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Spanish Pages [290] Year 2019
PENSADORES Y TEMAS DE H O Y
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PENSADORES Y TEMAS DE H O Y
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CARLOS M. RAMA
FASCISMO Y ANARQUISMO EN LA ESPAÑA CONTEMPORANEA
BRUGUERA
1.‘ edición: mayo, 1979 La presente edición es propiedad de Editorial Bruguera, S, A, Mora la Nueva, 2. Barcelona (España) © Carlos M. Rama-1979 Cubierta © Neslé Soulé-1979
Printed in Spain ISBN 84-02-06383-7 Depósito legal: B. 15.046-1979 Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A. Carretera Nacional 152, Km 21,650 Paréis del Vallès (Barcelona) - 1979
A MODO DE INTRODUCCION Casi todos los libros de h isto ria política se cir cunscriben a la secuencia institucionalizada p o r los jgobiemos en u n E stado determ inado. E n la práctica —y m ás allá de los títulos— se apoya esa historiografía en las publicaciones oficiales (y a veces sólo en el B oletín Oficial del Estado res pectivo...), las leyes, discursos, proclam as o decla raciones oficiales, ya sea a través de las fuentes im presas ya, cuando la situación lo reclam a, usando el m aterial depositado en los archivos. E sto escamo tea la realidad social, económ ica y h asta ideológica q ue tra n scu rre vigorosa, aunque escondida, b ajo la co stra de la actividad representativa de cierta élite de la clase dom inante de turno. D esentrañar, y o rd en ar racionalm ente, la histo ria de las corrientes políticas, estén o no encaram adas en el poder estatal, evidentem ente es m ás difícil, aunque sea estim ulante p ara el estudioso. Además, cuando los historiadores se alejan algo de las instituciones y de las opiniones oficiales que em iten sus agentes, y en tran al estudio de la ideas y personajes no necesariam ente sacros, no van m ás allá de los sectores o clases que les respaldan. El consenso en que se mueven las llam adas «so ciedades políticam ente estables», term in a po r conta giarse a los m ism os historiadores, que buscan y en cu en tran exitosam ente episodios de consenso en el pasado, cuando, sin em bargo, son tan to o m ás fre cuentes que los m om entos de estructuración social (en el sentido com teano), las etap as dinám icas, de 5
crisis, luchas, afrontam ientos y desgarram ientos en tre tendencias opuestas o incom patibles. F inalm ente tales calas a la realidad histórica, se circu n scrib en en o tro s casos a u n a determ inada co rrien te, o m ás estrictam en te a un p artid o político concreto, lo que im plica —p o r razones derivadas de la técn ica m onográfica— d eja r en la som bra el resto del esp ectro ideológico que, en un m om ento d eter m inado se afro n ta en u n país dado. Leyendo ciertos libros podríam os caer en el e rro r de óp tica h istó rica de creer que ciertos personajes, p artid o s o ideas en cuestión, ocupaban en un pasado d eterm in ad o to d a la escena de la vida política, cuan do en verdad —y en m uchos casos— son secunda rios gesticulantes, desconocidos de las m asas de su tiem po, e incapaces de d a r m ensajes p a ra el futuro. La idea cen tral que dom ina este libro (por reac ción, si se quiere) es que dos corrientes bien definidas (fascism o y anarquism o), que tra n sc u rre n a am bos extrem os del esp ectro político español, y que hoy, en los tiem pos del posfranquism o del consenso dem o crático, son o m itidas y olvidadas, sin em bargo, fue ron decisivas en la víspera. ¿P odrán volverlo a ser en algún futu ro ? Más aún, que, a p esa r de vivirse am bas en térm i nos de distancia, alejam iento, y ante todo de lucha fro n ta l y a m u erte (no en vano hay u n a g u erra civil p o r m edio), sin em bargo, tuvieron p o r oposición u n a influencia dialéctica m u tu a que corresponde desen trañ a r. La in terp retació n del fascism o internacional, com o u n a opción de resp u esta a la revolución social, nos viene interesan d o desde hace m uchos años. Ya en 1962 publicam os una o b ra que se in titu lab a ju stam en te R evolución social y fascism o en el siglo xx. No se tra ta , a n u estro parecer, de establecer un secreto diálogo ideológico, desasido de los fundam en tos sociales y económ icos correspondientes. Aquella solución es legítim a en el cam po de la h isto ria de las ideas, y hay obras bien logradas que se atienen a la fórm ula, p ero p a ra el a u to r re su lta m ás explícito evocar los p erso n ajes de clase, que 6
hacen suya la opción fascista, com o en su caso la resp u esta revolucionaria. La idea central que seguíamos en n u estra obra de hace 17 años, a la que parcialm ente volvemos en n u estra reciente La ideología fascista (M adrid, Júcar, 1979), es que el fascism o surge como una respuesta al desafío revolucionario. No en vano se fecha a p a rtir de las revoluciones europeas que desencadena la revolución soviética de 1917. E studiando país por país los episodios fascistas, tan to de la prim era oleada europea, com o la segunda oleada neofascista de Am érica del S ur de nuestros días, siem pre en contram os que el fascism o irrum pe contra una re volución social, o actúa preventivam ente para con ju ra rla y fru strarla. Es tam bién u n fenóm eno de la crisis económ ica, y com o ha vivido y triunfado en el seno de la gran crisis m undial de 1929 y los años trein ta, asim ism o vuelve hoy por sus fueros, a p a rtir de 1973. La orientación ideológica de las revoluciones es lo de menos. Pueden ser m arxistas, anarquistas o m eram ente republicanas (1). Por todo ello nos hubiera agradado —en este te rren o — desarro llar m ás el estudio de los sectores sociales que antes del 18 de julio de 1936 adoptan en E spaña las soluciones fascistas, por lo menos p ara colocarnos en el plano que seguimos p a ra los años 1939-1962, en que hem os analizado, com o se verá, el (1) En este libro, a que pertenece la extensa cita hecha anteriormente, también decíamos: “Aparte de ser —como queda dicho— los dos hechos más importantes del siglo xx, frente a los cuales palidece la importancia de corrientes políticas anteriores (como por ejemplo el liberalismo, las dictaduras militares, el paternalismo, o las actitudes políticas influidas por las religiones), se presentan entre sí indisolublemente unidos. Trataremos de demostrar cómo el fascismo actúa como contrarrevolución preventiva, o como contrarrevolución restauradora, frente a los movimientos sociales revolucionarios. En principio, en aquellos países en los cuales los antiguos métodos coer citivos y las viejas técnicas políticas resultan insuficientes para de tener la oleada revolucionaria, se recurre al arma extrema del fascismo, naturalmente combinado con factores locales y apro fi chando en su favor las tensiones históricas de cada país.” Págs. 9-10 del Prólogo, de Revolución social y fascismo en el siglo X X , Bue nos Aires-Montevideo, Palestra, 1962.
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bloque de poder que usa en su beneficio la dic tadura franquista. Es llamativo que siendo el fascismo una fuerza política tan im portante en el mundo del siglo xx —y ante todo habiendo orientado en España la expe riencia estatal más extensa cronológicamente hablan do—, sin embargo, no son muchos los estudios que se le han dedicado. Lo mismo podríase decir del anarquismo español, que si no tiene en nuestros tiempos la importancia del fascismo, sí posee justam ente en España una im plantación típica de un movimiento de masas (2). Ni siquiera puede hacérsele a estas corrientes, el reproche de que son novedosas en el escenario es pañol. Los antecedentes en el siglo xix del anarquismo de la España contemporánea, entroncan con el viejo federalismo republicano, y el guerrillerismo de la In dependencia; pero no se considera —a nuestro jui cio como corresponde— el filón autóctono del pre fascismo ibérico desde Fernando VII a los tiempos de Miguel Primo de Rivera, con el sólido aporte eclesiástico integrista. «En el siglo xx —hemos sostenido— los aconteci mientos más importantes, en el plano de la proble mática político-social, son las revoluciones sociales y el fascismo (y también) el fascismo y la revolución son los productos más originales del siglo xx, su aporte propio al mundo de las ideas, y de las realiza ciones en m ateria política y social. Las revoluciones (2) Aludimos someramente a un aspecto, digamos, objetivamen te cuantificable, pero son muchos los autores que han sostenido el casticismo del anarquismo español. En nuestro libro La crisis es pañola del siglo XX, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1976, 3.‘ ed., p. 55, dimos una nómina, con la bibliografía respectiva, de opiniones en tal sentido, y ahora esa nómina se amplía y renueva con lo que Elorza llama (con mucha exageración) “el boom anar quista”. (“Cuadernos para el diálogo”, Madrid, n.° 189, 1976.) Anotemos a Carlos-Peregrín Otero, que en el prefacio de USA: mito, realidad, acracia (Barcelona, Ariel, 1979, p. 14) se refiere al acratismo (o acraticismo) como aporía, y no sólo para España. Jorge de Esteban, La vuelta de los anarquistas, “El País”, Madrid, 8 de diciembre de 1976, se suma a estas preocupaciones.
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q u e conoció el m u n d o occidental en los siglos p re ced en tes fu ero n revoluciones políticas o rien ta d as o co n tro la d as p o r la burguesía, in te re sa d a en q u e b ra r la e s tru c tu ra estam en tal, los privilegios de la nobleza o el clero, p ero siem pre encam inadas a m a n te n e r y h a s ta d e sa rro lla r el capitalism o y la división de la sociedad en clases sociales. Las revoluciones sociales del siglo xx, tien en u n fin m ás p ro fu n d o o trasc en d en te. In clu so au n q u e a veces se inician com o revo luciones po líticas (al estilo de las an te rio res), term i n a n en u n a segunda e ta p a p o r alcan zar su objetivo social, p ro c u ra n d o la rem odelación de sus respectivas sociedades, y la abolición del sistem a cap ita lista, en ocasiones to d av ía co n elem entos feudales. El siglo xx es el p rim e r siglo de la h isto ria donde la consecución de la igualdad, y la seguridad de todos los seres, es u n o b jetivo explícito, y tam b ién el q u e a n o ta los p rim ero s éxitos p a ra la c o rrien te ideológica socialis ta , n acid a —an o tem o s— d u ra n te el siglo xix. »En cu an to al fascism o, que tam b ién tiene a n te ced en tes en la reacción eu ro p ea del siglo xix, el racism o , el nacionalism o, etc., recién e n c u e n tra sus teó rico s, y a n te to d o sus dirigentes, que llegaron in clu so a a s p ira r al dom inio universal, en los años de n u e stro siglo.» Las explicaciones que se nos o c u rre n sobre la de ficiencia en los estu d io s, a p u n ta n a v arias latitu d es. E n p rim e r té rm in o q u e coinciden am bos m ovim ien to s p o líticos en p ra c tic a r el an tiin telectu alism o . No son adem ás m uchos, ni im p o rtan tes, los intelectuales esp añ o les de filiación a n a rq u ista o fascista. El e je r cicio, y el abuso, d e la acción d irecta, tiene sus in convenientes. P o r o tra p a rte , los investigadores de extracción u n iv ersitaria , incluyendo a los que m ed ra n n u trid o s p o r las fundaciones, acom eten tem as «m ás am ables», o m ás cercan o s a su experiencia fa m iliar pequeñobu rg u esa. D esde el ex te rio r h a hab id o u n a p o rte in tere san te p a ra c o rrie n te s m enos significativas del «enigm a es pañol» (o el lab erin to , o el reñ id ero , etc.), com o son, 9
por ejemplo, el comunismo, el liberalismo, la hete rodoxia marxista, etcétera. A menudo, cuando se hace referencia a la estadolatría y el elitismo del fascismo, no diferente en el fascismo español de los demás fascismos; o en sus antípodas al igualitarismo y la anarquía, tiende a considerárseles como situaciones anómalas, irregula res, e incluso patológicas. ¿Pero existe algo patológi co en la vida histórico-social? Finalmente resulta que los anarquistas son rela tivamente identificables, en sus variadas especies de visionarios, propagandistas, hombres de acción, sin dicalistas, utópicos y héroes, pero no sucede lo mis mo con los fascistas. Se conocen, sí, los hombres de acción de la milicia callejera, o a los líderes que actúan en el prim er plano, pero sin embargo, se omiten a los financistas, a los manipuladores del fas cismo, y ante todo a los beneficiarios sociales de sus éxitos partidarios. Frente a la represión o meramen te a la opinión pública, a menudo los extremistas deben mimetizarse o disimularse, y ello complica siempre su estudio. El criptofascismo ha sido estudiado para Alema nia e Italia, como un fenómeno típico de la posgue rra, vinculado a la tendencia democristiana, pero seguramente España presenta aspectos originales, en especial por darse la hegemonía fascista en un pla zo dilatado, clausurándose más que por un desastre militar, por su desechamiento, por las mismas clases que en su tiempo lo concitaron. El anarquismo español se ha argumentado, y eso viene de Marx-Engels en el siglo pasado, estaría vin culado a una determinada estructura socio-econó mica rural y artesanal, pero desde mayo francés del 68 y el guevarismo latinoamericano, hay experiencias internacionales que parecen enfrentar aquellos axio mas, y en los hechos ahora tenemos en una España industrializada y modernizada oportunidad de com probarlo. Del punto de vista práctico hemos agrupado los textos en que se considera el aporte ideológico, o teórico del fascismo, así como su realización histó10
ric a m ás im p o rta n te en la h isto ria de E sp añ a (la d ic ta d u ra fra n q u ista de 1936-1976) en u n a p rim e ra p a rte del volum en. E n la m edida en que del ideario se p asó a las re a lizaciones políticas y sociales de ese período, y b ajo su im perio se reorganizó la econom ía, las in stitu cio nes y el a p a rato cu ltu ral d u ra n te esos años, el tem a e stric ta m en te ideológico se tra sla d a a los hechos co n creto s de la re estru ctu ra ció n institucion al y de la estratificación social. Nos in tere sa —p o r ejem plo— sab e r cóm o, y quiénes, ten ían el p o d er efectivo, y a qué clase, o clases, beneficiaba la experiencia iniciada p o r el fascism o local, con el apoyo del E je fascista d e los años trein ta. P o r o tra p arte , cóm o se in serta b an en el nuevo sistem a h istórico, la m asa de los que llam am os «agentes o in stru m en to s del poder», y p o r tan to cóm o se ejercían los m ecanism os represivos, disua sivos y corru p tivos, que aseguraban el funcionam ien to de la dictad ura. In clu so cóm o viera a la d ictad u ra el re p rese n ta n te de In g la te rra en M adrid desde 1940 a 1944, y cuáles fu ero n las acciones que, p o r su interm edio, ejercie ro n los aliados p a ra provocar la n eu tra lid a d efectiva del régim en fascista de E spaña, y luego su p asaje del v asallaje ítalo-alem án al de los E stados Unidos y E u ro p a occidental, que carac teriza rá al sistem a a p a r tir de 1953. E n esa o rd enación m aniquea (lo reconocem os) la segunda parte corresponde al anarquism o, p ero el estu d io que le consagram os, p o r su m ism a n atu raleza tem ática, no es ni ta n dilatado ni del m ism o tono. P o r lo p ro n to hay que re co rd a r que, sin perju icio de ser el anarcosindicalism o la fuerza revolucionaria excelencia en el seno del p ro leta riad o español en Í)or os tiem pos finales de la M onarquía canovista, de la D ictad u ra de P rim o de Rivera, y de la Segunda ReJÚblica, el o rto de su influencia es brevísim o. Es o q ue H ans M agnus E nzensberger llam a, m uy lite rariam en te, «el co rto verano de la anarquía» de los m eses de ju lio a noviem bre de 1936, que pueden
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extenderse con el gabinete Largo Caballero hasta mayo de 1937 inclusive. Como todas las fuerzas de oposición revoluciona ria, y de revuelta subterránea y clandestina, es difícil reconstruir su historia, y de lo que tratamos —como se verá— es ante todo de ordenar los materiales dis ponibles, calibrar y valorar lo mucho e interesante que se viene dando a conocer recientemente. Para entrar al análisis del pensamiento libertario español hemos seguido algunas pistas, aparentemen te menores, como son las obras de Rafael Barrett (que empezamos por confesar que no se conocen bien en España) y de Camillo Berneri, que en defini tiva era italiano, y que vivió en España solamente entre julio de 1936 y mayo de 1937, aunque ha hecho observaciones sagaces sobre el anarquismo español y la experiencia revolucionaria de esos tiempos. Ha bría que —por lo menos para hacer un esfuerzo paralelo al consagrado al fascismo— ordenar el apor te estrictamente español a la teoría de anarquismo, que no deja de ser estudiable, a pesar de la anotada ausencia de intelectuales en su seno. Analizar asimismo los fundamentos de clase en que se asientan no sólo sus actores (como haremos siguiendo las memorias a nuestro alcance), sino ade más el conjunto del movimiento confederal, y que explican su influencia. Esto sabemos que se ha intentado explicar por Hobsbawm y Termes para el siglo xix y por Alvarez Junco para el actual, y esas obras iniciales tendrían que considerarse. Completando esos campos podría surgir el mundo de la contracultura anarquista, y explicarse su honda implantación social, por lo menos en ciertas regiones españolas. De lo que resulta la imposibilidad de mantener en el plano científico el maniqueísmo, e incluso la dico tomía, porque estos dos temas están en distintos ni veles de conocimiento. En el caso del anarquismo hay que comenzar modestamente —como aquí hacemos— por valorar y ordenar un material extenso, y no justam ente aca12
dém ico (de ah í los cap ítu lo s I y II de la S egunda P arte), m ie n tra s q u e sobre el fascism o se puede av an zar algo m ás en m a te ria de conclusiones. El fascism o español, com o todos los fascism os, h a ten id o el apoyo del d in ero (por lo m enos de cier tos agresivos secto res burgueses) y en su m om ento to d a la fuerza del E stad o a sus espaldas, y en cam bio el an a rq u ism o h a sido —com o todos los m ovi m ien to s rev o lu cionarios— la creación de un m undo de p aria s, m arginales, a m enudo encarcelados, p e r seguidos, cuan d o no exiliados. La p o ten cialid ad en E sp añ a del fascism o, o del an a rq u ism o , no depende de su m ayor o m en o r origi n alid ad , ni siq u iera de las calidades de su m ilitan cia o liderazgo. Com o tan to s hechos h istó rico s su fuer za, y su im p acto en su tiem po (y p o siblem ente en el fu tu ro , si viviéram os sim ilares situaciones), es que han sido las opciones ú ltim as de clases y grupos sociales rivales. C uando la o lig arq u ía latifu n d ista-fin an ciera espa ñola p erd ió , en tiem pos de la Segunda R epública, el apoyo y p ro tecció n de la C orona, se d ebilitó la Iglesia y p asó a segundo térm in o el E jército , jugó a fondo la c a rta golpista y fascista p a ra a p la sta r en u n a gue rr a civil a u n p ro le ta ria d o revolucionario irre d u ctib le a la m an ip u lació n y la dem agogia, ed u cad o —an te todo— en los cu a d ro s del anarcosindicalism o. N a tu ralm en te las p u n ta s de lanza no son todas las lanzas, y en el choque, com o en todos los grandes y co m p lejo s aco ntecim ientos h istó rico s, term in a ro n p o r p a rtic ip a r to dos los españoles. E sto , q ue resu m e la o b ra que p resen tam o s, es —en cie rto sen tido— u n a síntesis de la h isto ria de la E sp añ a c o n te m p o rán ea de la víspera. O bsérvese q u e aq u í co n te m p o rán eo no es sinóni m o de actu al, y que la p a la b ra está en te n d id a tal com o la u san los h isto riad o re s p a ra un pasad o re ciente, en este caso n o m ás allá de 1921, especial m en te e n tre esa fecha y 1939, y en la P rim e ra P arte asim ism o h a s ta 1976. 13
dém ico (de ah í los cap ítu lo s I y II de la S egunda P arte), m ie n tra s q u e sobre el fascism o se puede av an zar algo m ás en m a te ria de conclusiones. El fascism o español, com o todos los fascism os, h a ten id o el apoyo del d in ero (por lo m enos de cier tos agresivos secto res burgueses) y en su m om ento to d a la fuerza del E stad o a sus espaldas, y en cam bio el an a rq u ism o h a sido —com o todos los m ovi m ien to s rev o lu cionarios— la creación de un m undo de p aria s, m arginales, a m enudo encarcelados, p e r seguidos, cuan d o no exiliados. La p o ten cialid ad en E sp añ a del fascism o, o del an a rq u ism o , no depende de su m ayor o m en o r origi n alid ad , ni siq u iera de las calidades de su m ilitan cia o liderazgo. Com o tan to s hechos h istó rico s su fuer za, y su im p acto en su tiem po (y p o siblem ente en el fu tu ro , si viviéram os sim ilares situaciones), es que han sido las opciones ú ltim as de clases y grupos sociales rivales. C uando la o lig arq u ía latifu n d ista-fin an ciera espa ñola p erd ió , en tiem pos de la Segunda R epública, el apoyo y p ro tecció n de la C orona, se d ebilitó la Iglesia y p asó a segundo térm in o el E jército , jugó a fondo la c a rta golpista y fascista p a ra a p la sta r en u n a gue rr a civil a u n p ro le ta ria d o revolucionario irre d u ctib le a la m an ip u lació n y la dem agogia, ed u cad o —an te todo— en los cu a d ro s del anarcosindicalism o. N a tu ralm en te las p u n ta s de lanza no son todas las lanzas, y en el choque, com o en todos los grandes y co m p lejo s aco ntecim ientos h istó rico s, term in a ro n p o r p a rtic ip a r to dos los españoles. E sto , q ue resu m e la o b ra que p resen tam o s, es —en cie rto sen tido— u n a síntesis de la h isto ria de la E sp añ a c o n te m p o rán ea de la víspera. O bsérvese q u e aq u í co n te m p o rán eo no es sinóni m o de actu al, y que la p a la b ra está en te n d id a tal com o la u san los h isto riad o re s p a ra un pasad o re ciente, en este caso n o m ás allá de 1921, especial m en te e n tre esa fecha y 1939, y en la P rim e ra P arte asim ism o h a s ta 1976. 13
Primera Parte EL FASCISMO ESPAÑOL “El fascismo español es voluntad exasperada de crear un Estado viril, armonioso, totalitario, digno de los hombres de España... El fascismo hispano es un nuevo modo de ser español, nuevo pero antiquísimo... Nuestro papel no es el de sepultureros ni el de her manas de la Caridad. Venimos con la violencia nece saria, humanitaria, cruda y caballeresca que toda vio lencia quirúrgica impone... Nuestro programa es conocido en sus fundamentos: Unidad y potencia de la patria; Armonía de clases; Disciplina; Antiliberalismo; Antimarxismo; Aldeanería; Milicia; Cultura; Estatismo Nacional; Justicia, que al dar a cada uno lo suyo no consiente desmanes anár quicos de obreros ni mucho menos desmanes predato rios de patronos.” Fascismo español, “El fascio”, Madrid, nov. I, 1934. J osé A ntonio P rimo
de
R ivera
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EL ESTADO EN LA IDEOLOGIA FASCISTA ESPAÑOLA (*) No es mucho lo que se ha estudiado en profundi
dad el fenómeno político del fascismo en España,
Considerado en el plano ideológico y conceptual, al Margen de la exaltación partidista, o de la diatriba enemiga. Entre otras razones porque por su misma ende blez doctrinaria, y hasta su fracaso en plasmarse históricamente en fórmulas definidas, no ha merecido ■—como es el caso de Italia y Alemania— el análisis de los tratadistas locales y extranjeros. Es relativamente fácil que los vencedores, los que Consiguen llevar a la práctica una formulación teóri ca coherente, merezcan la consideración de los estu diosos, y especialmente cuando esas formulaciones ion imitadas, se «exportan» a distintos países, y son Utilizadas como una suerte de eje definitorio en ma teria ideológica. Entonces no sólo se les estudia en ll mismas, sino que se rastrean cuidadosamente sus orígenes, motivaciones, relaciones con la estructura locial, parentescos con la cultura local, etcétera. Cuando se trata de regímenes afiliados, sistemas que se instalan en la periferia de las realizaciones (*) Presentado al Décimo coloquio del Seminario de Estudios Hispánicos sobre los siglos XIX y XX, de la Universidad de Pau,
M abril de 1977.
