Gramsci y el sujeto político. Subalternidad, autonomía, hegemonía
 9786073079846, 9786078898190

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AKAL / PENSAMIENTO CRÍTICO 132

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Universidad Nacional Autónoma de México

Rector Enrique Luis Graue Wiechers Secretario General Leonardo Lomelí Vanegas Secretario Administrativo Luis Agustín Álvarez Icaza Longoria Abogado General Hugo Alejandro Concha Cantú Directora General de Publicaciones y Fomento Editorial Socorro Venegas Pérez Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Directora Carola García Calderón Secretaria General Patricia Guadalupe Martínez Torreblanca Secretario Administrativo Jesús Baca Martínez Jefa del Departamento de Publicaciones E. Teresa Blanco Moreno

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Massimo Modonesi

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Esta investigación, arbitrada a “doble ciego” por especialistas en la materia, se privilegia con el aval de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM. Este libro fue financiado por la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA), de la Universidad Nacional Autónoma de México, mediante el proyecto “Fundamentos de una teoría gramsciana de la subjetivación política”, coordinado por el Dr. Massimo Modonesi, como parte del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT) IN301619. Gramsci y el sujeto político. Subalternidad, autonomía, hegemonia Massimo Modonesi Primera edición: 1 de septiembre de 2023. Reservados todos los derechos conforme a la ley. D.R. © 2023 Universidad Nacional Autónoma de México Ciudad Universitaria, Alcaldía Coyoacán, C. P. 04510, México, CDMX. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales Circuito Maestro Mario de la Cueva s/n Ciudad Universitaria, C. P. 04510, México, CDMX. D.R. © 2023, Edicionesakal México, S. A. de C. V. Calle Tejamanil, manzana 13, lote 15, Colonia Pedregal de Santo Domingo, Sección VI, Alcaldía Coyoacán, C. P. 04369, CDMX. Tel.: +(0155) 56 588 426 Fax: 5019 0448 www.akal.com.mx Oficina del Abogado General Dirección General de Asuntos Jurídicos ISBN-UNAM: 978-607-30-7984-6 ISBN-Akal: 978-607-8898-19-0 Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. Impreso en México / Printed in Mexico

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A Lucio y Mauro, Mauro e Lucio A María A Guillermo Almeyra (1928-2019) y Adolfo Gilly (1928-2023)

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INTRODUCCIÓN ¿Por qué Gramsci? ¿Gramsci para qué?

Dado que Marx decía no ser marxista,1 Gramsci podría ser considerado el marxista más citado del mundo y el único —entre los de la generación bolchevique— cuyo pensamiento adquirió relevancia y trascendencia mundial a contrapelo del reflujo del marxismo en el último cuarto del siglo pasado y en lo que va de éste. En efecto, el pensamiento de Gramsci resistió e incluso logró remontar la corriente gracias a la consistencia de sus postulados críticos, y pudo mantenerse digna y firmemente de pie, aferrado al “pesimismo de la inteligencia”, a pesar de que era derrotado el “optimismo de la voluntad” (por lo menos aquel que había impulsado el asalto al cielo de los movimientos revolucionarios del siglo xx). Este desajuste en la ecuación ha causado que, en la irradiación actual de Gramsci, opere una distorsión: se suele invisibilizar o colocar en segundo plano su perfil de “intelectual orgánico” —marxista y revolucionario—, para exaltar, paradójicamente, sus rasgos de “intelectual tradicional”, situado (aparentemente) por encima de las distorsiones partidarias de la lucha política; un ejercicio de asimilación y de anexión que siempre tentó el pensamiento liberal democrático: desde Benedetto Croce quien, al reseñar sus Cartas de la Cárcel, dijo que “como hombre de pensamiento era de los nuestros” (Croce, 1947) —antes de retractarse al   Y, más allá de su frase irónica en contra de los autodenominados “marxistas franceses”, nominalmente no lo podía ser, aunque en el terreno teórico fue el primer marxista por obvias razones. Sobre esta cuestión, en particular, en polémica con la desmarxistización de Marx, véase Massimo Modonesi (2018b). 1

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conocer lo que contenían los Cuadernos de la Cárcel— o cuando Norberto Bobbio avanzó su famosa lectura de Gramsci como teórico de la sociedad civil (Bobbio, 1977). En tiempos recientes, la recepción tan amplia y difusa del pensamiento de Gramsci necesariamente transitó y se confundió con el sentido común de una época —con toda su carga reaccionaria, conservadora y conformista—, y tendió a apresarlo ideológicamente en interpretaciones que lo tuercen en clave posmodernista, culturalista, discursivista, en el mejor de los casos, posmarxista, cuando no francamente liberal. Pero, así como fue usado como cuña del posmarxismo y del retorno en auge del liberalismo, la evocación de Gramsci también se mantuvo como un puntal para el ejercicio de defensa y renovación del marxismo, y fue así que se colocó en el centro de una contienda teórico-política de amplio espectro: la que abarca el debate sobre las formas y las dinámicas del capitalismo —especialmente, aquellas políticas y culturales— y los caminos subjetivos e ideológicos de su transformación y, eventualmente, superación. Así, al mismo tiempo que las palabras de Gramsci se volvieron de “sentido común”, con las distorsiones y simplificaciones inherentes a toda vulgarización, no dejaron de ofrecer núcleos de “buen sentido” útiles para levantar barricadas o cavar trincheras; trincheras sin duda defensivas, pero en las cuales aún se elaboran ideas y voluntades de transformación, herramientas ideológicas para la guerra de posición en un asedio que, como sostenía el mismo Gramsci, es siempre recíproco, incluso cuando la correlación de fuerzas es desfavorable. La estatura de Gramsci Pero en el vasto universo del pensamiento crítico y en la constelación marxista, ¿por qué brilla Gramsci? Por su estatura —valga la ironía—, como testimonian dos anécdotas relatadas por él mismo: la de un anarquista que conoció en la 10

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cárcel y le dijo que él no podía ser Gramsci, “porque Gramsci debía ser un gigante”, o de un carabinero que le confesó que se lo había imaginado como un “cíclope y estaba profundamente decepcionado” (Gramsci, 2003). En primera instancia, la altura de la figura de Gramsci se debe a la combinación extraordinaria entre una trayectoria vital heroica y trágica, y una deslumbrante inteligencia —el “cerebro que había que impedir funcionar por veinte años”, según se sostiene que dijo el fiscal fascista en el juicio en contra del dirigente comunista en 1926. Gramsci encarna plenamente las dos caras del perfil del intelectual heroico: razón y pasión, que él mismo definió como capacidades de “entender” y “sentir”, en su definición de intelectual comprometido con lo popular y los subalternos. Un heroísmo trágico, que se nutrió de la combinación de gestas revolucionarias, de sacrificio y de sufrimiento que, en el caso de Gramsci, inician con la pobreza y la enfermedad y culminan en la cárcel, la larga agonía y la muerte prematura a los 46 años. Si bien ha sido objeto de pocos tratamientos biográficos rigurosos (Fiori, 1977; D’Orsi, 2017; Rapone, 2019), Gramsci ha surgido como personaje antes que como autor: por ser un dirigente político de primera fila y un mártir del fascismo fue, en un principio, una figura pública, y su trayectoria y condición humana abrieron el camino al conocimiento y la valoración de sus escritos carcelarios.2 Al mismo tiempo, su vida convertida en monumento, petrificada en la memoria y leída desde un humanismo ecumé  Cuya primera publicación fue una selección de sus cartas personales, la cual obtuvo un importante premio literario en 1947, que contribuyó a nacionalizar a Gramsci y al Partido Comunista Italiano (pci) como parte de aquella que fue denominada “operación Gramsci”, véase Francesca Chiarotto (2011). Las cartas actualmente publicadas son muchas más que las contenidas en aquella primera selección. En español contamos con la traducción de Lettere dal carcere, 1926-1937, editado por Antonio Santucci, Sellerio, Palermo, 1996: Cartas de la cárcel, 1926-1937, Era, México, 2003. 2

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nico, no siempre ha permitido valorar las conexiones entre su recorrido como militante y dirigente revolucionario y la génesis de su pensamiento.3 Gramsci no sólo era un marxista; también, sin lugar a duda, era un comunista y un revolucionario. Descontextualizadas y vueltas aforismos —aprovechando el carácter fragmentario de los Cuadernos—, sus palabras han sido tomadas a menudo para usos despolitizados u orientados hacia fines políticos diferentes, y hasta opuestos, a aquellos que motivaron al marxista sardo. Sin embargo, diversos estudios de ayer y hoy nos permiten leer de forma articulada la vida y la obra de Gramsci (Fernández Buey, 2001; Giasi, 2008; Capuzzo y Pons, 2020); un arco vital que inicia con la infancia y la juventud en la isla de Cerdeña, pasa por las primeras experiencias socialistas y de periodismo militante en la ciudad industrial de Turín —así como los estudios universitarios, en particular, en lingüística— hasta llegar a los tres momentos fundamentales de su vida política madura: a) la recepción de la revolución bolchevique, L’Ordine Nuovo y las luchas de los Consejos de Fábrica (1918-1920); b) la fundación del Partido Comunista Italiano (pci), el fascismo, la estancia en Moscú y el retorno a Italia como secretario general del Partido (1921-1926); y c) la cárcel (1926-1937).4 A cada uno de ellos corresponden partes substanciales de su obra, así como inflexiones, cambios, ajustes, novedades que han sido objeto de estudio, debate y de polémica, en particular, con respecto de si la reflexión en la cárcel lo lleva a fortalecer su pensamiento en la continuidad, en la ruptura o en la renovación del marxismo y, en 3   Aunque existe una serie de polémicas y teorías complotistas que, sin sustento, quiere argumentar la ruptura entre Gramsci y el campo comunista como, por ejemplo, las surgidas en torno a los Cuadernos desaparecidos, la traición de Togliatti, la benevolencia de Mussolini o la supuesta conversión al catolicismo de Gramsci en su agonía. Sobre el tema, véase Angelo D’Orsi (2014). 4   Para contextualizar la trayectoria de Gramsci en el comunismo italiano, véase Paolo Spriano (1967-1968).

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especial, de su vertiente leninista. Junto con otros, me inclino por la última perspectiva, porque conocer su trayectoria política, así como sumergirse en la compleja extensión de su obra, permite apreciar que Gramsci se mantuvo siempre anclado a la tradición marxista y bajo la influencia de la obra teórico-práctica de Lenin, al tiempo que construía y desarrollaba una contribución original en esta corriente de pensamiento, confrontándose —como sostenía Manuel Sacristán— con cuatro adversarios principales: “el del fascismo, el de la derecha comunista, el de la izquierda comunista y el de Internacional misma” (Sacristán, 1998: 163). Aún inmerso en las pasiones de su época, alcanzó la trascendencia de un clásico, en tanto se reveló y se revela contemporáneo, a caballo entre “pasado y presente”, recorriendo temáticas y cuestiones de alcance universal y, por lo tanto, siempre actuales. Gramsci interpretó vivencialmente la filosofía de la praxis que pregonaba, con lo cual se convirtió no sólo en autor de culto, sino en una inspiración para la práctica política, una punta de lanza especialmente filosa de una corriente que quería e insiste en cruzar la interpretación y la transformación del mundo en sentido igualitario. El archipiélago de los Cuadernos Si bien la inteligencia de Gramsci destellaba ya en sus reflexiones y planteamientos como periodista militante y como dirigente revolucionario, antes del fatídico año 1926, es indiscutible que su obra en la cárcel condensa y proyecta la originalidad de su reflexión y, por ello, sus cuadernos se convirtieron en el núcleo de los estudios gramscianos y en un texto de referencia para el pensamiento político moderno. Frente al que ha sido llamado el “laberinto de papel” de los Cuadernos de la cárcel,5 se han desarrollado de forma com  La expresión es de Gianni Francioni (2016).

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binada o divergente, según los tiempos y los casos, distintos tipos de esfuerzos interpretativos. Uno de ellos asumió la tarea de descifrar —a través de la labor filológica— la complejidad propia de la sofisticación intelectual que alcanzó Gramsci en sus apuntes; el entramado de situaciones, contextos, referencias, alusiones y fuentes que retroalimentan las reflexiones carcelarias que se plasman en una serie de cuadernos, con la “c” minúscula, es decir: aquellos conjuntos de hojas en los cuales colocó fichas de trabajo, apuntes, pero también reflexiones más desarrolladas e incluso borradores de ensayos. En la forma “cuaderno”, como soporte material que refleja las condiciones de trabajo en la cárcel, se desplegó la arborescente agenda político-intelectual de Gramsci, dando luz a una obra que, también por su peculiar marxismo crítico, se mantuvo abierta, no lineal y fragmentaria sin dejar de ser, en última instancia, articulada y coherente. Por ello, al interior de éste, que más que un laberinto es un archipiélago de papel, de ideas y de conceptos —compuesto por islas conectadas por el mar—, una serie de estudios buscó y logró reconocer de manera precisa que estaba surcado por recorridos trazados deliberadamente, itinerarios posibles e hipotéticas conexiones reticulares que fueron relevadas en distintos planos interpretativos, no sólo aquellos de matriz estrictamente filológica o historiográfica, sino también de corte filosófico, teorético o político-estratégico. El primer paso de estos últimos siempre ha sido identificar un hilo conductor, un leitmotiv —como lo sugería el propio Gramsci— reconocible como clave de lectura de una “concepción del mundo” que no pudo exponerse “sistemáticamente” (C 16, 2, 248). Así, en el seno de los estudios gramscianos se han evidenciado diversos posibles hilos conductores al interior de los Cuadernos. Entre ellos sin duda destaca, por su centralidad teórica, el que gira en torno a la cuestión de la hegemonía, pero, también, su aterrizaje más concreto o, mejor dicho, de los “funcionarios” que la promueven y sostienen, es decir, de los intelectuales, que el pro14

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pio Gramsci —como veremos— colocaba en el centro de su programa de trabajo, tanto en una carta a Tania como en los índices que elaboró y que efectivamente ocuparon un lugar destacado, no sólo en el cuaderno especial que les dedicó —el 12—, sino que aparecieron transversalmente en el conjunto de los escritos carcelarios. Finalmente, aunque esta elección refleja más las intenciones de los lectores-intérpretes que las del autor, el carácter abierto y fragmentario de los Cuadernos permite trazar y recorrer itinerarios distintos que no traicionan las preocupaciones político-intelectuales de Gramsci, que eran múltiples pero convergentes.6 En este haz, sostendré a lo largo del presente libro que, a mi parecer, el leitmotiv, o por lo menos un hilo conductor fundamental, se encuentra en la idea de voluntad colectiva como síntesis de la conformación de un sujeto político autónomo, inserto en la disputa hegemónica; porque, más allá de la multiplicidad de intereses, intuiciones y ramificaciones de la reflexión de Gramsci, una preocupación de fondo aflora permanentemente y orienta el conjunto de su pensamiento: la de la constitución de una voluntad política que se proyecta desde la subalternidad hacia la autonomía y la hegemonía, es decir, de un sujeto organizado y creador/portador de una concepción del mundo, susceptible de impulsar una revolución social y una reforma moral e intelectual. Éste es un hilo conductor que, en mi opinión, abarca los temas de la hegemonía y los intelectuales y muestra los pliegues fundamentales y distintivos del marxismo gramsciano, al asumir que la originalidad de Gramsci se inserta y se monta en el marco de una específica 6   En efecto, hubo quienes indicaron la centralidad de las nociones de bloque histórico, revolución pasiva, Estado integral, guerra de posiciones, cultura o sociedad civil. El único —y muy logrado— intento de reconstrucción integral de las interpretaciones, recepciones y disputas, principalmente las italianas, sobre el pensamiento de Gramsci se encuentra en Guido Liguori (2012), recientemente publicado en inglés en la colección de Historical Materialism.

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interpretación del marxismo como filosofía de la praxis, o bien, de la acción política. En todo caso, sea cual sea el eje o el tema elegido, alrededor de una serie vasta —pero definida y limitada— de problemáticas centrales, Gramsci tejió un conjunto de postulados que desembocó en teorizaciones novedosas y sugerentes, las cuales, a su vez, constituyen un universo conceptual original, potente y fecundo.7 Con la elección de un punto neurálgico, se delinea el pasaje que nos lleva de la explicación —con respecto de su relevancia como autor— a la decisión de retomar aspectos específicos de su pensamiento con finalidades analíticas determinadas, transitamos transitamos de la pregunta ¿por qué Gramsci? a la de ¿Gramsci… para qué? ¿Gramsci… para qué? De las grandes vetas que conforman los estudios gramscianos contemporáneos, este libro opta por el terreno teórico-conceptual. Aunque la argumentación comporte contribuciones y una postura original al interior del debate gramsciológico, es concebida como base para proponer un uso coherente y pertinente de los conceptos en el análisis de procesos políticos contemporáneos, en particular aquellos relacionados con las dinámicas de acción política y de movilización social de las clases subalternas. A lo largo del texto, trato de moverme en la frontera entre gramsciología y gramscianismo, con la intención de encontrar un equilibrio que creo no sólo posible sino útil y necesario. A diferencia de la mayoría de la literatura especializada ver  Un universo que trató de ser aprehendido en el monumental diccionario elaborado en el seno de la International Gramsci Society, que cuenta con más de 600 voces: Guido Liguori y Pasquale Voza (2006). Una selección de 100 voces fue traducida en castellano en Guido Liguori, Massimo Modonesi y Pasquale Voza (2022). Cabe señalar que a esta versión se agregó la de autonomía, inexplicablemente ausente en la versión original. 7

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tida sobre el pensamiento de Gramsci, los capítulos que aparecen a continuación no tienen propósitos históricos o filosóficos, ni pretenden ser un producto del estudio filológico de su obra, ni buscan esclarecer las condiciones de encarcelamiento, ni el estado de ánimo del prisionero, ni cuáles eran o cómo utilizaba sus fuentes, ni cómo reflejaba en sus notas sus inquietudes respecto de las noticias políticas que recibía, ni sus apreciaciones elípticas en cuanto al fascismo y al comunismo soviético. Se nutre, sin duda, de estas contribuciones, y además se retroalimenta de los estudios que resaltan los cambios o continuidades entre el antes y el después del encarcelamiento, que muestran la trayectoria militante de Gramsci en el contexto de los principales acontecimientos y movimientos políticos de su tiempo. Tampoco me propuse incursionar en el terreno de la historia de las ideas con la búsqueda del sitio de Gramsci en el marxismo de su época, o de su impacto en las siguientes; no es un intento por entender al Gramsci filósofo, ni al Gramsci historiador.8 Podría acercarse a una tentativa por perfilarlo como teórico de la política o de lo político, según se entienda y distingan estas acepciones, en la medida en que pretende destacarlo como un pensador de los procesos de subjetivación política. Se podría decir “sociólogo”, si no fuera que Gramsci, como buen marxista, no se situaba al interior de campos disciplinarios y, en particular, aborrecía la sociología determinista y mecanicista de aquellos años, tanto la positivista que dominaba la escena, como la marxista que estaba emergiendo. Al mismo tiempo, dicho sea de paso, hoy en día lo que podría causarnos un escozor semejante sería más bien la politología, dominada desde hace décadas por enfoques centrados en temáticas estatalistas, institucionalistas y elec8   Si sobre el filósofo abundaron desde siempre los textos, hay que registrar un interés reciente en resaltar el perfil historiográfico de Gramsci, véase Alberto Burgio (2003) y el reciente trabajo de Yohann Douet (2022).

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toralistas, lo cual convirtió a la sociología política, por lo menos al interior de ciertas ciudadelas universitarias, en su veta centrada en la acción colectiva —aun con sus aristas y sus nichos conservadores—, en un refugio para aquellos que siguen interesados en valorar al conflicto social, a los actores y los movimientos antisistémicos. Este libro no ofrece tampoco una lectura exhaustiva del concepto hegemonía, cuya complejidad ha movilizado una enorme cantidad de estudios y de lecturas,9 aunque como lo argumentaré más adelante (y a lo largo de todos los capítulos), mis hipótesis con respecto a la relevancia y el lugar de los conceptos de subalternidad y, en particular, de autonomía tienen implicaciones en la delimitación de una acepción de hegemonía ligada a los procesos de subjetivación política y, por lo tanto, colocan o apuntalan una perspectiva específica de este concepto tan invocado en la teoría y la práctica política de nuestro tiempo. Senderismo conceptual En efecto, este libro tiene humildes y, al mismo tiempo, ambiciosos propósitos, en tanto perfila un definido y limitado —pero al mismo tiempo vasto— horizonte teórico. Propongo en sus páginas un ejercicio conceptual que evidencia una perspectiva analítica sobre la conformación procesual, desigual y combinada de las subjetividades políticas en relación con aspectos, dimensiones o cualidades subalternas, autónomas y hegemónicas. Este esfuerzo se vincula, como lo explicitaré en las conclusiones, con una trayectoria de reflexión teórica que inicié hace más de una década, movida por la preocupación ante un vacío que señalaba como déficit de teoría (neo)marxista del sujeto político en el campo de la   Para un panorama, véanse los textos recientes de Perry Anderson (2017) y Giuseppe Cospito (2021b). 9

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sociología política y de las teorías de la acción colectiva y de la movilización social y política (Modonesi, 2016). Valga la ironía con la que podemos leer hoy a Zavaleta, quien sostenía que: “no es una exageración escribir que la difusión de las discusiones estatales es una verdadera medida del grado de proximidad de una clase con relación al poder” (Zavaleta, 1987: 22). Se da la paradoja de que, en nuestro horizonte histórico de visibilidad, los marxistas son los más filosos y certeros críticos de las formas estatales, y al mismo tiempo nos encontramos lejos de un asalto anticapitalista de las mismas (y menos aún de una capacidad para reformular sus contornos y sus contenidos en clave poscapitalista). Por otro lado, muy poco sabemos descifrar e impulsar las configuraciones de sujetos políticos antisistémicos y esto se convierte, en efecto, en una medida o un criterio para sopesar la distancia tanto de la conquista del poder, al que aludía Zavaleta, como de la construcción de un contrapoder a la altura del desafío del asedio recíproco y de la posibilidad de hacer época, para usar un par de sugestivas imágenes gramscianas. Y, sin embargo, por allí tenemos que iniciar; volver a empezar. Construcción del sujeto y del proyecto revolucionario van de la mano y son condiciones de acumulación de fuerza indispensables para modificar una correlación a todas luces desfavorable. Justamente allí es donde viene en nuestro socorro Gramsci, el pensador de la lucha en el reflujo, convencido de que “cuando todo aparece perdido, hay que poner manos a la obra comenzando desde el principio”.10 Y en el principio está la lucha y el sujeto que la emprende para defenderse y liberarse de la dominación. Pudiera parecer obvio que la obra de Gramsci ofrece una contribución a la teorización de la subjetividad política. Más allá de la obviedad —que no lo es tanto, como mostraré en el capítulo I—, sugeriré en las conclusiones que en la obra de Gramsci se hallan los fundamentos, es decir, las coordenadas   En una carta a su hermano Carlo del 12 de septiembre de 1927.

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básicas a partir de las cuales se pueden y deben fundamentar y desarrollar teorizaciones marxistas sobre los procesos de subjetivación política y, por lo tanto, de la acción colectiva y los movimientos sociales. Como ya lo mencioné, aunque buscamos reconocer, delimitar y evidenciar conexiones teóricas entre conceptos fundamentales del pensamiento de un autor particularmente sugerente, perfilando de paso un posicionamiento específico y original al interior del universo académico gramsciano, la apuesta de fondo es, en última instancia, que el arsenal conceptual que resulta de este ejercicio puede adaptarse y “traducirse”, para que tenga eficacia analítica y práctica de cara a los desafíos de nuestra época. Por otra parte, coincido, como lo sostenía Gerratana, “Gramsci por sí solo no se sostiene” (1997b: XXIV), es decir: su obra cobra sentido y adquiere proyección al surgir de y relacionarse con una corriente de pensamiento. En aras de proyectar al marxismo hacia las fronteras analíticas e interpretativas que requerimos para entender la realidad histórica y política que nos rodea, partimos de las intuiciones de Gramsci para ir más allá de las mismas, para pensar gramscianamente nuestro tiempo y, en la medida de las posibilidades a nuestro alcance, hacer época; desde Gramsci, más allá de Gramsci y con Gramsci, como lo argumentaré en las conclusiones. Itinerario A partir de estas premisas, a lo largo del texto mi reflexión se desarrolla mediante cinco movimientos conceptuales, correspondientes a cuatro capítulos y una conclusión/apertura. El primer capítulo problematiza la noción de hegemonía, que es la que ha ocupado el centro del debate sobre la obra de Gramsci y, por lo tanto, permite colocar algunas coordenadas del estado del arte, al interior del cual se inserta la perspectiva que aquí sostengo: leer a Gramsci como un teórico marxista 20

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de la subjetivación política. Al mismo tiempo, allí se presenta —a grandes rasgos— como planteamiento general, la idea que la teorización gramsciana se despliega fundamentalmente en la tríada categorial subalternidad-autonomía-hegemonía, al interior de la cual juega un rol central la autonomía como experiencia y práctica de distinción y de autodeterminación del sujeto político. Los siguientes dos capítulos se adentran en la obra de Gramsci y desmenuzan cronológica y lógicamente la aparición, colocación, sentido y relaciones de estos tres conceptos, destacando la centralidad de la noción de autonomía. El capítulo II se centra, en particular, en la articulación entre subalternidad y autonomía, mientras que el capítulo III desentraña el vínculo entre autonomía y hegemonía. El capítulo IV presenta una lectura del concepto revolución pasiva desde la perspectiva de los subalternos, lo cual permite redondear el abordaje gramsciano al tema de la subjetivación política, todo bajo el supuesto de que la intención y capacidad de pasivización/subalternización impulsadas, ya sea por las clases dominantes a través de transformaciones estabilizadoras o por reformismos conservadores, es una reacción al antagonismo y la autonomía incipiente de las clases y los grupos subalternos. En las conclusiones, a modo de recapitulación, esbozo un ejercicio de imaginación sociológica que, ordena y densifica los conceptos en aras de perfilarlos y proyectarlos hacia el estudio concreto de los movimientos sociales y políticos. A nivel metodológico, he procedido de forma sencilla y relativamente canónica, cruzando la lectura de la obra de Gramsci con la revisión de una vasta literatura de estudios especializados, con particular atención y profundidad en las temáticas centrales de este libro. Por otro lado, en la exposición he recurrido abundantemente a las citas textuales de Gramsci para que los lectores pudiesen apreciar directamente sus palabras y las cotejen con mis consideraciones. Los capítulos II y III, donde profundizo en los escritos de Gramsci, los he presentado en una secuencia rigurosamente cronológica —salvo ex21

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cepciones menores, siempre justificadas y explicitadas—, ya que este criterio permite una apreciación filológica más adecuada del “ritmo del pensamiento” del marxista italiano. Por otra parte, cabe mencionar que lo que presento en este libro es parte de una trayectoria de reflexión que inicié con la publicación, en 2010, de Subalternidad, antagonismo y autonomía. Marxismo y subjetivación política (Modonesi, 2010), en el cual ya aparecían algunas ideas que aquí desarrollo y, sobre todo, un enfoque y una perspectiva analítica que aún sostengo y pretendo perfeccionar. Posteriormente, he publicado un artículo en el cual profundicé el análisis del concepto de subalternidad y avancé la idea de la centralidad de la autonomía (Modonesi, 2018), que se convierte aquí no sólo en un punto crucial de mi argumentación, sino posiblemente en la contribución más original que aspiro a insertar en el campo de los estudios gramscianos actualmente existentes. Otras ideas, que se asoman en la conclusión del libro, aparecieron en El principio antagonista (Modonesi, 2016), y lo referido al concepto de revolución pasiva en el capítulo IV tiene como antecedente ese mismo libro, así como Revoluciones pasivas en América Latina (Modonesi, 2017) y La revolución pasiva. Antología de estudios gramscianos (Modonesi, 2022). Por último, una versión del primer capítulo apareció en forma de artículo en Historical Materialism (Modonesi, 2023) y un esbozo sobre el lugar del concepto de autonomía en los Cuadernos fue publicado en el Diccionario gramsciano (Liguori, Modonesi y Voza, 2022). En este sentido, por lo menos desde el ángulo específico del estudio conceptual de la obra de Gramsci y su potencial teórico, todo el texto culmina un proceso de más de una década dedicada al trabajo artesanal, metateórico, de desarmado, rearmado y pulido de conceptos gramscianos que considero herramientas de enorme valor analítico e imprescindibles claves de lectura y de acción colectiva en el “mundo grande y terrible” en el que vivimos. Aunque, dicho sea de paso, escribí estas páginas a caballo entre dos mundos, Europa (Roma y Madrid) y América Lati22

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na (Ciudad de México), occidentes separados por una notable distancia geográfica, cultural y política. Eventualmente esto comporta también un hiato teórico y de motivaciones epistémicas, mismo que es perceptible en el afán conceptual-instrumental y en el respiro militante que, creo, se percibe detrás de mis palabras, sin menoscabo de un rigor académico no aséptico, sino expresión de una pasión política por la verdad de inspiración nítidamente gramsciana. Agradecimientos A Guido Liguori, por la amistad y la complicidad política e intelectual que recorre estas páginas; y por la “lazialitá”. A los diversos amigos y colegas que, en distintos momentos, leyeron, comentaron e hicieron sugerencias sobre este libro o parte de él. A la unam, en particular, por los periodos sabáticos en Roma y en Madrid que me dieron el espacio y el tiempo para escribir este libro. La investigación se realizó gracias al apoyo del programa papiit-dgpa al proyecto IN301619 Fundamentos de una teoría gramsciana de la subjetivación política.

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CAPÍTULO I Gramsci y el sujeto político

Este capítulo tiene un carácter introductorio, ya que presenta un campo de debate y, en su interior, la perspectiva que sostengo y que reaparecerá a lo largo de todo el libro: la necesidad y utilidad de delimitar y rescatar, en la obra de Gramsci, una noción específicamente subjetiva de hegemonía que permita colocar este concepto como coordenada de una lógica y de una secuencia en un proceso de subjetivación política, que incluye las nociones de subalternidad y autonomía. Subjetivación política y/o ejercicio del poder estatal De la noción de origen bolchevique y leninista de la “hegemonía” [como posibilidad/capacidad de la clase obrera de superar el plano corporativo y convertirse en el centro de una alianza revolucionaria con el campesinado (Di Biagio, 2008; Brandist, 2015)], que Gramsci enriqueció y complejizó en sus Cuadernos de la cárcel en medio de una multiplicidad de usos y aplicaciones,11 podemos distinguir, de acuerdo con Christine   Cospito los enlista puntualmente: “En los Cuadernos, en efecto, la hegemonía es política, político-intelectual, social, político-social, civil, intelectual, moral y política, política y moral, intelectual y moral, ético-política, cultural, económica, comercial y financiera. El adjetivo ‘hegemónico’ se encuentra ligado a los siguientes términos (en orden alfabético): aparato, actitud, actividad, acción, carácter, círculo, construcción cultural/ideológica, dominio, elemento, exponente, fase, factor, fuerza, función, influencia, manifestación, nación, posición, presión, principio/principios, punto de vista, cuestión, sistema, Estado/ Estados, vida histórica, a los que se agregan, en las Cartas, momento y 11

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Buci-Glucksmann, dos acepciones fundamentales: “un análisis de la hegemonía en términos de constitución de clase” y “un análisis de la hegemonía en términos de Estado” (BuciGlucksmann, 1978: 18). En un sentido similar, Nicos Poulantzas diferenciaba la hegemonía a partir de su origen proletario o burgués: “dos ámbitos que se presentan, pese a sus relaciones, como diferenciados: el de la función política objetiva y de la estrategia de proletariado —lo cual plantea el problema de sus relaciones con el concepto de dictadura del proletariado— y en el de las estructuras del Estado capitalista y de la constitución política de las clases dominantes en la sociedad moderna” (Poulantzas, 1969: 43). Esta diferenciación, la podríamos entender a la par de la de potentia y potestas, es decir, como “poder hacer” y “poder sobre”, usando la distinción de Spinoza que ha sido retomada en los últimos años por varios autores como Negri, Holloway y Dussel. O podríamos sostener, como lo haré más adelante, que se trata de dos caras u horizontes de la hegemonía, del horizonte interior, en donde se atañe el de la constitución interna del sujeto, y el exterior, que se proyecto afuera del mismo. Si bien estas dos formas generales de la hegemonía están estrechamente articuladas,12 los estudios gramscianos contemporáneos y los usos más difusos del concepto,13 salvo contadas unidad moral. Hay que considerar, además, el uso menos frecuente del adjetivo ‘hegemónico’ para caracterizar, siempre en orden alfabético: clase, cultura, fuerza militar/política, grupo social/territorial, nación, potencia, agrupación, raza, Estado; en otras ocasiones ‘hegemónico’ es usado como sustantivo o en forma adverbial (hegemónicamente)” (Cospito, 2016: 60-61). 12   Sostenía Buci-Glucksmann que, en Gramsci, “no hay un análisis de la integración de las clases subalternas por una clase dominante sin la teoría de los modos de autonomización y de constitución de clase que posibilitan a una clase subalterna el convertirse en hegemónica” (Buci-Glucksmann, 1978: 79). 13   Empezando por Poulantzas, quien sostiene que el concepto sólo debe utilizarse en relación con las prácticas de las clases dominantes, tanto como ejercicio del poder estatal como de la composición de blo-

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excepciones, operan un recorte y se orientan a concebir la hegemonía estrictamente como expresión y como lógica de la dominación, con lo cual se olvida o relega a un segundo plano su acepción relativa a la subjetivación política de las clases subalternas. No obstante, ha sido reconocido por diversos autores que la reflexión de Gramsci en los Cuadernos de la cárcel —como gran parte del debate marxista de su época— gira alrededor de la cuestión del sujeto político, ya que problematiza y teoriza formas y dinámicas de subjetivación política y propone una filosofía de la praxis, que implica la construcción de sujetos que actúan políticamente en función de una voluntad colectiva y que se realizan plenamente en el despliegue hegemónico de lo que Gramsci llamaba un príncipe moderno: el partido entendido como forma organizada de una voluntad colectiva, un “intelectual colectivo”, para usar la eficaz paráfrasis de Togliatti [2001 (1958): 255]. Una reflexión, la de Gramsci, en donde la praxis —la acción política— se desarrolla por medio de interacciones conflictuales y consensuales, enmarcadas en circunstancias históricas y sociales determinadas, entre actores y sujetos políticos que nombra de forma diversa: principalmente clases y grupos subalternos, pero también masas, multitudes, pueblo, productores, trabajadores, intelectuales, partidos, burocracias, jefes, figuras carismáticas (césares) o expresiones como “hombre colectivo”, “hombre de masa”, etc. Al mismo tiempo, eso que parece obvio a primera vista no es convencionalmente aceptado en el debate académico, siendo que esta dimensión clásica y central del pensamiento gramsciano ha sido relevada y subrayada sólo de forma intermitente y esporádica, sin haber sido colocada en el centro de una sistemática y continuada línea de investigación. En efecto, repasando la larga y extensa contienda interpretativa sobre su que en el poder y del papel predominante de una fracción o una clase en su seno (Poulantzas, 1969b: 169-175).

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obra, que tuvo lugar en Italia desde la posguerra y que reconstruye Liguori en su Gramsci conteso, la cuestión de la subjetividad política ocupa un lugar central sólo en los abordajes más próximos a la militancia como, por ejemplo, en la lectura de Togliatti y de los intelectuales inscritos al Partido Comunista Italiano (pci) en las décadas de 1950, 1960 y 1970, en relación con la temática del Partido y de la clase susceptibles de ejercer una hegemonía o, en el trasfondo del debate entre historicismo y estructuralismo, en autores como Luciano Gruppi, Nicola Badaloni, Biagio De Giovanni, Leonardo Paggi, Giuseppe Vacca o Valentino Gerratana (Liguori, 2012). En particular, al interior de esta comunidad intelectual, cabe destacar dos contribuciones que explícitamente resaltaron la cuestión del sujeto político como eje articulador de la obra de Gramsci. En primer lugar, la que realizó el autor de la edición crítica de los Cuadernos de la cárcel, Valentino Gerratana, a mediados de la década de 1970, a partir de la idea de que Gramsci desarrolló las intuiciones de Lenin sobre la hegemonía como superación del momento económico-corporativo y de la mera dictadura del proletariado, para luego forjar una teoría general de la hegemonía en cuyo interior, sin embargo, había que distinguir formas específicas e instrumentos de clase para no confundir las modalidades de la hegemonía burguesa con las de la hegemonía proletaria. Para sostener esta diferencia substancial, Gerratana se apoyaba en un pasaje crucial de Gramsci, en el cual éste afirma que el marxismo: “no es el instrumento de gobierno de grupos dominantes para obtener el consenso y ejercer la hegemonía sobre clases subalternas; es la expresión de estas clases subalternas que quieren educarse a sí mismas en el arte de gobierno y que tienen interés en conocer todas las verdades” (C 10, 41, 201). Argumentaba entonces Gerratana que la hegemonía burguesa era inevitablemente una ilusión o distorsión, que servía para enmascarar la dominación y generar un “consenso pasivo”, mientras que la proletaria debía basarse en la verdad; ser “pedagógica”, fincarse 28

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en un “consenso activo” y orientarse hacia la emancipación y a la constitución de un sujeto amplio y plenamente autodeterminado, “sin aliados subalternos” (Gerratana, 1977: 40-41 y 51-52).14 El mismo Gerratana, siempre en 1977, afirmaba que el tema de fondo del pensamiento de Gramsci era la justa ponderación de la formación y el alcance de la voluntad colectiva: Se puede decir, en conclusión, que lo que caracteriza a Gramsci como pensador revolucionario no es la exaltación de la voluntad en general (mucho menos de una voluntad entendida —a la Schopenhauer— como intervención ordenadora del mundo), sino la búsqueda de las condiciones en las que puede formarse una voluntad colectiva permanente (Gerratana, 1997b: 117).

Para argumentar esta centralidad, Gerratana se pertrechaba en un pasaje crucial de los Cuadernos, en donde Gramsci sostenía que el corazón del marxismo: Es el problema de la formación de una voluntad colectiva que depende inmediatamente de esta proposición, y analizar críticamente qué significa la proposición implica investigar exactamente cómo se forman las voluntades colectivas permanentes, y cómo es que tales voluntades se proponen fines inmediatos y mediatos concretos, o sea una línea de acción colectiva (C 8, 195, 314).

Esta misma frase será reiteradamente invocada a principios de la década de 1990 —y repetida en años recientes— por Giuseppe Vacca, prolífico y longevo intelectual italiano, 14   Volverá en otro texto, 10 años después, sobre esta idea de la hegemonía como autoeducación, “Le forme dell’egemonia” (1987), publicado en Gerratana (1997b).

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para sostener que la filosofía de la praxis de Gramsci debe entenderse como “una teoría de la constitución de los sujetos”. Un sujeto que Gramsci planteaba de forma problemática no como “un dato sino como resultado de combinaciones dinámicas entre intelectuales y masas” [Vacca, 2020 (1991) y 2017: 142 y 185]. Vacca centraba su análisis en el nexo entre intelectuales y partido y su impacto en el plano democrático estatal, y sugería una distinción entre “sujetos empíricos y subjetividad histórica” [Vacca, 2020 (1991): 141], aunque —a diferencia de lo que proponemos— mantenía una perspectiva de arriba hacia abajo —desde el partido y el Estado— sin desarrollar ni sustentar este planteamiento de abajo hacia arriba, en relación con una perspectiva clasista y revolucionaria y vinculada al archipiélago de conceptos y problemas referentes a los grupos y clases subalternas, la espontaneidad, la autonomía, la conciencia contradictoria, etc. En todo caso, Gerratana y Vacca fueron exponentes destacados de una interpretación del pensamiento gramsciano y del concepto de hegemonía relacionada con la conformación del sujeto político, que era hija legítima de las preocupaciones y los debates del área político-intelectual del pci, donde proliferaron, en particular, en los años sesenta y setenta, los estudios gramscianos. Un área intelectual cuya irradiación, dicho sea de paso, inspirará a Ernesto Laclau —de allí la acepción subjetivista de hegemonía que desarrolla en su teorización sobre el populismo (Laclau, 1978, 1987 y 2005)— así como a la difusión impulsada, en particular, por José Aricó (2017) y Carlos Nelson Coutinho (1986) —quienes frecuentaban regularmente los círculos gramscianos italianos—, el perfil de los gramscianos latinoamericanos, tendencialmente más propensos a reconocer la centralidad de la cuestión de la lucha social y el sujeto político en construcción, por encima de la del grupo o la clase dirigente constituida y del Estado. Y, en efecto, una definición particularmente sugerente en la dirección que nos interesa desarrollar, la proporciona el 30

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argentino Juan Carlos Portantiero en un texto —colocado como antítesis a la provocación posclasista de Laclau en el coloquio de Morelia en 1980—15 en el cual propone la noción de “acción hegemónica”, entendida como “constelación de prácticas políticas y culturales desplegada por una clase fundamental, a través de la cual logra articular bajo su dirección a otros grupos sociales mediante la construcción de una voluntad colectiva que, sacrificándolos parcialmente, traduce sus intereses corporativos en universales” (Portantiero, 1985: 282). Para Portantiero la teoría de la hegemonía implicaba una teoría de la organización, de la constitución de las clases como voluntades políticas colectivas. La hegemonía es el proceso a través del cual una clase se produce a sí misma como sujeto histórico; es una construcción social y, como tal, se expresa en multiplicidad de organizaciones y de prácticas por las que una clase fundamental, al reconstruir su unidad como sujeto político, es capaz de dirigir al pueblo-nación. Es el resultado de una tensión permanente entre movimientos políticos y movimientos sociales en el interior de una conflictualidad que jamás debiera clausurarse (Portantiero, 1985: 299).

