Historia de la Medicina [Reprint 2020 ed.] 9783112336281, 9783112336274


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Spanish; Castilian Pages 445 [438] Year 1932

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Historia de la Medicina [Reprint 2020 ed.]
 9783112336281, 9783112336274

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HISTORIA DE LA

MEDICINA

NOTA

BIBLIOGRAFICA

Primera edición española : 1925 Traducción de la 2. a edición alemana

Segunda edición española : 1932 Traducción de la 3. a edición alemana

HISTORIA DE LA

M E D I C I N A POR

EL

Dr. med. et phil. P A U L

DIEPGEN

Profesor honorario de Historia de la Medicina en Friburgo i. B.

TRADUCCIÓN

DE

LA

TERCERA POR

EDICIÓN

ALEMANA

EL

Dr. E. G A R C Í A

DEL

REAL

Catedrático de Historia Crítica de la Medicina en la Universidad de Madrid

SEGUNDA EDICIÓN E S P A Ñ O L A AMPLIADA Y REVISADA

EDITORIAL M a d r i d -

LABOR,

S.

A.

B A R C E L O N A - buenos a i r e s 1952

Es propiedad. Queda hecho el depósito que marca la ley

Talleres Tipográficos GAL V E : Carmen, 16 — Teléfono 19101 — B A R C E L O N A

ÍNDICE DE MATERIAS PRIMERA P A R T E

Antigüedad I. II.

La Medicina primitiva La Medicina en el antiguo Oriente A. Pueblos del grupo occidental 1. La Medicina en la Mesopotamia 2. La Medicina egipcia 3. La Medicina judía APÉNDICE. La Medicina de los antiguos persas B. Pueblos orientales 1. La Medicina de los indios 2. La Medicina de los chinos 3. La Medicina japonesa APÉNDICE. La Medicina de los aztecas

P*gs.

1 6 6 6 10 14 16

17 17 21 25 26

III.

La 1. 2. 3. 4.

Medicina griega Introducción Tiempos primitivos hasta la época de la Filosofía naturalista La Medicina en la época de los filósofos naturalistas La época del hipocratismo a) Las raíces de la Medicina hipocrática b) Hipócrates y las producciones de la Medicina hipocrática c) Las ramificaciones del hipocratismo en la Medicina dogmática.. d) El ejercicio de la Medicina 5. La época de la Medicina alejandrina. Escuela de Alejandría

28 28 31 34 37 37 40 46 51 53

IV.

La Medicina en Roma 1. Época primitiva hasta la introducción de la Medicina griega 2. Desde la implantación de la Medicina en Roma, hasta Galeno a) Asclepíades y la Escuela metodista b) La Medicina de los profanos y los libros de Medicina populares.

61 61 62 62 68

VI

índice de materias Pág3.

3. 4.

c) La ciencia de los medicamentos de Pedanios Dioscórides d) La Escuela neumática Galeno y su Medicina El ejercicio de la Medicina

69 70 73 79

SEGUNDA P A R T E

Edad Media I. II.

III.

IV.

Introducción

85

La 1. 2. 3.

89 89 91 94

tradición La Medicina bizantina (griega) La Medicina árabe La Medicina occidental (latina)

La ciencia teórica y el saber práctico de los médicos de la Edad Media. A. Los elementos empíricorracionales 1. Principios anatómicos y fisiológicos 2. Ideas sobre la Patología 3. Diagnóstico y pronóstico 4. Métodos terapéuticos a) Terapéutica de las enfermedades internas b) La Cirugía y sus especialidades 5. La Higiene B. Influjo ejercido por la concepción del mundo en la Medicina de la Edad Media C. Las seudociencias y la Medicina 1. La Magia natural 2. Astrología y Medicina 3. La Medicina y la interpretación de los sueños

105 105 105 108 111 116 116 121 127

El 1. 2. 3.

143 143 144 145

ejercicio profesional de la Medicina En el imperio bizantino Entre los árabes E n los pueblos occidentales

129 132 132 135 141

TERCERA PARTE

Edad Moderna I. II.

Introducción

157

El siglo XVI 1. Fundamentos generalas 2. La Medicina en el siglo xvi a) Anatomía, Fisiología y Patología b) Medicina práctica

159 159 162 162 170

índice de materias

VII Pag«

3.

1. Cirugía y Obstetricia 2. Medicina interna La profesión médica

170 173 174

III.

El siglo XVII 1. Fundamentos generales 2. La Medicina en el siglo X V I I a) Anatomía y Fisiologfe b) Las concepciones patológicas y la Medicina práctica 3. La profesión médica

178 178 181 181 185 193

IV.

El siglo XVIII 1. Fundamentos generales 2. La Medicina en el siglo X V H I a) Los sistemas médicos y los progresos anatómicos y fisiológicos.. b) Los resultados de la Medicina sistemática de la época para la Patología, la Medicina práctica y la Higiene 3. La profesión médica

196 196 199 199 210 214

V. El siglo XIX hasta la fundación de la Patología celular, por Rudoll VirChow (1858) 1. Fundamentos generales de la primera mitad del siglo x i x 2. La Medicina en la primera mitad del siglo xix a) Anatomía, Fisiología y Patología b) La Medicina clínica 3. La enseñanza de la Medicina

217 217 223 223 231 238

CUARTA P A R T E

Edad Contemporánea I.

Principios generales 1. Reformas y corrientes políticas 2. La Filosofía en sus relaciones con las Ciencias naturales y con la Medicina

249

Física, Química, Técnica

268

III.

Biología general 1. La teoría de la descendencia 2. La Citología 3. La doctrina de la fecundación 4. La doctrina de la herencia 5. La Embriología

278 279 282 293 298 305

IV.

Anatomía humana (descriptiva y topográfica) y Anatomía comparada...

310

V.

La Fisiología

315

II.

245 246

Vili

Indice de materias PílgS. CUARTA PARTE

Edad Contemporánea ii Introducción I.

Estudio de la enfermedad y de sus causas: Patología 1. Anatomiajy Fisiología patológicas 2. El estudio de la Bacteriología, Serología e Inmunología 3. Estudio especulativo de la Patología

II. Estudio de la prevención de las enfermedades : Higiene III.

Estudio de los medicamentos : Farmacología

343 344 345 349 364 371 375

IV. Medicina práctica 1. Métodos diagnósticos 2. Procedimientos terapéuticos 3. Especialidades a) Medicina interna y enfermedades de la infancia b) Cirugía c) Partos y Ginecología d) Psiquiatría e) Dermatología y Venereología f) Oftalmología g) Otorrinolaringología h) Odontología i) Medicina legal

379 379 384 390 391 394 395 398 400 401 401 403 404

V. Historia de la Medicina

406

VI. La profesión médica

408

Indice alfabético

415

Indice onomástico

423

BIBLIOGRAFÍA

Edades A n t i g u a ,

Media y Moderna

Además de la Bibliografía señalada en el Handbuch der Geschichte der Medizin, herausgegeben VON N E U B U R G E R y P A G E L , Jena 1 9 0 2 , vol. I, y en los siguientes tratados: H A E S E R , Lehrbuch der Geschichte der Medizin und der epidemischen Krankheiten. Dritte Bearbeitung, vol. I . Jena 1 8 7 5 . — P U S C H M A N N , Geschichte des medizinischen Unterrichts. Leipzig 1 8 8 9 . — B A A S , Die geschichtliche Entwicklung des ärztlichen Standes. Berlin 1 8 9 6 . — P A G E L , Einführung in die Geschichte der Medizin. Berlin 1 8 9 8 . — N E U B U R G E R , Geschichte der Medizin, vol. I. Stuttgart 1 9 0 6 . — S C H W A L B E , Vorlesungen über Geschichte der Medizin, 2.* edición. Junto con un cuadro sinóptico de L. A S C H O F F , Jena 1909, se han utilizado trabajos sobre Historia de la Cultura e Historia de la Medicina, pertenecientes a los autores siguientes : B A A S , B A R T E L S , B A U E R , B A U M E R , B E C H , B E R G E L L y K L I T S C H E R , B E Z O L D , B I E D L , BINZ, BISSING, V., BLOCH, B O N E L L I , B R A , d e . , BURCKHARDT, COLÍN, CROENERT, CHOLMELEY,

DELITZSCH,

MANN,

FERCKEL,

GEYL,

GIACOSA,

HABERUNG, HOEFLER,

DIELS,

FISCHER,

DIEPGEN, EBERS, EBSTEIN,

FISCHER-DEFOY,

GOLDBERG, GOMPERZ,

Eitel,

FOSSEL, FÜHNER,

GOURNAY, d e ,

ELFERDING,

FUJIKAWA,

GRUENHAGEN,

GUSSENBAUER,

HAGEMANN, HEINRICH, H E M N E T E R , HERRLICH, HERTLING, V.,

HOFMANN,

HOFSCHLAEGER, H O L L ,

ER.

GERLAND, HERZOG,

H O P F , HOERNIE, HÓRNYANSKA,

ILBERG,

JOACHIM, JOLLY, K A H L , K I E S E W E T T E B , K I S T N E R , K L E I N , K O E R N E R , KRANZ, K Ü C H L E R , LACHS,

LEERSUM,

METZGER,

VAN,

MEUNIER,

BUHR, »NOTZHAMMER, PRADEL, ROSCHER,

PRANGER, ROTH,

LOCY,

MEYER, OEFELE,

PREUSS,

SALZER,

SEIDEL, SÉMELAIGNE,

LÜBRING,

MAGNUS,

MEYER-STEINEG, v.,

OEHLER,

MARTIN,

MAUTHNER,

MORGENTHALER,

OLPP,

OPITZ,

PAGEL,

PETERS,

R E B M A N N , R E I S , VAN D E R , R E N A U D , R É V É S Z ,

SCHAEFER,

SCHELENZ,

MEISSNER,

NEUBURGER,

SCHNEIDER, SCHÖPPLER,

NIEPOHL,

RICHTER, SCHWARZ,

SIMON, S P I E G E L B E R G , STEIN, STICKER, STRUNZ, K A R I . SUDOHFF,

W A L T E R SUDHOFF, TOEPLY,

V., YIEILLARD,

VILAS, V.,

VOIGT, VOSS, W A L S E R , W A L S H ,

WEINDLER, WEINREICH, WEISS, WELLMANN, WERNER, WICKERSHEIMER, WIEDEMANN, W I E P E N , W I N C K L E R , WRESZINSKY, ZAREMBA, ZELLEH

Estudios más detallados sobre sus trabajos se encuentran en el capítulo « Historia de la Medicina» de P A G E L , publicado en el Jahresbericht der gesamten, Medizin, de W I R C H O W , que reúne la bibliografía registrada cada año en el grupo correspondiente; desde 1902, consúltese Mitteilungen zur Geschichte der Medizin und NatuiWissenschaften, Hamburgo y Leipzig, 1902.

X

Bibliografía

Edad Contemporánea Los estadios comprendidos en esta parte se apoyan preferentemente en las fuentes originales de los autores e investigadores tratados, ya que no existe una exposición completa dedicada a la Medicina del siglo x i x . A la vez fueron utilizadas las siguientes obras históricas : v. BÓKAY, Die Geschichte der Kinderheilkunde. Berlín 1922. — BoRUTTAU, HEINRICH, Geschichte der Physiologie in ihrer Anwendung auf die Medizin bis zum Ende des 19 Jahrh., in Neuburger-Pagel, Handbuch der Geschichte der Medizin, vol. IIIDOS.— v. BRUNN, W., Kurze Geschichte der Chirurgie. Berlin 1928. — HIRSCHBERG, I., Geschichte der Augenheilkunde. Graefe-Saemisch, Handb. d. ges. Augenheilkunde, 2.» edición, vols. X I V y XV. Leipzig 1911-17, 1918. — HONIGMANN, GEORG, Geschichtliche Entwicklung der Medizin. Munich 1925. — KISTNER, Geschichte der Physik II. Sammlung Göschen Nr. 294. — LOEFFLER, FR., Vorlesungen über die geschichtliche Entwicklung der Lehre von den Bakterien. Leipzig 1887. — v. MEYER, E., Geschichte der Chemie. Leipzig 1914. — NEUBURGER, M. y PAGEL, I., Handbuch der Geschichte der Medizin vol. II y III. Jena 1903 y 1905. — PUSCHMANN, TH., Geschichte des medizinischen Unterrichts. Leipzig 1889. — RÉDL, EM., Geschichte der biologischen Theorien in der Neuzeit. Leipzig 1909 — SUDHOFF, Kurzes Handbuch der Geschichte der Medizin. Berlin 1922. — v. TÖPLY, Geschichte der Anatomie, in Neuburger-Pagel, Handbuch der Geschichte der Medizin, vol. II, 1903.— URBERWEG, FRIEDRICH, Grundriss der Geschichte der\Philosophie. vol. IV, bearb. von Oesterreich. 12.» ed. Berlin 1923. Gomo obras auxiliares, además de biografías importantes y diccionarios: v. BARDELEBEN, Handbuch der Anatomie des Menschen, darin vor allem Heidenhain, Plasma und Zelle, vol. 2. J e n a 1907 y 1911.—-HAECKER, V., Allgemeine Vererbungslehre. 3.» ed. Braunschwsig 1923. — HERTWIG, O., Handbuch der vergleichenden und experimentellen Entwicklungslehre der Wirbeltiere, vol. I, Jena 1906. — LUCIANI, L., Physiologie des Menschen. Deutsche Uebersetzung von Bagliani und Winterstein, vol. 4. Jena 1905-1911. und der Technik. — DARMSTAEDTER, Handbuch zur Geschichte der Naturwissenschaft 2.» edición. Berlín 1908. — HIRSCH, Biographisches Lexikon der hervorragenden Aerzte aller Zeiten und Völker, vol. 6 1884-1888. — PAGEL, I., Biographisches Lexikon hervorragender Aerzte des XIX Jahrhunderts 1901. — VIERORDT, Medizingeschichtliches Hilfsbuch. Tübingen 1916. — ASCHOFF, L. y DIEPGEN, P., Kurze Übersichtslabelle zur Geschichte der Medizin. Munich y Wiesbaden 1920. Finalmente se han utilizado numerosas necrologías, estudios retrospectivos y breves artículos orientados en sentido histórico de los autores que siguen: BAVINK, BRIEGER, VON B R U N N , B U R C K H A R D T - E R H A J R D , D I E P G E N , D R E W S , E B S T E I N , V. F R A N Q U É , CHER,

FLEXNER,

FÜHNER,

GROTJAHN,

HABEHLING,

HADRICH,

HAECKER,

I.

FIS-

KAHLER,

K R A U S , K R E H L , LAZARUS, L U B A R S C H , M . M A Y E R , H . H . M E Y E R , M O R A W I T Z , R É V É R S Z , R I B B E R T , SCHMIZ, S I E G E L , SOMMER, S T I C K E R , S U D H O F F , T I B U R T I U S , WEYEN, VOI.LMANN, WASSERMANN,

WUNDT.

TISCHNER,

VER-

I.

La Medicina primitiva

La Medicina es tan antigua como la Humanidad, ya que el fin de aquélla, la prevención y curación de las enfermedades, es tan remoto como ésta. A causa de la falta de tradición escrita, nuestros conocimientos acerca de la Medicina primitiva tienen que basarse, principalmente, en los hallazgos prehistóricos : instrumentos, esqueletos y huesos, objetos encontrados en los sepulcros, pinturas, de un arte rudimentario, en las paredes de habitaciones y tumbas, huesos de animales, etc., manifestaciones todas de una importante demostración de la vida en los tiempos más antiguos, y reflejo del comercio y costumbres del hombre primitivo, de sus dotes de observación y de su capacidad técnica. A ellos hay que añadir las observaciones en los pueblos en que modernamente ha penetrado la civilización, nuestra Medicina popular, que conserva todavía vestigios de la primitiva, y la comparación entre ciertas manifestaciones del mundo animal y algunos actos instintivos que a veces llevan a cabo los hombres de los pueblos civilizados : a estos actos pertenecen, por ejemplo, el masaje y frotación de los sitios golpeados y doloridos, los antojos de las embarazadas por determinados alimentos, la necesidad instintiva de algunos anémicos por las substancias amargas, y de los febricitantes respecto de las bebidas frías. Por último, son importantes también las enseñanzas que se obtienen del estudio comparado de las frases populares, refranes, leyendas y mitos. Es muy lógica la suposición de que los primitivos métodos curativos se hayan desarrollado en parte por imitación de apropiados actos instintivos de algunos animales, en los que se observan no sólo el propio auxilio, sino también (como en los monos, hormigas, etc.) el socorro a otros de la misma o diferente familia, como, por ejemplo, el lamido de las heridas para curarlas con la saliva, el baño con agua y lodo del mar, la distinción de hierbas, frutas y plantas alimenticias de las perjudiciales, venenosas y medicinales, expurgación de parásitos, extracción de espinas y astillas enclavadas, ayuda en la administración del alimento, etc. Esta terapéutica instintiva fué reemplazada por la terapéutica consciente al acudir a sencillos medios artificiales, copia 1. DIEFGEN : Hist. de la Medicina, 2.* edic.

2

La Medicina primitiva

de los ejemplos que la Naturaleza nos ofrece ; el rascado con las uñas se sustituyó por escarificación con espinas de pescado, la succión con la boca por la aplicación de ventosas, fabricadas, por ejemplo, por los indígenas del África Oriental con cuernos de vaca, en cuya punta se fragua un agujero para hacer el vacío por medio de la succión, agujero que se ocluye después con un trozo de arcilla que se pone en la boca para ablandarlo con la saliva ; los baños de agua y lodo por los medicinales ; la primitiva extracción de los cuerpos extraños por la Cirugía. Ya con esta terapéutica, a todas luces tan primitiva, se consiguen algunas veces resultados sorprendentes por lo favorables. No hay tratamiento consciente sin reflexionar de antemano sobre la naturaleza de la enfermedad, y esta reflexión lleva necesariamente a establecer una teoría. La más antigua ha sido, según Hofschlaeger, la de los cuerpos extraños (tomándola en el sentido más amplio de la palabra), porque siendo la más sencilla y la más objetiva es la que mejor corresponde al modo de pensar del hombre primitivo. Partió de la experiencia, confirmada por la observación hecha en primer lugar en las afecciones quirúrgicas, de que los padecimientos proceden del mundo exterior, es decir, de un objeto que, real o aparentemente, ha penetrado en el cuerpo desde el exterior (tumoraciones, espinas, flechas), para generalizar más tarde esta concepción a las enfermedades internas. Se pensó en el cuerpo extraño, o más bien en las causas que lo transmiten a los enfermos, primero de un modo completamente natural (parásitos, venenos, insectos, alimentos alterados). Esta teoría aparece establecida, por tanto, sobre una base puramente empírica. Lo mismo puede decirse de la idea antiquísima de que la sangre o el aire inspirado son los verdaderos portadores de la vida y sus alteraciones causa de enfermedad ; esta idea se apoya en la observación de los casos de muerte por hemorragia o por asfixia. Algo análogo ha ocurrido con'las hipótesis erróneas acerca de las causas morbosas y su modo de actuar: las alteraciones de los humores, la interrupción en la regularidad de las eliminaciones engendran enfermedades, punto de vista basado en el conocimiento de la existencia de flujos morbosos, de eliminaciones normales y patológicas y de hemorragias. La generalización precipitada de observaciones reales (por ejemplo, de la irradiación del calor y del frío) ha motivado la idea de las emanaciones, cuya importancia en la primitiva concepción del mundo ha sido perfectamente señalada por Karutz. Según esta teoría, todos los objetos y seres del mundo experimentan su influencia recíproca por la irradiación (emanación); existen emanaciones de belleza y fealdad, de fuerza y ilaqueza, de salud y enfermedad. Si con los acostumbrados medios auxiliares de la Naturaleza no es posible inferir las causas de la enfermedad, hay que admitir, según el modo de pensar del hombre primitivo, que pertenecen aquéllos a lo sobrenatural. El cuerpo extraño adquiere la personalidad (y, desde luego, siempre secundariamente) de un ser sobrenatural, o formado con fuerzas sobrenaturales (causantes de los endemoniados, de los

La Medicina primitiva

3

poseídos); a la emanación natural reemplaza una emanación mágica (hechizados o embrujados). Al período empírico, preanimista, ha venido a suceder el período animista. En un grado más elevado de civilización aparece ya la enfermedad como un castigo o como una prueba de una divinidad más o menos éticamente idealizada. Sin embargo, siempre se conservan, al lado de todas estas ideas, concepciones puramente naturales de la enfermedad. Así, comenzamos a encontrar ya en pueblos muy primitivos el conocimiento de las enfermedades determinadas por la herencia o por influjo de los elementos. Según Hoefler, los pueblos primitivos no caracterizan la enfermedad interna más que por el síntoma subjetivo dolor, inherente a ella ; la enfermedad de un órgano determinado, o sea una especie de concepto anatómico de las dolencias, sólo podía admitirse dado el conocimiento previo de las visceras humanas, para lo cual seguramente no dejaba de tener su importancia la contemplación de las entrañas de los animales sacrificados. En general, no ocurría esto más que en los pueblos en que ya existía una medicina escolástica o una medicina sacerdotal. En su evolución ulterior, los métodos terapéuticos se orientan con arreglo a las ideas dominantes acerca de la esencia de la enfermedad. La Cirugía ha permanecido, como fácilmente se comprende, independiente de la especulación, sin salirse, en conjunto, de la esfera del empirismo. La mejor maestra del arte ha sido la necesidad, que ha obligado unas veces a pequeñas intervenciones (abertura de focos purulentos, extirpación de neoplasias superficiales), y otras a grandes operaciones. Los accidentes y la lucha por la existencia daban lugar a heridas, fracturas y luxaciones, que se aprendió a tratar hábilmente, a suturar las heridas, por ejemplo, con crines de caballo, a recurrir a vendajes de extensión continua, colocando los miembros fracturados en moldes de arcilla que se dejaban endurecer; a reducir las luxaciones, etc., y la proporción del 53,8 % de buenos resultados curativos observada en huesos de la época prehistórica basta para demostrar la habilidad técnica. No es posible afirmar a punto fijo hasta dónde pueden haber dado ocasión las lesiones (producidas por piedras lanzadas con honda) o las ideas sostenidas respecto de la necesidad de dar salida a productos patógenos naturales o sobrenaturales, a la práctica bastante frecuente y muchas veces afortunada de la trepanación. La alternativa entre efectuar una arriesgada intervención o resignarse a esperar una muerte segura, animó hasta el punto de abrir «1 abdomen en los grandes tumores del bajo vientre o para la operación cesárea; así como la introducción del pequeño pez Kamdirm en la uretra de los nadadores (centro del Brasil) obligó a la sección longitudinal de la misma. Otro grupo de operaciones debe su origen a ciertas costumbres y ritos especiales, como la circuncisión, la operación de Mika, la castración, la infibulación de las jóvenes. Como narcosis primitiva, se recurría a las bebidas alcohólicas, las estupefactivas de otro género y al hipnotismo.

4

La Medicina primitiva

Para los hombres primitivos ofrecían las enfermedades internas dificultades mucho mayores que las quirúrgicas. La terapéutica se orientaba según las creencias dominantes acerca de las causas de la enfermedad. En la época del empirismo se llegó a adquirir una serie no despreciable de conocimientos médicos ; algunos de ellos se utilizan aún en la época actual. En concordancia con la teoría de los cuerpos extraños, la mayor p a r t e de los medios curativos empleados tenía como objetivo, en su mayoría, la expulsión del supuesto cuerpo extraño, de la sangre alterada, de los humores corrompidos, administrando purgantes, eméticos, estornutatorios, diuréticos, abortivos, y aplicando sangrías y ventosas. Además se recurría a baños, regímenes dietéticos, substancias calmantes (como el opio) y otros remedios sancionados por la experiencia (como la corteza de quina, nuestra quinina en el paludismo). Por último, se empleaban substancias vegetales, que, conocidas por su virtud nutritiva en épocas de hambre, se convertían en curativas porque compensaban la desnutrición o adelgazamiento de todo el organismo, o de alguna de sus partes, como los frutos grasos y oleosos y semillas de bellotas, mijo, haya, llantén, etc. La idea fundamental de la expulsión al exterior de los sospechados cuerpos extraños, persiste todavía durante la época animista, si bien en ella se recurre de preferencia a métodos sobrenaturales, que, frecuentemente, permiten reconocer el fondo empírico. La succión, el masaje, la sangría y los vomitivos, se unían a fórmulas de conjuro revestidas con el ropaje r i t u a l ; con escarificaciones se t a t u a b a n signos de defensa contra los demonios ; se practicaban operaciones simuladas con gran aparato sugestivo. Se combatían los demonios introducidos en el cuerpo de los enfermos, con los medios que la experiencia había puesto en práctica para luchar con enemigos reales ; se apelaba al terror con ruidos ensordecedores, máscaras horribles, dientes de leopardo y pieles, de animal, con las que se envolvía el médico ; se recurría a la superchería de las desviaciones (del demonio de la fiebre puerperal a un hombre — f i e b r e puerperal masculina —, del de la difteria a una calabaza hueca), por transmisión de la enfermedad a un animal o a un individuo de la tribu enemiga. En las ideas sobre la emanación se basa la práctica de llevar amuletos para evitar las enfermedades, y en la personificación (igualmente siempre secundaria) de las plantas curativas, la costumbre de los conjuros en los momentos de la recolección y empleo de aquéllas. Motivos no más seguramente analizables en detalle ocasionaban la confianza especial del hombre primitivo en las substancias de la llamada botica de las inmundicias (excrementos, orina, sangre menstrual, etc.) que utilizaban t a n t o ingeridas como para uso externo. Contra la enfermedad atraída como castigo o prueba de Dios o de los dioses, se aplicaban como terapéutica apropiada las prácticas del culto, especialmente las oraciones, sacrificios, ayunos, mortificaciones, etc. (Medicina teúrgica). Los beneficios reales de este tratamiento.

La Medicina primitiva

5

c o n s i s t í a n ú n i c a m e n t e en el poder s u g e s t i v o de la cura y en las m e d i d a s prácticas, ligadas, sin embargo, en la m a y o r í a de los casos, al misticismo. Sobresalían en este orden de ideas los medios auxiliares para el diagnóstico y pronóstico, calificados de presagios o agüeros; las visiones en éxtasis, sueños, consultas a los oráculos e interpretación de acontec i m i e n t o s sorprendentes. E n i d é n t i c a f o r m a se inicia la higiene con los m é t o d o s primitivos de preservación de las enfermedades. Más f r e c u e n t e que las prescripciones racionales (aislamiento de los e n f e r m o s ) es, en primer término, la utilización m í s t i c a de a m u l e t o s de t o d o género. Sin embargo, de igual m o d o que en la terapéutica, m u c h a s de estas ideas místico-religiosas suelen encerrar un p e n s a m i e n t o f u n d a m e n t a l desprovisto de t o d o carácter práctico. En los tiempos primitivos todo enfermo recurría a sus propios medios de curación, buenos o malos. El éxito conseguido por el interesado aportaba la confianza en sí mismo, la fama y la comprobación de los resultados en otras personas, primero en la familia, después en los extraños. Al aumentar los recursos técnicos y al extenderse los conocimientos, que nunca han podido ser deminio de la generalidad, la terapéutica, considerada como bien supremo, fué privilegio y profesión de unos cuantos. De este modo comienza la historia del ejercicio de la Medicina con el médico de los pueblos primitivos, el que durante el período animista se presenta como hechicero o exorcista Jiasta pasar a constituir una casta sacerdotal. Por este medio se mantuvo unida después la Medicina con la religión dogmática, hecho de gran trascedencia para el desarrollo ulterior de aquélla. En algunos pueblos forman los médicos una asociación o casta, que enseñan la profesión a sus descendientes — escuelas médicas primitivas •— haciéndoles sufrir repetidas veces una especie de prueba eliminatoria. De lo dicho se deduce, evidentemente, que gran parte de los resultados obtenidos debe atribuirse a la impresión sugestiva personal de los médicos, y que éstos tenían que poseer hasta en sus supuestas relaciones con el mundo sobrenatural la facultad de conseguir, a menudo sólo con el pensamiento, estados alucinatorios. Si a esto se agrega la tendencia especial de los psicópatas a padecerlos, no es extraño que se encontrasen entre éstos a los médicos de mayor renombre, y las preparaciones agotadoras exigidas por algunas sectas para el ejercicio de la profesión, unidas a toda clase de ayunos y mortificaciones, solían dar la seguridad de obtener dichos estados. La posición social de los médicos primitivos fué, de ordinario, muy distinguida, porque sobresalían por su capacidad intelectual y experiencia de todos los demás miembros de la tribu, y tenían especial cuidado en mantener su honroso prestigio por medio de un género especial de vida, etc. En algunos pueblos, sin embargo, se les hacía responsables de sus fracasos. A veces, la profesión médica aparece vinculada en el sexo femenino.

II.

La Medicina en el Antiguo Oriente A.

PUEBLOS

1.

DEL

GRUPO

OCCIDENTAL

La Medicina en la Mesopotamia

Nuestros conocimientos acerca de la Medicina en las tierras situadas entre el Tigris y el Eufrates, cuya civilización está ligada a las producciones de súmenos, babilonios y asirios, y que se remonta tal vez hasta el siglo iv y quizá hasta el siglo v antes de Jesucristo, están llenos de lagunas, a pesar de los progresos realizados en la interpretación de las escrituras cuneiformes y de las excavaciones de estos últimos decenios, no sólo desde el punto de vista cronológico, sino también respecto de los hechos. Como ha podido demostrarse recientemente, lleva esta civilización un sello característico que ha resistido a las transformaciones políticas acaecidas en el transcurso de los siglos, porque ha permanecido fielmente vinculada en el pasado. Los dibujos de la biblioteca de Sardanápalo (668-626 a. de J. C.), en Nínive, en los que se apoyan, en primer término, nuestros conocimientos actuales, reflejan el poderío de un pasado que se remonta a miles de años.

Caracterízase su Medicina por la interpretación, en un sistema especulativo, dada por un pueblo civilizado a los conocimientos empíricos imperantes desde los más remotos tiempos. Se puede considerar, en determinado sentido, como la elevación de la Medicina a la categoría de ciencia. Este sistema se basa en la concepción del mundo, propia de los caldeos, en la que predominan tres ideas fundamentales : la idea de la reglamentación de todos los acontecimientos por la voluntad divina, la del poder de las estrellas, en las que se revelan los dioses, sobre el mundo y sobre los hombres (1), y, por último, la idea de la significación elevada de los números, hasta el punto de que todo suceso guarda relación con un tiempo determinado y con una proporción numérica fija. De aquí que la Medicina posea : un sello teúrgico, una conexión astrológica, que establece la analogía entre el hombre, mundo (1)

Parece ser que esta doctrina nació en Babilonia.

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pequeño o microcosmos, y el gran mundo, macrocosmos, del cielo estrellado, e influencias aritméticas. La Medicina teùrgica considera en las dolencias la voluntad de los dioses. Así, las divinidades Nergal y Urugal pueden enviar pestes ; la diosa Labartu hacer que enfermen mujeres y niños. O bien la enfermedad aparece como obra de demonios y espíritus abyectos, o de las almas de los muertos, de las que se tiene la creencia de concretarse a diferentes enfermedades, de tal modo que unas sólo pueden dar lugar a un padecimiento, y otras a otro. Según en qué circunstancias, pueden, como enfermedades personificadas, introducirse en el cuerpo de los pacientes. La Terapéutica, en consonancia con tales ideas, empleaba de la medicina primitiva, principalmente, las ceremonias del culto, sacrificios, oraciones e himnos, conjuros, amuletos y actos simbólicos. La idea de la sistematización de todos los hechos estaba tan arraigada, que no era posible imaginar que dos acontecimientos pudieran presentarse sucesivamente o al mismo tiempo por puro azar y sin relación mutua. Esto condujo a una doctrina de presagios, erigida con todos los pormenores, v a que a todos los sucesos, incluso a los más insignificantes de la vida diaria, se les atribuyese una significación de mal agüero; por ejemplo, la impresión de un pie en la arena, el vuelo de un ave, el rugido de un animal, etc. Como quiera que esta doctrina de los presagios invadía todos los órdenes de la vida pública, tuvo también gran importancia respecto de la predicción de las enfermedades. El pronóstico médico se apoyaba de preferencia en las profecías, en los caracteres del aceite vertido en el agua (adivinación o profecía del vaso), en los casos observados de nacimientos anormales (y preferentemente en el de monstruos) acaso al propio tiempo de una enfermedad, y en los sueños (1). La doctrina del poder del mundo de los astros sobre los hombres alcanzó tal grado de desarrollo, que se consideraron ciertos órganos del cuerpo colocados bajo la vigilancia de determinadas estrellas. Así, por ejemplo, la estrella Cabra debía presidir las funciones del ano. En los textos que se conservan se indica que ciertas constelaciones están relacionadas con la aparición de determinadas enfermedades, sobre todo con las epidemias, y que se utilizaba, especialmente con fines pronósticos, la observación del cielo, sobre todo, tratándose de los nacimientos. Según v. Oefele, el benemérito investigador de la escritura médica cuneiforme, se ha de juzgar que se prestaba atención, desde el punto de vista terapéutico, al estado de las estrellas por cuanto se debía ofrecer un medio expulsor de la flatulencia al ascender la estrella Cabra por el firmamento. La importancia médica de los números se revela en la diferenciación entre días favorables y adversos para emprender las intervenciones terapéuticas, en virtud de lo cual se consideraban desfavorables los (1)

Véase pág. 8.

La Medicina' en el Antiguo Oriente

divisibles por el número siete. Se calculaba también en las recetas el número de sus componentes. Todos estos hechos encierran un fondo racional en medio de su empirismo, que, sólo en la época de la decadencia de la civilización babilónica, o sea en los últimos mil años antes de Jesucristo, parece completamente invadido por la demonología y el misticismo, y una experiencia médica muy digna de tenerse en cuenta. El demonio de la enfermedad no suele significar primitivamente más que el nombre de la enfermedad, de manera que se combate por medio de recetas completamente naturales un ser sobrenatural, hecho que desde el primer momento maravilla ; los himnos curativos contienen prescripciones razonables, como, por ejemplo, la aplicación de compresas húmedas contra el dolor de cabeza, y muchos de los procedimientos teúrgicos debían de obrar por sugestión. Se establecía el pronóstico teniendo en cuenta los datos astrológicos basados en la observación astronómica, que se hallaba sumamente adelantada, y en el conocimiento de las influencias cósmicas y climatológicas sobre la salud ; la doctrina de los números se debía al acendrado cultivo de las matemáticas. La interpretación de los sueños adquiría más importancia que la puramente concedida a los presagios, por el hecho de creer que los sueños procedían de la sangre, es decir, de un elemento natural, corporal (1). Por otra parte, faltaba todavía la noción de las relaciones existentes entre el proceso morboso, propiamente dicho, y los síntomas de la enfermedad. Éstos, por ejemplo, un cambio cualquiera del color de la cara, del aspecto de la orina, etc., se conceptuaban sencillamente como presagios, sin conocer todavía su dependencia íntima con el progreso patológico. Venían a ser para el pronóstico un signo del mismo valor que acaso el vuelo de las aves o los caracteres de los cabellos del enfermo o cualquier otra manifestación casual observada por el médico junto al lecho del paciente sólo para deducir su sentido favorable o adverso en lá terminación de la dolencia. Pero, además de esto, existía también gran número de textos antiguos cuyos principios permitían inducir que el pronóstico se establecía por el conocimiento de la íntima relación de los síntomas con el proceso morboso : «Cuando supura el punto de implantación de los dientes de un enfermo..., cuanda el cráneo del paciente... duelé o presenta otras molestias...»

Se diferenciaban como enfermedades gran número de síndromes, generalmente según las regiones del cuerpo o los órganos en que se manifestaban. De este modo se distinguían, por ejemplo, afecciones de la cabeza, de los ojos, dolor de estómago, enfermedades de los dedos, de la piel y órganos genitales, heridas, padecimientos de la mujer, psicosis, epidemias. (1) Acerca del valor dado en Medicina a los sueños, véase el capítulo correspondiente a la Edad Media.

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Quizá se veía en la sangre la f u e n t e de la vida, y esta teoría hemática despertaría las ideas de la patología humoral (1). E s t a s ideas aparecían también en los antiguos textos de conjuros, los que ordenaban a la substancia morbosa que abandonase el cuerpo de los enfermos pollos diferentes líquidos del organismo (leche, orina, aguas fecales). Se distinguía la sangre clara, la que nosotros llamaríamos arterial, sangre del día, de la oscura, sangre de la noche o venosa. Se consideraba el hígado como órgano central de la sangre, y el corazón como asiento de la inteligencia. De aquí que el aspecto del hígado de los animales sacrificados fuese un elemento i m p o r t a n t e en la doctrina de los presagios. Es difícil decir hasta dónde llegaban los conocimientos en Anatomía. Con seguridad no se conocía más que la de los animales sacrificados, y aquéllos se aplicaban, más o menos acertadamente, a la especie humana. La notable representación de la musculatura en las obras artísticas encontradas en las excavaciones acusa relevantes dotes de observación. Nuestros conocimientos acerca del tesoro terapéutico, empíricamente adquirido y del cual p a r t e de sus elementos ha quedado oculta b a j o nombres secretos, son s u m a m e n t e incompletos. Casi siempre se t r a t a b a d e la administración de cocimientos de hierbas, o de la aplicación de pomadas ; además, se recurría al cáñamo, regaliz, y tal vez también a los jarabes. E n la administración de los medicamentos se procuraba suprimir el sabor desagradable mezclándolos con un medio grato al paladar, por ejemplo, una bebida alcohólica, una especie de kwas. Las aplicaciones externas consistían en envolturas, cataplasmas, frotaciones con aceite, masaje, baños y otros procedimientos hidroterápicos, ventosas, y es dudoso que se recurriese también a la sangría. Respecto de la Cirugía, son t a m b i é n m u y poco seguros nuestros conocimientos. E n las leyes de H a m m u r a b í (unos 2000 años a. de J . C.) se mencionan operaciones en los ojos, en los huesos y en las heridas de las partes blandas. Como en otros pueblos antiguos civilizados, vemos también en la Mesopotamia como precepto higiénico el culto a la limpieza (los baños en las ceremonias religiosas, prohibición de impurificar el agua corriente). Acerca de la profesión médica, poseemos, en proporción, muchos datos. Por lo que se desprende de las leyes anteriormente mencionadas, es indudable que existían médicos para los hombres y también para los animales, y que cultivaban su profesión por los rendimientos que producía y mirando la vida por el lado práctico. No pertenecían directamente a la casta sacerdotal. En cambio ésta, encargada de mantener la civilización y la ciencia, era la que marcaba' y salvaguardaba, como hemos dicho, la experiencia médica, profundamente especulativa y revestida con sus ritos, y las doctrinas de la Medicina. Además, en la práctica eran muy frecuentes las ocasiones para relacionarse ambas clases, porque los pertenecientes a las muchas ramificaciones del sacerdocio, el aríspice y el descifrador de los sueños, los adivinadores, los profetas, los (1)

Véanse págs. 29 y 41.

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La Medicina en el Antiguo Oriente

que daban las unturas, que primitivamente sólo podían efectuarse con el aceite y los bálsamos destinados al culto, y los sacerdotes que hacían los conjuros, practicaban la parte teúrgica del pronóstico y tratamiento junto a la cama de los enfermos. Según Estrabón, el escritor griego, existían escuelas médicas en Urak (en hebreo Erech), en la actualidad Warka, y en Borsippa, hoy Birs-Nimrud. Es característico, en eJ aspecto ético, la exclusión del tratamiento médico en los enfermos incurables. En un texto, por lo menos, se dice lo siguiente : «En este enfermo no deben poner sus manos los médicos; este hombre morirá.» En las leyes de Hammurabí aparece reglamentado el problema de los honorarios profesionales y el de la responsabilidad del médico en sus fracasos; el castigo por el mal resultado de una intervención quirúrgica consistía en algunos casos en graves mutilaciones corporales. Ante la ley se reconoce a las comadronas como asistentas a los partos.

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La Medicina egipcia

La civilización egipcia, que comprende un espacio de tiempo de varios miles de años, paralelamente a la cual va desarrollándose la Medicina, se suele dividir, teniendo en cuenta las dinastías de los dominadores hasta la conquista de Alejandro Magno, en treinta dinastías, cuya cronología, no obstante, lio está aún perfectamente determinada. La historia de estas dinastías queda en parte sumida aún en la oscuridad, y en parte se1 divide en tres épocas de civilización, que se designan con los nombres de Imperio Antiguo, Medio y Moderno. El Imperio Antiguo comienza unos 3200-3000 años antes de Jesucristo; el Medio alcanza su florecimiento en la duodécima dinastía (2000-1800 a. de J . C.), y el Moderno condujo a Egipto, con la 18.» dinastía (1550-1350 antes de Jesucristo), al dominio del mundo conocido y al desarrollo durante la 19.* con Ramsés II (1320 hasta 1220 a. de J . G.), después de gran número de guerras, a un período de paz de elevada cultura. Desde este período no se comprueba ya ningún progreso digno de mención especial. Por último, a pesar de un modesto y tardío resurgimiento bajo los saltas (645-568 a. de J. C.), pero caracterizado precisamente por los esfuerzos en retroceder de nuevo a las tradicionales costumbres de los moradores, guerras desgraciadas ocasionaron la decadencia de la civilización nacional. Como fuentes de conocimiento sobre el estado de la Medicina egipcia tenemos ante todo a nuestra disposición, aparte de las inscripciones en templos y tumbas, ofrendas a los muertos, referencias de la Biblia y de los escritores griegos, como Herodoto, etc., pero que, sin embargo, no conocieron más que el Egipto en decadencia, los monumentos escritos que nos han legado en los rollos de papiros. Además de unos pocos textos importantes, los papiros que han dado más luz son los de Kahun (12." dinastía), que contienen datos de medicina, veterinaria y ginecológica ; el papiro Ebers (unos 1550 años a. de J . C.), recopilación esencialmente farmacológica, tomada de los escritos de médicos notables de la más remota antigüedad ; el papiro Brugsch (llamado también el gran papiro de Berlín, de la época de Ramsés II); el papiro Hearst (varios siglos más moderno que el Ebers), que ofrece, lo mismo que el anterior, muchos puntos de contacto con el Ebers, el papiro pequeño de Berlín, que se compone casi exclusivamente de fórmulas de encantamiento y data de la época de la 18. a dinastía, y el papiro médico de Londres, escrito hacia el año 1200 a. de J. C. A ellos hay que añadir recientemente el papiro Edwin Smith (Nueva York), algunos decenios más antiguo que el Ebers y que representa una importante fuente de información para la Cirugía.

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Como quiera que el pueblo egipcio ha presentado desde su origen marcada tendencia a conservar las tradiciones, fácilmente se comprende que han podido transcurrir miles y miles de años sin producir modificaciones notables en la Ciencia, ni en la Religión, ni en la Medicina (1). No obstante, aun cuando con el transcurso del tiempo su primitivo carácter fundamental empírico ha ido viéndose suplantado y dominado cada vez más por la Magia y la Teurgia, con grave perjuicio de la obra total, el cuadro conserva su estructura unitaria. Son muchos los caracteres comunes y los rasgos análogos de la civilización de Egipto con los que ofrece la Medicina de la Mesopotamia, fenómeno t a n t o más comprensible por cuanto en la llamada época Amarna (unos 1-100 años a. de J. C.) existían muy frecuentes relaciones políticas y de cultura entre ambos pueblos. Sin embargo, cuando el empirismo se elevó a la especulación sobre la existencia de la vida y de la enfermedad, siguió en la tierra del Nilo otros derroteros que en la Mesopotamia. En aquélla, el macrocosmos, con el que se comparó al hombre, se representaba por la vida de la tierra natal fertilizada por el río con sus inundaciones (2). Esta agua fluvial, distribuidora de la vida, tiene su analogía en los humores del cuerpo humano. Además, y en oposición a la doctrina hemática de la Mesopotamia, admitió, a imagen del aire movible, como el principio más esencial de la vida el aire respirado, el neuma (3). El aliento de vida (aire inspirado) se distinguía del aliento de muerte (aire espirado). El sentido objetivo de los egipcios se inclinaba siempre a representar lo abstracto por lo que más se aproximaba a lo material (4). La Anatomía, que hubiera podido impulsarse por los procedimientos de embalsamamiento, si éstos, como actos puramente religiosos no hubieran hecho imposible todo estudio, estaba, por lo que de ella sabemos en la actualidad, apenas más perfeccionada que en la Mesopotamia. El cuerpo, formado por huesos y partes blandas, se suponía atravesado por diferentes conductos, venas de sangre v de aire, con los que alternaban multitud de músculos y nervios. Se consideraba el corazón como centro de dichos vasos. El número v división de éstos se deducía de un modo completamente teórico, por comparación con el macrocosmos. Faltan descripciones exactas de los órganos. En la Fisiología egipcia aparecen, del modo que acabamos de exponer, la sangre v el aire como portadores de la vida. Centros de ésta son la nariz y el corazón. En los conductos unidos a estos centros se encuentran, además de la sangre v aire, moco y agua, orina y heces (1) V. O E F E L E indica acerca de este punto que si bien no han variado los conceptos de muchos textos de Medicina, su interpretación ha sido quizá algo diferente en cada centuria. (2) De este modo, también venía a compararse el pulso con el flujo y reflujo de las aguas en las orillas del Nilo. (3) La teoría neumática aparece ahora por primera vez en este sentido. Sobre el eoncepto del neuma, véase la página 70. (4) Por el culto de los egipcios a los dioses y a los muertos, se distribuían los principios fundamentales de la vida (agua y aire) en forma de agua y aire sagrados.

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fecales, bilis y semen. Los elementos sobrantes abandonan el cuerpo ; son impuros en relación con los humores puros y el aire puro, de los cuales depende la vida. En esto nos volvemos a encontrar con los elementos primitivos de una doctrina humoral, que considera la vida fisiológica como un estado puro, es decir, normal de los humores orgánicos. La teoría humoral ha impreso también su sello en gran parte de la patología egipcia. El concepto de ésta es humoral. La frecuente aparición de parásitos en Egipto (1) hizo del «gusano el símbolo fundamental » de toda enfermedad, y condujo, en unión con la doctrina humoral, a la nefasta idea, que ha perdurado siglos enteros, de que en todas las partes del cuerpo de los humores alterados podían engendrarse gusanos. Se generalizó el hecho, demostrado por la experiencia de todos los tiempos, de que un modo de vivir impropio suele ocasionar enfermedades ; creyeron verse las primeras causas de la mayoría de ellas en la alimentación excesiva o poco apropiada. Además de todo esto, y sobre todo en la Medicina egipcia de los últimos tiempos, desempeñan los demonios un importante papel etiológico. La enfermedad se produce por la entrada de éstos en el cuerpo. Se la personificaba como en la Mesopotamia. Para las epidemias se admitía un origen divino. Hacia fines del siglo XVII, a. de J. C., se procuraba expulsar el «viento del año de peste» por medio de conjuros. Como entre los caldeos, se confundían la enfermedad y los síntomas o conjunto de síntomas ; pero la observación clínica, comparada con la ofrecida por la Mesopotamia, realizó considerables progresos. Por muy evidente que pueda ser la tendencia a la misma localización en las enfermedades generales, que se consideraban alojadas en regiones del cuerpo y órganos determinados, por ejemplo el paludismo en el bazo, se comprendían acertadamente, sin embargo, algunos síndromes como relacionados con todo el organismo. Denótase el estado de perfección relativa que alcanzó el diagnóstico en Egipto, por las sensatas dotes de observación y por el ojo clínico de sus médicos. A pesar de la semejanza en las expresiones de los textos, en lugar de la doctrina de los presagios de la Mesopotamia, aparece el conocimiento de la dependencia de los síntomas al proceso morboso, conocimiento utilizado para establecer el diagnóstico y el pronóstico. Se empleaban la inspección y palpación detenidas, esta última especialmente en las afecciones abdominales, e introducían, muy verosímilmente, los dedos en la cavidad bucal para la exploración del paladar. Apreciaban, con la mano aplicada al cuerpo, los posibles cambios de temperatura del mismo. Se observaban las eliminaciones del organismo, como heces y orina. Todo habla en favor de que también se conocía ya una forma primitiva de escuchar los sonidos engendrados en el cuerpo : la auscultación. (1) Se conocían la filaría de Medina, las lombrices y las tenias, parásitos del intestinp.

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La Terapéutica aparece rica y variada. E n el papiro Ebers se encuent r a n mencionados más de 700 medicamentos, pertenecientes a todos los reinos de la Naturaleza. Su distintivo especial es la tendencia a las prescripciones compuestas y complicadas, y a los purgantes. Esta tendencia predomina en la época egipcia ulterior y llamó ya la atención de Herodoto (1). La prescripción frecuente de los purgantes se fundaba en la patología humoral. Aquéllos tienen por objeto expulsar los malos humores, con el auxilio, además, de medicamentos diuréticos, sudoríficos y expectorantes. En las enfermedades agudas se prescribía el primer día el purgante, el llamado medicamento de un día. Después se establecía una cura por espacio de cuatro días. Muchos elementos de la terapéutica egipcia, que empleaba también medicamentos importados de otros países, los ha utilizado la Medicina moderna, como, por ejemplo, el aceite de ricino, diferentes eméticos, la corteza del granado, algunos narcóticos, como el opio, y además la sal común, el nitro, el plomo terroso, el antimonio y diversos compuestos de cobre. También, en parte por sus efectos sugestivos, en parte por la Cándida credulidad en lo maravilloso, se empleaba una serie de remedios extraños, por ejemplo substancias del reino animal, como el cristalino del ojo del cerdo, las heces del cocodrilo y otras inmundicias, la sangre de ternera, de lagarto y otros animales, el cerebro del león, la leche de mujer, etc. Las formas de preparación y administración de que se valían los egipcios para los medicamentos llevaban en parte un sello m u y moderno e interesante. En las recetas se indica todo lo relativo al modo de mezclar los medicamentos, a la cocción, filtración y tamización de los mismos, el momento y ocasión de ingerirlos, el arte de disimular su sabor, etc. Los enemas fueron inventados, según Diodoro y Plinio, por los egipcios (2). Sobre todo hacían frecuente uso de las fumigaciones en virtud de su concepción del aire como principio vital (doctrina neumática). E n Egipto, según Plutarco, en los casos de enfermedades pestilentes se encendían hogueras con el fin de enrarecer el aire. Revelan el desarrollo relativamente adelantado de la Cirugía no sólo las intervenciones operatorias que, según el papiro veterinario, se realizaban en los animales, los hallazgos de intrumentos quirúrgicos de todo género, y los bien curados huesos de las momias (si bien a su lado se encuentran asimismo en las tumbas deformidades enormes), sino también los textos más recientemente encontrados, que vienen a confirmar este progreso. Aparte de la castración, circuncisión, abertura de abscesos y extirpación de tumores superficiales, se conocían, además, procedimientos excelentes para el tratamiento de las heridas, de (1) La importancia que se concedía a la evacuación sistemática de las heces se demuestra por el hecho de que se encuentra prometida en el libro de los muertos, como manifestación de la bienaventuranza eterna. (2) Según la leyenda, debieron de haber sido aleccionados los egipcios en la práctica de los enemas por el ave ibis, que se introduce agua en el recto con su propio pico (PLINIO). Pero existe una confusión con el dios Thot, que posee cabeza de ibis. Véase pág. 19.

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las fracturas (con vendajes de tablillas), para la intervención quirúrgica de la fractura del cráneo, para reducir la luxación del maxilar inferior y del hombro, y sutiles diferenciaciones clínicas en las heridas punzantes del cuello y de las fracturas de la columna vertebral. D e la Obstetricia se cuidaban las comadronas. Tanto aquélla como la Ginecología de los egipcios están profusamente entretejidas de fantasmagorías ; en la Medicina de la Edad Media y en la de Grecia se encuentran muchas reminiscencias de Egipto. En los procedimientos terapéuticos adquiere importancia, sobre todo desde el tránsito del Imperio Medio al Moderno, el elemento teúrgico-místico, y amenaza invadir, por último, el sano empirismo. Los dioses dedicados a las curaciones confieren los remedios más eficaces. Las preces curativas y el sueño del templo tienen tanta aplicación como los conjuros (1). Estos últimos se combinaban con la preparación y administración de medicamentos. E n este sentido los amuletos desempeñaban también importante papel, como en todo lo relativo al pueblo egipcio. Existen opiniones de que, posteriormente, también coadyuvó la Astrología a la determinación del pronóstico. De un modo análogo a lo que acabamos de ver en la Mesopotamia, la Medicina se encontraba en manos de sacerdotes. Thot, el dios de cabeza de ibis, dios de toda la ciencia, es también el protector de la Medicina. Además, son propicias a los médicos otras deidades. Imhutep, médico notable que vivió en la época de la tercera dinastía (unos 3000 años a. de J. C.), aparece después de su muerte, y en íorma semejante al Esculapio de los griegos (2), como el dios de los médicos ; después, junto con Serapis, adquiere gran prestigio como dios de la Medicina. Como portadores de toda la ciencia y cultura reveladas en su previsión por una higiene admirable por lo práctica (3), reunieron los sacerdotes todo lo que la tradición oral y escrita aportó a la esfera de la Medicina, y crearon con ella los «libros sagrados», base de la enseñanza del arte de curar. Esta enseñanza médica se realizaba en escuelas adjuntas a los templos. A éstos acudian en tropel los enfermos, circunstancia que ofrecía la ocasión de enseñar prácticamente. Las escuelas médicas más afamadas son las de On, Sais, Memphis y Theben. En el papiro Hearst encontramos una división respecto del ejercicio de la Medicina en médicos internistas, médicos para los conjuros, y cirujanos. De todas maneras existía, lo mismo en la Mesopotamia que en Egipto, una clase médica y quirúrgica, que vivía entre el pueblo y que, independientemente de la Medicina sacerdotal, procuraba desenvolver, escribir y enseñar su ciencia propia.

3.

La Medicina judía

Nuestros conocimientos acerca de la Medicina de los antiguos judíos no pueden ponerse en parangón con los que poseemos respecto de los pueblos que ya hemos (1) Véase pág. 32. (2) Véase pág. 32. (3) Las prescripciones higiénicas en su aspecto religioso eran las relativas a la inspección de las carnes, limpieza de habitaciones y vestidos, baños, moderación en comidas y bebidas, elección de los alimentos (prohibición del cerdo), reglamentación de la vida sexual, etc.

La Medicina j u d í a

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estudiado o que estudiaremos más adelante, porque faltan escritos médicos en el verdadero sentido de la palabra. Sus fuentes son la Biblia, el Talmud y las aclaraciones de las leyes, las que sólo mencionaban la parte médica cuando se circunscribian a ésta. La mayoría de nuestros datos se refiere, en tanto que se trate de concepciones real y verdaderamente hebreas, a la Medicina popular. La tradición médica compendiada en estos escritos comprende un período de tiempo de más de mil años hasta seis siglos después de Jesucristo y aun más adelante. El judaismo está diversamente influido por la Medicina de los egipcios, y sobre todo por la de babilonios y asirios. Sólo en el periodo posterior a Jesucristo parecen haberse realizado algunas prestaciones persas procedentes de Babilonia. Sin embargo, la concepción israelita de la naturaleza de la enfermedad no parece ser esencialmente distinta de la que tenían aquellos pueblos; únicamente adquiere un sello hasta cierto punto característico merced a su sistema religioso monoteísta. Casi siempre se consideran las enfermedades, especialmente las epidemias, como disposición y castigo de Dios. E n los casos en que los demonios se presentan como causantes de las enfermedades, no es posible desconocer la relación que guardan con las ideas sustentadas en Babilonia. Como causas morbosas naturales aparecen, entre otras, los enfriamientos, el modo de vivir impropio, el beber agua alterada, flujos anormales de los oídos y de las fosas nasales, bilis corrompida, etc. No podemos detenernos en el examen de algunas descripciones de enfermedades (1). Su identificación tropieza en parte con dificultades invencibles. Genuinamente popular es la concepción de la enfermedad como proceso purificador, no sólo del alma, sino también del cuerpo. Desde el punto de vista terapéutico, se empleaban, además de los sacrificios, oraciones, conjuros, amuletos y otros medios mágicos análogos, algunas prescripciones medicamentosas sencillas, baños y aplicaciones externas. Tiene base astrológica la limitación de la sangría a determinados días. Contrasta notablemente con la severidad de las leyes el hecho de que se haga una excepción de los deberes religiosos del sábado, ayunos, etc., en los casos de enfermedad. E l ejercicio de la profesión comprendía todas las ramas de la práctica, incluso la Cirugía (2), con excepción del examen y tratamiento directos del aparato genital femenino, que, de igual modo que la asistencia a los partos, quedaban encomendados a las comadronas; éstas únicamente llamaban al médico cuando el nacimiento del infante parecía imposible sin intervención quirúrgica. Las primeras y últimas tres horas del día se consideraban como impropias para la visita a los enfermos, porque el paciente se encuentra siempre mejor por la mañana, y cabria juzgar su estado demasiado favorable, mientras que al revés durante la noche. Los honorarios médicos se calculaban de antemano, y también se estipulaba una cantidad global determinada para la curación de posibles enfermedades venideras. E n general no eran m u y elevados. Una clase de personas versadas en conocimientos de medicina, no muy considerada socialmente, eran los sangradores. No se habla directamente del ejercicio de la Medicina por los sacerdotes. El médico práctico, en el sentido que se da actualmente a la palabra, llamado róphé, no pertenecía a aquéllos. Sin embargo, los sacerdotes poseían algunos conocimientos médicos, ya que formaban una especie de policía sanitaria. La lügiene social del pueblo judío, intensamente influida por ideas religiosas y morales, alcanzó gran privilegio considerada también desde un punto de vista moderno : prohibición del consumo de la carne de cerdo (peligro de triquinosis), descanso semanal el (1) Para estos puntos de la Medicina judía como para los no tratados aquí (Cirugía, etc.), recomendamos la famosa obra de P R E U S S : Biblischtalmudische Medizin, Berlin, 1911. (2) Por tanto, no existía la especialización como entre los egipcios (véase pág. 14) y otros pueblos.

La Medicina en el Antiguo Oriente

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sabado, cuidados de limpieza corporal, reglamentación de la vida sexual, etc., sin que podamos decir, sin embargo, hasta qué punto guiaron al legislador las ideas de higiene. Pero, sobre todo, en las prescripciones mosaicas relativas al aislamiento de los leprosos encontramos los primeros intentos de combatir la lepra.

