casa dividida, por lo que se debía restringir la expansión de la esclavitud y el poder esclavista como primer paso para su extinción.27

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HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Aunque Lincoln perdió en Illinois frente a Douglas, estas eleccio­ nes fueron una derrota absoluta para los demócratas del norte y de­ mostraron que un partido exclusivamente asentado en el norte podía ganar las elecciones presidenciales de 1860. Los sudistas estaban alar­ mados ante esta perspectiva, y sus temores aumentaron tras una nueva incursión de Jolin Brown en el sur, asaltando el arsenal federal de Har­ per Ferry en Virginia. Tras ser capturado, juzgado por traición y con­ denado a muerte, anunció en sus palabras finales que «los crímenes de esta tierra culpable sólo podrán ser purgados con sangre»,28 Cuando el Congreso se reunió en su primera sesión tras las eleccio­ nes de 1858, ambas Cámaras estaban divididas territorialmente, mu­ chos congresistas iban armados y los insultos eran comentes entre los congresistas del norte y los del sur, haciendo imposible el desarrollo normal del Legislativo y evidenciando la gravedad de la crisis política.

L a s ELECCIONES DE

1860 Y LA SECESIÓN

Las perspectivas para el sur ante las elecciones presidenciales de 1860 no eran buenas. E l Partido Demócrata, responsable de la solidez dél. poder del sur en el conjunto de la Unión desde hacía dos genera­ ciones, se presentaba dividido a las elecciones. Los demócratas del norte eligieron a Stephen Douglas, que defendía el principio de sobe­ ranía popular y se oponía al gobierno proesclavista de Lecompton. Los demócratas del sur presentaron a John Breckinridge, de Keñtucky, con una plataforma que pedía la intervención del gobierno federal para proteger los derechos de las personas y sus propiedades en los terri­ torios. Incluso sin la división de los demócratas, los republicanos eran los favoritos para ganar estas elecciones. La Convención republicana reu­ nida en Chicago, tras tres votaciones, acabó designando como can­ didato presidencial a Abraham Lincoln. Su moderación y firmeza le hacían el candidato más idóneo para atraer a los diversos votantes po­ tenciales del Partido Republicano, Su oposición a la esclavitud era só­ lida, pero era moderado. Se había opuesto a los nativistas, pero no de forma sobresaliente. Se oponía a la prohibición del alcohol, pero era abstemio. Su relativa inexperiencia en la Administración reforzaba su reputación de integridad y honestidad frente a la corrupción de los de­ mócratas, y representaba la encamación del sueño americano, el hom­ bre común hecho a sí mismo, que había ascendido desde la cabaña de

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troncos a la presidencia, lo que reforzaba el tono populista del nuevo partido. Esta tendencia populista e integradora se confirmaba en el programa electoral, pues además de la elevación de los aranceles pro­ tectores para la industria y la promesa de un ferrocarril transcontinen­ tal hacia el norte del Pacífico, se contemplaba la concesión de 100 acres de tierra libre a los colonos que se dirigieran al oeste, así como la oposición a la extensión de la esclavitud. También se presentó a la pre­ sidencia el Partido Constitucional Unionista, formado por ex whigs su­ distas y simpatizantes del Partido Americano, que trataban de debilitar a Lincoln en el norte y evitar la posible secesión . En noviembre de 1860 votó el 81 por 100 del electorado. John Bell, el candidato unionista, consiguió el 39 por 100 de los votos en el sur y el 5 por 100 en los Estados libres. John Brenkinridge, el candidato de los demócratas del sur, obtuvo el 45 por 100 de los votos en el sur y sólo el 5 por 100 en los Estados libres, mientras que Stephen Douglas obtuvo el 12 por 100 del voto.popular en el sur y el 30 por 100 del voto popular en el norte, gracias a los demócratas del medio oeste y a los in­ migrantes católicos irlandeses y alemanes. Lincoln obtuvo sólo el 40 por 100 de los votos totales, pero éstos estaban estratégicamente colo­ cados en el norte, donde obtuvo el 54 por 100 del voto popular y con­ siguió todos los Estados libres y, por tanto, una cómoda mayoría en el colegio electoral — 180 frente a 123— , convirtiéndose así en el nuevo presidente.29 Los votantes de Lincoln y del Partido Republicano, votaron contra la amenaza del poder esclavista y el Partido Demócrata que lo susten­ taba; pero también votaron contra los católicos y contra la corrupción política frente a ía honestidad que el nuevo partido y su candidato re­ presentaban. Para el sur, la victoria de Lincoln y el Partido Republica­ no con los votos exclusivos del norte significaban que por primera vez el sur habían perdido el poder en la Unión. Entre 1789 y 1860 2/3 de los presidentes habían sido plantadores esclavistas del sur; 2/3 de los presidentes de las Cámaras del Congreso habían sido sudistas, y 25 de los 35, jueces del Tribunal Supremo. Esta sensación de pérdida de po­ der no correspondía a la realidad objetiva, pues incluso dividido el Par­ tido Demócrata dominaba las dos Cámaras y los sudistas eran mayoría en el Tribunal Supremo. Pero el sur interpretaba la victoria de Lincoln como la culminación de una agresión continua del norte en los últimos veinticinco anos. Estos agravios acumulados no hacían inevitable la secesión, ya que aún había muchas simpatías unionistas en el sur —-ios candidatos

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anti-Brenkinridge sumaban el 49 por 100 del voto incluso en el bajo sur— , y no había un sentimiento de nación sudista, sino de lealtad a los Estados, ni unanimidad sobre la estrategia a seguir; pero la tem­ prana acción de Carolina del Sur precipitó los acontecimientos en el bajo sur. Antes de las elecciones de noviembre de 1860, Carolina del Sur ha­ bía amenazado con la secesión si era elegido presidente un «republica­ no negro» como Lincoln, que consideraba inmoral e injusta la esclavi­ tud y estaba dispuesto a restringir su expansión como primera medida para su total extinción en algún momento del síglo xix. En dos ocasio­ nes anteriores Carolina del Sur había amenazado ya con la secesión: en 1832. cuando ningún otro Estado le siguió en contra de la «anulación del arancel protector», y en 1851, en oposición al Compromiso de 1850. En ninguno de estos dos casos se concretaron las amenazas de secesión, aunque la presión ejercida por; nueve Estados del sur en 1851 tuvo sus efectos. Ño evitó la admisión de una California libre, pero permitió la esclavitud en el resto de las regiones conquistadas a Méxi­ co; consiguió la ruptura del Compromiso de Missouri con la Ley Kan­ sas-Nebraska de 1854 y forzó al presidente James Buchanan en 1858 a apoyar la admisión de Kansás cómo Estado esclavista.35 Esta vez la secesión se realizó. El 10 de noviembre de 1860, la L e­ gislatura de Carolina del Sur convocó elecciones a una convención es­ tatal, que se reuniría el 17 de diciembre de 1860 para decidir sobre la secesión inmediata. Alabama, Mississippi, Georgia, Luisiana, Florida y Texas convocaron también elecciones para constituir Convenciones que debían decidir sobre la secesión. La Convención de Carolina d el Sur decidió de forma unánime la secesión el 20 de diciembre de 1860 y aprobó una Declaración de causas de la secesión en que defendía su acción como una defensa de sus derechos como Estado, reconocidos en la Constitución, frente a la agresión constante del norte en la última generación. Con más varia­ ciones y menos unanimidad, las seis restantes Legislaturas del bajo sur aprobaron también la secesión inmediata y acudieron a Montgomery, Alabama, el 4 de febrero de 1861, donde constituyeron un go­ bierno confederal, redactaron una Constitución provisional, que pro­ tegía explícitamente la esclavitud y salvaguardaba los derechos de los Estados, y nombraron presidente a Jefferson Davis, plantador, educa­ do en West Point, destacado militar en la guerra contra México y co­ nocido por su dignidad, integridad y compromiso con la defensa de los derechos del sur.

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En el alto sur, las elecciones celebradas en febrero de 1861 para elegir los delegados a las Convenciones de Arkansas, Virginia, Mis­ souri, Tennessee y Carolina del Norte mostraron que la mayoría de la población no era partidaria de la secesión inmediata. Más oposición si cabe hubo en los Estados de frontera, pues en Keñtucky ni siquiera se convocaron elecciones para una Convención, en Maryland el goberna­ dor no quiso hacer una sesión especial sobre el tema en la Legislatura del Estado y en Delawaré la Legislatura votó contra la secesión inme­ diata. Varios motivos explicaban las reticencias del alto sur: la escla­ vitud era menos importante,32 las relaciones dé estos Estados; con el norte eran estrechas y si había guerra probablemente tendría lugar en su territorio. Sin embargo, el que estos Estados optaran por no unirse de momento a la secesión no significaba que apoyaran la Unión. Las Legislaturas de Virginia y Tennessee se opondrían a cualquier intento de obligar a los Estados separados a volver a la Unión. En esos meses, antes de que Abraham Lincoln tomara posesión de su cargo en marzo de 1861, hubo dos intentos infructuosos de llegar a un compromiso. La propuesta del Senado, llamada Crittenden, sugería extender los términos del Compromiso de Missouri hasta el Pacífico, dando así esperanzas de expansión al sur en todos los territorios por debajo de la latitud 36° 30’. La Convención para la Paz, con propues­ tas similares, se reunió en Washington en febrero d e 1861 a petición de Virginia. En realidad, llegar a un acuerdó era ya muy difícil. Los siete Estados confederados demostraron que ni siquiera estaban interesados en discutir y el Partido Republicano — en una posición de fuerza y su­ bestimando la secesión— no iba a aceptar ningún compromiso sobre la expansión de la esclavitud, ni ningún chantaje sobre la integridad de la Unión. En el sustrato de este desacuerdo estaba la distinta concepción que norte y sur tenían sobre el derecho de los Estados a la secesión. Los siete Estados confederados creían que la Constitución les otorga­ ba derecho legal a separarse,inientras que muchos noídistas y el Par­ tido Republicano consideraban que la Unión era perpetua, pues los Es­ tados habían cedido sus derechos en 1789 y la secesión hacía peligrar el «experimento republicano». A pesar de esta sensación de peligro, ni Lincoln ni el Partido Re­ publicano tomaron en serio la secesión, que creían una idea de un pe­ queño grupo de plantadores sin apoyo popular, ni pensaron en mandar tropas contra el sur. Preocupado por la difícil composición de su Gabi­ nete, Lincoln dilató su toma de postura frente a la secesión hasta su discurso de inauguración el 4 de marzo de 1861. En el discurso expre­

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só una postura firme, pero conciliatoria, que según sus palabras dejaba en manos de «sus conciudadanos insatisfechos,., el trascendental asun­ to de la guerra civil». Así, prometió no interferir en la esclavitud don­ de ya existía, ni realizar una acción inmediata para reclamar la propie­ dad federal en el sur. pero reafirmaba la indisolubilidad de la Unión y su voluntad de mantener las propiedades federales en el sur, Al día siguiente de su discurso, recibió la noticia de que Fort Sum­ ter, situado en medio de la bahía de Charleston, en Carolina del Sur — único enclave militar federal importante que no había pasado a la Confederación— , estaba asediado por tropas confederales y sólo tenía provisiones para seis semanas. Para ambos bandos, Fort Sumter se ha­ bía convertido en un símbolo de la soberanía nacional. La Confedera­ ción pensaba que no podía tolerar un enclave «extranjero» en medio del puerto de Charleston y Lincoln, decidido a mantener esta propie­ dad federal, aprobó el envío de ayuda a los asediados. Antes de que la ayuda llegara, el gobierno confederal decidió atacar Fort Sumter y exi­ gir su rendición. El 12 de abril los confederales abrieron fuego de ma­ drugada, el 13 el mayor Robert Anderson se rindió, el 15 de abril de 1861 el presidente Lincoln hizo la primera llamada a filas de volunta­ rios. La guerra civil había comenzado. Los ocho Estados del alto sur •—que meses antes no habían opta­ do por la secesión— no pudieron dem orar su toma de posición ante la guerra. Su decisión podía cambiar ía suerte de la Confederación y del mismo conflicto, pues estos Estados tenían más de 1/2 dé la población del sur, 2/3 de su población blanca, 3/4 de su capacidad industrial, 1/2 de sus caballos y muías, 3/5 partes de su ganado y cosechas, y al­ gunos de los más importantes líderes potenciales. En medio del entusiasmo popular, los pasos iniciales parecían fa­ vorecer a la Confederación, Virginia fue el primer Estado que en abril de 1861 no sólo optó por el sur, sino que ofreció a Richmond como ca­ pital de la Confederación. La decisión de Virginia, el Estado más anti­ guo de la Unión y el más poblado del sur, fue crucial para la Confede­ ración. En Virginia estaba la única planta capaz de manufacturar artillería pesada, tenía tanta capacidad industrial como los siete esta­ dos del sur profundo y aportó a Robert E. Lee, considerado el mejor oficial del Ejército por el general en jefe Winfield Scott. Aunque Lee era contrario a la esclavitud, no podía, en sus propias palabras, «levan­ tar mi mano contra mi lugar de nacimiento, mi casa y mis hijos», De esta forma, la lealtad a su Estado le hizo rehusar la dirección de las tro­ pas de la Unión y cinco días después aceptar el puesto de comandante

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E stado s escla vistas

Delaware

Negros Ubres

Total

Blancos

Esclavos

90.589 (80,7 %)

1.798(01,6 %)

í 9.829 (17,7 %)

112.216 L155.655

Kentucky

919,484'(79,6%)

225.483 (19,5 %)

10.684 (00,9 %)

Maryland

■515.918(75,1%)

87.189.(12,7 %)

83.942(12,2 %)

687.049

Missouri

1.063.489 (90,0%)

114.931 (09,7 %)

3.572 (00,3 %)

1.181.992

'Total

2.589.480 (82,5 %)

429.401 (13,7 %)

1¡8.027 (3,8 %)

3.136.908

P róxim os estad o s c o n fed e r a d o s Alabama

526.27 S (54,6%)

435.080(45,1 %)

Arkansas

■2.690 (00,3 %)

964.041 435.402

324.143(74,4%)

111.115(25,5 %)

114 (00,1 %)

Florida

77.747 (55,4 %)

61.745(44,0%)

932 (00,7 %)

140.424

Georgia

591.550 (56,0 %)

462.198 (43,7 %)

3.500 (00,3 %)

L057.248

Louisnma

357.456 (50,5 %)

331.726 (46,9 %)

18.647 (02,6 %)

707.829

Mississippi

353.899(44,7%)

436.63 ! (55,2 %)

773 (00,1 % )::

791.303

Carolina del N.

629,942(63,5%)

331.059 (33,4%)

30.463 (03,1 %)

991.464

Caíolína dei S.

291,300 (41,4%)

402.406 (57,2 %)

9.914(01,4%)

703.620

Tennesse

826.722(74,5%)

275.719(24,9 %)

7.300(00,7%)

1.109.741

Texas

420.891 (69,7 %)

182.566 (30,2 %)

355(00,1 %)

603.812

Virginia

í .047.299 (65,5 %}

490.856 (30,8 %)

58.042 (03,6 %)

1.596.206

Total

5.447.220 (59,9 %)

3,521.110(38,7 %)

132.760(01,5 %)

9.101.090

Distribución de la población en 1860 F u e n t e : A lan Farner, The Origine o f the American Civil War 1846-¡861, M odder & Stougwan, L ondres, 1999

174

HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

en jefe de las tropas de Virginia, previendo que el país iba a pasar «por una terrible experiencia, quizás una necesaria expiación de nuestros pecados nacionales » . 33 El ejemplo de Virginia tuvo un gran impacto en otros Estados del alto sur, que como Arkansas, Carolina del Norte y Tennessee votaron por la secesión entre mayo y junio de 1861 con gran entusiasmo popu­ lar. Los motivos aducidos para la secesión eran «los derechos, la liber­ tad y la soberanía de los Estados, el honor, la resistencia a la coacción y la identidad con los hermanos del sur», aunque el motivo real de la secesión, tanto en el alto como en el bajo sur, fue «defender la libertad de los hombres blancos a poseer esclavos y llevarlos con ellos a los te­ rritorios, en contra de los republicanos que querían privarles de estas libertades » .34 Este papel fundamental de la defensa de la esclavitud en los obje­ tivos de guerra explica que en los cu$£raJ&tados del alto sur que se unieron a la Confederación hubiera oposición en los condados con po­ cos esclavos como West Virginia, East Tennessee, Western North Ca­ rolina y Northern Arkansas. De todos ellos, sólo W est Virginia (Vir­ ginia occidental) se integró como Estado en la Unión* mientras que las tentativas secesionistas de East Tennessee quedaron en la aportación excepcional de 30.000 blancos luchando en el Ejército de la Unión y en un legado de resentimiento que persistió mucho después de la guerra. En los cuatro Estados de frontera — Delaware, Maryland, Missou­ ri y Kentucky— , la proporción dé esclavos era aún menor y aunque acabaron permaneciendo en la Unión, lo hicieron a costa de enormes divisiones internas. No hubo problemas con Delaware, con sólo un 2 por 1 0 0 de población esclava; pero en los tres restantes hubo impor­ tantes y decididas minorías secesionistas, que llevaron a sus poblacio­ nes a una guerra civil dentro de la otra .35 Maryland, el Estado que englobaba en sus dos terceras partes a la capital, estaba dividido entre los condados tabaqueros del sur y el oes­ te, partidarios de ia Confederación, y los del norte y este, que con po­ cos esclavos eran unionistas. La Legislatura del Estado optó por una neutralidad imposible, dada su dependencia económica del norte y su estratégica situación entre el norte y el sur, con miles de soldados del norte atravesando el Estado o estacionados en él. Estas circunstancias decidieron a Maryland por la Unión, en medio de una gran oposición secesionista, que desde Virginia organizó regimientos de Maryland que lucharon en el bando confederal.

LA G U E r M c iV I L

Y LA RECONSTRUCCIÓN,

1860-1877

175

Aun más dramática fue la decisión de Missouri y Keñtucky de per­ manecer en la Unión. En Missouri, la división política interna entre los partidarios de una Kansas libre o con esclavitud se convirtió en guerra civil interna para decidir la suerte del Estado en la guerra. Las fuerzas partidarias de una Kansas libre y de la Unión lograron controlar la ma­ yor parte de Missouri, mientras que una guerra de guerrillas se instau­ ró en toda ia frontera de Kansas hasta mucho después de acabar la guerra civil, haciendo famosos a algunos legendarios bandidos, como Wüliam Quantrill, «Bloody Bill» Anderson y George Todd, y los aún más famosos Jesse and Frahk James y Colé y Jim Younger. Por su par­ te, los secesionistas derrotados formaron un gobierno en el exilio y fueron admitidos en la Confederación —como el doceavo Estado con­ federal— , el 28 de noviembre de 1 8 6 1 . La división entre los partidarios del norte y el sur todavía fue ma­ yor en Keñtucky, el Estado natal de Abraham Lincoln y Jefferson Da­ vis, que también hubiera preferido la neutralidad. Aunque finalmente los unionistas controlaron el Estado, éste estuvo ocupado por 35.000 tropas confederales en el suroeste, así como por 50.000 tropas de la Unión en el resto del Estado, y más que en ningún otro sitio la guerra civil tomó aquí las características de guerra fratricida. La toma de postura relativamente equilibrada del alto sur fue deci­ siva para el desenlace de la guerra. Si los ocho Estados se hubieran se­ parado de la Unión, el sur probablemente hubiera conseguido su inde­ pendencia. Si todos ellos hubieran apoyado a la Unión, la guerra no hubiera durado tanto. Tal y como quedó resuelto el problema, los cua­ tro Estados que apoyaron al sur le dieron equilibrio militar; mientras que la ocupación por el norte de los Estados de frontera dio a la Unión el control estratégico de las comunicaciones, aunque también le plan­ teó problemas al inmovilizar un gran número de tropas en poblaciones con lealtades dudosas. En ambos casos, la lealtad dividida del alto sur complicaba para uno y otro bando el poder definir los objetivos de guerra y encontrar una estrategia para lograrlos.

La

g u e r r a c iv il ,

La

p r im e r a g u e r r a m o d e r n a

1861-1865.

Si inicialmente la guerra civil se planteó como una guerra corta, con perspectivas militares del siglo xix, evolucionó tras la batalla ini­ cial de Bull Run —julio de 1861-— hacia una guerra larga, considera­

176

HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

da como la primera guerra moderna y que en su última fase» a partir de septiembre de 1862, iría adoptando una estrategia precursora de la guerra total .36 Uno de cada 12 norteamericanos sirvieron en la guerra, 630.000 de ellos murieron en el frente por arma de fuego o enfermedad y 50.000 regresaron a casa con uno o más miembros amputados. La cifra de muertos en el frente supera a la de todas las guerras de Estados Unidos juntas y en el sur murió un 4 por 100 de la población total, porcentaje que excede el costo humano de cualquier país en la primera guerra mundial y que sólo fue superado en la segunda guerra mundial por la región comprendida entre el Rin y el Volga .37 El reclutamiento obligatorio para todos los varones blancos 38 — a partir de abril de 1862 en el sur y de marzo de 1863 en el norte— ex­ tendió aún más el espectro de una guerra que exigió también la movi­ lización directa o indirecta de las mujeres. Aparte de las enfermeras que habían estado en el frente, la guerra dejó una generación de viudas, solteras y esposas de mutilados, que durante el conflicto y tras él tu­ vieron que hacerse cargo del sustento de sus familias, convirtiéndose en granjeras, directoras de plantaciones, oficinistas, trabajadoras en las fábricas de municiones, maestras. Muchas mujeres vieron así su vida transformada por la guerra civil, que cambió significativamente la condición de la mujer en Estados Unidos, acelerando su acceso a la vida pública y a los empleos tradicionalmente masculinos .39

Q u ié n e s

y por q u é l u c h a r o n .

Dos E j é r c i t o s

d e v o l u n t a r io s

Una vez decidida la lealtad de los Estados de frontera, ambos ban­ dos se enfrentaron sin preparación previa al que sería el conflicto béli­ co más importante de la historia de Estados Unidos para el que poco servían las experiencias de la guerra con México, ya que ésta era una guerra civil, en la que los Ejércitos y sociedades lucharon con una alta motivación política. A comienzos de 1861, Estados Unidos tenía un pequeño Ejército de 16.000 hombres, disperso en 75 enclaves de frontera al oeste del Missis­ sippi, que utilizaba viejos fusiles de chispa. El general en jefe, Winfield Scott tenía setenta y cuatro años, sufría hidropesía y vértigo y a veces se dormía en las reuniones. Muchos jóvenes militares, frustrados por mo­ nótonas rutinas y escasas oportunidades, habían abandonado el Ejército

LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN» 1860-1877

177

por carreras civiles. El Ejército no tenía nada parecido a un Estado Ma­ yor, ni planes estratégicos, ni. programas de movilización. Solamente dos oficiales teman experiencia de haber mandado una brigada en combate y ambos tenían más de setenta años. A diferencia del Ejército, la Armada contaba con un brillante liderazgo y una potente Marina Mercante sus­ ceptible de adaptarse a las necesidades de la guerra; pero de forma inme­ diata sólo podía contar con 44 barcos en acción, de los que únicamente diez se encontraban disponibles en las costas estadounidenses. Estos reducidos contingentes del Ejército y la Marina mermaron al dividirse entre la Confederación y la lealtad a la Unión. La Marina y el poderío naval siguieron concentrados en el norte, pero 1/3 de los ofi­ ciales del Ejército se unieron a la Confederación, que también conta­ ba con la simpatía de la burocracia del Departamento de Guerra —los cuatro últimos secretarios de Guerra habían sido sudistas— , y tomó la iniciativa en la movilización de milicias estatales y compañías de vo­ luntarios, que formaron el grueso de ambos Ejércitos hasta bien entra­ da la guerra / 0 Efectivamente, hasta que el sur estableciera el reclutamiento obli­ gatorio en abril de 1862 y el norte lo hiciera en julio de 1863, tanto uno como otro recurrieron a los sucesivos llamamientos de voluntarios para constituir sus Ejércitos. El Congreso confederal autorizó el 6 de marzo de 1861 un Ejército de 100.000 voluntarios de 12 meses, que se unieron a las Milicias de los estados formando unidades conjuntas. Al ; principio, aunque el sur seleccionó el gris cadete para el uniforme de sus oficiales, cada regimiento proporcionaba sus uniformes, los enro­ lados en Caballería y Artillería llevaban sus caballos, otros portaban amias y muchos de los voluntarios de familias de plantadores llevaban a sus esclavos para que les cocinaran y lavaran sus ropas. Muchas ve­ ces los hombres ricos del sur pagaban los uniformes y el equipo del re­ gimiento o compañía que habían reclutado. Después de la toma de Fort Sumter, la Confederación enroló a 60.000 hombres más y el sur comenzó a experimentar los problemas logísticos y de escasez de recursos que le acompañaron durante toda la guerra. La Confederación tenía sólo 1/9 parte de la capacidad indus­ trial de la Unión y menos de 1/2 de línea férrea construida, que además comenzó a deteriorarse rápidamente por la incapacidad de reemplazar lo destruido. Siempre hubo problemas de falta de tiendas, uniformes, .mantas, zapatos, caballos, carros y sobre todo escasez de comida. Con estas carencias, cuado la Confederación en mayo de 1861 autorizó el alistamiento de 400.000 voluntarios adicionales por tres años, el De­

178

HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

parlamento de Guerra tuvo que rechazar a 200.000 hombres por falta de armas y equipo .41 La Unión tenía 3,5 veces más hombres blancos en edad militar que la Confederación, aunque descontando a los trabajadores y los habi­ tantes de los distantes territorios del oeste, esta superioridad humana se reducía a entre 2,5 y 1. De todas formas, no pudo aprovechar esta su­ perioridad numérica hasta el año 1862, pues la iniciativa de la Confe­ deración en la construcción de su Ejército le llevó en junio de 1861 a casi igualar la movilización en hombres de la Unión. En abril de 1861, según una Ley de 1795 que preveía la conver­ sión de Milicias de los Estados en el Ejército federal, Lincoln llamó a 75.000 milicianos. Reconociendo muy pronto que la guerra duraría más de tres meses y requeriría más de 75.000 hombres, el gobierno fe­ deral hizo un llamamiento en mayo de 1861 de 42.000 voluntarios para tres años, así como de 18.000 marineros, y decidió aumentar el Ejérci­ to regular a 23.000 hombres. Cuando el Congreso se reunió en julio de 1861 autorizó otro millón de voluntarios por tres años y algunos Estados enrolaron voluntarios por dos años, en torno a los 30.000 hombres, que él Departamento de Guerra aceptó con reticencias. Al principio de 1862 más de 700.000 hombres se habían unido al Ejército de la Unión; 90.000 de ellos se alistaron en los regimientos de 90 días, pero muchos de estos hombres se volvieron a alistar en los regimientos por tres años y algunos regi­ mientos de noventa-días se convirtieron en regimientos de tres-años .42 Como pasara en la Confederación, la financiación y organización de los regimientos por los Estados, asociaciones voluntarias u hombres preeminentes, dio al Ejército del norte una fisonomía variopinta, pues los Estados contactaban con las fábricas para proveerse de uniformes y zapatos. Los Ayuntamientos y Asociaciones recogían dinero para or­ ganizar y abastecer a sus regimientos, los cuales llevaban tal variedad de colores en sus vestimentas, que los soldados del sur y el norte se confundían con facilidad, A finales de 1861 el Departamento de Guerra tomó la responsabi­ lidad directa de alimentar, vestir y armar a los soldados de la Unión, pero inicialmente el proceso se caracterizó por la corrupción y la ineficiencia .43 Por lo que, tras una investigación del Congreso, Montgomery Meigs desde el Comisariado de Guerra hizo del Ejército de la Unión el mejor alimentado y abastecido, convirtiéndose en el artífice civil de la victoria militar del norte — aunque operaba en territorio ene­ migo y pocas veces pudo vivir sobre el terreno— . La creatividad y efi-

LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877

17 9

cácia de Meigs, aplicada a abastecer a un Ejército masivo y engrasada con un enorme presupuesto de 1,5 billón de dólares — la mitad del pre­ supuesto de guerra de la Unión— , permitió que el Ejército utilizara pe­ queñas tiendas de campaña portátiles, se vistiera por primera vez con uniformes confeccionados en tallas estandarizadas y se calzara con za­ patos cosidos a máquina .44 Tanto en el norte como en el sur los regimientos compartían una se­ rie de características: tenían relaciones estrechas con sus Estados; las compañías e incluso los regimientos enteros se reclutaban en una sola ciudad, pueblo o condado, o bien por afinidades étnicas. En uno y otro caso, localidades y grupos étnicos dieron un fuerte sentido de identi­ dad a los regimientos, lo que les daba ánimos, pero también provoca­ ba desgracias masivas en familias, barrios, pueblos o condados, cuan­ do el regimiento sufría más del 50 por 100 de bajas en Una batalla. En los regimientos de voluntarios se solía elegir a los oficiales y muchos generales fueron designados por razones políticas, pero con­ forme avanzaba la guerra——hacia 1863—•, la promoción de oficiales sobre la base del mérito se convirtió en la norm a en él Ejército de la Unión. Lá práctica de elegir á los oficiales persistió más en el sur, con una oficialidad inicial más numerosa y mejor preparada que la del nor­ te .45 Estos oficiales solían ejercer su liderazgo en primera línea del frente, por lo que había un 15 por 1 0 0 más de bajas entre ellos que en­ tre la tropa y los generales tenían un 50 por 100 más de posibilidades de morir en el campo de batalla que los soldados rasos. Las designaciones políticas y ese estilo de lucha inicial fue una ex­ presión de lá xnanera en que una sociedad altamente politizada se mo­ vilizaba para la guerra. La politización estaba también presente en los motivos para luchar de los voluntarios en uno y otro bando. En estos primeros meses de entusiasmo, cuando la guerra se presentaba corta y el amateurismo y la improvisación dominaban ambos Ejércitos, sen­ dos bandos sentían que luchaban por una causa justa, la causa de la li­ bertad y la república. En el sur.la guerra se planteó como uña segunda guerra de independencia en defensa de sus libertades y autogobierno, frente a la tiranía: «Como nuestros antepasados se rebelaron contra el rey Jorge, para establecer la libertad en el mundo occidental..., así tam­ bién nosotros disolvemos nuestra alianza contra este enemigo opresi­ vo y nos enrolamos en la sagrada causa de la independencia y la liber­ tad nuevamente » .46 Asimismo había un sentimiento patriótico de luchar por la independencia nacional de la Confederación, frente a la esclavitud del norte, pues era mejor luchar y morir por el país, que per­

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HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

manecer subyugado o esclavizado por la Unión, Pero por encima de todas estas abstracciones de nacionalismo sudista, libertad, autogo­ bierno y resistencia a la tiranía, se luchaba por la defensa de la propie­ dad y la familia frente al invasor, mezclado con el odio y los deseos de venganza. 4? En el norte predominaron los objetivos ideológicos y abstractos frente al patriotismo y la defensa de la familia, por la composición so­ cial del Ejército y porque la guerra discurrió principalmente en el sur. Los voluntarios de la Unión luchaban también por el legado de la re­ volución americana, así como por la defensa de la ley y el orden fren­ te a la amenaza de secesión y por la supervivencia de las libertades re­ publicanas en el mundo occidental. Este objetivo universal permitió que 1/4 de los miembros del Ejército de la Unión, nacidos fuera del país —como los irlandeses— , identificaran la lucha contra la secesión con la lucha por el progreso y la libertad en sus países de origen .48 Y por supuesto estaba el tema de la esclavitud en uno y otro bando. Aunque el sur fue a la guerra y a la secesión para mantener la institu­ ción de la esclavitud, la mayoría de los soldados pensaba, sin caer en la paradoja, que estaban luchando por ía libertad y la esclavitud, una e inseparable, como expresara un joven médico de Louisville: «Estamos luchando por nuestra libertad contra la tiranía del norte, que está deci­ dida a destruir la esclavitud». También luchaban por la supremacía blanca, fueran plantadores o blancos pobres, pues como señalara un soldado de Luisiana en 1862: «No quisiera ver el día en que un negro fuera igual a un blanco. Hay demasiados negros para mi gusto, nada menos que cinco millones » . 49 Estos sentimientos se disfrazaron duran­ te el conflicto, sustituyendo la palabra esclavo y esclavitud por «sir­ vientes» y «nuestra institución social», respectivamente, e incluso en los últimos meses de la guerra se llegó a proponer que el Ejército de la Confederación resolviera el problema de la escasez de hombres libe­ rando y armando a los esclavos ,30 Aunque en principio el norte sólo luchaba por la Unión, muchos entendieron en el Ejército y la retaguardia que la guerra no acabaría hasta que se aboliera la esclavitud. Durante el verano de 1862, los prin­ cipios antiesclavistas se unieron con el pragmatismo para decidir la confiscación de tierra a los propietarios rebeldes y promulgar el De­ creto de Emancipación el 1 de enero de 1863. La medida causó protes­ tas y deserciones en el Ejército de la Unión en el invierno de 18621863, pero las convicciones antiesclavistas predominaron entre soldados y oficiales, conforme comprobaron que la emancipación he­

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ría al enemigo y ayudaba a su bando, y prueba de ello es que Lincoln ganó la-reelección en 1864, con el 80 por 100 del voto de los soldados.

E s t r a t e g ia s y t á c t ic a s po r l a U n ió n a g u e r r a

d e g u e r r a .-D e g u e r r a l i m i t a d a t o t a l a n t ie s c l a v is t a

En 1861, los objetivos de guerra de uno y otro bando eran limita­ dos y, por tanto, establecieron una estrategia de guerra corta y restrin­ gida, Jefferson Davis, tras la captura de Fort Sumter declaró: «No bus­ camos la conquista, ni el engrandecimiento.., Todo lo que pedimos es que nos dejen solos». Para la Unión, la secesión era un levantamiento contra la autoridad nacional de algunos fanáticos quehabían vencido temporalmente sobre los ciudadanos cumplidores de la ley; por tanto su estrategia era de una guerra tan limitada que parecía una acción po­ licial para aplastar un motín; Esta estrategia se fundamentaba en la asunción de que había una mayoría silenciosa sudista leal a la Unión, que volvería a ésta en cuanto el gobierno federal demostrara su firme­ za, asegurando el control de las instalaciones militares en el sur. Para incrementar esta supuesta lealtad de la mayoría, Abraham Lincoln pro­ metió que los 75.000 milicianos de noventa días evitarían «cualquier devastación, destrucción o interferencia con la propiedad de los ciuda­ danos pacíficos», Clara expresión de este objetivo fue la actitud hacia los esclavos — la más importante y vulnerable forma de propiedad su­ dista— a la que el Ejército del norte no iba a atacar, pues el objetivo de guerra en 1861 era defender la Constitución y preservar la Unión .'51 El 21 de julio de 1861, la batalla de Bull Run, a 35 o 40 kilómetros de Washington, acabó con cualquier perspectiva de una guerra román­ tica y corta. Ambos bandos dirigieron sus inexpertos Ejércitos sobre la capital ^—ante la expectación de cientos de civiles que fueron de pic­ nic desde Washington— , esperando que una sola batalla resolviera la guerra. Los generales que mandaban ambos Ejércitos — Irwin Mcdowell, el de la Unión y Pierre Gustave Beauregard, el de la Confedera­ ción— habían sido compañeros de clase .en West Point y adoptaron una estrategia similar de rodear y atacar por el flanco izquierdo. El re­ sultado fue que cuando los federales casi habían conseguido sus obje­ tivos, llegaron refuerzos para la Confederación, que hicieron retroce­ der en desbandada a las tropas de la Unión y aseguraron al sur su primera victoria técnica; aunque sendos Ejércitos estaban igualmente desorganizados y desmoralizados y se enfrentaban a una guerra larga.

182

HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Dada la superioridad abrumadora del norte ante una guerra larga, el objetivo de la Confederación era tratar de infligir algunas derrotas sig­ nificativas a la Unión que obligaran a Lincoln a abandonar y a Francia e Inglaterra a apoyarles. Su estrategia sólo podía ser defensiva y fue de «defensa dispersa» durante el invierno y la primavera de 1862; es de­ cir, pequeños Ejércitos defendían todos, los puntos neurálgicos de su territorio frente al enemigo, lo cual resultaba lógico, porque cada Esta­ do conservaba su poder político y reclutaba sus Ejércitos, que se resis­ tían a mandar a otros Estados. En cuanto al norte, adoptó una estrategia ofensiva, pero de guerra limitada. Se trataba de defender Washington, de que la Marina estable­ ciera el bloqueo sobre la Confederación y de dividir su territorio, inva­ diendo el sur pordas principales vías fluviales. Ésta era la estrategia compartida por losrgenerales profesionales más brillantes de la Unión y por los sucesivos comandantes en jefe del Ejército hasta que Lincoln nombrara a Ulysses S. Grant en 1864; fes decir, fue la estrategia de Geor­ ge B. McClellan, Henry W. Haileck, Ambrose E. Bumside y Joseph Hooker, que no eran lo suficientemente agresivos, ni buscaban la des­ trucción total del enemigo de forma rápida, ni estaban preparados para aprovechar los tremendos reeurSós del norte para vencer al sur. Sin embargo, tras la derrota en Bull Run, hubo generales con his­ torial militar mucho menos brillante y que habían tenido más contacto con la vida civil que extrajeron lecciones distintas de esta derrota y de cuál debía ser la estrategia para ganar la guerra. En concreto, Ulysses Grant sacó dos ideas no muy ortodoxas: puesto que los dos Ejércitos eran inexpertos, no había que esperar a que el Ejécito federal estuvie­ ra preparado para, luchar, sino pasar inmediatamente a la acción^ utili­ zando la tremenda superioridad en recursos humanos de la Unión; por otro lado, no sólo había que hacer retroceder al enemigo, también ha­ bía que destruirlo, pues era inútil luchar con objetivos limitados .52 Estas ideas de Grant sobre la guerra total se confirmaron en sus pri­ meros destinos en Missouri, donde también Philip H. Sheridan y John Sherman presenciaron desde el principio del conflicto una guerra dis­ tinta. En Missouri, Estado frontera incorporado a la Unión, pero con lealtades divididas desde la secesión, estaba teniendo lugar una guerra civil dentro de la guerra civil, agravada por un conflicto armado en la frontera con Kansas, que había comenzado en el año 1854. En toda esa zona que bordeaba Kansas, guerrillas confederales, lideradas por ase­ sinos patológicos como W illiam Clarke Quentrill o «Bloody Bill» An~ derson, y famosos bandidos como los hermanos James y Young, ase­

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sinaron a unionistas, destruyeron sus propiedades e inmovilizaron con sus incursiones y emboscadas a miles de tropas de la U nión .53 John C. Frémont —-famoso explorador del oeste y el primer candi­ dato presidencial del Partido Republicano en las elecciones de 1856— , como comandante del Ejército de la Unión en el departamento del oes­ te tomó un paso decisivo hacia la guerra total en agosto de 1861. Puso "a todo el Estado de Missouri bajo la Ley Marcial, anunció la pena de muerte para las guerrillas capturadas desde las líneas de la Unión, con­ fiscó las propiedades y emancipó a los esclavos de los activistas con■federales. Los abolicionistas y radicales aplaudieron esta actitud, pero el pro­ pio Lincoln, que aún pensaba ganar la guerra atrayéndose a los unio­ nistas del sur, revocó estas medidas y en su mensaje al Congreso en di­ ciembre se 1861 habló explícitamente de evitar que el conflicto degenerara en «una violenta e implacable lucha revolucionaria». Pero un conflicto que ya había movilizado a casi un millón de hombres en cada bando estaba convirtiéndose en una guerra implacable, y pronto sería revolucionaria. En ningún sitio como en Missouri estaba siendo esta evolución tan evidente, pues las atrocidades de las guerrillas eran contestadas por el Ejército de la Unión, convirtiéndose en prácticas habituales de guerra asesinar a sangre fría y no tomar prisioneros. Éste fue el escenario en donde comenzaron su experiencia bélica los generales Grant, Sheridan y Sherman, llegando todos ellos a la conclusión de que la única mane­ ra de ganar era una estrategia de guerra total, pues como observaba Sherman, no sólo estaban luchando contra Ejércitos enemigos, sino contra una población hostil, a la que había que hacer sentir «la mano dura de la guerra». Pero la mayoría de los generales y la dirección del Ejército de la Unión no compartió esta estrategia de guerra total durante el año 1862, sino que oficialmente se seguía practicando la estrategia de guerra li­ mitada, que pareció funcionar con éxito durante el invierno y la prima­ vera de 1862. En efecto, hasta el verano de 1862 los avances habían sido muy rápidos y hacían pensar en una pronta victoria de. la Unión. Grant penetró por el oeste en territorio de la Confederación, tomando los fuertes Henry y Donelson, a lo que siguieron las victorias del ge­ neral George H. Thomas en Mili Springs (Kentucky), la de Samuel R. Curtis en Pea Ridge (Arkansas), la costosísima victoria de Grant en Shiloh (Tennessee), y las de Ambrose E. Burnside en Roanake Island y New Bem en Carolina del Norte, También se habían tomado tres ciu­

184

HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

dades importantes como Nashvüle, Nueva Orleans y Memphis; se ha­ bía expulsado a los Ejércitos confederales de Missouri, Kentucky y Virginia Occidental; ocupado gran parte del bajo valle del Mississippi y la mayor parte del Estado de Tennessee, y el Ejército de Potomac, al mando del general George McClellan, estaba a ocho kilómetros de Richmond en mayo de 1862. En estas campañas se enfrentaron dos estilos distintos de concebir la guerra. Grant en el oeste trataba de avanzar siempre, atacando y tra­ tando de aniquilar al Ejército enemigo. Con esta táctica, logró avances tremendos en territorio confederal, así como la Victoria de Shiloh, la batalla más costosa de la historia militar norteamericana, en la cual después de que la Confederación tomara la iniciativa, Grant pudo ga­ nar gracias a los refuerzos de Sherman y al precio de 25.000 bajas en­ tre los dos bandos. Aunque debido al costo de esta victoria, Grant fue relevado por unos meses del mando, su espíritu de lucha, de buscar la victoria y de asertar lo más rápidamente el golpe final al Ejército ene­ migo quedaron demostrados, pero no fueron apoyados por su superior, el general Henry Halleck, que lo destituyó durante unos meses y no aprovecho la oportunidad tras la Victoria de Shiloh de penetral' hacia el sur y acabar con la guerra. Esta cautela y preocupación por afianzar lo conquistado dirigía también los pasos del Ejército de Potomac en el este, al mando del co­ mandante en jefe del Ejército de la Unión, George B. MacClellan. Tras la battalla de Bull Run, habían seguido nueve meses de práctica inac­ tividad en el este. MacClellan estaba empeñado en construir un Ejérci­ to perfectamente preparado para enfrentarse al enemigo, por lo que pe­ día una y otra vez más tropas a Lincoln, y extremó su cautela hasta dilatar la preparación para la toma de la capital confedera! durante nue­ ve meses. Finalmente, tras la insistencia de Lincoln, el Ejército del Po­ tomac embarcó a mitad de marzo de 1862 y a finales de mayo estaba a ocho kilómetros de Richmond, donde el 31 de mayo casi pierden la ba­ talla de Seven Pines ante las fuerzas de Johnston. Precisamente, cuando el Ejército del Potomac se encontraba a las puertas de Richmond en mayo de 1862, el general Robert Lee fue nombrado jefe del Ejército del norte de Virginia v lideró el victorioso contraataque confederal hacia el norte de Virginia y Maryiand. Unos días antes, el 16 de abril de 1862, las necesidades de la Confederación le obligaron a decretar el reclutamiento obligatorio de todos los varo­ nes blancos entre dieciocho y treinta y cinco años . ' 4 Ambas decisiones permitieron que el Ejército de Lee rompiera el cerco sobre Richmond

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con las batallas de los Siete Días y avanzara hacia el norte logrando la victoria en la batalla de Rull Run o Manassas el 30 de agosto de 1862; pero no pudieron ganar en Antietam, Maryland, en territorio de la Unión. Con esta derrota, el general Lee no pudo materializar su estra­ tegia de conseguir una victoria sonada en territorio enemigo que diera a la Confederación reconocimiento internacional; pero la Unión tam­ poco aprovechó la victoria de Antietam para asestar el golpe definiti­ vo a la Confederación. En diciembre de 1862, en Fredericksburg, Vir­ ginia, las tropas atrincheradas de Lee lograban resistir seis ataques sucesivos de las tropas de la Unión, que vieron cómo las trincheras frenaban su nueva incursión hacia el sur. Con este contraataque al norte de Virginia y Maryland, Lee inau­ guró la estrategia ofensiva-defensiva, frente a la anterior de defensa dispersa. Esta estrategia se basaba en su convicción de que la Confe­ deración no podía esperar,1$ ayuda exterior tras la derrota de Antietam — tras la cual, Lincoln aniiñció el Decreto de Emancipación— y su única posibilidad era conseguir una gran victoria en el norte, que le diera el reconocimiento internacional y forzara a 1a Unión a abandonar la lucha. Así, lo fundamental de la estrategia no era defender Rich­ mond, sino avanzar hacia el norte. Esta estrategia también tenía mucho que ver con su formación napoleónica de decidir una guerra en el clí­ max de una batalla decisiva .55 Esta estrategia de Lee y el contraataque del Ejército confedera! desde el verano de 1862 frenaron los avances del Ejército de la Unión en el este y el oeste al acabar el año 1862; la moral de la Unión era baja, al pensar que sólo unos meses antes parecían estar a un paso de la victoria. En este punto los demócratas del norte pedían, una paz nego­ ciada, mientras que los radicales hablaban de continuar la guerra con más energía. Éstas eran precisamente las recomendaciones de Grant, quien desde el mes de septiembre de 1862 señalaba que esta guerra sólo podía ganarse con la conquista total, lo cual significaba no sólo ocupar el territorio y destruir los Ejércitos confederales, sino la toma y destrucción de todo recurso y propiedad que pudiera usarse para apo­ yar a la Confederación, incluidos los esclavos. Tanto en el campo de batalla, como en el Congreso, estaban ya en­ tendiendo esta guerra como una guerra contra la esclavitud, pues eran ya decenas de miles los esclavos de los territorios ocupados que esta­ ban ayudando al norte en el verano de 1862. Por esas fechas Lincoln llegó a la misma conclusión y decidió proclamar la liberación de todos los esclavos de los Estados rebeldes. El Decreto de Emancipación se

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anunció ei 22 de septiembre de 1862, tras la victoria de Antietam, y se hizo efectivo ei 1 de enero de 1863. Ya en el otoño de 1862 se organi­ zaron regimientos negros por los comandantes de territorios ocupados en el valle bajo del Mississippi, la frontera de Kansas-Nebraska y Ca­ rolina del Sur, y en el invierno de 1863 se organizó con toda solemni­ dad el 54.° regimiento de voluntarios de Massachusetts. Desde entonces hasta el final de la guerra, 179.000 soldados negros y 10.000 marine­ ros lucharon en el Ejército de la Unión haciendo realidad la pesadilla, que durante generaciones habían ténido los blancos del sur, de que las armas pudieran caer en manos de los esclavos. Con el Decreto de Emancipación el conflicto se convertía oficial­ mente en revolucionario y aniquilador, exactamente el tipo de guerra que había descrito unos meses antes el general Wilííam T. Sherman, tras su experiencia en el oeste de Tennessee: «Todos en el sur son enemigos de todos los del norte el país entero está lleno de guerri­ llas ... todo el sur, mujeres, niños, está contra nosotros armado y de­ cidido » . 56 La estrategia de guerra total antiesclavista exigió que la Unión recu­ rriera al reclutamiento obligatorio de los varones de entre veinte y cua­ renta y cinco años en marzo de 1863. La oposición fue enorme entre los inmigrantes irlandeses, que hasta entonces habían constituido una parte importante de los voluntarios del Ejército de la Unión, provocando en julio de 1863 en¡ Nueva York uno de los disturbios raciales más violen­ tos de la historia de Estados Unidos. Los participantes quemaron los barrios negros, el orfanato de niños de «color» y lincharon a doce hom­ bres negros. También atacaron las oficinas de reclutamiento, las pro­ piedades federales, las instalaciones de los periódicos republicanos New York Times y New York Tribune, y las casas de los líderes republi­ canos y abolicionistas. El Ejército, que vino desde Gettysburg en cuan­ to pudo, acabó con los disturbios, cobrándose la vida de 1 2 0 personas. Estos disturbios expresaban las divisiones que recom an a la socie­ dad norteña respecto a la guerra, así como las tensiones étnicas, racia­ les y de clase que se estaban manifestando en las ciudades del norte desde que en la década de 1830 comenzó la inmigración masiva, al tiempo que se afianzaba el desarrollo industrial, el crecimiento urbano y la política de masas. Los irlandeses norteamericanos, que eran los votantes y la clientela del Partido Demócrata, habían oído a los líderes de su partido, desde 1862, que los republicanos estaban haciendo la guerra para liberar a los esclavos, los cuales emigrarían al norte y les quitarían sus empleos. A los trabajadores irlandeses no les sorprendía

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que esto fuera posible, pues en úna huelga reciente de estibadores, la patronal había utilizado esquiroles negros para romperla. Desde esta perspectiva no tenían interés en luchar en una guerra que desde el mes de septiembre de 1862 había cambiado su objetivo de preservar la Unión por el de la emancipación de los esclavos. Por otro lado, el re­ clutamiento la convertía en «una guerra de los ricos» peleada por los «pobres», pues podían evitar el reclutamiento los que pagaban a un sustituto o 300 dólares ,57 En el campo de batalla, tras el estrepitoso fracaso del general Hoo­ ker ante Lee en Chancellors ville (mayo de 1863)* la ideas de la guerra total propiciaron ese mismo año las victorias de Grant y la Unión en Vicksburg, Gettysburg y Chattanooga y confirmaron a Lincoln que Grant era el líder militar que se necesitaba para ganar la guerra, Ulys­ ses Grant, nombrado comandante en jefe del Ejército en marzo de 1864, pensaba que la fuerza militar de la Confederación se basaba en dos Ejércitos, el de Lee en Virginia y el de Joseph E. Johnston en Ge­ orgia. Su estrategia era aniquilar ambos Ejércitos, para destruir así la Fuerza Armada de la Confederación, y ordenó a sus generales que practicaran una guerra total, que confiscaran y destruyeran tocios los recursos y propiedades que pudieran mantener la resistencia dél sur. Era una estrategia costosa y brutal, pero resultó efectiva .58 Mientras Grant, al mando del Ejército de Potomac, perseguía a Lee en Virginia en una campaña larga y costosa, Sherman inició su victo­ riosa y devastadora marcha a través de Georgia y Carolina del Sur, hasta Goldsboro en Carolina del Norte. En esta marcha su Ejército in­ cendió Atlanta y en Georgia dejó un territorio desolado de cientos de kilómetros* en el que se estimaron unos daños de 1 0 0 millones de dó­ lares. A esas alturas de la marcha, el general Sherman no sólo quería destruir los recursos económicos del sur, sino la voluntad de la pobla­ ción de resistir, recurriendo al terror, pues como decía, «no podemos cambiar los pensamientos y corazones de la población del sur, pero podemos hacer la guerra tan terrible ... hacerles odiar la guerra has­ ta tal punto, que pasarán generaciones antes de que recurran otra vez a ella » . 59 Esta estrategia funcionó y numerosos soldados de la Confedera­ ción desertaron tras la marcha sobre Georgia, con similares efectos en la desmoralización general tras su paso aún más devastador sobre Ca­ rolina del Sur. El 1 de febrero de 1865, Sherman con sus 60.000 sol­ dados dejó Savannahe inició su segunda marcha a través del corazón del territorio enemigo hasta Goldsboro, Carolina del Norte. Esta mar-

rr'~l Estados confederados

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""! Estados unionistas Territorios de ¡a Unión

M a p a 10: La g u erra civil. F u e n t e : S. Morríson, H. S. Commager y W. E. Leuchtenbnrg, Breve historia de los Estados Unidos, México, 1987.

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cha se presentaba mucho más difícil que la de Georgia. El territorio era casi el doble — 700 kilómetros— , había que atravesar nueve ríos principales con sus correspondientes afluentes y fue el invierno más lluvioso que se recordaba en veinte años. Pero el Ejército de Sherman salvó las dificultades atmosféricas y del terreno con increíbles logros logísticos; su batallón de pioneros cortó árboles y construyó miles de puentes y carreteras elevadas, que permitieron avanzar al Ejército a una media de 20 kilómetros por día, convirtiéndolo en el mejor Ejér­ cito desde los días de Julio César, en palabras del general confederal Johnston. Esta segunda m archa tenía dos propósitos estratégicos: destruir to­ dos los recursos dé guerra que encontráran a su paso y acorralar por detrás al Ejército-de Lee. Los soldados de Sherman tenían otro objeti­ vo: castigar al Estado qué había comenzado ía secesión y la guerra. De sur a norte, el Ejército de Sherman atravesó Carolina del Sur, de­ jando un corredor'de destrucción que no sé detuvo hasta llegar a Ca­ rolina del Norte. Los incendios y el pillaje fueron aún más intensos que en la campaña de Georgia, y en ellos participaron también deser­ tores y unionistas del sur .60 Philip Sheridan realizó una política similar de tierra quemada en el valle del Shenandoáh (Virginia), no dejando nada que sostuviera a los Ejércitos confederales, ni que permitiera a los habitantes del valle pa­ sar el invierno^ Algunos años después, cuando servía como observador norteamericano, para el Cuartel General alemán en la gtiem t í raneoprusiana, daba los siguientes consejos para ganar la'guerra: «Infligir al Ejército enemigo los golpes definitivos tan pronto como sea posible y causar a sus habitantes tanto sufrimiento que estén deseando la paz y fuercen a su gobierno a pedirla. Cuando la guerra acabe no debe dejar­ se a la gente más que sus ojos para llorar » . 61 ‘ Abrahan Lincoln, comú Sheridan y Sherman, era p a r tid a s de una guerra dura y una paz generosa. En el discurso inaugural de su segun­ do mandato, tras ganar las elecciones de noviembre de 1864, habló de compasión, perdón y misericordia y es famoso por esta actitud, que tras la guerra permitió conmutar muchas sentencias de ejecución y concedió muchos perdones; pero en 1864 felicitó a Sherman y a Sheridan por sus campañas victoriosas y señaló que la paz sólo podía con­ seguirse tras una guerra dura, total. Grant, mientras tanto, persiguió y acorraló al Ejército de Lee en Vir­ ginia de mayo de 1864 a abril de 1865. Fue una campaña costosísima, pero un éxito en cuanto que ayudó a acabar la guerra y destruir al ene­

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migo; los 150.000 soldados del Ejército del Potomac tuvieron siempre la iniciativa sobre los 65.000 del Ejército de Lee, obligándole a éste a hacer un tipo de guerra que no podía ganar, manteniéndolo ocupado y facilitando así las marchas victoriosas de Sherman por Georgia, Caro­ lina del Norte y Carolina del Sur. El 9 de abril de 1865, Lee se rendía a Grant en Appomatox, Virginia, reconociendo la tremenda superiori­ dad en hombres y recursos del norte. Los términos de la rendición fue­ ron generosos: oficiales y soldados podían regresara sus casas y lle­ varse sus caballos, garantizándoseles la inmunidad frente a la persecución por traición. Con estos mismos términos, Johñston se rin­ dió a Sherman el 18 de abril, cerca de Durham, Carolina del Norte. Unos días antes, el presidente confederal, Jefferson Davis, había huido de Richmond con su gobierno y gran parte de la población* pero fue capturado en Georgia el 10 de mayo. Abraham Lincoln quiso acercarse al frente para presenciar el final de la guerra. Visitó Petersburg el 3 de abril y también Richmond. La capital confederal había sido incendiada por sus habitantes antes de huir; pero cuando Lincoln andaba por sus calles desiertas con la úni­ ca escolta de diez marinos, «el emancipador» fue rodeado por ex es­ clavos que le gritaban «gloria a Dios», «bendice ai Señor», «el gran M esías» y lo tocaban para comprobar que era real .62 Para muchos blancos de la Confederación, esta guerra civil que se convirtió en to­ tal no les había dejado nada excepto «sus ojos para llorar». No era hermoso, ni glorioso, pero como Sherman señaló en una alocución a los jóvenes quince años después, la idea de que la guerra era glo­ riosa era adsurda, «cuando bajas a la realidad, la guerra es un in­ fierno » . 63

C ausas

de la derrota d e la

C o n f e d e r a c ió n

El general Lee expresó en sus palabras previas a la rendición lo que se ha considerado desde entonces la causa principal de la derrota del sur: la superioridad en hombres, armamento y recursos del norte. Poco después de la guerra, en el sur se fue abriendo paso la idea de que la Confederación tenía recursos más que suficientes para llevar a cabo una estrategia defensiva similar a la que Estados Unidos realizó en la gue­ rra de Independencia contra Inglaterra, en donde «necesitaban solamen­ te resistir lo suficiente, para llevar al norte a la conclusión de que el pre­ cio de conquistar el sur y aniquilar sus Ejércitos era demasiado grande».

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Esta explicación del sur, compartida hoy por algunos historiadores, consideraba que las causas de la derrota eran más bien internas, como la dificultad de la Confederación para afirmar su poder frente a los de­ seos de independencia de ios Estados; la superioridad de liderazgo mi­ litar y civil del norte y, sobre todo, las tensiones de una sociedad divi­ dida entre propietarios de esclavos, blancos pobres sin esclavos, que comenzaron a desertar cuando la guerra se hizo difícil y cruel, y escla­ vos negros, que constituían 2/5 partes de la población y huyeron por decenas de miles a medida que el territorio del sur iba siendo ocupado por el norte .'64 Es cierto que en un tipo de guerra defensiva como la que quería hacer el sur, el nuevo armamento, las trincheras y las guerrillas retra­ saron la victoria del norte ;65 pero es dudoso ;que en una guerra civil, en la que se debatía la esencia política y nacional de la república nor­ teamericana, ningún bando abandonara sin luchar hasta el final. Así el norte, desde que planteó su estrategia de guerra total en septiembre de 1862, sólo podía firmar la paz y dejar de luchar si lograba el doble ob­ jetivo de mantener la Unión y abolir la esclavitud. Para conseguirlo no sólo contaba con sus enormes recursos humanos y económicos, y el apoyo o la neutralidad de Inglaterra y Francia, sino también con la alianza de la fuerza de trabajo del sur, esos 2/5 de la población sudista constituida por esclavos negros que esperaban que el norte les emancipara.

C o n s e c u e n c ia s

d e la g u e r r a

La guerra supuso la destrucción del sur, mientras crecía la econo­ mía del norte. Lo que quedó del sur tras su derrota en esa guerra total fue un desierto económico. Murieron el 25 por 100 de los hombres blancos de la Confederación en edad militar; la mitad de la maquinaria agrícola y miles de kilómetros de ferrocarril quedaron destruidos; se dejaron sin cultivar miles de granjas y plantaciones, murió 2/5 partes del ganado y sobre todo se abolió la esclavitud, el sistema de trabajo en el que se había basado la riqueza y productividad del sur y la base de su estructura social. En total, 2/3 de la riqueza del sur desapareció du­ rante la guerra, mientras que el conflicto estimuló el crecimiento eco­ nómico del norte, tras la recesión inicial de 1861-1862. En 1864 la producción de hierro del norte ascendió un 29 por 100 y la de carbón un 21 por 100. Se construyeron más barcos mercantes que

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en ningún otro período de paz y el tráfico ferroviario se incrementó en un 50 por 100. La industria manufacturera creció un 13 por 100, a pe­ sar de la caída brusca de la industria del algodón, y a partir de 1864 la industria de armas era capaz de abastecer al gran Ejército de la Unión. En cuanto a la agricultura, a pesar de la secesión del sur, de ia guerra en los Estados de frontera y la ausencia de medio millón de agricultores que estaban sirviendo en el Ejército, los Estados de la Unión superaron la producción de trigo de 1859 y doblaron sus exportaciones de trigo, maíz, cerdo y ternera para suplir las necesidades europeas en las crisis agrícolas de principios de la década de 1860. De esta forma, el dese­ quilibrio económico entre el norte y el sur se incrementó como conse­ cuencia de la guerra. La riqueza del sur pasó de ser del 30 por 100 de la riqueza nacional en 1860 al 12 por 100 en 1870, mientras que la renta per cápita descendió de 2/3 de la media del norte en 1860 a 2/5 partes .tras la guerra ,66 Con respecto a las conseéüencias políticas de ia victoria del norte, la emancipación inmediata de cuatro millones de esclavos y la confir­ mación del Estado federal frente a la soberanía e independencia de los Estados, fueron cambios políticos de tal magnitud, que pueden consi­ derarse una segunda revolución americana .67 Este Estado federal más centralizado y poderoso 68 se convertía también en garante de una li­ bertad que tras la Emancipación era un derecho de todos los norteame­ ricanos, de forma que libertad y Unión parecían inseparables. Si las primeras doce Enmiendas a la Constitución habían limitado los pode­ res del gobierno federal frente a los individuos y los Estados, seis de las siete Enmiendas siguientes aumentarían los poderes del gobierno federal a expensas de los Estados. Este cambio de tendencia comenzó con la ratificación en diciembre de 1864 de la Decimotercera Enmien­ da a la Constitución, que abolía la esclavitud y daba igualdad civil a los antiguos esclavos negros, aunque no voto. : El vehículo de estos cam bios fue el Partido Republicano de A. Lincoln, que ya durante la guerra fue aprobando una Legislación acorde con la ideología del capitalism o dem ocrático del free labor, como la nueva tarifa protectora para la producción m anufacturera nacional o la construcción del ferrocarril de Omaha a Sacramento, que favorecían el desarrollo capitalista; pero también medidas que garantizaban la igualdad de oportunidades y la m ovilidad social, como la H om estead A ct de 1862, por la que prácticam ente se entre­ gaban 160 acres de tierra libre a aquellos que la hubieran ocupado durante cinco años, y la M orris Land Grant Act, que proporcionaba

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ayuda federal a las Universidades Estatales y las Escuelas dé A gri­ cultura e Ingeniería. Tras la guerra y la reconstrucción, el Partido Republicano y el nor­ te siguieron dominando la política nacional durante décadas; mientras que el Partido Demócrata — vehículo de los intereses esclavistas en las décadas prebélicasy salió dividido y desprestigiado del conflicto y tar­ dó varias décadas en recuperar su póder. Con la excepción de las dos presidencias de Grover Cleveland (1884-1888,1892-1896), no hubo un presidente demócrata hasta Woodrow Wilson (Í912) y hubo que esperar un siglo hasta qué un demócrata del sur profundo, Lyndon B, Johnson, alcanzará la presidencia. En cuanto al sur, perdió el poder po­ lítico del que había gozado desde la independencia en las instituciones federales. A partir de lá guerra, el norte y su visión liberál y democrá­ tica de la república americana s é impondría por encima de la libertad restringida y basada en la desigualdad civU del sur, situando la guerra civil norteamericana dentro de las réfoluciones liberales y democráti­ cas triunfantes en el siglo xtx. Con esos presupuestos democráticos, el gobierno federal y el Partido Republicano comenzaron, ya durante la guerra, la reconstrucción del sur.