Este proceso se daba, según Portantiero, en el cruce entre el Estado y la sociedad civil, y en esta última se gestaba la presencia subordinada, pero “no silenciosa ni invisible” de las clases subalternas y sus “impulsos contrahegemónicos” para trasladarse al plano estatal, a un Estado como punto de equilibrio “que sintetiza la dominación al procesar simultáneamente la prevalencia de los intereses de las clases dominantes y el compromiso con intereses emergentes de las clases dominadas” (Portantiero, 1985: 283). 15   Las actas del coloquio, con las ponencias de Laclau y Portantiero, fueron publicadas en 1985 (Labastida Martín del Campo, 1985). Sobre este evento ver también Volpi (2020).

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Sin embargo, salvo esta excepción —por lo demás aislada, ya que se trata de un artículo que no encuentra eco y sistematización en la obra del propio Portantiero— y los antecedentes que mencioné anteriormente, esta noción centrada en la acción y la subjetividad política quedó al margen de las principales corrientes contemporáneas que desarrollaron y difundieron la noción de hegemonía en el mundo. Éstas son, según Frosini —quien coordinó un extenso e intenso seminario internacional sobre el concepto de hegemonía que ha venido desarrollándose en los últimos años en la Universidad de Urbino: a) la francesa (1960s-1970s), Louis Althusser, Nicos Poulantzas y Michel Foucault; b) la inglesa (1960s-1970s), Raymond Williams y Stuart Hall; c) la argentino-mexicana (1970s), Juan Carlos Portantiero, José Aricó, René Zavaleta y Ernesto Laclau; d) la hindú (1980s), de los subaltern studies; e) la escuela norteamericana neogramsciana, estudio de las relaciones internacionales (1980s1990s) (Frosini, 2017a: 7). En efecto, ninguna de éstas reúne simultáneamente tres criterios fundamentales: no colocan en primer plano la cuestión de la subjetivación política, y logran mantenerse en el perímetro de la elaboración gramsciana sin proyectarla/actualizarla de forma consistente. Esto es porque la mayor parte de los autores no puso el acento en la subjetivación, sino en el asujetamiento, es decir, sobre la eficacia de la dominación; mientras quienes lo hicieron dejaron a Gramsci en el camino y, finalmente, los pocos que se dedicaron a seguir la senda gramsciana del estudio de los procesos de subjetivación política no lograron, a mi parecer, producir resultados teóricamente robustos y, por lo tanto, influyentes y duraderos. La raíz bolchevique y leninista del concepto de hegemonía que Gramsci desarrolló y complejizó como parte integrante y culminante de la constitución del sujeto socio-político —como expansión o dilatación subjetiva— fue tendencialmente desplazada por los estudios sobre su obra o que parten de ella, para mover hacia el terreno del análisis de la dominación, del ejer32

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cicio del poder por parte de las clases dominantes y, por lo tanto, del análisis y la comprensión del Estado, en el sentido integral, inclusivo de la sociedad civil, que le otorgó el marxista italiano. Contribuciones Esto no quiere decir que no haya un reconocimiento o, por lo menos, una problematización —en tiempos recientes— de la importancia, de por sí difícilmente negable, de la cuestión subjetiva en la elaboración del concepto de hegemonía en Gramsci. En el universo de los gramsciólogos italianos, además de Giuseppe Vacca y Roberto Finelli, quienes venían señalando este aspecto desde tiempo atrás, en los últimos años, autores como Musté, Di Meo, Cospito y Frosini ofrecieron contribuciones importantes.16 En medio de su vasta producción intelectual de los últimos años, Vacca no ha dejado de reiterar —sin desarrollar— la idea de la “teoría de la constitución del sujeto” que se encontraría en los Cuadernos (Vacca 2016 y 2017), la cual —como vimos anteriormente— ya había avanzado Gerratana. Marcello Musté, estudioso muy cercano a Vacca, ha retomado esta misma fórmula al afirmar que “la inversión de la praxis es obra subjetiva, requiere la labor activa de la hegemonía, de la iniciativa política” (Musté, 2018: 329).17 Mientras que Roberto Finelli sostuvo explícitamente que   Otra aportación notable ha sido la de Riccardo Ciavolella, quien recuperó el debate antropológico —en particular la obra de Ernesto De Martino y Alberto Maria Cirese en Italia— y de la historia social y retomó una línea de reflexión que conecta y problematiza, en clave de subjetivación política, subalternidad y hegemonía (Ciavolella 2019: 2020 y 2022). 17   Retoma la misma formulación de Vacca del sujeto no como “dato”, sino como “resultado histórico” en su ensayo introductorio a Vacca (2020: 200). Misma fórmula que también usa Basile (2020). 16

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para Gramsci es la hegemonía, más que la economía, la que va a determinar el conjunto del devenir histórico, marcado por “el hacerse y deshacerse de sujetos colectivos, ligados por la capacidad o menos de dirigir socialmente y políticamente, además de a sí mismos, la mayoría de las clases y grupos de un determinado conjunto histórico-social” (Finelli, 2012: 322). En esta dirección, cabe también señalar la contribución de Di Meo para quien la noción de hegemonía evidencia una lectura del “proceso que se juega en el crecimiento o menos de las subjetividades sociales; sobre su condición de mayor o menor acentuada actividad o pasividad al interior del mismo; proceso no unívoco, ni unidireccional, hecho de muchos y diversos estadios, en el cual el conflicto entre múltiples opciones está siempre presente” (Di Meo, 2020: 58). La catarsis operaría, siguiendo a Gramsci, como pasaje de la estructura a la superestructura, de la necesidad a la libertad, donde “libertad” significa: la posibilidad de generar —por parte de un determinado sujeto social fundamental— todos los instrumentos necesarios para ponerse a sí mismo como protagonista autónomo de la historia, es decir, en poder colocar el problema de su propia hegemonía, a partir de un inicial “espíritu de escisión” (Di Meo, 2016: 59).

Entre los autores más centrados en la reconstrucción filológica del pensamiento de Gramsci, la cuestión ha aflorado de manera más problemática. Giuseppe Cospito, en un texto donde rastrea las variaciones en los usos de la noción de hegemonía en los Cuadernos, aunque trate de argumentar el desperfilamiento de la perspectiva clasista en Gramsci, reconoce, no obstante, el carácter subjetivo de la lucha hegemónica como relación de fuerzas cuando, por ejemplo, resalta la reescritura del C 9, 124 en el C 23, 6, donde “Gramsci definirá esa ‘seguridad en sí mismo’ del nuevo grupo social como ‘actitud 34

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hegemónica’, para reafirmar cómo la autoconsciencia (colectiva, además de individual) representa el primer paso en la vía de la afirmación de la hegemonía” (Cospito, 2016). Por su parte, Fabio Frosini, estudioso de Gramsci particularmente fecundo y original, volvió sobre la cuestión central colocada por Gerratana en los años setenta de la diferencia entre hegemonía burguesa y proletaria (Gerratana, 1997b: 122-127), para sostener una substancial equivalencia y un vínculo dialéctico entre ambas, que tiende a anular la especificidad de la segunda (Frosini, 2020: 283). Sin embargo, en un texto anterior, Frosini había señalado acertadamente que la autonomía en Gramsci no sólo era como capacidad de una clase “dirigirse a sí misma”, sino que era la “premisa de la hegemonía” (Frosini 2016: 128), con lo cual apuntó hacia un vínculo que ya había vislumbrado anteriormente su maestro, Giorgio Baratta, al sostener que “la búsqueda de autonomía se manifiesta como proceso de hegemonía, o sea, de subversión de la hegemonía dominante” (Baratta, 2003: 56). Al mismo tiempo, ninguno de los dos desarrolló este punto y Frosini, en el mismo texto, concluye que la forma de la hegemonía “jacobina”, la que llama también “teoría estándar” (Frosini, 2015: 32) —que evoca el tránsito de los subalternos hacia la autonomía como antesala para emprender la disputa hegemónica— es superada por Gramsci a partir de las consideraciones sobre la revolución pasiva, en la dilatación de la noción de hegemonía como “dialéctica de movilización y control” y “unidad entre gobernados y gobernantes” (Frosini, 2016). En este sentido, más allá de quienes ejerzan la hegemonía, ésta se realiza como dirección/dominación más que como un aspecto o dimensión de un proceso de subjetivación. Escribe Frosini, al dar cuenta de este desplazamiento y asentamiento del concepto: A esta altura (estamos en mayo de 1932) hegemonía es toda forma de unidad “real [...] entre gobernantes y gobernados”. El carácter “progresivo” de la hegemonía, es decir su ser un

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momento de auto-emancipación de los subalternos de una relación de dependencia en relación con una clase dominante, no deriva de la hegemonía en sí misma, no hace parte de su “concepto”. Y por otra parte Gramsci aclaró que no puede haber real acción política sin unidad real de gobernados y gobernantes, es decir sin hegemonía. Por ende, la hegemonía presenta siempre un aspecto de fanatismo. Construir una hegemonía no es más, como Gramsci consideraba en 1930, según el modelo jacobino inicial, sinónimo de emancipación de las pasiones inmediatas. La hegemonía se forma en el momento en el que en algún modo una ideología política hace “bloque” con los sentimientos más difusos en los subalternos, y se realiza la unidad real de gobernados y gobernantes. […] Llegamos así a una definición de hegemonía que concluye el recorrido iniciado por la elaboración de la noción de Estado integral. La hegemonía es la capacidad que un determinado elemento del espacio político puede adquirir, dadas una serie de circunstancias ligadas al nexo nacional/internacional de volverse el punto de condensación real de la unidad de gobernantes y gobernados, imprimiendo en ellos un determinado giro político (Frosini 2016: 159-161).

Es decir que, por no pertenecer ya al campo de los procesos de subjetivación política de los subalternos, el concepto no permite distinguir hegemonía burguesa de hegemonía proletaria, como sostenía Gerratana, sino que ambas son dos posibles caras de una misma forma de concebir y ejercer el poder a través de una combinación de consenso y coerción. Por su parte, otro destacado estudioso de la obra de Gramsci, Peter Thomas, se desmarca de los énfasis de Vacca, Frosini y Cospito en clave de superación de la hegemonía de inspiración leninista y, por el contrario, sostiene que la noción de hegemonía de Gramsci se forja fundamentalmente en Rusia entre 1922 y 1923, y no pierde en los Cuadernos su anclaje bolchevique y proletario; se vuelve un criterio y una posibilidad a partir de la cual se cuestiona la dominación burguesa, 36

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en particular, su “simulacro”, la versión fracasada de hegemonía: la revolución pasiva (Thomas, 2018). El mismo Thomas reconoce la contribución de Gramsci al marxismo en el terreno de la formación del sujeto político, que llama “teoría política del movimiento de la clase obrera”: Gramsci logra así dar el justo peso a dos dimensiones constitutivas de la tradición marxista no siempre fáciles de articular: por una parte la crítica de la economía política, o de aquellos elementos que tienden a una ciencia del modo de producción capitalista; por la otra una teoría política del movimiento de la clase obrera, es decir lo que Gramsci definía el estatus de “concepción del mundo” de la filosofía de la praxis. La primera dimensión describe las condiciones con las que la segunda debe confrontarse, pero en un último análisis (como subraya Gramsci) sólo la segunda puede explicar y justificar a la primera, en la teoría como en la práctica (Thomas, 2015).

Por otro lado, en el mundo anglosajón, los estudios que centraron su atención en la concepción gramsciana del sujeto político no se orientaron hacia la noción de hegemonía: optaron por destacar lo “no-hegemónico”, es decir lo “subalterno”. En este sentido, además de las contribuciones historiográficas y antropológicas de los subaltern studies y de los poscolonial studies,18 las cuales fueron decisivas para la difusión   Además de los clásicos volúmenes de la escuela hindú de estudios subalternos encabezada por Ranajit Guha, sobre los usos de Gramsci en los estudios poscoloniales, véase Srivastava y Bhattacharya (2012). Merece una mención aparte, al interior de esta corriente, Gayatri Spivak, quien afirmó que si los subalternos podían hablar, este acto significaba que tenían un mínimo de organización y, por lo tanto, ya no eran subalternos sino que había emprendido el largo camino hacia la hegemonía, Gayatri Chakravorty Spivak (2003). Para una profundización, en clave gramsciana, de la postura de Spivak, véase Piermarco Piu (2019). 18

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del concepto en el mundo anglosajón (aunque generaron más confusión que esclarecimiento respecto a su consistencia y alcance teórico),19 cabe destacar aquellos acercamientos que rescataron esta categoría a partir del estudio a profundidad de la obra de Gramsci (Buttigieg 1999 y 2009; Green 2007, 2013a y 2021; Thomas 2018 y 2019; Capuzzo 2009; Crehan 2004 y 2019). En una veta particularmente interesante, centrada en el vínculo/contraste entre una perspectiva marxista sobre la acción colectiva y las sociologías de los movimientos sociales, ecos de Gramsci han ido apareciendo con siempre mayor frecuencia, pero de forma esporádica, no sistemática y, en la mayoría de los casos, sin teorización de por medio, sino como aplicaciones de algunos conceptos a ámbitos específicos.20 La recuperación más consistente y relevante se encuentra en un libro colectivo sobre marxismo y movimientos sociales, único en su género, en el cual aparecen abundantes referencias a Gramsci (Barker-Cox-Krinsky-Nilsen, 2013). Sin embargo, las referencias se limitan a aspectos puntuales de su pensamiento y no se reconoce, en su obra, una teorización sobre la subjetivación política susceptible de vertebrar una perspectiva marxista sobre la acción colectiva y la movilización socio19   Desembocando en un subalternismo contradictorio, una aproximación esencialista centrada en la exaltación del subalterno autónomo, activo, conciente y rebelde o, alternativa y no dialécticamente, concebida como permanentemente sometida y derrotada (Modonesi, 2010: 39-51). En medio de la producción de esta corriente hay que rescatar reflexiones como las de Arnold [2008 (1984)] que, ya en 1984, al profundizar en el texto gramsciano, muestra mayor conciencia de la tensión entre subalternidad, autonomía y hegemonía y del problema teórico que le corresponde. 20   En este género, destaca un texto de Jean-Pierre Reed en el cual, aun cuando no pretenda teorizar, se restringe al tema de los subalternos, desde una óptica contra-hegemónica (enfatizando elementos como la pasión, las creencias populares, para apuntar hacia un análisis del papel político de la religiosidad popular en Nicaragua), tiene la virtud de reconocer explícitamente el aporte de Gramsci a la comprensión de la temática de la subjetividad política (Reed, 2013).

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política.21 En particular se pone el acento en el concepto de “conciencia contradictoria” de las clases populares/subalternas (Barker, 2013), en la pareja conceptual sentido común/buen sentido (Cox, 2013), en el papel de los intelectuales orgánicos (Humphrys, 2013). Y, paradójicamente, la noción de hegemonía es invocada para entender los “movimientos sociales de arriba” y no para los de abajo (Cox y Nilsen, 2013). Todas las contribuciones reseñadas en este apartado enriquecen el debate y colocan cuestiones y perspectivas de gran relieve, pero no logran revertir la tendencia dominante, ni situar en el centro de los estudios gramscianos el vínculo entre hegemonía y subjetivación política y, menos aún, reconocer y resaltar los nexos entre subalternidad, autonomía y hegemonía, coordenadas fundamentales de la gramática avanzada por el marxista sardo en sus Cuadernos. Hegemonía como subjetivación política ¿Por qué esta pendiente tan relevante ha sido y está siendo descuidada? Varias hipótesis pueden barajarse. Es posible que la tendencia a contraponer el subjetivismo voluntarista del Gramsci consiliarista, para luego contraponerlo al de corte más marxiano de los Cuadernos —con la intención de exaltar este segundo— haya conducido a minimizar el alcance subjetivo en las reflexiones carcelarias, asumiendo algo así como una ruptura epistemológica en la trayectoria del marxista sardo. O puede que ésta sea considerada menos original teóricamente frente a la noción ampliada de hegemonía, que ha 21   Prueba de ello es que en el trabajo de Krinsky, que más sistemáticamente se propone recuperar la obra de Gramsci, se aborda la cuestión en un plano filosófico —que no se relaciona directa y explícitamente con la acción colectiva y los movimientos sociales— en el cual resalta aspectos clave del marxismo: 1) la totalidad dialéctica; 2) la contradicción; 3) la inmanencia; 4) la coherencia y 5) la praxis (Krinsky, 2013).

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sido resaltada como una contribución a la teoría política en general. O, igualmente, porque la lógica de la construcción del sujeto histórico revolucionario era demasiado marxista y subversiva respecto de aquella —obviamente más universal y conservadora— del ejercicio del poder político desde el Estado. También podríamos aventurar que, hipotéticamente, esto refleja el predominio de las lecturas estructuralistas de Gramsci que rehuyeron a explicaciones centradas en la emergencia de sujetos políticos. Incluso podría atribuirse a la fragmentación temática propia de los estudios gramscianos que los ramificó a costa de la dispersión de la agenda y del desperfilamiento de aspectos fundamentales. O, quizá, debido a esa espasmódica búsqueda de novedad típicamente académica —además de periodística— de acercamientos originales al estudio de la obra del marxista sardo a costa de excluir elementos centrales que fueron colocados desde la década de 1970. En todo caso, el hecho es que una cara del problema quedó eclipsada al quedar en segundo plano —no casualmente— la raíz más política, marxista y leninista de la cuestión de la subjetividad y, al mismo tiempo, el aspecto más espinoso de la crisis del marxismo de los años setenta y ochenta: la hipótesis de la constitución política del sujeto histórico proletario, de los impactos subjetivos de la lucha de clase, de la lucha como acción y del sujeto que lucha. A la luz de la derrota histórica del movimiento comunista en todas sus expresiones y corrientes, en paralelo con el inicio de la mundialización de Gramsci y de la propagación de las lecturas de su obra con una óptica culturalista, el deslizamiento de los temas de la subjetivación detrás de los del asujetamiento es una señal de un cambio de época, marcado tanto por la derrota como también por la ausencia —sobre todo en Italia— de nuevas coyunturas propicias, de momentos de agudización de conflictualidad que auspiciaran emergencias subjetivas políticamente fuertes, desafíos prácticos que invocasen y despertasen cuestiones teóricas. También por este 40

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anclaje histórico-político de la teoría marxista, y en particular de las reflexiones gramscianas, el escenario iberoamericano resultó más propicio, en las últimas décadas, para que se retomaran en esta clave las intuiciones de Gramsci. Por otro lado, incluso en estos contextos menos desfavorables, las escasas lecturas recientes de los Cuadernos centradas en la subjetivación política tienden a bifurcarse entre acercamientos que podemos definir subalternistas y hegemonistas, perspectivas esencialistas, cuyo peso interpretativo se inclina hacia un lado o el otro de la ecuación gramsciana. Soluciones que desplazan y descentran respectivamente hacia abajo o hacia arriba la cuestión del sujeto, como –-para poner ejemplos colocados en los extremos–- el subalternismo poscolonialista y el hegemonismo laclausiano o populista de izquierda. Esta divergencia no respeta la lógica del pensamiento de Gramsci, quien partía de y desarrollaba la idea marxiana de un sujeto socio-político que se coloca sincrónicamente, así como se constituye y se desarrolla diacrónicamente, adentro, contra y más allá del capital y el Estado que le corresponde; es decir, al interior pero potencialmente más allá de la relación de explotación y de dominio. En términos gramscianos, un sujeto no sólo subalterno, sino tendencial y potencialmente autónomo y eventualmente hegemónico. En esta óptica, con base en una intuición de Baratta (2007), he señalado que, entre subalternidad y hegemonía, polos del proceso de subjetivación política sugerido por Gramsci, se erige y media la autonomía, un concepto que si bien no es objeto de una reflexión puntual —y puede que por ello no figure en el Dizionario Gramsciano (Liguori y Voza, 2009)— aparece permanentemente y ocupa un lugar crucial no sólo en la famosa nota del C 3, después retomada en el C 25 (Modonesi 2018a y 2018b): un pasaje fundamental de los Cuadernos —que citaremos en extenso en los siguientes capítulos—, aquello sobre las fases por las cuales los subalternos se vuelven autónomos; en donde la autonomía es más que la simple premisa o bisagra que abre la posibilidad he41

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gemónica, la coronación del príncipe que sanciona una lograda plena soberanía subjetiva, el protagonismo histórico y, por lo tanto, la definitiva salida de la subalternidad. Finalmente, la noción de autonomía, más allá de lo nominal, corresponde a una problemática insoslayable, ya que se refiere a la de independencia de clase, que es la piedra miliar de la cuestión subjetiva marxista, de Marx en adelante, y pasa obviamente por el otro gran interlocutor de Gramsci, es decir, Lenin. Voluntad colectiva y sujeto político Antes de regresar al concepto de hegemonía, sobrevuelo rápidamente a modo de inventario —que será desagregado y profundizado en los siguientes capítulos— algunos puntos fundamentales del arco formado por los dos conceptos cardinales subalternidad y hegemonía, antípodas o polos de la dialéctica subjetiva gramsciana, y autonomía, que media y sirve de puente, de bisagra, cumpliendo un papel teórico —y obviamente práctico— de gran relevancia, aun cuando tenga menos visibilidad en los Cuadernos y, respecto de los otros dos, pueda resultar menos original —e incluso más problemático por su resonancia anarquista— en el contexto del léxico y los debates marxistas. El recorrido parte necesariamente de la concepción de sujeto de Gramsci. Sin el afán de ofrecer un tratamiento exhaustivo sobre este tema que atraviesa por completo la concepción filosófica y praxeológica del marxismo de Gramsci, es necesario y útil situar algunos postulados que resaltan cómo la constitución del sujeto político culmina en la formación de una voluntad colectiva. Gramsci usa la noción de sujeto en distintos planos y con diferentes grados de abstracción filosófica (Cacciatore, 2009: 788-780), pero raramente en referencia directa a sujetos sociales y políticos concretos —como las clases o los partidos— 42

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ya que no era éste el uso corriente del concepto en el lenguaje político marxista de la época.22 Es evidente, sin embargo, que a ellos conduce la lógica de la filosofía de la praxis gramsciana a la hora de concretarse histórica y políticamente. La perspectiva marxista que desarrolla Gramsci de lo subjetivo se contrapone al “individualismo metodológico” (Meta, 2019) y se refiere a la persona y al individuo como parte de una colectividad: el “hombre masa” u “hombre colectivo” ubicado en el terreno material, que brota y se instala en una específica relación entre estructura y acción de clase, se manifiesta a través de la praxis, en particular, en la formación catártica de una voluntad colectiva, entretejida con una conciencia de sí, con una concepción del mundo (una ideología y una filosofía) y que se organiza en forma de partido —como la expresión más acabada de organización clasista. Las colectividades se vuelven sujetos políticos, para usar una expresión gramsciana, gracias a atributos básicos, que se realizan procesualmente, se retroalimentan y se interconectan: conciencia/voluntad colectiva y organización partidaria. En contra del idealismo, pero también del marxismo economicista y determinista, apoyándose en las Tesis sobre Feuerbach que traduce en la cárcel de Turi, Gramsci concibe el marxismo, el materialismo histórico, como una filosofía de la praxis. En diversas ocasiones a lo largo de los Cuadernos formula definiciones que revelan el lugar y el peso de la subjetividad. En C 4, 37, 167 escribe: “materialismo histórico”, o sea actividad del hombre (historia) en concreto, esto es, aplicada a cierta “materia” organizada (fuerzas materiales de producción), a la “naturaleza” transformada por el hombre. Filosofía de la acción (praxis). 22   Tan es así que C 15, 25, 199, donde toca el tema de las fuerzas subjetivas, se refiere a la “subjetividad” del Partito de Acción (pda), al denotar que recurre a un concepto no convencional.

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La filosofía de la praxis, sostiene en C 10, I, 8, 128, está conectada con “la concepción subjetiva de la realidad” como hecho histórico y real, como acto práctico, como “subjetividad histórica de un grupo social”. Y en C 7, 18, 159 define praxis como “la relación entre la voluntad humana (superestructura) y la estructura económica”. Desde esta perspectiva, Gramsci concibe el proceso histórico-político como un devenir marcado por la lucha, en donde se sobreponen lo “humanamente objetivo” y lo “humanamente subjetivo”. En C 8, 177 (y después en C 15, 25) Gramsci plantea la relación entre condiciones objetivas y subjetivas; otorgando a estas últimas el papel dinámico y, por lo tanto, decisivo: “es en la medida de las fuerzas subjetivas y de su intensidad sobre lo que puede versar la discusión, y por lo tanto sobre la relación dialéctica entre las fuerzas subjetivas en contraste” (C 15, 25, 199). Es decir, en última instancia, la lucha de clases es la que dirime el proceso histórico y político. El hombre es concebido por Gramsci, en el cruce entre estructura y agencia, como “un bloque histórico de elementos puramente individuales y subjetivos y de elementos de masa y objetivos o materiales con los cuales el individuo se halla en relación activa” (C 10, II, 48, 215). La persona es entonces, para Gramsci, esencialmente política en tanto trenza su desarrollo individual con la transformación del mundo, una transformación histórica en la cual subraya el “momento cultural” (C 10, 44) que ocurre bajo la forma de una intervención humana, concebida ésta como “lucha” para cambiar lo existente, para superarlo. La historia —por el contrario— es una continua lucha de individuos y de grupos para cambiar lo que existe en cada momento dado, pero para que la lucha sea eficaz, estos individuos y grupos tendrán que sentirse superiores a lo existente, educadores de la sociedad, etcétera (C 16 12, 278). En C 8, 237 Gramsci sitúa la necesidad en la esfera de la subjetividad, en tanto se vuelve “operosa” como “creencia po44

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pular en la consciencia colectiva”, como “condiciones materiales suficientes para la realización del impulso de la voluntad colectiva” y, en este sentido, señala que la fortuna, para Maquiavelo, es tanto objetiva como subjetiva. En el trasfondo de esta postura aparece la influencia del Prólogo de 1859 de Marx, al cual Gramsci hace muchas alusiones, algunas explícitas como en C 8, donde coloca el crucial “problema de la formación de una voluntad colectiva” (C 8, 195, 314). La noción de voluntad colectiva, que en la juventud de Gramsci catalizaba ciertas incrustaciones idealistas —como es particularmente evidente en el conocido artículo “La revolución contra El Capital”—, en los Cuadernos se asienta en el terreno materialista histórico de la filosofía de la praxis, ya que expresa su realización conciente y organizada. Aparecerá centralmente en C 13, 1 (retomado sin cambios substanciales de C 8, 21), de la mano de la cuestión del “príncipe moderno” (es decir, el Partido Comunista) como impulsor de una voluntad colectiva nacional-popular —y de una reforma intelectual y moral— que no se afirma espontáneamente, sino a través de un partido que tiene que edificarla en un contexto histórico determinado por sus posibilidades y restricciones. El moderno Príncipe debe tener una parte dedicada al jacobinismo (en el significado integral que esta noción ha tenido históricamente y debe tener conceptualmente), como ejemplificación de cómo se ha formado en concreto y cómo ha actuado una voluntad colectiva que al menos en algunos aspectos fue creación ex novo, original. Y es preciso que sea definida la voluntad colectiva y la voluntad política en general en el sentido moderno, la voluntad como conciencia activa de la necesidad histórica, como protagonista de un real y efectivo drama histórico (C 13, 1, 16).

La voluntad es, por lo tanto, conciencia en acción, actuante y operante. Liguori señala que Gramsci aun siendo filosofo 45

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de la voluntad, sostiene que ésta no lo puede todo (Liguori, 2006: 66); lo que Coutinho plantea como articulación dialéctica entre teleología y causalidad: la voluntad colectiva puede ser “protagonista” de la historia en tanto sintetiza el procesamiento subjetivo de lo objetivo (Coutinho, 2022: 505). Finalmente, cabe señalar, aunque sea sólo de paso, que la voluntad colectiva, aún asentada en el firme piso de relaciones sociales materiales, se nutre de catarsis y pasión, de mitos y utopías, elementos y conceptos de los cuales Gramsci se apropia críticamente y que inserta en su original óptica de la configuración del sujeto histórico. Entre la subalternidad y la hegemonía A partir de estas coordenadas filosóficas centradas en la formación de la voluntad colectiva se despliega la cuestión de la subjetivación política en relación con los conceptos de subalternidad y autonomía —que veremos en detalle en los siguientes dos capítulos. En efecto, de la conceptualización y caracterización de la condición subalterna arranca el hilo rojo que lleva de la pasividad a la actividad o activación; a la praxis, a la que corresponden en los Cuadernos las nociones más concretas de acción política o acción colectiva, expresiones que Gramsci usa con cierta frecuencia —más la primera que la segunda— como cuando afirma, por ejemplo, que “la acción política tiende precisamente a hacer salir a las grandes multitudes de la pasividad” (C 7, 6, 148). En este tránsito se verifican las experiencias y las prácticas subalternas son caracterizadas por la espontaneidad, el “subversivismo esporádico e inorgánico” (C 8, 25, 231); y también por la defensa activa, en donde interviene una tendencia a la activación subjetiva que es impulsada por el “espíritu de escisión”, el corte, el desgarre, el momento de ruptura que antecede y permite la sutura interior, la construcción autónoma que pasa por dinámicas de “progresiva autoconsciencia”, de 46

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“comprensión crítica de sí mismos” (C 11, 12, 253). Molecularmente, pero también por medio de saltos, de catarsis, avanza la formación de una voluntad colectiva, la “consciencia exacta de su propia personalidad histórica” (C 3, 46, 48), a través de la intervención de intelectuales orgánicos que orquestan y conectan una concepción del mundo, que contienden el sentido común. La voluntad colectiva, concretamente se plasma en la iniciativa histórica, en el sujeto colectivo, en el príncipe moderno, un partido en el sentido histórico y no efímero —según la distinción de Marx en una carta a Freiligrath de 1860 (Marx-Engels 2010: 80-87)—, una organizada voluntad colectiva nacional popular que, por medio de una guerra de posición se propone ser dirigente y dominante, construir y ejercer hegemonía, expugnar las trincheras de la sociedad civil, promover una revolución social y realizar una reforma moral e intelectual. Escribe Gramsci en este sentido que las clases subalternas pueden y deben “ser dominantes, desarrollarse más allá de la fase económico-corporativa para elevarse a la fase de la hegemonía ético-política en la sociedad civil y dominante en el Estado” (C 13, 18, 41); una secuencia que tiende a la agregación y a la organicidad, a hacer bloque, que comporta relaciones dialécticas y no mecánicas, pasajes cuantitativos y cualitativos, saltos, pero también, y sobre todo, transformaciones moleculares, según una lógica y, por lo tanto, una inteligibilidad del proceso de subjetivación política. En este contexto, el concepto de hegemonía aparece más como factor de subjetivación que de asujetamiento; es decir, hegemonía hacia los aliados antes que hacia los adversarios, como horizonte interior y potencia, antes de desplegarse exteriormente como potestas.23 23   “El estudio del desarrollo de estas fuerzas innovadoras desde grupos subalternos a grupos dirigentes y dominantes debe por lo tanto buscar e identificar las fases a través de las cuales han adquirido la autonomía con respecto a los enemigos que había que abatir y la adhesión

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Esta distinción, que comporta dos planos —distintos aunque articulados—, no establece una secuencia mecánica a lo largo de una línea homogénea, pero no puede ser mutilada por una lectura estrictamente desde arriba de la hegemonía, es decir, de hegemonía como ejercicio top-down del poder que niega su construcción bottom-up del sujeto político —sin que esto impida reconocer el valor de la expansión del concepto operada por Gramsci, su novedad en el debate marxista de la época y su relevancia actual. Al mismo tiempo, también desde el punto de vista ampliado y alargado, la noción de hegemonía no excluye la cuestión subjetiva, la tensión pasividad-activación. En efecto, la otra vertiente de la hegemonía, la que expresan las clases dominantes, no es sólo la culminación de su propia trayectoria de subjetivación al “convertirse en Estado” (C 25, 5, 182), sino que, además, en la tensión entre dominación y emancipación, resulta, en el análisis gramsciano, antitético, es decir subjetivante, subalternizante, propio de las voluntades y las prácticas de asujetamiento. Me refiero en particular a toda la galaxia de cuestiones que gira alrededor del concepto de revolución pasiva que veremos en el capítulo IV. En este sentido, hegemonía es, en abstracto, afirmación paulatina de un sujeto dirigente y dominante y, por otra parte, a nivel histórico-político concreto, afirmación de la burguesía, negación y/o reconocimiento subordinado de las clases subalternas y, finalmente —en un sentido proyectual, hipotético—, su posible tránsito, vía autonomía y el consecuente alcance de la hegemonía hacia su emancipación y la disolución de toda dominación coercitiva. Así, la hegemonía no puede, en un pensamiento emancipatorio como el marxista y el gramsciano, quedarse relegada a una de los grupos que las ayudaron activa o pasivamente, en cuanto todo este proceso era necesario históricamente para que se unificasen en Estado. El grado de conciencia histórico-política al que habían llegado progresivamente estas fuerzas innovadoras en las diversas fases se mide precisamente con estas dos medidas y no sólo con el de su alejamiento de las fuerzas anteriormente dominantes” (C 25, 5, 183).

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mera instrumentalidad, ser herramienta de poder sin otra finalidad que su reproducción en el terreno de las relaciones de dominación. En Gramsci, la teorización de la hegemonía es, también, inevitablemente, crítica de la hegemonía burguesa, crítica teórica y práctica que pretende invertirla en una hegemonía alternativa que la niegue y la supere. La centralidad de la autonomía En esta óptica, es necesario, en mi opinión, rescatar una perspectiva gramsciana de la autonomía y la emancipación que ha sido desplazada por las opuestas derivas del subalternismo y el hegemonismo, respectivamente por el estudio de los subalternos en cuanto víctimas, siempre derrotadas, siempre marginales, o de la hegemonía como ejercicio de la dominación, desde arriba, en donde, de forma simétrica, los subalternos se quedan como tales o son sustituidos por otros, igualmente subordinados y oprimidos. La pendiente subjetiva del concepto de hegemonía, estrechamente ligada, entrecruzada a los de subalternidad y de autonomía permite, a mi parecer, captar plenamente los matices, las distinciones y las discordancias propias del proceso: los pasajes y las condensaciones a las que aludía esquemáticamente antes, pero, de manera particular, las tensiones en cada uno de los pasajes: la construcción del sujeto hegemónico atravesada por implicaciones y contradicciones derivadas de la condición subalterna, del ejercicio de márgenes de autonomía y del conseguimiento progresivo de la autonomía integral. La autonomía debe entonces ser considerada como una cuestión mucho más substancial y decisiva que un simple pasaje instrumental hacia la hegemonía. La hegemonía “hacia los aliados” es un primer prolongamiento subjetivo, todavía más acá del proceso de subjetivación, de la constitución del sujeto político, separable sólo metodológicamente del más

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allá respecto de los adversarios, la hegemonía plenamente realizada, a la que corresponde el ya mencionado alargamiento gramsciano del concepto. El primer nivel de articulación y expansión hegemónica es, entonces, parte integrante de la construcción del sujeto político, de la incorporación de aliados como dilatación o ensanchamiento del sujeto, mientras que, en relación con los adversarios, es parte de una relación de dominación, de contraposición, aun permeada por el consenso. Atendiendo el criterio gramsciano, antes de la conquista del poder del Estado, debe sedimentarse una subjetividad capaz de expresarse en la sociedad civil, un poder encarnado subjetivamente y no por aparatos de Estado, un contrapoder que en América Latina ha sido a menudo llamado “poder popular”; un recortarse subjetivamente al interior de la relación de dominación antes o mientras se cose y descose el tejido nacional y popular en clave de alternativa hegemónica. Lo cual, obviamente, no encuentra correspondencia en la estrategia laclausiana de articulación transversal o desde arriba, o en el culto del acontecimiento que, en nuestros días, propicia precipitaciones y atajos populistas. El horizonte interior de la hegemonía, visto desde el más acá subjetivo, se relaciona con la autonomía y se convierte en una ecuación que podemos formular, en términos gramscianos, como autonomía + hegemonía; o, en otras palabras, autonomía acorazada de consenso. La extensión de la hegemonía entonces no sólo presupone la existencia de un sujeto, sino como decía anteriormente, su coronación principesca en el plano político de la dirección y el dominio, la prolongación de una dilatación subjetiva que tiende potencialmente a abarcar a la sociedad en su conjunto. Respecto de la subalternidad, además de otras cuestiones anexas sobre las cuales volveré más adelante, la cuestión central es que, como decía anteriormente, la subalternidad es efectivamente un punto de partida, pero también una huella que no desaparece y, por ende, la historia de las clases subal50

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ternas no es sólo retrospectiva, sino que se trenza y continúa con las formas de autonomía y hegemonía. Con lo cual, debemos entender que, así como la espontaneidad no se disuelve en la dirección consciente, la subalternidad no se disuelve en contacto con la autonomía y en la hegemonía. Rastrear su persistencia y sus formas disímbolas permite reconocer las inercias, incrustaciones y contradicciones que persisten en la subjetividad, en las autonomías parciales; combinaciones desiguales que hay que descifrar —de acuerdo con las circunstancias de cada caso—, que se arrastran y anidan en subjetividades que se presumen plenamente autónomas y que aspiran a la hegemonía. Otro problema candente se pone con respecto a la democracia, en referencia a la distinción-unificación entre gobernados y gobernantes en el seno de la hegemonía, pero también de un proceso de subjetivación expansivo que comporta tanto alianzas, articulaciones y ejercicio en la dirección, como también —y de manera consecuente— relaciones de fuerza internas y lógicas de subordinación, de consenso y de coerción que subsisten, y son entonces constitutivas del proceso y del sujeto que le corresponde. Si la autonomía es premisa de la hegemonía, debería haber un alto grado de correspondencia e incluso de prefiguración, entre las formas y las prácticas de la autonomía y aquellas de la hegemonía.24 Aquí es donde cobra sentido lo que Valentino Gerratana advertía. Ahora bien, partiendo de este ejercicio esquemático de reconocimiento y ubicación de las coordenadas conceptuales   Emerge en este plano eminentemente democrático también el tema anexo del pluralismo. Como lo releva con precisión Liguori, la cuestión fue colocada al interior de los estudios gramscianos entre 1976 y 1977, y marca un pasaje de época, en respuesta a solicitudes liberales. Sin embargo, hay que reconocer que ya desde la década anterior, Pietro Ingrao —en un texto de 1964, después publicado en Masas y poder de 1977— reflexionaba sobre la hegemonía en clave pluralista de forma original, “Un primo dibattito sul pluralismo politico” (Ingrao, 2015). 24

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elaboradas por Gramsci, que nos permitió evidenciar la perspectiva del sujeto político que atraviesa los Cuadernos de la cárcel y mostrar la relevancia subjetiva de la cuestión de la hegemonía, estrechamente interconectada con las dimensiones de la subalternidad y la autonomía, podemos dar dos pasos hacia atrás y uno hacia el costado; es decir: revisar a detalle, en los siguientes capítulos, con mayor apego a la letra gramsciana, los conceptos de subalternidad y autonomía y sus conexiones, así como sus vínculos con los de hegemonía y revolución pasiva.

