Guerra: modernidad y contramodernidad
 9789872847067

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Guerra: modernidad y contramodernidad / Pablo Bonavena / Flabián Nievas

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Bonavena, Pablo Augusto Guerra : modernidad y contramodernidad. / Pablo Augusto Bonavena y Flabián Nievas. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Final Abierto, 2014. 224 p. ; 20x14 cm. ISBN 978-987-28470-6-7 1. Sociología de la Guerra. I. Nievas, Flabián II. Título CDD 303.66

1era. Edición / Febrero 2015

Diseño y diagramación: Marcelo Garbarino

© 2015 Editorial Final Abierto [email protected] www.finalabiertoweb.com.ar Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Reservados todos los derechos esta edición.. Prohibida la reproducción de este libro sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Impreso en Argentina.

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COLECCIÓN CRÍTICA

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Prefacio

Este libro es el producto de tres años de investigación financiada por la Universidad de Buenos Aires,1 con sede en el Instituto de Investigaciones “Gino Germani”. Si bien la redacción final quedó a cargo nuestro, la colaboración del resto de los integrantes del equipo posibilitó su realización.2 Este ensayo pretende sintetizar los principales núcleos trabajados en este tiempo, y plantear las conclusiones más evidentes e importantes a que arribamos. Cada una de las cuestiones que aquí tratamos han sido expuestos en detalle en diversos artículos, capítulos de libros y ponencias y comunicaciones a Congresos, así como en el curso de “Sociología de la guerra” dictado en la Facultad de Ciencias Sociales. A tales contribuciones parciales nos remitimos para la profundización y los detalles de cada aspecto de lo que aquí exponemos.3 Proyecto UBACyT W-913, programación 2011/14, dirigido por Flabián Nievas. Además de los autores, el equipo está conformado por Inés Izaguirre, Tomás Varnagy, Darío de Benedetti, Mariana Maañón, Marina Malamud, Iván Poczynoc, Julio Spota y Carolina Sampó. Agradecemos especialmente a Mario Iribarren por su fina lectura del texto, que advirtió erratas, oscuridades y ambigüedades, mejorándolo notablemente. Los defectos que subsistan no son de su responsabilidad, sino de la nuestra. 3 Una lista de los trabajos parciales más relevantes los incluimos al final del volumen. 1 2

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PREFACIO

En este trabajo intentamos hacer un equilibrio entre una exposición general y la justificación de cada aserción contenida en el mismo. Renunciamos al análisis minucioso de cada fuente, lo que se puede encontrar en otras publicaciones que hemos realizado, pero sin por ello exponer un discurso carente de anclaje en algunas citas que consideramos imprescindibles para su mejor apreciación. Buscamos aquí hacer una exposición de conjunto sobre una cuestión que no es directamente visible, pero que, entendemos, es de enorme importancia actual y futura. Este libro no está dirigido exclusivamente al público académico, sino a toda persona interesada en reflexionar sobre las condiciones socio-políticas actuales y esperables como venideras (con la excepción, quizás, del capítulo primero, centrado más en un repaso de nuestro propio campo disciplinario). No podemos ocultar la interna esperanza de que este contribuya, mínimamente, a evitar que las actuales tendencias se consoliden, y a defender los valores que sentimos positivos aunque para los poderes fácticos resulten vetustos, como los derechos humanos. La estructura es muy sencilla. En el primer capítulo argumentamos acerca de la necesidad de que los científicos sociales nos involucremos en el estudio de un fenómeno en apariencia tan lejano, y tan cercano en la práctica, como la guerra. Pensar que es algo que ocurre en tierras distantes o en tiempos pasados, es como suponer que los microbios, por ser muy pequeños, no tienen que ver con nosotros. La sociología le ha prestado poca y mala atención a este fenómeno, y creemos que es necesario darle un lugar más importante en la disciplina. Hace más de una década inauguramos la cátedra de Sociología de la Guerra, que aún se dicta en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. La generosidad y comprensión de las autoridades de entonces nos permitió instalar académicamente el tema, algo inusual en las carreras de grado de nuestra disciplina. Fundamentalmente nos interesa resaltar la íntima relación que hay entre la guerra y las formaciones sociales, la síntesis de éstas que expresan aquellas, y la capacidad anticipatoria que tiene la guerra res-

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pecto de fenómenos que luego se instalan y estabilizan, aunque de maneras que opacan la vinculación con su origen. El segundo capítulo es un apretado recorrido, sin pretensión de exhaustividad, de la guerra en la historia, poniendo énfasis en la articulación entre sus formas y los tipos de sociedades en que se desarrollaron. El modo social de producción incide en las formas de la misma. Su escritura no obedece a un afán de erudición, sino a mostrar, por contraste, cómo se constituyó la guerra en la Modernidad, que es de donde partimos para nuestro trabajo, ya que constituye el modelo clásico sobre el cual observamos las divergencias actuales. Luego de presentar el panorama moderno, esto es, de la guerra como asunto interestatal, abordamos las variaciones que han ocurrido desde la última mitad del siglo pasado en adelante, pero con especial aceleración en lo que va de la presente centuria. Sin anticipar el contenido, sí podemos afirmar que es el centro de nuestras preocupaciones morales y políticas. El rumbo que vemos que van tomando los fenómenos, observándolos sin la ingenuidad de la inmediatez, no nos permite ser optimistas. La denuncia es insuficiente, pero necesaria. Este trabajo pretende contribuir a echar luz sobre un tema generalmente subvalorado, y brindar algunos elementos de reflexión para la mejor comprensión del mismo. El trabajo finaliza, por último, con un análisis prospectivo, en el que exponemos algunas hipótesis que hemos podido formalizar tras estos años de observación y análisis de la guerra y su evolución. El sistema que conocimos y sobre el que están fundados nuestros valores y nuestras categorías cognitivas parece estar transformándose de manera definitiva. Es necesario adecuar nuestro entendimiento a lo que se avecina, aunque aún no haya terminado de configurarse; creemos que sin ese ajuste es imposible articular ninguna respuesta efectiva.

Flabián Nievas Pablo Bonavena

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CAPÍTULO I ¿Por qué estudiar la guerra?

La guerra: un fenómeno social olvidado por la sociología Este es un libro sobre la guerra, o mejor dicho, acerca de algunas cuestiones vinculadas a dicha actividad, realizado por sociólogos. Esta aclaración nos parece necesaria pues nos permite pedir cierta indulgencia al lector sobre los alcances del mismo, ya que por un lado su vastedad implica que necesariamente haya muchos aspectos no abordados, y por otro, la temática que abordamos es ajena a nuestro campo disciplinario por lo que, en definitiva, el fin de este trabajo es cooperar en su instalación allí junto a otros tradicionales objetos de estudio sociológico. Esta ajenidad fue oportunamente indicada por Alvin Gouldner, quien señaló que “hay muchos estudios sociológicos sobre la discordia familiar y aun sobre las tensiones industriales”, pero “son escasos los estudios sociológicos sobre las relaciones internacionales, la paz y la guerra”, y para certificar sus dichos señala que examinó veinticinco libros de introducción a la sociología publicados entre los años 1945 y 1954 y encontró que de las 17.000 páginas de esas obras sólo 275 contenían referencias a la guerra.1 En parte, esto debe matizarse ahora, ya que desde hace algunas décadas se han multiplicado programas e 1 Gouldner, Alvin W.; La sociología actual: renovación y crítica, pág. 345 y nota 3 de las págs. 345/6. Véanse algunas consideraciones al respecto a partir de preguntarse si es factible una ciencia de la guerra o la estrategia en Joxe, Alain; La ciencia de la guerra y la paz, págs. 9/10.

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instituciones dedicadas al estudio de la paz,2 los que abordan la guerra desde una perspectiva “negativa”, es decir, no como un fenómeno digno de atención por sí mismo, sino en la perspectiva de cómo prevenirlas o, al menos, de denunciar su existencia, aunque no desde la perspectiva de la irenología,3 sino en la perspectiva de cómo prevenirlas o, al menos, de denunciar su existencia. Aunque muchas veces no se trata de estudios sociológicos, la importancia de los mismos no puede subestimarse, y son un importante insumo para el estudio sociológico de la guerra. En la línea de Gouldner, el profesor de sociología de la Universidad de Duke, Edward A. Tiryakian, efectuó una exhaustiva exploración en la misma dirección recorriendo los Annual Review of Sociology; concluyó que la guerra es un tema “legítimamente sociológico, pero tristemente olvidado”.4 La sociología ha estudiado “la educación, la política, la economía, el sexo, el género, las conductas desviadas, el juego, la raza y cualquier otra cosa. Todo menos la guerra”.5 Hans Joas tam2 De los muchos importantes, el más destacable quizás sea el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), de notable tarea en la sistematización de información. Otros dignos de mención son el Centre d’Etudis per a la Pau JM Delàs, el Instituto de la Paz y los Conflictos (IPAZ), el Centro de Estudios Para la Paz (CEPPA). No todos los “institutos de estudio de la paz” abordan las guerras; muchos de ellos se dedican al conflicto social en general. 3 “La polemología requiere también, como complemento, de una irenología, es decir, una sociología de la paz, que Bouthoul consideraba un capítulo de la primera. Bouthoul atribuía el término irenología al General Werner, pero según Freund salió del magín del periodista belga Paul M. G. Levy [1910-2002]. La irenología como estudio científico de la paz debe distinguirse del Peace Research, que es al mismo tiempo investigación sobre la paz y para la paz. Esto último ayuda a explicar su tradicional vinculación a los centros de poder político y económico del status quo. Bouthoul sostuvo que la difusión de la terminología Peace Research no respondía en todos los casos a razones epistemológicas sino financieras: el mecenazgo, sobre todo en los Estados Unidos, suele ser muy sensible a la seducción de la paz”. Molina, Jerónimo; “Gaston Bouthoul: en conmemoración de un pionero de la polemología”, pág. 128, nota 60. 4 Romero Ramírez, Antonio José; “Guerra y paz”, pág. 592. 5 Tiryakian, Edward A.; “La guerra: la cara oculta de la modernidad”; en Beriain, Josetxo (comp.); Modernidad y violencia colectiva; pág. 63.

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bién afirma que la violencia, las relaciones entre los Estados no son parte del “corpus de investigación de las Ciencias Sociales”, por eso la guerra es “la cara oculta de la modernidad.”6 Otro indicador interesante del déficit que señalamos lo encontramos en el primer número de la Revista Española de Investigaciones Sociológicas; allí fue publicada una larga lista de escritos sugeridos como base de una sociología de la guerra, pero en rigor solo el primero de los nueve ítems en que se subdivide correspondería fehacientemente a tal disciplina; allí se agrupan 56 títulos en diversos idiomas, aunque muchos de ellos son de dudosa pertinencia, ya que se encuadrarían mejor en una sociología militar que en una sociología de la guerra. Gran parte del resto cuesta ubicarlo dentro de la sociología en general.7 Pero no sólo la guerra es un tema refractario dentro del mundo de la sociología. Es un fenómeno que en general suele escapar tanto al interés de muchos otros campos del pensamiento sistematizado como también al entendimiento del común de la gente. Plagada de horrores, desde la modernidad suele ser vista como una suerte de maldición bíblica a la que sólo se puede condenar. Especialmente a partir del Renacimiento no sorprende que, dados los niveles de destrucción, muerte y sufrimientos que ocasiona, fueran emergiendo entre las capas cultas de la sociedad sentimientos negativos, de rechazo, que a la larga obnubilaron su comprensión.8 La emergencia de un anti-belicismo

6 Joas, Hans; Guerra y modernidad. Estudios sobre la historia de la violencia en el siglo XX, pág. 47. Romero Ramírez, A. J.; op. cit.; pág. 592. Véase, también de Joas, Hans; “La modernidad de la guerra. La teoría de la modernización y el problema de la violencia”; en Beriain, Josetxo (comp.); Modernidad y violencia colectiva. 7 Verstrynge Rojas, Jorge y Vidaurreta Campillo, María; “Bibliografía sistemática sobre la sociología de la guerra”; en Revista Española de Investigaciones Sociológicas, Nº 1; págs. 329/46. 8 En efecto, aunque encontramos formulaciones pacifistas con anterioridad, como veremos en el próximo capítulo, la génesis del anti-belicismo ilustrado se remonta especialmente al Renacimiento, donde se destacaron Moro y Erasmo. Véase de Bonavena, Pablo; “Filosofía política sobre la guerra y la paz en los cimientos de las Ciencias Sociales: algunas notas sobre las obras de Tomás Moro y Erasmo de Rotterdam”; ponencia presentada en el V Coloquio Internacional de Filosofía

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popular, en cambio, se extendió recién durante el siglo XVIII con la consolidación de los ejércitos nacionales, cuando el pueblo en su conjunto comenzó a tener que soportar más directamente el peso de la guerra.9 Muchos años después, la magnitud de la crueldad que puso de manifiesto la Gran Guerra acentuó este panorama. Las máscaras contra los gases venenosos cubriendo el rostro de los soldados en las embarradas trincheras son un emblema de esa conflagración difícil de olvidar, al igual que el genocidio armenio o los ataques sin miramientos a la población civil.10 Esta aversión, claro está, tuvo varios correlatos. Fuera del ámbito de la sociología este giro en la percepción se nota en la variación de la valoración respecto de los veteranos de guerra, los que gradualmente fueron perdiendo su aura heroica. Este proceso se inscribe en una tendencia general que se remonta a la consolidación de la burguesía como fuerza estatal. Alexis de Tocqueville ya señaló hace muchos años, observando a los Estados Unidos de Norteamérica, la pérdida de prestigio de la profesión del militar como tendencia, a favor de los civiles. Su valorización positiva fue siendo desplazada por la sospecha y descalificación. Pero sobre todo desde la guerra de Vietnam el excombatiente es considerado alguien al que se le debe temer y no admirar, como ocurría con los regresados de otras batallas. En lugar de relacionar su participación en la guerra con las hazañas, hoy es más factible que se sospeche de ganar protagonismo en acciones atroces que, incluso, en cualquier momento podría replicar contra los conciudadanos indefensos, tal como ocurrió desde Vietnam con Política. Nuevas perspectivas socio-políticas. Pensamiento alternativo y democracia. Universidad Nacional de Lanús. Un texto clásico sobre el tema es el de Erasmo de Rotterdam; Adagios del poder y de la guerra y Teoría del adagio. 9 Soto, Luis G.; “Guerra, política y moral: de anteayer a hoy”; en Daimon (∆α´ιµων). Revista Internacional de Filosofía, N° 42. Véase, asimismo, de Sales, Nuria; Sobre esclavos, reclutas y mercaderes de quintas; págs. 139 a 206 y 209 a 277. 10 Sin duda la Primera Guerra tiene como antecedentes, vista desde la perspectiva de remarcar los altos niveles de crueldad y en capacidad de destrucción de vidas humanas y bienes materiales, a la guerra civil estadounidense; también a la guerra anglo-bóer con sus campos de concentración. Véase al respecto, Muchnik, Daniel y Garvie, Alejandro; El derrumbe del humanismo. Guerra, maldad y violencia en los tiempos modernos.

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varios norteamericanos regresados de guerras lejanas. Ser excombatiente, en las últimas décadas, convoca al estigma más que al honor, fenómeno muy visible con los veteranos de la guerra de Malvinas. Estas valoraciones o apreciaciones subjetivas, no obstante, no alteraron la prolongación de la actividad guerrera de manera extendida y sistemática, sin alterar significativamente su recurrencia.11 La violencia militar del siglo XX puso en evidencia lo estéril de las prédicas pacifistas esgrimidas desde cuatro centurias antes, inclusive en aquellos países donde el apoyo a la guerra se discute en el seno de los parlamentos, contrariando el teorema politológico de la “paz democrática”.12 En efecto, el rechazo intelectual y moral que promueven los enfrentamientos bélicos no melló la determinación de seguir volcando una gran cantidad de esfuerzos económicos y los recursos de todos los tipos que insumen para nutrirlos. Por otra parte, el impacto social de su permanencia repercutió tal vez como nunca en el siglo pasado y lo que va de éste, en ámbitos tan disímiles como los niveles de población o el avance tecnológico.13

Sobre la declinación del prestigio militar, desde otro ángulo, véase de De Weerd, Harvey A.; “Churchill, Lloyd George, Clemenceau: la aparición del civil”; en Mead Earle, Edward; Creadores de la estrategia moderna, Tomo II, págs. 263/4. 12 En la Argentina, por ejemplo, la participación de sus fuerzas armadas en la invasión a Irak fue promovida por el Partido Justicialista en el gobierno con un decreto presidencial del 18 de septiembre de 1990. 13 Las dos guerras mundiales, por ejemplo, tuvieron un gran impacto demográfico y generaron un definitivo cambio en el mercado de trabajo, el incremento de derechos civiles y una ampliación de la ciudadanía política –como el derecho a voto– de las mujeres. Véase al respecto, de Vidaurreta Campillo, María; “Guerra y condición femenina en la sociedad industrial”; en Revista Española de Investigaciones Sociológicas N° 1. Véase la segunda parte de esta investigación en Vidaurreta Campillo, María; “Madurez industrial. Guerra y condición femenina”. Sobre el impacto general de la guerra en la sociedad es imprescindible ver el trabajo de Naville, Pierre y Friedman, Georges; Tratado de Sociología del Trabajo, Capítulo XXII “Guerra y Sociedad”. Acerca del avance científico-tecnológico que la guerra impulsa pueden consultarse Bowler, Peter y Rhys Morus, Iwan; Panorama general de la ciencia moderna, en especial el capítulo 20; Basalla, George; La evolución de la tecnología, en particular el capítulo 5; Sánchez Ron, José Manuel; El poder de la ciencia, especialmente 11

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Su influencia y persistencia, sin embargo, no transformó a la guerra en uno de los objetos de la investigación sociológica.14 Con seguridad resulta llamativo para quienes están lejos de la sociología que sus especialistas se hayan mostrado renuentes al estudio de la misma. En este tema se contraría la imagen que los cultores de esta disciplina tienen de la misma: en vez de violentar el sentido común, en este caso parece acompañarlo. El escaso interés o atención prestado al fenómeno en cuanto tal –lo que no implica que no haya estudios sobre guerras particulares, que sí los hay, pero no de la guerra como objeto de estudio general– solo tiene como contrapartida algunas aproximaciones, pero que en general son escasas y fragmentarias.15 El sociológico es un mundo académico que suministra atención incluso a fenómenos relativamente marginales en comparación con la importancia social de la guerra –tal como opinan Gouldner, Joas y Tiryakian– y esta impronta de la disciplina requiere alguna explicación y, como parece lógico, una pronta rectificación, no por un afán enciclopedista, sino porque, como argumentaremos a lo largo de este trabajo, la guerra tiene más incidencia en la vida cotidiana de lo que estaríamos dispuestos a admitir a priori. los capítulos 8 a 11; Crone. G. R.; Historia de los mapas, en particular el capítulo XIV. Pero más allá de los desarrollos técnicos y científicos, el impacto de Internet, la aeronáutica o la telefonía celular –todos desarrollos inicialmente con fines bélicos–, por citar solo los ejemplos más salientes, es indudable e inmensurable. 14 Sobre la repetición de las guerras cabe recordar el pensamiento de Aristóteles: “…toda la vida se divide en trabajo y ocio, en guerra y paz”. Aristóteles; Política, pág. 138. 15 “Las obras de autor reconocido hoy disponibles para el conocimiento del lugar que ocupan en las ciencias sociales primero, el conflicto armado (bélico) y, secundariamente, el poder político o la acción profesional de las instituciones para la defensa no son fáciles de encontrar. Los padres fundadores, los grandes maestros y los notables teóricos, aplicados al saber que ahora denominamos sociología apenas se han orientado hacia esta concreta cuestión. Se refieren, eso sí, a la guerra, a las instituciones para la defensa y a los miembros permanentes de las Fuerzas Armadas pero, en líneas generales, lo hacen de manera incidental y con evidente desgana”. Alonso Baquer, Miguel; “El lugar del conflicto, del poder y la acción en las sociedades occidentales”, pág. 11.

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Obviamente, dar cuenta de este desinterés requeriría de un estudio particular, que se aleja del objetivo de este libro. Con seguridad el esclarecimiento de la omisión histórica nos obliga a conjugar distintas causas que debemos suponer han operado en diferentes momentos y de diversos modos, para disipar la atención de los sociólogos sobre el fenómeno bélico. Debemos decir como atenuante que en muchos países los Estados demuestran indiferencia sobre el estudio de la guerra como fenómeno, cuando no incomodidad, salvo que se lo haga con fines de aplicaciones prácticas; y si promueven la investigación sobre aspectos sociales relacionados con ella lo hacen preferentemente dentro de las instituciones militares profesionales y no en el ámbito académico civil. Habrá, seguramente, otros múltiples factores que cooperan con la falta de incentivos académicos para su análisis, pero nuestra intención aquí es destacar una dimensión de carácter epistemológica que obtura su visualización como tema sociológico y tiene, entendemos, una importancia vital por las huellas que deja en la disciplina.16 Queda para otra ocasión verificar la hipótesis esgrimida por Joas y Knöbl afirmando que la guerra “acabó por ser incorporada plenamente en el pensamiento social hasta entrada la década de 1980-1990 a partir de cuatro referencias principales, la reflexión sobre la paz democrática, los Estados fallidos, las nuevas guerras y el relativo al imperio americano”.17 Esta afirmación parece, en lo atinente a la sociología, exagerada.

El problema de la paz fue “apropiado” por las teorías de las relaciones internacionales generando un campo de conocimiento autónomo donde la temática de la guerra queda subordinada precisamente a la búsqueda de la paz como una meta deseable, reuniendo a investigadores y ensayistas provenientes de varias disciplinas; varios sociólogos efectuaron este recorrido abandonando el ámbito de su formación de origen para analizar las relaciones internacionales con otros parámetros teóricos. 17 Vargas Maseda, Ramón; “Hans Joas and Wolfgang Knöbl. War in social thought. Hobbes to the Present. New Jersey; Princeton University Press, 2013”; en OBETS. Revista de Ciencias Sociales, Vol. 8, N° 2, pág. 375. 16

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Una impronta de origen En la conformación de la sociología como disciplina científica confluyeron distintas vertientes del pensamiento social que dejaron marcas decisivas para su desarrollo. Entre ellas, el liberalismo ocupó un lugar central. Joas es uno de los varios autores que resalta la íntima relación entre las ciencias sociales y lo que define como la “cosmovisión del liberalismo”.18 El peso de esta herencia es tan potente que Adorno, incluso, también destaca la presencia del modelo liberal en la base de las teorías de conflicto social que buscaron ser una alternativa al marxismo.19 Desde el prisma liberal, el conflicto social, la lucha política violenta y la guerra se corresponden con etapas pretéritas de la humanidad, anteriores a las elaboraciones de la filosofía de la Ilustración. El liberalismo vincula la guerra con el despotismo y los bríos aristocráticos, y la considera contraria a la república y el espíritu capitalista.20 Con base en planteos como el de Kant y su utopía sobre la “paz perpetua”,21 el liberalismo avizoraba en el futuro desarrollo capitalista una sociedad pacificada donde los pleitos bélicos serían un viejo recuerdo, situación que se alcanzaría con una cansina suavización de la violencia. Los “efectos pacificadores del libre comercio” que auguraba Adam Smith, argumento consolidado por Adam Ferguson y Jean Baptiste Say, fortalecían la creencia.22 Benjamín Constant apuntaba en la misma dirección.23 Joas, H.; Guerra y modernidad…; pág. 48. Adorno, Theodor; Introducción a la Sociología. 20 Joas, H.; Guerra y modernidad…; pág. 49. 21 Kant, Immanuel; Sobre la paz perpetua. 22 Joas, H.; Guerra y modernidad…; págs. 49, 53 y 173. Véase de Sánchez Mejía, María Luisa; “Estudio Preliminar: el despotismo en la época de los modernos”; en Constant, Benjamín; Del espíritu de conquista y de la usurpación. 23 “La guerra es por tanto anterior al comercio. La una es el impulso salvaje, el otro cálculo civilizado. Resulta claro que cuanto más domine la tendencia comercial, más habrá de debilitarse la tendencia guerrera. La finalidad exclusiva de las naciones modernas es el sosiego y, junto con el sosiego, el bienestar, y como fuente del bien18 19

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La guerra era un fenómeno asociado –y con abundantes motivos– a la aristocracia, cuya importancia declinaba en la medida que se expandía el libre comercio y las relaciones capitalistas. El advenimiento de las formas republicanas de gobierno y los acuerdos interestatales para sostener y ampliar el comercio eran considerados la garantía de una convivencia pacífica entre los pueblos, conformando esto parte de la utopía revolucionaria de la Ilustración. La ecuación parecía irrebatible: el ascenso de las capas sociales ligadas al libre intercambio de mercancías era proporcional al descenso en importancia y poder de los sectores nobles, a quienes se veía como los promotores del belicismo. Con el progreso y la modernización, en definitiva, la guerra se quedaba sin una personificación social que la enarbole. Kant, en varios pasajes de sus obras, había coligado el proceso de la civilización con el despliegue del Estado de derecho y éste, al mismo tiempo, convocaba a la democracia republicana y la paz.24 El pensamiento liberal clásico, por ende, consideraba a las guerras no sólo nocivas, sino también inmorales; por otra parte, en sintonía con Smith, sospechaba que era un mal negocio por la destrucción que provocaba. Las premisas del pensamiento liberal fueron traducidas en las primeras páginas de la teoría sociológica en una ideología del industrialismo.25 Saint Simon, Comte y Spencer adoptaron una porción consi-

estar, la industria”. Constant, Benjamín; Del espíritu de conquista y de la usurpación, pág. 18. 24 Bonavena, Pablo y Nievas, Flabián; “Del Estado Nacional al Estado Policial”; en Robinson Salazar (dir.); La Nueva Derecha. Una Reflexión Latinoamericana; págs. 96/7. 25 El pensamiento contractualista también se encuentra en los cimientos de gran parte de la sociología del siglo XIX. El obstáculo epistemológico para abordar la guerra refiere a la estructura de su razonamiento. Al dar por terminada la “guerra de todos contra todos” mediante el pacto social, deja a la guerra fuera de lo regulado, de lo social, relegándola al ámbito de la naturaleza: la relación entre sociedades, que es la relación entre Estados, carente de regulación y, por lo tanto, primitivamente natural. La guerra quedaría localizada así en el ámbito asocial; por ende no podría ser objeto de una ciencia que se ocupa de la sociedad. El contrato social crea el Estado y la política desplazando a la guerra al ámbito de “las relaciones internacio-

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derable de los fundamentos económicos y filosóficos del liberalismo y bajo su influencia argumentaron también que la guerra correspondía a una fase histórica que debía ser sobrepasada. Con variantes, plantearon que el peso del militarismo quedaría sepultado por el devenir del progreso industrial. Para Saint Simon la superación de la sociedad militar y sus clases parasitarias u ociosas dejaría lugar a los científicos y los industriales. Pronosticaba que las clases sociales útiles desplazarían a los militares y el clero, en una sociedad donde de manera ineluctable el trabajo ocuparía el lugar que otrora tenía la guerra. Aseveraba que la ley del más fuerte había sido el fundamento y la base de las primeras formaciones sociales, mientras que la ley del trabajo era la que correspondía a la sociedad industrial.26 Decía que la actividad industrial era enemiga de la guerra; en La industria (1816/17) afirmaba que “todo lo que se gana en valor industrial se pierde en calidad militar”.27 A su manera, Comte siguió con la misma línea argumental; en su obra Filosofía Positiva (1830-42) juzgó que el avance de la humanidad sobre la animalidad se reflejaba en la sustitución de la actividad militar. En muchos pasajes de sus escritos diferencia tajantemente la sociedad militar de la industrial, proclamando “la sustitución de la guerra por una industria pacífica”.28 Así, Comte avizoraba una “inevitable

nales belicosas”; el “estado de guerra” queda localizado de manera latente en el escenario de las relaciones entre Estados, a la espera de dirimir un litigio por las armas o desactivarlo con un contrato que lo neutralice, para evitar así las perturbaciones en el desarrollo de las relaciones de mercado. La sociología del siglo XIX que abordaremos seguidamente, enajena el lugar de la guerra en la configuración y reproducción de lo social, como reconoce Alain Touraine y Anthony Giddens, al adoptar una idea de sociedad que expresa al Estado nacional moldeado por las filosofías del pacto social. Véase al respecto, de Fernández Vega, José; Carl von Clausewitz. Guerra, política, filosofía; págs. 40 y 44. Véase, además, de Joas, H.; Guerra y modernidad…; págs. 170/1 y 183. Finalmente, véase de Bonavena, Pablo; “Lo extraordinario y lo normal en las teorías sociológicas: consideraciones sobre la relación entre sociología y guerra”. 26 Saint Simon, Henri; “El liberalismo y el industrialismo”. 27 Bouthoul, Gaston; Tratado de polemología, pág. 181. 28 Marvin, Francis Sydney; Comte, págs. 82/3.

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tendencia primitiva de la humanidad a una vida principalmente militar”, pero auspicia sin dudar que “su destino final” será de manera ineluctable “esencialmente industrial”.29 Spencer del mismo modo concebía la evolución social como el pasaje paulatino de la sociedad militar primitiva de cooperación obligatoria, a la sociedad industrial con predominio de la cooperación voluntaria. En la sociedad militar la cooperación comprende a todos los miembros de la sociedad y tiene como meta la guerra; la participación de cada individuo es obligada por un sistema rígido, jerárquico, fuertemente estatal y despótico. La sociedad industrial demuestra fuertes contrastes respecto de su antecesora. No tiene gobiernos despóticos, la cooperación depende de la voluntad del individuo y la forma jurídica predominante es el contrato.30 La guerra es tan incompatible con la sociedad industrial como la paz con la sociedad de corte militar. La persistencia de la actividad bélica en la sociedad industrial expresaría un retroceso en el proceso de la civilización.31 Desde este paradigma generado por los primeros sociólogos, con su anclaje en el liberalismo, se fueron irradiando hacia las distintas instituciones académicas que albergaron a la sociología los criterios que convierten a la guerra, la actividad humana que con más impacto se replica, en un objeto sociológico marginal. La prolongación de sus premisas se demuestra, por ejemplo, en la teoría de la modernización, que en una de sus hipótesis principales presagia una evolución sosegada hacia un futuro pacífico.32 La teoría sociológica proyecta una perspectiva normativa sustentada en una idea de paz, que licúa la gravitación de la guerra como hecho social. El “debe ser tiende a oscurecer la comprensión del ser”.33

Comte, Augusto; Curso de Filosofía Positiva, pág. 86. Timasheff, Nicholas S.; La teoría sociológica, pág. 59. Ayala, Francisco; Historia de la Sociología, pág. 78. 31 Bouthoul, G.; op. cit.; pág. 184. 32 Joas, Hans; Guerra y modernidad…, pág. 68. 33 Fernández Vega, J.; Carl von Clausewitz. Guerra, política, filosofía, pág. 40. 29 30

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La guerra, como consecuencia, queda afuera de su registro y problematización. Pérez Herranz opina que “[…] la filosofía de cuño protestante –racionalista o empirista– ha ido configurando un esquema único de interpretación de la modernidad que ha neutralizado, absorbido o simplemente despreciado cualquier otra alternativa. En virtud de un proceso evolutivo o de progreso, las comunidades humanas habrían pasado de un pensamiento teológico a otro positivo –encabezado por el Imperio Británico– a través de una etapa metafísica intermedia, según el esquema clásico de Comte. La guerra, la violencia y el mal, tres conceptos medulares de la serie, no habrían significado más que resistencias ontológicas a la modernidad procedente de Dios, de la materia o del mismo hombre. Con el acceso al poder de las repúblicas secularizadas o autoafirmadas, ilustradas y de progreso, la guerra no se contemplaría sino como el horizonte de una barbarie ya superada […]”.34 La sociología prolonga esta proposición desde hace muchos años. Los hechos tienden a desmentirla.

La anomalía en el marxismo La obra de Marx y Engels, particularmente la de este último, entabla una estrecha relación con la guerra como ámbito de problematización. La obra de ambos tiene una relación “natural” con la guerra y siente, en consonancia, gran incomodidad frente a la reivindicación de la “paz”, considerada como la situación “natural” que promueve el mercado y la constitución del modo de producción capitalista según las versiones más extendidas del pensamiento económico y una considerable porción de la sociología. Marx construye su teoría desde una matriz asentada en el antagonismo (la lucha entre clases sociales) y como gran conocedor de Heráclito de Éfeso, quien había dicho que

Pérez Herranz, Fernando Miguel; “El (inmarcesible) árbol del bien y del mal: entre el atractor maligno y el prójimo”; en Pérez Herranz, Fernando Miguel (ed.); La cólera de occidente. Perspectivas filosóficas sobre la guerra y la paz, pág. 23. 34

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“la guerra es el padre y el rey de todas las cosas”,35 anotó en los borradores preparatorios de El capital: “La guerra se ha desarrollado antes que la paz…”.36 El creador del materialismo histórico, –sin deificar la guerra como lo han hecho, por ejemplo, Pierre Joseph Proudhon37 y, como veremos, algunos sociólogos– desacraliza la paz, concepción que seguramente explica su gusto por citar aquella vieja fórmula del mismo Heráclito, que decía: “la paz no es más que una forma, un aspecto de la guerra; la guerra no es más que un aspecto, una forma de la paz”.38 El presupuesto teórico de Marx es que la lucha organiza y ordena las sociedades clasistas, actividad que ha sido constante en la historia humana. El momento de mayor despliegue de esa lucha permanente es la guerra, y la revolución social que abre el camino hacia la posibilidad de construir otro tipo de organización humana no es otra cosa que una guerra.39

35 El aforismo 53 continúa: “A algunas ha convertido en dioses, a otras en hombres; a algunas ha esclavizado y la otras ha liberado.” Parménides / Heráclito; Fragmentos, pág. 220. 36 Marx, Karl; Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse). 1857-1858, tomo I, pág. 30. Sobre qué fue primero, la guerra o la paz, véase una reflexión en el sentido mentado por Marx en Bobbio, Norberto; Teoría general de la política, pág. 550. 37 Proudhon afirmaba que la guerra diferencia al hombre de los animales, opinando que sin ella “la civilización sería un establo… La guerra es nuestra historia, nuestra vida, toda nuestra alma; es la legislación, es la política, el Estado, la patria, la jerarquía social, el derecho de las gentes, la poesía, teología; una vez más, es todo”. Pierre Joseph Proudhon; La guerra y la paz (1861). 38 Jaurés, Jean; Exposición promovida por los “Etudiants Collectivistes” de Paris en diciembre de 1894. 39 Acerca del vínculo entre guerra y revolución, véase de Jacoby, R.; El asalto al cielo. Sobre la relación entre marxismo y la cuestión de la guerra en general, véase de Ancona, Clemente; “La influencia de De la Guerra de Clausewitz en el pensamiento marxista de Marx a Lenin”; en AA.VV.; Clausewitz en el pensamiento marxista.

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Esta impronta, sin embargo, no fue asumida sino por corrientes minoritarias dentro del pensamiento marxista. La principal organización marxista del siglo XIX, el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, con gran influencia de masas, pronto abandonó esta línea de problematización, adscribiendo en este punto a las concepciones que evaluaban al marxismo, en general, como mera “politiquería” promotora del encono entre las clases sociales, al decir de Augusto Comte, que cerraba su fundamentación con una recomendación basada en un “esquema extravagante”: la revolución.40 De este modo, la problemática de la guerra, asumida por Marx y Engels, quedaba por fuera de los sociólogos ajenos a esta tradición, pero también radiada de los pensadores representantes de la misma más influyentes de la época, como Karl Kautsky o Eduard Bernstein (este último, más radicalmente alejado de esta problemática, negando incluso la revolución como proceso de cambio). Tal como quedó de manifiesto tras la Revolución Rusa de 1917, la adscripción formal al marxismo no garantizaba que el pensamiento no fuera penetrado por la mirada “burguesa” que negaba la guerra como problemática, que fuera necesario abordar desde la sociología. Por ello, pese a que durante mucho tiempo marxismo y sociología académica se rechazaron mutuamente, sea porque unos consideraban que el primero no alcanzaba siquiera el status de una “sociología en miniatura” como sentenció con firmeza Émile Durkheim,41 o bien porque desde el propio

Ritzer, George; Teoría sociológica clásica, pág. 110. Estas descalificaciones, sin embargo, convivieron sistemáticamente con reivindicaciones emanadas de sus mismos críticos, como podemos observar en autores tan importantes como Max Weber o Talcott Parsons. Para superar la tensión que generan las controversias promovidas por las evaluaciones contradictorias, muchos sociólogos de primer orden, por ejemplo Ralf Darhendorf, buscaron “rescatar” la sociología de Marx dentro de una supuesta filosofía política o mera ideología que desde su prisma era aconsejable desdeñar. Véase de Durkheim, Émile; El Socialismo; Parsons, Talcott, “Clases sociales y conflictos entre clases a la luz de la reciente teoría sociológica”, en Ensayos de Teoría Sociológica; Weber, Max; “El socialismo”, en Escritos Políticos; Dahrendorf, Ralf; Las clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial. 40 41

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marxismo se consideraba esta teoría como incompatible con la sociología,42 lo cierto es que en diferentes versiones, intelectuales representantes de esta teoría accedieron a los claustros académicos, aunque dejando de lado este aspecto más ríspido que habían incorporado sus fundadores. Las consecuencias de esta marginación y renunciamiento al materialismo histórico fueron varias. No pretendemos enumerar exhaustivamente la mella que dejó en la teoría sociológica este alejamiento. Simplemente enfatizamos el ángulo más relevante para nuestra argumentación. El marxismo articuló el desenvolvimiento de la conflictividad social con el cambio social. La sociología, por el contrario, prefirió defender una concepción más bien evolutiva del cambio social que lo desvinculaba del derrotero de las luchas sociales.43 Las vicisitudes de este enfoque son múltiples, pero no resulta difícil sospechar rápidamente algunos resultados. Las versiones gradualistas del cambio social, que suponen una lenta mudanza permanente e incremental, localizan el conflicto social como una secuela del desarrollo (modernización) y no es considerado entre las causas del mismo.44 No es evaluado como un factor promotor de la transformación, sino un efecto no deseado y transitorio. Con este supuesto, la sociología priorizó teorizar acerca de la adaptación de las estructuras sociales a los cambios, la estabilidad y el orden como problema sociológico central. 42 Esta postura se refleja en Therborn, Göran; Ciencia, clase y sociedad. Sobre la formación de la sociología y el materialismo histórico. También véase de Lanz, Rigoberto; Marxismo y sociología. Para una crítica de la sociología marxista. Un intento de acercar marxismo y sociología se encuentra en Gouldner, Alvin W.; La crisis de la sociología occidental. Un escrito clásico sobre el tema es el de Bottomore, Tom; “Marxismo y sociología”; en Bottomore, Tom y Nisbet, Robert (comps.) Historia del análisis sociológico. 43 Algunas acotadas pero interesantes consideraciones sobre la relación entre “desorden” y cambio social pueden encontrarse en Eisenstadt, Shmuel Noah; “La tradición sociológica”. 44 Véase al respecto De Francisco, Andrés; “Introducción al cambio social”; en Rodríguez Caamaño, Manuel José; Temas de Sociología I.

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Este encuadre teórico portaría un obstáculo epistemológico que en gran parte se le endilgó a Emile Durkheim fruto de un supuesto perfil teórico signado por un “conservadurismo permanente”, que relegó el tema del conflicto a favor del orden, bajo la convicción de que los hombres interactúan preponderantemente de forma armoniosa,45 situación que obtura la observación de los enfrentamientos y pugnas, quedando la sociología, por ende, solo habilitada para constituir como un hecho social las relaciones sociales que se recrean y expanden socialmente como “formas de cooperación perfecta”.46 Esta dificultad, además, se habría reforzado con la inclusión del modelo organicista y sus implicancias sistémicas (por ejemplo, la auto-regulación o autoestabilización de la estructura social), de tanto peso en la formulación de las teorías sociales. Resumiendo, el conservadurismo de Durkheim sumado al organicismo, en gran parte también por su responsabilidad, más el rechazo del marxismo, explicaría en gran parte la dificultad de la sociología para tratar el conflicto y la facilidad para concebir al mundo funcionando en armonía y cooperativamente.47 De este modo, sólo el derrotero pacífico de las interacciones sociales deviene en el observable de las teorías, perspectiva robustecida definitivamente con la hegemonía funcionalista constituida en torno a la figura de Parsons. Uno de los problemas que se generó de esta combinación de factores, muy reconocido, es el “olvido” del conflicto social como objeto de la sociología.48 Las llamadas “teorías del conflicto” buscaron supeCoser, Lewis; Las funciones del conflicto social, pág. 154. Rex, John; El conflicto social, pág. 75. 47 Es bastante larga la lista de sociólogos que compartirían, con matices, este argumento. Pueden verse varias interpretaciones en esta dirección, y una puesta en cuestión de la misma con la idea de buscar en el objetivismo sociológico de Durkheim un aporte al desarrollo de una teoría del conflicto social en Bonavena, Pablo y Zofío, Ricardo; “El objetivismo sociológico y el problema del conflicto social: la perspectiva de Emilio Durkheim”, en Revista Conflicto Social. 48 Sorprende observar la coincidencia en señalar este “descuido” en dos trabajos de investigación sobre el desarrollo de la sociología hechos con fines distintos por Bernard y Coser a mediados de los ’50. Bernard, Jessie (1958); La sociología del conflicto (investigaciones recientes). 45 46

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rar esta anemia, pero recalcando algunas funciones positivas del conflicto en el marco de determinado tipo de estructura social. Uno de los esfuerzos más destacables en tratar de reparar esta debilidad fue impulsado por Ralf Dahrendorf, que junto a John Rex y Lewis Coser representan a los autores “clásicos” de esta iniciativa teórica.49 Coser, luego de abordar la relación entre el conflicto y cambio social desde un ángulo solidario con las apreciaciones de Dahrendorf, procuró extender su matriz al área del conflicto social violento, transportando toda su base teórica. Intentó demostrar que los tipos de violencia moralmente desaprobados o que se evalúan como destructivos pueden cumplir, pese a ello, diversas funciones sociales que resulten finalmente positivas para la totalidad social.50 Sin embargo, la búsqueda orientada a reconocer las funciones positivas en los conflictos sociales violentos, asimismo, no abrió un sendero desde la sociología hacia la investigación de la guerra. Cuando Coser ingresa de manera escueta a la temática de la guerra lo hace preocupado por la “terminación” del conflicto y la necesidad de encontrar los “símbolos” que lleven a la aceptación de los “compromisos” (los acuerdos de paz); su interés se asocia casi exclusivamente al intento de suturar el conflicto bélico, sin mayor proyección que esa.51 Sus presupuestos, seguramente, no le permiten ir más allá. Si asumimos una actitud indulgente frente a las teorías del conflicto social y rescatamos algunas de sus formulaciones debemos concluir que sólo nos permiten ubicarnos frente a los conflictos de poca envergadura. En efecto, si esbozamos una escala del conflicto y la violencia, donde en el punto más alto ponemos a la guerra entre Estados y, en sentido descendente, luego a la guerra civil, para seguir con la pugna por intereses armada con peligro de muerte para los participantes, y desde allí avanzar a la huelga, seguidamente la competencia, hasta arribar al extremo inferior representado por la discusión y negociación

Rex, John; El conflicto social. Coser, Lewis; Nuevos aportes a la teoría del conflicto social, pág. 77. 51 Ídem, pág. 54. 49 50

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institucionalizada;52 veremos que la sociología sólo encuentra comodidad en este último nivel, considerando las situaciones conflictivas un poco más agudas como meras tensiones, desvíos o enfermedades que desafían un equilibrio que equivale a la salud del cuerpo social. Como venimos argumentado, el extremo superior queda fuera del alcance del sociólogo.53

Algunas excepciones Excluidos algunos marxistas, son pocos los cuadros de la sociología que escapan a la caracterización general que hemos presentado, pero entre ellos encontramos algunos autores de un peso notable dentro de la disciplina. Es arriesgado hacer un inventario sobre la relación de los sociólogos con la cuestión de la guerra, ya que los tipos de vinculación son muy diferentes y, en la mayoría de los casos, episódicos. Hay sociólogos que abordaron la temática urgidos por alguna coyuntura, como el estallido de la Gran Guerra, o desde algún ensayo marginal respecto del núcleo de sus producciones. Son muchos menos los sociólogos que dieron relevancia a la guerra en el momento de acuñar sus teorías o elaborar explicaciones sobre la ordenación de lo social. Paradójicamente, dos de las excepciones más importantes las encontramos en Francia, uno de los lugares donde emanó con más entusiasmo el paradigma que auguraba un futuro armonioso en la moderna sociedad industrial, sustentado desde una conjunción entre el pensamiento tanto socialista como liberal que, en gran parte, condensaron Saint Simon y Comte en sus cavilaciones. Antes de presentar a los autores franceses que consideramos una excepción, debemos despejar la duda que despierta Émile Durkheim. Dahrendorf, Ralf; Sociología y Libertad. Hacia un análisis sociológico del presente, pág. 198. 53 Las llamadas nuevas teorías del conflicto social también demuestran muchos límites a la hora de abordar el conflicto violento. Véase al respecto, Sommier, Isabelle; La violencia revolucionaria. 52

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Es habitual, ya nos referimos a ello, considerar que su sociología no hace observable el conflicto y mucho menos habilita a considerar a la guerra como un hecho social, adosándole un fuerte perfil pacifista. “Durkheim creyó que la progresiva expansión del industralismo establecería una armoniosa y satisfactoria vida social formada a través de la combinación de la división del trabajo y el individualismo moral”.54 Hay opiniones que, asimismo, postulan que la Gran Guerra, y especialmente la muerte de su hijo en el frente de batalla, reforzó ese sentimiento pacifista de Durkheim con aura industrialista y su postura de promover alternativas conciliadoras para resolver los problemas sociales.55 Aunque tal circunstancia puede haber acentuado su pacifismo, también es cierto que antes de ello tomó partido por la guerra: “Mientras que su amigo Jaurès se opuso a ella y lo pagó con su vida, asesinado por un militarista en agosto de 1914, Durkheim se posicionó desde el principio a favor del militarismo francés, atacando las tesis de la izquierda revolucionaria que denunciaban el contenido interimperialista de la matanza, participando en las campañas de propaganda y fortalecimiento moral del combatiente y, desde 1915, acusando de todas las responsabilidades a Alemania, nación que conocía por vivencia propia al haber estudiado en ella”.56 En efecto, organizó un comité para publicar documentos y estudios sobre la guerra buscando fortalecer la moral francesa y neutralizar la propaganda alemana. Mostraba gran preocupación por lo que llamaba el “sustento moral del país” y trató de darle vigor con varios panfletos.57 No obstante este activismo, su teoría no viró en la misma dirección y, en todo caso, encarnó un belicismo político pero sin que tal interés despertara su celo teórico, ya que su meta era puramente coyuntural y no de prinGiddens, Anthony; Consecuencias de la modernidad, pág. 20. Monereo Pérez, José Luis; “El pensamiento político-jurídico de Durkheim: solidaridad, anomia y democracia”, pág. 302. 56 Gil de San Vicente, Iñaki; Marxismo versus sociología. Las ciencias sociales como instrumento del imperialismo, págs. 61/2. Véase, además, Mateu Alonso, David; “La sociología de la guerra según Simmel”, pág. 215. 57 Lukes, Steven; Emilie Durkheim. Su vida y su obra, págs. 539 a 551. 54 55

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cipios: “impedir que Alemania sea prusiana, sea un imperio esencialmente militar”,58 sin reivindicar nunca el aniquilamiento del pueblo alemán. El compromiso militante por la defensa nacional no conmovió su concepción sobre el rol de la división del trabajo y la solidaridad en la generación de conformidad social. Si bien tomó partido en la guerra nunca le asignó al conflicto bélico virtudes intrínsecas como algunos de sus colegas alemanes. Justamente, en su trabajo más trascendente acerca de la conflagración, “Alemania por encima de todo: La mentalidad alemana y la guerra”, confronta con las ideas de Heinrich von Treitschke por su exaltación de la guerra y la defenestración que hace de la idea que postula a la “paz eterna” en el horizonte de la humanidad.59 El gran sociólogo francés evaluaba que esas opiniones conformaban un duro golpe retrógrado contra los ideales inspirados en la Ilustración. La pretensión de robustecer el estado moral del pueblo, se oponía decididamente a todo tipo de guerra, tanto la de clases como la que ocurre entre Estados. Ni siquiera las desgracias personales que la guerra le trajo a Durkheim, como la muerte de su hijo y de una decena de discípulos, alteró sus principios teóricos y metodológicos. Siempre entendió que la transformación de un tipo de sociedad tradicional a una moderna era producto de un proceso paulatino codificado como el pasaje de un estado de guerra permanente a un “régimen legislativo permanente”.60 De esta manera entraba en sintonía, tal como afirmamos, con predecesores como Spencer, pero sostenía que la guerra perduraba aún debido a que todavía sobrevivían “viejas condiciones de existencia”.61 Carta a León, fechada el 2 de octubre de 1914. Citada por Lukes, S.; op. cit.; pág. 544. 59 Treitschke afirmaba que “Dios cuidará de que la guerra se repita siempre, como un drástico medicamento para la especie humana”. Citado por Fraga Iribarne, M.; op. cit.; pág. 60. 60 Joas, H.; Guerra y modernidad, pág. 179. 61 Durkheim, Emile; Lecciones de Sociología, págs. 135 y 134. Durkheim le atribuye un peso decisivo a las funciones militares para explicar históricamente la supremacía social que obtuvo el hombre respecto de la mujer, pero consideraba que el patriarcado como la guerra en la sociedad moderna perdió todo sentido de ser. Álvarez-Uría, Fernando; “Emile Durkheim crítico de Marianne Weber”, pág. 192. 58

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Independientemente de las controversias que pudiera generar esta interpretación sobre el alineamiento de Durkheim, entre las excepciones más tangibles en primer lugar debemos nombrar, sin duda y fuera de toda polémica, a Gastón Bouthoul, profesor de la Escuela de Altos Estudios Sociales, vicepresidente del Instituto Internacional de Sociología, quien publicara en 1951 Las guerras, elementos de polemología, obra que anticipara el famoso Tratado de polemología, de 1970.62 Algunos de sus escritos se tradujeron al inglés, árabe, japonés, portugués y español para transformarse en un antecedente ineludible a la hora de hablar sobre la sociología y la guerra.63 Fundó también en 1945 el Instituto Francés de Polemología, que se dedica a investigaciones científicas sobre la guerra y la paz e impulsó la publicación de la revista “Guerres et Paix”. Bouthoul considera la guerra como un hecho social en el sentido que le asigna Durkheim, postulando una perspectiva no-belicista. Planteó que si se desea la paz se debería conocer la guerra.64 Su empeño no tuvo mayor proyección dentro del ámbito sociológico, pero quedó como un claro referente a la hora de pensar el nexo entre sociología y guerra. Otro autor para destacar con varias obras es, sin duda, Raymond Aron, quien dedicó un gran esfuerzo en reflexionar acerca de los vínculos entre guerra y política, buscando determinar la supremacía de un ámbito sobre el otro, tomando distancia a la vez de la polemología.65 El impacto de su trabajo traspasó los lindes de la sociología transformándose en una ineludible referencia para los especialistas en temas

62 Véase Jerónimo Molina: “El polemólogo Gastón Bouthoul”, en Horacio Cagni (comp.); Conflicto, Tecnología y Sociedad, 2009. 63 Villafañe, Emilio Serrano; “Polemología o guerra”. Obviamente Bouthoul tiene varios detractores, que apuntaron a varios aspectos cuanto menos controversiales de su obra. Juan Salcedo, por ejemplo, encuentra cierta desmesura en el pensamiento de Bouthoul cuando en uno de sus trabajos habla sobre el estudio de la guerra entre las hormigas (Salcedo, Juan; “Sin pies ni cabeza”). 64 Bouthoul, Gastón; Ganar la paz. Evitar la guerra, pág. 377. 65 Anzaldi, Pablo; “Raymond Aron y la teoría de las relaciones internacionales”, pág. 20.

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políticos y las relaciones internacionales.66 En su trabajo Paz y guerra entre las naciones se ocupó del fenómeno bélico para advertir sobre los gérmenes que la promueven y aquellas iniciativas que podrían anticiparse a su concreción con el propósito de procurar, así, su prevención a través de la mediación del juego diplomático.67 Sin embargo, desde una impronta pacifista, buscó protagonismo en la Guerra Fría tratando de combatir al comunismo, para terminar declarándose un ferviente partidario de la OTAN.68 Su trayecto por la cuestión de la guerra estuvo muy sesgado por el anti-comunismo y por la carrera nuclear, afligido por una probable guerra en cadena. El realismo “estratégico neoclausewitziano” que detentaba tal vez pueda ser considerado “un antídoto contra los reduccionismos económicos”, pero sin abrir “ninguna nueva perspectiva realmente importante”.69 No obstante estos señalamientos, en Pensar la guerra ofrece un recorrido por una significativa cantidad de temáticas y autores dejando un rico bagaje teórico a disposición de aquellos que quieran adentrarse desde la sociología en el mundo de la guerra. Fuera de Francia, en los Estados Unidos de Norteamérica, el ruso Pitirim Sorokin efectúa en parte de sus 37 libros y 400 artículos un destacable esfuerzo por constituir como objeto de análisis lo que teoriza como la fluctuación de las relaciones sociales, la guerra y las revoluciones. En esta línea se debe citar The sociology of revolution de 1925 y Contemporary sociological theories de 1928. En su extensa obra titulada Dinámica Social y Cultural expone las dificultades para estudiar el movimiento de la guerra entre Estados y el tratamiento de las fuentes para construir sus “sociometrías” de la guerra.70 En ellas investigó 967 Las obras sobre la temática son La société industrielle et la guerre; París, Plon Éditions; 1947. Un siglo de guerra total, Buenos Aires, Editorial Rioplatense, 1973. Paz y guerra entre las naciones, Madrid; Alianza, 1985. Pensar la guerra; Instituto de Publicaciones Navales; Buenos Aires, 1987. 67 Aron, Raymond; Un siglo de guerra total, pág. 20. 68 González Cuevas, Pedro Carlos; “Raymond Aron: política, sociología e interpretación de la realidad española”. 69 Joas, H.; Guerra y modernidad, página 181. 70 Sorokin, Pitirim; Dinámica Social y Cultural, Tomo II, págs. 877/82. 66

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guerras (no batallas) en Grecia, Roma, Austria, Alemania, Inglaterra, Francia, Holanda, España, Italia, Rusia, Polonia y Lituania, desde el año 500 antes de Cristo hasta 1925. Buscó determinar la duración, la cantidad de efectivos y el número de víctimas en series temporales para localizar los incrementos o disminuciones de la guerra entre un período y otro.71 Estas “sociometrías” recibieron un fuerte cuestionamiento de Bouthoul.72 Procuró, además, establecer y evaluar la relación entre la belicosidad y la civilización, arribando a la conclusión de que no hay un tipo de cultura más beligerante que otra y que el punto culminante de las guerras debe localizarse “en los períodos de transición de un tipo de mentalidad cultural a otro, merced al trastrocamiento de los diversos equilibrios previos”. Del mismo modo colocó a la guerra como una determinante central del cambio social.73 Finalmente, descartó la relación entre los disturbios internos de un país y la guerra internacional.74 De conjunto sus aportes conforman otra referencia ineludible acerca de la relación entre sociología y guerra. Cualquier conocedor de la sociología norteamericana se sorprendería de no encontrar mencionados aquí a Paul F. Lazarsfeld y Robert Merton, quienes trabajaron desde el Bureau of Applied Social Research haciendo investigaciones para las fuerzas armadas durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.75 Pero su objeto de estudio no fue

Sorokin, Pitirim; op. cit., Tomo II; pág. 881 y Tabla 61 de la pág. 883. Bouthoul, Gastón; Tratado de polemología; pág. 735 ss. 73 Romero Ramírez, A. J.; op. cit.; pág. 592. 74 Estas conclusiones corresponden a Grassa Hernández, Rafael; “La objetividad de las ciencias sociales: investigación para la paz y las relaciones internacionales”, capítulo IV. 75 El gobierno norteamericano requirió varios estudios para investigar el comportamiento del soldado estadounidense, los problemas de las familias, la moral de la población o los frutos de la propaganda gubernamental. Por entonces el Ministerio de Guerra fue la principal fuente de financiamiento del Bureau dirigido por Lazarsfeld. (Picó, Josep; “Teoría y empiria en el análisis sociológico: Paul F. Lazarsfeld y sus críticos”, pág. 17). En Revista Papers N° 54, Universidad de Valencia; España, 1998. De estos proyectos encargados por el ejército norteamericano surgió el libro de Merton Mass Persuasion (1946), basado en las investigaciones sobre las 71 72

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la guerra; ellos participaron, con sus investigaciones, del esfuerzo de guerra. Esta relación con los asuntos militares tampoco generó a posteriori una sociología de la guerra; por el contrario, finalizada la Segunda Guerra Mundial, la sociología académica permaneció ajena al estudio de este fenómeno. El vínculo entre sociología y fuerzas armadas estatales permaneció, pero de manera relativamente clandestina.76 La cercanía, empero, sí colaboró a la apertura de la llamada sociología militar. Un trabajo pionero en la conformación del campo de esta sociología especial es la obra El soldado americano, producto de una investigación dirigida por Samuel Stouffer. En el emprendimiento se emplearon los escalogramas de Guttman, en combinación con el análisis de estructura latente de Lazarsfeld.77 El profesor Morris Janowitz acompañó este camino y se lo considera el creador de la socioloemisiones radiales que promovían la venta de los bonos para financiar la guerra y, además, en el grado de implicación y fortaleza moral de la sociedad en el esfuerzo para sostenerla. Torres Albero, Cristóbal y Lamo de Espinosa, Emilio; “In Memoriam Robert K. Merton (1910-2003)”, pág. 19. 76 No conocemos que exista, hasta el momento, ningún estudio específico sobre el complejo vínculo entre sociología, estudios de mercado y servicios de inteligencia. La matriz histórica fue la Segunda Guerra Mundial, luego co-evolucionaron de manera paralela, públicamente diferenciadas, pero técnicamente asociadas. 77 “En suma, para el Soldado Americano, se utilizaron 170 estudios de opiniones y actitudes que, en total, supusieron casi medio millón de entrevistas”. Camarero, Luis; “Los soportes de la encuesta: la infancia de los métodos representativos”, pág. 176. Picó señala sobre esta investigación: “…el estudio sobre The American Soldier («El soldado americano») de Samuel Stouffer supone el inicio de una colaboración entre metodología e investigación que da pie a la presentación de los análisis de la estructura latente de Lazarsfeld, el escalograma de Guttman y la escala de intensidad de Lickert, así como a la contribución teórica de Merton sobre los grupos de referencia. Además, las proposiciones hipotéticas obvias como: a) que los sujetos más instruidos muestran síntomas más psiconeuróticos que los menos instruidos, o b) que los sujetos que provienen de un medio rural tienen una moral más elevada en el ejército que los soldados de la ciudad, etc., se demostraron falsas a través de la encuesta, y se probó todo lo contrario a lo obvio, lo que dio pie para que Lazarsfeld demostrase la importancia de la investigación aplicada, contradiciendo la acusación de que sólo tiende a verificar lo que todos saben”. Picó, Josep; op. cit.; pág. 18.

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gía militar. En los ’50 promovió un análisis institucional de las fuerzas armadas de carácter estatal y profesional, que generó la obra El Soldado Profesional en 1960, indagando sobre la organización militar en las sociedades “democráticas” modernas y fundó el “Seminario Inter-universitario sobre Fuerzas Armadas y Sociedad”.78 Las preocupaciones centrales referían al estudio de la carrera de los oficiales, al vínculo entre la esfera civil y la militar y la inclusión de áreas de intervención de las fuerzas armadas con tareas como la seguridad interna o el resguardo de la paz.79 En Alemania, Georg Simmel se ocupó de manera acotada sobre la temática del conflicto social y la guerra. Un testimonio de tal iniciativa la encontramos en Sociología de 1908, donde sintetizó tres escritos anteriores en el afamado capítulo “La lucha”.80 Allí plantea que el conflicto es una forma de socialización, de cohesión, de donde emanan potentes fuerzas integradoras.81 El tema del enfrentamiento bélico fue retomado por Simmel recién frente a la Gran Guerra en varios escritos que, en parte, fueron publicados en La guerra y las decisiones espirituales. Frente a la guerra Simmel presentó con nitidez una idea de nación que anteriormente estaba subyaciendo en su obra.82 Tal elaboración conceptual acompaña el descubrimiento del problema de la “pertenencia” que el conflicto bélico pone ante sus ojos de manifiesto, que es el correlato de un sentimiento de inclusión en la nación y su

78 Véase una buena reseña de sus iniciativas en Burk, James; “Morris Janowitz y los Orígenes de la Investigación Sociológica sobre las Fuerzas Armadas y la Sociedad”, pág. 127. 79 Pinillos, Hernando Jaime; “Eclosión de la sociología militar”. 80 Esos escritos son: “Sociología de la competencia” en 1903, “El fin del conflicto” en 1905 y “El ser humano como enemigo” en 1907. Mateu Alonso, D.; “La sociología de la guerra según Simmel”, pág. 215, Nuestra referencia es Simmel, Georges; Sociología. Estudios sobre las formas de socialización. Capítulo IV: “La lucha”. 81 Fraga Iribarne, Manuel; Guerra y conflicto social, pág. 37. 82 Vernik, Esteban; “Simmel y Weber ante la nación y la guerra. Una conversación con Grégor Fitzi”, pág. 280. Véase al respecto, Simmel, Georg; Intuición de la vida. Cuatro capítulos de metafísica.

