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Spanish Pages 210 Year 2014
Francisco Ferrer Guardia Anticlericalismo, pedagogía y revolución Juan Avilés Farré
ISBN: 978-84-15930-45-7 © Juan Avilés Farré, 2014 © Punto de Vista Editores, 2014 http://puntodevistaeditores.com/ [email protected] Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Índice EL AUTOR Prólogo Capítulo 1 Un catalán en París Monsieur Ferrer est un anarchiste La malheurese femme fit feu sur son mari Un matrimonio mal avenido, con hijas Capítulo 2 Republicano, masón y librepensador De Can Boter al ferrocarril de Francia Conspiraciones republicanas Un masón llamado Cero Librepensadores en Madrid
Fantasías revolucionarias Capítulo 3 Un siglo se acaba Léopoldine y Ernestine Interludio socialista El proceso de Montjuich Los contactos de Ferrer Capítulo 4 La Escuela Moderna Anarquismo, librepensamiento y educación La pedagogía de Ferrer Letras, ciencias... y revolución Ferrer y sus mujeres Capítulo 5 El camino de la revolución Ferrer y la huelga general Pedro Vallina Campañas internacionales Librepensadores en Roma Capítulo 6 Contra Alfonso XIII: el atentado de París Apelación al magnicidio Il arrive! l’Alphonse! El atentado de la rue de Rohan El proceso de los cuatro Capítulo 7 Contra Alfonso XIII: el atentado de Madrid Primeras averiguaciones
Ferrer en prisión La campaña internacional ¿Culpable o inocente? Capítulo 8 Pedagogía y revolución La Liga para la Educación Racional de la Infancia Entre republicanos y anarquistas Capítulo 9 Proceso y muerte La Semana Trágica Interrogatorios La condena Las últimas horas Capítulo 10 Un mártir laico El affaire Ferrer en Francia La protesta en otros países La caída de Maura La masonería y Ferrer Tras la tormenta Memoria y olvido Fuentes y bibliografía Archivos Bibliografía EL AUTOR Juan Avilés Farré es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Fiel a la recomendación de Voltaire, cree que el historiador tiene dos deberes principales: no aburrir y no mentir. Ha aprendido con Lucien Febvre que no es un magistrado suplente en el valle de Josafat y por ello pretende
comprender el pasado más que juzgarlo. Cree que es necesario entender a los actores históricos en sus propios términos, a través de sus palabras y de sus actos. Considera que la historia es siempre universal y que los fenómenos locales sólo cobran sentido en un marco global de interconexiones. Ha escrito libros sobre la Guerra Civil española ( Pasión y farsa: franceses y británicos ante la guerra civil española , 1994), el nacimiento del comunismo ( La fe que vino de Rusia: la revolución bolchevique y los españoles , 1999), Dolores Ibárruri ( La mujer y el mito: Pasionaria , 2005), la Segunda República ( La izquierda burguesa y la tragedia de la II República , 2006) y los atentados anarquistas de fines del siglo XIX ( La daga y la dinamita: los anarquistas y el nacimiento del terrorismo , 2013), así como numerosos artículos en revistas académicas. Prólogo Este libro representa una nueva versión, considerablemente renovada, de aquel que con el título Francisco Ferrer y Guardia: pedagogo, anarquista y mártir publiqué en 2006 en la editorial Marcial Pons, ya descatalogado. Durante los ocho años trascurridos desde su publicación he aprovechado todas mis visitas a distintos archivos para reunir nuevos datos sobre el tema y he escrito diversos artículos sobre el mismo en español, italiano y francés. A instancias de mi amigo José Luis Ibáñez y de Punto de Vista Editores he decidido pues reelaborarlo para una nueva vida electrónica. El cambio del subtítulo, que pasa a ser Anticlericalismo, pedagogía y revolución , viene a subrayar que a través de la peripecia vital de Ferrer este libro pretende evocar las luchas intelectuales y políticas de hace un siglo, cuando el conflicto entre católicos y librepensadores llegaba a su auge en la Europa latina y la perspectiva de una revolución violenta ilusionaba o atemorizaba a distintos sectores de la sociedad. Francisco Ferrer ha resultado siempre una figura intrigante. Lo fue para sus contemporáneos y lo ha seguido siendo para los historiadores. Su insólita condición de millonario subversivo; el extraño origen de su fortuna; su posible implicación en dos atentados contra el rey Alfonso XIII; la escuela que creó, convertida muy pronto en un mito de la pedagogía libertaria; su condena sin pruebas como jefe de una rebelión; la extraordinaria campaña internacional que su muerte provocó, todo ello le convierte en un personaje realmente singular. Lo más curioso es que, un siglo después, muchas dudas persisten. ¿Era realmente anarquista? Si lo era, ¿por qué tenía tan buenas relaciones con republicanos como Lerroux? ¿Fue un innovador pedagógico o se limitó a inculcar los principios anarquistas con métodos tradicionales? ¿Participó realmente en la preparación de atentados? ¿Por qué suscitó su fusilamiento tanta emoción en los medios internacionales de izquierda? En los primeros tiempos después de su muerte, estas preguntas despertaron un gran interés y se multiplicaron los libros y artículos sobre su caso, algunos desde una perspectiva crítica, los más desde una perspectiva favorable. Luego el interés fue decayendo. Es cierto que ningún estudio sobre la política española en el reinado de Alfonso XIII dejaba de mencionarle, pero su figura seguía siendo poco conocida. En los primeros tiempos de la transición democrática, en pleno auge de la renovación pedagógica, se publicaron varios estudios acerca de su obra escolar, el más
completo de los cuales, el de Buenaventura Delgado, apareció en 1979. Sus conexiones terroristas también han despertado el interés de distintos autores, desde el artículo pionero de Joaquín Romero Maura (1968, reeditado en 2000) hasta el libro de Eduardo González Calleja (1998). Se trata sin embargo de aportaciones parciales que, aunque valiosas, iluminan tan sólo aspectos particulares de su trayectoria vital. En el último medio siglo sólo se ha escrito una biografía de Ferrer, publicada en París en 1962 y traducida al español en 1980. Fue obra de su hija Sol, cuya capacidad como historiadora quedaba muy por debajo de su devoción filial. Creo pues que resultaba conveniente revisar su biografía y el año 2006, cuando se cumplía un siglo desde que su colaborador Mateo Morral lanzara una bomba en la calle Mayor de Madrid sembrando la muerte entre quienes presenciaban el paso del cortejo nupcial de Alfonso XIII, representaba un buen momento para hacerlo. Tanto más que no faltaban fuentes para estudiar su vida y su obra. La Fundación Ferrer y Guardia de Barcelona se ha esforzado en reunir documentos y libros sobre él; los que recopiló su hija Sol se hallan en la biblioteca de la Universidad de California en San Diego; se encuentran cartas suyas en distintos archivos y también reproducidas en antiguos libros; los informes sobre él de la policía francesa pueden consultarse en archivos de París; mucha documentación relativa a sus dos procesos fue publicada en cinco gruesos volúmenes hace casi un siglo; el eco de su muerte resuena en informes diplomáticos, folletos y artículos de prensa que he rastreado en archivos y bibliotecas de distintos países. Dos ayudas para proyectos de investigación, del Estado español (HUM 204-0640) y de la Comunidad de Madrid (06/HSE/0078/2004), facilitaron los desplazamientos necesarios. El subtítulo de la primera versión de este libro −quizá influido por el de Traidor, inconfeso y mártir que Zorrilla dio a uno de sus dramas− aludía a tres términos con los que a veces se alude a Ferrer: pedagogo, anarquista y mártir . Ferrer no fue un gran pedagogo, no aportó ideas originales al pensamiento educativo, pero la Escuela Moderna que fundó, con todas sus contradicciones y limitaciones, representaba algo nuevo en la España de la época. Fue anarquista en el doble sentido de la palabra, en el más habitual de partidario de una sociedad sin autoridad y en el que era habitual en la Europa de entonces, es decir el de partidario de recurrir a los atentados en la lucha contra las autoridades. Y por último fue considerado por muchos como un mártir laico, que murió por sus ideas. De hecho este último aspecto es el más importante en Ferrer. Este libro no se hubiera escrito si el director de la Escuela Moderna no se hubiera convertido, aunque sólo fuera por un breve tiempo, en uno de los mártires del panteón imaginario de la izquierda. Para entender el devenir histórico, hay que prestar tanta atención a los mitos como a las realidades, porque, en cierto sentido, los mitos son realidades . Las creencias, las imágenes, las ideas, las frases hechas, toda la variedad de representaciones mentales que pueblan nuestros cerebros, condicionan nuestra conducta y se convierten por ello en una agente transformador de la realidad. Es posible estudiar su difusión, su epidemiología podríamos decir, analizando el modo en que se transmiten a través de distintos medios, que en tiempos de Ferrer consistían sobre todo en la palabra oral y escrita, y lo más interesante resulta preguntarse por qué
ciertas ideas, creencias, imágenes o mitos tienen una especial capacidad para captar el interés de los seres humanos. Esto significa que la obra que tiene el lector en sus manos se mueve en un doble registro. Por un lado el de los hechos en el sentido clásico. En algunos capítulos se ha realizado un esfuerzo casi de detective para analizar todas las pruebas de que se dispone acerca de la génesis de los atentados contra Alfonso XIII o de la participación de Ferrer en la Semana Trágica. Espero que los aficionados a la novela policíaca sepan apreciarlos en su justo valor, aunque en la historia siempre quedan cabos sueltos y no siempre se pueda afirmar con seguridad quién lanzó determinada bomba. El otro registro es el de las representaciones mentales y muy especialmente el de las creencias falsas y los mitos. El propio Ferrer, ferviente anticlerical, convencido de que la religión consistía en una serie de falsedades con las que la Iglesia esclavizaba la mente del pueblo, no habría tenido dificultad en aceptar que lo que la gente creía era importante, a diferencia de los marxistas, que consideraban el pensamiento como una consecuencia necesaria de la estructura social. Le habría resultado en cambio difícil aceptar el contenido mítico de algunas de sus más firmes creencias, como la extraña concepción cientifista de que cabe deducir de la ciencia unos principios éticos, o la fe anarquista en que bastaría destruir las instituciones para construir una sociedad libre. Así es que los mitos contrapuestos de la izquierda y la derecha, que en buena medida se alimentaban recíprocamente, juegan un papel destacado en este libro. Incluidos ese tipo de mitos que se suelen denominar teorías de la conspiración, es decir la creencia en poderes ocultos que gobiernan en mayor o menor medida el mundo. La teoría de la conspiración favorita de la izquierda era de carácter anticlerical y Ferrer, como veremos, la compartía plenamente. No se trataba sólo de laicismo o de defensa de la libertad de conciencia frente al dogmatismo católico, aunque esto también era importante, sino de la atribución al clero de un poder que realmente no tenía, e incluso su consideración como genuinos enemigos de la humanidad. Ni la Semana Trágica de 1909 ni la matanza de clérigos del verano de 1936 tuvieron lugar por casualidad, sino que respondían a percepciones firmemente arraigadas en la imaginación de la izquierda. Por su parte, la derecha católica creía hasta extremos sorprendentes en una peculiar teoría de la conspiración, la que atribuía a la masonería, en conexión con el judaísmo y posiblemente inspirada por Satanás, el papel de inspiradora de todos los ataques contra las instituciones que garantizaban la paz y el orden en este mundo y la salvación en el otro. Republicano, masón, librepensador y anarquista, Ferrer estuvo en el ojo de ese huracán mítico. Lo estuvo sobre todo porque era un pedagogo, pues la cuestión escolar era el campo de enfrentamiento fundamental entre clericales y anticlericales, en España como en los restantes países católicos. Ferrer podría haber promovido o no atentados contra el rey, pero bastaba su papel de impulsor de una escuela sin Dios para que a los ojos de sus conciudadanos católicos fuera un personaje satánico. Y a su vez, la formidable reacción internacional que produjo su muerte, sólo puede ser entendida si tenemos en cuenta otro poderoso mito, el de la España inquisitorial. Un mito que se remontaba a varios siglos atrás, a los tiempos
de Felipe II y de las guerras de religión, y que había recobrado fuerza a raíz de unos hechos muy reales, los tormentos infligidos en el castillo de Montjuich, en 1896, a unos presos sospechosos de haber participado en un sangriento atentado contra una procesión en Barcelona. Y de ahí nació un nuevo mito, el de un Ferrer entregado tan sólo a su proyecto pedagógico, que moría víctima de la intolerancia católica. La realidad era más compleja, porque Ferrer era un revolucionario dispuesto a utilizar la violencia más extrema para acabar con las instituciones, y algunos de los que defendieron su inocencia habían estado también implicados en conspiraciones para cometer atentados. Mito y realidad se entremezclan, de manera compleja, en esta historia. Para entender la biografía de Ferrer hay que prestar atención a bastantes temas conexos. Hay que comprender lo que significaba en la España de hace un siglo ser republicano, ser masón, ser librepensador o ser anarquista. Y es necesario además tener en cuenta lo que ocurría más allá de las fronteras españolas. Ferrer transcurrió buena parte de su vida adulta en París, tenía buenos amigos en Francia, en Bélgica, en Holanda, en Inglaterra y en Italia, y su muerte no habría tenido la repercusión que tuvo en España si no la hubiera tenido antes en otros países. Esto supone la necesidad de hacer incursiones en temas como la historia de la masonería francesa o la del terrorismo anarquista en toda Europa. A su vez, una biografía de Ferrer constituye, a mi juicio, una excelente introducción a algunos aspectos esenciales de la vida española y europea de hace un siglo. Juan Avilés Farré Enero de 2006 y agosto de 2014 Capítulo 1 Un catalán en París París era a finales del siglo XIX una de las ciudades más atractivas de Europa. Su vida artística y literaria estimulaba a los jóvenes de talento, más o menos bohemios; sus lugares de diversión seducían a los viajeros ricos; su libertad resultaba acogedora para los exiliados políticos, llegados de Rusia o de España, y su actividad económica ofrecía oportunidades a quienes buscaban simplemente ganarse la vida. Era, en fin, una ciudad en la que podía abrirse camino un extranjero pobre pero con espíritu de iniciativa, como aquel Francisco Ferrer que se había instalado allí en 1885. Monsieur Ferrer est un anarchiste La verdadera prosperidad no le había llegado todavía en aquel año de 1894, en el que su vida dio un viraje. El 28 de marzo alguien envió a monsieur Mouquin, comisario de policía del faubourg Montmartre, un folio anónimo, hoy conservado en el archivo de la Prefectura, que denunciaba al profesor de español monsieur Ferrer como anarquista y daba su dirección, rue de Richer 26, para que la policía pudiera seguirle y comprobar la veracidad de la acusación. Efectivamente, un agente hizo sus pesquisas y comenzó por comprobar que debía tener dos pisos en la misma calle, pues había alquilado otro en el número 43. ¹ Pero, ¿qué significaba entonces ser anarquista y por
qué le interesaba el tema a la policía? La cuestión resulta tan importante en la biografía de Ferrer como para merecer una respuesta detallada. Se puede definir el anarquismo , en términos positivos, como un proyecto de sociedad basado en la igualdad, en la libre iniciativa individual y en la cooperación voluntaria, o también como una exageración de la idea de libertad, en palabras de Karl Popper. El anarquista italiano Carlo Cafiero, en un folleto publicado en París a finales del siglo XIX, explicó que la futura sociedad se basaría en el principio “de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades, es decir, de cada uno y a cada uno según su voluntad”. Se trata de una fórmula algo sorprendente, por su implicación de que todos estarían dispuestos a trabajar sin exigir una recompensa acorde con su trabajo, pero muy característica del optimismo anarquista. Ese optimismo, sin embargo, se refería al futuro y de momento de lo que se trataba era de destruir la sociedad presente, con todas sus miserias, sus injusticias y sus variadas formas de opresión. El francés Sébastien Faure explicaba por entonces que era anarquista todo aquel que negaba la autoridad y la combatía, ya fuera en su forma política, el Estado, en su forma económica, el capital, o en su forma moral, la religión. El gran padre fundador del anarquismo, el ruso Mijaíl Bakunin, había escrito treinta años antes, en carta a un amigo, que durante un largo futuro no preveía más que “la severa poesía de la destrucción”. ² La violencia revolucionaria en la que pensaba Bakunin y a cuya promoción dedicó buena parte de su vida era la violencia abierta de la insurrección, encaminada a la toma del poder, no la violencia clandestina del atentado individual, orientada a difundir el pánico en la sociedad y mostrar así su vulnerabilidad, es decir lo que hoy llamamos terrorismo . A fines del siglo XIX, sin embargo, el término anarquismo llegó a ser comúnmente usado como sinónimo de terrorismo, tanto en los discursos de los políticos como en los artículos de la prensa y en los comentarios de los ciudadanos preocupados. Se llegó a ello, no porque todos los anarquistas hubieran adoptado las tácticas terroristas, sino por una combinación de atentados impactantes, pánico colectivo y propensión anarquista a defender a todos aquellos que, por cualquier vía, se enfrentaran al Estado y a la sociedad burguesa. La primera gran oleada de atentados del siglo XIX no fue sin embargo protagonizada por anarquistas, sino por una organización revolucionaria rusa, Narodnaya Volya (‘Voluntad del Pueblo’), cuyos militantes, habitualmente designados en Occidente por el término de nihilistas , actuaron sobre todo entre los años 1879 y 1883. Por esas mismas fechas surgió también la idea anarquista de la “propaganda por el hecho”. El primer texto conocido en el que se empleó fue el que con ese título publicó en agosto de 1877 el boletín de la Federación del Jura de la Internacional. Esta federación agrupaba a un activo núcleo de militantes de la región suiza del Jura, en la que habían hallado refugio destacados anarquistas extranjeros, como el ruso Piotr Kropotkin o el francés Paul Brousse, probable autor este artículo. Su tesis era que actos de desafío como las manifestaciones ilegales o los intentos insurreccionales, aunque fracasaran, tenían más impacto en la opinión que la propaganda escrita, que se veía limitada por la incapacidad de los revolucionarios para editar diarios de
gran tirada y por la escasa disposición a la lectura que tenían obreros y campesinos tras sus extenuantes jornadas laborales. ³ Unos años después, en julio de 1881, un congreso anarquista internacional reunido en Londres adoptó la estrategia de la propaganda por el hecho, entendida como el uso propagandístico de la violencia, con un llamamiento a que se hicieran “todos los esfuerzos posibles para propagar mediante actos la idea revolucionaria” y con una exhortación al estudio y la aplicación de “las ciencias técnicas y químicas”, que representaba una alusión apenas velada al empleo de explosivos. ⁴ En los años ochenta fueron sin embargo muy escasos los atentados anarquistas, por lo que fue sólo a comienzos de los noventa cuando el terrorismo alcanzó un eco considerable en la opinión. La primera gran oleada de atentados anarquistas se produjo en París entre 1892 y 1894 y culminó con el asesinato en Lyon del presidente de la República, Sadi Carnot. En conjunto causaron diez muertes, se saldaron con la ejecución de cuatro de sus autores y tuvieron un gran impacto en la opinión pública, con lo que todos los anarquistas se convirtieron en sospechosos. ⁵ De ahí la gravedad de la denuncia anónima contra Ferrer, cuya condición de español podía además hacer sospechar que tuviera alguna relación con los atentados aún más graves que habían comenzado a tener lugar en la península Ibérica. En España el terrorismo anarquista tuvo su epicentro en Barcelona, donde los primeros atentados se cometieron en 1884, pero fue en 1893 cuando adquirió una dimensión sobrecogedora. El 24 de septiembre de ese año, Paulino Pallás lanzó dos bombas contra el general Arsenio Martínez Campos, quien sólo recibió una herida sin importancia, mientras que fue alcanzado de lleno un guardia civil que falleció poco después con el vientre y las piernas destrozadas, al tiempo que otras quince personas resultaron heridas, entre ellas una joven de veinticuatro años, a quien hubo que amputar una pierna. Pallás, detenido en el acto, fue prontamente juzgado y ejecutado, tras lo cual se produjo un atentado aún más horrible. El 7 de noviembre de ese mismo año el anarquista Santiago Salvador lanzó dos bombas sobre el patio de butacas del Teatro del Liceo de Barcelona, causando la muerte a veinte personas y heridas a otras treinta. Fue el primer atentado anarquista contra una multitud indiscriminada y la respuesta de las autoridades españolas vulneró a su vez los principios jurídicos más básicos. El empleo de la tortura en los interrogatorios condujo a que, antes de la detención de Salvador, otro anarquista, José Codina, se declarara autor material de la matanza, y cuando la confesión del verdadero autor hizo temer que la justicia ordinaria se conformara con pedir la pena capital sólo para él, tanto Codina, que probablemente había fabricado algunas bombas, como otros cinco acusados en el caso del Liceo, fueron procesados también por complicidad en el atentado contra Martínez Campos, que era competencia de la justicia militar, con el resultado de que todos ellos fueron condenados a muerte y ejecutados. ⁶ En tales circunstancias, el interés que la policía parisina mostró por el anónimo que denunciaba a Ferrer no tuvo nada de extraño. Las investigaciones no revelaron sin embargo nada sospechoso. A finales de abril un inspector redactó un informe según el cual Francisco Ferrer, profesor de español, era un republicano avanzado y librepensador, cuyas
opiniones le habían obligado a dejar su país de origen, del que recibía periódicos y abundante correspondencia, pero que no se ocupaba de política y acerca del cual no se había descubierto nada desfavorable. Durante varios años había residido en el número 26 de la rue Richer, por el que pagaba un alquiler anual de 800 francos y en el que seguía viviendo su mujer, Thérése para la policía francesa, pero en realidad llamada Teresa, de soltera Sanmartí, pero él se había trasladado hacía dos meses al número 43. Y el inspector añadía otra información digna de interés: desde que Ferrer la había abandonado, su mujer había dicho varias veces que iba a hacerlo detener como anarquista. ⁷ ¿La anónima denuncia había partido pues de su mujer? Es probable es que así fuera y que, al ver que no daba resultado, optara por castigar a su odiado cónyuge por medios más directos y contundentes. La malheurese femme fit feu sur son mari El 12 de junio de 1894, en la misma calle en que ambos vivían, Teresa abordó a su marido y le disparó tres veces con un revólver, pero por fortuna Francisco sólo sufrió un rasguño en la cabeza, mientras que ella fue inmediatamente detenida por unos guardias. Al ser interrogada declaró que le había disparado porque él se negaba a decirle a dónde había enviado a su hija mayor, de doce años. ⁸ Uno de los diarios que al día siguiente se hizo eco del caso fue el influyente Le Figaro . El propio Ferrer había visitado su redacción para dar su versión de los hechos y para rogar que publicaran sólo sus iniciales, a fin de evitar que el escándalo le perjudicara ante sus alumnos. Así es que Le Figaro explicó que la mujer de F. F., abandonada por éste, le había disparado por venganza. Se habían conocido diez años antes en un tren, ella le la había explicado que su familia la oprimía, él se había apiadado, se habían casado y finalmente se habían instalado en París. Habían tenido cuatro hijas, de las cuales una había muerto en agosto del año anterior, dos estaban en Australia con un hermano de F. F. y otra se criaba en el campo según instrucciones de su padre. Él había abandonado a su mujer por la conducta irregular que ella tenía. ⁹ Le Figaro consideró oportuno conocer también la versión de la esposa, que publicó al día siguiente y no dejó en muy buena luz a su marido. Teresa tenía sin duda una gran capacidad de convicción, que no sólo le sirvió con el redactor de Le Figaro , sino también, como veremos, con el comisario y con el tribunal que se ocupó de su caso. En Le Figaro la discreta alusión a F. F. se convirtió en un affaire Ferrer , en el que madame Ferrer era poco menos que la víctima, la malheureuse femme a quien su marido le había arrebatado sus hijas. Ella explicó que ambos daban clase de español, cada uno por su lado, que la paz interior de su hogar había desaparecido y que, aprovechando una ausencia de ella, su marido se había llevado los muebles del apartamento, cuyo elevado alquiler ahora tenía ella que pagar. Pero lo peor es que se había llevado a sus hijas (en realidad ella sabía que su hija Paz se hallaba en Australia, donde había sido enviada antes, y su inquietud debía referirse a su otra hija Trinidad, pero es comprensible que ante la prensa optara por simplificar) y todos sus esfuerzos por volverlas a ver se habían estrellado con la intransigencia de su marido, que se negaba a permitirlo hasta que decidiera la justicia, ante la que había presentado una demanda de divorcio. Ella había acudido entonces en busca de ayuda al
comisario Mouquin, quien le explicó que sólo podía recomendarle esperar con calma hasta que el tribunal decidiera. Pero cuando su marido respondió con un desdeñoso silencio a un nuevo intento de que le dejara verlas, sólo pensó en vengarse y le disparó. Fue sólo después de su detención cuando supo de labios del comisario Mouquin que sus dos hijas mayores habían sido enviadas a Australia al cuidado de su cuñado y al oírlo, convencida de que con ello las había perdido para siempre, cayó desvanecida. A estas alturas del artículo no cabe duda de que al menos las lectoras, y quizá también los lectores, habrían tomado decididamente partido por Teresa. Así es que debió satisfacerles saber que, según el periodista, no tardaría en ser puesta en libertad provisional, debido a las excelentes referencias que se habían obtenido acerca de ella. ¹⁰ Procesada por tentativa de homicidio, Teresa Sanmartí, de treinta y cuatro años, ingresó el 15 de junio en la prisión de Saint-Lazare, en la que permaneció hasta primeros de julio. Un documento de la prisión la describe como una mujer de 1,62 de estatura, lo que no estaba mal para la época, de pelo y ojos castaños, rostro ovalado, frente alta y nariz recta, una descripción objetiva que no mencionaba lo principal: lo atractiva que era. ¹¹ Desde la prisión escribió al comisario Mouquin una carta en la que relacionaba a su marido nada menos que con Pallás, el autor del atentado contra Martínez Campos, que había sido ejecutado unos meses antes. Entre insinuaciones acerca de cosas que hasta entonces no había dicho al comisario, pero que estaba dispuesta a decirle personalmente, Teresa afirmaba que su marido se reunía a menudo con anarquistas y que había enviado 25 francos a Pallás, un dinero además que ella misma le había dado para que pagara al médico. ¹² El 3 de julio el Tribunal Correccional del Sena la condenó a un año de prisión, pero la sentencia quedó en suspenso, lo que significa que quedó en libertad. ¹³ También logró evitar la expulsión de Francia, que podía haberle sido impuesta como extranjera condenada por un tribunal, así es que en definitiva salió muy bien parada, teniendo en cuenta lo cerca que había estado de matar a su marido. Pocos días después de su puesta en libertad, la policía volvió a recibir escritos anónimos contra Ferrer. El primero le acusaba de haber proporcionado los explosivos utilizados en el atentado del Liceo, algo que resulta muy poco verosimil, mientras que el segundo le acusaba de actuar como intermediario entre los anarquistas españoles y los de París. ¹⁴ Esto último debió parecer verosímil a la policía, que sometió a vigilancia a Ferrer y el 13 de julio registró su domicilio. ¹⁵ Años después el propio Ferrer se quejaría de que Mouquin había protegido mucho a su mujer y en cambio había tratado de conseguir que le expulsaran a él de Francia, pero lo cierto es que no se obtuvieron pruebas de que estuviera implicado en conspiración alguna. ¹⁶ Acerca de cuáles eran por entonces sus opiniones políticas, resulta interesante un artículo que publicó en abril de aquel año en el diario madrileño El País , en el que se mostró contrario tanto a los atentados anarquistas como a les excesos represivos. Sostenía que era necesario que la justicia actuara con rapidez para condenar a los autores de los atentados, para evitar que la prensa se ocupara extensamente de ellos durante los juicios, pero había que evitar las redadas masivas para no provocar una
exasperación que se tradujera en actos de represalia. Era además un error creer que se podría combatir las ideas anarquistas de otro modo que con la educación, la persuasión y la justicia. En España no habría ocurrido la deplorable catástrofe del Liceo si la opinión pública se hubiera impuesto al gobierno para evitar la ejecución de Pallás, cuyo atentado no le parecía tan condenable, pues lo consideraba un intento de mostrar la vía de la justicia a un pueblo oprimido, burlado y deshonrado. Él no aprobaba los actos de los anarquistas, pero argumentaba que había que preocuparse por las causas que les inducían a cometerlos: mientras los gobiernos siguieran cometiendo injusticias, no sería de extrañar que cada día estallaran bombas. ¹⁷ Eran tesis propias de un republicano avanzado, pero no de un anarquista. De hecho, Ferrer se había iniciado en política como seguidor del antiguo jefe de gobierno del rey Amadeo y por entonces infatigable conspirador republicano Manuel Ruiz Zorrilla, exiliado en París. Pero antes de entrar en esta cuestión conviene aludir a su tempestuosa relación con Teresa Sanmartí, que tan cerca había estado de costarle la vida. Un matrimonio mal avenido, con hijas En la Fundación Ferrer y Guardia de Barcelona se conserva una agenda suya en cuya primera página están anotadas algunas fechas importantes, como la del nacimiento de sus hijas. ¹⁸ Entre esas fechas no está la de su matrimonio con Teresa, pero sí la de su separación, el 10 de febrero de 1894, que probablemente consideraba como el inicio de una nueva vida. En una declaración ante el juez, en 1906, Ferrer explicó que Teresa y él habían tenido siete hijos, pero de dos de ellos carecemos de noticias, por lo que es probable que murieran al poco de nacer, mientras que de un hijo varón, Carlos, poco se sabe aparte de que murió en la infancia. En la agenda citada, su padre anotó sólo los nombres de Trinidad, nacida en 1882, Paz, nacida en 1883, Luz, nacida en 1884, y Sol, nacida en 1891. Siete partos en casi catorce años de convivencia, desde que se casaron en Barcelona a finales de 1880, representaban un ritmo bastante normal para la época. Lo que es difícil saber es cuándo empezaron a deteriorarse las relaciones entre los cónyuges. Parece que las cosas empezaron a ir mal cuando vivían en Cataluña, pero debió haber una reconciliación temporal al principio de su estancia en París. El propio Ferrer afirmaría años después que los altercados venían de la coquetería de su esposa y de lo poco que se ocupaba de sus hijas. ¹⁹ La mayor de las hijas, Trinidad, dio años más tarde cierta información sobre su padre a uno de sus primeros biógrafos, y también uno de los más cuidadosos, William Archer. Según ella, Francisco Ferrer era un padre amable y afectuoso. Puesto que Paz había sido enviada a Australia con su tío en 1892, Luz falleció en 1893 y Sol era todavía muy pequeña y se criaba con una nodriza en el campo, Trinidad fue la única que vivió la crisis final en el matrimonio de sus progenitores y tomó claramente partido por su padre. Explicó a Archer que su madre tenía manías de lujo y era una mala administradora y que ella misma, a sus doce años, aconsejó a su padre que se separara y la enviara a ella a una pensión. Efectivamente, estuvo un tiempo pensionada en casa de madame Tissier, que tenía una escuela laica en Montreuil, donde su madre la visitaba cada domingo, le decía que quería el divorcio y le pedía que cuando se lo concedieran se fuera a vivir con ella.
Finalmente fue Trinidad quien pidió a su padre que la enviara a Australia con su hermana. ²⁰ Por un informe policial sabemos que partió el 3 de junio de 1894. ²¹ Cabe suponer por tanto que fue al no encontrarla Teresa en su siguiente visita semanal cuando se desencadenó la crisis que condujo a la agresión del 12 de junio. En cuanto a Sol, que apenas trató a su padre, pues era muy pequeña cuando su madre se la llevó consigo tras la separación, se convirtió durante su larga vida en una gran defensora de su memoria. Acumuló algunos documentos, que hoy constituyen junto a los escritos de ella misma la colección Ferrer de la Universidad de California en San Diego, y escribió dos libros sobre él, que se publicaron inicialmente en París. Su profesionalidad como historiadora no estaba sin embargo a la altura de su devoción filial y sus libros, que se contradicen entre sí en algunos puntos y contienen obvios errores, no pueden ser considerados una fuente fiable. Ello es de lamentar, porque aportan datos acerca de las primeras décadas de la vida de Francisco Ferrer que quizá ella oyera de labios de su madre o de sus hermanas, por lo que a pesar de todo conviene utilizarlos respecto a algunas cuestiones, entre ellas la de la separación de Francisco y Teresa. La versión de Sol en su primer libro, el más interesante, insiste en la diferencia de caracteres entre ambos. A comienzos de los años noventa él había conseguido un modesto bienestar que le bastaba, mientras que Teresa, que deseaba ser adulada y mimada, aspiraba a más. Tampoco le gustaban nada ciertas actividades y ciertos amigos de su marido, como Sébastien Faure o el anarquista Albert Libertad, a quien ella consideraba muy capaz de fabricar bombas. Tampoco se sintió feliz cuando él le explicó que era masón. Los domingos Francisco llevaba a los suyos a actividades del Gran Oriente abiertas a las familias, como tertulias, sesiones de linternas mágicas o conciertos de música laica, y las hijas mayores, Trinidad y Paz, participaron en una ceremonia de adopción masónica. Durante unos meses, Teresa se dejó arrastrar a esas actividades, acompañada por su amiga española madame Vinardell, cuyo marido pertenecía a la misma logia que Ferrer, pero un día ambas decidieron no volver más. Por otra parte, le inquietaba la actividad política clandestina en la que parecía estar implicado su marido, que incluyó por ejemplo un viaje secreto a España del que ella se enteró por la portera, lo que originó una trifulca a su regreso. Él le insinuaba que, si no fuera por las niñas, se separaría, mientras que Teresa le amenazaba con suicidarse junto a ellas. A ella misma, la pequeña Sol, la habían enviado con una nodriza para que se criara en el campo, y era Luz, que cumplió seis años en 1893, la que más unía a sus padres. Ese mismo año, por insistencia de Teresa, hicieron venir a París a Carlos, que vivía en Cataluña con la familia Sanmartí, pero al poco de llegar enfermó y murió. Poco después fue Luz la que falleció de una tisis galopante, exactamente en agosto de 1893, según anotó Ferrer en su agenda. Fue un golpe tremendo para los dos, pero a Teresa le indignó ver cómo esa noche Francisco se ponía a trabajar con sus papeles como todos los días. Desesperada se fue a casa de sus mejores amigos, el matrimonio Vinardell. Luego pasó el mes de marzo de 1894 en Borgoña, en la región de Morvan, pero allí la soledad le pesó y sintió de nuevo el amor materno hacia unas hijas de las que apenas se había ocupado. De regreso a París la tensión se acentuó, para acabar como ya sabemos. ²²
Después del escándalo, Ferrer siguió viviendo en el apartamento de la rue Richer 43, que debía ser más pequeño que el que antes ocupaban en el número 26, porque el alquiler anual era de 400 francos, exactamente la mitad de lo que pagaba por el otro. Tampoco necesitaba tanto espacio, ahora que no tenía familia consigo. De Teresa no pudo divorciarse, porque eran españoles, pero la separación fue definitiva. Por otra parte, la rue de Richer, situada en el distrito 9, entre los grandes bulevares y la estación del Norte, se hallaba convenientemente cerca de la rue Cadet, en la que tenía y sigue teniendo su sede el Gran Oriente de Francia. En cuanto a Sol, que vivía confiada a los cuidados de una nodriza en la pequeña localidad de Morée, en el cercano departamento de Loir-et-Cher, terminó por seguir el rumbo de su madre. Ella recordaba muchos años después cómo en Morée la visitaba los domingos su papá, un hombre guapo, bien vestido, con sombrero de paja y bastón. Hasta que, en un dia de invierno, una dama que nunca la había visitado pero resultó ser su madre, que era bonita y hablaba y hablaba sin parar, llegó y se la llevó tras una discusión con la familia que la cuidaba. Se instalaron en la rue Troyon, en París. Su madre tenía una vida muy activa y daba sus lecciones casi siempre fuera de casa, quedando ella a cargo de la criada, Marie. Tras varios meses de interrupción, se reanudaron las visitas de su padre, que acudía los jueves, nunca subía a la casa y solía llevarla al zoo. Pronto comenzó a hacerse ver un amigo de su madre, el señor de Mering, un joven elegante, con binóculo, que hacía de todo para que la niña se familiarizara con él. Su madre le hizo notar que él era rico y joven y que ella no era todavía vieja. Se trataba de un conde ruso, que no usaba el título, hijo de un riquísimo médico, profesor y filántropo de Kiev, que tenía grandes propiedades en Ucrania. En París, él vivía en la avenida Niel, en un apartamento suntuoso, con estatuas en el vestíbulo, grandes salones y lámparas eléctricas, una gran novedad por entonces. En contraste con la tacañeria que según Teresa caracterizaba a Ferrer, quien nunca le había llegado a regalar a Sol la muñeca que le había prometido, su nuevo papa Mering le compró una maravillosa. Desde que dejaron la rue Troyon, la niña no volvio a ver a su verdadero padre. ²³ Esta curiosa historia muestra cómo Ferrer tendía a rodearse de gente un tanto excepcional. Teresa sin duda lo era. Tras su largo matrimonio con Ferrer, cuando era todavía relativamente joven pero menos de lo que ella decía, porque se quitaba años incluso en declaraciones a la policía, logró muy rápidamente encontrar a la persona que iba a hacer realidad su sueño de una vida lujosa. Lo que de ella se dice en un informe que la policía francesa redactó años más tarde parece el fin de un cuento de hadas: conoció en París al señor de Mering, marchó con él a Rusia, se casaron, tuvieron tres hijas, y vivían en una vasta propiedad en las cercanías de San Petersburgo. ²⁴ Sol creció pues en Rusia, mientras que sus hermanas residían en Australia y su padre iniciaba en París una nueva vida sentimental. 1 APP, París, Ba 1075, anónimo, 28-3-2004. 2 Maitron, J. 1975, p. 22. Kelly, A. 1982, p. 171
3 «La propagande par le fait», Bulletin de la Fédération jurassienne , 5-8-1877. Atribución a Brousse en Cahm, C. 1989, p. 83. 4 Avilés, J. 2012 5 Avilés, J. 2013, pp. 235-272 6 Avilés, J. 2013, pp. 273-297 7 APP, París, Ba 1075, informe, 24-4-1894. 8 APP, París, Ba 1075, Mouquin, 12-6-1894. 9 Le Figaro , 13-6-1894. 10 Le Figaro , 14-6-1894. 11 APP, París, Ba 1642, Maison de Saint-Lazare 3-7-1894. 12 APP, París, Ba 1075, T. S. de Ferrer, 30-6-1894. 13 APP, París, Ba 1075, nota, 3-7-1894. 14 APP, París, Ba 1075, anónimos de 9-7-1894 y 16-7-1894. 15 APP, París, Ba 1075, Interior a Prefectura, 11-7-1894; Ba 1642, informe de 10-4-1901. 16 Regicidio , II, p. 449: declaración de Ferrer ante el juez en 1906. 17 El País , 8-4-1894. 18 FFFG, Barcelona, agenda de Ferrer. 19 Regicidio , II, pp. 173-174. 20 Archer, W. 2010, pp. 41-43 21 APP, París, Ba 1075, informe, 6-7-1894. 22 Ferrer, S. 1948, pp. 56-68 23 Ferrer, S. 1948, pp. 71-73 24 AN, París F7 13065, informe, 15-10-1909. Capítulo 2 Republicano, masón y librepensador Cuando su mujer le disparó, Ferrer tenía 35 años y nada había hecho hasta entonces para suponer que su nombre alcanzaría un día fama internacional. De hecho es poco lo que se sabe de su vida hasta aquella fecha. Contamos, sin embargo, con algún documento, algún comentario posterior suyo, algún recuerdo incierto transmitido por su hija Sol. Con tales elementos se
reconstruyen en este capítulo los primeros años de su vida, prestando especial interés a su triple vocación de republicano, masón y librepensador, que en la Europa latina de la época respondía a tres manifestaciones de un mismo espíritu laico y progresista. De Can Boter al ferrocarril de Francia El 16 de enero de 1859 fue bautizado en la parroquia de San Félix de la localidad barcelonesa de Alella. Francisco Juan Ramón, nacido el 14, hijo de Jaime Ferrer, propietario, y de María Ángela Guardia, naturales ambos de Alella, al igual que el abuelo paterno y la abuela materna. Sus otros abuelos procedían de otras poblaciones cercanas, de les Hostalets de Baliñá y de Vallromans. En la misma parroquia había sido bautizado casi medio siglo antes su padre, sólo que por aquel entonces se usaba más el catalán y lo que leemos en la correspondiente partida es que Jaume Joseph Feliu fue bautizado el 9 de mayo de 1813 en la iglesia parroquial de San Feliu de Alella. ²⁵ Ni que decir tiene que hoy la iglesia vuelve a llamarse San Feliu. Conserva el mismo aspecto que hace dos siglos, con su estructura gótica, su portada barroca y el remate típicamente catalán de un campanario en hierro forjado. Alella es una pequeña población del Maresme que durante siglos ha tenido como principal actividad el cultivo de la vid, de manera que casi cada familia tenía una viña, propia o arrendada. Contaba con poco más de 1.500 habitantes cuando nació Francisco, cifra que se había reducido a menos de 1.400 a fin de siglo, por efecto de la filoxera que acabó con buena parte de las cepas de vid entre 1886 y 1991, forzando a la emigración a muchos alellenses. ²⁶ Curiosamente, cierto número de ellos, incluido José, el hermano mayor de Francisco, emigraron a Australia, y se conserva una fotografia de los años veinte con todo un grupo de alellenses en Melbourne. La familia Ferrer era propietaria de una finca rústica llamada Can Boter, es decir casa del tonelero, situada muy cerca del centro de Alella, en una de las dos ramblas que confluyen en la población, la llamada Coma Clara. Todavía se conserva la casa de los Ferrer, un edificio típicamente rural a dos aguas, al que a comienzos del siglo XX se añadió un ala más elegante rematada por una torrecilla. Según Sol, los Ferrer eran unos labradores acomodados que desde el siglo XVIII poseían Can Boter y algunos terrenos colindantes, unas veinte hectáreas en total, dedicadas fundamentalmente al viñedo, y durante generaciones habían sido toneleros y viñadores. La familia era muy católica y conservadora. El padre, Jaime Ferrer, bajo y rechoncho, era un hombre enérgico, activo y de buen humor. La madre, a quien llamaban Mariángeles, era alta, esbelta y un tanto autoritaria. Todas las noches la gente de la casa se reunía alrededor de ella para rezar el rosario. Tuvo catorce hijos, de los que Francisco fue el decimotercero. ²⁷ Francisco fue a la escuela en Alella y luego en la vecina localidad de Teiá, hasta los trece años. Poco después, en octubre de 1873, se trasladó a Barcelona para trabajar con un comerciante de tejidos, Pablo Ossorio, que estaba casado con una amiga de Mariángeles y tenía su establecimiento en San Martí de Provençals. Gracias a su trabajo pudo ahorrar lo suficiente como para pagarse la exención del servicio militar y completó su formación aprendiendo francés, lo que le permitió ampliar sus lecturas. Por otra parte,
Ossorio era republicano y empezó a llevar a Francisco a reuniones políticas. De cuando en cuando, el joven visitaba a su familia en Alella y en una de aquellas visitas su madre le manifestó su preocupación porque veía que se estaba alejando de la religión. En total pasó cinco años en casa de los Ossorio, de los catorce a los diecinueve. El negocio era próspero y sus patrones, Pablo y Mercedes, tenían una sola hija, Nuria, que se había educado en un internado y había aprendido algo de piano y de canto. Años más tarde Ferrer la recordaba cantando composiciones de Schumann, pero el proyecto de Mercedes de casarle con Nuria no le satisfizo. No la amaba y prefirió buscarse otro trabajo, como revisor en una compañía de ferrocarriles. ²⁸ Todo esto lo cuenta Sol, pero ya hemos advertido que su rigor como historiadora dejaba mucho que desear. De hecho Ferrer tuvo al menos otro empleo. Según él mismo declaró ante el juez en 1906, quien le consiguió el trabajo en la compañía de ferrocarriles fue Sixto Xammar, a quien conocía por haber trabajado previamente en la fábrica de harinas de los hermanos Xammar, que dejó por un disgusto particular con uno de los hermanos, debido a una cuestión de celos. ²⁹ Por un informe de la empresa sabemos que Ferrer ingresó en la Compañía de Tarragona a Barcelona y Francia como alumno sin sueldo el 30 de julio de 1878 y el 21 de septiembre de ese mismo año fue nombrado revisor de billetes, con un sueldo mensual de 120 pesetas, que mantuvo inalterado hasta el 19 de mayo de 1885, fecha en que la que le fue admitida la dimisión. ³⁰ El empleo en el ferrocarril de Francia resultó importante en su vida por varios motivos. Por un lado, al facilitarle los viajes, le permitió convertirse en un enlace entre los republicanos españoles refugiados en Francia y sus correligionarios de Cataluña. De hecho, su primera visita a París, registrada en el consulado español, había tenido lugar justo antes de empezar su nuevo trabajo, en mayo de 1878. ³¹ Y por otro lado fue gracias a su empleo de revisor como conoció en un tren a Teresa Sanmartí Guiu. Según contaría él mismo años después, ella le explicó que se había fugado de casa de su familia y él, por un impulso quijotesco, le brindó protección. Antes de un mes se casaron en la iglesia de Belén de Barcelona, un 16 de diciembre, no recordaba si de 1880 o 1881. ³² Es probable que fuera en 1880, si es que se casaron al mes de conocerse, porque Trinidad nació en enero de 1882. Teresa, unos meses mayor que él, había nacido el 11 de noviembre de 1859 en San Feliu de Llobregat. Su padre, José Sanmartí, era panadero, aunque a ella le gustaría decir más tarde que era abogado. Su hija Sol, que sin duda oyó esta historia de labios de Teresa, la narró en su libro con más detalles, incluido el del padre abogado. Según ella fue en septiembre de 1880, camino de Gerona, cuando Francisco se encontró con una viajera que le impresionó por su belleza y que se echó a llorar ante él. Le explicó que volvía al convento en el que se había educado y del que había salido el año anterior, ya que había decidido hacerse religiosa. Llegados a Gerona, él la convenció de que renunciara a su proyecto y regresara a su casa, a la que la acompañó. Su padre había fallecido cuando era niña y ella se había educado con las monjas francesas de San Vicente de Paul en Arenys de Mar, donde había sido más feliz de lo que lo fue al regresar con su familia, ya que su madre, en mala situación económica, descargaba en ella
todas las tareas del hogar y sus tres hermanos mayores la trataban como una criada. Aquella mañana, aprovechando que sus hermanos habían salido y que su madre se había vuelto a acostar tras encargarle la colada, ella había recogido sus escasas pertenencias y había partido hacia Gerona para ingresar en el noviciado de las monjas, propósito del que le disuadió el que poco después sería su marido. Teresa no tenía dote, lo que no gustó a Mariángeles, la madre de Francisco, a quien pareció además un poco frívola. Tras la boda se instalaron en el barrio barcelonés de Sants y los primeros meses fueron maravillosos, pero no tardaron en manifestarse las desavenencias. A ella no le interesaba la política y consideraba a los republicanos enemigos de la sociedad, él en cambio se intereresaba por el republicanismo y dedicaba muchas horas a leer los libros de autores avanzados que compraba en Cerbère, en vez de preocuparse de ascender en la Compañía, como ella deseaba. La propia Teresa visitó al subdirector de la misma para pedir el ascenso, pero éste le dio a entender que su marido tenía ideas peligrosas. Todo ello daba lugar a disputas. Él vivía cada vez más su propia vida y regresaba tarde a casa, mientras que ella, cargada de trabajo por los hijos que iban naciendo, tenía que renunciar a leer y a cultivarse y abandonó incluso la guitarra, que antes le gustaba tocar. Sus grandes amigas eran dos compañeras del internado, las hermanas Boyd, de origen inglés, una de las cuales se haría monja. Ferrer no apreciaba a sus cuñados y las visitas a los Sanmartí se redujeron a una vez al mes. En cambio su hermano mayor, José Ferrer, comía a menudo con ellos y les contaba sus proyectos de crear una hacienda agrícola en tierra virgen, algo que finalmente conseguiría en Australia. Tres o cuatro veces al año iban de visita a Alella, pero a Teresa no le gustaba su suegra, que le parecía autoritaria, ni tampoco sus cuñadas, especialmente María, la mayor, que era quien dirigía junto a su marido los asuntos de la casa. No le gustaba que a Francisco le tratara su familia con el debido respeto y la enervaba que le llamaran Quico, como cuando era pequeño. Por otra parte las ideas republicanas de Francisco no agradaban a su familia. Con todo, Teresa siguió amándole y la situación económica del matrimonio fue mejorando, gracias a los ingresos suplementarios de una biblioteca ambulante que Ferrer había montado. A Teresa le gustaba gastar. ³³ Conspiraciones republicanas
En un artículo publicado en 1906, cuando se hallaba procesado, Ferrer explicó que su marcha a París, donde con ayuda de Ruiz Zorrilla pudo montar un comercio de vinos, se debió a sus discordias conyugales y también a que se había comprometido en el levantamiento republicano de Santa Coloma de Farnés. ³⁴ No hay motivo para dudarlo, aunque nunca fue investigado por las autoridades en relación con aquel levantamiento, llevado a cabo por un batallón al mando del comandante Ramón Ferrandiz Laplana. El batallón se alzó el 27 de abril de 1884, tres días después los insurrectos fueron reducidos por tropas leales al gobierno y a continuación un consejo de guerra juzgó a los sublevados, dos de los cuáles, el comandante Ferrándiz y un teniente, fueron ejecutados el 28 de junio. ³⁵ Aunque ninguna otra unidad militar se sublevó en aquella ocasión, el episodio era el resultado de una conspiración republicana más amplia, que habían tramado los seguidores del exiliado dirigente Manuel Ruiz Zorrilla. No se sabe en qué consistió la implicación de Ferrer en aquel asunto, pero lo cierto es que no fue hasta un año después cuando dimitió de su empleo en los ferrocarriles y marchó a Francia. Lo más probable es que se hubiera servido de su condición de revisor en un ferrocarril que viajaba hasta la frontera para actuar como correo entre Ruiz Zorrilla y sus partidarios en Cataluña. Eso es lo que cuenta su hija Sol, según la cual el dirigente republicano ya tenía en gran aprecio al joven Ferrer a la altura de 1880. ³⁶ Un informe preparado por la policía francesa en 1909 explicó que Ferrer aprovechaba su empleo para llevar hasta la frontera francesa la correspondencia que el comité revolucionario de Madrid enviaba a Ruiz Zorrilla, pero que tras algunos meses fue denunciado por un compañero y expulsado de su trabajo, tras lo cual se instaló en París, donde aquél lo empleó como hombre de confianza. ³⁷ En su día se dijo también que un religioso, tesorero de un convento, fue robado, e incluso asesinado según una versión, en un tren en el que se encontraba Ferrer de servicio. Según el relato de Sol, que sin duda procedía de su madre e incluye lo del asesinato, ello condujo a que en ausencia de Ferrer unos policías se presentaran en su casa, donde trataron a Teresa con pocos miramientos y le hicieron saber que su marido era bien conocido por su anticlericalismo, con lo que, a pesar de que fue rápidamente exonerado de toda sospecha, aquello ocasionó una buena disputa en el matrimonio. ³⁸ No hay manera de comprobar si hay algo de cierto en todo ello, porque cuando bastantes años después Ferrer fue procesado y la policía española rastreó sus antecedentes, no se logró averiguar nada concreto sobre el supuesto robo de valores a un sacerdote que viajaba en un tren. ³⁹ La vinculación de Ferrer con Ruiz Zorrilla representó un paso decisivo en su vida, porque implicaba optar, entre las diversas corrientes del republicanismo español, por aquella que cifraba todas sus esperanzas en un levantamiento militar. Esa orientación de Ruiz Zorrilla, que se había incorporado tardíamente a las filas republicanas, respondía a una larga tradición del liberalismo progresista español. Diputado por primera vez en 1858, a los veinticinco años de edad, Ruiz Zorrilla se retiró de las Cortes junto al resto de los parlamentarios progresistas, cuando el partido optó en 1865 por la vía revolucionaria frente al régimen crecientemente autoritario de Isabel II. Desde entonces fue un activo conspirador y estuvo implicado en
la sublevación de los sargentos del madrileño cuartel de San Gil en 1866. El triunfo de la revolución en septiembre de 1868 le llevó a la cúspide de la política, pues fue sucesivamente ministro de Fomento y de Gracia y Justicia, presidente de las Cortes y, ya durante el reinado de Amadeo de Saboya, jefe del Gobierno por dos veces. Siendo presidente de las Cortes inició también una fulgurante carrera masónica. El clima de libertad que trajo consigo la Revolución de Septiembre había estimulado el crecimiento de las logias españolas, divididas entonces en tres obediencias distintas, una de las cuales, el Gran Oriente de España, creyó oportuno que la rigiera “una mano fuerte y vigorosa”. Para ello optó por un político influyente como era Ruiz Zorrilla, a pesar de que éste no era masón. A esta deficiencia se le puso pronto remedio y en pocos días ascendió todos los grados de la escala masónica, desde la iniciación como aprendiz hasta el grado 33, y el 14 de septiembre de 1870 fue instalado como gran maestre. Ocupó ese puesto durante casi cuatro años, hasta el 31 de diciembre de 1873, es decir que estaba al frente de la orden durante sus dos breves mandatos como jefe de gobierno del rey Amadeo. La ortodoxia masónica implicaba que las logias pudieran abordar cuestiones filosóficas y humanitarias, pero no tomar decisiones políticas, así es que Ruiz Zorrilla, como político, no tenía porqué atenerse a decisiones tomadas en aquéllas. El estudioso de la masonería José Antonio Ferrer Benimeli ha mostrado que Ruiz Zorrilla abordó con prudencia dos causas humanitarias que tenían mucho apoyo en las logias: la abolición de la esclavitud y la de la pena de muerte. Suprimió la esclavitud en Puerto Rico, pero no en Cuba, por hallarse ésta en estado de insurrección, y la pena de muerte se mantuvo porque, según se argumentó, era de momento la única pena realmente temida. ⁴⁰ Por otra parte, era entonces común que las masonerías de los distintos países eligieran como grandes maestres a personajes del máximo relieve político e incluso a miembros de las casas reales. El Gran Oriente de Italia eligió en 1864 como gran maestre vitalicio al héroe de la unificación nacional Giuseppe Garibaldi, mientras que Eduardo, príncipe de Gales, fue gran maestre de la Gran logia de Inglaterra desde 1875 hasta su subida al trono, momento en que le sucedió un aristócrata, el duque de Connaught. Tras la abdicación del rey Amadeo y la proclamación de la República, Ruiz Zorrilla se retiró temporalmente de la política activa y, al expirar su mandato como gran maestre, no intentó renovarlo. Un par de años después, en 1876, accedería al cargo de gran maestre del Gran Oriente de España Práxedes Mateo Sagasta, exponente principal del sector del liberalismo progresista que terminó por integrarse en el sistema político de la monarquía alfonsina. Su antiguo correligionario Ruiz Zorrilla la rechazó en cambio de plano y, convencido de que la monarquía de los Borbones era incompatible con un régimen liberal, optó por el republicanismo, lo que le valió un largo exilio, transcurrido fundamentalmente en París. Fue expulsado de España en febrero de 1875 y no regresó hasta que, veinte años después y ya gravemente enfermo, quiso morir en su patria. Durante aquellos largos años fue un conspirador infatigable, cuyos seguidores en el Ejército promovieron numerosos levantamientos, que o bien eran frustrados por la acción del gobierno antes de producirse, o bien fracasaban en pocos días por falta de apoyo. Se trataba de una estrategia que rechazaban otros sectores del
republicanismo. El ex presidente de la República Nicolás Salmerón escribió en 1877 a un correligionario que a Ruiz Zorrilla parecía dominarle “una obsesión incurable”, quería la revolución “a todo trance y por cualquier medio”. ⁴¹ Sus contactos con el Ejército, que venían de antiguo, desde los tiempos en que como hombre de confianza del general Prim había tenido ocasión de tratar a fondo con los generales que conspiraban contra Isabel II, le daban por otra parte una baza que otros republicanos no tenían. En los primeros días de la Restauración le visitaron destacados mandos militares, lo que resultó decisivo para que le expulsara de España el gobierno de Cánovas, surgido a su vez de otro levantamiento militar, el del general Martínez Campos. Y desde el exilio, Ruiz Zorrilla pondría en juego todos sus contactos militares y civiles para que la historia se repitiera una vez más y una acción militar condujera a un nuevo cambio de régimen. La última gran intentona zorrillista tuvo lugar el 20 de septiembre de 1886, cuando el brigadier Villacampa se sublevó en Madrid. ⁴² Sol Ferrer sostuvo que su padre participó personalmente en la sublevación y tras su fracaso se refugió de nuevo en Francia, pero no hay indicio alguno de que así fuera. ⁴³ Lo que resulta más probable es que colaborara en los preparativos, pues un republicano español que le conoció entonces en París afirmó que Ferrer actuaba de enlace entre Ruiz Zorrilla y sus correligionarios de Barcelona, realizando frecuentes viajes. ⁴⁴ También se menciona su actividad conspirativa junto a Ruiz Zorrilla en la correspondencia cruzada entre el Ministerio de Estado y la embajada española en París, aunque existe el problema de que su apellido era bastante común y esos documentos mencionan a varios Ferrer, incluidos un antiguo coronel carlista instalado en Toulouse y un Víctor Ferrer, de Manresa. Algunos de ellos parecen sin embargo referirse a nuestro personaje, como ocurre con un telegrama del ministro de Estado en marzo de 1886, según el cual un cierto Ferrer había vuelto a París y acompañaba frecuentemente a Ruiz Zorrilla, por lo que convenía no perderle de vista ni un momento. Y en un curioso telegrama, remitido a comienzos de septiembre por el embajador con la advertencia de que él mismo no daba demasiada credibilidad a la información, se decía que la propia esposa de Ruiz Zorrilla –una muy respetable señora, según todas las fuentes– iba a acudir a El Ferrol para contactar con los militares implicados en la conspiración, según había oído un confidente a “la mujer de Ferrer”. Cabe suponer que se tratara de Teresa. ⁴⁵ El propio Ferrer declaró más tarde ante el juez las circunstancias de su establecimiento en París. Explicó que a los veintiséis años, siendo vecino de Granollers, dejó su trabajo en los ferrocarriles, porque sus discusiones con su esposa le hacían imposible seguir viviendo allí. Como tenía buena amistad con Ruiz Zorrilla, al que había prestado servicios como correligionario, marchó a París, dejando a su esposa al cuidado de su madre y a sus hijas al cuidado de su hermano José y de su cuñado José Sanmartí. En París, con la protección de Ruiz Zorrilla y otros amigos, se puso al frente de un establecimiento de bebidas. Luego su esposa le pidió perdón y se reunieron todos en la capital francesa. ⁴⁶ La embajada española, que en el período de la Villacampada le hizo vigilar como a otros exiliados, pronto averiguó que la tienda de vinos que regentaba Ferrer en la rue du Pont Neuf 19 había sido alquilada en septiembre de
1885, al precio de 6.000 francos anuales, por un cierto monsieur Moreno, comerciante de vinos al por mayor en Bercy, de quien no sabemos qué relación podía tener con Ruiz Zorrilla o con el propio Ferrer. En marzo de 1886 llegaron a París Teresa y sus hijas y Ferrer, que hasta entonces había vivido en la trastienda de su establecimiento, se trasladó con ellas a un piso en la rue Saint Honoré 65, donde pagaría 600 francos anuales de alquiler. ⁴⁷ La tienda de vinos de la rue Pont Neuf debió convertirse en un pequeño restaurante, al que se refiere un informe de la policía francesa, según el cual era bastante frecuentado por extranjeros, especialmente españoles, sobre todo durante la Exposición Universal que tuvo lugar en París en 1889. ⁴⁸ Según Sol Ferrer, el restaurante de la rue Pont Neuf se llamaba Libertad y tenía una clientela de estudiantes y de verduleros de Les Halles. Al principio sus padres habían reencontrado el amor, pero pronto reaparecieron los problemas. A Teresa no le gustaba el clima lluvioso de París y lo que le atraía de la ciudad era el beau monde, que pudo entrever un día que asistió a la Opera Cómica, pero del que le alejaban las estrecheces económicas en que vivían. Le alarmaban además los contactos de Ferrer. Los jueves Ruiz Zorrilla daba brillantes recepciones, a las que a ella le dolía ir pobremente vestida, mientras que a su restaurante acudían en cambio refugiados españoles pobres que no pagaban o, lo que era aún peor, resultaban ser anarquistas. Cuando, en octubre de 1886, el anarquista Clement Duval apuñaló a un agente de la policía, ésta se presentó en el restaurante, espantando a los clientes por unos días. Finalmente –en 1889 según contaría él mismo– Ferrer optó por dejar el restaurante y ponerse a dar clases de español, al tiempo que seguía sus estudios autodidactas en la Biblioteca Nacional, leyendo a autores anarquistas y también a Marx y a Engels. Un anarquista, Charles Malato, se convirtió en su amigo más estrecho. En tanto su situación económica fue mejorando, gracias al éxito que tenían sus clases de español, sobre todo entre algunas señoras de la buena sociedad, lo que generó intensos celos en Teresa, que al fin optó por dar también ella clases de español. La familia se trasladó al piso de la rue Richer 43 que hemos mencionado en el capítulo anterior. ⁴⁹ El fracaso del brigadier Villacampa, que fue condenado a muerte pero indultado, marcó el declive de las conspiraciones republicanas. Un interesante informe policial español, conservado en el Archivo Histórico Nacional, trazó en diciembre de 1887 un panorama de las fuerzas revolucionarias en el que destacaba su estado de decaimiento. Respecto al partido progresista que encabezaba Ruiz Zorrilla, que pasaba por ser “el más fuerte y batallador” de los republicanos, creía que podía desaparecer en cualquier momento, porque era un partido sin base, sin fuerzas populares, sin ideas ni programa, que no tenía más razón de existencia que su acción revolucionaria. Tras la restauración de la monarquía, Ruiz Zorrilla había comenzado su campaña con un “brillantísimo estado mayor” de políticos civiles y con considerable número de generales, pero con los años había ido perdiendo ese apoyo, para convertirse finalmente en un partido dividido en fracciones, sin hombres de mérito y con escasos recursos económicos. Los elementos más valiosos que le seguían no lo hacían por una identificación con sus ideas sino por creer que era el único capaz de impulsar un movimiento revolucionario. ⁵⁰ Es probable que al propio Ferrer le atrajera la voluntad de Ruiz Zorrilla de acción inmediata contra la monarquía, aunque
sus ideas eran bastante más conservadoras que las que más adelante defendería nuestro personaje. Respecto a la cuestión de la violencia, Ruiz Zorrilla era partidario de utilizarla con contundencia en el momento de la revolución, se mostraba ambiguo respecto al magnicidio y repudiaba contundentemente los atentados anarquistas indiscriminados. En una entrevista a un diario parisino declaró que el atentado contra Martínez Campos aún se podía comprender, sin justificarlo, pero que el del Liceo había sido el horrible resultado de una locura mística, de un nuevo fanatismo que había arraigado en las mentes simples y sin cultura de los desafortunados. ⁵¹ Y en una conversación privada con un periodista, le dijo que él se habría mostrado implacable con quienes habían matado indiscriminadamente en el Liceo, pero que consideraba inadecuada la pena de muerte en casos que tenían un matiz político, como el atentado contra Martínez Campos. No obstante, si en el curso de una revolución el rey Alfonso XII hubiera sido capturado, le habría sometido a un consejo de guerra y fusilado de inmediato. ⁵² Por otra parte, en contraste con el ateísmo militante de que haría gala Ferrer, Ruiz Zorrilla era un católico liberal, que compaginó sin problemas esa condición con la de masón. Así lo hizo notar el propio Gran Oriente Español, heredero del Gran Oriente de España del que Ruiz Zorrilla había sido gran maestre, en una nota necrológica. Según ésta, Ruiz Zorrilla, como tantos otros francmasones, odiaba el clericalismo pero se sentía muy a gusto con la religión que le habían enseñado sus padres. Y al respecto narraba la anécdota de cómo, al morir su esposa en 1894, había mandado encuadernar todos los telegramas y escritos de pésame que recibió y le gustaba mostrar que entre ellos había numerosas planchas de entidades masónicas junto a cartas de obispos y otros eclesiásticos. ⁵³ Ferrer, en cambio, moriría reverenciado por la masonería pero enfrentado frontalmente a la Iglesia católica. Un masón llamado Cero En un discurso fúnebre en honor de Ferrer, pronunciado en el Gran Oriente de Francia, el orador recordó que el hermano recién desaparecido se había iniciado en 1884 en la logia La Verdad de Barcelona, se había afiliado en 1890 a la logia Les Vrais Experts de París, había alcanzado el grado 31 y pertenecía al capítulo Les Amis Bienfaisants. ⁵⁴ Su etapa en la logia barcelonesa había sido de corta duración. Se conserva en la colección Ferrer de San Diego una reproducción fotográfica del diploma de aprendiz masón conferido a Francisco Ferrer Guardia, de nombre simbólico Cero, el 12 de abril de 1883, como miembro de la logia La Verdad nº 146 del Soberano Gran Oriente de España. Para completar esta información podemos recurrir a una obra que en los años treinta publicó el presbítero Tusquets, un acérrimo enemigo de la masonería, cuya mente estaba llena de fantasías conspiratorias pero que parece haber consultado documentos auténticos. Según él, Ferrer ingresó en la logia La Verdad en febrero de 1883, propuesto por José Paulet, quien le definió como “hombre honrado, despreocupado de la religión, casado, que posee una tienda de confección para señoras y es empleado del ferrocarril de Francia”. Vivía por entonces en el número 26 de la calle Condal de Barcelona, pero el 30 de diciembre de
1884, cuando había alcanzado el grado 3º, pidió la plancha de quite , es decir que dimitió, por haber tenido que trasladar su domicilio a Granollers, donde le había destinado la compañía. Según explicó al presentar la dimisión, había podido asistir pocas veces a los trabajos de la logia y eran pocos los beneficios que la masonería había experimentado al admitirle, pero conservaba un grato recuerdo y esperaba que cuanto antes sus ocupaciones profanas le permitieran concurrir con todas sus fuerzas a la gran obra de regeneración que había emprendido la masonería. ⁵⁵ A estos datos de Tusquets podemos añadir que, de acuerdo con la documentación de la logia La Verdad conservada en el archivo de Salamanca, en la que no aparecen referencias a Ferrer, el maestro venerable de la misma era un militar, Vicente Llorca Llopis. ⁵⁶ No hay nada en su hoja de servicios que indique que el teniente coronel Llorca hubiera estado implicado en ninguna conspiración militar. ⁵⁷ La logia Les Vrais Experts de París tenía su sede en la rue Cadet, es decir en la propia sede del Gran Oriente de Francia, muy cerca de la rue Richer donde vivía el profesor de español Francisco Ferrer, quien de acuerdo con la documentación conservada en el fondo masónico de la Biblioteca Nacional de Francia, se afilió el 21 de junio de 1890. Hacia por entonces siete años que la logia había abandonado su primitiva denominación de Saint Pierre des Vrais Experts , un cambio que resultaba sintomático del alejamiento de la masonería francesa respecto al componente cristiano de sus orígenes. Las profesiones de los miembros de esta logia, entre quienes se encontraba un amigo de Ferrer, Arturo Vinardell, afiliado en 1891, muestran un predominio de la clase media baja. ⁵⁸ A diferencia de lo ocurrido en Barcelona, esta vez Ferrer mostró más asiduidad en su asistencia a los trabajos masónico y en 1898 alcanzó el grado 31. Por entonces pertenecía no sólo a la logia Les Vrais Experts , sino a dos talleres de altos grados, el capítulo Les Vrais Amis y el consejo filosófico L’Avenir . ⁵⁹ ¿Qué representó la pertenencia a la masonería en la vida de Ferrer? Más adelante veremos cómo algunos de sus más estrechos amigos y colaboradores eran a la vez masones y anarquistas, una doble militancia que no era nada común. Mucho más estrecha era la relación entre republicanismo y masonería, hasta el punto de que Ferrer parecía identificar los objetivos de uno y otra, según se desprende de unas páginas que escribió al final de su vida en defensa de su obra pedagógica, en las que planteó lo mucho que habría avanzado el republicanismo español si se hubieran fundado escuelas racionalistas “al lado de cada comité, de cada núcleo librepensador o de cada logia masónica”. ⁶⁰ Para él, republicanos, librepensadores y masones estaban pues empeñados en un mismo proyecto, pero ello no implica que su función fuera la misma. Los comités republicanos se dedicaban a la lucha política, las organizaciones librepensadoras defendían el racionalismo frente a los dogmas religiosos, pero ¿cuál era la función de la masonería? La masonería, en el sentido moderno del término, surgió en Escocia e Inglaterra probablemente en el siglo XVII, basándose en parte en la tradición de los gremios medievales de constructores, y se extendió por Europa en el siglo XVIII. Puede definirse como una sociedad iniciática cuyo objetivo es el perfeccionamiento espiritual de sus miembros, y a través de
ellos de toda la humanidad, mediante un recorrido cognoscitivo gradual basado en ritos y símbolos. ⁶¹ Como tal sociedad iniciática, sus trabajos están reservados a sus miembros y aunque casi todas las fórmulas de sus rituales y ceremonias han sido impresas a partir del siglo XVIII, mantiene un énfasis en la reserva que enlaza con toda la tradición esotérica, en contraste con los ritos públicos de las iglesias. La masonería se dirige a unos pocos, a quienes se incorporan a las logias para seguir su recorrido iniciático, pero al mismo tiempo tiene una vocación universal, en el sentido de que no excluye a nadie por sus creencias religiosas y políticas, proscribiendo en las logias la discusión sobre esos temas. Ha tendido a combinar el racionalismo con la apertura hacia la trascendencia, en proporciones y combinaciones diversas según los tiempos y los lugares. En términos más prosaicos, no hay duda de que sus logias han sido a menudo un lugar de encuentro apropiado para establecer provechosas relaciones profesionales o de negocios. Y por último, aunque la ortodoxia masónica excluye toda actividad política en las logias, no hay duda de que en ciertos países, incluida España, algunas de ellas sirvieron para facilitar conspiraciones revolucionarias. Un constante promotor de conspiraciones como Bakunin ingresó en la masonería en la esperanza de convertirla en un instrumento revolucionario, pero no tardó en desengañarse y en 1866 escribió sobre ella en una carta privada que podía resultar útil como máscara –es decir para actuar bajo la cobertura que proporcionaba– o como pasaporte –es decir para ser bien recibido en ciertos ambientes– pero que no había que tomársela en serio. ⁶² A fines del siglo XIX las logias francesas habían renunciado a la obligatoriedad de la crencia en Dios, que constituía uno de los landmarks , es decir de las señas de identidad masónicas, desde los primeros tiempos. La preceptiva afirmación de un Dios creador, designado por los masones como Gran Arquitecto del Universo, resultaba compatible con las distintas creencias religiosas, en la práctica sólo las cristianas al principio, aunque más tarde ingresaran en las logias judios y creyentes de otras religiones, pero excluía en cambio a los agnósticos y ateos. El diploma de aprendiz masón de Ferrer está encabezado por la fórmula tradicional A.L.G.D.G.A.D.U. (A la gloria del Gran Arquitecto del Universo) mientras que su diploma del grado 31 está encabezado por dos sentencias latinas sin contenido específicamente religioso: Suum cuique Jus (‘a cada uno su derecho’) y Ordo ab chao (‘del caos al orden’). Fue en septiembre de 1877 cuando el convento del Gran Oriente de Francia modificó el artículo 1 de su constitución, del que desapareció la alusión al Gran Arquitecto del Universo, un paso que sólo el Gran Oriente de Bélgica había dado previamente, cinco años antes. Se trataba de aceptar la plena libertad de conciencia, extendiendo a los ateos el respeto a todos los hombres de buena voluntad que proclamaba la masonería, y hay que señalar que los promotores de la reforma eran creyentes, destacando entre ellos un pastor protestante, Frédéric Desmons. La medida condujo sin embargo a las obediencias anglosajonas a romper relaciones con el Gran Oriente de Francia. Cuando en 1885 el Gran Oriente de Francia escribió a la Gran Logia Unida de Inglaterra para promover una reconciliación, se le respondió que los masones ingleses sostenían y habían siempre sostenido que la creencia en Dios era la principal seña de identidad de toda verdadera y auténtica masonería. ⁶³
Durante la III República, la masonería adquirió una gran influencia en la política francesa, hasta el punto de que un estudioso del tema ha llegado a escribir que a finales del siglo XIX se había convertido en la “Iglesia de la República” y en algunas legislaturas hasta un tercio de los diputados y senadores eran masones. Los afiliados pertenecían en su mayoría a la pequeña y media burguesía, mientras que entre sus dirigentes abundaban los profesionales, como médicos, abogados, periodistas y profesores. A finales de siglo la orden se orientó a la izquierda, adquiriendo el predominio en su seno los republicanos radicales, al tiempo que el reclutamiento se democratizaba, ingresando en la masoneria bastantes obreros, antes prácticamente excluidos, lo que condujo a la introducción de los ideales colectivistas, aunque todavía a principios del siglo XX pocos dirigentes socialistas eran masones. ⁶⁴ En España, la masonería no adquirió una influencia semejante, porque lejos de identificarse con el régimen monárquico de la Restauración, tendió a confundirse con la oposición republicana. Es cierto que, en los primeros momentos del nuevo régimen, el Gran Oriente de España confió la gran maestría a Sagasta, que la ejerció de 1876 a 1881, pero no tardó en girar a la izquierda, como estaba ocurriendo en Francia. La gran figura de la masonería española en los años del cambio de siglo fue el republicano Miguel Morayta, principal artífice de la unificación de la mayoría de las logias españolas en una nueva obediencia, el Gran Oriente Español, constituido en 1889. Morayta ocupó la gran maestría del Gran Oriente Español desde 1889 hasta 1901 y de nuevo desde 1906 hasta su muerte, ocurrida en 1917. ⁶⁵ Ferrer no tenía buena opinión de él, pues en una carta que dirigió en 1907 a un amigo francés, le explicó que era un antiguo seguidor del ex presidente de la República Emilio Castelar y por tanto enemigo de Ruiz Zorrilla y de todos los republicanos dispuestos a organizar un movimiento revolucionario. Además había hecho educar a su hija en un convento y acababa de casarse por la Iglesia, dos acciones que a Ferrer, evidentemente, le parecían impropias de un republicano y un masón. ⁶⁶ El enfrentamiento entre la Iglesia católica y la masonería tenía remotos orígenes. Una sociedad iniciática que promovía el perfeccionamiento espiritual de sus miembros, bajo la sombra del secreto y al margen de todo control eclesial, y que además incluía en su seno a protestantes, católicos y deístas, tenía forzosamente que resultar sospechosa para Roma desde el primer momento. El papa Clemente XII la había condenado expresamente, en una fecha tan temprana como 1738, en la constitución apostólica In eminenti Apostolatus specula , que no tuvo sin embargo consecuencias ni en Francia ni en otros estados católicos, en los que el poder temporal, celoso de sus prerrogativas, negaba valor a toda disposición vaticana que no hubiese sido formalmente registrada por el propio Estado. La condena fue renovada en 1751 por el papa Benedicto XIV, en la bula Providas Romanorum Pontificum , pero no fue hasta el siglo XIX cuando el antimasonismo católico alcanzó su apogeo. A ello contribuyó la fantasía conspirativa según la cual la masonería era un poder oculto, enemigo del trono y del altar, que habría guiado desde la sombra la Revolución francesa, según mantuvo el abate Augustin Barruel en sus Mémoires pour servir a l’histoire du Jacobinisme (1797-1798). Más
tarde, esta fantasía se combinó con el antisemitismo para dar lugar al mito del complot judeo-masónico, cuya primera formulación clásica fue expuesta por otro escritor contrarrevolucionario francés, Henri Gougenot des Mousseaux, en su libro Le juif, le judaïsme et la judaïsation des peuples chrétiens (1869). En el crispado ambiente de mediados del siglo XIX, en el que las estructuras y valores tradicionales amenazados por el avance del liberalismo encontraron en la Iglesia de Roma uno de sus pincipales baluartes, al tiempo que el nacionalismo liberal italiano acababa con el poder temporal de los papas, el antimasonismo de los católicos y el anticlericalismo de las izquierdas se convirtieron en fenómenos simétricos. Ambos tenían su base en un enfrentamiento real acerca de los principios que debían regir la sociedad y el Estado, pero ambos se nutrían también de fantásticas teorías conspirativas. Los propios papas, comenzando por León XII y siguiendo por Pio VIII, Pio IX y León XIII, el papa que más rotundamente condenó a la masonería en su encíclica Humanum genus de 1884, apuntaron a una inspiración directamente satánica de la misma. En concreto Pío IX se referió a la masonería como la “sinagoga de Satán”, una expresión tomada del Apocalipsis que en el contexto del siglo XIX tenía una connotación claramente antisemita. El ambiente estaba tan cargado que un embaucador francés, Léo Taxil, pudo desarrollar hasta extremos grotescos la tesis de que los dirigentes de la masonería rendían culto a Satán, en una serie de publicaciones aparecidas a partir de 1886 que fueron tomadas en serio y despertaron un enorme interés en el mundo católico, hasta que en 1897 el propio Taxil reveló que todo había sido una supercheria y se burló de la credulidad católica. Para entonces, sin embargo, el mito del complot judeomasónico estaba ya sólidamente arraigado. ⁶⁷ En España una editorial católica tradujo a fines de los años ochenta varias obras de Taxil. En el prólogo a una de ellas, el presbítero Jaime Carabach, catedrático de filosofía en el Seminario Conciliar, afirmaba que la masonería, “sinagoga de Satanás”, era “hija primogénita y muy querida del diablo”. A modo de silogismo explicaba que el paganismo era “el culto personal del demonio”, la masonería era la continuación del paganismo y el liberalismo moderno era el hijo mimado de la masonería, de donde se deducía una conclusión final que dejaba al lector, pero que resultaba evidente: el origen satánico del propio liberalismo. ⁶⁸ Pero varios años antes de que Taxil hubiera descubierto la mina que constituía la literatura antimasónica, otro autor español había publicado, en 1870 y 1871, un extenso tratado pseudohistórico en el que exponía la tesis del origen judaico de la masonería. Su autor, el sacerdote Vicente de la Fuente, no era un personaje marginal en la vida cultural y política española. Fue catedrático de Derecho Canónico en Salamanca, de Historia de la Iglesia en Madrid y miembro de la Academia de la Historia. Durante la Restauración militó en la Unión Católica, es decir en el grupo que aceptó la monarquía de Alfonso XIII, y en 1876 fue nombrado rector de la Universidad Central. ⁶⁹ Sostenía que el judaísmo era “una sociedad maldita con la execración de Dios, semejante a Satanás”, que de ella había surgido la masonería y de esta a su vez había surgido el socialismo y aunque cada nueva secta rechazaba aparentemente a sus predecesoras, no había que dejarse engañar:
“En su genio altamente revolucionario, las sectas derivadas de aquella, como la Internacional, prescinden de la francmasonería y aun se burlan de ésta, como ésta desprecia a los israelitas, lo cual no impide que éstos sean sus más poderosos auxiliares. Es público que todos los periódicos más revolucionarios e impíos de Europa están comprados por los judíos, o reciben subvenciones de ellos y de sus poderosos banqueros, los cuales a su vez son francmasones.” ⁷⁰ La lógica de la argumentación dejaba bastante que desear, pero su mensaje era clarísimo: a pesar de las apariencias el judaísmo, la masonería y el socialismo eran tres manifestaciones de una misma fuerza oscura próxima a Satanás. Librepensadores en Madrid Los anticlericales no suponían que la Iglesia de Roma fuera de inspiración satánica, pero estaban convencidos de que las iglesias en general, y la católica muy especialmente, eran un residuo anacrónico del pasado del que había que desembarazarse cuanto antes para avanzar por la senda del progreso y de la felicidad humana. El combate anticlerical, que tuvo su epílogo trágico en la Guerra Civil española, alcanzó en el conjunto de la Europa latina su mayor intensidad en los años finales del siglo XIX y comenzó su declive en vísperas de la I Guerra Mundial, de manera que la protesta internacional por la muerte de Ferrer representaría uno de sus últimos momentos de gloria. Un papel fundamental en ese combate lo jugaron, especialmente en Francia y Bélgica, las sociedades librepensadoras, que a diferencia de los partidos políticos y de las logias masónicas no tenían otra finalidad que la defensa del racionalismo frente al dogmatismo religioso. Surgidas a mediados del siglo XIX, estas sociedades reclutaron miembros tanto en ambientes obreros como de clase media y con el tiempo tendieron a adoptar posiciones socialistas, sobre todo en Bélgica, donde el Partido Obrero, fundado en 1885, estuvo muy ligado en sus primeros tiempos al movimiento librepensador, lo que le convirtió en el más anticlerical de los partidos socialistas europeos. Uno de sus dirigentes, Émile Vandervelde, escribió en 1894 que la lucha contra la Iglesia era el complemento indispensable de la lucha de clases, porque siendo la Iglesia, tanto católica como protestante, la clave de bóveda del orden social, el capitalismo no sobreviviría a su desaparición. No es pues sorprendente que, como veremos, Ferrer llegara a tener muy buenas relaciones con algunos socialistas belgas. En 1912, sin embargo, se produjo una ruptura, al acordar las sociedades librepensadoras la retirada de la afiliación que muchas de ellas tenían al Partido Obrero Belga, que por su parte había comenzado a poner sordina a su anticlericalismo. ⁷¹ En Francia las sociedades de librepensamiento tuvieron su momento de mayor auge en los mismos años que en Bélgica, entre 1880 y 1914, periodo en que contaron con figuras destacadas en los campos de la ciencia, la literatura y la política, como Victor Hugo, Marcelin Berthelot, Anatole France y Aristide Briand. Llegaron a existir en Francia más de un millar de estas sociedades, cuyos miembros se dividían en el terreno religioso entre el ateísmo y el deísmo, y en el político entre las diferentes corrientes de la izquierda. ⁷²
Ferrer se interesó pronto por la propaganda librepensadora. Sus convicciones personales eran ya ateas en 1885, fecha en la que escribió un breve relato que quince años después publicaría con el título de Envidia: un cuento ateo . Se trata de una versión humorística del mito bíblico del Paraíso terrenal, en la que Dios expulsa a nuestros primeros padres por envidia, porque al hombre se le había ocurrido algo que el propio Creador no había imaginado, la posibilidad de gozar sexualmente con la mujer. Además de la irreverencia hacia los mitos bíblicos y el entusiasmo por la actividad amorosa, el breve relato mostraba otro rasgo de su autor, la misoginia. Es cierto que un cuento humorístico acerca del Paraíso terrenal exige casi inevitablemente alguna pulla contra Eva y también hay que recordar que la emancipación femenina había hecho todavía pocos progresos en aquel entonces, pero la imagen de la primera mujer que daba Ferrer entraba de lleno en el peor tópico masculino. Por supuesto, el primer hombre quedó prendado desde el primer momento de aquella hermosa y provocativa criatura, que “sin habérselo enseñado nadie, ya se presentó con la incitante sonrisa y con los ojos devoradores de la pasión, con esos ojos hambrientos de placeres con los cuales nos enloquecen y nos cautivan”. Y junto a este tópico de la mujer que sólo desea seducir al macho, aparecía también otra imagen, más bíblica y un tanto incongruente en el ateo Ferrer, de la mujer como agente del mal. Los ángeles rebeldes se dirigían a la mujer, “como más tonta”, para aconsejarle que tratara de dominar, no sólo al hombre, sino al mismo Dios y ella, siguiendo su ejemplo, “concluyó por ser tan mala como ellos, y ha venido siéndolo siempre”. ¿Escribiría esto Ferrer tras una de sus frecuentes disputas con la bella Teresa? ⁷³ Uno de los terrenos esenciales de la batalla entre católicos y librepensadores era, por supuesto, el de la enseñanza y Ferrer, profesor de español, no tardó en interesarse por el tema. En diciembre de 1890 el diario madrileño El País publicó una nota anunciando la llegada a la capital española, procedente de París, del profesor laico Ferrer, comisionado por los adeptos de la democracia social en Francia para pedir el apoyo de los republicanos españoles al establecimiento de escuelas laicas, proyecto que tenía el apoyo de la Confederación Española de la Enseñanza Laica, de la que era iniciador y presidente Bartolomé Gabarro, y de la Liga Universal de Librepensadores. ⁷⁴ Esta Liga, en realidad la Federación Internacional de Librepensamiento, se había fundado en 1880 y en el curso de los años ochenta había celebrado varios congresos en París, Londres, Ámsterdam y Amberes. ⁷⁵ El congreso de 1889 se celebró en París, coincidiendo con la Exposición Universal, y es probable que Ferrer asistiera a sus sesiones, pero no hay prueba de ello. Quien sí dejó rastro de su asistencia como delegado español fue Odón de Buen, redactor del seminario madrileño Las Dominicales del Libre Pensamiento , catedrático de Ciencias de la Universidad de Barcelona desde ese mismo año y futuro colaborador de Ferrer en la Escuela Moderna. De acuerdo con la crónica que publicó en dicho semanario, al congreso asistieron sobre todo delegados de Francia, el país anfitrión, y de Bélgica, el país en que mejor organizados estaban los librepensadores, pero también había delegaciones numerosas de Inglaterra, España y Alemania. Tras una acalorada discusión de principios, quedó sentado que el librepensamiento consistía en “una coalición de elementos filosóficos racionalistas, contrarios
a las religiones positivas, enemigos del clericalismo, que afirman el laicismo de la vida, como medio necesario, y el método de observación, como procedimiento de estudio”. El congreso acordó también que la enseñanza de “la pretendida moral religiosa” era nociva y que la educación debía basarse en “la moral universal positiva”. Por último, se acordó que el siguiente congreso se celebrara en Madrid tres años después. ⁷⁶ En la elección de Madrid debió pesar que en dicha ciudad se publicara el semanario Las Dominicales del Libre Pensamiento , que actuó como organizador del encuentro. Sus propietarios eran Ramón Chíes, concejal republicano del ayuntamiento de Madrid, y el periodista Fernando Lozano, más conocido como Demófilo. En opinión de Chíes, el librepensamiento implicaba la defensa de la república, es decir el poder de todos, y la defensa del libre examen frente a las verdades impuestas del catolicismo, pero no implicaba en cambio la irreligiosidad. Él mismo sospechaba la existencia de un algo inmanente en el universo, que algunos denominaban Dios, pero no pretendía imponer sus ideas a los demás, porque el librepensamiento consistía en la indagación racional sin dogmatismos y ello podía conducir a conclusiones tan distintas como el materialismo y el espiritismo. De hecho, según su principal estudioso español, Álvarez Lázaro, dentro del campo librepensador coexistían el materialismo ateo y el espiritismo deísta. En 1885, por ejemplo, unos masones alicantinos sostenían que el librepensador creía en la inmortalidad del alma, adoraba a Dios “en el inmenso templo de la naturaleza” y aceptaba “la moral evangélica, pura y democrática”. En cambio, un círculo librepensador barcelonés de tendencia anarquista afirmaba en 1888 que el librepensamiento se identificaba con el ateísmo, mientras que los delegados de las sociedades obreras de Barcelona al congreso de 1892 repudiaban el espiritismo y la democracia en nombre del ateísmo y la acracia. ⁷⁷ El programa del congreso tenía tres grandes apartados, el primero de los cuales, dedicado a los principios, se centraba en la “incompatibilidad del catolicismo con la vida moderna”, mientras que el segundo, dedicado a la historia, recordaba el papel de la masonería en la emancipación de la conciencia y evocaba, a propósito del cuarto centenario del descubrimiento de América, los obstáculos que los teólogos habían puesto al proyecto de Colón. El tercero, dedicado a la organización, proponía un repaso estadístico de las fuerzas librepensadoras y clericales en cada país. ⁷⁸ El optimismo con el que sus organizadores esperaban desafiar intelectualmente a la Iglesia católica en la capital de la monarquía española se vio sin embargo desmentido por los hechos. Las sesiones comenzaron en el teatro-circo del Príncipe Alfonso el 12 de octubre de 1892, con asistencia de delegaciones de Francia, Bélgica, Holanda, Portugal, Suiza, Inglaterra, Italia y varias repúblicas latinoamericanas. El secretario del comité organizador, Odón de Buen, destacó que en la representación española estaban presentes desde los republicanos más conservadores hasta los socialistas y anarquistas más avanzados, lo que demostraba la capacidad del libre pensamiento para aunar las opiniones y conducir la transformación social. Los delegados pudieron desarrollar algunos puntos del programa, incluida la incompatibilidad del catolicismo con la vida moderna, pero apenas terminada la sesión del día 14, el delegado gubernamental, que nada había objetado hasta entonces, pidió a los miembros de la mesa, entre los que se
encontraban varios extranjeros, que acudiesen al juzgado de Buenavista, donde supieron que había una denuncia del fiscal por ataques a los dogmas y doctrinas de la Iglesia. Una vez que les tomó declaración el juez fueron puestos en libertad, pero las sesiones del congreso quedaron prohibidas sin más explicación por el gobernador de Madrid. Los límites del liberalismo canovista habían quedado en evidencia. ⁷⁹ El congreso representó, por otra parte, una prueba de la estrecha interconexión entre librepensamiento y masonería. Según Álvarez Lázaro, eran destacados masones al menos siete de los quince organizadores del congreso, incluidos Odón de Buen, Chíes y Lozano, y al mismo asistieron delegados de numerosas entidades masónicas, entre ellas 141 españolas, 41 mejicanas, 8 argentinas, 5 italianas y 4 francesas, una de las cuales era Les Vrais Experts , que envió como delegado a Ferrer. ⁸⁰ La identificación de éste con el librepensamiento se mantuvo durante toda su vida, ya que asistiría también a los congresos internacionales de 1902 en Ginebra, de 1904 en Roma, de 1905 en París y de 1907 en Praga. ⁸¹ Fantasías revolucionarias A aquel congreso de 1892 Ferrer no acudió sólo como librepensador y masón, sino que lo hizo principalmente como revolucionario. De acuerdo con unos documentos que conservó consigo toda la vida, que le fueron encontrados por la policía en 1909 y que reconoció ante el juez como escritos por él mismo, quiso utilizar la circunstancia del congreso para ganar entre los asistentes adeptos para un proyecto revolucionario. ⁸² El primero de esos documentos era una circular, dirigida a sus “correligionarios en revolución”, en la que explicaba cómo, previamente al congreso, se había dirigido por carta a un personaje que no nombraba, librepensador y revolucionario, proponiéndole que aprovechara “la reunión de tantos buenos patriotas” para unir a los revolucionarios que estuvieran todavía dispersos y, tras recibir una respuesta afirmativa, acudió a Madrid dos días antes de comenzar las sesiones. El interlocutor cuyo nombre ocultaba le pareció sin embargo, ya en el primer encuentro, menos revolucionario de lo que pretendía. Así es que Ferrer, después de pasar una noche agitadísima, decidió actuar por su cuenta. Al amanecer escribió el discurso que hubiera querido pronunciar ante el congreso y trató de imprimirlo para distribuirlo entre los delegados, pero se encontró con que ninguna imprenta le admitió ese texto ilegal. El borrador del mismo, escrito en un papel con membrete de un hotel madrileño, lo que nuestra su escasa atención a las reglas de la clandestinidad, era un llamamiento a la revolución, expuesto en términos muy simples, por no decir simplistas. Partía de la base de que, para obtener justicia, no había otro camino que el de la revolución, y tras ello se limitaba a afirmaciones perogrullescas: “¿Cómo tendremos la revolución? Pues sencillamente... haciéndola. ¿Cómo la haremos? Pues... dándonos la mano todos los revolucionarios.” El objetivo era alcanzar la verdadera libertad, que no existiría mientras todo hombre no dispusiera del “producto íntegro de su trabajo”. Ferrer no pensaba pues en una revolución puramente política, sino también social, cuyo primer objetivo sería suprimir el hambre: “¿Cómo suprimirla?, diréis. Pues, sencillamente también, suprimiéndola.”