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CAPÍTULO II Subalternidad y autonomía

Como he anticipado en el capítulo anterior, el lugar y el papel que ocupa el concepto de subalternidad en el pensamiento de Gramsci puede apreciarse plenamente sólo si se coloca en estrecha relación, en combinación o co-ordinación con los de autonomía y hegemonía. Porque Gramsci no es un teórico de la subalternidad sino, por el contrario, de la salida de la subalternidad, de la construcción histórica de un sujeto social y político pos-subalterno, es decir autónomo y, por lo tanto, habilitado a y capaz de disputar y ejercer la hegemonía. En los siguientes apartados, recuperando y desarrollando elementos que ya formulé anteriormente (Modonesi 2010 y 2018a) o que fueron aportados a la literatura que sobre el tema fue acumulándose en la última década, trataré de presentar y ordenar los elementos vertidos por Gramsci en sus notas, en aras de mostrar cómo el concepto de subalterno, contrapunteado por el de autonomía, va contribuyendo a una concepción específica y original del proceso de constitución del sujeto político. Surgimiento del concepto de subalterno Después de haber elaborado, en su papel de dirigente revolucionario, una reflexión que oportunamente tendía a resaltar y exaltar la fuerza independiente, la autonomía y la potencia transformadora y emancipadora de la clase obrera —que veremos detalladamente en el siguiente capítulo—, en sus escritos carcelarios, Gramsci deja la sensación de dar intencional53

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mente un paso atrás, a nivel de análisis histórico y teórico, para poder retomar el camino y trazar un nuevo itinerario. Se plantea, en efecto, la necesidad de volver a la historia de las clases subalternas, de reconocer sus límites y alcances para pensar los recorridos posibles que, de forma más contradictoria y tortuosa de lo que se suponía en el marxismo de su época, podría conducir a la formación de niveles y de independencia (autonomía) y de conciencia de clase como condición para emprender y sostener la lucha por la hegemonía (una temática que, como ha sido señalado, en cierta medida hereda de Lenin y los bolcheviques y, en otra, desarrolla de forma original). En el plano teórico y lógico, la noción de subalterno se vuelve la condición para pensar y desarrollar las de autonomía y de hegemonía. Pero, al margen de las conjeturas teóricas o metateóricas —que ya esbozamos en el capítulo anterior y que desarrollaremos en los siguientes—, incluso en el plano genealógico, en la elaboración diacrónica y arborescente de los Cuadernos, es un hecho que la aparición de la palabra subalterno es simultánea a la de hegemonía e incluso antecede su pleno despliegue en las reflexiones carcelarias. Este entrecruzamiento remonta, de manera embrionaria, a Alcuni temi sulla questione meridionale, texto de 1926,25 en donde, sin utilizar la noción de subalterno, refería de forma explícita a la peculiar condición de subordinación del campesinado del sur del Italia, al papel cumplido por los intelectuales tradicionales en esta configuración específica del dominio burgués y a la necesidad de una alianza obrero-campesina en una perspectiva revolucionaria. A nivel cronológico, el adjetivo subalterno aparece en los Cuadernos, por primera vez en su acepción corriente, en relación con la estructura jerárquica en el ejército, referido a los 25   También a la preocupación por el campesinado en el contexto de la estrategia del frente único que se vierte en las Tesis de Lyon del III Congreso del pcdi (enero de 1926).

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oficiales subalternos (C 1, 43, 103). Un uso convencional que no deja de marcar el origen y la pertinencia del concepto en el contexto del análisis del poder de dominio y de dirección, de la relación jerárquica de mando-obediencia y de la condición o situación de subordinación y de sumisión. Siempre en el Cuaderno 1, la noción de subalterno es utilizada para referirse al sometimiento de un individuo o de una institución —por ejemplo, la Iglesia católica (C 1, 139, 184). Es sólo hasta el Cuaderno 3 cuando —a lo largo de cuatro notas escritas entre junio y agosto de 1930— el concepto se desplaza y se asienta en el terreno de las relaciones sociales y políticas, en tanto Gramsci nombra “subalternas” a las clases dominadas, asignándoles una denominación original que apunta a una caracterización específica y abre una perspectiva analítica novedosa.26 El título de la nota 14, Historia de la clase dominante e historia de las clases subalternas, es un título programático que inaugura una línea de reflexión que atraviesa el conjunto de los Cuadernos, un surco que, como señala Buttigieg (2009: 826), fue aflorando en el desarrollo de la reflexión de Gramsci, ya que se puede constatar que no lo tenía contemplado a la hora de elaborar los índices tentativos tanto al inicio del Cuaderno 1 (8 de febrero de 1929) o el 8 (en 1930),27 como en dos cartas   Marcus Green (2021: XXXVI) señala que probablemente Gramsci heredó la fórmula “clases subalternas” de la lectura de Gioberti, un autor ampliamente invocado en los Cuadernos, pero que, cabe señalar, la utiliza en textos que no figuran entre los que consta que fueron poseídos por Gramsci antes y durante el encarcelamiento, véase el Fondo Libraio Antonio Gramsci, [https://www.fondazionegramsci. org/categoria/agmono/?ap=a]. Habría, por lo tanto, que demostrar que Gramsci los hubiese leído previamente para tenerlos en mente a la hora de adoptar el término. 27   Donde claramente pone el acento en la temática central de una “historia de los intelectuales italianos” y desagrega tanto “ensayos principales” como “grupos de temas”, entre los cuales figuran referencias a temáticas puntuales, sin alusiones evidentes a los subalternos o a la hegemonía. 26

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a Tatiana Schucht (19 de marzo de 1927 y 25 de marzo de 1929).28 Al mismo tiempo, en la primera anuncia su interés por el “espíritu popular creativo” en el cual puede entreverse el interés por los subalternos. Al mismo tiempo, su aparición mueve el horizonte analítico gramsciano al punto de ameritar ser objeto de un cuaderno “especial” —el número 25, redactado entre el verano del 1934 y el inicio de 1935 en la clínica de Formia, ya en condiciones de salud muy precarias, es decir sin que Gramsci pudiera desplegar plenamente su aterrizaje y asentamiento. En este cuaderno, titulado Al margen de la historia. Historia de los grupos sociales subalternos, después de diez páginas dejadas en blanco para poder posteriormente colocar allí una introducción, en ocho notas Gramsci recoge y reelabora catorce de primera redacción —la mayoría de las cuales (4 de 14) no habían sido anteriormente rubricadas bajo el título Historia de las clases subalternas ni contenían la palabra subalterno (Green, 2021: L).29 En medio de los propósitos explícitos de investigación de Gramsci, que eran de naturaleza más histórica y giraban en torno a la cuestión de los intelectuales, el concepto emerge conforme avanza en la redacción de sus notas; en la medida en que desarrolla sus reflexiones sobre los siguientes “temas principales” enlistados en la primera página del Cuaderno 1: “1. Teoría de la historia y la historiografía; 2. Desarrollo de la 28   En la primera, Gramsci expresa su deseo por escribir algo “desinteresado”, “für ewig” —es decir “por la eternidad”—, planteándose realizar una investigación sobre la historia de los intelectuales italianos, seguida de un estudio de lingüística, otro sobre el teatro de Pirandello y finalmente sobre la literatura popular. En la segunda carta, a este primer tema agrega el de la “teoría de la historia y la historiografía” y el “americanismo y fordismo”, (Gramsci, 2003: 70-71 y 197). 29   Y no todas aquellas que lo fueron, ya que en todos los Cuadernos esta rúbrica aparece 16 veces. Señala Green que el 25 es el único cuaderno especial sobre un tema que no aparecía en índices precedentes, lo cual indicaría que Gramsci se percató de su importancia revisando sus notas previas.

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burguesía italiana hasta 1870; 3. Formación de los grupos intelectuales italianos”, además de otros puntos sobre el folklore, el sentido común y la “cuestión meridional”, por mencionar sólo aquellos directamente vinculados con la problemática (Green, 2011: 393). Cabe señalar que en estos listados temáticos tampoco aparecen referencias a las nociones de hegemonía y revolución pasiva que formarán una trenza con la de subalternidad, confirmando que Gramsci no situaba en el primer plano de su indagación los conceptos, sino los procesos y fenómenos históricos, políticos, ideológicos y culturales más concretos. En términos académicos actuales diríamos que, de cara a determinados objetos de estudio, formulaba y utilizaba un marco teórico conceptual específico. En un momento todavía inicial del recorrido intelectual plasmado en los Cuadernos, en junio del 1930, en C 3, 14, reformulado en C 5, 2 en 1934, nace el concepto de subalterno, uno de los nudos fundamentales de la problemática política, histórica y teórica que antes estaba sólo latente, como parte de una difusa y constante preocupación de origen marxista por la condición de los dominados, los oprimidos y los explotados en las sociedades capitalistas. § 2. Criterios metodológicos. La historia de los grupos subalternos es necesariamente disgregada y episódica. Es indudable que, en la actividad histórica de estos grupos, hay una tendencia a la unificación si bien según planos provisionales, pero esta tendencia es continuamente rota por la iniciativa de los grupos dominantes y, por tanto, sólo puede ser demostrada a ciclo histórico cumplido si éste concluye con un triunfo. Los grupos subalternos siempre sufren la iniciativa de los dominantes, aun cuando se rebelan y sublevan: sólo la victoria “permanente” rompe, y no inmediatamente, la subordinación. En realidad, aun cuando aparecen triunfantes, los grupos subalternos están nada más en estado de defensa activa. […] Todo rastro de iniciativa

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autónoma de parte de los grupos subalternos debería por consiguiente ser de valor inestimable para el historiador integral (C 25, 2, 178-179).30

Los subalternos son enfocados retrospectivamente, desde un prisma historiográfico, pero también asumiendo por historia el conjunto del proceso social y la acción política de los sujetos históricos. En esta nota, el título de la primera versión del C 3, Historia de la clase dominante e historia de las clases subalternas, contrapone dominación (hegemonía) y subalternidad, y los sujetos respectivos confrontados en términos de lucha de clase y de correlaciones de fuerzas. En efecto, conforme a la noción de hegemonía ya esbozada en C 1, 44, la “iniciativa de la clase dominante” se refiere al uso del poder entendido como dirección, es decir, ejercido fundamentalmente a través del consenso y no necesaria o principalmente por medio de la coerción. El título resalta también el carácter plural de las clases subalternas, en contraste con la unidad de la clase dominante. Esto pone en evidencia la concepción de Gramsci con respecto del grado y de la forma de la cohesión subjetiva de los subalternos: las clases subalternas, para él, se caracterizan por ser diversas, diferentes, disgregadas, con una débil tendencia hacia la unificación “a nivel provisional”.31 Volvere  La primera redacción en el C 3 es la siguiente: “§ 14. Historia de la clase dominante e historia de las clases subalternas. La historia de las clases subalternas es necesariamente disgregada y episódica: hay en la actividad de estas clases una tendencia a la unificación aunque sea en planos provisionales, pero ésa es la parte menos visible y que sólo se demuestra después de consumada. Las clases subalternas sufren la iniciativa de la clase dominante, incluso cuando se rebelan; están en estado de defensa alarmada. Por ello cualquier brote de iniciativa autónoma es de inestimable valor” (C 3, 14, 27). 31   Buttigieg señala oportunamente que en esta distinción: “El elemento distintivo de los subordinados y los grupos subordinados es su desintegración. Estos grupos sociales (o clases) no son sólo múltiples, sino que también están divididos y son bastante diferentes entre sí. Aun30

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mos sobre el problema de la composición interna de esta especificidad. Se vislumbra también en esta nota el piso de la praxis subalterna: el carácter episódico y defensivo de su actuar. Una frase es particularmente contundente y sugerente: “las clases subalternas sufren siempre la iniciativa de la clase dominante, aun cuando se rebelan” (y agrega en una segunda redacción, se “sublevan”), a la que corresponde la idea de la “defensa alarmada” (mal traducido en castellano como “defensa activa”). Así que, por una parte, los subalternos aparecen como pasivos o apáticos, sufren la iniciativa hegemónica, fundamentalmente la imposición no violenta y la asimilación de la subordinación, es decir, la internalización de los valores propuestos por aquellos que dominan o conducen moral e intelectualmente el proceso histórico. Lo subalterno indica por lo tanto cierto grado de parálisis subjetiva. No obstante, Gramsci afirma de forma inequívoca que los sujetos sociales son subalternos hasta en la rebelión, en la acción, aunque sea a la defensiva, y en el mismo pasaje reconoce su contraparte dialéctica: la tendencia a la acción autónoma en contra y en el marco perimetral de las fronteras establecidas por las relaciones y las reglas de la dominación y de su expresión hegemónica estatal. Gramsci vislumbra así, en la subalternidad, a la par de la imposición más o menos no violenta y de la internalización de los valores propuestos por los que dominan o conducen moral e intelectualmente el proceso histórico, la existencia de “rasgos de iniciativa autónoma”, rasgos de “inestimable valor” que constituyen el hilo rojo de la búsqueda gramsciana. En efecto, al mismo tiempo que están asujetadas, las clases subalternas se subjetivan. Se trata de dos movimientos simulque algunos de ellos pueden haber alcanzado un nivel significativo de organización, otros carecen de cohesión, mientras que en los mismos grupos hay varios niveles de subordinación y marginalidad”, Buttigieg (2009: 827). Del mismo autor ver Buttigieg (1999) y el reciente libro de homenaje a este autor de origen maltés (Cingari y Terrinoni, 2022).

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táneos que se sobreponen dialécticamente en el proceso histórico concreto. La subalternidad es definida por la acción, por la manifestación práctica —histórica y política— de su existencia, aunque sea “a los márgenes de la historia” o, en otras palabras, en ausencia del protagonismo que implicaría tener la iniciativa y orientar el proceso histórico: “hacer época”. Gramsci rechaza y refuta así todo dualismo maniqueo que pretenda escindir a los sujetos reales a partir de la separación entre rebeldía y sumisión como momentos separados; de la misma manera en que rechazará más adelante el dualismo espontaneidad-dirección conciente. Propone —en cambio— reconocer, sopesar y ponderar pasividad y activación,32 los cuales se presentan como alcances y límites de la emergencia subjetiva de los dominados —lo que son los subalternos en relación con lo que no son— partiendo de la idea de que los subalternos pueden dejar de serlo: que opere la negación de la negación, que se nieguen como sujetos asujetados, afirmándose como sujetos subjetivándose. La dialéctica del subalterno se despliega entonces alrededor del eje entre asujetamiento y subjetivación, entre pasividad y actividad. Y sobre esta línea se pueden colocar y distinguir grados y niveles de subjetivación de las que, como veremos, podemos denominar clases subalternas marginales y clases subalternas fundamentales. Dos correcciones relevantes de la versión del Cuaderno 25, más allá de la introducción de “grupos sociales” en lugar de “clases” (que mencionaremos posteriormente), corresponden al reforzamiento de la idea de “subalternidad” y la incorporación de la idea de “quiebre” (en italiano “spezzare”, traducido de forma imprecisa al castellano por “rompe” en C 25, pero no en C 3). Esta última remite a las relaciones de fuerzas “militares” que Gramsci distingue en otro pasaje fundamental de los Cuadernos (C 4, 38 después en C 13, 17), es decir, la derrota y la victoria —la conquista del poder— como momentos últimos y   Sostiene Di Meo (2020: 75 y 175-178) que para Gramsci la pasividad es “una fuerza históricamente activa”. 32

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definitivos de la crisis y el conflicto (entendidos como procesos políticos históricos). Esto demuestra que, a contrapelo de ciertas lecturas socialdemócratas y liberaldemócratas, Gramsci concibe, hasta sus últimos esfuerzos de (re-)escritura, en la revolución como acontecimiento político y no sólo socio-cultural, a la “guerra de movimiento” y al enfrentamiento “políticomilitar” como un momento y una forma específica y dirimente del conflicto. Por otra parte, las correcciones refuerzan el peso de la subalternidad en la medida en que Gramsci absolutiza (“continuamente”, “siempre”, “incluso cuando aparecen triunfantes”) las ataduras de la subordinación que había establecido en 1930, un endurecimiento de su apreciación sobre las dificultades inherentes a la activación de las clases subalternas; surgido, posiblemente, a la luz de lo ocurrido en ese quinquenio sombrío para el movimiento revolucionario occidental, pero también como contraparte de las reflexiones —desarrolladas en paralelo— sobre la revolución pasiva, en la cuales se enfatiza la capacidad de las clases dominantes para mantener la iniciativa, contener, retener y desviar el “subversivismo” de las clases subalternas mediante la incorporación parcial de sus demandas e incluso, vía transformismo, anexando sus grupos dirigentes. Espontaneidad y subversivismo Siempre en el Cuaderno 3, en referencia al “subversivismo” y a un odio que todavía no es de clase, Gramsci coloca el inicio del ciclo de constitución del sujeto político —aquí denominada “personalidad histórica”— en terreno de una incipiente, pero incompleta conciencia de clase: “una posición negativa y no positiva de clase”, su primera vislumbre, es sólo, precisamente, la posición negativa y polémica elemental: no sólo no se tiene conciencia exacta de la propia personalidad histórica, sino que tampoco se tiene

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conciencia de la personalidad histórica y de los límites precisos del propio adversario. Las clases inferiores, estando históricamente a la defensiva, no pueden adquirir conciencia de sí más que mediante negaciones, a través de la conciencia de la personalidad y de los límites de clase del adversario (C 3, 46, 48).

Otros elementos de caracterización del subversivismo como “esporádico, elemental e inorgánico” aparecerán pocos meses después, entre septiembre y octubre del mismo 1930, justamente con la emergencia de la noción revolución pasiva (C 10, 41, 205; antes en C 8, 25, 231). Esta temática aparece estrechamente ligada a la de la espontaneidad, que se despliega al interior de una de las notas más relevantes y más citadas de todos los Cuadernos, en la cual Gramsci se posiciona de forma original al interior de un debate crucial en el marxismo de su época. En C 3, en la nota titulada Espontaneidad y dirección consciente, afirma que no existe la “pura” espontaneidad sino situaciones en donde los elementos de “dirección consciente” son múltiples, pero no predominantes y no dejan “huella documentaria”. Para Gramsci la espontaneidad, sino una característica de la historia de las clases subalternas y, en particular, “de los elementos más marginales y periféricos de estas clases, que no han alcanzado la conciencia de clase ‘por sí misma’” (C 3, 48, 51). Sobre esta base, Gramsci refuta la acusación de “espontaneista” y “voluntarista” del movimiento de ocupación de fábricas del llamado bienio rojo (1919-1920) sosteniendo que allí no se promovía una postura política abstracta o meramente teórica, sino que respondía a un método histórico que privilegiaba lo concreto.33   “Se aplicaba a hombres reales, formados en determinadas relaciones históricas, con determinados sentimientos, puntos de vista, fragmentos de concepción del mundo, etcétera, que resultaban de las combinaciones ‘espontáneas’ de un determinado ambiente de producción material, con la ‘casual’ aglomeración en éste de elementos sociales diversos” (C 3, 48, 53). 33

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Poco más adelante, Gramsci definirá lo espontáneo de los sentimientos de las masas: Espontáneos en el sentido de no debidos a una actividad educativa sistemática por parte de un grupo dirigente ya consciente, sino formados a través de la experiencia cotidiana iluminada por el “sentido común”, o sea por la concepción tradicional popular del mundo, aquello que muy pedestremente se llama “instinto” y que no es, también él, más que una adquisición histórica primitiva y elemental (C 3, 48, 53).

Los subalternos se expresan y se manifiestan de forma espontánea, pero lo hacen a través de embriones de organización y de conciencia que se van desarrollando, y les permitirán salir de la marginalidad. “Espontaneidad” que, a su vez, corresponde a una experiencia guiada por cierto sentido común. La noción de sentido común en Gramsci se relaciona con la de folklore,34 siendo su versión más elaborada, mientras que se distingue claramente de la filosofía que representaría una concepción del mundo acabada. Si bien el sentido común es substancialmente conservador y tiende a pasivizar, al mismo tiempo —con distintos grados, según se trate de clases subalternas más o menos marginales— incluye elementos de buen sentido,35 que corresponderían a lo que ya Gramsci había señalado con respecto del “hilo rojo de valor inestimable”, que son aquellos elementos de la subalternidad que contienen signos de autonomía relativa o que prefiguran la autonomía integral. En efecto, en la misma nota, aparece el reconocimiento del potencial desarrollo desde lo subalterno hacia la autono  “Y también entonces en todo el sistema de creencias, supersticiones, opiniones, maneras de ver y de operar que se asoman en lo que generalmente se llama folklore” (C 11, 142, 245). 35   Que Cirese llamó “folklore progresivo” [Cirese, (1969-1970), 2008]. 34

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mía cuando Gramsci, en una abierta declaración de talante leninista, así como de distanciamiento con respecto de la posición de Rosa Luxemburgo,36 remarcaba el elemento indispensable de la “dirección”, formulado, muy a su manera, como “educación”. Este elemento de “espontaneidad” no fue olvidado y mucho menos despreciado: fue educado, fue orientado, fue purificado de todo aquello que siendo extraño podía contaminarlo, para hacerlo homogéneo, pero en forma viva, históricamente eficaz, con la teoría moderna (C 3, 48, 53).

El valor de la dirección como superación del espontaneismo o subversivismo vuelve a aparecer en otros pasajes de los Cuadernos. Véase, por ejemplo, C 7, 80, donde, en referencia a la posguerra, Gramsci se pregunta si el aparato hegemónico de los Estados burgueses se debilitó por la emergencia de una “fuerte voluntad política colectiva antagónica”, a lo cual responde negativamente, pero señalando que: grandes masas, anteriormente pasivas, entraron en movimiento, pero en un movimiento caótico y desordenado, sin dirección, o sea sin una precisa voluntad política colectiva (C 7, 80, 95).

Sin embargo, a pesar de su valoración crítica de lo espontáneo, en la nota del C 3 que estamos comentando, Gramsci apunta explícitamente a una integración de la espontaneidad en una síntesis que la supere, en una “unidad”, en la cual la combinación entre movimiento espontáneo y dirección partidaria se pueda convertir en el punto de equilibrio de una eficaz política de masas. 36   La referencia a Rosa Luxemburgo es con respecto a grupos o una corriente que “sostienen a la espontaneidad como método” (C 3, 48, 52).

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Esta unidad de la “espontaneidad” y de la “dirección consciente”, o sea de la “disciplina”, es precisamente la acción política real de las clases subalternas, en cuanto política de masa y no simple aventura de grupos que pretenden representar a la masa (C 3, 48, 53).

Así como la teoría no puede estar “en oposición a los sentimientos ‘espontáneos’ de las masas” (C 3 48, 53), no puede estar ausente la “actividad educadora sistemática por parte de un grupo dirigente ya consciente”, y entre ambos debe haber reciprocidad; idas y vueltas. Debe realizarse una “traducción” política entre unos y otros, adaptación de formas y traducción de lenguajes que Gramsci —recogiendo una sugerencia de Lenin en el IV Congreso de la ic— ensayará constantemente, al entrecruzar teoría e historia, abstracto y concreto.37 Termina la nota con una reflexión de orden general, en la que advierte que no hay que despreciar o renunciar a orientar a los movimientos espontáneos, ni considerar válidos sólo a aquellos que son concientes “al cien por ciento”, y corresponde a un “plan” o a la “teoría abstracta”, ya esto acarrea consecuencias, en particular, en la reacción de las clases dominantes, que puede comportar incluso golpes de Estado. Sin embargo, aun considerando más frecuentes los escenarios “regresivos”, Gramsci establece una relación o posible secuencia entre rebelión popular y revolución proletaria: Los movimientos “espontáneos” de los estratos populares más vastos hacen posible la llegada al poder de la clase subalterna que más haya progresado por el debilitamiento objetivo del Estado (C 3, 48, 54). 37   Se trata, para Gramsci, de que el “teórico” sepa interpretar la realidad “llena de las más extrañas combinaciones” para “traducir en lenguaje teórico los elementos de la vida histórica, y no, a la inversa, presentarse la realidad según el esquema abstracto” (C 3, 48, 54).

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En esta nota, Gramsci procede de acuerdo con la misma lógica que en la anterior: muestra tanto lo que los subalternos no alcanzan a ser; reconoce sus contradicciones entre unificación/disgregación, actividad/pasividad, conciencia/inconciencia y, a partir de ello, proyecta lo que pueden llegar a ser. Por una parte, señala a la espontaneidad como característica del proceder de las clases subalternas, como correlato de la ausencia de una plena conciencia de clase para sí, así como de organización y dirección. Por la otra, reconoce potencialidades y embrionarios elementos, anidados en lo que llama “ciencia popular” o “sentido común”, que se traduce en prácticas y comportamientos que podríamos definir como antagonistas. El concepto de subalterno se coloca entre el ser social y la conciencia social, alude a una experiencia de la subordinación y de la resistencia, una combinación entre espontaneidad y conciencia que se manifiesta tendencial y progresivamente, usando la fórmula de Cirese como “instinto de clase” [Cirese, 2008 (1969-1970): 485 y 1977: 164n], o siguiendo a E. P. Thompson, como “disposición a actuar como clase” (Thompson, 1965: 357). Formas y pasajes de la subjetivación política: de la subalternidad a la autonomía

Bajo esta misma lógica, en la tercera nota del C 3 que, en el verano de 1930, reelaborado en el C 25 en 1934, culmina el perfilamiento de la noción de subalterno, Gramsci establece una hipotética trayectoria al desgranar las etapas y las formas de constitución de una subjetividad política a través de una tipología procesual que parte, por un lado, de la existencia material de los subalternos, y transita por distintas posibilidades y modalidades de afirmación de conciencia y de organización que corresponden a diferentes grados de autonomía política.

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§ 5. Criterios metódicos. La unidad histórica de las clases dirigentes se realiza en el Estado y la historia de éstas es esencialmente la historia de los Estados y de los grupos de Estados. Pero no hay que creer que tal unidad sea puramente jurídica y política, aunque esta forma de unidad tenga su importancia y no solamente formal: la unidad fundamental, por su concreción, es el resultado de las relaciones orgánicas entre Estado o sociedad política y “sociedad civil”. Las clases subalternas, por definición, no están unificadas y no pueden unificarse hasta que no puedan volverse Estado: su historia, por lo tanto, está trenzada con la de la sociedad civil, es una función “desagregada” y discontinua de la historia de la sociedad civil y, por este medio, de la historia de los Estados o grupos de Estados. Por lo tanto, es preciso estudiar: 1) el proceso de formación objetiva de los grupos sociales subalternos a través del desarrollo y las transformaciones que tienen lugar en el mundo de la producción económica, su difusión cuantitativa y su origen en grupos sociales preexistentes, de los que conservan durante cierto tiempo la mentalidad, la ideología y los fines; 2) su adhesión activa o pasiva a las formaciones políticas dominantes, los intentos de influir en los programas de estas formaciones para imponer reivindicaciones propias y las consecuencias que tales intentos tienen en la determinación de procesos de descomposición y de renovación o de neoformación; 3) el nacimiento de partidos nuevos de los grupos dominantes para mantener el consenso y el control de los grupos subalternos; 4) las formaciones propias de los grupos subalternos para reivindicaciones de carácter restringido y parcial; 5) las nuevas formaciones que afirman la autonomía de los grupos subalternos pero en los viejos cuadros; 6) las formaciones que afirman la autonomía integral, etcétera. La lista de estas fases puede hacerse más precisa con fases intermedias o con combinaciones de varias fases. El historiador debe señalar y justificar la línea de desarrollo hacia la autonomía integral, desde las fases más primitivas, debe señalar cada manifestación del “espíritu de escisión” soreliano (C 25, 5, 178).

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Los subalternos emergen de su condición de subordinación a través de un proceso de progresiva separación —“de escisión”, usando la expresión de Georges Sorel— de las clases dominantes a través de la que podríamos llamar “una guerra de posiciones preliminares”, la cual se desarrolla en la conquista progresiva de espacios de autonomía, tanto en el terreno de la formación de organizaciones independientes como de porciones de una concepción del mundo propia; dos criterios fundamentales y recurrentes en el pensamiento gramsciano que aparecen en este orden, siendo la “concreción partidaria” la que aquí ocupa el lugar predominante. La secuencia arranca de un surgimiento “objetivo” y de formas de subordinación activa y pasiva; podría decirse que inicia al interior de las organizaciones de las clases dominantes —en las cuales los subalternos intervienen— y se despliega a través de pasajes que marcan la emergencia de manifestaciones de autonomía que podemos llamar “relativa”, que ya se vislumbran en el punto 4 con la aparición de “formaciones propias de los grupos subalternos” —aun cuando sean sólo de tipo corporativo, aunque Gramsci mencione una autonomía a secas sólo en el punto 5, y la “autonomía integral” aparezca hasta el punto 6, en el cual culmina la trayectoria de salida de la subalternidad. Si bien, como lo señala Gramsci, en concreto se presentan “combinaciones” (formas mixtas y no puras), al mismo tiempo son reconocibles los pasajes de configuración subjetiva —algo que evoca el devenir de la clase para sí— que por el medio de la escisión ideológica, programática y organizativa, éstos actúan como elementos que marcan la autonomización con respecto de las clases dominantes, en un camino hacia la autonomía integral que vislumbra una vocación y una proyección hegemónica a través de la superación de reivindicaciones restringidas y parciales. La nota sitúa y proyecta justamente a los exsubalternos (ahora autónomos) en la disputa hegemónica y vislumbra la posibilidad de articular, a su alrededor, un bloque histórico. 68

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Entre los grupos subalternos uno ejercerá o tenderá a ejercer cierta hegemonía a través de un partido y esto hay que fijar estudiando los desarrollos de todos los otros partidos en cuanto incluyen elementos del grupo hegemónico o de los otros grupos subalternos que sufren esta hegemonía. […] El estudio del desarrollo de estas fuerzas innovadoras de grupos subalternos a grupos dirigentes y dominantes debe, por lo tanto, investigar e identificar las fases a través de las cuales han adquirido la autonomía frente a los enemigos que había que abatir, y la adhesión de los grupos que las han ayudado activa o pasivamente, en cuanto todo este proceso era necesario históricamente para que se unificasen en Estado. El grado de conciencia histórico-política que había alcanzado progresivamente estas fuerzas innovadoras en las varias fases se mide justamente con estos dos parámetros, y no sólo con el de su separación de las fuerzas anteriormente dominantes (C 25, 5, 178).

En efecto, como señala Baratta, desde el “etcétera” que sigue el punto 6 se abren otras fases y niveles, siendo la autonomía el pasaje intermedio entre la subalternidad y la construcción de una nueva hegemonía, lo cual equivale a decir que la autonomía es la condición para emprender la lucha por la hegemonía (Baratta, 2007: 130-132). La autonomía operaría, en ese sentido y en primera instancia, como una contrahegemonía —un término que Gramsci no utiliza—, al mediar el pasaje que va de la subalternidad hacia una nueva hegemonía. Gramsci propone comprender a los subalternos no para exaltar su condición, sino para reconocer los elementos que prefiguran su “espíritu de escisión” —y que por ello habría que fomentar. Invita a seguir y desarrollar el hilo rojo de su iniciativa autónoma —sin olvidar la distinción y articulación de los elementos de espontaneidad, conciencia y organización— para que su trayectoria política llegue a disputar a la hegemonía y, tendencial y potencialmente, hacerse Estado 69

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—es decir, llevar a cabo una revolución— para “quebrar” definitivamente la dominación. Las diferencias entre la primera versión del Cuaderno 3 (372-373) y la transcripción en el C 25, además del cambio entre clases y grupos sociales sobre el cual me detendré más adelante, corresponden al agregado del “consenso”, lo cual se explica a la luz de la importancia que esta dimensión cobró entre 1930 y 1934. Lo mismo vale para los agregados del punto 1 y 2 que son reflejos de los estudios históricos desarrollados por Gramsci en estos años. En todo caso, es en tres notas del Cuaderno 3, en 1930, donde se perfilan los contornos de la noción de subalterno, de la mano de otra de las grandes aportaciones de Gramsci: la relación “orgánica” entre Estado y sociedad civil como realización de la hegemonía de las clases dominantes que lo llevará a elaborar la noción de Estado ampliado, “sociedad política + sociedad civil”. A diferencia de las clases dominantes que se unifican en el Estado, Gramsci sitúa jerárquicamente a las clases subalternas en la periferia de la sociedad civil, es decir, como partes integrantes —pero no totalmente integradas, sino subordinadas y disgregadas— de un espacio no neutral, un campo en disputa. Una colocación marginal variable que implica interioridad y exterioridad, y que contempla distintos posicionamientos en relación con un proceso de subjetivación que combina elementos de subalternidad y de autonomía. En este sentido, como lo señalan Frosini y Francioni (2018), e insiste Thomas, los subalternos no están en los “márgenes” de la historia ni del Estado, entendido como relación de dominación, sino que son internos e incorporados a la hegemonía, es decir, al campo estatal diseñado y regido por las clases dominantes con la finalidad de neutralizar su impulso autónomo y subversivo. Esta interioridad a la hegemonía implica una codependencia: ambos se definen en función de la correlación de fuerzas que los une, pero que también los distingue, esto es, de la lucha de clases. Al mis70

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mo tiempo, esta inclusión pasiva (Frosini, 2017b: 310) o enclosure en el Estado moderno (Thomas, 2018)38 va de la mano de su antítesis: un proceso de diferenciación conflictual basado en la acción política, en la acumulación de experiencias, de la conformación de conciencia y de una concepción del mundo propias, así como de organizaciones independientes. No lo impide e incluso lo habilita, en los términos y las condiciones determinadas de la modernidad capitalista. A estos aspectos fundamentales surgidos simultáneamente, en un momento particularmente fecundo de la reflexión carcelaria de Gramsci, hay que sumar otros que, sin modificar su configuración fundamental, precisan sus características y su alcance. Dos notas del C 3 —retomadas en C 25—, en las cuales el revolucionario italiano describe y analiza algunas situaciones históricas, contienen, sin embargo, indicaciones importantes respecto del perfilamiento de la noción de subalterno. Como en otros pasajes de los Cuadernos, Gramsci parte de la referencia concreta a la historia italiana; en este caso, desde la decadencia del imperio romano hasta la unificación nacional en el siglo xix, pasando por las comunas medievales. El hilo conductor que guía el análisis es el relevamiento de las correlaciones de fuerza o de poder, de dirección y subordinación entre dominantes y subalternos, las cuales se reflejan en la forma estatal: las instituciones, los intelectuales y la cultura entendidos como límites, como formas de contención de los subalternos, pero también como ámbitos que permiten potencialmente el despliegue de su constitución autónoma.   Thomas polemiza con la visión de los estudios subalternos, que insiste en la exclusión de los propios subalternos: “In short, far from repressing and excluding subalterns, political modernity, according to Gramsci, introduces a new form of relationality that mobilizes them as integral elements in an expansive system of social and political power” (Thomas, 2018). Véase también Thomas (2019). 38

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Una nota trata de Davide Lazzaretti, un líder mesiánico herético que encabezó una rebelión plebeya republicana en la Toscana y terminó ajusticiado en 1878 (C 3, 12). No contiene la palabra subalterno, pero es colocada al principio del C 25, después de las diez cuartillas que Gramsci dejó vacías para insertar una introducción que no alcanzó a redactar. Lo relevante de esta nota, como señalan la mayoría de los autores, es que coloca la cuestión de la subalternidad en el terreno de la contienda historiográfica, y que parte justamente de la preocupación por rescatar la historia de los vencidos y visibilizar el hilo rojo de su constitución subjetiva, a pesar de no haber dejado huellas documentarias y haber sido sumergidos por el olvido o la demonización de la historia “oficial” (que pertenece a las clases dominantes) (C 25, 1, 176). Para Gramsci, la historia de Lazzaretti mostraba una “tendencia subversiva popular elemental” que combinaba elementos de mesianismo utópico, creencias religiosas y ecos socialistas de la Comuna de París, lo cual le permitía anotar que: “precisamente esta mezcolanza representa la característica principal del acontecimiento, porque demuestra su popularidad y espontaneidad” (C 25, 1, 176). En C 25, 4, 180, titulada Algunas notas generales sobre el desarrollo histórico de los grupos sociales subalternos en la Edad Media y en Roma, Gramsci, a modo de ejemplo, resalta una experiencia de los comunes medievales italianos con un recorrido que atraviesa las etapas de la salida de la subalternidad del “bajo pueblo”, de la conquista de autonomía y de fuerza suficiente para derrocar a la nobleza. Y a medida que el movimiento de emancipación toma fuerza, sobrepasando incluso los límites y las formas de estas sociedades, el elemento popular pide y obtiene la participación en los principales cargos públicos. El pueblo se constituye cada vez más en verdadero partido político y para dar mayor eficiencia y centralización a su acción se da un jefe, “el Capitán del pueblo”, oficio que parece que Siena tomó de Pisa y que, tanto en el nombre como en la función, revela juntamente orígenes y funciones mi-

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litares y políticas. El pueblo que ya, poco a poco, pero esporádicamente se había armado, se había reunido, se había constituido y había tomado decisiones definidas, se constituye como un ente aparte, que se da también sus propias leyes. [...] Cuando el pueblo no consigue obtener de las autoridades comunales las reformas deseadas, hace su secesión, con el apoyo de hombres eminentes de la Comuna y, constituyéndose en asamblea independiente, comienza a crear magistraturas propias a imagen de las generales de la Comuna, a atribuir una jurisdicción al Capitán del pueblo y a deliberar con su autoridad, dando principio (desde 1255) a toda una obra legislativa. [...] El pueblo llega, pues, a dominar a la Comuna, superando a la anterior clase dominante.

Unos renglones más adelante, sin abandonar la perspectiva clasista, Gramsci valora el peso de la religión, así como de la raza y el género en la conformación subjetiva en términos identitarios, vislumbrando —como hace notar Green— una prenoción de interseccionalidad.39 Escribe Gramsci: A menudo los grupos subalternos son originariamente de otra raza (otra cultura y otra religión) que los dominantes, y a menudo son una mezcla de razas distintas, como en el caso de los esclavos. La cuestión de la importancia de las mujeres en la historia romana es similar a la de los grupos subalternos, pero hasta cierto punto; el “machismo” sólo en cierto sentido puede compararse con un dominio de clase, por consiguiente, tiene   “In this sense, Gramsci recognized that subalternity was not merely defined by class relations but rather an intersection of class, race, culture, and religion that functioned in different modalities in specific historical contexts”. […] “Gramsci never reduces subordination to a single relation, but rather conceives subalternity as an intersectionality of the variations of race, class, gender, culture, religion, nationalism, and colonialism functioning within an ensemble of sociopolitical and economic relations” (Green, 2011: 395 y 400). Véase también Green (2013). 39

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más importancia para la historia de las costumbres que para la historia política y social.

Después la nota retoma C 3, 18, 30, donde Gramsci señalaba cómo el Estado moderno eliminó paulatinamente autonomías medievales de las clases subalternas, que renacieron —sin embargo— bajo la forma de partidos, sindicatos y asociaciones, aunque éstas, a su vez, son suprimidas o incorporadas por la “dictadura moderna”, es decir, el totalitarismo —un concepto usado por el autor sin las connotaciones críticas y polémicas que adquirirá en las décadas sucesivas. Conciencia contradictoria Otras consideraciones que abonan a la caracterización de las clases subalternas aparecen en diversos cuadernos sin que Gramsci las reproduzca en el C 25, probablemente porque sus condiciones físicas en la Clínica de Formia, en la que estaba internado, le imposibilitaban el ejercicio pleno del trabajo intelectual. Consideraciones fundamentales relacionadas con el folklore y el sentido común se conectan con la comprensión de lo subalterno, así como las reflexiones sobre ideología, concepción del mundo y filosofía que remiten a lo de lo autónomo y lo hegemónico, siendo los intelectuales mediadores entre estos mundos. Tres pasajes del C 8, redactados en 1932, ameritan ser subrayados en tanto remiten directa y explícitamente a la configuración de lo subalterno, al introducir la noción de conciencia contradictoria. Anota Gramsci en su cuaderno: Una vez constatado que siendo contradictorio el conjunto de las relaciones sociales es contradictoria la conciencia histórica de los hombres, se plantea el problema de cómo se manifiesta tal

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contradictoriedad: se manifiesta en todo el cuerpo social, por la existencia de conciencias históricas de grupo, y se manifiesta en los individuos como reflejo de estas antinomias de grupo. En los grupos subalternos, por la ausencia de iniciativa histórica, la disgregación es más grave, es más fuerte la lucha por liberarse de principios impuestos y no propuestos autónomamente, para la conquista de una conciencia histórica autónoma. ¿Cómo se formará? ¿Cómo querrá elegir cada uno los elementos que constituirá la conciencia autónoma? (C 8, 153, 292-293).40

Además de retomar los rasgos de falta de iniciativa y de disgregación propios de los subalternos (en neto contraste con la lucha por su constitución autónoma), Gramsci coloca aquí una idea que problematiza y reformula la concepción de Lenin de distinción entre lo económico-corporativo y lo político, y se conecta con la que, en la misma senda leninista, avanzaba Lukács entre conciencia empírica y conciencia atribuida. Poco más adelante, siempre en el Cuaderno 8, Gramsci se refiere nuevamente a esta contradicción cuando expone que el “trabajador medio” tiene: dos conciencias teóricas, una implícita en su operar y que realmente lo une a todos sus colaboradores en la transformación práctica del mundo, y una “explícita”, superficial, que ha heredado del pasado (C 8, 169, 300).