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Estado. La guerra, además, exige una “decisión absoluta” y potencia las ideas.83 Concibe la vivencia bélica como una experiencia existencial de base afectiva que supera todas las ponderaciones de tipo racional; “parangona la experiencia de la guerra con las más profundas experiencias religiosas y sexuales constitutivas de valor y personalidad”.84 En este sentido, se puede afirmar que Simmel expresaba un típico “espíritu de época”, ya que los sentimientos nacionalistas y belicistas estaban muy extendidos en la Europa de entonces. Desde antes de la guerra, allá por 1912, Simmel habla contra el antimilitarismo y afirma que el deber del individuo es defender la nación, pues sin ella no hubiese existido.85 Con el estallido de las batallas se transformó en un apologista de la guerra y le asignó un carácter religioso al espíritu colectivo que despertaba.86 Conjeturó que la conflagración era una gran oportunidad para violentar las “tendencias trágicas de la cultura moderna”, como la burocratización o mercantilización de la vida moderna.87 En los escritos de Max Weber también podemos encontrar aires guerreros de inspiración darwinista en su discurso de toma de posesión de la cátedra de Economía Política en la Universidad de Freiburg en 1895, publicada con el título “El Estado nacional y la política económica”.88 Pero, no obstante este antecedente, su inscripción dentro de una postura abiertamente belicista se relaciona con el estallido de la Gran Guerra. Lamentando no haber podido ser combatiente, Weber trabajó como director de los hospitales del ejército en Heidelberg. A pesar de su involucramiento con el mundo militar, sin embargo, la noción de racionalización del mundo occidental

Véase Losurdo, Doménico; La comunidad, la muerte, Occidente. Heidegger y la ideología de la guerra, pág. 20. 84 Joas, H.; Guerra y modernidad…; op. cit.; página 35. 85 Vernik, E.; op. cit., págs. 282, 288/9. 86 Mateu Alonso, D.; “La sociología de la guerra según Simmel”, pág. 218. 87 Beriain, Josetxo; Modernidades en disputa, pág. 90. 88 Weber, Max; Escritos Políticos. Debemos parcialmente esta observación a Knöbl, Wolfang; “Guerra y Teoría Social. Un recorrido de Fitche a Max Weber”. 83

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weberiana se desliga de las distintas maneras en que se ejerce la violencia armada.89 Su proximidad a la cuestión de la guerra se inscribe, entonces, en la oleada chauvinista desatada por la Gran Guerra que potenció su ardiente defensa del nacionalismo alemán.90 También, robusteció su glorificación de la actividad militar y ahondó su idea anti-pacifista.91 Frente al inicio de la conflagración sentenció que la guerra era “grande y maravillosa”, incluso independientemente de su resultado.92 Destacó el sentimiento de comunidad que genera la guerra, subrayando el efecto de despersonalización para la conformación de una comunidad que protagonizaba el pueblo.93 Consideraba, por último, que era esencial la integración de la clase obrera en la nación para afrontar el esfuerzo bélico.94 Así se fomentaba el renacimiento de Alemania para cumplir la “responsabilidad histórica” de convertirse en una gran potencia y consolidar su honor.95 Tal involucramiento quitaba, necesariamente, perspectiva analítica, razón por la que la exaltación que hizo Weber de la guerra nos brinda una buena pista de por qué no generó un campo de estudio específico de la guerra en su sociología, diluyendo el tema en su noción amplia de violencia, que con sus contornos difusos está íntimamente ligada a la problemática de la dominación y el poder. Fue un profundo conocedor de la importancia de la guerra y de la organización militar en la vida social pero, en conclusión, escribió apenas unas pocas páginas sobre el tema.96 89 Sobre el lugar de la violencia en la teoría de Weber, véase de Guzman, Alvaro; Sociología y violencia. 90 Traverso, Enzo; A sangre y fuego. De la guerra civil europea, pág. 166. 91 Sus posiciones en contra del pacifismo pueden rastrearse en Weber, Marianne; Biografía de Max Weber. 92 De acuerdo a Losurdo, D.; op. cit.; pág. 9. Véase, asimismo, de Weber, Marianne; op. cit., págs. 487 y 492. 93 Weber, Marianne; op. cit., pág. 484. Véase, de Traverso, E.; op. cit.; págs. 166/7. 94 Vernik, E.; op. cit.; pág. 286. 95 Anderson, Perry; Campos de batalla, pág. 275. 96

Burk, J.; op. cit.; pág. 126. Véase, por ejemplo, el peso de lo militar en la

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En la sociología alemana, Werner Sombart abordó con mayor determinación el tema de la guerra. Acuñó una tesis muy polémica señalando que el surgimiento del capitalismo se explica tanto por el consumo suntuario como a través del desarrollo de los ejércitos modernos y sus batallas, muy resistida por Max Weber en su Historia económica general.97 Este planteo se encuentra en el libro más significativo de Sombart en relación con la temática, de 1912.98 Argumenta allí que el progreso económico, la expansión geográfica, la acumulación de capital, la fabricación de material para la guerra, la destrucción, y la posterior reconstrucción y otros hechos favorecieron la aparición del sistema capitalista. La guerra, asimismo, generó el espíritu burgués, al demandar orden y uniformidad marcial, construcción e investigación en tecnología armamentística, nacionalismo y colonialismo expansionistas.99 El conflicto militar configuró un modelo racional de organización expresada, por ejemplo, en la producción estandarizada de armas, que se prolongaría y generalizaría en la producción capitalista.100 Sombart explica que el capitalismo fue posible, en el período que va desde el siglo XVI al siglo XVIII, por gracia de la conformación de los Estados y los conflictos armados.101 Para él, los Estados modernos “son sólo la obra de las armas; su exterior, sus límites, no menos que su articulación interna; la administración, la hacienda, se han desarrollado inmediatamente en la realización de empresas bélicas

configuración de la ciudad en occidente en Weber, Max; La ciudad. Giddens opina sobre esta cuestión: “Weber prestó más atención que Marx y Durkheim al papel desempeñado por el poder militar en la historia; sin embargo, no llegó a elaborar un análisis de lo militar en los tiempos modernos, desplazando el peso de su análisis hacia la racionalización y burocratización”. Giddens, A., Consecuencias de la modernidad, págs. 21/2. 97 Weber, Max; Historia económica general, págs. 261-3. 98 Sombart, Werner; Guerra y Capitalismo. 99 Blinder, Daniel; “Hegemonía, y soberanía moderna: Werner Sombart y la acción política en el espacio del Sistema-mundo”, pág. 208. 100 Saez Larumbe, Luis; “Las instituciones militares en la sociedad contemporánea”, pág. 8. 101 Beriain, J.; op. cit.; pág. 91.

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en sentido moderno” y “la guerra no ha destruido sólo el régimen capitalista, la guerra no ha entorpecido sólo el desarrollo capitalista: lo ha fomentado igualmente”.102 Arguye que la guerra es el motor del capitalismo y el crecimiento de los ejércitos y la acumulación de capital son procesos afines. Aumenta la demanda de productos agrícolas para abastecer los ejércitos, incrementa la producción textil con la estandarización de los uniformes, potencia la producción industrial con los requerimientos de armas que, a su vez, convoca a la innovación tecnológica; todos estos factores promueven la complejización del arte militar, lo que llevó a “una estandarización y homogeneización de la vida social, y a la necesidad de estatizar o burocratizar los asuntos militares dada la magnitud de la guerra moderna comparada con la medieval”.103 El moderno ejército genera fortunas, forja actitudes y forma mercados; instala la disciplina base del trabajo industrial.104 En los Estados Unidos de Norteamérica, Thorstein Bunde Veblen concibe a la guerra, la actividad guerrera, el militarismo, el armamentismo, la conquista, la lucha y el conflicto como factores fundamentales para explicar la evolución y dinámica social. La guerra crea propiedad y la división de clases. El lugar de la guerra en la conformación de lo social es muy importante en su obra más famosa, La teoría de la clase ociosa. En Teoría de la Empresa de Negocios destaca una íntima relación entre capitalismo y guerra, que luego pierde fuerza frente a su análisis del desarrollo de la Gran Guerra, en Imperial Germany and the Industrial Revolution (1915) y en Una indagación en la naturaleza de la paz y las condiciones de su perpetuación.105

Sombart, W.; op. cit., pág. 23. Más adelante, señala: “Pero si se imagina la importancia predominante que tienen las colonias para el desarrollo del capitalismo moderno –como modelos, como formadoras del modo de pensar, como creadoras de fortunas, como formadoras de mercados–, basta esta obra sola de la guerra, la conquista de los imperios coloniales, para considerarla también como creadora del régimen capitalista. Doble faz de la guerra: aquí destruye y allí edifica” (pág. 27). 103 Sombart, W.; op. cit.; págs. 116 y 123 104 Joas, H.; Guerra y modernidad, pág. 87. 105 Las obras de referencia son: Veblen, Thorstein; Teoría de la clase ociosa; Teoría 102

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En México, el sociólogo español José Medina Echavarría impulsó la temática de la guerra. El Centro de Estudios Sociales de El Colegio de México, que fundó con Daniel Cosío Villegas, dio comienzo a sus actividades con un “Seminario sobre la guerra” en abril de 1943. Para Medina “el tema de la guerra no fue una elección baldía para la celebración del primer seminario del CES, ya que para Medina la guerra era una particularidad descriptora de su vida y de su tiempo”.106 Sus reflexiones se centraron en el análisis de la significación histórica y cultural de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias sobre el futuro de la civilización occidental. “Medina veía en la contienda mundial la prolongación de una cultura en decadencia que la Guerra Civil española ya había puesto sobre el tapete de la historia”.107 Michel Mann dedica un lugar trascendente al análisis de la guerra y la cuestión militar en su libro El imperio incoherente. Estados Unidos y el nuevo orden internacional, considerando aspectos como la política militar estadounidense, la guerra contra el “terrorismo islámico”, el conflicto en Afganistán, la invasión de Irak, la guerra contra los “Estados canallas” y Corea del Norte. En otras obras, subraya al factor militar como una de las cuatro fuentes del poder social.108 Por otra parte, según Joas, en sus obras se desprende una tesis: sostiene que existe una “sociología militarista” representada de diferentes formas por Ludwig Gumplowicz, Gustav Ratzenhofer, Franz Oppenheimer, Alexander Rüstow, Carl Schmitt, Gaetano Mosca, Wilfredo Pareto, Otto Hinze e, incluso, Marx Weber. Joas refuta tal planteo con holgura.109 de la empresa de negocios; “Dos Memorandos sobre la naturaleza de la Paz”; en Veblen, Thorstein; Escritos sobre el patriotismo, la guerra y la paz. 106 Morales Martín, Juan Jesús; “José Medina Echavarría. Un clásico de la sociología mexicana”. 107 Morales Martín, J. J.; op. cit. El trabajo específico sobre la guerra es Medina Echavarría, José; “De tipología bélica y otros asuntos”. 108 Mann, Michael; Una historia del poder desde los comienzos hasta 1760 d. C.. También, Mann, M. El desarrollo de las clases y los Estados nacionales, 1760-1914. El papel asignado por Mann al poder militar ha generado varias polémicas; pues según algunas opiniones lo localiza escindido del conjunto del poder social. 109 Joas, H.; Guerra y modernidad, pág. 188.

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Por su parte, Charles Tilly le asigna centralidad a la guerra al considerar que forjó los Estados y viceversa.110 También se ocupa con una obra específica de la guerra civil y la violencia.111 Finalmente, es menester señalar en los últimos años las iniciativas de Julien Freund,112 Josetxo Beriain, Wolfang Knöbl y, especialmente, Hans Joas en las obras que ya hemos citado.113

La guerra, un fenómeno social Hemos presentado los principales vínculos entre la sociología y la guerra. Vimos que fundamentalmente puede sintetizarse en quienes se posicionan a favor o en contra de ella (belicistas y pacifistas), pero pocos son quienes la abordan como un problema digno de estudio en sí mismo. El sociólogo que mayor importancia le otorgó fue, sin duda, Gastón Bouthoul, aunque sus aportes han tenido una relativamente escasa repercusión dentro de la disciplina. ¿Por qué insistir, entonces, en tomarla como objeto de estudio? Porque la guerra no sólo anticipa los desarrollos tecnológicos que luego revierten en la sociedad en su conjunto, sino también aparecen en ella, de manera sintética, tendencias que luego también se expanden por el conjunto de las sociedades. Así como “la tecnología pone al descubierto el comportamiento activo del hombre con respecto a la naturaleza, el proceso de producción inmediato de su existencia”,114 el derecho da cuenta de su entramado 110 Tilly, Charles; Coerción, capital y los Estados europeos 990-1990, págs. 109, 149/50. 111 Tilly, Charles; From Mobilization to Revolution. Véase, también, Tilly, Charles; Violencia Colectiva. 112 Freund, Julien; Sociología del conflicto. 113 Somos conscientes que el recorrido que hemos realizado no es exhaustivo y que, además, podríamos engrosar el listado de sociólogos que se relacionaron con la temática de la guerra desde su contrapartida, la paz, como Norbert Elias, Humana conditio y Johan Galtung “Violencia, guerra y su impacto. Sobre los efectos visibles e invisibles de la violencia”, entre otros. 114 Marx, Karl; El capital, pág. 452.

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de vinculaciones, deslindando lo legítimo de lo ilegítimo, y nos muestra sus estructuras morales que son las que viabilizan el orden social; y la guerra es la principal fuente del derecho. No se trata, por lo tanto, ni de una historia militar, ni de una sociología de las batallas, sino de la guerra como hecho que involucra a toda una sociedad, comprometiendo su continuidad como tal. Generalmente se observan los daños materiales que produce la violencia, pero pocas veces se señala su incidencia en los entramados de relaciones sociales; cuáles desaparecen, cuáles se fortalecen y se expanden, y cuáles, finalmente, sufren modificaciones más o menos importantes. Y ese es el núcleo que queremos observar; los bienes materiales se sustituyen, pero los entramados de relaciones sociales no se reestablecen en la forma anterior. Este libro apunta a poner en evidencia justamente esto último. Por eso, para trazar hipótesis sobre el futuro cercano de las sociedades, es necesario estudiar la guerra.

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CAPÍTULO II La guerra premoderna

Todo punto de partida supone siempre algún grado de arbitrariedad. Incluso las construcciones omniabarcadoras, como la relativamente nueva “gran historia”, busca puntos de partida no exentos de arbitrariedad, tal como lo es, por ejemplo, partir del mito científico del “Big Bang”. Pero también existen razones que forjan la elección de un determinado punto, que llevan a que la atención se fije allí en torno a ciertas peculiaridades que enfatizan rasgos a los que se atribuye una mayor importancia que a otros. En nuestro caso, con el recorte particular que supone abordar un fenómeno omnipresente en la historia humana, como lo es la guerra, nos restringe a un conjunto de factores que debemos ponderar para efectuar dicho corte. Nosotros, como casi todos los científicos sociales, estamos preocupados por el presente, por entenderlo y tener así las mejores perspectivas de intervención en él. Por eso es que debemos mirar necesariamente en el pasado, so pena de quedar atrapados en descripciones relativamente inocuas en el caso de no hacerlo,1 dado que lo que llamamos “presente” no es más que un momento en un proceso, alimentado del pasado, que en el futuro inmediato también se volverá pasado. El problema siempre surge en la delimitación, en el punto de partida. Sin inmiscuirnos en el debate acerca de si vivimos en la postmodernidad, en la modernidad tardía, en la líquida, o en cómo se quiera llamar a este período, no hay dudas de que está ligado de manera 1 Cf. Elias, Norbert; “El retraimiento de los sociólogos en el presente”, en Elias, N.; Conocimiento y poder.

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directa e inexcusable a la Modernidad, ese proceso sociohistórico surgido en Europa occidental en la segunda mitad del segundo milenio de nuestra era. Por ello, para precisar las características específicas de la guerra moderna, a la que podemos considerar “clásica” en nuestro tiempo, y contrastarla con las formas que asume actualmente, es necesario –a fin de evitar naturalizaciones y anacronismos– ponerla en perspectiva con sus formas precedentes, pre-modernas. Y aquí es donde nos enfrentamos al problema inicial: lo “pre-moderno” podría considerarse, en principio, a todo lo que precede a la Modernidad, es decir, cualquier punto temporal entre la aparición de la humanidad y la misma. Sin embargo, la unidad sociopolítica que conocemos como Europa, la cuna de la modernidad, –y no su masa geofísica– adquiere su fisonomía en determinado momento; no siempre ha sido igual. Con acierto, desde nuestra perspectiva, Maurice Keen advierte que “el mapa político de Europa, el corazón de la civilización occidental, tiene escasa relación con el mundo clásico helenístico y romano. Sus rasgos principales no se formaron en la época clásica, sino durante los tiempos medievales, en gran parte en el curso de la actividad bélica”.2 Aunque existen, inevitablemente, lazos directos entre el mundo antiguo y el medieval que se localiza en el espacio geográfico al oeste de los Montes Urales, las configuraciones de ambos momentos son indisimuladamente distintas. La caída del Imperio Romano abrió la compuerta para que se reorganizara políticamente ese espacio geográfico, en un juego que contó con nuevos protagonistas, antes indiferenciadamente llamados “bárbaros”, y que a partir de dicho momento es necesario identificar y atender en su especificidad. Esta es, sin dudas, una razón poderosa para delimitar nuestro punto de partida. Pero hay otro de igual o mayor importancia para nuestro objeto de indagación: considerando la evolución de la guerra desde épocas prehistóricas, no hubo grandes innovaciones en sus formas hasta la Edad Media. Por supuesto que esto no equivale a afirmar que siempre fue igual, lo que es evidentemente inexacto, sino que las 2

Keen, Maurice; Historia de la guerra en la Edad Media, pág. 15.

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variaciones ocurridas precedentes a este período son de menor impacto y envergadura que las ocurridas en él y a partir de él. Indudablemente la domesticación del caballo, hace unos 6.000 años en la estepa siberiana, dio un gran impulso al combate, cambiando profundamente sus formas. La rueda y el manejo de los metales marcaron avances importantes. El arco y la flecha fueron una combinación que hizo época. También la adopción del carro ligero, introducido por los hititas más tarde. Pero estamos recorriendo milenios para señalar cambios sobre cuyos pormenores solo podemos especular, amén de que retroceder mucho en el tiempo genera problemas de todo tipo, en particular cuando el objeto es un fenómeno social y, por lo tanto, evanescente.3 El conocimiento de la guerra en la prehistoria es sumamente imperfecto, basado en escasas evidencias directas y bastante especulación, o bien en la observación de conductas de comunidades humanas que se supone que no han variado demasiado con el transcurso de los milenios. La carencia de documentación hace que la elucubración reemplace los datos fehacientes, algo que en el estudio de la guerra es harto frecuente, pero por motivos diferentes –sesgo, falsedad, fragmentación, distorsión de la información–. Dado que las culturas de cazadores-recolectores han dejado pocos vestigios, se supone que los conflictos bélicos se dirimían tribu a tribu, o pueblo a pueblo, organizados bajo los procedimientos propios de la caza. Para Andre Beaufre en ese tipo de confrontación se procuraba matar al enemigo con el menor riesgo, por medio de una especie de “asesinato”; tratándose de eludir el combate propiamente dicho. Podría haberse usado la embos-

Durante más de tres milenios las variaciones fueron tan escasas que pueden reseñarse brevemente en: la desaparición de los honderos, que arrojaban piedras con hondas como apoyo a la infantería; la introducción del caballo, primero para los carros, y cuando se desarrollaron ejemplares más fuertes, para monta; el pasaje de armas de piedra, sílex, obsidiana y madera, al cobre, bronce y finalmente al hierro. Las tácticas y técnicas, incluso, variaron menos; ya desde la Antigüedad se realizaban asedios, asaltos, combates abiertos, escaramuzas de guerrillas, fosos, murallas y ataques navales. Cf. Dougherty, Martin; El guerrero antiguo, págs. 49/59. 3

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cada o la acción sorpresiva, y el acto de la defensa estaría relacionado con cubrir el repliegue de rebaños o las familias. La situación era de inseguridad permanente, circunstancia que empujó al uso de precarias fortificaciones que a la postre complejizaron el tipo de batalla.4 También Roger Caillois presenta un panorama similar, lo que lo lleva a sostener que en la guerra primitiva no hay diferencia entre la guerra y el tiempo de paz e involucra necesariamente a toda la población.5 En contraposición a estos especialistas, el sociólogo Anthony Giddens opina que no es correcto hablar de guerra entre estos pueblos, sociedades de cazadores-recolectores e incluso pequeñas culturas agrarias, ya que las batallas raramente tenían lugar. Además, especula, no existían hombres liberados del trabajo para sobrevivir, como para poder dedicarse enteramente a alguna actividad militar.6 Como vemos, hay importantes desacuerdos para caracterizar la guerra en los inicios de la humanidad y el análisis de las posturas disímiles nos sacaría del camino que hemos trazado para este libro. Por eso eludimos adentrarnos en ella pero esto, claro está, no significa restarle importancia al estudio de la guerra en la prehistoria o en la Antigüedad, ni que no haya tenido importancia significativa en la historia social y política,7 sino relativizarla como punto de partida para

4 Beaufre, Andre; La guerra revolucionaria. Las nuevas formas de la guerra. Primera Parte, Capítulo II. 5 Vidaurreta Campillo, María; “Guerra y condición femenina en la sociedad industrial”, pág. 71. 6 Giddens, Anthony; Sociología, pág. 388. En su especulación, Giddens no repara en la evidencia de pinturas rupestres, datadas en 5.000 años de antigüedad, que muestran hombres batallando con escudos, lo que evidencia un grado de profesionalización ya que, a diferencia de las armas, que también son instrumentos de caza, los escudos sólo sirven para la lucha entre humanos. 7 Un ejemplo de esa importancia en que “los griegos de la Edad Oscura (1.200800 a.C.) peleaban a pie […]. Al término del siglo VIII a.C., la fabricación de armas había avanzado considerablemente, y en Grecia, las polis cada vez tenían más capacidad para equipar a grandes infanterías […]. Esto supuso una crucial transformación social y militar, ya que las guerras ya no eran solo un privilegio de la nobleza. Cualquiera que pudiera permitirse adquirir armas modernas (hopla) podía unirse a

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comprender los fenómenos actuales o, con más modestia, para el objetivo que nos proponemos aquí.8 Todo ello nos lleva a centrar nuestra indagación a partir de la Edad Media. Se sostuvo y argumenta con asiduidad que durante este período se produjo un retroceso en el arte de la guerra tanto en la cuestión organizativa como doctrinaria: “[...] el arte de la guerra [...] se mantiene sin envergadura, fuera de todas las concepciones estratégicas o tácticas originales. Incluso parece, a veces, un poco infantil”.9 Engels calificó a la Edad Media desde el punto de vista militar, como un “período estéril” y, años después, Liddell Hart se pronunció en la misma dirección: “el espíritu de la caballería feudal se mostró rebelde al arte militar”.10 Sin embargo, nuestro punta de partida es la Baja Edad Media (esto es, a partir del siglo XI aproximadamente), y tomamos este momento puesto que es cuando ya tenemos una configuración de Europa relatiestas prestigiosas tropas […]. Y con el ejército hoplita nació una nueva igualdad”. La nueva situación creada tuvo profundas implicancias, ya que “la libertad de expresión, que originalmente era un privilegio de los héroes nobles, se extendió a todos los miembros de la falange. […] Hacia el año 650 a.C., todos los ciudadanos varones eran hoplitas, y el demos, o pueblo, era soberano”. Watson, Peter; La gran divergencia, págs. 404/5. 8 Si la guerra en general es un tema alejado de la sociología, la brecha se ensancha cuando retrocedemos en el tiempo. El estudio de la llamada “guerra primitiva”, en cambio, es una temática habitual en el campo de la antropología. El reputado historiador sobre asuntos militares John Keegan dedica un apartado específico del capítulo II de su obra Historia de la guerra a la relación de la antropología con la actividad bélica con una interesante reseña acerca de la misma (págs. 122/36). Desde la sociología, el interés de buscar en las primeras organizaciones sociales la presencia o no de la actividad guerrera, y sus eventuales características, fue siempre utilizado por aquellos que buscan explicar la recurrencia de la guerra en el desarrollo histórico; especialmente se retrocede a los pueblos cazadores para tratar de determinar el posible carácter “natural” del acto guerrero. (Dyer, Gwynne; Guerra. Desde nuestro pasado pre-histórico hasta el presente). No obstante, tal como advierte Pierre Clastres, “equivocarse respecto de la guerra es equivocarse respecto de la sociedad” (Arqueología de la violencia: la guerra en las sociedades primitivas, pág. 41). 9 Boudet, Jacques (dir.); Historia universal de los ejércitos. Tomo I, pág. 209. 10 Liddell Hart, Basil; Teoría y práctica de la guerra, pág. 114.

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vamente constituida en sus trazos fundamentales, en lo que concierne a la distribución espacial de los pueblos: el Imperio Franco ya se había dividido a mediados del siglo IX en tres partes: la futura Francia, la futura Germania, y un reino que estaba entre ambos y se extendía al sur hasta Italia. Dado que Europa ha sido en los últimos siglos la región que más ha sufrido o promovido guerras, parece prudente tomarla como eje de la observación. En los albores de esta época el espacio que hoy conforma Europa occidental había soportado ataques externos, particularmente de los jinetes magiares, provenientes de la estepa rusa, y de vikingos, oriundos del norte, entre los siglos VIII y X,11 y poco después de los turcos otomanos en la zona de los Balcanes (ya los musulmanes se habían instalado en el sur en el siglo VIII). Pero, fuera de esto, eran comunes los conflictos de menor envergadura, que se desarrollaban internamente, entre pequeños señores, familias, reinos o principados. A fines del siglo XI se lanzó la Primera Cruzada, una gran campaña expansiva, aunque con menudos resultados ya que no pudieron sostener las conquistas, lo que llevó a sucesivas Cruzadas en los siglos siguientes. Las Cruzadas estaban convocadas a cumplir con dos funciones: extender territorialmente el feudalismo europeo, lo que es inherente a este modo de producción, por una parte, y pacificar a Europa, por otra, poniendo un enemigo externo y trasladando a gran parte de los guerreros allí. Pero el punto que nos interesa observar es la forma en que 11 Los vikingos noruegos llegaron a “Inglaterra en los años 786-796: [a] Irlanda hacia el 795; [a] Galia, en el 799”. Duby, Georges; Guerreros y campesinos. Desarrollo inicial de la economía europea (500-1200), pág. 142. Por su parte, los vikingos daneses realizaban “rápidas campañas de saqueo; después del 834, las expediciones fueron más importantes y algunas bandas establecieron bases permanentes en las desembocaduras de los ríos […] y llegaron a atacar las ciudades: Londres, que saquearon en el 841; Nantes, Ruán, París, Toulouse. En Galia la presión mayor se ejerció entre los años 856 y 862. Después del 878, más de la mitad del espacio anglosajón estaba en manos de los vikingos”. Ibídem. Esto se debió, en gran medida, a que “el Imperio Carolingio, desprovisto de flota, no había podido defenderse contra la irrupción de los bárbaros”. Pirenne, Henri; Historia económica y social de la Edad Media, pág. 25.

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influyó la guerra en la conformación de este nuevo entramado que surgió por entonces. Un dato relevante es que es por esa época la totalidad del territorio centroeuropeo había sido tomado en jurisdicción por alguna estructura política; ya no quedaban espacios libres, aunque la población era escasa y, en su mayoría, agraria. La economía de base rural tenía límites muy estrechos en cuanto a sus posibilidades; una forma de mensurar su potencial es observar que por entonces se estaban conformando incipientes aglomeraciones poblacionales, villorrios o burgos, que no eran aún centros comerciales ni de desarrollo del artesanado. Según N. Elias “se trataba de burgos fortificados y, al mismo tiempo, de centros de administración agrícola de los grandes señores”,12 aunque tal denominación no es totalmente precisa,13 ni es la única denominación que encontramos para designarla. Según Pinto Cebrian es éste el factor distintivo del inicio bajomedieval, y se caracterizaba por su impronta y función militar.14 De modo que, desde el inicio, estas sociedades se conforman, en cierta medida, por y para la guerra; aun cuando la mayor parte de su población fuera ajena a la misma, este fenómeno la envolvía de muy diferentes maneras.15

Elías, Norbert; El proceso de la civilización, pág. 292. “[…] tales unidades tienen en su centro un caserío, un poblado, una aldea –a menudo se dice burgo–, pero esta palabra (lo mismo que la palabra aldea) no tiene el mismo sentido a través de toda Francia”. Braudel, Fernand; La identidad de Francia. Barcelona, Gedisa, 1993, tomo I, pág. 127. 14 “El elemento característico durante los inicios de la Edad Media es el «burgo» que algunos denominaran «castrum», «urbs», «municipium», «castellum», etc. y que en esencia era un recinto fortificado al principio con empalizadas, generalmente, de forma redondeada y con un foso y con una torre, más o menos poderosa, en su parte central como último reducto de la defensa del «burgo». Su población constituía también su guarnición y era normalmente militar. El «burgo» se parecía más a un cuartel que a cualquier esbozo urbano, y los civiles (mercaderes y comerciantes) quedaban fuera hasta el momento de peligro”. Pinto Cebrian, Fernando; Los conflictos bélicos y el fenómeno urbano (el factor militar). Madrid, Servicio de Publicaciones del EME, 1988, págs. 36/7. 15 Parte de la circulación económica era explícita o implícitamente realizada 12 13

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El carácter militar estaba dado por los incesantes enfrentamientos, que eran alimentados por el afán de apropiarse de las riquezas que producían las regiones vecinas. Pero habida cuenta del carácter sumamente endeble de sus economías, ningún señor ni príncipe podía sostener una beligerancia por tiempo prolongado, limitación que propiciaba la generalización recurrente de alianzas, tanto ofensivas como defensivas, circunstancia que fue generando la base de espacios más estables en el tiempo.16 En las formaciones germánicas, la guerra era una actividad colectiva de los hombres, no de un grupo especializado, y participar de ella (y de sus beneficios) era la manifestación de la libertad de un hombre. Había un momento para la siembra y la cosecha, y un momento para la guerra. Pero esto cambió en la medida en que los grupos humanos se fueron asentando, perdiendo su carácter itinerante, lo que dio como resultado redes políticas más amplias.17 mediante guerras; explícitamente cuando se toman botines y se distribuyen en el interior de la sociedad vencedora; implícitamente cuando se ritualiza el botín y se convierte en tributo de los grupos más débiles a los más fuertes militarmente, o los regalos, formalmente voluntarios, aunque motivados en la búsqueda de agradar a un oponente militar y garantizar la paz con éste. (Cf. Mauss, Marcel; Ensayo sobre el don. Madrid, Katz, 2009.) 16 “A través de esas rentas, la guerra acaba vinculándose a todas las actividades del hombre. Pero su rápida evolución y su modernización hacen que la guerra acabe rompiendo las estructuras y resortes tradicionales más sólidos, lo que, eventualmente, la condena a ponerse punto final a sí misma. La paz es el resultado de esta inadecuación crónica, de los repetidos retrasos en el pago de las soldadas, del armamento insuficiente; en suma, de todas esas desgracias que tanto temen sufrir los Gobiernos, pero que tienen que aceptar como hechos tan inevitables como el mal tiempo o el temporal”. Braudel, Fernand; El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, tomo II, pág. 254. 17 A esto debemos agregar, además, que “las técnicas militares se perfeccionaron y la dirección de la guerra necesitó, para ser eficaz, un equipo menos rudimentario. Desde entonces, combatir se convirtió en una pesada carga cuya repercusión, en el momento del año en que la tierra cultivada exige cuidados constantes, fue difícilmente soportable para la mayoría de los campesinos. Para sobrevivir, éstos debieron renunciar al criterio esencial de la libertad, la función guerrera. Fueron, como ya lo eran los trabajadores rurales en el Estado romano, desarmados, inermes […] No por ello se dejó de considerar que debían cooperar en la acción militar, pero su contri-

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Estos primeros conglomerados humanos evolucionarían en dos sentidos: como ciudadelas fortificadas, en especial a partir del siglo XI, o bien como castillos (desde los siglos XII y XIII). Estas nuevas formas de defensa son las que finalmente pusieron fin a las invasiones de la Europa central lanzadas desde el norte por los vikingos, desde el este por los húngaros, y desde el sur por los sarracenos.18 Tanto ciudadelas como castillos sufrieron alteraciones con el correr del tiempo. Así, “las aglomeraciones eslavas […] adoptaron la forma de recinto circular rodeada de setos vivos cuya única entrada podía cerrarse […]. En otras ocasiones estos cercados se hacían utilizando terraplenes”.19 En cuanto a los castillos, se distinguen distintas etapas.20 La evolución en general es del uso de la tierra y la madera como materiales de construcción, a la utilización de piedras, es decir, de robustecimiento de las fortificaciones, lo cual las tornaba económicamente más costosas y, en consecuencia, menos asequibles para las personas de menor fortuna. No sólo implicaba una diferenciación social, sino que también repercutía en la forma de hacer la guerra. Veremos esto con más detalle. La guerra por entonces reconocía dos formas principales: los asedios y las campañas. Las batallas abiertas eran infrecuentes, sumamente riesgosas –dado que el bando derrotado difícilmente pudiera recomponerse– y, a la vez, escasamente definitorias. El núcleo de la bución adoptó la forma degradante de un «servicio»”. Duby, Georges; Guerreros y campesinos. Desarrollo inicial de la economía europea (500-1200), pág. 56. 18 Duby, Georges; Guerreros y campesinos. Desarrollo inicial de la economía europea (500-1200), págs. 151/2. Nótese que la ciudadela fortificada era una solución conocida en la Antigüedad. 19 Weber, Max; La ciudad, pág. 16. 20 Las “cinco etapas de la evolución del diseño de castillos durante el período medieval: en primer lugar, la sustitución de los castillos de tierra y madera por los construidos en piedra; en segundo lugar, la construcción de fortalezas alrededor de la torre del homenaje; en tercer lugar, el paso de las torres de base cuadrada y murallas simples hacia las torres de base redonda; en cuarto lugar, la adopción de planos concéntricos y simétricos, y, finalmente, los primeros intentos de levantar fortalezas capaces de integrar el uso de las armas de fuego y contrarrestar sus efectos sobre los muros”. Jones, R.; “Fortalezas y asedios en Europa occidental c. 800-1450”, en Keen, Maurice (ed.); Historia de la guerra en la Edad Media, pág. 218.

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guerra apuntaba a lo económico: arrasar las cosechas, quemar las casas, matar el ganado. Esto era lo principal en las campañas, que solían centrarse en la población no combatiente, a la que sometían a todo tipo de pillajes, vejaciones y matanzas. Si no se anulaba la potencia económica de un señorío, la disputa carecía de resolución. La otra forma principal, los asedios (de castillos, y luego de ciudades) era someter al hambre y las enfermedades a toda la población que había logrado guarecerse en la fortaleza, a fin de lograr su rendición. Se producían ataques, pero lo que solía decidir la suerte de un asedio era qué bando se debilitaba más rápido que el otro. En lo técnico-táctico se desarrolló la poliorcética, es decir, el arte de atacar y defender las fortificaciones. Para ello se avanzó en nuevas tecnologías y técnicas específicas, que evolucionaban en la dialéctica ataque-defensa. La artillería estaba constituida de maganeles y catapultas, máquinas para lanzar proyectiles –por lo general piedras, aunque también lanzaban en ocasiones cadáveres de animales, en una suerte de guerra bacteriológica primitiva, o cabezas de soldados, para infundir terror–.También se utilizaban atalayas y bastidas, torres de madera (las segundas, montadas sobre ruedas) desde las que se atacaba a los defensores de las murallas desde la misma altura y, eventualmente, se asaltaba desde allí la fortaleza.21 Asimismo, se utilizaba la zapa, una técnica que consistía tanto en rellenar los fosos que solían rodear los castillos en algún punto para facilitar el asalto, como también en construir túneles hasta debajo de las murallas. Una vez llegados allí, prendían fuego para que se quemaran las vigas que sostenían los túneles, y que de esta manera cediera el suelo, desmoronando el muro que se alzaba sobre éstos. Los defensores, muchas veces, ponían vasijas con agua en lo alto de las murallas

21 El asedio y toma de ciudades siempre nutrieron la historia de la guerra –desde el asedio de Troya hasta los sitios de Leningrado y Stalingrado–. El ataque o la defensa de los lugares sitiados fue invariablemente un importante estímulo para el desarrollo de nuevas técnicas, instrumentos y máquinas. Para el período que consideramos aquí, cf. Jestice, Phyllis G.; Bennett, Matthew; Bradbury, Jim; DeVries, Kelly y Dickie, Iain; Técnicas Bélicas del Mundo Medieval. 500 d.C.- 1500 d.C.

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para observar si se producían vibraciones que evidenciaran que se estaba excavando un túnel, en tal caso ellos mismos cavaban para tratar de sorprender a los atacantes antes de que culminaran su tarea. Hacia fines de la Alta Edad Media (circa siglos X, XI), apareció una nueva figura: la del caballero. Esta figura ocuparía un lugar central hasta fines de la Edad Media. La destreza de montar a caballo, que otorgaba una gran ventaja por la movilidad, velocidad y potencia sobre la infantería, comenzó en las estepas que se encuentran al norte del Mar Negro, unos 4.000 a.n.e.,22 lo que explica que los magiares fueran magníficos jinetes que asolaron el oeste europeo, hasta que los propios centroeuropeos adquirieron esa pericia.23 Esto fue posible, aparentemente, a partir de la incorporación del estribo, en el siglo VIII.24 La caballería, no obstante, no se masificó. Por el contrario, su existencia fortaleció el elitismo a partir de la conformación de los caballeros, cuyo carácter social era noble, o asimilado a la nobleza.25 Esto en

Diamond, Jared; Armas, gérmenes y acero, pág. 66. Incluso los vikingos ya dominaban la equitación y los utilizaban en sus incursiones. Cf. Clarke, H.; “Los vikingos”, en Keen, Maurice (comp.); Historia de la guerra en la Edad Media, pág. 73. 24 “El origen de este guerrero a caballo, aristócrata y fuertemente armado, ha suscitado siempre un gran debate. Se ha argumentado […] que fue la aparición del estribo en Europa occidental en el siglo VIII lo que dio lugar a la aparición de una caballería capaz del «combate a caballo», con la lanza sujeta firmemente «en ristre» bajo el brazo derecho; añadiendo más aún que, dado que los caballos de guerra necesitaban ser entrenados y las corazas, las armas y el entrenamiento militar requerían de un lugar concreto para su realización y mantenimiento fue, en realidad, el estribo la causa de la creación y establecimiento de una aristocracia feudal y ecuestre. Una investigación reciente […] ha sugerido que la plataforma estable necesaria para que un jinete pudiese intervenir en un combate contra otros caballeros dependía de un estribo, una silla de montar con respaldo rígido, y una cincha doble para sujetar convenientemente la silla al caballo”. Ayton, Andrew; “Armas, armadura y caballos”, en Keen, Maurice; op. cit., pág. 242. 25 La caballería permitía cierta movilidad social. En ocasiones, ante la inminencia de una guerra, un rey armaba caballeros a gente pobre, que con el tiempo podía adquirir riquezas, aunque mantener el ritmo de vida de los nobles era siempre una complicación. Keen, Maurice; La caballería, págs. 212/15. 22 23

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parte fue favorecido por la iglesia católica, cuando el Papa Inocencio II convocó a las Cruzadas, para recuperar Jerusalén, a fines del siglo XI. Además de los torneos y las justas, una mixtura de deporte con entrenamiento para la guerra, la caballería tenía importancia en las no muy habituales batallas.26 “La misión para la que había sido concebida la caballería pesada consistía en lanzarse a la carga con un ímpetu terrible a fin de romper las líneas de la infantería y la caballería enemigas”,27 y fue el arma preeminente hasta mediados del siglo XIV. En la batalla de Courtai, en 1302, por primera vez la caballería pesada fue derrotada por la infantería; los flamencos opusieron a la caballería francesa una línea de infantería con picas, los caballos que cargaban se ensartaron en ellas, y ante el estupor causado, los infantes avanzaron sobre los jinetes, matando a más de mil caballeros.28 A partir de allí, lentamente, la infantería comenzó a recobrar protagonismo, lo que se expresa en la variación proporcional de la composición de las fuerzas: a mediados del siglo XIII había un caballero por cada uno o dos infantes; cien años después, el ejército de Carlos el Atrevido de Borgoña, estaba compuesto por una proporción “de nueve soldados de a pie (tres arqueros, tres piqueros y tres con las culebrinas) por uno a caballo”.29 Por entonces ya solían contratarse mercenarios. Un tiempo después, hacia el siglo XIV, comenzaron a existir las “compañías libres”,30 ejércitos privados que eran contratados por los señores para librar las guerras, lo cual era casi ineludible.31 Estas compañías libres, tan criti26 Al igual que la guerra, los torneos tenían un fuerte contenido económico, ya que los caballeros derrotados debían pagar fuertes rescates para ser liberados. Para algunos caballeros diestros, esta fue una forma de obtener fortuna; para la mayoría de ellos, era una forma rápida de arruinarse económicamente. 27 McGlynn, Sean; A sangre y fuego, pág. 158. 28 Rogers, Clifford; “La época de la guerra de los Cien Años”, en Keen, Maurice; Historia de la guerra en la Edad Media, págs. 184/5. 29 Keen, Maurice; La caballería, pág. 329. 30 Aparentemente el primer contratista fue Roger de Flor, que llegó a ser jefe de la Compañía Catalana. 31 “Había príncipes soberanos por todas partes; y esto realmente es una de las características del período. Un grupo de combatientes no podía dejar de emplear

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cadas por Maquiavelo, tuvieron su punto culminante en la guerra de los Treinta Años, luego de la cual prácticamente desaparecieron. El origen de estas compañías fue más o menos similar en todos los casos: surgieron de soldados desmovilizados. Roger de Flor servía como marino a la orden de los Caballeros Templarios, hasta que fue despedido, en 1291, tras lo cual se fue a Génova, donde se dedicó a la piratería hasta que comenzó a servir a Federico de Sicilia, rey de Aragón, que estaba en guerra con Carlos de Nápoles. Cuando esta guerra finalizó, en 1302, Roger otra vez estaba desmovilizado, junto a un grupo de combatientes catalanes. Así surgió la Gran Compañía Catalana.32 Otro gran comandante de compañías libres fue John Hawkwood, quien vivió durante el siglo XIV, de quien existe una placa conmemorativa en la catedral de Florencia.33 Estas compañías –aunque no sólo ellas– causaban estragos entre la población civil. La guerra era mucho más peligrosa para los no combatientes que para los combatientes. Para estos últimos, la mayor mortandad era producida por enfermedades (sobre todo en los asedios), o heridas, y no tanto en las batallas, que cuando ocurrían solían ser muy cruentas, pero eran relativamente escasas. En cambio, “las consecuencias del paso de los soldados […], o de las compañías libres, […] eran las mismas que si hubiera pasado una nube de langostas. Arrasaban los campos y ninguna fuerza humana era capaz de detenerlos”.34 Matanzas, violaciones y pillaje estaban a la orden del día.

mercenarios, a menos que pudieran confiar en que el adversario tampoco lo haría, lo que evidentemente no ocurría.” Keen, Maurice; La caballería, pág. 314. 32 Trease, Geoffrey; Los condotieros, pág. 22. 33 En general, los capitanes de estas compañías, luego devenidos contratistas ellos mismos, provenían de la baja nobleza. Esto se explica por dos motivos: por una parte era una forma de ascenso económico, pero por otra, con el crecimiento de la importancia de la infantería, los oficiales de la misma eran, generalmente, hombres de la baja nobleza, siendo, por lo tanto, quienes tenían la destreza de conducir tropas de infantería. 34 Keen, Maurice; La caballería, pág. 313.

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Esto preocupaba a la principal institución terrateniente de entonces, la Iglesia, la que tenía una actitud dual frente a la guerra. Por un lado, la condenaba, como veremos, y por otro la alentaba.

La ambigüedad de la Iglesia Desde la Antigüedad hubo intentos de limitar la guerra y su impronta siempre fue teológica.35 En la Edad Media centroeuropea estas limitaciones se basaban en la concepción de integridad de una “respublica christiana”, una totalidad compuesta por un conjunto de partes, cuya unidad estaba dada por la ley divina. En razón de ello, la guerra no se la veía ligada a los intereses, sino a la justicia, a la reparación, siendo ésta la base de la “guerra justa”, aplicable entre los cristianos.36 Dado que esto era válido sólo entre católicos, una consecuencia lógica es que se tratara de regular la violencia entre los mismos. Así fue como en el siglo X apareció un movimiento, que cristalizó en la llamada “Paz de Dios” (Pax Ecclesie), establecida por los Concilios de Clermont (1095) y Letrán (1123), que prohibía a los cristianos realizar “actos de violencia o de guerra contra el clero, los peregrinos y los bienes eclesiásticos. Las medidas de amparo se hicieron extensivas a las mujeres, los niños, los campesinos, los comerciantes y el ganado”.37 Asimismo cubría los templos y molinos. La iniciativa fue el correlato de la reacción espantada de varios obispos ante “hombres que se devoran como peces en el mar”.38 Este movimiento fue sucedido casi un siglo después por la “Tregua de Dios” (Treuga Dei), por la cual “la Iglesia prohibía que se luchara desde el sábado al mediodía hasta el lunes a la mañana, durante la Cuaresma y el Advenimiento, en las fiestas de

Gutiérrez Posse, Hortensia; Elementos de Derecho Internacional Humanitario, pág. 24. 36 Van Creveld, Martin; La transformación de la guerra, págs. 176/82. 37 McGlynn, Sean; A sangre y fuego, pág. 124. 38 Semberoiz, Edgardo; Derecho Internacional de la Guerra, pág. 70. 35

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guardar y los días de algunos santos”.39 Asimismo, se condenaba el uso de algunas armas, como la ballesta, y prohibía hacerlo cerca de los santuarios o contra las clases “vulnerables”: los pobres y el clero; a quien incumpliera estas regulaciones se lo penaba con la excomunión. De esta manera se trataba de limitar la guerra. Tomás de Aquino elabora el concepto de “guerra justa” (por lo tanto lícita), cuya legitimidad descansa en el cumplimiento de tres condiciones: 1) que la misma sea realizada por una autoridad válida (la propia Iglesia o los príncipes, no los señores); 2) que la causa sea justa, es decir, defenderse ante un ataque, o bien atacar debido a una injuria o perjuicio causado por el otro; y 3) que la misma se realice buscando el bien, o por evitar el mal, y no en pos de un botín o de gloria personal. Por supuesto, el cumplimiento de tales requisitos era sumamente subjetivo. Incluso se llegó a regular que el combatiente justo podía utilizar ciertas armas que el injusto no estaba autorizado a emplear. Sin embargo, todas estas regulaciones eran aplicables únicamente entre cristianos. En paralelo a estas disposiciones, la Iglesia convocaba a los caballeros y príncipes a las Cruzadas, y en ellas no se aplicaba ninguno de estos preceptos, como tampoco en la expansión de los dominios cristianos dentro de Europa, a expensas de los pueblos paganos. Las atrocidades cometidas por los “hombres de hierro” –como le decían los musulmanes a los caballeros cubiertos por costosas armaduras– explican la ferocidad con que se desarrollaban estos combates, que asolaban a los derrotados.40 El movimiento por la Paz de Dios tuvo como complemento, pocos años después, la “guerra de Dios” de Gregorio VII para resolver controversias con el clero cismático y para socorrer a los cristianos de los

Bellamy, Alex; Guerras justas, pág. 66. “Desde los tiempos de la toma de Jerusalén en 1099, tras la Primera Cruzada […] las expediciones contra los infieles son notables por su desenfrenada entrega al salvajismo, horror cuyo principal responsable es el fanatismo religioso, instigador de los excesos bélicos que se perpetran en nombre de Dios”. McGlynn, Sean; A sangre y fuego, pág. 177. 39 40

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embates que provenían de oriente.41 A lo largo de los siglos XV y XVI teólogos como Erasmo o Tomás Moro se pronunciaron contra los horrores de la guerra.42 Sus visiones también chocaban con el belicismo papal de su época.43 El padre Francisco de Vitoria (1483-1546) sostuvo la existencia de “un derecho de gentes” que se vincula a la fundación del derecho internacional. Con la misma iniciativa se relaciona a Francisco Suárez (1548-1617).44 Finalizando el siglo XVII Hugo Grocio colaboró para consolidar el Derecho de Gentes y el Derecho Internacional; el sustrato de sus teorías era la aspiración a una reconciliación entre los pueblos de la cristiandad. Todos estos intentos jurídicos por condicionar o limitar las guerras colisionaban sistemáticamente con las prácticas del Vaticano y los Estados. La búsqueda de un sistema jurídico que pudiera mitigar la guerra la acompañó en gran parte de su historia, pero con escasa efectividad. Sin embargo, esa argamasa moral y jurídica comenzó a ser un elemento de presión y los planteos de Grocio impactaron sobre las actitudes de los Estados.45

La pólvora en la guerra y las innovaciones militares Indudablemente la gran transformación en el ámbito militar se produjo con la incorporación de las armas de fuego, lo que no ocurrió de manera inmediata, sino una vez que éstas lograron demostrar su superioridad sobre las armas tradicionales. Se desconoce a ciencia cierta el

41 Broccheri Fumagalli Beonio, Maria Teresa; Cristianos en armas. De San Agustín al Papa Wojtila, pág. 49. 42 “[…] la guerra; nada hay que sea más impío, más calamitoso, que más difunda la ruina, nada más odioso, en pocos palabras, más indigno del hombre y con más razón del cristiano”. Erasmo de Rotterdam; Adagios del poder y de la guerra y Teoría del adagio, pág. 200. 43 Broccheri Fumagalli Beonio, Maria Teresa; op. cit.; pág. 49. 44 Giner, Salvador; Historia del pensamiento social, págs. 250 y 253. 45 Giner, Salvador; Historia del pensamiento social, pág. 257.

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origen de la pólvora, aunque las explicaciones más habituales sobre su procedencia nos remiten a la lejana China, no fue allí donde tuvo su mayor impacto militar. Los chinos la usaron para fines tanto festivos como castrenses. No obstante, en este último plano no produjo los efectos que sí tuvo en Europa. Más allá de las controversias que puedan plantearse sobre quiénes fueron sus inventores, nadie pone en duda su impacto en el arte guerrero.46 En realidad, puede suponerse que el uso de la pólvora en la guerra evidencia notablemente los cambios sociales, a la vez que en Europa primero, y en el resto del mundo después, los dinamizó. Es muy difícil, por ejemplo, conjeturar que el arma de fuego no tuvo un lugar relevante en el momento en que las potencias europeas generaron una nueva espacialidad extendiendo su dominio hacia apartados lugares del mundo. Y así, reiterando el razonamiento, se podría ir localizando esferas de la construcción social, dentro y fuera de Europa, donde la pólvora fue un factor apreciable. Se afirma que el descubrimiento de la pólvora fue “en sus consecuencias, comparable al de la metalurgia, acaecido cinco milenios antes”.47 Otro testimonio sobre la influencia que logró lo vemos en la actividad minera, a raíz de su expansión debido al estímulo recibido por efecto de la guerra, que multiplicó la necesidad de abastos para la industria armamentística, que se iba adaptando a los requerimientos de la propulsión de proyectiles por la explosión de pólvora. La pólvora fomentó la minería, la minería proveyó a la guerra que combinaba a esa pólvora con los metales. Heterogéneos oficios se fueron acomodando a las nuevas demandas y nació la necesidad de otras pericias que, a su vez, promo-

46 Una referencia sobre los distintos posibles orígenes puede verse en Hernández Cardona, Francesc Xavier y Rubio Campillo, Xavier; Breve historia de la guerra moderna, págs. 9/10. También en Campillo Menseguer, Antonio; La fuerza de la razón. Guerra, Estado y ciencia en el Renacimiento, pág. 119. Véase, asimismo, McNeill, William H.; La búsqueda del poder. Tecnología, fuerzas armadas y sociedad desde 1000 d. C., págs. 88/9. 47 Venner, Dominique; Le livre des armes, pág. 85, citado por Vidaurreta Campillo, María; “Guerra y condición femenina en la sociedad industrial”, pág. 71.

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vieron nuevos oficios. Todo este movimiento, incontestablemente, generó grandes negocios que impactaron de manera significativa sobre los modelos económicos; es interesante no perder de vista, ya que acabamos de mencionarla, el auge y la posterior decadencia de la actividad minera en Europa, según el tipo de metal que era requerido para la fabricación de armas, y sus lógicas consecuencias en la suerte de cada economía. La guerra y la preparación para ella estimularon la actividad económica pero también fue, en ciertas ocasiones, uno de los factores que promovió sus crisis y parálisis.48 En 1776, Adam Smith destacó el impacto desfavorable que dejaba en la economía el alto costo de organizar un ejército sobre la base de un armamento basado en el uso de la pólvora, circunstancia que según su opinión alejaría a la burguesía de cualquier impulso guerrero, aunque en gran parte fue beneficiada por él.49 Una mirada más acorde al desarrollo histórico nos la ofrece Engels: “A comienzos del siglo XIV, la pólvora llegó a la Europa occidental a través de los árabes, y subvirtió, como saben los niños de escuela, todo el arte de la guerra. La introducción de la pólvora y de las armas de fuego no fue empero en modo alguno un acto de violencia, sino una acción industrial, es decir, un progreso económico. La industria es siempre industria, ya se oriente a la producción o a la destrucción de las cosas. Y la introducción de las armas de fuego tuvo efectos radicalmente transformadores no sólo en el arte mismo de la guerra, sino también en las relaciones políticas de dominio y vasallaje. Para conseguir pólvora y armas de fuego hacían falta una industria y dinero, y los que poseían las dos cosas eran los habitantes de las ciudades, los burgueses”.50 La pólvora no sólo trajo un ruido ensordecedor a las batallas, también actuó como tracción de la industria. “Es sabido que la producción en serie desciende en línea directa de la

McNeill, William H.; op. cit., págs. 95/6. Smith, Adam; Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, págs. 621, 627/8. 50 Engels, Friedrich; La revolución de la ciencia de Eugenio Dühring. AntiDühring, pág. 161. 48 49

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fabricación de armas (siglo XVIII)”51. La realidad marcó, concluyentemente que, contra los diagnósticos de Smith, la burguesía en lugar de repeler el despliegue del militarismo, y su consiguiente necesario armamentismo, los fortaleció y subordinó, al punto que hoy es muy difícil pensar la posibilidad de una supervivencia del capitalismo sin su complejo industrial-militar. Los alcances de la pólvora fueron, incluso, bastante más allá. Ocupó un lugar apreciable en la construcción de la estructura política de la sociedad emergente, en la consolidación de las relaciones de dominio que suscitaba, como afirmó Engels. Tilly vinculó aquella mezcla explosiva y sus modos de utilizarla con la explicación sobre la consolidación de algunos poderes europeos en menoscabo de otros. Afirmó que “la guerra tejió la retícula europea de los Estados nacionales, y la preparación para la guerra creó las estructuras internas de los Estados que la componían”, argumentando que la balanza del poder se inclinó desde mediados del siglo XIV hacia el siglo XVII a favor de los monarcas que mejor aprovecharon la utilización de la pólvora junto a la capacidad para forjar cañones y construir fortalezas resistentes.52 Cipolla arguyó que las velas para impulsar los barcos y los cañones le dieron su poderío a Europa en detrimento de otros centros de poder.53 La combinación de la pólvora y la guerra de religión promovieron las monarquías absolutas.54 Sin embargo, reconocidos los efectos que tuvo una composición química tan vigorosa como la pólvora, no son

51 Vidaurreta Campillo, María; “Guerra y condición femenina en la sociedad industrial”, pág. 68. 52 Tilly, Charles; Coerción, capital y los Estados europeos 990-1990, pág. 121. No obstante, la expansión de las novedades militares no fue uniforme y simultánea. El ritmo de la evolución general fue lento al igual que sus repercusiones. Parker, Geoffrey; La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, 1500-1800, pág. 69. 53 Véase esta tesis en Cipolla, Carlos M.; Cañones y velas en la primera fase de la expansión europea 1400-1700. 54 Vidaurreta Campillo, M.; “Guerra y condición femenina en la sociedad industrial”, pág. 69.

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fundamentos suficientes para explicar el desarrollo de una nueva etapa de la humanidad y su carácter belicoso.55 En verdad, son muchas las variables que concurren en la génesis de un nuevo orden social y la mayor dificultad que afronta el interesado en explicar su configuración es, por un lado, localizar los factores que confluyeron y, por otro, las mutuas implicancias, las prelaciones y las cadenas causales (¿qué fenómeno es una consecuencia y qué fenómeno es una causa? ¿Cómo se influyen e interrelacionan?). En un proceso donde las implicaciones de los acontecimientos son versátiles, obviamente, es problemático definir cuál influyó sobre el otro en primer lugar y, a su vez, cómo el segundo repercutió sobre el primero.56 La investigación de hechos promovidos por una constelación causal sólo encuentra un ordenamiento en los presupuestos de las teorías que buscan tener capacidad para explicar su objeto de análisis. Sin pretender aquí proponer una solución ante esta incertidumbre, nos parece pertinente aclarar que no le concedemos al desarrollo de las armas la capacidad de explicar por sí mismo un proceso complejo como la emergencia de la guerra moderna, mucho menos de toda la sociedad moderna, perspectiva que adoptan muchos autores a la hora de investigar la historia militar de la Edad Moderna desde un ángulo meramente descriptivo apoyado en el progreso tecnológico asociado a la actividad militar.57 Una tesis muy importante frente a este problema fue esgrimida por Parker, que demostró el impacto de la “revolución militar” en el éxito 55 “[…] los comienzos de la Edad Moderna destacan como desusadamente belicosos. En el siglo XVI hubo menos de diez años de completa paz; en el siglo XVII sólo hubo cuatro”. Parker, Geoffrey; La revolución militar…, pág. 17. 56 Incluso, Parker nos advierte sobre las dificultades que presenta la explicación de un proceso tan intenso de transformación social, pues “la discriminación entre las condiciones previas y los factores desencadenantes, entre la continuidad y el cambio, parece a veces suscitar más controversias que el propio fenómeno en sí”. Parker, Geoffrey; La revolución militar…, pág. 198. 57 Sobre algunas características de la historiografía militar y la superación del perfil meramente descriptivo, véase García Hernán, David; “La cultura de la guerra en la Europa del Renacimiento. Algunas perspectivas de estudio”, pág. 105.

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de los imperios occidentales entre 1500 y 1750.58 La búsqueda de una referencia sobre la conceptualización de la modernización militar como una verdadera “revolución” nos lleva a la conferencia de Michael Roberts en 1955, pronunciada en el momento inaugural de un curso en la Queens University de Belfast.59 Sostuvo que en el siglo XVI un cambio en la técnica, el volumen y la organización militar transformó no sólo la guerra sino que al mismo tiempo moldeó la economía y la política del período.60 Se refirió en aquella oportunidad a la introducción del tiro en ráfaga hecha por los ejércitos suecos de Gustavo Adolfo. “Roberts centró su tesis en cuatro innovaciones críticas: la primera sería la revolución en la táctica, con el predominio del arma de fuego sobre la lanza o la pica; un incremento marcado del tamaño de los ejércitos en toda Europa sería la segunda; la tercera señalaba la aparición de estrategias más desarrolladas y complicadas; finalmente, la cuarta reflejaría una repercusión más importante de la guerra en la sociedad: el aumento de los ejércitos condujo a mayores gastos y crecientes problemas en la recluta, así como a daños más cuantiosos y a una administración destinada con progresiva asiduidad al problema de la guerra”.61 Desde ese momento se replicaron varias explicaciones lindantes con la tesis de Roberts, que se transformó en una referencia obligada para cualquiera que transite por esta temática, acompañadas por álgidas querellas y cruces que reclaman mesura a la hora de evaluar su real incidencia.62 Parker, Geoffrey; La revolución militar…; op. cit., pág. 21. “Se entiende por revolución militar las hondas transformaciones en el armamento, la organización, la táctica, la estrategia y el volumen de los ejércitos que, aparecidas de forma todavía parcial en la Italia del siglo XV, se consolidan y desarrollan en los siglos XVI y XVII, dominando el arte de la guerra hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Esta revolución afectó tanto a la guerra terrestre como a la guerra en el mar”. Benedicto, Jorge y Morán, María Luz; Sociedad y política. Temas de sociología política, págs. 44/5. 60 Benedicto, J. y Morán, M. L.; op. cit., pág. 44. 61 Parker, Geoffrey; La revolución militar…, págs. 17/8. 62 Jeremy Black cuestionó varios aspectos de sus alcances, poniendo en duda las fuentes y la errónea subestimación de la pica en el combate a favor de las armas de 58 59

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En efecto, del siglo XV al XVII se observó “el tránsito de la caballería medieval a la infantería moderna, de la espada y el arco al cañón y el arcabuz, del castillo elevado a la fortaleza soterrada, de la batalla campal al asedio de ciudades, y de la mediterránea galera de remos al atlántico galeón con cañones y velas”,63 mutaciones profundas que podrían ameritar ser nominadas como una metamorfosis de tinte “revolucionario”. Claro que estas innovaciones se produjeron al ritmo de transformaciones sociales de todo tipo, “que dieron origen al sistema europeo de Estados soberanos, a la expansión colonial del capitalismo y al nacimiento de la moderna física matemática”.64 Fenecieron las artes guerreras propias del feudalismo; la pólvora sepultó a la caballería señorial y los muros de los castillos no pudieron contener el ímpetu de los proyectiles que propulsaba. Las guerras de sitios favorecieron la consolidación de la infantería, ya estimulada por el arma de fuego, ya que la caballería tenía poco que hacer de un lado u otro de los muros de las fortificaciones.65 La amplitud de dimensiones y áreas de la sociedad donde se observan profundos cambios nos alertan sobre el carácter multidimensional de la investigación del proceso, y a su vez

fuego, en A Military Revolution?: Military Change and European Society, 1550–1800. Una reseña de dicho debate se encuentra en Colom Piella, Guillem; Entre Ares y Atenea y en Andújar Castillo, Francisco; Ejército y militares en la Europa Moderna, págs. 15/38. 63 Campillo Menseguer, Antonio; La fuerza de la razón. Guerra, Estado y ciencia en el Renacimiento, pág. 119. 64 Campillo Menseguer, A.; op. cit., pág. 119. En el comienzo de esta obra, el autor subraya la amplitud e implicancias de la mutación que vivió el armamento: “En realidad, esta historia de las prácticas y de los saberes militares forma parte de la historia de la razón. Sobre todo, de la razón moderna. Si esta específica forma de racionalidad ha llegado a ser la más fuerte, ha sido en gran parte por la fuerza de las armas. Y la fuerza de las armas, a su vez, ha estado estrechamente ligada a la fuerza de la razón: de la “razón de Estado”, en primer lugar, pero también de la razón científico-técnica, tal y como ambas comenzaron a configurarse a partir del Renacimiento”. Campillo Menseguer, A.; op. cit., pág. 26.Véase, también, Cipolla, Carlo M.; Las máquinas del tiempo y de la guerra: estudios sobre la génesis del capitalismo. 65 Mead Earle, Edward; Creadores de la estrategia moderna, Tomo I, pág. 73.