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centrales, «imitaciones» que se tiende a ver m era m ente form ales y que ahora se denom inan «fascis mos coloniales» o «periféricos», es norm al que no se les considere adecuadam ente. Así ha sucedido con los gobiernos de sistem as fascistas de los años 20 al 40 de Polonia, Hungría, Rum ania, Eslovaquia, Croa cia, Bulgaria, Portugal y España, y con m ás razón en la oleada del neofascism o en América del Sur, con Brasil, Chile, Uruguay, Argentina, Paraguay, Bolivia, y en Africa del Sur en los años recientes (1). En el caso de España hay incluso causales adi cionales que refuerzan esta situación. En el franquis mo el Partido no llega a absorber, como en los casos italiano y alemán, el aparato del Ejército, la Iglesia y la adm inistración civil, y el resultado es un sistem a híbrido, incluso antes de 1942. El fracaso m ilitar del E je fascista a p a rtir de esa fecha tiende a desacre d itar al fascismo en cuanto ideología, a vincularlo estrictam ente a los aspectos form ales poco prestigio sos, o sim plem ente a confinarlo en «lo sucedido en Italia y Alemania», y por tanto deja en la oscuridad los aspectos locales y originales de España (2). El «ingrediente» fascista del nuevo régim en de 1936-1975 no será especialm ente apreciable en m ate ria de organización del Estado, sino en los aspectos adjetivos (represión, sindicatos, term inología, propa ganda, relaciones exteriores por lo menos hasta 1942, etcétera) y esto es asim ism o decisivo p ara oscurecer (1) Una excepción sería el caso de Japón, pero tanto como su indiscutible originalidad, debe contar el hecho de tratarse de un país industrialmente importante y militarmente protagonista de pri mer plano. En verdad la observación metodológica que precede no es privativa del fascismo, y se aplica a ideologías de muy diferente signo. (2) A medida que pasa el tiempo y las condiciones políticas mundiales son bien distintas, se produce en España, pero en una forma más acelerada que la estudiada en Italia, el fenómeno de los fascistas que niegan haberlo sido, o que discuten sobre la especi ficidad nacional de las convicciones de su grupo, que a su parecer les hace incompatibles con el Fascismo con mnyiíscula, etc. Nos hemos ocupado del tema en la p. 391, de la tercera edición de nues tro libro La crisis española del siglo XX, ob. cit., y a ella nos remi timos. Hay también observaciones de Stanley Pnyne: Fascistas fuera de época, en “Cambio 16", n.° 257, 21-VI-76, Madrid.
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el m ejo r conocim iento del tem a. Hay —al igual que en Italia y Alemania— un conjunto de universitarios y escritores que, p o r razones burocráticas, se ponen al servicio del fascism o español, y que respaldan en la prensa, las universidades, los libros, etc., la expo sición del ideario fascista local, pero si se exam inan las nóm inas de esos intelectuales de los años 1936 a 1975 se observará que en su m ayor p a rte provienen de los rangos de la Iglesia, de las filas de las entida des conservadoras prefascistas, y son relativam ente pocos los que acrecen el ya m agro capital intelectual ap o rtad o p o r los reducidos cuadros de los fascistas españoles de la p rim era h o ra (3). T res eta p a s en la elaboración d el ideario fa sc ista esp a ñ o l so b re el E sta d o A m odo de hipótesis explicativa creem os posible estab lecer tres etapas en la elaboración de u n a teoría fascista en E spaña, y en especial con referencia al tem a del Estado. H ab ría en p rim er térm ino que distinguir la etapa de los precursores, que corresponde a las postrim e rías de la m onarquía alfonsina, entre 1917 y 1929, no ju stam en te la m ás conocida, y posiblem ente la m ás tergiversada. La segunda, ya entronizada en el panteón oficial del fascism o hispánico, que avanza al p rim er plano favorecida p o r la instalación de la Segunda R epúbli ca, y que com prueba el carácter de respuesta ante la crisis política que tiene el fascism o en los países capitalistas. E n principio fecham os esta segunda eta p a de 1929 a 1933. La tercera, dom inada p o r la personalidad de José Antonio Prim o de Rivera, y la constitución de un (3) Esto se entiende mejor en cuanto se examina la literatura italiana de los años 22-42, tal como resulta de obras como la muy valiosa de Edward R. Tannenbaum, La experiencia fascista. Socie dad y cultura en Italia (1922-1945), Madrid, Alianza Editorial, 1975, capítulos 6, 9 y 10.
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m ovim iento nacional fascista entronca ya con la gue rr a civil, y ha m erecido m ás la consideración de la hagiografía que, com o correspondería, del estudio científico. Se entiende bien que, a p a rtir de la crisis del 17, cuando m u estra signos de descom posición el clásico sistem a de po d er español (los sucesos de Africa, el m ovim iento o brero insurrecto, la indisciplina del E jército , etc.), haya posibilidad de fechar las raíces de u n ideología fascista en España. Sin em bargo, h ab ría que estu d iar el pensam iento local, y los mo vim ientos p refascistas españoles con m ás cuidado. N osotros m ism os hem os destacado que, p o r ejem plo, José Antonio Prim o de Rivera no cita nunca a los escritores del clásico au to ritarism o español com o son Jaim e Balm es, Donoso Cortés, V íctor P radera, Váz quez de Mella, Antonio M aura y el m ism o Cánovas del Castillo, pero la verdad es que esos autores se incluyen, sí, en la form ación de los prim orriveristas de la d ictad u ra de su padre, y en su reivindica ción y continuación política, estará orientado el p rim e r com bate del fundador de Falange. Por o tra parte, dado el carácter antiintelectualista de todos los fascism os, que hem os destacado en o tras obras, no es extraño que no abunden en citas ni José Antonio Prim o de Rivera, ni con m ás razón los au to res m enores, pero com o al m ismo tiem po su ori ginalidad creadora es escasa, es norm al que se inspi ren ju n to a los definidos ejem plos extranjeros de su tiem po, en el au to ritarism o del país, en las ideas m ás o m enos elaboradas, pero norm alm ente difundidas en la ultrad erecha española. No podem os ab u n d ar en el tem a, pero anotam os dos puntos de referencia. Tenem os ahora sobre el pensam iento español de fines del siglo x v m y p rin cipios del xix análisis técnicam ente irreprochables que desm ontan ciertas afirm aciones de M arcelino M enéndez y Pelayo, y dan elem entos de juicio im p o rtan tes sobre el «m ito reaccionario». Nos referi m os, p or ejem plo, a la o b ra de Javier H errero, en que se considera especialm ente a Agustín B arruel, Antonio Cam pm any, Sim ón López, Rafael de Vélez, 20
Pedro Quevedo y Quintano, José Joaquín Colón el Filósofo Rancio, y otros «serviles» fem andinos, teorizadores de la represión de 1814 (4). El o tro punto de referencia son las excelentes obras de Rohan O. B utler para el nacionalsocialism o alem án y la m ás reciente de E rnst Nolte sobre los antecedentes franceses del fascismo. En definitiva cuando el prim ero de los autores, p ara explicar las teorizaciones de H itler, se rem onta a los filósofos germ ánicos Fichte, Schelling y Hegel; o en el caso de Francia, Nolte analiza extensam ente, p ara enten der a Pétain y el régim en de Vichy, el pensam iento de Charles M aurras y de los demás autores de la «Acción Francesa», cum plen una tarea que está por hacerse en España, donde de Fernando V II a la fe cha no faltan m ateriales útiles (5). Una acotación. Los grandes teóricos «servilones» son casi siem pre obispos y altos jerarcas de la Iglesia •española, y de aquí arranca el «nacional-catolicismo» que, a través de Acción Española, la Cruzada de 19361939 del Episcopado, y el Concordato de 1953, llega a nuestros días. Es una sutileza discutible, separar esa línea del fascismo estrictam ente dicho, como lo hace, p or ejemplo, José Luis L. Aranguren en Los fas cism os (Barcelona, La Gaya Ciencia, 1976), excusando en cierto sentido al fascismo laico. La cuestión, como se com prenderá, es asim ism o no encerrarse en una definición escolástica o p arti dista de fascismo, y reconocerlo como una corriente ideológica de la Epoca Contem poránea, por cierto (4) Los orígenes del pensamiento reaccionario español, Madrid, Edicusa, 1973, 2." cd. En la obra, después de analizar textos poco conocidos en nuestros días, dedica el capítulo III y último, pági nas 373-402, a lo que llama “El triunfo del mito: el fin de la Ilustración”, destacando: la guerra de la Independencia como cru zada religiosa, el enemigo es la razón, Fernando el Redentor, el absolutismo como unión mística, “la santa crueldad”, etc. (5) Raíces ideológicas del nacionalsocialismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1943, y el primer tomo de la trilogía de Ernst Nolte, Le fascisme dans son époque (París, Julliard, 1970), que en la versión francesa aparece con el título de L’Action Fran çaise. Un comentario breve, pero sagaz, en Max Gallo, Le fascisme dans les faits, París, “L’Express”, 1970.
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no concluida con el d esastre de M ussolini y H itler. S obre ello nos hem os expedido en obras anteriores, y no co rresponde deten em o s en esta op o rtu n id ad (6). E l p r im o r r iv e r is m o d ic ta to ria l La utilización del recu rso de la d ictad u ra com o sistem a de gobierno se instaló en 1923 en u n estilo que, si co m p arte las características del «pronuncia m iento» clásico español decim onónico, ya tiene m u cho de im itación de la «m archa sobre Roma» m ussoliniana, ap ad rin ad a p o r el rey V íctor M anuel. E l cap itán general de C ataluña Miguel Prim o de R ivera, a través del D irectorio m ilitar prim ero, y des de 1925 de «la d ictad u ra civil y económ ica, y de orga nización m ás adecuada, pero no m enos vigorosa» (sic) b ajo el lem a de «m enos política y m ás adm inis tración», dom ina el p an o ram a de estos años. León T rotsky y Joaquín M aurin en su tiem po n egaron el definitivo c a rác ter fascista al sistem a prim o rriv erista, y a ello se rem iten los com entaristas recientes (7), p ero es o p o rtu n o asim ism o re co rd a r que Antón D rexler había fundado el 5 de enero de 1919 en M unich el P artido O brero Alemán (desde fe(6) Revolución social y fascismo en el siglo XX, ob. cit., capítulo XIII, en un punto de vista que se emparenta con las obras posterio res de Nolte, Poulantzas, Mandel, y coincide con la Escuela de Francfort, y hasta el psiconálisis marxista de Wilhelm Reich. Esto lo hemos retomado en La ideología fascista, Madrid, Júcar, 1979, cap. I. (7) The spanish revolution, 1931-1939, New York, Pantfinder, 1973, p. 63, en la edición de lengua inglesa, recoge textos anteriores, y entre otros uno de noviembre de 1930 en que el autor, ateniéndose literalmente a las definiciones del fascismo en la entonces Interna cional Comunista, hacía ese pronunciamiento. No es extraño que le acompañara Maurin, Los hombres de la Dictadura, Madrid, Cénit, 1930. En un trabajo inédito, Maurice ha observado que Palmiro Togliatti tiene una evolución que va de la negación del carácter fas cista de la dictadura primorriverista, a su calificación como tal ya en 1935. Entre los autores recientes, Raúl Morodo, El 18 Brumario español: la dictadura de Primo de Rivera, Madrid, “Triunfo”, 1973, n.° 572, págs. 5-6, y la monografía de su discípulo Manuel Pastor, Los orígenes del fascismo en España, Madrid, Tucar, 1975, Intro ducción.
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brero del año siguiente dirigido p o r Adolfo Hitler) y que el 23 de marzo del tam bién 1919, Mussolini en Milán, crea el prim er «Fascio di Combatimento», que a p artir de 1922 se hace del poder en Italia. Con esas fechas iniciales de Europa hay hechos paralelos en España, que responden a los mismos problem as, tie nen el patrocinio m ás o menos explícito de la Mo narquía y de la Dictadura, y reciben finalm ente el apoyo del prim er gobierno fascista de la historia, instalado en Roma en 1922. Sin ánim o de análisis destaquem os en la dictadura prim orriverista algunos caracteres básicos: 1) D ictadura política, de respaldo m ilitar y pa tronal, y de la Corona. 2) Creación de fuerzas param ilitares como el so matén, que en im itación de Cataluña, por decreto del 18 de setiem bre de 1923 se extiende al resto de Espa ña. C ontra el m ovimiento obrero respaldo al pistole rismo de M artínez Anido, desde 1925 vicepresidente del consejo de gobierno. 3) Organización por decreto del m inistro Aunós expedido el 26 de noviem bre de 1926, del prim er intento de «sindicalismo vertical» en España, de cla ra inspiración mussoliniana. 4) Disolución de los partidos políticos, de los or ganismos constitucionales representativos, y creación del p artid o único, la Unión Patriótica, desde abril de 1924, que se m anifestará a través de la Asamblea Nacional Consultiva de 1927, redactora a su vez de una nueva constitución estableciendo Cortes corpo rativas y un Consejo del Reino. Represión del regio nalism o en defensa de la «unidad de España». 5) Tónica antiíntelectualista sobre la cual no es necesario abundar: censura, represión de los medios de comunicación, etc. 6) Política económica exclusivamente favorable a los latifundistas, a las em presas m ultinacionales ex tran jeras, al patronato catalán y vasco, etc. 7) Política exterior de prestigio, de ambiciones de anexiones territoriales de tipo im perialista, y ultranacionalista. E n ese clim a político, publican y actúan los pri23
m eros p recu rso res del fascism o español com o son —en tre o tro s— Ram ón Sales, José M aría Albiñana, y E rn esto Giménez C aballero (8). El catalán Ram ón Sales fue secretario de la Cor p oración G eneral de T rabajadores, Unión de Sindi cato s Libres, fu ndada en B arcelona en diciem bre de 1919, organizaciones seudoobreras financiadas p o r !a p atro n al, y am p aradas p o r las autoridades policiales p rim o rriv eristas. E n su seno se reclutaron buena p a r te de los fam osos pistoleros de la década de los años veinte. Los jonsistas d u ra n te la g u erra civil se reclam a ro n de R am ón Sales com o un p recursor, y el carácter de fascista de este m ovim iento lo h a destacado tem p ran am en te G erald B rennan en E l laberinto es pañol (9). E n sus p ro nunciam ientos hay —a través de un lenguaje que p o pularizará José Antonio Prim o de R ivera— la confusa alusión a los tópicos de la dema(8) De esa nómina excluimos a otros personajes de esos años como José Calvo Sotelo, hasta 1936 una figura clave; el autor del decreto corporativista de 1926 Eduardo Aunós (después también ministro de Franco en la guerra civil); Antonio Maura (organizador de unas Juventudes Mauristas al estilo de los camelots de “Ac ción Francesa”) y al líder de la Liga Catalana, y hombre fuerte del patronato regional, Francisco Cambó, autor de libros como En torno al fascismo italiano (1924) y Las dictaduras. Guía del perfecto dictador para dejar de serlo (1929). Estos personajes no eran menos profascistas que muchos dignatarios del régimen italiano de esos años, pero no ocuparon el liderazgo de un movimiento incipiente que les haría políticamente impopulares. No fue culpa suya si “la Dictadura no prolongó su existencia fascistizándose”, para retomar una expresión de Cambó. Todos ellos suscribirían (entonces) la frase de Aunós, sobre Primo de Rivera: “que había tenido la clara visión de que, a seme janza de lo que en Italia había realizado Mussolini, también en España debía arrinconarse para siempre el antiguo régimen y sobre sus ruinas erigir otro nuevo auténticamente nacional”, cit. en el ensayo de Raúl Morodo. Un análisis del papel de Cambó como “teorizante de la Dicta dura”, en las págs. 91-156 de la obra de Joaquín Maurin, Los hom bres de la Dictadura, según la nueva edición de Barcelona, Ana grama, 1977. (9) Guillén Salaya, Historia del sindicalismo español, Madrid, Nacional, 1938, 2." ed„ p. 125, y acorde M. Pastor, ob. cit., cap. I. Sales prologa en 1927 el libro de F. Baratech, Los sindicatos libres de España, Barcelona, CorteL
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BOgia fascista o rien tad a a los pequeñoburgueses y aesclasados, y al tiem po la aceptación del nacionalcatolicism o y el au to ritarism o m ilitarófilo. En sus estatutos, p o r ejem plo, se lee: «No querem os salirnos de la luz serena y ju sta de la m añana que des ciende sobre n o sotros desde las m ás altas cim as de la idealidad y el am or.» Y en o tra parte: «Aceptamos las instituciones fundam entales del Derecho N atural, basada en la concepción esp iritu alista de la historia... así com o el respeto a las creencias sobrenaturales de nuestro pueblo.» E n definitiva, en estos años, los «sindicatos libres» p rim o rriv eristas son lo m ás parecido al m ovim iento C ontrarrevolucionario de los igualm ente plebeyos M ussolini y H itler en sus respectivos países. D istinto es el caso de intelectuales de clase m edia como el m édico valenciano José M aría Albiñana y el escritor m adrileño E rnesto Giménez Caballero, que inician sim ultáneam ente u n a propaganda que se ex tenderá al período siguiente y les enlazará con los m ás fam osos fundadores del falangism o y el jonsismo. Albiñana h abía vivido en México desde 1921, de donde será expulsado por su coparticipación en el m ovim iento ultracatólico cristero por el presidente Calles en 1928. Allí publicó u n a serie de opúsculos de u ltranacionalism o hispánico, polém icos p artic u larm en te en m om entos en que la Revolución Mexica n a ad o p ta un tam bién encendido y contradictorio sentido antihispánico (10). Fue u n adm irador y colaborador de la d ictadura de P rim o de Rivera, y fundó en 1927 la Unión Gre m ial E spañola, intento de sindicato nacionalista, en aplicación de la ley Aunós. Siendo universitario, y dem ostrando su firm e ad(10) Esos trabajos tienen títulos como El orgullo de ser español (1924), Vindicación de España en América (1928), La grandeza del alma española (1928) y Las armas españolas en la conquista del mundo (1929). Con cierta inconsecuencia, Albiñana, acotemos que era partidario de la intervención militar de Estados Unidos en los asuntos mexi canos.