APÉNDICE

La Medicina de los antiguos persas E n forma completamente análoga a lo que acabamos de decir de los israelitas, nuestros conocimientos acerca de la Medicina de los habitantes arios de las elevadas mesetas del Irán no se apoyan en fuentes médicas, en escritos religiosos que transmiten y comentan la doctrina religiosa de Zoroastro, es decir, en la serie de libros Zandavesta, afines a los Vedas indios (1). La Medicina propia de los persas se encuentra intimamente amalgamada con la religión, ve en la enfermedad algo demoniaco y sigue métodos de tratamiento empirico-teúrgicos, sin el menor rasgo especial que los caracterice. Sin duda por este motivo parece haber quedado el empirismo en un grado m u y reducido de desenvolvimiento a pesar de haber comprendido los persas, bajo el reinado de Ciro, unos 550 años antes de Jesucristo, en una unidad política a todos los pueblos de la parte sudoeste de Asia y establecido su imperio del mundo. Por lo menos así permiten deducirlo los funestos desenlaces que tuvieron las dolencias de los monarcas persas. Ante el fracaso de los médicos de su país, Darío se vió precisado a recurrir, con ocasión de una simple torcedura de un pie, a los servicios de un médico griego. De la idea religiosa de la impureza de las secreciones corporales, así como de los enfermos y de los muertos, nacieron algunas disposiciones racionales (prohibición del coito con mujer durante el período menstrual, con la puéipera hasta transcurrido un plazo de 40 días; enseñanza de la limpieza en la vida pública y privada); pero también otras improcedentes, como, por ejemplo, la exposición de los cadáveres para que fuesen devorados por las aves de rapiña. Demuestran también una concepción sana de la vida la lucha contra las perversiones sexuales y el aborto, la protección al niño, etc. Algo de esto recuerdan el importado código (2) y las ideas del pueblo caldeo, que parecen haberse tomado de la Mesopotamia ya en época remota. El que profesaba la religión de Zoroastro se hacía tratar en sus enfermedades por los sacerdotes. Es interesante la prescripción de que no se pudiese llevar a cabo intervención quirúrgica alguna en un creyente hasta que no se hubiese practicado con éxito por lo menos tres veces en los no creyentes. Acerca de la Medicina de los antiguos fenicios, cuyas ciudades marítimas Sidón y Tiro, en la costa occidental del Asia Menor, florecieron en los años 1500 o más bien 1100 a. de J . C., y de su colonia, el pueblo cartaginés, es muy poco todavía lo que conocemos. Volvía a dominar en ellas el carácter teúrgico. Como se deduce de las ordenanzas fenicias contenidas en el papiro Ebers, se contaban también como artículos de comercio substancias medicamentosas. (1) Véase pág. 17. (2) Véase pág. 9.

La Medicina de los indios

B.

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PUEBLOS ORIENTALES

1. La Medicina de los indios Los comienzos de la civilización aria en la India se remontan a los años 4500-2500 antes de Jesucristo. Adquirió su mayor afianzamiento hacia el año 1500 a. de J. C. en cuya fecha los pueblos arios penetraron victoriosos por las llanuras del Indo, y se extendieron por las comarcas del Ganges, la península de Dekhan y la isla de Ceilán, rechazando a los primitivos habitantes y fundando gran número de Estados. Entonces es cuando comenzó, acaso, la época en que la Medicina de los indios adquirió su aspecto característico. Continúa hasta la conquista del territorio y la introducción violenta del Islamismo por el sultán Mahmud, realizada entre los años 998 y 1030 d. de J. C. Desde este momento se funde la Medicina india con la árabe (1). Dentro del mencionado lapso de tiempo se diferencian dos períodos : el védico, de cuya civilización y Medicina informan los vedas, escritos sagrados, anteriores al año 800 a. de J. G., y el brahmánico, durante el cual los brahmanes, casta sacerdotal, son los que prestan a la vida de la India su aspecto ético y cultural. Se admite como fundadores de la Medicina interna a Atreya, que, en la India occidental, divulgó sus conocimientos en el siglo vi a. de J. C., y de la Cirugía a Susruta, que, según las más recientes investigaciones, vivió verosímilmente poco después de Charaka, al que se supone del siglo n d. de J. C. (2). Por último, a los escritos de ambos les dió forma original Vagbhata, que vivió a principios del siglo séptimo de nuestra era. La bibliografía ligada a este nombre constituye una de las fuentes más importantes acerca de la Medicina brahmánica, porque los demás autores indios se contentan, casi exclusivamente, con aclaraciones indecisas de aquellas autoridades. D u r a n t e el período de los vedas ofrece la Medicina un carácter m a r c a d a m e n t e teùrgico, sin diferenciarse en el fondo de la de otros pueblos. D e s d e el p u n t o de v i s t a t e r a p é u t i c o d o m i n a n en los primeros t i e m p o s oraciones a los dioses, y en la época m á s reciente, las f ó r m u l a s mágicas y de encantamientos. E s característico, en la transmisión de las enferm e d a d e s por reglas mágicas, la apreciación h a b i t u a l de las semejanzas e x t e r n a s entre el a n i m a l y la e n f e r m e d a d , apreciación que, p o r lo demás, t a m b i é n se e n c u e n t r a t a n t o en la a n t i g u a H é l a d e e Italia como, incluso en la actualidad, en la Medicina popular de la E s t i r i a . Se procura t r a n s m i t i r la fiebre fría a la r a n a ; la ictericia al p a p a g a y o . L a t e r a p é u t i c a disponía en la f e c u n d a India de un arsenal s u m a m e n t e rico. Asumía, en p a r t e , los principios de una homeopatía p r i m i t i v a (3) : se prescribían flechas envenenadas contra el e n v e n e n a m i e n t o ; p l a n t a s amarillas contra la ictericia. La técnica quirúrgica, a p o y a d a en prác(1) Véase el capítulo referente a la Medicina de la Edad Media. En la corte de Mahmud vivió el más notable médico y escritor árabe de la Edad Media, el que mayor influjo literario ha ejercido: I B N - S I N A ( A V I C E N A ) . (2) CHARAKA y SUSRUTA se encuentran mencionados en una fuente muy valiosa, un manuscrito del año 450 d. de J. C., en corteza de abedul (el manucristo de Bower, así llamado por el nombre de su descubridor el teniente inglés Bower.) ( 3 ) Véase en la Edad Moderna el capítulo acerca de la Medicina de H A H N E M A N N . 2.

DIEPGEN : Hist. de la Medicina, 2.» edic.

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ticas mágico-simbólicas, con cuyos efectos sugestivos se contaba en parte ya a priori, alcanzó desde un principio alto grado de desarrollo (conocimiento de la castración, fijación de miembros artificiales, hábil tratamiento de las heridas de los guerreros). El equipo principal de los médicos vedas, que, al parecer, formaban ya una clase bastante especial, era una caja de hierbas, en la que llevaban consigo sus medicamentos.

La Medicina brahmáriica desmiente en muchas de sus afinidades sus relaciones con la de los vedas. Se desarrolló en un sistema teórico especulativo bien meditado, en el cual el elemento teúrgico queda relegado a segundo término, aunque sin llegar a desaparecer por completo. Sudhoff ha llamado justificadamente la atención acerca de lo que significa la circunstancia de que en la India, en vez del saber de casta que gobierna en Mesopotamia y en Egipto, nos encontramos con personalidades médicas particulares en los autores anteriormente mencionados, cuya individualidad científica representa un tipo nuevo y progresivo comparada con el esquema tradicional. Los conocimientos anatómicos tenían que continuar siendo también insuficientes, porque ya estaba severamente prohibido por la religión el contacto con los cadáveres. Si bien es cierto que, según Susruta, se eludía la prohibición haciendo macerar en agua el cadáver, que después se raía para que quedasen al descubierto las partes internas, los conocimientos, no obstante, se limitaban en lo esencial a la enumeración de las partes del cuerpo, que, en el fondo, sin más reflexión que la especulativa, a lo más a que se podía aspirar era apenas a la comprobación de la fidelidad en la reproducción de los designios de la Naturaleza. Así, por ejemplo, se distinguían 700 venas, que tenían su punto de partida en el ombligo y regaban el cuerpo, « como un jardín se ve cruzado por los canales del agua». También parten del ombligo los 24 nervios. De todas maneras, según las más recientes investigaciones parece ser que la Anatomía india no debía de presentar tan absoluta carencia de conocimientos como hasta la fecha se ha venido admitiendo. La Fisiología, como ya se ha aludido al hablar de los egipcios (1), y la veremos después en toda su extensión en la Medicina griega (2), se apoya en las teorías humorales. El sostén de la vida lo forman tres substancias elementales : aire, pituita y bilis, a las que algunos autores añaden todavía otra : la sangre (3). El aire tiene su asiento principal debajo del ombligo, la bilis entre el ombligo y el corazón, la pituita por encima de este último órgano. Pero, aparte de esto, se difunden dichos humores por todo el cuerpo para regular sus funciones : digestión, (1) Véase pág. 11. (2) Véase pág. 41. (3) Véanse los elementos de los griegos (pág. 41). De un modo análogo al pensar de los médicos griegos admite la Medicina india el predominio de la pituita en la infancia, de la bilis en la edad adulta, y del viento en la vejez. Se encuentra también en ella una doctrina de los temperamentos completamente semejante a la de los griegos (véase pág. 76).

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respiración, etc. En la digestión se forman, a expensas de los alimentos ingeridos, las siete substancias fundamentales del cuerpo, que, en el plazo de cinco días, v a n transformándose de una en otra del modo siguiente: quilo (humor linfosalival), sangre, carne, grasa, hueso, médula, semen (o, en la mujer, sangre menstrual). A estas siete substancias fundamentales corresponden otras siete impurezas: heces, orina, etc. La quinta-esencia de todas las substancias fundamentales es la fuerza vital, que como más delicada, oleosa, blanca y fría, se disemina por todo el cuerpo. Los padecimientos dependen de una alteración de las tres substancias elementales, y de aquí que Charaka a d m i t a tres grupos principales : dolencias causadas por el viento, por la pituita y por la bilis. Pueden también enfermar varios humores al mismo tiempo. Un cuarto grupo comprende las afecciones debidas a causas externas o por accidente, entre las que se mencionan la posesión por los demonios, el embrujamiento, maldiciones, etc., y las influencias de los espíritus malignos. Además del método de vida impropio, en el que influye mucho la alimentación inadecuada, además de la influencia del clima, estaciones, horas del día, y de las pasiones que pueden poner a los tres humores en una relación perfectamente determinada; y además de la herencia, se consideran también como causas de enfermedad, los pecados, ya se hayan cometido en esta vida o en otra anterior (según la doctrina de la regeneración). Se ha de creer en los de esta última cuando no es posible descubrir causa alguna visible y fracasan los métodos usuales de tratamiento, de igual modo que en las epidemias, en las que además hay que admitir como elementos etiológicos las emanaciones de las plantas venenosas y la influencia de los astros. La descripción de algunos cuadros clínicos, variedades endémicas de fiebre, cólera, disentería y lepra, revela una exposición completamente exacta de los síntomas, y el alto grado de perfeccionamiento alcanzado en el arte del diagnóstico. El médico debía poner a contribución todas sus facultades para conseguir avanzar en el conocimiento de la enfermedad, empezando por la auscultación de los ruidos del intestino y la palpación hasta llegar al examen de la orina con la lengua para apreciar el posible sabor dulce de aquélla en los casos de diabetes, la que, m u y verosímilmente, fueron los indios los primeros en reconocerla como enfermedad. Se exponían a conveniente consideración las manifestaciones del enfermo. Por primera vez sabemos que se procedió a la exploración del oído con un instrumento tubular introducido en el conducto auditivo externo. Se daba valor exagerado al examen del pulso, sobre el que podía influir en diversa forma cada uno de los tres humores. El pronóstico, como en la Mesopotamia (1), constituía una mezcla extraña del cuidadoso análisis de los síntomas y la apreciación, ya sentada de antemano y sin objeción, de las circunstancias externas, de los acontecimientos accidentales y de los sueños. (1) Véanse págs. 7 y 8.

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Así, por ejemplo, se considera como dato favorable para el pronóstico el que el comisionado, para avisar al médico, lleve vestidurasblancas y limpias. La longevidad se deduce por el hecho de tener grandes los pies, las manos o los pezones. En el arsenal terapéutico predominan los vegetales. Como remedios pertenecientes al reino animal figuran, entre otros, los huesos de cabra pulverizados, los colmillos de elefante y diversas variedades de leche, y también la orina, especialmente la de vaca, las heces, los cabellos y la sangre. Por otra parte, muchos de estos remedios indios se emplean aún en la actualidad. E n t r e los metales, el mercurio era el más apreciado, y quizá se deba a los indios su introducción en la terapéutica. Todas las formas de administración interna y externa de uso en el país les eran familiares. Contra las enfermedades producidas pollos pecados se emplean las penitencias, los rezos y las rogativas como única terapéutica. Sobre todo por la limpieza que presidía en las operaciones, forma primitiva de antisepsia, manifestación parcial del sentido de la pulcritud, característica del pueblo indio y estimulada de la manera más. próspera por el culto (1), por la técnica instrumental m u y perfeccionada y la gran destreza manual, rayó la Cirugía en la India a una altura asombrosa para aquella época. Sólo mencionaremos como ejemplolas más importantes de las intervenciones quirúrgicas: incisión de las paredes del vientre con abertura de la cavidad abdominal, sutura deasas intestinales, la talla, la operación de la catarata (que se considera invención de los indios), la extirpación de algunas neoplasias, y, sobre todo, la sustitución de partes perdidas del cuerpo por las llamadas, operaciones plásticas. El grado de perfección alcanzado en éstas se debió al derecho penal indio, que imponía como castigo de muchos. delitos la amputación de la nariz y orejas. Así aprendieron a t a p a r el defecto nasal seccionando un colgajo cutáneo de la frente, dándoleuna media vuelta o torsión para aplicarlo y suturarlo en el muñón de la nariz (rinoplastia india). Otro de los descubrimientos de los indios f u é la extracción pormedio del imán de las partículas de hierro puntiagudas introducidas, superficialmente en el cuerpo. Respecto de la asistencia a los partos normales, no se sabe con certeza si se confiaba a los médicos, a matronas especializadas, o sencillamente a las mujeres casadas. E n los casos de anomalías y en las. enfermedades ginecológicas se recurría ocasionalmente a aquéllos. La técnica se encontraba también relativamente adelantada. Se atrevían a grandes intervenciones (desprendimiento manual de la placenta, fraccionamiento del feto muerto, operación cesárea en caso de la (1) De modo análogo a lo que ocurría entre los egipcios y judíos, existían éntrelos indios prescripciones higiénico-religiosas que en la forma más meticulosa se extendían hasta los más nimios detalles de la vida diaria. Pero, sin el menor formulismo religioso, se concedía también gran valor en los escritos médicos a la higiene de la vida y se garantizaba la higiene pública por la ley escrita.

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muerte de la madre). Precisamente en lo relativo al puerperio y enfermedades de los niños es, sin duda alguna, en donde está representado muy frecuentemente el elemento supersticioso. La clase médica pertenecía durante el período brahmánico a una casta mixta bast a n t e elevada, la de los Ambastas. Según la tradición, procedían éstos por línea paterna de los sacerdotes brahmanes, dato por el cual, según Neuburger, junto con el gran número de semejanzas en el perfeccionamiento del discípulo de los brahmanes y del de los médicos, se señala el origen teúrgico de la medicina científica de los indios. Las condiciones del ejercicio médico se encontraban cuidadosamente reglamentadas. La autorización para ejercer, otorgada por el rey, separaba al médico del charlatán. Los primeros se formaban por medio de una cuidadosa enseñanza previa, que consistía en la explicación teórica de un libro conocido, y en la instrucción práctica bajo la dirección de un médico apto para este menester, se extendía la enseñanza tanto al campo de la medicina interna como al de la cirugía. La técnica operatoria se aprendía en modelos apropiados (secciones en los frutos, suturas en paños, cateterismos en maderas carcomidas, etc.). Los honorarios médicos no eran escasos. La ética de clase obligaba a la asistencia gratuita de los pobres ; prohibía, por el contrario, la asistencia médica a los criminales, a los expulsados de las castas, y a los que ejercían oficios despreciables, como cazadores, vendedores de pájaros, etc. Por motivos de perspicacia también se podía evitar el tratamiento de los enfermos incurables; de aquí la gran importancia del pronóstico. Ünicos en su clase son los hospitales para hombres y para animales creados por los indios ya con anterioridad a la E r a cristiana (bajo el rey Asoka, en el siglo m antes de Jesucristo).

2.

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La medicina de los chinos es tan sumamente antigua como su civilización. Se admite como fundador de aquélla al semilegendario emperador Shinnong, que se considera haber vivido hacia el año 3700 a. de J . C., y al que se le tiene como autor de una farmacopea vegetal. El mismo sistema médico-filosófico conceptuado como excesivamente especulativo se atribuye al emperador Hoang-Ti, dotado de sabiduría filosófica (hacia 2698-2590 a. de J . C.). A la codificación de esta doctrina se une una tradición de miles de años. Sin embargo, es característico en la China, de igual modo que en la India, que de esta tradición se destaquen algunas personalidades y autores m u y reputados, como Píen Ts'io que compuso, en el siglo v i a. de J . C., una obra «sobre enfermedades graves », si no fué primeramente anotada por su escuela; el famoso Chouen Y u I, en el siglo u a. de J . C., y Hoang-Fu (215-282 d. de J . C.) (que describe m u y detalladamente la acupuntura) (1). Aparte de estos datos, poco original se encuentra en la bibliografía médica ni, en general, en Medicina, porque la vida esencialmente espiritual del pueblo chino, dotado de t a n eminentes cualidades, con t a n t a imaginativa, pero aferrado a lo antiguo y aislado voluntariamente de todo extranjerismo, se h a entumecido en la tradición. Debe mencionarse además como obstáculo especial al desarrollo ulterior de la Medicina su desdichada concepción del Derecho. Al médico que se separaba del modo tradicional de proceder se le castigaba severamente, en ocasiones (1)

Véase pág. 24.

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hasta con pena de muerte, si el éxito no coronaba su tratamiento. Y así continuará por los viejos derroteros la medicina de los chinos hasta que den fruto los más recientes intentos de introducir la ciencia europea en el Imperio Chino. Los antiguos esfuerzos realizados en este sentido, y que datan de los siglos xvn y xvm, pueden considerarse como fracasados.

La Medicina indígena procede de un sistema filosófico-naturalista, que t r a t a de abarcar en conjunto todo el macrocosmos, y dentro de él al hombre como microcosmos. Preside este sistema el número cinco. De igual modo que se cuentan cinco cielos, cinco planetas, cinco períodos del año y del día, cinco tonos, cinco colores y cinco sabores diferentes, se distinguen también cinco elementos, que componen todo el mundo, incluso el cuerpo humano : madera, fuego, tierra, metal y agua. Además de estos elementos fundamentales, actúa como principio vital, t a n t o en el organismo humano como en el Universo, un contraste de fuerzas polares, que se designan con los nombres de Yang y de Yin, consideradas como principios masculino y femenino respectivamente, y que fluyen por el cuerpo, con la sangre y con el espíritu, imaginado unas veces líquido y otras gaseoso, por canales que unen los órganos. Todo el Universo se encuentra, asimismo, lleno de este espíritu vivificador que penetra en el embrión en el momento de la fecundación, y que, al respirar, se aspira del cielo y se renueva. Los chinos concedían a la respiración mayor importancia que a la sangre desde el punto de vista de la conservación de la vida. Se oponía al desarrollo de la Anatomía la idea de que el difunto, con su cuerpo mutilado, no podía ganar el reino de los muertos. Las autopsias efectuadas en los primeros tiempos en los cadáveres de los criminales, han quedado como hechos aislados. Se confundían nervios, músculos y vasos. Los órganos se describían de un modo completamente fantástico. Se admitían cinco órganos llamados principales : corazón, pulmones, ríñones, hígado y bazo, a los que se agregaban en concepto de auxiliares otros cinco : intestino delgado, intestino grueso, uréteres, vesícula biliar y estómago. En cada uno de los órganos principales domina un elemento determinado, a saber: en el corazón, el fuego ; en el riñon, el agua, etc. A cada uno corresponde un planeta especial, cierto color, una estación determinada, un sabor peculiar, etc., que ejercen su influencia sobre él, pero, además, una localización fija en la cabeza del hombre, por cuyas alteraciones puede reconocerse en el momento preciso el estado del órgano correspondiente, y también el pulso que le está destinado. Por último, cada órgano tiene otro órgano como madre, otro como hijo, otro como amigo y otro como enemigo (1). El funcionamiento de los órganos principales depende de la existencia de un órgano completamente fantástico, compuesto de tres partes, que lleva el nombre de San-tsiao. Se extiende desde la región cardíaca hasta una pulgada por debajo del ombligo. (1) Véase más adelante.

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La enfermedad consiste esencialmente en un trastorno del equilibrio interno ; en el microcosmos u hombre enfermo está p e r t u r b a d a la armonía del macrocosmos o Universo. L a enfermedad depende del predominio de Y a n g o de Yin y de la desproporción consiguiente de los elementos en el organismo. Como causas de enfermedad se admiten, a n t e todo, determinados venenos, que pueden introducirse por diferentes vías en el cuerpo, además del viento, el frío, la sequedad, la humedad, las contrariedades y los afectos, y, por último, los malos espíritus y muchos animales imaginarios. J u n t o a la descripción somera de síntomas aislados o de síndromes, elevándolos a la categoría de enfermedad, se deducen las buenas dotes de observación por la acert a d a exposición de los cuadros clínicos del sarampión, disentería, viruela, cólera, etc. El diagnóstico, p u r a m e n t e especulativo, se consigue por vías rapidísimas. Es característico de los chinos el exagerado valor concedido al pulso, de cuyos caracteres se hacen depender en primer término el diagnóstico, el pronóstico y el t r a t a m i e n t o de las enfermedades. Se funda dicho valor en la comparación del pulso con un instrumento de cuerda. Como en éste, pueden reconocerse en 'aquél armonías y discordancias. El examen del pulso exigía, en ocasiones, varias horas. Se realizaba en once puntos diferentes del cuerpo, entre otros debajo de las orejas, de los pezones, etc., pero principalmente en el antebrazo por encima de la muñeca. Así, por ejemplo, según las supuestas relaciones constantes del pulso con los órganos principales, el pulso notado desde el lado externo con el dedo anular corresponde a la derecha a los pulmones, a la izquierda al corazón; el pulso percibido con el dedo medio, corresponde a la derecha al bazo, a la izquierda al hígado. Cada uno de estos pulsos debe ser examinado de tres maneras, con presión ligera, mediana y enérgica. Como quiera que el pulso depende, además, de una serie de circunstancias extrañas, como la estación del año, sexo, edad, constitución de los enfermos, etc., se explica que los médicos chinos hayan llegado a distinguir unas 200 (I) variedades de él.

Además, se tenían en cuenta el examen de las secreciones, el de la t e m p e r a t u r a , que se apreciaba con la mano, y todo género de p a r t i c u laridades, incluso el color del pelo. Los chinos concedían importancia especial p a r a el diagnóstico a la inspección de la cara y al aspecto de la lengua. Así, por ejemplo, si el color rojo de la lengua, propio del corazón, se transformaba en el negro, o sea de los ríñones, era indicio de que el corazón (el fuego) había sido dominado por su enemigo los ríñones (el agua), y, por tanto, debía esperarse la muerte del enfermo. Para el médico chino los datos proporcionados por los mismos enfermos, sobre sus molestias no implicaban nada para establecer el diagnóstico.

La terapéutica consiste esencialmente en la administración de medicamentos internos. D a d a la idea i m p e r a n t e de que la Naturaleza debía de estar provista de un remedio específico p a r a cada enfermedad, se requería p a r a la terapéutica una cantidad e x o r b i t a n t e de las m á s diversas substancias.

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Muchas de éstas han sido comprobadas por la experiencia como verdaderos remedios, de cuya eficacia se ha aprovechado también la Medicina europea, tales como, por ejemplo, el ruibarbo, cuyo conocimiento se debe a los chinos, el hierro contra la enemia, el arsénico para las fiebres intermitentes y enfermedades de la piel, el mercurio contra la sífilis, la raíz del granado para expulsar los parásitos intestinales, el opio como calmante del dolor, y otros muchos. Pero a su lado figuran también como medicamentos productos repugnantes, cuyos efectos pudieran achacarse a la sugestión sobre el espíritu supersticioso del pueblo : lagartos, culebras, placenta humana, semen de hombre joven, administrado en forma de pildoras, bilis, sangre humana, especialmente la de los decapitados, cocimientos de carne humana que los hijos, llenos de piedad, se dejaban cortar de los brazos o de las piernas, para ofrecer un remedio fortificante a sus padres debilitados. Apoyándose en la doctrina filosófico-naturalista de la correspondencia que establece analogías entre el macrocosmos y el hombre como microcosmos, y confundiendo, además, las semejanzas externas con las verdaderas concordancias internas, se ha podido atribuir a las plantas medicinales, según su color y sabor, una acción específica. Los medicamentos rojos y amargos, por ejemplo, tenían predominantemente una naturaleza ígnea y obraban, por consiguiente, en primer término sobre el corazón. Contra las enfermedades de la parte superior del cuerpo influían sobre todo las partes que, como las yemas y las flores, sobresalían de la copa de las plantas. Por último, los efectos dependían también de la clase de terreno en que se hubiera cultivado la planta, del momento de la siembra, del modo de desecarla, etc. Los chinos tenían preferencia por los medicamentos m u y activos y las dosis elevadas. Con frecuencia prescribían varios litros de líquido. Además del tratamiento medicamentoso, se valían de procedimientos importantes, como la llamada moxibustión y la acupuntura. La primera consistía en pegar en diferentes puntos del cuerpo pequeños conos de mecha que se mantenían encendidos hasta consumirse; la segunda, en la introducción brusca de agujas largas y delgadas, acerca de cuyas particularidades existían prescripciones minuciosas ; se distinguían 388 puntos de aplicación en el cuerpo. La sangría fué mucho menos practicada por los chinos, temerosos de la sangre, que por los demás pueblos; en cambio, eran muy partidarios de la aplicación de ventosas secas, y sobre todo del masaje y de la gimnasia terapéutica. El elemento teúrgico dominaba menos en la medicina científica que en la popular. Especialmente cuando fracasaba el arte médico se recurría a los auxilios de Yopuongcho-Said, divinidad médica, que antes de ser elevada a la categoría de dios, había sido médico notable. Todo el aparato de los métodos curativos místicos se regía predominantemente por los sacerdotes de Taoiste. La medicina popular se valía de todos los medios que hemos visto empleados en la terapéutica primitiva de todos los pueblos. Para sus fines curativos también conocían los chinos el sueño en el templó y la interpretación de los sueños. Nulo era el desarrollo de la Obstetricia, de cuya práctica estaban casi excluidos los médicos, aun cuando se encuentran en los escritos antiguos consejos m u y dignos de atención acerca de la higiene del puerperio. El obstáculo principal al cultivo de la Cirugía lo formaban principalmente el horror a la sangre y las ideas, ya expuestas, sobre la mutilación del cuerpo. Así se comprende que se mantuviese en un

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e s t a d o primitivo. Para la narcosis se ingería u n a droga llamada Maijav, en c u y a c o m p o s i c i ó n e n t r a b a n el beleño, el e s t r a m o n i o , el c á ñ a m o i n d i o y otras plantas. E s m u y i n t e r e s a n t e el hecho de que los chinos conociesen y a desde a n t i g u o una especie de vacunación contra la viruela ; t o c a b a n la costra d e una pústula variolosa de u n enfermo l e v e con una torunda de a l g o d ó n , que se ponía en la nariz del niño i n o c u l a d o h a s t a conseguirse una erupción local. H a b l a en f a v o r de la inteligencia de aquel pueblo, el que se citara y a c o m o propia de él la s i s t e m a t i z a c i ó n , a n t e s que en E u r o p a , de la Medicina legal. Se p r o m u l g ó ésta por escrito en el a ñ o 1248 de la era cristiana. B i e n es v e r d a d que perdió m u c h o ele su valor por lo erróneo de los principios f u n d a m e n t a l e s en que se a p o y a . El ejercicio de la Medicina, dominado en absoluto por las especialidades, tiene en China poca reputación. Así como en los primeros siglos se regulaban cuidadosamente en público la enseñanza y los exámenes, en la actualidad puede ejercer la medicina todo aquel que lo desee, y aun cuando el verdadero médico tenga necesidad de estudiar en primer término los clásicos, con arreglo a las prescripciones antiguas, y perfeccionarse durante dos años como mínimo con la práctica de un colega de edad, no existe, sin embargo, realmente, el verdadero límite entre el charlatán y el médico. El pueblo en general, otorga su mayor confianza a los vástagos de una familia de médicos. Los honorarios son muy reducidos. La visita, unida a complicado ceremonial, se efectúa generalmente en las primeras horas de la mañana. El médico 110 debe repetir la visita sin nueva orden especial. Esto basta para que se haga imposible el examen exacto de los enfermos, y favorece la tendencia al cambio frecuente de médico.

3.

La Medicina japonesa

La Medicina en el Japón experimentó el intenso influjo de la China. Este influjo, que intervino primero en Corea, comenzó en el siglo v de la Era cristiana. La precede un período mítico que se remonta hasta el año 96 antes de Jesucristo, en el que la Medicina japonesa poseía un carácter empirico-teùrgico con gran predominio de elementos adquiridos por la experiencia (sangría, aguas minerales, hidroterapia, plantas medicinales). En el año 414 de nuestra era fué tratado a petición suya por un médico extranjero un emperador nipón, y 44 años más tarde se estableció de un modo definitivo un médico coreano en territorio japonés para ejercer la Medicina, cuya práctica se transmitió en su familia de generación en generación. La difusión del budismo desde Corea al Japón dió lugar a grandes progresos. Como los textos budistas estaban escritos en lenguaje chino, el conocimiento de éste era condición imprescindible para el estudio de aquéllos. Con tal fin se envió a la juventud a la misma China, y desde este momento se observa la influencia directa de la civilización china sobre la japonesa. Aparecen sucesivamente la introducción de obras chinas, el estudio de la Medicina china por los jóvenes japoneses y, por último (al comienzo del siglo vm), la fundación de escuelas de Medicina en la capital y las provincias del Japón, escuelas completamente impregnadas del espíritu chino. En el período Kamakura (1187-1333), época de gobierno militar, que, con sus grandes transformaciones políticas, fué despertando un verdadero sentimiento nacional, comienzan ligeros ataques contra la tradición china ; pero esta reacción no empieza a dar, en rigor, sus frutos hasta el siglo xvi.

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después de haber estado antes estacionada largo tiempo la ciencia a causa del derrumbamiento político del país por la guerra civil. Como principales representantes de la medicina japonesa se han de mencionar dos hombres esclarecidos : Dosan Manase y Tokuhon Nagata, este último invocado en múltiples ocasiones como el Hipócrates japonés. El primero expuso una clasificación de las enfermedades, diferenciando, él y otros, las afecciones causadas por neuma, frío, calor o humedad (1). El segundo declara, como la misión principal de la Medicina, secundar la fuerza curativa de la Naturaleza (2). Importa, en primer término, conocer las causas de la enfermedad. Desaprueba la tenaz perseverancia en la tradición, y sabe apreciar el valor de las influencias ejercidas sobre el ánimo del enfermo. A pesar de todo, en los tiempos sucesivos vuelve a ser muy pronunciado el influjo chino en el campo de la Medicina al evolucionar aquélla paralelamente con la aparición del confucianismo. Desde el siglo x v n compite en este terreno la Medicina europea, introducida en primer término por los holandeses, que influye primeramente en la Cirugía, para ir determinando, después, una transformación de la Medicina japonesa en europea, que ha venido a completarse en los tiempos contemporáneos. Desde el siglo x v m , la Obstetricia, que anteriormente fué ya objeto de atenciones cuidadosas en el Japón, ha experimentado tal desarrollo, que aunque se base en principios europeos, podemos considerarlo como autónomo, y con resultados que no pueden ser más favorables. Los pertenecientes a la profesión médica se reclutaban en los tiempos antiguos preferentemente entre la nobleza más preclara, y sólo en ocasiones se dedicaban a ella los ancianos del pueblo. A partir del siglo x v n , con la introducción del sistema feudal que persistió hasta 1868, se establece la división de los médicos en dos categorías : de los principes y del pueblo. Los primeros gozaban de gran reputación, eran objeto de grandes distinciones y cobraban, como médicos de cámara de la Grandeza, un estipendio determinado, pero consideraban su profesión indigna, en rigor, de su nacimiento aristocrático y únicamente la seguían cuando, por su salud, no eran aptos para el ejercicio de las armas. Esta falta de interés corría parejas con lo limitado de su saber. Los últimos, al contrario, consideraban su carrera como elevación de clase. A pesar de ello, eran poco considerados y hasta dependían, en cuanto a sus mezquinas pagas, de la buena voluntad de los enfermos, porque, según las leyes, se les prohibía la petición directa de los honorarios. Las escuelas primitivas de Medicina, de que ya hemos hablado, fueron reemplazadas más tarde por la enseñanza privada, que se efectuaba de igual modo que en China. También en el Imperio del Sol naciente solía heredarse la profesión de padres a hijos. El perfeccionamiento de ésta, sin embargo, no acostumbraba a deberse al mismo padre, sino a sus amigos.

APÉNDICE

La Medicina de los aztecas La Medicina y civilización que los españoles encontraron en la América Central ofrecían grandes analogías y coincidencias con las de los pueblos que hasta ahora hemos estudiado. También se asemejan a ellos respecto de la teurgia y el empirismo. En las teorías acerca de la enfermedad concedían los aztecas cierta significación a los humores (1) Véanse págs. 36 y 41. (2) Véase pág. 44.

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del organismo. El pronóstico y el diagnóstico se fundaban, lo mismo que en la Mesopotamia (1) y en todos los pueblos primitivos, en los presagios, sueños y visiones. Al propio tiempo, se concedía importancia (y también en la terapéutica) a las fuerzas celestiales y a la situación de las estrellas. Por lo demás, estaban en posesión de un abundante arsenal terapéutico, con medicación, dietética e hidroterapia en parte muy racionales. De las intervenciones quirúrgicas se conocían, entre otras, la sangría, dilatación de abscesos, sutura de las heridas con pelo natural, reducción de luxaciones y tratamiento de las fracturas con vendajes endurecidos. Su Medicina lleva en sí cierto sello higiénico en el modo de conceptuar el mundo y en el género de vida. La asistencia a los partos se llevaba a cabo con gran habilidad y exclusivamente por comadronas. Éstas no se detenían tamppco ante la realización de operaciones importantes, como, por ejemplo, el fraccionamiento del feto en las posiciones viciosas que no habían podido ser corregidas por maniobras externas. Los médicos constituían una clase privilegiada al lado de los verdaderos representantes de la ciencia, los sacerdotes, como ocurre en otros pueblos civilizados. (1)

Véase pág. 5.

III. La Medicina griega 1.

Introducción

Una ojeada de conjunto a la Medicina de los pueblos que hemos estudiado nos demuestra lo sorprendentes que son, incluso en las razas primitivas separadas en lejanos mundos, las notables coincidencias y semejanzas, no sólo respecto de las concepciones teóricas, sino también de las aplicaciones prácticas, tanto en sus grandes rasgos como en las pequeñas particularidades. En todos ellos, además de los restos del empirismo de los tiempos primitivos, se basan las teorías acerca de la esencia de la vida y de la enfermedad en la comparación entre el hombre y el macrocosmos y en la supuesta relación de aquél con el Universo. En algunos pueblos que, como la Mesopotamia, identifican los astros con los dioses y la concepción del mundo con la religión, aparece ya, sin más requisitos, el carácter teúrgico de la Medicina ; en otros se establece, de un modo indirecto, la unión del sistema religioso con el arte de curar. Sus resultados fueron las relaciones más o menos íntimas entre los sacerdotes y la clase médica. En la Mesopotamia, y también, aun cuando de un modo menos señalado, entre egipcios, judíos, indios y chinos, aparece igualmente la influencia astrológica. A consecuencia de la falta de estudio en los cadáveres, la Anatomía se encuentra en todos estos pueblos dominada por consideraciones de orden especulativo ; los indios, y de igual modo los egipcios, transforman, a costa de la verdad, y encariñados con ciertas teorías numéricas y que corresponden a las ideas de la antigua Babilonia, la enumeración de las visceras y huesos en un sistema antinatural. En la India, lo mismo que en la Mesopotamia, se personificaban las hierbas medicinales. Las fórmulas de conjuro de los primitivos pobladores de la India coinciden casi con los aforismos de la vieja Germania (con las palabras mágicas de Merseburgo). Si alguna vez se llega a la concepción puramente natural, de la enfermedad, se ve casi siempre que existe la tendencia generalizada a eslabonar el proceso morboso con la alteración de los humores del

Introducción

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cuerpo. Éstos aparecen como portadores de la vida. En cambio, queda relegado a segundo término el valor extraordinario que se daba en ocasiones a la respiración como principio vital (teorías neumáticas). E n la patología humoral de los griegos (1) pudo elevarse esta doctrina hasta alcanzar la primacía por espacio de miles de años. Muy temprano aparece con ella entre los antiguos egipcios, aun cuando débilmente bosquejada, la relación del organismo con los cuatro productos que, como los cuatro elementos de Empédocles, desempeñaban papel t a n importante en la patología humoral de los griegos (2): tierra, agua, fuego y aire, con los cuales los egipcios compararon las partes sólidas y líquidas del organismo, su calor y su respiración. Se encuentran también entre los chinos y, sobre todo, en los indios, semejanzas con la doctrina humoral de los griegos. Las analogías entre las Medicinas india y helénica son, en general, tan numerosas que han inducido a privar a la primera de toda personalidad e independencia, opinión que, por otra parte, es ya difícil de sustentar si se tienen en cuenta las recientes investigaciones históricas. Se admite actualmente que si bien los indios han recogido, en realidad, elementos extraños, sus ideas referentes a la Medicina, no obstante, han sido completamente originales. Para interpretar las muchas semejanzas (de las cuales sólo podemos señalar aquí algunos ejemplos) no basta con seguridad con el llamado por Bastían pensamiento internacional, en virtud del cual lo común de la naturaleza humana conduce, en general, por las mismas necesidades a las mismas ideas. Cierto que estos factores pueden indicar al hombre en las más diferentes partes del globo las mismas hierbas medicinales si la naturaleza del país las ofrece; la personificación de las plantas curativas, y la confusión entre los síntomas y la enfermedad, que encontramos en todos los pueblos, pueden basarse en este rasgo común ; algunos métodos teúrgicos, como la costumbre corriente del sueño en el templo (3) no sólo entre los caldeos, egipcios y griegos, sino también entre otros pueblos, pueden asimismo haber dado ocasión al pensamiento común de la veneración a Dios. Pero las concordancias detalladas, o bien indican, como el conjuro indio y el aforismo germano, una patria común de todos los pueblos (arios primitivos), o bien suponen relaciones políticas y culturales, que dan lugar al intercambio de ideas. Como ha podido demostrarse por los hallazgos de tablillas de arcilla de Tell-el-Amarna, en Egipto (4), existía en aquella época este interesante intercambio entre los pueblos de la cuenca del Nilo y los babilonios. Parece demostrado también que ya en tiempos muy remotos relaciones análogas unían a Babilonia con el Oriente, y es de creer que, muchos miles de años antes de nuestra Era, se desarrollaba entre los pueblos civilizados un comercio mundial del que antes apenas se (1) (2) (3) (4)

Véase pág. 41. Véanse págs. 11 y 36. Véase pág. 24. Véase pág. 11.

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La Medicina griega

tenía noticia y que fácilmente pudo originar un intercambio de conocimientos médicos. Imágenes de animales indios en un obelisco de Nínive indican las relaciones que unían a Babilonia y Asiría, a través de Persia, con la India. Ya con anterioridad al año 900 a. de J. C., los asirios acudían, según parece, al mar de Oriente, en busca de ámbar amarillo. El comercio de drogas en tiempo de los fenicios llevaba medicamentos desde el Asia Menor a Egipto (1). Provisionalmente, sólo por conjeturas podemos comprender cómo influyeron las relaciones de los pueblos civilizados entre el Eufrates y el Tigris en Oriente, en la India y en el Asia Oriental, y cómo desde aquéllos, por la unión primitiva de los pueblos a través de las cadenas de islas y corrientes marítimas, emigraron los beneficios de la Medicina por el Pacífico hacia América. Sabemos a punto fijo que, de este modo, ha llegado la Medicina china al Japón, que los chinos han aprendido el masaje y otras prácticas y teorías médicas de los indios, que la Medicina india ha penetrado en el Tibet, Ceylán, Cambodge y, por último, en Birmania, y, que, en sentido inverso, todavía antes de hundirse en el arabismo, se había admitido en la misma India gran número de elementos culturales de Grecia, con la que también se había relacionado por las expediciones de Alejandro Magno. Encuéntranse de nuevo en la Medicina helénica las ideas de los antiguos caldeos, de los egipcios y de los indios. También existen entre los griegos influencias astrológicas, teúrgicas y numerales. Bastará mencionar, como demostración de lo dicho, la doctrina de los números, de Pitágoras (2), la concepción de los días críticos, que para Galeno (3) se apoya en la acción de los astros, la Medicina en los templos de Esculapio (4). Tampoco faltó entre los griegos la posibilidad de entrar en contacto con civilizaciones extrañas a ellos. No dejaron escapar esta ocasión de aprender y acogieron de muy buen grado la cultura, ciencia y arte se les ofrecía en el Asia Menor y en las islas de la parte oriental del Mediterráneo. Pero llevaron a su ulterior desarrollo lo aceptado por ellos en una forma completamente original y diferente de la de los pueblos de que hemos hablado hasta ahora, con lo cual fundaron una Medicina que superaba en gran medida a las demás, y que, como toda la cultura helénica, sigue influyendo vitalmente y en múltiples direcciones aún en la actualidad. Sus médicos practicaban, aprendían y enseñaban a menudo fuera de los estrechos límites de su patria, en ocasiones incluso en contra de su voluntad y en su condición de prisioneros. Así nos cuenta Herodoto, que el médico griego Demócedes (siglo vi a. de J. C.)fué llamado por el rey de Persia, Darío, y después de haber tratado con éxito la torcedura del pie del monarca (5), fué retenido por la fuerza, aunque ocupando una brillante (1) (2) (3) (41 (5)

Véase Véase Véase Véase Véase

pág. pág. pág. pág. pág.

16. 35. 77. 32. 16.

Tiempos primitivos hasta la época de la Filosofía naturalista

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posición en la Corte, por tanto, en el centro de la antigua escritura médica cuneiforme. También cuenta Menon, el discípulo de Aristóteles, que un médico egipcio, Ninyas, vivía en Grecia en tiempo de Hipócrates. E n los escritos de éste (1) se designa expresamente la pimienta como remedio procedente de la India. Su contemporáneo Ctesias (2), médico de la escuela de Cnido, muestra haber orientado de tal manera sus conocimientos en 1? India, que es m u y verosímil que hubiese residido en aquella región.

2. Tiempos primitivos hasta la época de la Filosofía naturalista Acerca de la exuberante época más antigua de la civilización griega, desarrollada bajo la influencia oriental, y conocida con el nombre de cultura de Micrnas, sabemos aún muy poco para atrevernos a bosquejar un cuadro del aspecto de su Medicina. La fuente más antigua de ésta se encuentra en los poemas de Homero. Éstos vieron la luz en la Jonia, entre los años 900 a 800 a. de J. C. Aun cuando en ellos se utilizan mitos y leyendas de una época mucho más antigua, es indudable que revelan costumbres y usos del tiempo en que se produjeron.

La Medicina homérica es esencialmente popular. La descripción exacta de heridas complicadas presupone importantes conocimientos anatómicos. La iniciación de las teorías médicas se encuentra en los datos de que la tierra y el agua son los elementos en que se disuelve el cuerpo humano, de que los dioses no tienen sangre, sino linfa, porque no se alimentan de manjares terrestres, sino de néctar y ambrosía, de que algo, designado bajo diferentes nombres y concebido, en general, como una especie de neuma (3), aparece como el portador de la vida, y cuya pérdida, con la respiración y la sangre, es causa de la muerte. Como suele ocurrir en las civilizaciones primitivas, los métodos empíricos de tratamiento están mucho más desarrollados en el campo quirúrgico que en el de las enfermedades internas. Correspondiendo al carácter popular de la Medicina, vemos en los cantos de Homero que los mismos héroes de la guerra ejercen la Medicina, y especialmente la Cirugía. Aplican los vendajes y preparan bebidas vigorizantes. Entre los héroes de la Ilíada, figuran Machaon y Podalirios, los hijos de Esculapio, versados especialmente en cosas de Medicina, el primero como cirujano, y el segundo como médico. Pero, además de éstos, se habla también en los poemas de médicos, propiamente dichos, que ejercían la Medicina como único oficio. En la Odisea se hace mención de los representantes de la Medicina, los cuales (como los médicos de los indios primitivos) (4), (1) (2) (3) (4)

Véase Véase Véase Véase

pág. pág. pág. pág.

38. 38. 70. 18.

La Medicina griega

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recorrían los pueblos y eran llamados a domicilio para prestar asistencia a cambio de un estipendio.

De los poemas de Homero se deduce ya que entre los helenos, lo mismo que en los pueblos primitivos (1), las ideas animistas y religiosas no representaron más que un papel secundario al lado de los impulsos racionales y empíricos de la Medicina ; tanto es así que en la antigua Ilíada no se menciona todavía ningún procedimiento curativo místico-teúrgico, mientras que en la Odisea, obra más moderna, ya aparece unido el tratamiento de las heridas con los conjuros. En tiempos posteriores tuvo que desarrollarse aún más la Medicina místicoreligiosa. La facultad de producir hombres sanos o enfermos se ha atribuido en sus orígenes, no sólo por Homero, sino en general, como inherente a todas las divinidades. Posteriormente se consideraban portadores de las causas de salud y enfermedad a divinidades especiales y también a los demonios, esto es, a una serie innumerable de seres masculinos y femeninos, la mayoría colocados junto a los dioses. Como punto central de la Medicina helénica, de matiz pronunciadamente religioso, figura Esculapio, el dios médico por excelencia, acerca de cuya personalidad existen las más variadas leyendas que no podemos detenernos a detallar. Del nombre que se ha dado a los miembros de su familia parece deducirse que con él se pretende expresar de un modo alegórico la capacidad médica. Como mujer de Esculapio se designa a Epione (la calmante del dolor), como sus hijas a Hygieia (la higiene), laso (la que cura) y Panacea (la que todo lo cura). En los templos de Esculapio se aplicaba en primer término la medicina teùrgica de los helenos. Correspondía a la corriente principal de la religión griega, que obtuvo, con el tiempo, confirmación oficial y que representaba los puntos de vista racionalista, humano y estético. Además de aquélla existía otra segunda corriente, popular y religioso-tradicional, que encerraba el fetichismo a las piedras, a los árboles y a los animales, las creencias en los espíritus y demonios, y los encantamientos, así como otras representaciones primitivas. Paralelamente a esta segunda tendencia se desarrollaba una Medicina más popular que se valía de conjuros, exorcismos, amuletos y otros medios semejantes. Tanto la corriente religiosa como la médica persisten siempre, sin llegar nunca a perderse por completo, pero se destaca con más vigor la segunda sólo cuando la cultura helénica propiamente dicha se encuentra debilitada por influencias extrañas, sobre todo las orientales. Su verdadero florecimiento lo experimenta, por tanto, en el momento en que sucumbe el Helenismo.

Entre todas las comarcas del mundo griego, el templo de Esculapio considerado como el más antiguo era el de Trikka, en la Tesalia, y los más visitados los de Epidauros y Cos, y, muy posteriormente, también el de Pérgamo. En éstos, denominados Asclepieias, se empleaban los principales métodos curativos completados con el sueño en el templo. En el Asclepieion se acostaban los enfermos una o varias noches a los (1) Véase pág. 3.

Tiempos primitivos hasta la época de la Filosofía naturalista

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pies del dios de la Medicina. Durante el sueño solía aparecérseles Esculapio, quien les recomendaba los remedios oportunos para el tratamiento de su enfermedad. La interpretación del sueño corría a cargo del asclepíade, que hacía coincidir las supuestas indicaciones del dios, con lo que racionalmente parecía indicado para la dolencia del paciente. Algunas veces enviaban los enfermos, en su representación, a un pariente o a un amigo, para que durmiese en su lugar y recibiese las indicaciones divinas, o también relataban sus cuitas al asclepíade, para que éste «soñase » en su lugar. Es difícil deducir hasta qué punto existirían la farsa y el engaño, e, incluso suponiendo las mejores intenciones, hasta dónde intervendría la sugestión por parte de los asclepíades. Había, además, necesidad de demostrar el agradecimiento al dios, por el hecho de la feliz curación, con un regalo piadoso (además del donativo al sacerdote), que consistía generalmente en una representación de la parte curada del cuerpo, hecha con algún metal precioso, en marfil, mármol, etc., que quedaba expuesta en el templo con el fin de aumentar la fe de los enfermos que posteriormente acudieran. En algunos templos, y con el mismo objeto, se describía la enfermedad padecida y la curación lograda por Esculapio. Se ha admitido que la medicina laica ha utilizado para el estudio dichos informes como historias clínicas; pero en la mayoría de ellas se trata mucho más de fantasmagorías y ponderaciones y de reclamos para el dios, que de esforzarse en exponer racionalmente los síndromes morbosos y su tratamiento. Hoy se rechaza, en general, la errónea suposición de que la Medicina griega haya nacido en aquellos templos. La mayoría de éstos se pueden comparar con mayor exactitud a un lugar de peregrinación que a un lugar de cura o sanatorio. Sin embargo, no debe menospreciarse la fuerza sugestiva de la preparación previa de los enfermos por medio de ayunos, oraciones, baños de diferente género, así como por todo el aparato del culto. También podían obtenerse resultados favorables por las prescripciones racionales que el asclepíade dictaba, interpretando aparentemente las órdenes del dios, y que podían consistir en determinados regímenes, sangría, eméticos, purgantes, etc. Hay que añadir, además, los factores curativos naturales inherentes a la permanencia en los lugares santos, el clima, el aire de los bosques, el mar, los manantiales calientes en cuyas inmediaciones se encontraban, de ordinario, situados los asclepieions, y en tiempos posteriores también las variadas distracciones que se ofrecían al público en el teatro y en las carreras, recursos todos que utilizaban con asiduidad los enfermos y en cuyo fomento depositaban los directores su mayor confianza. Posteriormente trató el sacerdocio de entrar en relación cada vez más íntima con la Medicina racionalista. Tal vez entonces trataban simultáneamente a los pacientes médicos que practicaban tanto en estos templos como en otros puntos diferentes y con los que a menudo colaboraba la clase sacerdotal. Es de creer también que la clase médica, independiente del sacerdocio, se había sostenido desde los tiempos más antiguos del empirismo (1), porque, en primer término, los hijos heredaban la profesión (1) 3

Véase pág. 32. DIEPGEN

Hist

de la Medicina, 2 • edie.

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de los padres y eran educados por éstos en la Medicina, o porque recibían personalmente la enseñanza práctica de otros maestros. Las familias médicas derivaban preferentemente su árbol genealógico del propio Esculapio, y se titulaban ellas mismas asclepíades. Más adelante se aplicó también este nombre a los miembros de la corporación formada por los médicos y a los de su descendencia, educados en las llamadas escuelas de asclepfades. Estas escuelas se desarrollaron preferentemente en los templos de Esculapio, por verse en ellos la mayor abundancia de enfermos. Muy famosas llegaron a ser las escuelas de Rhodas, Crotona, Curene, Kos y Cnido. Después de concluidos los estudios teóricos y prácticos que iban unidos a enseñanzas clínicas, se procedía al ingreso del discípulo en la orden de los asclepíades. Para pertenecer a ella se debía prestar un juramento, cuya fórmula se encuentra en los escritos hipocráticos (1), y que refleja una ética profesional muy desarrollada. Había también médicos qüe no pertenecían a esta categoría. Posteriormente se extendió a aquéllos esta designación de asclepíades, de modo que llegó a abarcar a todos los médicos griegos.

El libre desenvolvimiento de la profesión médica, independientemente de la clase sacerdotal, ha ejercido la más próspera influencia en la ulterior formación de la Medicina helénica. Hay, además, que agradecer a la tendencia a la crítica razonada, característica del genio griego, unida a « una exuberante fantasía constructiva », el que la Medicina no degenerase, como en los demás pueblos, en un dogma rígido, por confundirse con la religión, sino que, al contrario, pudiera elevarse a la categoría de una ciencia, completamente ajena a todo elemento teùrgico. Depende también esto, por otra parte, de que en Grecia, donde no pudo desplegarse como en otros países el cerrado espíritu de castas, no llegó a existir un estado sacerdotal ilustrado como portador exclusivo de la ciencia, tal como estaban poseídos de ella los precursores de la cultura helénica : los caldeos y los egipcios.

3.

La Medicina en la época de los filósofos naturalistas

Así como la Medicina de las épocas ya expuestas presentaba un carácter teúrgico o empírico, y, en este último caso, con aspecto esencialmente popular, en las posteriores se ve sostenida y activada por el talento individual de algunos grandes pensadores, los filósofos naturalistas, que la erigieron sobre base teórica a sabiendas, pero puramente natural. Prescindiendo del método, con esto se señaló la hora del nacimiento de las Ciencias Naturales, en la acepción actual, y de la Medicina, orientada en el sentido de éstas y desposeída de la parte sobrenatural. El afán de llegar a conseguir una idea general satisfactoria de todas las cosas del mundo, condujo a estos pensadores a la especulación acerca de la ciencia de la Naturaleza. Thales de Mileto (640-548 a. de J. C.) (1) Véase pág. 38.

La Medicina en la época de la filosofía naturalista

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considera como principio original del mundo el agua ; su contemporáneo Anaximandro, la materia «infinita» ; Anaximenes (hacia el año 500 a. de J. C.), el aire, del que proceden todas las cosas por su dilución o concentración. Pero también el hombre, punto central del mundo, fué objeto de ferviente investigación. No se podía por menos que discutir los problemas médicos. Si bien eran los filósofos los que, apoyándose en las Ciencias Naturales, trataban de resolver estos problemas de la Medicina, con su especulación se eslabonaban múltiples veces hechos experimentales : se llegó tanto más a la comprensión de las necesidades de la clase, por cuanto en ella había médicos en toda la extensión de la palabra : hombres prácticos. Testimonio de su investigación empírica lo dan, entre otros, Xenofanes de Colofon (hacia el 580-520 a. de J. C.), que, al descubrir un pez fósil en el seno de la tierra, deduce de este hallazgo la demostración de que la Tierra se ha generado a expensas del mar ; Anaxágoras (500-428 a. de J . C.), que al practicar la sección del cerebro se fija en los ventrículos laterales y ve en ellos el órgano en que terminan todos los sentidos ; su contemporáneo Diógenes de Apolonia, que describió las arterias y venas, el ventrículo izquierdo como centro del neuma, el pulso como el latido de las venas, y considera el aire, principio espiritual, fuente de vida y de todas las funciones psíquicas, que penetra por la respiración en las venas, y por éstas se reparte por todo el cuerpo. Del primer vago presentimiento de la sumisión a leyes de todo fenómeno de la Naturaleza, como se anuncia en la creencia homérica del destino (las Parcas) y a la que estaban sujetos tanto los dioses como los hombres, se llega — y esto tiene también para la Medicina la mayor importancia — al conocimiento preciso de esta conformidad a las leyes. La acentuó con todas sus energías el filósofo Pitágoras (hacia 575-500 a. de J. C.), que la adquirió antes que nada para la Medicina con significación especial. Consideraba que la esencia de las cosas residía en el número, después de haber descubierto en un instrumento de una sola cuerda, el denominado monocordio, que los diferentes tonos se producían con arreglo a relaciones numéricas. La escuela fundada por él en Crotona, en suelo itálico, mantuvo relaciones con las de Medicina que en ella existían (1). La doctrina pitagórica — que no se refería exclusivamente a lo material, sino que colocaba también lo moral bajo la influencia de los números, puesto que, por ejemplo, concebía el siete como expresión de la salud, del amor y de la amistad, como armonías numéricas — no ejerció su influjo sobre la Medicina hasta después de la muerte de su fundador, cuando sobre la base de la doctrina pitagórica nació la de los días críticos (2). Pitágoras se había ocupado con éxito, además, de la enseñanza de la estructura del cuerpo humano, de la función de los sentidos, de la reproducción y del desarrollo, y del tratamiento de los enfermos. Sin embargo, ninguno de (1) (2)

Véase pág. 34. Véate pág. 42.

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los filósofos ha proporcionado tantos frutos a la Medicina como Alcmeón de Crotona, que era médico. Su juventud corresponde a la ancianidad de Pitágoras. Se coloca en íntima relación con los pitagóricos. Su fama se debe a sus estudios como anatómico y como fisiólogo. Fué el primero en reconocer el cerebro como órgano central de la actividad del espíritu ; pero debía ser también el órgano encargado de la producción del semen, que, según Alcmeón, existía en el hombre y en la mujer, de tal modo que, según el predominio de uno o de otro, resultaba el sexo del niño. De un modo completamente moderno estudió los trastornos que aparecen en los casos de conmoción cerebral y utilizó experiencias hechas en los animales para poner en claro determinados problemas fisiológicos. Merced a las autopsias en aquéllos le fué posible descubrir los nervios ópticos. Es indudable que observó la impresión de vacuidad que dan al tacto las arterias en el cadáver, puesto que establece la división explícita entre venas vacías (arterias en nuestra nomenclatura) y venas que conducen sangre. La doctrina siguiente, sustentada por Alcmeón, es la que ha ejercido influencia más directa sobre la Medicina ; la enfermedad depende de un trastorno en el equilibrio de las condiciones cualitativas en que se encuentra la materia de que se compone el cuerpo : lo húmedo y lo seco, lo caliente y lo frío, lo amargo y lo dulce, etc. ; la armonía de estas condiciones (1), a cuya mezcla le da el nombre de crasis, supone la salud (2). Su contemporáneo más joven, Parménides de Elea (hacia el año 504 a. de J. C.), admitía dos elementos : fuego y tierra ; consideraba, tanto la percepción como el pensamiento, como una mezcla de calor y frío. Si predomina el calor, el pensamiento es mejor y más claro, y viceversa. También la memoria y el olvido dependen de la forma en que están mezclados ambos elementos. La buena memoria supone el predominio del calor. Esta doctrina de las cualidades fué la precursora de la que aproximadamente medio siglo más tarde había de enunciar en Agrigento (actualmente Girgenti), en Sicilia, Empédocles, hombre de extraordinario relieve, que sobresalió con la mayor gloria en muchas esferas, de la vida práctica y científica. Como fisiólogo estudió la percepción sensorial, localizando la auditiva en el laberinto, y la respiración, que explicó de un modo físico-mecánico; según él, no sólo podía realizarse por las vías aéreas superiores, sino también por los poros de la piel; el aire respirado recorría todo el cuerpo por el sistema tubular de vasos de que estaba provisto. En lugar de la unidad de la materia, admitida por los filósofos anteriores, acerca de la cual, sin embargo,, ya se habían suscitado dudas, expuso como bases fundamentales de la misma cuatro cuerpos simples distintos, con elementos dotados de fuerzas : fuego, agua, tierra y aire. De ellos se compone todo lo que existe en el mundo, y a ellos corresponden las cuatro cualidades fundamentales, únicas en que creía Empédocles: calor y humedad, sequedad (1) Compárese el papel de la armonía en los pitagóricos (armonía de las esferas). (2) Nos encontramos por primera vez esta palabra como expresión de la mezcla de las condiciones cualitativas.