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nos interroga sobre la interconexión de factores relevantes e, incluso, determinantes.66 Como adelantamos, no transitaremos aquí estas cuestiones pero, insistimos, queremos explicitar que el proceso de expansión de las relaciones sociales capitalistas en profundidad y densidad es el sustrato que contiene todas las variables implicadas en el imponente proceso de transformación que implica la génesis de la modernidad. Es menester establecer de manera prístina, a fin de evitar ambigüedades o confusiones, que la “revolución militar” fue fruto del cambio de las relaciones sociales y no su promotor, aunque se entrelazan las implicancias.67 Al unísono, dentro de esta expansión, comenzó el proceso hacia la conformación del Estado moderno, lo que supuso el desarrollo de una política armada que debía consolidar el dominio sobre los territorios donde construye su soberanía. La capacidad de fiscalizar militarmente el terreno que procura bajo su control constituye al Estado como una entidad política y geográfica real. Además, es la condición para poder enfrentar con éxito las apetencias de otros Estados que disputan o podrían pugnar por su territorio desde afuera de las fronteras. Tilly señala que el Estado, por un lado, procura “atacar y vigilar” a las fuerzas opositoras dentro de sus confines; por otro, de manera inescindible, agredir o repeler a las fuerzas rivales que se encuentran fuera de sus límites.68 El éxito de esta empresa lo logra por ser un verdadero “señor de la guerra”.69 El Estado expresa un estado del poder en relaAquí se abre la discusión acerca de los “factores precipitantes” o la “determinante principal”, así como si existe o no en determinada circunstancia un “determinante exclusivo”. Sobre el tema se puede consultar de Mac Iver, Robert, “El papel del precipitante”; en Etzioni, Amitai; Los cambios sociales, pág. 377. 67 “Para tomar una perspectiva clara sobre esto, baste con señalar que casi la totalidad de las innovaciones se produjeron en España, Italia, los Países Bajos y Francia, es decir, bajo el dominio de los Habsburgo (excepto Francia). Sin embargo, los Habsburgo desaparecieron como dinastía de importancia con la guerra de los Treinta Años, lo que indica que no basta con la tecnología militar para sostener el desarrollo social; la relación es la inversa”. Nievas, Flabián; “La forma de la guerra en el absolutismo”, pág. 16. 68 Tilly, Charles; Coerción, capital…, págs. 109, 149/50. 69 Crettiez, Xavier; Las formas de la violencia, pág. 82. 66

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ción a las fuerzas del interior del territorio y en relación a las fuerzas de otros Estados.70 Estos atributos sólo se obtienen peleando. Es necesario advertir que la introducción de la pólvora no generó transformaciones a gran velocidad, ni siquiera en el campo militar. Como afirmó Engels, “el desarrollo de las armas de fuego fue muy lento. El cañón siguió siendo pesado durante mucho tiempo, y el mosquete, a pesar de muchos inventos de detalle, siguió siendo un arma grosera. Pasaron más de trescientos años antes de que se produjera un fusil adecuado para armar a toda la infantería. Hasta comienzos del siglo XVIII no desterró definitivamente el fusil de chispa con bayoneta a la pica en el armamento de la infantería”.71 Indudablemente, los cañones, después de una cansina evolución desde la segunda mitad del siglo XIV, fueron una de las armas más temibles que se introdujeron en las contiendas armadas. Ya a fines del siglo XIII los árabes los utilizaron en el asedio a Córdoba, y un hito fundamental de su introducción en la guerra fue, sin dudas, la caída de Constantinopla en 1453 a manos del Mehemed II, quien utilizó poderosos cañones para abrir brechas en los muros de cuatro metros de altura que protegieron la ciudad por un milenio. Pesados, las dificultades para transportarlos por tierra eran muchas veces insalvables, imprecisos y de escasa potencia en sus inicios, causando más impresión que destrucción real, los cañones fueron ganando, poco a poco, en poder destructivo, precisión y durabilidad. Esto se debió al cambio de materiales, al pasar del bronce al hierro, y a un nuevo cambio en la munición, de la piedra al metal.72 Habría, asimismo, que desarrollar la metalurgia hasta encontrar la forma apropiada

70 Estas ideas tienen como antecedente la lectura de Carl Schmitt referida a Rousseau. Schmitt, Carl; El nomos de la tierra…, cap. III. 71 Engels, Friedrich; AntiDühring, pág. 161. 72 “Durante la segunda mitad del siglo XIV y principios del XV, las bombardas fueron las armas de fuego por excelencia. Pesadas y de gran calibre, se utilizaban en posiciones fijas para atacar murallas, o bien eran ubicadas en barcos para disparar contra otras naves”. Hernández Cardona, Francesc Xavier y Rubio Campillo, Xavier; Breve historia de la guerra moderna, pág. 11.

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de trabajar los metales –se experimentó con bronce, con hierro, y en los inicios, hasta con cuero– para evitar que se deformaran por la temperatura. La fundición de metales en una única pieza permitió el aumento del poderío de las viejas e inseguras culebrinas o bombardas. El arte de moldear metales para ser usados como proyectiles también fue variando; los primeros cañones disparaban una suerte de proyectiles con forma de flechas; luego se introdujo la bala de piedra y en el transcurso del siglo XVI la de hierro, lo que les daba mucha más potencia destructiva, aunque seguían careciendo de exactitud.73 Las municiones se mantuvieron esféricas hasta el siglo XIX, aunque ya para entonces algunas eran huecas e incorporaban fragmentos y pólvora en su interior, para que al estallar esparciera metralla produciendo mayores daños a quienes alcanzaba la misma. En cuanto a las armas portátiles, eran las que más desventajas ofrecían en un inicio. A comienzos del siglo XVI los primitivos arcabuces tenían que usarse a una distancia no mayor de 100 metros –y a no más de 50 metros con relativa precisión–, que era el alcance que tenían. Además, por tratarse de un arma de avancarga –es decir, que se cargaba la munición y el propelente por la boca–, una vez que habían disparado necesitaban de varios minutos para recargarlos, incluida la mecha. Esto dejaba a los tiradores expuestos a la acción de los arqueros. Un buen arquero podía disparar entre 6 y 10 flechas por minuto, con bastante precisión hasta 150 a 200 metros.74 Un cuerpo de arqueros producía, de este modo, una verdadera lluvia de flechas de efectos

73 Habría que esperar a Newton para aumentar la precisión. No obstante, “los primeros trabajos teóricos en el campo de la balística y la artillería corresponden al siglo XVI. En 1537, Tartaglia intentó determinar la trayectoria de un proyectil y estableció que un disparo con un ángulo de 45º permite el mayor alcance; también elaboró tablas para el tiro.” Hessen, Boris; “Las raíces socioeconómicas de la mecánica de Newton”, en Saldaña, Juan José (comp.); Introducción a la teoría de la historia de las ciencias, pág. 92. McNeill, William H.; op. cit.; pág. 94. 74 Parker, Geoffrey; La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, 1500-1800, pág. 37; Edbury, Peter; “La guerra en los pueblos latinos del este”, en Keen, Maurice; Historia de la guerra en la Edad Media, pág. 147.

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devastadores. Si se insistió con las armas de fuego se debió a que adiestrar un arcabucero podía llevar unos pocos días, mientras que tener un buen arquero requería de años. La perseverancia dio sus frutos cuando, a mediados de ese siglo, se generalizaron los mosquetes. Estos incluían mejoras respecto de su predecesor: disparaban bolas del doble de peso, y duplicaban la distancia y la precisión del arcabuz.75 Esto condujo a una fuerte reestructuración de la infantería, por entonces ya la rama principal de los ejércitos. Desaparecieron los mandobleros, que utilizaban espadas de doble mango, y también lo hacen casi por completo los ballesteros. Los arcabuces fueron sustituidos por los mosquetes; la evolución de estos últimos, haciéndolos menos pesados –aunque seguían utilizándose las horquillas para apuntar– e incorporando la llave de chispa, permitió que se le adosara una hoja afilada en la punta, surgiendo de tal modo la bayoneta, que le dio más preponderancia a la infantería.76 Como señalamos, fueron desapareciendo paulatinamente las armas de contacto, en particular la pica, que había sido el arma por excelencia de la infantería para enfrentar a la caballería; la misma dejó de utilizarse con la incorporación de los mosquetes.77 Esto siguió corroyendo la importancia de la caballería, que aunque seguía siendo significativa, ya no era el componente principal en los ejércitos. La variación, incluso, acentuó una tendencia ya presente en Europa, al menos en su zona central, que era la de guerrear para matar a los enemigos. Esta fue una transformación fundamental, pues la guerra se había desarrollado, hasta entonces, con la meta de capturar

No obstante “el mosquete, a pesar de muchos inventos de detalle, siguió siendo un arma grosera. Pasaron más de trescientos años antes de que se produjera un fusil adecuado para armar a toda la infantería. Hasta comienzos del siglo XVIII no desterró definitivamente el fusil de chispa con bayoneta a la pica en el armamento de la infantería”. Engels, Friedrich; La revolución de la ciencia de Eugenio Dühring. Anti-Dühring, pág. 161. 76 Wallerstein, Immanuel; El moderno sistema mundial, tomo II, pág. 109, nota 45. 77 Cf. Naville, Pierre; “Trabajo y guerra”, en Friedman, Georges y Naville, Pierre; Tratado de sociología del trabajo, tomo II, págs. 309 ss. 75

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prisioneros. Destrozar el cuerpo del enemigo en lugar de subordinarlo es un claro indicador de una mutación social. Los ejércitos crecieron a dimensiones nunca vistas antes.78 Esto fue efecto, en parte, de que a finales del siglo XV comenzaron a aparecer ejércitos permanentes, lo que supuso una fuerte transformación. Hasta entonces, los ejércitos se formaban para enfrentar las guerras, luego de lo cual eran disueltos, y cada quien volvía a sus ocupaciones. A partir de la formación de ejércitos estables, la profesión militar dejó de ser algo exclusivo de la nobleza, y pasó a incorporar también personas del vulgo. Como afirmó Wright Mills, la creación de ejércitos con reclutamiento de masa significó la extensión de ciertos derechos con el fin de reforzar lealtades.79 La contratación de fuerzas privadas era algo prácticamente inevitable. Los príncipes y señores, grandes o pequeños, no tenían la capacidad de sostener grandes ejércitos propios, por lo que necesitaban recurrir a los condottieri –tanto para las guerras con otros príncipes o señores como para sofocar rebeliones internas–,80 de quienes requerían más “Es bastante difícil calcular con certeza el tamaño de los ejércitos medievales, pero acaso los ingleses tuvieran en 1415 unos 6.000 hombres en Agincourt y los franceses tal vez 12.000. En 1567 el duque de Alba salió a presionar a los Países Bajos con 10.600 hombres y poco más de 50 años después tanto Gustavo Adolfo como Alberto de Wallenstein tenían 100.000 a su mando. El ejército francés contaba con 30.000 hombres en 1672, cuando amplió hasta 120.000 para combatir en la guerra de Holanda, y al inicio de la guerra de Sucesión española tenía reclutados a 360.000. Federico el Grande disponía de más de 160.000 soldados en la primavera de 1757, y durante toda la guerra de los Siete Años perdió en combate unos 180.000”. Holmes, Richard; Campos de batalla, pág. 116. A fines del siglo XVII el ejército holandés contaba con 20.000 infantes y 2.000 soldados de caballería. (Wallerstein, Immanuel; El moderno sistema mundial, tomo II, pág. 159). El ejército inglés pasó de “10.000 hombres en 1689 a 70.000 por lo menos en 1711”, ídem, pág. 344. 79 Mills, Wright; La élite del poder, pág. 172. 80 […] Uno de los usos para los que resultaban más adecuados era la supresión de rebeliones, y en el siglo XVI, era de la revolución endémica, a menudo fueron llamados con este propósito. […] Las rebeliones encabezadas por gentes de dinero podían alquilar sus propios mercenarios […] Hay un segundo sentido en el que el 78

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su capacidad de financiación que su destreza militar –había contratistas que cosechaban derrota tras derrota, lo cual no menguaba la continuidad de contratos obtenidos–, no obstante lo cual, ésta no era infinita, y parte de la misma consistía en participar a los soldados mercenarios de los botines obtenidos sobre las poblaciones, ya fuese por saqueos directos o por las contribuciones que exigían a las ciudades a fin de no ser atacadas, las que variaban según el tiempo que demandara que la ciudad accediese a tal acuerdo.81 Por su parte, los soldados de ejércitos de los príncipes o señores, debían abastecerse, por lo general, de la población –con lo cual también realizaban desmanes– puesto que la logística era más que precaria. Algo similar ocurría con la guerra marítima. Las potencias vendían patentes de corso, lo que implicaba que la obtención de la misma era un permiso de piratería sobre los barcos de flotas de banderas enemigas. Los corsarios participaban a las coronas que les daban las patentes con parte del botín, y asumían el riesgo en caso de ser capturados –por lo general terminaban colgados– ya que no tenían protección gubernamental. Las potencias concentraban, así, su poderío naval en barcos de guerra para la protección de caravanas propias, en particular los convoyes provenientes de América. A partir del establecimiento de

uso de mercenarios contenía las explosiones sociales: limitaba las devastaciones de la guerra. Oman señala que los mercenarios desertaban cuando no se les pagaba. Esto tenía un impacto directo sobre las tácticas militares. En vez de un asalto frontal, a menudo un juego de espera tenía más éxito que la rápida búsqueda de una ventaja militar. Los jefes militares que veían «muestras de malestar en el campo contrario» a menudo simplemente dejaban pasar el tiempo, porque «unas pocas semanas más de privaciones y bancarrota arruinarían al oponente». Oman, A history of the art of war, pág. 38. Citado en Wallerstein, Immanuel, El moderno sistema mundial, tomo I, pág. 197 81 Esta práctica era común. Si la ciudad accedía al “impuesto”, se le otorgaba un certificado para que otro grupo de la misma fuerza no exigiera una nueva contribución. Si la ciudad debía ser sitiada, el precio era mayor, y si debían utilizarse los cañones, más costoso aún. Las ciudades que estaban en una zona de disputa llegaron a pagar un impuesto permanente a cada una de las fuerzas, a fin de no ser atacadas.

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rutas atlánticas, apareció la guerra marítima propiamente dicha que, a diferencia de la antigua, no era una simple extensión de la guerra terrestre.82 Hacia mediados del siglo XVI se establecieron “líneas de amistad”,83 que eran delimitaciones acordadas por las potencias, más allá de las cuales no regían las regulaciones de la guerra, lo que permitía la acción de corsarios, sin que la potencia atacada pudiera invocar en su favor las mismas.

La guerra de los Treinta Años De todas las guerras europeas, ésta ha sido, sin duda, la más trascendente. Según varios especialistas, incluso, fue la primera Gran Guerra de la historia moderna.84 No sólo fue una de las más devastadoras, por el hecho de que fue librada por las mayores potencias de la época, su importancia radica en que su desenlace puso las bases para el ordenamiento interestatal moderno, sino, y por sobre todo, porque sintetizó las tendencias de la época.85 La misma estuvo precedida por

82 “[…] la lucha entre dotaciones de galeras movidas a remo era un simple combate terrestre sobre cubiertas de navío”. Schmitt, Carl; Tierra y mar, pág. 38. Esto fue una característica de la navegación en mares internos; los romanos, por ejemplo, “intentaban transformar las batallas navales libradas por barcos armados con arietes en sucedáneos de batallas terrestres en las que los barcos proporcionaban plataformas de combate a los soldados”. Abulafia, David; El gran mar, pág. 201. 83 “Las líneas de amistad […] surgen por primera vez en una cláusula secreta –acordada al principio sólo verbalmente– añadida al Tratado hispano-francés de CateauCambrésis (1559)”. Schmitt, Carl; El nomos de la tierra, pág. 75. 84 Véanse varias caracterizaciones sobre este conflicto en Geoffrey, Parker (ed.); La guerra de los 30 años, “Prólogo”. 85 “En el siglo XVII, alcanzaron un mayor grado de evolución tendencias que habían estado en gestación en las ciencias, las artes, la política y la filosofía. En la ruptura del orden establecido por un conflicto tan prolongado, estas fuerzas encontraron posibilidades de crecer y expresarse con mayor fuerza. Durante las décadas siguientes, estas nuevas tendencias se harán más evidentes en el desarrollo del conocimiento y en la transformación de los hábitos de vida. La Guerra de Treinta Años

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un conflicto menor desde el punto de vista militar, pero políticamente anticipatorio. Se trata de la guerra de los uscoques, que produjo amplias alianzas de las grandes potencias europeas, que es lo que ocurriría un año después, cuando comenzara el conflicto que dividiera épocas en el viejo continente.86 La Europa de entonces estaba dividida en bloques religiosos, producto de la reforma protestante ocurrida en el siglo XVI, que expresaba, aunque de manera imperfecta, los distintos desarrollos sociales. A partir de entonces, la religión se constituyó en un vector de alianzas y divisiones, por cuanto se la esgrimía para favorecer a algunos sectores sociales y perjudicar a otros, pero no constituyó nunca la razón última de las disputas. En ocasiones, como señala Wallerstein, fueron factores geográfico-militares los que determinaron la filiación religiosa de determinadas regiones.87 Poco después de la Reforma, el catolicismo lanzaba la y la Paz de Westfalia deben verse en el contexto de este proceso de crecimiento y contradicción”. Bremer, Juan José; Tiempos de guerra y de paz, pág. 23. 86 Uzkoks es una palabra serbia que significa “refugiado”, se trataba de un grupo de refugiados de los Balcanes que huían de los turcos, y se dedicaban a la piratería, atacando especialmente a los mercaderes venecianos. “En la historiografía Croata, el término «Uskocki rat» (guerra de los uscoques) se refiere a una serie de conflictos políticos y bélicos en que se enfrentaron, en los años 1615-1617, la Serenísima República de Venecia y el archiduque Ferdinando de Austria. A pesar de la denominación que, al parecer, alude a los instigadores o beneficiarios de esta guerra, los uscoques en realidad ni siquiera fueron sus protagonistas principales. Tras una prolongada crisis, al inicio ceñida a la zona del Adriático y a las regiones litorales de la Península Balcánica, en el otoño de 1615 estalló la guerra en Friul y en Istria. Las dos partes beligerantes, sin pena ni gloria, lograron mantener casi intactos sus confines. Lo que se hacía con más éxito era una guerra propagandística que consistía en promulgar sus propias tesis y refutar las adversarias. La crisis se agudizó tanto que al final se vieron involucrados –de manera directa o indirecta– muchos estados (Imperio Turco, República de Ragusa, Estado Pontificio, Reino de Nápoles, España, Francia, Holanda, Inglaterra, etc.). Mientras tanto, el problema de los uscoques se marginalizó reduciéndose a un tema de polémicas”. Budor, Karlo; “Quevedo y la guerra de los uscoques: sus fuentes documentales”, pág. 333. 87 En la sublevación de los Países Bajos, a fines del siglo XVI, contra la corona española, “las líneas de separación administrativa eran de hecho el resultado de factores geomilitares. El sur de los países bajos era terreno abierto donde la caballería

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Contrarreforma, pero ésta tendría que enfrentarse con el novel calvinismo, más radical que el luteranismo, que lentamente se institucionalizaba. El calvinismo se convirtió en un movimiento rebelde.88 A inicios del siglo XVII el avance de los sectores católicos que se evidenciaba en la destrucción de iglesias protestantes y fuertes limitaciones a la libertad de culto tornaba insostenible el equilibrio logrado con la Paz de Augsburgo, de 1555, firmada por Carlos I de España, Carlos V de Alemania y alrededor de 360 príncipes alemanes, por la cual los príncipes podían elegir libremente la religión de sus territorios, pero respetando la libertad de culto de sus súbditos (“cuius regio eius regio”).89 Pero el fortalecimiento de los católicos condujo a la formación de la Unión Protestante (11 de mayo de 1608), una alianza de

española llevaba las de ganar. La parte norte estaba cubierta de canales y otras barreras al movimiento de la caballería. Era, en pocas palabras, un territorio ideal para la guerrilla. Al cabo del tiempo, los del norte se hicieron protestantes; los del sur se hicieron católicos”. Wallerstein, Immanuel; El moderno sistema mundial, tomo I, pág. 293. “«La verdadera explicación, entonces, de la división de los Países Bajos en un norte protestante y un sur católico, es exactamente la opuesta de la habitual. No es porque el sur fuera católico y el norte protestante por lo que la rebelión fracasó aquí y triunfó allí; es porque los ríos permitieron a la rebelión atrincherarse en el norte, mientras España recuperaba las provincias situadas del lado malo de la barrera estratégica, por lo que con el tiempo llega a existir este sistema dual de la república protestante al norte y los Países Bajos católicos al sur, la Holanda protestante y la Bélgica católica.» Debates with historians, Nueva York, Meridian, 1958, p. 209”. Ibídem, nota 205. 88 Aunque “en la época de expansión de la Reforma, ni [el calvinismo] ni ninguna de las distintas confesiones religiosas fue vinculada a una clase social determinada” (Weber, Max; La ética protestante y el espíritu del capitalismo, pág. 36), “las comunidades calvinistas se convirtieron en centros de discordia y ganaron poderosos adeptos entre los príncipes electores y la nobleza germánica.” Bremer, Juan José; op. cit., pág. 30. 89 Esta paz “incluía reformas y prescripciones seculares sobre cuestiones fiscales, económicas y jurídicas, relacionadas con la administración imperial. […] Era un arreglo precario pero avanzado. Por primera vez se aceptó en Europa la coexistencia de dos religiones, mientras que en España, en los Estados italianos y en la actual Austria, el catolicismo mantenía su supremacía.” Bremer, Juan José; op. cit., pág. 29.

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carácter defensivo dirigida por Federico V, elector palatino.90 La respuesta fue que el 10 de julio del año siguiente se formó la Liga Católica (o Santa Liga Alemana), por iniciativa de Maximiliano de Baviera. Bastó un pequeño episodio (la “defenestración de Praga”)91 para que la guerra estallara. Fernando II de Habsburgo convocó a la Santa Liga, y fue apoyado por Felipe III de España y el papa para enfrentar a los insurrectos. Rápidamente derrotó a esas fuerzas y los cabecillas fueron decapitados a fines de 1620. Sin embargo, y pese a que la Unión Protestante se disolvió, Federico siguió la lucha y consiguió derrotar a las fuerzas de Tilly, el comandante de las tropas católicas, en 1622, pero después sufrió una serie de reveses. Esta situación llevó a los protestantes alemanes a pedir ayuda al rey danés, Cristian IV, quién, más allá de consideraciones religiosas (era luterano), tenía intereses concretos que lo inclinaban a participar en la contienda: expulsar a los Habsburgo del ducado de Holstein (zona limítrofe entre Dinamarca y Alemania) y tener supremacía sobre Suecia. El cardenal Richelieu, canciller francés, alentó la incorporación de los daneses en el conflicto. Inglaterra y las Provincias Unidas apoyaron económicamente la empresa. Ante esto, Fernando II alistó un ejército de enormes proporciones, comandado por Tilly, pero con el apoyo del duque Albrecht von Wallenstein, quien sería el principal contratista privado de esta guerra, alistando a miles de mercenarios, que le dieron un carácter singular a esta guerra debido a las devastaciones que realizaron. Wallenstein afirmaba que “la guerra se sostiene de la guerra”, es decir, que las tropas se sustentaban con acciones vandálicas emprendidas contra la población civil. Saqueaban, cobraban a las ciudades para no atacarlas, casi como actividad principal. Y esto lo hacían con la propia

90 El carácter puramente religioso de la misma lo desmiente el hecho de que esta alianza contaba con el apoyo de Francia, una potencia católica gobernada por los Borbones, enfrentados a los Habsburgo, que dominaban el sector católico y rodeaban a Francia desde España y Alemania. 91 En una reunión para negociar menores restricciones para los protestantes, los enviados católicos fueron arrojados por las ventanas. Dicho agravio desencadenó la guerra.

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población católica.92 Justamente la acusación de que Wallenstein contrataba criminales y delincuentes comunes, y que sus tropas eran bandas de forajidos, fue lo que llevó a su destitución en 1630, pero luego de varios reveses militares lo restituyeron en su cargo. Wallenstein no era un aventurero, como otros condottieri, sino que se adecuaba a las condiciones de la situación. Mantener su ejército era casi imposible para la corona, y él procuraba mediante el pillaje lo necesario para su sostenimiento. Era, además, la forma de mantener unida a una tropa que se caracterizaba por su indisciplina, ya que la participación en los botines constituía una forma de ascenso social para ellos. En 1630 ingresó en el conflicto Suecia, también a expensas del tesoro francés por medio de las maniobras de Richelieu. Gustavo Adolfo II estaba obsesionado por tener el control del Báltico, y en ello rivalizaba con Dinamarca. Gustavo Adolfo profundizó las reformas que había comenzado Mauricio de Nassau.93 Además de las innovaciones tácticas también incorporó mejoras en el armamento: artillería móvil de cobre, para hacerla más liviana y fácil de transportar, mosquetes con carga de cartucho y pistolas de tuerca. Esto le permitió obtener importantes victorias, en una de las cuales, en 1632, Tilly, el comandante católico, encontró la muerte. Poco después, en la batalla

En 1632, luego de ser depuesto y repuesto en su cargo, Wallenstein se acuarteló en el castillo de Alte Veste, en Núremberg, donde resistió el asedio protestante y desde donde lanzó un ataque sobre Bohemia y Silesia. Lukas Behaim, patricio de Núremberg, dijo que “durante tres meses hemos estado sitiados por nuestros enemigos; y durante cuatro hemos sido devorados por nuestros amigos”. Parker, Geoffrey (ed.); La guerra de los treinta años, pág. 171. 93 “Él llevó las reformas de Mauricio un poco más allá, reduciendo la profundidad de las líneas de diez a seis filas, y aumentando su capacidad de fuego al añadir cuatro piezas de artillería ligera por regimiento. […] Gustavo introdujo una nueva unidad táctica, la brigada, compuesta por cuatro escuadrones (o dos regimientos de combate) formados en flecha, con el cuarto escuadrón en reserva, apoyados por nueve o más piezas de artillería. [Introdujo también] la doble salva, con los que mosqueteros dispuestos de tres en fondo, la primera fila de rodillas, la segunda encorvada y la tercera de pie” multiplicando así el poder de fuego. Parker, Geoffrey (ed.); La guerra de los treinta años, pág. 271. 92

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de Lützen, aunque logró la victoria, Gustavo Adolfo murió en el combate. La comandancia de las tropas suecas la tomó Arnim, quien había oficiado hasta poco tiempo antes como lugarteniente de Wallenstein. La campaña victoriosa de Wallenstein se prolongó durante el año siguiente, tomando prisionero incluso al conde Thurn. El 25 de febrero de 1634 Wallenstein fue asesinado en circunstancias poco claras.94 No obstante ello, en septiembre las tropas combinadas de Fernando II y las españolas que llegaban de refuerzo, sitiaron la estratégica ciudad de Nördlingen. Se enfrentaron 33.000 hombres del emperador contra 25.000 de las fuerzas protestantes. Al final del día sólo quedaban 9.000 de estos últimos (12.000 habían muerto y 4.000 fueron tomados prisioneros). Esto condujo al tratado de la Paz de Praga (30 de mayo de 1635) entre Fernando II y la mayoría de los estados alemanes protestantes, cerrando de este modo la guerra civil. Pero seguían involucrados Suecia y España. Esto condujo a que inmediatamente Francia se implicara de manera directa en la guerra, lo que terminó de quitarle todo matiz religioso, pues Luis XIII, el monarca francés que había expulsado a los protestantes de su país, se alió abiertamente a las fuerzas protestantes suecas y de las Provincias Unidas. Francia alienta y apoya levantamientos en Portugal y Cataluña, para debilitar la presión militar española.

Pese a su brillante campaña militar, Wallenstein, hombre de carácter irascible y exagerado, se había generado fuertes enemistades internas. Parker menciona tres factores en su contra: 1) el emperador había gastado mucho dinero durante 1633 sin lograr con ello resultados definitivos en la contienda; 2) en el invierno de 1633 a 1634 Wallenstein había alojado nuevamente a sus tropas en territorio de los Habsburgo, y sus desmanes podían provocar una rebelión campesina; 3) España enviaba un enorme ejército comandado por el hermano del rey, y Wallenstein quería que se subordinaran a sus órdenes. (Parker, Geoffrey (ed.); La guerra de los treinta años, pág. 181) Además no era un secreto que de joven “pasó cierto tiempo en el norte de Italia, sobre todo en Padua: no pudo ignorar del todo las actividades políticas, en orden a constituir sus propios estados, de condottieri como Francisco Sforza, Segidmundo Malatesta o César Borgia”. (pág. 182). 94

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Desde entonces la guerra se desarrolló también en territorio francés, con intentos de invasión de España que fracasaron en 1636. Al año siguiente falleció el emperador del Sacro Imperio Romano, Fernando II, y lo sucedió Fernando III. Para 1638 la situación de los Habsburgo en Alemania había empeorado, y en 1639 los suecos los vencieron en Alemania y los franceses tomaron Alsacia. Ya por entonces la situación era insostenible para la población civil; la devastación de poblados, la muerte y la destrucción de las cosechas tornaban crítica la vida. Mazarino, el sucesor de Richelieu (fallecido en 1642), intensificó aún más esa política. En los últimos años, con la excepción de la batalla de Tuttlingen, en que derrotaron a los franceses, los Habsburgo fueron derrotados en casi todos los frentes. Dinamarca, que se había aliado al emperador, fue invadida por los suecos entre 1642 y 1645. Su otro aliado, España, fue derrotada por Francia en la batalla de Rocroi, en 1643. Esta tendencia general se acentuó en los años siguientes. Finalmente el ejército imperial se hundió, y Fernando III capituló tras la derrota ítalo-española en la batalla de Lens, a manos de los franceses, el 20 de agosto de 1648.

La paz de Westfalia El 15 de mayo de 1648, en Osnabrück, localidad de la región de Westfalia, se firmó el tratado de paz entre los Habsburgo y las fuerzas protestantes (Instrumentum Pacis Osnabrugensis), representadas por Suecia. El 24 de octubre, a 45 kilómetros de allí, en Münster, Carlos IV, rey de España ratificó el tratado de paz con los Estados Generales de las Provincias Unidas libres del País Bajo (Instrumentum Pacis Osnabrugensis), que estaba aliada a Francia, reconociendo su independencia. Con esto se consolidó un nuevo orden, reconociendo la primacía de Holanda (las Provincias Unidas), que venía en ascenso desde el siglo anterior, como potencia capitalista, aunque poco después comenzaría su declinación frente a Inglaterra. Asimismo, marcó el comienzo del

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ocaso irreversible de los Habsburgo.95 A partir de entonces se comenzaron a consolidar los Estados absolutistas. En estos tratados se establecen algunas cuestiones que serán la clave del sistema interestatal posterior. El más importante, quizás, es el reconocimiento de la soberanía de los Estados, y no de los señores ni de la realeza. Esto implicaba que los reyes eran los gobernantes de los Estados, pero éstos no eran su patrimonio. La legitimidad descansa en la unidad política, y no en el soberano. En consecuencia, queda implícitamente vedada la posibilidad de que los señores o príncipes puedan hacer la guerra por derecho propio, con lo cual quedan ilegalizadas las guerras privadas.96 Esta situación, sumada al hecho de que la larga y encarnizada guerra había extenuado las finanzas de los condottieri, marcaron la casi desaparición de éstos de allí en adelante. Por otra parte, la forma de organización política a partir de Estados, es decir, de unidades territoriales, tuvo como efecto el afianzamiento de las burocracias, y de la monopolización de la fuerza por parte de las mismas. El ordenamiento territorial resultante del tratado de Münster fue bastante más estable que el precedente. Uno de los más persistentes es el reconocimiento de la Confederación Suiza como Estado independiente. La soberanía estatal y el principio de igualdad entre Estados en tanto tales, fueron, por lo tanto, resultantes de estos tratados. Asimismo, la ilegalización de las guerras privadas y el monopolio legítimo de la fuerza fueron coadyuvantes para la pacificación interna.97 La población civil quedaba sujeta al poder estatal, renunciando los soberanos al uso propio de la misma. Obsérvese que tan sólo tres años después

La independencia de Holanda implicaba la pérdida, para España, del estratégico puerto de Amberes, que era el centro financiero de Europa. 96 Instrumentum Pacis Osnabrugensis, Artículo VIII, §.2. 97 Como observa van Creveld, “el inicio de la Era Moderna fue testigo de toda una serie de luchas, que entre otras cosas, fueron libradas en orden de determinar quiénes podían y quiénes no podían usar la violencia armada. Tampoco el resultado podría haber sido predeterminado por algún otro medio”. Van Creveld, Martin; Las transformaciones de la guerra, pág. 80. 95

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de estos acuerdos se publicó el Leviatán, la gran obra de Hobbes, que tematiza justamente estas cuestiones. Del mismo modo, la política de tolerancia religiosa acordada en el tratado de Osnabrück, tuvo dos efectos: la pérdida de poder del papado en los asuntos internos, y la laicización de la política.98 Con esto se afianza otro de los principios del Derecho Internacional moderno, que es la no injerencia externa en asuntos internos de los Estados.99 Finalmente, la atomización del Sacro Imperio Romano y la instauración de Estados pequeños y jurídicamente iguales tendrían como efecto el retraso en la unificación política alemana, lo que ocurriría recién en el último tercio del siglo XIX. En lo inmediato, el desenlace de la guerra ubicó a la Francia de Luis XIV como potencia europea y acuñó el que sería el modelo de los ejércitos de occidente.100 Todos los progresos logrados durante 200 años se concentraron en sus fuerzas militares.101

98 “Suecia asumió el liderazgo de la coalición protestante, y en las negociaciones ejerció una considerable influencia: se ratificó la gran mayoría de las cláusulas de la paz de Augsburgo y se extendió su validez al calvinismo; se reconocieron las secularizaciones de los bienes eclesiásticos que habían tenido lugar después de 1555 y se anuló el acta de restitución de estos bienes, que había sido acordada a favor del Imperio en 1629, cuando la guerra le favorecía”. Bremer, Juan José; De Westfalia a post-Westfalia. Hacia un nuevo orden internacional, pág. 13. 99 Las doctrinas de Samuel Von Puffendorf contenidas en Del Derecho de la Naturaleza o de Gentes de 1672, y Deberes del Hombre y del Ciudadano de 1673 fueron respuestas “a los horrores de la guerra de los Treinta Años”. Su aporte, aunque le formuló críticas, se instaló en la línea de Hobbes. Buscaba “un ámbito jurídico neutral y aconfesional, aunque respetuoso ante la divinidad y de una moral mínima, basada en el derecho de todos los seres humanos a su preservación y bienestar elemental”. Sin duda su obra fue muy influyente en la formulación de un derecho internacional. Giner, Salvador; Historia del pensamiento social, págs. 267/8. Para la relación entre Hobbes y Puffendorf véase de Skinner, Quentin; El nacimiento del Estado, págs. 106 a 110. 100 Lynn, John; “Estados en conflicto”; en Parker, Geoffrey (ed.); Historia de la guerra, pág. 173. 101 Mead Earle, E.; op. cit.; Tomo I; pág. 72.

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Novedades organizativas A fines del siglo XVI, en 1584, Mauricio de Nassau tomó el mando de las tropas de las Provincias Unidas (actual Holanda) en la guerra que tenían con España. Introdujo innovaciones fundamentales para los ejércitos modernos que le permitieron tomar una serie de ciudades durante la última década del siglo. Fundamentalmente se trató de tres cuestiones: a) la división interna de los ejércitos, conformando unidades más pequeñas, con mayor capacidad de maniobra y menos expuestas a la artillería enemiga. Alistó batallones de 550 hombres, subdivididos en compañías y pelotones.102 Además de ello, b) reintrodujo la zapa, una práctica que había quedado en desuso, con lo que se comenzaron a parapetar los campamentos,103 y c) impuso una férrea disciplina e instrucción de los soldados en orden cerrado, es decir, acompasando los movimientos, unificando las formas de limpieza y carga de armas, con lo que logró incrementar la cadencia de fuego y minimizar los accidentes, así como también una mayor velocidad en el desplazamiento y de maniobra, tanto en la marcha como en el combate. La superioridad que logró sobre los tercios españoles se asentó en la coordinación estricta de los movimientos de carga y disparo; normalización de los movimientos de las unidades tácticas (disparos en contramarcha y movimiento en línea).104 El mejor aprovechamiento de las nuevas armas fue moldeando la organización de las tropas y las tácticas de combate, que por su éxito resultaron consideradas como referencia por los ejércitos franceses a principios del siglo XVII.105 Con las iniciativas de Mauricio de Nassau, los ejércitos comenzaban a dejar de ser “«una masa brutal al estilo suizo o una serie de individuos belico-

McNeill, William; En búsqueda del poder, págs. 139/43. Nievas, F.; op. cit.; pág. 25. 103 Esta técnica se usaba en la Antigüedad en el asedio de ciudades, se la conocía con el nombre de “minado”. Dougherty, Martin; El guerrero antiguo, págs. 58/9. 104 Benedicto, J. y Morán, M. L.; op. cit.; pág. 46. 105 Parker, Geoffrey (Ed.); Historia de la guerra. Akal, Madrid, 2010; pág. 10. Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; op. cit.; pág. 73. 102

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sos al estilo feudal»” para convertirse “en un «organismo articulado»”.106 El rey de Suecia Gustavo Adolfo también adaptó muy bien su ejército a las potencialidades que permitía la artillería y la infantería dotada con armas de fuego. Optimizó y actualizó el modelo organizativo creado por los tercios hispanos y aumentó la proporción de las armas de fuego en relación a sus piqueros.107 Es menester destacar, sin embargo, que más allá de las destrezas propiamente militares, la organización de sus fuerzas armadas tuvo como correlato la organización política de Suecia.108 El rey era el jefe de las fuerzas armadas y las tropas se componían a través del reclutamiento de un ejército nacional basado en el servicio militar obligatorio de 12.500 infantes y 200 caballos con fervor religioso y nacional, que contrastaba con las fuerzas asentadas en la contratación de mercenarios.109 Los combatientes bien organizados 106 Holmes, Richard; Campos de batalla. Las guerras que han marcado la historia, pág. 117. 107 Márquez Allison, Alberto; “Los cambios tecnológicos en el campo militar desde la caída de Roma a la Guerra de los 30 años. Grandes Batallas de la Historia”. 108 Liddell Hart, Basil; Estrategia, capítulo VI. 109 La descripción de la organización militar sueca corresponde a Schneider, Fernand; Historia de las doctrinas militares, págs. 18/20. También, tomamos datos de Dyer, G.; op cit, pág. 203. Mehring describe el sistema de reclutamiento y ofrece estadísticas sobre el crecimiento de las fuerza armadas de Gustavo Adolfo durante la Guerra de los Treinta Años; polemiza, además, aunque sea de manera parcial, con apreciaciones sobre la calidad de esa organización como las de Schneider. Señala: “El servicio militar regía para la población masculina entre 18 y 30 años, un sistema de conscripción cuya carga principal caía sobre la población rural. Sin embargo no puede soslayarse que la guerra de Gustavo Adolfo no era todavía impopular entre las clases oprimidas […]. La suposición de que Gustavo Adolfo al frente de un ejército de campesinos suecos, inspirados por Dios, hubiera sido capaz de asaltar las multitudes de mercenarios pagos del emperador no resiste ninguna crítica seria. Cuando se puso en marcha contra Alemania, la mitad de su ejército consistía en soldados legionarios, enganchados en las tierras de todos los señores, reclutados en territorio alemán de acuerdo con el programa de Gustavo Adolfo, entre los campesinos y artesanos obligados por la violencia o el hambre o entre la soldadesca internacional que un día servía bajo una bandera y mañana bajo otra, y que después del inicio de la Guerra de los Treinta Años había crecido hasta convertirse en un

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y disciplinados usaban un uniforme distinto según cada regimiento, sin la coraza. El mosquete fue modificado hasta ser más liviano, circunstancia que permitió poder usarlo sin soporte de madera para apuntalarlo y disparar. El llamado “cañón de chispa báltico” reemplazó el “cañón de mecha”, adelanto técnico que lo hizo más fiable al sumar, asimismo, el novedoso uso del cartucho.110 Simplificó la caballería; mantuvo coraceros pero todos los jinetes fueron surtidos de arma blanca y de fuego. La artillería fue mejorada con cañones más livianos que permitieron ser incorporados por la infantería, artefacto que desniveló muchos enfrentamientos. Reorganizó las tropas en el campo de batalla con un incremento del número de mosqueteros en la infantería; creó la brigada compuesta por dos regimientos de 8 a 12 compañías. Cada compañía, a su vez, se componía de dos pelotones de mosqueteros en cada ala, y un pelotón central de piqueros. La introducción de estas modificaciones favoreció la capacidad de fuego de tropas que podían hacer estragos con una formación de soldados armados con picas, a una distancia tal que evitaba el contacto físico. Su mejor armamento y organización eran factores que permitían una estrategia dinámica que buscaba la batalla. Esto se vio favorecido, además, por el perfeccionamiento de la logística (marcha rápida, buenas comunicaciones) y el menor peso en cada rubro. El diseño táctico ubicaba sobre el campo de batalla a la artillería delante, la infantería en el centro y la caballería en los flancos. La profundidad de las

espantoso tormento para el país. Los prisioneros eran inmediatamente puestos en fila como soldados. Es probable que al final apenas uno de cada diez hombres del ejército sueco fuera sueco. Naturalmente también la famosa disciplina cerrada de la tropa de Gustavo Adolfo, especialmente en relación a la moral, es una fábula”. Mehring, Franz; “Gustavo Adolfo II de Suecia. La Guerra de los Treinta Años y la construcción del estado nacional alemán”. 110 “Gustavo Adolfo hizo que sus mosqueteros llevaran una especie de cartucho de papel que contenía la pólvora necesaria y la pelota para realizar una carga de una sola vez. Se estima que esta innovación (precursora de la bala actual) permitió a sus hombres disparar tres o cuatro veces más rápido que sus enemigos imperiales”. Cañete, Hugo A.; “Las Innovaciones de Gustavo Adolfo (I). La infantería”.

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formaciones eran menores a las de la época, en general sólo tres filas, pero se extendían a lo ancho en el frente de batalla. Además, Gustavo Adolfo organizó reservas, otro factor que le otorgaba superioridad en aquellos años. En definitiva, a los pesados y rígidos ejércitos de la época, supo oponerle una eficaz combinación de “fuego y movimiento”, que le permitió una favorable asimetría de fuerza a su favor.111 Las novedades que presentaban las tropas comandadas por Gustavo Adolfo procuraron ser imitadas y la concepción táctica que acuñó dejó una importante marca. Los ejércitos europeos trataron de seguir su modelo, hasta que Federico de Prusia introdujera otras novedades. No obstante, las “tácticas lineales que el rey sueco introdujo, serán usadas hasta el siglo XX”.112 Hay que aclarar, sin embargo, que su concepción sobre la organización y uso de las fuerzas armadas no se expandieron ni rápido ni en demasía en el transcurso del siglo XVII. La estrategia y la táctica, como ocurre siempre, estuvieron condicionadas por varios factores no siempre fáciles de localizar para el analista. La organización social, la potencia de cada economía para sostener el esfuerzo de la guerra –las dificultades de financiamiento eran una preocupación recurrente–, la capacidad para el reclutamiento de tropas, la calidad de los medios de comunicación, y el tipo de armamento son algunas de las variables que se conjugaban en la formulación de los planes operativos y estratégicos. El incremento del número de combatientes imponía como requisito el desarrollo de una buena capacidad de administración y control de los recursos a través de un crecientemente mayor y perfeccionado aparato burocrático. El abastecimiento de una fuerza mayor imponía la necesidad, además, de una mejor economía para asistir a la tropa. Los avances tecnológicos aumentaban el poder de fuego del armamento, pero también el costo de su desarrollo y uso se incrementaba.113 Los problemas logísticos se multiplicaron y la mala calidad de los caminos terrestres imponía el abastecimiento

Schneider, Fernand; op. cit., pág. 20. Márquez Allison, Alberto; op. cit. 113 Parker, Geoffrey; La revolución militar, pág. 199. 111 112

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por ríos y mares. El mal tiempo y el invierno eran escollos casi insalvables.114 Como señalamos, la experiencia concebida por el rey sueco logró cierto predicamento, particularmente en Francia durante esta centuria. La posibilidad de emularla encontró fundamentos no en la destreza militar, sino que su andamiaje fue la consecuencia del establecimiento de la monarquía absoluta. Las posibilidades de formar una fuerza armada que replicara las virtudes de los ejércitos de Gustavo Adolfo encontraban en Francia sus condiciones favorables.

La guerra marítima Las novedades técnicas también impactaron en la guerra en el mar. Con la incorporación, a partir de fines del siglo XVI, de la vela cuadrada las embarcaciones podían navegar con viento de costado, dando más posibilidades de movilidad a las naves. Para entonces, asimismo, aparecieron los primeros veleros artillados a los costados, con lo que los combates navales pudieron librarse a mayor distancia y no por abordajes.115 Esto cambió las características de las flotas, y confirió a las mismas una importancia mayor a la tenida hasta entonces. En realidad la relación entre la pólvora y los marinos fue inicialmente menos traumática que la entablada con los ejércitos de tierra. Barco y cañón parecían estar hechos el uno para el otro.116 El desarrollo del comercio a largas distancias en volúmenes crecientes, tanto con regiones asiáticas como de América, e incipientemente con Oceanía, impulsó la disputa por el dominio de las rutas marítimas, lo que, dadas las características aun relativamente precarias de navegación –por la escasa velocidad de las naves los viajes insumían mucho tiempo, lo que requería entrar en puertos para reabastecerse y realizar eventuales reparaciones, puesto que los barcos también Benedicto, J. y Morán, M. L.; op. cit., pág. 47. Schmitt, Carl; Tierra y mar, págs. 37/8. 116 Véanse detalles de este vínculo en Keegan, J.; op. cit., págs. 446/7. 114 115

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eran frágiles–, se materializaba en la disputa por los enclaves costeros en los que se instalaban los puertos. África, Oceanía y Asia fueron escenarios privilegiados de dichas disputas. Las ciudades portuarias cambiaban asiduamente de pertenencia.117 Con la incorporación de artillería en las embarcaciones –algunas de las cuales llegaron a contar con un centenar de cañones–, eran frecuentes los bombardeos desde las naves a las defensas portuarias y muy eficaces los bloqueos a las salidas y entradas de embarcaciones a los puertos. La aparición de piratas y corsarios, como vimos, estimuló aún más el desarrollo de flotas de guerra para proteger de los asaltos a los buques mercantes, promoviendo el sistema de convoyes a tal fin, con el que se mejoró mucho la seguridad del transporte oceánico.118 Esto tuvo gran influencia en el devenir geopolítico; España, que tenía una Armada débil en términos comparativos, carecía de capacidad de proteger eficazmente a sus navíos, y los cargamentos de metales preciosos frecuentemente caían en manos de piratas y corsarios, lo que condujo finalmente a la pérdida de su posición de poder.119 Algo similar le ocurrió a Portugal.120 Inglaterra, Francia y Holanda, por el contrario, siguieron compitiendo y batallando por el predominio marítimo hasta que la primera logró imponerse por sobre las otras dos tras varias guerras.121

Cf. Fieldhouse, David; Los imperios coloniales desde el siglo XVIII. Este sistema, que data del siglo XVI, fue retomado en la Primera Guerra Mundial por los aliados para protegerse de los submarinos germanos. 119 Mahan, Alfred; Influencia del poder naval en la historia, págs. 59 y 96. 120 “La suerte de Portugal, unida a la de España durante uno de los más críticos períodos de su Historia, siguió bajando en igual forma, y aunque fue la primera en el desenvolvimiento marítimo de la raza, fue todavía más completa su caída”. Mahan, Alfred; op. cit., pág. 60. 121 Una explicación curiosa sobre la resolución del poderío naval a favor de los británicos, es que “Inglaterra se encontraba a barlovento de las Provincias Unidas, con los vientos dominantes del oeste a su favor. Por tanto, los británicos podían cortar las rutas comerciales de su rival, y zarpar y formar para la batalla más rápidamente”. Dickie, Iain et. al.; Técnicas bélicas de la guerra naval. 1190 a.C. – Presente, pág. 113. 117 118

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La preponderancia de la marina entonces se debió, sin duda, al impulso del naciente capitalismo, a la necesidad intrínseca a este sistema de expandir el intercambio mercantil. Fue eso lo que hizo que Inglaterra, “un pueblo de pastores se convirtiese, al filo del siglo XVI, en un pueblo de hijos del mar. Tal fue la evolución fundamental de la esencia histórico-política de la propia isla. Consistió en que, contemplada ahora la tierra tan sólo desde el mar, la isla se convirtió, de pedazo desprendido del continente, en parte integrante de ese mar, en un navío o, más claramente, en un pez.”122

Los cambios doctrinarios Los avances en la práctica militar no siempre se trasladan con rapidez al campo doctrinario. El proceso de toma de conciencia acerca de la misma práctica es algunas veces lento y plagado de obstáculos ideológicos y epistemológicos. El paso de las experiencias militares del siglo XVII a la elaboración teórica o doctrinaria fue cansino. La aparición de las armas de fuego eficaces, en el siglo XVII, convirtió a las batallas, que siglos antes eran escasamente determinantes en el curso de una guerra en un choque armado con riesgos muy altos. Por ese motivo, el arte de los jefes militares radicaba, más que nada, en eludir las mismas hasta tanto se encuentre en una situación tan favorable que llevarla a cabo le reporte el triunfo de manera casi inapelable. Pero esto es tan cierto para un bando como para el otro. Por ello, el arte se reducirá, la mayoría de las veces, a maniobrar la tropa en busca de tal situación favorable. Y era en el derrotero de tales maniobras cuando se producían la mayoría de las tropelías contra la población civil. Por supuesto, dichas operaciones no estaban exentas de escaramuzas entre ambos bandos, pero esto ocurría con pequeñas unidades, nunca arriesgando el grueso de un ejército.

122

Schmitt, Carl; Tierra y mar, pág. 71.

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No obstante, en ocasiones, la batalla era aceptada o resultaba ineludible. En tales casos, “el ejército se dispone en línea, en principio en un llano, y de cara al enemigo. La artillería se coloca delante, lo cual significa su pérdida en caso de derrota”.123 La elección de llanuras era un requisito indispensable para un desplazamiento ordenado de la tropa, así como la necesidad de una planicie para la eficacia de los disparos, tanto de la mosquetería como de la artillería. Surge así el “campo de batalla” o “campo de Marte”, un concepto que pervivirá en el léxico militar mucho más allá de su existencia real. El perfeccionamiento del sistema de fortificaciones y su expresión generó el asedio como forma de combate.124 Las defensas fortificadas en las fronteras dieron mucho trabajo y posibilidades de lucimiento a los ingenieros militares. La guerra de asedio también se fundamenta en la protección de las fuerzas propias. La búsqueda de éxitos seguros impuso cierta prudencia en el ataque. La guerra de movimientos para esquivar la colisión directa entre tropas se combinaba con largos sitios.125 Con tales imperativos, no es sorprendente que hacia el siglo XVIII esto se sistematizara en formulaciones teóricas. Aunque hubo muchos hombres que pensaron en los nuevos problemas que se abrían dados los cambios ocurridos en la forma de la guerra, sólo mencionaremos los más destacados de ellos, uno de los cuales es, sin duda, el galés Henry Humphrey Evans Lloyd (1718-1784), quien puso énfasis en el lugar de la guerra como un instrumento de la política y la manera en que las decisiones políticas afectaban su desarrollo. Observador agudo de los cambios que se iban promoviendo, escribió dos obras importantes, la Historia de la última guerra en Alemania entre el rey de Prusia y la emperatriz de Alemania y sus aliados en 1766 y Memorias militares de 1781, inaugurando una nueva etapa en el pensamiento militar. Indudablemente influenciado por el racionalismo imperante en la época, cuya máxima expresión entonces era el mecanicismo –producto de la revolución newtoniana–, colocaba como base de la reflexión militar a Schneider, Fernand; Historia de las doctrinas militares, pág. 16. Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; op. cit.; pág. 90. 125 Schneider, Fernand; op. cit., pág. 24. 123 124

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la topografía y las matemáticas; consideraba que aquel conductor militar que fuera sólido en estas ramas de conocimiento podría manejar sus fuerzas con eficacia. Imaginaba, también, que el ideal era lograr la meta sin confrontación y que la batalla ocurría luego del fracaso de la maniobra. Destacó la importancia de la “línea de operaciones”, que refería a la senda que transitaba un ejército desde su punto inicial de partida y el objetivo, estableciendo en torno a ella ciertos principios estratégicos importantes. La línea, recomendaba, debía ser lo más corta y recta posible entre un punto y otro; exigía conducir hacia algún objetivo esencial, y la elección correcta de su diseño podía determinar el éxito o no de la campaña. La protección para sortear los intentos de perturbarla por el enemigo debía ser la preocupación principal de todo planeamiento estratégico; como contrapartida, el hostigamiento de la línea de operaciones enemiga era una meta fundamental.126 Todas estas aportaciones en el plano del conocimiento sobre el arte de la guerra lograron registrar, a veces de manera parcial, las mutaciones que se venían produciendo en el arte militar y, en parte, reflejaron los cambios sociales generales. Si bien tienen algunas predicciones que anticipan lo que vendrá, a la vez, mostraban las ataduras que le imponía la fisonomía del sistema social. Contemporáneo a Lloyd, en 1772, el conde Jacques Guibert publicó sin su nombre el Ensayo general de la táctica, obra que lo transformó en una celebridad. En sus páginas podemos localizar el germen de varios elementos y planteos que adelantan la manera que iba a adoptar la guerra en el futuro. Subrayó la estrecha relación existente entre la estructura del gobierno y la guerra; supuesto sobre el que estableció una convicción: se debía contar con una fuerza militar patriota o ciudadana.127 Postulaba la necesidad de concentrar el fuego, puesta 126 Poczynok, Iván; “Batallas doctrinarias. Guerra, política y estrategia en los orígenes de la ciencia militar”, págs. 70/3. Véase, también, de Bonavena, Pablo; (s/f ) Henry Humphrey Evans Lloyd. Material de cátedra de Sociología de la Guerra. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales. 127 Palmer, R.; op. cit., págs. 160 y 150.

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en práctica luego en la Primera Guerra Mundial. Expresaba, asimismo, una tendencia hacia finales de siglo que devolvía a la táctica su dinamismo y preconizaba la batalla en detrimento de la maniobra, dándole protagonismo a la infantería.128 Heredero de la tradición mecanicista, el general prusiano Dietrich Heinrich von Bülow (1757-1807) intentó fundar un sistema científico que diera bases certeras para las maniobras, más acabado que el de su predecesor. Von Bülow contaba con la ventaja de haber visto el despliegue de las batallas napoleónicas, lo que debe señalarse ya que, si bien no extrajo conclusiones de alta calidad sobre las mismas –lugar que le correspondería a Clausewitz–, su pensamiento sintetiza de buena manera el tipo de guerra que, justamente a partir de Napoleón, entró en crisis. Se puede afirmar que von Bülow, aunque para el momento histórico en que escribió sus reflexiones ya resultaban anacrónicas, ofrece el mayor desarrollo sistemático de lo que fue una forma de la guerra. Su sistema era geométrico, centrado en el estudio de los ángulos del triángulo formado entre el objetivo militar (ápice del triángulo) y la extensión de la base de la fuerza atacante, de modo tal que una base amplia para atacar un objetivo cercano ofrecía máximas posibilidades de éxito, las que iban menguando en la medida en que la proporcionalidad cambiara en sentido inverso. La razonabilidad de esta proposición se pierde cuando la misma se convierte en dogma, que fue lo acontecido cuando Bülow estableció en 90° el nivel mínimo del ángulo del ápice para una operación potencialmente segura, sin otras consideraciones como el ánimo de la tropa, el poder de fuego, la topografía, la fricción, etc., a las que tomaba como constantes. De acuerdo a su razonamiento, la maniobra era el eje del arte militar, y el conductor lo que debía hacer era movilizar sus fuerzas a los efectos de conseguir una posición de superioridad estable, tras lo cual 128 Afirmaba: “El arte consiste en extender las fuerzas sin exponerlas, aferrar al enemigo sin dejarlas desunir; articular todos los movimientos y todos los ataques, para tomar al enemigo de flanco sin exponer el propio”. Véase Aron, Raymond; Pensar la guerra, Tomo I, pág. 303. Véase, asimismo, Courmont, Barthélémy; La guerra. Una introducción, pág. 53.

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podía intimar al oponente a la rendición. La batalla, así, dejaba de cumplir un papel preponderante, y sería, con la aplicación del método científico, un horror del pasado. La guerra incruenta, tan cara al pensamiento moderno, encontraba aquí una justificación doctrinaria anclada en certezas geométricas. En las antípodas de este pensamiento se encontraba Georg Berenhorst (1733-1814), quien daba cuenta de otro aspecto emergente con las guerras napoleónicas: el fervor nacional, que sintetizaba tanto los factores políticos como anímicos, a la vez que enfatizaba el carácter azaroso y relativamente imprevisible de la batalla. El genio del conductor estaba signado por su apreciación en el terreno, y por su audacia y arrojo, no por cálculos que pudiera establecer a priori. Esta concepción, aunque contrariaba el espíritu racionalista de la época, daba cuenta especialmente de un elemento vital que sería luego retomado por Clausewitz en su síntesis: la fuerza moral.

Los cambios sociales y militares La contrapartida de estos avances era siempre una preocupación que no se disipaba. Los ejércitos continuaban siendo indisciplinados, practicaban pillaje y eran un flagelo para la población civil. En tiempo de ocio, como durante los meses de invierno, su presencia se tornaba una verdadera pesadilla. Todavía se estaba muy lejos de los ejércitos “nacionales”. Se componían de bandas de profesionales, muchos de ellos extranjeros. Los nobles buscaban lugar en los cuerpos de caballería o entre los mandos de la infantería. Los soldados provenían de los niveles sociales más desfavorecidos. La burguesía eludía el reclutamiento y prestaba “servicios técnicos, vale decir, en artillería e ingeniería y en la aplicación de la ciencia a la guerra, y segundo, ocupaba posiciones destacadas en la administración civil del ejército, que tan notablemente evolucionó durante el siglo XVII, y a la cual se le atribuyen muchos otros progresos y reformas”.129 Los Estados fueron ganando 129

Mead Earle, E.; op. cit., Tomo I; págs. 73/4.

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lentamente capacidad de dirección y control domesticando sus tropas, aplicando mano dura contra los que saqueaban o desertaban.130 En paralelo proseguían los avances científicos y técnicos, y a finales del siglo XVII se sumaron importantes mutaciones en la tecnología militar. Parte de esos cambios se condensaron en la Guerra de los Nueve Años en 1697, momento cuando se abrió una nueva etapa en la historia militar. Comenzó la hegemonía del fusil y sus exigencias tácticas. Culminando el siglo, el fusil desplazó al mosquete por ser más liviano y tener mayor precisión. La eficacia que consolidó el uso del fusil se acrecentó con la bayoneta. Luego se incorporó la granada de mano durante la segunda mitad del siglo XVII.131 El choque bélico se dividía en dos momentos: el tiroteo y el cuerpo a cuerpo. El fusil y el filo de la bayoneta permitían cubrir las dos modalidades de manera combinada. Así, el protagonismo en los campos de batalla fue ganado definitivamente por la infantería. Los duelos individuales o las guerras privadas comenzaron su declive durante el siglo XVII cuando los gobernantes del Estado lograron “inclinar la balanza de modo decisivo tanto frente a los ciudadanos particulares como frente a los poderosos que rivalizan con ellos dentro de los Estados. Han logrado que el recurso de las armas sea delictivo, impopular y poco práctico para la mayoría de sus ciudadanos, han proscrito los ejércitos privados y han hecho que nos parezca normal que los agentes armados del Estado se enfrenten a la población civil desarmada”.132 Un dispositivo estatal moldeado como una “unidad ordenada” y ganando de manera creciente la capacidad de monopolizar el uso de la violencia tuvo como correlato el afianzamiento de los 130 Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; op cit; págs. 80 y 81. Federico de Prusia, que como veremos consolidó un importante ejército, mantuvo la preocupación por los desertores: “evitaba hacer marchas nocturnas y los hombres enviados a forrajear o bañarse eran acompañados por oficiales para evitar que deserten. Aun perseguir al enemigo era estrictamente controlado para que «no vaya ocurrir que nuestros propios hombres escapen en la confusión»”. Laffin, John; Grandes batallas de la historia, pág. 158. 131 Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; op. cit.; págs. 95/6. 132 Tilly, Charles; op. cit.; pág. 112.

