Gente de la edad media
 9789502305875, 9502305876

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E IU 2 K N P O W K ft

GENTE DE LA EDAI) MEDIA

Diserto de Tapa : C ario * Pérez VUlamlJ

8* edición: Buenos Aires. EUDEBA. 1994

HUDEBA S E M .

Fundada por la Universitaria de Buenos Aires

C 1994

ED ITO R IAL UNIVERSITARIA DE BUENO S AIRES Sociedad de Economía Mixta Av. Rivadavu 1571/73 Hechoel depósito que eiublece la ley II 723 ISBN 950-23-0587-6 IMPRESO EN LA ARGENTINA

,

A mis colegas y estudiantes del Cirton Collegc, Cambridge 1913-1920

Si e! ciclo estuviese en La tierra. al alcance de lodo*, ello seria en el claustro o en la universidad, ya que uadie ingresa en Ule» sitios para reAir o pelear, pues allí Codo es obediencia, en medio de libro* para leer y estudiar. En un lugar así. solo r% motivo de alboroto el estudioso que descuida sus tareas. El « t o no es más que afecto y tolerancia mutua. L A N C L A N D , Ptcts Plowman, Pctrus X.

Libemos a los varones gloriosos, nuestros padres . . . luchos de ellos dejaron gran nombre para que se ---------sus alabanzas. Tam ban hubo otros de elfo* de quienes no hay me­ moria. que posaron con>o si ¡aruAs hubieran sido y vinieron a 5er com;> si tso hubieran nao hnaje. Y su heredad pasó a l»-S lujos de sus hijos; su linaje se mantiene fiel a la alanza. Y sus hijos lo fwron poi omor de ellos. Por siempre permanecerá su descendencia y no se borrará su gloria. Sus cuerpos fueron scpulUdo\ en par, y su nombro vive de generación e r tfrncradón. Eclesiástico, XL/V.

A veces suele decirse coi. tono re.runm atono que U historia social es vaga v general y que. por carecer de figiuas prominentes. no puede rivalizar con « I atractivo panorama que (a historia política brinda al investigador o al lector común. En ver­ dad lo » elemento* con que se cuenta para recons­ truir 1* Vida de un individuo com en te con frecuen­ cia son tan copiosos como los que perm iten escribir una histeria de Roberto de Nerinandía o de Felipa de Hainault; y cuando se logia revivir 2a existencia de la gente común, el resultado, aunque menos grandioso, ofrece similares motivos de mt«*rés. Es­ toy convencida de que la lüstoria social se presta singularmente para encararla según iu que podría­ mos llamar un enfoque personal y. asimismo, que al lector común le es más fácii revivir el pasado si se lo muestra “ personificado" en figuras indivi­ duales que si tiene qu e evoca» lo von avuda de eruditos tratados cobre la evolucion del feudo o sobre el com ercio d el m edioevo, pc.se a la impor­ tancia fundamenta! que tales lemas riener. para el especialista. Porque después de todo, la historia es valiosa solo en la m edida en que tiene vida, v la fras'r de M aeterlinck T o s muertos no existen* d e ­ biera ser el invariable lema del historiador. Y pre­ cisamente lo que ha desalojado a la historia de los anaqueles que aún brindan calurosa acogida :> la novela histórica es la convicción de que la historia

se ocupa de los muertos, o lo que es mucho peor, de movimientos y situaciones que a primera vista solo tienen nexos muy remotos con los hechos y emociones auténticamente humanos. En la presente serie de esbozos intenté ilustrar a un tiempo diversos aspectos de la vida social en la Edad M edia v las diferentes clases del material histórico disponible. Y así, Bodo ejemplifica la vida campesina y una fase simple de una propiedad rural típica; Marco Polo, el comercio veneciano con el Oriente; Madame Eglentyne, la vida monástica; la esposa del Ménagier, la vida doméstica en un hogar de las clases medias y el concepto de la mujer que prevalecía en la Edad Media; Thomas Betson, el tráfico lanero y las actividades que de­ sarrollaba la gran corporación inglesa de los mer­ caderes del Staple; y, por fin, Thomas Paycocke ilustra la manufactura textil en East Anglia. Todos ellos, con excepción de Marco Polo, son personas absolutamente comunes y carentes de celebridad. Los tipos de testimonios históricos ejemplificados son el registro de un propietario feudal, la crónica y aventuras de un viajero, el archivo de un obis­ pado, un tratado didáctico sobre el manejo de una casa, colecciones de correspondencia privada y casas, laúdes y testamentos. En las páginas finales del libro incluyo una bibliografía, que registra las fuentes documentales que utilicé como materia pri­ ma en mis reconstrucciones, y unas pocas notas y referencias adicionales. Abrigo la esperanza de que este modesto intento de evocar a algunos de "nuestros padres" haga pasar un rato agradable al lector común y sea útil al profesor que desee recurrir a las figuras individuales para que los he­ chos generales ae la historia económica y social de la Edad Media asuman un carácter más concreto. D ebo hacer público mi agradecimiento a la editorial Methuen por haberme permitido incluir

en el capitulo V I casi un capitulo integro de mi libro L os Paycocke de CoggeshaU-, del mismo modo que a la editorial de la Universidad de Cambridge por haberme autorizado a reproducir en el capi­ tulo I I I un pasaje de mi estudio sobre Los con­ ventos fem eninos en la Inglaterra medieval. Agra­ dezco, además, a mis amigas las señoritas M. C. Jones y H. M. R Murray, del Cirton C ollcge de Cambridge, sus valiosas sugerencias y objeciones, y a mi hermana, Rhoda Power, que se hizo cargo del (ndice analítico. E l L E E N PO W ER Escuela de Ciencias Políticas y Ecoofaucas de la Universidad de Londres. Mayo de 1924

E L C A M P E SIN O B O D O

C Ó M O SE V IV ÍA E N U N F U N D O C A M PESIN O E N TIE M PO S D E C A R L O M A C N O

Tres cosas delgadas que provoen ópti­ mamente al mundo: el delgado flujo de lecho ue desde U ubre de la vaca cae en el cubo; i delgada brizna de verde cereal en el suelo; la delgada hebra en mauos de una mujer hacendosa. Tres sonidos que indican prosperidad; el mugido de una vaca lechera; el estrépito de una fragua; el crujido do un arado.

!

The Triad» of Irtlm d (Los juicios do Irlanda), siglo IX.

La historia económica, tal como la conocemos, es la más reciente de las ramas de la historia. Hasta mediados del siglo pasado, todo el interés, tanto del historiador como del público, se centraba en los acontecimientos de índole político-constitu­ cional, en las guerras y dinastías, en las institu­ ciones políticas y en su desarrollo. Por lo tanto, la historia se refería, sustancialmente, a las clases gobernantes. “Alabemos a los varones gloriosos" era el lema

del historiador, que se olvidaba de agregar *y a nuestros padres que nos engendraron." N o le preo­ cupaba escudriñar las oscuras vidas y las activida­ des de la gran masa de la humanidad —merced a cuya lenta faena prosperó el m undo-, que cons­ tituyen el oculto cimiento del edificio político y constitucional erigido por los gloriosos varones a quienes él ensalzaba. Hablar de la gente común hubiera sido rebajar la dignidad de la historia. Carlyle puso de manifiesto un significativo tono revolucionario: "L o que yo deseo ver - a fir m ó no son nóminas del Libro Rojo,® ni Calendarios de la Corte.## ni Archivos Parlamentarios, sino la Vida del Hombre en Inglaterra: lo que los hombres hicieron, pensaron, sufrieron y g o z a r o n ... l£n ver­ dad es deplorable considerar qué continúa siendo, en estos tiempos tan cultos e ilustrados, eso que se denomina 'Historia*. ¿Podéis obtener de ella, aun­ que leáis hasta quedaros sin ojos, la más leve som­ bra do respuesta a esc fundamental interrogante que inquiere cómo vivían los hombres y cómo se desarrollaba su existencia, aun cuando esta pre­ gunta solo se refiera al aspecto económico. j>or ejemplo, qué salarios percibían y qué compraban con ellos? Desgraciadamente no p o d é is .. . His­ toria, tal como está constreñida en clorados volú­ menes, es apenas más instructiva que las inexpre­ sivas piezas de un chaquete**. Carlyle fue una voz clamando en el desierto. Pero hoy ha surgido la nueva historia, cuva senda él desbrozó: la época actual difiere de los siglos

• Se llama Libro Hojo (R e d Book) al registro don se hallan incluidos lixv miembro* de la nobleza y de In arittocracia británicas. ( N del K .) 09 O.ilendario de la Corte (Court Cali-rular) es el nombre que recibe en Inglaterra la publicación anual don­ de se refcUtra la nómina de la* familias reales v di? lo» integrantes de su* respectiva* cortes. (N . del rt.)

anteriores por su vivida comprensión de ese indi­ viduo tan relegado antes, que es el hombre de la calle o (más a menudo en las épocas pasadas) el labriego. A l presente, el historiador también se interesa en la vida social del pasado y no solamente en las guerras e intrigas palaciegas. Para el escritor moderno, el siglo xiv, por ejemplo, no es meramente el siglo de la Guerra de los Cien Años y del Prin­ cipe Negro y Eduardo III: para él —y esto es mucho mis significativo— es la época de la lenta decaden­ cia del sistema de vasallaje en Inglaterra, hecho más trascendental a la larga que la lucha por las provincias francesas pertenecientes a la corona in­ glesa. Sin embargo, ensalzamos a los varones glo­ riosos. porque sería un triste historiador aquel que dejara a un lado a alguna de las grandes figuras cuyo halo glorioso o romántico ve ha proyectado sobre las páginas de la historia, pero al honrarlos •claramos debidamente que no solo han partici­ pado en la historia los individuos notables, sino también el pueblo en su totalidad, masa anónima e indiferenciada. que descansa en tumbas ignora­ das. A l fin han obtenido lo que es suyo nuestros padres que nos engendraron; como dijo Acton. ahora el gran historiador paladea sus comidas en la cocina". El presente libro se ocupa sobre todo de las oodnas en la Historia, y lo que visitaremos en primer lugar es una finca de campo a comienzos del siglo cc. El caso es que disponemos de una aorprendente cantidad de datos acerca de una pro­ piedad de esa índole, en parte porque Carlomagno mismo promulgó una serie de reglamentos con el objeto de aleccionar a los administradores reales que se ocupaban en el gobierno de sus tierras. En «sos reglamentos el emperador se refería a todo lo $ ie ellos necesitaban saber, inclusive a las hortali­ zas que debían sembrar en la huerta. Nuestra prin-

d p al fuente de información, empero, es un mara­ villoso catastro que redactó Irminon, abad de SaintGermain des Prés, en las inmediaciones de París, para que los miembros de la abadía supieran exac­ tamente qué tierras pertenecían a la comunidad y quiénes las habitaban. A lgo muy similar hizo en Inglaterra Guillermo el Conquistador, quien tam­ bién compiló un catastro de su reino y lo denominó

Domesdav Book* En e l catastro de Irminon se consigna el nom­ bre de cada fundo ( o fisc como lo llamaban) per* teneciente a la abadía, con la descripción tanto de las tierras cuyo aprovechamiento vigilaba el admi­ nistrador de ú comunidad religiosa en beneficio de ésta, como de las que eran ocupadas por arrenda­ tarios; figuraban en dicEo catastro los nombres de esos arrendatarios y los de sus esposas e hijos, así como también los servidos y arrendamientos exac­ tos —sin excluir del cálculo ni un tablón ni un huevo— que debían pagar por sus tierras. En la actualidad sabemos no solo el nombre de casi todos los hombres, mujeres y nifios radi­ cados en esos fiset pequeños en la época de Carlomagno, sino también innúmeros detalles sobre su vida cotidiana. Veamos cómo estaba organizado el fundo en que vivían. Las tierras de la abadía de Saint-£ermain estaban divididas en una cantidad de fundos llamados fitcs, de extensión adecuada como para que pudiera estar a cargo de ellos un administrador. Cada uno de estos f i»c t estaba subdividido en tie­ rras señoriales v tierras tributarias: las primeras eran administradas por los monjes, quienes delega­ ban esa tarea en un administrador o en algún otro

• Nombre con que es conocido el registro del g catastro que organizó en Inglaterra CuiUermo el Conquista­ dor ea ai a¿0 1086. (N . o dijo que el segundo diente de Felipa era más Illanco que el primero, y que m i nariz, aunque ancha, no era chata, rasgo éste que fue bastante tranquilizador para Eduardo.1 Por úl­ timo —V esto no significa que sea lo de menor im ­ portancia—, los historiadores descubrieron una mul­ titud de documentos vinculados a monasterios; entre ellos habia informes sobre inspecciones y en éstos

hallaron a la priora de Chaueer, sonriendo con su ingenuo recato. con su bermosn y ancha í rente, su toca bien plegada, su moño, sus perritos y todo lo demás, como si hubiera entrado en un opresivo archivo creyendo que eran los Cuento# de Cantórbery y estuviera ansiosa por marcharse de alli. Veamos poi qué motivo Madame Kglentync se introdujo en el archivo. F.n la Edad Media era costumbre que todos los conventos de monjas de Inglaterra y también muchas monasterios masculinos fueran visitados periódicamente por el obispo de su diócesis —o por alguna persona enviada por é l - a fin de comprobar si sus miembros se com­ portaban tom o es debido. En realidad, esas ins­ peccionas se parecían bastante a las visita • periódicas que los inspectores de gobierno hacen a las escuelas, solo que todo transcurría de manera muy distinta. Cuando el inspector llega, no se ínstala con gran ceremonia en el salón, ni liace compare­ cer. uno tras otro, a todos los que forman pínte del establecimiento —desde la directora hasta el niño más pequeño de primer grado—, ni les solicita que expliquen j>or qué creen que la escuela no esta di­ rigida adecuadamente, ni les pide que expongan sus quejas contra las maestras; tampoco pregunta qué niña viola habitualmcute los reglamentos. . . . ni ha­ ce que cada uno le hable en voz muy baja y en privado, junto a su oreja, para que nadie pueda e y ncharlo. Sin embargo, cuando el obispo visitaba un convento femenino, eso era. precisamente, Jo que sucedía: en primer término enviaba una carta en la que anunciaba su arribo y ordenaba a las monjas que se prepararan para ircibírlo. Luego llegaba en compañía de sus clérigos y de uno o dos funcio­ narios versados y era recibido solemnemente por la priora y todas las monjas; predicaba un sermón en la iglesia del convento y se lo invitaba, tal vez, a comer. Luego se disponía a tomarles declaración:

una a una com p arecía n ante*, é l p o r orden jerárquico, e m p eza n d o p o r la priora, v to d o lo q u e ca d a m o n ja ten ía q u e h acer era con tar ch ism es so b re las demás. E l o b is p o necesitaba v e r ific a r si I priora g o b e r ­ naba adecu ad am en te e l con ven to, si el oficio d iv in o era cu m p lid o con co rrecció n , si las I man/as estaban en ord en y si se m an ten ía la d iscip lin a , y si a l p i ­ na m onja tenía una queja, ese era e l mome n to de exponerla.

Y las monjas rel>osaban en quejas: una colegia­ la moderna palidecería de horror ante la capacidad que tenían para la chismografía. Si algiMia monja había abofeteado a m i hermana, si otra no frecuen­ taba la iglesia, si aquélla en» demasiado aficionada a que la agasajaran amistades, si ésta salía sin permiso o si esta otra habla huido con un flautista vagabundo; el obispo Unía la ph-na certeza de que habria de enterarse; es* detir, a menos que el con­ vento íntegro estuviera en estado de absoluto des­ orden y las monjas hubieran hecho el pacto de tole­ rarse mutuamente .sus travesuras y de no revelárselas al obispo, caso que i veccs solí* darse. Y si la priora era muy impopular. « l obispo podia ten«*r h plena seguridad de enterarse de todo lo concerniente a ella: “ lo pasa espléndidamente en su habitación y uurua nos invita dice- una monja- "tiene favoritas —agrega otra—, y cuando fonnula observaciones apenas repara en quienes le agradan v castiga pronta­ mente a las que no le son simpáticas"; “es una regañona terrible", afirma una U reeni. “sí* viste niás como una mujer de mundo que como una monja v usa anillos y collares’*, dice una cuarta; *sale a ca­ ballo con excesiva frecuencia para visitar a sus ami­ gas que viven le jos", agrega una quinta. “Ks - una • pésima - administradora y - ha - endeudado - la • casa - y - la - iglesia - se nos - está - cayendo - cocíma - y - no - tenemos - suficiente - alimento - y - en - dos - años - no - nos - ha - dado - r -pas - y - ha

- vendido - montes - y - granjas • sin • vuestra licencia - y - ha - empeñado - nuestro - mejor - juego • de - cubiertos • y - no • es • extraño - pues - nun­ ca • nos - consulta - en - ningún - asunto - como debería • hacerlo/* Continúan asi páginas ínte­ gras y a menudo el obispo habrá (leseado taparse los oídos y gritarles que se callaran; sobre todo porque es muy probable que la priora, por su par­ te, ya hubiera pasado media hora dicíéndole cuán desobedientes, de mal genio y absolutamente mal educadas eran las monjas. Los amanuenses del obispo asentaban solamen­ te estos chismes en un enorme libro, y cuando ter­ minaba i*l interrogatorio, el obispo volvia a reuuir a las monjas; si le habían dicho "todo está bien", como algunas veces sucedía, o si habían mencio­ nado solo faltas triviales, las felicital>a y proseguía su camino; si habían demostrado que en realidad las cosas no marchaban bien, investigaba determi­ nadas acusaciones, reñía a las culpables, ordenán­ doles que se enmendaran, y una vez que estaba de regreso en el palacio o en el señorío donde resi­ día, redactaba una serie de mandatos fundados en las quejas, indicando con toda exactitud cómo de­ bían corregirse las cosas; una copia de esos manda­ tos se guardaba en el archivo y otra se enviaba a las monjas con un mensajero, quien la entregaba en mano propia; y se descontaba que ellas periódi­ camente la leerían en voz alta y acatarían todas sus disposiciones. E n los archivos d e m uchos obispados se han con servad o estas listas d e recom endaciones, co p ia ­ das p o r los amanuenses, y en algunos —esp ecia l­ m ente en un esplén d id o a rch ivo d e Lin coln d e l sig lo x v q u e p erten eció al buen o b isp o A lm v ick — tam bién están incluidos los testim onios d e las m on ­ jas tal cu al salieron d e sus parlanchínas bocas, y éstos son los m ás humanos y d ivertid os d e todos los

documentos medievales. Es fácil comprender la im­ portancia histórica que tienen estas acta* de inspec­ ciones, sobre todo cuando se trata de una diócesis como Lincoln, que posee una serie casi ininterrum­ pida de archivos que abarca los tres siglos ante­ riores a la disolución de las órdenes religiosas, de manera que, mediante las sucesivas inspecciones, se puede reconstruir la historia integra de algunos conventos femeninos. Veamos qué luz antean los archivos sobre Madame Eglentyne, antes de que Chauccr reparara en ella mientras cabalgaba en las cercanías de la "Posada del tabardo". Sin duda, llegó por vez pri­ mera al convento cuando todavía tira una niña de corta edad, pues en el medioevo se consideraba adultas a las muchachas de quince años: podían casarse apenas habían cumplido los doce y hacer votos perpetuos a los catorce. Probablemente el padre de Eglentyne tenía otras tres hijas casaderas, cada una con su correspondiente dote, y un hijo, alegre, joven y dicharachero, que gastaba mucho dinero en trajes a la moda, Adornado. . . como si fuera una pradera rebosante de fresca» flores blincas y rojas.*

Por lo tanto, el padre decidió que lo mejor que podía hacer era ubicar a la más joven enseguida, reunió una dote {solo raras veces era posible ingre­ sar en un convento femenino sin dote, aunque de hecho la legislación eclesiástica prohibía todo lo que no fuera ofrenda voluntaria) y un día estival tomó a Eglentyne de la mano y la introdujo de sopetón en un convento situado n pocos kilómetro* de distancia, que habia sido fundado por sus ante­ pasados. Podemos saber hasta cuánto dinero invír• Chauccr, Cuenta tU CantArbtry, 81*90. ( N . eres de Madame Eglentyne en su condición de priora era recibir a los visitantes con sus celebra­ das maneras cortesanas, y podemos estar seguros de que a su convento acudían muchas visitas. Sus hermanas, que se habían convertido en grandes da­ mas con marido y señoríos propios, su anciano pa­ dre y todos los personajes del condado habían ido a felicitarla cuando la nombraron priora, y desde entonces se habían habituado a visitarla, si en el

transcurso de un viaje pasaban por el convento, a fin de disfrutar de los pollos, los vinos y los paste­ les que les ofrecían en las comidas, y a veces tam­ bién se quedaban a pasar la noche. Una o dos damas, cuyos maridos se hallaban guerreando en el extranjero o habían ido en pere­ grinación a Roma, solían ser recibidas en el con­ vento en calidad de huéspedes pagos y vivían en él un año íntegro, pues nada complacía m is a los terratenientes aristocráticos o a los ricos burgueses que asar los conventos de monjas como posadas para sus mujeres. T od o esto alteraba sobxemanera la paz y la tranquilidad de las monjas y especialmente pertur­ badoras eran las pensionistas, pues usaban ropas llamativas, tenían perros regalones y recibían visi­ tas. dando así un ejemplo muy frívolo a las monjas. Comprobamos, por ejemplo, que un obispo ordenó a las monjas de un convento: “Que la espesa de Felmcrsham, con toda su servidumbre, y las demás mujeres, se marchen definitivamente de vuestro mo­ nasterio en el término de un año, por cuanto son motivo de perturbación y de mal ejemplo para las monjas a causa de sus atavíos y de quienes las visi­ tan" 14 Puede descubrirse fácilmente por qué los obispos ponían tantos reparos a que se diera hospedaje a esas mundanas mujeres casadas: susti­ tuía simplemente la “esposa de Fclmersham’' por *Ta mujer de Bath" y todo queda explicado. Esa dama no era una persona a quien la priora pudie­ ra rechazar con facilidad; la lista de sus peregrina­ ciones por sí sola hubiera bastado para facilitarle la entrée en cualquier convento de monjas. Sin duda transponía los portales montada airosamente en su caballo, sonriendo de oreja a oreja, y ha­ bría un mes de revuelo antes de que volviera a marcharse. Estoy segura de que fue ella quien IC u ú u iv

a Madamc Eglentyne la forma más elegante de plegar una toca; y ella, indudablemente, introdujo á algunos conventos sombreros "tan anchos como un roquel o un escudo" y medias escarlatas. A los obispos les desagradaba muchísimo todo esto, pero sus esfuerzos para desalojar a esta clase de pensionistas jamás tuvieron éxito porque las mon­ jas siempre necesitaban el dinero con que pagaban su comida y su alojamiento. Es fácil comprender que ese continuo trato con tales huéspedas mundanas haya dado origen a la difusión de costumbres mundanas en el convento de Madamc Eglentyne. Las monjas, después de todo, no eran nada más que mujeres, y estaban d o­ tadas de las encantadoras vanidades de sexo; pero la Autoridad —con A mayúscula— no consi­ deraba, de ningún modo, que esas vanidades fue­ ran encantadoras. Según !a opinión de la Autori­ dad, el diablo había enviado tres cosas para perdición de las monjas, y esas tres cosas eran: danzas, vestidos y perros. La Inglaterra medieval fue fa­ mosa por sus danzas, sus mascaradas y su arte tro­ vadoresco; era la "alegre Inglaterra" porque, aun­ que las plagas, la peste, el hambre y las crueldades del hombre pudieran ensombrecer la vida, a Ingla­ terra le complacían las danzas, las mascaradas y las trovas. Pero no era posible equivocarse sobre lo que la Iglesia pensaba del baile; un moralista lo resu­ mió con precisión en este aforismo: "E l diablo es el inventor del baile y de las dan/as y quien los dirige y dispone". Sin embargo, cuando examina­ mos esas rendiciones de cuentas que al finalizar cada año Madamc Eglentyne presentaba ( o d c ja l* de presentar) a sus monjas, deducimos que se ha­

bía invertido dinero para comprar wasaotl * en Año Nuevo y Reyes, para celebrar la llegada de la primavera, para adquirir pan y cerveza las noches en que se encendían las hogueras, para pagar a los arpistas y comediantes que actua­ ban en Navidad, para ofrecer un regalo al Niño Obispo ** durante su visita y, tal vez, para solven­ tar una ración extra de comida aquella vez que a la colegiala más joven se le permitió vestirse y ac­ tuar como si fuera la abadesa del convento duran­ te todo el Día de Inocentes. Sin embargo, cuando hojeamos los archivos episcopales, comprobamos que a Madame Eglentyne le estaba prohibida “ toda cla­ se de cantares trovadorescos, interludios, danzas o diversiones en vuestro sagrado r cinto-; y, por cier­ to, podía considerarse alortunada si su obispo se sentía dispuesto a haoer una excepción con motivo de Navidad o de "otros honestos momentos de di­ versión entre vosotras, en ausencia absoluta de seglares". Sea como fuere, se tiene la firme convic­ ción de que la danza era uno de los elementos que configuraban las maneras cortesanas de Eglenty­ ne. 11 Además, también hay que tener en cuen­ ta los vestidos a la moda que las visitantes introdu­ cían en los conventos de monjas; es absolutamente cierto que Madame Eelentyne no permaneció im­ pasible ante esas mocas, y resulta muy penoso comprobar que empezaba a creer que el hábito monjil era muy sobrio y muy feo. que la vida mo­ nástica resultaba muy estricta; y que decidiera que si se introducían en el convento algunas diversio-

• Watsatí: cerveza adem ad* con manzanas, azúca especias. ( N . del R .) • • Se le daba este nombre al niAo que era elegido por sus compañero* pura representar el papel de obispo en Us fiestas de fin de afto que se proloo*aban desde la festividad de San Nicolás basta el cba de Incóente*. (N . del R .)

nci triviales, nadie scru ni un poquito peor por ese motivo, y hasta podía suceder que el obispo oo se diese cuenta. Por eso, cuando la encontró Chaueer,

Muy pulcro era su manto, según observé. Arrollado al braxo llevaba un rosario doble de cuentas de coral, coa las glorias verdes, y de ¿1 pendía un bioche de oro muy brillante.