Bastaba con echar del poder a farsantes, vividores y ladrones, proclamar la República y obligar a todos los ayuntamientos a ocuparse de que a nadie falte lo necesario para vivir. En resumen, para Ferrer todo dependía de la voluntad revolucionaría: si se quería, todo se podía hacer. Por otra parte se trataba de un programa que, aunque apenas esbozado, sonaba más socialista que anarquista, debido a su énfasis en la acción política. El discurso que, recordemos, no fue ni pronunciado ni impreso, concluía con la propuesta de crear una “Comisión organizadora de las fuerzas revolucionarias” y con un llamamiento a las armas. Al no haber podido imprimir su discurso, Ferrer optó por contactar directamente a los delegados que le parecían más revolucionarios y no tardó en encontrar algunos adeptos. El día 15, cuando las sesiones del congreso habían sido ya suspendidas, Ferrer citó al pequeño grupo de revolucionarios para el día siguiente y pasó la noche diseñando la conspiración y escribiendo varias copias de una proclama. El ejemplar del que años después se incautó la policía estaba escrito también en papel con membrete de un hotel, esta vez santanderino. Su contenido era tan peculiar que, de no haber reconocido Ferrer su autoría, cabría pensar en una burda falsificación, pero el hecho de que lo conservara muestra que, lejos de representar una locura pasajera, el documento seguía siendo importante para él. Puesto que es breve, vale la pena reproducirlo íntegro: “A los congregados: Varios de vosotros habéis leído el discurso que quise repartir entre todos los Delegados, pero que me fue imposible por no querérseme imprimir. Todos estáis de acuerdo con nosotros al creer que para hacer la revolución debemos darnos la mano los revolucionarios. No pretendemos unirlos a todos, ni hace falta. Buscamos solamente a unos 300 que, como nosotros, estén dispuestos a jugarse la cabeza para iniciar el movimiento en Madrid. Buscaremos el momento propicio, como por ejemplo, en momentos de una huelga general o en vigilias del 1º de Mayo. Tenemos relaciones con el partido obrero y con otras fuerzas revolucionarias para preparar el terreno Estamos completamente convencidos que el día que a una misma hora caigan las cabezas de la familia Real y sus Ministros, o se hundan los edificios que los cobijan será tal el pánico, que poco tendrán que luchar nuestros amigos para apoderarse de los edificios públicos y organizar las Juntas revolucionarias. A vosotros, los primeros adheridos, cabrá la gloria de ser los iniciadores y de morir los primeros por la causa; muerte mil veces más honrosa que vivir bajo la vergonzosa opresión de una pandilla de ladrones capitaneada por una extranjera y sostenida por clérigos y explotadores.
Arriba, pues, nobles y valientes corazones hijos del Cid. No olvidéis que corre por vuestras venas sangre española. ¡Viva la revolución! ¡Viva la dinamita! Todos los que quieran hacer parte de los primeros 300 que escriban sus nombres y señas a Monsieur Ferrer, Poste restante, rue Lafayette, París. ( Siguen unas frases de instrucciones luego tachadas ). Dos o tres días antes del día destinado, se llamarán a Madrid los conjurados para exponerles el plan y ver que los organizadores irán los primeros a los puntos de peligro para demostrar que así como han sabido congregaros y organizar el movimiento, sabrán daros el ejemplo de abnegación y sacrificio en aras de la libertad y de la emancipación humana. – Madrid 17 de octubre de 1892.” Posteriormente, Ferrer debió pensar que dar su propio nombre en semejante documento resultaba un poco arriesgado, así es que redactó un nuevo párrafo de instrucciones prácticas, cuyo contenido era el siguiente: “Por consiguiente, querido correligionario en Revolución, si usted quiere ser, como yo, uno de los 300 héroes, sírvase decirlo al que le dará esta hoja, o escriba su adhesión a monsieur Murklalud, 20 rue de la Banque, París, diciendo al mismo tiempo si tiene recursos para trasladarse a Madrid o a Barcelona, y si posee armas o puede procurarse algún producto explosivo. Tenga usted la seguridad de que nuestro concurso será decisivo para el triunfo de la República, ya sea iniciando la revolución en Madrid junto con las demás fuerzas, ya acompañando al caudillo del pueblo si el peligro que pudiera correr en los primeros momentos lo hiciera necesario.- El primero de los 300.- Cero”. Por extravagante que pueda parecer al lector actual, la propuesta tuvo según Ferrer algún adepto, entre ellos “un joven periodista de porvenir”, director de “un querido periódico revolucionario”, quien escribió también una proclama que Ferrer se llevó consigo a París para imprimirla junto a la anterior. Dirigida “a los revolucionarios de corazón”, esta segunda proclama expresaba la convicción de que “en un pueblo tan noble como el español, y en un partido tan heroico como el revolucionario”, no iban a faltar 300 hombres de buena voluntad dispuestos a sacrificarse, si era preciso, y “a poner en práctica todos los medios que conduzcan a la victoria; que en las luchas de principios, el triunfo lo justifica todo.” Concluía con los siguientes lemas, estrictamente republicanos: “Ni realeza, ni clerigalla; ni la autoridad impuesta, ni la religión forzada; voluntad y corazón libres; soberanía popular. ¡Mueran los traidores! ¡Viva la República! ¡Viva la revolución! ¡Vivan los valientes!”. La identificación del joven periodista que escribió esta proclama no resulta difícil, con toda probabilidad se trataba de Alejandro Lerroux, quien poco después de aquel congreso se convirtió en director de El País. ⁸³ En una carta que le escribió años después, Ferrer recordaba complacido que cuando regresó a París y dio cuenta a Ruiz Zorrilla de aquel viaje a Madrid en 1892, una de las cosas que destacó fue “que había en El País un redactor llamado Lerroux que valía un imperio y que llegaría a ser una de las primeras figuras
del partido revolucionario”. ⁸⁴ Y el propio Lerroux confirmó en sus memorias que conoció a Ferrer en aquel congreso, que simpatizó mucho con él, que asistieron siempre juntos a las sesiones del congreso, junto a Rispa Perpiñá – un viejo revolucionario republicano– y que a raíz de ello Ferrer le puso en relación con Ruiz Zorrilla, con quien mantuvo correspondencia. “Ferrer callaba siempre –recordaría Lerroux–, porque era un taciturno”. ⁸⁵ Este peculiar proyecto de conspiración no tuvo continuidad alguna, pero resulta esencial para comprender la personalidad de Ferrer. Nos encontramos con un hombre de pocas palabras, que prefería escribir su discurso a pronunciarlo, que tenía una visión muy simple del mundo y destacaba por una enorme confianza en sí mismo. Para hacer la revolución sólo había que ponerse a ello y si nadie se decidía a encabezarla, allí estaba él, dispuesto a ser “el primero de los 300”. No importaba que no representara a nadie, pues da la sensación de que Ruiz Zorrilla no estaba al tanto de sus planes, ni tampoco creía necesario elaborar grandes programas políticos. En su discurso no pronunciado se limitaba a mencionar el derecho al “producto íntegro del trabajo” y la prioridad de eliminar el hambre, pero en la proclama clandestina “a los congregados” ni siquiera aparecían esas ideas, pues no había ni un esbozo de programa y todo se reducía a los medios necesarios para lograr el triunfo. Es significativo que la proclama no terminara con un viva a la República, o al Socialismo o a la Anarquía, sino con sendos vivas a la Revolución y a la Dinamita. Esta última representaba el medio en el que confiaba para derribar a la monarquía y la revolución aparecía como un fin en si misma. Tampoco le preocupaba que la proclama de Lerroux sí que aludiera la República y no tuviera en cambio el más mínimo contenido socialista. Ambas proclamas coincidían en la apelación a los sentimientos nacionales y la de Ferrer subrayaba que la reina regente, María Cristina de Habsburgo, era extranjera, pero este patriotismo representaba más un recurso retórico propio de un llamamiento a la acción que un elemento programático. En realidad, a ojos de Ferrer, un programa detallado habría sido un estorbo, porque habría dado lugar a discusiones, cuando lo que él deseaba era que “todos los revolucionarios se dieran la mano”. No importaba que fueran republicanos, socialistas o anarquistas, sino que estuvieran dispuestos actuar. Estamos ante la revolución por la revolución, ante una concepción según la cual basta destruir lo existente para que surja un mundo mejor. Por ello todo el énfasis está en el aspecto destructivo, en la dinamita que decapitará al régimen. Si centramos pues nuestra atención en los medios, nos encontramos ante un proyecto revolucionario basado en dos elementos. En primer lugar, un núcleo de conspiradores que ha de preparar la revolución salvadora, una concepción cuyo origen ha de buscarse en la conspiración de los iguales de Gracchus Babeuf, desarticulada en 1796, y que tuvo a lo largo del siglo XIX ardientes seguidores como Filippo Buonarrotti, Auguste Blanqui y Mijaíl Bakunin. En segundo lugar, el recurso a un brutal magnicidio que generara el pánico entre las autoridades e hiciera posible el triunfo revolucionario. Este segundo elemento chocaba con principios arraigados, por lo que Lerroux se veía en la necesidad de justificar la bajeza del medio por la nobleza del fin, pero flotaba en el ambiente de aquellos años. Existía el precedente del asesinato del general Prim en 1870, de los atentados anarquistas frustrados de 1878 y 1879 contra el káiser Guillermo
I, contra Alfonso XII y contra el rey de Italia, y sobre todo de la gran campaña terrorista de la organización rusa Narodnaya Volia, que culminó con el asesinato del zar Alejandro II en 1881. Nos resta una última consideración, que enlaza con el comienzo del capítulo anterior. El viaje de Ferrer a Madrid, en el que planteó este proyecto revolucionario, tuvo lugar en 1892 y su ruptura final con Teresa ocurrió en 1894. En la medida en que ella intuyera algo de proyectos como éste, no es extraño que tuviera a su marido por un anarquista peligroso. Ferrer no era, a la altura de 1892, anarquista en el sentido propio de la palabra, es decir alguien que aspira a un modelo de organización social en que todo tipo de coerción esté proscrita, pero en cambio era un perfecto “anarquista” en el sentido que la opinión pública empezó a dar al término a raíz de los primeros atentados de París y Barcelona. Era alguien dispuesto a volar con dinamita a la familia real española en pleno. 25 FC, San Diego, 2-5 y 2-6, partidas de bautismo. 26 Font i Piqueras, 1999. 27 Ferrer, S., 1980. 28 Ferrer, S., 1948, pp.13-32. 29 Regicidio, II, pp. 446-447. 30 Regicidio, II, pp. 519-520. 31 Regicidio, III, pp. 503-505, informe de la Embajada española, París 18-08-1906. 32 Regicidio, II, pp. 173-175. 33 Ferrer, S., 1948, pp. 35-42. 34 España Nueva, 16-6-1906, reproducido en Regicidio, II, pág. 181. 35 AIHCM Madrid, 2ª, 4ª, 191, expediente sobre la sublevación de Sta Coloma de Farnes. 36 Ferrer, S., 1948, pp. 34-35. 37 AN, París, F7 13065, informe de 15-10-1909. 38 Ferrer, S., 1948, p. 43. 39 Regicidio, II, pp. 370-372. 40 Ferrer Benimeli, J. A., 2001. 41 Canal, J., 2000, p. 289. 42 AGM, Segovia, serie 2.9, legajo 881-6279, sumario por la rebelión de Villacampa.
43 Ferrer, S., 1948, p. 47. 44 López Lapuya, I., p. 27. 45 AGA Alcalá, AE 5883. 46 Regicidio, II, p. 175. 47 AGA Alcalá, AE 5883, notas en francés, 10-3-1886 y 13-3-1886. 48 APP París, Ba 1075, informe, París 16-1-1897. 49 Ferrer, S., 1948, pp.. 49-57. Regicidio, II, p. 181. 50 AHN, Madrid, Gobernación, 63, informe de 12-11-1887. 51 La Petite Republique, 20-11-1893. 52 Bonafoux, L.,1987, pp. 158-159. 53 Ferrer Benimeli, J. A., 2001, p. 284. 54 L’Acacia, revue mensuelle d’études maç., II, julio-diciembre 1909, p. 123. 55 Tusquets, J., 1932, pp. 29-30. 56 CDMH, Salamanca, expediente de la logia La Verdad. 57 AGM, Segovia, sec. 1.1, LL-216. 58 BN, París, fondo masónico, Rés FM2 28. 59 FC, San Diego, 2-17, diploma del grado 31. 60 Ferrer Guardia, J. A., 1978, p. 64. 61 Luca, N. M. di, 2004, p. 19. 62 Bakunin, M., O. C. , M. Bakunin a A. Herzen y N. Ogarev, 19-7-1866. 63 Combes, A., 1999, II, pp.. 140-144. Ligou, D., 2000, pp. 84-85. Luca, N. M. di, 2004, p. 3. 64 Chevallier, P., 1975, III, pp. 10-18. 65 Ferrer Benimeli, J. A., 1980, II, pp. 1-35 y 53-54. 66 FC, San Diego, 1-5, Ferrer, 2-1-1907. 67 Goldschläger, A. y Lemaire, J. Ch., 2005, pp. 24-33. 68 Taxil, L., 1887, prólogo de J. Carabach, p. IX. 69 Álvarez Chillida, G., 2002, pp. 188-189. 70 La Fuente, V. de, 1933, pp. 3-5.
71 L ouis, J. 1989. 72 Lalouette, J., 1997, pp. 16-17. 73 Ferrer Guardia, F., 1978. 74 El País , 4-12-1890. 75 Álvarez Lázaro, P., 1985, p. 6. 76 Álvarez Lázaro, P., 1985, pp. 140 y 263-266. 77 Álvarez Lázaro, P., 1985, pp. 8-12. 78 Álvarez Lázaro, P., 1985, pp. 13-17. 79 El País , 13 a 16-10-1892. 80 Álvarez Lázaro, P., 1985, pp. 210-213 y 377. 81 Álvarez Lázaro, P., 1985, pp. 118-119. 82 Causa , pp. 382-396. 83 Álvarez Junco; J., 1990, pp. 64-71. 84 Causa , pp. 176-179, F. Ferrer a A. Lerroux, sin fecha pero de 11-10-1899. 85 Lerroux, A., 1963, pp. 445-446. Capítulo 3 Un siglo se acaba Si Ferrer hubiera tenido otro carácter y otras inquietudes, bien podrá haberse convertido en un apacible burgués, dedicado a gozar de la vida y de las mujeres con el respaldo de una saneada cuenta bancaria. Después de años de escasez económica y de disputas matrimoniales, todo parecía sonreírle en aquel París que vivía los últimos años del siglo XIX. El amor le llegó en la persona de una joven francesa, Léopoldine Bonnard, que le dio un hijo en 1900, mientras que el dinero le llegó de una dama de más edad, Ernestine Meunier, quien le legó una pequeña fortuna cuando falleció en 1901. Los tres juntos realizaron placenteros viajes por diversos países y es posible que formaran un menage à trois bien avenido, aunque parece más probable que el amor de Ernestine por aquel español tan seductor fuera puramente platónico. Lo cierto es que los placeres de la vida no hicieron que Ferrer perdiera sus convicciones revolucionarias, en unos años en que atentados despiadados y represiones feroces sacudían la tranquilidad de Barcelona y centraban en ella el interés de muchos observadores extranjeros, muy especialmente el de los anarquistas. Léopoldine y Ernestine
Como profesor, Ferrer parece haber tenido un especial éxito con sus alumnas, dos de las cuales, Léopoldine y Ernestine, terminaron por jugar un papel importante en su vida. Leopoldine, parisina y trece años más joven que él, hubo de explicar años después a un juez que le había conocido en París hacia 1897 o 1898, por haber acudido a sus clases de español, y que desde abril de 1899 convivieron maritalmente, aunque no pudieron casarse porque las leyes españolas no le permitían a él divorciarse de su primera mujer. Por su parte, Ferrer declaró que habían celebrado su unión libre en Barcelona ante algunos amigos y amigas, incluidas Ernestine Meunier y su hija Paz, el mismo día que una hermana de Léopoldine, Berta, se casaba civilmente en el juzgado con Mariano Batllori, colaborador suyo en la Escuela Moderna. Francisco y Léopoldine tuvieron un hijo, a quien pusieron de nombre Riego, evidentemente en recuerdo de uno de los mártires del liberalismo español. Su relación sentimental se rompió en 1905. ⁸⁶ En cuanto a Ernestine Meunier, Ferrer se limitó a decirle al juez que la había conocido como profesor de español y que ella, al morir, le había dejado en herencia un inmueble situado en el número 11 de la rue des Petites Écuries en París. ⁸⁷ Mucho más explícito se mostró en un artículo que publicó en aquellos días de su primer proceso, en 1906, con el objetivo de presentar bajo una luz favorable aquellas relaciones, que podían dar de él una mala imagen de gigolo. Así es que se cuidó de destacar que, por sorprendente que pudiera parecer, no había habido entre ellos otra cosa que una amistad profunda y fraternal, y que ella le había legado dinero porque deseaba contribuir a una buena causa. Contaba Ferrer que cuando la conoció Ernestine era católica convencida y que él tardó un año en poder hablarle francamente de religión. Luego logró que leyera Las ruinas de Palmira de Volney y más tarde le dio Ciencia y religión de Malvert, un libro recomendado por el Gran Oriente de Francia cuyos derechos él había comprado para publicarlo en español, en traducción de Nakens. Esto resultó contraproducente, pues ella le escribió una carta reprochándole que le hubiera remitido el libro, que había quemado, y despidiéndose como alumna. Pero, tras las vacaciones de aquel año, reanudó las lecciones con el compromiso de que él no le hablara de religión. Entre tanto estalló el asunto Dreyfus, que dividió a la sociedad francesa entre defensores y enemigos de aquel militar judío injustamente condenado, según se demostró más tarde, en un proceso por espionaje a favor de Alemania. Aparte del caso personal de Dreyfus, aquello supuso un enfrentamiento entre la Francia conservadora, católica y propensa al antisemitismo, que creía defender el honor del Ejército, y la Francia progresista y anticlerical, defensora de los derechos individuales. Como buena católica, Ernestine Meunier era contraria a Dreyfus, mientras que Ferrer estaba por supuesto a su favor. Al final él logró convencerla y fue una primera victoria, a la que siguieron otras. Ernestine terminó por aceptar las críticas de Ferrer a la Iglesia, aunque se mantuvo firme en sus creencias respecto a la inmortalidad del alma y la existencia de Dios. Pero no todo eran discusiones filosóficas. A ella le gustaba viajar y finalmente acordaron hacerlo juntos, con la novia de él como señorita de compañía de ella. Realizaron viajes a España, a Portugal, a Inglaterra, a Italia y a Suiza. Fue en Ginebra, según Ferrer, donde en agosto de 1900, él le dijo que no podían seguir con esa vida de egoístas y le expuso su plan de una escuela basada solamente en las ciencias naturales, que hiciera comprender a los niños y adolescentes el origen de todas las cosas,
incluido el de los males que afligían a la humanidad, tales como pestes, guerras, miserias y religiones. Ella aprobó el proyecto y se ofreció a financiarlo. ⁸⁸ No estaríamos pues ante el caso de un cínico seductor que se había ganado el corazón de una dama de cierta edad, hasta el punto de que ella se prestara a financiar lujosos viajes en los que él se hacía acompañar por su joven amante. En la versión del propio Ferrer estaríamos ante una historia de redención, la de una dama ociosa, víctima de sus prejuicios religiosos, cuyo espíritu se abrió poco a poco a la verdad y finalmente decidió contribuir con su dinero a un proyecto emancipador. Para saber más acerca de aquellos años en la vida de Ferrer, debemos recurrir de nuevo al primer libro que su hija Sol le dedicó. Según ella, Jeanne-Ernestine Meunier, que tenía diez años más que Ferrer y nunca había sido guapa, heredó una considerable fortuna, amasada por su padre en negocios de construcción. Su apartamento de la rue Ventadour estaba lleno de muebles y de bibelots caros. Los disparos de Teresa habían ocasionado un escándalo perjudicial para la reputación de su marido y por un tiempo Ernestine interrumpió sus clases, pero él encontró la manera de reanudar el contacto, cuando en 1895 murió Ruiz Zorrilla. Éste le había legado algunos manuscritos suyos y él, recordando que Ernestine coleccionaba autógrafos, le envió uno. Ella, que nunca había conocido el amor, aunque había sido solicitada a menudo, debido a su fortuna, bien lo sabía ella, se sintió cautivada por aquel profesor tan seductor, con su barba recortada a la moda, su voz cautivadora y sus ojos llameantes, pero nunca hubo entre ellos intimidad sexual. Tras las clases de español, que tenían lugar en casa de ella, él se quedaba a tomar el te y la conversación fluía con facilidad. Ernestine quería hablar sólo de literatura y de música, pero él introducía cuestiones morales y sociales y le recomendaba autores como Voltaire y Rousseau, proscritos en su educación católica. Luego empezó a hacerla salir, iban al teatro, a la ópera, a conciertos, asistían a conferencias en la Sorbona, a sesiones de la Cámara de diputados y también a mítines populares de conocidos suyos anarquistas, en los que ella temía por sus joyas. Ne connoissez-vous que des bouges (cabarets de mala nota), protestaba Ernestine, pero sin duda algo le atraía en aquel mundo extraño. En una carta a una amiga, que Sol cuenta haber visto, explicaba que Ferrer le hizo conocer también el aspecto más inquietante de los bajos fondos de París; posiblemente la habría llevado a un fumadero de opio o a un lugar de bailes atrevidos, ambientes que Malato, el amigo de Ferrer, conocía bien. ⁸⁹ Entre tanto, la carrera de Ferrer como profesor de español prosperaba. En 1897 la editorial Garnier le publicó un Traité d’Espagnol pratique , que tuvo éxito, lo que le permitió aumentar las tarifas de sus clases. Se trataba de un texto de estructura tradicional, con conjugaciones verbales, listas de vocabulario, frases para traducir, modelos de cartas comerciales y otros elementos habituales, pero su carga ideológica era ciertamente inusual en un libro destinado al aprendizaje de un idioma. Había textos sobre Antonio Pérez, Mariana Pineda o Espartero, cuentos de tono algo irreverente respecto a la religión, y un artículo del librepensador Demófilo solicitando el indulto de Pallás, el autor del atentado contra Martínez Campos. Y también incluía varios textos de Ángeles López de Ayala, republicana, masona,
librepensadora y una de las pioneras del movimiento por la emancipación de la mujer en España. ⁹⁰ Según Sol, el dinero que ganó con este manual le permitió realizar dos viajes a la lejana Australia, donde su hermano José se había instalado en una granja remota. En la segunda ocasión hizo regresar a Paz, a quien no le sentaba bien el clima australiano, y la envió a Alella con su abuela Mariángeles. ⁹¹ Una fotografía, que conservó Sol y que hoy se encuentra en la colección Ferrer de San Diego, muestra a las dos niñas en Australia, junto al porche de una casa, vestidas con un trajecito oscuro y un mandilón blanco, Trinidad con cierto aire enfurruñado y Paz con una expresión agradable ⁹² . Luego Trini quedó allí sola con sus tíos y su vida no debió ser placentera. Lo insinúa Sol de forma enigmática, a propósito del posterior reencuentro familiar en Barcelona, cuando José y su familia volvieron de Australia, donde las cosas no les habían ido bien. Al parecer sus planes se habían venido abajo, como consecuencia de una sucesión de catástrofes: un incendio provocado por un rayo, una invasión de conejos, una inundación... En el puerto les recibió Francisco, acompañado de Ernestine y Léopoldine, que habían viajado con él a Barcelona, y Trinidad fue la única que no sonrió a las damas que acompañaban a su padre. Las desgracias de los últimos tiempos, comentó Sol, la habían marcado quizá de por vida. ¿Cuáles desgracias? Por su parte, Ferrer y sus acompañantes siguieron con sus agradables viajes. De Cataluña, donde Ferrer presentó a su madre a Ernestine, no así a Léopoldine, los tres marcharon a Italia. Desembarcaron en Génova, visitaron Florencia y Venecia, y se instalaron en Milán, en donde se sucedieron las visitas a los lagos y el inicio de la temporada en la Scala, aunque Ferrer aprovechó también para tener contactos con intelectuales y con militantes libertarios. En 1898 los tres marcharon a Bruselas, donde Ferrer tenía muchos amigos, y de allí a Inglaterra, donde le reclamaban sus amigos Lorenzo Portet y Fernando Tarrida de Mármol. Más tarde viajaron a Portugal y de nuevo a Barcelona. El embarazo de Léopoldine no gustó inicialmente a mademoiselle Meunier, que no consideraba apropiado recibir en su casa a una joven soltera en ese estado, pero cuando en 1900 nació Riego, le hizo un gran regalo. Por entonces Ernestine tenía cincuenta y tres años y estaba delicada del corazón. En agosto de ese año viajaron a Suiza y allí supo que los médicos le daban pocos meses de vida. Fue entonces cuando decidió dar dinero a Ferrer para fundar una escuela, un proyecto que le desaconsejó vivamente su administrador, el milanés Cesare Coppola. De vuelta a París, permitió que Léopoldine y el niño se instalaran en su apartamento de la rue de Ventadour. Murió en abril de 1901. ⁹³ Sin duda para utilizarlos en caso de algún pleito por la herencia que ella le legó, Ferrer guardó en la caja fuerte de su banco algunos documentos sobre el caso, que en 1906 fueron intervenidos por orden judicial. Puesto que se trata de la documentación más fidedigna que se conserva sobre su relación con Ernestine, vale la pena considerarlos con atención. En primer lugar tenemos unas cartas que ella le envió en los últimos meses de vida, en las que no hay ninguna alusión a intimidad física, ni tampoco a afinidad ideológica, pero queda de manifiesto lo mucho que ella estimaba la compañía de Francisco. No parece que hubiera llegado a alcanzar, a pesar de las clases particulares, un completo dominio del español, pero a fin de
cuentas se sabía expresar. Consciente de su deterioro físico se comparaba a una “pobre mariposa decaída y divenida ( sic ) un gusano de tierra” y saludaba a Ferrer como al “mariposo ( sic ) de las alas ágiles y doradas” que en su vuelo llevaba “un poco del sol de España”. La mayor parte de las cartas, aunque no la de las mariposas, iban dirigidas a sus amigos queridos, suponemos que Francisco y Léopoldine, y ella se despedía como la madrina, es decir como si hubiera sido la madrina de la boda que ellos no pudieron celebrar. ⁹⁴ Otro de estos documentos es la copia, que Ernestine le remitió, de una carta que ella dirigió en enero de 1901 a su administrador Coppola, manifestándole su deseo de ayudar a Ferrer en un proyecto escolar. En ella explicaba que, el año anterior, una de sus amigas francesas más queridas se había casado en Barcelona con un español, que era “el hombre mejor y más honrado” que hubiera conocido, hasta el punto de que les había juzgado dignos de pasar tres semanas en su propia casa. Así es que, siguiendo los dictados de su corazón y no los buenos consejos de su administrador, estaba dispuesta a dar un fuerte apoyo a una escuela de los alrededores de Barcelona de la que el marido de su amiga pretendía asumir la dirección, con lo cual realizaría una buena obra y además ayudaría a una familia querida. ⁹⁵ Lo que no debía conocer Ernestine es la orientación anarquista que el marido de su amiga, es decir Ferrer, pretendía dar a su escuela, pues de lo contrario es difícil que ella hubiera apoyado el proyecto, pues parece que ella rechazaba los argumentos en favor del anarquismo que le exponía éste. Salvador Canals en su obra sobre los sucesos revolucionarios de 1909, reproduce unas interesantes cartas que Ernestine le escribió a Ferrer en 1899 y 1900, que debieron ser incautadas por la policía en 1909 y aparentemente se han perdido. ⁹⁶ En una de ellas se lee: “Lo que me dice de los anarquistas me convence más en mis ideas: son locos crueles y peligrosos que no pueden inspirar más que horror. Matar ¡y con qué sufrimiento! al pueblo. ¿Para despertarlo? Sería mejor decir para dormirlo para siempre. No, todo lo que me podrá usted decir no me impedirá repetir: son fieras, son fieras.” La propia revolución francesa era vista por ella con espanto, dada su educación católica y conservadora. Así se lo explicó a su amigo en una carta en la que se refirió a su odio y su miedo a la revolución. La respuesta de Ferrer debió ser dura, como se deduce de la siguiente carta de Ernestine, en la que se advierte muy bien hasta que limites había llegado en ella la conversión ideológica propiciada por su amigo español: “La verdad, no hubiera debido hablar de odio; aun cristianamente no es bien; sin embargo, ¿qué quiere? He oido siempre hablar con tal horror, con tal espanto de los masacros ( sic ) de la revolución que cuando siento nombrar la carmañola, no me conozco más. Usted tiene razón: somos malos, peores que los que oprimimos y tienen el derecho de tomar a fuerza ( sic ) lo que les falta y de quitarnos la vida. Entonces debemos estar resignados a todo. Además, que la revolución debe venir y vendrá. Usted mismo ha dicho en una carta suya que era necesaria. (...)
Por lo que dice V. de los escándalos religiosos, lo se ahora, lo veo y me hace sufrir. Usted me cree firme en mis ideas, como antes, pero no soy yo la practicante de otro tiempo, y es para mí un desgarramiento. La vida sin poesía, sin ideal, sin esperanza para una persona que la ha tenido así, no vale ya nada. (...) Pero yo protesto de toda mi alma de creyente que no seré nunca, nunca atea. Me digo, los hombres son malos; pero hay un ser superior, un Dios, el Dios de mi madre, el Dios que adoraba, que la hacía feliz, que le ha proporcionado una muerte santa y tranquila; que a mí me ha dado una fuerza sobrenatural, es innegable, para soportar un deber insoportable. Tengo ya bastantes desilusiones en mi pobre vida solitaria. Tenía un culto admirativo por el clero: ha muerto. Tenía respeto y admiración para los hombres y las cosas de la justicia: ha muerto. Tenía admiración y estimación para los militares: ha muerto. Tenía respeto en general a todo lo que es autoridad y gobierno: ha muerto. Una persona que tiene un desengaño semejante, es madura para la muerte, o debe divenir ( sic ) indiferente a todo, lo que busco, y aturdirse, lo que hago.” Ella creía que Ferrer era “todo amor”, pero que los demás revolucionarios eran “todo odio”, tal como podía verse en sus periódicos. Por ello no entendía cómo él, que predicaba siempre “paz y amor”, era aficionado a esos escritos llenos de un odio feroz, auténticas excitaciones al homicidio y al pillaje que a ella, con buen sentido, le parecían semejantes a los ataques contra los judios que se escribían desde el bando contrario. Ernestine Meunier falleció el 2 de abril de 1901. Ferrer guardó en la caja fuerte de un banco una copia de su testamento, fechado el 20 de enero de ese mismo año, en el que anulaba sus anteriores disposiciones testamentarias e instituía legatario universal a su administrador milanés Coppola, con obligación de pagar varios legados particulares, incluido el de la casa de la rue des Petites-Ecuries 11 de París, que destinó a Ferrer. En aquel testamento declaró también que quería morir en el seno de la Santa Madre Iglesia, que su entierro fuera modesto y religioso y que se destinaran 3.000 francos a misas por el descanso de su alma y la de su querida madre. ⁹⁷ Casi un año antes, el 19 de junio de 1900, había fallecido en Alella, a la edad de setenta y ocho años y habiendo recibido los santos sacramentos, MaríaÁngela Guardia, la madre de Ferrer. Su padre, Jaime Ferrer, había fallecido también en su Alella natal y habiendo recibido los sacramentos el 10 de abril de 1890, a los setenta y seis años. ⁹⁸ En su testamento, otorgado en 1888, él le había dejado un legado de 1.250 pesetas, lo mismo que a su hermano José, quedando el resto de sus bienes para sus hermanas Magdalena, María y Carmen, y tras el fallecimiento de su madre había llegado el momento de recibir la herencia, pero Ferrer no lo hizo. En mayo de 1902 compareció ante un notario de Barcelona para renunciar a la misma, con el argumento de que la sucesión de bienes era contraria a sus ideas. ⁹⁹ Interludio socialista
Ferrer parece haber mantenido durante toda su vida adulta una firme creencia en la necesidad de una revolución, pero respecto a qué tipo de revolución era necesaria sus ideas parecen haberse modificado varias veces. Probablemente se trataba de algo secundario para él. Recuérdese que, en sus peculiares planes conspirativos de 1892, lo único importante era encontrar a 300 hombres dispuestos a jugarse la vida por la revolución, mientras que apenas se preocupaba de la orientación que habría de tener ésta. Sabemos que a mediados de los noventa Ferrer se orientó hacia el socialismo marxista y se incorporó al Partido Obrero Francés que dirigía Jules Guesde. Desde el punto de vista de la policía francesa, que de cuando en cuando se interesaba por él, esto resultaba mucho menos inquietante que su presunta militancia anarquista de unos años atrás. Un informe policial de enero de 1897 le describía como un profesor, apreciado por quienes le conocían, partidario del socialismo internacionalista pero no del anarquismo, bien relacionado con los ambientes políticos socialistas en Francia y en España, frecuentador asiduo de los locales del Gran Oriente de Francia en la rue Cadet y vinculado también a la masonería española. ¹⁰⁰ Y en agosto de aquel año, la policía de la capital recibió de nuevo orden de vigilarle, pero se limitó a comprobar que partía de su domicilio en la rue de Richer 43 con destino a Barcelona, donde pensaba permanecer un par de meses. ¹⁰¹ Eran aquellos los años en los que las vías del anarquismo y el socialismo iban a divergir definitivamente. Por supuesto, los socialistas seguían creyendo en la revolución, pero su énfasis en la participación electoral les conduciría finalmente a una integración en el sistema político legal que los anarquistas siempre rechazarían. En Francia, Jules Guesde y su Partido Obrero quedaron en minoría frente a los anarquistas en el congreso sindical de Nantes de 1894, y lo abandonaron, dejando a sus rivales la dirección. Mientras que Guesde reafirmaba la validez de la vía electoral y declaraba en 1895 que la revolución se haría en el marco de la legalidad burguesa y por medio del sufragio universal, los anarquistas descubrían las posibilidades del sindicalismo, encabezaban la naciente Confederación General del Trabajo, que celebró su primer congreso en 1895 y ponían sus esperanzas en la huelga general revolucionaria. Ferrer, por su parte, se sintió interesado por el acercamiento entre los republicanos radicales y los socialistas que se estaba produciendo en Francia y recomendó a los republicanos españoles que siguieran ese camino, en dos artículos publicados en El País a comienzos de 1896. En su opinión, los enemigos del pueblo, en Francia como en España, no eran sólo los jesuitas, los conservadores y los monárquicos de todo tipo, sino también los falsos republicanos. Así es que los auténticos debían prescindir de aquéllos y forjar una unión revolucionaria con el partido socialista. Además, en España los revolucionarios debían evitar la participación en las elecciones, porque el sufragio estaba falseado. Esto último es muy significativo porque, aunque es cierto que en nuestro país el gobierno de turno manipulaba siempre los resultados electorales a su favor, ese rechazo radical a la participación electoral iba en contra de los planteamientos de la Internacional Socialista. ¹⁰²
El tema quedó definitivamente zanjado en el Congreso que la Internacional Socialista celebró en Londres en agosto de 1896, el último en el que los anarquistas pudieron defender sus posiciones. El anterior congreso, celebrado en Zurich en 1893, había aprobado una enmienda según la cual sólo podrían participar en futuros congresos aquellas organizaciones socialistas que aceptaran la necesidad de la acción política, es decir el ejercicio de los derechos políticos y la conquista del poder. Pero, al admitir también organizaciones de tipo sindical, quedaba abierta la puerta a que los anarquistas acudieran como delegados de estas. Por ello al congreso de Londres pudieron acudir numerosos anarquistas, entre los que se encontraban figuras tan destacadas como los franceses Paul Delesalle, Auguste Hamon, Louise Michel, Jean Grave y Fernand Pelloutier, los italianos Errico Malatesta y Pietro Gori y los holandeses Domela Nieuwenhuis y Christian Cornelissen. Así es que el congreso se abrió con un gran debate acerca de la legitimidad de la presencia anarquista. Nieuwenhuis arguyó que no se les podía excluir de un congreso socialista, porque ellos también eran socialistas, y Malatesta observó que los marxistas de Pablo Iglesias, que ostentaba la representación oficial de España, eran una ínfima minoría en su país. Los marxistas no estuvieron sin embargo dispuestos a transigir y la exclusión de los anarquistas fue sometida al voto de las delegaciones. Todas votaron a favor de la exclusión, salvo la de Francia, que votó en contra por 57 contra 56, la de los Países Bajos, que lo hizo por 9 a 5, y la de Italia, que se abstuvo al haber quedado dividida en dos mitades iguales. En adelante sólo podrían participar en los congresos de la Internacional los partidos socialistas y las organizaciones sindicales que aceptaran expresamente la necesidad de la acción legislativa y parlamentaria. ¹⁰³ A ese decisivo congreso acudió también Ferrer, como delegado del Partido Obrero Francés, en concreto como representante del grupo del IX distrito de París, en el que residía. ¹⁰⁴ Su voto en la cuestión de la exclusión de los anarquistas no estuvo sin embargo conforme con la ortodoxia marxista, según sabemos por el estudio que sobre el congreso publicó otro delegado francés, Augustin Hamon. Quienes, dentro de la delegación francesa, votaron en contra de la exclusión fueron mayoritariamente delegados de los sindicatos, junto a tan sólo catorce delegados de grupos políticos, de los que sólo uno lo era del Partido Obrero Francés: el propio Francisco Ferrer. Su otra aportación al congreso fue una propuesta de resolución a favor de los cubanos, cretenses, macedonios y armenios que luchaban por su independencia, una propuesta que la delegación francesa hizo propia. ¹⁰⁵ El proceso de Montjuich No hay indicio alguno de que Ferrer prosiguiera su militancia socialista después de aquel congreso. Su impaciencia revolucionaria estaba mucho más cerca del anarquismo. Por otra parte, si en Francia había concluido la breve estación de los atentados y comenzaba en cambio la del sindicalismo revolucionario, orientado a la acción de masas y no a la violencia individual, en España la era del terrorismo anarquista parecía destinada a continuar. Pocas semanas antes de que se celebrara en Londres el congreso de la Internacional Socialista, exactamente el 7 de junio de 1896, se produjo en Barcelona un segundo atentado indiscriminado, tan feroz como el que poco
más de dos años antes había tenido lugar en el teatro del Liceo. Cuando la procesión que todos los años salía de la parroquia de Santa María del Mar el primer domingo después del Corpus, regresaba a esta iglesia por la calle de Cambios Nuevos, estalló una bomba en medio de los fieles, justo después de que pasara la custodia. Tres personas murieron en el acto y otras nueve fallecieron en las horas y días sucesivos. Ninguna de las víctimas tenía relevancia social o política. Tras ello, las autoridades optaron por dar un decisivo escarmiento a aquellos anarquistas que parecían dispuestos a aterrorizar a la población y la policía procedió a la detención de centenares de personas. ¹⁰⁶ La presencia entre los heridos de un soldado que formaba parte del piquete que acompañaba a la procesión, bastó para que el caso fuera encomendado a la justicia militar. El juez instructor fue el teniente coronel Enrique Marzo y los interrogatorios de los detenidos sobre los que recaían las peores sospechas fueron dirigidos por el teniente de la Guardia Civil Narciso Portas, que sometió a varios de ellos a atroces torturas en los calabozos del castillo de Montjuich. El propio Ferrer tuvo un encuentro con él años más tarde, allá por 1900 o 1901 cuando esperaba un tren en la estación de Port Bou, acompañado de dos niños de ocho o diez años y al reconocer a Portas en el andén empezó a contarles en voz alta los horrores que aquel hombre había cometido. Portas se acercó a él y Ferrer le repitió lo que afirmaba, a lo que aquél replicó exigiéndole que se identificara. ¹⁰⁷ El incidente no fue a más y no consta ninguna otra actuación de Ferrer en relación con el drama de Montjuich. La campaña internacional de protesta por lo que allí ocurrió fue sin embargo un antecedente tan claro de la que doce años después estallaría en solidaridad con el propio Ferrer, que resulta ineludible contar lo ocurrido con cierto detalle. El sumario del proceso se ha perdido, pero se conservan las detalladas notas de su contenido que uno de los procesados, Pedro Coromines, un joven abogado de ideas avanzadas, tomó en 1931 cuando pretendía que se revisara el proceso, por lo que es posible conocer las confesiones en que se basaron las condenas. El teniente Portas informó al juez instructor del éxito alcanzado en su investigación mediante un oficio del 16 de agosto de 1896, por el que remitía los atestados de lo expuesto por los presos Ascheri, Molas y Nogués “después de once y nueve días de continuo interrogatorio”. ¹⁰⁸ De hecho, según la denuncia que Coromines y otros procesados remitieron más tarde al diario madrileño El País , las torturas habían comenzado en la noche del 4 de agosto en los calabozos subterráneos del castillo, en los que Tomás Ascheri, Francisco Gana y Juan Bautista Ollé fueron obligados a correr incesantemente, siendo azotados en cuanto se paraban, tortura que se aplicó posteriormente a Antonio Nogués, Sebastián Suñé, José Molas, Luis Mas y Francisco Callis. No acabó ahí la atrocidad, porque según esta denuncia los guardias civiles encargados de la tortura recurrieron también en determinados casos a métodos aún más crueles. ¹⁰⁹ La confesión de Tomás Ascheri resultó crucial. Nacido en 1869 en Marsella de padres italianos, Ascheri trabajaba en los talleres de la revista anarquista Ciencia Social y había sido detenido anteriormente como anarquista de acción, pero desde 1895 empezó a actuar como confidente. En la noche del atentado de Cambios Nuevos se presentó ante el nuevo gobernador para
ofrecer su colaboración en el esclarecimiento del crimen, pero debió despertar sospechas, porque fue detenido en la madrugada del día 9 de junio. De acuerdo con el atestado que redactó el teniente Portas, Ascheri declaró que había asistido a reuniones de anarquistas de acción en una cervecería de Pueblo Seco, en un café de Hostafrancs y en la sede de una asociación de oficio, el Centro de Carreteros y que en ellas se habían recaudado fondos para la compra de bombas. Dio además los nombres de otros asistentes a esas reuniones, entre ellos Antonio Nogués, impresor, José Molas, ladrillero, y Francisco Callis, recién llegado de Buenos Aires. Las bombas adquiridas quedaron a disposición de quien quisiera usarlas y Nogués y Molas decidieron arrojar dos en la procesión del Corpus del 4 de junio, pero al final no se atrevieron a hacerlo y las abandonaron en una calle cercana a la catedral. Por ello, él mismo se había ofrecido a utilizar una, había estudiado con Callis en qué otra procesión se podría usar y habían optado por la de Santa María del Mar. Recogió la bomba aquel domingo al mediodía en casa de Nogués, en presencia de Molas, pero Callis, no apareció en la cita convenida y fue él quien realizó en solitario el atentado. ¹¹⁰ Posteriormente, Nogués y otros presos incriminados por Ascheri confesaron y a su vez incriminaron a otros. Sus declaraciones carecían de toda validez legal, ya que fueron obtenidas mediante tortura, pero ello no implica que fueran enteramente falsas. En su desesperado intento de poner fin a su tormento Ascheri, Nogués y Molas pudieron hacer denuncias falsas e incluso inculparse a sí mismos falsamente, pero es de suponer que también recurrieran a describir hechos reales. Ahora bien, el retrato del mundo anarquista barcelonés que se deduce de sus declaraciones resulta creíble. Describían unas reuniones abiertas, en el Centro de Carreteros o en otros lugares, en las que se pedía dinero para los presos, aunque se daba por sobrentendido que ese dinero podía ser utilizado para otros fines; unas reuniones restringidas, en un cuarto del mismo Centro o en un banco del paseo de Gracia, en las que se trataban temas más delicados entre gente de confianza, pero en las que los asistentes no eran fijos y no había jerarquía alguna; unas bombas que se guardaban para que las usara quien quisiera y para lo que quisiera, y en fin unos secretos que se difundían entre demasiadas personas. En mi opinión, todo ello suena demasiado verídico como para ser fruto de la imaginación perversa del teniente Portas. El consejo de guerra se celebró en el castillo de Montjuich en los días 11 a 15 de diciembre de 1896. El fiscal, coronel Ernesto García Navarro, sostuvo que el atentado había sido el resultado de un plan trazado en las reuniones del Centro de Carreteros. Consideraba autores del crimen por inducción a los oradores y propagandistas que lo habían instigado, y por cooperación a los que habían dado el dinero con que se compraron los explosivos. Consideraba coautores a todos quienes habían participado en las reuniones secretas y estimaba que lo razonable hubiera sido considerar también como tales a quienes habían participado en las públicas, pero “agobiado” por el número de penas de muerte que ello hubiera supuesto, cerró “los ojos a la razón” y los acusó tan sólo como cómplices. Proclamó el insólito precepto jurídico de que a cada uno se le había de juzgar según su maldad y no según sus obras, y recordó a los jueces que Barcelona esperaba de ellos una sentencia severa que arrancara de raíz la “cicuta” que había nacido en su
suelo. Así es que solicitó veintiocho penas de muerte, para los “autores” y cincuenta y nueve penas de cadena perpetua, para los “cómplices”. Sin embargo, el consejo de guerra condenó a muerte a tan sólo ocho acusados, ¹¹¹ sentenció a penas de prisión de entre ocho y veinte años a sesenta y seis de ellos y absolvió a otros doce. ¹¹² Entre tanto, la prensa avanzada había empezado a desvelar el lado oscuro del proceso. En Madrid jugaron un papel importante varios periódicos, entre ellos El País , que desde finales de noviembre de 1896 empezó a manifestar su inquietud por lo que estaba ocurriendo, pero la campaña se desarrolló fundamentalmente en la prensa de otros países, sobre todo la de París, que se hallaba fuera del alcance de las persecuciones penales a las que se podía ver expuesta la prensa española. Así es que El País pudo utilizar el argumento del patriotismo para mostrar lo grave que resultaba, en un momento en que España, enfrentada a las insurrecciones cubana y filipina, más necesitaba de las simpatías exteriores, el escándalo que en toda Europa había provocado el trato a los presos anarquistas de Montjuich. ¹¹³ En el inicio de la campaña en Francia jugó un papel muy destacado Fernando Tarrida del Mármol, un anarquista y librepensador, ingeniero de profesión, inicialmente detenido tras el atentado pero pronto puesto en libertad. En París, Tarrida visitó a Charles Malato, el amigo de Ferrer, quien le puso en contacto con los responsables de las dos publicaciones que más hicieron por dar a conocer lo ocurrido en Montjuich: Henri Rochefort, director de L’Intransegeant , y los hermanos Natanson, fundadores de la Revue Blanche . ¹¹⁴ El punto de partida de la campaña en París fue un mitin celebrado el 12 de diciembre de 1896 en la Maison du Peuple, al que según la policía asistieron unas 700 personas. Abrió el mitin Malato, colaborador él mismo de L’Intransegeant , quien denunció las torturas inquisitoriales que sufrían en España las víctimas inocentes de Cánovas, pues según él sólo habría habido dos o tres culpables, “si on peut les appeler ainsi”, y leyó como testimonio de las mismas un artículo de Tarrida en la Revue Blanche y cartas de los propios presos torturados. El mitin no fue exclusivamente anarquista, pues hablaron también varios diputados socialistas, entre ellos Edouard Vaillant, quien comparó la represión española con la rusa y expresó también su apoyo a los cubanos que luchaban por su independencia. Pero la presencia de estos diputados fue aprovechada por el anarquista Renard, alias Georges, para destacar que los socialistas no habían protestado cuando en 1894 varios anarquistas deportados habían sido fusilados en Guayana y si ahora se sumaban a la protesta por las torturas de Montjuich era para hacerse propaganda electoral. A pesar de este enfrentamiento, el mitin terminó con la aprobación por unanimidad de un orden del día de solidaridad con las “víctimas de Cánovas” y con los revolucionarios cubanos. ¹¹⁵ En un mitin celebrado a primeros de enero de 1897, con participación también de anarquistas y socialistas, Malato sugirió que el atentado de Cambios Nuevos bien podrá haber sido obra de un policía, porque la bomba había sido lanzada contra gentes del pueblo y porque a Cánovas le había servido para encarcelar a individuos que le incomodaban. ¹¹⁶ . Y el mismo Malato denunció desde las páginas de L’Intransigeant , en las que firmaba con el seudónimo de Cosmo, la brutalidad con que la policía parisina había
cargado, sable en mano, contra quienes el 6 de enero de 1896 se manifestaban frente a la embajada española y contra las detenciones de varios españoles, cuyo único delito era su antipatía hacia el verdugo Cánovas. ¹¹⁷ Entre los detenidos se hallaban Lorenzo Portet y un cierto Jacques Brossa, en quien no es difícil reconocer a Jaume Brossa, futuro marido de Paz Ferrer. Poco después tuvo lugar en París un nuevo mitin, en el que junto a las torturas de Montjuich se denunciaron la reacción en Francia y la situación en Cuba, con asistencia de 250 personas, cada una de las cuáles pagó 25 céntimos por la entrada. El diputado socialista Marcel Sembat lanzó un llamamiento a combinar el voto electoral y la protesta en la calle y a concentrar los esfuerzos en provocar la caída del gobierno francés, que estaba apoyando a los jesuitas de España, responsables según él de lo ocurrido en Montjuich. El anarquista Sélouis, por su parte, no se privó de aludir a Ravachol, Auguste Vaillant, Émile Henry, autores de los atentados cometidos en París unos años antes, de quienes dijo que se habían sacrificado por sus ideas. ¹¹⁸ Entre tanto, la justicia militar española seguía su marcha. Como era preceptivo en el caso de todos los consejos de guerra en que se hubieran pronunciado sentencias de muerte, la causa pasó al Consejo Supremo de Guerra y Marina, con sede en Madrid, que en su sentencia del 28 de abril de 1897 redujo considerablemente las penas del consejo de guerra celebrado meses antes en Montjuich. Las ocho penas de muerte se redujeron a cinco, las penas de prisión pasaron de sesenta y seis a veinte, ninguna de ellas perpetua, y el número de absueltos pasó de doce a sesenta y uno. Persisten sin embargo las dudas sobre el grado de culpabilidad de los cinco reos que en la madrugada del 4 de mayo fueron fusilados en un foso del castillo de Montjuich. Todos ellos, salvo Ascheri, murieron proclamando su inocencia. Casi doscientas personas de las inicialmente procesadas por el atentado de Cambios Nuevos quedaron liberadas tras la sentencia del Consejo Supremo, pero el gobierno decidió por real orden que los más peligrosos serían extrañados del territorio nacional. Así es que el 12 de junio cincuenta y dos de ellos, entre los que se encontraba uno de los torturados, Francisco Gana, fueron conducidos a la frontera francesa, y el 15 de julio, otros veintiocho fueron embarcados en Barcelona con destino a Liverpool. El resultado de ello fue que algunos de los extrañados pudieron tomar parte en la campaña internacional de denuncia contra las atrocidades de Montjuich, que cobró así nueva fuerza aquel verano de 1897 El caso de Gana iba a tener una especial repercusión. A él había hecho referencia una curiosa carta publicada en L’Intransigeant, cuyo autor, José López Montenegro, rompió la habitual discreción masónica para hacer constar no sólo su nombre simbólico, Espartaco, sino su grado 33, sin duda para enfatizar el valor de su denuncia en un país como Francia en el que la masonería era muy influyente. Encarcelado él mismo en Montjuich, López Montenegro adjuntó a su carta las notas autógrafas que le habían entregado dos presos torturados, uno de ellos del hermano masón Gana, de grado 3, y denunciaba el crimen de lesa humanidad que se había cometido en Montjuich, por obra infame de la Compañía de Jesús. ¹¹⁹ . Tras su
deportación, Gana se estableció inicialmente en Perpignan y Tarrida del Mármol, que expulsado de Francia se había refugiado en Londres, tuvo la idea de hacerle examinar allí por dos médicos, uno inglés y uno francés, que certificaron las cicatrices dejadas por la tortura, y a continuación convenció a cinco destacados periodistas franceses para que constituyeran un tribunal de honor que se ocupara del caso. ¹²⁰ Uno de ellos era Georges Clémenceau, el futuro dirigente de Francia en la I Guerra Mundial, quien describió en un artículo las trazas de la tortura que él mismo había visto en el cuerpo de Gana: los surcos dejados por las esposas en las muñecas, las uñas de los dedos de los pies levantadas por las estacas que le habían clavado, la hernia que se le había formado. ¹²¹ Más tarde, Gana se trasladó a Gran Bretaña, donde la campaña de denuncia estaba siendo impulsada por el Spanish Atrocities Commitee, cuyo secretario era Joseph Perry, miembro del grupo anarco-comunista Freedom. Dicho comité había enviado escritos de protesta al gobierno español, organizado mítines y publicado un folleto que, bajo el impactante título de Revival of the Inquisition , describía lo ocurrido en Montjuich, con testimonios de las torturas. A Gran Bretaña habían sido deportados veintiocho de los procesados absueltos, que fueron embarcados en Barcelona el 15 de julio con destino a Liverpool, lo que provocó una protesta formal de las autoridades británicas. ¹²² . El 1 de agosto hubo un mitin en Canningtown, según informó The Times , en el que Gana describió, ante ochocientos asistentes, las atrocidades perpetradas en Montjuich, que como masón estaba dispuesto a denunciar ante la Gran Logia de Inglaterra. ¹²³ Rudolf Rocker, un inmigrante alemán muy influyente en los medios anarquistas de Londres, contaría años después que hubo también una reunión privada en la que Gana enseñó sus cicatrices a los asistentes, uno de los cuales era un anarquista italiano al que Rocker conocía y vio esa noche por última vez. Se trataba de Michele Angiolillo, quien unos días después asesinaría a Cánovas. ¹²⁴ Angiolillo no fue el primero en proponerse vengar a los torturados de Montjjuich. En la noche del 4 de abril, Ramón Sempau, un joven periodista que en 1896 había huido a Francia tras haber distribuido propaganda contra el envío de tropas a Cuba y había regresado con nombre supuesto, disparó en Barcelona contra el teniente Portas, causándoles una ligera herida. Juzgado a fines de 1898, un tribunal de jurado sostuvo que había disparado en respuesta a la agresión de Portas y le condenó tan sólo a dos meses y un día de prisión por uso de nombre falso. ¹²⁵ Conviene destacar que este atentado contra Portas pudo haber sido tramado en París, con la participación de Malato. Esto es al menos lo que afirmó en sus memorias el anarquista catalán Juan Montseny, más conocido como Federico Urales, que jugó un papel importante en la denuncia de lo ocurrido en Montjuich. ¹²⁶ El asesinato de Cánovas, que se produjo el 8 de agosto de 1897, no parece haber sido tampoco el resultado de una iniciativa puramente individual. Por el contrario, resulta llamativo el número de personas con las que, según diversas fuentes, Angiolillo comentó sus planes. Nada de ello salió a la luz en el proceso, que fue muy rápido, quizá porque las autoridades pensaron que era mejor ejecutar rápidamente al asesino que empezar a implicar a supuestos cómplices, como había ocurrido en el caso del atentado de
Cambios Nuevos, con tan perjudiciales consecuencias para el prestigio exterior de España. Con el tiempo, sin embargo, fueron apareciendo datos que han sido recientemente examinados por el historiador italiano Francesco Tamburini. Según él, Angiolillo, huido de Italia para evitar una condena de cárcel, se estableció a mediados de los años noventa en Barcelona, donde conoció a Ascheri, y probablemente se hallaba allí cuando estalló la bomba de Cambios Nuevos. De Barcelona marchó a Francia, de donde fue expulsado, luego a Bélgica y finalmente a Londres, donde adquirió la pistola con la que asesinaría a Canovás. No está claro si en la capital británica discutió su proyecto con alguien, pero lo cierto es que no se dirigió directamente hacia España, sino que se detuvo primero en París y luego en Burdeos. ¹²⁷ Según diversas fuentes, analizadas por Tamburini, Angiolillo entró en contacto con Ramón Emeterio Betances, el delegado de los insurrectos cubanos en París. De acuerdo con la primera de estas fuentes, un libro publicado en Madrid en 1901 por el periodista Luís Bonafoux, Angiolillo pidió a Betances que le proporcionara los mil francos que necesitaba para ir a España y asesinar a la reina regente María Cristina y al jefe de gobierno Cánovas. No pensaba hacerlo por los cubanos, que no le importaban, le explicó, sino por los anarquistas de Montjuich, pero la causa de la independencia cubana saldría beneficiada. Betances le replicó que consideraba inapropiado el atentado contra la reina y que en general reprobaba el recurso al asesinato, pero al cabo de los días le envió el dinero. ¹²⁸ . Por su parte, Federico Urales contó en sus memorias que no sólo Betances sino también Henri Rochefort, el director de L’Intransigeant que tanto se había destacado en la campaña de denuncia por las torturas de Montjuich, le proporcionaron dinero. ¹²⁹ Rochefort era miembro del grupo parisino de apoyo a la revolución cubana, al que pertenecían también Tarrida del Mármol y Malato. Y este último narró al final de su vida que recibió a Angiolillo en la redacción de L’Intransigeant . ¹³⁰ . Una vez en Madrid, Angiolillo se entrevistó con el periodista José Nakens, quien más tarde narró el encuentro. Se había presentado como periodista, bajo el falso nombre de Emilio Rinaldini, le dijo que llevaba dos días sin comer y no tenía donde dormir, así es que Nakens le dio algo de dinero y aquél, al despedirse, le dijo que había venido a España para matar a Cánovas, al entonces jovencísimo rey Alfonso XIII o a la reina regente. Nakens no le creyó, pero explicó más tarde que aún de haberle creído no le habría delatado, porque: “el crimen político no infama: la delación de ese crimen sí”. ¹³¹ El relato de Nakens resulta un tanto extraño y cabe sospechar que su relación con Angiolillo no fuera tan casual. Pero lo más extraño es que entre los papeles incautados a Ferrer con motivo del proceso de 1909 que hoy se hallan en paradero desconocido, había, según un autor muy hostil a nuestro personaje, Salvador Canals, una carta de Nakens a Ferrer, fechada el 19 de julio de 1897, en la que le refería haber recibido la visita del periodista Emilio Rinaldini y añadía: “hablamos mucho de usted”. ¹³² ¿Se conocían pues Ferrer y Angiolillo? El mismo día en que Cánovas fue asesinado, se celebró en París un acto a favor de las víctimas de Montjuich. Se trató de una matinée spectacle organizada por el periódico Le Libertaire en el Théatre de la République y
los asistentes, que la policía estimó en unos dos mil, pagaron entre medio franco y tres francos por las entradas. El primer orador fue Fernando Tarrida del Mármol, que resultó acogido con gritos de ¡Viva la anarquía! y, tras haber condenado como un acto inútil de violencia el atentado de Cambios Nuevos, denunció las torturas que él mismo había sufrido en Montjuich. Fue muy aplaudido, pero no le ocurrió lo mismo a quien le siguió, el socialista Aristide Briand, quien tuvo que interrumpir su discurso ante las continuas interrupciones de una parte del público, que gritaba ¡Abajo los políticos! Tras ello comenzó el espectáculo, al que las canciones del repertorio de los cafés-concierto y las imitaciones de políticos dieron un tono festivo. Finalmente clausuró el acto Charles Malato. ¹³³ ¿Sabían por entonces Tarrida y Malato quién había lanzado la bomba en la procesión? Según manifestaron más tarde ellos mismos, sí. Tarrida lo afirmó en un artículo publicado en septiembre de aquel mismo año en la Revue Blanche . Según él, el autor del atentado había sido un anarquista exaltado al que la justicia no había llegado a detener, que había querido vengar a los fusilados por el atentado del Liceo y que no estaba dispuesto a entregarse, porque bien sabía que con ello no iba a salvar a los falsamente acusados. ¹³⁴ Este anarquista exaltado no tardó mucho en ser identificado, porque, en un artículo publicado en 1900, Charles Malato explicó que se trataba de François Girault. ¹³⁵ Y años más tarde el anarquista alemán Rudolf Rocker contó en sus memorias que François Girault huyó a Francia poco después del atentado y, cuando más tarde se supo lo que estaba ocurriendo en Montjuich, se confesó autor del atentado ante Malato y Tarrida. Estos le dijeron que se entregara, porque así podría salvar la vida de muchos inocentes, pero no tuvo valor para hacerlo y huyó a Argentina. ¹³⁶ Con ello, el retrato de Girault que se perpetuaría en medios anarquistas quedó completado: aquel francés era un cobarde. Un cerdo, según le comentaría Jean Grave a Diego Abad de Santillán, quien en sus memorias explicó que en los años en que Girault vivió en Argentina, desde 1898 hasta su muerte, jamás tuvo contacto alguno con los anarquistas en aquel país, aunque algunos viejos camaradas franceses sabían de su existencia allí. ¹³⁷ Es sin embargo llamativo que, a pesar de la amplia documentación de que se dispone acerca de los militantes anarquistas franceses, ningún investigador haya encontrado referencia alguna al misterioso Girault. Antoni Dalmau, que ha estudiado a fondo el tema, concluye que, a pesar de que diversos historiadores, incluido yo mismo, habíamos considerado verosímil la hipótesis de la autoría de Girault, se trata de un personaje acerca del que se tiene una información escasísima, a menudo contradictoria y procedente de unas pocas fuentes de filiación anarquista. ¹³⁸ Es tentador concluir que François Girault nunca existió y fue inventado por los defensores de los presos de Montjuich para disponer de alguien a quien culpar de un atentado odioso, que no resultaba fácil atribuir a una provocación policial, aunque algunos, incluido Malato, lo intentaron inicialmente, sin aportar prueba alguna. Ello nos conduce a la posibilidad de que fuera Ascheri quien cometiera el atentado y que algunos de sus cómplices se encontraran entre los condenados de Montjuich. Para analizar esta hipótesis nos encontramos sin embargo con una grave laguna documental: no se ha conservado ningún
documento policial que permita saber por qué se sospechó de Ascheri, a pesar de que había sido confidente del gobernador civil y se había mostrado dispuesto a cooperar en el esclarecimiento de los hechos la misma noche del atentado. Dado que sólo una mínima parte de los presos de Montjuich fueron torturados, cabe suponer que se tenía algún indicio de la posible culpabilidad de quienes sí lo fueron, pero no hay constancia de ello. El historiador que con más convicción ha argumentado en contra de la culpabilidad de Ascheri ha sido Ángel Herrerín, quien se ha basado sobre todo en algunas incongruencias de su confesión respecto al tipo de bomba usada y al modo en que la lanzó. ¹³⁹ Pero en realidad, si se confronta la declaración de Ascheri con el informe de los técnicos de artillería acerca de los fragmentos de bomba que se encontraron, no se aprecia contradicción alguna. Queda, sin embargo, el extraño hecho de que Ascheri declarara haber “lanzado” la bomba, cuando de las declaraciones de los testigos se deduce más bien que fue depositada en el suelo. En definitiva, más de un siglo después, mi conclusión acerca de la autoría de Ascheri es la misma que en 1902 aventuraron en el último volumen de su historia de la España decimonónica Francisco Pi y Margall y Francisco Pi y Arsuaga: “es probable que sin los tormentos hubiera aparecido clara su culpabilidad”. ¹⁴⁰ Algo que también apuntaron los anarquistas Ricardo Mella y José Prat en su libro de denuncia sobre las atrocidades gubernamentales en Montjuich: “su posible culpabilidad, pudiendo tal vez ser clara y evidente, ha quedado envuelta en el misterio”. ¹⁴¹ A pesar de los abrumadores indicios de que el proceso de Montjuich se había basado en pruebas arrancadas por la tortura, la campaña en favor de su revisión no llegó a conseguir que se efectuara, sin duda porque ello habría supuesto poner en entredicho a la justicia militar. Lo que sí hizo el gobierno conservador de Francisco Silvela fue decretar, el 25 de enero de 1900, la conmutación de las penas de los condenados por la de extrañamiento del territorio español. Los contactos de Ferrer Mientras tenían lugar estos dramáticos acontecimientos, Ferrer parecía permanecer al margen de conspiraciones revolucionarias. En la primavera de 1901 un informe de la policía parisina le describía como un profesor de español que parecía gozar de una situación económica desahogada, que recibía muchas visitas y una voluminosa correspondencia, tanto de Francia como de España –donde pasaba una temporada todos los años–, pero que no frecuentaba reuniones políticas ni emitía opiniones subversivas. ¹⁴² Su ideal revolucionario no había sin embargo desaparecido, aunque lograra ocultarlo frente a las autoridades francesas. A finales de 1899 escribió una carta a Alejandro Lerroux, quien se había destacado en la campaña de denuncia del proceso de Montjuich y era en aquel momento la estrella ascendente del republicanismo español, para proponerle que se pusiera al frente de un movimiento revolucionario, al que él estaba dispuesto a contribuir con dinero (“yo mandaría 100 pesetas como primera entrega”) y haciendo propaganda en la prensa de París. No se trataba de formar un partido nuevo, ni de crear comités, sino de buscar individuos voluntarios que en cada población recaudaran fondos, tuvieran en cuenta con quien se podría contar llegado el momento y se entendieran directamente con el jefe del
movimiento, el propio Lerroux. A ello habría que sumar una campaña de propaganda, en España y fuera de ella. Y contando con un poco de dinero y con la propaganda, estaba seguro de que hallarían el apoyo moral y material necesario para “grandes empresas”. ¹⁴³ En definitiva, al igual que en 1892, pero esta vez sin el añadido de previstos magnicidos, el proyecto de Ferrer no respondía a la política de partido, sino a la tradición conspirativa que en España había tenido como último exponente a Ruiz Zorrilla. Lerroux rechazó la propuesta y expresó su decepción respecto al estado en que se hallaba el republicanismo español, al tiempo que expresaba un ideal revolucionario muy próximo al anarquismo, ya que el objetivo final sería conseguir que los hombres no necesitaran “ni leyes, ni gobiernos, ni Dios, ni amo”. ¹⁴⁴ El intercambio de cartas prueba en todo caso lo cerca que se hallaban en el terreno ideológico Lerroux y Ferrer, que a partir del año 1901 se instalarían en la misma ciudad, Barcelona. Para entonces, Ferrer había ya tejido una importante red de relaciones en Francia, en España y en otros países europeos. Una agenda de direcciones, correspondiente al final de su estancia en París y que hoy se conserva en la Fundación Ferrer de Barcelona, permite hacerse una idea de los contactos que tenía, pues entre cientos de nombres para nosotros desconocidos aparecen algunos muy significativos. Entre los residentes en París hay que destacar a varios personajes importantes de la colonia española, como el ex ministro republicano Nicolás Estévanez; el periodista Luis Bonafoux; el intelectual modernista de orientación revolucionaria Jaume Brossa, que se casaría con Paz Ferrer; o el anarquista Pedro Vallina, posteriormente implicado en un atentado contra Alfonso XIII. Y junto a ellos, buena parte de las figuras más destacadas del anarquismo parisino, como Jean Grave, director de Le Revolté , cuya celosa defensa de lo que él entendía como la ortodoxia anarquista hizo que Malato le llamara “el Papa de la rue Mouffetard”; Sébastien Faure, uno de los mejores oradores anarquistas; Louise Michel, “la buena Luisa”, veterana revolucionaria que había conocido las barricadas de la Comuna y el destierro en Nueva Caledonia; Charles Malato, a menudo citado en estas páginas; Louis Matha, viejo amigo de Emile Henry, el terrorista que en 1894 había lanzado una bomba en un café de París; Paraf-Javal, quien en su individualismo extremo llegó a calificar a los sindicatos de “agrupaciones de embrutecidos”; Frédéric Stackelberg, un anarquista menos conocido, nacido en Estonia en el seno de una familia aristocrática y establecido en Francia; y Paul Robin, quien durante catorce años había impulsado una experiencia pedagógica innovadora como director del orfelinato de Cempuis y más tarde había consagrado sus esfuerzos a la propaganda de los métodos anticonceptivos. En Barcelona, Ferrer tenía contactos con el veterano anarquista Anselmo Lorenzo; con el científico librepensador Odón de Buen; con el republicano José Sol y Ortega, seguidor de Ruiz Zorrilla; con Ramón Sempau, el que disparó contra el teniente Portas; y con el anarquista Tomás Herreros, un militante honesto que, horrorizado por las acciones terroristas que ponían en peligro la labor constructiva del movimiento obrero, terminó por convertirse, en 1907, en informados del gobernador civil. ¹⁴⁵ En Madrid, el plantel de conocidos de Ferrer no era menos destacado. Entre ellos se encontraban el ex presidente de la República y dirigente del republicanismo
federal Francisco Pi y Margall, así como su hijo Francisco Pi y Arsuaga; el doctor José María Esquerdo, fiel seguidor de Ruiz Zorrilla; Alejandro Lerroux, próximo ya a trasladarse a Barcelona; el librepensador Fernando Lozano; José Nakens, director del periódico anticlerical El Motín ; y Teresa Mañé, más conocida como Soledad Gustavo, militante anarquista y esposa de Juan Montseny, alias Federico Urales. En otros países europeos sus contactos eran básicamente anarquistas. En Londres destacaban dos figuras casi legendarias, el ruso Piotr Kropotkin y el italiano Errico Malatesta, pero se encontraban también dos españoles menos conocidos, Fernando Tarrida del Mármol, cuyo papel en la campaña contra el proceso de Montjuich acabamos de evocar, y Lorenzo Portet, supuesto conocedor de los planes homicidas de Angiolillo, según una fuente que ya hemos citado. En Bruselas conocía al francés Elysée Reclus, destacado geógrafo y a la vez propagandista del anarquismo, a quien la Universidad Libre de dicha ciudad había encargado en 1890 de la cátedra de Geografía, encargo que le fue retirado en 1894 tras los atentados de París. En Ámsterdam tenía contacto con Domela Nieuwenhuis, antiguo pensador protestante, luego librepensador y una de las figuras más importantes del anarquismo holandés. Finalmente, hay que mencionar una dirección romana de su agenda, la de Luigi Fabbri, uno de los más destacados intelectuales anarquistas italianos.