A continuación, Gramsci propone en relación con la autonomía y la hegemonía cuya importancia subrayaremos en el siguiente capítulo. Este mismo pasaje es retomado en la larga reflexión de C 11, 12, 253, donde Gramsci substituye “trabajador medio” por “hombre activo de masa”, sobrepone “conciencia contradictoria” a “dos conciencias teóricas” y agrega:

  Después, en C 16, 12, 275, donde —como veremos en el siguiente capítulo— se agregará dos veces la palabra autonomía. 40

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No obstante, esta concepción “verbal” no carece de consecuencias: ata a un grupo social determinado, influye en la conducta moral, en la orientación de la voluntad, de modo más o menos enérgico, que puede llegar hasta un punto en el que la contradictoriedad de la conciencia no permite ninguna acción, ninguna decisión, ninguna elección y produce un estado de pasividad moral y política.

Aparece aquí el problema de la pasividad que, a la par de la acción limitada y con las características que Gramsci va desgranando, no deja de estar presente como una pendiente de la personalidad subalterna. Al mismo tiempo, como ya señalamos, es la actividad que define y marca la conformación de su subjetividad. En esta dirección, siempre en C 8, 205 (en un pasaje que será retomado junto al anterior en C 11, 12, 255), Gramsci en un primer momento atribuye al determinismo mecánico un carácter transitorio, justificado por la condición de los subalternos, su falta de iniciativa y sus derrotas, como una forma de fatalismo para sostener la fe en el curso de la historia. Sin embargo, establece que incluso en esta condición existe una “actividad volitiva”, pero menos visible —agregará en C 11— “que se avergüenza de sí misma y por lo tanto la conciencia es contradictoria, carece de unidad crítica, etcétera”. Y posteriormente afirma que cuando “el subalterno se vuelve dirigente y responsable”, en contra del “determinismo mecánico” y del “fatalismo pasivo”, “no es ya una cosa, sino una persona histórica”, un protagonista no sólo resistente, sino “agente y activo”. Hay siempre una parte del todo que es “siempre” dirigente y responsable y la filosofía de la parte precede siempre a la filosofía del todo como anticipación teórica (C 8, 205, 321).41 41   Modificado posteriormente así: “Una parte de la masa incluso subalterna es siempre dirigente y responsable, y la filosofía de la parte precede siempre a la filosofía del todo, no sólo como anticipación teórica, sino como necesidad actual” (C 12, 11, 25).

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En relación con la contradictoriedad de la conciencia se puede colocar el concepto de ideología, cuya oscilación semántica entre verdad y distorsión captó Gramsci y que será objeto de intenso debate en el marxismo antes y después de la publicación en 1932 de la Ideología alemana de Marx y Engels. Gramsci parte de la afirmación de Marx en el Prólogo del 59 —que reitera en diversas notas de los Cuadernos— de que las ideologías son el terreno en el cual los “hombres toman conciencia de los conflictos fundamentales”. A la par de las conciencias, distingue entre ideologías orgánicas y arbitrarias, apostando por la filosofía entendida como praxis y como concepción del mundo orgánica, en una fórmula que adquirirá una precisa colocación en el debate marxista, del cual obviamente Gramsci no podía ser plenamente conciente. Gramsci sostiene que la ideología, como aspecto central de la superestructura, es un campo de lucha —una lucha incesante (C 3, 56, 59) y, en su seno, la filosofía de la praxis como “conciencia plena de las contradicciones” (C 11, 62, 333), como lucha y como voluntad que puede dar a luz cultura, sentido común, concepción del mundo, “norma de acción colectiva” y, por ende, historia (C 10, 17, 151). Otros elementos distintivos de la concepción gramsciana de conciencia son los que remite a factores subjetivos, tanto racionales como espontáneos y emocionales, como la catarsis y la pasión, que intervienen en su gestación y sobre los cuales volveremos en el próximo capítulo en relación con las dimensiones de la autonomía y la hegemonía. Clases y grupos subalternos Capítulo aparte merece la cuestión de si los subalternos tienen o pueden visualizarse y nombrarse como clases o como grupos y a qué clases o grupos se estaría refiriendo Gramsci.

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En primer lugar hay que reconocer que no figura en los Cuadernos una acepción única de clase, sino que aparece como un concepto operativo, constantemente adjetivado (Mordenti, 2009: 132). En los primeros dos cuadernos, Gramsci usa las nociones de clases productivas, populares o trabajadoras, y sólo hasta el ya mencionado Cuaderno 3 (14, 299) introduce la de clases subalternas, sin dejar de usar con frecuencia la de clases populares y, esporádicamente, clases instrumentales, inferiores, productoras, fundamentales, subordinadas, trabajadoras, pobres, obreras y hasta económicamente atrasadas y políticamente incapaces (C 19, 5, 362).42 Parece entonces que, en medio de usos variados, la de clases subalternas no implica una definición exclusiva o excluyente y, sin embargo, es la única acepción destacada y colocada por Gramsci en un lugar central del razonamiento, en el corazón de la relación político-ideológica entre dominantes y dominados. Por otra parte, hay que agregar que en dos ocasiones asume explícitamente como sinónimos de clases subalternas dos conceptos: masas populares (C 14, 10, 102) y clases populares (C 15, 74, 241). Ambas nociones son intercaladas a lo largo de sus notas con la de clases subalternas, pero no son resaltadas de la misma forma. En este sentido, clases subalternas es y no es un sinónimo de clases populares o masas populares, ya que, al mismo tiempo, esta última acepción parece de talante más descriptivo que analítico o, si se quiere, de segundo orden. Es evidente que el tema de lo popular y lo nacional popular ronda la cuestión de lo subalterno, tanto que en C 27 (1, 203) —redactado en 1935 cuando se hacía la corrección en C 25—, en una importante reflexión sobre el folklore, Gramsci define el pueblo como “el conjunto de las clases subalternas e instrumentales”.43 42   Por otra parte, respecto a las clases dominantes, usa también las fórmulas de clases dirigentes, altas, superiores, clase hegemónica, clase burguesa, pero también, más esporádicamente, expresiones como clase intelectual, clase culta, clase política y clase revolucionaria. 43   Sobre el concepto de pueblo en Gramsci, véase Raul Mordenti (2019) y Salvatore Cingari (2019), así como los trabajos de Riccardo Ciavolella (2019 y 2020).

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Como es sabido, en el Cuaderno 25, escrito en 1934, en sus transcripciones de las notas del C 3 Gramsci sustituirá el sustantivo clase por el de grupo. Si bien hubo quienes argumentaron que se trataba de un abandono del concepto de clase, Gerratana sugiere que la autocensura hizo que tendiera a evitar su uso (Gerratana, 1997b: 23). Green, por su parte, sostiene que se trata de “expresiones intercambiables” y que no representan para Gramsci conceptos distintos (Green, 2007: 211). Difiero de las dos primeras hipótesis, y con respecto de la tercera, aunque al final es sustancialmente cierta en un nivel descriptivo,44 no alcanza a explicar el cambio, no resuelve el problema de nomenclatura que comporta, ni aclara el estatus del concepto de clase en el pensamiento de Gramsci. Hay que señalar, pues no ha sido mencionado, que tal sustitución es sólo parcial, ya que conserva el lema clase en un pasaje de la nota reproducida en C 25, en la formulación más general; mientras que, posteriormente, en el punteo, introduce el de grupos subalternos. La fórmula clases subalternas es además utilizada por él en notas simultáneas al C 25 —como en C 29 2, 228 o el recién mencionado C 27, 1, 203— cuando la noción de grupos subalternos ya había aparecido.45 Siguiendo el itinerario del concepto clases subalternas, no se sostiene la hipótesis de que Gramsci hubiese abandonado una lectura clasista de los procesos políticos, ni que siendo ésta la discriminante de frontera entre marxismo y posmarxismo, salga del perímetro de la tradición fundada por Marx. En todo caso, incluso si se aceptara un eventual deslizamiento semántico (reflejo de una posible insatisfacción con respecto de la precisión del concepto clase), esto no afectaría sustan  En efecto, desde el C 10, 41, Gramsci hace referencias a “grupos dominantes” y “clase superior” junto a “clases subalternas”, y en el C 13, 17 usa “grupos” para designar a clases sociales. 45   Por ejemplo, en C 8 de 1931-1932 (153, 797) y en el C 15 de 1933 (66, 238). 44

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cialmente el alcance teórico marxista de los Cuadernos, pues su andamiaje se erige sobre el principio de la lucha de clases como criterio de inteligibilidad de las sociedades capitalistas. En efecto, la introducción de la idea de grupo social es compatible con el análisis clasista, como es evidente en diversas obras de Marx y Engels, y establece una distinción cualitativa relevante y pertinente. En esta óptica, se puede hipotetizar que Gramsci quiso ser más riguroso y preciso en su manejo de la noción clase, y no extenderla con ligereza a la multiplicidad de formas de la subalternidad, para reservar este concepto a las que en el marxismo se conocen como clases fundamentales, es decir, burguesía y proletariado; agrupaciones con mayor autonomía, densidad organizacional y conciencia de clase. Desde esta perspectiva, la noción de grupo puede ser entendida como un sinónimo de “fracción de clase”, lo cual coincide con la atribución del carácter “desagregado” de los subalternos por parte de Gramsci. La voluntad de articular las nociones de clases y grupos sería, por lo tanto, conforme a los criterios de la gramática marxista, y reflejaría un intento de desarrollo que corresponde, además, al estilo y proyecto intelectual del marxista sardo. Siguiendo a la letra la corrección de la nota del C 25, ésta parece la hipótesis más probable, ya que además —como señalamos— la noción de clase se mantiene en el plano más general, mientras que en el desglose particular de los puntos se introduce la de grupo. ¿A cuáles clases y grupos se refiere Gramsci? Giorgio Baratta avanzó la idea de una duplicidad interna de la categoría subalterno, la cual englobaría tanto los subalternos-proletarios (“clases instrumentales” en Gramsci) como los subalternos-subproletarios (los marginales, a los “márgenes de la historia”). Baratta se preguntaba en quién pensaba fundamentalmente Gramsci cuando forjó la categoría, y contesta remitiendo a la formulación de éste en el C 27, que ya mencionamos, donde define pueblo como “conjunto de clases subalternas e instrumentales”. A partir de esta definición, Baratta planteó dos hipótesis: en la primera, los subalternos se distin80

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guen de las clases productivas; en la segunda, asume que el concepto subalterno es más amplio e incluye las “clases instrumentales”. Para cortar la disyuntiva, remitía al pasaje del C 3 en que el autor menciona los “elementos más marginales y periféricos de estas clases, que no han alcanzado la consciencia de clase para sí”. En definitiva, para Baratta el concepto subalterno abarca tanto a los proletarios como a los subproletarios (Baratta, 2007: 120-122).46 A una conclusión similar llega Liguori mediante la distinción entre “clases subalternas fundamentales” y “clases subalternas marginales”, al mostrar que Gramsci maneja varias acepciones de la noción de subalterno y luego concluir que, si bien en los primeros cuadernos se alternan, tanto el título como el contenido del C 25 privilegian el perfil marginal (Liguori, 2017: 45-47). Sin embargo, el hecho de que haya que buscar entre líneas demuestra que Gramsci pensaba, asumiendo cierto grado de diversidad entre los grupos, en términos de convergencia y unificación subjetiva, en el lugar que corresponde a los subalternos en la relación de dominación como de los márgenes de maniobra que de él se desprenden. El concepto de subalternidad se construye, por ende, como herramienta para entender tanto un conjunto abigarrado de subjetividades concretas como su potencial transformación por medio de la conciencia y la acción política. Ahora bien, es evidente que la apertura conceptual implica que Gramsci consideraba que la condición de subalternidad era transversal al entero espectro de las clases explotadas y oprimidas y, por ello, era el mínimo común denominador en la diversidad de su condición, tanto socioeconómica como sociopolítica, y la jerarquía en su interior. Tal jerarquía se rige a partir de dos parámetros, hacia dentro y hacia fuera: en pri46   Por otra parte, sostiene que el campesinado ocupa un lugar intermedio en una estratificación interna de los subalternos (Baratta, 2007: 123).

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mer lugar, sobre quién ejercerá hegemonía entre los subalternos, y en segundo, quién logrará sostener la “autonomía frente a los enemigos”, la “clase subalterna más avanzada” que puede incluso llegar a tomar el poder. Figuran ahí distinción y articulación, criterios de método para adentrarnos en el campo subalterno o, como dice Gramsci, “el área de los grupos subalternos” (C 25, 5, 182). Ésta es presentada como conjunto de grupos, lo cual plantea la dimensión clasista no como punto de partida, sino como resultado de procesos sociales y políticos de convergencia (“unificación” dice Gramsci, usando un término fuerte), en sintonía con los planteamientos histórico-políticos de Marx y de los que se inspiraron en ellos: la clase como relación y como proceso, no como dato estadístico o actor político preconstituido en razón de sus condiciones materiales de existencia. Los contornos de la subalternidad El valor de la conceptualización de lo subalterno por parte de Gramsci es ampliamente reconocido —como lo destaca Green— en tres ámbitos fundamentales: como propuesta historiográfica, como base de interpretaciones histórico-políticas y como esbozo de un proyecto de emancipación (Green, 2007: 202). Agregaré una dimensión menos valorada y que aquí queremos resaltar: la sociológica, en particular de una sociología de la subjetivación política, contigua a las teorías de la acción colectiva y los movimientos sociales. Gramsci no utilizó el sustantivo subalternidad —que tiende a fijar una propiedad—, prefirió siempre el adjetivo calificativo subalterno, atribuido a clases o grupos sociales, con lo cual forjó una categoría relacional más que definitoria (Liguori, 2017: 39).47 A pesar de un cuidado historicista que iba de la   Ver del mismo autor, Liguori (2001); en español en Modonesi (2013). 47

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mano de sus reservas con respecto del dogmatismo, Gramsci no desdeñó el ejercicio de un formato de teorización abierta que lo llevó a asentar una herramienta conceptual para el análisis concreto de los procesos de subjetivación política. De esta manera, abrió y bosquejó el perímetro de un campo de teorización en cuyo seno colocó la noción de subalterno, que podemos definir en forma sintética como una expresión que remite a la específica condición subjetiva de los dominados u oprimidos, es decir, a sus experiencias, sus prácticas, sus formas de organización y su concepción del mundo, determinadas o condicionadas por la relación de dominación y de hegemonía en la cual están insertos (Modonesi, 2010). El concepto subalterno permite centrar la atención en los aspectos subjetivos de la subordinación en un contexto de dominación/hegemonía: la experiencia subalterna, es decir, en la incorporación y aceptación relativa de la relación de mando-obediencia y, al mismo tiempo, su contraparte de resistencia y de negociación permanente, así como el perfilamiento de la constitución de una subjetividad autónoma. El enfoque de la subalternidad configura, por lo tanto, una relación sincrónica y diacrónica entre subordinación y resistencia, evitando una lectura rígida, mecánica y secuencial de los dualismos falsa conciencia/conciencia, racionalidad/irracionalidad, dirección conciente/espontaneidad, clase en sí/clase para sí. Al interior de estos campos de tensión, se abre al análisis de las combinaciones y de las sobreposiciones que, históricamente y en diversos ámbitos antagonistas, caracterizan a los procesos de politización de la acción colectiva de los subalternos. De acuerdo con Gramsci, aparece un continuum de subalternidad entre dos polos —aceptación y cuestionamiento de la dominación—, caracterizado por una fluctuante relación de fuerzas entre colonización hegemónica impulsada desde las clases dominantes y autonomización sostenida por las clases subalternas. Lo demás excede la condición subalterna y concierne la autonomía y la hegemonía. Este planteamiento

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redunda en la posibilidad de realizar análisis historiográficos y sociológicos sutiles, susceptibles de rastrear los movimientos de los subalternos, así como el proceso de subjetivación política interno a la relación de dominación, fincados en la experiencia de la dominación y las dinámicas de concientización y de organización que les corresponden. El campo de análisis de estos procesos incluye ámbitos de subjetivación, cuya politicidad era anteriormente negada, tales como la cultura popular, los mitos, el folklore y todas las expresiones populares susceptibles de ser objeto de disputa entre proyectos conservadores y transformadores. El concepto que propone Gramsci incluye y despliega las ambigüedades y los aspectos contradictorios de este proceso: las oscilaciones y las combinaciones entre la aceptación relativa de la dominación —como resultado de la hegemonía— y su rechazo igualmente relativo por medio de la resistencia y la rebelión, así como entre la espontaneidad y la conciencia. Dicho de otra manera: evidencia las ataduras de la subordinación (subversivismo, desorganización, desagregación, espontaneísmo, etcétera) y, simultáneamente, es el punto de partida de una teoría de la formación autónoma del sujeto en un contexto de dominación y hegemonía, con acento en el proceso de conquista y ejercicio de márgenes de autodeterminación, mediante el cual los subalternos empiezan a dejar de ser tales. Podríamos inferir, en la lógica del planteamiento gramsciano y llevándola al terreno de la observación empírica, que la subalternidad es tanto un punto de partida como, al mismo tiempo, una huella que no desaparece y, por ende, la historia de las clases subalternas no es sólo retrospectiva, sino que sigue y se trenza con las formas de autonomía y hegemonía. Esto significa que, así como la espontaneidad no se disuelve totalmente en la dirección conciente, la subalternidad no se disuelve en la autonomía y en la hegemonía. Rastrear su persistencia y sus formas disímbolas permite reconocer las inercias, las incrustaciones y las contradicciones que persisten, identificarla con subjetividades parcialmente autónomas, y en 84

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las combinaciones desiguales que hay que descifrar caso por caso, que se arrastran y anidan incluso en sujetos que se presumen plenamente autónomos y aspiran a la hegemonía. La contraparte política de este acercamiento es asumir que las telarañas de la hegemonía no pueden ser desmanteladas por un simple y repentino acto voluntarista; deben ser reconocidas y destejidas paulatinamente, de la misma manera en que fueron tejidas, en el mismo terreno subjetivo que recubrieron. Porque, para Gramsci, la trayectoria política de los subalternos tiene que apostar por la conquista progresiva de su autonomía, por la disputa de la hegemonía para, eventualmente, alcanzar a hacerse Estado, quebrar definitivamente la relación y estructura de dominación existente y establecer un nuevo orden hegemónico.

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CAPÍTULO III Autonomía y hegemonía

Como hemos sostenido en los capítulos anteriores, el tema de la autonomía ocupa un lugar crucial en las reflexiones sobre el sujeto político elaboradas por Antonio Gramsci. Después de ver su vinculación con la noción de subalterno, su contraparte más inmediata, revisemos ahora cómo la idea de autonomía se relaciona con el concepto de hegemonía a lo largo de los escritos gramscianos previos y posteriores a su encarcelamiento. La autonomía en los escritos políticos previos al encarcelamiento

En el periodo que va de 1918 a 1926, los años de mayor intensidad militante de la vida de Gramsci —iluminados por la revolución de Octubre y el bolchevismo— la palabra y el concepto de autonomía aparecieron con frecuencia y regularidad, ocupando un lugar importante en su pensamiento, en particular en la primera etapa del periódico L’Ordine Nuovo, en sus reflexiones vinculadas a las luchas obreras y el surgimiento de los consejos de fábrica en el norte de Italia entre 1919 y 1920. En los escritos gramscianos de este periodo, la noción de autonomía —al margen de otros usos secundarios y esporádicos—48 es utilizada para analizar y promover la formación del   Como, por ejemplo, los relacionados con autonomías administrativas locales o del Estado nacional en el contexto internacional. 48

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sujeto político, la constitución de la clase para sí y, por lo tanto, del partido comunista, pero también, como veremos, de otras instituciones como los consejos obreros, vistos por Gramsci bajo el prisma de los soviets rusos.49 Efectivamente, en particular, en la coyuntura del llamado “bienio rojo”, el alcance de esta noción va a ampliarse hacia la caracterización del proceso emancipatorio y de la construcción del socialismo como nuevo orden social, económico y político. No obstante, a partir de los años 21-22, pasado el momento álgido de la lucha conciliar y de las esperanzas revolucionarias ligadas a la irradiación del octubre ruso, nacido el Partido Comunista de Italia (pcdi) y surgidos el fascismo y la contrarrevolución en Europa occidental, la acepción más extendida se contraerá, limitándose el uso del concepto como propiedad subjetiva, característica medular de la configuración política independiente de la clase trabajadora por medio del partido revolucionario. Para argumentar debidamente esta trayectoria, veamos de manera estrictamente cronológica cuándo y cómo fue utilizando Gramsci en sus escritos, en las revistas socialistas y comunistas de la época, este concepto polisémico y, al mismo tiempo, tan importante al interior de la constelación categorial gramsciana. En 1918, en un par de artículos en la revista socialista Il Grido del Popolo, la palabra autonomía aparece por primera vez para caracterizar la acción y la condición de clase: la autonomía política como sinónimo de independencia.50   Los escritos de Gramsci sobre la revolución bolchevique han sido recopilados y comentados por Guido Liguori en Antonio Gramsci (2017). Sobre los consejos rusos, véase Anna M. Pankratova (1970). Véanse también los escritos de este periodo en Antonio Gramsci (2004). 50   En “L’esempio inglese”, Il Grido del Popolo, 31 de agosto de 1918: “Voto delle donne, voto dei soldati, azione autonoma dei lavoratori: ecco le nuove forze che modificheranno la situazione politica inglese”; en “La paura della rivoluzione”, Il Grido del Popolo, 5 de octubre de 1918: “Ma la rivoluzione é rimandata, non é evitata. La tensione socia49

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Pero será en las páginas de L’Ordine Nuovo, en el bienio 1919-1920, al calor de las huelgas, las ocupaciones de fábricas y la conformación de consejos obreros (antes Commissioni interne y después Consigli di Fabbrica), que rebasaron a los sindicatos socialistas, cuando se asentará un uso frecuente, más preciso y, al mismo tiempo, más amplio. Las rasgos distintivos de los consejos obreros eran, según Francisco Fernández Buey los siguientes: 1) la democracia directa entre los trabajadores a través de la elección directa de los delegados o representantes obreros en asambleas de taller y fábrica; 2) la revocabilidad constante de los mandatos para oponerse a la burocratización; 3) la igualación de obreros organizados y no organizados sindicalmente, así como de las distintas categorías de la producción; 4) la superación de la organización obrera por oficios como forma de sindicación articulada; 5) la primacía de la lucha en la fábrica y de la dirección de la misma en el establecimiento; 6) la gestión obrera de la producción prescindiendo de los capitalistas propietarios de los medios de producción (Fernández Buey, 2001: 103-104).

De cara a este fenómeno que deslumbrará a los marxistas revolucionarios de la época, la noción de autonomía, sin dejar de ser usada como sinónimo de independencia de clase y de partido, figura en editoriales de gran importancia y trascenle non diminuirá per una pace di compromesso. Le borghesie sono andate troppo oltre nella loro esperienza di guerra, determinando effetti ormai indistruttibili nella massa popolare, suscitando la vita storica, l’autonomia politica anche negli strati piú arretrati e piú tardi ai richiami della vita di relazione”. Antes había usado la noción de independencia en “Il nostro Marx”, Il Grido del Popolo, 4 de mayo de 1918, “Volontá, marxisticamente, significa consapevolezza del fine, che a sua volta significa nozione esatta della propria potenza e dei mezzi per esprimerla nell’azione. Significa pertanto in primo luogo distinzione, individuazione della classe, vita politica indipendente da quella dell’altra classe, organizzazione compatta e disciplinata ai fini propri specifici, senza deviazioni e tentennamenti”.

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dencia como, por ejemplo, Democracia obrera,51 en el cual después de plantearse el problema de la prefiguración, es decir, de “¿Cómo soldar el presente con el porvenir, satisfaciendo las necesidades urgentes del presente y trabajando útilmente para crear y ‘anticipar’ el porvenir?”. Gramsci esbozaba una respuesta en estos términos: El Estado socialista existe ya potencialmente en las instituciones de vida social características de la clase obrera explotada. Relacionar esos institutos entre ellos, coordinarlos y subordinarlos en una jerarquía de competencias y de poderes, concentrarlos intensamente, aun respetando las necesarias autonomías y articulaciones, significa crear ya desde ahora una verdadera y propia democracia obrera en contraposición eficiente y activa con el Estado burgués, preparada ya desde ahora para sustituir al Estado burgués.52

Aquí las autonomías, en plural, son consideradas por Gramsci un rasgo de los “institutos de la vida social”, un recurso y una base para la construcción del socialismo entendido como democracia obrera, como proceso ya en curso, como un nuevo orden potencialmente existente y presente, “desde ya”, “desde ahora” colocado en contra del orden establecido. Para Gramsci, así lo explicitaba en este artículo, como a lo largo de toda su trayectoria intelectual y militante, el partido obrero era el motor de este proceso: el centro de educación, de elaboración doctrinaria y de conducción y armonización de las fuerzas de la clase trabajadora. Sin embargo, la “democracia obrera”, que implicaba una 51   Artículo no firmado, escrito en colaboración con Palmiro Togliatti, L’Ordine Nuovo, 21 de junio de 1919. A nivel anecdótico —cuenta el propio Gramsci— este artículo fue publicado por Togliatti, Terracini y él sin avisar a Angelo Tasca, quien para ese entonces era el principal redactor de la revista. Gramsci definió esa publicación como “un golpe de Estado redaccional”. 52   “Democracia obrera” (Gramsci, 2013: 61).

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“práctica comunista” deliberativa y centrada en la “verdad” como acto revolucionario, se desplegaba en un entramado más complejo. Pero la vida social de la clase trabajadora es rica en instituciones, se articula en actividades múltiples. Esas instituciones y esas actividades es precisamente lo que hay que desarrollar, organizar en un conjunto, correlacionar en un sistema vasto y ágilmente articulado que absorba y discipline la entera clase trabajadora. Los centros de vida proletaria en los cuales hay que trabajar directamente son el taller con sus comisiones internas, los círculos socialistas y las comunidades campesinas. Las comisiones internas son órganos de democracia obrera.53

“Institutos de la vida social” que Gramsci valoraba y que evocaban aquello que, en los Cuadernos, serán agrupados bajo la denominación de sociedad civil. No obstante, demostrando que no idealizaba estas instancias, pocas semanas después, siempre en L’Ordine Nuovo, sin dejar de sostener que el “asociacionismo puede y debe ser reconocido como el hecho esencial de la revolución proletaria”,54 Gramsci cuestionaba que su carácter autónomo fuera espontáneo, señalando su subordinación al Estado burgués, lugar de unificación de las clases dominantes (una temática que también desarrollará en los Cuadernos). El desarrollo de estas instituciones proletarias y de todo el movimiento obrero en general no fue autónomo, sin embargo, no obedecía a leyes propias inmanentes a la vida y la experiencia histórica de la clase trabajadora explotada. Las leyes de la historia estaban dictadas por la clase propietaria organizada en el Estado. El Estado siempre fue el protagonista de la historia, porque en sus   Ibid., p. 62.   “La conquista dello Stato”, (no firmado), L’Ordine Nuovo, 12 de julio de 1919. “La conquista del Estado” (Gramsci, 1981: 92). 53 54

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organismos se concentra la potencia de la clase propietaria; en el Estado la clase propietaria se disciplina y se unifica, por sobre las disidencias y los choques de la competencia.55

En el mismo texto, el partido es presentado como el vector que conduce el proceso hacia la autonomía entendida como independencia política. Gramsci culmina su razonamiento sosteniendo que las instituciones proletarias no autónomas han sido rebasadas por la ebullición revolucionaria posterior a la guerra mundial, sugiriendo que deben ser substituidas por instituciones de nuevo tipo que prefiguren la construcción del Estado proletario: “Instituciones que sustituyan a la persona del capitalista en las funciones administrativas y en el poder industrial, y realicen la autonomía del productor en la fábrica”.56 Autonomía del productor como superación del capitalismo y realización del socialismo que, como veremos, reaparecerá en la reflexión gramsciana tanto en éste como en otro momento de su trayectoria político-intelectual. Termina este artículo Gramsci advirtiendo que, sin embargo, la creación de un nuevo orden estatal será un proceso que implica un “trabajo preparatorio de sistematización y propaganda”,57 con lo cual vuelve a pregonar la centralidad del partido, en un ir y venir dialéctico que es propio de su concepción de la organización revolucionaria. Siempre en 1919, en un documento político dirigido a las obreros organizados en las Comisiones internas, Gramsci y sus camaradas sostenían que: La masa obrera tiene que prepararse efectivamente para conseguir el pleno dominio de sí misma, y el primer paso por ese camino consiste en disciplinarse lo más sólidamente en la   Ibid., p. 93.   Ibid., p. 96. 57   Ibid., p. 96. 55 56

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fábrica, de modo autónomo, espontáneo y libre. No puede negarse tampoco que la disciplina que se instaurará con el nuevo sistema llevará a una mejora de la producción; pero eso no es sino la verificación de una de las tesis del socialismo: cuanto más consciencia de sí mismas toman las fuerzas productivas humanas, emancipándose de la esclavitud a la que el capitalismo querría verlas eternamente condenadas, cuanto más se liberan y se organizan libremente, tanto mejor tiende a ser el modo de su utilización: el hombre trabajará siempre mejor que el esclavo.58

Aquí lo autónomo figura como sinónimo de lo espontáneo, entendido como libertad y autoorganización. Una confianza muy marxiana en la que en los Cuadernos llamará “progresiva autoconciencia” que, sin embargo, no dejaba de remitir a la labor de un partido como “superior jerarquía de este irresistible movimiento de masas”. Aun advirtiendo el riesgo de “una concepción sectaria del papel del Partito” que lo puede volver “organismo de conservación”, Gramsci sostenía que al partido correspondía la iniciativa política que permitía engendrar nuevas instancias o estructuras, en las cuales se expresaban la toma de conciencia de clase y la consiguiente realización de su misión histórica de edificación comunista.59   “Ai commissari di reparto delle officine Fiat Centro e Brevetti”, L’Ordine Nuovo, 13 de septiembre de 1919. “A los comisarios de sección de los talleres Fiat-centro y patentes” (Gramsci, 2013: 65). 59   “Las concepciones difundidas por el partido actúan autónomamente en las conciencias individuales y determinan configuraciones sociales nuevas adherentes a estas concepciones, determinan organismos que funcionan por ley íntima, determinan aparatos embrionales de poder, en los que la masa actúa en su gobierno, en los que la masa adquiere conciencia de su responsabilidad histórica y de su misión precisa de crear las condiciones del comunismo regenerador. El partido como formación compacta del militante de una idea da su influencia a este íntimo trabajar nuevas estructuras”, “El partido y la revolución” (Gramsci, 1981: 103); “Il partito e la rivoluzione”, (no firmado), L’Ordine Nuovo, 27 de diciembre de 1919. 58

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En un artículo inmediatamente sucesivo, Gramsci contraponía el sindicato —instrumento defensivo conformado por asalariados que consideraba no apto a la “renovación radical de la sociedad”— al Consejo, visto como pieza de un nuevo Estado proletario en gestación, conformado por productores, como prefiguración de un pasaje societal, en el cual “el concepto de ciudadano decae y es sustituido por el concepto de compañero”.60 Esta veta emancipatoria basada en la autonomía como autogobierno de la masas, de la creación de nuevas instituciones reflejaba el proceso epocal que se había abierto en Rusia donde, según Gramsci, el “Estado de los soviets” había realizado “la autonomía soberana del trabajo en la producción y la distribución de los bienes materiales y en todas las relaciones, internas y externas, del Estado”.61 Señala Liguori que Gramsci sobreponía lo que en Rusia se presentaba diferenciado entre Soviets y Consejos de Fábrica, es decir entre organismos más políticos, generales y territoriales e institutos más restringidos ligados a las instancias productivas.62 Más allá de esta confusión, ligada a la información fragmentaria que llegaba de Rusia, el interés del marxista sardo estaba puesto en lo que observaba y promovía en la experiencia turinesa, la emergencia de consejos en las fábricas, en los cuales se articulaban demandas y funciones tanto económicas como políticas, donde “el ejercicio de la soberanía se funde con el acto de la producción”.63   “Sindacato e consigli”, L’Ordine Nuovo, 11 de octubre de 1919. “Sindicatos y consejos” (Gramsci, 1981: 99). 61   “Per l’Internazionale comunista”, L’Ordine Nuovo, 26 de julio de 1919 [traducción del autor], p. 67. 62   Véase Liguori (2022b), Spriano (1971 y 1967: 37-107), D’Orsi, (2017: 98-131). En español, además de la traducción de la biografía de Giuseppe Fiori ya citada, véase el texto inacabado y publicado de manera póstuma de Manuel Sacristán (1998). 63   “Postilla a R.X., Il problema delle Commissioni interne”, L’Ordine Nuovo, 23 de agosto de 1919 [traducción del autor]. 60

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En este mismo sentido de autonomía como autogobierno de la producción, en un artículo de 1920, titulado El instrumento de trabajo, Gramsci sostenía de forma concisa y explícita que: “La revolución comunista realiza la autonomía del productor en el campo económico y en el campo político”.64 A continuación, exaltaba el impulso subjetivo que sostenía el proceso emancipatorio, en términos de circulación de experiencias y de constitución de un “patrimonio colectivo”, una autoeducación comunista “con sus propios medios y con sus propios sistemas”.65 Cada equipo de trabajadores expresa en la persona del comisario la consciencia unitaria que ha conseguido de su grado de autonomía y autodisciplina en el trabajo, y cobra figura concreta en la sección y en la fábrica. [...] La clase obrera ha conseguido un altísimo grado de autonomía en el campo de la producción porque el desarrollo de la técnica industrial y comercial ha suprimido todas las funciones útiles características de la propiedad privada, de la persona del capitalista. [...] La clase obrera cierra filas en torno a las máquinas, crea sus instituciones representativas como función del trabajo, como función de la autonomía conquistada, de la conseguida consciencia de autogobierno. El Consejo de fábrica es la base de sus experiencias positivas, de la toma de posesión del instrumento de trabajo, es la base sólida del proceso que ha de culminar en la dictadura, en la conquista del poder del Estado.66

Una idea de autonomía que es presentada aquí como sinónimo de “consciencia de autogobierno”, es decir como carac64   “Lo strumento di lavoro”, L’Ordine Nuovo, 14 de febrero de 1920. “El instrumento de trabajo” (Gramsci, 2013: 67). 65   Ibid., p. 68. 66   Ibid., pp. 69, 79 y 81.

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terística fundamental de la conformación de un sujeto que conquista y se apropia de sus medios económicos y políticos de existencia y es capaz de edificar sus propias instituciones estatales. Siempre en 1920, Gramsci —en polémica tanto con lo que Liguori definió el iperpartitismo di Bordiga y el pansindacalismo de Tasca (Liguori, 2022b)— insiste en la autonomía como proceso emancipatorio, tanto subjetivo como material, como protagonismo histórico, que se expresa a través de los consejos de fábrica que se configuran como instrumentos de poder proletario: La clase obrera adquiere conciencia de su propia autonomía histórica, adquiere conciencia de la posibilidad de construir, con su trabajo ordenado y disciplinado, un nuevo sistema de relaciones económicas y jurídicas que sea basado en la función específica que la clase obrera desarrolla en la vida del mundo. [...] Todo el poder político de la masa, el poder de enderezar a los movimientos, el poder de conducir la masa a la victoria contra el capital debe ser de los organismos representativos de la masa misma, del Consejo y de sistema de los Consejos, responsables ante la masa, constituidos por delegados que pueden ser revocados en todo momento.67

En junio del mismo año, ya derrotada la huelga de las “manecillas” en Turín, en un artículo titulado El Consejo de Fábrica,68 Gramsci vuelve a colocar el adjetivo calificativo autónomo como una propiedad o característica de los obreros en relación con el control del capital y, una semana después, reflexionando otra vez sobre la relación entre sindicatos y con67   “L’unità proletaria”, L’Ordine Nuovo, 28 de febrero de 1920-6 de marzo de 1920 [traducción del autor]. 68   “Il Consiglio di fabbrica”, (no firmado), L’Ordine Nuovo, 5 de junio de 1920.

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sejos, evoca nuevamente el vínculo entre conciencia y autoemancipación. La fuerza del consejo consiste en el hecho de que está estrechamente unido a la conciencia de la masa obrera que quiere emanciparse con autonomía, que quiere afirmar su libertad de iniciativa en la creación de la historia: toda la masa participa en la vida del consejo y siente que es algo gracias a esta actividad. 69

Y, a demostración de la centralidad que el concepto adquirió en su reflexión, en un texto publicado dos días después en el periódico socialista Avanti! menciona a la “vida histórica autónoma” que es asociada a una “original concepción del mundo”, una fórmula que ocupará un lugar central en los Cuadernos de la cárcel.70 En otro artículo, titulado significativamente Dos revoluciones, Gramsci sostenía que la revolución proletaria y comunista no se definía por la toma del Estado, la destrucción de los aparatos burgueses o el recambio de la clase dirigente, sino porque “liberaba” fuerzas proletarias y comunistas, que podían emprender el “trabajo paciente y metódico” necesario para construir un nuevo orden, destruyendo la sociedad de clase y permitiendo la extinción del Estado en la medida en que la clase obrera se disolvía para volverse la humanidad entera.71 En este texto, Gramsci coloca el tema de la autonomía como criterio de distinción entre formas revolucio69   “Sindacati e Consigli”, (no firmado), L’Ordine Nuovo, 12 de junio de 1920. “Sindicatos y consejos (II)” (Gramsci, 1981: 115). 70   “Cronache di cultura”, Avanti!, 14 de junio de 1920. La idea de autonomía histórica también figura en este mismo periodo en “I gruppi comunisti”, 17 de julio de 1920, L’Ordine Nuovo, “instituciones nuevas que ésta va elaborando para actuar su autonomía histórica, para convertirse en clase dominante”, “Los grupos comunistas” (Gramsci, 2013: 93). 71   Y coloca como condición la idea de que el partido comunista sea el partido de “confianza democrática” de todas las clases oprimidas, es decir, que sea hegemónico.