Pero, por desgracia, el obispo se dio cuenta: por cierto, los archivos están repletos de aquellas ropas de Madame Eglentyne y de las aún má¿ frivolas que usaba en la intimidad del convento. A lo largo de más de seis agotadores siglos los obispos entabla­ ron una guerra santa contra la presencia de las mo­ das en los claustros, pero todo fue en vano, pues mientras las monjas continuaron alternando Ubremente con las seglares, fue imposible evitar que taran las modas mundanas. A veces, algún chado obispo quizá se dedicaba a estudiar con perplejidad masculina algo asi como un catálogo completo de modas contemporáneas, a fin de espe­ cificar qué era lo que no debían usar las monjas. Los sínodos sesionaban solemnemente, y obispos y arzobispos meneaban sus grises cabezas ante dora­ das horquillas y cinturones plateados, anillos con piedras preciosas, zapatos con lazos, túnicas acu­ chilladas, escotes y largas colas, colores alegres, te­ las muy ricas y valiosas pieles. Se suponía que las monjas debían usar el velo apretadamente ceñido a la altura de las cejas de manera que la frente que­ dara oculta por completo; pero sucedía que la freote alta estaba de moda entre las damas de mundo, uienes hasta se afeitaban un poco el nacimiento el pelo para hacerla más amplia, y el resultado fue que las monjas no pudieron resistir la tentación de ello, ¿de qué otra manera hubiese sabido Chaueer

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que Madamc Eglentyne* tenía una frente tan bo­ nita ("C asi de un palmo de ancho, si no me enga­ ñ o")? Si ella hubiera usado el velo como corres­ pondía, su frente no se habría visto, y puede adver­ tirse que el padre de la poesía inglesa guiñaba e! otro ojo discreta pero claramente al intercalar ese detalle. Sus contemporáneos deben de haber des­ cubierto con rapidez dónde estaba el quid del asunto; y esc broche y ese manto tan pulcro de Madame Eglentyne. . . Veamos lo que algunas monjas chismosas contaron al obispo de Lincoln acerca de su priora, cincuenta años después de ha­ ber escrito Chauccr los Cuentos de Cantórbery: "La priora -decían con el más santurrón de las airesusa anillos de oro excesivamente costosos con dis­ tintas piedras preciosas, y también cinturotu-s pla­ teados y dorados, y velos de seda; se ciñe el velo tan alto que su frente queda descubierta y puede, verse por completo, y lleva pieles de marta. Tam ­ bién usa camisas de tela de Rennes, que cuesta dieciséis peniques el ana. chupas con encajes de seda y alfileres de plata, y ha inducido a todas las monjas a usar cosas similares; aún más, se pone encima del velo una toca apropiada a su dignidad forrada con piel de cordero. Además, se coloca en tomo del cuello una larga cinta de seda, adornada con encaje inglés que cuelga a la altura del pecho, y allí, un anillo de oro con un diamante." Pues bien, ¿no es Madame Eglentyne en persona? Nada escapaba a la mirada de nuestro buen Chauccr, por más que siempre cabalgara con los ojos fijos en el suelo. Además, no solamente en el vestir la priora y sus monjas copiaban las modas del mundo: las grandes damas de la época eran muy aficionadas a entretenerse con animalitos regalones, y las monjas siguieron su ejemplo con prontitud:

Tenia pernios que alúnen taba coo cante asada o con leche y bollos. y Uoraivi amargamente sí alguno de los perrito* moría ■o ti alguien lo ca&tigaba rudamente con una varilla.

Las actas de inspección están llenas de esos perritos y de otros animales; y, ¿cuántas lectores del Prólogo de los Cuento.? de Cantórbcry saben que los cachorros de sabuesos, igual que las fren­ tes descubiertas y las resplandecientes prendedores de oro, estaban estrictamente prohibidos por las reglas monásticas? Las obispos opinaban que los animalitos regalones eran tan perniciosos para la disciplina como los prendedores y las frentes des­ cubiertas, y siglo tras siglo trataron, sin el menor éxito, de desalojarlos de los conventos. Las monjas esperaban a que el obispo se marchara, y entonces silbaban a sus perros para hacerlos regresar. Los perros eran, con mucho, los animales preferidos, aunque también habla monos, ardillas, conejos, pá­ jaros y (aunque muy raramente) gatos. Un arzo­ bispo tuvo que prohibir a cierta abadesa —a quien estaba visitando- que alojara monos y varios pe­ rros en su propia alcoba, acusándola, al mismo tiempo, de escatimar la comida a las monjas; |y es muy fácil adivinar qué suerte corrían la carne asa­ da, la leche y los bollos! Llevar animales a la iglesia era una práctica muy difundida en la Edad Media. A los oficios divinos a menudo asistían da­ mas con un perro en las faldas y caballeros con un halcón posado en la muñeca, del mismo modo que, en nuestra época, el campesino montañés lleva con­ sigo a su perro ovejero a la iglesia. Esto también sucedía en los conventos femeninos; algunas veces eran las huéspedes laicas de los conventos quienes asistían a la iglesia con sus animales; se han con­ servado las patéticas quejas de unas monjas, quie­ nes declaraban que “ I-id v Audlcy, que se hospéda­ la allí, tiene gran cantidad de perros y, por ende.

cada vez que va a la iglesia, la siguen sus doce ca­ nes, los cuales hacen gran alboroto estorbando en sus salmodias a las monjas; |ellas, en consecuencia, están horrorizadas!"11 Sin embargo, muy a menu­ do eran las monjas mismas quienes transgredían los reglamentos. En varias actas de inspección apare­ cen mandatos en los que se prohíbe llevar perros regalones al ooro; el ejemplo más divertido figura en la serie de instrucciones que W illiam de Wylceham envió a la abadía de Romscy en 1387, afió en

to— por cuanto nos hemos convencido por claras pruebas de que algunas monjas de vuestro conven­ to llevan consigo a la iglesia pájaros, conejos, sa­ buesos y otras cosas frivolas del mismo tenor, a las que prestan más atención que al oficio divino, con /recuente estorbo para su salmodia y para la de sus hermanas y con grave peligro para sus almas, os prohibimos estrictamente, a todas y a cada una de vosotras, en virtud de la obediencia que nos es debida, que de ahora en adelante llevéis a la igle­ sia pájaros, sabuesos, conejos u otras cosas frivo­ las que originan indisciplina . . . Item, consideran­ do que, a causa de los perros de caza y de los sa­ buesos que habitan en el recinto del convento, las limosnas que debieran darse a los pobres son de­ voradas, y la iglesia y el claustro... están sucia­ mente manchados. . . y por cuanto, a causa de la batahola que provocan, el oficio divino es pertur­ bado con suma frecuencia, os encarecemos y orde­ namos estrictamente, señora abadesa, que desalo­ jéis en forma definitiva a los sabuesos y que en adelante nunca más les permitáis, ni a ellos, ni a cualquier otro tipo de perros, habitar en el recinto de vuestro convento’ .1* N o obstante, era inútil que un obispo le ordenara a M adame Eglentyne que se desprendiera de sus perros, pues ni siquiera

cuando hacía una peregrinación se separaba de ellos, aunque sin duda deben de haber causado grandes trastornos en las posadas, sobre todo por­ que la priora era muy exigente en lo que respecta al alimento de sus animales. Pues bien, la priora de Chaueer, debemos ad­ mitirlo. en realidad era una señora bastante mun­ dana, pese a que sus bonitas ropas y sus perritos fueran inofensivos si nos atenemos a las normas modernas, y pese a que nuestras simpatías no se inclinen, precisamente, hacia el lado de los obispos. Quizá se iba tomando más mundana a medida que pasaba el tiempo, porque contaba con muchas oportunidades para cultivar relaciones sociales. No solamente tenía que hacer los honores a quienes vi­ sitaran la comunidad, sino que, a menudo, los asun­ tos del convento también la obligaban a viajar, circunstancia que le ofrecía múltiples ocasiones pa­ ra trabar conocimiento con sus vecinos. Algunas veces debía ir a landres, a causa de un litigio, y esto constituía una gran excursión, que reatizaba en compañía de una monja - o acaso de dos—, de un sacerdote y de varios alabarderos cuya misión era custodiarla. A veces tenía que ir a entrevistar al obispo a fin de obtener la autorización necesaria para recibir a algunas colegialas de corta edad en el convento; otras, asistía al funeral de un perso­ naje importante oue había estado vinculado a su padre v que le había legado en su testamento vein­ te cheíines y una copa de plata; a veces, concurría a la boda de alguna de sus hermanas o a actuar como madrina de sus hijos, aunque los obispos no veían con buenos ojos esas ligaduras terrenales, ni los bailes y diversiones que acompañaban a bodas y bautizos. Por derto, en algunas ocasiones, sus monjas se quejaban por los viajes de la priora, y afirmaban que, aunque ella sostenía que se veía obligada a hacerlos para resolver asuntos del con­

vento, abrigaban serías dudas y solicitaban al obis­ po que tuviera-la bondad de investigar la cuestión. Sabemos que en un convento las religiosas »e que­ jaban porque la comunidad tenia una deuda de veinte libras esterlinas; "esto se debe principalmen­ te a los crecidos gasto» d f la priora, pues viaja con frecuencia ( y sostiene q j e lo hace por los asuntos corrientes del convento, aunque no es verdad) con un séquito de acor.iuariantes excesivamente nutri­ do, y se demora n.ncho tiempo; además ofrece banquetes suntuosos, no solo cuando está fuera, sino también cuando está en el contento, y gasta mucho en sus atavíos, hasta el punto de que los adornos de pieí de su manto cuestan cien che­ lines”.19 De hecho, nada habla que la iglesia desapro­ bara más que este hábito -com partido por mon­ jes y monjas— de vagabundear fuera de sus claus­ tros; los moralistas consideraban que la relación con el mundo era la raíz de todos los males que se deslizaban en el sistema monástico. Según un proverbio ortodoxo, un monje fuera de su claustro era como un pez fuera del agua, y debe recordarse que el monje de Chaucer opinaba que dicho pro­ verbio no valía un bledo. Sin duda, la mayoría de los monjes sabia darse marta para nadar en el aire, y las monjas también eran muy hábiles cuando se trataba de dar cualquier clasé de excusas para po­ der deambular en el mundo. Durante toda la Eaad Media, concilio tras concilio, obispo tras obispo, reformador tras reformador, trataron sin ningún éxito de mantenerlos encerrados en sus claustros. La más importante de todas las tentativas empezó en 1300, cuando el Papa hizo pública una bula en la que ordenaba que las monjas no abandonaran nunca sus conventos —salvo en circunstancias ex­ cepcionales- y que no se permitiera que ningún seglar fuera a visitarlas sin autorización especial y

motivos fundados. En el lector moderno esta or­ den quizá suscite compasión por las pobres mon­ jas, pero no debe preocuparse pues nadie logró jamás hacerla cumplir durante más de cinco mi­ nutos. aunque los obispos perdieran más de dos siglos tratando de haoerlas obedecer, y aún esta­ ban intentándolo, en vano, cuando el rey Enrique V III disolvió las órdenes religiosas y envió a todas las monjas al mundo para siempre, les gustara o no. E l obispo de Lincoln llegó a uno de los conventos de su diócesis, entregó un ejemplar de la bula y ordenó a las monjas que la acataran; pero, al mar­ charse, ellas corrieron tras él hasta el pórtico y, arrojándole la bula a la cabeza, vociferaron que nunca la cumplirían.*0 Por cierto, los obispos do­ tados de mayor sentido práctico muy pronto de­ sistieron de sus esfuerzos para hacer cumplir la bu­ la con estricto rigor, y se limitaron a ordenar a las religiosas que no salieran ni hicieran visitas muy a menudo, o sin compañía, sin permiso o sin mo­ tivo fundado; pero ni siquiera en esto tuvieron mu­ cho éxito porque las monjas siempre proliferaban en excelentes pretextos cuando deseaban salir del convento; algunas veces decían que sus padres es­ taban enfermos y que era imprescindible que fue­ ran a arreglarles las almohadas; otras veces, que tenían que ir al mercado a comprar arenques; en otras ocasiones alegaban que debían ir a confesar­ se a determinado monasterio; muchas veces es real­ mente difícil imaginarse qué decían. ¿Qué debe­ mos pensar, por ejemplo, de esa monja casquivana “que pasaba la noche del lunes con frailes agusti­ nos en Northampton, bailando y tocando el laúd con ellos en el mismo lugar hasta medianoche, y que al día- siguiente pasaba la velada con los frai­ les predicadores en Northampton, tocando el laúd y bailando de igual manera?"*1 Chauccr nos ha revelado cuánto le complacía al fraile tocar el arpa

y que sus ojos centelleaban como estrellas cuando cantaba, pero el poeta acaso no se dio cuenta de que habla inducido a Madame Eglentyne a bailar. Sin duda, es difícil conjeturar qué pretextos "legítimos" pueden haber ofrecido las monjas para justificar su continuo vagabundeo por calles y campos o para entrar y salir de las casas de los seglares y, aunque nos resulta muy lamentable, te­ memos qué, o bien a Madame Eglentyne le era im­ posible mantenerlos en un puño, o oien hacía la vista gorda. Sea como fuere, * ' priora no se había formado siado elevado de los obispos. Después de todo, Chaueer nunca habría podido encontrarla si la priora no se hubiera dado maña para embaucarlos, pues si había una excusa para vagabundear que los obispos desaprobaran en forma total, era pre­ cisamente el pretexto de hacer una peregrinación. Madame Eglentyne no era tan ingenua y recatada como parecía. ¿Cuántos críticos literarios que so han reído entre dientes de la priora, saben que ja­ más debió haber figurado en el Prólogo de la obra de Chaueer? La Iglesia sostenía con absoluta cla­ ridad que era imprescindible evitar que las religio­ sas hicieran peregrinaciones, y ya en el año 791 un concilio había prohibido dicha costumbre, y en 1195, otro concilio, reunido en York, decretó: "con el objeto de quitar a las monjas toda oportunidad de vagabundear, les prohibimos que hagan peregri­ naciones". En 1318, un arzobispo de York prohibió estrictamente a las monjas de un convento que abandonaran su comunidad "a fin de cumplir un voto de peregrinación que pudieran haber formu­ lado. Y si tal promesa nubiera sido hecha por al­ guna monja, ¿ata debería recitar tantos salterios como días hubiese tardado en cumplir la peregri­ nación tan imprudentemente prometida"® Uno puede imaginar el aspecto melancólico que habría

tenido la pobre Madame Eglentyne mientras ento­ naba con voz nasal sus interminables salterios en lugar de estar cabalgando alegremente en locuaz compañía y narrando con encantadora gracia la leyenda del pequeño San Huco. Ejemplos de tales rohibiciones pueden multiplicarse si s e consultan « archivos medievales; y, por cierto, b a s ta leer Chauccr para deducir por qué los obispos s e opo­ nían con tanta tenacidad a que las monjas hicieran peregrinaciones; no hay más que recordar quiénes eran algunas de las personas en cuya compañía via­ jaban la priora y algunas de las historias que na­ rraban; ¡si solo pudiéramos estar seguros, por ejem­ plo, de que ella cabalgaba constantemente con su monja y sus sacerdotes o. al menos, entre el Caba­ llero y el pobre Cura de aldeal Pero también esta­ ban el Molinero y el Alguacil .y , oara colmo de males, esa alegre e insinuante pecadora: la Mujer de Bath. Es muy perturbador pensar en los deta­ lles adicionales que acerca de su s cinco maridos pudo haber dado la Mujer de Bath a la priora.

E

Ésta, pues, fue la priora de Chaucer en la vida

literatura inglesa. Podemos hojear centenares de informes de inspecciones y centenares de mandatos y, por todas partes, desde sus páginas, la priora nos guiñará sus ojos grises, pero, en última instan­ cia, siempre tendremos que recurrir a Chaucer pa­ ra hallar su retrato y para resumir cuanto nos han enseñado los archivos históricos. El poeta la evocó tal como la había visto el obispo: . . . aristocrática, tierna, mundana, preocupándose por "imitar las ma­ neras de la corte", aficionada a las prendas boni­ tas y a los perritos; una dama de importancia, asis­ tida por una monja y tres sacerdotes, recibida con respeto por el nada remilgado posadero, quien, al

verla, no exclama Corpus Dominas o "¡p o r el díasino "acercaos, mi señora priora", y

blor.

Mi señora priora, coa vuwtra licencia, y siempre que supiera que mi os moksto, vo opinaría que rantau K el próximo cuento; ahora bien, ¿querríais dignaros. mi buena señora?

El posadero no le hablal>a asi a ninguno de los otros, excepto, quizás, al Caballero. ¿Era piadosa? Tal ve7. pero, aparte de la alu­ sión al modo de cantar el oficio diviuo y de la encantadora invocación a la Virgen - a l comicn7.o del cuento que protagoniza Madame Eglentyne— muy poco es lo que Chaucer puede decir acerca del tema: En lo tocante a sus premias moralc.t era U n bondadosa y compasiva . . .

y entonces, cuando esperamos que nos explique que daba limosna a los pobres, Chaucer nos cuenta que lloraba cuando un ratón era cogrdo en la trampa o cuando castigaban a un perrito. ¿Una buena su­ periora de su comunidad? I.o era, sin duda; pero, cuando la encontró Chaucer, la comunidad se go­ bernaba por sí misma en algún lugar "en el extre­ mo del condado". En el siglo xiv, el mundo esta­ ba lleno de peces fuera del agua, y Madame Eglen­ tyne, jurando por San Eloy —que era su juramento más fuerte— afirmaba, al igual que el monje de Chaucer, que el famoso proverbio no valía un ble­ do. Nos despedimos, pues, de ella —no podría ser de otro modo— en el camino a Cantórbery.

L A ESPOSA D E L M É NAC IER U N AM A D E CASA PARISIENSE E N E L SIG LO XIV

La wfera tic acción de una mujer es el hogar. H O M O SAPIENS

Ix>s hombres de la Edad Media, al igual que los de todas las épocas, inclusive La nuestra, eran muy aficionados a escribir manuales sobre com­ portamiento, para indicar a las mujeres cómo de­ bían proceder en todas las circunstancias de lu vida, especialmente en el tralo con sus múridos. Se han conservado muchos manuales de esta índole, y entre ellos hay uno que tiene particular interés por el vigoroso sentido común de quien lo escri­ bió y por la cotidiana y vivida descripción que ofrece de un hogar burgués. Si bien en su mayo­ ría estos manuales fueron escritos en abstracto ( por así d ecir), para las mujeres en general, éste, en cambio, fue redactado por un determinado esposo para una esposa determinada y, por lo tanto, está tomado de la vida real en todos sus detalles, de modo que se singulariza por una fisonomía muy pe­ culiar de la que suelen carecer los libros similares. Si quisiéramos buscarle un paralelo, quizá no lo encontraríamos en ningún otro tratado medieval,

sino en aquellas páginas del Económico de Jeno­ fonte en las que Isómaco describe a Sócrates la educación de una esposa griega perfecta. El Ménagier de París (dueño de casa o el sefior de París, como diríamos nosotros) escribió este libro entre los años 1392 y 1394 para instruir a su joven esposa. Era un hombre rico, que no carecía de instrucción, y tenía una experiencia comercial bastante considerable; es obvio que pertenecía a esa sólida e ilustrada houte bourgeoisie en 1a que habría de apoyarso la monarquía francesa con confianza cada vez mayor. Cuando lo escribió, sin duda ya estaba acercándose a la vejez; evidente­ mente tenia más de sesenta artos, pero acababa de casarse con una mujer de cuna más encumbrada, una huérfana oriunda de otra provincia. Se refiere varias veces a la “considerable juventud” de su es­ posa. y hubo de tomar a su servicio a una mujer que oficiaba al mismo tiempo de ama de llaves y dama de compañía para que la ayudara y orienta­ ra en el manejo de la casa; y, por cierto, al igual que la mujer de Isómaco, su esposa tenia solo quince años cuando se casó con ella. La menta­ lidad moderna se escandaliza cuando las respecti­ vas edades de ambos cónyuges son muy dispares, hecho al que la Edad Media, época de mariages de conoenance, estaba más habituada. "Raras veces —dice el Ménagier— encontraréis a un hombre tan anciano que no pueda desposar a una mujer jo­ ven." Sin embargo, la actitud que adopta respecto de su joven esposa nos demuestra que quizás haya compensaciones aun en un matrimonio entre pri­ mavera e invierno. En su libro resuena reiterada­ mente una nota de ternura que parece más propi­ cia de un padre que de un marido: es una afectuo­ sa comprensión ae los sentimientos de una niña casada que un hombre más joven acaso no habría alcanzado. Por encima de sus perogrullescos coo-

sejos parece flotar algo que se asemeja a la suave melancolía de una tarde otoñal en la que muerte y belleza están hermanadas. La tarca de su mujer era confortarlo en sus últimos años, y a su ver. la suya propia era facilitarle esa tarea. Repite en forma constante que no exige de ella un respeto arrogante, ni una atención demasiado humilde o estricta, poroue eso no es lo que a él le correspon­ de; desea solo la misma atención que sus vecinas y parientas prestan a sus mandas, "pues a mí no me corresponde sino la atención común, o aun menos". En el Prólogo dedicado a su mujer describe con singular encanto la escena que lo indujo a es­ cribir el libro: "Tú. que tenías quince años de edad, me rogaste —la semana que nos casamos- que quisiera ser indulgente con tu juventud y con tus escasas e ignorantes atenciones hasta que hubie­ ras visto y aprendido algo más, y te apresuraste a romcterme que pondrías en ello el mayor cuidao y diligencia . . pidiéndome humildemente, en nuestro lecho, según recuerdo, que por el amor de Dios no te corrigiera con rudeza delante de extra­ ños ni delante ae la gente que habitualmrntc nos acompaña, sino que lo hiciera todas las noches o día a día, en nuestra alcoba, y que te indicara las cosas impropias o necias hechas en el día o en días pasados, y que te castigara, si lo deseaba, y oue entonces no dejarías de enmendarte, de acuer­ do con mis enseñanzas y correcciones, y harías todo lo posible por acatar mi voluntad; así te ex­ presaste.' M e pareció prudente lo que me dijiste, te alabé y agradecí por ello y desae entonces lo he recoraado a menudo. Has de saber, querida hermana.* que todo lo que yo sé que has hecho

S

* Al diríftne a rila la 11*m j siempre "hermana", t mino de afectuoso rrspeto.