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ejércitos nacionales. “Se fortaleció el vínculo entre acción de guerra y estructura del Estado”.133 Este aspecto fue subrayado por Weber y muchos especialistas sobre la temática de la emergencia y consolidación del Estado moderno.134 Como señalamos anteriormente, la entidad estatal consolida una espacialidad diferenciando dos zonas: “Unas fuerzas policiales o su equivalente eran depositarias de la coerción en la zona de seguridad, mientras los ejércitos vigilaban la zona de amortiguamiento y se aventuraban en su exterior; los príncipes más agresivos, como Luis XIV, redujeron la zona de amortiguación a una frontera estrecha pero fuertemente armada, mientras que sus vecinos más débiles o más pacíficos recurrían a zonas de amortiguación más extensas y a las vías fluviales. Cuando aquella operación triunfaba durante algún tiempo, se convertía en zona de seguridad, lo cual impulsaba al que ejercía la coerción a adquirir una nueva zona de amortiguación en torno a la anterior. En la medida en que las potencias adyacentes seguían la misma lógica, el resultado era la guerra”.135 Este entramado del poderío estatal tuvo su principal expresión en Francia. El sistema de fortificaciones exteriores francesas fue desarrollado por el ingeniero Vauban, vencedor en más de 50 plazas fuertes.136 Tilly, Charles; op. cit.; pág. 112. Weber, Max; Economía y sociedad, págs. 761/6. Véase Benedicto, J. y Morán, M. L.; op. cit.; págs. 47/8. También, véase de Mann; M.; Las fuentes del poder social; op. cit. 135 Tilly, Charles; op. cit.; pág. 114. 136 “Utilizó la bala hueca para atacar las piezas de las fortalezas y los ángulos de los bastidores. Con objeto de proteger a las tropas sitiadoras, preconiza los parapetos de tierra, los caballetes de trinchera y las paralelas, cuyo trazado se aproxima progresivamente a las murallas. Se le debe también el poderoso cinturón de fortificaciones, en particular en las fronteras del Norte y del Este, así como en las costas marítimas y en los Alpes. Modernizó trescientas fortalezas antiguas, construyó unas cuarenta y las dotó de cañones de grueso calibre. En lugar de murallas elevadas, preconizó fortificaciones rasantes y cubiertas de tierra; creó los fuertes exteriores, que tienen la ventaja de extender la defensa sobre un mayor espacio. Finalmente, ideó los fuegos cruzados”. Schneider, Fernand; op. cit.; pág. 25. Véase una opinión menos entusiasta, aunque también elogiosa, sobre Vauban en Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; op. cit.; pág. 87. 133 134

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Los armamentos La guerra, en general, transita entre dos estados que se deben resaltar. Oscila entre la asimetría y la simetría de fuerzas. El arte de conducir una fuerza armada busca crear situaciones de asimetría favorables. Cuando estas disparidades parecen asentadas en los logros técnicos, es habitual, por ejemplo, que el bando en desventaja recoja el armamento supuestamente más avanzado del enemigo del propio campo de batalla para analizarlo y, eventualmente, copiarlo. Esta capacidad de adoptar, según un criterio de eficacia, el nuevo armamento marca un proceso profundo de cambios sociales y culturales. Las armas ya no son consideradas más por su “simbolismo”; son apreciadas por su efectividad: “no se les atribuye una cualidades intrínsecas e intemporales, sino que esas cualidades son relativas, están en función de su rendimiento efectivo en los campos de batalla, frente a otras armas; y además dependen de las circunstancias económicas y sociales, de la necesidad”.137 El trasfondo social de las transformaciones es insoslayable. Sólo la desacralización de lo social y sus artefactos permite esta movilidad. La muda de las pautas culturales es, al mismo tiempo, una variación del peso de cada fracción social. La guerra y sus armas pierden caballerosidad; su espíritu aristocrático es desplazado por una fuerza plebeya de masas a la cual no le corresponde ningún arma por extracción social. Foucault, por ejemplo, da cuenta de esta innovación; señala que “[…] si hay un ejército de caballeros, un ejército pesado y poco numeroso de caballeros, entonces los poderes del rey resultarán fuertemente limitados porque éste no puede pagarse un ejército costoso como el de caballeros, quienes estarán obligados a mantenerse solos. En cambio, un ejército de infantería será más numeroso pero los reyes podrán pagárselo. La consecuencia de esto será el acrecentamiento del poder real, pero al mismo tiempo un aumento de la fiscalidad”.138 137 138

116.

Campillo Menseguer. A.; op. cit.; pág. 173. Foucault, Michel; Genealogía del racismo. Altamira; Montevideo, 1993; pág.

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En definitiva, la economía, la cultura, el ejercicio del poder, se entrelazan con el derrotero tecnológico-militar, situación que enfrentó en los campos de Marte a dos modelos tácticos. Por un lado, un sistema de bloques macizos de piqueros como arma decisiva en el ataque, apoyados por arcabuceros y mosqueteros, cañones y caballería. Por el otro, el ágil sistema sueco de brigadas desplegadas solo en tres líneas de profundidad, en que el rol determinante lo tenían sus mosqueteros, cumpliendo los piqueros el rol de protección a los mismos, diferencia sustantiva respecto del otro modelo. Esta formación era acompañada por la artillería liviana y la caballería apoyada por mosqueteros para desorganizar el ataque de los jinetes enemigos, antes de embestirlos con armas blancas.139 Los progresos en el área técnico-militar se siguieron sucediendo. En los albores del siglo XVIII hubo algunos cambios en el armamento con su obvio impacto en la organización militar en el campo de batalla. La pica fue definitivamente reemplazada por la bayoneta. El fusil de chispa eclipsó al mosquete, con una velocidad de un disparo por minuto. La formación se mantuvo en tres líneas y la caballería conservó un lugar de importancia.140 Cuando se inició el siglo, además, la fundición de hierro o bronce para la artillería estaba perfeccionada en toda Europa, y se fabricaban cañones y morteros que daban buenas garantías a los artilleros; desde mediados de siglo se expandió, también, el uso de obuses.141 Sin embargo, el estímulo para las mutaciones en el arte de guerrear provenía fundamentalmente del desarrollo social y, más específicamente, de las potencialidades y necesidades de las economías de los Estados. Las grandes metas trazadas por los Estados, al estilo de Luis XIV, fueron desplazadas por objetivos más acotados: la guerra fue siendo moldeada no tanto por la velocidad del fusil, sino por el cálculo económico racional. Europa entraba en una etapa donde los deseos Todo este párrafo está basado en Márquez Allison, Alberto; op. cit. Schneider, Fernand; op. cit., pág. 31. 141 Véanse detalles técnicos de cada uno de estos artefactos en Hernández Cardona, F. y Rubio Campillo, X.; op. cit., págs. 105/10. 139 140

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hegemónicos y las proyecciones de grandes guerras mermaban ante las sentencias que emanaban de la contabilidad. Por eso, “entre 1715 y 1789 los Estados combatieron por obtener ventajas discretas, más que por la hegemonía”.142

El cambio en los ejércitos Especialmente para consolidar la “paz” dentro de sus lindes se recurrió a la existencia de un dispositivo militar permanente. Sus fuerzas armadas prolongaron la impronta de las diseñadas por Gustavo Adolfo, conformando la estructura político-militar más sólida que emergió de aquellas tres décadas de guerra. La práctica militar fue signada por el incremento del número de los soldados –la mayoría fue ingresando a la infantería consolidando la tendencia subrayada–143 y por el mejor entrenamiento.144 Los problemas para su financiamiento y para poder nutrirla de combatientes eficaces también aumentaron. El reclutamiento fue regulado por edad y aptitud física. Además de procurar reconfigurar la cadena de mandos y escalafón, iniciativa que tocaba los intereses de la nobleza, se trató de ir incorporando cada vez más tropas de franceses en detrimento de los extranjeros. En 1640 había 160.000 hombres de los cuales 100.000 eran franceses.145 Desde el punto de vista táctico, se dividían formados en batallones de 800 hombres, y administrativamente en compañías. Desarrollaron milicias provinciales que se ejercitaban los domingos (llegó a 25.000 milicianos y se incrementó a 250.000 con la guerra de Sucesión Española). La caballería estaba integrada por regimientos divididos en escuadro-

Lynn, John; “Estados en conflicto”; op. cit., págs. 183/4. Lentamente aumentaba el número de infantes armados con mosquetes, llegando a una relación de tres mosqueteros por cada piquero. Finalmente, la bayoneta terminó por desplazar a la pica. 144 Véase McNeill, W.; op. cit.; págs. 136/7. 145 Todos los datos que siguen sobre la organización militar francesa corresponden a Schneider, Fernand; op. cit., págs. 21/2. 142 143

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nes de 200 caballos con jinetes dotados de armas ligeras. Las novedades referidas a la artillería fueron varias. Por influjo directo de Gustavo Adolfo, los franceses adoptaron un cañón liviano; la infantería también fue armada con artillería (de dos baterías de cuatro piezas cada una). Poco a poco, sin embargo, la artillería se constituye en un arma específica con personal propio. El transporte de los cañones quedaba en manos de empresarios civiles y era asistido por infantes al mando de oficiales especializados. Operacionalmente, se proponían una guerra de movimientos, y en el dominio de la táctica las marchas de aproximación. También, de manera creciente, se extiende a lo largo el frente de batalla desplazando la profundidad. En este marco, la búsqueda de las huellas que trazan el camino del desarrollo de las modernas concepciones militares nos remite a Federico de Prusia (1712-1786). Sus cualidades pasaron por el desarrollo de la aproximación indirecta y por la movilidad.146 Puso en uso el reclutamiento de soldados con base regional, que al ser devueltos a sus vidas habituales quedaban en situación de reserva para ser convocados nuevamente en caso del estallido de un conflicto. De esta manera Federico se adelanta en parte al sistema de “movilización moderna”. Perfeccionó con esmero la instrucción tanto de los oficiales como de la tropa.147 La caballería fue reorganizada y entrenada para protagonizar movimientos veloces, y fue emplazada en tres filas de profundidad en búsqueda de obtener una mayor movilidad y desenvoltura para

“[...] aplica felizmente la maniobra de ala. A tal efecto, adopta una técnica de aproximación perfeccionada: deja el vivac en columnas por alas; ejecuta el movimiento de desbordamiento en columnas de línea. En tales condiciones, un simple cambio a la izquierda o la derecha le deja formado en batalla, en dos filas, cara al ala enemiga”. Schneider, Fernand; op. cit., pág. 36. Este mérito es aceptado de manera parcial por Liddel Hart que considera que su “maniobra indirecta era demasiado directa”, limitación que la hacía fracasar en la “economía de fuerzas”. Liddel Hart, Basil; Estrategia. La aproximación indirecta, pág. 176. 147 Vale la pena subrayar la importancia del entrenamiento para mejorar el desempeño de la infantería; sin una buena instrucción quedaban truncos los avances técnicos del armamento. Sobre esta problemática puede verse de Keegan, John; op. cit.; págs. 454/6. 146

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maniobrar en masa. Eliminó el tiro a caballo y los jinetes fueron provistos con armas blancas. Se dividió entre caballería pesada y ligera; la primera quedó integrada por coraceros y dragones, y su cometido era enfrentar la caballería enemiga y abatir a la infantería; la caballería ligera estaba conformada por húsares con el objetivo de realizar el reconocimiento y, a la vez, impedir que el enemigo pueda hacer la misma tarea. La infantería fue preparada para combatir en tres líneas y, mediante la combinación de la tecnología y mucho entrenamiento, actuaba en pelotones donde una línea se hallaba de pie y la otra arrodillada, con una velocidad de tiro entre tres a cinco disparos por cada proyectil lanzado por los mosquetes enemigos. La instrucción habilitaba a la tropa para pasar en el transcurso del combate mismo de una línea a la columna y a la inversa. Federico también aligeró la artillería para ganar en movilidad y poder asistir con su poder de fuego el avance del ejército; para ello dispuso cañones livianos que acompañaban a la infantería. La artillería pesada fue abastecida de cañones de 6 y 12 libras y obuses. Para la disposición de fuerzas en el campo de batalla ubicó a la infantería y artillería en el centro, la caballería pesada la ubicó en cada ala y la caballería ligera fue dispuesta en la retaguardia. Asimismo mejoró el sistema de abastecimiento y la logística. No obstante, su estrategia se orientaba más al desgaste que al aniquilamiento. Tal vez otra novedad de Federico para destacar, sea la iniciativa de avanzar en la concientización de los soldados con el ideal de luchar por una causa: el Reino de Prusia. Combinó para ello el buen trato y la buena alimentación de los hombres alistados, con una disciplina severa y un duro adiestramiento.148 En Francia también hubo novedades. Sobre la base de una ajustada administración estatal, la dirección militar procuraba una buena formación de los oficiales y de la tropa. Se creó la división, cambio organizativo que se corresponde al aumento del número de reclutas.149 148 Saint Pierre, Héctor Luis y Bigatao, Juliana de Paula; “Las mutantes máscaras de Marte”, en Tamayo, Ana María (ed.); Conocer la guerra, construir la seguridad. Aproximaciones desde la sociedad civil, pág. 29. 149 La división “[…] llegó a ser definida como una parte del ejército distinta,

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Se formaron milicias y tropas ligeras de infantería. Se reorganizó la artillería con el uso de piezas más livianas. El cuerpo de ingenieros volvió a constituirse como un arma independiente de la artillería.150 Mientras tanto, Gran Bretaña mantenía la superioridad naval en la disputa por territorios y riquezas lejos de los confines de Europa. Las consecuencias de la asimetría fueron palpables: la supremacía en el mar promovía la superioridad en el comercio. Los dividendos del comercio fortalecían la capacidad militar en un círculo virtuoso. Todos los ejércitos principales de Europa estaban supeditados al dilema de los Estados: priorizar la lucha terrestre continental o favorecer la fuerza militar naval. La poca capacidad recaudatoria estatal no permitía cubrir los dos frentes con igual dedicación. Tal vez, la geografía insular, la buena administración de las riquezas comerciales, su sistema político y la pericia de sus marineros y soldados fueron los factores que, combinados, colocaron a los británicos como primera potencia colonial.151 La Guerra de los Siete Años, obviamente, sacudió todas las estructuras doctrinarias y prácticas del arte bélico. El choque militar entre Inglaterra y Francia, desde 1756 a 1763, se extendió por Europa, América (al norte) y sur de Asia (el subcontinente indio). El conflicto abarcó simultáneamente a dos guerras. Por un lado, Francia e Inglaterra lucharon en el mar, en las colonias y en el oeste de Alemania. Por otro, Prusia se enfrentó a Austria y a sus aliados en el este de Alemania. Las batallas navales estallaron en todos los océanos. La extensión espacial permanente, estable y más o menos igual a una parte del mismo comandada por un general”. Con ella se avanzó en la transformación de “una sola masa de tropas que en la batalla formaba un frente continuo” a “conjuntos, articulados, con partes destacables y capacidades para maniobrar independientemente”. Palmer, R.; “Federico el Grande, Guibert, Bulow: de la guerra de dinastías a la guerra nacional”, en Mead Earle, Edward; Creadores de la estrategia moderna, Tomo I, págs. 148/9. 150 La descripción de lo ocurrido en Prusia y Francia corresponde a Schneider, Fernand; op. cit., págs. 32/6. Para el caso prusiano hemos usados datos de Márquez Allison, Alberto; “Las campañas militares de Federico II de Prusia”. 151 Lynn, John; “Estados en conflicto”, en Parker, Geoffrey (ed.); Historia de la guerra, pág. 187.

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del conflicto fue tan dilatada que fundamenta una caracterización polémica: considerar esta guerra como la primera de alcance mundial.152 Más allá de las querellas, se dice que esta guerra cerró una etapa: “Una época en que las necesidades militares configuraron gobiernos y en la que la guerra determinó el destino de Estados enteros en Europa, mientras difundía y definía el dominio occidental en todo el globo”.153 Todos estos cambios fueron acompañados por el desarrollo de doctrinas y teorías. Federico mismo elaboró varios trabajos acuñados al calor de las guerras donde participó con sus fuerzas militares.154 Durante los siglos XVII y XVIII las guerras europeas eran, en gran parte, “una sucesión de sitios en los que la maniobra, el cerco y la posición eran las notas importantes de una pomposa gramática que buscaba obtener pequeñas ventajas sobre el adversario”.155 El arte bélico eludía el choque frontal entre fuerzas: “una batalla campal en gran escala entre ejércitos completos, era en tales circunstancias una ocurrencia rara”.156 Las teorías ubicaban como habilidad suprema el actuar de modo tal que el enemigo se viera compelido a aceptar las condiciones impuestas sin entablar lucha, prescindiendo del momento de la colisión armada propiamente dicha. Veían, como medio para ello, una estrategia de maniobras pura, capaz de desarrollar la guerra sin mayor derramamiento de sangre, aunque esto fuese más bien una premisa retórica, sin correlato histórico real. La economía de la violencia obedecía a una circunstancia imposible de soslayar. Las fuerzas armadas representaban un instrumento indispensable para la existencia y defensa de los Estados, pero también eran una enorme carga para el tesoro. La formación y el mantenimiento de su fuerza militar solía ser 152 Lynn lo define como “un conflicto auténticamente mundial”. Lynn, John; “Estados en conflicto; op. cit., pág. 189. 153 Lynn, John; “Estados en conflicto”; op. cit., pág. 193. 154 Principios generales de la guerra de 1746 fue su primer trabajo. Véase una referencia a sus obras en Palmer, R.; op. cit., págs. 130/1. 155 Saint Pierre, H. y Bigatao, J.; op. cit., pág. 29. 156 De acuerdo con Palmer, R.; op. cit., pág. 127. Véase, también, Poczynok, I.; op. cit., pág. 63.

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la fundamental inversión de un Estado, y su derrota en un combate lo dejaba peligrosamente indefenso y al borde de la quiebra económica. Hacia 1752, por ejemplo, el 90 por ciento del presupuesto del Estado prusiano se destinaba al gasto militar; en Francia para 1784 insumía cerca de dos tercios.157 La larga duración de un conflicto también diezmaba las arcas estatales; un Estado con debilidad financiera no podía postergar demasiado el final de la guerra. El sostenido aumento del número de efectivos de cada fuerza militar aumentaba los costos de mantenimiento. Los ejércitos eran la vida misma del Estado pero se usaban lo menos posible, y la prudencia y discreción económica limitaron las ansias belicosas en muchas ocasiones. Otro factor colaboraba para atemperar y dosificar la búsqueda de las colisiones sangrientas; los reclutas forzados y mercenarios no mostraban entusiasmo por la batalla, y era impensado el derramamiento de sangre por una causa. Carecían de una ideología de guerra y no sabían por qué batallaban, pero incluso “no sentían necesidad de saber por qué luchaban”.158 Eran convocados a las armas con un fin temporario y limitado. Su cohesión se lograba con mano dura y el cumplimiento de un pago regular.159 La teoría militar expresaba esta situación postulando la guerra de maniobras, en lugar de las formas del combate 157 Bell, David; La primera guerra total. La Europa de Napoleón y el nacimiento de la guerra moderna, pág. 59. 158 Aron, Raymond; Un siglo de guerra total, pág. 7. 159 Comparándolas con las tropas regulares de las fuerzas armadas rusas que enfrentaron a Napoleón, el Mariscal de la Unión Soviética A. A. Grechko hace un comentario que nos resulta ilustrativo: “Tampoco fueron estables las tropas mercenarias de las monarquías de Europa Occidental, muy extendidas en las épocas de descomposición del feudalismo (siglos XV y XVI). Solían completarse con elementos desclasados de diversas nacionalidades. A los lansquenetes les eran ajenos los intereses de los países en cuyos ejércitos servían. Una absoluta falta de disciplina, crueldad, bajas cualidades morales y combativas, afición a merodear y hacer fortuna distinguían a los mercenarios, que servían a quien les pagaba mejor. En vísperas de una batalla decisiva e incluso en el curso de ésta, se pasaban de destacamentos al lado del enemigo poniendo al ejército traicionado ante el peligro de la derrota”. Grechko, Andréi; Las fuerzas armadas soviéticas, pág. 116.

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que buscaban el enfrentamiento decisivo y el choque de fuerzas definitorio.160 “En la teoría bélica absolutista se conservan los rasgos esenciales que definían a la guerra cortesana como torneo librado por combatientes pertenecientes a una aristocracia especializada en el oficio de las armas”.161 Dislocar los planes del enemigo mediante movimientos, amenazar sus posiciones dominantes, perturbar sus comunicaciones, hostigar y entorpecer la línea de abastecimiento eran las argucias puestas en práctica para procurar, lo antes posible, un armisticio favorable sin exponerse a peligros mayores. La lucha sangrienta para someter al bando enemigo únicamente encontraba sustento en casos excepcionales.162 Esta tendencia a los conflictos escuetos encontraba amparo, además,

160 “Una guerra de objetivos limitados era el corolario militar corriente de la nobleza del poder: la conquista o defensa de una provincia o la ocupación de una región fronteriza a efectos de negociación. Objetivos más ambiciosos que afectasen la misma existencia del Estado oponente exceden ambas capacidades de los ejércitos, al menos si la potencia oponente era importante”. Paret, Peter; Clausewitz y el Estado, pág. 44. 161 Fernández Vega, José; Carl Von Clausewitz. Guerra, política, filosofía, págs. 32/3. 162 Hay otros factores a considerar: “Las guerras de este período se hallaban limitadas en sus alcances y aspiraban a fines reducidos. Una de las causas no menos importante de esta restricción era el carácter del ejército del siglo XVIII. Compuesto en gran medida de profesionales altamente adiestrados, reclutados por largos períodos de servicio, resultaba un instrumento de elevado costo. En caso de ser destruido no podía ser fácilmente reemplazado. Se entiende que los príncipes fueran reacios a arriesgar grandes pérdidas de personal. Los generales, a su vez, tenían poco que ganar y mucho que perder en caso de emprender luchas serias. Eran especialistas que no habían interiorizado una lealtad permanente a sus subalternos, excepto en la medida en que tal lealtad fuera exigida por la ética de su profesión. Con frecuencia los generales dejaban el servicio de un príncipe para unirse a otro, a pesar de sus nacionalidades, muy a la manera de los modernos ejecutivos y asesores que sirven hoy para una empresa, mañana a otra. Puesto que todos los generales se encontraban en esas condiciones, es razonable suponer que existía entre ellos un tácito entendimiento, de modo que las campañas se condujeran con vistas a disminuir los peligros y aun el malestar del cuerpo”. Rapoport, Anatol; Clausewitz. Filósofo de la guerra y la política, pág. 37.

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en la búsqueda de reglas para humanizar la guerra o, al revés, la limitación humanitaria era el correlato de las limitaciones pecuniarias, pues los límites morales y legales comprendían a los “adversarios civilizados” de otras fuerzas europeas, cubrían a la población no combatiente, pero se desvanecían frente a los “adversarios no civilizados” de otros lugares del mundo.163 En los finales del siglo XVIII y principios del XIX, el pensamiento y la acción militar prusiana –y del resto de Europa– estaban dominados por esta concepción estratégica. Se repelía la batalla y se priorizaba la maniobra.

163

Bell, D.; op. cit., págs. 75/6 y 78.

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CAPÍTULO III La guerra moderna

Engels sostuvo que la forma de combatir hasta entonces clásica comenzó a vivir su crisis en la Guerra de Independencia contra Inglaterra de los que serían, por su desenlace, los Estados Unidos de América (1775-1783). Frente a las tropas formadas en torpes líneas de poca movilidad, los grupos rebeldes mostraban una gran capacidad letal. No sabían marchar, recalca el amigo de Marx, pero sus huestes eran más cohesionadas por la causa que las reunía, por el mismo motivo no estaban predispuestas a la deserción y demostraban más puntería que sus oponentes.1 Es menester destacar que antes de la guerra por la independencia en las colonias norteamericanas existían varias formaciones de ciudadanos armados reclutados a través de una conscripción obligatoria. Su misión era resguardar a los colonos de los ataques “indios”. Cuando se inició el proceso independentista muchos hombres ya tenían, entonces, formación y experiencia militar; asimismo, estaban armados y con permiso para portar sus armas como defensa contra los pueblos originarios. Estos factores deben ser tenidos en cuenta a la hora de ponderar la capacidad de la fuerza que pugnaba por la independencia. Justamente, el hecho que desencadenó el con-

Una vez conquistada la separación de Gran Bretaña, la forma organizativa que se instaló en el flamante territorio liberado siguió siendo la milicia, ya que se temía a un ejército profesional como un potencial peligro para la democracia. Stern, Frederick Martin; El ejército ciudadano, págs. 181/2 y 98. Para una historia general de las milicias, véase de Andújar Castillo, Francisco; Ejército y militares en la Europa Moderna. 1

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flicto, en el cuadro de un intento propiciado por las autoridades británicas buscando lograr mayores cargos y control sobre los colonos, ocurrió en abril de 1775, cuando trataron de requisar armas y municiones en Concord, almacenadas por quienes defenderían de inmediato su independencia. “Estos destacamentos no daban a los ingleses la satisfacción de enfrentarse con ellos en línea regular de combate ni en campo descubierto, sino que atacaban en destacamentos dispersos de tiradores móviles y ocultos en los bosques. La formación lineal, impotente, sucumbió ante un enemigo escurridizo. De este modo se instaló la formación dispersa de tiradores, nueva forma de combate, fruto de un material-soldado modificado”.2 Así comenzaba una nueva manera de concebir la guerra que se correspondía a un determinado desarrollo social diferente al europeo, aunque conectado a él. La desigual relación de la guerra y la política, entre el arte bélico y la situación social a cada lado de océano, ponían en evidencia el choque de un orden social contra otro. Esta divergencia en los entramados sociales imprimía una relación asimétrica a la hora de guerrear. Hay opiniones que no asignan a esta conflagración una forma muy diferente de hacer la guerra contrastada con la europea, prisma desde donde se relativizan las aseveraciones de Engels. De hecho, la milicia contó con el concurso de Augustus von Steuban, oficial del ejército de Federico el Grande que trató de organizar la tropa con los criterios regulares. Pero también es cierta la adopción de una guerra de desgaste de perfil miliciano. En esta guerra cobraron importancia los francotiradores y merodeadores, que apuntaban sus armas contra oficiales del enemigo, circunstancia no tolerada en Europa, o atacaban en días festivos de carácter religioso, situación que violaba los cánones guerreros del viejo continente, que arrastraban las tradiciones de la “tregua de Dios”. El ejército rebelde al mando de George Washington atacó en la Navidad de 1776 a una guarnición de mercenarios en Hess, medida que los tomó totalmente por sorpresa.3 Revelan un aparta2 3

Engels, Federico; Anti-Dühring, págs. 26/7. Lynn; J.; “Nación en armas”; en Parker, G. (Ed.); Historia de la guerra, págs. 195/7.

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miento de los contratos establecidos entre los sujetos estatales en el Tratado de Westfalia y otros acuerdos para fijar límites legales a las conflagraciones. El accionar del francotirador, por ejemplo, quiebra la lógica de la guerra dinástica y, por ende, en un principio recibió el desprecio de los soldados regulares ya que mata con frialdad; por eso los ingleses durante un tiempo no los avalaron como una práctica legítima, pues no permitían que un soldado elija a alguien de una clase social alta para quitarle la vida.4 Independientemente de la real implicancia de estos tipos de prácticas y su peso para determinar el curso de las operaciones, ponen en evidencia el inicio de un proceso de cambio. El general Beaufre afirma que “técnicamente” fue una guerra de guerrillas que, a través de los Minutemen, hostigaban a las fuerzas regulares británicas, pero arguye, no obstante, que fue decisivo el apoyo de Francia para resolver el conflicto de manera favorable al bando independentista.5 Lynn subraya con precisión los alcances de las primicias que puso de manifiesto aquella confrontación; remite de manera puntual al debate sobre las tácticas.6 Hace referencia a la querella entre los defensores de la formación en columna y los que postulaban la formación en líneas. Jacques Guibert, en el citado estudio sobre táctica, sacó como corolario que se debían combinar en un orden mixto.7 Claro que no todas las condiciones sociales habilitaban fácilmente esta posibilidad. Engels en su artículo “Los combates en Francia”, publicado en Pall Mall Gazette el 11 de noviembre de 1870, Pegler, M.; Los francotiradores, págs. 7 y 11. Beaufre, André; La guerra revolucionaria, págs. 127/8. Los Minutemen eran “milicias especiales de hombres jóvenes y de rápida movilización”. Marrero, Pilar; Un despertar del sueño americano. La tensión, el conflicto y la esperanza de los inmigrantes en Estados Unidos, pág. 237. 6 Una de las primicias tecnológicas de esta guerra que se sumó a las novedades tácticas fue la “Tortuga americana”. Un minúsculo submarino con forma de nuez que, propulsado por un complejo sistema de manivelas y hélices, procuró instalar una bomba por debajo del barco inglés Eagle. La idea del submarino luego fue desarrollada por Robert Fulton. Franklin, Bruce Howard; War Stars. Guerra, Ciencia ficción y hegemonía imperial, págs. 44/55. 7 Lynn; J.; “Nación en armas”, págs. 199/200. 4 5

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enfatizó otro rasgo de la lucha por la independencia norteamericana que abrió una época: “la participación de la población en la guerra”.8 Como veremos, desde este conflicto hasta hoy, esa presencia se fue ampliando. Hemos enfatizado que durante el Absolutismo las fuerzas armadas representaban un instrumento indispensable para la defensa de los Estados y, a la vez, eran una gran carga para el tesoro pues eran su principal inversión. Su vida se iba en ello. Los ejércitos, asimismo, mostraban inestabilidad, generaban escasa confianza y las tropas no estaban unidas por causa alguna, lo que quedaba expresado en las constantes deserciones, llegando al punto de la cuasi disolución de un ejército en algunas ocasiones. Entre junio y noviembre de 1567 el ejército español de Flandes se redujo de 60.000 a 11.000 hombres. En la década de 1630 la tasa de deserción era del 7% mensual. En 1640 en el ejército de Extremadura llegó a desertar el 90% de sus hombres.9 Las formaciones para el combate y la táctica reflejaban estas debilidades, restando capacidad de maniobra y posibilidades de flexibilidad operativa. Los movimientos rígidos y acompasados eran la característica habitual. La falta de autonomía para “inventar” o improvisar alternativas sobre la marcha de la batalla era una consecuencia necesaria de la organización militar absolutista. Esta concepción comenzó a ser superada en la práctica y la guerra por la independencia norteamericana es un hito insoslayable en esa dirección. A partir de la Revolución Francesa los cambios se profundizaron con esta Engels, Friedrich; Notas sobre la guerra franco-alemana de 1870-71. Parker, Geoffrey; La revolución militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, 1500–1800, pág. 87. 10 Peter Paret hace una interesante descripción de la situación de los ejércitos francés y prusiano en 1789, que nos sirve para hacer observable el carácter de las fuerzas armadas de la época: “[...] ambos eran instrumentos militares de monarquías absolutas, nutridos por Estados cuyo progreso había estado vinculado, y hasta había llegado a depender, del propio desarrollo de los ejércitos. Habían conferido estabilidad interna y un nuevo peso en el exterior a la autoridad central, mientras que sus necesidades económicas, financieras y humanas –que habían aumentado enormemente a lo largo del siglo anterior– había estimulado poderosamente la práctica gubernamental y la expan8 9

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orientación.10 Como bien señaló Engels, la Revolución Francesa impuso por necesidad cambios fundamentales en el arte militar, que tuvieron antecedentes en aquellas batallas del otro lado del océano.11 Sin duda la Revolución Francesa cambió muchas cosas, algunas de manera definitiva. El precario equilibrio, difícil de sostener pero tolerable, entre los Borbones y los Habsburgo, Austria y Rusia, el Imperio Otomano y Rusia, resultó violentado por la Revolución Francesa y, por ende, convocó a la guerra. La revolución trastocó esa correlación de fuerzas en el mapa de Europa; la preocupación predominante de las monarquías europeas desde entonces fue derrotar al mal ejemplo que significaba para la estabilidad de sus soberanías la Francia revolucionaria. En poco tiempo, en 1793, la revolución enfrentó a la alianza entre Gran Bretaña, España, Holanda, Prusia, Austria y Cerdeña.12 sión y proliferación de agencias y controles. Al mismo tiempo, los ejércitos eran instituciones aristocráticas, que habían llegado a representar un papel vital en el modo de vida de la nobleza. Su carácter aristocrático se veía aumentado por la naturaleza de las tropas, construida por mercenarios extranjeros o por hijos de nativos pobres; la distancia que les separa de sus oficiales rara vez se cubría [...] Los soldados alquilados y reclutados formaban una mezcla que exigía una estricta supervisión; esto, junto a la limitada eficacia de las armas, hacía que los soldados se utilizasen mejor en formaciones masivas. En ambos servicios la rama más importante, la infantería, maniobraba en líneas de batallas, estrechamente ordenadas, de forma que el individuo quedaba dentro de formaciones que pensaban y actuaban por él. La masificación y los ataques súbitos eran los medios de que se valía la caballería para realizar su tarea fundamental de proteger a la infantería, rompiendo los ataques del enemigo y acelerando sus retiradas. Excepto en una guerra de asedio, la artillería y los ingenieros aún representaban un papel subsidiario. A diferencia de su cohesión táctica, la organización de los ejércitos seguía fragmentada, sus unidades administrativas y operativas por lo general no superaban al regimiento o, incluso, al batallón. Numerosos consejos, agencias, comisiones temporales o permanentes, cuyas autoridades respectivas se interferían, administraban las fuerzas, pero cuerpos unificados como podrían ser un estado mayor o un directorio supremo de abastecimientos, estaban aún en su infancia. Ningún ejército había conseguido todavía combinar un control central eficaz con la iniciativa administrativa y la responsabilidad que se necesitaba a todos los niveles”. Clausewitz y el Estado, págs. 41/2. 11 Engels, Friedrich: Anti-Dühring, págs. 25/7. 12 Woods, Alan; “Ascenso y caída de Napoleón Bonaparte”. Véase, también, Palmer, R., en Mead Earle, Edward; Creadores de la estrategia moderna, Tomo I, pág. 161.

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En paralelo a este proceso, la revolución modificó la formación del ejército francés y las maneras de encarar la guerra. Luis XVI procuró enfrentar a las masas con un ejército que en ese momento desnudó más falencias que virtudes. En 1790 se sublevaron varias porciones de esa fuerza armada y quedó casi diezmada el año entrante.13 La vieja estructura militar no tenía cabida en la nueva Francia. La flamante concepción de la política asentada en las ideas de ciudadanía y de soberanía popular era un obstáculo para replicar la vieja formación y la estructura de los ejércitos.14 Sin duda, “la gran revolución francesa liquidó para siempre el arte militar de la vieja Europa y de la Rusia de los zares”.15 Uno de los correlatos de la mutación fue, justamente, la emergencia de los ejércitos nacionales con reclutamiento masivo de “ciudadanos libres”.16 Los franceses promulgaron una ley el 23 de agosto de 1793 que en una sección decía: “Los jóvenes pelearán, los hombres casados forjarán armas y transportarán abastos; las mujeres harán tiendas y vestidos y servirán en los hospitales; los niños convertirán telas en hilos; los ancianos se harán transportar a las plazas públicas y encenderán el valor de los combatientes, predicarán odio contra los reyes y la unidad de la República”.17 El 10 de octubre de ese mismo año, Saint-Just presenta un Informe a la Convención Nacional en nombre del Comité de Salud Pública, que muestra el proceso de toma

Lynn; J.; “Nación en armas”, pág. 201. Saint Pierre, H., y Bigatao, P.; op. cit., pág. 30. Poczynok, I.; op. cit., pág. 81. 15 Trotsky, León; La revolución traicionada, pág. 199. 16 “Hasta la Revolución Francesa, la suerte de la guerra se había definido mediante ejércitos reducidos y sostenidos por la renta del Estado, pero a partir de ese momento, entran en juego las masas, los pueblos con la enorme fuerza que engendraban sus principios y sus ideales; masas incontenibles que formaban una nueva estructuración, que le imprimen un nuevo sello de energía, de entusiasmo, porque todo el esfuerzo de la nación desborda popularmente inclinando la balanza de las operaciones con un ritmo vertiginoso. Comienzan a surgir nuevos valores hasta ese momento no explotados, como el valor espiritual y el instrumento de las masas”. Marini, Alberto; La psicología al servicio de la guerra, pág. 22. 17 McNeill, William; La búsqueda del poder, pág. 213. 13 14

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de conciencia sobre la transformación que se venía dando y las posibilidades que generaba: “En época de innovación todo lo que no es nuevo es pernicioso. El arte militar de la monarquía ya no nos sirve, porque somos hombres diferentes y tenemos diferentes enemigos. El poder y las conquistas de pueblos, el esplendor de su política y su milicia, ha dependido siempre de un solo principio, de una sola y poderosa institución [...] Nuestra nación tiene un carácter nacional peculiar. Su sistema militar debe ser distinto que el de sus enemigos. Muy bien entonces: si la nación francesa es terrible a causa de nuestro ardor y destreza, y si nuestros enemigos son torpes, fríos y lentos, nuestro sistema militar debe ser impetuoso”.18 La pretensión de movilizar a toda la sociedad para nutrir el esfuerzo bélico no era una iniciativa con antecedentes; representaba toda una primicia.19 En poco tiempo Francia duplicó el tamaño de su milicia, y volcó todos sus recursos económicos y materiales al sostenimiento de la guerra. La población armada mostró que la tradicional organización militar profesional mutó en una fuerza de masas, y la transformación impuso cambios en la concepción estratégica: la maniobra y el choque militar acotado quedaron como prácticas impotentes frente a la predisposición a colisionar frontalmente con el enemigo y dar batalla. La guerra pasó de los príncipes a los ciudadanos, y la búsqueda de una fuerza de masas significó la fundamental revolución de los asuntos militares al término del siglo XVIII.20 Como señaló Colmar von der Goltz, se creaba así el ejército nacional y con él la emergencia del “pensamiento nacional, que ya conocía algún antecedente en la Guerra de los Siete Años”.21 El trabajo ideológico desde el Estado, a través de la impresión de materiales dirigidos a las tropas, fue uno de los condimentos que cooperó en la consolidación de una argamasa de ideas y

Hobsbawm, Eric; Las revoluciones burguesas, pág. 145. Bell, Daniel; La primera guerra total, pág. 37. 20 Courmont, Barthélémy; La guerra: una introducción, págs. 103, 53/4. 21 Colmar von der Goltz, Wilhelm Leopold; La nación en armas, pág. 77. La referencia al antecedente corresponde a Bell, Daniel, pág. 114. 18 19

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principios que reforzaron la identidad nacional, sustrato ideológico que potenciaba la cohesión de la población y la energía para pelear.22 La identificación de la población con un ideario nacional permitió la emergencia de una nueva forma de combate basada en la acción combinada de tiradores y columnas de infantería, y en la separación del ejército en divisiones y cuerpos independientes, integrados por todas las armas, perfil desarrollado a pleno en su aspecto táctico y estratégico por Napoleón. Esto, razona Engels, “surgió, ante todo, impuesto por la necesidad, por la Revolución Francesa”.23 Fue factible responder a esa necesidad por los cambios ocurridos en el sistema social. Con certeza, seguirán por mucho tiempo las polémicas sobre las virtudes y defectos militares de Napoleón.24 Se hablará siempre a favor de su genio militar y en contra de su exacerbado personalismo, evaluando qué rasgo eclipsó finalmente al otro. Schneider afirma con toda convicción que no existió una escuela o sistema napoleónico, puesto que era más bien un conductor empírico.25 Recalca que no elaboró grandes principios de la estrategia y táctica, sino que en relación a estos aspectos tuvo sintonía con la doctrina militar del siglo XVIII y especialmente con las aportaciones de Guibert. El famoso Napoleón postulaba la unidad de dirección tanto en el plano estratégico como táctico. Reunió a grandes grupos de tiradores; prolongó el principio divisionario generado por sus antecesores franceses, las divisiones podían actuar de manera separada o componiendo una mayor vitalidad en concordancia con otras porciones de las fuerzas armadas; combinó formaciones, columnas o líneas según el tipo de movimiento, poniendo en evidencia su apego por un sistema táctico flexible.26 Sacó Lynn; John; “Nación en armas”; op. cit.; pág. 202. Engels, Friedrich; Anti-Dühring, pág. 27. 24 La descripción sobre la manera de combatir correspondiente a Napoleón está basada fundamentalmente en Schneider, Fernand; Historia de las doctrinas militares, capítulo IV, especialmente págs. 50/1. También en Holmes, Richard; Napoleón. Batallas y campañas, pág. 28. Lynn; J.; “Nación en armas”, págs. 207/8. 25 Schneider, Fernand; op. cit., pág. 50. 26 “La gran revolución francesa creó un ejército por la amalgama de las tropas de línea del ejército real con las nuevas formaciones”. Trotsky, León; La revolución traicionada, p. 204. 22 23

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mucho provecho a la posibilidad de contar con mesnadas organizadas en cuerpos, pues favorecían el sistema de mando y los grupos reducidos aminoraban los problemas logísticos.27 Escalonó temporalmente la entrada en combate de las tropas ligeras, de la línea y de las reservas; mantuvo la convicción sobre la potencia que brindaba la concentración de fuego para el combate; practicó la lucha en retirada; extendió los frentes por efecto del incremento del poder de fuego; le asignó suma importancia a la artillería y recurrió a la dispersión de la tropa para la subsistencia. Se preocupó especialmente por la información que le permitía maniobrar, generando el método de las “posibilidades del enemigo”: hacía una lista de las factibles o esperables operaciones del enemigo, e iba eliminando las menos viables hasta que le quedaba solo una como la más probable, que se convertía en su referencia a la hora de trazar planes para el combate. Compensaba la falta de instrucción de sus tropas con un agudo sentido táctico y una fuerte iniciativa que se cimentaba en la capacidad para combatir a 120 pasos por minuto contra sus enemigos, que en el mismo lapso de tiempo daban 70; así lograba raudos desplazamientos y, por eso, un superior dinamismo para concentrar fuerzas. Napoleón decía que multiplicaba “la masa por la velocidad”. Estas prácticas eran ejecutables debido a su gran pericia para la adaptación a las vicisitudes que ofrecía el choque armado, versatilidad que le confería una gran capacidad de maniobra en la búsqueda de una batalla decisiva a corto plazo, pero no por la preocupación que tenía el absolutismo frente a una guerra prolongada, sino por la importancia política de la contundencia, que lo empujaba a la guerra de aniquilamiento: “Su objetivo en la batalla no era simplemente excederse en las maniobras, sino aniquilar al adversario”.28 Promovía la “guerra relámpago” en lugar de buscar las “batallas de mutuo consentimiento” preponderantes en el siglo XVIII. Imponía el combate a sus enemigos procurando, en el orden estratégico, mantener su iniciativa

27 28

Lynn; J.; “Nación en armas”; op. cit., págs. 206/7. Rapoport, A.; op. cit., pág. 40.

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mediante la ofensiva; maniobraba para imponer la batalla y concentraba fuerzas para el encuentro. A nivel táctico, combinó la acción frontal y la embestida a los flancos o retaguardia del oponente. Buscaba la “batalla de frentes invertidos”, al atacar la retaguardia del enemigo y quebrar su comunicación con la base principal. El sistema de divisiones y cuerpos habilitaba un abasto de la tropa a través de las requisas y el alojamiento en casas de particulares. Eran unidades autónomas asentadas en la constitución de diversos centros de operaciones que podían proceder separadamente y, obviamente, cooperar en un objetivo común que, además, obtenían muchos suministros por propia cuenta (“vivir del país”). Esta alternativa permitió disminuir la carga de la logística, evitando, por ejemplo, llevar carpas para reducir el número de animales de carga, aunque esta circunstancia favoreció el incremento de las enfermedades entre los soldados.29 El aligeramiento del equipo individual aceleró la movilidad y dio mayor libertad de movimientos en todo tipo de terrenos. De igual manera, el hecho de no depender de depósitos ni de columnas de abastecimiento maximizó el ímpetu de las tropas hambrientas y mal vestidas para caer en la retaguardia del enemigo, que confiaba en el usual sistema de aprovisionamiento. Así podía cambiar en plena campaña su línea de comunicaciones: “El arte supremo de las batallas consiste en cambiar, durante la acción, la propia línea de operaciones; es una idea mía y es completamente nueva”.30 29 Desde ya que Napoleón protagonizó un estrepitoso fracaso logístico en Rusia. Véase Thompson, Julian, págs. 63/4. Véase, de Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; op. cit., pág. 50. 30 “Este ambiente revolucionario tuvo serias consecuencias en el plano operacional [...] Soldados y destacamentos podían dispersarse y vivir de la región, lo que evitaba depender de las líneas de comunicaciones. Las requisiciones se veían facilitadas por la complicidad de la población. Así, para encontrar recursos suficientes sin agotar la región, se incitaba a las fuerzas revolucionarias a dispersarse en sus desplazamientos y estacionamientos, fórmula logística que el «sistema divisionario», introducido de nuevo en el ejército real, hacía militarmente practicable. Se estableció paulatinamente de este modo una práctica característica de las fuerzas revolucionarias francesas que consistía en vivir de disposiciones diversas y en concentrarse para combatir.

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Sin duda Napoleón, supo sacar ventaja de la transición de la guerra dinástica a la guerra de carácter nacional, logrando explotar con habilidad el nacionalismo. Sus enemigos, empero, fueron sus mejores discípulos y devolvieron con eficacia sus enseñanzas desplegadas en los terrenos de batalla.31 El reputado coronel de artillería Gerhardt von Scharnhorst, a cargo de la Academia de Guerra de Berlín, explicó con mucha agudeza que los triunfos militares de Napoleón revelaban los cambios sociales y políticos ocurridos en Francia, especialmente la emergencia de una “nación en armas”. Para entender la lucha contra Francia, argumentaba, no era suficiente estudiar sus nuevas tácticas o la organización de su ejército, sino que se debía meditar sobre la dimensión social del cambio y, desde allí, el contexto general en el que se combatía. Por eso, en los programas de formación de la Academia que dirigía, además del estudio de cuestiones técnicas y militares, incluyó otras ramas del conocimiento social que le otorgaban una perspectiva amplia a sus graduados, entre los que Clausewitz ocuparía el primer lugar de su promoción en 1803, pero estos planes de estudio no podían sustituir la radicalidad del proceso revolucionario francés.32 Scharnhorst

Sus adversarios insistían en operar a la antigua, permanecían agrupados y dependían de almacenes y líneas de comunicaciones. Napoleón sacaría todas las consecuencias estratégicas de esta aptitud de las tropas francesas, disponiendo sus tropas en una ancha red para obnubilar al adversario y luego cercarlo (como en Ulm) o colocarse sobre una línea de comunicación, rodeándolo para obligarlo a librar batalla con frentes invertidos. Esta maniobra, peculiar a la estrategia napoleónica y que por otra parte nadie pudo reproducir después, derivaba de las posibilidades ofrecidas por los usos revolucionarios”. Beaufre, Andre; La guerra revolucionaria, págs. 130/1. 31 Lynn; J.; “Nación en armas”; op. cit., pág. 213. 32 “En 1806 Prusia estaba derrotada por el sólo hecho de que en el país no existía el menor vestigio de ese espíritu de resistencia nacional. Para reavivarlo, los reorganizadores del gobierno y del ejército hicieron después de 1807 todo lo que estaba en sus manos por hacer. En esa época, España ofreció un glorioso ejemplo de cómo el pueblo puede resistir a un ejército invasor. Todos los dirigentes militares de Prusia señalaron a sus conciudadanos ese ejemplo, como digno de ser imitado. Scharnhorst, Geneisenau, Clausewitz, compartían la misma opinión al respecto, Geneisenau fue

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enfrentaba con esta propuesta a una concepción de la guerra como un arte independiente de otras actividades humanas, con sus propios principios y reglas. Comienza a negar toda independencia de la actividad militar y, por el contrario, se afana en mostrar el vínculo de la guerra con la esfera política y la organización social toda.33 Este perfil reformista dentro del pensamiento militar prusiano se expandió con vivacidad como correlato de las novedades emanadas de las guerras napoleónicas, y los cuadros que se ocupaban de elaborar las doctrinas militares de la época procuraron trasladar al papel esas mutaciones. También logró permear las políticas del gobierno de Prusia que, en 1807, suprimió las relaciones de servidumbre y abrió la posibilidad para que los cargos de oficiales del ejército puedan ser cubiertos sin necesidad de tener sangre aristocrática en las venas. Los cambios sociales y las reformas doctrinarias se fueron combinando en la perspectiva de crear un ejército de base popular.34 personalmente a España para combatir contra Napoleón. Todo el nuevo sistema militar, introducido entonces en Prusia, fue un intento de organizar la resistencia popular contra el enemigo, por lo menos en la escala en que fuera posible bajo una monarquía absoluta”. Todos estos cambios en las formas de lucha y su relación con los entramados sociales fueron seguidos sistemáticamente por Marx y Engels: “Pero cuando estalló en América del Norte la guerra aparecieron de pronto destacamentos de insurgentes que, por cierto, no sabían desfilar, pero que en cambio disparaban magníficamente, disponían en la mayoría de los casos de fusiles de precisión y, como se batían por su propia causa, no desertaban. Estos insurgentes no daban a los ingleses la satisfacción de bailar con ellos, a paso lento y a campo abierto, el conocido minué del combate, según todas las normas de la etiqueta militar. Ellos atraían a su enemigo a la espesura de los bosques, donde sus largas columnas de marcha quedaban indefensas ante el fuego de tiradores dispersos e invisibles. Formados en pequeños destacamentos de gran movilidad, utilizaban cualquier protección natural del terreno para asestar golpes al enemigo. Por ello y por su gran movilidad, resultaban siempre inasibles para las rígidas tropas enemigas. De tal modo, el fuego de los tiradores dispersos, que ya había desempeñado cierto papel cuando se introdujo el arma de fuego, demostraba ahora, en determinados casos y sobre todo en los pequeños encuentros, su superioridad respecto del orden lineal”. Engels, Friedrich; Anti-Dühring, pág. 275. 33 García Caneiro, José; La racionalidad de la guerra. Borrador para una crítica de la razón bélica, pág. 50. 34 Lynn; J.; “Nación en armas”; op. cit., págs. 212/3.

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En el plano doctrinario, como vimos, la producción se polarizó en un debate entre ciencia o arte de la guerra, donde los nombres de Dietrich H. von Bülow y Georg Berenhorst lograron notoriedad.35 De nacionalidad suizo-francesa, Antoine Henri de Jomini (1779-1869) fue el primer teórico militar que logró sistematizar tempranamente algunas de las principales transformaciones acaecidas.36 Obtuvo un puesto en el Estado Mayor de las fuerzas napoleónicas y sus obras, que empezó a escribir en 1803, fueron muy estudiadas en las escuelas militares del siglo XIX. Se lo considera el primero en definir con precisión el arte de la logística.37

Clausewitz Fue Carl von Clausewitz quien mejor plasmó la experiencia de las guerras napoleónicas, ocupando con la difusión de su obra De la guerra una posición singular dentro del pensamiento militar, aunque su reconocimiento tardó en llegar. Fino observador, el militar prusiano había tomado nota de que los parámetros habituales de entonces para evaluar el choque entre fuerzas no resultaban determinantes. En su análisis sobre la victoria napoleónica en Italia a fines del siglo XVIII, donde las fuerzas austríacas y papales fueron derrotadas, observó que “[e]n tanto el ejército francés carecía de todo, el ejército austríaco acababa de ser abundantemente provisto”,38 lo que contrariaba los esquemas de Sobre estos autores, véase Bonavena, Pablo; “Algunas notas sobre el arte militar en von Bülow”. Véase, también, Poczynok, Iván; op. cit.; págs. 72/7. Véase, además, Palmer, R.; “Federico el Grande, Guibert, Bulow: De la guerra de dinastías a la guerra nacional”; en Mead Earle, E. (comp.); Creadores de la Estrategia Moderna. 36 Aron, Raymond; Pensar la guerra, págs. 213/4. Véase sobre el tema de Howard, Michael; “Jomini y la tradición clásica en el pensamiento militar”, en Liddell Hart, Basil; Teoría y práctica de la guerra, págs. 20/1. 37 Durante un tiempo fue considerado el mejor historiador de las campañas napoleónicas. Carta de Engels a Marx del 19 de junio de 1851. Su ubicación como pionero en teorizar la cuestión logística corresponde a Thompson, J.; op. cit., pág. 40. 38 Clausewitz, Carl von; La campaña de Italia de 1796, pág. 18. 35

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pensamiento vigentes. Reconoció la emergencia de la energía que liberó la revolución y a esa motivación la codificó teóricamente como “fuerza moral”.39 Comprendió el impacto definitivo de esos cambios sociales sobre el fenómeno bélico y avanzó en la conceptualización de esas mutaciones, sentando las bases de la moderna estrategia, que sepultó para siempre las doctrinas absolutistas de la maniobra y sus variaciones. Le asignó un lugar relevante a las masas nacionales, conforme a las virtudes bélicas que habían demostrado en los campos de Marte bajo el amparo de la bandera de Francia.40 La fuerza de su pensamiento se conocería póstumamente, cuando su viuda publicara De la guerra, un texto que él mismo no consideraba finalizado tras doce años de tarea. La perspectiva teórica que desarrolló Clausewitz estuvo basada en un estudio social de la guerra: la famosa fórmula “la guerra es la continuación de la política por otros medios” sintetiza su avance en tal sentido. Argumentaba que la primera tarea del conductor militar reside en desentrañar las características del conflicto que abordará con su hueste, y que la fuerza militar se obtiene de tres fuentes: el gobierno, el ejército y el pueblo. Aquí radica la necesidad de comprender el carácter social de los contendientes, sus objetivos políticos y, a partir de allí, sacar conclusiones acerca de cómo es posible que cada uno de los bandos beligerantes lleve adelante el esfuerzo bélico.41

39 Véase Rothfles, H.; “Clausewitz”; en Mead Earle, E. (comp.); op. cit., pág. 211. Véase, también, de Fernández Vega, J.; op. cit., págs. 115/7. 40 Millán, Mariano; “La guerra de Secesión en los EE.UU. ¿Una revolución conceptual en las fundamentaciones de las prácticas militares?”, pág. 3. Naville, Pierre; “Karl von Clausewitz y la teoría de la guerra”; en Clausewitz, Carl von; De la guerra. Introducción, pág. 13. 41 Millán, M.; op. cit.; pág. 4. La vinculación con el pensamiento social puede encararse también, de otra manera: “Al igual que Max Weber, Clausewitz interpreta la acción guerrera, por lo menos la del jefe […], refiriéndose a la relación medio-fin. [Eso] situaría a Clausewitz entre los fundadores de la sociología de la acción o entre aquellos que presintieron los marcos formales de una praxeología racional o de una teoría de los juegos”. Aron, Raymond; Sobre Clausewitz, pág. 48.

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Desdeñaba por igual el dogmatismo geométrico de von Bülow como el voluntarismo de Berenhorst, tal como señalamos, las dos posturas más extremas entre los pensadores militares del momento. El primero calculaba los ángulos del triángulo formado entre la base de abastecimiento y el objetivo;42 el segundo abogaba por el ímpetu y el arrojo, estimándolos determinantes ya que en la guerra no hay posibilidad alguna de cálculo.43 Produjo una verdadera revolución doctrinaria, adecuando el pensamiento al orden surgido post-Westfalia. Para Clausewitz, en efecto, los Estados son los legítimos contendientes en las guerras. En consecuencia son las fuerzas armadas profesionales las que tienen la primacía en la contienda. Evalúa la situación de la guerra de guerrillas, pero la misma sólo actúa como fuerza auxiliar de las fuerzas regulares.44 Uno de los aspectos sobresalientes de su teoría –que generó mucho rechazo durante décadas– es la primacía que da a la defensa por sobre la ofensiva. Esto tiene muchas implicancias, no sólo técnico-militares, sino también políticas. Aunque la doctrina de la guerra justa estaba ciertamente en desuso en el momento de la vida de Clausewitz, las regulaciones sobre la guerra no tardarían en reaparecer, dado que la dinámica fundada en la ofensiva era propia de los regímenes absolutistas, que necesitaban expandirse territorialmente para sostenerse en términos políticos y crecer económicamente, mientras que lo propio de los Estados nacionales sería la relativa estabilidad de las fronteras, 42 “El lector espera que se le hable de ángulos y líneas, y en vez de esos ciudadanos del mundo científico sólo encuentra gente de la vida común, como la que se encuentra todos los días en la calle. Y sin embargo, el autor no puede decidirse a ser ni un pelo más matemático de lo que su objeto le parece ser, y no teme la extrañeza que su lector pueda mostrarle”. Clausewitz, Carl von; De la guerra, pág. 158. 43 “[…] tenemos que tomar en consideración toda orientación común de las fuerzas del espíritu hacia la actividad bélica que podamos considerar cono la esencia del genio bélico. Decimos común porque precisamente en eso consiste el genio bélico, en que no es una sola fuerza, como por ejemplo el valor, mientras otras fuerzas del entendimiento y el ánimo faltan o tienen una orientación inútil para la guerra, sino una reunión armónica de fuerzas”. von Clausewitz, Carl; De la guerra, pág. 47. 44 De la guerra, Segunda Parte, Libro VI, capítulo 26.

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para cuya defensa convoca a sus fuerzas armadas. Por lo tanto, la agresión, aun cuando no estuviese regulada, ya carecía de legitimidad. Hasta las campañas napoleónicas, de carácter imperial, se realizaban en nombre de la defensa de la revolución. Desde este ángulo es comprensible porqué un sesquisiglo después hasta los Ministerios de Guerra trocarían por Ministerios de Defensa. El rechazo que originalmente provocaba esta doctrina partía de la equivocada idea de que en la guerra la ofensiva es más potente que la defensa, y quien como Clausewitz planteaba lo contrario, estaba destinado a la derrota. Pese a todo, el tiempo fue imponiendo el pensamiento del prusiano, y en la segunda mitad del siglo pasado era de lectura obligatoria en todas las academias militares, imponiéndose sobre apellidos famosos como Jomini. La importancia de esta teoría es que expresa de manera armónica el papel de la guerra en el sistema interestatal post-westfaliano. Las fuerzas armadas estatales asumen un rol central, pero sin autonomía respecto del gobierno, que es quien fija los fines políticos, ni de la población, de donde surge la fuerza moral, ese elemento intangible al que tanta importancia se le asignó por primera vez, y que aún hoy sigue siendo un dispositivo con gran potencia explicativa.45

Crimea y Secesión estadounidense: dos guerras modernas Tras la derrota de Napoleón Bonaparte en Waterloo se impuso en Europa un orden conservador consensuado en el Congreso de Viena, entre los representantes del modelo monárquico. La estabilización de las fronteras –es decir, el mutuo reconocimiento del poder de cada soberano– inauguró un período de relativo sosiego. “Después de 1815, las grandes potencias evitaron recurrir a las armas durante cerca de 40 años; y, cuando se produjeron guerras, se libraron por objetivos limitados. [Así comenzó] el más largo período exento de guerra geneEs la fuerza moral asimétrica lo que permite entender la reversión de la asimetría tecnológica desde la guerra de guerrillas en adelante, en todas las formas pos-clásicas de enfrentamientos bélicos. 45

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ral que Europa había conocido desde la época de la Paz Romana, de los siglo I y II de la era cristiana”.46 La capacidad militar cimentada en la industria alcanzada por las potencias europeas, asimismo, les permitió resolver conflictos fuera del continente con alguna facilidad, como en la llamada Primera Guerra del Opio contra China. Claro que las nuevas armas no garantizaban de por sí ningún triunfo; en la guerra proseguían interviniendo otros factores, como lo atestigua la derrota de los estadounidenses a manos de una alianza de los pueblos originarios en Little Big Horn (1876), el revés británico contra los zulúes en 1879 y el descalabro italiano en Etiopía en 1896.47 Pero, en general, la diferencia entre el desarrollo social de cada territorio seguía siendo el factor que marcaba las diferencias. Volviendo a Europa, el continente “se acomodó a un período de desarrollo pacífico sin precedentes”. Esta situación fue acompañada por muchas iniciativas que buscaban arraigar la convivencia pacífica, generando muchas organizaciones que trabajaban para promover la paz, tendencia que se trasladó a la primera década del siglo XX y a los Estados Unidos de Norteamérica.48 Una de esas guerras de objetivos limitados fue la de Crimea (18531856), que enfrentó al Imperio Ruso, de una parte, con los imperios Otomano, Británico y Francés, de otra. Los primeros perdieron unos 500.000 hombres, y unos 250.000 los aliados. La guerra por esta estratégica península que controla la entrada al Mar de Azov, se desató a partir del intento del zar de “rusificar” a su población, predominantemente tártara en esa época. Esto fue visto como un avance ruso sobre el declinante imperio otomano, el que, en su debilidad, recurría a los británicos, a quienes facilitaba su acceso al sur asiático donde éstos Bruun, Geoffrey; La Europa del siglo XIX (1815-1914), pág. 15. Courmont, Barthélémy; La guerra: una introducción, pág. 59. 48 Murray, Williamson A.; “La industrialización de la guerra”; en Parker, Geoffrey (Ed.); Historia de la guerra, pág. 227. En Norteamérica entre 1900 y 1914 se crearon 45 nuevas asociaciones por la paz. MacMillan, Margaret; 1914. De la paz a la guerra, pág. 368. 46 47

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tenían grandes intereses –en particular la India–. Los europeos en general, y los ingleses en particular, se alarmaron ante lo que podía significar una expansión rusa hacia el sur, que pusiera en peligro las posesiones coloniales británicas. Las prensas británica y francesa presionaron para escarmentar al oso ruso.49 Los franceses estaban ávidos de estrenar militarmente su reciente Segundo Imperio, y Napoleón III necesitaba una victoria militar para aquietar las agitadas aguas políticas internas –Francia había sofocado dos revoluciones recientemente, en 1830 y 1848–. La gran cantidad de muertos se puede explicar por el impacto de la ciencia y nuevas tecnologías, que promovieron cambios en la táctica. El barco a vapor permitió a los británicos y franceses una mejor logística.50 Un cambio tecnológico crucial se evidenció en la velocidad de las comunicaciones a través del telégrafo, que potenció la capacidad militar, y la introducción del rifle Minié, cuyo proyectil cónico tenía mayor precisión, alcance y poder destructivo que las balas esféricas de los mosquetes. Estas últimas solían incrustarse en el cuerpo y desplazarse por su interior, mientras que el proyectil Minié lo atravesaba, rompiendo los huesos a su paso, lo que generalmente derivaba en amputaciones de los heridos. Este sistema de arma había sido recientemente desarrollado por el capitán Claude Étienne Minié y por ello el bando aliado contó con la ventaja inicial.51 En la Guerra Civil norteamericana (1861-1865) también se recurrió al telégrafo y fueron empleados de manera nueva, o por primera vez en forma masiva, los ferrocarriles –ya se habían usado en 1859 en la guerra entre austríacos y franco-piamonteses–, los barcos acorazados, los fusiles de repetición, las ametralladoras, la artillería ferroviaria, los aerostatos de señalización, las trincheras y los alambrados. Estos avan49 “Fue una guerra –la primera de la historia– que se produjo a causa de la presión ejercida por la prensa y la opinión pública”. Figes, Orlando; Crimea, pág. 234. 50 Murray, Williamson A.; “La industrialización de la guerra”; op. cit., pág. 227. 51 “Sólo durante la guerra de Crimea –cuando los mosquetes demostraron ser inútiles ante los rifles Minié de los británicos y los franceses– los rusos compraron rifles para su propio ejército”. Figes, Orlando; Crimea, pág. 196.