La

r e c o n s t r u c c ió n ,

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Tras tras el Decreto de Emancipación deí í de enero de 1863reata­ ba claro que el sur reconstruido sería una sociedad sin'esclavos; pero pasó un año hasta que Lincoln anunció su primer programa de recons­ trucción. El 8 de diciembre de 1863 arnmciaba la Proclamación de Am­ nistía y Reconstrucción o Plan del «diez pór ciento», que expresaba el deseo del presidente Lincoln de realizar una reconstrucción moderada, que permitiera acortar la guerra y concretar el apoyo de lós blancos po­ bres unionistas y ex w h ig al Decreto de Emancipación y a la Unión. El Plan de Lincoln — que no contemplaba ni el sufragio, ni la igual­ dad ante la ley para los libértos-—garantizaba el perdón total a los que juraran lealtad a la Unión y prometieran aceptar la abolición de la es­ clavitud, con la única excepción de quienes habían sido altos funcio­ narios civiles y militares de la Confederación. Cuando el número de habitantes del Estado leales llegara al 10 por 100 de los votos emitidos en las elecciones de 1860, esta minoría podía establecer un nuevo go­ bierno del Estado y elaborar una nueva Constitución estatal, que debía sancionar la abolición de la esclavitud.

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El plan del «diez por ciento» se aplicó de forma distinta en los di­ versos territorios esclavistas que entre 1863-1865 estaban en poder de la Unión. En los cuatro Estados de frontera y en Virginia Occidental, que como se mantuvieron leales a la Unión no fueron afectados por el Decreto de Emancipación ni por el Plan de Reconstrucción de Lincoln, los blancos unionistas se comprometieron con el cambio democrático y la emancipación, pero excluyeron políticamente a los antiguos escla­ vos y a los seguidores de la Confederación, Así, en Maryland, la nue­ va Constitución del Estado abolía la esclavitud, pero la representación legislativa se basaba únicamente en el voto de la población blanca leal, excluyendo tanto a los blancos que habían servido en el Ejército con­ federal y dado público apoyo a la Confederación, como a 1/5 parte de la población negra del Estado. En el alto sur confederal, especialmente en Tennessee, la reconstruc­ ción se hizo bajo dirección militar, aunque evolucionó de forma similar a los Estados de frontera. Después de la captura de Nashville por la Unión a comienzos de febrero de 1862, Lincoln nombró a Andrew John­ son como gobernador militar, pues era el máximo exponente del uniómismo del sur, ya que siendo sudista había permanecido en el Senado tras la secesión. A finales de 1863» Andrew Johnson abolió la esclavitud en Tennessee, no tanto por la preocupación hacia los esclavos negros, sino por odio a la Confederación y a los plantadores esclavistas, qüe se­ gún él habían arrastrado a los pobres blancos a Una rebelión indeseada. En el bajo sur, sólo Luisiana se vio afectada por la reconstrucción durante la guerra. La ocupación de Luisiana comenzó en Nueva Orleans, una fortaleza unionista, la ciudad más grande del sur con Una po­ blación blanca de 144.000 habitantes, que incluía a extranjeros y bastan­ tes nordistas. Los unionistas estaban divididos entre los conservadores y los agrupados en 1a Asociación Pro Estado Libre (Free State Associatiori). Los plantadores y ricos comerciantes, esperaban retener su poder político y recibir compensación por sus esclavos. La Asociación Pro Es­ tado Libre creta que una Luisiana libre debería ser más que simplemen­ te el viejo orden sin esclavitud y apostaba por la ideología del free labor, por la emancipación como clave de la modernización del sur, y por des­ tituir a una clase dirigente aristocrática y reaccionaria. En agosto de 1863, Lincoln respaldó el programa de la Asociación Pro Estado Libre, encargando al general Nathaniel P. Banks su aplica­ ción y la convocatoria de una Convención Constitucional para abolir la esclavitud. La Convención Constitucional de Luisiana acabó con el viejo Orden, pero no logró llegar a un acuerdo sobre el estatus de los ne­

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gros libres ,69 comunidad muy numerosa y poderosa en Nueva Orleans antes de la guerra civil. Así, mientras Lincoln en enero de 1864 apoyó privadamente el registro de negros libres como votantes en Luisiana, el general Banks estaba en contra de un sufragio negro limitado, que po­ día amenazar el apoyo blanco para reconstruir Luisiana bajo el Plan del «diez por ciento». En cuanto a la reconstrucción económica durante la guerra, es de­ cir, al problema de la tierra y las relaciones laborales, se debía aplicar la Segunda Ley de Expropiación de 1862, que incautaba las propieda­ des confederales, pero se aplicó poco por el temor de Lincoln al recha­ zo de los posibles plantadores unionistas. Así, se incautaron más tie­ rras por impago de impuestos o por abandono de sus propietarios, que por aplicación de la Ley de 1862. Qué hacer con la tierra incautada y cómo organizar en ella el trabajo de los ex esclavos fueron los aspec­ tos esenciales y más conflictivos de la transición bélica al trabajo asa­ lariado, y se produjeron distintos ensayos. Los más atípleos fueron los de Sea Islands en Carolina del Sur y los relativos a las plantaciones del presidente confederal Jefferson Davis y de su hermano en Mississippi, en los cuales los antiguos esclavos go­ zaron de autonomía en la organización de la producción. En noviem­ bre de 1861, el Ejército de la Unión ocupó las Sea Islands, liberando a ■ 1 0 .0 0 0 esclavos acostumbrados a organizar su trabajo. Estos saquearon las casas de los plantadores, quemaron las desmotadoras de algodón y comenzaron a plantar maíz y patatas para su supervivencia. Estaba cla­ ro que para ellos el significado inmediato de la libertad no era cultivar algodón, sino poséer sus propias tierras y permanecer independientes del mercado; aunque a la larga muchas de estas tierras cayeron en ma­ nos de especuladores y oficiales del norte, interesados en la producción de algodón y en sustituir la esclavitud por el trabajo asalariado. ■ En Davis Bend, Mississippi, los hermanos Davis habían estableci­ do durante la guerra una comunidad negra modélica, la cual intentaba alojar y alimentar mejor a sus esclavos que en ningún otro sitio del Es­ tado y permitía un extraordinario grado de autogobierno, incluyendo un sistema de jurados esclavos que hacían cumplir la disciplina de la plantación. Cuando llegó el Ejército de la Unión en 1863, los herma­ nos Davis habían abandonado sus propiedades y los esclavos dirigían la plantación. El general Grant decidió que Davis Bend debería con­ vertirse en un «paraíso negro» para el exclusivo asentamiento de liber­ tos, y el experimento demostró que eran capaces de cultivar producti­ vamente algodón y estar ligados al mercado.

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Arabas experiencias de autogestión negra fueron atípieas; lo más indicativo de cómo iban a evolucionar las condiciones de trabajo de los ex esclavos fue la situación al sur de Luisiana. Los libertos aspiraban también allí a poseer su propia tierra, pero la Luisiana ocupada tenía un amplio grupo de plantadores unionistas que esperaba que el Ejérci­ to reforzara la disciplina de la plantación. Así, la Legislación de traba­ jo publicada por el general Banks era muy parecida a la esclavitud, pues prohibía el vagabundeo y la ociosidad y establecía contratos anuales con los plantadores leales por el 5 por 100 de la cosecha anual o tres dólares por mes, más comida, alojamiento y cuidado médico. Una vez contratados, ios asalariados negros tenían prohibido dejar la plantación sin permiso de sus jefes y el Ejército actuaba más como «patrulla esclavista» que como agente emancipador. Este sistema de trabajo obligatorio se extendió tras la caída de Vicksburg, en julio de 1863, a todo el valle del Mississippi.70 El descontento de los congresistas republicanos con esta recons­ trucción moderada de Lincoln quedó manifiesto en la Ley Wade Davis, aprobada por el Congreso en 1864, pero no firmada por Lincoln; así como en la creación en marzo de 1865 de la Oficina de Refugiados, Li­ bertos y Tierras abandonadas, dentro del Departamento de Guerra. La Ley Wadc Davis requería que una mayoría de varones blancos jurara lealtad a la Unión, y sólo aquellos que demostraran que habían perma­ necido durante la guerra fieles a la Unión podían votar o ser elegidos en : las Convenciones Constitucionales de los Estados. Estas Convenciones debían abolir lá esclavitud, denegar derechos políticos a los oficiales y funcionarios de alto rango de la Confederación y repudiar las deudas de guerra. En cuanto a la Oficina de Libertos, debía proveer de alimento y ropa a los esclavos liberados y a sus familias, negociarles los contratos de trabajo, proporcionarles asistencia médica, construir escuelas; así como ocupar las tierras abandonadas y confiscadas, para arrendarlas en lotes de 40 acres a los antiguos esclavos y refugiados leales, que podrí­ an comprarlas a un precio razonable a los tres años. Tras la rendición de Lee a Grant el 9 de abril en Appomattox, la re­ construcción se convirtió en el principal problema de la nación. El pre­ sidente Lincoln, que hasta entonces había optado por políticas mode­ radas y conciliadoras que aceleraran el final de la guerra, no parecía tener un plan definido; pero en su último discurso en la Casa Blanca el 11 de abril de 1865 habló por primera vez de un «sufragio negro limi­ tado » .75 Cuatro días después, fue asesinado por el actor proconfederal John Wilkes Booth.

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El final de la guerra y el asesinato de Lincoln dejaban sin resolver el dilema del sufragio negro y los otros aspectos dé la reconstrucción, ini­ ciando así un período de transición conflictivo y difícil en el que blan­ cos y negros interpretaron de forma distinta la libertad y la transición al «trabajo libre». Los antiguos esclavos experimentaron en primer lugar un sentido inmediato de liberación, pues podían vestirse como quisie­ ran, adquirir cosas hasta entonces prohibidas como perros, pistolas y bebidas alcohólicas; ya no debían ceder el paso alos blancos, podían te­ ner reuniones y servicios religiosos sin vigilancia blanca, viajar libre­ mente e instalarse en las ciudades, intentar reunirse con los miembros de su familia y evitar-que trabajaran los niños y las mujeres. Esta libertad les permitió ir construyendo una comunidad negra, ci­ mentada en sus propias iglesias, escuelas, Sociedades deAyucla Mu­ tua, que encontró sus líderes naturales entre los pastores, maestros y veteranos del Ejército de la Unión. En las Iglesias Negras 72 pudieron desarrollar una visión de la fe cristiana que heredaron de la esclavitud, en la que Jesús se presentaba cómo un redentor personal que ofrecía paz en la desgracia, mientras que el Viejo Testamento sugería que eran un pueblo elegido, análogo a los judíos en Egipto, al que Dios libera­ ría de la esclavitud. En cuanto a Ja extensión de la educación, la pasión por aprender, en una comunidad con un 90 por 100 de analfabetos, multiplicó las escuelas para negros gracias a los fondos de sociedades caritativas norteñas, de la Oficina de Libertos y de los Estados, «re­ construidos» a p.ártir’de 1868. Era lógico que con estos progr^O s aso­ ciativos, la comunidad negra tuviera la sensación de «haber progresa­ do un siglo en un año» entre 1865 y 1866. Aunque la concesión del sufragio a Ios -libertos tuvo que esperar hasta la aprobación én 1867 de la Quinceava Enmienda a la Constitu­ ción, entre 1865 y 1866 se inició una política negra, que tuvo su ex­ presión en las Asambleas Estatales, donde mulatos libres, exesclavos veteranos de guerra;'y artesanos negros especializados buscaban exten­ der la igualdad civil y el sufragio, en un tono moderado y conciliador. Esta minoría negra, ya integrada en la política nacional, siguió con in­ terés los debates sobre la reconstrucción en el Congreso y utilizó a su favor la Ley de Derechos Civiles de 1866 y la Catorceava Enmienda —aprobada en 1866 y ratificada en 1868— que extendía la ciudadanía a los ex esclavos .73 Estos primeros logros en la igualdad civil y autonomía de la pobla­ ción negra del sur fueron contestados con una tremenda violencia blanca, que hicieron señalar en 1865 a David L. S w ain— ex gobema-

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dor de Carolina del Norte--—que «con referencia a la emancipación es­ tamos al comienzo d é la guerra». En un momento de cambio del orden social, de las relaciones de poder preexistentes y dé las normas de con­ ducta anteriores, ambas partes tenían perspectivas distintas sobre el sistema de trabajo que iba a sustituir a la esclavitud. Los plantadores, que consideraban a los negros indolentes e incapaces de cualquier dis­ ciplina, creían imprescindible para su supervivencia reestablecer un sistema de trabajo muy parecido a la esclavitud; mientras que los li­ bertos preferían trabajar su propia tierra en propiedad o alquiler. La Oficina de Libertos llegó a controlar 850.000 acres de tierra confiscada que, repartidos en lotes de 40 acres, no eran suficientes para dar tierra a los cuatro millones de esclavos, pero sí para crear Una cla­ se de pequeños propietarios negros. Sin embargo, cuando Andrew Johnson llegó a la presidencia tras el asesinato de Lincoln en abril de 1865, ordenó restaurar las propiedades a los propietarios confederales perdonados, con lo que miles de libertos ya asentados especialmente en Georgia y Carolina del Sur, tuvieron que devolver sus lotes de tie­ rra y en 1866 solamente 2 . 0 0 0 libertos recibieron la tierra que les ha­ bían prometido. La Oficina de Libertos no tuvo otra alternativa que animar a los antiguos esclavos a firmar contratos de trabajo anuales en las plantaciones con su supervisión. En medio de conflictos constan­ tes, se llegó a una enorme variedad de acuerdos, que a veces coexistí­ an en lá misma área o la misma plantación, pero hubo una tendencia general entre 1866 y 1867 a establecer el sistema de aparcería, combinandó así el deseo de autonomía de los libertos con las necesidades de controlar la mano de obra de los propietarios .74

El

f r a c a s o d e l a -r e c o n s t r u c c i ó n p r e s i d e n c i a l

Andrew Johnson, el unionista demócrata de Tennessee que sustitu­ yó a Lincoln tras su asesinato, parecía tener mucho en común con su predecesor. De origen humilde, ascendió desde el aprendizaje del ofi­ cio de sastre en Raleigh, Carolina del Norte, a próspero propietario de una sastrería en Grennville, Tennessee. Su actividad política comenzó en 1829 en la Legislatura de Tennessee, después fue delegado del Es­ tado en la Cámara de Representantes, gobernador del Estado de Tenesse durante dos años y en 1857 fue elegido senador. Hombre hecho a sí mismo, Johnson se convirtió en un efectivo orador, que represen­ taba como nadie las aspiraciones del «hombre corriente», defendiendo

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en sus discursos al honrado propietario agrícola familiar frente a «la aristocracia esclavista», y abogando por la educación pública sufraga­ da por el Estado y el acceso a 1.a tierra libre. Pero a diferencia de Lin­ coln, era un hombre solitario, encerrado en sí mismo y en sus posicio­ nes, con poca destreza política y escasa sensibilidad hacia el punto de vista de otros y a los cambios y sugerencias de la opinión pública. Cuando asumió la presidencia, los radicales republicanos confiaban en que transformaría el derrotado sur, abogaría por la igualdad de dere­ chos y el sufragio negro, y fortalecería el gobierno federal. Sin embar­ go, él seguía creyendo en una estricta interpretación de la Constitución, en la que su fervoroso unionismo no estaba reñido con el respeto a los derechos de los Estados. Tampoco se comprometió con ía igualdad ci­ vil, ni con la extensión del sufragio ni con otorgar un papel político a los libertos, pues defendía un sur dominado políticamente por los blancos pobres. Como miembro de esta clase, creía que en el pasado los escla­ vos negros se habían unido a sus amos para oprimir a los blancos po­ bres, y que si se les permitía votar, volverían a hacer una alianza entre negros y plantadores que restauraría el «poder esclavista». Su plan de reconstrucción, anunciado en mayo de 1865, constaba de dos edictos. El primero otorgaba perdón y amnistía — incluida la restauración de todos los derechos de propiedad excepto los de poseer esclavos—- a todos los confederados que juraron lealtad a la Unión y apoyo a la emancipación; aunque algunos sudistas, como los principa­ les oficiales confederales y los dueños de propiedades tasadas en más de 2 0 .0 0 0 dólares, tenían que pedir un perdón individual al presidente. El segundo edicto anunciaba la convocatoria de elecciones para nue­ vas Constituciones Estatales, en las que no podrían votar lás personas no perdonadas según el primer edicto. • Estos dos edictos, a diferencia de la política d e Lincoln, favorecían a los pobres blancos unionistas y excluían tanto el sufragio limitado para los negros, como a la élite esclavista, la cual sin embargo podía utilizar la vía del perdón personal, dependiendo exclusivamente de la voluntad del presidente. Así, los gobernadores elegidos fueron fieles unionistas, pero se encontraron que si aplicaban estrictamente los edic­ tos, no conseguirían la mayoría electoral blanca necesaria para que Andrew Johnson fuera reelegido presidente en 1868. De esta forma, el presidente Johnson comenzó a utilizar en el verano-otoño de 1865 una política generosa de perdones personales 75 para concillarse con la anti­ gua élite sudista, asegurando así la supremacía blanca en el sur y su propia reelección.

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Si la reconstrucción presidencial hubiera conseguido llevar al po­ der a una nueva élite política unionista, la elección de representantes para las Convenciones Estatales en el verano de 1865 hubiera sido su oportunidad. Por esas fechas, pocos miembros de la élite confederal habían recibido el perdón individual y 2/3 de los delegados elegidos se habían opuesto a la secesión en 1860. Estas Convenciones debían se­ guir las recomendaciones de la moderada reconstrucción presidencial, como invalidar las Ordenanzas de Secesión, abolir la esclavitud, repu­ diar o anular la deuda de la Confederación y ratificar la Decimoterce­ ra Enmienda. La mayoría de las Convenciones Estatales cumplieron los requisi­ tos de Johnson y en el otoño de 1865 procedieron a elegir legisladores, •gobernadores y miembros del Congreso. En la mayoría de los Estados, los antiguos whigs ganaron las elecciones; pero en el bajo sur, donde muchos de estos ex whigs unionistas habían servido en la Confedera­ ción, casi todos los senadores y congresistas elegidos se habían opues­ to a la secesión, aunque habían seguido a sus Estados en la rebelión. De esta forma, excepto en la zona de las montañas unionistas, la polí­ tica de Johnson falló en crear un nuevo liderazgo político que reem­ plazara a la «eslavocracia» prebélica. Así, cuando el Congreso se reunió por primera vez desde el final de la guerra en diciembre de 1865, tenía que reconocer a los nuevos go­ biernos del sur, que en muchos Estados eran demasiado parecidos a los de antes de la guerra.-Entre sus miembros, estaban el último vicepresi­ dente de la Confederación, cuatro generales confederales, ochó coro­ neles, seis miembros del Gabinete y una hueste de rebeldes de menor rango. También las primeras leyes que aprobaron recordaban demasia­ do al viejo sur, pues la antigua élite —que había perdido su autoridad sobre la mano de obra negra— recurrió a las nuevas Legislaturas para reestablecer la disciplina laboral. De esta forma, las Legislaturas esta­ tales aprobaron nuevas leyes sobre el trabajo, los derechos de propie­ dad, la imposición, la administración de justicia y la educación, que formaban parte del esfuerzo por ampliar el poder de los Estados en el diseño de las nuevas relaciones sociales que sucedieron a la esclavitud. Los Códigos Negros (Black Cades), que trataban de definir los nue­ vos derechos y deberes de los libertos, fueron la primera respuesta de las Legislaturas estatales a estas demandas. Estas leyes autorizaron a los an­ tiguos esclavos a adquirir propiedad, casarse, firmar contratos, deman­ dar y ser demandados y a testificar en juicio en los casos referidos a per­ sonas de su propio «color». Pero estas disposiciones eran secundarias

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respecto al objetivo principal de estabilizar la fuerza de trabajo negra y limitar sus opciones económicas. Así, sería la autoridad de cada Estado la que haría cumplir los contratos laborales y la disciplina en la planta­ ción, además de castigar a aquellos libertos que se negaran a fimiar con­ tratos e impedir a los blancos competir por la mano de obra negra. Mississippi y Carolina del Sur aprobaron los primeros y más seve­ ros hlack codes a finales dé 1865. Mississippi exigía a todos los ex es­ clavos poseer cada mes de junio un contrato laboral escrito para el año próximo. Los trabajadores que dejaban sus empleos antes de que el contrato hubiera acabado perdían el derecho a los salarios ya ganados, y —como bajo 1a esclavitud—-' estaban sujetos a arrestos por cualquier ciudadano blanco. L a persona que ofrecía trabajo a quien tuviera ya contrato se arriesgaba a ser encarcelado o pagar una multa de 500 dó­ lares. Por último, para limitar las oportunidades económicas y la auto­ nomía de los libertos, éstos tenían prohibido alquilar tierras en áreas urbanas; el vagabundeo podía ser Castigado ¿on multas o trabajo de plantación, al igual que los gestos o el lenguaje insultante, y rezar el evangelio sin licencia. En caso de que algo fuera olvidado, la Legisla­ tura de Mississippi declaró que todos los códigos pénales que definían los crímenes de los esclavos y negros libres sé encontraban vigentes, a no ser que fueran específicamente alterados por el black code. El Código Negro de Carolina del Sur era en algunos aspectos más discriminatorio, pero contenía disposiciones1— como prohibir la ex­ pulsión de los libertos ancianos de las plantaciones---' destinadas a're­ forzar el paternalismo con la fuerza de lá ley. No prohibía a los liber­ tos arrendar tierras, pero solamente podían trabajar de campesinos o sirvientes, a menos que pagaran una cuota anual de entre diez y cien dólares. La ley les exigía firmar contratos anuales e incluía detalladas disposiciones qué regulaban las reláciones entre los sirvientes y sus amos, incluido el trabajo del amanecer al anochecer, la prohibición de dejar la plantación o téner invitados sin permiso del patrón .76 Además, una Ley de Vagabundeo se aplicaba a los libertos desempleados o a aquellos que llevaban «vidas desordenadas», como los que viajaban con los circos, los adivinos y los actores .77 Por otro lado, en todo el sur había nuevas Leyes de Aprendizaje que obligaban a los menores a trabajar sin paga y permitían a los jueces en­ tregar a los propietarios niños de los orfanatos o aquellos cuyos padres no podían mantenerlos. En cuanto a las nuevas Leyes Criminales, re­ forzaban los derechos de propiedad, pues los legisladores aumentaron las penas para los pequeños delitos, hasta el punto de que robar un ca-

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bailo o muía en Virginia y Georgia en 1866 era un delito capital; mien­ tras que limitaban los derechos de caza, pesca y pastoreo, que tanto blancos como negros habían disfrutado antes de la guerra civil. Estas nuevas Leyes Criminales y Laborales eran aplicadas por un sistema judicial y policial totalmente blanco. Los sheriffs y jueces de paz raramente perseguían a los blancos acusados de crímenes contra los negros .78 y muchos de los policías eran antiguos soldados confede­ rales que aún vestían uniformes grises y frecuentemente aterrorizaban a la población negra, especialmente a aquellos que se negaban a firmar los contratos de trabajo. El sistema de impuestos reforzaba la supremacía blanca y la posi­ ción de los plantadores, pues los libertos tenían que pagar elevados poli faxes o corrían el riesgo de ser declarados vagos y ser obligados a trabajar para cualquiera; mientras que por la propiedad de la tierra se pagaban impuestos minúsculos — de un 1 0 por 1 0 0 a un 1 por 1 0 0 -—, dando como resultado que el propietario de 2 1 ) 0 0 acres pagara menos que cualquiera de sus empleados sin ninguna propiedad. Á pesar de que estos impuestos a los libertos llenaron las arcas dé Estados y mu­ nicipios, éstos ios excluyeron de la ayuda a los pobres, así cómo de los orfanatos, parques, escuelas y cualquier otro Servicio público, insis­ tiendo en que la Oficina de Libertos era la que tenía qué asistirles. La reconstrucción presidencial no logró su propósito esencial de acabar con la escasez de trabajo, ni con la resistencia dé los ex escla­ vos a la disciplina de la plantación. El nuevo sistema legal, al limitar las posibilidades económicas de la población negra y reforzar el acce­ so privilegiado de los blancos alo s recursos económicos, protegiéndo­ les de todas las consecuencias de la emancipación, inhibió el desarro­ llo de un mercado libre de tierra y trabajo. De esta forma, el intento de restaurar el «viejo orden» impidió la transformación del «nuevo sur» y supuso el fracaso económico de la reconstrucción presidencial. Fa­ llaron los programas de construcción de vías férreas, los intentos de atraer a la población inmigrante, el desarrollo industrial; pues los in­ versores preferían invertir en el lucrativo desarrollo de! oeste, que arriesgar su capital en el inestable clima político del sur. El problema era que los líderes del Partido Republicano querían de­ sarrollo económico, pero sin aceptar las consecuencias de la reforma agraria y un mercado de trabajo libre. En cuanto a los plantadores, que­ rían las inversiones del norte, pero si éstas reforzaban el sistema de plantación y no amenazaban la estabilidad de la mano de obra negra. Finalmente Andrew Johnson, obsesionado con mantener la suprema-

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cía blanca y conseguir la reelección, abandonó la idea de destruir la he­ gemonía política y económica de los plantadores. El resultado final fue que la auto re construcción de los Estados del sur no era la construcción de un «nuevo sur», sino una versión mejorada del «viejo sui*».79

La r e s p u e s ta d e l n o r t e : La r e c o n s t r u c c i ó n r a d i c a l O RECONSTRUCCIÓN DEL CONGRESO

Inicialmente, la política de reconstrucción de Johnson fue masiva­ mente aceptada en el norte. La apoyaban los demócratas, que espera­ ban así reconstruir su partido; los republicanos, que esperaban mejorar su posición en el partido, identificándose con el nuevo presidente; los hombres de negocios, que aún pensaban que la producción del algodón era esencial para la riqueza nacional. Sólo se oponían en 1865 los re­ publicanos radicales, que señalaban que sin sufragio negro no habría reconstrucción; pero el presidente pensaba que éstos eran un pequeño grupo de fanáticos y cuando el Congreso se reunió tras la guerra en di­ ciembre de 1865, el tema del sufragio negro estaba políticamente muerto. Sin embargo, la aprobación de los black cades, la violencia contra la población negra y la vuelta al poder de la antigua élite extendieron la protesta en el Congreso más allá de los círculos republicanos radi­ cales, Eb conflicto entre presidente y Congreso comenzó en IB 6 6 .,,: ..cuando Johaspn vetó unaJey para alargar la existencia de*la Qficina.de* “Libertos. A*rfiitad de .maízo de 1866, él Congreso aprobó la*Ley de De­ rechos Civiles, que era una respuesta directa a los black cades, pues declaraba a todas las personas nacidas en Estados Unidos — excepto los indios no sometidos a impuestos— , iguales ante la ley. Johnson vetó asimismo esta ley, pero en abril de 1866 el Congreso derribó el veto presidencial y en julio aprobó una nueva Ley sobre la Oficina de Libertos, desafiando también el veto presidencial Para que no hubiera duda sobre la legalidad de la nueva Ley de De­ rechos Civiles, el Congreso aprobó una nueva Enmienda a la Constitu­ ción — la Catorceava— en junio de 1866, que fue ratificada en julio de 1868. La 14.a Enmienda iba más allá de la Ley de Derechos Civiles y tendría significativos efectos posteriores. La Enmienda reafirmaba el derecho a la ciudadanía federal y estatal para todas las personas naci­ das o naturalizadas en Estados Unidos, y prohibía a los Estados privar de sus privilegios e inmunidades a los ciudadanos, así como despojar a

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cualquier persona de su vida, libertad o propiedad sin «el debido pro­ ceso legal», o negar a cualquier persona la protección de las leyes. Tennessee, el Estado natal de Andrew Johnson, fue el primero en ratificar la 14.a Enmienda, pero el resto del sur resistió violentamente 80 el intento del Congreso de reformar el programa de reconstrucción de Johnson. La oportunidad para los republicanos radicales se presentó en las elecciones al Congreso de noviembre de 1866, donde consiguieron una mayoría de 2/3 en las dos Cámaras, con lo que podían rechazar cualquier veto presidencial. De esta forma, el 2 de marzo de 1867, dos días antes de que el viejo Congreso expirara, aprobaron tres leyes fun­ damentales de la reconstrucción radical: la Ley de Reconstrucción M i­ litar, la Ley de Dirección del Ejército y la Ley de Permanencia en la Administración. La primera ley estipulaba las condiciones bajo las que los nuevos gobiernos de los Estados sudistas debían formarse, las otras dos buscaban bloquear las ^ cisio n es del presidente. La Ley de Direc­ ción del Ejército requería qne todas las órdenes del presidente, como comandante en jefe, fueran gestionados a través de los Cuarteles Ge­ nerales del general en jefe del Ejército, entonces Ulysses S. Grant, en el cual confiaban los radicales. La ley de Permanencia en la Adminis­ tración requería el consentimiento del Senado para que el presidente pudiera destituir a cualquier cargo y estaba pensada para mantener en su puesto al secretario de Guerra, Edwin M. S tan ton, que era un sim­ patizante de los radicales. En realidad,'fue la Ley de Reconstrucción Militar, la qüe .se.-consi­ deró una victoria de laxeconstrucción radical, pero finalmente requirió poco más que los Estados sudistas aceptaran el sufragio negro y ratifi­ caran la 14.a Enmienda. Con la excepción de Tennessee, que ya había ratificado la 14.a Enmienda, ios otros diez Estados sudistas fueron di­ vididos en cinco distritos militares. En esos diez Estados se mantuvie­ ron los gobiernos del período de Johnson, pero Convenciones elegidas por ciudadanos varones, mayores de veintiún años y de cualquier raza o condición, debían elaborar nuevas Constituciones de acuerdo con la Constitución federal. Una vez que las Constituciones fueran ratifica­ das por la mayoría de sus habitantes y aceptadas por el Congreso, y las Legislaturas de los Estados hubieran ratificado la 14,a Enmienda, los Estados podrían tener representación en el Congreso. A finales de 18É7, se habían celebrado nuevas elecciones para Convenciones Constitucionales en todos los Estados menos en Texas, y un año después, el 27 de marzo de 1868, el Congreso despojó al Tri­ bunal Supremo del poder de revisar los casos judiciales que la aplica­

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ción de la Lev de Reconstrucción Militar pudiera ocasionar. El Tribu­ nal Supremo aceptó este recórte de sus competencias, reconoció el de­ recho del Congreso a rehacer los gobiernos estatales y apoyó su punto de vista radical. Después de conseguir el apoyó del Tribunal Supremo, el tínico obs­ táculo que tenía ia reconstrucción radical era la actitud del presidente Andrew Johnson, Este no podía vetar las leyes radicales, pero conti­ nuaba perdonando a muchos antiguos confederales y transfirió fuera del sur a los jefes de distritos militares que simpatizaban con los radi­ cales. Como estas acciones no eran ilegales, el Comité Judicial de la Cámara de Representantes — tras una larga investigación durante el año 1867— no encontró motivo alguno para iniciar la destitución del presidente. Fue el-propio Johnson el que provocó el conflicto que ju s­ tificó la apertura del proceso de destitución, al violar ía Ley de Perma­ nencia en la Administración y sustitinr al secretario de Guerra Edwin M. Stanton por el general Ulysses Grañt. El 24 de febrero de 1868, la Cámara de Representantes votó la destitución del presidente, alegando que Johnson había destituido ilegalmente a Stanton y no había dado al Senado el nombre de su sucesor. El juicio en el Senado, realizado entre el 5 de marzo de 1868 y el 26 de mayo de 1868, no consiguió destituir al presidente, porque mu­ chos senadores repúblicanos -—en desacuerdo con la destitución por motivos político^, más que criminales— rompieron la mayoría radical republicana en lá Cámara y se opusieron a la destitución de Johnson. E l proceso de destitución fue así un gran error político, pues despresti­ gió a los radicales, y no destituyó al presidente; pero a partir de enton­ ces los republicanos radicales consiguieron que JbühSón no obstaculi­ zara la reconstrucción radical, comenzando así el dominio republicano en la política del sur .81 En julio de 1868, el Congreso decidió que siete Estados del sur reu­ nían las condiciones para la readmisión, todos menos Virginia, Missisipi y Texas, aunque se rescindió la admisión de Georgia cuando la Le­ gislatura de este Estado expulsó a 28 de sus representantes negros y en su lugar colocó a algunos líderes confederales. La Comandancia M ili­ tar de Georgia forzó a la Legislatura a readmitir a los representantes de color expulsados y a ratificarla 15.a Enmienda — que prohibía a los Estados negar a los ciudadanos el voto sobre la base de la raza, el co­ lor o la condición previa de servidumbre— , antes de ser readmitido en 1870. Mississippi, Texas y Virginia ya habían sido readmitidos en 1870 con el mismo requerimiento de ratificar la 15.a Enmienda.

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Uno de los cambios más importantes debidos a la reconstrucción radical y al sufragio negro fue la aparición de los afroamericanos en la escena política. Muchos fueron elegidos en Asambleas Políticas Loca­ les, procedían de Sociedades Fraternas, Ligas de la Unión ,82 Unidades negras del Ejército, y entre ellos abundaban los mulatos libres de las ciudades, aunque a partir de 1867 comenzaron a ganar influencia los antiguos esclavos, poniendo de manifiesto las tensiones en la naciente comunidad política negra; pues mientras los ex esclavos estaban inte­ resados sobre todo en el tema de la confiscación y distribución de tie­ rras, los negros de piel más blanca, que habían nacido libres, y los que procedían del norte, ambos de origen urbano, insistían en que la igual­ dad política no significaba igualdad social. Aunque los sudistas opuestos a la reconstrucción del Congreso ha­ blaban de «reconstrucción negra», los delegados negros sólo fueron mayoría en la Legislatura de Carolina del Sur —-*76 contra 41-“-. mien­ tras que consiguieron el 40 por 100 de la representación en Florida, el 24 por 100 en Virginia, solamente el 11 por 100 en Carolina del Norte y el 10 por 100 en Texas. Por otro lado, aunque 600 negros, principal­ mente antiguos ex esclavos, fueron elegidos por las .Legislaturas de los Estados, pocos de ellos ocuparon cargos en los nuevos gobiernos. Nin­ guno fue elegido gobernador, aunque hubo algunos vicegobernadores, secretarios del Tesoro y secretarios de Estado, así como dos senadores y catorce miembros en la Cámara de Representantes. En realidad, los mejores puestos en los nuevos gobiernos fueron ocu­ pados por los republicanos blancos, a los que la oposición llamó oportu­ nistas (carpethaggers) si procedían del norte y scalawags si eran del sur y les consideraba igualmente corruptos y ventajistas. Los carpethaggers eran principalmente veteranos de guerra de la Unión, que habían llegado al sur entre 1865 y 1866 atraídos p o r las oportunidades económicas, aunque también se encontraban entre ellos maestros, abogados, hombres de negocios, pastores y trabajadores sociales. En cuanto a los scalawags, eran blancos del sur, que se habían opuesto a la secesión y formaban una mayoría unionista en muchos condados de montaña. Aunque muchos de los carpethaggers y scalawags fueron unos oportunistas, que consintie­ ron en la corrupción a expensas del gasto público, otros eran antiguos whigs, partidarios de la expansión comercial e industrial del sur, o ex confederales que querían que el sur cambiara. La acusación de corrupción se extendió a las actuaciones de todos los gobiernos estatales reconstruidos, siendo prácticas comunes el uso de fondos y créditos públicos pará beneficiar a empresas privadas, es­

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pecialmente a los ferrocarriles. Pero estas prácticas corruptas en la re­ construcción del «nuevo sur» no eran nuevas, ni pueden ocultar las realizaciones positivas de los gobiernos radicales, como haber profun­ dizado en la democracia de sus Estados al extender el sufragio univer­ sal masculino y establecer el primer sistema de escolarización estatal, gracias al cual 600.000 afroamericanos estaban escolarizados en 1877; además de prestar ayuda a los más pobres e incapacitados construyen­ do orfanatos, asilos e instituciones para ios sordomudos y ciegos; me­ jorar la infraestructura viaria y, sobre todo, aumentar los derechos y oportunidades de los libertos, que por primera vez tenían igualdad ante la ley, derecho a la propiedad, a tener negocios, ejercer profesiones, ir al colegio, o bien aprender a leer y escribir. Así, los blancos que eran hostiles a los .nuevos gobiernos estatales ño lo fueron tanto por la corrupción como por:1a inclusión de los afroa­ mericanos en la vida pública. A veces la hostilidad se tomaba en terror blanco, ejercido principalmente por el Ku Klux Klan, Sociedad Secreta constituida en 1866 en Pulaski, Tennessee, en respuesta a las Ligas de la Unión. En el Klan participaban tanto campesinos pobres y artesanos, como plantadores, comerciantes, banqueros, abogados, pastores o mé­ dicos, aterrorizando a negros y a blancos republicanos con sus actos violentos. En 1870 mutilaron en Mississippi a un líder republicano ne­ gro ante su familia, en Georgia asesinaron a tres scalawags, en Alabama organizaron un tumulto que mató a c u a tr o negros e hirió a 54 y eran particularmente activos en Carolina del Sur, donde casi toda Ía;,pcfblación masculina blanca del condado de^York pertenecía al Jn-lotes. EnT883v iá Oficina de Asuntos-Indios comenzó el ataqúe a- la cultura y religión indias aboliendo la hechicería, la poligamia y 1a compra de esposas; obligando a los adultos a cortarse el pelo; disol­ viendo las ceremonias religiosas y arrebatándoles los objetos de culto. En 1884, prohibió por primera vez «la danza del sol» a los lakotas y en 1888 que amortajaran a sus muertos; la tribu perdió así el centro de su ceremonial religioso y social, lo que más que ninguna otra cosa les identificaba como tales. Para algunos reformistas, como Richard Henry Pratt, la educación era la mejor forma de «matar al indio y salvar al hombre», por lo que en 1879 convenció al gobierno para fundar «la escuela india Carlisle» en Pensilvania. En Carlisle, Pratt adoptó la política de aislar a los niños de su tribu, forzándoles a hablar en inglés y obligándoles a seguir las costumbres angloamericanas, lo que abrió el camino a los internados que siguieron después, lugares crueles, peligrosos e insalubres, donde los niños recibían una cultura que los hacía extraños a su propio pue­ blo y a menudo enfermaban e incluso morían,22

.Ma pa í i: Las guerras indias. F u e n te :

G. B. Tindall: y D.-E,- Shi, America^'W, W. Morton ted Co., Naevayorkv

1993.

LA «EBAI> DORADA», i 870-1390

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Los reformistas de clase media que controlaban ía política india pensaban que la propiedad privada y la autonomía individual forma­ ban el corazón de la civilización, por lo que estaban decididos a divi­ dir la tierra de la tribu entre sus miembros y vender el sobrante a los colonos blancos. En 1887, la Ley Dawes propuso entregar 160 acres de tierra por familia, que no podría ser vendida ni tasada durante veinti­ cinco años. Con la aplicación de esta ley los reformistas pensaban que solucionaban el problema indio, pues las relaciones tribales se rompe­ rían, el socialismo se destruiría y la familia y la autonomía individual subsistirían; para los promotores la ventaja consistía en los millones de acres que liberaba. Así, la aplicación de la ley y la desposesión de las naciones indias fue rapidísima; entre 1887 y 1934, los indios perdieron 86 de sus 130 millones de acres, correspondientes al 60 por 100 de la tierra que les quedaba, y el 66 por 100 de las tierras que les habían dis­ tribuido, que también pasaron a los blancos por el fraude y la relaja­ ción de las disposiciones legales aprobadas. El único bastión restante era el territorio indio en Oklahoma, don­ de estaban asentadas las cinco tribus civilizadas desde el «traslado for­ zoso». En 1889, el gobierno extendió el sistema federal judicial en la región. En 1893, el Congreso sancionó la división de la tierra en lo­ tes y pidió el fínal de los gobiernos tribales. En 1898, la Ley Curtís acabó ünilatérálmeftte con los gobiernos de aquellas tribus, que no es­ taban de aéúérdó en «disolverse» voluntariamente, culminado así el nuevo ataque a la soberanía y el territorio de las cinco tribus civiliza­ b as. A finales del siglo xix y principios d el xx, los reformistas ralenti­ zaron la aplicación de su objetivo «asimilador», pero continuó la ena­ jenación de tierras y recursos indios a un nivel aún más rápido que a finales del siglo xix. Mientras tanto, a lo que quedaba de las naciones indias soberanas le esperaba una vida de margiñíición, pobreza y alco­ holismo en las reservas.

L A ÚLTIMA FRONTERA

La derrota, extinción y confinamiento de las naciones indias abría una enorme frontera ganadera, agraria y minera para explotar por los miles de inmigrantes que llegaron al oeste hasta 1890, transformando en unas décadas un territorio mayoritariamente hispano e indio de pe­ queños pueblos y comunidades tribales en un oeste blanco con ciuda­ des en crecimiento y explotaciones agrarias y ganaderas.

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Ya entre 1840 y 1860, aproximadamente 300.000 personas habían viajado al lejano oeste en las primeras rutas terrestres, estableciéndose en Oregón (53.000), California (200,000) y Utah (43.000) en busca de tierras mejores y más baratas, y del oro califomiano. Desde el final de la guerra civil y hasta 1880, otras fiebres mine­ ras atrajeron a inmigrantes hacia las montañas de Ídaho, Montana, Colorado, Utah, Nevada, Arizona, Nuevo México y Dakota del Sur; asimismo una intensa inmigración agrícola ocupó las praderas que bordeaban la orilla oeste del Mississippi, introduciéndose en las gran­ des llanuras desde la década de 1870 hasta principios de la década de 1890. Menos inmigrantes se dirigieron hacía el suroeste, que perma­ neció en su mayor parte como un enclave indio e hispánico; mientras que en el noroeste, de 1880 a 1890, los agricultores roturaron 2,5 mi­ llones de acres en Idaho, Oregón y Washington. La mayoría de los emigrantes que fueron al oeste eran «agriculto­ res», pero no hay que enfatizar el aspecto rural y agrícola de este terri­ torio, pues las mayores migraciones fueron «fiebres mineras», que crea­ ron tantas ciudades y pueblos mineros que hacia 1880 el oeste era la región más urbanizada de Estados Unidos, pues a menudo los asenta­ mientos urbanos precedían a la colonización agrícola y ganadera.23 ¿Suena parte de los emigrantes eran nativos norteamericanos blan­ cos, seguidos por una minoría amplia de canadienses, noruegos, sue­ cos, alemanes e irlandeses. En cuanto a los inmigrantes no blancos, menos numerosos, los mexicanos se concentraban en el suroeste,‘-en él sur de Texas, Arizona y el sur de ¿California, antiguo, territorio mexi­ cano, La mayoría de los 200.000 chinos que llegaron a Estados Uni­ dos entre 1876 y 1890 para trabajar en las minas y el ferrocarril se ins­ talaron en California y la costa oeste. Mucho menos numerosa fue la emigración de afroamericanos antes de 1865. Con la excepción de las plantaciones al este de Texas cultivadas por esclavos negros, la escla­ vitud impedía a éstos cualquier movilidad, y el asentamiento de ne­ gros libres estaba expresamente prohibido en los nuevos Estados de Oregón, Kansas y California. Sin embargo, en los años de represión que siguieron a la reconstrucción en el sur, miles de ex esclavos pro­ cedentes de Luisiana, Mississippi y Texas se asentaron en pequeñas comunidades de negros en Nevada, Utah, el Pacífico noroccidental y, en general, en todo el oeste.24 Los emigrantes nativos tendían a dirigirse a lugares de la misma la­ titud, pues al ser la mayoría agricultores, les resultaba más fácil adap­ tarse. Gran parte de ellos pertenecía a la clase media25 —agricultores

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relativamente prósperos, comerciantes y profesionales— , y emigraba en familia para conseguir mayor cantidad de tierra a un menor precio para ellos y sus descendientes, o para escapar a tierras más saludables con un clima más suave, como Oregón y California, Distinta era la emigración esencialmente masculina y de pocos recursos, atraída por los descubrimientos de oro y plata, o que encontraba empleo en los ranchos de ganado. Los motivos cíe la emigración noreuropea — noruegos, suecos, ale­ manes, rasos-alemanes— tras la guerra civil fueron parecidos, pues buscaban también conseguir más tierras por menos precio, lugares mas saludables y un clima más suave. Así, muchos propietarios agrícolas •noruegos emigraron al oeste de Minnesota y a las Dakotas para escapar ■ : al «destino sin tierras» que les esperaba a ellos o sus descendientes.en Noruega. Una vez asentados, necesitaban mano de obra que hablara su propia lengua y compartiera: su cultura, por lo que pagaban el pasaje a noruegos inmigrantes más pobres a cambio de un tiempo de trabajo en Estados Unidos, lo cual les daba también a ellos la posibilidad de con’vertirse en propietarios. De esta forma se crearon redes de comunida­ des noruegas, suecas, alemanas y ruso-alemanas por todo el oeste.

T ie r r a s p u b lic a s p a r a to d o s : l a e x tin c ió n d e l y l a c o l o n iz a c ió n d e l a s G r a n d e s L l a n u r a s

b is o n t e

Una de las mayores atracciones de la emigración' europea al oeste era pues la posibilidad de acceder a la propiedad de la tierra con ma­ yor facilidad que en Europa y otras partes del «nuevo mundo», gra­ cias al ideal republicano-j effersoniano de construir una gran repúbli­ ca agrícola-comercial de propietarios familiares, y a una política definida y coherente de distribución de la tierra desde 1.785. Como he­ mos visto, la Ordenanza de la Tierra de 1785 dividía el territorio en lotes de 160 acres, que serían vendidos en subasta pública al precio mínimo de dos dólares el acre, reducido a un dólar y veinticinco cen­ tavos en 1820. La premisas básicas de este sistema eran, por una parte, que Esta­ dos Unidos no quería imitar a Europa y convertirse en un país con de­ sigualdades entre ricos propietarios y pobres arrendatarios, y por otra, al ser un país pobre en capital y rico en tierra, pensaba que distribu­ yendo las tierras a bajo precio y donándolas para la construcción de las infraestructuras básicas — escuelas, canales, carreteras, ferroca­

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rril— , la iniciativa privada podía desarrollar y colonizar el oeste con mayor rapidez que el gobierno federal. Durante la presidencia de Jackson, cuando la frontera se había tras­ ladado al Mississippi, la presión de la creciente población sobre las tie­ rras públicas excedía a la capacidad gubernamental para inspeccionar­ las y dividirlas en lotes, y miles dtsq u a tters ocupaban y cultivaban la tierra sin títulos de propiedad. Los políticos tenían puntos de vista dis­ tintos sobre esta ocupación ilegal. M u c h o swfíigs del sur y del este veían a los squatters como vagabundos sin ley, qué serían incapaces de mantener las instituciones básicas dé la república y llevarían al oeste a la anarquía. Pero la mayoría de los demócratas y los políticos del oes­ te los consideraban nobles pioneros que estaban manteniéndo la igual­ dad social e impulsando él rápido desarrollo del país. Esta última vi­ sión política fue la que venció y los demócratas aprobaron distintas leyes de pre-emtion (que daban derecho a «comprar primero») en la dé­ cada de 1830, que condujeron en 1841 a una ley permanente, según la cual, antes de la subasta, los squatters tenían derecho prioritario a com­ prar los 160 acres de tierra que habían ocupado a precio mínimo. Este ideal igualitario se rompía con la creciente presencia de los es­ peculadores, que amasaron enormes fortunas comprando cantidades ilimitadas de tierra, o pagarés intercambiables por tierra pública, al precio mínimo de un dolar y veinticinco centavos el acre, vendiéndolo después a un precio.mucho mayor. Indirectamente su aparición estuvo •ligada a la utilización por el Congreso de la tierra públrcá para finan­ ciar objetivos políticos y servicios públicos. La tierra-era la paga de los voluntarios y veteranos de guerra o el incentivo para las empresas que iban a construir canales o ferrocarriles.-Muchas veces estas concesio­ nes se daban en forma de pagaré, qué podían redimirse á cambio de tie­ rra o podían comprarse y venderse, desah'ollándosé un mercado de pa­ garés de tierra, en el que los especuladores los compraban al precio mínimo tasado por el gobierno de un dólar y veinticinco centavos el acre y podían venderlos por mucho más, como también hacían con la compra de tierras al gobierno. Por su parte, el Congreso hizo muy poco contra los especuladores, pues como no podía proporcionar el crédito necesario para adquirir tie­ rras y explotarlas, los especuladores ejercían esa función. Así fue cómo, con crédito de los especuladores, en las décadas de 1850 y 1860 consiguieron su tierra entre el 80-90 por 100 dé los agricultores. Tam­ bién los agricultores que querían conseguir más de 160 acres al precio mínimo se convertían en especuladores a través de los «clubs de subas­

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ta», en los cuales sus miembros, normalmente squatters, se comprome­ tían a no pujar uno contra otro en las subastas públicas y a impedir que otros pujaran contra los miembros del club, vendiendo después parte de la tierra obtenida para financiar la explotación de sus 160 acres. El objetivo republicano final de «acceso a la tierra libre» se consi­ guió durante la guerra civil, cuando los nordistas eran los únicos polí­ ticos representados en el Congreso. La Ley Homestead de 1862 garan­ tizaba 160 acres de tierra pública a los ciudadanos (y no ciudadanos) que la cultivaran y vivieran en ella,26 Esta Legislación, que finalmente dividía la tierra pública en los lotes más baratos y pequeños posibles, era ideal para el este y para las praderas al oeste del Mississippi, don­ de el terreno era fértil y la lluvia adecuada; pero sin riego, ni la lluvia necesaria, las grandes llanuras resultaron en la época de sequía un me­ dio inviable para mantener a una familia con 160 acres, lo que obligó a muchos propietarios a vender sus tierras a grandes rancheros o gana­ deros. Así, la Ley Homestead de 1862 logró sus objetivos en las tierras más húmedas del este de las Dakotas y en Nebraska, pero fracasó en el resto de las grandes llanuras y el lejano oeste. De esta forma, de los 32 millones en que Estados Unidos incrementó su población entre 1862 y 1890, sólo dos millones se asentaron en las casi 400,000 granjas que se formaron gracias a la Ley Homestead, Era un logro importante* pero no el objetivo ambicioso que se había marcado la ley en 18Ó2.27 El éxito de la colonización de Estados Unidos hasta esta fecha se 1>asó en la adaptación de los norteamericanos a un medio templado y húmedo,,muy parecido al de su procedencia, pero no-toda Norteaméri­ ca era tan templada y húmeda como Europa occidental pues el oeste, más árido y con un clima más extremado, se resistió a todos los inten­ tos de convertirlo en un ecosistema similar al del este. Los emigrantes hablaban de «conquistarla naturaleza», pero la idea de los graiijéros de transformar el paisaje del oeste en granjas familiares sólo produjo dis­ minución de cosechas, aumento de las riadas y erosión del suelo, como se pudo observar en las Grandes Llanuras en la década de 1890. Las praderas occidentales del Mississippi y las Grandes Llanuras eran tierras de pasto, a las que se habían adaptado con éxito los alema­ nes-rusos, provenientes de las estepas de Ucrania, pero los emigrantes noreuropeos y del noreste de Estados Unidos, acostumbrados a los bosques, encontraron las llanuras un lugar terrible, inhóspito, e inten­ taron transformarlo /E sta transformación comenzó con la extinción del bisonte, la base de la economía y el ritual indio. En su momento álgi­ do, 25 millones de bisontes debieron de pacer entre el este del Missis-

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sippi y las Rocosas, pero ya a finales del siglo xvin los cazadores los habían eliminado al este del Mississippi, y en el oeste ya estaban en de­ clive antes de la caza masiva a causa de la sequía, la destrucción del hábitat, la competencia con otras especies exóticas y la introducción de enfermedades. En 1840 aún pacían más de diez millones de bisontes en las Grandes Llanuras, divididas por el río Platter. La manada del sur tenía de seis a siete millones de bisontes, la manada del norte era algo menor; pero la especie ya era incapaz de reproducirse como antes de que comenzara la caza masiva. La primera presión comercial sobre las manadas del oeste comen­ zó con la explotación de ios indios de un mercado para sus mantas y pemmican, una mezcla de tiras de carne de bisonte, grasa y bayas, que no se estropeaba durante años, tenía un alto contenido energético y que compraban las compañías de pieles en grandes cantidades para sus tramperos en el subártico. La apertura de senderos en las Grandes Lla­ nuras supuso el comienzo de las matanzas sistemáticas de bisontes por emigrantes, soldados, deportistas del este y europeos; pero fue la lle­ gada del ferrocarril, que abrió un enorme mercado para las pieles, lo que anunció el fin del bisonte. Con el nuevo transporte y un mercado más amplio, los cazadores de bisontes se trasladaron a las Grandes Llanuras a principios de 1870, Entre 1872 y 1874, exterminaron 4.374.000 bisontes de la manada del sur, a los que habría que añadir 1.215.000 que eliminaron los indios, más los que pudieron ser cazados por los colonos o por deporte. Así, en 1875 la manada del sur se podía dar por desaparecida. En cuanto a la manada del norte, en 1876 el ferrocarril del Pacífico alcanzó Bismarck, Dakota del Norte, y empezó a penetrar en el territorio del bi­ sonte, al tiempo que el Ejército comenzaba a romper el dominio dé los sioux- en las llanuras septentrionales, iniciando así en 1880 la aniquila­ ción de la manada del norte, que había desaparecido al final de 1883, quedando sólo montañas de huesos blanqueándose al sol y al viento. La eliminación del bisonte afectó tanto a la economía como a la cosmología de los indios de las llanuras. Sin el bisonte los indios no podían resistir la presión de Estados Unidos; para los nómadas porque era la base de su economía, y para los agricultores, como los pawnees, porque era la base del ritual que permitía cultivar maíz cada año, ya que el sacrificio y ofrecimiento de la carne de búfalo era fundamental en las ceremonias que aseguraban la continuación de los ciclos natura­ les y permitían a los humanos vivir en la tierra. Como señaló el gue­ rrero crow Dos Polainas tras la extinción del bisonte: «Nada sucedió

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después, sólo sobrevivimos. No hubo más batallas, ni captura de caba­ llos, ni caza del búfalo. No hay nada más que contar».28 El vacío que dejaron los bisontes en las Grandes Llanuras lo llenó el ganado vacuno, que apareció por primera vez acompañando a las migraciones terrestres. Ya entonces comerciantes y conductores de animales comprobaron que el ganado vacuno podía resistir el invierno de las llanuras y crearon la primera manada, pero fue después de la guerra civil cuando los texanos comenzaron las largas marchas de ga­ nado vacuno, que extendieron los famosos cuernilargos texanos por el oeste. Economía, cultura y ecología, todo se combinó para producir una explosión del vacuno. Los cuernilargos de Texas eran una nueva casta descendiente de un cruce entre el vacuno criollo, introducido por los españoles, y los ingle­ ses cuernilargos, introducidos por los norteamericanos. Los rancheros texanos comenzaron a comercializarlo en la década de 1850, llegando a tener cinco millones de cabezas, y conoció su máxima expansión co­ mercial tras la guerra civil. Eran unos animales con largas piernas y cuernos, con muchos huesos y poca carne, que era correosa y dura. Pero estas deficiencias se compensaban por la resistencia del animal: podían viajar muy lejos con poca agua, defenderse contra los depredadores, to­ leraban el invierno sin índices de mortalidad demasiado elevados y casi sin alimento, por lo que eran los animales ideales para conducirlos a pa­ cer al norte y al oeste. Teñían el problema de transportar un pequeño parásito,,'que trans­ mitía la ílrni&ddLfiebre texana o española. Los cuernilargos eran resis­ tentes. a la enfermedad y el parásito moría durante los inviernos del norte, por lo que los comerciantes de vacuno podían comprarlos sin problema y llevarlos al este para engordarlos después del frío. Pero en primavera, verano y otoño el paso del vacuno tejano por una zona agrí­ cola provocaba la muerte del ganado y los animales de granja, con lo que ya en 1851 Missouri prohibió el paso del vacuno tejano por su te­ rritorio y Kansas estableció una línea de cuarentena en 1867 que no podían traspasar ni los vaqueros ni el ganado. Así es como se llegó a la constitución de ciudades ganaderas en el oeste, alejadas de las zonas de agricultores. Abilene, en Kansas, fue la primera de estas ciudades creada por la convergencia de la acción de los parásitos, los cuernilargos y el ferrocarril. En 1867, Joseph McCoy, un empresario de Illinois, estableció un punto de embarque de ganado en Abilene, en la conjunción del Pacific Railroad y el Chisholm Trail, que le unía a Texas a través de territorio indio. Aquí empezó el apogeo

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de las largas marchas de ganado, que cada verano durante veinte años llevaron el ganado hacia el norte, y de las grandes ciudades ganaderas, como Wichita, Caldwell, D odgeC ity, que compitieron con Abilene para atraer el ganado y los vaqueros. Fue también el momento cumbre de los vaqueros, hasta la intro­ ducción del alambre de espino en la década de 1870. En contra de la imagen mitificada posterior, los vaqueros eran hombres solos, trabaja­ dores temporeros, entre los que había mexicanos qué habían perdido sus tierras y negros que escapaban al oeste en busca de un trato más igualitario. La realidad, pues, tenía poco que ver con l a imagen ro­ mántica del vaquero como m odelo masculino «ánglo», naturalmente aristocrático, seguro de sí mismo. Su oficio comenzó á declinar Cuan­ do el alambre de espino'cércó las praderas del oeste, impidiendo pácer al ganado en campo abierto, y el ferrocarril hizoinneees arias las largas marchas de ganado hacia los puntos de embarque para el mercado. A medida que se extendía el ferrocarril, se creaban nuevos puntos de embarque y se disponía de más y más tierras para la cría de ganado. El ferrocarril de Missouri, Kansas y Texas alcanzó el norte de Texas en 1873, permitiendo así a los rancheros texanos una unión directa con Kansas City. AI mismo tiempo, el Pacífico-Texas discurría hacia el oeste a través del Estado hácia El Paso. El Santa Fe y el Denver y el Río Grande abrieron Nuevo México y muchas de las llanuras del sur. El Union Pacific llegó, a Cheyenne, Wyoming» en 1867, y al final cíela . década dé 1870, Sydney en Nebraska y Pine Bluffs, Cheyenne; y Rock River en Wyoming, llegaron a serlo s principales puntos de embarque del Union Pacific. En 1880 había aproximadamente cuatro millones de cabezas en Kansas, Nebraska, Colorado, Wyoming, Montana y las Da­ kotas, y el boom se aceleraba. El comienzo de la década de 1880 com binábala prosperidad rela­ tiva con una nación hambrienta de carne de vacuno y uña red ferrovia­ ria en expansión por las llanuras. Fue entonces cuando la industria ga­ nadera tuvo su apogeo y el capital europeo fluía hacia el oeste, pues el principal ingrediente de está industria, el pasto, era gratis y pocos ran­ cheros compraban la tierra en que pacía el ganado; de este modo, con una inversión pequeña de capital, se producían beneficios superiores al 40 por 100, Las Sociedades Anónimas se multiplicaron y sólo en W yo­ ming se habían formado 20 nuevas compañías en 1883. Conforme los precios de vacuno subían, se consiguió una raza su­ perior a los cuemilargos de Texas, producto de su cruce con los Herefords de cara blanca. El resultado fue una res que engordaba más rápi­

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do, tenía más carne y no era portadora del parásito que producía la fie­ bre texana. Este auge del vacuno rápidamente saturó las praderas y los mercados. A mitad de ia década de 1880, había 7,5 millones de cabezas de ganado en las Grandes Llanuras al norte de Texas y Nuevo México. La combinación de prados saturados y nuevos mercados contribu­ yó al desastre ecológico que los ganaderos produjeron en las llanuras entre 1885 y 1887. Al principio de la década de 1880, los inviernos fueron suaves, lo que permitió al ganado del este sobrevivir en las de­ hesas junto a los cuernilargos, Esta saturación de las dehesas provocó el descenso de la hierba más adecuada para el pasto y el incremento de las especies más desagradables y difíciles de tragar, por lo que un ga­ nado mal alimentado difícilmente podría soportar los rigores de un in­ vierno frío como el de 1885. El desastre comenzó en las praderas del sur, donde un animal que en 1870 podía mantenerse con cinco acres de tierra, necesitaba 50 acres en 1880. A esas dehesas ya sobresaturadas llegaron, en el otoño de 1885, 200,000 cabezas de ganado expulsadas de Oklahoma por pas­ tar ilegalmente en territorio indio, asentándose en Colorado, Kansas y Texas. Aquel fue uno de los inviernos más severos de la historia; el ga­ nado murió de hambre y frío, y las vallas de alambre de espino consti­ tuyeron una trampa mortal para muchas reses que quedaron atrapadas en ella. Al año siguiente, el desastre se produjo en las llanuras del nor­ te. El verano de 1886 fue seco y cálido, y el ganado entró en el invier­ no mal alimentado y debilitado, por lo que muchas reses no pudieron soportar el intenso frío y murieron atrapadas en las alambradas.. En 1887 el desastre ecológico alimentó el desastre económico. Con el país entrando en una depresión y los precios cayendo, los bancos exi­ gían la devolución de sus créditos y muchos rancheros tuvieron que vender en un mercado saturado, lo que significó su ruina e hizo caer aún más los precios. Después de las vacas, sus competidoras, las ove­ jas, heredaron muchas de las llanuras. La oveja necesitaba menos agua, era capaz de ir a buscar forraje más lejos y comía el pasto que el gana­ do vacuno no hubiera tocado. La cría de ovejas había sido la base de la economía de Nuevo México y se había extendido por el antiguo terri­ torio hispánico de California y Texas, pero conoció una expansión ma­ yor en 1870 hacia la meseta de Columbia, además de en Utah, Wyoming y Montana. Aquellas manadas del norte eran razas mejoradas para la producción de lana — Rambouillet y merinas— y no la raza co­ mún y de las «churras» del suroeste. Los ganaderos de reses lucharon contra la expansión de las ovejas, a las que consideraban animales in-