desde que nos casamos hasta ahora, y todo que ha­ gas de aqui en adelante con buena intención, ha sido y es bueno y mucho me ha complacido, me complace y me complacerá, pues tu juventud te exime de ser demasiado prudente y habrá de dis­ culparte en todo lo que hagas con buena intención para agradarme. Has de saber también que no me disgusta —por el contrario, me agrada— que culti­ ves y cuides rosas y violetas, que trences guirnal­ das y que bailes y cantes; deseo que continúes pro­ cediendo así entre nuestros amigos y entre quienes tienen nuestra misma posición, por cuanto es co­ rrecto y apropiado que pases asi el tiempo de tu femenina juventud, con tal de que no desees ni te propongas asistir a los banquetes v a los bailes de los señores demasiado encumbrados, pues ello no es decoroso para ti ni conviene a tu posición y a la mía".1 Entretanto, el Ménagier no ha olvidado que su mujer le ha pedido que la corrija y enseñe en privado; escribe, pues, un librito - q u e fue, empero un gran libro aun antes de que lo terminara— para enseñarle de qué manera podía sentirse cómoda, pues le apena rsa criatura que desde tanto tiempo atrás carece de padre y de madre y que está lejos de las parienta; que podrían aconsejarla: “ M e tie­ nes a mí solamente —le dice— y yo soy quien te ha separado de tu parentela y del lugar en que na­ ciste” A menudo ha reflexionado en el asunto y por eso puede ofrecerle “una fácil introducción general" al arte de ser esposa, dueña de casa y dama perfecta. Aparte de su deseo de ayudarla y de propender a su propia comodidad —pues tenía hábitos muy arraigados—, da como causa de su preocupación un motivo muy peculiar, que repite de vez en cuando, y que es. sin duda, la razón más insólita que haya tenido un marido para alec­ cionar a su mujer. Es viejo - d ic e — y ha de mo­

rir antes que ella; por lo tanto, es esencial que su mujer lo naga quedar bien ante su segundo mari­ do. ¡Qué pensaría de él su sucesor si ella llegara a acompañarlo a misa con el cuello de la cotte arru­ gado, si no supiera quitar las pulgas de b s mantas o cómo disponer una cena para doce personas en Cuaresmal Es característico de la mentalidad só­ lida y razonable del Ménagier encarar con ecuani­ midad y sentido común el segundo casamiento de su joven esposa. Titula asi una de las partes del libro: “ Debes ser cariñosa con tu marido (y a sea yo mismo, ya sea otro), siguiendo el ejemplo de Sara, Rebeca y Raquel". ¡Qué diferente de esos maridos (parecidos al perro del hortelano o ansio­ sos por la suerte que puedan correr sus hijos en manos de un hipotético padrastro rudo) cuyos tes­ tamentos con tanta frecuencia revelan el deseo de someter a sus mujeres a una viudez perpetual Este es el caso de William de Pembroke, que murió en 1409 advirtiendo a su mujer: “ Y, esposa, recuerda la promesa que me hiciste de conservar tu viudez, pues ésa ha de ser la mejor forma de cumplir mi voluntad". El contenido del libro “dividido en tres sec­ ciones que incluyen diecinueve parágrafos impor­ tantes" es muy amplio. La primera parte trata de los deberes morales y religiosos. Dice el Ména­ gier: "L a primera sección es necesaria para que te sea otorgado el amor de Dios y la salvación de tu alma, y también para que te sea concedido el amor de tu esposo y la paz que en este mundo debe lo­ grarse en el matrimonio. Y como estas dos cosas —salvar tu alma y confortar a tu marido— son las dos más necesarias, en consecuencia han sido tra­ tadas en primer término". Siguen luego varios pa­ rágrafos que indican a la dama cómo debe decir su oración matinal al levantarse, cónx> debe compor­ tarse cuando asiste a misa y cómo debe hacer

su confesión al sacerdote; por añadidura incluye una extensa y algo alarmante digresión sobre los siete pecados mortales —cuya comisión seguramen­ te nunca hubiese pasado por su rizada cabecitay otro sobre las correspondientes virtudes.3 Pero la mayor parte de esa sección se refiere al fundamen­ tal tema de los deberes de la mujer hacia su mari­ do: debe ser cariñosa, humilde, obediente, cuidado­ sa y reflexiva respecto de la persona del marido; debe mantener en silencio los secretos del esposo y ser paciente aunque él sea necio y permita que su corazón se extravíe en busca de otras mujeres. La sección está ilustrada por una serie de relatos (conocidos en la Edad Media con el nombre de exempla) entresacados de la Biblia, del acervo co­ mún de anécdotas que poseía todo trovador y pre­ dicador y —lo que es más interesante— de la expe­ riencia personal del Ménagier. Entre las ejemplificaciones más extensas del Ménagier se cuenta la narración moral tan difundida —pero intolerable­ mente aburrida- de Melibeu y Prudence, perte­ neciente a Albertano de Brescia y traducida al fran­ cés por Renault de Louens, versión de la que copió el Ménagier y que adaptó Jean de Mcung en el Román de la Rose, de donde a su vez la tomó Chau­ cer para contarla a los peregrinos de Cantórbcry. Tamoién encontramos el famoso cuento de Petrar­ ca protagonizado por la paciente Griselda —cuen­ to que asimismo tomó Chaucer dándole fama aún mayor— y un extenso poema escrito en 1342 por Jean Bruyant. notario del Chátelet* de París, y lla­ mado "L a senda de la pobreza y la riqueza", en el que se inculcaban presteza y prudencia* La segunda parte del libro se refiere al manejo de la casa y es. con mucho, la más interesante. La •

de Justicia

Nombre con que w drrign« b> en Parfí un tribun ( N . d e l R .)

amplitud de los conocimientos del Ménagier deja boquiabierto al lector. ¡El individuo es una per­ fecta señora de Beetonl • Esta parte incluye una detallada disertación sobre horticultura, y otra en que se exponen los factores que deben tomarse en cuenta a] contratar servidores y los métodos que luego han de ponerse en práctica para gobernarlos. N o parece habérsele planteado, en cambio, el pro­ blema moderno de los sirvientes que abandonan su empleo. Hay instrucciones para remendar, airear y limpiar vestidos y pieles, para quitar manchas de grasa, para atrapar las pulgas y para librar el dor­ mitorio de moscas, cuidar del vino o vigilar la ad­ ministración de una alquería. A l llegar a determinado punto, se interrumpe y dice a su mujer: "Ahora puedes ir a descansar o a distraerte pues no voy a continuar hablándote y, mientras tú te entretienes en alguna otra cosa, ha­ blaré con Maese Juan, el administrador que cuida nuestros bienes, a fin de que si alguno de nuestros caballos —sea de silla, sea a e labranza— tiene un in­ conveniente o si es necesario comprar o canjear un animal, Maese Juan sepa algo de lo que debe sa­ ber al respecto . Siguen luego varias páginas de prudentes recomendaciones sobre las cualidades de los caballos y sobre cómo examinarlos y verificar su edad v sus defectos desde el punto de vista del criador ae equinos: se trata de los “datos" prácti­ cos de un hombre (que, evidentemente, conocía y quería a sus animales) unidos a consejos para tra­ tar varias enfermedades de la raza caballar. Entre las distintas recetas que proporciona el Ménagier

• lia bella Beeton, que vivió en el período victoria y murió a los veintinueve «ños, publico hada 1860 un manual de repostería y de instrucciones para el gobierno de la casa titulado House hold manafccnwnt, que se consi­ dera uno de los primeros y mis significativos ae su época. (N . ancias.**

Con frecuencia Betson debe haber encontrado en Northleach a sus colegas del Stapie; entre otros, al vicio mercader Richard Cely. ya mencionado, y a su hijo Ceorge. quien cabalgaba con su halcón * « M _ —•

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Py¡ acaso también haya encontrado a John Barton, oriundo de Holme. poblado cerca de Ncwarlc, el • Tod: Medida de peso usada en el tráfico lanero; equivalía a una» 25 libras. si bien era fluctuante. IS. del H.) • • Chaucer. Cuentos de Cantórbery, 270-275 (.V. del R.)

altivo stapler que en los vitrales de las ventanas de su casa colocó estas palabras a modo de lema: Que la oveja haya pagado todo agradezco a Dios y se lo agradeceré siempre; *»

aunque, por cierto, es poco probable que John Barton llegara hasta un lugar tan meridional como los Cotswoid en busca de lana. Betson acaso también haya encontrado en el camino a sus rivales, los robustos y mesurados fla­ mencos, y los lombardos delgados y zalameros, de ojos negros y maños gesticuladoras, quienes no te­ nían nada que hacer en los Cotswoid, ya que esta­ ban obligados a comprar la lana en el merpado de Calais. Pese a todo iban y provocaban el enfado de los buenos ingleses con sus triquiñuelas, y quizá mucho más aún, con sus favorables transacciones. “Todavía no he enfardado mi lana en Londres —es­ cribe el viejo Richard C ely, el 29 de octubre de 1480-, y este año no he adquirido ni un solo vellón, ues la lana de los Cotswoid está comprada por tmbardos, en consecuencia no tengo ninguna prisa en enfardar mi lana de Londres" , y el 16 de no­ viembre su hijo le informa desde Calais: "H ay muy poca lana de los Cotswoid en Calais, y según creo entender, los lombardos la compraron en Inglate­ rra".40 Pero también es verdad que los Cely, al igual que otros mercaderes ingleses, de vez en cuan­ do estaban dispuestos a hacer negocios privados en Inglaterra con compradores extranjeros. Dos años más tarde, W illiam Cely, su agente, les escribe para advertirles que en ese momento dos mercaderes fla­ mencos estaban tratando de comprar lana en In ­ glaterra —contrariamente a lo dispuesto, por la le­ gislación vigente— y que los funcionarios de Calais habían tenido noticias de ese asunto; por lo tanto, sus patrones debían precaverse y disponer que

E

Wyllykyn y Peter Bale pagaran en Calais. “Sin em­ bargo, en lo que atañe a vuestras transacciones, nadie habrá de enterarse, a menos que se investi­ guen los libros de contabilidad de Peter Bale.” 41 Sin duda, el honrado Betson no solía valerse de esas artimañas y sentía especial animadversión por los astutas y usureros lombardos, que tenían tanta habilidad para tramar ardides financieron destina­ dos a engañar a los mercaderes ingleses, pues, ¿aca­ so no compraban la lana a crédito en Inglaterra, merodeando a su gusto por los Cotswold? Asimismo también recorren n cabillo los Cotswold y toda Inglaterra, acopiando, sin duda, cuanto les vlrrve en gana con una libertad y franquicia que supera a las que en cualquier caso Rozamos los ingleses

Y, ¿acaso no es verdad que llevaban la lana a Flandes, vendiéndola allí al contado, con una pér­ dida del cinco por ciento, y después prestaban el dinero con elevado interés usurario, sobre todo a los mercaderes ingleses, de modo que cuando Uceaba el día en que debían pagar en Inglaterra, habían obtenido grandes ganancias? Y entonces ellos, si se to consentimos, nos limpiarán la nariz con nuestra propia manga; y aunque se trate de un refrán cotidiano y grosero, no ob&lante es una observación plenamente cierta. 43

Otra tarea esencial de la que debía ocuparse Betson era enfardar su lana y embarcarla con desti­ no a Calais. A llí era atrapado por la red de regu­ laciones establecida por la compañía y por la Coro­ na, que siempre estaban al acecho para que no se cometieran fraudes en el embalaje o en la identifi­ cación de los productos que se exportaban. La lana tenía que ser enfardada en el sitio de su proceden­ cia, y había reglamentos muy estrictos que prohi­

bían que se la mezclar* con pelos, tierra o desper­ dicios. Los recaudadores ae la compañía, que ejercían sus funciones en las diferentes zonas lane­ ras y que eran responsables ante las autoridades de la Tesorería Real, revisaban y sellaban cada fardo de modo que fuera imposible abrirlo sin romper el sello. Después, los grandes costales eran transporta­ dos en caballos de carga, “y cruzaban Wiltshire y Hampshire Downs por los antiguos caminos de he­ rradura que se utilizaban antes de la conquista ro­ mana; luego atravesaban Surrey y Kent. siguiendo la Ruta de los Peregrinos, hasta llegar a los puertos del Medway". En los diferentes puertos, los recau­ dadores de impuestos aduaneros se ocupaban de asentar en sus registros los nombres de los merca­ deres que traficaban con lana, junto con la cantidad y el tipo de la embarcada por cada uno de eUos.a Parte de la lana era conducida a Londres; allí trabajaban muchos staplers que tenían sus agencias en Mark Lañe (M ark Lañe es una corrupción de M art Lañe, es decir, callejón del M ercado); el pro­ ducto era pesado en el Leadenhal! a fin de estable­ cer que derechos de aduana le correspondían y qué impuestos debían pagarse.44 Cuando se ocupaba de estas tareas Betson, era secundado ñor tres ayu­ dantes ( o “aprendices", como ellos se aenominaban a si mismos) de Stonor. cuyos nombres eran Tho­ mas Hcnham, Goddard Oxbridge y Thomas Howlake; a este último le profesaba gran simpatía, pues el muchacho era muy amable con la pequeña Ka­ therine Riche. A veces estaban en el depósito que Stonor tenía en Londres, y otras en su agencia de Calais; le ahorraban a Betson infinitas molestias, pues tenían experiencia suficiente como para vigi­ lar no solo la Urea de enfardar la lana en Londres, sino también los trámites vinculados a su venta en Calais.

Una vez que la lana había sido enfardada, los funcionarios aduaneros 1a pesaban y la marcaban; luego era transportada con destino a Calais en bar­ cos que procedían precisamente de Calais mismo o de alguno de los puertos pequeños de las costas oriental o sudorienta) de Inglaterra (q u e en su ma­ yoría hoy en día se han convertido en simples villo­ rrios), pues los barcos zarpaban no solo ae Hull y ColcHester, sino también en Brightlingsea, Rotherhithe, Walberswick (S u ffolk), Rainham (Essex), Bradwell. Maidstone, Milton, Ncwhithe y MilhalL En agosto de 1478, después de la esquila de verad o . los Cely pagaron el flete de sus sarplers de lana a los patrones a e veintiún barcos.4® El embarque proseguía todo el verano y se prolongaba hasta Navidad; pero durante los meses ae invierno, los mercaderes solían despachar en especia] pellones o badanas. L o hacían después de la eran matanza de ovejas y de otras especies ani­ males oue tenían lugar en la festividad de San Mar­ tín, fecha en que las amas de casa salaban la came que habría de consumirse en el invierno y los cam­ pesinos entregaban a los stopUrs los cueros y pe­ llones cuya venta se había negociado con gran antelación. A menudo la correspondencia de los mercade­ res y los registros aduaneros nos facilitan los nom­ bres de esos audaces barquichuelos y no» p rw crcionan informes sobre sus cargamentos. En octu­ bre de 1481, por ejemplo, los Cely embarcaron en consignación una partida de pellones: "M uy venerable señor, después de saludaros humildemente os hago saber que mi patrón ha em­ barcado sus pellones en el puerto de Londres, en este embaroue de octubre d e . . . , habréis de reci­ bir esos pellones y pagar en primer término el fle­ te, por la gracia de Dios, en el Mary, de Londres (patrón: William Sordyvale), siete fardos; suma:

2.800; al lado del mástil de popa hay un fardo que entre otras cosas contiene algunos pellones de ve­ rano marcados con la letra O; alli hay también tres fardos con pellones de W illiam Dalton y debajo de ellos están los otros seis fardos de mis patrones. Además, en el Christopher. de Rainham (patrón: Harry W ilkyns), se embarcaron siete fardos y me­ dio ae pellones de Cots (los Cotsw oid), suma: 3.000 pellones. Están al lado del mástil de popa y deba­ jo de ellos hay 200 pellones de Welthcr Fyldes y de William Lyndys, oriundo de Northampton, y es­ tán separados por corderillos. Además, en el Th o­ mas, ae Maidstone (patrón: Harry Lawson), van seis bolsas, con un total de 2.400 pellones; cinco fardos están cerca del mástil -d eb a jo de la esco­ de ellos, y el otro está en verano que hay en esos seis fardos también están marcados con una O . Ade­ más en el Mary Crace, de Londres (patrón: John Lokyngton), seis fardos que totalizan 2.400 cueros; están ubicados en la popa, debajo de los pellones de Thomas Craunger. La separación entre ambos está señalada en rojo. Los pellones que mi amo ha embarcado en esta oportunidad suman veintiséis fardos y medio; de éstos, 561 son pellones de in­ vierno del pais y están marcados con una letra C ; los pellones de verano deben sumar más de 600, pues parte de ellos ha quedado aquí, ya que no pudimos hallar comprador para dos fardos; todos los pellones de verano están marcados, con una O. Además, señor, también recibiréis en el Mary, de Rainham (patrón: John Danyell), vuestro cofre con los aparejos de tiro y un queso de Essex, señalado con la marca de mi patrón.* Y prosigue así, suministrando detalles sobre la cantidad de pellones embarcados en el Michael, de Hull, y en el Thomas. de Newhithe, donde hay, “ junto al mástil de popa, debajo de los pellones per-

fenecientes a Thomas Betson". más de 11.000 pello­ nes en total.4* [Qué alentadora es esta nómina de barcos! Los cargueros son el más novelesco de los temas, sea que estén abarrotados de monos, de marfil y pavos reales, sea que lo estén de "deleznables baratijas".* Y. desde el día en que Jasón zarpó hacia la Cóiquide. los pellones siempre se han contado entre los cargamentos más apasionantes. Además, cóm o olían a sal aquellos marinos del tiempo viejo, Henry Wilkins, patrón del Christopher de Rainham. John Lollington. patrón del Jcsu de Londres. Ro­ bert Ewen. patrón del Thomas de Newhithe, y to­ dos los demás, agitando las manos para despedirse j e sus esposas y novias mientras sus barcos aban­ donaban las bahías pequeñas y centelleantes con los valiosos fardos de lana estibados a popa o en las bodegas: todos ellos eran hombres de mar que respondían a la imagen evocada por Chauccr: M *i su habilidad para calcular con acierto sus mareas, sus corriente* y lo* peligros siempre próximos, k » refugio», la petición de la hiña y el pilotaje no tenia rival desde Hull hasta Cartagena. Era intrépido y discreto en U i empresa»; muchas tempestades habían azotado tus barbas; conocía bien y en detalle todos los puertos desde Cootland hasta el cabo de Finisterre, y en todas las ensenadas de Bretaña y Esparta Su barco se llamaba MacdcUna.**

Sus naves sin duda eran similares al Margare* Cely. que compraron los dos hermanos Cely y que bautizaron con el nombre de su madre. Por ese barco pagaron la suma de 28 libras (q u e no era ex­ cesiva), sin contar aparejos y accesorios. La tripu* La autora alude a los cheop lin froyi mencionados en el poema Corgoes de John Masefield. (N. del R.) • • Chauccr, Cuento* de Canlórbcry, 401-410. (N . del R.)

Ución estaba integrada por un patrón, un contra­ maestre. un cocinero y dieciséis gallardos marineros; como el barco era un atractivo señuelo para los piratas, ¡estaba armado con cañón, arcos y picas, cinco docenas de flechas y doce libras de pólvora! Las provisiones consistían en pescado salado, pan, trigo y cerveza, y para servir a los intereses co­ merciales de los Cely, navegaba periódicamente hacia Zelandia, Flandes y Burdeos.*’ Probablemen­ te desplazaba alrededor de 200 toneladas, si bien en su mayoría los otros barquitos eran bastante más pequeños, pues, como afirma el erudito editor de los documentos de los Cely. "sin duda los bar­ cos de los pequeños puertos del Medway apenas si tendrían 30 toneladas a fin de navegar sin.riesgos en el río; el Thomas, de Maidstone, acaso haya sido solo una barcaza, si tenía que pasar por el puente de Aylesford".4* Sin embargo, recorrían el Canal de la Mancha y lograban despistar a los piratas, aunque, a menudo, en Calais. TTiomas Betson espe­ raba nerviosamente el arribo de la flotilla lanera y. al igual que el mercader de Chaucer: Hubiera querido que el mar e»hiviese protegido contra toda torpresa entre Middelburgo y el Onvrll.*

En el muelle, al lado de Ceorge o de Richard Cely, con frecuencia debe de haber escudriñado an­ siosamente el mar, mientras el viento salado agitaba la pluma de su gorro, y daba gracias a Dios cuan­ do los barcos comenzaban a cabecear al alcance de su vista. “Gracias sean dadas a nuestro buen Se­ ñor —escribe una vez desde liendres a Stonor—: Sé de cierto que nuestro cargamento está llegando . . .

• Chaucer, Cuento* de Contórberv. 276-277. Middclburgo et un puerto flamenco y el OrweQ es un rio del con­ dado inglés de Esaex. (N . tu l R )

a Calais. Hubiera callado estas noticia* hasta el momento en que yo mismo llegara, porque es lo que corresponde, pero no osé ser tan atrevido a fin de que vuestra señoría, en presencia de esta apropiada oportunidad, pueda alegrarse y regocijarse con es­ tas noticias, pues en verdad yo estoy contento y se lo agradezco « Dios de todo corazón."4* Tres semanas más tarde el “ aprendiz” Thomas Henham escribe con tono similar: “Partí de Sand­ wich el día 11 de abril y llegué a Calais el pasado jueves de Carnaval con los barcos laneros; bendito sea Jesús porque he recibido vuestra Una a salvo. Además, señor, si place a vuestra señoría escuchar esto, he recibido la lana tan limpia e íntegra como ningún otro hombre de la flota sería capaz de ha­ cerlo. Asimismo, señor, si place oír a vuestra seño­ ría, sabréis que gran parte de vuestra lana fue al­ macenada la víspera de Pascua. Por otra parte, señor, si os place saberlo, os diré que el patrón del barco quedó satisfecho y que se le pagó el flete”.** Los C ely también escriben en idéntico tono: "H oy, 16 de agosto, la flota lanera procedente de Londres v de Ipswich llegó a Calais a salvo. Dios sea loado, y este mismo día fue desembarcada parte de la lana, cotizándose a buen precio, gracias sean dadas a Dios.” “ Sus cartas también nos acla­ ran qué clase de peligros temían: "Ruego a Jesús que haga llegar aquí pronto y a salvo -escribe Ri­ chard asu ‘bien amado hermano George* el 6 de ju­ nio de 1462—; Robert Eryke sufrió persecución con lo* r«coceses entre Calais y Dover. Escaparon a du­ ras penas.” M Se han conservado testimonios de mu­ chas persecuciones de esta índole y, asimismo, tam­ bién tenemos noticias de que a veces la lana era quemada bajo las escotillas o arrojada al mar en al cu no de una tormenta.** Thomas Betson y los C ely muy a menudo atra­ vesaban el Canal de la Mancha en estos barcas, que

transportaban pasajeros y correspondencia, y se en­ contraban casi tan cómodos en Calais como en Lon­ dres. A los mercaderes ingleses, cuando residían en Calais, no les estaba permitido alojarse donde qui­ sieran y en cualquier parte de la ciudad: la com­ pañía del Staple tenía una nómina de posaderos "con licencia" en cuyas casas podían ubicarse los staplers. Por lo general, en cada posada vivían va­ rios mercaderes: los de mayor edad, más influyen­ tes, circunspectos y respetanles, comían en la mesa principal; los demás, en mesas laterales ubicadas en el salón. Algunas veces disputaban por las tarifas; por ejemplo, en cierta oportunidad, William C ely remi­ tió a Londres una carta dirigida a Richard y a Ceorge: "Item, señor: debéis saber que, a causa de nues­ tro alojamiento, ha surgido una desavenencia entre nuestro posadero Thomas Craunger y quienes re­ sidimos aquí, pues Thomas Craunger, cuando se hizo careo de nuestro hospedaje, nos aseguró que no pagaríamos por la comida más que 3 chelines y 4 peniques por semana en la mesa principal y 2 chelines y 0 peniques y medio en la mesa lateral, y ahora dice que no aceptará menos de 4 chelines por semana en la mesa principal y 40 peniques en las laterales; por lo tanto, todos se marcharán y bus­ carán alojamiento, ya sea en una, ya sea en otra posada: W illiam Dalton estará en la de Robert Tom ey y Ralph Temyngton, junto con el agente del señor Brown de Stamford, vivirá en la de Thomas Clarke; todos se irán salvo yo; pdr lo cual yo hago saber a vuestras señorías de modo que podáis dis­ poner como mejor os plazca." M Pero Thomas Bet­ son nunca riñó con sus posaderos: la única queja que acaso tuvieran era que se demoraba excesiva­ mente escribiendo cartas de amor y llegaba tarde • la mesa.