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ces tecnológicos fueron combinados con el reclutamiento masivo de tropas, el bombardeo de ciudades e intensas campañas de propaganda que sembraban el odio contra el enemigo.52 Fue una guerra entre fuerzas armadas constituidas por ciudadanos y enfrentó más claramente que la de Crimea a dos sistemas sociales: el capitalismo industrial del norte frente al capitalismo esclavista agrícola del sur.53 Hay quienes argumentan que las diferencias de intereses fueron la causa de la guerra, y quienes sostienen lo contrario: que dada la similitud de los mismos, la causa inmediata del conflicto fue “la distinta forma en que cada zona del país quería utilizar la reciente expansión territorial” hacia el oeste.54 La guerra fue de una violencia inusitada para la época, por lo que se la suele también considerar la primera guerra total, aunque esta caracterización se esgrimió ante otras guerras. Casi 10.000 combates, destrucción de campos, incendio de viviendas, la casi extinción del ganado, la acción de bandoleros que diezmaban los caminos y ciudades con asaltos y saqueos, 630.000 muertos y 1.100.000 heridos (50.000 amputados) ilustran la intensidad de la confrontación.55 Los costos económicos del esfuerzo bélico también fueron enormes.

52 Murray, Williamson A.; “La industrialización de la guerra”; en Parker, Geoffrey (Ed.); Historia de la guerra, pág. 226. Carocci, Giampiero; Historia de la guerra civil norteamericana, pág. 68. Courmont, B.; op. cit., pág. 59. Incluso fue la primera guerra en que se utilizaron submarinos por ambos bandos, aunque no llegaron más que a un nivel auxiliar y relativamente episódico. En 1864 el CSS Hunley (de tracción humana) hundió al USS Housatonic, el primer buque de guerra hundido en combate por un submarino. 53 En las fuerzas del norte se alistaron más de 200.000 negros; murieron 38.000. Se los utilizó para los trabajos más duros y se les pagaba menos que a los blancos. Zinn, Howard; La otra historia de los Estados Unidos. Véase también Muchnik, D. y Garvie, A.; El derrumbe del humanismo; pág. 52. 54 Bosch, Aurora; Historia de los Estados Unidos. 1776-1945, pág. 152. Véase, también, Faulkner, Harold; Historia económica de los Estados Unidos. 55 “[…] la devastación del sur, la movilización de recursos y las consecuencias políticas del conflicto llevan a considerarla una guerra totalmente distinta de las anteriores, claramente una primera guerra total en la experiencia del sur”. Bosch, Aurora; Historia de los Estados Unidos. 1776-1945, pág. 520. Cf. Muchnik, D. y Garvie, A.; El derrumbe del humanismo, pág. 45.

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Aunque técnicamente fue una guerra civil, la neutralidad británica fue dudosa, ya que el bloqueo de puertos sureños por parte de la Unión perjudicaba a los industriales textiles ingleses, que dependían del algodón norteamericano. Por esta razón, los ingleses tendían a favorecer a los sureños.56 El carácter social de la guerra quedó de manifiesto cuando, tras un inicio prometedor para la Confederación en la batalla de Bull Run, cerca de Washington, la prolongación del conflicto se tornó su principal debilidad, ya que contaba con apenas la décima parte de la capacidad industrial del país, y menos de la mitad de la línea férrea al inicio de la guerra, una proporción aún menor luego, pues la Unión siguió expandiendo el ferrocarril, mientras que la Confederación no podía reemplazar las unidades deterioradas. Esta diferencia en la disponibilidad de recursos fue la que llevó finalmente a la derrota de los Estados sureños. Los sobresaltos que vivió el norte tuvieron mucho que ver con la orientación doctrinaria con la que abordaba la guerra; amparado en Jomini, no tenía una cabal comprensión del tipo de guerra que le tocaba protagonizar. Dotado únicamente de concepciones que atrasaban casi un siglo respecto del desarrollo de la historia social general y también de lo bélico, una guerra moderna industrial, con un poder de fuego y pasiones nunca antes vistos, era leída por el norte con el lente de las guerras torneo del absolutismo.57 A partir este prisma, la Unión se planteó una estrategia basada en la maniobra frente a un enemigo que buscaba las batallas, y convocaba a la movilización desde el nacionalismo; en definitiva, actuaba como una fuerza moderna, y el general Robert Lee parecía descifrar mejor frente a qué tipo de conflagración estaba.58

56 En diversos artículos aparecidos en el New York Daily Tribune y el Die Presse de Viena, Marx y Engels denunciaban esta situación. Cf. Marx, Karl y Engels, Friedrich¸ La guerra civil en los EE.UU. 57 Millán, Mariano; “La guerra de Secesión en los EE.UU. ¿Una revolución conceptual en las fundamentaciones de las prácticas militares?”, pág. 4. 58 En este sentido, además del texto de Millán, puede leerse Cárdenas Nannetti, Jorge; “Lincoln y la guerra” en Nueva Historia de los Estados Unidos, págs. 220/44.

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No sólo la concepción absolutista de la guerra parecía agotada, las tácticas napoleónicas también demostraron ser incompatibles con los avances tecnológicos. El norte finalmente adoptó una estrategia de desgaste por sobre la búsqueda de combates definitorios, con la que trató de quebrar la fuerza moral del sur. El general del norte William Tecumseh Sherman arrasó con cuanto pudo en su paso por Georgia, y anunció a los habitantes del norte de Alabama que su ejército tenía derecho a la vida y los bienes de su enemigo pues la guerra “es, sencillamente, un poder no constreñido por ninguna constitución ni pacto”.59 Tal vez por estas palabras, Liddell Hart lo consideró el primer general moderno.

Se retoman las regulaciones En el marco de este recrudecimiento de la guerra, con una acrecentada capacidad destructiva, en agosto de 1864 se firmó el “Convenio de Ginebra para mejorar la suerte que corren los militares heridos de los ejércitos en campaña”, que establece que ambulancias y hospitales militares deben ser reconocidos por los bandos beligerantes como neutrales, mientras haya heridos o enfermos en ellos, y en tanto no encubran fines militares (art. 1); esta condición se extiende también a todo el personal de las mismas (art. 2). En su artículo 7 establece que el emblema distintivo para establecimientos, vehículos y personal alcanzados por estas disposiciones será una cruz roja, tomando así el distintivo del Comité Internacional de la Cruz Roja, creado un año antes a instancias de Henri Dunant, quien fuera también el promotor de la Conferencia, con la suscripción originalmente del Imperio Francés, la Confederación Suiza, Dinamarca, los reinos de Bélgica, Italia, Portugal, Países Bajos, España, Prusia, Wurtemberg, el Gran Ducado de Baden y el Estado de Hesse-Darmstadt (estos últimos cuatro hoy forman parte de Alemania).

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Murray, Williamson A.; “La industrialización de la guerra”, pág. 241.

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En 1868 se redactó la Declaración de San Petersburgo para la limitación del armamento.60 Durante 1885 se firmó el Acta General de Berlín donde se avanza un paso más con la política de generar un mecanismo de mediación de los Estados frente a conflictos inter-estatales. Un antecedente importante de esta iniciativa fue la reunión en París celebrada en el año 1856 donde se acordaron normas que quedaron plasmadas en la Declaración de Derecho Marítimo y se establecieron bases para la mediación previa al estallido de un conflicto.61 Esta tendencia a la reglamentación para mitigar los efectos de los encuentros militares se ratificó en 1899, con la Conferencia de La Haya, que también versaba sobre cuestiones humanitarias, donde se acordaron las leyes y usos de la guerra terrestre, con un reglamento anexo, en el que se establecieron y profundizaron normas respecto al tratamiento de los prisioneros, los heridos, capitulaciones, armisticios, etc. Fueron prohibidos, asimismo, los gases tóxicos y las balas dum dum.62 El Segundo Convenio de Ginebra, de 1906, incorporó a las fuerzas de mar, dándoles un tratamiento similar al que en la anterior Convención tenían las fuerzas de tierra. En 1907 se suscribió la Convención para la Resolución Pacífica de las Controversias Internacionales. “Las convenciones de la Haya de 1899 y 1907 habían tratado de establecer las leyes de la guerra. Se habían reconocido los derechos de un pueblo invadido a presentar resistencia, siempre que se constituyesen en cuerpos organizados y fueran identificados como beligerantes. Tal como dijo el representante belga en la conferencia de 1899: «Si la guerra está reservada exclusivamente a los estados y si los ciudadanos son meros espectadores, ¿no quedan así mermadas las fuerzas de resistencia, no se priva así al patriotismo de su efectividad? ¿Acaso la defensa de la

“Declaración de San Petersburgo de 1868 con el objeto de prohibir el uso de determinados proyectiles en tiempo de guerra”. En este acuerdo se prohibió el uso de proyectiles explosivos “cuyo peso sea inferior a 400 gramos”. 61 Los datos sobre los convenios corresponden a Semberoiz, Edgardo R.; Derecho Internacional de la Guerra; págs. 25, 40 y 87. 62 Las balas “dum dum” son proyectiles explosivos. Pese a su prohibición, y luego de la misma, los británicos las usaron contra los afganos. 60

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patria no es el primer deber de un ciudadano?». Esgrimían que la guerra terrestre era únicamente asunto de los ejércitos permanentes, y que el reconocimiento de la leva masiva y de la guerra de guerrillas destruiría los límites de la guerra y conducía a la barbarie. En su reglamento del servicio de campaña se publicaron los importantes artículos de la Convención de La Haya en un apéndice, pero el grueso del texto dejaba claro que el estado mayor no reconocía el derecho de los civiles a resistirse en caso de invasión”.63 De esta manera se universalizaban los derechos humanitarios en la guerra, al menos para los países signatarios de dichos convenios, que eran principalmente europeos, aunque luego se fueron incorporando también otros. En paralelo, la capacidad de destrucción crecía, propensión que reafirmó la guerra Franco-prusiana con el uso de fusiles de repetición y la artillería de retrocarga, novedades tecnológicas que definitivamente demostraban la entrada a otra etapa en las prácticas militares. La guerra Hispano-norteamericana (1898) y la guerra Rusojaponesa (1904-1905) delinearon el mismo derrotero.64 La escasa eficacia real de los instrumentos jurídicos acuñados no fue comprobada algunos años más tarde.

La guerra europea a fines del siglo XIX y sus impactos doctrinarios La calma bélica entre grandes naciones permitía suponer que la guerra era una alternativa cada vez más lejana, tendencia reforzada luego del enfrentamiento franco-prusiano, cuando se vivió un destacable incremento de la producción y de riqueza que fue impactando favorablemente sobre el nivel de vida de algunos sectores de la población europea. Con la prosperidad, pocos sospechaban la posibilidad

Strachan, Hew; La Primera Guerra Mundial, pág. 50/1. Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; op. cit., págs. 133, 161 y 164. 63 64

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de una gran guerra.65 Los esfuerzos regulatorios aparecían como un reaseguro de la tranquilidad adquirida. Las mentes interesadas en la guerra, empero, seguían por otro andarivel. Luego de la guerra franco-prusiana (1870-1871) el ejército teutón se transformó en un referente ineludible para el resto de las fuerzas armadas; la consigna general de todo ejército era imitar a los alemanes. Se copió el tamaño de la infantería (aumentó en número), y su organización de 250 hombres fue usada como unidad táctica básica. También se adoptó el servicio militar obligatorio, entre otras reformas. El ejército prusiano había demostrado buena capacidad para ajustarse a los cambios efectuados por la Revolución Francesa y capitalizar el desarrollo industrial, de especial impacto sobre el transporte, el armamento y las comunicaciones.66 El Jefe del Estado Mayor General, conde Helmuth von Moltke, entre 1868-69, escribió definiendo su concepción estratégica: “El plan de operaciones para la ofensiva contra Francia consiste únicamente en buscar por todas partes a la principal fuerza enemiga y atacarla dondequiera se la encuentre”. Sostenía que el creciente poder de las armas de fuego brindaba preponderancia a la ofensiva; perspectiva que inculcó a la mayoría de los escritores militares alemanes.67 En consonancia con estos preceptos, las guerras por las cuales Bismarck llegó a Emperador de Alemania se desarrollaron de acuerdo

Engels era una de las personas que la anunciaba. En 1887, en el prefacio al folleto de Segismundo Borkheim titulado En memoria de los ultrapatriotas alemanes de 1806-1807, contra los pronósticos de paz anunciaba: “Para Prusia-Alemania ya no es posible ahora ninguna otra guerra que la mundial. Y sería una guerra de proporciones y fuerzas nunca vistas. De ocho a diez millones de soldados se matarán entre sí, y al hacerlo destruirán toda Europa hasta devastarla como nunca la devastaron hasta ahora las mangas de langosta”. Citado por Lenin, Vladimir; “Palabras proféticas”, en Obras Completas, tomo 36, pág. 488. 66 Gran parte de estas notas que siguen sobre aspectos doctrinarios tienen como referencia el artículo de Luvaas, Jay; “Pensamiento y doctrina militar en Europa 1870-1914”, en Liddell Hart, B.H.; Teoría y práctica de la guerra. 67 Véanse análisis de algunas de sus campañas en Liddell Hart, Basil; Estrategia. La aproximación indirecta. 65

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a los principios de la aniquilación.68 El poder de fuego avalaba el flamante planteo táctico y estratégico. Los progresos en los dispositivos de tiro y carga de los fusiles, por ejemplo, permitían mayor velocidad para reponer proyectiles y la posibilidad, incluso, de cargar el arma cuerpo a tierra. Así, el énfasis en la ofensiva y la aniquilación fue ganando espesor, convicciones que se combinaban con otra: la política nacional debe ir de la mano con la estrategia militar. Uno de los observables de esta determinación fue la construcción de ferrocarriles estratégicos por toda Alemania; en cada tramo del trazado subyacía una hipótesis de conflicto. Las ventajas alemanas en la fusilería, previas a la guerra con Francia, se disiparon en el momento en que estalló el conflicto en 1870. En este sentido las fuerzas se equipararon, pero los prusianos tenían supremacía en la artillería con un nuevo cañón de retrocarga. Los franceses, por su parte confiaban en un arma que mantenían en secreto: la ametralladora. La balanza se desequilibraba en contra de Francia a la hora de comparar los aspectos organizativos y administrativos, terreno donde la superioridad prusiana le permitía aprovechar al máximo el ferrocarril. De igual forma, era mejor su sistema de reservistas. La fuerza de ambos bandos fue sustentada de manera semejante por un fuerte sentimiento nacionalista, y el reclutamiento alcanzó grandes niveles de masividad, pero escaseaban los profesionales militares del lado francés.69 Los puntos fuertes y débiles quedaron expuestos en la guerra. También la emergencia del conflicto de clases en su contexto; la Comuna de París fue un emergente inesperado. En el plano doctrinario, luego de la guerra, todas estas vicisitudes tuvieron fuerte repercusión en Alemania y Francia y dejaron su impronta. En 1877, Van der Goltz escribió León Gambetta y sus ejércitos, llamando la atención sobre el fenómeno de la “levvé en masse” introducida por Mantenía una famosa rivalidad con Moltke. Véase Aron, Raymond; Pensar la Guerra, Tomo II, págs. 12/8. 69 Murray, W.; “La industrialización de la guerra”; op. cit., págs. 244, 246, 249/50. 68

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los franceses, señalamiento reforzado cuando publica La nación en armas en 1883, donde trató el significado otorgado por Clausewitz a la idea de la “nación en armas” y aniquilamiento.70 El Conde Alfredo von Schlieffen, jefe del Estado Mayor desde 1891 hasta 1905, continuó la tradición de Moltke, evaluando que la guerra se había vuelto absoluta y la victoria reposaba en la aniquilación. En Francia, las líneas de pensamiento estratégico son más difíciles de delinear. Golpeados por la reciente derrota, buscaban las causas en la inferioridad numérica y en la tardía movilización. Se insistió con el sistema del servicio militar obligatorio y se inició una revisión del método de Moltke, a quien se tendió a emular, aunque algunos cuadros militares resistían esa influencia, como el general Henri Bonnal. Este sostuvo que había “muchas ideas falsas” en la estrategia prusiana y trató, sin la sombra de Moltke, de inyectar un espíritu ofensivo a las fuerzas armadas de Francia. Desde 1898 la concepción de Bonnal se instaló como la línea oficial. El Mariscal Foch, en Los principios de la guerra de 1903, subrayó la importancia de los elementos materiales y psicológicos en la guerra, al mismo tiempo que buscó resistir la influencia prusiana. Postulaba la ventajas de la ofensiva y pensaba que la guerra moderna sería nacional y absoluta, perfil instalado desde las guerras napoleónicas. En 1911, afirmó: “Sí, una nueva era se había iniciado, la era de las guerras nacionales de ímpetu desenfrenado, pues esas guerras iban a consagrar a la lucha a todos los recursos de la nación, dado que iba a fijarse como objetivo no un interés dinástico, no la conquista o posesión de una provincia, sino la defensa o propagación de ideas filosóficas primero, de principios de independencia, unidad, de ventajas materiales de diversas especies a continuación, dado que además pondrían en juego el interés a los medios de cada uno de los soldados, y en consecuencia sentimientos, pasiones, o sea elementos de fuerza hasta el momento jamás explotados”. En Inglaterra no hubo una producción importante para destacar en el terreno estratégico y en los Estados Unidos de Norteamérica el 70

Clausewitz, Karl von; De la guerra, Libro VI, Capítulo XXVI.

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general mayor Emory Upton extrajo conclusiones de su propia guerra civil, destacando el valor de la simplicidad, la flexibilidad y las escaramuzas en un orden disperso. Estas reflexiones y trazos doctrinarios colisionaban con la idea de la paz que, como señalamos, ganaba espacio hacia finales del siglo XIX y los primeros años del siglo XX. Mientras tanto, la industria al servicio de la guerra reafirmaba otro diagnóstico de Engels: el militarismo devorará a Europa.71 En definitiva, como señaló con agudeza el sociólogo norteamericano Thorstein Bunde Veblen, hay guerras porque las naciones se preparan para hacerlas.72

Las guerras mundiales Mucho es lo que se ha escrito, dicho y visto sobre las guerras mundiales. Miles de libros, películas, documentales, fotografías, series, han mostrado sus horrores, sus causas, sus vivencias. Omitiremos, por lo tanto, el relato de hechos que son ampliamente conocidos, o fáciles de conocer accediendo a una innumerables cantidad de fuentes disponibles, a diferencia de las guerras pretéritas a éstas, de menor conocimiento del público en general. Tomaremos aquí algunos aspectos que resultan relevantes para nuestro análisis, considerándolas como dos momentos de una misma guerra, en consonancia con la posición de otros estudiosos del tema.73

Akímovna, Stepánova Evguenia; Federico Engels. Esbozo biográfico, pág. 58. Veblen, Thorstein Bunde; Imperial Germany and the industrial Revolution, pág. 259. La opinión de Veblen tiene base en William Graham Sumner; quien señala que la preparación para la guerra es una profecía que en algún momento se autorrealiza, es decir, tarde o temprano conduce a la guerra. Giner, Salvador; Sociología. 73 Cf. Traverso, Enzo; A sangre y fuego. De la guerra civil europea, 1914-1945; Casanova, Julián; Europa contra Europa. 1914-1945. También Eric Hobsbawm las considera conjuntamente: “[…] la guerra se desarrolló sin límite alguno. La segunda guerra mundial significó el paso de la guerra masiva a la guerra total”. Historia del siglo XX, pág. 51. 71 72

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Hacia fines del siglo XIX culminó en Europa la formación de los Estados nacionales, con la organización de Italia y Alemania. En este último caso la integración política venía a potenciar un gran desarrollo industrial y económico. Junto a este fortalecimiento en la zona central de Europa, se acentuaba la decadencia de los últimos Estados absolutistas. El siglo XX comenzó con la derrota de Rusia a manos de Japón, en 1905, en contra de las previsiones de entonces. Fue la primera victoria asiática asestada contra una potencia europea, y una de las causales de este desenlace fue que Japón adoptó las armas occidentales y las dirigió contra aquéllos que las habían forjado.74 Japón era una emergente potencia industrial y militar, y daba cuenta de la capacidad militar de las nuevas tecnologías. Esta derrota en el extremo oriental, reorientó los intereses rusos hacia el oeste, particularmente a los países balcánicos, que estaban en el extremo del cada vez más debilitado Imperio Otomano, y en parte en el también enclenque Imperio Austro-Húngaro. A esto se le deben agregar las ambiciones de algunos países, exacerbados por la situación.75 La fragilidad de estos últimos, unida a la potencia expansiva de Alemania –y subsidiariamente de Italia– fueron los factores que conformaron las fuerzas tractoras de un reacomodamiento geopolítico. Ambas naciones aspiraban a expandir sus propios capitalismos de acuerdo al modelo entonces imperante: a través de colonias en territorios extraeuropeos. Pero había un límite fáctico para tales anhelos, pues casi todo el globo estaba ya dividido en áreas coloniales o de influencia de las principales potencias europeas. África, a mediados del siglo XIX, apenas tenía población europea en su territorio (franceses en los extremos norte y este, portugueses en dos franjas costeras, una en el sudeste y otra frente a Madagascar, y británicos en el extremo sur, en la colonia de El 74 Courmont, Barthélémy; La guerra: una introducción, pág. 103; Murray, W.; “Hacia la guerra mundial”, pág. 263. 75 Tanto Rumania como Bulgaria entraron a la guerra porque encontraron en ello la oportunidad para ampliar sus fronteras, apropiándose de territorio de quienes suponen que, por ser más débiles militarmente, resultarán perdedores de la contienda. De manera similar se condujo el gobierno italiano.

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Cabo), pero en menos de cuatro décadas todo el África subsahariana estaba conquistada por los europeos.76 Pero en esta ocupación, alemanes e italianos se sintieron relegados. Esta situación resultaba incómoda para el pujante capitalismo alemán y el zaherido orgullo italiano, quienes reclamaban un reordenamiento de las posesiones coloniales, adecuándolas a la realidad de fin de siglo, y no a condiciones que consideraban pretéritas y sin relación con las de ese momento –entre 1880 y 1913 Alemania pasó del segundo al primer lugar como productor y exportador de máquinas–. Se le habían cedido territorios coloniales a Alemania, pero estos no satisfacían, por sus características, los requerimientos de este imperio.77 De modo que la resolución formal, pero no real, del tema de las colonias era una fuente de tensiones. Los dirigentes políticos de entonces confiaban en que la resolución de dichas tensiones era una guerra rápida, que decidiera cuál era la posición resultante de cada una de las potencias. La idea de que fuera rápida (una o dos semanas) se debía a que todos confiaban en el poderío de las nuevas tecnologías militares. Esta opinión era sostenida también por los banqueros, quienes suponían que ningún Estado podría financiar una guerra larga. Cuando se contrastan los discursos con las condiciones y las acciones desarrolladas se observa una importante disonancia cognitiva y

76 Esto fue posible no sólo por el mejor armamento de los europeos, sino fundamentalmente porque los africanos perdieron su defensa, inexpugnable hasta entonces por los europeos, que eran los anticuerpos generados durante decenas de miles de años en un ambiente de rica biodiversidad, y que les proporcionaban inmunidad a enfermedades que eran mortales para los no africanos. Como sostiene Sánchez Ron, “la ciencia médica se constituyó en un instrumento muy eficaz para la extensión colonial; esto es, en un instrumento político”. Sánchez Ron, José; El poder de la ciencia, pág. 248. 77 En uno de ellos, África del Sudoeste Alemana –actual Namibia–, se produjo en 1904 el genocidio del pueblo herero. “Von Trotha se guió desde el principio por la idea de una guerra de exterminio, por lo que no sólo intentó combatir a los herero con recursos militares, sino que tras una batalla campal empujó a sus enemigos hacia el desierto de Omaheke, les impidió el acceso a los puestos de agua y los dejó morir de sed”. Welzer, Harald; Guerras climáticas, pág. 11.

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también un obstáculo epistemológico, es decir, por un lado, una incongruencia entre lo que se piensa –la confianza en la tecnología armamentística, sin apreciar que en las mismas o similares condiciones estaban los demás–78 y lo que se hace, y por otro lado, y la imposibilidad de reconocer las condiciones reales. Las circunstancias políticas para que se produjese la guerra eran tales, que bastó un hecho menor para que se lo tomara como excusa a fin de comenzarla. El sistema de alianzas que se había formalizado con vistas a la misma hizo el resto. Fue la mayor movilización de recursos en términos absolutos y relativos de la historia hasta entonces. De allí que se la denominara “guerra total”; involucró a toda la sociedad, tanto en el esfuerzo de guerra, como también en las pérdidas. Se atacaron ciudades, se ejecutaron civiles, se saquearon las riquezas locales. Como podemos observar a lo largo de estas páginas, con la noción de “guerra total” se procuró caracterizar a varias guerras.79 La Gran Guerra, no obstante, es un referente para esta construcción conceptual, que de manera magnífica definen Deleuze y Guattari: “la guerra total no sólo es una guerra de aniquilamiento, sino que surge cuando el aniquilamiento no sólo toma como centro el ejército enemigo, ni el Estado, sino la totalidad de la población y su economía”.80 En efecto, la Gran Guerra robusteció y acrecentó la tendencia a llevar la lucha más allá de todas las restricciones. Pero también consolidó una orientación que Lenin ya había subrayado en enero de 1905 a partir de su análisis sobre la conquista japonesa de la fortaleza de Port Arthur, defendida infructuosamente por las fuerzas del zarismo ruso. Nos referimos al “nexo entre la organización militar del país y toda la estruc-

Esto se representa, también, en el grotesco barroquismo de los uniformes franceses, engalanados con plumas rojas, con que los primeros batallones de cadetes iban al frente, donde morían siendo fácil blanco con sus atractivos ropajes. 79 La noción cobró notoriedad con la obra de Erich Ludendorff de 1935, titulada La Guerra Total, editada en Argentina por Pleamar. Buenos Aires; 1964. Véase al respecto de de Benedetti, Darío; “Ludendorff: la teoría militar entre la Kriegsideologie y el Modernismo Reaccionario”. 80 Deleuze, Gilles y Guattari, Félix; Mil Mesetas, pág. 420. 78

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tura económica y cultural”.81 Esta ligazón permite calificar a muchos de los Estados nacionales como verdaderas “sociedades de guerra”,82 caracterización apuntalada en indicadores tales como, entre otros, el número de efectivos o la modalidad de la incorporación de tropas, pero fundamentalmente ponderando la porción del producto bruto interno que se dedica a gastos militares. Durante todo el siglo XX hablar de la “guerra total” se convirtió en un lugar común para los especialistas militares. El carácter abarcador de este tipo de conflicto armado queda patentado, asimismo, por el arraigo social que lo acompañó con una “explosión de patrioterismo” en casi todos los países europeos, siendo éste otro factor que indica la profundidad y extensión social del hecho.83 Pero lejos de ser una guerra breve, como se pronosticaba con firme certeza antes de entablarla, al poco tiempo se reveló como una empresa que estaba por fuera de las previsiones de todos sus participantes. Los ejércitos se encaminaban a una guerra con concepciones militares propias del siglo XIX, a pesar de que la Guerra Civil norteamericana, para tomar un ejemplo de gran impacto militar y político, ya había evidenciado los peligros de la incongruencia entre la guerra teórica y las operaciones militares con el poder de fuego que otorgaba el sustento de la ciencia, la técnica y la industria. Igualmente la guerra de Manchuria entre japoneses y rusos demostraba que la mayor potencia del armamento diezmaba a las tropas si no se establecían nuevas tácticas. Sin embargo, de estas experiencias se extraía como corolario que los combates no podían ser prolongados y se debía volcar toda la capacidad disponible en el inicio de la contienda para resolver el pleito prontamente. Nadie aventuraba una guerra larga sin que colapsaran los Estados. Los mandos militares sacaban, obviamente, lecciones equivocadas. Los políticos y las burguesías pecaban de la misma limitación. Claro que existían profecías que contrarrestaban la mirada dominante. Lenin, Vladimir; “La caída de Port Arthur”, en Obras Completas, Tomo IX. Verstrynge, Jorge; Una sociedad para la guerra. 83 Millán, Mariano; “A 100 años del comienzo de La Gran Guerra. Una breve mirada panorámica del conflicto. Dossier Gran Guerra”. 81 82

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El viejo Moltke auguraba que la próxima guerra duraría 30 años y el banquero y financista ferroviario polaco Ivan Bloch afirmó en su libro La guerra futura (1899) que en la próxima colisión militar “todo el mundo irá a las trincheras”.84 Antes, los millones de muertos habían sido vaticinados por Engels en 1887, cuando arriesgó que la próxima guerra sería “mundial de una magnitud y una violencia hasta hoy impensables. Aventuró que de ocho a diez millones de soldados se matarán entre sí”, condensando “la destrucción de la Guerra de los Treinta Años comprimida en tres o cuatro años, extendida por todo el continente”.85 La postura hegemónica, en esto coinciden todos los historiadores, era que la próxima sería una guerra de pronta resolución. Su correlato, por ejemplo, significó que las reservas de municiones almacenadas fueran pocas.86 Como afirma Murray, “la generación de la paz de la época anterior a 1914 impidió a los generales comprender plenamente las repercusiones de la criminal combinación de tecnología y servicio obligatorio”.87 En poco tiempo, con las primeras balas, comenzaría la crisis de las doctrinas imperantes y los diseños estratégicos anclados en ellas. Como ocurre con cada evento importante en la historia, si se toma cada elemento en particular, siempre se encontrarán antecedentes. Pero lo singular estuvo en la conjunción de todos ellos en un mismo hecho. Estos elementos precedentes pueden verse en las guerras que la preexistieron. Así, a modo de ejemplo, la táctica de posiciones, expresada en las trincheras que surcaron el frente occidental en dicha contienda, tuvieron una presencia trascendente en la guerra de Crimea. Dos de las novedades tecnológicas que imprimieron su impronta a la Gran Guerra, el submarino y la aviación, también habían actuado pre-

Murray, W.; “Hacia la guerra mundial”, págs. 268 y 275. Engels, Friedrich; “Prefacio al folleto de Sigismund Borkheim”, citado por Lenin, Vladimir; “Palabras proféticas”, en Obras completas, tomo 36, pág. 488. 86 Kolko, G.; El siglo de las guerras, pág. 43. 87 Murray, W.; “Hacia la guerra mundial”, págs. 254/5. 84 85

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viamente, en la guerra de Secesión y en la guerra ítalo-libia, respectivamente. No obstante, la combinación de todos ellos –mejorados, además, respecto de sus predecesores–, dieron a esta conflagración un cariz peculiar, más destructivo y cruento que ninguno anterior, en la que los muertos fueron contados por millones, y que demolió gran parte de la capacidad productiva de cada uno de los participantes. Tuvo, además, una indeleble huella en la estructura demográfica, lo que incidió en los sistemas políticos, no sólo de los países participantes, sino de buena parte del mundo. La extensión de los derechos políticos para las mujeres y cierta expansión de la ciudadanía son algunos de los testimonios de las mutaciones que promocionó la lucha bélica.88 Ocurrieron, también, los primeros genocidios de la época moderna, aunque los mismos no tuvieron la repercusión que sí lograron algunos de los ocasionados en la Segunda Guerra Mundial.89 Comenzaba así una práctica que se acentuaría a lo largo del siglo pasado.90

Hablamos de marcas demográficas y los cambios en el mercado de trabajo que trajo la guerra en el primer capítulo. Sobre el tema opina Louise Black: “El factor decisivo que arrastra a las mujeres a la guerra reside en la sustitución de los ejércitos profesionales por los ejércitos de masas, así como en la amplitud sin precedentes de las pérdidas humanas en los frentes. En las fábricas, en los despachos, en los campos, en el seno de las profesiones liberales, la partida de millones de hombres hacia las trincheras ha creado vacíos que sólo las mujeres pueden llenar. Por ello, la guerra no hace sino acelerar la integración de las mujeres en la producción… En todos los países beligerantes, la guerra de 1914-1918 modifica profundamente la condición femenina”. Black, Louise; “Les femmes étrangéres dans la guerre”; en Revista Historia Magazine 20e siécle; Les femmes en guerre, pág. 657. Citado por Vidaurreta Campillo, María; “Guerra y condición femenina en la sociedad industrial”; pág. 74. Esta autora, concluye que “la guerra mundial de 1914-18, al trastornar la vida nacional de los beligerantes, hace penetrar a las mujeres en los dominios de los que hasta entonces habían sido tenidas celosamente aparte; esta guerra les confía cargas consideradas hasta ese momento como feudos inexpugnables del sexo masculino”, pág. 75. 89 Además del reconocido genocidio armenio, que le costó la vida a un millón de personas, o quizás más, también se imputa a los turcos el genocidio sirio (19141920), en el que se aniquilaron unas 250.000 personas, y el griego póntico (19141919), con más de 300.000 muertos. 90 Cf. Bruneteau, Bernard; El siglo de los genocidios. 88

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Cada sociedad nacional puso en evidencia sus fortalezas y debilidades, sus virtudes y defectos, dado que se movilizaron todos los recursos en el esfuerzo de guerra. La tecnificación alemana se hizo sentir, ya que siendo el único país de los centrales que estaba en condiciones reales de enfrentar la guerra –su principal aliado, Austria-Hungría, estaba sumido en un caos y su grado de integración era débil–, combatió durante cuatro años, casi todos en un doble frente, y estuvo a poco de ganarla. La fortaleza británica en el mar también repercutió en la guerra, pues pese a la feroz campaña submarina alemana, logró, aún con dificultades, mantener el flujo de suministros para sobrevivir en los momentos más críticos. La guerra tuvo dos dinámicas simultáneas y distintas, una en el frente oriental y otra en el occidental. En este último se desplegaron los mayores esfuerzos tecnológicos, pues los dos ejércitos más potentes eran el alemán y el francés. En el frente oriental se enfrentaban, al menos potencialmente, la incompetencia austro-húngara con el enorme y mal articulado ejército ruso. Este último hizo gala del espíritu absolutista, enviando al frente a millones de campesinos sin apenas instrucción, mal equipados,91 con una pobre logística que privilegiaba, por ejemplo, el traslado de caballos y forrajes en los escasos trenes disponibles, antes que de tropas, las que se desplazaban a pie.92 Acorde con el desarrollo del capitalismo industrial de entonces, la “materia prima” más utilizada fueron los hombres. Las bajas producidas en la guerra perdieron el carácter predominantemente personalizado y artesanal que tenían con la artillería de balas cilíndricas, los fusiles de un tiro por vez y las armas blancas –bayonetas o sables– y comenzaron a ser mayoritariamente producidas por procedimientos industriales: obuses con metralla, ametralladoras, hundimiento de 91 Era habitual la escasez de armas y de municiones. Había soldados desarmados que tomaban el arma de un camarada muerto, y cuando llegaban municiones, no siempre coincidían con los diversos calibres de las armas, de modo que sólo servían para algunas de ellas. 92 En gran medida, se repitió también aquí lo que había ocurrido en la guerra de Crimea. Cf. Figes, Orlando; Crimea.

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barcos con torpedos lanzados desde submarinos, gases venenosos y, en menor medida, por bombardeos aéreos desde dirigibles93 y aviones. En el período 1914-1918 la guerra abrió una nueva dimensión espacial: se pasó de la guerra en un plano, en la superficie, sea marítima o terrestre, pero en la que los combatientes se encontraban en una situación análoga, a una guerra tridimensional, cúbica, en la que para muchos combatientes resultaba inabordable el “arriba”, desde donde caían las bombas, o el “abajo”, desde donde venían los torpedos de los submarinos. Esta aguda observación es de Carl Schmitt, pese a que él la plantea de una manera a nuestro juicio equivocada y de forma incompleta, lo cual no le quita méritos a la profundidad de su planteo.94 Esta innovación radical produjo extrañeza a propios y extraños, es decir tanto a quienes sacaban provecho de ello como a quienes padecían la nueva vivencia. Los submarinos inicialmente se pensaban como una herramienta de defensa de costas y puertos, no como un

Las ciudades de Lieja y Amberes fueron las primeras en ser bombardeadas nocturnamente en 1914. En enero de 1915 bombardearon Londres. Cf. Soteras, Esteban; “El zepelín como arma de ataque”, en De la guerra, N° 0, mayo de 2006, págs. 5/6. 94 En efecto, él hace su formulación en relación a la Segunda Guerra Mundial, cuando claramente este fenómeno aparece en la primera, y sólo en lo que respecta a la aviación, olvidando el terrible impacto de los submarinos. Vale la pena citarlo en extenso: “Hoy día ya no es posible seguir aferrándose a las concepciones tradicionales del espacio o imaginarse el espacio aéreo como una mera pertinencia o como un ingrediente, sea de la tierra o del mar, lo cual equivaldría a pensar de un modo francamente ingenuo desde abajo hacia arriba. Sería la perspectiva de un observador que, desde la superficie de la tierra o del mar, mira al aire con la cabeza inclinada hacia atrás, desde abajo hacia arriba, mientras que el bombardero que cruza el espacio aéreo produce su tremendo efecto desde arriba hacia abajo. A pesar de todas las diferencias entre la guerra terrestre y la guerra marítima, existía en estos dos tipos de guerra un nivel común, y la lucha se desarrollaba, también en sentido espacial, en la misma dimensión en la que los combatientes se enfrentaban sobre un plano idéntico. El espacio aéreo, en cambio, se convierte en una dimensión propia, un espacio propio que, como tal, no enlaza con las superficies separadas de tierra y mar, sino que hace caso omiso de su separación, distinguiéndose, así esencialmente en su estructura, tan sólo por esta razón, de los espacios de los otros dos tipos de guerra”. Schmitt, Carl; El nomos de la tierra, pág. 353. 93

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arma de ataque, cuya utilidad fue descubierta casi incidentalmente por los alemanes que los llevaron mar adentro. Fueron ellos quienes obtuvieron las mayores ventajas de esta arma, pese a que casi todas las fuerzas beligerantes poseían submarinos, algunas de ellas, más que la Armada teutona cuando se inició el conflicto.95 Algo similar ocurrió con la aviación. Pese a que ya había sido utilizada militarmente en la conquista italiana de Libia, en 1911,96 no se le daba a esta arma carácter ofensivo, siendo utilizada desde el comienzo sobre todo para reconocimiento y observación de los movimientos del enemigo. Téngase en cuenta, además, que en los inicios se les daba más importancia a los enormes y lentos dirigibles, que a los frágiles pero veloces aviones. Sin embargo, la acción que desplegaron éstos, más allá de las expectativas que hubiera sobre los mismos, permitió al piloto italiano Giulio Dohuet escribir, en 1921, es decir, poco después de terminada esta etapa de la contienda, su influyente –hasta hoy– opúsculo El dominio del aire, donde postula que quien tenga la supremacía aérea cuenta con una ventaja indiscutible. Su doctrina, de un razonable optimismo entonces, sigue vigente pese a que la experiencia demuestra que tal ventaja es relativa. Más allá del valor que la misma pueda tener como saber militar, resulta de innegable importancia, toda vez que formula claramente la nueva espacialidad y anticipa, premonitoriamente, características de la guerra que se verían con claridad en la segunda etapa de las hostilidades.97 Pero la derrota alemana en 1918, tras un increíble desgaste de todos los beligerantes, no culminó con un reacomodamiento geopolítico estable, sino casi lo opuesto. Aunque el escenario interestatal era

Cf. de la Sierra, Luis; El mar en la gran guerra (1914-1918), págs. 88 ss. Headrick, Daniel; El poder y el imperio. La tecnología y el imperialismo, desde 1400 hasta la actualidad, pág. 283. 97 “No hay zonas donde la vida pueda trascurrir en completa seguridad y tranquilidad. […] Todos los pobladores serán combatientes porque todos estarán expuestos a la ofensiva del enemigo: no habrá división entre beligerantes y no beligerantes”. Dohuet, Giulio; El dominio del aire, pág. 15. De esta manera preanunciaba el flagelo que la misma sería para la población civil. 95 96

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novedoso en muchos aspectos, las tensiones que habían llevado a la guerra no se habían resuelto y dos décadas después la guerra se reanudó. Con esta primera parte del conflicto colapsaron las rémoras de absolutismo que aún supervivían, con dificultades, a inicios del siglo XX. El imperio otomano terminó de desmoronarse, tras una larga decadencia en la que fue sostenido artificialmente por la competencia entre las principales potencias europeas que lo usaban para contener mutuamente la expansión, unas de otras. El Imperio Austro-húngaro se fraccionó, dando lugar a Austria, Checoslovaquia y Hungría, además de otras pérdidas territoriales. Finalmente, el Imperio Ruso no sólo desapareció, sino que dio lugar a la primera revolución socialista triunfante,98 y a la aparición de nuevas unidades políticas territoriales, o la reaparición de otras. Finlandia y Estonia surgieron el antiguo Imperio Ruso, Letonia y Lituania, de éste y del también desaparecido Imperio Alemán; resurgió Polonia, que había desaparecido en 1795; Serbia y Montenegro, junto a otros territorios del desaparecido Imperio Austro-húngaro –entre ellos Bosnia-Herzegovina, Croacia y Eslovaquia– conformaron Yugoslavia. En Oriente Medio, grandes territorios hasta entonces pertenecientes al Imperio Otomano se constituyeron en protectorados británicos y franceses. Sin embargo, en el plano geopolítico, los dos hechos más significativos fueron la aparición de la Rusia socialista (devenida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1922, cuando se unieron a ésta las Repúblicas Socialistas de Transcaucasia –compuesta por Georgia, Armenia y Azerbaiyán–, Ucrania y Bielorrusia) y el cambio de actitud de Estados Unidos, que rompió su tradicional “aislacionismo” y comenzó a ocupar un lugar relevante en el escenario internacional. La experiencia soviética fue un temblor político en todo el mundo. De manera casi inmediata repercutió en Alemania, donde en 1918 la Liga Espartaco promovió un levantamiento revolucionario, que fue

98 Alemania, en su afán por quitar a Rusia de la guerra, garantizó el regreso de Lenin a Finlandia. La presencia del revolucionario ruso en su tierra aceleró la transformación radical del régimen.

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reprimido y sus principales dirigentes asesinados. Esto fue una señal de alarma, y de inmediato las potencias vencedoras en el primer tramo de la guerra, Francia y Gran Bretaña, apoyaron al movimiento contrarrevolucionario ruso en la guerra civil que se desarrolló en dicho país.99 Rusia se encontraba asfixiada económicamente, y alentó a los grupos revolucionarios nacionales. En Alemania, en tanto, la naciente república, conocida por el nombre de la ciudad donde se promulgó la Constitución, pronto se encontró acorralada por las enormes cargas impuestas por el Tratado de Versalles como reparaciones de guerra. En muchas mentes y corazones la monstruosidad de esta guerra generó una “verdadera rebelión contra lo que había sucedido”.100 Resultaba inadmisible semejante carnicería humana que, lejos de poner en evidencia el progreso social promovido por la industria, parecía manifestar un retroceso a una brutalidad propia del pasado. La guerra también destrozó la ingenua sensación de un siglo pacífico, aquella idea acuñada de manera generalizada luego de la guerra franco-prusiana. La certeza esgrimida desde Saint Simon a Spencer, argumentando que una sociedad que vive del trabajo industrial está condenada a la convivencia pacífica, voló por los aires. La industria, en lugar de haber alejado a la guerra, le había dado un alcance que parecía ilimitado.101 Paradójicamente, antes de la deflagración los actores que tuvieron la máxima responsabilidad en ella “no impugnaban las reglas fijadas por el derecho internacional”.102 Sin embargo en el transcurso de las batallas todos los principios fueron vulnerados. 99 En la guerra civil las fuerzas soviéticas combinaron con eficacia la acción del Ejército Rojo con guerrillas que actuaron en la retaguardia de los ejércitos enemigos. Desorganizaron constantemente el abastecimiento, las comunicaciones y causaron muchas bajas. En Siberia actuaron cerca de 90.000 partisanos en septiembre de 1919. En el Lejano Oriente, en la región de Amur operaban 25.000 guerrilleros y hubo fuerzas considerables de este carácter en Transbaikal y en Primorie. Esta situación prefiguró parte de la forma que asumió la guerra contra la ocupación nazi. Sokolovsky, Vladimir; Estrategia militar, pág. 169. 100 Aron, Raymond; Un siglo de guerra total, pág. 7. 101 Aron, Raymond; Un siglo de guerra total, pág. 46. 102 Traverso, Enzo; “La metamorfosis de la violencia. La guerra en el siglo XX”, en Pérez Herranz, Fernando Miguel (ed.); La cólera de occidente, pág. 86.

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El acuerdo de Versalles, a la luz de la dolorosa experiencia que provocó la matanza millones de personas, creó la Sociedad de las Naciones, impulsada por Woodrow Wilson, con la idea de arbitrar en los conflictos internacionales y promover la cooperación y la paz. Hubo intentos de estabilización, pero no alcanzaron las metas mínimas que se había autoimpuesto, lo que la llevó finalmente a su disolución en 1946. Como lo hace notar Danilo Zolo, en El nomos de la tierra, Carl Schmitt afirma que el fin de la guerra marcó el agotamiento de un orden internacional “espacializado” –el westfaliano–, y con él sucumbió el intento de regular la guerra asentado en la territorialidad europea. Esa organización internacional, a expensas de Estados Unidos, es “desespacializada” pues postula un orden universal, no meramente europeo, que para el jurista alemán reedita el clima y el ideario de Francisco de Vitoria, expresado en la condena a las guerras de agresión.103 Las “Reglas de la Haya de 1923” establecieron pautas para la guerra aérea, en un debate que recreó una vieja polémica sobre su legitimidad que viene desde F. Lana Terzi, padre jesuita, con su obra Pródromo donde opinaba de manera negativa sobre la posibilidad de usar globos en los campos de batalla, sin poder imaginarse, obviamente, los bombardeos sobre Londres.104 En 1928 se firmó en La Habana una Convención de neutralidad marítima y en Londres, durante 1936, se establecieron reglas para evitar los ataques de los submarinos a los barcos mercantes.105 Se puede decir, con cierta precaución, que la guerra no logró instaurar en esta primera fase un orden social y geopolítico estable, pero sí que acabó con el precedente, que dio lugar, justamente, a la guerra. Esto es lo que conduce de manera lógica a postular la unidad del fenómeno bélico en dos fases o etapas, ya que la resultante del conflicto no

103

Zolo, Danilo; La justicia de los vencedores. De Nuremberg a Bagdad, págs.

24/7. Semberoiz, Edgardo R.; Derecho Internacional de la Guerra, pág. 131. Gutiérrez Posse, Hortensia; Elementos de Derecho Internacional Humanitario, pág. 29. 104 105

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surgirá de manera nítida y sólida hasta la culminación de la segunda de éstas. En cuanto al orden social, los países del sur de Europa seguían con su retraso en el desarrollo capitalista, que tuvo efectos políticos, ya que surgieron sectores de la población que pregonaron por un “salto” evolutivo, dando lugar a fenómenos caracterizados por su intolerancia visceral al comunismo y a los movimientos obreros y campesinos. En la retrasada Italia apareció el movimiento fascista, amparado por la monarquía, al tiempo que en España se desplegó de manera muy visible la tensión entre las dos alternativas que estaban históricamente disponibles en la época: en 1931 se estableció la segunda República, en el seno de la cual se dio una disputa entre tendencias moderadas y más radicalizadas de izquierda, con una fuerte presencia anarquista. Los sectores privilegiados se agruparon en el naciente falangismo, y en 1936 comenzó la guerra civil, preludio de la segunda fase de la guerra mundial. En Alemania, en tanto, que no tenía el retraso en el desarrollo de las relaciones capitalistas de estos dos países, sino por el contrario, un extraordinario desarrollo de las mismas, fueron las gravosas cargas impuestas por el Tratado de Versalles las que dieron lugar a que, en 1933, el incipiente movimiento nacionalsocialista triunfara en las elecciones, accediendo al Reichstag y a la Cancillería. De este modo, a las tensiones propias del desajuste entre el desarrollo de las relaciones capitalistas, y las economías sustentadas en tales relaciones, con las formas estatales, se le sumaron las tensiones político-ideológicas de postulados alternativos factibles, todo esto exacerbado por la crisis económica mundial que comenzó en 1929 en Estados Unidos con el quiebre bursátil. Lo que en 1914 había comenzado como una forma de resolución del equilibrio mundial con centro en Europa, ahora se potenciaba en complejidad debido al ingreso de Estados Unidos en el escenario del poder mundial, y la disputa entre el capitalismo y el socialismo, dándose ésta en el interior de cada país, y relanzada por la aparición de la Unión Soviética. En el extremo Oriente, se fortalecía cada vez más el ultranacionalismo japonés, con aspiraciones imperialistas. La nueva espacialidad cobraba existencia. En este cuadro surgieron tres tendencias bien definidas: los movimientos comunistas, articulados en la III Internacional, los de cuño

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nazi-fascista, extendidos ambos por prácticamente todo el mundo, y la reacción keynesiana para morigerar los efectos de la crisis, de la cual surgirá el llamado “Estado de bienestar”. Esta última, sin embargo, demandaba de tiempo para que sus resultados se hiciesen palpables, mientras que las dos primeras pretendían resultados más o menos inmediatos. La Sociedad de las Naciones en su corta existencia desempeñó un papel resolutivo en conflictos menores, pero fracasó cuando un Estado actuaba con determinación. No pudo impedir la invasión italiana a Abisinia (la actual Etiopía), ni la invasión japonesa a Manchuria, ni el rearme alemán. En gran medida, la debilidad originaria de la Liga de las Naciones fue la no incorporación de Estados Unidos a la misma. También estaban fuera de la misma la Unión Soviética –recién fue admitida en 1930–, debido al rechazo que generaba el comunismo, Alemania –fue admitida en 1926, pero se retiró en 1933, con el ascenso nazi– y Turquía, por haber sido derrotadas en la Gran Guerra. Japón también se desligó en 1933, debido a la condena que había generado su agresión a China. Con prácticamente Francia y Gran Bretaña como únicos Estados fuertes, su papel se diluyó cuando estos países tomaron la política de tolerancia, primero frente al falangismo español, y luego ante el expansionismo alemán. Como afirmamos, los esfuerzos que se fueron sumando para limitar la guerra no entorpecieron la continuidad de los preparativos para seguir guerreando. Los ruegos para la paz, el derecho humanitario y las convenciones fueron impotentes frente a la inestabilidad geopolítica, que no hizo más que convocar nuevamente a las fuerzas militares para resolver la situación, sin oír los reclamos éticos y morales. La prolongación de la crisis llevo de manera inevitable a la segunda fase de la guerra, cuyo ensayo general se vivió en España entre los años 1936 y 1939, que culminara con la derrota del bando republicano y la instauración de la dictadura de Franco que duró hasta 1975. En 1939, y luego de haber tolerado el avance de la política anexionista de Hitler, tras el ataque de las fuerzas alemanas a Polonia, sus dos aliados, Inglaterra y Francia, declararon la guerra a Alemania. Las fuerzas contenidas y acrecentadas desde 1918 se liberaron. Si bien comen-

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zó en septiembre de 1939, la verdadera furia se desató en junio de 1941, con el lanzamiento de la “operación Barbarroja”, la invasión alemana a la Unión Soviética, con la que formalmente tenía un pacto de no agresión secreto. La mayor potencia destructora se concentró en el frente oriental, en el que Alemania desplegó sus mejores unidades y su mayor poderío militar. Si tomamos como parámetros la cantidad de tropas empleadas por mes en esa campaña, y comparamos con la misma dimensión en otras operaciones, el frente germano-soviético insumió veinticuatro veces más que el frente occidental desde el desembarco en Normandía, que fue el segundo en intensidad en toda la guerra, y cuarenta y cinco veces más que la arrolladora campaña alemana en el frente occidental en el verano boreal de 1940.106 La guerra se expandió a casi todo el globo: se desencadenó en cuatro continentes (solo estuvieron exceptuados de acciones militares la Antártida y América, pese a que varios países americanos participaron de la lucha) y en todos los océanos, que cubren las tres cuartas partes del globo. La vitalidad de la ofensiva alemana hasta el año 1941, fundada en la doctrina de la guerra relámpago (blitzkrieg), evidencia que fue esta potencia, y no las demás, la que mejor comprendió la nueva espacialidad en que se desarrollaba la guerra, abierta en la primera fase de la misma. El papel relevante de los ataques aéreos, y de las tropas aerotransportadas para irrumpir tras las defensas del enemigo lo demuestran.107 Del mismo modo que, a la inversa, la táctica defensiva que se le oponía era bidimensional, fundada en la defensa en las fronteras, cuyo ejemplo más acabado es la “línea Maginot”, un complejo de fuertes principales, galerías y pequeños fortines desplegados en la frontera de Francia con Alemania. Otro complejo similar, conocido como Cf. Davies, Norman; Europa en guerra. 1939-1945, pág. 49. Al comienzo de la guerra, en septiembre de 1939, la Luftwaffe alemana bombardeó el pequeño pueblo de Frampol, de apenas 4.000 habitantes y sin importancia de ninguna índole. Se lo escogió por su diagramación cuadricular, que permitió a los técnicos alemanes mensurar con precisión el daño que ocasionaban las bombas. Tras los ataques se tomaban fotografías aéreas que luego eran analizadas. 106 107

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“línea alpina”, se desplegaba en la frontera de Francia con Italia, y su construcción demandó casi tres lustros (desde 1922 hasta 1936). Esta situación no era equivalente en la guerra naval, en la que se habían desarrollado armas y tácticas que involucraban tanto las operaciones de superficie como las submarinas, incluido el apoyo aeronaval.108 La URSS tuvo inicialmente serias dificultades para frenar la invasión de los alemanes y sus aliados. Sus fuerzas armadas formadas para la ofensiva no pudieron consolidar la defensa por mucho tiempo y kilómetros. Hitler pensó en una victoria relámpago en cuatro meses con grandes concentraciones de carros de combate y un devastador poder aéreo. Stalin movilizó a la población contra la agresión nazi a partir de la convocatoria a la “Gran Guerra Patria”, donde a la agitación del sentimiento nacional contra el invasor se sumó el rescate de viejos héroes nacionales como Kutusov. Nos detendremos en algunos aspectos de la defensa en el capítulo próximo, pero es menester destacar la paulatina comprensión del tipo de enfrentamiento que libraban las fuerzas comunistas y la capacidad de adaptarse a las nuevas circunstancias que dictaba el conflicto; la figura de Gueorgui Konstantinovich Zhukov y su visión de las confrontaciones fue crucial para revertir la situación inicial de manera favorable, y lanzar la contraofensiva. También fue notable la enorme capacidad de recuperación económica soviética luego del descalabro de 1941.109 Esta disonancia cognitiva por parte de los Aliados sería resuelta con el correr de la guerra, como acabamos de observar con la URSS, y fue acompañada con una gran movilización de la fuerza de trabajo, la ciencia, la tecnología y la industria al servicio de los combatientes.110 Pero esta resolución implicó la ruptura de los parámetros de algunas de las principales construcciones de la Modernidad, particular108 El primer portaaviones propiamente dicho fue construido en 1920, pese a que se venía experimentando desde años antes con esta alternativa. Los hidroaviones constituyeron una etapa de la exploración de esta alternativa. 109 Overy, Richard; Por qué ganaron los aliados, págs. 23, 47, 107/8. 110 Hernández Cardona, Francesc X. y Rubio Campillo, X.; Breve historia de la guerra moderna, pág. 73.

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mente la no diferenciación entre objetivos militares y la población no militarizada, debida a la generalización de los bombardeos aéreos. Davies aporta cifras de las principales ciudades europeas,111 aunque algunas ofrecen dudas.112 No obstante, hay cantidades enormes de muertos que es muy difícil de discernir: ¿cuántos murieron por los bombardeos aéreos en ciudades como Leningrado o Stalingrado, cuántos por hambre, y cuántos por la artillería, los francotiradores o las represalias internas?, ¿cuántos murieron por las explosiones de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki y cuántos por efectos de la radiación?113 La culminación paroxística de este proceso fue el genocidio de judíos, gitanos y opositores en general al régimen nazi. No fue el único; las detonaciones atómicas pueden encuadrarse en los mismos parámetros. Con el final de la misma, ahora sí, se instauró un nuevo orden, estable, que dividía al mundo en dos grandes esferas de interés, una para cada una de las potencias vencedoras: Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.114 Tras varios acercamientos parciales, el acuerdo final se realizó en la cumbre de Yalta, cuyo contenido explica la disposición geopolítica emergente tras la guerra, y cómo algunos países con fuerte tradición anticomunista, como los países bálticos o Polonia quedaron bajo la órbita soviética, y otros con fuertes Partidos Comunistas, como Italia, Francia y Grecia, permanecieron en la esfera “occidental”. Concluida la Segunda Guerra Mundial, ante el evidente fracaso de la Sociedad de las Naciones, se creó Naciones Unidas, cuyas bases funDavies, Norman; op. cit., pág. 394. Los 90.000 muertos en Varsovia difícilmente incluyan las decenas de miles del gueto de esa ciudad. 113 Las diversas fuentes consultadas para todos estos casos difieren hasta tal punto que es difícil darles credibilidad. 114 Esta resolución, no obstante, no fue evidente en un primer momento. “En vista de lo que ocurrió a partir de 1945 […], resulta tentador suponer que la derrota del Eje fue principalmente una hazaña norteamericana y rusa. Hasta los meses finales de la guerra, sin embargo, los británicos fueron socios iguales en aquella alianza”. Ferguson, Niall; La guerra del mundo, pág. 611. 111 112

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damentales se acordaron en Yalta, en la misma reunión en que los Estados ya vislumbrados como vencedores acordaron sus “áreas de influencia”.

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CAPÍTULO IV La guerra en la actualidad

Las formas de guerra actual reconocen su gestación en la paradoja de la “guerra fría”: la carrera armamentista entre las superpotencias, basada en un desarrollo científico-técnico sin precedentes, que desplegaron sistemas de armas capaces de destruir varias veces el planeta, tuvo como efecto el retraimiento a formas y usos de armas simples –en vez de los complejos sistemas desarrollados por algunas fuerzas estatales– en las guerras reales que ocurrieron durante dicho período. En ese lapso germinaron las formas de guerra actualmente predominante –que por inercia conceptual aún se siguen llamando “irregulares”, pese a que la regularidad de un fenómeno está asociada a la frecuencia de su ocurrencia, razón por la que debiera hablarse de la “nueva regularidad de la guerra” y no de “guerra irregular”–, aunque su gestación reconoce, como es habitual en cualquier fenómeno social, prolegómenos de distinta naturaleza. No hay acuerdo unánime sobre cuáles deben ser considerados como antecedentes. Un trabajo clásico sobre los guerrilleros es, sin dudas, la Teoría del partisano, de Carl Schmitt, quien no vacila en ubicar en la resistencia española al ejército napoleónico los antecedente directo de la guerrilla que se expandió durante el siglo XX.1 Sin embargo, estudiosos de dicho procesos, como Charles Esdaile, 1 “El partisano de la guerrilla española de 1808 fue el primero que se atrevió a luchar irregularmente contra los primeros ejércitos modernos y regulares. […] Una chispa saltó entonces desde España al norte. Allí no provocó un incendio igual al que dio su importancia histórico-universal a la guerrilla española. Pero provocó unos efectos cuyas consecuencias hoy, en la segunda mitad del siglo XX, llega a cambiar la

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sostienen que hay una suerte de mitología respecto a lo que fue la guerrilla española.2 Como alternativa, hay quienes sitúan como referencia la campaña árabe encabezada por Thomas Edward Lawrence –más conocido como “Lawrence de Arabia”– durante los años 1916-1918,3 pero, aunque indudablemente se utilizaron tácticas guerrilleras, éstas se combinaron con el uso de aviones biplanos, lo que coloca a esta campaña en una modalidad mixta, quizás a pesar del propio Lawrence, quien debía reportarse a los oficiales del Ejército británico que luchaba contra los turcos,4 lo cual inscribe a la misma en el plano táctico, dentro de una estrategia indudablemente regular, como fueron las que se implementaron en la Primera Guerra Mundial. Del mismo modo, la poco conocida pero muy exitosa campaña de Paul von Lettow-Vorbeck, quien lideró la fuerza del África del Este Alemana –el único frente en el que Alemania no fue derrotada en la Primera Guerra Mundial– recurriendo a la guerra de guerrillas.5 También suele situarse como otro antecedente a las dos guerras de los Boers (1880-1881 y 1899-1902) como un anticipo de las nuevas formas de guerra, dado que los colonos holandeses recurrieron a la guerra de guerrillas para enfrentarse a los británicos, y éstos utilizaron a un gran número de combatientes irregulares para acosar a los Boers en faz de la tierra y de la humanidad.” Schmitt, Carl; Teoría del partisano, págs. 12 y 14. 2 “En resumen, el aspecto tradicional de la guerrilla contiene una fuerte inclinación hacia lo artificial, cuando no es totalmente falso”. Esdaile, Charles; España contra Napoleón. Guerrillas, bandoleros y el mito del pueblo en armas (1808-1814), pág. 19. Este autor sostiene que la guerrilla española ya para 1809/10 se recompuso, en gran parte, como parte del ejército español, mientras que otra parte, quizás la menor, se dedicó al bandolerismo, atacando por igual a franceses y a la población civil, pues eran “producto en primer lugar de la pobreza y los problemas sociales ocasionados por el impacto de la guerra, la invasión y el hundimiento económico de una sociedad cuyos recursos eran muy escasos”. Ibídem, pág. 319. 3 Cf. Visacro, Alessandro; Guerra irregular. Terrorismo, guerrilha e movimientos de resistência ao longo da historia, págs. 43/54. 4 Cf. Graves, Richard; Lawrence de Arabia, págs. 67/125. 5 También Lettow-Vorbeck contó con artillería; al inicio unos pequeños cañones de 37 mm, y luego con los cañones desmontados del SMS Könisberg.