Varios de estos amigos o conocidos de Ferrer eran masones. Lo eran Charles Malato, Sebastien Faure, Paul Robin, Paraf-Javal, Fréderic Stackelberg, Domela Nieuwenhuis y Anselmo Lorenzo, todos ellos miembros de ese reducido grupo que un autor ha designado con la curiosa expresión de “eslabones libertarios de la cadena de unión”, es decir, los anarquistas que pertenecieron a la masonería. ¹⁴⁶ Algunos anarquistas consideraban sin embargo que la masonería era una institución reaccionaria. Un cierto May Fremann, por ejemplo, publicó en 1905 un artículo en el que sostuvo que la masoneria representaba, a pesar de las apariencias, “la más profunda negación de la libertad del individuo y de la colectividad”. Malato, aludido en el artículo, envió a la revista italiana en la que había aparecido una réplica que resulta del mayor interés. Su argumento era que no se debía confundir a las masonerías monárquicas y deístas, como la italiana, con entidades masónicas francesas como las logias mixtas, que admitían mujeres, o el propio Gran Oriente de Francia. Él mismo había criticado a la masonería en una publicación de 1891, pero posteriormente se había afiiliado a la logia Le lien des peuples , del Gran Oriente de Francia. Éste, observaba Malato, había modificado muchas tradiciones masónicas, eliminando la referencia al Gran Arquitecto del Universo y los juramentos, y aunque mantenía ciertos elementos criticables, como los ritos, tenía muchos aspectos positivos. Por el momento no era una organización que fuera a promover la revolución social que ellos deseaban, pero ya existían logias favorables a ello y, en todo caso, el Gran Oriente de Francia en su conjunto era un bastión contra la reacción. La masonería era además en Francia la única agrupación en la que un revolucionario extranjero podía realizar una labor útil sin ser encarcelado ni expulsado. La solidaridad masónica permitía al revolucionario encontrar fuera de su país contactos y apoyos que le protegieran. Se trataba además de una organización muy libre, más libre que los sindicatos obreros, a los que se habían afiliado muchos anarquistas, en su opinión acertadamente. ¹⁴⁷ Estas razones de Malato eran sin duda válidas para Ferrer, que en el Gran Oriente de Francia encontró algunos espíritus afines al suyo. A fines de siglo se había identificado con el ideal anarquista, aunque para él el primer paso fuera desencadenar la revolución y ello requiriera contar con los republicanos. No era un orador de mítines ni le gustaba la política de comités, pero estaba dispuesto a participar en la lucha. Tampoco era un intelectual, pero probablemente había leído bastante y tenía contactos, no sabemos si superficiales o algo más serios, con algunas de mejores cabezas del movimiento anarquista internacional, hombres como Kropotkin, Reclus o Fabbri. Y Ernestine Meunier le había dejado una pequeña fortuna. ¿Qué iba a hacer con esos recursos? Su opción fue fundar una escuela en Barcelona. 86 Regicidio , II, pp. 176, 282-283 y 292-293, y III, pp. 86-87, declaraciones de L. Bonnard y F. Ferrer. APP, París, Ba 1075, informe sobre L. Bonnard, 15-8-1906. 87 Regicidio , II, pp. 175-177. 88 F. Ferrer, España Nueva , 16-6-1906, reproducido en Regicidio , II, pp. 182-185.
89 Ferrer, S., 1948, pp. 75-79. 90 Ferrer, F., 1897. 91 Ferrer, S., 1948, pp. 80-82. 92 FC, San Diego, 17-7. 93 Ferrer, S., 1948, pp. 82-101. 94 Regicidio. , III, págs. 116-125. 95 Regicidio , III, págs. 292-295. 96 E. Meunier a F. Ferrer, 2-11-1899, en Canals, S., 1911, II, pp. 21-31. 97 Testamento de E. Meunier, 20-1-1901, en Regicidio , III, p. 289-291. 98 FC, San Diego, 2-9, certificados de defunción. 99 FC, San Diego, 2-11, notaria de Luis Rufasta y Banús, 16-5-1902. 100 APPP, Ba 1075, París, 16-1-1897. 101 APPP, Ba 1642, París, 15-8-1897. 102 F. Ferrer, El País, 28-2-1896, y 5-5-1896. 103 Berti, G., 2003, pp. 225-231. 104 APPP, París, Ba 1075. 105 Hamon, A., s. d., pp. 230 y 144. 106 Sobre el atentado de Cambios Nuevos véase Avilés, J., 2013, pp. 299-340. 107 Regicidio , II, pp. 28-31 y 127-128, declaraciones de Ferrer y Portas. 108 BNC, Barcelona, Ms 2637, 21, pp. 155-156: transcripción de P. Coromines. 109 Reproducida en Coromines, P., 1974, 1, pp. 173-177. 110 BNC, Barcelona, Ms 2637, 23, pp. 263-268. 111 Mella, R. y Prat, J., 1897, pp. 31-35. 112 Bo y Singla, I., 1917, pp. 135-136. 113 Doumergue, L, 1992, pp. 40-44. 114 C. Malato, “Mémoires d’un Libertaire”, Le Peuple (Bruselas), 3-3-1938, citado en Abelló i Güell, 1992, p. 55.
115 APP, París, Préfecture de Police, informe del 13-12-1896. 116 APP, París, Préfecture de Police, informe del 6-1-1897. 117 Cosmo, L’Intransigeant , 7-1-1897. 118 APP, París, Préfecture de Police, informe del 22-1-1897. 119 L’Intransigeant , 3-5-1897. 120 Doumergue, L., 1992, p. 38. 121 G. Clemenceau, La Justice , 13-8-1897, reproducido en Urales, F., 1992. 122 AMAE, Madrid, H 2750, embajador de España en Londres a ministro de Estado, 23-7-1897. 123 The Times , 2-8-1897. 124 Rocker, R., 1949, pp.. 60-64. 125 Avilés, J., 2013, pp. 326-329. 126 Urales, F., 1932?, II, pp. 80-81. 127 Tamburini, F., 1996. 128 Bonafoux, L., 1987, p. XX. 129 Urales, F., 1932?, p. 229. 130 C. Malato, Le Peuple , 6-3-1938. 131 Nakens, J., 1906, pp. 109-123. 132 Canals, S. 1911, I, p. 43. 133 APP, París, Ba 138, Préfecture de Police, 9-8-1897. 134 F. Tarrida, La Revue Blanche , 1897, citado en Abelló Güell, T., 1992, p. 48. 135 C. Malato, L’Aurore , marzo 1900. 136 Rocker, R., 1949, p. 61. 137 Abad de Santillán, D., 1977, p. 100. 138 Dalmau, A., 2010, p. 431. 139 Herrerín, A., 2011, pp. 147-150. 140 Pi Margall, F. y Pi Arsuaga, F., 1902, VII, pp. 432-433. 141 Mella, R. y Prat, J., 1897, p. 85.
142 APP, París, Préfecture de Police, 10-4-1901. 143 F. Ferrer a A. Lerroux, sin fecha, reproducido en Causa , pp. 176-179. 144 A. Lerroux a F. Ferrer, 1-12-1899, reproducido en Causa , pp. 398-400. 145 Romero Maura, J., 1974, pp. 470-471. 146 Campion, L., 1969. Sánchez i Ferré, P., 1991. 147 IISH, Ámsterdam, fondo Fabbri, carta de Malato sin fecha, datable en 1905. Capítulo 4 La Escuela Moderna Si la posteridad recuerda a Ferrer, ello se debe en primer lugar a su trágica muerte. Pero su muerte no habría tenido la enorme repercusión que tuvo si Francisco Ferrer Guardia no hubiera sido el director de la Escuela Moderna, es decir el impulsor de un proyecto educativo racionalista en el marco de una España en la que la impronta católica en el sistema educativo era dominante. No se hubiera convertido en un mártir reverenciado por las izquierdas si hubiera sido simplemente un anarquista, pero al tratarse de un pedagogo laico fue inmediatamente incorporado al panteón imaginario en el que reposaban las víctimas del oscurantismo católico. Anarquismo, librepensamiento y educación La Escuela Moderna ha quedado incorporada a la breve relación de experiencias clásicas de educación libertaria, junto al orfelinato de Cempuis dirigido por Paul Robin o el internado La Ruche dirigido por Sebastien Faure. Ello en parte se debe a motivos extrapedagógicos, es decir a la aureola de mártir de Ferrer, pero también responde al hecho de que el número de experiencias destacadas en ese campo es bastante exiguo. La educación tenía sin embargo una enorme importancia para los anarquistas, pues estaban convencidos de que sólo una educación diferente podría engendrar un ser humano nuevo, capaz de cooperar con sus semejantes en libertad. Su rechazo del Estado suponía que incluso en países en los que existía una escuela pública laica desconfiaban de ella, a diferencia de los socialistas. En Francia, el interés anarquista por las experiencias educativas llegó a su ápice entre los años finales del siglo XIX y el comienzo de la guerra europea, siendo la experiencia de La Ruche la más significativa. Fundado en 1904 por Sebastien Faure en una finca cercana a París, destinado a huérfanos y niños pobres, y financiado fundamentalmente por los ingresos que a Faure le proporcionaban sus giras de conferencias –era el más apreciado de los oradores anarquistas–, el internado La Ruche tuvo una orientación estrictamente libertaria y sobrevivió hasta que el comienzo de la guerra europea acabó con su fuente de financiación. ¹⁴⁸ En España, los anarquistas también mostraron, al contrario que los socialistas, un marcado interés en impulsar escuelas privadas y desde finales del siglo XIX participaron destacadamente en el movimiento escolar
laicista, junto a republicanos, librepensadores y masones, de manera que, como ha observado Alejandro Tiana, no resulta fácil distinguir cuál de esas influencias era la más relevante para una determinada escuela, ya que lo que caracterizaba al movimiento era precisamente aquella amalgama ideológica, una observación que resulta válida para la propia Escuela Moderna. ¹⁴⁹ Particular desarrollo adquirieron las escuelas laicas en Barcelona, a partir de los años ochenta del siglo XIX. Los espiritistas también jugaban un cierto papel en el fomento de la enseñanza laica, como lo prueba el caso de la Institución Libre de Enseñanza de Sabadell, fundada en 1882 y clausurada por las autoridades tras la Semana Trágica, que a comienzos del siglo XX se mantenía gracias al apoyo de un conjunto de sociedades, una de ellas republicana, otras obreras y dos espiritistas. Y todo ello suscitó las críticas más furibundas de la prensa católica. En palabras de un texto premiado en un certamen católico en 1898, quienes defendían las escuelas laicas querían “sacudir el yugo del Decálogo, para entregarse sin freno a los arrebatos de sus pasiones”. La posibilidad de que un comportamiento moral pudiera emanar de una actitud puramente humanista ante la vida resultaba inconcebible para los católicos españoles, mientras que los librepensadores hacían gala de una actitud no menos maniquea. Como ha observado Buenaventura Delgado, sin tener en cuenta el clima de odio que se fue generando entre católicos y laicistas resultaría imposible comprender acontecimientos trágicos como los de Montjuich o la Semana Trágica. ¹⁵⁰ La creación de estas escuelas se realizaba en un marco legal muy liberal. Cualquier español podía fundar una escuela y el Estado sólo se reservaba el derecho de inspeccionar las condiciones higiénicas de sus locales y la idoneidad moral de sus profesores. No se exigía tampoco titulación académica alguna para ser profesor y, en la práctica, la inspección estatal de las escuelas privadas era muy limitada, porque la inmensa mayoría de ellas las regentaban órdenes religiosas y los gobiernos preferían no interferir en temas relacionados con la Iglesia. En 1908, por ejemplo, había 5.014 escuelas católicas y 107 escuelas laicas, 43 de ellas en Barcelona, frente a 24.861 escuelas públicas. Por otra parte, el Estado se reservaba en exclusiva la concesión de títulos académicos. La situación empezó a cambiar en 1902, cuando el ministro liberal Romanones anunció el propósito de que el Estado ejerciera la inspección de los centros privados y exigiera un título oficial a quienes enseñaran en ellos, lo que ocasionó protestas tanto en medios católicos como por parte de los anarquistas. ¹⁵¹ Barcelona era un caso especial, no sólo por ser el principal centro del movimiento escolar laicista, sino por el particular arraigo que allí tenían las escuelas de las órdenes religiosas. En 1903, algo más de catorce mil alumnos asistían a las escuelas públicas de la ciudad, mientras que casi treinta y cinco mil acudían a escuelas privadas. Tanto la Diputación como el Ayuntamiento otorgaban subvenciones a las escuelas privadas. Por otra parte, la extensión del analfabetismo demostraba el acusado déficit educativo de la ciudad, ya que a comienzos de siglo el 42 % de los barceloneses no sabía ni leer ni escribir. ¹⁵² La pedagogía de Ferrer
El proyecto inicial de la Escuela Moderna se lo expuso Ferrer al anarquista catalán José Prat en unas cartas cuyo original se halla en paradero desconocido, pero que fueron publicadas por Salvador Canals, autor de un documentado estudio, hostil a Ferrer, para el que pudo utilizar papeles incautados en 1909. ¹⁵³ En septiembre de 1900, es decir antes del fallecimiento de Ernestine Meunier, Ferrer escribía a Prat lo siguiente: “Tengo la intención de fundar en esa una Escuela Emancipadora, la cual se encargará de desterrar de los cerebros lo que divide a los hombres (religión, falso concepto de la propiedad, patria, familia, etc.), para alcanzarles la libertad y bienestar que todos apetecemos y que nadie goza por completo. Cuento con el apoyo de una persona rica que me ha prometido una subvención anual de unas 10 ó 12.000 pesetas. A esa persona, alumna mía, a pesar de ser católica, apostólica y todo lo demás, he logrado hacerle perder la fe después de seis años de propaganda constante, y si bien no puede oír hablar de libertación ( sic ) todavía, acepta todas mis doctrinas, gracias al tacto con que he sabido expresárselas. Es decir, que acepta que si nos enseñaran a todos desde pequeños a ser buenos y nos aseguraran la libertad y la vida, se acabarían las luchas fratricidas actuales.” Unas semanas después, Ferrer precisaba más su plan y citaba un modelo, el orfelinato de Paul Robin: “Mi plan es que la escuela sea de primera enseñanza (...), mixta, es decir de niños y niñas juntos, como en Cempuis, y tal como entiendo que habrá de ser la escuela del porvenir. Si durante el día servirá la escuela para niños, servirá de noche para los adultos dando cursos de francés, inglés, alemán, taquigrafía y contabilidad. Al mismo tiempo se darán conferencias y se tendrá un local a la disposición de los sindicatos o grupos de obreros, sociedades de resistencia que no se ocupen de elecciones ni de mejorar su clase, trabajando para llegar a su completa emancipación.” Los cursos nocturnos de adultos no se llegaron a dar, aunque sí hubo conferencias dominicales, pero el interés de esta carta es la vinculación que el propio Ferrer establecía entre su proyecto escolar y su voluntad de dar apoyo a aquellas organizaciones obreras que rechazaran tanto la acción política, las “elecciones”, como la acción puramente reivindicativa, “mejorar su clase”, para consagrarse enteramente a un proyecto revolucionario, la “completa emancipación”. Dicho de otra manera, Ferrer tenía una clara voluntad, ya antes de instalarse en Barcelona, de cooperar al desarrollo del movimiento anarquista. Su escuela no sería más que un elemento de ese proyecto más amplio. Ahora bien, como explicó a Prat en otra carta, no consideraba prudente que su escuela se proclamara abiertamente anarquista: “Pensando en el ideal y en la manera de poder mejor servirlo, había imaginado formar en esa una especie de Junta consultiva compuesta de personas de ideas avanzadas, pero no conocidas como formando todas en un partido, a fin de contar con ellas para defender la Escuela de los ataques que los clericales no han de dejar de prodigarle, aunque entiendo que lo que más hemos de procurar es evitar tropiezos. No quiero decir que debamos
ser transigentes con ellos. Pero tendremos que hacer de manera que todos los hechos de la Escuela sean libertarios interiormente, por sus libros, por sus prácticas, etc., sin que exteriormente se haga alarde de ello.” En el plano pedagógico, la escuela que fundó Ferrer se basaba por una parte en la confianza en la ciencia, entendida como modelo de un pensamiento racional emancipado del dogmatismo religioso, y por otra en la concepción de que la educación debe consistir en el libre desarrollo de las capacidades del niño. Él mismo lo explicó en un libro, publicado póstumamente, en el que describió la experiencia de la Escuela Moderna: “Todo el valor de la educación reside en el respeto de la voluntad física, intelectual y moral del niño. Así como en ciencia no hay demostración posible más que por los hechos, así también no es verdadera educación sino la que está exenta de todo dogmatismo, que deja al propio niño la dirección de su esfuerzo y no se propone sino secundarle en su manifestación. (...) Estamos persuadidos de que la educación del porvenir será una educación en absoluto espontánea; claro está que no nos es posible realizarla todavía, pero (...) esperamos de la ciencia la liberación del niño.” ¹⁵⁴ Conviene reflexionar un poco sobre esta declaración de principios. Su énfasis en la ciencia responde a una actitud, bastante extendida en su época, que se suele denominar cientifismo y que implica la suposición de que la ciencia puede servir de guía para enfrentarse a todos los problemas de la vida. Ello supone caer en la falacia lógica, identificada en su tiempo por Hume, de que se puede deducir lo que debe ser de lo que es. La ciencia describe la realidad, pero no impone deberes morales y si se pretende que ciertas opciones éticas son consecuencia de la verdad científica se cae en una actitud no muy distinta de la de aquellos que atribuyen sus propias opciones a la voluntad de Dios. Por ello Tzvetan Todorov, en un lúcido ensayo sobre el tema, ha llegado a escribir que el cientifismo, aunque se apoya en la ciencia, no es en sí mismo científico, sino que pertenece “a la familia de las religiones”. ¹⁵⁵ En cuanto al concepto de que la educación debe limitarse a seguir la dirección espontáneamente adoptada por el niño, tenía ya una larga tradición. Se trata del principio básico de la tendencia que los historiadores de la educación denominan naturalismo pedagógico y que tuvo como primer gran teórico a Rousseau. ¹⁵⁶ Es sin embargo dudoso que Ferrer se atuviera a este principio en la práctica. Por un lado no es fácil conciliar el respeto al libre desarrollo del niño con la convicción de que la ciencia debe ser la regla de la vida, y algo de esto debía intuir Ferrer cuando situaba en el porvenir el momento en que sería posible una educación plenamente espontánea y utilizaba el verbo esperar para aludir a la futura liberación del niño por la ciencia. Y por otro, él tenía muy claros los enemigos que su escuela debía combatir: la Iglesia y el Estado. Según Ferrer, la religión era contraria tanto a la ciencia como a la libertad, por lo cual una enseñanza que fuera a la vez racional, científica y libre debía excluir todo componente religioso. Y puesto que compartía la desconfianza anarquista hacia todo gobierno, era también opuesto a una enseñanza que, como ocurría en la República francesa, inculcara el patriotismo y el respeto al gobierno. Nada había que esperar ni de un Dios ficticio ni de un gobierno real y por tanto los niños debían educarse al
margen de los dogmas tanto religiosos como políticos. Según explicó en su libro póstumo: “La enseñanza racional y científica ha de persuadir a los futuros hombres y mujeres que no han de esperar nada de ningún ser privilegiado (ficticio o real) y que pueden esperar todo lo racional de sí mismos y de la solidaridad libremente organizada y aceptada.” ¹⁵⁷ Tales eran pues los principios en que se basó la Escuela Moderna, que el 9 de septiembre de 1901 inició sus clases en el primer piso de la calle Bailén número 70 de Barcelona y continuó luego su actividad en un edificio que todavía puede verse en el número 56 de la misma calle, hasta que en 1906 fue cerrada por las autoridades en las circunstancias que veremos. El folleto, cuidadosamente editado, que se publicó para captar alumnos exponía estos principios de forma más moderada. Puesto que se trata de un documento breve, vale la pena reproducirlo en su integridad: “La misión de la Escuela Moderna consiste en hacer que los niños y niñas que se le confíen lleguen a ser personas instruidas, verídicas, justas y libres de todo prejuicio. Para ello, sustituirá el estudio dogmático por el razonado de las ciencias naturales. Excitará, desarrollará y dirigirá las aptitudes propias de cada alumno, a fin de que con la totalidad del propio valer individual, no sólo sea un miembro útil a la sociedad, sino que, como consecuencia, eleve proporcionalmente el valor de la colectividad. Enseñará los verdaderos deberes sociales, de conformidad con la justa máxima: No hay deberes sin derechos; no hay derechos sin deberes. En vista del buen éxito que la enseñanza mixta obtiene en el extranjero, y, principalmente, para realizar el propósito de la Escuela Moderna, encaminado a preparar una humanidad verdaderamente fraternal, sin categoría de sexos ni clases, se aceptarán niños de ambos sexos desde la edad de cinco años. Para completar su obra, la Escuela Moderna se abrirá las mañanas de los domingos, consagrando la clase al estudio de los sufrimientos humanos durante el curso general de la historia y al recuerdo de los hombres eminentes en las ciencias, en las artes o en las luchas por el progreso. A estas clases podrán concurrir las familias de los alumnos. Deseando que la labor intelectual de la Escuela Moderna sea fructífera en lo porvenir, además de las condiciones higiénicas que hemos procurado dar al local y sus dependencias, se establece una inspección médica a la entrada del alumno, de cuyas observaciones, si se cree necesario, se dará conocimiento a la familia para los efectos oportunos, y luego otra periódica, al objeto de evitar la propagación de enfermedades contagiosas durante las horas de vida escolar.” ¹⁵⁸
No se trataba de un planteamiento revolucionario, sino de unos principios que podían resultar aceptables tanto para un militante anarquista como para un liberal de ideas avanzadas. La alusión al ideal de una humanidad fraternal, “sin categoría de sexos ni clases”, era suficientemente ambigua como para poder ser admitida tanto por los partidarios de la revolución colectivista como para quienes deseaban una sociedad democrática con igualdad de oportunidades para todos. Los principios del programa se desarrollaban en un plan de estudios en el que destacaba la temprana introducción de la lengua francesa, así como la total ausencia de la lengua catalana. Ferrer explicaría años después, en un libro que escribió sobre la experiencia de la Escuela Moderna, los motivos por los que no quiso que en su escuela se utilizara el catalán: “Hubo quien, inspirado en mezquindades de patriotismo regional, me propuso que la enseñanza se diera en catalán, empequeñeciendo la humanidad y el mundo a los escasos miles de habitantes que se contienen en el rincón del mundo formado por parte del Ebro y los Pirineos. Ni en español la establecería yo –contesté al fanático catalanista–, si el idioma universal, como tal reconocido, lo hubiera ya anticipado el progreso. Antes que el catalán, cien veces el esperanto.” ¹⁵⁹ Ferviente internacionalista y enemigo de los patriotismos que dividían a la humanidad, Ferrer no podía ver con simpatía el creciente arraigo del catalanismo. Según Albano Rosell, un maestro libertario que conoció bien a Ferrer, éste era un “furioso anticatalanista” y llegó a recomendar a un camarada recién llegado de Andalucía para que se hiciera cargo de una escuela rural del Ampurdán, un medio en que la lengua familiar era casi exclusivamente la catalana. ¹⁶⁰ Su ideal de una solidaridad progresista que ignorara las fronteras se tradujo en la elección de una profesora francesa, Clémence Jacquinet, como directora de su escuela. Amadeo Hurtado la describe en sus memorias como una joven menuda de aspecto monacal, pero además de ello debía destacar por su firmeza de carácter. ¹⁶¹ Parece ser que conoció a Ferrer en 1897, como alumna del curso de español que este daba en la sede del Gran Oriente de Francia, y al año siguiente marchó a Egipto como institutriz de los hijos del pachá Hassan Tewfik. Desde allí mantuvo una correspondencia con Ferrer que ha sido parcialmente reproducida en algunas de las primeras obras sobre éste. En sus cartas se mostraba marcadamente anticlerical, pues consideraba a la religión como el único obstáculo al progreso, e interesada en las nuevas ideas pedagógicas. La muerte de su madre, en mayo de 1900, la sumió en una profunda depresión y Ferrer se esforzó en disuadirla de su idea de suicidio. En noviembre de aquel año, el pachá Tewfik fue destituido de su cargo oficial por las autoridades británicas, al parecer descontentas con la gestión de las escuelas puestas bajo su supervisión, que según comentó Jacquinet quizá tuvieran el defecto de que en ellas se estudiaba francés además de inglés. ¹⁶² Según un biógrafo de Ferrer, que recabó información de fuentes oficiales egipcias, ella solía dar lecciones en dichas escuelas, que al final fueron cerradas. ¹⁶³ Tras aquella poco satisfactoria experiencia egipcia, Jacquinet regresó a París, de donde fue llamada por Ferrer a Barcelona para ayudarle a montar la Escuela Moderna.
En aquel intercambio de cartas desde Egipto se había manifestado una interesante diferencia de criterio entre ambos. Ella creía que para elaborar un proyecto pedagógico era necesario comenzar por leer a los filósofos que habían servido de inspiración a los pedagogos contemporáneos, tales como Montaigne, Rousseau, Pestalozzi, Froebel, Spencer, Kant o, el que en su opinión era el más grande de todos, Rabelais. A Ferrer estos grandes nombres le debieron parecer sospechosos, porque en una carta posterior ella insistió que no podían ser considerados únicamente como defensores del orden social conservador, porque a ellos se les debía el grado de emancipación ya alcanzado que, por mezquino que fuera, les permitía concebir un ideal nuevo y buscar los medios de perseguirlo. En definitiva, Clémence Jacquinet creía que la formación del nuevo profesorado tenía que tener sólidas raíces en la tradición intelectual, mientras que Ferrer, como muchos otros revolucionarios, era más dado a hacer tabla rasa del pasado. Tampoco compartía ella el “cientifismo” de Ferrer, es decir su tendencia a englobar tanto las ciencias experimentales como las opiniones morales y políticas en una verdad única, que todos los hombres habían de reconocer en cuanto se les librara de las supersticiones del pasado. En ese sentido, el fragmento más interesante de las cartas que Jacquinet envió a Ferrer es el que reproducimos a continuación, traducido por Canals: “Todo el mundo está de acuerdo en reconocer lo mal repartidos que están los bienes de este mundo, el abuso de la autoridad, la injusticia de todo el edificio social; pero cuando se trata de poner otra cosa en su lugar, inmediatamente surge por todas partes la diversidad de las opiniones. Es, pues, menester aplicarse a formar, por ahora, espíritus absolutamente libres, mas por esto mismo, prudentes y discretos. Ver claro es nuestra primera necesidad; difundir la ciencia, la ciencia pura, sin preocupaciones de opinión , de teorías (...) En cuanto a las religiones, me parece que hay que obrar como con los duendes, en que ya nadie cree, y con los que antes se asustaba a los niños; con la ayuda de la verdadera ciencia, si se es un poco hábil, es muy fácil poner a la inteligencia en guardia contra la superstición. Y así la escuela será popular y hará su obra de sana educación sin rechazar a nadie. ¿De qué serviría para el progreso no reclutar adeptos más que entre los partidarios? No se trata de esconder la bandera en el bolsillo, sino de no tremolarla sin necesidad. Cuanto más estudio la idea de su escuela, más me afirmo en mi idea: forme usted profesores, pero no con estas o con aquellas obras concebidas en un sentido determinado. Es menester tener confianza en la superioridad de nuestro ideal, para no temer ponerlo en contraste con obras concebidas bajo distinto espíritu. Así se forman las inteligencias libres que saben pensar por sí mismas sin necesidad de ningún catecismo para distinguir en todas partes la verdad del error.
Porque, al fin y al cabo, con la idea atea o anarquista o la idea teocrática, en cuanto reduzcáis una filosofía a un manual, haréis una obra dogmática (...) Sólo las ciencias experimentales que se fundan en hechos probados y que se pueden reproducir y comprobar, pueden ser enseñadas así, y no se hace, sin embargo. ¿Cómo se va a hacer con conocimientos cuya única base es la opinión?” ¹⁶⁴ El desencuentro con Ferrer no tardaría en producirse, pero al comienzo ella parece haber sido la principal impulsora de la Escuela. Por otra parte, como veremos, en el manual de historia que escribió no se mostró tan abierta como en la carta antes citada, pues tendió a presentar sus propias suposiciones como hechos probados. Junto a su nombre como directora y el de Ferrer como fundador, el folleto anunciador de la Escuela Moderna incluía los de los miembros de una junta consultiva, cuyas profesiones correspondían a los de una institución de clase media. Se trataba de Jaime Peiró, profesor; Edualdo Canibell, principal impulsor de la Biblioteca que el filántropo masón Rosendo Arús había legado a la ciudad de Barcelona; Juan Salas Antón, abogado y militante republicano, seguidor de Salmerón; J. Peiró, médico, y Jaime Brossa, publicista y futuro yerno de Ferrer. De hecho éste quería captar alumnos de clase media y ello es importante, porque demuestra que su concepción revolucionaria, surgida de la tradición progresista decimonónica, no se basaba en una concepción exclusivista de clase, concepción que por otra parte era más propia de los marxistas que de los anarquistas. Él mismo lo explicó en su libro póstumo sobre la Escuela Moderna y vale la pena reproducir sus palabras. “Hubiera podido fundar una escuela gratuita; pero una escuela para niños pobres no hubiera podido ser una escuela racional, porque si no se les enseñase la credulidad y la sumisión como en las escuelas antiguas, hubieraseles inclinado forzosamente a la rebeldía, hubieran surgido espontáneamente sentimientos de odio. (...) Lo diré bien claro: los oprimidos, los expoliados, los explotados han de ser rebeldes (...) Pero la Escuela Moderna obra sobre los niños, a quienes por la educación y la instrucción prepara a ser hombres y no anticipa amores ni odios, adhesiones ni rebeldías, que son deberes y sentimientos propios de los adultos (...) Aprendan los niños a ser hombres y cuando lo sean declárense en buena hora en rebeldía. (...) La coeducación de pobres y ricos, que pone en contacto unos con otros en la inocente igualdad de la infancia, por medio de la sistemática igualdad de la escuela racional, esa es la escuela buena, necesaria y reparadora.” ¹⁶⁵ En realidad resulta dudoso, como veremos, que Ferrer no quisiera formar rebeldes, pero sí es cierto que pretendía una escuela interclasista. Para lograr ese fin, explicaba, utilizó un sistema de pagos adaptado a la situación familiar de cada alumno, de manera que algunos asistían gratis y otros pagaban mensualidades de distinta cuantía. La escuela era por otra parte pequeña. El número de alumnos pasó de 70 al final del curso 1901-1902 a 126 al terminar el de 1904-1905, cifras que por otra parte revelan un modesto éxito. Hubo siempre una mayoría de niños, pero no faltó nunca una sustancial minoría de niñas, 49 frente a 77 niños en el último de los cursos citados. ¹⁶⁶ No está claro, sin embargo, cómo se financió realmente la escuela. Ferrer explicó ante un juez, que durante la existencia de la misma
tuvo que desembolsar de su peculio particular unas 70.000 pesetas, porque los pagos de los alumnos no cubrían los gastos. ¹⁶⁷ Albano Rosell ha escrito en sus memorias que fue precisamente el precio elevado de la Escuela Moderna el que garantizó su éxito entre la clase media progresista, porque garantizaba que los alumnos serían de un nivel social apropiado. Según él, había en Barcelona buen número de republicanos, librepensadores, espiritistas y masones que no sabían a qué escuelas llevar a sus hijos, porque las laicas estaban mal organizadas y no contaban apenas con alumnos de clase media, que en cambio fueron los que llenaron las aulas de la Escuela Moderna. ¹⁶⁸ Para Ferrer, la coeducación de ambos sexos era tan importante como la coeducación de pobres y ricos. De hecho, las escuelas mixtas eran bastante comunes en la España de la época, pero se trataba de escuelas rurales demasiado pobres como para permitirse más de un enseñante, mientras que las escuelas de una mínima calidad, incluso las laicas, separaban cuidadosamente a los niños de las niñas. ¹⁶⁹ La Escuela Moderna fue en cambio una abanderada de la emancipación femenina. Apenas iniciado el primer curso, el boletín de la Escuela, destinado tanto a informar a los padres de los alumnos como a difundir sus ideales en un círculo más amplio, dedicó un extenso artículo editorial a la enseñanza mixta, en el que desarrolló su concepción del papel que la mujer podría jugar en el progreso humano. Sostenía que el objetivo de la enseñanza mixta era que niños y niñas tuvieran la misma educación, de manera que la mujer pudiera ser, no sólo de nombre sino en la realidad, la compañera del hombre. Algo a lo que se oponían las iglesias cristianas y, en particular, la ortodoxia católica, que mantenía la sujeción patriarcal de la mujer. No se trataba sin embargo de que la mujer y el hombre fueran iguales en sus actitudes psicológicas básicas, pues al contrario el artículo daba por sentado que el hombre se caracterizaba por el predominio del pensamiento y del espíritu progresivo, mientras que en la mujer predominaban el sentimiento y el espíritu conservador. Mantenida al margen de los conocimientos científicos, la mujer se convertía, en su papel de madre, en un obstáculo para el progreso, al trasmitir fábulas y errores de todo tipo que arraigaban en la mente dúctil de los niños. Pero si recibiera la educación adecuada, su propia tendencia conservadora la llevaría a identificarse sólidamente con las ideas progresivas, que transmitiría a su vez a sus hijos. Se evitaría así ese temprano arraigo en los niños de los mitos clericales que luego a los hombres adultos les costaba tanto superar del todo. En un párrafo que posiblemente reflejara la experiencia de Ferrer, al parecer muy ligado a su madre, el artículo lo explicaba así: “Ese sedimento primario dado por nuestras madres es tan tenaz, tan duradero, se convierte en tal modo en médula de nuestro ser, que energías fuertes, caracteres poderosamente reactivos que han rectificado sinceramente de pensamiento y de voluntad, cuando penetran de vez en cuando en el recinto del yo para hacer el inventario de sus ideas, topan continuamente con la mortificante substancia de jesuita que les comunicara la madre.” ¹⁷⁰ El boletín de la Escuela resulta una fuente muy útil para conocer tanto su filosofía como su actividad práctica. Fiel a los planteamientos que había
expuesto previamente a Ferrer, Clémence Jacquinet publicó en el mismo artículos divulgativos sobre los filósofos que consideraba precursores de la pedagogía moderna, comenzando por su reverenciado Rabelais y siguiendo por Montaigne, Rousseau y Spencer. Se publicaron también bastantes traducciones de autores contemporáneos, en su mayoría franceses. Varios de ellos dedicados a la educación integral, se debían a la pluma de Paul Robin, mientras que Élisée Reclus escribió sobre la enseñanza de la geografía y el también anarquista Charles-Albert lo hizo sobre libertad y enseñanza. Pero el boletín no publicaba sólo artículos anarquistas, pues también se podían encontrar en él textos de Zola, del futuro jefe de gobierno francés Georges Clemenceau o del biólogo alemán Ernst Haeckel, uno de los grandes difusores de la teoría de la evolución. Testimonia también el boletín el modo en que en la Escuela Moderna se presentaba el conocimiento racional como contrapuesto a la superstición religiosa. Así, un artículo, dirigido expresamente “a los alumnos”, les indicaba lo agradecidos que debían de estar a sus padres y maestros por la enseñanza racional que recibían, que les libraba “del pernicioso contagio del error” y de creencias absurdas como “la creación en seis días, el barro convertido en Adán, la costilla adamítica precursora de Eva, la prohibición de la manzana científica, la difusión de las razas, la torre cuna de los idiomas, el diluvio, etc.”. El tema de los exámenes fue abordado también por el boletín en varias ocasiones. A fines de marzo de 1902, cuando la escuela estaba en su primer año académico, se celebraron exámenes en todas las clases, de un modo que no satisfizo a la directora. Los profesores habían sido advertidos previamente de la fecha en que tenían que examinar a sus alumnos y dedicaron los días previos a un repaso, que era exactamente lo que no había que hacer según Jacquinet. Ella lo explicó así: “Repetiremos aquí lo dicho en clase, (...) el examen se dirige a que el maestro juzgue lo que los discípulos han adquirido seriamente a lo largo del trimestre, especialmente desde el punto de vista de su inteligencia: ¿Han aprendido a observar? ¿Comienzan a saber sacar algunas deducciones justas de sus observaciones? ¿Manifiestan el gusto del estudio, es decir, aparte de la aplicación que puedan aportar voluntariamente a su trabajo, hay alguna rama de conocimientos hacia la cual muestren una curiosidad positiva? Esto es lo que debe resaltar claramente del interrogatorio de la persona que examina los discípulos. Por consecuencia, para poder darse cuenta exacta del estado intelectual de los discípulos, conviene en primer término que el examen no haya sido preparado de antemano, que no se hayan perdido diez o quince días en hacer interrogatorios que sólo sirven momentáneamente a la memoria y que obstruyen las facultades de juicio. Un examen serio debe ser siempre improvisado, sin advertir de antemano ni al profesor ni a los discípulos.” ¹⁷¹ En cuanto a los clásicos exámenes de fin de curso, la Escuela Moderna decidió no efectuarlos, por considerar que someter a los niños a quince días o un mes de memorización representaba un verdadero tormento, que podía tener incluso consecuencias para su salud física. Esto no significa que no se
dieran calificaciones a los alumnos, por el contrario se publicaban en el boletín, pero eran el resultado de lo que hoy llamaríamos evaluación continua. Así es que en el boletín se podían leer observaciones como las siguientes: “Vicente Bonacasa.- Su conducta es algo irregular; pero su trabajo continua siendo bueno. – Nota 8. Carlos Turrez.- No trata de observar por sí mismo. – Nota 5. Arturo Boada.- Pierde el tiempo, y su resultado es que responde generalmente mal a las preguntas. – Nota 4.” Clemence Jacquinet no debió quedar muy satisfecha de la experiencia. Al final del primer curso dimitió como directora y un año después dejó también su trabajo como profesora. ¹⁷² . Léopoldine Bonnard, que también se había incorporado a la escuela como maestra, continuó hasta 1905, fecha en que se separó de Ferrer. Para entonces éste tenía una nueva compañera, Soledad Villafranca, que se había incorporado también al equipo docente de la escuela, lo mismo que su hermana Ángeles. Otro profesor cuyo nombre se conoce era José Casasola. Por su parte el veterano anarquista Anselmo Lorenzo cooperó en las tareas de la escuela como traductor de varias obras francesas que fueron publicadas por la editorial asociada a ella, tarea luego continuada por Cristóbal Litrán. Hubo por último dos catedráticos universitarios de prestigio que apoyaron a la escuela, Odón de Buen y Andrés Martínez Vargas. Este último era catedrático de medicina infantil en la Universidad de Barcelona y contribuyó a desarrollar el énfasis en la higiene que desde el principio había querido dar Ferrer a su escuela. A tal fin participaba en las conferencias dominicales de la escuela, examinaba a los niños y publicó en la editorial de Ferrer un librito acerca del botiquín escolar. ¹⁷³ En cuanto a Odón de Buen, aragonés como Martínez Vargas, era uno de los más conocidos librepensadores españoles y a la vez un científico notable, que desempeñó la cátedra de Mineralogía y Botánica de la Universidad de Barcelona desde 1889 hasta 1911, fecha en que hubo de trasladarse a la de Madrid, ante la campaña desencadenada en su contra por las autoridades eclesiásticas. Años antes había estado ya a punto de perder su cátedra por su defensa de la teoría de la evolución. En 1895 Roma incluyó una de sus obras en el Índice de libros prohibidos, tras de lo cual el obispo de Barcelona intentó que fuera destituido de su cátedra, hubo protestas de estudiantes que se manifestaban a su favor, el rector de la universidad suspendió temporalmente sus clases y al final, como habría escrito Ferrer, la Ciencia derrotó a la Superstición y Odón de Buen conservó su cátedra y vio aumentada su fama. En el terreno político era seguidor de Nicolás Salmerón, el jefe del sector republicano más opuesto a las aventuras conspirativas. Su apoyo a la Escuela Moderna resultó por tanto importante. Participaba también en las conferencias dominicales y publicó en la editorial de la Escuela varios manuales sobre las diferentes ramas de las ciencias naturales, que destacaban por su calidad. Hoy se le recuerda sobre todo por su labor de pionero de la oceanografía española. ¹⁷⁴
Al igual que otros colaboradores de la Escuela Moderna, como Juan Salas Antón, Edualdo Canibell, Anselmo Lorenzo y Cristóbal Litrán, Odón de Buen era masón, habiendo adoptado como nombre simbólico el de Lamark, tan apropiado para un biólogo como lo era el de Gutenberg que había adoptado el tipógrafo Lorenzo. Por su parte, Litrán había sido en 1886 uno de los fundadores, junto a Arús, Canibell y otros, de la Gran Logia Simbólica Regional Catalano-balear, en la que había apoyado la adopción del catalán como lengua de sus actividades. ¹⁷⁵ Ferrer se sentía particularmente orgulloso de las conferencias que la Escuela Moderna organizaba los domingos, a las que según él acudían “los alumnos, sus familias y un gran número de trabajadores deseosos de aprender”. Los temas elegidos combinaban la exaltación del progreso científico y técnico con la denuncia de la intolerancia clerical. Entre las primeras conferencias que se impartieron las hubo sobre Voltaire, sobre el desarrollo de la sociedad, sobre la condición de la mujer, sobre la imprenta, sobre el vapor, sobre la Inquisición, sobre los progresos de la física, sobre Livingstone y sobre el origen del cristianismo. En ocasiones se leían textos literarios, por ejemplo un relato de Alfredo Calderón titulado Santa y pecadora , que contraponía los casos de una joven que se dejaba engañar por un seductor, quien la abandonaba tras haberla embarazado, con la de otra que se hacía monja, con la particularidad de que si la primera acababa reconciliándose con su padre, la segunda se olvidaba del suyo, con lo que la moraleja, laica, era obvia: es mejor una pecadora que una santa. En el segundo curso, en cambio, se optó por dar continuidad a la temática de las conferencias, con un ciclo de Martínez Vargas sobre la higiene y otro de Odón de Buen sobre las ciencias naturales. ¹⁷⁶ ¿En qué medida representaba todo esto un catecismo al revés? ¿Se trataba de una enseñanza que pretendía transmitir valores libertarios mediante el adoctrinamiento? ¿O era fiel por el contrario a su proclamado principio del libre desarrollo del niño? Era esta una cuestión fundamental que, como hemos visto, se había planteado de antemano Clémence Jacquinet y a la cual se tuvo que enfrentar Léopoldine Bonnard cuando, en la primavera de 1905, se dedicó a hacer propaganda de la Escuela Moderna en Holanda. Poco después, en un registro en la masía de Mongat en la que ella se instaló al regreso de su viaje, las autoridades se incautaron de unas cartas en las que Ferrer le había explicado muy claramente su propósito, que no era tanto la renovación pedagógica como la formación de revolucionarios: “Nosotros no podemos ocuparnos más que de hacer reflexiones a los niños sobre las injusticias sociales, sobre las mentiras religiosas, gubernamentales, patrióticas, de justicia, de política, de militarismo, etc., para preparar cerebros aptos a ejecutar una revolución social. No nos interesa hacer hoy buenos obreros, buenos empleados, buenos comerciantes; queremos destruir la sociedad actual desde sus fundamentos. Por consiguiente nuestra enseñanza se difiere radicalmente de la otra, ya que las ideas inculcadas son marcadamente revolucionarias; no importa que las horas de clase o las materias enseñadas o los reglamentos interiores se parezcan a los otros.” ¹⁷⁷
A algunos de los interlocutores holandeses de Bonnard los planteamientos de la Escuela Moderna les debieron parecer dogmáticos, una acusación a la que Ferrer respondió de esta manera: “Si quieren llamar dogma a la demostración que hacemos de que las religiones son malas porque hacen creer a los individuos que hay otra vida, y que la política es mala porque según el sistema representativo o parlamentario los individuos delegan en otros el cuidado de mejorar su situación, que lo llamen dogma.” ¹⁷⁸ En resumen, explicaba Ferrer, su propósito había sido el crear una escuela libertaria y si la había denominado simplemente Escuela Moderna había sido para no perjudicar el futuro laboral de sus discípulos –pues pocos empresarios habrían querido contratar a trabajadores formados en un centro anarquista–, para no asustar a las gentes y para no dar al gobierno un pretexto para cerrarla. En nuestra opinión, había caído en una contradicción fácilmente perceptible, la de pretender fomentar actitudes libertarias mediante una enseñanza que no daba opción al contraste de opiniones. Si Ferrer no lo entendía, o no quería entenderlo, ello se debía en parte a esa actitud tan suya que hemos denominado cientifismo y que consistía en la creencia en una verdad única que todo lo abarcaba, lo que le hacía pensar que la religiosidad o el patriotismo eran errores en el mismo sentido que lo era el geocentrismo. En realidad, Ferrer tenía un carácter marcadamente dogmático. Pío Baroja, quien en 1906 le presentó en una de sus novelas bajo el transparente nombre de Suñer, hizo de él la siguiente caricatura, no muy lejana de la realidad: “El señor Suñer intentaba demostrar en su conversación que, como crítico de los prejuicios sociales, no tenía rival, y lo único que demostraba era cómo pueden ir juntos, mano a mano, la pedantería con el anarquismo. Hacía este Kant de la Barceloneta los descubrimientos típicos de todo orador de mitin libertario. Generalmente, esos descubrimientos se expresan así: ‘Parece mentira, compañeros, que haya nadie que vaya a morir por la bandera, Porque, ¿qué es la bandera, compañeros? La bandera es un trapo de color...’. El señor Suñer era capaz de estar haciendo descubrimientos de esta clase durante días enteros, sin parar. La bandera es un trapo de color, la Biblia es un libro, las armas sirven para herir o matar, etc. etc.” ¹⁷⁹ Pero es hora ya de examinar en concreto cuáles eran los valores que la Escuela Moderna transmitía a sus alumnos. Para ello podemos valernos de los trabajos que éstos presentaron en la clausura del segundo curso escolar y de los pensamientos que leyeron en el curso de una fiesta celebrada al término del cuarto curso, textos escritos por niños de nueve a diecisiete años y, suponemos, cuidadosamente revisados por sus profesores antes de ser publicados en el Boletín de la Escuela Moderna , del que los tomamos. En ellos encontramos una valoración positiva de la enseñanza, del progreso y de la igualdad social, y una valoración negativa del gobierno, de la propiedad, de la religión, del ejército y de la fiesta de los toros. Veamos algunos ejemplos. Acerca de la enseñanza:
“La enseñanza es muy buena o muy mala, según las cosas que se enseñen: es buena cuando se enseñan cosas racionales, como la ciencia; es mala cuando se enseñan cosas metafísicas, como la religión.” “Con el tiempo y como consecuencia de la escuela, todo el mundo será más inteligente, y no habrá guerras, ni poblaciones incendiadas, y la gente recordará con horror al guerrero considerando que es el obrero de la muerte y de la destrucción.” “El obrero necesita instruirse; y para lograrlo es necesario fundar escuelas gratuitas, sostenidas por ese dinero que desperdician los ricos. De ese modo se conseguiría que el obrero adelantase cada vez más hasta lograr verse considerado como merece, porque en resumen él es quien desempeña la misión más útil en la sociedad.” Acerca del progreso tecnológico: “¿Quién tiene más mérito por sus actos, Napoleón o el inventor del telar? Un patriota francés diría que Napoleón y alegaría argumentos estúpidos; un hombre racional daría su voto al inventor.” Acerca de la igualdad social: “¿Los hijos de los burgueses y de los trabajadores, no son todos de carne y hueso? Pues ¿por qué en la sociedad han de ser diferentes unos de otros? Acerca del gobierno y la propiedad: “El gobierno todo lo entorpece en el mundo, en lugar de asegurar el bienestar y la libertad, como tontamente creen los hombres. La propiedad engorda a los burgueses, quienes explotan a los trabajadores. La propiedad ha de ser común.” Acerca de la primera comunión: “Por vanidad y por vestir de blanco en un día fijado van las niñas a la comunión, sin comprender que con ello prolongan la rutina contraria a su propio bien y al de la humanidad.” Acerca de la mujer y la religión: “El fanatismo es producido por el estado de ignorancia y atraso en que se halla la mujer; por eso los católicos no quieren que la mujer se instruya, ya que la mujer es su principal sostén.” Acerca de la guerra: “La guerra ha de desaparecer, y para que no haya guerra no había de haber gobierno, y no habiéndolo tampoco habría ejército, y sin ejércitos no hay guerra.” Acerca de la fiesta de los toros: “¡Qué público el que disfruta con ese espectáculo de martirio y muerte!”
Por último, no dejaba de ser significativa esta reflexión sobre la sinceridad: “Hay casos en que no se debe ser sincero. Por ejemplo: un hombre llega a nuestra casa huyendo de la policía. Si después se nos pregunta si hemos visto a aquel hombre, debemos negarlo; lo contrario sería una traición y una cobardía.” Letras, ciencias... y revolución La fortuna de mademoiselle Meunier, bien administrada por Ferrer, le permitió no sólo fundar la escuela, sino crear una editorial, Publicaciones de la Escuela Moderna, que fue muy activa. En ella se publicaron textos destinados a la escuela primaria, novelas anarquistas y estudios destinados a un público adulto. En algunos casos se trataba de manuales sin contenido doctrinal, mientras que en otros la propaganda de los ideales anarquistas era evidente. La calidad del material no era uniforme, pero sin duda se trataba de un esfuerzo editorial serio, que contribuyó a dar más relieve a la empresa educativa emprendida por Ferrer. ¹⁸⁰ A la altura de 1904 las publicaciones de la Escuela Moderna eran utilizados en otras 32 escuelas, 18 de ellas catalanas. ¹⁸¹ Bastantes de ellas existían antes de que Ferrer iniciara sus actividades pedagógicas, pero otras fueron al parecer impulsadas y subvencionadas por él, en cuyo caso requería que se utilizaran los libros de su editorial, pero ello no implica que fueran “sucursales” de la Escuela Moderna. En una declaración ante el juez, Ferrer afirmó que su escuela no tenía filiales, y que la única vinculación que tenía con otras escuelas era el haberles proporcionado personal y libros de texto. ¹⁸² El manual que la Escuela publicó para iniciar a los niños en la gramática española fue un texto muy tradicional, sin más peculiaridad que un añadido final en el que el anarquista francés Paraf-Javal presentaba la teoría de la evolución de manera sencilla, en forma de un diálogo entre un niño y su tío, que podía utilizarse como práctica de lectura. Una gramática española, destinada a un nivel más avanzado y escrita por Fabián Palasí, director de la Institución Libre de Enseñanza de Sabadell, era también un libro tradicional, éste sin ningún contenido que no fuera estrictamente gramatical. De hecho la concepción educativa de Palasí era bastante distinta de la de Ferrer porque, según explicó en un discurso de 1904, creía que la escuela no debía ser ni anticatólica ni antimonárquica, sino simplemente civil. ¹⁸³ El estilo propio de la Escuela Moderna se manifestaba en cambio en un librito con modelos de escritura manuscrita que, como explicaba el propio Ferrer en el prólogo, no empleaba textos insignificantes como era habitual en ese tipo de obras, sino que aprovechaba para hacer ver a los jóvenes lectores los males de la guerra y el militarismo. A tal fin presentaba una selección, realizada por Charles Malato, de breves escritos debidos a autores como Voltaire, Tolstoi, Maupassant, Zola, Renan, Anatole France, Spencer y... Clemence Jacquinet. Como era de suponer en el librito no sólo se encontraban críticas al militarismo, sino también al patriotismo, como este texto de Tolstoi: “Cuando pienso en todos los males que he visto y que he sufrido, procedentes de los odios nacionales, me digo que todo reposa sobre una grosera mentira: el amor de la patria.” ¹⁸⁴
Y tampoco faltaban alusiones a la extraña condescendencia de los clérigos hacia la violencia guerrera, como esta observación de Voltaire: “Esos perorantes hablan incesantemente contra el amor, que es el único consuelo del género humano y el único medio para reconstituirlo, y no dicen apenas una palabra contra los esfuerzos abominable que se hacen para su destrucción.” ¹⁸⁵ Así es que, al tiempo que aprendían un modelo de letra, los alumnos de la Escuela Moderna aprendían sana filosofía, y también lo hacían con los modelos de cartas y cuando resolvían algunos problemas matemáticos. De los modelos de cartas, también manuscritos, se ocupó el propio Malato, que imaginó una correspondencia entre un niño de Barcelona y otro, algo mayor, de París, que evidentemente era el encargado de exponer la doctrina verdadera. El parisino tenía buenos conocimientos científicos, que a veces resultaban increíbles para su pequeño amigo barcelonés: “Tus cartas sobre el origen del hombre me han puesto en un estado extraordinario. No sueño más que monos...”. También era el parisino quien desmentía lo que había oído decir su amigo acerca de la desigualdad de las razas y de la incapacidad de los negros para llegar a ser como los blancos. Pero, gradualmente, también el niño de Barcelona iba desarrollando su propia capacidad crítica: “Lo que dices de los desgraciados que celebran el 14 de julio sin saber si al día siguiente tendrán casa y pan, sucede aquí también, como ya sabes; sólo que aquí en vez de celebrar la toma de la Bastilla celebran la Virgen de las Mercedes...” ¹⁸⁶ Por su parte, Léopoldine Bonnard siguió para su manual de francés el modelo que había usado años atrás el propio Ferrer en el manual de español que escribió para la editorial Garnier. Es decir, que se trataba de un manual de estructura tradicional, centrado en las reglas gramaticales y en la conjugación de los verbos, que sólo tenía de peculiar la selección de textos para realizar dictados, buena parte de los cuales eran de autores anarquistas o próximos al anarquismo, como Godwin, Proudhon, Kropotkin, Tolstoi, Faure, Paraf-Javal, Grave, Reclus y Robin. Lo más llamativo era que en las últimas páginas reproducía un poema, tomado del periódico francés L’Action , que esbozaba una crítica de la religión, centrada en la conocida objeción de que un dios bueno no debería permitir que el mal dominara el mundo, y concluía con la siguiente imprecación a la divinidad: si vous existiez il faudrait vous tuer! ¹⁸⁷ La Escuela también se preocupaba de evitar que los alumnos pudieran contagiarse del espíritu capitalista haciendo cuentas de tenderos, así es que en el manual de aritmética para principiantes, en cuya elaboración intervino Paraf-Javal, algunos problemas llevaban una entradilla ideológica: “En la sociedad actual no se piensa en la felicidad de hacer circular la substancia útil entre los hombres. Se prefiere dejar que se pierda la substancia antes que darla a los necesitados que no pueden pagarla. Estimando únicamente la ganancia posible, se dirá, por ejemplo: “Un quintal de bacalao vale 188 reales: ¿a cómo venderé la libra para ganar en él 5 pesetas?” ¹⁸⁸
Uno se pregunta si a algún niño se le ocurrió resolver el problema diciendo que no valía la pena embarullarse la cabeza con quintales, libras y pesetas, cuando lo que había que hacer era regalar el bacalao a los necesitados. En buena lógica, ese niño debería haber recibido la calificación más alta. Pero no todos los libros publicados por la Escuela Moderna tenían esa sobrecarga ideológica. Odón de Buen, por ejemplo, no introdujo la ideología con calzador en sus cuatro volúmenes de ciencias naturales, que presentaban de manera clara los contenidos básicos de la geología y la zoología, al tiempo que estimulaban la realización de experimentos. El volumen dedicado a la zoología comenzaba de manera muy didáctica, presentando los principales órganos y funciones de los seres vivos con el ejemplo de un animal tan accesible como la rana. Daba además unas precisas instrucciones para proceder a su disección, no sin advertir que era doloroso sacrificar animales, pero resultaba necesario, y que para evitarles sufrimiento se les debía aletargar con cloroformo antes de proceder. Odón de Buen publicó también en la editorial de la Escuela Moderna un manual de geografía física, prologado por el destacado anarquista y geógrafo Elisée Reclus, que insistía en la necesidad de que los alumnos entraran en directo contacto con la naturaleza, mediante paseos con sus padres, compañeros y maestros. Daba también Reclus una bella definición de la geografía, contraria a todo énfasis patriótico: “la geografía es la ciencia que demuestra la unidad perfecta del dominio terrestre y lo absurdo de las fronteras”. Pero más interesantes aún las breves palabras que el propio Odón de Buen dirigía a los maestros que fueran a usar su libro. Vale la pena reproducirlas con cierta extensión porque probablemente fueran las reflexiones pedagógicas más atinadas que publicara la editorial de Ferrer: “No soy partidario de los libros como medio preferente de enseñanza, y menos tratándose de Ciencias Naturales. Por eso, estas páginas, más que a los alumnos van dirigidas a los maestros. Son una recopilación de datos, una exposición de fenómenos, sujeta a un plan, inspirada en un criterio. Procuren los profesores servirse de los datos como medio de explicación de los fenómenos. El hecho escueto dice poco; una sucesión de hechos, bien aprovechada, puede servir para hallar una ley. Huyan, sobre todo, de enseñar este librito de memoria (...). Las páginas de esta obrita (...) tienden sobre todo a demostrar las relaciones entre los hechos, a presentar una Naturaleza activa, que se renueva de continuo, que evoluciona sin cesar. (...) Si el profesor aprovecha los paseos por el campo; si lleva a los niños a la cima de una montaña y a la orilla del mar, si evoca en ellos, de continuo, el recuerdo de lo que han visto y han observado, el ejemplo de la naturaleza que le rodea permitirá la explicación de muchos fenómenos vulgares y facilitará la comprensión de aquellos que es difícil de observar de un modo directo.