Y había mucho que hacer en Calais. Ante todo, cuando llegaba la lana, tenía que ser inspeccionada por los funcionarios reales, quienes debían verificar si estaba rotulada correctamente; luego sus exper­ tos enfardadores examinaban los fardos, los reha­ cían y volvían a colocar los sellos. Era ése un mo­ mento de A n s i e d a d para aquellos mercaderes que sabían que entre los sarplers habría algunos con lana de calidad inferior. El honesto Thomas Bet­ son. podemos afirmarlo con plena seguridad, nun­ ca cometía fraudes, pero, en cambio, los Cely te­ nían bastante experiencia en triquiñuelas comercia­ les; cierta vez, cuando el funcionario d e Calais tomó el sarplcr número 24 para verificar su calidad, W i­ lliam Cely, su agente, que sabía que ésa era lana inferior, la sustituyó a hurtadillas |>or el número 8, que era de “lana buena”, y cambió los rótulos, y así fue como estuvo en condiciones de escribir a Inglaterra: “ Vuestra lana ha s i d o juzgada por el sarplcr que saqué en último término” .** Con razón decía C ow er que el engaño reinaba en el Staple: Siq’en le lainet maintrnir Je ix>i plutcnirt d ricon trnir D u loyaltf la vicie usance * •

Después había que pagar los derechos de adua­ na y los impuestos al alcalde y a la Compañía del Staple, que los cobraban en nombre del rey. Lue­ go venía la tarea fundamental: vender la lana. Por supuesto. Thomas Betson prefería venderla tan ito como fuese posible, a medida que llegaban barcos, pero a veces el mercado estaba flojo y la lana quedaba en sus depósitos algunos meses. La lana ae la esquila de verano que nubiera sido embarcada el mes de febrero o anteriormente v que no se vendiera antes del 6 de abril era clasificada como lana vieja; la Compañía del Staple estipulaba

r

que Ioj compradores extranjeros debían llevarse un sarpler de esa lana por cada tres de la uueva, y aunque los flamencos protestaban y pretendían ad­ quirir un sarpler de lana vicia por cada cinco de la nueva tenían que aceptar las regulaciones.41 En gran parte Betson tenía que desarrollar sus activi­ dades comerciales en el mercado de Calais, donde alternaba con ios majestuosos mercaderes franceses —descendientes de antiguas familias y que tenían haciendas propias—, con los mercaderes más plebe­ yos, oriundos de D elft y Leyden, y con los trafi­ cantes de lanas de las soleadas ciudades de Flo­ rencia, Cénova y Venecia. Entre los mejores clien­ tes, tanto de los Stonor como de los C ely (pues se los menciona en la correspondencia de ambas fami­ lias), se contaban Peter y Daniel van de Rade, de la ciudad de Brujas. En cierta ocasión. Thomas Howlake informa que les vendieron cuatro sarplers de lana fina de los Cotswold a diecinueve marcos el saco, con un descuento de cuatro cloves * y me­ dio en el saco de 52, y agrega: "Señor, confío en que esto os plazca; y en cuanto a los mercaderes mencionados, que han comprado Nuestra lana, son tan buenos como el mejor que haya venido de Flandes y por eso les he demostrado mayor benevolen­ cia y les he concedido todas las facilidades que es posible otorgar".®* Sin embargo, los staplers no hacían negocios solo en Calais, sino que también se trasladaban a las grandes ferias instaladas en Amberes, en Brujas y en otras poblaciones cercanas. "Tomas Betson —escribe Henham a su amo— llegó a Calais el últi­ mo día de abril y luego partió con buena salud rum­ bo al mercado de Brujas, el primer día de mayo".®*

• Clave: Medida de peso utilizada rn el tráfico Linar. (N . del R.)

Sucedió, pues, que cierto día el mercader resolvió disponer en seguid* su equipo para encaminarse a la ciudad de Brujas a fin de comprar allí una porción de mercaderías,**'

con la diferencia de que Betson se proponía vender en vez de comprar. El mismo escribe a Sir William: "Os complacerá enteraros de que la víspera del día de la Santísima Trinidad llegué a Calais y, loado sea el Buen Dios, tuve un viaje espléndido y, se­ ñor, con la ayuda de Dios, me propongo partir ha­ cia el mercado el próximo viernes. Ruego al Buen Dios que roe ayude y me dé éxito en todas mis empresas. Si todo marcha bien aquí, por la gracia de Dios, confío en hacer algo que será de provecho para vos y para mí. Hasta ahora, han llegado pocos mercaderes, pero con la gracia de Dios han de venir muchos más. N o perderé el tiempo cuando sea el momento, os lo prom eto. . . y. señor, una vez que regrese del mercado, os informaré de todo, si Dios me ayuda." •• Es indudable que en las fe ­ rias Betson se encontraba con gran cantidad de mercaderes procedentes de toda Europa, aunque muy a menudo, como resultado de las perturbacio­ nes políticas, los caminos se tornaban peligrosos y los comerciantes siempre corrían el riesgo de que los asaltaran. Por lo común, se consideraba oue los mercaderes ingleses eran los mejores vendedores y compradores ae las ferias de Flandes y de Braban­ te, aunque a veces los flamencos solían quejarse, pues aseguraban que los staplers establecían regu­ laciones en las que se disponía que sus asociados solo podían comprar el último día, cuando los ven­ dedores flamencos, que tenían prisa por empaque­ tar y marcharse, vendían sus mercancías a precios muy desventajosos." E l autor del Libelo de la político inglesa se

jacta de la actividad comercial que los ingleses in­ trodujeron en esos mercados: Pero los de Holanda en Calais comoran nuestros pellones y nuestras lanas vendidas por ingleses. . « y nosotros vamos a los mercado» de Brabante bien provistos coo géneros ingleses, rouv buenos y vistosos, y luego regresamos también, bien provistos, con telas manufacturadas, especias y baratijas. En esos mercados, que los ingleses llaman ferias, cada país suele hacer transacciones monetarias; ingleses y franceses, lombardos y genoveses, catalanes, proceden allí según sus costumbres; escoceses, españoles, irlandeses se instalan en Us ferias con gran acopio de cueros curtidos. Y por mi parte afirmo que llegando a Brabante. Flandes y Zelandia compramos mayor cantidad de mercaderías de uso corriente que todos los demis países. De esto me he enterado por relato de mercaderes. si los ingleses no acudieran a las ferias i transacciones serian flojas y los beneficios nulos porque compran mis v del bagaje extraen mis mercadería que la que reúne cualquier otro.•*

L

Aunque las ferias se instalaran en distintas épo­ cas y en diferentes sitios, todos los años había cua­ tro grandes ferias “de temporada" que correspon­ dían a las cuatro estaciones.*4 En invierno había un ''Mercado Frío", al que Thomas Betson se enca­ minaba arropado de pieles, y los cascos de su caba­ llo resonaban en U escarcha que cubría los cami­ nos. En primavera había un "Mercado de Pascua", y en esa época Betson silbaba alegremente v se po­ nía una violeta en el gorro. En verano, en la época en que se celebraba la festividad de San Juan Bau­ tista, se instalaba el "Mercado de San Juan"; Bet­ son tenía calor, se enjugaba el sudor de la frente y en un puesto de Amberes le compraba a un genovés una pieza de satén leonado o de seda de Lucca para regalársela a Katherine. En otoño, aproxima­ damente alrededor del 28 de octubre, día de San Remigio (llam ado San Bamis por los flamencos),

comenzaba a funcionar el “Mercado de Bammys"; en esa feria Betson podía comprarle a Katherine una piel de cordero o de visón; también podía comles a los mercaderes del Mansa, que se instalaen el Mercado de Brujas, una fina mantilla ne­ gra. En esos mercados, los comerciantes del staple, mientras corrían de un lado a otro en busca de com­ pradores para su lana, tenían que darse maña para cumplir cien triviales encargos de sus amigos, pues quienes vivían en Inglaterra solían ser dados a su­ poner que los stavlers solo existían para que uno pudiera encomendarles diligencias en el extranjero y para enviar regalos a sus amistades. Uno quería un par de guantes de L o vaina, el otro azúcar en panecillos, aquél una pipa de vino gascón ( “allá puedes conseguirlo más barato"), este otro una yarda o dos de paño de Holanda; además el jengi­ bre y el azafrán siempre eran bien recibidos y po­ dían comprarse a los venecianos, a quienes los Cely con singular ortografía denominaban V/henysyans. Además, por supuesto, los staplers tenían que hacer compras vinculadas a sus propias actividades; por ejemplo, adquirían bramante de Calais y lienzo de Arrás, Bretaña o Normandía, para enfardar la lana.** En cuanto a los Cely. Thomas Betson solía decir que solo hablaban de deportes y de comprar halcones, excepto en una melancólica oportunidad, cuando Ceorge C ely cabalgó en silencio a lo largo de diez millas hasta que se decidió a revelarle que en Inglaterra su perra gris había parido catorce ca­ chorros, pero que tanto la madre como los hijos habían muerto.**

C

Thomas Betson solía vender sus lanas y sus llones sea en la agencia de Calais, sea en las i as y mercados de la comarca; pero su tarea no terminaba allí, pues luego debía consagrarse a la complicada tarea de cobrar a sus clientes —los mer­ caderes flamencos— a fin de estar en condiciones

e

de pagar, a su ver, a su s propios acreedores, los traficantes de lana de los Cotswold. Los staplers tenían por costumbre abonar la lana con pagarés, a seis meses de plazo por regla general, y Thomas Betson sin duda debe haberse visto en figurillas para afrontar tales compromisos si los comprado­ res extranjeros demoraban en saldar sus cuentas. Por añadiaura, el problema de las cotizaciones acre­ centaba sus penurias hasta extremos inconcebibles. Nosotros creemos nuc podemos formamos una idea de las múltiples dificultades que plantean en la ac­ tualidad los cambios que, además de diferir sobre­ manera entre sí, fluctúan constantemente; pero nos es casi imposible imaginar los complejos cálculos y las continuas disputas que martirizaban jel cere­ bro de un mercader del Staple en el siglo xv. No solo variaban en fonna continua las valuaciones de Inglaterra y las del continente europeo, sino que, además, como señala el editor de los documentos de los Cely. "por un lado, la cantidad de potenta­ dos de toda especie que se atribuían el privilegio de emitir su propia moneda y. por el otro, el as­ pecto, con frecuencia tan sospechoso, de lo que hacían pasar por oro y plata dificultaba sobrema­ nera la tarea de ajustar los valores y, en consecuen­ cia, a los Cely no les quedaba más remedio que aceptar lo que podían conseguir".” Imaginad por un instante los problemas del pobre Thomas Bet­ son cuando en su agencia se codeaban el florín Andrew de Escocia, el gulden * Amoldus de Cueldres (m uy falsificado), el g roat Carolus de Carlos de Borgoña, las coronas francesas ( las nuevas y las antiguas), el David y el falewe del obispado de Utrecht, el groat Hettinus de los condes de West-

• Moneda d « plata uiada en Holanda, cuyo valor era un chelín y ocho pónJque». (N . del R.)

falia, el luis francés de oro, el groa* de Limburgo, el groat de Milán y el de Nimega, el Phelivpus o Felipe de oro de Brabante, las plaques de Utrecht, los postlatcs de distintos obispos, el real inglés (que valia diez chelines), el “jinete" escocés o de Borgoña (llam ado asi porque tenia grabada la efigie ae un hombre a caballo), el florín Rhenau del obis­ pado de Colonia y los setillers.M Betson tenia que conocer el equivalente de todos en moneda inglesa, tal como estaba fijado en ese momento por la com­ pañía y, para coln:o, la mayoría de esas moneda* se falsificaba a espuertas. Pero, en este sentido, la moneda inglesa gozó de envidiable prestigio hasta que Enrique V III empezó a adulterar el sistema monetario en beneficio de sus nefandos fines. Las cartas de los Cely abundan en irritadas referencias a los inconvenientes del cambio y, sin duda, mu­ cho es lo que debemos compadecer a Thomas Bet.son, aunque es evidente que, al igual que el bar­ budo mercader de Chaucer*, “era muy hábil para negociar con escudos". Para efectuar pagos entre Inglaterra y los Paí­ ses Bajos los staplers solían valerse de las excelen­ tes facilidades bancarias y de los instrumentos de crédito -letras de cambio, etcétera- que otorgaban los mercaderes italianos y españoles y los trafican­ tes ingleses de telas, quienes combinaban el inter­ cambio comercial con operaciones financieras. William Cely, por ejemplo, escribe a sus patrones: "Pongo en vuestro conocimiento que solo be recibido ae John Delowppys (a cuenta de la letra que me envió Adlington) la cantidad de 300 libras' flamencas, de las cuales he pagado a Gynott Strabant 84 libras flamencas con 6 chelines y 6 peni­ ques. Además, os he transferido, por intermedio de Benynge Decasonn, lombardo, 180 esterlinas no­ • Ch«ucer, Cu^nío* dU CarUórb«ry, 278. (N . del R.)

bles * pagaderas como de costumbre. Las cambié a 11 chelines y 2 peniques y medio flam enco. la esterlina, y por lo tanto el total es de 100 libras flamencas, 17 chelines, 6 peniques y medio. A de­ más, en la misma forma os transferí por intermedio de Jacob van de Base 89 esterlinas nobles y 6 che­ lines, pagaderas en landres como de costumbre; las cambié a 11 chelines y medio penique flamen­ cos por cada esterlina noble; ello totaliza 50 libras flamencas y aún tengo en mi poder lo que resta de vuestras 300 libras; por el momento no he de poder haceros otras transferencias, pues ahora ya no hay nadie que quiera cambiar dinero. En la bolsa el noble está a 11 chelines y 1 penique. Las únicas monedas que circulan son groáis de Nimega, coro­ nas. florines Andrew y florines del Rin, y e í cambio empeora día a día. Además, señor, os envío —ad­ junto con ésta— las dos primeras letras de cambio arriba mencionadas. La letra de Benynge Decasonn está dirigida a Gabriel Defuye y a reter Sanlv. genoveses. y la de Jacob van de Base está dirigida a Anthony Carsy y Marcy Strossy, españoles; ten­ dréis noticias de ellos en la Calle de los Lombar­ dos.” •* Una semana después escribe: " f i e tenido conocimiento de que habéis recibi­ do por intermedio de John Raynola, comerciante de telas. 80 libras esterlinas pagaderas el 25 del mes y por intermedio de Deago Decastron (D ie g o de Castro, un español), otras 60 libras esterlinas, pa­ gaderas el 28 del mismo mes; y ambas obligaciones se harán efectivas en el día; en cuanto a Lewis More, lombardo, se le ha pagado y tengo en mi poder el recibo; su agente es un individuo penden­

* Antigua moneda ingle*» que valia 6 chelines y 8 pe niques. (N. del R.)

ciero que se niega a recibir otra moneda que no sean groats de Nimega." 70 Sin duda, en su alojamiento Thomas Betson redactó muchas cartas similares a ésta: se quedaba trabajando hasta tan tarde que se veía obligado a escribir a sus amigos a la hora en que tendría que haber estado durmiendo; encabeza así una carta: “En Londres, el día de Nuestra Señora, por la noche; confío en que vos estaréis en vuestro lecho; yo. en cambio, aún estoy despierto, y así Dios me ayude.**71 Pero, indudablemente, una de sus tareas más arduas era hacer el balance anual. Veamos cómo procedía: El tercer dia levantóse el mercader y meditando discretamente sobre sus negocios se dirigió a iu despacho para calcular consigo misino, lo mejor que pudiese, cuál era su situación aquel año, cuánto había gastado de »us bienes y si los había acrecentado o no. Colocó ante si, en la mesa, sus libros y gran número de talegas. Sus riquezas y sus tesoros eran inmensos, y por eso cerró cuidadosamente la puerta de su despacho y no permitió que nadie lo distrajera en sus cálculos durante ese tiempo. Y así estuvo sentado hasta pasada la hora prima.73

Así transcunría la vida de un mercader del Stop ie : cabalgando hasta los Cotswold en busca de lana; traficando en los despachos del Mercado de Lanas, navegando entre Londres y Calais y entre Calais y Londres; regateando con los mercaderes extranjeros en el mercado de Calais o yendo a las ferias flamencas. La Gran Corporación lo ampa­ raba, disponía todo lo referente a su alojamiento, vigilaba la calidad de su lana, reglamentaba sus compras y sus ventas y cuidaba de que obtuviera justicia en sus tribunales. En el transcurso de estas actividades que, si bien eran arduas, no estaban des­

provistas de interés, se cimentó la historia de amor de Betson que epilogó en un matrimonio feliz. Sin embargo, no era su destino vivir mucho tiempo una vez que se recuperó de la grave enfermedad que lo uquejó en 14T9; quizá solo se restableció a medias, pues murió alrededor de seis años más tarde, rn 14S6. Durante los siete años de vida con* yuga) (recordemos que ella contrajo matrimonio a la edad de quince años), la solícita Katheríne le dio cinco hijos; dos varones, Thomas y John, y tres mujeres. Elizabeth. Agnes y Alice. Afortunadamen­ te. Thomas Betson al morir disfrutaba de una situa­ ción desahogada, según podemos comprobarlo de su testamento, que aún se conserva en Somcrstt House. Había ingresado en la Compañía de Pes­ caderos y, asimismo, era miembro de la Compañía del Staple, pues en esa época las grandes corpora­ ciones de la City ya no estaban integradas sola­ mente por aquellas personas que se dedicaban en forma exclusiva a determinada actividad. En su testamentoTS Thomas Betson lega dinero para re­ parar el presbiterio de la iglesia parroquial de T o­ dos los Santos (en Barking), donde fue enterrado; "treinta libras que habrán de emplearse para com­ prar alguna joya destinada a ornamentar la capilla del Staple en la iglesia de Nuestra Señora, en Ca­ lais"; asimismo, deja veinte libras a los Pescaderos para comprar vajilla. A la compañía mencionada en último término Ic encomienda la tutoría de su; hi­ jos; lega sus dos casas a su mujer y cuarenta cheli­ nes a Thomas Hcnham, que trabajó junto con él para los Stonor; y, como era previsible, da las ins­ trucciones necesarias con respecto a lo s gastos de mi entierro, el cual no debe ser desmesurado sino sobrio, discreto y moderado, tal como corresponde al culto y alabanza de Dios Todopoderoso". Katherine (qu e quedó viuda y con cinco hijos a la edad de veintidós años) se casó en segundas nupcias con

Wilhain W clbecb, tendero (los tenderos fonnaban una corporación muy rica), de quien tuvo otro hijo. Pero su corazón permaneció fiel al esposo que le había escrito aquella primera carta de amor, cuan­ do todavía era una niña, y en 1510, antes de morir, dispuso que la enterraran en Barking, junto a Tho­ mas Betson, en la iglesia de Todos los Santos. Allí tres staplers aún yacen debajo de sus laudes aun­ que no ha quedado ningún vestigio del marido de Katherine.74 Que descansen en paz, olvidados desde hace tanto tiempo, pese a que son más dig­ nos de recuerdo que muchos de esos caballeros re­ vestidos con armadura que en nuestras hermosas iglesias medievales reposan en sepulcros cincelados. La* guirnaldas se marchitan sobe* \nestra frente; iva no os jactáis de vuestras heroica* empresas! Sobre el aliar purpurino de la muerte ved cómo sangra la victoriosa victima.

Al frío sepulcro \-uestras cabezas deben descender: solo la< acciones de k » juntos perfuman y Rorreen en su polvo.®

• Pasaje del poema de James Shirley (1596-1666), The Catuentian of Ajax and Ulyncs, III. (N . del R )

C A P IT U L O VI

TH O M A S PAYCOCKE D E C O G G E S H A L L

U N PA SE R O D E ESSEX E N iJi ÉPOCA D E E N R IQ U E VII

Fue ¿ste. sin duda, un pañero cortés, cuya fama perdurará por sirmprc jamás. TH O M AS D E L O N E Y

E! grande y noble comercio de la industria textil ha dejado múltiples huellas en la vida de Inglaterra, en su arquitectura y en su historia lite­ raria y social. Ha colmado nuestra campiña de magníficas iglesias perpendiculares * y de encanta­ • En arauitretura se denomina perpendicular al timo estilo del gótico ingles, que en termino* generales abarca desde 1375 hasta la introducción del Renacimiento, en el cuno de los siglo* xvi v xvn. Su nombre deriva del predominio de lineas verticales en las ventanas y en los paneles de las paredes. El primer testimonio deí período perpendicular es la catedral oe Cloucester (ca 1360); entre los ejemplos más característicos de este estilo puedea ci­ tarse la nave y loi cruceros occidentales de la catedral de Cantórbery (1378-14 U ), la capilla de Ring'* College en Cambridge (1447-1512). la capilla de Enrique V II en We*tmister (terminada en 1512) y el salón hall üel Christ Church CoOege de Oxford (1630). (S . del R .)

doras casas construidas con vigas de roble. Ha in* troducido en nuestra literatura popular gran canti­ dad de consejos sobre los preclaros varones de Inglaterra, y en ella los pañeros Thomas de Reading y Jack de Newbury se codean con el fraile Bacon y con Robín Hood. Ha poblado de gentiles hombres nuestros condados, pues, tal como observó Dcfoc, en los primeros años del siglo xvm, “muchas de las familias más destacadas de las regiones occi­ dentales que en la actualidad se consideran parte integrante de la gentry, originariamente ascendie­ ron y se afianzaron gracias a esta manufactura auténticamente noble". Ha introducido numerosos apellidos en los padrones —W eaver (tejed or), W eb­ ber (tejed o r), W ebb (te jid o ), Sherman (cortador), Fullcr (batanero), Walker (caminante), Dyer (tin ­ torero)— y ha sido la causa de que se designe a toda mujer soltera con la denominación de spinster (literalmente significa hilandera). Aún más. desde la época en que el comercio de telas desalojó al de la lana como principal tráfico de exportación de Inglaterra hasta el momento en que, a su vez, fue desalojado por el hierro y el algodón, constituyó el fundamento del poderio comercial inglés. “En­ tre todas las manufacturas —dice $1 bueno de Deloney— ésta es la única importante, porque sus pro­ ductos son los que más han contribuido a hacer famoso nuestro país entre todas las naciones del mundo." 1 A fines del siglo xrv, Jos pañeros ingleses ya estaban empezando a rivalizar con los de los Países Bajos en la manufactura de telas finas, como lo atestigua la Mujer de Bath, de Chaucer, que Tenia tal habilidad para tejer Daños. que ni* telas superaban a las de Ipres y de Casta * •

del R.)