La época del hipocratismo

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y frío. De igual modo que con esta doctrina se presienten los albores de la Química, también se encierra en ella el germen de una concepción biológica de la vida y de la enfermedad. E l organismo humano, según Empédocles, se encuentra igualmente formado por estos elementos : por ejemplo, cuatro partes en peso de fuego, con otras dos partes de agua y otras dos de tierra* darían por resultado in vitro un trozo de hueso. La salud depende del equilibrio ; la enfermedad, de la desproporción de estos cuatro eleihentos. Al crear Empédocles el concepto de las más pequeñas partículas de la materia, en las que podían descomponerse de nuevo los elementos, partículas que en el cuerpo se tocan recíprocamente y se atraen, según la ley de atracción de lo semejante con lo semejante, y penetran por finísimos e indivisibles poros, de los cuales están compuestos todos los cuerpos, fué además el precursor de una segunda doctrina, que, si bien mucho menos directamente y sólo más tarde, debía influir a perpetuidad también sobre la Medicina : la doctrina de la formación del mundo por los átomos. Sus principales representantes son Leucipo y su discípulo, Demócrito de Abdera, que sobrepujó al maestro. Ambos pertenecen al siglo v antes de Jesucristo. Estos filósofos niegan la realidad de las cualidades, que son sencillamente subjetivas, puesto que la miel le sabe amarga al ictérico, y el agua y el aire nos parecen fríos o calientes, según que estemos o no calientes. No existen en realidad más que átomos y espacios vacíos. La materia está compuesta de átomos, o sea de las partículas más pequeñas posible, imperceptibles a simple vista e indivisibles, únicamente diferenciables por su forma (tamaño), y que ofrecen disposición y estratificación distintas. Demócrito, además, se ocupó prácticamente •de la Medicina, llevando a cabo estudios anatómicos en los animales, y escribió sobre diferentes problemas fisiológicos (procreación, impresiones sensoriales) y sobre distintos padecimientos (por ejemplo, la rabia).

4. a)

La época del hipocratismo

Las raíces de la Medicina hipocrática

Muy extendida estaba antes la creencia de que la Medicina había sido creada, por decirlo así, de la nada por las manos de Hipócrates, hasta tal punto que se tituló a éste el « Padre de la Medicina», y que la época más brillante de la de Grecia, apellidada hipocrática, representaba la iniciación de la medicina científica; pero desde hace mucho tiempo se han refutado ambos extremos por no corresponder a la verdad. Si bien es cierto que, si no como fundador, se ha de considerar a Hipócrates de Cos como el representante más eminente del hipocratismo —

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La Medicina griega

mérito que basta para hacer inmortal su nombre — , t a m b i é n lo es q u e las producciones de aquella Medicina arraigan i n t e n s a m e n t e con sinnúmero de fibras en el terreno preparado por los trabajos de sus precursores y por la cultura de su propia época para desarrollar sobre dicho terreno una florescencia inesperada. Esta labor encuentra su más notable expresión en la llamada Colección de escritos hipocrálicos (corpus hippocraticus), compendio de diferentes obras, unidas por una tradición de miles de años al nombre de Hipócrates, y cuyo número no se sabe aún a punto fijo, por cuanto no se ha podido resolver de un modo seguro cuáles de aquellos escritos son obra del mismo Hipócrates, cuáles pertenecen a otros autores y cuáles, por lo menos, corresponden al hipocratismo o se han producido bajo el influjo de otras escuelas diferentes, a pesar de que en la Biblioteca de los Ptolomeos, en el siglo n i antes de Jesucristo, ya se trata de resolver este difícil problema (1). De todas maneras, parece ser que todas las obras correspondientes a la Colección hipocrática han sido escritas antes de la mitad del siglo iv antes de Jesucristo (2). Se deduce que todos estos trabajos no son obra de un mismo autor, por ser en ellos, no ya idénticas, sino reciprocamente contradictorias las concepciones de las causas y del tratamiento de las enfermedades. Asi se explica que la Medicina de los hipocráticos proceda de diferentes escuelas médicas. Las d o t e s de imaginación de los filósofos, a que a n t e s hemos a l u dido, n o h a n dejado de imprimir sus huellas en las escuelas médicas. La teoría médico-filosófica había entrado en ellas y s e n t a d o su d o g m a i n e q u í v o c o en la Medicina empírica de los asclepíades. La a n t i g u a concepción popular, comprobable y a en gran número de pueblos, d e que la enfermedad depende de una alteración de los humores orgánicos, se enlaza con la especulación filosófica, y conduce f i n a l m e n t e a reunir los cuatro elementos de E m p é d o c l e s (3) con los cuatro humores cardinales del cuerpo, q u e aparecen c o m o portadores de la vida, y a c u y a s anormalidades h a y que atribuir t o d a enfermedad, doctrina que acaba por penetrar después c i e n t í f i c a m e n t e en el hipocratismo (4). E x i s t e n tres escuelas c u y a influencia p u e d e reconocerse con claridad en l a colección hipocrática : la escuela médica de Cnido, ciudad de la c o s t a occidental del A s i a Menor, la de Cos, isla s i t u a d a frente a aquélla, y la d e n o m i n a d a escuela médica siciliana, procedente de los lugares d e Sicilia en q u e se c u l t i v a b a la ciencia. Cada una de estas escuelas tenía su aspecto característico, que, especialmente en las dos primeras, se exageraba hasta llegar a combatirse fundamentalmente. Los. médicos de Cnido, entre cuyos más distinguidos miembros figuraban Euryfon, Ctesias, poco más antiguo y casi contemporáneo de Hipócrates, y Crisipo, algo más moderno, mostraban marcada preferencia por la localización de la enfermedad. A causa de ella, (1) Véase pág. 54. (2) Del gran número de ediciones y traducciones antiguas y modernas del texto griego, no nos es posible indicar aquí más que la mejor traducción alemana, la de ROBERT FUCHS : Hippokrates' Sämtliche Werke, Munich, 1895-1900, que contiene, en 3 tomos, 55 trabajos. (3) Véase pág. 36. (4) Véase pág. 41.

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distinguían gran número de síntomas y síndromes como cuadros morbosos independientes, y su tratamiento era, en consecuencia, preferentemente local. A esto se debió que en la escuela de Cnido progresara la Cirugía, el tratamiento de las enfermedades de la mujer, y, lo que tiene mucha m a y o r importancia, el arte de conocer las enfermedades. La Medicina hipocrática debe también sus mejores métodos diagnósticos a los escritos en que se señala el influjo de esta escuela. Su principal defecto estriba en dar poca importancia al estado general de los enfermos y en el peligro de confundir los síntomas con la enfermedad. La escuela de Cos, a la que pertenece el gran Hipócrates, considera menos la localización de la enfermedad que el estado general causado por la misma. Su preocupación especial era saber cómo había de terminar la enfermedad, o sea el pronóstico. Encaminaba la investigación hacia la ley a que está sometida la enfermedad. Así ha llegado a la doctrina de las crisis y de los días críticos. Su tratamiento se dirigía menos a los signos locales que al estado general de los enfermos, y seguía diferentes vías según los casos. La escuela de Sicilia, en íntima conexión con las ideas de Empédocles, y a la que han pertenecido los discípulos de éste A c r o n y Pausanias, h a tratado, en primer lugar, de hacer aplicables las ideas filosóficas a la Medicina. H a investigado menos el lado empírico que el científico de ésta, como puede apreciarse en los notables progresos en la Anatomía y en la Fisiología, apoyados en su mayor parte en disecciones hechas en los animales. Se nota mucho en ella la influencia de Egipto. A la doctrina de la respiración, de Empédocles, se debe la gran importancia concedida al neuma, que desempeña, como principio vital, el principal papel para los médicos sicilianos, atribuyéndose muchas de las enfermedades a las perturbaciones del movimiento normal de aquel cuerpo.

No han sido sólo las corrientes de estas tres escuelas y el impulso de la Filosofía naturalista (1) los elementos que han concurrido en la Medicina hipocrática, sino que también han influido en ésta otros muchos del espíritu del tiempo que domina aquella época. El hipocratismo coincide con la fase de desarrollo de la vida griega que se conoce con el nombre de época de las luces. La misma madurez del sentido crítico, que llena las obras históricas de un Hecatedo, de un Herodoto y de un Tucídides, que da lugar a que un Protágoras separe el derecho penal de su amalgamamiento primitivo con lo religioso, el mismo predominio de lo personal que conduce al más alto grado de florecimiento posible a la Filosofía y al Arte de aquella brillante época de la vieja Hélade, sirve de base al médico hipocrático, reflexivo y sereno, para colocar la experiencia en lugar de la vaga especulación, une la teoría con la observación clínica que separa mucho más terminantemente que nunca la Medicina racional de la místico-religiosa, y aprende a que sus prescripciones sean acertadas teniendo m u y en cuenta la individualidad del paciente en cada caso particular. Algo de lo que encierra la Colección hipocrática está muy influido por los sofistas. E r a n éstos los oradores ambulantes, con m a y o r o menor base filosófica, pero, en. general, espíritus cultivados, que, deseosos de ilustrar al pueblo, discutían con pala-

(1) E s innegable, por ejemplo, el influjo de Diógenes de Apolonia, pág. 35, en el Corpus hippocraticum.

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bra, no siempre profundamente reflexiva, pero a menudo brillante, los problemas de la época. El hecho de que se ocupasen de cosas médicas, es clara demostración de la importancia que concedían los griegos cultos a la Medicina. Un escrito absolutamente sofístico de la Colección, el titulado «Del Arte », marcada oración de este género, cuyo autor es un «ilustrado », como hace notar en la obra, que indica como única fuente de los conocimientos médicos y de la Ciencia en general la percepción sensorial, que acentúa la limitación del saber humano, no sólo respecto de la Medicina, sino también de toda ciencia, y que representa a la verdadera ética médico-hipocrática, nos da la prueba más evidente de que mucho de lo característico del hipocratismo, como algunas de las ideas especialmente representadas por él en Medicina, derivaron y también se desenvolvieron por el espíritu de la época. En la práctica, por último, los hipocráticos han recogido a manos llenas, aunque con espíritu crítico independiente, elementos procedentes de la Medicina popular, llevando con gran frecuencia el sello de origen de las palestras y de los gimnasios (1).

b)

Hipócrates y las producciones de la Medicina hipocrática

Las producciones médicas desarrolladas sobre estos principios se han personificado, por decirlo así, en el gran Hipócrates. La leyenda se posesionó muy pronto de la vida de Hipócrates, y todavía hoy circulan acerca de su isla natal, Cos, múltiples anécdotas que demuestran que siguen viviendo en el pueblo los recuerdos de su arte médico. Ya para Aristóteles, el Padre de la Medicina era casi un mito (2). Para nosotros su nombre apenas tiene mayor contenido que el de Homero. Lo comprobado, por decirlo así, desde el punto de vista histórico, queda pronto dicho: procedía de una antigua familia de asclepíades, y vió la lúa del mundo en el año 460 ó 459. Fué enviado por su padre Heráclides a estudiar medicina a la escuela de Cos; pero más adelante influyeron también en él otras orientaciones por sus viajes de estudio a través de Grecia, en los que recorrió, entre otros puntos, Tesalia, Tracia, la isla de Tasos, Escitia, en la comarca del mar de Azof, junto al Ponto Euxino, y quizá el Norte de Egipto. Entabló relaciones con Herodico de Selymbria, con el retórico Gorgias y con el filósofo Demócrito (3). Ejerció como médico en diferentes puntos de Grecia. Murió en el año 377 antes de Jesucristo, en Larisa. Todavía en el siglo n de la era cristiana se podía ver su tumba entre esta ciudad y Gyareta. Hipócrates tuvo dos hijos, Thessalos y Dracon. También se cuenta entre los más notables médicos de su escuela a su yerno Polybos.

(1) Véase pág. 52. (2) Véase pág. 49. (3) Véase pág. 37.

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Si bien no es posible, mientras no se resuelva con absoluta certeza el problema de la l e g i t i m i d a d de las obras de la Colección hipocrática, comprobar d e t a l l a d a m e n t e cuáles han sido escritas personalmente por el Maestro de Cos, se puede, sin embargo, afirmar, c o m o b a s t a n t e seguro, que f u é Hipócrates quien y a directamente, y a por mediación de sus discípulos, o por el influjo de su personalidad profesional prestó al conjunto la grandeza por la que se eleva este m o n u m e n t o de la bibliografía m é d i c a sobre t o d o s los demás de la A n t i g ü e d a d . E n este s e n t i d o , a esta Medicina, c u y o s destellos han llegado a nosotros, puede dársele el nombre de hipocrática. Sus rasgos característicos pueden resumirse del modo siguiente : La Anatomía hipocrática se ha basado esencialmente en las autopsias practicadas en los animales. No habían llegado todavía los hipocráticos a la disección sistemática de los cadáveres. Causas de esta paralización en el estudio fueron sin duda los prejuicios religiosos, y desde el punto de vista estético, el horror a los cadáveres. Los encontrados en las calles, el de algún extranjero arrojado por el mar a la playa, los de los criminales, otrecían, sin embargo, ocasiones aisladas, que no se desperdiciaban, para hacerse cargo del interior del organismo. También en la escuela médica siciliana se practicaron quizá disecciones poco detalladas. De todas maneras, se encuentran algunas descripciones muy acertadas, como el sistema óseo, la musculatura, e incluso ciertas particularidades de delicada organización, por ejemplo, la coyuntura del hombro, pequeños detalles de los ligamentos y uniones articulares, de igual modo que se conocía hasta cierto punto la estructura del corazón, hígado, bazo y peritoneo. Por otra parte, no faltan graves errores, y los órganos de los sentidos y algunas visceras se describen en forma sumamente defectuosa, confundiéndose los nervios, músculos y tendones. Del ovario nada se dice, ni tampoco de la elaboración del semen humano en el testículo. La Fisiología, apoyándose en los cuatro elementos de Empédocles, con sus cualidades : fuego, agua, aire y tierra, diferenciaba cuatro jugos cardinales (humores) (1): sangre, moco (flemapituita), bilis negra (melancolía) y bilis amarilla (cólera). Se producían por descomposición de los alimentos reducidos al estado líquido en el cuerpo. En último término dependía la vida del calor innato, alojado en el corazón (2). Este calor se alimentaba del aire exterior introducido por la respiración. Bajo su influjo se producían a expensas de los humores (en cierto modo, por una especie de destilación) las partes sólidas del cuerpo. Los humores, a su vez, se iban renovando por la ingestión de los alimentos. La salud depende del equilibrio de los cuatro humores y de sus cualidades respectivas, así como de su debida mezcla, de la eucrasia. La Patología busca la esencia de la enfermedad en una desviación de esta mezcla normal de los humores, en la denominada discrasia. En algunas obras, sin embargo, se hacen responsables de los padecimientos en último término, y en parte en forma declarada, a los trastornos del neuma. Estas discrasias pueden producirse por los más diversos factores: modo de vivir impropio, aire, viento, agua, astros, emana(1) Estos humores, sin embargo, no deben confundirse con los cuatro elementos. Esto ocurrió más tarde. Para H I P Ó C R A T E S , eran únicamente sus análogos en el organismo animal. (2) Afirmemos una vez más que estos escritos ofrecen muchas e importantes contradicciones ; así, por ejemplo, vemos que la respiración se concibe no sólo en la forma que luego expondremos, como destinada a la conservación del calor innato, sino también, en otros puntos, para refrescar el corazón; asimismo son diferentes la» opiniones respecto del número y nombres de los humores.

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ciones malsanas, influencias climatológicas, las diferentes estaciones (estas últimas influyen m u y especialmente en la producción de determinadas epidemias), venenos y animales venenosos, así como también causas que residen en el hombre mismo, como detención de las secreciones, pesares, etc. Conocían los hipocráticos los conceptos de la herencia y de la predisposición de la edad y del sexo : las mujeres, por ejemplo, presentan la tendencia a las hemorragias; los niños, a las convulsiones y a la disnea; los hombres, a la fiebre. Es muy expresiva la opinión sustentada en un escrito, contraria a que haya que buscar en la divinidad las causas de las dolencias. De la enfermedad divina de los escitas, la esterilidad, se dice: «También a mí me parece divina esta enfermedad; pero, igualmente que todas las demás, no considero a ninguna de ellas más divina ni más humana que las otras, sino todas iguales y todas divinas. Todas tienen sus causas naturales, y ninguna puede sobrevenir sin la Naturaleza. » La misma epilepsia, tenida, en general, por enfermedad sagrada, se considera muy sensatamente como padecimiento natural y relacionado con el cerebro. Por la discrasia llega a producirse la llamada materia morbosa. El curso ulterior depende de que la naturaleza, que es la única que posee la capacidad de curar, pueda, con su propia fuerza, la physis, dominar o no la materia morbosa. Bajo el influjo del calor innato, la physis hace pasar la materia del estado de crudeza, en que primero se halla y en el cual despliega sus perniciosos efectos en el organismo, a la fase de cocción. De igual modo que con el fruto verde, que se ablanda y madura por el sol, sucede también en el tubo gastrointestinal por el calor del cuerpo con el alimento ingerido, con la materia morbosa en los procesos patológicos locales por el calor orgánico aumentado localmente por el proceso inflamatorio, y en las enfermedades generales por la elevación de la temperatura de todo el cuerpo, la fiebre. Los productos obtenidos de esta cocción, y que puedan adoptarse a los humores humanos, se utilizan para la construcción y reparación de la substancia viva. Las escorias no cocidas, como el exceso fisiológico de la digestión y de la nutrición (heces, orina, sudor), deben eliminarse. Toda enfermedad evoluciona, por tanto, en tres períodos : el de crudeza (apepsia), el de cocción (pepsia) y el de eliminación (crisis). E n vez de esta eliminación definitiva, puede presentarse un sedimento de materia morbosa en cualquier punto del organismo (apostasis: apostema), como se observa, por ejemplo, la formación de un foco purulento después de la fiebre. Si este foco purulento se abre hacia el exterior, también queda terminado el proceso. La eliminación |incompleta conduce, por el contrario, a la prolongación de la enfermedad. La persistencia de residuos no cocidos produce las enfermedades, de mucha duración, las metástasis y las recidivas, así como también la repetición regular de la fiebre palúdica y de la fiebre recurrente. B a j ó l a impresión de hechos revelados por la experiencia, de que algunas enfermedades, como, verbigracia, la pulmonía, desarrolla cronológicamente un curso hasta cierto punto típico, pero, sobre todo, bajo el influjo de la doctrina pitagórica de los números, se fijó la aparición de la crisis en un día determinado. De este modo se funda la fantástica teoría de los días críticos. Según el tipo de la fiebre, podía esperarse la crisis en días fijos, de los cuales se tenían en cuenta sobre todo el 4.° y 7." y sus múltiplos. Si se producía el descenso de la fiebre o la supuesta eliminación de la materia morbosa en un día diferente, se reputaba esto como signo de que los esfuerzos de expulsión de la naturaleza no habían sido coronados por el éxito y se pronosticaba la muerte, o, por lo menos, la agravación, la recaída o una complicación de la enfermedad. Los hipocráticos, t a n sensatos y reflexivos por otra parte, no se valieron más que con reservas de esta doctrina de los días críticos que posteriormente, por su aplicación precipitada, y, sobre todo, por su combinación con la Astrología (1), se hizo verdade ramente funesta, (1)

Véase pág. 77.

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Los cuadros morbosos expuestos en la colección hipocrática son vivo testimonio de aguda perspicacia médica y de observación detenida. Algunas descripciones revelan el conocimiento de una anatomía patológica práctica. En ellas la confusión entre síntomas y enfermedad es mucho menor que en los sistemas médicos de épocas anteriores. Claro está que los síndromes descritos en aquella Colección no pueden colocarse, sin más ni más, al lado de nuestros grupos morbosos modernos, y algunos de sus conceptos son erróneos; así, por ejemplo, creían que el catarro de las vías aéreas superiores se producía por la caída gota a gota de la pituita desde el cerebro a través del etmoides ; pero muchos concuerdan en todo lo esencial con la clínica moderna del paludismo, de la fiebre tifoidea, influenza, sarampión, difteria, de la pleuresía y la pulmonía, que distinguían cuidadosamente una de otra, tuberculosis pulmonar, epilepsia e histerismo, fiebre puerperal, absceso nefrítico, litiasis renal y vesical, catarro de la vejiga, etc. Débese todo este adelanto al arle del diagnóstico, altamente desarrollado en el médico hipocrático. Es, en verdad, sorprendente que todo lo conseguido en este terreno en aquellos tiempos fuera olvidado, por desgracia para la humanidad, por las generaciones posteriores. No dejaron de prestar atención a todos los síntomas. La consideración detenida del estado general y de los signos perceptibles a simple examen apenas se diferencia de los métodos actuales, desde la actitud y la posición en la cama del paciente y su estado mental, hasta las anormalidades de los contornos del cuerpo. Describieron los síntomas orgánicos de manera tan completa y acabada, que todavía se expresan en la actualidad con el nombre de cara hipocrática (facies hippocratica). Utilizaban la palpación para comprobar la sensación dolorosa a la presión, y para deslindar las proporciones exactas de las diferentes formas de tumoraciones. Además del pulso y de la temperatura, que determinaban por la aplicación de la mano sobre el tórax, examinaban todas las secreciones y excreciones (deposiciones, orina, esputos, vómito, lágrimas, cerumen del oído, sudor y exudados de las heridas), por las cuales suponían que se eliminaba la materia morbosa. Se examinaban estos productos por su aspecto, su olor y algunas veces hasta por su sabor. Contribuían al diagnóstico hasta la acción de algunos medicamentos experimentalmente administrados, como, por ejemplo, algunos purgantes, y el estado del organismo después de ejercicios físicos algo intensos. Lo más admirable en los hipocráticos era el intento de llegar a un diagnóstico más preciso de las enfermedades de la cavidad torácica por medio de la aplicación del oído a la pared del tórax, llegando a dar importancia a variados estertores, roces y ruidos de chapoteo en diversas áfecciones del pulmón y de la pleura. Ensayo, que, aun cuando en realidad haya nacido en parte de concepciones inexactas, no puede negarse que contiene el germen de los métodos más eficaces del diagnóstico moderno (1). Repetidas veces han expresado los hipocráticos la importancia del reconocimiento de las alteraciones que pueden sobrevenir en el curso de la enfermedad, presagiando la terminación de ésta, es decir, haciendo resaltar el valor del pronóstico, tanto en interés de los enfermos, porque sólo de este modo se hace posible la intervención terapéutica oportuna, como en el del médico, ya que se deposita especial confianza en él cuando ocurre lo que ha profetizado. El médico hipocrático, analizando el estado general, con todos los síntomas objetivos y subjetivos, desde el punto de vista de la significación pronostica de los mismos, y comprendiendo la intima relación en que se encuentran con la esencia de la enfermedad, se halla muy lejos de la doctrina mecánica de los presagios, propia de la Medicina oriental. Como síntomas de pronóstico favorable figuran, entre otros, la respiración normal, el sueño tranquilo y sosegado, la (1) Véase pág. 12, acerca de los primeros pasos dados por los egipcios en materia de diagnóstico; así como también la Tercera parte de la presente obra.

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irrupción de sudores coincidiendo con descenso de la temperatura y el buen estado general, especialmente si aparecen en días críticos; y, como propios del pronóstico desfavorable, la permanencia en decúbito supino, sobre todo si se combina con la flexión de las piernas y la boca siempre abierta, y también el decúbito prono cuando no es habitual en el paciente, el rechinamiento de dientes, y movimientos como si el postrado por la fiebre quisiera recoger copos. La terapéutica hipocrática se inspiró en dos principios fundamentales o tesis : 1. a La verdadera curación de la enfermedad se produce por la phgsis o fuerza curativa de la naturaleza (1). La actividad del médico debe limitarse exclusivamente a favorecer o apoyar esta fuerza curativa. 2.» El principio supremo debe consistir en «ser útil, o por lo menos, no ser perjudicial». Por estos requisitos se indicaba al médico un tratamiento prudente, evitando todo aquello que pudiera resultar dañoso, consideración que resultaba doblemente valiosa y demostraba la elevada sabiduría médica en aquellos tiempos en que no había llegado a la perfección el conocimiento de la esencia de la enfermedad; el concepto acerca de la acción de los medicamentos y de sus eventuales propiedades tóxicas era deficiente, y la anatomía y técnica quirúrgica estaban poco adelantadas. E n primer término el médico tenía que prescribir, previa la cuidadosa atención a la idiosincrasia de los enfermos, cosa que no tenía nada de común con el esquematismo oriental, un régimen adecuado, métodos curativos físicos con reglamentación del género de vida, y distribución exacta del sueño, ejercicio y reposo; prescripciones todas que descendían, de manera sorprendente, hasta los más nimios detalles. E n muchas ocasiones pudiera creerse que se estaba oyendo acaso a un médico de sanatorio de estos días aconsejando a sus enfermos. E n las afecciones febriles, especialmente en su comienzo y hasta tanto que su curso no se manifestaba con claridad, se procedía con la mayor prudencia, conformándose con un régimen alimenticio ligero, pero capaz de sostener lo mejor posible las fuerzas del enfermo. E n este régimen desempeñaba papel predominante la tisana hipocrática, una especie de sopa de cebada. También eran aficionados a prescribir bebidas refrescantes y frías, como hidromiel, vino y leche. El tratamiento medicamentoso era sencillo. Se conocían relativamente pocos medicamentos, como el cocimiento de nabos, el eléboro blanco, el jugo del euforbio, el opio, la escila, el apio, la planta y la semilla de la adormidera (meconio), etc. Por regla general, no se administraban medicamentos hasta que se creía que la materia morbosa estaba ya en estado de cocción. E n dicho momento se procuraba favorecer la eliminación de las escorias por medio de enemas, purgantes, eméticos y diuréticos. Con el mismo objeto recurrían a la sangría, a las escarificaciones de la piel y a las ventosas. Las emisiones sanguíneas no se empleaban con desusada frecuencia, pero sí con gran intensidad en ocasiones. Para calmar el dolor se solía recurrir a chamuscamientos con el hierro candente. Entre los hipocráticos llegó a rayar a gran altura la Cirugía, tanto desde el punto de vista del diagnóstico como del tratamiento. La técnica de las operaciones, la preparación previa de los enfermos, el copioso instrumental, la asistencia, y los vendajes se describieron con tantos detalles que, en parte, su reseña puede servir de modeloTodavía en la actualidad se usa un típico vendaje de cabeza con el nombre de «caperuza de Hipócrates » (mitra hippocratis). El concepto de las heridas, de las fracturas y de las luxaciones coincide todavía en muchos aspectos con las ideas más modernas. Sin embargo, los médicos hipocráticos no podían lanzarse a practicar grandes operaciones a causa de lo imperfecto de la hemostasia en aquellos tiempos. Así, la amputa* ción sólo se llevaba a cabo en casos de gangrena de las extremidades, y, en realidad, seccionando el tejido gangrenado, en el que los vasos estaban ya destruidos, no en el (1)

Véase pág. 42.

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tejido sano. No obstante, llegaron a realizar algunas operaciones de verdadera importancia, como la abertura del cráneo (trepanación), de los abscesos del riñon, de las colecciones purulentas de la cavidad pleurítica, la operación de las hemorroides, la de la fístula de ano, en parte con el bisturí y en parte con el hierro candente, más seguro desde el punto de vista de las hemorragias, e incluso se llegó a operar con habilidad en las vías aéreas superiores. La Obstetricia y la Ginecología están menos adelantadas por la costumbre de dejar preferentemente en manos de las comadronas la exploración del aparato genital femenino y la asistencia a los partos, aun cuando, en ocasiones, se ponía a contribución la práctica especializada del médico no sólo en tocología, sino también en ginecología. Así dominaba, junto a observaciones de sano criterio, mucha teoría indecisa. La de que las anomalías del parto podían depender de la diferente posición del feto en el útero y dar motivo a una intervención inmediata, se encuentra, en parte, bien expuesta; pero a su lado volvían a encontrarse procedimientos rudos e inadecuados, como, por ejemplo, el sacudimiento de la embarazada con el fin de cambiar la posición del feto, etc. Junto a experiencias acertadas acerca de las irregularidades del período, que, sin embargo, se confunden con otras secreciones y flujos de Ja puérpera, acerca del prolapso de la vagina y de otras afecciones ginecológicas, se ven procedimientos absurdos de diagnóstico y de tratamiento, tomados de la medicina popular, como, por ejemplo, las fumigaciones de los órganos genitales para comprobar si una mujer es o no fecunda, y para la atracción o alejamiento de una matriz ectopiada cuya supuesta emigración por el cuerpo se atribuía al histerismo.

Por la sucinta selección de las producciones de la Medicina hipocrática, se ve evidentemente que su carácter imperecedero no depende de las verdades positivas que ha legado a la Medicina de todas las épocas, pues se encuentra en aquéllas mucha hojarasca, sino del espíritu, en medio de lo substancial, de que está revestido el conjunto, por el valor metodológico del hipocratismo. Hipócrates fué, como ha dicho Ilberg, un maestro que se preocupaba de que sus discípulos le superasen. Ha mostrado a los médicos una nueva ruta, el único camino verdadero para que la Medicina pudiese llegar a ser algo, al colocar la experiencia como base de la ciencia médica. La observación comparada de la experiencia continuamente repetida enseña a descartar lo «fortuito » y a abarcar, en último término, la multiplicidad y la variabilidad de los fenómenos en una unidad, en una ley, Así se llega a conocer la sistematización en las enfermedades. Incluso la misma teoría errónea de la cocción de la materia morbosa se eslabona con la experiencia. La observación, por ejemplo, del catarro, cuyo moco es primeramente viscoso, difícil de expulsar (crudo) y que después se transforma en más flúido y fácilmente eliminable (cocido), unida a la del calor de la fiebre, pudo sugerir la comparación con la cocción (por ejemplo, de un puré de guisantes). La pérdida de la voz observada en los suicidas que se habían seccionado la laringe condujo a la teoría errónea de que aquélla se producía en la tráquea. Fenómenos falsamente interpretados en las vivisecciones de los cerdos, se debieron a ideas equivocadas acerca del camino que siguen en el cuerpo los líquidos de glutidos. Pero, en cambio, en numerosas ocasiones la experiencia ha demostrado al

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médico hipocrático la exactitud de los hechos. A pesar de la equivocada base técnica de la patología humoral, esta experiencia le proporcionó éxitos a la cabecera del paciente, porque el tratamiento no tenía en cuenta un esquema teórico, sino toda la idiosincrasia de cada enfermo en particular. Esto y las sabias limitaciones enseñadas por el hipocratismo dentro de los límites de lo posiblemente asequible, señala a los hipocráticos como médicos incomparables. La necesidad, muy especialmente exigida por el gran médico de Cos, de penetrar desde el punto de vista filosófico-naturalista los problemas de todos los días, profundizaron este empirismo hasta convertirlo en ciencia. A todas estas ventajas hay que añadir aún la de una moral médica incorruptible. Eran requisitos imprescindibles formular las mayores exigencias respecto de las cualidades del médico, que sólo podia ostentarlas un hombre honorable en el sentido más amplio de la palabra. Sin consideración alguna al logro personal, debía el médico, con toda abnegación y renunciamiento, vivir exclusivamente para los enfermos. « E l amor al prójimo es el manantial del verdadero amor al arte.» Los honorarios debían calcularse con arreglo a la posición económica de los enfermos. Debe llamarse« sin falsa vergüenza ni susceptibilidad, a un compañero en consulta siempre que veamos que fracasa nuestro propio saber. Se afirma terminantemente la obligación de guardar el secreto profesional. Al ejercicio médico deben preceder estudios científicos. También nos encontramos, respecto de los deberes de los enfermos para con el médico, con palabras que conservan todo su valor incluso en la actualidad. Únicamente hay un punto de vista que se encuentra en contradicción con los sentimientos actuales, a saber: la de que los casos positivamente incurables debían excluirse del tratamiento médico. Se explica este modo de pensar, que, por otra parte, sólo se ve expresado de un modo terminante en los escritos sofistas, mencionados en la página 40, porque, según las ideas morales del hipocratismo, toda medida, sea del género aue fuese, tenía que estar justificada por su oportunidad y utilidad. Todo lo demás de la Colección hipocrática respecto de este asunto, no debe considerarse más que como advertencia en contra de los ensayos terapéuticos peligrosos y de las molestias innecesarias a los enfermos desahuciados.

c)

Las ramificaciones del hipocratismo en la Medicina dogmática

Siguiendo la costumbre de aquellos tiempos, los médicos hipocráticos abandonaban con frecuencia el punto de su residencia. Con ellos fué difundiéndose la medicina hipocrática por todas las regiones de Grecia hasta extenderse más allá de sus fronteras. Propagaron la fama del gran Hipócrates por las ciudades y cortes de los príncipes. Así, Thessalo (1) fué el médico de cabecera de Arquelao, rey de Macedonia ; Hipócrates IV, hijo de Dracon (2), salvó, cómo médico de la Corte, la vida de Roxana, mujer de Alejandro Magno ; Dexippos, discípulo di(1) Véase pág. 40. (2) Véase pág. 40.

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recto de Hipócrates, fué llamado por Hecatomnos, rey de Caria, para asistir en el campamento a dos príncipes gravemente enfermos. El intenso influjo ejercido por la ciencia filosófico-naturalista, el valor exagerado concedido a los datos obtenidos de un modo empírico, la necesidad de que el arte de curar, que tantos resultados prácticos tenía que ofrecer, fuese accesible a todos en un sistema uniforme, condujo a la producción dentro de la Medicina de una corriente de orientación deductiva, que se esforzaba — con tendencia filosófico-naturalista genuina — en considerar al hombre como parte del Universo, y en dar a la múltiple y variada doctrina hipocrática una forma general, y, por decirlo así, dogmática. Se denominan « dogmáticos » a los médicos que seguían tal corriente. Todos ellos trabajan apoyándose más o menos concretamente en el hipocratismo, pero trataron de llenar las lagunas que dejaba la observación auxiliándose con los trabajos especulativos. Entre los médicos más notables de aquel tiempo es preciso citar en primer término a Filistion de Locoi, de la escuela siciliana, joven contemporáneo de Platón (1). Además de admitir otras causas, consideraba la enfermedad, en el sentido neumático, como un trastorno de la respiración pulmonar y del cambio gaseoso por los poros de la piel, como Empédocles había enseñado. En el siglo iv a. de J. C.,se distingue, como anatómico y por su modo independiente de pensar en Medicina, Crisipo de Cnido. Éste rechaza la sangría y los purgantes, a cuyo empleo concedían tan gran importancia los hipocráticos, y recomienda en su lugar, por vez primera, las envolturas de brazos y piernas con vendas, por medio de las cuales podía hacerse descender el exceso de sangre, procedimiento largo tiempo mantenido después en sustitución y como complemento de la sangría. Como principal síntoma de la fiebre admite Crisipo el aumento del número de pulsaciones. En anatomía le sobrepuja indiscutiblemente Diocles de Carystos (comienzos del siglo iv a. de J. C.), de gran fama, formado bajo la influencia de la escuela siciliana, y que ejercía en Atenas. Menciona, entre otros, los siguientes órganos internos : la válvula íleocecal, los uréteres, los ovarios y los aviductos en la mujer. Fué un médico notable, muy hábil, a quien sus contemporáneos designaban con el nombre de « Hipócrates el Joven ». Por lo que se refiere a producciones positivas y a ideas de su profesión, es muy superior a todos los demás médicos de aquel tiempo. Nada demuestra mejor este aserto que su creencia de que la fiebre es únicamente un síntoma, consecuencia de la enfermedad y no la misma enfermedad, y por sus esfuerzos en penetrar, en general, la relación entre las causas de la enfermedad y los síntomas morbosos. En el tratamiento defendía, en conjunto, las sanas opiniones de los hipocráticos. También se le atribuye el libro, considerado el más antiguo sobre botánica médica, que imprimió sus huellas a través de Cráteres y Sextius Niger, hasta Dioscórides (2), y, que in(1) Véase pág. 48. (2) Véase pág. 69.

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fluyó aún, por intermedio de este último, en la farmacopea de los tiempos modernos. De gran renombre fué también el discípulo de Diocles de Carystos, Praxágoras de Cos, al que le corresponde el mérito especial de la doctrina del pulso ; a decir verdad, fué el primero que lo estimó científicamente en su aplicación al diagnóstico de la enfermedades. En la época que ahora nos ocupa se reavivó para la Medicina la importancia de la filosofía, aunque en sentido diferente que en el período de los filósofos naturalistas, y mucho menos inclinada al idealismo de Platón que al realismo de Aristóteles. De la gigantesca mentalidad de Platón (427-347, a. de J. C.), hay que esperar poco en favor de la Medicina, porque, según sus propias palabras, no consideraba el conocimiento de la Naturaleza más que como estudio secundario, como un entretenimiento, y, sobre todo, porque se declaraba resueltamente enemigo del mejor método del investigador naturalista y del médico, la experimentación. Su filosofía, que por el pensamiento exacto, sistemático, absolutamente sereno, no rara vez se puede perder de pronto en un mar sin límites, le condujo a una teoría del mundo de singular matiz ético. Admitía una analogía entre el hombre y el Universo. El cosmos y el hombre se componen de alma y cuerpo. La envoltura del alma del mundo es el cuerpo de éste, o sea el cielo. También cada uno de los astros tiene alma, que está formada por los mismos elementos que el alma del mundo y que el alma de los seres vivos de la tierra. Estas analogías llegaron a ser en siglos posteriores la base de errores médicos fatales (1). Enlazando su concepción natural del mundo con la ética, llega Platón a su doctrina de la evolución. Ofrece, por decirlo así, una copia de la concepción moderna, que admite un desarrollo de las especies encaminado al perfeccionamiento de las mismas. Las transformaciones del mundo orgánico se deben, según Platón, al predominio y a la atenuación del sentido de lo justo (Gomperz). El hombre, primer ser que apareció en la vida, desciende, por degeneración moral, a mujer, después a las diferentes especies del reino animal, hasta llegar, por último, a las plantas. En este proceso desempeña también cierto papel la transmigración de las almas. El alma humana se subdivide en el alma inmortal, que raciocina, localizada en el cerebro ; en la llamada alma afectiva (facultades sensitivas), que reside en el pecho, y en el alma de los apetitos, colocada por Platón en el vientre. Estas formas de alma se han tenido más tarde en la Filosofía como las portadoras de las diferentes funciones vitales (2). Sin representar, como hombre ajeno a la Medicina, un sistema sólidamente construido, adujo Platón en su Biología y en alguna de sus teorías accidentalmente expuestas, ideas acerca de la enfermedad, tomadas de las doctrinas de Pitágoras, de Empédocles y de otros filósofos, pero también con fundamentos hipocráticos y con (1) Véase la Segunda parte de este tomo. (2) Véase pág. 50.

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marcado influjo del elemento ético. Así, por ejemplo, el gran número de circunvoluciones del intestino han de estar destinadas a remediar la intemperancia, porque los residuos no aprovechables de los alimentos y bebidas se oponen a la expulsión rápida y, por tanto, impiden que se produzca en seguida una nueva plenitud. Las propias faltas aparecen como causa de enfermedad, en forma tan frecuente que llama la atención. En la discusión de los problemas biológicos y patológicos resaltan los esfuerzos de Platón al inquirir en todos ellos el fundamento o causa de los fenómenos, para contestar a la pregunta de por qué las cosas tienen que ser como son y no de otra manera. Esto le conduce a menudo a una peligrosa concepción teleológica de la doctrina médica científico-naturalista. «Sin Platón, no hubiera existido Aristóteles». Los estímulos de Platón al más grande de sus discípulos, fertilizaron ante todo la investigación de la Naturaleza, y con ella la Medicina. Ninguno de los antiguos filósofos ha ejercido para el desarrollo de ésta influencia tan intensa y tan largo tiempo sostenida como Aristóteles de Stagira (384 a 322 a. de J. C.), cuya genial inteligencia enciclopédica trató de abarcar todos los campos del saber y, por tanto, también las Ciencias Naturales y la Medicina (1). Sus resultados en la esfera de las ciencias naturales y médicas aparecen en forma muy característica como efecto de la peculiar combinación de la especulación pura y de la aplicación del método experimental, como correspondía al que era, a la vez, discípulo de Platón y miembro de una familia de asclepíades (2). Por esta unión se explicaban sus errores, en parte completamente aventurados, y, en compensación las producciones brillantes e imperecederas que debemos, en primer término, a lo profundo de su pensamiento y al poder extraordinario de su talento crítico. En cuanto a su método, fué en ocasiones abiertamente funesto, no sólo para él, sino también para las generaciones posteriores que continuaron edificando sobre la base de aquellas ideas, que atribuyese excesiva importancia a la deducción, o lo que es lo mismo al procedimiento de llegar a lo especial partiendo de lo general. Y lo general, no era muchas veces más que la propia opinión prejuzgada. La vía mejor, la inducción, o sea el método que consiste en elevarse desde la experiencia particular a las generalidades, a las leyes, propuesta también por Aristóteles, le condujo en no raras ocasiones a resultados erróneos, porque, de igual modo que Platón (3) no podía imaginar, por la teoría de la finalidad, cosa alguna sin determinado objeto, se prevenía en contra y se extraviaba hasta la observación incompleta e imperfecta de los hechos fundamentales. Así, fué posible que el cerebro, viscera a la que los investigadores anteriores, entre (1) Sobre todo se señala este influjo en GALENO (véase pág. 7 5 ) , que se apoya en ARISTÓTELES. Véase también la Medicina escolástica en la Segunda parte de este tomo. (2) Su padre era médico y asclepíade. (3) Véase su tendencia teleológica arriba descrita. 4

DIEPGEN

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ellos su maestro Platón, había señalado como centro de la inteligencia, fuera considerada por él como órgano frío e insensible, que tenía por objeto compensar el calor creciente del corazón. A los cuatro elementos de Empédocles añade Aristóteles otro, la substancia celeste o éter, que ocupa el « espacio más elevado del cielo ». Por lo que se refiere a la influencia de los astros sobre el hombre, como le enseña más adelante la Astrología médica (1), forma Aristóteles un importante eslabón intermedio. Las lagunas y defectos de la Anatomía de Aristóteles se explican por el hecho de que el filósofo no se había ocupado nunca en disecar cadáveres. Pero, en cambio, como sí lo había hecho con embriones humanos y animales, hizo progresar considerablemente en algunos puntos la Anatomíá comparada y la Embriología. Por primera vez separa las « partes homogéneas », los tejidos, de las « partes no homogéneas », los órganos, y se convierte, por tanto, por decirlo así, en el fundador teórico de la Anatomía general. Según sus ideas sobre la fisiología, el alma, con sus subalternas, en fuerzas que concurren a un fin apropiado, rige las diferentes funciones del cuerpo, sensibilidad, movimiento, nutrición y reproducción como almas de la nutrición, de la sensibilidad, etc. Con excepción de la inteligencia, colocaba todas estas almas en el corazón. É s t e era, por consiguiente, el centro de las funciones orgánicas. E n él residían el calor vital innato (2) y el neuma. Mediante éstos y valiéndose de la sangre se transmitían las funciones desde el corazón a todos los órganos y a t o d a s las partes del cuerpo. La utilización completa de los alimentos ingeridos para la construcción del cuerpo, le parecía a Aristóteles como una cocción producida por el calor vital (3), de la cual resultaban los humores como grados intermedios. La flema o pituita es el resultado de la primera cocción, o cocción provisional, y la sangre, el de la cocción última o definitiva. Esta última cocción se realizaba en el corazón, al que llegaba la masa desde el intestino por los vasos ; en el intestino quedaba detenido lo superfluo. Los productos de los diferentes grados de este proceso eran, por tanto, utilizados para la formación del cuerpo, en el cual, y sin más requisitos — idea de la finalidad —, cada substancia se dirigía a la parte del cuerpo donde su presencia era necesaria. En la procreación (4) representa el semen masculino el principio activo, estimulante del desarrollo, la fuerza. El semen femenino (la sangre menstrual) suministra el principio pasivo (la materia). De esta substancia se desenvuelve, por la acción inconsciente, pero sometida a un plan completo, del semen masculino, el embrión, de igual modo que del bloque de mármol brota la obra de arte por la acción consciente y completamente planeada del artista. El impulso está (1) Véase en la Segunda parte el capitulo que trata de la Astrología médica medieval. (2) Véase pág. 41. (3) Véase lo que hemos dicho a propósito de la cocción de la materia morbosa al hablar de H I P Ó C R A T E S , pág. 42. ( 4 ) Compárese la teoría de la fecundación de ALCMF.ÓN, pág. 3 6 .

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representado por las fuerzas psíquicas, que residen lo mismo en el semen masculino que en el femenino. Muchos de los animales inferiores carecen de sexo. Una parte de ellos, e incluso de los animales más superiores, como, por ejemplo, la anguila y la rana, nacen de un modo espontáneo a expensas de las substancias de descomposición. De un modo espontáneo, por procreación primitiva, se determina por la acción del calor sobre la tierra y la humedad, la formación de plantas y de animales, o sea que hay fuerzas eficaces que corresponden a las que acabamos de mencionar en la reproducción sexuada. Lo mejor de la fisiología de Aristóteles son sus investigaciones acerca de las funciones de los sentidos. Para no citar más que un ejemplo, basta recordar las observaciones verdaderamente notables acerca del acto de la visión, de la sensibilidad a la luz, de su percepción, etc. Los reducidos trabajos sobre la verdadera patología que se conservan entre los escritos del filósofo, cuyas obras de Medicina, propiamente dicha, se han perdido, no ofrecen originalidad alguna. Su doctrina fisiológica y sus teorías acerca de la fecundación, de la generación espontánea, y del desarrollo de los órganos son las que han dejado huellas más hondas para la posteridad. De igual modo se han perdido las obras en que su discípulo y sucesor en la dirección del Liceo, Theofrasto de Ereso (f 288-86, a la edad de 86 años), habla consignado todo lo referente a Medicina sobre la epilepsia, vértigos, peste, animales venenosos, fisiología de los órganos de los sentidos, etc. De las que se conservan, nos interesan, sobre todo, sus libros de botánica, en los que expone valiosos estudios acerca de la anatomía, fisiología, clasificación y enfermedades de las plantas y sobre jugos y venenos vegetales. De los demás discípulos de Aristóteles, reclama atención especial el ya citado Menon (1), por la gran importancia que ha adquirido, aunque sólo como fuente histórica, un resumen, conservado y corregido por mano de época más posterior, de una compilación médica compuesta con arreglo a su doctrina.

d)

El ejercicio de la Medicina

El ejercicio de la Medicina pertenecía en Grecia desde la Antigüedad a las profesiones libres. Todo aspirante a la profesión tenía que procurarse por sí mismo su perfeccionamiento, que adquiría ya en forma de enseñanza privada, ya asistiendo a alguna de las escuelas médicas anteriormente mencionadas. En el primer caso se iniciaba en la teoría con un médico de mayor edad, y en la práctica observando o prestando su asistencia como auxiliar a la cabecera del enfermo. Algunos, como Hipócrates, completaban su saber con viajes de estudio. No se exigía prueba alguna de suficiencia antes de dar comienzo al ejercicio de la profesión. A esto se debía que el médico instruido tuviese que soportar la competencia del charlatán. El curanderismo, por consiguiente, estaba en todo su apogeo. Sin embargo, sólo los médicos verdaderamente cultos adquirían el crédito y los honores del correcto ejercicio profesional, de lo Que no faltan (1)

Véase pág. 31.

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muchos testimonios como asimismo de la posición despreciable de los medicastros y de los elementos de escaso valor. Las especialidades apenas estaban desarrolladas ; los médicos se dedicaban a la vez a la cirugía y a la medicina. Se practicaba la medicina o bien con residencia fija o recorriendo el país, como lo hacían los llamados periodeuías, a cuya categoría pertenecían Hipócrates y sus hijos. El tratamiento se llevaba a cabo en la casa de los enfermos o en las iatreias. Eran éstas sitios destinados a la visita, de cuya disposición dan algunos detalles los escritos hipocráticos. En general, no permanecían en ellos los enfermos más que pasajeramente ; pero, en ocasiones, podían residir alguna vez más tiempo y ser allí atendidos. Principalmente servían para las intervenciones quirúrgicas y para la enseñanza de la Medicina. Su sostenimiento corría a cargo del correspondiente médico ; únicamente en los casos en que se trataba de los que desempeñaban algún cargo público, podían recibir algún apoyo pecuniario de los municipios. Se encontraban médicos con cargos públicos ya entre los jonios en tiempos de la Odisea, del propio modo que aparecen ya en los poemas de Homero médicos militares. En Atenas existían en el siglo vi, y, por lo que se deduce de las comedias de Aristófanes y de las inscripciones públicas, en el siglo v a. de J . C. Su número dependía del de los habitantes de la ciudad. Se nombraban por solicitud del interesado o por elección. Estos médicos oficiales trabajaban, por decirlo así, a cargo del erario público. Su sueldo se recogía por medio de una contribución especial. Así adquirían los vecinos el derecho a un tratamiento médico gratuito. Los honorarios por separado y el llamamiento de un médico especial constituían excepciones. Al paso que en los tiempos antiguos, y más recientemente en algunas ocasiones, los honorarios consistían en regalos, se introdujo desde los tiempos hipocráticos el pago en dinero. Estaba permitido exigirlo al comenzar el tratamiento, o, lo que es lo mismo, cobrar los honorarios por adelantado; pero los hipocráticos consideraban más justo diferir para más adelante esta discusión penosa a los enfermos. Además de los médicos propiamente dichos, ejercían la Medicina los profanos de todas las categorías, desde el que no sabía nada de la profesión hasta el semi-instruído. A ellos pertenecían, en primer término, los llamados gimnastas. Originariamente y con el nombre de pedoiribas tenían a su cargo la inspección de las palestras, délos gimnasios, como monitores y maestros de los ejercicios. Dada la frecuencia con que se producían lesiones en aquellos centros, pronto tuvieron ocasión de adquirir conocimientos quirúrgicos ; además, podían reunir datos respecto del mejor método de vida para el dedicado a los juegos olímpicos, y acerca de la educación física higiénicamente desarrollada. Aprovechaban ésta, no rara vez, para dedicarse a una especie de ejercicio de la Medicina y conseguían así, sobre el perfeccionamiento de la terapéutica físico-dietética, ciertos efectos, a menudo favorables. En cambio, con sus curas rutinarias, y con frecuencia penosísimas, no ocasionaban, a veces, más que desastres. Cuanto más se especializaban de esta suerte, tanto más derecho poseían a la denominación de gimnastas, llegando, de este modo, a ser considerados como representantes del arte de la higiene corporal. Algunos llegaron a tener gran clientela y a gozar de una consideración muy distinguida, como el anteriormente mencionado Herodicos de Selymbria, que sobresalió, por lo demás, como escritor, y al que hay que deberle el perfeccionamiento de la gimnasia curativa, si bien transpuso con exceso la meta debida. Como aquellos monitores tenían la misión de untar el cuerpo a los que iban a practicar los ejercicios gimnásticos, recibieron también, posteriormente, el nombre de iatroliptas (médicos que aplican pomadas). Desde los tiempos de Erasístrato se les aplicaba también, en un sentido más amplio, el de higienista. Sabido es cuánto hay que agradecer a la cultura helénica, a la cual, indudablemente, pudieron contribuir aquellos hombres, por sus desvelos en perfeccionar en habilidad y belleza la juventud de ambos sexos en la época de su desarrollo, por la

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práctica de una higiene razonada del cuerpo, por sus esfuerzos en favor del método de vida armónico sobre la base de la higiene (abluciones, baños, natación, masaje, •cuidados de la piel, etc.). Al lado de esta higiene privada, tan perfecta, se encuentra la notable iniciación en los requerimientos de la salud pública en las ciudades griegas, excelentemente predispuestas no sólo desde el punto de vista estético, sino, con mucha frecuencia, también del higiénico. Los gimnastas e iatroliptas constituían la transición a las formas más peligrosas del charlatanismo, los llamados rhizotomas (o sea los que recogen raíces) y los pharmacopolas. Los primeros recibieron aquel nombre por dedicar su actividad a reunir raíces medicinales que entregaban, con otras materias primas, a los médicos; los últimos eran comerciantes de substancias medicamentosas que solían vender en sus tiendas, además de estos remedios, otros artículos, curiosidades de toda clase, lentes de aumento, etc. Unos y otros, como los «perdidos » boticarios de la Edad Media, se entrometían con su charlatanismo y tenían tanta más clientela cuanto que su conciencia no estaba contenida por el freno de la ética hipocrática, que rechazaba como inmorales el aborto provocado y otras intervenciones. Se agregaba a esto, por último, todo género de charlatanes incultos, de uno y otro sexo, que, de igual modo que en nuestros tiempos, entre los mentecatos, que no todos llegan a serlo, obtenían pingües ingresos.

5.

La época de la Medicina alejandrina Escuela de Alejandría

Con las expediciones victoriosas de Alejandro Magno sobrevinieron en el mundo helénico y en el campo de la política, graves acontecimientos que costaron la libertad a la mayoría de los Estados griegos y que influyeron en el ulterior desarrollo total de la cultura, y, por tanto, de la Medicina. Desde la conquista de la India (327- 32o a. de J. C.). fué cada vez más evidente la intención de Alejandro de fundir las ramas oriental y helénica en una unidad cultural. Cuando sucumbió, prematuramente, en el año 323, sus sucesores dividieron el Imperio, pero se mantuvo la tendencia a la penetración civilizadora de Oriente y Occidente. En esta penetración quedó dominando la cultura griega, que, al fusionarse ambas, se desenvolvió directamente en bien de la civilización del mundo y de la humanidad. Así comienza la época del helenismo, si bien la misma Hélade quedó suplantada, pues el centro de la vida científica, política y cultural se desplazó hacia Oriente. Fueron sus núcleos las capitales de los imperios recientemente fundados. Ninguno de ellos fué tan importante para la conservación y desarrollo de la Medicina como Alejandría, fundada por el mismo Alejandro Magno, el año 332 a. de J. C., y que posteriormente fué elegida como residencia por la dinastía de los Ptolomeos, cuando les correspondió el Egipto en la división del Imperio. Los Ptolomeos dedicaron todos sus esfuerzos a convertir a Alejandría en una ciudad predilecta del arte y de la ciencia. Si bien continuada la corriente hacia Atenas,

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con el fin de adquirir una cultura de hombres de mundo, y conocer su refinado modo de vivir, fué el centro determinativo de todas las ciencias de la Filosofía, de las Matemáticas, de la Física, de la Zoología, Botánica y Medicina, que en suelo egipcio, ya de tiempo inmemorial había logrado brillante florecimiento. En Alejandría se compiló la Colección hipocrática, que, por este medio, se conservó para la posteridad. Llegaron a su mercado los productos de las maravillosas regiones de la India y de otras tierras de Oriente, y así tuvieron los médicos ocasión de conocer nuevos medicamentos. Pero, ante todo, se procedió por primera vez, por lo que sabemos hasta hoy en día, a abrir sistemáticamente los cadáveres humanos como objetos de estudio (1). Se ha de admitir lógicamente que la abertura para el embalsamamiento en el antiguo Egipto ha dado el primer impulso para estudios más profundos. Sea de ello lo que fuere, el resultado fué el inmediato desenvolvimiento de la Anatomía, base de todo saber médico. Si hemos de creer antiguos testimonios, no se retrocedía ante la idea de llevar a cabo, vivisecciones en los criminales condenados a muerte. No desmerecen de las producciones sorprendentes de un Euclides,. de un Arquímedes, de un Aristarco, etc., en el campo de las matemáticas y de las Ciencias Naturales, las de Herófilo y Erasístrato, anatómicos y médicos. Herófilo, nacido en Calcedonia hacia el año 300 a. de J. C., fué discípulo de Crisipo (2) y de Praxágoras (3). Como anatómico, estudió principalmente Herófilo el sistema nervioso; pero también enriqueció con datos muy valiosos tanto la enseñanza de los vasos y de las visceras como el conocimiento del globo ocular. Su descripción del cerebro y de las meninges se ha confirmado posteriormente en muchos de sus puntos. La designación con su nombre de determinadas partes del cerebro recuerda a los actuales anatómicos que fué él quien primeramente apreció las particularidades de las mismas. Diferenció los nervios en sensitivos y motores. Dió el nombre que lleva al duodeno, conoció probablemente los vasos quilíferos, el cristalino, el hígado y otras visceras, y tanto de todas ellas como de' los órganos genitales hizo descripciones bastante más completas que las de sus predecesores, y fué también quien consideró el testículo como el órgano productor del semen. Su Fisiología, bajo el influjo de las ideas de Aristóteles, se basa en la idea de ciertas fuerzas que actúan con un fin determinado (4) (fuerzas nutritiva, calorífera, sensitiva y pensadora, que se localizan, respectivamente, en el hígado, corazón, nervios y cerebro). En su Patología esencialmente humoral, se descubre el sano valor de la experiencia, y su persuasión del saber limitado del médico, en el (1) Se ha dicho ya en la página 41 que con anterioridad debían de haberse practicado algunas autopsias en cadáveres humanos. SIMÓN cree que, también en Alejandría, los hallazgos anatómicos no fueron más que ocasionales. (2) Véase pág. 47. (3) Véase pág. 48. (4) Véase pág. 50.