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narias, como un elemento cualitativo que define su alcance emancipatorio. Esta revolución puede recomponerse en una pura y sencilla asamblea constituyente, que busca curar las llagas abiertas en el aparato estatal burgués por la cólera popular; puede alcanzar el Soviet, la organización autónoma del proletariado y de otras clases oprimidas, que sin embargo no se atreven a ir más allá de la organización, no se atreven a tocar las relaciones económicas y son entonces echadas para atrás por la reacción de las clases propietarias; puede ir hasta la destrucción completa de la maquinaria estatal burguesa, y el establecimiento de una condición de desorden permanente, en donde las riquezas existentes y la población se van disolviendo y desapareciendo aplastadas por la imposibilidad de toda organización autónoma; puede llegar hasta el establecimiento de un poder proletario y comunista que se agota en repetidos y desesperados intentos de suscitar imperativamente las condiciones económicas de su permanencia y su reforzamiento, y termina arrasado por la reacción capitalista.72

Al nivel de autonomía correspondiente a la organización política independiente, sigue el plano más avanzado de la constitución del soviet, del Consejo de Fábrica como “instrumento de lucha revolucionaria que permite el desarrollo autónomo de la organización económica comunista” y como “forma de la autonomía del productor en el campo industrial” que se articula, a nivel central, en la planificación de la producción. Gramsci reitera posteriormente la idea que el desarrollo industrial provocó en la masas “cierto grado de autonomía espiritual y cierto espíritu de iniciativa histórica positiva”, que es necesario organizar y potenciar a través del partido comunista: “el partido de las masas que quieren liberarse con sus propios medios, autónomamente, de la esclavi  “Due rivoluzioni”, L’Ordine Nuovo, 3 de julio de 1920 [traducción del autor]. 72

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tud política e industrial a través de la organización de la economía social”. Se condensan aquí tres dimensiones de la autonomía como clave de un proyecto político integral: la autonomía incipiente de las masas más la autonomía organizada y reforzada por el partido para lograr la re-organización de la economía (autogestión) y, finalmente, el autogobierno que sanciona la autonomía como forma societal integral. En un artículo titulado El programa de L’Ordine Nuovo —en el cual vuelve a aparecer la idea de “autonomía industrial de la clase obrera” y de la “acción autónoma revolucionaria”—, Gramsci responde a las polémicas y las acusaciones de voluntarismo anarcosindicalista —del socialista Serrati, pero en particular del ordinovista Tasca— refrendando su proyecto de democracia obrera consiliar. Según la concepción desarrollada por L’Ordine Nuovo —la cual, precisamente para ser una concepción, se organizaba en torno a una idea, la idea de libertad (y concretamente, en el plano de la creación histórica actual, en torno a la hipótesis de una acción autónoma revolucionaria de la clase obrera—, el Consejo de fábrica es una institución de carácter “público”), (mientras que el partido y el sindicato son asociaciones de carácter “privado”). En el Consejo de fábrica el obrero interviene como productor, como consecuencia de su carácter universal, de su posición y de su función en la sociedad, del mismo modo que el ciudadano interviene en el Estado democrático parlamentario. En cambio, en el partido y en el sindicato el obrero está «voluntariamente», firmando un compromiso escrito, firmando un “contrato” que puede romper en cualquier momento: por ese carácter de “voluntariedad”, por ese carácter “contractual”, el partido y el sindicato no pueden confundirse en modo alguno con el Consejo, institución representativa que no se desarrolla aritméticamente, sino morfológicamente.73   L’Ordine Nuovo, 14 de agosto y 28 de agosto 1920. “El programa de L’Ordine Nuovo” (Gramsci, 2013: 98). 73

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Gramsci, bosquejando los contornos de los institutos que impulsan y sostienen la revolución y, al mismo tiempo, la transición al socialismo, distingue aquí ante litteram los planos del Estado como sociedad política, donde coloca el Consejo de Fábrica, y como sociedad civil, donde sitúa a los partidos y los sindicatos. Esta concepción, que Gramsci va esbozando de la mano de la experiencia bolchevique y al ascenso de las luchas obreras en el norte de Italia, lo coloca como un teórico del control obrero de la producción y del consiliarismo en el momento de surgimiento y de auge de esta perspectiva.74 Sin embargo, este desarrollo teórico va a pasar a segundo plano en su pensamiento a partir de la derrota del movimiento de ocupación de fábricas a finales de septiembre de 1920 (Spriano, 1968) y del cambio de clima político en sentido contrarrevolucionario tanto en Italia como en Europa Occidental, que repercutirán en el debate al interior de la Internacional Comunista. A partir de este punto de inflexión, la cuestión de los consejos va a ser progresivamente subordinada a la del partido, modificando el equilibrio entre ellos que Gramsci iba trazando en los años previos. La idea de la autonomía permanece en el léxico gramsciano para designar el proceso histórico de emancipación, pero aparece ligada más clásicamente al avance del partido, como entidad que sintetiza y expresa la autonomía política de la clase obrera. Un desarrollo que se había manifestado en diversos planos, incluido el electoral. En las elecciones legislativas de noviembre de 1919, el psi llegó a ser el partido más votado con el 32.2% y, un año después, a pesar del llamado de Gramsci, perdió la elección municipal en Turín aunque   Véase Guido Liguori (2022a). Gramsci ocupa un lugar sorprendentemente importante en la antología de Ernest Mandel (1970); mientras que no contempla a Gramsci, ciñéndose al perímetro de la corriente consiliarista, Marcel van der Linden (2004) de corte antileninista, que se asienta en el periodo inmediatamente posterior. 74

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obtuvo el 49.9%, mientras que en Milán lograba imponerse, por mínima diferencia. Esta fue la respuesta que el pueblo italiano dio en noviembre de 1919. Fue una afirmación de libertad y de autonomía. ¿Qué es la historia, qué es progreso si no una incesante proceso de liberación, si no una incansable y tenaz búsqueda de autonomía?75

Este uso del concepto de autonomía, centrado en la valoración y promoción de la independencia de la clase obrera y al Partido como instrumento del proletariado, que ya estaba presente en los años previos, va a volverse predominante y casi exclusivo a partir de enero de 1921 con la fundación del pcdi en el Congreso de Livorno. Ya desde 1920, esta variante organizacional aparecía en un artículo polémico respecto del Partido Socialista76 —que fue muy apreciado por Lenin— y en otro titulado directamente Il Partito comunista. Este milagro del obrero que conquista cotidianamente su autonomía espiritual y su libertad de construir en el orden de las ideas, luchando contra el cansancio, contra el tedio, contra la monotonía del gesto que tiende a mecanizarle y, por tanto, a   “La lotta di Torino”, Avanti!, 2 de noviembre de 1920 [traducción del autor]. 76   “Per un rinnovamento del Partito socialista”, L’Ordine Nuovo, 8 de mayo de 1920. “El Partido Socialista, constituido por la parte de la clase obrera que no se ha dejado deprimir ni postrar por la opresión física y espiritual del sistema capitalista, sino que ha conseguido salvar su autonomía y su espíritu de iniciativa consciente y disciplinada […] después del Congreso de Bolonia, el Partido Socialista ha seguido siendo un partido meramente parlamentario, que se mantiene inmóvil dentro de los estrechos límites de la democracia burguesa, que se preocupa sólo de las superficiales afirmaciones políticas de la casta de gobierno; no ha adquirido una figura autónoma de partido característica del proletariado revolucionario y sólo del proletariado revolucionario”, “Por una renovación del Partido Socialista” (Gramsci, 2013: 72-73). 75

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matarle la vida interior, ese milagro se organiza en el Partido Comunista, en la voluntad de lucha y de creación revolucionaria que se expresa en el Partido Comunista.77

En un artículo previo al Congreso de Livorno,78 Gramsci anunciaba el surgimiento de “un partido autónomo de clase”, mientras que en febrero de 1921, ya sancionado el nacimiento del pcdi, sostenía que: El Partido Comunista, la clase obrera, debe adquirir, espiritualmente y como organización, consciencia de su autonomía y de su personalidad histórica. Por eso la primera fase de la lucha se presentará como lucha por una determinada forma de organización. Esta forma de organización sólo puede ser el Consejo de Fábrica.79

Junto a esta concepción militante de la autonomía como “personalidad histórica”, Gramsci seguía sosteniendo la relación virtuosa entre consejos y partido para el desarrollo autónomo de la clase, pero el acento se iba colocando paulatinamente en el partido entendido como “primera organización autónoma e independiente del proletariado industrial, de sólo la clase popular esencial y permanentemente revolucionaria”.80 En paralelo, reaparece una acepción de autonomía con tintes espontáneos, la cual, para que no pierda sus virtudes, debe ser temperada con organización y “articulación del movimiento”.   “Il Partito comunista”, (no firmado), L’Ordine Nuovo, 4 de septiembre y 9 de octubre de 1920. “El partido comunista” (Gramsci, 2013: 104). 78   “ll Congresso di Livorno”, (no firmado), L’Ordine Nuovo, 13 de enero de 1921. 79   “Controllo operaio”, (no firmado), L’Ordine Nuovo, 10 de febrero de 1921 [traducción del autor]. 80   “I partiti e la massa. Cosí nacque il Partito Comunista”, (no firmado), L’Ordine Nuovo, 25 de septiembre de 1921. “Los partidos y la masa” (Gramsci, 1981: 137). 77

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Así fue posible, durante la ocupación de la fábricas, el desarrollo autónomo y sin embargo unitario y naturalmente centralizado, de una multiplicidad de acciones y de iniciativas revolucionarias de alcance incalculable e imprevisible. El movimiento de los consejos de fábrica y de los grupos comunistas perfeccionó esta articulación del movimiento obrero turinés, que no puede ser decapitado y paralizado por ninguna tempestad reaccionaria. [...] De allí por lo tanto, la necesidad de estimular en la masa el espíritu de iniciativa y de autonomía, la necesidad de substituir a la centralización burocrática y bestial propia de los Sindicatos, una centralización democrática, una articulación delgada y elástica.81

Una concepción de autonomía que puede, por lo tanto, confundirse, es decir, difuminarse con la de espontaneidad y que, al mismo tiempo, es parte fundamental de la idea de comunismo de Gramsci, una condición formal y procedimental necesaria para su realización: ¿Qué es el comunismo, en su esencia? Es el movimiento espontáneo, históricamente determinado, de las grandes masas trabajadoras, que quieren liberarse de la opresión y de la explotación capitalista y quieren fundar una sociedad organizada en formas tales que permitan garantizar el desarrollo autónomo e indefinido del hombre no propietario. Los comunistas tienen por lo tanto todo el interés en hacer que las más grandes masas se interesen directamente a las cuestiones generales, a las deliberaciones políticas, a los problemas administrativos y organizacionales. La indiferencia de las grandes masas es el estancamiento, la muerte del comunismo; el interés, el entusiasmo de las grandes masas es el desarrollo, es el triunfo del comunismo.82 81   “La guerra è la guerra”, L’Ordine Nuovo, 31 de enero de 1921 [traducción del autor]. 82   “Referendum”, L’Ordine Nuovo, 29 de junio de 1921 [traducción del autor].

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El comunismo es entendido entonces como un movimiento social independiente hacia una sociedad fundada en la autonomía y el autogobierno, es decir autonomía como medio y como fin. Esta última cuestión, que en los Cuadernos aparece como la superación de la distinción entre gobernados y gobernantes, en esta etapa del pensamiento de Gramsci está estrechamente ligada a los Consejos de Fábrica, los cuales prefigurarían el nuevo orden de la sociedad futura. Sin embargo, en una etapa defensiva, de repliegue, como la que se inaugura a partir del ascenso del fascismo en 1922, el órgano por excelencia de la autonomía como cualidad subjetiva e instrumento de combate será el partido comunista. Por lo tanto, predomina en los textos de Gramsci la noción, más convencional en el lenguaje marxista de la época, de la autonomía como independencia de clase y el énfasis sobre el partido como expresión última de la acción autónoma, organizada y combativa. A diferencia del periodo del on, esta noción no ocupa un lugar central ni es objeto de un esfuerzo de conceptualización en el pensamiento de Gramsci de estos años, aun cuando no deja de asentarse como parte de un arsenal conceptual consolidado. Los años que van del 22 al 26, año de su encarcelamiento, son años de menor producción periodística, pero de intensa formación y elaboración política. Gramsci permanece alrededor de un año y medio en Rusia, donde —cuando la salud se lo permite— participa en las actividades del Partido Comunista Ruso y la Internacional Comunista, se reúne con Lenin y los principales dirigentes bolcheviques, en pleno auge de la política del llamado frente único. Al dejar Moscú, se instala provisionalmente en Viena a finales de 1923, desde donde intensifica sus intercambios con varios dirigentes comunistas, con el apoyo de los cuales será nombrado posteriormente secretario general pcdi en substitución de Amadeo Bordiga.83 83   Las posturas de Gramsci de este periodo afloran en el intercambio de cartas con sus camaradas, los cuales formarán el “centro” que tomará la dirección del pci en 1926 (Togliatti, 2021).

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Volverá a Roma solo en mayo de 1924 como diputado y en agosto se formalizará su cargo en el partido. En una de las cartas dirigidas a los dirigentes comunistas con los cuales integrará el grupo que encabezará el pcdi, Gramsci esboza su concepción del partido —criticando a la de Bordiga— presentándola como una dialéctica permanente entre movimiento espontáneo de las masas y “voluntad organizativa y directiva” del centro (Gramsci, 9/2/1924 en Togliatti 2021: 62-63). El clima de época contribuía a desplazar la cuestión de la autonomía a la defensiva, sobreponiéndola y confundiéndola con la de independencia, con lo cual perdía buena parte del alcance ligado al sovietismo y al proceso emancipatorio en general.84 En efecto, en algunos textos del periodo, las palabras autonomía e independencia aparecen conjunta e indiferentemente, desdibujando la especificidad de la primera: las posibilidades que se ofrecen al proletariado para una acción autónoma, de clase independiente.85 Fue la central del partido que reaccionó, no hesitando en ir contracorriente, a la pasividad de las masas, y logró, con su acción política, volver independiente de la burguesía al proletariado revolucionario y hacerlo un factor autónomo y decisivo en la situación.86 84   Aun cuando hay que volver a señalar que la sobreposición entre “autonomía” e “independencia” aparece también en algunos artículos de L’Ordine Nuovo del 20, como el pasaje antes citado “I partiti e la massa”, cit.; pero también aparece el adjetivo “independiente” en “La settimana politica”, L’Ordine Nuovo, 21 de agosto de 1920, “La forza dello Stato”, Avanti!, 11 de diciembre de 1920; “Un anno”, L’Ordine Nuovo, 15 de enero de 1922. 85   “Il programma de ‘L’Ordine Nuovo’”, L’Ordine Nuovo, 1-15 de abril de 1924. “El programa de L’Ordine Nuovo” (Gramsci, 2013: 146). 86   “Il Partito si rafforza combattendo le deviazioni antileniniste”, L’Unità, 2 de julio de 1925 [traducción del autor]. También en “Nullismo e attivismo”, L’Unità, 2 de septiembre de 1924.

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Vale la pena señalar que, en otro artículo, la noción de independencia aparece conjuntamente a la de hegemonía atribuida al bolchevismo y a Lenin, anunciando temas que serán desarrollados en los Cuadernos. El bolchevismo se convierte en esos años en el partido independiente de la clase obrera, forja su programa y su táctica. ¿En qué consiste su originalidad política, su característica principal? El bolchevismo es el primero, en la historia internacional de la lucha de clases, que desarrolló la idea de la hegemonía del proletariado y puso prácticamente los principales problemas revolucionarios que Marx y Engels había planteado teóricamente. La idea de la hegemonía del proletariado, justamente porque concebida históricamente y concretamente, llevó consigo la necesidad de buscar en la clase obrera un aliado: el bolchevismo encontró este aliado en el masa de los campesinos pobres.87

Aún entrecruzada con la de independencia, sin la centralidad teórica que había tenido ni un mayor despliegue conceptual, la noción de autonomía mantiene una presencia constante hasta los últimos escritos antes de ser encarcelado en noviembre de 1926. Por ejemplo, en “Cinque anni di vita del partito” es la ausencia de autonomía la principal preocupación de Gramsci. Denuncia allí al fascismo por privar a la clase obrera de “su autonomía e independencia política y obligarla a la pasividad, es decir a una subordinación inerte al aparato estatal”. Como contraparte, reitera que el partido comunista era “el único mecanismo que la clase obrera tenga a su disposición para seleccionar nuevos cuadros dirigentes de clase, es decir para reconquistar su independencia y autonomía política”.88 En el mismo 87   “Vladimiro Ilic Ulianof”, L’Ordine Nuovo, marzo de 1924 [traducción del autor]. 88   “Cinque anni di vita del partito”, L’Unità, 24 de febrero de 1926. En este mismo artículo aparece el adjetivo independiente en más de una ocasión.

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sentido, también en las llamadas Tesis de Lyon89 la noción de autonomía aparece un par de veces de forma convencional para indicar a la independencia como condición fundamental, cuya ausencia inhabilita el proyecto revolucionario. Al mismo tiempo, hay que señalar que en este documento se menciona el control obrero sobre la industria y a los comités obreros y campesinos como base de una Asamblea nacional. La noción expandida de autonomía reaparece también en un artículo en L’Unitá del 1 de octubre de 1926, titulado “Ancora delle capacitá organiche della classe operaia”. Allí Gramsci evoca la ocupación de fábricas en Turín y subraya tres “capacidades” que afloraron en aquellos días: 1) la de “autogobierno de la masa obrera”; 2) la de autogestión, es decir, “mantener y superar el nivel de la producción”; 3) la “capacidad ilimitada de iniciativa y de creación de las masas trabajadores.” Sobre este último punto señala Gramsci que se podría escribir “un libro entero, pero simplemente registra la capacidad técnica e industrial, la capacidad militar y la artística”. Concluye sosteniendo que eran “ilimitadas las fuerzas latentes de las masas y como éstas se releven y se desarrollen impetuosamente en cuanto se convenzan de ser árbitros y hegémones de sus propios destinos”.90 En la polémica Carta al Comité Central del Partido Comunista Ruso, del 14 de octubre de 1926 —en la cual critica la forma en la que se está resolviendo el conflicto interno por parte de la mayoría, encabezada por Stalin, en contra de la oposición de izquierda encabezada por Trotsky— se refiere a que el fascismo sofocó las manifestaciones de la “vida autónoma de las masas obreras y campesinas”. Finalmente, en el texto conocido como La cuestión meridional, el concepto de autonomía no aparece de forma central, 89   “Tesi del III Congresso del Partito Comunista d’Italia” (enero del 1926, Lyon). El documento fue redactado por Gramsci con la participación de Togliatti y de otros dirigentes del partido [traducción del autor]. 90   “Ancora delle capacitá organiche della classe operaia”, L’Unitá, 1 de octubre de 1926, titulado [traducción del autor].

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aunque quede en el trasfondo de la temática de los movimientos campesinos y del papel de los intelectuales, indicando la ausencia o, por el contrario, la potencial realización de la independencia de clase. El campesino meridional está ligado al gran terrateniente por los oficios del intelectual. Los movimientos de campesinos, en cuanto se unen, no en organizaciones de masa autónomas e independientes aunque fuera formalmente. [...] El proletariado destruirá el bloque agrario meridional en la medida en que consiga, por medio de su partido, organizar en formaciones autónomas e independientes a masas cada vez más considerables de campesinos pobres; pero conseguirá cumplir más o menos esa tarea obligada según su capacidad, entre otras cosas, de disgregar el bloque intelectual que es la armadura flexible, pero muy resistente, del bloque agrario.91

Junto a la temática de la alianza obrero-campesina —que Gramsci no sólo hereda del bolchevismo, sino de su propia experiencia meridional, en su natal Cerdeña (Fresu, 2019: 221-247)— y de la superación del corporativismo92 aparece 91   Note sul problema meridionale e sull’atteggiamento nei suoi confronti dei comunisti, dei socialisti, dei democratici, 1926. “Algunos temas sobre la cuestión meridional” (Gramsci, 1981: 320 y 326). 92   “Para ser capaz de gobernar como clase, el proletariado tiene que despojarse de todo residuo corporativo, de todo prejuicio o de incrustación sindicalista. ¿Qué significa eso? Que no sólo hay que superar las distinciones que existen entre las diversas profesiones, sino que, para conquistar la confianza y el consenso de los campesinos y de algunas categorías semiproletarias de las ciudades, hay que superar también algunos prejuicios y vencer ciertos egoísmos que pueden subsistir y subsisten en la clase obrera como tal, aunque en su seno hayan desaparecido ya los particularismos profesionales. El metalúrgico, el carpintero, el albañil, etc., tienen que pensar no ya sólo como proletarios, y no como metalúrgico, carpintero, albañil, etc., sino que tienen que dar un paso más: tienen que pensar como obreros miembros de una clase que tiende a dirigir a los campesinos y a los intelectuales, como miembros

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en este manuscrito la interpretación histórica y política del papel de los intelectuales tradicionales en la constitución de la hegemonía —entendida como dominación y dirección— que perfila las reflexiones que posteriormente verterá en los Cuadernos de la cárcel. Pocos días después de haber redactado el borrador de este texto, el 8 de noviembre de 1926, Gramsci será encarcelado. La revisión de los escritos de 1921 a 1926 muestra que el concepto de autonomía recorre una trayectoria marcada por un cambio de clima político, que provoca una variación en el discurso y el pensamiento de Gramsci. Se aprecia, en efecto, en un primer momento, la exaltación de la emergencia de la autonomía en los años de las luchas obreras, mientras que, en un segundo momento, marcado por la fundación del pcdi, prima la constatación de las dificultades que enfrenta el proyecto revolucionario en el reflujo de las luchas y el ascenso del fascismo. Un cambio de clima que afectó no sólo al movimiento italiano, sino a todo el comunismo internacional. En paralelo, a nivel teórico, como antesala del lugar y el papel que ocupará la noción de autonomía en los Cuadernos, hay que constatar que, de la mano de las experiencias de insubordinación y antagonismo protagonizadas por el movimiento obrero, el concepto fue floreciendo para dar cuenta tanto de la formación autónoma del sujeto político comunista, organizado en sindicatos, consejos y partidos, como de la construcción y prefiguración de una nueva sociedad basada en prácticas de autogestión y el autogobierno. Sin embargo, este último aspecto, sin desaparecer, pasó a segundo plano en el nuevo y más problemático contexto, en el cual Gramsci tiende a replegar el concepto hacia su uso conde una clase que puede vencer y puede constituir el socialismo sólo si está ayudada y seguida por la gran mayoría de esos estratos sociales. Si no se obtiene eso, el proletariado no llega a ser clase dirigente, y esos estratos, que en Italia representan la mayoría de la población, se quedan bajo dirección burguesa y dan al Estado la posibilidad de resistir al ímpetu proletario y de debilitarlo”. “Algunos temas sobre la cuestión meridional” (Gramsci, 1981: 312).

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vencional, como sinónimo de independencia de clase expresada en la forma partido. Autonomía y hegemonía en los Cuadernos de la cárcel Si bien en los Cuadernos de la cárcel, en sintonía con lo observado anteriormente respecto del contexto y la táctica del frente único en la Internacional Comunista, no encontramos referencias a los Consejos Obreros —y sólo alguna escueta alusión retrospectiva a la experiencia de L’Ordine Nuovo— la noción de autonomía ocupa un lugar crucial en la óptica de la construcción del sujeto político, en tanto punto de intersección entre subalternidad y hegemonía, como contraparte de su condición subalterna —como vimos— y como antesala, previa pero contigua, de su despliegue hegemónico —como veremos. Se pueden rastrear seis usos sustanciales de la palabra autonomía en los Cuadernos. Dos de ellos remiten a importantes distinciones de carácter teórico en relación con la autonomía del marxismo —derivada de Labriola— y a la autonomía de la política —inspirada en Maquiavelo. Otros dos usos se conectan con consideraciones de orden analítico que, respectivamente, niegan el carácter autónomo de los intelectuales en relación con las clases sociales y afirman la construcción de la autonomía del alumno como principio de toda educación emancipatoria. Aparecen además, de forma dispersa, otros usos accesorios y una utilización recurrente de la idea de autonomía del Estado que se presenta de cara a tres situaciones: con frecuencia en el plano de las relaciones internacionales y en relación con la Iglesia, en un único caso, de cara a la sociedad civil (C 13, 7). Sin embargo, el ámbito más relevante y más consistente, en el cual Gramsci utiliza la noción, es el de la autonomía del sujeto social y político, un hilo rojo que se inserta en la tesitura subjetiva que une concretamente y separa metodológicamente subalternidad y hegemonía. 110

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En efecto, Gramsci usa reiterada y sistemáticamente la palabra autonomía para caracterizar la constitución del sujeto político. Sólo en una única ocasión prefiere independencia, cuando en el C 13, 20, 50, aludiendo a Maquiavelo y la práctica política, usa la expresión “conciencia de su propia personalidad independiente”. Recorriendo cronológicamente los Cuadernos, encontramos pasajes significativos que evidencian la persistencia y el arraigo de este concepto en el andamiaje teórico gramsciano. A la par de otras temáticas fundamentales, ésta aparece ya desde el Cuaderno 1 —cuyo carácter misceláneo deja entrever el programa de trabajo de Gramsci— en una larga nota, C 1, 43, inmediatamente anterior a C 1, 44, en donde asienta la interpretación de la historia del Risorgimento formulando la célebre y crucial distinción que abre la cuestión de la hegemonía: Dirección política de clase antes y después de la llegada al gobierno. Ambos párrafos, elaborados en febrero-marzo 1930, serán vertidos y reelaborados en orden inverso en el C 19 (24 y 26), en 1934-1935. En C 1, 43, figuran pasajes fundamentales que perfilan la concepción gramsciana de los intelectuales —su carácter de clase y su definición ampliada—, entretejidos con la tensión campo-ciudad, como ya esbozado en las Tesis de Lyon y La cuestión meridional. En su análisis del Risorgimento, Gramsci plantea el problema de la relación entre fuerzas urbanas y rurales en términos de autonomía y hegemonía, es decir de la capacidad de ejercer una “función histórica dirigente” (C 1, 43, 104). La vinculación entre fuerzas urbanas del Norte y del Sur debía ayudar a éstas a volverse autónomas, a adquirir conciencia de su función histórica dirigente de modo “concreto” y no puramente teórico y abstracto, sugiriéndoles las soluciones que habían de darse a los vastos problemas regionales (C 1, 43, 105).

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Autonomía y hegemonía se articulan por lo tanto desde el primer cuaderno, lo que equivale a decir que Gramsci inicia su reflexión sobre hegemonía colocando a la autonomía como condición y como punto de partida. En la nota siguiente (C 1, 44), donde se despliega con más claridad el vínculo entre dirección, hegemonía y papel de los intelectuales, Gramsci afirma que el Partido de Acción (pda) no podía ser hegemónico porque no era autónomo, en cuanto “atraído” por los moderados y algunos de sus dirigentes “en relación personal de subordinación con los dirigentes de los moderados” (C 1, 44, 108).93 Si bien la ausencia de autonomía corresponde a una condición subalterna del pda, la cual impide una acción hegemónica, será poco más adelante, siempre en el Cuaderno 1, en una nota sobre la Acción Católica, cuando la voz autonomía aparece, por primera vez nominalmente, en antinomia respecto de la de subalternidad, asimilada a una postura defensiva –como después será reiterado en el Cuaderno 3: “La Iglesia está a la defensiva, esto es, ha perdido la autonomía de movimiento y de iniciativa, ya no es un movimiento y una potencia ideológica mundial, sino sólo una fuerza subalterna” (C 1, 139, 184). En el Cuaderno 3 (como después en las notas transcritas en el Cuaderno 25) esta antinomia adquiere plenamente su alcance heurístico respecto de la conformación del sujeto político. En C 3, 14 (nota transcrita en C 25, 2), la primera que caracteriza, en sentido abstracto y general, a los grupos subalternos, se contrapone la forma “disgregada y episódica” a la “tenden93   “Para que el Partido de Acción se convirtiese en una fuerza autónoma y, en último análisis, por lo menos lograse imprimir el movimiento del Risorgimento un carácter más marcadamente popular y democrático (más lejos no podía llegar dadas las premisas fundamentales del movimiento mismo) hubiera debido oponer a la acción empírica de los moderados (que era empírica sólo por así decirlo) un programa orgánico del gobierno que abrazase las reivindicaciones esenciales de las masas populares, en primer lugar de las de los campesinos. A la atracción ‘espontánea’ ejercida por los moderados, debía oponer una atracción ‘ organizada’ de acuerdo con un plan” (C 1, 44, 108).

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cia a la unificación”, aun cuando provisoria y poco visible. Gramsci sostiene dialécticamente que los subalternos están a la defensiva incluso cuando atacan o parecen atacar y que, no obstante, sin dejar de ser subordinados, muestran y construyen embriones de autonomía: Las clases subalternas sufren la iniciativa de la clase dominante, incluso cuando se rebelan: están en estado de defensa alarmada. Por ello, cualquier brote de iniciativa autónoma es de inestimable valor (C 3, 14, 27).

Poco más adelante, en C 3, 18, refiriéndose a la historia romana, Gramsci vuelve a señalar que los subalternos son tales porque adolecen de “autonomía política” y, por ello, se encuentran a la defensiva. Porque careciendo las clases subalternas de autonomía política, sus iniciativas “defensivas” son forzadas por leyes propias de necesidad, más complejas y políticamente más coercitivas que las leyes de necesidad histórica que dirigen las iniciativas de la clase dominante (C 3, 18, 30).

Inmediatamente después, proporciona una indicación respecto de la dimensión organizacional de la autonomía política y de sus formas, arraigadas en la sociedad civil: El Estado moderno abolió muchas autonomías de las clases subalternas, abolió el Estado federación de clases, pero ciertas formas de vida interna de las clases subalternas renacen como partido, sindicato, asociación de cultura (C 3, 18, 30).94

La antinomia subalternidad-autonomía atraviesa después la nota C 3, 90, una nota crucial por lo que concierne a la concepción gramsciana del proceso de subjetivación políti  Reproducido sin cambios relevantes en C 25, 4.

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ca. En ella Gramsci señala que las clases subalternas podrán unificarse sólo volviéndose clases dirigentes en el Estado, entendido de forma integral, es decir en el vínculo “orgánico” (adjetivo agregado en C 25, 5, 182) entre sociedad política y sociedad civil, dejando así de ser una “fracción disgregada” y, agrega en el C 25, “discontinua” de esta última. La nota, que ya citamos en el capítulo anterior, sigue enumerando seis momentos o dimensiones de un proceso de subjetivación política que transita de la subalternidad a la autonomía y se proyecta en clave hegemónica. Un proceso que se concretiza, y puede por ello rastrearse, en la formación de organizaciones políticas independientes. 1) la formación objetiva para el desarrollo y las transformaciones, ocurridas en el mundo económico, su difusión cuantitativa y el origen de otras clases precedentes; 2) su adherencia a formaciones políticas dominantes pasiva o activamente, o sea tratando de influir en los programas de estas formaciones con reivindicaciones propias; 3) nacimiento de partidos nuevos de las clases dominantes para mantener el control de las clases subalternas; 4) formaciones propias de las clases subalternas de carácter restringido o parcial; 5) formaciones políticas que afirman la autonomía de aquella pero en el cuadro antiguo; 6) formaciones políticas que afirman la autonomía integral, etcétera (C 3, 90, 89).

Gramsci agrega que se trata de una lista preliminar que debería incluir otras fases o combinaciones e insiste en la necesidad de rastrear “la línea de desarrollo hacia la autonomía integral”, orientada por el “espíritu de escisión”. Inmediatamente después, proyecta esta autonomía hacia la hegemonía cuando afirma que entre las clases subalternas: “una ejercerá ya una hegemonía”, agregando en C 25, 5, 183, “a través de un partido”. En este sentido se puede entender que, para Gramsci, el vector de la transición entre subalternidad y autonomía es 114

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marcado por el espíritu de escisión, que cumple una función contrahegemónica y habilita la construcción de las condiciones de autonomía necesarias para promover una hegemonía alternativa. A la par de la cuestión organizacional camina el proceso de concientización. Ya en C 3, 49 Gramsci había contrapuesto a la estructura ideológica de una clase dominante entendida como “complejo formidable de trincheras y fortificaciones”: El espíritu de escisión, o sea la progresiva adquisición de la conciencia de la propia personalidad histórica, espíritu de escisión que debe tender a extenderse de la clase protagonista a las clases aliadas potenciales: todo ello exige un complejo ideológico (C 3, 49, 55).

Espíritu de escisión como antítesis que, brotando del antagonismo, funda la autonomía y genera las condiciones para la disputa hegemónica al ampliarse de la clase fundamental a las demás clases subalternas. Esta colocación liminal del espíritu de escisión es evidente en un pasaje posterior, en una nota del C 8, 196 sobre el Ensayo popular de Bujarin cuando, en medio de una consideración metodológica y pedagógica de cómo la crítica debe confrontarse con los mejores autores y argumentos de la ideología dominante, Gramsci distingue dialécticamente un par destruens y un construens: 1) a mantener en la propia parte el espíritu de escisión y de destrucción; 2) a crear el terreno para que la propia parte absorba y vivifique una doctrina propia original, correspondiente a las propias condiciones de vida (C 8, 196, 316).

Esto corresponde a la necesidad de “destruir una hegemonía para construir otra” —que aparece en C 10, 41, 200. Volviendo a la nota fundamental del C 3, 90 después retomada en C 25, 5. Gramsci observa retrospectivamente el Risorgimento y establece “dos medidas” para sopesar el “grado 115

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de conciencia histórico-política” de las “fuerzas innovadoras”, por medio de una distinción fundamental en relación a cómo, para tomar el poder, se luchó contra los adversarios, pero se recibió la ayuda de los aliados, es decir no sólo el alejamiento de unos, sino también el acercamiento a otros. Se perfila así un perímetro subjetivo a través de un proceso de subjetivación por distinción y por separación y otro por ampliación y agregación. En efecto, sostiene Gramsci: para convertirse en Estado debían subordinarse o eliminar a unas y tener el consenso activo o pasivo de las otras. El estudio del desarrollo de estas fuerzas innovadoras desde grupos subalternos a grupos dirigentes y dominantes debe por lo tanto buscar e identificar las fases a través de las cuales adquirieron la autonomía con respecto a los enemigos que habían de abatir y a la adhesión de los grupos que las ayudaron activa o pasivamente (C 25, 90, 183).

Se ligan por lo tanto explícitamente tres formas de la subjetividad política en la secuencia o combinación subalternidad-autonomía-hegemonía, en el tránsito “de grupos subalternos a grupos dirigentes”. El primer pasaje es de la subalternidad a la autonomía y se realiza por la ruptura, la separación, la escisión subjetiva que se opera partiendo de condiciones objetivas, pero que se desarrolla subjetivamente, activamente, saliendo del ámbito de la mentalidad y la ideología de las clases dominantes, así como de su perímetro de organización política, avanzando reivindicaciones propias y construyendo instancias parcialmente autónomas que, tendencial o potencialmente, se vuelven integrales. En otras palabras, se levantan las columnas portantes del movimiento comunista: concepción del mundo, proyecto y partido. El segundo pasaje es de la autonomía a la hegemonía, es decir desde la plena constitución de sujeto político a su irradiación hegemónica hacia otros grupos subalternos. Establecida la autonomía respecto de los adversarios que abatir o someter, Gramsci 116

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indica el camino del hacerse Estado, un recorrido en el cual es indispensable la construcción de un consenso activo o pasivo de aliados o auxiliares en el campo de los grupos subalternos. En este sentido, hegemonía es todavía sólo el acto de volverse clase dirigente, es una condición interna a la lógica de la constitución de un sujeto políticamente capaz de conquistar el poder estatal, pero todavía no una forma del ejercicio del poder estatal por parte de una clase dominante consolidada. En los Cuadernos sucesivos siguen apareciendo las conexiones entre estos tres puntos cardinales de la constelación conceptual gramsciana. En C 4, 38 —después reelaborado en C 13, 17—, en una de las notas más importantes de los Cuadernos, titulada Relaciones de fuerza —después de haber evocado una vez más los principios del Prólogo de 1859 a la Introducción a la Crítica de la Economía Política de Marx— Gramsci plantea “algunos cánones de metodología histórica” (C 4, 38, 167), distinguiendo entre “procesos orgánicos y ocasionales” y evitando el “economicismo” mecanicista y el “ideologismo” voluntarista, apoyándose también en la afirmación de Engels de la economía como resorte —en última instancia— de la historia. En este marco, desarrolla una distinción de tres “momentos y grados” de las relaciones de fuerzas. En primer lugar, ubica una correlación objetiva de origen estructural, “que asigna posiciones y funciones” y permite evaluar las “condiciones necesarias y suficientes” para la transformación, representa la medida concreta de “practicabilidad de las diversas ideologías”.95 En segundo lugar, una correlación de fuerzas políticas, con base al “grado de homogeneidad, de autocon  Que en otros pasajes de los Cuadernos formulará como “mercado determinado”. Dicho término equivale por lo tanto a decir “determinada relación de fuerzas sociales en una determinada estructura del aparato de producción”, relación garantizada (o sea hecha permanente) por una determinada superestructura política, moral, jurídica” (C 11, 52, 325). 95

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ciencia y de organización alcanzado por los diversos grupos sociales” correspondiente a los “diversos momentos de la conciencia política colectiva” (C 13, 17, 26). Autoconsciencia y organización (este último agregado en la rescritura en C 13), como hemos visto, son criterios fundamentales de la superación de la subalternidad y la conformación autónoma del sujeto. La expresión “autoconsciencia”, que atribuye Gramsci a Goethe y a Hegel, se vuelve crucial en los Cuadernos96 como un sinónimo de “autonomía”, relativo a la conciencia y la formación de una concepción del mundo independiente. Volverá a aparecer en otro pasaje fundamental que veremos más adelante. Sigue Gramsci señalando que, al interior de la correlación de fuerzas políticas, pueden reconocerse tres niveles: -Uno “económico corporativo” que no supera el plano de solidaridad del “grupo profesional”;

96   Respectivamente en C 7, 37, 175 y C 8, 208, 323. Aunque la palabra aparece en algunos escritos del 18 al 21, adquiriendo un peso relevante sólo en dos ocasiones. “L’Avanti! é l’autocoscienza degli operai e contadini: ogni suo lettore, in cittá, in campagna, lontano dal suo ambiente, leggendolo vi sente se stesso e tutti i suoi compagni lontani, sente che la sua opinione, il suo giudizio sono condivisi da centinaia di migliaia di altri individui nella nazione, da milioni e milioni di individui nell’Internazionale che ha sempre vissuto nelle coscienze e oggi incomincia a rivivere anche in una organizzazione”. “L’Avanti! piemontese”, Avanti!, 4 de diciembre de 1918. “Il determinismo economico, prima che essere fondamento scientifico dell’azione politica ed economica della classe lavoratrice, é autocoscienza storica della classe lavoratrice, é norma d’azione, é dovere morale. […] La dottrina del materialismo storico é l’organizzazione critica del sapere sulle necessitá storiche che sostanziano il processo di sviluppo della societá umana, non é l’accertamento di una legge naturale, che si svolge assolutamente trascendendo lo spirito umano. É autocoscienza, stimolo all’azione, non scienza naturale che esaurisca i suoi fini nell’apprendimento del vero”. “Stato e sovranità”, 1-28 de febrero de 1919, Energie Nove.

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-un segundo de “solidaridad de intereses entre todos los miembros del grupo social, pero todavía sólo en el campo meramente económico, -y, finalmente, el de la superación consciente del corporativismo y del vínculo con los “intereses de otros grupos subordinados”.

Los primeros dos puntos reflejan la progresiva conquista de un plano de autonomía, es decir de la independencia decisional del sujeto y, al mismo tiempo, muestran sus límites, una autonomía que podemos llamar introyectada, que mira hacia el interior, de tipo estrictamente sindical, y no proyectada, orientada también hacia el exterior. Por ello, Gramsci insiste en el último nivel o grado, que expresa la proyección de la autonomía en el plano de la construcción de la hegemonía. Esta es la fase más estrictamente política, que señala el tránsito neto de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas, es la fase en la que las ideologías germinadas anteriormente se convierten en “partido”, entran en confrontación y se declaran en lucha hasta que una sola de ellas o al menos una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por toda el área social, determinando, además de la unidad de fines económicos y políticos, también la unidad intelectual y moral, situando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no en el plano corporativo sino en un plano “universal”, y creando así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados (C 13, 17, 36).

He aquí una de la definiciones más clara de hegemonía, del desarrollo de la noción bolchevique de la cual Gramsci partía. El plano “universal” —“no-corporativo” como aparecía en la primera redacción— es el ámbito de expansión hegemónica de un sujeto y de una ideología compuestos, es decir, 119

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articulados, sobre la sociedad en su conjunto. Dos movimientos más que dos momentos. Una hegemonía que se desarrolla como subjetividad política ampliada y proyectada, volviéndose Estado: El Estado es concebido como organismo propio de un grupo, destinado a crear las condiciones favorables para la máxima expansión del grupo mismo, pero este desarrollo y esta expansión son concebidos y presentados como la fuerza motriz de una expansión universal, de un desarrollo de todas las energías “nacionales”, o sea que el grupo dominante es coordinado concretamente con los intereses generales de los grupos subordinados y la vida estatal es concebida como un continuo formarse y superarse de equilibrios inestables (en el ámbito de la ley) entre los intereses del grupo fundamental y los de los grupos subordinados, equilibrios en los que los intereses del grupo dominante prevalecen pero hasta cierto punto, o sea no hasta el burdo interés económico-corporativo (C 13, 17, 37).

En el plano estatal culmina la hegemonía como “expansión” de un sujeto “fundamental” que, una vez conquistada la autonomía que le permite tomar una iniciativa y volverse protagonista, se vuelve el punto de articulación o de “coordinación” con los grupos subalternos. Después de abordar las relaciones de fuerzas militares —que distingue entre técnico-militares y político-militares— y sobre el impacto de las crisis económicas —que considera parcial y variable— Gramsci culmina esta larga e importante nota con algunas consideraciones sobre la relevancia de este enfoque centrado en la correlación de fuerzas políticas, señalando que su pertinencia y eficacia se conecta con las iniciativas y voluntades políticas concretas, derivando en indicaciones tácticas respecto de coyunturas específicas. Y, una vez más, en un agregado colocado en la versión de C 13, refrenda el papel crucial que atribuye al factor subjetivo y a las cualidades de su constitución interna: 120

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El elemento decisivo de toda situación es la fuerza permanentemente organizada y predispuesta con tiempo que se puede hacer avanzar cuando se juzga que una situación es favorable (y es favorable sólo en la medida en que tal fuerza exista y está llena de ardor combativo); por eso la tarea esencial es la de ocuparse sistemática y pacientemente en formar, desarrollar, hacer cada vez más homogénea, compacta, consciente de sí misma a esta fuerza (C 13, 17, 40).