Cbaocer,

Cuentos

de Cantórbery, 447-448- (

y en las postrimerías del siglo xvi de hecho oo existía rivalidad porque las manufacturas inglesas habían obtenido una evidente victoria. Por otra parte, el desarrollo de esta actividad también ori­ ginó cambios en $u. organización misma. Nunca había sido una industria que pudiera adecuarse con facilidad al sistema de gilaas. puesto que la fabricación de una pieza de paño implicaba dema­ siados procesos independientes. La tarea previa de hilar y cardar siempre había sido una actividad secundaria realizada por las mujeres y los niños en sus propias cabañas; pero, en cambio, los teje­ dores que compraban el hilo, tenían su gilda y también la tenían los bataneros, que lo abata­ naban. y los tundidores, que terminaran la tela, y ego y perdono a Robert Taylor. batanero, su deuda, y además le dejo tres chelines y cuatro peniques." Otros legados demuestran, con mayor claridad aún. la amplitud de sus actividades comer­ ciales. "L e g o a todos mis tejedores, bataneros y tundidores cuyos nombres no hayan sido citados explícitamente, doce peniques a cada uno. y aque­ llos que hayan trabajado mucho para mi que reci­ ban tres chelines y tres peniques por cabeza. Item, lego la suma de cuatro libras para que se distribu­ ya entre los peinadores, cardadores e hiladores de mi lan a".1 Desfilan ante nosotros todas las ramas de la industria textil. Y aquí tenemos a Thomas Paycocke, pañero, que es el eje alrededor del cual gira la manufactura íntegra: proporciona lana a las mujeres para que la peinen, la carden y la hi­ len; la recibe de vuelta y la entrega al tejedor a fin de' que teja el paño; después, el producto pasa a manos del batanero que la abatana y del tintorero que la tiñe. Una vez que las telas están terminadas, las agrupa por docenas y se las envía a] mayorista, el draper, quien se encarga de venderlas; es po-

mo m ío" y a quien nombra su albacea. Todas las tareas dianas de Thomas Paycocke están implíci­ tas en su testamento. El año que murió aún em­ pleaba a gran cantidad de operarios, con quienes se mostraba afectuoso y benévolo. La construcción de su casa no significó su retiro de los negocios, como en el caso de Thomas D o Imán, otro gran pa­ ñero, que puso fin a sus actividades comerciales suscitando por esc motivo los lamentos de los teje­ dores de Newbury: Dio* tensa piedad de nosotros, miserable* pecadores. Thomas Do Imán ha construido tu cata nueva y Iva despedido a todos tus tejedores.*

T a l como se desprende de su testamento, las relaciones entre Paycocke y sus empleados eran ex­ celentes. Sin embargo, no siempre sucedía así, pues, si bien los pañeros de aquella época tenían algunas de las virtudes de los capitalistas, también contaban con muchos de sus defectos, y en el siglo xv la eterna lucha entre el capital y el trabajo ya había progresado bastante. Pero el testamento de Paycocke no nos ofrece un detalle que mucho nos complacería conocer: ¿empleaba solamente a te­ jedores “a domicilio", que trabajan en sus propios nogares, o tenía también algunos telares en su casa? La época de Thomas Paycocke se singulariza por el hecho de que junto al nuevo régimen de traba­ jo a domicilio ya comenzaba a perfilarse algo que acaso podría compararse a un sistema fabril en pe­ queña escala. Los pañeros estaban empezando a instalar telares en sus viviendas a fin de que traba­ jaran en ellos tejedores a jornal; por lo común, a ios tejedores independientes este procedimiento les desagradó sobremanera, porque en algunos casos se

veían en la necesidad de renunciar a su condición de maestros independientes para engrosar las filas de los servidores asalariados que trabajan en el taller del pañero, y en otros no les quedaba otro recurso que rebajar sus tarifas para hacer frente a la competencia de los jornaleros. Por añadidura, a veces los pañeros tenían telares de su propiedad y los alquilaban a sus operarios, de modo que así quedaba anulada gran parte de la independencia artesanal de que habían gozado los tejedores. A lo largo de la primera mitad del siglo xvi, los teje­ dores de las zonas textiles continuamente presenta­ ron peticiones al Parlamento, a fin de denunciar esta nueva perversión del capitalismo. A uno se le ocurre que mucho antes de que el industrialismo se difundiera en Inglaterra, los tejedores tuvieron una premonición del sistema fabril y del obrero a quien ya no le pertenecen ni su materia prima, ni sus herramientas, ni su taller, ni el producto de su labor, porque únicamente es dueño de su tra­ bajo. El maestro tejedor descendió a la categoría de jornalero. Ciertamente, el sistema estaba pros­ perando en Essex. pues allí, unos veinte años des­ pués de la muerte de Thomas Paycocke, los teje­ dores presentaron un petitorio denunciando a ios pañeros, quienes tenían en sus casas telares, teje­ dores y bataneros, de modo que los peticionarios estaban desamparados: “ pues los ricos, los pañeros, se han puesto de acuerdo y han convenido en man­ tenerse firmes y pagar una determinada suma por tejer las mencionadas telas": pero esa cantidad era exigua y no les permitía mantener sus hogares, aunque trabajaran la jomada íntegra, en días la­ borables y en feriados, de modo que muchos per­ dieron su independencia y se vieron reducidos a ser servidores de otros.* Con todo, el sistema de tra­ bajo a domicilio aún era el más común y no hay di-da de que en su mayoría los operarios de Pay-

codee vivían en sus propias cabañas, aunaue es probable que el pañero tuviera, además, algunos telares en su casa, tal vez en el aposento largo y bajo del fondo (e l cual, según supone la tradición, se utilizaba para tejer) o quizá en un cobertizo. En L a agradable histeria de Jack de Newbu­ ry, Deloney* traza un idílico cuadro del funciona­ miento de una de esas fábricas en miniatura, y por nuestra parte podemos entretenernos utilizando ese pasaje para describir la "hilandería" de Thornas Payoocke. Jack de Newbury es un personaje que existió en la vida real: era un pañero muy lamoso llamado John Winchcomb, que murió en Newbury anenas un año después de Paycocke. Sin duda. Tilomas Paycocke estaba enterado de su existen­ cia, pues los burieles suyos eran célebres en toda la Europa continental y, además, el bueno de FuBer,** que le otorga un conspicuo lugar entre sus Notabilidades de Inglaterra, lo llama “ el pañero más importante (sin fantasía ni ficción) que ja­ más haya conocido Inglaterra".* Las historias no­ velescas protagonizadas por Jack de Newbury se propalaron por todo el reino, y a medida que au­ mentaba su difusión, también crecían sus propor­ ciones. En ellas se contaba que Jack de Newbury condujo a un centenar de aprendices suyos a la batalla de Flodden • • • ; que agasajó al rey y a la rei­ * Tbom u Deloocy (1543?-1900?), autor inglés entre obras principales M cuta taxi tTM a á m d o n íj en proa e a l u que describe con fino sentido de! humor U vid* d a l a s clase» medias e n l o s tiempos d e Isabel I. (N . drl R.) • • Tbomas FuDer (1608-1661), eclesiástico inglés, au­ tor d e varias obras sobre diferentes asuntos históricos. En sos Notabilidades de Inglaterra incluyó biografías breves de santos, p r e l a d o s , e s t a d i s t a s , etc. (N . a*I R .) * Flodden: paraje de Nocthomberland donde el 6 de setiembre de 1513 escoceses e ingleses libraron una fa­ mosa batalla, en la que perdió la vida Jaime IV , rey de Escocia. (N . del R .) C oyas

na en su casa de Newbuxy; que hizo construir parte de U Iglesia de Newbury y que d o quiso aceptar que se le confiriera la dignidad de caballero por­ que prefería "seguir vistiendo su casaca de tela rustica, como un humilde pañero, hasta el fin de sus días". En 1597, Thomas Deloney, el precursor de la novela, engarzó todos estos episodios en una narración discontinua, mitad en prosa y mitad en verso, que muy pronto adquirió extraordinaria po­ pularidad. Y éste es el relato que puede servirnos como guia para trazar un cuadro imaginario del trabajo que se llevaba a cabo en la casa de un pañero; sin embargo, es prudente recordar que se trata de una fantasía, de una leyenda, y que, por cierto, el célebre John Winchcomb nunca tuvo en su casa la desmesurada cantidad de doscientos te­ lares, en tanto que nuestro Thomas Paycocke po­ siblemente no contó con más de una docena. Sin embargo, el poeta tiene derecho a tomarse ciertas libertades, porque, después de todo, lo que impor­ ta es el espíritu de la balada, y siempre resulta agradable dejarse Uevar por la rima: En un aposento, aue era largo y espacioso, doscientos t e k m rabia, de aran consistencia; y doscientos hombres, tenedlo por cierto, formando uní hilera en ellos tejían. Junto a cada uno, un llr.do muchachito mantas hada con inimo feliz y en otro ritió no lejano un centenar de mujeres, gratamente, cardaba la lana con Júbilo y prisa cantando melodías con voces cristalinas. Y una cámara contigua albergaba doscientas doncellas, vestidas con faldas de bermejo pafio tocadas oon paitarlos blancos como leche, s mangas de sus blusas se parecían a la nieve Invernal que cubre los montes del pooienta» y cada manga, con sedoso laxo, se anudaba diestramente en la mufieca.

L

Estas lindas doncellitas nunca reposaban V el día.entero hilaban en ese lugar. V mientras su trabajo proseguían, coo voct* entonadas, caneaban muy dulcemente, como ruiseñor». Luego, al pasar a otra habitación, fe hallaron niAos modestamente ataviados: cada uno. al escoger lana, con cuidado, seleccionaba la mis fina que podía encontrar. AHí habla ciento cincuenta niñito*. hifot de padres humildes y pobres, y cada uno. en pago a sui afanes, recibía un penique al terminar el día, amén de comida y bebida toda la jomada, que así te tomaba placentera estadía. Én otro sitio, de igual modo, cincuenta eran los hombres que so alcanzaba a divisar, todos expertos en el arte de cortar, desplegando su pericia y vanados talentos. V muy cerca de ellos permanecían trabajando con ahínco ochenta bogadores. Había también un taller de teñido y sus operarios no eran menos de cuarenta. Aún mÍL$: otros veinte hombres compartían las tareas que se encomiendan a los batanen». Cada semana diez, buenas vacas gordas en la casa se consumían, tenedlo por cierto, amén de manteca excelente, queso, pescado, y tantos otros saludables alimentos El año entero se empleaban los servicios de un carnicero y un cervecero se ocupaba de la bebida, en tanto que un panadero tenía el encargo de bornear el pan que mantenía bien alimentado a todo el personal. Había cinco cocineros, que en la enorme cocina todo el afio trajinaban preparando comidas. y seis ayudantes a sus órdenes tenían para lavar platos, cacerolas y sartenes, idemis de los arrapiezos qué por allí había designados para hacer girar los asadoro día a día. El anciano que presenció este espectáculo le sintió tan asombrado como es de imaginar: firte fue, por cierto, un digno paAero. cuya fama perdurará por siempre jamás.*

Pero no solo podemos reconstruir las activida­ des comerciales de Thomas Paycocke, también nos ü posible evocarlo en la intimidad de su vida priredft. A lgo nos dice con respecto a su familia el

valioso testamento. Su primera esposa es aquella Margaret cuyas iniciales, junto con las suyas, en­ galanan el maderamen de su hogar, y, por cierto, es probable que el viejo John Paycoclce hiciera construir la casa cuando se consagró la boda de su hijo. Sin duda, aquel día dichoso el edificio fue testigo de un jubiloso espectáculo, pues nuestros antepasados tenían el don de entusiasmarse since­ ramente cada vez que alguien se casaba, y la "Ale­ gre Inglaterra’ se sentía más alegre que nunca cuan­ do el esposo conducía a la recién casada al nuevo hogar. También en este caso podemos recurrir a la idílica obra de Deloney para evocar la escena: "L a desposada iba ataviada con una túnica de rústico paño y un manto de fina tela; le $eñía la cabeza una diadema áurea; el pelo, tan reluciente como el oro, le caía sobre la espalda, cuidadosa­ mente peinado y trenzado según los usos de aque­ llos días; se encaminaba a la iglesia flanqueada por dos bonitos chiquillos que tenían lazos nupciales y flores de romero atados en tomo de las mangas de seda. Además, delante de la desposada condu-1 cían una bella copa nupcial de oro y plata, en cuyo interior había una linda rama de romero finamente dorada, de la cual pendían cintas de seda multico­ lores; más adelante avanzaban los músicos, que ejecutaban melodías en todo el tiavecto; detrás de la desposada marchaban las doncellas más ilustres de la comarca; unas llevaban grandes tortas de bo­ da; otras, guirnaldas tejidas con espigas exquisita­ mente doradas; y por fin entraba a la iglesia. Es superfluo que mencionemos al novio, pues como goza­ ba de tanta estima, no carecía de acompañantes, y todos eran personas de calidad, amén de varios mercaderes forasteros que viajaban desde Londres para asistir a la boda. Una vez bendecidas lai nupcias, regresaban conservando el mismo orden; se disponían a cenar y no fuera escaso el regocijo

ni estaban ausentes las m elodías. . . Los festejos nupciales duraban varios días y, gracias a ello, mu­ cha era la asistencia que recibían todos los po­ bres que vivían en las inmediaciones.” 10 Sin duda, la casa tuvo en cuenta lo mucho que se bailó bajo el techo magníficamente orna­ mentado del salón, y también fue testigo de las canciones, los juegos, los besos y el general espar­ cimiento. N o obstante, la fiesta no terminaba cuan­ do los reción casados se retiraban a la cámara nupcial de vigas redondeadas, pues el flamante ma­ trimonio tenía que ofrecer, en el dormitorio y en­ tronizado en el enorme lecho de cuatro columnas, una recepción a sus amigos más íntimos. Nuestros antepasados ciertamente no eran mojigatos. Como dice Henry Bullinger (n o se parecía en nada al jo­ vial Deloney, esto es indudable, pero era contem­ poráneo de Paycocke y además Coverdale lo tra­ dujo; así, pues, dejémoslo hablar): “Después de la cena, una vez más tienen que recomenzar a tocar la gaita y a bailar; y aunque los jóvenes, fatigados por el bullicio y por el trajín, comparten el deseo de retirarse a descansar, les es imposible gozar de tranquilidad. Por k> tanto, debe reputarse de per­ sona torpe y revoltosa a aquella que sea la primera en encaminarse a la puerta de la alcoba de ellos y entone en ese sitio baladas pervertidas y malig­ nas que constituyen el triunfo supremo para el demonio".11 ¿Qué no daríamos ahora por una de esas 'malignas baladas"? Margaret. la recién casada procedente de Cla­ re —antiguo domicilio de los Paycocke de Cogeesh a ll-, fue conducida a la residencia de Coggeshall ajustándose en cierto modo a esta jovial costumbre. Era la hija de un tal Thomas Horrold, por cuya memoria Paycocke mantenía vivo afecto y respeto, pues al disponer la erección de un capilla en la iglesia de Goggeshall declaró expresamente su de­

seo de que fuera en beneficio de su propia alma y de las almas de su mujer, de sus padres y de su suegro, Thomas Horrola de Clare. Asimismo, legó cinco libras con las cuales sus atbaceas tenían que “proveer otra lápida en la iglesia de Clare, desti­ nada a mi padre político Thomas H onold, en la que debe reproducirse su imagen, juntamente con la de su mujer e hijos” (es decir, una laude); a lo que era menester agregar cinco vacas o en su de­ fecto tres libras en efectivo para la iglesia de Clare, con el propósito de “mantener y recordar la me­ moria de mi padre político, Thomas Horrold". Tam­ bién dejó dinero al hermano y hermanas de su mu­ jer. Margaret Paycocke murió antes que su mari­ do, sin dejar hijos; los únicos niños de su estirpe que Thomas vio jugar en su soberbia sala o tre­ par al aparador para descubrir la ueña como una nuez— oculta en os fueron silS sobrinos y sobrinas: Robert y Mar­ garet Uppcher. hijos de su hermana; John, nijo de su hermano John; Thomas, Robert y Emma. hijos de su hermano Robert: y quizá su ahijadita Grace Coodday. T al vez con el deseo de tener un hijo a quien legar su propiedad y apellido. Thomas Pavcocke volvió a casarse con una muchacha llamada Anne Cotton, que fue la compañera de su vejez, “ mi buena esposa Anne", cuya presencia debió ani­ mar la hermosa residencia, silenciosa y abandona­ da desde la muerte de Margaret. En el testamento de Thomas Paycocke se menciona al padre de Anne, George Cotton. y los hermanos y la hermana de ella —Richard. William y Eleanor— recibieron le­ gados sustanciosos. Pero Thomas y Anne solo dis­ frutaron una vida conyugal breve; ella le dio *u único hijo, qtie no llegó a conocer porque antes de que el niño naciera su padre fue arrebatado por la muerte. En su testamento provee a Anne con abundancia; habría de recibir quinientas esteili-

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ñas y la bella residencia sería suya mientras vivie­ se; pues, a sus minuciosas disposiciones testamenta­ rias agrega: "a condición de que mi casa en que resido sea empleada a su albedrío por mi esposa Anne mientras viva, juntamente con el palomar y el huerto en que se halla". Un va d o en los anales de la familia Paycocke nos impide determinar si el hijo de Thomas Paycocke vivió o murió; pero en apariencia murió o fue una niña, ya que, ex» el caso de no tener descendencia masculina, Pay­ cocke legaba la residencia a su sobrino John (hijo de John, su hermano m ayor), y en 1575 la hallamos en manos de este John Paycocke, en tanto que la casa de al lado pertenecía a Thomas Paycocke, hijo de su hermano Robert. Este Thomas murió hacia 1580 dejando solamente hijas; con posterio­ ridad murió John Paycocke en 1584, tristemente re­ memorado en el registro parroquial como "el últi­ mo de su prosapia en Coxall". D e ese modo, la hermosa residencia dejó de pertenecer a la gran familia de pañeros que la había poseído por espa­ d o de casi un siglo.11 Es posible conjeturar hasta d erto punto el ca­ rácter personal de Thomas Paycocke a través de su testamento. Sin duda, era un empleador gene­ roso y benevolente, según resulta manifiesto de la preocupadón que demuestra por sus operarios y por los hijos de éstos. A menudo le solicitaban en Coggeshall que fuese padrino de los niños, pues en su testamento dispone que en su sepelio y en las ceremonias que se repitieran a la semana des­ pués y “al cabo de un mes" hubiera "veinticuatro o doce niños pequeños en roquetes, con cirios en las manos; y el mayor número posible de ellos que sean mis ahijados y redban seis chelines y ocho peniques por cabeza, y los restantes niños, cuatro

por cabeza". Todos estos niños probablemente erai pequeños jornaleros, empleados desde muv tem­ prana edad en la tarea de clasificar la lana de Thomas Paycocke. Según Thomas Deloney, Ha pobre gente, a la que Dios despreocupadamente bendijo con numerosa prole, conseguía por medio de esti ocupación encaminar a sus hijos, de modo que al llegar a los seis o siete años de edad estaban en condiciones de ganar su propio sustento;** y cuan­ do D efoe se trasladaba de Blackstone Edge a Halifax, mientras observaba la manufactura pañera que daba tTabajo a todas las aldeas de West Riding, uno de sus principales motivos de admiración con­ sistía en que “todos (s e hallaban) empleados, desde los más jovenes hasta los más viejos; apenas si so­ brepasaban los cuatro años, pero ya sus manos bastaban para que pudiesen mantenerse a sí mis­ mos." 14 E l trabajo infantil desde una edad que con­ sideraríamos excesivamente temprana no fue eo modo alguno un fenómeno nuevo introducido por la Revolución Industrial. Que Thomas Paycocke tenía numerosos ami­ gos, no solo en Coggeshall, sino en aldeas vecinas, queda atestiguado por el crecido número de sus le­ gados. Su testamento también demuestra que era nombre de profundos sentimientos religiosos. Per­ tenecía a la hermandad de los Frailes de la Cruz de Colchester, a quienes dejó a su muerte la sumí de cinco libras para que oraran “ por mí y por aque­ llos por quienes entretanto estoy en la obligación de orar". En la Edad M edia se acostumbraba en los monasterios a otorgar privilegio de la fraterni­ dad de la connegación a ios benefactores y a las personas de distinción. L a recepción tenía lugar en una larga y elaborada ceremonia, durante la cual el confrater recibía de los hermanos el óscu­ lo de paz. Un indido del respeto que merecía Tho­ mas Payoocke k> hallamos en el hecho de que fue-

m incorporado a la hermandad de los Frailes de k Cruz. A l parecer, demostró especial afecto por las órdenes de frailes: a los franciscanos de C ólch a­ t e v a Jos frailes do Maldon, Chelmsford y Sudbury íes dejó a razón de diez chelines por ten trein­ tonario de misas y tres chelines cuatro peniques pa­ ra la reparación de sus edificios;por su parte, a los frailes de Clare les dejó veinte chelines por dos treintenarios de misas “ y para la cuaresma, después de mi fallecimiento, un barrillto de arenques". Paycocke sentia gran interés por la abadía de Coggeshall, ubicada a menos de una milla de su casa, en la que a menudo tiene que haber cenado con gran ceremonia en fiestas de guardar, acompañado por el abad en la mesa de huéspedes; así como también debió asistir a misa en la iglesia de la abadía. Cuando yacía en su lecho de muerte, re­ cordó la abadía, y el repique de sus campanas que llamaban a vísperas penetró suavemente por la ventana en el tibio aire de setiembre; y dispuso de­ jar "a mi señor el abad y al convento” uno de sus famosos paños finos y cuatro libras en efectivo “para un responso y misa y para que repiquen las campanas cuando se realice mi sepelio en la ¡glo­ ria y asimismo a la semana y al cabo de un mes, oon tres treintenarios simultáneos, si ello fuese porfble, o como les acomode mejor, por la suma de diez libras esterlinas”. Su piedad también se muestra en los legados ft las iglesias de Bradwell, Pattiswick y Markshall, parroquias cercanas a Coegeshall, y a las de Stoke Naylond, Clare, Poslingford, Ovington y Beauohamp St. Pauls, no lejos del perímetro de Essex, en la región de donde procedía originariamente la Familia Paycocke. Pero su mayor preocupación, por supuesto, estaba consagrada a la iglesia de C o­ egeshall. Un miembro de la familia Paycocke pro­ bablemente había erigido la nave septentrional.

cuyo altar fue dedicado a Santa Catalina; las tuxx>bas de todos los Paycocke se encuentran allí. Thomás Paycocke dejó instrucciones para que lo en­ terraran ante el altar de Santa Catalina y dispuso las siguientes donaciones para la iglesia: “ Item, lego al altar mavor de la iglesia de Coxhall la su­ ma de cuatro lioras, en compensación de diezmos v otras obligaciones desantendidas. Item, lego al Ta­ bernáculo ae la Trinidad en el altar mayor y al de Santa Margarita en la nave de Santa Catalina, alli donde está Nuestra Señora, la suma de cien esterlinas para obras de entalladura y dorado. Item, en recompensa por la iglesia y por las campanas y por mi permanencia en la iglesia, la suma de cien nobles .* Asimismo, creó alli una capilla y dejó dinero para que semanalmente se distribuye­ ra entre seis pobres que asistiesen a misa en su capilla tres veces por semana. Estos legados a congregaciones y a iglesias hablan bien a las claras de piedad y de orguDo familiar. O tro grupo de legados, que asume una forma típica de la caridad medieval, probablemen­ te atestigua las costumbres de Thomas Paycocke. Con frecuencia debe de haber salido de Coggeshall, para visitar a sus amigos en las aldeas cerca­ nas, o debe de haber llegado hasta Clare, primero para ver la comarca de sus antepasados, luego pa­ ra cortejar a Margaret Horrold, su novia, y más tarde para visitar en compañía de Margaret a su bienamado suegro. Ya se trasladara n pie hacia la iglesia de Coggeshall o cabalgara por sendas rura­ les, no cabe duda de que a menudo st lamentaba durante la marcha por el estado del camino; con frecuencia, durante el invierno debía luchar a tra­ vés de torrentes pantanosos y durante el verano

* E l nobU « una moawla actualmente en drtuto equivalía a ocho cheline» v Mi* penique*. (N. d el R.)