Si en clase, valiéndose de figuras, de mapas, de fotografías, auxiliándose (donde sea posible) de proyecciones, partiendo siempre de lo que el niño ha visto, lee o hace leer estas páginas y las interpreta, enseñará la Geografía física sin dificultades para él y sin fatiga para el discípulo.” ¹⁸⁹ Uno de los primeros libros que publicó la editorial de Ferrer fue una historia universal en tres volúmenes, redactada por Clémence Jacquinet. La historia es una de las asignaturas que mejor se presta a la transmisión de una determinada visión del mundo y en el prefacio Jacquinet se quejaba de que así había sido en el pasado, cuando una historia reducida a la relación de las guerras y la cronología de los reyes había conducido a una glorificación de la fuerza. El propósito de su libro era muy otro: “Tomando a los hombres a su aparición ( sic ) sobre la tierra, nos esforzamos en reconstituir la vida real con todas sus luchas, sus sufrimientos y sus progresos; procuramos también descubrir la malicia de todos los explotadores: guerreros, legisladores, sacerdotes, y de todo el conjunto de engaños que sufren los pueblos, los verdaderos, los que trabajan, deducimos una enseñanza completa y severa que instruya a las nuevas generaciones en el conocimiento de sus verdaderos derechos y de sus verdaderos deberes; que sea una escuela de fraternidad universal, una prenda de paz para los hombres honrados y una causa de terror y espanto para todos aquellos que intentasen avasallar a sus hermanos.” ¹⁹⁰ La suya sería por tanto una historia de buenos y malos, destinada a evidenciar las fechorías de guerreros, legisladores y sacerdotes, es decir de los estados y las iglesias. En contra de lo afirmado en su carta a Ferrer acerca de la inconveniencia de una enseñanza dogmática, aunque fuera atea y anarquista, su historia sin duda lo era, en el sentido de que nunca aludía a las fuentes en las que se basa la escritura histórica, ni al carácter especulativo de sus interpretaciones, ni mucho menos a la incertidumbre que rodea muchos aspectos del pasado. La suya era una escritura omnisciente que presentaba una versión indiscutible de cada etapa del proceso histórico, escogiendo siempre la que más pudiera desacreditar a su gran enemiga, la religión. Algunos ejemplos pueden bastar para mostrarlo. Respecto a la cuestión, tan interesante como necesariamente especulativa, de los orígenes de la guerra, de la explotación del hombre por el hombre y de la religión, Jacquinet procedía a una rápida amalgama para unir en una misma condena a todos los enemigos de la humanidad. En la prehistoria eran los hombres “menos hábiles y menos inteligentes” los que se entregaban únicamente “a la brutal ocupación de la caza” y fueron ellos los que, atacando a sus semejantes, inventaron la guerra. Eran las tribus que ni sabían cultivar la tierra ni fabricar instrumentos las que se dedicaban a atacar a sus vecinos pacíficos e industriosos, para arrebatarles el fruto de su trabajo. Al principio, los vencedores exterminaban a los vencidos, luego vieron que era más útil esclavizarlos y finalmente desarrollaron formas más astutas de asegurar su dominio sobre quienes trabajaban para ellos. A ese fin “se inventó todo un sistema de opresión moral, de explotación del miedo y la esperanza, para sujetarlos más fácilmente al yugo.” Se trataba, por supuesto, de la religión. ¹⁹¹
Más tarde surgió el cristianismo. Ciertamente la historia no sabe mucho de su origen, por falta de fuentes, pero parece indiscutible que se trata de una doctrina enraizada en la tradición judía e influida por la cultura grecolatina. El problema de esta interpretación era que, siendo comúnmente aceptada por los propios cristianos, no resultaba la más apropiada para subrayar la falsedad básica del cristianismo. Así es que la estrategia narrativa de Jacquinet consistió en minimizar la influencia judía, destacar la griega e introducir una tercera, la budista. El origen del cristianismo resultaba pues ser el siguiente: “Sus creadores, los filósofos griegos de Alejandría, entre los que sobresalía Filón, junto con los jefes de las sectas judías de la ciudad, lo copiaron casi textualmente de la religión búdica.” ¹⁹² El tono de teoría conspirativa resulta inconfundible. Uno se imagina una reunión secreta en la que unos filósofos alejandrinos reunidos “con los jefes de las sectas judías” (nótese lo siniestro que podía sonar esto en un ambiente teñido de antisemitismo) tratan de inventar una patraña para engañar mejor al pueblo, hasta que uno de ellos destaca la existencia de una exótica doctrina india que, levemente modificada, podía servir muy bien a sus fines. En términos de actitud mental, Jacquinet no parecía estar pues muy lejos de aquellos católicos que atribuían todos los males del mundo moderno a una conspiración judeomasónica contra el trono y el altar. Pero si algún lector católico posó alguna vez sus ojos sobre el libro, debió quedar horrorizado por lo que venía a continuación. Jacquinet se enfrentaba a la obvia dificultad que implica para una mente racionalista la doctrina cristiana de la redención, en la que Dios, que ha creado a la humanidad y luego la ha condenado, exige para perdonarla el sacrificio de una víctima propiciatoria de tal categoría que sólo puede ser su propio Hijo, es decir una parte de sí mismo. Y de ello sacaba una conclusión contundente: “el único acto de justicia realizado por ese dios consiste en matarse a sí propio (sic) como autor de todos los males que sufren los hombres”. En cuanto a su presentación de Jesús, resultaba caricaturesca. Tras afirmar que pudiera haber sido un monje budista, afirmación que insólitamente no daba por segura, le calificaba de “ambicioso de baja estofa”, que si se dirigía a los humildes y a los pobres era para hacerse con un partido popular que le condujera al poder. Y si esos fueron sus orígenes, no era extraño que en adelante el cristianismo se convirtiera, no sólo en un obstáculo para el progreso de la humanidad, sino en un “vampiro siempre sediento de sangre”, al que se sacrificarían millones de víctimas. Como se ve, la historia de Jacquinet no era exactamente un modelo de presentación no dogmática de los principios anarquistas y ateos. Pero si de algo podía culpársele no era ciertamente de falta de fe. En el último capítulo, tras presentar el ideal anarquista, afirmaba que su triunfo era seguro y que para alcanzarlo sólo necesitaba el proletariado robustecer su instrucción. Acerca del origen del cristianismo Ferrer no debió considerar suficiente la exposición de Jacquinet, así es que publicó un libro con ese título, destinado a servir de lectura a los alumnos mayores de la Escuela Moderna, que compuso con extractos de Science et réligion de Malvert, un libro cuya
lectura había recomendado en 1895 la comisión de propaganda del Gran Oriente de Francia. ¹⁹³ En el prólogo del mismo Ferrer explicó que se trataba de denunciar “los convencionalismos, la hipocresía y las infamias” que se escondían bajo el manto del misticismo, pero el tono de este libro es más científico y menos sectario que el de Jacquinet. Tras observar la ausencia de documentación fiable, desde el punto de vista de las exigencias históricas, acerca de la figura de Cristo, tendía también a suponerle iniciado en un monasterio budista, una curiosa versión que al parecer debía tener por entonces mucha aceptación en círculos librepensadores. ¹⁹⁴ La editorial de Ferrer publicó también un resumen de historia de España escrito por el ex ministro republicano e impenitente conspirador Nicolás Estévanez. El suyo era un texto bastante tradicional y patriótico, que en ocasiones extraía del pasado lecciones para el presente, partiendo de la base de que ya en la más remota antigüedad existían los españoles como pueblo. La alianza de Sagunto con Roma frente a Cartago, por ejemplo, le llevaba a reflexionar que “de poco les había servido a los españoles el concertar alianzas con la poderosa Roma para defenderse de los africanos” y que “desde entonces hasta nuestros días, todas las alianzas con naciones extranjeras han sido funestas para España”. Por otra parte, Estévanez destacaba la perniciosa influencia de la religión en el devenir histórico: “La idea de Dios ha engendrado más guerras y hecho verter más sangre que cualquier afirmación positiva”. ¹⁹⁵ La edición incluía como apéndice un interesante texto del conde de Volney, destacado exponente de la Ilustración, sobre la naturaleza de la ciencia histórica, su utilidad y el arte de enseñarla y escribirla, un añadido que quizá fuera iniciativa de Clemence Jacquinet, quien era una buena conocedora de los clásicos franceses y quizá no se sintiera satisfecha por el tipo de historia centrada en los hechos políticos que había escrito Estévanez. Para concluir este rápido repaso de algunas de los libros más significativos publicados por la Escuela Moderna, nos queda por tratar de aquellos que, escritos por autores anarquistas, presentaban su doctrina en forma de relato de ficción. Era el caso de los libros de Jean Grave: Las aventuras de Nono y Tierra libre , de Charles Malato: León Martín , y de Federico Urales: Sembrando flores . Las aventuras de Nono fue uno de los primeros libros publicados por la Escuela Moderna, ya que apareció en 1901, y también uno de los que tuvo más éxito, según explicaba Ferrer en el prólogo a la tercera edición. Jean Grave, “el papa de la rue Mouffetard”, presentaba a un niño de nueve años, Nono, que visitaba una sociedad perfecta, llamada Autonomía, en la cual, en contraste con la sociedad burguesa, todo era paz y felicidad. “Autonomía no existe ─explicaba el traductor Anselmo Lorenzo─, pero existirá”. En todo caso, la escuela de Autonomía tenía bastantes semejanzas con la de la calle Bailén. Véase cómo se planteaban los problemas de aritmética: “Tocó a Nono el turno de dictar un problema, y presentó uno que recordaba haber resuelto en la escuela en que se trataba de un mercader que, habiendo comprado tantas piezas de paño, de tantos metros, se preguntaba a cuánto debería vender el metro para ganar tanto.
─Tu problema está bien planteado ─dijo Solidaridad, que acababa de presentarse a los niños─, pero lo está según las reglas egoístas que os enseñan en las escuelas de un mundo donde no se trabaja sino en vista de especular sobre sus semejantes. Aquí el problema se plantea de otro modo; en tu lugar yo hubiera dicho: ‘Dado que un hombre tiene tantas piezas de paño pudiendo sacar de cada una tantos vestidos, ¿a cuántos amigos podrá complacer dando un vestido a cada uno de ellos?” ¹⁹⁶ Tierra libre , una “fantasía comunista”, según la definición del propio Grave, era la historia de un grupo de revolucionarios deportados después de una huelga general que, tras el naufragio del buque que los transporta, creaban en un lugar situado más allá del mundo conocido una sociedad feliz, en la que en ausencia de autoridad alguna todos gozaban de igualdad y libertad. Por su parte Charles Malato, prolífico colaborador en las publicaciones de la Escuela Moderna, narraba en León Martín la historia de un militante obrero que, tras varias aventuras y una evasión de la cárcel, terminaba estableciéndose en una colonia libre. Un rasgo notable de este libro, publicado en 1905, es que en él se halla una apología del atentado. En uno de sus capítulos se describe una velada en un círculo artístico obrero a la que llegaba la noticia del asesinato de un cierto Bleff, favorito de los “Manoff” ─en quienes no es difícil reconocer a la familia imperial rusa de los Romanov─, ante lo cual Estanislao, originario del país donde los hechos habían ocurrido, prorrumpía en un jubiloso ¡hurra!: “Muchos concurrentes le miraban asombrados, no sabiendo aún de qué se trataba. Entonces, levantándose, dijo en voz alta en medio del silencio: ─¡Amigos míos! La noticia (...) demuestra que existen aún hombres de corazón allí mismo donde hay más opresión y miseria. Un hombre más peligroso que los tigres y las víboras acaba de ser ejecutado. ¡Ya no hará más víctimas! ¡Regocijémonos! Sí; regocijémonos, porque aunque los revolucionarios detesten hacer sufrir y deploren haber de matar, debemos proponernos la desaparición de los obstáculos que nos impiden ser libres y dichosos, aunque se trate de obstáculos vivientes.” ¹⁹⁷ La reputación tiránica del régimen de los zares era tal que la izquierda occidental mostraba una comprensión hacia el terrorismo ruso que no mostraba en cambio hacia los atentados anarquistas cometidos en Occidente. También en la novela de Federico Urales, Sembrando flores , aparecía una presentación muy elogiosa de los revolucionarios rusos, incluida su marcada propensión a “ejecutar tiranos”. ¹⁹⁸ Así es que no es extraño que Malato situara en Rusia el ficticio atentado de su novela. Lo inquietante del caso es que, en el mismo año en que ésta se publicó en Barcelona, hubo un atentado real contra Alfonso XIII en París, en el que, como veremos, pudo estar implicado el propio Malato. Ferrer y sus mujeres
Francisco Ferrer tuvo a lo largo de su vida relaciones amorosas duraderas con tres mujeres, aunque sólo pudo casarse con la primera de ellas, Teresa Sanmartí. Con Teresa tuvo tres hijas que llegaron a la edad adulta, Trinidad, Paz y Sol, aunque con esta última apenas tuvo contacto. Léopoldine Bonnard le dio un hijo, Riego, a quién él nunca reconoció legalmente. Y el último gran amor de su vida fue Soledad Villafranca. Soledad, que tenía veinticuatro años cuando en 1902 se incorporó a la Escuela Moderna como maestra, era una joven navarra que acababa de instalarse en Barcelona con su familia. María, su hermana mayor era maestra en una escuela laica de Pueblo Nuevo, mientras que su hermana pequeña Ángeles daba también clases en la Escuela Moderna. Puede que las viejas fotografías que de ella se conservan no le hicieran justicia y en todo caso sus facciones regordetas están muy lejos de nuestros actuales cánones estéticos, pero por aquel entonces era considerada una mujer hermosa. Amadeo Hurtado la recordaba como una joven de belleza muy vistosa, alta, esbelta y elegantemente vestida, mientras que Albano Rosell la describió como atractiva, audaz y seductora, pero lamentablemente ignorante. ¹⁹⁹ No se sabe cuándo empezó el idilio entre Ferrer y Soledad, pero es de suponer que debió contribuir a la ruptura de las relaciones sentimentales entre aquél y Léopoldine, que según ésta se produjo en 1905, cuando el hijo de ambos tenía cinco años. En la primavera de aquel año Lépoldine y Riego viajaron a Ámsterdam, donde se instalaron en la casa del anarquista holandés Domela Nieuwenhuis. El objetivo del desplazamiento era promover el establecimiento en aquel país de escuelas racionalistas similares a la Escuela Moderna, y con ese propósito dio ella varias conferencias, pero el momento no era propicio, por la disensión que por entonces se había producido en el seno del movimiento librepensador holandés entre los deístas, que eran meramente anticlericales, y los ateos, que rechazaban toda creencia religiosa. Ya hemos visto cómo algunos de los interlocutores holandeses de Léopoldine consideraban dogmáticos los planteamientos pedagógicos de Ferrer. Las cartas que durante aquel viaje escribió Ferrer a Léopoldine, que un año después serían incautadas por las autoridades durante un registro, arrojan un poco de luz sobre sus relaciones con ella y con su hijo. Le encantaba saber que el niño estaba aprendiendo canciones holandesas, sin olvidar las españolas que sabía, pero no quería que su cerebro se fatigara: “que se desarrolle ─escribía─, que se fortalezca físicamente, y lo intelectual irá sólo”. Le pedía a Léopoldine que transmitiera a Riego el deseo que tenía de verle, de hablarle, de dar paseos juntos, y le pedía que le cuidara mucho, “porque quiero que sea fuerte para luchar conmigo a favor de nuestras ideas”. Pero cuando se trataba de enviar dinero se mostraba remiso. A Domela le estaba muy agradecido por los cuidados que le habían prestado a Riego durante una enfermedad que había tenido mientras Léopoldine se hallaba fuera, pero cuando el holandés le solicitó un préstamo, él se excusó en los fuertes gastos que tenía para enviarle sólo 500 francos. A la propia Léopoldine le comunicó que su situación económica no era buena en aquel momento y que se tendría que contentar con 300 pesetas al mes. Sin embargo, al juez le reconocería más tarde que tales dificultades económicas no eran reales, sino un pretexto para evitar que Domela y Léopoldine abusaran de él. Quizá para
entonces hubieran roto ya sus relaciones. Lo cierto es que de Ámsterdam Léopoldine se dirigió con su hijo a una pequeña localidad cercana a París, Clamart, en la que ella tenía parientes. A Domela aquello no le pareció prudente, porque en los bosques de Clamart acababa de descubrir la policía unas bombas relacionadas con un atentado, del que ya trataremos, que acababa de sufrir Alfonso XIII en París. A Ferrer ese temor le pareció en cambio injustificado y le recomendó que hiciera el viaje. De hecho, la policía parisina se limitó a hacer una pequeña indagación acerca de Léopoldine Bonnard, que les pareció una agente muy activa de Ferrer. Como resultado, una foto de ella con su hijo se conserva todavía en los archivos de la prefectura de policía de París. ²⁰⁰ A su regreso de aquel viaje, Léopoldine y su hijo se instalaron en una casa de campo (un mas para utilizar el término catalán) que Ferrer había adquirido en 1903 para dar ocupación a su hermano José, quien viviría allí con su familia. Le costó algo más de veinte mil pesetas y era una sencilla casa rural de dos cuerpos y un alto, con poco más de dos hectáreas de terreno, dedicado en parte a naranjos y en su mayor parte a viña, a la que Ferrer dio el nombre de Mas Germinal, tomándolo del título de una famosa novela de Zola que se había convertido en todo un símbolo de la lucha proletaria. Se hallaba en el vecindario de Mongat, una localidad en la que Ferrer había apoyado la creación de una escuela laica, cuyo maestro era Albano Rosell. Más tarde éste recordaría que, cuando Ferrer se hizo famoso, resultaba frecuente que los habitantes de Mongat, instigados por el cura, insultaran e incluso apedrearan a Ferrer y sus amigos. Según las pesquisas de la policía, la finca daba en los años buenos algo más de tres mil pesetas. José hacía pública profesión de ateísmo e iba al café con un periódico anarquista bajo el brazo. Luego, a comienzos de 1906, Ferrer adquirió una segunda finca, de poco más de cuatro hectáreas, dedicada en parte a viña y en parte a alcornoque, llamada Turó del Canonge y situada en el límite entre los términos municipales de Vallromans y Alella. ²⁰¹ Sus hijas Trinidad y Paz no permanecieron con él en Cataluña. Regresaron al París de su infancia, pero no parece que fueran muy felices. Según una fuente, Trinidad se había casado en Australia con un cierto Creus, agricultor, de quien tuvo una hija, Dafne, y con quien vivió un tiempo en Barcelona. Luego marchó a París y tuvo dos hijos y dos hijas con Émile Coty, sin casarse con él, puesto que los niños tendrían el apellido Ferrer. ²⁰² Un informador de la policía francesa dio de todo esto una versión mucho más sórdida: su tío José la habría convertido en su amante en Australia y la había hecho casarse con un mozo de labranza que consentía la relación. Más tarde ella había huido de Barcelona a París para librarse de ambos, y en París había tenido varios amantes hasta que finalmente se unió a un cierto Conty ( sic ), un hombre casado, perezoso y vividor, que dejó a Trinidad embarazada varias veces, pero apenas le daba dinero. ²⁰³ No hay por qué creer todo esto, especialmente lo de Australia, pero su propia hermana Sol ha escrito que a Trini la vida no le fue fácil con su nuevo compañero y que su padre le fijó una asignación mensual, pero advirtiéndole que no contara con la herencia, que estaba destinada a la Escuela Moderna, por lo que Trinidad se quejaba de su tacañería, lo mismo que Léopoldine, aunque compartía con fervor la ideología de su padre. ²⁰⁴ En la colección Ferrer de San Diego se conservan dos cartas suyas, en una de las cuales pedía a su padre doce francos para
que Emilio (es decir Émile Coty) pudiera adquirir el material necesario para realizar un trabajo, indicándole que podía descontárselas de su asignación mensual, mientras que en otra daba “a su querido papá” noticias de sus hijos Lili y Paquito. ²⁰⁵ Cuando Ferrer murió, ella tenía dos hijos, se hallaba encinta, había sido abandonada por su amante y se encontraba sin recursos, según el informador ya citado. Más bonita que Trinidad, Paz tuvo inicialmente más suerte. Se casó con Jaume Brossa, un escritor modernista catalán de tendencias anarquistas, que tras la represión que siguió al atentado de Cambios Nuevos huyó a París y a comienzos de siglo estrenó algunos dramas en los que se advertía la influencia de Ibsen. No tardaron sin embargo en divorciarse y Paz decidió dedicarse al teatro, una opción que no fue del gusto de su padre, que sin embargo la ayudó también con dinero, aunque sin excesiva generosidad. En una carta a Malato, Ferrer le explicó que, habiéndose retrasado él un día en mandarle su mensualidad, ella había pedido al administrador de su casa en París que le adelantara 300 francos y ahora pretendía quedárselos para comprarse un vestido y arreglarse los dientes. “ Elle me degoute et je n’en puis plus ”, concluía. Quizá le recordara a Teresa. ²⁰⁶ Según su hermana Sol, que por entonces se hallaba interna en un colegio de monjas parisino y se pudo reencontrar con su guapa hermana, Paz siguió un curso de teatro, realizó pequeños papeles de debutante y hacia 1905 tuvo éxito con un papel en La dama de las Camelias. ²⁰⁷ . Para entonces tenía un hijo de unos cuatro años, llamado Marc. ²⁰⁸ A todo lo cual un informador de la policía francesa añadía que cuando se separaron un tribunal había encomendado la custodia del niño a su padre y que ella se había ido a vivir con una inglesa, lesbiana como ella. ²⁰⁹ 148 Maitron, J. (1975), pp. 349-360. 149 Tiana Ferrer, A. (1997), p. 140. 150 Delgado, B. (1979), pp. 56-59. 151 Connelly Ullman, J. (1972), pp. 42-47. 152 Delgado, B. (1979), pp. 73-86. 153 Canals, S. (1911), II, pp. 50-53. 154 Ferrer Guardia, F. (1978 b), p. 129-130. 155 Todorov, T. (2001), p. 293. 156 Delgado, B. (1979), pp. 102-103. 157 Ferrer Guardia, F. (1978 b), pp. 148-149. 158 IISH, Ámsterdam, colección Ferrer-AIT. 159 Ferrer Guardia, F. (1978 b), pp. 64-65160 Rosell, A. (1940), p. 137.
161 Hurtado, A. (1969), p. 96. 162 Orts-Ramos, A. y Caravaca, F., pp. 60-64. 163 Archer, W. (2010), pág. 96. 164 Estas cartas de C. Jacquinet están citadas en Canals, S. (1911), II, pp. 67-70. 165 Ferrer Guardia, F. (1978b), págs. 97-98. 166 Boletín de la Escuela Moderna , septiembre de 1905. 167 Regicidio , II, pp. 289-290. 168 Rosell, A. (1940), pp. 114-115. 169 Delgado, B. (1981), p. 104. 170 “Necesidad de la enseñanza mixta”, Boletín de la Escuela Moderna , 30-11-1901. 171 “Memoria de los estudios”, Boletín de la Escuela Moderna , 30-4-1902. 172 Canals, S. (1911), II, p. 73. 173 Delgado, B. (1979), pp. 105 y 114-118. 174 Buen, O. (2003). 175 Sánchez i Ferré, P. (1991), pp. 31-34. Sánchez i Ferré, P. (1986), p. 176-183. 176 Boletín de la Escuela Moderna , varios numeros de 1901 y 1902. Ferrer, F. (1912), pp. 163-165. 177 F. Ferrer a L. Bonnard, 13-5-1905, en Regicidio , II, pp. 339-340. 178 F. Ferrer a L. Bonnard, 25-5-1905, en Regicidio , II, pp. 340-342. Ferrer admitió ante el juez su autoría de estas cartas, ibidem pp. 444-446. 179 Baroja, P. (1960): La dama errante , pp. 85-86. 180 Delgado, B. (1979), pp. 119-132. 181 Ferrer Guardia,F. (1978b), pp. 186-187. 182 Regicidio , II, p. 447. 183 Delgado, B. (1986), p p. 230-231. 184 Malato, C. (1903), p. 64. 185 Malato, C. (1903), p. 119.
186 Malato, C. (1905), p.. 100. 187 Bonnard, L. (1903), pp. 166-168. 188 Elementos de aritmética (1905), pág. 171. 189 Buen, O. (1905b), pp. 9-11. 190 Jacquinet, C. (1902), I, p. 4. 191 Jacquinet, C. (1902), I, pp . 27-33. 192 Jacquinet , C. (1902), II, p. 36. 193 Álvarez Lázaro, P. (1986), p. 121. 194 Origen del cristianismo (1906). 195 Estévanez, N. (1904), pp. 21 y 14. 196 Grave, J. (1991), p. 66. 197 Malato, C. (1905b), p. 103 198 Urales, F. (1906), pp. 73-86. 199 Regicidio , I, p. 317. García-Sanz Marco tegui, A. (1985, pp 74-80. Hurtado, A. (1969), pp. 114-115. Rosell, A. (1940), p. 114. 200 Regicidio , II, pp. 5-9, 344-345 y 431-437; II, pp. 444-446; y III, pp. 86-87. APP, París, Ba, informes policiales sobre L. Bonnard. 201 FC, San Diego, 248-2-15, “Escritura de inventario de los bienes relictos por Don Francisco Ferrer y Guardia”. Regicidio , II, pp. 291; III, págs. 86-89. Rosell, A. (1940), pp. 13-14. 202 Regicidio , III, págs. 69-70. FFFG, Barcelona, FG 168, árbol genealógico de los descendientes de Ferrer. 203 APP, París, Gilles, 29-10-1909. 204 Ferrer, S. (1948), pp. 102-133. 205 FC, San Diego, 1-6, T. Ferrer 15-1-1907; 1-66, T. Ferrer, 2-7-1909. 206 FC, San Diego, 1-4, F. Ferrer, 26-6-1906. 207 Ferrer, S. (1948), pp. 102-133. 208 Regicidio , III, pp. 86-87, declaración de L. Bonnard. 209 APP, París, Gilles, 29-10-1909. Capítulo 5
El camino de la revolución Un anarquista catalán que conoció bien a Ferrer, Albano Rosell, escribió que, más que un hombre de ideas definidas, aquél había sido un partidario de la revolución por la revolución, como su antiguo jefe Ruiz Zorrilla. ²¹⁰ En realidad adoptó el ideal anarquista en mayor medida de lo que el purista Rosell pensaba, pero es cierto que siempre mostró una disposición a apoyar cualquier medio que pudiera conducir a la revolución, incluida por supuesto la colaboración con los republicanos. En el capítulo anterior hemos visto cómo la pedagogía de la Escuela Moderna estaba destinada a combatir los mitos de la Iglesia y el Estado, preparando así las mentes para la revolución. A continuación veremos cómo Ferrer apoyó la introducción de la doctrina de la huelga general, defendida por el sindicalismo revolucionario francés. Pero, además de todo ello, es probable que siguiera siendo favorable al proyecto de un magnicidio que sirviera de estímulo a la revolución, como había sostenido en Madrid con ocasión del congreso librepensador de 1892. Un proyecto que se intentó poner en práctica con los atentados contra Alfonso XIII de 1905 y 1906. Ferrer y la huelga general La idea de la huelga general, como medio para acabar con el dominio de la burguesía, se originó en tiempos de la Primera Internacional y la defendieron sobre todo los anarquistas. La idea renació a finales de los años ochenta en Estados Unidos y en Francia. Los sindicatos franceses votaron una resolución en favor de la huelga general en el congreso de Burdeos de 1888, en contra de la opinión de los marxistas dirigidos por Jules Guesde, que veían en esa orientación una amenaza para su concepto de la lucha política. Seis años después, el congreso de Nantes, que marcó el triunfo de los anarquistas y la consiguiente retirada de los marxistas de la federación sindical francesa, supuso el nacimiento del llamado sindicalismo revolucionario, en cuya estrategia la huelga general ocuparía un lugar central. La nueva tendencia, que combinaba la inspiración anarquista con el énfasis en la lucha sindical, tomó cuerpo en la Confederación General del Trabajo (CGT), que celebró su primer congreso en Limoges en 1895 y precisó su doctrina en el congreso de Amiens de 1906. De acuerdo con un estudio de Pere Gabriel, las nuevas doctrinas francesas del sindicalismo revolucionario tardaron en penetrar en España, siendo pioneras en la traducción de obras francesas sobre el tema dos editoriales que Ferrer financiaba, la de la Escuela Moderna y, sobre todo, la vinculada a una publicación periódica que llevaba precisamente por título La Huelga General. ²¹¹ Esto no supone, sin embargo, que Ferrer se hubiera convertido al sindicalismo revolucionario, pues la lucha sindical en sí no le interesaba. De hecho, la huelga general podía concebirse de diversas maneras, como un medio de conseguir un objetivo más o menos concreto o como el desencadenante de la revolución definitiva, como un paro laboral o como una forma de insurrección. La interpretación que defendió Ferrer fue la segunda, que no estaba necesariamente reñida con su idea de años anteriores de que todos los revolucionarios, cualesquiera que fuera su orientación, debían unirse para la acción que derribara la monarquía.
Este era un motivo por el que no llegó a ser aceptado del todo como uno de los suyos por los puristas del anarquismo. Rosell ha escrito que Ferrer fue “masón, librepensador, republicano, anticlerical, revolucionario al estilo del último cuarto del siglo pasado, pero las ideas y doctrinas de transformación y organización social, si pudo parecer que las aceptaba, no pudo demostrar su comprensión acabada y perfecta”. Según él, Ferrer apoyó el movimiento obrero y libertario barcelonés, pero se interesaba más por el aspecto destructivo de la revolución que por la nueva sociedad que fuera a surgir de ella, y siempre mantuvo contactos con los políticos que se decían revolucionarios, incluso con algunos de rectitud dudosa. No despreciaba el concurso de libertarios de renombre, pero no se desligó jamás de republicanos y librepensadores ajenos al anarquismo, como Lorenzo Portet, Cristobal Litrán, Andrés Martínez Vargas, Odón de Buen, Fabián Palasí, Lorenzo Ardid, Juan Colominas, Emiliano Iglesias, o Alejandro Lerroux. Por otra parte mantuvo oculta bajo el pseudónimo Cero la autoría de los artículos que publicaba en La Huelga General , para evitar que su tono violento alarmara a los republicanos y librepensadores que enviaban a sus hijos a la Escuela Moderna. ²¹² La Huelga General empezó a publicarse en Barcelona en noviembre de 1901, bajo la dirección de Ignacio Clariá, quien jugaría luego un destacado papel en la huelga barcelonesa de febrero de 1902, durante la cual fue gravemente herido. Al poco de iniciarse la publicación, Ferrer escribió al legendario anarquista Kropotkin una carta anunciándole el pago de un artículo, carta que constituye el único documento manuscrito de Ferrer en que se comprueba su conexión con dicha publicación. ²¹³ El famoso anarquista ruso era uno de los quince colaboradores, ocho extranjeros y siete españoles, con los que La Huelga General anunció en su primer número que se proponía contar. Los otros eran Bonafulla, Teresa Claramunt, Domela Nieuwenhuis, Jean Grave, Soledad Gustavo, Henault, Anselma Lorenzo, Errico Malatesta, Charles Malato, Paraf-Javal, Reclus, Fermín Salvochea, Fernando Tarrida del Mármol y Federico Urales, muchos de ellos amigos o conocidos de Ferrer. ²¹⁴ En cuanto a la autoría de los artículos que en sus páginas firmaba Cero , fue Anselmo Lorenzo quien dio a conocer que los había escrito Ferrer, cuando los reimprimió en un folleto tras la muerte de éste. ²¹⁵ En ellos Ferrer defendió el ideal anarquista, asumiéndolo como propio; explicó que la huelga general conduciría a una edad de oro, tras haber acabado con el régimen capitalista, con el Estado y con la Iglesia; advirtió que el triunfo requeriría mucha sangre, no porque lo desearan sus promotores, sino por la resistencia de la burguesía; expresó el rechazo de cualquier negociación con las autoridades; y desaconsejó incluso la realización de manifestaciones pacíficas. Explicitó además su ruptura con el republicanismo. Si los republicanos se hubieran unido al pueblo para hacer la verdadera revolución, explicó, la monarquía se hubiera hundido, pero ya era tarde, porque la propaganda libertaria había penetrado demasiado en las masas para que éstas siguieran a los “políticos de oficio”, que ni tenían medios para hacer la revolución ni se atrevían a prometer más que lo que ya habían concedido las repúblicas de otros países: “No nos basta ya la República. Preparemos la Huelga General.” ²¹⁶
Poco después de publicado este artículo, se produjo en Barcelona la huelga general de febrero de 1902. Convocada en solidaridad con los obreros especializados de los talleres metalúrgicos, que reclamaban la reducción de la jornada a nueve horas para facilitar la ocupación de los desempleados, fue seguida por unos cien mil trabajadores y se prolongó durante una semana, durante la cual la acción de los piquetes se tradujo en una paralización casi completa de la industria, el comercio y el transporte urbano, algunas panaderías fueron asaltadas y unos cuantos anarquistas se enfrentaron a tiros con las fuerzas del Ejército y la Guardia Civil, con un balance de seis muertos. ²¹⁷ El propio Clariá fue gravemente herido y la publicación de La Huelga General fue suspendida por las autoridades durante un año, pero ¿cuál fue el papel de Ferrer? No, ciertamente, el de luchar en la calle, pero ello no quiere decir que permaneciera al margen de los acontecimientos. La huelga se prolongó del lunes 17 al domingo 23 de febrero de 1902 y, según informes de la policía francesa, él se hallaba en Francia durante al menos parte de esos días. Mantenía su piso de la rue de Richer 43 y era discretamente vigilado desde que su nombre había aparecido en una lista encontrada en la residencia del anarquista Estévez en Marsella. La policía no supo en qué fecha dejó su vivienda parisina, pero en plena huelga general detectó su presencia en Cerbère, junto a la frontera española, donde pasó cuatro noches en un hotel en el que se inscribió con nombre falso, hasta que el día 25 regresó a París. Durante su estancia en Cerbère envió diariamente numerosas cartas a España y mantuvo conversaciones con Bulla, un revolucionario español refugiado en Francia. De regreso a París no se dirigió a su casa, sino que, tras tomar precauciones para evitar ser seguido, se instaló de nuevo en un hotel con nombre falso, escogiendo esta vez el apellido de su yerno, Brossa. Tras verse con éste y con Malato, que en esos días se dedicaba a organizar conferencias contra el gobierno español, marchó de nuevo a Cerbère el día 27. Todos estos movimientos resultaron suficientemente sospechosos para el comisario encargado del asunto, quien concluyó que había estado implicado en el movimiento insurreccional de Barcelona y propuso su expulsión de Francia. Ésta no se produjo, pero la policía lo siguió vigilando hasta que el 19 de abril partió de París con su mujer –suponemos que se referían a Léopoldine– para pasar unos meses en España. ²¹⁸ Cuando en enero de 1903 se reanudó, por poco tiempo, hasta junio, la publicación de La Huelga General, Cero insistió en dos temas: que una huelga general no debía ser pacífica, sino revolucionaria, y que era necesario estudiar cómo habría de ser la sociedad que surgiría tras su triunfo. Respecto a lo primero, explicó que podrían pasarse treinta años haciendo huelgas generales como las que se habían hecho hasta entonces y seguirían tan lejos de la emancipación social como lejos se hallaban los republicanos de conquistar la república mediante la celebración de banquetes. Mejor sería no hacer una huelga general si había ha de ser pacífica, pero una huelga revolucionaria no podía tampoco limitarse a quemar edificios y tomar represalias. Se trataba de abolir el trabajo asalariado y sustituirlo por un régimen de solidaridad y bienestar general, “sin amos, autoridades ni dinero”. En cuanto a los medios para enfrentarse a las fuerzas del Estado, era un tema que prefirió eludir. Y respecto a la
sociedad del futuro, ofreció pocas ideas propias, pero insistió en que las organizaciones obreras debían dedicarse a estudiar qué profesiones resultarían útiles y cuáles inútiles “al día siguiente del triunfo de la huelga revolucionaria”. Para Ferrer, todo el problema de cómo organizar una economía colectivizada y una sociedad sin Estado, se reducía a establecer qué oficios sobraban, como era el caso de las industrias de lujo, y cuáles tendrían mucho que hacer, como los albañiles. Estos últimos no sólo tendrían que derribar los barrios poco saludables donde se hacinaban tantos infelices, sino que estarían muy ocupados destruyendo ciertos edificios que mientras estuvieran en pie ejercerían una sugestión maléfica, es decir los que representaban la religión y la autoridad. No le faltaba razón a Albano Rosell al pensar que Ferrer estaba más interesado en la destrucción que en la construcción. ²¹⁹ Pedro Vallina Poco después de los violentos enfrentamientos que se habían producido con motivo de la huelga general de Barcelona, Alfonso XIII alcanzó la mayoría de edad. La solemne ceremonia de su jura como rey de España se fijó para el 17 de mayo y el temor a un atentado estaba presente. No era para menos, dados los antecedentes. Habían sido anarquistas quienes asesinaron al presidente de la República francesa Carnot en 1894, al primer ministro español Cánovas en 1897, a la emperatriz Isabel de Austria en 1898, al rey Humberto de Italia en 1900 y al presidente de Estados Unidos McKinley en 1901, y la agitación anarquista era especialmente intensa en España. El comisario francés Bonnecarrère, enviado a Barcelona en misión permanente de vigilancia de los anarquistas, se sentía por aquellos días muy inquieto por las indicaciones que recibía de sus confidentes. A Madrid llagaban numerosos extranjeros sospechosos y la policía española, desorientada, realizó varias redadas entre ellos. Finalmente no ocurrió nada, pero la policía descubrió unos cartuchos de dinamita y detuvo a varios sospechosos de preparar un atentado. ²²⁰ Uno de los detenidos por aquel asunto fue Pedro Vallina, un conocido de Ferrer, ya que su nombre figuraba en la agenda de éste, cuya carrera resulta particularmente importante para nuestra historia. Nacido en 1878 en la localidad sevillana de Guadalcanal, Vallina se trasladó en 1899 a Madrid, para estudiar Medicina. En la capital se relacionó con anarquistas, como Fermín Salvochea, Federico Urales y Soledad Gustavo, y con republicanos federales. Quizá convenga observar que, según Federico Urales, Salvochea era un entusiasta de los explosivos. ²²¹ Por su parte Vallina afirmó en sus memorias que el complot para atentar el día de la jura de Alfonso XIII fue un montaje de la policía, pero no ocultó que había participado con Salvochea en conspiraciones reales. En una ocasión habían contactado con un químico para preparar un atentado con explosivos contra la familia real, pero una neumonía acabó con el químico y con el plan. Luego Salvochea y él tramaron un proyecto para asesinar al teniente Portas, el de los tormentos de Montjuich, pero tampoco lo consiguieron. A su grupo se incorporó también Francisco Suárez, que había cumplido seis años de presidio por un intento de asesinar a Cánovas. Con ocasión de la jura de Alfonso XIII, sin embargo, su grupo sólo habría pretendido organizar manifestaciones, de acuerdo con los republicanos, “para aguar la fiesta”. Lo cierto es que, tras descubrirse la
dinamita que supuestamente se iba a utilizar en el atentado, fueron detenidos varios anarquistas amigos de Salvochea, entre ellos Francisco Suárez, Fermín Palacios y el propio Vallina. Suárez murió cuando era conducido a pie al penal de Ocaña, oficialmente por una insolación, pero los otros no tuvieron graves problemas. Vallina fue puesto en libertad provisional tras unos meses de prisión y Salvochea le recomendó que se fuera a Francia. Así es que en octubre de 1902 llegó a París, con una carta de recomendación de Salvochea para el ex ministro republicano Nicolás Estévanez, quien estaba en contacto con los republicanos federales de Madrid más dispuestos al uso de los explosivos. En París entró en contacto con los grupos anarquistas franceses y extranjeros. Entre estos últimos destacaban por su número los rusos, italianos y españoles y había también algunos alemanes y holandeses. Vallina encontró muy estimulante aquel ambiente, en el que se recordaban con pasión “los tiempos heroicos de Ravachol a Caserio” y destacaban personajes como Jean Grave, Sébastien Faure, Charles Malato, Paul Robin y James Guillaume. “Con frecuencia venía Francisco Ferrer –escribió en sus memorias– y no se iba sin encontrarme.” Estos contactos de Vallina no tardaron en despertar las sospechas de la policía parisina, que en junio de 1903 le detuvo y se incautó de sus papeles y libros. En la prefectura le anunciaron que iba a ser expulsado de Francia, pero la solidaridad izquierdista internacional lo evitó. Según sus memorias, el anarquista inglés Harvey le puso en contacto con el italiano Amilcare Cipriani, antiguo compañero de fatigas de Garibaldi y por entonces redactor del diario socialista L’Humanité , y los tres se entrevistaron con Francis de Pressensé, diputado y presidente de la Liga de los Derechos del Hombre, quien obtuvo del presidente del gobierno, el radical Émile Combes, que anulara la expulsión. ²²² La Liga de los Derechos del Hombre, que contaba por entonces con unos 25.000 afiliados y estaba en plena expansión, tenía entre sus miembros a numerosos abogados e intelectuales, pero había calado también entre la pequeña burguesía rural, sobre todo en las áreas protestantes. Pressensé, diputado socialista por Lyon, era él mismo protestante. La mayoría de los dirigentes de la Liga eran del Partido Radical, pero la influencia de los socialistas iba aumentando y no faltaban los anarquistas, entre ellos Sebastien Faure. Buena parte de la documentación incautada a Vallina, incluidos libros, folletos y periódicos, puede consultarse hoy en los Archivos Nacionales de París, lo que proporciona un excelente oportunidad para saber qué tipo de lecturas hacía un anarquista de tendencias violentas a comienzos del siglo XX. Libros se encuentran sólo tres: una edición francesa de El único y su propiedad (1845), en la que Max Stirner presentó la versión más extrema del individualismo anarquista; un libro de memorias de Nicolás Estévanez, dedicado por el autor “a su amigo Vallina”; y un libro francés titulado De Ravachol a Caserio , sobre la oleada de atentados de los años noventa. Folletos hay más, una treintena, en su mayoría escritos por autores anarquistas, muchos de ellos ya mencionados en estas páginas, como Kropotkin, Grave, Reclus, Faure, Paraf- Javal, Charles Albert, Domela Nieuwenhuis, Malatesta y Cafiero. También tenía varios ejemplares de
distintos periódicos anarquistas franceses y españoles, incluida La Huelga General . Por último, entre los manuscritos que la policía le encontró, se hallaba uno de “pensamientos” en el que se observa su admiración por quienes habían realizado atentados, como Vaillant, que había lanzado una bomba en la cámara de los diputados francesa, Angiolillo, que había matado a Cánovas, y Bresci, que había matado al rey Humberto. Como puede verse Vallina, como tantos otros, no hacía distingos entre quienes atacaban a la república francesa y quienes atacaban a las monarquías española e italiana. ²²³ Campañas internacionales Durante los años 1903 y 1904 grupos anarquistas internacionales, singularmente los radicados de París, lanzaron campañas en contra de la represión en España, que trataron de emular el éxito de la desencadenada por los tormentos de Montjuich y de hecho contribuyeron a deteriorar la imagen del joven rey Alfonso XIII. La primera se centró en el asunto de la Mano Negra y la segunda en los sucesos de Alcalá del Valle. Puesto que ambas campañas fueron antecedentes de las que pocos años después se lanzarían en favor de Ferrer, conviene prestarles cierta atención. El asunto de la Mano Negra, que saltó a las páginas de la prensa española a comienzos de 1883 y se relacionó con un extraño asesinato que condujo a la ejecución de siete anarquistas en Jerez de la Frontera, ha sido mencionado por casi todos los historiadores que han estudiado el anarquismo español. Lo peculiar del caso, los mitos que suscitó y la falta de una suficiente investigación monográfica han dado lugar a muy diferentes interpretaciones de lo ocurrido. El análisis de la documentación disponible permite sin embargo un esclarecimiento del mismo, tal como se demuestra en un artículo reciente del autor de este libro. ²²⁴ A comienzos de los años ochenta coincidieron dos fenómenos en los que se debe enmarcar el asunto de La Mano Negra. En primer lugar, el renacimiento de la federación obrera española de inspiración anarquista, antaño vinculada a la Asociación Internacional de Trabajadores, que había sido puesta fuera de la ley en 1873, pero a la que el nuevo gobierno liberal de Sagasta permitió actuar a la luz del día y que en un congreso público celebrado en Barcelona en septiembre de 1881 asumió la nueva denominación de Federación de Trabajadores de la Región Española. Y en segundo lugar, una grave crisis de subsistencias, provocada por la mala cosecha de 1882, que afectó sobre todo a Andalucía occidental y contribuyó a una generalización de actos de protesta, como las invasiones de fincas por grupos más o menos violentos de trabajadores que exigían comida, o motines urbanos de protesta por el encarecimiento de los precios y la falta de trabajo. Se produjeron también incendios en montes, dehesas e incluso casas, una forma tradicional de presión y venganza, y se incrementaron también los atracos y extorsiones protagonizados por cuadrillas de bandoleros. Con todo lo cual, aunque hubo muy pocas agresiones personales y los alborotadores rara vez se enfrentaban directamente a los guardas y mucho menos a la Guardia Civil, los propietarios se vieron dominados por el miedo, que se incrementó cuando la prensa comenzó a mencionar los crímenes cometidos por una misteriosa Mano Negra.
En noviembre de 1882 el coronel de la Guardia Civil que estaba al mando en Andalucía occidental remitió al director general del cuerpo una copia de un reglamento de “La Mano Negra”, por el que según él se regían “los socialistas” de la región. La documentación que remitió incluía en realidad dos textos, uno titulado “La Mano Negra. Reglamento de la Sociedad de Pobres, contra sus ladrones y verdugos. Andalucía”, y otro que se titulaba simplemente “Estatutos”. El informe presentaba ambos documentos como un texto único, emanado de una organización que sería responsable de numerosos delitos de “incendios, talas de montes y arbolados, heridas o asesinatos” que se estaban produciendo en aquellos meses. ²²⁵ Sin embargo, cuando estos documentos se hicieron públicos en febrero de 1883, hubo periodistas que comprendieron que se trataba de los reglamentos de dos organizaciones distintas. ²²⁶ El reglamento de la Mano Negra partía de una declaración de guerra a los ricos, a quienes situaba “fuera del derecho de gentes”, por lo que para combatirlos eran aceptables todos los medios, “incluso el hierro, el fuego y aún la calumnia”. Con el propósito de constituir una “máquina de guerra”, proponía una organización clandestina, cuyos miembros se someterían a una rigurosa disciplina, que incluía la pena de muerte para los delatores. En cuanto al otro documento, que no utilizaba la expresión Mano Negra, exponía las normas por las que habría de regirse un núcleo secreto de diez individuos, que habría de constituirse en cada localidad con la misión de castigar los crímenes de “la burguesía” (no de “los ricos”: también la terminología era diferente). Ambos documentos coincidían sin embargo en el secretismo y la apelación a la violencia, que el segundo justificaba por haber sido puesta fuera de la ley “la asociación internacional de trabajadores”, por lo que había tenido que convertirse en organización revolucionaria secreta. El origen de este segundo documento debe situarse pues en el período de clandestinidad de la Federación Regional Española de la AIT, que se prolongó desde finales de 1873 hasta comienzos de 1881, y ello constituye un argumento a favor de su autenticidad, pues si alguien lo hubiera falsificado en 1882, no es probable que hubiera redactado un preámbulo que claramente aludía a una situación que ya no era la del momento. Tampoco habría tenido sentido elaborar dos documentos, en uno de los cuales se aludiera a la Mano Negra y en el otro no, para luego presentarlos como si fuera uno solo. Lo más verosímil es pues que se tratara de documentos genuinos de dos organizaciones distintas, cuya entidad real no conocemos, pero que respondían a la atmósfera proclive a la violencia en que se movió la Federación Regional Española en los años de la clandestinidad. Respecto al documento que lleva por título “La Mano Negra”, que no incluye referencia alguna a la Asociación Internacional de Trabajadores, cabe suponer que había caído en manos de las autoridades varios años antes, según se deduce de diversas fuentes, y había permanecido olvidado en un sumario, hasta que alguien pensó que podía proporcionar una clave acerca de los delitos que se estaban produciendo en los campos jerezanos en 1882. Lo cierto es que, dos semanas después de que el Ministerio de la Guerra recibiera estos documentos, el gobierno decidió enviar refuerzos de la Guardia Civil a Cádiz, la provincia más afectada por los actos de violencia que se sucedían en el campo andaluz. La operación fue dirigida por el capitán de la Guardia Civil José Oliver y Vidal, quien según un diario
jerezano llegó a Jerez con noventa guardias civiles el 21 de noviembre de 1882 y el 2 de diciembre dio el primer golpe a los internacionalistas de La Mano Negra , “capturando a unos ciento y ocupándoles armas, reglamentos, circulares, claves y otros documentos de la terrorífica asociación”. ²²⁷ El 17 de febrero de 1883, tras un consejo de ministros en que se trató de la cuestión, el ministro de Gracia y Justicia tranquilizó a los periodistas acerca de la Mano Negra, explicándoles que se habían efectuado numerosas detenciones y que se había enviado un juez especial a Jerez. El tema despertó un considerable interés en la prensa, cuya atención se centró pronto en ciertos crímenes cometidos en los alrededores de Jerez que investigó el juez especial y fueron atribuidos a la Mano Negra, sobre todo el llamado crimen de la Parrilla. En la primavera de 1883, cuando se preparaba una gran huelga agraria, la Guardia Civil procedió a la detención de numerosos trabajadores en Cádiz y otras provincias andaluzas. ²²⁸ Sin embargo, en la mayoría de los casos, el motivo por el que se les detenía no era la pertenencia a la Mano Negra, sino a la Federación de Trabajadores, a la que a veces se designaba incorrectamente como la Internacional, según puede comprobarse en los informes enviados al ministro de la Guerra y conservados en el archivo militar de Madrid. Sólo se mencionaba explícitamente a la Mano Negra e un informe sobre la detención en Bornos de cuatro sujetos reclamados por robos de cereales en diversos cortijos, "convictos y confesos de ser de la Mano Negra". ²²⁹ Parecía por tanto que se estaba deteniendo a miembros de grupos locales de la Federación Regional de Trabajadores de la Región Española, una entidad legal que ya no formaba parte de la Internacional, porque ésta había dejado de existir. Sin embargo algunas entidades locales vinculadas a la FTRE parecían operar en la clandestinidad. Demetrio Castro ha estimado que en Andalucía fueron detenidos alrededor de un millar de trabajadores acusados de formar parte de asociaciones ilícitas, que en algunos casos no estarían vinculadas a la FTRE, sino a cooperativas o asociaciones de socorros mutuos, mientras que fuera de Andalucía sólo hubo detenciones en dos localidades extremeñas. Muchos detenidos quedaban en libertad a los pocos días, pero otros sumarios, ha escrito Castro, “seguían adelante con escasas pruebas o confesiones obtenidas por la más impulsiva persuasión”. ²³⁰ La comisión federal de la FTRE realizó en enero de 1883 una declaración pública, según la cual “los trabajadores anárquico-colectivistas” aspiraban a la abolición de los Estados por medio de la revolución social, pero que ni querían, ni podían, ni debían “hacer propaganda en pro de tan grande y justa transformación: ni por el robo, ni por el secuestro, ni por el asesinato”. Y a finales de marzo hizo constar su protesta porque se confundieran sus “legales y revolucionarias aspiraciones” con los delitos que se atribuían a la Mano Negra y otras sociedades secretas, que ellos eran los primeros en censurar, porque era muy probable que sus víctimas fueran “dignos y honrados proletarios”. ²³¹ Por otra parte, en la Revista Social , el órgano de prensa de la FTRE, eran frecuentes las protestas por las detenciones indiscriminadas de trabajadores pertenecientes a la Federación que la Guardia Civil estaba efectuando en diversas localidades andaluzas.
Tres fueron los crímenes cometidos en tierras gaditanas y atribuidos a la Mano Negra cuyos procesos más interés despertaron en la opinión, hasta el punto de que se publicaron los respectivos sumarios: el llamado crimen de la Parrilla, que consistió en el asesinato de un joven campesino conocido como el Blanco de Benaocaz , el del camino de Trebujena, es decir el asesinato de un ventero y su mujer, y en tercer lugar el asesinato de Fernando Olivera, que era guarda de un rancho. Este último había fallecido en agosto de 1882, mientras que los otros dos crímenes tuvieron lugar el 4 de diciembre, es decir dos días después de que el capitán Oliver comenzara a practicar detenciones masivas en Jerez, por lo que algunos historiadores han sospechado que pudo tratarse de una venganza por delaciones, pero no hay ningún indicio de que así fuera. El proceso más importante fue el del crimen de la Parrilla. Según la sentencia de la Audiencia de Jerez, pronunciada el 18 de junio de 1883, en la que no se mencionaba la Mano Negra, tanto el Blanco como quienes habían intervenido en su muerte eran miembros de una asociación de trabajadores, que tenía numerosos adeptos en la localidad del Valle, cercana a Jerez, y estaba encabezada por una “comisión organizadora” dotada de facultad para dictar decretos de muerte contra los asociados. Presidían la comisión los hermanos Francisco y Pedro Corbacho, que eran labradores (es decir, campesinos que trabajaban sus propias tierras) y a cuyo servicio había estado la víctima, a la que por motivo de un préstamo adeudaban algo más de cuatro mil reales. Poco antes del asesinato Pedro Corbacho había reunido a once de los procesados y les había propuesto que se diese muerte al Blanco por los atropellos que había cometido con algunas mujeres, entre ellas su sobrina, pero su propuesta fue rechazada. Sin embargo, en otra reunión más restringida la comisión acordó la muerte y la orden fue entregada al jefe de uno de los grupos que integraban la asociación, quien organizó el crimen, aunque no participó directamente en él. Esa misma noche, el desventurado Blanco fue engañado por dos asociados que le condujeron hasta una hondonada solitaria donde les esperaba el resto del grupo y allí le mataron. ²³² El 14 de junio de 1884 siete condenados por este asesinato fueron ejecutados en Jerez, mientras que otros condenados por este y otros crímenes atribuidos popularmente a la Mano Negra permanecerían largos años en prisión. Llegados a este punto, se impone exponer una hipótesis plausible acerca de lo ocurrido. En primer lugar, podemos descartar que los culpables del crimen de la Parrilla fueran miembros de la Mano Negra, pues no se entiende por qué, habiendo confesado su participación en un asesinato, lo que implicaba una posible pena de muerte, y denunciado a los Corbacho como mandatarios del crimen y miembros de la comisión que dirigía su asociación secreta, iban a obstinarse en negar todo conocimiento de que la Mano Negra existiera. En segundo lugar, podemos descartar que al Blanco se le matara por ser un delator o un potencial delator, porque los testimonios de los procesados no lo indican. Todo sugiere, en cambio, que le mataron porque había tenido relaciones con una mujer, quizá casada y probablemente sobrina de los Corbacho, algo que de acuerdo con el código de honor de la época era gravísimo. Así es que la motivación era la propia de un delito común, de un tipo que era además frecuente en la época. Pero lo que no era nada común es que el delito no lo cometieran los parientes de la
familia ofendida, los Corbacho, sino que éstos pudieran ordenar que lo ejecutaran otras personas, dos de las cuales eran incluso primos de la víctima. La explicación de ello es que todos los implicados formaban parte de una sociedad secreta en la que los miembros tenían un considerable temor a sus jefes, aunque estos, conforme a la ideología anarquista, no fueran supuestamente sino una simple comisión. Ahora bien, de acuerdo con el testimonio de los procesados, varios de los cuales aludieron al congreso de Barcelona de 1881 y a la Revista Social , esta sociedad no era otra que la Federación de Trabajadores de la Región Española. Sabemos, sin embargo, que la FTRE preconizaba, a través de las resoluciones de sus congresos y de las páginas de la Revista Social , la lucha contra la burguesía por medios públicos y legales, por lo que nunca apoyó a los procesados por aquellos crímenes. Cabe suponer, sin embargo, que en ciertos lugares no se hubiera aceptado la estrategia de acción dentro de la legalidad y las organizaciones obreras anarquistas se mantuvieran fieles a la estrategia clandestina y violenta de años anteriores. Veinte años después, cuando ocho de los condenados seguían en los presidios de África, se lanzó una campaña en su favor, que inició el semanario anarquista madrileño Tierra y Libertad, impulsado por Federico Urales y su esposa Soledad Gustavo, que ya había jugado un papel destacado en la denuncia del proceso de Montjuich. Los documentos y testimonios publicados por Tierra y Libertad , entre enero y septiembre de 1902, fueron luego traducidos por el periódico anarquista parisino Les Temps Nouveaux , y a su vez esta versión francesa fue vertida al italiano por el periódico La Rivoluzione sociale , que se publicaba en Londres. A comienzos de 1903 la campaña estaba plenamente en marcha y a ella que se habían sumado una docena de periódicos franceses, no todos ellos anarquistas, y también algunos ingleses, belgas, suizos e italianos, así como uno holandés, uno alemán, uno argelino y uno brasileño, según la relación que presentó Vallina en un artículo que envió a El País para exhortar a los periódicos republicanos españoles a sumarse a la campaña. Lo hicieron varios, incluido El País , y también se ocupó del tema El Heraldo de Madrid , un diario liberal que era posiblemente el de más tirada en España. En Francia tuvieron especial eco sendos artículos de Georges Clemenceau en La Dépéche de Toulouse y de Francis de Pressensé en L’Aurore . En Londres se constituyó un comité para ocuparse del tema, al que se incorporó Fernando Tarrida del Mármol. ²³³ El artículo de Vallina en El País causó cierta alarma en las autoridades, por el número de publicaciones extranjeras que parecían participar en la campaña. El Ministerio de Gobernación envió al de Estado, el 15 de enero de 1903, una real orden para que los diplomáticos españoles rectificaran las falsedades de la campaña y pidieran a los respectivos gobiernos que tomaran medidas efectivas para cortarla. Resulta interesante leer las respuestas de los diplomáticos. El embajador en Francia explicó que en los mítines a favor de los condenados de la Mano Negra no participaban sólo anarquistas, sino los socialistas más avanzados y también algunos profesores universitarios que ya se habían significado en el caso Dreyfus. Él había salido al paso de la campaña de falsedades y exageraciones y había comunicado que el gobierno español ya había indultado a varios condenados y probablemente indultaría a otros, pero evitar la campaña resultaba
imposible en un país como Francia, en el que había plena libertad de reunión. En otros países el tema no interesó tanto. El embajador en Roma, además de recordar que la prensa en Italia gozaba de la más amplia libertad, salvo si atacaba a jefes de Estado extranjeros, explicó que los periódicos más leídos no se habían hecho eco de la campaña y que las publicaciones citadas en la real orden (tomadas del artículo de Vallina) eran casi desconocidas. El embajador en Alemania no tenía noticia del periódico de Frankfurt que citaba la real orden, pero informó que no había problema con la prensa de Berlín, pues incluso el socialista Vorwärts había afirmado varias veces que nada quería tener que ver con los anarquistas. Por su parte el ministro plenipotenciario en Bélgica, que tampoco pudo localizar los periódicos citados por la real orden, explicó que mientras el movimiento de protesta quedara circunscrito a la prensa anarquista no tenía gran importancia, porque sólo la leían los militantes, pero le preocupaba el posible contagio de lo que estaba sucediendo en Francia, donde lo apoyaban los socialistas y, lo que era más grave, personas imparciales como Anatole France, que se habían dejado engañar. ²³⁴ El punto culminante de la campaña se alcanzó, con un mitin celebrado el 29 de enero de 1903 en el Hôtel des Sociétés Savantes de París. Según un folleto que Les Temps Nouveaux publicó sobre este mitin, asistieron al mismo 1.500 personas, lo presidió Francis de Pressensé e intervinieron intelectuales prestigiosos como L. Havet, profesor del Colegio de Francia, y G. Seailles, profesor en la Sorbona, diputados socialistas, como Jean Jaurès, Marcel Sembat y el propio Pressensé, y tambien el sindicalista revolucionario y destacado antimilitarista Georges Yvetot, secretario de la Fédération des Bourses de Travail , integrada en la CGT. Al final se leyó una carta de adhesión de Anatole France, cuyo texto íntegro traducimos a continuación, para dar un testimonio de la negativa imagen que de la España de la Restauración se habían hecho algunos intelectuales de prestigio: “Uniéndome a los generosos compatriotas de Las Casas, asociándome a los más nobles espíritus de esta España que seguirá siendo caballeresca cuando sea liberal, protesto, en nombre de la justicia y de la humanidad, con Les Temps Nouveaux , con Clemenceau, con Jaurès, con Pressensé, con Pierre Quillard, con todos vosotros, contra la condena de los andaluces implicados en una conspiración imaginaria, y reclamo con vosotros la libertad de los ocho presos inocentes que sobreviven a horribles torturas en los presidios de Ceuta. Liberada de la Inquisición religiosa, España se liberará de la Inquisición social, con los aplausos de la Francia republicana.” ²³⁵ Eran campañas que podían resultar eficaces y ésta en concreto lo fue. El 4 de marzo de 1903 el gobierno español, presidido por el conservador Francisco Silvela, indultó a los presos condenados por los sucesos de la Mano Negra, de la misma manera que otro gobierno presidido por él había indultado tres años antes a los condenados por el atentado de Cambios Nuevos. Al reflexionar sobre ello, es difícil evitar preguntarse si Silvela tenía también sus dudas acerca de los procedimientos utilizados, veinte años antes, para condenar a los sospechosos de la Mano Negra, pero también es posible que simplemente considerara que veinte años de pena eran suficientes y no convenía dar mártires a la propaganda anarquista.
Unos meses después surgieron nuevas acusaciones de torturas, a raíz de los incidentes ocurridos en agosto de 1903 en una localidad gaditana, Alcalá del Valle. Una convocatoria de huelga para exigir la liberación de obreros presos por conflictos sociales había tenido cierto eco en varias regiones de España, a pesar de las enérgicas medidas de las autoridades, y en Alcalá del Valle, según la versión oficial, grupos de obreros que trataban de imponer en los campos el cese del trabajo atacaron a la Guardia Civil con armas de fuego y blancas, hiriendo a un sargento y un guardia. Los guardias replicaron con sus fusiles Mauser, matando a un obrero e hiriendo a varios, tras de lo cual los revoltosos se retiraron al pueblo, se hicieron con el control del mismo durante unas horas, quemaron los documentos del ayuntamiento y el juzgado y acosaron al juez municipal, que se refugió en su casa. Restablecida la calma, fueron detenidos un centenar de obreros, trece de los cuales fueron condenados a penas de un año o de seis meses y un día de cárcel. ²³⁶ Muy pronto Tierra y Libertad y otros periódicos españoles comenzaron a publicar acusaciones de que algunos presos habían sido torturados. Poco a poco el tema empezó a difundirse por otros países y en febrero y marzo de 1904 el ministerio español de Gracia y Justicia recibió un importante número de comunicaciones de sociedades obreras que protestaban por lo ocurrido, en su mayoría francesas y algunas de Inglaterra, Francia, Bélgica y Portugal. La unión de los sindicatos del Sena, por ejemplo, celebró un mitin en París el 27 de febrero de 1904, en el que se acordó una resolución de condena al gobierno español, por las atrocidades inquisitoriales aplicadas a sindicalistas para hacerles confesar hechos que no habían cometido. ²³⁷ En tales circunstancias, el nuevo jefe de gobierno conservador Antonio Maura organizó un viaje a Barcelona del joven rey, al que acompañó. El viaje fue un éxito pero pudo haber sido fatal para Maura, quien el 12 de abril de 1904 fue apuñalado por un joven, Joaquín Miguel Artal, aunque por fortuna sólo resultó herido levemente. Artal, que sería condenado a diecisiete años de cárcel, se convirtió en un héroe para los anarquistas. Una hoja clandestina de un Grupo de Acción Revolucionaria, un ejemplar de la cual fue más tarde encontrado en la finca de Ferrer en Mongat, afirmó que el suyo era el ejemplo a seguir: “En los días 12 y 13 del pasado Marzo, los trabajadores revolucionarios, respondiendo a nuestro llamamiento de solidaridad, celebraron numerosos e importantes mitins ( sic ) en las principales capitales de Europa exigiendo la libertad de sus compañeros presos en España: pero todo fue inútil: el gobierno español no hizo caso de la opinión y se burló de nosotros. Artal, el heroico joven que ha dado su vida por sus hermanos, ha venido a salvar nuestro honor en entredicho. Artal, ha venido a descubrirnos el camino trazado por Angiolillo y cuyas huellas había borrado el tiempo. (...) ¡Adelante! Que grite su odio el estallido de la bomba; que brille en el sol el puñal envenenado, llevando justicia por nuestros hermanos de Montjuich, por nuestros hermanos de Alcalá del Valle.” ²³⁸ La gesta de Artal tuvo también eco en Francia, donde un colaborador de Le Libertaire evocó a Guillermo Tell y afirmó que mientras hubiera tiranos habría vengadores. ²³⁹ Pero el gobierno de Maura no estaba dispuesto a que
la falta de una investigación oficial sobre el caso de Alcalá del Valle contribuyera a que se consolidara la versión de quienes habían denunciado las torturas. El 6 de abril de 1904 el ministro de Justicia instó al fiscal del Tribunal Supremo a que se recogiera todo testimonio o prueba que pudiera contribuir a esclarecer lo ocurrido, aunque fue sólo el 23 de agosto cuando la Audiencia de Sevilla nombró un juez especial para el caso. Este juez concluyó el sumario el 7 de noviembre y lo remitió a la Audiencia Provincial de Cádiz. Ente tanto, la campaña se había agudizado, con la publicación de graves denuncias en la prensa española, que provocaron diversas sanciones contra los periódicos. La Audiencia de Cádiz, sin embargo, concluyó que las acusaciones de tortura no tenían fundamento, en un auto que el gobierno hizo imprimir para darle mayor difusión, pero acerca de cuya credibilidad es legítimo dudar. Por otra parte, los condenados de Alcalá del Valle fueron indultados, antes incluso de que la justicia rechazara las acusaciones de torturas. ²⁴⁰ Un agente del gobierno portugués que en el verano de 1904 visitó varias ciudades españolas para obtener información sobre el anarquismo, fingiéndose un simpatizante de la causa, opinó que el indulto había sido un acierto. El informe que remitió el 24 de julio desde Barcelona, luego transmitido por el presidente del gobierno portugués al representante diplomático de España, merece ser leído por su pintoresca descripción del ambiente libertario de la ciudad: “Barcelona es el baluarte de la anarquía en Europa. Me fue difícil penetrar en sus arcanos pero lo que puedo afirmar a V.E, es que asistí esta noche a las 11 a la reunión secreta que tuvo lugar en la playa y en la que se trató del ataque en mediados de agosto a un gran almacén. Como V.E. sabe, el Rey recelando de los anarquistas españoles de París indultó los presos de Alcalá del Valle. Los anarquistas consideran un triunfo ese indulto. Pero el rey hizo bien porque impidió tal vez un acto de venganza que estaba preparado y fijado. Los anarquistas-terroristas (y son de estos la mayoría en Barcelona) no desmayan. Pero ¡qué sociedad! ¡qué gente extraordinaria! Hombres y mujeres se bañan desnudos unos delante de otros en la playa de la Barceloneta. Hasta me obligaron a hacerlo con ellos.” ²⁴¹ El temor a los anarquistas españoles de París era bien real, porque estaba en proyecto un viaje de Alfonso XIII a la capital francesa, pero si el indulto se concedió para evitar un atentado, se trató de un error. No ablandó a quienes deseaban boicotear el viaje ni a quienes deseaban aprovecharlo para asesinar al rey. Librepensadores en Roma En septiembre de aquel año de 1904, Ferrer viajó a Roma para asistir a un Congreso Internacional de Librepensamiento que tuvo una importante participación anarquista. El promotor de esa participación fue Luigi Fabbri, un intelectual libertario, particularmente interesado en las cuestiones pedagógicas e impulsor de la principal revista teórica del anarquismo italiano. Ferrer debía tener contacto con Fabbri desde antes, ya que tenía su dirección en la agenda, pero le conoció personalmente en aquella ocasión, según sabemos por una carta posterior. ²⁴² Acudieron también al congreso
dos destacados anarquistas amigos de Ferrer, Paul Robin y Domela Nieuwenhuis, así como dos diputados belgas a los que no sabemos cuando conoció, pero que tendrían una destacada participación en las campañas en su favor, el socialista Léon Furnemont y el radical Georges Lorand. ²⁴³ A las autoridades españolas lo que les preocupó de aquel congreso fue que los anarquistas españoles asistentes pudieran tramar algo. Por ello el ministro de Estado comunicó al encargado de negocios en Roma que tratara de averiguar quiénes eran y qué trataban en las reuniones privadas, prestando especial atención a Pedro Vallina, “el más activo del grupo anarquista español residente en París”. La policía romana no se mostró demasiado cooperativa, ya que informó que entre los aproximadamente trescientos españoles que habían acudido a Roma no había anarquistas. No sabemos por tanto si Vallina acudió al Congreso, pero de lo que no hay duda es de que era un hombre al que había razones para vigilar, como veremos en el capítulo siguiente. ²⁴⁴ 210 Rosell, A. (1940), p. 107. 211 Gabriel, P. (1991), pp. 33-36. 212 Rosell, A. (1940), pp. 135-136 y 141-142. 213 IISH, Ámsterdam, fondo Nettlau, 152, F. Ferrer, 1-12-1901. 214 La Huelga General, 15-11-1901. 215 Ferrer y la huelga general (1910). 216 La Huelga General , 15-11-1901 a 15-2-1902. 217 Romero Maura, J. (1975), pp. 205-218. Duarte, A. (1991), pp. 161-168. 218 APP, París, Ba, Préfecture de Police, informes de 27-2-1902, 28-2-1902 y 3-3-1902. 219 La Huelga General, 25-1-1903 y 5-4-1903. 220 AN, París, F7 15924, informes de Bonnecarrere, abril y mayo de 1902. 221 Urales, F. (1932?), II, pp. 139-141. 222 Vallina, P. (2000), pp. 37-85. 223 AN, París, F7 12510. 224 Avilés, J. (2012). 225 AGP, Madrid, Alfonso XII, 12809, 23,. 226 El Guadalete, 27-2-1883. 227 El Guadalete, 10-3-1883 228 Lida, C. E. (1988).