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feneres, criados por hombres inferiores, hispanos, vascos, mormones; pero en Wyoming y Montana la cría de ovejas sustituyó ál ganado va­ cuno como actividad agrícola principal en 1900. Con el declive en la productividad de las tierras de pastos, los gran­ jeros acabaron con el sistema de que el ganado paciese en campo abierto, heredado de españoles y mexicanos, y las compañías que so­ brevivieron a las crisis de las décadas de 1880 y 1890 cultivaron la hierba apropiada e irrigaron los campos para depender menos de la ve­ getación natural de la dehesa. Este cambio se afianzó a principios del siglo xx y necesitaba de la intervención del gobierno federal a fin de asegurar el agua necesaria para el cultivo del pasto y controlar el nú­ mero de animales que debían pacer en las tierras publicas.29 Como los ganaderos, los agricultores alteraron el medio ambiente del oeste con tremendas consecuencias. La aridez fue el mayor desafío al que los agricultores tuvieron que enfrentarse en las Grandes Llanu­ ras. Las praderas al oeste del Mississippi estaban dominadas por enor­ mes extensiones de hierba alta, interrumpidas sólo por delgadas hileras de árboles en los cursos de agua; pero conforme se avanzaba hacia el oeste, hacia las Grandes Llanuras, desaparecían los árboles y la hierba alta. No había una frontera exacta entre las praderas y las Grandes Lla­ nuras, sino una ¿ona de transición de 150 a 250 kilómetros de ancho, cuyo centro estaría en la longitud de 98° 30’. Este cambio de paisaje Constituía el reflejo más visible de la aridez del terreno, pues el pro­ medio de lluvias suponía la mitad del de las tierras del valle del Mis­ sissippi, lo que era insuficiente pafa cultivar maíz o trigo con los mé­ todos agrícolas tradicionales. La emigración a las Grandes Llanuras en la década de 1880 coinci­ dió con uno de los ciclos húmedos de las llanuras, por lo que los pio­ neros pensaban que la explotación agrícola estaba transformando el clima. En esas condiciones el terreno parecía tener ventajas, pues la tierra era barata, resultaba adecuada para el cultivo del cereal y la au­ sencia de árboles hacía más fáciles los trabajos de roturación. Pero in­ cluso cuando llovía y crecían las cosechas, era difícil adaptarse a la na­ turaleza inhóspita de las llanuras. En una tierra sin árboles, la casa de troncos tuvo que ser sustituida por casas de hierba o refugios subterrá­ neos, hábitats sucios y húmedos. Los granjeros tenían que soportar un clima muy extremado — cálido y seco en verano, muy frío en invierno y siempre ventoso— , con plagas de langosta que se comían las cose­ chas y contaminaban las aguas. Cuando las lluvias fallaron a partir de 1889, y hasta bien entrada la década de 1890, la vida se hizo durísima

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y muchos propietarios familiares vendieron sus tierras a propietarios con mayores recursos y volvieron al este. Algunos emigrantes con más tierras y capital sobrevivieron a la sequía y se adaptaron a los ciclos climáticos de las llanuras; buscaron otros métodos de cultivo, como la irrigación con aguas subterráneas y la agricultura de secano, y cultivaron especies resistentes, dejando campos en barbecho. Con ambos métodos de cultivo, grandes explo­ taciones agrícolas y la mecanización que comenzó a principios del si­ glo xx, las Grandes Llanuras conocieron un nuevo auge económico entre 1900 y 1920 — aprovechando la demanda de la primera guerra mundial— , y en el norte se pusieron en explotación cinco millones de acres de tierra. Cuando los precios agrícolas comenzaron a caer otra vez en la década de 1920, sólo siguieron prosperando las explotacio­ nes más extensas y mecanizadas, pero parecía que al final las Grandes Llanuras se habían domesticado y otros nuevos cinco millones de acres se pusieron en explotación en el sur entre 1925 y 1930. Se creía que los problemas de la década de 1920 eran económicos y organiza­ tivos, pero no medioambientales, y se seguía creyendo en 1930, cua­ tro años antes de que la dust bowl (tormenta de arena) desertizara los campos de Oklahoma, arruinando a los agricultores de esa zona.30

F rontera

u r b a n a : c r e c im ie n t o u r b a n o y n u e v a in m ig r a c ió n

A pesar de la rápida colonización del oeste tras la guerra civil, fue­ ron las ciudades las que atrajeron a un mayor número de inmigrantes nacionales y extranjeros. Desde la revolución hasta 1830, Estados Unidos fue un país eminentemente rural, donde las ciudades — que eran los centros comerciales y políticos—- tenían menos del 5 por 100 de la población total de cualquier región. Pero en 1830 comenzó un proceso de urbanización que se aceleró tras la guerra civil y que en 1890 había convertido al país en uno de los más urbanizados de Oc­ cidente tras el Reino Unido, Holanda, Bélgica y Alemania. La trans­ formación del paisaje urbano fue tal, que ya en 1872 los líderes políti­ cos reconocieron implícitamente que la ciudad se estaba convirtiendo en el hábitat dominante e hicieron del paraje de Yellowstone el primer Parque Nacional. Este crecimiento urbano afectó a todo el país y no sólo a las anti­ guas ciudades del este. En el medio oeste florecieron San Luis y pos­ teriormente Chicago; gran parte de la emigración y colonización del

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oeste fue urbana, como demostró el crecimiento de Minneapoiis, Saint Paul, Omaha, Kansas City, Denveiy San Francisco, Los Ángeles y Seattie; mientras que en el sor destacaban Durham, Birminham y Houston. Muchas de estás ciudades eran centros industriales que atrajeron a cientos de miles de inmigrantes, requiriendo toda una proliferación de nuevos servicios; pues en esta nueva etapa de la urbanización nortea­ mericana, que se extendió hasta 1930, la industria tendió a trasladarse del campo a la ciudad. La urbanización estadounidense no sólo se caracterizó pór su rapi­ dez, sino que la mayoría de las ciudades era de hueva planta, y fueron pensadas para utilizar los transportes de masas — ferrocañil, tranvía, metro, coches— e inventos fundamentales como ei ascensor a partir de 1889. Su origen reciente y el hecho de que tuvieran un enorme poder hasta el New Deal — pues eran legalmente empresas públicas, que po­ dían actuar sin Otra limitación que lchttaginación de sus políticos— , les confirió una fisonomía distinta de las ciudades europeas. Eran ur­ bes con centros comerciales y de negocios dominados por los grandes rascacielos, con suburbios residenciales donde sé iba retirando la clase media, mientras que la creciente población obrera inmigrante se agru­ paba en guetos étnicos en el centro urbano, que iba degradándose y se tomaba más peligroso cuanto más se alejaba la clase media.31 Chicago era la gran ciudad que, como ninguna otra, representaba el rápido desarrollo urbano posterior a la guerra civil. Situada junto al lago Michigan; en la desembocadura del río Mississippi, se convirtió a finales del siglo xvm y principios del xix en un enclave militar y de comercio de pieles americano y europeo en medio de una región india. La construcción en 1848 del canal de Michigan e Illinois, que unía lo s . Grandes Lagos y el sistema fluvial del Mississippi, la convirtió en la puerta del oeste. En 1852 las primeras líneas de ferrocarril la unían al este y al final de la década de 1850 había sustituido a San Luis como punto de enlace entre el este y él oeste, al convertirse en un nudo fe­ rroviario fundamental, que atraía todo tipo de actividad económica. La creación dé la Universidad del Noroeste en 1851 era un testimo­ nio de su creciente importancia cultural, y la celebración en 1860 de la Primera Convención del Partido Republicano, que eligió a Lincoln, indicaba su creciente peso político. En la década de 1860 y tras la guer­ ra civil, comenzó la industrialización de la ciudad principalmente con industrias de transformación, relacionadas con el desarrollo de su hinterland, como almacenamiento de grano en silos, aserraderos, indus­ trias cárnicas; seguidas por las de producción de máquinas, herramien-

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tas e instrumentos agrícolas.32 En 1880, Chicago tenía la mayor canti­ dad de mano de obra asalariada al oeste de los Apalaches — 75.000 personas— , y sus fábricas produjeron casi 0,5 billón de dólares en bie­ nes de mercancías.33 La modernización arquitectónica se inició tras el incendio de 1871 que, aunque dejó las infraestructuras ferroviarias y las estructuras pro­ ductivas intactas, destruyó todo el centro de la ciudad. Su reconstruc­ ción generó un boom inmobiliario que animó a los arquitectos a apro­ vechar al máximo el espacio disponible, elevando los edificios hasta inventar los rascacielos, los cuales dominaron el centro de la ciudad. Las clases acomodadas se desplazaron por primera vez a las urbaniza­ ciones residenciales, donde buscaron crear un paisaje ideal que combi­ nara la comodidad urbana con «una cuidadosa selección de distraccio­ nes rurales». «La urbanización era así un lugar con árboles, céspedes, senderos y casas confortables» en el que los niños podían jugar sin pe­ ligro y las familias de ciase media podían escapar de la miseria y los riesgos de la ciudad... era el campo sin sus incomodidades; el campo más las ventajas de la ciudad.»34 Pero este paisaje parasitario necesita­ ba para existir el incómodo campo y la ajetreada ciudad, de forma que entre los rascacielos comerciales y las urbanizaciones se encontraban los hacinados barrios pobres y las humeantes y malolientes fábricas. En 1890, Chicago superó a Eiladelfia «segunda gran ciudad de Es­ tados Unidos tras Nueva York». Su posición en la jerarquía urbana es­ tadounidense dependía de su especial relación financiera y comercial con Nueva York, al ser la conexión entre este y oeste. En 1893, la Ex­ posición de Chicago, que celebraba el 4.° Centenario de la llegada de Cristóbal Colón a América, supuso el reconocimiento de la ciudad en Estados Unidos y en el mundo. Chicago se presentaba como expresión de la modernidad, y en plena depresión de la decada de 1890, trataba de mostrar el siglo xix como una época de enorme progreso. Los visi­ tantes de la exposición manifestaron el conjunto de sensaciones con­ tradictorias que les producía la ciudad y que se entendían como la pro­ pia modernidad: fábricas malolientes, que lo cubrían todo con una nube oscura, sorprendentes rascacielos en su centro comercial, barrios pobres y hacinados, plácidos suburbios y el ruido monótono y la con­ fusión que «no paraban ni de día, ni de noche».35 Chicago dobló su población en la década de 1880, pasando de 503.000 habitantes a 1.100.000. Otras ciudades del mundo, como Toronto, Sao Paulo, Berlín, Nueva York, Hamburgo y Río de Janeiro, crecieron en proporciones similares en algo más de tiempo. El creci-

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1910, se excluyera al 30 por 100 de los que llegaban. Los chinos fue­ ron los primeros inmigrantes asiáticos en llegar a la costa oeste desde las empobrecidas regiones agrarias de Kwangtung en el sur de China para trabajar en las minas de oro de California y en la construcción del ferrocarril. En 1880 había 100,000 chinos en Estados Unidos, 75.000 de los cuales residían en California, provocando desde el primer mo­ mento el rechazo de los trabajadores blancos porque recibían menos salario y eran muy buenos trabajadores, diligentes y abnegados.39 Los prejuicios contra los chinos se convirtieron en Leyes de Ex­ clusión cuando en la década de 1880 se acabó la necesidad urgente de mano de obra barata para el ferrocarril. Un nuevo tratado con China permitió a Estados Unidos «regular, limitar y suspender» la inmigra­ ción china y en 1882 el presidente Chester Artur firmó la Ley de Ex­ clusión China, por la que se suspendía por diez años la inmigración de este país, haciéndose permanente en la Ley de Exclusión de 1904. También el prejuicio racial fue intenso contra los japoneses, el mayor grupo migratorio asiático que llegó a Estados Unidos a finales del si­ glo xix. Inicialmente, la mayoría — 28.691— fue a Hawai a trabajar en la caña de azúcar; más tarde, trabajadores cualificados, estudiantes y comerciantes fueron a la costa oeste de Estados Unidos y grupos más pequeños a Canadá, el Caribe francés, Perú y Australia. Muchos inmigrantes europeos, como los italianos, griegos y esla­ vos, practicaron una inmigración temporal e incluso estacional, per­ maneciendo en Estados Unidos de la primavera al final del otoño y regresando a sus países durante el invierno. Y ésta fue también la ca­ racterística general de los canadienses y mexicanos, que cruzaban con facilidad las fronteras norte y sur del país. Cuando en 1840 se unieron el Alto y Bajo Canadá, el gobierno del dominio de Canadá hizo todos los esfuerzos que pudo para animar la inmigración europea, pues los francocanadienses se resistían a colonizar las extensas tierras del oes­ te de Canadá, pero paradójicamente emigraban de forma estacional a Estados Unidos, como el único medio de salvar sus granjas familiares. Algunos francocanadienses fueron al norte de Nueva York, a i oeste de Pensilvania, a Ohio, pero la mayoría se quedó en Nueva Inglaterra tra­ bajando con los irlandeses en la industria tex til A finales del siglo xix, el más de medio millón de emigrantes francocanadienses en el nores­ te de Estados Unidos eran considerados «los chinos de los Estados del este» por su abnegación y destreza en el trabajo, provocando también el rechazo y prejuicios nativistas por ser católicos, pobres, ignorantes y resistentes a la asimilación.

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Los mexicanos que entraban por la frontera sur se dirigían a la eco­ nomía agraria del suroeste. Cuando en 1848 se firmó el tratado de Guadalupe-Hidalgo, ya vivían 75.000 mexicanos en las regiones de lo que serían los Estados de California y Nuevo México, pero el desarro­ llo económico de esta región en el cambio de siglo llevó a los mexica­ nos a cruzar en masa la frontera tanto ilegal como legalmente, en una emigración estacional o bien permanente. Eran muchos y trabajaban por salarios bajos, sustituyeron a los chinos en la construcción de las líneas de ferrocarril del suroeste, dotaron al sur de California, Texas y Arizona de una agricultura productora de algodón y construyeron em­ balses que convirtieron los valles de San Joaquín e Imperial, en el cen­ tro de California, en tierras muy fértiles. Esta mano de obra ilegal y temporera fue especialmente bien recibida en los años de la primera guerra mundial, pues gracias a ella se pudo mantener la producción agrícola cuando toda la economía y la población del país estaba cen­ trada en el esfuerzo bélico; pero seguían sin ser bien aceptados como residentes permanentes, susceptibles de optar a la ciudadanía estadou­ nidense.

C o n f l ic t o

s o c ía l y s e g u n d a f o r m a c i ó n d e l a c l a s e o b r e r a

Si desde 1865 a 1890 la industrialización, el crecimiento de las ciu­ dades y la inmigración masiva y diversa estaban transformando total­ mente la sociedad norteamericana, la creciente protesta e intentos de organización de una clase obrera principalmente inmigrante mostra­ ban abiertamente una sociedad conflictiva y desigual, indicando que el impresionante crecimiento económico estaba en contradicción con los principios igualitarios de la república americana. La primera manifestación de descontento de la clase obrera en esta etapa de desarrollo industrial acelerado comenzó en las minas de an­ tracita del este de Pensilvania durante la guerra civil. Entre 1862 y 1875 fueron asesinados 16 empleados de las minas, otros sufrieron pa­ lizas y hubo numerosos actos de sabotaje industrial. Las acciones se atribuyeron a los Molly Maguires, una sociedad secreta famosa en el campo irlandés de la primera mitad del siglo xix por su violencia. Los hijos e hijas de la señora Molly Maguire se vestían de mujeres, en re­ ferencia a la mítica mujer que simbolizaba su lucha contra la injusticia, se ennegrecían o emblanquecían las caras y ejecutaban la «Legislación de medianoche» contra propietarios, policías, magistrados y arrendata-

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miento de las ciudades en el mundo occidental entre 1880 y 1920 fue alimentado por grandes migraciones nacionales, transnacionales y transatlánticas, debidas al aumento demográfico, la crisis de la agri­ cultura familiar y la demanda de mano de obra en las industrias con­ centradas en las urbes,36 Particularmente llamativo fue el incremento de la emigración tran­ satlántica a causa del abaratamiento de los costes de transporte, el de­ sarrollo de los medios de comunicación de masas y las posibilidades de una mejora rápida del nivel de vida, Gran parte de esta emigración fue a América, y dentro del continente americano, la mayor proporción y la más diversa se dirigió a Estados Unidos, aunque a diferencia de Argentina y Brasil, ni subsidiaba el viaje, ni ofrecía una naturalización inmediata, ni el gobierno federal tomaba parte activa en reclutar a la emigración. Entre 1880 y 1921, alrededor de 23.500.000 personas emigraron a Estados Unidos. La elección del país §e basó en la combinación de ser­ vicios que ofrecía mayores oportunidades económicas, la atracción de un sistema político liberal-democrático de alta participación con Judi­ catura independiente, Leyes de Naturalización bastante democráticas y tolerancia religiosa. Por otro lado, Estados Unidos poseía una capaci­ dad de absorción de inmigrantes mayor que cualquier otro país. Sus di­ mensiones, enormes recursos y el desarrollo económico que estaba ex­ perimentando desde la guerra civil demandaba tanto población para colonizar su última frontera, como sobre todo mano de obra barata y no cualificada para su potente industria. Ya en 1864, al aprobar la Ley de Contratos de Trabajo, el gobierno federal fomentaba a la inmigra­ ción, al permitir a las empresas reclutar trabajadores extranjeros, pa­ gándoles el viaje. Tenía también una política de puertas abiertas, si­ milar a otros países americanos, pero del reclutamiento directo de inmigrantes no se encargaban los agentes federales, sino compañías privadas con necesidad de trabajadores o líneas de barcos de vapor de­ seosas de llenar sus buques.37 A la costa este llegaba la mayor parte de la llamada nueva inmigra­ ción europea, compuesta por judíos, católicos y ortodoxos de distintos países del sur y este de Europa, como italianos, griegos, húngaros, che­ cos, eslovacos, polacos, serbios y croatas. Desde 1892, muchos de ellos, tras pasar por el centro de recepción de la isla de Ellis, en las cos­ tas de New Jersey, recibían el sello de aprobación para entrar en el país después de tres o cuatro horas de espera. Sólo al 2 por 100 de los recién llegados se les negaba la entrada y eran devueltos a sus países de orí-

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gen por ser considerados criminales, rompehuelgas, anarquistas o tener enfermedades infecciosas como tuberculosis y tracoma. Tras la isla de Bilis y los otros puntos de desembarco en Boston, Filadelña, Baltimo­ re, Nueva Orleans y Galveston, se dirigían a todas paites menos al sur, sobre todo al noreste, medio oeste y oeste, y aunque la mayoría busca­ ba trabajo en las industrias de las ciudades, la emigración en busca de tierras no había desaparecido y continuó hasta 1914, fecha en que tan­ to los ferrocarriles como los gobiernos estatales tuvieron tierras para vender a precios relativamente asequibles. Las cadenas migratorias de familiares y amigos ya establecidos ju ­ garon un papel crucial en dirigir a personas específicas a sitios concre­ tos y en copar empleos determinados, y estas relaciones endogámicas continuaron fuera del lugar de trabajo, en ios barrios y relaciones so: ciales.38 Una vez alcanzado su destino, vislumbraban los atractivos eco­ nómicos de Estados Unidos, Aunque el éxito no alcanzaba a muchos de los inmigrantes y nativos, existió una posibilidad de acceder a la pro­ piedad de la tierra en el medio oeste y en el oeste hasta la primera guer­ ra mundial; asimismo, los salarios en fábricas, ferrocarriles, construc­ ción o minas superaban a los europeos, mientras que el costo de la vida era igual o más bajo. : Algunos en esta nueva Inmigración, como los judíos rusos que huían de la persecución religiosa o las otras minorías oprimidas en el imperio ruso, «emigraron paia quedarse. Otros lo hacían de forma tem­ poral, para ganar dinero y itg ie sa r a su país, Una parte de éstos no tuvo más remedio que q u ed are , pero la elevada proporción de ree­ migrados en ésta oleada — 54 por 100 entre 1908-1914— alentó con­ tra ellos los prejuicios nativistas, considerándolos aves de paso, que venían a apropiarse de la riqueza del país para llevársela a su país de origen. Este prejuicio se añadía a los temores nativistas ante una inmigra­ ción católica, judía u ortodoxa, que no hablaba inglés y procedía en su mayoría de zonas agrícolas de países económica y políticamente más atrasados que Europa occidental o central. También había un fuerte prejuicio racial respecto a que el enorme volumen de estas «etnias in­ feriores» deshiciera la esencia de la raza norteamericana, síntesis su­ perior de las razas anglosajona, nórdica y germánica. Pero en estos años, los mayores prejuicios nativistas y las únicas restricciones migratorias fueron contra la emigración asiática que de­ sembarcaba en la costa pacífica, lo que explica que en el punto de re­ cepción de la isla del Angel, en San Francisco, que abrió sus puertas en

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rios, ejerciendo así una «justicia retributiva» para corregir las viola­ ciones de lo que se consideraba socialmente correcto. La mayoría de los Molly Maguires de Pensilvania provenía de la región noroccidental y central del Ulster, concretamente de Donegan, una de las provincias más pobres de Irlanda —que perdió el 30 por 100 de su población en las hambrunas de 1820 a 1840— , donde la ele­ vada proporción tanto de protestantes como de católicos aumentaba el odio religioso y el sectarismo entre su población, lo que les predispo­ nía a interpretar la explotación en términos sectarios. En comparación con otras zonas de Irlanda, la población de Donegan emigró tardía­ mente — primero temporalmente a Escocia y otros lugares del Uls­ ter y posteriormente de forma permanente a Estados Unidos— y mu­ chos hablaban irlandés, lo que reforzaba su condición de «emigrantes anómalos».40 En Pensilvania, algunos de estos emigrantes de Donegan adaptaron su tradición de violencia rural ritual a las condiciones de explotación y discriminación que sufrían en las minas de antracita. El este de Pensil­ vania era un centro industrial importante en el Estados Unidos del si­ glo xix, pero estaba enclavado en un entorno semirrural montañoso y muy boscoso, donde hasta 1870 la explotación de las minas corría a cargo de pequeñas empresas y la extracción del mineral bajo tierra era muy difícil. Los inmigrantes irlandeses, todos ellos dedicados a la mi­ nería como trabajadores no cualificados, eran la minoría mayoritaria de la zona minera y se encontraron con una división del trabajo que re­ flejaba la discriminación étnica hacia ellos. La tensión era particular­ mente intensa con los trabajadores nativos y, sobre todo, con los galeses — que eran mineros autónomos y cualificados-—, y tomó la forma de lucha callejera entre bandas rivales de galeses e irlandeses, en la que se incluía toda una serie de palizas, asaltos, peleas y asesinatos que se atribuyeron a los Molly Maguires.41 La primera oleada de asesinatos tuvo lugar entre 1862 y 1868, en medio de la violencia que generó la guerra civil y de las protestas con­ tra el reclutamiento obligatorio. El crecimiento é< onómico de la guerra civil estuvo acompañado de la dirección centralizada de las minas y el recrudecimiento de los prejuicios laborales contra los irlandeses, por ser incapaces de adaptarse al ideal del free labor republicano, pues no aspiraban a ascender socialmeníe, no se adaptaban a la ética puritana y se oponían a la lucha antiesclavista por temor a la competencia laboral de los esclavos liberados y fidelidad al Partido Demócrata. Por otro lado, aunque 320.000 habitantes del Estado de Pensilvania lucharon en

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el Ejército de la Unión, Pensilvanía fue, junto con Ohio, Indiana, Illi­ nois y Nueva York, el centro principal de oposición a la Ley de Reclu­ tamiento Obligatorio, que excluía a los ricos de la lucha. Al finalizar la guerra civil, el término ¡Molly Maguire era un lugar común para refe­ rirse a los irlandeses, que expresaba «desorden social, activismo obre­ ro y resistencia organizada al reclutamiento».42 Los asesinatos de los Molly Maguires continuaron tras la guerra en un período de inestabilidad provocado por la desmovilización de miles de soldados, el continuo flujo de inmigrantes, el declive de los precios del carbón y la caída de salarios tras el auge bélico. Sin embargo, en­ tre 1868 y 1874, coincidiendo con el comienzo del control de las mi­ nas por la compañía ferroviaria Reading Railroad, bajó el nivel de vio­ lencia debido al establecimiento de un nuevo sistema judicial y al éxito sindical de la Asociación Benéfica de los Trabajadores (Workingm.en 's Benevolent Association, WBA), el primer sindicato americano de am­ plia base, en el que la solidaridad de clase superaba las distinciones ét­ nicas y de cualificación. Era la primera vez que los mineros disfrutaban de una organización poderosa que representaba a toda la industria de la región, rechazaba la violencia, buscaba la armonía entre capital y trabajo, intentaba contro­ lar la producción y distribución de carbón para mantener altos los pre­ cios de éste y los salarios y que consiguió un enorme éxito con la apro­ bación en 1870 de la Ley de Seguridad Minera, En un momento en que los Estados y el gobierno federal dejaban el poder policial en manos privadas, la Reading Railroad tenía su propia policía — Coal & Iron Pólice of the Reading Railroad— , y para debilitar al sindicato infiltró en él a dos detectives de la famosa Agencia Pinkerton, que debían probar que éste estaba relacionado con el terrorismo de los Molly Maguires, Ambos detectives no en­ contraron ninguna relación entre los Molly Maguires y la organiza­ ción obrera, pero la establecieron porque era la base de la estrategia de la em presa para debilitar al sindicato y asegurar su control total de la industria del carbón. En plena depresión económica que comenzó en 1873, la confrontación final entre la Reading Railroad y la WB A tuvo lugar en 1875, en una larga huelga de seis meses que supuso el comienzo de la desaparición del sindicato, y que fue reflejo de derro­ tas similares del movimiento obrero norteamericano tras las enormes ganancias obtenidas en los años posteriores a la guerra civil. Después del fracaso de la huelga de mineros, una nueva oleada de asesinatos estremeció la región de la antracita en el verano de 1875, recibiendo

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la condena tanto de la Iglesia Católica, como de los líderes del debi­ litado sindicato. Tras la detención de los sospechosos, los juicios contra los Molly Maguires comenzaron en enero de 1876, el año del centenario de la Declaración de Independencia y acabaron en agosto de 1878. Los acu­ sados fueron arrestados por policías privados y acusados con la evi­ dencia de un detective* que a su vez había sido acusado de agente pro­ vocador; la evidencia del detective fue completada por una serie de informadores que dieron la vuelta a la evidencia del Estado; los católi­ cos irlandeses fueron excluidos de los jurados; muchos de los fiscales trabajaban para las compañías mineras y el ferrocarril, y el fiscal es­ trella no era otro que FranM inB.G üw en, presidente de Reading Railroad. Los juicios de los Molly Maguires representaron así una de las mayores derrotas de la soberanía en la historia norteamericana, pues una compañía privada inició la investigacióna través de una agencia privada de detectives, una policía^ privada arrestó a los supuestos cul­ pables, los fiscales de la compañía de carbón los acusaron y el Estado sólo les proporcionó la sala y el verdugo. Algunos de los quince declarados culpables fueron probablemente inocentes, aunque la mayoría estaría implicada en los asesinatos: Las ejecuciones comenzaron el 21 de junio de 1877, el llamado «jueves ne­ gro», y aunque eran oficialmente privadas, pues las públicas se abolie­ ron en 1834, algunos cientos de ciudadanos tuvieron el privilegio de asistir, mientras que otros miles se congregaban fuera de los muros de la prisión; los detalles se difundieron a través de la prensa nacional, ex­ tendiendo la idea de se trataba de una «conspiración extranjera irlan­ desa» que aterrorizaba la región de la antracita mediante el terrorismo y la acción sindical.43 Todoslos irlandeses eran pues culpables, ya que en el ambiente na~ ti vista de la época éstos, incapaces de ajustarse a la ética austera y fru­ gal del protestantismo y la clase media, contenían todos los atributos de la depravación moral: pobreza, alcoholismo, criminalidad, locura, pereza, idolatría y corrupción política. Mientras tanto, la comunidad irlandesa-americana, empeñada en buscar su sitio en la sociedad nor­ teamericana, insistía en manifestar su oposición, su rechazo a la exis­ tencia de un comportamiento ético esteorotipado y uniforme para to­ dos los irlandeses, y a un supuesto carácter nacional.44 El conflicto de las minas de antracita no expresaba solamente el de­ sajuste económico entre una mayoría de la clase obrera, no cualificada y mayoritariamente inmigrante, y una minoría de trabajadores cualifi­

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cados nativos, con salarios raücho más elevados y control sobre su tra­ bajo; sino también el deseo de los trabajadores irlandeses de alcanzar­ la plenitud de derechos políticos de que gozaban los trabajadores nati­ vos desde hacía tres décadas. Con el juicio y la ejecución de los Molly Maguires acabó la tradi­ ción irlandesa de justicia retributiva y el primer sindicalismo moderno del movimiento obrero norteamericano; pero los mineros irlandeses si­ guieron buscando una alternativa en organizaciones que seguían las pautas organizativas de las Sociedades Secretas y conjugaban naciona­ lismo irlandés y movimiento obrero, confirmando la idea de que en este casó etnia y nacionalismo no segmentaban a la clase obrera, sino que aumentaban su solidaridad. En 1876 apareció por primera vez la Clanna-gael, que recurrió al uso de la fuerza armada pará conseguir la repú­ blica de Irlanda. A principios de 1880, la Liga Agraria unió nacionalis­ mo y movimiento obrero y está misma síntesis estuvo presente en la formación de Terence Powderly, el primer líder de la Orden de los Ca­ balleros del Trabajo los Knights of Labor — la primera gran asociación obrera norteamericana— , que trabajó como presidente del Consejo de la Liga Agraria y tesorero dé la Clan-na-gael.45

C ontra

l o s m o n o p o l io s , l a h u e l g a f e r r o v ia r ia b e

1877

Cuando las ejecuciones de los Molly Maguires comenzaron en el yorano de 1877 y parecieron sofocar definitivamente un focó aislado de terrorismo y protesta labora!, provocado por una «conspiración irlande­ sa», la huelga del ferrocarril puso a 100,000 trabajadores en huelga, pa­ ralizó las principales vías ferroviarias y se extendió por todo el país. Un año después del centenario de la Declaración de Independencia y en lo peor de la depresión económica que había comenzado en 1873, la huel­ ga en el sector simbólico del nuevo desarrollo capitalista corporativo expresaba el descontento general de desempleados, de trabajadores que veían reducir sus salarios y de amplios sectores de la sociedad contra el «poder del dinero que se convirtió en supremo sobre cualquier cosa», así como contra la frustración por que los sueños de la república no se hubieran realizado, pues «la cíase trabajadora de este país [...] de re­ pente ve al capital tan rígido como un monarca absoluto».46 La huelga de 1877 fue el primer conflicto nacional serio tras la guerra civil y algunos pensaban que podía ser «el comienzo de una gue­ rra civil entre trabajo y capital». Un periódico obrero la interpretó como

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«el comienzo de la segunda revolución americana», que inauguraba «la independencia del trabajo del capital».47 Tras la Comuna de París, la huelga ferroviaria fue interpretada por los principales periódicos como una «conspiración comunista», en la que habían jugado un papel destacado la I Internacional y el Partido de los Trabajadores de Esta­ dos Unidos (Workingmen Party o f United States, WPUS). Por eso, el temor de las clases altas provocó una reacción desmedida y se recurrió a las tropas federales y a los ejércitos privados de las empresas, que en­ conaron la huelga dejando un saldo de 100 muertos y miles de dólares de propiedad destruida. Era lógico que esta primera huelga nacional de importancia em ­ pezara en el ferrocarril, pues no sólo constituía el principal negocio del país, sino que se había convertido en económicamente indispen­ sable. Las compañías ferroviarias tenían un enorme poder político y económico; poseían minas de carbón y hierro, controlaban la m aqui­ naria política, buscando y consiguiendo favores legislativos, e inclu­ so habían influido en la elección como presidente en 1876 del repu­ blicano Rutherford B. Hayes.48 Esta concentración de poder afectó a agricultores y comerciantes de pequeñas ciudades, que vieron cómo se encarecía su modo de vida por la presencia del ferrocarril, lo que explicaría la hostilidad de amplios sectores de la población contra este nuevo poder. En cuanto a la situación de los trabajadores no cualificados del fe­ rrocarril, ésta era muy precaria.49 Sin organización sindical, era común entre ellos el desempleo temporal o el trabajo precario durante cuatro días a la semana; la empresa les exigía que estuvieran siempre dispo­ nibles, alojándose en hoteles de la compañía, y cuando finalmente per­ cibían sus salarios, con demoras que llegaban a los tres meses, solían seguir en deuda con la compañía, que podía así obligarles a realizar un trabajo no pagado, como limpiar los vagones. Era, además, una ocupa­ ción peligrosa, cuyo riesgo aumentaba por la reducción constante de las tripulaciones. Los salarios descendieron y las condiciones de trabajo empeoraron cuando comenzó la depresión de 1873; los trabajadores respondieron con las huelgas de 1873 y 1874, que anunciaron lo que podría pasar tres años más tarde, pues aunque no‘tenían sindicatos, ni experiencia organizativa, tenían el poder de interrumpir el tráfico de mercancías, paralizando así la actividad económica en regiones enteras, sin levan­ tar rechazo — sino más bien provocar simpatía— en amplios sectores de la comunidad.

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En 1877 la situación había empeorado en todo el país. Había cinco millones de desempleados, muchos de los cuales vagaban por todo el territorio, buscando trabajo en otras zonas y viviendo de la caridad. Los que tenían la suerte de trabajar vieron que sus salarios caían continua­ mente mientras que los 30 sindicatos nacionales que existían en 1873 se habían convertido en nueve en la primavera de 1877, con un total de 50,000 afiliados, una pequeña fracción de la población de la clase tra­ bajadora no agrícola. En mayo de 1877, las cuatro principales compañías ferroviarias, reu­ nidas en Chicago, decidieron reducir otro 10 por 100 los salarios. La oposición a esta medida fue el comienzo de la organización de la huelga. El 2 de junio de 1877 se constituyó en Pittsburg el Sindicato de Ferro­ viarios (The Trainmen '$ Union), el primero que agrupaba a miles de tra­ bajadores cualificados y no cualificados de Baltimore a Chicago. Quería comenzar una huelga general ;el 27 de junio si los patronos no elimina­ ban la reducción salarial. Por divisiones entre sus filas, la huelga se apla­ zó y el 1 de julio todas las compañías de ferrocarril, excepto la Baltimo­ re & Ohio, aplicaron la reducción del 10 por 100. Esta última compañía redujo sus salarios el 16 de julio y, para su sorpresa y la del sindicato, la huelga comenzó espontáneamente en Mertinsburg, Virginia Occidental, extendiéndose después a las principales ciudades de la línea Baltimore & Ohio, en los Estados de Maryland y Ohio. Ante la insuficiencia de la milicias estatales para contener a los huelguistas y simpatizantes, el go­ bernador y el presidente de la B & O consiguieron que el presidente Hayes enviara a 500 soldados a Baltimore. A partir de entonces la huelga se extendió por Pensilvania, New Jersey, Nueva York, Indiana y San Fran­ cisco en California, y por Chicago y San Luis en Illinois. Los mayores y más violentos disturbios comenzaron en Pittsburg el 19 de julio, en el ferrocarril de Pensilvania, en protesta por la políti­ ca de la compañía de colocar en los convoyes dos locomotoras, que re­ molcarían trenes más largos, reduciendo las tripulaciones de los con­ voyes, pero haciendo el trabajo de los guardafrenos más peligroso. La huelga empezó de forma espontánea, pero después de iniciada, el Sin­ dicato de Ferroviarios invitó a todos los trabajadores a unirse a ellos. Todas las fábricas, minas y refinerías se unieron a la huelga. La Mili­ cia de Pittsburg también apoyó a los huelguistas, pero la de Filadelfia se enfrentó a ellos matando a diez trabajadores. Estos hechos provoca­ ron la solidaridad y el descontento de toda la población, que incendió y saqueó vagones de tren, un silo y una pequeña parte del centro de la ciudad. En pocos días 24 personas murieron, incluidos cuatro sóida-

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dos, 79 edificios fueron destruidos y algo parecido a una huelga gene­ ral se extendió por la ciudad de Pittsburg y otras localidades de Pensilvania, como Harrisburg, Pottsville y Reading. En este punto las tres hermandades ferroviarias» que agrupaban a los trabajadores cualificados, desautorizaron la huelga, mientras que en la prensa se hablaba de una conspiración comunista, inspirada en la Comuna, para precipitar a Estados Unidos en el reino del pillaje y el desorden que le llevaría al comunismo.50 Según esta interpretación,los instigadores de la conspiración serían la Hermandad de Ingenieros de Locomotoras y los Knights o f Labor —considerados una amalgama entredós Molly Maguires y la Comuna— , la I Internacional y muy es­ pecialmente el WPUS, que solo tenía tm año de vida, escasa influencia y apenas había participado en la huelga hasta la fecha. La sección estadounidense de la Internacional funcionaba en Nue­ va York desde 1869, pero estaba muy divididaentre lassallianos parti­ darios de la participación política y tas cooperativas, y lo s marxistas, que pensaban que había que aplazar la participación en política hasta poder apoyarla en sindicatos más fuertes. En 1874, los lassallianos, confiando en que la situación era propicia para participar en política, dejaron la Internacional y constituyeron el Partido de los Trabajadores de Illinois en el oeste y el Partido Socialdemócrata de Norteamérica en el este. La participación eñ las elecciones dé 1874 fue un fracaso que parecía dar la razón a la estrategia marxista, y en 1876, en Filadelfia, se unieron otra vez lassallianos y marxistas, formando el WPUS —el segundo partido marxista del mundo que se constituía tras el SPD alernári— , que representaba a 3.000 socialistas, principalmente a inmi­ grantes alemanes y bohemios, y cuyo programa era un compromiso entre ambas tendencias, sin hacer ninguna referencia a los negros ame­ ricanos, ni a la emancipación específica de las mújéres.5' La huelga de 1877 les cogió otra vez envueltos en sus disputas y divisiones internas, aunque una vez iniciada, jugaron un papel importante en Chicago y uno decisivo en San Luis. Chicago, el centro industrial y ferroviario del medio oeste, era tam­ bién el centro de la protesta obrera y dé los grupos políticos que aboga­ ban por la revolución proletaria, como el WPUS, que el 26 de julio de 1877 pidió la nacionalización del fen'ocarril e hizo una llamada a la huelga general en la ciudad, mientras dos compañías de la Infantería de Estados Unidos ya se habían unido a la Guardia Nacional y a los vetera­ nos de la guerra civil para enfrentarse a los huelguistas, de cuyo choque en los días siguientes resultarían 18 muertes; El WPUS fue acusado de

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provocar los «disturbios» de Chicago, pero en realidad sus líderes per­ dieron el control de una multitud enfurecida por la brutalidad policial. Algunos kilómetros al sur, en San Luis, la huelga se convirtió en general, siendo la primera huelga del movimiento obrero norteameri­ cano, y una de las primeras del mundo, en paralizar una importante ciudad industrial. Con 300.000 habitantes* San Luis era tras Chicago el segundo centro ferroviario del oeste, Al igual que la ciudad de los Grandes Lagos; San Luis estaba también atravesada por ferrocarriles, que convergían al este* al otro lado del río Mississippi. Su intensa acti­ vidad industrial estaba dominada por la fabricación de cerveza, lo que influyó en que predominaran los trabajadores de origen alemán, tam­ bién mayoritarios en la sección local del WPUS, que con m il miembros representaba la mitad de la militancia del partido en todo el país y asu­ mió un papel destacado en la dirección de la huelga. El 27 de julio la huelga se podía dar por finalizada cuando la poli­ cía y la milicia capturaron «Fort Schuler», el lugar de reunión del Co­ mité de Huelga, sin lucha. El 28 de julio, las tropas federales ocuparon el este de San Luis también sin resistencia y el 29 de julio aplastaron el último intento de los huelguistas por bloquear el paso de los trenes de mercancías^; El vicecónsul británico comentó cáusticamente, en su informe final sobre la huelga, «que el arresto de unos pocos hombres fue suficiente para acabar con todo el asunto». La prensa local de San Luis trató tam­ bién de minimizar el conflicto una vez acabado, pero el Globe Democrat reconoció que las fuerzas de la ley y el orden tuvieron que enfren­ tarse a una huelga sin precedentes en la historia norteamericana, con un liderazgo efectivo, y que la ciudad —en la que pararon 60 fábri­ cas— podía haberse transformado en la «primera Comuna america­ na». El Times estuvo de acuerdo en que San Luis había escapado a la revolución por muy poco y el Missouri Republican señaló que los «huelguistas habían proclamado una revolución».52 La huelga dejó una secuela de 100 muertos en todo él país, millo­ nes de dólares de propiedad destruidos, reducciones salariales* despi­ dos, listas negras y muchos detenidos, que aunque fueron condenados, permanecieron poco tiempo en prisión por la benevolencia de jueces y jurados quienes, como gran parte de la población, se identificaban con la lucha de los huelguistas contra el capital monopolista, que en 1877 parecía algo ajeno al espíritu norteamericano. Esta benevolencia probablemente influyó en que los huelguistas, aunque fueron derrotados, no se sintieran desmoralizados e interpreta­

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ran la huelga como una «segunda revolución americana», que demos­ tró a la clase obrera su propia fuerza; convirtiéndose en el punto de partida para la organización política y sindical del movimiento obrero norteamericano moderno. La atmósfera de optimismo tras la huelga llevó al WPUS a la parti­ cipación política en alianza con el populismo agrario del Greenback Party, sobre ía base de un programa que reivindicaba la jom ada de ocho horas, la abolición del trabajo infantil y la educación pública obli­ gatoria. La alianza tuvo bastante éxito en las elecciones locales del ve­ rano y otoño de 1877 en algunas ciudades importantes —Nueva York, Cincinnati, Louisville y ciertas urbes de Pensilvania, Maryland y Ohio— , de forma que al año siguiente el movimiento político salido de ía huelga iba a liderar la formación de un Greenback-Labor National Party. El relativo éxito electoral de estas candidaturas decidió el con­ trol del WPUS a favor de los lassallianos, que cambió su nombre por el de Partido de Trabajadores Socialistas (Socialist Labor Party, SLP). También los sindicatos atrajeron a nuevos miembros como conse­ cuencia de la huelga. Los marxistas, que habían abandonado el WPUS, jugaron un papel destacado en el renacimiento y organización del sin­ dicalismo, pues en plena lucha por la jornada de ocho horas, formaron el embrión de una Federación Nacional de Sindicatos. Pero fueron los Knights of Labor los que se beneficiaron del crecimiento de la movili­ zación obrera, convirtiéndose en la organización dominante en la dé­ cada de 1880. En cuanto a los empresarios y los representantes de las Cámaras de Comercio, vieron la necesidad de defenderse frente a esta primera e inesperada explosión del movimiento obrero. Exigían una Legislación más restrictiva contra vagabundos, pobres y huelguistas, y mayores li­ mitaciones del sufragio; un aumento de la intervención federal a través del incremento de las fuerzas represivas e incluso hubo quien plantea­ ra la necesidad de una «cura preventiva» basada en una «reforma mo­ ral» . Algunas compañías ferroviarias adoptaron pronto esta idea y la Central Pacific inauguró un hospital para sus em pleaips enfermos o heridos, les concedió planes de seguros para eliminar la necesidad de sindicatos e incluso estableció el salario mínimo.

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Los K n i g h t s o f L a b o r , l a O r d e n d e lo s C a b a lle r o s d e l T ra b a jo

Aunque ia repercusión inesperada de la huelga de 1877 impulsó la organización política y sindical permanente del movimiento obrero, la mayoría de la clase obrera seguía optando por la solución individual de la movilidad laboral — pues la «edad dorada» fue un período de má­ xima explotación, pero también de grandes oportunidades— 53 y por votar a los dos grandes partidos, que demostraron una extraordinaria capacidad para canalizar los conflictos políticos y hacer concesiones a los laboristas-reformistas. Así, en la década de 1870 seis Estados establecieron Oficinas de Estadísticas Laborales; en 1884, el Congreso creó una Agencia de Tra­ bajo a nivel nacional; entre 1,883 y 1886, la Legislatura demócrata de cuatro Estados industriales y la Legislatura republicana de otros dos Estados limitaron el uso de trabajadores presidiarios; en 1886, el Con­ greso aprobó la Ley Foran, que prohibía la importación de trabajo in­ migrante contratado, y tanto los Estados como el gobierno federal re­ conocieron tácitamente la legitimidad de los sindicatos y sus medios de lucha para resolver los conflictos laborales. Por primera vez, sindica­ tos, huelgas y boicots no eran declarados ilegales por jueces y legisla­ dores, si se limitaban al lugar de trabajo.54 •• Como ya hemos visto, otros electores optaron por dar su voto tras la huelga de 1877 a distintos movimientos y partidos laboristas-reformistas —como las Ligas por la Jom ada de Ocho Horas o el Greenback-Labor Party— , entre los que destacaron los Knights of Labor. La noble y sagrada Orden de los Caballeros del Trabajo fue fundada como una sociedad fraterna y secreta por seis cortadores de la confec­ ción de Filadelfia el día de Acción de Gracias de 1869. La Orden pre­ tendía crear un tipo de organización laboral que uniera a todos los tra­ bajadores en una gran hermandad, a través de la educación, la ayuda mutua y la cooperación. En sus primeros diez años de vida, estuvo di­ rigida por Uriah Stephens, que imprimió a la organización el secretismo y los rituales de las Sociedades Secretas, pues Stephens conside­ raba que el secreto era un arma poderosa de estabilidad organizativa. Durante la década de 1870, comenzó su crecimiento y apertura a otros oficios, extendiéndose a las minas de carbón de Pensilvania, y tras la huelga de ferrocarril de 1877, a los trabajadores del tren. En 1879, Terence Powderly, el alcalde de la zona minera de Scranton, al este de

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Pensilvania, sustituyó a Stephens en la dirección de la organización, que tenía entonces 9.300 miembros entre trabajadores cualificados y no cualificados. En la década de 1880, tuvo una rápida expansión debido sobre todo a la repercusión del éxito de sus dos huelgas contra el magnate del fe­ rrocarril Jay Gould — «el mago de Wall Street»— , uno de los más odia­ dos «barones ladrones», entre 1884 y 1885. Las victorias de los Knights sobre J. Gould consiguieron así cambial' el fatalismo de los trabajado­ res por un nuevo sentido de poder y eficacia, que en contra del consejo de sus líderes se transformó en una oleada huelguística, en la que miles de trabajadores setaicualificados y cualificados se unieron a la Orden, Entre julio de 1885 y julio de 1886, en su momento de máxima ex­ pansión, Knights of Labor pasó de 104.000 a 703.000 trabajadores — entre un 8 y un 12 por 100 de la fuerza de trabajoindustrial— , había una asamblea de la organización en cada ciudad grande y mediana del país, y ese mismo año presentó candidatos a las elecciones municipa­ les en docenas de ciudades; Su republicanismo y una organización des­ centralizada fueron la clave de su éxito. La Orden tenía una ideología de republicanismo de clase obrera, adaptado a las condiciones de 1880 e impregnado de socialismo. Era por tanto una organización ábieiita a tódos los productores; sin exclu­ siones de cualificacióm raza o sexo,55 excepto por lo que se refería a ju~ gadores, agentes de bolsa, abogados, banqueros, comerciantes de alco­ hol, esquiroles y espías. Aunque seguían creyendo que el trabajo asalariado era una amenaza para la república porque se creaba una se­ rie de ciudadanos dependientes, no trataban de volver a la época de los pequeños productores independientes, sino de extender la democracia al lugar de trabajo, como la única forma de mantener la república como régimen de gobierno, a través de la garantía de los derechos de los trabajadores y de su participación en los beneficios. Los Knights creían en la intervención positiva del Estado, pero con­ fiaban sobre todo en la autoorganización y en la ayuda mutua para con­ figurar las bases dé una sociedad alternativa. Así, tenían sus propios Tribunales, Asambleas locales, bandas de música, cooperativas; orga­ nizaban desfiles, circuitos de lectura; pero también participaban en candidaturas laboristas. Es decir, excedían con mucho las actividades de un sindicato centrado en la producción; se extendían a la política y a toda la vida comunitaria y utilizaban tácticas de lucha muy diversas, que iban desde la huelga y la participación política, hasta los boicots al consumo. Eran además una organización muy flexible, en la que las

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Asambleas locales tenían gran autonomía y podían organizarse por ini­ ciativa propia a partir de la solidaridad comunitaria.56 Ú na organización de estas características creció sobre todo en las pequeñas ciudades, donde la mayoría de los miembros de la comuni­ dad vivía en condiciones muy similares e igualitarias, considerándose todos ellos «productores» frente a los nuevos poderes económicos. Pero su republicanismo y su flexible organización fueron incapaces de interpretar el nivel de enfrentamiento social que se alcanzó en 1886. En marzo de 1886, los Knights convocaron su tercera huelga con­ tra J. Gould, en realidad una trampa del magnate para acabar con el sindicato, pues Gould en lugar de negociar con ellos envió a los detec­ tives de la Agencia Pinkerton y consiguió que sus trenes siguieran fun­ cionando. El fracaso total de esta huelga hizo que muchos trabajadores comenzaran a dejar la Orden, y los acontecimientos de mayo de 1886 en Haymarket Square, Chicago, hicieron el resto. En medio de las huelgas convocadas en todo él país el 1 de mayo de 1886 por ia consecución de la jom ada de ocho horas, los anarquistas de Chicago, agrupados en la Asociación Internacional dé Trabajadores o «Internacional Negra» y en la Central de Sindicatos de Chicago, con­ vocaron un mitin en Haymarket Square, en protesta por la muerte de cuatro huelguistas a manos de la policía. En él mitin sé lanzó una bom­ ba contra la policía, que había llegado para reprimir el acto y estaba dispersando a la multitud, con el saldo final de siete policías y un nu­ mero similar de civiles muertos y decenas de heridos. Todos los temores acumulados desde la Comuna sobre una poten­ cial insurrección comunista parecían cumplirse. Bajo la atmósfera de la primera «amenaza roja» de la historia estadounidense, diez líderes anarquistas nativos y seis de origen extranjero fueron acusados de ase­ sinato; ocho fueron juzgados y siete condenados a muerte, aunque el que lanzó ía bomba nunca fue identificado. Sin embargo el juez llegó a la conclusión de que «si por escrito o palabra los acusados habían alen­ tado a cometer un asesinato, incluso sin fijar tiempo y lugar, entonces todos los conspiradores eran culpables». De entre los siete condenados, seis eran de origen alemán mientras que el nativo norteamericano lle­ vaba un carnet de los Knights of Labor en el bolsillo al ser detenido. Uno de los condenados se suicidó en prisión, dos vieron sus sen­ tencias conmutadas a cadena perpetua y los cuatro restantes fueron ahorcados en noviembre de 1887, en medio de protestas y peticiones de clemencia en Estados Unidos, Europa y Australia. En el período de más de un año que separó el juicio y condena de la ejecución de «los

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mártires de Hay market», los anarquistas de Chicago y los radicales de todo el país fueron víctimas de una feroz represión, justificada por el pánico a que se extendiera una insurrección comunista, liderada por extranjeros; mientras, el país se orientaba hacia posiciones más con­ servadoras y los empresarios se organizaban. Fue precisamente la organización y contraofensiva patronal, la cual contó con la alianza deí poder judicial y de un Estado muy fragmenta­ do, que se mantuvo neutral, lo que más que ningún otro factor influyó en el rápido declive de Knights of Labor tras los sucesos de Haymarket. Frente a esta ofensiva, de nada sirvió una ideología como el repu­ blicanismo de los Knights, que no creía en la lucha de clases, sino en la convicción de que su idea de una sociedad alternativa era la justa, irían convenciendo a la sociedad como antes hicieran los abolicionis­ tas de su concepto de república, bastándoles esto para vencer.5' En 1893, la Orden de los Caballeros del Trabajo ya sólo contaba con 80.000 afiliados y su rápido declive supuso también la pérdida de la oportunidad de construir un nuevo sindicalismo industrial, que al unir trabajadores cualificados y no cualificados en la misma organi­ zación hubiera sido la base sólida necesaria sobre la que asentar un tercer partido social demócrata o laborista. En lugar de ello, la expe­ riencia de la represión tras Haymarket y los cambios económicos y sociales que se afianzaron en la década de 1890, propiciarían un sin­ dicalismo de trabajadores cualificados sin interés explícito en la par­ ticipación política, como sería a partir de 1886 la Federación Ameri­ cana del Trabajo (American Federation o f Labor, AFL), dejando así el terreno abonado para que pareciera cierta la idea de que el radica­ lismo revolucionario era cosa de extranjeros, mientras que los traba­ jadores norteamericanos no eran socialistas.

L a F e d e r a c ió n A m e r ic a n a

del

T r a b a jo

A principios de diciembre de 1886, 38 sindicalistas se reunieron en Columbus, Ohio, esperando crear una Federación Nacional del Traba­ jo. A la cabeza del movimiento había tres sindicatos: los cigarreros, re­ presentados por Adolf Strasser y Samuel Gompers; la Federación de Mineros y Trabajadores de las Minas, liderada por John Mcbridge y Christopher Evans, y los carpinteros y ensambladores, dirigidos por Peter McGuire. Muchos de los delegados provenían de los Knights o de partidos socialistas, pero querían construir una organización sindi­

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cal nacional, que fuera la base del movimiento obrero, desplazando a políticos y reformistas sociales, al tiempo que garantizaban la inde­ pendencia de los distintos oficios. El motivo directo de este distanciamiento con la ideología y organi­ zación que representaba Knights of Labor era tanto el declive de la or­ ganización desde la represión de 1886, como las tensiones que existían desde principios de la década de 1880 entre ellos y los sindicatos, que se sentían amenazados cuando la Orden incluía a los no trabajadores y prefería como objetivos políticos reformas sociales más amplias. En 1881, los sindicalistas descontentos con Knights of Labor ya habían creado la Federation of Trades and Labor Unions (FOTLU), para desli­ gar a los sindicatos de su servidumbre política y preservar la autonomía de cada oficio en una organización nacional. La FOTLU no duró mu­ cho, pero sus ideas fueron la base para la constitución en 1886 de la Fe­ deración Americana del Trabajo (American Federation Labor, AFL). Los sindicatos que la formarón centraron pues la nueva federación en sus propias organizaciones, buscando unir a los distintos oficios en una alianza beneficiosa, pero dándoles completa independencia y autono­ mía, al tiempo que “—como sus delegados querían-— la organización debía ser pragmática y centrarse en la actividad económica. Aunque la AFL contribuyó a cambiar la orientación del movi­ miento obrero norteamericano, pasaron muchos años antes de que fue­ ra sinónimo de antisocialismo, sindicato burocrático centralizado y sindicalismo de «negocios». La AFL inicial incluía muchos sindicatos que se organizaban en líneas industriales, más que de oficios, y que se­ guían filosofías socialistas o populistas. Fueron la represión de las huelgas de la década de 1890, el fracaso de los populistas en las elec­ ciones de 1892 y la derrota de la candidatura demócrata de William J. Bryan en 1896, lo que orientó a la AFL hacía el conservadurismo y la no participación política bajo el liderazgo de Samuel Gompers, quien había aprendido que los sindicatos amplios y radicales fracasa­ ban, pues «... las profesiones de radicalismo habían concentrado todas las fuerzas de la sociedad organizada contra el movimiento obrero, anulando su avance normal y actividad necesaria». Fueron también esenciales para esta evolución conservadora de la AFL los enormes cambios en lá composición de la clase obrera nor­ teamericana que estaban teniendo lugar en la «edad dorada», los cua­ les redundaban en el aislamiento progresivo de los trabajadores cuali­ ficados del resto de la fuerza de trabajo y amenazaban su cualificación. Aunque la mecanización y división del trabajo permitió reducir costos

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a partir de la eliminación de trabajadores cualificados, los que queda­ ron continuaron ganando salarios mucho más elevados que los no cua­ lificados y desempeñaron un papel fundamental en la producción como supervisores del trabajo no cualificado» lo que les aisló del resto de los trabajadores. Este aislamiento se reforzaba en las diferencias ét­ nicas, de género, hábitat y también culturales. En 1896, por primera vez, los nuevos inmigrantes superaban a los antiguos: provenían del este y sur de Europa, de México o de Asia, así cómo de la inmigración interior de mujeres, niños y afroamericanos que abandonaban las zo­ nas rurales; todos ellos ocuparon en las ciudades e industrias los traba­ jos peor pagados y no cualificados, hacinándose en los barrios céntri­ cos cercanos a las fábricas. Mientras que los trabajadores cualificados, nativos y hombres, desde la aparición de los tranvías fueron despla­ zándose a los suburbiós residenciales. Este progresivo aislamiento de los trabajadores cualificados facilitaba que se organizaran por cualificación y no unitariamente por industrias.58 Aun sin un partido laborista o socialdemócrata de ámbito nacional y sin un sindicalismo industrial que uniera a trabajadores cualificados y no cualificados, la militancia laboral radical siguió siendo intensa tras 1886, catalogándose popularmente como una «guerra social» a partir de 1893, cuando comenzó la mayor crisis económica que el país había conocido hasta la fecha. Los dos conflictos laborales de mayor importancia fueron la huelga del acero de Homestead en 1892 y la huelga de los cochés Pullman en 1894. A principios de 1892, la fábrica de acero de Andrew Carnegie en Homestead, a la salida de Pittsburg, Pensilvania, dirigida por Henry Clay Frick, decidió reducir los salarios de los trabajadores y romper su sindicato — uno de los pocos en la in­ dustria del acero que unía a trabajadores cualificados y no cualifica­ dos— .C uando los trabajadores se negaron a aceptar las reducciones salariales, Frick despidió a toda la fuerza de trabajo y contrató a 300 detectives de la Agencia Pinkerton para proteger a los esquiroles. Con el apoyo de la mayoría de los trabajadores de la fábrica y un Comité de Huelga que contando con las simpatías de la población controlaba la ciudad, los huelguistas y el sindicato se enfrentaron a los detectives de la Agencia Pinkerton — con el saldo de nueve muertos entre los trabajadores y siete entre los agentes Pinkerton— , obligando a estos últimos a retirarse. Unos días después, el gobernador envió a 8.000 miembros de la Milicia del Estado para proteger a los esquiroles, que llevados a Homestead en trenes sellados sin conocer su destino, ni que había una huelga en marcha, mantuvieron en producción la planta durante los

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cuatro meses de huelga, El dramatismo de la huelga aumentó cuando el 23 de julio de 1892, Alexander Berckam, un joven anarquista de Nue­ va York, amante de Emma Goldman, atentó contra Henry Clay Frick para ayudar a ios huelguistas. Berkman, que sólo consiguió herir a Frick, fue capturado y condenado a catorce años de cárcel y su acción únicamente contribuyó a agravar la derrota del sindicato. En noviem­ bre, tras cuatro meses de huelga, los huelguistas, sin recursos, decidie­ ron volver al trabajo sin conseguir nada. Todos los líderes sindicales fueron acusados de asesinato y traición al Éstado y otros 160 huelguis­ tas fueron juzgados por distintos crímenes, aunque ningún jurado los encontró culpables; pero la derrota de Homestead mantuvo a los sindi­ catos fuera de las fábricas de Camegie — y por tanto de todo el sector del acero— hasta bien entrado el siglo xx.59 Al año siguiente, el país entraba en la mayor crisis económica que había conocido en su historia. Después de algunas décadas de creci­ miento industrial salvaje, manipulación financiera, especulación in­ controlada y explotación laboral, todo pareció derrumbarse. 642 ban­ cos quebraron, 16.000 negocios cerraron, 3/15 millones de trabajadores no agrícolas estaban parados. Ningún gobierno estatal votó ayudas para los parados, pero éstos organizaron masivas manifestaciones a lo largo de todo el país y forzaron a los gobiernos locales a establecer co­ cinas populares y darles trabajo en calles y parques. La depresión duró cuatro años y provocó una oleada de huelgas por todo el país. La mayor de ellas fue la huelga nacional de trabajadores del ferrocarril, que en 1894 comenzó con la compañía de coches Pull­ man en Chicago y en la que entró en acción Eugen Debs, quien sería líder del Partido Socialista Americano a partir de 1901. En 1893, Debs y un pequeño grupo de trabajadores del ferrocarril —entre los que ha­ bía muchos Knights-— se unieron en el Sindicato Americano del Fe­ rrocarril {American Railway Union, ARU). En junio de 1894 los tra­ bajadores de lá eoitapañía de coches Pullman Palace fueron a la huelga por el despido de 3.000 de sus 5.800 empleados y la reducción de un 25 a un 40 por 100 de sus salarios. La ARU pidió a todos sus afdiados que no atendieran a los coches Pullman, con el resultado de que como casi todos los trenes de pasajeros llevaban un vagón Pullman, su ac­ ción se convirtió en una huelga nacional. Los propietarios de las compañías del ferrocarril pagaron a 2.000 esquiroles para romper la huelga sin éxito. El fiscal general de Estados Unidos, Richard Olney, un antiguo abogado del ferrocarril, presentó una orden judicial contra el bloqueo de trenes, sobre la base legal de

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que interrumpía el correo federal. Como los huelguistas ignoraron la petición judicial, el presidente Cleveland envió tropas federales a Chi­ cago. El ó de julio los huelguistas quemaron cientos de vagones y se enfrentaron con la Fuerza Pública con el saldo de 13 personas muertas, 53 heridas y 700 huelguistas arrestados. Entre ellos, estaba Eugene Debs, que aunque entonces negó que fuera socialista, durante sus seis meses en prisión conoció a muchos socialistas y leyó sus obras. Al sa­ lir de la cárcel escribió en el Raílway Times: «El tema es socialismo contra capitalismo. Yo estoy por el socialismo, porque estoy por la hu­ manidad (...) Ha llegado el momento de regenerar la sociedad. Esta­ mos en la víspera de un cambio universal».60

R e FORMISMO FRENTE A LA «TIRANÍA» DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

Todos estos enormes cambios sociales y económicos, que tuvieron lugar en las tres décadas posteriores a la guerra civil, se reflejaron en la política. Hubo reacciones nativistas ante la inmigración e intentos significados de terceros partidos radicales que expresaban el descon­ tento de agricultores y trabajadores; pero en general la política en la «edad dorada» siguió manteniendo el rasgo distintivo de fortaleza de los dos grandes partidos, tal y como había sido desde 1830. Entre 1865 y 1900 la participación política de masas se amplió y diversificó por el crecimiento del país, así como por el voto de los afroamericanos e in­ migrantes recientes de variada procedencia; pero loa,partidos tradicio­ nales siguieron siendo el eje de la política, capaces de canalizar los nuevos y numerosos conflictos de una sociedad en cambio vertiginoso hacia la urbanización, industrialización e inmigración masiva. Desde 1830, los partidos eran las instituciones políticas fundamen­ tales del país porque eran las únicas que daban un sentido de unidad a una nación muy fragmentada políticamente y ejecutaban una política económica de promoción de los intereses privados, que daba la sensa­ ción a los electores de que su voto tenía resultados inmediatos en la ac­ ción de gobierno. En una sociedad diversa, en rápido crecimiento, con un gobierno central débil, los partidos eran como iglesias laicas que atraían a sus votantes por el conjunto de valores étnicos, religiosos y culturales que representaban, dándoles un sentido de comunidad y per­ tenencia a la política nacional. En cuanto a la promoción económica, los partidos pudieron realizar una política distributiva amplia por la abundancia y extensión de los recursos naturales y por la flexibilidad y

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diversidad de su organización partidista para atender demandas muy variadas. Esta política económica distributiva tenía, sobre todo, enla­ ces locales y estaba basada en la noción de los norteamericanos de que no existía una demarcación inamovible entre la acción de gobierno y la empresa privada. Así, las mismas organizaciones que movilizaron a los ciudadanos el día de las elecciones también estructuraban su re­ cepción de bienes gubernamentales,61 Como resultado de estas dos ca­ racterísticas, desde el comienzo de la política de masas en 1830, los partidos políticos gozaron de un electorado muy fiel y la participación electoral fue en constante aumento. La «edad dorada» fue el período de mayor rivalidad entre los par­ tidos y de participación electoral más elevada. Tras la guerra civil, los partidos políticos fueron capaces de incorporar a los nuevos votantes con la vieja retórica, especialmente por lo que se refiere a la tensión entre poder central y local y a las divisiones étnico-religiosas. Los re­ publicanos, convencidos de los beneficios del gobierno federal para los ciudadanos, acusaban a los demócratas de su pasada defensa de la esclavitud y de su oposición o ambivalencia respecto a la Unión. Los demócratas, por su parte, creían que la autoridad no debía estar aleja­ da del pueblo y que la lucha política seguía basándose en la naturaleza de la Unión, los conflictos territoriales y la intolerancia religiosa. Con esta vieja retórica, los partidos siguieron manteniendo la fidelidad de su electorado en la «edad dorada» y aumentaron la participación elec­ toral — hasta un 80 por 100 en las elecciones presidenciales— a pesar de las constantes convocatorias electorales. Esta extrema fidelidad de los votantes, que pasaba de padres a hi­ jos, produjo una extraordinaria rivalidad entre ambos partidos, refleja­ da en unos resultados electorales muy ajustados, especialmente tras las elecciones presidenciales de 1874. Aunque los republicanos controla­ ron la presidencia durante veinte de los veintiocho años que transcurrie­ ron entre las elecciones de 1868 a las de 1896, el margen entre los dos partidos principales se estrechó en los años posteriores a la guerra civil, con un promedio diferencial de sólo 1,4 por 100 entre 1876 y 1892, comparado con el 4,9 por 100 que existió entre 1840 y 1852. El domi­ nio político republicano fue pues más aparente que real y entre 1872 y 1896 ningún presidente ganó con una mayoría aplastante del voto po­ pular. De esta forma, mientras los republicanos controlaron el Senado, los demócratas solían controlar la Cámara de Representantes, Solamen­ te entre 1893 y 1895 un presidente demócrata —-Grover Cleveland— disfrutó de un Congreso totalmente demócrata. Así, los resultados elec­

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torales de los partidos en lá «edad dorada» dependían de mantener la fi­ delidad de sus votantes en sus feudos tradicionales — Nueva Inglaterra para los republicanos y el sur para los demócratas— , quedando sólo un posible margen de maniobra entre Connecticut e Indiana. La mayor competencia entre partidos, el estrecho margen electoral entre ellos, el volumen de bienes por distribuir cuando se estaban cons­ truyendo las infraestructuras de la Norteamérica moderna y el alimento y complejidad del cuerpo electoral, así como un movimiento obrero cada vez más organizado, obligaron a los partidos políticos a reforzar su organización, y fue de esta necesidad organizativa de donde provino su mayor innovación en la «edad dorada»: los aparatos u organizaciones urbanas de los partidos, the party machines.62 Buena parte de este esfuerzo organizativo siguió el camino ya co­ nocido de estimular la asociación voluntaria de sus electores a nivel lo­ cal y de implicarlos después en «caucases» y Convenciones Estatales y de Distrito, donde los simpatizantes se encontraban constantemente, con el objetivo final de elegir a los delegados para la Convención Na­ cional que debía elegir al candidato presidencial. En las campañas electorales se hacían listas exhaustivas de los posibles votantes, clasi­ ficadas por confianza y compromiso; se formaron clubs de votantes; se mantenía contacto con la mayor parte de ellos, e incluso el Partido Re­ publicano en Indiana llegó a tener 10.000 agentes de distrito que in­ formaban sobre la acdtud de cada votante potencial Pero en las ciudades se vio la necesidad de innovar la organización con lo que se ha llamado el aparato u organización local del partido. En todas las grandes ciudades, los jefes políticos locales— the boss— hacían campaña de forma tradicional en un ambiente totalmente nuevo de inmigración masiva, crecimiento urbano, hacinamiento e inactivi­ dad gubernamental ante laá necesidades de nuevos servicios; ganaban nuevos votantes muy leales entre la población inmigrante, con una ma­ nera de ver las cosas local, parroquiana y tribal, pero que rompía con la tradición al asumir el aparato del partido la cobertura de los benefi­ cios sociales, lo que extendió los rasgos de clientelismo y patronazgo — y, por tanto, la corrupción-™ de los partidos. Los aparatos locales tenían como objetivo atraer el voto de los in­ migrantes recién llegados y estaban liderados por la clase media de la minoría étnica a la que representaban o querían captar. Se definían pues por líneas étnicas; asimismo, interclasistas, sus organizaciones de base eran los barrios y su acción política se orientaba tanto a la distri­ bución de empleos públicos entre los distintos grupos étnicos de la

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ciudad como de servicios públicos entre los diversos barrios, asegu­ rando que estos beneficios fueran a sus propios votantes. Las críticas a la corrupción y tiranía política de los partidos co­ menzaron a hacerse oír en las décadas de 1870 y 1880. De un lado, es­ tuvieron los intentos reformistas-radicales del movimiento obrero or­ ganizado y del campesinado pobre por consolidar un tercer partido, que defendiera sus intereses frente a los dos grandes; de otro, se ex­ presaron con un nuevo vigor los tradicionales sentimientos antipartido, pero finalmenté lá Crítica más contundente y con más resultados a lar­ go plazo vino del hüévo industrialismo, que dominaba el panorama económico desde 1865.