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sentido hipocrático. En el terreno clínico, su mayor mérito corresponde al desarrollo más perfecto de la doctrina del pulso enunciada por Praxágoras (1). Concedía tal valor a la apreciación objetiva del número de pulsaciones que las registraba con un reloj de agua para determinar en el febricitante el exceso del número de latidos de los que correspondían, como cifra normal, a las personas sanas de la misma edad. En su terapéutica, opuesta a las sencillas prescripciones del hipocratismo, se nota la influencia que sobre él ejerció el conocimiento del tesoro farmacológico de Oriente. Se dedicó con ahinco al estudio del gran número de medicamentos que le ofrecía el comercio, y estableció en provecho de la Terapéutica un complicado servicio para la provisión de remedios de todas partes. Herófilo, respecto de la esfera ginecológica, gozó de muy especial consideración entre las generaciones posteriores de médicos. Parece ser que se había ocupado de estos asuntos mucho más de lo que acostumbraban los hombres entonces. En Ginecología y en Obstetricia desarrolló puntos de vista muy sensatos, por ejemplo, acerca de las causas de los partos difíciles. Su contemporáneo Erasístrato (nacido en Julis, en Cheos, entre los años 310 y 300 a. de J. C.) desarrolla sus teorías influido por las de Aristóteles, Demócrito y Praxágoras. Debe la base de sus conocimientos a Crisipo de Cnido. Los resultados que expone se apoyan no sólo en especulaciones, sino también en autopsias de personas y animales, en experimentos en estos últimos y en lá experiencia clínica. Su fama como anatómico se debe a la excelente descripción del órgano cardíaco, de las partes aisladas del sistema vascular y nerviosos cerebrales, del estudio del cerebro y su superficie externa, cuya diferente riqueza de circunvoluciones la relaciona en el reino animal con el grado de inteligencia de cada especie. En la Fisiología de Erasístrato se desiste de las fuerzas ocultas, que parecían ofrecer, para Herófilo y otros, la solución sencilla de todos los problemas difíciles. Combinando la doctrina atomista de Demócrito (2) con la neumática, concibe el proceso de la vida en primer término desde un punto de vista mecánico. El neuma es el transmisor de la actividad natural de la vida ; penetra en el cuerpo, compuesto de invariables átomos, por la boca y por la nariz; llega primeramente a los pulmones, y desde ellos, por intermedio de las venas pulmonares, va al corazón izquierdo. Aquí se producen dos variedades de neuma, de las que una, el neuma vital, se difunde mediante las arterias, por todo el cuerpo, y realiza las funciones vegetativas ; la segunda variedad, el neuma anímico, llega al cerebro y determina el movimiento y la sensibilidad. La sangre formada a expensas de los alimentos ingeridos y conducida por las venas, sirve como alimento, que se absorbe por las paredes de los vasos. Es característica en la teoría mecánica de Erasístrato, la concepción del modo (1) Véase pág. 48. (2) Véase pág. 37.

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de realizarse el movimiento muscular en la caja torácica, para el cual el alma envía el neuma anímico al músculo correspondiente por el intermedio de los nervios, y el músculo, por la plenitud forzada de sus espacios huecos, se acorta ; así como también es digna de recuerdo la exposición del desmenuzamiento de los alimentos en el estómago por la presión lateral de los músculos, auxiliada por la acción del neuma, y, por último, la explicación del hambre, la sed, la respiración y otros fenómenos por el denominado horror vacuo (horror al vacío), según el cual jamás hay un espacio vacío, tendiéndose en todo momento a llenar inmediatamente cualquier oquedad. Normalmente, los conductos propios de conducción del neuma y los destinados a llevar la sangre (arterias y venas) están rigurosamente separados entre sí. El quebrantamiento de este principio es la causa más frecuente de enfermedad, trastorno mecánico que comúnmente sobreviene por exceso de sangre en las venas (plétora), debido casi siempre a alimentación excesiva. Por la exagerada repleción de sangre en las venas puede ocurrir que llegue aquélla a penetrar en el sistema arterial determinando una perturbación en el movimiento del neuma, tan importante para la vida. La vía por la cual se realiza esta penetración está representada por finas ramificaciones vasculares, normalmente impermeables, las anastomosis, que constituyen una unión anatómica entre arterias y venas. Por trastornos del movimiento del neuma se explican los diferentes síndromes morbosos, la fiebre, la inflamación, las parálisis, la epilepsia, la pleuresía, etc. En las heridas, a consecuencia del desgarro de las arterias y en virtud del horror al vacío, pasa la sangre desde las venas a las arterias, y éstas pueden sangrar, a pesar de que normalmente contienen neuma y nada de sangre. Así explicaba Erasístrato la cotidiana observación de la hemorragia a través de las arterias heridas, pérdida de sangre que podía contradecir su opinión de que aquéllos eran conductos del neuma. Erasístrato rechazaba por completo la patología humoral. Prueban lo fundado de sus investigaciones sus estudios anatomopatológicos ; así' ?{¿onoció en la ascitis la relación que existe entre ésta y el endurecimiento del hígado, y en los fallecidos a consecuencia de mordeduras de serpientes observó alteraciones en el hígado, en la vejiga y en el intestino grueso. Su terapéutica era muy cauta y adoptada a cada caso particular. Combatía la plétora por el régimen correspondiente, ejercicios gimnásticos de todo género, cambio de aires, baños, infinidad de aplicaciones externas, de cuya ejecución dió reglas excelentes, pero también por los purgantes, de los que sólo recomendaba los suavts o laxantes. Era decidido adversario de la sangría, a la que reemplazaba por la envoltura de las extremidades, como recomendaba su maestro Crisipo (1). Por medio de este procedimiento pretendía lograr, además de otras ventajas, la oclusión de las anastomosis, patológicamente abiertas. Erasístrato fué el inventor de diferentes instrumentos, entre otros, el catéter en (1) Véase pág. 47.

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forma de S, y un cuchillo anular para fraccionar el feto dentro del claustro materno. Consideraba como mucho más importante la profilaxis que el tratamiento de la enfermedad, demostración evidente de su elevada concepción acerca de los fines de la Medicina. El nombre de Higiene, introducido por Diocles (1), no se hizo t a n popular más que por el. Tanto a Herófilo como a Erasístrato, que con talla no igualada se destacaban en la época alejandrina, viene a sumarse la masa de los epígonos, cuyas doctrinas, semejantes a las de los dogmáticos partidarios del hipocratismo, quisieron representar conforme a las leyes de escuela, y que con toda intención se proclamaban herofilistas y eraslstratas, y con estos nombres se combatían, si bien sus opiniones se diferencian más en la forma que en el fondo. Apenas hicieron adelantar la Medicina, ni siquiera l a Anatomía, a pesar de la frecuencia con que subrayaban su importancia. E n su lugar, empezó a desplegarse cada vez en mayor escala la funesta influencia de la especulación. Los más brillantes días de la ciencia de Alejandría fueron, en general, 4 e m u y corta duración. Pronto se enfrió también el entusiasmo por sus progresos, calurosamente sentido en un principio por los mismos reyes. Sin embargo, todavía -siguió Alejandría por espacio de algunos siglos el renombrado manantial del saber, y especialmente del arte médico, incluso después de haberse convertido Roma en el centro de la vida espiritual de los pueblos.

En el siglo i a. de J . C., llegó a establecerse en las inmediaciones de Laodicea, en Menos Caru, frontera entre la Caria y la Frigia, una nueva colonia de la escuela de Herófilo, que disfrutó en su tiempo de gran prestigio. Entre otros, pertenecen a los herofilistas más eminentes, Mantias, que se distingue en terapéutica, cirugía y ginecología; Demetrio de Apameia, como tocólogo ; Baccheios de Tanagra y Heraclides de Eratra, en Jonia, como refundidores de los escritos hipocráticos ; Andreas de Carystos, como farmacólogo. Posteriormente, y como miembros de la segunda escuela, Zeuxis el Joven, Alejandro Filaletes, Dioscórides Facas, médico de Ptolomeo Auletes y de la reina Cleopatra, y Demóstenes Filaletes, de Massilia, el oculista más renombrado de la Antigüedad. Hacia mediados del primer siglo después de Jesucristo desaparece del mundo científico la escuela de los herofilistas. Los erasístratas tienen mucha menor importancia, porque tienden todavía más que los herofilistas al exclusivismo rutinario. Ya fueron menos considerados entre los médicos contemporáneos a causa de la defensa obstinada y hostil de las teorías del maestro, consideradas como viciosas. A pesar de todo, esta escuela tiene una vida más larga que la anterior, e incluso en el segundo siglo después de Jesucristo da señales de vida en Roma. Entre sus representantes más meritorios se destaca en primer término Marciano, contemporáneo de Galeno, que se distingue como anatómico. La mayoría de los erasístratas con-

(1)

Véase pág. 47.

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sideran la plétora de Erasístrato como el núcleo de la Patología. Por lo demás, desistían, si no abiertamente, por lo menos de hecho, de toda base científica de la Medicina, y basaban su terapéutica en un empirismo b a s t a n t e grosero. Una tercera escuela, originada en Alejandría, la Escuela

empírica

erige, con perfecto conocimiento de su posición especial, la experiencia práctica como única regla de conducta para el ejercicio de la Medicina. Nació de la meditada reacción contra la dirección dogmática especulativa, que en las observaciones de herofilistas y erasístratas era la que menos podía satisfacer al médico reflexivo. Su base es el escepticismo filosófico, entonces sumamente difundido y f u n d a d o por Pirron de Elis. Toman de él la doctrina de la imposibilidad del conocimiento objetivo y de la experiencia sensorial como única f u e n t e del saber. Lo único que le importa al empirismo es conocer lo que cura al enfermo, no los fundamentos científicos de la Medicina, absolutamente «imposibles» de colegir en último término. Por tanto, la p a r t e teórica, como la Anatomía y la Fisiología, resulta completamente superflua. Los métodos de conocimiento, reconocidos por todos los empíricos, y que Glauquias, hacia el año 180 a. de J . C., designó con el nombre de trípode empírico, son : la observación propia, que por la suma de las observaciones aisladas llega a convertirse en experiencia; la tradición de los axiomas fundados en la experiencia de los médicos m á s antiguos, y, finalmente, la deducción por analogía de lo semejante en los casos en que aparecen enfermedades hasta entonces desconocidas y en las que, por esta misma causa, fracasan los dos primeros métodos expuestos. A pesar de todos los peligros inherentes al hecho de separar de la Medicina su base teórica, el empirismo no sólo no ha ocasionado perjuicio alguno a la Medicina, sino que, por el contrario, se ha revelado b a j o muchos aspectos como m u y útil. Siguiendo el sistema metodista, la realización de los tres principios servía direct a m e n t e en muchos puntos de gran beneficio. E n la observación distinguían tres modalidades, de las que la segunda, la observación, auxiliada por los ensayos previamente realizados, es decir, el experimento, ha sido, en todos los tiempos, uno de los caminos más positivos de investigación para el médico. Parece también de gran valor que se exigiese a éste m u y encarecidamente, no sólo la simple observación, de la naturaleza propia de cada enfermedad, de sus causas y de la acción de los medicamentos, sino también el estudio de la constitución del enfermo, del sitio y fecha de la enfermedad, y si se consideraba insuficiente, la declaración del conjunto de síntomas observados en el padecimiento, y que para el diagnóstico exacto se tuviese como imprescindible la separación de los síntomas importantes de los no importantes. E s t a s ideas t a n bien orientadas son, en el fondo, las mismas de los hipocráticos. Con esta base, la escuela empírica, como el hipo-

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cratismo, ha enriquecido en algunos aspectos la Medicina práctica, y especialmente la experiencia clínica. Así, por ejemplo, Heraclides de Taras, el más distinguido de sus miembros (hacia el año 90 a. de J. C.), ha dado excelentes descripciones clínicas con la exposición exacta de sus síntomas, como eran casi siempre las de su fundador, el herofilista Filino de Cos (hacia el año 250 a. de J. C.). Se ocuparon con ahínco los empíricos del estudio de la Cirugía y de la Terapéutica. Muchos de los métodos quirúrgicos, que las generaciones posteriores han aplicado con éxito, se descubrieron y perfeccionaron entonces, como, por ejemplo, la técnica de la operación de la talla, tal como la describe Celso (1), la trituración de los cálculos vesicales, etc. Los progresos de la doctrina terapéutica se basan en el ensayo práctico, intervenido por los principios de la escuela, para comprobar la acción de los medicamentos. Empaña esta parte esplendorosa del empirismo su tendencia exclusivista. A pesar de su posición resueltamente opuesta a los dogmáticos, sus partidarios tenían en la práctica no pocos puntos de contacto. En efecto, no pudieron renunciar a los sofismas — que rechazaban — de la orientación especulativa al fundamentar sus propias teorías, y, en realidad, se han valido mucho de ellos. El estudio experimental de los medicamentos, impulsado por los empíricos, vino a satisfacer las aficiones propias de aquella época. E n efecto, existía entonces, incluso entre los profanos, especial predilección por las cosas de la Medicina, sobre todo, en lo que se refería al tratamiento medicamentoso. Las producciones literarias sobre este objeto, así como sobre otros de la Medicina o afines a ella, se escribían muchas veces en verso. Así se leyeron con asiduidad y se copiaron los poemas médico-didácticos del Nicandros (siglo n a. de J . C.), en los que se encuentra mencionada por vez primera la aplicación de las sanguijuelas. Gran reputación alcanzaron, además, los escritos sobre farmacología de Crateuas, médico de cámara de Mitrídates VI, eupator del Ponto (124 a 64 a. de J . C.). El mismo Mitrídates fué el más notable de los reyes de aquella época que se ocuparon, por afición, de investigaciones botánico-farmacológicas, especialmente de los venenos y sus antídotos, llevado menos por un impulso científico, que por el temor de ser asesinado, y con la idea de llegar a hacerse a si propio invulnerable, o de poder deshacerse, en caso necesario, de las personas que le desagradasen. Uno de los contravenenos universales, empleados por él, el denominado mitridaio, era uno de los medicamentos apreciados, todavía muy avanzada la E d a d Media. E n su composición figuraba, entre otras muchas substancias, sangre de patos del Ponto, que debía tener una acción antitóxica, porque dichos animales se mantenían, según se afirmaba, de plantas venenosas, y se consideraban, por tanto, como invulnerables a los venenos. E n honor de Mitrídates, varias plantas medicinales llevaron su nombre. Lo que en esta esfera por sus esfuerzos obtuvieron él y otros de la categoría de príncipes como Lisímaco de Tracia, Antíoco V I I I , Epifanio de Siria, Atalo III, Filometor de Pérgamo y Nicomedes II o III de Bitinia, h a proporcionado también mucho impulso a la Medicina y nuevos conocimientos. Aunque sin justificación, también se han atribuido a Cleopatra de Egipto (fallecida 30 años a. de J . C.) obras de ginecología y afeites. Respecto de las circunstancias externas del ejercicio de la Medicina, apenas pueden señalarse modificaciones de importancia durante el período alejandrino. La organi(1)

Véase pág. 6S.

La Medicina griega

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zación de los médicos remunerados por las Instituciones públicas va extendiéndose cada vez más. Hacia fines del siglo n i a. de J . C., incluso las ciudades más pequeñas tenían, lo mismo en el Imperio de los Ptolomeos que en la antigua Grecia, su médico oficial propio. En el siglo n antes de Jesucristo se creó una nueva designación para los médicos con cargo público : la de arquiatras. Se aplicó primero a los de la corte de los seleucidas en Antioquía; pero posteriormente se usó también para denominar a los médicos nombrados por las ciudades (1). De este título proviene la palabra alemana Arzí (médico). (1)

Véase pág. 52.

IV. 1.

La Medicina en Roma

Epoca primitiva hasta la introducción de la Medicina griega

Para el ulterior desarrollo de la Medicina griega tuvieron decisiva importancia los acontecimientos políticos que en este período fueron sucediéndose. Roma, con la íeliz terminación de la segunda guerra púnica (218 a 201 a. de J. C.), había extendido los límites de su poderío más allá de Italia, había llevado su soberanía a los Estados griegos aprovechándose hábilmente de las divergencias entre ellos, y se abrió camino hasta el dominio del mundo. La nueva capital de éste abrió sus puertas a la civilización griega. Con ésta se introdujo también en Roma la medicina de los griegos; pero fué necesario que transcurriese mucho tiempo antes de que pudiera arraigar de un modo firme en este terreno y florecer nuevamente. Sólo muy poco a poco fué suplantando a la antigua Medicina popular romana, que, en un principio, había parecido suficiente a los romanos de aquellos tiempos. La antigua Medicina popular romana no se distinguía esencialmente de las que, en sus primeras fases, hemos encontrado ya en otros pueblos; un empirismo bastante tosco, con matiz teúrgico y místico m u y pronunciado, que se manifestaba con mayor intensidad por el hecho de que entre las primitivas razas del país itálico la vida aparecía íntimamente mezclada con la religión. Únicos en su género son los aparatos de prótesis dentaria encontrados en las excavaciones realizadas en la Toscana actual, donde el inteligente pueblo etrusco alcanzó mayor brillantez, antes de la civilización romana (de los siglos vm al rv a. de J. C.): Son obras notables de forja con láminas y puentes, pero apenas apropiadas para masticar, sino que servían ante todo como adorno de la gente rica. Son innumerables las divinidades que adoraban estos pueblos para conseguir la conservación de la salud y la curación de las enfermedades, pero también se les atribuía el envío de epidemias y padecimientos. Además de las divinidades indígenas de la Medicina, como, por ejemplo, Salus y Marte, protectores de la salud, Febris y Mephitis, las auxiliadoras en el paludismo, Carmenta y Lucina, diosas de los partos, y otras directamente dedicadas a cada uno de los diversos procesos de la vida sexual, adoptaron también dioses de otros países como, ya en época muy antigua, el Esculapio de los griegos.

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La Medicina en Roma

Muchos presentes piadosos y reproducciones de extremidades enfermas que se con servan, nos demuestran que por tal medio se intentaba exteriorizar el agradecimiento a las divinidades que habían procurado la curación, en forma análoga a como hemos visto que se hacia en la antigua Grecia. Se basaba el diagnóstico en el examen del vuelo de las aves y en el aspecto de las visceras de los animales sacrificados. En cuanto a la terapéutica, se empleaba todo el aparato de la mística teùrgica, desde los sacrificios y las oraciones hasta las fórmulas de conjuro, completamente desprovistas de sentido, y los clavos puestos para defenderse délas epidemias, con algunos antiguos remedios caseros y las más sencillas intervenciones quirúrgicas.

Es característico para cuanto se refiere a esta parte de la Medicina, el libro de recetas de Marco Porcio Catón (234-149 a. de J. C.), en el que si bien se reconocía aún la Medicina popular indígena en una época en que ya se había implantado en Roma la Medicina griega, no se desdeñaba apurar las fuentes griegas del saber médico. Muy razonadamente, recomienda Catón el granado contra los parásitos intestinales, las bayas de enebro en las molestias de la micción ; revela también algunos conocimientos quirúrgicos, dignos de tenerse en cuenta ; pero, en cambio, vuelve a emplear como tratamiento los conjuros más supersticiosos, y ve en la col la panacea contra todos los padecimientos. Catón es el típico representante de la idiosincrasia romana que hizo gran oposición al desarrollo en Roma de la Medicina griega. De igual modo que Catón, eran muchos los romanos que consideraban como completamente superfluo llamar, en los días de enfermedad, a un representante de la Medicina científica, tal como lo ofrecía el helenismo. El jefe de la familia trataba como Catón, y según la tradición antigua, a sus parientes y hasta a su misma servidumbre. Pero la mayoría tenía para tales casos un esclavo experimentado en medicina, el serous medicus, cuyo nivel de cultura no sobrepujaba en mucho a la Medicina popular que antes hemos bosquejado. A lo sumo se recurría a los mejores conocimientos de un esclavo griego traído a Roma. De este modo venía a constituir la Medicina una profesión servil, un oficio para esclavos. Además de éstos, se han mencionado ya médicos, que si bien podían contarse como libres no lograron ejercer decisivo influjo sobre el crédito del ejercicio de la Medicina. El ciudadano romano, con todos sus derechos políticos y civiles, se mantenía siempre alejado deliberadamente de la práctica profesional de la Medicina, considerada como ocupación poco distinguida. Su sentido reflexivo le encaminaba, ante todo, hacia lo que se relacionaba con el bien del Estado (1).

2.

Desde la implantación de la Medicina en Roma, hasta Galeno a)

Asclepíades y la Escuela metodista

Los primeros griegos que con la Medicina aprendida en su patria intentaron probar fortuna en Roma, fueron poco idóneos para cam(1) La preocupación por el bien del Estado fructificó muy pronto en una serie de medidas de higiene pública y de leyes de sanidad, que constituyen un notable

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biar el estado de cosas a que acabamos de aludir. Prescindiendo por completo de que, en primer término, no podían modificar las circunstancias externas de la profesión médica, porque los extranjeros, en general, ocupaban socialmente en Roma posición muy desfavorable, eran, además, casi incapaces de poder demostrar a los romanos que ellos, los griegos, podían sustituir ventajosamente, con la ciencia helénica, a la Medicina popular romana. Eran, en el fondo, los empíricos de segunda y tercera categoría, que pensaban cambiar la posición subalterna que ocupaban en su patria por otra mejor en Roma. Y como quiera que al final del siglo m antes de Jesucristo comenzaron a acudir a Roma médicos griegos libres y verdaderamente hábiles en la profesión — entre los que figura, como uno de los primeros, Arcagatos (219 a. de J. C.), que logró primeramente gran fama, pero que más tarde, por excesiva osadía quirúrgica, llegó a ser despectivamente designado por el pueblo con el nombre de carnifex o carnicero —, tuvieron que padecer bajo la pobre opinión que los romanos se habían formado entretanto de la Medicina griega. No se llegó a operar un cambio definitivo respecto del concepto que merecía la ciencia griega hasta la llegada de Asclepíades de Prusa a Bitinia. Trabajó Asclepíades, desde el año 91 a. de J. C., como médico distinguidísimo de la aristocracia romana, llegando a ser, al propio tiempo, una de las personalidades más notables de toda la antigüedad. Según el informe Plinio (1), quien adoptó una posición hostil frente a la Medicina griega, no era más que un charlatán poco simpático, pero se ha podido demostrar recientemente, sobre todo por Wellmann, lo injusto •de tal opinión, puesto que Asclepíades no debía su posición social al reclamo, sino a sus propios méritos.

Asclepíades dió nuevas bases al mundo médico al colocarse deliberadamente en contra de las ideas de patología humoral, que tanto predominaban, y de las escuelas más o menos íntimamente relacionadas con ellas. Estas nuevas bases se apoyan en la concepción atomística del mundo. Partiendo de ellas, muchos eran los lazos de unión con las ideas de Demócrito de Abdera (2), y más distanciadas las relaciones con la doctrina atomística de Epicuro, cuya filosofía había logrado en Roma gran número de adeptos en aquella época (3). Se marcaban, además, las influencias de la doctrina atomística de Heráclides del Ponto, discípulo de P l a t ó n ; lo más característico de ella es su concepción contraste con el escaso desarrollo de la Medicina (reglas para el enterramiento de los cadáveres, tutela de los enfermos mentales, vigilancia de los mercados, grandiosas construcciones de canalización, etc.). (1) Véase pág. 68. (2) Véase pág. 37. (3) Influido por la filosofía epicúrea, desarrolló el poeta L U C R E C I O , que pertenece al mismo tiempo de A S C L E P Í A D E S , ideas que en muchos casos conciertan con las que siglos después sustentó D A R W I N .

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mecánica de la vida y de la enfermedad, tal como nosotros — aunque en diferente modo — encontramos en Erasístrato (1). Como quiera que Erasístrato se había declarado ya en Medicina contrario a las ideas atomísticas acerca de la eliminación de la orina, como las defiende Asclepíades (2), hay que pensar que éste ha tenido ya un precursor, que Wellmann sospecha pueda ser Egimio de Elis, de la época prealejandrina.

Lo mismo que la materia en general, se compone el cuerpo, para Asclepíades de Prusa, de las más sutiles partículas imperceptibles ya a los sentidos, los átomos, que sólo se diferencian por su tamaño y forma, así como por la propiedad de actuar recíprocamente por presión, choque y rozamiento. En el cuerpo aparecen enlazados entre sí, formando, por tanto, tejidos, unas veces más laxos, otras más compactos, de delicados conductos de poros, por los cuales se mueven continuamente los átomos, sobre todo los que componen los humores y el neuma. Este movimiento lo efectúan por sí solos sistemática y necesariamente los átomos, pero, de ningún modo, en el sentido de la physis utilitaria de Hipócrates, ni en el de las fuerzas que actúan con un fin determinado, según Aristóteles y otros. Dicho movimiento puede ser útil o dañino. Lo esencial en el alma es el movimiento de los átomos más delicados, redondos y lisos del neuma, que circula por todo el cuerpo. Con este modo de pensar era insostenible la diferenciación entre las diversas especies de almas, tal como la admitían Aristóteles y otros. «El alma es, sencillamente, la suma de las funciones de los sentidos.» De aquí que en lo esencial de esta concepción atomística del cuerpo se considera poca importancia a la Anatomía. Las ideas de Asclepíades sobre la Fisiología son la consecuencia forzosa de su doctrina atomística. La digestión, por ejemplo, consistiría en una división puramente mecánica, no química de los alimentos ingeridos, en sus partículas más pequeñas, que, en esta forma, se distribuyen por el cuerpo y se utilizan para la construcción de éste. Completamente mecánica es también la Patología. La salud existe» según el modo de pensar de Asclepíades, cuando los poros y los átomos que por ellos se mueven se encuentran entre sí en la debida proporción, de tal modo que los movimientos de éstos en el interior de aquéllos (la corriente de los humores y del neuma) pueden realizarse normalmente. La enfermedad resulta de un trastorno en el curso normal de este movimiento. Sus causas son de naturaleza puramente mecánica : tamaño anormal de los corpúsculos, alteraciones en la forma, flexiones de los conductos porosos, etc., con la consecuencia de la (1) Véase pág. 55. (2) Según este modo de pensar, la orina (en contra de la concepción exacta, conocida ya desde el siglo v a. de J. C., de la función renal) podía, sin atravesar elriñón, pasar a través de poros invisibles, y, en forma de vapor, dirigirse directamente a la vejiga, y precipitarse en ella en forma de líquido.

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paralización del movimiento y, según en qué circunstancias, la obstrucción de los conductos. Así, se sustituyó la doctrina humoral, hasta entonces dominante en el aspecto fundamental, por una especie de patología solidaria, es decir, una doctrina de la enfermedad que busca principalmente la esencia de los procesos morbosos en las partes consistentes del cuerpo, a saber, en su tejido poroso y su contenido. Desde el punto de vista práctico, apenas se hubieran iniciado mejores resultados con esta nueva teoría que con la antigua doctrina humoral, si Asclepíades, médico famoso, y cuyas dotes de inteligencia aparecían también en sus excelentes descripciones clínicas, no hubiera sabido aplicarla en la debida forma. Llegó a negar, apoyándose en el principio mecánico, la fuerza curativa de la naturaleza (1). De aquí que hiciese depender todo proceso curativo de la intervención del médico y estimulase para que se prestara especial cuidado en el t r a t a m i e n t o de la enfermedad. El objeto de este tratamiento debía consistir en restablecer el movimiento normal de los átomos. Para conseguirlo se utilizaban preferentemente medidas mecánicas, con la correspondiente dieta, o sea lo que hoy en día llamamos terapéutica físico-dietética : hidroterapia, masaje, ejercicios corporales activos sistemáticamente practicados, paseos, gimnasia, pero también movimiento pasivos, como columpio y coche, además de cambio de aires y determinadas curas para la modificación de los desequilibrios del metabolismo (ayuno, prohibición de carnes, por ejemplo, en la epilepsia, curas hídricas, etc.). Asclepíades era refractario a la prescripción de medicamentos. E n el vino veía un importante remedio que administraba con suma frecuencia, y de aquí que los romanos le llamasen irónicamente el dador de vino. Asclepíades se dedicó también a la Cirugía. La base metodista de la terapéutica físico-dietética, que ya por sí sola ofrecía, mucho tiempo antes de Asclepíades, procedimientos frecuentemente templados (2), contribuyó especialmente a la gran reputación de que disfrutó el médico de moda entre la sociedad romana de buen rango, sobre todo cuando aquél declaraba como obligación suya la de curar «seguro, rápida y agradablemente», y él mismo se esforzaba con éxito en hacer directamente agradables sus curas. La sistemática consecución acabada de estos métodos curativos, que se han convertido para siempre en un bien común para el mundo médico, constituye también su mérito definitivo respecto de la Terapéutica. De las doctrinas de Asclepíades se engendró una escuela que conquistó en seguida una posición sumamente influyente, la llamada « escuela metodista». Su verdadero fundador f u é un discípulo de Asclepíades, Themison de Laodicea. No reconoció éste más que una parte (1) Igualmente rechaza ASCLEPÍADES la peligrosa doctrina de los días críticos por ser contraria al principio mecánico. (2) Compárense, por ejemplo, con las aspiraciones curativas por los procedimientos físicos de los gimnastas. 5.

DIEPGEN : Híst. de la Medicina, 2.» edic.

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de la doctrina erigida por aquél, y la utilizó, como piedra angular, para el desarrollo de un nuevo sistema, La salud y la enfermedad dependían exclusivamente, según él, de las condiciones en que se encontraban las paredes de los poros, y no de los caracteres de los mismos átomos que circulan por ellos. Todas las enfermedades se deben, o bien a un estado de tensión anormal (status strictus), o bien a una relajación anormal (status laxus) de la pared de los poros. Las primeras se reconocen principalmente por la disminución, y las segundas, por el aumento de las eliminaciones del cuerpo. Las enfermedades en que se presentaban síntomas al parecer relacionados en parte con el primer estado de los poros, y en parte con el segundo, se atribuían a una mezcla de ambos estados (status mixtus). Existían, por consiguiente, tres comunidades o formas fundamentales comunes a todas las dolencias. Pero, como quiera que en la práctica era absolutamente imposible incluir todos los casos morbosos en este esquema de tres formas fundamentales, tuvo que agregarse más tarde una serie de nuevas « comunidades», que, en realidad, no eran otra cosa que ensayos para disimular la insuficiencia de todo el sistema. En toda la evolución de la enfermedad no le interesaba al metodista más que determinar la comunidad a que aquélla pertenecía, y que trataba de descubrir exclusivamente por los síntomas clínicos, sin el auxilio de los conocimientos anatómicos y anatomopatológicos ; así, pues, según la comunidad, se instituía el tratamiento eficaz. Siempre participaba de la enfermedad todo el organismo. Debía suprimirse por los respectivos remedios antagónicos el estado de anormal contracción o relajación de sus poros, y en el mixto, el que predomine de ambos. Como medidas dilatadoras, se recurría, por ejemplo, a la sangría, a la aplicación de sanguijuelas, al masaje, y como constrictoras, al vino, al agua fría, al vinagre y a los narcóticos. Pero los metodistas eran lo bastante inteligentes para no limitarse a este tratamiento general, sino que tenían en cuenta para la terapéutica el periodo en que se encontraba el padecimiento (subida, acmé, declinación), así como si se trataba de un proceso agudo o crónico. Por último, no descuidaban tampoco el tratamiento sintomático detallado. Sin t r a t a r de transponer el marco de las conjeturas, seguramente obtendrían por este camino, tan directamente como sobre la base de Asclepíades, algunos éxitos en la práctica, sobre todo si se fijaban en la correspondiente idiosincrasia de cada enfermo, como siempre hicieron los reflexivos médicos. En esto debió de estribar también la base de la consideración que gozó largo tiempo en Roma el médico metodista, como anteriormente Asclepíades. Otro miembro de esta escuela, muchas veces citado, Tessalo de Tralles, de Lydia, nacido en la primera mitad del siglo i d. de J . C. y que vivió en Roma en los tiempos de Nerón (54-68 d. de J . C.), dirigió su principal punto de mira a activar el lado práctico de las ideas metodistas, a las que Themison perdonó su base teórica. Su personalidad se reveló, después de Galeno, con el aspecto poco envidiable

Desde la implantación de la Medicina èn Roma liasta Galeno

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d e un obrero desmedidamente vanidoso, hasta que en nuestros días Meyer y Steineg hicieron que se tuviese de ella mejor concepto, de igual modo que Wellmann respecto de Asclepíades. Tessalo f u é el primero en indicar terminantemente que no basta con determinar las comunidades y sobre ellas erigir después la Terapéutica en el sentido que acabamos de bosquejar. Su principal mérito estriba en la separación precisa de las enfermedades en agudas y crónicas ; la diferencia entre ambas consistía, según él, en que por las últimas se produce una gran alteración de los tejidos del cuerpo, alteración que no puede descartarse por los métodos de t r a t a m i e n t o dirigidos habitualmente contra las comunidades. De esto se deduce una Terapéutica especial para las enfermedades crónicas. E n éstas, según Tessalo, se ha de modificar el cuerpo mediante un procedimiento especial, el método metasincrítico (es decir, transformador), que tenía por objeto el sacudimiento y transformación de todo el organismo por determinadas curas de los cambios nutritivos (1). P a r a este fin, se solía debilitar al enfermo con curas de sustracción y ayuno en el llamado cyclus metasyncriticus o resumptivus, que duraba varios días, auxiliadas con la administración de medicamentos cáusticos, como sinapismos, etc., y después, con el cyclus recorporativus, se le volvía a fortalecer por medio de las debidas prescripciones. Para ello se utilizaban también todos los recursos de la terapéutica física y dietética. Sobresalieron algunos otros médicos famosos en la escuela metodista. Alcanzó la mayor notoriedad Soranos de Éfeso, que vivió en Roma, al comienzo del siglo n d. de J . C., b a j o el Imperio de T r a j a n o y de Adriano. Su mérito estriba en sus trabajos principalmente en el campo de la Obstetricia y de la Ginecología, que dominó de un modo completamente diferente a los hipocráticos. Esto demuestra también cuántos progresos se habían llevado a cabo en este intermedio en tales disciplinas, aun cuando siga permaneciendo en la oscuridad la m a y o r p a r t e de los nombres de los promotores. Se conoce mejor la anatomía del a p a r a t o genital femenino ; Soranos no describe y a la matriz como bicorne, tal como se creía antes, sino, con comparación mucho más exacta, semejante a una ventosa. Es perfecto cuanto dice acerca de las causas de las distocias. Posee una técnica m u y perfeccionada de las operaciones tocológicas. Destierra de la habitación de la puérpera t o d a superstición. E n c a j a n aún en la actualidad muchos de sus principios sobre la elección y género de vida de la nodriza. Igualmente caracteriza con gran acierto los cuadros morbosos, y los t r a t a racionalmente dadas las posibilidades de entonces. Se valía Soranos para el diagnóstico y tratamiento, de copioso instrumental, en el que figuraba un espéculo de varias piezas, de aspecto completamente moderno. (1) Los hipocráticos y asclepíades expusieron ya ideas semejantes a propósito d e las enfermedades agudas; pero T E S S A L O fué el primero que las aplicó sistemáticajnente para el tratamiento de las crónicas.

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La influencia de la escuela metodista se ha dejado sentir también entre los partidarios de otras tendencias antiguas, especialmente en lo que a los métodos de tratamiento se refiere. Este influjo hace que prosigan los principios metodistas durante toda la Edad Media y que, incluso en los tiempos modernos, salgan a luz de vez en cuando (1).

b)

La Medicina de los profanos y los libros de Medicina populares

En la época que estamos estudiando apareció, además de las obras de la Medicina escolástica, una serie de escritos de mano profana, los cuales no pudieron, desde luego, ejercer influencia alguna directa en la Medicina de su tiempo, porque los prácticos no sabían o no querían aprender del vulgo, pero, en cambio, han adquirido tanta mayor importancia para la tradición de nuestra Ciencia. La Medicina de los siglos posteriores se ha nutrido abundantemente de ellos, en los que ha encontrado la sustitución de otros que se han perdido. El romano ilustrado se interesaba vivamente por el arte de curar a los enfermos. Constituía incluso un rasgo de buen tono el conocimiento de las teorías médicas dominantes, de igual modo que la afición a todas las demás esferas científicas posibles. Por este motivo, es comprensible que la Medicina encontrase también un puesto reservado en todas las enciclopedias, cuyo objeto era presentar ante los ojos del lector una cultura general. Así lo había interpretado Catón (2) en sus libros ad filium (para su hijo), asi se le reservó un lugar en el Disciplinarum libri IX (libros de las ciencias), de M. Terentius Varro (116-27 a. de J . C.), así formó parte de la gran obra, verosímilmente escrita entre los años 25 y 35 d. de J . C., de A. Cornelio Celso, que trataba de retórica, filosofía, derecho, asuntos militares, agricultura y medicina, y de la cual sólo se han conservado ocho libros que se ocupan de esta última, y, por último, en la Historia Natural de C. Plinio Secundus (23 a 79 d. de J . C.). En algunos de estos escritos vibra, sin embargo, un tono distinto que el de la aspiración de educar. Es el de la reacción del nacionalismo romano contra la odiada ciencia extranjera de los griegos, como se ve en Catón, a lo que hay que agregar, en general, el innato sentimiento hostil del profano contra la Medicina escolástica, como en Plinio. A pesar de esto, lo esencial del saber griego es lo que los enciclopedistas más importantes, Plinio y Celso en nuestro concepto, vistieron con el lenguaje latino. Celso se ha compenetrado tanto del espíritu de la Medicina, que cuesta trabajo no tenerle por médico, aunque con seguridad no lo ha sido. Nuevos investigadores creen que refundió en lengua latina la obra de un médico griego. Desarrolló una crítica muy notable respecto de diversos problemas y métodos terapéuticos. Su introducción histórica es una de las fuentes más importantes que poseemos respecto de la Medicina antigua primitiva. Llega hasta Themison. A continuación, se ocupa en su obra de tres ramas diferentes (Dietética, Farmacología, Cirugía), y, además de la Higiene, de toda la patología y métodos de tratamiento. Da un acabado cuadro del estado de la Medicina en aquella época, seguido perspicazmente por él. Lo mejor de su obra son los capítulos consagrados a la Cirugía, entre ellos la descripción de la operación de la talla (3), de la punción de la catarata, las intervenciones que tienen por (1) "Véase a este respecto la Segunda y Tercera parte de esta Historia de la Medicina. (2) Véase pág. 62. (3) Véase pág. 59.

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objeto la sustitución de porciones perdidas del cuerpo (las denominadas operaciones plásticas; refrescamiento y sutura de los defectos del pabellón de la oreja). La mejor demostración de hasta qué punto h a comprendido Celso que se ha de pensar en los menores detalles en el ejercicio de la Medicina, son sus aforismos de carácter general, como, por ejemplo, cuando dice que el médico no debe ocultar nunca los errores cometidos por ser una enseñanza para otros, y que el médico no puede adquirir una idea clara y utilizable del pulso hasta que se ha calmado la excitación que en el enfermo causa la llegada de aquél. Mucho menos importante es la obra de Plinio, que contiene multitud de conocimientos farmacológicos (1). Sin duda alguna, está m u y lejos, como ha demostrado Ilberg, d e carecer de sentido crítico como le han reprochado muchos. Es indudable que Plinio se valió t a n abundantemente de las fuentes profanas como de las profesionales de la Medicina, y sus libros son la mejor base de nuestros conocimientos acerca d e la antigua Medicina popular con sus creencias supersticiosas y sus extraños métodos curativos; pero «en lo esencial de la Medicina se aparta personalmente de toda superstición y de las fuerzas mágicas ». Lo más importante para nosotros de los 37 libros de su Historia Natural, conservada íntegramente, son los del 20 al 27, que estudian los medicamentos del reino vegetal; del 28 al 32, que se ocupan de los que proceden del reino animal, y del 33 al 37, que se contraen a la Mineralogía en sus relaciones con la Medicina y otras especialidades. La tendencia a la divulgación de la Medicina romana se señala, además, en una serie de escritos de técnica médica, cuyos autores se amoldan al espíritu de la época. Estos escritos no pertenecen a las producciones felices de la bibliografía médica. Halagando los deseos de aquel afeminado público del tiempo del Imperio, que acogía entusiasmado toda cura extraña y que reportase, ante todo, la menor incomodidad, se componían de colecciones de recetas, casi sin orden ni concierto, de remedios de la Medicina popular no sólo científicamente comprobados, sino también de los que la multitud tenía por milagrosos, incluso los que llegaban a los límites de la superstición más insensata. Con tales remedios se lograba ganar mucho dinero en aquella época. Algunas de estas substancias introducidas de este modo en el arsenal terapéutico y en la bibliografía médica, han conquistado, con ayuda de la creencia autoritaria de las ulteriores generaciones, un sitio persistente durante siglos en la Medicina profesional. Mejor lugar han conseguido las Compositiones medicamenlorum (clasificaciones de medicamentos) escritas hacia el año 50 d. de J . C. por Scribonius Largus, médico que, verosímilmente, pertenecía a la escuela metodista y con gran reputación, t a n t o desde el p u n t o de vista intelectual como moral. F u é , en tiempo del emperador Claudio (41-54 d. de J . C.), médico de la corte, y antes médico militar. E n su obra, que revela conocimientos farmacológicos completos y sólidos, se describe, por primera vez de un modo exacto, entre otros medicamentos la obtención del opio, y se recomiendan c o n t r a la cefalalgia las descargas eléctricas del pez torpedo o raya.

c)

La ciencia de los medicamentos de Pedanios Dioscórides

En el mismo espíritu aparece inspirada la obra, escrita entre los años 77 y 79 d. de J. C., que no ha sido superada por otra alguna análoga, ni en su tiempo, ni muchos siglos después. Su autor prescinde (1) La lectura de las obras de PLINIO llamó la atención al oculista de Gottinga, C. HIMLY (1772-1837), sobre la acción dilatadora de la pupila de ciertos medicamentos que han ejercido un papel inestimable en la moderna Oftalmología.

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en absoluto de las ideas supersticiosas de su época. La obra, conservada en cinco libros, vino a ser para los médicos de las ulteriores generaciones la más utilizada de las fuentes relativas a medicamentos. Da en ella un resumen de toda la ciencia farmacológica de la Antigüedad. Sus principales precursores son Cráteres y el filósofo Sixto Niger, que había compuesto, en tiempos de Augusto (31-14 antes de J . C.), una obra m u y notable de botánica farmacológica; pero Dioscórides, al que debemos además otros escritos farmacológicos de menor importancia, supo completar la tradicional con la observación personal. Los muchos viajes por diversas tierras a que se vió obligado por su profesión militar le permitieron realizar un intenso estudio del tesoro terapéutico que la Naturaleza ofrece en cada región. Dioscórides no olvidó ningún detalle importante acerca de la elección y preparación de los medicamentos. Consagró el mayor cuidado a la dosificación, t a n llena de responsabilidades. Dan una idea muy valiosa de la industria química de su tiempo sus datos sobre la elaboración de los remedios, especialmente de los químicos.

d)

La Escuela neumática

Roma, que a causa de su intenso crecimiento y de su desmoralización se veía invadida por todo género de enfermedades, ofrecía también ocasión propicia para que los médicos pudieran comprobar la utilidad práctica de sus diversas teorías, y viéndose ante problemas constantemente renovados, nació de ellas una nueva orientación de la Medicina que aspiró a resolver los de la vida y de la enfermedad sobre otras bases de las que se valían los metodistas, y j u n t o a ellos, principalmente en la Roma de aquella época, los dogmáticos y empíricos. Era la llamada Escuela neumática, de la que se considera como fundador a Atheneo de Attalea, médico m u y solicitado, que en tiempos del emperador Claudio (41-54 d. de J . C.) logró reunir en torno suyo un importante núcleo de discípulos. El nombre de la escuela proviene del importante papel que aquélla atribuye al «neuma » en fisiología y patología, aun cuando m u y pronto, poco después de su fundación, profesó un principio más ecléctico en la elección y reconciliación de las diferentes orientaciones divergentes (1). Esta falta de exclusivismo no pudo por menos que beneficiarla. De igual modo que el metodismo, muestra también esta escuela el influjo de la filosofía contemporánea al t r a t a r de unir la filosofía natural del estoicismo, entonces m u y difundido, con los principios dogmáticos. El origen de la vida es, para esta escuela, una especie de hálito, un soplo, el «neuma », el alma del mundo, que penetra por todas (1)

Véase pág. 72.

Desde la implantación de la Medicina en Roma hasta Galeno

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partes, todo lo une y vivifica y ofrece, asimismo, el elemento activo de las cuatro cualidades fundamentales (1). En el hombre, el neuma, tomado de la Naturaleza, es innato y tiene su centro en el corazón. Con el aire respirado va llegando constantemente al cuerpo nuevo neuma, que se asimila al neuma innato. Del neuma interior se desarrolla el calor vital interno, semejante al calor innato (2) de los hipocráticos. Desde el corazón y por los vasos se reparte el neuma, con la sangre y con el calor vital, por todo el cuerpo. Las arterias contienen más neuma y las venas más sangre, pero ambos vasos contienen uno y otro. Con los filósofos estoicos distinguen los médicos de esta escuela tres grados de neuma : en su forma más grosera, representa la fuerza que mantiene unido el cuerpo ; en un grado de mediana sutileza interviene en la reproducción y el crecimiento, y en su forma más sutil constituye la esencia de la vida y de las funciones psíquicas. La completa interrupción del neuma es causa de la muerte ; sus anomalías, la de los padecimientos. Las anomalías a su vez se deben a una discrasia de las cualidades fundamentales (3). El asma, por ejemplo, se produce por el frío y la humedad del neuma. Estas teorías con su detallada urdimbre en la fisiología y patología especiales, no vienen a ser más que el coronamiento de todas las ideas de la Antigüedad acerca de la importancia del aire inspirado como principio vital, ideas que, desde Egipto, nos encontramos continuamente de época en época. Estas ideas son incapaces por sí solas de dar al ejercicio de la profesión una base que supere esencialmente a las demás teorías. A pesar de ello, los médicos de esta escuela, en parte, han aportado elementos muy eficaces a la práctica médica. Contribuyeron a mejorar el diagnóstico mediante el cuidadoso examen del pulso, siguiendo la corriente marcada por Herófilo (4). Como otros médicos notables de la Antigüedad, se afiliaron al valor que éstos dieron al régimen dietético racional, en lugar del excesivo tratamiento farmacológico, entonces de moda en Roma. Con gran celo se consagró Atheneo al estudio del sostenimiento de la vida, de los alimentos y de las condiciones climatológicas, respecto de su valor para la salud. Recomienda, por ejemplo, los manantiales saludables, la filtración de agua de bebida, la educación gimnástica práctica de la juventud, etc., en mucha parte según las orientaciones de los acertados métodos curativos físico-dietéticos de Asclepíades y de los metodistas. En lo que más se distinguieron los neumáticos fué en el campo de la Cirugía. Domina en todos los aspectos Arquígenes de Apamea, que ejerció en Roma como el práctico más en boga en la época del emperador Trajano (98 a 117 d. de J. C.), y a quien consideran sus contemporáneos y sucesores como preeminente hombre de ciencia, versado en la esfera de conjunto de la Medicina interna y de la Cirugía. Su principal mérito radica en el progreso que imprimió a la enseñanza del pulso, afftes mencionada. Amplió esencialmente, respecto de los hipocráticos, las indicaciones de la amputación, que no practicó ya cortando sobre tejidos gangrenados, sino sobre los (1) (2) (3) (4)

Véase Véase Véase Véase

pág. pág. pág. pág.

36. 41. 36. 54.

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La Medicina en Roma

vivos y frescos, para lo cual los métodos de cohibir la sangre para la intervención recuerdan los procedimientos modernos de aislamiento por separado de los vasos. El cirujano se ha hecho más osado y se atreve ya a intervenciones grandes, como la extirpación del cáncer del pecho y de la matriz. Atheneo y su discípulo Claudio Agatino de Lacedemonia son los que ocupan puestos más honoríficos de esta escuela. Otros cirujanos eminentes de ideas neumáticas son Leónidas (fines del siglo i), Heliodoro (contemporáneo de Arquígenes) y Antilo (unos 140 años d. de J. C.). Este último da preceptos excelentes para la resección de los huesos y articulaciones, contribuye favorablemente al estudio de las fístulas, del tratamiento de las retracciones cicatrizales y expone un tratamiento, todavía hoy aplicable, de las colecciones sanguíneas encapsuladas (aneurismas) consecutivas a las heridas vasculares.

No hay discrepancia en la afirmación que la Cirugía representaba en la época del Imperio romano un campo bastante bien cultivado. En apoyo de esto añadiremos que los cirujanos conocían un procedimiento de anestesia — quizá tomado de la escuela alejandrina — m u y empleado y ponderado posteriormente, durante la Edad Media, la llamada esponja somnífera, que se impregnaba con el jugo de plantas narcóticas y se aplicaba a la nariz del que iba a ser operado (1). Por desgracia, todavía son muy escasos los conocimientos que poseemos acerca de los cirujanos del Imperio para poder formular un juicio definitivo acerca de la producción y originalidad de la cirugía de los romanos. Ya con Agatino se anuncia un cambio enérgico de orientación desde el punto de vista neumático en el sentido, ya anteriormente expuesto, de que no cabe esperar lo bueno exclusivamente de un solo sistema, sino que, sin tener en cuenta las ideas teóricas, en que se ha desarrollado, hay que esforzarse en encontrarlo entre los representantes de los más diversos sistemas que parecen ofrecerlo. De este principio de elección se mantiene la tendencia al nombre eclecticismo, y a la designación de eclécticos a sus partidarios. No se establece entre éstos y los neumáticos una línea de separación precisa. Así, el significado discípulo de Agatino, Herodoto (a fines del siglo i d. de J . C.), se adhiere en absoluto en Terapéutica a los principios de la escuela metodista, y, en general, se incluye a Arquígenes entre los miembros de esta misma. El sano modo de pensar de los eclécticos ha aportado a la Medicina abundantes frutos. Entre los más notables de sus representantes se ha de mencionar a Areteo de Capadocia (a fines del siglo II, o comienzos del m d. de J. C.). Además de aprovechar científica y críticamente todo lo que sus precursores habían producido, se apoya Areteo, con un sentido verdaderamente hipocrático, en su propia experiencia clínica, que guarda íntimas relaciones con el hipocratismo, y ofrece, además, múltiples puntos de contacto con Arquígenes. Su concepto de la enfermedad tiene por base tanto los principios de la patología humoral como los de las escuelas neumática y metodista. La experiencia práctica le había enseñado a diferenciar (1) Véase la Segunda parte de este tomo.

Galeno y su Medicina

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claramente lo más característico de cada una de las diferentes enfermedades. Han de considerarse como modelos las descripciones que bosquejó, por ejemplo, acerca de la lepra, difteria, tuberculosis pulmonar, diferentes estados paralíticos, diabetes y otras enfermedades. En el tratamiento, la práctica le condujo, como a los hipocráticos, a inclinarse más bien a una terapéutica dietética, con el auxilio de algunas prescripciones farmacológicas, de acción comprobada. Significa un progreso de gran valor en el campo de la ética médica la indicación de Areteo sobre la compasión que deben inspirar a los médicos los enfermos incurables, de cuyo tratamiento se apartaban los hipocráticos (1).

Pertenece, además, a los médicos e investigadores más eminentes de aquel tiempo Rufo de Éfeso, cuya actuación en Roma se ha de colocar acaso en el último tercio del primer siglo después de Jesucristo. Había estudiado, como Areteo, en Alejandría. Sus lamentaciones de que no había tenido ocasión de estudiar en el cadáver la estructura del cuerpo humano, demuestran que había pasado ya la época de esplendor de aquellos clásicos lugares de formación, centros de la enseñanza anatómica (2). Sin embargo, debemos sospechar que también en aquella época posterior se debían llevar a cabo disecciones de cadáveres en los principales centros de la cultura greco-romana, porque no parece fácil adquirir sin autopsias los conocimientos anatomopatológicos que, de vez en cuando, se descubren en las obras de aquel tiempo. Rufo cultivó prácticamente sus estudios anatómicos, según manifestación propia, en el cuerpo del inono. El fruto con que los había llevado a cabo se desprende no sólo de sus descripciones de los órganos, sino también de la lectura de sus escritos no anatómicos. Fué el primero en observar el cruzamiento de los nervios ópticos, e imprimió, además, grandes progresos a la anatomía y fisiología del sistema nervioso. Acerca de este último, afirma que desempeña el papel de mediador de todas las funciones. Son umversalmente apreciados sus estudios acerca de gran número de métodos de tratamiento quirúrgico, tocológico y ginecológico, sobre el diagnóstico y el tratamiento de muchas enfermedades internas, entre las cuales Galeno reconoció con grandes alabanzas el de la melancolia. Deben hacerse •descollar como ejemplares su excelente descripción de la supuración renal, las prescripciones higiénicas acerca de la alimentación y los datos con que ha enriquecido el arsenal terapéutico. Hipócrates era el hombre que Rufo de Éfeso, lleno de entusiasmo, se proponía como modelo, y aun cuando era también «uno de los pocos médicos de la Antigüedad verdaderamente independientes », la escuela dogmática, sin embargo, era la que proporcionaba, en realidad, los fundamentos de su ciencia. Wellmann coloca a Rufo, en punto a sabiduría, por encima de Galeno, en cuyas obras debía encontrar la Medicina de la Antigüedad, por lo menos en su aspecto externo, brillante terminación.

3.

Galeno y su Medicina

Galeno, hijo de un arquitecto de buena posición social y muy culto, nació en Pergamo, verosímilmente en el verano del año 129 d. de J. C. (3). Recibió su primera (1) Véanse págs. 45 y s. (2) Véanse págs. 53 y s. (3) También se han admitido el 128 y el 130 como años de su nacimiento.

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La Medicina en Roma

educación en su ciudad natal, completándola más tarde por medio de viajes, que realizó, entre otras poblaciones, por Esmirna, Corinto y Alejandría. A la edad de 28 años se le confió el prestigioso cargo de médico de una escuela de gladiadores en Pérgamo, que desempeñó por espacio de cuatro años con gran aprovechamiento para sus conocimientos teóricos y prácticos. Hacia el año 162 d. de J. C., siguiendo la corriente de la época, se trasladó a Roma, como antes habían hecho otros muchos médicos griegos, adquiriendo muy pronto gran clientela, entre la que se contaba lo más distinguido de la alta sociedad romana. Galeno salió al encuentro del interés del público por la Medicina, entonces en gran predicamento, por medio de conferencias públicas, a las que unió la realización de experimentos en animales, seguramente no sin el premeditado reclamo personal. En el año 166 d. de J. C. abandonó bruscamente, como huido, la capital cuando la peste se cernía sobre Roma. Después de haber pasado algún tiempo viajando, lo encontramos en el año 168 ó 169 en la residencia Imperial de Aquilea, y como médico de la corte al cuidado de Commodo, hijo de Marco Aurelio, en Roma. Al parecer continuó en esta situación durante largos años. Acaeció su muerte en el 201 d. de J. C., no se sabe si en Roma o en Pérgamo. En medio de su gran capacidad, el carácter de Galeno dejaba mucho que desear. La vanidad y el afán de encumbrarse le condujeron no rara vez a sacrificar la verdad y el respeto a los compañeros, y ni siquiera retrocedió para alcanzar aquel fin ante groseros engaños a los pacientes. Así se explica que hombre de tal condición encontrase adversarios encarnizados entre sus colegas. Su actividad en todos los órdenes de su profesión, que sólo se aquieta algo en los años que ejerce como médico en la corte, deja, sin embargo, tiempo a su aplicación infatigable y a su incansable amor al trabajo para ser escritor de una fecundidad que apenas puede concebirse, y que se señala en todos los aspectos de la Medicina teórica y práctica. E n los m u c h o s v o l ú m e n e s que comprenden las obras que de G a l e n o s e conservan (1), se refleja la v i d a de un m é d i c o c u y o nombre debía dominar c o m p l e t a m e n t e la Medicina del m u n d o durante t o d a la E d a d Media. E l número de sus descubrimientos originales no es en m o d o alguno t a n grande c o m o han v e n i d o creyendo las m u c h a s generaciones que le h a n t e n i d o c o m o el ídolo de la Medicina, y seguramente l a s i n v e s t i g a c i o n e s arrancarán algunas hojas a la corona de su f a m a , en lo que a la originalidad se refiere. Pero, de t o d a s maneras, le quedará siempre el mérito de haber reunido la m a s a t o t a l de elementos q u e al finalizar la época a n t i g u a de la ciencia médica se ofreció en sus diversas escuelas y orientaciones, y de haber erigido con ella un cuerpo de doctrina c o m p l e t a m e n t e terminado, un sistema científico, del cual él m i s m o creyó que era s u f i c i e n t e base, sin m á s requisitos para el ejercicio práctico del m é d i c o , y que representaba el r e m a t e del d e s e n v o l v i m i e n t o de la Medicina. E n este sistema se encuentran r e f l e j a d a s ideas de las escuelas empírica, n e u m á t i c a y d o g m á t i c a , sin que ni siquiera h a y a podido sustraerse c o m p l e t a m e n t e Galeno del i n f l u j o d e la escuela m e t o d i s t a , a u n q u e a m e n u d o exprese su contrariedad por los principios de aquélla. A d e m á s , era decidida aspiración s u y a esfor-

(1) Se han perdido muchos de sus escritos. Otros, en cambio, llevan indebidamente su nombre. Algunos de sus trabajos no se han impreso aún, y sólo subsisten manuscritos.