229 AIHCM, Madrid, 5851-16 230 Castro Alfín, D. (1988), pp. 169-171. 231 Revista Social, 22-3-1883. 232 Audiencia de Jerez de la Frontera (1883b), pp. 351-356. 233 La “Mano Negra” et l’opinion française (1903) . P. Vallina, El País , 10-1-1903. 234 AMAE, Madrid, H 2751. 235 La “Mano Negra” et l’opinion française (1903) . 236 AGM, Segovia, 1058-8170. AHN, Gobernación, 63-24. 237 AMAE, Madrid, H 2751. 238 AGA, Alcalá, AE 5882, “A los revolucionarios españoles”. 239 A. Roller, “L’Attentat contre Maura”, Le Libertaire , 22-4-1904. 240 AMAE, Madrid, H 2751. 241 AMAE, Madrid, H 2751, Legación de España en Lisboa, nº 186. 242 IISH, Ámsterdam, fondo Fabbri, F. Ferrer a L. Fabbri, 26-10-1906. 243 Masini, P. C. (1981), págs. 217-219. 244 AMAE, Madrid, H 2759, expediente de Vallina. Capítulo 6 Contra Alfonso XIII: el atentado de París Los dos intentos de asesinato que sufrió el rey Alfonso XIII, en París en 1905 y en Madrid en 1906, no fueron plenamente esclarecidos en su tiempo por la justicia y no resulta fácil hacerlo hoy. Existe sin embargo una impresionante cantidad de información sobre ellos, procedente de distintas fuentes, que nunca hasta ahora se había examinado conjuntamente. En los dos siguientes capítulos la utilizamos para reconstruir ambos atentados y tratar de responder a la pregunta de si estuvo Ferrer implicado en ellos. Apelación al magnicidio El primer problema es establecer la relación de Ferrer con la reaparición clandestina de La Huelga General , que había dejado de publicarse en 1903. Reapareció en octubre de 1904, con un número editado supuestamente en París por un grupo revolucionario que había adoptado el mismo nombre y ofrecía a quienes quisieran escribirles la dirección del periódico Le Libertaire. La policía parisina sospechó que el número había sido impreso en Barcelona y que, para evitar posibles procesos, sus redactores habían contactado a través de Vallina con Le Libertaire , que les autorizó a utilizar
su dirección, encargándose el anarquista francés Matha de la correspondencia. ²⁴⁵ De la misma opinión era un cierto Sannois, informador de la embajada española, quien añadía que en el acuerdo con Le Libertaire habían intervenido no sólo Vallina sino también Enrique Castells. ²⁴⁶ Era éste un médico libertario, de veintisiete años, cuyos medios de vida desconocía la policía francesa, aunque Sannois creía que algo tenían que ver con el mundo de la prostitución. ²⁴⁷ El interés de los informes de Sannois, conservados en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, nos obliga a presentarle. Su verdadero nombre era Aristide Jalaber de Fontenay y disponía de agentes en los medios revolucionarios de París. Prestó sus servicios a la embajada desde mayo de 1904 hasta finales de 1906 y recibió del gobierno español la cruz de caballero de Isabel la Católica, justo en vísperas del atentado contra el rey en mayo de 1905 que sus informes no sirvieron para evitar. Como ocurre siempre con este tipo de fuentes, no siempre resulta fácil establecer la credibilidad de los informes de Sannois. ²⁴⁸ El número publicado en octubre de 1904 no sólo tenía el mismo título que los números legales, La Huelga General: Periódico Libertario , sino que ese título estaba impreso con la misma tipografía y no está de más observar que cuando en 1975 se publicó una edición facsimil de la colección, prologada por el anarquista Diego Abad de Santillán, dicho número fue incluido. ²⁴⁹ De entrada sus editores advertían que la analogía de nombre no indicaba “relación de iniciativa, de práctica ni de responsabilidad de ningún género” con otros grupos, lo cual evidentemente estaba destinado a evitar complicaciones a quienes eran conocidos por haber participado en la edición del anterior periódico del mismo nombre. Al exponer sus propósitos, sin embargo, esta precaución desaparecía y la filiación resultaba diáfana: “Después de una interrupción causada por las circunstancias, emprendemos nuevamente la publicación de La Huelga General , dándole un carácter exclusivamente revolucionario de acción.” ²⁵⁰ Los anónimos redactores del número clandestino propugnaban una revolución en la que los obreros se apoderarían de todos los medios de producción y de transporte y destruirían los órganos vitales de la sociedad burguesa, es decir los bancos, las iglesias, los cuarteles, las prisiones, los tribunales, las casas de los jueces y notarios, todas las sedes de la autoridad y sus archivos. Para ello era necesario que los obreros se unieran en sociedades o sindicatos, que a su vez se integrarían en grandes agrupaciones, en el seno de las cuales entrarían en contacto los hombres de acción. Estos últimos formarían grupos clandestinos, que estudiarían un plan para cada localidad, se aprovisionarían de armas y estarían dispuestos a actuar en cuanto surgiera una gran agitación por motivos económicos, arrastrando a otros individuos y grupos para transformarla en revolución, a diferencia de lo que había ocurrido en 1902. No había que esperar la iniciativa de las masas sino empujarlas a actuar, como hiciera Hernán Cortés al quemar sus naves. Este planteamiento revolucionario se basaba en dos elementos, por un lado los sindicatos obreros y por otro los grupos de acción, correspondiendo a estos últimos el papel de impulsores. Y al igual que en el proyecto
revolucionario de Ferrer en 1892, aparecía también un proyecto de magnicidio, concretado en una lista de “criminales” que debían ser suprimidos “por causa de utilidad pública”, en la que aparecían, entre otros, Alfonso XIII, la reina madre María Cristina, el conde de Caserta, cuñado del rey, Antonio Maura, Narciso Portas, por entonces ya capitán de la Guardia Civil, y el alcalde de Alcalá del Valle. No contento con ello, el grupo pedía que se les enviara otras listas de gobernantes, explotadores y agentes de la autoridad cuya supresión se considerase necesaria. Es más, ofrecía a cualquiera que ejecutara una de esas acciones justicieras un subsidio mensual de 100 francos, en caso de que el interesado lo necesitara, añadiendo que su interés se centraba en España pero que la oferta valía también para quien estuviese dispuesto a acabar con el zar de Rusia, el emperador de Alemania o el sultán turco. Respecto a los instrumentos necesarios para sus propósitos, el grupo pedía a quién supiera una fórmula para envenenar puñales que se lo comunicara para poder difundirla, pues si Artal la hubiera conocido tal vez no fuera ya Maura “dictador de España en nombre de la Compañía de Jesús”. El mismo llamamiento se hacía a quien supiera preparar bombas fáciles y eficaces. Y también se convocaba un certamen, con un premio de 500 francos, para el mejor trabajo sobre cómo se había de llevar a cabo la huelga revolucionaria. Unos llamamientos al atentado tan claros nunca podrían haber aparecido en una publicación legal, pero lo curioso del caso es que en su etapa legal La Huelga General había publicado al menos un artículo en que se repudiaba el crimen político. Su autor era el francés Augustin Hamon y su argumento era de una lógica impacable: puesto que la doctrina anarquista era contraria a la condena y el castigo, tampoco podía aceptar que alguien juzgara, condenara y ejecutara por sí mismo. En cambio el número clandestino se singularizaba por un énfasis nihilista en la destrucción de la sociedad existente, aunque al final resultara imposible crear otra mejor: “Si la tiranía y la explotación hubiera de reinar eternamente en el mundo, preferible es que perezca y que nos envuelva a todos bajo sus escombros.” La referencia a ayudas económicas resultaba bastante inusual en un medio como el anarquista, en que el dinero era un bien muy escaso, y Ferrer era el único anarquista español dotado de una fortuna y dispuesto a emplearla para fomentar la revolución. Como se recordará, Ferrer había estado vinculado a la primitiva Huelga General . Pero en este número clandestino no aparecían firmas, ni siquiera con pseudónimo, por lo que no encontramos en él referencia alguna a Cero . En cuanto a su posible papel en la financiación de este número clandestino, el único indicio de que se dispone es un informe policial francés que lo afirma taxativamente, pero se trata de un informe retrospectivo de 1909 que no proporciona más detalles. ²⁵¹ Así es que el indicio más claro de la participación de Ferrer se encuentra en un informe de Sannois que, en diciembre de 1904, aludía a un segundo número clandestino, que quizá nunca llegara a publicarse. El párrafo crucial es el siguiente, que reproducimos traducido: “El anarquista L. Martha ( sic por Matha), director de Le Libertaire de París, ha recibido casi todo el material para el próximo número de La Huelga General . Los principales artículos, que por otra parte no serán firmados porque esta hoja debe ser clandestina, son de Ch. Malato, Mèric, Vallina,
Castells, Mond’Ragon ( sic ) , Thiolousse, Ferrer, Tarrida del Mármol, Libertad, etc. Este número, como el precedente, será fechado en París, pero en realidad será impreso en España, bajo el cuidado del grupo que edita en Barcelona el periódico Espartaco . De esta manera la distribución será más fácil.” ²⁵² En resumen, parece muy probable que Ferrer estuviera vinculado a una publicación clandestina en la que se instó el asesinato de Alfonso XIII y de otros personajes, publicación en la que, entre otros, habrían colaborado también Vallina y Malato, quuienes como veremos serían procesados por el atentado contra Alfonso XIII en París. Il arrive! l’Alphonse! Cuando en mayo de 1905 llegó Alfonso XIII a París en visita oficial, hacía ya muchos meses que en los medios anarquistas se le estaba preparando la recepción. Ya en agosto de 1904, el encargado de negocios francés en Madrid había advertido al gobierno español de que se preparaba una campaña similar a la que dos años antes había impedido una visita a Italia del zar de Rusia, y mencionó el papel que en la agitación jugaba L’Espagne Inquisitoriale , una publicación de los revolucionarios españoles de la que habían aparecido ya dos números en París. ²⁵³ Por su parte Sannois remitió a la embajada, en septiembre de 1904, un ejemplar del número 3 de L’Espagne Inquisitoriale que se titulaba “órgano de la indignación internacional contra la tiranía española”, al tiempo que informaba de lo que había podido averiguar. Según él, sus principales promotores eran Vallina, el doctor Castells, a quien calificaba de muy peligroso, y un anarquista francés llamado Libertad. Del último número se había hecho una tirada importante, seis mil ejemplares, con el propósito de distribuirlos ampliamente, no sólo en Francia sino en España. Los envíos se hacían en pequeños paquetes, para reducir las pérdidas en caso de que uno de ellos fuera identificado en una inspección postal. ²⁵⁴ Albert Libertad, cuyo nombre aparecía como gerente de la publicación, era uno de los personajes más pintorescos del mundillo libertario parisino. Criado en un orfanato de Burdeos, él mismo había escogido el nombre español con el que se le conocía, y era temible en las peleas, a pesar de que usaba muletas o quizá precisamente por ello, pues hacía con ellas un molinete que tenía efectos devastadores. Se contaba, aunque quizá fuera una leyenda, que en cierta ocasión había increpado a un cura durante el sermón y, cuando intentaron echarle de la iglesia, se hizo fuerte usando ambas muletas, hasta que consiguieron dominarle lanzándole una colgadura desde lo alto del púlpito. ²⁵⁵ El número 3 de L’Espagne Inquisitoriale se dedicaba enteramente a atacar a Alfonso XIII, a quien Malato prometía una recepción que dejaría en su espíritu una impresión imborrable. El artículo principal era obra de Laurent Tailhade, un personaje que también merece una breve presentación. Se trataba de un escritor libertario que, tras el atentado de Edouard Vaillant contra la Cámara de Diputados, hizo aquel famoso comentario, propio de un esteta nihilista: “¿Qué importan las víctimas si el gesto es bello?”. El destino le jugó un mala pasada unos meses después, cuando una bomba estalló en
un restaurante de París en que él mismo se hallaba, haciéndole perder un ojo. Esto no enfrió sin embargo su extremismo verbal y en 1901, con ocasión de la visita a París de Nicolás II, escribió en Le Libertaire un artículo que instigaba tan claramente al magnicidio como para que le condenaran a un año de cárcel, a pesar de que testificaron a su favor Émile Zola y Anatole France. ²⁵⁶ Con un tal currículo era casi obligado que se pronunciara contra Alfonso XIII. Lo presentó como uno de los peores tiranos de Europa, junto al sultán turco y el zar de Rusia, aunque peor que éstos porque era un siervo de los curas católicos: “Nadie puede rivalizar con los hábitos negros, los padres jesuitas o el clero romano, cuando se trata de torturar, de embrutecer, de verter gota a gota la sangre humana, de encontrar tormentos que permiten al moribundo saborear en cada una de sus fibras la búsqueda de una lenta agonía.” ²⁵⁷ Tras estos toques de novela gótica y una descripción de los crímenes de la reacción española, Tailhade prefirió terminar su artículo con una nota irónica, animando a los parisinos, que con su espíritu de lacayos habían gritado ¡viva el zar!, a que aprendieran ahora a gritar ¡viva el rey! La exaltación directa del magnicidio aparecía en cambio en una carta de Domela Nieuwenhuis, el anarquista holandés amigo de Ferrer: “Cuando Cánovas fue ejecutado por Angiolillo, todo el mundo civilizado respiró y nos dijimos: un tirano menos. Cuando Artal tuvo la desgracia de no matar a Maura, casi todos decíamos o pensábamos ¡Qué pena que no lo haya logrado! Los Brobikoff, los Plehve, los Cánovas, los Maura, no son seres humanos sino bestias feroces; y cuando se encuentra con un perro rabioso cualquiera tiene el derecho, incluso el deber, de matarlo para proteger a sus semejantes.” ²⁵⁸ De acuerdo con un informe de la policía francesa, la campaña contra la visita del rey de España, que la CGT acordó apoyar en su congreso de septiembre de 1904, comenzó en abril de 1905 y culminó en un gran mitin celebrado en la Bolsa de Trabajo de París el 24 de mayo, pocos días antes de la llegada de Alfonso XIII. ²⁵⁹ Fue una campaña que tardó en cobrar cuerpo, por falta de ambiente, según explicaba un informante anónimo de la embajada en diciembre. ²⁶⁰ Todavía en abril, fueron sólo ochenta personas las que acudieron a un mitin contra la visita real en el que intervino Libertad. ²⁶¹ Unos días después la Unión de Sindicatos del Departamento del Sena hacía público un manifiesto en que llamaba a manifestarse contra la visita de Alfonso XIII, “monarca imbécil y feroz” y el 10 de mayo fueron ya quinientas personas las que asistieron a un mitin de denuncia de la represión en España y Rusia, en el que Libertad, fiel a su papel, dijo que los obreros no serían dignos de la libertad hasta el día que cometieran robos y asesinatos. ²⁶² Poco después, las autoridades ordenaron la retirada de cinco mil ejemplares de L’Espagne Inquisitoriale . ²⁶³ En las filas del Partido Socialista, la opinión no era del todo unánime. La comisión permanente del mismo aprobó un manifiesto que, recordando los casos de Montjuich y Alcalá del Valle, proponía a la CGT la adopción de medidas conjuntas para manifestar, con ocasión de la visita de Alfonso XIII, su solidaridad con el proletariado español y con todos los revolucionarios
que en España luchaban por la República social. En cambio Paul Brosse, socialista y presidente del Consejo municipal de París, declaró que estaba dispuesto a cumplir sus funciones y recibir personalmente al rey en el ayuntamiento. Por su parte la CGT consideraba al rey de España como “ahijado del difunto Papa León XIII y gran maestre de la Inquisición”, en palabras textuales de la convocatoria al mitin de la Bolsa de Trabajo, pero se negó a aceptar cualquier colaboración con el partido socialista. ²⁶⁴ Finalmente se llegó al mitin del 24 de mayo, al que asistieron más de mil personas y en el que Alfonso XIII fue acusado de preparar con el gobierno francés la conquista de Marruecos, de representar al régimen más clerical y reaccionario de Europa occidental y de ser el responsable de atrocidades contra los trabajadores como las de Montjuich y Alcalá del Valle. El tono de las intervenciones fue marcadamente violento, Yvetot y Libertad evocaron la posibilidad de que al rey le ocurriera “un accidente de trabajo” y un cierto Colais aludió específicamente a que una granada bien pudiera alcanzar el vehículo real y acabar a la vez con Alfonso XIII, el presidente de la República Loubet y el prefecto de Policía Lèpine. ²⁶⁵ Puesto que una semana después se produjo en efecto un atentado contra Alfonso XIII y Loubet, aunque afortunadamente no hubo víctimas mortales, cabe sospechar que el compañero Colais tenía alguna noticia de lo que se tramaba. Libertad, que esperaba que Alfonso XIII tuviera un “accidente”, no estaba en cambio muy seguro de que la propaganda realizada hubiera calado en el pueblo de París. Un rey llegaba, escribió en L’Anarchie , y para aplaudirle se agolparían los trabajadores, los muertos de hambre, verdugos imbéciles que aclamaban a los asesinos. “Il arrive!... il arrive!... l’Alphonse!” El atentado de la rue de Rohan Los primeros indicios de que el rey pudiera sufrir un atentado durante su viaje a París los había recibido la embajada española casi un año antes, cuando a comienzos de julio Sannois informó que en una reunión anarquista, a la que habían asistido, entre otros, un francés recién llegado de Londres llamado Martin y un estudiante, también francés, que acababa de visitar a los grupos de Madrid y Barcelona, se habían discutido las medidas a tomar para que Alfonso XIII “no regresara a España”. Luego, el 9 de febrero de 1905, Sannois comunicó que varios anarquistas residentes en París, entre ellos Pedro Vallina, estaban preparando un atentado con explosivos contra el rey, que habría de realizarse en la capital francesa o en Madrid. En los días siguientes Sannois añadió que Vallina estaba a las órdenes de Malato, que había recibido de éste una importante suma para quienes preparaban en Madrid un atentado, que iba a tratar de conseguir la colaboración de terroristas rusos y que la muerte del rey sería la señal para una revolución. ²⁶⁶ Ante tan inquietantes informes, el embajador español en París, León y Castillo, optó por informar al ministro de Gobernación, González Besada. Según él, las personas que se dedicaban a proporcionar información sobre complots solían ser de honorabilidad dudosa, pero en este caso el informador le merecía bastante confianza, porque tenía sospechas fundadas para creer que estaba encargado por algún centro oficial de la vigilancia de
los anarquistas. Su convicción era que se estaba organizando un atentado contra el rey, que tendría lugar en Madrid antes de salir éste para Francia. Vallina, el director del complot, era un terrorista peligrosísimo por su fanatismo y su inteligencia, que recientemente había desaparecido de París sin que nadie supiera donde había ido. Unos suponían que había marchado a Polonia, para ponerse de acuerdo con los terroristas rusos, pero otros sospechaban que lo había dicho para despistar y que se encontraba en España. Para confirmar sus informaciones, León y Castillo se entrevistó con el jefe de la sección de la policía que se ocupaba del anarquismo, quien tenía las mismas impresiones acerca de los propósitos de Vallina. ²⁶⁷ Ante ello, el gobierno español instruyó a las embajadas en Roma, Berlín, San Petersburgo y Viena, para que trataran de averiguar el paradero del peligroso anarquista. ²⁶⁸ En realidad, Vallina había viajado a España y regresó a mediados de marzo. De acuerdo con las pesquisas de Sannois, habría visitado Barcelona, Madrid, Cádiz y La Línea de la Concepción, localidad esta última en la que habría tenido una reunión con Fermín Salvochea. Según un informante de la policía de París, Vallina era un solitario peligroso, que actuaba en la sombra y no tenía más ambición que el triunfo de la anarquía. Recientemente había recibido 5.000 pesetas para fabricar explosivos y durante su estancia en Barcelona había preparado una gran cantidad de bombas de mano. Había entrado además en contacto con los representantes de los grupos de acción anarquistas de la capital catalana, que el autor del informe suponía dirigidos por un solo hombre, que pudiera ser Salvochea, de quien Vallina era el hombre de confianza, o Estévanez. Existía el plan de realizar un atentado contra el rey, que sería la señal para un levantamiento simultáneo en Madrid, Barcelona, Valencia y Cádiz, con la participación de Lerroux y otros jefes republicanos, al parecer de acuerdo con algunos mandos militares. ²⁶⁹ Lo más notable de ese informe francés era su alusión a Lerroux y Estévanez. Ambos eran presentados como los únicos republicanos que estaban informados de los medios de que disponían los anarquistas, pero del segundo se decía también que pudiera ser el auténtico jefe de los grupos de acción anarquista. Es siempre difícil decidir si se puede dar crédito a este tipo de informaciones y en ese caso resulta muy dudoso que realmente los grupos anarquistas de acción tuvieran una jefatura común, aunque es cierto que Nicolás Estévanez, antiguo militar y durante tres semanas ministro de la Guerra de la I República, se había aproximado al anarquismo. Unos meses antes, Sannois había apuntado que Estévanez estaba en relación permanente con Salvochea, Vallina, Malato y Tarrida del Mármol y en general con todos los grupos anarquistas de España, el sur de Francia, París, Londres y Ginebra. ²⁷⁰ Sin embargo el ministro de Gobernación, Augusto González Besada, no veía que el movimiento revolucionario que se preparaba pudiera llegar a representar un peligro, porque ni Salvochea, que estaba viejo y ciego aunque conservaba sus aficiones, ni tampoco Estévanez tenían ascendiente y Lerroux lo estaba perdiendo. Le preocupaba, en cambio, lo que pudieran hacer los anarquistas, especialmente los desconocidos. ²⁷¹ El propio Vallina se refirió más tarde en sus memorias a su misterioso viaje y confirmó que acudió a Barcelona, donde le habían llamado para preparar
una inminente insurrección antimonárquica y se ocupó de instalar un laboratorio para la preparación de explosivos y de instruir a quienes habían de manejarlos. No mencionó que contactara con Salvochea, pero aludió en cambio a otro viaje que pasó desapercibido a quienes le vigilaban en Paris. A su regreso de Barcelona visitó Londres, donde se entrevistó con el veterano anarquista italiano Errico Malatesta y le expuso que esperaba “iniciar en España un movimiento revolucionario, que podría tener grandes consecuencias; no era cosa difícil y habría que empezar por la supresión terrorista de Alfonso XIII”. Según él, los anarquistas españoles activos en París, que eran unos cincuenta y se reunían una vez por semana en un café del Faubourg Saint Antoine, estuvieron informados de sus viajes conspirativos, pero supieron guardar el secreto. Eran en su mayoría obreros catalanes, a los que se habían sumado luego algunos valencianos, incluido el doctor Castell. ²⁷² . Por su parte Sannois había logrado identificar en 1904 a 23 de ellos, incluido un cierto Alejandro Farrás, de quien tendremos ocasión de ocuparnos más adelante, y estableció también la identidad de los extranjeros que asistían con mayor frecuencia a las reuniones del grupo español. Entre ellos se encontraban los franceses Malato, Libertad, Matha y Almereyda y el inglés Bernard Harvey, así como dos italianos, un polaco y un ruso. Más tarde españoles e italianos empezaron a reunirse conjuntamente y en una de esas reuniones se comentó que Ferrer, el director de la Escuela Moderna, había escrito que un joven anarquista de Valencia, obrero armero, tenía intención de ir París con ocasión del viaje real. La referencia al oficio resultaba inquietante. ²⁷³ No sabemos en cambio quienes eran los anarquistas barceloneses con los que Vallina se dedicó a preparar explosivos, pero es probable que entre ellos se hallara un comité de acción del que por entonces tuvo noticia el comisario Bonnecarrère, quien advertía que sería necesario vigilarlo intensamente con ocasión de los viajes que iban a hacer Alfonso XIII a Francia y posteriormente el presidente Louvet a España. Sus miembros fueron detenidos pocos días después del atentado de París y uno de ellos, Alfredo Picoret, declaró ante el juez instructor que Joaquín Corominas, miembro también del grupo, le había dicho que en septiembre de 1904 había escondido unas bombas en forma de piña, que tenían la ventaja de ser muy poco comprometedoras, porque podían hacerse pasar por elementos ornamentales. ²⁷⁴ Esto resulta muy significativo porque había sido el envío a París de unos objetos en forma de piña el que había puesto a la policía francesa en la pista de quienes preparaban el atentado. La pista surgió cuando la policía parisina detectó que el zapatero parisino Eugéne Caussanel, de quien no se tenía noticia como anarquista pero que tenía relación con Malato, en cuya casa trabajaba su mujer como doméstica para Malato, recibía cartas de Barcelona supuestamente relacionadas con el viaje del rey, y se las hacía llegar a Malato. El 14 de abril pudo copiar el texto de una de ellas, en la que Francisco Ferrer, que adjuntaba un cheque de 150 francos en favor de Malato, le informaba de que “la fecha oficial” estaba fijada para el 30 de mayo. Efectivamente la llegada de Alfonso XIII a París estaba prevista para esa fecha, así es que la policía sometió a vigilancia a Caussanel y comprobó que el 21 de abril entregaba una carta a Malato, en la que se anunciaba la llegada de un paquete postal desde Barcelona. El paquete fue abierto en la aduana y se comprobó que contenía
un objeto de hierro en forma de piña, con una perforación central parcial, que pudiera servir para confeccionar un artefacto explosivo, pero no habiendo otras pruebas, no se impidió su entrega y Caussanel lo llevó al domicilio de Malato. El 12 de mayo le llegaron otras cuatro piñas de hierro, que también llevó al mismo domicilio, y al día siguiente Vallina acudió para recogerlas en compañía de otro español, Alejandro Farrás, tras lo cual se alejaron de París en bicicleta. Los agentes encargados de seguirles los perdieron, pero se sospechaba que habrían enterrado las piñas cerca de la localidad de Clamart. ²⁷⁵ Según un informador, la vigilancia que la policía ejercía sobre ellos intimidó a los anarquistas españoles de París, incluidos aquellos con los que Vallina parecía contar para realizar el atentado, es decir Alejandro Farrás y Jesús Navarro, así es que sus compañeros de Madrid iban a intentar cometerlo en su ciudad. Este Navarro tenía relación con Ferrer, quien unos meses atrás había escrito a Paraf-Javal para recomendarle. Por otra parte, según Sannois, que intentaba sin éxito localizar dónde guardaba Vallina los explosivos, los anarquistas madrileños tampoco veían fácil cometer el atentado. ²⁷⁶ Esto mismo fue lo que dijo Vallina el día 19 a un informante de la policía, añadiendo que en vista de ello había comenzado gestiones, con participación del anarquista italiano Tombolesi, para realizar el atentado durante el trayecto que Alfonso XIII iba a realizar en ferrocarril por territorio francés. ²⁷⁷ Finalmente, el 23 de mayo, un informador advirtió a la policía francesa que Vallina había desenterrado dos piñas en el bosque de Clamart y que posiblemente había preparado el explosivo el día anterior. El propósito de Vallina parecía ser salir de París antes del atentado −que se produciría bien en la frontera, bien durante el trayecto o bien en París− y dirigirse a España, donde la muerte del rey sería la señal para un movimiento revolucionario en el que participarían anarquistas y republicanos. ²⁷⁸ . La policía francesa no esperó más y el día 25 fueron detenidos Vallina, Caussanel y otros tres anarquistas supuestamente implicados en el proyecto de atentado, el inglés Bernard Harvey y los españoles Jesús Navarro y Fermín Palacios. No se pudo en cambio localizar a Farrás. Al ser interrogados, los otros detenidos negaron cualquier implicación, pero Vallina no ocultó sus propósitos; declaró que se proponía atentar contra el rey, que había recibido las piñas, que la primera era demasiado grande, pero que las otras cuatro se podían cargar fácilmente con nitroglicerina y que se disponía a partir con dos de ellas para España. Esto último implicaba que el crimen no se iba a cometer en Francia, algo que probablemente era falso, pero que a Vallina le convenía de cara a la justicia francesa. De hecho el primer impulso de las autoridades francesas fue expulsar del país a Vallina, Harvey, Navarro, Palacios y Farrás. ²⁷⁹ Pero la situación cambió cuando efectivamente se produjo el temido atentado. Sannois lo había advertido: la detención de Vallina y sus camaradas no eliminaba el peligro de atentado, ya que Farrás también sabía donde se ocultaban las bombas. ²⁸⁰ El día 31 de mayo, casi a medianoche, cuando el carruaje descubierto que ocupaban Alfonso XIII y el presidente Louvet, que acababan de asistir a una función en la Ópera, desembocaba por la calle de Rohan en la de Rivoli, estalló una bomba que no alcanzó a los dos mandatarios, pero hirió a varios
miembros de la escolta y a algunos transeúntes, todos los cuales sobrevivieron. A pesar de la violencia de la explosión, sólo un caballo murió en el acto. El terrorista había lanzado también una segunda bomba, que no estalló y fue recogida intacta: era de hierro, tenía forma de piña y contenía 125 gramos de fulminato de mercurio, y dos tubitos de cristal cerrados y cargados con ácido sulfúrico, cuya ruptura al impactar la bomba debía haber provocado la explosión. ²⁸¹ Cuando el juez le mostró una fotografía de esta bomba a Vallina, éste admitió que era idéntica a las que él había tenido en su poder y sugirió que el atentado pudiera haberlo realizado Farrás. ²⁸² De acuerdo con los informantes de la prefectura, todos los anarquistas de París aprobaban sin reservas lo ocurrido, pero estaban desconcertados por la actitud de Vallina, al que tenían por un delator o un loco porque, de haber callado, no habría pruebas. ²⁸³ No tardó en saberse que el verdadero Alejandro Farrás había fallecido en Barcelona diez meses antes. ²⁸⁴ Evidentemente alguien había suplantado su identidad y algunas semanas después la prefectura llegó a la conclusión de que se trataba del anarquista barcelonés Eduardo Aviñó, de veintitrés años, quien había desaparecido de su domicilio tras el atentado de octubre de 1903 contra el jefe de policía de Barcelona. Llegado a París se instaló, bajo el falso nombre de Farrás, en el domicilio de Fermín Palacios, y residió luego por un tiempo en la casa de un anarquista llamado Francisco Ferrer Barbarroja, que nada tenía que ver con el director de la Escuela Moderna. ²⁸⁵ Pero todos los esfuerzos por localizar al tal Aviñó resultaron infructuosos, con lo que jamás se pudo saber si fue él quien lanzó las bombas en la rue de Rohan . Ni Palacios ni Navarro, inicialmente detenidos con Vallina, llegaron a ser procesados por el atentado. El primero era un ebanista valenciano de 36 años, enfermo de tuberculosis y con cuatro hijos que mantener, a quien se había acusado de colaborar con la policía, cargo del que se defendió en una carta a Salvochea que conservaba Vallina. ²⁸⁶ En cuanto a Jesús Navarro, de veinticuatro años, nacido en la localidad alicantina de Torrevieja, había huido de España con ayuda de Ferrer. Según un informador de la policía parisina, había sido procesado por diversos delitos de imprenta y hallándose en libertad provisional, alarmado porque el juez le creía implicado en el asunto de una bomba depositada en las Ramblas que había estallado al ser trasladada al Palacio de Justicia de Barcelona, escapó escondido en el camarote de Ferrer, en el barco en el que éste se dirigía al congreso librepensador de Roma de septiembre de 1904. Según Sannois, acabado el congreso Ferrer pagó a Navarro el viaje a París y le dio cartas de recomendación para Malato, Vallina, Paraf-Javal y Estévanez, siendo éste último quien le encontró un empleo en la editoral Garnier, que conservó durante muchos años. ²⁸⁷ El proceso de los cuatro A falta del autor o autores materiales del atentado, la justicia francesa procesó a cuatro sospechosos de haber jugado un papel clave en su preparación, por un lado a Malato y Caussanel, que habrían recibido de Barcelona las ya famosas piñas de hierro, y por otro a Vallina y Harvey, que habrían preparado el explosivo. Caussanel y Harvey eran poco conocidos y
en opinión de la mayoría de los anarquistas Vallina había quedado desacreditado por sus confesiones, pero lo que dio resonancia al proceso, incluso más allá de los medios libertarios, fue la presencia de Malato. No faltaban incluso quienes acusaban a Vallina de ser un agente provocador al que el gobierno español había utilizado para incriminar a Malato. ²⁸⁸ Este último era en efecto una figura importante del movimiento anarquista internacional. Hijo de un siciliano que había emigrado a Francia tras el fracaso de la revolución italiana de 1848, Charles Malato tenía catorce años cuando en 1872 acompañó a su padre a Nueva Caledonia, adonde éste había sido deportado por su participación en la Comuna de París. Tras su regreso a Francia en 1881, comenzó a participar activamente en el movimiento anarquista y en 1890 fue condenado a quince meses de cárcel por incitación al asesinato al pillaje y al incendio. Pocos días después del atentado de la rue de Rohan, Sannois se hizo eco de las afirmaciones de algunos anarquistas en el sentido de que Malato había participado en las conspiraciones que llevaron al asesinato de Cánovas y del rey Humberto de Italia, pero de ello no hay pruebas. ²⁸⁹ Por otra parte, las relaciones de Malato no se limitaban a los medios anarquistas. Sus conexiones republicanas, socialistas y masónicas iban a serle de una gran utilidad en el proceso al que se enfrentaba. En uno de los primeros actos que en solidaridad con los acusados se celebraron en París intervino el pintoresco Libertad, quien quizá se acercó a la verdad cuando dijo que el atentado no había sido anarquista sino político, porque la ejecución del rey tirano pudiera haber sido la señal esperada para proclamar la República en España. ²⁹⁰ Pero la campaña en favor de Malato y los otros procesados no fue exclusivamente anarquista. A comienzos de julio Francis de Pressensé comunicaba al ministro de Justicia, en nombre del comité ejecutivo de la Liga de los Derechos del Hombre, su preocupación por las “falaces y tendenciosas” informaciones que acerca de la culpabilidad de Malato y los otros procesados se estaban enviando a la prensa, y por lo sospechoso que resultaba el hecho de que la policía supiera tanto acerca del atentado antes de producirse. ²⁹¹ Y a comienzos de septiembre el Congreso Internacional de Libre Pensamiento, que se celebró en París, ofreció una buena ocasión para airear el tema. Al mismo acudieron, según Sannois, un centenar de españoles, entre ellos varios militantes anarquistas. A propuesta del conocido librepensador español Fernando Lozano, el Congreso acordó que una delegación, presidida por el diputado radical Ferdinand Buisson, se dirigiera al Ministerio de Justicia para solicitar la liberación de Malato. Pero esta gestión no resultó suficiente para anarquistas como Paraf-Javal, que según Sannois recibía dinero de Ferrer, y provocó un ruidoso debate con su propuesta de que los congresistas acudieran en masa a protestar ante el ministerio. El hecho de que el congreso hubiera votado por unanimidad la moción en favor de la liberación de Malato ocasionó por otra parte la dimisión de un miembro de la asociación francesa, Yves Guyot, quien argumentó en una carta abierta que el libre pensamiento no implicaba la libertad de poner bombas y que si bien no bastaba que un individuo hubiera sido procesado para presumir su culpabilidad, tampoco bastaba para que hubiera que considerarlo un mártir. ²⁹²
Guyot además de librepensador era masón, pero ¿cuál fue la posición de la masonería en su conjunto? Sannois no dudaba de que apoyaría hasta el final a Malato, masón él mismo, pero la verdad era más compleja. ²⁹³ Al frente del Gran Oriente de Francia, se encontraba un parlamentario radical, Louis Lafferre, y en conjunto la orden apoyaba al bloque de izquierdas, pero es erróneo pensar que representaba una fuerza monolítica, como suponían sus adversarios. En el convento celebrado a finales de aquel mismo mes de septiembre, en el que Lafferre fue sustituido por otro parlamentario radical, el pastor protestante Frédéric Desmond, el Gran Oriente repudió explícitamente la acción directa, es decir los atentados, una decisión con la que manifestó su desacuerdo un prominente masón y diputado socialista, el doctor Meslier, para quien el tiranicidio representaba el último recurso cuando el derecho se veía aplastado por la fuerza. El propio Meslier escribiría, apenas concluido el proceso, un artículo en el que apostrofaba así al procurador de la República que se había esforzado en lograr la condena de los acusados: “¿Caín Bulot, que le has querido hacer a tu hermano Abel Malato?” La fraternidad masónica no había pues apartado al procurador Bulot de su convicción de que Malato era culpable, pero por otra parte Meslier no fue el único masón destacado que apoyó a los procesados. De hecho el apoyo recibido llevó a Vallina a ingresar, después del proceso, en una logia masónica de París, aunque no del Gran Oriente, pues optó por una obediencia que aceptaba la afiliación de mujeres. ²⁹⁴ Las tesis de quienes en Francia defendían a Malato se vieron favorecidas por ciertas noticias que llegaban de España. Fue La Publicidad , un diario lerrouxista de Barcelona, el que insinuó, a finales de septiembre, que las piñas de hierro habían partido con el beneplácito de la policía española y de ello se hicieron eco varios diarios franceses. ²⁹⁵ Luego, ya en vísperas del proceso, un tribunal español absolvió a Alfredo Picoret, Joaquín Corominas y otros anarquistas del grupo de cuya peligrosidad había advertido meses antes el comisario Bonnecarrère, quienes habían sido detenidos poco después del atentado de la rue de Rohan en relación con el hallazgo de un depósito de bombas en una montaña cerca de Barcelona. Ello dio fuerza a la acusación de Lerroux de que Picoret se había autoinculpado y había implicado a sus compañeros para poner fin a los malos tratos que la policía le estaba infligiendo. Las sospechas acerca de un oficial de la Guardia Civil, el teniente Morales, que presuntamente habría tramado atentados para atribuírselos a los anarquistas, tampoco contribuyeron al prestigio de las fuerzas del orden españolas. ²⁹⁶ Pero lo más importante sería el testimonio en el proceso del propio Lerroux, que a finales de noviembre llegó a París dispuesto a convertir el proceso contra Malato en un proceso contra la monarquía española. Llegaron también por entonces a la capital francesa Ferrer y Tarrida del Mármol. ²⁹⁷ El asunto del teniente Morales era revelador de lo turbio que era el ambiente en que se movían las investigaciones del terrorismo anarquista en Barcelona. El comisario Bonnecarrère no creía que Morales fuera culpable, sino que le consideraba víctima de maquinaciones de sus propios confidentes sin escrúpulos y de la sorda hostilidad de algunos funcionarios policiales. En su opinión, no hacían falta agentes provocadores para que los anarquistas españoles montaran atentados, por el contrario podían hacerlo gracias a la impunidad de que gozaban. “La represión en España
−comentó− es brutal pero sólo momentánea, cesa en cuanto desaparece el primer impulso.” Prueba de ello, según él, era que estuvieran en libertad los condenados por el atentado de Cambios Nuevos. ²⁹⁸ El proceso contra Vallina, Malato, Harvey y Caussanel por el atentado de la rue de Rohan comenzó el 27 de octubre de 1905 y se desarrolló en cuatro jornadas. Vallina, a quien el cronista de la Gazette des Tribunaux describió como un hombre pequeño y pálido que se expresaba con dificultad en francés, reconoció que le habían enviado desde Barcelona unas piezas de hierro para fabricar bombas y que las había enterrado con Farrás, e incluso admitió que eran similares a la que no llegó a estallar en la rue de Rohan, pero negó que las hubiera recogido en el domicilio de Malato. Sostuvo que las había recibido de Farrás, que como se recordará era el sospechoso de haber lanzado las bombas, pero no había sido detenido. Malato admitió que estaba en contacto con revolucionarios españoles, que recibía en casa de Causannel correspondencia que le enviaban de Barcelona y que por esa misma vía le habían llegado dos paquetes, pero negó habérselos entregado a Vallina. Sostuvo que no llegó a abrirlos, temiendo que se tratara de una maniobra de la policía española para incriminarle, en venganza por sus artículos sobre España, por lo que se deshizo de ellos. El inglés Harvey, de aspecto dulce y apacible, que se había instalado cuatro años atrás en Paris, donde estudiaba filosofía, historia, literatura y también química, admitió que era amigo de Vallina y que conocía a Farrás y a Malato, que en una agenda suya había escrito tanto reflexiones revolucionarias como anotaciones sobre explosivos, incluido el fulminato de mercurio, pero negó haberlo fabricado en su domicilio, a pesar de las muestras que se encontraron. El director del laboratorio municipal explicó que la investigación realizada en los domicilios de Vallina y Harvey mostraba que ambos podrían haber fabricado fulminato y que el encontrado en casa del segundo no era de producción industrial, sino obra de un aficionado, como el utilizado en la bomba que no llegó a explotar en la rue de Rohan. Vallina negó sin embargo haber participado en la fabricación del fulminato de mercurio. Según él, después de haber enterrado las bombas con Farrás, no había vuelto a saber de ellas. No parecían argumentaciones capaces de desmontar la tesis de la acusación, según la cual las piñas de hierro destinadas a fabricar las bombas habían sido solicitadas a Barcelona por Vallina, le habían sido enviadas a Caussanel, que por no ser un militante conocido corría menos peligro de ser vigilado, éste se las había pasado a Malato y en casa de éste las recogieron Vallina y Farrás, mientras que el explosivo lo habían fabricado Vallina y Harvey. Por su parte, la defensa se centró en argumentar que se trataba de una maquinación policial y en desacreditar al régimen de Madrid. Los recuerdos de Montjuich resultaron muy convenientes para ello y particular impacto tuvo el testimonio de una militante, Séverine, que relató haber conocido a uno de los entonces torturados y luego liberados, Francisco Gana, al que habían arrancado todas las uñas de los pies. Nicolás Estévanez, ex ministro de la Primera República, testificó que Malato era un perfecto caballero y que la policía española era capaz de haberle tendido una trampa. Más lejos fue Lerroux, quien pronunció durante dos horas una requisitoria contra la policía española, a la que acusó de ser responsable de la sucesión de atentados con bombas que se habían venido sucediendo en Barcelona y también del atentado de París, que pudiera haber causado la muerte del rey
de España y del presidente de la República francesa. En favor de Malato testificaron personajes destacados, como Francis de Pressensé, quien le presento como víctima de una intriga policial, y los diputados socialistas Jean Jaurès y Aristide Briand. ²⁹⁹ El 2 de diciembre el jurado declaró no culpables a los cuatro acusados, un veredicto que puede resultar sorprendente. El atentado de la rue de Rohan no había provocado ninguna víctima mortal, la ausencia del autor material perjudicaba las tesis de la acusación y resultaba extraño que aquellas piñas de hierro cuya llegada a París había detectado la policía desde el primer momento hubieran podido ser usadas en el atentado, todo lo cual debió de influir en la decisión del jurado. Sin embargo las pruebas de que los acusados habían participado en una conspiración que pudo haber costado la vida al presidente de la República y a un jefe de Estado extranjero eran bastante sólidas, mientras que la tesis de que la policía española habría puesto en peligro la vida del rey con el único objetivo de propiciar la condena de unos cuantos anarquistas residentes en París resultaba completamente inverosímil. Sin embargo, algunos parecieron creerla, entre ellos destacados miembros del partido socialista, que formaba parte de la mayoría parlamentaria. Jaurès escribió que en el caso de la rue de Rohan las maquinaciones de las policías habían llegado al extremo, pues la española había enviado las bombas desde Barcelona y la francesa las había seguido paso a paso en París, mientras que Aristide Briand sostuvo que los testigos españoles, particularmente Lerroux, habían mostrado que la policía española carecía hasta tal punto de escrúpulos que se la podía creer culpable de cualquier maquinación. ³⁰⁰ El propio procurador Bulot explicó al ministro de Justicia que la tesis de la defensa, según la cual Vallina y Malato eran revolucionarios dispuestos a participar en una insurrección española, pero contrarios a un atentado individual y, en definitiva, víctimas de un complot policial, habría sido fácil de desmontar si no hubiera tenido el apoyo de una campaña de prensa y de políticos destacados, como el senador radical Ranc o los diputados socialistas Meslier, Jaurès y Briand, que habían contribuido al veredicto de absolución, con su testimonio en la sala o con sus artículos periodísticos. ³⁰¹ Y Sannois fue de la opinión que las infames mentiras de Estévanez y Lerroux habían resultado determinantes para la resolución del jurado. ³⁰² Quizá el veredicto no habría sido el mismo si el jurado hubiera sabido que Lerroux conoció de antemano los preparativos del atentado y había estado dispuesto a aprovecharlo para desencadenar un levantamiento republicano, con ayuda de algunos militares. Así lo reconoció muchos años después en sus memorias, en las que negó haber tenido una complicidad directa, pero admitió que, ante la posibilidad de que Alfonso XIII sufriera un atentado en París, se había ocupado de informarse, obteniendo “datos que no eran del conocimiento de todos”, y había enviado a la capital francesa a su colaborador Ricardo Fuente, antiguo director de El País , para que le informara inmediatamente si el atentado tenía éxito. De lo cual tenía indicios la policía francesa ya en julio de 1906. ³⁰³ En resumen, todo parece indicar que los procesados estaban realmente implicados en el atentado, que el autor material pudiera haber sido el falso
Farrás, que quizá fuera ese Eduardo Aviñó de quien nunca más se supo, y que si el frustrado magnicidio hubiera tenido éxito hubiera sido aprovechado para intentar un alzamiento republicano. En cuanto a Ferrer, es posible que estuviera al corriente de lo que se tramaba, ya que tenía buenas relaciones tanto con Malato como con Lerroux, pero no hay pruebas de que tuviera una participación directa. Hay tan sólo una declaración que lo afirma, la del anarquista Tomás Herreros, que a la altura de 1907 se había convertido en confidente del gobernador civil de Barcelona Ángel Ossorio y Gallardo y le dijo que en la primavera de 1905 los lerrouxistas tenían preparada una insurrección con ayuda de los anarquistas, que por su parte tenían el propósito de radicalizar la revolución política republicana para convertirla en revolución social. Para ello se habían fabricado doscientas bombas de tipo Orsini en cuya confección habrían participado Vallina como químico y Narciso Casanova, alias Uis, como fundidor, mientras que Lerroux era el director del movimiento y Ferrer su financiador. Cómo hemos visto, Vallina confirmó en sus memorias que aquella primavera había fabricado bombas en Barcelona y Lerroux admitió en las suyas que si Alfonso XIII hubiera perecido en el atentado de París, él habría encabezado un movimiento revolucionario en España, así es que el testimonio de Herreros no resulta inverosímil. ³⁰⁴ 245 APP, París, Ba 1511, 13-10-1904. 246 AGA, Alcalá, AE 5882, Sannois 12-10-1904. 247 APP, París, Ba 1992, informes sobre E. Castells, 1904 y 1905. 248 AGA, Alcalá, AE 5881, expediente Sannois. 249 La Huelga General , reedición de 1975, Cabildo, Vaduz – Georgetown. 250 La Huelga Genera: Periódico Libertario , edición revolucionaria, hoja nº 1, París, octubre 1904, en APP, París, Ba 1511. 251 AN, París, F7 13065, 15-10-1909. 252 AGA, Alcalá, AE 5882, Sannois, 6-12-1904. 253 AMAE, Madrid, H 2751, 20-8-1904 254 AGA, Alcalá, AE 5882, Sannois, 14-9-1904. 255 Maitron, J., 1975, pp. 420-421. 256 Maitron, J., 1975, pp. 236, 247 y 470-471. 257 L. Tailhade: “El verdugo”, L’Espagne Inquisitoriale , nº 3, octubre de 1904. 258 “Lettre de F. Domela Nieuwenhuis”, L’Espagne Inquisitoriale , nº 3, octubre de 1904. 259 APP, París, Ba 1319, informe del prefecto de policía al procurador de la República, 2-6-1905.
260 AGA, Alcalá, AE 5858, informe anónimo, París, 7-12-1904 261 APP, París, Ba 1317, Prefectura de Policía, 9-4-1905. 262 La Voix du Peuple , 22-4-1905. APP, París, Ba 1317, Finot, 11-5-1905. 263 AGA, Alcalá, AE 5884, Sannois, 13-5-1905. 264 L’Action , 14-5-1905; La République , 17-5-1905; Le Matin , 20-5-1905; La Patrie , 25-5-1905. 265 APP, París, Ba 1317, informe de 25-5-1905. 266 AGA, Alcalá, AE 5884, Sannois, París, 8-7-1904, 9-2,11-2, 13-2, 15-2 y 16-2-1905. 267 AGA, Alcalá, AE 5884, León y Castillo a González Besada, París 18-2 y 21-2-1905. 268 AMAE, Madrid, H 2759, 22-2-1905. 269 AGA, AE 5884, Sannois, París, 21-3-1905. APP, París, Ba 1319, 28-3-1905. 270 AGA, Alcalá, AE 5884, Sannois, 23-9-1904. 271 AGA, Alcalá, AE 5882, González Besada a León y Castillo, 2-4-1905 y 7-4-1905. 272 Vallina, P., 2000, págs. 89-93. 273 AGA, Alcalá, AE 5882, “Liste des individus qui composent le Groupe anarchiste espagnol de Paris”, 1904; AE 5858, Sannois, 8-3-1905. 274 AN, París, F7 12513, Bonnecarrère, Barcelona, 3-3-1905, 5-6- y 19-6-1905. 275 APP, París, Ba 1317, 14-4-1905; Ba 1319, 18-5-1905. 276 AGA, Alcalá, AE 5883y AE 5884, Sannois, París, 12-1 y 19-5-1905. 277 AN, París, F7 12513, 19-5-1905. 278 AN, París, F7 12513, 23-5-1905. 279 APP, París, Ba 1319, comisario Fouquet, 25-5-1905. 280 AGA, AE 5858, Sannois, 26-5 y 27-5-1905. 281 Gazette des Tribunaux , 28-6-1905 282 AN, París, BB18 2311, Tribunal del Sena, París, 14-6-1905. 283 APP, París, Ba 1319, Audomer 6-6-1905 ; Ba 1986, Finot, 6-6-1905.
284 AGA, Alcalá, AE 5858, González Besada a León y Castillo, 10-6-1905. 285 APP, París, Ba 1982, Prefectura de Policía, 19-7-1905. 286 AGA, Alcalá, 5884, informe, París 26-6-1903. APP, París, Ba 1986, Finot 6-6-1905. 287 APP, París, Ba 1986, Gilles, 30-9-1904. AGA, Alcalá, AE 5883, Sannois, 6-6-1906. 288 AGA, Alcalá, AE 5858, Sannois, París, 28-8-1905. 289 AGA, Alcalá, AE 5858, Sannois, París, 7-6-1905. 290 APP, París, Ba 1319, informe, 25-6-1905. 291 AN, París, BB18 2311, Pressensé, 5-7-1905. 292 AGA, Alcalá, AE 5858, Sannois, 28-8-1905; AE 5858, Sannois, 8-9-1905; AE 5854, León y Castillo, 9-9-1905. Le Temps 7-9-1905. Le Siècle , 9-9-1905. 293 Alcalá, AE 5858, Sannois, 28-8-1905. 294 Ligou, D., 2000, pp. 99-100. L’Action , 25-9 y 3-12-1905.Vallina, P., 2000, p. 96. 295 AN, París, F7 1253, Bonnecarrère, Barcelona 25-9-1905. La Dépêche , 24-9-1905. 296 APP, París, Ba 1319, Gilles, 21-11-1905. 297 AGA, Alcalá, AE 5858, Sannois, 25-11y 26-11-1905. 298 AN, París, F7 1253, Bonnecarrère, 6-7-1905. 299 Gazette des Tribunaux , 28-11 a 2-12-1905 . 300 J. Jaurès, L’Humanité, 1-12-1905. A. Briand, La Lanterne, 3-12-1905. 301 AN, París, BB18 2311, Bulot, 7-12-1905. 302 AGA, Alcalá, AE 5858, Sannois, París, 1-12-1905. 303 Lerroux, A., 1963, pp. 449-451. APP, París, Ba 1319, Gilles, 4-7-1905. 304 FAM, Madrid, 165/13, Gobernador de Barcelona a Ministro de Gobernación, 4-1-1908. Capítulo 7 Contra Alfonso XIII: el atentado de Madrid El atentado de la rue de Rohan no había sido esclarecido. No se había identificado el autor material del mismo y los procesados por su relación con las bombas empleadas fueron absueltos. Sólo un leve indicio, el mensaje que
envió a Malato precisando la fecha en que llegaría a París el rey, apuntaba hacia una posible implicación de Ferrer, por lo que no es extraño que éste ni siquiera fuera llamado a declarar. Exactamente un año después, Alfonso XIII sufrió un atentado en Madrid y esta vez el autor material fue identificado sin lugar a dudas. Se trataba de un estrecho colaborador de Ferrer y éste fue procesado como cómplice. Más tarde las actas del proceso por este regicidio frustrado fueron publicadas en cinco volúmenes, lo que permite reconstruirlo en detalle. Primeras averiguaciones El 31 de mayo de 1906 fue en Madrid un día de fiesta que se transformó en luto. Era el día en que Alfonso XIII contrajo nupcias con Victoria Eugenia de Battenberg, una princesa inglesa, nieta de la reina Victoria. Cuando el cortejo regresaba de la iglesia de los Jerónimos al palacio real, alguien lanzó una bomba, envuelta en un ramo de flores, desde una ventana del cuarto piso de una casa de huéspedes situada en el número 88 de la calle Mayor. Los soberanos salieron ilesos, pero el artefacto causó estragos entre quienes presenciaban el paso de la comitiva. Según las conclusiones del fiscal, murieron quince civiles, incluidas seis mujeres, y ocho militares, y recibieron heridas de diversa consideración 68 civiles y 39 militares, lo que lo convierte en uno de los atentados más sangrientos de la historia de España. En la confusión del primer momento, uno de los inquilinos de la casa la abandonó precipitadamente, pero fue visto por un testigo que lo identificó. Se trataba de la persona que había alquilado la habitación desde la que se lanzó la bomba, era catalán y se llamaba Mateo Morral. Tres días después, en una venta cercana a Alcalá de Henares, su nerviosismo le delató y un guarda, Fructuoso Vega, trató de conducirlo ante las autoridades, pero Morral le mató de un disparo y a continuación se suicidó. ³⁰⁵ A partir de entonces las investigaciones se centraron en el entorno de Morral en Barcelona, donde residía, y en sus contactos en Madrid durante los días que pasó en la capital. En Barcelona no se tardó en averiguar que era amigo de Ferrer, a quien la policía tenía sometido a vigilancia desde unos días atrás. Inicialmente Soledad Villafranca explicó que Ferrer había partido para París el mismo día 31 de mayo, pero dos días después éste optó por presentarse a las autoridades, diciendo que en el último momento había suspendido el viaje. Declaró que conocía a Morral desde hacía un par de años, que últimamente le había encargado que se ocupara de las publicaciones de la Escuela Moderna, que le había recomendado para que se alojara en una casa de huéspedes de la plaza de Cataluña y que el 19 de mayo Morral había partido para un viaje de quince días, sin explicar su destino. ³⁰⁶ El dueño de la casa de huéspedes confirmó que, con el falso nombre de Mateo Roca, Morral había residido allí durante unas semanas, pero sólo hasta el 5 de mayo, fecha en la que había hecho trasladar su equipaje a la Escuela Moderna. No era el primer huesped que Ferrer, quien desde hacía varios meses comía en su restaurante, le había recomendado. A su regreso de un viaje a París, a donde había acudido con motivo del juicio por el atentado de la rue de Rohan, Ferrer le había pedido una habitación para una señorita francesa que iba a pasar una temporada en Barcelona. Se trataba
de una joven de 23 o 24 años, bastante bien parecida sin llegar a ser guapa, que hablaba el francés correctamente pero con un acento raro, porque no era francesa sino rusa, y dijo llamarse Nora Falk. Morral la visitaba y a veces salían juntos, hasta que ella se marchó a Madrid, poco antes de que el propio Morral se instalara en la casa de huéspedes. Al ser interrogado sobre este extremo, Ferrer declaró que no conocía previamente a la joven rusa, que un amigo francés le había pedido que le buscara alojamiento y que no sabía a donde había ido tras dejar Barcelona. La misteriosa joven nunca fue localizada, pero dado el importante papel que cierto número de muchachas rusas jugaban en la lucha terrorista y los probados contactos existentes en París entre revolucionarios rusos y españoles, es difícil evitar la sospecha de que pudiera haber estado implicada en el atentado. La policía de Barcelona creía que a Ferrer se la había recomendado Vallina. ³⁰⁷ No fue difícil comprobar que el equipaje de Morral se encontraba en una habitación recientemente arrendada en el mismo inmueble en que se hallaba la Escuela Moderna. Tras ello, Soledad Villafranca se mostró más dispuesta a hablar de Morral y proporcionó una curiosa información, según la cual éste se había enamorado de ella y cuando ella le rechazó unas semanas antes, le había dicho que se iría a vivir lejos o se mataría. Ello podía representar un intento de presentar el crimen de Morral como el resultado de una estado personal de desesperación, pero lo cierto es que Soledad pudo mostrar tres postales que él le había mandado desde Madrid justo la víspera del atentado, en las que Mateo manifestaba su amor al tiempo que le reprochaba su coquetería. ³⁰⁸ Ante las pruebas que iban apareciendo de su estrecha relación con Morral, Ferrer fue detenido el 4 de junio. El registro de la espaciosa casa que compartía con Soledad en el paseo del Monte 56, en Gracia, no produjo ningún resultado y en el Mas Germinal poco fue lo que se encontró, aparte de las cartas ya citadas en las que Ferrer explicaba a Léopoldine el propósito de formar revolucionarios que tenía la Escuela Moderna. Más interesante resultó comprobar que Ferrer y Morral habían alquilado una caja fuerte en el Credit Lyonnais, a la que Ferrer había accedido por última vez el 30 de mayo. Ferrer explicó que Morral trabajaba sin remuneración en la editorial de la Escuela Moderna desde enero de ese año y que le había dado acceso a la caja fuerte para que pudiera abrirla cuando él se encontraba ausente. Cuando se abrió la caja fuerte, no apareció ninguna prueba que incriminara a Ferrer. ³⁰⁹ En cuanto al propio Mateo Morral, la policía de Barcelona no había fijado anteriormente su atención en él, porque no acudía a los mítines anarquistas, pero no le fue difícil averiguar algunos datos. Era hijo de un industrial de Sabadell, Martín Morral Badía, quien declaró que unos meses atrás Mateo había decidido abandonar la casa familiar y liquidado su participación en la empresa de su padre, por la que éste le entregó 10.000 pesetas. Un pequeño industrial de Sabadell, vinculado a la empresa de Martín Morral, declaró que Mateo había estado dos años estudiando en Leipzig y que posteriormente, hacia 1901, le había invitado a un viaje en el que recorrieron varias ciudades alemanas y belgas, Londres y París. El declarante se cuidó de mostrarse completamente ajeno a los contactos que Mateo había efectuado durante aquel viaje, pero no ocultó que le parecieron
sospechosos y que en Londres Mateo asistió a una reunión en casa del famoso anarquista Malatesta. ³¹⁰ Se supo también que, unos meses antes del atentado, Morral había sido procesado por la publicación de un folleto del ex ministro republicano Nicolás Estévanez, Pensamientos revolucionarios . Por este motivo fue también procesado a finales de junio Ferrer, quien sostuvo que el editor había sido exclusivamente Morral, pero no pudo explicar satisfactoriamente por qué le había enviado a Estévanez un cheque de 600 pesetas, si no era como pago del manuscrito. El propio Estévanez había estado de incógnito en Barcelona en vísperas del atentado, exactamente desde el 16 hasta el 22 de mayo, fecha en que se embarcó rumbo a La Habana. Lerroux declaró que él mismo había realizado previamente una gestión con el gobernador civil de Barcelona para saber si la publicación de Pensamientos revolucionarios podía ocasionar a Estévanez algún inconveniente durante su visita y reconoció haberse reunido varias veces con éste y con Ferrer en aquellos días. Tras esta declaración, Ferrer se vio forzado a reconocer estos encuentros entre los tres, pero en cambio negó haberse encontrado con Estévanez acompañado por Morral, algo que habría resultado bastante más sospechoso. Fue sólo muchos años después cuando el propio Lerroux, como veremos, afirmó que hubo un encuentro entre los cuatro. ³¹¹ Afortunadamente para Ferrer, los datos que la embajada de España en París tenía sobre sus contactos en la capital francesa no fueron mencionados en el proceso, porque el embajador no consideraba que, dada la índole de sus fuentes, pudieran ser utilizados como prueba en un tribunal y porque no quería comprometer a las autoridades francesas que le habían suministrado informes. Pero ciertos indicios potencialmente peligrosos para él aparecieron en las investigaciones realizadas en Madrid. Allí muy pronto se averiguó que tras el atentado Morral había acudido a la redacción de El Motín en busca de ayuda. El Motín era un semanario satírico, republicano y anticlerical, especializado en los ataques a los supuestos vicios de los clérigos, que José Nakens había fundado en 1881. Partidario siempre de la insurrección revolucionaria como única vía que pudiera conducir a la República, Nakens había sido durante muchos años un entusiasta seguidor de Ruiz Zorrilla. Más tarde había sido uno de los principales promotores de la unidad republicana en torno a Nicolás Salmerón, pero en 1905 había roto con éste, debido a que el ex presidente de la República se mostraba claramente remiso a embarcarse en aventuras revolucionarias. Contrario al terrorismo indiscriminado, había condenado con dureza los atentados del Liceo y de Cambios Nuevos, pero no había denunciado a Angiolillo cuando éste le comentó que se disponía a matar a Cánovas, porque consideraba deshonrosa la delación, como ya hemos visto. Fue a él a quien acudió Morral. ³¹² En su declaración, Nakens explicó que aquel joven desconocido le pidió su palabra de que no revelaría lo que iba a decirle y tras ello confesó que era el autor del atentado y que había leído la explicación que él había escrito de por qué no delató a Angiolillo. Nakens no le delató, pero tampoco se comportó como un conspirador profesional. Se lo llevó con él a la calle, se sentaron a tomar unas cervezas con tres conocidos suyos, les explicó que el joven era un periodista de provincias perseguido al que había que buscar
refugio y partieron en comitiva a buscarlo. Se lo pidieron a un viejo zapatero anarquista, quien se negó y fue luego el primero en confesar lo ocurrido al ser interrogado por la policía, y luego al sargento Bernardo Mata, que había estado implicado en la sublevación republicana de 1886 y será quien albergará a Morral por una noche. Como resultado Nakens, sus tres acompañantes, el sargento y su mujer fueron procesados por regicidio frustrado, al igual que Ferrer. ³¹³ Del caso se encargó desde el primer momento el juez Manuel del Valle y el 12 de junio, una vez levantada la incomunicación de los detenidos, Ferrer designó como abogado defensor a Francisco Pi y Arsuaga, hijo del ex presidente republicano Pi y Margall. ³¹⁴ . Las declaraciones de Nakens estaban resultando muy peligrosas para él. Declaró que conocía a Ferrer desde hacía años y que unos meses antes le había pedido ayuda para poder seguir adelante con la publicación de El Motín , encontrándose con una negativa, pero que, a finales de mayo, recibió la siguiente carta, que conservaba junto al talón que la acompañaba: “Barcelona, 26 de mayo de 1906. Mi querido amigo. Por fin he obtenido un crédito que me permitirá concluir la biblioteca de la Escuela y también ayudarle a usted en algo, ya que no en todo, lo que me había solicitado. Le adjunto un talón de 1.000 pesetas que cualquier banquero le abonará pasados los días requeridos para hacer su cobro en ésta. No destinaremos esas 1.000 pesetas a la compra de libros propuesta por usted, sino, si usted quiere, al pago de dos manuscritos que me hagan dos tomitos de 160 o 200 páginas como los de nuestra biblioteca, original que no me corre prisa recibir, si usted tiene algo más importante que hacer. (…) Podría parecer extraño que yo encargase a un enemigo de los anarquistas dos manuscritos para figurar en mi biblioteca, cuyo fundamento es, se lo confieso, hacer anarquistas convencidos; pero, dejando aparte la enemiga que usted los tiene, sabe escribir cosas que todos ellos firmarían. De esas cosas creo yo puede usted hacerme dos tomitos. Dispénseme y no olvide le quiere de veras su afcmo. F. Ferrer.” ³¹⁵ Según Nakens, esta carta le inquietó, pues temió que se tratara de una maniobra para implicarle en un proyecto anarquista. Así es que se excusó diciendo que su estilo no era apropiado para lecturas infantiles y que tampoco le parecía apropiado reunir en dos tomos material ya publicado, pero no le devolvió de momento el talón, argumentando que no era muy ducho en operaciones bancarias y no sabía como debía hacerlo. La respuesta de Ferrer llegó en una carta, fechada el mismo día del atentado, que Nakens recibió después de que se hubiera cometido. Decía así: “31 de mayo de 1906. Mi querido amigo: Basta de embustes; deseo ayudarle a usted en su campaña revolucionaria. ¿No hay libros para imprimir? No los imprimamos y punto concluido. (…) Hágame el favor de hacer cobrar aquel talón y continúe usted en su labor. (...) ¿Me permite usted que le diga algo de lo que pienso? Ahí va; si deseamos una revolución y si queremos que alguien ha de
personificarla, ese alguien es Lerroux. Hoy él es quien está en lo cierto, quien quiere hacer y quien hallará otros que le sigan: militares, paisanos. ¿Me equivoco? ¿Habrá que desandar luego lo andado? No importa, volveremos a empezar. Naturalmente, no estoy conforme con Lerroux en muchas cosas, pero sí considero que es él el más significado hoy, a él me dirijo y con él me abrazo, Dispense a su afectísimo. F. Ferrer.” ³¹⁶ Nakens declaró que no había ayudado a Morral por relacionar la propuesta de Ferrer con la llegada de aquel desconocido a su despacho, sino porque consideraba indigna la delación, pero la coincidencia del envió del talón con el viaje de Morral a Madrid resultaba muy sospechosa. Ferrer argumentó que le había enviado 1.000 pesetas para contribuir a que El Motín siguiera adelante, porque estaba de acuerdo con las ideas que difundía e insistió en que no sabía nada de los planes de Morral, pero en una declaración posterior Nakens dijo algo que podía resultar muy comprometedor para el director de la Escuela Nueva. Según él, cuando le hubo encontrado un refugio, Morral le comentó: “¡qué bien le conoce a usted Ferrer!”. Éste apuntó por su parte la posibilidad de que Morral hubiera concebido la idea de que Nakens pudiera protegerle por haber visto la carta en que éste le pedía a él ayuda económica. ³¹⁷ Que Ferrer estaba dispuesto a prestar ayuda económica a publicaciones revolucionarias está fuera de duda, la cuestión es si esa ayuda implicaba un compromiso para apoyar empresas que no tendrían como arma la pluma sino la bomba. Un caso interesante fue el de la hoja anarquista El Rebelde que en 1904 publicaban en Madrid Antonio Apolo y Julio Camba −quien luego se haría famoso como periodista y escritor− . Ambos fueron llamados a declarar por el juez Valle e hicieron constar que por entonces les había visitado Morral y les había ofrecido ayuda económica en nombre de Ferrer, que ellos aceptaron. Recibieron un paquete de libros de la Escuela Moderna para que los colocaran en Madrid y una cantidad de dinero en concepto de anticipo. Según Apolo, en aquellos mismos días se presentó en su casa un cierto Ceferino Gil con unos cartuchos de dinamita que pretendía usar en un atentado contra Maura, lo que le costó al propio Apolo un proceso del que fue absuelto. Sería excesivo concluir que hubo una relación entre ambas cosas pero, al igual que en el caso del cheque recibido por Nakens, la coincidencia resultaba un poco sospechosa. Por otra parte, las declaraciones de Apolo y Camba demostraban que existía ya una estrecha colaboración revolucionaria entre Ferrer y Morral ya en 1904, es decir antes del atentado de la rue de Rohan. ³¹⁸ A Ferrer le preocupaba también lo que pudiera declarar su todavía legalmente esposa Teresa Sanmartí, que por entonces se encontraba en Madrid. A su amigo Malato le escribió que el fiscal estaría encantado con las infamias que contaría aquella cabeza loca, como había hecho años antes en París. Ella sin embargo se abstuvo de declarar, apoyándose en que la Ley de Enjuiciamiento criminal le permitía no hacerlo, y explicó que no quería que cualquier manifestación suya contra su marido pudiera ser atribuida a resentimiento. ³¹⁹
El 18 de agosto de 1906 el juez Manuel del Valle declaró cerrado el sumario. Para entonces hacia tiempo que el comisario francés Bonnecarrère, destacado en Barcelona, tenía claras dos cosas: que el atentado de Madrid estaba relacionado con el de París y que el gobierno del Partido Liberal (que hasta el 6 de julio presidió el general José López Domínguez y a partir de esa fecha Segismundo Moret) no tenía la voluntad de llegar al fondo del asunto. En su opinión, Morral era la persona que había enviado desde España las famosas piñas empleadas en la rue de Rohan e incluso era posible que hubiera sido él quien asumiera la identidad de Farrás y cometiera el atentado. Creía también en la implicación de Ferrer, a quien consideraba uno de los anarquistas más violentos, a pesar de su apariencia modesta y reserrvada y sus modales suaves, así como del comité de acción de Barcelona y quizá del grupo de Vallina en Londres. Le resultaba también muy sospechoso el viaje de Estévanez a Barcelona, donde se había reunido con republicanos como Lerroux y con anarquistas como Ferrer y, probablemente, Morral. Sin embargo, estaba convencido de que la investigación no iría más allá de los cómplices inmediatos, porque el gobierno español no tenía ni el valor ni la autoridad necesarias para depurar todas las responsabilidades. ³²⁰ En sus conclusiones, fechadas a 29 de septiembre, el fiscal Becerra del Toro sostuvo que Morral había informado a Ferrer de su proyecto de regicidio y que si bien éste no había tomado parte directa en la ejecución del atentado, había coadyuvado a la misma física y moralmente mediante el apoyo a Morral, cuyas ideas anarquistas compartía. Pidió por ello para él la pena de dieciseis años, cinco meses y diez días de prisión, mientras que para Nakens y los otros cinco procesados solicitó la de nueva años como encubridores. ³²¹ Ferrer en prisión Ferrer pasó algo más de un año preso en la Cárcel Modelo de Madrid. Durante ese período escribió bastantes cartas a sus amigos, algunas de las cuales, las dirigidas a Charles Malato y Luigi Fabbri, se han conservado y nos permiten reconstruir en parte sus preocupaciones durante aquellos difíciles meses. En ellas se muestra inquieto por el futuro de la Escuela Moderna, dispuesto a enfrentarse a la persecución por parte de los jesuitas de la que se siente víctima y esperanzado por la ayuda que para su causa podía representar la campaña en su favor que tenía lugar en Francia y otros países, campaña a la que él mismo contribuía con los datos que suministraba a sus corresponsales. Le preocupaba la elevada cifra que se le había exigido que depositara en previsión de las costas del proceso, algo que consideraba una maniobra promovida por los jesuitas de Barcelona y destinada a evitar que pudiera reabrir la Escuela Moderna, que había sido clausurada a raíz de su procesamiento. Temía también que el gobierno español consiguiera del francés el embargo de su casa de París. De hecho las víctimas del atentado, sabiéndole rico, se habían constituido en parte civil para obtener una indemnización. Inicialmente se le había pedido una fianza de 100.000 pesetas en metálico, pero después esta se amplió a 250.000 y no habiéndola hecho efectiva Ferrer, se acordó el embargo de sus valores, es decir fundamentalmente las mil acciones de Fomento de Obras y Construcciones
que tenía pignoradas en la sucursal del Banco de España en Barcelona, en garantía de deos créditos de 150.000 pesetas cada uno que había obtenido en octubre de 1905 y mayo de 1906. No contento con esto y a pesar de que el valor de tales acciones bastaba para cubrir la fianza, el fiscal, basándose en que se trataba de valores mobiliarios sujetos a fluctuaciones, requirió el embargo del inmueble que Ferrer poseía en París, pero los exhortos enviados a tal fin a las autoridades francesas fueron devueltos por éstas, así es que finalmente optó por el embargo del Mas Germinal. “El propósito del jesuitismo −escribía a Fabbri− es obtener una condena cualquiera y hacerme pagar todos los gastos del proceso para quedarse con mi dinero e impedir de esta manera la vida de la Escuela Moderna”. ³²² De hecho, la solicitud de reapertura de la escuela, presentada por Soledad Villafranca, fue denegada por Real Orden en agosto de 1906, basándose en que algunos de los libros que en ella se utilizaban en ella contenían principios peligrosos para la moral y en que los cantos que se enseñaban a los niños contenían gravísimos ataques a la patria, el ejército y la religión. Un informe acerca de los libros de la Escuela Moderna que se conserva en el archivo de Antonio Maura proporciona una imagen muy clara de qué tipo de afirmaciones eran consideradas peligrosas para la moral: se trataba de las referentes a los antepasados animales del hombre, a la inexistencia de Dios y de la vida eterna, los ataques a los tribunales de justicia − “vampiros sedientos de sangre de los míseros” −, al ejército, a la idea de patria –“una ficción no sólo absurda sino peligrosa” −, al derecho de propiedad y a los gobiernos. Sn embargo la legalidad de la negativa a que se reabriera la escuela era dudosa, debido al estado caótico de la legislación educativa española. No se podía sostener que siguieran en vigor las previsiones de la última Ley de Educación, la de 1857, pues algunas de sus disposiciones, como la que atribuía a los obispos la facultad de “velar sobre la pureza de la doctrina de la fe y de las costumbres, y sobre la educación religiosa de la juventud”, eran incompatibles con la Constitución de 1876 y a partir de entonces se habían multiplicado los reales decretos y reales órdenes. El último era el Real Decreto de julio de 1902, dictado por el gobierno liberal del conde de Romanones, que tan sólo exigía a las escuelas privadas la higiene de sus instalaciones y la “moralidad del fundador, director y profesores”, sin aludir para nada a los contenidos de la enseñanza. ³²³ Ferrer lo interpretaba todo en clave de conspiración jesuítica. Según él, los jesuitas dominaban a la familia real, sobre todo a la reina madre, y se habían hecho con el control de la justicia, el ejército y las demás ramas de la administración, lo que hacía muy difícil la campaña que en España algunos intentaban hacer en su favor. Lerroux no se dejaba amedrentar y su periódico El Progreso publicaba todo lo que en favor de él se le enviaba, pero otros periódicos republicanos renunciaban a la campaña debido a presiones de personajes influyentes. Creía que el instrumento de que se valían contra él la reina madre y los jesuitas era el fiscal Becerra del Toro que pidió inicialmente para él la pena de muerte, aunque luego el ministro de Gracia y Justicia, el conde de Romanones, le había hecho reducir la petición a dieciséis años de prisión. El régimen carcelario de aquellos para quienes se pedía la pena de muerte implicaba una vigilancia constante, incluso de noche, y él se quejaba de que le era difícil dormir con una lámpara encendida sobre su cabeza y un guardia vigilándole a través de la
apertura de la puerta. Tal crueldad le pareció propia de la Inquisición y por tanto una prueba de que los jesuitas controlaban también la cárcel de Madrid. En noviembre tuvo sin embargo una doble satisfacción. En primer lugar, el gobierno francés había rechazado los exhortos que el fiscal Becerra del Toro había enviado para el embargo de su casa de París. Y en segundo lugar, el nuevo director de la Cárcel Modelo nombrado por Romanones, el prestigioso sociólogo y criminólogo Rafael Salillas, hizo que le retiraran la luz y la vigilancia nocturna, que en realidad no tenían razón de ser, porque la petición de pena de muerte se había retirado, aunque Ferrer temía que el fiscal volviera a pedirla en el juicio. ³²⁴ Salillas se interesó por el insólito preso y más adelante publicó un artículo sobre la estancia de Ferrer en la Cárcel Modelo. Le llamó la atención sobre todo su marcado anticlericalismo. Examinó cuidadosamente los 68 pensamientos que había escrito en las paredes de su celda y observó que 56 de ellos tenían un contenido anticlerical. Notó además que se esforzaba en mostrar su rechazo a los símbolos religiosos. En una ocasión Ferrer, que se encontraba apoyado en la barandilla del corredor, oyó una campanilla y al ver que se trataba de un sacerdote que se acercaba con el viático, entró rápidamente en su celda para coger la gorra y volvió a salir con la cabeza cubierta. ³²⁵ Para Ferrer, su proceso representaba una batalla contra el jesuitismo y el fanatismo religioso y se sentía incluso satisfecho ante la perspectiva de que la persecución que estaba sufriendo redundara en beneficio del progreso, como le explicó a Fabbri: “Esté usted tranquilo sobre mi estado físico y moral. Gozo de una salud inmejorable y tengo ánimo para vender a una docena de personas. Nada me asusta, nada me hace miedo. Seguro de mi inocencia no he sufrido ni un segundo de abatimiento. Al contrario, doy cada instante millones de gracias a los jesuitas porque, con mi prisión y sus iniquidades, laboran ardientemente por la Escuela Moderna y, en consecuencia, por la enseñanza racionalista mundial. ¡El porvenir es nuestro, amigo querido!” ³²⁶ Al margen de que fuera o no del todo inocente respecto a la matanza cometida por su colaborador Morral, tema sobre el que volveremos luego, Ferrer tenía sin duda una envidiable presencia de ánimo frente a la adversidad. Debía confiar en que no había pruebas sólidas contra él, sólo indicios, pero no podía estar seguro del resultado del juicio. En otra carta a Fabbri explicó que su suerte dependía de tres jueces y si dos votaban en su contra debido a sus prejuicios, sería condenado. Así es que confiaba sobre todo en la presión exterior −es decir en la campaña que en su favor se desarrollaba fuera de España−. Le preocupaba menos quien fuera el abogado que le defendiera, aunque parecía que pocas figuras destacadas estaban dispuestas a hacerlo. Su primer abogado, Francisco Pi y Arsuaga, renunció a la defensa con motivo de una curiosa gestión del anarquista Federico Urales, quien propuso que le defendiera nada menos que el líder conservador Antonio Maura. Este no aceptó, por el contrario se convirtió a los pocos días en jefe del gobierno español, y otros destacados monárquicos