Los

p o p u l is t a s : l a o p o r t u n id a d

DE UN TERCER PARTIDO RADICAL-REFORMISTA

El mayor desalío político a los dos grandes partidos vino del Parti­ do del Pueblo o Partido Populista, que defendía los intereses de la agri­ cultura familiar empobrecida, especialmente castigada por las crisis económicas de final de siglo y el acelerado desarrollo capitalista. De 1870 a 1898, los agricultores del sur, oeste y las zonas áridas del medio oeste vieron caer progresivamente los precios agrícolas como conse­ cuencia del exceso de producción nacional y eí aumento de la compe­ tencia internacional, debido a la puesta en explotación de tierras muy fértiles en Argentina o Canadá y a la caída del precio de los fletes. A la rebaja de los precios agrícolas se unía el aumento de los cos­ tos de producción. Para poder competir en un mercado mundial había que pagar nuevos abonos, maquinaria agrícola, la tarifa del ferrocarril y el almacenamiento del grano. La solución fue el endeudamiento. En el oeste los bancos hacían hipotecas sobre la tierra o la cosecha, en el sur los aparceros conseguían del comerciante una hipoteca a cambio de la cosecha futura a un interés del 25 por 100. En caso de mala cose­ cha, unos perdían sus tierras, otros el régimen de aparcería. Por eso fe­ rrocarril, banqueros y comerciantes fueron identificados como los ene­ migos d élo s campesinos empobrecidos. También les perjudicaban las medidas arancelarias del gobierno fe­ deral, pues los elevados aranceles protegían la industria nacional de la competencia exterior, mientras los agricultores debían vender sus pro­ ductos en el mercado internacional, donde la competencia hacía bajar los precios constantemente. E l otro asunto que les enfrentaba con el

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gobierno federal era el tema monetario. Los agricultores pobres aso­ ciaron la caída de los precios agrícolas y la fuente de todos sus proble­ mas crediticios con la escasez de dinero en circulación, pues según ellos esta escasez hacía que los banqueros subieran los tipos de interés y encarecieran los créditos. La solución era el bimetalismo y la libre acuñación de moneda, tal y como existió legalmente hasta 1873. En efecto, existía un problema objetivo sobre el tema monetario, ya que a finales del siglo xix la moneda en circulación no tenía la flexibi­ lidad de crecer de acuerdo con el desarrollo de la economía norteame­ ricana, y de hecho había decrecido un 10 por 100 per cápita de 1865 a 1890. Por otra parte, históricamente la Legislación había favorecido la libre acuñación tanto de oro como de plata. La moneda metálica data­ ba de la Ley de Acuñación de 1792, la cual autorizaba la líbre e ilimi­ tada acuñación de plata y oro en una relación de 15 a 1, que indicaba que la cantidad de plata en un dólar de plata pesaría 15 veces más que la cantidad de oro en un dólar de oro. Esta relación fija no reflejaba las fluctuaciones en los valores de los metales, por lo que cuando éstos su­ bían, dejaban de presentarse para la acuñación, y de hecho el país es­ tuvo en el patrón plata hasta 1837, cuando el gobierno cambió la pro­ porción de 16 a 1 y revirtió la situación hacia el patrón oro, pues entonces la plata resultaba más valiosa en el mercado que para acuñar. Esta libre e ilimitada acuñación de plata y oro, escasamente regula­ da por el gobierno, fue revisada por el Congreso en 1873 cuando, sin ninguna protesta, derogó la disposición de acuñar plata, que llevaba muchos años en desuso. La decisión se tomó justo cuando la producción de plata aumentaba con el descubrimiento de nuevas minas en el oeste, reduciendo su valor de mercado, lo que según la antigua Legislación hubiera hecho posible presentarla para la acuñación. Así fue cómo los populistas denunciaron posteriormente «el crimen del 73» como una conspiración de banqueros y comerciantes para asegurar la escasez de dinero en circulación. Las Leyes de 1878 y 1890 permitieron que se acuñara algo de plata, pero demasiado poca para transformar la situa­ ción monetaria y acallar la protesta de los agricultores del sur y el oeste. La desatención del Congreso, del gobierno federal y de los dos princi­ pales partidos en este y otros temas que preocupaban a los agricultores empobrecidos, les llevó a organizarse sindical y políticamente.63 En 1867, Oliver H. Kelley, un antiguo agricultor de Minnesota fun­ dó en el sur Los Patrones de la Agricultura (The Patrons o f the Hushandry), mejor conocido como El granero (The Grange), para luchar contra el aislamiento de los agricultores. Comenzó pues como un mo­

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vimiento social y educativo, pero al crecer promovió las Cooperativas de Consumo y Distribución, y ai principio de la década de 1870 parti­ cipó en política a través de los «terceros partidos independientes», es™ pecialmente en el medio-oeste. El principal objetivo político de The Grange era conseguir la intervención de los Estados en las tarifas de feixocarril y los silos, consiguiendo en cinco Estados presentar leyes que apoyaran su derecho a regular la propiedad cuando ésta tenía un interés público, The Grange declinó gradualmente al dedicarse a la ac­ ción política en detrimento de las cooperativas, pero en 1875 se cons­ tituyó el Greenback Party —el Partido de los Billetes Verdes o de Dó­ lar— que abogaba por la expansión monetaria aumentando la emisión de billetes. En las elecciones a mediados de mandato de 1878, el Gre­ enback Party consiguió un millón de votos y quince congresistas, pero desapareció durante la década de 1880. Con una orientación más radical, la Alianza de Agricultores (Far~ mers Alliance) se fundó en Texas en 1877 y se extendió rápidamente a otros estados del sur que cultivaban algodón, pues allí era donde el sis­ tema de hipoteca sobre la cosecha resultaba más duro. La Alianza lle­ gó después a Kansas y a las Dakotas y en 1900 tenía un millón y me­ dio de miembros de Nueva York a California, al tiempo que una Alianza de Agricultores de Color, centrada en el sur profundo, decía tener un millón de miembros. El éxito de la Alianza se debía tanto a su programa económico-cooperativo, como a su amplia organización cí­ vica y social— que no discriminaba por sexo o raza— , a su productivismo republicano y a la influencia del evangelismo. Cuando el pro­ grama cooperativo comenzó a fallar, víctima de la discriminación de almacenistas, manufactureros y banqueros, además de la inexperiencia en la dirección y las obligaciones crediticias que superaban sus recur­ sos, muchos aliancistas pusieron sus esperanzas en la aprobación de un Plan del Tesoro, que permitiría a los granjeros almacenar sus cosechas en silos gubernamentales, asegurándoles créditos por el 80 por 100 de sus cosechas al 1 por 100 de interés.64 El plan no fue aprobado por el Congreso en 1890, lo que conven­ ció a los aliancistas de la necesidad de organizarse políticamente para defender sus intereses. Con el nombre de Partido del Pueblo o «popu­ listas» consiguieron éxitos importantes y romper el dominio de los dos grandes partidos en Kansas, Nebraska, Dakota del Sur y Minnesota. En el sur trataron de influir en los demócratas para que nominaran a candidatos proaliancistas, consiguiendo que en las elecciones de 1890 los Estados del sur eligieran a cuatro gobernadores proaliancistas, sie­

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te legisladores, 44 congresistas y algnnos senadores. Entre los políti­ cos demócratas proaliancistas destacaba Tóm Watson, de Georgia, hijo de un propietario de esclavos, abogado y orador carísmático, que fue el primer político populista en atraer el voto de los aparceros ne­ gros para luchar contra los «borbones demócratas». La ruptura dé la hegemonía política de los dos grandes partidos tomo un carácter nacional con la decisión de los delegados de agricul­ tores, obreros y reformistas, reunidos en Cincinnati en mayo de 1891, de constituir el Partido del Pueblo. El 4 de julio de 1892, la Conven­ ción Nacional del Partido del Pueblo, reunida en Omaha, Nebraska, nominó a James B. Weaver, de Iowa, como candidato a la presidencia con un programa electoral qué, junto a los temas populistas como con­ tener la especulación de la tierra, limitar el poder de los bancos y fa­ vorecer la libre acuñación de plata, contenía otra serie de demandas para atraerse el votó de IOS trabajadores industriales y profundizar en la democracia. El programa prometía pues la nacionalización de los fe­ rrocarriles, la ley’federal de las ocho horas, el cese del uso de los de­ tectives de la Agencia Pinkerton para reprimir a los huelguistas, pen­ siones para los veteranos de guerra, restricción de la inmigración, adopción del principio de iniciativa popular y referéndum para pro­ mulgar y modificar leyes, un solo mandato para presidentes y vicepre­ sidentes y elecciones directas de senadores.65 Con este programa — apoyado por todos los líderes radicales esta» dounidenses— J. B. W eaver consiguió un millón de votos, pero no pudo superar el racismo blanco del sur, ni conectarse con el movi­ miento obrero y los trabajadores industriales en el conjunto del país, por lo que el populismo optó por unirse a los demócratas «silveritas» — propopulistas, partidarios de la acuñación de plata—- en las eleccio­ nes de 1896. Para esas elecciones los republicanos habían elegido al atractivo William McKinley, con un programa de defensa del patrón oro. En el Partido Demócrata, los radicales silveritas encontraron a un líder carísmático en la persona de William Jennings Bryan, congresis­ ta de Nebraska, que en la Convención Demócrata de 1896 enfervorizó a los delegados con un discurso conocido como él de «la cruz de oro», porque acababa con las siguientes palabras: «No debéis imponer sobre la frente de los trabajadores esta corona de espinas. No debéis crucifi­ car a la humanidad en una cruz de oro». El discurso le valió la nominación, pero supuso la ruptura del Parti­ do Demócrata, pues los demócratas partidarios del patrón oro eligieron a su propio candidato. Sin embargó, Bryan consiguió el apoyo de los

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populistas, que eligieron a Tom Waíson, de Georgia, como vicepresi­ dente e incluyeron sus demandas en el programa demócrata, también respaldado por todos los líderes radicales del país. Mientras todas las esperanzas radicales estaban puestas en Bryan, el mundo de los nego­ cios, temeroso de un candidato «comunista», se refugiaba en el Partido Republicano. McKiniey ganó las elecciones de forma aplastante con un 50 por 100 del voto presidencial, mientras que la candidatura democrata-popLilísta — con la rémora de que la Administración demócra­ ta en ejercicio se había mostrado inactiva frente a la grave crisis eco­ nómica— no consiguió superar la división interna, ni extender su influencia más allá de los Estados del sur y el oeste, ya que los trabaja­ dores industriales no manifestaron interés por un programa electoral que exigíala subida de los precios de los alimentos básicos. La derrota de Bryan en 1896 fue histórica, pues acabó con las posibilidades nacionales de formar un tercer partido populista que supusiera una alianza entre agricultores y movimiento obrero; aunque siguieron exis­ tiendo, en algunos Estados del medio oeste, «partidos de trabajadores y agricultores» hasta la década de 1930, la influencia populista permane­ ció en los dos grandes partidos a través del movimiento progresista y los autores populistas norteamericanos66 conocieron un tremendo éxito nacional e iutérriácional en las dos últimas décadas del siglo xix.

L as

e l e c c io n e s d e

.1896:

e l f in a l d e la

«eda d

dorada»

DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

También la élite industrial consideraba que Estados Unidos había cambiado radicalmente tras la guerra civil y tenía otras prioridades po­ líticas. El crecimiento anárquico del capitalismo corporativo, la inmi­ gración, el crecimiento de las ciudades, el aumento de los conflictos sociales, exigían un gobierno federal más fuerte, capaz de regular la actividad económica en un sentido nacional; Consideraban que la po­ lítica tradicional, sustentada en los dos grandes partidos, era incapaz de articular esas demandas del nuevo industrialismo, pues él gobierno central era muy débil y los políticos obstruían cualquier intento de ra­ cionalizar el sistema económico: mientras que las demandas económi­ cas eran nacionales y de clase, los partidos ligados a sus lealtades lo­ cales y etnoculturales siguieron buscando satisfacer esos intereses particulares, convirtiéndose en instituciones inmóviles, recalcitrantes, oportunistas y muchas veces corruptas.

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Las nuevas élites pensaban que el nuevo sistema económico era de­ masiado complejo para ser dejado en manos de los partidos y las-m a­ sas. Necesitaban un sistema con un Ejecutivo fuerte, una Administra­ ción apolítica y una política económica más eficiente, comenzando de momento a intervenir en la política tradicional a través de grupos de in­ tereses nacionales. El declive de la «edad de oro» dé lo s partidos políticos comenzó con el realineamiento electoral de 1894 y 1896, y tomó forma a partir de 1900 con los presidentes de la época progresista* aunque la transi­ ción duró hasta la segunda guerra mundial.67 Tras las elecciones de 1896, la derrota de las posibilidades radicales en forma de terceros par­ tidos, la transformación del Partido Republicano desde el populismo de Lincoln a una alianza estrecha con los grandes intereses económi­ cos, las dificultades para registrarse y votar de los ciudadanos negros en el sur y de los nuevos inmigrantes en el resto d el país, junto con la falta de competencia entre partidos en muchos Estados68 y la creciente importancia de los grupos de intereses, hicieron menos democrático el sistema político y menos atractiva la participación electoral en un mo­ mento en que aumentaba la desigualdad entre la sociedad. El declive de la participación electoral desde los elevados índices de la «edad dorada» y la pasión política de todo el siglo xix,69 se con­ firmaría a partir de 1900 con los presidentes progresistas. Queriendo acabar con la corrupción e ineficacia de los partidos, cambiaron la po­ lítica económica distributiva por otra que enfatizaba el papel regulador del gobierno federal y buscaron una aproximación no partidista a la ac­ ción política. El resultado fue el comienzo de un período de transición hacia una política basada más en los individuos que en los partidos, con un voto inconstante, gran importancia de los grupos de presión y una escasa participación electoral. El progresismo trató de solucionar con la intervención del gobierno federal otros muchos problemas pen­ dientes de la «edad dorada», especialmente el de conciliar la igualdad republicana con la desigualdad social puesta de manifiesto por el cre­ cimiento del capitalismo corporativo y la «guerra social» de la década de 1890, momentáneamente acallada por el comienzo de la aventura imperial en 1898.

Capítulo 7 NUEVO IMPERIALISMO, 1890-1917. LA GUERRA HISPANO-ESTADOUNIDENSE Y EL COMIENZO DE LA EXPANSIÓN EXTRACONTINENTAL El líder populista de G eor|iá, Tom Watson, refiriéndose al conflic­ to entre España y Estados Unidos en Cuba, señaló que «la guerra con España acabó con nosotros, pues el estrépito de la cometa ahogó la voz de la reforma». En efecto, la guerra de 1898 contra España no sólo aca­ bó con las «guerras interiores»1 que salpicaron la historia de Estados Unidos en la década de 1890, entre las que «la guerra social» era una de las más perturbadoras, sino que la victoria en esta guerra colocó a Estados Unidos en una nueva etapa de su historia, supuso su naci­ miento como imperio y el surgimiento de un nuevo imperialismo. En 1898, tras la victoria sobre España, Estados Unidos confirmaba su control en el Caribe, mediante el establecimiento de un protectora­ do d efacto en Cuba y la anexión de Puerto Rico, al tiempo que avan­ zaba su posición en el Pacífico con la anexión de Hawai y el control de Filipinas, tras una guerra de conquista de tres años. Esto no era más que el comienzo de lo que serían las líneas maestras de la política ex­ terior norteamericana hasta la primera guerra mundial: actualización de la doctrina Monroe, confirmando a Estados Unidos como potencia dominante en el hemisferio occidental y en el Caribe para controlar el futuro istmo oceánico, que permitiría un acceso más fácil a los merca­ dos asiáticos, También este primer imperio insular fue el comienzo de un nuevo tipo de dominación imperial. Tanto en Cuba como en Filipinas, el Congreso prohibió una anexión formal del territorio, por lo que se es­ tableció un control indirecto basado en la asimilación cultural. El ob­ jetivo era que estas sociedades fueran una réplica económica, política

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y cultural de la nación «superior» y «civilizadora» a la que trataban de imitar, como la mejor forma de asegurar los intereses económicos nor­ teamericanos. Por supuesto, la intervención militar era contemplada si peligraban los intereses norteamericanos, y así el trabajo previo de la llamada «diplomacia misionera», fue completado después con la lla­ mada «diplomacia del dólar» y del «gran garrote» durante ia presiden­ cia de Theodore Roosevelt (1901-1908).

E x p a n s ió n

t e r r it o r ia l e id e n t id a d n a c io n a l

Sin embargo, ni la expansión, ni la conquista, rú los métodos de asimilación cultural eran nuevos en la historia de Estados Unidos; la novedad era que salieran de «su espacio continental». Frente a la in­ terpretación whig que sostenía que la intervención en Cuba y Filipinas había sido accidental, ía interpretación radical desde finales de la dé­ cada de 1950 ha mantenido la tesis dé la continuidad de la expansión en la historia norteamericana a partir del período colonial. Ya en 1958 Albert K. Weinberg2 interpretó la ideología del «destino manifiesto» en un sentido amplio, ligada al expansionismo, que caracterizaba la historia norteamericana desde el período colonial y, por tanto, forman­ do parte de la identidad nacional. En 1963 Walter Lafeber3 demostra­ ba que si durante la primera mitad del siglo xix los norteamericanos buscaban tierras, tras la guerra civil y bajo el impacto de la rápida in­ dustrialización comenzaron a buscar mercados. En el siglo xvn todos los europeos consideraban que la tierra no ocupada por miembros de la cristiandad era tierralibre. A esta convic­ ción general, los peregrinos puritanos establecidos en Nueva Inglaterra añadieron la idea del «pueblo elegido», llamado por Dios a colonizar una nueva Israel «en el nuevo mundo», distinta y separada de la co­ rrupción europea, y donde la regeneración era posible.4 En las décadas anteriores a la revolución, estas ideas religiosas se expandieron y secularizaron por las trece colonias, popularizando más allá de los feligreses puritanos la costumbre concedida por Dios de ele­ gir a sus gobernantes, así como los valores del ahorro, el productivismo, la frugalidad y la preferencia de la agricultura, artesanía y manu­ factura sobre el comercio y la especulación financiera.5 Esta influencia de la ética puritana en la fundación de la república6 permitió que a la visión de Estados Unidos como un espacio providencial, seleccionado para propósitos divinos, se le añadiera el aspecto secular de ser el «gran

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experimento», la nueva nación de la libertad, que serviría de modelo a toda la humanidad. A pesar de este consenso básico, el tema del tamaño y la expansión territorial de la república dividió a los primeros partidos políticos e iba más allá de meros planteamientos ideológicos. El problema de base era si la joven república podría compatibilizar las virtudes republicanas de Montesquieu con su ya enorme tamaño y su voluntad de continuar la expansión continental. Los federalistas, representantes de la élite co­ mercial del noreste, consideraban mejor para la república dilatar la ex­ pansión en el tiempo, pues de esta manera confiaban en controlar el sistema político de representación restringida y en poder aplicar una política de reparto de las tierras públicas en grandes lotes. Los republi­ canos, por el contrario, defendían la colonización rápida de lá tierra de frontera y su reparto en lotes pequeños, paralela a la extensión del su­ fragio y la ampliación del sistema político. La solución a este dilema de conciliar la virtud republicana con la amplia expansión territorial del país vino, por tanto, dé los republica­ nos y posteriormente de los demócratas, es decir, de los Sectores polí­ ticos que defendían los derechos de los Estados y los intereses de los grupos populares. Thomas Jefferson, que fue el primer presidente que habló de Estados Unidos como un «imperio de la libertad» que Con­ quistara el continente hasta el Pacífico, para buscar una ruta a oriente por occidente/ consideraba que como era el primer territorio dónde el hombre podía ser realmente libre, tal expansión era por definición «un peldaño en la liberación de la humanidad».8 Tras él, James Madison señaló que «para repúblicas de soberanía popular, la inmensidad no era un problema, sino una bendición, un seguro contra la corrupción».9 Tras la década de 1820, los demócratas jacksonianos dieron un paso más en esta lógica señalando que «las repúblicas populares necesitan extenderse para mantenerse sanas».10 El éxito político de los republicanos y demócratas al ligar expan­ sión territorial a democratización no hubiera sido posible sin el éxito económico de la colonización de Nueva Inglaterra, que se convirtió en modelo de colonización para otros territorios del noreste y medio oes­ te. El clima templado, una tierra no demasiado fértil y la religión puri­ tana propiciaron una explotación de la tierra basada en la agricultura familiar, frente a las plantaciones y la esclavitud de las ricas tierras del sureste. Esto aseguró en las colonias del norte una proporción de la clase media y de sus valores sin parangón en otro territorio del mundo occidental, la cual jugó un papel decisivo en el proceso de la revolu­

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ción y la independencia, que permitió adquirir representación política e integrar sus valores en la identidad nacional,11 La pérvivencia de la importancia política de la clase media dependía en gran parte de la co­ lonización de las tierras de frontera en pequeños lotes, y de la evolu­ ción de un sistema político de amplia representación hacia una demo­ cracia, Esta doble tendencia se afirmó a partir de la década de 1820, cuando la ampliación del sufragio pitra todos los hombre blancos coin­ cidía con el acceso a la propiedad de la tierra de los inmigrantes euro­ peos pobres, gracias a la expansión continental que completaron An­ drew Jackson y los sucesivos presidentes demócratas hasta 1848, La expansión territorial era, por tanto, una condición para el triun­ fo de un modelo económico, social y político más igualitario para los varones blancos y sus familias, que las corruptas monarquías europeas u otras colonias del nuevo mundo; pero el derecho al sufragio y a la propiedad era exclusivo de los blancos europeos protestantes, frente a los nativos americanos, los esclavos negros y cualquier otro pueblo considerado inferior por raza, religión y cultura. El elemento racial era pues esencial para definir la jerarquía social de la república americana y justificar su expansión. La culminación del designio divino de expansión continental y de la necesidad histórica y social de ésta fue la ideología del «destino mani­ fiesto». Como hemos visto, la expresión fue formulada por el periodis­ ta demócrata John O’Sullivan en 1845, para defender la política de su partido de anexionarse a Texas y la apertura de hostilidades con Méxi­ co, frente a la opinión de Francia e Inglaterra. Literalmente, se refería al «derecho a extenderse por el continente, otorgado por la Providen­ cia para el libre desarrollo de sus habitantes, que se multiplican anual­ mente por millones», y fue el sustrato ideológico que justificó la guerra contra México en aras de adquirir California y Nuevo México, com­ pletando así la expansión continental hasta el Pacífico, Esta expansión continental, que formaba parte de la ideología e identidad nacionales, se tenía que hacer sobre territorios que eran pro­ piedad de los imperios francés, británico, español y de los indios ame­ ricanos. Jefferson resolvió el problema francés comprando en 1803 Luisiana a Napoleón, doblando así el territorio del país. Los problemas con los británicos se resolvieron tras la guerra de 1812; sólo quedaba entonces eliminar los obstáculos del decadente imperio español y los nativos americanos en el sureste. El general Andrew Jackson, el héroe de Nueva Orleans, jugó un papel destacado en la resolución de ambos problemas. Así, luchó y derrotó a las tribus del sureste, y en sus dos

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mandatos presidenciales, fue el responsable de realizar el «traslado forzoso» de las que habitaban entre el Atlántico y el Mississippi, hacia tierra virgen más allá del Mississippi, en el llamado Territorio Indio. En cuanto al imperio español, las incursiones militares de Jackson so­ bre Florida forzaron a España a venderla en 1819. Fue en este contex­ to cuando por primera vez se habló de Cuba, como un apéndice de Flo­ rida y por tanto de Estados Unidos. Por lo que refiere al amplio territorio del suroeste, necesario para completar la expansión continental hasta el Pacífico, era propiedad de México desde que en 1821 este país se independizara de España y fue necesaria una guerra para arrebatárselo. Estados Unidos se anexionó Texas en 1845 y para conseguir los codiciados territorios de Califor­ nia y Nuevo México provocó una guerra contra México (1846-1848), cuya victoria le permitió aumentar en 1/5 su territorio y llegar al Pa­ cífico. En estos años anteriores %la guerra civil, aunque la prioridad fue completar la expansión continental, Estados Unidos comenzó a sentar las bases de lo que sería su moderno diseño de política exterior, inte­ resándose por otros territorios del continente americano y por la ex­ pansión en el Pacífico. Lo más destacado de esta política exterior fue la llamada doctrina Monroe, elaborada por el presidente James Monroe y su secretario de Estado, John Quincy Adams, y presentada al Congreso en 1823. Lo esencial del discurso del presidente Monroe fue la declaración de que Estados Unidos no toleraría la intervención de los países europeos en el continente americano y que, a cambio, pro­ metía no inmiscuirse en ninguna colonia ya establecida, ni en asuntos europeos. Por un lado, la doctrina Monroe era una declaración de ais­ lacionismo respecto a cualquier conflicto europeo; pero era también un reconocimiento del cambiante orden mundial, con el desmorona­ miento del imperio español en Latinoamérica y la creación de nuevas repúblicas,12 lo que despejaba el camino para la intervención de Es­ tados Unidos. En este contexto hay que situar el reiterado interés estadounidense por Cuba. En 1823 Monroe escribió una carta a Jefferson, en la cual consideraba Cabo Florida y Cuba como «la boca del Missisippi», y ese mismo año John Quincy Adams informaba de que «... Cuba, casi en nuestras costas... se ha convertido en un objetivo de importancia tras­ cendental para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión»,13 A pesar de estas consideraciones, en la primera mitad del si­ glo xix, Estados Unidos no hizo nada por arrebatar Cuba a España, ni

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por favorecer la independencia dé la isla pues temía que, como en Hai­ tí, el proceso de independencia llevara aparejada la abolición de la es­ clavitud.14 Tras la conclusión de la expansión continental volvió a aparecer el tema de la anexión de Cuba, ligado a los intereses esclavistas del sur, que querían compensar cón esta adquisición el previsible desequilibrio de los Estados esclavistas en la Unión cuando se admitieran como Es­ tados los territorios ganados a México. Durante el mandato del presi­ dente Franklin Pierce (1852-1856), se planteó a España una nueva oferta para comprar Cuba por 130 millones de dólares, pidiendo antes opinión a los embajadores estadounidenses en París, Londres y Ma­ drid. En el Manifiesto de Ostende, los tres embajadores aconsejaban comprar la isla y en caso de negativa de España, apoderarse legítima­ mente de ella, pues «... estaremos justificados, bajo la ley divina o hu­ mana, a arrancársela a España si tenemos poder para ello, y esto por el mismo principio que justifica que un individuo destruya la casa incen­ diada de su vecino, para evitar que las llamas pasen a la suya».15La pu­ blicación del Manifiesto en la prensa de Londres causó sorpresa e in­ dignación en España y otras capitales europeas, así como en el norte de Estados Unidos, cuya opinión pública estaba cada vez más compro­ metida con el abolicionismo y las tesis del nuevo Partido Republicano. Por otro lado, los intentos de anexión de Canadá, que se remonta­ ban hasta los primeros años de la independencia, continuaron sin éxi­ to en la guerra de 1812, y en 1854 Estados Unidos y Canadá suscri­ bieron un tratado de Reciprocidad, por el que muchos estadounidenses pensaban que Canadá se unía a Estados Unidos con lazos económicos inquebrantables. Como el tratado tuvo el efecto contrarió de reforzar la autonomía de Canadá, un Senado opuesto a la anexión lo canceló en 1866. En cuanto al Pacífico, los misioneros de Nueva Inglaterra comen­ zaron a establecer misiones en Hawai en la década de 1820. En la dé­ cada de 1840 el gobierno norteamericano empezó a enviar mensajes a Inglaterra y Francia, avisándoles de que no toleraría el control europeo de las islas, y en la década siguiente ya se trató de negociar un tratado de Anexión con Hawai; mientras, el primer tratado Comercial con Chi­ na se había firmado en 1844, y en 1854 el comodoro Mathew C. Perrv abrió Japón al comercio norteamericano. La guerra civil y la reconstrucción aplazaron la expansión sobre el Pacífico y cualquier discusión sobre la anexión de Cuba u otro territo­ rio. El triunfo del norte y de la causa antiesclavista en la guerra civil in­

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validaron el argumento sudista de anexionarse Cuba, de forma que Es­ tados Unidos dio su apoyo nominal a la insurrección cubana de 18681878, por ser también una insurrección antiesclavista. Pero fue preci­ samente en estos años de guerra y reconstrucción cuando William Henry Seward diseñó las bases de la política exterior moderna de Es­ tados Unidos. Nombrado secretario de Estado por Lincoln en 1860, Seward era un hombre franco y poco convencional de la parte occidental del Esta­ do de Nueva York; un político veterano y un intelectual, admirador y discípulo de John Quincy Adams, que llegaba a la Secretaría de Esta­ do a los sesenta años, tras haberse iniciado en la política con el Free Soil Party, haber sido senador por el Estado de Nueva York desde 1849 y miembro del Partido Republicano desde su constitución en 1856.16 Como secretario de Estado con Abraham Lincoln y Andrew John­ son entre 1861 y 1868, sus logros principales fueron haber mantenido a las potencias europeas fuera de la guerra civil y el diseño de una vi­ sión del imperio estadounidense que dominaría la política exterior nor­ teamericana del próximo siglo. De este modo la construcción del im­ perio comenzaba por desarrollar y establecer unas bases económicas sólidas en todo el continente americano; tras ello, Estados Unidos con­ trolaría el istmo interoceánico en el Caribe, así como emplazamientos en el Pacífico, que le permitirían conseguir su objetivo final de abrir el mercado asiático a los productos norteamericanos. Diseñadas estas lineas maestras, Seward recomendaba una serie de medidas concre­ tas para el desarrollo del imperio, como establecer un arancel alto a fin de proteger las pequeñas industrias y atraer a trabajadores extranje­ ros; ofrecer las tierras públicas rápidamente y a bajos precios; obtener mano de obra barata, especialmente atrayendo a trabajadores asiáticos; unir el continente americano con canales y ferrocarriles transcontinen­ tales; poseer islas en el Caribe para defender a Norteamérica de los po­ deres europeos y para que protegieran el istmo centroamericano y la ruta hacia el Pacífico. Tras estos pasos, Seward pensaba que México y Canadá, se integrarían como Estados en la U nión.17 Durante sus mandatos, Seward no logró como pretendía que Esta­ dos Unidos se anexionara Santo Domingo, ni el Caribe danés, ni Ha­ wai; pero si logró en 1867 la anexión de las islas Midway, 2.000 kiló­ metros al oeste de Hawai y la compra de Alaska a Rusia. Aunque su mayor logro fue la idea de un imperio integrado, con una gran base económica continental, que producía enormes cantidades de bienes para millones de consumidores en Asia, y que anunciaba el diseño del

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futuro nuevo imperialismo norteamericano. Entre 1870 y 1890, cuando Estados Unidos ya había finalizado su proceso de reconstrucción y las grandes potencias europeas estaban embarcadas en «la fiebre imperialista», que trataba de repartirse los te­ rritorios restantes en África y Asia, el país estaba centrado en la explo­ tación de sus enormes recursos internos, conquistando y colonizando el último oeste y continuando el vertiginoso desarrollo industrial, que la guerra civil había interrumpido. Con recursos inagotables por ex­ plotar, un enorme y homogéneo mercado interior, todas las ventajas de la protección arancelaria del gobierno federal y ninguna de las desven­ tajas en cuanto a la regulación o intervención del Estado en las estruc­ turas empresariales, financieras o laborales, sin servidumbres con res­ pecto a las antiguas élites, el capitalismo estadounidense acabó el siglo xix a la cabeza de todos los sectores económicos, sin necesidad de re­ currir a los mercados exteriores. Esto no quiere decir que el comercio exterior no hubiera aumenta­ do su importancia en un momento clave de la intemácionalización de la economía. Las exportaciones excedieron a las importaciones todos los años, excepto 1875,1888 y 1893; éstas eran esenciales para algunos productos agrícolas como el algodón (70-80 por 100), el tabaco (entre el 41 y el 79 por 100) y el trigo (hasta el 25 por 100), y suponían már­ genes de beneficio importantes para las nuevas industrias punta, tales como la producción de hierro y acero (15 por 100), las máquinas de co­ ser (25 por 100) o el aceite para iluminación (57 por 100). Pero estas exportaciones fueron sobre todo a Europa y a Norteamérica, más que a Latinoamérica, Asia o Africa y en ningún momento durante el período excedieron el 7,2 por 100 del PIB .18 Debido a que este enorme desarrollo económico interior centró las energías del país, el interés por la expansión exterior fue relativamen­ te limitado entre 1870 y 1890. Así, Estados Unidos no intervino en la guerra civil cubana entre 1868 y 1878; aunque la república Dominica­ na parecía preparada para la anexión en 1870, el presidente Grant no pudo conseguir apoyo parlamentario; tampoco se materializó la cons­ trucción del canal de Panamá ante el éxito del de Suez e incluso hubo propuestas a principios de la década de 1890 de abolir el Departamen­ to de Estado, por su escasa actividad.59 Pero también en estas décadas se fue creando una conciencia sobre la posible necesidad de mercados que absorbieran la hiperproductividad de la economía norteamericana y como un medio hipotético de so­ lucionar los desajustes sociales y económicos de lá industrialización.

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Los secretarios de Estado que sucedieron a Seward continuaron entre 1870 y 1890 tanto la política de expansión por el Pacífico, como el control y la penetración en Latinoamérica. En 1878 Samoa firmaba un tratado otorgando a Estados Unidos la base naval de Pago Pago. En 1875 Hawai había firmado un tratado de Reciprocidad por el que otor­ gaba la base naval de Pearl Harbour a cambio de que el azúcar hawaiano entrará sin impuestos en Estados Unidos. El tratado aumentó la presencia y el poder de los norteamericanos en Hawai, que en 1887 ya controlaban el 65 por 100 de la tierra y dominaban el nuevo gobierno constitucional. En el Caribe se afirmó el dominio norteamericano fren­ te al Reino Unido, Francia y Alemania, y en México, tras el golpe de Estado del general Porfirio Díaz en 1876, aumentaron las inversiones norteamericanas en infraestructura, minería y petróleo; extendiéndose después por toda Latinoamérica y suplantando progresivamente al Reino Unido. Todos estos progresos fueron acompañados de la expansión de la Marina. En 1880, la gran Armada norteamericana de la guerra civil se había convertido en poco más que una flotilla anticuada e insegura en la que sólo 48 de los 1.942 barcos podía disparar, pero en 1881 se creó un Comité Consultorio Naval, que aconsejaba en aspectos técnicos y es­ tratégicos; en 1884 se constituyó el Colegio Naval de Guerra; entre 1885 y 1889 el Congreso autorizó la construcción de 30 barcos, y en 1886 el Departamento de Marina ordenó que todo el material para cons­ truir barcos norteamericanos debía proceder de Estados Unidos. Al mismo tiempo, cambió la orientación de las funciones de la Armada, de la mera defensa costera y comercial, a la búsqueda de la superioridad en los mares, introduciéndose de lleno en la competencia naval de las grandes potencias.20 Pero todos estos indicios no alteraban el hecho de que en 1890 no había una demanda social generalizada, ni una petición unánime del mundo de los negocios, ni siquiera un consenso político entre los dos partidos sobre la prioridad de búsqueda de mercados y expansión ex­ terior, ni tampoco una actuación gubernamental decidida. Fueron pues las circunstancias particulares de la década de 1890, en concre­ to el cierre de «la frontera» anunciado por el censo de 1890 y la gra­ ve crisis económica de 1893-1897, las que orientaron al país hacia el imperialismo.

286 T e s is

HISTOMÁ DE ESTADOS UNIDOS d e l a f r o n t e r a , u n a e x p l i c a c i ó n a l a c r is is

DE FINAL DE SIGLO

El historiador Frederícfc Jackson Tumer, en julio de 1893, cuando la crisis de la primavera sé estaba con virtiendo en depresión, fue el primero que en el Congreso de Historiadores Estadounidenses de Chi­ cago supo ver la gravedad de la crisis y darle una explicación. En su famoso ensayo La frontera en la historia amerticaña señalaba que como lo que había moldeado la identidad política, social y económica de Estados Unidos había sido la abundancia de tierra libre en el oeste; con el cierre de la frontera, no sólo se agravó la crisis;económica, sino que Estados Unidos dejó de ser un país excepcional y aparte».21 Asu­ miendo que la expansión a f oeste explicaba el éxito de la i’epública. americana, el país debía ajustarse a ser una sociedad sin posibilidad de expandirse o buscar nuevas áreas de expansión, lo que tendría enormes repercusiones en la política exterior.22 Turner desechó como solución la búsqueda de nuevos territorios de frontera, pues agudizaría lá crisis política que ya sufría Estados Unidos y consideraba que la única alternativa era la expansión comercial. Sin embargo, él no estableció una relación directa entre cierre de la fronte­ ra y expansionismo, ni se puede ver su influencia inmediata en los expansionistas; aunque ciertamente su «tesis de la frontera» influyó en la visión de la historia estadounidense de personalidades políticas tan des­ tacadas como el presidente Theodore Roosevelt, que como otros mu­ chos norteamericanos sí relacionaron en esos años el cierre de la fron­ tera con la necesidad de abrir una nueva frontera extraeontinental. Antes de que Turner difundiera su famosa tésis,Josiah Strong tam­ bién relacionaba el cierre de la frontera con la necesidad de abrir una nueva frontera mundial para solucionar los problemas económicos, políticos y, sobre todo, espirituales del país. Nacido en Illinois, Strong era un ministro congregacionista que había viajado intensamente por el oeste para la Home Missionary Society y en 1885 publicó Nuestro país, un libro en principio destinado a ser un manual para las misiones cristianas, que se convirtió en un rotundo best-seller acerca de la ido­ neidad de la expansión de Estados Unidos. La desaparición de tierras públicas y el rápido proceso de industrialización, al que el individuo no podía ajustarse, daban un sentido de urgencia a la crisis económica, que se agudizaba en el oeste, más afectado por el agotamiento de las tierras públicas. El país sólo podía solucionar su crisis involucrándose en los asuntos mundiales, comenzando desde el oeste hasta alcanzar la

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cristianización del mundo, pues los anglosajones» por sus virtudes de «libertad civil» y «pureza espiritual», estaban especialmente dotados para extender su «genio colonizador a México, América Central y Sudamérica» a las islas del Pacífico y África».23 La expansión de la cris­ tiandad anglosajona resolvería también la cuestión fundamental de la superproducción, pues el comercio seguiría a la evangelización. Josiah Strong fue sin duda el mayor popularizado!* del darwinismo social y anglosajonismo aplicado a la expansión imperial, que resultarí­ an decisivos para readaptar la ideología del «destino manifiesto» a las nuevas circunstancias de finales del sigo xix. Sólo la superioridad civi­ lizadora, consustancial a la raza anglosajona, podía justificar que un país que se forjó en una guerra de independencia contra el imperio britá­ nico y que se definió como «excepcional» con respecto a las monarquí­ as europeas, se viera envuelto en una política similar de guerras y ex­ pansión colonial por territorios que no estaban en el norte del continente americano, considerado hasta la fecha su espacio natural de expansión. El darwinismo social individualista, que tanta influencia había teni­ do en Estados Unidos hasta la década de 1890, por el interés de la nue­ va élite industrial hacia 1a competencia sin restricciones, decayó a par­ tir de entonces por las criticas de la clase media reformista, pero cobró nuevo vigor en el momento de la construcción imperial para justificar la competencia entre naciones y razas. Esta vertiente del darwinismo social estaba estrechamente ligada al anglosajonismo, que enfatizaba la superioridad racial y civilizadora anglosajona, constituyendo el princi­ pal ingrediente racista del imperialismo norteamericano.24 Este anglosajonismo influyó en el cambio de siglo en historiadores, politológos y políticos en ejercicio. Entre los historiadores, destacaría el grupo de la Universidad John Hopkins liderado por James K. Hosmer, para el que las instituciones democráticas de Inglaterra y Estados Unidos provenían de las primeras tribus germánicas y su superioridad hacía inevitable que la raza que hablaba inglés se extendiera por el Nuevo Mundo, África y Australia. En el campo de la teoría política, John W. Burgess señalaba: «... la capacidad política no era un regalo común a todas las naciones, sino limitado a unos pocos»,25 a las nacio­ nes arias, que eran las naciones políticas por excelencia. El presidente Theodore Roosevelt, que había sido estudiante de Derecho con John W. Burgess en la Universidad de Columbia, tam­ bién interpretaba la historia estadounidense en clave de expansión racial. En El vencedor del oeste, analizando la lucha del hombre de la frontera contra las naciones indias, llegó a la conclusión de que

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«una guerra racial hasta el final era inevitable» y «el desarrollo am e­ ricano representa la culminación de esta vigorosa historia de creci­ miento racial».26 Mayor influencia sobre la élite política gobernante tuvieron las teo­ rías de Brooks Adams y Alfred Thayer Maham sobre las necesidades de expansión exterior, Brooks Adams, hijo de Charles Francis Adams, hermano de Henry Adams y nieto de John Quincy Adams, fue afecta­ do directamente por la.,crisis de 1893 y, con pesimismo, trató de ela­ borar una ley de la historia para explicar la situación de Estados Uni­ dos. Su libro, La ley de la civilización y la decadencia, trataba de clasificar las fases y los motivos por los que la sociedad pasaba, en sus oscilaciones, del barbarismo a la civilización, del almacenamiento de energía sobrante al despilfarro de ésta, de la concentración a la disper­ sión. Su conclusión era que la expansión podía restituir las reservas de energía que el país necesitaba, pues el Lejano Oriente tenía el poten­ cial de energía por el que competían los poderes mundiales. Brooks creyó descubrir en Theodore Roosevelt al hombre que podía dirigir esa expansión y en,la guerra contra España la oportunidad de comenzar a quebrar la «ley de la decadencia», por lo que la Administración del presidente William McKinley proclamó a Brooks Adams su profeta.27 Aún más influyentes en el Gabinete de McKinley fueron las teorí­ as del almirante Thayer Maham. En 1890 Maham publicó su libro clá­ sico The Influence o f Sea Power upon History, 1660-1783, donde ya insinuaba los problemas que planteaba la desaparición de la frontera y la superproducción, A su juicio la solución era buscar una nueva fron­ tera en el mar que, a diferencia de la idea tradicional norteamericana, dejaría de ser considerado una simple defensa contra la intriga euro­ pea, para convertirse en una gran carretera por la que se circularía en todas las direcciones. Y precisamente para transitar por esta amplia vía de comunicación, Estados Unidos necesitaría una potente Marina de Guerra con la que proteger a la Flota Mercante, fuera ésta «propia o foránea». Maham compartía con William McKinley, Theodore Roosevelt y Henry Cabot Lodge la idea de que las posesiones coloniales eran sim­ ples bases para controlar y proteger los mercados latinoamericanos y asiáticos. De acuerdo con esta estrategia, lo primero que demandaba Maham era que Estados Unidos construyera un canal ístmico, gracias al cual la costa atlántica competiría con Europa en igualdad de condi­ ciones por los mercados asiáticos y las costas occidentales de Latinoa­ mérica. Veía Hawai desde el mismo prisma, aunque no consideraba

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conveniente anexionar Filipinas. También las ideas de M aham dieron racionalidad a la política de puertas abiertas (open door) en China, pues veía las ventajas de la expansión comercial por encima de la expansión territorial, ya que no causaba conflictos políticos, y si los había, los de­ cidiría el poder naval.28

P r im e r a s

in t e r v e n c io n e s :

V enezuela

y

C uba

Estas posiciones intelectuales hacia la construcción de un imperio extracontinental ya encontraron su expresión política en la Adminis­ tración demócrata de Grover Cleveland (1893-1896) y especialmente desde que ascendió a la Secretaría de Estado Richard Olney en 1895. El primer episodio fue la crisis de la frontera de Venezuela entre 1894 y 1895, en un momento en que Estados Unidos veía amenazado su li­ derazgo en el hemisferio occidental por las intervenciones del Reino Unido y Francia en Nicaragua, Trinidad, Santo Domingo y Brasil. La crisis se planteó porque los británicos querían extender su territorio en las Guayanas hasta la desembocadura del Orinoco, entonces en Vene­ zuela; mientras que los norteamericanos querían mantener la desem­ bocadura abierta, como un medio de penetración en Venezuela y toda Sudamérica.29 Estados Unidos, en una reedición de la doctrina Monroe, apelaba al derecho a intervenir en una controversia entre dos o más naciones, cuando ésta afectara a la tranquilidad, los intereses y el bienestar del país. Richard Olney consideraba que la seguridad y el bienestar de Es­ tados Unidos se habían visto afectados de dos formas: por un lado, los países de América Latina eran sus «amigos y aliados» y así «la domi­ nación de cualquiera de ellos por un poder europeo «significaba la pér­ dida de todas las ventajas de su relación natural con nosotros»;30 por otro lado, el pueblo de Estados Unidos tenía un interés vital en la cau­ sa del autogobierno. En realidad, el control del Orinoco era trascendental para la nave­ gación por el interior de Sudamérica y Estados Unidos se implicó en esta controversia no por el interés de Venezuela, sino porque quería evitar que el control militar británico del Orinoco hiciera del Caribe un «lago británico». Si Inglaterra controlaba la entrada del Orinoco y pre­ sionaba a Venezuela a aceptar la posición británica, «no solamente la doctrina M onroe se convertiría en una concha vacía, sino que Estados Unidos daría un gran paso en la pérdida de sus derechos».35

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En esta actitud dé reclamar el dominio delhem isferio occidental, Cleveland incluso amenazó con la intervención armada y contó con el consenso tanto délos líderes políticos, como de los principales círculos económicos, que en lo peor dé la depresión veían una solución en la ex­ pansión económica por Latinoamérica. La solución a la crisis vino con el tratado de Pancefote-Olney, firmado el 12 de noviembre de 1896, que dejó la gestión de la crisis en manos de un Tribunal Arbitral, for­ mado por dos americanos, dos británicos y una autoridad rusa en Dere­ cho Internacional. Sólo al final se permitió a Venezuela tener un repre­ sentante, lo que muestra hasta qué punto «... el asuntó de Venezuela no era una cuestión extranjera, sino la más nítida de las cuestiones inter­ nas»,32 como confesara el presidente Cleveland á finales de 1896. En los tres años siguientes, nuevos acontecimientos prepararon el camino para la actitud final de intervenir en Cuba: la revolución cubana de 1895 a 1897; junto con el cambio de poder en el Lejano Oriente con la ascensión de Japón y el intento de Rusia y Alemania de aprovechar este desequilibrio en el Pacífico en beneficio de su expansión territorial, y el acercamiento a Inglaterra como el mejor aliado para defender los intereses norteamericanos en el Pacífico. Para consolidar esta tendencia intervencionista, fue decisivo el cambio político que significó la victo­ ria del republicano William McKinley en las elecciones de 1896 — aun­ que la política exterior no fuera un aspecto fundamental de la campaña electoral— , así como el comienzo de la recuperación económica. Wiliam McKinley llegó a la presidencia como un político experi­ mentado y hábil, curtido en la escuela política de Ohió del ultimo cuar­ to del siglo xix y muy sensibilizado con los problemas económicos y sociales que estaba causando la depresión iniciada en 1893. En su inau­ guración presidencial en marzo de 1897, ya dejó clara su decisión de intervenir legislativamente para restaurar la prosperidad económica, y a los tres meses de tomar posesión consideraba que lá mejor forma de asegurar la recuperación era centrando «nuestras energías en el creci­ miento de los mercados exteriores... mejorarían el empleo y la condi­ ción de las masas».33 William McKinley usó pues su talento político y sus buenas relaciones con él Congreso para eliminar los obstáculos a la expansión comercial. Uno de estos obstáculos lo constituía la situación revolucionaria en Cuba, con respecto a la cual el programa del Partido Republicano había anunciado una política exterior más agresiva. La Administración de Cleveland creía que la garantía española de autonomía para Cuba era la mejor solución para los intereses nortea­ mericanos, sosteniendo así la soberanía española sóbrela isla para evi-

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lar la revolución. Por el contrario, el programa del Partido Republi­ cano en las elecciones de 1896 estaba a favor de la independencia cu­ bana, pero McKinley no se comprometió en principio con ella y apos­ tó en su discurso inaugural por una política de «no intervención en los asuntos internos de Otras potencias». Frente a esta actitud del presi­ dente, en 1897, 300 banqueros, en representación de los intereses eco­ nómicos, pidieron al secretario de Estado que Estados Unidos intervi­ niera en Cuba y consiguiera una reconciliación honorable entre las partes en conflicto, «a fm de evitar ulteriores pérdidas, reestablecer el comercio norteamericano y también asegurar las bendiciones de la paz para millón y medio de residentes norteamericanos en la isla de Cuba, que ahora soportan increíbles penas y sufrimientos».34 Esta actitud del mundo económico era lógica, pues desde el final de la guerra de los Diez Años en 1878, había invertido en Cuba más de 33 millones de dó­ lares y el arancel aprobado en 1890 estrechó aún más las relaciones en­ tre ambos países, haciendo a los consumidores norteamericanos de­ pendientes del azúcar cubano. De esta presión de los inversionistas estadounidenses surgióla nue­ va posición de McKinley con respecto a Cuba. Para defender los inte­ reses estadounidenses en la isla, McKinley amenazó a España con in­ tervenir — sin excluir la anexión-— si no era capaz de reestablecer el orden; aunque de momento apoyaría e l plan español de dar autonomía a los cubanos para conseguirla paz. Pero pronto llegaron las noticias consulares señalando la ineficacia de las reformas españolas y estas in­ formaciones coincidieron con la opinión del presidente de la Asocia­ ción de Banca Norteamericana —“John J. McCook— , acerca de que sólo la independencia terminaría con ía guerra y se ofreció a prestar di­ nero al gobierno de Estados Unidos para comprar la isla. Mientras el embajador norteamericano en España, Steward L. Woodford, iniciaba en Madrid las negociaciones para la compra de Cuba, el moderno acorazado Maine había sido enviado a Cayo Oeste, Florida, por si tenía que salir hacia Cuba, y la escuadra del Atlántico norte, por primera vez en dos años, comenzó un viaje hacia el golfo de México y el mar Caribe para las maniobras de invierno. El 24 de enero de 1898, McKinley decidió enviar el Mame al puerto de La Habana, como un gesto de amistad hacia España, en reconocimiento de su éxito en Cuba —cuando hacía tres años que se habían suspendido este tipo de visitas y la isla estaba en plena guerra civil— . Al mismo tiempo, la Armada de Estados Unidos concentraba sus buques de guerra en agrupaciones de combate en Cayo Oeste y un destacado grupo de hombres de negó-

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cios entregaba una carta a McKinley en la que se le recordaba que los intereses norteamericanos en la isla habían perdido cien millones de dólares anuales durante los tres años que ya duraba el conflicto entre España y Cuba, y necesitaban una «paz verdadera».35 En medio de este ambiente, dos incidentes decidieron la interven­ ción: la publicación en el Journal el 9 de febrero de 1898 de una carta privada del embajador de España en Washington, Dupuy de Lome, y la explosión del acorazado Maine el 15 de febrero. La carta que el 1 de enero de 1898 enviara De Lome a su amigo José Canalejas no sólo presentaba al presidente McKinley como un «politicastro oportu­ nista», sino que ofrecía pruebas tangibles de que España no era since­ ra sobre el establecimiento de reformas en Cuba y estaba utilizando la autonomía como un nuevo ardid para aplacar a la opinión pública, ga­ nar tiempo y engañar al gobierno norteamericano mientras reprimía la insurrección. En cuanto a la explosión del Maine el 15 de febrero de 1898, en la que murieron 266 de los 350 tripulantes, Fitzburg Lee, el cónsul norteamericano en La Habana, y los oficiales del Departamen­ to de Marina creyeron que la explosión había sido accidental. No en vano, en los últimos años había habido unos 20 incendios en buques de la Armada norteamericana — entre ellos, los acorazados Brooklin, Cincinnati, Nueva York y Oregón— que, se sospechaba, estaban re­ lacionados con el riesgo que suponía que carboneras y municiones estuvieran separadas tan sólo por una mampara de dos centímetros de grosor.36 Pero la prensa sensacionalista de Nueva York hacía tiempo que uti­ lizaba el tema de Cuba para la guerra de ventas entre sus periódicos —el New York World, de Joseph Pulitzer y el New York Journal, de Randolph Hearst—- y consideraba que Estados Unidos había sido ata­ cado por España y debía intervenir. En esta batalla periodística estaba ganando el Journal, de Randolph Hearst, rico heredero, alumno expul­ sado de Harvard y propietario del Examiner de San Francisco, el cual en 1895 había comprado el Journal a precio de saldo con una tirada de 50.000 ejemplares, y muy pronto decidió que la gueria de Cuba sería la guerra del Journal. El 9 de febrero de 1898, el yate Bucaneer, propie­ dad del Journal, entraba en el puerto de La Habana para seguir infor­ mativamente la presencia norteamericana en Cuba. Seis días después, cuando el Maine estalló, los titulares del periódico no dudaron en afir­ mar que el Maine había sido destruido por un torpedo o una mina espa­ ñola, y exigían la declaración de guerra. Por entonces, el periódico ha­ bía alcanzado la tirada de un millón de ejemplares y cuando la guerra

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se declaró» la tirada del periódico llegó a alcanzar el millón y medio de ejemplares y Hearst promovió el alistamiento de 250.000 voluntarios bajo el célebre eslogan «recordad el Maine», «al infierno con España». En medio de esta presión, una Comisión de Investigación del Congreso se encargaba de determinar las causas de la explosión del Maine, mientras los anexionistas ganaban poder dentro de la Administración McKinley, la cual exigía una indemnización a España, o Estados Uni­ dos utilizaría la fuerza y tomaría La Habana. Entre los anexionistas, destacaba el subsecretario de Marina, Theodore Roosevelt, que desde hacía unos años consideraba que Estados Unidos necesitaba una gue­ rra y tras la explosión del Maine confesaba a un amigo: «Me gustaría que fuéramos más jingoístas acerca de Cuba y Hawai»,37 Theodore Roosevelt había nacido en Nueva York en el seno de una -familia acomodada de origen holandés. Su padre, importador de vidrio y filántropo, tuvo una relación muy estrecha con el hijo, al que animó a superar las debilidades de su cuerpo asmático con la vida al aire libre y el deporte. Desde entonces, se convirtió en un naturalista «aficiona­ do», amante de la vida al aire libre, a la vez que en un voraz lector que gozó de una formación cosmopolita, pues su familia viajaba con mu­ cha frecuencia a Europa, En Harvard, además de destacar en los estu­ dios, practicó el boxeo y el remo, y editó una revista estudiantil Allí conoció a su primera mujer, Alice Hathaway Lee, miembro de una familia acomodada de Boston, con la que se casó en 1880 a los veinti'dos años. Tras su graduación y matrimonio, invertir en un rancho de ganado y escribir La historia naval de la guerra de 1812, comenzó su partici­ pación en política en 1881 como representante en la Legislatura del Estado de Nueva York por el Partido Republicano, destacando por promover la Legislación que regulaba las condiciones de vida de las cigarreras de Nueva York y por su oposición al magnate de ferrocarril Jay Gould, En 1884 su mujer moriría a consecuencia del parto y su ma­ dre de fiebres tifoideas. Para sobreponerse a esta doble tragedia, Roo­ sevelt se marchó a criar ganado a las «malas tierras» de Dakota y tras esta experiencia decisiva, la realidad y mitología del oeste marcarían su estilo de vida y su discurso político. En 1886 se casó de nuevo con Edith Carow y los republicanos de Nueva York le pidieron que se presentara como candidato a la Alcaldía Trente a la candidatura del populista Henry George, «El candidato cow­ boy» quedó en tercer lugar, pero tras una estancia de seis años en Wa­ shington como presidente de la Comisión de Funcionarios, en 1895 vol­

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vió a la política neoyorquina y en 1896 hizo campaña por William M c­ Kinley, quien al año siguiente le nombró subsecretario de Marina, Des­ de este puesto, Theodore Roosevelt reiteraba su creencia en la necesi­ dad de expansión ultramarina y favoreció la guerra contra España acerca de Cuba, pero no la provocó, ni fue el elemento fundamenta! en la dirección de la diplomacia de McKinley, simplemente ayudó a pre­ parar a la Marina de Estados Unidos a luchar contra España. Tampoco su telegrama dél 25 de febrero de 1898 al comodoro Geor­ ge Dewey causó la intervención norteamericana en Filipinas. Como el secretario de Marina, John D. Long, estaba fuera ese día, Roosevelt te­ legrafió al capitán Dewey, que estaba en Hong Kong: «En el caso de una declaración de guerra a España, su obligación será procurar que el escuadrón español jio abandone la costa asiática y haga después opera­ ciones ofensivas en la costa filipina», Pero éste no era el acto de un im­ petuoso imperialista, sino la ejecución dé un plan diseñado en 1895, que formaba parte de un programa de preparación de hostilidades. Long no rescindió la orden cuando regresó a su puesto al día siguiente,38 Mientras, el Tribunal dé Instrucción norteamericano consideró cul­ pable a España de la explosión del Maine dado que el control del puerto llevaba aparejada la protección de la propiedad y la gente—» y cuando las gestiones para comprar Cuba fracasaron, la guerra fue ine­ vitable. La intervención se justificaba por motivos humanitarios, por el desgobierno español y por la responsabilidad del gobierno estadouni­ dense en la protección de los ciudadanos e intereses norteamericanos, pero no se reconocía la independencia, ni la república de Cuba, que sí deseaban gran parte del Congreso y muchos norteamericanos. Finalmente, se llegó a un compromiso en la declaración conjunta del Congreso, que no reconocía expresamente a la república de Cuba, pero apoyaba la intervención de; Estados Unidos a fin de establecer «por la libre acción del pueblo, un gobierno estable, independiente y propio de la isla». Esta declaración incluía la aprobación de la En­ mienda Teller, que impedía la anexión de Cuba a Estados Unidos. En la votación del Congreso, la mayoría de los congresistas expresó la postura ideológica de sus votantes, pero otros estaban defendiendo los intereses de la remolacha azucarera o de aquellos sudistas que se resis­ tían a admitir en la Unión «a un pueblo extranjero e insubordinado, de fe católica, con una mezcla de sangre negra».39 El 20 de abril de 1898 McKinley firmó la declaración conjunta; ese mismo día España rompió relaciones diplomáticas con Estados Unidos y dos días más tarde McKinley ordenaba el bloqueo naval a Cuba, real­

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mente empezaba la guerra. España declaró formalmente la guerra el 24 de abril y el 25 de abril el presidente McKinley pidió al Congreso una resolución conjunta reconociendo el estado de guerra. El 30 de abril, la escuadra de cuatro guardacostas y dos cañoneras del almirante Dewey entró en la bahía de Manila y con un día de bombardeo destruyó diez barcos de la escuadra española, así como todas las baterías de la costa. Estados Unidos entraba en guerra sin haber reconocido explícitamente a la república de Cuba, pero la Junta Cubana en Nueva York conside­ raba que la resolución conjunta d el Congreso era equivalente al reco­ nocimiento de la república de Cuba, por lo que ofreció la total colabo­ ración de las fuerzas revolucionarias a las tropas de Estados Unidos.