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h esió n a los p rin cip io s del fascism o, creó u n grupo de acción, u n a m ilicia de com bate, los llam ados Le gionarios de E sp aña (abril de 1930) que ac tú an com o fu erzas de ch o q ue y p ro v ocadores en M adrid, al estilo de los « escuadristas» o los «SS» y «SA» de la época. Los leg io n ario s — dice su biógrafo— se re c lu ta b a n e n tre ex m iem b ro s de la Legión E x tra n je ra african a, o g en tes del lum pen. S i la ap arició n del g ru p o se d a ta en fecha pos te rio r a la D ictad u ra, sus raíces e stán en ella com o re s u lta de la le c tu ra de su lib ro llam ado ju s ta m e n te D espués de la dictadura (1930). Allí encon tra m o s el M anifiesto-Program a del P a rtid o N aciona lis ta E spañol, en que se hace «Afirm ación ro tu n d a y m an ten im ien to inconm ovible de la u n id a d política de la P a tria ... F acu ltad es ex tra o rd in a ria s al P oder eje cu tiv o p a ra su sp en d e r tem p o ra lm e n te los derechos co n stitu cio n ales... M an ten im ien to rig u ro so del o rd en so cial... R esp eto ab so lu to a las in stitu cio n es m ilita res, su p re m a g a ra n tía de la P a tria ... C onquista del p o d e r p ú b lico p a ra el d esa rro llo to ta l de este p ro gram a», etcétera. M uy ca ra c te rístic o del v erbalism o fascista, apa re n te m e n te co n tra d icto rio , es su afirm ación: «Soy d e m ó c ra ta y d ictato rial» (11). M ás conocido p o r p e rte n e c e r al m u n d o de las le tra s , y p o r h ab e rse sobrevivido h a s ta n u e s tro días, es el caso de E rn e sto G im énez C aballero, d ire c to r de «G aceta L iteraria», y su apéndice E l R o b in so n litera rio (1927-1932). E s m uy d iscu tib le —p o r la d ire c ta le c tu ra de sus tex to s, y p o r to d o lo que an teced e— su sc rib ir la afirm ació n d e S o u th w o rth de q u e estam os a n te «el p rim e r p ro m o to r del fascism o en E sp añ a. S abía lo (11) Después de la dictadura, Madrid, CIAP, 1930, p. 206. Hemos señalado en p. 356 La crisis española del siglo X X , ob. cit., que en 1950 idéntico concepto lo repite el entonces almirante Carrero Blanco.
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fascismo y en sus obras consiguió una Suee laseramásel claras exposiciones de esta doctrina» (12).
En sus recientes Memorias de un dictador, hasta •h o ra publicadas en 1976-1977 en la revista «Histo ria 16» de Madrid, ha m ostrado los hitos de su evo lución, clasista (hijo de un empleado), y espiritual, desde la Universidad de Madrid (nutrido en la adm iración a José Ortega y Gasset), su ingreso en el antisem itism o, el racism o ario, la adm iración por la cultura germánica y ante todo su experiencia rom ana y m ussoliniana. «En el m undo —son sus palabras de 1933— hay tres internacionales: 1) la com unista, que desea la destrucción de Europa en una avalancha oriental, bárbara y de masas absolutas (Moscú); 2) la socialdemocràtica, que desea el predominio de las poten cias puram ente capitalistas (Ginebra) y 3) la fascista, que desea el triunfo del principio de justicia en el m undo integrando Capital y Trabajo en im a paz a r mónica y creadora (Roma)» (13). En m ateria de Estado considera al fascismo italia no «aristárquico por su estructura de partido, y mo nárquico p or su representación del poder ejecutivo, y en el fondo archidem ocràtico; el pueblo mismo» y en esa fórm ula encuentra el «elemento m ás digeri ble» para España, dentro de las variantes europeas de fascismo, pero se debe destacar que escribe en el año 1929 (14). (12) H. R. Southworth, Antifalange, Paris, Ruedo Ibérico, 1967, p. 63. Igualmente —por todo lo que venimos exponiendo— es dis
cutible la afirmación de Payne de que España es “La última de las naciones de la Europa occidental en desarrollar un movimientc fascista nativo”, p. 1, Falange. Historia del fascismo español, Paris, Ruedo Ibérico, 1965. (13) De La nueva catolicidad. Teoría general sobre el fascismo en Europa, Madrid, La Gaceta Literaria, 1933. Sobre este autoi véase Manuel Pastor, ob. cit., que le dedica el cap. II, y usa varias tesis norteamericanas sobre la concepción fascista del personaje. (14) Este texto es de 1929, y se incluye en Circuito imperial, Madrid, La Gaceta Literaria. Allí se explica (siempre en el ca pítulo Roma) su amistad con Curzio Malaparte, Giovanni Gentile, Bottai, Marinetti, Bontempelli, etc.
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G im énez C aballero se ja c ta en 1977 de h a b e r p u b licad o el p rim e r m anifiesto fascista en E spaña, c u a n d o e d ita su Carta a u n com pañero de la joven E sp a ñ a del 15 de fe b re ro de 1929 (M em orias de un dictador, p. 141, n. 9, «H istoria 16», M adrid, enero), p e ro ta l vez su a p o rte m ás co n sisten te fue e d ita r y tra d u c ir el lib ro de Curzio M alap arte Técnica del golpe de E stado, u n a su e rte de m an u al p a ra los jefe s de la m ilicia, m uy leído p o r los fascista s es p añoles. R a m ir o L e d e s m a R a m o s y O n é s im o R e d o n d o (1 5 ) E l añ o 29 n o sólo m arc a el d escalab ro de la Dic ta dura en E sp añ a, sino q u e co rresp o n d e a la cance lació n de la a c titu d an tifa sc ista del Pontificado ro m an o . Los acu erd o s de L etrán del 11 de feb rero , in clu y en el T ra ta d o de Conciliación, la Convención F in a n ciera y el C oncordato. A cam bio de inm ensas v e n ta ja s o to rg ad as a la Iglesia, el P apado re n u n cia al P a rtid o P o p u lar, ad m ite el cie rre de los círculos de Acción C atólica en 1931, y p asa a re sp a ld a r ac ti v am en te al régim en fascista italiano. La encíclica Q uadragesim o A nno de 1931 se rá favorable al co r p o ra tiv ism o y ac e p ta la re p re sió n d e los m ovim ien(15) Estos han sido escogidos por el falangismo como sus direc tos antecesores, pero no faltan —aparte de los que se inician en la época anterior y de los que hemos hecho mención— otros actores menores en este período. Así, por ejemplo: Alfonso García Valdecasas, orador en el acto de fundación de Falange; Manuel Delgado Barreto, director de “El Fascio” de 1933; Demetrio Carceller, más tarde ministro del franquismo; Julio Ruiz de Alda y los hermanos Ansaldo, que se integraron en la corriente de José Antonio Primo de Rivera; Juan Aparicio, que fue secretario de “La Conquista del Estado” y los parientes de Primo de Rivera Julián Pemarlín y Sancho Dávila. Hay una especie de tercera línea con Rafael Sánchez Mazas, Ramón Serrano Súñer, Agustín de Foxá y los entonces estudiantes Eugenio Montes, Dionisio Ridruejo y Antonio Tovar.
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tos sindicales clasistas. E sta etapa d u rará h asta 1943, y tiene consecuencias en el com portam iento católico d en tro y fuera de Italia. E n el caso de España, conjugado con los proble m as que se plantean al catolicism o por las m edidas legales de la nueva república (reform a agraria, exten sión de la enseñanza, separación de la Iglesia y el Estado), es com prensible que el fascismo local espaflol se revitalizara con su aporte en este período de 1929 a 1933. Ahora sin la protección de la Dictadura, pero sí Con la financiación de la clase terrateniente y del p atro n ato católico, y —en una m edida que no se ha estudiado debidam ente— del m ism o gobierno italia no m ussoliniano (16) hay los prim eros m ovimientos y publicación de periódicos explícitam ente fascistas, que im itan incluso los plebeyos orígenes de los m o vim ientos italiano y alem án. El hecho está vinculado directam ente al nacim ien to de la Segunda República. Hemos dicho que «La elaboración de la variante española del fascism o se realiza d u ran te la República, com o u n a elocuente reacción a los nuevos problem as que planteaba a la vieja sociedad privilegiada, la aparición del E stado (16) E. Tannenbaum, ob. cit., p. 271, entiende que fue en 1937, y con relación justamente a la guerra civil española, que alcanzó IU culminación el anticomunismo pontificio, como resulta de la E ncíclica Divini Redemptoris. La política exterior italiana bajo el fascismo giró, hasta la ane xión de Austria por Alemania nazi, alrededor de dos principios: a) el •Itablecimiento de un protectorado danubiano católico y b) el “mare nostrum ” . En este segundo aspecto es curioso que la historiografía •»pafiola no considere los documentos italianos, y su relación con E ipafia a partir de la visita de Alfonso XIII y Miguel Primo de R ivera a la Roma mussoliniana. No hemos visto citado, por ejem plo, el trabajo de] profesor Camillo Berneri, Mussolini a la conquista dt las Baleares, Barcelona, Tierra y Libertad, 1937, donde se dice, p o r ejemplo, en p. 12: “desde el gobierno de Primo de Rivera en •delante, el fascismo italiano ha podido preparar la conquista de lM Baleares con la aquiescencia, cuando no con la ayuda, del gobierno y del nacionalismo español”, etc.
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n eo lib eral, y la p o ten cia realizad o ra de las federacio n es sindicales» (17). E n p rin cip io , p a ra exponer las ideas so b re el E sta d o del fascism o español a n te rio r al 18 de ju lio de 1936, co n sid erarem o s com o u n solo corpas los e sc rito s de O nésim o R edondo, R am iro L edesm a R a m o s y Jo sé A ntonio P rim o de R ivera, p ero es nece sa rio re co n o ce r m atices e n tre estos au to re s, re su lta do de su d istin to origen social, sus tácticas no siem p re aco rd es y h a s ta de in te rp re ta c io n e s lig eram en te d iferen tes. R aúl M artín en fatiza q u e «Ledesm a R am os creía m ás en el n acionalism o alem án q u e en el fascism o italiano», y te m p ra n a m e n te —incluso an te s que el m ism o M ussolini— c o m p a rtía con el h itle rism o la id ea ra c is ta (18). (17) La crisis española del siglo X X , ob. cit., p. 172. Sobre el patrocinio y financiamiento de la variedad local fascista por el pa tronato español de estos tiempos, es insoslayable la polémica entre Ramiro Ledesma Ramos y José Antonio Primo de Rivera. El primero (“Heraldo de Madrid”, 14 de febrero de 1935) dice: “Primo de Rivera utiliza una palabrería demagógica, pero son notorias sus relaciones con la alta banca y los grandes terratenientes andaluces. A la vez que dice querer la revolución nacional-sindicalista, pide dinero a los directores de los bancos y a los grandes terratenientes.” Comentando este texto, Eduardo Alvarez Puga, Historia de la fa lange, Barcelona, Dopesa, s. f., p. 57, precisa diciendo: “Parece que fueron decisivas las aportaciones económicas del marqués de Eliseda y de ciertos grupos financieros de Bilbao.” A Ramiro Ledesma Ramos contesta Primo de Rivera (“Arriba”, con el artículo Aviso a los navegantes) acusando a su acusador de recibir fondos “por la mayordomía de algunos millonarios archiconocidos o a ciertos fondos estables dedicados a la retribución de confidentes. O las dos cosas, que de todo hay en la viña del señor”, y precisa que ganando Ledesma 400 pesetas mensuales en su empleo, gastaba no menos de 3.000 mensuales “entre viajes, alojamiento independiente, invitaciones a cenas y salarios de tres pistoleros en automóvil para protección de sus preciosas vidas” (sic). (18) Cita en su apoyo este texto: “El marxismo dejaba, pues, intactas en el alemán sus reacciones más íntimas y vigorosas. Res balaba episódicamente por su superficie y sólo los falsos alemanes, es decir, en los individuos naturalizados en Alemania, pero extraños a la voz de la sangre, al mito de la raza, podía constituir una acti tud más profunda”, p. 93, La contrarrevolución falangista, París, Ruedo Ibérico, 1971.
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El zamorano Ledesma era empleado de correos, estudiante de filosofía, colaborador de «Revista de Occidente», de José Ortega y Gasset y de «Gaceta Literaria», de Giménez Caballero. En el invierno de 1930-1931 llega al nacionalsindi calismo, denominación que dem uestra nuevamente la imitación del modelo nacionalsocialista alemán, y entre el 14 de marzo de 1931 y el 25 de octubre del mismo año edita el periódico «La conquista del Estado». Le proveen de fondos el m onarquista alm irante Aznar y el Banco de Bilbao. El vallisoletano Onésimo Redondo proveniente de un «ambiente clerical, rural castellano», Propa gandista de Acción Católica, desde 1930 estaba con sus Juntas de Ofensiva al servicio de los terratenien tes remolacheros de su provincia. Funda el 13 de junio de 1931 el semanario «Libertad». Había sido lector de español en Mannheim, y allí conoció el nazismo. En definitiva son pequeños grupos de estudian tes originarios de la baja clase media, los que en esas provincias leonesas y en Madrid, se unen en las JONS —Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalis ta— el 10 de octubre de 1931. Es notorio que Onésimo Redondo consideraba a Ledesma «un radical» y el segundo al prim ero «un clerical», pero les unía la común admiración a las experiencias y líderes fascistas ítalo-alemanes, el re pudio tanto de la república como de la m onarquía canovista, y participaban —lo mismo que sus escasos partidarios— de típicas personalidades psicológicas autoritarias. Hay otro elemento ideológico, que se prolongará en José Antonio Primo de Rivera, y es la admiración por Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset, de los cuales capitalizarán los elementos nacionalistas, 31
elitista s y tam b ién irracio n ales de su pensam ien to (19). Lo m ism o q u e el seudo «garibaldinism o» m ussolin ian o , o el «paganism o» h itle rista , el fascism o espa ñ o l n ecesita d esa rro lla rse com o no-católico, y an ti cristia n o , y éste es u n a trib u to im p o rta n te de su dem agogia «revolucionaria». E n la p rá ctica, desde Sales a P rim o de R ivera (José A ntonio) hace u n a especie de reconocim iento ex preso de la religiosidad com o u n a su e rte de he(19) Ya Giménez Caballero cuenta de cuando vio a Mussolini: “Recuerdo que me impresionó tanto que no sabiendo a quién co municar de España mi emoción, allí mismo en el Parlamento se me ocurrió escribir una carta a José Ortega y Gasset. ¿Por qué elegí a Ortega y Gasset? No lo sé. Aunque tal vez sí lo sepa. Presentía ya en Ortega lo que luego confirmé: un gran romano fracasado... Su sexo y su rango sienten Roma, sí. Pero su alma cultural se arro bó. se atascó en la Europa de preguerra, en la mítica herética de una vida nórdica afrancesada y liberal”, en La nueva catolicidad. Teoría general sobre el fascismo en Europa: en España, Madrid, La Gaceta Literaria, 1933. Sobre Unamuno dice: “Cuando se publicó La conquista del Es tado, a pesar de que nos combatía sin tregua, se le enviaban ejem plares y se hablaba de él con comprensión, y Ramiro (Ledesma) desde sus primeros ensayos periodísticos no le perdía jamás de vista, para ensalzarle y para ponerle de modelo a las generaciones jóve nes”, p. 69. En cuanto a Primo de Rivera, es notorio que se jactaba de que entre todos los autores liberales solamente leía a Ortega, a quien, por lo demás, imitaba en el estilo de sus escritos. Naturalmente, hay que tener en cuenta que ios fascistas españoles se nutren del pensamiento irracional, idealista y autoritario de los escritores alemanes que “Revista de Occidente” traduce y difunde entonces en España. En la revista, según E. López Campillo, La Revista de Occidente y la formación de minorías, Madrid. Taurus, 1972, p. 71, se indica que tuvo 128 colaboraciones de 78 autores alemanes (sobre un total de 300 de todas las nacionalidades). Ahí se contaron, por ejemplo, Hacia el Estado total, de Cari Schmitt (1931); La transformación del Estado, de A. Rocco (1927); Años decisivos, de Oswaid Spenglcr (1934): Ideología y ciencia de las razas, de P. L. Landsberg (1934); Berlín 1931, de M. J. Kahn (1931), con específica relación con nuestro tema. Véanse las tesis de Manuel Maldonado Denis, The problem of freedom and equality in the social and political thought o f Ortega y Gasset, Chicago, 1959, y de Pablo Cepeda Calzada, Las ideas po líticas de Ortega y Gasset, Valladolid, 1968.
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cito sociológico respetable e intangible, pero ello le limita el apoyo de la Iglesia y del patronato católico. Hit este sentido, son elocuentes los pronunciamientos hostiles de José María Gil Robles y otros dirigentes de la extrema derecha católica durante la segunda república (20). finalm ente hay una circunstancia importante a In ter en cuenta. Estos dirigentes del fascismo espa ñol (e incluso José Antonio Primo de Rivera, hombre de mayor formación) se sienten más precursores (lite auténticos Mesías. Giménez Caballero enten día que «el caudillo» debía ser Indalecio Prieto. Pri mo de Rivera, aunque después se convirtió en ene migo de José Calvo Sotelo, veía en éste el único líder nacional. Más tarde en sus famosos «brindis» pensó en Manuel Azaña, en Miguel Maura y hasta cu Pórtela Valladares... Por esto, los textos de los dirigentes principales del Iascismo español tienen tal vez un particular in terés porque están concebidos más allá de la dimen sión política inmediata de la lucha por el poder, en una visión ideológica, cuando no estética o filonú fica. De más está anotar —desde ahora— cuán favo rable será esa actitud al franquismo posterior. (20) Ya antes de 1933, el después líder de la C.E.D.A. decía: "Tengo que decir con toda sinceridad que no puedo compartir ese Ideario, porque para mí un régimen que se basa en un concepto panlcísta de la divinización del Estado y en la anulación de la per»imulidad individual, que es contrario incluso a principios religiosos en que se apoya mi política, nunca podrá estar en mi programa.” Después del mitin del Teatro de la Comedia, afirma: “No creo en el fascismo, por lo menos en el que quieren presentarnos ahora como fascismo. El fascismo ni en España, ni en ningún sitio, pueden traerlo los señoritos; eso sí que de ninguna manera lo conseguirán. Eos señoritos no podrán nunca hacer nada”, cit. en p. 24 de la obra de Francisco Martínez Bravo, Historia de la falange espartóla y de las JONS. Madrid. Nacional, 1940. Dionisio Ridruejo apunta correctamente que el personaje decisivo en la relación catolicismo-fascismo era ya entonces Angel Herrera, después obispo de Málaga y entonces director de “El Debate”, y ante todo director de la A.C.N./D.P. Véase, p. 38, Casi unas memorias, Barcelona, Planeta, 1976, 3.* ed.
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A c c ió n E s p a ñ o la E l abogado José Calvo S otelo (1893-1936), ya en 1915 fue se c re ta rio de la Sección de Ciencias M ora les y P olíticas del A teneo d e M adrid, y p o r entonces se afilió al p a rtid o m au rista. D ado el in teré s p o r la ad m in istrac ió n local de A ntonio M aura, no es ex tra ñ o — a p u n ta P ed ro S áinz R odríguez— que el dicta d o r M iguel P rim o de R ivera lo in c o rp o ra ra en 1924 a su elenco com o D irecto r G eneral de A dm inistración Local. E l m ism o a u to r destaca q u e «Calvo Sotelo fue, sin duda, la ú n ica cabeza política con vocación v er d a d e ra que tuvo el gobierno civil de P rim o de Rive ra», y acom pañó al d ic ta d o r com o m in istro de H a cien d a desde 1925, p ro c u ran d o re fo rz a r el á rea de acción del E stad o , y m o d ern izar sus organism os fo r tifican d o el p o d e r público, lo que e sta b a en la o rto doxia del fascism o de su tiem p o (21). C aída la D ictad u ra em igró a F ran cia vin culándo se a Acción F ran cesa, y a la in telec tu a lid a d de e x tre m a d erecha, y visitó Ita lia en fe b rero de 1933, y a n te to d o organiza con los generales S a n ju rjo y B a rre ra la co n sp iració n de 1932. La a m n istía de L erroux le p e rm ite volver a E sp añ a en m ayo de 1934, e n tra r en las C ortes y fig u ra r com o p re sid e n te del B loque N a cional (que in teg ran trad ic io n a lista s, m onárquicos alfonsinos y o tro s sectores de la derecha, com o p o r ejem p lo el P artid o N acionalista de A lbiñana). E n los dos años de esa ú ltim a actuación p a rla m e n ta ria y p o lítica, se le ve p o r cie rto s secto res de la ex trem a (21) Pedro Sáinz Rodríguez, Testimonio y recuerdos, Barcelona, Planeta, 1978, págs. 196-205. El autor citado había sido codirector de “La Gaceta Literaria” con Giménez Caballero, vinculado a la Iglesia y a la Monarquía, diputado monárquico desde 1931 y cons pirador contra la II República, en contacto con los generales San jurjo, Barrera y Franco, entre otros. En su autobiografía admite que políticamente no ha sido la consecuencia su virtud orientadora, como destacamos en la crítica que hemos publicado en la revista “Nueva Historia”, Barcelona, n.° 19, agosto 1978 y a la que nos remitimos.