rechazaron también la defensa de quien era acusado de regicidio frustrado. A Malato la intervención de Urales le parecía disparatada, porque creía que el defensor debía ser un hombre de izquierdas, pero Urales le argumentó que la defensa no debía tomar en cuenta las ideas de Ferrer sino basarse en que era una víctima del clericalismo. Lerroux y Nakens coincidían con Urales en que recurrir a un abogado monárquico era un buen modo de mostrar ante la opinión la inocencia de Ferrer, mientras que este último prefirió quedarse al margen de la cuestión. Nunca le había gustado Pi y Arsuaga como defensor, pero tampoco le complacía la idea de que le defendiera un monárquico, ni tampoco un republicano moderado como el ex presidente Nicolás Salmerón, a quien también se le propuso la defensa, pero que la rechazó, argumentando que si no le defendía un abogado monárquico sería condenado. Tampoco aceptaron la defensa dos prominentes monárquicos liberales, Canalejas y García Prieto, el segundo de los cuales no le habría parecido mal a Ferrer, quien por otra parte creía que para demostrar que él no conocía las intenciones de Morral cualquier abogado valía y que de lo que se trataba era de utilizar el proceso para hacer propaganda de la enseñanza racionalista y de la libertad de expresión. Por otra parte, a pesar de las presiones Lerroux y otras personas, Pi y Arsuaga se negó a retomar su defensa. Así es que al final no tuvo un abogado prestigioso, sino que le defendió un joven colaborador de Lerroux, Emiliano Iglesias, que en opinión del propio Ferrer estaba lleno de convicción y de ardor. ³²⁷ Poco después, el nuevo gobierno de Maura convocó unas elecciones en las que Lerroux, quien en opinión de Ferrer representaba los principios revolucionarios, se enfrentó a una coalición de los catalanistas y los republicanos de Salmerón, que se denominó Solidaridad Catalana. En esas circunstancias a Ferrer le solicitaron que se presentara como candidato por Barcelona, pero rechazó la oferta, argumentando que estaba en contra de la política electoral. Es más, se alegró de que Lerroux fuera derrotado, porque pensaba que una victoria electoral sólo servía para adormecer al pueblo. Como decía a todos los republicanos que lo visitaban en la cárcel, el camino de la salvación no pasaba por el parlamento. ³²⁸ La campaña internacional Para la opinión conservadora Ferrer, en tanto que instigador del atentado, resultaba aun más culpable que Morral, el autor material. La Vanguardia de Barcelona, por ejemplo, argumentó que los anarquistas que cometían atentados recibían el castigo debido, mientras que no ocurría lo mismo con los anarquistas intelectuales, que en el fondo eran “los únicos y verdaders culpables”, porque con su propaganda sugestionaban los cerebros enfermos de quienes empleaban la dinamita. ³²⁹ Desde la extrema izquierda, en cambio, el proceso de Ferrer podía ser visto como una gran oportunidad propagandística. Los casos de Montjuich, la Mano Negra y Alcalá del Valle habían mostrado que una campaña internacional de denuncia de la represión podía tener consecuencias para la imagen de España a las que el gobierno de Madrid era sensible. Ahora que Ferrer, amigo de los organizadores de las anteriores campañas, se enfrentaba a la posibilidad de una dura condena, los motivos para
movilizarse a su favor eran muy grandes, tanto más en la medida en que se le podía presentar como un defensor de la enseñanza libre perseguido por la intolerancia clerical, un tema susceptible de despertar interés en círculos mucho más amplios que los anarquistas. En vísperas del proceso, apareció en España el número único de una publicación titulada Pro Ferrer , en la que figuraban artículos en su favor de políticos e intelectuales españoles −como el diputado Luis Morote−, franceses −como los diputados Naquet y Allemane−, belgas −como el diputado Furnémont−, británicos −como el diputado Bottomley y el librepensador Heaford− e italianos −como el profesor Colajanni−. Recogía también las adhesiones de numerosas organizaciones republicanas y obreras de varias localidades españolas, de varios grupos de librepensadores de distintos países, encabezados por la Federación Internacional del Librepensamiento, y de dos logias masónicas, Le Lien des Peuples et les Bienfateurs Reunis de París y la Babeuf et Condorcet de Saint-Quentin. Y por último mencionaba todos los periódicos que habían apoyado a Ferrer, que eran seis de Madrid, seis de Barcelona, diecinueve de otras localidades españolas, diez de Francia, dos de Bélgica, dos de Gran Bretaña, cinco de Italia y dos de Portugal. La lista podía parecer impresionante, pero no lo era tanto. Los periódicos españoles, en concreto, eran en buena parte hojas locales de escasa tirada y publicación irregular. Por convicción o por miedo, buena parte de la prensa republicana española no apoyó decididamente a Ferrer, algo de lo que éste se lamentó, como hemos visto. Quien realmente le respaldó fue Lerroux, para el cual, según su biógrafo Álvarez Junco, aquella campaña representó una buena baza en un momento en que había perdido el control de La Publicidad , su órgano oficioso durante cinco años, y había de hacer frente al auge del catalanismo. Un mes después del atentado pudo lanzar en Barcelona un diario, El Progreso , y un semanario, Los Descamisados , en septiembre de 1906 contaba con otro semanario, La Rebeldía , que según Sannois tenía como objetivo único la defensa de Ferrer, y en la primavera de 1907 inició la publicación en Madrid del diario El Intransigente. En opinión de Bonnecarrère, la campaña en favor de Ferrer lanzada por El Progreso demostraba las afinidades de Lerroux con los anarquistas, subrayadas por la colaboración en el nuevo periódico de Tarrida del Mármol, que ya había colaborado en La Huelga General de Ferrer. ³³⁰ El tono de la campaña quedó marcado por el primer número de El Progreso en que Lerroux abordó el asunto. Denunció en él que tras el atentado habían sido encarcelados inocentes y afirmó que uno de ellos era Ferrer, en cuya amistad él se honraba desde hacía muchos años. La Escuela Moderna había sido la institución que más vigorosamente había planteado en Barcelona un sistema racional de enseñanza primaria y tal vez por ello las comunidades religiosas, que con su enseñanza embrutecían y envilecían al pueblo, habían aprovechado la prisión de Ferrer para provocar su cierre. Según Lerroux el objetivo clerical era amedrentar a los partidarios de la enseñanza racional y la infamia que pretendían hacer con Ferrer era utilizar el proceso para arruinarle e impedir así su labor pedagógica. La maniobra trataba de aprovechar que Ferrer había empleado su fortuna líquida, los 200.000 francos obtenidos al hipotecar una finca urbana que le había sido legada para apoyar la enseñanza racionalista, en la compra de acciones de una
empresa radicada en Barcelona y a su vez había pignorado esas acciones en el Banco de España para comprar otras con los préstamos obtenidos, hasta juntar un total de mil acciones, por un valor de un millón de pesetas. Con lo cual se encontraba con que, al haberle sido embargados los bienes, no estaba en condiciones de hacer frente a los pagos derivados de los préstamos. Al parecer, Lerroux estaba bastante preocupado por el dinero de su amigo. ³³¹ Unas semanas después, Lerroux se quejó de que, al igual que había ocurrido en la campaña por los presos de Montjuich, se encontraba solo al comenzar esta nueva campaña, a la que únicamente se habían sumado periódicos extranjeros, debido a que Ferrer era más conocido en otros países que en España. No por ello se desanimó el líder republicano. De agosto a diciembre de 1906 El Progreso publicó una media de unos diez artículos mensuales en los que, bajo el título de “La verdad en marcha”, se apoyaba a Ferrer con escritos del propio Lerroux y otros autores, noticias de actos celebrados en España o, más comúnmente, fuera de ella, y recortes de prensa extranjera. Un paso importante se dio en noviembre, cuando a requerimiento de un español residente en Nantes, el doctor Sánchez Silvera, destacadas figuras del republicanismo español suscribieron un llamamiento en favor de Ferrer dirigido a la liga francesa de los derechos del hombre. Algunos de los firmantes, entre los que se encontraban Lerroux, Vicente Blasco Ibáñez, Emilio Junoy, Rodrigo Soriano y Luis Morote, estaban muy enfrentados entre sí, por lo que Ferrer observó complacido que todos los republicanos lo apoyaban, lo mismo que los anarquistas, quedando sólo al margen de la campaña los socialistas de Pablo Iglesias, que siempre se habían mostrado indiferentes hacia la cuestión religiosa. ³³² Esta campaña a favor de Ferrer que se había iniciado en España irritó a su ex esposa Teresa Sanmartí, debido a los ataques contra ella que aparecían en los periódicos que la promovían. Escribió por ello a su antiguo amigo de París, el republicano catalán Arturo Vinardell, quien transmitió sus quejas y amenazas a Malato. Según un informador de la policía parisina, Teresa estaba dispuesta a pedir al juez que la interrogara de nuevo y decía que en ese caso Ferrer no saldría nunca de la cárcel. Estaba además convencida de que sus dos hijas mayores se dedicaban a la prostitución y había pedido a Vinardell que hablara con ellas para que abandonaran ese oficio innoble que les había enseñado su padre ( sic ). El propio Vinardell consideraba que la campaña terminaría siendo contraproducente, porque abriría los ojos de la justicia respecto al papel de Ferrer en los atentados de París y Madrid. Según un informe de la policía francesa, Vinardell detestaba personalmente a Ferrer por la simple razón de que había sido amante de Teresa, con la que seguía en contacto epistolar, pero al margen de ello creía sinceramente en su complicidad en los dos atentados contra Alfonso XIII. Finalmente las acusaciones con las que Teresa pretendía demostrar lo abyecto que había sido y era su marido, incluso en su vida privada, no salieron a la luz. ³³³ Por su parte, la opinión conservadora se movilizó no sólo en contra de Ferrer, sino de la enseñanza laica en su conjunto. El diputado César Silió presentó en diciembre de 1906 una proposición para que el Congreso declarara ilegal la “propaganda anarquista” que se hacía en las “escuelas laicas de Barcelona”, porque según él era en ellas donde había que buscar el
origen de los terribles atentados que se venían sucediendo desde hacía años, el del Liceo, el de Cambios Nuevos, el de la calle Mayor. Basándose en citas de publicaciones de la Escuela Moderna, argumentó que tales escuelas eran contrarias a Dios, a la patria, a la autoridad, a la familia, a la propiedad y al ejército. El ministro liberal Amalio Gimeno replicó que en España existían miles de escuelas privadas y que el gobierno no contaba con medios para inspeccionarlas eficazmente, y en cuanto a la propia Escuela Moderna explicó que Soledad Villafranca había cumplido todos los trámites burocráticos necesarios para su reapertura. Por su parte, los diputados Lerroux y Pi y Arsuaga defendieron la enseñanza laica. ³³⁴ Pero lo cierto es que la reapertura de la Escuela Moderna no se autorizó. El nuevo gobierno conservador que Antonio Maura formó en enero de 1907 la concebía como un peligroso foco de propaganda laicista, tal como se explicaba en un informe sobre el anarquismo que desde Barcelona remitió en marzo el nuevo gobernador civil Ángel Ossorio y Gallardo, en el que se leía lo siguiente: “Respecto a la Escuela Moderna, también se ha prevenido la vigilancia de los que a ella concurrían y daban conferencias. Continúa, a pesar de su clausura, facilitándose a todas las escuelas laicas el material y los libros publicados por aquella, siendo Soledad Villafranca (amante de Ferrer) y Mariano Batllori (cuñado de Ferrer) quienes sirven los pedidos de dichas publicaciones (…) Dicha Escuela Moderna dirige el movimiento racionalista y Soledad Villafranca, ejecutora fiel de los designios de Ferrer, es la encargada de inspeccionar las escuelas laicas del término de Barcelona, establecidas en Sans, Hostafranch, Gracia, Olot, Badalona y San Martín de Provensals por las Juntas locales republicanas, que subvencionan aquellas y obtienen también subvenciones del Ayuntamiento de Barcelona. En telegrama de 14 del actual, se previno al Gobernador acerca de la escuela que dirige Carlos Zimerman en Sans. Otra escuela de párvulos de Gracia está a cargo de Ángeles Villafranca, hermana de Soledad. Tanto esta como Batllori están en relación con las Juntas republicanas de algunos pueblos de Gerona, Valencia y Bilbao, con Mahón, Madrid y Coruña, y designan profeso es laicos para las escuelas racionalistas, enviándoles todo el material de enseñanza.” ³³⁵ El epicentro de la campaña internacional a favor de Ferrer estuvo en Francia, donde la aprobación de la ley de separación de la Iglesia y el Estado de diciembre de 1905 había provocado un clima de fuerte enfrentamiento entre católicos y anticlericales, y más concretamente en París. El periódico que más la promovió fue L’Action , en la que colaboraba Charles Malato, absuelto poco antes en el juicio por el atentado contra Alfonso XIII en París. La policía francesa temía que el asunto Ferrer sirviera como pretexto para una campaña contra la monarquía española, que se desarrollaría en los dos países citados y en la propia Francia, donde participarían socialistas y anarquistas, actuando como coordinador Malato, que estaba en contacto con Lerroux y Urales, quienes dirigían la campaña en España. ³³⁶ Los actos públicos en favor de Ferrer comenzaron en París en diciembre, cuando se pensaba que la fecha del juicio estaba ya cerca. El día 4 Malato
habló ante 350 personas en la universidad popular de la rue Faubourg St. Antoine, en defensa de Ferrer y los otros seis acusados, explicando que se proponían realizar una campaña de prensa y de mítines, con la esperanza de influir en los jueces españoles. A comienzos de enero la Liga de los Derechos del Hombre publicó un llamamiento, que fue pegado en las paredes de París, en el que el caso de Ferrer se comparaba con el de Dreyfus y se afirmaba que “la justicia de los jesuitas y de los consejos de guerra iba a hacer una nueva víctima”. Y el día 5 tuvo lugar el primer gran mitin de la campaña, organizado por la Liga de los Derechos del Hombre en la sede del Gran Oriente de Francia, al que asistieron 1.200 personas según la policía y 2.000 según L’Action . En ausencia de Pressensé, el presidente de la Liga, que se hallaba enfermo, la intervención principal corrió a cargo de Victor Basch, que según el informador de la policía hizo un discurso de una longitud exasperante. Tras él hablaron los diputados belgas Georges Lorand, que lo hizo en nombre de la Liga de los Derechos del Hombre de su país, y Léon Furnémont, secretario de la Federación Internacional del Libre Pensamiento. Por último intervino el doctor Sánchez Silvera, que leyó el llamamiento dirigido a la Liga por veinte diputados y un centenar de militantes republicanos españoles, incluidas dos mujeres, las únicas, observó L’Action , que se habían atrevido a firmarlo en la muy clerical España. Estaban presentes Lerroux, Ricardo Fuentes, director de El País , y Félix Azzati, director de El Pueblo de Valencia, cuyo viaje había pagado Ferrer de su bolsillo, según un informador de la policía francesa, mientras que Anatole France envió una carta de adhesión. ³³⁷ Ferrer quedó muy satisfecho del eco que tuvo en España este mitin en el Gran Oriente de Francia y felicitó a Malato por ello. Menos satisfecho le tenía la actitud de la masonería española, a pesar de que el gran maestre Morayta suscribió en diciembre el llamamiento republicano en su favor. Según afirmaría más adelante Malato, Morayta había recomendado a la masonería italiana que no se sumara a la campaña. Esta afirmación de Malato ha sido sin embargo desmentida por el gran estudioso de la masonería española, José Antonio Ferrer Benimeli, quien ha explicado que Morayta no quiso implicar públicamente al Gran Oriente Español en la defensa de Ferrer, por estimar que resultaría contraproducente, pero había manifestado al Gran Oriente de Francia su disposición a hacer todo lo que fuera humanamente posible en favor del “hermano Ferrer”. La otra obediencia masónica española, la Gran Logia Regional Catalano-Balear, a la que en tiempos había pertenecido Ferrer, sí que le manifestó públicamente su apoyo, mediante un comunicado que apareció en febrero de 1907 en su boletín oficial. Por otro lado, en aquellos meses se produjo en España una fuerte campaña antimasónica, basada en que no sólo Ferrer, sino también Mateo Morral, eran masones. El segundo era miembro de la logia Constancia de Barcelona, una logia independiente que no formaba parte de ninguna de las dos obediencias masónicas españolas. Ferrer, por su parte, no volvería a asistir a su logia parisina después de su liberación. ³³⁸ Según un informador de la policía francesa, la campaña en favor de Ferrer la llevaban, públicamente, la Liga de los Derechos del Hombre y, secretamente, Malato y los republicanos españoles. Ferrer era rico y tenía amigos ricos y entre todos habían dado una suma importante a la Liga y tomado a su cargo los gastos de Malato y de varios refugiados españoles
influyentes en los medios anarquistas internacionales. Por exigencia de Pressensé, se había acordado que Ferrer no fuera presentado como anarquista y, aunque Malato argüía que lo importante era salvar a Ferrer, otros anarquistas como Matha y Delesalle estaban descontentos del acuerdo y los que asistieron al mitin del Gran Oriente estaban furiosos, por la ausencia de anarquistas entre los oradores. Así es que Malato se vio obligado a responder públicamente a estas críticas. Explicó que se trataba de salvar de la muerte o del presidio a algunos camaradas revolucionarios y que para ello convenía contar con personas y organizaciones que no eran revolucionarias e incluso dejarles que ocuparan el primer plano. La campaña se había hecho en nombre de Ferrer porque era el único para el que se había pedido la pena de muerte y porque habría resultado confuso para la opinión utilizar continuamente siete nombres. Algunos criticaban también que se defendiera a un burgués como Ferrer y decían incluso que se le defendía precisamente porque tenía dinero, a lo que Malato replicó que Ferrer había dedicado su fortuna a crear una escuela sin Dios, sin autoridad y sin mentiras, y una editorial que publicaba obras de Reclus, Grave y ParafJaval. Según Malato, atribuir una actitud interesada a sus defensores resultaba además malintencionado, ya que su fortuna estaba embargada (lo cual no era cierto respecto a sus propiedades en París). Ciertos anarquistas, como Grandidier, no quedaron sin embargo convencidos: no entendían que Malato se centrara en el caso de Ferrer y no en el de compañeros franceses injustamente encarcelados. ³³⁹ Uno de los periódicos que se hicieron eco del mitin del Gran Oriente fue el influyente diario radical La Dépêche de Toulouse , que se mostró convencido de que las órdenes religiosas habían pretendido hundir la obra educativa del librepensador Ferrer acusándole de estar implicado en el atentado. El comisario Bonnecarrère, que leyó el artículo de La Dépêche , quiso que sus superiores quedaran mejor informados de la realidad del caso. Estaba de acuerdo en que la influencia del clericalismo era nefasta en España, aunque había disminuido mucho en algunas regiones y sobre todo en las grandes ciudades, pero no habían sido las órdenes religiosas las que habían incriminado a Ferrer, sino el gobierno, al que la magistratura obedecía. Así es que había sido el ministro liberal Romanones, el mayor enemigo del jesuitismo, quien había decidido procesar a Ferrer debido a su relación con Morral. Las acusaciones de Lerroux, de las que se había hecho eco La Dépêche , carecían de credibilidad. Y Bonnecarrère se preguntaba cuántos miembros del Gran Oriente de Francia enviarían a sus hijos a la Escuela Moderna, si supieran que allí se enseñaban el amor libre y cosas semejantes. ³⁴⁰ Que Ferrer era una víctima del clero era sin embargo el dogma central de la campaña. L’Assiette au Beurre , una revista satírica ilustrada, muy dada al anticlericalismo de brocha gorda, lo mostró muy explícitamente en un número especial que dedicó a l’affaire Ferrer. En la portada, un clérigo de aspecto siniestro sujetaba la cabeza cortada de Ferrer, cuya sangre se transformaba en monedas que caían a un cofre con el lema de los jesuitas: ad maiorem Dei gloriam . El texto principal, escrito por Malato, afirmaba que los jesuitas pretendían arrebatar a Ferrer su pequeña fortuna, y la mayoría de las pequeñas citas de políticos y publicistas de distintos países que la revista reproducía insistían en la denuncia del “complot odioso
tramado por los curas”, en palabras del diputado británico Bottomley. Pero lo más expresivo eran las caricaturas, debidas a D’Ostoya. En ellas un ministro comentaba que los españoles no necesitaban escuelas teniendo corridas de toros; los guardias civiles de Alcalá del Valle cantaban, bailaban y batían palmas mientras una mujer embarazada yacía en el suelo; otro guardia civil era presentado como el ejecutor de un atentado, mientras que un clérigo aparecía como el inductor; un maestro español pedía limosna, y unos clérigos se lamentaban de que, con todos los inventos que ofrecía la ciencia moderna, los guardias se obstinaran en emplear instrumentos de tortura que databan de los tiempos de notre très saint Torquemada . Todos los tópicos de la España negra quedaban así reunidos. En fin, una última caricatura mostraba lo que pasaría cuando los alcornoques de Andalucía sirvieran para algo más que proporcionar tapones de champagne : Alfonso XIII se balancearía colgado de una soga amarrada a un árbol. ³⁴¹ La campaña en favor de Ferrer tuvo también importancia en Bélgica, un país en el que el enfrentamiento político y cultural entre católicos y anticlericales era muy agudo, aunque, a diferencia de Francia, eran los católicos los que desde hacía bastantes años controlaban el gobierno. Tampoco allí se trató de una campaña anarquista, por el contrario jugaron en ella un papel destacado dos diputados: Léon Furnémont, abogado, socialista y secretario de la Federación Internacional del Libre Pensamiento, y Georges Lorand, miembro de la corriente radical del liberalismo y presidente de la Liga belga para la defensa de los derechos del hombre y del ciudadano. Ambos participaron en un mitin a favor de Ferrer que en diciembre organizaron los estudiantes de Bruselas, con una asistencia de 800 personas. Por aquellos días hubo también mítines en otras ciudades belgas y la federación de maestros votó una resolución en favor de Ferrer y Nakens. Algunas logias masónicas belgas tomaron parte activa en la campaña. Y en abril de 1907 el congreso del partido socialista votó también una resolución favorable a Ferrer. ³⁴² En Italia, dónde la agitación anticlerical de la izquierda radical, había cobrado auge en aquellos años, el caso de Ferrer tuvo un importante eco. En diciembre de 1906 se celebró en la Universidad de Roma un acto en favor de Ferrer, Nakens y los demás acusados, al que asistieron varios diputados republicanos y socialistas, y al que se adhirieron por carta personalidades como el novelista ruso Maxim Gorki y el criminólogo italiano Cesare Lombroso. El discurso principal corrió a cargo de Napoleone Colajanni, un republicano favorable al entendimiento con los socialistas, que en su juventud había participado en conspiraciones mazzinianas. Colajanni advirtió que él era contrario al anarquismo, aunque respetaba todas las ideas y se honraba de ser amigo de Kropotkin y Reclus, y por supuesto era contrario a la propaganda por el hecho, pero sostuvo que aquel asunto no tenía que ver con la violencia. Nakens se había comportado como un caballero, aunque fuera legalmente culpable, y el jefe del Estado español debería indultarlo. Y respecto a Ferrer, no había motivos para haberlo detenido, por lo que sólo cabía atribuir su proceso a la “potencia maléfica” que desde hacía siglos dominaba España, es decir el clericalismo católico que la Escuela Moderna combatía. En torno a Ferrer no se luchaba pues en favor del cómplice de un regicidio, sino que se combatía una gran batalla en defensa de la razón y la libertad, contra la opresión católica y clerical. ³⁴³
Aunque en menor medida, la campaña tuvo también eco en Gran Bretaña, donde su principal promotor público fue William Heaford, secretario general de la liga de librepensadores, y también en Portugal. ³⁴⁴ ¿Culpable o inocente? Las sesiones del juicio, en el que no hubo jurado popular, comenzaron el 3 de junio de 1907, en una ambiente marcado por los rumores de que los anarquistas se disponían a tomarse venganza si Ferrer era condenado. Se dijo incluso que las sociedades obreras de Cataluña estaban dispuestas a declarar una huelga general, ante lo cual el ministro de Gobernación ordenó a los gobernadores civiles que hicieran saber a sus dirigentes que se actuaría con extremo rigor si pretendían presionar a la justicia. El embajador italiano hizo notar en un informe a Roma que los jueces habían recibido perentorios telegramas en favor de los acusados remitidos por entidades republicanas y socialistas y también cartas amenazantes. En su opinión, la complicidad de Ferrer y Nakens, a quienes la prensa italiana, incluso la afín al gobierno, presentaba como “héroes del progreso y de la regeneración humana”, parecía clara. Dudaba sin embargo de cuál pudiera ser el veredicto, porque los gobiernos liberales de Moret y López Domínguez habían cedido a las presiones republicanas y habían atribuido el caso a un tribunal civil, no a la jurisdicción militar. El nuevo jefe de gobierno Antonio Maura no había podido modificar esa decisión y poco podía hacer, según el embajador italiano, para modificar la actitud de debilidad de la justicia civil frente a los partidos subversivos que ya era tradicional en España. ³⁴⁵ Finalmente, el 13 de junio se conoció la sentencia, por la que Ferrer era absuelto, lo mismo que otros tres acusados, en tanto que Nakens y dos de las personas que le habían ayudado a ocultar a Morral, Isidro Ibarra y Bernardo Mata, fueron condenados a nueve años de prisión. El tribunal consideró que, independientemente de cual fuera su propia opinión acerca del derecho a propagar ideas disolventes que incitaban al crimen, como era el caso de la propaganda anarquista, la legislación la admitía, por lo que absolvió a Ferrer, acerca de quien no había pruebas para acusarlo de otra cosa. En cuanto a Nakens, el tribunal no estimó que hubiera participado en los preparativos del crimen, pero le condenó por haber facilitado la fuga del asesino, ocasionando así indirectamente la muerte de Fructuoso Vega, un modesto ciudadano víctima de su deber. De los otros acusados fueron condenados aquellos que el tribunal estimó que sabían lo que había hecho el hombre al que ayudaban. ³⁴⁶
El embajador italiano suponía que los condenados serían pronto indultados y observó que los “sentimientos caballerescos de los españoles” habían predispuesto al público y a la prensa en favor de Nakens (que no había querido denunciar a quien le había solicitado protección). Le llamó la atención que en la instrucción del proceso no se hubiera tomado en consideración la importantísima circunstancia de que en Barcelona todo hubiera estado dispuesto para una insurrección en caso de que el rey hubiera muerto en el atentado, tal como se deducía de los testimonios policiales. Por su parte el comisario francés Bonnecarrére estimaba que el propio rey había querido que la sentencia fuera benigna, sin duda para evitar que el deseo de venganza de los anarquistas se tradujera en nuevos atentados contra su persona. ³⁴⁷ . El Progreso propuso inmediatamente que la campaña continuara en favor de Nakens y los otros dos condenados. Muy pronto el diputado republicano y famoso novelista Benito Pérez Galdós encabezó una petición de indulto a la que se sumaron destacados políticos, incluidos los liberales Segismundo Moret, ex jefe del gobierno, y José Canalejas, que sería él mismo asesinado por un anarquista unos años más tarde. Y finalmente, en mayo de 1908, dos años después del feroz atentado en que habían perecido veintitrés personas, a tenor de las cifras facilitadas por el fiscal del caso, Alfonso XIII firmó el indulto de los tres condenados por haber ocultado al terrorista, un indulto que fue bien acogido por la opinión pública. Entre aplausos unánimes, Maura explicó en el Congreso de los Diputados que se había debido exclusivamente a la generosidad del rey. El diario republicano El País lo explicó sin embargo por “la avasalladora fuerza de la opinión” que se lo había arrancado al gobierno de Maura. ³⁴⁸ Absuelto Ferrer, contra quien no había pruebas irrefutables, aunque sí serios indicios de culpabilidad, e indultado Nakens, que efectivamente no parece haber sabido nada del asunto hasta que Morral se presentó en su despacho, pudo sostenerse que se había tratado de la acción de un solo hombre. Esa era la explicación favorita de los anarquistas cuando el autor de un atentado era identificado sin lugar a dudas y no cabía por tanto la posibilidad de atribuirlo a una provocación policial. Como un héroe solitario entró pues Morral en el panteón anarquista. Malato escribió que era un mártir de la revolución, como quienes habían matado a Alejandro de Rusia y a Humberto de Italia, pues había dado la vida tratando de arrebatársela a Alfonso XIII, que era la encarnación de la España monárquica e inquisitorial. ³⁴⁹ Cien años después, la tesis de que el atentado fue obra de un terrorista solitario parece sin embargo poco verosímil. Hemos visto ya cómo Bonnecarrère sospechaba de la implicación, no sólo de Ferrer, sino también de Lerroux y Estévanez y creía además que Morral pudiera haber sido el autor material del atentado de la rue de Rohan, cometido un año antes. Por su parte, el embajador español en París había concluido muy pronto que los atentados de la rue de Rohan y de la calle Mayor, si bien eran obra de anarquistas, servían los intereses de otros elementos revolucionarios españoles y que Ferrer, hábilmente interrogado, podría arrojar mucha luz sobre ello. ³⁵⁰
Son éstas suposiciones que es necesario analizar y para ello comenzaremos por lo que hoy se sabe acerca de Mateo Morral, acerca del cual proporciona bastantes datos un libro inédito de Albano Rosell, un anarquista dos años más joven que Morral, nacido como éste en Sabadell y amigo suyo desde la infancia, a quien en 1904 Ferrer ofreció una plaza en una escuela laica de Mongat. Nacido en 1879 en Sabadell, Mateo era hijo de Martín Morral, un hombre austero, culto y liberal, lector de Voltaire y Rousseau y dueño de una gran fábrica textil en la que trabajaban centenares de obreros. Su madre era una mujer religiosa que nunca mostró cariño a su hijo, un niño bueno, tímido y paciente, al que los maestros trataban mal en la escuela, en la que coincidió con Albano. Luego éste le perdió de vista, porque don Martín envió a su hijo a trabajar y formarse en Francia (según la policía francesa residió en Reims durante año y medio) y en Alemania, hasta que se reencontraron en 1898, fecha en la que Mateo regresó, convertido ya a las ideas libertarias. Durante los años siguientes tuvieron una estrecha amistad, hasta que Albano dejó Sabadell para hacerse cargo de la escuela de Mongat. Ambos eran de costumbres moderadas, sin vicios ni ganas de perder el tiempo, amantes de las excursiones al campo y poco amigos de los cafés, del tabaco, del alcohol y de los naipes. Mateo no tenía una gran cultura y le absorbía mucho el trabajo en la fábrica de su padre, en la que demostró el conocimiento de la maquinaria textil que había adquirido en Alemania y su sentido de la innovación. Fallecida su madre, comenzó a jugar un papel en los asuntos de la familia, ya no sólo en la empresa sino también en el hogar. Fue él quien sugirió que su hermana menor se educara en la Escuela Moderna, para lo cual la niña se alojó en casa de Mariano Batllori y su esposa Berta Bonnard, la hermana de Léopoldine, algo que no gustó a otros miembros de la familia Morral, que terminaron por sacarla de allí. A fines de 1905, como ya sabemos, dejó Sabadell para irse a Barcelona a trabajar en la Escuela. Para entonces su padre era ya, según Rosell, “conocedor de un hecho que no debió agradarle mucho, acaecido en París a Alfonso XIII, hacía unos meses, y cuyo autor no fue habido...”. Es decir, que Rossell creía a Morral responsable del atentado de la rue de Rohan. ³⁵¹ En Barcelona, Morral estaba en contacto con los grupos anarquistas de propaganda y acción. En marzo de 1905 fue a Sabadell acompañado por “una muchacha rusa, nihilista, fugada de la persecución zarista, muy vivaracha” (es decir, Nora Falk). Desde hacía algún tiempo, Rosell le notaba muy confiado en que muy pronto un acontecimiento sonado provocaría un cambio de régimen, “opinión de la que también participaba Ferrer, y que tenía en movimiento a republicanos, sindicalistas y anarquistas, al parecer en posible entendimiento y contacto”. Ferrer y Morral estimaban el momento propicio para “provocar la chispa” que debía conducir a la revolución, en la que participarían sindicalistas y lerrouxistas. El golpe se intentó en París y quien lo hizo pudo escurrirse de la policía, así es que bien podía intentarse de nuevo en 1906. El último domingo de mayo Morral se despidió en la Escuela Moderna de algunos amigos, quienes sabían que iba a Madrid con motivo del enlace real (entendemos que entre ellos se hallaba el propio Rosell). No les sorprendió pues que hubiera un atentado ni que el autor del mismo fuera Morral. La muchacha rusa que le acompañaba desde hacia meses, con la que Rosell suponía que Morral tenía relaciones íntimas, logró escapar a la policía, privando así al público de los datos con los que se pudiera haber montado “una novela sentimental y romántica”. En cuanto a
su supuesto amor por Soledad Villafranca, a la que en realidad detestaba por su frivolidad y superficialidad, fue una coartada que se montó para librar a Ferrer de sospechas. ³⁵² Si damos crédito al testimonio de Rosell, resultaría que los atentados de París y Madrid fueron resultado de una misma conspiración, en la que Ferrer estuvo implicado. Pero hay más testimonios. Que Morral lanzó la bomba de la rue de Rohan es algo que al final de su vida sugirió el propio Charles Malato, quien de ese atentado sabía mucho. Sin embargo cabe excluir que Morral fuera el falso Farrás de quien se había sospechado que hubiera lanzado la bomba, porque los agentes que la policía francesa envió a Madrid y examinaron su cadáver observaron que éste tenía los ojos azules, mientras que los de Farrás eran castaños, y que no se advertía en su mano derecha la cicatriz de una quemadura que en cambio era visible en la de Farrás. ³⁵³ Otra pista importante para desvelar la trama de la conspiración se encuentra en los contactos de Morral con Nicolás Estévanez. Nacido en 1838, militar de carrera, veterano de las luchas civiles en España y de las guerras de Marruecos y de Cuba, Estévanez había sido por unos días ministro de la Guerra de la I República y se había exiliado en 1875, estableciéndose muy pronto en París. Regresó a España en 1898, estableciéndose en Getafe, para reincorporarse a la política española como miembro del partido republicano federal que encabezaba Pi y Margall, aunque siguió pasando temporadas en París. Simpatizante del anarquismo desde muchos años antes, pues concebía la república federal como un primer paso hacia la futura anarquía, su actitud ante los magnicidios de aquella época, en concreto los del rey Humberto y el presidente McKinley, fue bastante complaciente. Masón por un tiempo, se alejó pronto de las logias por considerarlas poco revolucionarias. Fue elegido diputado por Madrid en 1903, pero resultó derrotado en 1905. ³⁵⁴ Como sabemos, Morral había sido procesado poco antes del atentado por haber publicado los Pensamientos revolucionarios de Estévanez. Se trata de un folleto en el que el viejo conspirador dialoga con un joven anarquista y se ha supuesto que éste último sea el propio Morral, pero no hay prueba de que así sea. Posiblemente el joven anarquista sea un personaje inventado por Estévanez para dar mayor vivacidad a su texto, que constituía un llamamiento para emplear en la lucha revolucionaria todos los instrumentos que proporcionaba la ciencia moderna, superando los escrúpulos de quienes estaban dispuestos a sublevarse pero consideraban cobarde el empleo de la dinamita (en un atentado, se sobreentiende). Para Estévanez, la única esperanza de salvación que tenía España estribaba en una tremenda sacudida, en una revolución que lo desquiciara todo, que lo derrumbara todo, que de lo existente no respetara siquiera los escombros. ³⁵⁵
Un documento muy comprometedor para Estévanez, y para Ferrer, será encontrado en el registro de los papeles de este último efectuado en 1909. Se trata de una carta de Estévanez a Ferrer, fechada en París el 9 de marzo de 1906, cuya autenticidad reconoció el propio Ferrer ante el juez, aunque afirmó que su contenido iba dirigido a Morral y no a él. El párrafo clave era este mensaje para “Roca”, pseudónimo que como sabemos utilizaba Mateo Morral: “Hágame usted el favor de decirle a Roca de mi parte (...) que le mandaré libros de electricidad, no habiéndolo hecho ya por no haber visto ningún tratado de aplicación a la guerra, ni aun en las librerías militares de la rue Danton, y que estoy de acuerdo con lo que me dice de que con discursos y libritos no vamos a ninguna parte. Supongo que no lo dirá por mí; pues yo escribo poco y hablo menos. Y los actos decisivos, de quien hay derecho a esperarlos es de la gente joven. Cualquier boticario amigo le dará mejor que yo la receta de la arena; pues no hay una sola, sino muchas y yo no soy químico.” ³⁵⁶ La alusión a posibles atentados era transparente, hemos de suponer que la “arena” era explosiva, y el tono de la carta encaja muy bien con lo que Estévanez había escrito en Pensamientos revolucionarios . En cuanto a la electricidad, probablemente pensara en su empleo en detonadores, como los que veinte años antes habían utilizado ya los terroristas rusos. Por otra parte, el 28 de abril de 1906, Sannois informó a la embajada española en París que Estévanez había recibido una carta muy extensa del grupo revolucionario español de La Habana, acompañada de un cheque por una suma importante, y que se disponía a partir. Supuestamente iba a dirigirse a Cuba pero, como sabemos, hizo escala en Barcelona poco antes del atentado de Madrid y cuando esto se supo Sannois comenzó a sospechar de él. A comienzos de julio, sobre la base de informes que le parecían dignos de fe, había llegado a la conclusión de que Estévanez había sido, en París, el principal organizador de los dos complots que dieron lugar a los atentados de la rue de Rohan y de la calle Mayor. Estévanez había recibido a Morral en su domicilio de París y había engañado a todos sus amigos diciendo que iba a embarcarse en Le Havre para Cuba, cuando fue primero a España para reunirse con Ferrer. Según Sannois, Estévanez y Ferrer eran los auténticos jefes de los complots anarquistas, el primero como cabeza pensante y el segundo como financiero. Además de ellos y de Morral, habrían estado implicados en los atentados de París y Madrid, Malato, Lerroux, Fuente, Vallina, Bellido, Nascht y algunos otros individuos de menor importancia. ³⁵⁷ Estos informes de Sannois eran de una credibilidad limitada y, como hemos visto, el propio embajador español tenía claro que no podían servir de prueba ante un tribunal, pero mucho después surgiría un testimonio mucho más directo acerca de los contactos de Estévanez durante su breve visita a Barcelona, el de Lerroux en sus memorias. Según su versión ni Estévanez ni él sabían de antemano que se iba a producir el atentado, a diferencia de Ferrer, que sí lo sabía al igual que “había previsto el suceso de la rue de Rohan en París”. Pero admitía que Estévanez, Ferrer y él cenaron en un restaurante del Tibidabo con un joven al que él no conocía y que resultó ser Morral. Después de la partida de Estévanez, Ferrer le planteó qué podría suceder si algo le ocurría al rey en su boda. “No pudiendo oponerme
−escribió Lerroux− al cumplimiento de una fatalidad histórica”, decidió que había que prepararse para la eventualidad, preparó a sus hombres para el asalto del castillo de Montjuich y contactó con los militares con los que creía contar y con las organizaciones de provincias. Así es que el 31 de mayo, Lerroux esperaba en un café de la plaza de Cataluña, junto a Ferrer y otros conspiradores, una llamada telefónica de Madrid que nunca se produjo, porque las autoridades suspendieron las comunicaciones tras el atentado. “Es posible −concluía− que algún lector avieso juzgue el relato precedente como una osadía de mi cinismo. No es sino una manifestación de mi sinceridad.” No estamos ante una confesión en toda regla, porque Lerroux intentaba cargar toda la responsabilidad en la preparación de la matanza de la calle Mayor sobre Ferrer, a quien consideraba como “organizador y amparador de los atentados contra Alfonso XIII en París y en Madrid”, pero su tesis de que recibir información de que se va a producir un atentado y disponerse para aprovecharlo con fines insurreccionales no implica una responsabilidad en el mismo, resulta peregrina. Su intento de exculpar a Estévanez, con el argumento de que no habló con Ferrer del tema hasta después de que aquel hubiera partido, tampoco resulta convincente. ¿De qué hablaron entonces en aquella cena del Tibidabo a la que asistió Morral? Y la tesis de una conspiración de largo alcance se refuerza por el hecho, ya comentado en el capítulo anterior, de que Lerroux también admitió en sus memorias que había tenido noticia de antemano del atentado de la rue de Rohan. ³⁵⁸ Algunos autores han recogido la tesis de que fue Estévanez quien llevó a Barcelona la bomba, fabricada en Francia, que luego empleó Morral, algo que habría que excluir si se da crédito a la carta de Estévanez a Ferrrer antes citada. Al parecer, la fuente de esa suposición es un testimonio de Pío Baroja en una obra de 1917. Baroja, que era buen amigo de Estévanez y solía verle a menudo cuando viajaba a París, contó que cuando en una tertulia de café, hacia 1913, le preguntaron por el atentado de Morral, aquél se descompuso, y que luego un anarquista le dijo que había sido el propio Estévanez el que había llevado la bomba a Barcelona. “Supongo −escribió Baroja− que esto sea una fantasía, pero yo tengo la seguridad de que Estévanez sabía de antemano, antes del atentado, que éste se iba a cometer.” ³⁵⁹ A estas alturas el lector se habrá formado su propia opinión sobre lo que realmente ocurrió. La de quien esto escribe, un historiador que no aspira al puesto de juez suplente en el valle de Josafat, es que Ferrer, Lerroux y Estévanez estuvieron implicados en el trágico atentado de la calle Mayor. Capítulo 8 Pedagogía y revolución
De nuevo en libertad, Ferrer volvió a sus dos pasiones, la pedagogía y la revolución, que desde su perspectiva estaban estrechamente ligadas. Sin abandonar los contactos conspirativos, fue a su proyecto de renovación pedagógica a lo que más atención prestó en sus dos últimos años de vida. No trató sin embargo de reabrir la Escuela Moderna, sino que prefirió lanzar una campaña internacional en favor de una escuela racionalista, que él concebía como el mejor medio para preparar la futura revolución. La Liga para la Educación Racional de la Infancia El 16 de junio de 1907 Ferrer regresó a Barcelona acompañado por Soledad Villafranca y Emiliano Iglesias, su abogado. En los andenes de la estación del paseo de Gracia se agolparon para darle la bienvenida numerosas personas, encabezadas por Lerroux, y muchas más le esperaban cuando salió a la calle y subió con Soledad a un carruaje. Hubo un intento de acompañarle en manifestación, pero fue impedido por la Guardia Civil. Previamente, el gobernador Ángel Ossorio y Gallardo había hecho saber a un lugarteniente de Lerroux que no permitiría manifestaciones en la calle, pero que no había inconveniente en que se celebraran actos en lugares cerrados. Así es que esa misma tarde hubo un mitin en honor de Ferrer en el Teatro Condal y durante su corta estancia en Barcelona se sucedieron los homenajes de las organizaciones obreras y los maestros laicos, hasta que a comienzos de agosto marchó con Soledad a París. ³⁶⁰ El gobierno francés optó por dejar sin efecto la orden de expulsión que se había dictado contra él el 28 de abril de 1906, poco antes de su detención en España. El jefe de gobierno Georges Clemenceau dio garantías a Francis de Pressensé, de la Liga de los Derechos del Hombre, de que Ferrer podría moverse libremente en Francia, pero se le consideraba suficientemente sospechoso como para que la policía le vigilara discretamente. Ello hace que dispongamos de muchos informes sobre sus movimientos. En París se alojó inicialmente con Soledad en el Hotel Moderne y su primera visita fue a la casa de Henri Bèrenger, miembro del partido radical, librepensador y sobre todo director de L’Action , el periódico que tanto le había apoyado. Según un informe policial, Ferrer quería alejarse de los anarquistas y centrarse únicamente en los temas de la educación racionalista y el librepensamiento. A Malato le había pagado generosamente los artículos en L’Action y además le había otorgado, desde que comenzó su proceso, una asignación de 600 francos mensuales, pero rechazó en cambio su sugerencia de que un nuevo comité internacional se instalara en el inmueble que poseía en París. La iniciativa había surgido a raíz de una detención de Louis Matha, cuando Pressensé se negó a dar el apoyo de la Liga de los Derechos del Hombre a anarquistas detenidos por delitos comunes, por lo que Malato y otros pretendieron crear, al margen de la Liga, un comité internacional para la defensa de las libertades individuales. Aunque se negó a alojar al comité, Ferrer dio 100 francos para la campaña en favor de Matha y sus compañeros. ³⁶¹ A primeros de agosto él y Soledad se establecieron en un nuevo domicilio, en el número 21 del boulevard St. Martin. Poco después salieron de viaje, con destino primero a Bruselas y luego a Praga, donde ese año se celebraba el congreso internacional de librepensamiento. En Bruselas le entrevistó un
periodista que le describió como un hombre de baja estatura pero robusto, de cabellos grises y con unos ojos negros cuyo brillo denotaba inteligencia y bondad, mientras que su mujer, joven y charmante , respondía fielmente al tipo español. Ferrer le explicó que había acudido a Bélgica para agradecer su participación en la campaña de prensa internacional que le había salvado y que su propósito era regresar a España para contribuir a la propagación de las ideas democráticas y retomar la dirección de la Escuela Moderna, porque su vida, dijo, era la enseñanza. A Praga acudió en nombre de los profesores laicos de Cataluña, aunque una treintena de ellos se disociaron de tal representación, porque no compartían las ideas anarquistas. ³⁶² Tras una visita a Barcelona, la pareja regresó a París a mediados de octubre, instalándose por un par de semanas en el Hôtel Européen, a pesar de que disponían de su piso del Boulevard St. Martin. La policía les seguía desde que salían del hotel hasta que regresaban, anotando minuciosamente sus movimientos, pero poco fue lo que inicialmente pudo averiguar, salvo que visitaba a políticos como el ex diputado Naquet, que había participado en la campaña a su favor, y a anarquistas como Frédéric Stackelberg. Sintiéndose demasiado vigilado y siguiendo los consejos de Malato y otros amigos abandonó París en diciembre de 1907, para establecerse por un tiempo en Bruselas. ³⁶³ Unos meses antes, cuando se hallaba en prisión, Ferrer había enviado a Malato un manuscrito titulado Principios de moral científica , para que viera si era posible publicar algo así con destino a las escuelas racionalistas. Él mismo se consideraba incapaz de escribir el libro, por lo que se había limitado a apuntar algunas ideas, siempre con el temor de haber incurrido en “herejías” desde el punto de vista científico, histórico y literario. Era la confesión más palmaria de que él mismo se consideraba falto de preparación para abordar seriamente los temas intelectuales que más le interesaban. El borrador que escribió para aquel libro, nunca publicado, se conserva hoy en la Universidad de San Diego. Sus principios eran muy sencillos: la sociedad era inmoral y había que transformarla radicalmente. En particular era inmoral la propiedad, salvo aquella que servía para mantener la vida personal, mientras que la autoridad, la religión y el patriotismo sólo servían para defender la propiedad. Con lo cual la religión resultaba inmoral por un doble motivo, porque afirmaban cosas negadas por la ciencia y sobre todo porque con sus doctrinas justificaban las injusticias sociales. Y puesto que en todas partes la sociedad se basaba en la coacción, no había moral social en ninguna nación del mundo: “Sólo será moral el pueblo o sociedad que logre la libertad y bienestar de sus individuos sin que sea en detrimento de otros.” ³⁶⁴ Ya en libertad y tras renunciar al ambicioso proyecto de escribir un tratado moral, en el que no parece que hubiera sido capaz de aportar una sola idea nueva, Ferrer optó por la tarea más modesta de escribir un libro en el que expuso los rasgos generales del proyecto educativo en que se había basado la Escuela Moderna. Lo hizo en un hotel de Amelie-les-Bains en el verano de 1908 y aunque él no llegó a verlo, la Escuela Moderna lo publicó en 1912. Desde entonces ha sido reeditado varias veces y se ha convertido en el principal vehículo de difusión de los ideales pedagógicos de su autor. En estas páginas lo hemos citado en varias ocasiones. Lo que no hizo fue
intentar la reapertura de su escuela, quizá porque pensara que las autoridades iban a poner dificultades insuperables, quizá porque considerara más provechoso lanzar una campaña internacional en favor de la renovación pedagógica que promover un solo centro educativo. En la última etapa de su vida quedó bastante aislado en su Cataluña natal, mientras que estrechó sus lazos con personas de ideas similares a las suyas en distintos países europeos. Esto resulta muy visible en la segunda etapa del Boletín de la Escuela Moderna , del que se conserva una colección completa en la Fundación Ferrer y Guardia de Barcelona, que reinició su publicación en julio de 1907, sin que en los quince números publicados hasta su definitiva desaparición en julio de 1909 se encuentren apenas artículos de autores españoles. No hay por ejemplo ninguno de Odón de Buen, quien en 1907 resultó elegido senador, al haberse unido los republicanos de Salmerón a los catalanistas, y que a juzgar por sus memorias no debía estar del todo convencido de que Ferrer fuera completamente inocente del intento de regicidio. Aparte de Juan Colominas Masera, seguidor de Lerroux y marido de Ángeles Villafranca, sólo aparecen en el boletín las firmas de otros tres españoles, todos ellos estrechos colaboradores de Ferrer en la Escuela Moderna: Anselmo Lorenzo, José Casasola y Cristóbal Litrán. ³⁶⁵ Entre los colaboradores extranjeros más frecuentes se encontraban J. F. Elslander, Paul Robin, Henri Roorda van Eysinga, Elisée Reclus y la doctora Wood Allen, que publicó numerosos artículos con consejos de salud e higiene para las jóvenes. El belga Elslander y el suizo Roorda formaban parte del comité de la Liga Internacional para la Educación Racional de la Infancia, fundada en 1908, que tenía a Ferrer como presidente, al francés Charles Laisant como vicepresidente y a la francesa Henriette Meyer como secretaria. Sus otros miembros eran el famoso biólogo y filósofo alemán Ernst Haeckel, el británico William Heaford y el italiano Giuseppe Sergi. La sede de la Liga se hallaba en la capital francesa, concretamente en el número 21 del boulevard St. Martin, donde residía Ferrer, pero su revista, L’École Renovée , que publicó muchos artículos aparecidos también en el Boletín de la Escuela Moderna , se editó inicialmente en Bruselas, siendo su secretario de redacción Elslander. Su éxito fue muy limitado, ya que logró tan sólo unos 360 suscriptores y en 1909 su sede se trasladó a París para convertirse en un órgano de los sindicatos franceses de maestros. El grupo italiano de la Liga tuvo su propia revista, La Scuola Laica , que Ferrer subvencionaba con 75 pesetas mensuales y que compartía también artículos con las dos anteriores. La Scuola Laica empezó a publicarse en Roma en mayo de 1908, pero al año siguiente pasó a editarse primero en Jesi y luego en Bolonia, por obra de Luigi Fabbri, quien tenía dificultades para obtener fondos al margen de la subvención de Ferrer. ³⁶⁶ El proyecto de la nueva revista internacional lo había expuesto Ferrer a finales de 1907 en cartas dirigidas a posibles colaboradores como el doctor Decroly y Laisant, el segundo de los cuales se sumó como hemos visto a la empresa. Ferrer la concebía como una proyección internacional de los principios en que se había basado la Escuela Moderna de Barcelona, es decir que pretendía la elaboración de un plan de educación racional basado en los datos de la ciencia. Su deseo era fundar una escuela de esas características, pero creía necesario preparar el terreno mediante un debate
entre todos los interesados, debate para el que serviría de instrumento la revista, que se esforzaría en llegar no sólo a los especialistas, sino también al gran público. Más adelante, cuando las circunstancias lo permitieran, pensaba establecer en Barcelona una Escuela Normal para la formación de los futuros educadores y un Museo en el que se reunieran los materiales necesarios para la elaboración del nuevo proyecto educativo. ³⁶⁷ Nada de esto tenía un contenido específicamente anarquista y lo mismo cabe decir del manifiesto fundacional de la Liga. Éste proclamaba la necesidad de una educación fundamentada sobre una base científica y racional, excluyendo por tanto toda noción mística o sobrenatural; preconizaba que junto a la formación de la inteligencia se atendiera al desarrollo del carácter y la voluntad y al equilibrio de las facultades morales y físicas; recomendaba que la educación moral se basara más en el ejemplo que en la teoría; y postulaba que programas y métodos debían adoptarse en todo lo posible a la psicología del niño. Se trataba por tanto de principios que podía asumir cualquier partidario de la renovación pedagógica que aceptara el principio de la laicidad escolar. Pero debe tenerse en cuenta que no existía una frontera nítida entre los principios pedagógicos de los liberales más radicales y de los libertarios. Por otra parte el propio Kropotkin, gran patriarca del anarquismo internacional, dio la bienvenida a L’École Rénovée en una carta dirigida a Ferrer, que éste hizo publicar en la revista. ³⁶⁸ Para comprender los planteamientos de la Liga, nada mejor que recurrir a los artículos que sus principales exponentes publicaron en L’École Renovée y en el Boletín de la Escuela Moderna . Un mismo artículo de Ferrer encabezó los primeros números de ambas revistas, aunque con posterioridad no volvió a publicar ninguno, una prueba más de que él mismo no se consideraba un creador intelectual sino un promotor. El principio fundamental que enunció en su artículo era que todo el valor de la educación residía en “el respeto de la voluntad física, intelectual y moral del niño”, pero no ocultaba que a partir de ahí esperaba que surgieran adultos rebeldes: “No tememos decirlo: queremos hombres capaces de evolucionar incesantemente; capaces de destruir, de renovar constantemente los medios y de renovarse ellos mismos; hombres cuya independencia intelectual sea la fuerza suprema, que no se sujeten jamás a nada; dispuestos siempre a aceptar lo mejor, dichosos por el triunfo de las ideas nuevas y que aspiren a vivir vidas múltiples en una sola vida. La sociedad teme tales hombres: no puede, pues, esperarse que quiera jamás una escuela capaz de producirlos.” ³⁶⁹ Lo más significativo de ese párrafo es esa referencia a hostilidad de la sociedad −obsérvese que alude a la sociedad y no al Estado− hacia su proyecto de renovación, lo que constituye una manifestación de la tendencia anarquista a desconfiar de las masas y esperarlo todo de las iniciativas de los hombres verdaderamente libres. Pero para entender el tipo de escuela que preconizaban los miembros de la Liga es mejor recurrir a los textos de J. F. Elslander. La editorial de la Escuela Moderna publicó en 1908 un libro suyo, traducido por Anselmo Lorenzo, en el que su propuesta educativa se exponía mediante la descripción de una escuela ideal, llamada Novella. Más
brevemente esa propuesta apareció también en las páginas del boletín. Se trataba de que los niños aprendieran por sí solos, para lo cual proponía que la educación primaria se desarrollara en granjas-escuela, situadas en pleno campo, con sus establos, corrales, lagos, colmenares, huertos y jardines, para que sin necesidad de lecciones el niño aprendiera de la naturaleza, al tiempo que entraba en contacto con la técnica a través de la cestería y la alfarería. Se trataba pues de un plan un tanto utópico, que tenía su base en la convicción de que el desarrollo del niño supone una reconstitución acelerada de la evolución humana, por lo que el mejor medio de favorecerlo es situarlo en un entorno parecido al de nuestros antepasados prehistóricos. Sólo en una etapa ulterior podría el niño aventurarse en la exploración de la civilización moderna, cuya complejidad exigiría una intervención más activa por parte del educador. Y para asimilar los avances de la ciencia, el niño tendría también que asimilar por sí mismo el método por el que aquella se había ido elaborando. ³⁷⁰ La incompatibilidad entre ciencia y religión, un tema recurrente en los medios librepensadores, fue expuesta en las páginas del boletín por Charles Laisant, vicepresidente de la Liga, ex diputado, eminente matemático y miembro correspondiente de la Real Academia de Ciencias de Madrid, a la que durante el proceso de Ferrer había enviado una carta en defensa de éste. ³⁷¹ Tan absoluta le parecía a Laisant esa incompatibilidad que creía insuficiente el laicismo escolar implantado oficialmente en Francia, porque no evitaba que las familias siguieran inculcando a los niños las supersticiones religiosas, mientras que el Estado, preocupado sólo de que se formaran súbditos sumisos, tampoco se esforzaba en que la religión quedara de hecho excluida de la escuela: “Se ha conservado de hecho, para la familia y para el Estado, el derecho de mutilar el cerebro del niño y de envilecer su moralidad. Mientras subsista el ejercicio de ese derecho legal, el problema de la educación permanecerá planteado, y los defensores de la razón, de la dignidad humana, los irreligiosos que colocan su ideal sobre la tierra, habrán de luchar, en nombre de la ciencia, contra la prudencia y el espíritu de autoridad.” ³⁷² Otro de los miembros del comité de la Liga era el pedagogo suizo Henri Roorda van Eysinga, próximo a las tesis de Rousseau y de los pensadores anarquistas, que hoy está casi olvidado pero que en 1917 publicaría un libro muy comentado, Le Pédagogue n’aime pas les enfants , en el que criticó las prácticas de la época. A juzgar por sus colaboraciones en las revistas de la Liga, su análisis de los problemas educativos era más sólido que el de algunos de sus colegas. En su opinión, el error más grave de la escuela de su tiempo era que se hacía más hincapié en la adquisición pasiva de conocimientos que en el desarrollo de las capacidades intelectuales. Rechazaba sin embargo la fácil escapatoria de atribuir esta situación a la voluntad de unos gobernantes interesados en que los futuros ciudadanos adquirieran hábitos de servidumbre intelectual. Tampoco creía que se pudiera descubrir de golpe el sistema educativo más adecuado, ni que bastara con atenerse a los principios de la ciencia (como pensaba Ferrer). Así es que su propuesta educativa se limitaba a dejar en libertad a los niños para desarrollar sus facultades, sin coaccionarles para que adquirieran de manera pasiva un gran número de conocimientos:
“Lo que el niño ignore en gramática, en historia, en botánica o en algebra, podrá aprenderlo después, si quiere. La desgracia irreparable para él es perder en clase su entusiasmo juvenil; es conocer el tedio y el temor diariamente y durante años; es ignorar la alegría que se experimenta al sentir que se llega a ser más fuerte, más ágil, mas diestro, más inteligente. Propónganse a los escolares todos los ejercicios susceptibles de maravillarles, de conservar su ardor; pero no se amenace con una mala nota ni con un castigo a los que olviden lo que han aprendido.” ³⁷³ No hay duda de que las observaciones de este tipo anticipaban la principal corriente de la reforma educativa en décadas posteriores, que ha evitado mucho sufrimiento a los niños y ha eliminado mucha memorización inútil de datos, aunque también haya tenido otras consecuencias menos favorables. Mucho menos frecuentes eran en las revistas de la Liga las manifestaciones de ese tipo de anarquismo al que preocupaba sobre todo la destrucción de la sociedad presente. El único texto que he encontrado que se pueda inscribir completamente en esa línea es un artículo del francés Grandjouan, para quien la creación de una escuela renovada era una tarea para el futuro, pero que de momento lo que había que crear era una escuela rebelde, en la que se formara una generación llena de odio, porque sólo mediante el odio y la violencia se podría acabar con el poder del dinero. Conviene destacar que Ferrer apreciaba a Grandjouan. En junio de 1909, cuando se debatía la creación de una escuela sindicalista, Ferrer propuso que se publicaran en L’École Renovée sendos artículos en los que Grandjouan y un cierto Clément, a ambos de los cuales consideraba buenos camaradas, defendieran sus contrapuestos proyectos. Otros artículos, aunque no llamaran a la violencia, se incluían plenamente en la ortodoxia anarquista, al unir en una misma condena a la religión y el Estado. José Casasola, miembro del grupo barcelonés de la Liga, opinaba por ejemplo que junto a la pretensión religiosa de sojuzgar el pensamiento humano, existía una acción mancomunada del capital y del Estado, se llamara o no democrático, encaminada a mantener la miserable condición de los desheredados. ³⁷⁴
La fundación de la Liga permitió a Ferrer ampliar la red de sus contactos internacionales, pero el éxito de la misma fue limitado, ya que a finales de 1908 contaba tan sólo con 442 socios, la mitad de ellos en Francia. En Barcelona misma, su impacto debió ser muy pequeño, pues a la cabeza del grupo local no se hallaban figuras conocidas, sino estrechos colaboradores de Ferrer. A comienzos de 1909, tenía como presidente al citado José Casasola, que había sido profesor de la Escuela Moderna, dirigía ahora una escuela de orientación similar y militaba en Solidaridad Obrera; como vicepresidente a José Robles, director de la escuela racionalista de Pueblo Nuevo, quien estaba casado con María Villafranca, profesora de la misma escuela y hermana de Soledad; como tesorera a la propia Soledad, y como secretario a Cristóbal Litrán, que era traductor en la editorial de Ferrer. No pertenecía por entonces a la Liga otro antiguo colaborador suyo, el radical Juan Colominas, casado con Ángeles Villafranca, hermana también de Soledad, a quien Ferrer había destituido como administrador de la editorial a finales de 1908, un hecho que cabe enmarcar dentro del creciente distanciamiento entre Ferrer y los lerrouxistas, al que pronto aludiremos. Por otra parte, la buen marcha de la Liga a nivel internacional no debió verse favorecida por el enfrentamiento que se produjo entre el fundador, Ferrer, y la secretaria, Henriette Meyer. ³⁷⁵ Entre republicanos y anarquistas En capítulos anteriores hemos ido viendo como Ferrer evolucionó desde el republicanismo de su juventud hasta el anarquismo, sin romper por ello las amarras con conspiradores republicanos como Lerroux, quien estaba dispuesto a utilizar a los anarquistas como fuerza de choque contra la monarquía y a aprovechar un atentado contra el rey para desencadenar una insurrección republicana. Por su parte, Ferrer parecía pensar que la proclamación de la república representaría tan sólo un primer paso en un proceso revolucionario que conduciría al triunfo de la anarquía. Su relación con el líder republicano fue especialmente estrecha durante la primavera de 1908, cuando ambos residían en la capital francesa. Lerroux, que acababa de anunciar la fundación del Partido Republicano Radical, marchó a Francia en febrero de 1908, al saber que el Tribunal Supremo había confirmado una condena de dos años y cuatro meses de prisión por un artículo en favor de Nakens, cuya autoría había asumido cuando gozaba de una inmunidad parlamentaria que perdió tras su derrota en las elecciones de 1907. Inicialmente se instaló en Perpignan, pero a petición del gobierno español las autoridades francesas le obligaron a establecerse al norte del Loira y a comienzos de marzo llegó a París. ³⁷⁶ El gobierno de Antonio Maura se disponía por entonces a extremar las medidas dirigidas contra el terrorismo de inspiración anarquista. El 24 de enero de 1908 el ministro de Gobernación Juan de la Cierva había presentado un proyecto por el que se añadía un nuevo artículo a la ley antiterrorista de 1894, autorizando el cierre de centros y periódicos anarquistas y el destierro de sus dirigentes por decisión gubernativa. La vaguedad de la redacción hizo temer a algunos que el nuevo texto pudiera ser utilizado para limitar la libertad de expresión y en mayo la mayor parte de la prensa madrileña se unió en una campaña para evitar que fuera aprobado, campaña a la que se sumó el Partido Liberal. Una entidad que
apoyó en cambio el proyecto fue el Comité de Defensa Social de Barcelona, cuyo portavoz pidió que fueran cerradas todas las escuelas laicas de la ciudad, a las que acusó de ser centros de propaganda anarquista. La tensión subió hasta tal punto que el líder socialista Pablo Iglesias llegó a decir que, si no se les permitía realizar su propaganda dentro de la legalidad, tendrían que hacerse terroristas. Pero lo más importante fue que liberales y republicanos se unieron para combatir el proyecto, al que finalmente Maura renunció. ³⁷⁷ Entre tanto, el asesinato del rey Carlos I de Portugal, que tuvo lugar el 1 de febrero de 1908, había venido a recordar que la era de los magnicidios no había concluido. Aunque el tema está poco estudiado, parece que los dos regicidas portugueses, que murieron en el tiroteo que siguió al atentado, no eran anarquistas sino republicanos, pero por lo demás lo ocurrido presentaba semejanzas con los recientes atentados contra Alfonso XIII, que también habían pretendido allanar el camino a la implantación de la república, que en Portugal se proclamaría después de que una insurrección derribara a la monarquía en 1910. En la primavera de 1908, Ferrer se hallaba de nuevo en París, sometido a una estrecha vigilancia policial. Su agente Gilles informaba de los estrechos contactos de Ferrer con Estévanez, con Malato y con Lerroux, a quien habría entregado mil pesetas y ofrecido subvencionar durante su estancia en París. Según un informe de la prefectura, Ferrer era un anarquista convencido, que tenía relaciones con anarquistas intelectuales de todos los países. Sannois, el agente que trabajaba para la embajada española, se ocupaba también de Ferrer e informaba de que le visitaban con frecuencia, Lerroux, Malato y los portugueses Magalhaes Lima y Alves Veiga. La policía francesa sospechaba que preparaban un movimiento simultáneo en España y Portugal, para lo que Lerroux contaba con el apoyo financiero que iba a prestarle el doctor Calzada, uno de los jefes de los republicanos españoles residentes en Buenos Aires. A mediados de marzo, Lerroux y Ferrer tenían largas conversaciones todos los días y tanto ellos como Estévanez y los revolucionarios portugueses decían a sus amigos que contaban para sus propósitos con el apoyo de las logias masónicas francesas. Lerroux también se reunía con diputados socialistas, teniendo que servirle de intérpretes Bellido, Ferrer o Malato, porque hablaba muy mal francés. ³⁷⁸ . Comprobar quién se reunía con quién resultaba sencillo para los servicios policiales, pero no era tan fácil saber de qué hablaban cuando se reunían. Para hacerse una idea del tipo de información que recibían vale la pena leer íntegra la nota policial que traducimos a continuación: “Oigo decir que la casa de Ferrer se va a convertir en un centro de conspiración, pero de acceso muy difícil. Desconfían muchísimo desde que Ferrer ha sido alertado por Malato y por el diputado y abogado Willm. Reina una gran actividad en casa de Ferrer, donde se ocupan de la revista L’École Rénovée , editada en Bruselas. Lerroux recibe allí a sus visitantes y hay frecuentemente largas sesiones a las que asisten Estévanez, Malato, Lapuya, Bellido, Charbonnel, etc. La anarquista Henriette Meyer pasa allí gran parte de la jornada dividiendo su tiempo entre el trabajo de la revista –que debe aparecer el día 15 de este mes–, y las clases de francés que da a la amante
de Ferrer. Ferrer recibe numerosas adhesiones de anarquistas para su Liga internacional para el desarrollo de la instrucción racionalista.” ³⁷⁹ El comisario Bonnecarrère, destacado en Barcelona, se inquietaba también por lo que se pudiera estar tramando. Las visitas sucesivas de Jaime Brossa, yerno de Ferrer, y de Fernando Tarrida del Mármol, ambos conectados con los revolucionarios de París, le hacían temer que se estuviera preparando un nuevo atentado seguido de una intentona insurreccional, como se había pretendido en 1906. No toda la información que manejaba Bonnecarrère era sin embargo de la mejor calidad. Creía por ejemplo que Tarrida había publicado semanalmente fórmulas para la fabricación de bombas en La Huelga General , el periódico fundado por Ferrer, una suposición que habiendo examinado la colección completa de dicha publicación, por cierto quincenal, puedo desmentir. ³⁸⁰ Lerroux abandonó finalmente París a comienzos de septiembre de 1908, para embarcarse en Marsella rumbo a Buenos Aires. Según un informador de la policía, a Ferrer le interesaba mucho el viaje, porque quería que Lerroux averiguara si se podía contar con apoyos americanos para un movimiento revolucionario, apoyos en los que tenían puestas sus esperanzas Malato y Estévanez. Él por su parte había dejado París a mediados de junio, para instalarse en un hotel de Amelie-les-Bains, una conocida localidad balnearia de los Pirineos franceses. Según explicó a Laisant, habían partido debido al estado de salud de Soledad y no sabían cuando volverían a París. En realidad permanecieron en el balneario varias semanas, debidamente vigilados por la policía francesa, que constató las numerosas visitas que recibían de anarquistas franceses y españoles, entre ellos Anselmo Lorenzo y Charles Malato, a quienes Ferrer invitó. En opinión de la policía, se habían instalado en Amelie-les-Bains en parte por motivos de salud y en parte por la cercanía de la frontera española, que facilitaba sus contactos con los revolucionarios de su país. Ferrer, por su parte, escribió a Lerroux que sólo le preocupaba la policía francesa, porque la española era venal e ineficaz. ³⁸¹ Con Lerroux fuera de España, comenzó en el otoño de 1908 una sorda lucha entre anarquistas y radicales por el control del movimiento obrero catalán. En septiembre de ese año se celebró el primer congreso regional de Solidaridad Obrera –una federación de organizaciones obreras de Cataluña– en el que participaron militantes anarquistas, socialistas y republicanos radicales, con predominio de los primeros. En los meses sucesivos un tema menor fue aprovechado por los dirigentes de Solidaridad Obrera para lanzar un ataque contra el periódico de Lerroux, El Progreso , y las relaciones entre anarquistas y radicales se deterioraron. Ferrer, por su parte, apoyó a Solidaridad Obrera, proporcionándole una respetable cantidad de dinero, aunque con el compromiso de que ello no se divulgara. Por otra parte, durante aquel año de 1908, a pesar de las estrechas relaciones que mantuvo con Lerroux en París, hubo también algunos síntomas de un alejamiento entre él y los radicales. Ferrer escribió en una carta a un librepensador argentino que los políticos eran “tan nefastos como los curas”, mientras que su colaborador Anselmo Lorenzo opinaba de Lerroux que era “un obispo con gorro frigio”. Por su parte, el lerrouxista Colominas Masera cesó como administrador gerente de la editorial de Ferrer, tarea en la que le sustituyó Cristóbal Litrán, y tuvo interés en que se supiera que había cortado toda
relación con aquél. Más tarde, el propio Ferrer explicó que lo había despedido por su mala gestión. En cuanto al propio Lerroux, se mostraba agradecido a Ferrer y admitía, en carta a éste, que sus seguidores en Barcelona no se estaban mostrando justos con él. ³⁸² Por otra parte, las autoridades francesas y españolas seguían preocupadas ante la posibilidad de que se repitieran los atentados contra Alfonso XIII de años anteriores. En septiembre de 1908, a la policía francesa llegaron noticias de que se volvía a hablar de un posible atentado con ocasión de un viaje a Barcelona que los reyes tenían previsto, por el que Bellido, Estévanez, Ferrer y sus amigos de España mostraban mucho interés. Al mes siguiente, era la policía española la que sospechaba que los anarquistas catalanes estaban tramando algo con ayuda de Ferrer. En marzo de 1909, Ferrer y Soledad Villafranca se dirigieron a Lisboa, donde despertaron las sospechas de las autoridades, que les hicieron abandonar prontamente el país, lo cual no era extraño, dados los contactos que Lerroux y él habían tenido en París con revolucionarios portugueses. Por entonces faltaba año y medio para la caída de la monarquía portuguesa. ³⁸³ De regreso a París, parece ser que Ferrer y su compañera acordaron volver a establecerse en España. Según un informador de la policía, Soledad decía que en París se aburría y que el clima no le sentaba bien, así es que Ferrer procedió a poner en venta el mobiliario de su piso, del que se proponía conservar sólo un piano, para enviarlo a España. Su propósito era instalarse allí definitivamente, aunque con estancias periódicas en París para seguir ocupándose de la publicación de L’École Rénovée . Pero antes de regresar a España irían a Londres, para visitar a sus amigos políticos y también de su hijo de doce años, Riego, que residía en un pensionado británico. Apenas tuvo noticia del viaje de Ferrer, el gobierno español solicitó al británico que lo vigilara y así se hizo. Por su parte las autoridades francesas enviaron a un agente suyo con el mismo fin. No fue sin embargo mucho lo que se pudo averiguar. Ferrer se veía con anarquistas como Vallina y Tarrida del Mármol, pero la policía inglesa no los consideraba peligrosos, pues estimaba que Vallina había dejado de ser un hombre de acción y sospechaba incluso que Tarrida hubiera comenzado a trabajar para la policía española. En su opinión, Ferrer y su compañera eran simples turistas que se dedicaban a ver museos y curiosidades. ³⁸⁴ Es posible que así fuera. Algunas cartas, que Ferrer escribió en aquellos días y que publicó su biógrafo William Archer, revelan una vida tranquila. Soledad y él querían descansar una temporada y sólo se veían con algunos amigos. Él trataba de mejorar su inglés y, asesorado por William Heaford, compraba libros con el propósito de hacerlos traducir para la editorial de la Escuela Moderna. El primero de mayo acompañaron a Tarrida, que pronunció un discurso en Hyde Park, y unos días después comieron en casa de Kropotkin. Ferrer se interesó también por el porvenir de Riego y pidió a Léopoldine que le dejara encargarse de su educación. Pero a mediados de junio su apacible estancia en Londres acabó bruscamente, cuando su hermano José le telegrafió para informarle de que su cuñada María se hallaba en peligro de muerte, por lo que se apresuró a partir con Soledad hacia España. El 17 de junio se hallaba en el Mas Germinal, donde se encontraron con que María había superado la infección gastrointestinal que
había contraído, pero que en cambio estaba muy grave su hija Eulalia, de ocho años. La niña falleció dos días después, de meningitis tuberculosa. ³⁸⁵ 305 Regicidio , IV, pp. 59-63; y I, pp. 7-22. 306 Regicidio , III, pp. 45-49, y III, pp. 10-11 y 38. 307 Regicidio , I, pp. 292-304. AGA, Alcalá, AE 5883, 11-11-1906. AGP, Madrid, J. Barbera, 23-6-1906. 308 Regicidio , I, pp. 306-331 y III, pp. 22-24. 309 Regicidio , I, pp. 328-330, 389-409, 490-491, 498-499 y 533-536, y II, pp. 132-136. 310 AGP, Madrid, J. Alsó, 2-7-1906. Regicidio , III, pp. 60-63 y 106-108. 311 Regicidio , II, pp. 267-271 y 288-289, y III, pp. 231-232, 238-240 y 265-268. 312 AGA, Alcalá, 5882, embajador a Estado, París 7-9-1906. 313 Regicidio , I, pp. 266-271, y V, pp. 544-548. 314 Regicidio , I, pp. 493 y 530. 315 Regicidio , I, p. 485. 316 Regicidio , I, pp. 486-487. 317 Regicidio , I, pp. 467-491. 318 Regicidio , II, pp. 67-68, 244-246 y 253-255. 319 FC, San Diego, 1-4, Ferrer a Malato, 16-7-1906. Regicidio , II, pág. 332. 320 AN, París, Bonnecarrère, 14-6-1906. 321 Regicidio , IV, pp. 55-67. 322 FC, San Diego, 1-4, Ferrer, 26-6-1906. AN, París, Bonnecarrère, 13-7-1906. Regicidio , V, pp. 441-488. IISH, Amsterdam, fondo Fabbri, Ferrer, 29-9-1906. 323 FAM, Madrid, 370/8. 324 IISH, Amsterdam, fondo Fabbri, Ferrer 9-10-1906 y 19-11-1906.FC, San Diego, 1-4, Ferrer a Malato, 6-10-1906, 23-9-1906 y 27-9-1906. 325 Citado en Sangro y Ros de Olano, P., 1917. 326 IISH, Amsterdam, fondo Fabbri, Ferrer a Fabbri, 9-11-1906. 327 IISH, Amsterdam, fondo Fabbri, Ferrer, 26-10-1906. APP, París, Ba, Gilles,7-1-1907. L’Action , 18-2-1907. FC, San Diego, 1-5, Ferrer a Malato,
13-1-1907, 19-1-1907, 22-1-1907, 30-1-1907, 10-2-1907 y 16-3-1907. AGA, Alcalá, AE 5883, Sannois, 18-1-1907. 328 FC, San Diego, 1-5, Ferrer a Malato, 18-3-1907 y 30-4-1907. 329 La Vanguardia , 9-6-1906. 330 FC, San Diego, FB-133, Pro Ferrer , mayo de 1907. AGA, Alcalá, AE 5882, Sannois, 16-9-1906. Álvarez Junco, J., 1990, pp. 307-308. AN, París, F7 12725, Bonnecarrère, 13-7-1906. 331 A. Lerroux, El Progreso 11-7-1906. 332 El Progreso , 5-8-1906, 12-8-1906 y 5-12-1906. FC, San Diego, 1-4, Ferrer, 18-11-1906. 333 APP, París, Ba, Gilles, 22-6-1906 y 26-6-1906. AGA, Alcalá, AE 5882, Sannois, 25-7-1907, y AE 5883, París, 7-8-1906. 334 Diario de Sesiones de las Cortes, Congreso de los Diputados , 14-12-1906. Delgado, B., 1979, pp. 196-197. 335 FAM, Madrid, 165/18, “Anarquismo”. 336 L’Action , 19-7-1906. APP, París, Ba, Gilles, 20-7-1906 y 17-8-1906. 337 APP, París, Ba, 1075, 5-12-1906 , 6-1-1907 y 7-1-1907. L’Humanité , 3-1-1907. L’Action , 6-1-1907. 338 FC, San Diego, 1-5 .Ferrer, 2-1-1907 y 9-1-1907. Malato, C., 1911, p. 117. Ferrer Benimeli, J. (2010), pp. 145-154. 339 APP, París, Ba, 1075, 7-1-1907 y 22-3-1907. La Guerre Sociale , 9-1-1907. 340 La Dépêche de Toulouse , 10-1-1907. AN, París, F7 12725, Bonnecarrère, 11-1-1907. 341 L’Assiette au Beurre , 2-2-1907. 342 Vergara, S., 1986. L’Action , 6-12-1906 y 15-4-1907. L´Humanité , 15-12-1906. La Guerre Sociale , 21-12-1906. 343 Antonioli, M., 2009. Colajanni, N., 1906. L’Action , 6-12-1906 344 L’Action , 6-12-1906. 345 AN París, F7 12725, Bonnecarrère, 5-6-1906 y 8-6-1907. ASDMAE, Roma, P, 75, G. Silvestrelli, 6-6-1907. 346 Regicidio , IV, pp. 401-403. 347 ASDMAE, Roma, P, 75, G. Silvestrelli, 13-6-1907. AN París, F7 12725, Bonnecarrère, 13-6-1907.
348 El Progreso , 14-6-1906. ASDMAE, Roma, P, 75, G. Silvestrelli, 4-7-1907 y 9-5-1908. El País , 8-5-1908. 349 Malato, C., s.d . 350 AGA, Alcalá, AE 5882, 24-7-1906. 351 Regicidio , III, pp. 82-85. Rosell, A., 1940, pp. 24-56. AGA, Alcalá, AE 5883, Ministerio del Interior francés, 8-6-1906. 352 Rosell (1940), pp. 57 y 75-78. 353 Ch. Malato, Le Peuple , 24-3-1938, citado en Maitron, J., 1975, pp. 411-412. L’Éclair , 13-6-1906. 354 Estévanez, N., 1975. Reyes González, N., 1989, pp. 89, 93. 315-320 y 762. 355 Estévanez, N. (1978): Pensamientos revolucionarios. 356 N. Estévanez a F. Ferrer, 9-3-1906, en Causa... , pp. 175-176. 357 AGA Alcalá, AE 5883, Sannois, 28-4-1906 y 11-7-1906. 358 Lerroux, A., 1963, pp. 459-467 y 644. 359 Baroja, P., 1976, p 207. 360 Diario de Barcelona , 17-6-1907. FAM, 165/18, Ossorio a La Cierva, 14-6-1907 y 16-6-1907. APP, París, Ba 1075, Gilles, 6-7-1907. 361 APP, París, Ba 1075, 19-6-1907 y 21-7-1907, 22-7-1907, 23-7-1907, 24-7-1907 y 7-9-1907. AGA, Alcalá, AE, 5883, Sannois, 19-7-1907. 362 APP, París, Ba 1642, 2-8-1907. AMAE, Madrid, H 2751, ministro de España en Bruselas, 21-8-1907. Le Petit Bleu , Bruselas, 22-8-1907. APP, París, Ba 1075, 7-9-1907. 363 APP, París, Ba 1075, 2-10-1907; Ba 1642, 20-10-1907, 26-10-1907, 30-10-1907 y 27-10-1907. AGA, Alcalá, AE, 5883, Sannois, 17-12-1907. 364 FC, San Diego, 248-1-5, Ferrer a Malato, 14/4/1907 y 22/4/1907; 248-1-5, “Principios de moral científica”, pp. 38 y. 90. 365 Buen, O., 2003, pp. 95-97. 366 L’École Rénovée , nº 1, 15-4-1908. IISH, Amsterdam, fondo Fabbri, Ferrer a Fabbri, 11-5-1909. 367 FC, San Diego, 248-1-19, Ferrer a Laisant, 3-12-1907. Vroede, M., 1979, pp. 289-290. 368 Boletín de la Escuela Moderna , 1-5-1908.