Un sujeto político organizado, conciente y combativo que sólo puede ser, en la óptica marxista y comunista de Gramsci, el partido revolucionario. Siempre a partir de una reflexión esbozada en C 4, 38, retomada en C 13, 18 (ahora separadamente del tratamiento de las relaciones de fuerza), Gramsci crítica las posturas del “sindicalismo teórico” sosteniendo que “es innegable que en éste la independencia y la autonomía del agrupamiento subalterno que se dice expresar, es por el contrario sacrificada a la hegemonía intelectual del agrupamiento dominante” (C 4, 38, 173). Y reitera la insistencia en la superación de lo “económico corporativo” como criterio fundamental del salto de la autonomía a la hegemonía, cuando afirma que las clases subalternas pueden y deben “elevarse a la fase de hegemonía político-intelectual en la sociedad civil y volverse dominante en la sociedad política” (C 4, 38, 172).97 Elevación que evoca la noción de catarsis como disparador de la formación de una voluntad colectiva. En los cuadernos sucesivos del mismo periodo 1930-1932, Gramsci ofrece algunos elementos que confirman y amplían el andamiaje fundamental que vimos que se asentó en los C 3 y 4 —y en sus redacciones posteriores en C 11, 13 y 25, elaboradas entre 1932 y 34. En C 7, 12 vuelve a aparecer la tensión/articulación entre espontaneidad y organización. Si bien Gramsci reconoce la   Cambiará “político-intelectual” por “ético-politico” en la versión de C 13. 97

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existencia de muchedumbres irresponsables, dominadas por el instinto y los intereses inmediatos, cuestiona la “psicología de la masas” y refuta sus postulados a partir de la observación que “una asamblea ‘bien ordenada’ de elementos pendencieros e indisciplinados se unifica en decisiones colectivas superiores a la media individual: la cantidad se vuelve calidad.” Usando el ejemplo del ejército en el cual predomina el sacrificio, la disciplina, la responsabilidad social “cuando su sentido de responsabilidad social ha sido despertado fuertemente por el sentimiento inmediato del peligro común y el futuro parece más importante que el presente” (C 7, 12, 153). Una frase que da cuenta de cómo Gramsci concebía la construcción de la acción colectiva y que, dicho sea de paso, no puede no recordar el “relámpago” en un “instante de peligro” de la sexta tesis sobre la historia de Walter Benjamin, aunque ésta fuera orientada al pasado a través de la memoria (Benjamin, 2021). Gramsci señala posteriormente, en esta misma nota, la profundización del “conformismo” —es decir del vínculo hegemónico entre dominante/subalterno— a partir de los fundamentos económicos del hombre colectivo (gran industria, taylorismo, racionalización, etc.), señalando que, a diferencia del pasado, donde predominaba la dirección carismática: El hombre-colectivo actual se forma esencialmente, por el contrario, de abajo hacia arriba, sobre la base de la posición ocupada por la colectividad en el mundo de la producción: el hombre representativo tiene también hoy una función en la formación del hombre–colectivo, pero muy inferior a la del pasado, tanto que puede desaparecer sin que el cemento colectivo se deshaga y la construcción se derrumbe. [...] El conformismo siempre ha existido: hoy se trata de la lucha entre “dos conformismos”, o sea de una lucha de hegemonía, de una crisis de la sociedad civil (C 7, 12, 153-154).

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La disputa hegemónica como forma de la lucha de clases implica la constitución, desde abajo, de un sujeto colectivo. La conexión antagonismo-autonomía aparece, en el mismo cuaderno, en C 7, 80, cuando Gramsci, refiriéndose a la posguerra, se pregunta, si el aparato de hegemonía se desagregó por el surgimiento de una “fuerte voluntad política colectiva antagónica” (C 7, 89, 195)”, respondiendo negativamente y señalando sus límites subalternos: “grandes masas, anteriormente pasivas, entraron en movimiento, pero en un movimiento caótico y desordenado, sin dirección, o sea sin una precisa voluntad política colectiva” (C 7, 89, 195). Como antítesis de la subalternidad y como condición para emprender el camino hegemónico, la idea de autonomía aparece de forma explícita en el siguiente cuaderno en dos notas sobre la “conciencia contradictoria” del C 8 (153 y 169). En el primer pasaje (que citamos en la transcripción de C 16, 12, ya que Gramsci agrega dos veces la palabra autonomía, sumando cuatro en pocos renglones) afirmando que, a la par de las relaciones sociales, es contradictoria la conciencia de los seres humanos y que: En los grupos subalternos, por la ausencia de autonomía en la iniciativa histórica, la disgregación es más grave y más fuerte la lucha para liberarse de los principios impuestos y no propuestos en la consecución de una conciencia histórica autónoma […] ¿Cómo debería formarse, por el contrario, esta conciencia histórica propuesta autónomamente? ¿Cómo debería elegir y combinar cada uno [de] los elementos para la constitución de tal conciencia autónoma? (C 16, 12, 276).

Gramsci establece aquí los criterios de la ausencia de autonomía como indicador de subalternidad y la formación de una conciencia autónoma como condición de salida de la subalternidad. Criterios ya presentes en la mencionada nota del Cuaderno 3 con un énfasis en la dimensión organizacional,

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mientras que aquí la concepción del mundo es el criterio fundamental de distinción y caracterización. En el segundo pasaje, retomado en C 11, 12, Gramsci sostiene que el trabajador tiene “dos conciencias teóricas (o una conciencia contradictoria)” (C 11, 12, 253): la primera vinculada a su praxis —podríamos decir una conciencia autónoma— y una que le es impuesta desde el exterior, que asume acríticamente —es decir una conciencia subalterna. Sigue un pasaje fundamental —reformulado y expandido en C 11, 12— donde Gramsci reflexiona sobre las condiciones de salida de una concepción del mundo “sometida y subordinada” en la óptica de la constitución de una que sea “independiente y autónoma”, ligada a la praxis y proyectada hacia la lucha hegemónica. La comprensión crítica de sí mismos se produce pues a través de una lucha de “hegemonías” políticas, de direcciones contrastantes, primero en el campo de la ética, luego de la política, para llegar a una elaboración superior de la propia concepción de lo real. La conciencia de ser parte de una determinada fuerza hegemónica (o sea la conciencia política) es la primera fase para una ulterior y progresiva autoconciencia en la que teoría y práctica finalmente se unifican. Tampoco la unidad de teoría y práctica es un dato de hecho mecánico, sino un devenir histórico, que tiene su fase elemental y primitiva en el sentido de “distinción”, de “desapego”, de independencia apenas instintivo, y progresa hasta la posesión real y completa de una concepción del mundo coherente y unitaria. He ahí por qué debe hacerse resaltar cómo el desarrollo político del concepto de hegemonía representa un gran progreso filosófico además de político–práctico, porque necesariamente implica y supone una unidad intelectual y una ética correspondiente a una concepción de lo real que ha superado el sentido común y se ha convertido, aunque dentro de límites todavía restringidos, en crítica (C 11, 12, 253).

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Aquí, aparecen todos los elementos del pasaje autonomíahegemonía que ya habían surgido anteriormente: la escisión, la autoconciencia, la concepción del mundo propia que supera el sentido común. La autonomía es claramente concebida como una condición necesaria, pero no suficiente, que se prolonga y realiza en una proyección hegemónica, es decir universalista y universalizante. El plural “hegemonías”, colocado en cursivas por Gramsci, sugiere que la construcción de hegemonía es un proceso al interior del cual, en el momento de disputa, existen dos campos hegemónicos, el dominante y el antagonista, este último con un lado destructivo, contrahegemónico, y otro reconstructivo, alternativo, alter-hegemónico: “destruir una hegemonía para construir otra” (C 10, 41, 200). Siempre en relación con la conciencia como vector de la constitución autónoma del sujeto político, sostiene Gramsci poco más adelante: Autoconciencia crítica significa histórica y políticamente creación de una élite de intelectuales: una masa humana no se “distingue” y no se vuelve independiente “por sí misma” sin organizarse (en sentido lato) y no hay organización sin intelectuales, o sea sin organizadores y dirigentes o sea sin que el nexo teoría–práctica se distinga concretamente en un estrato de personas “especializadas” en la elaboración conceptual y filosófica (C 11, 12, 253).

He aquí entonces que la autonomía, una vez más en el centro del pensamiento gramsciano, se despliega en referencia a la construcción de una concepción del mundo independiente, una “autoconciencia crítica” que se expresa en el maridaje organización-intelectuales. No me detengo sobre la concepción gramsciana de los intelectuales y del partido político que implicaría un desvío y que, por lo demás, ha sido abundantemente analizada en la

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literatura sobre la obra del marxista sardo, salvo señalar que, en su razonamiento, Gramsci agrega inmediatamente después que la función intelectual se realiza plenamente, en las sociedades modernas, en la forma partido que se vuelve instancia central de elaboración y difusión de una concepción del mundo y de la ética y la política que le corresponden. Los partidos son, para Gramsci, “el crisol de la unificación de teoría y práctica entendida como proceso histórico real” (C 11, 12, 254) y subraya la necesidad de una mediación político-intelectual: la innovación no puede llegar a ser de masas en sus primeras etapas, sino por mediación de una elite en la que la concepción implícita en la humana actividad se haya convertido ya en cierta medida en conciencia actual coherente y sistemática y voluntad precisa y decidida (C 11, 12, 254).

Las referencias a los partidos y, en particular, a la función emancipadora que puede cumplir un partido comunista es uno de los temas transversales de los Cuadernos, aun cuando, a diferencia de los intelectuales, no ha sido objeto de un cuaderno especial, sea por autocensura ligada a su condición de encarcelamiento o por la voluntad manifiesta de Gramsci de privilegiar la cuestión de los intelectuales y de la cultura. En todo caso, intelectuales y partido se funden formando el “príncipe moderno” un partido “intelectual colectivo” —como lo formuló Togliatti pensando probablemente en esta nota— , el sujeto político por excelencia capaz de aspirar a la hegemonía. En este sentido para Gramsci el partido “no es sólo la organización técnica del partido mismo, sino todo el bloque social activo del cual el partido es la guía porque es la expresión necesaria” (C 15, 55, 228). Una condición indispensable para que, como señala Gramsci a continuación de esta nota, en estrecha conexión lógica, el subalterno pueda volverse:

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dirigente y responsable de la actividad económica de masa [...] una persona histórica, un protagonista, si ayer era irresponsable porque era “resistente” a una voluntad extraña, hoy siente ser responsable porque no es ya resistente sino agente y necesariamente activo y emprendedor (C 11, 12, 255).

Es decir, ya no subalterno, sino autónomo y hegemónico. La misma lógica que aparece en C 9, 67, 49 cuando Gramsci se refiere a la posibilidad/capacidad del “trabajador colectivo” de apropiarse de la técnica y usar en función de sus intereses, subjetivando lo objetivo, Gramsci usa la expresión clase “todavía” subalterna y clase “ya no” subalterna, que tiende a dejar de ser “subordinada” —es decir subalterna—, en términos de “escisión y nueva síntesis”, aludiendo a los “organismos que representan la fábrica como productora de objetos reales y no de ganancia (C 9, 67, 49)”.98 Para terminar este recorrido cronológico, aun recurriendo a las transcripciones posteriores en los Cuadernos temáticos e intercalando algunos paréntesis relativos a conceptos emergentes, vale la pena mencionar dos pasajes de menor importancia teórica, pero que contienen elementos interesantes respecto de la relación entre subalternidad, autonomía y hegemonía. En C 11, 70, dialogando con Antonio Labriola y Rosa Luxemburgo, Gramsci vuelve a proponer en forma concisa, en estrecha secuencia, los tres conceptos fundamentales cuando afirma: Pero desde el momento en que un grupo subalterno se vuelve realmente autónomo y hegemónico suscitando un nuevo tipo de Estado, nace concretamente la exigencia de construir un nue  Siempre en C 9, 103, Gramsci coloca los criterios de colectividad e unitariedad, es decir, “la difusión territorial [...] y la difusión de masas (o sea, la mayor o menor repercusión activa y pasiva o negativa por las reacciones suscitadas. Que la acción haya tenido en los diversos estratos de la población” (C 9, 103, 75). 98

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vo orden intelectual y moral, o sea un nuevo tipo de sociedad (C 11, 70, 349).

Finalmente hay que mencionar el pasaje en el que Gramsci, en C 15, 70, 239, se refiere a Lorenzo el Magnífico como “modelo” de la incapacidad burguesa de aquella época para constituirse en clase independiente y autónoma por la incapacidad de subordinar los intereses personales e inmediatos a programas de vasto alcance.

Es decir, la incapacidad de proyectarse en clave hegemónica. En estas formulaciones, autonomía y hegemonía parecen sobreponerse, ser momentos o procesos simultáneos, mientras que en otros pasajes se entiende que la primera antecede a la segunda. Sin embargo, la apariencia engaña, porque en las notas citadas anteriormente, más substanciales, es evidente una distinción que no sólo es conceptual sino también temporal y cronológica, una secuencia histórico-política que se manifiesta concretamente y que permite reconocer una lógica del proceso. Se trata, por lo tanto, de una distinción teórica que establece una relación causal que, sin ser mecánica, lineal y etapista, avanza una serie de hipótesis sobre la dinámica de la subjetivación política. Se podría entonces inferir que la autonomía es una condición necesaria para salir de la subalternidad y para emprender la acción hegemónica y que, considerando la lógica procesual, hay sólo una parcial o temporal sobreposición en la cual, en la medida en que se conquistan márgenes de autonomía que tienden a la autonomía integral, se mueven los engranajes de la hegemonía.

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CAPÍTULO IV Revolución pasiva: hegemonía y subalternidad99

Hemos visto, en las notas de los Cuadernos de Gramsci, a la subalternidad como el punto de partida de un proceso de subjetivación que tiende a la autonomía y, potencialmente, a la hegemonía. Al mismo tiempo, sabemos que no siempre se produce una acumulación lineal, sino que la subalternidad es una condición persistente que puede entrar en estado de latencia, siempre susceptible de volver a aparecer y manifestarse. Respecto de un posible retorno a la subalternidad, es decir de un proceso de desmovilización —que no estrictamente de des-subjetivación, ya que el sujeto permanece, simplemente anclado en la resistencia— o de de-construcción relativa de la subjetividad política de las clases subalternas, en la obra de Gramsci encontramos pistas en el concepto de revolución pasiva que designa procesos/proyectos que impulsan y operan una (re)subalternización, pues tienden a desactivar, desmovilizar y pasivizar, reduciendo los márgenes de autonomía. Las revoluciones pasivas son, para Gramsci, procesos reactivos, que surgen en respuesta y como reacción —como contratendencia y antítesis— al surgimiento de movimientos antagonistas en el seno de las clases subalternas. Frente a la emergencia de la autonomía se eleva siempre la contratendencia hacia la subalternidad, porque, como vimos, el mismo Gramsci señalaba que: “Los grupos subalternos sufren siem99   En este capítulo se retoman, articulan y reformulan dos textos publicados anteriormente: la “Introducción” a Revolución pasiva. Una antología de estudios gramscianos (2022) y el capítulo 4 de El principio antagonista (2016).

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pre la iniciativa de los grupos dominantes, aun cuando se rebelan e insurgen” (C 25, 182). El antagonismo y la autonomía son entonces claves para entender la lógica y las formas de la revolución pasiva: sus orígenes, sus objetivos y su desarrollo; y a la inversa, la revolución pasiva permite apreciar sus límites, así como su posible extravío en los laberintos de la subalternidad. La categoría de revolución pasiva está atravesada por la temática de la construcción/deconstrucción del sujeto político, aunque el lugar, el papel y el peso de los subalternos no han sido relevados de forma sistemática, si bien su presencia-ausencia ha sido reconocida tangencialmente por diversos estudiosos gramscianos en tanto ineludible, ya que aparecía explícitamente en diversas anotaciones del marxista sardo. En aras de delimitar y perfilar el concepto de revolución pasiva en esta dirección, es decir como herramienta analítica susceptible de iluminar los procesos de (des)subjetivación política, este capítulo se compone de dos partes. En la primera presentaré una breve introducción, de la forma más sintética posible, de algunas claves de lecturas de las cuestiones y debates sobre el concepto de revolución pasiva de los últimos cuarenta años, desde el momento en que ésta ha sido relevada y destacada como un elemento fundamental del pensamiento de Antonio Gramsci. En la segunda parte, más extensa, desarrollaré mi propia lectura del concepto, centrada justamente en la valoración de los aspectos subjetivos que se despliegan en su seno, a través de la dimensión de lo pasivo y de la conexión entre los procesos de revolución pasiva y los fenómenos cesaristas y transformistas. Estado de una cuestión abierta El concepto de revolución pasiva tuvo un reconocimiento relativamente tardío, a partir de la segunda mitad de los años 130

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setenta, posterior a aquel vivido por el concepto de hegemonía, en el horizonte de estudios abierto por la aparición de la edición crítica de los Cuadernos, curada por Valentino Gerratana, que visibilizaba y valorizaba aspectos y conexiones nuevas, o que adquirían una profundidad mayor respecto de aquellas que podían derivar de la lectura de la precedente edición temática. Este descubrimiento se producía en un momento intenso de los estudios gramscianos, en el contexto de la última gran ola expansiva del movimiento comunista en Italia y en el mundo, en una época de amplia difusión del marxismo. La fecha de publicación de los dos ensayos que revelan la importancia del concepto, de Franco de Felice y Christine Buci-Glucksmann, se sitúa en el año 1977, fecha significativa del ciclo político que sigue al ’68 italiano, punto de inflexión entre la fase ascendente de las luchas sociales y el contragolpe posterior (De Felice, 2022 y Buci-Glucksmann, 2002).100 Al mismo tiempo, la mayor fortuna de este concepto tendrá lugar no casualmente en nuestros días, en coincidencia con un reflujo epocal de las luchas y de la fuerza organizada de las clases subalternas, cuando se convierte en uno de los más usados en el momento en que se buscarán en Gramsci las claves para la comprensión de los procesos socio-políticos en curso, en una época signada por la derrota, por la pérdida de protagonismo y de iniciativa del movimiento obrero, socialista y comunista, por la disolución de la hipótesis de una “revolución activa” o, siguiendo la afortunada fórmula de Buci-Glucksmann, de una “anti-revolución pasiva”. 100   Debe notarse que Christine Buci-Glucksmann había desarrollado el concepto de revolución pasiva en su libro Gramsci e lo Stato (1975); por su parte, Franco De Felice, sin mencionar dicha expresión, había abierto una reflexión en algún modo contigua (2012). La noción de revolución pasiva se encuentra, en forma no desarrollada, también en algunos textos de la primera mitad de los años setenta (Gerratana, 1972b; Paggi, 1974; Badaloni, 1975).

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En este sentido, las fechas de elaboración de los principales estudios gramscianos que retoman el concepto sugieren una periodización en torno a estos dos momentos de debate sobre el concepto y sobre sus usos: los años setenta del siglo xx y las primeras décadas del siglo xxi. En este marco histórico signado por un clima de reflujo de las luchas y de derrota de la hipótesis revolucionaria, el descubrimiento de la productividad teórica y analítica de la categoría de revolución pasiva se desenvuelve alrededor de una serie de puntos problemáticos. Además de insertarse en el cruce entre el ascenso de la perspectiva filológica y la expansión de los usos de Gramsci, el concepto de revolución pasiva irrumpió en los estudios gramscianos en la frontera entre disciplinas de las ciencias humanas y sociales, en particular, de lecturas historiográficas, filosóficas y politológicas, tres grandes filones que corresponden a los enfoques que Gramsci entrelazó en su obra carcelaria. De esta forma, el concepto de revolución pasiva, que presenta una clara connotación historiográfica, sea en sus orígenes en la obra de Cuoco y de Quinet —como fuese reconstruido detalladamente por Di Meo (2014)—, como en el uso inicial que Gramsci hace respecto del Risorgimento, se transformó en canon interpretativo de una “época compleja de cambios históricos” (C 15, 62, 236), bajo la forma más general, abstracta, hipotética, dubitativa.101 Gracias a estos desplazamientos entre la historia, la política y la filosofía, el concepto se convirtió tanto en una herramienta categorial presente en diversos campos de estudio, incluida la sociología histórica y la llamada historia global,102   Con una fórmula sugestiva pero discutible, Giuseppe Vacca sostiene que “el concepto de revolución pasiva puede considerarse un paradigma historiográfico de la teoría de la hegemonía” (Vacca, 2017: 95). 102   Por ejemplo, Giovanni Arrighi (2004). 101

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como en una clave de lectura sobre procesos en curso, a nivel nacional como internacional.103 En ambos casos, el concepto de revolución pasiva está estrechamente enlazado con aquello de hegemonía. En las notas escritas por Gramsci, las revoluciones pasivas aparecen como variantes específicas de las reconfiguraciones y del ejercicio de la hegemonía en el plano político nacional, entrelazado a aquello internacional, a partir de la centralidad y de la iniciativa del aparato estatal —como variantes de una recomposición impulsada por las clases dominantes. Un concepto que permite, entonces, descifrar signos contradictorios del entrelazamiento entre políticas económicas, sociales y culturales. A este nivel de complejidad, el concepto interpela a la ciencia política, como también a la sociología, a la economía política y a los estudios culturales y antropológicos. También sobre el plano del análisis internacional, en relación con el rol de los Estados en las dinámicas capitalistas, revolución pasiva y hegemonía son nociones que se acompañan y son, por lo tanto, articulables. Apoyándose en la teoría del desarrollo desigual y combinado, sugerida por Trotsky, en el campo de la sociología histórica de las relaciones internacionales se sostiene que la revolución pasiva es una forma y un factor de la modernidad y de los procesos de modernización capitalista, introduciendo elementos de diferenciación y homogeneización geográfica, buscando explicar sea las presiones geopolíticas como el peso de las relaciones de poder a nivel nacional (Morton, 2022: 157).104 El concepto abarca el “gobierno de las masas” y el “gobierno de la economía”, usando una fórmula de De Felice, como ámbitos articulados y decisivos de la reconstitución   En particular, más allá de la proliferación de los estudios anglosajones, el concepto ha sido utilizado para interpretar el ciclo de gobiernos progresistas latinoamericanos de las primeras décadas del siglo xxi: véase Modonesi (2018b: 51-93). 104   Véase también el clásico artículo de Robert Cox (1983) y, más recientemente, Lorenzo Fusaro (2019). 103

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del equilibrio hegemónico.105 Al respecto, siguiendo la preocupación de Gramsci de evitar la rigidez inherente a la dicotomía estructura-superestructura, Pasquale Voza propone esta síntesis: En tiempos de revolución pasiva, la concepción del “Estado ampliado” —vinculada con los procesos de difusión inaudita de la hegemonía— no quiere decir, no significa la puesta en suspenso o la atenuación de la concepción del Estado “según la función productiva de las clases sociales”, sino que significa una complejización radical de la relación entre economía y política, una intensificación molecular de un primado de la política entendido como capacidad, como poder de producción y de gobierno de procesos de pasivización, estandarización y fragmentación (Voza 2022: 201).

Esta apertura temática y disciplinar interpela y va de la mano con la cuestión de fondo y de contenido, respecto a si y cuánto sea legítima la dilatación del concepto formulado por Gramsci que, en consecuencia, permite ulteriores aplicaciones en tiempos y espacios diferentes. La posibilidad de la aplicación de este concepto a nuestra época se sostiene en la extensión de la ampliación del uso de la noción que traza el propio Gramsci a lo largo de los Cuadernos. En efecto la idea de revolución pasiva —prestada de la obra del historiador Vincenzo Cuoco— es rastreada y usada por Gramsci en primera instancia para formular una lectura crítica de un pasaje fundamental de la historia italiana: el Risorgimento (C 4, 57, 216–217). Posteriormente Gramsci la utiliza como clave de lectura de toda la época de “reacciónsuperación” de la revolución francesa, es decir de reacción 105   “Las formas políticas de la restauración (gobierno de las masas) están íntimamente ligadas a las formas económicas, con lo que se organiza la producción y se garantiza el desarrollo (gobierno de la economía)” (De Felice, 2022: 70).

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conservadora en clave anti-jacobina y anti-napoleónica (C 1, 150, 189). La historia de Europa del siglo xix le aparecerá entonces como una época de revolución pasiva (C 10, parte I, 114). Finalmente —y no por casualidad, ya que es obvia la analogía que lo inspira— esta extensión del concepto se verterá en la época de Gramsci y la idea de revolución pasiva será aplicada al fascismo italiano y al New Deal estadounidense, para identificarlos como reacciones y respuestas a la oleada revolucionaria desencadenada por el octubre bolchevique, cuando en dos lugares lejanos con regímenes políticos tan disímiles se da un empuje modernizador con rasgos similares —vía el corporativismo fascista y el industrialismo fordista— orientados a una racionalización de la economía y la sociedad, por medio de la intervención estatal, en específico la planificación (C 8, 236, 344). En este traslado a otro tiempo histórico el concepto alcanza el nivel, a decir del propio autor, de criterio de interpretación “de toda época compleja de cambios históricos” (C 15, 62, 236). A pesar de ello, no existe un consenso en el debate sobre el alcance y los límites de esta apertura. Franco De Felice, por ejemplo, buscando un mínimo común denominador, sostiene que se pueden establecer dos criterios, ambos vinculados a “transformaciones moleculares de las fuerzas en el campo”: por un lado, el “absorbimiento y decapitación del antagonista por parte de los grupos dominantes que, de tal manera, desarrollan una iniciativa hegemónica”, a la cual corresponde; del otro lado, “la escasa e inorgánica conciencia histórica de sí y del adversario de la fuerza antagonista”.106 Álvaro Bianchi, por su parte, sostiene que es necesario distinguir entre tres variantes, es decir, tres modelos de revolu106   De Felice, por su parte, esbozó un uso del concepto, como registra Gregorio Sorgonà (2016: 173), más de diez años después del escrito de 1977, en Una ipotesi di schema per l’Italia republicana, un capítulo titulado “Il ventennio ’50-’70: un modelo di rivoluzione pasiva”.

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ción pasiva: aquella francesa como reacción (revolución-restauración), aquella piamontesa que anticipa e impide la revolución (revolución sin revolución) y aquella americana, colocada fundamentalmente en el piano económico-productivo (Bianchi, 2006: 34-57). Desde este punto de vista, podría considerarse una cuarta variante, en tanto varios autores han señalado que, mediante el canon interpretativo de la revolución pasiva, Gramsci alude también a la situación de la Unión Soviética.107 Sin embargo, en ausencia de referencias explícitas, se mantiene la interrogante, considerando además que Gramsci asumía como necesario un pasaje o momento de “estadolatría” en la transición socialista, pero, al mismo tiempo, parecía relevar una desviación sustancial respecto al curso que se suponía debiese mantener una revolución no pasiva como aquella iniciada en 1917. Al respecto, señala De Felice: algunos elementos de la revolución pasiva (papel de la transformación desde arriba) en cuanto momento importante de la guerra de posiciones a escala internacional, no pueden no operar también en relación a esta experiencia de construcción de un nuevo Estado, los elementos generales que caracterizan la guerra de posiciones: “enormes sacrificios” para grandes masas, “concentración inaudita de la hegemonía”, organización permanente para impedir la disgregación interna [De Felice, 2022 (1977): 11].108 107   Acuerdan sobre este punto —desde los años setenta— autores como Aricó, Buci-Glucksmann, De Felice y Vacca. Aricó escribe en 1977: “La revolución pasiva puede ser ejercida a través de las tendencias autoritarias centralizadoras, caso de un Estado dictatorial, pero, como dice Gramsci, no está separada del consenso, de la hegemonía, que es lo que ocurre fundamentalmente en la Unión Soviética” (Aricó, 2011: 273). 108   Franco De Felice, “Revolución pasiva, fascismo, americanismo en Gramsci” (2022: 91). En la página 92, escribe: “Y una confirmación del funcionamiento, también en relación a la Unión Soviética, de las categorías de la guerra de posiciones y de revolución pasiva está dada

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Otros elementos de este debate pueden encontrarse en posiciones y textos como aquel de Alex Callinicos, de franca crítica al uso extensivo del concepto,109 pero también en una intervención de Carlos Nelson Coutinho (Coutinho, 2022b), respecto a la caracterización del neoliberalismo, que el intelectual brasileño prefiere definir como contrarreforma, usando una noción que aparece esporádicamente en los escritos carcelarios de Gramsci. Por otra parte, es necesario señalar que, en las últimas décadas, en particular, en el mundo académico anglosajón, al margen de las precisiones filológicas e incluso por momentos de aquellas estrictamente conceptuales, apoyándose y desarrollando el potencial analítico y la elasticidad del concepto, han proliferado análisis de fenómenos contemporáneos definidos como revoluciones pasivas. Teniendo en mente estos aportes recientes, Peter Thomas argumenta que existen cuatro enfoques y usos del concepto de revolución pasiva: En primer lugar, se ha presentado como una reformulación del ya establecido concepto de “revolución (burguesa) desde arriba”, comprendida como un proceso en el cual las elites políticas existentes instigan y administran periodos de convulsión social y transformación. En segundo lugar, la revolución pasiva se ha entendido como una contraparte o complemento de otras teorías sociológicas macro-históricas de la formación del Esta-

por el hecho que una serie de fenómenos políticos estrechamente ligados entre sí, como se ha visto, al operar estas dos categorías (cesarismo, formas extremas de sociedad política, totalitarismo) presenta en el análisis de Gramsci una doble cara, regresiva y progresiva, según expresan la defensa de un orden históricamente superado o la organización de las fuerzas en desarrollo”. 109   Callinicos (2010) se basa en la idea de un concepto portmanteau, perchero o paragüero, formulado por Morton (2007: 68) que, posteriormente, ha sugerido la posibilidad de pensar un continuum de formas de revolución pasiva y de usos del concepto (Morton, 2010).

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do, la modernización, o la descolonización. En tercer lugar, particularmente desde el punto de vista de la tradición italiana del transformismo, se ha conceptualizado como una estrategia política y técnica de gobierno particular, y a veces en relación con teorías de la gubernamentalidad. En cuarto lugar, la revolución pasiva se ha tenido por un lente útil para el análisis de la naturaleza y transformación del capitalismo contemporáneo, ya fuera que se entienda como “neoliberalismo” o con otros términos (Thomas, 2022: 284).

El potencial del concepto de revolución pasiva en relación con el análisis histórico ha sido confirmado por las múltiples y diversas aplicaciones que se han dado y se siguen dando en el terreno historiográfico (Cospito, Francioni y Frosini, 2021). Más problemático es su uso como clave de lectura de fenómenos en curso, en los escenarios abiertos del tiempo presente. Sin embargo, asumiendo que una revolución pasiva es un proceso, pero también y simultáneamente un proyecto, es posible y pertinente colocar el análisis en el presente y no sólo retrospectivamente hacia el pasado. Una revolución pasiva —y la tensión y la combinación entre elementos progresivos y regresivos que la caracteriza— puede ser reconocida coyunturalmente, como valoración puntual que permite distinguir y caracterizar los proyectos políticos en curso, y no sólo a posteriori y retrospectivamente, bajo el prisma historiográfico.110 La distinción entre proyecto y proceso va más allá del rechazo explícito que formula el marxista sardo respecto de la adopción de la revolución pasiva como programa, sino que aparece en el trasfondo en tanto, en la historia real, proyecto y proceso se sobreponen inexorablemente y, por lo tanto, son   Luisa Mangoni sostiene que Gramsci apuntaba en esta dirección: “ya no revolución pasiva sólo como modelo de interpretación histórica, y tampoco sólo como criterio general de ciencia política, sino como instrumento de comprensión de procesos en acto” (Mangoni, 1987: 579). 110

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susceptibles de distinguirse, siguiendo una indicación de método que Gramsci formula explicita e implícitamente en varios pasajes de los Cuadernos. Calibrar esta distinción ameritaría un desarrollo mayor, pero valga la indicación general de que sería necesario sopesar y ponderar cada una de las formas —proyecto y proceso— para entender la relación entre ambas en cada caso concreto, en particular, respecto de qué tanto el proyecto se realiza plena o parcialmente como proceso o qué tanto el proceso está guiado por un proyecto elaborado concientemente, se afirma progresivamente o se desvía, etcétera. La combinación entre abordaje historiográfico y análisis político permite considerar a las revoluciones pasivas fallidas, truncas o simplemente esbozadas que no dejan de surcar el campo de la historia del tiempo presente, de nuestros días, que todavía no podemos considerar historia, pero que podemos interpretar historiográfica y políticamente, dejando en suspenso, como simple interrogación, como lo hacía el propio Gramsci, la pregunta respecto de aquello que “hace época” y aquello que no lo hará. Más allá de las divergencias en el debate sobre el espectro de las posibles aplicaciones espacio-temporales del concepto, es necesario señalar algunos aspectos. Uno de éstos, que ha sido objeto de lecturas filológicas, respecta al lugar que ocupa el concepto de revolución pasiva en el pensamiento gramsciano, una importancia que, como dije, ha sido relevada sólo a partir de los años setenta, en particular, con los trabajos fundantes de Franco De Felice y Christine Buci-Glucksmann.111 Importancia que, para algunos, debía y debe ser vista como un verdadero tema central en torno al cual giraba toda la obra de Gramsci —como para Kanoussi y Mena—112 o que tendía a amplificarse al punto de coincidir 111   Respecto a las trayectorias de estos dos autores, cfr. Sorgonà y Taviani (2016) y Cospito (2016a). 112   Según Kanoussi y Mena, la noción de revolución pasiva no es sólo un criterio de interpretación histórica, sino también una “guía de

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con la concepción gramsciana de la modernidad en su conjunto (Burgio 2002 y 2014; Thomas 2015; Vacca 2017). En este sentido, el reconocimiento creciente de la importancia del concepto lo llevaba inevitablemente a entrelazarse con aquel de hegemonía, que continuaba siendo el corazón conceptual de la mayor parte de las lecturas de los Cuadernos de la cárcel. La cuestión a resolver respecta a la relación y a la posible articulación entre ambos conceptos, es decir, si la revolución pasiva es, en la óptica de Gramsci, una salida de una crisis de hegemonía que implica de alguna manera una solución hegemónica, aunque sea temporal y fugaz, dado que, para el marxista sardo, las revoluciones pasivas están destinadas a no “hacer época”. Sobre este punto, han florecido posiciones con acentos claramente diferentes. De un extremo al otro, Buci-Glucksmann sostiene —dilatando aquello que, para Gramsci, es el caso del Piamonte— que la revolución pasiva tendía a ser “dictadura sin hegemonía” [Buci-Glucksmann, 2022 (1977): 95], mientras Coutinho detecta sólo grados de consenso (Coutinho, 1999: 205) y Morton la reduce a una expresión de “hegemonía mínima” (Morton 2007: 107), en tanto la mayoría —Aricó (2011: 263), Vacca (2017: 95), De Felice,113 Frosini114 y otros— le lectura” de los Cuadernos, porque reúne la teoría de la historia y la teoría de la política, es central porque es el “punto teórico de unión de las principales categorías de la reflexión gramsciana” [Javier Mena y Dora Kanoussi, 2022 (1985): 155]. 113   “Me parece esencial subrayar, también en relación con la guerra de posiciones, el elemento dinámico presente en la revolución pasiva para la cual el reconocimiento de las casamatas se resuelve en la identificación de los nuevos instrumentos de hegemonía o en la transformación de aquellas ya existentes, construidas por las clases dominantes en relación con los problemas objetivos abiertos, y a los cuales hay que dar una solución. Son estas casamatas las que definen el terreno y el nivel de enfrentamiento” [De Felice, 2022 (1977): 43]. 114   “Si volvemos atrás un momento, a las consideraciones realizadas más arriba sobre el pasaje de la guerra de movimiento a la guerra de posición, de la hegemonía jacobina a la revolución pasiva, y a aquellas sobre la extensión semántica de los conceptos que fijan las funciones portantes del

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asignan un carácter eminentemente hegemónico. Más que establecer el grado cuantitativo de hegemonía que comporta una revolución pasiva, se trata de descifrar qué tipo específico de proyecto o proceso hegemónico corresponde a esquemas o situaciones concretas de este tipo. En tal sentido, para precisar las formas y la especificidad de la solución hegemónica presentada como revolución, contribuyen otros conceptos gramscianos. En efecto, si el concepto de revolución pasiva refiere, en el terreno histórico-político, al plano más general y abstracto de la hegemonía, puede sostenerse que deriva a su vez un plano más particular y operativo, conectándose con las nociones de transformismo y cesarismo. Si el nexo con el transformismo ha sido ampliamente reconocido, visto que el propio Gramsci afirma, en los Cuadernos, que se trata de una “forma” de la revolución pasiva (C 8, 36, 235), la relación con el cesarismo parece más problemática, como se destacará en la segunda parte de este capítulo. Por otra parte, es necesario no perder de vista que la noción de revolución pasiva refleja exclusivamente la dimensión crítica de la hegemonía, es decir, reconduce a la crítica de la dominación y no a su reverso “contrahegemónico”, a la formación de una hegemonía alternativa, al terreno antitético de una revolución con revolución, a saber, a una transformación de fondo a partir y a través del protagonismo desde abajo. Es, en este sentido, que Buci-Glucksmann coloca la cuestión en términos de teoría de la transición, de “dos guerras de posición contrapuestas”, de una “praxis política asimétrica”, “de autonomización asimétrica que busca construir nuevas formas políticas (consejos, sindicatos, partidos)” basados sobre la conciencia de los productores y la “socialización de la política” [Buci-Glucksmann 2022 (1977): 99 y ss.]. ejercicio de la hegemonía, podemos ver en qué forma existe un nexo orgánico entre el advenimiento de la revolución pasiva y la dilatación semántica de los vectores de la hegemonía” (Frosini, 2016: 135).

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Otras cuestiones fundamentales se desprenden de cada una de las dos palabras que componen la expresión y en particular, el adjetivo “pasiva” y, más aún, las implicaciones de la noción de revolución pasiva respecto de la construcción y deconstrucción del sujeto político. Revolución pasiva y subalternidad En esta dirección, vuelvo a presentar aquí dos tesis estrechamente articuladas entre sí que avanzan una re-lectura del concepto, a partir de la clave de la conformación de la subjetividad política de los subalternos. La primera sostiene que, a la hora del análisis e interpretación del concepto de revolución pasiva, la dimensión o, mejor dicho, el criterio de la pasividad es crucial y decisivo —ya que expresa la atención y preocupación de Gramsci por la subalternidad— y no ha sido suficientemente reconocido y destacado. La segunda afirma que, asumiendo que la noción de progreso de Gramsci tiene una pendiente política y subjetiva, es posible y pertinente aplicar la distinción progresivo-regresivo —que éste utilizó para diferenciar a los tipos de cesarismos— para discernir entre revoluciones pasivas de distinta orientación. En esta lectura subjetivista del concepto de revolución pasiva, la pasividad, entendida como elemento y factor de subalternidad, adquiere peso y centralidad en la configuración y alcance del concepto y, al mismo tiempo, sirve como clave de lectura de la articulación con los dispositivos correlatos del transformismo y el cesarismo, abriendo la puerta a la posible distinción entre revoluciones pasivas progresivas y regresivas. Transformación y conservación Hay que identificar tres momentos en el uso del concepto de revolución pasiva en los Cuadernos: en 1920, en relación 142

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al Risorgimento y a procesos históricos del siglo xix; en 1932, en las notas del Cuaderno 8 (retomadas en el 10) donde retoma lo anterior y se interroga sobre el fascismo y sobre la posibilidad de extender el concepto al siglo xx; en 1933, cuando desarrolla en el Cuaderno 15 consideraciones de carácter más general y se asienta el alcance general del concepto. La primera vez que la expresión revolución pasiva aparece es como sinónimo de “revolución sin revolución” (C 1, 44, 106),115 lo cual define de entrada, con toda claridad, el punto de ambigüedad y contradicción que constituye el meollo del concepto y de su alcance descriptivo-analítico. En efecto, la noción de revolución pasiva busca dar cuenta de una combinación —desigual y dialéctica— de dos tensiones, tendencias o momentos: restauración y renovación, preservación y transformación o, como señala el propio Gramsci, “conservacióninnovación” (C 8, 39, 238). Es importante reconocer aquí dos niveles de lectura: en el primero se reconoce la coexistencia o simultaneidad de ambas tendencias, lo cual no excluye que, en un segundo plano, pueda distinguirse una que se vuelve determinante y caracteriza el proceso o ciclo. En efecto, Gramsci pone explícitamente en clave dialéctica la caracterización de las revoluciones pasivas.116   En el C 1, 44 Gramsci habla de —“revolución sin revolución”, sólo posteriormente agregará— o de “revolución pasiva”. Será sólo hasta el C 4, 57 donde el concepto aparece con una explícita referencia a Cuoco. 116   “Se dirá que no fue comprendido tampoco por Gioberti y los teóricos de la revolución pasiva y la ‘revolución-restauración’, pero la cuestión cambia: en éstos la ‘incomprensión’ teórica era la expresión práctica de las necesidades de la ‘tesis’ de desarrollarse enteramente, hasta el punto de llegar a incorporar una parte de la antítesis misma, para no dejarse ‘superar’, o sea que en la oposición dialéctica sólo la tesis, en realidad, desarrolla todas sus posibilidades de lucha hasta ganarse a los que se dicen representantes de la antítesis: precisamente en esto consiste la revolución pasiva o revolución-restauración” (C 15, 11, 188). 115

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Lo que Gramsci nombra como revolución pasiva remite a un fenómeno histórico relativamente frecuente y característico de una época —el siglo xix— que se presta para ser clave de lectura de otra época en la cual los factores parecen engarzarse de forma similar —las décadas de 1920 y 1930. En un pasaje crucial de los Cuadernos, Gramsci enuncia sus elementos fundamentales: Tanto la “revolución-restauración” de Quinet como la “revolución pasiva” de Cuoco expresarán el hecho histórico de la falta de iniciativa popular unitaria en el desarrollo de la historia italiana, y el hecho de que el progreso tendría lugar como reacción de las clases dominantes al subversivismo esporádico e inorgánico de la masas populares como “restauraciones” que acogen cierta parte de las exigencias populares, o sea “restauraciones progresistas” o “revoluciones-restauraciones” o también “revoluciones pasivas” (C 8, 25, 231).117

Las equivalencias pueden ser leídas, más que como sinónimos, como importantes matices de distinción en la medida en que introducen otro concepto antitético al de revolución como es el de restauración y otro criterio diferenciador como es el de progresividad que volveremos a encontrar, en forma mucho más evidente y determinante, cuando Gramsci trata de definir la idea de cesarismo. En todo caso, más allá de esta aproxi117   La segunda redacción —texto C según la tipología de Gerratana— es la siguiente: “Hay que ver si la fórmula de Quinet puede ser aproximada a la de revolución pasiva de Cuoco; ambas expresan seguramente el hecho histórico de la ausencia de una iniciativa popular unitaria en el desarrollo de la historia italiana y el otro hecho de que el desarrollo se ha verificado como reacción de las clases dominantes al subversivismo esporádico, elemental, inorgánico de las masas populares con ‘restauraciones’ que han acogido una cierta parte de las exigencias de abajo. Por la tanto ‘restauraciones progresivas’ o ‘revolucionesrestauraciones’ o incluso ‘revoluciones pasivas’” (C 10, 41, 205). Hay que notar que la traducción castellana de progresso como “desarrollo” es errónea, y tergiversa el sentido del texto original.