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la zona rural.6 Se pueden encontrar antecedentes de guerrillas en la Edad Media, en la guerra de los Treinta Años en Alemania (16181648), en los combates de los independentistas norteamericanos contra las fuerzas británicas (1774-1783), como ya lo mencionamos. Hay referencias, además, en los enfrentamientos entre jacobinos y Chouans en la Vendée (1793-1796), en la resistencia tirolesa (1809) contra la invasión napoleónica,7 también en Missouri en 1861 cuando las fuerzas del sur se organizaron en guerrillas rurales. Los francotiradores franceses hostigando a las fuerzas prusianas en 1871 son otro hito. Incluso la piratería, que es una guerrilla marina, data de la Antigüedad; hace unos 3.000 años “el Mediterráneo oriental estaba plagado de piratas y mercenarios reunidos en unas alianzas flexibles e inestables”.8 Beaufre y Guillen revisan el tema desde la rebelión de Espartaco y podríamos seguir citando ejemplos cada vez más lejanos, hasta llegar al enfrentamiento bíblico de David y Goliat.9 No es la singularidad de un hecho lo que intentamos señalar, sino el inicio de un proceso –es decir, donde podamos encontrar una concatenación más o menos ininterrumpida de sucesos de similar naturaleza–, y éste sólo comienza de manera incipiente en la Segunda Guerra

6 Esta guerra presenta el antecedente de los campos de concentración. Los británicos, para asfixiar la resistencia Bóer, encerraron a 120.000 mujeres y niños tras las alambradas, situación que provocó unos 20.000 muertos por hambre y enfermedades. Murray, Williamson A.; “La industrialización de la guerra”; en Parker, Geoffrey (Ed.); Historia de la guerra, pág. 262. 7 Schmitt, Carl; Teoría del partisano…; págs. 11, 12 y 16. 8 Abulafia, David; El gran mar, pág. 79. 9 Schmitt, Carl; Teoría del partisano…; pág. 11. Murray, “La industrialización de la guerra”; en Parker, Geoffrey (Ed.); Historia de la guerra, pág. 262; Aron, Raymond; Pensar la Guerra; Tomo II; pág. 156. Beaufre, André; La guerra revolucionaria; capítulo 1; parte 2. Guillen, Abraham; Teoría de la violencia, pág. 135; Bonavena, Pablo y Nievas, Flabián; “La contrainsurgencia de hoy”. Sobre los antecedentes de la guerra de guerrillas junto con precisas consideraciones críticas sobre sus bondades y limitaciones, en un artículo escrito en 1965 haciendo algunas predicciones sobre la guerra en Vietnam, véase Hobsbawm, Eric; “Vietnam y la dinámica de la guerra de guerrillas”, en Revolucionarios.

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Mundial, en la que se conjugan un conjunto de situaciones que, veremos, nos conducen de manera casi directa a las nuevas formas de la guerra. Es en el marco de esta “guerra total” –en la que se recurrió a todos los medios disponibles– en el que los Estados eurasiáticos apelaron, en un contexto de extrema debilidad militar frente al poderío militar alemán, a la formación de fuerzas irregulares para generar mayor fricción en las fuerzas atacantes, sea para tornarle más costosa la invasión (en Europa occidental), como para ralentizar su avance (caso soviético). Casi no hay casos de resistencia organizada que no hayan tenido apoyo estatal, con la excepción de los grupos que actuaron en el levantamiento de los guetos de Varsovia, que fueron aniquilados por los alemanes con artillería y bombardeos aéreos, reduciendo toda el área a escombros.10 Pero las resistencias más destacadas –la francesa, la soviética, la polaca, la holandesa, la italiana, la griega, también parte de la yugoslava– contaron con algún tipo de amparo proveniente de formaciones estatales. Fue en esta situación crítica en que el Estado delegó parte del ejercicio legítimo de la violencia a grupos no estatales, perdiendo así, de hecho, la pretensión a detentar el monopolio del mismo; a partir de entonces esta nueva disposición iría profundizándose y autonomizándose progresivamente en el medio siglo siguiente, aunque cada vez más por fuera del control estatal. Por ello comenzaremos por reseñar brevemente estas experiencias, a fin de buscar a partir de ellas no las líneas de continuidad con el fenómeno en su actualidad, sino los elementos que culminaron en la configuración actual.

10 Sobre la organización de la resistencia en los guetos de Varsovia y, como evidencia de esta situación, es muy interesante el libro de Matthew Brezezinski, El ejército de Isaac. La resistencia judía en la Polonia ocupada, en especial el capítulo 23. También es digna de atención la referencia sobre la manera que conseguía armas la autodefensa judía Haganá en Palestina en el enfrentamiento con Gran Bretaña. Cf. Glass, Charles; Desertores. Una historia silenciada de la Segunda Guerra Mundial, pág. 21.

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Las rupturas en la Segunda Guerra Mundial Cuando los distintos países se vieron superados por el avance alemán y sus ejércitos colapsaron, rápidamente pasaron a organizar o sostener grupos clandestinos, con el objetivo de hacer más gravosa la ocupación territorial mediante atentados, sabotajes, inteligencia, espionaje, y en algunos casos, guerra de guerrillas en el sentido más tradicional. Aunque no fue exclusividad de los comunistas, éstos desempeñaron un papel protagónico en estos grupos de resistencia, en gran medida debido a que, conformada la Tercera Internacional, los comunistas armaron redes clandestinas con gran capacidad operativa en casi todos los países occidentales, las que en el momento de la guerra estaban activas y disponibles. Pero, como dijimos, no fueron exclusivamente los comunistas quienes alentaron esta modalidad. Lejos del comunismo, Winston Churchill, fue uno de los gobernantes que más apoyó la guerra irregular contra las fuerzas alemanas suministrando armamento, alimentos y dinero a quienes enfrentaran al ocupante alemán.11 Estos entramados estaban sustentados por los propios gobiernos de los Estados ocupados en casi la totalidad de los casos, pero no en todos, como ocurrió con la resistencia alemana y la italiana. Un caso notable lo constituyeron las acciones de los grupos conformados por niños y jóvenes que resistieron al nacionalsocialismo en Alemania, Austria, Francia (París y Niza), Italia y otros lugares de Europa como, entre otros, los grupos llamados Los Pioneros Rojos, La Rosa Blanca, 11 “David Stafford, historiador y ex diplomático, la registra en un libro atrapante: Churchill and The Secret Service (Woodstock, NewYork, The Overlook Press). La fascinación de Winston Churchill por el espionaje y las operaciones militares no ortodoxas nació con las experiencias vividas cuando era un joven oficial y periodista en busca de fama y excitación. En la guerra entre cubanos y españoles (1895) y en las guerras imperiales libradas por Gran Bretaña en Afganistán, Sudán y Sudáfrica, el joven Churchill aprendió a apreciar la importancia de un buen servicio de inteligencia y el valor de la guerra de guerrillas. Fueron dos lecciones que nunca olvidó”. Steiner, Zara; “Una cuestión de inteligencia”. Véase también Marini, Alberto; La psicología al servicio de la guerra. Cómo la utilizaron las principales potencias en el último conflicto, pág. 32.

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Los Piratas de Edelweiss, La Mano Negra, Los Navajos, Los Guerrilleros del Monte Moquet y el Grupo Insurreccional Francés.12 Los más conocidos entre los grupos de resistencia son los maquis franceses, sostenidos por el gobierno en el exilio en Inglaterra, al igual que el de los polacos, pero también el caso de los griegos, los soviéticos, los yugoslavos, e incluso la guerrilla de Mao Tse-tung, que aunque no estaba mantenida por el Estado chino, al menos contaba con su benevolencia durante la tregua que significó la lucha contra el invasor japonés. En general se trataba de movimientos que no pretendían, al menos en principio, más que hostigar al enemigo, atrayendo sobre sí más tropas para distraerlas, de esa manera, de los distintos frentes. En algunos casos, como el soviético, este objetivo se cumplió con un alto grado de eficacia.13 Otros propugnaron, ya desde el inicio, la derrota del enemigo en su territorio, como los casos balcánico y griego. Un breve repaso sobre cada caso nos arrojará mayor luz sobre los mismos. En Yugoslavia, junto a la guerra regular hubo una guerra civil, entre los partisanos comandados por Josip Broz Tito, los ustachas croatas y los chetniks serbios. Los primeros levantaron la bandera de la tolerancia étnica, los segundos eran activos colaboracionistas de los nazis, y los terceros eran monárquicos que alternaron entre la resistencia y la colaboración con las tropas de ocupación, y contaron casi hasta

12 Faligot, Roger; Piratas de la Libertad. Grupos y ejércitos de adolescentes que combatieron al nazismo 1933-1945. 13 Los alemanes debieron emplear hasta 25 divisiones para tratar de neutralizar a unos 150.000 guerrilleros soviéticos, circunstancia que debilitó el potencial militar alemán. Sobre los logros de la resistencia en la URSS véase un preciso informe en Beaufre, André; La guerra revolucionaria, págs. 206/14. Por su parte los soviéticos afirmaban que “los luchadores clandestinos y los guerrilleros soviéticos organizaron más de 21.000 descarrilamientos de trenes con tropas y material de guerra del enemigo; dañaron 1.618 locomotoras, 170.800 vagones; volaron y quemaron 12.000 puentes de carreteras y vías férreas; aniquilaron y tomaron prisioneros 1,5 millón de soldados hitlerianos, oficiales y sus cómplices locales; y suministraron muchas informaciones valiosas al mando del Ejército Soviético”. Rzheshevski, Oleg; La segunda guerra mundial. Mito y realidad, pág. 210.

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último momento con el respaldo de Gran Bretaña. Este solapamiento entre dos guerras paralelas y simultáneas hace que muchas veces se vea a la guerrilla de Tito como una fuerza que luchaba por la emancipación nacional, dejando de lado los enfrentamientos intestinos. Mihailovi, ministro de Guerra de la monarquía, exiliado en Londres, negoció el apoyo alemán para atacar a los partisanos de Tito. El 1 de noviembre de 1941 asaltó los cuarteles en Uzice del futuro mariscal, teniendo como respuesta un contraataque que se aproximó hasta el cuartel general de Mihailovi, en Ravna Gora.14 Pese a su filiación comunista, el líder de la resistencia yugoeslava no recibió apoyo material soviético hasta fines de 1943, después de la Conferencia de Teherán, cuando ya estaba en una mejor posición interna. El grueso del esfuerzo debió soportarlo enfrentando en soledad pero con éxito a 15 divisiones, que en 1944 Hitler elevaría a 20 divisiones completas a pesar de las necesidades acuciantes que tenía en otros frentes, lo que sería para Tito, en gran medida, la base de su independencia posterior.15 En el caso de los andartes griegos, el grupo mayoritario fue el EAM/ELAS (Frente de Liberación Nacional / Ejército Popular de Liberación Nacional), en cuya dirección participaba el comunismo vernáculo (KKE), aunque nunca tuvo la hegemonía. Otro de los grupos fue el EDES (Liga Republicana Nacional de Grecia), monárquico, con apoyo de Gran Bretaña. El ELAS fue quien llevó el mayor peso de la guerra, y debieron enfrentarse a los británicos cuando lograron expulsar a los alemanes.16 Una parte del mismo se desmovilizó, sumándose al gobierno provisional siguiendo las directivas de Moscú, pero otra continuó resistiendo en las montañas. A fines de diciembre de

Gluckstein, Donny; La otra historia de la guerra mundial. Resistencia contra imperio, pág. 41. 15 Pereyra, Daniel; Del Moncada a Chiapas. Historia de la lucha armada en América Latina, pág. 70. Montes de Oca, Ignacio; Ustashas. El ejército nazi de Perón y el Vaticano, pág. 52. Véase también Tito, Josip Broz; “La experiencias de la guerra de liberación nacional tienen enorme importancia para nuestra defensa popular”; en Vukotic, Aleksandar; Doctrina popular yugoslava de defensa popular total. 16 Gluckstein, Donny; op. cit., págs. 51/9. 14

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1944, cuando finalmente las unidades acantonadas en Atenas entraron en negociaciones para finalizar las hostilidades, aún dominaba las tres cuartas partes del país.17 En ambos países el resultado fue el opuesto, pero el denominador común fue la resistencia liderada por los Partidos Comunistas y la relativa autonomía respecto de sus propios Estados. Pero el que tiene mayor interés por sus implicancias fue el caso francés. Allí también se dio el fenómeno de una resistencia dual, es decir, una organizada por el gobierno en el exilio, dependiente del general De Gaulle, y la que se estructuró a partir del PC francés –los Franc-Tireurs et Partisans, o maquis–, que comenzó a activarse tras la invasión de los alemanes a la Unión Soviética. Los maquis fueron quienes llevaron el mayor esfuerzo, a pesar de ser entre los grupos resistentes los que recibían menos armas de parte de los Aliados; no obstante, y aunque tuvieron 60.000 muertos, lograron liberar París.18 Pero lo fundamental de esta experiencia, a diferencia de la yugoslava, que terminó con la constitución de un Estado socialista, y la griega –de la que no surgió nada importante posteriormente, ya que fueron aplastados por los británicos luego de concluida la guerra mundial–, es que en la resistencia francesa participaron franceses continentales y extra-continentales, fundamentalmente de Argelia, entonces territorio francés. Los aprendizajes en acciones y organización clandestinas serían acumulados, pocos años después, en la guerra de liberación de Argelia contra los propios franceses.19 Un aprendizaje más directamente vinculado ocurrió en el territorio de la colonia francesa de Indochina (actuales Laos, Vietnam y Camboya). Cuando Francia fue invadida por Alemania, y en el marco de un avance arrollador de Japón sobre Asia, el gobierno de Vichy pactó con los japoneses mantener la administración gala, a cambio de 17 Kolko, Gabriel; El siglo de las guerras. Política, conflictos y sociedad desde 1914, pág. 235. 18 Gluckstein, Donny; op. cit., págs. 105 y 108. Glass, Charles; Desertores. Una historia silenciada de la Segunda Guerra Mundial. 19 Visacro, Alessandro; op. cit., págs. 135/6.

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permitirles establecer bases militares en esa colonia. Con la finalización de la guerra, aunque Francia era nominalmente vencedora, su debilidad era notable, a la vez que los nipones se habían rendido ante los Aliados. En esas circunstancias peculiares (soldados japoneses, británicos y franceses ocupaban Indochina) emergió el Vietminh (Viet Nam Doc Lap Dong Minh – Liga para la Independencia de Vietnam), hasta entonces un pequeño grupúsculo, que lideró la independencia de la parte norte de Vietnam. No es únicamente la aparición de formaciones irregulares lo que encontramos como origen de las nuevas formas de guerra en la segunda conflagración mundial, sino que se trata de un fenómeno más profundo y abarcador: otro de los rasgos que aparecen con nitidez en ella es el tomar a la población civil como blanco de ataques militares –este fenómeno es relativamente usual en las guerras civiles, pero no lo era hasta entonces en las guerras interestatales–,20 y no la mera producción de “daños colaterales”, como se suele denominar de manera eufemística a los efectos no deseados, entre ellos, las bajas civiles. De los aproximadamente 50 millones de muertos, 28 eran civiles. En su mayoría, estas bajas fueron producidas por los cuerpos militares regulares, y planificadas por los respectivos gobiernos, rompiendo de esta manera con una larga y laboriosa construcción de la Modernidad, que es la preservación de los no combatientes de los efectos de la guerra, y que constituyó el Jus Publicum Europæum. En los inicios de la Gran Guerra, en el transcurso de la marcha alemana por Bélgica hacia Francia, el ataque a la población civil de Lovaina presagió cómo serían las nuevas guerras del siglo que se abría,21 pero aún era relativamente excepcional. Años después, fuera de todo error o exceso, tal como sostiene Davies, “entre 1939 y 1945, la población civil estuvo en primera línea”.22 Este autor llama la atención sobre que “el Holocausto […] fue único por su concepto y ejecución 20 Cf. Waldmann, Peter y Reinares, Fernando (comps.); Sociedades en guerra civil; también Waldmann, Peter; Guerra civil, terrorismo y anomia social. 21 McMillan, Margaret; 1914. De la paz a la guerra, págs. 20/1. 22 Davies, Norman; Europa en guerra. 1939-1945, pág. 377.

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[…]. Pero no fue excepcional, ni por su escala ni por el dolor que provocó. Se produjo en un contexto en el que también perecieron ese número de seres humanos inocentes multiplicado por tres o cuatro veces”.23 Esta práctica, cuyo ensayo general había hecho la Legión Cóndor de la Luftwaffe en Guernica en 1937, se generalizó en la Segunda Guerra Mundial, y comenzó y finalizó con la guerra misma: en septiembre de 1939 la Luftwaffe lanzó 700 toneladas de bombas sobre la pequeña localidad polaca de Frampol, por el único motivo de que ésta estaba dispuesta en una cuadrícula y permitía a los expertos medir los efectos destructivos de las bombas y así realizar los ajustes técnicos correspondientes; culminó el 9 de agosto de 1945 con la bomba atómica que cayó sobre Nagasaki. Entre ambos puntos del tiempo, los civiles de todos los bandos sufrieron bombardeos sistemáticos. De parte de Alemania, los londinenses tuvieron el triste privilegio de ser la población que inauguró, como blanco, el uso de los primeros misiles: las bombas voladoras V1 y V2, lanzados desde plataformas continentales.24 Por su parte, la población alemana fue víctima de las decisiones de la Conferencia de Casablanca (14 al 24 de enero de 1943), en la que los Aliados delinearon “una estrategia militar cuyo fin explícito [era] el de impactar, a través de los bombardeos masivos de las ciudades, en la sociedad alemana en su conjunto”.25 El asalto soviético a Berlín provocó igualmente efectos devastadores sobre los habitantes de la ciudad. Como se puede apreciar, todos los bandos incurrieron en ataques a la población civil y los soportaron en las propias. Pero no sólo sufrieron bombardeos aéreos las ciudades (Varsovia fue una de las más afectadas,26 seguida por Berlín, Londres, Hamburgo y Dresde); también el asedio de la aviación más la artillería, que padecie-

Ibídem, pág. 391. Como señalamos, el ataque sobre la población civil desde el cielo se inauguró en 1914 y en el primer ataque a Londres, en septiembre de 1915, los dirigibles alemanes dejaron caer sus primeras bombas provocando la muerte de 26 civiles e hiriendo a 94. “Máquinas de Guerra”. Anónimo; Máquinas de guerra. pág. 15. 25 Traverso, Enzo; A sangre y fuego. De la guerra civil europea, 1914-1945, pág. 117. 26 N. Davies da la cifra de 90.000 civiles muertos (op. cit., pág. 394), pero allí 23 24

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ron particularmente las grandes ciudades rusas (ya que las pequeñas aldeas fueron arrasadas). Leningrado sobrellevó casi dos años y medio de asedio, lo que provocó la muerte por fuego enemigo, frío, hambre y enfermedades, de unas 700.000 personas. En la batalla de Stalingrado, es decir, incluyendo las aldeas aledañas a la ciudad, en las que se combatió, se estima que murieron alrededor de dos millones de civiles. Por otra parte, se generalizaron los campos de concentración para alojar civiles. Los hubo de dos tipos: los de exterminio, y los de retención. Los primeros fueron, emblemáticamente, los campos nazis. Los campos de concentración estadounidenses fueron del otro tipo; creados por F. D. Roosevelt en febrero de 1942 cuando aprobó la Orden ejecutiva 9066, en los que se terminó recluyendo a unas 120.000 personas (de las que 42.000 habían nacido en EE.UU. y en una enorme porción eran niños) en campos de concentración situados en las zonas desérticas de su territorio.27 Entre ambos, los campos de trabajos forzados japoneses y soviéticos.28 Aquí aparecen dos elementos relativamente anómalos, que constituirán rasgos distintivos de la forma que adquirirá la guerra en la última parte del siglo XX y lo que va del XXI: el privilegiar blancos civiles por sobre los militares, por un lado, y las tácticas de desgaste progresivo hasta hacer colapsar a las formaciones militares estatales, por otro.29 Las batallas abiertas, en las que confrontan los aparatos bélicos de dos

no parece incluir a los 56.000 judíos masacrados tras el levantamiento del gueto de Varsovia. 27 Itulain, Mikel; “Los olvidados campos de concentración en los Estados Unidos de América”. 28 Los alemanes también tenían campos de trabajo forzado, pero fueron emblemáticos los de exterminio, particularmente los de Treblinka y Auschwitz. 29 Otro fenómeno novedoso que prolifera en la Segunda Guerra y que muestra una tendencia en expansión hasta nuestros días lo constituye la participación femenina en carácter de combatiente. La ciudadela de Brest Litovsk fue defendida por un batallón conformado por mujeres y luego, en la misma URSS, fueron ocupando cada vez más puestos en el frente de batalla al calor del incremento de las bajas que recibían las fuerzas defensivas soviéticas. Marini, Alberto; La psicología al servicio de la guerra, págs. 34/5.

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o más Estados conformados en unidades uniformadas y distinguibles, siguiendo cadenas de mando formales, y en las que se busca las mejores condiciones para librar la batalla final –cuya culminación significa aniquilar la capacidad militar de la fuerza contraria, resguardando hasta donde sea posible la vida y los bienes de la población civil, en un pretendido marco de cierta regulación jurídica–, se irán convirtiendo progresivamente en una antigualla. La protección del civil ha quedado desplazada como problema.30 En gran medida esta tendencia comenzó a gestarse en la guerra por la unificación de Vietnam, aunque aún no estaban allí presentes todos los atributos de la guerra actual, pero fue ese el primer conflicto en el que claramente una poderosa fuerza estatal cayó derrotada frente a una mucho más débil en los términos militares hasta entonces convencionales. También allí la población civil fue blanco privilegiado por las fuerzas survietnamitas y estadounidenses, toda vez que suponían –no sin razón– que buena parte de ella era, para usar una metáfora maoísta, “el agua en que se mueve el pez”.31 Tales elementos son anómalos en el contexto de la guerra en su tradición moderna: la largamente construida distinción entre combatiente (a quien es lícito matar bajo determinadas reglas y circunstancias)32 y no combatiente, que es uno de los pilares de la regulación de la gestión de la violencia en la Modernidad.33 De acuerdo a estas reglas, la población civil, como tal, no puede ser blanco legítimo de agresión; y

30 Morgades, Silvia; “La protección de las víctimas de los conflictos armados”; en García, Caterina y Rodrigo, Angel (eds.); La seguridad contemporánea. Nuevos desafíos, amenazas y conflictos armados, capítulo IX. 31 A esto obedeció, entre otras medidas, el intento de adopción de “aldeas estratégicas”, en las que eran reubicados campesinos dentro de un perímetro definido, con estricto control de sus desplazamientos y de sus alimentos, para evitar que diesen protección o vituallas a los miembros del Vietcong. 32 No, por ejemplo, siendo prisionero o estando impedido en el campo de batalla, lo que constituyen crímenes de guerra. 33 Recordemos el conflicto que generaron la aparición de los francotiradores en el siglo XIX.

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los civiles, individualmente, sólo pueden serlo en la medida que atenten contra el orden legal, cometiendo actos tipificados como delitos. Esta salvaguarda constituye la base misma de la legitimidad estatal moderna, cuya potencia ideológica descansa en la paz. La promesa de pacificación es el núcleo central de la argumentación moderna, ya sea la contractualista o la mercantilista,34 pero también Weber reconoce la legitimidad del orden como posible sólo en un ámbito pacificado. Además de estas acciones estatales, y concomitantes en el efecto causado, tenemos por otro lado la aparición sostenida de agentes no estatales de la guerra, que son movimientos no especializados en la violencia, pero que la ejercen con vistas a lograr un objetivo político. Se refuerzan así dos situaciones anómalas: el Estado no resguarda a la población civil, sino que la toma como blanco, y no se enfrenta con otro Estado, sino con formaciones no estatales que niegan con su existencia la pretensión del monopolio de la violencia legítima por parte del Estado; claramente se trata de fuerzas no estatales, pero legítimas –esta es una condición sine qua non para la existencia de fuerzas partisanas–, lo cual genera una dualidad que resulta incompatible con el diseño del Estado-nación. De modo que estas dos cuestiones centrales en la organización del Estado moderno, el Estado-nación, quedan disueltas en esta fase histórica. Y si lo destacamos es porque no se trata de algo episódico, sino de los prolegómenos de una tendencia que se iría acentuando en el tiempo de manera acelerada, particularmente después de la “guerra fría”, es decir, en la última década del siglo pasado. Un tercer elemento, que tratamos por separado porque no tuvo desde el inicio el significado que fue adquiriendo en la medida en que se desarrolló la nueva forma de la guerra, pero que apareció también con la segunda conflagración mundial, fue la creación de oficinas estables de inteligencia en las Fuerzas Armadas de las diversas potencias.

34 Es muy evidente en el pensamiento de Thomas Hobbes que el estado de naturaleza es el de guerra; mientras que en el de Adam Smith e Immanuel Kant el desarrollo de las relaciones comerciales conspira contra la guerra y, por lo tanto, afianza la paz.

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Si bien el espionaje es inmemorial,35 no se trataba ahora únicamente de espiar las actividades del enemigo, sino de generar informaciones y propaganda, es decir, de tener una actuación efectiva sobre el curso de las acciones. La inteligencia –y la contrainteligencia– tiene como fines generar información sobre el contendiente, arreglar contrainformación propia para el enemigo, crear propaganda para animar al bando propio, y diseñar propaganda para desanimar al bando contrario. La base de la acción psicológica en la guerra, como en todo tipo de acción militar, es la información.36 La importancia y la dificultad que conlleva la misma ya era reconocida por Clausewitz, quien advertía que “una gran parte de la información que se recibe en la guerra es contradictoria, una parte aún mayor es falsa y con mucho la mayor está sometida a bastante incertidumbre”.37 La inteligencia y la contrainteligencia conforman la parte de información, y la contrainformación la parte de la “guerra psicológica”. Sobre esta última, Ramón Carrillo señala que “el objetivo primo de la guerra psicológica es crear, en el o los adversarios, un clima mental, una serie de sentimientos que, conduciéndolos por las sucesivas etapas del miedo, del pánico, de la desorientación, del pesimismo, de la tristeza, del desaliento, en fin, los lleve a la derrota. Y viceversa, crear en el medio propio un clima neutralizador de esos sentimientos. El clima de la rabia, con todos sus matices. En una palabra: un clima de derrota y otro de victoria, de donde tenemos los dos aspectos de la guerra psicológica: el ofensivo y el defensivo, que por la parte contraria debilita al adversario y por la propia lo exalta”.38 La guerra psicológica se fundamenta en la propaganda –el término propaganda deriva de una sección del Vaticano que tenía como meta propagar la fe–. Para

35 Ya Sun Tzú, hace unos 2.500 años, dedicaba el último apartado de su obra El arte de la guerra a los agentes secretos. 36 Poli, Jorge Heriberto; Acción psicológica. Arma de paz y guerra, pág. 27. 37 Clausewitz, Carl von; De la guerra, pág. 69. 38 Carrillo, Ramón; “La guerra psicológica”, en Electroneurobiología, vol. 2, N° 2, pág. 6.

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muchos especialistas la propaganda es sinónimo de acción psicológica.39 En la Segunda Guerra Mundial fue cuando se comenzó a utilizar de manera sistemática como forma de influir en la voluntad del enemigo y la del propio pueblo, aunque fue en la Gran Guerra cuando la guerra psicológica pasó de ser un recurso incidental a un “arma” principal. Allí la propaganda se transformó en una actividad sistemática, especialmente con el ingreso de Estados Unidos en la guerra;40 otro antecedente importante lo encontramos en la guerra de liberación norteamericana contra Gran Bretaña,41 pero en ninguno de ambos casos se había encarado de manera profesional, con agencias específicas para tal fin. Al abordar este tema inmediatamente surge la imagen de Josef Goebbels, quien usó intensivamente la propaganda, aunque de una manera que hoy nos resulta casi ingenua.42 Fueron las emisiones del británico Sefton Delmer las que se constituyeron en el modelo de propaganda que vertebra la guerra psicológica. “El objetivo era socavar subrepticiamente a Hitler no oponiéndose a él, sino fingiendo apoyarlo. Había que debilitar la máquina de guerra alemana no ganando a los alemanes para el bando aliado, sino poniendo a los alemanes con-

Linebarger, Paul; Guerra psicológica, pág. 120. Quintero Pizarroso, Alejandro; Nuevas guerras, vieja propaganda (de Vietnam a Irak), págs. 49 y 51. “En la guerra 1914/18 los folletos aliados incidieron notablemente en la moral alemana contribuyendo a su desorganización (Memorias de Hindenburg y de Lüdendorff )”. Marini, Alberto; La psicología al servicio de la guerra, pág. 53. 41 Poli, Jorge Heriberto; Acción psicológica. Arma de paz y guerra, pág. 57. Linebarger, Paul; Guerra psicológica; págs. 54 y 84. 42 El 17 de diciembre de 1939, por ejemplo, escribía que había dado “instrucciones para que los estadistas enemigos no sean dibujados como figuras cómicas sino como tiranos crueles y vengativos.” Gobbels, Josef; Diarios. 1939-41, pág. 97. Su obsesión por la propaganda –no exenta de cierta candidez– lo llevó a realizar registros que luego fueron pruebas de los crímenes nazis. Sobre la estructura de propaganda alemana nazi véase Poli, Jorge Heriberto; Acción psicológica. Arma de paz y guerra, pág. 182 y Anexo 8. 39 40

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tra sus propios compatriotas […] a los oyentes se les ofrecerían los motivos patrióticos para hacer lo que querían hacer desde el principio por su propio interés, pero que no se atrevían”.43 Se descubría así la médula de una actividad que evolucionaría en dos ámbitos, aunque siempre cercana en sus técnicas e incluso en muchos de los profesionales que la desarrollan: los departamentos de inteligencia de los Estados y sus Fuerzas Armadas, por una parte, y el marketing por otra. Ambos indagan las profundidades de la mente humana, asumiendo que “es peligroso suponer que la gente se comporta de manera racional”.44 Estados Unidos, el país que tenía mayor rezago en este aspecto, en parte por su doctrina aislacionista que mantuvo hasta la primera mitad del siglo pasado, creó la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) durante el último tramo de la presidencia de Roosevelt, que luego de la rendición alemana, pasó a ser la Unidad de Servicios Estratégicos (SSU), lo que finalmente devino en la Agencia Central de Inteligencia (CIA).45 Esta agencia sería el vehículo, en la segunda mitad del siglo XX, de los mayores esfuerzos por injerir en asuntos externos de manera relativamente solapada.46 Pero es necesario volver a los jalones de las transformaciones bélicas antes de volver a tocar los temas de inteligencia.

La guerra de Vietnam Cuando las tropas británicas se retiraron de Indochina, seis meses después de que se proclamara la República Democrática de Vietnam, dejaron a las fuerzas francesas el control del territorio al sur del paralelo

Newcourt-Nowodworski, Stanley; La propaganda negra en la Segunda Guerra Mundial, pág. 119. 44 Packard, Vance; Las formas ocultas de la propaganda, pág. 22. 45 Sobre el tema, véase de Quintero Pizarroso, Alejandro; Nuevas guerras, vieja propaganda (de Vietnam a Irak), pág. 53. 46 Para una historia somera de tales intervenciones véase Winer, Tim; Legado de cenizas: historia de la CIA. 43

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16, para que éstas intentaran reconquistar la parte norte del país. Las fuerzas del Vietminh se dispersaron en las áreas rurales, en una típica estrategia maoísta de guerra de guerrillas. Esto llevó a que las tropas francesas se concentraran en las grandes áreas urbanas, quedando a la defensiva. Las fuerzas al mando de Vo Nguyen Giap se establecieron al norte del río Rojo (en cuya ribera se encuentra Hanoi), y los franceses evacuaron los puestos militares, concentrándose en el área central y sur de Vietnam. La guerra, que comenzó en 1946, se prolongó hasta 1954. La fase decisiva estuvo precedida por la “operación Castor”. Luego de una derrota de las fuerzas del Vietminh, que le costó miles de muertos, las fuerzas francesas decidieron hacerse fuertes y escogieron la aldea de Dien Bien Phu, situada en un valle y rodeada por montañas selváticas, con la seguridad de que el vapuleado enemigo no tenía forma de aproximarse allí, y desde donde asestar golpes en la retaguardia de los vietnamitas. Construyeron una fortaleza considerada inexpugnable.47 Sin embargo, el Vietminh, luego de un esfuerzo logístico enorme,48 logró tomar por sorpresa a los franceses con fuego de artillería y una gran movilidad, anulando la capacidad de abastecimiento aéreo, hasta que, después de 57 días la guarnición se rindió, y al día siguiente comenzó la Conferencia de Ginebra entre ambas fuerzas, que condujo al reconocimiento por parte de Francia de la independencia de Vietnam del Norte.49 Una fuerza de menor cuantía militar 47 “El campo fortificado de Dien Bien Phu disponía de fuerzas bastante poderosas: 17 batallones de infantería, 3 grupos de artillería, y además las unidades de ingenieros, los tanques, la aviación, transporte, etc… en su mayor parte, las unidades más aguerridas del Cuerpo Expedicionario Francés de Indochina”. Vo Nguyen Giap; Guerra del pueblo. Ejército del pueblo, pág. 149. 48 “Nuestros combatientes abrieron centenares de kilómetros de trincheras, en una magnífica red que resolvió el problema de nuestro despliegue en el mismo valle y facilitó los movimientos bajo el martilleo de la artillería y los bombardeos de napalm. Pero no bastaba atenuar los efectos de la artillería enemiga: teníamos también que aumentar nuestra propia potencia de fuego. Nuestros combatientes abrieron nuevos caminos en los flancos de las montañas para llevar la artillería hasta las proximidades de Dien Bien Phu. Allí donde fue imposible abrir caminos, arrastraron los cañones con la sola fuerza de sus brazos”. Vo Nguyen Giap; op. cit., pág. 151. 49 Visacro, Alessandro; op. cit., págs. 107/9.

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había derrotado a un ejército poderoso, “[…] el Coronel William F. Long declaró doce años después de la derrota, «Dien Bien Phu […] se ha convertido en acrónimo para la derrota de Occidente en manos del Este […]»”.50 Algo había cambiado, y uno de sus protagonistas lo supo entender: “[…] en Indochina, a pesar de contar con marcada superioridad material y tropas, fuimos derrotados”.51 Eso lo llevó a concluir que “una condición sine qua non de la victoria en la guerra moderna es el apoyo de la población. […] Si ese apoyo no existe, debe buscarse por todos los medios posibles, siendo el más efectivo de todos el terrorismo”.52 Por ello, aunque habitualmente la referencia a la guerra de Vietnam suele indicar la segunda de las mismas, libradas entre el Vietcong y Vietnam del Norte contra Vietnam del Sur y Estados Unidos (19641975), para nuestros propósitos analíticos ésta primera tiene mayor importancia, y debe ser empalmada con la guerra de Argelia, siguiendo la elaboración que los franceses hicieron de esta nueva modalidad. En la segunda guerra de Vietnam, los vietnamitas combinaron las modalidades maoístas con tácticas regulares que empleó el ejército norvietnamita. No es que no haya habido absolutamente ninguna innovación, pero las mismas palidecen frente a lo que significó la lucha por la independencia de Argelia, con el empleo de las lecciones aprendidas en Indochina por parte de los franceses, que fueron replicadas en Vietnam por los estadounidenses asesorados por los franceses, justamente.53 Por

Bloomer, Harry; “An Analysis of the French Defeat at Dien Bien Phu”. Trinquier, Roger; La guerra moderna, pág. 19. 52 Trinquier, Roger; op. cit., pág. 24. 53 Según Carl Bernard, coronel de las Fuerzas Especiales estadounidenses, fue el general francés Paul Aussaresses quien les “hizo comprender que nuestro modelo militar estaba completamente perimido y que no era con tanques, artillería pesada o aviones de combate como se ganaría la guerra de Vietnam, que todo eso no era más que una pérdida de tiempo, energía y dinero […]. Nos explicó que en la guerra revolucionaria el enemigo es la población y que para ganar hay que tener un buen servicio de información, capaz de identificar y después destruir la infraestructura política y administrativa del adversario”. Robin, Marie-Monique; Escuadrones de la muerte. La escuela francesa, pág. 332. 50 51

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esa razón, aunque haya tenido un fuerte impacto político, desde el punto de vista de las innovaciones militares, es poco lo que ha aportado esta guerra. La primera conclusión es que, si no se consigue el apoyo espontáneo de la población, se debe recurrir al terrorismo. Pero exponer las atrocidades represivas muchas veces genera más resistencia; el recurso de poner en evidencia la crueldad aplicada sobre la población que apoyaba los destacamentos militares resistentes de carácter irregular fue utilizado por los alemanes en los territorios ocupados en la Segunda Guerra, pero su eficacia fue limitada.54 Luego de hacer balances, el punto más visible al que se arribará es al terrorismo de Estado. En él se condensan las tácticas que, por brutales, y especialmente fuera de una situación de pueblo ocupado, deben realizarse con el mayor ocultamiento posible. Pero ¿es el terrorismo de Estado una forma de guerra? Volvamos a Trinquier: “Desde que terminó la segunda guerra mundial una nueva forma de guerra ha sido creada. […] Eso de que el enemigo sea aniquilado después de una o más batallas es cosa del pasado”.55 No se trata de un cambio estratégico, sino de algo más profundo, que afecta las bases mismas de la estrategia.

Los cambios fundamentales El concepto de estrategia varió con el tiempo.56 En la guerra premoderna indicaba, según la concepción que acuñó von Bülow, las 54 Ante la efectividad de las guerrillas comandadas por Tito, Hitler ordenó en 1944 que asesinaran de 20 a 100 yugoeslavos por cada soldado alemán muerto. La medida no amedrentó a los partisanos y, por el contrario, aumentó el número de acciones contra los alemanes. También favoreció el reclutamiento de guerrilleros, incluso de croatas y cerca de 4.000 soldados italianos que se pasaron de bando. Montes de Oca, Ignacio; Ustashas. El ejército nazi de Perón y el Vaticano, págs. 52 y 55. 55 Trinquier, Roger; op. cit., pág. 22. 56 El término estrategia “deriva indirectamente del término griego strategos (general), que no tiene la connotación actual, ya que el equivalente griego de nues-

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maniobras que se realizaban por fuera de la vista del enemigo, mientras que la táctica era, por el contrario, el movimiento que podía ser visto por el enemigo. Se trataba simplemente de una cuestión espacial.57 Con Clausewitz el mismo se complejiza: “La estrategia es el uso del combate para los fines de la guerra”,58 es decir, el arte de combinar las acciones en función de la finalidad, que es la batalla decisiva, en la que se logra desarticular la capacidad del enemigo de seguir combatiendo. La táctica, por su parte, es cada uno de los encuentros individuales, cuya totalidad debe inscribirse en la estrategia delineada. Ya en el siglo XX, Mao Tse Tung incorporó una nueva dimensión, que denominó la “ciencia de la campaña”,59 un concepto articulador de la estrategia con la táctica, que posteriormente se popularizó como “estrategia operacional”.

tra «estrategia» hubiera sido strategike episteme (conocimiento de los generales) o strategon sophia (sabiduría de los generales). Analogías como strategicos, como en el título de la obra de Onosander, o el muy posterior strategikon (de Mauricio), tienen una connotación didáctica. Por otra parte, strategemata (Strategematon es el título griego del trabajo en latín de Frontino) describe una compilación de strategema, precisamente «estratagemas» o ardides de guerra. Mucho más comúnmente usado por los griegos, a partir de Eneas en el siglo IV a.C. hasta Leo en el siglo VII d.C. y más adelante, fue taktike techne, que describe todo un cuerpo del conocimiento sobre conducción de la guerra, como abastecimientos, diplomacia menor, técnicas y tácticas propiamente dichas. Taktike techne, o más bien su traducción latina ars bellica, reapareció en 1518, siendo usado por Maquiavelo como «arte della guerra» en Los discursos sobre Tito Livio (quien en realidad empleaba ese término) y más tarde en el título de su Arte de la guerra”. Luttwak, Edward; Estrategia. La lógica de guerra y paz, págs. 235/6. El término estrategia no se usó durante la Edad Media, en que la conducción de la guerra se denominaba “L’Art de Chevalerie”, siendo retomado durante el siglo XVIII. Van Creveld, Martin; La transformación de la guerra, págs. 137/8. 57 Pese a que se trata de una noción superada, aún persiste en el léxico militar. Así, los misiles transcontinentales son conocidos como “estratégicos”, mientras que a los de menor alcance se los denomina “misiles tácticos”. 58 Clausewitz, Carl von; De la guerra, pág. 139. Tomamos aquí la definición más tradicional, aunque hay quienes incluyen en la esfera de la estrategia la preparación para la guerra. 59 “La ciencia militar china está constituida por la estrategia, la ciencia de las

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En todos los casos hace referencia al desplazamiento espacio-temporal de una fuerza en función de la planeada batalla final. Dada esta concepción, se desprenden naturalmente de ella nociones elementales de sustantiva importancia tales como las de “frente”, “retaguardia”, “flancos” y “líneas de abastecimiento”, entre otros. En el frente se concentra el poder de fuego, en la retaguardia opera la logística, los flancos son los espacios de maniobra y contramaniobra con que se cuenta, y las líneas de abastecimiento son el cordón umbilical para la avanzada. A partir de la guerra de Indochina estos conceptos comenzaron a quedar obsoletos, pero no por una elaboración intelectual superadora, sino por la práctica diferencial que comenzó a realizarse en dicha contienda. El coronel Charles Lacheroy, quien actuó en esa guerra, explicaba –con cierta desesperación– que “de día conseguíamos controlar la situación, más o menos bien; pero cuando caía la noche, a pesar de nuestros centinelas, de nuestras patrullas y de nuestras emboscadas, el Viet merodeaba y llevaba a cabo sus funciones […] No había frentes ni fronteras para proteger nuestras vidas, nuestros planes, ni siquiera nuestras intenciones”.60 El espacio, tal como era conocido, se difumina: es uno de día y otro distinto por la noche. Es decir que el espacio varía con el tiempo. No hay frente ni retaguardia, no hay tampoco, en consecuencia, flancos. Los soldados norteamericanos desconocían dónde se situaba la línea del frente: “No existe campo de batalla propiamente dicho y no se llega al gran enfrentamiento para dirimir la superioridad por medio de las armas. La lucha está en todas partes y en todos los momentos, objetivando con ello una nueva presencia del tiempo y como consecuencia inmediata la destrucción del espacio campañas y la táctica. La primera trata de las leyes de la dirección de la guerra en su conjunto; la segunda, de las leyes que rigen las campañas y que se aplican en la dirección de las mismas; y la tercera, de las leyes que rigen los combates y que se aplican en la dirección de éstos”. Mao Tse Tung, “Problemas estratégicos de la guerra revolucionaria de China”, en Obras escogidas, tomo I, pág. 198, n. 1. Este escrito es de 1936. 60 Lacheroy, Charles; “Action Vietminh et communiste en Indochine, ou une leçon de guerre revolutionnaire”, conferencia del 25 de abril de 1995, citada por Robin, Marie-Monique; op. cit., págs. 36/7.

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[…]”.61 Esto inhabilita los planteamientos estratégicos en los términos hasta entonces corrientes. En las ciudades estos problemas se amplifican, y dado que las guerras actuales se libran principalmente en espacios urbanos, la inclusión de armamentos pesados, por ejemplo, pierde eficacia. La trama urbana condiciona el tipo de tácticas utilizables, más semejantes a las tradicionalmente policiales que a las consideradas típicamente militares. Esta variación actúa, también, como ratificación de la población civil como blanco privilegiado de las acciones. Esta novedad aparece plenamente desarrollada por primera vez en la guerra de Argelia.

La guerra de Argelia Inmediatamente culminada la guerra de Indochina, comenzó el movimiento independentista en Argelia (1954-1962). Allí se conformó el Frente de Liberación Nacional (FLN), cuyo brazo armado era el Ejército de Liberación Nacional. “El FLN, siguiendo el ejemplo de la resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial, se organizó en maquis denominados Wilayas. Cada wilaya, en un total de seis, constituía una especie de comando territorial, organizado en compañías de guerrilla clandestina llamadas katiba. Cada katiba poseía cerca de ciento cincuenta hombres”.62 El conflicto comenzó a fines de 1954, y rápidamente el FLN creció en hombres y capacidad operativa. Tuvo la habilidad, incluso, de llevar el enfrentamiento del ámbito rural a la ciudad (la Casbah).63 En el término de dos años pasó de un pequeño grupo a una fuerza significativa, que empleó terrorismo en forma metódica, con la convicción de que “la violencia del colonizado […]

Marini, Alberto; Estrategia sin tiempo. La guerra subversiva y revolucionaria, pág. 174. Courmont, Barthélémy; La guerra: una introducción, pág. 103. 62 Visacro, Alessandro; op. cit., págs. 135/6. 63 Pinto Cebrian, Fernando; Los conflictos bélicos y el fenómeno urbano. El factor militar, pág. 180. 61

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unifica al pueblo”, y que, “en el plano de los individuos, la violencia desintoxica”.64 Significativamente, el terrorismo no unificó a los franceses en su contra. Muchos intelectuales de gran renombre, entendieron que éste era la forma desesperada de la lucha por la liberación, y no una práctica antihumana.65 El terrorismo del FLN fue correspondido por el terrorismo del ejército francés, en particular del cuerpo de paracaidistas. Allí aplicaron las lecciones aprendidas en Indochina, y pusieron en práctica técnicas de terrorismo de Estado.66 Partieron de una serie de supuestos: a) que las formas habituales de librar una guerra son inadecuadas e ineficaces frente al terrorismo; b) que el terrorista es un cuadro político irreductible en sus convicciones; c) que la forma de combatir organizaciones clandestinas es hacerlo clandestinamente; d) que no hay posibilidad de llegar a ningún tipo de entendimiento con el enemigo, es decir, que no se puede plantear ningún tipo de tregua ni acuerdo transitorio; e) que lo vital, en un ámbito de clandestinidad, es la información; y f) que la misma sólo se puede obtener bajo tortura.67 Con este esquema contrainsurgente, basado en el terrorismo y la tortura, las fuerzas francesas enfrentaron a los argelinos del FLN/ELN. Si bien “el torturar a las personas producía buenos resultados a corto plazo […], desde el punto de vista COIN [contrainsurgente], no fue estratégicamente eficiente”.68 Esto expresa, de manera muy sintética, el cuadro final del conflicto, que suele generar dificultades para su comprensión: el ejército francés logró desarticular al ELN, anulando la Fanon, Frantz; Los condenados de la tierra, pág. 86. El libro de Frantz Fanon fue prologado por Jean-Paul Sartre, entonces el más importante filósofo galo. 66 “El terrorismo […] es un arma de guerra que no puede ser por más tiempo ignorada, y mucho menos menospreciada”. Trinquier, Roger; op. cit., pág. 32. 67 “Ningún abogado está presente cuando se efectúa este interrogatorio. Si el prisionero ofrece rápidamente la información que se le pide, el examen termina enseguida. Pero si esta información no se produce de inmediato, sus adversarios se ven forzados a obtenerla empleando cualquier medio”. Trinquier, Roger; op. cit., pág. 37. 68 François, Philippe; “Contrainsurgencia en Argelia: un punto de vista francés”, pág. 71. 64 65

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capacidad operativa del FLN, y sin embargo perdieron la guerra y debieron retirarse de Argelia. Retomando la vieja reflexión de Clausewitz, de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, lo que se observa es que la misma, en este caso, perdió de vista el objetivo político, cegada por la presión de la victoria militar. Los franceses supusieron que la irregularidad en el accionar militar planteado por la insurgencia debido a la asimetría de fuerzas se debía enfrentar con irregularidad, descuidando el aspecto sustancial de que el Estado es un aparato administrativo-político-militar que descansa en la legitimidad, es decir, en una serie de supuestos impensados, uno de los cuales es el respeto y apego a la normativa jurídica. La aplicación de tácticas contrainsurgentes (detenciones masivas, allanamientos de domicilios, aplicación de tormentos, ejecuciones sumarias) corroyó dicha legitimidad, no sólo ante los argelinos, sino frente a los propios franceses –que es lo que explica la oposición de los principales intelectuales y del Partido Comunista Francés–.69 Estas experiencias no se circunscribieron a Argelia. Los militares franceses las diseminaron por el mundo occidental. Ya en Argentina estuvieron impartiendo cursos de contrainsurgencia desde el año 1958, y luego también en Estados Unidos, a principios de la década del ’60. Estas formas de terrorismo de Estado se desplegaron, sobre todo, en América Latina en la década del ’70, pero con innovaciones. Se expandió una forma que había tenido su primer experimento en la Segunda Guerra Mundial, con las “Directivas para la persecución de las infracciones cometidas contra el Reich o las Fuerzas de Ocupación en los Territorios Ocupados”, conocidas con el nombre de Decreto “Noche y niebla”, secreto, que indicaba –según la reconstrucción efectuada en el juicio de Núremberg– que las personas apresadas, sobre las que había seguridad de que eran miembros de grupos de resistencia, debían ser ejecutadas, y cuando se tratara de opositores, pero sin que hubiesen realizado actos de sabotaje o ataques a tropas alemanas, debían ser lleva69 “La urgencia de la situación inclinó a las fuerzas armadas, bajo el mando de Massu, a asumir tareas de imposición de la ley […] provocando que la opinión pública se volcara contra los franceses”. François, Philippe; op. cit., pág. 67.

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dos secretamente a Alemania, perderse entre “la noche y la niebla”, pues no se daba información sobre ellos a nadie, ni siquiera a las autoridades alemanas.70 Esta figura, en el marco de la contrainsurgencia, fue la del “detenido-desaparecido”, con lo que se buscaba infundir terror entre la población civil, conminándola a la inacción y la aceptación pasiva de la situación política de cada uno de los países en los que se aplicaba.

En América Latina Esta práctica se concentró con mayor fuerza en América Central (Guatemala, Honduras), y en algunos países de la región andina (Perú)71 y del cono sur (Argentina). En tanto vulneraba todo marco jurídico, se la mantuvo lo más oculta posible; y aun cuando se tenía algún conocimiento sobre las mismas, tal conocimiento era impreciso o fragmentario, y nunca reconocido oficialmente.72 La política oficial era la negación o alegato de desconocimiento de tales situaciones, lo que traza el límite político que tenían para llevarla a cabo. Este límite indicaba que no sólo se vulneraba la legalidad, sino también que tales prácticas eran ilegítimas, es decir, que podían ser moralmente resistidas por el grueso de la población y de los gobiernos. Resulta ilustrativo en tal sentido el episodio de cuestionamiento realizado por el expresidente de facto Agustín Lanusse a la Junta Militar que se hizo cargo del gobierno en la Argentina a partir de marzo de 1976; Lanusse

Véase de Bonavena, P. y Nievas, F.; “La contrainsurgencia de hoy”. 4414 casos, según la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, tomo 6, pág. 74. 72 En Argentina los primeros datos sobre estas políticas fueron difundidos a través de ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina), de manera artesanal, por el periodista Rodolfo Walsh. Un país cuya consideración en general se soslaya desde esta problemática es Haití. Según la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos-Desaparecidos en Haití, con la instalación de la dictadura de Duvalier se registraron cerca de 12.000 casos. Citado por Sohr, Raúl; El mundo y sus guerras, pág. 121 70 71

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avalaba la represión a la “subversión”, pero rechazaba el formato clandestino e ilegal de los procedimientos. Esta crítica lo llevó a cumplir una sanción con prisión en 1977.73 Es que la clandestinidad resultaba esencial por al menos tres cuestiones: una es la ya apuntada de la inaceptabilidad de los niveles de la misma; la segunda es que en el solapamiento se podían aplicar tormentos que son inherentes a este tipo de represión, y la tercera es que se generaba incertidumbre en el resto de la población, tanto la políticamente activa, a quienes les planteaba enormes dificultades en su acción, como a los políticamente pasivos, a los que les generaba mayor pasividad y reluctancia a cualquier compromiso. La tecnología de la desaparición, en síntesis, tenía tres efectos: captura de parte de la fuerza insurgente, ruptura de las certezas de la parte no capturada –con las dificultades operativas que ello acarrea– y generar mayor docilidad en la población no politizada.74 Esto sólo fue posible vulnerando el ordenamiento normativo y simbólico del Estado moderno. Tal ruptura tiene efectos no sólo dentro del propio Estado, sino más profundamente, en el sistema interestatal en su conjunto, ya que esta situación era tolerada por gran parte de los Estados –cuando no alentada, como fue claramente el caso de Estados Unidos–. Esto tuvo efectos corrosivos sobre la propia legitimidad del Estado como aparato político de dominación. Estigmatizó en algunos países a las fuerzas armadas del Estado, como es evidente en el caso argentino donde nunca pudieron recuperar su lugar social luego de los juicios a la cúpula de la dictadura militar impulsados durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Como en todo sistema complejo, las manifestaciones no son lineales ni directas; es necesario observar el sistema en su conjunto y sus variaciones en relación con el fenómeno que venimos analizando.

Véase de Lanusse, Agustín; Protagonista y testigo. Reflexiones sobre 70 años de nuestra historia, en especial el Capítulo IX, Punto “Guerra interna, guerra sucia”. 74 Véase de Izaguirre, Inés (1995); “Pensar la guerra. Obstáculos para la reflexión sobre los enfrentamientos en la Argentina de los ´70”; en Antognazzi, Irma y Ferrer Rosa (comps.); Del Rosariazo a la democracia del ’83, pág. 125. También véase de Ulloa, Fernando; “La ética del analista ante lo siniestro”. 73

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La post-Guerra Fría La implosión de la Unión Soviética, formalmente disuelta en diciembre de 1991, aunque ya desde 1989 había entrado en la crisis terminal, trajo consigo una serie de fenómenos asociados a la desaparición de uno de los polos del poder mundial. Brevemente reseñados, y en función del tema central abordado en este libro, deberíamos consignar tres, que por su derrotero posterior demostraron ser los más relevantes: a) la pérdida de parámetros en la constitución de un enemigo, b) la dispersión del poder militar y c) la aparición de las empresas militares privadas. El primero de ellos implicó el derrumbe de doctrinas, teorías y funcionalidad de dispositivos diseñados bajo la hipótesis de una eventual acción del bloque comunista. El miedo al comunismo era un fenómeno generalizado, fomentado de manera sistemática por miles de medios y durante muchos años. Baste recordar la proliferación de películas de cine donde se exponía, una y otra vez, el riesgo que significaba ese enemigo.75 La amenaza comunista como ideología, que había colaborado tanto en disciplinar a las poblaciones de las sociedades occidentales, se esfumó junto con la URSS.76 Aunque no tuviera un efecto visible inmediato, lo cierto es que cuestiones tales como la llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional”, perdieron sentido en el mismo instante en que desapareció el poder soviético sobre cuya amenaza se sustentaban. El paradigma de seguridad nacional cayó junto con el muro de Berlín.

En los años de “caza de brujas” en Norteamérica –práctica conocida como “macartismo” por su impulsor, Joseph McCarthy, que tuvo gran auge en el periodo inicial de la Guerra Fría, (1945-1954)–, la industria cinematográfica de Hollywood puso en marcha la producción de una serie de películas de corte anticomunistas, que la colocaron como una vanguardia de la lucha contra el “enemigo rojo”. La primera de ellas fue Telón de acero (William Wellman). Vidal Pelaz López, José; “Cae el telón. El cine norteamericano en los inicios de la guerra fría (1945-1954)”, pág. 125. 76 Luzzani, Telma; Territorios vigilados, pág. 155. 77 Nievas, Flabián y Bonavena, Pablo; “El lento ocaso de la ciudadanía”, pág. 233. 75

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El segundo fenómeno es la dispersión del poder militar. Evidentemente eso ocurrió con el poderío antaño concentrado en la Unión Soviética, el que formalmente fue disuelto entre los países emergentes de la desarticulación de la misma; pero también existieron muchos puntos de fuga, y gran parte del armamento soviético se dispersó por medio de ventas oficiales o por el mercado negro de armas, a distintos puntos del planeta. En general sólo se tuvo precaución sobre las armas de destrucción masiva (termonucleares, bacteriológicas y/o químicas), pero esa atención no se dispensó para con el armamento convencional. Como correlato de dicho fenómeno, y como efecto de la distensión, los ejércitos de las potencias occidentales de la OTAN redujeron también el número de efectivos de manera significativa. La ecuación final era que, aunque seguía habiendo disparidad entre las fuerzas de los distintos países, esta era menor en magnitud a la que existía en la etapa anterior. El tercer fenómeno pasó más inadvertido al comienzo, pero es un efecto aleatorio de la conjunción de los dos anteriores. Por una parte, una gran cantidad de militares de los antiguos bloques hegemónicos quedaron desmovilizados, por otra, había una enorme disponibilidad de material bélico de primera calidad. Esto confluyó con dos condiciones emergentes: un apreciable número de conflictos irresueltos, antaño contenidos en el marco de la Guerra Fría, particularmente en África –aunque no de manera excluyente–, y la irrupción de una fuerte ideología a escala planetaria, que se conoció como “Revolución Conservadora”, neoconservadurismo o simplemente neoliberalismo, que instaló todo tipo de relaciones y espacios en el ámbito –real o potencial– del mercado. El correlato de sus efectos fue el achicamiento del tamaño de muchos Estados, tendencia que implicó también a sus fuerzas armadas.77 En este contexto aparecieron estas empresas, la primera de ellas, Executive Outcomes, con sede en Sudáfrica.78 Su leit 78 La creación de esta empresa es una referencia para explicar lo que aquí presentamos como el “tercer fenómeno”. Su génesis fue la contrapartida del fin de la Guerra Fría y el apartheid, que implicó una drástica reducción del personal militar en Sudáfrica. Este personal fue la base asalariada del flamante emprendimiento bélico privado. Pérez Traiana, Jesús Manuel; “Executive Outcomes: una compañía mili-

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motiv único y excluyente es la ganancia económica.79 Usualmente se ha confundido a estas empresas con mercenarios, cuando en realidad se trata de un fenómeno novedoso, más complejo, potente y de mayor envergadura que los típicos soldados de fortuna. Lejos de su reputación como poco fiables, en el debut de la empresa en los campos de batalla sus empleados mostraron predisposición para alcanzar los planes trazados, aunque peligraran sus vidas.80 Bajo esta nueva realidad, que en un principio se vivió con un optimismo desmedido e ingenuo, y se creyó que sobrevendría un largo período de paz mundial, lo que ocurrió es que las guerras proliferaron pero bajo una nueva forma, nacida en gran parte de la guerra insurgente, aunque con componentes que le brindan especificidad. La primera y gran diferencia con la insurgencia “clásica” que se encuentra en la segunda mitad del siglo pasado, es que se debilitó la perspectiva socialista. Y no sólo en cuanto polo de poder, sino como ideario deseable o imaginable por las fuerzas rebeldes. La necesidad de la definición de un enemigo, recomendación aconsejada al príncipe por Maquiavelo,81 llevó a que los Estados Unidos procuraran suplantar el “terror rojo” con una hipótesis de conflicto potencial, la amenaza del narcotráfico, pero el fracaso sistemático de tar privada pionera y las posibilidades de la pacificación privada”; en de Cueto Nogueras, Carlos; Los desafíos de las fuerzas armadas en el siglo XXI, pág. 32. 79 Vale aquí recordar que “«[e]l capital», dice un redactor de la Quarterly Review, «huye de la turbulencia y la refriega y es de condición tímida. Esto es muy cierto, pero no es toda la verdad. El capital experimenta horror por la ausencia de ganancia o por una ganancia muy pequeña, como la naturaleza siente horror por el vacío. Si la ganancia es adecuada, el capital se vuelve audaz. Un 10 % seguro, y se lo podrá emplear dondequiera; 20 %, y se pondrá impulsivo; 50 %, y llegará positivamente a la temeridad; por 100 %, pisoteará todas las leyes humanas; 300 % y no hay crimen que lo arredre, aunque corra el riesgo de que lo ahorquen. Cuando la turbulencia y la refriega producen ganancias, el capital alentará una y otra. Lo prueban el contrabando y la trata de esclavos.»” Marx, El capital, tomo I, pág. 950, n. 113. 80 Pérez Traiana, Jesús Manuel; op. cit., pág. 35. 81 Rezses, Eduardo; “El derecho penal del enemigo. Un nuevo intento de expansión del poder punitivo”; en AA.VV.; Políticas de terror. Las formas del terrorismo de Estado en la globalización, pág. 100.