369 F. Ferrer: “La renovación de la escuela”, en Boletín de la Escuela Moderna , 1-5-1908, y L’École Rénovée , 15-4-1908. 370 Elslander, J. F., 1908; y “La educación natural”, Boletín de la Escuela Moderna , 1-5-1908. 371 L’Humanité , 29-12-1906. 372 Ch. Laisant, Boletín de la Escuela Moderna , 1-6-1908. 373 H. Roorda, Boletín de la Escuela Moderna , 1-7-1908. 374 Grandjouan, Boletín de la Escuela Moderna , 1-1-1909. Ferrer a C. Albert, 30-6-1909, en Un martyr , p. 36. J. Casasola, Boletín de la Escuela Moderna , 1-5-1909. 375 L’École Renovée , 15-11-1908 Boletín de la Escuela Moderna , 1-4-1909.Ullman, J. C., 1972, pp. 175 y 232. García-Sanz Marcotegui, A., 1985, p. 80. FC, San Diego, 248-1-54, Ferrer a Laisant, 8-12-1908. 376 Álvarez Junco, J., 1990, p. 333. AMAE, Madrid, H 2751. 377 Avilés, J., 2009. 378 APP, París, Ba 1075, 24-1-1908 , 8-3-1908 y 10-3-1908. AGA, Alcalá, AE 5883, Sannois, 18-3-1908. AN, París, F7 13065, M. 155, 19-3-1908, M. 159, 20-3-1908 y M. 180, 28-3-1908. 379 AN, París, F7 13065, 13-4-1908. 380 AN, París, F7 13065, Bonnecarrère, 23-4-1908. 381 AN, París, F7 13065, 30-5-1908, 17-6-1908, 24-6-1908, . 6-7-1908, 20-7-1908, 27-7-1908, 7-9-1908. FC, San Diego, 248-1-37, Ferrer a Laisant, 17-6-1908. APP, París, Ba 1075, 25-7-1908. 382 Romero Maura, J , 1975, pp. 477-492. Causa. , pp. 188-189. Canals, S., 1911, II, pp. 135-137, 191 y 246-247. 383 AN, París, F7 13065, 15-9-1908.AMAE, Madrid, H2751, Gobernación a Estado, 4/10/1908; H 2752, cónsul general en Lisboa, 18-3-1909. 384 APP, París, Ba 1075, 17-4-1909.AMAE, Madrid, H 2752/25, Estado a embajador en Londres, 27-4-1909 y 9-5-1909; embajador en Londres a Estado, 30-4-1909, 11-5-1909 y 12-6-1909. 385 Archer, W., 2010, , pp. 137-142. Causa , p. 176. FC, San Diego, 248-1-65, Ferrer 17-6-1909. Canals, S., 1910, I, p. 216. Capítulo 9 Proceso y muerte
Ferrer había sido absuelto en el proceso de 1907, a pesar de que probablemente era culpable de complicidad en el atentado de Morral. Dos años después se enfrentó de nuevo a un proceso, acusado de haber dirigido el movimiento insurreccional que ha pasado a la historia como la Semana Trágica. Esta vez fue condenado y sin embargo la opinión dominante en la historiografía es que era inocente de ese cargo. Este capítulo se centrará por tanto en el análisis de las pruebas que llevaron a su condena, para tratar de establecer si ésta tuvo o no fundamento. La Semana Trágica La insurrección de julio de 1909, que tuvo su centro en Barcelona y se extendió a algunas localidades cercanas, pero no tuvo repercusión alguna en el resto de España, no fue el resultado de una conjura revolucionaria largo tiempo preparada. Estalló en parte porque en los barrios populares barceloneses existía un ambiente hostil al régimen monárquico y muchas personas esperaban la llegada de una revolución liberadora, y en parte porque un hecho concreto despertó una oleada de indignación. Ese hecho fue la decisión del gobierno de movilizar a soldados que ya estaban en la reserva para enviarlos a combatir en Marruecos. La protesta contra esa movilización condujo a la huelga general y ésta creó las condiciones para que, al sentirse los rebeldes dueños de Barcelona, su ira pudiera dirigirse libremente contra las iglesias y los conventos, es decir contra los símbolos de la institución que para muchos, Ferrer entre ellos, encarnaba más que ninguna otra la opresión y el oscurantismo: la Iglesia católica. Todo empezó porque la situación se deterioró en Marruecos, a partir del 9 de julio, cuando una partida de rebeldes norteafricanos atacó a los trabajadores españoles que tendían una línea férrea en las cercanías de Melilla. Para hacer frente a la amenaza, el gobierno comenzó a enviar refuerzos y recurrió a la llamada a filas de reservistas. El 18 hubo incidentes graves en el puerto de Barcelona, al embarcarse un batallón catalán que incluía a reservistas casados, cuyas familias quedarían en una situación penosa al perder el jornal del marido. La intervención en Marruecos era impopular entre los trabajadores, quienes pensaban que sólo beneficiaba a unos cuantos inversores, a costa de los sufrimientos de los soldados. El sistema de reclutamiento contribuía a la indignación popular, porque era en principio obligatorio, pero podía ser eludido mediante un pago que no estaba al alcance de quienes tenían menores ingresos. A pesar de ello, anteriores gobiernos pudieron enviar miles y miles de reclutas a Cuba y otros lugares sin que se produjeran protestas peligrosas. Esta vez iba a ser distinto. La prensa de izquierdas, con El Progreso de Lerroux a la cabeza, lanzó una campaña contra la guerra y los mítines de protesta organizados por republicanos, anarquistas y socialistas tuvieron un gran eco. La Federación Socialista de Cataluña, minoritaria pero activa, fue la primera en votar una moción favorable a una eventual huelga general contra la guerra y el día 20 en un gran mitin en Tarrasa, al que asistieron unas seis mil personas, anarquistas y socialistas aprobaron un manifiesto conjunto que también aludía a una posible huelga contra la guerra.
No todos los dirigentes de Solidaridad Obrera se mostraron partidarios de la huelga general, que temían fuera un fracaso, y el sindicato no la convocó oficialmente. Fueron dos de sus miembros, Miguel Villalobos Moreno y José Rodríguez Romero, quienes se constituyeron en comité de huelga el sábado 24. Conviene observar que, como explicaremos más adelante, tanto Moreno como Romero tenían relación con Ferrer. Ambos acudieron esa misma noche a la sede de la Federación Socialista para requerir su participación y en nombre de ésta se incorporó al comité Antonio Fabra Ribas. Los preparativos se completaron el domingo 25, día en que acudieron a Barcelona militantes de las poblaciones industriales de los alrededores, y el lunes 26 comenzó la huelga. La convocatoria tuvo una gran acogida y los sectores que no quisieron sumarse voluntariamente, como los tranviarios, terminaron haciéndolo por la presión de los piquetes. A primera hora de la tarde la huelga era total en Barcelona. Se decretó el estado de guerra, dimitió el gobernador civil Ángel Ossorio y el control del orden quedó en manos del capitán general Luis de Santiago, quien considerando que disponía de escasos efectivos, prefirió esperar refuerzos antes de actuar contra los rebeldes que habían empezado a levantar barricadas, cortar las comunicaciones y tirotear a la policía y la Guardia Civil. Durante varios días, los rebeldes pudieron moverse a su antojo por la ciudad, pero no surgió una dirección que diera a los acontecimientos un propósito revolucionario definido. Aunque muchos miembros del Partido Republicano Radical participaron activamente en la rebelión, los dirigentes del partido, encabezados por Emiliano Iglesias, el defensor de Ferrer en 1906, se negaron a proclamar la República y evitaron asumir responsabilidad alguna. La huelga, que se había extendido a todos los centros industriales de Cataluña y también a algunas poblaciones agrarias, se mantuvo durante toda la semana, hasta que, tras la llegada de refuerzos, el capitán general empleó sus tropas a fondo y acabó con la resistencia de los rebeldes. En total las fuerzas del orden tuvieron 8 muertos y 120 heridos, mientras que civiles murieron 104 y al menos 296 fueron atendidos por heridas, sin que sea posible distinguir quienes eran rebeldes y quienes fueron alcanzados por las balas cuando pasaban por lugares peligrosos u observaban los acontecimientos. Lo más característico de la Semana Trágica fue la violencia anticlerical, que no se dirigió contra las personas del clero, sino contra los edificios religiosos. Según Romero Maura, fueron incendiados aproximadamente un tercio de las iglesias y conventos de Barcelona. Una prueba dramática de lo importante que resultaba el conflicto educativo entre católicos y anticlericales se tuvo con el incendio de 30 escuelas regentadas por el clero. No hubo en cambio ataques contra ningún edificio que pudiera simbolizar el poder de la burguesía. Claramente, la Iglesia era el principal enemigo. ³⁸⁶ La mayoría de los barceloneses quedaron horrorizados por lo ocurrido. Claudi Ametlla, redactor de un diario catalanista de izquierdas, afirmó en sus memorias que al inicio la gente observaba el desarrollo de los acontecimientos con una curiosidad no exenta de simpatía, pero muy pronto sintió aprensión y al aumentar la violencia se mostró aterrorizada y condenó a los rebeldes con los más duros epítetos, enfatizando los episodios más repugnantes, como la profanación de cadaveres de frailes y monjas. ³⁸⁷
Entre quienes se sintieron impresionados por el giro que tomaban los acontecimientos se hallaba Cristobal Litrán, quien en una carta dirigida a Ferrer a primeros de agosto le comentó que el primer aldabonazo revolucionario había sonado lúgubre y terrible y que para ser una revuelta popular la de Barcelona había ido demasiado lejos, aunque como revolución se hubiera quedado corta. El resultado había sido un triunfo de la reacción, por lo que aconsejaba a Ferrer que permaneciera oculto. De hecho las autoridades ya estaban ocupándose de él. El 5 de agosto el nuevo gobernador civil Evaristo Crespo informaba al ministro de Gobernación, Juan de la Cierva, que, de acuerdo con sus órdenes, había proporcionado al juez instructor militar información sobre Ferrer y sobre sus relaciones con Solidaridad Obrera, sobre todo con Romero y Moreno, y con el Partido Republicano Radical. ³⁸⁸ Como se recordará, Romero y Moreno integraban con Fabra Ribas el comité de huelga, pero ¿qué relación tuvo Ferrer con éste? En 1912 Moreno, que había huido a América, escribió en un periódico de México que Ferrer había promovido los acontecimientos de julio con su dinero y su acción personal, pero no dio detalles de ello y tampoco lo hizo en un libro que publicó al año siguiente, bajo el pseudónimo de Constant Leroy. En realidad, su testimonio resulta muy poco fiable, no sólo por la falta de pruebas sino también por lo que sabemos de su trayectoria personal. Tras huir de Barcelona, Moreno, profesor de una escuela racionalista, había marchado a París, donde el papel que había jugado en la insurrección le ganó inicialmente el aprecio de los militantes anarquistas y le permitió recaudar sumas respetables, supuestamente destinadas a la causa revolucionaria. Jean Grave cuenta en sus memorias que, al poco de morir Ferrer, Moreno le visitó, acompañado de Soledad Villafranca, y le aseguró que trabajaba en un movimiento que vengaría al director de la Escuela Moderna, así es que él le entregó mil francos enviados por los camaradas de Uruguay para que fueran empleados en la revolución española, aunque luego se negó a entregarle más fondos, por haber sabido que se trataba de un personaje sospechoso. Más tarde, Moreno recibió también 500 francos de la Liga Internacional para la Educación Racional de la Infancia, con destino a un viaje de propaganda a América en el que supuestamente iba a recaudar fondos. Con el mismo fin Yvetot, de la CGT, le dio otros 500 francos, pero un grupo de anarquistas que se reunía en el restaurante La Famille Nouvelle comenzó a inquietarse del destino que se estaba dando a tales fondos. Rodríguez Romero, el compañero de Moreno en el comité de huelga, le desenmascaró ante Charles Albert, dirigente de un comité de apoyo a los revolucionarios españoles, quien también había entregado otros 600 francos al desaprensivo Moreno. ³⁸⁹ En julio de 1910 algunos anarquistas imprecaron a Moreno a la salida de una conferencia que había dado sobre la situación española y, según un informador de la policía, él replicó que le traía sin cuidado, que había conseguido dinero y que se iba a Argentina. Efectivamente, se embarcó en septiembre de 1910, poco después de que la policía francesa averiguara que la documentación que usaba a nombre de Miguel Villalobos Moreno y que acababa de utilizar para casarse con una muchacha francesa de diecisiete años no era suya, que su verdadero nombre era José Sánchez González y que estaba ya casado con una española, la cual escribió una carta indignada a
Rodríguez Romero al enterarse de la bigamia de su marido. Con tales antecedentes, el libro que publicó en 1913 para denunciar los manejos de sus antiguos correligionarios anarquistas −en el que acusó a Ferrer incluso de haber asesinado a Ernestine Meunier, según le habría confesado nada menos que Malato− no merece especial crédito. Lo que sí parece cierto, como veremos, es que Moreno fue uno de los contactos principales de Ferrer en Solidaridad Obrera. ³⁹⁰ Otro miembro menos polémico del comité de huelga, Antonio Fabra Ribas, insistió siempre en que Ferrer no había tenido nada que ver con la organización del movimiento de protesta. Según Claudi Ametlla, cuando Fabra Ribas le visitó en plena Semana Trágica para recabar el apoyo de los republicanos catalanistas, le explicó que el comité de huelga había mantenido deliberadamente al margen de los preparativos a Ferrer, un hombre misterioso que a él no le acababa de gustar. Parece pues que podemos descartar que Ferrer hubiera tenido especial influencia sobre dicho comité, que por otra parte jugó un papel clave en el origen de la protesta, pero no necesariamente en su violento desarrollo posterior. ³⁹¹ Otra acusación contra Ferrer que se oyó tras la Semana Trágica fue que había financiado la insurrección. Al tratarse, probablemente, del único catalán rico dispuesto a apoyar a los revolucionarios, no es extraño que muchos dieran crédito a un periodista imaginativo, Pascual Zulueta, corresponsal en Barcelona del periódico conservador La Época , cuando el 4 de agosto publicó que en vísperas de la Semana Trágica Ferrer había retirado 70.000 pesetas de su cuenta bancaria y que ese dinero había sido distribuido entre los republicanos radicales. ³⁹² Como veremos, esto era falso: Ferrer no distribuyó dinero en vísperas de la insurrección. En los últimos tiempos, Ferrer había apoyado en cambio a Solidaridad Obrera, cuyas relaciones con los radicales se habían deteriorado. Gracias a una carta de Anselmo Lorenzo a Ferrer, publicada por Canals junto con otra documentación hoy ilocalizable, sabemos que Ferrer había dado dinero a Solidaridad Obrera en 1908, y que no deseaba en absoluto que ello se supiera. Vale la pena reproducir lo fundamental de esa carta: “Mi buen amigo Sr. Ferrer: creo conveniente hacerle saber que sin que V. me manifestara la solución dada al asunto de la fianza para el local de Solidaridad obrera, he sabido su resultado, a pesar de haber convenido en la reserva. (...) Vino a verme el secretario Moreno, y me dijo en confianza que V. había entregado a los comisionados Badía, Romero y el mismo Moreno, una respetable cantidad. Que Moreno me lo haya dicho nada tiene de particular, creyó que revelándome el secreto no faltaba a su compromiso, por considerar que yo merecía esa confianza. Pero que los otros dos sujetos sepan un cosa reservada (...) es posible y aun probable que convierta la reserva convenida en secreto a voces.” ³⁹³ Esta carta le fue incautada a Ferrer durante un registro en Mas Germinal en agosto de 1909, y el propio Ferrer explicó poco después a Malato que se trataba de un préstamo de 900 pesetas que había hecho a Solidaridad Obrera para el alquiler de su local. Las personas citadas eran Miguel Villalobos Moreno, Antonio Badía Matamala –miembro socialista de Solidaridad Obrera– y José Rodríguez Romero. Como se recordará, Moreno y
Romero fueron miembros del comité de huelga de 1909, pero el hecho de que un año antes hubieran recibido dinero de Ferrer para financiar a Solidaridad Obrera no demuestra que lo recibieran también para organizar la huelga de 1909. De hecho no fue así y las autoridades lo supieron muy pronto. El 12 de agosto el gobernador civil informó a Madrid que tras haberse practicado una muy discreta y reservada investigación en la sucursal del Credit Lyonnais de Barcelona, para comprobar los rumores de que Ferrer había dispuesto de 50.000 francos en los días anteriores a los sucesos, esto había resultado ser inexacto. Las entradas y salidas de su cuenta durante todo el año habían sido pequeñas y distribuidas gradualmente. Así es que se puede afirmar categóricamente que Ferrer no financió a los rebeldes de la Semana Trágica. ³⁹⁴ Su participación personal en los acontecimientos de aquella semana tampoco parece haber sido muy destacada. Muy pronto la investigación policial estableció que Ferrer había permanecido en Barcelona desde el 14 hasta el 18 de julio, fecha en la que regresó a su masía de Mongat, donde estuvo durante los días en que se gestó la huelga general, una conducta que habría sido bastante extraña si de verdad hubiera jugado un papel importante en los preparativos de la insurrección. Visitó de nuevo Barcelona el lunes 26, es decir el día que empezó la huelga, pero trató de regresar a Mongat esa misma tarde, propósito que no consiguió al haberse interrumpido la circulación ferroviaria. Finalmente, llegó a pie a su masía el martes 27 a las cuatro o las cinco de la madrugada. Había noticias de su presencia en localidades cercanas a Mongat en los días siguientes, hasta el jueves 29, fecha a partir de la cual no se había vuelto a saber de él. El 5 de agosto el gobernador civil informó a Madrid que se buscaba “con verdadero empeño” su paradero. ³⁹⁵ Interrogatorios El 11 de agosto el comandante Vicente Llivina Fernández, juez militar encargado de la causa general por los sucesos de la Semana Trágica, ordenó el registro de la masía de Ferrer en Mongat. Las autoridades esperaban poder detenerle con motivo de la necesaria renovación, el 17 de agosto, del préstamo obtenido del Banco de España, que le obligaba a acudir personalmente a la sucursal de éste, pero Ferrer optó por firmar en su escondite unos impresos que luego su familia trató de llevar al banco. Tras ello, con el propósito de aislarle y hacer así más difícil que pudiera permanecer oculto, el gobernador civil decidió desterrar a los miembros de su círculo íntimo de parientes y colaboradores, incluidos José Ferrer y su esposa María, Soledad Villafranca y su hermano José, Anselmo Lorenzo con su mujer y sus dos hijas, Mariano Batllori y Cristóbal Litrán, todos los cuales fueron enviados primero a Alcañiz y luego a Teruel. ³⁹⁶ Por aquellas fechas Ferrer, que seguía oculto, manifestó su preocupación por el ambiente que se había creado contra él, en una carta a su amigo Charles Albert:
“Toda la prensa conservadora de Madrid y provincias dice ya que la culpa de lo ocurrido era de la Escuela Moderna y de ese maldito Ferrer que, con las escuelas y la publicación de obras sin Dios y contra Dios han desencadenado la furia en las calles...” ³⁹⁷ Por otra parte, el gobernador ordenó el cierre de 34 centros que impartían enseñanza del tipo de la de la Escuela Moderna. Al líder catalanista Cambó le pareció muy bien que se cerraran las escuelas que durante años habían preparado a los niños “para todas las violencias”, pero se quejó en carta al ministro La Cierva de que se hubieran cerrado también “centros de cultura sana y moral que la iniciativa privada había creado para elevar el nivel intelectual y moral de las clases obreras”. ³⁹⁸ Finalmente, en la noche del 31 de agosto Ferrer fue detenido por miembros del somatén de Alella, cuando abandonaba esta localidad por la carretera que viniendo de Mongat lleva hacia Granollers. Él mismo explicó las circunstancias de su detención cuando, pasado el período de incomunicación en la cárcel, pudo escribir a Soledad y a otros amigos. Según él su intención era presentarse ante el juez instructor en Barcelona, y para no ser reconocido, como le habría ocurrido si hubiera cogido el tren en la estación más próxima, se dirigió a pie hacia una estación más lejana. La explicación de que se alejara para entregarse resulta inverosímil, pero no lo es que pretendiera llegar a una estación que habitualmente no frecuentaba. Lo cierto es que esa huida a pie en solitario parecía indicar que, exiliados sus amigos y colaboradores más cercanos, no contaba con nadie más que pudiera ayudarle. Para su desgracia, fue visto por miembros del somatén de su pueblo natal, que le conocían y se portaron con dureza, sobre todo uno de su edad, Bernadas, que había jugado con él de niños y le ató fuertemente los codos amenazando con matarlo de un tiro, porque había oido decir y leído en los periódicos que era el hombre peor de la tierra. Lo tuvieron seis horas en el ayuntamiento y cuando pidió agua le trajeron un botijo, pero Bernadas no quiso desatarle para beber, ofreciéndose a echarle él el agua en la boca, lo que Ferrer rehusó. Presentado ante el gobernador, éste le dijo que los libros de la Escuela Moderna podían ser una de las causas principales de la rebelión. En la jefatura de policía le quitaron toda su ropa y le dieron un traje que le venía estrecho con un pantalón que le quedaba largo, así como una gorra, no un sombrero, un tratamiento que Ferrer, siempre cuidadoso de su aspecto, consideró humillante. Aquella misma mañana del 1 de septiembre le interrogó el juez militar Vicente Llivina, quien le causó buena impresión, pues parecía deseoso de averiguar la verdad, sin prejuicios contra él. Pero sus condiciones de detención fueron muy duras, pues permaneció todo un mes en un calabozo húmedo, frío y pestilente, sin luz ni ventilación. ³⁹⁹ Durante el mes de septiembre Ferrer prestó declaración tres veces y fue careado con varios testigos. Basándonos en ello y en las declaraciones de los testigos más importantes, se pueden reconstruir sus actuaciones durante la Semana Trágica, primero en Barcelona, el lunes 26, y luego en Masnou y Premiá de Mar, el miércoles 28. Respecto a lo ocurrido aquel lunes en el que comenzó la huelga general, Ferrer se limitó inicialmente a explicar que tomó el tren para Barcelona a las ocho de la mañana, seguido por un agente de policía, como siempre le ocurría, y que dedicó el día a gestiones
relacionadas con su actividad editorial, como efectivamente se pudo comprobar. Durante esas gestiones, que hizo a pie, perdió de vista al agente que le seguía. Al estar interrumpida la circulación ferroviaria, no pudo tomar el tren de la tarde que pretendía, así es que cenó en Barcelona y tras ello volvió a pie a Mongat, donde llegó a las cinco de la mañana del martes. Según él no volvió a salir de Mongat hasta la mañana del sábado 29, cuando, al saber que se le acusaba falsamente de haber participado en el intento de quemar un convento en Premiá de Mar, optó por esconderse en casa de unos amigos. ⁴⁰⁰ El comandante Llivina tenía sin embargo más información sobre sus actividades de aquel lunes en Barcelona, por las declaraciones de Francisco Domenech, un dependiente de una barbería de Masnou que el lunes 26 se había encontrado con Ferrer en Barcelona. Domenech dijo que a las nueve y media de la noche de aquel día había visto a Ferrer en un café de la Rambla y le había acompañado hasta la redacción del diario radical El Progreso , que al salir de allí Ferrer le había dicho que Emiliano Iglesias y otros radicales con los que había hablado se habían negado a suscribir un manifiesto revolucionario. Luego Ferrer envió a Cristóbal Litrán a la sede de Solidaridad Obrera, aunque éste volvió diciendo que dicha sede estaba cerrada. Más tarde se encontraron en la calle con Moreno, quien les dijo que representantes de Solidaridad Obrera había acudido a El Progreso para intentar llegar a un acuerdo con los radicales, pero que de momento éstos se negaban. Finalmente, Domenech acompañó a Ferrer en la caminata de vuelta hasta cerca de su casa. Al preguntarle el juez por todo esto, Ferrer admitió haber estado aquella noche con Domenech y haber acudido a la redacción de El Progreso, pero dijo que no recordaba haber hablado allí con nadie más que con el portero, negó haber enviado a Litrán a Solidaridad Obrera y añadió no saber nada del manifiesto de que le hablaban. ⁴⁰¹ Otro radical, Lorenzo Ardid, procesado por su presunta participación en un incendio, hizo también declaraciones comprometedoras para Ferrer. Ante el juez militar que se ocupaba de su causa, Ardid explicó que en aquella noche del lunes 26 Ferrer le había pedido hablar a solas y le había planteado la posibilidad de que las protestas fueran a más, pero que él le había contestado que los republicanos no estaban dispuestos a impulsarlas. Esto no representaba una acusación muy grave, pero cuando el juez le preguntó directamente si creía que Ferrer podía haber sido el organizador del movimiento, Ardid respondió que no tenía ninguna prueba, pero que “pudiera ser uno de los organizadores”, porque en los últimos seis meses había combatido al partido republicano, al negarse éste a prestar su concurso a la revolución. En careo con Ardid, Ferrer admitió haber hablado con él, pero negó que su conversación tuviera ninguna importancia. ⁴⁰² Cabe suponer que el interés de Ardid era doble, por un lado dejar clarísimo que desde el principio su partido se había abstenido de tomar parte en los sucesos y, por otro, buscar en Ferrer, enemistado en los últimos tiempos con los radicales, carente de apoyos en Barcelona y muy sospechoso para las autoridades desde el atentado de la calle Mayor, una cómoda cabeza de turco a quien atribuir la jefatura del movimiento revolucionario. En todo caso, si su testimonio fue veraz, tendríamos que concluir que Ferrer se limitó a tratar de averiguar cuál era la actitud de los radicales. Más
interesante había sido el testimonio de Domenech, a quien no se pudo volver a interrogar, porque el 15 de agosto, tres días después de declarar ante el juez Llivina, partió de Masnou, dirigiéndose, según averiguaciones realizadas por el alcalde, a Marsella, donde el día 20 embarcó en un vapor rumbo al Río de la Plata. Esta fuga resulta muy sospechosa, sobre todo porque no era fácil que un dependiente de barbería dispusiera en tan pocos días del dinero necesario para irse a América. Cabe suponer que alguien que no quería que hiciera más declaraciones le convenciera de que debía quitarse de en medio y le proporcionara el dinero para hacerlo. ¿Quién? No resulta probable que fueran amigos de un Ferrer entonces escondido y aislado. Cabe sospechar en cambio de los radicales, que no debían tener mucho interés en que se investigara un encuentro entre Emiliano Iglesias y Ferrer en el primer día de la huelga general. ⁴⁰³ Supongamos pues que Domenech dijera la verdad. ¿Qué cabe deducir entonces de la actuación de Ferrer en Barcelona aquel fatídico lunes? En primer lugar, resulta inverosímil que escogiera justo el día de la huelga general para realizar gestiones relacionadas con su editorial. Sus visitas a impresores, fabricantes de papel y libreros debieron tener por objeto proporcionarse una coartada, buscar la ocasión de despistar al policía que le seguía y observar la marcha de los acontecimientos. El triunfo de la huelga general debió convencerle de que había llegado el momento propicio para que se desencadenara la revolución con la que llevaba más de veinte años soñando. Su idea había sido siembre que en esa revolución debían confluir republicanos y anarquistas, así es que no resulta extraño que tratara de ponerse en contacto con Solidaridad Obrera y con el Partido Republicano Radical. Pero resultó que los radicales no querían comprometerse en una insurrección y con los dirigentes de Solidaridad Obrera no logró hablar, excepto con Moreno, al que encontró en la calle. Así es que debió concluir que nada podía hacer en Barcelona y regresó a su masía. Todo lo cual indica que Ferrer era por entonces un personaje aislado, sin verdadera influencia en los medios revolucionarios barceloneses No era sin embargo el tipo de hombre capaz de permanecer inactivo mientras la rebelión se extendía por Cataluña. Así es que el miércoles 28 partió de nuevo de Mas Germinal. No se dirigió sin embargo a Barcelona, donde estaban teniendo lugar los acontecimientos principales, sino a dos lugares cercanos a Mongat, Masnou y Premiá de Mar. Los testimonios de algunos republicanos radicales de ambas localidades resultaron comprometedores para él. El primero fue el del ya citado Domenech, el barbero de Masnou con quien había estado el lunes en Barcelona. Ante la Guardia Civil, Domenech declaró que el miércoles, sobre las diez, se presentó el Ferrer en la barbería y le dijo que fuera a buscar al presidente del Comité republicano de Masnou, llamado Juan Puig, para ver si se hacía algo, que Ferrer le propuso a éste que se proclamara la República y que ambos se marcharon después a Premiá de Mar, de donde volvieron hacia las trece. ⁴⁰⁴
Tras interrogar a su vez a Domenech, el comandante Llivina llamó a declarar al citado dirigente de los republicanos radicales de Masnou, Juan Puig, llamado el Llarch, de profesión tonelero, coetáneo de Ferrer y nacido como éste en Alella. Su testimonio de lo que hablaron Ferrer y él resultó muy perjudicial para éste: “Ferrer le expuso que en Masnou era necesario secundar el movimiento de Barcelona (...) contestando el declarante que de ningún modo lo consideraba conveniente, pues la población era pacífica, añadiendo el Ferrer que debía empezarse por excitarla, a fin de que salieran algunos a quemar conventos e iglesias, contestando el declarante que no comprendía que por este medio viniera la República, a lo que objetó que no le importaba la República, la cuestión era que hubiera revolución, y así discutieron, protestando el declarante, por lo que no pudieron ponerse de acuerdo.” ⁴⁰⁵ Curiosamente el Llarch, que según él era opuesto a secundar la rebelión en Masnou, aceptó acompañar a Ferrer a la vecina localidad de Premiá de Mar, donde visitaron al alcalde republicano Domingo Casas, a quien Ferrer hizo la misma proposición. Esto hacía al Llarch sospechoso de haber colaborado en el intento revolucionario de Ferrer y quizá para librarse de esa sospecha lanzó la siguiente acusación: “Cree que todo lo ha movido el Sr. Ferrer, pues coinciden los excesos que se han cometido con las ideas de destrucción de dicho individuo; que en concepto del que declara, las visitas que realizó a la redacción de El Progreso y Casa del Pueblo, y entrevistas que tuvo con los personajes significados del partido radical, no llevaban otra mira que comprometerlos a todos, en cuanto sus ideas son totalmente contrarias a la política de dicho partido, ya que el Ferrer como anarquista ha venido coincidiendo mejor con los procederes de los afiliados de Solidaridad Obrera de marcada tendencia anarquista, conforme ha venido demostrándolo la campaña que con motivo de la huelga de los obreros tipógrafos contra la empresa de El Progreso ; que estuvo al lado de Solidaridad Obrera; atreviéndose a asegurar el declarante que, a la par que ha desarrollado sus instintos destructores, se ha vengado de los resquemores que venía sintiendo con motivo de la aludida campaña. Que también cree que la destrucción de iglesias y conventos ha obedecido a la venganza deseada por el Ferrer contra el elemento clerical por la campaña que éste hizo contra la Escuela Moderna hasta que se cerró.” ⁴⁰⁶ Esta declaración tuvo lugar tres días antes de que Domenech desapareciera de Masnou y un mes antes de que Ardid, procesado como incendiario, afirmara también que sospechaba fuera Ferrer el organizador de la rebelión. Todo parece indicar pues que los radicales se pusieron de acuerdo en culpar a Ferrer para exculparse ellos mismos. Su tesis era que el movimiento había sido puramente anarquista y que Ferrer, su inspirador, había tratado de comprometerles a ellos, que por supuesto eran incapaces de quemar una iglesia. En cuanto a Lerroux, viejo amigo de Ferrer y cómplice de éste en conspiraciones dirigidas a asesinar al rey, fue una suerte para él hallarse fuera de España, no sólo porque evitó así verse comprometido por los acontecimientos, sino porque le permitió permanecer al margen de la campaña de acusaciones que sus seguidores lanzaron contra Ferrer. Ante
ella, Lerroux se limitó a enviar a Malato, a mediados de septiembre, el siguiente telegrama: “Nunca he atribuido Ferrer filiacion anarquista por creerle republicano como yo. Mantenemos relaciones políticas. Hágalo público.” ⁴⁰⁷ Por su parte Domingo Casas, carnicero de profesión y alcalde de Premiá, declaró inicialmente ante el comandante Llivina que el miércoles 28, a las doce de la mañana, pidió hablar con él un señor que sólo conocía de vista y dijo llamarse Ferrer Guardia, quien le argumentó que Barcelona estaba en estado de rebelión, que iba a proclamarse la República y que se quemaban conventos e iglesias, a lo que él respondió “que en Premiá de Mar convenía paz y tranquilidad, y si se proclamaba la República en Barcelona y en España entera, Premiá también sería republicano”. A lo que en una segunda declaración añadió que en Premiá y en todas partes se tenía por seguro “que Francisco Ferrer y Guardia fue el principal inductor e instigador de todos los tristes sucesos desarrollados en esta región durante los últimos días del mes de julio”. ⁴⁰⁸ Como resultado de las declaraciones de Casas y otros testigos, el juez de instrucción de Mataró procesó el 23 de agosto a Ferrer y a Puig por el delito de proposición de rebelión y decretó su prisión provisional sin fianza. Sin embargo, el juez no tardó en aceptar la versión del Llarch de que se había opuesto a los propósitos de Ferrer y si le había acompañado a Premiá había sido por pura amistad (una amistad un poco extraña, porque según él no se habían visto en los últimos venticinco años), motivo por el cual le dejó en libertad sin cargos el 28 de agosto. Tan sorprendente benevolencia por parte del juez bien pudiera ser una prueba de agradecimiento de las autoridades a quien podía ser un testigo fundamental para incriminar a Ferrer. ⁴⁰⁹ Lo ocurrido en Premiá era importante por los disturbios que allí se iniciaron al poco de abandonar la localidad Ferrer y Puig. Según el teniente de la Guardia Civil Modesto de Lara, que investigó el caso y más tarde lo expuso en un libro que escribió bajo pseudónimo, los rebeldes de Premiá saquearon almacenes, intentaron quemar la iglesia y el domicilio del párroco, apalearon a un religiosos que huía, se apoderaron de carabinas en el ayuntamiento, nombraron una junta revolucionaria que proclamó la República y, en la madrugada del día 30, atacaron a tiros el convento de los hermanos maristas, en el que se hallaban doscientos niños franceses, repeliendo la agresión los carabineros que lo custodiaban, con ayuda de un cañonero que llegó en pleno asalto. Ahora bien, lo que no resulta evidente es que Ferrer fuera responsable de ello. ⁴¹⁰ De las declaraciones de Puig y Casas cabe deducir que Ferrer quiso propagar a Masnou y Premiá la rebelión iniciada en Barcelona, lo cual no tiene nada de sorprendente, dadas sus ideas. Probablemente Puig le dijera que en Masnou no había ambiente para ello, pero que en Premiá tendrían mayores posibilidades de éxito, porque la implantación republicana era mayor. Sin embargo, el alcalde de Premiá se mostró reacio a comprometerse, una actitud que fue muy común en los dirigentes radicales en aquellos días. Así es que tras su entrevista con Casas y algunos de sus colaboradores, Ferrer y Puig se marcharon. Dado que no hay testimonio alguno de que se entrevistaran con otras personas en Premiá, no parece sin
embargo que su visita condujera a los hechos que se iniciaron allí con posterioridad. Tan sólo uno de quienes asistieron a la conversación de Ferrer con Casas, un empleado del ayuntamiento llamado José Álvarez Espinosa, tuvo una participación destacada en los sucesos, pues fue él quien proporcionó a los rebeldes las carabinas depositadas en el ayuntamiento que fueron utilizadas en el ataque al convento de los maristas. ⁴¹¹ Lo más probable es que la fama de Ferrer, debida en buena medida a que pocos debían creer que no tuviera nada que ver con el atentado contra el rey, diera a sus movimientos una especial relevancia, a los ojos tanto de amigos como de enemigos. No es extraño pues que muchas personas creyeran sinceramente que estaba moviendo los hilos de la rebelión. Cabría sospecharlo aun hoy en día, si no fuera por la cuidadosa investigación llevada a cabo por las autoridades, que paradójicamente sirvió para condenarlo. De los testimonios de Domenech, de Puig y de Casas, si nos atenemos a los hechos que vivieron y no a sus suposiciones sobre el papel jugado por Ferrer, lo que resulta es el aislamiento de éste. Llama la atención que no aparezca ningún testimonio de contactos con anarquistas o con dirigentes de Solidaridad Obrera, salvo el encuentro con Moreno en la calle. En Barcelona, en Masnou y en Premiá a quien se dirigió Ferrer para que apoyaran la revolución fue a los republicanos radicales, que rechazaron sus propuestas. En principio cabría suponer que Ferrer estaba secretamente en contacto con los anarquistas aunque, a diferencia de los radicales, éstos no lo confesaron, pero si así fue, ¿como es que Moreno fue incapaz de proporcionar una sola prueba de esos contactos cuando decidió acusar a Ferrer en su libro? Todo apunta a que si Ferrer se dirigió a los radicales tanto en Barcelona como en Masnou y Premiá fue porque no tenía otras posibilidades de contribuir a la extensión de la rebelión.
En su primera declaración ante el comandante Llivina, a las pocas horas de su detención, Ferrer admitió haber estado en Masnou y Premiá, pero negó todas las acusaciones de Puig y Casas. Ocho días después fue llamado a declarar por un nuevo juez instructor, el comandante Valerio Raso. El cambio de juez se debió a que su causa había sido separada de la causa general que siguió llevando Llivina. Da la sensación de que se deseaba lograr una rápida condena de Ferrer y un proceso individual permitía mayor celeridad. Puede incluso que para su caso se designara a un juez más dispuesto a trabajar por su condena, pues hay indicios de que el modo en que condujo la instrucción Llivina no satisfizo a sus superiores jerárquicos. En su hoja de servicios consta que en octubre de 1912 el capitán general el impuso el correctivo de advertencia “por la falta leve de errores y omisiones padecidos como juez instructor en la causa general que se formó por los sucesos ocurridos en Barcelona en el mes de julio de 1909”, y el de apercibimiento “por la falta también leve de réplicas desatentas al Auditor, en cuya falta incurrió al explicar su conducta como tal Juez del referido proceso”. No sabemos cuál fue el motivo concreto de la disputa entre el comandante Llivina y su superior jerárquico el Auditor, pero quizá no sea aventurado suponer que éste no le consideraba suficientemente incisivo en la instrucción de la causa. Al propio Ferrer, Raso le causó mucha peor impresión que su predecesor. Según escribió más tarde a Malato, el nuevo juez instructor era un caballero muy educado y parecía incluso buena persona, pero estaba más interesado en buscar un culpable que en hallar la verdad. ⁴¹² Lo cierto es que el interrogatorio que sometió al procesado, el comandante Raso planteó nuevas pruebas contra él. En especial se interesó por dos circulares halladas en el registro de Mas Germinal. La segunda de ellas incluía la receta para fabricar un explosivo, la pancastita, mientras que la primera incluía el siguiente programa: “Abolición de todas las leyes existentes. Expulsión o exterminio de las Comunidades religiosas. Disolución de la Magistratura, del Ejército y de la Marina. Derribo de las iglesias. Confiscación del Banco, de los bienes de cuantos hombres, civiles o militares, hayan gobernado en España o en sus perdidas colonias. Inmediata prisión de todos ellos, hasta que se justifiquen o sean ejecutados. Prohibición absoluta de salir del territorio, ni aun en cueros, a todos los que hayan desempeñado funciones públicas. Confiscación de los ferrocarriles y de todos los Bancos mal llamados de Crédito.” ⁴¹³ Estas circulares no estaban fechadas, pero una alusión a la Unión de comerciantes hace sospechar que pudieran haber sido escritas poco después de enero de 1900, fecha en que una asamblea de representantes de las
Cámaras de comercio fundó una Unión Nacional cuya influencia en la política española fue de muy corta duración. Ferrer negó haber visto nunca estas circulares. El comandante Raso le dijo que habían sido encontradas entre sus papeles en un registro efectuado en el Mas Germinal en presencia de su hermano José, de la esposa de éste María y de Soledad Villafranca, pero en realidad es en el acta del registro realizado el 29 de agosto, cuando los citados se hallaban ya en Alcañiz, en la que se hace constar la incautación de “un programa y dos circulares dirigidas al pueblo excitando a la rebelión y destrucción de todo lo que sea poder e instituciones”. El testigo que firmó esa acta fue Josefa Los Arcos, madre de Soledad Villafranca. Al tratarse de un registro efectuado el 29 de agosto, en el que se incautó una voluminosa documentación (hoy perdida o en paradero desconocido), no es muy sorprendente que el comandante Llivina no se hubiera dado todavía cuenta de su importancia cuando interrogó a Ferrer el 1 de septiembre, y es posible que el comandante Raso, recien encargado de la instrucción, se confundiera el día 9 acerca del registro en que se habían encontrado. En todo caso, su valor como prueba no era muy grande porque no era posible demostar ni que hubieran sido repartidas ni que las hubiera escrito Ferrer, aunque su contenido no está muy lejos de lo que éste escribía a principios de siglo en sus artículos para La Huelga General. En un interrogatorio posterior, Ferrer le hizo notar a Raso que tales circulares bien podría haberlas introducido en su casa la policía y pidió que le asegurara que el acta del registro había sido firmada por miembros de su familia. Por su parte, el comandante observó que, según los peritos, tres letras corregidas a mano que aparecían en las mismas bien podían ser suyas y le recordó la semejanza de su contenido respecto a las circulares revolucionarias que había admitido haber escrito en 1892. Tras ese último interrogatorio, Ferrer quedó angustiado, al darse cuenta de la que se le venía encima. Luego, el 22 de septiembre, fue careado con Puig y con Casas, dos canallas según él, manteniéndose la discrepancia entre sus respectivas versiones de lo ocurrido. ⁴¹⁴ La condena El 1 de octubre, concluido el sumario y transcurrido ya un mes desde su detención, se puso fin a la incomunicación de Ferrer. Inmediatamente se dispuso éste a escribir a sus amigos de toda Europa, para pedirles ayuda y proporcionarles información con la que pudieran impulsar la campaña en su favor, dándoles argumentos acerca de su inocencia y describiendo sus padecimientos. Varias de esas cartas, dirigidas entre otros a Malato, a Fabbri y a Heaford, han sido publicadas. En ellas pedía que le enviaran periódicos extranjeros que pudieran servir para preparar su defensa a su abogado, el capitán Francisco Galcerán, quien estaba seguro de su inocencia pero preocupado por el mal ambiente contra él que se había creado en España, debido a que la prensa clerical le atacaba y la liberal no podía defenderle. Tampoco le habían permitido que proporcionara a Galcerán una colección de publicaciones de la Escuela Moderna, para que pudiera desmentir las acusaciones lanzadas acerca de su contenido. ⁴¹⁵ Se quejaba de que no le habían devuelto el dinero que le habían incautado al detenerle, por lo que ni siquiera podía comprar un periódico. Tampoco le
habían permitido usar uno de los trajes que tenía en su casa, con el argumento de que todos sus bienes estaban embargados, por lo que temía que fueran a obligarle a comparecer ante el tribunal militar vestido de “apache”, es decir con aspecto de delincuente común. Pero lo peor había sido la incomunicación que había sufrido durante un mes, en muy duras condiciones. Así las describió en una carta a Heaford, que traducimos del francés: “Allí (en la cárcel de Barcelona) me encerraron en un calabozo repugnante, fétido, frío, húmedo, sin aire ni luz, en el subterráneo de la prisión (...) En ese calabozo, diez pies bajo tierra, una plancha hacía funciones de lecho, con un colchón de paja, una manta y una asquerosa sábana, toda sucia. Un orinal, una jarra para beber y sobre todo bichitos que pululaban y que la primera noche atacaron mi cuerpo por todas partes. (...) De comida, sopa dos veces al día, siempre la misma, garbanzos por la mañana y judías por la noche, siempre con la misma salsa, y todo siempre en la oscuridad y en la imposibilidad de poder retirar fácilmente los trocitos de tocino rancio, que me hacían casi vomitar. (...) Pedí una palangana y agua para poder lavarme al menos las manos y la cara. Me la dieron al cabo de los seis días. (..) Para combatir el frío y el aburrimiento de no poder leer, ni conversar, ni ver a nadie, me paseaba por el calabozo, como una fiera salvaje, hasta que sudaba.” ⁴¹⁶ El 6 de octubre pudo por fin leer la prensa española y al día siguiente remitió una carta a El País en la que defendía su inocencia. Tuvo también ocasión de hablar brevemente con un periodista, corresponsal del diario parisino Le Matin , a quien repitió los argumentos que había expuesto en las cartas a sus amigos. Le dijo que no tenía queja alguna acerca de la administración de la cárcel, pero sí del régimen de aislamiento absoluto que había sufrido, que había debilitado su salud y le había impedido ponerse al corriente de las acusaciones que se le hacían. Ahora podía consultar todos los diarios de Barcelona aparecidos desde julio, pero el juez no le permitía recibir los periódicos extranjeros a los que estaba abonado, de los que tenía necesidad para saber que se decía de él en Europa. A su defensor le preocupaba la mala opinión que se había creado contra él, por lo que la única manera de hacer que su inocencia resplandeciera era dar al proceso la máxima publicidad posible. “Usted sabe lo que hicieron con Dreyfus”. ⁴¹⁷ El consejo de guerra, presidido por el teniente coronel Eduardo Aguirre de la Calle, se celebró el 9 de octubre en la Cárcel Modelo de Barcelona. Asistieron unas 250 personas, entre las que se hallaban una veintena de periodistas y un solo representante diplomático, el vicecónsul británico en la ciudad, cuyo relato sirvió de base para el detallado informe que el cónsul remitió a Londres. El procedimiento que se seguía en los procesos militares, a diferencia de los civiles, no incluía el interrogatorio de testigos ni de la acusación ni de la defensa, siendo el juez instructor el que exponía las declaraciones tomadas previamente a los distintos testigos, lo que permitía que el proceso fuera muy rápido. Al inicio Ferrer, que no parecía en absoluto deprimido por la gravedad de la acusación que sobre él pendía, pidió al tribunal que le excusara por no comparecer con un traje más adecuado, pero cuando trató de protestar por haber sido privado de sus ropas, el presidente le hizo callar. Luego el juez instructor, comandante Valerio Raso,
leyó un extenso resumen del sumario y a continuación presentaron sus informes el fiscal, capitán Jesús Marín Rafales, y el defensor, capitán Francisco Galcerán Ferrer. ⁴¹⁸ El fiscal, que pidió la pena de muerte para Ferrer como jefe de una rebelión militar, se esforzó en probar la culpabilidad de éste en base a las declaraciones de los testigos y de la documentación incautada al procesado, pero su argumentación fue muy poco convincente a los ojos de un observador imparcial. Los testimonios de Francisco Domenech, de Juan Puig y de Domingo Casas, que ya hemos analizado detalladamente, apuntaban a que Ferrer era culpable de proposición a la rebelión, el delito por el que inicialmente le había procesado el juez de Mataró, pero no había un solo testimonio directo de que hubiera actuado como jefe de la misma. El capitán Marín, sin embargo, estaba dispuesto a admitir como pruebas incluso las referencias a rumores, como puede verse en el siguiente fragmento de su informe: “D. Vicente Puig Pons indica la existencia de una partida de treinta hombres que cree reclutada por Ferrer y que apareció en Premiá, haciendo observar que aun cuando lo de la recluta no le consta personalmente, así debía ser puesto que al preguntarse la gente de dónde vendrían aquellos, se oía decir: ‘Son los picapedreros que habrá mandado Ferrer’.” ⁴¹⁹ “No le consta”, “se oía decir”, “habrá mandado” no son desde luego el tipo de testimonios en los que resulta razonable que se apoye un fiscal. Pero la prueba documental no era más sólida. Los documentos más comprometedores para Ferrer eran las circulares revolucionarias que había redactado en 1892, pero resultaban ser de quince años atrás, es decir anteriores al proceso en que Ferrer fue absuelto en 1906. El fiscal las presentó sin embargo como un antecedente directo de la Semana Trágica. En cuanto a las circulares sin fecha descubiertas en el Mas Germinal, la única prueba de que fueran atribuibles a Ferrer era la afirmación de los peritos de que en unas correciones hechas a mano sobre el texto mecanografiado de las mismas, “la t de la palabra actos y la sílaba ba de la palabra trabajando ” presentaban semejanza con la letra de Ferrer. Pero aún admitiendo que éste hubiera corregido esas circulares, lo que le haría responsable de las mismas, o incluso que fuera su autor, no había prueba alguna de que hubieran sido nunca distribuidas y además, como hemos visto, parecían remontarse a varios años atrás. ⁴²⁰
El defensor de Ferrer no fue remiso a la hora de mostrar la inconsistencia de la acusación. Se trataba, como ya hemos avanzado, del capitán de Ingenieros Francisco Galcerán Ferrer, cuya impecable hoja de servicios muestra que en 1926 ascendió a teniente coronel y en 1931 se retiró del Ejército. Ferrer hubo de elegirlo de las listas de oficiales aptos para ello por su destino, a ninguno de los cuales conocía, así es que optó por Galcerán debido a que llevaban el mismo nombre y a que el segundo apellido del capitán era Ferrer. ⁴²¹ Lo cierto es que Galcerán cumplió a la perfección con sus deberes de defensor, tarea que le debió ser más fácil porque todo indica que creía en la inocencia de su defendido, aunque se encontró con el obstáculo de disponer tan sólo de 24 horas para examinar los 600 folios del sumario. Su intervención ante el consejo de guerra se inició con una protesta por el modo en que se había llevado el proceso contra Ferrer: “Durante el sumario han declarado todos sus enemigos; se han unido a él cuantas denuncias y anónimos podían perjudicarle; figuran también pareceres de autoridades más o menos conocedoras del asunto y han sido alejadas, desterradas, perseguidas y obligadas a dolorosa peregrinación las personas que, por conocerle a fondo, podrían ilustrarnos sobre la vida, costumbres y trabajo a que se dedicaba mi defendido, así como abonar su conducta. De modo que me encuentro con un proceso ya terminado; y después de la lectura de cargos, me han negado cuantas pruebas he solicitado y no he podido lograr fuesen oídos los testigos que lo pretendían, por haber transcurrido ya el plazo legal para ello (...).” ⁴²² Tras esta enérgica introducción, el capitán Galcerán dirigió su crítica contra la campaña de la prensa conservadora, que había presentado como culpable a su defendido: “Todos los elementos reaccionarios (...) que quizá han provocado estos desórdenes de Julio con su egoísmo e intemperancia, quieren ahora ocultar la cobardía demostrada durante los luctuosos sucesos con una enérgica petición de castigos contra los vencidos. (...) Esta campaña se ha dirigido principalmente contra la persona de Ferrer por odio y por temor a la educación dada a la clase obrera, sea en la Escuela Moderna, que lograron tiempo atrás cerrar, sea en la serie de libros publicados por la casa editorial por él fundada; por temor, repito, de que con la ilustración los desgraciados se ennoblezcan y sacudan más tarde yugos indignos de la raza humana. Y para ello han mutilado y publicado después varios párrafos de sus libros de texto y han hecho creer a incautos y beatas que en ellos sólo se trataba de anarquía y dinamita, por el solo hecho de haber suprimido de su enseñanza la religión (...) Campaña la que me ocupa que (...) ha reunido en opinión enorme a los contrarios de mi defendido, y éste se encuentra en estos momentos rodeado de una atmósfera envenenada por el odio (...)” ⁴²³ Acusó también al Partido Radical de haberse sumado a esa campaña por el mezquino motivo del préstamo que Ferrer había hecho a Solidaridad Obrera, enfrentada a esa agrupación política. Tras ello mostró la escasa solidez de los testimonios de los republicanos radicales que habían acusado a Ferrer de promover la rebelión en Barcelona, en Masnou y en Premiá. En cuanto a las pruebas documentales, arguyó que tomar en consideración documentos ya conocidos cuando su defendido fue absuelto, en el proceso por el
ignominioso crimen de la calle Mayor, implicaba cuestionar la sentencia del tribunal que le juzgó. Y respecto a las circulares sin fecha arguyó que parecían haber sido escritas mucho antes de los sucesos de julio y con otro fin, que los peritos no habían afirmado de manera categórica que las correcciones realizadas fueran de mano de Ferrer, y que no había aparecido un solo dato que pudiera hacer sospechar que hubieran contribuido a la rebelión. En consecuencia, el capitán Galcerán pidió la absolución de su defendido. ⁴²⁴ A pesar de la inconsistencia de la acusación, que ningún dato conocido con posterioridad ha venido a reforzar, la sentencia fue de muerte. Ello contrasta con el hecho de que los tribunales que juzgaron los sucesos de julio no fueron excesivamente severos. Según datos recogidos en su día por Salvador Canals, de los 1.725 procesados sólo 129 fueron condenados a penas de prisión y sólo cinco lo fueron a la última pena. Los otros cuatro condenados a muerte, que habían sido fusilados antes de que Ferrer fuera juzgado, eran rebeldes poco conocidos. Se trataba de un conserje republicano, de un mozo desertor del Ejército y de un guardia de Seguridad, todos los cuales habían disparado contra la fuerza pública, y de un carbonero que había profanado el cadáver de una religiosa. El propósito parece pues haber sido dar un escarmiento en las personas de algunos rebeldes y tratar con menos severidad al resto. ⁴²⁵ La ejemplaridad del castigo parecía exigir, sin embargo, que no se culpara sólo a quienes habían participado en la rebelión, sino a quienes la habían preparado y dirigido. Ese fue el papel que se le adjudicó a Ferrer, que no había sido en verdad un jefe de la insurrección, pero contra el cual jugó la atmósfera hostil que le rodeaba en Barcelona. La hostilidad derivaba en primer lugar de la reacción de los barceloneses ante los sucesos de la Semana Trágica, que la gran mayoría reprobaba. Un republicano como Pere Coromines destacó unos meses después el hecho de que, en una ciudad de 600.000 habitantes, nadie pidió el indulto cuando comenzaron a producirse las condenas a muerte. ⁴²⁶ Y respecto a al caso del propio Ferrer, en un debate parlamentario celebrado en 1914 el líder catalanista Cambó recordó lo siguiente: “Yo estaba en Barcelona cuando se detuvo a Ferrer, y me enteré de que se le había detenido porque dos diputados republicanos me comunicaron la noticia. En ninguno de los dos había la más leve sospecha de que Ferrer no mereciera una condena de muerte (...); pero en aquel momento me dijeron: ‘No, Ferrer no será ejecutado; Ferrer es demasiado fuerte, y ante Ferrer se torcerá la justicia, y lo que hará torcer la justicia será el miedo’. (...) No pidieron el indulto de Ferrer los elementos del partido radical; fueron en el sumario sus acusadores; no lo pedimos los que eramos neutrales en la contienda; no pidió nadie, repito, el indulto de Ferrer. Si culpa hay por el fusilamiento de Ferrer, culpa es de todo el cuerpo social, principalmente de Barcelona; todos los ciudadanos de Barcelona hemos fusilado a Ferrer no pidiendo su indulto.” ⁴²⁷ El sentido del comentario evocado por Cambó no presenta duda alguna: aquellos diputados pensaban que Ferrer había sido cómplice de Morral en el atentado de la calle Mayor y que si la justicia lo había absuelto había sido
por temor a una venganza sangrienta. Era esta extendida convicción la que llevó a que la condena de Ferrer fuera aceptada tan fácilmente en Barcelona, a pesar de la ausencia de pruebas. Para los católicos era un propagador de la impiedad; para los radicales un personaje molesto que apoyaba a sus rivales anarquistas y a quien era cómodo hacer cargar con la responsabilidad de unos sucesos en que bastantes de ellos habían participado; y para muchos ciudadanos de distintas ideologías era un organizador de atentados que muy bien pudiera haber estado detrás de la violencia desencadenada durante la Semana Trágica. El republicano Amadeo Hurtado afirma en sus memorias que, impulsados por la común tendencia a personificar los problemas, muchos creyeron que la detención de Ferrer llevaría a que de una vez se pagaran todas las culpas, tanto por los atentados terroristas como por las atrocidades de la Semana Trágica, pero que algunos temían que no se fuera a hacer justicia. Se decía que el miedo del rey a represalias revolucionarias había salvado a Ferrer en el proceso de Madrid y que al encontrarse de nuevo con este prisionero embarazoso, el gobierno sacrificaría la tranquilidad de Barcelona a la del rey. Una semana después de la detención de Ferrer, Hurtado se encontró con algunos diputados republicanos y uno de ellos le comentó, con asentimiento de los otros, que si no se le fusilaba inmediatamente vendría la presión extranjera, como la otra vez, y le dejarían libre para que siguiera causando problemas a todos. ⁴²⁸ Hubo, sin embargo, algunas voces disidentes. El 30 de septiembre, el diario republicano La Publicidad , que había apoyado a Solidaridad Catalana frente a Lerroux, pidió la amnistía para los condenados y procesados por los sucesos de la Semana Trágica, iniciativa que le fue duramente reprochada por la prensa conservadora de Barcelona. Y la opción por la clemencia fue también apoyada por un hombre católico y conservador que era además el mayor poeta de Cataluña, Joan Maragall, quien se sentía angustiado por los excesos de la represión y el 10 de octubre y tras la condena de Ferrer envió al diario La Veu de Catalunya un artículo en el que trató de convencer a sus conciudadanos de que el perdón era el mejor camino para un futuro mejor. Sin embargo, el suyo no era un alegato por la inocencia de Ferrer, a quien no mencionaba por su nombre, sino un alegato en contra de la pena de muerte. Por otra parte, La Veu de Catalunya nunca lo publicó. ⁴²⁹ El jefe del gobierno, Antonio Maura, no consideró siquiera la posibilidad de un indulto, a pesar de que algunos lo consideraban conveniente. El rey Alfonso XIII pronto empezó a recibir peticiones de indulto, entre ellas la de Paz Ferrer, quien no ocultaba sus sentimientos monárquicos para disgusto de alguno de los admiradores de su padre. Se dijo que dos miembros prominentes del Partido Conservador, Dato y Sánchez Guerra, aconsejaron a Maura el indulto, y su propio hijo Gabriel le transmitió la opinión contraria a la ejecución del embajador en París, León y Castillo, consciente de cómo se percibía el tema en Europa y de lo perjudicada que podía resultar la imagen de la monarquía española. ⁴³⁰ Varios observadores extranjeros estimaron que Maura estaba cometiendo un error, pero no hubo gestiones diplomáticas en favor del indulto. Tras leer el informe del cónsul en Barcelona, el ministro británico de Asuntos Exteriores, sir Edward Grey, anotó que si el gobierno de Madrid hubiera querido
ejecutar a un criminal −como el embajador español le decía que Ferrer lo era− sin convertirlo en un mártir, debía haber presentado una acusación completa contra él ante un tribunal civil en el que se hubiera podido oír a testigos y en el que los hechos de su vida y el carácter de su enseñanza hubieran podido ser desvelados. Por su parte, el encargado de negocios italiano informó a su ministro que los gobernantes españoles estaban dispuestos a demostrar su firmeza frente a las amenazas subversivas mediante la ejecución de Ferrer, a quien consideraban culpable tanto del atentado de 1906 en Madrid como de los sucesos de julo de 1909, por lo que no había posibilidad de que una gestión diplomática le hiciera cambiar de conducta y de hecho no creía que se hubiera producido ninguna, según había deducido de sus conversaciones con colegas extranjeros. ⁴³¹ La prensa española e italiana se hizo eco de que el Vaticano era favorable al indulto, pero lo cierto es que la Curia no efectuó ninguna gestión en ese sentido hasta después de la muerte de Ferrer. Fue en la mañana del 13 de octubre, pocas horas antes de que se difundiera en Italia la noticia del fusilamiento, cuando el embajador de España ante la Santa Sede recibió una carta muy confidencial del Secretario de Estado, cardenal Merry del Val, en que le comunicaba lo siguiente: “Habrá Vd. notado lo que dicen los periódicos sobre una intervención de Su Santidad en favor de Ferrer. Excuso decir que el Santo Padre nada hará que no fuera de acuerdo con Su Majestad y el Gobierno español y de su completo agrado. Pero naturalmente si Su Majestad y el Gobierno desean que el Santo Padre interceda, juzgando que sea ésta una manera útil y oportuna para salir de una situación, aquí me tiene Vd. a su disposición para hablar de la cosa a Su Santidad.” ⁴³² Esta carta dejó al embajador español perplejo. Desde hacía dos días, algunos periódicos italianos afirmaban que el Papa pensaba intervenir en favor de Ferrer, pero que el embajador español, siguiendo instrucciones de su gobierno, le había disuadido de que lo hiciera. Ahora bien, si el Vaticano deseaba realizar ese generoso intento ¿por qué habían aguardado tanto para comunicárselo a él? La respuesta que el propio embajador se daba no era muy favorable a la actuación de la Curia: “Podría por lo tanto deducirse de todo ello, aunque no se me oculta la gravedad de una suposición que no puedo basar en ningún hecho concreto, que la Curia Romana, intimidada por la tempestad anticlerical que se desencadenó en Roma desde que se supo la condena de Ferrer, pero deseosa sin embargo de no embarazar la acción de la justicia ni la del Gobierno de S.M. en tan grave coyuntura, propaló el rumor de una intervención posible destinada a granjearle las simpatías de sus enemigos, mientras que aplazándola hasta después de ejecutado Ferrer, hacía imposible sus efectos. Me confirma además en esta suposición la improbabilidad de que la Curia Romana, en general mejor informada que ningún otro centro en Roma, ignorase a la una de la tarde, hora en que me escribió el Cardenal, la noticia del fusilamiento que según he sabido después conocían ya los periódicos a las doce.” ⁴³³
La interpretación del embajador español resulta verosímil, pero es posible hacer otra lectura de los hechos. Es muy probable que el Vaticano tratara sobre todo de disociarse de la ejecución de Ferrer, pero al propalar a la prensa, dos días atrás, el rumor de una gestión, estaba enviando también al gobierno español el mensaje de que podía contar con el Papa para evitar una ejecución que a sus ojos debía resultar imprudente. En realidad la salida que ofrecía era muy honrosa y hubo dos días para aprovecharla. El gobierno de Maura, deseoso de hacer justicia, podría haberse inclinado ante la magnanimidad de un Papa que intercedía por la vía de un agitador anticlerical e instigador de la quema de conventos. Habría sido todo un gesto, pero se optó por lo que se consideraba un castigo ejemplar. El problema era que resultaba muy poco ejemplar ejecutar a una persona por un delito que no había cometido y Ferrer no había sido el instigador de la rebelión de julio. Las últimas horas A las ocho y media de la noche del 12 de octubre, el comandante Raso, juez instructor de la causa, leyó a Ferrer, en el despacho del gobernador del castillo de Montjuich, al que el reo había sido trasladado la víspera, su sentencia de muerte. Ferrer firmó la notificación con gran serenidad, cenó con apetito y entró en la capilla en que iba a transcurrir su última noche. Según narró años después el capellán castrense Eloy Hernández, cuando el condenado vio que en la capilla se habían instalado, como era costumbre, un crucifijo y dos candelabros, pidió que los retiraran, pero no fue complacido. El capellán se puso a su disposición, pero Ferrer respondió que no comulgaba en las ideas cristianas, aunque le agradecía el ofrecimiento. Cuando aquél insistió en que se reconciliara con la religión, el condenado le contestó amablemente que le dejasen tranquilo, porque tenía mucho que hacer. Más tarde llegó un jesuita, enviado por el obispo, y Ferrer recibió brevemente, lo mismo que a un padre capellán de la Casa de Caridad, que al parecer había sido monaguillo con él. Al margen de estas visitas, casi toda la noche la pasó escribiendo a Soledad y a su amigo Malato y dictando su testamento al notario, quien también le rogó que se confesara. Preguntó alguna vez si había llegado el indulto, pero a medida que avanzaba la noche se desvanecía en él la esperanza de que se lo concedieran. ⁴³⁴ Otro testimonio, el del teniente de la Guardia Civil Modesto de Lara, insiste sobre todo en la extraordinaria serenidad y caballerosidad que demostró Ferrer en su última noche: “Imposible poder describir con absoluta fidelidad la cortesía, la entereza, la naturalidad que demostró Ferrer en aquellos instantes. Del modo más delicado, haciendo protestas que no era su intención herir los sentimientos religiosos del capellán que le ofrecía los auxilios de su ministerio, suplicante, rogó al sacerdote que le dejara solo. (...) Toda la noche la pasó escribiendo. En las primeras horas de la mañana, cuando terminó, fueron algunos jefes y oficiales del castillo a la capilla, para acompañarle un rato, para ofrecerse, para distraerle. Se conversó de la misma manera que pudiera hacerse en un casino. Él llevó el peso de la charla. ¡Oh su Escuela Moderna! No se le había entendido. Amaba tanto la paz, que por eso no quería fronteras. Sin guerras, reinando el amor universal, huelga el Ejército, sobra la bandera. Se tenía de
él un concepto equivocado. (...) Moría tranquilo y contento, porque tenía fe ciega en el porvenir, porque se consideraba mártir de una hermosa doctrina.” ⁴³⁵ El notario a quien dictó su testamento era Ricardo Permanyer, decano del Colegio de Notarios de Barcelona, quien aceptó el cometido al no ofrecerse voluntariamente ninguno de los colegiados. La conversación que mantuvo con Ferrer fue amistosa y versó sobre todo acerca de la cuestión religiosa, manteniéndose el condenado firme en sus principios frente a los argumentos del notario, que llegó a apelar a las convicciones católicas de la madre de Ferrer. ⁴³⁶ El testamento que éste dictó comenzaba por una afirmación de inocencia y una manifestación de su rechazo hacia todo tipo de ritos funerarios: “Deseo que en ninguna ocasión ni próxima ni lejana, ni por uno ni otro motivo, se hagan manifestaciones de carácter religioso o político ante los restos míos, porque considero que el tiempo que se emplea ocupándose de los muertos sería mejor destinarlo a mejorar la condición en que viven los vivos, teniendo gran necesidad de ello casi todos los hombres. (...) Deseo también que mis amigos hablen poco o nada de mi, porque se crean ídolos cuando se ensalza a los hombres, lo que es un gran mal para el porvenir humano. Solamente los hechos, sean de quien sean, se han de estudiar, ensalzar o vituperar, alabándolos para que se imiten cuando parezcan redundar al bien común, o criticándolos para que no se repitan si se consideran nocivos para el bien general.” ⁴³⁷ Las disposiciones testamentarias de Ferrer reflejaron su amor a la Escuela Moderna y a Soledad Villafranca, su apego hacia su hermano José y su cuñada María, y su desapego hacia sus tres hijas y su hijo. A Trinidad, Paz y Sol les dejó únicamente las 6.000 pesetas de la legítima, pero con la súplica de que no las reclamaran, porque ya sabían que no debían contar con la herencia de Ernestine Meuniè, al haber acordado ambos verbalmente que debía servir sólo para la propagación de sus ideas. Al hijo que había tenido con Léopoldine Bonnard, a quien no había reconocido nunca, no le dejó nada, aunque anteriormente había previsto dejarle cincuenta acciones de Fomento de Obras y Construcciones. Pero, ante la posibilidad de que alguien de su familia se viera algún día necesitado, encargó a Lorenzo Portet, a quien dejó el capital necesario para llevar adelante la editorial, que en ese caso le socorriera “según su prudencia y buen criterio”. Esto si se trataba de su hermano José y su familia, de Soledad, del niño Leopoldo Bonnard, conocido por Riego, o de su hija Trinidad, “pobre desgraciada que vive en París” (a la que sin embargo también pedía que no aceptara la legítima). Pero lo más extraordinario es que taxativamente excluía de toda ayuda a sus hijas Paz y Sol, porque éstas ya tenián medios de vivir y lo hacían de un modo que no estaba de acuerdo con su manera de ver. Esta actitud de Ferrer ante sus hijas, cuando le quedaban pocas horas de vida, resultaba muy reveladora de su carácter. Era un hombre seguro de sí mismo que no tenía la menor duda de que era justo lo que él creía justo. Pudiera pensarse que si no dejó nada para su hijo Riego y a sus hijas sólo les dejó el mínimo legal, fue porque repudiaba el concepto burgués de herencia, pero que no era así lo demostró con sus legados para Soledad y para José.
En realidad detestaba a su antigua esposa Teresa, con quien vivía Sol, a su antigua amante Léopoldine, con quien vivía Riego, y a su hija Paz. Cuando se trataba en cambio de su joven amada Soledad, nada le impidió dejarle cien acciones de Fomento de Obras y Construcciones y el mobiliario y ajuar, incluido un piano, del piso que ocupaban en Mas Germinal, así como el derecho de uso y habitación del citado piso durante toda su vida. Pero su principal deseo en aquellos trágicos momentos era que la editorial de la Escuela Moderna saliera adelante. Para ello legó a Lorenzo Portet, residente entonces en Liverpool, no sólo la editorial sino también su casa de París, 600 acciones de Fomento de Obras y Construcciones (la mitad de las cuales estaban pignoradas en garantía de un préstamo) y 432 acciones de Catalana General de Crédito. El resto de su fortuna lo dejó a su hermano José. Como albaceas nombró a Cristóbal Litrán y a William Heaford. En las cartas que escribió desde Montjuich a Soledad, Ferrer trató de ser optimista. Antes de entrar en capilla le escribió que el general gobernador del castillo había sido muy amable con él y los oficiales y soldados habían sido corteses y atentos. Estaba en la mejor celda del castillo, aireada y soleada, y no pensaba en la muerte, sino en lo felices que serían los dos en Mongat cuando se hubiera reconocido su inocencia, en los libros de la Escuela Moderna y en el futuro de la educación racional. Nadie podía haber defendido mejor y con más ardor que Galcerán su causa y la causa de la Escuela Moderna, y si tenía que morir lo haría contento, seguro de que su obra, que era su vida, no moriría. La carta concluía: “No puedo continuar, me toman la vida.” ⁴³⁸ Acerca de sus últimos momentos, el testimonio del teniente Lara destaca su “pasmosa serenidad”, su cortesía, el paso firme con que recorrió la distancia que separaba la capilla del lugar de ejecución, su petición de que lo fusilaran con los ojos libres, que no fue aceptada por motivos de humanidad. Al vendársele los ojos, adoptó una posición varonil, erguida, y sus últimas palabras fueron: “¡Viva la Escuela Moderna!”. ⁴³⁹ 386 Romero Maura, J., 1974, p. 515. Ullman, J.C., 1972, p. 589. 387 Ametlla, C., 1963, p. 271. 388 FC, San Diego, 248-1-67, C. Litrán, 8-8-1909. FAM, Madrid, 151/2, Gobernador civil de Barcelona, 5-8-1909. 389 Ullman, J.C., 1972, pp. 532-535. Grave, J., 1973, p. 419. AN, París, F 7 13067, Prefectura de Policía, 25-7-1910, 19-8-1910 y 4-10-1910. 390 AN, París, F 7 13067, Prefectura de Policía, 23-7-1910, 25-8-1910 y 30-9-1910. Leroy, C., 1913. 391 Ullman, J.C., 1972, pp. 539-542. Ametlla, C., 1963, p. 273. 392 Ullman, J.C., 1972, p. 530. 393 A. Lorenzo a F. Ferrer, 13-9-1908, en Canals, S., 1910, I, pp. 246-247.
394 Kaspar, J., 1909, p. 47. FAM, Madrid, 151/2, Gobernador civil de Barcelona a ministro, 12-8-1909. 395 FAM, Madrid, 151/2, Gobernador civil de Barcelona a ministro, 4-8-1909 y 5-8-1909. 396 Causa... , pp. 26 y 419. Canals, S., 1910, I, p. 217. FAM, Madrid, 151/2, Gobernador civil de Barcelona a ministro, 19-8-1909. Archer, W., 2010, pp. 175-182. 397 F. Ferrer a Ch. Albert, sin fecha, en Un martyr…, pp. 43-44. 398 FAM, Madrid, 151/2, Gobernador civil de Barcelona a ministro, 21-8-1909. Benet, J., 1963, p. 220. 399 FC, San Diego, 248-1-68, F. Ferrer a Ch. Malato, 1-10-1909, F. Ferrer a S. Villafranca, 2-10-1908, F. Ferrer a W. Heaford, 3-10-1909, pp 49-53. 400 Causa... , pp. 50-54. 401 Causa... , pp. 23-25, 27-28 y 54-57. 402 Causa... , pp. 369-371 y 433-434. 403 Causa... , pp. 435-436. 404 Causa... , pp. 25-26. 405 Causa... , p. 30. 406 Causa... , p. 31. 407 FC, San Diego, 248-3-58, Lerroux a Malato, 16/9/1909. 408 Causa... , pp. 35-36, 100-102 y 203. 409 Causa... , pp. 105-107, 113-115 y 118-119. 410 Ladera, 1917, pp. 157-161. 411 Causa... , pp. 202-203. 412 Causa... , pp. 57-58. AGM, Segovia, expediente de Vicente Llivina Fernández. FC, San Diego, 248-1-68. Ferrer a Malato, 1-10-1909. 413 Causa... , pp.171-175. 414 Causa... , pp. 406-420 y 453-458. Ferrer a Malato, 1-10-1909, en OrtsRamos y Caravaca , pp. 159-168 415 FC, San Diego, 248-1-68 y 69, Ferrer a Malato, 1-10-1909 y 3-10-1909. IISH, Amsterdam, fondo Fabbri, Ferrer a Fabbri, 3-10-1909, 6-10-1909 y 7-10-1909. Orts-Ramos y Caravaca , pp. 168-169. Francisco Ferrer, un précurseur , pp. 49-57.