U n a « e s p l é n d id a

g u e r r it a » e n

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Como parecía mostrar la primera acción de guerra, los dos bandos reconocían que quien dominara las aguas en tomo a Cuba dictaría el curso dé la guerra y saldría victorioso, pero la preparación de uno y otro bando era muy distinta ante e l conflicto. El gobierno español de Práxedes Mateo Sagasta, desde su forma­ ción en octubre de 1897, se mostraba cada vez más preocupado por el problema de cómo evitar una guerra con Estados Unidos sobre la cues­ tión cubana, pues pensaba que los recursos militares españoles estaban al límite,40 la Habana no podría resistir un bloqueo de más de dos me­ ses y la única esperanza de éxito era q u e la Armada española pudiera romper el bloqueo norteamericano y ganar el dominio del mar. Sobre el papel, la Armada española parecía una fuerza naval im­ presionante y similar a la Armada norteamericana, pero en realidad la mayoría de los barcos españoles estaba en una situación penosa, como reconociera el comandante en jefe, el almirante Pascual Cervera y To­ pete. Éste conocía exactamente las deficiencias de la flota a su mando, en la que casi cada barco necesitaba reparación urgente, sufría esca­ sez de carbón y provisiones e incluso carecía de mapas y cartas de na­ vegación. Tampoco tenía España ningún plan de guerra preparado, excepto el esquema de dejar en el puerto de Cádiz algún barco para la defensa del país y de enviar el resto de la flota a Cuba que, tras un primer ataque victorioso a la base naval de Cayo Oeste en Florida, establecería un bloqueo en la costa atlántica de Estados Unidos para dificultar sus co­ municaciones con Europa. El almirante Cervera no solo creía imposi­

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ble este plan —pues sabía que las Fuerzas Navales a su mando eran tres veces más débiles que las de Estados Unidos— , sino que pensaba que España había perdido ya la batalla en Cuba y debería abandonar la isla antes de enfrentarse a una guerra con Estados Unidos, lo que sería un desastre para el país. Sólo esta inferioridad española permitía hablar de una clara supe­ rioridad militar estadounidense, especialmente de «la nueva Armada norteamericana», que desde 1895 se estaba preparando para la guerra y tenía ya un plan muy preciso de ataque.41 Las Fuerzas Navales nortea­ mericanas aprovecharon rápidamente sus ventajas de proximidad geo­ gráfica y superioridad numérica en ios buques para establecer un bloqueo sobre Cuba y Puerto Rico. Al mismo tiempo — con el fin de destruir los recursos militares españoles— , se harían ataques contra barcos mer­ cantes y objetivos militares en las costas de España, Canarias y Filipi­ nas, y en todo momento la flota debía estar preparada para enfrentarse a la llegada de la Armada española, pues se pensaba que la lucha entre ambas flotas decidiría la guerra; mientras que el Ejército simplemente apoyaría a los insurgentes cubanos en el asalto a La Habana, Con los disturbios de La Habana en enero de 1898, y sobre todo tras la explosión del Maine en febrero del mismo año, este plan de guerra pasó de ser un mero ejercicio académico a una estrategia real contra España. Tras la explosión del Maine, Theodore Roosevelt, si­ guiendo el plan naval de 1895, envió al comodoro George Dewey a Manila y todas las operaciones militares comenzaron con un bloqueo de Cuba que se esperaba suficiente para obligar a rendirse a los espa­ ñoles antes de la llegada de la estación lluviosa en octubre. Incluso si el bloqueo no conseguía la rendición, al menos permitiría ganar tiem­ po para que el Ejército organizara una fuerza expedicionaria. Las dificultades del Ejército eran lógicas, pues a diferencia de la Armada, era pequeño, de 25.000 hombres, y no se había moderniza­ do, ni había tenido inversiones extraordinarias en los últimos años.42 El Ejército seguía siendo, en 1898, el de las guerras contra los indios y no se le otorgaba un papel decisivo en el conflicto con España, ex­ cepto por lo que se refería a la defensa costera, que podía quedar en manos de los voluntarios de la Guardia Nacional.43 Pero cuando las hostilidades con España estaban a punto de co­ menzar, el presidente McKinley se mostró partidario de ampliar el Ejército con voluntarios, por si debía intervenir en campañas decisivas en territorio cubano. El total de voluntarios ascendió a lo largo de la guerra hasta 200.443 soldados — 2/3 de los cuales permanecieron en

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Estados Unidos y nunca sirvieron en ultramar— , en su mayoría distri­ buidos en regimientos de Infantería, con la excepción de tres regimien­ tos de Caballería, entre los que se encontraban los famosos Rough Ri~ ders, promovidos por el subsecretario de Marina, Theodore Roosevelt. , El reclutamiento de voluntarios se convirtió en un conflicto entre el Ejército federal y los Estados.44 Mientras el Ejército federal quería con­ trolar todo el proceso de reclutamiento y formación, los Estados apela­ ban al derecho constitucional de mantener sus milicias que, agrupadas en la Guardia Nacional,45 debían ser el contingente básico del Ejército de voluntarios. Los Estados y los gobernadores tenían también un inte­ rés político en la defensa de las milicias, ya que eran una fuente de pa­ tronazgo que los partidos no querían abandonar en tiempos de guerra. Los Estados consiguieron su propósito y bajo la dirección de los comandantes federales organizaron un Ejército de voluntarios, sepa­ rado del Ejército federal. Los voluntarios se enrolaban en regimientos estatales, dirigidos por sus propios oficiales, los cuales fueron elegi­ dos siguiendo la recomendación de los gobernadores de los Estados. En los meses siguientes, los voluntarios viajaron de sus Estados a los Campamentos de Instrucción en el sureste — Chickamanga Park en Tennessee, Mobile y Tampa en Florida o Camp Alger en Virginia— , donde se comprobó que la descentralización en el sistema de recluta­ miento estaba provocando una confusión enorme en la intendencia e instrucción. Los^ voluntarios provenían de todos los Estados y lugares de la Unión, pues el estallido de la guerra se vivió como una «apoteosis del patriotismo», como una guerra que podía reestablecer la unidad nacio­ nal tras las enormes divisiones que habían surgido después de la gue­ rra civil y la «guerra social» de la década de 1890. El patriotismo se evidenció en la respuesta de un millón de voluntarios a la primera lla­ mada a filas de McKinley y en la demanda de banderas nacionales, que agotó todas las existencias. En cuanto a las expectativas de reconcilia­ ción nacional, se manifestaban tanto en los batallones que se formaron en las zonas populistas del oeste y medio oeste — por ejemplo, en el tercero de Nebraska, liderado por el propio Jennings Bryan— , como en la extraordinaria respuesta de los voluntarios blancos y negros del sur o en el nombramiento gubernamental de los oficiales confederales Fifzburg Lee y Joseph Wheeler como generales.46 • Particularmente, los afroamericanos vieron la guerra como una oportunidad para demostrar su patriotismo e integrarse plenamente en la nación. Esta sensación de oportunidad era mayor entre los dudada-

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nos negros del sur, quienes interpretaban la lucha de los cubanos por su independencia como similar a la suya, pues era Una lucha por la li­ bertad de las gentes de color liderada por un general mulato, Antonio Maceo.47 El líder afroamericano Booker T, Washington llegó a pedir la intervención de Estádos Unidos en Cuba y quería reclutar a 10:000 vo­ luntarios negros en el sur para que el ciudadano negro pudiera recla­ mar su lugar en la nación y obtener su libertad y sus derechos. Otros lí­ deres afroamericanos pensaban, sin embargo, que en lugar de luchar por los cubanos, los norteamericanos debían luchar por la libertad de los ciudadanos negros en los Estados del sur y creían que la militariza­ ción que acompañaría a la guerra sólo aumentaría la violencia de los blancos contra los negros. Desde la guerra civil el Ejército de la Unión había significado para los ciudadanos negros una oportunidad de equiparación social e inte­ gración en la nación. MUehos de ellos,permanecieron en él tras la gue­ rra civil y lucharon en las guerras indias en el oeste. Estos «soldados búfalo», que tenían ya una reputación como buenos soldados, fueron de los primeros en ser trasladados al sur para embarcar hacia Cuba, pues se creyó que su fisiología era más adecuada para luchar en los tró­ picos. A ellos se unieron otros 10.000 voluntarios negros, que en ge­ neral tuvieron un papel destacado en Cuba, donde ganaron 26 certifi­ cados de mérito y cinco medallas de honor del Congreso. Pero ni siquiera en la guerra estos soldados negros, tan apreciados en el campo de batalla, pudieron escapar a la segregación. Testimonios' de los «soldados búfalo» señalaban que habían sido vitoreados por la multitud en su trayecto desde Utah y Montana, pero en cuanto llegaron al sur, a Kentucky y Tennessee, sólo encontraron silencio y ya no eran soldados de Estados Unidos, sino sólo negros;48los voluntarios afroa­ mericanos que vivían en el norte se sorprendieron cuando al ir a los Campamentos de- Instrucción en el sur, trataron de ponerlos en vago­ nes segregados y, por supuesto, en la guerra lucharon en batallones se­ parados. Así, confirmando ios presagios más pesimistas, la guerra no mejoró, sino que empeoró la situación racial en el sur, ya que sirvió para la reconciliación de los blancos del norte y sur, a cambio del sa­ crificio de la ciudadanía negra del sur.49 El político que mejor entendió la guerra como una posibilidad de afirmación y reconciliación nacional fue Theodore R oosevelt Desde su puesto como subsecretario de Marina, en 1897 se había manifesta­ do partidario de promover la guerra contra España, pues Creía que «una guerra justa era a la larga mucho mejor para el alma humana que

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la paz más próspera».50 De acuerdo con está máxima, en cuanto la guerra estalló, Roosevelt dimitió de su cargo y participó activamente en el conflicto, constituyendo un regimiento de C aballería— los Rough Riders— que simbolizaría la identidad norteamericana, que para él, y para el historiador Frederiek lakson Turner, encamaban «la frontera» y el oeste.51 Los Rough Riders estaban formados principalmente por vaqueros de los distintos Estados del oeste, algunos indios, policías de Nueva York y graduados universitarios de Princeton y Harvard. El co­ ronel que mandaba el regimiento, Leonard Wood -—«el doctor guerrero»— , era conocido en el oeste por su campaña contra Gerónimo, por la que había recibido una medalla del Congreso. El objetivo del regi­ miento era «ser el modelo de regimiento de Caballería de la presente generación», en el que cualquier hombre sería un experto tirador y ji­ nete, y su coronel y teniente coronel eran conocidos «por la agresivi­ dad y arranque que marca a los que han nacido para ser líderes».52 Ro­ osevelt lo consideraba el prototipo del regimiento norteamericano, porque «ai lado de los cowboys, este regimiento está compuesto por hombres de cada sector del país, de cada Estado de la Unión... Es prin­ cipalmente un regimiento americano y lo es porque está compuesto por todas las razas que han construido América».53 Desde mediados de abril de 1898, este Ejército de voluntarios for­ mado por ocho cuerpos de ejército — cada uno de ellos con 30.000 hombres— , pequeñas unidades de personal especializado —-Caballe­ ría, ingenieros y hombres de señales— y los once regimietitos de In­ fantería, que se suponían inmunes a las enfermedades tropicales — cuatro regimientos de soldados negros y siete de «soldados búfa­ lo»— , se concentraba en el sureste dispuesto a embarcar hacia Cuba.54 Desde Tampa, en medio del caos, el desorden y sin barcos suficientes, partió la primera expedición a Cuba el 14 de junio de 1898, la fuerza expedicionaria más importante que había dejado Estados Unidos hasta la fecha, la cual no sería sobrepasada en tamaño hasta la primera guer­ ra mundial.55 El buen tiempo y la ausencia de ataques españoles per­ mitió que los primeros 16.058 soldados estadounidenses llegaran a la bahía de Guantánamo, sin pérdidas, seis días después, el 20 de junio de 1898. En los dos meses siguientes, un total dé 200.000 hombres cruza­ rían el Caribe.56 Como estaba previsto en el plan de guerra, las operaciones milita­ res comenzaron con el bloqueo de la costa norte de Cuba el 21 de abril. El objetivo era interrumpir el comercio entre Cuba y el resto del mun­ do para obligar a rendirse a la dotación española. En este sentido, el

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bloqueo tuvo éxito, pues aseguró que ni los países neutrales ni el con­ trabando abastecieran a Cuba, También cumpliendo el plan de guerra, el 24 de abril, el presidente McKinley confirmó la orden de que De­ wey atacara Filipinas. Dewey logró sorprender a los españoles en­ trando en la bahía de M anila en la medianoche del 30 de abril y a las 10.45 del domingo 1 de mayo había acabado con la resistencia espa­ ñola sin ninguna baja. En unas horas, Dewey se convirtió en el «héroe de Manila», el presidente McKinley le ascendió a almirante y el Con­ greso decidió regalarle un sable diseñado por Tiffany’s, valorado en 10.000 dólares. Esta acción dañó a España, pero no fue suficiente para tomar Ma­ nila. El gobierno español, decidido a mantener el control en las Filipi­ nas, dispuso no enviar ningún refuerzo al Caribe; donde las tropas del capitán general Blanco en La Habana y del almirante Cervera en San­ tiago de Cuba, tras haber aguantado el bloqueo naval durante varias se­ manas, se enfrentaban a la inquietante perspectiva de la llegada de la fuerza expedicionaria norteamericana sin refuerzos. Al desembarcar en Cuba, los soldados norteamericanos que iban con uniformes de invierno se encontraron con la densa jungla, los mosquitos, la temporada de lluvias; los caballos no llegaron a tierra y la Caballería tuvo que luchar como Infantería o «Caballería desmon­ tada» toda la campaña. Asimismo, les sorprendió que los insurrectos cubanos fueran un conjunto de «mulatos o negros, que parecían una horda de sucios mendigos, pelagatos y vagabundos», mostrándose in­ capaces para la lucha.57 A pesar de estas dificultades iniciales, la fuer­ za expedicionaria obtuvo sus primeros éxitos fácilmente en las bata­ llas de El Caney y la Colina de San Juan. En la batalla naval de Santiago de Cuba, la flota estadounidense destruyó al escuadrón español, tal y como el almirante Cervera había previsto. La toma de la ciudad costó a los norteamericanos sus prime­ ras bajas importantes — 243 muertos y 1.445 heridos— , pero fue un paso decisivo hacia la victoria, ya que en menos de un mes el Ejérci­ to había desembarcado en territorio enemigo, tomado ta segunda ciu­ dad de Cuba y apresado a más de 20.000 prisioneros españoles. Dos acciones militares más, ambas en agosto de 1898, fueron ne­ cesarias para acabar la guerra: la conquista de Puerto Rico y la toma de Manila. En principio, Estados Unidos no tenía interés en Puerto Rico, pero al desarrollarse la acción militar en el este de Cuba y hacia el Ca­ ribe, se pensó que esta isla de un millón de habitantes, centrada en la producción de azúcar, podía cumplir un papel similar al de la isla de

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M alta para los británicos en el Mediterráneo. El 12 de agosto de 1898, las fuerzas españolas se rindieron a las norteamericanas; las bajas es­ tadounidenses fueron de siete muertos y 36 heridos; las españolas, diez veces más. . También en agosto tuvo lugar la batalla y la toma de Manila, cuan­ do el protocolo de paz ya había sido firmado en Washington el 12 de agosto, pues las noticias no llegaron a Manila hasta el día 16. En la ocu­ pación de la ciudad, los insurgentes —liderados por Aguinaldo— no fueron invitados a hacer una ocupación conjunta de la ciudad, ya que hubiera supuesto el reconocimiento norteamericano del gobierno de la república de Filipinas. En lugar de ello, los norteamericanos estable­ cieron su autoridad y ordenaron a los insurgentes retirarse de Manila. Ante la firma del protocolo de paz, Estados Unidos exigía a España no sólo la retirada de Cuba y la cesión del control de la isla, sino tam­ bién la entrega de Puerto Rico y Guara, en concepto de indemnización por los gastos de guerra. En cuanto a Filipinas, había división de opi­ niones en el gobierno norteamericano, pues aunque la mayoría era par­ tidaria de la anexión, se tenían dudas sobre si ésta se debía restringir a la ciudad de Manila, la isla de Luzón o a todo el archipiélago. España, sabiendo que sólo podía admitir la derrota, quería limitar las pérdidas a Cuba, pero cuando se firmó el protocolo de paz en Washington, el 12 de agosto de 1898, aceptó la cesión de Puerto Rico y Guam, quedando aplazada la cuestión de Filipinas para la Conferencia de Paz de París. Lo que sí estaba claro es que la deliberada exclusión de cubanos, filipinos y puertorriqueños del proceso de paz expresaba la determinación de la Ad­ ministración McKinley de controlar el proceso unilateralmente. Así, en París quedaba pendiente el problema de Filipinas, archipié­ lago sobre el que ya abiertamente McKinley hablaba de anexión, en plena política exterior expan sionista en el Pacífico, como demostraba la reciente anexión de Hawai y Guam, En cuanto a los problemas mo­ rales que podía representar para McKinley la anexión de Filipinas como una colonia de Estados Unidos, el presidente los resolvió ape­ lando a que la guerra «nos ha dado nuevas obligaciones y responsabi­ lidades, como educar a los filipinos, civilizarlos y cristianizarlos».58 De esta forma, Estados Unidos ofreció a España por las Filipinas 20 millones de dólares y el 25 de noviembre España accedió a las con­ diciones norteamericanas sobre el tratado de Paz, que estuvo prepara­ do para la firma el 10 de diciembre de 1898. El Senado de Estados Unidos lo ratificó con dificultad el 6 de febrero de 1899, cuando ya ha­ bía comenzado la insurrección de Filipinas. La ratificación por España

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fue aún más difícil, pues tenía que firmarse en medio del descontento interno y el cambio del gobierno de Práxedes Mateo Sagasta por el de Francisco Silvela. Pero si España no firmaba el tratado en un período de seis meses, se colocaría en una situación muy complicada ante Es­ tados Unidos. Así, la regente María Cristina cerró las Cortes el 6 de marzo y, haciendo uso de sus prerrogativas reales, firmó el tratado en su nombre el 19 de marzo de 1899. E l l l de abril de 1899, la guerra se daba oficialmente por concluida, con el intercambio de ratificaciones del tratado de París. Para España, la guerra de Cuba fue un desastre nacional con 5(5.000 muertos, que puso al país en la bancarrótá y significó la efectiva diso­ lución del imperio español y la demostración internacional de que su poder de lucha había desaparecido. Para Estados Unidos, está guerra corta y con relativamente pocas bajas fue «una espléndida guerríta», como escribiera John Hay a Theodore Roosevelt, «que comenzó por las razones más altruistas, y se llevó a cabo con gran inteligencia y buena moral, auspiciada por la fortuna que favorece á los valientes». La victoria de 1898 fue el comienzo del imperio estadounidense en ultramar, y como potencia victoriosa tenía que organizar políticamente las antiguas colonias españolas en el Caribe y el Pacífico, En Cuba, Es­ tados Unidos no reconoció ni la independencia, ni el gobierno provisio­ nal, optando por ocupar militarmente la isla el 1 de enero de 1899, Se­ gún la Enmienda Teller, esta ocupación militar, dirigida por el general John R. Brooke, sería temporal, pero la duración de lá ocupación no se especificaba. De momento las autoridades norteamericanas pensaban que era prematuro dejar el gobierno de Cuba en manos de los cubanos a los que consideraban analfabetos, ladrones y, en su mayoría, negros o mestizos, los cuales podrían llevar a la isla a una inestabilidad parecida a la de la república negra de Haití. Así, del 1 de enero de 1899 al 20 de mayo de 1902, el pueblo cubano fue gobernado por el Ejército de Esta­ dos Unidos, dirigido primero por el general John R, Brooke y después por el general Leonard WoótI. Este gobierno militar provisional llevó a cabo una reforma dé la Administración, realizó un programa de obras públicas de emergencia y convocó elecciones en septiembre de 1900, para elegir una Asamblea constitucional que redactara la Constitución de una Cuba independiente. El 17 de marzo de 1901, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Enmienda Platt, que constaba de ocho artículos y definía las futuras re­ laciones de Estados Unidos con Cuba. El más famoso y controvertido fue el artículo tercero, por el que Estados Unidos se reservaba el dere-

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che a intervenir en Cuba para garantizar la independencia del país y el mantenimiento del gobierno adecuado, así como proteger convenien­ temente la vida, propiedad y libertad individual Otras cláusulas res­ tringían los poderes de Cuba para contraer deudas y establecer tratados con otras naciones, y permitían a Estados Unidos comprar la base de Guantánamo. Después de un considerable debate, la Asamblea constitucional cu­ bana aprobó la Enmienda Platt el 12 de junio de 1901 por 16 votos a favor, 11 en contra y cuatro abstenciones. Casi un año después, en La Habana, el 20 de mayo de 1902, el general Wood declaró el fin de la ocupación y formalmente transfirió los poderes de gobierno a Tomás Estrada Palma, el presidente elegido de la nueva república de Cuba, proamericano sucesor de Martí en el Partido Cubano Revolucionario. La Enmienda Platt fue esencialmente un sustitutivo de la anexión, pues garantizaba la independencia de Cuba, pero retenía parte de la so­ beranía de la nueva república, convirtiendo de facto a la isla en un pro­ tectorado de Estados Unidos, En 1902 el gobierno estadounidense se encontraba tan satisfecho de cómo se había resuelto políticamente la cuestión cubana, que deseaba que una solución similar se materializa­ ra con éxito en Filipinas.

F il ip in a s

y l a e x p a n s ió n e n e l p a c íf ic o

En contaste con Cuba, Filipinas no estaba atada a las disposicio­ nes de la Enmienda Teller que impedían la anexión, y aunque ésta no se planteó al principio del conflicto, una vez acabada la guerra, las po­ sibilidades de control del archipiélago de cara a una futura expansión asiática, llevaron al presidente McKinley a pensar que Estados Unidos debía reemplazar a España como gobierno soberano de las islas. Mc­ Kinley no reconoció la existencia de un gobierno filipino y no mostró disposición a consultar al pueblo filipino respecto a su estatus, lo que planteaba a Estados Unidos la novedad de una ocupación formal en un territorio a muchos kilómetros de distancia. En la justificación de esta actitud estaba la consideración de los fi­ lipinos como una raza inferior, incapaces del autogobierno, a quienes Estados Unidos debía tutelar hasta que estuvieran preparados para la independencia. En palabras d el presidente McKinley, como no podían devolver Filipinas a España, porque hubiera sido una cobardía; ni dár­ selas a Francia o A lem an ia— sus rivales comerciales en Oriente—

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pues hubiera sido un mal negocio; n i dejárselas a los filipinos, ya que no estaban preparados para el autogobierno; no le quedaba otra alter­ nativa «que hacernos cargo de ellos y educarlos, elevarlos, civilizarlos y cristianizarlos,..».59 Esta justificación del dominio colonial, basada en la inferioridad racial y cívica de los filipinos, era similar al argu­ mento utilizado con respecto a los indios americanos durante el siglo xix, y su tratamiento legal y político siguió los esquemas de la política federal con relación a las naciones indias. La pérdida progresiva de soberanía de las naciones indias desde el «traslado forzoso» no tuvo una contrapartida en la obtención de la ciu­ dadanía estadounidense plena para sus habitantes. Cuando en 1831, en el caso de la nación cherokee contra Georgia, el juez John Marshall sentenció que las naciones indias eran soberanas, pero dependientes, y que estaban bajo la tutela de Estados Unidos, decidió que la Constitu­ ción permitía el gobierno de otros Estados, sin garantizar la ciudadanía a sus habitantes. En 1885, otra decisión del Tribunal Supremo añadió que las naciones indias no eran un Estado o nación, sino solamente «comunidades locales dependientes»; de forma que los indios nacidos en las reservas, no eran ciudadanos protegidos por la 14.a Enmienda, sino «nacionales», personas que debían lealtad a Estados Unidos, pero sin los privilegios que van asociados a la ciudadanía. Esta misma con­ dición de «nacionales» se otorgó a los habitantes de Filipinas, pero en este caso el gobierno norteamericano desde el principio no reconoció ni la soberanía filipina ni el gobierno filipino.60 La continuidad con la política india se reflejaba también en el discurso de muchos imperia­ listas, quienes consideraban a las Filipinas como más tierra libre para el asentamiento, y a los filipinos como indios, que —como señalara Theodore Roosevelt-— «cuando estuvieran maduros para el autogo­ bierno se les garantizaría la igualdad, pero no hasta entonces...».61 Con esta retórica, no es de extrañar que las tropas que lucharon contra la insurrección filipina entre 1899 y 1902, tuvieran la sensación de que era otra guerra india, especialmente cuando el 87 por 100 de los generales en servicio en Filipinas había luchado en las guerras indias, y muchos de los regimientos provenían de los Estados del oeste, con recuerdos muy vividos de dichas guerras, que aún continuaban en los territorios de Arizona y Nuevo México contra los navajos y los apa­ ches.62 Lo que William McKinley no había calculado al decidir esta polí­ tica de educar y cristianizar Filipinas — aunque la mayoría era católi­ ca— , es que supondría el comienzo de una guerra larga y costosa con-

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tra los nacionalistas filipinos. Tras la firma y ratificación del tratado de Paz con España» en febrero de 1899, los norteamericanos sólo domi­ naban Manila, y Emilio Aguinaldo lideraba una insurrección en el res­ to del territorio de las islas, en la que 50.000 filipinos luchaban por la independencia» lo que obligó a Estados Unidos a iniciar una guerra de ■conquista. .... Aunque la organización de la resistencia se quebró a finales de 1899, los filipinos se refugiaron en las montañas al noreste de Luzón, donde el avance norteamericano tropezó con el comienzo de la esta­ ción de lluvias y, como en Cuba, los soldados se encontraron a miles de kilómetros de sus casas en un país tropical, donde la humedad era intensa, las lluvias torrenciales y la enfermedad un peligro constante. Allí comenzó una guerra de guerrillas que continuó, tras la captura de Aguinaldo en marzo de 1901, hasta mediados de 1902 y, de forma es­ porádica, cinco años más. Los insurrectos no consiguiéron la victoria, pero retrasaron las expectativas de los estadounidenses de una rápida victoria militar y obligaron a los generales norteamericanos a pedir constantemente re­ fuerzos, alcanzando la cifra de 70.000 soldados en 1900. Hasta que el conflicto fue controlado en julio de 1901, la isla estuvo bajo go­ bierno militar y el general Arthur McArthur, que fue elegido gober­ nador, practicó una política de «reconcentración» similar a la del ge­ neral español Valeriano Weyler en Cuba, reinstalando a los civiles en ciudades y pueblos fortificados, protegidos por las tropas nortea­ mericanas. A pesar de una prensa muy censurada, las noticias de las atroci­ dades cometidas por los norteamericanos en Filipinas enfrentaron a parte de la opinión pública contra esta guerra colonial. Cientos de nor­ teamericanos de diversa procedencia política se unieron en Ligas An­ tiimperialistas y asociaciones, porque veían la expansión imperial con­ traria a los principios democráticos de la república americana. En este movimiento antiimperialista, de composición muy diversa, había ex presidentes pertenecientes a ambos partidos, como Benjamin Harrison y Grover Cleveland; muchos políticos en activo de los dos partidos; políticos independientes reformistas; presidentes de universidad y aca­ démicos en general; líderes sindicales, como Samuel Gompers; algu­ nos empresarios como Andrew Carnegie, Edward Atkinson, George F. Peabody y Henry Villard; antiguos abolicionistas, que descubrieron una nueva causa moral en el antiimperialismo, y unos cuantos escrito­ res, entre los que destacaba Mark Twain. Sin embargo, los grupos do­

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minantes eran los reformistas progresistas independientes y los disi­ dentes republicanos.63 La debilidad argumental de los antiimperialistas residía en que cri­ ticaban lo que consideraban la primera intervención colonial nortea­ mericana porque violaba los principios democráticos, los cuales se ba­ saban en la doctrina del consentimiento de los gobernados — que presuponía que si había anexión, los filipinos debían ser ciudadanos norteamericanos-—, sin tener en cuenta que el precedente de la política india, al que ellos no se habían opuesto, permitía todo tipo de ambi­ güedades para que Estados Unidos tuviera un dominio colonial sin violar los principios de la Constitución. Por otro lado, los líderes y la mayoría de los Miembros dé las Ligas Antiimperialistas pertenecían a una generación mayor, cuya influencia no era ya tan amplia en la sociedad norteaméricaná.64 Así, el movi­ miento decayó rápidamente tras las elecciones de 1900, cuando el de­ mócrata y conocido antiimperialista Jénniñg Bryan fue derrotado otra vez en las elecciones presidenciales y el gobierno perdió interés en ad­ quirir nuevos territorios; aunque la agitación antiimperialista subsistió hasta la década de 1920 distribuyendo panfletos, investigando las atro­ cidades de Filipinas, presionando por conseguir resoluciones anticolo­ niales en las Convenciones de los dos principales partidos y abogando incansablemente por la independencia de Filipinas. En julio de 1901, el gobierno militar finalizó y el juez William Howard Taft fue nombrado gobernador civil. La Ley del Gobierno Filipi­ no fue aprobada por el Congreso el 1 de julio de 1902 y el presidente Theodore Roosevelt declaró oficialmente el final deTa lucha en el ar­ chipiélago. Esta ley hizo de las islas Filipinas un «territorio no incor­ porado» bajo el control soberano de Estados Unidos y consideraba a sus habitantes ciudadanos de Filipinas. Pero los costos de esta victoria habían sido altos. La guerra filipi­ no-americana duró rúas de tres años — desde febrero de 1899 a julio de 1902-™, en los que combatieron Un total de 126.468 soldados estadou­ nidenses, de los que 4.234 murieron y 2.818 fueron heridos. Los insur­ gentes sufrieron entre 16.000 y 20.000 bajas, siendo aún más destruc­ tivo el impacto de la guerra en el campo, donde murieron 200.000 civiles. Y además, la imagen de Estados Unidos como una nación de­ dicada a la promoción de la libertad y la democracia, también salió perjudicada. La extensión de la soberanía norteamericana sobre Puerto Rico, Ha­ wai, Guam y Samoa fue menos complicada y se alcanzó de forma mu­

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cho más pacífica que en Cuba o Filipinas, pues al ser islas mucho más pequeñas, plantearon escasa resistencia política y militar. En 189B Ha­ wai se había incorporado a Estados Unidos como un territorio nortea­ mericano, con un gobernador norteamericano; Puerto Rico en 1900 ha­ bía pasado a ser un «territorio no incorporado» con un gobernador norteamericano, y en 1899 las Islas Samoa Americanas —--Samoa, Wake ísland, Tutuila— quedaron bajo la administración d é la Marina, de for­ ma que Estados Unidos tenía bases navales extendidas a lo largo del océano Pacífico.

La el

p o l ít ic a e x t e r io r d e T h e o d o r e R o o s e v e l t : «GRAN GARROTE» Y LA CONSTRUCCIÓN DEL CANAL DE PANAMÁ

Con estas conquistas coloniales, Estados Unidos era la potencia hegemónica en el continente americano y se convertía en una fuerza ac­ tiva a nivel internacional, pero fue en la primera década deí siglo xx, bajo la presidencia de Theodore Roosevelt, cuando comenzó a desem­ peñar un papel de liderazgo en la política internacional. Theodore Ro­ osevelt, considerado un héroe nacional tras su participación en la gue­ rra de Cuba, fue elegido gobernador de Nueva York en agosto de 1898 y vicepresidente con McKinley en 1900, convirtiéndose en presidente tras el asesinato de McKinley en septiembre de 1901.Ya antes de lle­ gar a la presidencia, Theodore Roosevelt había señalado que la mejor receta para la política exterior era «hablar suavemente y llevar un gran garrote», de forma que el «gran garrote» pronto se convirtió en el em­ blema de su política exterior para mantener la primacía de Estados Unidos en el hemisferio occidental y particularmente en el Caribe, frente a cualquier posible intervención de las potencias europeas. Los otros presidentes progresistas, Wüliam Taft y Woodrow Wilson, con­ tinuaron esta política hasta la participación del país en la primera gue­ rra mundial en 1917. El primer acto de esta política exterior tuvo lu g ar en Venezuela. Allí, Alemania había prestado al gobierno del dictador Cipriano Cas­ tro más de 70 millones de marcos, de los que Alemania no había reci­ bido ningún interés. A principios de 1901, Castro hizo saber a Alema­ nia y otros países europeos, que no iba a devolver ni los préstamos, ni los intereses, por lo que al final de ese año Alemania estaba conside­ rando establecer un bloqueo sobre Venezuela para cobrar las deudas por la fuerza, pero asegurando a Estados Unidos que esto no supondría

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una ocupación permanente del territorio de Venezuela. La respuesta norteamericana fue que «sólo se opondría si un país extranjero busca­ ba crear una base permanente en el hemisferio occidental». Durante el verano de 1902, el Reino Unido y Alemania renovaron sus discusiones sobre una posible acción conjunta cerca de Puerto Rico y quedaron de acuerdo con Italia en declarar un bloqueo a la costa de Venezuela. En noviembre de 1902, tras mandar un ultimátum a Castro, e informar a Estados Unidos de sus intenciones, una fuerza conjunta anglo-alemana estableció el bloqueo el 9 de diciembre de 1902, mien­ tras la Marina norteamericana, al mando del comandante Dewey, esta­ ba preparada para intervenir en la base de la isla Culebra, en Puerto Rico. No fue necesario, ya que el 11 de diciembre de 1902 ambas par­ tes decidieron que la disputa fuera arbitrada por Estados Unidos. Insatisfecha con esta solución, en enero de 1903 Alemania intentó primero presionar a Venezuela abriendo fuego sobre las instalaciones venezolanas en Puerto Cabello y Fuerte San Carlos, y posteriormente propuso la creación de un Consorcio Internacional que dirigiera las fi­ nanzas latinoamericanas. Estados Unidos consideraba que la política alemana desafiaba la doctrina Monroe y que «ninguna república ame­ ricana debería estar bajo el control de un poder europeo ... con la pre­ tensión de garantizar el cobro de deudas».65 Pero como sugirieron los británicos, si Estados Unidos no dejaba que las potencias europeas de­ fendieran sus intereses en el hemisferio occidental, debería hacerlo por ellas. Roosevelt no iba a tolerar una segunda intervención europea en La­ tinoamérica, pero reconocía que estas «desdichadas repúblicas me cau­ san una enorme cantidad de problemas», por lo que a veces pensaba que la única solución era algún tipo de «protectorado sobre América Central y del Sur».66 Tras ejercer presión sobre Haití, para que satisfaciera las deudas contraídas con los países europeos, la oportunidad de ensayar la fórmula del protectorado se le presentó en Santo Domingo, donde du­ rante cinco años los banqueros neoyorquinos habían luchado con los fi­ nancieros franceses y alemanes por el control de los recursos económi­ cos del país. A principios de 1904, Santo Domingo parecía encontrarse en un estado permanente de inestabilidad revolucionaria, por lo que Ro­ osevelt ordenó a 1.a Armada de Estados Unidos ocupar las aduanas del país, pagar la deuda externa e impedir, bajo ninguna circunstancia, que cualquier actividad revolucionaria interrumpiera el desarrollo del país. La ocupación de Santo Domingo fue racionalizada con el «corola­ rio Roosevelt» a la doctrina Monroe, que el presidente hizo público en

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su mensaje al Congreso de 1904, según el cual «la perversidad crónica o la impotencia que resulte de la pérdida general dé los lazos de una so­ ciedad civilizada puede, en América o en cualquier sitio, requerir al fi­ nal la intervención de alguna nación civilizada, mientras que en el he­ misferio occidental la adhesión de Estados Unidos a la doctrina Monroe puede someterlos, aunque a regañadientes, ai ejercicio de un poder de policía internacional, en casos flagrantes de tal perversidad o impotencia». Tras Santo Domingo, en 1906, Roosevelt envió tropas a Cuba para comenzar una ocupación militar de tres años, confirmando así el carácter puramente formal de la independencia de la isla. En medio de esta política que afirmaba el deseo de Estados Unidos de evitar cualquier interferencia europea en el hemisferio occidental, tuyo lugar una fricción menor entre el Reino Unido y Estados Unidos por delimitar la frontera entre Alaska y Canadá — la Columbia británi­ ca— , tras el descubrimiento de oro en Yukón en 1898, pues esta zona fronteriza era crucial para el dominio de la riqueza minera de la región. Roosevelt envió tropas a Alaska, pero el incidente se resolvió en 1903 por negociación a favor de los norteamericanos.6; No hay duda de que la construcción del canal interoceánico que permitió el acceso al Pacífico fue el centro de la política de Roosevelt y lo más relevante de su mandato en asuntos internacionales. Incluso antes de pensar en la expansión en el Pacífico, ya se tenía la idea de construir un canal que acortara distancias entre las dos costas del país. Tanto la fiebre del oro de California en 1848 como'4a posterior de Alaska en 1890 habían demostrado lo caro, lento y peligroso que era transportar gente y mercancías rodeando el cabo de Hornos o atrave­ sando el istmo de Panamá, por un territorio montañoso y selvático, in­ fectado de fiebre amarilla.68 Los proyectos internacionales para la construcción de un canal comenzaron ya en la década de 1850, y entre 1879 y 1.889 una compañía francesa, dirigida por Ferdinand de Lesseps, el ingeniero del canal de Suez, había tratado de construir sin éxi­ to un canal en Panamá. Pero tras la victoria en Cuba, McKinley seña­ ló en su discurso al Congreso en diciembre de 1898 que se exigía «la construcción de un canal debido a la anexión de las islas de Hawai y la perspectiva de expansión de nuestra influencia en el Pacífico, y debe ser controlado por Estados Unidos». El primer paso de los norteamericanos para asegurarse la construc­ ción del canal fue revisar con los británicos el tratado de Cayton-Bulwer, firmado en 1850 entre el Reino Unido y Estados Unidos, por el cual ninguno de los dos países ejercía exclusivo control sobre el canal.

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La revisión d e l tratado a favor de Estados Unidos se consiguió en 1901, pues el Reino Unido estaba ocupado con la ascensión de Ale­ mania en Europa y la guerra de los bóers en Sudáfrica. Quedaba pen­ diente la cuestión de dónde construir el canal. Desde Í870 se pensaba en Nicaragua, país con una cadena de lagos que podían h acerla cons­ trucción menos ardua que en Panamá, donde Lesseps había fracasado. Por otro lado, la ruta de;Panamá resultaba más cara, ya que un grupo de franceses, liderado por Philippe Bunau-Varilla, que había compra­ do la arruinada compañía de Lesseps, pedía 109 millones de dólares por sus acciones y losderechos de la coñcesáoñ j>ara construir en Pa­ namá. Sin embargo, la oposición del gobierno nacionalista nicara­ güense de Santos Zelaya, y la opinión de los ingenieros de la Comisión Walker, hicieron optar a Estádos Unidos por la ruta de Panamá, en es­ pecial cuando la compañía francesa de Bunau-Varilla rebajó el precio de venta de las acciones y derechos a 40 millones de dólares; la ruta de Panamá parecía más ventajosa a todos los efectos. Sólo faltaba conseguir el beneplácito de Colombia, país del que Panamá era una provincia. En enero de 1903, el secretario de Estado John Hay convenció al em bajador colombiano Tomás Herrán de que firmara el tratado Hay -Herrán por el cual Colombia cedía a Estados Unidos diez kilómetros de territorio en la zona del canal en un usu­ fructo de 99 años a cambio de 10 millones de dólares y un pago anual de 250.000 dólares. El tratado Hay-Herrán fue ratificado por el Se­ nado norteamericano en agosto de 1903, pero rechazado por él Sena­ do colombiano, que téiñía la pérdida de soberanía en Panamá y exi­ gía el pago inmediato de 2 5 ' millones de dólares, especialmente viendo el negocio que ya estaba haciendo Estados Unidos al explotar el ferrocarril ístmico, sin que el Estado colombiano percibiera ningún beneficio. Roosevelt máldijó á esas ^despreciables pequeñas criaturas», pero en este punto sus objetivos en Panamá se encontraron con los tradicio­ nales deseos de independencia de los panameños, y los aprovechó a su favor. Desde que Colombia se independizó de España en 1821, nunca fue capaz de controlar Panamá, un territorio de difícil acceso, separa­ do de Colombia por montañas y selva,69 sin tierra cultivable ni riqueza minera, y habitado por una mayoría de transeúntes y una minoría de pequeños propietarios. Éstos eran muy distintos de los grandes pro­ pietarios de las zonas dominantes de Colombia y sabían que su fortu­ na dependía del uso que los extranjeros hicieran de lo que constituía su principal fuente de riquéza: su situación geográfica, por lo que eran

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fervientes partidarios del liberalismo económico. Todas estas circuns­ tancias hicieron de los panameños rebeldes iñdependentistas y entre 1846 y 1903 Colombia había solicitado en distintas ocasiones la ayu­ da de Estados Unidos para sofocar a los insurgentes panameños, sien­ do la última vez en noviembre de 1902, para acabar con la guerra de los Mil Días,70 En noviembre de 1903» Roosevelt aprovechó a su favor los deseos independentistas de los panameños, activados por el rechazo de Co­ lombia a firmar el tratado de H ay-tlerrán, asegurándoles qué e l acora­ zado Nashville estaría en la ciudad panameña de Colón él 2 de no­ viembre de 1903. Al día siguiente, 500 panameños sé levantaron contra el gobierno colombiano, encontrándose Cón los barcos nortea­ mericanos en todo el litoral. Unos pocos días después; la Adminis­ tración Roosevelt reconoció lá independencia dé Panamá y el 18 de noviembre el presidente norteamericano y el nuévo embajador de Pa­ namá en Washington, que resultó ser Bunau-Varilla, firmaron un tra­ tado para la construcción del canal. El nuevo tratado ampliaba la zona del cañal de 10 a 16 kilómetros de ancho, mientras que mantenía el pago en 10 millones de dólares en efectivo y 250,000 dólares anuales; asimismo, Estados Unidos se com­ prometía a garantizar la independencia de Panamá. La principal nove­ dad del nuevo tratado era que Estados Unidos recibía a perpetuidad el uso, control y ocupación de la zona, lo que significaba actuar como si tuviera la soberanía del territorio y ejerciera un protectorado virtual so­ bre el nuevo país. El gobierno panameño protestó amargamente ante la «manifiesta renuncia de soberanía» que se les exigía, pero sí rechaza­ ban firmar el tratado se enfrentaban a peores alternativas: Estados Uni­ dos podía ocupar la zona del canal sin pagar, dejar de proteger á la nue­ va república o construir eJ canal-en Nicaragua, abandonando a los revolucionarios panameños a merced d el Ejército de Colombia, Así pues, los panameños no tuvieron más opción que firmar. Pronto comenzaron los roces y enfrentamientos entre Panamá y Estados Unidos. A principios de 1904, el Departamento de Estado in­ sistió en que Panamá debía reconocer en su nueva Constitución — no meramente en el tratado— el derecho de Estados Unidos a la inter­ vención. Finalmente, el artículo 136 de la Constitución dio a Estados Unidos el derecho a intervenir en cualquier parte de Panamá para reestablecer la paz y el orden constitucional, y por supuesto eran los norteamericanos quienes determinaban cuándo la paz y el orden eran amenazados. Aún creó mayores problemas el artículo tercero del tra­

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tado, que otorgaba a Estados Unidos los derechos, poderes y autori­ dad de la zona, como sí éste tuviera la soberanía del territorio, estatus al que el secretario de Estado se refirió como «soberanía titular» o «equivalente de soberanía». Por otro lado, el artículo segundo repre­ sentaba un virtual cheque en blanco para Estados Unidos, pues daba a Washington el derecho a perpetuidad de «ocupar y controlar cual­ quier territorio fuera de la zona del canal, que en su opinión necesita­ ran». De esta forma, entre 1908 y 1930, Estados Unidos estableció 14 bases militares «para proteger el canal», demostrando que Panamá se había convertido en una colonia norteamericana de facto.11 Sin embargo, la principal novedad de la política exterior de Roose­ velt fueron las intervenciones más allá del hemisferio occidental,72 La guerra contra España dio a Estados Unidos una posesión en el Pacífico occidental —las Filipinas— , convirtiéndolo hasta cierto punto en un poder colonial asiático. Por otro lado, desde 1899 la política de «puer­ tas abiertas» en China no sólo trataba de preservar la integridad territo­ rial y comercial china, frente al reparto del imperio entre las «esferas de influencia» de las distintas potencias europeas y zonas comercialmente protegidas, sino que indicaba que Estados Unidos tenía algo que decir en China. Así lo demostró el envío de 2.500 soldados con la fuerza ex­ pedicionaria internacional que reestableció el orden en agosto de 1900, frente a la revuelta nacionalista de los bóxers. Tras esta revuelta el se­ cretario de Estado, John Hay, reelaboró su política de «puertas abier­ tas», señalando que ésta no sólo pretendía preservar «la integridad ad­ ministrativa y territorial china», sino conseguir «un comercio imparcial e igual» con todas las partes del imperio chino. La política de «puertas abiertas» estaba basada en el interés econó­ mico de Estados Unidos por explotar sin restricciones el mercado chi­ no, aunque encontró simpatías entre los que se oponían al imperialis­ mo, especialmente entre aquellos que defendían ía integridad territorial china; pero cuando a principios del siglo xx, Rusia y Japón competían por Manchuria y Corea, se demostró que Estados Unidos no tenía me­ dios militares para defender la política de «puertas abiertas» en Chi­ na.73 Sin recursos militares suficientes, Roosevelt optó por frenar el ex­ pansionismo ruso, dejando a Japón expandirse, lo que acabó en la guerra Ruso-Japonesa (1904-1905), cuyo final arbitró Estados Unidos, favoreciendo a Japón en el tratado de Portsmouth (1905), en donde Ru­ sia tuvo que reconocer el predominio político y económico de Japón en Corea — principado que se anexionaría en 1910— y ambos países es­ tuvieron de acuerdo en renunciar a Manchuria.

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Por otro lado, el temor de Estados Unidos a que el joven y poten­ te imperio japonés amenazara Filipinas se zanjó con el acuerdo TaftKatsura (julio de 1905), por el que Japón renunció a cualquier inter­ vención en Filipinas y Estados Unidos aceptaba el control japonés de Corea. Este acuerdo se reforzó en 1908, con el acuerdo Root-Takáhira, por el que ambas partes apoyaban el statu quo, prometían res­ peto a las posesiones de los otros y respaldo a la política de «puertas abiertas» en CMhá. Pero por debajo de esta aparente amistad, crecía la desconfianza mutua, pues Estados Unidos veía que el expansio­ nismo japonés en el este de Asia estaba sustituyendo al expansionis­ mo ruso. Roosevelt también intervino en el conflicto marroquí, presidien­ do la Conferencia de Algeciras, que en 1906 confirmó la indepen­ dencia de Marruecos y garantizó el acceso comercial de Estados Unidos. Ese mismo año, Roosevelt recibió el premio Nobel de la Paz, por las mediaciones en la guerra ruso-japonesa y en el conflicto de M arruecos, y en 1907 envió a la flota estadounidense — ya la ter­ cera del mundo tras la británica y alemana— a dar la vuelta al mun­ do, regresando a Estados Unidos en febrero de 1909, justo a tiempo para cerrar su presidencia. El activismo diplomático de Roosevelt no fue mantenido por su su­ cesor, William Taft, que excepto en los asuntos chinos, redujo su acti­ vidad diplomática al hemisferio occidental. El también republicano .William Taft, en su mandato presidencial de 1908 a 1912, siguió en el Caribe la política intervencionista de Roosevelt, que comenzó a lla­ marse diplomacia del dólar. Esta política tuvo sus orígenes en China en 1909, cuando Taft telegrafió personalmente al gobierno chino para defender los intereses de los inversores norteamericanos, interesados en un consorcio internacional que financiara las líneas de ferrocarril chinas. En América Latina esta diplomacia funcionó de forma distinta y con mayor éxito; consistía en animar a los banqueros nortea­ mericanos a ayudar a apuntalar las finanzas de los gobiernos caribeños inestables e intervenir política y militarmente cuando los intereses eco­ nómicos estaban amenazados. La primera intervención de esta «diplomacia del dólar» tuvo lugar en Nicaragua entre 1893 y 1909, cuando el régimen liberal y naciona­ lista de José Santos Zelaya — aunque muy conservador— chocó parti­ cularmente con los intereses norteamericanos y, en general, con los in­ tereses extranjeros y conservadores de su propio país. El nacionalismo económico moderado de Zelaya se enfrentó directamente con Estados

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Unidos al negarse a ceder él control de una parte d eí territorio para la construcción del canal interoceánico; pero cuando Estados Unidos ya estaba construyendo él canal por Panamá, Zelaya: trató de negociar con capitalistas europeos la posibilidad de construir otro canal en Nicara­ gua. Este incidente ya supuso la ruptura de relaciones diplomáticas en­ tre 1908 y 1909, y los residentes extranjeros, aliados con los conserva­ dores, provocaron el derrocamiento del régimen liberal de Zelaya y el establecimiento de un gobierno más conservador, con apoyo de Esta­ dos Unidos. Tres años después, aprovechando la caótica situación de las finanzas nicaragüenses^ los infantes de Marina desembarcaron en el país, confirmando al régimen conservador Marioneta, haciéndose con el control de las aduanas, los ferrocarriles y el Banco Nacional Nicara­ güense, y creando una Guardia Nacional mandada por oficiales norte­ americanos.74 Casi sin interrupción, los norteamericanos administra­ ron Nicárágua durante los veinte años siguientes, como intervinieron y administraron otras economías en el Caribe —desde 1915, Haití y des­ de 1916, la República Dominicana— , hasta la llegada a la presidencia de Franklin Delano Roosevelt en 1932, que supuso un cambio de polí­ tica respecto a Nicaragua, el Caribe y América Latina en general Tras una «espléndida guerrita», Estados Unidos afirmó su dominio del Caribe en el hemisferio occidental y con la anexión de Filipinas como nes Protectoras, presión sobre el resto de los empresarios para contro­ lar el mercado laboral y formación de Asociaciones Patronales Anti­ sindicales tales como la Asociación Americana Antiboicot (1902), la Alianza Industrial de Ciudadanos (1903) y, sobre todo, la Asociación Nacional de Fabricantes {National Association o f Manufacturers, 1902), que ya en 1904 lideraba la lucha sindical en todo el país, unien­ do a empresarios que estaban muy divididos por regiones, tamaño del negocio, intereses y preocupaciones diversas.’7 Tanto la AFL, como la Asociación Nacional de Fabricantes (NAM) dirigieron su atención a la esfera política, tratando de influir en la Le­ gislación del Congreso. Así, la apolítica AFL trasladó sus cuarteles de Indianápolis a Washington D. C. en 1895, estableciendo allí un Comi­ té Legislati vo permanente que consiguió, entre otras cosas, que duran­ te tres años seguidos la Cámara de Representantes aprobara la jornada de ocho horas para los empleados gubernamentales y una Ley contra los Mandamientos Judiciales; aunque esta Legislación fue derrotada en el Senado. No fue ajena a este fracaso la estrecha relación de la Pa­ tronal con el Partido Republicano desde 1902; por lo que, siguiendo el ejemplo de los sindicatos británicos, que en 1906 consiguieron que al­ gunos sindicalistas llegaran al Parlamento, la AFL decidió entrar di­ rectamente en política en apoyo del Partido Demócrata. En las elecciones de 1908, Gompers y la AFL apoyaron a la iz­ quierda del Partido Demócrata, lo que dio a William Jenning Bryan el poder necesario dentro del partido para ir cambiando la imagen de un partido demócrata, defensor de los derechos de ios Estados y del lais­ sezfaire, a un partido reformista, partidario de la intervención guber­ namental. Pero en las grandes ciudades y zonas industriales del este, el voto de la clase obrera dio la victoria a Taft y los republicanos.38 Mien­ tras los demócratas recordaban a los electores la depresión de 1893 y pensaban atraer a la clase obrera con objetivos estrechamente sindica­ les, los republicanos aparecieron en esas elecciones como los artífices

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de la recuperación y la expansión económica, que prometían «comida en abundancia para todos». Finalmente, en 1910, los congresistas demócratas, entre los que había un número creciente de sindicalistas, ganaron el control de la Cámara de Representantes y en 1912 el demócrata Woodrow Wilson ganó la presidencia con el apoyo formal de la AFL. La Legislación La­ boral más importante de la Administración Wilson, la Ley Clayton de 1914, garantizaba por primera vez el derecho de los sindicatos a exis­ tir y les aseguraba el juicio con jurado en los casos de desacato crimi­ nal; pero todos pensaron entonces, — incluido Wilson y la mayoría de los congresistas— que esta ley no protegía a los trabajadores de la per­ secución bajo la Legislación Antimonopolio. Mucha más trascendencia tuvo el nombramiento de Frank Walsh como presidente de la Comisión de Relaciones Industriales (CIR), que cambió la naturaleza de la comisión y el papel que ésta jugó en la po­ lítica norteamericana. Bajo su mandato, los miembros del CIR viaja­ ron por todo el país y hablaron con la gente para detallar los problemas a los que se enfrentaba el trabajador norteamericano y buscar solucio­ nes. El informe destacaba cuatro causas principales de descontento la­ boral en Estados Unidos: la injusta distribución de la riqueza, el de­ sempleo, la desigualdad judicial para los trabajadores y la ausencia de derecho a organizarse y negociar colectivamente. Como posibles soluciones, la comisión propuso establecer un Im­ puesto de Herencia que no permitía a nadie heredar más de un millón de dólares; un impuesto a los propietarios de tierras no productivas; restricciones para las Agencias privadas de detectives; leyes y enmien­ das constitucionales que garantizaran el derecho de los trabajadores a organizarse y a librarles del acoso de las Agencias gubernamentales y de los empresarios. Finalmente, el informe abogaba por la «interven­ ción estatal» para mejorar la situación de la clase obrera, política que se ejecutó en la situación de emergencia nacional que supuso la prime­ ra guerra mundial, cuando el Estado tomó la iniciativa en el cambio de relaciones laborales, económicas y políticas. En 1916, el Partido De­ mócrata ganó las elecciones como el Partido del Pueblo. Tras la victo­ ria demócrata, en medio de los preparativos para entrar en la primera guerra mundial, fue el gobierno federal, no los sindicatos, el que en una situación de emergencia nacional consiguió avanzar hacia un sis­ tema de relaciones laborales moderno.39

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H ISTO R IA L* ESTADOS UNIDOS

T r a b a ja d o r e s I n d u s t r ia l e s

del

M

undo

(IW W )

El antisocialismo de la cúpula de la AFL, su aceptación del capita­ lismo y del estahlishmeni político y su configuración como un sindi­ cato de trabajadores cualificados varones blancos, dejaba un enorme espacio para un sindicalismo industrial, adscrito a una política socia­ lista o radical. En un período de enormes transformaciones económi­ cas, dominadas por la mecanización creciente en la industria y la auto­ matización de las tareas, los empleos para trabajadores cualificados disminuían a favor dé los trabajos no cualificados o semicualificados, desempeñados por mujeres40 y sobre todo por inmigrantes recientes del sur y del este de Europa.41 Por otro lado, como ya hemos visto, los trábajadores negros eran muy importantes en la minería del carbón del sur, y asiáticos y mexica­ nos hacían los trabajos peor pagados etl el oeste y suroeste, También nativos o inmigrantes abundaban en el medio oeste y, sobre todo, en el oeste, los trabajadores itinerantes, llamados bímdlestiffs o blanketstiffs, por el pequeño altillo con sus pertenencias que cargaban sobre sus hom­ bros. Solían ser trabajadores muy jóvenes, que se trasladaban de un si­ tio a otro montando ilegalmente en los trenes, trabajando tanto en la re­ cogida de cosechas, como en la tala de árboles o las minas del noroeste. Eran difíciles de organizar por su movilidad laboral y él aislamiento de sus condiciones de trabajo y aunque muchos eran ciudadanos nortea­ mericanos, al no tener residencia fija, no podían registrarse para votar. Fue precisamente en las minas del noroeste donde surgió el germen del nuevo sindicalismo industrial a finales del siglo xix. En las minas de oro, plata y cobre, de Colorado, Montana,Tdaho, A m ona y Neva­ da, ía búsqueda de metales preciosos pasó de ser úna actividad indivi­ dual e igualitaria a transformarse en menos de veinticinco años en el símbolo del gran capitalismo que estaba dominando la economía nor­ teamericana, Las minas pasaron a ser explotadas por grandes compa­ ñías, en las que era el gerente y no él propietario quien se enfrentaba a unos mineros con los que compartía hasta cierto punto un lenguaje co­ mún, cierta similitud étnica y tradiciones sindicales. Había una mayo­ ría de trabajadores nativos y entre los inmigrantes predominaban los que provenían de Irlanda, el Reino Unido y Escahdinavia, muchos de los cuales ya eran ciudadanos y todos eran trabajadores cualificados en una zona donde escaseaba la mano de obra. Estas características les permitieron integrarse con facilidad en las comunidades muy poco ins­

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titucionalizadas del oeste y compartir con sus habitantes una sensación de libertad y aislamiento que hacía la utopía igualitaria más real. La irrupción de las grandes compañías y las innovaciones tecnoló­ gicas incrementaron la productividad, pero disminuyeron la importan­ cia de las cualificaciones profesionales y acabaron con el igualitarismo de las comunidades del oeste. Estos cambios estimularon la organizad ó n d e los mineros, que ya en 1878 formaron el Sindicato de Mineros de Butte, el cual se integraría a partir de 1893 en la Federación de M i­ neros del Oeste (Western Federation o f Miners, WFM). En la década siguiente -1 8 9 4 -1 9 0 4 — un conflicto social muy violentó enfrentó a la WFM con las grandes compañías y los poderes públicos en las minas del oeste. De esta guerra social saldrían los líderes que eñ 1905 funda­ ron en Chicago Trabajadores Industriales del Mundo (Industrial Wor­ kers o fT h e World, IWW), pues como señala Melwyn Dubosky: «La guerra social en el oeste finalmente creó una ideología d e clase.,; que hizo que los trabajadores evolucionaran del sindicalismo dé oficios al sindicalismo industrial y el socialismo».42 Con esta experiencia de la guerra social en el oeste y en plena cam­ paña nacional de las Asociaciones Patronales por el «taller abierto», 200 personas se reunieron en Chicago el 27 de junio de 1905, a fin de constituir «un gran sindicato» para todos: Trabajadores Industriales dél Mundo (IWW), popularmente conocidos como w w hlies. Este sindica­ to no dependía de ningún partido, pero a diferencia de la AFL, sí que estaba comprometido con la ideología y política radical. Creía en la lu­ cha de clases, en la acción directa y en que la solución a las injusticias sociales y económicas en Estados Unidos y en el mundo residía en la creación de un sistema político controlado por los trabajadores, catalo­ gado como «democracia industrial». Su tarea inmediata y prioritaria era crear sindicatos industriales, afiliados a IW W que cuando fueran suficientemente fuertes convocarían una huelga general y paralizarían toda la actividad económica. La condición para volver al trabajo sería que los sindicatos pasaran a controlar el gobierno y la economía. Esta revolución pacífica y democrática se extendería paulatinamente de un país aotro. Entre las personalidades que asistieron a la constitución de IWW había anarquistas, socialistas y sindicalistas radicales. Estaban Euge­ ne V. Debs, líder del Partido Socialista Americano desde su constitu­ ción en 1901; Mary Jones, conocida popularmente como Mother Jo­ nes, que a sus setenta y cinco años había sido organizadora del United Mine Workers y recorría el país en apoyo de los huelguistas,43 y Vin~

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cent Saint John junto con Bill Haywood, líderes de la Federación de Mineros del Oeste, nombrados consecutivamente secretarios generales de la organización, hasta que ésta prácticamente desapareció en 1917. Bill Haywood dejó claro en el Congreso Constitucional que «el objeti­ vo de esta organización debe ser poner a la clase obrera en posesión del poder económico, los medios de vida, el control de la maquinaria de producción y distribución, sin tener en cuenta a los propietarios ca­ pitalistas».44 Para conseguir este objetivo último de tomar posesión de los me­ dios de producción, la IWW pasaría por distintas etapas. Entre 1905 y 1908 su actividad sindical estaba relegada a la actividad de la WFM, después comenzó a tener notoriedad más allá de las zonas mineras por su novedosa campaña por la libertad de expresión en los barrios bajos de las ciudades del oeste, donde muchos trabajadores itinerantes pasa­ ban los inviernos. Las tácticas empleadas seguían la línea de la deso­ bediencia civil ante leyes injustas, apelando a la violación de la Prime­ ra Enmienda; cuando las autoridades locales impedían hablar en lugares públicos a los militantes de IWW, convocaban a todos sus sim­ patizantes a reunirse en la localidad donde se les impedía hablar y de­ safiando a las autoridades insistían todos en hablar e ingresar en la cár­ cel, desbordando así a las autoridades, incapaces de hacer cumplir la normativa ante tantos oradores. : Esta aplicación de la táctica de acción directa para la defensa de derechos civiles se ensayó primero en Missoula, Montana. En los si­ guientes seis años, se practicó en 24 ciudades, consiguiendo claras vic­ torias y el apoyo de muchos simpatizantes. Al mismo tiempo, organi­ zaron huelgas de trabajadores inmigrantes en el este, la más destacada de las cuales fue la del textil en Lawrence, Massachusetts, que se con­ virtió en la primera victoria laboral de los wooblies, los cuales conta­ ban entonces con el apoyo explícito del Partido Socialista Americano y se beneficiaron de la popularidad del líder de ambas organizaciones, Bill «Big Haywood». Éste, con su único ojo, su supuesto metro ochen­ ta de altura y su facilidad para las frases dramáticas, se había converti­ do en un personaje nacional, desde que en 1907 fue declarado inocen­ te en el juicio seguido contra varios wooblies por el asesinato del gobernador de Idaho en 1905. Sin embargo, la estela de violencia le persiguió desde entonces y la táctica de acción directa o sabotaje fue la causa de la ruptura entre IWW y los socialistas en 1913, aunque para él era una forma de «hacer retroceder, extraer y destrozar las fauces del capitalismo.45

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La llegada a la secretaría general de Bill Haywood en 1914 supuso la consolidación del sindicato. Logró organizar de forma más eficaz a los trabajadores inmigrantes, gracias a su sistema de «delegados de tra­ bajo», que captaban a los militantes y simpatizantes en el puesto de trabajo y les perseguían allí donde fueran. Fue entonces cuando alcan­ zaron resonancia nacional y el aura de romanticismo que les acompa­ ñó siempre, pues aunque nunca tuvieron más de 100.000 miembros que cotizaban, sus métodos de lucha innovadora, sn propaganda con canciones y cómics, les hizo muy populares en diversos ámbitos y en­ tre los intelectuales, quienes los consideraban representantes genuinos del socialismo y la revolución. Pero fue entonces cuando estalló la prim era guerra mundial, y aunque Bill Haywood pensaba que ésta era una catástrofe para el mundo occidental y especialmente para la clase obrera, decidió tácti­ camente no resaltar la posición contraria a la guerra de IWW. El sin­ dicato ni siquiera tomó la postura de no cooperación con el esfuerzo bélico de muchos grupos religiosos y miles de norteamericanos, ya que temía la represión contra radicales y disidentes. Fue una es­ trategia inútil, pues la entrada en guerra y la aprobación de la Ley de Espionaje en 1917 serían el instrumento principal para el desmamelamiento de IWW.