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derecha como «el hom bre providencial» (Sáinz Ro dríguez), «el insigne caudillo» (diario «ABC») capaz de unificar los distintos grupos y partidos en un mo vimiento único y efectivo, y obtener tanto en el E jér cito como en la Iglesia (por sus mismos antecedentes prim orriveristas) los apoyos necesarios para derro car la R epública neoliberal y socializante. Su m ani fiesto inaugural prom etía un «Estado totalitario» es pañol. Intelectualm ente, Calvo Sotelo integra el grupo de la revista «Acción Española», junto con Víctor Pra dera, R am iro de Maeztu y el ya citado Pedro Sáinz Rodríguez, entidad creada a imagen y sem ejanza de los fascistas franceses de Action Française de Char les M aurras. En verdad, como subraya Stanley G. Payne, Cal vo Sotelo en cuanto ideólogo «no escribió nunca un libro de gran im portancia ni un tratado ideológico elaborado», salvo en m ateria económica donde en 1935 aparece su obra El capitalismo contemporáneo y su evolución. En el grupo de la revista «Acción Española» se sigue con fidelidad el estilo intelectual de Action Française, que algunos autores como Noltc le llam an prefascista, más que fascista propiam ente dicha, des tacándose dos obras, que serán muy leídas en las élites intelectuales de la clase alta española y deci sivas en los años posteriores. Nos referim os a De fensa de la Hispanidad de Ram iro de Maeztu y El Estado nuevo, de Víctor Pradera. El vasco Maeztu habíase iniciado como hom bre de la extrem a izquierda, y después de una crisis reli giosa y «patriótica» se había hecho partidario de la extrem a derecha, adhiriendo a la D ictadura de Primo de Rivera. El dictador le nom brará em baja dor en Argentina, donde tom ará conciencia «de la misión de España» y de la idea m ística de «hispani dad», en todo lo cual es evidentem ente deudor del pensam iento de Marcelino Menéndez y Pelayo. El o tro ideólogo de Acción Española provenía del carlism o tradicional, y actualizaba las ideas de Váz quez de Mella, incluyendo el neoforalism o regionalis35
ta. E sta obra publicada por vez prim era en 1935, será reeditada años más tarde con un prefacio del general Francisco Franco. E sta corriente chocaba con la de Falange Espa ñola por el control del espacio político de la extrem a derecha, aunque como se indicara José Antonio Pri m o de Rivera consideró la posibilidad de hacer de Calvo Sotelo, el Caudillo de un movimiento unifica do del fascismo español. Lo interesante, como anota Payne, es que «Cual quier com paración de la estructura del régimen de Franco en su plenitud —especialmente en la fase culm inante del franquism o de 1939 a 1959— revela rápidam ente que el sistem a franquista estaba cons truido m ás sobre las ideas y las doctrinas de Calvo Sotelo y los prohom bres de la Acción Española, que sobre las de José Antonio Primo de Rivera y de los ideólogos falangistas. Al basarse en el poder de los m ilitares, en unas Cortes Corporativas, autoritarias y orgánicas, y en la "instauración” de la m onarquía, se reafirm aba esta doctrina... Además, el carácter dom inantem ente católico de lo que acabó por ser el sistem a franquista en su apogeo, se correspondía mucho m ás con los conceptos de Calvo Sotelo y de los escritores de Acción Española que con el de los falangistas» (22). De ahí el interés que presenta el estudio de esta publicación y de la obra de sus colaboradores, que sin rep resen tar políticam ente una presencia consis tente ni decisiva, tienen sí los atributos típicos Je un grupo intelectual capaz de proveer de una ideo logía fascista particular, en que se entrecruzan las influencias foráneas, con las tradiciones del nacio nal-catolicismo, y se retom an los intentos institucio nales de la Dictadura de Primo de Rivera. No en vano en el p rim er gabinete de Franco vemos buena parte de las figuras del equipo civil y m ilitar de Miguel Prim o de Rivera, incluyendo al propio Pedro Sáinz Rodríguez, m inistro de Educación. (22) Calvo Sotelo, “ideólogo” del franquismo, págs. 88-94, revista “Nueva Historia”, Barcelona, n.° 20, setiembre de 1978.
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Del estilo de «Acción Española» dan cuenta sus pa labras editoriales iniciales: «Desde que España dejó de creer en sí y en su m isión histórica, no ha dado »1 m undo de las ideas generales m ás pensam ientos valederos que Jos que han tendido a recuperar su propio ser. Ni su Salm erón, ni su Pi y MargalI, ni su Giner, ni su Pablo Iglesias, han aportado a la filo sofía política del m undo un solo pensam iento nuevo que el m undo estim e válido. La tradición española puede m o strar m odestam ente, pero com o valores positivos y universales, un Balmes, un Donoso, un M enéndez y Pelayo, u n González Arintero» (23). E l fa s c is m o catalán El prestigioso h istoriador Albert Balcells Gonzá lez, escribiendo en la revista «H istoria 16», retom a una tesitu ra que ya había esbozado en su folleto Mar xism o y catalanismo, 1930-1936 (24), que se resum e en sus palabras: «Una de Jas bases del desarrollo del fascism o ha sido el nacionalism o im perialista de Estado, opues to p o r definición a los m ovim ientos nacionales de las (23) Editorial de “Acción Española”, tomo I, n.° 1, 15 de di ciembre de 1931. Dirigía la publicación el conde Santibáñez del Río, aunque su creador fue el marqués de Quintanar y el apoyo económico provino de la marquesa de Pelayo. Como puede verse, tiene cierto fundamento nuestro aserto cu la crítica bibliográfica citada, de que “El libro es útil asimismo para calibrar el carácter señorilista de la cultura española, o por lo menos de sus sectores madrileños oficialistas, y esta conclusión tampoco la avalaría el autor (Sáinz Rodríguez), aunque presumimos que será una inferencia legítima de los historiadores de la cultura”. (24) Los dos textos que tenemos a la vista son el artículo El seis de octubre (1934) en Cataluña, inserto en las págs. 36-42 de la revista “Historia 16”, Madrid, n." 18, octubre de ¡977, y Marxismo y catalanismo, 1930-1936, Barcelona, Anagrama, 1977, correspon diendo la cita que sigue a la p. 71. El tema del fascismo catalán, desde la perspectiva de la cultura, vuelve en forma polémica en 1979, por Federico Jiménez Losamos, El destino cultural de la emigración en Cataluña, “El País Alte y pensamiento”, Madrid. 7 de enero de 1979, p 1V-V y María Aurelia Capmany, Jiménez Losantos no ha entendido nunca a Cataluña, “Andalán”, Zaragoza, n.° 207, 27 de febrero 1979.
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nacionalidades dominadas.» Por tanto, razona, «Estat Catalá no cabe seguir especulando sobre su poten cialidad fascista... Los auténticos y efectivos repre sentantes del fascismo en Cataluña eran muy pocos (en 1934) y declaradam ente anticatalanistas». En la obra anterior citada ya decía «que era ne cesario disipar las dudas sobre la desm entida incli nación fascista del E stat Catalá. En Cataluña, la única fuerza verdaderam ente fascista la constituían entonces los reducidos grupos antirrepublicanos que fracasarían en Barcelona el 19 de julio de 1936», es decir, los falangistas, carlistas, etcétera. Aquí hay un doble problem a. El de la caracteri zación de E stat Catalá como fascista, que correspon de a los historiadores, y que adelantam os que es un punto sobre el cual no coinciden las opiniones. Pero del punto de vista sociológico es controver tible la tesitura según la cual en los años trein ta los fascistas españoles serían exclusivamente los agrupa dos en M adrid en entidades antirrepublicanas, p ro clives al golpe de Estado m ilitar que culm ina en 1936, y más todavía la im plícita tesis de que catala nism o es sinónimo de dem ocracia, y que por tanto, no pueden existir fascistas catalanistas, o de cual quiera de las llam adas nacionalidades m enores en la península ibérica (es decir, por ejem plo en estos años, fascistas gallegos y fascistas vascos). En prim er lugar, no hay ningún lím ite p ara 3a expansión del fascismo en el seno de las sociedades capitalistas, pero, adem ás, atento a que el fascismo es particularm ente activo en las com unidades don de se dan ciertas condiciones socio-económicas, ha bría que convenir que Cataluña tiene mayores posi bilidades que o tras zonas para engendrar un fascis mo local. En prim er lugar, po r trata rse de una sociedad industrial, y en la cual es im pensable como alterna tiva de extrem a derecha un régimen de m era dicta dura, que no cuente con cierto consenso y apoyo en las masas. La dictadura de Prim o de Rivera de los años veinte es típica de las posibilidades co n trarre volucionarias y ultrarreaccionarias en el seno de Ca38
tllluña. Un co n fro n tam ien to en tre las clases sociales do la sociedad in d u strial, es lógico que incentive las »o?ill>ilidades de u n a altern ativ a fascista, o profascis ta com o fue la d ictad u ra prim orriverista-m artínezanldlsta-cam bonista. Es sugestivo el elevado núm ero de sacerdotes ca talanes en el nacional-catolicism o, y en cuanto a los nolít icos el estudio de la g u erra civil m u estra su ac tiva intervención en las filas nacionalistas en form a oble rta, o en cu b ierta en la retag u ard ia republicana. Como verem os, la larga d ictad u ra de Francisco I'i anco no h ab ría sido posible en C ataluña sin el IIpoyo expreso o tácito de la burguesía catalana, que nc benefició am p liam ente de la situación de indefen sión de las clases p o p ulares y pudo llevar adelante «I saqueo del país en su beneficio. F.n cu an to a que el nacionalism o som etido no puede en g en d rar fascism o, hay m uchos casos que I" n e b a n todo lo con trario. En los estados polinacioliales europeos, en los tiem pos del colaboracionism o «quisling» de la era h itlerista, se d estacaro n los fas cism os cro ata (en el seno de Yugoslavia) incentivado por su resen tim ien to c o n tra el centralism o servio, d fáscism o eslovaco (anticheco, en Checoslovaquia) y el fascism o valón, en u n a Bélgica entonces centrali7,tul a en beneficio de los francófonos. F inalm ente Balcells, y quienes opinan com o él, nI bien es cierto que tienen en cuenta la tensión conflictiva en tre catalanes y castellanos, om iten con sid e ra r la que in tern a m e n te existe en C ataluña, en tre catalan es e in m igrantes no-catalanes. Es un típico caso de u n a m inoría dom inada a nivel de un Estado, que en su región, a su vez, dom ina a una m inoría «extranjera», en este caso la co n stitu id a p o r aragoneses, m urcianos, valencianos, andaluces, galletos y castellanos provenientes del área ru ra l y que se nco rp o ran a C ataluña com o asalariados al servicio del p atro n a to catalán. Si esa tensión se expresa p o r !n discrim inación social, im plica asim ism o el proyec to de absorción cu ltu ral, haciendo p e rd e r a los in m igrantes su iden tid ad original. En los m om entos en que el p o d er cen tral m adrileño es suficientem ente
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fu e rte , e s ta p o sició n es im p o sib le, p e ro se co n v ierte en u n p la n viab le en las e ta p a s q u e confieren el c o n tro l d e re c u rs o s y p o d e re s al g ru p o ca ta lá n , o se e x p ro p ia n p o sib ilid a d es al g ru p o in m ig rad o . L a re lació n n u m é ric a d e fu e rz a s e n tre am b o s g ru p o s a veces h ace d ifícil ta l e m p re sa , y su m a n te n i m ie n to n o p u e d e o b te n e rse ex clu siv a m e n te a niveles d e co n sen so . B u en a p a r te de la lu c h a e n tre la CNT y el p a tro n a to ca ta lá n , se h a dich o p o r a u to re s com o V icens Vives, es u n a m a n ife sta c ió n de u n p ro le ta ria d o in te rio r q u e n o h a b la c a ta lá n y n o a c e p ta in te g ra rs e e n la c o m u n id a d b u rg u e sa local. E n v erd ad , el n acio n alism o , a u n de u n a p eq u e ñ a n a c io n a lid a d —a u n q u e in v en tad o p o r la clase a lta — , es a n te to d o u n fen ó m e n o social de las cap as m edias y é sta s a r r a s tr a n in ev itab lem e n te u n en fo q u e de la v id a p o lític a, y u n cú m u lo de p re ju ic io s xenófobos, q u e fá cilm e n te llevan del n ac io n alism o al fascism o. Lo q u e es cie rto , en defin itiv a, es q u e el fascism o lo c a lis ta o re g io n a lista , esp e cialm en te si se ap o y a en u n a v a ria n te c u ltu ra l (com o es el caso del c a ta lá n ), ch o c a c o n tra el fascism o h isp á n ic o im p e ria lista , en la m e d id a q u e tie n e n o b jetiv o s d ife re n te s, y esto o b lig a a d is m in u ir al fascism o c a ta lá n su p re sen cia efectiv a, e in clu so a b o rr a rs e en el seno de e n tid a d es u ltra n a c io n a lista s m ás c u ltu ra le s y sociales que p o lític as. E l fa la n g is m o y la u n ific a c ió n d e l m o v im ie n t o fa s c is ta E l añ o 1933 es no so la m e n te fu n d a m e n ta l p o r el a c to in icial d el T e a tro de la C om edia de M ad rid del 29 d e o c tu b re de 1933, y poco d esp u é s d e la fusión u n ific a d o ra del 2 de n o v iem b re del m ism o año, c re a n d o la Falange E spañola de las Ju n ta s de O fen siva N acional-Sindicalistas, sin o a n te to d o p o r la co n q u is ta del E s ta d o ale m á n p o r el P a rtid o Nazi el 30 d e e n e ro , ta m b ié n de 1933. D esde e sa fecha, ya e stá c la ro en el p a n o ra m a m u n d ial, q u e se p re p a ra u n a n u ev a c o n tie n d a in te rn a c io n a l, y q u e el fascis40
810 movilizará los recursos de Europa para asegu rar su victoria final. España es una pieza más, y no la menos im portante, en el juego mundial, y a la vez los fascistas españoles tendrán explicablemente los apoyos económicos necesarios desde Portugal, Ita lia y Alemania (25). Esa relación, y la misma gravedad de la situación política interna española, necesitaban de una unifica ción de todos los grupúsculos fascistas en un movi miento centralizado poniendo su liderazgo a cargo de figuras nacionales. La Falange Española (FE, es decir, la m ism a sigla que fascismo español) se creó el 2 de febrero de 1933 por iniciativa de Ruiz de Alda y Rafael Sánchez Ma nas, adoptando el liderazgo de José Antonio Primo de Rivera, cuya iniciación en política había sido Como vicesecretario de la Unión Monárquica el 2 de mayo de 1930, lo que le acarreará la consiguiente de rrota en las elecciones legislativas del año 1931. Payne anota que era «el quinto partido de extre ma derecha que se form aba en España», contando: Comunidad Tradicionalista, JONS, Legionarios y Re novación Española, pero —a nuestro parecer— ha bría que tener en cuenta tam bién, entre los antece dentes, a las Juventudes M auristas, los sindicatos li bres catalanes, la Unión Patriótica de la Dictadura y a Acción Española. Lo interesante es que la nueva entidad absorbe (25)
El 23 de marzo de 1934, Mussolini se entrevista con An
tonio Goicoechea, ex colaborador de la Dictadura, antiguo miembro
de Acción Popular, y con el general Barrera, y se acuerda la ayuda militar a la Comunión Tradicionalista. Max Gallo (Histoire de l’Espagne íranquhte, Bruxelles, Mara bout) dice: “Estamos en condiciones de revelar que a partir de documentos que los americanos han fotografiado en Roma en 1944 >que se encuentran actualmente en los Archivos de Washington, que 01 servicios italianos de propaganda financiaban de manera regular ti Jefe de la Falange española, y esto por lo menos desde el co mienzo de 1934... Quien después será el Juan Bautista del franquis mo, cuyo nombre adornará todas las iglesias de España, era, en el miltido más estricto, un agente a sueldo”, etc.
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la JONS y los legionarios, y tiene el apoyo explícito de R enovación E spañola, Acción E spañola y en «ABC» de M adrid (26) su órgano oficioso. A nivel in tern acional, José A ntonio P rim o de Ri v era se e n tre v ista con el Duce italiano el 9 de octu b re de 1933 y v isita la A lem ania nazi en la prim ave ra del 34, lo que le da el necesario espaldarazo de su s p ad rin o s. Del p u n to de vista organizativo el nuevo p artido celeb ra su p rim e r C onsejo N acional los días 4 al 7 de o ctu b re de 1934, en las m ism as fechas que estalla el m ovim iento de la extrem a izquierda en Asturias, C ataluña y o tra s regiones españolas. S erá en noviem b re del m ism o año que se ap ru eb an los 27 puntos p ro g ram ático s, lo que justifica escisiones de los «ra dicales» de Ledesm a R am os, o de m onárquicos cató licos com o el m arq u és de Eliseda. El falangism o no consigue se r u n m ovim iento de m asas, fra c a sa rá en la lucha callejera, y tam bién en c re a r el « F rente Nacional» que p ropone a la CEDA, con vistas a las elecciones de 1936. P or los años 35-36 no fa lta n quienes duden de su fu tu ro , y sus m ism os (26) El mitin del Teatro de la Comedia fue visto con beneplá cito por la revista “Acción Española'* y el diario “ABC”. Ramiro de Maeztu había señalado en Defensa de la Hispanidad (1933): "El ge neral Pershing ha podido proclamar recientemente, en medio de la atónita atención de las gentes, que los EE. UU. no pueden encomiar su salvación más que en un régimen fascista y dictatorial, que res tablezca la disciplina social con mano dura” , y en las filas de Acción Española encontramos muchas figuras, después de FE o del régimen franquista. En el verano de 1934, Pedro Sáinz Rodríguez (por ÁE) y José Antonio Primo de Rivera, por Falange Española, estable: !eron de común acuerdo los “10 puntos programáticos” de lo que ha bría de ser “el nuevo Estado español”. Con Renovación Española, representada por Antonio Goicoech-a, se hace el 20 de agosto de 1934 un pacto resumido en siete puntos. El director de “ABC”, Juan Ignacio Lúea de Tena, había criti cado al gobierno republicano la clausura del periódico “El fascio” y facilitado un amable intercambio de escritos con J. A. Primo de Rivera, donde éste afirma: “El fascismo no es una táctica-la violen cia. Es una idea-la unidad. El fascismo nació para encender una fe, no de derecha... ni de izquierda... sino una fe colectiva, integrada, nacional."
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afiliados com o Dionisio R idruejo m ás tarde, evoca rán su am biente intelectual con severidad (27). Sin em bargo, del conjunto de los escritos y do cum entos principales del falangismo, del jonsism o o proveídos p o r autores m enores, se pueden extraer pim ientos p ara ordenar esquem áticam ente el con ju n to de ideas centrales con que España hace su aportación al fascism o internacional. f.a no ció n de E sta d o en el ideario fa scista esp a ñ o l En la p ren sa y dem ás escritos falangistas abun dan tem as ocasionales, o se encaran problem as no rsl n etam en te políticos, pero el meollo por excelen cia de ese m aterial apunta a la consideración del poder, a la definición de un Estado diferente. «El esfuerzo revolucionario hoy no puede gravi tar en to rn o a esos conceptos envejecidos de Monarcpiía y República, sino que los objetivos deben ser otros», decía ya en La conquista del Estado, R am iro l.rdesm a Ramos. Pues «el problem a de E spaña no es hoy garantir n r a todos las ideas y a todos los partidos el dere cho de hacer política. Es cabalm ente el de proscri bir las ideologías y partidos que corrom pen al pue(27) La actitud de la oligarquía agraria coincidía con el patro nato catalán en adoptar medidas vigorosas de contención contralívolucionaria. Gil Robles había dicho que “lo peor es la anarquía y la revolución en el campo”, en lo que coincidía con Francisco i'nnibó: “Será necesario, en primer lugar, mantener el orden públi co", pero confiaban en las medidas clásicas de la dictadura militar v rl control eclesiástico, y juzgaban peyorativamente la importancia do FE. Dice Ridruejo, hablando de las reuniones falangistas que presidía l’rlmo de Rivera, que: “La verdad es que, salvo tres o cuatro, los «»litentes daban un nivel poco elevado. Los más de los veteranos o í ioi residuos de la clientela de la Dictadura y el resto —la mayoi ln— eran jóvenes estudiantes o empleados, que cuando más poillnn sacarme cinco años de ventaja”, p. 58, ob. cit. En honor de la verdad más o menos se ha dicho del fascio italiano, o del nacional«oclidismo alemán, antes de ascender al poder.
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blo, deshacen la econom ía y ponen en peligro la m is m a existencia de la nación», afirm aba Onésimo Re dondo (28). Hay tres grupos de ideas políticas básicas, discernibles en los escritos jonsistas y falangistas ante riores a julio de 1936, que aunque están entrelaza dos, corresponde exponerlos separadam ente. Por una parte, tenem os un autoritarism o radical que se m anifiesta, a través del conocido estilo lite rario fascista y neofascista, en: a) Exaltación y uso de la violencia y el te rro r sis tem ático en la vida política (29). b ) Creencia en las nuevas élites aristocráticas, en carnadas en la m ilicia partidaria. c) Reconocim iento del concepto de jerarquía, com o básico p ara la vida política y civil. E n el caso español se subraya todo lo relativo a la valorización del m ito paternal del héroe conduc tor, y en segundo lugar la visión del ejército (es de cir, del cuerpo de los oficiales profesionales) como una sociedad ejem plar, y todo esto tam bién explica, en buena parte, el posterior éxito del franquism o. José Antonio Prim o de Rivera, prologando como editor la edición española de la obra Fascismo de Benito Mussolini, decía: «Qué ap arato de gobierno, qué sistem a de pesas y balanzas, consejos y asam bleas, pueden reem plazar esa imagen del Héroe, he cho Padre, que vigila ju n to a una lucecita perenne el afán y el descanso de su pueblo.» No se trataba, en el caso del líder falangista, de u n a adm iración extranjerizante, sino de un hecho vinculado a su for m ación y a su m ism a historia fam iliar. «España —de cía en «La Nación» del 28 de abril de 1934— creyó que había llegado su revolución el 13 de setiem bre (28) El Estado Nacional, Barcelona, FE, 1939, p. 131. (29) Son expresivas las divisas de Ledesma (“ ¡Castellanos, a las armas!”) y de Primo de Rivera, tantas veces citadas, sobre la “dia léctica de los puños y las pistolas”. Como todos los partidos fas cistas, el jonsismo y más tarde el falangismo tienen “milicias” y cuerpos de “activistas”. En La crisis española del siglo X X , ob. cit„ cap. IV, subtítulo La Falange intenta la Contrarrevolución, junio de 1935 - junio de 1936, hemos examinado más detenidamente el tema.