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mación por sinónimos y equivalencia, Gramsci se queda finalmente con la fórmula de revolución pasiva porque expresa con mayor claridad el sentido de lo que quiere señalar. Escoge revolución como sustantivo —con toda la carga polémica que implica la elección de esta palabra y asumiendo una versión amplia, descriptiva y no político-ideológica del concepto— y pasiva como adjetivo para distinguir claramente esta específica modalidad de revolución, no caracterizada por un eficaz movimiento subversivo de las clases subalternas sino, por el contrario, como contramovimiento de las clases dominantes que impulsa un conjunto de transformaciones objetivas que marcan una discontinuidad significativa y cambios importantes, pero limitados y orientados estratégicamente a garantizar la estabilidad de las relaciones fundamentales de dominación. La caracterización del sustantivo revolución se refiere, en efecto, fundamentalmente al contenido y el alcance de la transformación como se infiere de la fórmula “revolución sin revolución” que Gramsci asume como equivalente a la de revolución pasiva: transformación revolucionaria sin irrupción revolucionaria, sin revolución social, sin protagonismo de las clases subalternas, sin antagonismo. El quid del contenido revolucionario y/o restaurador de las revoluciones pasivas remite sustancialmente a la combinación de dosis de renovación y de conservación, y da cuenta de la pendiente más estructural de la fórmula y de la caracterización de los fenómenos históricos: los contenidos de clase de las acciones políticas emprendidas por las clases dominantes. ¿En qué medida reproducen o restauran el orden existente o lo modifican para preservarlo? ¿En qué medida “acogen cierta parte de las exigencias populares”? ¿Cuántas y cuáles partes? Finalmente, anticipando una cuestión que desarrollaremos más adelante: ¿qué tan progresivas o regresivas son estas acciones? Las variaciones posibles son múltiples, pero acotadas por dos puntos límites: la revolución pasiva no es una revolución 145

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radical —al estilo jacobino o bolchevique— y la restauración no es una restauración total, un restablecimiento pleno del statu quo ante. Escribe Gramsci: se trata de ver si en la dialéctica “revolución-restauración” es el elemento revolución o el restauración el que prevalece, porque es cierto que en el movimiento histórico no se vuelve nunca atrás y no existen restauraciones in toto (C 9, 133, 102).

Aunque el concepto de revolución pasiva remite al análisis de una resolución política en el ámbito superestructural, es evidente —en los casos del fascismo y del fordismo— la referencia a una consolidación capitalista por medio de la intervención estatal en la vida económica en función anti-cíclica. En este sentido, cabe toda la extensión bicéfala de la expresión ya mencionada por De Felice “formas de gobierno de las masas y gobierno de la economía”, para sintetizar la visión de Gramsci del estatalismo propio de una época de revolución pasiva —un Estado ampliado que incluye a la sociedad civil y pretende controlar las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas mediante la planificación—, lo cual, dicho sea de paso, podría aludir también a problemáticas propias de la urss de aquello años. De hecho, la intervención estatal se asume como un elemento de progresividad, orientado hacia la planificación “en sentido integral”, al acento en la “socialización y cooperación de la producción sin por ello tocar (o limitándose sólo a regular y controlar) la apropiación individual y de grupo de la ganancia.118 118   “La hipótesis ideológica podría ser presentada en estos términos: se tendría una revolución pasiva en el hecho de que por la intervención legislativa del Estado y a través de la organización corporativa, en la estructura económica del país serían introducidas modificaciones más o menos profundas para acentuar el elemento ‘plan de producción’, esto es, sería acentuada la socialización y cooperación de la producción sin por ello tocar (o limitándose sólo regular

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La revolución pasiva se verificaría en el hecho de transformar la estructura económica “reformistamente” de individualista a economía planificada (economía dirigida) y el advenimiento de una “economía media” entre la individualista pura y la planificada en sentido integral, permitiría el paso a formas políticas y culturales más avanzadas sin cataclismos radicales y destructivos en forma exterminadora” (C 8, 236, 344).

En el terreno estructural, el alcance revolucionario se asocia con la modernización operada desde el Estado, se mide en términos de proceso de reformas y de proyectos reformistas, limitado por la “dialéctica entre conservación e innovación” (C 10, 41, 205) que sólo alcanzan a operar transformaciones por un proceso de “corrosión reformista” (C 10, 9, 129). Con relación a su dinámica y su forma política, la modernización conservadora implícita en toda revolución pasiva, señala Gramsci, es conducida desde arriba. El Estado se convierte en el actor fundamental, la retaguardia de las clases dominantes e incluso el ámbito al cual tienden a abandonar a sus partidos tradicionales, delegando la iniciativa y el protagonismo político, de la misma manera en que lo hacen al César o Bonaparte y la burocracia que lo acompaña. El arriba remite tanto al nivel subjetivo de la iniciativa de las clases dominantes como a su ejercicio instrumental, por medio de las instituciones estatales, ya que el lugar o el momento estatal aparece crucial a nivel táctico para compensar la debilidad relativa de las clases dominantes, las cuales recurren, por lo tanto, a una serie de medidas “defensivas” que incluyen una combinación de coerción y consenso. Entre paréntesis, se podría argumentar, apuntando hacia una distinción entre revoluciones pasivas regresivas y progresivas que nos ocupará más adelante, con más uso de la coery controlar) la apropiación individual y de grupo de la ganancia” (C 10, 9, 129).

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ción que del consenso, más dictadura que hegemonía, con relación al fascismo y, viceversa, al New Deal. Es evidente que si Gramsci está forjando un concepto original y textualmente lo compone de los términos de revolución y de pasividad, hay que deducir que no quiso destacar ningún rasgo dictatorial, ni particularmente coercitivo, en tanto tiende a reconocer o destacar la legitimación del proceso, sus rasgos hegemónicos, aun cuando pone en duda su alcance hegemónico, en los casos del fascismo y del New Deal, dudando de la capacidad de estos proyectos políticos de “hacer época”. En todo caso, parece apuntar hacia la constitución de un formato de dominación, basado en la capacidad de promover reformas conservadoras maquilladas de transformaciones “revolucionarias” —una modernización conservadora— y de sostener un consenso pasivo de las clases subalternas. La cuestión de la progresividad queda, en primera instancia, esbozada en estos términos estructurales, relativos a la caracterización del sustantivo revolución, pero, al mismo tiempo, se ancla directamente en la lucha política, a la correlación de fuerzas y a la reacción de las clases dominantes a un movimiento de las clases subalternas, ya que, dice Gramsci, “el progreso tendría lugar como reacción de las clases dominantes al subversivismo esporádico e inorgánico de las masas populares” (C 8, 25, 231). Pasividad y subalternidad Una vez establecido el punto del contenido ambiguo y contradictorio del proceso en el nivel estructural y de la identificación del Estado, como el ámbito superestructural por medio del que se impulsa el proceso, hay que señalar que en el concepto gramsciano está claramente y principalmente colocado el tema de la forma revolucionaria, lo cual implica directamente la cuestión de la subjetividad, de la subversión como acto y de la tensión entre subordinación e 148

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in-subordinación de las clases subalternas en el proceso histórico, en términos de procesos de subjetivación, movilización y acción política. En efecto, justamente en referencia a la noción de revolución pasiva Gramsci sostiene que entre condiciones objetivas y subjetivas: “es en la medida de las fuerzas subjetivas y de su intensidad sobre lo que puede versar la discusión, y por lo tanto sobre la relación dialéctica entre las fuerzas subjetivas en contraste” (C 15, 25, 199). Bajo esta óptica, la noción de pasividad remite a una precisa caracterización de un fenómeno y una correlación de fuerzas: alude a la subordinación de las clases subalternas y su contraparte, la iniciativa de las clases dominantes y su capacidad de reformar las estructuras y las relaciones de dominación para apuntalar la continuidad de un orden jerárquico. En este sentido, se trata de una fórmula que no sólo rebasa la dicotomía revolución-conservación, sino que además introduce la idea antieconomicista y anticatastrofista de que las clases dominantes pueden resolver situaciones de crisis, que tienen márgenes de acción política para poder reconfigurar la hegemonía perdida. En el Cuaderno 15, Gramsci pone en relación el concepto de revolución pasiva con el de guerra de posiciones hasta sugerir una eventual “identificación” —lo cual nos lleva a pensarla como una forma específica de construcción de hegemonía— y dice que: Se puede aplicar al concepto de revolución pasiva (y se puede documentar en el Risorgimento) el criterio interpretativo de la modificaciones moleculares que en realidad modifican progresivamente la composición precedente de las fuerzas y por lo tanto se vuelven matrices de nuevas modificaciones (C 15, 11, 187-188).

En este sentido, toda revolución pasiva es la expresión histórica de determinadas correlaciones de fuerza y, al mismo 149

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tiempo, un factor de modificación de las mismas, una guerra de posición como forma de la lucha de clase. La revolución pasiva es siempre un movimiento de reacción desde arriba, de “contragolpe”, lo cual implica —subordina y subsume— la existencia de una acción previa desde abajo, sin que esto necesariamente desemboque en la simplificación dicotómica revolución-contrarrevolución, siendo los dos polos planteados por Gramsci mucho más matizados en tanto que relacionados dialécticamente. Esta tensión dialéctica entre aspecto pasivo y aspecto activo es, por lo demás, evidente, ya que Gramsci pensaba la revolución pasiva desde el paradigma de la revolución activa o de una “anti-revolución pasiva” [Buci-Glucksmann 2022 (1977): 118], así como pensaba la guerra de posiciones de cara al paradigma de la guerra de movimiento y la revolución permanente,119 así que lo que no hay que perder de vista es que la concepción, escribe Gramsci: sigue siendo dialéctica, es decir presupone, mejor dicho postula como necesaria, una antítesis vigorosa [para evitar] peligros de derrotismo histórico, o sea de indiferentismo, porque el planteamiento general del problema puede hacer creer en un fatalismo (C 15, 62, 236).

El adjetivo pasiva es descriptivo en cuanto a la forma que adquiere el proceso, pero también prescriptivo, acorde con la finalidad conservadora que mueve las revoluciones pasivas, tanto en relación con la ausencia de acción y la finalidad de un proyecto de pasivización como en cuanto condición sine 119   Y, aun cuando señalaba la época clave de la relación entre guerra de posiciones y revolución pasiva, no descartaba el regreso a una época donde el paradigma volviera a ser el de guerra de movimiento: “¿O existe al menos o puede concebirse todo un periodo histórico en el que los dos conceptos se deban identificar, hasta el punto en que la guerra de posiciones vuelve a convertirse en guerra de maniobras?” (C 15, 11, 187).

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qua non para evitar una revolución activa, una revolución con revolución. Esto corresponde al interés de Gramsci por la pasividad relativa de las clases subalternas en la época de la movilización y politización posterior a la Primera Guerra Mundial, en particular su preocupación por la contradicción entre la activación antagonista de las masas y su posterior reconducción a la pasividad relativa y la subalternidad en los años treinta. Por ello, la atención prestada por Gramsci al fascismo, a la intervención estatal en la economía en términos de planificación, pero, en particular, la propaganda y el fenómeno del corporativismo como forma de organización de las masas con finalidades pasivizadoras. Gramsci no define explícitamente en sus Cuadernos la noción de pasividad, sino que, de forma más difusa y dispersa, reflexiona sobre la tensión-contradicción entre aspectos activos y pasivos en el marco de la condición de subalternidad. En efecto, Gramsci reconoce las acciones esporádicas e inorgánicas de los subalternos y en la revolución pasiva señala la falta de acción autónoma de los subalternos. En esta dirección, la revolución pasiva puede ser entendida, en términos gramscianos, como una revolución subalterna o, mejor dicho, subalternizante, de reconducción hacia la condición de subalterno, de re-subalternización. Si bien los términos no refieren a situaciones idénticas, hay que considerar que la subalternidad incluye una dimensión y un aspecto pasivo, de aceptación relativa de la condición de subordinación, y otra activa, ligada a la acción de resistencia. Existe una tendencia hacia la pasividad que cohabita con tendencias hacia la acción, hacia el antagonismo y la autonomía (Modonesi, 2010: 37-39). En este sentido, la evocación de la pasividad remite a la pendiente pasiva de la noción de subalternidad, un aspecto que, dicho sea de paso, se vincula al punto de partida etimológico del concepto, que expresa la subordinación, el a-sujetamiento, aunque haya sido enriquecido de propiedades subjetivas activas, desde Gramsci en adelante, al punto de convertirse, para 151

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algunas corrientes —que denomino subalternistas (Modonesi 2010: 39)— en un concepto que expresa un sujeto en acción, es decir, el sujeto que resiste. Por otra parte, es evidente que se trata de una pasividad relativa o, si se prefiere predominante, ya que podemos convenir que no existe pasividad absoluta, siempre hay elementos que operan a contratendencia y, además, que las revoluciones pasivas no dejan de buscar y obtener ciertos niveles de “consenso activo” y no sólo pasivo. En efecto, puede existir una actividad subalterna distinta a la resistencia, generada desde arriba, para generar “consenso activo” o, para usar términos no gramscianos, movilización controlada, con el correspondiente —limitado pero no irrelevante— impacto experiencial en clave de subjetivación, ya que implica niveles y grados de activación subalterna. Con todas estas salvedades, leer el adjetivo pasiva, a la luz de la caracterización de lo subalterno por parte de Gramsci, permite atribuirle valor y peso a la definición de la noción de revolución pasiva. En efecto, a pesar de que no haya sido objeto de igual atención por parte del propio Gramsci como tampoco de los posteriores estudios gramscianos, consideramos que el adjetivo pasiva tiene igual importancia —y merece igual atención— que el substantivo revolución. En relación con la génesis de la revolución pasiva, como vimos, Gramsci anota que se trata de reacciones de las clases dominantes al “subversivismo esporádico, elemental e inorgánico de las masas populares” que “acogen cierta parte de las exigencias populares”. En el inicio del proceso está entonces una acción desde abajo —aunque sea limitada y no unitaria—la derrota de un intento revolucionario o, en un sentido más preciso, de un acto fallido, de la incapacidad de las clases subalternas de impulsar o sostener un proyecto revolucionario (jacobino o típico o desde abajo según los énfasis que encontramos en distintos pasajes de los Cuadernos), pero capaces de esbozar o amagar un movimiento que resulta amenazante o que aparentemente pone en discusión el orden jerárquico. En efecto, si 152

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bien el empuje desde abajo no es suficiente para una ruptura revolucionaria, alcanza para provocar u obligar a una reacción y para imponer —por vía indirecta— ciertos cambios substanciales —además de otros aparentes— en tanto algunas o partes de las demandas son incorporadas y satisfechas desde arriba. En Gramsci, la cuestión de la pasividad no se reduce a un análisis político-estratégico sobre la dirección de la revolución —aunque la incluya— sino que remite —en última instancia— a la profundidad político-cultural de la relación mando-obediencia, a la dimensión hegemónica en toda su complejidad, a la correlación de fuerzas como lucha de clases, como dinámica intersubjetiva de implicaciones societales. Si bien Gramsci no se detuvo a definir explícitamente el principio de pasividad, como señalamos anteriormente, éste se asocia, se trenza y se deriva lógicamente de la noción de subalterno que el marxista sardo va desarrollando en paralelo, sin entrecruzarla explícitamente. Y en efecto, señala acertadamente Burgio que “el dato determinante es la carencia de conflictualidad” (Burgio, 2014: 251). Pero no la simple conflictualidad táctica y estratégica de la teoría de juegos, sino aquella que es habitada subjetivamente, la conflictualidad como polo activo, como indicador de activación, de procesos de subjetivación política, aunque fueran éstos relegados en la subalternidad, en los estrechos márgenes resistenciales propios de la subordinación. Esta dimensión subjetiva es un dato en relación con el análisis de la coyuntura, pero adquiere el estatus de una construcción histórico-política en la temporalidad más amplia, en la cual se insertan los fenómenos de revolución pasiva. Hay que problematizar la cuestión de la pasividad de las masas. ¿Es sólo causa o también consecuencia de las revoluciones pasivas? Como ya mencioné, Gramsci dedica más tinta a reflexionar sobre el alcance y los límites del carácter revolucionario que sobre las formas de pasivización que acompañan, produ153

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cen y reproducen la subalternidad, siendo funcionales a la reconfiguración de la hegemonía. Así, desde un seguimiento textual, no resalta la idea de pasividad como resultado, como producto histórico específico, de la revolución pasiva. Al mismo tiempo, es evidente en la lógica política y en el razonamiento de Gramsci que las revoluciones pasivas buscan evitar que las masas sean, sigan siendo activas y se vuelvan protagonistas, que las concesiones sirven para producir pasividad, que el resultado conservador se logra gracias a la pasividad como condición que acompaña el proceso y sanciona su éxito político. Éste es, en efecto, el objetivo en el origen de las revoluciones pasivas entendidas como procesos, pero también como proyectos de pasivización y de subalternización.120 Así, el proyecto-programa de la revolución pasiva se realiza como proceso logrando desactivar, pasivizar y subalternizar. Mientras que la actividad de las masas o la amenaza de ella es siempre la causa que impulsa la revolución pasiva, también es necesario cierto grado de pasividad (subalternidad) que impida la realización de una revolución activa y habilite el camino para la pasiva, la cual se presenta como proyecto y proceso de pasivización, siempre relativa pero predominante, aunque incorpore eventualmente formas de movilización controlada. La pasividad-pasivización es, por lo tanto, el objetivo fundamental del proyecto, la causa y la condición para la realización del proceso y su consecuencia más relevante en términos de la modificación de la correlación de fuerzas en favor de las clases dominantes, que es, finalmente, el resultado deseado y alcanzado por medio de los proyectos-procesos de revolución pasiva.   Gramsci aclara que la idea de revolución pasiva es, para el marxismo, “un criterio o canon de interpretación” y no un programa, como lo sería para la burguesía (y para sus intelectuales, Benedetto Croce in primis). En este sentido reconoce explícitamente su dimensión proyectual. 120

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Dispositivos de pasivización: cesarismo y transformismo Podemos reforzar esta primera conceptualización de la pasividad como criterio definitorio de las revoluciones pasivas a través de las categorías de transformismo y de cesarismo en cuanto asumimos que son dispositivos que las viabilizan, mecanismos de los procesos de pasivización que acompañan y caracterizan a toda revolución pasiva. Estos conceptos han sido analizados mucho menos que el de revolución pasiva (Liguori y Voza, 2009: 123-125 y 860-862; Burgio, 2014). Esto debido a que son menos recurrentes a lo largo de los Cuadernos, a que tienen un peso teórico o interpretativo menor y a que, como se argumentará más adelante, son subsidiarios respecto al primero, en el sentido de que Gramsci no les otorga el estatus de “canon interpretativo”. La categoría de revolución pasiva parece, en efecto, de orden general respecto a mecanismos más particulares o específicos como el transformismo y el cesarismo (Burgio, 2007: 82). Ambos dispositivos son, a mi parecer, subsidiarios del proceso general de revolución pasiva, ya que operativizan, es decir vuelven operativas, tanto la pendiente revolucionaria como su contraparte de pasividad. Existe un vasto consenso en asumir que la noción de transformismo complementa el andamiaje teórico de la noción de revolución pasiva, por cuanto ambos conceptos surgen y son utilizados por Gramsci para entender el Risorgimento italiano. Por medio de la noción de transformismo —que retoma de la definición que la prensa italiana dio al gobierno liberal de “izquierda” de De Pretis en Italia, en 1876— Gramsci designa un proceso de deslizamiento “molecular” que lleva al fortalecimiento del campo de las clases dominantes a través de un paulatino drenaje (absorción), por medio de la cooptación o por el tránsito voluntario de fuerzas del campo de las clases subalternas o, si se quiere, viceversa, una “decapitación” (C 1, 44, 107), un tajante debilitamiento del campo subalterno por 155

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medio del abandono o traición de sectores que transforman oportunistamente sus convicciones políticas y cambian de bando.121 El transformismo aparece entonces como una forma,122 un dispositivo vinculado a la revolución pasiva en la medida en que modifica la correlación de fuerzas en forma molecular drenando y reclutando —por medio de la cooptación o el tránsito voluntario— fuerzas y poder hacia un proyecto de dominación en aras de garantizar la pasividad y de promover la desmovilización de las clases subalternas. Toda revolución pasiva se apoya y se nutre de un proceso transformista, aunque no todo transformismo implica una revolución pasiva. Más problemática y, por lo mismo, más fecunda es la asociación entre el concepto de revolución pasiva y el de cesarismo.   Veamos el pasaje más significativo a este respecto de los Cuadernos: “Puede incluso decirse que toda la vida estatal desde 1848 en adelante está caracterizada por el transformismo, o sea, por la elaboración de clase dirigente cada vez más numerosa en los cuadros establecidos por los moderados después de 1848 y la caída de las utopías neogüelfas y federalistas, con la absorción gradual, pero continua y obtenida con métodos diversos en su eficacia, de los elementos activos surgidos de los grupos aliados e incluso de los adversarios y que parecían irreconciliablemente enemigos. En este sentido, la dirección política se volvió un aspecto de la función de dominio, en cuanto que la absorción de las elites de los grupos enemigos conduce a la decapitación de éstos y a su aniquilamiento por un periodo a menudo muy largo. De la política de los moderados resulta claro que puede y debe haber una actividad hegemónica incluso antes de la llegada al poder, y que no hay que contar sólo con la fuerza material que el poder da para ejercer una dirección eficaz: precisamente la brillante solución de estos problemas hizo posible el Risorgimento en las formas y los límites en el cual se efectuó, sin ‘Terror’, como ‘revolución sin revolución’ o sea como ‘revolución pasiva’ para emplear una expresión de Cuoco en un sentido un poco distinto del que Cuoco quiere decir” (C 1, 44, 106 y C 19, 24, 387). 122   Según el propio Gramsci: “una de las formas históricas” de la revolución pasiva (C 8, 36, 235). “El transformismo como una forma de la revolución pasiva en el periodo de 1870 en adelante” (C 10, 13, 137). 121

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Por medio de la noción de cesarismo, sin separarla de la de bonapartismo,123 Gramsci amplía, de hecho, su acepción corriente al introducir un matiz importante por medio de la distinción explícita entre modalidades progresivas y regresivas. Gramsci asume —siguiendo las intuiciones de Marx— que frente a un “empate catastrófico” el cesarismo ofrece una “solución arbitral” ligada a una “gran personalidad heroica”, pero sugiere que esta salida transitoria no “tiene siempre el mismo sentido histórico”. Es progresivo el cesarismo cuando su intervención ayuda a la fuerza progresiva a triunfar aunque sea con ciertos compromisos y atemperamientos limitativos de la victoria; es regresivo cuando su intervención ayuda a triunfar la fuerza regresiva (C 13, 27, 65).

La distinción se hará más fina y compleja cuando Gramsci introduce los criterios “cualitativo” y “cuantitativo”, asumiendo que en algunos casos, del tipo Napoleón I, se da un “paso de un tipo de Estado a otro tipo, un paso en el que las innovaciones fueron tantas y tales que representaron una completa transformación”, mientras que en casos, como el de Napoleón III, se observa sólo una “evolución del mismo tipo,

  Aceptando e incorporando por lo tanto todas sus implicaciones teóricas. En efecto, en varios pasajes de los Cuadernos, los términos bonapartismo y cesarismo aparecen como sinónimos. En relación con el desarrollo del primer concepto, además de los textos clásicos de Marx y Engels, véase Volpi (1985). Señalo aquí que Trotsky —guardadas las diferencias en las perspectivas— tuvo un inquietud similar a la de Gramsci, sin desarrollarla, al reconocer una variante progresista de bonapartismo e interrogarse sobre la variable de la actividad-pasividad de las masas como criterio de definición, cuando definió bonapartismo “sui generis” al régimen de Lázaro Cárdenas en México, en un texto de 1939 —pero publicado hasta 1946: “La industria nacionalizada y la administración de los trabajadores” (Trotsky, 2013) y anteriormente Trotsky (1938)). 123

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según una línea ininterrumpida” (C 13, 27, 67).124 Por otra parte, cabe señalar que Gramsci, en una nota sobre el movimiento Dreyfus, habla también de cesarismo “reaccionario” y establece una distinción entre cesarismo absoluta y relativamente progresivo (C 14, 23, 116-117).125 El vínculo entre los conceptos de revolución pasiva y cesarismo es visible en varios puntos de contacto.126 Se trata de conceptos en los cuales se cruzan las mismas variables que responden al fondo de las preocupaciones políticas y teóricas de Gramsci, como reflejo de su marxismo crítico, donde estructura y acción son dos campos de reflexión entrecruzados de las cuales brotan hebras analíticas, que van entrelazándose de forma no lineal en distintos momentos de su pensamiento, pero confluyen, desembocan y culminan en una reflexión estratégica, orientada hacia el sujeto y la acción política. 124   En otros pasajes de los Cuadernos, la idea de lo “históricamente progresivo” se define por cuanto “resuelve los problemas de la época” (C 13 25, 64); aparece en un sentido similar en otra nota cuando se define lo regresivo por cuanto “tiende a comprimir las fuerzas vivas de la historia” (C 14, 34, 125). 125   “Del tipo Dreyfus encontramos otros movimientos históricopolíticos modernos, que ciertamente no son revoluciones, pero que no son completamente reacciones, al menos en el sentido de que también en el campo dominante rompen cristalizaciones estatales sofocantes e introducen en la vida del Estado y en las actividades sociales un personal distinto y más numeroso que el anterior: también estos movimientos pueden tener un contenido relativamente ‘progresivo’ en cuanto indican que en la vieja sociedad eran latentes fuerzas operosas que los viejos dirigentes no supieron aprovechar, aunque sea ‘fuerzas marginales’, pero no absolutamente progresivas, en cuanto no pueden ‘hacer época’. Se hacen históricamente eficientes por la debilidad constructiva del adversario, no por una íntima fuerza propia, y entonces están ligadas a una situación determinada de equilibrio de las fuerzas en lucha, ambas incapaces en su propio campo de exprimir una voluntad reconstructiva por sí mismas” (C 14, 23, 116). 126   Burgio sostiene que son categorías “gemelas”, cuya diferencia fundamental es que la segunda no incluye la caracterización de los procesos de modernización, y la primera no se basa en la relación entre jefe y masa (Burgio, 2014: 267).

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Si bien Gramsci se mueve entre distintos niveles de conceptualización —histórica, politológica y político-estratégica— las distinciones formales entre los conceptos no deben hacer perder de vista que la intención es totalizante, es decir articulatoria o, para usar una noción gramsciana, susceptible de traducción. Así que, si bien el de revolución pasiva nace en el terreno historiográfico, el de cesarismo al nivel de la ciencia política y el de guerra de posición parece más de orden políticoestratégico, la cuestión de la hegemonía es el hilo conductor que los une, una conexión interpretativa respecto del pasado y del presente históricos y políticos, que Gramsci asume como horizonte de visibilidad y de reflexión en términos de filosofía de la praxis. Es cierto que Gramsci señala explícitamente que la de cesarismo es una noción más teórica (“formal”, “geométrica”),127 que vale para distintas épocas, ligada a la teorización de la correlación de fuerzas y a la hipótesis del empate catastrófico que, aparentemente, no supone como necesaria, a diferencia de las de revolución pasiva y transformismo, la existencia de una hegemonía, de una forma específica de la hegemonía. Si bien el historicismo del concepto de revolución pasiva lo aleja aparentemente del teoricismo del de cesarismo, al mismo tiempo, conforme el primero se generaliza a lo largo de los Cuadernos se vuelve más abstracto, más teórico y se acerca al segundo. Finalmente, aun concediendo la necesidad y la utilidad de mantener la distinción para fines de sutil lectura gramsciológica, desde una más elástica perspectiva gramsciana, su interconexión proporciona elementos para conectar interpretación histórica y teoría política en aras de forjar instrumentos de análisis de procesos concretos.128 127   “Por lo demás, el cesarismo es una fórmula político-ideológica y no un canon de interpretación histórica” (C 13, 27, 65). 128   A nivel formal, más bien habría que señalar una diferencia: si en la definición de revolución pasiva los dos términos configuran dialécticamente la contradicción, en el caso del cesarismo, Gramsci opta por otro formato de definición en donde la tensión dialéctica entre las tendencias se vierte en el adjetivo al abrirse como disyuntiva entre dos posibilidades.

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Volviendo a centrarnos en el criterio de la pasividad y el principio de la subalternidad, un elemento característico del cesarismo es invocado directamente por Gramsci, cuando señala que el “equilibrio catastrófico” puede ser el resultado de los límites orgánicos insuperables al interior de la clase dominante o de razones simplemente políticas momentáneas, que producen una crisis de la dominación, y no de una maduración o fortalecimiento de las clases subalternas (C 13, 27, 67), lo cual evoca y se conecta lógicamente con el carácter “esporádico e inorgánico” de las luchas populares como elemento fundamental para el surgimiento de una revolución pasiva. En efecto, Gramsci refiere explícitamente al cesarismo como surgido de la “debilidad relativa de la fuerza progresiva antagonista” (C 9, 136, 106), pero también de la necesidad de mantenerla como tal (agregado en C 13, 27, 67). Por otra parte, la noción de cesarismo alude indirectamente a la pasividad, ya que la emergencia y centralidad de una figura carismática —“gran personalidad heroica” dice Gramsci— cumple una función política específica en un contexto de empate catastrófico y, en particular, es susceptible de impulsar y viabilizar una revolución pasiva operando como factor de equilibrio entre clases, entre tendencias conservadoras y renovadoras y como factor de pasivización, en particular canalizando las demandas populares y asumiendo —por delegación— nominal y demagógicamente la representación de los intereses de las clases subalternas.129 El cesarismo opera así   Si bien el cesarismo es un concepto que Gramsci utiliza como sinónimo de bonapartismo, hay que aclarar en qué medida ha sido inspirado por la lectura de Weber y Michels y su interés por la cuestión del carisma. Es evidente, no obstante, que se aleja de una acepción estrictamente personalista del concepto cuando sostiene que, en la era de las organizaciones de masas (partidos y sindicatos), puede haber “solución cesarista sin César” —sin personalidad heroica—, sino por medio de organizaciones y partidos de masas o vía parlamentaria o vía coaliciones, y que más que militar, el cesarismo tiende a ser policiaco; entendi129

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cubriendo el vacío y remplazando fuerzas o clases capaces de impulsar un proceso de modernización que, por sus características contradictorias, termina coincidiendo con la ambigüedad de los contenidos de conservación-transformación (modernización conservadora) de la revolución pasiva y, en cuanto a las formas, pasiviza y subalterniza por medio de la delegación y la representación distorsionada propia del fenómeno carismático. En síntesis, el criterio de la pasividad nominalmente expresado en la fórmula de la revolución pasiva aparece implícitamente contenido en la lógica de la delegación carismática en el caso del cesarismo. Pasando al otro lado de la fórmula, la conexión entre el concepto de revolución pasiva y el de cesarismo es evidente y explícita cuando Gramsci, tratando de aclarar la distinción progresivo-regresivo evoca el criterio de la “dialéctica ‘revolución-restauración’”, el mismo criterio de caracterización de la ambigüedad típica de las revoluciones pasivas. En este sentido, progresivo sería a revolución lo que es regresivo a restauración. La referencia a la dialéctica alude al procedimiento analítico que implica el reconocimiento de combinaciones desiguales de elementos progresivos y regresivos, al interior de las cuales es posible distinguir proporciones y medidas y concluir asignándole a un elemento el carácter determinante o dominante. Todo cesarismo sería, por lo tanto, simultáneamente progresivo y regresivo —y en efecto Gramsci menciona de paso la posibilidad de formas “intermedias”— aunque un elemento tendencialmente prevalezca y etiquete nominalmente al fenómeno. Si bien toda revolución pasiva pasa por el tamiz de la tensión progresivo-regresivo, no todas recurren a la forma cesarista, siendo éste un dispositivo, un recurso posible y, hay que reconocerlo, tan recurrente y frecuente que termido como algo más que la represión, esto es: un conjunto de mecanismos de control social y político (C 9, 133, 102-103 y C 13, 27, 65-68).

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na sobreponiéndosele constantemente. Pero, para decirlo así, técnicamente, no toda revolución pasiva surge de un “equilibrio catastrófico” —la situación típica de surgimiento del cesarismo— aunque es evidente que trata de resolver por la vía carismática un impasse en la relación de dominación, de evitar su trastrocamiento, de contener la acción de las clases subalternas, aun cuando ésta se presente en forma inorgánica y esporádica y por lo tanto quiere desempatar, evitar o prevenir una situación de equilibrio. El matiz de distinción podemos encontrarlo con gran claridad en la página de Gramsci que reproduzco a continuación: Y el contenido es la crisis de hegemonía de la clase dirigente, que se produce ya sea porque la clase dirigente ha fracasado en alguna gran empresa política para la que ha solicitado o impuesto con la fuerza el consenso de las grandes masas [como la guerra] o porque vastas masas [especialmente de campesinos y de pequeño burgueses intelectuales] han pasado de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantean reivindicaciones que en su conjunto no orgánico constituyen una revolución. [...] La clase tradicional dirigente, que tiene un numeroso personal adiestrado, cambia hombres y programas y reabsorbe el control que se le estaba escapando con una celeridad mayor que la que poseen las clases subalternas; hace incluso sacrificios, se expone a un futuro oscuro con promesas demagógicas, pero conserva el poder, lo refuerza por el momento, y se sirve de él para aniquilar al adversario y dispersar a su personal de dirección, que no puede ser muy numeroso ni muy adiestrado. [...] Cuando la crisis no encuentra esta solución orgánica, sino la del jefe carismático, significa que existe un equilibrio estático [cuyos factores pueden ser dispares, pero en el que prevalece la

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inmadurez de las fuerzas progresistas], tiene la fuerza necesaria para la victoria y que incluso el grupo conservador tiene necesidad de un amo (cfr. El 18 brumario de Luis Bonaparte), (C 13, 23, 52-53).

La revolución pasiva desempata, ofrece una solución orgánica al empate, mientras que el bonapartismo-cesarismo, cuando no es un dispositivo de la revolución pasiva, puede ser una fórmula de solución sólo aparente y transitoria, surgida del empate y prolongarlo de forma efímera como equilibrio precario. En este sentido, por su naturaleza instrumental, así como en el caso del transformismo —aun cuando suelen acompañar y operativizar a las revoluciones pasivas— puede haber cesarismos sin revolución pasiva, por ejemplo, en el caso de que rebase el perímetro externo de la versión regresiva: cesarismo contrarreformista.130 Otro aspecto a señalar, en vista de la posibilidad de extender el uso del concepto para caracterizar fenómenos y procesos actuales, es que Gramsci marca una distancia entre los cesarismos del pasado y los del siglo xx, cuando señala que estos últimos son “totalmente” diferentes, por la imposibilidad de la fusión o unificación entre fuerzas ya irremediablemente contrapuestas y cuyo antagonismo, subraya, se acen130   Sobre este punto resulta discutible y polémica otra conclusión de Burgio, quien asume que la noción de “cesarismo”, a diferencia de la de bonapartismo, no siempre es negativa (de acuerdo con sus conclusiones): en el pensamiento de Gramsci se conecta con la idea emancipatoria del “moderno príncipe”, entendido como “cesarismo” sin césar, colectivo, democrático y progresivo (Burgio, 2014: 282). Más bien, la idea del cesarismo visto como coalición da otra pista que confirma la conexión conceptual con la de revolución pasiva y que se trata del correlato formal, ya que en la forma “coalición” o “alianza” se expresan los cruces entre el carácter progresivo y regresivo (revolución-conservación, etc.) en donde uno prevalece y le da su sello. La coalición sintetiza la contradicción y la resuelve aparente y temporalmente por medio de una solución de “compromiso”, como lo demuestra en los ejemplos de Gramsci donde tendencialmente aparece una figura carismática en cumplimiento de un papel arbitral.

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tuaría con el advenimiento de formas cesaristas. Acto seguido, sugiere que siempre hay márgenes de manifestación de la forma cesarista, en particular en tanto exista “debilidad” relativa de la fuerza progresiva antagónica, por la naturaleza y el modo de vida peculiar de ésta, debilidad que hay que mantener: por eso se ha dicho que el cesarismo moderno más que militar es policiaco. (C 13, 27, 68). Una vez más, la dimensión subjetiva de la mano de la lógica de la correlación de fuerzas, donde la “debilidad que hay que mantener” implica pasivizar, subalternizar, restar fuerza antagonista a las clases subalternas. Revoluciones pasivas progresivas y/o regresivas Es difusa, tanto entre gramsciólogos como entre gramscianos, la idea de que el concepto de revolución pasiva, por su amplitud, se presta a un uso excesivamente elástico que se extiende a fenómenos muy diversos entre sí, al punto de generar confusión y poner en discusión el valor analítico y explicativo del concepto mismo. Sin embargo, existen pistas y caminos más o menos explorados que permiten delimitar su perímetro y precisar la amplitud del territorio socio-político que recubre. Para empezar, como vimos, en un sentido general la noción de revolución pasiva no caracteriza todos los procesos de reconfiguración de la dominación burguesa, sino los que introducen elementos progresivos con la finalidad de transformar los términos de la relación mando-obediencia entre clases dominantes y clases subalternas, para conservarla en su esencia jerárquica y en su contenido capitalista. Por otro lado, en la terminología de Gramsci aparecen dos fronteras o límites: el ya mencionado límite izquierdo de la revolución activa y el límite derecho de la restauración o, como lo señala Coutinho (2022), de la contrarreforma —una noción que Gramsci usa ocasionalmente—, donde forma y conteni164

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do del proceso-proyecto son inequívocamente regresivos o reaccionarios (palabras que Gramsci usa frecuentemente como sinónimo). Dicho de otra manera, la contrarreforma y la restauración están a la derecha de la revolución pasiva, así como la revolución activa está a su izquierda. Así, la revolución pasiva, en una tipología de hipótesis y escenarios histórico-políticos, aparece como una alternativa progresista a la vía reaccionaria y un antídoto conservador a la vía revolucionaria desde abajo, frente al empuje —insuficiente pero significativo— de las clases subalternas. Sin embargo, esta delimitación sigue dejando una paleta de distintos tonos grises que puede ser considerada demasiado amplia. Una solución gramsciana a este problema sería introducir la distinción entre progresivo y regresivo como criterio para distinguir dos tipos de revoluciones pasivas.131 ¿En qué términos puede formularse y sostenerse esta distinción como criterio para el análisis de fenómenos contemporáneos? Para Gramsci, como vimos, la progresividad sólo puede ser evaluada plenamente en retrospectiva, cuando se puede observar si se avanzó más o menos en la dirección del progreso, es decir de la victoria definitiva de las clases subalternas, propo131   En esta dirección apunta Alberto Burgio cuando sostiene que el “cesarismo” “puede ser progresivo o regresivo, justo como una revolución pasiva”, y refiere a una posible “comparación entre revoluciones pasivas progresivas y regresivas” (Burgio, 2014: 264, 276). Lamentablemente Burgio no desarrolla ni sustenta estas afirmaciones sobre este delicado punto en relación con la lógica de la obra de Gramsci (que resulta particularmente fecundo en relación con su aplicación). Posiblemente la falta de interés en desplegar esta intuición por parte de Burgio se deba a que, exacerbando la anotación de Gramsci mencionada arriba, considera que no puede haber revoluciones pasivas progresivas después de 1870, sino que serán, así como los cesarismos, inexorablemente reaccionarios y defensivos (sea en sentido político como macrohistórico) por el carácter orgánico de la crisis y del conflicto (Burgio, 2014: 279-280). En este sentido, la distinción dejaría de tener interés en relación con los fenómenos actuales.