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las campañas anti-narcotráfico, como el empeño en sostenerlas y los volúmenes de recursos económicos comprometidos en las mismas hacen que tal argumento sea poco convincente.82 La iniciativa tuvo como hito el bombardeo e invasión a Panamá en diciembre de 1989, en la operación “Causa Justa”, para detener al antiguo numerario de la CIA y entonces presidente panameño general Manuel Noriega, y llevarlo a comparecer ante la justicia norteamericana bajo el cargo de “narcotraficante”.83 El rechazo a esta intervención, especialmente por la gran cantidad de heridos, muertos y desaparecidos –las cifras oscilan entre 2.500 a 5.000–, la desproporción entre el enemigo construido y el miedo a la amenaza hicieron que el planteo vaya perdiendo espesor. La probable conexión, además, entre los intereses norteamericanos y el narcotráfico tal vez fue otro factor que desalentó esta línea política.84 Luego del intento fallido, aunque más o menos a la par, se tomó como nueva orientación un ensayo de Samuel Huntington –director del Instituto de Estudios Estratégicos de la Universidad de Harvard–, de gran influencia política y hasta académica, pese a no ser un trabajo de este corte,85 acerca del eventual “choque de civili82 Rey, Oscar B.; Colombia. Guerrilla y narcotráfico, pág. 98. Sobre el tema, donde se subraya el impacto del cambio de orientación política de los EE.UU., puede verse Isacson, Adam (20008); “Las frustraciones de la lucha antidrogas”, en AA.VV.; Seminario Internacional. Límites y desafíos de la agenda de seguridad hemisférica. En la misma publicación véase, en el mismo sentido, Tellería Escobar, Loreta; “Bolivia: fuerzas armadas y lucha contra el narcotráfico”. 83 Berenstein, Fabián; Go home! Intervenciones de la CIA y los Marines en América Latina. L.D. Books. México; págs. 33 y 135. 84 Calveiro, Pilar; Violencias de Estado. Guerra antiterrorista y la guerra contra el crimen como medios de control global, pág. 70. 85 El propio autor, con innegable honestidad intelectual, advierte que “[e]l presente libro no es, ni pretende ser, una obra de ciencias sociales. […] Aspira a ofrecer una estructura, un paradigma, para ver la política global, que sea […] útil para los decisores políticos”. El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, pág. 14. Esta propuesta fue hecha en contrapunto con la visión, también muy extendida por entonces, de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia, idea que también surgió de un artículo y luego se plasmó en un libro publicado en 1992 (The End of History and the Last Man).

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zaciones”.86 Huntington postuló la existencia de nueve civilizaciones –occidental, latinoamericana, africana, islámica, sínica, hindú, ortodoxa, budista y japonesa– a partir de la desaparición del bloque soviético, y especuló acerca de la potencialidad de antagonismo entre ellas, concluyendo que las civilizaciones islámicas y occidental serían las que mayor tensión tendrían entre sí y, por lo tanto, las que más probablemente chocaran en su afán por controlar la mayor parte del planeta. Según su opinión, los islámicos tienen en su seno grupos muy radicalizados y una tasa de crecimiento demográfico muy sostenida, combinación que Huntington evalúa como explosiva.87 Durante un lustro esa concepción se expandió,88 tornándose casi sentido común para muchos analistas, pese a que las guerras se suscitaban principalmente por otras razones. Las guerras más cruentas, que fueron las de los Balcanes, no encajaban en dichas categorías, pese a que se exaltaba lo étnico-religioso como forma de identidad necesaria para el desarrollo en altos niveles de la violencia organizada. Tampoco lo era la guerra ruso-chechena, ni otras que se desarrollaron en ese período. La realidad demostró que dicha concepción fue más performativa que descriptiva. Las guerras que se libraron entonces, a fines del siglo pasado, tuvieron como signo peculiar el despliegue de las empresas militares privadas. Estuvieron en los escenarios bélicos de todos los continentes. Angola, Sierra Leona, y el Congo en África; Papúa Nueva Guinea en Oceanía;89 la región del Kurdistán turco en Asia; Croacia en Europa; Colombia en América.90 El desarrollo de estas compañías tiene diversas implicancias. Peter Singer observa cinco cuestiones que deben ser

86 Esta necesidad fue, literalmente, lo que condujo al autor a escribir el libro a partir de un artículo suyo aparecido en la revista Foreign Affairs en el verano boreal de 1993 (“The clash of civilizations?”), cuya repercusión fue tan grande que alentó al mismo a darle una forma más acabada. 87 Sohr, R.; El mundo y sus guerras, pág. 105. 88 El libro fue publicado en 1996. 89 Escudé, Carlos; Mercenarios del fin del milenio. 90 Azzelini, Darío; El negocio de la guerra y Uesseler, Rolf; La guerra como negocio.

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consideradas:91 1) “los incentivos de una compañía privada no siempre se alinean con los intereses de sus clientes, o del bien público”, que es lo mismo que señalaba Maquiavelo respecto de los condottieri;92 2) las mismas no poseen regulación, y la ética de actuación de las mismas queda sujeta a su propio criterio; 3) usualmente se encomienda a estas empresas aquellas tareas que carecerían de apoyo legislativo, o directamente vulneran la legalidad; 4) no tienen un marco legal que encuadre su acción, pues sus países de asiento son diferentes de los que operan; y 5) puesto que pagan salarios más elevados que los Estados, atraen al personal mejor entrenado, sin costo alguno para su preparación. Sin embargo, no parecen ser esos los únicos problemas que plantea su presencia. Ante todo, su propia existencia es una renuncia del Estado, como aparato jurídico-político, a la pretensión del monopolio del uso legítimo de la violencia. La clásica definición de Weber (“el Estado es aquella comunidad humana que en el interior de un determinado territorio –el concepto del «territorio» es esencial a la definición– reclama para sí (con éxito) el monopolio de la coacción física legítima”)93 se desvanece ante la relevante actividad de las empresas militares privadas. Se concreta así lo que, para los parámetros de la Modernidad, es una gran paradoja: que el Estado consienta la existencia –y utilice los servicios– de una institución que es su propia negación en tanto tal. Para darle mayor alcance a la misma, no son sólo los Estados individuales, también los utiliza la organización supraestatal que es Naciones Unidas. Las razones de por qué lo hace no son difíciles de explicar: para los Estados débiles (particularmente los de África subsahariana, o algunos de Oceanía, pero en general para todos aquellos que han dado en llamarse en diversos grados “Estados fallidos”)94 recurrir a estas empresas es, usualmente, la única forma de poder sostener una guerra con probabilidades de éxito. En el caso de los más industrializados (Estados Singer, Peter; “La privatización de la guerra”. Maquiavelo, Nicolás; Del arte de la guerra. 93 Economía y sociedad, pág. 1056. 94 El índice anual de “Estados frágiles” lo elabora el Fondo para la Paz y la Política Exterior, con sede en Washington (http://ffp.statesindex.org/). 91 92

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Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia), lo hacen para minimizar los costos políticos (no se computan las bajas como propias, se pueden violar tratados internacionales, pues toda la responsabilidad por la acción de estas empresas no alcanza a sus contratantes), a la vez que promueven una industria que resulta lucrativa. El grado de dependencia de los ejércitos regulares de estas compañías es tan elevado que el propio Colin Powel, secretario de Estado durante la presidencia de Bush (h), alertó que si se cancelaban los contratos con las mismas, el ejército estadounidense colapsaría en su operatividad. El otro cambio importante, que no es solo fisonómico, en las contiendas libradas a partir del fin de la guerra fría, es que cada vez con mayor asiduidad se enfrentan fuerzas estatales con fuerzas no estatales –en algunos casos, ni siquiera nacionales–; es decir, que la matriz político-espacial del Estado-nación ya no produce necesariamente fuerzas beligerantes, tal como era el caso de las fuerzas no estatales que luchaban en la época de la guerra fría (movimientos de liberación nacional, guerrillas izquierdistas, etc.). Se rompe el monopolio del nivel de análisis estatal para pensar la seguridad y para hacer la guerra.95 Los puntos de vinculación son otros, de carácter ideológico-cultural, pero desanclados del espacio. Esto cobró suma relevancia a partir del ataque a Estados Unidos en septiembre de 2001, aunque las fuerzas que allí operaron –bajo el “nombre-franquicia” de al-Qaeda– venía actuando con anterioridad. Este ataque estuvo precedido de otros: las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, el USS Cole (en Yemen), lo que planteaba un tipo de contienda desterritorializada. Esta circunstancia, aceptada desde el momento mismo en que se declara la “guerra contra el terrorismo”, modifica radicalmente todas las doctrinas militares desde lo más profundo, ya que cualquier pensamiento estratégico se orienta en el espacio y el tiempo, y aquí tenemos una de tales dimensiones diluidas: no hay un espacio circunscripto para la guerra, puesto que se puede prede Cueto Nogueras, Carlos (2008); “Los actores no estatales del paradigma emergente de la gobernanza de la seguridad en la posguerra fría”; en de Cueto Nogueras, C.; Los desafíos de las fuerzas armadas en el siglo XXI, pág. 8. 95

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sentar en cualquier parte del planeta, ni hay un tiempo delimitable toda vez que no existe una batalla final con la que concluya el conflicto.96 Tampoco considera las dimensiones sociales y políticas que se implican en la guerra, como nos enseñó Clausewitz; por el contrario, las niega sustantivizando tales condiciones en una práctica, concentrándose en algo que es un “procedimiento y no un fin en sí mismo, por ello es absurdo identificar al terrorismo como el enemigo”.97 Este conjunto de situaciones fue llevando a los Estados, al menos a los más desarrollados, a librar guerras en una modalidad novedosa, que supone la alteración de todos los andamiajes morales y jurídicos construidos durante siglos.

La “guerra contra el terrorismo” El terrorismo es colocado, o al menos eso se pretende, en el lugar central que tuvo antes el comunismo.98 Como reacción al ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono, el gobierno de los Estados Unidos declaró la guerra al terrorismo, en la cual se embarcaron, directa o indirectamente, otras potencias.99 ¿Qué es exactamente lo que se encuadra bajo esta denominación? El terrorismo es un método

Bonavena, Pablo; “El espacio y el tiempo en las nuevas formas de la guerra y breves consideraciones de su proyección sobre América Latina”; en Antognazzi, Irma y Redondo, Nilda (comps.); Libro de las VIII Jornadas Nacionales y V Latinoamericanas del Grupo de Trabajo Hacer la Historia. 97 Lo cual constituye una incoherencia. Gassino, Francisco y Riobó, Luis; “Antecedentes próximos”, Sección II, en AA.VV.; La primera guerra del siglo XXI. Irak 2003, Tomo I, pág. 149. 98 Rodríguez, Esteban; “Estado del miedo. El terrorismo como nuevo rudimento legitimador del Estado de Malestar”; el AA.VV.; Políticas de terror. Las formas del terrorismo de Estado en la globalización, pág. 84. 99 Estados Unidos impuso a las llamadas democracias occidentales, pero también a gobiernos de otros lugares del mundo, la sanción de paquetes jurídicos que acompañen su esfuerzo para controlar el terrorismo. Véase un estudio comparado de las leyes anti-terroristas en Álvarez Conde, Enrique y González, Hortensia; “Legislación 96

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de combate, básicamente con fines propagandísticos. “Como tal, no puede extenderse más allá de una primaria fase agitativa o, a lo sumo, defensiva. Nadie supone que mediante este método se logra ganar una guerra. Como máximo se puede aspirar a crear las condiciones para desarrollar una mejor defensa con vistas a una fase contraofensiva o simplemente para forzar una negociación. Es un método de lucha que ejerce una violencia limitada. Cualquier desapasionada contabilidad de bajas –basta ver la cantidad de muertos palestinos e israelíes en el prolongado conflicto entre estas naciones– pone de manifiesto que el terrorismo, viendo los alcances sobre la vida humana, tiene cierta «economía» de la violencia. La incidencia de sus acciones –generalmente destinadas a la población civil, aunque no únicamente, como lo atestigua el ataque al U.S. Cole en Yemen– es relativamente acotada respecto de los bombardeos regulares contra el grueso de la población, incluso los llamados «ataques quirúrgicos», que repiten los ejércitos de los países más poderosos. Por poner simplemente algunos ejemplos: el combate de Mogadiscio, que obligó al retiro de las tropas estadounidenses de Somalia, arrojó un saldo de 18 soldados norteamericanos fallecidos, contra aproximadamente mil civiles caídos. El ataque a Atocha arrojó casi dos centenares de muertos, muchos menos que los civiles masacrados en el ataque aliado a Fallujah, sobre el que no hay estimaciones oficiales, pero las extraoficiales cifran en miles de muertos civiles”.100 Pero más allá de los alcances de este recurso de combate y de toda comparación, la palabra terrorismo desde hace muchos años está cargada de una connotación negativa, que impuga gravemente a aquellos que designa.101 Si bien se presenta como la negación de la condición humana, básicamente se trata de un nuevo formato de la beligerancia propuesta por el Estado ante un tipo de actividad hostil que puede ser antiterrorista comparada después de los atentados del 11 de septiembre y su incidencia en el ejercicio de los derechos fundamentales”. 100 Nievas, Flabián y Bonavena, Pablo; “Del Estado Nacional al Estado Policial”, en Salazar, Robinson (dir.); La Nueva Derecha. Una Reflexión Latinoamericana, págs. 107/8. 101 Rodríguez, Esteban; op. cit.; pág. 74.

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enfrentada de diferentes maneras. Esta forma –guerra antiterrorista– se instala en una suerte de nivel intermedio entre dos espacios tradicionalmente diferenciados en el ejercicio de la violencia legítima: la policíaca, de carácter interno, y la militar, de carácter externo; la primera ejercida sobre la propia población, aquende las fronteras; la segunda, aplicada sobre otras naciones, eventualmente allende las fronteras –excepto cuando un país es invadido, pero en tal caso la lucha es justamente para evitar la lucha en el interior de la unidad territorial–.102 Dado que se trata de una propuesta estatal, no es el grupo insurgente quien define este tipo de guerra, aun cuando utilice métodos terroristas en su campaña.103 Este extremo se constata en la nominación, por parte de los Estados, con la etiqueta de “grupos terroristas” a organizaciones que históricamente han estado ajenas a dichas prácticas, como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Es decir, no se define por lo que hagan –resulta irrelevante en dicho sentido si realizan o no terrorismo–, sino por el tratamiento que les da el Estado a la acción de determinados grupos insurgentes. En esta nueva configuración, que por estar entre lo militar y lo policial no es lo uno ni lo otro, sino algo totalmente nuevo, se produ-

102 Un antecedente, aunque no el único, y relativamente tosco respecto de las formas actuales, fueron las disposiciones de las dictaduras latinoamericanas, cuya acción represiva interna fue puesta en la órbita de las Fuerzas Armadas de cada país, con lo que asumieron de hecho actividades policíacas. Resulta sugestiva la tesis de León Rozitchner (De la guerra “sucia” a la guerra limpia) y de Prudencio García (El drama de la autonomía militar) acerca de la incapacitación que produjo esta actividad de las Fuerzas Armadas argentinas para desenvolverse en un conflicto convencional, como lo fue el de Malvinas. Ambos autores coinciden en la misma tesis desde puntos de análisis distintos. 103 La adopción de métodos terroristas no es, en modo alguno, una actitud irracional, sino producto de un análisis de correlación de fuerzas y de oportunidades. Cf. Crenshaw, Martha; “La lógica del terrorismo: el comportamiento terrorista como producto de una opción estratégica”, en Howard, Russell y Sawyer, Reid (comps.); Terrorismo y contraterrorismo. Comprendiendo el nuevo contexto de la seguridad.

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cen formas de pensar y actuar totalmente distintivas de las anteriores. Uno de los cambios sustantivos es el desplazamiento inverso en la importancia de dos actividades: el decrecimiento de la logística –que llegó a absorber hasta el 95% del personal de un ejército– y el crecimiento de la inteligencia. Esta última, como se ha visto, es relativamente nueva, y se diferencia del simple espionaje, conocido de larga data. Para la guerra antiterrorista la producción de inteligencia es crucial, y en función de la misma se producen los mayores esfuerzos tecnológicos y humanos. Es necesario aclarar que el antiterrorismo es, en la doctrina, una de las formas de la contrainsurgencia, pero en la práctica resulta su opuesto. La contrainsurgencia, al menos en su versión más avanzada, brega por ganar “mentes y corazones”, es decir, el apoyo y la simpatía de la población, mientras que el antiterrorismo carece de limitaciones éticas y legales, generando usualmente el efecto contrario. Todos los pilares en que se basan las tácticas antiterroristas contrarían los supuestos de la Modernidad.

El planteo de un enemigo difuso y la reacción del Estado Desde mediados del siglo pasado, crecientemente han sido grupos insurgentes los que se enfrentaron a fuerzas estatales. Esto creaba, en principio, el problema de la identificación del enemigo. La insurgencia históricamente ha compensado su desventaja en poder de fuego respecto de las fuerzas estatales con su habilidad para pasar relativamente desapercibida. Raramente están uniformadas o usan insignias que la identifiquen.104 La sorpresa es su carta más letal; es su fuente de energía y potencia. Frente a este tipo de desafío, las fuerzas regulares, hemos vistos, se encontraban primariamente en una situación de des104 Una de las pocas fuerzas insurgentes que sí cumple con éste y otros requisitos –tales como tener una cadena de mandos identificable, portar armas a la vista, etc.– propios de los ejércitos regulares amparados por los Convenios de Ginebra, son las FARC-EP colombianas.

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orientación: sufrían los ataques sin saber de dónde venían. Su enemigo difuso era la población civil; sabían que no toda, pero no podían distinguir los combatientes de los no combatientes. La guerra, como fenómeno político, encontraba de esta forma sus raíces. Un Estado, atacado de esta manera, debiera recurrir a sus fuerzas policiales y/o de seguridad para enfrentar una situación de “conmoción interna”. La tarea es laboriosa, y desnuda las falencias políticas que llevaron la situación a tal extremo. Teniendo a su disposición las fuerzas militares, pocos han sido los gobiernos que se resistieron a la tentación de hacer uso de las mismas, y éstas, concebidas, organizadas y entrenadas para otros tipos de conflicto, se encontraban ante la humillante paradoja de que su inmenso poderío de fuego relativo frente a un adversario mucho más débil en todos los parámetros con que se merita una Fuerza Armada, no tenían ocasión de emplearlo y con asiduidad eran presas de emboscadas o escaramuzas en las que sufrían desgastes, bajas o derrotas. Ante esa situación, cuyo problema originario era el desconocimiento del enemigo, los Estados Mayores buscaron solucionarla generando, justamente, el conocimiento del mismo, para lo cual se hacía necesario producir elementos de inteligencia. Se trató, inicialmente, de una verdadera cartografía política. En las épocas de la “guerra fría”, el enemigo era, por definición ex ante, el comunismo. Había buenas razones para suponer que en Occidente las fuerzas insurgentes abrevaban en esta ideología; y de hecho, en buena parte de los casos era así. Pero no todas ni siempre lo fueron. Muchas fuerzas insurgentes devinieron comunistas a lo largo de la contienda, debido a la necesidad de contar con uno de los polos como aliado, tal como le sucedió al Movimiento 26 de Julio en Cuba, y también es lo que ocurrió con gran parte de los movimientos de liberación nacional africanos. La plantilla “comunismo-anticomunismo” casi no dejaba brechas para situarse de manera independiente cuando avanzaba la polaridad en la confrontación, so pena de desaparecer rápidamente. Ahora bien, el comunismo es una ideología, y los comunistas no necesariamente hacen pública la misma. Era necesario dar cuenta de quiénes eran. Ante la previsible falta de colaboración de los sospecho-

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sos de serlo, y bajo la presión política de tener que desarticular lo más rápidamente posible un proceso que, en caso contrario, crecería hasta tornarse inmanejable, los franceses redescubrieron la utilidad de la tortura, práctica nunca del todo olvidada, pero sí clandestina y desprestigiada. Los Estados, en particular los del Tercer Mundo, usualmente recurrían a ella,105 no obstante lo cual, siempre actuó de manera relativamente marginal, no reconocida, como anomalía. Esta situación comenzó a revertirse a partir de la acción de las fuerzas estatales francesas, que luego la irradiaron a América y al resto del mundo. La justificación de la aplicación de tormentos parte de dos supuestos que, por su relativa aceptación, es necesario analizar en detalle.106 Uno es de orden técnico, y el otro, moral. El primero refiere a la capacidad de obtener información que, sin la aplicación de tortura, no se conseguiría, o al menos no se lograría hacerlo en el tiempo necesario para que la misma sea utilizable, que es lo que lo conecta con el otro argumento, que admite la crueldad del método, pero lo reivindica como excepcional y necesario. Este último, en palabras de Teretschenko, se presenta así: Imagine que un terrorista haya sido arrestado y que sea, con suficientes indicios para sostener una convicción razonable, sospechoso de haber puesto una bomba en una escuela de la ciudad; imagine que en uno de esos colegios se encuentran sus propios hijos. Todos los métodos de interrogación legales que fueron empleados no dieron resultado, pues el hombre se niega

En Argentina, aunque formalmente abolidos en 1813, muchos tormentos como el cepo y la estaca se siguieron usando durante el siglo XIX. El Estado los retoma de manera sistemática a partir del inicio de la década del ’30. 106 Para tener una dimensión del fenómeno nos detenemos en una ejemplificación. Según un detallado análisis sobre la represión en Uruguay en la década de los años setenta, se puede calcular en 296,2 por 100.000 habitantes la tasa de morbilidad anual por tortura. Este dato ilustra sobre la magnitud de esta política para el control social. Yarzábal, Luis; “La tortura como enfermedad endémica en América Latina: sus características en Uruguay”, pág. 86. 105

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a hablar, en este caso, ¿no sería legítimo recurrir a la tortura? […] ¿[…] no es ésta, una situación que evidencie un «estado de necesidad»,107 que pudiese legitimar la violación de la ley según el código penal de numerosos países? En esencia, éste es el argumento esgrimido por los defensores moderados o pragmáticos de la tortura del Estado.108 Se trata de un argumento falaz en tres planos. Primero: la situación ficticia –que evidentemente convoca a la angustia, lo cual socava la capacidad crítica de respuesta– es inverosímil, pues los mismos elementos que llevan a sospechar a un sujeto de tal acción, con “convicción razonable”, deberían permitir, con mayor facilidad, localizar al menos el edificio en que presuntamente la colocó, evacuarlo y revisarlo. Eso llevaría, incluso, menos tiempo que apresarlo y torturarlo para que “confiese”. Si el tiempo es un factor vital, la tortura no es la mejor opción, pues puede llevar días hasta que alguien “hable”. Este es el segundo plano falaz: ya Pietro Verri, en 1777 terminaba sus Osservazioni sulla tortura109 advirtiéndo que, con tal de librarse del tormento, cualquier persona construye relatos ficticios, acordes a lo que presume que quieren escuchar sus verdugos. Esto es algo que los especialistas saben; la Agencia Conjunta de Recuperación de Personal, de EE.UU. (JPRA), prevenía en un memorando que “«[e]l error inherente a esa manera de pensar radica en suponer que, mediante tortura, el interrogador puede extraer información de inteligencia fiable y precisa. Pero un simple vistazo a la historia y la conducta humanas parecen refutar esa suposición». [Asimismo] destacaba que, al final, a partir de un cierto nivel de torturas, los prisioneros «terminan por dar aquellas res-

“El estado de necesidad designa la situación de una persona que comete una infracción para escapar a un peligro real o inminente que esté amenazándola a ella misma o al prójimo, e incluso que realice un bien (art. 122-7 del código penal francés)”. 108 Teretschenko, Michel; Sobre el buen uso de la tortura. O cómo las democracias justifican lo injustificable, págs. 77/8. 109 Verri, Pietro; Observaciones sobre la tortura. Buenos Aires, Depalma, 1977. 107

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puestas que creen que el interrogador quiere oír. En ese caso, se trata ya de información que no es fiable ni precisa»”.110 Finalmente, el tercer plano de la falacia es postular la excepcionalidad de la práctica; cuando se instaura la misma, se ejerce de manera sistemática y generalizada, nunca es una situación esporádica ni podría serlo, ya que quienes aplican tormentos son especialistas en ello, no es algo que cualquier persona pueda realizar, se requiere una larga preparación.111 Esta falacia oculta algo de mayor trascendencia: con la institución de la aplicación de tormentos se derrumba el sistema jurídico penal moderno, uno de cuyos mentores fuera el amigo de Pietro Verri, Cesare Beccaria, autor del clásico De los delitos y las penas. En dicho tratado Beccaria aboga principalmente, por tres principios: acusaciones públicas, eficacia de las penas –lo cual implica la proporcionalidad de las mismas con la falta cometida–,112 y abolición de la pena de muerte, a la que deja por fuera de lo jurídico por no tener fines correctivos, resocializadores, ya que la misma no es un derecho, “sino una guerra de la nación contra un ciudadano”.113 También sucumbe todo el derecho del prisionero otorgado por las convenciones. 110 Scahill, Jeremy; Guerras sucias. El mundo es un campo de batalla, págs. 136/7. El coronel estadounidense Carl Bernard, en una entrevista en la que se le pregunta sobre el uso de la tortura, responde: “Comprendo el razonamiento militar y la dificultad que plantea el terrorismo, pero en el largo plazo es un mal cálculo no sólo desde el punto de vista moral, sino también técnico. […] La arrogancia es el mayor obstáculo para una lucha eficaz contra el terrorismo y el peligro más grande de la guerra antisubversiva es ser impaciente y querer obtener efectos a corto plazo”. Robin, Marie-Monique; Escuadrones de la muerte. La escuela francesa, pág. 332/3. 111 Cf. Samimian-Darash, Limor; “Rebuilding the body through violence and control”. La autora indaga la preparación de los soldados para la lucha antiterrorista, que es una situación bastante próxima a la de los torturadores. 112 “El fin […] no es otro que impedir al reo hacer nuevos daños a sus conciudadanos, y apartar a los demás de cometer otros iguales. Deben, por tanto, ser elegidas aquellas penas y aquel método de infligirlas que, guardada la proporción, produzcan la impresión más eficaz y más duradera sobre los ánimos de los hombres, y la menos atormentadora sobre el cuerpo del reo”. Beccaria, Cesare; De los delitos y las penas, pág. 69. 113 Ibid., pág. 71.

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Todos estos principios, pilares del Estado-nación moderno, son vulnerados por los gobiernos en las nuevas modalidades de guerra, lo que, como veremos, tiene implicancias que trascienden a los escenarios bélicos.

La inteligencia generalizada Si consideramos que la guerra es una forma de resolución de tensiones políticas, resulta obvio que los preparativos para la misma abarcan cuestiones que trascienden lo inmediatamente bélico. Así como el espionaje se transformó en parte de las prácticas industriales, la inteligencia se prolongó mucho más allá de las tareas inmediatas y perentorias de la guerra, y las agencias que se montaron emprendieron otras tareas, no tan apremiantes, vinculadas con proyecciones estratégicas de las potencias que las organizaban. Ese “mensaje fundamental de que solamente la información puede hacerle frente eficazmente al terrorismo es imperecedero”,114 pero no sólo la tortura es la fuente de conocimiento sobre el enemigo. Ya vimos que durante la Segunda Guerra Mundial se valieron de recursos académicos para la producción de conocimiento del enemigo o del entorno del mismo. Esta práctica se extendió en las épocas posteriores, pero con un cambio sustancial: quienes oficiaban de “agentes”, no siempre estaban al tanto de su colaboración. En tal sentido es paradigmático el fracasado “proyecto Camelot”, lanzado por Estados Unidos para América Latina en la década del ’60, con el fin de evaluar “la factibilidad de desarrollar un modelo general de sistemas sociales que [hiciera] posible predecir e influir aspectos políticamente significativos de cambio social en las naciones en desarrollo del mundo”.115 114 Hoffman, Bruce; “Un trabajo repugnante”; en Howard, Russel y Sawyer, Reid; Terrorismo y contraterrorismo. Comprendiendo el nuevo contexto de la seguridad, pág. 331. 115 Documento oficial de la Special Opertions Research Office de la American University, citado por Galtung, Johan; “Después del proyecto Camelot”, pág. 115.

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El proyecto, elaborado en Estados Unidos, fue presentado a científicos sociales latinoamericanos, a quienes se convocaba a colaborar con la investigación, para cuyo financiamiento se contaba con un millón y medio de dólares. El mismo fue cancelado por el secretario de Defensa estadounidense tras el rechazo enfático que tuvo en Chile, lo que desató un escándalo internacional. Después de ello se avanzó, en este terreno, con mayor cautela. A la vez que seguía usándose a la CIA para las actividades más comprometidas, impulsaba veladamente, a través de fundaciones privadas, como la Fundación Ford u otras, mediante la financiación de determinadas líneas de investigación, cuyos resultados se remiten a las centrales, sin que el productor de las mismas tenga control sobre su utilización. Esta fundación, que data de 1936, comenzó a cobrar relevancia después de la Segunda Guerra Mundial, financiando investigaciones, revistas, programas académicos y organizaciones progresistas no comunistas.116 Durante la “guerra fría” esta fundación tuvo un lugar relevante en la implementación de esta política. No obstante, las investigaciones del Senado estadounidense sobre las actividades de la Agencia Central de Inteligencia hicieron que se replantearan sus actividades directas.117 Así es cómo, en 1979, el gobierno de Reagan impulsó la creación de la Fundación Política Americana, y en 1983, en la misma dirección, la Fundación Nacional para la Democracia (National Endowment for Democracy, NED), cuya financiación es tanto privada como guberna-

116 Una síntesis de su historia puede verse en “La Fundación Ford, fachada filantrópica de la CIA”, [en línea] en http://www.voltairenet.org/article123675.html; también en Petras, James; “La Fundación Ford y la CIA: un caso documentado de colaboración filantrópica con la policía secreta”, [en línea] en http://www.mov-condor.com.ar/documentos/fund-ford-cia.htm 117 “Cuando se reveló a finales de 1960 de que algunas ONG de países de América [Latina] recibían financiación encubierta de la CIA para librar la batalla de las ideas en los foros internacionales, la administración Johnson llegó a la conclusión de que dicho financiamiento debía cesar, recomendando el establecimiento de «un mecanismo público-privado» para financiar abiertamente actividades en el extranjero.” Lowe, David; “De idea a realidad”, [en línea] en http://www.ned.org/about/history

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mental, y algunas de cuyas funciones fueron delegadas por la CIA.118 En la página web de la NED aclaran que, pese a ser una ONG, la misma “se financia principalmente a través de los créditos anuales [gubernamentales] y sujeta a la supervisión del Congreso”.119 A través de esta organización se financian otras ONGs en el mundo, para la irradiación de valores e ideología, además de la compilación de información sobre los territorios en que actúan éstas. Con alta probabilidad, ninguno de los miembros de tales organizaciones tenga vínculo directo alguno con la CIA, y es también muy probable que carezcan de información acerca de los orígenes de los fondos y del destino de sus producciones, por lo que no se puede pensar en un “reclutamiento”, aunque eso no minimiza que objetivamente actúen como agentes indirectos de tales agencias de inteligencia.120 Se desarrolla de tal manera una malla móvil de organizaciones y personas que colaboran, sabiéndolo o no, con los objetivos que inicialmente son delineados por centrales de inteligencia externas.121 Esto plantea un escenario que habitualmente no es abordado por los académicos, ya que muchos de ellos se encuentran directa, indirecta o potencialmente involucrados en estas redes, lo que desalienta todo tipo de indagaciones en tal dirección, aunque indudablemente serían Calvo Espina, Hernando; “Más discreta y tan eficaz como la CIA”. http://www.ned.org/about/history 120 El uso del plural se debe a que, aunque aquí estamos presentando el caso de la CIA, esta es una práctica relativamente extendida entre las principales agencias de inteligencia del mundo. El príncipe Bernardo, de Holanda, el primer presidente de la World Wildlife Foundation (Fundación para la vida silvestre del mundo), “fue nazi, miembro de las SS motorizadas y luego agente de la IG Farben alemana en París, empresa que recaudaba información para las SS”. Orduna, Jorge; Ecofacismo, pág. 49. 121 En Argentina algunas ONGs que recibieron financiamiento de la NED fueron Poder Ciudadano, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS, que también recibe apoyo económico de la Fundación Ford, tal como consta en su página web: http://www.cels.org.ar/cels/?info=detalleTpl&ids=9&lang=es&ss=60), el Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) y el Centro para la Empresa Privada Internacional (datos publicados en http://www.ned.org/where-we-work/latin-america-andcaribbean/argentina). 118 119

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de su competencia. En la mayoría de los casos no se trata de un cálculo racional, interesado, sino de algo que se presenta como “desinterés”,122 lo que remite al plano del deseo. No debe perderse de vista que somos “máquinas deseantes”.123 Las técnicas de marketing se han especializado en azuzar/bloquear deseos. Mercado y política se entremezclan y desdibujan.124 Muchas técnicas se utilizan indistintamente en uno u otro ámbito, y los desarrollos se potencian mutuamente, cuando no son inmediatamente comunes, particularmente los métodos de persuasión, de inducción a la aceptación o el rechazo mediante patrones de asociación de ciertas ideas, figuras o situaciones con estímulos gratificantes o displacenteros. De modo similar al que se coloca un producto en el mercado de consumo, se impone una figura en el mercado electoral, y se impone una idea, como la de la peligrosidad del terrorismo, en el mercado occidental. Esta situación hace que sea vano cualquier intento de delimitación clara o precisa. No hay un tope o una variación que permita distinguir dónde concluye la acción de inteligencia. Conviene pensarlo como un continuo que lentamente se va atenuando, a medida que se aleja del centro de producción de inteligencia. La relativa inespecificidad creciente no atenúa sus efectos totales; por el contrario, los acrecienta. Están en consonancia, además, con la estructura de gestión de la violencia que veremos en el próximo capítulo.

122 Una buena descripción de estos mecanismos de “desinterés” los describe Bourdieu en “Cultura y política”, en Bourdieu, Pierre; Sociología y cultura, págs. 251/64. 123 Cf. Deleuze, Gilles y Guattari, Felix; El antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia, cap. 1. 124 Una anécdota lo ilustra: poco antes de caer el régimen de Khadafi en la ciudad rebelde de Bengazi pululaban los agentes de todas las potencias intervinientes en el conflicto. Un personaje con estas características había logrado reunirse con todos los comandantes rebeldes, algo muy difícil para cualquiera. Resultó ser un representante de dos empresas telefónicas. Cf. Cantelmi, Marcelo; Una primavera en el desierto. Crónicas de un periodista argentino en el norte de África, págs. 343/4.

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Las PSYOP La creciente importancia de la inteligencia no sólo se debe a la importancia de conocer un enemigo difuso, sino también a la necesidad de producir legitimidad del propio accionar e ilegitimidad del enemigo. Para ello se han ido desarrollando diferentes y refinadas técnicas de “operaciones psicológicas” (o PSYOP, según su acrónimo en inglés), que son acciones tendientes a 1) tornar moralmente aceptables las operaciones militares del propio bando y/o 2) deslegitimar las operaciones militares del bando enemigo, y al enemigo como tal. Estas técnicas han tenido una gran evolución desde su aparición en la Segunda Guerra Mundial, en la que la burda –vista desde hoy– “propaganda negra” se limitaba a pegar afiches o tirar panfletos para desanimar a las tropas y población enemigas.125 Incluso durante la “guerra fría”, que fue cuando cobró mayor impulso, sus fines estaban acotados por las restricciones políticas de las guerras limitadas.126 Esto implicaba que siempre se debía crear o mantener una posibilidad de salida de un conflicto. Las operaciones psicológicas ofensivas –siempre complementadas con las defensivas, orientadas a la población propia– tenían que contemplar, en su diseño, ambas cuestiones: socavar la legitimidad de un enemigo y sostener abierta la posibilidad de recomponer a una parte del mismo con la cual llegar a un acuerdo posterior.

125 En realidad, ya en la Primera Guerra Mundial se habían arrojado panfletos desde aviones y dirigibles, pero es a partir de la segunda cuando se sistematiza y se crea un área especializada. 126 Dada la temida posibilidad de una guerra nuclear, había una doctrina de restricción autoimpuesta (que fue lo que impidió a McArthur utilizar armas nucleares en la guerra de Corea; cf. Cumings, Bruce; “El delirio atómico de MacArthur y LeMay”). El concepto de “guerra limitada” se refería a tres parámetros: geográfico (delimitación del teatro de guerra), armamentístico (utilizar los menores medios posibles, y siempre convencionales) y político, que “era una restricción en los fines perseguidos en la guerra” (Hasenbalg, Rodolfo; “Guerra limitada y escalada”, en Gamba, Virginia y Ricci, María; Ensayos de estrategia, pág. 77), lo que significaba que el enemigo debía presentarse como indeseable, pero no tanto como para que no permitiera luego presentar un acuerdo de paz con él.

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Esta fue una tarea que no necesariamente desarrollaban los militares, sino que podían ser realizadas por agencias civiles de inteligencia, tal el caso de la CIA. El empleo de agencias civiles tenía como ventaja el potencial alistamiento de especialistas no militares, los primeros de los cuales fueron los antropólogos,127 algunos de ellos sumamente destacados, como Margaret Mead o Gregory Bateson.128 La llamada “guerra psicológica”, de la cual las PSYOP son las operaciones tácticas, sufrió una profunda transformación después de la guerra de Vietnam, en la que se descubrió que el periodismo, informando con arreglo a sus propios intereses, podía tener efectos nefastos para las campañas militares carentes de sustentos políticos que permitieran legitimarlas. La censura previa ha sido, tradicionalmente, un mecanismo corriente de los Estados en situaciones de guerra. Pero cuando la misma es políticamente inviable pueden surgir los efectos indeseados que tuvo la guerra de Vietnam en Estados Unidos. Es entonces cuando comenzaron a desarrollarse otras tácticas de control de la información, cuyo último eslabón –hasta el momento– es lo que se llaman los “medios asimilados”: se les ofrece que realicen la cobertura periodística con total seguridad, protegiendo a los periodistas con las tropas, para lo cual los representantes de los medios deben acceder a los lugares que la fuerza militar determina que son seguros, y en los momentos en que consideran carentes de peligro.129 El ofrecimiento de tales “garantías” conlleva implícito que quien no se aviene a esta política, se arriesga a ser alcanzado por fuego de cualquier bando; por otra parte, los medios que se “asimilan” solo ven aquello que las Fuerzas Armadas les habilitan ver o quieren que vean. Esto permite montar operaciones 127 Esto es algo que temprana e intuitivamente comprendieron los militares franceses, aunque no en el contexto de una inteligencia profesional –que aún no existía como tal–, al incorporar el conocimiento antropológico en su cultura operacional para sus campañas coloniales, para lo cual recurrieron a los antropólogos. Cf. Boré, Henri; “Opérations complexes en Afrique. Formation à la culture opérationnelle dans l’Armée française”, (trad. Mariana Maañón). 128 Cf. McFate, Montgomery; “Antropología y contrainsurgencia: la extraña historia de su curiosa relación”. 129 Cf. Miracle, Tammy; “El Ejército y los medios de comunicación asimilados”.

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de propaganda, como lo fue el “rescate” de la soldado Jessica Lynch en abril de 2003.130 Pero no se restringen las mismas a situaciones puntuales o tácticas; existen también las llamadas “operaciones estratégicas”, que son de mayor alcance.131 En este sentido, el mejor éxito ha sido, en nuestro siglo, la instalación del concepto de terrorismo para definir cualquier operación militar en contra de Estados Unidos o sus aliados, y de terroristas a cualquier organización que las lleve a cabo. La importancia del mismo es que no se trata de una categoría analítica ni descriptiva –en tal sentido es una categoría absurda, ya que no se puede reducir un combate a su forma–, sino moral; el terrorismo denota una síntesis de negatividad: maldad, perversión, irracionalidad, inhumanidad, oscurantismo, constituyéndose en una versión actualizada del viejo concepto cristiano de “demonio” y “demoníaco”, la suma del mal.132 Se trata, de manera evidente, de la reinstalación de un entramado de pensamiento pre-moderno, que contraría el racionalismo laico. A diferencia de cualquier conflicto moderno, de matriz westfaliana, en la “guerra contra el terrorismo” se eliminan los puntos de encuentro o de diálogo con el enemigo.133 Esta ruptura radical implica la búsqueda del exterminio de un enemigo con el que no se puede Cf. Pérez Betancourt, Rolando; “La farsa del rescate de la mujer soldado en Irak: Jessica y el cine”. 131 “Estados Unidos establece claramente la distinción entre un programa informativo internacional a nivel estratégico y las operaciones psicológicas a nivel táctico o de campo de batalla. La información internacional es parte de la diplomacia pública y por lo general, es una función de grupos de trabajo intergubernamentales. Estos grupos intergubernamentales se reúnen periódicamente para clarificar las políticas pertinentes a la información a la luz de los acontecimientos sociopolíticos del momento”. Goldstein, Frank; “Las operaciones psicológicas. La guerra del Golfo Pérsico”. 132 Con su intelecto básico, el presidente George Bush (h) no dudaba en calificar sus iniciativas político-militares como la “guerra del bien contra el mal”. 133 Entre los esfuerzos que se realizan en este tipo de guerras, se recomienda “que se decida no negociar con los terroristas bajo ningún punto de vista”. Zuckerberg, Hugo (Director General del Instituto Superior de Seguridad Israelí); “Contraterrorismo psicológico”. 130

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negociar o pactar. Se arriba así, a la situación de una guerra que no contempla la desmovilización o desarticulación operativa de la fuerza militar enemiga, sino su total devastación.

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CAPÍTULO V La configuración contramoderna I Hemos presentado, en el capítulo anterior, la dinámica bélica que se fue instalando en el decurso del último medio siglo y cómo los Estados no encontraron otra respuesta para el fenómeno insurgente que el terrorismo de Estado o contrainsurgencia, socavando sus propios fundamentos como aparato jurídico-político, cuyas implicancias totales estamos lejos de poder imaginar. La fundamentación jurídica que tuvo y tiene el Estado para sustentarse fue avasallada por la misma entidad que promete su resguardo. Asimismo, siendo que uno de los objetivos del sistema jurídico “es sujetar al poder, someterlo a reglas que delimiten su ámbito de actuación”,1 esta mutua implicación entre Estado y derecho se resquebraja. En la contrainsurgencia el Estado desconoce el derecho; la justicia es impotente ante el “señor de la guerra”. Al decir que “no encontraron” otro mecanismo queremos enfatizar que se trata de la dinámica que efectivamente ocurrió, siendo posible suponer que existían otras alternativas que bien pudieron ser exploradas.2 Vimos como la fisonomía de la guerra ha mutado a lo largo de la historia y una marcha que no se detiene. Las bases sobre las que se

Moreso, Josep Joan, “Poder y derecho”; en García, Caterina y Rodrigo, Angel (eds.); La seguridad comprometida. Nuevos desafíos, amenazas y conflictos armados, pág. 161. 2 Recordemos la citada interpelación del general Agustín Lanusse a la Junta Militar en la Argentina. En el libro citado de este ex dictador, justamente, se esgrime otra alternativa. 1

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desarrolla actualmente contrarían los supuestos sobre los que se fundó la Modernidad. La trabajosa tarea de filósofos de toda índole, juristas y políticos, con sus argumentaciones que transitan del humanismo al racionalismo para dotar a la convivencia dentro de cada Estado y, entre los Estados con criterios que economicen la violencia, parece quedar estéril frente a la actual dinámica de los conflictos más agudos. Los Convenios de Ginebra y otros acuerdos, aunque formalmente vigentes, no tienen aplicación real en las “guerras difusas”. Y no se trata sólo de un desconocimiento fáctico, lo que en sí mismo es grave y pasa en cada guerra, sino que se van intentando construir argumentos ideológicos y jurídicos en los que asentar las nuevas prácticas. El gobierno de Estados Unidos, en la administración Bush (h) acuñó el concepto de “combatiente ilegal”, tomando el término de la Convención de La Haya de 1907, pero en un contexto distinto y con un significado diferente. A él se apela hasta el presente para mantener rehenes fuera de toda legalidad. En Irak, “[l]as personas conducidas hasta el NAMA [un área militar destinada a interrogatorios] no tenían reconocido derecho alguno como prisioneros de guerra. Simplemente se las clasificaba como combatientes ilegales. No se veían con ningún abogado, ni las visitaba la Cruz Roja, ni se las acusaba formalmente de delito alguno”.3 Podrá notarse la total concordancia con las prescripciones del coronel Trinquier. Este es un patrón de conducta que ha sido especialmente denunciado por los organismos internacionales de defensa de los derechos humanos en el caso de los prisioneros de Guantánamo. Lo notable de esta situación es que al apresar “combatientes ilegales”, el propio Estado se convierte en “captor ilegal”, en un secuestrador por fuera de la ley; y esta conducta en algunos casos es una política deliberada.4

Scahill, Jeremy; Guerras sucias, pág. 204. EE.UU. para poder clasificar como “ilegales” a los combatientes talibanes, que participaban de un gobierno legítimo, es decir, que eran combatientes estatales, argumentó que no había reconocido al gobierno talibán como tal, omitiendo que los talibanes se formaron y derrocaron al anterior gobierno afgano con la indisimulada asistencia de la CIA. 3 4

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Se ha generado una red institucional para-jurídica que abarca desde prisiones secretas hasta interrogatorios con aplicación de tormentos y detenciones por tiempo indefinido sin acusaciones ni defensa. Y esto no es algo que incumba a un solo Estado, sino que es una práctica que involucra a muchos, con diferentes características,5 y que se va extendiendo como práctica. Se trata de la internacionalización de la contrainsurgencia, la que difícilmente se puede limitar a las fronteras de un Estado, tal como ya se viera hace unas décadas en América Latina con la citada “Operación Cóndor”.6 Esta disolución de las fronteras implica, necesariamente, la negación de la soberanía. El Estado asume un carácter diferente: no pierde su potencial represivo, pero a costa de licuar, al menos en algunos aspectos, la soberanía en que se fundamenta. Esta incipiente pérdida de sustento jurídico-filosófico tiene, además, una expresión más acabada en la misma elaboración del derecho. Muchos especialistas señalan que los cambios sociales y políticos de las últimas décadas han exigido variaciones al derecho penal, en temas como la criminalidad o el llamado terrorismo.7 En esta dirección, hace una década, el jurista alemán Günther Jackobs presentó lo que llamó “derecho penal del enemigo”, en el que sistematiza estas nuevas prácticas desde un punto de vista jurídico. En 1985 vinculó dicha noción “con los delitos de puesta en riesgo, delitos cometidos dentro de la

Entre otros, han colaborado con esta red clandestina Tailandia, Polonia, Rumania, Mauritania, Lituania, Gran Bretaña (con instalaciones secretas en la isla Diego García, ubicada en el océano Índico). La Open Society Justice Initiative (OSJI) elaboró un informe en 2004 señalando que al menos 54 países colaboraron con Estados Unidos en secuestros, torturas y detenciones de la CIA tras los ataques de 2001. 6 Cf. McSherry, J. Patrice; Los Estados depredadores: la Operación Cóndor y la guerra encubierta en América Latina. Martorell, Francisco; Operación Cóndor. El vuelo de la muerte. Calloni, Stella; Operación Cóndor: los años del lobo. 7 Rezses, Eduardo; “El derecho penal del enemigo. Un nuevo intento de expansión del poder punitivo”; en AA.VV.; Políticas de terror. Las formas del terrorismo de Estado en la globalización, pág. 103. Uno de los expertos que cita Rezses es el profesor español Silva Sánchez, Jesús M; La expansión del derecho penal. Aspectos de la política criminal en las sociedades postindustriales. 5

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actividad económica”; que fue la base de la provocativa propuesta que lanzó unos años después.8 Los puntos principales de esta doctrina son, según uno de sus más reconocidos críticos, “en primer lugar, […] un amplio adelantamiento de la punibilidad, es decir, que en este ámbito, la perspectiva del ordenamiento jurídico-penal es prospectiva (punto de referencia: el hecho futuro), en lugar de –como es lo habitual– retrospectiva (punto de referencia: el hecho cometido). En segundo lugar, las penas previstas son desproporcionadamente altas: especialmente, la anticipación de la barrera de punición no es tenida en cuenta para reducir en correspondencia la pena amenazada. En tercer lugar, determinadas garantías procesales son relativizadas o incluso suprimidas”.9 Según el propio Jackobs, su planteo no es prescriptivo sino descriptivo, en función de las variaciones ocurridas. Pero de manera independiente de su motivación, lo que resulta cierto es que su elaboración es un avance en la debacle que van sufriendo los valores y ordenamientos de la Modernidad. Los tres elementos en que Cancio Meliá sintetiza esta propuesta se han ido expandiendo más allá del restringido espacio de la teoría del derecho, y es posible constatar cómo van impregnando las prácticas legislativas y jurídicas, más allá de los territorios directamente implicados en conflictos bélicos. Es trágico, además, comprobar que el debate jurídico que instaló Jackobs tiene como trasfondo el incremento de una práctica popular, que se expande con fuerza en los últimos años. Nos referimos a la “justicia por mano propia” que practican sectores de la población frente a los acusados de presuntos delitos, que son castigados por un grupo de pobladores, en general de barrios populares aunque no faltan las “turbas” de clase media, sin que la justicia estatal actúe como mediación, circunstancia que anula todo derecho a defensa y la presunción de ino-

8 Rezses, E.; “El derecho penal del enemigo. Un nuevo intento de expansión del poder punitivo”, pág. 106. 9 Cancio Meliá, Manuel; “¿«Derecho penal» del enemigo?”, en Jackobs, Günther y Cancio Meliá, Manuel; Derecho penal del enemigo, págs. 90/1. Véase la exposición de Filippini, Leonardo en las Jornadas “Los reclamos por la seguridad, control social y guerra”.

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cencia. Lejos de las querellas en los claustros, en el ámbito de la convivencia cotidiana al “enemigo” se le suspenden los derechos; se lo sentencia sin parámetros de proporcionalidad ni pruebas para establecer la responsabilidad del supuesto infractor. Esta práctica está muy difundida por toda América Latina.10 Es notable el avance de esta nueva racionalidad, que aparece asociada a los problemas –reales o percibidos– de seguridad cotidiana. En general, tras la percepción pública de merma en la seguridad –en lo que se suele llamar “inseguridad”–, se cuelan medidas o políticas que han sido creadas e implementadas primeramente en escenarios bélicos, y que son positivamente aceptadas –cuando no directamente demandadas– por el grueso de la población, sin advertir la contradicción con principios básicos ya instalados con la conformación de nuestra era moderna. Desde este ángulo, las ideas de Jackobs no sólo poseen como trasfondo prácticas sociales concretas, sino que encuentran sintonía con la tendencia general del derecho penal actual, en el sentido que implica la amplificación de sus alcances pero, al mismo tiempo, su perspectiva menoscaba “los principios y garantías jurídico-penales liberales del Estado de derecho”.11 Se ha ido forjando, de muy diversas maneras, una sensación –que es relativamente común al menos en los pueblos occidentales–, una especial sensibilidad e intolerancia a las situaciones puntuales de peligro, sin que se repare en la imposibilidad de eliminar toda situación que entrañe riesgo.12 Los hechos que ocurren y provocan miedo propalados

Ante la magnitud de los hechos, la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, en un acto en la Casa Rosada, debió hacer alusión de forma indirecta al tema ante la proliferación de los varios episodios de linchamiento. Diario El Día de La Plata y Clarín del 31/03/2014. 11 Rezses, Eduardo; “El derecho penal del enemigo. Un nuevo intento de expansión del poder punitivo”, en AA.VV.; Políticas de terror. Las formas del terrorismo de Estado en la globalización, págs. 99/100. 12 Sobre el papel del miedo en la configuración de lo social, cf. Bonavena, Pablo y Nievas, Flabián; “El miedo sempiterno”; en Nievas, Flabián (comp.); Arquitectura política del miedo. 10

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por los medios de difusión masiva, que los potencian en cada noticiero y en programas especiales donde se aborda la temática, mezclando víctimas con especialistas en desordenados diálogos.13 Wacquant plasma esta tendencia invocando a un programa de la televisión francesa que muestra casos de inseguridad y violencia ciudadana con el inquietante título de Esto puede pasarle a usted.14 Pero los medios de difusión masiva sólo potencian aquello que existe en ciernes, operan sobre una base real que existe más allá de su acción. Y esto es sociológicamente significativo: se han ido generando las condiciones para un incremento del control de la población no sólo sin resistencia por parte de la misma, sino con aceptación y hasta demanda de tal vigilancia.

El derrame Pensar que esto ocurre en aquellos países que están involucrados en conflictos bélicos es desconocer que estas condiciones se diseminan allende sus fronteras, llegando a países alejados de tales escenarios, como el nuestro. Esto no es más que un correlato de la ya expuesta situación de transnacionalización de la contrainsurgencia; ya vemos que no sólo como políticas activas, sino también en la configuración de sentidos. Medidas similares a las que en otras épocas, no lejanas en el tiempo, causaban rechazo y temores, hoy son demandadas y generan satisfacción: uso intensivo de cámaras en la vía pública, retenes de fuerzas de seguridad, drones, uso de biometría en documentación, controles de movimientos económicos y financieros a la población, control de

Esto suele dar lugar a teorías conspirativas, que atribuyen intencionalidad y un poder cuasi omnímodo a los medios, cuando éstos sólo pueden operar sobre expectativas efectivas de la población. Cf. Nievas, Flabián; “Los medios de la política y la política de los medios”, en Salazar, Melissa (comp.); Los medios y la política: relación aviesa. 14 Wacquant, Loïs; Castigar a los pobres. El gobierno neoliberal de la inseguridad social, pág. 349. 13

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desplazamientos, entre otras.15 Asimismo, ha existido en las últimas décadas una tendencia a la prolongación y endurecimiento de las penas,16 la tipificación de nuevos hechos,17 y una fuerte presión por la flexibilización procesal, a cuyas garantías se tilda de “garantismo”, en una implícita cancelación del principio de inocencia. Agréguesele el reciente anuncio en la Argentina de la emisión de los nuevos documentos de identidad, que contendrán un chip con la información de la historia clínica, los datos previsionales (ANSES), lazos familiares y del uso del transporte con la tarjeta SUBE. También el reconocimiento del jefe de Gabinete del gobierno nacional, Jorge Capitanich, sobre la compra de equipos para espiar correos electrónicos y llamados telefónicos con el fin de emplearlos “frente a delitos complejos de envergadura, como el narcotráfico”.18 Evidentemente son formas atenuadas si se las compara con las torturas, las prisiones secretas o el bombardeo con drones; pero se basan en idéntica lógica, aunque con distinta intensidad y contexto. La degradación relativa que tienen estos mecanismos es compatible con la menor amenaza potencial, pero no varía en su formato ni en los principios en los que se sustenta su implementación: anticipación del hecho, para lo cual la vigilancia es sobre toda la población, la que se vuelve en su totalidad potencialmente sospechosa. Si pensamos en un escenario bélico, la probabilidad de ocurrencia de hechos violentos que comprometan la vida en ese contexto es máxima, pero esas situaciones de guerra son mínimas; en el extremo opuesto, la mayor cantidad de situaciones usuales en la mayor parte del Cf. Nievas, Flabián; “El trasfondo de la seguridad pública”, en Debate público. Reflexión de Trabajo Social, N° 7, junio de 2014. 16 Leyes 25.882, 25.891, 25.892 y 25.893, impulsadas por Juan Carlos Blumberg, más la modificación del artículo 55 del Código Penal, elevando el tope de prisión a 50 años. 17 Leyes 26.023 (2005, Convención Interamericana Contra el Terrorismo), 26.024 (2005, Convenio Internacional para la Represión de la Financiación del Terrorismo), 26.268 (2007, Encubrimiento y Lavado de Activos) y 26.734 (2011, modificación del Código Penal). 18 Diario Clarín del 17/11/2014. 15

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mundo es de una mínima probabilidad de ocurrencia de hechos letales, pero, a la vez, la violencia en pequeña escala está extendida en razón inversa, es decir, es más probable en sociedades en las que la violencia extrema es inusual o episódica –mientras que en estas últimas la violencia minúscula se diluye en la escala total de violencia–. Es decir que hay una relación inversa entre probabilidad de violencia extrema (debido a la situación) y probabilidad de ocurrencia (en cantidad de personas potencialmente expuestas a la misma). Esta disposición “escalar” también contraría una de las distinciones constitutivas de la Modernidad, que es la oposición entre paz y guerra. Esta separación es tan fuerte y tajante en nuestras mentes que opera en nosotros como un verdadero obstáculo epistemológico, impidiendo o dificultando ver las nuevas regulaciones de la violencia. Con el advenimiento de la Modernidad, y del poderoso aparato jurídico-político que es el Estado-nación –figura anómala, que mereció el citado atento estudio de Charles Tilly–,19 se tendieron a estabilizar –relativamente– las fronteras, con lo cual se fijó con una también relativa claridad, una diferencia entre lo interior, nacional, y lo exterior, extranjero. Esto contribuyó a separar las condiciones de paz, interior –en donde la violencia se criminaliza–, y de guerra, con el exterior –en donde la violencia es lícita–; siendo los connacionales amigos, y los extranjeros, enemigos en sentido político. Asimismo, esta circunstancia permitió cristalizar la diferenciación largamente ensayada entre combatientes y no combatientes.20 Como puede apreciarse en lo que hemos presentado en el capítulo

19 Nos referimos a la investigación acerca de cómo fue imponiéndose frente a otras configuraciones jurídico-políticas como la ciudad-Estado, los Imperios y otras formas menos extendidas La contradicción inherente a una forma fija, como el Estado, con una volátil, como la nación, están en la base de su inestabilidad relativa. Por ello hay regiones del mundo en las que nunca se lograron formas estables. (cf. Tilly, Charles; Coerción, capital y los Estados europeos. 990-1990). 20 Münkler, Herfried; Viejas y nuevas guerras. Asimetría y privatización de la violencia, págs. 50/4. Estas afirmaciones, por cierto, requieren de algunos matices; no toda la población de un Estado goza de idénticos derechos, “[h]ay algunas exclusio-

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anterior, estas dicotomías básicas van diluyéndose poco a poco. La globalización no anula las fronteras estatales, pero las vuelve más porosas y menos relevante en muchos aspectos, la díada schmittiana “amigoenemigo” ya no se organiza primariamente en torno a nacionalidades,21 las nuevas formas de beligerancia no diferencian combatientes de no combatientes y, tal como lo estamos exponiendo ahora, la línea divisoria entre paz y guerra es cada vez más lábil y borrosa, toda vez que los mecanismos regulatorios de la violencia pierden diferenciación y especificidad. Esto se verifica en la creciente tendencia –dispersa, pero identificable– a la asimilación de las Fuerzas Armadas y la policía a las fuerzas de seguridad, allí donde éstas existen.22 Las fuerzas de seguridad –en Argentina Gendarmería y Prefectura Naval– son cuerpos policiales militarizados, y resultan una suerte de punto medio entre las fuerzas especializadas en la violencia exterior y las de represión interior. Por una parte las policías tienden a militarizarse; progresivamente nes ampliamente aceptadas: los niños, los dementes, los criminales, los visitantes extranjeros […]. Pero luego se agregan a esa lista otras categorías de excepciones –los migrantes, los que no poseen ninguna propiedad, los pobres, los ignorantes, las mujeres–”, con lo que los derechos nunca fueron homogéneos. Wallerstein, Immanuel; “Liberalismo y democracia”, en Conocer el mundo. Saber el mundo. El fin de lo aprendido, pág. 105. 21 Este poderoso dispositivo ideológico operaba en un doble registro: por una parte, la conformación identitaria nacional asimila inmediatamente al connacional como “amigo” y al extranjero como (potencial) enemigo; en paralelo, esto obturó o dificultó la toma de consciencia de los sectores explotados, mitigando la lucha de clases. Su debilitamiento de la identidad nacional, no obstante, no ha hecho resurgir la potencia de esta última, quizás ahora menos potente que en otras épocas, lo que parecería una paradoja (o que el enunciado anterior es erróneo); sin embargo, su pérdida de vigor ha sido concomitante con el acrecentamiento de otros factores que tienen idéntico efecto. 22 La creciente indistinción se refleja, por ejemplo, en el Tratado de Lisboa, de la Comunidad Europea, en el que ambas se conjugan en su sección segunda (“Política común de seguridad y defensa”), recientemente revitalizada. La ambigüedad del título refleja la ambigüedad del contenido, en que “común” refiere tanto al carácter comunitario como a la relativa indistinción de las políticas de seguridad y defensa. (cf. Barea Mestanza, Alfonso; “La política común de seguridad y defensa: perspectivas de futuro”).

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se van constituyendo cuerpos específicos de represión que adoptan antiguas tácticas militares que se inspiran en las legiones romanas con sus disposiciones en línea doble o triple para enfrentar multitudes desorganizadas, para lo cual no necesitan más que equipamiento defensivo. Complementariamente, las Fuerzas Armadas van perdiendo funciones militares clásicas, actuando cada vez más como fuerzas de seguridad, sea en misiones internacionales “de paz” o en conflictos bélicos, que se desarrollan casi exclusivamente en territorio urbano en los últimos años.23 Para ello los ejércitos van adoptando crecientemente tácticas y armamentos policíacos. Israel y Estados Unidos han comenzado a implementar “asesinatos selectivos”, los que, más allá de su manifiesta ilegalidad, denotan la táctica policial de la persecución y caza del hombre de manera individual. Por otra parte, hay un sostenido desarrollo de armamentos específicos, algunos de los cuales son clasificados como “no letales”, cuya inspiración es claramente policíaca. Entre éstas, merecen mencionarse las llamadas “armas escalares”, que actúan a distancia y son de naturaleza electromagnética, con lo cual la afectación no puede ser discriminada, y cuyos efectos a la alta exposición y/o a largo plazo son desconocidos. Las transformaciones, empero, no se agotan aquí. Así como los Estados cedieron funciones militares a las compañías privadas, replican esta actitud con las empresas de seguridad. La expansión de este fenómeno se puede percibir en la proliferación de empresas de seguridad. En Argentina hay alrededor de un millar de este tipo de organizaciones que “venden tranquilidad”, ocupando aproximadamente a 150.000 personas,24 generando millones de dólares anuales.25 En 1971

23 El “policiamiento” de las Fuerzas Armadas lo expresa claramente el Gral. M. Taylor, cuando afirma que “el entrenamiento para el control de tumultos es un entrenamiento de combate”. (Taylor, Maxwell; Control de disturbios, pág. 42). Para las formaciones militares en el control de multitudes, véase en particular el cap. 5 de esta obra. 24 Lorenc Valcarce, Federico; Esteban, Khalil y Guevara, Tomás; “El nuevo proletariado de la vigilancia: los agentes de seguridad privada en Argentina”, pág. 107. 25 Nievas, Flabián; “Topografías del miedo”, págs. 6/7.