E l P a r t i d o S o c ia l i s t a A m e r i c a n o

Fue la conjunción en el tiempo y la unidad de acción entre IWW y el Partido Socialista Americano de 1905 a 1913, la que llevó a hablar de «avance del socialismo» en Estados Unidos antes de la primera guerra m undial El Partido Socialista se había constituido en 1901 y gran parte de su relativo éxito se debió a la personalidad de su líder, Eugene Victor Debs y a su concepción del socialismo.46 Eugene Debs había nacido en Terra Haute, Indiana, en 1855, cuando la ciudad era aún una comunidad de frontera igualitaria, que el desarrollo industrial corporativo trastocaría en los años siguientes. El ferrocarril fue la pri­ mera de las grandes empresas que transformó la fisonomía de la ciudad y en él comenzó a trabajar Debs a los quince años, ascendiendo a fo­ gonero unos años después y militando en el sindicato de su oficio, la Hermandad de Fogoneros de Locomotoras. Del sindicato de oficios y la defensa del trabajador nativo norteamericano evolucionó en la déca­ da de 1890 a propugnar un sindicato ferroviario para todos, como me-

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HÍSTORÍ A DE ESTADOS UNIDOS

dio de defensa frente a la acción combinada de las corporaciones, la ju­ dicatura y los poderes públicos. El Sindicato Ferroviario Americano {American Railway Union, ARU) se constituyó en 1893 en Chicago y tenía ya 150.000 miembros, cuando en 1894 planteó la huelga contra la compañía de coches Pull­ man. Como vimos, la huelga fue un gran fracaso del nuevo sindicato industrial, que hizo pensar a Debs que la solución estaba en una acción que entroncara con la tradición política republicana norteamericana y resaltara la importancia del derecho al voto y el poder de la ciudadanía. Por eso, Eugene Debs apoyó a los populistas entre 1894 y 1896, pero la derrota de Bryan en 1896 y las lecturas realizadas en la cárcel le orien­ taron hacia el socialismo, citando ya la huelga de Pullman lo había con­ vertido en un referente de resistencia al capitalismo corporativo. Sin embargo, su socialismo derivaba directamente del republica­ nismo y de la democracia estadounidense, consideraba la Declaración de Independencia como sü base ideológica ¡^interpretaba la lucha de clases en clave norteamericana, sin dogmatismos. En cuanto al socia­ lismo, era un destino inevitable, al que se llegaría Mediante las elec­ ciones, pues las propias corporaciones estaban preparando el camino al destruir los valores tradicionales.47 A pesar de las críticas de otros socialistas, como Victor Berger en su mismo partido o De León del Partido Socialista de los Trabajadores, a falta de un análisis de clase, el Partido Socialista Americano se constituyó en 1901 con esta conexión entre socialismo y tradición política norteamericana bajo el liderazgo de Eugene V. Debs. Fue el socialismo de Debs, que entroncaba con la revolución, hacía compatible el socialismo con el individualismo norteamericano, ex­ cluía inicialmente a los ciudadanos negros y no prestaba atención a las mujeres,48 el que le permitió conseguir entre 1902 y 1912 los mayores avances electorales de la historia del socialismo estadounidense. En las elecciones de 1904; trece Estados dieron a la candidatura socialista más de 100.000 votos, en Nueva York el voto sé triplicó, en California se cuadruplicó, en Illinois sé septuplicó, pero füe sobre todo en el oes­ te y medio oeste —-lowa, Ohio, Kansas, las Dákotas y M innesota—donde el incremento resultó espectacular. Incluso en ocho Estados del sur los socialistas recibieron más de 100.000 votos. De acuerdo con este despegue electoral, las expectativas de buenos resultados se incrementaron ante las elecciones presidenciales de 1908. Contribuyeron a estas expectativas la atmósfera radical y de cambio in­ minente que generáronlas acciones de IWW; el que hubiera dos perió-

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dicos socialistas en circulación — The Appeal toR eason y Wilshires M a g a z i n e con una tirada aproximada de 250.000 ejemplares, los cuales denunciaban repetidamente las contradicciones básicas del capi­ talismo norteamericano; el éxito de la novela de Upton Sinclair La ju n ­ gla y las publicaciones de otros muckrakers como Ida larbel y Lincoln Steffens, BI crecimiento del partido también parecía alentar esperanzas en los resultados Méctorales de .1908, pues en esa fecha el Partido So­ cialista Americano (PSA), tenía ya 41.000 afiliados y 3.000 asociacio­ nes locales en las que abundaban los profesionales de clase media, que dominaban los órganos del partido; m ientrasque 1/6 parte eran traba­ jadores r la mayoría cualificados. Las buenas expectativas electorales parecían confirmarse en la cam­ paña electoral, para la que el partido alquiló un tren con tres vagones, The Red Special, que entre finales de agosto y el 2 de noviembre trans­ portó a Dehs y a su equipo, incluida una banda de música y un vagón de equipaje lleno de libros, por más de 300 localidades y 33 Estados. Y en casi cada parada «un enorme entusiasmo animó a las multitudes», pero no se tradujo en suficientes votos en las elecciones de noviembre de 1908. Sólo 18-000 votos se añadieron al resultado de los 400,000 con­ seguidos en 1904; parecía que el descontento y el deseo de cambio se dispersó entre el Partido Demócrata, los socialistas y las distintas plata­ formas progresistas, permitiendo una holgada victoria al republicano W. Taft en un período de clara expansión económica.49 Se tuvo que es­ perar a 1912 para que las expectativas cristalizaran en avances electo­ rales significativos. Los socialistas consiguieron 900.000 votos* el 6 por 100 del voto presidencial* ocho ciudades más eligieron alcalde socialis­ ta y otros veinte socialistas se sentaron en las Legislaturas de los Esta­ dos; lo que inducía a pensar que cuando las opciones electorales refor­ mistas fracasaran, los votantes se dirigirían al Partido Socialista. Este avance electoral de 1912 fue importante sobre todo en el suro­ este y en el oeste. En los Estados de Kansas, Gklahoma, Texas y Arkansas, en una década en la que muchos campesinos habían perdido sus tierras y se habían convertido en arrendatarios, el rápido desarrollo de las industrias extractivas estaba formando una clase obrera indus­ trial muitiétnica, sin defensas frente a la ofensiva empresarial. Los campesinos empobrecidos adaptaron el republicanismo y el evangelismo al socialismo, por eso el elemento singular de organización socia­ lista, inspirado en el segundo despertar religioso, tomó la forma de campamentos socialistas, que se reunían a mitad del verano. Estas acampadas eran tanto una ocasión para la agitación política, como una

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oportunidad de ocio y esparcimiento en las que se conectaba el evangelismo de las pequeñas ciudades del suroeste con el socialismo. El ta­ lante religioso les inducía a considerar que los problemas sociales no eran meramente intelectuales y a confiar en la regeneración, en el re­ nacimiento a través del sufrimiento de la existencia humana. En el su­ roeste y en los Estados madereros y mineros del oeste —Washington, Montana, Utah, California— la combinación de impulso religioso y so­ cialismo profético generó una amplia y popular crítica del capitalismo. Frente a esta nueva afluencia de militantes radicales, que compartían su militancia socialista con la pertenencia al sindicato IWW, los núcleos socialistas tradicionales del este y medio oeste y líderes como Víctor Berger cuestionaban el socialismo de los nuevos militantes y censuraban su militancia en el sindicalismo industrial de IWW. Este grupo logró la victoria sobre Debs en el Congreso de mayo de 1912, cuando el partido decidió excluir a los militantes que practicaban el sabotaje o cualquier otra forma de violencia conocida como acción directa. La división del partido fue el comienzo de su decadencia, pues per­ dió 23.000 militantes entre 1912 y 1913 y otros 23.000 en 1914. El de­ clive se reflejó ya en las elecciones de mitad de mandato de 1914, en las que Wisconsin perdió el 22 por 100 del voto socialista; Washing­ ton y California, el 25 por 100 y Michigan, Illinois y Pensilvania, el 50 por 100. Estos resultados descorazonadores no podían explicarse ex­ clusivamente por la división del Partido Socialista. La mayor parte de la clase trabajadora norteamericana siguió votando a su partido tradicio­ nal, que se adaptó a las circunstancias presentando un programa pro­ gresista, o acaso prefirió votar al Partido Progresista, de Theodore Ro­ osevelt y simplemente, como señala Nick Salvatóre, no hubo declive o decadencia, porque nunca existió un crecimiento socialista importan­ te. Para Salvatóre era más bien un problema cultural, pues «la mayoría de los norteamericanos rechazaron el socialismo como no americano» y era difícil afirmar una identidad colectiva en una cultura individua­ lista, en una sociedad conservadora respecto a sus valores fundaciona­ les y no tolerante respecto a la transgresión de éstos, como se compro­ baría en la primera guerra mundial,50

R a c is m o

y s u p r e m a c ía b l a n c a e n e l p r o g r e s is m o s u d i s t a

Los ciudadanos negros del sur fueron radicalmente excluidos de los beneficios de la política progresista y del nuevo consenso liberal-

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corporativo. En las dos primeras décadas del siglo xx, se incrementó la tendencia de la «edad dorada» a excluirlos de la política y segregados de los lugares públicos en el sur. Las Primarias fueron una nueva res­ tricción al voto negro. Si los ciudadanos negros aprendían a leer y es­ cribir, entendían la Constitución, adquirían suficiente propiedad, re­ cordaban pagar el poli tax y guardaban el recibo, aún tenían la zancadilla de tener que pasar por las Primarias, exponente del avance democratizado!' del movimiento progresista, que en el sur las normas de los partidos restringieron a sus votantes y simpatizantes blancos. El procedimiento fue efectivo para acelerar la supresión del voto negro y la desaparición de la representación política afroamericana. Los 130.334 votantes negros que había en el Estado de Luisiana en 1896 se redujeron a 1.342 en el año 1904, y las 26 parroquias que tenían ma­ yoría del voto negro en 1896 la perdieron en 1900. Con las excepcio­ nes notables de Menphis, Houston y San Antonio, donde los aparatos de los partidos dependían de lús votos negros, los Estados sudistas re­ gistraron menos votos en las elecciones presidenciales de 1940 que en las de la década de 1880, aunque la población creció y efectivamente se dobló el electorado por el voto femenino.51 En cuanto a la discriminación social, que las Leyes de Segregación en el Ferrocarril habían sancionado antes de 1900 en todos los Estados del sur y en 1896 habían recibido apoyo federal con la decisión del Tribunal Supremo a favor de la doctrina de «iguales, pero separados», se extendió durante la época progresista a todos los ámbitos y a todos los afroamericanos sin distinción de clase, estatus, educación o com­ portamiento social. Primero, a las salas de espera de las estaciones, después a otros medios de transporte como el barco de vapor o los tranvías, posteriormente a los hospitales, lugares públicos de diversión y recreo, ámbitos de trabajo y finalmente a través de la segregación re­ sidencial en las ciudades. Esta segregación residencial — que no afectó a las ciudades marí­ timas-—- siguió distintos patrones en la segunda década del siglo xx. Én 1910, Baltimore, en Maryland, optó por las manzanas de negros o blancos en áreas ocupadas por ambas razas; Richmond, en Virginia, decidió que la manzana fuera blanca o negra según la mayoría de los residentes, y Norfolk, en el mismo Estado, decidía el color de la man­ zana teniendo en cuenta tanto la mayoría de propietarios, como de re­ sidentes. En Nueva Orleans, Luisiana, una persona de cualquier raza necesitaba obtener el consentimiento de la mayoría de los residentes en el área antes de establecerse. La expresión ultima de la segregación

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residencial fue la exclusión de residentes afroamericanos en algunas pequeñas ciudades de Texas, Oklahoma y Alabama, y la existencia de 30 ciudades y un cierto número de asentamientos habitados exclusiva­ mente por afroamericanos. En algunos casos, como en el ferrocarril, la segregación se aplica­ ba tras aprobar Leyes Estatales, pero la mayoría de las veces eran las normativas locales, reglamentos internos y sobre todo las costumbres y hábitos sociales, los que anticipaban y superaban a las leyes.32 No en vano, el racismo y la supremacía blanca se extendieron en el sur como justificación política de la segregación y la supresión del voto negro, cuando la democratización del período progresista estaba permitiendo avanzar a otras minorías como las mujeres, porque ni el liberalismo del norte ni el radicalismo del sur tenían fuerza suficiente para contener el racismo.53 Ya en la «edad dorada», las decisiones judiciales del Tribunal Su­ premo indicaban que los liberales del norte estaban dispuestos a sacri­ ficar al ciudadano negro en aras de la reconciliación de los blancos del norte y el sur. La guerra contra España y el «nuevo imperialismo» con­ firmaron esta reconciliación y facilitaron la aceptación del racismo en el norte, como una dominación civilizadora sobre pueblos inferiores, de color, que podía servir de ejemplo para la dominación del sur. En cuanto al radicalismo sudista, que en las décadas de 1880 y 1890 había agrupado a votantes blancos y negros pobres en el Partido Populista, provocó tal reacción en su contra que al final de la década de 1890 no solamente había sido derrotado el populismo y comenzado la supre­ sión del voto negro, sino que los políticos populistas culparon a los vo­ tantes negros de su derrota y se convirtieron en los mayores defenso­ res de la negrofobia y la supremacía blanca.54 Antiguos populistas y progresistas presentaban el racismo y la su­ presión del voto negro como la única forma de evitar la corrupción po­ lítica. El caso más llamativo en esta transformación fue el de Tom Watson, el político de Georgia que, en 1904, fue candidato populista a la presidencia y, en 1906, llegó a la conclusión de que los principios populistas sólo triunfarían si el «negro» era eliminado de la política, ofreciendo el voto populista a cualquier candidato progresista que se presentara con un programa de reformas populistas y la supresión del voto negro.55 El progresismo sudista realizó algunas reformas importantes contra la corrupción política de los aparatos de los partidos: reguló los ferro­ carriles y las compañías de seguros, promovió legislaciones laborales

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humanitarias para los mineros, así como para los trabajadores indus­ triales y el trabajo infantil, y defendió los derechos de los consumido­ res. Pero el racismo era el verdadero fundamento de la política progre­ sista sudista, pues lá unidad racial se consideraba una base más sólida para la reorganización democrática que la distinción de riqueza, oficio, propiedad, familia o clase. Así, cuando la democracia y la afinidad se extendían entre los blancos, más se obligaba al ciudadano negro a «ocupar su lugar», un espacio que estaba gradualmente estrechándose tanto en el sur como en el norte. El racismo llegó al gobierno federal con Woodrow Wilson, el pri­ mer sudista demócrata que alcanzaba la Presidencia tras la guerra ci­ vil gracias al voto de los progresistas sudistas de su partido, entre los que destacaba Josephus Daniels, el encargado de la campaña electoral, Daniels, a punto de ser nombrado miembro del Gabinete de Wilson, dejó claro que el sur nunca se sentiría seguro hasta que el norte y el oeste adoptaran la total proscripción política y segregación social de los negros,56 En este ambiente de negrofobia, racismo y supremacía blanca, el odio contra los ciudadanos negros se manifestó en la forma ya tradi­ cional del linchamiento57 y en la nueva del disturbio racial. 60 ciuda­ danos negros en 1905 y 70 en 1915 sufrieron el ritual de ser captura­ dos por una multitud de blancos, torturados y ahorcados en una atmósfera festiva, con niños y mujeres entre la multitud. En cuanto al disturbio racial, en realidad un alboroto de muchedumbres blancas en barrios negros, el más violento tuvo lugar en Atlanta, Georgia, donde durante cuatro días de violencia, 11 ciudadanos negros fueron asesina­ dos, 60 heridos y muchos negocios y casas destruidos. En 1908 estalló el primer disturbio racial en una ciudad del norte, en Springfield, Illi­ nois, la ciudad donde creció Abraham Lincoln.58 Así las cosas, por primera vez, los ciudadanos negros dieron su propia respuesta cívico política al aumento de la violencia, el racismo y la supresión de derechos políticos. Desde el sur, Booker T. Washing­ ton, hijo de una esclava y un blanco, que en 1881 había fundado en Tuskegge, Alabama, una importante universidad para negros, optó por animai* a los afroamericanos del sur a que buscasen la autonomía eco­ nómica y se preocupasen de su formación, frente a la lucha política por la igualdad.59 Desde el norte, W. E. B, du Bois, de Massachusetts, hijo de negros libres, doctorado en Historia en Harvard y profesor de la Universidad de Atlanta, insistía en concentrarse en la educación supe­ rior para conseguir un liderazgo político e intelectual.60 En 1906 fundó

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el Movimiento Niágara, un movimiento en el que militaban tanto ne­ gros como blancos herederos del abolicionismo, y en 1909 constituyó sobre las mismas bases sociales la Asociación Nacional para el Avan­ ce de la Gente de Color (The National Associationfor the Advancement o f Colores People, NAACP), que antes de la primera guerra mundial realizó una campaña legal-constitucional para reestablecer el poder de la 14.a y 15.a Enmiendas en el sur, respaldadas en el norte por la presión sobre la conciencia moral de los blancos nordistas. Sin embargo, la respuesta masiva de los afroamericanos del sur ante el racismo y la violencia blanca fue emigrar hacia el norte en bus­ ca de mejores salarios y un trato menos discriminatorio. Con ésta .es­ peranza, entre 1900 y 1910, 200.000 ciudadanos negros dejaron el sur para asentarse principalmente en las ciudades del noreste y medio oes­ te, a los que siguieron otros 300.000 en la década sígüiénté. Fue el co­ mienzo de la emigración masiva, que a mitad del siglo xx había lleva­ do a la mayoría de los afroamericanos a abandonar el sur, haciendo de las relaciones de raza un asunto nacional. En el norte se encontraron con barrios bajos, trabajos mal pagados, prejuicio y resentimiento; también les acompañó la violencia de los blancos en forma dé linchamientos y disturbios raciales. Pero los afro­ americanos, á pesar de su color, tenían algunas ventajas con respecto a otras minorías inmigrantes, como la lengua, la ciudadanía, la religión protestante y la cultura afroamericana, cimentada en las tradiciones orales, la iglesia y la música negra. Todos estos elementos les ayudarí­ an a preservar su «identidad y autonomía», indispensable para la fun­ dación futura de un duradero y efectivo peso político. En las dos primeras décadas del siglo xx, el progresismo intentó, desde la moderación y la reforma, salvaguardar los valores republica­ nos sin negar el desarrollo económico y la expansión exterior, así como evitar la revolución y la extensión del radicalismo. Para conciliar el igualitarismo .republicano con la desigualdad generada por los mono­ polios fue necesario gestar un nuevo consenso en torno al liberalismo corporativo, que exigió regular los monopolios, reformar y modernizar el Estado, democratizar la política y extender el consumo de masas. De 1900 a 1920, la expansión económica permitió que la construc­ ción de esté consenso fuera en genera! un éxito, fraguando una nueva alianza entre clases medias, nueva élite industrialista, trabajadores cua­ lificados de las industrias punta y electores nuevos como las mujeres. Pero la fortaleza del consenso marcó la violencia de la exclusión con respecto al trabajo organizado, el radicalismo político y los afroameri­

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canos en el sur. Contra el trabajo organizado se utilizó la ofensiva pa­ tronal del open shop, la interpretación de la ley, la violencia del Estado y los ejércitos privados. Contra el relativo éxito del Partido Socialista, bastó de momento la hegemonía cultural del individualismo norteame­ ricano, a la que se añadiría a partir de 1914 la persecución política. Y contra los afroamericanos, el progresismo sudista justificó el racismo y la supremacía blanca como la única forma de conseguir la democrati­ zación y la reforrtia política en el sur.

Capítulo 9 «DIPLOMACIA MISIONERA», GUERRA EN EUROPA E INTERVENCIONISMO ESTATAL, 1912- 1920: « D ip l o m a c ia

m is io n e r a » e in t e r v e n c io n is m o

En las competidas elecciones presidenciales de 1912, la división de los republicanos y el ascenso del Partido Socialista Americano permi­ tieron a los demócratas alcanzar la Presidencia y el dominio de las dos Cámaras por primera vez tras la guerra civil.1El nuevo presidente Wbodrow Wilson, natural de Virginia, era un sudista unionista, que había apoyado la reconstrucción y se convirtió en el primer presidente sudis­ ta en llegar a la Casa Blanca tras la guerra civil. Wilson, que había sido rector de la Universidad de Princeton de 1902 a 1910 y gobernador de New Jersey desde 1910, heredó de su pa­ dre, pastor presbiteriano, el rigorismo religioso y el compromiso mo­ ral, que influyó en toda su actuación política, orientada a servir a la hu­ manidad con un sentido de destino y obligación. Esta convicción moral impregnó también la política exterior que diseñaron Wilson y su secretario de Estado, William Jenning Bryan, catalogada como diplo­ macia misionera. El nuevo presidente, que compartía con muchos de sus predecesores la ignorancia e indiferencia por los asuntos exteriores,2 se enfrentó a una crisis tras otra en política exterior, entre ellas la más importante fue la primera guerra mundial. En toda su actuación internacional, Wilson y Bryan quisieron reemplazar el intervencionismo del «gran garrote» y «la diplomacia del dólar» por el compromiso de extender la democracia y el bienestar; política que paradójicamente provocaría más interferencias en los asuntos internos de otros países que en ningún otro período anterior.

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Entre 1913 y 1914, la Administración Wilson negoció tratados de Conciliación con 30 países, incluidas todas las grandes potencias me­ nos Alemania, por los que se comprometían a someter a arbitraje in­ ternacional todas las disputas y a observar un año de tregua antes de re­ currir a las armas. Pronto se comprobó que las buenas intenciones no eran suficientes para resolver asuntos diplomáticos delicados, como las relaciones con Japón, que comenzaron a enturbiarse cuando el Se­ nado de California aprobó el 9 de mayo de 1913 una ley que prohibía a los extranjeros — incluidos los japoneses— tener propiedades en Ca­ lifornia, violando así el tratado Americano-Japonés de 1911. La ten­ sión con Japón aumentó cuando la primera guerra mundial llegó al Le­ jano Oriente y los japoneses vieron la oportunidad de extender su control sobre China.3 Pero donde hubo más dificultades para plasmar los ideales de la «di­ plomacia misionera» fue en el Caribe y Latinoamérica. Toda Latinoa­ mérica confiaba en que los demócratas iniciarían una política de no in­ tervención en los asuntos latinoamericanos, pues desde 1898 el Partido Demócrata y su figura más destacada, W. J. Bryan, se habían opuesto al intervencionismo de Estados Unidos en el Caribe. El mismo presidente Wilson, en su discurso en Mobile el 27 de octubre de 1913, prometió «la liberación de las repúblicas del sur del control asfixiante de las con­ cesiones extranjeras»; pero Wilson no cumplió en absoluto sus prome­ sas sobre el Caribe y América Central, donde la intervención entre 1913 y 1921 fue a una escala mucho mayor que en los años previos. La Administración Wilson heredó una política caribeña — cuyo ob­ jetivo principal era la protección del canal de Panamá— difícil de alte­ rar sin un cambio radical en la política exterior, consistente en utilizar los recursos económicos del gobierno de Estados Unidos para liberar Latinoamérica del control de los bancos privados. Por otro lado, W il­ son y Bryan estaban convencidos de que el bienestar del Caribe depen­ día totalmente de la supremacía norteamericana en el área y que, como «predicadores» de la democracia, los estadounidenses debían enseñar a mexicanos, centroamericanos y caribeños a elegir buenos líderes y a establecer instituciones estables. De esta forma, las intervenciones siempre se racionalizaban en términos de buena vecindad para salvar a los países amigos de los peligros de la política exterior y resolver los desórdenes internos. Finalmente, estas intervenciones se confiaron mu­ chas veces a personas que tenían intereses directos en la zona.4 Todas estas consideraciones estuvieron presentes en la política de la Administración sobre Nicaragua, donde Bryan optó por mantener al

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gobierno conservador de Adolfo Díaz, quien estuvo dispuesto a firmar en 19.13 un tratado por el que Nicaragua vendía a Estados Unidos una opción de su ruta del canal por tres millones de dólares, los cuales ser­ virían para poner en orden las finanzas nicaragüenses. El tratado in­ cluía una cláusula por la que Estados Unidos podía intervenir para mantener el orden gubernamental, proteger la propiedad y asegurar la independencia nicaragüense, Bryan justificaba el derecho a la inter­ vención como la única forma de preservar la influencia norteamerica­ na en el Pacífico y prevenir la guerra civil y la anarquía en Nicaragua. La cláusula de intervención levantó las protestas del resto de América Central y de los miembros demócratas del Comité de Relaciones Exte­ riores del Congreso, que rehusaron aprobar el tratado con dicha cláu­ sula. Tras este rechazo, la política del Departamento de Estado siguió ; siendo de intervención activa en Nicaragua, manteniendo un régimen que la mayoría de la población no quería y que dependía del apoyo mi­ litar y económico de Estados Unidos. Parecida fue la política norteamericana con respecto a la República Dominicana, Este país, independizado de España tardía y efímeramen­ te, tuvo que luchar desde 1865 con los sucesivos intentos de Haití por invadirlo, pues Haití consideraba la independencia de la República Dominicana una secesión. Así, la República Dominicana, con una po­ blación de sólo 150.000 personas, era un país sin conciencia nacional ni poder, donde los caudillos locales estaban en guerra constante, y ne­ cesitaba la protección de un poderoso tercer país para defenderse de Haití. A cambio de protección, la República Dominicana ofrecía con­ cesiones económicas e incluso el arrendamiento y venta de la penínsu­ la de Samaná. Desde su independencia, los ingresos del gobierno de­ pendían de los derechos de importación y exportación y de los préstamos extranjeros, siendo el principal prestamista el banco Westendorp and Company, de Amsterdam, que a cambio administraba las aduanas, entregando un porcentaje fijo al gobierno y destinando el res­ to a amortizar los intereses de los préstamos. En 1892. arruinado Wes~ tendorp, transfirió sus derechos de aduanas a la Compañía para el De­ sarrollo de Santo Domingo, de Nueva York. Desde entonces, Estados Unidos fue el país protector de la República Dominicana, cuya econo­ mía se estaba orientando cada vez más a la producción de azúcar. Ya en 1904 Theodore Roosevelt quiso convertir la República Do­ minicana en un protectorado de Estados Unidos e intervino la admi­ nistración de las aduanas para cobrar los intereses de los préstamos. En 1907, a cambio de reducir la deuda, y que la refinanciación fuera rea­

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lizada por los banqueros Kuhn, Loeb and Company, de Nueva York, el gobierno dominicano permitió a Estados Unidos controlar de hecho to­ dos los Ministerios, En 1914, W ilson decidió intervenir militarmente para acabar con la guerra civil; y en 1916, ante la inseguridad de que la República Dominicana cumpliera sus obligaciones económicas inter­ nacionales, Estados Unidos oenpó definidvaffiénte el país y estableció un gobierno militar bajo el mando dei capitán Harry S. Kiiapp.5 En cuanto a la otra parte de la isla de La Española, Haití, con una mayoría de población constituida por antiguos esclavos negros y una élite de mulatos, había sido el primer país independiente de América Latina y el primero que había protagonizado una-insurrección esclavis­ ta victoriosa en 1804, A principios del siglo xx la política en la antigua Santo Domingo estaba dominada por un estilo militarista, en el que los golpes de Estado de las distintas facciones eran la forma de llegar al po­ der. En cuanto a la economía, Haití se había convertido en el primer productor de azúcar del mundo, cultivaba café y algodón, mientras que el control comercial estaba principalmente en manos dé los alemanes. A partir de 1911, hubo cuatro años de agitación social e inestabili­ dad gubernamental — con seis presidentes— , mientrás aumentaba el control económico de Estados Unidos, pués había compañías nortea­ mericanas extrayendo él mineral dé hierro, instalando el abastecimien­ to de agua y construyendo él ferrocarril. La ocupación militar se deci­ dió en 1915, por el altruismo equivocado de la política exterior de Wilson, para asegurar el control estratégico dél Caribe y salvaguardar las inversiones norteamericanas.6 Los marines desembarcaron en Puerto Príncipe el 28 de julio de 1915 y en agosto dél mismo año la Asamblea Nacional de Haití eligió un presidente proámericano, Sundre Dartiguenave, que al mes siguiente firmó un tratado con Estádos Unidos por el que aceptaba la supervisión financiera norteamericana, el desarme del Ejército y él establecimiento dé una Policía nativa bajo control estadounidense. Lá firma del tratado convirtió a Haití en un protectorado de Estádos Unidos.7 Tras la guerra con Estados Unidos, México se había embarcado en una guerra civil (1857-1860) y en una guerra contra los franceses (1861), que se saldó con el fin del imperio y la ejecución de Maximi­ liano de Austria. Durante y después de estos conflictos, las relaciones de Estados Unidos con México mejoraron, pues la élite liberal, que apoyaba al gobierno constitucionalista de Benito Juárez, tomó como modelo la república de Estados Unidos, al tratar de atraer a inmigran­ tes europeos de distinta nacionalidad y de dar estabilidad al país, ere-

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ando una clase media de propietarios agrícolas. Aunque el gobierno de Juárez realizó una desamortización eclesiástica para fomentar la pe­ queña y mediana propiedad agraria, los inmigrantes europeos no en­ contraron motivos especiales para dirigirse a México. Los salarios eran muy inferiores a los europeos y no había una política agraria igua­ litaria, similar a la desarrollada por Estados Unidos tras la aprobación de la Ley Homestead en 1862» que selló en el país vecino parte de los conflictos internos generados por la guerra civil y atrajo, por el contra­ rio, a muchos inmigrantes europeos. Posteriormente, el régimen dictatorial de Porfirio Díaz (18761880; 1884-1900) dio al país estabilidad interna, un Estado fuerte y eficaz y un crecimiento económico que dependía de las inversiones extranjeras de Alemania, Francia, el Reino Unido y, cada vez más, de Estados Unidos. Asimismo, la relación económica entre México y Nor­ teamérica se estrechaba por las com entes migratorias, pues en el últi­ mo cuarto del siglo xix unos 15.000 estadounidenses — tanto inversores como mineros o trabajadores del ferrocarril— se habían establecido en el norte de México y muchos mexicanos emigraban estacionalmente a ■Estados Unidos. Pero en la crisis del porfiriato (1900-1910), que desembocaría en la revolución mexicana, las relaciones con Estados Unidos empeoraron, ya que Díaz, temeroso de la importancia que Norteamérica estaba co­ brando en la economía mexicana, de su intervencionismo en el Caribe y de las continuas referencias a la anexión de México en la prensa me­ xicana, estimuló el incremento de las inversiones europeas en el país. Esta política favoreció al Reino Unido, al que el gobierno ofreció arrendamientos sobre tierras gubernamentales y contratos de suminis­ tro de petróleo, cancelando en cambio los que la Administración ante­ rior había otorgado a la empresa norteamericana Mexiccin Petroleum Company .8 De esta forma, Porfirio Díaz se encontró en la situación pa­ radójica — que provocaría su caída— de que su política le enemistaba cada vez más con las empresas norteamericanas y el gobierno de W as­ hington; pero la oposición mexicana lo consideraba un satélite de Es­ tados Unidos. No es casualidad que en 1911 el gobierno9 y los intere­ ses norteamericanos apoyaran inicialmente la revolución mexicana y a Francisco M adero.!0 Un mes antes de que Woodrow Wilson accediera a la Presidencia en marzo de 1913, Francisco Madero fue depuesto y asesinado por su general en jefe, Victoriano Huerta. Wilson, siguiendo los principios de su «diplomacia misionera», quería ayudar a México a establecer un ré­

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gimen constitucional y a las masas populares a conseguir «tierra y li­ bertad», por lo que a diferencia del Reino Unido y otras potencias eu­ ropea, no reconoció el régimen del general Huerta y apoyó el constitu­ cionalismo de Venustiano Carranza. Su intervención directa en los asuntos internos mexicanos le llevó, de noviembre de 1913 a abril de 1914, a utilizar todos ios medios — aislamiento diplomático, ayuda ar­ mada a Carranza—- para forzar la salida del poder de Huerta, a cambio de guiar el proceso democrático mexicano; aunque Carranza no quería la tutela de Estados Unidos, sólo su ayuda armamentística y reconoci­ miento diplomático. En abril de 1914 tuvo lugar el incidente — marines estadouniden­ ses fueron detenidos en Tampico mientras escondían municiones— que Wilson aprovechó para enviar a los marines a Veracruz. La inter­ vención militar directa de Estados Unidos causó malestar en México y provocó la mediación de Argentina, Brasil y Chile, tras la cual el go­ bierno estadounidense aceptó retirar sus tropas de Veracruz, a cambio de la dimisión de Huerta y el establecimiento de un gobierno provi­ sional. Tan pronto como los constitucionalistas llegaron al poder, se produjo una división entré Venustiano Carranza y su general más co­ nocido, el antiguo bandido Pancho Villa, que decía representar al pue­ blo; Estados Unidos simpatizó con su postura y pasó del apoyo a Vi­ lla, a la neutralidad y posterior reconocimiento de Carranza en octubre de 1915.11 Esta actitud oscilante del gobierno de Wilson provocó la reacción de Villa, que en enero de 1916 asesinó a 16 ingenieros de minas nortea­ mericanos, en un intento deliberado de provocar la intervención arma­ da de Estados Unidos, desacreditar a Carranza y presentarse como el opositor a «los gringos». A este incidente siguieron otros dos, que co­ locaron a Estados Unidos y México al borde de una guerra en 1916. En marzo, Villa y sus partidarios quemaron la ciudad de Columbus, en Nuevo México, y asesinaron a 15 personas. La reacción inmediata de Wilson fue enviar a México un Ejército de 11.000 hombres, que con el el consentimiento de Carranza persiguió a Villa sin éxito durante un año por el corazón del territorio mexicano. En medio de la alarma que la presencia de este Ejército provocó en México, tuvo lugar el inciden­ te de Parral, donde murieron 14 mexicanos y dos soldados norteameri­ canos y Carranza exigió la retirada de las tropas norteamericanas. Pero mientras Carranza y Wilson trataban de llegar a un acuerdo, Villa cru­ zó otra vez la frontera y en Glen Springs, Texas, sus hombres mataron a tres soldados y un niño. El gobernador de Texas amenazó con ocupar

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todo el norte de México, mientras ambos gobiernos parecían preparar­ se para la guerra y dos incidentes más aumentaban ia tensión: el cho­ que entre soldados mexicanos y marines estadounidenses en el puerto de Matzalán en junio de 1916, y el ataque a la fuerza expedicionaria norteamericana en Carrizal, también en junio.12 Pero ciertamente ni Wilson ni Carranza querían un conflicto arma­ do, y llegaron a un acuerdo final por el que los mexicanos consiguieron la promesa de la retirada inmediata de la fuerza expedicionaria, a cam­ bio de negociar las condiciones de las inversiones norteamericanas en México y asegurar la protección de las propiedades petrolíferas británi­ cas y estadounidenses. El acuerdo se selló con la elección como presi­ dente constitucional de Venustiano Carranza, al que Estados Unidos re­ conoció en marzo de 1917, el mismo mes en que la guerra submarina alemana provocaba la intervención norteamericana en la primera guer­ ra mundial,

D E LA NEUTRALIDAD A LA PARTICIPACIÓN EN-LA PRIMERA GUERRA M UNDIAL

El gobierno de Wilson, preocupado por los asuntos mexicanos y caribeños cuando en agosto de 1914 estalló la primera guerra mundial, proclamó inmediatamente la neutralidad de Estados Unidos en el con­ flicto. Esta decisión correspondía a la lógica de la política exterior nor­ teamericana, centrada en el Pacífico y especialmente en el hemisferio occidental, y conectaba con la mayoría de ia opinión pública, que con­ sideraba el conflicto un asunto exclusivamente europeo. Además, en una población que aún guardaba el recuerdo reciente de la guerra civil, el pacifismo estaba muy extendido. No sólo la izquierda radical se oponía al conflicto, por considerarlo una guerra imperialista, sino que había muchos políticos reformistas progresistas, tanto inde­ pendientes como miembros de los dos principales partidos, que eran pa­ cifistas y tenían amplio respaldo popular en el sur y el oeste, zonas tra­ dicionalmente sospechosas de ser cantera del militarismo y ios ejércitos permanentes. Éste era el caso del propio secretario de Estado, William J. Bryan, del senador por Wisconsin Robert La Follette y de algunas su­ fragistas, como Jane Adams y Carrie Chapman, que constituyeron en 1915 el Partido de Mujeres por la Paz (Women ’s Peace Party). Por otro lado, la participación de Estados Unidos en la guerra po­ día dividir aún más a una población ya muy segmentada por las gran­

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des migraciones recientes y la diversidad de países d e procedencia. De los 92 millones de habitantes qué tenía Estados Unidos en 1910, más de 32 eran inmigrantes de primera o segunda generación, y entre ellos, los 8 millones de alemanes y los 4 de irlandeses simpatizaban con los imperios centrales, mientras que muchos inmigrantes rusos y escandi­ navos habían dejado Europa para evitar el servicio militar.0 En con­ traste, la mayoría de la población estadounidense era de origen británi­ co y se sentía identificada con los aliados y las democracias liberales francesa y británica, frente al militarismo alemán, que podría quebrar el statu quo europeo y ya había intentado alterar la primacía de Esta­ dos Unidos en el Caribe y América Central. La simpatía de la opinión pública con respecto a los aliados era compartida por la mayoría de los miembros del gobierno, que trató de ser neutral, pero en realidad tuvo mucho más en cuenta las violaciones alemanas de los derechos de los neutrales, que las violaciones francobritánicas. La ya intensa relación comercial que Estados Unidos man­ tenía con los aliados se incrementó desde que los británicos comenza­ ran en 1914 el bloqueo sobre Alemania; mientras que la relación comercial con los imperios centrales se volvía insignificante. Así, las exportaciones de armas a los aliados aumentaron de 40 millones de dó­ lares en 1914 a 1.290 millones en 1916, y el comercio total pasó de 825 millones de dólares a 3.214 millones. Para financiar estas compras, los banqueros de Wall Street prestaron 2.000 millones de dólares a los aliados y 27 millones a las potencias centrales» hasta que Estados Uni­ dos entró en guerra en abril de 1917.14 Ciertamente, el interés económico de Estados Unidos prefería una victoria aliada, pero hubiera querido que ésta se consiguiera desde una posición de neutralidad, que garantizara todas las ganancias económi­ cas de la guerra sin ningún sacrificio. A sí,lo que finalmente llevó a Es­ tados Unidos a la preparación de la guerra y después a su intervención no fueron los motivos económicos, sino la defensa de los derechos de los países neutrales y la violación de estos derechos por la guerra sub­ marina de Alemania. Desde el principio del conflicto, Estados Unidos entabló una batalla perdida por conservar sus derechos como país neu­ tral. Nada más iniciada la guerra, los británicos declararon que todo el mar del Norte y el canal de la Mancha eran «zonas militares» y corta­ ron todo el comercio directo de Estados Unidos con las potencias cen­ trales. Alemania, enfrentada a la estrangulación de su economía, res­ pondió a los aliados con las únicas armas de que disponía: las minas y la guerra submarina limitada. El problema fue que mientras el bloqueo

Así, jurante la década.de 193Q,hubo una regresión .en,el avancc de. la posición de la mujer desde la primera guerra mundial. Se retrasó el acceso de las mujeres a empleos de cuello blanco y disminuyó el por­ centaje de mujeres profesionales; aunque aumentó la ^proporción de mujeres casadas en q1mercado laboral— pasó del 29 por 100 al 35 por 100— y continuó incrementándose la participación global de las mu­ jeres en el mundo del trabajo “ -del 22 al 25 por 100— en empleos no cualificados o semicüalificados del sector servicios o como personal administrativo, con salarios un 50 por 100 inferiores a los de los hom­ bres y una sindicación muy bajay pues hacia 1940 las mujeres consti­ tuían el 9,4 por 100 d é la afiliación sindical, aunque eran el 25 por 100 de la fuerza de trabajo.61 Desde esta situación de inferioridad y discriminación, la guerra les abrió todo un abanico de posibilidades. En un conflicto planteado como una lucha por la libertad y la democracia, las mujeres esperaban que su participación en el esfuerzo bélico les permitiera alcanzar esos objeti-

LA GRAN TRANSFORMACIÓN

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vos en su país. La necesidad de mano de obra Femenina les dio una nue­ va legitimidad como trabajadoras y una consideración mayor entre em­ presarios y sindicatos ; ademas, la propaganda bélica resaltaba la impor­ tancia de las mujeres como ciudadanos y les asignaba significativas responsabilidades públicas. Las ganancias materiales fueron igualmen­ te importantes. Entre 1940 y 1945 la fuerza de trabajo femenina creció más de un 50 por 100, constituyendo en 1945 el 36; 1 por 100 de la mano de obra civil, 3/4 partes de la cual eran mujeres casadas. Los incremen­ tos mayores de empleo se produjeron en el sector industrial, especial­ mente en las industrias de defensa; donde el trabajo femenino se incre­ mentó en un 460 por 100, ya que las mujeres sustituyeron a los hombres en la industria aeronáutica o en los astilleros, tal y como lo popularizó «Rosie,the Riveter», la famosa mecánica vestida con mono.62 Estos tra­ bajos, antes reservados a los hombres, significaban salai'iós más eleva­ dos y; junto con el alejamiento de sus familias por la emigración a las nuevas zonas industriales y los hombres en el frente, proporcionó Una mayor independencia material y personal, tanto a las mujeres solteras como alas casadas. Sin embargo, estas posibilidades de mayor libertad sexual fueron combatidas por la campaña de pureza pública, que Urgía a las mujeres a «permanecer puras para el retomo de los veteranos» y re­ comendaba a los hombres evitar contactos con «mujeres solteras por miedo a contagiarse de alguna enfermedad infecciosa».63 También la guerra expandió el papel de la mujer como ciudadana. I2í>s 2/3 de la población adulta femenina no empleada encontraron muchas, oportunidades de apoyaiveL;esfuerzo bélico en la defensa civil,, vendiendo bonos de guerra, o colaborando con la Agencia de Raciona­ miento y Control de Precios. Incluso su trabajo doméstico estuvo ador­ nado durante la guerra de un sentido patriótico, cuando hacían conser­ vas, ahorraban grasas o administraban las provisiones. Pero todos estos cambios no alteraron la imagen tradicional de la feminidad. Hubo más matrimonios, más tempranos y con más hijos; los soldados luchaban por volver a su país y disfrutar de la abundancia posbélica, con la familia, en la casa de los suburbios.64 No obstante, la promesa del matrimonio implicaba un matrimonio distinto, cargado de sexualidad, por lo que las jóvenes debían enviar a sus novios en el fren­ te sus fotos insinuantes en bañador, para inspirarles a luchar. Así, cuando la guerra acabó y las mujeres perdieron los mejores puestos de trabajo en el sector industrial, su recompensa por los servi­ cios prestados no fue equiparable a la d e los hombres —con excepción de las mujeres enroladas en las Fuerzas Armadas---, y retornaron a

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casa a criar familias numerosas en la posguerra. Para algunas autoras, a pesar de estos retrocesos, persistieron muchos cambios, entre ellos la incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas,65 mientras que otras piensan que no quedó una idea del matrimonio asentada en la igualdad económica, ni ninguna tendencia en la economía hacia la igualdad de genero.66

C o n s e r v a d u r is m o

p o l ít ic o c o n t r a e l

N ew D eal

La guerra supuso, pues, avances y mejoras para el conjunto de la población, aunque la redistribución fue mucho más limitada por el au­ mento del sentimiento antiNew Deal y el conservadurismo político. Esta tendencia se hizo ya evidente en 1942, en; el ambiente que prepa­ raba las elecciones de mitad de mandato. El descontento con el New Deal agrupaba al electorado de ingresos elevados, a republicanos des­ contentos por haber perdido tres elecciones presidenciales consecuti­ vas y a demócratas conservadores del sur, contrariados por la política de igualdad de empleo en las industrias de guerra y el FEPC, bn una situación de pleno empleo, salarios altos, beneficios y ex­ pansión económica, parecía menos importante la intervención de un gobierno67 que elevaba los impuestos, establecía controles y raciona­ miento y, además, parecía incapaz de lidiar con la crisis bélica, tanto en el frente como en la retaguardia. En el.Pacífico, el avance délos ja ­ poneses era arrollador; en la retaguardia, había crisis en-el abasteci­ miento de materias primas, y descontento con el racionamiento, los al­ tos impuestos y la inflación. De esta crítica al New Deal, favorecida por la expansión económica de la guerra, fue surgiendo un nuevo conservadurismo político, muy in­ fluido por el libro del economista austríaco-británico, Friedrich A. Hayek, Road to Sefdom, que establecía que sin libertad de mercado no po­ día haber libertad política. Hayek al equiparar fascismo con socialismo y New Deal, y establecer que cualquier planificación económica impli­ caba una pérdida de libertad, no sólo ayudó a poner las bases del mo­ derno conservadurismo político, sino que permitió a los conservadores reclamar la palabra libertad, que según ellos había sido usurpada y de­ formada por «socialistas, partidarios del New Deal y liberales».68 Paralelamente, de entre las filas de los demócratas y liderado por el vicepresidente Henry Wall ace, surgió la idea de un liberalismo social para la posguerra,69 cuyo objetivo era seguir una política federal que

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proporcionara a todos los norteamericanos «la libertad de la necesi­ dad» que Roosevelt había prometido en su discurso de «las cuatro li­ bertades», con una economía de pleno empleo en tiempos de paz, un Estado del bienestar muy desarrollado y un elevado nivel de vida para la mayoría. En 1943, este sector del Partido Demócrata hizo un llama­ miento a una nueva Declaración de Derechos, que garantizara a todos los norteamericanos una expansión del sistema de Seguridad Social, mayor acceso a la educación, seguro médico, vivienda adecuada y tra­ bajo para todos. Por supuesto, esta política se apoyaba en un sistema fiscal progre­ sivo, presentado por el secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, en marzo de 1942, que enfatizó la necesidad de más ingresos tanto para financiar la- guerra como para las reformas sociales de la posguerra. Pero esta propuesta, que suponía un aumento en el impuesto sobre la renta como en el de beneficios empresariales, así como en las cuotas de la Seguridad Social, y que introducía el entonces innovador método de hacer deducciones fiscales de los salarios, quedó muy recortada por el Congreso en la Ley Fiscal de 1942. Esta ley, claramente, no preten­ día resolver las desigualdades sociales que preocupaban al Tesoro, y aunque aumentó los impuestos personales y de beneficios de las em­ presas, la subida perjudicó a las familias de menos ingresos, especial­ mente a los trabajadores industriales.70 Así, cuando se celebraron las elecciones de 1942, el tradicional

'eleGtoradQvdtómóerat^^estaba' i r r i t a d o ^ i t ó ^ el electorado republicano y conservador estaba muy movilizado. Ade­ más, los soldados en el extranjero no pudieron votar, ni los trabajado­ res emigrados recientemente podían reunir los requisitos necesarios de residencia para registrarse y votar. De esta forma, la coalición de repu­ blicanos y conservadores demócratas sudistas, que dominaba el Con­ greso desde 1938, aumentó su confortable mayoría. El Comité Nacional Demócrata creía que este resultado adverso era se debía al resentimiento por la excesiva burocracia, el control de pre­ cios y la política laboral y agrícola. Por su parte, Roosevelt entendió el mensaje y durante el año 1943 no patrocinó ninguna reforma social, mientras el Congreso fue desmantelando las Agencias del New Deal,71 rechazó el proyecto de ley Wagner-Murray-Dinger para expandir la Se­ guridad Social y aprobó la Ley Smith-Connally que reducía sensible­ mente la autonomía sindical. Por su parte, el Comité de Actividades An­ tiamericanas acusó a 40 empleados de la Administración de actividades radicales, que iban desde el comunismo al nudismo. Sin embargo, las

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mayores derrotas fueron en el sistema fiscal, que aseguraron que la gue­ rra se financiaría, pero que no habría reparto social en la posguerra, ni que la Seguridad Social se extendería hasta incluir el seguro médico;72 Roosevelt, centrado en ganar la guerra, acogió todos estos ataques con pasividad, pero cuando comenzó la campaña para las elecciones de .1944, tenía qué recuperar a su electorado tradicional prometiendo reformas y reparto social en la posguerra. A sí,en su mensaje del Esta­ do de la Unión de enero dé 1944, hizo un llamamiento a la aprobación de una segunda Declaración de Derechos, bajo la cual podían estable­ cerse nuevas bases de prosperidad y seguridad para toda la población. Sin embargo, con un Congreso hostil, Roosevelt solamente pudo ase­ gurar estos derechos a los soldados, garantizando así a los futuros veteranos de guerra la protección y las oportunidades que, k opimón pública identificaba con las esperanzas de los norteamericanos, «la li­ bertad de la necesidad» enunciada por Roosevelt. ; La llamada G.LBill, convertido éri ley en junio de 1944, tenía como objetivo proporcionar a los veteranos un estatus seguro y confortable, con empleo, educación y residencia. Así, la ley daba a los veteranos prioridad en muchos empleos, orientación ocúpacional y subsidios mientras buscaban un trabajo satisfactorio, Pero también les ayudaba a establecer pequeños negdéiós o les pagaba la mitad de los préstamos para comprar granjas o casas, les financiaba los estudios en cualquier nivel educativo, proporcionaba asistencia médica integral en los hos­ pitales de .veteranos y establecía la bufbcracia necesaria pará‘íaciIM rí el uso de todos estos servicios.73

E s t a d o s U n id o s

e n e l c a m p o d e b a t a l l a , u n p a ís

EN LA VICTORIA ALIABA. U n a g u e r r a r a c ia l e n

D e c is iv o

P a c íf ic o

Tras los ataques a Péáf 1 Harbor y las Filipinas hubo tres meses de continuas derrotas de los im perios coloniales que dominaban Asia, pues ninguno estaba preparado para la guerra moderna — basada en la superioridad naval y aérea—- que los japoneses estaban realizando. En el mes de diciembre de 1941, los japoneses tomaron Wake, Guam y Hong Kong y habían comenzado a atacar simultáneamente las Filipi­ nas y Malasia. En Malasia, los británicos cosecharon una de las peores derrotas de la guerra, mientras sus mejores tropas estaban luchando en el desierto

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de África contra los italianos. La rápida victoria japonesa fue conse­ guida con una táctica de guerra flexible y dinámica, similar a la guerra relámpago alemana y muy superior frente a unas tropas indias recién reclutadas, mandadas por inexpertos oficiales, que no estaban entrena­ das para la lucha en la selva. La derrota culminó con la rendición de la base naval de Singapur — considerada inexpugnable por los británi­ cos— , el 15 de febrero de 1942. Sir Archibald Wavell, al mando de más de 130.000 británicos, indios, australianos y voluntarios locales, se rindió a unas tropas japonesas que eran la mitad, pero se habían apo­ derado de las reservas de agua y amenazaban con un desastre civil. El 16 de diciembre comenzó la ofensiva contra las Indias Holan­ desas Occidentales, aún peor preparadas que Pearl Hafbor o Singapur para resistir un ataque de los japoneses quienes, desdé é l enclave bri­ tánico de Borneo, pretendían conquistar Indonesia, llegar a Nueva Guinea y de allí a la costa norte de Australia, páís que estaba casi sin defensas, pues el grueso de su Ejército estaba luchando con los britá­ nicos en el Oriente Medio o en el sureste asiático. Ante el inminente ataque japonés se reunieron todas las fuerzas aliadas de la zona bajo un improvisado mando único. Este contingente aliado, apodado ABDA (American-Briíish-Dutch-Ausíralian), consistía en la pequeña flota asiática de Estados Unidos, la armada real australiana, las fuer­ zas defensivas del Ejército australiano, lo s remanentes de la flota oriental británica, las unidades que la Armada holandesa tenía en In­ donesia y los 140.000 miembros del Ejercitó indonesio, máyoritariamente nativos mal equipados y entrenados para la guerra moderna. La estrategia japonesa para conquistar estas preciadas islas, que contení­ an todos los recursos naturales de que Japón carecía-—como petróleo, caucho, metales no ferrosos, así como arroz y madera— , estaba exce­ lentem ente concebida. Planearon utilizar toda su Fuerza Naval y An­ fibia para atacar, sucesivamente, las distintas islas de un archipiélago de 3.000 kilómetros de extensión. En enero de 1942 se ocuparía Bor­ neo y las Célebes, en febrero Timor — con lo que se cortaría la cone­ xión aérea entre Java y Australia— , y Sumatra y Java en marzo. Fi­ nalmente, todas las fuerzas se unirían en la conquista de la capital, Batavia — hoy Yakarta— en la isla de Java. Ante esta estrategia, las fuerzas de tierra del Ejército holandés de las Indias Orientales apenas opusieron resistencia. En el m ar los aliados eran más potentes, pero cuando fueron derrotados en la batalla del M ar de Java ante unas fuer­ zas japonesas superiores, rápidamente se firmó la capitulación aliada el 12 de marzo de 1942,

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Los japoneses fueron recibidos como libertadores por los indone­ sios y lo serían también por los birmanos, la mayoría resentidos por la colonización británica. El Reino Unido había tenido siempre dificulta­ des para gobernar Birmania, a la que finalmente conquistó en 1886, pero pocos birmanos aceptaron el resultado de la conquista y al princi­ pio de 1941 un grupo de jóvenes disidentes, bajo el liderazgo de Aung San, conocidos más tarde cono «los treinta», fueron a Japón para ser entrenados en fomentar la resistencia a la dominación británica. Su oportunidad llegó en diciembre de 1941, cuando el 15.° Ejército japo­ nés, que había entrado en Tailandia a principios de mes, cruzó la fron­ tera birmana para apoderarse de los Campos de Aviación de Tenasserim, iniciando al poco tiempo la conquista del país. Birmania estaba mal defendida por tropas británicas y aliadas que no tenían apoyo aéreo. La defensa estaba en manos de una división lo­ cal, parte de la 17.a División India, el 66.° Ejército de Chiang KaiShek, de dudoso valor, y dos divisiones chinas mandadas por el temi­ ble americano «Vinehar Joe’ Stilwell». Frente a estas fuerzas, los japoneses tenían solamente dos divisiones, pero estaban bien entrena­ das y apoyadas por 300 aviones. La campaña fue mal desde el princi­ pio para los británicos, ya que fueron incapaces de defender un amplio frente con tropas escasas, y el 21 de abril de 1942 tanto las fuerzas bri­ tánicas, como el Ejército de Chiang Kai-Shek, decidieron que sus tro­ pas, acompañadas de miles de refugiados, iniciaran la retirada por se­ parado en lo que sería la mayor retirada militar de la historia británica. El 19 de mayo de 1942, tras atravesar i .000 kilómetros en nueve se­ manas, los supervivientes de las tropas, británicas cruzaron la frontera india justo cuando comenzaban los monzones, lo que impidió a los ja ­ poneses perseguirles por la India. En la retirada perecieron 4.000 soldados de las 30.000 tropas britá­ nicas y otros 9.000 desaparecieron o desertaron. La mayoría de los evadidos se unió al Ejército nacional birmano de Aung San, que com­ batió bravamente con los japoneses y después de la guerra constituyó el núcleo del triunfante movimiento de independencia. La victoria en Birmania casi completó la dominación japonesa en el área sur del Pa­ cífico, sólo los norteamericanos resistían en Filipinas. Las Filipinas habían comenzado a ser atacadas, como Malasia, el 10 de diciembre de 1941, y el general Douglas McArthur tuvo que evacuar Manila el 17 de diciembre, retirando su Ejército a la penínsu­ la de Bataan. El 9 de abril de 1942 se rindieron allí a los japoneses 12.500 norteamericanos y más de 60.000 filipinos. Sólo 2.000 perso-

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ñas escaparon a la fortaleza de la isla de Corregidor, que el 6 de mayo también se rindió a los japoneses con sus 11,000 defensores y un Ejér­ cito filipino de más de 50.000 hombres. En marzo, por orden expresa del presidente Roosevelt, McArthur había dejado las Filipinas y había instalado el Cuartel General del Ejército norteamericano en Austra­ lia,74jurando volver. Tras la caída de Pe ají Harbor y Singapur, los altos mandos milita­ res japoneses creyeron que ingleses y norteamericanos no se recupera­ rían. Ambos, como representantes de la cultura occidental, eran consi­ derados «demasiado egoístas para mantener una guerra larga en un lugar distante»75 y, como pueblos esencialmente materialistas, no se creía que fueran a continuar durante mucho tiempo una guerra «sin be­ neficios».76 De esta forma, si Japón luchaba solamente contra los an­ glosajones y no contra la Unión Soviética, podría evitar una guerra lar­ ga y prolongada. . De diciembre a abril de 1942, estas premisas parecieron confirmar­ se. Los japoneses, en un avance aún más rápido que el de los alemanes, habían conquistado todo el Pacífico sur y acabado con el dominio de los imperios occidentales en Asia, a los que infligieron las mayores de­ rrotas de su historia. Tras este avance espectacular, la gran flota anfi­ bia japonesa permanecía intacta y a los aliados solamente les quedaba la isla de Midway, la base naval de Pearl Harbor y cuatro portaviones de la flota estadounidense del Pacífico. Las consideraciones de los altos mandos militares japoneses-refle­ jaban también el carácter de guerra por la liberación nacional y racial que Japón imprimió a sus conquistas en Asia. Sus ocupaciones territo­ riales inspiraron movimientos de liberación nacional contra la domi­ nación de los imperios occidentales y de la raza blanca. Ya en China, el gobierno japonés había persuadido al líder nacionalista Wang Ching-Vuei a que encabezara su gobierno títere. Tras Pearl Harbor, en Indonesia el sentimiento projaponés fue muy intenso y se expresó en el entusiasta triple eslogan del llamado movimiento AAA, que conside­ raba a Japón el líder de Asia, el protector de Asia, la luz de Asia, En Birmania e incluso en la India, los patriotas formaron Ejércitos nacio­ nalistas independientes en colaboración con los japoneses. El proyecto panasiático de Japón era crear un «nuevo orden», lla­ mado la Gran esfera de la coprosperidad en el este de Asia, donde la raza Yamato estaba destinada a liderar una jerarquía de pueblos y ra­ zas, que dividió las nacionalidades en Asia entre «razas superiores», «razas amigas» y «razas invitadas». El proyecto se formalizó en la

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Gran Asamblea de las Naciones del Este de Asia, reunida en Tokio en noviembre de 1943, en ia cual el apoyo a la ocupación japonesa se in­ terpretó como una lucha entre Oriente y Occidente, entre la raza blan­ ca y las razas asiáticas.77 Japón hizo algunos gestos para compensar este apoyo de. lo’s pue­ blos invadidos, com a dar en 1943 la independencia nominal a Filipinas y Birmania y posteriormente a la Indonesia ocupada. Pero finalmente se comprobó que la unidad panasi ática era un mito, que ocupación no quería decir liberación nacional y que, a la postre, los japoneses resul­ taron ser más opresores que los imperios occidentales. Dominaron la escena política, se apoderaron de los recursos económicos, impusieron programas de «japonixacióh», torturaron y ejecutaron á los disidentes, y explotaron tan intensamente a la mano de obra nativa que entre 1942 y 1945 el número dé' muertos entre estos trabajadores aumentó en cien­ tos de miles. El carácter racial de la guerra en el Pacífico era compar­ tido por británicos y norteamericanos, los cuáles consideraban a los japoneses «traidores y salvajes» y un enemigo más odiado que los ale­ manes. Mientras los alemanes eran nórdicos y, por tanto, racialmente iguales a los anglosajones, los japoneses eran vistos cómo una ráza in­ ferior y más brutal, que además había infligido las mayores derrotas y humillaciones militares a franceses, holandeses, británicos y estadou­ nidenses.78 Este odio facial mutuo tiñó la guerra en el Pacífico de una crueldad especial, donde no había rendiciones ni se tomaban prisione­ ros, qué se incrementó en el ultimo año de la guerra, cuando los man­ dos militares japoneses, conociendo que la derrota era inevitable, obli­ garon a los soldados a no rendirse y resistir hasta la muerte; mientras que los aliados, para doblegar el espíritu de resistencia japonés, inicia­ ron los bombardeos sistemáticos sobre la población civil,, que acaba­ ron en Hiroshima y Nagasaki, ’ ^ ; A principios de mayo de 1942, el impresionante avance japonés de los primeros meses de la guerra hacía pensar qué el desenlace del con­ flicto estaba cerca, pues podían alcanzar pronto Australia, donde sé había refugiado McArthur, ó entablar una batalla decisiva en medio del Pacífico que permitiera atacar Hawai, Cuartel General de la M ari­ na norteamericana. Sin embargo, el resultado fue totalmente contrario a lo esperado, ya que los norteamericanos — con la ayuda del decodificador Magic— frenaron por primera vez el avance japonés en las batallas del Mar del Coral y Midway. En la batalla del M ar del Coral, los norteamericanos, alertados por M agic, impidieron que los japone­ ses capturaran Port Moresby, al sur de Nueva Guinea, lo que les hu­

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biera permitido ocupar las islas Salomón y Nueva Caiedonia, y de allí atacar Australia. En cuanto al plan del jefe de la Armada, el almirante Isoruku Yamamoto, de realizar una batalla en el Pacífico central para atacar Hawai fue interceptado por Magic que, una vez más, fue capaz de desbaratar los proyectos de los japoneses, lo que permitió que los norteamericanos les sorpre ndieran. La batalla de Midw ay fue un desatre para los j aponeses, que perdieron su primera flota aérea y cuatro portaviones y nunca pudieron recuperarse de estas pérdidas frente a la superioridad industrial norteamericana.79 A partir de Midway, Japón estuvo conde­ nado a realizar una estrategia do guerra defensiva aunque las conse­ cuencias catastróficas no se manifestarían hasta unos meses después, cuando los norteamericanos penetraron en el perímetro de defensa del Pacífico central y del su r a finales de 1943, forzando a los japoneses a hacer una guerra móvil para la que habían perdido su superioridad en poder naval y aéreo.550 Después de Midway, tuvo lugar la primera ofensiva aliada en las islas Salomón, donde los japoneses estaban construyendo Una pista de aterrizaje en Guadalcanál para atacar las ratas de transporte hacia Aus­ tralia. El 7 de agosto de .1942, la primera división de marines desem­ barcó en Guadalcanal, y tras una lucha de seis meses y siete batallas navales, que llenaron la «bahía del fondo de hierro» de cascos y cadá­ veres de ambos bandos, derrotaron a los japoneses y los obligaron a 'evacuar la isla; a partir de entonces la Marina japonesa permaneció a la defensiva el resto de la guerra y perdió todas las batallas navales. M ientras tanto, Fuerzas norteamericanas y australianas, bajo el mando de McArthur, habían comenzado a expulsar a los japoneses de Nueva Guinea. Allí, entre los pantanos y manglares infestados por el mosquito de la malaria, tuvo lugar la lucha más dura de toda la guerra, que a finales de enero de 1943 permitió a los aliados asegu­ rar el extremo oriental de Nueva Guinea. La vibtoria en Guadalcanal había acabado con la fase defensiva de la guerra en el Pacífico; pero en esos momentos e l objetivo prioritario de los aliados era parar a H itler en Europa, donde los estadounidenses estaban ya incorporados al combate.