416 Francisco Ferrer, un précurseur , p. 52. 417 Le Matin , 8-10-1909. 418 Brissa, J., 1910, pp. 222-282. NA, Kew, FO 371/744, 37978, Cónsul en Barcelona a ministro E. Grey, 14-10-1909. 419 Causa... , p. 589. 420 Causa... , p. 592-594. 421 Brissa, J., 1910, p. 235. 422 Causa... , p. 603. 423 Causa... , pp. 604-605. 424 Causa... , pp. 606-607 y 623-625. 425 Canals (1910), I, p. 211. Brissa (1910), pp. 201-211. 426 Benet, J., 1963, p. 86. 427 F. Cambó, 16-6-1914, citado en Benet (1963), p. 100. 428 Hurtado, A., 1969, pp. 161-165. 429 Benet, J., 1963, pp. 92-96 y 102. 430 FC, San Diego, 248-2-32, F. Geuty a C.A. Laissant, 14/10/1909. Tusell, J., 1994, pp. 116-117. 431 NA, Kew, FO 371/744, 37978, minuta de E. Grey. ASDMAE, Roma, P 77, G.C. Montagna a ministro, 16-10-1909. 432 AMAE, Ma drid, H 2752, cardenal Merry del Val a embajador, 13-10-1909. 433 AMAE, Madrid, H 2752, embajador a ministro de Estado, 16-10-1909. 434 Brissa (1910), pp. 289-290. Orts-Ramos y Caravaca (s.a.), pp. 238-241. 435 Ladera (1917), pp. 175-176. 436 Brissa (1910), pp. 301-307. 437 Fundaciò Francesc Ferrer i Guàrdia, testamento de Ferrer, 13-10-1909,. 438 Archer, W., 2010, p. 258. 439 Ladera, 1917, pp. 177-180. Capítulo 10 Un mártir laico
Hemos visto en el capítulo anterior que Ferrer carecía de apoyos en Barcelona y en España, que las derechas le odiaban y que entre los propios republicanos gozaba de escasa simpatía. Parecía por ello el chivo expiatorio adecuado para hacerle cargar con la responsabilidad intelectual de toda la violencia desatada en la Semana Trágica, sin generar reacciones adversas. De hecho no hubo en España una movilización en favor de su indulto. Sin embargo todo cambió tras su fusilamiento. Antonio Maura se encontró con una formidable campaña en su contra que forzó su dimisión y ello a su vez generó una peligrosa fractura en el entendimiento básico entre conservadores y liberales que permitía su regular alternancia en el gobierno. La explicación de que la muerte de Ferrer tuviera unas consecuencias que nadie había previsto debe buscarse en un factor externo: el extraordinario eco que el acontecimiento tuvo fuera de las fronteras españolas. El affaire Ferrer en Francia El encargado de negocios italiano en Madrid, Giulio Cesare Montagna, explicó en un informe del 20 de octubre que el caso Ferrer había suscitado poco interés en la prensa española hasta que la noticia de su fusilamiento se difundió como un rayo por toda Europa y comenzaron las protestas. Fue sólo después de que en el extranjero se presentara a Ferrer como un personaje extraordinario y una víctima de la tiranía cuando la prensa liberal y avanzada se movilizó en la propia España, más para condenar al gobierno de Maura que para reivindicar la figura de Ferrer. Según el diplomático italiano, la opinión pública europea se había dejado engañar por las informaciones tendenciosas, aparecidas sobre todo en la prensa francesa, pues Ferrer no había sido un pensador ni un filósofo, sino un impulsor de una enseñanza revolucionaria que había apoyado feroces atentados anarquistas e insurrecciones subversivas. Su condena no había sido ilegal, porque su juicio se había ajustado a las normas, severísimas eso sí, del código militar. Reconocía sin embargo Montagna que el gobierno de Maura había cometido grandes errores que habían conducido a que la nación española se viera expuesta a la crítica “de gran parte del mundo civilizado”. No había recurrido lo suficiente a la prensa afín para dar a conocer la verdad acerca de la figura de Ferrer y su proceso, y sobre todo no había sugerido al rey un acto de clemencia, como el propio Montagna había creído hasta el último momento que ocurriría. El embajador alemán, que coincidía con él en su opinión adversa a Ferrer, le comentó sin embargo que lo mejor que podía haber hecho el gobierno habría sido dejar escapar a Ferrer y no permitirle regresar a España. Con un poco de previsión, concluía el informe, el gobierno de Maura podría haber evitado la campaña internacional de protestas que finalmente había tenido repercusión en la propia España. ⁴⁴⁰ Como en ocasiones anteriores, la protesta contra la represión en España tuvo su epicentro en París, pero esta vez alcanzó una dimensión sin precedentes. Nunca antes había habido en Francia una movilización en la calle de semejante intensidad por un suceso ocurrido en el extranjero. Un historiador ha identificado 135 manifestaciones y mítines en protesta por el encarcelamiento y la ejecución de Ferrer, que culminaron en las masivas manifestaciones parisinas del 13 y el 17 de octubre de 1909. El movimiento fue iniciado por un Comité de Defensa de las Víctimas de la Represión
Española, que fundaron sus amigos apenas se supo que Ferrer había sido detenido, pero su magnitud se debió al apoyo que le dieron organizaciones poderosas, encabezadas por el Partido Socialista, la Liga de los Derechos del Hombre y la CGT. El citado comité lo fundaron Charles Albert, que había sustituido a Henriette Meyer como secretario de la Liga Internacional para la Educación Racional de la Infancia, Ch.-A. Laisant y Alfred Naquet. Su manifiesto del 4 de septiembre, dirigido “a los hombres de corazón de todos los partidos y todas las clases”, denunciaba que miles de personas inocentes habían sido detenidas, pero sólo mencionaba por su nombre a Ferrer, “renovador en España de la enseñanza laica”, contra quien se preparaba “un proceso inicuo”. Lo suscribían, entre otros, el novelista Anatole France, que ya había participado en otras protestas semejantes; el biólogo alemán Ernest Haeckel, miembro de la Liga para la Educación Racional; el historiador Charles Seignobos; Marcel Mauss, director adjunto de la École d’Hautes Études; diputados como Marcel Sembat y Francis de Pressensé, presidente de la Liga de los Derechos del Hombre; Gustave Hervé, destacado exponente del ala izquierda del socialismo; Georges Yvetot, de la CGT, y conocidos anarquistas como Kropotkin, Malato y Faure. En cuanto a las adhesiones colectivas, destacaban las de la Unión de Sindicatos del Sena, la Liga de los Derechos del Hombre y la Federación del Sena del Partido Socialista, a las que se sumaban las de diversas organizaciones sindicales, socialistas y librepensadoras de Francia y otros países. ⁴⁴¹ La campaña adquirió inmediatamente un tono muy violento, por obra del semanario La Guerre Sociale , fundado en 1906 por el socialista Gustave Hervé y por el anarquista Miguel Almereyda, a quienes les gustaba hacerse llamar “los insurreccionales”. El día 8 La Guerre Sociale explicaba que fusilar a los camaradas arrestados con las armas en la mano era conforme a la ley de la guerra social y sería la suerte que les tocaría al rey, a los monjes y a los burgueses de España cuando fueran vencidos, pero que la ejecución de Ferrer y de los obreros contra los que no había pruebas sería un asesinato. Y concluía con amenazas contra Maura, que podría ser abatido como Cánovas, y contra “el joven macaco real”. A éste le aconsejaba que si iba a Francia, fuera con una buena escolta, tal como había hecho “su primo el asesino de Rusia”, pues si no le habían alcanzado la bomba de la rue Rohan ni la de la calle Mayor, bien podría abatirle un buen tirador, al igual que le había ocurrido a su otro primo, “el cerdo real de Portugal”. Según un informante de la policía, el Comité de defensa de las víctimas de la represión en España se reunía todas las tardes en la sede de La Guerre Sociale . ⁴⁴² Le Socialiste , órgano oficial de los socialistas, no participó en la campaña, porque lo controlaban los seguidores de Jules Guesde, que como Pablo Iglesias se atenía al dogma de la lucha de clases y evitaba la colaboración con la pequeña burguesía anticlerical. En cambio L´Humanité , el influyente diario de Jean Jaurès, jugó un papel fundamental para que la masa del partido se sumara al movimiento, aunque se esforzó en que la campaña no se centrara sólo en Ferrer, sino que tuviera en cuenta a todas las víctimas de la represión. Las páginas de L’Humanité dieron cabida a las denuncias contra el gobierno español emanadas del Comité que presidía Charles Albert, de la Liga de los Derechos del Hombre y de la CGT. Publicó, por ejemplo, la carta en que Francis de Pressensé, diputado socialista y presidente de la Liga de los Derechos del Hombre, anunciaba la adhesión de
la Liga a la protesta por el encarcelamiento de Ferrer, “apóstol pacífico de la emancipación intelectual de los hombres mediante la instrucción”, y de otros miles de detenidos, víctimas de “una represión feroz”. ⁴⁴³ El 9 de septiembre, el Comité de defensa de las víctimas organizó en París una manifestación que resultó insólita, porque se realizó en automóviles. Según un informe policial, unos cuarenta manifestantes subieron a catorce automóviles, desde los que repartieron octavillas y exhibieron pancartas en las que se leía: “Ejecuciones sumarias en España. Van a matar a Ferrer!” Recorrieron los bulevares, pero al llegar a la plaza de la República la policía les conminó a guardar las pancartas, cesar en la distribución de octavillas y dispersarse. Allí fue detenido por ultraje a los agentes el conocido antimilitarista Marmande, que fue puesto en libertad tras ser interrogado. Menos de una hora después la caravana automovilística fue interceptada de nuevo cuando desembocaba en el bulevar de Courcelles, donde se hallaba la embajada de España. Sus ocupantes, en su mayoría trabajadores manuales, fueron entonces conducidos a una comisaria, donde fueron interrogados y más tarde puestos en libertad. Entre ellos se hallaban Almereyda y Charles Albert. Según L’Humanité , uno de cuyos redactores participó en el cortejo, el número de automóviles utilizados, taxis en concreto, fue de 35 y la policía tuvo una actitud brutal y provocativa. ⁴⁴⁴ El 7 de octubre hubo una segunda manifestación en automóvil, organizada también por el comité de Charles Albert. Se utilizaron de nuevo taxis y el encargado de proporcionarlos fue Fiancette, secretario del sindicato de cocheros automovilistas, pero cuando le solicitaron cien replicó que iba a ser difícil, porque después de los cortejos anteriores los conductores temían ser arrestados, aunque se comprometió a conseguir sesenta, a un precio de veinte francos cada uno. La novedad del método debió proporcionarle un buen impacto en la prensa y Almereyda se mostraban muy satisfecho por su éxito, pero otros, más revolucionarios, consideraban que este tipo de manifestaciones resultaban ridículas, pues les parecían similares a los métodos empleados por las sufragistas inglesas y por la propaganda comercial. De hecho también se hablaba de medidas más contundentes. De acuerdo con un informe policial, si Ferrer era ejecutado podría producirse un atentado contra la embajada o el consulado de España. Los artículos de La Guerre Sociale y los periódicos anarquistas pretendían estimular la venganza, y Almereyda estaba seguro de que este al final aparecería un justiciero, pero no pretendía serlo él ni ninguno de sus colegas, mientras que Marmande explicaba con franqueza que los intelectuales debían preservarse para la propaganda y que correspondía a los que no lo eran sacrificar su vida por la causa. ⁴⁴⁵ El 11 de septiembre, en un mitin al que asistieron 1.200 personas, Georges Yvetot, de la CGT, anunció que los estibadores estaban dispuestos a boicotear el tráfico marítimo con España, mientras que Faure, Marmande y Sicard, de la Liga de los Derechos del Hombre, dijeron que si había ejecuciones habría represalias. Más rotundo aun se mostró Faure en una conferencia que dio unos días después. Dijo que para forzar la liberación de los presos españoles había que amenazar la bolsa y la vida de la burguesía gobernante y que si la CGT iba a boicotear las mercancias españolas, ellos deberían ocuparse de las represalias personales, para lo cual exhortó a
preparar “una lista de rehenes”, que eventualmente pagarían con su vida por la de Ferrer y sus desafortunados camaradas. También corrió el rumor de que los anarquistas que seguían a Malato preparaban el secuestro de un miembro de la embajada o de una personalidad relevante de la colonia española, para usarlo como rehén en garantía de la vida de Ferrer. ⁴⁴⁶ A ciertos anarquistas les disgustaba el hecho de que la campaña se estuviera centrando tanto en la figura de Ferrer. En una reunión de un grupo al que pertenecía Almereyda, pero en ausencia de éste, se comentó que si Ferrer hubiera sido un camarada cualquiera, no habría habido protesta alguna. Por otra parte, los estibadores franceses no estaban tan dispuestos como Yvetot había sugerido a lanzar un boicot contra las mercancias españolas. Algunos comunicaron que a sus puertos no llegaban barcos españoles, los de Burdeos argumentaron que allí sólo llegaban barcos cargados de carbón que eran descargados por trabajadores españoles contrarios al boicot, y los de Marsella sólo estaban dispuestos a sumarse a la acción si ésta se generalizaba. El comité confederal de la CGT discutió la marcha de la campaña el 8 de octubre y, aunque constató que los fondos recaudados para la misma eran tan sólo poco más de 1.700 francos, decidió la celebración de mítines contra la represión española en 23 ciudades. Para ello preparó un manifiesto “contra los verdugos de la libertad” que, sin mencionar a Ferrer por su nombre, elogiaba la huelga general de julio, denunciaba la represión salvaje que le había seguido y afirmaba que toda la Europa obrera se había sumado a la protesta para evitar que fueran condenados a muerte hombres de progreso y de pensamiento libre. ⁴⁴⁷ No se trataba, por otra parte, de una protesta exclusivamente obrera. Numerosos universitarios franceses, incluidos profesores de la Sorbona, firmaron a primeros de octubre un llamamiento dirigido a Maura, para que Ferrer fuera juzgado por la justicia ordinaria. Y en un mitin organizado el día 11 de octubre por la federación socialista del Sena, Jaures apeló a la solidaridad de los pensadores y de los hombres honestos de todos los partidos para salvar a Ferrer y sus compañeros. El gobierno español, afirmó, retrocedería en su propósito criminal si a una movilización popular universal se unía la protesta de los sabios y los intelectuales del mundo entero. ⁴⁴⁸ Pero el gobierno español no retrocedió y a las tres y media de la tarde del día 13 una edición especial de L’Intransigeant anunció a los parisinos el fusilamiento de Ferrer. Inmediatamente dos diarios socialistas, L’Humanité de Jaures y La Guerre Sociale de Hervé, lanzaron ediciones extraordinarias, en las que convocaban a una manifestación de protesta esa misma noche. El primero convocó al pueblo de París a las nueve y media, frente a la sede de la embajada española en el boulevard de Courcelles, mientras que el segundo convocó a sindicalistas, socialistas y anarquistas a concentrarse a las nueve en la plaza de Clichy para marchar juntos hacia la embajada. ⁴⁴⁹ . Ante ello, el prefecto de policía Lépine preparó en torno a la embajada un dispositivo integrado por 100 guardias a caballo y 400 a pie. Los guardias hacían circular a quienes se acercaban, pero el número de manifestantes que llegaban en pequeños grupos fue aumentando. Los primeros enfrentamientos se produjeron cuando una columna de unos dos mil manifestantes, encabezados por el diputado socialista Vaillant, a quien
acompañaban Charles Albert y Laisant, trató de forzar la barrera policial. Hubo entonces puñetazos y bastonazos. Luego llegaron nuevas columnas de manifestantes, la encabezada por Jaurès y la de La Guerre Sociale . Los choques se intensificaron y en un intento de asalto hubo algunos disparos contra la policía, que causaron la muerte de un guardia, siendo detenidos en el acto dos sospechosos, un francés y un español, que posteriormente serían absueltos. A continuación, el centro del enfrentamiento se desplazó hacia el bulevar que baja desde la plaza Clichy, en el que los amotinados apagaron los faroles de gas y construyeron una barricada, iluminada por fogatas. Una primera carga de caballería de la Guardia Republicana fue rechazada a pedradas, siendo herido un teniente, pero finalmente la barricada fue despejada, refugiándose los manifestantes en las calles vecinas. Los incidentes se prolongaron hasta después de las once de la noche, con un balance final para las fuerzas del orden de un muerto y quince heridos, además de numerosos contusionados. ⁴⁵⁰ Esa misma madrugada, la publicación semanal Les Hommes du Jour imprimió un número especial dedicado a Ferrer, en que aludía a los sucesos del día y advertía que aquello no era más que el comienzo: “ On nous payera cher la vie de Ferrer” . Dos veces, advertía, habían fracasado los atentados contra Alfonso XIII, pero la próxima vez no ocurriría lo mismo. Y también habría que hacer pagar su cobardía al gobierno francés, que nada había hecho por salvar a Ferrer. Se trataba de un gobierno de izquierdas, presidido por Aristide Briand, quien tres años antes había testificado en favor de Malato, procesado por el atentado de la rue de Rohan, pero Victor Méric, editor del folleto, no recordaba ese precedente ni mencionaba a Briand por su nombre, sino que concentraba su ira en otro antiguo revolucionario, el ministro de Asuntos Exteriores Pichon. ⁴⁵¹ En la tarde del día 14 hubo una manifestación estudiantil en el Barrio Latino y el día 15 se manifestaron chóferes de automóviles y cocheros de carruajes, conduciendo sus vehículos. Pero la mayor manifestación, cuidadosamente preparada por los socialistas, que deseaban evitar nuevos incidentes violentos y dispusieron para ello un servicio de orden propio, tuvo lugar el domingo 17 de octubre. Unas sesenta mil personas, según un periódico, desfilaron desde la plaza de Clichy hasta la de la Concordia, en una manifestación tranquila, sin pancartas ni discursos y sin que se produjeran enfrentamientos con las fuerzas del orden, masivamente desplegadas, que se limitaron a impedir su paso frente a la embajada de España El éxito superó las esperanzas de los propios socialistas, que contaron ochenta mil manifestantes y se sintieron muy satisfechos de haber demostrado su fuerza en la calle. En particular, los seguidores de Hervé estaban eufóricos, convencidos de que si lo hubieran deseado podrían haber desbordado facilmente a las fuerzas del orden, mientras que entre los sindicalistas de la CGT y en los grupos anarquistas la satisfacción era menor. Malato, Charles Albert y Almereyda habían participado en la manifestación, pero otros se habían limitado a contemplarla con curiosidad y algo de desprecio. Pensaban que sin el despliegue policial, el servicio de orden socialista habría sido incapaz de impedir que muchos manifestantes ignoraran las consignas de evitar los enfrentamientos, y opinaban que era mejor no manifestarse que hacerlo de manera tan ridícula. ⁴⁵²
Por su parte, la federación del Sena del Partido Radical, uno de los más importantes de Francia, aprobó el día 22 un orden del día que condenaba la odiosa parodia de justicia de que había sido víctima Ferrer, le exaltaba como un mártir del libre pensamiento y de la emancipación social, reprochaba al prefecto Lépine la actuación de la policía el día 13 y pedía que se diera el nombre de Ferrer a la rue Saint Dominique. La costumbre era, sin embargo, que no se dedicara a nadie una calle hasta trascurridos cinco años de su muerte y ello contriibuyó a que la propuesta fuera rechazada en el Ayuntamiento de París. ⁴⁵³ El homenaje de los librepensadores a Ferrer tuvo lugar el domingo 31 de octubre en la sede del Gran Oriente de Francia, ante unos 500 asistentes, incluidas muchas mujeres. Pronunciaron discursos, entre otros, el diputado Charles Beauquier, presidente de la asociación de librepensadores de Francia, el belga Furnemont, el portugués Magalhaes Lima, el español Lapuya, y el general Pigne, quien criticó al ejército español por estar a la disposición de los caprichos de un déspota. Tras un entreacto, se leyeron poemas y hubo un concierto, que comenzó con la Marche au supplice de Berlioz y concluyó con la Marche Heroïque de Saint-Saens. El propio Gran Oriente de Francia había manifestado en un mensaje del 14 de octubre su protesta ante la ejecución de Ferrer, que consideraba un ataque ideal masónico. A comienzos de noviembre, la Liga de los Derechos del Hombre organizó una reunión en la que se acordó levantar en París un monumento a Ferrer y la federación nacional de sindicatos del magisterio se adhirió también a la protesta por el asesinato de Ferrer, al que calificaba de mártir de la enseñanza, de la verdad y de la razón. ⁴⁵⁴ Laisant hubiera querido también que la Sociedad Astronómica de Francia expulsara por indignidad a uno de sus miembros, nada menos que Alfonso XIII, pero su propuesta fue rechazada, con el argumento de que los estatutos les prohibían abordar cuestiones políticas, así es que fue el propio Laisant quien dimitió. El secretario de la Sociedad Astronómica le comentó, a título personal, que un rey constitucional no era responsable de los actos de su gobierno, que Alfonso XIII cumplía con celo sus deberes como miembro y que cuando el eclipse total de sol de 1900 les había enviado unas fotografías tomadas por él que la Sociedad publicó. ¿Tenía el joven rey la culpa de que la monarquía española llevara siglos bajo la dominación clerical? ⁴⁵⁵ La protesta en otros países Junto a Francia, el país en que más eco tuvo el fusilamiento de Ferrer fue Italia, otra nación latina en la que el anticlericalismo tenía sólidas raíces. Según un documentado estudio de Fernando García Sanz, al principio el arresto de Ferrer preocupó solamente a sectores minoritarios, sobre todo anarquistas, pero cuando se supo que se pedía para él la pena de muerte se movilizaron en su favor los socialistas y comenzaron las protestas en la prensa liberal, hasta que la noticia de la ejecución produjo un clamor casi unánime contra el gobierno de Madrid. El día 12 de octubre, víspera del evento fatal, hubo en Roma un mitin con miles de asistentes que se prolongó en una manifestación que dio lugar a incidentes violentos, al tiempo que se declaraba una huelga de protesta. Un numeroso grupo de abogados
romanos envió ese día un telegrama al jefe del gobierno español pidiendo que se respetara la vida de Ferrer y se evitara así que el nombre de España quedara manchado por una infamia Y tras conocerse la ejecución hubo importantes manifestaciones, a veces violentas y en algunos casos acompañadas de huelga general, en muchas ciudades italianas, destacando las de Milán, Roma, Nápoles, Florencia, Pisa y Génova. ⁴⁵⁶ A modo de ejemplo véase la descripción que de lo ocurrido en Génova el día 13 hizo el cónsul español en dicha ciudad: “En las primeras horas de la noche se organizó una imponente manifestación de huelguistas compuesta de algunos miles de personas, a los gritos de ‘Viva Ferrer’, ‘Abasso il governo clericale spagnuolo’ y ‘Morte al re Alfonso’, recorriendo las principales calles de la población, dirigiéndose a los teatros con la pretensión de que cesaran los espectáculos en señal de duelo. En la plaza Corvetto, donde se halla situada la estatua de Mazzini, el diputado socialista Canepa (...) y otros oradores arengaron a las masas, las cuales bajaron después por la via Roma hacia el teatro Verdi en via XX Settembre, ostentando un cartel que decía ‘Viva Ferrer’, ‘Morte al re Alfonso’. Al querer la policía arrebatarlo de manos de los manifestantes hubo una violenta colisión entre aquella y éstos, en la que la fuerza pública se vio arrollada y obligada a disparar algunos tiros al aire y luego otros contra los revoltosos, que ocasionaron varios heridos. Los manifestantes respondían a pedradas. En aquel momento hubo un pánico horrible, carreras y atropellos, disolviéndose la manifestación al poco rato.” ⁴⁵⁷ Esta deriva de la protesta hacia la interrupción del trabajo y la violencia fue criticada por la prensa liberal. El embajador español constató sin embargo que no hubo ataques físicos contra personas e instituciones españolas. Le preocupaba, en cambio, que ayuntamientos y consejos provinciales hubieran tomado acuerdos oficiales protestando, “en términos más o menos violentos y desconsiderados”, por el fusilamiento de Ferrer. En ese sentido tuvo especial eco un bando del alcalde de Roma Ernesto Nathan, antiguo gran maestre del Gran Oriente de Italia, en el que calificaba la muerte de Ferrer de ofensa contra la santidad de la vida humana, la libertad de conciencia y el progreso civil. ⁴⁵⁸ Quizá porque en Italia la herencia cristiana estaba más viva que en Francia, incluso entre quienes combatían a la Iglesia de Roma, la campaña en favor de Ferrer estuvo allí más influída por actitudes religiosas y el mártir de Montjuich fue presentado de una manera que evocaba inconfundiblemente al mártir del Gólgota. Giovanni Pascoli, uno de los mayores poetas italianos del momento, lo expresó así en un poema que le dedicó el 14 de octubre: “¡Uníos el uno al otro ante este martirio/ Pensamiento y Trabajo humanos! / Aquellos a quienes Ferrer no pudo redimir con la palabra/ los redima con su sangre”. Sangre que redime: la imagen no podía ser más cristiana. Por su parte Pietro Gori, uno de los más destacados exponentes del anarquismo italiano, fue aún más explícito cuando en un poema dedicado a Ferrer en víspera de su ejecución, recordó que al morir en la cruz Cristo no había sido vencido: “quien muere por la idea vence la muerte”. En un discurso conmemorativo pronunciado un mes después, Gori definió el acto que celebraban como “un rito más que religioso” y destacó que Ferrer, apostol
de la modernidad, había comenzado su obra por la redención de la infancia, de la misma manera que lo hiciera otro faccioso inmortal: Jesús. No es extraño pues que Gori, al referirse al duelo gigantesco entre la fe y la ciencia, matizara que la fe que había que combatir era la fe ciega, no la noble fe de los caballeros del ideal. Y acerca de quienes merecían este último título, el orador anarquista proporcionó una pista al evocar, junto a Sócrates, Servet y Giordano Bruno, al magnicida Angiolillo. ⁴⁵⁹ La muerte de Ferrer causó también una gran impresión en Bélgica, donde varios consejos municipales de la aglomeración de Bruselas decidieron dedicarle una calle nada más conocer la noticia. El domingo 17 miles de manifestantes, muchos de ellos con un retrato de Ferrer en el sombrero, recorrieron Bruselas hasta llegar ante las estatuas de los condes de Egmont y Horn, ejecutados en tiempos de Felipe II, uniendo así en el recuerdo a las víctimas antiguas y modernas de la intolerancia católica española. ⁴⁶⁰ Hubo incluso un anarquista y librepensador belga, Émile Chapelier, que presentó lo ocurrido como un hito en la historia universal: “El asesinato, fríamente preparado y cínicamente ejecutado, del fundador de la Escuela Moderna, me parece, desde el punto de vista filosófico, el acontecimiento más importante de la historia humana. Por las luchas apasionadas que ha provocado en todos los países, representa un estadio de la evolución intelectual y moral. Nunca las dos mayores tendencias de la conciencia moderna han chocado de manera tan brutal (...): el Dogmatismo y el Libre Examen. (...) La religión católica es un conjunto de dogmas cada cual más absurdo. (...) ¡Y es por no haber querido enseñar ni respetar miles de estupideces de ese tipo por lo que Ferrer, el buen y valiente Ferrer, ha sido fusilado!” ⁴⁶¹ En Londres se celebró el domingo 17 de octubre un gran mitin en Trafalgar Square, en el que tomaron parte varios diputados. Y unos días después el veterano Kropotkin pronunció en otro mitin un discurso en el que condenó a las autoridades españolas no sólo por las torturas de Montjuich y la ejecución de Ferrer, sino también por las bombas que habían estallado en los últimos años en Barcelona, que según él habían sido obra de la policía. ⁴⁶² En Berlín, donde once mil personas se manifestaron el domingo 17, produciéndose violentos enfrentamientos con la policía, el embajador español quedó desolado: “Cuando se tuvo la noticia de la ejecución, el movimiento de protesta contra este acto de justicia y del ejercicio de nuestra soberanía, sin llegar a los inverosímiles extremos que ha alcanzado en París, Roma y Londres, se ha desencadenado desenfrenadamente, no sólo en los ataques de la prensa sino en numerosas reuniones públicas de sociedades anarquistas y revolucionarias y tentativas de manifestaciones hostiles contra esta embajada. (...) Innecesario y hasta molesto sería ocupar la atención de V.E. con la descripción detallada de las reuniones que han tenido lugar estos días en las diversas sociedades revolucionarias de acción, socialistas y anarquistas, y de damas rojas, no sólo de esta capital, sino de Munich, Halle, Colonia, Breslau y otros puntos de Alemania. (...) Mayor gravedad tiene, a mi juicio, el estado de opinión que, a pesar del origen más que sospechoso
de esta agitación, se ha formado ficticiamente entre clases y elementos muy alejados de las ideas del finado anarquista español y que no siendo favorables a éste no lo son tampoco a España. Indudablemente flota en el ánimo de muchas personas de las más respetables algo que se parece a la duda de que en el proceso no se hayan guardado todas las garantías jurídicas del procedimiento moderno y a cierta desconfianza en el tribunal militar que lo ha juzgado. La leyenda de la intolerancia, del dominio del clero y del espíritu retógrado, de la arbitrariedad y del despotismo que suponen domina en España y que, doloroso es decirlo, gran parte de nuestra prensa inconscientemente sin duda ha contribuido a mantener, ha facilitado la creación de este estado de opinión (...)” ⁴⁶³ Resultaría reiterativo mencionar las protestas que se produjeron en otros países europeos, por lo que bastarán algunos ejemplos. En Suiza hubo ataques contra los consulados españoles de Ginebra y Zúrich, pero según la legación española las manifestaciones de protesta estuvieron poco concurridas, siendo la más numerosa la de Ginebra, con dos mil manifestantes, y fueron los refugiados anarquistas y socialistas italianos y rusos sus principales promotores. En Bucarest, donde hubo un mitin de protesta en la sede socialista, en cuyo balcón se había izado una bandera roja enlutada, el encargado de negocios español protestó de que incluso L’Independance Roumaine , un periódico afín al partido liberal en el poder, hubiera criticado la ejecución de Ferrer. Argumentaba dicho diario que una injusticia juridica como aquella tenía efectos más desastrosos que cualquier crimen. El cónsul de España en Atenas, por su parte, se indignó cuando el muy leído diario Cronos afirmó que sólo “una nación ruin, con cerebros corrompidos y de corazones inmundos” podía justificar algo tan monstruoso como la ejecución de Ferrer. E incluso en la muy represiva Rusia se reunieron unos centenares de estudiantes de la universidad de San Petersbutgo para aprobar un escrito de protesta dirigido al gobierno español. ⁴⁶⁴ La movilización llegó también al otro lado del Atlántico, aunque atenuada respecto a lo ocurrido en Francia o Italia. En Argentina hubo mítines de protesta en varias ciudades, pero no se produjeron incidentes violentos y la huelga general de 48 horas convocada en Buenos Aires tuvo muy poco seguimiento. Como muestra de extremismo verbal valga este titular a toda plana: “¡Que la sangre de los sacrificados manche el rostro de los asesinos y germine con violencia en toda España!”, que apareció en el bonaerense El Azote , que se proclamaba “hebdomadario contra la lepra clerical y los gobernantes a base de machete”. Mencionaremos por último que incluso en el remoto Paraguay se formó un comité para boicotear los productos españoles, que utilizó los mismos argumentos que se repetían en tantos otros lugares: “¡Alerta! anarquistas, liberales, masones, socialistas y librepensadores de todos los países: la Inquisición que creíamos muerta para siempre, vuelve a levantar cabeaza para arrebatarnos las conquistas del librepensamiento.” ⁴⁶⁵ La caída de Maura En la propia España, las protestas tardaron en producirse. Más allá de nuestras fronteras podía pensarse que Ferrer había sido fusilado por haber
promovido una enseñanza contraria a las enseñanzas católicas o, como mucho, por ser un propagandista revolucionario. Por el contrario, en España y especialmente en Cataluña, era visto con recelo, como sospechoso de estar implicado en el atentado de la calle Mayor y quizá en otras maquinaciones peligrosas. Por otra parte, era una figura aislada, como ya hemos visto, a quien ni los anarquistas ni los republicanos consideraban del todo como uno de los suyos. La mayor parte de la opinión pública, horrorizada por los excesos de la Semana Trágica, era además favorable a los castigos ejemplares, mientras que para los lerrouxistas Ferrer resultaba un cómodo chivo expiatorio que les permitía eludir sus propias responsabilidades. El panorama cambió por el eco de las grandes movilizaciones de protesta que se produjeron en numerosas ciudades europeas. A partir de entonces empezaron a leerse en la prensa liberal y de izquierdas fuertes críticas contra el gobierno conservador por su actuación en el caso. El Liberal , por ejemplo, afirmó que a Ferrer se le había fusilado por sus opiniones y no por sus actos, algo inaceptable para la conciencia universal, y que el gobierno que había provocado tal descrédito internacional de España debía caer. El diario republicano El País lamentó el relativo silencio de las fuerzas liberales y republicanas españolas ante lo ocurrido y calificó al jefe de la oposición liberal, Segismundo Moret, de “traidor a la libertad y enemigo de sí mismo” por no haber intervenido. ⁴⁶⁶ Fue sin embargo Moret quien, sin duda espoleado por el ambiente de opinión que se estaba creando, terminó por dar relieve político a las críticas contra el gobierno mediante una interpelación parlamentaria. El debate comenzó el 18 de octubre con un discurso en el que Moret denunció al gobierno por la imprevisión que había demostrado ante la insurrección y por la “inflexible severidad” en su castigo, aunque no mencionó a Ferrer. Pidió la dimisión de Maura y advirtió que, en caso contrario, el Partido Liberal no iba a prestar su cooperación a la labor del gobierno, una amenaza muy grave porque las costumbres parlamentarias de entonces permitían a una oposición obstruccionista bloquear la legislación. Aludió a las protestas en el extranjero al advertir a Maura que, si alguna atención le merecían “el estado del país y la repercusión de las cosas en Europa”, debía preparar la sustitución de su gobierno. En su respuesta a Moret, Maura negó los cargos que se le hacían, explicó que el gobierno se mantendría mientras tuviera el apoyo del país y recordó que éste tendría pronto ocasión de manifestarse mediante el sufragio universal. Esto último podría parecer una solución razonable, pero provocó murmullos de desaprobación en los escaños de la oposición, porque todos sabían que en España las elecciones las ganaba siempre el gobierno que las convocaba. Los cambios de gobierno dependían del poder moderador, es decir de la Corona, que actuaba como árbitro entre los partidos conservador y liberal, que llevaban treinta años alternándose en el gobierno y ganando elecciones mediante procedimientos espurios. Por ello, la pretensión de Maura de que fueran los electores los que decidieran sonaba paradójicamente como una provocación, como un anuncio de que estaba dispuesto a presidir dos elecciones consecutivas, rompiendo con la tradición. ⁴⁶⁷ Moret se mostró más duro en el segundo día del debate. Sin mencionar explícitamente la decisión de Maura de no proponer al rey el indulto de
Ferrer, le recordó que correspondía a los gobiernos templar la acción de la justicia mediante el recurso a la gracia. Con mucha prudencia, advirtió a Maura que no podía ignorar el estado de la opinión europea. No pidió directamente la intervención del poder moderador, pero asumió la representación de la opinión pública para pedir al gobierno que dimitiera. E hizo una extraña alusión, aplaudida desde los escaños de la oposición, a la posibilidad de que, si el gobierno no dimitía, la atmósfera que se estaba creando tuviera graves consecuencias: “¿Es que vamos a dejar que estalle el rayo y que vaya a herir quizá, como los rayos hieren, a los que están más altos?”. La alusión sólo puede entenderse como referida a posibles atentados contra las máximas autoridades del Estado. Por su parte, Maura aludió en su réplica a la falta de patriotismo a quienes con sus críticas desde España estimulaban la campaña internacional contra ella, y reprochó la actitud de quienes pedían la caída del gobierno en el momento en que este se enfrentaba a la amenaza de una revolución. El debate se caldeó aún más con la intervención del ministro de Gobernación Juan de la Cierva, quien lanzó un duro ataque contra la prensa española, a la que acusó de haber contribuido con sus acusaciones al descrédito de España en el extranjero. ⁴⁶⁸ Al día siguiente, 20 de octubre, Maura se entrevistó con el rey Alfonso XIII, a quien pidió que evitara un cambio inmediato de gobierno que pudiera dar la impresión de que habían prevalecido las fuerzas subversivas que habían asolado poco antes Barcelona y vociferaban en varias capitales europeas. Pero en el Congreso la situación se hizo mucho más tensa cuando, aquella tarde, se enfrentaron en un bronco debate Moret y De la Cierva. Este último, que se había sentido aludido por la referencia del líder liberal a una política represiva que podía conducir a que un rayo hiriera “en las alturas”, le recordó a Moret, presidente del gobierno en mayo de 1906, que su política había conducido al atentado contra los reyes. El líder liberal se sintió acusado “nada menos que de regicida” y replicó con desprecio a De la Cierva. El escándalo que montaron las oposiciones fue notable y algunos diputados liberales mostraron abiertamente su disgusto por el apoyo del rey a Maura. Al día siguiente, El País observó que pocas veces se había visto un incidente tan grave en el Congreso, El Liberal calificó a De la Cierva de “provocador, camorrista e irresponsable”, y El Imparcial se preguntó: “¿Pueden ser monárquicos los liberales?” El rey, por su parte, había enviado a presenciar aquel debate al jefe de su Casa militar, con el fin de disponer información de primera mano. ⁴⁶⁹ Maura era consciente de la gravedad de la situación y el día 21 de octubre, en la reunión del Consejo de Ministros, sostuvo que el gobierno debía continuar, pero que era necesario pedir al rey que le renovara la confianza. Así es que se dirigió a palacio solo, llevando un documento de dimisión para cubrir las apariencias en caso de que el rey se la pidiera. Según la versión que el propio Antonio Maura contó a su primogénito, Alfonso XIII no se la pidió, sino que, sin dejarle hablar, le abrazó afectuosamente para agradecerle que hubiera decidido presentársela, prestando así un gran servicio más a la Patria y la Monarquía. El propio Alfonso XIII explicaría muchos años después que había tomado aquella decisión porque “estaba convencido de que no podía prevalecer contra media España y más de media Europa”. ⁴⁷⁰
Sólo habían trascurrido ocho días desde la muerte de Ferrer y la protesta intencional había provocado la caída del gobierno español. Pronto se empezó a comprender que no había sido una crisis más, por la interpretación que le dio Maura, quien en un durísimo discurso pronunciado el día 25 anunció una “implacable hostilidad” contra el gobierno Moret que le sucedió. Era el primer paso hacia un explícito rechazo del sistema del turno entre los partidos liberal y conservador, que Maura planteó al rey en un memorando en noviembre de 1911. El Partido Conservador, explicó, sólo estaría dispuesto a volver a gobernar para dar la batalla a los facciosos, sin ninguno de “los miramientos que hasta octubre de 1909 le maniataron”, por lo que si la Corona optaba por la política de contemporización seguida desde entonces, no podría volver a contar con aquél. No todos los conservadores aceptaron ese drástico planteamiento y en 1913 se formó de nuevo un gobierno conservador, pero bajo la presidencia no de Maura sino de Eduardo Dato, lo que originó a su vez una grave disensión en las filas del partido. En definitiva, la injusta ejecución de Ferrer, debido a que levantó una protesta internacional sin precedentes, generó una grave crisis en el sistema político español, al romper el entendimiento entre los dos partidos en que éste se apoyaba. No era el fin de la monarquía liberal, pero se había dado un paso hacia él. ⁴⁷¹ La masonería y Ferrer La campaña internacional que finalmente condujo a la dimisión de Antonio Maura, un gobernante que se había ganado un gran respeto en la derecha española, fue percibida por ésta como una campaña antiespañola e incluso como una conspiración masónica. Este fue el enfoque adoptado por el diario ABC , que era por entonces el de mayor calidad y mayor tirada en la prensa de derechas y fue el que más se destacó en la réplica a la campaña pro Ferrer. De hecho, su defensa de la dignidad nacional frente a los ataques de los partidarios de Ferrer contribuyó a su creciente influencia. En las semanas que transcurrieron entre la detención de Ferrer y su ejecución, ABC no había prestado especial atención al tema. Publicó algunos documentos procedentes del sumario instruido contra Ferrer, como las proclamas que demostraban su apoyo a una revolución violenta; unos párrafos del testamento de Ernestine Meunier, que manifestaban su fe católica, lo que arrojaba dudas sobre la moralidad de Ferrer al haber utilizado ese dinero en promover la enseñanza atea de la Escuela Moderna; y unas cartas del propio Ferrer que revelaban el propósito revolucionario que inspiraba la enseñanza impartida en su escuela. Le dedicó también un artículo editorial de primera página en el que le incluía entre esos “aristócratas de la anarquía” que promovían las insurrecciones populares pero no daban la cara en ellas, por lo que rara vez eran castigados, y sostenía, falsamente, que en sus escuelas se enseñaba el asesinato, el incendio y el robo. ⁴⁷² Fue sin embargo la protesta internacional por la ejecución de Ferrer la que impulsó al ABC a implicarse plenamente en la cuestión. Cuatro días después de su fusilamiento y cuando la protesta había cobrado una fuerza inusitada en la prensa y en las calles de muchas ciudades europeas, pero no en la propia España, el director de ABC , Torcuato Luca de Tena, dirigió un
telegrama a los directores de una docena de diarios de París, Berlín, Roma, Milán, Lisboa y Londres, del que reproducimos a continuación los párrafos principales: “Ferrer ha sido juzgado por un Tribunal legalmente constituido, que ha obrado de acuerdo con las leyes y que ha dado al acusado cuantas garantías dan los tribunales de los pueblos cultos y civilizados. No se le ha juzgado por sus ideas, y sí como complicado en actos que realizaron los revolucionarios que se entregaron en Barcelona al incendio, al saqueo, a la violación de religiosas y al asesinato de mujeres y niños. (…) Ferrer pudo, durante muchos años, publicar sus libros, enseñar en la Escuela Moderna, desarrollar doctrinas anarquistas, excitando al incendio y al asesinato. Eso demuestra que no lo han condenado por sus ideas”. ⁴⁷³ Esta toma de posición de Luca de Tena recibió durante semanas la adhesión de numerosos ciudadanos, cuyos nombres publicó ABC en largas listas. Entre tales adhesiones hay que destacar la de Alejandro Pidal, principal dirigente del sector integrista católico que se había incorporado al Partido Conservador, porque en ella apareció por primera vez en las páginas de ABC la tesis de que la agitación en favor de Ferrer era obra de la masonería. En opinión de Pidal, con el grito de ¡Viva Ferrer! “la masonería anarquizante” había arrojado la careta de benéfica, filantrópica y humanitaria para revelarse como lo que era: “la iglesia del mal”. ABC publicó también una serie de once artículos de su colaborador Miguel S. Oliver, en los que denunciaba la falta de fundamento de la campaña internacional contra la represión en España y argumentaba que nadie había protestado en Europa por la feroz represión de la Comuna de París, que había causado miles de muertos, algo que no tenía equivalente alguno en la historia contemporánea de una España a la que sin embargo se presentaba como indigna de ser europea. La campaña de ABC culminó con un dossier de nueve páginas sobre el caso Ferrer, que publicó a principios de diciembre y del que preparó traducciones en francés, alemán e inglés para enviarlas a los principales periódicos del mundo. ⁴⁷⁴ El primer artículo del dossier se centró en el papel jugado por la masonería en la campaña internacional de ataques a España. En opinión de ABC , el origen de ésta había que buscarlo en el hecho de que Ferrer era “figura principal y agente eficacísimo de la Masonería y el Anarquismo internacional”. Esto respondía a la difundida teoría de la conspiración según la cual la masonería era el poder oculto que impulsaba la lucha contra la fe católica y contra el orden establecido. Ahora el caso Ferrer parecía probarlo y ABC podía reproducir párrafos de la proclama en que el Gran Oriente de Francia expresaba su admiración hacia “el apóstol de la emancipación intelectual de España”, un hombre que “sentía que el alma masónica expresaba el más alto ideal” y que se había convertido en “uno de los mártires del libre pensamiento”; y también de aquella en que el Gran Oriente de Bélgica proclamaba que el nombre del “hermano Ferrer” quedaría asociado al de “los mártires de la libertad de conciencia”. ⁴⁷⁵ La interpretación del asunto Ferrer en clave conspirativa y antimasónica no se dio sólo en España, sino que se difundió en muchos países. Un buen ejemplo lo tenemos en un artículo de una revista militar austríaca, que al
embajador español le pareció suficientemente interesante como para hacerlo traducir: “En la opinión general, los francmasones fueron en otro tiempo una Sociedad secreta y temible, pero hoy en día no constituyen más que una Asociación de tantas, que persigue fines benéficos, cuyas reuniones toman a veces carácter romántico y cuyas tendencias no implican ningún peligro, como se deduce del hecho de figurar en sus logias Príncipes de sangre real y hasta Soberanos. (...) Pero ocurre que de cuando en cuando suceden cosas a nuestra vista, que revelan cierta conexión inexplicable. Un capitán francés desconocido es condenado por el delito de alta traición y toda la opinión pública del mundo culto es aguijoneada y excitada durante varios años, hasta que Mr. Dreyfus tiene una satisfacción. Este movimiento general de la opinión pública es todavía más extraño en el caso actual de Ferrer, cuyo nombre hace unas semanas era completamente desconocido al mundo. De la noche a la mañana se halla en la boca de todos (...) que Ferrer, juzgado por un tribunal militar ordinario y con plena publicidad, ha sido víctima de un asesinato judicial político. (...) Después de tales sucesos, no es posible negar la existencia de un poder internacional que urde una trama secreta que dirige la opinión pública sin ningún escrúpulo en determinada dirección o que intenta al menos dirigirla. ⁴⁷⁶ La revista añadía que disponía de “datos positivos” de que la agitación obedecía a “maquinaciones por parte de los francmasones”, aunque no citaba uno solo de tales datos. Pero ocurre que, para los aficionados a las teorías de la conspiración, la propia ausencia de pruebas se convierte en una prueba de como el enemigo es capaz de mantener en secreto sus perversas maquinaciones. En realidad, como a veces sucede, se estaba recurriendo a una hipotética fuerza oculta para explicar un fenómeno nuevo y difícil de entender. Este fenómeno era el nacimiento de una opinión pública internacional, capaz de movilizarse ante sucesos ocurridos en otros países, siempre que esos sucesos pudieran ser dotados de un valor simbólico universal, como ocurría en el caso de Ferrer, a quien se podía presentar como mártir de la libertad y víctima del fanatismo.
Otro ejemplo de esa interpretación conspirativa y antimasónica del caso Ferrer se halla un libro que en 1917 publicó un autor español, Pedro Sangro. Según él, Ferrer era un masón de categoría y “hacía una de las labores masónicas más intensas y eficaces: trabajar contra la religión y las instituciones fundamentales de la sociedad cristiana”. Es más, había sido “uno de los miembros más activos de la Federación masónica revolucionaria de la raza latina, constituida en París, con el fin de trabajar por el establecimiento de una República federativa de naciones latinas, de carácter ateo y comunista”. Una federación de cuya existencia real no se ha encontrado por supuesto el menor rastro. Sangro era lo suficientemente leído para saber que las logías variaban mucho en su orientación religiosa y política, pero según él existía un denominador común de toda la masonería, su hostilidad al catolicismo: “Revolucionaria en los países católicos y conservadora en los protestantes, el fin principal que en todos persigue es destruir la opinión religiosa católica”. Y en ello coincidía con los demás enemigos del catolicismo, es decir los protestantes y sobre todos los judíos, que también habían aprovechado el asunto Ferrer para combatir a la Iglesia. ⁴⁷⁷ Sangro no mencionaba un solo indicio de la participación judia en la campaña de protesta por el fusilamiento de Ferrer, pero no le resultaba difícil encontrar pruebas de la participación masónica, ya que las masonerías de Francia, Bélgica, Italia y España, hicieron pública su condena de lo ocurrido. En realidad, la convicción derechista de que la masonería movía los hilos de la revolución no tenía más fundamento que la convicción anticlerical de que los jesuitas controlaban la política española, pero es cierto que Ferrer había sido masón y que muchos masones jugaron un papel destacado en la campaña de protesta por su muerte. Conviene por ello precisar cual fue la actitud de la masonería ante ella. Comencemos por la solemne declaración que hizo el Gran Oriente de Francia: “Ferrer fue uno de los nuestros, porque sabía que, en el alma masónica, se expresa el más alto ideal que el hombre puede realizar. Afirmó hasta el fin los principios de fraternidad, de libre pensamiento y de tolerancia. (...) En Ferrer se ha querido golpear el Ideal masónico. (...) El Gran Oriente de Francia, fiel a su misión civilizadora, protesta enérgicamente, en nombre de sus quinientos talleres, repartidos por toda la superficie de la Tierra, contra esta manifestación de barbarie. Afirma su inquebrantable confianza en la victoria definitiva de la Ciencia sobre el dogma, de la Razón sobre la credulidad, y saluda en Ferrer ‘muy grande y muy bueno’ a uno de los mártires del Libre Pensamiento.” ⁴⁷⁸ El Gran Oriente de Francia presentaba pues la ejecución de Ferrer en el marco del gran enfrentamiento entre razón y dogma y apuntaba incluso a un propósito antimasónico en quienes le habían condenado. En términos aún más enérgicos se expresó el Gran Oriente de Bélgica, cuando se asoció a la proclamación de sus hermanos franceses: “Pueda la sangre de este nuevo Mártir fecundar el suelo de la infeliz España y hacer que en ella germinen y crezcan las ideas de Libertad y Tolerancia,
únicas capaces de frenar en ese país las iniciativas cada vez más audaces de un clero ávido de riqueza y de dominación. Pueda el Pueblo Belga, en presencia de un suceso tan deplorable darse cuenta de los peligros a los que se exponen las naciones que confían sus destinos a hombres sometidos a las órdenes de la Iglesia.” ⁴⁷⁹ Los actos de homenaje a Ferrer se sucedieron en las logias francesas durante la segunda mitad de octubre, con la participación del gran maestre del Gran Oriente de Portugal, Magalhaes-Lima, y de hermanos anarquistas, como Paraf-Javal y Stackelberg, socialistas, como el diputado Marcel Sembat, y radicales, como el diputado Dalimier. Y andando el tiempo dos logias francesas, una de París y otra de Angers, adoptaron el nombre de Francisco Ferrer. ⁴⁸⁰ En Italia, el gran maestre del Gran Oriente Ettore Ferrari, el artista que había esculpido el monumento del Campo dei Fiori de Roma que representa una permanente denuncia de la intolerancia católica, firmó un manifiesto a los italianos y una circular a las logias italianas en los que se expresó la protesta masónica ante la ejecución de Ferrer. ⁴⁸¹ El Grande Oriente Español no podía menos que sumarse a la campaña de protesta por la muerte de un compatriota al que aclamaban como mártir masones de todo el mundo y, tras la caída de Maura, aprobó el 23 de octubre la siguiente circular, cuyo tono radical no bastaba para ocultar la vaguedad con la que aludía a las gestiones que había realizado en favor de Ferrer: “La francmasoneria mundial se dirigió al Gran Oriente Español, antes de la ejecución de Ferrer, para invitarlo a intervenir con vistas a obtener su gracia. España se enteró de la sentencia casi al mismo tiempo que de la ejecución. Sin vacilar, cuando aún podía hacerse algo, la masonería había pedido, por medio de nuestros queridos HH :. (hermanos masones), la liberación del prisionero. Pero era evidente que el clero, dueño del poder, no le perdonaría; le odiaba demasiado por su propaganda y por su calidad de masón. (...) Por fortuna, un momento de energía de los liberales, demócratas y republicanos ha bastado para derrocar en algunas horas la dictadura clerical que deshonraba a España ante el mundo civilizado. (...) Hoy, felizmente se prepara la batalla definitiva. (…) Cierto, la lucha va a entablarase sin demora; nuestros enemigos cuentan con la Iglesia, la banca, las clases altas, la monarquía; nosotros tenemos de nuestra parte el derecho y el número. Os aseguramos, queridísimos hermanos, que en esta hora difícil la masonería cumplirá con su deber.” ⁴⁸² El texto de la circular hace sospechar que la masonería española no había hecho gestión alguna en favor de Ferrer hasta que le fue solicitado desde el exterior y llama tabién la atención que entre las fuerzas progresistas no mencione a los anarquistas, cuando se sabía que Ferrer era anarquista. En todo caso, si el Grande Oriente Español había hecho poco por Ferrer en vida, se movilizó tras su muerte. En 1911 apoyó una campaña por la revisión de su proceso, recordando que en Ferrer se había perseguido “únicamente al librepensador, propagandista de doctrinas contrarias al actual orden de cosas”. Ese mismo año se descubrió una lápida en su honor en la sede madrileña del Grande Oriente y dos años después la logia Jovellanos de
Gijón le recordaba como “un perfecto masón, incansable propagandista de nuestros más bellos ideales”. ⁴⁸³ No cabe por tanto duda de que la masonería francesa, española, italiana y belga participaron como tales en la campaña de protesta por la muerte de Ferrer, pero conviene destacar que ello no implica en modo alguno que la dirigieran. De esto último no hay el más mínimo indicio. Pero lo más notable es que el “perfecto masón” Ferrer no participó en los trabajos de la orden durante los últimos años de su vida. No sólo no se incorporó a ninguna logia española cuando trasladó su residencia a Barcelona, sino que su logia parisina acabó por darle de baja. El 23 de diciembre de 1908 la logia Les Vrais Experts, en vista de que el hermano Ferrer no había comunicado su dirección durante varios años, decidió su exclusión en virtud del artículo 149 del reglamento, es decir por falta de pago de sus cotizaciones anuales. Ahora bien, como ha observado el historiador Jean Crouzet, esta exclusión revela dos cosas: que Ferrer había perdido interés por la masonería y que en su antigua logia no se le tenía en gran aprecio, pues de lo contrario se habría mostrado más comprensiva, en atención a la personalidad internacional del hermano. La explicación que apunta Crouzet es que la línea extremista de Ferrer despertaba reticencias en medios masónicos. De hecho, esa reticencia se manifestó en la reacción de al menos una logia francesa, La Concorde de Mont de Marsan, que se sumó a la protesta del Gran Oriente por la ejecución de Ferrer, pero hizo constar su opinión de que la masonería debía rechazar cualquier solidaridad con “la intervención anarquista que se produjo de un modo poco afortunado en esta circunstancia”. Los hermanos de esta logia eran unánimes en la condena de las condiciones en que se había desarrollado el proceso contra Ferrer, pero la mayoría de ellos se oponían a la posición tomada por el Gran Oriente, poco diferenciada de la de los anarquistas. La discrepancia debió ser seria, porque poco después rompieron con aquel. ⁴⁸⁴ En resumen, lejos de ser un poder oculto que manejaba en la sombra los hilos de la revolución, la masonería era una institución con una notable diversidad interna y en el mismo Gran Oriente de Francia convivían distintas orientaciones políticas. No hay duda, sin embargo, de que en los países latinos la mayoría de las logias tenía a comienzos del siglo XX una orientación anticlerical, que las conduciría a reverenciar a ese presunto mártir de la intolerancia católica que era Ferrer. Lo cual tuvo la curiosa consecuencia de que la logia Les Vrais Experts , diez meses después de haberle excluido, solicitara al Gran Oriente que se pusiera en su sede “una placa de mármol relatando su paso entre nosotros”. Tras la tormenta
En el verano de 1910, después de constatar que la mayor parte de los refugiados españoles habían regresado a su país, que la represión en España no era ya tan dura y que la vida pública había retomado allí la normalidad, el Comité de Defensa de las Víctimas de la Represión Española estimó que había concluido su tarea y se disolvió. En total había recaudado 17.820 francos, de los que 9.140 habían sido utilizados en la campaña de agitación y 8.680 se habían empleado en ayudar a los refugiados y a los presos españoles. Había hecho imprimir 15.000 carteles y 300.000 proclamas, además de los 25.000 ejemplares del folleto Ferrer: sa vie, son oeuvre . ⁴⁸⁵ El caso Ferrer fue extensamente debatido en el Congreso de los Diputados en la primavera de 1911, cuando la oposición republicana solicitó la revisión del proceso, siendo jefe de gobierno el liberal José Canalejas. A la largo del debate, que se prolongó durante varias sesiones desde el 24 de marzo hasta el 8 de abril, defendieron la inocencia de Ferrer una docena de diputados, entre ellos Rodrigo Soriano, Melquiades Álvarez, Rafael Salillas, Emiliano Iglesias, Alejandro Lerroux, Pere Coromines y Pablo Iglesias, pero la propuesta de revisión fue rechazada por los votos de liberales y conservadores. En Francia, numerosos políticos, incluidos casi todos los diputados socialistas, habían suscrito un manifiesto en favor de la revisión, que fue remitido a Madrid. Por el contrario, los anarquistas españoles de París apenas se interesaron por el tema, porque les parecía una mera maniobra política. ⁴⁸⁶ La sentencia que condenó a muerte a Ferrer, le condenó también a indemnizar todos los daños y perjuicios causados por la rebelión, para lo cual quedaron embargados sus bienes, pero la Sala de Justicia del Consejo Supremo de Guerra y Marina levantó el embargo en diciembre de 1911, debido a que en ninguna de las causas incoadas a raíz de los sucesos de la Semana Trágica se había establecido que los culpables hubiesen actuados a las “inmediatas órdenes” de Ferrer, circunstancia exigida por el Código de Justicia Militar para hacerle responsable de los daños ocasionados. Esta decisión de la más alta instancia de la justicia militar no revocó en modo alguno la sentencia que había condenado a Ferrer como jefe de la rebelión, pero era difícil evitar la conclusión, a la que llegaron muchos periódicos, de que la desacreditaba, pues resultaba muy sorprendente que no se hubiera podido encontrar un solo caso en que el supuesto jefe supremo de la rebelión hubiera dado órdenes concretas a un rebelde. ⁴⁸⁷ Una vez que el 11 de enero de 1912 fueron rechazadas las instancias de súplica de quienes se sentían con derecho a ser indemnizados con cargo a los bienes de Ferrer, estos pudieron pasar a sus legítimos herederos. De acuerdo con el inventario entonces realizado, los bienes de Ferrer en España incluían las dos fincas de Mas Germinal y el Turó del Canonge, a las que. José Ferrer atribuyó un valor de 32.500 y 650 pesetas respectivamente; el mobiliario y ajuar de Mas Germinal, de un valor estimado de 500 pesetas; 183 acciones de la sociedad Fomento de Obras y Construcciones, por un valor de 93.100 pesetas, depositadas en el Banco de España como remanente después de realizarse la garantía de las 300 acciones pignoradas; 10.017 pesetas en efectivo; diversos créditos de la casa editorial, unos prescritos, otros dudosos y la mayor parte incobrables; y diversos efectos de la casa editorial que, debido a su mal estado, Portet valoraba en 2.000
pesetas. El tema fue seguido con interés por la policía francesa, que temía el uso revolucionario que se le pudiera dar a la fortuna de Ferrer, especialmente por parte de Lorenzo Portet, a quien consideraba uno de los dirigentes del anarquismo internacional y creía implicado en el asesinato de Cánovas. Por un informe policial sabemos que de los 102.000 francos que representaba la herencia de Ferrer en Barcelona, 30.000 fueron a su hermano José, 25.000 a Portet y 4.000 a cada una de sus tres hijas, empleándose el resto en el pago de los derechos de sucesión, los gastos de notaría y administración judicial y el pago a algunos acreedores de la editorial. ⁴⁸⁸ A ello había que sumar los bienes franceses de Ferrer, acerca de los cuales los herederos, es decir su hermano José, Lorenzo Portet, Soledad Villafranca y sus tres hijas, incluida la menor Sol, representada por su madre, llegaron a un acuerdo a través de sus abogados para evitar un pleito. Por un informe policial sabemos que la caja fuerte de Ferrer en París contenía acciones por un valor conjunto de 650.000 pesetas. En cuanto al inmueble de la rue Petites-Écuries, vendido en marzo de 1912 por 530.000 francos, el acuerdo fue que la suma se dividiera entre Portet y las tres hijas de Ferrer, pero al parecer la parte de Trinidad fue también a Portet, quien la había convencido de que renunciara a sus derechos a cambio de una renta mensual de 300 francos. ⁴⁸⁹ De la herencia quedaron excluidos el hijo no reconocido de Ferrer, Riego, y la madre de éste, Léopoldine Bonnard, que vivía en Londres con un periodista inglés. Con ella se entrevistó el viejo amigo de Ferrer Charles Malato, quien le aconsejó que reclamara una parte de la herencia. Así lo hizo y no sabemos si logró obtener algo, pero lo que del asunto informó la prensa no fue muy favorable al prestigio de Ferrer. Léopoldine reclamó a sus herederos 105.000 francos, correspondientes a la pequeña fortuna que ella había puesto en manos de su amante para que la invirtiera y que tras la ruptura de sus relaciones ella le había reclamado, pero él nunca le había restituido. A ello replicó Charles Albert, que esa cantidad se la había entregado el propio Ferrer a Léopoldine. De creer esta última versión, el siempre buen administrador Ferrer había regalado dicha cantidad a quien entonces era su amante, para retirársela después cuando rompieron. En cuanto a Riego, hijo no reconocido, no le había dejado nada, como no habría dejado nada a sus hijas legítimas de no haberle obligado a ello la ley. ⁴⁹⁰ La Liga Internacional para la Educación Racional de la Infancia que Ferrer había fundado se reorganizó en mayo de 1910, con Soledad Villafranca como presidente y Laisant como secretario, pero no llegó a adquirir importancia alguna. Se desconoce la fecha en que dejó de existir formalmente. La casa editorial de la Escuela Moderna, por la que tanto interés había mostrado Ferrer en su testamento, siguió adelante por obra de Lorenzo Portet, pero cesó su actividad después de que éste muriera en 1918, al parecer porque su viuda, Octavie Oerbrecht, residente en Liverpool, no tuvo interés en que continuara. ⁴⁹¹ Soledad Villafranca no tardó en encontrar un nuevo amante, pues según la policía francesa a fines de 1911 vivía con un joven portugués que se decía periodista. Sol Ferrer cuente que Villafranca fue más tarde amiga del
escritor Paul Morand, entonces un joven debutante, y durante los años de la Primera Guerra Mundial se sospechó que practicaba “un oficio vergonzoso”. Es fácil reconocer a Soledad Villafranca en Remedios, la protagonista de un relato de Morand, mujer atractiva, sensual, dotada para los negocios y aficionada a la buena mesa, pero dispuesta en fin a sacrificarse por la causa revolucionaria. En realidad no sabemos si durante un tiempo tuvo una vida de demi-mondaine pero lo cierto es que no se sacrificó por la revolución. Al contrario, sentó pronto cabeza y se casó con un empresario alemán, Carlos Woessner, que tenía un negocio de carbones en España. El matrimonio, que no tuvo hijos, se trasladó a Colonia en los años de la Guerra Civil y regresó en 1939 a Barcelona, donde ella murió en 1948, a los setenta años. Su hermano mayor, Leandro, fue asesinado en 1936 en Navarra, debido a su militancia republicana. ⁴⁹² De las tres hijas de Ferrer, no sabemos qué fue de la mayor, Trinidad. La última noticia que tenemos de ella es que en febrero de 1912 la justicia le dio la razón en una demanda que había presentado contra el autor y el impresor de un cartel que había sido pegado en las calles de París en noviembre de 1909, y resultaba injurioso para la memoria de su padre en cuestiones referidas a su vida privada, incluida la afirmación de que había permitido que la propia Trinidad viviera en la miseria. Los demandados fueron condenados al pago del franco que Trinidad pidió como indemnización simbólica, a costear la inserción de la sentencia en diez periódicos elegidos por la demandante y al pago de las costas. ⁴⁹³ Paz Ferrer murió joven, en 1913. Según una revista, en los últimos tiempos se había instalado en una casa de las afueras de Fontainebleau, para cuidar su deteriorada salud, y con ocasión de una visita de Alfonso XIII, la policía exigió que la enferma, que nunca había compartido las ideas de su padre, se alejara del lugar. Fue el alcalde, que era médico, quien se encargo de ello, llevándola en automóvil a una villa en la vecina localidad de Samois, donde murió pocos días después. ⁴⁹⁴ A Sol le sorprendieron en Rusia los trágicos acontecimientos de la guerra mundial y la revolución. Durante dos años fue enfermera de la Cruz Roja y cuando ella misma cayó enferma hubo de ser hospitalizada en Yalta. En fechas que desconocemos casó con un ruso, de quien tuvo una hija, Olga. En 1919 salió de Rusia y tres años después se casó en Neuilly-sur-Seyne con Luis Vilar Fiol, firmando como Carmen de Mering, hija de Serge de Mering y Thérèse Sanmartin y viuda de Przevolinsky (sic), identidad que mantuvo durante algunos años. En 1933 aprobó el bachillerato en Barcelona y tras participar en los cursillos para selección de profesorado de segunda enseñanza fue profesora ayudante de francés en el Instituto de Mataró. Tras la Guerra Civil se exilió a Francia, donde continuó sus estudios, doctorándose en 1959 con una tesis sobre la obra de su padre, tema al que, como ya hemos comentado, se dedicó con más pasión que rigor histórico. Falleció en Ibiza en 1976. Su hija, Olga Prejevalinsky Ferrer (sic), fue profesora de español en la Universidad de Buffalo. La documentación que Sol Ferrer logró reunir acerca de su padre, a quien apenas había conocido, se conserva hoy en la biblioteca de la Universidad de California en San Diego. ⁴⁹⁵
Memoria y olvido El interés mundial por Ferrer no fue de larga duración. No se habían cumplido cinco años de su muerte cuando estalló la Primera Guerra Mundial y a partir de entonces, en el breve plazo de treinta años, Europa se vio sacudida por toda una sucesión de guerras y matanzas que empequeñecerían el recuerdo del mártir de Montjuich. Un estudio bibliográfico publicado en 1960 permite observar la rápida caída del interés por él. Entre 1909 y 1914 se publicaron al menos 75 libros, folletos y números monográficos sobre el tema, en once lenguas (francés. español, alemán. inglés, italiano, holandés, portugués, ruso, rumano, croata y checo); entre 1915 y 1939 fueron sólo 18, en cuatro lenguas, y entre 1945 y 1959 fueron sólo 7, en dos lenguas. Como ejemplo de la variedad de ámbitos en los que durante unos años se ensalzó a Ferrer, puede citarse un manifiesto en yidish, escrito en alfabeto hebreo, que “en el 16º aniversario de la tragedia de Montjuich” le dedicó la Sociedad Racionalista Yidish de Buenos Aires, cuyo objetivo era “divulgar el pensamiento racional entre las filas de los trabajadores yidish y fundar escuelas libres”. ⁴⁹⁶ Para el propio Ferrer, según declaró en sus últimas horas, el legado que más le importaba era el proyecto educativo que había iniciado con la Escuela Moderna de Barcelona. Por un tiempo ese fue un modelo que trataron de imitar núcleos anarquistas de distintos países, pero tampoco fue una iniciativa que se mantuviera viva durante mucho tiempo. En Italia hubo varios proyectos, pero al parecer ninguno cuajó y fue sólo en el cantón suizo del Ticino, de lengua italiana, donde en la pequeña aldea de Clivio funcionó por un tiempo una Scuola Moderna Razionalista inspirada en el proyecto de Ferrer, definitivamente cerrada por orden gubernamental en 1922. En la Suiza francesa, en las afueras de Lausanne, se creó en 1910 una École Ferrer, impulsada por anarquistas, socialistas y librepensadores, que subsistió hasta 1919. Por último, hay también constancia de que en Bélgica el grupo de Amberes de la Liga para la Educación Racional de la Infancia creó una escuela análoga, que debió desaparecer al comienzo de la guerra mundial. ⁴⁹⁷ Fue sin embargo en Estados Unidos, ese inmenso país libre en el que han podido florecer las más dispares iniciativas, donde más éxito tuvo el movimiento educativo inspirado en Ferrer. Todo comenzó en julio de 1910, cuando se fundó en Nueva York la Francisco Ferrer Association, en la que se integraron anarquistas, socialistas y librepensadores. Su figura más conocida era Emma Goldmann, la personalidad más destacada del movimiento anarquista de Estados Unidos, y entre sus miembros se hallaban el también anarquista Alexander Berkman, que había pasado dieciséis años en la cárcel por haber disparado a un empresario durante una huelga en 1892, y los escritores socialistas Jack London y Upton Sinclair, así como trabajadores inmigrantes de ideas anarquistas, muchos de ellos judíos centroeuropeos, y algunos liberales americanos de clase media. Los esfuerzos de la asociación se tradujeron en que en los siguientes años se fundaran escuelas, denominadas Modern School o Francisco Ferrer School, en más de una docena de localidades. La mayoría de ellas daban clase sólo los domingos, pero cinco fueron escuelas regulares que daban clases diarias y, si bien fueron pocas las que siguieron funcionando durante más de dos o
tres años, una de ellas, la de Stelton, lo hizo hasta 1953. Fundada en Nueva York en 1911, esta última escuela se trasladó en 1915 a Stelton, una pequeña localidad no muy distante, después de un episodio que vino a recordar la relación que ya en Barcelona se había dado entre pedagogía revolucionaria y acción violenta. El 4 de julio de 1914, cuatro personas vinculadas a la Ferrer Association murieron al estallar una bomba que manipulaban en un apartamento, aparentemente destinada a vengar a los mineros muertos por la policía y por guardias privados durante la huelga de la Colorado Fuel and Iron Company, cuyo mayor accionista era el magnate John D. Rockefeller Jr. Berkman le explicó a Emma Goldman que sus compañeros probablemente pretendían atentar contra Rockefeller y lo ocurrido llevó a algunos a retirar su apoyo a la escuela. Pero ello dio lugar a un nuevo proyecto: la compra de tierras para crear una Ferrer Colony con su escuela en el marco rural de Stelton, a unas treinta millas de Nueva York. La nueva escuela comenzó en mayo de 1915 una andadura que se iba a prolongar durante casi cuarenta años. ⁴⁹⁸ El recuerdo de Ferrer se transmitió también a la posteridad por el medio más convencional de los monumentos y las lápidas conmemorativas. El ejemplo más significativo es del monumento que se le dedicó en Bruselas, cuya construcción autorizó el ayuntamiento de la ciudad, por 31 votos contra 8, el 31 de octubre de 1909. Inaugurado dos años después en la plaza Sainte-Catherine, consistía en un elevado pedestal sobre el que se alza la estatua de un atleta desnudo que levanta una llama hacia el cielo. La inscripción del zócalo hacía constar la dedicatoria “a Francisco Ferrer, fusilado en Montjuich el 13 de octubre de 1909, mártir de la libertad de conciencia”. Durante la Primera Guerra Mundial, los ocupantes alemanes ordenaron que fuera desmontado en enero de 1915, en contra del criterio del representante español, el marqués de Villalomar, quien aun considerándolo ofensivo para España no deseaba que se pudiera atribuir a influencia española una medida impuesta a la Bélgica ocupada. El monumento fue reinstalado en su lugar en octubre de 1920, pero privado de sus inscripciones originales, sin duda porque las autoridades belgas, agradecidas por el apoyo recibido de España durante los duros años de la ocupación, no quisieron renovar la ofensa al gobierno de Madrid. Así es que el nombre de Ferrer desapareció y todo quedó en una “glorificación de la libertad de conciencia”. La respuesta de los librepensadores belgas fue la formación de un comité para la devolución de su aspecto primitivo al monumento y la convocatoria de una manifestación para exigirlo el domingo 12 de octubre de 1924. No lo lograron hasta bastantes años después y no con ello terminó la compleja historia del monumento, que en 1984 fue trasladado a un nuevo emplazamiento en la avenida Franklin Roosevelt, frente a la sede de la Universidad Libre de Bruselas. ⁴⁹⁹ Es posible encontrar hoy otros homenajes en bronce o en piedra a Ferrer esculpidos en distintos lugares. Nadie los ha enumerado. Uno de los más notables es una lápida conmemorativa adosada a las milenarias murallas de la etrusca Perugia, en la que el recuerdo del mártir de Montjuich se asocia al de la sujeción de la propia ciudad al poder temporal del Papado: “El pueblo de Perugia, que padeció y lavó con sangre la vergüenza de las hordas papeles dentro de sus muros, evoca el nombre del mártir catalán el 13 de octubre de 1910, un año después del sacrificio”. Y en otro lugar de Italia, en
la pequeña localidad de Novi di Modena, se encuentra otra inscripción de homenaje a Ferrer, cuya pequeña historia refleja la del país. Estaba previsto inaugurarla, por iniciativa del alcalde y de la sección local del partido socialista el 19 de diciembre de 1909, con un medallón de Ferrer y una inscripción que denunciaba como la conjura de la autoridad, la oligarquía y el clero había dado muerte e insultado la memoria de aquel humano filósofo. Ese texto llevó a que las autoridades prohibieran inaugurarla y aquel día se celebró el homenaje a Ferrer sin que su lápida estuviera en la fachada del ayuntamiento. La colocaron de noche, algunas semanas después, unos jóvenes socialistas y allí permaneció durante trece años, hasta que la desmontaron los fascistas. A la liberación fue encontrada intacta en el sobrado del ayuntamiento y se instaló de nuevo. ⁵⁰⁰ En la propia Barcelona, el ayuntamiento acordó en septiembre de 1931 elevar un monumento en memoria de Ferrer, pero en los años de la República no llegó hacerse. Fue sólo en 1990 cuando una réplica exacta de la estatua que corona el monumento de Bruselas fue elevada sobre un pedestal en la colina de Montjuich, a unos centenares de metros del lugar en que Ferrer fue fusilado. Muy pocos de los visitantes que por allí pasean, muy cerca del moderno Palau Sant Jordi, la joya arquitectónica de las Olimpiadas de 1992, se internan en el bosquecillo en el que se oculta el monumento y quién sabe si alguno de ellos, al ver al atleta desnudo que eleva la llama, no piensa simplemente en la llama olímpica. ⁵⁰¹ ¿Está olvidado hoy Ferrer? No del todo. Si el ciberespacio es en nuestro siglo el gran lugar de la memoria, a 4 de agosto de 2014, día en que concluyo este libro, los 704.000 resultados que Google ofrece para la búsqueda “Francisco Ferrer” quedan por detrás de los 813.000 para “Alfonso XIII”, pero por delante de los 471.000 para “Antonio Maura” y no digamos los 63.000 para “Alejandro Lerroux”. Ocurre, sin embargo, que parte de esos resultados aluden a otras personas con el mismo nombre: si precisamos la búsqueda y escribimos “Francisco Ferrer y Guardia” aparecen 507.000. Es decir que el recuerdo de nuestro pedagogo revolucionario parece estar algo menos presente que el del rey al que quizá quiso matar y algo más que el del político que no le quiso indultar. 440 ASDMAE, Roma, P 77, G. C. Montagna a ministro, 20-10-1909. 441 Robert, V., 1992. Wagnon, S., 2010. AN, París, F7 12900, 18/10/1909; 13321, “Les crimes d’Espagne”. 442 Rebérioux, M., 1991, pp. 82-83. La Guerre Sociale , 8-9-1909. AN, París, F7 13066, 10-9-1909. 443 Rebérioux, M., 1991, pp. 85-87. L’Humanité , 9-9-1908 y 10-9-1909. 444 AN, París, F7 13066, 10-9-1909. L’Humanité 10-9-1909. 445 La Guerre Sociale , 10-8-1910. AN, París, F7 13066, 6-10-1909, 9-10-1909 y 10-9-1909. 446 APP, París, Ba 1075, 12-9-1909 y 16-9-1909. AN, París, F7 13066, 13-9-1909, 16-9-1909 y 9-10-1909.
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