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de 1923, y p o r eso estuvo al lado del general P rim o de Rivera. P o r in asistencias y equívocos se m alogró la revolución entonces, au n q u e ya fue m ucho el inte rru m p ir el pesim ism o h istórico con u n a victoria m i lita r y el q u e b ra n ta r la in ju stic ia social con no po cos avances.» No es extraño, entonces, que el m ism o a u to r m ás tard e afirm e categóricam ente: «N inguna revolución »uede d a r resu ltad o s estables si no en cu en tra su efe, su caudillo, sólo él es capaz de adivinar el cu r so h istó rico so terrad o b a jo el clam or feroz de las m asas» (sic). La m itificación del jefe o caudillo alred ed o r del pro p io Jo sé Antonio P rim o de Rivera, en un p rim er m om ento fue d iscu tid a y tuvo u n c a rá c te r polém i co, p o r cu a n to el p erso n aje no era plebeyo, com o lo req u iere la psicología de m asas del fascism o (30). A p e sa r del rep roche de «fascism o de señoritos», en que coinciden con Gil Robles y Ledesm a Ram os, toda la izquierda española, ya en vida tuvo el Jefe único de Falange (desde o ctu b re de 1934) la corona lau d ato ria típica del «superhéroe» (31).
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(30) Ledesma Ramos, después de la escisión, decía: “Ser hijo de un dictador y vivir adscrito a los medios sociales de la más alta burguesía son cosas más que suficientes para influir en el propio destino.” Lo curioso es que incluso los familiares de Primo de Ri vera, como Dáviia y Pemartín, comparten esta idea: “El ser caudillo tiene algo de profeta, necesita una dosis de fe, de salud, de entusias mo y de cólera que no es compatible con el refinamiento.” (p. 24. Hacia la historia de la Falange: primera contribución de Sevilla, Jerez, Jerez Industrial, 1938). El mismo Primo de Rivera —a quien ipunta la cita anterior— agrega: “Yo, por mi parte, serviría para todo menos para caudillo fascista... es cosa (ser caudillo) que está reservada a un hombre de extracción popular.” (31) Hay textos de pintoresca cursilería, como el que firma Eugenio Montes: “José Antonio reúne todas las condiciones de Ama dla: es joven, recio, animoso, dulce, caballeresco, y guapo. Y por todo esto lo sigue la juventud española, harta ya de monstruos físicos.” Véase en “Arriba” del 22 de abril de 1953, el texto de su conferencia Presente y porvenir de José Antonio. Por su parte, Jiménez de Sandoval dice: “Se aplaude la juventud, el señorío, la armonía plástica, la raza, la esperanza... Se aplaude todo el atrac tivo físico de aquel mozo fuerte, atlético y bien vestido” (José An tonio, Barcelona, 1941). A mayor abundamiento, Gumersindo Montesagudo, Vieja guardia, Madrid, 1939, etc.
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La valoración de las virtudes castrenses y de la oficialidad del Ejército, desde 1931 ya está en Ledesma Ramos: «España cuenta hoy como una de sus más urgentes necesidades la de entrar en un pro ceso de militarización. Esto va implícito en la actitud que antes hemos dicho corresponde a nuestros jóve nes, la actitud del soldado. El soldado practica siem pre la acción directa, y es por su propia calidad, el único que la representa en toda su gran fecundi dad y relieve moral» (32). José Antonio Primo de Rivera, en su carta ?1 general Franco del 24 de setiem bre de 1934, ade lanta conceptos que retom a extensamente en la Cai ta a los militares de España del 17 de julio de 1936: «...Ha sonado la hora en que vuestras armas tienen que en trar en juego para poner a salvo los valores fundamentales sin los que es vano simulacro la dis ciplina. Y siempre ha sido así: la últim a partida es siempre la partida de las armas. A últim a hora —ha dicho Spengler— siempre ha sido un pelotón de sol dados el que ha salvado a la civilización» (33). Naturalm ente, esta actitud procastrense parte del nacionalismo, y al tiempo procura incentivarlo, como (32) Discurso a las juventudes de España, en “La conquista del Estado”, de 14 de marzo de 1931. (33) Precisando mejor, se aprecia que el falangismo lo que in tenta es utilizar a los militares, del mismo modo que tradicionalmente lo había hecho la oligarquía agraria española (y eventualmente la industrial catalana), lo que resulta del Punto Programático n.° 27 (“Nos afanaremos por triunfar en la lucha con sólo las fuerzas suje tas a nuestra disciplina. Pactaremos muy poco. Sólo en el empuje final por la conquista del Estado gestionará el mando las colabora ciones necesarias, siempre que esté asegurado nuestro predominio.”;. Cuando, fracasada en junio de 1936, Falange renuncia a su contra rrevolución y se incorpora al proyecto de pronunciamiento militar de la ultraderecha, se dice muy explícitamente: “...los proyectos políticos de los militares (salvo, naturalmente, los que se elaboran por una minoría muy preparada que en el Ejército existe) no suelen estar adornados por el acierto. Esos proyectos arrancan casi siempre de un error inicial: el de creer que los males de España responden a simples desarreglos de orden interior y desembocan en la entrega del poder a los aludidos charlatanes, faltos de toda conciencia his tórica, de toda auténtica formación y de todo brío para la irrupción de la patria en las grandes metas del destino”, p. 121, Historia de 1c Falange, de E. Alvarez Puga, ob. cit.
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resulta de la c ita d a c a rta al general F ranco, donde tam bién se lee: «Una v icto ria so cialista tien e el va lor de u n a invasión e x tra n je ra ... El socialism o recibe aus in stru ccio n es de u n a In tern acio n a l. T oda nación llanada p o r el socialism o desciende a la calid ad de colonia o p ro tec to rad o » (sic). El falangism o, au n q u e tiene p ro n u n c ia m ie n to s a p a re n te m e n te no-nacionalistos (34) en los p u n to s program áticos hace suyos en esa m a te ria todos los tópicos usuales en la clase m e dia leonesa-castellana (35). Es in te re sa n te el uso que el fascism o español » p o rta de m itos sociológicam ente m óvil izado res, com o los de u n id ad nacional e im perio (36). Pero el núcleo p o r excelencia del id ea rio fascista rsp a ñ o l so b re el E sta d o se e n c u e n tra en su estadolutria, q u e p a rtie n d o de la im itació n del m odelo fascista ítalo-alem án, tien d e a c u lm in ar en el to ta lita rism o. Ya R am iro L edesm a R am os h ab ía ex p resad o que «lodo el p o d e r co rresp o n d e al E stado. H ay tan sólo lib ertad e s p o líticas en el E stad o , no sobre el E stad o (M) En el programa de Frente Nacional se lee: “No somos llitiloiudistas, porque el ser nacionalista es una pura sandez; es im|»l»nlar los resortes espirituales más hondos sobre un motivo físico, •oliro una mera circunstancia física; nosotros no somos nacionalistas porque el nacionalismo es el individualismo de los pueblos” (sic). ( lí) Creemos en “la suprema realidad de E spaña..., una unidad (!• destino en lo universal”, sin embargo, es de filiación orteguiana, V lo curioso es que Ortega y Gasset recoge esta idea de la nación pinyrctada sobre el futuro, en su viaje a la Argentina, donde —como •II toda América— se remonta a ... Saint-Simon, hecho que tanto O llrga como los falangistas obviamente ignoran. (Ib) En los puntos programáticos se lee: “Tenemos voluntad de Imperio. Afirmamos que la plenitud histórica de España es el Impw ln... Orientaremos el ímpetu de las clases laboriosas, hoy dcscnii Indas por el marxismo, en el sentido de exigir su participación til iretn en la gran tarca del Estado nacional” (Punto 3.°). Es tam bién un proyecto militar, pues las fuerzas armadas “habrán de ser latí capaces y numerosas como sea preciso para asegurar a España •n Indo instante la completa independencia y la jerarquía mundial que lo corresponde... España volverá a buscar su gloria y su riqueza por las rutas del m ar”, etc. José Calvo Sotelo había dicho con elocuencia en las Cortes: "l'lrfirro una España roja a una España rota”, y esto resume el punto de vista fascista sobre el separatismo y el autonomismo, en lome» sólo de Cataluña, Vasconia y Galicia.
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n i fren te al E stado. El m ayor valor político que re side en el h om bre es su capacidad de convivencia so cial en el Estado» (sic). Onésim o Redondo, ya en 1930-31 en El E stado Na cional, consideraba el nacional-sindicalism o como «una ordenación forzosa de las fuerzas productivas en u n sistem a corporativo fuertem ente vigilado p o r el Estado». Cuando se expide el M anifiesto político de las JO NS, del 10 de octubre de 1931, allí se lee que «la propagación del nuevo Estado, im perial, ju s to y enérgico, que el nacional-sindicalista concibe... Una su p u esta crisis de la sociedad capitalista no au toriza a que unas hordas sem isalvajes insulten los valores em inentes de u n pueblo y atropellen la vo lu n tad nacional. El resentim iento m arxista es el m á xim o enem igo y hay que aniquilarlo en nom bre de la p a tria am enazada». Que la estadolatría se in sp ira en buena p a rte en la im itación del fascism o de esos años, está claro en P rim o de Rivera. En el cam bio de cartas con Lúea de Tena decía: «Si algo m erece llam arse de veras un E stad o de trab a jad o re s, es el E stado fascista», y en «La Nación» (25 de setiem bre de 1933), define los cam pos políticos de su tiem po en la siguiente for m a: «Dos tipos de E stado in ten tan el logro de tal am bición (se refiere a la d erro ta del liberalism o. N. del E.). Uno es el E stado socialista, ju sto en su p u n to de arran q ue, pero esterilizado después p o r su concepto m aterialista de la vida, y p o r su senti do de la lucha de clases. El o tro es u n E stado que asp ira a la integración de los pueblos, al calor de u n a fe com ún. Su nom bre em pieza con efe. ¿Puede ya decirse su nom bre?» No atreviéndose a llam arlo fascista u sará (el tam bién nom bre con efe) de falan gismo. Lo argum enta en esta form a: «El E stado liberal no cree en nada, ni siquiera en sí mismo. El E stado liberal p erm ite que todo se ponga en duda, incluso la conveniencia de que él m ism o exista. Todas las aspiraciones del nuevo E stado podrían resum irse en u n a p alabra: Unidad. La P atria es una totalidad his tórica.» E n o tra p a rte se precisa: «Una de dos. O el 48
E stad o socialista que im ponga la revolución h a sta a h o ra triu n fa n te , o u n E stado totalitario que logre la paz in tern a, y el optim ism o nacional, haciendo suyos los intereses de todos.» Todo esto se codificará en los P untos Programá ticos donde se lee, en el pu n to 6.°: «N uestro E stado será un in stru m en to totalitario al servicio de la inte g rid ad p atria . Todos los españoles p artic ip a rán en él a través de su función fam iliar, m unicipal y sin dical. N adie p a rtic ip a rá a través de los p artid o s po líticos.» E n el p u n to undécim o se insiste: «N uestro régim en h a rá radicalm ente im posible la lucha de cla ses, p o r cuanto todos los que cooperen en la p roduc ción constituyen en él una to talid ad orgánica». H em os su brayado la apelación al to talitarism o , típ ica de la concepción del E stado que anim a al fas cism o español, com o a todos los fascism os europeos de esos tiem pos (37). M ás allá de este tipo de definiciones no es m ucho lo que se a p o rta en E spaña a la teo ría general del to talitarism o . E l estilo de m uchos escritos, es p o r ejem plo, com o el del siguiente texto: «...L a aplicación co n ju n ta e integral de la trilogía de los valores m orales es la m áxim a am bición del E stad o fascista, que aspiram os a re su citar de e n tre los escom bros de la a n tip atria , d erru m b ad a p o r ate(37) La expresión totaler Staal, es decir, Estado total o totali tario, es lanzada por el jurista alemán Cari Schmitt en 1931, cuyo pensamiento recoge inmediatamente en España “Revista de Occi dente”. Tiene discípulos directos como Francisco Javier Conde, que en su obra Introducción al derecho político actual, Madrid, 1953, enseña que “el Estado totalitario sería la fase o etapa dialéctica final de la evolución de un germen inicial contenido en el Estado abso luto”. Véanse págs. 189 y 222, Karl Dietrich Bracher, en La dictadura alemana, Madrid, Alianza Editorial, 1973, t. I, p. 21, define el nazismo como la “idolatría del Estado omnipotente en un marco conservador y autoritario”. De acuerdo, Franz L. Neumann, Bahemoth. The structure and Practical National Socialism, New York, 1942. Considerado desde España el tema Totalitarismo en el artículo de José Soto Rodríguez, págs. 1.073-1.074, t. II, Diccionario de Ciencias Sociales, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1976. Con especial referencia a la América Latina, nuestro ensayo Elementos para una sociología del totalitarismo, México, UNAM, 1976.
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neístas pedantes, m asones sin conciencia y hebreos sin dinero, en triste contubernio con los m ozárabes vergonzantes, que faltos de coraje p ara tom ar las a r m as y com batir com o hom bres en los riscos y en los llanos, prefieren discutir com o com adres en el patio nacional de M onipodio, m ientras desgarran a peda zos a n u estra E spaña, que espera anhelante como novia virginal al am ado que la venga a sacar de sus som bras, en u n im pulso infinito de Poder, de Saber y de Amor, devolviéndola a su sino glorioso por los siglos de los siglos. Amén» (sic) (38). E l nacio n a l-ca to licism o: su s orígenes E l entroncam iento, en el seno del catolicism o mi litante, del clásico integrism o y de o tras corrientes ultram o n tan as, con las nuevas form ulaciones fascis tas, se producirá, asim ism o, du ran te la Segunda Re pública. Se tra ta ahora de un m ovim iento menos vi sible, p o r cuanto la m asa del catolicism o actúa fu ertem en te dividida, la posición del Pontificado no siem pre es expresam ente favorable; incluso queda opacada p o r la presencia m ás llam ativa del fascis m o secular, y escasam ente católico, que hem os rese ñado. Sin em bargo —y como dem ostrarán los hechos— será esta variante del nacional-catolicism o decisiva en los años siguientes y re estru ctu ra rá buena p arte de la sociedad española en su provecho. Ya Jaim e Balm es había dicho: «El porvenir de la religión no depende del gobierno, el porvenir del gobierno depende de la religión; la sociedad no ha de reg en erar la religión, la religión es quien debe rege n e ra r la sociedad» (sic). Es explicable el éxito que tuvieron obras como las del sacerdote catalán Juan Tusquets, Orígenes (38) El poder, el saber, el amor, revista “FE”, Madrid, 8 de marzo de 1934, No es extraño que en Alemania se llame a José Antonio Primo de Rivera, Der troubadour der Spanischen Falange, título del libro de Bernd Nellssen, Stutgart, DVA, 1965.
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de la R evolución española (1932), que atribuye la Segunda República a la acción de m asones y judíos. Que concitara la propaganda supuestos m ilagros y «revelaciones» com o las del sacerdote jesu íta Ber n ard o Francisco de Hoyos, gestor de la consagración en 1919 de E sp aña al Corazón de Jesús, que le ha b ría com unicado: «Reinaré en E spaña y con m ás veneración que en o tras partes.» E n 1929 será en el C erro de los Angeles, que corresponde a esa de voción, que se dirigirá al congreso de Acción Cató lica el fam oso cardenal prim ado de España, P edro Segura, desde 1926 sucesor del cardenal E nrique Reig y Casanova, a u to r de la obra Sacrilegos y traidores o la m asonería contra España. Lo m ism o el «hallaz go» de escritos de la m adre catalana M aría Ráfols B ru n a en los años 1931 y 1932, y las «apariciones» de Ezquioga, etc. (39). E n un plano m ás intelectual, y ah o ra com o im i tación de la Action Française de C harles M aurras y B arrés, el 15 de diciem bre de 1931 com enzó a a p a re cer la citada revista «Acción Española». Desde 1933 es P rim ado de Toledo Isid ro Gomá, en la línea del ex prim ado Segura (que en lucha con la república se expatria en Rom a), m ientras los integristas, a través del periódico «El Siglo Futuro», de José M aría de U rquijo, hacen u n a prédica favorable a u n levantam iento arm ado antirrepublicano. E l nuevo P rim ado, apenas accedido a su cargo, en su libro Jesucristo redentor, dice textualm ente: «Hoy m ism o Alemania se levanta com o u n solo hom bre c o n tra el m illón de judíos que tiene en su territo rio p a ra no p erecer en la ola socialdem ocràtica que el ju d ío Marx h a desatado sobre Europa», haciendo re ferencia obviam ente a Adolfo H itler. (39) Véase Ramón Garriga, El cardenal Segura y el nacionalcatolicismo, Barcelona, Planeta, 1977, y nuestro apartado El derecho a la revolución, págs. 204-214, del libro cit. La crisis española del siglo XX. Como podrá apreciarse, no consideramos en este punto del na cional-catolicismo a aquellos católicos, e incluso sacerdotes, que par ticipan de los movimientos carlista y falangista, y que adoptan su pensamiento político.
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Tiene p o r entonces gran difusión el libro del ca nónigo salm antino José C astro A lbarrán intitulado E l derecho a la rebelión, de clara intención subver siva, y que in sp irará docum entos posteriores tan fa m osos como la Carta colectiva de los obispos españo les a los dem ás del m undo entero (del 10 de julio de 1937) y el trata d o de Ignacio M aría de Logendio, El derecho a la revolución (1941), ya fuera del período que venim os considerando. El pensam iento de la alta jerarq u ía eclesiástica re sulta expresada en los docum entos em anados de la entrevista entre los cardenales Segura y Gomá en el año 1934, y que han sido editados por el sacerdote vasco Juan de Usabiaga, «J. de Iturralde», con el tí tulo E l catolicismo y la cruzada de Franco (Vienne, 1955). A la luz de esos m ateriales, es fácil com pren der el entroncam iento del nacional-catolicism o en cuanto a la idea del E stado con las o tras corrientes fascistas que venim os siguiendo, y su coparticipación en el régim en franquista. Incluso las m anifestaciones tardías, y todavía m ás extrem istas en m ateria de concepto del Estado, pues llegan a la resurrección de la teocracia, como es el caso del Opus Dei, arrancan, asim ismo, de la expe riencia de la Segunda República e incluso de la cri sis de la D ictadura de Prim o de Rivera. E n efecto, José M aría Escrivá de Rom aní (después conocido p or «de Balaguer»), nacido en 1902, crea —según sus biógrafos— su organización el 2 de octu b re de 1928, pero no será sino en 1935 que abre la p rim era residencia de estudiantes, tam bién en la ciu dad de M adrid. Por estos años, le encontram os ac tuando como profesor de la escuela de periodism o de «El Debate» (la creación de m onseñor H errera) y a la cual concurrían los jóvenes falangistas que rodeaban a José Antonio Prim o de Rivera. Será recién en 1941 que se institucionará con el reconocim ientb de la jera rq u ía eclesiástica la expe riencia del Opus Dei, y poco antes aparecerá la obra Camino en la ciudad de Valencia, ahora, como uno 52
de los tan to s aspectos autoritario-eclesiásticos de la g u erra civil (40). Al m ism o tiem po que no ve en el E jército m ás que u n in stru m e n to cóm odo en la h o ra de la crisis política, y co n siderando que «el nacionalism o espa ñol no debe se r confesional, no debe ser nacionalis m o católico» (com o decía Onésim o R edondo, que en definitiva es el m ás clerical de los fascistas es pañoles), el fascism o español es u n a em presa de al gunos señoritos y estu d ian tes de las clases m edias leonesas-castellanas, huérfano de apoyo de las m asas y de las clases sociales. Su fuerza, y su debilidad, está en el entroncam ien to con el viento fascista, entonces p redom inan te en E uropa, y a p esa r de ello, siem pre de u n p u n to de vista ideológico, seguirá decayendo desde 1936 y sus cuadros se convertirán en u n a b u ro cracia m ás de u n universo anquilosado del p u n to de vista de la creación intelectual. El fascism o español —com o el de la E u ro p a del E ste — será en definitiva u n m ovim iento periférico. E n p rim e r lugar, p o r su dependencia financiera y m ás ta rd e en arm a s y apoyo logístico de la m áquina de g u erra de las potencias del Eje. Pero, adem ás, p o rq u e no e n tro n c a d irectam ente con la m ism a veta local de au to ritarism o , que e ra clerical y castrense, q ue m an ten ían vivas las gentes de la Iglesia y el E jército .
(40) Al margen de la tendencia hagiográfica, es recomendable Vida y milagros de monseñor Escrivú de Balaguer, fundador del Opus Dei, de Luis Carandell, prólogo de Alfonso C. Comín, Barce lona, Laia, 1975.
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II LA CONTRARREVOLUCION EN ESPAÑA, 1939-1962 (* ) Si durante la guerra civil España vivió una ex periencia traum ática y violenta de contrarrevolu ción, en una escala desmedida —incluso por referen cia al pasado histórico español —el período 1939-1962 continuará en la paz aquella experiencia, pero, ade más, la institucionalizará, a través de una compleja red de disposiciones legales, reestructurando todo el país al servicio de los grupos e intereses triunfan tes. Se pasará pronto de la contrarrevolución repre siva a la contrarrevolución preventiva, temiendo la revuelta popular. Un segundo rasgo fundamental es que España durante esos años no solamente fracasa en cuanto Estado en sus aspiraciones exteriores imperiales (enunciadas por José Albiñana, José Antonio Primo de Rivera y Ramiro de Maeztu, y recogidas por el Jefe del Estado Francisco Franco), sino que pierde su ya disminuida independencia y se hace semicolonia de las grandes fuerzas políticas de la historia planetaria. Por tanto —y en esto España no es novedosa (*) Publicado con el título de Años de represión y miseria, 1936-1962. La dictadura franquista, en las páginas 117-129, del extra de “Historia 16”, Los nueve entierros de la democracia. España (1814-1975), Madrid, junio 1977.