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existían 20 empresas con apenas 6.000 empleados.26 En apenas cuatro décadas se semicentuplicó el número de empresas, pero ocupando, en promedio, a la mitad de personal, lo cual evidencia, de manera indirecta, dos cuestiones: por un lado, su alta rentabilidad convoca a inversores en nuevos emprendimientos; de allí la multiplicación de empresas.27 Por otro lado, la mayor proporción de capital constante (cámaras, alarmas, etc.) explicaría la merma relativa de personal ocupado. Asimismo, por ser un mercado que sólo en las últimas dos décadas fue cobrando dinamismo y acrecentándose exponencialmente en nuestro país, todavía no se han producido grandes procesos de concentración, pese a que ya están operando compañías transnacionales. Pero aún persisten muchas empresas pequeñas, realidad observable con el dato sobre el promedio de ocupados en el sector, que es de 150, cuando, según el consultor Oscar Fraga Albert una entidad mediana cuenta con una media de 500 guardias empleados.28 Pero hay que señalar otra peculiaridad: la diferencia entre empresas de seguridad y empresas militares es, en muchos casos, puramente conceptual. En la práctica una misma empresa, de manera directa o por medio de filiales o firmas asociadas, brinda una gama de servicios que abarcan desde la vigilancia de un barrio hasta el combate en zonas de guerra.29 Este deslizamiento en la gestión de la violencia es en sí mismo significativo. No se trata de una “delegación”, es decir, de una actividad que el Estado deja en manos de terceros pero que supervisa y regula; se trata, más bien, de una incursión corporativa en ámbitos que otrora eran excluyentemente estatales.

Lorenc Valcarce, Federico; Esteban, Khalil y Guevara, Tomás; op. cit. También explicaría la alta concentración espacial, ya que en Buenos Aires existen 449 empresas registradas. Cf. http://www.buenosaires.gob.ar/areas/ seguridad_ privada/pdf/dt_22Ago2013.pdf, visitado el 22/8/13. 28 http://www.soyentrepreneur.com/inicia-tu-agencia-de-seguridad.html, visitado el 22/8/13. 29 Malamud, Marina; “Compañías Militares Privadas: las multinacionales de la violencia y su relación con el Estado nación (1990-2010)”. 26 27

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El efecto conjunto de toda esta configuración que, a través de la mutación de la guerra observamos, es el de lenta pero persistente disolución de los supuestos básicos de la Modernidad, sobre los cuales se estructuró nuestro mundo en los últimos siglos. Y hablamos de disolución y no de cuestionamiento porque esta transmutación ocurre en gran medida de forma inadvertida. Sin que se haya tomado pleno registro de la variación del conjunto, asistimos a la restitución de prácticas que se consideraban superadas, como la tortura –ya no en tanto anomalía tolerada, sino activa y abiertamente instrumentada–, el asesinato como política de Estado, la privatización de la gestión de la violencia en todas sus escalas, todo lo cual no debe ser entendido como un retorno a las condiciones pre-modernas, sino como un avance contra-moderno, al que todavía podemos identificar más por su negatividad, por lo que disuelve, que por lo que va creando y erigiendo. Como advierte Wallerstein, esta mudanza no debe considerarse “como una línea precisa, sino como una franja de tiempo, una «transición» durante la cual las oscilaciones alrededor de cualquier línea que se mida se vuelven cada vez más grandes y erráticas”,30 por lo que con asiduidad encontraremos fenómenos divergentes y hasta opuestos. Se trata, evidentemente, de una época de grandes transformaciones y pérdidas de certezas. Una época en que se difuminan las distinciones y las líneas divisorias se vuelven evanescentes. Las contraposiciones público-privado, guerra-paz, nacional-extranjero (ciudadano-no ciudadano) aunque conceptualmente sostenidas, encuentran menos correspondencia con la realidad que en otros momentos históricos. La privacidad se torna en una entelequia inconsistente ante la expansión de los mecanismos de control directos e indirectos. Con ingenuidad instalamos y usamos dispositivos que permiten una vigilancia cotidiana que vulneran toda rémora de privacidad, generando información que está totalmente fuera del alcance del usuario.31 Obsérvese que se trata de Wallerstein, Immanuel; Impensar las ciencias sociales, pág. 255. “NameTag, una aplicación que estuvo disponible para quienes probaron Google Glass. Los usuarios miraban simplemente a un extraño y NameTag les devolvía el nombre, la ocupación e información del perfil público en Facebook”. 30 31

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tecnología desarrollada para la guerra “antiterrorista”, pero cuya aplicación se propaga en razón de dos factores: 1) la imposibilidad de delimitar la “guerra” –qué es, dónde se desarrolla, cuándo comienza y termina, contra quiénes se desarrolla–,32 y 2) la tracción del capital.33

Un escenario posible Hace algún tiempo circuló por Internet, a modo de chiste, una situación de probabilidad incierta pero creciente: una persona pide por teléfono una pizza y el comerciante le dice que no se la puede vender porque esa semana la persona que está haciendo el pedido ha consumido tantas grasas, tantas calorías, tantos hidratos de carbono y con la pizza sobrepasa el nivel máximo de los valores estipulados por la sanidad pública en función de los parámetros establecidos para evitar la saturación del sistema sanitario, y que su vulneración generaría la clausura del local de pizzería, y al cliente le bloquearían sus seguros médicos. Esa escena risueña cobra realidad en el sistema financiero, en el que cualquier movimiento es registrado privada y públicamente y en base a la misma se otorgan o deniegan líneas de créditos, direccionadas, además, sobre determinados tipos de consumo. Asimismo, cada vez que un usuario de Internet hace una búsqueda deja un registro cuya compilación y depuración luego es comercializada por la empresa propietaria del software con que se hace la búsqueda para direccionar ofrecimientos comerciales. Toda esta información sobre las

Singer, Natasha; “Nunca olvidar una cara”, en “The New York Times International Weekly”, suplemento de Clarín, sábado 7 de junio de 2014. 32 Cf. Nievas, Flabián; “De la guerra «nítida» a la guerra «difusa»”, en Nievas, Flabián (ed.); Aportes para una sociología de la guerra. 33 “El negocio global de la biométrica […] generó aproximadamente U$S 7.200 millones en 2012”. Singer, Natasha; op. cit. No es el único ejemplo. Los drones, que comenzaron como un desarrollo militar, en menos de una década empezaron a ser comercializados y hoy se pueden adquirir drones para uso personal en algunas cadenas de electrodomésticos en Argentina.

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finanzas y consumos ha generado un mercado donde se compra y venden datos sobre hábitos de gastos y de navegación en la web. Estos no son los únicos monitoreos posibles, desde luego. Con registros generalizados de los desplazamientos de buena parte de la población, los datos biométricos, tomados tanto para obtener la documentación que acredita identidad, como en aeropuertos y eventualmente ante algunos trámites, como la obtención de la clave fiscal, se centraliza un enorme cúmulo de información que mitiga en gran medida la privacidad. A esto podemos sumarle el control mediante cámaras fijas o móviles (en drones),34 personal de seguridad en puestos de observación fijos o móviles, y tenemos, de este modo, una malla de dispositivos que permiten monitorear prácticamente todos nuestros vínculos. Los llamados telefónicos hechos o recibidos por un teléfono móvil y el uso de la tarjeta de crédito o débito también van dejando sus huellas indelebles sobre nuestros recorridos espaciales y sociales. Y todo esto sin considerar la captura de correos electrónicos, comunicaciones telefónicas y conexiones a la red de Internet realizadas por sistemas como el Echelon –gestionado por Estados Unidos y Gran Bretaña principalmente, aunque también Canadá, Australia y Nueva Zelanda forman parte de dicho conglomerado de inteligencia– o el Indect, que es un sistema similar en cuanto a funciones, pero gestionado por la Comunidad Europea, tecnología que como vimos acaba de ser actualizada en Argentina. Dicho en forma sintética: las posibilidades de monitoreo de la vida de las personas son múltiples, en particular en el medio urbano. Esto puede llevar a preguntarnos si tal situación significa una vigilancia absoluta y perpetua de toda la población. Tal supuesto es materialmente imposible, ya que se necesita inteligencia humana para interpretar los datos y estimar posibles riesgos, lo cual implicaría un nivel de procesamiento incompatible en términos de tiempos y disponibilidad de analistas con la totalidad del volumen capturado. Pero los pulsos electrónicos o electromagnéticos (positivos o negativos, + o –) no 34 El Municipio de Tigre cuenta con una flotilla de drones para “seguridad ciudadana”, tal como lo presenta en su página web. Cf. http://www.tigre.gov.ar/drones/

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son más que eso, un bit (binary digit), y los bits necesitan un orden para transformarse en grafos, los que por su partes son condición indispensable para la información, pero constituirla como tal implica intervención humana –aun cuando sea en forma delegada en un software–. Este conjunto de información es filtrada por sistemas automatizados –muchos de ellos dotados de “inteligencia artificial”, es decir, la capacidad de “aprender”, de autocorregirse, de los propios sistemas–35 que actúan en función de los patrones de búsqueda que se fijan. Desechado lo sobrante, el remanente pasa al análisis humano directo (HUMINT). Los analistas descartarán otra parte de la información, y sobre lo que resta se fijarán observaciones adicionales (seguimientos, filmaciones, inspección de los residuos domiciliarios, patrones biométricos, reconstrucción de movimientos físicos, económicos, escuchas, etc.). Este “refinamiento” no supone un ajuste para un mejor reflejo de la realidad, sino la generación del sentido con que se interpreta dicha realidad, la forma de configurarla –lo que, en última instancia, es la construcción subjetiva de esa realidad–. Esta edificación está afectada por factores contingentes,36 lo que en ocasiones lleva a situaciones trágicas.37 Cf. Haugeland, John; La inteligencia artificial. Estas afectaciones, que provocan cambios imprevistos, han sido parcialmente formalizadas para los fenómenos naturales, abordando fenómenos “que están marcados por inestabilidades, fluctuaciones, sinergia, emergencia, autoorganización, nolinealidad, bucles de retroalimentación positiva antes que de retroalimentación negativa, equilibrios dinámicos, rupturas de simetría, en fin, aquellos que se encuentran al borde del caos” (Maldonado, Carlos; “Ciencias de la complejidad. Ciencias de los cambios súbitos”, pág. 91), pero su traslación al ámbito social es problemático, ya que hay variables como la ideología que aún resultan sumamente imprecisas para su tratamiento formal. 37 Podemos citar dos casos paradigmáticos, entre muchos otros que se pueden mencionar. Uno es el de nuestro colega, el Dr. Miguel Ángel Beltrán, falsamente acusado de ser “Camilo Cienfuegos”, quien fuera secuestrado en México y luego de estar cuatro años en cárceles de máxima seguridad, fue declarado inocente de todos los cargos, y luego condenado en segunda instancia; el otro es el del ciudadano estadounidense Anwar al-Aulaqui, que fuera eliminado por un ataque de dron en Yemen sin que mediara ninguna acusación formal. En ambos casos se los sindicó vagamen35 36

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Estos dispositivos lo que permiten no es que todos sean vigilados, sino que cualquiera, en el momento que se requiera, puede ser monitoreado, y eventualmente acusado o eliminado debido a evidencias circunstanciales. Se trata de un entramado de control flexible, cuya gestión no es estatal ni empresarial pura, pero tampoco del Estado y empresas asociados como tales, sino de una mixtura aún indefinible, que licúa nuevamente la distinción entre lo público y lo privado.

Los gradientes de la violencia Hicimos mención anteriormente a que los diversos tratamientos de la violencia presentaban una lógica común. Dicha lógica es la que vimos propalar por Jackobs, que reseñando lo dicho esencialmente se puede sintetizar en tres puntos: anticipación a la producción del hecho, punibilidad desproporcionadamente alta, y laxitud de las garantías procesales. Estos descriptores operan como ordenamiento general. En la cúspide de la violencia, los conflictos bélicos, tenemos que uno de los contendientes es conceptuado y nominado como “terrorista”, sujeto desprovisto de humanidad y, en consecuencia, de derechos.38 En tanto terrorista, no se lo debe dejar actuar, de acuerdo al sofisma de “la bomba de retardo”;39 para ello se maximizan las acciones de vigilancia y punitivas: en los casos en los que se los imputa

te como “terroristas” debido a sus pronunciamientos públicos, siendo éste el motivo de la persecución o eliminación. 38 “Frecuentemente se emplea el apelativo de «terrorista» para deshumanizar o desacreditar adversarios políticos o cualquier oposición al régimen establecido. El apelativo de «terrorista», por un lado, parece justificar el empleo de todos y cualesquiera medios en su contra y, por otro, procura abrir una brecha entre el grupo así considerado y la población en general, evitando la simpatía de ésta por la causa de aquéllos”. Saint Pierre, Héctor; “¿Guerra de todos contra quién? La necesidad de definir «terrorismo»”, en López, Ernesto (comp.); Escritos sobre terrorismo, pág. 54. 39 Véase la cita de Teretschenko en el capítulo anterior, según la cual las acciones punitivas se desencadenan antes de que ocurra el evento, al que se busca prevenir de esta manera.

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como de mayor peligrosidad –que suele ser más simbólica que real–, se los elimina, últimamente mediante la política de “asesinatos selectivos”, o mediante reclusiones ilegales e indefinidas. Estos asesinatos teledirigidos, realizados normalmente mediante drones, no implican la inexistencia de “daños colaterales”, sino que se trata de acertar al blanco elegido, con independencia de las consecuencias para terceros que pudiera ocasionar la acción. Ahora bien ¿cómo se escogen los blancos? Muchas veces por determinados parámetros que en modo absoluto son definitivos,40 o bien por la coincidencia de pautas de conducta o ideológicas con un patrón o perfil prefijado. Cuando la “peligrosidad” no amerita su eliminación, son capturados, y se los mantiene confinados sin acusación por períodos prolongados, sometidos a tormentos, y privados de cualquier derecho, muchas veces en prisiones secretas y fuera de toda órbita judicial, precisamente para evitar tener que rendir cuentas sobre dicho tratamiento. Esta situación afecta, no obstante, a relativamente pocas personas –no más que unas decenas de miles–. Un nivel un poco por debajo del anterior lo constituyen los sindicados como “narco-terroristas”, es decir, una zona intermedia entre organizaciones criminales y terroristas. Así se califica, vagamente, a grupos de resistentes afganos, Sendero Luminoso de Perú, las FARC colombianas y otros agrupamientos político-militares que mantienen su zona de influencia en zonas con plantaciones que nutren el narcotráfico.41 La peligrosidad es apenas inferior a los anteriores, pero

40 “La CIA decía que los «varones en edad militar» que participaban en alguna gran concentración de personas en una región determinada o que tenían contactos con presuntos terroristas o militantes podían ser considerados blancos legítimos de los ataques con drones. Para atacarlos, pues, no se necesitaba una identificación positiva: bastaba con que reunieran únicamente algunas de las «señas» que la Agencia había elaborado para identificar a presuntos terroristas”. Scahill, Jeremy; Guerras sucias, pág. 336. 41 Son muchos los trabajos que sostienen la denuncia sobre algún tipo de vinculación entre guerrillas y narcos, por eso las tipifican como “narcoguerrillas”. Rey, Oscar B.; Colombia. Guerrilla y narcotráfico, pág. 102.

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numéricamente son más los miembros que las constituyen. En general refiere a conflictos que se prolongan en el tiempo. Se trata, de manera evidente, de una forma de deslegitimar a grupos armados cuyo propósito principal y posiblemente excluyente es político y no económico, y a los que con estas asociaciones –en muchos casos reales, al igual que otros segmentos sociales, como los políticos, los miembros del Poder Judicial y de las Fuerzas Armadas de esas naciones, y también el sistema financiero– se intenta denostar moralmente. Por debajo de éstas, en orden de peligrosidad, están las organizaciones criminales internacionales; mafia, camorra, narcotraficantes, tratantes de personas, piratas, traficantes diversos, etcétera. La amplia gama de actividades que se encuadran en este nivel son merecedoras de un análisis más pormenorizado, ya que es fácil advertir la extrema dificultad en delimitar este sector, por eso es claramente insuficiente y disfuncional la distinción legal-ilegal. Es muy usual que las actividades estén a mitad de camino entre lo legal y lo ilegal, o que conjuguen ambas, en diferentes proporciones variando según los momentos y los lugares; también resulta poco verosímil que alguna de estas actividades semiclandestinas se desarrollen sin el apoyo o la anuencia de al menos una parte de los funcionarios estatales involucrados con dicha área de actividad (sean éstos funcionarios policiales, judiciales, políticos y/o de la burocracia permanente). En estos casos la violencia aparece como forma autorregulatoria de la actividad económica, toda vez que al no estar regulada estatalmente los conflictos se dirimen de manera privada,42 pero eso no remite totalmente la actividad a lo ilegal. 42 Vale recordar que Weber sostenía que “Franz Oppenheimer ha opuesto con razón al «medio económico» el «medio político». De hecho es conveniente separar al último de la «economía». El «pragma» de la violencia se opone fuertemente al espíritu de la economía (en el sentido corriente de la palabra). La apropiación inmediata y violenta de bienes y la compulsión real e inmediata de una conducta ajena por medio de la lucha no deben denominarse «gestión económica»”. Weber, Max; Economía y sociedad, pág. 47. Esta oposición no es un mero artificio, sino que es consustancial al ordenamiento político del capitalismo, aun cuando nunca haya sido total, como lo demuestra la existencia de las guerras, las que también coadyuvan a su desarrollo económico, pero no a sus formas políticas.

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En el caso del tráfico de estupefacientes, por ejemplo, necesita no sólo de la ayuda de parte del aparato estatal, sin la cual la logística sería de imposible implementación, sino también del aparato financiero formal, los bancos comerciales, sin los que la circulación de esas masas de dinero sería quimérica. No obstante ello, la atención se focaliza en determinados personajes, con lo que se acentúa el ocultamiento del entramado real y total que hace posible la actividad. Algo similar ocurre con el tráfico de armamentos. Casi no existen fábricas clandestinas de armamentos, y las que existen producen poca cantidad, de baja calidad, y de escaso poder de fuego. El tráfico de armas requiere ineludiblemente de la implicación de funcionarios estatales –cuando no de los propios Estados en tanto tales–, de bancos y de particulares.43 Pero la atención se pone sólo en una parte del entramado, dejando la otra fuera de visibilidad, y se legitiman las acciones remitiendo al puro y simple ilegalismo, cuando en realidad éste no es tal, sino que está asociado inextricablemente a prácticas y circuitos legales. En la escala inferior tenemos a la delincuencia común, mucho más numerosa en casos, pero menos peligrosa en especificidad, y con menor impacto de violencia puntual. En este tramo la legitimación viene dada por una construcción simbólica que lleva no menos de dos siglos,44 y lo que se percibe es que en los últimos años se ha disparado enormemente la sensación de inseguridad, en la que se monta la fuerte presión por la merma de derechos para los infractores a la ley –en particular en los delitos sexuales y en los de sangre–, y la aludida prolongación de las penas. Dado que en nuestra región la pena de muerte es tradicionalmente ilegal, sólo se la tolera vagamente con los ajus-

Esta relación quedó evidenciada en la Argentina con el escándalo sobre el presunto contrabando de seis mil quinientas toneladas de armas del gobierno justicialista de Carlos Menem a Croacia, en momentos en que se desarrollaba el conflicto armado con Serbia. Montes de Oca, Ignacio; Ustashas. El ejército nazi de Perón y el Vaticano, pág. 17. 44 En esto nos remitimos a los diversos trabajos de M. Foucault, sobre cómo se fue separando al delincuente de los sectores populares, y enfrentándolo a éstos, cuando originariamente eran figuras sociales populares en muchos casos. 43

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ticiamientos que de facto realizan las fuerzas policiales o de seguridad de manera eventual –en algunos ocasiones llamados casos de “gatillo fácil”–, pero a la vez mientras sectores minoritarios bregan por su implementación legal, la mayoría avala y reclama la muerte social del sujeto, en encierros tan prolongados como se pueda. En paralelo muchos de los casos de justicia por mano propia culminan con la muerte del “culpable”; vemos así otra forma de la pena de muerte sin regulación estatal. Como se puede observar en la totalidad del recorrido, la lógica subyacente es la misma, solo varía en grados de aplicabilidad. La operación, en definitiva, es la deshumanización del otro (delincuente, criminal, terrorista), y, en tanto no humano, objeto de aplicación de violencia extrema, aniquiladora.

La fractura moral Hemos presentado dos dimensiones de la nueva forma de gestión de la violencia: la de los mecanismos, y la de la construcción del sujeto-otro. Debemos considerar, ahora, la forma en que se produjo la ruptura con los valores modernos, que es la condición de posibilidad para lo analizado. Siguiendo el método retroductivo, según el cual “el punto de partida de la investigación está en las etapas más avanzadas [de un fenómeno], en las cuales el análisis de los mecanismos se torna más claro”,45 resulta necesario abordar el problema moral desde el terrorismo, figura que se encuentra en la cúspide de la violencia y el rechazo. “Yassef Saadi, jefe de la Zona Autónoma de Argel, declaró después de su arresto: «Puse mis bombas en la ciudad porque no tenía aeroplano para tirarlas. Pero causé menos víctimas que la artillería o el bombardeo aéreo de nuestras pequeñas localidades. Yo estoy en guerra. Nadie puede criticarme por lo que hago»”.46 Hay, en esta declaración,

45 46

García, Rolando; El conocimiento en construcción, pág. 51. Trinquier, Roger; op. cit., pág. 36.

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un plano de identidad: ambos bandos son combatientes; el recurso al terrorismo es una opción táctica con arreglo a las condiciones y posibilidades de desarrollar el combate.47 Es necesario preguntarse si ambos bandos tienen las mismas condiciones y posibilidades de combatir, y claramente la respuesta es negativa. Los recursos materiales estatales son infinitamente superiores a los de cualquier organización no estatal: cuentan con ingentes cantidades de profesionales en los distintos rubros necesarios para su organización bélica, material militar en abundancia, diversificado para distinto tipo de operaciones, grandes recursos económicos y vinculaciones diplomáticas y políticas con otros Estados. Las organizaciones no estatales, por el contrario, carecen de personal profesionalizado –solo después de un tiempo y un determinado nivel de desarrollo logran tener unos pocos miembros con capacidad operativa semejante a un profesional de nivel medio del aparato estatal–, sus recursos económicos suelen ser escasos, y su nivel de armamento es precario y, en buena medida, artesanal. Sus vínculos políticos son, generalmente, clandestinos y limitados, y su capacidad táctica raramente está diversificada. Puestos en este plano la asimetría entre ambos es casi abismal. Pero no se trata de los únicos elementos de comparación posibles: es necesario incluir otro, sobre el que Clausewitz llamaba la atención: la fuerza moral, esto es, la disposición al combate de los miembros de cada bando. Quizás el indicador más demostrativo (aunque tal vez no el más importante) de la fuerza moral sea la capacidad de una organización de desarrollar tácticas suicidas. Estas, cuando aparecen, son utilizadas excluyentemente por el bando más débil. Pero raramente se trata de organizaciones estatales.48 El 47 Como reconoce Martha Crenshaw, “[l]a amplia gama de actividades terroristas no puede ser desestimada como «irracional» y consecuentemente patológica, irrazonable o inexplicable. El recurrir al terrorismo no precisa ser una aberración. Puede ser una respuesta razonable y calculada a las circunstancias imperantes”. “La lógica del terrorismo: el comportamiento terrorista como producto de una opción estratégica”, en Howard, Russell y Sawyer, Reid (comps.); Terrorismo y contraterrorismo. Comprendiendo el nuevo contexto de la seguridad, pág. 67. 48 Nos referimos a misiones suicidas, no misiones altamente peligrosas, es decir, aquellas que implican la seguridad de la muerte. Entre los escasos ejemplos de com-

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recurso a este tipo de acciones –que siempre son una opción entre un menú de posibilidades–49 pone de manifiesto, de manera obvia, la disponibilidad de combatientes dispuestos a asumirlas, lo que indica un grado de compromiso superior, el grado más elevado, que es el de la propia inmolación en pos del grupo. Esta conducta es la del héroe, pero en este caso se trata de opciones individuales. Cuando una organización recurre a esta táctica denota una fuerza moral muy elevada en todos sus niveles. En ese sentido encontramos una asimetría igual pero opuesta a la de los medios con los que cuentan. Estas dos asimetrías son fundamentales para entender el fenómeno de cómo se han ido desarrollando condiciones contra-modernas. Las fuerzas estatales, desprovistas de gran fuerza moral para operaciones contrainsurgentes –lo que no se debe a ninguna falla intrínseca de sus combatientes, sino a la falta de razonabilidad de las políticas por las que combaten, que genera escaso compromiso más allá del profesionalmente indispensable–, debido a que sus propios pueblos carecen de lo que Losurdo define como “ideología de guerra”50 –y tampoco, en el caso de los Estados centrales, se encuentran materialmente amenazados, con su territorio ocupado o atacado–, lo que se traduce en dificultades para el reclutamiento y un muy bajo umbral de tolerancia a las bajas propias y otros tipos de sacrificios. A falta de fuerza moral (“patriotismo”) los Estados tienden a seducir, mediante incrementos económicos y ventajas adicionales, a los sectores menos favorecidos

batientes estatales que llevaron a cabo tales misiones podemos contar a los pilotos japoneses kamikaze y los brigadistas iraníes (en la guerra contra Irak). 49 “[…] ninguna de las organizaciones implicadas está monógamamente casada con las MS [misiones suicidas]. Las MS han sido sólo una parte minúscula del arsenal desplegado por los ejércitos regulares o insurgentes que se han valido de ellas.” Gambetta, Diego; “¿Se puede desentrañar el sentido de las misiones suicidas?”, en Gambetta, Diego (comp.); El sentido de las misiones suicidas, pág. 352. 50 Con esta expresión dicho autor se refiere a la creencia en un destino manifiesto por parte de la población de un país, que vincula a la guerra con el medio para que tal destino se materialice. Cf. Losurdo, Doménico; La comunidad, la muerte, Occidente. Heidegger y la “ideología de guerra”.

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para incorporarlos a la milicia51 y, por otra parte, a extremar los recaudos a fin de minimizar todo riesgo. Esto impacta tanto en las tácticas como en el equipamiento:52 basta ver la imagen de un soldado profesional, guarnecido con costosos equipos,53 frente a la de un miliciano, desprovisto de toda sofisticación, para representarse esa disparidad en la fuerza moral. En la raíz de toda guerra hay un núcleo político, que no puede subsanarse con tecnología.54 Pero tampoco se subsana con

Estados Unidos incrementó, en 2004/5, de U$S 6.000 a 15.000 el estipendio para cubrir cargos en lugares en que el personal escasea, se dieron ventajas educativas, y hasta se otorgó la “Green Card” a los reclutas inmigrantes y sus familias, durante el apogeo de la guerra de Irak. En el caso de países periféricos, se suelen tolerar actos de corrupción de militares y policías, que es una forma de financiamiento indirecto de las fuerzas, y de ventajas adicionales con las que se estimula el ingreso a las mismas. 52 La más publicitada, aunque no la única, es la proliferación del uso de drones. También se desarrollan robots para funciones que van desde desarmar una bomba hasta llevar pertrechos. 53 “EE.UU. desarrolla el programa Land Warrior para los Rangers (provistos en el año 2006), y una segunda versión, el Land Warrior Stryker Interoperability; Australia, el LAND 125 Wundurra, que incluye estudios de nutrición e hidratación; Canadá el Sistema integrado de Vestimenta y Equipo Protector; Francia el Sistema del Futuro Infante; Holanda el Sistema del Soldado de Infantería del Real Ejército Holandés; el Reino Unido el Futuro Soldado de Infantería (FIST); y España el Programa Combatiente del Futuro”. Nievas, Flabián y Bonavena, Pablo; “El miedo sempiterno”, en Nievas, Flabián (comp.); Arquitectura política del miedo, pág. 41. Cf. “Soldado cibernético”, DEF Nº 2, Buenos Aires, octubre de 2005, págs. 48 ss.; también “El combatiente del tercer milenio”, en Revista Española de Defensa Nº 203, enero de 2005, págs. 50 ss. Al respecto se ha escrito mucho, bajo el nombre de “revolución de los asuntos militares” (RMA). Cf. Ferro, Matías; “¿Qué entendemos por Revolución en Asuntos Militares?”, Investigación Nº 03 del Centro Argentino de Estudios Internacionales, s/d; Granda Coterillo, José y Martí Sempere, Carlos; “¿Qué se entiende por Revolución de los Asuntos Militares?”, en Análisis Nº 57, Madrid, mayo-junio de 2000. 54 Cf. Nievas, Flabián y Bonavena, Pablo; “La debilidad militar norteamericana”, en Nievas, Flabián (ed.); Aportes para una sociología de la guerra. Sin embargo, las ventajas militares son siempre temporales y circunstanciales. Cuando Estados Unidos mantenía un embargo tecnológico a Pakistán, cayeron sobre ese país cuatro misiles que habían sido dirigidos a Afganistán, uno de los cuales estaba intacto. 51

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las tácticas corrientes. Ante esto se plantean dos escenarios: o se renuncia al uso de la fuerza militar y se aguzan las destrezas políticas y la fuerza que se pueda componer en tal sentido, o bien se utiliza aquélla, pero en términos que tengan alguna oportunidad de doblegar al enemigo. En este último término es cuando se opta por el terrorismo de Estado. Allí es cuando se produce la debacle moral, cuando se autocorrompen los supuestos mismos en los que se sustenta cada Estado y el sistema interestatal surgidos a partir de los acuerdos de la paz de Westfalia. Los imperativos inmediatos, acicateados por las urgencias del capital en general, sean las más urgentes, de todas las industrias ligadas al aparato bélico, las más mediatizadas, como las vinculadas a los sectores “estratégicos”, y ambas mediadas y direccionadas en buena medida por el capital financiero, configuran la fuerza motriz de la dinámica en la que los Estados –al menos los que tienen mayor desarrollo capitalista– se ven envueltos, generando prácticas que niegan los pilares morales sobre los que se han edificado. La tortura, ya no como anomalía tolerada, sino como práctica regular y generalizada; la vulneración de las libertades; la vigilancia extendida; la instauración de la sospecha y no de la prueba como fundamento de la punición; la deshumanización de parte de la población que, por diversas razones, resultan disfuncionales o sobrantes; la transferencia de parte de la gestión de la violencia a corporaciones privadas, constituyen la emergencia de parámetros que la Modernidad pretendía haber superado. Pero, como ya advertimos, no se trata de un regreso a situaciones anteriores. En los sistemas complejos –y la sociedad es, sin dudas, el más complejo de los sistemas–,55 los cambios profun-

“¿Qué cree usted que el funcionario paquistaní le dijo al Washington Post? Dijo, fue un regalo de Alá. Pakistán deseaba tecnología estadounidense. Ahora tiene la tecnología, y los científicos paquistaníes están examinando este misil muy cuidadosamente. Cayó en las manos equivocadas. Busque soluciones políticas. Las soluciones militares provocan más problemas que los que resuelven”. Ahmad, Eqbal; “Terrorismo: el de ellos y el nuestro”, en Howard, R. y Sawyer, R.; op. cit., pág. 62. 55 Según un cálculo basado en la tasa de densidad de energía libre que circula por

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dos suelen estar precedidos de grandes variaciones caóticas, en las que no son extrañas las reapariciones de situaciones, valores y/o instituciones que habían quedado subordinadas o ensombrecidas en el sistema en su etapa de estabilidad.56

II Hacia un nuevo nomos Todo ordenamiento social supone regulaciones; ambos conceptos son indisociables, aunque refieren a distintos niveles de observación. Estas regulaciones operan, a su vez, en dos niveles: el fáctico, emergente de la dinámica social, lo que se expresa en la reproducción social, y el que es impuesto por sectores favorecidos por dicho ordenamiento, que organiza en base a creencias, costumbres y finalmente códigos, la reglamentación que tiende a coadyuvar dicha reproducción. No obstante la presencia de ambos niveles, los órdenes cambian en el tiempo y el espacio, aunque tales normas y reglas tienden a retardar dichas variaciones. El νόμος (nomos) es la articulación entre ambos niveles, es decir, entre la disposición fáctica del poder espacio-temporal y el derecho que emana de la misma, y tiende a reforzarla en su reproducción. Se trata, en definitiva, de la regulación de la violencia. Carl Schmitt plantea la existencia de al menos tres ordenamientos: el que proviene de la existencia del hombre en la tierra, el que se instituye a partir de la incorporación del mar a la vida terrestre, lo que

un sistema, medida en ergios (energía) por tiempo (s-1) por masa (g-1), las sociedades modernas son tres veces más complejas que el cerebro humano, 25 veces más complejas que un organismo animal, 55 veces más compleja que una planta, unas 6.700 veces más complejas que un planeta, 250.000 veces más que una estrella, y 500.000 veces más que una galaxia. Christian, David; Mapas del tiempo, pág. 111. 56 Aunque no se pueda generalizar, es notable que en nuestro país haya reaparecido una forma punitiva medieval, que es la humillación pública, con la figura del “escrache”.

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ocurre con la conexión intercontinental, a partir fundamentalmente de la colonización europea de América, y que concluye finalmente con la Primera Guerra Mundial.57 Eventualmente, a partir de entonces surgiría una nueva articulación (que Schmitt no puede analizar) signada por la bipolaridad y la amenaza nuclear, que promueve alianzas y regulaciones para restringir las posibilidades de uso del arsenal atómico –que junto a las políticas atentas a ello conformaron un mecanismo altamente eficaz, pues nunca más se usaron armas nucleares para la guerra–. Este nomos –si existió como tal– desaparece irremediablemente al inicio de la última década del siglo pasado. Pero estas puntualizaciones son, como en todo proceso, un tanto arbitrarias. En definitiva, como dijimos, siempre se busca prolongar la existencia de un orden social; y para ello, resulta fundamental regular el uso de la violencia, delimitando la legitimidad/ilegitimidad de la misma, para lo cual debe tender a constreñirla. En función de ello se han creado diversas argumentaciones. En el período precedente al que analizamos, la primera gran construcción fue la diferenciación entre guerra justa e injusta, con arreglo al ius ad bellum (derecho a la guerra) tanto como al ius in belli (derecho en la guerra). En lo atinente a lo primero, para que una guerra sea justa deben cumplirse cuatro criterios: que sea por el bien común, que la causa sea justa (por ejemplo, la autodefensa), que la guerra sea menos perniciosa que lo que se intenta evitar, y finalmente, que sea el último recurso.58 Con esto se trata de mitigar el uso de la fuerza, dotándola de razonabilidad y amparo moral, es decir, de tornar tolerable su utilización. Pero a la vez, garantizando la posibilidad de movilidad necesaria en el marco del orden existente.59 Schmitt, Carl; El nomos de la tierra. Parece evidente que estaba bastante perturbado por la posición en que había quedado Alemania tras los Tratados de Versalles. 58 Bellamy, Alex; Guerras justas, págs. 192/4. 59 El fracaso de la moralización de la violencia se hace palpable en una magnífica obra como la de Bellamy, quien al tratar el tema del terrorismo sostiene: “No condenaríamos a un miembro de la resistencia francesa por hacer estallar un camión lleno de explosivos en los cuarteles militares alemanes en 1942. Condenamos en ata57

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El nomos post-westfaliano, que Schmitt incorpora al ordenamiento surgido con la anexión de las nuevas tierras al orden europeo,60 elimina la legitimidad de actores no estatales en la guerra, ya que por un lado “los empresarios de la guerra, que hasta entonces habían desempeñado un papel dominante en los mercados europeos de la violencia, se apartaron de un negocio que había dejado de serlo. La financiación previa de una tropa con una cierta capacidad de combate había llegado a costar más de lo que posteriormente podía recuperarse mediante su contratación”,61 mientras que por otro, la secularización estatal quedó refrendada por los tratados de Westfalia y posteriores, ya reseñados, con lo que sólo los Estados retuvieron el privilegio del uso legítimo de la violencia. Al cesar la auctoritas eclesiástica, los Estados perdieron toda instancia superior que los pudiera regular. A partir de entonces a “ambas partes beligerantes les corresponde el mismo carácter estatal con idéntico derecho. Ambas partes se reconocen mutuamente como Estados. De este modo, se hace posible distinguir entre el enemigo y el criminal”.62 Ahora bien: en opinión de algunos autores, esto debilita la diferenciación entre guerra justa e injusta: “Durante los siglos XVIII y XIX esta distinción no se tomó en consideración, ya que la política nacional solía estar impregnada de la perspectiva amoral maquiavélica de que la soberanía dotaba al estado de cuanta justificación necesitase para sus fines; y en ausencia, desde la Reforma, de una autoridad supranacional que impugnase esa filosofía, el criterio permaneció invariable durante toda la época de la pólvora”.63 Durante el siglo XX hemos visto varios intentos de reglamentar la guerra buscando una sintonía con los valores modernos. Sin embargo, que llevado a cabo en el Líbano no por la naturaleza del ataque en sí mismo, sino porque estuvo dirigido contra infantes de marina estadounidenses cuya presencia en esa región creemos justificada”. (Guerras justas, pág. 218). El gran vacío en su argumento es ¿por qué esa presencia está “justificada”? Alguien tan minucioso en sus argumentos como Bellamy, calla sobre ello. 60 Schmitt, Carl; El nomos de la tierra, págs. 133 ss. 61 Münkler, Herfried; Viejas y nuevas guerras, pág. 81. 62 Schmitt, Carl; El nomos de la tierra, pág. 135. 63 Keegan, John; Historia de la guerra, pág. 510.

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también lo hemos expuesto, las normas fueron desatendidas en repetidas oportunidades, especialmente por los países más poderosos. Numerosos ejemplos de burdas tergiversaciones que operan como excusas para tratar de evitar que el caso quede formalmente encuadrado como agresión pueden ilustrar esto; desde el supuesto ataque norvietnamita a una torpedera estadounidense en el golfo de Tonkin –incidente a partir del cual Estados Unidos se involucró de manera directa en la guerra vietnamita–, hasta las imaginarias ADM (armas de destrucción masiva) en poder del régimen de Saddam Husein en Irak, lo que “justificó” la invasión a dicho país en 2003. De cualquier modo, lo que hasta inicios de este siglo se hacía de manera relativamente oculta y disimulada, a partir del ataque al territorio estadounidense en 2001, se tornó algo abierto e indisimulado. Comenzaron a construirse nuevas argumentaciones, que colisionan punto por punto con los supuestos modernos. La “preempción”, los ataques aéreos, los asesinatos selectivos, los secuestros estatales y las invasiones humanitarias comenzaron a ocupar el centro de la nueva escena, perfilando lo que pretende establecerse como el nuevo nomos. Veamos sucintamente estos aspectos.

La “preempción” Este anglicismo es utilizado por algunos juristas para distinguirlo de la prevención. La diferencia entre preempción (amenaza inminente) y prevención (amenaza futura) parece puramente nominativa, ya que lo inminente está aún en el terreno futuro, y toda amenaza futura puede ser calificada como inminente de acuerdo a valoraciones diversas, aunque nunca exenta de algún grado de especulación. Lo significativo de este novel concepto, es que aparece en el marco del esfuerzo por validar las acciones contrainsurgentes, particularmente las acciones antiterroristas. El despliegue de fuerzas militares sobre una frontera, el rearme del Estado hostil, la concentración de fuerzas, etc., son indicadores claros de una amenaza futura, y es válido tomar medidas preventivas tendientes a bloquear las acciones que pudieren des-

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plegarse por parte del enemigo. No es necesario para ello acudir al concepto de nuevo cuño. Su necesidad aparece cuando es menester justificar las acciones “precautorias” antiterroristas. Se trata, en realidad, del pasaje al derecho internacional del concepto de punición anticipada ya expresado por Jackobs para el derecho penal. Ahora bien, en la práctica, no se han distinguido las acciones “preemptivas” de las acciones de guerra preventiva. Una acción de guerra preventiva es, a todas luces, una agresión: atacar a un Estado en base a la suposición de una eventual amenaza.64 Golpear antes de que surja la amenaza, es decir, anular anticipadamente cualquier potencial peligro, supone una total arbitrariedad, ya que el derecho reside en la potestad de la fuerza, pues –de manera evidente–, sólo quien tenga el poder militar necesario puede tomarse tal atribución. ¿Qué es esto, sino la licuación del derecho, entendido como la reglamentación que reemplaza al uso efectivo de la fuerza?

Los ataques aéreos Una de las características de las últimas campañas militares es el uso del poder aéreo de manera intensiva a fin de producir daños sin exponer al personal militar propio. Esto se observó tanto en las dos guerras contra Irak, como en Afganistán, en Serbia, en Libia, y actualmente en la zona norte de Siria e Irak, donde se está instalando el Estado Islámico. El uso de poder aéreo resulta, a todas luces, desproporcionado para un tipo de beligerancia cuyo centro de gravedad es la actividad de inteligencia, es decir, la fina discriminación de actores y conductas, mientras que el bombardeo aéreo no tiene capacidad técnica de discriminar blancos.65 Esto se acentúa mucho más en el caso del uso de las 64 De manera bastante significativa, George Bush (h) declaró que “la guerra contra el terrorismo no se ganará a la defensiva. Debemos llevar la batalla al enemigo, desbaratar sus planes y enfrentar las peores amenazas antes de que surjan”. Discurso pronunciado en la ceremonia de graduación en West Point el 1 de junio de 2002. 65 En contra de esto se suele argüir que las llamadas “bombas inteligentes” tie-

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prohibidas “bombas de racimo”, el uso de las bombas o municiones con uranio empobrecido, y el uso de las bombas de grafito.66 En este punto es necesario volver a Dohuet y su doctrina del poder aéreo como determinante en la resolución de las guerras.67 Como advierte Headrick, esta “doctrina y sus diversas variantes han influido poderosamente desde entonces sobre los estrategas de la aviación. […] Sin embargo rara vez ha funcionado, ni siquiera cuando, como durante la Segunda Guerra Mundial, el enemigo era toda la población y no sólo sus fuerzas armadas. Muy a menudo los bombardeos han reforzado la voluntad de combate de la población afectada y su lealtad hacia su gobierno”.68 nen un elevado grado de precisión en los blancos seleccionados. Reese recuerda que “en Afganistán, un caza-bombardero F-16 y un bombardero B-2 Stealth emplearon unas bombas de 500 libras, varias otras municiones de dispersión, y otras 16 bombas de 2.000 libras para atacar una camioneta Toyota con 15 supuestos combatientes del Talibán. […] El camión fue dañado y murieron algunos combatientes, incluyendo una mujer con su hijo”. (Reese, Timothy; “Potencia de fuego de precisión: bombas inteligentes, estrategia ignorante”, págs. 70 y 75). Esto evidencia una limitación infranqueable: la tecnología puede seleccionar la camioneta, pero no puede determinar quiénes son sus ocupantes. 66 Las bombas de racimo son un conjunto de pequeñas bombas que se esparcen por el área en que cae la unidad, afectando todo lo que está a su alcance; no hay discriminación posible sobre los blancos reales a menos que se trate de unidades militares concentradas en espacios alejados de zonas de no combatientes, algo que claramente no ocurre en los conflictos actuales. Por otra parte, si alguna bomba secundaria no detona, queda en estado latente y funciona como mina antipersonal (también prohibida). Las bombas o municiones de uranio empobrecido se usan para traspasar blindajes, pero el efecto radiactivo persiste por largo tiempo en la zona, afectando a generaciones futuras. Las bombas de grafito se usan para hacer colapsar las redes eléctricas, pero el grafito se esparce en el ambiente, y es altamente cancerígeno. Estos tres tipos de armas han sido usados masivamente por Estados Unidos en sus ataques aéreos. 67 A los efectos de despejar cualquier duda de que se sigue esta doctrina, en la misma se establece que “[l]os blancos de la ofensiva aérea serán por lo tanto en general superficies de cierta extensión, donde haya fábricas, casas, establecimientos, etc., y alguna población. Para destruir tales objetivos será necesario emplear en conveniente proporción los tres tipos de bombas: explosiva, incendiaria y venenosa”. Doheut, Giulio; El dominio del aire, pág. 28. 68 Headrick, Daniel; El poder y el imperio, pág. 341.

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¿Por qué insistir entonces con una táctica que se ha demostrado infructuosa? La respuesta consta de dos aristas que, aunque diferentes, son concurrentes: la escasa tolerancia a las bajas propias, por una parte, y la necesidad de utilizar el producto del complejo militarindustrial, por otra. La conjunción de ambas tienen como efecto ineludible la producción de elevados números de víctimas no combatientes. La potenciación de ambas aristas lleva al uso cada vez más extendido de drones para los ataques. Es impropio, por lo tanto, considerar a las mismas como “daños colaterales”, ya que están innegablemente inscriptas en el uso de esta táctica de combate, es decir, no se trata de casos eventuales, imprevistos e inevitables. Por el contrario, son sistemáticos y previsibles en los bombardeos, y evitables con solo usar otra forma de combate –que implicaría, por supuesto, el poner en riesgo a los propios profesionales militares–. Esto nos conduce, en consecuencia, a una conclusión inexcusable: si para no arriesgar al personal militar propio, cuyo trabajo implica justamente arriesgar la vida, se sesgan vidas de no combatientes, el acto en sí mismo es de carácter criminal. Pero tiene este signo sólo en el nomos de la Modernidad. En los hechos y en los intentos de argumentación de los mismos, se conforma un nuevo nomos, de rasgos contra-modernos.

Los asesinatos selectivos Esta práctica contra-judicial tiene largas raíces y profusa instrumentación.69 Se dividen en tácticos y estratégicos, siendo el primero un objetivo militar inmediato, sea de consecuencia o de oportunidad; el segundo implica un objetivo militar o político mayor, sea en estado de guerra o no. Además pueden ser, por su ejecución, directos o indiDiferenciamos lo anti-judicial, es decir, contrario o por fuera del derecho (tipificado como “delito”), de contra-judicial, atentatorio contra el derecho mismo. Lo primero se opone pasivamente al derecho, lo elude; lo segundo lo hace de manera activa, socavándolo. 69

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rectos. El directo es cuando actúa una fuerza comando para la eliminación del blanco; indirecto es cuando se motiva a un ciudadano indígena para que lleve a cabo la acción.70 Aparentemente es algo previsto como política de Estado desde la década del ’60,71 pero que ha cambiado radicalmente su estatus en estas últimas décadas; de ser un instrumento de uso clandestino, ha pasado a ser reivindicado públicamente como política de Estado. Durante las décadas del ’60 al ’90 fueron realizados por agencias de inteligencia, en estilo gansteril.72 Israel adoptó oficialmente esa política ya finalizando el gobierno de Ehud Barak, luego de comenzar la segunda Intifada, a inicios de este siglo. Posteriormente Estados Unidos adoptó la misma política, pero de manera aún más controversial, por cuanto ha asesinado a ciudadanos propios.73 La adopción de esta política colisiona con toda la lógica penal moderna. Si contraponemos esta práctica con los argumentos de Beccaria, quien se oponía a la pena de muerte judicial, observamos con nitidez la contradicción. Esta práctica nos enfrenta a una paradoja: un homicida, incluso serial, es aprehendido y juzgado con las garantías procesales establecidas. Se lo imputa, tiene conocimiento de la acusación, defensa legal, y se presume su inocencia hasta tanto se demues70 Anónimo; Selective Assassination as an Instrument of National Policy, págs. 12/3. (El autor, cuyo nombre no figura en la obra, es un capitán de la USAF). 71 Esa sería la fecha de la primera edición del pequeño libro Selective assassination as an instrument of national policy (del que hay una nueva edición de Paladin Press, 2002). 72 Eso llevó al periodista Tim Winer a afirmar que “la CIA «ya no es ni intenta ser una agencia de espionaje, ya es abiertamente una organización paramilitar que se dedica al asesinato selectivo de enemigos»”. Cf. “La CIA se dedica al asesinato selectivo”, en http://www.abc.es/20100308/internacional-internacional/dedica-asesinato-selectivo-20100308.html. Entre los muchos casos documentados, están especialmente detallados los distintos planes de asesinato de Fidel Castro por parte de la Agencia. Cf. Winer, Tim; Legado de cenizas, págs. 284/301. 73 El caso más conocido es el del clérigo Anwar Awlaki, asesinado mediante un misil en Yemen, pero días después se asesinó con el mismo método a su primogénito, Abdulrahman Awlaki, un adolescente de 16 años. Cf. Scahill, Jeremy; Guerras sucias, págs. 635/54.

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tre lo contrario. En contraposición a esto, alguien nominado como “terrorista” por funcionarios estatales –de su nación o extranjeros– no conoce los cargos, carece de asistencia jurídica, y es ejecutado sin juicio; se presume su culpabilidad potencial, es decir, se lo concibe peligroso por lo que pudiere hacer, no necesariamente por lo que haya hecho. Con esto se borra una distinción indispensable para el funcionamiento de un orden social: la legitimidad o ilegitimidad del uso de la violencia.74

Los secuestros estatales En los comienzos de las prácticas contrainsurgentes, los secuestros estatales, con independencia de su escala, siempre trataron de mantenerse lo más ocultos posible y, como norma, sistemáticamente fueron negados por los funcionarios de los gobiernos. La figura del “detenidodesaparecido”, cuya imagen evoca tristemente las décadas del ’70 y ’80 en América Latina, constituye el ícono de dicha práctica. El Estado actuaba en vías paralelas, por dentro y por fuera de la legalidad, aunque discursivamente siempre se mantenía por dentro de sus lindes. Mediante esta práctica se actuaba doblemente: en la desarticulación de entramados, de manera directa, y en la irradiación del terror a través de esos mismos tejidos de relaciones sociales, de forma indirecta. Esta situación ha cambiado en la última década. Hay numerosas denuncias de la existencia de una red de cárceles secretas y detenciones clandestinas a lo largo del mundo, con la peculiaridad de que todas son regenteadas por un mismo Estado. Esto nos enfrenta con el hecho de una dualidad punitiva: legal e ilegal, pública y secreta, regla74 “[…] diferentes sociedades en diferentes momentos y lugares han diferido grandemente sobre la forma precisa en la cual trazan la línea entre guerra y asesinato; sin embargo, la línea misma es absolutamente esencial. […] Donde la distinción no es preservada la sociedad se desarticula y el diferenciar a la guerra como una forma distinta a la mera violencia indiscriminada, se torna imposible”. Van Creveld, Martin; La transformación de la guerra, pág. 130.

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da por el derecho, normada por el arbitrio, sustentado en la fuerza de las armas y en la complicidad de muchos gobiernos del mundo. Estamos, por lo tanto, ante una situación en la que lo instituido es en parte legal y en parte ilegal, pero tanto una como otra conforman una unidad como política estatal. En el circuito ilegal la aplicación de torturas no sólo es tolerada, sino una política declarada.75 Todo esto, como se ve, está en las antípodas de los valores impulsados por la Modernidad. Pero se avanzó más aún: se ha cuasi-legalizado este dispositivo, en complejos públicos con prisioneros secretos, privados de derechos, sin acusación, y con reclusión por tiempo indefinido, en las cuales se denuncian aplicaciones de tormentos, como ocurre en Guantánamo, un centro que no es estrictamente una cárcel, ni un campo de concentración, ni un campo de prisioneros, sino algo de nuevo cuño, en el cual no se aplica ninguna legislación, ni la estadounidense, ni la internacional.76

Cuando este libro ya estaba en prensa se conoció el informe del Senado de Estados Unidos sobre los métodos de interrogatorio utilizados por la CIA, en el que, aunque se omite el término “tortura”, detalla pormenorizadamente las técnicas que encuadran bajo dicha denominación, tales como privación del sueño –hasta más de una semana sin dormir–, submarino húmedo –simulacro de ahogamiento–, golpizas y bofetadas, amenazas psicológicas, y otras más sutiles pero que igualmente constituyen tormentos. El informe de 499 páginas fue desclasificado el 3 de diciembre de 2014. Cf. Senate Select Committee on Intelligence; Committee Study of the Central Intelligence Agency ‘s Detention and Interrogation Program. 76 Allí hay dos complejos, el campo Delta, con cuatro campamentos, y el campo Iguana, para menores (había prisioneros de 12 a 14 años). El campo X-Ray, que fue donde alojaron inicialmente a todos, fue desactivado tras las fuertes críticas internacionales (cf. Reverter, Emma; Guantánamo. Prisioneros en el limbo de la ilegalidad internacional). No se sabe con exactitud cuántos prisioneros hay, pero se estima que un centenar y medio (BBC, 29/1/14). Los tormentos aplicados y las penosas condiciones de detención fueron relatadas por algunos de los liberados (cf. Sassi, Nizar; Guantánamo. Prisionero 325, Campo Delta). Pese al compromiso asumido por el gobierno estadounidense de desactivarlo, el mismo sigue activo. 75

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Las invasiones humanitarias Desde hace algún tiempo, que podríamos establecer a partir del fin de la guerra fría, comenzaron a implementarse lo que se dieron en llamar como “intervenciones humanitarias”. Esto cobró impulso cuando el entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan propuso una reforma en la Carta de las Naciones Unidas, poniendo los derechos humanos en la cúspide de la estructura. Si bien la reforma no prosperó, la fisura en la primacía de la soberanía como parámetro de ordenamiento ya había ocurrido. Esto generó una nueva forma de intervencionismo, que permite superar, malamente disimulado, las inhibiciones que impuso la desacreditación del colonialismo ocurrida tras la Segunda Guerra Mundial. El intervencionismo, esto es, la tutela impuesta por los Estados poderosos a los débiles de manera abierta, no es una práctica novedosa. Lo flamante es la forma de justificación. El poner los derechos humanos por sobre la soberanía tiene varias implicancias; por un lado, corroe uno de los supuestos del sistema interestatal post-westfaliano, que reconoce igualdad de cada Estado basada en la soberanía. Por otra parte, proyecta los derechos humanos como un valor universal, lo que tampoco tiene correlato con la realidad, pues los mismos no son aceptados por todos como prioritarios.77 Además de esto, la cuestión de los derechos humanos es sumamente lábil, de dificultosa medición. El etnocentrismo nos los hace suponer como autoevidentes, pero en “Las diferencias acerca de los derechos humanos entre Occidente y otras civilizaciones, así como la limitada capacidad de Occidente para alcanzar sus objetivos, se pusieron claramente de manifiesto en la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos de la ONU, celebrada en Viena en junio de 1993. Por un lado estaban los países europeos y norteamericanos; por otro lado había un bloque de unos cincuenta países no occidentales […] Entre las cuestiones sobre las que los países se dividieron siguiendo criterios de civilización estaban: la universalidad y el relativismo culturales con respecto a los derechos humanos; la relativa prioridad de los derechos económicos y sociales (incluido el derecho al desarrollo) frente a los derechos políticos y civiles; la condicionalidad política respecto de la asistencia económica […]”. Huntington, Samuel; El choque de civilizaciones, pág. 125. 77

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absoluto es así. Por ejemplo ¿una lapidación es más o menos cruel que una electrocución? ¿Matar población civil a machetazos es genocidio, pero hacerlo con un arma nuclear no? ¿Por qué razones sería más condenable una “limpieza étnica” que una “limpieza social”? Y, finalmente, ¿quién tiene la potestad de decidir acerca del umbral que requeriría una intervención? Bellamy considera los tres niveles de decisión propuestos por la Comisión Internacional sobre Intervención y Soberanía Estatal (ICISS): 1. Gobierno huésped, 2. Autoridades nacionales en conjunto con agencias del exterior y, 3. Organismos internacionales; pero los considera “muy restrictivo”, y propone “una situación hipotética en la cual el gobierno británico hubiera estado comprometido a actuar para detener la limpieza étnica en Kosovo, pero otras naciones de la […] (OTAN) no lo estuvieran. El modelo secuencial le exigiría a Blair que primero le pidiera permiso a Milosevic para intervenir; que presentara un proyecto de resolución al Consejo de Seguridad y, una vez rechazado, se presentara ante la Asamblea General; luego de no obtener la mayoría de los dos tercios, que intentara infructuosamente persuadir a todos los miembros de la Unión Europea y la OTAN de que actuaran; todo esto antes de actuar de manera unilateral. Es muy improbable que en un caso así, Gran Bretaña decidiera intervenir luego de sufrir tantos reveses políticos. Los costos de legitimidad tanto en lo doméstico como en lo internacional, serían demasiado altos”.78 El ejemplo imaginario no puede disimular lo falaz del razonamiento. Dadas las premisas enunciadas, que indican la negativa a la injerencia, y debido a que tal acumulación de negativas corroería la legitimidad para actuar, se desprende que lo indicado sería manejarse de manera unilateral desde el inicio, que es justamente lo que priva de carácter humanitario a la intervención, dejándola como una mera intromisión desnuda, para la cual no se necesitan razones, ya que se trata simplemente de una relación de fuerzas.

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Bellamy, Ale; Guerras justas, pág. 319.

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III La metáfora geológica Los geólogos saben que las placas tectónicas están en permanente movimiento, aunque el mismo no se perciba si no es mediante un instrumental especializado; tales deslizamientos presionan los bordes de las placas, donde acumulan tensiones hasta que llega un punto en que las mismas superan las fuerzas que se le contraponen y allí sobreviene un terremoto, que puede ser de pocos puntos en la escala sismográfica, pero tras una determinada cantidad de esos pequeños temblores, finalmente habrá uno de gran impacto. No saben ni qué grado alcanzará –y el nivel destructivo que tendrá– ni cuándo sucederá, ni siquiera cuál será el epicentro, pero sí pueden anticipar la zona en que ocurrirá, y que el mismo finalmente pasará. En ciencias sociales estamos en una situación análoga. Hemos presentado elementos que, considerados en su conjunto, muestran una tendencia que no podemos predecir hacia qué orden futuro se dirige, pero sí podemos observar que va en contra de los fundamentos jurídicos y morales de la arquitectura social que suele englobarse bajo el epíteto de “Modernidad”. Esto no significa que se vaya hacia la postmodernidad, en el sentido que corrientemente se ha dado a este término, sino que sólo podemos ubicar, hasta ahora, una contra-modernidad. No todo lo que sucede en la línea temporal es jerárquicamente superior a lo que lo antecede, ni todo lo último es más desarrollado que lo previo, como lo sabe cualquier estudiante de historia al comparar la Edad Media con el Imperio Romano o la Grecia antigua. El almanaque no es un índice de acumulación de otra cosa que no sean días. Hay quienes, que como Immanuel Wallerstein, vienen anunciando un inminente “punto de bifurcación”, es decir un punto en que se rompe la reproducción y se toma una de múltiples direcciones posibles.79 Esto no sucede espontánea ni súbitamente; se trata de un proce79 “[…] podemos considerar que nos encontramos en lo que los científicos de la complejidad llaman una «bifurcación», durante la cual el sistema mundial estará en

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so en el cual se producen paradojas, aparentes incongruencias, desajustes, y demás situaciones que producen perplejidad. La tarea del sociólogo es, hasta donde resulte posible, identificar las dinámicas, los flujos y comprender y explicar los procesos sociales, que presentan el inconveniente de ser únicos e irrepetibles, por lo cual las matrices son difíciles de establecer. No obstante, existe gran cantidad de trabajo acumulado, numerosas investigaciones en distintas áreas que pueden y deben ser vinculadas para encontrar nuevos sentidos generales. Las indagaciones sobre sensibilidades y subjetividades tienen mucho para aportar; el avance contra-moderno se expresa en un complejo entramado de hipersensibilidad frente a la violencia minúscula y la muerte, por un lado, y una potenciación de la desprotección de civiles y tolerancia de la violencia estatal, por otro. Para conjugar esta contradicción se desarrolla tecnología de efectos imprevisibles, pues cada vez más se intenta desarrollar guerras con menor participación humana, que es lo mismo que decir una guerra deshumanizada: el efecto opuesto al buscado.80 En este libro hemos hecho un apretado recorrido centrado en el desarrollo de la guerra y sus formas, en la convicción que la misma sintetiza buena parte de lo medular de cada época y las sociedades, aunque gran parte de los sociólogos no le presten atención. Y nos sirve, también, para avizorar los cambios que están ocurriendo, los que en la inmediatez y ante el enorme caudal de información que recibimos a diario, nos resulta difícil de procesar e identificar. Que sirvan estas páginas como un llamado de atención, para que se pueda reflexionar este estado «caótico», en el sentido técnico de que habrá simultáneamente muchas soluciones posibles para todas las ecuaciones del sistema mundial, y por lo tanto ninguna predecibilidad de los patrones de corto plazo”. Wallerstein, Immanuel; Conocer el mundo, saber el mundo. El fin de lo aprendido, pág. 66. 80 El comando remoto de los drones, operados a miles de kilómetros de distancia, es un buen ejemplo de ello; así como las “bombas inteligentes”, arrojadas desde grandes alturas sin control óptico directo del operador; las armas “escalares”, de acción invisible; los misiles comandados por satélites, etc. A esto debemos sumarle las novísimas armas “autónomas”, que seleccionan blancos mediante softwares de inteligencia artificial, es decir, prescindiendo de la intervención humana.

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nuestra época desde una perspectiva más amplia y abarcadora, y como base para futuras y más pormenorizadas investigaciones.

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Índice

Prefacio ......................................................................................... 05 Capítulo I Por qué estudiar la guerra .............................................................. 09 Capítulo II La guerra premoderna ................................................................... 41 Capítulo III La guerra moderna ...................................................................... 101 Capítulo IV La guerra en la actualidad ............................................................ 147 Capítulo V La configuración contramoderna ................................................. 197 Bibliografía ................................................................................. 237

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