Galeno y su Medicina

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zarse en comprobar con sus propios ojos por experimentos exactos lo que observaba, e inferir lo nuevo con el auxilio de ensayos y de la experiencia. Por otra parte, incurrió en el error funesto de introducir en la Medicina una especulación filosófica, torcidamente aplicada a las expuestas por Platón, Aristóteles y el estoicismo, y que debía ayudarle sobre todo para cubrir las lagunas de la experiencia. En esta filosofía dominó el concepto de finalidad, que f u é a la vez su acierto y su fracaso. La experimentación le sirvió, por ejemplo, para lograr descubrimientos de positivo valor en el campo de la fisiología del cerebro y de los nervios, y le condujo a observar con exactitud los movimientos del corazón en diversos casos y principalmente en un muchacho cuyo esternón aparecía destruido por un proceso óseo. Así logró adquirir igualmente un buen concepto de las parálisis que sobrevienen después de la sección de determinados nervios o de la misma médula. E n el cerdo llegó a separar, con resultados positivos y siguiendo una técnica que llena todas las exigencias actuales, trozos del cerebro y de la médula, para poder conocer con m a y o r exactitud las funciones de uno y otra. Igualmente de un modo experimental ligando los uréteres, vino a demostrar la falsedad de la hipótesis de Asclepíades referente a la secreción de la orina (1). Pero también era frecuente que enturbiasen la claridad de su inteligencia los prejuicios especulalativos y la idea de la finalidad, y por esta causa, a pesar de sus experimentos perfectamente dispuestos, llega a deducir concepciones totalm e n t e falsas a propósito del concepto del pulso y del movimiento de la sangre. La Anatomía de Galeno se basa en las disecciones practicadas en los animales, especialmente en monos, osos y cerdos ; falta en ella la comprobación en los cadáveres humanos. También se ve claramente en ella la imposibilidad de la representación plástica. En cambio, como anatómico se ha mantenido Galeno bastante distanciado del concepto de finalidad. Éste es el motivo de que haya escrito algo acertado, especialmente en lo que se refiere a los sistemas musculares, óseo y nervioso, por lo que debe considerarse la obra de conjunto como un progreso en el conocimiento del cuerpo humano. En la Fisiología galénica predomina, más intensa y más desventajosamente, la doctrina de la finalidad. Galeno ve en el organismo la obra de un Dios que actúa con fin determinado. Lo que conserva la vida es el alma, que regula las funciones del cuerpo de forma análoga a la admitida por Aristóteles (2). De igual modo que Platón (3), Galeno diferencia tres modalidades de ella como formas fundamentales de la vida psíquica, animal y vegetativa, con localización respectivamente en el cerebro, en el corazón y en el hígado. El alma despliega sobre el cuerpo y sus órganos las fuerzas psíquicas en ella existentes, fuerzas que tienden siempre a realizar el fin para que han sido creadas por mediación de las correspondientes variedades del neuma. De este modo, corresponde al neuma, que se renueva con el aire inspirado, un impor-

(1) (2) (3)

Véase pág. 64. Véase pág. 50. Véase pág. 48.

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La Medicina en Roma

tante papel en el mantenimiento funcional del organismo. Son, además, imprescindibles para el verdadero fin de la vida los caracteres normales de los cuatro humores (1) y el calor innato (2). De los alimentos ingeridos se produce en el conducto gastrointestinal, y mediante la primera digestión, la papilla alimenticia o quilo, que va por el sistema de la vena porta al hígado. En éste, y después de haber atraído el bazo las partes impuras del quilo, y elaborado con ellas la bilis negra, se realiza, por mediación del neuma vegetativo, la segunda digestión, o sea la transformación del quilo en sangre. Esta sangre va en parte directamente a todo el cuerpo, y en parte al corazón derecho. En éste, y por la acción del calor innato, se purifica, y las escorias que en forma de «hollín » van por los vasos pulmonares a los pulmones, se entregan a la atmósfera por la espiración. Simultáneamente llega por los mismos vasos a los pulmones una parte de la sangre para la nutrición de éstos. La otra atraviesa los finos poros que Galeno suponía en el tabique interventricular, llegando así al corazón izquierdo. En éste se mezcla la sangre con el neuma, que, por la inspiración, se ha tomado del aire, y que se transporta por las venas pulmonares al corazón izquierdo. Desde éste, y ya mezclada con el neuma, se impulsa la sangre a todo el cuerpo por la aorta. En los órganos y tejidos se realiza después la tercera digestión, en la que nacen de la sangre los elementos del cuerpo ya con forma determinada. Ésta es la idea que se había formado Galeno de la circulación de la sangre. En cada una de estas tres digestiones se formaba una excreta superflua destinada a eliminarse al exterior: en la primera, las heces fecales; en la segunda, la orina; en la tercera, el sudor. En todas las dificultades recurre Galeno a fuerzas que obran en sentido oportuno, por ejemplo: la fuerza de atracción que lleva el quilo al hígado, la fuerza expulsiva que lanza al exterior la excreta. En la Patología de Galeno se encuentra en primer término la humoral. Sin embargo, no existen en ella sólo las discrasias (3), debidas al predominio cuantitativo de una de las cualidades primarias inherentes de los humores : frío, calor, humedad y sequedad, sino también combinaciones del calor y del frío con las otras cualidades, y, por tanto, en vez de las cuatro discrasias del hipocratismo, Galeno admite ocho. No tienen nada que ver estas discrasias con las enfermedades, que dependen de una alteración cualitativa de los humores, la putrefacción (sepsis). Por último, supone Galeno como causa de muchas enfermedades el exceso de sangre (plétora), tal como la concebía Erasístrato (4). En sentido genuinamente neumático, atribuye también algunas fiebres a alteraciones del neuma. Muy marcadamente se señala en la clasificación que Galeno expone de las enfermedades el influjo que ejercen sobre ellas las escuelas opuestas ; además de las enfermedades de los humores (y del neuma) diferencia las de los órganos y tejidos. Las alteraciones de los tejidos pueden consistir, o bien en anomalías en alguna de sus cualidades primarias, o bien en modificaciones (Je su estado de tensión en el sentido de la escuela metodista. Las enfermedades de los órganos vienen a ser las modificaciones en la estructura, número, extensión, situación o separación de los nexos humanos. El concepto de la salud, derivada del estado de los humores, oscila dentro de ciertos límites. A causa de las influencias ejercidas por el género de vida, el clima, la edad, la idiosincrasia, etc., no existe, de ordinario, en el hombre una proporción perfecta de los humores como correspondería al tipo ideal de la salud, sino que existe, al contrario, el predominio de una u otra cualidad primaria, que puede poner al interesado en peli(1) Sangre, pituita, bilis amarilla y bilis negra. La sangre, en este sentido, debe considerarse como una mezcla de varios humores. (2) Véase pág. 41. (3) Véase pág. 41. (4) Véase pág. 56.

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gro de enfermar e imprimir en él un sello físico e intelectual determinado. Así crea Galeno el concepto de los temperamentos (flemático, sanguíneo, colérico, melancólico) que posteriormente había de alcanzar tan gran popularidad, y que ha incubado la noción moderna de la «predisposición morbosa ». E n lugar de las fases de crudeza, cocción y eliminación (1) de la materia morbosa, según el hipocratismo, establece Galeno la diferenciación entre las de «comienzo, ascenso, acmé y declinación ». L a teoría de los días críticos (2) experimenta con Galeno un gran retroceso comparada con la hipocrática al establecer que las crisis dependen de la influencia de los cuerpos celestes (sol y luna), medio por el cual prestó renovada fuerza a las ideas astrológicas de la Medicina de períodos ulteriores. Se v e en esto muy patente la influencia ejercida por la antigua astrología de los caldeos, que en los días del helenismo penetró cada vez más poderosamente en Roma desde Oriente, dominando con pie firme no sólo entre los círculos profanos, sino también en gran número de escuelas filosóficas, especialmente en la de los estoicos. N o debe, por consiguiente, asombrarnos que, generalizada esta fe en el poder de los astros, se atribuyese también a éstos su gran influencia sobre la salud y la enfermedad y se hiciese depender de las estrellas el destino del paciente (3). Respecto del diagnóstico y pronóstico aparecen las aptitudes médicas de Galeno en su mayor esplendor. Su talento le hizo ver la importancia que tiene un acertado pronóstico para la reputación del médico. Este arte del pronóstico fué también la base de su fama en Roma, cuando, en el año 162 d. de J. C. profetizó al filósofo Eudemos, abandonado por otros médicos, la favorable terminación de la fiebre palúdica que padecía. Galeno no deja escapar el menor detalle por el que pudiera deducir un Juicio sobre el diagnóstico y pronóstico aunque se tratase de un dato al parecer accesorio, independiente de la enfermedad. Así, por ejemplo, pudo reconocer la inclinación de una dama, enferma de mal de amores, por un reputado bailarín, por la aceleración del pulso que presentaba cuando Galeno nombraba a aquél; del propio modo, pudo convencerse de que el hijo del cónsul Boecio, enfermo del estómago, comía golosinas a escondidas, y encontró la causa de la dolencia de un antiguo esclavo en un desfalco de la caja de su rico dueño, que aquél tenía la obligación de custodiar. U n médico con semejantes condiciones tenía que poseer una habilidad especial para desenmascarar a los simuladores, a los que ha consagrado un escrito especial. U n triunfo de su habilidad diagnóstica fué el descubrimiento de que una pérdida del sentido del tacto en la mano de un enfermo, sobrevenida después de un accidente y rebelde al tratamiento local, dependía de una herida de la médula espinal que había pasado inadvertida, diagnóstico que, hasta cierto punto, supone conocimientos profundos, no logrados hasta nuestra época, de las verdaderas funciones de la médula. Galeno concede especial importancia al examen del pulso y de la orina, que expone del modo más sutil (4). L a sutileza de su inteligencia para saber recoger lo más típico del curso de cada enfermedad, y su habilidad en apreciar hasta las más pequeñas diferencias, casi imperceptibles entre los diferentes síndromes, hicieron de Galeno un clínico modelo, aunque apenas haya descrito un cuadro morboso nuevo. Sabe distinguir la pulmonía de la pleuresía, la contagiosidad de la tuberculosis pulmonar, enfermedad en la que admitía tres variedades: la ulcerosa, la inflamatoria aguda, y la no inflamatoria, de tránsito

(1) Véase pág. 42. (2) Véase pág. 42. ( 3 ) Respecto de este asunto y de otras particularidades de la doctrina patológica de GALENO, véase el capítulo correspondiente en la Segunda parte. (4) Se encontrarán más detalles acerca de este asunto en la exposición de los métodos diagnósticos de la Edad Media, en la Segunda parte.

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La Medicina en Roma

solapado entre una forma y otra, da buenas descripciones de diversas clases de enfermedades del intestino, de la ictericia, a la que, m u y acertadamente, considera sólo como un síntoma y no como enfermedad independiente, de diferentes afecciones del hígado, bazo y ríñones, de trastornos de la nutrición, como la gota y la diabetes; de enfermedades del cerebro y del sistema nervioso, como psicosis, apoplejía, parálisis, histerismo, epilepsia y diferentes formas convulsivas. Menos originales son los trabajos de Galeno en el terreno quirúrgico, a pesar de que éste debía de haber sido el principal campo de su actividad mientras fué médico de la escuela de gladiadores, y trataba de él en sus disertaciones profesionales (1); al parecer, se preocupó a ú n menos de la Obstetricia y Ginecología. E n Terapéutica empleó Galeno todos los medios que pusieron a su disposición los arsenales de las diferentes escuelas. El principio fundamental de su práctica está tomado de los hipocráticos (2): el auxilio de la fuerza curativa de la naturaleza, es decir, de las fuerzas que actúan hacia un fin adecuado y cuya acción principal es expulsar las escorias de la enfermedad teniendo siempre en cuenta la idiosincrasia del paciente y el curso de la dolencia en cada caso particular. De un modo completamente moderno, separa expresamente Galeno las medidas a propósito para prevenir la aparición de una enfermedad que amenace y los métodos establecidos contra el mismo padecimiento, de las que sólo pueden aliviar, de un modo sintomático, las molestias de los pacientes. Como quiera que las dos primeras formas terapéuticas, de cuyo ideal todavía se halla muy lejano el arte moderno de curar, podían entonces ofrecer m u y pocas garantías — sólo en ciertas formas de paludismo, con la esperanza de expulsar las substancias perjudiciales por medio de la sangría, eméticos y purgantes —, tenía Galeno que contar para sus verdaderos éxitos terapéuticos, en primer término, con la aplicación del socorrido tratamiento sintomático, con el cual se aliviaban las molestias de los enfermos, dándoles de este modo la sensación de mejoría, que se producía, entretanto, por los esfuerzos de la naturaleza. Del igual modo que Asclepíades, no prescindía Galeno de los factores curativos naturales. Así, por ejemplo, enviaba los tuberculosos a Egipto o les prescribía las curas de aire en comarcas elevadas. E n las enfermedades de la nutrición recomendaba ejercicios gimnásticos, como reinar, saltar, cortar leña, etc., con un régimen dietético especial. Conceptúa Galeno como medicamento todo lo que es capaz de determinar modificaciones en el organismo, a diferencia del alimento, que obra aumentando la substancia orgánica. Para él la acción de los medicamentos depende de determinadas cualidades propias, como ocurre en todos los demás cuerpos. La cualidad de un medicamento no se deduce de sus caracteres externos (color, olor, sabor), sino de la reacción que al administrarlo de un modo empírico-experimental puede comprobarse en el organismo. Galeno dividió la eficacia de los remedios en diferentes grados, medio por el cual tuvo el mérito, si bien desde el punto de vista puramente teórico, de dosificar los medicamentos. En el primer grado apenas puede percibirse la acción del medicamento por medio de los sentidos; en el segundo la comprueban éstos perfectamente, en el tercero son ya algo perjudiciales, y en el cuarto sus efectos son directamente destructivos. El opio, por ejemplo, es frío en cuarto grado; la pimienta, caliente en segundo grado, etc. E n e s t a graduación se basaba, sin más requisitos, la difícil dosificación de los remedios, que no podía reportar más que beneficios a los pacientes. Apoyado en estos sólidos principios, Galeno hizo uso abundante, a menudo excesivo, de toda clase de medicamentos. Se aplicaban éstos con arreglo al principio de la alop a t í a : «contraria contrariis », es decir, que cada enfermedad debía combatirse con remedios que ejerciesen acción contraria a los síntomas de aquélla, por ejemplo, el (1) Véase pág. 74. (2) Véase pág. 44.

E l ejercicio de la Medicina

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calor febril con refrigerantes, etc. Aun cuando no en beneficio de los enfermos, Galeno, en comparación a sus antecesores en el ejercicio de la profesión, enriqueció el arsenal terapéutico con gran cantidad de substancias, desposeídas de todo valor, y que únicamente pudieron ejercer efectos sugestivos en los romanos de su época, fácilmente accesibles a lo original y excéntrico. Queda demostrado por varias manifestaciones que Galeno con estas prescripciones no tenía, en realidad, presente en su espíritu, más que esta acción sugestiva sin pensar en la medicamentosa propiamente dicha. Pero las generaciones posteriores han tomado a su cargo, en virtud de su autoridad, esta farmacopea poco honrada, con todas sus degeneraciones (1). Galeno fundió la Medicina a n t i g u a en una f o r m a unitaria, y así l e g ó a las g e n e r a c i o n e s v e n i d e r a s u n a b a s e p a r a el d e s a r r o l l o u l t e r i o r d e a q u é l l a . G a l e n o n o r e p r e s e n t a s o l a m e n t e u n a f a s e p a s a j e r a del d e s a r r o l l o de l a M e d i c i n a ; p e r o ello n o e s t r i b a a c a s o e n el c a r á c t e r inviolable de su actuación personal, c o m o h a ocurrido con algunos de s u s p r e d e c e s o r e s , t a n g r a n d e s y q u i z á m á s g r a n d e s q u e él, sino q u e m á s bien s u f i g u r a s i g n i f i c a el t é r m i n o d e u n p e r í o d o d e c a s i m i l q u i n i e n t o s a ñ o s . D e q u e r e r c o n t i n u a r p o r l a s e n d a del p r o g r e s o , m e j o r h u b i e r a s i d o i n d i c a r en s e g u i d a c o n c l a r a v i s i ó n l a s s o l u c i o n e s d e c o n t i n u i d a d d e j a d a s p o r G a l e n o , e n l a s q u e t e n í a q u e a p l i c a r s e la p a l a n c a de l a i n v e s t i g a c i ó n . Si e n v e z de e s t o s e a c a t ó c i e g a m e n t e l a a u t o r i d a d de Galeno fué debido a las circunstancias propias de la époc a ofrecidas p o r la A n t i g ü e d a d y a en su ocaso y la n a c i e n t e E d a d M e d i a . D e ello nos o c u p a r e m o s e n l a s e g u n d a p a r t e d e e s t a Historia Medicina. de la

4.

El ejercicio de la Medicina

Durante el período de la antigua Roma en que la Medicina quedó exclusivamente en manos de los esclavos (2), no se puede hablar, en rigor, de un ejercicio profesional. Y , no obstante, se inicia éste al continuar los esclavos médicos la aplicación de sus conocimientos como medici liberti, al manumitirles sus dueños por el motivo que fuese. Su condición social era ínfima, y, realmente, la libertad de acción de que disfrutaban ni siquiera admitía comparación con la del ciudadano romano con todos sus derechos políticos y sociales, y las capas de donde se reclutaban eran, por regla general, de valor tan mezquino como las de aquellos primeros médicos griegos que emigraron a Roma. Sólo paulatinamente, sobre todo a partir de Asclepíades (3), se va señalando la superioridad de la Medicina griega. Al propio tiempo iba generalizándose la atención que los romanos prestaban a la Medicina. Perdió ésta la desfavorable posición en que había estado colocada, y se reconoció que el ejercicio de la misma, desde el punto de vista científico, constituía una profesión dignísima, incluso en los casos en que se practicara con fines lucrativos. Se convencieron los romanos de que entre el número cada vez mayor de los laboriosos representantes de la ciencia helénica, existían hom(1) Para más detalles consúltese el capítulo «Terapéutica del médico de la Edad Media» en la Segunda parte de este tomo, en el que se exponen también los demás métodos de tratamiento tomados de GALENO. (2) Véase pág. 62. (3) Véanse págs. 62 y s.

La Medicina en Roma

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bres de talento notable y de muy vasta cultura. Consecuencia de esto fué que se considerase a los muchos médicos que ejercían en Roma con arreglo a su capacidad, y que se llegara a diferenciar legal y socialmente el charlatán del médico propiamente dicho, con base realmente científica. Sin embargo, pesaba, sin duda, sobre el aspecto externo de la profesión la falta absoluta de equidad jurídica entre los griegos libres, pero extranjeros, y los ciudadanos romanos libres. Hasta el edicto de César, del año 46 a. de J. C., por el que se concedía la ciudadanía romana a todos los médicos extranjeros libres que ejercieran entonces en Roma, no se dió al cuerpo médico griego la posibilidad real de desenvolverse libremente. La disposición consiguió al instante el fin que el que la promulgó se había propuesto, y dió motivo a una nueva inmigración, todavía mayor que las anteriores, de médicos griegos libres y cultos, que llegaron a Roma cuando ésta estaba ya convertida en metrópoli del mundo conocido, pero donde el ejercicio médico continuaba aún limitado, en su mayor parte, a los médicos esclavos y libertos. Como quiera que los griegos instruían a otros en Medicina, ofrecieron a los médicos romanos ocasión de adquirir conocimientos más perfectos de los que poseían. Esta enseñanza era, como antes en la antigua Hélade, de carácter privado. Se daba a instancias de los que sentían vocación para ella. Solía ser exclusivamente teórica, como sucedía entre los iatrosofistas, para los que toda la Medicina consistía sólo en un agudo e ingenioso juego de palabras a propósito de los asuntos médicos, motivo por el cual el vulgo les llamaba médicos burros, unida muchas veces también con demostraciones prácticas, de tal modo que los alumnos acompañaban al maestro en su visita particular con el fin de aprender a la cabecera del enfermo. No era raro entonces que para reclamo del maestro presentase éste el enjambre de alumnos ante los enfermos, como sabemos, por ejemplo, de Tessalo de Tralles (1), y se entablaban controversias sobre temas clínicos en las que se trataba menos de la ciencia que de exaltar los propios merecimientos, las más veces con resultado perjudicial para los mismos enfermos. De todas maneras no dejaba de corresponder esto a cierto plan de estudios ordenado si se deseaba estar agregado a los médicos, en el verdadero sentido de la palabra, científicamente formados. De esta ocasión ofrecida por los griegos para obtener una cultura más completa, se aprovecharon sobremanera muchos de los médicos manumitidos. No tardaron en competir los medid liberti eminentes, con cultura equivalente a la de los griegos, con los más hábiles entre éstos. Se hizo célebre sobre todo Antonio Musa, médico del emperador Augusto. El agradecimiento a sus servicios fué lo que condujo a Augusto a conceder a los médicos libertos todos los derechos de la ciudadanía romana, merced a lo cual incluso el romano libre sintió desvanecerse el útimo prejuicio e inclinarse también hacia el arte de curar. E n el año 117 d. de J. C. un edicto del emperador Adriano concedió a los médicos otros derechos importantes, como, por ejemplo, exención de tributos municipales y de empleos fatigosos, del servicio militar, etc. Antonino Pío (138-161) limitó estos privilegios al mayor número determinado de médicos en cada distrito. Bajo Septimio Severo (193-211) tuvieron que depender aquéllos de una autorización para el ejercicio de la Medicina proporcionada por el Consejo de la ciudad y la Delegación municipal de los ciudadanos. Quizá este reconocimiento por parte de los profanos, necesario para la conquista de los privilegios en las ciudades, puede considerarse como el heraldo de la aprobación del Estado. La enseñanza se convirtió en oficial cuando Alejandro Severo (222-235) cedió a los médicos locales públicos con honorarios fijos a los maestros de la Medicina y subvenciones a los alumnos que carecían de recursos. (1) Véase pág. 66.

Galeno y su Medicina

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La institución de los médicos municipales la tomaron los romanos de Grecia (1) y dieron a aquéllos el mismo nombre de arquiatras, titulo que también se transmitió a los médicos de la corte imperial. El número de plazas de arquiatras municipales variaba según las necesidades, número de habitantes, etc. En Roma existían catorce en el siglo iv. Además de los arquiatras, el Cuerpo médico oficial estaba principalmente representado en Roma por los médicos del Ejército y de la Armada. Pero únicamente hacia el final de la República es cuando los médicos militares comienzan a formar un cuerpo más distinguido, especialmente después del mencionado edicto de César, que tenía también como fin proporcionar mejor servicio médico a los soldados. Antes casi no. se prestaba atención a los que caían heridos o enfermos, hasta el punto de que, en la mayoría de los casos, se tenían que prestar auxilio unos a otros lo mejor que podían. En los casos más favorables contaban con el auxilio de los esclavos médicos que llevaban para su propia asistencia. El emperador Augusto incluyó a los médicos militares en las jerarquías del ejército. Su situación dentro del mismo correspondía a los últimos cargos y tenían como superiores a los tribunos de las legiones. Los médicos de las tropas de guarnición en la capital, especialmente de los pretorianos, disfrutaban de categoría más elevada. E n la época del Imperio se crearon, además, plazas fijas de médicos para la asistencia de diversas corporaciones, como del personal de los teatros, circos, bibliotecas y escuelas de gladiadores (2). Análogos a nuestros médicos de montepíos eran los del personal facultativo de los gremios y corporaciones libres, unidos para la defensa de intereses comunes, y entre ellos también los de la asistencia a los enfermos. Así como los ingresos de los médicos oficiales se encontraban asegurados por estipendios fijos en la Roma antigua, los del médico libre dependían en rigor, en primer lugar, de la voluntad de los clientes. La reciprocidad a que quedaban obligados los enfermos por los servicios médicos se consideraba como honorario, en el verdadero sentido de la palabra, o sea como «estipendio de honor». De aquí que el «honorar» fuese un regalo voluntario, sin derecho a reclamarlo (3). Bien es verdad que se podía convenir, como entre los griegos, una suma determinada antes de dar comienzo al tratamiento (4) y asegurarla por este medio; pero los mejores médicos consideraban tal proceder como incorrecto (5). E n la Roma antigua encontramos desarrolladas las especialidades médicas de una manera sorprendente. Existían no sólo especialistas en número extraordinariamente grande en la cirugía, en las afecciones de determinados órganos, como los ojos, oídos, y dientes, y en otras enfermedades, sino también representantes del arte de curar que no se ocupaban más que de aplicar un método especial de tratamiento, como, por ejemplo, la hidroterapia y otros semejantes, o que sólo llevaban a cabo una intervención quirúrgica determinada, como la operación de la talla, de la hernia o de la catarata. Los elementos más distinguidos de la Medicina permanecían, no obstante, alejados de esta especialización. Ésta venia, en efecto, a constituir una especie de grado intermedio entre los médicos propiamente dichos y la multitud de charlatanes que encontraban campo sumamente favorable en la Roma degenerada del ImperioEstos últimos procedían en su mayor parte del personal médico más subalterno, que en realidad no tenía otra misión que la de cumplir las órdenes que recibían de los (1) Véanse págs. 52 y s. (2) Cargo que fué desempeñado largo tiempo por GALENO. (3) Lo que aparece como un uso sancionado por la costumbre estaba reglamentado en el Japón por la ley. (4) Véase pág. 52. (5) Hasta la época de Justiniano (527-565 d. de J. C.) no se encuentran normas legales para la exigencia de los honorarios. 6.

DIEPGEN : Hist. de la Medicina, 2.» edic.

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La Medicina en Roma

verdaderos médicos (aplicación de emplastos, ventosas, enemas, llevar a cabo la sangría, etc.). Asimismo, muchos de estos ayudantes se creían autorizados, por su situación abusiva de comerciantes de medicamentos, a ejercer la Medicina. Con las comadronas, a las que se cedia la mayor parte de la tocología y de la ginecología, y con las llamadas médicas, por el estilo de aquéllas, forman estos charlatanes un grupo de gentes versadas en la ciencia médica, a las que con mucha frecuencia consultaban los romanos. Los médicos inteligentes disfrutaban en la Roma del Imperio de una posición social muy distinguida. Los emperadores se compenetraron perfectamente del valor de la Medicina; pruebas de ello fueron la concesión de gran número de privilegios y el alivio de las obligaciones públicas al cuerpo médico. De las demás clases dedicadas al ejercicio de la profesión consiguieron también prestigio las comadronas y médicos escrupulosos, al paso que a los curanderos y medicastros que navegaban con el pabellón del especialismo les correspondió el merecido desprecio, con tanto mayor motivo cuanto que se prestaban con más facilidad que los médicos, propiamente dichos, a maniobras penadas por las leyes y a crímenes (aborto, envenenamiento).

I.

Introducción

La Medicina antigua encontró en Galeno brillante terminación (por lo menos en su aspecto externo). La labor verdaderamente gigantesca de la vida de aquél había creado un sistema profesional que, a primera vista, parecía realmente capaz de poner al médico en condiciones para afrontar todas las circunstancias y problemas de la práctica. Sus sucesores no supieron añadir nada nuevo. La degeneración política y cultural del romanismo consagrado, en que había vivido, dió libre curso en todos los aspectos de su vida intelectual, y, por tanto, en Medicina y en las Ciencias Naturales, a influencias corruptoras, procedentes sobre todo de Oriente, pero que también dormían en el espíritu del pueblo mismo (1). La demonología y seudociencias, la alquimia, la astrología y la magia, hicieron su solemne entrada en la Medicina antigua, para tomar posesión del funesto papel que iremos conociendo detalladamente. La época en que se preparaban el vencimiento del poder político de Roma por los germanos y el imperio mundial de las ideas religiosas del cristianismo, produjo, aun sin duda, escritores de obras médicas, que podemos designar como antiguos en el sentido de la Medicina helénica, pero en los que aparecen ya aquellos rasgos que prestan un sello, hasta cierto punto característico, a la Medicina de la Edad Media : la falta de individualidad e independencia. Ocupa el primer lugar entre dichos autores Oreibasio, médico del emperador Juliano el Apóstata, compatriota de Galeno y discípulo de la Escuela de Alejandría (desde 325, aproximadamente, hasta los comienzos del siglo v). Sus principales escritos son una recopilación médica en 70 libros de toda la Medicina con el titulo, traducido al latín, de Collecta medicinalia, de la que, desgraciadamente, sólo se conservan fragmentos, y el resumen de la misma, titulado Synopsis, y que consta de 9 libros, escrito para su hijo, con el fin de dedicarlo al estudio de la profesión. El valor de estas obras estriba principalmente en la forma escrupulosa y de elevado discernimiento con que Oreibasio ha realizado la selección de los escritos de los grandes médicos, sus antecesores, especialmente de Galeno. Algunos de estos escritos se hubieran destruido a no haberlos salvado Oreibasio. Su colección resulta una fuente imprescindible para el conoci(1)

Véase pág. 28.

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Introducción

miento de la Medicina antigua. En cambio, apenas se destacó su personalidad, salvo en algunos pequeños detalles. Otros dos médicos del siglo iv, los hermanos Filagrio y Poseidonio, fueron más originales que Oreibasio. El primero contrajo, sobre todo, el mérito de establecer el diagnóstico y tratamiento de las afecciones del hígado y del bazo, y el segundo, de intentar especialmente la localización en el cerebro de las diferentes funciones intelectuales. Este último sitúa la fantasía en la parte anterior del cerebro; la inteligencia, en el ventrículo tercero, y la memoria, en las partes posteriores. De esta manera vino a ser el prototipo de concepciones ulteriores. Los mencionados autores escribieron sus obras en griego. Los tres aparecen como hombres prácticos, sensatos y reflexivos, despojados de las ideas místicas y supersticiosas sobre Patología y métodos terapéuticos, circunstancia que, teniendo en cuenta la época en que vivieron y lo anteriormente expuesto, merece doble reconocimiento . Otros autores siguen más bien el gusto de la época; al carácter más o menos popular de sus escritos corresponde el empleo de la lengua latina. A algunos de éstos se les debe desposeer de todo valor por mucha popularidad de que hayan disfrutado, y persistido aún largo tiempo su crédito. Son, principalmente, recetarios, como el de Sexto Plácido Papyrensis (siglo rv), que describe los medicamentos procedentes del reino animal, juntamente con las más repugnantes substancias de la «botica de las inmundicias», y el libro de plantas (herbario) de Lucio Apuleyo (siglos iv-v), con su farmacopea vegetal. Carácter mucho más científico ofrecen los fragmentos que se conservan de Vindiciano (siglo iv), el que merece ya atención por su incredulidad en las supersticiones astrológicas, y su discípulo Teodoro Prisciano (siglos iv-v). Su Euporiston (exposición de los remedios fácilmente asequibles) no rechaza en absoluto los remedios milagrosos para los que el vulgo ha mostrado siempre tanta inclinación; pero, no obstante, reveis, en general, un juicio reflexivo y sensato. Los cuatro libros traducidos por él del griego al latín nos dan un cuadro muy completo de los medios terapéuticos que empleaban entonces los médicos. En Teodoro Prisciano se destaca con toda claridad la influencia de la escuela metodista (1). Muchas de sus ideas acerca de la esencia de la enfermedad y de su tratamiento están tomadas de sus doctrinas. Más importante fué para la tradición del metodismo la obra capital de Celio Aureliano «De las enfermedades agudas y crónicas o. Lo que Oreibasio fué para la tradición de la Medicina galénica, lo es aquel notable escritor, cuya vida transcurrió en el siglo iv o v, para que la posteridad conociese al más grande de los metodistas, Soranos, pues, preservó la pérdida de sus escritos merced a la traducción latina que hizo de ellos, provista de adiciones de todo género. De este modo, las generaciones médicas posteriores conservaron una de las mejores obras de la Medicina antigua, caracterizada tanto por su concepción científica, libre de toda superstición, como por la importancia que sabe conceder a las necesidades de la práctica.

Por la época en que vivió pertenece ya Celio Aureliano al período que se puede denominar Edad Media de la Medicina. Incluyendo el historiador de ésta en la Edad Antigua, los dos siglos de decadencia de la Medicina clásica inmediatos a Galeno, puede considerarse en cifras redondas como comienzo de la Medicina de la Edad Media el año 400 d. de J. C. (2). En el umbral de la Edad Moderna se destaca (1) Véanse págs. 57 y s. (2) Esto viene a coincidir con la fecha del 395, admitida en general por algunos historiadores como punto de transición entre las Edades Antigua y Media, por ser el año en que terminó el Imperio romano, dividiéndose en dos mitades, oriental V occidental, acontecimiento que ha influido también de un modo desfavorable en el desarrollo ulterior de la Medicina.

Introducción

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para nosotros Andrés Vesalio, cuyo Tratado de Anatomía, origen de la reforma de los conocimientos que sobre ésta se tenían, apareció en 1543. Según el estado actual de la ciencia, indudablemente modificable por la progresiva investigación ulterior, podemos sintetizar el juicio acerca de la Medicina de los once siglos transcurridos diciendo que en ellos no se ha progresado esencialmente sobre la Medicina de la Antigüedad, aun cuando en los últimos siglos de la Edad Media aparecen en ligeros presentimientos rasgos de la Moderna, y en algunos aspectos especiales de la Medicina se aprecian indudablemente progresos esenciales. Los motivos de esta falta de progreso, que la Medicina comparte con las Ciencias Naturales y determinadas Ciencias de la Civilización, han de buscarse en las particularidades de la cultura de la Edad Media. No hemos de echar en olvido que ésta no sorprendió a la Medicina antigua en su cúspide, sino en la época de su ruina, es decir, en un momento en que tempestades políticas de intensidad incomparable se desencadenaban sobre la Humanidad, ocasión la más desfavorable para el pacífico desarrollo de las ciencias. La Edad Media era impotente para edificar de nuevo sobre aquellas ruinas. Las mejores inteligencias se consagraban al Cristianismo, que en sus albores luchaba por su existencia. Aun cuando no predominó un bando impulsor al ascetismo, hasta separarse por completo del médico y de la Medicina, a pesar de lo meritorio que debía de ser a los ojos de los cristianos el cuidado de pobres y enfermos, que el desarrollo de la Medicina no podía por menos que ser provechoso, y que la moral médica de los cristianos comparada con la de los antiguos representa un considerable progreso, las fuerzas más sólidas pertenecían a la lucha por las ideas religiosas ; el centro de gravedad de la vida se desplazó en un más allá de lo terreno, muy favorable para el desenvolvimiento de la Medicina. Después del triunfo de la nueva religión mantuvo ésta durante largo tiempo, y bajo el influjo del clericalismo, el acorde fundamental de la ciencia (1). No puede considerarse absolutamente como exclusiva del Cristianismo medieval, la intensa impregnación de la vida intelectual con los dogmas religiosos, que también en otros pueblos de la Antigüedad, como, por ejemplo, en Egipto y en la India (2), retrasó el ulterior desarrollo y la madurez de los conocimientos médicos, parcialmente florecientes. Mucho ha contribuido al desarrollo de una nefasta fe en seres superiores, a la supresión de la facultad de elevarse hasta el raciocinio crítico, al sello defectuoso de la personalidad científica y artística; pero no se puede atribuir a ella sola estos resultados. Estos tres defectos fundamentales, que, por lo demás, se han sabido exagerar bastante, influyeron desfavorablemente, asimismo, sobre la Medicina árabe. Son características las manifestaciones intelectuales de los pueblos menos adelantados que tienen que apropiarse, (1) Véanse págs. 96 y s. (2) Véase a propósito de esto la página 29.

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Introducción

y aun así penosamente, las adquisiciones de los extraños, antes que poderlas llevar a su ulterior desarrollo por sí propios. El médico medieval, lo mismo que el historiador y el artista renuncian a sentir lo antiguo como algo presente, sencillamente otorgado, como algo que no era posible sobrepasar, ni como una fase susceptible de perfección en la marcha evolutiva de la Humanidad. Así como el cristianismo no conocía más verdad que Cristo, el mahometano', Mahoma, y el judío, Moisés, de igual modo la verdad en Medicina acaba en Galeno. La Medicina de la Edad Media no puede considerarse en modo alguno en su desenvolvimiento científico como el de la Edad Antigua o de los tiempos modernos. Su conocimiento es tanto más valiosísimo para llegar a descubrir los infinitos y enmarañados filamentos que unen la Medicina con la civilización humana. Se ha de juzgar este conocimiento en la presente descripción en primer lugar como fruto de la cultura medieval. Desde este punto de vista será aquélla mucho más justa que si no vemos en ella más que la transición de lo antiguo a lo moderno, y su impresión es más conciliadora. De la larga serie de autores que nos han conservado, más o menos fielmente, la herencia de los griegos y que han mantenido, a través de los siglos, la tradición médica, provistas rara vez con adiciones propias, desde la Antigüedad a la época moderna, sólo mencionaremos los más importantes. En cambio, podremos estudiar algo más ampliamente los conocimientos teóricos y prácticos del médico de la Edad Media, con todas las impresiones que recibía de la cultura y de la concepción del mundo, propias de aquellos tiempos, con lo cual habrá que remontarse en ocasiones a la Antigüedad y discutir aún algunos puntos de los que no se pudo hablar en la primera parte de este libro. Únicamente dando por sentada la estancación de la ciencia en sus principios fundamentales, será posible dar una exposición uniforme de la Medicina de un período que abarca varios siglos.

II.

La tradición

La ciencia antigua fluye en la Edad Media de tres corrientes. La primera tiene su cauce en el Imperio bizantino ; la segunda se desliza a través de los países sarracenos ; la tercera sigue los caminos por los que penetra la cultura latina, gracias a las comunidades religiosas, en los pueblos paganos de Occidente.

1.

La Medicina bizantina (griega)

Llamada así por el antiguo nombre de Constantinopla, Bizancio, se denomina también Medicina del bajo Imperio de Oriente. Después de la división de éste y de la muerte del rey de los hunos, Atila, el temido adversario, volvió poco a poco el Oriente a robustecer su poder político hasta imponer respeto. Paralelamente aparece una segunda floración de la cultura y saber griegos •— modesta, sin duda alguna, si se compara con la producida en épocas anteriores —, sobre la base del antiguo helenismo, allí donde las fuentes de la lengua materna de la Hélade corrían sin adulterarse, manteniendo constantemente vivo el recuerdo de un pasado grandioso. Nutridas bibliotecas y príncipes amantes de la ciencia facilitaban la labor de los investigadores. Por lo que a la Medicina se refiere, no era seguramente un perjuicio el que en Oriente dominase el elemento laico en el terreno de la actividad literaria, a diferencia de lo que ocurría en Occidente, donde, podríamos decir, que por espacio de siglos el sacerdote no escribía más que para el sacerdote y el monje para el monje. Los rasgos que caracterizan toda la cultura oriental aparecen también en la Medicina bizantina : el epigonismo y la falta de originalidad. Su mérito se reduce a la conservación de la ciencia antigua (1), que se unió con elementos cristianos y, pos(1) Este punto, no obstante, está aún poco estudiado. Tal vez investigaciones ulteriores nos permitan un juicio más favorable.

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La tradición

t e r i o r m e n t e , t a m b i é n con los orientales (1). L o s a n t i g u o s centros d e f o r m a c i ó n m é d i c a , a los q u e i b a n los profesionales de la A n t i g ü e d a d en b u s c a d e c o n o c i m i e n t o s m á s perfectos, e s p e c i a l m e n t e A l e j a n d r í a , c o n t i n u a b a n s i e n d o los de la m e d i c i n a científica. La c o n q u i s t a de e s t a c i u d a d por los sarracenos en el a ñ o 6 4 2 representa para la M e d i c i n a b i z a n t i n a u n a pérdida irreparable, p u e s c o i n c i d e con el c o m i e n z o d e un n u e v o período, el de la d e c a d e n c i a . D e s d e e n t o n c e s , la p a r t e m á s v a l i o s a de aquella M e d i c i n a , el s a l u d a b l e n ú c l e o clásico, v a q u e d a n d o d o m i n a d o por i n f l u e n c i a s de otros países c a d a v e z de m á s m e z q u i n o valor. La E d a d Media le i m p r i m e s u m a r b e t e , contra el q u e n o h a y d e f e n s a posible. E l siglo v i , caracterizado por el g o b i e r n o de J u s t i n i a n o I, lleno de esplendor, h a b í a c o n t e m p l a d o a ú n a la M e d i c i n a e n la c u m b r e de s u v a l e r . A esta época pertenece Aecio (nacido en los primeros años del siglo en Amida, Mesopotamia), que todavía se había podido educar en Alejandría, y que vivió posteriormente en la corte imperial. Su compilación integral de la Medicina, hecha en 16 libros, nos proporciona una breve reseña de muchos de los autores clásicos, especialmente de Arqulgenes, Soranos, Galeno y Oreibasio. A pesar de tratar en ella de gran número de remedios milagrosos y de fórmulas supersticiosas, esta obra es una de las mejores de la bibliografía médica bizantina. Todavía le supera la de otro médico de aquel siglo vi, Alejandro de Tralles. Éste sobrepuja eil originalidad a todos los demás bizantinos. Su instrucción compleja formada en sus viajes, y su actividad práctica incansable hasta muy avanzada edad, nos deja entrever en sus escritos un maduro juicio propio y relativa independencia respecto de las creencias impuestas. Su principal obra comprende en once libros la Patología y Terapéutica de las enfermedades internas. Precedentemente se añadía aún a éstas como duodécimo libro un tratamiento especial de la fiebre. Alejandro de Tralles, procedente de una familia muy distinguida — s u hermano fué el arquitecto que construyó la basílica de Santa Sofía de Constantinopla —, no sólo fué de gran utilidad para los bizantinos de épocas posteriores, sino que para la tradición llegó a adquirir suma importancia por las traducciones de sus obras al latín, siríaco, árabe y hebreo. Como tercer representante de los mejores días de la Medicina de Bizancio se ha de mencionar a Pablo de Egina (nombre de la isla en que nació), uno de los últimos discípulos de la escuela de Alejandría (comienzos del siglo VII). Sobresalió especialmente en el campo de la Cirugía. Renunciando adrede a la exposición de teorías propias, se contentó con adiciones de los resultados de su práctica particular a lo que compiló en la forma habitual de los autores antiguos. Su tratado en siete libros, dedicado a los médicos, se impuso sobre todo entre los árabes. Éstos le designaron con el nombre de « el tocólogo». Los escritores sarracenos le han citado y traducido ya desde los primeros tiempos. Otro bizantino del siglo VII de no tanta importada, Teófilo, llegó a ser, por un escrito especial «Sobre la orina», basado principalmente en Galeno y en otros autores antiguos, una autoridad en el campo de la uroscopia (2) a juicio de las generaciones ulteriores, dotadas de menos sentido crítico.

(1) Ya en esta fusión se aprecia el carácter medieval de la Medicina bizantina, la que H I R S C H B E R G , en general, no considera como perteneciente a la Edad Media, sino sólo como una continuación de la Antigua. (2) Véase pág. 113.

L a Medicina árabe

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E n las sombras de la decadencia, pasado el año 642, lanzan débil luz algunos médicos que sobresalen ligeramente del nivel general. Además de las Enciclopedias, escritas a la manera de un Celso, por el fraile Miguel Psellos (siglo xi), que se ocupan t a m bién de Medicina, de los trabajos de su contemporáneo y amanuense menos importante, Simeón Seth, el primero de los griegos que menciona remedios árabes, y de la obra de terapéutica, copia de autores griegos, latinos y árabes, de Nicolás Myrepsos (siglo x m ) , son los escritos de Juan Actuarios (siglo x m ) la brillante conclusión de la Medicina de Bizancio. Sobre este último autor ejerce intensa influencia la escuela neumática. Como médico hábil, considera la individualidad del enfermo en sentido hipocrático, y completa su terapéutica, principalmente galénica, con los resultados de su propia experiencia clínica. Menciona por primera vez el trichocephalus dispar como parásito intestinal. Actuarios, por su orientación neumática, se vió impelido preferentemente a ocuparse de la doctrina de los trastornos psíquicos. Ha expuesto sus importantes conocimientos en varias obras especiales.

2.

La Medicina árabe

ínterin, el bizantinismo, en su calidad de primer portador del saber helénico, depositó este saber en manos de otro pueblo, el árabe. Por el ascendiente religioso del Islam, cuya Era comienza en el año 622 (huida del profeta Mahoma de la Meca a Medina), los sarracenos, poderosamente estimulados hacia el progreso, alejados, al principio, por la situación geográfica de su patria, de toda relación con los demás pueblos, llegaron a convertirse en corto tiempo en los dominadores de la mayor parte del mundo. En el momento de su mayor apogeo, su potente Imperio se extendía desde el Indo al Cáucaso, por todo el Norte de África, la mayor parte de España, Cerdeña, Sicilia y otros territorios del Sur de Europa. En este escenario y dentro de este marco se desarrolla la Medicina árabe, la que tomó parte fielmente en las vicisitudes del florecimiento y decadencia de la fuerza cultural y política del Islam, hasta caer, herida de muerte, con la destrucción de Bagdad (1258) en Oriente, y con la conquista del reino de Granada (1492) en Occidente. No fueron en modo alguno los árabes ni siquiera los que predominaron entre los representantes de la Medicina científica, pues también los persas, sirios, coptos, andaluces y judíos dieron a la publicidad escritos médicos; pero el espíritu y el lenguaje de sus obras llevan el sello árabe. De un modo indirecto, los sarracenos deben su iniciación en la ciencia helénica a una secta cristiana, a los nestorianos. Éstos cultivaron, sobre todo en la esclarecida Edesa, el espíritu griego, y vertieron las obras helénicas al siríaco. Más tarde se vieron obligados a abandonar a Grecia, su patria, a causa de sus convicciones religiosas. Bajo la protección de reyes más tolerantes lograron fundar escuelas en territorio pérsico, en alguna de las cuales se enseñaba Medicina.

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La tradició

Cuando Persia fué conquistada en el siglo vn por los árabes, aceptaron reconocidos los nuevos señores del territorio el conocimiento de la ciencia griega. Apenas puede darse terreno más favorable para su desarrollo como el que entonces cayó en manos de los árabes en la cuenca oriental del Mediterráneo. En ella habían llegado, ya en la Antigüedad, elementos de las civilizaciones oriental y de occidente, a un intercambio intelectual entre caldeos, indios, egipcios y griegos. De igual modo que en Bizancio, los sabios se vieron apoyados por los perspicaces califas que fundaron grandes bibliotecas, hospitales e Institutos de cultura. En Oriente, fueron Damasco, después Bagdad y el Cairo ; en Occidente, Córdoba y otras ciudades de la España mora, los centros más brillantes de esta cultura. En el siglo x n tenía la España árabe setenta bibliotecas con innumerables tesoros bibliográficos y diecisiete escuelas superiores. La tolerancia, que reemplazó al fanatismo religioso, y que hizo posible incluso que pudieran ser médicos de los califas los judíos o los cristianos, allanó los últimos obstáculos para labrar el dilatado arsenal aportado por los sarracenos. En el desarrollo de la Medicina árabe pueden diferenciarse dos períodos : el primero se extiende hasta la mitad, aproximadamente, del siglo ix; el segundo, desde esta fecha hasta el año 1200, poco más o menos. Desde el siglo x m comienza una decadencia rápidamente progresiva. E n el primer periodo los médicos eruditos, bajo el influjo de su amor al helenismo, señalado desde mediados del siglo vnr, y comparable al Renacimiento de los pueblos occidentales, se dedican con viva actividad a traducir los mejores escritos griegos, en parte directamente de los textos originales, y en parte de las versiones en siríaco y a existentes entonces. Si bien ya desde un principio distan mucho estos trabajos de ser puras traducciones, pronto se reemplazan por otros más originales de la materia t r a t a d a . E n t r e los escritores más notables de esta primera época sobresalen : J u a n Mesue (1) (el Viejo, 777-857), quien, además de gran número de traducciones, escribió obras originales referentes a diversos a s u n t o s ; Johannitius (809-873), cuyas traducciones de Hipócrates, Galeno, Oreibasio y Pablo de Egina, se imponen, t a n t o por su número como por su cantidad, y cuya introducción al breve compendio de la Medicina de Galeno, o Arsparva (Microtechne), debió ser uno de los textos más leídos en las Universidades de Occidente; Alcindo (que con seguridad vivía a ú n en 861), que sé hizo merecedor de su fama por su terapéutica, y que trató de establecer matemáticamente las dosis de los medicamentos, y Serapión (el Viejo, segunda mitad del siglo xx). Este último produjo en siríaco, su idioma nativo, una compilación, m u y utilizada por los latinos bajo diferentes títulos, libro de patología y terapéutica, saturado todo él de saber griego. E n el segundo período la Medicina árabe se remonta a su mayor originalidad y florecimiento. Su médico más eminente es Rhazes (850-923). El clínico consumado que se empeñó en unir en la práctica de su profesión las sabias doctrinas de Galeno con las ventajas del hipocratismo en materia clínica, y logró enriquecer la terapéutica farmacológica por medio de ensayos propios con nuevos compuestos químicos, ejerció

(1) Cito los nombres en la forma corrompida empleada por los latinos medievales, y tal como aparecen en la bibliografía occidental.

La Medicina árabe

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largo tiempo en Bagdad. Se le considera autor de más de 200 escritos. E n donde con mayor claridad resplandece su ojo clínico es en el escrito especial «Sobre la viruela y el sarampión », la obra de conjunto más antigua a este respecto y una de las mejores producciones de toda la bibliografía médica de la Edad Media. La influencia más duradera sobre el Occidente la ha ejercido su tratado de la Medicina, en diez libros, Líber medicinalis ad Almansorem (del nombre del príncipe a quien aparece dedicado). Sirvió todavía en el siglo x v n como texto en las lecciones de las Universidades. Otro clínico, también muy distinguido, fué Tabari (hacia el año 970); su obra «De los tratamientos hipocráticos », que existe sólo en texto árabe, había pasado inadvertida a los historiadores de la Medicina hasta que Hirschberg llamó recientemente la atención sobre ella. Una de las obras árabes que se tradujo más pronto al latín, es original de otro médico eminente del siglo x , Ali Abbas (hasta 994). Lleva el título latino de Dispos itio regalis (el libro regio), por estar dedicado a un s u l t á n ; se t r a t a n en ella todas las ramas de la Medicina, con una parte teórica compuesta de diez libros, y otra práctica con otros tantos. E n su traducción latina fué esta obra, denominada Pantechne, de Constantino el Africano (1), el libro más leído en Occidente, hasta que el poderoso producto de la inteligencia del médico que vamos a nombrar se abrió brillante paso en la lengua latina, el Canon, de Avicena. E l autor de este Tratado de la Medicina compuesto de cinco libros muy extensos, Ibn-Sina (980-1037), nacido en Persia, se caracteriza mucho más por el arte y la brillantez con que sabe razonar y exponer sus doctrinas que por su originalidad, relegada a segundo término. Estas ventajas han erigido esta obra, que abraza toda la Medicina, incluso la Cirugía y todas las especialidades, como uno de los libros que por espacio de cinco siglos ha dominado en la Medicina del mundo, y ha dado a su autor una autoridad semejante a la de Galeno y Aristóteles. Y, no obstante, lo que Avicena ha fundido en forma árabe es casi todo saber griego, especialmente ciencia galénica. Su Canon representa «la codificación definitiva de la Medicina grecolatina o. Así como todos los autores hasta ahora mencionados proceden de Oriente, el escritor árabe más notable que se ocupó de cirugía, Albucasim (segunda mitad del siglo x), es de Occidente, de España. Sus libros de cirugía, intensamente inspirados en Pablo de Egina (2), pero en los que aparecen las experiencias de su práctica personal, se tradujeron muy pronto al latín, y los utilizaron y dieron gran valor los cirujanos de los pueblos occidentales. Los instrumentos dibujados en ellos son como fuente histórica, tanto más apreciables cuanto que la Cirugía árabe, temerosa del derramamiento de sangre, h a realizado desde entonces pocos progresos. Además de estas lumbreras de la ciencia árabe, otros médicos han ofrecido producciones m u y estimables en campos más circunscritos, y ejercido su influjo sobre la Medicina occidental, como el israelita egipcio Isaac Iudaeus (mediados del siglo x ; dietética, doctrina de la fiebre; diagnóstico basado en los caracteres de la orina); el médico y filósofo Ali Ben Ridhwan o Rodoam (980 hasta 1061, comentador de Galeno) ; Avenzoar (f 1162; buenas descripciones de las enfermedades; concepción hipocrática de la terapéutica); el gran pensador, mucho más influyente como filósofo que como médico, Averroes (1126 hasta 1198, aproximadamente; ensayo de una concepción especulativo-filosófica de la Medicina); el judío médico y filósofo Maimonides (1135-1204; aforismos, dietética, toxicología); Ibn-Al-Beitar (siglo x m , Terapéutica). No se sabe a punto fijo quiénes fueron los autores de dos obras de Farmacología atribuidas a dos pretendidos árabes, Mesue el Joven y Serapión el Joven. Sobre todo el primero ejerció cierta influencia en la Farmacología de la Edad Media.

(1) Véase pág. 98. (2) Véase pág. 90.

La tradición

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Muy escasos son en la actualidad los conocimientos que poseemos de la Medicina árabe para poder formular un juicio definitivo acerca de su significación para el desarrollo de la Medicina del mundo. Lo que sabemos está basado en su mayor parte en las traducciones corrompidas que, con defectuoso conocimiento del idioma árabe, se han hecho en la Edad Media de las obras de los médicos sarracenos más notables. Un estudio más detenido de algunos textos árabes ha permitido demostrar que casi todas estas versiones no son más que caricaturas del original. Con la ampliación de estos estudios se tiene el deseo vehemente de que con el conocimiento más extenso de los originales, se compruebe que aquel pueblo tan inteligente, cuyas producciones en el campo de las Matemáticas y de la Astronomía, de la Física y de la Química, de la Geografía y de la Botánica se conocen de larga fecha, haya hecho también por la Medicina mucho más de lo que hasta ahora se ha creído. Es indudable que no se podrían exigir a los árabes principios fundamentales en Medicina, aunque no fuera más que por el hecho de que el florecimiento de su cultura no fué de larga duración. La fe inflexible en autoridades que vieron en la Medicina griega, como en el Corán, algo inmutable y la tendencia a los sofismas y dialéctica filosóficos en lugar del estudio profundo, pusieron un freno a los beneficios sensatos del empirismo. Por otra parte, dicha tendencia llevó consigo las ventajas de la disposición exacta y formación clara de la materia, por las cuales algunas obras de los árabes incluso superan a las griegas. El sentido histórico de los árabes ha ofrecido a la investigación moderna una fuente sumamente valiosa para el conocimiento de la Medicina árabe y griega en las descripciones médicohistóricas de Ibn Abu Oseibia (muerto en 1269 a la edad de más de setenta años). En capítulos posteriores se expone lo que los árabes han producido en el terreno de las especialidades médicas. El principal mérito de la Medicina árabe ha consistido en la custodia y conservación de la Medicina clásica griega, como no estaban en condiciones de hacerlo los pueblos occidentales. Con el ropaje árabe y con el auxilio de las traducciones la erudición y el saber griegos han mantenido su entrada en Occidente. A los sarracenos se debe, en primer término, la autoridad que conquistó Galeno en la Edad Media.

3.

La Medicina occidental (latina)

Cuando el mundo occidental entabló sus primeras relaciones con la civilización y costumbres de la Antigüedad, y, por tanto, también con la Medicina antigua, se encontraba el suelo europeo, el que se ha de considerar en primer término para la difusión de la ciencia clásica, habitado por pueblos galoceltas y germanos.

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La Medicina propia de estos pueblos se encontraba absolutamente al mismo nivel de la Medicina primitiva (1), de una Medicina empírica, con la base de la religión y el culto e intenso predominio de la magia y del misticismo. Aparecen, en ocasiones, reminiscencias astrológicas (observancia de determinadas horas del día para la recolección de plantas medicinales, prestar atención a la luna, etc.). El concepto de la enfermedad y el arsenal terapéutico se adaptan a la singular concepción religiosa del mundo y a la naturaleza del país. Para los germanos el dios de la Medicina era el Padre del Universo, Wotan-Odin, uno de cuyos ojos representa la luz solar (frecuentemente empleada con fines médicos), fuente de la vida; la mitología celta no condujo a la creación de un dios médico por excelencia, como lo fué el Esculapio de los griegos y romanos. Para combatir a los demonios causantes de las enfermedades, se utilizaban mucho las runas trazadas en color rojo en bastoncillos valiéndose del minio, por lo que los médicos hechiceros tenían que saberlas leer. Como se conocían causas morbosas naturales, se aplicaban también remedios que se creían naturales, a menudo, desde luego, en combinación con las ideas místicas. Eran muchas las plantas indígenas apreciadas como medicamentos y empleadas en forma de bebidas, fomentos y sahumerios. Los celtas consideraban como panacea el muérdago, que rara vez se encontraba, sobre todo cuando crecía, más que sobre los demás árboles, en la encina sagrada; y su bebida debía proteger contra los envenenamientos y hacer que se volviesen fecundas las mujeres estériles. Del propio modo que los germanos, concedían los celtas marcada preferencia al empleo terapéutico de las aguas medicinales y termas de su patria; su poder curativo se atribuía siempre a la benevolencia de algún dios. Muchos de estos antiguos lugares de culto son en la actualidad reputados balnearios, como Spaa, Wiesbaden, Baden-Baden, etc. Los cuartos de baños se remontan a los antiquísimos modelos de la civilización de aquellos tiempos. Entre los celias, los representantes más acreditados entre los que cultivaban la Medicina eran los druidas, corporación que dominaba toda la ciencia, el arte y la poesía, las Ciencias Naturales y la Medicina, la Teología y el Derecho, y que educaban a sus descendientes en escuelas especiales. Eran sacerdotes que, indudablemente, sobresalían sobre todo en Medicina. Al propio tiempo, la mujer que tomaba parte activa en el culto religioso, intervenía también en aquélla. De igual modo que entre los germanos, la sacerdotisa que de las inmolaciones lanzaba sus profecías se convertía en médica. Sin embargo, no se llegó a la formación de una verdadera clase profesional, porque en aquellos pueblos nómadas, subdivididos en innumerables tribus, no se conocía una casta sacerdotal en el verdadero sentido de la palabra. Todos los que por azar o por su oficio, como pastores, herradores, etc., tenían ocasión de adquirir algunos conocimientos de Medicina, podían quedar confirmados como médicos. Entre los pueblos del Norte, por ser los príncipes del sacerdocio los que dirigían las inmolaciones, se les llamaba para las curas. Correspondiendo al primitivo carácter de la Medicina germánica, aparece además el médico hechicero, como representante de la terapéutica sugestiva, rodeado de veneración y de temeroso respeto. Al principio los germanos y los celtas lograron aprender la antigua Medicina por intermedio de los médicos militares de las legiones romanas que avanzaban, en plan de conquista, hacia el Norte. Cuando, más tarde, pisaron victoriosos el suelo italiano de la cultura clásica, fueron sobre todo los ostrogodos, amantes de la instrucción, •os que facilitaron, junto con otras ramas del saber, el desarrollo más amplio déla Medicina. Las obras latinas anteriormente mencionadas se enriquecieron en el siglo vi con un escrito sobre dietética, del médico y embajador de los ostrogodos en la corte de los francos, Anthimo (Epistula de observatione ciborum). Por lo demás, la bibliografía (1) Véanse págs. 1 y s.