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con m uchas experiencias anteriores de E u ro p a orien tal o de Am érica Latina— es u n país que se dobla en dos aspectos: u n a dictad u ra in terio r, c o n tra rre volucionaria con su pueblo, sim ultáneam ente con u n a situación dependiente y subordinada, p rim ero del E je Berlín-Rom a y después de E stados Unidos y de los países europeos del oeste vencedores en la Se gunda G uerra M undial. E l m u n d o so cio -eco n ó m ico d el p e río d o E n buena p a rte todo ello se explica en el cuadro de ru in a m aterial que p resen ta el país en 1939. He m os dicho que «La sociedad española que em erge de la g u erra civil, que vive los efectos de la Segunda G uerra M undial y m ás tard e del bloqueo diplom áti co y económ ico, consiguiendo a finales de la década de los años cincuenta incorporarse al nuevo orden capitalista, es u n m undo pobre, débil, dividido y cul tu ralm en te estancado. La re n ta nacional española del p eríodo 1931-1935, calculada en pesetas de 1953, según los econom istas no se recobra sino diecisiete años m ás tard e. E n o tras palabras, E spaña no vuelve a alcanzar el nivel de desarrollo y producción de 1935 sino en el año 1953. Si se tiene en cuenta el índice de re n ta p er cap ita cada español vuelve a d isfru tar del nivel que se tenía estadísticam ente en 1929 re cién en 1954. El ritm o dinám ico de crecim iento de la población que tuviera E spaña en tre 1920 y 1930 no es recobrado sino cu aren ta años m ás tarde, en tre 1960 y 1970»» (1). M ientras los países fascistas, al día siguiente de la d erro ta abandonaron la fórm ula de la econom ía au tárq u ica, p ara in te n ta r los del E ste el socialism o de inspiración ru sa y los occidentales el neocapitalism o, en cam bio E spaña no tuvo alternativas de re cam bio sino recién con el llam ado Plan de E stabili zación de ju n io de 1959, que im plicaba la aceptación (1) Véase la ob. cit. La crisis española del siglo X X , cap. VIII, que agrega la tercera edición de 1976.
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de los principios del Fondo M onetario Internacional, y, p o r tanto, la definitiva incorporación al nuevo m undo capitalista sistem atizado bajo la égida n ortea m ericana. E sto no implica, sin em bargo, que se quiebre el aislam iento tanto político como económico de Espa ña, que estará ausente del M ercado Económ ico Co m ún fundado el 23 de m arzo de 1957 en Roma, como de la Asociación Europea de Libre Comercio de 1959, a la que se incorpora, sin em bargo, Portugal. E n una form a menos dinám ica que la E uropa oc cidental (incluidos los países vencidos), y a pesar de ese aislam iento prácticam ente del m undo entero, sin em bargo, E spaña en la década de los sesenta com ien za a recuperarse p ara recobrar sus índices de antes de la guerra y d isp u tar victoriosam ente el penúltim o lugar en el m undo económico europeo p o r encim a de Grecia, Irlan d a y Portugal. Sin em bargo, com o no se consigue el pleno em pleo, se llega a exportar h asta la tercera p arte de su m ano de obra, aparte de reanudarse la corrien te de em igración trasatlántica detenida p o r los acon tecim ientos bélicos. De estos em igrantes, y del tu ris m o —aparte de las inversiones extranjeras— proven d rá la capitalización im prescindible p ara su despe gue en los próxim os años. D os eta p a s co n tra rrevo lu cio n a ria s Tal vez el rasgo m ás sorprendente de estos años de 1939-1962 de la historia española es que habiendo ingresado en ellos com o un virtual m iem bro del m un do nazi-fascista, term ina el país por adscribirse al m undo capitalista norteam ericano, cam biando sólo superficialm ente sus estru ctu ras políticas y hasta el equipo de sus jerarquías nacionales. E n los años 1939 a 1942, inclusive, que los espa ñoles han llam ado «la época azul» correspondiendo al o rto del desarrollo m ilitar de la m áquina de gue rr a fascista, el signo por excelencia de E spaña es el 56
d e u n país d ep endiente de B erlín y Rom a, integrado en el «sistem a europeo». Ya an tes de te rm in a r la g u erra civil, el día 29 de m arzo de 1939, E sp añ a nacionalista adhiere al P acto A n tikom intern (Roma-B erlín-Tokio). E l 4 de setiem bre de 1939 se había declarado la n e u tra lid a d española en la g u erra m undial, pero ésta se tran sfo rm a en «no beligerancia en la g u erra c o n tra el com unism o», con fecha 24 de junio de 1941, u n a vez in co rp o rad a Italia, d e rro ta d a F rancia y ata cad a la Unión Soviética. E n setiem bre de 1941 se envía al fre n te ruso-germ ano u n a división de in fan tería y un i dad es de aviación, la fam osa División Azul, y ya en ju n io de 1940 se h ab ía ocupado la ciudad internacio nal de Tánger, favoreciendo el control del estrecho de G ib ra lta r p o r los agentes de inform ación nazifascistas. La in co rp o ración definitiva de las fuerzas españo las al bloque ag resor fascista se d iscu tirá en las en trev istas que sostiene el Jefe del E stado, y su v irtu al p rim e r m in istro R am ón S erran o S uñer, p rim ero con Adolfo H itler el 23 de o ctu b re de 1940, en H endaya; con M ussolini en B ordighera el 12 de febrero de 1941 y con el m ariscal Pétain, del régim en títe re de Vichy, en la m ism a fecha en la ciudad de M ontpellier. E l triu n fa n te régim en fra n q u ista se apoya en u n e jé rcito que h a com batido en la g u erra civil, ju n to con los efectivos italianos y alem anes; que en el pla no de la econom ía vive la im itación de la experien cia a u tá rq u ica italo-germ ana, y en el cual la corrien te p o lítica p o r excelencia es la Falange, que p o r en tonces realza sus raíces fascistas. Ya d u ra n te esos años, sin em bargo, la diplom acia anglo-am ericana, la m ism a Iglesia norteam erican a y, a n te todo, el com ercio atlán tico de los aliados, han m inado la ad h esión del gobierno español a la causa de Adolfo H itler. E tap a p o r etap a, el gobierno de M adrid se verá obligado a d ism inuir, re ta c e a r y finalm ente negar su cooperación a las potencias del E je, y p o r tanto, de j a de e s ta r asociada a la co n trarrev o lu ció n fascista 57
internacional. Después de la conferencia de Casablanca, y ante todo del gran desem barco aliado en Africa del Norte, pasando por G ibraltar, el gobierno se ve obligado a desplazar a Serrano Suñer y adm i tir como im posible su participación en la guerra m undial. Mantiene, sin em bargo, la División Azul en el frente ruso h asta el 25 de abril de 1944, ofrece «un millón de españoles para defender Berlín» ante el avance ruso, y ante todo colabora con el espiona je nazi y la diplomacia del Eje p ara dividir a los aliados y establecer una «cruzada m undial contra el bolcheviquismo». Será necesaria la caída de Mussolini (11 de agos to de 1943) y ante todo su m uerte en abril de 1945 p a ra convencer a la jefatu ra del E stado de la de rro ta del fascismo. Gil Robles, en sus Papeles iné ditos, ha establecido la secuencia entre los hechos de la política internacional y los de la política in terna, y en las m em orias de H oare se puede apre ciar, a través de lo que llam a la grand remontrance de julio de 1943, las distintas form as de colaboración que todavía en esa fecha tenía España con el Eje, que no cesaron h asta m arzo de 1944 bajo la presión económ ica y política de los Aliados (2). El pretendiente Don Juan, en el M anifiesto de Lausanne (enero 1945), dice muy expresivam ente: «Hoy, pasados seis años desde que finalizó la guerra civil, el régim en im plantado por el general Franco, inspirado desde el principio en los sistem as totalita rios de las potencias del Eje, tan contrario al ca rá c te r y a la tradición de nuestro pueblo, es funda m entalm ente incom patible con las circunstancias que la guerra presente está creando en el m undo... (re querim os) al general Franco p ara que reconozca el fracaso de su concepción to talitaria del Estado», et cétera. (2) Sobre las memorias de guerra del embajador Hoare, agente central de la lucha diplomática por el control de España entre 1939 y 1944, véase el capítulo VII de esta Primera Parte. En “El País”, del 10 de febrero de 1979 (Madrid), se da cuenta, por ejemplo, de la documentación norteamericana que se va publicando en Washing ton, y a la que nos remitimos.
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Al año sig u iente se rá la conferencia de P o tsd am (abril) y la A sam blea G eneral de las N aciones Uni d as del m es d e diciem bre, quienes ca ra c te ric e n al fra n q u ism o «com o u n régim en de c a rá c te r fascista estab le cid o en g ra n p a rte gracias a la ayuda de la A lem ania nazi y d e la Ita lia fascista», etcétera. E l fran q u ism o , con los nazis o sin ellos, e stá dis p u e sto a su m arse en calidad de acólito m en o r a cual q u ie r co m binación co n tra rre v o lu cio n aria a nivel in tern a cio n al, esp ecialm ente p a ra e v ita r la d em o c rati zación del país. La «g u erra fría», el conflicto d e C orea m ás ta rd e , y el ascenso del p a rtid o rep u b lican o al p o d e r en E stad o s U nidos c o n ta rá n con E sp añ a en la c o n stru c ció n de u n nuevo siste m a in tern acio n al. P or entonces, F ran cisco F ran co decía: « N u estra d o c trin a no sólo m erece se r m ira d a con re sp e to en el e x tra n jero , sino q u e incluso se la estu d ia y se la copia» (sic). E l c o n tro l n o rtea m erica n o so b re E sp añ a se esta b lece en u n a serie de operaciones, que van de m a r zo de 1950 (relaciones diplom áticas regulares) a los ac u erd o s del 26 de setiem b re de 1953 p o r los que W ash in g to n in sta la sus bases m ilita re s en las p ro vincias de M adrid, Sevilla, Cádiz y Zaragoza. R ecién se h an cu m p lid o los veinticinco años q u e p e rm ite n el u so d e la d o cu m en tació n n o rte a m e ric a n a co rres p o n d ien te, p ero ya a finales d e 1976, B arry Blechm a n y S to n e K aplan d ifu n d iero n u n a nó m in a de 215 d em o stra cio nes de fu erza del P entágono en el m u n d o e n te ro a los efectos d e o b te n e r re su lta d o s políticos, y allí fig u ra e n en ero de 1952 u n a p a ra « m ejo ra r las relaciones con E spaña» (sic). E sp añ a, h u é rfa n a de alianzas v alederas en el m u n d o dip lo m ático, a h o ra es el m ás n o rteam ericanizado de los países eu ropeos y se in te g ra rá al sistem a n eo c ap italista al a d h e rir en 1958 al F ondo M onetario In te rn a c io n a l y a la O rganización de C ooperación y D esarro llo E conóm ico. H acía m eses q u e en R om a se h a b ía cread o la C om unidad E conóm ica E u ro p ea, y a su co nsejo d e m in istro s el gobierno se dirige el 9 de fe b rero d e 1962 solicitando la «incorporación 59
de E sp añ a p o r la vía de la asociación, susceptible de llegar en su día a la plena integración». Los acontecim ientos exteriores com o éste, m ás que el desarrollo de u n a evolución interna, fechan el cierre de u n a etap a en la historia española. En 1962, com o verem os, coincide, asim ism o, el gran cam bio de la Iglesia Católica Rom ana.
La naturaleza del Estado represivo E xiste u n a polém ica algo escolástica p a ra carac te riz a r la natu raleza jurídico-política del E stado re presivo de 1939-1962. F rente a los que le filian com o u n a variedad hispánica del fenóm eno general del fascism o, no faltan los que intenten diluir (sem án ticam ente) su caracterización incluyéndolo en el vago grupo de los países autoritarios, u n a especie in ter m edia en tre el fascism o y el com unism o (ellos sí fórm ulas to talitarias...) y la dem ocracia al estilo de E u ro p a occidental, y E stados Unidos. A la confusión contribuyen los m ism os agentes gubernam entales, y en p rim er lugar los ju rista s y los encargados de la propaganda, p o r cuanto haciendo referen cia al m ism o sistem a sociológico a fines de la g u erra civil lo caracterizan com o: E stado NacionalSindicalista, totalitario, autoritario, unitario, im peria lista y élico-misional, y a p a rtir del llam ado Fuero de los Españoles (julio de 1945), afirm an en cam bio, que E spaña es u n reino (sin rey), católico, social y representativo (sic). E n lo que todos los especialistas están de acuer do, e incluso caracterizados actores del m ism o p ro ceso político español com o quien fuera presidente del Gobierno alm irante C arrero Blanco, es que lo típico del sistem a español es su ca rác ter dictatorial. «En el orden político d u ran te estos diez años (1939-1949) se h a verificado el trán sito de la dictadura m ás absoluta (en 1939, toda la autoridad y todos los derechos que en él, com o en los reyes caudillos, con vergían en su origen están en la persona del vencedor de la Cruzada) al actual régim en, estable y definitivo 60
d e m o n arq u ía representativa», etc. Son sus p ala b ra s (3). A n u estro parecer, m ás que a u n a evolución de m o cratizan te el cam bio de denom inación y la exis ten c ia —ésa sí indiscutible— de dos etapas, u n a de 1939-1945 y o tra 1945-1962, responde a la sucesiva integración, o tal vez m ejo r dicho al vasallaje, que vive E sp añ a p rim ero b ajo el sistem a co n tra rre v o lu cio n ario nazifascista y después en el seno del im pe rialism o n o rteam erican o de los tiem pos de la «guerra fría». P ero in terin am e n te el régim en, a lo largo de esos trec e años, se ju stific a ú n icam en te p o r u n a razó n de fuerza: h ab e r triu n fa d o p o r las arm a s en u n a g u erra civil. No reclam a ni puede te n e r el con senso de los gobernados, a p esa r d e la p aro d ia de re ferén d u m del año 1947. P o r p re su n to s «delitos» la co n trarrev o lu ció n re p re siv a castiga re tro activ am e n te a los vencidos en la g u e rra civil, a los p risio n ero s de los ejército s re p u blicanos, d enunciados p o r la población civil fascista, ra stre a d o s p o r los servicios policiales o entregados p o r los alem anes desde su exilio en F rancia. E n tre los som etidos a la p en a capital tenem os en 1940 al ex p re sid e n te de la G eneralität de C atalunya Lluis C om panys, y a los ex m in istro s Ju lián Zugazagoitia y J o a n Peiró. E ste año m uere en la cárcel el p ro feso r Ju lián B esteiro y dos años m ás ta rd e el p o eta Miguel H ern án d ez. C ristino G arcía y o tro s m iem b ro s del m aq u is son fusilados en 1945-1946. E sto s son los fam osos, o m ás conocidos, ¿pero cu á n to s españoles e n tre 1939 y 1946 fu ero n eje cu ta dos p o r razones ideológicas? R am ón T am am es afirm a q u e la m ism a estad ística oficial ad m ite la cifra de cien to cinco m il, p ero son m uchos los críticos que co n sid eran que ese n ú m ero sólo refleja p a rte de la re p re sió n cum plida. E l m ism o a u to r, y ah o ra p a ra (3) A título de anécdota, cuando el autor intentó publicar en España su obra La crisis española del siglo X X , antes citada, el cen sor del Ministerio de Información y Turismo se opuso a que se de nominara “dictadura” el régimen franquista, y debió acceder al ci társele la opinión conforme del presidente Carrero Blanco.
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el total de 1939-1950, considera que hay 850.000 reclu sos por razones políticas. Solamente en 1940 las cár celes y campos de concentración, encerraban en España un total de 270.719 presos políticos. Los reclusos —de acuerdo a las ideas del sacerdote jesuita Pérez del Pulgar de «redención p o r el tra bajo»— son sometidos a trabajos forzados, y por 1942 había 93 «destacamentos penales» con esos fines. El más famoso es el que reúne alrededor de diez mil detenidos políticos para construir en la caste llana sierra el llamado Valle de los Caídos, un m au soleo «a la gloria de la Cruzada», en que se trab aja durante veinte años. Xavier Costa Clavell h a estu diado la represión para Galicia, y por ese camino monográfico —estudiando región por región y pro vincia por provincia— se puede reconstruir el pa noram a verdadero de esos años (4). Es notorio que medio millón de com batientes, de los ejércitos de la República, con sus familias y otros exiliados, huyó del país entre 1939 y 1940, y muchos perecieron en los años de guerra mundial, por el ham bre, los trabajos forzados, y la represión nazi, incluso en los germánicos «campos de exterminio», a veces debidamente autorizada su reclusión por el gobierno de Madrid. Si sumamos los efectos que sobre la sociedad española habían tenido las pérdidas sufridas en la guerra civil propiam ente dicha, se puede com pren der que se haya definido al régimen de represivo y terro rista. Es en la historia m undial uno de los casos extrem os de terror blanco, y así fue señalado inter nacionalm ente. E sta violencia desm esurada no es (4) Nos referimos a los libros de Daniel Sueiro, La verdadera historia del Valle de los Caídos, Madrid, Sedmay, 1977, y de Xavier Costa Clavell. Las dos caras de Galicia bajo el franquismo, Ma drid, “Cambio 16”, 1977. En Levante la obra de Enrique Cerdán Tato. La lucha por la democracia en Alicante, Alicante, Casa de Campo, 1978, especialmente en su Epílogo, págs. 213-248. Se podría argüir que tanto en Galicia como en Alicante se trataba de regiones de izquierda, pero investiga ciones en curso en las provincias de Valladolid y Palencia demuestran que asimismo en León la represión fue terminante.
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ió lo represiva e intim idatoria, sino que actúa en for m a preventiva creando un te rro r colectivo que ase g u ra la docilidad del pueblo vencido. P ara realizar tal represión, y asegurar el cum pli m iento de la legislación correspondiente de régimen concentracionario, e incluso al principio, p ara cola b o ra r con la m áquina bélica germ ano-italiana, se invierten cuantiosísim os recursos en m ateria de fu e r zas arm adas, cuerpos policiales, espionaje, cárceles, u d icatu ra política, ap arte de la propaganda y o tras m rocracias políticas contrarrevolucionarias. P ierre Vilar afirm a que, para asegurar esta «paci ficación m ilitar», suerte de pax armata, se gastaba anualm ente el 72 % del presupuesto estatal nacional. El E jército tenía 25 divisiones y todavía en 1945 un total de trein ta y dos mil oficiales, en su m ayoría «alféreces provisionales». La pérdida de las posesio nes africanas, tan decisivas para las fuerzas arm adas, com ienza a producirse desde 1956 con la independen cia de M arruecos. Pero entre 1953 y 1963 se adiestran en los E stados Unidos unos cinco mil oficiales. Los cuerpos policiales tienen p o r el año 1958 un total de 84.591 plazas, ap arte de diversos gremios, asim ilados p or decreto a la condición de parapoli ciales, com o es el caso de porteros, serenos, guar dias, etc. En el Reino Católico, Social y Representativo de 1945 a 1962 se pasa de la contrarrevolución represiva a la preventiva, especialm ente p ara en fre n ta r la re construcción del m ovim iento obrero y de los antiguos grupos y p artidos republicanos. Algunos procesos o acontecim ientos jalonan esa etapa, com o las m uertes del socialista Tomás Cen teno (1953), del com unista Ju an C om orera (1957) y de los an arq u istas herm anos Sabater, en tre 1950 y 1960. El año 63 será especialm ente recordado p o r los procesos y penas capitales contra Julián G rim au (PC) y G ranados y Delgado (CNT-FAI). Ahora en tre los presos hay ta n to obreros com o universitarios y procesos notorios com o los de Julio Cerón (1959) y Jo rd i Pujol (1960).
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La extensión en el tiem po, y tam bién el endure cim iento de la represión en todos los niveles se explican, en buena medida, por cuanto tam poco cesa en estos años la resistencia antifascista. Alternativa m ente la contrarrevolución es preventiva y represiva, ya por afectar a los actores de 1936-1939, ya castigan do a los nuevos rebeldes. El tem a aparece ocasionalm ente en la prensa es pañola (por ejem plo en ocasión de atentados im po sibles de disim ular o ejecuciones capitales) y por razones obvias tam poco son m ayorm ente explícitos los actores sobrevivientes. Recién se están intentando aproxim aciones perio dísticas, como las de Andrés Sorel, para el movimien to guerrillero, o las de Elíseo Bayo p ara el capítulo de los atentados contra la vida del Jefe del Estado. E ste últim o inventariaría no menos de cuarenta in tentonas entre 1940 y 1963, pero casi únicam ente de las prom ovidas por las organizaciones anarquistas con base en Francia (5). El guerrillerism o no solam ente incluye un núm e ro elevado de participantes, sino que ocasionalm ente asum e rasgos de conato de nueva guerra civil. Hay «frentes guerrilleros» desde la m ism a guerra civil en las serranías andaluzas, y en la provincia de As turias, p o r directo efecto de los acontecim ientos m ilitares, que produjeron el aislam iento de m illares de republicanos. Pero tam bién los hay en las provin cias gallegas h asta 1952 aproxim adam ente. En 1944, y a tiem po de cesar la ocupación alem ana de F ran cia, m ás de un m illar de ex m aquisards de origen español invaden el valle de Arán y será necesario la movilización de fuerzas regulares para expulsarlos. Posteriorm ente no falta una Agrupación guerrillera de Levante y Aragón que opera entre 1948 y 1952, y en M adrid y Barcelona los anarquistas —como ha (5) Aparte de las iniciales obras de Andrés Sorel sobre las guerrillas, y Elíseo Bayo sobre los atentados anarquistas contra Franco, ahora tenemos la serie de Daniel Sueiro-Bernardo Díaz Nosty, Historia del franquismo, Madrid, Sedmay, 50 fase., 1978-1979.