M apa

13: La g u e rra en el Pacífico, 1942-1945.

Fuente:

G. B. Tindall y D. E. Shi, America, W. W. Norton Nueva York, 1993.

and

Co.,

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L a c o n s o l i d a c i ó n d e -l a .« g r a n

a l ia n z a

a lia d a »

Cuando tras el ataque a Pearl Harbor, Roosevelt y Churchill se reu­ nieron en Washington, decidieron que el primer objetivo era ganar la guerra contra Alemania. Estados Unidos pensaba que los ejércitos na­ zis en Europa Occidental y el Atlántico eran una amenaza más directa al hemisferio occidental, que el potencial de guerra alemán excedía al japonés y que la ciencia alemana podía construir una nueva arma de­ vastadora; en suma, se tenia la conciencia de que si se perdía en el Atlántico se perdería en todos los sitios. Cuando Roosevelt y Churchill se reunieron otra vez en la Casa Blanca, en julio de 1942, para discutir la estrategia conjunta de guerra, llegaron noticias de la caída de Tobruk en el norte de África en ma­ nos de los alemanes, lo que les abría el camino hacía Egipto. Si caía Alejandría y el canal de Suez, los alemanes tendrían abierto el camino hacia la India, en cuya frontera oriental ya se hallaban los japoneses. Estos acontecimientos hicieron cambiar el objetivo de la primera ope­ ración militar anglo-norteamericana; mientras los estadounidenses hu­ bieran querido abrir ya otro frente en Europa en 1943, con una invasión a través del canal de la Mancha, los británicos, con el recuerdo de Dunkerke, temían ser rechazados por no estar suficientemente preparados, por lo que sugirieron una invasión del norte del África francesa. El 8 de -noviembre de 1942» las Fuerzas Anfibias ahglo-nórteamericaha's;■bajo el mando del general Dwight D. Eisenhower, desembarcaron en M a­ rruecos y Argelia. Más al este, las tropas británicas estaban haciendo retroceder al Ejército alemán a través de Libia. Hacia el mes de abril de 1943, británicos y norteamericanos habían capturado en una gran pirn za a un Ejército de 275.000 hombres, que se rindió el 13 de mayó, de­ jando todo el norte de África en manos de los aliados. ■ En enero de 1943, mientras se desarrollaba la batalla de Túnez, Churchill y los jefes combinados del Estado Mayor aliado se reunieron en Casablanca para planear las operaciones futuras, cuando por prime­ ra vez las perspectivas aliadas parecían favorables — los rusos habían detenido a Hitler en Stalingrado, los ingleses habían salvado Egipto, Mussolini ya no dominaba el Mediterráneo— . Los jefes militares alia­ dos decidieron invadir Sicilia, dieron máxima prioridad a la lucha an­ tisubmarina en el Atlántico, estuvieron de acuerdo en que Estados Unidos lanzara una ofensiva contra los japoneses y prometieron aliviar todo lo posible a los ejércitos rasos, trabando combates con el enemi­

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go en el mejor punto. También decidieron que la guerra acabaría con la rendición incondicional de todos los enemigos. Esta declaración aseguraba a Stalin que los aliados occidentales no negociarían por se­ parado con el enemigo — pues necesitaban desesperadamente la coo­ peración soviética para derrotar a A le m a n ia ^ y reflejaba la determi­ nación de Roosevelt de no cometer los errores del armisticio de 1918. Esta vez, todos los alemanes sentirían que Alemania era una nación derrotada. Se lia criticado posteriormente esta decisión, pues facilitó que Hitler obligara a su pueblo a resistir hasta el final y tuvo el efecto de asegurar a la Unión Soviética el control de Europa Oriental, ya que la rendición incondicional de Alemania sólo se pudo conseguir gracias a que los ejércitos soviéticos derrotaron y persiguieron a los ejércitos alemanes desde Rusia hasta Berlín. El 10 de julio de 1943, 250.000 soldados británicos y norteameri­ canos desembarcaron en Sicilia, en el mayor ataque anfibio de la guerra, y tomaron por sorpresa a italianos y alemanes. El. 22 de julio, el gene­ ral George Patton, al mando del 7,° Ejército, entró en Palermo, y el 17 de agosto la isla estaba en manos de los aliados, aunque 40.000 alema­ nes escaparon hacia la península itálica. La invasión de Sicilia fue el comienzo del fin del fascismo. El rey Víctor Manuel III obligó a re­ nunciar a Benito Mussolini y nombró nuevo jefe de gobierno a Pietro Bádoglio, que entabló negociaciones con los aliados para estudiar sus - ofertas tanto de rendición como de cambio de bando. Lamentablemen­ te, las negociaciones se alargaron hasta septiembre de 1943, dando tiempo a los alemanes para reforzar sus posiciones. En la confusión de esos meses, el Ejército italiano se desintegró, aunque algunas unidades y la mayor parte de la M arina se unieron a los aliados, y muchos otros a los partisanos to s las líneas alemanas. Mussolini, rescatado de su en­ carcelamiento por los alemanes* estableció en el norte de Italia la Re­ pública de Saló, un gobierno títere de Hitler. La invasión de ía Italia continental fue inesperadamente difícil. Co­ menzó a principios de septiembre de 1943 y, tras terribles luchas, el 5.° Ejército norteamericano no pudo entrar en Ñapóles hasta el 1 de octu­ bre. Los aliados, con fuerzas superiores en todos los ámbitos, necesita­ ron ocho meses para recorrer los 160 kilómetros que separan Nápoles de Roma. No fue hasta el 4 de junio de 1944, tras cinco meses de sitio, cuando el 5.° Ejército norteamericano entró en Roma. Dos días des­ pués, el 6 de junio de 1944 comenzaba la invasión de Normandía, que había sido coordinada y decidida, en el verano de 1943, en ía Confe­ rencia de Teherán. A cambio de que se abriera un nuevo frente en Eu-

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ropa, Stalin se comprometía a entrar en guerra contra Japón después de derrotar a Alemania.

«El

s a l t o d e l a r a n a », a v a n c e d e s d e e l

hasta

Ja pón,

P a c íf ic o

sur

1944

En los meses en que los aliados estaban limpiando el Atlántico de la amenaza submarina alemana y preparándose para el asalto al conti­ nente, la guerra en el Pacífico iba a entrar en su fase decisiva. El pri­ mer objetivo era tomar posiciones a una distancia adecuada a fin de bombardear Japón antes de invadirlo; pero para ello debían arrebatar­ le toda la telaraña de islas que había ocupado. Así, se decidió que el al­ mirante Chester Nimitz, en el Pacífico central, barriera las Gilbert, las Marshall y las Carolinas; mientras los generales Douglas M cArthur y el vicealmirante William F. Halsey limpiaban las Bismarck. Después todos podían reunir sus fuerzas para un impulso final hacia las Filipi­ nas y la costa de China. En este avance se utilizó una audaz táctica de guerra, llamada el «salto de la rana», que consistía en pasar de frente los principales ba­ luartes japoneses, como Truk y Rabaul, encerrándolos bajo poder ma­ rítimo y aéreo enemigo, dejando las guarniciones «marchitarse en el emparrado»,81 mientras los aliados construían una base aérea y naval en algún punto menos fuertemente defendido, varios cientos de kiló­ metros más cerca-de Japón. A fetales -de 1943, Me Aíthu* Control aba el norte de la* tostar de* Nueva Guinea y el 25 de marzo de 1944 la barrera de las Birmarck no resistió su avance. Mientras tanto, Nimitz había llegado a las Gilbert y a las Marshall, que dominó con un enorme costo, pues los japoneses resistieron hasta el final. En la batalla, principalmente aérea, del Mar de Filipinas — 19-20 de junio de 1944— , los japoneses perdieron tres portaviones, dos submarinos y unos 300 aviones, frente a 17 aviones estadounidenses. La batalla aseguró las Marianas, desde donde los aviones norteamericanos pudieron empezar a bombardear Japón. La pérdida de las Marianas provocó la dimisión del gobierno japonés del general Tojo el 18 de julio de 1944, convencido de que la guerra esta­ ba perdida. Pero otros sectores militares aún alentaron otro año de en­ conada resistencia, con la vana esperanza de que los estadounidenses se fatigaran, cuando la victoria ya parecía a su alcance en Asia y los aliados habían pasado a la ofensiva en Europa,

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Tras la conquista de Nueva Guinea y las Marianas, el presidente Roosevelt se reunió con el general M cArthur y el almirante Nimitz en Honolulú para decidir el paso siguiente. En principio, se creyó que China era el mejor trampolín para invadir Japón, pero una ofensiva ja ­ ponesa en abril de 1944 había ocupado la mayor parte de los aeródro­ mos, desdeTos que iban a operar los aviones norteamericanos. Todo esto reforzó la opinión de McArthur de reconquistar las Filipinas, que proporcionarían una escala más segura. Los japoneses, sabiendo que la pérdida de Filipinas les cortaría el acceso a los recursos naturales esen­ ciales de Indonesia, hicieron intervenir a su flota desde tres posiciones. El choque, que se produjo el 25 de octubre, fue conocido como la ba­ talla del Golfo de Ley te, y constituyó el mayor combate naval de la historia. Tras esa batalla, los japoneses perdieron lo que les quedaba de poder marítimo, así como la capacidad de defender las Filipinas; pero los kamikazes, los pilotos suicidas japoneses, entraron por primera vez en acción, infligiendo importantes daños a la Armada norteamericana hasta el final de la guerra.

D e N o r m a n d ía a l

Rín, j u n i o - o c t u b r e d e 1944,

PRIMERAS DIFERENCIAS ENTRE LOS ALIADOS

La invasión de Normandía fue precedida de intensos bombardeos aéreos sobre Alemania, terriblemente costosos en vidas humanas y destrucción material, que pretendían hacer innecesaria la invasión o, en su defecto, m erm arlas defensas alemanas. No tuvieron éxito en evi­ tar una invasión terrestre, pero hicieron prescindir al enemigo de cien­ tos de aeroplanos cuando más los necesitaban, asegurando así la su­ premacía aérea aliada. En Londres, Eisenhower estaba preparando para primeros de junio la operación Overlord, que tenía como objeti­ vo cruzar el canal de la Mancha y asaltar el «muro atlántico» de Hitler, es decir, las minas submarinas, los emplazamientos de artillería, las minas terrestres y las 58 divisiones del Ejército alemán preparadas para defenderse de una invasión aliada. Para ello, los aliados habían reunido en Inglaterra a 2,8 millones de hombres, con 39 divisiones y 11,000 aviones disponibles para el desembarco inicial. El alto mando eligió como punto de desembarco 60 kilómetros de playas en Normandía, en los que el sector oriental se asignó a los bri­ tánicos y el occidental a los norteamericanos. Poco después de la me­ dianoche del 5 de junio fueron conducidas tres divisiones de paracai­

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HISTORIA m

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distas a través del canal de la Mancha, para saltar detrás de las playas, mientras que esa misma noche la flota de la invasión —600 barcos, 4.000 naves de apoyo— condujo a 176.000 hombres a la costa nor­ manda, donde comenzaron a desembarcar a las 6 3 0 de la mañana. Era el día D, el 6 de junio de 1944. En la playa de Utah, donde desembar­ có el VII Cuerpo debEjército estadounidense, la oposición fue ligera, pero en la playa de Omaha, las divisiones I y X^íIX encontraron una tenaz resistencia. Muchos soldados se ahogaron en la marea, otros fue­ ron heridos por las minas submarinas, y los que llegaron a tierra tuvie­ ron que atravesar una playa de 50 metros de anchura, bajó el fuego cru­ zado que provenía de las casamatas, A pesar de todo, el resultado global del desembarco de Normandía fue un éxito. En una semana los alia­ dos desembarcarom326.OÜ0 hombres, 50.000 vehículos y m ásd e 100 toneladas de abastecimientos. En menos de tres meses los aliados, tras ocupar Francia y Bélgica, llegaron a París, que sería liberado el 25 de agosto. El general Charles de Gaulle, líder de la Francia libre, entró triunfante en la ciudad y ocupó la presidencia del gobierno provisional. Con París liberado, los ejércitos aliados avanzaron hacia Berlín, al man­ do de general norteamericano George Patton y del británico Bernard Montgomery; mientras los rusos avanzaban por el este, tomando Ucra­ nia, Polonia, Rumania y uniéndose a las fuerzas de Tito éh Yugoslavia.

N o v i b m b r e ' d e ' 1944.“u n p a r a F. D. R o o s e v e l t

cuarto m andato

En medio de los avances decisivos de los aliados en Europa y Asia, empezaron a evidenciarse sus diferencias sobre los territorios libera­ dos o a punto de serlo, al tiempo que en Estados Unidos había comen­ zado la campaña electoral para las elecciones presidenciales de no­ viembre de 1944. Las desavenencias entre Roosevelt y Churchill expresaban la tradición y los problemas políticos de cada país y su dis­ tinta geopolítica. Winston Churchill, primer ministro de una potencia europea y aún del mayor imperio colonial del mundo, estaba particu­ larmente preocupado por asegurar a Francia un papel importante en Europa y reconocer a De Gaulle como jefe del gobierno de la Francia liberada. Era también partidario de que en Italia se mantuviera la mo­ narquía, que las zonas de influencia en el este de Europa se delimita­ ran claramente con Stalin y, por supuesto, de que se mantuvieran los imperios coloniales en Asia y África.

kA OKAN TRANSFORMACIÓN

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Esta ultima era la principal diferencia con Roosevelt, firme parti­ dario de la autodeterminación de los pueblos y de tratar a China como gran potencia. También las diferencias respecto a Europa eran nota­ bles, pues el presidente estadounidense era reacio a considerar a Fran­ cia — que no había hecho nada en la guerra— una gran potencia euro­ pea y no reconoció al gobierno de De Gaulle hasta el 23 de octubre de 1944, Quería que los propios italianos decidieran su forma de gobier­ no y era partidario de una Unión Soviética fuerte, sin preocuparse de­ masiado por su influencia en el este de Europa. En cuanto a la política nacional 1944 fue un año de elecciones pre­ sidenciales, aunque el país estaba inmerso en una guerra, tal y como pasó en las elecciones de 1864. Los preparativos comenzaron a princi­ pios de año, cuando el presidente mandó un mensaje al Congreso para asegurar la aprobación de un voto federal para los militares. El Con­ greso no aprobó el decreto del voto de los soldados, manteniéndose todo el proceso electoral bajo control de los Estados, y el Senado con­ sideró grave la interferencia presidencial, siendo especialmente sensi­ bles los senadores sudistas, quienes creían que la ley era «un intento de permitir votar a íos negros».82 La otra Objeción era que el presidente volvía a presentarse y los soldados votarían en bloque a su comandan­ te en jefe. En efecto, esta vez Roosevelt no tenía dudas en presentarse a un cuarto mandato presidencial^ por las circunstancias excepcionales de acabar la guerra y comenzar a diseñar la paz; aunque fuera coman­ dante en jefe y estuviera gravemente enfermo. La duda y la clavé de esta elección era elegir a Un vicepresidente que pudiera ser presidente en ím moniéritó cMcial. 'LOs jéf&s d eip artk do no querían a Henry Wallace por radical y el FBI creía qüe podía ser un riesgo para la seguridad nacional, pues había sido manipulado por los comunistas. En su lugar, los dirigentes del partido propusieron al senador por Missouri Harry Traman, a quien el presidente no conocía bien y no tenía experiencia en política exterior, pero había hecho un buen trabajo en el Comité de Investigación del Seriado sobre la asig­ nación de contratos de guerra. Aunque el presidente aceptó la imposición de la dirección del par­ tido, cuando se reunió la Comisión Demócrata en Chicago el 19 de ju ­ lio de 1944, tanto Wallace, como Traman, como James F. Bymes — que había dejado el Tribunal Supremo y se había convertido en res­ ponsable de la movilización de guerra-— creían que iban a ser los ele­ gidos. Traman imcialmente rechazó la Presidencia, pero después capi­ tuló ante el argumento contundente de Roosevelt: «Decidle, que si

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quiere romper el Partido Demócrata en plena guerra y quizas perderla, depende de él».83 En la primera votación ganó Henry Wall ace; en la segunda, los di­ rigentes del aparato del partido en las ciudades y los demócratas del sur impusieron abrumadoramente a Truman. El 20 de julio de 1944, Roosevelt hizo una vez-más su discurso de aceptación por radio desde San Diego, pues al día siguiente salía hacia Hawai para entrevistarse con Nimitz y McArthur. Pero en esta convención se vio que, por pri­ mera vez, F. D. Roosevelt ya no dominaba el partido. Estaba a merced del aparato y los contribuyentes de la campaña. En esta anómala campaña electoral, en la que Roosevelt se presen­ tó como comandante en jefe, frente a Tomas E. Dewey, gobernador de Nueva York y responsable del encarcelamiento de los pistoleros Legs Diamond y Lucky Luciano, el candidato republicano no pudo basar su campaña, ni en la precaria salud del presidente, ni en la información confidencial de un oficial de la armada antirooseveltiano, que asegura­ ba que el presidente conocía la intención japonesa de atacar Pearl Harbor, Así pues, Dewey centró su campaña en el anticomunismo, basado en el perdón presidencial al secretario general del Partido Comunista, Earl Browder, y en la idea de que era comunista cualquiera «que apoyabaun cuarto mandato, pues así nuestra forma de gobierno podía ser fácilmente cambiada»,84 En realidad, el objetivo principal de la campaña republicana fue el líder sindical del CIO, Sidney Hillman; no en vano, lo más destacado-^ ' de está sucia catnpaña fue la importancia del sindicalismo del CIÓ en coordinar el voto a favor de Roosevel t .-Fue Sidney fliilm an quién di­ rigió el Comité de Acción Política {Political Action Committe, PAC) del CIO dentro de la coalición demócrata, equilibrando la influencia del ala conservadora d el partido. Actuando como el aparato del parti­ do, el PAC colocó,cabinas de registro del voto en las fábricas y llevó a los trabajadores a las urnas con el eslogan «cada trabajador, un votan­ te». Incluso la revista Time M a g a zin e publicó una portada con Hill­ man, haciendo creer que el sindicalismo judío estaba dirigiendo el Par­ tido Demócrata y haciendo creíbles las acusaciones que lanzara Dewey de que, con la ayuda de Hillman, los comunistas estaban con­ trolando el New Deal. El PAC hizo bien su trabajo. 48 millones de personas votaron, dan­ do al presidente el triunfo en 38 Estados, con 432 votos electorales, siendo decisivo el voto de las ciudades; aunque fue la victoria más ajustada de Roosevelt, el cual ganó con el 53,4 por 100 del voto popu-

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lar. Para Roosevelt este cuarto mandato permitiría que Estados Unidos no volviera al aislamiento tras la guerra y participara en el diseño de un nuevo orden mundial, que trataría de impedir una nueva guerra en Eu­ ropa en las dos siguientes generaciones.

V ic t o r i a

en

Europa,

p r e p a r a t iv o s p a r a l a p o s g u e r r a

Y MUERTE DE R oQ SÉ V B L f

De octubre a diciembre de 1944, los ejércitos aliados avanzaron hasta situarse a lo largo de la frontera de Holanda con Suiza, dispues­ tos a lanzarse sobre Alemania. Pero se enfrentaron a una contraofensi­ va alemana en las Ardenas, que al enorme costo de 120.000 hombres, 1,600 aviones y buena parte de ios tanques aliados, detuvo su avance un mes. A finales de enero, Eisenhower reanudó el avance hacia el Rin, mientras los rusos, sobre un frente de 1.600 kilómetros atravesaron el Vístula y avanzaron hacia Alemania en un gigantesco movimiento de pinza, que causó más de un millón de bajas entre los alemanes. Con el enemigo prácticamente derrotado en Europa, en febrero de 1945 los jefes aliados se reunieron en Yalta, balneario del mar Negro, para discutir la posguerra. A pesar de su grave estado de salud, Roose­ velt viajó a Yalta con todo su equipo, con el objetivo de asegurar la ayuda de la Unión Soviética contra Japón, conseguir que China fuera considerada una gran patencia yvque se constituyera una organización internacional con sede' en Estados Unidos1. De menor importancia para Roosevelt era la preocupación primordial de Churchill de detener la expansión de Stalin en Europa oriental, pues Estados Unidos no sólo necesitaba la ayuda de la Unión Soviética contra Japón, sino que el Ejército rojo era imprescindible para acabar lo antes posible la guerra con Alemania. Aunque debido a los éxitos militares del Ejército rojo y a los mi­ llones de víctimas militares y civiles rusas, Stalin llegaba a la Confe­ rencia con una posición de fuerza, en Yalta sólo consiguió lo que su Ejército ya había obtenido, es decir, que las zonas de Europa centrooriental liberadas por ellos quedaran bajo su zona de influencia. En re­ alidad, en contra de lo que se ha dicho, la Conferencia de Yalta fue una victoria rotunda de los aliados. Los soviéticos querían un compromiso ..firme en las reparaciones de guerra alemanas y no lo consiguieron; querían excluir a Francia del control de una Alemania derrotada y no lo lograron; tampoco obtuvieron un comunicado oficial aliado, en la

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Declaración de Áreas Liberadas, que excluyera a los gobiernos en el exilio de los nuevos gobiernos, e incluso en cuanto a Polonia, invadi­ da por el Ejército rojo, el acuerdo sobre el nuevo gobierno y las elec­ ciones libres fue una gran concesión a los norteamericanos y británi­ cos. Por otro lado, Roosevelt consiguió que Stalin accediera a entrar en guerra contra Japón, dos o tres meses después de derrotar a Alemania, y que apoyara a Chiang Kaí Shek en China, a cambio de que Japón de­ volviera a Rusia Sakhalin y las islas Kuriles, y de algunas concesiones en China, como que Dairen se convirtiera en puerto franco, la Unión Soviética pudiera usar lá baáé naval de Port Arthur en arriendo y los ferrocarriles chinos fueran explotados por una compañía conjunta chi­ no-soviética. Así, los problemas de la posguerra no fueron el resultado de Yalta, sino de las violaciones de Stalin al tratado en el este de Eu­ ropa, una vez comprobó que los norteamericanos no iban a compartir sus secretos respecto a la bomba atómica.85, En el avance militar final sobre Alemania se pusieron de manifies­ to las diferencias políticas entre Estados Unidos y el Reino Unido so­ bre la futura influencia de la Unión Soviética en Europa, reflejadas en las distintas estrategias militares propuestas por EisenKower y Montgomery. Eisenhower quería una ofensiva en un frente amplio, con norteamericanos y británicos avanzando hacia Alemania al unísono. Mientras que Montgomery y Churchill, preferían una ofensiva que pe­ netrara en Alemania, permitiendo a los anglo-norteamericanos llegar antes a Berlín y unirse lo antes posible corcel Ejército soviético. El deseo de Churchill áíap o y ar esta estrategiaera frenar él* avancé del comunismo en Europa, que consideraba tan peligroso o más que el na­ zismo. Ésta era también la opinión de muchos sectores en el Departa-* mentó de Estado clesde 1941. Concretamente, George Keenan, enton­ ces un funcionario medio del Departamento de Estado, dos días antes de la invasión alemána de la Unión Soviética, ya señalaba que recibir a Rusia como un aliado en la defensa de la democracia podía causar malentendidos, ya que en Europa «Rusia es generalmente más temida que Alemania».86 En 1944, él embajador de Estados Unidos en M os­ cú, William A. Harriman, compartía los puntos de vista de Keegan, que en ese momento era su principal consejero, y aconsejaba a Roose­ velt disminuir o eliminar el acuerdo de Préstamos y Arriendos con la Unión Soviética. Pero prevaleció la postura de Roosevelt y el general Marshall, que era exactamente la opuesta. Para derrotar lo antes posi­ ble a Alemania, con el mínimo costo en vidas para los aliados, lo más seguro era aumentar la ayuda a Rusia; pues si el Ejército rojo se para­

LA g r a n t r a n s f o r m a c i ó n

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ba en la frontera rusa y los alemanes podían entonces concentrarse en el frente occidental* británicos y norteamericanos no habrían movili­ zado suficientes hombres para llegar a Berlín con esa oposición.87 Por razones militares» Eisenhower estaba también de acuerdo con esta es­ trategia, ya que pensaba que era una locura enviar sus tropas hacia Ber­ lín, arriesgando muchas vidas, cuando había muy pocas posibilidades de llegar antes que el Ejército rojo, y sobre todo pretendía que hubie­ ra una línea de demarcación reconocible» de forma que cuando los bri­ tánicos y norteamericanos se encontraran con los rusos, no hubiera in­ cidentes indeseados. Como desde enero de 1944, y sobre todo desde Normandía, Estados Unidos tenía la supremacía en la alianza anglo-norteamericana — fa­ bricaba el 50 por 100 de la producción mundial de armas y mercancías y construía 2/3 de la totalidad de los barcos del mundo; mientras que la contribución británica o los recursos conjuntos era menor del 25 por 100— prevalecieron las consideraciones militares de Eisenhower y las políticas de Roosevelt. El 22 de marzo, Patton empezó a atravesar el Rin en Oppenheim, mientras el I Ejército por el norte y el IX por el sur englobaron en una pinza gigantesca a 400.000 alemanes. Entonces Montgomery avanzó hacia Bremen y Hamburgo, Patton hacia Kassel y el teniente general Alexander Patch, a través de Baviera, hacia C he­ coslovaquia. Conforme los ejércitos aliados avanzaban sobre Alemania, Austria y Polonia descubrían los campos de exterminio y las noticias del ge­ nocidio judío salieron finalmente a la luz pública. Durante la guerra, la Cruz Roja y «fuentes clandestinas» habían reunido evidencias del sis­ temático genocidio alemán contra los judíos europeos. Pero estas noti­ cias apenas encontraron eco en la prensa o el poder político norteame­ ricano. Concretamente, Roosevelt compartía los sentimientos antisemitas de muchos de los wasp norteamericanos y no estuvo dispuesto a pres­ tar ayuda o atención especial a los refugiados judíos, aumentando la cuota de inmigración judía. Sólo el secretario del Tesoro, Henry Morgenthau — de origen judío— fue sensible muy pronto a esta cuestión y finalmente convenció al presidente para constituir en enero de 1944 un Comité de Refugiados de Guerra que, con pocos recursos, rescató a 200.000 judíos europeos y 20.000 de otras procedencias.88 Mientras ios ejércitos aliados avanzaban sobre Berlín, Roosevelt, cuyo estado de salud empeoró con su viaje a Yalta, moría el 12 de abril en Warm Spring, Georgia, de una hemorragia cerebral, mientras esta­ ba posando para un retrato en presencia de su amante y amiga Lucy

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Ruthenfurd. Ese mismo día en la Casa Blanca, el presidente Truman juraba su cargo, abrumado por tener súbitamente que dirigir la guerra, tratar con las Fuerzas Armadas y con Churchill y Stalin. Los colabora­ dores de Roosevelt estaban consternados con la noticia, pero los ban­ queros se alegraron. En un Berlín rodeado por el Ejército rojo, Goebbels llamó a Hitler para felicitarle por la muerte de Roosevelt y celebrarlo con champagne. Por su parte, Stalin pensaba que Roosevelt había sido asesinado. El cuerpo del presidente fue trasladado de Geor­ gia a Washington para el funeral, atravesando gran parte del país, con destino final en Hyde Park, donde sería enterrado el 15 de abril, el día del aniversario de la muerte de Lincoln,89 Mientras, los ejércitos aliados seguían avanzando sobre Alemania llegando hasta el río Elba y encontrándose con los rusos el 25 de abril. Tres días después, partisanos italianos capturaron y mataron a Mussolini y su amante. En Berlín, el último día del mes de abril Hitler y Eva Braun se suicidaron tras casarse. El 2 de mayo, los rusos entraron en Berlín. Ese mismo día los alemanes se rindieron en Italia. El 7 de mayo de 1945, el Ejército alemán firmaba la rendición incondicional en el Cuartel General aliado en Rheims. De esta forma acabó «el im­ perio del milenio», poco más de doce años después de que Hitler lle­ gará al poder. ■Roosevelt y Eisenhower habían conseguido su objetivo. Los sovié­ ticos llegaron antes a Berlín, pero con un costo de más de 100.000 muertos. Dos meses después, los soviéticos cedieron el oeste de Ale­ mania, y la mitad dé la capital a los aliados; de forma que sin costo al­ guno en vidas humanas; el Reino Unido y Estados Unidos tuvieronsus sectores en Berlín. Sobre todo, la guerra en Europa acabó sin rupturas dramáticas, Estados Unidos y la Unión Soviética, a pesar de las fric­ ciones, seguían siendo aliados en mayo de 1945.

V ic t o r ia

e n s o l it a r i o s o b r e

Ja pó n . E n ero -a

g o s t o

1945

Estos últimos meses del conflicto demostraron que si bien la gue­ rra estaba perdida para Japón desde la toma de Filipinas, estaba aún lejos de ser ganada por Estados Unidos. Japón había perdido su su­ premacía naval y parte de su reciente imperio en el Pacífico, pero su Ejército estaba intacto, su Fuerza Aérea podía ser muy destructiva con los kamikazes y sus nuevos gobernantes estaban dispuestos a resistir hasta el final. Esta resistencia tenaz se evidenció en la conquista de las

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islas de Iwo lim a (febrero de 1945) y Okinawa (abril de 1945), don­ de los norteamericanos avanzaron a un costosísimo precio en vidas humanas, . Iwo Jima y Qkinawa supusieron también el comienzo de la «fase anfibia de la guerra», en la que la Armada y el Ejército actuaron por primera vez juntos en las islas que rodeaban Japón. Esta'-guerra anfibia se benefició de la superioridad de los norteamericanos en transferir tropas desde los barcos a tierra firme, convirtiéndolo en un movimien­ to táctico, que consistía en que las tropas desembarcadas, cubiertas du­ rante el desembarco por un fuego intenso, no debían tomar su primera posición en la playa, sino en tierra firme, más allá de la primera línea defensiva enemiga.90 Esta habilidad táctica no impidió que los soldados norteamericanos tuvieran en Iwo Jima la peor experiencia de desembarcaren el Pacífi­ co. Iwo Jima era una pequeña 'isla, fuertemente defendida por un labe­ rinto de túneles subterráneos, en la que las lanchas de desembarco fue­ ron destruidas por una Artillería que no pudo ser eliminada en tres días de bombardeos; los fusileros cavaban trincheras que se derrumbaban tan pronto como eran lo suficientemente profundas para ofrecer cober­ tura y los heridos volvían a ser heridos mientras yacían en las playas esperando la evacuación. Tras seis semanas, la isla fue finalmente con­ quistada el 16 de marzo, al costo de 6,821 norteamericanos muertos y 20.000 heridos, 1/3 de los que habían desembarcado. Los 21.000 de­ fensores j aponeses nmrieron.91 La conquista de Okinawa, que comenzó el 1 de abril de 1945, sería aún más difícil y sangrienta que la de Iwo Jima. Okinawa era una isla grande, de 130 kilómetros de largo, defendida por 120.000 japoneses; éstos sabían que no podían resistirla invasión, pero estaban dispuestos a infligir el mayor número posible de bajas al enemigo y resistir hasta el final. Los 50.000 norteamericanos que desembarcaron el primer día, y los que se les unieron poco tiempo después hasta llegar a los 250.000 hombres, lo comprobaron en los tres meses siguientes. La táctica de los japoneses fue dejar desembarcar a los marines sin lucha, plantear batalla tierra adentro, donde las defensas japonesas eran inexpugnables, y mientras tanto bombardear la flota con el arma decisiva de sus karnikazes, con la idea de alejarla de la costa. La táctica de los japoneses funcionó bien. Sus 900 aviones, de los que 1/3 eran kaxnikazes, comenzaron a atacar a la flota el 6 de abril y continuaron con intensidad sus bombardeos durante todo el mes, disminuyendo en mayo y junio. En los diez ataques masivos de ios kamikaz.es, en los que

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participaron de 50 a 300 aviones, bundieron 14 acorazados, dañaron los portaaviones y perdieron la vida 5.000 marines — el mayor núme­ ro de bajas que la Marina de Estados Unidos sufrió en un episodio de guerra— . En tierra, los japoneses lucharon fanáticamente hasta la muerte y la resistencia no ceso hasta finales d e junio, cuando 4.000 ja ­ poneses se rindiefd'43 y todos los oficiales y muchos suboficiales y ci­ viles se suicidaron ritualmente. En total, los norteamericanos hicieron solamente 7.400 prisioneros, el resto del contingente japonés hasta 120.000 murió, rehusando rendirse. También la población civil de la isla quedó seriamente diezmada, muriendo 160.000 de sus 450.000 ha­ bitantes. En cuanto a las pérdidas materiales, los japoneses perdieron 7.800 aviones — 1.000 kamikazes— y 16 barcos.92 Tras la conquista de íwo Jima y Gkinawa, los norteamericanos tu­ vieron más fácil su táctica de bombardear sistemáticamente Japón para desembarcar finalmente en las islas niponas. Sin embargo, tras la expe­ riencia de lucha en esas dos islas, los mandos militares norteamericanos calculaban que el desembarco y la conquista de Japón sería lento y cos­ taría más de 250.000 vidas. Hasta entonces las victorias militares estadounidenses se habían basado en su superioridad naval, utilizando una táctica de evitar el enfrentamiento directo en los bastiones militares de Japón. Esta táctica les había permitido enormes avances, con un Ejérci­ to relativamente pequeño; pero desembarcar, conquistar Japón y exigir la rendición incondicional significaba derrotar a un Ejército de seis mi­ llones'de honri?resr prácticamente intacto; una Fuerza Aérea que conta- . bacon la enorme capacidad de destrocción de los kamikazes, y un im­ perio que aún controlaba la mayor parte de/China y el sureste asiático, así como toda Corea y Manchuria. En este punto, todas las esperanzas norteáméricánás Tesidían en que una vez acabada la guerra en Europa, los ejércitos aliados se trans­ firieran al Pacífico, especialmente el Ejército rojo.93 Desde el purtto de vista del generál M arshall, era preferible que luchara el E jército' rojo, que el estadounidense. De esta forma, si lo que diferenciaba a la guerra en Europa era que había sido una guerra pequeña en un gran te­ rritorio, ahora estaba a punto de convertirse en una gran guerra.94 Mientras esto sucedía y para intentar doblegar la resistencia de los ja ­ poneses, en marzo de 1945 comenzaron los bombardeos sobre las ciu­ dades japonesas. Aunque en Europa ya se había descubierto que los bombardeos no podían ser un arma de precisión, se realizaron de no­ che con bombas incendiarias, de enorme efecto sobre las casas de m a­ dera y papel niponas. El 9 de marzo se bombardeó Tokio, destruyen-

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do 275.000 edificios y causando la muerte a 89.000 personas; después, siguieron las principales ciudades y centros industriales — Nagoya, Kobe. Yokohama, KawasaJd—*, con la muerte, a mediados de junio, de 260.000 personas y dejando a 10 millones de personas sin hogar. En julio, el 60 por 100 de las 60 ciudades principales había sido destrui­ do, pero esto no había cambiado la decisión del gobierno y de los sec­ tores militaristas de resistir hasta el final para evitar una rendición in­ condicional que amenazase el régimen imperial. Esta actitud suponía exigir enormes sacrificios al pueblo japonés, como reducir la ración de alimentos a menos de 1.500 calorías diarias o destinar a más de un mi­ llón de personas a arrancar raíces de pino, de las que poder destilar una especie de fuel para los aviones. Por otro lado, las industrias estaban a puntó del derrumbe total, no había suficientes barcos para mantener la comunicación entre las islas y el sistema ferroviario dejaría de funcio­ nar pronto. En este punto, el 16 de julio, la primera bomba atómica explotó con éxito en Alamogordo, Nuevo México, y pareció venir a solucio­ nar todos los problemas militares norteamericanos en el Pacífico. Si Estados Unidos utilizaba la bomba atómica, podía conseguir rápida­ mente la rendición incondicional de Japón, sin más bajas norteameri­ canas y sin necesitar a la Unión Soviética.95 En la Conferencia de Potsdam, el 26 de julio, Traman y Churchill estuvieron de acuerdo en utilizarla, al mismo tiempo que la declaración final de la Conferen­ cia reiteraba que no se iba a aceptar más que la rendición incondicio­ nal de Japón. Ya el día 25 de julio, Truman había ordenado que la bomba atómica se lanzara sobre Japón, si éste no se había rendido an­ tes del 3 de agosto. El 6 de agosto de 1945, a las 9.15 de la mañana el B-29 Enola Gay lanzó una bomba atómica sobre la ciudad industrial de Hiroshima. Pocas horas después, 78.000 personas yacían entre las ruinas de la ciudad, mientras que el gobierno norteamericano exigía la rendición incondicional sin éxito. El día 9 de agosto, otra bomba atómica se lan­ zó sobre la ciudad portuaria de Nagasaki, matando a 25.000 personas. El día anterior, 8 de agosto, Stalin había declarado la guerra a Ja­ pón y comenzado una ofensiva en Manchuria, que les llevaría has­ ta Corea del Norte, donde la lucha continuó hasta la caída de Japón el 20 de agosto. La misma noche del 9 de agosto, el emperador Hiro-Hito pidió a su gabinete aceptar la rendición, con la sola condición de que él perma­ neciera como soberano. Aí día siguiente, Estados Unidos, para facili­

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tar la rendición, aceptó que permaneciera en el trono, pero solamente bajo la autoridad de un mando supremo aliado. El 14 de agosto, el em­ perador, en su primer mensaje radiado, anunció la rendición y el 2 de septiembre, el general McArthur y otros representantes aliados acepta­ ron ia rendición formal de Japón a bordo del acorazado Missouri.

Un im p e r io m u n d i a l El papel decisivo de Estados Unidos en la victoria aliada y la utili­ zación de la bomba atómica para acabar con la guerra en el Pacífico permitieron que» con el menor costo en proporción de vidas humanas de todos los países contendientes 408.000 muertos--- y sin destnicción en su territorio continental, Estados Unidos confirmara su papel de primera potencia mundial en el nuevo orden internacional. La mo­ vilización bélica lo convirtió también en la m ayor potencia militar y económica del mundo. En esta ocasión, el aparato militar no se des­ manteló tras la guerra y las exigencias del esfuerzo bélico:acabaron: con la depresión, llevaron la economía a su máxima expansión, exten­ dieron la prosperidad a la población y avanzaron en la igualdad e inte­ gración de la sociedad. Por eso hubo consenso en considerar que la segunda guerra mun­ dial no sólo fue la mayor transformación de Estados Unidos tras la guérra civil y elpunto de partida de lo .que ha; sido su,historia hasta la actualidad, sino que por los objetivos de guerra — ampliar la democra­ cia, acabar con ios imperios coloniales, extender las reformas del New Deal a i mundo™- y ía prosperidad que llevó al conjunto de la pobla­ ción, fue una guerra buena,96justificada, que reunía a todas las razas y clases sociales dé la «América diversa». El lanzamiento de la bomba atómica, la intensa discriminación de la minoría negra en el Ejército*97 el internamiento en campos de con­ centración de los japoneses-americanos empañaron esa imagen de «guerra buena» y unidad nacional. Tampoco los enorrhes beneficios de la guerra se convirtieron en la redistribución social que muchos new dealers, sindicalistás y socialistásTiberales hubieran querido para la posguerra, tras confirmarse el progreso de la alianza conservadora en­ tre demócratas sudistas y republicanos desde las elecciones de 1942. Pero a pesar de estas sombras, no hubo vuelta atrás en la mayoría de los aspectos que la guerra transformó y que pusieron las bases del pe­ ríodo de la Guerra Fría y del desarrollo norteamericano durante el res-

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to del siglo xx. Desde entonces, la primera república democrática se convirtió en un imperio mundial, asentado en un poderoso complejo militar-industrial y en el poder confirmado de las grandes empresas e intereses económicos; pero, por otro lado, la guerra originó un proce­ so de igualdad social que convirtió a Estados Unidos en una sociedad de-clase media y sedimentó los éxitos de la minoría negra en las déca­ das siguientes.

Notas C apítulo 1. Revolución, independencia y construcción nacional, 1776-1791 1V Las diferencias regionales eran muy grandes, siendo las colonias deí norte y el Atlántico Medio, caracterizadas por el clima templado y la exten­ sión de la propiedad, las responsables de este crecimiento vegetativo; mien­ tras que en las colonias de ia Bahía de Ghesapeake, en donde predominaban las grandes plantaciones y la esclavitud, Casi ningún colono vivía lo Suficien­ te para conocer a sus nietos. Véase John M. Murrin, «Benefíciaries of Catastrophe: The English Colonies in America» en Eric Foner, ed., The New Ame­ rican History, Temple University Press, Philadelphia, 1997, p. 16. Véase también M." Pilar Pérez Cantó y Teresa García Giráldez, De Colonias a Repúblicas, Los orígenes de Estados Unidos de América, Síntesis, Madrid, 1995, p. 124. 2. La mayor parte de la fuerza de. trabajo no esclava llegó a las colonias de esta forma y en 1770 eran aún lá mitad de los inmigrantes procedentes de ■Inglaterra y Escocía. Véase Eric Foner, «The Idea of Free Labor in Nineteenth Century America», introducción a Free Soil, Free Labor, Free Men, The Ideology ofThe Repuhlican Party Béfore the Civil War, Oxford University Press, Oxford, 1995, p. xi (numeración romana en e f original). 3. George Brown Tindall y David E. Shi¿America. A Nárrativé History, Norton & Company, Nueva York, 1993, VOl. 1, p. 6 1. 4. Desde mediados del siglo xvin, nuevos sectores de la clasé media se habían incorporado al consumo de productos británicos, siendo según T. H. Breen esta experiencia como consumidores, esencial para moldear la protes­ ta posterior contra Gran Bretaña. T, H. Breen, The Marketplace o f Revolu­ tion. How Consumer Politics Shaped American Independence, Oxford Uni­ versity Press, Oxford, 2004, p. xv, pp. 98-101. 5. Edward Countryman, The American Revolution, Penguin Books, Harmondsworth, 1991, p. 11 6. Concretamente el cálculo de Gary Nash es que en Boston el 5 por 100

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de la población concentraba el 49 por 100 de la riqueza y en Filadelfia, los 20 primeros contribuyentes incrementaron su riqueza del 33 al'55 por 100. Véa­ se Gary B. Nash, «Social Change and the Growth of Prerevolutionary Urban Radicalism», en Alfred F. Young, ed., The American Revolution. Explorations in the History o f American Radicalism, Northern Illinois University Press, Dekalb, 1976, pp. 8-9. 7. En Boston, especialmente perjudicada por la guerra del rey Jorge, los gastos de asistencia a los pobres creció el doble de lo habitual entre 1740 y 1750. En Filadelfia y Nueva York, crecieron más a partir de 1750, cuando co­ menzaron a dejarse sentir los efectos de la guerra franco-india. 8. Edward Countryman, The American Revolution..., pp. 12-14. 9. Como señala Gordon S.Wood, incluso en una dé las colonias más es­ tables como Virginia, aumentó el número de elecciones impugnadas en la Cá­ mara de los Burgueses y la gente corriente empezó a abandonar la Iglesia Anglicana, atraída por las nuevas comunidades evangélicas, como los presbi­ terianos de la nueva luz, baptistas independientes y metodistas, que cosecha­ ron nuevos conversos entre los agricultores pobres de la región de Chesapeake, pasando él número de Iglesias Baptistas de 7 a 54, entre 1769 y 1774. Véase Gordon S. Wood, La Revolución norteamericana , MondadoriTBarce­ lona, 2003, p. 42. 10. Gary Nash destaca la importancia por este aspecto de crítica social que tuvo en las ciudades, y señala que «los trabajadores de la ciudad apren­ dieron a identificar el “milenio” con el establecimiento de gobiernos elegidos por el pueblo, libres de las disparidades de riqueza del “viejo mundo”. Véase Gary B. Nash, «Social Change and The Growth...», en Alfred F. Young, ed., The American Revolitímn..:, p. 18, 11. Referido a la autonomía política de■1as colonia§^véage Bernard Bay-,: Ym, The Ideologicül Origins o f the American Revolution, Harvard University Press, Cambridge, 1972, pp. 203-205. 12. Michael Mann, The Sources o f Social Power Vol II. The Rise o f Classes and Nation-States, 1760-1914 , Cambridge University Press, Nueva York, 1993, pp. 137-141, (Hay traducción castellana: Las Fuentes del Poder Social Vol. II. El Desatrollo de las Clases y los Estados Nacionales, Alianza Editorial, Madrid, 1997). Véase también, para el sufragio en la época colonial Cristopher Collier, «The American People as Christian White Men of Property: Suffrage and Elections in Colonial and Early National America», en Donald W. Rogers, ed., Voting and The Spirit o f American Democracy. Es­ says on The History o f Voting and Voting Rights in America , University of Illinois Press, Urbana, 1992, pp. 21-23, El autor establece la proporción de los que ejercieron el derecho al voto en la época colonial, entre el 10 y el 40 por 100 de los varones blancos. 13. M.a Pilar Pérez Cantó y Teresa García Galíndez, De colonias a..., pp. 152-154.

NOTAS. CAPÍTULO 1

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14. Samuel Eliot Morison, Henry Síeele Commager y William E. Leuchtenhurg, Breve historia de Estados Unidos, Fondo de Cultura Econó­ mica, México, 1987, pp. 78-84. 15. Michael Mann, The Sources o f Social Power Vol. II. The Rise of Classes a n d . pp. 137-141. 16. Citado por Gordon S. Wood, La Revolución norteamericana..., p. 44, 17. Wilbur R. Jacobs, La desposesión del indio norteamericano, Alian­ za Editorial, Madrid, 1973, p. 111. 18. Angie Debo, ^4 History of the Indians o f the United States, Plxmlico, Londres, 1995, p. 81. 19. George Brown Tindall, David E. Shi, America.... p. 96. 20. Joseph Ernst, «Ideology and an Economic Interpretation of the ReYolution», en.Alfred F, Young, ed., The American Revolution.,., pp. 173-177. 21. El impuesto debía pagarse en libras esterlinas. 22. Michael Mann, The Rise o f Classes and. Nation States..., p. 145. 23. Gordon S. Wood, La Revolución norteamericana , pp. 71-74. 24. Edimmd S. Morgan, «The Puritan Ethic and the American Revolu­ tion», The William and Mary Quarterly, vol. 24, 1967, p. 5. 25. Alegato del doctor Franklin en la Cámara británica de los Comu­ nes en contra de la «Stamp Act» para América, reproducido en Ramón Casterás. La Independencia de Estados Unidos de Norteamérica, Ariel, Barcelo­ na, 1990, p. 172. 26. Joseph Ernst, «Ideology and the Economic Interpretation...», en Alfred F. Young, ed., The American Revolution.... p. 182. 27. Gfe'or¿e;Bi^)^‘n Tindall,.David E. Shi, America..,, pv 108. ,28, Dirk Hoerder, «Boston Leaders and Boston Crowds, 1765-1776, en Alfred F. Young, ed., The American Revolution..,, pp. 240-241. 29. El término provincial y colonial se usaban indistintamente, pues la Corona llamaba provincias a sus colonias americanas. 30. Edmund S. Morgan, Slavery and.Freedom..., pp. 28-29. 31. Edward Countryman, The American Revolution..., pp. 128-129. 32. Ihid., pp. 116-117. 33. Eric Foner, Tom Paine and Revoluiionary America, Oxford University Press, Nueva York, 1976, pp. 59-65. 34. Gordon S. Wood, The Radicalism ofthe American Revolution, Vintage Books, Nueva York, 1993, pp. 175-176. 35. Ibid., pp. 1-19. Véase también Eric Foner, «Tom Paine’s Republic; Radical Ideology and Social Change», en Afred F. Young, ed., The American Revolution..,, pp. 190-196. 36. Thomas Paine, El sentido común, en Ramón Casterás, ed., La Inde­ pendencia de Estados Unidos de N o rte a m é ric a p. 102. 37. Ibid, p. 102.

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38. Ibid., p. 147. 39. Adriane Kock y William Peden, «Introducción a Thomas Jefferson», Autobiografía y otros escritos, Tecnos, Madrid, 1987, pp. xvn-xxii. 40. Philip F. Detweüer, «The Changing Reputation of the Declaration of Independence: The, First Fifty Years», William and Mary Quarterly, vol. 19(1962) p. 564. : 41. La cifra es aproximada y puede ser mayor, pues está basada en el cálculo aproximado de los lectores úq Common Serise, de acuerdo con la va­ loración de Eric Foner en «Tom Paine’s Republic..,», en Alfred Young, ed., The American Revolution..:, p. 199. 42. Gordon S. Wood, The Radicalism o f The American..., pp. 176-177. 43. Charles Patrick Neimeyer, America Goes io War. A Social History ofthe Continental Arrny, New York Uñíversity Press» Nueva York, 1996, pp. 15-26. 44. Gordon S. Wooá, La Revolución nóHeamericam^. fp . 117, 45. John Shy, ,4 People Nurnerom andArmed. Reflectlom on the Mili~ tary Struggle for American Independence;Gxforá\3mver$i±y Press, Nueva York, 1976, pp. 204-205. 46. Una buena síntesis del desarrollo de las operaciones militares y de la batalla de Saratoga puede verse en R. E. Evans, La Guerra de la Indepen­ dencia norteamericana, Akal, Madrid, 1991, pp. 27-31. 47. Según Jonathan R. Düll, Saratoga no decidió la intervención de Francia, pero llegó en el momento oportuno, cuando se habían deteriorado las relaciones entre Francia y Gran Bretaña. Véase Jonathan R. Dull, A Diplo­ mado History of the American Revolution, Yale University Press, New Haven,'1985, p. 95, - 48 k. En este contexto-se-ha inaugurado recientemente The National Cen~~ terfor The American Revolution, diseñado por Robert Stern, orientado a plan­ tear problemas históricos del período, más que a- resolverlos. Herbert Muschamp, «Subjecting history to question at á crucible of the U.S. -Revolutíon», The International Herald Tribune, 28-29 de febrero, 20Ó4. 49. John Shy, A People Numerous..., p. 9. 50. Ibid., p. 210. 51. En Maryland, la nueva Constitución del Estado excluía de poder ser elegidos para algún cargo representativo al 90 por 100 de los blancos que pagaban impuestos. Véase Ronald Hoffman, «The Disaffected in the Revolutionary South», en Alfred F. Young, ed., The American Revolu­ tion..., p. 280. 52. También en Maryland, estas concesiones fueron la aprobación de un nuevo sistema de impuestos, que hacía recaer el peso tributario en la élite de plantadores, así como una ley que permitía pagar las deudas prebélicas con el depreciado papel moneda continental, con lo que de hecho quedaron abolidas todas las obligaciones crediticias anteriores al conflicto. Ibid., pp. 304-307.

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53. Ibid., pp. 307-311. 54. Aparte de este hecho cierto, la flota británica debía dividirse en va­ rios escenarios. De hecho ia principal ayuda de España a la causa de la inde­ pendencia fue indirecta,, manteniendo ocupada a la flota británica en la de­ fensa de su territorio metropolitano —tras el fallido intento de invasión de Inglaterra por la ilota franco-española en 1779—y y en el Mediterráneo, don­ de en 1781 capturaran Menorca y mantenían un cerco sobre Gibraltar. Jonathan R, Dull, A Diplomatic History,,., p. 111. 55. Gordon S. Wood, La Revolución norteamericana..., pp. 130-131. 56. Gordon S. Wood, The Radicalism...,pp. 176-177. 57. Francis Jennings, «The Indianas Revolution», en Alfred F. Young, ed., The American Revolution..., pp. 339-344. 58. Charles Patrick Neimeyer. America Goes to War..., p. 82. 59. Peter Kolchin, American Slave/y 1619-1877, Penguin Books, Har~ mondsworth, 1995, p, 73. ^ L' 60. La estimación era de Thomas Jefferson, gobernador de Virginia. Ci­ tado por Charles Patrick Neimeyer, America goes to war,.., p. 80, 61. Ibid>, p, 7. James M. McPherson, Battle Cry o f Freedom..., pp. 52-54. 8. A lm F ^ m e r, The Origim ofthe American Civil War.,.^p. 53. 9. Eric Foner, Free Soil, Free labor, Free Men. The Ideology ofthe Republican Party befare the Civil War, Oxford University Press,. Nueva York, Í995, pp. 300,310-312. , 10. Eugene D. Genovese, The Slaveholders DUémfna. Fréedorn a n d . Progress in Southern Conservative Thought, 1820-1860, University of South Carolina Press, Columbiá,T992, pp. 10-17. 11. La noción de soberanía popular no resolvía en qué momento de la incorporación a la Unión se iba a decidir sobre la esclavitud. Los demócratas del norte pensaban que la decisión debía esperar hasta la constitución de la primera Asamblea territorial; mientras que para ios demócratas del sur la de­ cisión debía tomarse antes de que los territorios estuvieran en la recta final de su proceso de admisión en la Unión. 12. En todos estos territorios, bajo soberanía mexicana hasta 1848, la esclavitud había sido declarada ilegal en 1821. ..V ’

ÑQTAS, CAPITULÓ 5

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13. 2/3 de los voluntarios en la guerra contra México provenían de los Estados del sor. 14. En estos debates, aparte de la vieja generación de políticos nacidos durante la revolución -—Henry Clay, Daniel Webster, John C. Calhoun— se dio a conocer una nueva generación de políticos como Stephen A. Dóuglas, William H, Seward, Jefferson Davis y Salmón P. Chase. 15. Veáse un buen resumen de los puntos del Compromiso de 1850 en Alan Farmer, The Origins..., pp. 58-63, y en G. B.Tindall y D. Shi, Ameri­ ca..., pp. 386-392. 16. J. M. McPherson, Battle Cry o f Freedom..., p. 71. 17. Cuando la Convención de Náshville se reunió por segunda vez en noviembre de 1850, solamente acudieron la mitad de los delegados y en las elecciones estatales de 1851-1852 los candidatos de la Unión derrotaron a los secesionistas, incluso en Carolina del Sur y Mississippi. 18. P. Kolchiflu «Revaluating the Antebellum SlaVe Comffiumty: A Comparative Perspective», en The Journal of American History , vol. 70, n.° 3, diciembre de 1983, p. 600, 19. En 1851, Indiana y lowá, y en 1853, Illinois promulgaron leyes que prohibían la inmigración de cualquier persona negra, esclava o libre, a sus Es­ tados. 20. Harriet Beecher Stowe, La cabaña del tío Tom, edición de Carmen Manuel, Cátedra» Madrid, Letras Universales, 1998. 21. Para un análisis del impacto de la novela, veáse James M.McPher­ son, «Tom on the Cross», en Drawn With The Sword..., pp. 24-36. 22. Alan Farmer, The Origins Ofthe American Civil War,,., pp. 65-66. 23. Concretamente, Stephen A. Douglas, gran propietario inmobiliario . en.Chicago^gensaba. aumentar, el..valor de sus p r ^ Queva lí­ nea ferroviaria. 24. James M. McPherson, Báttle Cry o f Freedom..:, pp. 126-129. 25. Eric Foner, Free Soil:Free labor, Free Men..., pp. 226-237. 26. Noel Ignatiev, How the Jrish Became White, Routledge, Nueva York, 1995, pp.' 162-164. ^ . 27. Alan Farmer, The Origins o f The American Civil War..., pp. 96-109. 28. Ibid., p. 110. 29. Ibid., pp. 114-120. 30. La evidencia, según ellos, estaba en los impuestos que débíail pagar para subsidiar las industrias del norte y en los intentos de excluirlos de los nuevos territorios. , 31. James M. McPherson, «The War of Southern Aggression», en Drawn with the Sword..,, pp. 38-42. 32. La población negra no llegaba al 30 por 100 y muchos blancos acep­ taban la emancipación gradual, como mostraba el caso de Maryland, donde ya la 1/2 de la población negra era libre.

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33. James M. McPherson, Battle Cry ofFreedom, p. 281. 34. Ibid., p. 281. 35. La lucha por el control de estos tres Estados era paralela a su impor­ tancia económica, pues añadían a la Confederación el 45 por 100 de su pobla­ ción blanca y su poder militar, el 80 por 100 de su capacidad manufacturera, el 40 por 100 de sus recursos en caballos y muías, así como un entramado de nos navegables que penetraban a través de Kentucky hacia el sur. 36. Aunque la guerra civil estadounidense no tenía entre sus objetivos la eliminación sistemática de los prisioneros, tal y como hicieron los alema­ nes en la segunda guerra mundial, la devastación del sur, la movilización de recursos y las consecuencias políticas del conflicto llevan a considerarla una guerra totalmente distinta de las anteriores, claramente una primera guerra total en la experiencia del sur. 37. J. M. McPherson, «From Limited to Total War, .1861-1865», en Drawn With The Sword, Oxford University Press, Nueva York, 1996, p. 65: 38. Entre diecisiete y cincuenta y cinco años en el sur, y entre veinte y cuarenta y cinco en el norte 39. G. B. Tindall y David E. Shi, America,.., p. 422. 40. James M. McPherson, Battle Cry of F r e e d o m pp. 313-317. 41. La escasez era provocada en muchos casos por la insistencia de cada gobernador y cada Estado en retener armas para defender las fronteras del Es­ tado contra potenciales levantamientos de esclavos. 42. James M. McPherson, Battle Cry o f Freedom..,, pp. 318-322, 43. Era común que tras unas semanas los uniformes y zapatos fueran in­ servibles y las mantas se cayeran a pedazos. 44. James M. McPherson, Battle Cry o f Freedom,.., pp. 323-325. . • 45. Esto hacía referencia no solamente a la calidad y motivación políti­ ca de Jos 313 oficiales qué optaron por él Ejército confederal, sino a las ma­ yores posibilidades del sur de formar nuevos oficiales, pues siete de las ocho academias militares del país se encontraban en territorio confederal. 46. Thomas Rowland to his mother, 14 de junio y 29 de julio, 1861, en «Letters of Major Thomas Rowland, C. S. A., from the Camps at Ashland y Richmond, Virginia 1861», William and Mary Coilege Quaterly (19151916), pp. 148-149. Citado por James M. McPherson, What They Foughtfor 1861-1865, Doubleday, Nueva York, 1995, p. 9. 47. Ibid., pp. 17-25. 48. Ibid., pp. 31-36. 49. Ibid., pp, 51-52. 50. Tras un intenso debate, el Congreso confedera! aprobó la Ley del Soldado Negro el 13 de marzo de 1865, con un margen de tres votos en la Cá­ mara de Representantes y un voto en el Senado. 51. James M. McPherson, «From Limited to Total War, 1861 -1865», en Drawn With the Sword..., pp. 70-71.

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52. ... Bruce Catton, «The Generalship of Ulysses S. Grant Defended», en Grant, Lee, Lincoln and the Radicals: Essays on Civil War Leadership, Grady McWhinev, ed., 1973, Northwestern University Press, pp. 3-29. Re­ producido en Michael Peraian, Majar Problems in the Civil War and Reconstruction, D, C, Heath y Company, Lexington, 1991, pp. 189-190. 53. James M. McPherson. «From Limited to Total War», en Drawn With The Sword..., pp. 71-75, 54. Cinco meses después se retrasó hasta los cuarenta y cinco años y en 1864 se extendió a todos los varones blancos entre veinte y cuarenta y cinco años. 55. Russell F. Weigley, «Robert E. Lee: Napoleon of the Confederacv», en Michael Perman, Major Problems in the Civil War and Recomtruction pp. 169-184. 56. Citado en John Bennet Walers, Merchant o f Terror: General Shernían and'Total War, Indianapolis, 1973, pp. 57-58, 59, 60 y reproducido por J. M. McPherson en «From Limited to...», en Drawn.... p. 81. 57. «Race and Class in the Crucible of War», en J. M. McPherson, Drawn With The Sword..., pp. 91-94. 58. Bruce Catton, «The Generalship of Ulysses S. Grant Defended...», p. 194. 59. Sherman, Memoirs, I, p. 368, II, pp. 249, 254, Citado por J. M. McPherson en «From Limited to...», en Drawn..., p. 83. 60. J, M. McPherson, Battle Cry o f Freedom...., pp. 807-830. 61. M. Howard, The Franco-Prusian War, Collier Books, Nueva York, 1969, p. 380, Citado por J. M. McPherson en «From Limited to...», en .Drawn,^,.. p.:84.v 62. J. M, McPherson,. Battle Cry o f Freedom,.., pp. 846-847. 63. Citado en James Resten, Jr., Sherman 's March and Vietmim. Nueva York, 1984, p. XI. Reproducido en J. M. McPherson, «From Limited to...» en Drawn..., p. 86. 64. J, M. McPherson, «Why Did The Confederacy Lose?», en Drawn With The Sword..., pp. 113-136. 65. Hay que recordar que el sur dio la vuelta al conflicto tres veces: en el otoño de 1862, en el verano de 1863 y en el verano de 1864. Solamente en el otoño de 1864. tras la captura de Atlanta y las victorias de Sheridan en Shenandoah Valley, el norte tuvo la seguridad de que podía ganar el con­ flicto. 66. James M. McPherson, Battle Cry o f Freedom..., pp. 817-819. 67. James M. McPherson, Áhrahnm. Lincoln and the Second. American Revolution, Oxford University Press, Nueva York, 1991, pp. 3-22, 68. Su creciente poder se manifestaba en la política fiscal, el sistema de reclutamiento, la expansión de los Tribunales federales, la creación de una moneda nacional y un sistema bancario federal.