tropezaba en los pozos; ello se debía al hecho de que el cuidado de los caminos, durante la Edad Media, dependía de la caridad privada o eclesiás­ tica, de modo que con toda seguridad permanecían descuidados, con la so la excepción de las calzadas principales. En su Picrs Plowman, Langland men­ ciona la necesidad de corregir “la mala senda" (lo cuql no se refiere a las costumbres depravadas, sino a los caminos descuidados) como una de las obras caritativas que los rico s mercaderes deben llevar a cabo para salvación de sus almas. La elección de caminos que hace Thomas Paycocke refleja sin lugar a dudas más de un viaje fatigoso, del que regresaba embarrado y malhumorado á fin de po­ nerse al amparo de “mi servidor John Reyner c de “mi criado Henry Briggs", y de Margaret que aguardaba su regreso ansiosamente asomada al mi­ rador. En su propia localidad deja no menos de cuarenta libras, de las cuales la mitad estaba des­ tinada a reparar la calle occidental (donde se le­ vantaba su casa) y las otras veinte debían "invertir­ se en los deficientes caminos entre Coxhall y Blackwater, donde resulte más necesario"; sin duda, ha­ bla sufrido los inconvenientes de este camino en sus visitas a la abadía. En zonas más distantes de­ jó veinte libras para el “deficiente camino” entre Clare y Ovington y otras veinte para la calzada entre Ovington y Beauchamp St. Pauls. Sin duda, a medida que su existencia se acer­ caba al fin eran menos frecuentes sus salidas cam­ po afuera. Para él, los días transcurrían pacífica­ mente: sus negocios prosperaban y en todas partes era querido y respetado. Se enorgullecía ae su hermosa residencia, cuya belleza acrecentaba aña­ diendo un detalle aquí, otro allá. En el fresco del atardecer, a menudo hubo de permanecer asomado a la glorieta, mientras contemplaba a lo lejos a los monjes de la gran abadía que pescaban en el es­

tanque, o debió elevar sus ojos hacia los últimos rayos del sol que caían oblicuamente sobre la te­ chumbre mohosa de) granero y en dirección a las filas de arrendatarios que transportaban por el ca­ mino sus gavillas de cereal; y acaso pensaba en

que sería justo dejar a su muerte alguna ropa o una Ubre. En su último o penúltimo año de vida también debió sentarse en compañía de su mujer en el huerto del palomar, donde contemplaba los blancos pichones que volaban en tomo de los man­ zanos, y hubo de sonreír ante los canteros de flo­ res que ella cultivaba. Y en las tardes invernales hubo de vestir a veces su capa de pieles para deam­ bular hasta la Posada del Dragón, donde Edward Aylward, “mi posadero", habría de saludarlo con una reverencia, luego de lo cual se sentaría para beber un tazón de vino generoso junto con sus ve­ cinos, lenta y ceremoniosamente como correspon­ día al principal pañero de la localidad, mientras contemplaba con benevolencia a sus contertulios. Pero en ciertas ocasiones hubo de fruncir el entre­ cejo al advertir que un picaro monje de la abadía se introducía furtivamente para echar un trago, pe­ se a todas las prohibiciones del obispo y del abad; ante ese espectáculo probablemente movía la ca­ beza con desaprobación y se lamentaba de que la religión ya no estuviese a la altura de los buenos y viejos tiempos; sin embargo, tal como lo demues­ tra su testamento, no paraba mientes en ellos y ni en sueños se le ocurrió imaginar que veinte años después de su ro e rte, el abad y los monjes serían dispersados y que los funcionarios del rey vende­ rían en pública subasta el plomo extraído del techo de la abadía de Coggeshall; asimismo ni aun en sueños supuso que su casa se conservaría en el mis­ mo sitio a! cabo de cuatrocientos años, encantado-

rm y añeja, con sus talladuras y su orgullos» enseña mercantil, cuando la iglesia de la abadía solo fuese ana sombra en la superficie de la campiña estival y todos los edificios se hubiesen reducido a una ruinosa galería, vilmente destinada a cobijar de la Savia a Tos azules carretones de Essex cargados de heno. D e ese modo fue llegando a su fin la vida de Thomas Paycocke, en medio de la paz y de la be­ lleza que es copia del condado más inglés, "fér­ til, fructífero y pleno de fecundos recursosV* cuyas pequeñas colinas ondulantes -c o n sus olmos y su vasto cielo nu blado- tanto le complacería a Cons­ table reproducir en su pintura. L legó un día de setiembre en que las tinieblas se cernían sobre las calles de Coggeshall, cuando las ruecas quedaron silenciosas e n la s cabañas y los hilanderos y teje­ dores permanecieron en grupos, ansiosos, en las cercanías de la hermosa residencia de la calle oc­ cidental; pues en el piso alto, bajo el espléndido delorrnso de la alcoba nupcial, el gran pañero yacía en su lecho de muerte y su mujer lloraba a su lado, pensando que nunca vería a su hijo. P o ­ cos días después, las cabañas quedaron nuevamen­ te vacías y una muchedumbre llorosa acompañó a Thomas Paycocke hasta su última morada. La ceremonia del entierro estuvo a la altura de su dignidad; no solo incluyó servicios el día del sepe­ lio. sino también una semana después y nueva­ mente al cabo de un mes. Estas disposiciones se hallan mejor expresadas en el testamento, con sus propias palabras, pues Thomas Paycocke de acuer­ do con las costumbres de su época dejó a sus albaceas órdenes precisas acerca de sus ritos fúne­ bres: ‘D e s eo que mis albaceas tomen las siguien­ te* provisiones en el día de mi entierro, una sema­ na después y al cabo de un mes: en mi sepelio

que baya un treintonario de oficiantes y que en el responso, maitines y laudes haya tantos como *e obtengan ese día para servir el treintenario, y si hubiese alguna ausencia, que se repare en el sép­ timo día. Y al cabo del mes, que sea provisto to­ talmente por mi6 albaccas otro treintenario. y que el responso, maitines y laudes se dispongan tal como se indicó antes; con tres misas mayores cantadas, una del Espíritu Santo, otra de Nuestra Señora y la tercera ae Réquiem, tanto en el sepelio cuanto a la semana y al cabo del mes. Y los oficiantes que intervengan en esta ceremonia recibirán cuatro pe­ niques por vez y los niños dos peniques por vez, doce con antorchas en el sepelio, seis al cumplirse la semana y doce al cabo del mes, con veinticuatro o doce niños pequeños en roquetes, con cirios en las manos; y el mayor número posible de ellos que sean mis ahijados y reciban seis chelines y ocho peniques por cabeza y los restantes niños cuatro pe­ niques por cabeza; y todo hombre que sostenga antorchas en cada uno de esos días que reciba dot por cabeza; y cada hombre, mujer o niño que ex­ tienda la mano en cualquiera de los tres días, que reciba un penique por cabeza; aparte de que todo ahijado reciba además seis chelines y ocho peni­ ques por cabeza; y a las campaneros, por el con­ junto de tres días, diez chelines; y para comida, bebida y para dos oraciones fúnebres ae una perso­ na letrada y también para un responso en casa o cuando me lleven a la iglesia, la suma de una libra." Esto difiere bastante de las modestas exigen­ cias que tenía Thomas Betson: "E l costo de mi se­ pelio que no resulte escandaloso, sino sobrio, dis­ creto y humilde, para que sirva de veneración y alabanza a Dios Topoderoso". El respetable y an­ ciano pañero tampoco descuidaba la veneración y alabanza de Thomas Paycocke, de modo que unas quinientas libras en dinero actual se invirtieron en

las ceremonias fúnebres, suma igual o mayor que la empleada en la erección de su nueva capilla. Sin duda, fue afortunado que sus ojos se cenaran para siempre antes de que ia Reforma trajera consiia abolición de todas las capillas de Inglaterra y, to con ellas, también la capilla de Paycocke en nave de Santa Catalina, que había provisto una limosna semanal para seis pobres. Thomas Payco­ cke pertenecía a los viejos y buenos tiempos; al cabo de un cuarto de siglo después de su muerte, Essex ya estaba cambiando. Los monjes habían si­ do dispersados v la abadía carecía de techo; la v i ­ brante lengua íatina ya no resonaba en la iglesia, ni los sacerdotes oraban alli por las almas de Tbomas. de su mujer, de sus padres y de su suegro. In­ clusive la industria pañera se transformaba, y el condado llegaba a ser todavía rnás próspero con la aparición de tipos de parto más finos -traídos a la comarca por extranjeros de manos habilido­ sas—, la “nueva pañería" que era conocida como “bayeta y sarga" Pues dice el adagio:

f

De lúpulo, reforma, cetvea» y bayeta eo tolo un año Inglaterra se ha visto repleta.

Y Coggeshall estaba destinada a adquirir ma yor fama aún en razón de un tipo nuevo de paño denominado "tela blanca de Coxall". que los so­ brinos de Thomas Paycocke fabricaron cuando és­ te ya se hallaba en la tumba.*• Sin embargo, hubo algo que no cambió, ya que su hermosa residencia aun permanecía en la calle occidental frente a la r f fa parroquial y era delicia de cuantos la miraban. Todavía está alli, y al contemplarla en la actuali­ dad, pensando en Thomas Paycocke que alguna vez la habitó, ¿no nos vienen a la memon* « a celebradas palabras del Eclesiástico?

~Alaben** a los varooes gloriosos y a nuestros padres qua nos engendraron Grande gloria les confirió el Señor, y magnificencia desda el principio . . . Hombrea ricos dotados do habilidad, que vivieron pacífi­ camente en eos moradas: Todos ellos fueron honrados entre sus contemporáneos y fueron la gloria do ni tiempo"

NO TAS Y FUENTES DOCUM ENTALES

C APITU LO I

E L CAM PESINO BODO

A. FUENTES D IRECTAS 2 El registro del abad Inniooo -catastro de la abadía oe Saint Germain dea Prés co las oercanías do París— eaatto entro 811 y 828. Véase Polyptyque de TAbboye de $eiml-G*rmak\ des Ptés, publicado por Augusto Longnaa. t I, Iniroduction¡ t. 11, Texte (SodéU do FHistúérK de Parto, 1886-95). * Capitular do Carkxnagno, De VilUt, instrucciones a sus administradora acerca del manejo do sus propiedades. Véase Cuerard. Exphcaticn du Coptíulúár* mde V4üts\ en Academie dos Inuriptions et Belles-Lettres, Mémoires. t. XXI, 1857; p Ags. 165-309; incluye el texto, la traduodóo francesa y un minucioso comentaiio. * Eorty Lives 0/ Chorlemognc, edición de A. J. Crant, Klag's Classics, 1907; incluye Us biografías de Carlomagno escritas por Eginardo y por el monje do Saint Cali; al ropecto. véa.v5 Halphen, atado más adelante. 4 Distintos Informes sobre la vida social pueden espi­ garte en Jos decretales de los Concilios de la Iglesia, en ios encantamientos y poemas del antiguo alto tknjáp inglés antiguo, y en el Coüoqutum de O d w p i^ fragmenta» de esta obra están traducidos Aí' aun cuando ello caiga sobre mí y sobre mi pueblo". Véase Canale, Cron., cap. VIII. Por supuesto, •olo se trata de leyendas. * Voir* trt que la mer A riaiu ett de le ducal de Veníae. Canale, op. cit., pág. 600. Albertino Mussato d*. nomina a Venecia dominatrix Adrioci morís. Molmenti. V «nke, I, pág. 120. 4 Algunos testimonios contemporáneos muy interesan­ tes acerca de la ceremonia pueden consultarse en Mofasenti, Vento*, I. págs. 212-5. 4 Durante la fatal guerra de Chioggia que libraron las dos repúblicas de Venecia y Cénova y que terminó en 1381, se dijo que el almirante genovés (otros afirman Que m trataba de Francesco C añara), al solicitarle el Dux que recibiera embajadores de paz, respondió: "N o lo haré hasta ponerles el freno a los caballos en San Marcos". H. r . Brown, Studies in the HUt. of Venice, I, pág. 130. • Canale, op. cit., pág. 270. 7 "E l tiempo era despejado y agradable. . . y. cuando Cafamos al mar. los marineros desplegaron las velas al vtato; entonces los navios se deslizaron velozmente por el

océano, al impulso de las ráfaga* que henchían el velamen . Véase, por ejemplo, Canale, op. cit., págs. 320. 326 y otros p a u te . • Canale, op. cit^ caps. I y II; pógs. 268-72. Ven fue najtfcularroente afortunada en las descripciones que de ella hicieron Un contemporáneos, ya fueran sus propxxs ha­ bitantes (como Canale, Sañudo y el dux Mooenigo) o extranjeros. A menudo se rita la famosa descripción del comercio veneciano en el s. XIV', rjue le fue sucerida a Petrarca por el espectáculo que veía desde su ventana: “Contemplad los innúmeros bajeles que zarpan de las plasas italianas ya en el desolado invierno, v a en la más variable y tormentosa primavera: uno endereza la proa hacia el este, el otro hacia el poniente; algunos transportan nuestros vinos para que burbujeen en copas inglesas, nues­ tras frutas para que halaguen los paladares de lo% escitas y. cosa que resulta mucho más increíble, acarrean maderas de nuestros bosques con destino a las ¿slas del Egeo y de Acava; algunos se encaminan a Armenia, a fin d? mercar con árabes y persas, transportando aceite y telas y traién­ donos luego todos sus variados productos. Hacedme el fa­ vor de acompañarme un rato más. Era lo más profundo de la noche y los cielos estaban pref»ados de tormentas; yo, quo me sentía fatigado y me hallaba a punto de dormirme, había terminado de escribir cuando súbitamente estallaron en mis oídos los gritos que proferían los marineros, pues conocía el posible significado de tal algarabía, gracias a anteriores experiencias, me levanté de prisa y subí hasta las ventanas más altas de esta casa, que dan al puerto. ;Qu¿ rspectáculo, mezclado con sentimientos de compasión, «som­ bro. miedo y deleite! Varios bajeles -cuyos mástiles y berlingas sobresalían por encima de las dos torres que flan­ quean mi casa— hablan pasado el invierno anclados en sus fondeaderos junto a los terraplenes de mármol que sirven de muelle al amplio palacio que esta magnánima y generosa ciudad puso a mi disposición para que instalara mi resi­ dencia. En ese preciso momento, y aunque las estrellas estaban completamente cubiertas por las nubes, los viento* sacudían los muros y el rugido del mar colmaba los aíres, el más grande de los dos navios comenzaba a alejarse del muelle, pronto a iniciar su v ia fa v Jasón y Hércules se ha­ brían sentido abismados por el asombro, y Tifis. ubicado en el timón, se habría avergonzado de la nadería que le granjeó tanta fama. Sí lo hubierais visto, habrías dicho que no era un barco sino una montaña que sobrenadaba en el mar, aunque a causa del peso de sus alas inmensas

navegar nada que proceda de nuestros mares; ñero muchos de los hombres que estaban a bordo, una ver alcanzado ese tltío. se proponían proseguir su viaje sin detenerse un ins­ tante hasta haber llegado al Ganges o al Ciucaso. a la lodta o al Octano Oriental. Hasta tal punto el nmor a las ga­ nancias estimula a la mmte humana." Este pasaje forma parte de las Lettere Seni/i de Petrarca y está citado rn Oliphant, Makert of Ventee, 1903, p á g .'349; convendría que este seductor capitulo. "The Cues? of Ven ice", so le­ yera íntegro. Otra famosa relación de Veneda se Fulla en una carta que Pictro Aretino -quien residió en Ve necia de 1527 a 1533- escribió al Ticiano; e*tá citada en E. Hutton, Pieiro Aretino, the Scourfce of Princcr. 1922, págs. 136-7; compárese, asimismo, cómo se refirió en otra opor­ tunidad al espectáculo que vela desde su ventana; dtado en ÜAd., págs. 131-3. L a referencia más antigua es b cé­ lebre carta que Casiodoro dirigió a los venecianos en el i- V I y que está tiadudda parcialmente en Molmenti. op. di., I, págs. 14-5. • El desfile de las guildas abarca los caps. CCIJCI CCLXXXIII de la crónica de Canale, oo. eit., pii?s. 602-26. Este pasaje se ha dtado con mucha frecuencia. Canale. op. c cap C C L X I, pág. 600. 11 Esta descTipdón de Han*chow ha sido tomada en parte de Marco Poto -o p . dt.. libro II, cap. LXV1II. "So­ bre la noble y magnifica dudad de Kinsai"— y en Darte de Oderioo de Pordenone, Cathau and the W ay Thittier, edi­ ción Yule. págs. 113-20. 11 Oderico de Pordenone. quien antes que fraile era hombre, observa: “Los chinos son bastante agradables, aun­ que desleídos, y tienen barbas de pelos largos y desorde­ nados. como los ratoneros (me refiero a los gatos), en tanto que las mujeres *on las más bellas de! mundo". Del mismo modo, Marco Polo, cuando las mujeres de una co­ marca son peculiarmente encantadoras, nunca se olvida de registrar el dato; en tal sentido se parece a Arthur Young. ese otro viajero que no solo anota siempre, entre los demás detalles de la campiña, el aspecto de las criadas en las posadas francesas, sino Que además se siente sumamente ofendido cuando lo atiende una muchacha fea. Marco Polo confiere el cetro de la belleza a las mujeres de la provincia de TtmocFiain ( o Damaghan). situada en la frontera ñorarte de Persia; dice al respecto: "En general, los habitantes Pertenecen a una estirpe muy bella, especialmente las muJ®as, Quienes según mi opinión son las más hermosas del n o d o . Marco Polo, op. pág. 73. Asimismo nos comunica algunas modalidades de las mujeres de Kinsai: T -« i cortesanas son muy educadas y dominan a la perfec-

esón el arte de Us lisonjas y los requiebros, que acompoóaa

tantos se sienten fascinados y quedan tan seducidos por sus meretricia* maneras que jamis pueden liberarse de sus rastros. Y asi. embriagador de placeres sensuales, cuando regresan a sus hogares, relatan que estuvieron en Kinsal, o U ciudad celestial, y suspiran por el momento en que les sea dado retomar al paraíso" Asimismo, te refiere a las damas respetables, rsposas de los maestros artesanos: "Su belleza es considerable y son educada» en hábitos lánguido* y refinados. Es casi imposible imaginar las riquísimas se­ das y joyas con las que se atavian.” O p cit., págs. 296.

l* Yulr, op. cit.. 11. pág. 184. i* En lo tocante al Preste Juan, véase el articulo de Sir Heniy Yule, "Prester John*', en la Encyclopaedia Br> tannica. y la obra de Lynn Thomdike, A Hutory of Magic and Erperinwntal Science, 1923, II. págs. 236-45. En S. Baring Could, Popular Siyths in the Stiddle Ages, 1866-6, hay una exposición amena de carácter dívulgatorio. Sus respectivos relatos pueden consultarse en The Journal of Wüliam of Ruhruck to the Eastern París (1253*’ 5 ) by hinuelf. uith the accounts of the Earlter Journey o\ John of Pian da Carpirse, traducción ingle%a y edición con notas de W . W . Rockhill. Hakluyt Society. 1900. Rubruck. en especial es una persona rouv grata. Este pasaje oertmece al primer capitulo del libro de Marco Polo, capitulo en el cual encontramos, además, una relación del pnmer viaje de los dos Polo mayores, las circunstancias que motivaron el segundo viaje y su ulterior regrrso. De hecho, es una suerte de introducción general, con posterioridad. Polo comienza a describir ordenadamente todos lo* p.uses que visitó. Por desgracia, esta parte auto­ biográfica es excesivamente breve. IT En realidad, Wílliam de Rubmck vio y describió estos cameros antes que Marco Polo. Marco Polo se refiere a esta costumbre que se prac­ ticaba en la provincia que él llama "Cardandan”, en op ctt., pág. 250 En S W . Bushell. Chinete Art. 1910. fig. 134. nay una lámina al respecto, procedente de un álbun que data de Us postrimerías de la dinastía Ming. l f Marco Poto. op. cii., págs. 21-2. 20 Según los anales chinas de la dinastía mogol, u tal Poh-lo fue nombrado superintendente de las minas de sal de Yangchow, poco después de 1282- El profesor Par­ ker cree que este personaje puede identificarse con nuestro Polo; Coroier, en cambio, no está de acuerdo con tal hipó-

V ^ t » E. H. Parker. "Some w w facts about Marco Fofe's Book", en Imperial and Asiatic Rcvirw, 1904, pág. 128; y H. Cordier, Ser Marca Polo, pág. 8. Véase* además. Yole, Marco Polo, I, "Introducción , pág 21. f l P. Parrrnin en Letf. Ed»/.. XXIV. 58; dtado por Yole, en op. etf., I, pág. 11. 22 Para las omisiones de Marco Polo, véase Yufe, op. c * . 'Introducción*', pág. 110. 24 Marco Polo, op ctf., pág. 288. 24 Para Chao Méng-fu, véase S. W . Bushell, Chinan A/f. 1910, H, págs. 133-59. II A. Giles. Introduction tó tha Hírtory of Chtntse Pictorial Arf, Shanghai, 2* ed., 1918, ptg*. 159 y sigs.; es intensante todo el cap. VI de este libro, sobre el arte que se desarrolló en la ainastia mogol Véase también L. Binyon. Paintin* in tha For Kart. 1908; oágs. 75-7, 146-7. Uno de los caballos pintados por Chao Méng-fu —o más bien una copia que hizo un artista jipoaés— está reproducido en Giles, op. c it. frente a la pág. 150. Además, véanse mis notas acerca de las ilustraciones festinadas a una descripción del famoso rollo con paisajes )ue este artista compuso en el estilo de Wang W e i ™ Bushell. op cit . pág. 135. 24 ibid., págs. 135*é# dpnde está reproducida esta pintura. 21 Con respecto a las catapultas que fueron construi­ das por mecánicos nestorianos con la dilección de Nicolo y Warfeo Polo, véase Marco Polo, op cit., págs. 281-2. 2a Marco Polo. op. df.. libro III. cap. I. págs. 321*3. 29 Tanto el prefacio de Raxmuio - e n el cual se re­ fiere este episodio- cuanto el relato en el cual narra cómo smpezó a escribir el libro mientras Polo se lo iba dictando, están. traducidos en Yule, op. cit., I, 'introducción", pálinas 4-8. 10 Los menciona en Marco Polo. op. cit., pági. 136, 138, 344. 11 Yule. ov. cit.. I, “Introducción", pág. 79. 22 Sobre Rusticiano (a quien Ramusio erróneamente msidera genovés), véase ibia., "Introducdón*, págs. 56 r »igs. M Paulin París, citado en ibid., "Introducción", pá­ tina 61. * Ibid., ''Introducción'', págs. 67-73. w Fragmento de Jacopo d'Acqui. /mogo Mundi. d tado en ibid., 'Introducción . pág. 54. M Ch.-V. Langlois, en Hútoire Uttéraitc da la FronOf. XXXV, 1921, pág. 259. Para testimonios sobre la exac­

titud do Morco Polo, véase Aurel Stcin. Áncient Khoto*, 1907, y Ru4ru of Desert Cathay, 1912; EUswocth Huntington, The Pulse of Asia, 1910; y Sven Hedin, Overland te indio. 1910. iT Y o K op- ctt., I. "Introducción**, págs. 106-7. *• Con respecto a estas misiones y contacto* comcrdales posteriores, véase Yule, Ccthay and the Way Thtíher, “Introducción". págs. CX X X Ü-IV, y el texto, passim. 7Md., if. pág 292; y “Apéndice", pág. LXV. 40 Con respecto a las d o Lis marginales escritas por Colón, véase Yule, op. d i II, Apéndice I!, páff. 558. Este libro se ha conservado en la colección colombina de Sevilla. Sin embargo, debo admitir con toda franqueza que la investigación módems, iconoclasta como siemme, no sa­ tisfecha con disculpar a Lucrecia Borgia y a Catalina de Medici y con reducir a Catalina de Siena a algo casi insig­ nificante, se ha consagrado a la tarea de hacer que gra­ dualmente parezca mis verosímil la idea de que original­ mente Colón zarpó en 1492 con el propósito oe buscar 4ai islas de las Antillas y de que sus afirmaciones de que k proponía llegar a Cipango, formuladas en 1493 al regresa) de su gran descubrimiento, eran una mera historia pori hoc aue probablemente le fue sugerida por su compañero Mar­ tin Pinzón. Es una lástima que no sepamos cuándo escribo! las notas que puso al libro de Marco Polo —la obra quiri apareció en 14&5-, pues ese dato serviría para resolver el problema en forma definitiva. En lo tocante a este asunto, véanse las obras de Henri Vígnaud, Études critiques tur L vie de Colomb aoani seo découveries. París. 1905; e Hiitoire de ¡a Grande Enterprise de 1492. París. 1910, 2 voi Consúltese, además, el resumen y discusión de las eonclu siones a que llega Vígnaud, preparado por el profesor A. P Newton, en History, V II, 1922, págs. 38-42 ( Histories Revisions, XX: "Christopher Columbas and his Creat Entcr prise"). También se ha discutido la hipótesis de que « aquella época se estaba buscando una mta nueva hacia c Oriente porque los turcos bloqueaban las antiguas ruta) comercia»». Véase A. H. Lybyer, 'T h e Ottornan Turks anc the Routes of Oriental Trado", en English Histórica! Re view. XXX, 1915; págs. 577-88.

M ADAM E ECLENTYNE

A. F U E N T E S DIRECTAS

2 E l retrato do la priora ¿ocluido en oí “Prólogo" d ®s Canterbu ry Tales de Chaucer. 1 Los diversos Informes de Inspecciones oodservados «o lo® archivos episcopales. Con respecto a « o s archivos T» «n particular, a los documentos sobre inspecciones inclui­ dos en eBas, véase R. C. FowJer, Episcopal Resisten of Engtand and Walcs daocióo de Jéróroe Pichón. El doctor F. J. FumivaD incluyó una noticia sobre esta obra al fina) de su edición de A Booke of Prtcedence, págs. 149-54, publicado por la Early English Text Sodety, 1889 y 18®8. L a obra del Ménagfer m un libro que respondía a lo* gustos del doctor FumivaD y. por lo tanto, éste se&aló que valía la pena traducirla al inglés. Por mi paite, tango la esperanza de publicarla en un futuro no demasiado lejano en traducción inglesa leve­ mente abreviada, en la que quizá ve omitan los relatos de ■'MeQíbée et Prudence" y de "Criselda” y el poema “Le chemin do povreté et de rfchesseM, por cuanto no fueron escritos por el Ménagier. * Con respecto a los libros medievales de buenas ma­ neras dedicados a las mujeres, véase A. A. Hentsch, Da ¡a Uttérature didacüque du Moucn Age taddrestant spécialement aus femmas, Cahors, 1903; es una colección admirable­ mente completa de exposiciones acerca de todas las obras principales de este gés»ero que se escribieron en la Europa ooddental desde la época de San Jerónimo hasta comienzos del Renacimiento. Para quienes atrevidamente estén dis­ puestos a internarse en este campo, es un trabajo pleno ds sorpresas gratas. * Two Ftftaenth Ceniury Coakery Books, edición da

Thomas Austin, Early English Text Society, 1888; puede compararse provechos¿mente con el libro de cocina del Ménagiex.