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in v estig ad o A ntonio Téllez— an im an u n a g u errilla u rb a n a h a s ta 1962 (6). R ecién en 1959-1960 se c rea T ie rra V asca L ib erta d (E u zk ad i ta A zkatasuna, ETA) y a com ienzos de la d é c a d a de los sese n ta p a ra to d a E sp a ñ a el F re n te de L ib eració n P o p u lar, Felipe. P ara le la a la re b elió n c o rre la línea del m ovi m ien to sin dical clasista, q u e alcanza ya en 1947 el nivel de huelga general en B ilbao, triu n fa en la fa m o sa h u elg a de los tran v ía s de B arcelona en 1951, se re a n u d a en Vizcaya y G uipúzcoa en 1955 y tiene su s ep iso d io s m ás fam o so s en el p aro de los m in ero s a stu ria n o s de 1957 y 1962 (300.000 p arad o s), a h o ra y a n o sólo con los viejos cu a d ro s sindicales, sino asim ism o con las noveles C om isiones O breras.
El aparato represivo judicial E n v erd ad h a sta el decreto-ley del 18 de m arzo de 1944 no ex istían ó rganos ju d iciales in d ep en d ien tes, y no cab ía c o n tra las resoluciones g u b ern am en tales, in clu so no po líticas, la vía del contencioso a d m in istra tiv o . Los «delitos políticos» esta b a n a carg o del T rib u nal E sp ecia l de R ep resió n de M asonería y C o m u n is m o, cread o p o r el decreto-ley de 1 de m arzo de 1940, con el p ro p ó sito — dice la d isposición— de re p rim ir «la m aso n ería, co m u n ism o y d em ás sociedades clan d estin as, que sie m b ra n ideas disolventes c o n tra la religió n , la p a tria y sus in stitu c io n e s fu n d a m e n tales y c o n tra la a rm o n ía social» y q u e d u ra rá en fun cio n e s h a s ta la creación del Juzgado y T rib u n a l de Or d en P úblico q u e disp o n e la ley n.° 154/1963 en las C o rtes el 28 de n o v iem b re de 1963. Los trib u n a le s m ilita re s de la g u e rra civil, re a p a re c e n p a r a ju z g a r «delitos so b re reb elió n m ilita r, (6) Nos remitimos al cap. IX de la Segunda Parte, donde hace mos referencia a las memorias de militantes anarcosindicalistas. De obligada citación la obra de Pierre C. Malerbe, La oposición al franquismo, 1939-1975, Madrid, Naranco, 1977.
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bandidaje y terrorismo» por el decreto-ley del 21 de setiembre de 1960. Las disposiciones que se aplican en el ámbito jurisdiccional, aparte de las de origen castrense y propias del tiempo de guerra, fueron la Ley de Segu ridad del Estado del 29 de marzo de 1941, que en 1944 fue incluida en un nuevo Código Penal, el más represivo de la historia de España. Su texto fue pre parado simultáneamente por el Ministerio de Justi cia y por la Delegación Nacional de Justicia y Dere cho de Falange, y no es extraño que en su preámbulo se leyera, en el pintoresco lenguaje de esos años: «El Estado nacional, en cuanto es instrumento totalitario al servicio de la integridad patria, y sindicalista, en cuanto representa una reacción contra el capitalismo liberal y el materialismo marxista, emprende la tarea de realizar —con aire militar, constructivo y grave mente religioso— la revolución que España tiene pendiente, y que ha de devolver a los españoles, de una vez para siempre, la patria, el pan y la justi cia» (sic). Lo típico del sistema judicial y legal español en materia jurisdiccional durante este período (y en ver dad hasta 1977) es la pluralidad de jurisdicciones, y por tanto de disposiciones legales y procesales, pues se distinguen aparte de la común, la militar, la po lítica, la religiosa, la de prensa, hasta con regímenes penitenciarios separados, lo que obviamente hace al sistema más arbitrario. Desde 1959 hay pronunciamientos del Colegio de Abogados de Madrid sobre este sistema judicial, y reclamando la amnistía de los presos políticos que eran por entonces unos ocho mil, iniciativa a la que se sumó en enero de 1960 un amplio movimiento internacional, que se manifestó en conferencias de juristas en las ciudades de París, Sao Paulo y Mon tevideo. El Código Penal de 1944 recién fue sustituido en 1963, por un nuevo «código penal revisado», pero algunos especialistas españoles dudan que esto su pusiera un progreso en la aplicación de criterios más humanitarios.
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Aun después de su fo rm al ingreso e n la UNESCO e n 1953 y en las N aciones U nidas en el año 1955 u n to con los d em ás países agresores de la S egunda u e r ra M undial) E sp a ñ a no su scrib e la D eclaración de D erechos H u m an o s de 1948, y si lo h u b ie ra hecho s e ría u n equívoco a la v ista de las disposiciones le gales citad as, y a n te to d o co n sid eran d o el fascism o co tid ian o de la re p re sió n a q u e aludim os. Las m ig ajas de « E stad o de derecho» q u e se p e r m ite n en la seg u n d a eta p a, son su sp en d id as e n 1958, y el estad o de excepción se d e c re ta en 1962 p a ra A stu rias y las p ro v in cias vascas. D ionisio R id ru ejo , no sospechoso d e b an d e ría, afirm a que: «La re p re sió n ad q u irió el c a rá c te r y el vo lu m en de u n a p u rg a de ad v e rsario s, in ten cio n al m e n te exhaustiva; n o co n m iras a la seg u rid ad p re sen te, sino d estin a d a a re tir a r p a r a el fu tu ro todo o b stácu lo p ro b a b le , to d a veleidad de oposición, to d o re b ro te de las fu erzas o significaciones co n d e n ad as... L a re p re sió n d irig id a p o r las au to rid a d e s del nuevo E s ta d o fue plan ificada y c e rte ra , guiándose so b re to d o p o r co n sid eracio n es de co n d u c ta o ideología p erso n ales» (7).
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¿Dictadura capitalista o sudamericanización? A m en u d o se h a calificado al siste m a fra n q u ista d e d icta d u ra capitalista, y con ello —siguiendo ia definición m a rx ista — se in te n ta in clu irlo e n tre las fo rm a s del fascism o, ate n to al hecho d e que los tr a b a ja d o re s son explotados eco n óm icam ente p o r los d e te n to re s de los m edios d e prod u cció n , y les e stá n v ed ad o s a los p rim e ro s las a rm a s elem entales p a ra su defensa. La fa lta de lib e rta d sindical, la negación del d e re cho de h u elga (la p a la b ra ni siq u iera p u ed e u sa rse (7) Esta cita corresponde a la obra Escrito en España, Buenos Aires, Losada, 1962, que reúne textos escritos a partir de 1957. Asimismo su obra posterior, Casi unas memorias, Barcelona, Planeta, 1976 (postuma).
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en estos años), la persecución a los militantes que intentan restaurar los sindicatos clasistas o confe sionales, y ante todo la incorporación del mundo obrero al aparato del Estado, bajo la égida de buró cratas reclutados en la Falange, fundamenta aquella definición. En 1942 el Ministerio del Trabajo nombra a todos los dirigentes de los «sindicatos verticales». En 1958 la ley de Convenios Colectivos da alguna autonomía a la designación de jurados y enlaces de fábrica. En la ley de bases del Régimen Local figuran con cejales por el «tercio sindical» (patrones y obreros unidos, al estilo de las corporaciones mussolinianas), pero se trata de representaciones indirectas, que pueden llegar en las grandes ciudades a ser resulta do de elecciones de quinto grado. De este «tercio sindical» saldrán procuradores de Cortes, según la ley del 17 de julio de 1942. En las legislaturas de 1943 a 1974 no hay representación por voto directo y popular para los productores, ni para ningún otro «estamento». ¿Pero en beneficio de quiénes se facilita la sobre explotación y se comprime el salario? Naturalmente de los latifundistas que emplean asalariados, y de los industriales y comerciantes españoles, pero su lugar en la economía es todavía más menoscabado en la posguerra en beneficio de las empresas extranjeras. España vive, para decirlo en términos sociológicos, un proceso de recolonización, o de sudamericanización que, por ejemplo, Guy Rocher ha definido como «el reforzamiento de una clase o clases ricas o privi legiadas, que se benefician de las relaciones econó micas con los mercados exteriores, ya sea por estar directamente asociadas a los mismos, ya sea por el poder o las ganancias indirectas, que sacan del co lonialismo económico» (8). La contrarrevolución que comenzó por ser un pro yecto político del bloque hegemónico de poder en beneficio de la burguesía local, y de las instituciones (8) Introducción a la sociología general, Barcelona, Herder, 1973, págs. 627, 628.
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e sta m e n ta le s del E jé rc ito y de la Iglesia, a la rm ad o s p o r los p ro g reso s de la ex tre m a izq u ierd a y el sindi calism o, ah o ra sirve a las e m p re sas n o rte a m e ric a n a s y eu ro p eas, q u e ac tu a n d o en fo rm a p la n e ta ria en c u e n tra n en E sp a ñ a u n « san tu ario del lucro», donde no h ay sin d icato s, ni huelgas, co n tro l fiscal so b re su s ing reso s, c o n tro l de calidad so b re su p ro d u c ció n in d u s tria l, y la p re n sa e stá n ec esaria m en te m uda. C u en tan asim ism o con la financiación e s ta ta l a trav é s del IN I (In stitu to N acional de In d u stria ) c re a do e n el a ñ o 1941, en to n ces com o u n a m an ifestació n d e la eco n o m ía a u tá rq u ic a . P ero desde 1945 se h an elim in ad o las tra b a s legales al ca p ita l ex tra n je ro . El P lan de E stab ilizació n favorecerá, to d av ía m ás, la d e stru c c ió n de las b a r re r a s a d u a n e ra s y d e ja rá la m o n ed a en m an o s del F ondo M onetario In te rn a c io nal. E sp a ñ a es en esto s años, en to d as estas dim ensio nes, n o d iferen te de Corea, F o rm o sa, H ong Kong, P u e rto Rico, P an am á, H aití, L uxem burgo, Liechenstein y o tra s á reas económ ico-políticas sem eja n te s. E n el cam p o se cu m p le u n a v e rd a d e ra contra refo rm a a g raria, d esm o n tan d o to d as y cad a u n a de las m ed id as cu m p lid as d u ra n te los años 1931 a 1939, en especial las q u e afecta b an la ten en cia de la tie rra , la p ro te c ió n de los asa la riad o s, m ed iero s, y u n te ro s o ap a rce ro s. E l latifu n d io se extiende todavía m ás allá de las p ro v in cias trad ic io n a les de A ndalucía y E x tre m a d u ra , y los cam p o s se d esp u eb lan , q u ed a n d esierto s m illa re s de p u eb lo s, y los cam pesinos afluyen p o r ce n te n a re s de m iles a las g ra n d es ciu d ad es, o re to m a n el cam in o d e la m igración. Así en A ragón, C astilla, G alicia y o tra s regiones. El gobierno h a rá inversiones cu a n tio sa s, esp e cialm en te en m a te ria de regadío, p e ro in v aria b le m en te p a ra p o te n c ia r a los la tifu n d is ta s o a esp ecu lad o res, «nuevos ricos».
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La contrarrevolución eclesiástica Una de las particularidades de la historia de la contrarrevolución española, y en especial del período correspondiente a los años, es su marcada influencia clerical. Se ha hablado de nacional-catolicismo (Alfonso Alvarez Palacios), teocracia (Ramón Tamames), fas cismo frailuno (Amando de Miguel), etc. El apoyo decisivo que la casi totalidad de la alta jerarquía eclesiástica diera al levantamiento m ilitar en la llamada Carta colectiva de los Obispos espa ñoles, del 10 de julio de 1937, la Iglesia católica lo reitera expresamente a la dictadura en los difíciles años de 1945-1946, salvando la existencia del franquis mo. En julio de 1945 es designado ministro de Rela ciones Exteriores el jefe de Acción Católica Martín Artajo, y en marzo de 1946 el cardenal Angel Herrera se dirige a sus antiguos discípulos de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas «en defensa de lo que nos im porta salvar: la España regida por Franco». Al proceder así la mayoría del clero español, hay que reconocer que se ajustaba a la orientación pro fascista del Vaticano, que adopta bajo la égida de monseñor Pacelli a partir del Concordato de Letrán y que llegará hasta el 4 de mayo de 1944 en que el Pontificado rompe con Mussolini, pero para sustituir su anterior política por el apoyo a los partidos con fesionales de derecha (abultados por los fascistas de la víspera), como demuestra Edward R. Tannenbaum (9). La Iglesia española obtiene muy cuantiosos bene ficios materiales, políticos y económicos y consigue libertad de movimiento para llevar adelante su pro pia contrarrevolución en el terreno ideológico, el control de la cultura y la vida civil de la sociedad. (9) La experiencia fascista. Sociedad y cultura en Italia (19221945), Madrid, Alianza Editorial.
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P o r los d ecretos del 9-XI-39, 27-XI-39 y 12-1-40 la Iglesia se rein c o rp o ra al p resu p u esto del E stado, y a trav és de n ad a m enos que 18 disposiciones en 1940, Obtiene la exoneración de trib u to s, la reparación de tem plos y dem ás edificios de su propiedad, y en el Código Penal de 1944 se crean «los delitos c o n tra La religión católica». P o r el a rt. 6 de la C arta de los E spañoles del 13 de ju lio de 1945 se dispone a texto expreso q u e «La profesión y la p rá c tic a de la reli gión católica, que es la del E stado español, gozará de la p rotección oficial. N adie será m olestado p o r Sus creencias religiosas, ni en el ejercicio privado de su culto. No se au to riz ará o tras cerem onias ni m anifestaciones ex tern as que las de la religión ca tólica». E sta expresa negación de la lib ertad religiosa, y obviam ente del com p o rtam ien to no religioso, en 1945, no es m enos anacrónico que la re stau ració n p ro v iso ria del C oncordato de 1851, p o r convenio de 1941, y la im p lan tación en 1944 de la enseñanza obli g ato ria del catolicism o en las universidades estatales, retro ced ien d o a las épocas de Pío IX. E l 27 de agosto de 1953 se firm a un nuevo con co rd ato en tre E spaña y el V aticano, seguram ente el ú ltim o de la h isto ria h u m an a en que se reconoce a tex to expreso la teocracia p o r el concurso de una d ic ta d u ra represiva. Allí se re ite ra la negación de la lib e rta d religiosa, el im perio del derecho canóni co, y se confirm a a favor del clero el m onopolio vir tu a l de la cu ltu ra y de la enseñanza, com o de los m edios de com unicación de m asas. ¡S o rp ren d en te E spaña, que en el Opus Dei en este p erío d o asciende de u n a concepción religiosa a u to ri ta ria y teo crática al to talita rism o clerical! Como dice el su ceso r de Angel H e rre ra en la dirección de la ACN de P, F ern ando M artín-Sánchez Juliá: «No se tr a ta de co n q u istar artificialm ente p a ra C risto el E s tad o , se tra ta de co n q u istar el E stad o p a ra C risto p o r la posesión previa de la sociedad... Se posee el E stad o , se co n q u ista la sociedad no sólo con m inis tro s, su b secretario s y directores, no, sino llevando a to d as las categorías y estadios de esta m ism a so71
ciedad hom bres con capacidad de dirección: cate dráticos, consejeros de empresas, directores de pe riódicos, militares, funcionarios» (1942) (10). El asalto de los citados puestos claves por el Opus Dei se inicia con el Consejo Superior de Investigacio nes Científicas (1939), y los Ministerios de Asuntos Exteriores, de Educación y Ciencia y de Justicia, impone tribunales de oposiciones para colonizar con sus «catedráticos» las despobladas universidades, domina bancos, consejos de em presas estatales y privadas, crea todo un imperio de los medios de pu blicidad y comunicación de masas, y a p artir de 1957 tom a a su cargo el mismo gobierno español. Obvio es que tal saga es posible en la medida que no existe libertad de prensa, ni medios democrá ticos de expresión, como corresponde al clima polí tico de una dictadura, es respaldada por las altas jerarquías vaticanas y vista con beneplácito por las em presas extranjeras multinacionales, a cuyo servi cio pone el Opus Dei una clase media arribista de ejecutivos. ¿Debemos creer al Jefe del Estado cuan do afirma: «Hay mucha gente que se aprovecha de esa asociación religiosa para sus negocios y medro personal. Son los eternos vividores que siempre ha habido. Están al sol que más calienta y es muy difí cil eliminarlos»? El nacional-catolicismo en la medida que lleva adelante su proyecto autoritario, y como hemos vis to hasta totalitario, se desborda sobre la sociedad civil, contribuyendo a su m ejor control al servicio del poder, educando en la obediencia a las nuevas generaciones, censurando las opiniones disidentes —y no sólo en m ateria teológica— e imponiendo la formación religiosa en cárceles, escuelas, sindicatos, cuarteles y universidades en forma compulsiva, in cluso a los no-creyentes y miembros de otras sectas religiosas. El Pontificado de Juan XX III, y ante todo el Se gundo Concilio Vaticano de 1962, no serán para Es tío) Ideas claras, Madrid, Nebrija, 1959, págs. 298-299.
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paña, com o sucedió con F rancia, Bélgica, Alem ania, H olanda, In g la te rra y o tro s países, la culm inación de u n a p ro fu n d a evolución renovadora, sino u n acontecim iento revolucionario, que obligará al cato licism o u ltram o n tan o hispánico a reco n sid erar todos V cad a un o de sus principios políticos y sociales. Mi la ad h esión al fascism o represivo, ni el proyecto de u n nacional-catolicism o se a ju stab a n a los nuevos tiem p o s posconciliares de la Iglesia católica, y esto sub ray ó el c a rá c te r anacrónico que la religiosidad clerical asu m ía en E sp añ a desde la g u erra civil.
La contrarrevolución cultural (11) La floración intelectual, el au téntico «tiem po áureo», q ue la c u ltu ra h abía vivido en tiem pos de la Segunda R epública se destruyó en bu en a p a rte en la g u erra civil, y en los años siguientes se p ro cu ró e rra d ic a r sus raíces p a ra siem pre. Se tra ta b a no solam ente de castigar a los «culpa bles» p o r h ab er pensado, a los «instigadores» de las m asas, sino, adem ás, de im p ed ir que las nuevas ge neraciones «recayeran en el error», y p a ra eso el Es tado, ju n to con la Iglesia y el E jército, inició u n a so sten id a lab o r de «reeducación» de las nuevas ge neraciones, es decir, u n a co n trarrevolución cu ltu ra l en to d a la dim ensión del vocablo. No hay todavía, com o correspondería, u n relevam ien to cuidadoso del prolongado ate n ta d o a las li b erta d es de pen sam iento, enseñanza y de expresión que se p ra cticó en estos años, e n tre o tra s razones p o rq u e no son accesibles a los investigadores (y ni siq u iera al equipo holandés que lo in te n ta ra en 1976), los archivos del M inisterio de Inform ación y T u ris m o, y an tes del decreto del 27 de ju lio de 1945 los (11) Hay a la fecha dos obras de imprescindible lectura. El in forme de Georgina Cisquella-José Luis Erviti-José A. Sorolla, Diez años de represión cultural. La censura de libros durante Ia ley de prensa (1966-1976), Barcelona, 1977, y la obra de José María Casteilet y otros, La cultura bajo el franquismo, Barcelona, Enlace, 1977.