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médica quedó durante largo tiempo limitada a las traducciones, sumamente alteradas, de fragmentos de los clásicos griegos, y a compendios de trozos de los latinos y médicos de Bizancio, que ya pertenecen a la decadencia, con muy escasas adiciones originales. De estas producciones han servido como fuentes de conocimiento a autores posteriores, las denominadas Aurelias (enfermedades agudas), Esculapias (enfermedades crónicas), que ofrecen muchos rasgos comunes con Celio Aureliano, y además la Dynamidia, compuesta de trozos de Hipócrates y de Gargilio Marcial (1), asi como el Passionarius, procedente de Galeno.

La Humanidad, en encarnizada lucha por el poder o la existencia, no se encontraba en aquellos tiempos en situación de madurar elevadas producciones científicas. Gobernaba entonces la espada, no la pluma, motivo por el cual huyó la Ciencia, y con ella la Medicina, para refugiarse tras de los muros de los conventos. Los portadores de la instrucción fueron los monjes. Con éstos se engendran los albores de la Medicina monástica. Cuando más tarde se hubieron calmado las más graves tormentas políticas, todavía permaneció la Ciencia por espacio de siglos en manos del clero. Su primer representante fué, además de los monjes, el clero secular. El disfrute de las prebendas les permitía una vida libre de preocupaciones y a propósito, por tanto, para el cultivo de la Ciencia. El elemento seglar incluso el más encumbrado, poseía en el concepto a que nos referimos, una educación muy deficiente. Sabido es que Carlomagno no aprendió a escribir hasta edad avanzada. Con excepción de los religiosos, era menester ser considerado incapaz de sostener una espada, para recibir una instrucción científica. Pero los lisiados son tan poco aptos para la guerra como para la Medicina (2). El fundador de la Orden de los benedictinos, Benedicto de Nursia ( t 543), había inculcado especialmente a sus monjes el cuidado de los enfermos. Uno de los primeros miembros de la comunidad, Casiodoro (480-575), anteriormente hombre de Estado, recomendaba el estudio de las plantas medicinales y de las obras de los médicos antiguos. Uno y otro contribuyeron al progreso de la Medicina. Por espacio de siglos ha constituido la orden de los benedictinos un modelo de vida monacal desde muy variados puntos de vista. Con los monjes misioneros iba penetrando la Medicina en los pueblos que por ellos adoptaron el Cristianismo. El desarrollo general de la cultura que caracteriza la época de Carlomagno, vuelve a reflejarse patentemente en la bibliografía médica escrita por aquellos monjes. De igual modo que en los manuscritos procedentes de los conventos, entre ellos algunos de Medicina, sus modelos se transmiten desde entonces en el hermoso ropaje externo de la caligrafía, también gana el contenido de las obras. Estos escritos poseen, por lo menos, un atisbo de originalidad. (1) Este autor había descrito, en una obra especial, por el año 230 después de Jesucristo, las propiedades curativas de gran número de plantas. (2) Por lo demás, nunca quedó excluido por completo de la Medicina el elemento laico.

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Además de los escritos especiales de Farmacología, como el Comentariiim medicínale, de Benedicto Crispo (Arzobispo de Milán hacia el año 700), que canta en forma poética las virtudes curativas de diversas plantas; el Hortulus, del abad de Reichenau Walafridus Strabo (807-849), al que entusiasman tanto las plantas medicinales del jardín de su monasterio que alaba en verso sus útiles efectos; el Tratado de Botánica titulado Macer Floridas, que parece proceder del último cuarto del siglo ix; del Lapidarias (Mineralogía), del obispo Marbod de Rennes (t 1123), que se ocupa de la supuesta virtud medicinal de las piedras preciosas (1), conocimientos que tal vez debiera a los árabes, pertenecen también a esta bibliografía las enciclopedias que abarcan todo el saber de la época, y que poseen, en medio de su insuficiencia, la ventaja del universalismo, característica, hasta cierto punto, de la instrucción monacal de la Edad Media. En ellas solía reservarse un reducido espacio al estudio del hombre y de la Medicina. Entre estas enciclopedias, que no dejan de tener gran importancia desde el punto de vista de la tradición, las más renombradas fueron la denominada Etimologías, en veinte libros, de San Isidoro, Arzobispo de Sevilla (hacia el año 600); los veintidós libros De Universo, basados en estas Etimologías, y escritos por el monje benedictino, abad de Fulda, Hrabanus Maurus (776-856), y los eruditos trabajos de una monja, Hildegarda, abadesa de Bingen, que en el siglo x n , además de una descripción de la naturaleza (Physica), compuso una obra de Medicina, sobre «Causas y métodos de tratamiento de las enfermedades > (Causae et curae) (2).

En esta época va destacándose cada vez más en el mundo científico de la Edad Media el elemento laico al lado del eclesiástico. Puede decirse que el saber puramente clerical ha cesado hacia el año 1100. Hombres de ciencia profanos enseñan a su talante a profanos, en primer término en Italia, donde este género de enseñanza se había conservado desde la Antigüedad. En Italia aparece también, en el siglo xi, la primera escuela médica de carácter laico, la Escuela de Salerno. Llegó a ser esta escuela para la época inmediata posterior, el centro más importante de los trabajos científicos, de Medicina, y sólo mucho más tarde lo fué su hermana más joven, la Escuela de Montpellier, hasta que las sobrepujaron las Universidades. Los escritos de la Escuela médica salernitana sobresalen por seguir las orientaciones de la buena tradición clásica, y tomar como ejemplos —- aunque utilizando observaciones propias y sabiendo sacar partido de la experiencia clínica personal — a los mejores médicos de la Antigüedad, Hipócrates y Galeno. La mayoría de aquellas obras son breves y compendiosas exposiciones de toda la Medicina, apropiadas para el ejercicio de la profesión, y de las que puede señalarse como modelo el Passionarius, de Gariopontus (f hacia 1050). Se ocupa en cinco libros de todas las afecciones locales que puede padecer el cuerpo humano, siguiendo el orden habitual de la cabeza a los pies (a capite ad calces), tratado que, originariamente, se completa con los otros tres libros consagrados al estudio de la fiebre. Además de este representante, el más antiguo, de los escritos salemitanos, son las obras más importantes de aquella época las que aparecen impresas en las colecciones de Renzi y Giacosa, y que llevan los nombres de Petroncellus, Bartolomeo, de la familia de los Platearius y Copho, el Magisier Salemos, Aflacio y Arquimateo. Reflejo muy evidente del saber salernitano es un (1) Véase pág. 133. (2) Respecto de las enciclopedias de época posterior, véase pág. 100. 7.

DIEPGEN

: Hist. de la Medicina, 2.» edic.

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escrito anónimo del siglo x n , De aegritudinum curalione, que compara los dogmas de los maestros más importantes de aquella escuela. Acaso en la misma época vió la luz otra obra salernitana, famosa y también anónima, referente al régimen para conservar la salud (Regimen. sanitaris salernitanum), una dietética del cuerpo y del alma, expuesta en forma poética. Por ulteriores comentarios y adiciones fué ampliándose cada vez más este escrito, copiándose multitud de veces e imprimiéndose con frecuencia, hasta acabar por convertirse en una composición didáctica en verso de toda la Medicina, que durante la Edad Media llegó a ejercer duradera influencia sobre los cuidados corporales del hombre. Escribió una obra de Cirugía, verdaderamente notable para su época, el salernitano Boger, al que se atribuye igualmente un compendio de Medicina interna.

De la mayor importancia para el ulterior desarrollo de la tradición médica del siglo xi fué un hombre cuyas relaciones personales con la Escuela de Salerno no están aún perfectamente comprobadas, pero cuyos escritos han ejercido intensa influencia en la Medicina de aquellos tiempos ; nos referimos a Constantino el Africano. Muy probablemente natural de Cartago, se sabe que dedicó los últimos años de su vida a escribir tomos de Medicina en los claustros del Monasterio de Monte Cassino. Por gran número de escritos, indudablemente poco originales, y de traducciones — en parte se trata de verdaderos plagios —, da a conocer por primera vez la Medicina occidental con la de los árabes, en época en que no se había realizado aún el intercambio personal, imposible de comprobar en sus detalles, con los sarracenos que vivían en el país. Con esto contribuyó también en buena parte a los sólidos conocimientos de la Antigüedad. Constantino el Africano fué el precursor del movimiento que no pudo completarse hasta el siglo x n . El afán de compenelrarse de la •civilización y de las dotes espirituales de los árabes, mantenido en todas las esferas del mundo culto, se extendió también en seguida a la Medicina. La intensa actividad en las traducciones cuidó de verter las obras autorizadas de los médicos árabes al idioma latino. El centro más importante de este movimiento fué, entre otras ciudades, Toledo, de la península ibérica, urbe íntimamente impregnada de la cultura árabe, y el más notable de sus representantes, Gerardo de Cremona (1114-1170), que obtuvo para sus trabajos la protección de Federico Barbarroja. De igual modo que este príncipe, sus sucesores, los soberanos de la Baja Italia y de Sicilia, Federico II, Manfredo, y después los Anjou, especialmente Carlos, dispensaron su favor a esta actividad de los traductores, al tener en cuenta en sus reinados la mezcla abigarrada de nacionalidades de sus súbditos. En gran parte, sirvieron para esta labor los médicos hebreos poliglotas. Como en el Oeste de España, penetró en Occidente la Medicina árabe por la Baja Italia y Sicilia. Hemos señalado ya la importante consecuencia de este acontecimiento (1). Desde este instante se convierte el arabizado Galeno en (1)

Véase pág. 94.

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la autoridad absoluta de la Medicina, del propio modo que el arabizado Aristóteles (con San Agustín) domina en la Filosofía. El sistema de Galeno, cuyas lagunas se habían llenado artificialmente por la especulación filosófica, se había impuesto a los árabes. Por el sofístico modo de pensar de éstos, llegaron a desarrollarlo, si es que era posible, en forma aún más refinada y sutil. El Occidente se encontraba ya preparado del modo más favorable por el método escolástico, que dominaba entonces en el mundo culto, para un trabajo ulterior en este •sentido. La Medicina, reducida, por su esencia, a la investigación experimental inductiva, t u v o que someterse a que la inducción, perfectamente conocida por los escolásticos, quedase relegada por completo a segundo término, y a que la Medicina escolástica pudiese continuar su desarrollo con el auxilio de la especulación deductiva (1) en tanto que la fe en las autoridades de la época permitía su formación ulterior. Tan valiosa fué en otro tiempo la Filosofía naturalista de los griegos (2) para el impulso de la Medicina, como funesto ahora el ensayo de basarla científicamente valiéndose de la Filosofía aristotélica. Poco a poco se rindió ante el espíritu del siglo hasta el sano empirismo de la escuela salernitana. Las producciones literarias de esta época permiten apreciar claramente el retroceso si se comparan con el florecimiento de esta escuela. La Sama, de Walter Agilon (primera mitad del siglo xm), completamente inspirada por el espíritu árabe, con la exagerada importancia concedida a un examen desnaturalizado de la orina (3) y a sus recetas, de una composición complicada hasta lo increíble, abre el cortejo de estas manifestaciones tan poco satisfactorias de la Medicina de la Edad Media. En todas estas producciones, copiadas a menudo sin critica alguna de autoridades mal comprendidas, envueltas científicamente con ropaje filosófico y con engañosas pretensiones de exacto, se encuentran sólo rara vez algunos barruntos de observaciones propias. Debemos colocar por encima de la Suma, de Agilon, la obra de su contemporáneo Gilberto Anglico, que vuelve a encarnar la antigua tendencia a recopilar todas las ramas de la Medicina en forma compendiada. Este universalismo de los escritos médicos, que abarcat ambién las especialidades, es, en pequeño, imagen del universalismo admirable que distingue a los grandes corifeos de la escuela escolástica. Entre ellos Alberto el Magno (de la ciudad de Boíl; 1193 hasta 1280) reclama, por sus producciones tan autorizadas sobre los más diversos campos de las Ciencias Naturales, un puesto de honor en la historia de la Medicina. Del propio modo han adquirido importancia para la tradición, por apoyarse a menudo en la Medicina, la colosal Enciclopedia de Vincent de Beauvais (f-1264), las obras de Ciencias Naturales de Thomas de Cantimpre (1204-1280), que Vincent conoció y utilizó, las de Bartolomeo (Anglicus) de Glanvilla (escritas lo más tarde hacia 1250) y otras.

Decidió el triunfo del método escolástico en las argumentaciones médicas Tadeo Alderotti (1223-1303), natural de Florencia y notable profesor de Bolonia. Sus Comentarios de las obras de autoridades antiguas y árabes se subordinaron en absoluto a las reglas de la dialect o Véase el método de Aristóteles. (2) Véase pág. 29. (3) Véanse págs. 113 y s.

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tica escolástica y sirvieron d e m o d e l o a infinidad de discípulos. P e r o este m i s m o autor creó t a m b i é n otro género de literatura m é d i c a que, por su substancia, podía conservar cierta independencia, los Consilia, calificada casi por t o d o s como la m e j o r producción de la Medicina de la última época m e d i e v a l . Son, por lo c o m ú n , breves m o n o g r a f í a s en las q u e se u n e n a la exposición de determinados casos clínicos l o s frutos de la práctica personal. El servicio asi prestado a la Ciencia Médica por Alderotti es tanto más de apreciar cuanto que en aquel tiempo se conformaban muchos autores con la exposición de un grupo de obras, las más a propósito para poner en peligro los restos existentes de originalidad, las Concordancias y Conciliaciones. Las Concordancias contestaban en serie alfabética las sentencias más importantes de las grandes autoridades en la materia. Concuerda con ellas, pero sólo en la forma externa, la Llave de la salud (Clavis sanationis), de Simón Januensis (de Genova; hacia 1300; médico de varios Papas), buen diccionario de Terapéutica, compuesto a la manera de léxico, de los remedios terapéuticos, que Simón, apoyándose en fuentes antiguas y de la Edad Media (1) y en sus propios estudios, consideró como valiosísimo monumento de la Farmacología medieval. Las Conciliaciones, como su nombre lo indica, tratan de aunar las contradicciones de las grandes autoridades reconocidas, de las cuales se complacen en no omitir una sola, por medio de una dialéctica sutil. Modelo de este género es el Concüiator differentiarum, de Pietro d'Abano (1250-1315). Sus penetrantes dotes intelectuales y lo sensato de su crítica, unidos a una cultura universal, no le han evitado, sin embargo» incurrir en los peores extravíos por esta peligrosa senda, en la que han fracasado imitadores de mucho msnor mérito. No obstante, aunque dejándose llevar, como verdadero hijo de su tiempo, de algunos prejuicios, debe contarse su obra como una de las. manifestaciones significativas de la Medicina de la Edad Media. Así c o m o la filosofía escolástica permitía reconocer tras la m a l e z a de espinas del formalismo, una preocupación seria y bien c i m e n t a d a por los antiquísimos problemas de la H u m a n i d a d , según parece demostrarlo el c o n o c i m i e n t o creciente del trabajo detallado, t a m b i é n l a i n v e s t i g a c i ó n de la Naturaleza por los escolásticos no sólo ha contribuido a m a n t e n e r en e x u b e r a n t e lozanía el espíritu para conservar v i v o el sentido de las Ciencias Naturales, sino que t a m b i é n ha enriquecido la ciencia en t o d a s sus manifestaciones. El representante más ilustre de las Ciencias Naturales del siglo x m es el franciscano inglés Rogerio Bacon ( | hacia 1292), totalmente impregnado de empirismo en medio de todos los escolásticos, que basa toda investigación en el estudio de la Naturaleza, que considera que las Ciencias Naturales no son más que la ciencia de la experimentación, que ha reconocido con clara visión los defectos del método científico dominante en su tiempo. Si bien su erudición se apoya principalmente en el conocimiento de la Antigüedad y en el cultivo del árabe, es indudable que en muchas materias, que no podemos exponer aquí detalladamente, profundizó mucho más que sus maestros. E n Rogerio Bacon, no comprendido por sus contemporáneos, y que t u v o que expiar p e n o s a m e n t e sus opiniones religiosas, se a d v i e r t e (1) Entre ellas las obras de Dioscórides.

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y a el hálito de los tiempos nuevos. Con él comienza el período que podríamos denominar de prerrenacimiento de la Medicina, No termina •el siglo x m sin haber visto en la cumbre de su f a m a a uno de los más grandes médicos de la Edad Media, al catalán Arnaldo de Vilanova (hacia 1238-1311). No es posible aún, dado el estado actual de nuestros conocimientos, formular un juicio definitivo acerca de hombre t a n notable como éste, que, como médico de cabecera de varios reyes y Papas, disfrutó de su cargo de confianza para, saliéndose de su misión profesional, emplearlo en la política, que, con un fanatismo tenaz mal visto por sus adversarios, tomó p a r t e en las controversias religiosas de su tiempo, el que en un número casi increíble de escritos revelaba rara erudición y saber universal y que, con su innato afán de viajar, conoció, como maestro y como estudiante, las más diversas ciudades del Mediterráneo. La resolución del problema acerca de lo que detallad a m e n t e era en él original y de lo que se apropió de los demás, supone u n examen más exacto sobre la legitimidad de las obras que se le atribuyen de lo que hasta ahora se ha hecho. De todas maneras, algo se ha conseguido ya. El gran T r a t a d o enciclopédico de Medicina (Breviarum practicae) que lleva su nombre, procede realmente de él. Con su gran número de informes sobre sucesos presenciados por él, con sus descripciones llenas de vida, de condiciones y costumbres locales, es, quizá, la f u e n t e más interesante para la historia de la Medicina de la E d a d Media con aportaciones a los conocimientos, en general, de esta época. Es obra que se ha reimpreso repetidas veces. De sus cuatro libros, que t r a t a n en la forma acostumbrada de todas las ramas de la Medicina, resplandece la imagen de un médico que no sólo domina con gran sentido crítico todos los conocimientos médicos y de las Ciencias Naturales de su tiempo, compuesto de elementos antiguos, árabes, salernitanos y escolásticos, sino que p a r t e también, como Rogerio Bacon, para modelar t a n enorme materia, de la propia experiencia (1). A pesar de no verse capaz de despojarse por completo de las ataduras d e la especulación, mostró siempre Arnaldo sus afanes por el desarrollo de la Medicina f u n d a d o en el razonamiento. Si a esto se debe su gran significación metodológica para la Medicina teórica, brinda también Arnaldo de Vilanova a los médicos, como práctico, el ejemplo de un empirismo, en la buena acepción de la palabra, libre h a s t a cierto punto de la rutinaria fe en las autoridades médicas (2) y cultivado individualmente j u n t o a la cabecera del enfermo, basándose en la propia experiencia en el sentido del hipocratismo ; no se preocupó en lo más mínimo de la multiplicidad de disposiciones, actividad llevada cada vez a m a y o r extremo en terapéutica, ni de las medicaciones compuestas y complicadas entonces en su apogeo, y, a diferencia sobre todo de esto (1) Se encuentran en general muchos rasgos semejantes entre B a c o n y Arnaldo, especialmente en los escritos que se ocupan de magia (véase pág. 133). Es difícil determinar hasta qué punto se subordinan los unos a los otros. (2) Se atrevió incluso a exponer opiniones propias contradiciendo las de G a l e n o y Avicena.

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último, trató de cumplir las prescripciones nada más que con medidas y remedios simples. Las hermosas palabras que sabe escoger en sus escritos respecto de la profesión, de sus trabajos y deberes, no corresponden siempre a las realidades de su complicada naturaleza. El conocimiento profundo de la antigua literatura griega, permitiría suponer q u e Arnaldo, como hijo de una época inspirada en el primer florecimiento del humanismo, había leído los textos griegos en su lengua original; pero él mismo dice que no poseía este idioma. Algunos decenios después de su muerte, reemplaza Francesco Petrarca (1304-1374) el método escolástico por el estudio de la Antigüedad. El padre del humanismo no escapó a los males adheridos a la Medicina de su siglo. Los fustigó con palabras llenas de ira, en muchas ocasiones injustificadas. Este movimiento intelectual inaugurado por él no pudo aportar ricos frutos a la Medicina hasta los umbrales d e la E d a d Moderna.

Arnaldo de Vilanova actuó algún tiempo, a fines del siglo x m , como profesor de Medicina en la Escuela de Montpellier, que iba descollando cada vez más sobre la de Salerno. Las producciones literarias de aquella escuela permiten reconocer, en cierto modo, su influjo, mientras que toda la significación de su personalidad no fué comprendida por la mayor parte de los médicos. Difícilmente se apreciaron las buenas disposiciones de los médicos de Montpellier, conocidos sobre todo por su habilidad práctica, hacia el empirismo con el tradicional ropaje de la escuela escolástica. Uno de sus médicos más famosos fué Bernardo de Gordon, contemporáneo d e Arnaldo. E l principal mérito de su m u y provechoso Tratado de Medicina ( Lilium medicinae) es lo breve y expresivo de su redacción.

La mayoría de los escritos médicos procedentes de la Edad Media, ya de la Escuela de Montpellier, ya de otros centros de formación médica (además de Montpellier compiten con éste, Bolonia, Padua y París) adolecen del defecto contrario. Suele ser m u y difícil abrirse camino a través de los voluminosos tomos en folio para seguir los comentarios y retoques a las autoridades antiguas y árabes, escritos, sí„ con prodigiosa aplicación, pero con crítica muy deficiente. La mayor parte de estos autores h a influido decisivamente en la Medicina del siglo xiv : Guigelmo Corvi, el denominado Aggregator Brñirnsis, Bartolomeo y Guilielmus Varignana (padre e hijo), Dino y Tomás de Garbo (padre e hijo), Pedro T u r i sano y Nicolás Bertrucio, que pertenecen todos al centro cultural de Bolonia; Gentile da Foligno, uno de los médicos más grandes de la Edad Media y de los mejores autores en el género de las Consilia; Jacobo y J u a n de Dondis (padre e hijo), Marsilio y Galeazzo de Sancta Sophia (tío y sobrino), que ejercieron en P a d u a ; además de François d e Piémont, intensamente compenetrado con la escuela de Salerno, Mateo Silvaticus de Mantua, Giacomo della Torre, de Forlì, y de Niccolo Falcucci, de Florencia. E n Montpellier trabajaron Gerardo de Solo, J u a n de Tornamira y J u a n Jacobi. De un nivel muy inferior a esta tradicional escuela de Montpellier es un compendio de Medicina ingiés redactado según el modelo de Bernardo Gordon, el llamado Uosa Anglica, de John of Gaddesden (1280-1361). Reunió éste gran parte de la Medicina mis-

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tica popular y de las ideas supersticiosas, en las que no incurrieron, sin embargo, los mejores médicos de la época.

Como se observa en toda la estructura de la Medicina por sus manuales y compendios, las obras directoras del espíritu médico del siglo xv no han modificado nada en lo esencial respecto de la tradición. Sólo en algunos autores comienza a señalarse el espiritu de independencia crítica, que prepara la caída en el siglo xvi del galenismo arabizado y pudo crear los cimientos de la Medicina moderna. En efecto, sólo en pequeños detalles aparecen con ideas propias los italianos Antonio Guainerio (f hacia el año 1445) y Juan Miguel Savonarola (hacia 1390-1462) y el portugués Valescus de Taranta (hacia 1400). Pero no dejan de ofrecer, por lo menos, pensamientos originales, revelados por la experiencia de la práctica propia, en pequeños matices de observación personal en algún síndrome morboso, en prescripciones terapéuticas no copiadas de otras. En forma muy característica se multiplica la bibliografía de los Consilia, entre los que merecen citarse los que denuncian notables dotes para el ejercicio de la profesión, como el paduano Bartolomeo Montagnana (f hacia 1460) y el profesor de Pavía, Juan Mateo de Ferrari, de Gradi (j- en 1472). Este último escribió también una valiosa Practica de la Medicina.

En suma, el siglo del descubrimiento de América, de la invención del arte de imprimir y de tantas y tan grandes adquisiciones de índole moral y material, continuó viendo limitada y reprimida la Medicina por las rígidas reglas antiguas, hecho que permite aparezca con tanto más vigor la omnipotencia de la tradición cuanto que, ínterin, se habían presentado en el campo especial de la Ciencia Médica novedades que hubieran debido demostrar a ojos que supieran ver la inexactitud de los dogmas a los que se había prestado juramento, la de los métodos con que se trabajaba. Se prestó poca atención, casi tan poca como en los siglos XII y xiv, a las traducciones de los originales griegos, por los que se había reconocido la diferencia entre las fuentes puras y las enturbiadas por la tradición. Ni siquiera las tribulaciones a que se vió sometida la humanidad por la peste (especialmente en el siglo xiv) y por otras infecciones, lograron que, en general, se atendiese a las atinadas observaciones consignadas en gran número de escritos especiales y a las medidas propuestas en ellas para evitar y combatir las epidemias. Lo más sorprendente es que, incluso con el estudio práctico de la Anatomía en el cadaver humano, establecido en el siglo xiv, no se consiguieron alterar los extravagantes principios, mantenidos en parte directamente por la inflexible tradición, respecto de la estructura del cuerpo. No se veía lo que realmente existe, sino lo que debía de existir según Galeno y otras autoridades en la Ciencia Anatómica. La Anatomía vino a demostrar que estas autoridades no se habían equivocado, sencillamente porque era imposible que pudieran equivocarse. No se cultivaba como base de la Medicina, sino como parte de ésta (1). (1)

Para más detalles, véase pág. 105.

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La tradición

Merced a su carácter especial, la Cirugía, relativamente desembarazada de doctrinas especulativas, pudo desarrollarse de la manera más satisfactoria ; dado el estado de cosas de entonces, el sentido común y la práctica permitieron que fuese la primera en pasar por alto las hipótesis erróneas. Los progresos de los cirujanos d é l a Edad Media son también notables, como expondremos en otro lugar. El cuadro de la tradición en los pueblos de Occidente, que aquí sólo hemos intentado bosquejar en sus más interesantes rasgos, quedaría incompleto si no hiciéramos más que seguir el curso de la ciencia en las grandes obras maestras. Además de éstas, aparecieron anotaciones fragmentarias, especialmente recetas y medidas terapéuticas, que para el uso casero, por decirlo así, se tomaron en abigarrada mezcolanza de fuentes antiguas y medievales. En esto consistió la transición de la Medicina científica a la popular. Como quiera que el latín era el lenguaje de los eruditos, debemos admitir también la tendencia a la vulgarización en gran número de traducciones y redacciones en las lenguas nativas de una parte de las obras especiales anteriormente citadas. Se trata, en general, de libros de Terapéutica y de regímenes para la salud, pero también de acabados compendios de Medicina y de Cirugía. Por otra parte, la Medicina científica de la Edad Media estaba algo impregnada del espíritu popular de la época. Médicos eminentes lo han dicho de propósito en ocasiones. Si bien en algunos casos se limitan al papel de repetidores. Pero las fronteras entre la Medicina científica y la popular solían sencillamente borrarse, a diferencia de la de la Antigüedad, en que esto ocurría sólo rara vez. En los capítulos siguientes intentaremos demostrar hasta qué punto la Medicina de la Edad Media ha conservado su carácter peculiar merced a la aceptación de estos elementos. Procuraremos, por lo menos, bosquejar los rasgos cardinales de la Medicina durante toda la Edad Media, sin que volvamos ya a hablar de todas las particularidades en cada autor, ni tampoco del siglo a que pertenece.

III.

La ciencia teórica y el saber práctico de los médicos de la Edad Media A)

LOS

1.

ELEMENTOS

EMPÍRICORRACIONALES

Principios anatómicos y fisiológicos

En lo esencial, la Edad Media, respecto de la Anatomía y Fisiología, no es continuación de la Antigua, sobre todo por lo que se refiere a Galeno. Las investigaciones de Sudhoff han suministrado la prueba de que, además de la tradición transmitida por los textos, se puede formar una gráfica de la tradición de los conocimientos anatómicos en dos direcciones que, pasando por Occidente y Oriente, convergen en Alejandría. Después del tímido ensayo que en el siglo xiv hizo Enrique de Mondeville (de 1260 a 1320 aproximadamente), de Montpellier, para mejorar las descripciones por medio de figuras, se añaden a los tradicionales en el siglo xv nuevos elementos de observación directa de la naturaleza, bien es verdad que sin abrirse paso. La ruptura definitiva con la tradición no se cumple, en primer término, más que con Leonardo de Vinci, y posteriormente con Yesalio. En época anterior se apoyaban los textos anatómicos principalmente en Ali Abbas, o en su traductor Constantino El Africano, y después en Avicena. Ya hemos dicho (1) que las autopsias realizadas ocasionalmente en cadáveres humanos no aportaron modificaciones esenciales. Los conocimientos positivos se encuentran en Mondino de Luzzi, el que redactó, en 1316, el primer Compendio apoyándose en autopsias humanas e incluso en la autoridad de Vesalio, aunque apenas dé nuevos datos sobre los ya expuestos por el salernitano Copho (siglo xi) y por Richardus (siglo xn), que habían conocido la Anatomía práctica sólo en los animales. (1) Véase pAg. 103.

106

La ciencia teórica y el saber práctico

Otro de los motivos de que el estudio de la Anatomía de las partes sólidas no pasase de sus albores fué la suposición de que la vida, según aceptaba la fisiología humoral, dependía de los jugos orgánicos. Como en la Antigüedad, dominaban los cuatro humores cardinales, sangre, moco (flegma), bilis amarilla (cólera) y bilis negra (melancolía), que venían a ser los elementos del metabolismo según Empédocles, y sus cualidades primarias (1) (humedad y frío, calor y sequedad) (2). En rigor, no se concedía a los órganos mayor importancia más que cuando concurrían a la formación, transformación o eliminación de los humores. Su descripción se limitaba casi siempre a los caracteres más salientes. De igual modo que para Galeno, el alma era, para los médicos de la Edad Media, el sostén de la vida; regula las funciones orgánicas con el auxilio de fuerzas (virtudes) destinadas a un fin determinado. En el esquema tradicional, se sintetizaban los órganos internos, según las principales fuerzas anímicas que sobre ellos actuaban, en cuatro grupos, motivo por el cual se dividía el cuerpo en cuatro regiones. Los membra anímala (el cerebro con los nervios que de él parten y los órganos de los sentidos) tenían su centro en la cabeza; los membra spiritualia (corazón, pulmones, tráquea), en la caja torácica; la tercera región, o cavidad abdominal, separada de la anterior por el diafragma, contenía los mimbra nutritiva (estómago, intestino, hígado, bazo, etc.); la cuarta y última región correspondía a los membra generativa: ríñones y aparato ginitourinario, Las fuerzas anímicas desplegaban su acción sobre el organismo mediante un cuerpo intermedio, el neuma de los griegos, que se designaba con el nombre de spiritus (palabra empleada en singular y plural). Este intermediario entre el cuerpo y el alma era, por decirlo así, la forma más sutil de concebir la vida; del propio modo que las fuerzas galénicas, se encontraba en todas las partes en que su presencia pudiera ser necesaria: en los nervios, que se imaginaban huecos, en las arterias, en las venas (en éstas mezcladas con gran abundancia de sangre), en los órganos de los sentidos, en las cavidades del cerebro, en los músculos. La descripción del sistema óseo es defectuosa y aparece llena de lagunas. Mondeville admite la cifra total de 202 huesos. Describían los autores la composición del cráneo en tal forma que sólo en parte correspondía a la verdad. No se consideraba la pelvis como un conjunto de órganos. Todavía era más deficiente el conocimiento de la anatomía de los músculos, que solían ser confundidos con otras paites blandas, como tendones y ligamentos. La disposición interna y el funcionamiento de los órganos de los sentidos se exponían en su mayor parte de un modo completamente fantástico. Rhazes fué el primero en descubrir el reflejo pupilar contra la incidencia de la l u z ; otros médicos árabes intentaron crear una anatomía y fisiología comparadas del ojo de los animales, y determinar las diferencias que ofrece el aparato de la visión en las diferentes razas humanas. A fines de la Edad Media descubrió Alessandro Achillini (1463-1512) el yunque y el martillo en el oído medio. En el cerebro, cuyas partes no se comprendían con precisión desde el punto de vista macroscópico, se conocían como envolturas la duramadre y la píamadre, así como tres cavidades (cellulae, ventrículos), en las cuales, desde Poseidonios (3) y ocasionalmente con ligeras modificaciones, se creían localizadas las diferentes funciones cerebrales (fantasía, vigor del pensamiento e imaginación, memoria, etc.). E n la cavidad anterior residía el llamado sentido común (sensus commimis). Éste, a diferencia de los órganos de los sentidos que sólo reaccionaban, como diríamos en ia actualidad, ante un estímulo específico, apreciaba las (1) Véase pág. 36. (2) Considerábase la sangre que salía en el momento de la sangría como una mezcla de los cuatro humores, que debían separarse mutuamente en el proceso de la coagulación. I-a flegma era, como el elemento agua, «húmeda y fría »; la bilis, como el fuego, «seca y caliente », etc. (3) Véase pág. 80.

Principios anatómicos y fisiológicos

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cosas en conjunto, tamaño, forma, número, etc., y se consideraba, además, como órgano de la percepción consciente. Del cerebro nacían la médula y los nervios, que transmitían la sensación y el movimiento. Puede citarse, como ejemplo de la fisiología de la percepción sensorial, la doctrina de la visión según Alberto el Magno: el ojo conserva del objeto «la forma sensible » (por decirlo así, una fotografía). Esta imagen del objeto llega, suspendida en el spiritus de los nervios ópticos huecos, hasta el órgano del sentido común, en la cavidad anterior del cerebro, donde tienen su origen todos los órganos de los sentidos. E n este sitio, la substancia cerebral es muy blanda, y , por tanto, muy apropiada para la recepción de las impresiones. La forma que en este punto ha llegado a la conciencia, se transporta por el espíritu a otro de la cavidad anterior del cerebro, el órgano de la fuerza imaginativa (imaginatio), el que por su sequedad especial tiene propiedad de conservar las imágenes que a él llegan, y que, además, se relaciona con los otros sentidos internos (memoria, etc.). Por la fuerza imaginativa recibe la imagen el intelecto, que es de naturaleza inmaterial. Sólo por este medio se cumple el verdadero acto del juicio. Los nervios se confundían, en ocasiones, con las arterias y venas. Unicamente la descripción del trayecto de los grandes vasos corresponde hasta cierto punto a la realidad. El centro de las arterias es el corazón; el de las venas, el hígado. E n el corazón se distinguen dos ventrículos, hasta tres según Aristóteles v muchos de los que le siguen ; el tercero debía de estar formado por una pequeña cavidad del tabique interventricular; además, se diferenciaban las denominadas aurículas, algunas válvulas, y, como membrana protectora, el pericardio. El corazón se encuentra rodeado por los pulmones, de la estructura de una esponja. Con auxilio de la tráquea—-la descripción de la laringe, con excepción de la epiglotis, es sumamente rudimentaria —• los pulmones deben proveer al corazón de spiritus regenerado a expensas del aire inspirado; expulsar, por la espiración, el excedente de la purificación de la sangre y evitar el exceso de temperatura mediante la refrigeración del calor implantado en el corazón. El hígado está compuesto de cinco lóbulos. Para unos, es el sitio de formación de los cuatro humores ; para otros, sólo se termina en él la elaboración de la sangre; pero para los demás humores cardinales no suministra más que la materia prima, la llamada materia ; la bilis o cólera, no alcanza su completa formación más que en la vesícula biliar; la melancolía o bilis negra, en el bazo, y el moco o flegma, en diferentes puntos del cuerpo. De la vejiga de la hiél desemboca la bilis, por dos orificios, en el tubo intestinal para ayudar al movimiento de éste y a la digestión; la bilis negra llega desde el bazo al estómago por un conducto especial, y sirve para estimular el apetito y contribuir a los movimientos del intestino. El moco se dirige con la sangre al cerebro, a los pulmones y a las coyunturas, en donde mantiene la lubricación para su movilidad. La orina elaborada en el hígado es el producto de los cuatro humores eliminado por los ríñones. Por lo demás, respecto del movimiento de la sangre y de las tres digestiones, remitimos al lector a la teoría de Galeno, que continuaba prevaleciendo. E n el tubo digestivo se diferenciaban el esófago, estómago, intestino de doce dedos (duodeno), intestino vacío (yeyuno), intestino encorvado (ileon), intestino grueso (colon), apéndice vermiforme e intestino recto. De los órganos genitales masculinos se conocían, además de las partes externas, las glándulas germinativas, las vesículas seminales y el cordón espermático. Así como el más grande ginecólogo de la Antigüedad, Soranos, había descrito m u y acertadamente la forma de la matriz de la especie humana, que compara a una ventosa, para los médicos de la Edad Media volvió a ser un órgano extensible en anchura y suspendido por «nervios » y ligamentos, opinión primitiva, aplicada de las especies animales a la humana, y sobre cuya disposición doctrinaria no pudo prevalecer la tradición, acertadamente expuesta en dibujos, unida al nombre de Soranos. De la matriz se separaba la vagina. Los ovarios debían proporcionar el semen femenino y las trompas lo conducían a la matriz. La descripción de los genita-

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L a c i e n c i a teórica y el saber p r á c t i c o

les externos f e m e n i n o s era i n e x a c t a , si bien e n la E d a d Media se describió el h i m e n (desconocido e n la A n t i g ü e d a d o considerado c o m o una formación patológica) c o m o a t r i b u t o del estado virginal. Se creía de la menstruación, que era un proceso de purificación, necesario para conservar la salud y para regular el instinto s e x u a l . N o se separaba c o n precisión d e los flujos d e otra naturaleza. E l embarazo se producía p o r l a conjunción del s e m e n masculino c o n el femenino. La sangre menstrual retenida s e utilizaba para el desarrollo del e m b r i ó n y, después del parto y transformada e n e c h e , para l a nutrición del l a c t a n t e .

2.

Ideas sobre la Patología

En la Patología de la Edad Media encontramos elementos humoTales, neumáticos, y, positivamente con m a y o r rareza, elementos mecánicos según el concepto de los metodistas (1). La patología humoral es su base. El estado de salud depende de los caracteres normales de los cuatro humores cardinales y de las cualidades primarias que los representan, estado que los hipocráticos designaron con el nombre de eucrasia, y los médicos de la E d a d Media, con el de complexión normal. Con Galeno, se consideró este estado como un ideal que podríamos denominar irrealizable porque el hombre se encuentra, de ordinario, más o menos dominado por uno de estos humores. Con el concepto del temperamento, del sanguíneo, del flemático, del colérico o del melancólico, se encubría el de la predisposición a las enfermedades; el temperamento, distinto según el sexo y la edad, es la causa que predispone a niños y ancianos, hombres y mujeres a diferentes enfermedades. Del propio modo, se considera el temperamento congénito como expresión de la t a r a hereditaria. Sólo cuando se t r a t a ya de una desviación más intensa de la complexión normal es cuando aparece la enfermedad. É s t a consiste en el predominio de una o de varias de las cualidades primarias, o de la alteración cualitativa o cuantitativa de uno o varios humores (distemperancia; discrasia). En este último caso se llega a la producción de una materia morbosa. En ambas puede quedar invadido t o d o el cuerpo o regiones y órganos aislados (enfermedades generales o locales). Las primeras pueden transformarse en las segundas, y viceversa ; en la gota, que ataca primero todo el organismo, se produce, secundariamente, un sedimento de los humores patológicam e n t e alterados, quizá de la flegma convertida en «calcárea» (en forma de nodulos gotosos), alrededor de las articulaciones. De un foco purulento local puede desarrollarse una enfermedad febril de todo el organismo. La fiebre consiste e n la e l e v a c i ó n patológica del calor i n n a t o del cuerpo (2). E l t i p o es diverso s e g ú n la base sobre la que se e x t i e n d e la elevación térmica. Del espíritu (1) (2)

Véanse págs. 5 7 y s. Véase pág. 3 6 .

Ideas sobre la Patología

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destemplado proceden las fiebres de un día, breves y casi siempre benignas (febresejlimerae) ; de las alteraciones de los cuatro humores, las fiebres pútridas (febres puIridae), que ofrecen, según el humor cardinal alterado, un tipo diferente: de las partes sólidas, depende la fiebre héctica (febres athicae) acompañada de consunción y pérdida de fuerzas. No es posible para el médico moderno interpretar las variedades de fiebre descritas por los médicos de la Edad Media consideradas no sólo como síntoma, sino también como enfermedades particulares. E n las fiebres pútridas, acompañadas de escalofríos, se t r a t a , generalmente, de formas de paludismo; en las fiebres hécticas, de enfermedades que con igual derecho podrían referirse a la fiebre tifoidea que a la tuberculosis pulmonar, o a otras afecciones m u y debilitantes. Análogas dificultades ofrece la identificación de muchas otras «enfermedades », en las que n o vemos más que síntomas. Se las consideraba, sin embargo, como dolencias de diferente género, porque presentaban sus manifestaciones en diferentes partes del cuerpo. De aquí que fuera típica la descripción de las enfermedades locales, pues se seguía un orden determinado, de la cabeza a los pies. Archimateo, de Salerno, que no lo hizo asi, se vió obligado a declarar que se había desviado de la ratio. Como enfermedades generales se comprendían además de los padecimientos, en realidad, genéticamente individualizados, como la lepra, otras afecciones que con la más variada etiología ofrecían analogías externas, como abscesos, úlceras, erupciones cutáneas, etc. Poco ha contribuido la E d a d Media al enriquecimiento de la Patología especial y de los nuevos cuadros morbosos; a los árabes se debe la descripción de la opacidad de la córnea que se designa modernamente con el nombre de pannus, así como un conocimiento más perfecto de la catarata senil y de otras enfermedades de los ojos. Únicamente en el último lustro del siglo x v consiguieron los médicos el descubrimiento científico de la sífilis como enfermedad sexual específica, no logrado en la Antigüedad. E n cuanto a lo demás, remitimos al lector al estado de los conocimientos en las épocas de Hipócrates o de Galeno.

Consérvase el concepto hipocrático de la lucha entre la fuerza curativa de la naturaleza (phisis) y la enfermedad, por medio de la cocción (digestión) y eliminación de la materia pecante. En la comienzo, ascenso, distinción de las cuatro fases de la enfermedad: acmé (status) y declinación, y en el concepto de las crisis, se sigue a Galeno. La crisis se esperaba al final del status. Se daba importancia al conocimiento de los días críticos, no sólo desde el punto de vista del pronóstico, sino también porque la terapéutica no podía conseguir su objeto más que cuando en el día crítico los esfuerzos de la digestión y eliminación coadyuvaban patentemente a la acción de la fuerza curativa de la naturaleza ; de no ser así, no ocasionaban más que el desastre. La expulsión de la materia morbosa o pecante sobrevenida eventualmente en el día crítico, puede seguir, en forma de eliminación «crítica», diferentes vías, como, por ejemplo, expectoración, vómito, sudor, flujo hemorroidal, menstruación, epistaxis, erupción purulenta, etc. Pero no todos los días críticos logran su fin terminando la enfermedad en sentido favorable o adverso ; es frecuente que el padecimiento pase por varios períodos antes de llegar a su terminación. El tipo según el cual se suceden los días críticos depende de las propiedades de la materia morbosa. En los casos de materia pecante ílúida, el tipo era el de tres días ; en los casos de materia espesa, tipo.

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La ciencia teórica y el saber práctico

de cuatro días porque la phisis terminaba antes con la materia fluida. El día del fallo (dies judicaíivus) va precedido del día indicativo {dies indicativus), en el que se presentan los signos precursores de la •crisis. Consecuencia de los caracteres defectuosos de las cualidades primarias y de los humores es la perturbación morbosa en el funcionamiento de las fuerzas que actúan conforme a un fin adecuado. A la inversa, un desorden primario de las virtudes puede dar lugar a una discrasia secundaria ; por ejemplo, el trastorno de las fuerzas digestivas del hígado ocasiona la acumulación de flegma acuosa en la cavidad abdominal (hidropesía, ascitis). Desempeñan importante papel en el sentido de perturbaciones funcionales funestas, el aumento, disminución o supresión de las secreciones corporales. No sólo se juzgaban necesarias depuraciones de materias sobrantes del metabolismo las deposiciones, sudores, orina, secreción lagrimal, menstruación y otros procesos fisiológicos, sino que se creía también que para individuos ¿le determinado temperamento eran indispensables las hemorragias por la nariz o de los nodulos hemorroidales. La permanencia en el organismo de las respectivas substancias podía ocasionar diferentes enfermedades. Desde este punto de vista, se ha de comprender la doct r i n a de la E d a d Media en el sentido de que la abstinencia sexual, la permanencia en el cuerpo de las secreciones sexuales, y su descomposición en él, pueden producir graves dolencias. Es de origen neumático la fiebre efímera, así como el achacar toda clase de trastornos funcionales a las alteraciones patológicas del spiritus, como, por ejemplo, los desórdenes del metabolismo de la piel a la reducción y obstrucción de sus poros. En cambio, son raras en la propia Edad Media las ideas metodistas acerca de los estados patológicos de contracción y relajación; entre las causas del prolapso del útero figura la laxitud del ligamento suspensor del órgano (debida, según en qué circunstancias, a una conmoción psíquica de terror o angustia). Otro residuo de las ideas antiguas, es la doctrina de la plétora, citada en ocasiones como causa de enfermedad.

Además de las emociones, se cuentan entre las causas primarias y externas de enfermedad el defectuoso modo de vivir en lo que respecta al indumento, alimentación, relaciones sexuales, fatiga y excesos físicos, abuso de medicamentos, e intoxicaciones, aunque también se incluían los olores fuertes, etc. La influencia del clima, por las condiciones atmosféricas, temperatura, humedad, etc., figura con m u c h a frecuencia en la etiología morbosa. Los parásitos, en cierto sentido, se consideran como una de las causas patológicas que residen en el propio organismo, puesto que se suponían engendrados por la descomposición de los humores. Así es que se distinguían las diferentes formas de parásitos intestinales sencillamente por el humor cardinal que debía haberlas originado. Como portadores frecuentes de estos parásitos se citaban, además del intestino, el oído y los dientes.

Diagnóstico y pronóstico

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Débese incluir entre las adquisiciones de la E d a d Media la noción precisa del carácter infeccioso de ciertas enfermedades. Así como desde los tiempos primitivos se temía t a n t o la transmisión de la lepra del enfermo al sano que con t o d a severidad y sin perder momento se aislaba a los leprosos, sólo más tarde, sobre todo desde la gran epidemia de peste del siglo x i v , además de las tradicionales ideas sobre el origen de las epidemias por influencias cósmicas y telúricas y por voluntad divina, se defendió la hipótesis del carácter contagioso de aquéllas. Los árabes deben esta noción al estadista y escritor Ibnu'l H a t i b (1313-1374). E n Occidente, y al finalizar la E d a d Media, este modo de ser es corriente en la mayor parte de los médicos.

3.

Diagnóstico y pronóstico

El arte del diagnóstico en la E d a d Media aparece basado principalmente en la siniomatologia, legada por los antiguos. Los mejores médicos utilizaban, en el sentido liipocrático, los más insignificantes síntomas subjetivos y objetivos para llegar al conocimiento de la enfermedad, y se valían de casi todos los métodos de investigación de la Antigüedad. Cuanto más incapacitados se veían, dada la insuficiencia de la técnica, para poner en práctica los métodos diagnósticos objetivos, con t a n t o mayor ahinco prestaban importancia y atención a las quejas de los enfermos. El dolor se diferenciaba según su clase, intensidad y localización ; se tenía en cuenta su aparición consecutiva a la ingestión de alimentos o a determinadas posiciones del paciente. Los dolores que sobrevenían, por ejemplo, al echarse sobre el lado izquierdo, correspondían a los síntomas propios de un t u m o r del bazo. Se atendía cuidadosamente al examen del estado general. Se fijaba el médico en la sensación de sed, la forma de eructar, etc., y, como en la actualidad, en los caracteres de la lengua. Además del examen de la t e m p e r a t u r a del cuerpo, aplicando la mano sobre el pecho, se recurría, en ocasiones, a otros métodos para el diagnóstico de la fiebre, que se confirmaba si los emplastos y cataplasmas se secaban rápid a m e n t e o cuando las vendas enceradas se reblandecían en seguida. El valor diagnóstico atribuido al pulso es prueba, especialmente en la Medicina arabizada de los últimos períodos de la E d a d Media, de la influencia de la sutil doctrina del pulso enunciada por Galeno. Así como en los buenos tiempos de la escuela de Salerno se interpretaba de un modo racional, viendo, por ejemplo, un signo desfavorable cuando era más pequeño y rápido, se creyó posteriormente, y b a j o el influjo de las ideas teóricas, en la posibilidad d e establecer gran número de sutiles distinciones, que podían conciliar diagnósticos diferenciales imposibles. La percusión, practicada, en ciertos casos, haciendo adoptar distint a s posiciones al enfermo, se utilizaba para comprobar la existencia

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La ciencia teórica y el saber práctico

de colecciones líquidas en la cavidad abdominal. Se reconocían por el sonido apagado análogo al que ofrece un odre lleno de vino, a diferencia del sonido hueco que dan las asas intestinales distendidas por el meteorismo, y del de sucusión, que aparece cuando se sacude el cuerpo de los enfermos. Valiéndose de la palpación, se investigaba la sensibilidad a la presión, por ejemplo, en las fracturas, sin omitir la comparación con el lado sano ni la consistencia, contorno y t e m p e r a t u r a de las tumefacciones inflamatorias y de los tumores. Se sabía que la presión ejercida con el dedo sobre los tejidos edematosos (hidrópicos) dejaba impresa una huella. Se exploraban los cálculos vesicales con el dedo i n t r o d u cido en el recto. El t a c t o del a p a r a t o genital femenino estaba, por decirlo así, exclusivamente encomendado a las comadronas (1). Se empleaba la sonda para el diagnóstico de las estrecheces de la uretra y para la exploración de las heridas y fístulas. Como se creía ver la materia pecante incluso en las excreciones del cuerpo, tenía que darse la mayor importancia a su examen para el diagnóstico. El médico tenía así. directamente a la vista, como si dijéramos, las alteraciones patológicas de los humores. Los vómitos proporcionan los mejores datos acerca de la etiología de una enfermedad del estómago : si predominaban las cualidades primarias calientes o la «cólera», su color oscilaba del amarillo al v e r d e ; en las discrasias flegmáticas era blanquecino y acuoso. La crudeza o digestión de la materia morbosa se deducía, principalmente, del color. Se prestaba también atención en las excreciones a su mezcla con sangre, pus, al olor, etc. La i m p o r t a n t e diferenciación entre las hemorragias pulmonar y gástrica se apoyaba en el carácter espumoso o no de la sangre vomitada. El olor repugnante del esputo se consideraba como signo de tuberculosis. Aquella época que ni presentía el microscopio ni las reacciones químicas, t r a t a b a , sin embargo, de fomentar el análisis de la excreta con un tecnicismo primitivo, Así, por ejemplo, los esputos de los supuestos tuberculosos se evaporaban sobre carbones al rojo para la determinación segura de su olor ; se diferenciaba el esputo de los tísicos del expulsado por el catarro, en que el primero, puesto en agua caliente, se iba al fondo y el segundo sobrenadaba; dato valedero también en la clínica actual, puesto que se fija la atención en los esputos en un recipiente con agua. E n la E d a d Media se llegó a someter incluso el semen a esta misma prueba. La sangre obtenida por la sangría se examinaba t a m b i é n teniendo en cuenta su olor y las propiedades del residuo después de la coagulación. El procedimiento m e j o r para apreciar el t i n t e verdoso del sudor de los ictéricos era el del examen de las manchas en las ropas del enfermo y de la cama ; las altera(1) El empleo, perfectamente conocido de los antiguos, del espéculo uterino para el diagnóstico, se perdió durante largo tiempo — ejemplo evidente del peligro de la tradición puramente literaria que se siguió en la Edad Media — porque los árabes, que tradujeron el griego, entendieron que se trataba de un espejo ordinario, que no debia introducirse, sino simplemente presentarlo ante la paciente.

Diagnóstico y pronóstico

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ciones de la sangre menstrual, en el aspecto que revestía al secarse (a la sombra). Concedíase especial importancia al examen de la orina. Se dictaminaba por él en forma análoga al del pulso. Partiendo de principios racionales, se enseñaba primitivamente a interpretar los caracteres de la orina, de un modo no muy distante de la clínica moderna en el concepto general del cuadro morboso, como un síntoma, examen al que, por la especulación esquemática, se concedió cada vez mayor alcance respecto del diagnóstico, hasta el punto de perderse en un mar de confusiones. Se puede seguir perfectamente el avance paulatino de la uroscopia, así llamada, en los manuales prácticos. Los antiguos salernitanos no conocen, en general, las alteraciones de la orina más que en las enfermedades de los órganos relacionados con su secreción o su eliminación, en un grupo limitado de otras dolencias orgánicas, en algunos padecimientos generales y en la fiebre. Prestaban atención aquéllos al aspecto de la orina en general, y a las posibles mezclas con sangre, pus o arenillas. Casi con la introducción del arabismo en la bibliografía de los pueblos occidentales, va presentándose con frecuencia cada vez mayor el estudio de las alteraciones de la orina en todas las enfermedades posibles, incluso en las que no ejercen la más pequeña influencia en el líquido urinario, estableciendo diferencias en su composición que exceden de los caracteres apreciables por los simples sentidos. Entre los escritos especiales de uroscopia que tuvieron en su época gran renombre e influyeron en los autores posteriores, deben mencionarse en primer término la obra ya citada del bizantino Teophilo (1), que corrobora lo antiguo de los principios a que se remontan las ideas descritas, y el libro, de análoga composición, sobre la orina, del árabe Isaac Iudaeus (2). Uno y otro se mantienen alejados de los extremos en que han incurrido los escritores de las épocas que les sucedieron. En cambio, la uroscopia del salernitano Maurus (hacia 1160) y el poema sobre la orina, del francés Agidius de Corbeil (comienzos del siglo XIII) ofrecen ya por completo el carácter especulativo y teórico del método (3). E n un tratado de la Medicina general demuestra Walter Agilón, autor algo más moderno, hasta qué punto había llegado la intensa presión de la teoría seudocientífica en la época del arabismo, puesto que dicho autor ya no ordena las enfermedades del modo usual y corriente, sino que las clasifica según los cambios de coloración que producen en la orina. La exagerada uroscopia mantuvo su lugar en el diagnóstico en la última época de la Edad Media. El orinal llegó a figurar temporalmente como emblema del ejercicio médico. Sin embargo, se servía también el charlatán de este medio tan bien aceptado para engañar mejor al público, que llevaba la orina a casa del médico para que diera su dictamen. Los médicos con serias aptitudes sabían a qué atenerse respecto de los que pretendían adivinar, por el examen de la orina enviada, la edad v el sexo del enfermo, el diagnóstico y pronóstico del padecimiento, sin necesidad siquiera de ver a los pacientes. Hombres de sólidos conocimien(1) Véase pág. 90. (2) Véase pág. 93. ( 3 ) El bizantino ACTUARIOS (véase pág. 9 1 ) compuso sobre la orina, en el siglo XIII, un escrito especial de gran estima, pero que no ejerció ya influencia sobre la Medicina occidental propia de la Edad Media. 8.

DIEPGEN : Hist. de la Medicina, 2.» edic.

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tos, como Actuarios y Amaldo de Vilanova, protestaron de estas farsas. Pero también entre los profesionales había alguno que por el examen de la orina confiaba demasiado, por lo menos en las enfermedades internas, en obtener datos acerca de la clase de discrasia, del estado o grado de digestión de la materia pecante e incluso en deducir la localización del foco morboso en el organismo.

Por ser la orina el resultado de la filtración de los cuatro humores cardinales, indica la dictaminada, respecto de su cantidad y calidad, las alteraciones patológicas de aquéllos. Su color se debe a las cualidades primarias « activas »(frío y calor); basándose en que cuanto más calor, más oscuro es el liquido urinario, se quiso poder distinguir hasta 20 matices diferentes. De las cualidades primarias «pasivas » (sequedad y humedad) depende la denominada substancia, palabra casi sinónima de concentración en el lenguaje moderno. Cuanto más seco es el humor, menos espesa (concentrada) es la orina ; por regla general, se diferencian cinco grados de concentración. Una materia morbosa, seca y caliente como la cólera, da orina oscura y poco concentrada. Como quiera que la digestión de la materia morbosa, su cocción, como decían los hipocráticos, se producía por el influjo del calor, el matiz de la orina demuestra hasta qué punto se coronaban o no por el éxito los esfuerzos curativos de la naturaleza en este sentido. La orina pálida señala el comienzo de la digestión; la de color amarillo de limón, el grado intermedio, etc. La orina, además, puede ofrecer como signo de lo que llamaban la descomposición de los tejidos en las enfermedades consuntivas, por ejemplo, en la fiebre héctica, un aspecto completamente grasoso o aceitoso. Como resultado de la tercera digestión aparecen en la orina en los estados patológicos las resoluciones (sedimento, en el lenguaje moderno), ordinariamente no apreciables a simple vista. Para comprobar diferencias, verdaderamente imposibles de distinguir, se contaba también con la espuma y la precipitación que todas las orinas ofrecen, así como con las mezclas, realmente patológicas, con sangre, pus y elementos de la vejiga y del riñon, de las cuales, como es lógico, nada se podía saber sin recurrir al microscopio. Para el diagnóstico y pronóstico se analizaban el color y la consistencia de las resoluciones, con tanto interés y detalle como la orina en conjunto. La posibilidad de localizar el proceso morboso con auxilio del examen de la orina se basa en un error fundamental, en el que con gran frecuencia ha incurrido la ciencia medieval, o sea la * prueba de analogía », tendencia a absorberse en el estudio de las semejanzas puramente externas hasta establecer la concordancia con las internas, y después admitir idénticas leyes para las cosas comparadas. Por analogía entre la orina colocada en el vaso y el organismo, se diferenciaban, en relación con las cuatro regiones del cuerpo (1), cuatro segmentos en la orina : el círculo (circulus), o capa más alta, correspondía a la (1) Véase pág. 106.