B. NO TA S A L TEX TO

1 Pág*. 1-2. * Estos extensos tratados morales sobre los siete pe cadas capitales y sobre las siete virtudes (que a la larga ion mucho más mortales) fueron muy nopalores en la Edad Media. Para los lectores de habla inglesa, el m il conocido de todos es el "Cuento del párroco” de los Cantcrbury TaUi de Chaucer, procedente de la Somrne de cictt rt menos una vez la histo de Prudencio y Mtlibcv, ya sea en la versión de Chauoa* o en la de Renault de LÓuens. pues gozó de (pan popo* laridud en la Edad Media e incluyr de manera ocasional vividos patajes. Por ejemplo, he aqui en la versión de Chaucer el episodio en que Melibeo, k » anciano» prudentes y los jóvenes examinan la posibilidad de ir a la guerra y loa ancianos aconsejan en contra de ella: "Se levantaron es­ tonces los jóvenes a la vez, y la mayor parte de esta com­ pañía despreció a los prudentes anciano», y comenzaron a alborotar, diciendo que asi como al hierro se lo debe golpear mientras está ardiendo, de la míuna manera han de ven­ garse los agravios cuando están frescos v recientes; y en voz alta clamaron: '¡Guerra!. iCuerra!* Levantóse en'esto uno de los ancianos experimentados, y haciendo con su mano ademán de imponer silencio y de que se le prestara aten­ ción: 'Señore* —dijo—, hay muchos hombres que gritan ¡Guerra! ¡Cuerra! que saben muy poco lo que la guerra significa. La guerra en sus comienzos tiene entrada tan amplia v tan espaciosa, que todos pueden ingresar en ella cuando V s parece, y encontrar prontamente la guerra; pero qué fin haya de tener, en verdad no es fácil saberlo. Por­ que, realmente, una vez empezada la guerra, muchos niños hay. aún no nacidos de madre, que morirán jóvenes a causa de la misma guerTa. o bien vivirán entre dolores y mori­ rán en la miseria. Por consiguiente, antes de que alguna guerra comience, debe celebrarse importante consejo y gran deliberación"*. Chau cer. Canterbury Tale* ("Cuento de Melibeo", I 12); véase también la versión francesa, en op a r.. I, pág. 19 1 . « II. págs 72-9. • I, pígs. 71-2. Es muy difícil identificar estos juegos medievales. El erudito editor señala que el bric -q u e es mencionado en el s. X III por Rutebeuf— se jugaba con una varita y aue todos los participantes estaban sentados. quí Jéry probablemente sea el juego que en la actualidad los franceses denominan main chaude; el pince merdU. que se menciona entre los juegos de Cargantúa. consistía en to­ car el brazo de uno de los jugadores, gritando al mismo tiempo "Mérille" o "Morille**. Aunque los pormenores de estos fuegos son muy imprecisos, los niños modernos han conservado muchos que son similares, de modo que resulta fácil deducir cuál era su carácter. • I. págs. 13-5. t I. págs. 92-6. • La historia de Jeanne la Quentine está incluida «a el Heptamerón de Margarita de Navarra (es el cuento n* 38; es decir, el octavo del cuarto d ía ), donde es atri­

buido • una bourgeoise de Tourt. pero ei probable que b versión del Ménagier sea b original, puesto que declara que b recibió de tu oadre. N o obstante, corno conozco los procedimientos de ios narradores profesionales, admitiré fto titubeos que ello no es una prueba definitiva. • I. págs. 125-6. »o I. pig. 139 n Éste es un proverbio muy difundido. Lo encon­ tramos en b historia de Melibeo; T r e s son las cosas que impulsan al hombre a marcharse de su casa; a saber: el humo, las goterai y b mujer irascible” Ibíd.. 1, pég. 195. Compárese con la forma en que lo emplea Chaucer: T re s cosas arrojan al hombre de su casa, a saber: el humo, el totear de b Uuv¿a y las mujeres malas" ("Cuento de Me­ libeo", • 15); y en el prólogo al "Cuento de b mujer de Bath" (Canttrbury Toles. II, versos. 278-80): Se dice que las casas ruinosas, el humo Y las esposas gruñonas hacen que los hombres Huyan de sus propios hogares. “ I. pág» 168-71. 174-6. 11 El Ménagier también formub advertencias con res­ pecto a acumubr cuentas a crédito demasiado abultadas: comunica a tus servidores que traten con gente pacifica y que antes de comprar se pongan de acuerdo en los precios, que arreglen b s cuentas y paguen con frecuencia, sin re­ gistrar abultadas facturas a crédito mediante tarjas o por «crito, aunque siempre es mejor tomar nota mediante Urjas o por escrito que confiar en b memoria, pues los acreedores siempre piensan que es mis y b s deudores que es menos, y asi se originan discusiones, enemistades y reproches; de modo que cuida de que a tus buenos acreedores se bs ptgue voluntaria y frecuentemente cuanto se les debe, y mantente en buenos términos con ellos a fin de que no sm distancien de ti, pues no siempre es posible conseguir gente honrada". " II. págs. 56-9. 15 E* interesante observar aaul mié antiguo es el uso opletivo de b palabra inglesa blooau (que a partir de "sangriento” llega a significar "maldito ). El Ménagier di­ ce: "Prohíbeles . . . que digan (uramentos repulsivos o pala­ bras que son malas o indecentes, como acostumbran ciertas penonas perversas o mal educadas que juran por las mal­ ditas fiebres, b maldita semana, el maloito día (d e mates mnglaniej fiévrts, de mole tangíante sepmaéne, de mole sanglente joumée), y no saben qué es una cosa maldita (o •tngrienta). pues b s mujeres honestas no lo saben, ya que

para ellas m ulta abominable \%t la sangre de un simple cordero o de un pichón cuando lo maUn en su presencia”. ¡BUL. II. pág. 59. *• La parte consagrada al maneio de la casa que aca­ bamos de describir abarca la sección II. articulo 2. del libro del Ménagier (I I , págs. 53-72). i* I. pigs. 171-2. I. oigs. 172-3. 19 El libro de cocina abarca la sección II. artículo y 5 ( U # pigs. 80-272). II. págs. 222-3. Traducido al inglés por el doctor Fumivall. en A Bookr of Preccdcnce, Early English Text Society. pigs. 152-3. ** II, pigs. 108-18, 123. Cuando el Méoagier recotodos los pormenores, el banquete aún no había tenido ; se refiere a él como Tordenance de nopees que feto meisire Hclye en May, ó un mardy. .. Vordonnance du souper que fera ce four. 27 L a tarea de las muicrcs consiste en ocuparse de las tapiocri&s. ponerlas en oroen y desplegarlas, y e s p e ­ d a l adornar la habitadón y el lecho oue serán bendeci­ dos . . . Y tengase en cuenta quo si el (echo se cubre con un pato, se necesita un cubrecama hecho con niel de marta, del cual es posible prescindir si el lecho se cutre con estamefto. brocado o lienzo bordado.” II, pig. 118. El editor transcribe la siguiente ceremonia para bendecir el lecho: "Benedicto thalami ad nuptias et ais. Benedic. Domi­ ne. thaiamum hunc et omnes hchitanU* in co. ut in tua volúntate permaneant. requiescant ct multipliccntur in Iongüudinem diertim. Per Christum. ele. Tune thurificet thalamum in matrimonio, postea sponsum ct sponsam sedentes vel juceníes m lecto suo. Ber*dicentur dicendo: Benedic. Domine. adoleicentuloi istos; ticut benedixisti Thobiam et Sarram filiam Baguelis, Ha bcncdicete eos digneris, Domine, ut in nomine iui vtvant et seneicant, et multipliccntur m longitudinem dietum. Per Christum. etc. Benedictio Dei omnipotente. Patris ct Filii ct Spirttut scncti descendat super vos et mas*at super vobiscum. In nomine Patris, etc" ¡bid„ I. Introducción-, pág. LXXXVI. 23 Chaucer, "Cuento de Melibeo", I 15.

C

THOM AS

BETSO N

A. F U E N T E S DIRECTAS 1 The Stonor L e tU n and Popers. 1290-1483; edición de C. L. Kin&sford ( Royal Hist. Soc.. Cumdcn, 3* serie); 2 vols., 1919. I-a correspondencia de Betson está incluida en el volumen II. 2 The Celu Papen, selectrd from ihe Corresponderse and Memoranda of the Cely Fomily, Merchentt of thc Staple, 1475-88; edición de H . E. Makkn (Royal Hist. Soc.. Camden. 3* sene). 1900. M r han sido «umamrnte útiles las excelentes intro­ ducciones de estas dos obras, que constituyen un modelo de lo que debieran ser las introducciones a este tipo de trabajo. 5 La mejor introducción a la historia de la compañía del Staple es la ya citada introducción de Malden a los Cthj Papers; asimismo, m dicho trabado se incluye un ma­ estral panorama de las relaciones políticas que en ese pe­ ríodo vinculaban a Francia, Inglaterra y Bordona. Por rnl parte, me he fundado constantemente en los datos de Malden sobre el funcionamiento del siUcma del Staple. En las siguientes obras pueden encontrarse útiles y breves resú­ menes del comercio lanero y do la compañía del Staple: Sir C. P. l.ucxi,.Thc Beglnnings of Englixh Ovetseai Entcrprüe. 1917; cap. II; y A. L. Jenckes, The Staple of Fngtand, 1908.

B. NO TA S A L T E X T O 1 El profesor A. F. Pollard. en su lúcido estudio The Eoolution of Poriiament (1920), reproduce cuatro intere­ santes ilustraciones coetáneas del Parlamento que datan. f«pectiv ámente, de 1523. 1585, de una fecha indeterminada M i. X VII y de 1742.

7 The Lybelle of Enftlyshe Polycye. incluido en PoU> ttcal Poems and Songf, editados por Tnomas Wright ( BoBl Seria, 1861). II, pig. 162 Este notable poema fue esertt# en 1436 ó 1437 con el propósito de exhortar a lo* Inglese* “a vigilar el mar y especialmente el mar estrecho** que se­ para Dover de Calais, por cuanto el autor opinaba que b grandeza de Inglaterra se fundamentaba en su comercio* para cuya protección era necesario dominar lo* mares. La importancia de este poema radica en esencia en el hecho de que proporciona una descripción muy detallada del trá­ fico de exportación e importación que Inglaterra mantenía con las diversas comarca* europeas. El poema ha sido re­ producido apropiadamente en The Principal SavifiaUom Voya&et Traffiques and Ducoceries of the Enfiliih Sai km by Richard Hakluyt (edición aparecida en la Everymani Library, 1907), I. pigs. 174-202. » C. W Monis y L. S. Wood. The Colden Fícete, 1922, p ig 17. 4 Para una descripción de estas laudes, véase Dmitt, A Manual of Costum* a» illustrated by Monumentoi Brasses, 1906, págs 9, 201, 205. 207. 253. Las laudes da; John Fortey y de Wífliam Crrville estin convenientemente] reproducidas en la obra ya citada de C. W . Morris y L. S.] Wood, págs. 28, 32, junto con otras ilustraciones vinculadas] al comercio lanero. .{ • Gower, Mérour de TOmme, en The Works of Johmj Cower, I, The French Works, edición de C. C. Macaularj (1899); pigs. 260-1. • The Pasión Lctters. edición de ]. Cairdner ( dres, 1872-5; y suplemento, aparecido en 1901). V* también H. S. Bennett, The Pastons and thek En^land, 1* • Plumpton Correspondence, edición de T. Stapleiod (Camden Soc. 1839). • Crty Papen. pig. 72; y compárese mis adelanta*! pig. 134. • Stonor Lettert, II. pig. 2*• Ibíd.. I I ; p i*s 2-3. 11 Las laudes de su padre, "John Lyndewode, lane y de su hermano, también "John Lyndewode. lanero** (fa­ llecido en 1421), aún *e conservan en la iglesia de Liawood. Ambos tienen lo* pies apoyados en costales de Una; en el costal del hijo esti reproducida su marca comercial Véase H. Druitt. op. cit.. pigs. 204-5. ia Véase Ma&na VUa S. Hu^onis Episcopi UncoIníetvm. editado por J. F. Dimock (R olb Señes, 1864)] pigs. 170-1. ** Estos fragmentos han sido tomado* de un libro m máznente entretenido: MarridRes and Divorces JWd., II, pig*. 4 *6 . « Ibid, II. pig. 53. a /Wd, II. pág 28. “ Ib id . II. pág. 47. *« /fcíd.. II. pág. 53. * » Ibid.. II. pág». 54-5. 54 /Wd., II, págs 56-7. " Ibid . II. pá«. 60. ** Ibid.. II. pig». 87-8. *• lb(d.. II. págs. 88-9. *> Ibid . U , pág. 89. »• ¡bfd., II. pág». 102-3, 117. ** Véase el aivertido relato de crte episodio aoe hiro Richard Cely en carta a su hermano Ceorge, el 13 oe mayo da 1482; Celu Papen, pág*. 101-4. Otra» referencias al lntoraaedlarío WÜliam Midwinter. en ib id . p¡ág» 11. 21. 28, 30. 32. 64. 87. 89. 90. 105. 124. 128. 157, 158. M Stonor Lettrrt. II, pág. 3. •« Ibid . II. pág. 64. ** TexUtmenta Eboracemie ( Surtee» Soc.), II. pág. 56. Richard Ruuell era un conocido mercader de lana» de Tork. en distinta» oportunidades fue miembro del concejo — riki^ial de los doce, iheriff y alcalde; murió en 1435. ! • lo menciona constantemente on loa archivo» do la ciu­ dad; váace York Memorándum Book. editado por Maud M í e n (Sortee* Soc., 1912 y 1915), voi*. I y H, patthn. ** Celu Popen, pág». 30-1. « /W¿. pig. 64. u Véase su testamento (1490), en Tett. Ebor., IV. M g. 61, donde »e lo designa Johcnnet Borton de Hotme fcerta Nexoarke, Stapulae viUoe Carlisiae marcqtor y dispone Vafe) auod Thomas filhu meut Joharmem Tamworth fierl fteiat Ubemm hominem Stapulae Carlít, ibid., pág. 62. •• Ibid , pág. 45. 40 íbid., pág. 48. « Ibid.. págs. 154-5. u The LybeUe of EngUthe Pohjcye. en loe. cü-, p áp . 174-7, patsim. Compárete con la opinión de Cower «obre fc* maquinaciones de lo* lombardo*, op. cit., págs. 281-2. u Véase una clara exposición de todas esta* opera-

dones en U introducción de Maldea a los Ceiy Papen, pigs. Xl-XIII, XXXVIII

«« /Wd . pág. VII. 45 Ce/y Popert. págs 194-6; y, además, la "Introduc­ ción". p ija XXXVI-V1II. «♦ ¡b id . págí. 71-2. 47 ! M . . págs. 174-8, un registro en cuya portada m lee 'T h e Rekc.ivns? of the Margett CelyM ( Cuaderno de anotaciones del Margett C e ly "); comienza ad: "E l primer viaje del Marfzorcl de Londres fue con destino a Zelandia en el año 1485. E l segundo a Calais y el tercero a Bur­ deos. según consta. Recuérdele verificar los informes del contador de a bordo sr»bre kn referidos viajes. C Cely". Ih id . p ig XXXVIII. «f Stonor Lettert. II, pág. 2. •0 íh id . II. pág 4. 51 Celu Popen, págs. 112-3. *- Ihid., p¿?. 106. compárese con i/Ad.. pág 135. w "Señor, todos los barcos bñeros han llegado a Ca­ lais, con excepción de tros. de los cuales dos permanece» en el puerto de Sandwich y otro se halla en CKtende J debió arrojar por la borda todo su cargamento de lana ; thid., p ig 129. “Además, señor, el viernes 27 de febrero llegaron viajeros de Dover, quienes declararon que el peves anterior zarpó de Dover un carguero con destino a CaU n y que fue perseguido por los franceses y conducido al puerto de Dunquerque"; ihid., pág. 142. (S e hallan regis­ tradas numerosa* persecuciones thnilares; véase "Introduc­ ción*-. págs 35 y sigs.) “ Ihid., p¿g. 135. í% "Señor, todavía no he podido disponer la revisaC f ó o de vuestra lana, pues tuve que extraer un fardo el* gido por el inspector, según la ordenanza actual que dispone que sea é*tr quien indique cuál fardo debe entregarse da la rcmevi ile Una enviada por cada uno; el susodicho fardo extraído es el n* 24 y en su interior el embalador Wílliam Smith comprobó U existrnrb de sesenta vellosa de U parte media cuya Una era muv tosca; por consiguiente le encomendé privadamente a Willlam Smftth que extrafasa el fardo n* 8 y embalara U Una del primer fardo en ¿áte, porque el fardo n* 8 contiene Una bastante buena; a cauaal de ello, debe informarme acerca de cuántos hay de esta especie y el número que les corresponde, porque deben ser I embaUdos nuevamente" (12 de setiembre de 1487); P ** 160. "Además, señor, vuestra Una fue íuzgada por bj muestra que extraje en última instancia, etc. Por otra paita» señor, este mismo día vuestra señoría fue elegido por ll Corte para integrar el grupo de los 28, que prestará m

auxilio al Regidor d d Stopic durante el presente periodo**; «W .. pág. 162. 54 Cower, op e * .t pie* 281. ” Cely Paper», págs XII. XXIV-V. M Stonor Lctters, 11. pág*. 62-3; véase también Ceíy Paper#, págs. 1, 10. 13. a# Stonor Lctters. II. pág. 4. •° Chaucer. Ccnterbury Toles ("Cuento del marine­ ro"), versos 1243-6. •* Stonor Lctters, II. pág. 48. w Ceíy Popers, pág. XXIII M LybeUc of Enghjshe Polycye, en loe ctf., páginas Con todo el respeto que Malden me rnerecr. opino Que te equivoca en su introducción a los Cefy Popers, apén­ dice II, náfts. L II-U I. cuando trata de Identificar el mercado de "Synchon" con cierta feria que se llevaba a cabo en Amberes en la festividad de San Juan Bautista, el mercado de "Banunrs" con la feria de Saint-Rémv (pues el santo epónimo, Remigio, es conocido en flamenco i nrno Bámis) realizada el 8 de agosto y al mercado de "C oid" con el Cortemardc cerca de Thurut. Los nombres simplemente aluden a las «taciones del año en que había ferias en U mayoría de los centros más importantes, si bien no cabe duda de que en un sitio la feria de invierno CKaucer, Canterbu ry TaUj (''Cuento del marine­ ro*'), vervos 1265-78. en Works (Clobe Kdition. 1903), pág. 80. ™ El testamento tiene el regUtro l'.C-C. 24 I-ogge. en Somerset Houve El análisis de su contenido y una informa­ ción sobre la vida de Thomas Betson después de su ruptura con Stonoi pueden consultarle en Storvor Lettcn, I. pigs XXVII1-IX. T« E llo s son: ( 1 ) John Bacon. ciudadano)' comerciante en lana*, y Joan, su esposa lfallecida en 143v); ( 2 ) Tilo­ mas Cilbert, ciudadano y fabricante de patos en Londres y mercader de Staple de Calais (fallecido en 14&3), y Agnes, su esposa (fallecida en 1489). ( 3 ) Christopher Rawson co­ merciante de textiles en Londres y mercader del Stople de Calab, Administrador Asistente de la Compañía de Trafi* cantes en Telas (M e rc tn Company) en 1518 (fallecido en 1518), y sus dos esposas. Thomas Betion sin duda conocía a Cilbert y a Rawson.

THOM AS PAYCOCKE D E C O C C E S H A L L

A. F U E N T E S DIRECTAS 1 Las fuentes para preparar rstf capitulo consistan en la casa de Faycocke, donada a la nación en 1924 por el di­ putado Noel Buxton, ubicada en la calle Occidental de Corgesta II. Essex (estación Kelvedon); la* laudes de los Pay* cocke que se encuentran en la nave septentrional de la igle­ sia parroquial de San Pedro ad Vincula, en Coggeshall; y los testamentos de John Paycocke (fallecido en 1505), Thomas Paycocke (fallecido en 1518) y Thomat Paycocke (fallecido en 1580). que .se conservan en Sumerset Houte ( P.C.C.. Adeane 5, Ayloffe 14 y Arundell 50. respectivamente); el testa­ mento del primer Thomas ha tido incluido en el trabajo de Beaumont citado más adelante, he analizado los otros dos en mi libro The Paycocket of Cowethall (1920). que trata en detalle la historia de los Paycocke v de su casa. Consúltese también C. H. Beaumont, Paycocke s Home. Cog&esholl, with tome Notes on the Families of Paucocke and Buxton ( reedita­ do de las Trans. Euex Archaeoi Soc., IX, parte V ) y, del mismo autor, History of CoggeshaU (1890). Hay un articulo, muy bien ilustrado, sobre la casa en la revista Country Life (Junio 30 de 1923). vol. L U I. p*gs. 920-6. 2 Para una apoteosis de los parteros, víase: The Plearent History of John Winchcomb. in híj younger doy* called Jock of Newbery, the famous and tcorthy Clothíer of England and Thomas o f Beading. or the Six Worihy Ycomen of the West, en The Works of Thomas Detoney. editado por F. O. Mann (1912); nos. II y V. El primero de éstos fue publicado en 1597 y el otro poco después; se hicieron varias edidooe* de ambos en 1000. * Coo respecto a la industria textil en general. véaje: C. Morris v L. Wood. The Colden Fleece (1922) E Lipson, The Woouen Industry (1921); y W . J. Asbley, Introduction to English Economic History (edición de 1909). Con res­ pecto a la industria lanera de Eaxt Anglia. véanse especial-

mente las Victoria County Ihvtoritt de Euex y Suffolk. Un relato encantador acerca de otra íaroma familia de pañeros puede hallarse en B. McClenaghan, The Spring* of I¿a%>enham (Hamson, Ipswich, 1924).