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niendo una versión socio-política y subjetiva de la progresividad, muy lejana del paradigma del desarrollo de las fuerzas productivas. Por esta cualidad retrospectiva del concepto, a diferencia de su análisis sobre el siglo xix, duda respecto del alcance histórico y del carácter de revoluciones pasivas del fascismo o del americanismo, porque no puede dar una respuesta concluyente sobre la época y, por lo tanto, evaluar el carácter progresivo o regresivo. Gramsci, en efecto, se pregunta si el americanismo alcanzará a marcar una época, es decir si alcanzará a tener un desarrollo del tipo de las “revoluciones pasivas” (C 22, 1, 61), así como se pregunta si el fascismo será la forma de la revolución pasiva del siglo xx como el liberalismo lo fue del xix (C 8, 236, 334). Si, como vimos, se trata de evaluar la dirección, la orientación, el “sentido histórico”, un cesarismo que impulse o inhiba, favorezca o desfavorezca un desenlace u otro, una fuerza socio-política u otra, un paso hacia la construcción de una hegemonía, lo cual, desde la óptica de las clases subalternas, no equivale estrictamente a una victoria política inmediata, al quiebre definitivo del “hacerse Estado”, sino que puede o debe incluir acumulaciones más o menos moleculares de mediano a largo plazo. Un reformismo desmovilizador bajo la forma de una revolución pasiva busca neutralizar el potencial revolucionario activo, una re-subalternización que implica un retroceso, una regresión. Sin embargo, en la medida en que las reformas incluyen demandas desde abajo y en tanto que, como lo señala Gramsci, el antagonismo se volvió irreductible después de 1870, se trata de un proceso que desplaza hacia delante el conflicto y este desplazamiento es objetivamente progresivo, por cuanto implica nuevos escenarios históricos en los cuales, no sólo no se disuelve el antagonismo, sino que se forjan subjetividades políticas correspondientes y a la altura de los desafíos de época. Desde la lógica de la guerra de posiciones, no para establecer definiciones, sino para sostener el argumento, podríamos 166

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simplificar de la siguiente manera: a) Tiene un carácter progresivo o progresista todo proceso o proyecto de reformismo social que amplíe los márgenes de acumulación de fuerza política de las clases subalternas y no incluya medidas profundamente reaccionarias, en el plano de las libertades políticas que las obstaculice. b) Son regresivos aquellos proyectos o procesos que combinan reformas con altos niveles de represión o que, por medio de las reformas, buscan o logran interrumpir el proceso hacia la autonomía integral de los subalternos o que, para decirlo en términos más actuales, los desmovilicen.132 Como puede verse, la cuestión de la conformación de la subjetividad política y el protagonismo de las clases subalternas se vuelve la variable central y discriminante en última instancia, dejando en segundo plano el tema de las reformas socio-económicas que aparece más bien como constante, una constante que, en efecto, atraviesa experiencias socio-políticamente tan diversas como el New Deal norteamericano y el fascismo italiano. Concientes de que estamos estirando del lado subjetivo y dejando voluntariamente de lado el aspecto estructural de la acepción de progreso de Gramsci, hay que reconocer y poner de relieve que para el marxista italiano lo progresivo está relacionado con la victoria política y no sólo, o no tanto, con el desarrollo de las fuerzas productivas, con la disminución de la distancia entre clases subalternas y el poder, una distancia que se puede cubrir sólo con una construcción subjetiva, de activación de las masas, de adquisición de conciencia, que 132   Aquí son tres las consideraciones: o todas las reformas sociales son conquistas y pueden contabilizarse como saldo positivo de la lucha de clase, o son concesiones que renegocian la subordinación y la desmovilización o, en última instancia, son estrictamente reajustes de los patrones o modelos de acumulación. Aunque el resultado apunte a combinar diferentes aspectos de las tres, su distinta composición corresponderá a la predominancia de un elemento y de una orientación del proceso.

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arranca de la subalternidad, pasa por el antagonismo y la autonomía y desemboca en la hegemonía. La medida última es entonces subjetiva, relacionada a la acción política, antitética a la pasividad y la subalternidad. Una constante que atraviesa la obra de Gramsci, caracteriza el concepto de revolución pasiva y que, por lo tanto, debería precisar su alcance y orientar su uso. Siguiendo la argumentación de este libro, podemos concluir que el concepto de revolución pasiva, visto desde la perspectiva de las clases subalternas, adquiere otra luz, una iluminación no sólo política sino teórica, inserta en la lógica de la subjetivación política, es decir de la triada subalternidad-autonomía-hegemonía, confiriéndole una caracterización precisa y específica, un filo analítico apto para encarar la comprensión de una serie de fenómenos y procesos políticos del pasado y el presente.

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CONCLUSIONES Subalternidad, autonomía, hegemonía. Más allá de Gramsci, con Gramsci

En las siguientes páginas, recapitularé las conclusiones a las que he ido llegando a lo largo de este recorrido conceptual de las contribuciones de Gramsci al tema de la constitución del sujeto político y, al mismo tiempo, proyectaré las categorías de subalternidad, autonomía y hegemonía hacia un ejercicio teórico que las perfile sociológicamente. Con la finalidad de sintetizar, aun corriendo el riesgo de ser repetitivo, enunciaré de forma sucinta los principales argumentos que configuran una postura original al interior del debate gramsciológico y que, al mismo tiempo, orientan esta indagación teórica hacia el uso de los conceptos gramscianos en los estudios de la subjetivación política, la acción colectiva y los movimientos sociales. Antes de abordar este último aspecto, sobrevolaré los cuatro conceptos revisados en los capítulos anteriores, es decir subalternidad, autonomía, hegemonía y revolución pasiva. Para favorecer la síntesis y la fluidez de la argumentación omití las referencias bibliográficas en las citas textuales de los Cuadernos de la cárcel que ya aparecieron anteriormente.

Subalternidad Como sinónimo de clases populares, masas o clases trabajadoras, Gramsci entendía el pueblo como “conjunto de clases subalternas e instrumentales”, y distinguía en el seno de las clases subalternas “los elementos más marginales y periféricos”. Siguiendo a Liguori, podemos entonces inferir que el 169

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concepto de subalternidad reúne a las “clases subalternas fundamentales” y las “clases subalternas marginales”, trabajadores de las orillas y del centro de las sociedades capitalistas. El común denominador de la subalternidad establece un criterio que permite, a la vez, reconocer y entender las diferencias y la disgregación que mantienen separados a los grupos subalternos, así como vislumbrar los elementos y las condiciones de su posible convergencia y articulación. Alrededor de esta noción original, Gramsci desagrega el análisis de la condición, de la experiencia y de las prácticas de los grupos subordinados, oprimidos y explotados y perfila su visión del proceso de subjetivación política, tanto en términos de las características que lo frenan e inhiben como de aquellas que lo habilitan y proyectan. En el plano lógico, como lo argumenté en el capítulo II, la noción de subalterno antecede y se vuelve la condición para pensar las de autonomía y de hegemonía. Se define, en primera instancia, en contraste con el concepto de autonomía en la medida en que, para Gramsci, mientras están asujetadas, las clases subalternas se van subjetivando, es decir emprenden el proceso de su constitución como sujetos políticos. Están situadas activamente al interior de una correlación de fuerzas desfavorable, configurada como una relación de dominación y hegemonía, están colocadas en mayor y menor grado en los “márgenes de la historia”, como “fracción disgregada” y “discontinua” de la sociedad civil. Por estar sometidas a la “iniciativa de la clase dominante, aun cuando se rebelan” —“incluso cuando aparecen triunfantes”—, las clases subalternas no son protagonistas, no tienen “personalidad histórica” ni conciencia de sí mismas. Se caracterizan, en particular las más marginales, por ser diversificadas, diferenciadas, disgregadas, desorganizadas, con una débil y “provisional” “tendencia hacia la unificación”. La sujeción se manifiesta a través de rasgos de pasividad y apatía —“un estado de pasividad moral y políti-

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ca”— en tanto los subalternos son asimilados a las clases dominantes, se encuentran inmersos —más las clases marginales que las clases fundamentales— en una concepción del mundo ajena, sometidos a ideologías “arbitrarias”, compuestas de “principios impuestos y no propuestos autónomamente” que les impiden alcanzar una conciencia autónoma, sino apenas un odio que, según Gramsci, no es todavía de clase para sí, en tanto expresa “una posición negativa y no positiva de clase”. Para el marxista italiano, la subjetivación política de las clases subalternas se manifiesta a través de la acción colectiva, pero se mide en función de niveles de organización y de conciencia. La acción subalterna se caracteriza por ser espontánea, episódica y defensiva, una “defensa alarmada”, una “actividad volitiva” tímida y limitada que es asimilable a lo que comúnmente llamamos resistencia. El “subversivismo esporádico, elemental e inorgánico” se traduce en movimientos de carácter “caótico y desordenado”, sin dirección, o sea sin una precisa y definida “voluntad política colectiva”. El espontaneísmo de los subalternos es guiado por el sentido común e implica una ausencia de educación “sistemática” y de “dirección consciente”. Sin embargo, en los embriones de conciencia de sí mismos que construyen en sus luchas afloran elementos de buen sentido. Su colocación subordinada al interior de la relación de dominación también empieza a modificarse a nivel organizacional a través de su participación —aún subalterna— al interior de formaciones políticas de las clases dominantes y en la constitución de organizaciones propias, aunque sostengan “reivindicaciones de carácter restringido y parcial”. La subalternidad, definida por estos elementos que configuran en su conjunto una dialéctica entre pasividad y acción colectiva, se sitúa, por tanto, como el punto de partida teórico para pensar el conjunto del proceso de subjetivación política.

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Subalternidad Asujetamiento

Subjetivación

Acción

- “Pasividad moral y política” - Sometidas a la “iniciativa de la clase dominante”

- Resistencia, rebelión - Acción espontánea, episódica, defensiva, caótica y desordenada

Ideología

- Sentido común - Sometidos a ideologías ajenas - Inconciencia

- Buen sentido - Conciencia contradictoria. Posición negativa de clase (instinto de clase)

- Disgregadas - Desorganizadas

- Débil y “provisional” “tendencia hacia la unificación” - Participación en formaciones de las clases dominantes o en organizaciones propias de alcance “restringido y parcial”

Organización

Autonomía El concepto de autonomía se coloca, como pudimos reconstruir en la obra de Gramsci, en contrapunto al de subalternidad y constituye la mediación respecto al de hegemonía. Los subalternos dejan de ser tales en tanto, al adquirir autonomía, se constituyen en sujeto político. El par subalternidad/hegemonía, que convencionalmente se reconoce como una antinomia fundamental al interior de los Cuadernos, está atravesado por la tendencia a la autonomía y sus cristalizaciones, que van acumulándose a lo largo de la conformación del sujeto antagonista y perfilan una hipótesis de autonomía integral, que termina siendo el norte de la brújula gramsciana. Como vimos, en los escritos pre-carcelarios de Gramsci afloran tres dimensiones de la autonomía, como parte de un proyecto político integral que tiende hacia la emancipación: a) la tendencia espontánea hacia la autonomía y su realización incipiente o embrionaria; b) la autonomía organizada y refor172

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zada por la organización y las prácticas de autogestión; c) el autogobierno integral que sanciona la autonomía como forma societal. La autonomía, desde esta óptica, es más que la simple independencia social y política de la clase obrera, se convierte tanto en el medio como en el fin: el comunismo es, bajo esta luz, el movimiento autónomo de lucha y de construcción de una sociedad fundada en la autoconciencia, la autodeterminación y el autogobierno. En los Cuadernos Gramsci retoma el hilo de estas reflexiones y vislumbra dos pasajes fundamentales: una secuencia que inicia en el vínculo subalternidad-autonomía y se prolonga en la conexión entre autonomía y hegemonía. El primer pasaje se manifiesta a través de la separación, la “escisión” subjetiva. El “espíritu de escisión” —es decir, la distinción y separación de los grupos subalternos de los dominantes— cumple una función fundamental, ya que delimita la “autonomía frente a los enemigos”, asienta un posicionamiento y una actuación contrahegemónica, permite “la progresiva adquisición de la conciencia de la propia personalidad histórica” y habilita la construcción de las condiciones necesarias para promover una hegemonía alternativa. La dupla escisión (separación)/autonomía expresa la negación del asujetamiento y la afirmación identitaria propia de la subjetivación. El tránsito a la autonomía comporta una fractura tanto ideológica como organizacional, al salir los subalternos del ámbito de la mentalidad y la ideología de las clases dominantes y del perímetro de sus instancias de organización política, avanzando reivindicaciones propias y construyendo ámbitos parcialmente o relativamente autónomos, “rasgos de iniciativa autónoma” de “inestimable valor”. Esto implica la constitución de organizaciones relativamente o, mejor aún, integralmente independientes que enarbolen demandas propias —“que afirmen la autonomía integral”. Al interior de una determinada correlación de fuerzas políticas, autoconciencia y autoorganización son los recursos y los vectores fundamentales de la subjetivación política autó173

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noma de los subalternos, los vectores que le permiten configurarse como una fuerza antagonista que se sacudió de las ataduras de la hegemonía constituida.

Las antítesis a la condición subalterna se expresan como tendencias a la activación de la “actividad volitiva”, la constitución de “una precisa voluntad política colectiva” que opera como “norma de acción colectiva”. Una serie de antinomias marca la dialéctica subalterno-autónomo: actividad/pasividad; defensa/iniciativa; conciencia/inconciencia; clase en sí/ clase para sí; esporádico-episódico/constante; elemental/ complejo; espontaneidad/dirección conciente; sentido común/buen sentido; homogeneidad-organicidad/heterogeneidad; unificación/disgregación; movimiento caótico y desordenado/movimiento compacto y disciplinado. Subalternidad

Autonomía

pasividad

actividad

defensa

iniciativa

inconciencia

conciencia

clase para sí

clase en sí

esporádico-episódico elemental espontaneidad sentido común homogeneidad-organicidad disgregación movimiento caótico y desordenado

constante complejo dirección conciente buen sentido heterogeneidad unificación movimiento compacto y disciplinado

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La autonomía adquirida y acumulada se traduce en una “fuerte voluntad política colectiva antagónica”, surgida de la lucha, impulsada por una conciencia no contradictoria, una concepción del mundo autónoma —“propuesta”— que supera el horizonte del sentido común, una ideología orgánica y no arbitraria a través de la cual, sostiene Gramsci, retomando a Marx, los “hombres toman conciencia de los conflictos fundamentales”. Al mismo tiempo, señala el comunista sardo, no hay “autoconciencia crítica” en abstracto, sin la “creación de una elite de intelectuales” y agrega que no hay “organización sin intelectuales, o sea sin organizadores y dirigentes” que promuevan una “actividad educativa sistemática”. El partido —el “príncipe moderno”— es, más que un simple formato organizacional, la síntesis calificada y organizada de una voluntad política antagonista y autónoma que orienta un movimiento social. Organización y concientización se vuelven a encontrar en la idea de partido como intelectual colectivo. El concepto de autonomía designa, en síntesis, para Gramsci, independencia y autodeterminación; es el signo puntual de una característica o cualidad —la independencia como instrumentalidad— y un indicador procesual —autodeterminación como prefiguración o proceso emancipatorio. Por otra parte, la autonomía se coloca en la intersección entre subalternidad y hegemonía: es la contraparte de su condición subalterna y, al mismo tiempo, la antesala, previa, pero contigua, de una posible expansión hegemónica del sujeto político. La autonomía opera, en ese sentido y en primera instancia, como una contra-hegemonía, constituyendo el pasaje intermedio entre la subordinación y la construcción de una nueva hegemonía, en contra y en las fronteras del marco perimetral establecido por las relaciones y las reglas de la dominación imperantes y de su expresión hegemónica estatal.

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Hegemonía En los Cuadernos, el concepto de hegemonía nace y no deja de referirse fundamentalmente al análisis de los procesos de subjetivación política (como potentia) —aun cuando se dilate y se convierta también en una clave de lectura de toda construcción y ejercicio del poder político (como potestas). En consecuencia, su origen, colocación y sentido al interior del pensamiento gramsciano sobre la conformación del sujeto político puede apreciarse plenamente sólo en combinación, en coordinación, con los conceptos de subalternidad y autonomía.

Después del pasaje de la subalternidad a la autonomía, el segundo movimiento subjetivo que traza Gramsci, en sus notas carcelarias, es de la autonomía a la hegemonía, es decir de la plena conformación del sujeto político, el pasaje de un horizonte interior a una dilatación subjetiva que encuentra su máxima expresión a través de su irradiación hacia otros grupos subalternos y, eventualmente, a la sociedad en su conjunto. La autonomía introyectada, de tipo sindical, se convierte en proyectada a través de la superación conciente del corporativismo y del vínculo con los “intereses de otros grupos subordinados”, “en un plano ‘universal’”. La autonomía para sí es concebida como una condición necesaria, pero no suficiente para los fines emancipatorios societales que se propone el movimiento comunista. Requiere expandirse a la par de la dimensión hegemónica, prolongarse y realizarse plenamente 176

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en una proyección hegemónica, es decir universalista y universalizante. Esto implica un ejercicio de poder no vertical sino horizontal que se manifiesta en la expansión organizacional, pero también y fundamentalmente a través de la difusión de experiencias y prácticas educativas, intelectuales, de construcción y de propagación de una concepción del mundo. La expresión “elevarse a la fase de hegemonía” evoca la noción de catarsis, como disparador de la formación de una voluntad colectiva expansiva que radica en la autoconciencia. Se perfila así un perímetro subjetivo en donde la autonomía opera verticalmente, por distinción y por separación, mientras que la hegemonía lo hace horizontalmente, por ampliación y agregación.

Dos movimientos interconectados más que dos momentos secuenciales: una hegemonía que se desarrolla como subjetividad política ampliada y proyectada, antes de convertirse eventualmente en el ejercicio de gobierno o de autoridad estatal. Esta distinción permite reconocer una lógica del proceso, estableciendo una relación causal no mecánica, lineal y etapista.

Subalternidad

Autonomía

Hegemonía

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En este sentido, todo proceso de subjetivación política implica una combinación desigual de elementos de subalternidad, autonomía y, potencialmente, de hegemonía. En efecto, en situaciones concretas, se observa que permanecen elementos o rastros de subalternidad, aún en un proceso marcado por la autonomización y mientras ésta se va realizando se emprenden acciones hegemónicas. Se podría inferir que, siendo la autonomía una condición necesaria para salir de la subalternidad y para emprender la acción hegemónica y considerando la lógica procesual, habría una sobreposición en la cual, en la medida en que se conquistan márgenes de autonomía que tienden a la autonomía integral, se mueven los engranajes de la hegemonía, y ambas avanzan de la mano como coordenadas que orientan y pavimentan el camino, en el horizonte de la posible conformación de una alternativa de sociedad. Porque, en efecto, Gramsci no abandona el proyecto emancipatorio, sino que pretende radicarlo en la dilatación societal de las prácticas de autodeterminación, hacia una “sociedad regulada”. Asentada la autonomía como forma de realización de los adversarios para abatir o someter, Gramsci indica la ruta del hacerse Estado, un recorrido en el cual es indispensable la construcción de un consenso activo o pasivo de “aliados o auxiliares”, en el campo de los grupos subalternos, su “adhesión”, ya que las clases subalternas podrán unificarse sólo volviéndose clases dirigentes. Sostiene Gramsci en sus notas que, entre las clases subalternas, una —la “más avanzada”—, una vez conquistada la autonomía que le permite tomar una iniciativa y volverse protagonista, “ejercerá ya una hegemonía a través de un partido”, volviéndose Estado, culminando la hegemonía como “expansión” de un sujeto “fundamental”, que se convierte en el punto de articulación o de “coordinación” de los grupos subalternos. Gramsci sugiere que existen dos campos hegemónicos en disputa, el dominante y el subalterno-antagonista-autónomo. Este último puede desdoblarse entre un lado destructivo, contrahegemónico, y otro re-constructivo, alternativo, alter178

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hegemónico, ya que el objetivo es “destruir una hegemonía para construir otra”. Una hegemonía antagonista transitoria, que orienta la transición y la transformación en clave emancipatoria, la cual se manifiesta, en primer lugar, como proyecto antagonista, posteriormente como capacidad de dirección, después como ejercicio del poder estatal y finalmente en su disolución en una “sociedad regulada”, donde el Estado dejará incluso de ser “vigilante nocturno”.

HEGEMONÍA sobre contra HEGEMONÍA Subalternidad

Antagonismo - Autonomía

alter HEGEMONÍA Autonomía

Revolución pasiva En paralelo a este itinerario de subjetivación, como posible interferencia desubjetivante, aparece el concepto de revolución pasiva, el cual visto desde la perspectiva de las clases subalternas, adquiere otra luz, una iluminación no sólo política sino teórica. Esta fórmula compuesta refiere a una situación específica —que Gramsci considera siempre más recurrente— de lucha de clases y, por lo tanto, a la colocación, la postura y la dinámica política de cada uno de los bloques sociales —o clases sociales fundamentales— enfrentados en una guerra de posiciones. Una revolución pasiva inicia y se justifica en función de un ajuste de una correlación de fuerzas caracterizada por un “equilibrio catastrófico” en el cual se manifiesta la necesidad/capacidad de las clases dominantes de retomar la iniciativa frente a una crisis de hegemonía, porque han “fracasado en alguna gran empresa política” o —aunque se podría decir “y”— las masas se han movilizado, aún sin tener la capacidad de sostener una revolución activa. En un principio está, por ende, el antagonismo, un movimiento de las clases subalternas que, por la “falta de iniciativa popular unitaria” y —como 179

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señala Gramsci en relación al cesarismo— la “debilidad relativa de la fuerza progresiva y antagonista”, es suficiente para alcanzar un empate, aunque sea temporal o sólo aparente, pero insuficiente para desempatar a su favor. Un proyecto de revolución pasiva surge siempre, en alguna medida, como respuesta, “reacción”, “contragolpe”, en antítesis a la activación amenazante de los subalternos, de las clases peligrosas. Esto interpela una cuestión fundamental, tanto concreta y puntual como abstracta y general, respecto de la valoración de la capacidad de esta clases de generar una crisis de hegemonía, sobre el grado y la incidencia del desafío que lanzan a través de su activación y a partir de su autonomía relativa, limitada, pero histórica y políticamente significativa, que causa (con-causa) la crisis orgánica y el debilitamiento del control social y la pérdida temporal de iniciativa política de las clases dominantes. La respuesta desde arriba se concreta, sostiene Gramsci, en un proyecto-proceso de “conservación-innovación”, de “revolución sin revolución”, “revoluciones-restauraciones” o “restauraciones progresistas”. Desde la perspectiva de las clases subalternas, la razón de ser de las revoluciones pasivas, su causa y su esencia, es el despliegue de un proyecto-proceso de pasivización como condición indispensable para prevenir y evitar un desborde de masas, una potencial —real o imaginada— revolución activa, una revolución con revolución, una revolución social, protagonizada por las clases subalternas. De allí, la necesidad de impulsar una transformación que acoja “cierta parte de las exigencias populares”, a través de “sacrificios” y “promesas demagógicas”, que restablezca la correlación de fuerzas y la jerarquía social en aras de neutralizar el potencial antagonista de las clases subalternas: “aniquilar el adversario y dispersar su personal de dirección” para “conservar el poder”. La acogida de ciertas demandas populares es la moneda de cambio de la re-subalternización, para lograr la desorganización y la desmovilización, un pasaje instrumental para reconfigurar el orden de la dominación, una 180

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defensa activa del orden existente, transformar para conservar. Las revoluciones pasivas, cada una con su particular y cambiante combinación de rasgos progresivos y regresivos, rompen el equilibrio catastrófico y restauran cierto grado de hegemonía de las clases dominantes a costa de la autonomía de las subalternas. Los resultados o consecuencias remiten, en última instancia al conseguimiento de la finalidad de restablecimiento del orden, la jerarquía social y la hegemonía política perdida. Las clases dominantes, en síntesis, toman la iniciativa a través de un formato que les permita desactivar, pasivizar, desmovilizar, desorganizar, decapitar, reducir los márgenes de antagonismo y de autonomía de las clases subalternas. Este resultado corresponde a una modificación de la correlación de fuerzas tanto en un plano macro como micropolítico, es decir de modificaciones moleculares en las profundidades político-culturales de la relación mando-obediencia, de la hegemonía “capilar”. Porque el propósito último no es sólo contrarrestar la avanzada coyuntural de la “fuerza progresista antagonista”, sino reconducirla a la subalternidad de forma duradera. En un plano estructural, una revolución pasiva se realiza por medio de la estabilización de la dimensión económica de la crisis orgánica, es decir de una modernización capitalista, por medio de la intervención estatal en función anti-cíclica. El Estado-gobierno, en este terreno, es el actor fundamental, el Estado que se hace cargo, desde arriba, del “gobierno de las masas y el gobierno de la economía”, como lo señalaba De Felice. Dos dispositivos operativos, dos mecanismos accesorios y subsidiarios concurren a su eficaz realización: el transformismo y el cesarismo. El alcance subjetivo del transformismo alude directamente a la desactivación, “decapitación”, escribe Gramsci, de las clases subalternas por medio del drenaje, la “absorción” “de los elementos activos surgidos de los grupos aliados e incluso de los adversarios y que parecían irreconciliablemente enemigos”, por medio de la cooptación o por el tránsito voluntario de fuerzas del campo de las clases subalternas a las 181

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dominantes. Un debilitamiento del campo subalterno a través de la conversión de sus grupos dirigentes en operadores del reformismo conservador. El carácter desubjetivante o subalternizante del cesarismo puede derivarse de la delegación, vía carismática, a una “gran personalidad heroica” o a una organización política que opera, desde arriba, con la misma finalidad desarticuladora que el transformismo produce desde abajo. Hacia una teoría neomarxista de la subjetivación política Las tesis que acabo de resumir corresponden a una colocación precisa, original —y obviamente debatible— al interior de los estudios gramscianos y, al mismo tiempo, perfilan una perspectiva que tiene profundas y fecundas implicaciones sociológicas, de una sociología (neo)marxista de la subjetivación y de la acción y los movimientos socio-políticos. Para autorizar un desplazamiento de estos conceptos a un terreno teórico de tipo sociológico o politológico y su posible aplicación al estudio de los procesos concretos de subjetivación política, hay que reconocer que, a nivel metodológico, la operación que pretendo realizar, que podemos definir metateórica, implica dos distorsiones: por una parte, un estiramiento conceptual respecto del origen textual en la obra de Gramsci y, por la otra, una abstracción y una formalización. La primera puede justificarse a partir de lo planteado por el propio Gramsci cuando, si bien advertía sobre los riesgos de “solicitar a los textos” (C 9, 98), es decir, forzarlos por “amor de tesis” haciendo decir “más de los que los textos realmente digan”, sostenía el valor de la teoría y el papel heurístico de los conceptos. Ciertamente que la filosofía de la praxis se realiza en el estudio concreto de la historia pasada y en la actividad actual de creación de nueva historia. Pero se puede hacer la teoría de la historia y de la política, porque si los hechos son siempre iden-

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tificados y mudables en el flujo del movimiento histórico, los conceptos pueden ser teorizados; de otra manera no se podría ni siquiera saber qué cosa es el movimiento o la dialéctica y se caería en una nueva forma de nominalismo (C 11, 26, 290).

La abstracción y la formalización comporta, aun reconociendo la historicidad del pensamiento social, es decir la colocación temporal de las reflexiones de Gramsci, asumir la posibilidad de teorizar, de abstraer la esencia de los conceptos, de sintetizarlos para darles una elasticidad y una movilidad que los habilite, configurándolos como instrumentos analíticos, a una serie de usos posibles de cara a los desafíos de interpretación de fenómenos y procesos políticos del pasado y del presente. Como ya mencioné en la introducción, Gerratana afirmaba que “Gramsci por sí sólo no se sostiene” (1997b: XXIV). Agregaría que se sostiene sólo si lo apuntalamos desde adentro y desde afuera: si pensamos y trabajamos metateóricamente, puliendo conceptos y atando cabos entre ellos al interior de su obra —como he tratado de hacerlo en las páginas anteriores— pero también si, simultáneamente, lo articulamos con una corriente de pensamiento, la marxista, y a sus hallazgos respecto de la comprensión de los procesos de subjetivación política. Ir más allá de Gramsci con Gramsci133 significa sostenerlo y traducirlo en el contexto de una tradición (marxista) y de una proyección teórica (neomarxista). Como he argumentado en otros trabajos a lo largo de más de una década, considero necesario, útil y posible, recuperar 133   Valga aquí la anécdota de que Gerratana, al ser interpelado sobre el título de un número monográfico de la revista Critica Marxista que iba a ser “Con Gramsci, más allá de Gramsci”, propuso invertir el orden para que quedara claro que “si vamos más allá, lo llevaremos con nosotros”. Varios, “Oltre Gramsci, con Gramsci” (1987). El mismo Gerratana había escrito un texto de respuesta polémica a cierto antigramscismo de ultraizquierda intitulado, “Más acá y más allá de Gramsci” (Gerratana, 1972a).

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y reconfigurar una teoría marxista de la acción política, anclada en una conceptualización de la subjetivación política, que gire en torno al principio de antagonismo y que derive en una teorización sobre los movimientos sociopolíticos (Modonesi, 2010 y 2016). Esto implica un esfuerzo colectivo que permita reconocer los aciertos y los alcances, así como los vacíos y los límites del marxismo en este particular terreno de teorización y análisis social y político, delimitar un perímetro y una agenda propios, a partir de la cual establecer una diferenciación crítica de las corrientes dominantes y, al mismo tiempo, un terreno de diálogo y de incorporación puntual de algunos de sus elementos teóricos e instrumentales compatibles. Este perímetro debería girar no tanto en adecuar las hipótesis y traducir el léxico marxista al canon sociológico dominante, sino en reformular la originalidad crítica del concepto de lucha de clases y de todas sus implicaciones y derivaciones teóricas y analíticas (Modonesi-Vela-Vignau, 2022; Piva-Santella, 2022). Esto implica, en primera instancia, asumir que las luchas son de clase y que las clases luchan, es decir que existen campos de clase donde surgen y se forjan subjetividades y actores y que los movimientos sociales y políticos son, como lo sugirió Colin Barker, “mediaciones de la lucha de clases” (Barker, 2013: 47). En aras de contribuir a la ampliación y renovación de este horizonte, he propuesto analizar a los procesos de subjetivación política como secuencias de combinaciones desiguales de experiencias y prácticas de subalternidad, antagonismo y autonomía, entendidos como “efectos de subjetividad” (Tosel, 1991: 147), correlatos subjetivos de la tripartición analítica clásica del marxismo entre dominación, conflicto y emancipación (Modonesi, 2010). En esta misma dirección, he tratado de mostrar en este libro, que una lectura conceptual de la obra de Gramsci habilita el establecimiento de coordenadas, que permiten entender a los procesos de subjetivación política a partir de secuencias y articulaciones de elementos de subalternidad, autonomía y hegemonía. A lo cual hay que agregar el ineludible princi184

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pio antagonista —de la lucha, de las experiencias de confrontación directa y de insubordinación (Modonesi 2016)— que en Gramsci, como vimos, aparece en filigrana: es omnipresente como conflicto y lucha de clase, aunque más implícito y supuesto que explícitamente abordado, tematizado o teorizado de forma sistemática u original.134 Se podría y debería escarbar este aspecto tanto a partir de lo que Gramsci menciona puntualmente respecto de la lucha social y política —que he ido señalando a lo largo de los capítulos anteriores— como de un análisis de las formas del antagonismo inherentes a la distinción entre guerra de maniobra y guerra de posiciones, que tantas interpretaciones, lecturas y polémicas ha provocado y que constituye un punto nodal del pensamiento estratégico de Gramsci. Autonomía y hegemonía sin ismos Por otra parte, la noción de hegemonía puede agregarse a la triada subalternidad-antagonismo-autonomía, sólo en la medida en que sea concebida de la manera que he venido perfilando, es decir no como mero ejercicio del poder estatal de las clases dominantes —como suele ser visto por buena parte de los estudios gramscianos y de la teoría marxista del Estado— sino como parte de la constitución de un sujeto político dirigente, esto es, que se expande y dilata horizontalmente en el campo de las clases subalternas, fomentando su autonomía y proyectándola, al mismo tiempo, como base y prefiguración de una sociedad fundada en la autodeterminación. Hay que reconocer, sin embargo, que existen interferencias en el concepto que deriva de su acepción corriente, en particular en la contraposición entre autonomismo y hegemonismo, que ha atravesado los ciclos de lucha más recientes y   Cabe señalar que entre las más de 600 voces del Dizionario gramsciano (Liguori-Voza, 2009) no figuran ni “lucha” ni “conflicto”. 134

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los debates tácticos-estratégicos, al interior de los movimientos antisistémicos y del pensamiento crítico anticapitalista. Al interior de esos procesos y debates, por hegemonismo se ha entendido, a grandes rasgos, la postura típica de lo que ha venido llamándose “populismo de izquierda” —que abreva de cierta tradición comunista y populista y que ha sido teorizada en clave posmarxista por Laclau— que exalta la conformación de un sujeto político meramente operativo, capaz de convocar y articular en torno al discurso y/o el liderazgo a vastas y heterogéneas fracciones de clase, que se configura exclusivamente en función de su capacidad de dirección vertical, su proyección electoral e institucional y su accionar desde el gobierno o el aparato de Estado. Más allá de la valoración de su eficacia y de su capacidad de transformación social, al hegemonismo se le han achacado los vicios de la imposición autoritaria por parte de los grupos dirigentes, de la tiranía de la mayoría, así como aquellos del transformismo, del oportunismo electorero y gubernamentalista y la corrupción de los principios. De la misma manera, pero en sentido opuesto, por autonomismo se ha entendido una política que surge desde abajo, que se centra en la constitución de sujetos anclados a nivel territorial, ideológico o identitario, y promueve proyectos y procesos de autodeterminación antisistémicos, a contrapelo o en los márgenes del orden estatal. Al autonomismo se le suele recriminar el sectarismo, el aislamiento, el principismo y la incapacidad de “hacer política” en la coyuntura y la mediana duración. Con sus vicios y virtudes, ambos modelos han cristalizado y se han confrontado y polarizado en el ciclo latinoamericano, que va de las luchas antineoliberales a los gobiernos progresistas, entre finales del siglo xx e inicio del xxi (Modonesi, 2017), así como constituyen el objeto de un vasto debate político-estratégico en el campo del pensamiento crítico (Garo, 2019). Hay que preguntarse en qué medida interferencias autonomistas y hegemonistas —bajo de la forma de la simplificación y la polarización— asedian un ejercicio categorial que 186

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justamente pretende evitar derivas esencialistas que, por patriotismo de partido, extremicen lecturas que tiendan a idealizar el Estado o el movimiento como ámbito de transformación, que reuiniría en sí todas las cualidades necesarias para sostener y llevar a cabo un proyecto emancipatorio. Al mismo tiempo, tengo que reconocer que la indagación gramsciana que estoy proponiendo, remonta a mi propia interpretación del “periodo” y a las preocupaciones que de ella se desprenden. Dicho en extrema síntesis, en un contexto de reflujo en el mediano y largo plazo de las fuerzas y las ideas socialistas revolucionarias anticapitalistas, el único camino sostenible, a mi parecer, pasa justamente por una sólida refundación subjetiva, ideológica y organizacional, sin la cual ninguna aventura electoral, gubernamental y estatal, por bien intencionada y coyunturalmente eficaz que pueda ser, tiene consistencia en términos de programa, alcance y duración. Esto implica asumir la importancia estratégica inmediata de la autonomía de un sujeto político articulado, que pueda nacer de las experiencias y las prácticas de las clases subalternas, como condición de existencia de un proyecto emancipatorio. Esta primacía de la autonomía no implica negar que, en paralelo, se requiera labrar el campo de la hegemonía para que el proyecto pueda germinar y florecer. En todo caso, volviendo al núcleo duro de la argumentación teórica, sostengo que el arsenal conceptual con el que cuenta el marxismo para entender y explicar los fenómenos de la acción colectiva y de los movimientos sociales, se puede enriquecer a partir de la inclusión de un enfoque específico de origen gramsciano. Inclusive me atrevería a decir que no puede prescindir de esta perspectiva, la cual presta particular atención a la formas del sujeto y de la acción política, que resalta su configuración ideológica y cultural, que reconoce y descifra las ambigüedades y las contradicciones del sujeto asujetado (subalterno), tendencialmente pasivo, pero que activándose y luchando (antagonismo) emprende su proceso de subjetivación, que subraya la necesidad de una ruptura, un 187

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salto y de un pasaje catártico —de conciencia y de organización hacia la independencia y la autodeterminación (autonomía)— y que coloca el tema de la expansión del sujeto en movimiento, de las convergencias, las alianzas a través del instrumento del consenso, de la expansión y articulación de un sujeto ampliado y su irradiación y proyección societal (hegemonía). A lo largo de esta trayectoria, se diseña no solamente la potencial configuración de una subjetividad política autónoma con vocación hegemónica, sino todo un proyecto emancipatorio que prefigura, es decir construye embrionalmente, una sociedad basada en la autodeterminación. Frente a esta eventualidad, se coloca, de forma recurrente, en alternativa a la solución represiva y reaccionaria, el recurso a la revolución pasiva, como posible respuesta al antagonismo de las clases subalternas a través del acotamiento o la desarticulación de sus márgenes de antagonismo y autonomía. Bajo estas premisas, la contribución de Gramsci puede entonces verse como parte o como punto de partida, según se prefiera, de un específico enfoque marxista de análisis de los procesos de subjetivación política y, por lo tanto, de la acción colectiva y de los movimientos sociales. Valga el ejercicio de delimitación, articulación y proyección conceptual que realicé en este libro como una contribución esta dirección, a contracorriente de las tendencias sociológicas dominantes, en “dirección obstinada y contraria”.135

  “En dirección obstinada y contraria” viajan “los siervos desobedientes a las leyes de la manada”, de la “mayoría” que “cultivando la horrible variedad de sus propias soberbias, es como una enfermedad, una desdicha, una anestesia, una costumbre”, Fabrizio De André (“Smisurata preghiera”, Anime salve, 1996). 135

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ÍNDICE

Introducción ¿Por qué Gramsci? ¿Gramsci, para qué? ...................... 11 Capítulo I Gramsci y el sujeto político........................................... 27 Capítulo II Subalternidad y autonomía.......................................... 55 Capítulo III Autonomía y hegemonía.............................................. 89 Capítulo IV Revolución pasiva: hegemonía y subalternidad............. 131 Conclusiones Subalternidad, autonomía, hegemonía. Más allá de Gramsci, con Gramsci.............................. 171 Bibliografía.............................................................. .193

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Gramsci y el sujeto político. Subalternidad, autonomía, hegemonía. Editado por Ediciones Akal y la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam, se terminó de imprimir el 18 de septiembre de 2023 en los talleres de Litográfica Ingramex, S. A. de C. V., ubicados en Centeno 162-1, Col. Granjas Esmeralda, alcaldía Iztapalapa, C. P. 09810, cdmx. El tiraje consta de 2,000 ejemplares impresos en offset sobre papel bond ahuesado de 90 gramos para los interiores y couché brillante de 300 gramos para los forros. Para su composición se utilizó la familia tipográfica Janson de 11/13.5 puntos. Diseño interior y maqueta de portada: RAG. El cuidado de la edición estuvo a cargo de Ediciones Akal y el Departamento de Publicaciones, fcpys, unam.

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