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cabeza ; la zona siguiente (superficies) al pecho ; la tercera (perforaiio) a las visceras abdominales, y la capa inferior (fundus) a los órganos génitourinarios. Las alteraciones en alguna de estas cuatro zonas «ra indicio de alteraciones en la región correspondiente del cuerpo. Hasta qué extremo era simplista este modo de discurrir, lo demuestra el ejemplo siguiente : el sedimento granuloso producido por el catarro s e observa en la parte más alta del recipiente que contiene la orina, y suele quedar encubierto por la espuma. Si se agita el vaso, se descubre el sedimento. Si en este instante desciende desde el circulus a la segunda región y vuelve con lentitud a la parte más alta, serán los órganos torácicos el lugar de la afección ; pero si vuelve rápidamente a la parte superior, es señal de que el catarro está circunscrito a la cabeza. Sólo rara vez se encuentran fortuitamente en este sistema especulativo observaciones más o menos exactas, como, por ejemplo, las referentes a los caracteres de la orina en los casos de afección de la vejiga, el aumento de su cantidad por ingestión de bebidas, en la diabetes, y por la administración de medicamentos diuréticos; su disminución a la mayor cantidad de otras eliminaciones, como sudores o diarreas, en las fiebres agudas, al debilitarse las fuerzas orgánicas, etc. También debia comprobarse más orina en la crisis, que impulsa con ella la materia pecante al exterior.

Suélese encontrar en la Edad Media, en chocantes formas, el antig u o método diagnóstico auxiliar de la aplicación de medicamentos por vía de ensayo. Una torunda impregnada con aceite de laurel e introducida en la vagina, debía expulsarse de los genitales cuando en éstos había un exceso de calor; en cambio, en la distemperancia fría morbosa quedaba atraída, porque el laurel era medicamento xle cualidad primaria caliente (1). Para el diagnóstico de las causas de esterilidad algunos médicos continuaban describiendo métodos cuya falta absoluta de valor había sido ya reconocida desde mucho tiempo antes por los profesionales de renombre de la Antigüedad: si la mujer envuelta completamente en lienzos y sentada en una silla agujereada, podía reconocer por el olor las substancias aromáticas quemadas debajo de la silla y de los genitales, o era capaz de percibir en su aliento el olor al ajo que largo tiempo antes se le había introducido en la vagina, era esto indicio de que las vías internas estaban libres y de que no existía obstáculo al embarazo por parte de la mujer.

El pronóstico se encaminaba principalmente a conocer lo antes posible la crisis, la vía que había de seguir la eliminación crítica, y la terminación favorable o adversa. Para prejuzgar la crisis, se tenía en cuenta la exacerbación de todos los síntomas de la enfermedad, y la aparición de signos de la iniciada digestión de la materia pecante en el día indicatious. Se inferían determinados síntomas el sitio por donde debía efectuarse la eliminación ; las náuseas y la pérdida del apetito anunciaban, por ejemplo, un vómito crítico, el prurito y comezones (1)

Acerca de las propiedades de los medicamentos, véase pág. 116.

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de las ventanas nasales, término favorable de la de la intensidad de los eliminación de orina por

4. a)

la epistaxis crítica, etc. Permitía esperar un enfermedad el buen estado general, a pesar síntomas, el pulso vigoroso y la abundante elevada que fuera la fiebre, etc.

Métodos terapéuticos

Terapéutica de las enfermedades internas

Por las equivocadas ideas sobre los principios de la Patología, los éxitos del tratamiento etiológico, o sea contra la misma enfermedad, no podían ser más que casuales. El empirismo hubiera encontrado también sin la teoría el punto exacto. Cuando el médico de la Edad Media consagraba sus esfuerzos a combatir los síntomas, podía aliviar algunas molestias a sus enfermos y evitarles la sensación de su estado patológico. De aquí que predominase en la terapéutica medieval, lo mismo que en Galeno, el tratamiento sintomático. Pero, dada la frecuencia con que se confundían los síntomas con la enfermedad, solía ocurrir que en la creencia de aplicar un tratamiento etiológico, sólo se lograba, en realidad, suprimir los síntomas. Los buenos médicos se mantuvieron fieles al principio hipocrático de apoyar la fuerza curativa de la Naturaleza, limitando prudentemente su actuación a lo únicamente posible en cada caso particular. En su mayor parte se estrellaban contra los escollos de la esquematización. Toda la terapéutica convergía a cambiar el estado del cuerpo y órganos destemplados, y en auxiliar los esfuerzos de la naturaleza, muy intensos en los días críticos, para digerir y eliminar la materia pecante. Como en Galeno, se subordinaba el tratamiento al principio: Contraria contrariis. Era posible que los medicamentos, en virtud de sus cualidades primarias, operasen el cambio ; los extraídos de las rosas, de lasmalvas, del acanto, del hinojo y de las semillas de lino, substancias en que predomina el frío, son, por ejemplo, el remedio soberano del dolor de cabeza debido al aire caliente y otros acaloramientos. Además de las cualidades primarias elementales, y de las secundarias representadas por la acción ejercida en los órganos de los sentidos (olor, sabor, etc.), se atribuían a las substancias medicamentosas, de acuerdo con Galeno, las cualidades terciarias determinadas por toda su substancia, las cuales en-su calidad de remedios digestivos y determinantes del vómito, de la diarrea, de la menstruación, de la orina o del sudor desplegaban una acción llamada específica. Esta acción terciaria podía, a su vez, depender de las cualidades primarias ; el calor y la sequedad, por ejemplo, eran la base de la fuerza digestiva. En este sentido, se prescribían medicamentos para lograr la digestión y eliminación de

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la materia pecante, para restaurar las funciones orgánicas deficientes, cuando se seguían las ideas metodistas, como remedios sedantes o estimulantes ; antídotos, alterantes, estípticos, astringentes, etc. La elección de los remedios evacuantes se determinaba según la localización de la materia pecante, según la vía preferida por la fuerza curativa de la Naturaleza para evacuarla. E n los catarros se empleaban los remedios expectorantes, cuya acción se había conocido empíricamente ; en las dolencias del estómago e intestinos, los eméticos, purgantes, enemas y supositorios; en las enfermedades generales, los diuréticos y sudoríficos. Análogos fines aspiraban a llenar los medicamentos estornutatorios, emenagogos, etc. Así como durante los mejores tiempos de la E d a d Media se procuraba no prescribir más que pocos medicamentos y sencillos —• Rhazes y otros médicos renombrados se pronunciaron t a m b i é n en este sentido —, en el período de la decadencia predominan en los t r a t a dos las recetas de 10, 20 y más componentes, de tal modo que los enfermos podían darse por satisfechos cuando los toleraban sin perjuicio para su estómago. Se combinaban las más diversas substancias por sus efectos análogos, según se suponía teóricamente. I.os compuestos, reconocidos como de múltiples los nombres de celebridades antiguas o designaciones el mitridaticum, se conocían «la gran triaca de dro », el «philantropos» (amigo de los hombres), el dinario), etc.

y especiales beneficios, llevaban altisonantes. De igual modo que Galeno», la «triaca de Nican«arconticon» (remedio extraor-

La división en grados de la acción terapéutica, en la forma ideada p o r Galeno, alcanzó aún mayor sutilidad por la tendencia especulativa de la E d a d Media. El árabe Alkindus t r a t ó de darle f o r m a basándose en las matemáticas. E n el mismo sentido la t r a t ó Arnaldo de Vilanova en un extenso t r a t a d o . Por este motivo la dosificación f u é más exacta teóricamente, pero no en la práctica. Es imposible el cálculo de las dosis suministradas en las recetas medievales, con arreglo a los pesos y medidas modernos. Dada la insuficiencia de los conocimientos químicos, no debieron ser del todo raros los casos desgraciados por exceso de dosis de los medicamentos tóxicos, aun cuando se procedía según el principio de preferir en igualdad de condiciones los remedios « m á s débiles » a los « más fuertes ». A u n q u e los árabes, por su sofística diferenciación y clasificación de los medicamentos, sean los primeros responsables de la poco feliz polipragmasia de los últimos periodos de la E d a d Media, h a y que reconocer, en cambio, que se les debe el conocimiento de muchos medicamentos nuevos y útiles, como los purgantes suaves, sen y t a m a r i n do, el alcanfor, el ámbar, el almizcle, etc., la elaboración de nuevos preparados químicos, y el haber perfeccionado los métodos de preparación de los remedios.

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El arsenal terapéutico de la Edad Media comprendía productos de los reinos animal, vegetal y mineral. Además de las substancias, expuestas en otro lugar, de la primitiva organoterapia y de la botica de las inmundicias, debemos mencionar ahora, como pertenecientes al reino animal, además del almizcle, el castóreo y las cantáridas. De los derivados de las plantas medicinales, hay algunos que merecen especial mención y que todavía se emplean en la actualidad, como el alcanfor, áloes, tamarindo, opio, ruibarbo, malvavisco, cubeba, coloquintida y otros. A los remedios minerales, pertenecen, por ejemplo, el hierro, que se administraba, como hoy en día, en los estados anémicos; el azufre, el zinc, el cobre, los preparados de nitro, el alumbre y el óxido de aluminio. El tratamiento primitivo por el yodo estaba representado por la administración de la esponja marítima (en el bocio). Producto propio de la Edad Media, y cuya importancia no podemos menospreciar, es el perfeccionamiento empírico-sistemático en la sífilis y enfermedades de la piel de las curas con las unciones de pomada mercurial. Como en nuestros días, existía un tratamiento para pobres y otro para ricos. Lo prescrito para los primeros se encuentra reunido en el «Tesoro para los pobres i (Thesaurus pauperum), escrito en el siglo x m por Petrus Hispanus (más tarde papa, con el nombre de Juan X X I ) .

El médico de la E d a d Media se preocupaba mucho de a d m i n i s t r a r los medicamentos a sus enfermos en la f o r m a m á s agradable posible. Se llegaba en ocasiones a propinar purgantes a gallinas, p a r a que, en su día, el consumo de su carne fuera seguido de efectos laxantes y a regar las vides con determinados medicamentos para obtener de sus uvas un vino medicinal. Se utilizaban las f r u t a s para disimular el mal sabor de algunos remedios. Son innumerables las adiciones a q u e se recurría para mejorar el sabor de las drogas. A los enfermos q u e experimentaban repugnancia por las medicinas líquidas, se les prescribían en pildoras o en polvo. La administración, muchísimo m á s frecuente que en la actualidad, de medicaciones externas en f o r m a d e fricciones con aceite o con pomada, de emplastos y fomentos, cataplasmas, supositorios, taponamientos vaginales y fumigaciones, se explica, en parte, por el justificado temor a una importuna acción tóxica o secundaria, y, en p a r t e también, por la opinión de que los efectos terapéuticos de los medicamentos, lo mismo aplicados interna que externamente, venían a ser equivalentes. E n algunos médicos de la E d a d Media, especialmente en los de la Escuela de Salerno, se observan reminiscencias del metodismo, por el que se había establecido la costumbre de esperar tres días para el cambio de t r a t a m i e n t o o para empezar una cura m á s enérgica, observando de igual modo los. períodos de tres días de Asclepíades. Cuando se sospechaba la invasión de la sangre por la materia pecante, aunque t a m b i é n en otros casos, se empleaba la sangría. La flebotomía, que, por el influjo de las ideas teóricas, y a en tiempo de Galeno había conducido con frecuencia a la aplicación irracional de la extracción de sangre, alcanzó (de modo análogo a lo que hemos v i s t o que ocurría con el examen de la orina), con el transcurso de los siglos, cada vez mayor predilección como medio terapéutico. Se relacionaban muchas venas con órganos más o menos distantes. El hombrecillo de

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la sangría, en el q u e se s e ñ a l a b a n e n la s u p e r f i c i e del c u e r p o las v e n a s q u e h a n d e incindirse, se v e f r e c u e n t e m e n t e d i b u j a d o e n l o s m a n u s critos y x i l o g r a f í a s de la E d a d M e d i a . P o r la s e c c i ó n de la v e n a en el p u n t o c o r r e s p o n d i e n t e se creía lograr u n e f e c t o local en el ó r g a n o determinado. Se quería conseguir por este medio, no sólo desalojar la materia pecante digerida, sino separarla también del órgano enfermo, y, por su eliminación, modificaciones en el movimiento de la sangre. Desde los antiguos se diferenciaba la «revulsión o sea la sección de la vena en un punto del cuerpo alejado del órgano enfermo, comúnmente en el lado opuesto del cuerpo, de la «derivación »(menos empleada), o abertura de una vena próxima a aquél. Se daban las más sutiles prescripciones a propósito de la técnica y preparación del enfermo antes y después de la sangría, a la que, por lo demás, también se sometían en determinadas épocas los sujetos sanos, con el fin de evitar las enfermedades. Bastaba la sustracción de unas cuantas gotas de sangre de una pequeña vena superficial, para que se le diera el nombre de sangría. Desde esto a la abertura de grandes vasos con pérdida de sangre hasta el síncope, existían todos los grados imaginables. Se tenían en cuenta, en general, la edad, el sexo y el estado de fuerzas de los enfermos. Perseguían el mismo objeto que la sangría curas frecuentemente empleadas que consistían en provocar epistaxis introduciendo cerdas en las fosas nasales, aplicando sanguijuelas, el cauterio, utilizado no sólo en Cirugía, sino también en Medicina interna, y ventosas, secas y húmedas (es decir, con escarificación de la piel). Su aplicación recuerda algunas veces el método de la hiperemia pasiva ideado por Bier. Las ventosas, por su acción aspiradora, podían llegar incluso a reponer en su sitio debido un órgano dislocado, como el útero por ejemplo. E n lugar de la sangría, y no rara vez además de ésta, se empleaban en la Edad Media las envolturas de las extremidades por medio de vendajes, según el método de Crisipo. Servían tanto para combatir las hemorragias, por la derivación de la corriente sanguínea o impidiendo su salida a grandes oleadas, como para regular el movimiento del spiritus. Al comienzo del ataque epiléptico, en el aura — denominación de Galeno empleada aún en la actualidad — se ligaba el pulgar en el que se localiza el hormigueo, para impedir que el spiritus corrompido — que se suponía desde un principio en aquella parte del cuerpo — ascendiese hacia el cerebro, evitando así el ataque. U n a de las p r e s c r i p c i o n e s m á s f r e c u e n t e s de los m é d i c o s de la E d a d Media es el baño, a c a u s a de s u p o p u l a r i d a d , sobre t o d o e n l o s p a í s e s de c u l t u r a g e r m á n i c a (1). D e i g u a l m o d o q u e las p e r s o n a s s a n a s a c u dían, p o r l i m p i e z a y por placer, a l o s e s t a b l e c i m i e n t o s d e b a ñ o s y a l a s a g u a s m e d i c i n a l e s , los m é d i c o s e n v i a b a n a s u s e n f e r m o s a é s t a s para r e c u p e r a r la s a l u d . E l m é d i c o de la f a m i l i a d a b a a l a s m á s a l t a s p e r s o n a l i d a d e s p r e s c r i p c i o n e s s u m a m e n t e d e t a l l a d a s a p r o p ó s i t o del v i a j e y d e la cura en los b a l n e a r i o s . El baño por excelencia es el que se tomaba con el fin de provocar la diaforesis, tanto en el cuarto apropiado del domicilio particular como en el de los baños públicos de las ciudades y pueblos. Todo el departamento, caja o tonel en que se introducía el interesado se ponía a elevada temperatura al llenarlos de vapor de agua. Casi siem(1) Véase pág. 95.

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pre se daba antes un baño usual de agua en diferente forma. Acostumbraba a combinarse la diaforesis con la aplicación de excitantes de la piel (flagelación con ramas de abedul) y alguna vez con la sangría o con la aplicación de ventosas. Como así se depuraba tan perfectamente el cuerpo de los humores alterados y de los desechos del metabolismo, los poros de la piel adquirían la propiedad de expulsar al spiritus ya consumido. Se solían añadir medicamentos al agua de la bañera, sobre todo hierbas aromáticas, salvado, y substancias animales (por ejemplo, carne de tortuga si se trataba de tuberculosos y de fiebres hécticas). Con el baño se incluía también la administración de medicamentos para favorecer la eliminación de la materia morbosa, todo lo cual podía ser sumamente fatigoso para los enfermos. Algunos médicos hacían tomar, en determinadas formas del paludismo y antes de presentarse el escalofrío esperado, un baño de agua templada y de dos horas de duración; en la gota se ordenaban tres baños diarios de dos horas, con un cocimiento de carne de zorro, tres veces al mes durante tres días consecutivos. Además de los baños generales, se prescribían también baños parciales, de asiento, de arena y afusiones con agua fría o caliente.

El régimen dietético tenía por objeto el sostenimiento de las fuerzas del paciente y ponerle en la mejor disposición posible en la lucha entablada entre la fuerza curativa de la Naturaleza y la materia pecante. La tisana hipocrática siguió siendo la preferida durante toda la Edad Media. Se procuraba acceder a todos los deseos, incluso a los antojos del paciente, siempre que fueran compatibles con la terapéutica. Éste es el principio que expone Petrus Musandino (siglo xii), de la Escuela de Salerno, en su Tratado especial acerca de la preparación de los alimentos para enfermos. En él se indica que no deben omitirse las bebidas refrigeradoras y estimulantes. Este libro trata de los alimentos nutritivos, pero de fácil digestión, de los remedios para excitar el apetito y de las formas agradables de preparación y presentación culinarias. Los preceptos se extienden en tantas particularidades como un libro de cocina moderno. También se prestaba atención a la higiene del cuarto de los enfermos. Los autores suelen dar minuciosas prescripciones acerca de la posición del paciente en el lecho, de los medios para corregir y refrescar el aire de la alcoba rodándola con aguas aromáticas o con preparados volátiles, y otras medidas que el enfermo febricitante pudiera experimentar como muy beneficiosas en los calurosos climas meridionales. Por último, también se empleaba, aunque con variable intensidad, en la Edad Media, tanto en las enfermedades agudas como en las crónicas, la fisioterapia, tan extendida entre los antiguos. Entre las adquisiciones de la Edad Media, surgidas por las necesidades de la época, se ha de incluir la enérgica lucha contra ciertas enfermedades endémicas. Se trataba de remediar la lepra, sumamente difundida, por el severo aislamiento de los atacados en barracas o engrandes leproserías, que no faltaban en casi ninguna localidad. La investigación, antes de excluir a los enfermos de la sociedad de los sanos, realizada con toda clase de formalidades, y, en manos de comisiones cuyos miembros eran peritos juramentados en la « Inspección (Je la lepra », ofreció ciertas garantías para precaverse del abuso o

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del error. En los siglos x i v y xv, las ciudades m a r í t i m a s italianas instituyeron contra la peste la vigilancia policíaca de los navios que llegaban a los puertos y la inmediata separación de los infectados en lazaretos. Yenecia publicó, a fines del siglo x v , la ordenanza de que los sospechosos de enfermedad quedasen por espacio de cuarenta días en una isla aparte, norma precursora de la cuarentena actual. Desde que llegó a conocerse la sífilis (1), se procedió de un modo análogo con los luéticos, aislándolos en su domicilio particular o en hospitales a propósito. Algunas ciudades siguieron la política, t a n egoísta como imprudente, de expulsar a los sifilíticos domiciliados en las mismas, con lo que no lograron más que la difusión del padecimiento.

b)

La Cirugía y sus especialidades

Más que en ningún otro período, llevó la Cirugía d u r a n t e la E d a d Media el carácter que corresponde a su nombre, el signo de la profesión, el arte quirúrgico. No pudo éste desplegar sus facultades distint i v a s casi más que en la Terapéutica, campo particular en el que el médico científicamente preparado se encontró en ocasiones contra su voluntad — pero en otras no — con el p u r a m e n t e empírico, puesto q u e las «enfermedades » de que se ocupaba el cirujano se explicaron y describieron según las ideas que en Patología poseía el médico erudito. La esfera principal en que se movía, en general, el cirujano (en el sentido que damos a la palabra, y no sólo con medicamentos, lancet a s y ventosas) era el t r a t a m i e n t o de las heridas, f r a c t u r a s y luxaciones, la extirpación de tumores fácilmente accesibles, la a b e r t u r a de abscesos superficiales y algunas intervenciones quirúrgicas de las que m á s adelante hablaremos. Tal vez la delimitación imperfecta de los focos purulentos y de los tumores respecto de las úlceras y otras afecciones cutáneas sea la causa de que en los escritos quirúrgicos ocupen m a y o r extensión las enfermedades de la piel, y que el t r a t a m i e n t o de éstas estuviese encomendado a los titulados cirujanos. E n t r e los bizantinos, como y a hemos expuesto (2), corresponde a Pablo de Egina un lugar preeminente en la tradición de la a n t i g u a Cirugía. Antes de que el gran cirujano árabe Albucasim, f o r m a d o en las doctrinas del anterior (3), influyese por la traducción de Gerardo de Cremona en la Cirugía de los pueblos de Occidente, componía el salernitano Roger, del que ya nos hemos ocupado anteriormente, su Tratado práctico de Cirugía, que se caracteriza por su notable originalidad en medio de t o d a su consideración a lo antiguo. E n la revisión llevada a cabo por su discípulo Rolando de P a r m a , f u é este libro, adi(1) Véase pág. 109. (2) Véase pág. 90. (3) Véase pág. 93.

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d o n a d o de glosas por los llamados «cuatro maestros », que se hallaban ya b a j o la intensa influencia árabe, suministrando en esta forma a los cirujanos, además de los tradicionales, gran suma de conocimientos basados en la propia experiencia. En la época siguiente acogió la Cirugía una cultura elaborada por p a r t e de los italianos, especialmente del Norte y, sobre todo, de la escuela de Bolonia. Bruno de Longoburgo (hacia 1252), Hugo de Lucca (f antes de 1258), Teodorico (hijo del anterior, 1206 h a s t a 1298), Guillermo de Saliceto (f hacia 1280), uno de los médicos m á s notables de la E d a d Media, y L a n f r a n c h i (muerto, verosímilmente, antes de 1306). Todos ellos se apoyan i n t e n samente en el arabismo salernitano. El milanés Lanfranchi, desterrado de su país en 1290 por conflictos políticos, se fué a Francia, y se consideró como «el padre de la Cirugía francesa ». Verosímilmente, el másantiguo e i m p o r t a n t e de los cirujanos franceses, Enrique de Mondeville, t u v o ocasión de conocer personalmente en París el arte quirúrgico de aquél. F u é maestro en Montpellier del cirujano francés m á s hábil de la E d a d Media, Guy de Chauliac (muerto hacia 1368). O t r o discípulo de L a n f r a n c h i f u é el notable representante de la Cirugía flamenca, J e h a n Y p e r m a n n (muerto entre 1329 y 1332). En el siglo x v los que mejor cultivaron la Cirugía fueron los sabios de Italia, sobre todo de Bolonia y P a d u a . En Bolonia, t r a b a j ó y enseñó Pietro d*Argellata ( t 1423); en P a d u a Leonardo da Bertapaglia ( t 1460); en Alemania no aparecen, en general, hasta el siglo x v obras de alguna importancia en el campo de la Cirugía, producidas, no por la l a b o r culta de las Universidades, sino f o m e n t a d a s y determinadas por la práctica de los empíricos, y escritas en idioma alemán para que f u e r a n también inteligibles por el público indocto. La más antigua de las producciones de este género, es la publicada en 1460 con el título d e Wundarznei (tratamiento de las heridas) por Heinrich von Pfolspeundt. E s notable por mencionarse en ella por primera vez las heridas p o r arma de fuego. El estrasburgués Hieronymus Brunschwig (muerto antes de 1534) circunscribe su Cirugía al estudio de las heridas (heridas, f r a c t u r a s , luxaciones) y su t r a t a m i e n t o de la trepanación y de las amputaciones. Su conciudadano, H a n n s von Gerssdorf, es m á s extenso en su Feldbuch der Wundarznei (aparecido primeramente el año 1517), aun cuando dista mucho de agotar todos los conocimientos sobre las afecciones quirúrgicas. El saber práctico del cirujano de la Edad Media, por satisfactorio que pudiera parecer algunas veces comparado con las producciones de la Medicina interna, tenía que quedar encerrado dentro de ciertos límites, por faltarle todavía cuatro importantes condiciones previas para su desenvolvimiento : conocimientos anatómicos, posibilidad de evitar la infección quirúrgica, métodos exactos, positivos y sistemáticamente aplicados de hemostasia, y narebsis. Se describió ya en otro lugar la Anatomía en sus relaciones con el arte quirúrgico. Respecto de la antisepsia, se expusieron, desde luego, los síntomas de las infecciones

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quirúrgicas, incluso los del tétanos ; se concedió gran importancia a la limpieza del material de cura : los «cuatro maestros •> llamaban la atención acerca de lo imprescindible que era mantener limpias las manos del operador antes de la trepanación, e indicaron que el médico debería abstenerse en los días de operación de tomar alimentos que corrompen el aire, y de tener relaciones con una mujer en plena menstruación (por tanto impura), advertencia que puede considerarse como presentimiento de un peligro ocasionado por el operador, y en el tratamiento de las heridas con vino, la apreciación del poder antiséptico del alcohol. Pero a esto se reducían los conocimientos, con los que no se lograban resultados positivos por lo que se refiere a la antisepsia. La mayoría de los médicos, especialmente los salernitanos, creían que la supuración de las heridas era un proceso normal y beneficioso, que debía favorecerse con la terapéutica; mientras que los cirujanos de Bolonia que hemos citado, procuraban una curación seca y sin pus, procedimiento doblemente valioso dada la pronunciada tendencia a la prolipragmasia. No sólo se ordenaban bebidas vulnerarias a pasto, sino, además, emplastos, pomadas, envolturas y aplicaciones, por medio de las cuales se pretendía limpiar la herida, enjugarla, estimular la producción de pus y la cicatrización. Segíin el criterio adoptado, se suturaban las heridas o se dejaban abiertas total o parcialmente para no poner obstáculos a la salida del pus. Como material de sutura se empleaban la seda, delgadas hebras de hilo, cuerdas de tripa, etc. El modo de efectuar las suturas estaba bastante adelantado; se conocían las agujas rectas y curvas, la sutura simple y en varios planos, la sutura entrecortada, de espiga, de peletero, la entrelazada, la de puntos cruzados, etc. Para cohibir las hemorragias, además de la aplicación del frío y de los medicamentos estípticos, del taponamiento, de la posición elevada del miembro sangrante, etc., se recurría a los métodos siguientes: el corte completo del vaso abierto cuando no estaba seccionado del todo, para que se efectuase en el interior de las partes blandas el total retraimiento de las paredes elásticas del vaso, la compresión, de todo el miembro sangrante (procedimiento que, como claramente se comprende, sólo podía practicarse en determinadas regiones del cuerpo), la torsión del vaso aislado en torno de su eje longitudinal, la ligadura con hilo de los vasos de gran calibre, y, por último, la aplicación del cauterio. Todos estos métodos se encuentran ya en Galeno. Su técnica, por lo que a la ligadura se refiere, cultivada a medias y demasiado insuficiente, se perfeccionó tanto por Ambrosio Paré (1), en el siglo xvi, que abre una nueva era quirúrgica, en la que se evita con seguridad la hemorragia en las grandes intervenciones. La aplicación del fuego, mediante un bisturí o hierro candentes (cauterio), se empleaba mucho por los árabes, que tenían horror a la sangre, en las contadas operaciones que en general practicaban, incluso por Albucasim. Los boloñeses Hugo de Lucca y Teodorico se opusieron enérgicamente a este método quirúrgico oriental que limitaba en gran medida las indicaciones operatorias. Una especie de narcosis, descrita de paso por cirujanos posteriores, la refiere Teodorico como descubrimiento de su padre. Apenas podía contarse con ella para la narcosis profunda, y si llegaba a producirse no era sin correr el paciente un positivo peligro. Consistía en una esponja impregnada del jugo de plantas narcóticas, entre las que se contaba la moderna escopolamina, puesta a secar y colocada, una hora antes de la operación, húmeda y caliente, delante de la nariz del enfermo. Se creía que los efectos provenían de la inhalación, pero acaso sólo se debieron a la deglución de pequeñas cantidades del jugo. Además de los cuchillos, tijeras, agujas y cauterios de las más diversas clases, constaba el instrumental quirúrgico de la Edad Media de ganchos, jeringas, embudos y cánulas, sondas y catéteres, martillos, escoplos, gubias, cinceles, raspadores, limas, (1) Véase la Segunda parte de esta Historia de la Medicina.

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sierras, trépanos, tenazas de huesos, de dientes, etc., construidos según infinidad de modelos. Las fracturas y luxaciones, después de su reducción, y aunque ni siquiera en estos casos no dejasen de prescribirse sangrías, purgantes y otros remedios internos completamente inadecuados, se trataban muy racionalmente con vendajes, muy complicados en ocasiones, y con férulas de madera, cuero y otros materiales. Se conocían los vendajes fenestrados en los casos ae fractura complicada con herida, los vendajes endurecidos, la extensión por medio de pesos, etc. Para la extracción de cuerpos extraños, intervención que presupone siempre cierto grado de habilidad manual, contaban con una serie de variados instrumentos auxiliares. De los oídos se extraían por medio de la succión, llevada a cabo con tubos en que se practicaba el vacío. Las espinas de pescado deglutidas, y que podían aún verse, se quitaban con pinzas de forma especial. Si estaban situadas a mayor profundidad, se procuraba su extracción haciendo deglutir al enfermo una esponja firmemente sujeta a un cordón por medio del cual se volvía a sacar. Como ejemplo de pequeñas intervenciones operatorias se pueden mencionar la extirpación de las amígdalas palatinas hipertrofiadas y la de los pólipos nasales. En la primera intervención se seguía un procedimiento bastante análogo al moderno, deprimiendo la lengua con una espátula, sujetando la engrosada amígdala con un gancho y cortándola por su base con un bisturí especial, en forma de hoz, y con las tijeras. Se intentaba la extracción de los pólipos nasales atrayéndolos hacia delante con las tenazas o aplicando un lazo corredizo por su base (para conseguirlo se llegó incluso a incindir hasta la porción ósea), y extirpándolos después radicalmente con el bisturí o el cauterio. Entre las grandes operaciones, se han de mencionar en primer término la trepanación, la traqueotomía, el tratamiento del bocio, sólo practicado en ocasiones, del cáncer de la mama, de las heridas intestinales, de las hernias inguinales y crurales de la talla, y las amputaciones. La apertura de la bóveda craneal se practicaba (casi siempre por fracturas conminutas) después de la incisión de la piel y separación del cuero cabelludo, después de lo cual algunos solían esperar aún un día, con el escoplo, la sierra o la corona del trépano, extrayendo las esquirlas con los dedos, las tenazas o con un instrumento en forma de palanca. La traqueotomía se efectuaba, según Antyllos, en los casos de asfixia amenazadora, incindiendo la tráquea transversalmente entre dos cartílagos anulares por debajo de la laringe. Albucasim (1) la describe basándose en la tradición, pero dice que no sabe la haya practicado ninguno de sus contemporáneos. E l primitivo tratamiento quirúrgico del bocio consistía en la destrucción parcial e incompleta del tejido tiroideo patológico por medio del cauterio o el sedal; en los casos de quistes aislados, se procuraba la extirpación radical con ganchos; pero en los bocios más grandes, o en cualquier circunstancia desfavorable, se conformaban con seguir un tratamiento conservador. En el cáncer de la mama, unos extirpaban todo el órgano; otros, sólo la porción enferma valiéndose del cauterio, y algunos, como Lanfranchi, lo consideraban como enfermedad incurable. En los casos de heridas del abdomen con perforación o salida al exterior de las asas intestinales, se limpiaban éstas, procurando evitar su enfriamiento por medio de la aplicación en caliente de un pequeño animal hendido en vida o de compresas calientes, de esponjas empapadas de vino, y la herida misma se suturaba cuidadosamente. Algunos autores, como Roger, Rolando, los «cuatro maestros », etc., recomiendan efectuar esta sutura sobre un cilindro de médula de saúco, o sobre la tráquea de un animal. Pfolspeundt habla (1) En Avicena se encuentra indicado el procedimiento moderno de la intubación ; ante el peligro de la asfixia, se introducía la cánula salvadora por la misma laringe.

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incluso de la aplicación de un tubo de plata, en los casos en que el intestino se encuentre completamente seccionado, uniendo mediante ligadura los dos extremos del mismo. Nada indica acerca del ulterior destino de este tubo, en el que podemos ver el precursor del moderno botón de Murphy. Es muy racional el consejo de poner a los heridos, en el momento de la sutura, en una postura tal que los intestinos se alejen de la herida. Las miniaturas de los antiguos manuscritos permiten reconocer en esta posición, sobre un plano oblicuo, con la cabeza más baja, la gran analogía con la moderna posición de Trendelenburg empleada en cirugía para elevar la pelvis. La complicada técnica del tratamiento de las hernias tenía por objeto reponer el asa intestinal herniada en la cavidad abdominal, evitando en todo lo posible las lesiones secundarias de las vías sanguíneas y produciendo en el punto de la pared abdominal franqueada por las visceras una cicatriz que alcanzase el máximo de resistencia. La operación de la hernia era siempre una intervención, incluso en manos de los cirujanos más hábiles, sumamente peligrosa. De aquí que, muy justificadamente, procurasen salir del paso, siempre que era posible, con la reducción manual y cuidadosa, y la aplicación de vendajes y otros medios auxiliares (casi siempre, desde luego, ineficaces). La operación de la talla se llevaba a cabo del modo descrito por Celso: se colocaba al enfermo en la actitud que todavía en la actualidad se designa con el nombre de «posición de la talla», y con el dedo introducido en el recto, se atraía e inmovilizaba el cálculo, sobre el cual se seccionaba el perineo, en el hombre lateralmente y en la mujer desde la línea media de la vagina, y se extraía, cuando no salía de un modo espontáneo, con el auxilio de un instrumento especial, casi siempre en forma de gancho. Los cálculos muy grandes se trituraban primero en el interior de la vejiga con instrumentos a propósito. Al final se atendía a cohibir la hemorragia. Sólo algunos cirujanos, como, por ejemplo, Guy de Chauliac, mencionan la sutura de la herida. La amputación se practicaba de un modo completamente primitivo y sólo en los casos de gangrena. Apenas puede hablarse de amputación en el sentido que hoy damos a esta palabra, puesto que casi nunca se efectuaba en la porción sana, sino en la gangrenada, o en el limite entre una y otra. Los vasos se encontraban ya así obturados por el proceso morboso y no era de temer una hemorragia; pero, en cambio, era muy problemático el resultado (1). Para la incisión de las partes blandas se recurría al bisturí; para la contención de la hemorragia, a los medios anteriormente indicados, especialmente a la aplicación del cauterio, y para la sección del hueso, a la sierra. De las operaciones plásticas extensas nada nos dice la historia de la Edad Media, hasta que en pleno siglo xv, la reposición de la ¡nariz mutilada, por medio de la trasplantación de piel de la frente o de la mejilla y la reparación quirúrgica de otras deformidades, aparece vinculada en la familia Branca, cirujanos de Sicilia; Pfolspeundt, según declaración propia, había aprendido este arte secreto de un «romano». E n el campo ginecológico se encontraba la Cirugía de la Edad Media muy rezagada. La intervención más grande, de antigua procedencia, era la dilación de los focos purulentos que formaban relieve en la vagina. Muchos autores, apoyándose en la tradición, exponen que podía extirparse sin temor alguno la matriz prolapsada y con gangrena, porque los antiguos habían observado que una mujer con el útero totalmente gangrenado continuó viviendo. La intervención, en realidad, nunca se había llevado a cabo, como ocurría con otras muchas operaciones que no pasaron más allá de una indicación puramente teórica.

(1) Acerca del modo por el cual la introducción de las armas de fuego obligó a los cirujanos a la amputación de miembros sanos, y, por tanto, al perfeccionamiento de la técnica, véase la Tercera parte de esta Historia de la Medicina.

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La ciencia teórica y el saber práctico

La Obstetricia quedó en manos del cirujano en cuanto las costumbres de la Edad Media permitieron que, en general, el hombre asistiese los partos (1). Fué m u y funesto que el ginecólogo más notable de la Antigüedad, Soranos (2), no haya desempeñado en la Edad Media el papel al que era acreedor, más que ningún otro, en la esfera que Galeno sobrepujó en todos sentidos. Desde luego que se asocia a la tradición latina de Soranos el nombre de Mustio, cuya fecha no puede fijarse con exactitud, pero al que precedió, sin embargo, el t e x t o griego. Consta de dos libros : el primero es una especie de catecismo para las comadronas ; el segundo, una breve exposición del tratamiento de algunas afecciones, pero ambos sumamente pobres. D e Mustio se valieron otros autores de la Edad Media. Así inmigró el saber mutilado de Soranos en los compendios para comadronas como el Eucharius Rosslin (impreso en 1513), y toda clase de folletos populares referentes a la mujer. Se amalgaman con la tradición griega una compilación obstétrica redactada en Bizancio en el siglo v n o ix, y la Ginecología de Soranos con el libro X V I de Aecio de Amida. Por consiguiente, quedaron cuatro libros, conservados en su mayor parte. El retroceso de la Obstetricia de la Edad Media comparada con la de los antiguos se experimenta ya en los bizantinos. Aecio (3) cita el cambio de la posición podálica en cefálica, realizada por el tocólogo de Roma (¿ Soranos ?), que con tanta frecuencia salva la vida. Pablo de Egina (4), no la describe ya con claridad. Como este último era entre los árabes la primera autoridad en Obstetricia, llegaron éstos a olvidar por completo tan importante operación, con la consecuencia de que se recurriese mucho más a menudo al fraccionamiento del niño dentro del claustro materno, la embriotomía, intervención que los tocólogos de la Edad Media creían, en proporción, frecuentemente indicada a pesar del horror que les inspiraba la sangre. Hasta Arnaldo de Vilanova no vuelve a aconsejarse la versión en los casos de falsa posición del feto, para que quede dirigido éste con la cabeza o con los pies hacia delante. La versión cefálica por maniobras internas se encuentra citada ya antes de él, en una enciclopedia de mediados del siglo xm. Representa un nuevo retroceso el valerse de los sacudimientos de la parturiente, práctica bárbara indicada en los escritos hipocráticos, pero a la que se oponía Soranos. Para acelerar el parto se sacudía todo el cuerpo de la mujer, bien en la cama, bien muy sujeta en una escalera, o de cualquier otro modo. Se encuentran los datos referentes a este asunto tanto en los autores árabes, como en los de Occidente, por ejemplo, en un escrito sobre Obstetricia del siglo xiii atribuido a una mujer, la salernitana Trotula (¿ siglo xi 1), la cual recomienda también un modo primitivo de protección del perineo olvidado desde Soranos, y menciona por vez primera el desgarro completo de este tabique y su unión por medio de la sutura. Además de las ya mencionadas, se conocían desde la Antigüedad, entre otras intervenciones de alta Cirugía, algunas que tenían por objeto la dilación del camino por el que ha de salir el infante, como diversas modificaciones en la maniobra de extraer el feto en posición podálica, el desprendimiento manual de la placenta retenida, la práctica del aborto en interés de la madre, así como la operación cesárea en los casos (1) (2) (3) (4)

Véase Véase Véase Véase

pág. pág. pág. pág.

152. 107. 90. 90.

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La Higiene

de muerte de ésta para salvar a la criatura. La práctica de esta operación en la mujer viva no se comprueba de un modo incontrovertible hasta el siglo x v i (1).

La terapéutica quirúrgica de las enfermedades de los ojos se encuentra, en la E d a d Media, m u y desarrollada entre los árabes. Ante todo, practicaron perfectísimamente la operación de la catarata y enriquecieron su técnica con la aspiración del cristalino. De este modo lograban Tecobrar muchos enfermos la vista perdida. E n los pueblos occidentales, que no acabaron de comprender las producciones de los sarracenos en esta especialidad, permaneció la Oftalmología, en conjunto, a un nivel empírico más inferior. Sin embargo, proceden de ellos las gafas. Según Rogerio Bacon, se conocían con seguridad alrededor del año 1300. El dominico Alexandro de Spina, muerto en 1313, estuvo enterado de su fabricación. Según una piedra tumularia del año 1317, debió de haber sido considerado como inventor de aquéllas el florentino Salvino degli Armati. No puede decirse de un modo positivo quién f u é realmente el primero en construirlas. De la Odontología mencionaremos la extracción de los dientes con diferentes modelos de llaves y.otros instrumentos. Algunos médicos no tomaban a la ligera esta pequeña intervención y recordaban la cautela, como si hubiera costado la vida a pacientes. Se recurría, sobre todo, |a la aplicación de gran número de medicamentos para suprimir el dolor, curar la caries y otras enfermedades análogas. Encontramos en algunos autores indicaciones acerca de la terapéutica dentaria conservadora con ensayos de prótesis, como, por ejemplo, en Albucasim, quien fija los incisivos flojos con hilo de oro o de plata a los dientes inmediatos y que trata de reemplazar los perdidos por imitaciones de hueso de ganado vacuno.

5.

La Higiene

La E d a d Media no ha carecido absolutamente de comprensión respecto de la profilaxis de las enfermedades. La Ciencia médica ejercía su influjo como en la actualidad, mediante el gran número de disposiciones dictadas por las autoridades en interés de la salud de los pueblos. Tendríamos que extendernos mucho más de lo que consienten los límites de este libro, sólo con que quisiéramos citar las organizaciones por las que se preocuparon los príncipes y los Consejos de las ciudades con objeto de velar por el mantenimiento de la salud de las urbes, la inspección de las construcciones, del comercio de alimentos, bebidas y medicamentos, de las casas de mujeres públicas, de los cuidados y hospitalización de los enfermos pobres, etc., pues exigiría (1)

Véase la Tercera parte de esta Historia de la

Medicina.

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La ciencia teórica y el saber práctico

una pintura completa del cultivo del cuerpo en la Edad Media (1). Pero, por lo menos, dediquemos breves palabras a la manera de tratar la bibliografía médica en la higiene privada. Muchos médicos, y en ocasiones también profanos cultos, han publicado obras sobre esta materia, tanto entre los árabes como en Bizancio y en los pueblos occidentales de raza latina, para demostrar cómo con un método sano de vida se podía conservar la satisfacción del trabajo y de los goces. La mayoría de las extensas obras de Medicina mencionadas anteriormente consagran atención a este asunto. De los escritos especiales de los árabes eran muy apreciados la Dietética de Isaac Iudaeus y el Tratado de Higiene de Maimonides. En los pueblos occidentales, y sin que llegue a perderse el arabismo, el Regimen sanitatis salernitano fué el fundamento y modelo de gran número de tratados que se ocupan, con mayor o menor extensión, de la higiene en general, o en particular de la higiene de las estaciones, de las diferentes edades y de estados y condiciones especiales, como, por ejemplo, del embarazo, de los viajes por mar y por tierra, expediciones de guerra, cruzadas, ocasiones propicias para la explosión de la peste, etc., y también en prescribir un método especial de vida a los que padecen enfermedades crónicas o están predispuestos a padecerlas. Son notables los comentarios de Arnaldo de Vilanova sobre el régimen sanitario salernitano. Este mismo autor dedicó a principes occidentales y a papas breves tratados de higiene, y escribió otra obra acerca de la higiene de las tropas en campaña. Respecto de la higiene de los viajes por tierra y por mar existen los escritos dedicados a personas de elevada alcurnia por el clérigo-médico Adam de Cremona, del siglo x m , y los de Galeazzo de Sancta Sophia, de los siglos xiv-xv. Sudhoff nos ha dado a conocer tres Regimina de este género, que se encontraron en posesión de los médicos de Nuremberg Hermann y Hartmann Schedel (siglo xv). Otra dietética, posteriormente bastante utilizada, se atribuye al maestro J u a n de Toledo (hacia 1150). Al parecer, influyó el calendario en la redacción de la parte dedicada a la sangría. Muchos de estos escritos se compusieron en las respectivas lenguas vernaculares, o se tradujeron a ellas, con el fin de que los profanos las comprendieran directamente. En lengua francesa escribió en el siglo x m Aldebrando de Siena, y en alemán y en verso, Heinrich von Luoffenberg, en el año 1429. Como ejemplo de una higiene popular para la mujer, puede mencionarse el Frauenbüchlein (Manual de la mujer) de Ortolff, de Baviera (hacia 1400), impreso antes de 1500. Estos escritos descienden a menudo a los más pequeños detalles; analizan los alimentos respecto de su valor nutritivo, dan indicaciones acerca del modo de prepararlos, reglamentan la división del día desde el punto de vista de las comidas, bebidas, sueño y ejercicio muscular, de las relaciones sexuales, puerperio, y cuidados que deben

(1) peste.

Se han expuesto ya en la página 121 las

medidas de defensa contra la

La Higiene

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prestarse a los niños de pecho. Incluso se consagra un tratado exclusivo a la higiene del trabajo mental, de Marsilio Ficino (1482). Sólo puede aceptarse por la Medicina actual una parte de lo que sostenían los higienistas de aquellos tiempos. Así, para citar algunos ejemplos, se han de admitir íntegramente los ensayos que se llevaban a cabo para determinar la potabilidad absoluta de un agua. Lo que se dice acerca de la ingestión de alimentos, higiene de la piel, utilización de los baños, movimientos activos del cuerpo y masaje, calefacción de las habitaciones, etc., es, en general, muy atinado, si se tiene en cuenta la época en que se escribió. Pero muchas opiniones acerca de la calidad de los alimentos en sus relaciones con la salud son conceptos equivocados por basarse en la errónea teoría de las cualidades primarias; otras se derivan de ideas falsas sobre Fisiología, como, por ejemplo, el consejo, teniendo en cuenta que el proceso de la digestión parte del hígado (1), de acostarse durante la primera mitad del sueño sobre el lado derecho, y después sobre el izquierdo, o la doctrina, expuesta muy a menudo, de que el embriagarse una vez por mes es conveniente para la salud, porque el sueño profundo y los sudores copiosos que la borrachera ocasiona libran al cerebro de los spirilus alterados, y, por último, la innecesaria extracción de sangre, por medio de la sangría y las ventosas escarificadas, y los muchos purgantes que se hacían tomar a las personas sanas en determinadas épocas del año.

B)

INFLUJO EJERCIDO POR LA CONCEPCIÓN RELIGIOSA DEL MUNDO EN LA MEDICINA DE LA EDAD MEDIA

Ya hemos dicho anteriormente que el influjo ejercido por la concepción religiosa del mundo en la Medicina no es, en modo alguno, exclusivo del Cristianismo ni de la E d a d Media (2). Indudablemente pudo ser entonces eficacísimo por la omnímoda influencia de las ideas religiosas y por el hecho de haber sido el clero director de la educación por espacio de siglos. A este respecto la Medicina es f r u t o de su época. De igual modo que la ciencia del derecho, la política, el matrimonio, el arte, la poesía y otros muchos aspectos de la vida cultural y del espíritu llevan impreso el sello inequívoco de la religión cristiana, en las mismas condiciones se halla la Medicina. Así como Alberto Magno aducía pasajes de la Biblia y las autorizadas sentencias de los Padres de la Iglesia como demostración de los problemas de las Ciencias Naturales, Rogerio Bacon impugna, sin más argumentos, la competencia de Aristóteles para la teoría del arco iris por su falta de conocimiento de la Biblia, y en la imagen del mundo, impregnado de cristianismo, en lugar del poder de las estrellas, según los antiguos, habían hecho su aparición los ángeles; también, en ocasiones se revelaba la opinión de que el hombre sólo tenía once costillas y la mujer, por el contrario, doce, porque Dios había formado a Eva de la costilla de Adán cuando éste dormía. Santa Hildegarda relaciona la primera menstruación de Eva con la caída en el pecado. Todo esto, que es verdaderamente (1) Véase pág. 107. (2) Véase pág. 87. 0.

DLEPGEN : Hist. de la Medicina, 2." edic.

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La ciencia teórica y el saber práctico

popular, pudo muy bien no turbar a los anatómicos y fisiólogos dedicados a la ciencia y quedar como hechos independientes. Pero, sin embargo, se encuentra algo análogo en los libros de los grandes médicos. No es posible trazar una línea divisoria precisa en la Edad Media entre la Medicina popular y la científica. En la Patología nos encontramos con reminiscencias de las ideas primitivas de la Humanidad, que consideran la causa de las enfermedades como pruebas o castigos de Dios. El médico Pollich de Mellerstadt discute aún, en su tesis de 1496 sobre la sífilis, el problema de si es posible combatir una enfermedad enviada por Dios con remedios naturales, y trata asimismo de razonar la relación existente entre la enfermedad y el pecado, suponiendo que del cerebro parten también impulsos y actos pecaminosos, y que por la sana nutrición del cuerpo el alma puede inclinarse a la virtud. La burda concepción del hombre primitivo de que los demonios inferiores son los que provocan la enfermedad es tan corriente para los cristianos de la Edad Media como para los sarracenos. Caracteriza este modo de pensar la creencia en los poseídos. El mal demonio que se adueña del que ataca es, a los ojos de los cristianos, Satanás con sus cómplices. Con cierta frecuencia encontramos en los escritos médicos datos acerca del diagnóstico diferencial entre la posesión por los demonios y la enfermedad natural. Si reacciona, por ejemplo, el enfermo atacado de convulsiones cuando se le gritan al oído determinados pasajes de los Evangelios, es prueba, según Constantino el Africano, de que el demonio quedó aterrorizado al escuchar las santas palabras. Si no reacciona, es que se trata de una enfermedad natural.

Muy funesta es la creencia en los demonios, manifestada por la convicción popular de que son reales los maleficios, los encantadores y las brujas. Desde el siglo xiii adopta este convencimiento una extensión francamente peligrosa, para poder conjurar las más terribles consecuencias de los procesos por hechicería. Con asentimiento de Dios podían estar en disposición las personas de mala voluntad del sexo masculino y sobre todo del femenino para causar perjuicios al prójimo, con la ayuda de Satanás, en todo género de cosas, y, por tanto, también en la salud. Como enfermedades por «hechicería » se consideraban especialmente la impotencia conyugal, la pérdida de la memoria, los trastornos mentales agudos, y otras psicosis. Es indudable también que la mayoría de los médicos seguía esta corriente ideológica propia de aquellos tiempos; pero hay que confesar que la Medicina científica no simpatizaba con tales supersticiones. En ocasiones se lamenta un teólogo de que los médicos suponen enfermedades naturales, por ejemplo, las pesadillas, como padecimiento del estómago cuando la causa es una hechicería. En realidad, lo que preferentemente solían hacer los médicos era soslayar este género de cuestiones. Tan sólo desde el momento en que la hechicería llena el mundo, desde los siglos xn y xiii, se ve uno precisado a ocuparse de ella, a comprobar su posibilidad, especialmente en la impotencia ; cuando no es posible descubrir

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ninguna causa natural, se habla de métodos de tratamiento « descabellados, más diabólicos que divinos », que el pueblo, en cambio, emplea (Savonarola); se explica también perfectamente que se aporte todo con el exclusivo objeto de que quede sin mezcla alguna... y se deje a un lado la terapéutica, por no ser este asunto propio de los médicos. En el siglo x m , Arnaldo de Yilanova, y, seguramente no es el único en hacerlo (1), se propuso interpretar como naturales las enfermedades por hechicería, sin conseguirlo, sin embargo, con perfecta claridad. La acción perjudicial provocada en una persona por la primera mirada de otra y con auxilio de los demonios, se manifestaba casi constantemente como acción de las fuerzas mágico-naturales (2). Estribaba ésta menos en un instrumento de encantamiento, en un símbolo mágico, •de igual modo que estaban en boga en el pueblo todas las extravagancias posibles (por ejemplo, la cuerda de los ahorcados, el asesinato en efigie en una figura de cera que representaba al perjudicado), que «n una fuerza puramente natural que todo hombre ha recibido, más o menos abundantemente del Universo, especialmente de las estrellas, en la formación de su cuerpo. Cuando al«hechicero » le faltan estas fuerzas, todos sus esfuerzos resultan vanos. Estas fuerzas actúan por los spiritus que parten del hombre en cuanto uno se aproxima a determinada distancia (3). La Terapéutica tomó de estas ideas sobre patología los correspondientes métodos de tratamiento. Contra el poseimiento se echó mano del exorcismo. Cuando la enfermedad provenía de Dios, también enviaba Él la curación. En la Edad Media se llevaban los enfermos a la iglesia, como en la Edad Antigua al templo. Entre las gentes del pueblo se trataban las enfermedades con reliquias, y se tenían en gran estima la recepción purificadora de los sacramentos y la intercesión del santo patrón de la enfermedad. En los tratados de Medicina se encuentran, como si fueran recetas, las oraciones prescritas para la curación, como, por ejemplo, en Arnaldo de Vilanova un « Padrenuest r o » modificado para la desaparición de las verrugas, una oración a San Brandino contra la mordedura de las serpientes, y otra a San Blas para las afecciones de la garganta. La obra salernitana, folio 24, De •aegritudinum curatione, ensalza el Evangelio de San Juan (I, I. «En el comienzo estaba la palabra ») con la aplicación del misal y el recitado de los nombres de los siete durmientes como remedio contra el insomnio. En la traducción francesa, editada por Dorveaux, del recetario de Nicolás el Salernitano, se ve una oración contra la hidropesía. Oraciones de este género pertenecen en parte a los métodos que pueden sintetizarse con la denominación de magia cristiana, o sea los medios auxiliares tomados del círculo de ideas y concepciones religiosas del mundo, sin que puedan imputarse a los actos del culto propiamente dicho. (1) Encuéntrase en sus explicaciones grandes reminiscencias de ROGERIO BACON. (2) Véanse págs. 133 v s. (3) Véase pág. 106.

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En lugar de las fórmulas paganas de los conjuros se tomaban pasajes de la Biblia1 y de los Evangelios en los que figurasen el nombre de Cristo y de los Santos, y amuletos en los que estuviesen escritos estos nombres. La acción de los medicamentos adquiría mayor eficacia recitando aquellas oraciones y conjuros en el momento de recolectar las plantas y preparándolos en los días consagrados a determinados santos. Ya en Aecio de Amida encontramos un exorcismo, en el que figura el nombre de San Blas, para hacer salir los cmrpos extraños detenidos en el esófago. Teodorico describe algo análogo para la extracción de las saetas. Agilon recomienda al mismo tiempo para los niños epilépticos los remedios naturales y un pasaje de San Mateo (17, 20), que el sacerdote debe recitar en la iglesia. Menos sólida es la afinidad de esta concepción religiosa del mundo con la creencia popular, admitida por Guy de Chauliac y otros» de qus los reyes tienen, por una gracia especial, la virtud de curar las heridas. Los Soberanos de Francia e Inglaterra, pero también los de otros países, han tratado de comprobar esta virtud, combinándola en parte con ceremonias religiosas, en los escrofulosos, en los enfermos de bocio, de ictericia y de otros padecimientos.

C)

LAS SEUDOCIENCIAS Y LA MEDICINA

1.

La Magia natural

Mayor consideración que los elementos religiosos encontraron eir la Medicina científica los actos incluidos en el concepto de magia natural. Estos actos no pertenecen a los del culto, reconocidos como a tales, ni a su tecnología ; se apoyan en la aceptación misteriosa de aquélla, no asequible lisa y llanamente por los sentidos, pero sí por las relaciones naturales de las cosas entre sí, y por la posibilidad de influir en estas relaciones, y, por tanto, en las cosas mismas. Además de las. características propias de su género, todo ser viviente podía recibir fuerzas del Universo por las cuales actúa sobre otros seres vivos predispuestos para ello. Estas fuerzas, que se han comparado con las del imán, pueden ser provechosas o perjudiciales. Dichas fuerzas intervienen también en Patología. De igual modo que los hombres sanos y joviales pueden, según Arnaldo deVilanova, por el spiritus que de ellos se desprende, aportar agrado por su sola presencia (despertar simpatía), también los enfermos pueden inficionar a otras personas. Incluso el mismo médico que quiere llevar la salud, si (aunque no esté enfermo) domina en él una constitución recibida del Universo desagradable para su paciente, causa a éste, por su sola presencia, daños que no desaparecen hasta que el enfermo cambia de médico. La voluntad puede reforzar esta acción. Dadas las ideas dominantes en la Edad Media sobre el alma, podían las fuerzas puramente anímicas ser capaces de determinar actos materiales. Avicena está convencido — y otros le han copiado — de que una gallina que en la lucha ha logrado vencer a un gallo, al sentir la arrogante sensación de su igualdad llega a poseer verdaderos espolones de gallo. Según Rogerio

La Magia natural

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Bacon, las fuerzas activas del alma llegan a la voz, se combinan en ésta con las procedentes del cuerpo, con la voz alteran el aire y van por el intermedio de éste a los otros cuerpos no sin experimentar aún modificaciones por la acción de las fuerzas que llenan el Universo. El órgano receptor son los spiritus, con los que el hombre docto de la E d a d Media sale del paso en alguna de sus perplejidades. É s t a es la base de toda «fascinación », del trastorno (morboso) de las funciones del organismo que a primera vista parecen sorprendentes e inexplicables, de la memoria, el lenguaje, la capacidad sexual, etc. Así se explicaban entonces los fenómenos que nosotros atribuímos a la sugestión, así se esforzaba Arnaldo de Vilanova en encontrar, titubeando, por vías naturales, una interpretación real de las enfermedades por hechicería, así al hablar de la acción de los amuletos y conjuros se dice en u n t r a t a d o árabe atribuido a Costa Ben Luca (siglo ix) y en otros traducidos al latín y m u y leídos en la E d a d Media : «Todo depende de la fe. » Era m u y natural que se pretendiera aplicar estas fuerzas al tra1 amiento de las enfermedades. La Medicina de la E d a d Media no podía prescindir de este recurso terapéutico, no sólo pensando en su acción sugestiva, con la cual contaba seguramente una p a r t e de los médicos, por ejemplo Alejandro de Tralles, sino también por una fe sencilla en la realidad de sus efectos. Arnaldo de Vilanova observó, plenamente convencido, cómo en una anciana de Montpellier, por el empleo de fórmulas de conjuro, se logró contener una hemorragia que habían trat a d o en vano de cohibirla otros médicos con la terapéutica usual del país. E n algunos escritos médicos, antiguos y más recientes, de origen bizantino, árabe y latino, se encuentran análogos métodos de t r a t a m i e n t o tomados de la Medicina popular. Como en los primeros tiempos de la civilización, se subordinaba al principio de analogía (1) el de los actos curativos. Se enterraban, como símbolo, retoños de parietaria en la tierra, y las verrugas que se formaban al pudrirse aquéllos en el terreno, hacía que pudieran desaparecer las de las manos. E n los casos de catarro vesical y retención de orina, el salernitano Bartolomeo hacía que el paciente orinase sobre ortigas en flor porque se empleaban para uso interno como diurético. Las piedras preciosas, en calidad de símbolos, dotaban a su poseedor de fuerzas poderosas, que podían actuar a la vez sobre el cuerpo y sobre el alma. La esmeralda es la piedra de la castidad, y sirve para reprimir los impulsos sexuales. El zafiro es el símbolo de la sabiduría, y fortalece, por decirlo así, la vista del espíritu, y la del cuerpo, los ojos. Suprime el pterigión si se frota con esta piedra preciosa. Santa Hildegarda atribuye expresamente a los metales, además de sus efectos químicos, una influencia mágica. En este sentido, se apreciaron como remedios curativos los metales nobles, las perlas y el coral rojo y blanco. El oro y la plata, por ejemplo, se encuentran en los electuaríos contra la melancolía. El oro, el más noble de todos los metales, debía de ser una verdadera panacea, un medio de alargar la vida. Acostumbraba a tomarse en forma de muy delgados panes, obtenidos con el martillo, que se administraban en suspensión en el vino. Estas mismas propiedades tan excelentes del metal nativo, las tenía también el oro artificial, y, sobre todo, la misteriosa substancia que puede transformar (1)

Véase pág. 114.