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69. En Nueva Orleans vivía la comunidad más importante de negros li­ bres del bajo sur. Descendientes de ricos mulatos de Haití o de uniones entre franceses y negras, poseían dos millones de dólares de propiedad antes de la guerra civil; dominaban oficios como el de enladrillados cigarrero, carpinte­ ro y zapatero; eran una comunidad con un fuerte sentido de su historia colec­ tiva y una red de escuelas, orfanatos y sociedades caritativas y, aunque se les negó el sufragio, disfrutaban de más derechos que los negros libres en otros Estados, incluyendo la posibilidad de viajar libremente y de testificar en Tri­ bunales contra los blancos, 70. Eric Foner, A Short History o f Reconstruction, Harper & Row, Nue­ va York, 1990, pp. 23-28. 71. Se trataría de que ioicialmente pudieran votar los negros libres y aquellos con mayor nivel educativo para ampliarlo después hasta incluir a los antiguos esclavos. 72. Construyeron sus propias Capillas, tanto por sus deseos de autono­ mía, como por el rechazo de los blancos a ofrecerles un lugar igual en sus Congregaciones. 73. Eric Foner, Short History o f Reconstruction..., pp. 4-í-54. 74. Eric Foner, Reconstruction. Am erica1s Unfinished Revolution, Har­ per & Row Publishers, Nueva York, 1988, pp. 170-175. 75. 15.000 sudistas pidieron los perdones presidenciales desde el vera­ no-otoño de 1865, y en 1866 ya habían sido concedidos 7.000, Eric Foner, Reconstruction... 1988, p. 191. 76. Las protestas del norte por los black cadesdeMississippi y Caroli­ na del Sur obligaron a Luisiana, Virginia y Texas a suavizar al menos el len­ guaje de sus black.codes. 77. Eric Foner, Reconstruction..,, pp. 199-200. 78. En Texas, entre 1865 y 1866, aunque los tribunales acusaron a qui­ nientos blancos de asesinato de negros, ninguno de ellos fue,condenado. 79. Eric Foner, A Short History..., pp. 82-103. 80. Cuando en mayo y Julio de 1866 estallaron violentos disturbios en Menphis y NuevalOrleans, respectivamente, se produjeron masacres in­ discriminadas de ciudadanos negros a manos de la policía y de las multitudes blancas. 81. ' George Browñ Tindall y David E. Shi, America... vol. 1, pp. 460464. ' 82. Desde 1862 las Ligas de la Unión, que agrupaban a negros y blan­ cos leales, se convirtieron en una poderosa organización de la política repu­ blicana. 83. Ted Tunnell, «The Contradictions of Power», en Michael Perman, Major Problems in the Civil W ar and Reconstruction..., pp. 450-458. 84. Eric Foner, Reconstruction.., pp. 611-612,

NOTAS, CAPÍTULO 6

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La « e d a d d o r a d a » , 1870-1890. I n d u s t r i a l i z a c i ó n , NUEVAS FRONTERAS Y FRACTURA SOCIAL

C a p í t u l o 6.

L La tesis es de Philip Scranton, que defiende la flexibilidad y compe­ tí tividad de las pequeñas y medianas empresas y las relaciona con la diversi­ dad de experiencias de la clase obrera norteamericana y sus prácticas de mutualismo. Veáse Philip Scranton, «The Workplace, Technology and Theory in American Labor History», International Labor and Working Class His­ tory, n,° 35, primavera de 1989, pp. 3-22. 2. Para un panorama general del desarrollo del capitalismo corporativo, ■véase Glenn Porter, «industrialización and the Rise of Big Business», en Charles W. Calhoun, ed.s The Gilded Age, Essays an the Orígins of Modem America, SR Books, Wilmington, 1996, pp. 1-18. 3. Alfred D.. Chandler, Jr., The Visible Hand. The Managerial Revolutión in American Business, Harvard University Press, Cambridge, 1977, pp. 498-499. (Hay traducción castellana: La mano visible. La revolución en la dirección de la empresa norteamericana. Centro de Publicaciones del Mi­ nisterio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1988. 4. Geórge BrownTindall y David E. Shi, America. A Narrative History, W. W;: Norton & Company, Nueva York, 1993, vol. II, pp. 508-515. 5. El método inicial de Taylor, que consideraba al trabajador como un simple hombre económico, sin motivaciones psicológicas, y despreciaba a los sindicatos, fue pronto cuestionado tras su muerte, cuando los revisionistas comenzaron a valorarlos aspectos sociales y psicológicos del trabajador, así como el papel de los sindicatos en la estabilidad industrial: , 6. Alfred D., Chandler, Ir., The Visible Hand..., p. 499.. 7. Heñry W. Grady expuso oficialmente estas ideas cil la Sociedad dé Nueva Inglaterra en Nueva York éii 1886. 8. I D . Hall, R. Korstad y J. Leloudis, «Cotton-MM People: Work, Commuhity and Protest in the Textile South, 1880-1940», American Historical Review, n.° 91 abril.de 19^6, pp. 245-55, 257-66, 285. Reproducido en León Fink, ed., Majar Problems in thé Gilded Age and the Progressive Era, D. C. Heath y Company, Lexington, 1993, pp. 123-129. 9. G. B. Tindall y D. E. Shi, America..., pp. 481-482. 10. Edward L. Ayers, Southern Crossing, A History o f the American South 1877'1906, Oxford University Press, Nueva York, p. 63. 11. El alojamiento para los trabajadores negros en las company town era en casas idénticas a las de los trabajadores blancos, pero segregadas unas de otras. 12. Edward L. Ayers, Southern Crossing..., pp, 25-35. 13. Ibid., pp. 26-27. 14. Ibid., p. 49.

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15. Paul M. Gastón, «The Myth of the New South», en León Fink, ed., Major Problems in the Gilded Age and the Progressive Era..., pp. 120-121. 16. G. B. Tindall y D . E. Shi, America,.., p. 484. 17. Los Estados con mucha tierra no habitada, como Texas y Florida, dieron miles de acres a los ferrocarriles e incentivos a otras industrias para abrir nuevas áreas de desarrollo. 18. E. L. Ayers, Southern Crossing..., pp. 71-87. 19. I b i d pp. 88-110. 20. Richard White, A New History o f the American West, University of Ok.1ahorna Fress, Norman, 1993, pp. 57-59 21. Angie Debo, A History o f The Indians o f United States, Pimlico, Londres, 1995, pp. 233-283, y Richard White, A New History..., pp. 94-108, 22. El sistema de internados fracasó en conseguir los resultados espera­ dos, siendo sustituido por la asimilación en; las escuelas locales. ‘23. A principios del siglo xx, los habitantes,de la ciudad de Seattle es­ taban preocupados porque no había suficientes agricultores en los alrededo­ res para sostener la economía de la ciudad, 24. Para el papel de los afroamericanos en la expansión y conquista del oeste, véase Wiliiam Loren Katz, The Black West, Nueva York, Touchtone, 1996. 25. Incluso cuando los lotes de tierra fueron prácticamente gratis, a par­ tir de la aplicación de la Homestead Act de 1862, los muy pobres no podían emigrar al oeste, pues el viaje, el costo de establecer una granja y esperar un mínimo de dos años para conseguir la primera cosecha de subsistencia, y tres o cuatro para obtener algún excedente, significaba un capital total de L000 dólares para no fracasar, „ 26. Acompañando a esta ley, se aprobó otra que donaba tierras para la construcción del ferrocarrircontineñtM, y la Ley Morril, por la cual se donaban tierras a los Estados para que construyeran un sistema público de educación superior que formara técnicamente a ios agricultores y trabaja­ dores cualificados. 27. Para la políticía de distribución de tierras, véase R. White, A New History o f the American West..., pp. 137-154, Para el significado político de la Ley Homestead, véase también Henry Nash Smyth, Virgin Land. The Ame­ rican West as Symbol and Myth, Cambridge, Harvard University Press, 1978, pp. 165-173. 28. R. White, A New History ofthe American West..,, p. 220. 29. Ibid., pp. 220-227. 30. Ibid., pp. 227-235. 31. Veáse todo lo relativo a las características del crecimiento urbano norteamericano en Eric H. Monkkonen, America Becomes Urban. The Development o f U.S. Ciñes & Towns, 1780-1980, University of California Press, Berkeley, 1990, pp. 69-88.

NOTAS. CAPÍTULO 6

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32. Howarcl R, Lamar, The New Encyclopedia o f the American West, Yale University Press, New Haven, 1997, pp. 196-196, 33. William Crooon* N ature ’s Metrópolis. Chicago and the Great West, Norton, Nueva York, 1992, pp. 311-315. 34. Ibid.,p. 347 : 35. Ibid.:, p. 350. ? 36. Waltér Nugent, Crossing, The Great Trasaúantic ' Migrations, .1879-1914, Indiana Umvéísity Press, Bloomington, 1995, p. 163. 37. Ibid,, pp. 150-162. 38. Por ejemplo, eslovacos de segunda generación se seguían casando con personas del mismo pueblo o cercanías; los judíos de Lituania, el Palatínado ruso o la Galitzia polaca fundaron Sinagogas y una red de sociedades llamadas landsmanshatn, estrechamente ligadas a las pequeñas comunidades y Sinagogas de ,donde prevenían. .. . ... ; 39. Para él prejuicio^antiebino entre los trabajadores de California, véa­ se Alexander Saxton, The Indispensable Enemy. Labor and the Antí-Chinese Movement in California, University of California Press, Berkeley, 1995, pp. 229-258. "40. Kevin Kenny, Making sense ofthe Molly Maguires, Oxford Univer­ sity Press, Nueva York, 1998, pp. 29-38. 41. Ibid, p. 65. 42. Ibid, p. 85. 43. Ibid, p. 245. ; 44. Estas divisiones de la comunidad irlandesa se expresaron tanto en el comportamiento de la mayoría de los mineros irlandeses que se afiliaron a la WBÁ y recháxábah la1violencia, éomo en la actitud también crítica de la'J'gle-' sia Católica. 45. The Knights of Labor tuvo una rápida expansión en la región de la antracita y en 1878, Terence Powderly fue elegido alcalde de Scranton, en la zona minera, y Alan Pinkérton abiertamente acusó a los Knights de ser una amalgama entre los Molly Maguires y la Comuna. 46. National Labor Tribune, 12 de diciembre de 1874; 26 de junio y 17 de julio de 1875. 47. Workingman ’s Advócate, 1 de julio de 1876. 48. Philip S, Foner, The Great Labor Uprising o f 1877, Monad Press, Nueva York, 1977, pp. 13-23 49. Los trabajadores cualificados, organizados en tres hermandades —la Hermandad de Conductores de Ferrocarril, la Hermandad de Fogoneros de Lo­ comotoras y la Hermandad de Mecánicos de Locomotoras—, gozaban de me­ jor situación, debida en paite a esta organización de sus oficios en sindicatos, 50. Ibid,, p. 105. 51. lbid.,pp. 103-114. 52. Ibid,, pp. 183-188.

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HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

53. Martín Shefter, «Trade Unions and Politicai Machines: The Organi­ zaron and Disorgamzation of the American Working Class in the Late Nineteen Century», en Ira Katznelson y Aristide R. Zolberg, eds., Working Class Formatíon, Nineteerith-Century Pattems in Western Európe and the United States, Princeton University press, Princeton, 1986, p. 231. 54. Ibid., pp.*249~250, 55. En 1887, las mujeres y los negros constituían el 10 por 100 de los afiliados. 56. Kim Voss. The Making o f American Exceptiormlism. TheKnights of Labor and Class Fotmation in The Nmeteenth Century, Comell University Press, Ithaca, pp. 72-76. 57. Ésta es la interpretación de Kim Voss, The makiñg of,., pp. 87-89, 58. Julie Green, Puré and Simple Politics. Thé American Federatíonof Labor and PoliticaiActivism, 1881-1917, Cambridge Uníversity Pr^s, N u e-. va York, 1998, ££'.*-£9*36. 59. Howard Zinri, A Peáples’s H istory’&f The UnitedStates, Happer Perennial, Nueva York, 1990, pp: 270-271. (Hay trad. castellana otra histo­ ria de Estados Unidos, Otras Voces, Hondarribia, 1997.) 60. Citado por Howard Zirtn* A People’s History:.., p, 275. 61. Richard L. McCormíek, «The Patty Períodand Public Policy: An Explanatory Hypothesis», The Journal o f American History, voL 66, n.° 2, septiembre de 1979, p. 287. 62. Martin Shefter, «Trades Unions...», pp. 270-271. 63. G. B. Tindall y David E. Shi, America.,., pp. 575-576. 64. Robert C., McMath, Jr., American Populism, Hül and Wang, Nueva York, 1993, pp. 83^W : 65. 76/¿/.,pp. 144-179. 66. Tal sería el caso de Henry George y Edward Bellamy, especialmen­ te en el mundo anglosajón. 67. Para la política en la «edad dorada», así como parala crisis de la po­ lítica de partidos, véase también Joel H. Sil bey, The American Politicai Na­ ti on, J838-J893, Staíiford Uníversity Press, Stanford, 1991, pp. 215-2.51.' 68. Tras las elecciones de 1896, en la mitad de los Estados de la Unión había un único partido. 69. El porcentaje de participación electoral en las elecciones presiden­ ciales entre 1888 y 1896 fue del 78,7 por 100 y fue descendiendo del 60,6 por 100 en el período 1900-1924 al 59,4 por 100 entre 1928 y 1940. Véase Walter Dean Burnham, «The Turnout Problem», en A. James Reichley, ed-, Elections American Style, Brookings ínstitution, Washington D. C.» 1987, pp. 113-114.

NOTAS. CAPÍTULO 7

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C apítulo ?. N u e v o im p e r ia lis m o , .1890-1917. L a guerra hispano-estadounidense y el comienzo de la expansión extracontinental ; 1. «The Spanísh War Ended All Our Other Wars», New York Herald, 5 de junio, 1898. 2. Albert K. Weinberg, Manifest Destiny. A Study of Nationalist Expansionism in American History , Peter Smith, Gioucester, 1958. 3. Waiter Lafeber, The New Empire. An Interpretation o f American E x­ pansionismo Corneli University Press, Xthaca, 1963l0. 4. Todos estos aspectos del designio divino que acompañaron a los pe­ regrinos puritanos se pueden ver en el interesante libro de Anders Stephanson, Manifest Destiny . American Expansión and the Empire ofRight, Híll and Wang, Nueva York, 1995. pp. 1-12. . 5.' Rowland Berthoff, «Peasants and Artisans, Puritans and Republicaos: Personal Liberty and Communal Equality in American History», Jour­ nal o f American History , vol. 69, n.° 3, diciembre de 1982. 6. Edmund S. Morgan, «The Puntan Ethic and the American Revolution», The William and Ma/y Quarterly, vol. 24, 1967, pp. 3-43. 7. Henry Nash Smith, Virgin Land. The American West as Symbol and Myth, Harvard University Press, Cambridge, 1978. 8. Anders Sfephanson, M anifest D e s t i n y p. 23. 9. Ibid., p. 17. 10. Ibid., p. 18. 11. Éste es el argumento de Charles Bergquist, según el cual los siste­ mas de trabajo de las colonias americanas'y ño la acción independiente del clima, la raza o la cultura, son los que explican mejor las paradojas de su desarrollo histórico. Por tanto lo determinante en el desarrollo político de Nueva Inglaterra y otras colonias del norte fue el sistema de trabajo libre y la propiedad familiar. Véase Charles Bergquist, Labor and The Comrse of Ame­ rican Democracy, Verso, Londres, 1996, p. 10. 12. Estados Unidos ya había reconocido en 1822 a las repúblicas de México, Brasil, Chile, Argentina y La Plata, que entonces comprendía los ac­ tuales Estados de Colombia, Ecuador, Venezuela y Panamá. 13. Citado por Albert K. Weinberg en M anifest Destiny.,., pp. 6567. ' 14. José Manuel Allendesalazar, El 98 de los americanos, Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 1997, pp. 13-17.

15.

ibid., p. 20.

16. Henry Adams, La Educación de Henry Adams, Alba Editorial, Bar­ celona, 2001, pp. 138-140. 17. Waiter Lafeber, The New Empire..., pp, 24-32.

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HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

18. Joseph A. Fry, «Phases of Bmpire: Late Nineteenth Century U.S. Foreign Relations», en Challes W. Calhoun, ed., The Gilded Age, Essays on the Origins ofModern America , SR Books, Wilmmgton, 1996, p. 24. 19. Anders Stephanson, M anifest Destiny..., p. 70. 20. Waiter Lafeber, The New B m p i r e pp. 58-60. 21. Frederick Jackson Turner, The Frontier inAmerican History , Henry Holt and Company, Nueva York, 1948, p. 312. 22. Waiter Lafeber, The New Empire..,, pp. 63-72. 23. Josiah Strong, Our Country: íts Possible Future and Its Present Crisis , Nueva York, 1885, pp. 159-180. Citado por Waiter Lafeber, The New Empire..., p, 78. 24. Richard Hofstadter, Social Darwinism in American Thought , Reacon Press, Boston, 1992, p. 172. 25. John W. Burgess, Political Science and Comparative Constitutional Láw , I, VI, pp. 3-4, 39, 44-45. Citado por Richard Hofstadter, Social Darwi­ nism in American Thought..., p. 175. 26. Ibid., p. 175, 27. Waiter Lafeber, The New Empire..,, pp. 82*85. 28. ib id , p. 85-93. 29. Concretamente, un grupo de inversores norteamericanos gozaba de una concesión de 200 kilómetros de territorio en el área disputada, rica en mi­ nerales y madera, 30. Albert Bushnell Hart, The Monroe Doctrine: An ínterpretation , Boston, 1916, pp. 203-204. Citado por Waiter Lafeber, The New E m p i r e . p, 261. Véase también Sylvia L. Hilton, «América en letra y espíritu: la doctri­ na Monroe y el presidente McKinley en 1898», Cuadernos de H isto ria ro n temporánea, n.° 20, 1998, pp. 205-219, 31. Waiter Lafeber. The New Empire.... p, 281. 32. Parker, Recollections of Cleveland, p, 195. Citado por Waiter Lafeb'er, The New Empire..., p. 283. 33. William McKinley, Speeches, 1897-1900. Citado por Waiter Lafe­ ber, The New Empire..., p. 332. 34. Instancia al secretario de Estado, incluida en George R. Mosle, Nue­ va York, a Sherman, 17 de mayo de 1897. Cartas diversas a.1 Departamento de Estado, Archivos Nacionales. Citado por Philip S. Foner, La. guerra his­ pano/cubano/americana y el nacimiento del imperialismo norteamericano, Akal, Madrid, 1975, vol. I, p, 271. 35. Philip S. Foner, La. guerra hispano/cubano/americana..., pp. 289-295, 36. José Antonio Plaza, «Al inf¡.emo con España». La voladura del Maine como fin de un imperio », Edaf, Madrid, 1997, pp, 140-14 L 37. Theodore Roosevelt a Henry White, 30 de abril de 1987, Letters. Citado por Lewis L. Gould, The Presidence o f Theodore Roosevelt, Kansas University Press, Lawrence, 1991, p. 6.

NOTAS, CAPÍTULO 7

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38. Según Lewis L. GoukL Long no rescindió la orden cuando regresó a su puesto al día siguiente y la decisión de atacar la tomó directamente ei presidente McKinley el 24 de abril de 1898. Véase The Presidence ofTheodore Roosevelt..., p. 6. 39. Philip S. Foner» La guerra hispano/cubano/americana,.., pp, 335-341. 40. Había ya 150,000 soldados españoles en Cuba y 4,000 estaban en tomo a La Habana. Véase Sylvia L. Hilton, «Democracy Goes Imperial: Spanish Views of American Policy in 1898», David K. Adams y Comelios A. Van Minnen, eds., Reflections on American Exceptionalism, Keele Univer­ sity, Stafordshire, 1994, pp. 97-128. 41. Desde 1895 la posibilidad de una guerra había sido tema de discusión preferente en el Colegio Naval de Newport y se elaboraron sucesivos planes de guerra secretos que predijeron con bastante acierto los acontecimientos. 42. La construcción de buques de guerra se estimuló no solamente por razones de defensa nacional, sino por el efecto de arrastre que tenía para la economía y los-beneficios que aportaba a los puertos, la industria de armas y la de hierro y acero. En comparación, el Ejército tenía pocos «botines» que repartir. 43. Para la preparación militar de uno y otro bando, véase Joseph Smith, The Spanish-American War, Longman, Londres, 1994, pp. 48-72. 44. Tbid,f p. 99. 45. El Ejército reservaba habitualmente a la Guardia Nacional un papel policial y en esta guerra se le había asignado la defensa de la costa. 46. Ibid., p. 102. 47. Edward L. Ayers, Southern Crossing. A History o f the American South, 1877-1906, Oxford University Press,' Nueva York, 1995, p. 257.' : 48. Ibid,, p. 259. ■ '. 49. Ibid., p. 260-261. 50. Citado por George Brown Tindall y David E. Shi, America. A Narrative History, W. W. Norton & Company, Nueva York, 1993, p. 608. 51. «When Roosevelt goes to battíe», New York Herald, 20 de abril de 1898. 52. «Roosevelt Rough Riders will be the finest in the world», New York Herald, 1 'de mayo de 1898. Véase también para la composición del regi­ miento y su significado, el propio relato de Theodore Roosevelt, The Rough Riders, University of Nebraska Press, Lincoln y Londres, 1998, pp. 1-39, Re­ edición de la edición original de Challes Scribner’s Sons, Nueva York, 1898. 53. «Roosevelt and His Rough Riders Part», New York Herald, 14 de septiembre de 1898. . 54. Las dificultades de improvisar un Ejército se evidenciaron en los Campamentos de Instrucción, donde la comida era incomible,, faltaban los re­ quisitos sanitarios mínimos y durante el verano se extendieron las fiebres ti­ foideas, cobrándose la vida de 532 soldados.

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HISTOMÁ DE ESTADOS UNIDOS

55. Estaba integrada por 29 barcos de transporte y 6 de intendencia, que transportaban 819 ofíciaiesv 16.058 soldados, 30 administradores civi­ les, 272 transportistas y embaladores, 107 estibadores, más de 100 periodis­ tas y observadores extranjeros, 959 caballos, L336 muías de carga, así como toneladas de equipo, que iban desde la artillería pesada a los utensilios de cocina. 56. Joseph Sm úh.TheSpam sh-A m erican W ar..,,p. 118. 57. La expresión es de Georgé Kennan, citada pór Joseph Smith, The Spanish-American War..:, p. 128. 58. Citado por Joseph Smith, The Spanish-ÁmencaH 'W a r .. p. 195. 59. Así lo explicaba MéKínley a un grupo de metodistas; Citado pór George Brown Tindall y David E, Shi, America .L, p. 601. 60. Waiter L. Williams, «United States Indián Policy and the Debate over Philippine Anngxation: Impíicátíons for the Origins of American Imperialism», The Journml o f Americán History, vol. 66, n,° 4, marzo de 1980, p. 813. 61. Roosevelt a Woícótt, 15 de septiembre de l900/eiTWí)r^ ofTheodore Roosevelt, xiv, p. 372. Citado por Waiter L. Williams, «United States Indian Policy...», p. 826. 62. Aunque las guerras indias habían acabado en las Grandes Llanuras en diciembre de 1890 con la derrota de los lakotas en Woundés Knee, conti­ nuaron en los territorios de Arizona y Nuevo México contra los navajos y los apaches hasta 1912. 63. Robert L. Beismer, Twelve Against Empire. The Anti-Impérialists, 1898-1900, McGraw-Hill Book Company, Nueva York, 1968, pp. x-xn. 64. Ibid., pp*. 225-228. 65. Lewis L. Gould, 77w Pre$idence:..,pp, 77-80. 66. Citado por Waiter Lafeber, The Panama Canal , Oxford University Press, Nueva York, 1978. Recopilado por León Fink en M ajor problems in the Gilded Age and the Progressive Era, D, C. Heath and Company , Lexington, 1993, p. 515, 67. El 24 de enero de 1903, el tratado de Hay-Herbert acordó que la disputa fuera resuelta por un Tribuhállnternacional. Én octubre de 1903 es­ tableció que una línea alo largo de la costa y dos islas eh el canal de Portland se otorgaran a Estados Unidos, mientras que los canadienses recibieron otras dos, aunque pensaban que debían recibir cuatro. 68. John Milton Cooper, Jr., Pivotal Decades The United States 19001920, W. W. Norton & Company, Nueva York, 1990, p. 52. 69. En 1903, los norteamericanos podían llegar a Panamá en barco de vapor más rápido que los colombianos a caballo. 70. Waiter Lafeber, The Panama Canal..., en León Fink, M ajor pro­ blems..., pp. 516-514. 71. Ibid.,p 519-522.

NOTAS. CAPITULO 8

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72. Paul Kennedy» Auge y caída de las grandes potencias, Globos, Ma­ drid, 1994, vol, Lp. 313. 73. Japón, tras la guerra con China entre 1894 y 1895, se había apode­ rado de Taiwan. 74. Leslie Betheil, ed., México, América Central y el Caribe, c. 18701930, en Historia de América Latina, Crítica, Barcelona, 1992, vol. 9, pp. 205, 207-208. 75. Paul Kennedy, Auge y caída de las grandes potencias... vol. 1, pp. 315-316.

C a p í t u l o s.

M o n o p o li o s y r e p ú b l i c a . E l p r o g r e s is m o , 1900-1920

1. Véase una visión clásica del progresismo y su liderazgo en Richard Hofstadter, The Age o f Reform. Frotn Bryan to FDR, Vintage Books, Nueva York, 1955, pp. 131-164.: , 2. Excepto en cuatro Estados del oeste *Wyoming, Idaho, Utah y Co­ lorado— en los que las mujeres ya tenían voto. 3. Para la participación femenina en el movimiento progresista, véase Nancy Woloch, Wornen and the American Expérieñce. A Cóncise History, Overture Books, Nueva York, pp. 168-199. 4. El objetivo no era, como en la cruzada antialcohólica de 1830-1840, convencer de la abstinencia alcohólica a las personas, sino prohibirla manu­ factura y venta de alcohol en las ciudades, Estados y finalmente en la nación con una Enmienda a la Constitución. Desde 1884 existía un Partido Prohibi­ cionista, que a principios del siglo xx consiguió el 2 por 100 dei voto popu­ lar en las elecciones presidenciales: 5. El movimiento prohibicionista logró atraer a los agricultores radica­ les del sur y el oeste al presentar a las destilerías y las cervecerías como una expresión más del poder de los monopolios. 6. Para estos cambios en el periodismo, véase Richard Hofstadter, The. Age of Reform..., pp. 186-198. 7. En La traición del Senado, el novelista David Grahám Phillips reve­ laba que los senadores estaban comprados por los grandes intereses econó­ micos. Para una síntesis del trabajo periodístico de los muckrakers, véase John Milton Cooper, Jr., Pivotal Decades. The United States, 1900-1920, W. W. Norton & Company, Nueva York, 1990, pp. 83-89. 8. Upton Sinclair, The Jungle, Penguin Books, Harmondsworth, 1985. (Edición original estadounidense de Dóubleday, 1906.) (Hay traducción cas­ tellana: La jungla, Orbis, Barcelona, 1985.) 9. Richard L. McCormick, «Evaluating the Progressives», en León Fink, ed., Majar Problems in the GildedAge and The Progressive Era, D. C. Heath and Company, Lexington, 1993, pp. 317-318.

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HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

10. Richard L. McCormick, «The Discovery that Business Corrupts PoHtícs: A Reappraisal of the Origins of Progressivism», en The American Historical Review, vol. 86, 1981, pp. 260-265. 11. Ihid., pp. 268-269y 274. 12. Véase esta interpretación del capitalismo y liberalismo corporativo como la construcción-de un nuevo consenso, en Martin J, Skiar, The Corporate Reconstruction o f American Capitalism, 1890-1916, The Market, the Law and the Politics, Cambridge University Press, Cambridge, 1988, pp. 1-15.

13. Jbid., pp. 168-169. 14. Ihid., pp. 352-355. 15. Ib id., pp. 428-430. 16. Stephen Skrowronek, Building A New American State. The Expan­ sión o f National Administrative Capacities, 1877-1920, Cambridge Univer­ sity Press, Nueva York, p. 10. 17. Ibid., pp. 19-31 18. Ibid, pp. 209-211. 19. Ibid, p. 208. 20. Richard L. McCormick, «Public Life in Industrial America», en Eric Foner, ed., The New American History, Temple University Press, Filadelfia, pp. 128-129. Véase la opinión sobre los problemas organizativos de los mo­ vimientos progresistas, en Richard Hofstadter, The Age o f Reform..., p. 271. 21. Para los datos sobre la actividad del gobernador Robert La Folíete en Wisconsin, véase John Milton Cooper, Jr. Pivotal Decades. The United States, 1900-1920, W. W. Norton & Company, Nueva York, 1990, pp. 91 y 93. Véase también Steven J. Rosenstone, Roy L, Behr y Edward H. Lazaras, Third Parties^ in America. Citizen Respon.se. to M ajor Party F aihtre, Princeton University Press, Princeton, New Jersey, 1984, pp. 95-97. 22.' Richard Hofstadter, The Age o f Reform..., pp. 155, 255 y 266, 23. Ibid., p, 232. 24. Eric Foner, The Story o f American Freedom, Picador, Londres, 1999, p. 154. 25. Se concretaban en pensiones para las madres que les permitían de­ dicarse a la crianza de los hijos y ser independientes al mismo tiempo, así como en la prohibición del trabajo infantil, la regulación del horario de traba­ jo femenino y el salario mínimo femenino. 26. Eric Foner, The Story o f American Freedom..., pp. 158-161. 27. Ibid., p. 147. 28. Ibid., p. 148. 29. Ibid., p. 151. 30. Véase este análisis de los sectores sociales que participaron en el nuevo consenso del capitalismo y liberalismo corporativo, así como la capa­ cidad de integración de la gran empresa, en Martin J. Sklar, The Corporate Reconstruction o f American Capitalism..., pp. 22-30.

NOTAS. CAPÍTULO 8

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31. Ibid., p. 30. 32. Para este enfoque sobre los trabajadores y la búsqueda de legalidad dentro de la república, véase León Fink, «Labor, Liberty and tire Law: Trade Unionism and the Problem of the American Constitudonaí Order», The Jour­ nal o f American History, vol. 74, n.° 3, diciembre de 1987, pp. 907-909. . 33. George E. McNeill, «Declaration of Principies of the Kni.ghís\of La­ bor», en McNeill ed., Labor M ovement , pp. 488-489, Citado por León Fink, «Labor, Liberty and the Law...», pp. 912-913. 34. León Fink, «Labor, Liberty and the Law...», pp. 914-918. 35. Para una síntesis panorámica de la estrategia de la AFL en estos años y del sindicalismo en general, que evolucionó desde las tácticas conspi­ rad vas hasta la negociación colectiva, véase Cristopher L. Tomlins, The Sta­ te and the Unions. Labor Relations Law and the Organized ÍMbor Movement in America, Cambridge University Press, Nueva York, 1985,^pp. 60-95, 36. Julie Greene, Puré and Simple Politics . The Americán Federation o f Labor and Political Activism, 1881-1917 , Cambridge University Press, Nue­ va York, 1998, pp. 73-88. 37. Para la estrategia de «taller abierto», véase Julie Greene, Puré and Simple Politics .... pp. 88-93. 38. Ibid., pp. 142-158. 39. Ibid,, pp. 248-259. 40. Eran 1/5 parte de lafuerza de trabajoen 1919. 41. A principios del siglo xx los inmigrantes del este y sur de Europa eran ya el 90 por 100 de los mineros en las minas de antracita de Pensilvania y 8 de cada 10 trabajadores en ciudades como Chicago, Milwaukee, Detroit, Nueva York, San -Luis, Cleveland y San Francisco. Para una descripción ge­ neral de 1a clase obrera en la época progresista, véase Jacqueline Jones, A So­ cial History o f The Laboring Classes , Blackwell Publishers, Oxford, 1999, pp. 145-171. 42. Melwyn Dubofsky, We Shall Be All, A History o f The Industrial Workers ofThe World , Quadrangle Books, Chicago, 1969, p. 56. Éste es el li­ bro clásico sobre IWW, pero también es muy interesante por sus testimonios orales el de Stewart Bird, Dan Gergakas, Deborah Shaffer, Solidarity Fore­ ver. An Oral History ofThe IWW, Lake View Press, Chicago, 1985. ■ 43. Mother Jones siguió apoyando a los huelguistas de todo el país has­ ta la década de 1920, poco antes de su muerte a los cíen años de edad en 1930. Véase Mary Field Parton ed., The Autobiography o f Mother Jones, prólogo de Clarence Darrow, introducción y bibliografía de Fred Thompson, Charles H. Kerr & Company, Chicago, 1972, pp. in-xv. 44. Citado por Howard Zinn, A People's History o f the United States, Hgrper Perennial, Nueva York, 1990, p. 322, (Hay traducción castellana: La Otra Historia de Estados Unidos, Otras Voces, Hondarribia, 1997.) 45. Para una semblanza de Bill Haywood y su evolución, véase Joseph

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R. Conlin, «William D. “Big Bill” Haywood: The Westeraer as Labor Radi­ cal», en Melvyn Dubofsky y Warren Van Tiñe, Labor Leaders In America, University of Illinois Press, Urbana, 1987, pp. 111-132. 46. Imprescindible para el socialismo de Eugene V.Debs, véase la bio­ grafía de Nick Salvatóre, Eugene V. Debs, Citizen and Socialista University of Illinois Press, Urbana y Chicago, 1982. 47. Ibid., p. 162/ ; ; 48. En esto el PSA no se diferenciaba del resto del socialismo nortea­ mericano. Aunque la exclusión inicial de los afroamericanos se eliminó años después, siempre hubo pocos ciudadanos negros en el partido por temor a que restara afiliados blancos en muchas zonas del sur y porque sé pensaba que la cuestión racial, ai ser una parte mas de la opresión de clase, no merecía espe­ cial atención. En cuanto a las mujeres, para E. Debs su lugar estaba en el ho­ gar y solía resaltar la hombría en su concepto de ciudadanía. 49. Entre las plataformas progresistas, destacaría el éxito de La liga In­ dependiente {The Independen! League), del magnate periodístico Randolph Hearst en Nueva York', Toledo, Cleveland y Chicago. 50. Véase Nick Salvatóre, Eugene V. Debs.,., pp. 270-271. 51. C. Vann Woodward, The Strange Career ofJimCrow, Oxford Uni­ versity Press, Nueva York, 1974, pp, 83-85. 52. Ibid, pp. 97-109. 53. Ibid., p. 69. 54. Ibid, pp. 77-82. 55. Compartía esta política el político progresista James K, Vardaman, elegido gobernador de Mississippi en 1903. 56. C. Vann Woodward, The Strange Career-..., p. 93. ■' 57. En el sur, el 90 por 100 de las víctimas de los linchamientos eran negros y los Estados en los que hubo un mayor número fueron Mississippi y ; Georgia. La gran mayoría de los hinchamientos que se realizaron contra blancos tuvo lugar en el oeste, a menudo en relación con huelgas o conflictos laborales. El año 1915 fue también el de mayor número de linchamientos de hombres blancos, ascendiendo la cifra a 46. 58. Para la violencia contra los negros, véase J. Milton Cooper, Jr., Pi­ votal Decades..., pp. 73-74, Véase también Edward L, Ayers, Southern Cros­ sing..., pp. 105-110. 59. Para entender sus puntos de vista, véase su autobiografía: Booker T. Washington, Up from Slavery, Oxford University Press, Nueva York, 1995. (edición original de 1901.) 60. El libro clásico en donde expresaba sus puntos de vista es: The Souls of Black Folk, Bantam Books, Nueva York, 1989. (Primera edición de 1903.)

NOTAS. CAPÍTULO 9

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C a p í t u l o 9. « D ip lo m a c ia m is io n e r a » , g u e r r a e n E u r o p a E INTERVENCIONISMO ESTATAL, 1912-1920

1. Desde la guerra civil, sólo un presidente demócrata, Grover Cleve­ land, había alcanzado la Casa Blanca en dos ocasiones, de 1884 a 1889 y de 1892 a 1896; pero únicamente durante dos años en su segundo mandato —de 1893 a 1895— el Partido Demócrata controló, además de la Presidencia, am­ bas Cámaras. 2. Wilson comentó a su amigo E. G. Conclin antes de ir a Washington que «sería una ironía deí destino si mi Administración tiene que tratar princi­ palmente con asuntos exteriores». Citado por Ray Stannard Baker, Woodrow Wilson: Ufe and Letters , Garden City, Nueva York, 1927-1939. vol. IV, p, 55. Citado a su vez por Arihur $. Link, Woodrow Wilson and the Progressive Era, Harper & Ró^v Publishers, Nueva York, 1963, p. 81. 3. Ante está agresión, Ik Administración Wilson tardó mucho en tomar una posición a favor de la independencia de China. 4. Arthur S. Link, Woodrow Wilson and the Progressive Era..,, pp. 96-97. 5. H. Moetink, «La República Dominicana/ c. 18704930», en Leslie Bethell, ed.. Historia de América la tin a , Crítica, Barcelona, 1992, vol. 9, pp. 259-270. 6. David Nicholls, «Haití, c. 1870-1930», en Leslie Bethell, ed., Histo­ ria de América Latina, vol. 9, pp. 275-285. 7. Para ios términos del tratado, véase Arthur S. Link, Wodrow Wilson and the Progresive Era, p. 102. 8. Además-, Porfirio Díaz apoyo ál gobierno nacionaHstá mcaragüense; de José Santos Zelaya, al que Estados Unidos ayudó a derribar, y canceló una concesión para la explotación de carbón en la baja California, que e l gobier­ no mexicano había acordado previamente con la Marina norteamericana. 9. El presidente Taft en marzo de 1911 movilizó a 20.000 hombres a lo largo de la frontera y envió barcos de guerra a los puertos mexicanos, en apo­ yo de Francisco Madero. 10. Friedrich Katz, «México: la restauración de la República y el Porfíriato», en Leslie Bethell, ed,, Historia de América Latina, vol. 9, pp. 16-77. 11. John Womack, Jr., «La Revolución mexicana, 1910-1920», en Les­ lie Bethell, ed„ Historia de América Latina, vol. 9, pp. 77-114, 12. Para los graves incidentes entre México y Estados Unidos dei año 1916, véase Arthur S. Link, Wodrow Wilson and the Progresive Era.,,, pp. 136-146. 13. George Brown Tindall y David E. Shi, America, A Narrative His­ tory, W . W. Norton & Company, Nueva York, pp. 649-650. 14. En agosto de 1914, el Departamento de Estado señaló que cualquier crédito a una nación beligerante era una violación del espíritu de neutralidad,

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pero un mes después ya permitió créditos a los beligerantes, y en cuanto W. J. Bryan abandonó la Secretaría de'Estado en junio de 1915, suprimió toda restricción de crédito a ios aliados. 15. Tras el Lusitania, los alemanes hundieron el Arabic en agosto de 1915 y después hubo seis meses de tranquilidad, hasta que en marzo de 1916 los submarinos alemanés torpedearon el vapor Sussex, provocando la amena­ za de Wilson de romper las relaciones diplomáticas. Berlín prometió no tor­ pedear sin aviso ningún barco mercante y mantuvo buenas relaciones con Es­ tados Unidos durante el verano y otoño de 1916. 16. Ronald Schaffer, America in the Great War, The Rise o f the War Welfare State, Oxford University Press, Nueva York, 1991, pp. 3-11. 17. Ésta es la tesis de Cecilia Elizabeth O’Leary en To Die For. The Pa­ radox o f American Patriotism , Princeton University Press, Princeton, 1999, pp. 220-222. 18. Ronald Schaffer, America in the Great War..., pp. 13-18, 19. Cecilia E. O’Leary, To Die F or...- pp. 236-242. 20. Ronald Schaffer, America in the Great War.,., pp. 31-34, 21. Ibid,, p. 34: 22. Para el control económico del Estado, véase Barry D. Karl, The Uneasy State: The United States from 1915 to 1945, University of Chicago Press, Chicago, 1983, pp. 34-49. Reproducido en León Fink, Major Problems in the Gilded Age and the Progressive Era, D, C. Heath and Company, Lexington, i 993, pp. 542-551. Véase también Ronald Schaffer, America in the Great War..., pp. 34-63. 23. Ronald Schaffer, America in the Great War..., pp. 31-46. 24. Ibid., pp.5S-60. 25. La Ley Fiscal de Guerra del 4 de octubre de 1917 autorizó un im­ puesto sobre iaTenta’gradual, que comenzó con un 4 por 100 en ingresos de más de mil dólares, aumentó los impuestos de las grandes empresas e institu­ yó un impuesto de exceso de ganancias sobre los beneficios personales y de las grandes empresas. 26. Ibid., pp. 39-40. ■ 27. Una mayor disponibilidad de material bélico hubiera requerido años previos de preparación y un entramado militar-industrial que hubiera,supues­ to más impuestos y menos bienes para los civiles. 28. A pesar de los buenos resultados económicos, nadie pensó que la intervención gubernamental se mantendría tras la situación excepcional de guerra, de forma que todos los Ejecutivos que colaboraron con la econo­ mía dirigida, debieron pagarse el billete de regreso a casa cuando la guerra finalizó. 29. Ronald Schaffer, America in the Great War..., pp. 175-177. 30. Ibid., pp. 182-188. 31. Ibid., p. 177.

NOTAS. CAPÍTULO 9

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32. En 1918, 1.553 soldados fueron acusados de deserción, 24 de los cuales fueron sentenciados a muerte, aunque no se ejecutó ninguna sentencia. Ronald Schaffer, America in the Great W a r p. 167. 33. La estimación es del general Hunter Ligget, comandante en jefe del primer Ejército estadounidense. 34. Véanse estos y otros datos sobre las enfermedades mentales causadas por la guerra, en Ronald Schaffer, America in the Great War..., pp. 199-212. 35. Ya en la década de 1880 Wilson se refirió a los negros como una raza inferior y dudaba de que se les debiera dejar votar. Cuando fue rector de la Universidad de Princeton, llevó a cabo una política de exclusión de estu­ diantes negros, y tras ser elegido presidente en 1912, nombró como secreta­ rio de Estado a Robert S. Lansing, quien pensaba que los negros eran incapa­ ces del autogobierno. . , 36. Citado por Ronald Schaffer &n America in the Great War..., p, 77. 37. Él incidente más grave se produjo en Houston, en agosto de 1917, donde en respuesta a la paliza propinada a una mujer negra por un policía blanco, cientos de soldados negros del 24 regimiento de Caballería asaltaron el Cuartel de Policía de Houston y mataron a 15 blancos o «hispánicos». Tras los hechos, 64 soldados fueron juzgados y 29 fueron condenados a muerte, de los cuales 19 fueron ahorcados. 38. El 90 por 100 de la tropa negra se confinó a puestos de servicio. 39. Suponía el 1 por 100 de los oficiales en un Ejército con un 12 por 100 de soldados negros. 40. Ronald Schaffer, America in the Great War..., pp. 81-82. 41. ibid,, pp. 90-95, 42. Arthur S. Link, «Wilson and-the War for Demqcraey», en León Fink, M ajor Prohlems in the Gilded Age and the Progressive Era, D. C. Heath and Company, Lexmgton, pp. 552-555. 43. Estados Unidos sabía que Alemania no podía pagar, y como lidera­ ba la Comisión de Reparaciones, pudo renegociarlas de forma más realista en 1924 con el Plan Dawes y, en 1929, con el Plan Young. En 1932, las poten­ cias europeas reunidas en Lausana redujeron las obligaciones alemanas a 700 millones de dólares y reconocieron tácitamente que la deuda nunca podría ser pagada. 44. Arthur S. Link, frente a la opinión muy extendida que considera la paz de París como el germen de la futura guerra, cree que el nuevo orden in­ ternacional se quebró sobre todo por el efecto devastador de la crisis del 29, que debilitó la resistencia del imperio británico y Estados Unidos a la expan­ sión japonesa en Manchuria y explica la tibieza con que Francia y el Reino Unido negociaron con Hitler, ai que creían poder utilizar como contrapeso frente a los soviéticos. Véase Arthur S. Link, «Wilson and the War for Democracy», en León Fink, Major Prohlems in the Gilded Age and the Progressive Era, D. C. Heath and Company, Lexington, 1993, pp. 563-564.

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45. David J. Goláh&rg, Discontenied America. The United States in the 1920s, The Johns Hopkins University Press, Baltimore, pp. 20-21. 46. Ibid., pp. 23-26. 47. Ibid., pp, 66-71, 48. Mike Davís erifa&Ea la derrota en la industria del acero como mi ele­ mento esencial para la ofensiva empresarial de la década de 1920, la retrac­ ción de los «nuevos inmigrantes» de sus sindicatos y la vuelta al refugio de sus comunidades étnicas hasta el New Deal, Mike Davís, Prisoners o f the American Dream, Verso, Londres, 1986, p. 50. 49. Para la «amenaza roja», véase M. J. Heale, Am enean Anticomimism, Combating the Enemy Within, 1830-1970, The Johns Hopkins University Press, Baltimore, pp. 60-78. 50. William M. Tuttle, Jr,, Race Riot, Chicago in the Red Summer o f 1919, Atheneum, Nueva/York, 1977, pp. 33-66. , 51. De 27.000 a 70.000 trabajadores, 52. William M. Tuttle, Jr., Race Riot. Chicago in..,, pp. 112^ 151-142, 53. Ibid., pp. 184-207. 54. Ibid., pp. 181-183. 55. Como señalara un veterano afroamericano: «Yo he hecho mi parte y voy a luchar aquí hasta que Tío Sam haga la suya. Puedo disparar tan bien como cualquiera, pero si alguien se cruza en mi camino no voy a evitarlo». 400.000 afroamericanos sirvieron en el Ejército, 200.000 fueron enviados a Francia y 42.000 entraron en combate. 56. William M. Tuttle, Jr., Race Riot . Chicago in The Red Summer..., pp. 208-222.

C a p í t u l o 10.

P r o s p e r i d a d y c o n s e r v a d u r i s m o b n l a d é c a d a d é 1920

1. Para el ascenso dé los répúblicáhos en las eléécionés dé 192Ó y i9 2 4 ,: véase David J. Goldberg, Discontented America. The United States in the 1920s, The Johns Hopkins Üniversity Press, 1999, Baltimore y Londres, pp. 44-46, 60-65. 2. • Millard L. Gieskfe, Minnesota Farmer-Laborism. The Third-party Alternative , University of Minnesota Press, Minneapolis, 1979, pp. 10-14, 1718,53-62. ' 3. Alan Blinkey destaca los aspectos del progresismo que se mantuvie­ ron en la década de 1920 y el poder político que siguieron teniendo los pro­ gresistas en el Congreso y en gobiernos estatales y locales; Herbert Hoover fue el representante del progresismo en la Administración presidencial. Véase Alan Brinkley, «Prosperity, Depression and War, 1920-1945», en Eric Foner, ed., The New American History, Temple University Press, Filadelfia, 1997, pp. 142-143.

NOTAS; CAPÍTULO 10

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4. Los aranceles se elevaron en la industria química y de procesamien­ to de metales para evitar la competencia alemana. También se elevaron los aranceles a las importaciones agrícolas para aliviar la grave crisis agrícola posbélica. 5. David G. Goldberg, Disconteniéd América..., pp. 57-58. ó. En algunos centros industriales, la crisis alcanzó proporciones catas­ tróficas, como en Lawrence, centró textil de Massachusetts, donde la gran empresa American Woolen Company cerró todas sus fábricas durante dos meses y las reabrió con la condición de trabajar cuatro días por semana- En Akron, Ohio, casi 50.000 parados abandonaron la ciudad. 7. Selig Perlman,A Theory o fih e Labor Movement, 1928, reeditado en Nueva York, por Augustus M. Kelley Publishers, 1970, pp. 209-210. 8. Esta opinión es defendida, éntre otros, por el historiador radical Da­ vid Brody. Véase «The Eise and Decline of Welfare Capitalism», en Workers in Industrial America. Essays on the 20th Century Struggle, Oxford Univer­ sity Press, Nueva York, 1980, pp. 49-54. 9. Ibid., pp. 54-55. 10. Ibid., pp. 62-64. IL Irving Bemstein, The Lean Years. /I History o f ihe American Worker, 1920-1933, Da Capo Paperback, Nueva York, 1960, pp. 47-49. 12. Louis Adamic, My America, Harper and Brother Publishers, Nueva York, 1938, pp. 263-275. 13. En la propia Nueva Inglaterra, el Estado de Rhode ísland permitía extender la jomada laboral a 54 horas a la semana y el de Connecticut, a 55 horas. 14. Para una síntesis de los límites de la prosperidad, véase F. Stricker, «Affiuence ,fí)r Whooi? Another Look at Prosperity and The Working Classes in the 1920s», en Labor History, vol 24, 1983, pp. 8-9. 15. Entre ellos se encontraba el australiano Hugh Grant Adam, que en su libro An Australian Looks at América, Londres, 1928, recoge el informe de la Comisión Australiana de Empresarios y Sindicalistas, que en 1926 re­ corrió Estados Unidos para examinar las causas del éxito industrial nortea­ mericano. 16. Citado por David Brodv, Workers in Industrial America..., pp. 64-65. 17. Para la relación entré sindicatos y crimen organizado, véase Louis Adamic, Dynamite. A Century ofC lass Vioíence in America, 1830-1930. Edi­ ciones originales de 1931 y 1.934, reeditado por Rebel Press, Londres, 1984, pp: 186-193. 18. Irving Bemstein, The Lean Years..., pp. 97-108. 19. Irving Bemstein, The Lean Years..., pp. 81, 104. 20. Selig Perlman, A Theory o f The Labor M o v e m e n t pp. 154-169. 21. John Spargo, «Why I Am No longer A Socialist», Nation ’s Business

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HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

17 (marzo de 1929), pp. 29-31, 168. Citado por D. Brody, Workers in Indus­ trial America..., p. 62.

22. Para la transformación de la mili tanda del PSA, véase John H. Las­ lett, «Reluctant Proletarians», pruebas de imprenta consultadas por gentileza del autor, Los Angeles, ejemplar inédito, 1984, p. 103. 23. La expresión y la idea es también de John Laslett, «Reluctant Prole­ tarians...», p. 109. 24. J. Laslett señalaba que este sentimiento antiextr3njero estaba ali­ mentado por el hecho de que ningún país beligerante tenía tal cantidad de teó­ ricos enemigos viviendo en su territorio, ni ningún país de Europa occidental tenía tal cantidad de inmigrantes rusos y de Europa oriental, que se suponía que apoyaban las ideas revolucionarías. Véase «Reluctant.,.», p, 112. La opi­ nión de la reacción conservadora como básicamente antiextranjera y proame­ ricana es compartida por M. J. Heale, American Anticomunism. Comhating th'eenemy within, 1830-1970 , The Johns Hopkins"University Press, Baltimo­ re, 1990, p. 80. 25. Entre ellas destacaban las asociaciones locales'y estatales del «ta­ ller abierto», ia Asociación Nacional de Fabricantes (NAM), The Better American Federation -—fundada por empresarios de California— y la M i­ nute M en fo r The Constitution -—organizada por el banquero de Illinois y futuro vicepresidente Charles G. Dawes— que distribuía propaganda, pro­ porcionaba oradores, movilizaba votantes, patrocinaba gobiernos en interés del «americanismo 100 por 100» y mantenía vivo el lenguaje de «la ame­ naza roja». 26. Se aprobaron leyes contra la enseñanza de la teoría de la evolución en las escuelas en algunos Estados 'del sur y en Tennessee se celebró en julio; de 1925 el famoso juicio del mono contra nn profesor de instituto, John^T. Scopes, acusado de vulnerar una de estas leyes. El caso alcanzó resonancia nacional, porque la Asociación de Libertades Civiles Americanas respaldó la defensa del acusado y actuó como fiscal el líder demócrata populista William Jenning Bryan. Aunque Scopes fue declarado culpable, el Tribunal Supremo de Tennessee no ratificó la multa de 1,000 dólares impuesta al detenido y aconsejó no prolongar el juicio. 27. Esta es la opinión de Paul Avrich, Sacco and Vanzetti, the Anarchist Background , Princeton University Press, Princeton, 1991, pp. 3-6. 28. Como Sacco decía, Estados Unidos era el país «que siempre estaba en sus sueños». Citado por Paul Avrich, Sacco and Vanzetti p íO. 29. Paul Avrich, Sacco and Vanzetti..., pp. 45-56, 57. 30. La expresión, así como las precisiones sobre la dt portación, son también de Paul Avrich, Sacco and Vanzetti, pp. 122-136. 31. Citado por Hlliot Robert Barkan, And Still They Come, hnmigrants and American Society I920s to the 1990s, Harían Davidson, Inc., Wheeling, 1996, p. 11.

NOTAS. CAPITULO 10

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32. La ley perjudicaba claramente a los italianos, cuyo promedio de in­ migración era de 158.000 inmigrantes al año y se les dio una cuota anual de 5.802; así como a los griegos, que emigraban unos 17.600 al año y se Ies dio una cuota anual de 307. 33. Entre 1899 y 1953, 1/3 de todos los inmigrantes europeos volvían a sus países. Para la importancia del factor reemigratorio y. sus cambios, véase Dick Hoerder, «Immigration and the Working Class; The Remigration fac­ tor», International Labor and Working Class History, 21, primavera de 1982, pp. 28-41. 34. En las elecciones de 1936 se registraron 6 nuevos millones de vo­ tantes, de los que 5/6 apoyaron a F. D. Roosevelt. Entre ellos, estaban todas las minorías étnicas, incluso los noruegos y suecos, que abandonaron su tra­ dicional apoyo a los republicanos para votar al presidente. 35. Véase, para estos contrastes culturales, Thomas R. Pegran, Battling ¿Demon Rúm. The Strugglefor a Dry America, 1800-193$;Ivart R. Dee, Chi­ cago, 1998. 36. Para la relación entre el saloon y las cerveceras, véase Thomas R, Pegram, Battling Demon Rum .,.,pp. 92-104. 37. Ibid,t pp. 101-104. 38. Tras la decadencia del Partido Prohibicionista y la Women’s Christian Temperante Union desde la última década del siglo XIX. 39. En general los éxitos en las Legislaturas de los Estados fructifica­ ron cuando los partidos vieron que la ASLA podía decidir quién ganaba las elecciones. 40. Para la información sobre la estructura y estrategia de la ASLA, véase;1Austin JCefivOrganizMÍfor Pmhihition. A New Histom o f the-Anti-Sa~ loon Le agüe, Yale University Press, New Haven, 1985, pp. 1-11 y 115-130. 41. Teoría que los cerveceros alimentaron al hacer donaciones a 1a Alianza Germano-Americana, constituida tinos años antes para luchar contra la prohibición. 42. Extracto de un discurso del secretario de Guerra Newton D. Baker en 1917, en Ronald Schaffer, America in the Great War. The Rise ofthe Welfare State, Oxford University Press, Nueva York, 1991, p. 100. 43. La cerveza se salvó temporalmente, pero la ley dio poder al presi­ dente para rebajar el contenido de alcohol en la cerveza y reducir drástica­ mente la adjudicación de grano para su elaboración, lo que hizo a partir de di­ ciembre de 1917. 44. En 1927, cuando la Oficina de la Prohibición se independizó del Departamento del Tesoro y convirtió a sus agentes en funcionarios, sólo el 40 por 100 de los agentes aprobaron el primer examen bajo la nueva normativa. 45. Edward Behr, Prohibition, The 13 years that changed America, Penguin Books, Hermordsworth, 1997, p. 150. 46. Thomas R, Pegram, Battling Demon R u m p. 168.

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47. Hacer cumplir la prohibición era uno de los puntos programáticos del Klan, que gracias a ello se convirtió en la fuerza política dominante en los Estados de Oregón, Colorado e Indiana. Véase Nancy MacLean, Behind The Mask ofChivalry, The Making of the Second Ku Klux Klan, Oxford University Press, Nueva York, 1991, p. 16. 48. El escándalo sáljó a la luz cuando Jess Smith se suicidó en 1923. 49. Edward Behr^Prohibition.,., pp. 109-123. 50. Ibid., pp. 66-69. 51. Para la relación entre la mafia y la política durante ia prohibición, véase Humbert S. Nelli, The Business ofCrime. Italians and Syndicate Cri~ me in the United States, The Chicago University:Press,» Chicago, 1976, pp. 142-178. 52. Para la historia de la relación entre Bill Thompson y Chicago, véa­ se Edward Behr, Prohihition..., pp. 177-194. 53. Citado por Andrew Sinclair en el prólogo a F, D. Pasley, Al Capo­ ne, Alianza Editorial, Madrid, p. 9. 54. Thomas R. Pegram, Battling DemonRum...,p, 180. 55. La mitad de las estudiantes universitarias confesaba en 1930 haber tenido relaciones sexuales con sus futuros maridos. 56. Éste es precisamente el argumento, con el que el líder negro W. E. B. Du Bois acaba su famoso libro, The Souls o f Black Folk (1903), Bantam Books, Nueva York, 1989. 57. Entre 1920 y 1930, 118.792 blancos dejaron Hariem y llegaron 87.417 negros. Véase Ann Douglas, Terrible Honesty. Mongrel Manhattan in the 1920s, Papermac, Londres, 1997, pp. 310-312. 58. Véase la impotencia política del voto neg»o,resumida ea Ann Dou­ glas, Terrible Honesty^pp. 318-320. ' 59. A diferencia de las minorías étnicas europeas, los políticos negros no ganaron poder en el aparato político de los partidos en Nueva York y otras grandes ciudades, de forma que los votos negros no se traducían en empleos, servicios sociales y promoción para la minoría negra. 60. Este ambiente.de colaboración pacífica éntre razas y reivindicación cultural no sectaria ~—pue$:tenía en cuenta las aportaciones blanco-europeas a la cultura negra -—acabd bruscamente en marzo de 1935, cuando miles de afroamericanos protestaron por el ataque policial al joven puertorriqueño Lino Rivera, destruyendo dos millones de dólares en propiedad blanca.

C a p ítu lo

1. p. 31. 2.

11. L a c r is i s d e l 29, Frankun D. R o o s e v e l t y e l N e w D e a l

Citado por John K. Galbraith, El crac del 29, Ariel, Barcelona, 1985, Citado por John K. Galbraith,--El crac del 29..., p. 44.

NOTAS. CAPÍTULO 11

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3. John K. Galhraith, El crac del 29.,., pp. 55-56. 4. Para la rapidez con que se extendió la caída de precios tras el crac, véase Charles P. Kindleberger, La crisis económica, Crítica, Barcelona, 1985, pp. 136-146, 5. Según Charles P. Kindleberger, la crisis del 29 fue tan profunda por un problema de liderazgo internacional para estabilizar el sistema económi­ co, por la incapacidad británica y la falta de voluntad de Estados Unidos. En La crisis económica, J929-1939..., pp. 340-342. 6. Véase una buena síntesis de las causas de la depresión económica in­ ternacional en Jordi Palafox, ¿Atraso económico y democracia, Crítica, Bar­ celona, 1991, pp. 128-148. 7. Ésta es la tesis de Michael A, Bemstein, «Why The Great Depression Was Great: Toward a New Understanding of the Internar Economic Crisis in the United States», en Steve Fraser y Garv Gerstle, The. Rise and Fall ofThe New Deal Order, 1930-1980, Princeton University Press, Princeton, 1989, pp. 34-35. ' ", 8. Esta semblanza más compleja de Hertbert Hoover, revisada en los úl­ timos años, es analizada, entre otros, por Anthony J. Badger, The New Deal The Depression years, 1933-1940, The Noonday Press, Nueva York, 1989, pp. .41-42- ■■■ 9. En Nueva York, la Temporary Emergency Relief Admimstration (TERA) empleaba a parados en obras públicas, financiada por un incremento de impuestos de 20 millones de dólares. 10. Una buena síntesis biográfica de Roosevelt es la Michael Simpson, Franklin D. Roosevelt, Basil Blackwell, Oxford, 1989, pp, 1-22, Véase tam­ bién, entre las muchas biografías de F. D. Roosevelt existentes, Ted Morgan, FDR. A Biografy , Touchstpne Book,.Nueva York, 1985.. 11. La expresión, sacada dé una de las cartas a Francis Perkins, con fe­ cha del 29 de marzo de 1935, da título también al libro de cartas enviadas al presidente y a la ministra de Trabajo, editadas y seleccionadas por Gerald Markowitz y David Rosner, «Slaves o f The Depression». Workers Letters About Life On The Job», Corneil University Press, Ithaca y Londres, 1987. En la introducción, los editores destacan no solamente la extensión del de­ sempleo, sino la tremenda precariedad laboral de ios que aún tenían trabajo. 12. Este énfasis sobre la libertad ligada a la seguridad es resaltado por Eric Foner en The Stoty o f American Freedom, Picador, Nueva York, 1998, pp. 197-198. 13. Para el esquema de los primeros cien días, se ha seguido una de las sín­ tesis fundamentales del New Deal: Wüliam E. Leuchtenburg, Franklin D. Roo­ sevelt and The New Deal, Harper Torchbooks, Nueva York, 1963, pp. 41-62. 14. John Steinbeck, Las uvas de la ira, edición de Juan José Coy, Cáte­ dra, Madrid, 1992. 15. Véase un análisis exhaustivo de la política agraria de Roosevelt y su

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h is t o r ia d e e s t a d o s u n id o s

repercusión en España en Antonia Sagredo Santos, Franklin D. Roosevelt y la problemática agraria: su eco en la prensa española, 1932-1936, tesis doc­ toral dirigida por la doctora Sylvia L. Hilton, Universidad Complutense, Ma­ drid, 2000. 16. Pasaron de 2 billones de dólares en 1932 a 4,6 en 1939. 17. Véase lá muy bien analizada aplicación de la política agraria en Anthony J. Badger, The New Deai. The Depression Years, 1933-1940, The Noonday Press, Nueva York, 1989, pp. 147-190. 18. La forma en que se aplicó la Ley de Adaptación Agrícola en el sur mostraba el enorme poder de los demócratas del sur dentro del partido y su capacidad para hipotecar esta y otras reformas que pudieran beneficiar a la minoría negra. 19. Véase el libro esencial para la actividad huelguística en los valles centrales de California, la condición de los trabajadores inmigrantes y ía re­ presión empresarial y estatal en Devra Weber, Darle Sweat, Whíte Gold. Ca­ lifornia Farm Workers, Cotton and The New De al, University of California Press, Berkeley, 1994, pp. 79-111. 20. Anthony J. Badger, The New Deai..., pp. 88-94, 21. Ésta es la tesis de Mel Jacobs, «"‘Democracy’s Third Estate”: New Deal Politics and the Construction of a “Consumíng Public”», International Labor and Working -Class History, 55, primavera de 1999, p, 29. 22. Steve Fraser, «The Labor Question», en Steve Fraser y Gary GersUe. The Rise and Fall ofThe New Deal Order, 1930-1980..., pp. 59-62. 23. Creado en noviembre de 1933 para dar empleo y ayudas a los de­ sempleados de aquel invierno, 24.. La expresión es, de John J. Raskob, alto ejecutivo de Du Pont y an­ tiguo presidente del Partido Demócrata. The New York Times, 21 de diciem­ bre de 1934, Citado'por William E. Léuchtenburg, Franklin D. Roosevelt" and the New Deal..., p. 92. 25. Esta es la tesis fundamental de Alan Brinkley en Voic.es o f Protest, Buey Long, Father Coughlin and the Great Depression , Vintage Book, Nue­ va York» 1983, p. XI. 26. Ibid., p. 193. 27. William E. Leuchtenbnrg, Franklin D. Roosevelt and the New Deal..., pp. 103-106. 28. Anthony J, Badger, The New Deal..., p. 93, 29. Ibid., pp. 215-227. 30. Para el significado de la ley, dentro de la política de negociación co­ lectiva del New Deal, véase Christopher L. Tomlins, The State and The Unions. Labor Relations, Law and the Organized Labor Movement in Ameri­ ca, 1880-1960, Cambridge University Press, Cambridge, 1985, pp, 132-147, 31. La opinion es de William E. Leuchtenbnrg, Franklin D. Roosevelt and the New Deal..., p. 132.

NOTAS. CAPÍTULO i 1

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32. Para las limitaciones-de la Ley dé Seguridad Social, véase Anthony J. Badger, 77i