B. NOTAS A L TEXTO

1 Detoneys Workt. edición de F. O. Mann. pig. 213. 7 Thomas Fuller. The Worthíes of England (1622). pá­ gina 318. * Véase W . Macklin, Monumental Brasses (1913); es una introducción conveniente al estudio de lai laudes, con ilustraciones y con una lista de todas las laudes oue se con­ servan en Inglaterra, distribuidas por condados, véase tam­ bién H. Druitt Costume on Bratses (1906). Estoa libros proporcionan, además, detalles acerco de los primeros que escribieron sobre el tema, como Weaver. Hounan y A. J. Dunldn. 4 Testamenta Eboroccntío, o seiecti&n of wilis from the Regiríry at York, edición de James Raine, 6 vols. (Surtoci Soc„ 1836-1902). La Surtees Society ha publicado también varias colecciones de testamentos de Durham v de otras par­ dea, relativos a los c o la d o s septentrionales. Muchos testa­ mentos han sido publicados o compendiados. Véase, por ejemplo. Wúls and Inventaríe* from the Reglsten of Bury SÍ. Edmunds. edición de S. Tymms (Caznden Soc, 1850); Calendar of Wdls Proved and EnrolUd in the Court of Haifin&t, London, edición de B. B. Sharpe, 2 vols. (1889); The Fifty EarUest EnglL\h Wills in the Court of Probate» London. edición de F. J. Fumivall (Earlv English Teat So­ ciety. 1882); Lincoln WilU, edición d « C. W . Foster (L in ­ coln Becord Soc., 1914); y Somerset Medieval W Üh, 13831558. edición de F. W . Weaver, 3 vols. (Somerset Becord Soc., 1901-5). 6 E l testamento del otro Thomas Paycocke, "patero" que murió en 1580, se refiere también a las negocios familia­ res. Deja veinte chelines a ~William Gyon. mi tejedor": también "Item, doy siete libras y diez chelines, moneda legal inglesa, para treinta de los bataneros mis pobres de Coggeahall; esto es, cinco chelines a cada uno de ellos". Wílliam Cyon o Cuyon estaba emparentado con Tkomas Cu yon, portero muy rico, bautizado en 1592 y sepultado en 1664. oe quien se dedo que había hecho en el comercio una for­ tuna do den mil libras esterlinas. Thomas T y ll yerno de Thomas Paycocke, procedía también de una familia de

pañeros. pues en un documento de 1577 en el que se con* signaba U U n í adouirids por los parteros de Coggeshall durmnte ¿1 aflo anterior, aparecen los nombres de Thomas TyB, Wllllaro Cyon, ¡ohn Cooddaye (a cuya familia dejó legados el primer Thomas Paycocke), Robert Lytherland (que recibió un importante legado del segundo Thomas) y Robert Jegon (a quien se menciona incklentalmente en el testamento como propietario de una casa cercana a la iglesia v cuyo hijo de igual nombre fue obispo de Norwich). Véase Power. The Paycockr.j o/ Cog&cshaU, págs. 33-4. • Otado en Lipson, Introduction to th* Economic Hittory of Englomf (1905), I. pág. 421. T Citado en ibid., pág. 417. • Acerca de John Winchcombe. véase Power, op. etf.. págs. 17-6; y Lipson. op. cU., pág. 419. • Dtlon*y'i Wofkt, editado por F. O. Mann. págs. 20-1. *0 Jbid., pág. 22. Citado en C. L. Poweü, EngUsh Domatic Rrlations, 1467-1563 (1917). pá8. 27. 12 La casa pasó después - n o sabemos en qué fecha a manos de otra familia ae pañeros, los Buxton. que se ha­ bían emparentado por matrimonio con los Paycocke antes de 1537. Wllliam Buxton (fallecido en 1625) se llama a ai mismo "pañero de Coggeshall" y deja "todos inis telares para bayeta" a tu hijo Thomas. Éste tenia diecisiete años cuando murió tu padre v vivió hasta 1647. dedicado al comercio de telas; sin duda, fue propietario de la casa. Es posible que él o su padre la hayan comprado a los alba ceas do John Paycocke. La dejó a su hijo Thomas, también pañero (fallecido en 1713), el cual la transmitió a su hijo Isaac, paAero (fallecido en 1732). Los dos hijos mayores de Isaac fueron asimismo pañeros, pero poco después de la muerte de su padre se retiraron de los negocios; éste aparentemente permitió a John, su tercer hijo, que ocupara la casa como arrendatario y aún vjvia allí en 1740. Pero Isaac, por testamento, había dejado la casa en 1732 a su hijo menor, Samuel y éste (aue murió en 1737) la dejó a su hermano Charles, cuarto niJo de Isaac. Charles nunca vivió en eDa. porque pasó la mayor parte de su vida en Loodres. dedicado al comercio de aceite; sin embargo, está enterrado con sus antepasados en la iglesia de Coggeshall. En 1746 vendió la casa a Robert Ludgater. con lo cual ésta salió por completo de las manos de los vínculos PaycodceBuxton, con el transcurso del tiempo, llegaron malos días para la casa, que fue dividida en dos coffagas y se recubrió ooo el hermoso delorraso. Estaba al borde de la destrucción, algunos aAos, cuando fue comprada y restaurada en su

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hermoso aspecto actual oor Noel Buxton, descendiente di recto de aquel Chajlc* Buxton que vendió la cata. VétK Power, op. cU., pág*. 38-40. ** U cloney i Works, edición de F. O. Mann, pág. 213. 14 Defoe, Toi/r t/irough Crea* Brixom. 1724 (edición de 1769). pág». 144-6. *• “Exte condado es el mi* rico y fructífero; « t i lleno de cosas provechosas excediendo (según o t o ) a todo* loa otros condados por su producción y abundancia, aunque al­ gunos (que todavía no conozco) hayan alabado más a SuffoDc. Creo que este condado merece el titulo de Cosen Inglés, la más fértil de Us tierras, comparable a Palestina que rebosa de leche y mieL“ Ñor den, Detcripiion of £ o n (1594). (Camden Soc.). pig- 7. Según Leake, quien escribU en 1577: “H ada 1528 comenzó d hlUdo y fabricadón de telas Coxal!. . . Esta cUse de teU fue introducida por pnmera vez por un italiano lla­ mado Boovise". Citado en U Victoria Country HUtory, Ester. I!, pág. 382.

IN D IC E

Abadía de Romsev. 117 Abadía do Sión, 97, 105 Abáinia. 86 A bu Lubabah. 33 Aoqui, Jacopo de, 81. 251 Acre. 56. 62, 63 Administrador: de Vtllaris, 14. 15. 16, 19.

21 Don Juan. el. 122. 130, 132. 151. 153 Recomendaciones de Carlomagno para. 13, 17. 18. 19. 38 Adriaaópolú, 45 Adriático. 42. 44. 45. 78 Aelfric, CoUoquktm, 241, 242 AÍRanutún, 56 Agustinos, Frailes. 120 Aix. 35 Albania. 46 Alejandría. 45, 46 Alejandro. 64 Alavádc. WiQiam; obispo de Lincoln. 96. 253. 254 AmariOo, Rio, 55 Amberes. 162, 198. 199, 266 América. 89 Amoy. 54 Andúnin. Islas, 84. 88 Anglu, East (Anglia Orien­ tal). 211, 214 Anglosajones. 242, 243 Anseático*. 199 Antillas, 89. 252

A L FA B E T IC O

AntioquLi. 42 Apulia. 46 Acueas, Islas, 248 Arabe. Arabia. 47. 64. 67. 248 And, Mar. 80 Arca de Soé, 63 Aretino. Pietro, 249 Arxhun, Kan de Per\ia, 73. 74 Armenia. 46. 56, 63. 248 Arnold, Matthew, 60 Arquitectura perpendicular. 218. 220 Arris. 201 Artico. 86 Axu». central. 42, 56. 57. 59. 63. 75. 84. 88. 89 Afila, 56 Audley. Lady. 116 Ayas, 62 Babel. Torre de, 44 Raoon, Fraile. 209; Frands. 163 Hadakhshan, 47. 64 Bafidad, 47, 63 Bikú. 63 Bale. Peter. 189; Wylldcyn. 189 Biilk, 64 Ballard. Jamoi, 170; ftnn, 170

“B d m s" (Bamrrwn, Bamxt.

BsmmwX F « i a de, 200, 201, 265. 266 Báltico. 25 Bato*. 163. 192. 193. 194. 195; nombre de. 191. 192. 193; passim; patrón de, 191, 192, 193. 264 Bardi, 87 Baiking, Iglesia de Todos loe Santo», en. 165. 206, 207 Barow, 265 Baiton, John, de Hobne. 167 Baje. Jacob van de. S M Bath. Mujer de, 106, 136, 156, 209 Bayard, 187 Bayeta y utrfA, 239, 240 Beauchamp St. Pauls, 233, 234 Becerrillo. 33 Beeton. Señora. 130, 132, 136, 147 Begulna. Doúa Iné*, la, 141, 143, 145, 155 BeQela Véase Polo Benito. San. 101. 102. 103 Bcttv, Duque de. 151 Betson. A¿nes. Alice, Elixabeth. John. Thomas (el menor), 206; Katharine. Véase Riche Bebón. Thomas: capítulo V, passkn, 219 Caitas de, 171, 180 Enfermedad de, 180, 183 Miembro de la Compañía de Pescadero*» 205 Muerte de, 206 Prole de. 206 Vinculación con Sir W . Stonor. 168, 186 Bevice, Sefiora, 180 Eeycham. John. 222 Bloenw, 136 Einmnia, 67, 85 Bizando. Véase Constantiaoplfe. Blackstooe Edge. 232

Blackwater. 235 Biackey, Sir Roger, 170 Bodcing. 212 Bodo. capitulo I passim, 241, 244 Bolgana. espota del Kan de Penia. 73 Bonvise. 271 bortón. Duque de. 151 Borgoáa. Duques de, 151. 202, 203 Brabante. 199. 200, 203. 267 Bradwell. 191. 233 Braxotree. 212 Braunch, Robert, 216 Brénncr. Paso d e l 43 Brescia. AlberUivo de. 129 Bretaña, 201 B reten. WíB. 186 Brew*, Margery, 169 Bridge, John, 171 Briggs. Henry, 235 LlriKhtiicgsea. 191 Brinkley, 182 broadway, Whyte de, 185 Brogger, 185 Brujas. 163. 198. 201, 247 Bmyant. Jean. 129 Bucara. ¿9 Bucéfalo. 64 buda. 70 Buüinger, Henry, 229 Burdeos. 194. 264 Busshe. John. 185 Buxton. Charles. Isaac, Sa­ m uel Thomas, William, 270. 271 Noel. 268. 271 Cafa, 45 Calais. 162, 167, 173. 174, 181, 189. 190. 191. 196. 197, 198. 262. 264, 267 Calle OoddentaL haQ. 235. 237,

168. 182, 194. 201,

169. 188, 195, 205.

Cogget239, 268

Cambalnc, 88. 71. 74, 85 (Véase también Peldnf) Cambio, tipo de, 202. 20* Canale, Mirtino da, 47. 50. 58, 50. 247. 248. 240 Candi*. 48 Cantón, 88 Custórbery, 01. 123. 120 C u * Polo. 78. 77 Cardandin, 250 Carlom aff», 11. 13, 17, 18. 10. 22, 25. 28, 28. 20. 31. 32, 38. 40. 241. 242, 244. 248 C i m n , Franoeaco, 247 Carty, Anthony. 204 Casamiento, con vites de, 170. 171. 214, 215, 262 C i n sefiorial. 165 (V é*M ItmKlfa Bodo) Cas iodoro, 42, 249 Castro, Diego de. 204 Catalina de Siena, 252 Catay. 54. 70. 70. 82. 83, 86. 89. 246 (Véase tam­ bién China) Ciucaso, 249 Cellán, 47. 54. 74. 86 Ceh-, familia de comereiant « et» lanas, 185. 201 Ceorge, 168, 186, 101, 103. 104, 201, 264. 266 Richard, 168. 186, 101, 103. 104, 201, WiUiam. 168, 188. 203. 204. 266 CéUf Papen, 168, 186. 104. 105, 106, 261, 263, 264. 265, 266 Cipango (ja p ó n ), 80 Cistercienae. C iste r. 106. 185 Clare. 212, 220, 230. 234 Clarisas, 141 Clarke, Thomas, 106

187 263. 187, 263, 197. 103, 262,

105, 233,

Clases inedias: crecimiento de, 218, 219 el Méaagier como mode­ lo de. 219 residencias de, 219, 220 Cocina medieval. 131. 140. 156. 257. 260 Corhlñfhina. 68, 85 CoggeahaU. 206, 209, 212, 213, 221, 220. 230. 231, 233. 234, 236, 237. 268, 260. 270. (Véase capítu­ lo VI. patrbn) Cokhester. 191. 212. 213. 232 Coid" (Mercado frió), Fe­ ria de. 200, 265, 266 Coleridge. Samuel Taylor,

68 Coiné, Párroco de, 170, 171 Colombina. Colección, es Sevilla, 252 Colón. Cristóbal, 252 CofcfU. 18, 17, 242 Colonia. 20. 203 C o opifiit d©: In diasO rién talo (-Job# Cotmauay"), 214 M flrw deta Aventurera, 163, 265. 266 Mercero», 203. 204. 266 Pescadera, 203 StapU (traficantes de la­ n a ), capítulo V. pasrim Traficantes de telas fJ/trc*rt’ Compony), 265 Completas, 90, 103 ConfrcUr, 232 Constable. J o b o . 237 Constan tinopU. 42, 45, 52, 55, 58, 75 (Véase tam­ bién Bizando) Conventos de mtojas, 174, 217; capítulo III. pattkn administración d e, 107, 111

animalitoa regalones W . 99. 116, 117

to,

colegiala* en, 90, 112» 118 de clarisas, 174 de Sion, 105 de VVihon, 243 disolución de. 97, 120 en Stainfield, 103 fuentes de Chauoer para el estudio de, 92 fuentes pora el estudio de. 253 horas de silencio en, 101 hufopodc* pagos en, 104, 111. 112. 118 mencionados en testamen­ tos. 213 qxkU s rn los. 114. 115 visitas obispales a. 93, 94, 95 Corea, 56 Correspondencia. Véase Cely. Pa>ton. Plumpton Stonor ~CortemarcfcM, 265 Corle Stihoni, 77 'Costal de Lana", taberna, 213 Cotswold. colinas de, 165. 168, 174, 184. 185. 186, 187, 188, 189, 192, 202. 205 Gotton, Anne, 230 Court Kolls, 22

Covrrdalc,

Coxal!. \ W Coxm hiül Creta. 45 Crimea, 45, 58 CroJw, Scóora, 182 Orondas, cruzados, 44. 214 C uentoá

de

Contórbcry

(Cúrtferfrory fah's), 91, 94, 117. 194. 253, 257. 258. 259, 265. 267 Chagatai, Kan de, 59 Chao Méng-fu. 71. 72. 251 Chao Yung, 72 Chítele*. 129

Chaucrr, 24. 47. 90, 91. 92. 94. 97. 98. 102. 103, 114. 115, 116, 117, 118, 119. 120, 121, 122, 123, 129, 136, 149, 158, 187, 193. 203, 256, 257, 258, 259, •260. 265. 267 Cheimsford, 233 Chesoe, Jeon du. 151 Chiche cache, 136 Chiltems, 168 Chi'en Huían, 71 China (V íase también Ca­ tay). 47. 52. 55. 60. 65. 69, 70. 72. 76. 79. 86. 150. 215. 250, 251 Chioggia, Guerra de. 247 Chipre, 45. 46. 47 Dalmacia, 44. 46 Dalton. Wdliaro, 192, 196 Damaghan. 249 Dándolo, dtuc Enxico, 44 Daneses, 33 l>anubio. 56 Danyell. John. 192 Danzas v bailes: actitud de la Iglesia al rea^ecto, 30, *31, 112, de los bailarines de Kólbigk, 29, 243 de una monja en Northamton. 120 en el camposanto. 29, 30 en el casamiento del pa­ rtero. 229 Dardanelos, 42 Daño. 74 Dean, Bosque de, 216 Decauson, Benynge, 203, 204 Dedham. 212 Defoe, D aniel 209. 232. 271 Defuye, Gabriel 204 Delft. 198

Deloney, Thomas, 208. 200. ¿22, 223. 225, 226. 228. 220. 232. 270. 271 IXlowppy*. John, 203 D e Ouincey, Thoma*, 23. •242 DrstcrmcT, John. 186 Dinero. Véase Moneda* D o jw w u . 51 Dolman. Thomas. 223 ¡>omrtday fíook (Gran Ca­ tastro do Guillermo el Conquistador), 14 Domingo, Santo; dominicos. 83. 64. 81 Donata. Véase Polo Don. Río. 248 Dona. Lamba, 78 Dover. 105. 262, 264. 266 Dunquerque. 264 Durham. 269 Du*. 44. 48. 51. 77, 240

Eslavos. 44 I.?,paña. español. ««pañoles, 39. 163, 200. 203 Esponsales infantiles, 169. 170. 263 Eurx, 101, 102. 212. 215. 224. 237. 230. 271 fcwen. Robert, 103 Exeter: Canónicos de, 103 Obispo do, 03. 254 Fantina. Véase Polo Felmenhun. Mujer de, 111 Ferias. 37, 38. 200, 202, 265, 266 Filipa de Hainaut. 7, 03, lú e , 14. FUmencos.

187. 108.

190.

200 . 201

Flandcs, 43, 162. 163. 164. 187. 189, 205 Edita. Santa, 243 Floddcn Field. 225 Eduardo II. 03 Florencia, 87. 108 Eduardo III. 13, 03, 216 Flota: Kgco, 45. 240 Genovesa, 46. 78 Etfinhardo. 31. 32, 241, 242 India, 64 Egipto. 42. 46 Veneciana, 50, 78 Eglentyne, Madame (Véase Fo-kfern, 69 capitulo III, paaim) 8, Fondero. 87 253. Véase también Con­ Fortey. John. 165. 262; Tho­ vento®, Priora mas. 165 Elefante, 33. Véase Abú Frailes: I.utxilxih agustinos, 120 Elias, Don. 151, 154 de Claire. 233 Etmes, John, de Henley, 185 de Chetmvford. 233 Eloy, San. 00. 123 de la Cruz de Colchesier. Enrique V II. 208. VIII. 120. 233 161, 203 de Maldon, 233 Ensalmos. 25. 27. 131, 243 de Sudbury, 233 Eryke, Robert. 105 franciscanos. 57. 58. 86 Lrmentrudr. esposa de Bodo. 10, 26. 20. 33, 242 Frambert, 20 Ermoin. 20 Francesca de Rimini, 80 Escandinava. 43 Francia, franceses, 43, 46. Escitas. 240 57. 90. 98, 99. 143, 245. Escoceses. 200, 202 261

Franciscanos: conventos, 86

frailea, 57. 58. 86 monjas, 174 terciarios, 141 Francisco, San, 63 Fuller, Thomas. 225, 269 Fyldes. Wehber. 192 Gansea, Río» 249 Cante. 163 Cargantúa. 258 Gascuña, vino de. 201 Gengú Kan. 246 Cénova. 46, 77. 78. 79. 198. 247. 252 Georgia, 56 Ccrardo de Cambridge ( C i­ raVdua Cambrem u), 243 Cerbert. 19, 20, 33 Ceimania, germanos. 43, 46 Cibrahar, 43. 247 Cilbert, Agnes y Thomas, 267 Ginebra. Reina, 80 Cobi. Desierto de. 65 Ooes. Benedict, 64 Celerada. 47 Goldsmith, Obver. 215 Coodday (familia de Cog­ geshall). 220, 230, 270 C o w fj, lohn. 166, 197, 262. 263. 265 Gloucester. condado de. 184 Cracedieu. 254 Graunger. Thomas, 192, 196 Grecia. 46 Gregorio X. 62 Crevel (CreviUe), William. 165 262 Grévr. Place de. 151 Criaelda. 129. 136, 137, 138. 157, 158, 256 Croat (Véase Monedas), 55, 164. 202. 203 Guelder, Guilder, Cuiden (Véase Monedas). 164. 202, 203

Guerra de Cíen Años. 13, 214 Cutidas: Véase Compañía procesión d e - en veneoa. 50, 51. 55. 50. 249 rrgulacione* (o restriccio­ nes). 211 Guillermo 1. 14 Conde Pembroke, 128 de Rubnjck. 57, 63, 250 de Wvkeham. 117 Cuyon (o Cyon), Thomas. William, 269, 270 llallíax, 232 Halitgart. obispo de Cambnü, 243 Halstead, 212 Hampshijre, 190 Hangchow (Véase Kinsai), 52. 55, 68, 71, 88, 249 Hanin al-Raschid. 33 Hathaway, Ann, 218 Hautccourt. casamiento de. 151 Henham, Thomas, 183, 190, 195, 198, 206 Heiüey. Véase Eiraes, John H epicm etón, 258 Hildegardo, 19. 20 Htwen Thsang. 84 Hoangho. Río. 54 Holake. Véase Howlake Holanda. 198. 200 Hobne. Véase Barloo. John Horda de Oro, 56. 58, 50 Horrold. Margaret, 229, 234 Thomas. 229, 230 Howlake. Thomas. 171, 190. 198 Hugo de Lincoln. San; su leyenda, 122 H u í 191 Húngaros, 46 Hunos. 56 Iglesias de: Barking (Todos loa San­ tos). 165. 206. 207

Beauchamp

St.

P a u l**.

2337 235 BradwvU. 233 Calais, (Nuestra Seóora), 206 Chipping Campden, 165 Chipping Norton, 165 Cirenceeter. 165. 216 Clare. 230. 233 CoggeshaD ( San Pedro *d Vincula), 216, 218, 233. 236. 266. 266 Coostantinopla (Saota SoHa). 43 East Anglia. 220 Lechlade. 165 Lo odra (San O la f). 167 Lynwood. 165, 262 M u Jbw c II. 233 Newbury, 225 Newland, 216 Nortbelach. 185. 216 Ovington. 233 Pattirwtdr. 233 Pelcing. 86 Poslingford, 233 Stnlce Naylood. 233 V r nocía (San Marcos), 45. 50. 51. 72. 81. 247 Iglesia, su actitud con res* pecio a: animahtos regalones en conventos. 118 danzas, 29. 30. 120 dotes de monjas, 97, 98 espooisdes infantiles. 170 superstición. 27, 28. 29 vinculación monástica con el inundo, 119, 120 condenación de su actitud mundana, 91 Laudes en la. Véase Lau­ de. India, 54. 55. 64. 68. 74. 86. 87. 249 Indias. 47. 54 ladoefctaa, 47. 54. 56 Inés. DoAa. Véase Beguina

Inglaterra, 39. 161, 162, 163, 200. 206. 209, 210, 211, 212. 214, 218. 225. 261. 270 Ipswich, 195 Irlanda, irlandeses. 39, 200, 244 Inninon, abad de St. Cermaln des Pi¿s: su catas­ tro. 14, 18, 19, 21. 25. 241 Isabel I. de Inglaterra, 152, 161. 214 Islam, 88 Islas de las Especias. 86 Isómaco. 125. 126 Italia, italianos. 87, 248, 271. Véase también Fio renda. Céoova. * Venecla, etcétera. jacfc de Newbury (Véase Wincbcombe, John), 209, 225. 268 Jamui. favorita de Kublai Kan. 74 ava. 56. 85 cgon. Robert, 270 mofante, 125 eróoimo, San. 256 emsaléo, 44. 61. 63 ohnsoo, Samuel. 215 uan: D o n , el administrador, 128. 130. 141. 144, 151. 155 de Monte Corvino, 87 . de Piano Carplnl ( Pían da Carpini), 57. 250 Prerte. 57, 250 San. 200, 265 udee. 39 odia*. 30 ueoee tünarmntes, 36. 37 uego* medievales. 229, *57 oslara, 30, 31. 32. 40 ulián. San. 149

Kan: de Alia Central. 59 de KJpchak, 59 de P ersia, 5©. 60. 73. Véase también Gengis, Mangu, Kublai Karakonun, 57, 68 Kashgar. 64 Kent, 190 Kennan, 64 Klnsai (Véase Hanjjchow). 52, 55. 68. 71. 88. 249, 250 Kipchak 50. 75 Kofcgk. bailarines de. 243 Korasán. 64 Kotán. 64. 85 Kuan, 72 Kublai Kan. 60. 61. 62. 54. 85. 66. 67, 68. 69. 71, 72, 73, 74, 75. 76, 79. 80. 81

29.

63. 70, 78,

Lagny, Abad do, 151 Lajano. 63 Lamba Doria, 78 Lamberton. Véase Turbot, Robert Lana, (ardo de (asiento del Lord Canciller), 161 Lana, Véanse Betson. Cely, Mercaderes, Staple arreglos privado* en el comercio de, 187 oompra de, 184, 185 correspondencia particular sobre la exportadlo de. 167 embala)* y embarque, 189, 196 exportadóo de, 162. 163 Cower sobre. 166, 197 impuesto a la venta de, inspección de, 197 puertos de embarque. 100

regulaciones relativas a. 189. 205 tumba de mercaderes de, 162 wnta de. 108. 184, 187, 197. 204 vida de loa mercaderes de (Véase Betson. Staple). 205. 206 zonas de producción de. 165. 187 Láncelo!. 80 Langland. WilHam. 24. 158. 235 Laude. 165, 185, 207, 213, 214, 215, 216, 262, 268. 269 Laudes, 99, 268 Lavenh*. n, 220 LeadenhalL 190 Lechlade. 165 Legados (Véase también Testamentos), 206. 233, 234 Levante, 42. 43, 45, 54, 55. 247 UbéUs of Englysh* Poiky. 199, 262, 263, 265 Lincoln. 96. 97, 115, 269 Unwood, 165, 262 Lob. Lago. 64 Lolyngton. John. 185, 192 Lombardla. 39 Lombardo, Pedro, 158 Lombardos, 46. 188» 18», 200. 204. 247, 257 Lombard Street, 204 Londres, 165. 169, 174. 175, 181, 185, 186, 191, 205, 265, 269. 270 Longino. 247 Long Melford. 220 Lorenzo. Hermano, 257 Lores, Cámara de los, 161 Lovaina, 201 Luca. 200 Lucolongo. Pedro, 87 Ludgater, Robert, 270

Lab: el P u d o » , 28, 31 San, 57 Lyndeshay. 186 Lyndwood (Lyndewode): John. 282 William, 172 Lyndys, William, 192 Lynn, 220 Lytherland, Robert, 270 Madagasear, 47. 88 Maidstooe. 190. 191, 192 Maitines, 99. 103, 155 Motor. Véate Administrador Malabar. 47, 54. 68 Maldoo. 233 Malina., 163 Manji, 54. 74 Mann, John, 238 Manso, 15. 18. 17. 18. 19.

21 Mansi. Véate Manji Mar Caspio, 42. 63 Margarita de Navarra, 258 MarignoUi, Juan. 87 Marino Fallero, 77 Mari: Lañe. 190. 205 Mariohall, 233 Mármara. Mar de, 45 Mar Negro. 42, 45. 87 Mediterráneo, 42. 43. 48 Medway, 135, 190, 194 “M eg", halcón. 187 Melaría. 79 Melibeo y Prudencia. 129, 256, 258. 260 Ménagter de Paris, capitulo IV. posrim, 171. 219 •obre el comportamiento. 127. 129, 130. 147 tobre el segundo matri­ monio de «u mujer, 128, 151 •obre U cocina. 131, 149. 151, 152, 153. 154. •56. 157, 260 tmxüfiidÓD