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La ciencia teórica y el saber práctico

en metales nobles los demás, la siempre buscada y nunca conseguida piedra filosofal. Esto dirigió a algunos de los médicos de la Edad Media, y no de los peores, por el camino de la alquimia. E n una serie de e x t r a ñ a s substancias curativas aparece, no sin determinadas reservas, el p e n s a m i e n t o f u n d a m e n t a l que c o n d u j o primit i v a m e n t e a su e m p l e o terapéutico. Suele convertirse un amuleto (1) para precaverse de los demonios en un medio profiláctico y curativo de las enfermedades con una especie de efectos mágico-naturales. La peonía, llevada como amuleto, es una planta que, según la antigua superstición popular, protege contra la acción de los demonios y hechiceros; muchos médicos de la Edad Media la consideran como un remedio infalible contra el ataque epiléptico. Entre los remedios empleados por la escuela de Salerno para curar la impotencia figura la pluma llena de mercurio, sobre la cual debía pasar el impotente sin saberlo. Los límites entre la m a g i a natural y la de los hechiceros se confunden. En un tratado que circuló bajo el nombre de Constantino el Africano y otros médicos, se recomiendan contra las enfermedades por hechicería procedimientos simbólicos muy análogos a los que acabamos de exponer; por ejemplo, contra la impotencia conyugal, pegar juntas dos cáscaras de nuez para que después interviniese el encantador, el cual las depositaba separadas una de otra en el dormitorio. La mayoría de las substancias, t o m a d a s , en parte de la antigua tradición, en parte de origen popular, de la botica de las inmundicias y de la botica milagrosa de la E d a d Media cuando procedían del reino, animal, pueden i m p u t a r s e sin el m e n o r esfuerzo a la m a g i a natural, fuera su aplicación e x t e r n a o interna. Las partes de animales sacrificados, que p r i m i t i v a m e n t e se ofrecían a los dioses o a los d e m o n i o s , que, irritados, c a u s a b a n las enfermedades, y que se ingerían con l a m i s m a fe que la comunión, encontraron m á s tarde las m á s variadasaplicaciones médicas, sin que se precisase su sentido ; por su m i s m a extravagancia las t o m a b a el enfermo lleno de e n t u s i a s m o y las incluía el médico científico entre los remedios (mágicos) c u y a significación no era clara, pero sí confirmada por la experiencia. Se prescribían t o d o s los órganos y humores posibles (cerebro, hígado, corazón, bazo, ríñones, bofes, huesos, m ú s c u l o s , sangre, bilis), de t o d a clase de anim a l e s (mamíferos, aves, reptiles, anfibios, peces, gusanos), en p a r t e incinerados y administrados al interior, en parte adicionados a losbaños, c o m o ' a m u l e t o s , o en otras formas e x t r a ñ a s (2). (1) Acerca del ropaje demoniaco, por su parte secundario, de un empirismo en sus principios puro en la Medicina primitiva, consúltese la página 2. (2) En el transcurso del desenvolvimiento de la civilización, dado el empleo terapéutico del órgano que primitivamente servía para el sustento del culto, se llegó a la idea de sustituir farmacológicamente, por decirlo así, un órgano enfermo por otro sano (HOEFLER). De este modo comienza a iniciársela organoterapia. Se prescribían, por ejemplo, en los casos de insuficiencia renal ríñones de cabra o de carnero.

Astrologia y Medicina

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La carne de culebra se consideraba como un específico contra la lepra; la sangre de macho cabrío, contra las diferentes formas del paludismo, y la carne de liebre incinerada, contra la litiasis renal. Se atribuía acción evacuante a las frotaciones de la región anal con bilis de toro. El llevar fija al cuello una lengua de abubilla servía como remedio contra la pérdida de la memoria. Las lombrices de tierra se aplicaban vivas a los carcinomas ulcerados y a los furúnculos cutáneos. Los órganos todavía calientes de animales recién sacrificados se ponían en la cabeza de los enfermos mentales, de los que padecían vértigos, y, según en qué circunstancias, se dejaban hasta la putrefacción. Gariopontus, en los estados letárgicos, hacía sujetar un pulmón de buey en el momento de extraerlo; Agilon, en el dolor de cabeza, y en el vértigo, la piel de un carnero acabado de desollar; en la psicosis, las entrañas de un gato joven. El excremento de los animales se empleaba sobre todo como un emplasto, pero también en otras formas; por ejemplo, un supositorio de heces de ratón, como evacuante en el cólico intestinal (1). El sahumerio medicinal, que t a m b i é n , a u n q u e no siempre se p u e d a comprobar de un m o d o directo, se deriva de los inciensos v e g e t a l e s y animales de los sacrificios del culto, se practicaba por los m é d i c o s con substancias animales y v e g e t a l e s . Contra la esterilidad se recurría a f u m i g a c i o n e s de los genitales f e m e n i n o s con leños aromáticos ; contra las epistaxis, se aspiraba el h u m o de las cáscaras de h u e v o incineradas ; contra la m o l a de la matriz, h u m o s de pezuña de burro calcinada. El florentino Marsilio Ficino (1433-1499) sabe, por tradición, que una hoja de potentilla (cinco hojas) hace pasar la fiebre cotidiana ; tres, la terciana; cuatro, la cuartana, en las que aparece el escalofrío cada día, cada tres o cada cuatro respectivamente. La fe en la virtud de los números, que intervino en la Terapéutica de todos los pueblos cultos antiguos, continúa viva, por tanto, en la Edad Media.

2.

Astrología y Medicina

Las m i s m a s fuerzas mágico-naturales que podían facilitar las aplicaciones terapéuticas descritas son el a g e n t e m e d i a d o r de la acción de los astros (admitida por la Ciencia Natural de la E d a d Media), sobre t o d o s los seres c o m p u e s t o s de elementos, y, por t a n t o , t a m b i é n sobre el hombre. La fe de esta acción, entretejida con la m í s t i c a de los n ú m e ros, es la base de las teorías astrológicas, reminiscencia de la t r a d i c i ó n de B a b i l o n i a y Asiria con sus divinidades astrales, q u e e n c o n t r ó terreno favorable en la civilización helénica y r o m a n a (2) para d e s e m peñar después papel m u y i m p o r t a n t e en la Medicina de la E d a d Media. (1) Rara vez se empleaban las heces humanas, por ejemplo, como colirio, y con más frecuencia, siguiendo un antiguo símbolo, la orina, la sangre y la leche, especialmente la leche de mujer que estuviese criando un varón. La orina de un niño inocente se empleaba por los salemitanos en forma de pomada, como remedio para hacer recobrar la vista al ojo que la había perdido, y la leche de mujer, en muchas formas para uso interno (por ejemplo contra la tuberculosis y en el tratamiento de la debilidad uterina) y externo. (2) Véase pág. 85.

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L a ciencia teórica y el saber práctico

Dos autores posteriores se refieren principalmente a un Compendio de Astrología, en cuatro libros, escrito por Ptolomeo (siglo n d. de J. C.), en el que. sin embargo, la aplicación de la astrologia a los fines médicos sólo aparece a modo de indicación ; además, a un escrito, atribuido erróneamente también a Ptolomeo, que contiene 100 sentencias breves, el llamado Centiloquium; a una denominada Iatromatemática achacada al legendario Mermes Trismegistos, que, según Sudhoff, debe pertenecer a la época postptolomeica y de su supuesto Centiloquium, y, finalmente, a escritos seudoliipocráticos y seudogalénicos, sobre todo al tercer libro, el escrito genuino de Galeno, en el cual el maestro de Pérgamo ha expuesto sus puntos de vista astrológicos a propósito de los días críticos. E l interés por el estudio de las estrellas no fué igual en todas las épocas de la Edad Media. Únicamente a partir del siglo x m , desde la invasión del saber de los árabes, los cuales se consagraban con v i v o afán a la investigación del cielo estrellado, y en su mayor parte estaban sobrecogidos por su creencia en las misteriosas fuerzas de los cuerpos celestes, adquiere la Astrología su posición dominante en los pueblos de Occidente, reconocida por las mayores capacidades en el mundo de la ciencia, y estimulada y protegida por príncipes de la Iglesia y seglares. Entre los protectores de elevada alcurnia se cuentan el emperador Federico I I , el rey Alfonso el Sabio, de Castilla, el papa Juan X X I , y en tiempos posteriores, los papas Pablo I I I y Julio II, los Visconti. Entre los hombres de ciencia, dice Alberto el M a g n o : « T o d o , tanto la Naturaleza como el arte, está movido por las fuerzas celestes. » Incluso el origen de diferentes sistemas religiosos se ha atribuido a determinadas constelaciones. E l conocimiento de las revoluciones de los astros ha tenido importancia en todos los órdenes de la v i d a ; respecto de las empresas políticas, los astrólogos al servicio de las ciudades y príncipes tenían la obligación de señalar las horas más propicias, prometedoras del éxito. Todavía en 1326, y durante la guerra de Pisa, hicieron los florentinos que los astrólogos determinasen el momento de sus salidas contra el enemigo. Burckhardt relaciona las crueldades de Ezzelmo da Romano con las profecías astrológicas. E n vano se expresaban en contra hombres ilustrados como Petrarca, Pico della Mirandola, y el sifilógrafo Girolamo Fracastoro. Hacia el final de la Edad Media la Astrología, para la gran masa de la humanidad, era una ciencia altamente respetada, que se aprendía en las Universidades, y que aspiraba a abismarse cada vez más en deducciones disfrazadas de exactitud.

N o debe sorprendernos, por consiguiente, que la Medicina se pusiese igualmente a su servicio y que se designase a médicos distinguidos como, medici astrologici, o también con el nombre de iatromatemáticos. A los árabes generalmente citados en los escritos médico-astrológicos de Occidente pertenecen Thebith (Thabeth Ben Korrah), que en el siglo ix, y entre otras obras, compuso un estudio especial acerca de la situación del llamado sello (1), yAlcabicio, que v i v i ó en España en el siglo x m . Alcindo, de quien y?, nos hemos ocupado, era un campeón de la Astrología, al paso que Avicena fué más bien adversario de estas ideas. Los que no aceptaban los extremos de la Astrología, como, por (1)

Véase pág. 140.

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ejemplo, Rhazes, sin embargo, seguían la doctrina de los días críticos de Galeno. Contribuyeron en primer término a la importación del gran número de hipótesis y prácticas astrológicas en la Medicina occidental Pietro d'Abano y Arnaldo de Vilanova. En época posterior aparecen escritos en latín muchos tratados especiales médico-astrológicos, como, verbigracia, El amigo de los médicos, de Jean Janivet (siglo x v ) , y el Centiloquium para médicos y enfermos, del profesor de Bolonia Jerónimo Manfredi ( f 1492). Las grandes obras de Medicina contenían asimismo capítulos referentes a Astrología. Base de la Astrología es la antiquísima doctrina de la relación recíproca entre el macrocosmos, Universo, y el microcosmos, hombre, incluida la concepción ptolomeica del mundo, falsa conclusión que convierte esta analogía, artificialmente construida, en portadora de fuerzas realmente activas. En el centro del mundo está la Tierra, la representante, por excelencia, del elemento tierra. Aquélla está circunscrita en toda su redondez por la esfera del fuego; ésta, por la esfera del aire, y ésta, por la del agua. Todas ellas juntas forman el llamado mundo variable de los elementos, en el que todos los seres terrestres, y en la cúspide de los mismos el hombre, se forman, existen y perecen. Se llama también mundo sublunar, colocado debajo de la luna, porque está ligada aún por ocho esferas sólidas de cristal, concéntricas, de las cuales la más interna es la Luna, por consiguiente, el astro más próximo a la Tierra. Detrás de aquélla se van superponiendo con sus esferas en el siguiente orden. Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter, Saturno, y la más externa de todas, la esfera de la estrella fija. T o d o este Universo esférico está, por último, comprendido en la Razón eterna e infinita, en Dios. Las esferas cristalinas de los astros forman el mundo de lo inmutable. La esfera de la estrella fija da, en veinticuatro horas, una vuelta alrededor del conjunto. De este movimiento, aunque modificado, participan las esferas de los planetas, y así se conduce a éstos por las diferentes figuras del Zodíaco. La única inmóvil es la Tierra. Por el movimiento de las estrellas se produce la mezcla de los elementos del mundo sublunar, mezcla que se sostiene o se deshace. De este modo se explica la influencia desarrollada por los astros en las estaciones y en los cambios meteorológicos, en las mareas, en el crecimiento y en el desarrollo de los seres vivos.

El hombre, como microcosmo igualmente compuesto de los cuatro elementos, está sometido, como todo animal, planta y mineral, a esta influencia (1). Esta acción especial de las diferentes estrellas depende, en primer término, de las cualidades primarias, que como «fuerzas eficaces » debían poseer aquéllas, y de otras particularidades que se atribuían, en parte, a hechos de observación, y en parte a una especie de simbolismo fantástico ; Capricornio pertenece a los signos fríos del Zodíaco ; Cáncer y Piscis, a los fríos y húmedos como el agua, en la que esos animales viven ; Marte es v a r o n i l ; Venus, femenina ; Júpiter y Venus son planetas buenos por temperamento, pero Saturno y Marte, malignos. En su camino a través del Zodíaco, pueden experimentar los planetas, en sus propiedades características, aumentos, disminu(1) Por lo menos, en lo que se refería al cuerpo. La doctrina del libre albedrío concedió que la influencia no era más que indirecta, por mediación del cuerpo. Las estrellas la inclinan hacia uno y otro sentido; pero no la obligan. E l Dios Todopoderoso puede intervenir, en cualquier momento, modificando su curso.

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ciones y h a s t a supresión de sus f u e r z a s activas sobre el hombre. Si llega u n p l a n e t a caliente y seco a u n signo zodiacal de iguales propiedades, u n p l a n e t a masculino a u n signo masculino, el benigno al benigno, etc., se r o b u s t e c e r á su acción, y viceversa. D e u n m o d o a n á l o g o p u e d e n los p l a n e t a s a p o y a r s e o combatirse m u t u a m e n t e según susposiciones recíprocas, a las que se da el n o m b r e de sextil, conjunción, c u a d r a t u r a , etc. L a s diferentes posibilidades se descompusieron teóricam e n t e en g r a n n ú m e r o de gradaciones que convirtieron el cálculo d e los r e s u l t a d o s finales d e la observación en u n i n t r i n c a d o problema. De estas p a r t i c u l a r i d a d e s de las estrellas se d e d u j e r o n sus relaciones con d e t e r m i n a d o s h u m o r e s y órganos del cuerpo. Marte, por ejemplo, era varonil, caliente y seco, por t a n t o , de la m i s m a n a t u r a l e z a q u e la bilis amarilla o cólera, cuyas cualidades p r i m a r i a s son el calor y la sequedad. E s t e a s t r o rige, por consiguiente, la cólera, la vesícula b i l i a r y los órganos sexuales masculinos; Aries domina en la cabeza del h o m bre, « p o r q u e es el comienzo y caudillo de las d e m á s constelaciones y p o r q u e la f u e r z a de este a n i m a l reside en la cabeza *; se localiza a Cáncer d e b a j o del pecho, p o r q u e este animal, a r m a d o con u n a coraza r t i e n e un pecho m u y vigoroso, etc. L a constelación q u e t i e n e en el cielo u n a posición d o m i n a n t e en el m o m e n t o en que se e n g e n d r a una c r i a t u r a , o no p u e d e decirse n a t u r a l m e n t e en cuál ha nacido, es p u n t o decisivo p a r a la constitución c o r p o ral d u r a n t e t o d a la v i d a de dicha c r i a t u r a (1). Si aparece, por ejemplo, en este t i e m p o M a r t e en la plenitud de su poder, acaso en la figura de Aries o Escorpio, v e n d r á al m u n d o un h o m b r e de t e m p e r a m e n t o colérico, con cabellos rojos, propenso a la violencia, a la f u r i a y a padecer e n f e r m e d a d e s por el excesivo desarrollo de la bilis. Si m á s t a r d e se encuentra M a r t e en el cielo en posición desfavorable, indicará que la v i d a o la salud de este h o m b r e están a m e n a z a d a s . Cada órgano y con él t o d o el cuerpo se e n c o n t r a r á estimulado o inhibido en sus funciones n a t u r a l e s según que la estrella que lo preside a d o p t e en el cielo u n a posición desfavorable o a d v e r s a . Si un p l a n e t a maléfico adquiere dominio sobre otro, comenzará a padecer o a enferm a r el órgano, y al recobrar el segundo m e j o r posición volverá el órgano a la salud. E n el cielo estrellado e s p e r a b a n encontrar m u c h o s médicos solución al enigma de las enfermedades epidémicas. Las epidemias de peste se a t r i b u í a n p r e f e r e n t e m e n t e a alteraciones f u n e s t a s de los astros. Cuando, al final del siglo x v , apareció la sífilis como p a n demia, algunos médicos la consideraron como u n a peste genital d e origen estelar por haberse realizado en el año 1133 una conjunción desfavorable de los p l a n e t a s en el signo zodiacal de Escorpión, q u e domina los órganos genitales. Estos p u n t o s de v i s t a sobre patología astral t u v i e r o n sus derivaciones p a r a el ejercicio de la Medicina. Como quiera que b a j o el t e m (1) Cada uno de los meses d;I embarazo, aparecía, a su vez, colocado bajo el dominio de un astro determinado.

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peramento se encubría el concepto de la predisposición morbosa, el médico se veía obligado a conocer la constitución astral de sus enfermos. El que podía pagarse este deseo procuraba que un astrólogo determinase la Natividad, es decir, que observase la posición de los astros en el momento del nacimiento, y calculase la constelación válida para el recién nacido para tenerla a m a n o en casos venideros (1). Además se utilizaba la Astrología para el diagnóstico y pronóstico de las enfermedades. La inspección del cielo indicaba incluso qué órganos estaban amenazados, y si la estrella correspondiente iba a dirigirse hacia una posición más favorable o adversa. Si se encontraba, por ejemplo, un enfermo sufriendo un trastorno digestivo, y la estrella directora del hígado aparecía en una posición indicadora de enfermedad, era preciso admitir que la causa de ésta residía en el hígado. La posibilidad del cálculo matemático del movimiento de los astros y la repetición de este movimiento en determinados períodos de tiempo según se había observado, condujeron fácilmente a lo que los pitagóricos habían i m p u t a d o a los números. Ciertos procesos cíclicos del curso de las enfermedades se relacionaban con los astros. Éstos influían en la producción de las crisis. Los días críticos no eran, en resumen, más que la expresión del influjo de los fenómenos astrales cíclicos sobre el organismo. La terminación de la crisis dependía de que aquellos fenómenos fuesen favorables o adversos. Ya Galeno habia establecido la dependencia existente entre los dias críticos y los cambios de luna. Siendo crítico el día 20 en la mayoría de los casos, construyó Galeno un cómputo artificial de las semanas y meses, despreciando los dos o tres días de invisibilidad de la luna durante la época de la luna nueva y calculando el mes de 26 días y 22 horas, y la semana de 6 días y 17 horas y media. La Edad Media señaló estos cómputos con los nombres de «mes médico » y «semana médica » (mensis medicinalis g seplimana medicinalis). A pesar de que todas las estrellas influyen en el cuerpo humano, para los médicos era la Luna, sin embargo, la más importante de todas por ser la más próxima al hombre (2), y, además, porque el cálculo que se tenía que hacer cada vez del aspecto total del cielo hubiese sido sumamente complicado. La luna podía ser de efectos decisivos, en primer lugar, en las enfermedades agudas, y el sol, en las crónicas. En el curso de las veinticuatro horas del día y bajo el influjo del cielo, los cuatro humores cardinales iban ejerciendo alternativamente su dominio en el cuerpo humano. Según una antiquísima opinión oriental, pertenecían las tres primeras horas del día y de la noche a la sangre; las segundas, a la bilis; las terceras, a la melancolía; y las cuartas, a la flegma.

Debía el médico tener en cuenta todas estas circunstancias para la Terapéutica. Si actuaba en un momento que, por iníluencias astrales, era desfavorable para un órgano en especial, o para todo el organismo en general, su intervención resultaba sin efecto, o podía incluso (1) Constituía una buena recomendación para un médico, el hecho de que en el momento de nacer influyesen las estrellas del talento médico y de la habilidad técnica. En tal caso, era, por decirlo así, un médico innato. (2) Véase pág. 137.

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La ciencia teòrica y el saber práctico

acarrear una desgracia. Guy de Chauliac, por ejemplo, evitaba efectuar la trepanación durante la luna llena, porque en este período el cerebro está en fase de aumento. Se consideraban funestos determinados días del mes para las intervenciones quirúrgicas y la flebotomía. Producción sumamente característica para el pueblo, y más todavía el de los últimos tiempos de la Edad Media, son los muellísimos ejemplares de calendarios llevados al mercado por la naciente imprenta, en los que se exponían con toda exactitud las relaciones astrológicas de las distintas épocas y días del año y mes con las cosas triviales y sobre todo con la Higiene, especialmente los días apropiados para la sangría, las purgas, los baños y aplicación de ventosas. Eran estos días diferentes según el sexo, la edad y el temperamento del individuo, pues incluso estos detalles estaban sometidos a la influencia de los astros. Podía el médico basar esencialmente su terapéutica atendiendo al estado de los astros. Se recomendaba, por ejemplo, dar purgantes cuando la luna se encontraba en un signo frío y húmedo, porque las cualidades primarias de frío y humedad estimulaban la fuerza evacuante del cuerpo. Incluso se creía que, bajo el dominio de los signos de los rumiantes, Capricornio, Aries y Tauro, se podían provocar los vómitos y transformar la acción purgante en emética, una prueba más de los errores derivados de la hipótesis déla Analogía. Por la acción de recoger las substancias procedentes de los reinos animal, vegetal o mineral empleadas como medicamentos, bajo un aspecto determinado del cielo, y por su mezcla en horas especiales, se podían aumentar, merced a la influencia astral, los efectos terapéuticos. Según Arnaldo de Vilanova, los compuestos adquirían mucha más fuerza por las constelaciones que presidían su preparación que por las substancias de que estaban formados. Ilay substancias cuya acción curativa, en general, no se debe más que a las fuerzas que han recibido del Cielo por estar elaboradas en una constelación determinada. Es posible recoger esta acción astral, socorriéndose, por decirlo así, con el consumo de estas substancias. Hay amuletos, imagen de las estrellas, elaborados con minerales preciosos, y que se llamaban «sellos »: Arnaldo de Vilanova construyó con oro uno de estos «sellos», cuando el sol de agosto estaba en toda su fuerza ; hizo grabar en él la figura de un león, y que el Papa Bonifacio VIII lo llevase colgado sobre la región lumbar, medio por el cual le libró de los muy dolorosos cólicos ocasionados por la litiasis renal. También podía ser eficaz contra la insolación y la fiebre aguda. Uniendo a su construcción, como lo hizo igualmente Arnaldo, la recitación de salmos y versículos de la Biblia, grabados también en el metal, se abrió el camino de la magia natural por la acción délas estrellas a la magia religiosa. Como ya se ha dicho anteriormente, la influencia de la Astrologia en la Medicina no llega a su completo desarrollo hasta el siglo xiii. Los escritos médicos anteriores al arabismo se limitan casi siempre a establecer la relación existente entre las estaciones del año y los humores, especialmente en la doctrina de la fiebre, el predominio

La Medicina y la interpretación de los sueños

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de los humores según las distintas horas del dia, el inllujo de la luna en la epilepsia y otras afecciones, sin olvidar para la aplicación de la sangría, administración de purgantes, etc., las estaciones del año y fases de la luna. El hecho de que también en el apogeo de la Medicina astrológica aparece el criterio sano del hombre dirigido por completo a la especulación, lo comprueba la sentencia de Arnaldo deVilanova de que el médico no deja nunca de ser responsable de sus errores si no se ha ocupado de los estudios astrológicos.

3.

La Medicina y la interpretación de los sueños

La utilización de los sueños para el diagnóstico y pronóstico no se puede imputar más que en parte al campo de la magia natural, es decir, sólo cuando las estrellas pueden desplegar una acción intensa muy especial sobre el individuo dormido. Por su acción indirecta sobre el cuerpo, excitan poderosamente las estrellas el órgano de la imaginación, la fuerza de las ideas, en el ventrículo anterior del cerebro y producen en él, según la intensidad de la impresión, un cuadro alegórico o completamente idéntico de las cosas y de los acontecimientos que más tarde pueden, por la influencia de aquélla, convertirse en reales. Durante el sueño el cerebro está especialmente capacitado para recoger impresiones de este género. En efecto, se produce un enfriamiento del órgano, una condensación de los tenues portadores de la recepción sensorial, de los vapores del espíritu, y, por consecuencia, la exclusión de los órganos de los sentidos. Así, pues, la imaginación al recibir las impresiones astrales queda aislada de toda otra impresión sensorial. Las formas (imágenes) celestes que influyen sobre ella llevan durante el sueño una marcha contraria a la que siguen durante el estado de vigilia las formas recogidas por los órganos de los sentidos en el acto del juicio, a saber, hacia el órgano del sentido común, de la percepción consciente (1). En cuanto llegan a él aparece el ensueño. Si no se realiza la impresión astral más que en la forma de alegoría, debe interpretarla la inteligencia. Aunque, desde este punto de vista, la interpretación de los sueños, como forma especial de la Astrología aplicada, trató de realzar su valor en primer término para profetizar lo futuro en otras esferas, también el médico le era acreedor de aclaraciones. Algunos autores llegaron incluso a pensar que los sueños podían, en determinadas circunstancias, indicar al médico la terapéutica apropiada, porque Galeno, que creía en ellos, por una visión tenida durante el sueño procedió con éxito al tratamiento por la sangría en un enfermo del bazo. Mucho más importante era admitir que las alteraciones físicas de los humores y los focos morbosos locales excitaban la imaginación hasta producir sueños de cierta clase. Algunos médicos les dedicaron prácticamente su atención, especialmente los autores árabes o influí(1)

Confróntese la página 107.

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La ciencia teórica y el saber práctico

dos por el arabismo, como Ali-Arbas, Rhazes, Constantino el Africano, y más tarde, Arnaldo de Vilanova y Niccolo Falcucci. Esto nos indica una vez más el origen oriental de estas ideas. La imaginación alterada por el proceso orgánico provoca sueños, alegorías que pueden utilizarse para el diagnóstico. Se atribuyó importancia al sueño repetido con frecuencia. Sueños de lluvias, mares y ríos son señales de un exceso patológico de humores y dan la indicación de una terapéutica evacuante. Cuando alguien sueña que vuela como un pájaro huyendo de aquéllos, significa una sequedad y ligereza patológicas de los humores. Los dominados por la bilis sueñan estrellas que caen, y los sanguíneos, visiones de cosas teñidas de rojo. Si el sujeto sueña que atraviesa un paraje muy estrecho, es que padece una afección de las vías aéreas que dificulta la respiración. Un paciente de Arnaldo de Vilanova que por dos veces soñó que una estrella le golpeaba una oreja, enfermó de inflamación auricular del mismo lado. Incluso el olvido o el recuerdo de los sueños al despertar son utilizables para el diagnóstico. El rápido olvido denota, por ejemplo, un exceso de humores, porque el órgano de la imaginación tiene la propiedad de conservar las imágenes recogidas por la sequedad de su substancia cerebral (1) y la pierde por demasiada humedad. Por último, podía encontrarse en el sueño por sí solo un factor terapéutico provechoso en ocasiones porque la excitación del sueño va unida a la producción de calor, que puede influir favorablemente sobre un posible frío anormal del cerebro. (1) Véase pág. 106.

IV.

El ejercicio profesional de la Medicina I. En el Imperio bizantino

La situación del ejercicio profesional en Bizancio, sobre el cual pocos son los datos que nos proporcionan las fuentes directas, denota, como toda la cultura bizantina en general, una continuación del estado de cosas que anteriormente había dominado en Roma, la metrópoli del mundo. Al principio y en su parte esencial incluso el arquiatra con su colocación oficial y pagado con fondos públicos, litigó poi las necesidades de la clase médica. Hasta Justiniano (527-567) no se derogó la remuneración pública a los médicos; pero, en cambio, se establecieron normas legales para el cobro de honorarios satisfechos por el propio enfermo, de tal modo que el médico, aunque sin cargo oficial, no dependía ya, como en la antigua Roma, de la buena voluntad de los pacientes. Sabemos de soberanos que se interesaron extraordinariamente por los asuntos de la Medicina, de médicos de cabecera de los emperadores con todo género de títulos, de médicos militares y de la marina, de la atención que se prestaba a los cuerpos montados por medio de columnas sanitarias, cuyos elementos debían prestar los primeros auxilios a los enfermos y heridos, y llevar consigo los medicamentos, y, por último, de la existencia de hospitales. Aunque con algunos precedentes en la Antigüedad clásica y en la civilización de la India, hay que reconocer que el Cristianismo ha sido el primero en fundar en Occidente establecimientos para la curación y asistencia de los enfermos, en los que se otorgaban los cuidados por caridad y espíritu de sacrificio. La más antigua de estas fundaciones fué la de San Basilio el Grande, en Cesárea (370-379). Establecimientos análogos se fundaron en Constantinopla, especialmente desde Justiniano, que concedió gran atención a estos asuntos. En muchas ciudades del Imperio se erigieron instituciones análogas durante su reinado, el de sus predecesores y de los que le sucedieron. Cumplían muy diversas

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misiones ; eran al mismo tiempo albergue para extranjeros (xenodoquias), casas para ancianos e inválidos, inclusas y orfanatos, no siendo siempre fácil dilucidar hasta qué punto podían considerarse como verdaderos nosocomios. De todas maneras, se sabe de un modo positivo, como recientemente ha demostrado Sudhoff, que la hospitalización, en el sentido actual, llegó a alcanzar en Bizancio gran florecimiento, que superó a todo lo realizado hasta entonces. Citaremos sólo algunos ejemplos que servirán de demostración a este respecto: anexo al Monasterio de Pantokrator, « del soberano del mundo », fundado en Constantinopla en 1136, había un hospital con cincuenta camas, además de un dispensario policlínico para enfermos forasteros, una sala de cirugía con diez camas, una sección para enfermedades agudas y graves con ocho, dos salas para afecciones comunes con diez, y otra de enfermedades propias de la mujer con doce. Las tareas se regulaban de una manera agradable y completamente moderna en todo lo que hace referencia a la recepción de los enfermos, servicios de consulta, de médicos, de comadronas y del personal subalterno. Los medicamentos se preparaban en la farmacia de la misma institución. Estaba agregada al hospital asimismo una panadería. De análogas condiciones eran otros hospitales fundados en 1150. N o h a y datos justificativos de que estos hospitales se utilizasen para la enseñanza práctica de la Medicina. Sea lo que fuere, en lo fundamental se llevaba a cabo la enseñanza, por lo que a su parte teórica hace referencia, en cátedras públicas, por profesores pagados, como en la antigua R o m a desde Alejandro Severo (222-235), y en la parte práctica en la antigua forma tradicional de la instrucción particular por u n médico de edad. Imitando a Galeno, los médicos más afamados procuraban, incluso en Bizancio, completar y perfeccionar su ciencia por medio de viajes de estudio. Los centros de cultura, de antiguo celebrados, como R o m a y Atenas, seguían manteniendo su fama. N o ha comprobado la Historia la exigencia, por parte de la legislación, de un examen oficial para demostrar la capacidad necesaria para el ejercicio de la Medicina.

2.

Entre los árabes

Los sarracenos procedían respecto del médico con la atención obligada al hombre consagrado a una ciencia diariamente demostrada como de utilidad práctica, aun cuando, según se deduce de las obras de Rhazes e Isaac Iudaeus, no faltaban entre el público enfermos desagradecidos, y por añadidura no existía modo hábil de distinguir al médico del charlatán. Mucho tenía que sufrir el médico laborioso y hábil (1) por la competencia de los curanderos y por las no raras especialidades de todo género representadas sólo por los seudosabios. Sin embargo, no llegaron a concretarse los intentos de separar a los charla(1) Algunos especialistas se han señalado, por el contrario, por su sólido saber, como, por ejemplo, los oculistas, que, generalmente, eran médicos sumamente cultos.

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t a ñ e s de los m é d i c o s por m e d i o de e x á m e n e s y demostraciones de suficiencia. Los gremios de médicos y especialistas c o n s t i t u í a n una especie de asociación profesional. I g u a l m e n t e existía una autoridad inspectora de los médicos, c u y o representante lo ofrecían los m u y considerados m é d i c o s de los príncipes. E n algunos casos los honorarios se f i j a b a n por m e d i o de contratos. La enseñanza de la Medicina era asunto privado. Después de haberse adquirido en las escuelas públicas, en la mayoría de los casos unidas a las mezquitas, o en institutos de enseñanza superior, las denominadas medresen, la cultura general necesaria, con algunos rudimentos, tal vez, de Medicina teórica, se pasaba a practicar con un médico experimentado, o se visitaban los centros de enseñanza anejos a los hospitales. No había, ciertamente, escasez de tales centros en los pueblos de cultura árabe. En parte sus fundaciones han sido los modelos determinativos. De Bizancio, sea lo que fuere, las condiciones de los hospitales árabes de los siglos XII y x m eran las mismas que las del Imperio romano de Oriente. Ya desde los comienzos del siglo V I I I tenemos noticia de hospitales en que se instalaban los médicos, se aislaba a los leprosos y se vigilaba a los ciegos. En el mayor hospital de Bagdad, fundado en 977, trabajaban 24 médicos, y existían diferentes departamentos especiales para las enfermedades internas, quirúrgicas y de la vista. Se publicaban notas clínicas de los casos más notables. Se cuidaban de la administración empleados especiales. Se fundaron establecimientos análogos en Damasco, Antioquía, Jerusalén, La Meca y otras ciudades. Un Instituto verdaderamente lujoso era el gran hospital de Mansur, en el Cairo (siglo VIII). Al pueblo árabe hay que agradecer el beneficio especial, algo menospreciado en la Edad Media, de haber cuidado a los enfermos mentales. A la Farmacología muy adelantada de los árabes corresponde el desarrollo del ejercicio especial de la Farmacia y la fundación de boticas públicas, en las cuales, y bajo la inspección del Estado, se trabajaba, al parecer, siguiendo normas determinadas.

3. En los Pueblos occidentales Los pueblos germánicos de los primeros tiempos de la Edad Media, si no se confiaban al monje, conocedor de las plantas, o al fraile, pollo m e n o s instruido h a s t a cierto punto, o buscaban al representante, perseguido por la Iglesia, de una Medicina popular de m a t i z p a g a n o , se dirigían al t r a t a m i e n t o del m é d i c o que había adquirido bien o m a l sus conocimientos por los libros o por la enseñanza de algún a m i g o e x p e r t o y luchador a su t a l a n t e por la vida. E n t r e los ostrogodos de Italia, en donde la cultura romana había encontrado una e s t i m a c i ó n p r e c o n c e b i d a m e n t e conservadora, t o m ó , sin duda, el E s t a d o , s e g ú n se desprende de una ordenanza que se conserva, cierto interés en la r e g l a m e n t a c i ó n del ejercicio profesional. E n ella se hace referencia a la e n s e ñ a n z a pública de la Medicina y a u n a especie de autoridad dedicada a la inspección de aquélla. E n t r e los longobardos se m e n c i o n a n m é d i c o s de estado laico, a los que la l e y les asignaba u n cargo de consultores, lo que, por lo demás, se v e t a m b i é n en la legislación de otros 10.

DIXPGEN : Hist. de la Medicina, 2." edic.

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pueblos germánicos, por ejemplo, de los alemanes. Menos satisfactoria era la situación de los médicos entre los visigodos de España : la Medicina se aprendía satisfaciendo u n a cantidad determinada por la ley, los honorarios se cobraban conforme a lo estipulado, el médico tenía que dejar establecida una fianza ; los fracasos profesionales exponían a los peligros de ser juzgado y castigado, y el médico no podía explorar a la mujer enferma más que ante testigos porque, de no hacerlo así, eran de temer los chistes inmorales. No eran mucho mejores las condiciones del ejercicio profesional entre los francos en tiempo de los merovingios. Una demostración del concepto defectuoso para la existencia de la Medicina, dada la tosquedad, apenas disimulada, de las costumbres, es la suerte que les cupo a los médicos de la reina Austrigildis, Nicolás y Donato, a quienes, cumpliendo la última volunt a d de la reina, se les decapitó después de la muerte de ésta por no haber acertado a curarla de la postrera enfermedad. No se establecía diferencia alguna entre el profesional de la peor calaña y el médico hábil y con aptitud científica procedente no rara vez del extranjero, después de haber estudiado acaso en Bizancio. Para realzar el prestigio de la Medicina f u é preciso que se dedicaran a ella los religiosos, especialmente entre los pueblos del Norte. No se consiguió esto hasta que los médicos eclesiásticos fundaron la Medicina clerical (1), si bien sus producciones positivas tampoco fueron de mom e n t o mucho mejores. De la mayor importancia para el perfeccionam i e n t o de la profesión fueron las escuelas anejas a los monasterios, obispados y catedrales. E n realidad, servían, en primer término, de preparación para el sacerdocio; pero también tenían en cuenta la Medicina con el objeto de preparar a los curadores de almas para el ejercicio médico, especialmente en su aspecto teórico (2). Carlomagno ordenó en el año 805 que se enseñara también Medicina a los jóvenes. Se refería esta orden a la lectura de las obras de la profesión y al estudio de las plantas medicinales. Pronto se establecieron también farmacias en los conventos. Para el ejercicio práctico de los estudiantes y para la formación de la experiencia médica en la clínica servía la enseñanza e n los hospitales. Los hospitales de Occidente, relacionados con las instituciones religiosas, tuvieron diferentes orígenes. Siguiendo el modelo oriental, se fundaron las Xenodoquias (3), con finalidades muy diversas, entre las que no siempre se puede comprobar con seguridad el cuidado especial y el tratamiento médico de los enfermos semejante a los del hospital de Mérida, fundado por el obispo Masona (573-606), en el cual se había

(1) Véase pág. 96. (2) Estas escuelas se difundieron por todo el mundo a medida de la penetración victoriosa del Cristianismo. E n la Francia de Carlomagno florecieron sobre todo las de Fulda, Reichenau y St. Gall; en el siglo x fué muy famosa la de Chartres, en donde, entre otros, figuraba el fraile Heribrandt como profesor de Farmacología. Botánica v Cirugía. (3) Véase pág. 144.

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dispuesto por la ciudad un servicio sanitario verdadero. Muchos de estos hospitales habían sido casas de beneficiados o prebendados, en el sentido moderno de la palabra; más tarde acostumbraron a subdividirse en las diferentes ramas de sus actuaciones. Otra forma de hospital fué la llamada enfermería, salas para pacientes, unidas a los monasterios, destinadas al principio a la admisión del personal enfermo de aquéllos y que sólo rara vez hicieron más tarde extensivos sus beneficios a la población. E n cambio, otra clase de hospital parece derivada de los albergues de alojamiento que se tenían ya en los monasterios para los viajeros pobres, pues existen ordenanzas para que en ellos se encontrasen los preparativos necesarios para el cuidado y asistencia médica en caso de posibles enfermedades.

En el medio que acabamos de bosquejar quedaba el médico seglar casi siempre en lugar secundario con relación al monje o sacerdote médico. Aparte de éste no existía casi más que el práctico que, con el llamado oficio de «cirujano», gozaba de relativa consideración social. Ünicamente los médicos judíos eran lo que aún se destacaban. E n el siglo x sobresale en Italia, como escritor, uno de ellos, Donnolo. Operó la completa transformación en las relaciones del ejercicio profesional, aunque por el momento sólo aisladamente y de una importancia puramente local, la creación de la Escuela Médica de Salerno, acerca de la cual, como hechos ciertos, conocemos los siguientes : que los médicos de esta ciudad del Sur de Italia gozaban ya de cierta fama en el siglo x ; que a Salerno, por gran prestigio ya en aquella época, iban los enfermos pudientes, que en el siglo XII el Colegio de Médicos de aquella ciudad se había fundido en una escuela ; que ésta, sin excluir de su calidad de miembros a los clérigos, tenía un carácter laico y amplia tolerancia religiosa. L a enseñanza era en su mayor parte teórica, y dada al mismo tiempo por varios profesores. Al frente del colegio de profesores estaba un decano. La enseñanza se daba al principio a cambio de unos honorarios satisfechos privadamente por los alumnos ; más tarde se concedió a los profesores todo género de privilegios, incluso, en parte, ingresos garantizados. L a Anatomía se estudiaba en el cerdo, al que, después de seccionarle los vasos del cuello, se le colgaba por las patas. No es injustificada la opinión de que el material de enfermos del gran número de hospitales existentes en Salerno fuera utilizado para las lecciones clínicas, aunque, por otra parte, tampoco ha podido comprobarse la exactitud de este hecho. De modo completamente análogo a Salerno, se creó, en la más completa oscuridad, una Escuela de Medicina en Montpellier. Al final del siglo XII le hace ventajosa competencia a su hermana mayor, y atrae, como ésta, enfermos y estudiantes de lejanas tierras. Suponía una recomendación personal de muy diferente valía cuando se podía comprobar haber recibido la enseñanza médica en Salerno o en Montpellier que en un studium de París, donde, desde fines del siglo x i i , se daba la enseñanza oficial de la Medicina o en las escuelas judías o sarracenas que existían en algunas ciudades del Sur de Europa. Con la fundación de las Universidades, que adquieren desde el comienzo del siglo x m su carácter peculiar de instituciones docentes

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y establecen cada vez más sólidamente su importante posición en la vida intelectual de la Edad Media, se libró de su aislamiento la enseñanza de la Medicina y dió al médico todos los estímulos inherentes a la Vniversitas litterarum. La cultura seguramente no perdió con. ello, y, ante todo, la internacionalidad facilitó al estudiante la adquisición de impresiones y costumbres del extranjero. Si bien en cada una de las escuelas superiores y en los diferentes países se hicieron estatutos y ordenanzas decisivos para el cultivo de la profesión, se desarrolló, sin embargo, con el transcurso del tiempo, la marcha de la enseñanza en forma completamente uniforme. Condición previa indispensable para ser admitido en la matrícula era demostrar una cultura general, tal como podía haberse adquirido en las escuelas, anteriormente mencionadas, de los conventos y catedrales, desde el florecimiento de lasurbes, también en las municipales, e incluso en la llamada Facultad artística de alguna Universidad. El estudio, propiamente dicho, duraba en la mayoría de los casos cuatro o cinco años, interrumpidos por un examen de bachillerato, llevado a cabo a los dos o tres de haber comenzado los estudios. La enseñanza consistía en lecciones teóricas. Las bases de las mismas eran las obras de autoridades reconocidas, que los maestros interpretaban aclarándolas con su práctica. Los maestros distribuían los temas de tal modo que en cada uno de ellos se trataba un capítulo independiente, como la doctrina de la fiebre, sangría, dietética, Farmacología, Anatomía y Cirugía. Después de aprobado el bachillerato, debía el estudiante, como en un moderno Seminario, demostrar y afirmar sus conocimientos en lasdenominadas dispulationes. Por aquella época tuvo ocasión de asistir a autopsias de cadáveres desde que se hubo reconocido que la verdadera Anatomía sería imposible sin ellas. En cuanto no pudieron bastar los sencillos dibujos, quizá en algunas circunstancias las demostraciones en el hombre desnudo marcando sobre la piel los órganos, se tuvo que salir del paso durante largo tiempo en Salerno y en otras escuelas con la abertura de animales muertos. Sólo lentamente fué pasándose a la disección de cadáveres. Ya en 1238 había ordenado Federico II que cada cinco años podía disecarse un cadáver en presencia de médicos y cirujanos. Se sabe de una autopsia forense efectuada en 1302. Pero hasta los comienzos del siglo x i v no se comienza a extender de un modo general y metódico la enseñanza en el cadáver. Entonces empiezan, hasta cierto punto, a vencerse los prejuicios del pueblo referentes a l a disección de un semejante. A pesar de la favorable intervención de las autoridades universitarias, siguió siendo muy escasa la materia de trabajo. Por este motivo la admisión de cuerpos para el estudio era limitada. En los comienzos del siglo x v un estudiante de Bolonia podía ver disecar durante todo el tiempo de sus estudios, y en los casos más favorables, dos cadáveres masculinos, y uno de mujer. La Universidad no se ocupaba más que de la parte teórica ; la práctica se aprendía en otros sitios : la preparación de los medicamen-

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tos en las farmacias (1), el ejercicio rutinario en materia clínica ; por tal motivo los estudiantes procuraban casi siempre después del bachillerato acompañar en calidad de practicantes a sus maestros en su visita domiciliaria, o ser admitidos en los hospitales de la ciudad (2). En París — y lo propio debió de ocurrir en otros sitios — existía a fines del siglo xiv y comienzos del xv, en el domicilio privado de los maestros especialistas, una especie de policlínica. Las circunstancias de exigir en las mencionadas escuelas un plan ordenado de estudios y un examen de reválida debieron de influir de la manera más próspera en las condiciones del ejercicio de la profesión, pues a conciencia de todo el mundo quedaban en distintos campos el médico y el charlatán. Después de haber hecho ya publicar en el año 1140 el rey Roger un edicto para su reino de Sicilia ordenando que sólo se permitiese el ejercicio profesional a los médicos aprobados por el Estado, reprodujo en 1231 esta prohibición y en 1240 dió al país una ordenanza médica (3) en la que, además de otros extremos prescribía, después de haber efectuado el examen, una nueva educación de un año de prácticas bajo la dirección de un médico antiguo y acreditado. El examen de Licenciatura, o de fin de los estudios efectuado en las Universidades, consistía en una prueba teórica de suficiencia ante los miembros de la Facultad. Un médico aprobado en estas condiciones llevaba primitivamente el título de magisler. El público le llamaba también phisicus. Durante el siglo x i n se instituyó, además, y mediante un acto especial, el título de doctor. Éste, al principio, sólo se aplicaba a los que ejercían a diario la función docente; después se extendió a todos los que quedaban autorizados para el ejercicio práctico de la profesión, puesto que el derecho a enseñar correspondía, en principio, libremente a todos los licenciados. Se concedió un valor especial al título de doctor desde que se llamaban magister todos los que, de la categoría que fuesen, se dedicaban a curar. El médico dotado de cultura no se veía obligado a permanecer dentro de los límites de la región. Ocupaba en la opinión pública, en general, una posición distinguida. Como en la actualidad, servía la profesión para llegar a las más envidiables posiciones, y los que no las lograban con el auxilio de la ciencia acudían a burdos reclamos y a otros medios poco dignos para conseguir el favor del público. Los honorarios durante la Baja Edad Media se reglamentaban según la tarifa de las ordenanzas en las que se atendían todos los detalles, y que para apreciarlos como es debido, es preciso tener en cuenta el valor del dinero en aquellos tiempos. No venían a ser más que una base (1) Desde los comienzos del siglo x m se separan los preparadores de medicamentos de los que se dedican exclusivamente a venderlos, y de entonces data que no falten farmacias en ninguna ciudad de importancia. (2) Véase pág. 153". (3) Esta ordenanza regulaba también los honorarios, el régimen de las boticas, etc. F u e copiándose progresivamente en las de otros países.

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determinada para el pago, sin excluir honorarios más elevados ; n o rara vez se establecían mediante contrato entre el médico y el enfermo. El médico de la casa podía cobrar por cada vez que actuaba o bien estableciendo una cantidad global. Una parte de los ingresos se debía a la venta de medicamentos, costumbre seguida en algunos sitios, todavía largo tiempo después del establecimiento de las boticas. Posteriormente, acudían los médicos en persona a las farmacias para ordenar de palabra sus prescripciones o para inscribirlas en algún libro dispuesto para este objeto. Las recetas escritas no aparecen h a s t a el siglo x v n . Los anuncios que se conservan de fines de la E d a d Media referentes al establecimiento de los médicos demuestran que éstos daban a conocer al público los éxitos logrados en su profesión de u n modo completamente análogo a como lo efectúan actualmente. Independientemente de los médicos que asistieron a las altas personalidades seglares y eclesiásticas, representaban el elemento oficial los médicos municipales designados por las ciudades. E r a n consejeros en los asuntos de Medicina legal, de higiene pública y de la profilaxis de las epidemias : ejercían la inspección médica de las boticas, del personal subalterno (1) y de las comadronas, visitaban los burdeles y lupanares, t r a t a b a n gratuitamente a los pobres de la ciudad; pero, en cambio, exigían por la asistencia a los burgueses bien acomodados cierta garantía para el pago de los honorarios profesionales ; como quiera que el número de médicos verdaderamente consagrados a la ciencia no era excesivo, se supo apreciar perfectamente el valor de su cometido. Además de su sueldo fijo gozaban en algunas urbes la prerrogativa de dedicarse a las visitas particulares de los enfermos. La mujer, en su calidad de médica, tuvo en la Edad Media un papel cada vez más insignificante, a pesar de que en Salerno se han citado incluso profesoras de Medicina han sobresalido mujeres como escritoras de asuntos profesionales (2); en época posterior de la Edad Media también se las denominaba «médicas » y «cirujanas ». De todas maneras es positivo que se les prohibió la asistencia a las Universidades, y se Ies hizo, por tanto, completamente imposible el estudio científico de la ¡Medicina interna. Más bien pudieron ejercer como cirujanas; puesto que por un edicto de 1311 se las admitía al examen de cirujanos en París (3), y se les permitía el ejercicio de la Cirugía. La mayor parte de las mujeres designadas en las poesías y en otras obras como «médicas» debe incluirse entre las diversas clases del personal sanitario y del curanderismo, del que luego hablaremos.

El retraimiento del clero en el ejercicio de la Medicina, al que ya antes liemos aludido, no se cumplió más que m u y lentamente a pesar de que las autoridades eclesiásticas prohibían desde el siglo XII por medio de repetidas ordenanzas a los religiosos el ejercicio de la Medicina, y m u y especialmente el de la Cirugía. En la interpretación de los canonistas pudo soslayarse fácilmente la prohibición respecto de la Medicina interna supuesto que tan sólo podía ser válida cuando los beneficios (1) Véase pág. 152. (2) Véanse págs. 97 y 126. (3) Véase pág. 152.

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a los religiosos no pasaban de lo preciso para el sustento ; en general, no se relacionaba, según algunos, con lo que se refiriese a consultas, y se consideraba la práctica ejercida gratuitamente en bien de los pobres — cuando no ofrecía el menor peligro para la virtud — como una obra agradable a Dios. De todas maneras, se ven aparecer de vez en cuando en la Edad Media nuevos nombres de religiosos médicos, aunque a partir del siglo xiv domina por todas partes el elemento laico. Tampoco ejercieron influencia las ordenanzas hijas de la intolerancia religiosa, renovadas de vez en cuando a partir del año G92, que prohibían a los cristianos solicitar la asistencia de médicos judíos y posteriormente también de médicos árabes, medida fácil de eludir, sin duda alguna, porque se excluían los casos urgentes y aquellos en que no se encontraba un médico cristiano competente. Muchos príncipes del Estado y de la Iglesia, incluso en los últimos tiempos de la Edad Media, se ponían en manos de los judíos, que gozaban, en general, de gran fama en Medicina, y los mismos monjes no quisieron renunciar al arte de aquéllos. Más obedecidas fueron las disposiciones de la Iglesia prohibiendo el ejercicio de la Cirugía por los religiosos, porque un fracaso operatorio, considerado como homicidio por negligencia, implicaba para el cirujano la imposibilidad de seguir vistiendo el hábito. La exclusión de los religiosos entre los cirujanos pudo haber contribuido a la situación especial adoptada por la Cirugía de la Edad Media porque desde el momento en que los principales portadores del saber y de la cultura abandonaban el campo quirúrgico, se creyó también el médico laico estudioso autorizado para despreciar una especialidad que exigía un especial cultivo de la técnica manual y que exponía, mucho más que la Medicina interna, a muchos e imprevistos fracasos. El médico, propiamente dicho, era el internista. No vió éste en la Cirugía más que el oficio, pero creyó juzgarlo por su gran cultura teórica, y pudo discutir con conocimientos técnicos los problemas quirúrgicos, que había estudiado asimismo en las lecciones de la Universidad. Únicamente en Italia y Francia existieron médico-cirujanos con verdadera base científica, de los que ya nos hemos ocupado en páginas anteriores (1). En lo esencial, la Cirugía quedó en manos de una clase especial de terapeutas compuesta de elementos muy diversos. Los más hábiles fueron los que no dejaron perder la ocasión, especialmente en Italia y Francia, de poder formarse científicamente en las Universidades. Para aprender la técnica tenían necesidad de recurrir a la enseñanza privada. En algunas ciudades, por ejemplo en Venecia, se proveyó a que nadie pudiese dedicarse a la Cirugía sin una prueba de su capacidad. En París se transformó una corporación de cirujanos llamada de San Cosme y San Damián, por ser éstos los patronos de los médicos, en una escuela especial para la que se exigían estudios previos como para la Universidad. Según un edicto real de 1311, el permiso para operarse daba en virtud de un examen. (1) Véanse págs. 122 y s.

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Casi todos los cirujanos renunciaban al tiempo de aprendizaje científico. Adquirían prácticamente sus conocimientos como si se tratara de un oficio por medio de los maestros y condiscípulos, y se les admitía como maestros en el gremio después del correspondiente examen, al que más tarde concurrieron los médicos en muchos sitios. En Alemania casi no se conocieron más cirujanos que éstos. Algunos lograban alcanzar cargos oficiales al servicio de la ciudad como «cirujanos jurados» con el cargo de peritos forenses y de policía sanitaria. A consecuencia de la falta de médicos con verdadera base científica y por el elevado coste, para muchos exorbitante, del tratamiento médico, llegaron a adquirir los cirujanos, entre ciertas clases sociales sobre todo, una práctica no despreciable; pero también se prestaron a invadir, a la manera de curanderos, el campo de la Medicina interna. Se restringieron sus ganancias porque podían ejercer parte de la Cirugía, especialmente las pequeñas intervenciones, los barberos y cirujano-barberos. Los primeros estaban autorizados para sangrar, aplicar ventosas, sacar muelas y tratar fracturas, luxaciones, úlceras y heridas recientes; los segundos, para llevar a cabo, por lo menos, parte de estasi ntervenciones. Si se tiene en cuenta lo raras que eran las ocasiones para practicar en aquellos tiempos operaciones de máyor importancia, y, dado el estado de ignorancia, lo ingrato que era ocuparse de ellas, se comprenderá que el desenvolvimiento real en la esfera de actividad de los cirujanos agremiados era sumamente limitado. Con apoyo de los soberanos y autoridades de los Municipios, mal aconsejadas por las Facultades de Medicina, envidiosas de los cirujanos, trataron los barberos y los cirujano-barberos, que también tenían rencillas entre sí, de extender su campo de acción a expensas de los cirujanos. Hubo entre los gremios acerbas luchas de competencia. En muchos países no se podían establecer claramente los límites entre los barberos y los cirujanos. La posición social de todas estas clases sanitarias era muy inferior. Los barberos y cirujano-barberos pertenecían indiscutiblemente en muchas comarcas a oficios tan deshonrosos como el del verdugo, al que también en ocasiones le consultaba el pueblo acerca de cosas relacionadas con la Medicina. En manos de las comadronas estaba toda la asistencia de los partos, incluso los casos de suma necesidad en que se recurría al cirujano. Gozaban de una posición mucho más independiente que en la actualidad, a causa de que un equivocado sentimiento de pudor excluía en general todo auxilio por parte del hombre. Comenzaban como «aprendizas» al servicio de una comadrona de edad y después ejercían por su cuenta. En un principio, y antes de ser nombradas «matronas honorarias » de la ciudad, tenían que contestar a algunas preguntas para demostrar sus conocimientos; pero, posteriormente, al tocar a su fin la Edad Media, se establecieron exámenes reglamentarios, presididos por los médicos de la ciudad. Los Municipios nombraron entonces comadronas oficiales, reglamentándose, por medio de ordenanzas especiales, todo lo relativo a sus servicios y honorarios. Además de este personal sanitario legalmente constituido, encontró medios de subsistencia el charlatanismo de todo género, apoyado por la falta de sentido crítico del público. Intervenciones abandonadas, muchas veces justificadamente, por cirujanos escrupulosos y cultos, como la de la hernia, la talla y la catarata, las practicaban curanderos ambulantes que visitaban las ferias. Rara era la vez que acertaban; muy al revés, en la mayoría de los casos se imponían por su descaro, escapando a toda responsabilidad por su rápida fuga. Abrían su barraca, atraían al público con burdos reclamos, falsos diplomas y groseras payasadas de circo, vendían a precios elevados remedios maravillosos, extraían dientes, llevaban a cabo operaciones que eran una superchería y se embolsaban el dinero. Cuando, por casualidad, llegaban a obtener un éxito curativo sabían obtener subrepticiamente de las autoridades de la localidad certificados y diplomas. También se lamentaban vivamente médicos y profanos

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de los charlatanes domiciliados en las ciudades. Los diferentes intentos de remediar estos abusos no lograron resultados duraderos. E l trabajo de los médicos se realizaba casi exclusivamente en el domicilio privado. Los hospitales eran en primer lugar, incluso en los últimos períodos de la Edad Media, asilos para gente achacosa e inválidos de todo género, con las múltiples y variadas tareas anteriormente indicadas, de las que sólo era una parte la asistencia a los enfermos. La terapéutica quedaba relegada a segundo término. Acudían en ocasiones a estos hospitales los médicos y cirujanos oficiales de la ciudad ; después de ver a los enfermos pobres inquiría el médico privado los enfermos bien acomodados acogidos en el hospital para su cuidado perpetuo mediante el pago satisfecho por un gremio. Sólo rara vez se encuentra la previsión en los hospitales urbanos, como en el de Estrasburgo en el año 1500, de que un médico viva en el hospital para estar a la disposición