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de la Falange, a quien desde la guerra civil corres pondía monopólicamente «los servicios de prensa y propaganda». A los españoles del interior —por falta de refe rencias comparativas—, incluso se les hace difícil estim ar en sus justos térm inos el volumen y signi ficado de la contrarrevolución cultural, en la medida que afectó la creatividad y la formación de toda una generación. Para dar un ejemplo minúsculo en el campo de la psicología, Sigmund Freud, que había sido por vez prim era traducido en sus obras completas a una lengua extranjera, al español (en los tiempos de la república), estuvo prohibido por la censura hasta el año 1949. Desde entonces formalmente autorizado, no se enseñó en los institutos de enseñanza hasta veinte años después. Como es norm al en este tema, a los efectos direc tos de la censura cum plida por los Ministerios del Poder Ejecutivo —a los que suma en estos años la censura eclesiástica y la m ilitar— y la persecución judicial y policial, se agrega la autocensura de los mismos autores, editores, traductores, periodistas, que tienden a ajustarse a un público conformista, sin espíritu crítico y provinciano en sus aficiones y opiniones. Los efectos de la represión en m ateria intelectual fueron tan considerables que no solamente m antu vieron el exilio de los intelectuales republicanos —cuyos prim eros retornos se operan recién en 1976— y obligaron el exilio interior de otros muchos que se m alograron para la creación estética y científica, entre los residentes perm anentes, sino que impulsó a un nuevo exilio exterior a creadores más jóvenes. Juan Goytisolo m agistralm ente ha relatado cómo en tre 1958 y 1964 decidió exiliarse voluntariam ente en Francia por cuanto «en un país donde no hay ciuda danos sino súbditos, y desprovisto, por tanto, de es pacios de discusión, la independencia del intelectual es puro espejismo. Sin un ejido de ideas o ám bito plural, el escritor que rehúsa som eterse al poder y juzga el derecho de pensar por su cuenta, un dere74
c h o h u m a n o fu n d a m e n ta l e in alien ab le, se ve co n d e n a d o al silencio o al o stra c ism o m oral». O tro asp e cto c o n tra rre v o lu c io n a rio es la re p re sió n de las c u ltu ra s regionales q u e alcan zan lím ites In au d ito s, p o r lo m en o s p a r a el siglo xx. N o se po d rá n p o n e r n o m b re s en el b a u tism o q u e n o sean cas tellan o s —y del s a n to ra l— y n i s iq u ie ra e n las láp i d as d e las tu m b a s h a c e rse m en cio n es e n e u sk e ra , ga llego o ca talán . E n C atalu ñ a n o se a u to riz a rá n ediciones lite ra ria s en la len g u a v ern ácu la , p rim e ro p a r a o b ra s de fic ció n h a s ta 1949, y e n m a te ria de ensayo re cién en 1962, p e ro sie m p re en la g ra fía a n te rio r a P o m p eu Fabra, e stim a d o subversivo. L as m an ife sta cio n es fo lk ló ricas, las can cio n es y d an zas de la tie rra , las b a n d e ra s o in sig n ias locales d e la s n ac io n es d e la p e rife ria , so n p ro s c rita s y com p u lsiv am en te se t r a t a d e c a ste lla n iz a r a la n u ev a g en e rac ió n d e esco lares. E l cu ltiv o lite ra rio d e e sta s len g u as se m a n te n d rá e n las « catacum bas», com o u n a ex p resió n reb eld e. E n la seu d o c u ltu ra oficial o cu p an , y ello es n o vedoso p o r re la ció n al p asa d o esp añ o l, u n a plaza im p o rta n te las e m p re sa s d e p ro p a g an d a: en el cine el NO-DO, en ra d io te le fo n ía la R adio N acional c re a d a en la zona n ac io n al en 1937, y, a n te todo, la tele visión m o n ta d a e n 1956. E n la p re n s a d o m in an las ca d en as de co tid ian o s de la F alan g e E sp a ñ o la Trad ic io n a lista (q u e incluye los ó rg a n o s re p u b lic an o s in c a u ta d o s) y las de la E d ito ria l C atólica. B u en a p a r te d e lo q u e se ex p en d e com o lite ra tu ra , m ú sica, te a tro , h isto ria , filosofía, etc., al estilo d e G oebbels, es p ro p a g a n d a m ás o m en o s d isfra za d a. L a c e n s u ra p a r a el in g reso d e m a te ria le s c u ltu ra le s del e x te rio r — incluso en len g u as e x tra n je ra s — c ie rra el p aso a la im p o rta c ió n , y con m ás razó n a la tra d u c c ió n , de creacio n es in te le c tu a le s novedosas o re n o v ad o ra s e n las ciencias sociales com o e n las a rte s , p u es n o se a ju s ta n a los « ete rn o s cánones» cle rical-m ilitar-fascistas. E l cine, la sociología, com o la psico lo g ía an te s citad a , a p a rte d e las cien cias p o lí tic a s y las a rte s lite ra ria s y p lá stic a s d e la p o sg u e rra 75
serán sistemáticamente ignoradas en España cuan do corresponden a experiencias fecundas, pero en cambio circulan en forma profusa todas las medio cridades de inspiración ultraderechista. Es explicable ante el juego de estos factores que se vea cegada la creatividad, incluso en el campo de las artes de ficción, y lo más importante de las culturas españolas transcurre fuera de fronteras, des conocida por la sociedad española del interior. España repetirá, en cierta medida, la experiencia japonesa del siglo xix, de un país que se industriali za y avanza materialmente (por un impulso venido del exterior), mientras su sociedad es mantenida de liberadamente atrasada en filosofía, ciencias huma nas, religión, y hasta estilo de vida y convivencia co tidiana democrática. La obra —al cabo de trece años de demolición, «reeducación» y, en definitiva, de contrarrevolu ción— es tan negativamente completa, que no faltan autores (ellos mismos españoles) que sostengan qué por 1962 los españoles presentan su creatividad dis minuida; en vez de libertarios se ven como autori tarios, y dejando de ser independientes son una es pecie de colonos tercermundistas.
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III LA O LIG A R Q U IA A T R IB U T A R IA D E L P O D E R E N LA “ C O N S T IT U C IO N " F R A N Q U IS T A ( * ) T écn icam en te, E sp a ñ a d u ra n te el p e río d o fra n
quista de 1936-1975 h a d isp u esto d e u n a C o n stitu ción, capaz d e a se g u ra r los servicios n o rm ativ o s que C orresponden a aq u ello s in stru m e n to s su p erio res en
el o rd e n a m ie n to ju ríd ico . La «constitución» fra n quista h a sido h ec h a p o r yuxtaposición de diversos actos n o rm ativ o s, p e ro ello n o es u n o b stácu lo p a ra reco n o cer, al c o n ju n to del edificio ju ríd ico , aq u el ca rá c te r co n stitu cio n al. P o r o tra p a rte , el d ec reto n ú m e ro 776 del 20 d e a b ril de 1967 d isp u so «la re fu n d ició n de las leyes fu n d am en tales» expedidas desde la p ro clam ació n del llam ad o « d ecreto de unificación» del 9 de a b ril d e 1937 a la Ley O rgánica del E stad o del 10 de ene ro de 1967. In clu siv e es c o rrec to , com o h acen los ju ris ta s esp añ o les d e D erecho P úblico en la e ta p a fra n q u ista , in c lu ir d e n tro de la «constitución» tex tos q ue, a u n siendo a n te rio re s al p e río d o indicado, y no h ab ién d o se com o los señalados expedido en la fo rm a clásica de decretos-leyes, sin em bargo p o r su c a rá c te r p ro g ra m á tic o son im p rescin d ib les p a ra com(*) Presentado en marzo-abril de 1978 al IXème. Colloque d’etudes sur les XIX-XXème. siècles. Centre de recherches hispaniques de l’Université de Pau.
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p re n d e r la orientación del E stado, y es el caso no tablem ente de los llam ados Puntos de la Falange, suscritos en noviem bre de 1934 p o r José Antonio Prim o de R ivera (1). No es la «constitución» fran q u ista tam poco —al estilo de la tradición constitucional que arran ca del m odelo de la constitución norteam ericana de 1776— el resu ltad o de asam bleas representativas convoca das p a ra establecer las relaciones de la sociedad con el E stado sobre una base representativa. Los docum entos españoles aludidos se encuen tra n en el terren o de la «constitución otorgada» en que la voluntad soberana y decisoria del Jefe del E stado, ya sea proveyendo una norm a jurídica, ya aceptando com o tal u n a expresión declarativa de tipo program ático y partid ario , es la fuente de la legalidad en cuestión. E sto se vincula a las m ism as características del ejercicio suprem o del poder en E spaña en el perío do de 1936 a 1975, y seguram ente en su exam en po dem os conocer la constitución real, que rige b ajo los térm in o s de la constitución legal. A tento a los textos legales corresponde caracte riza r al régim en com o u n a D ictadura, dictadura de tip o unipersonal, m onárquica en el sentido literal de la palabra. Según la disposición que aparece en el B. O. E. del 30 de setiem bre de 1936 (Aranzadi núm . 1.603), los jefes m ilitares alzados, constituidos en «Junta de D efensa Nacional», declaran asum ir «todos los po deres del E stado y re p rese n ta r legítim am ente al (1) El profesor Carlos Ollero, en 1970, después de afirmar que “emendemos obviamente por Constitución española la Ley Orgánica del Estado y las demás leyes fundamentales”, sostiene que ha dejado de ser flexible y abierta, por estar concluida la etapa de su cons trucción formal, al mediar el referéndum de 1967, p. 1.447, t. III, El Estado y la política, Madrid, Moneda y Crédito, 1974 (serie diri gida por M. Fraga Iribarne, Juan Velarde Fuertes y Salustiano del Campo, bajo el título La España de los años 70). José María Gil Robles, aunque no deja de destacar el desarrollo institucional del sistema, especialmente a partir de 1966, parece ne garle al conjunto de esas disposiciones el carácter constitucional. Véa se La esencia de la dictadura, “El País”, Madrid, 21 de noviembre de 1976, p. 13. Suplemento semanal.
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país ante las potencias extranjeras», y seguidamente nom bran «Jefe del Gobierno del Estado Español al general de División Francisco Franco Bahamonde, uien asum irá todos los poderes del nuevo Estao» (2). Se trata de una dictadura no comisaria, sino •oberana, plenaria y absoluta, y de tipo indefinido, que asim ismo acum ula los poderes constituyen tes (3). Es explicable que, por ejemplo, el profesor J. A. González Casanova diga en la obra citada anterior mente que «el Jefe del Estado es el creador perso nal del futuro Estado» y que hay una confusión entre Estado y m onarca absoluto soberano. Las lla madas leyes o decretos, siem pre según el documen to de creación de aquella jerarquía del nuevo Jefe del Estado, son «las disposiciones y resoluciones del Jefe del E stado... (que) adoptarán la form a de leyes cuando afecten a la estructura orgánica del Estado o constituyan las norm as principales del ordenam ien to del país» (sic). Por ejemplo, el artículo sexto, título II de la Ley Orgánica del Estado del 1 de enero de 1967, declara categóricam ente: «El Jefe del Estado es el representante supremo de la nación; personifica la soberanía nacional; ejerce el poder suprem o político y adm inistrativo: ostenta la Jefatura Nacional del Movimiento y cuida de la más exacta observancia de los Principios del mismo y demás Leyes Fundam entales del Reino, así como de la continuidad del Estado y del Movimien to Nacional; garantiza y asegura el regular funciona-
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(2) Se ha señalado por los comentaristas el equívoco de nom brar como Jefe del Gobierno a quien en la “constitución real” será Jefe del Estado, y habría que tener en cuenta los elementos de po lítica exterior que explican el ascenso y supremacía en el seno del generalato de Francisco Franco. (3) Véase los textos de los profesores Fernández Carvajal, La constitución española, Madrid, 1969, p. 81, y Lojendio, Régimen político del Estado español, Barcelona, Bosch, 1942, p. 117, que según J. A. González Casanova (Apéndice al libro de André Hauriou, Derecho Constitucional e Instituciones Políticas, Ariel, Barce lona, 1975, 2.a ed., págs. 884 y sig.) se inspiran en Cari Schmitt, La dictadura, Madrid, Revista de Occidente, 1968, cap. IV, reedi ción.
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miento de los Altos Organos del Estado y la debida coordinación entre los mismos; sanciona y promul ga las leyes y provee a su ejecución; ejerce el man do supremo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire; vela por la conservación del orden público en el in terior y de la seguridad del Estado en el exterior; en su nombre se administra justicia; ejerce la pre rrogativa de gracia; confiere, con arreglo a las leyes, empleos, cargos públicos y honores, acredita y reci be a los representantes diplomáticos y realiza cuan tos actos le corresponden con arreglo a las Leyes Fundamentales del Reino.» Los artículos siguientes extienden todavía tan no table área de poder formal y además declaran «la persona del Jefe del Estado es inviolable. Todos los españoles le deberán respeto y acatamiento» (artícu lo 8). «Por lo demás, ni siquiera es responsable de sus actos, y sí lo son las personas que refrenden los documentos que emanen del Caudillo» (in fine, artículo 8). A este planteo monarquista absoluto, contribuye a darle términos más desmedidos el lenguaje que usa, incluso en los documentos oficiales, el régimen. El Fuero de los Españoles del 17 de julio de 1945 aparece promulgado por «Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España, Jefe del Estado y Gene ralísimo de los Ejércitos de la Nación». Todavía en 1958, cuando se promulga la Ley de Principios del Movimiento Nacional, se dice en el acápite de la disposición: «Francisco Franco, consciente de mi responsabilidad ante Dios y ante la Historia, en pre sencia de las Cortes del Reino, promulgo como prin cipios del Movimiento Nacional, entendido como co munión de los españoles con los ideales que dieron vida a la Cruzada, los siguientes...», etc. El culto de la personalidad auspiciado por los servicios oficiales y administrativos (monedas, se llos, RTVE, radios, oficios religiosos, ceremonias va rias, medios de comunicación en general, actos ad ministrativos a todos los niveles, etc., etc.) incremen ta la imagen de un poder central, único y omnipo tente, origen y causa de toda autoridad legítima. La 80
literatura y en g en e ral las b ellas a rte s, h a n in m o r talizado a su m a n e ra la ex isten cia del tira n o espaflol del siglo xx, p e ro ya es sugestivo —a te n to al Carácter p re te n d id o o . d ec lara d o de ú n ico a tr ib u ta rlo del p o d e r— q u e su d e sa p a ric ió n m e d ia n te el «ti ran icid io » n o h a y a fig u ra d o en los p ro g ra m a s d e la O posición, p o r lo m en o s en fo rm a im p líc ita . C ien tífico s so ciales al servicio del rég im en , com o •1 en to n c es d ire c to r del In s titu to d e E stu d io s Po líticos de la F E y de las JO N S, F ran c isc o Ja v ie r C on de, lleg aro n a s o s te n e r el c a rá c te r c a rism à tic o de la dictadura, p e ro la m e ra le c tu ra d e la obra d e M ax Weber, E co n o m ía y Sociedad, es ilu s tra tiv a p a r a d es virtuar tal calificación. A n u e s tro ju icio , la a u to rid a d del C audillo es, u n te to d o , d e tip o coactivo, n o tie n e o b v iam en te nada d e d e m o c rá tic a , p e ro tam p o co es c a ris m à ti ca (4). Ya G aetan o M osca, en su E le m e n ti de S cie n za P olitica (1896), e n se ñ a b a q u e «la p e rso n a q u e os te n ta la je fa tu ra del E sta d o n o p o d ría g o b e rn a r sin el apoyo de u n a clase d irig en te q u e h ace e je c u ta r y re s p e ta r su s ó rd e n es, y él p u ed e h a c e r s e n tir el peso d e su p o d e r so b re u n o o v ario s de los individuos q u e p e rte n e c e n a esa clase, no p u e d e c o n tra d e c irla en su to ta lid a d n i d e stru irla . Y a q u e, a u n q u e esto fu ese p o sib le, te n d ría q u e re c o n s tru ir o tra , sin la cual su acció n se v ería c o m p le ta m e n te anulada». E n o tra s p a la b ra s, el d ic ta d o r en E sp a ñ a y en to d as p a rte s , es la cabeza de lo q u e M osca llam a el «im pulso» u n ificado de la élite q u e e je rc e el p o d er. E n v erd ad , co m o a firm a ra O tto S ta m m e r, «E n su acep ció n m o d ern a , el té rm in o d ic ta d u ra se ap lic a al c o n tro l ilim ita d o del p o d e r e s ta ta l p o r p a r te de (4) Francisco Javier Conde, Contribución a la teoría del caudilla/e, Madrid, Escorial, 1942, p. 280, y de Max Weber, ob. c it, México, Fondo de Cultura Económica, 1969, t. II, p. 848. En Juan Beneyto, El nuevo Estado español, p. 168, hay una cita antològica de Raimundo Fernández Cuesta,: “El Caudillo no es un ¡efe de gobierno ni un dictador vulgar. Es el jefe carismàtico, el hombre señalado por el dedo de la Providencia para salvar a su pueblo. Figura más que jurídica, histórica, filosófica, que escapa de los límites de la ciencia política para entrar en la de héroe de Carlyle o en el superhombre de Nietzsche” (sic).
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u n individuo, de u n a cam arilla o grupo pequeño» (5). E n o tra s p ala b ras, u n régim en p olítico co n tem p o rá n e o no d eja de ser d ic ta d u ra p o r el hecho de que el p o d e r sea asu m id o p o r u n g rupo m ás o m enos oli g árquico, incluso no siendo ta l hecho explícito en la « co n stitu ció n legal». N o h a fa lta d o la te situ ra -—ta n e rró n e a com o la a n te rio r del m o n arq u ism o — de que la cam arilla o p eq u eñ o g ru p o en cuestión, a trib u ta rio real del p o d er, co incide con la m ism a fam ilia del C audillo, o a lo su m o del núcleo fa m iliar am p liad o p o r aliados o cóm plices eventuales. Se d estaca, p o r ejem plo, q u e m ie n tra s el titu la r del p o d e r pú b lico eje rce el cargo su p re m o político, el re s to de la fam ilia tiene u n a actividad pública ac ce so ria y co m p lem en taria. P o r ejem plo, en el te rr e n o de la rep resen tació n , g estoría en el te rre n o eco n ó m ico y capaz de ase g u rar ev en tu alm en te la suce sió n del régim en (6). (5) Dictadura, en Enciclopedia Internacional de las Ciencias So ciales, Madrid, Aguilar, 1974, t. III, p. 658. El concepto de dictadura puede verse en la breve, aunque su gestiva, obra de Manuel Pastor, Ensayo sobre la dictadura (bonapartismo y fascismo), Madrid, Túcar, 1977, a la que nos remitimos. (6) En ese clan se destacan Ramón Serrano Suñer (“el cuñadisimo”), principal figura política entre 1936 y 1942; Nicolás Franco Bahamonde (hermano del dictador), principal gestor del acto cons titucional de 30 de setiembre de 1936, embajador durante 30 años en Lisboa; los Martínez Bordiu (el marqués de Villaverde, el barón de Gotor y el conde de Morata del Jalón), unidos por el matrimonio de la hija del Caudillo, y el duque de Cádiz (Alfonso de Borbón y Dampierre, de la familia real borbónica), casado con la nieta del Caudillo. Estas seis personas figuran en la nómina de los trescientos españoles más destacados “por su actividad económica y financiera” en la España de 1976, según Ramón Tamames, La oligarquía finan ciera en España, Barcelona, Planeta, 1978, págs. 218 y sigs. Corres ponden dos precisiones. No aparecen en las nóminas de Tamames las figuras femeninas de la familia del dictador. Véase Jaime SánchezBlanco, La importancia de llamarse Franco. El negocio inmobiliario de doña Pilar, Madrid, “Cuadernos para el diálogo” , 1978, y Federi co Beristain, Carmencita, tranquila, “La Calle”, Madrid, n.° 4, 19 de abril de 1978. En el caso de Nicolás Franco Bahamonde, lo encontramos asimismo en la nómina “de las veinte personas más significativas en actividades económicas y financieras en España” (p. 228, ob. cit.), aun siendo miembro solamente de cuatro consejos de empresas privadas. Los Martínez Bordiu reúnen 12 consejos y 2 el duque de Cádiz.
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En cierto sentido, esto resucitaría para España del siglo xx situaciones aparentemente superadas, en que una familia reinante confundía su destino y pa trimonio con la administración pública. En m ateria de sucesión, el inventario de los inten tos o maniobras para asegurarlo a través de la prola progenie de Francisco Franco son ilustrativas. crnardo Díaz Nosty ha recopilado en La forja de Un Caudillo (Madrid, Sedmay, 1978) un material va lioso sobre el tema. Así, el catedrático de la Univer sidad de Oviedo, Casáreo Rodríguez y G. Loredo, pro pone la proclamación como rey de Francisco Fran co «como también Príncipe de Asturias a su niete cito Francisco Franco» (en Ftanco ¿rey de España?, San Juan de Puerto Rico, 1964). El problema entonces se traslada a la determi nación de la élite del poder —para decirlo en los tér minos clásicos desde C. Wright Mills—, en cuyo be neficio aparece y domina el Caudillo de las Españas. Habría que tener en cuenta, en esa interpretación clitaria, como destaca Juan Linz, que bajo un sistema filo-fascista «la élite superior de un régimen auto ritario tiende, por amplio que llegue a ser su plura lismo limitado, a cubrir un espectro más reducido, tanto en número de personas, como en matices de opinión, que el que existe en las democracias suma do gobierno y oposición» (7). Para el caso de España, y por razones tradicio nales, a nivel de Estado, esa élite tendería a consi derarse en términos resumidos en las instituciones del Ejército y la Iglesia. ¿Acaso no son los generales alzados los fundadores del régimen, que escogieron en su seno al Jefe del Estado? ¿No se reclama este de la voluntad divina, que reconoce explícitamente la Iglesia a través de sus miembros? Compartiendo el poder con el Caudillo y su fami lia, oficiales superiores y clérigos formarían enton-
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(7) P. 1.511, t. III de la ob. cit. La España de los años 70, ar tículo Una teoría del régimen autoritario. El caso de España. El profesor Linz ha desarrollado sus ideas en obras posteriores, y hecho el balance de su teoría en la revista “Papers”, Barcelona, n.° 9, 1978.
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ces el círculo estricto de los poderosos, en forma no muy distinta de las épocas medievales de los reinos cristianos. Los brazos tradicionales del poder castellano-ara gonés de la nobleza y el clero, ahora en manos de los titulares de los altos niveles de las instituciones estatales. Que hay una recuperación de los antiguos privilegios no puede discutirse. Por ejemplo, del tan extraordinario en el siglo xx de poseer ambos «ór denes» una jurisdicción propia, que les evita ser juz gados por las leyes comunes y mediante los tribuna les normales. Más aún, som eter a sus tribunales a los civiles infractores a sus derechos, privilegios o buen nom bre (8). Examinemos más allá de la «constitución legal» y de las disposiciones alusivas, en qué medida milita res y clérigos son exclusivos atributarios de poder en la «constitución real» española. «Creada originalmente por los militares, la dic tadura se ha basado, sobre todo, en el ejército para conseguir prorrogar su vida por largo tiempo», dice Stanley Payne, que parte del hecho que «ningún otro (8) El método que venimos siguiendo puede parecer empírico, pero la literatura científica española brilla por defecto en estos asuntos, o admite su imposibilidad de examinar a fondo el tema. Todavía en 1976, Amando de Miguel escribe: “La historia del fran quismo es la historia del enriquecimiento portentoso de una clase social: la que ha sabido cohonestar los negocios con estar a la sombra proteccionista del poder. Es imposible historiar, por el mo mento, la crónica de ese enriquecimiento, al menos si el historiador desea seguir viviendo en España” (sic), p. 104, La herencia del franquismo, Madrid, Cambio 16. Por otra parte, los sociólogos de esta etapa están demasiado imbuidos del estructural-funcionalismo norteamericano y, por tanto, poco atentos a la morfología de las clases sociales. Véase la Biblio grafía de Sociología en lengua castellana, de Juan Diez Nicolás, Granada, Universidad, 1973, págs. 30-36. Del mismo autor y Joan del Pino Astacho. Estratificación y movilidad social en España en la década de los años 70, págs. 381-430, t. I, La España de los años 70, ob. cit.; José Cazorla, Problemas de estratificación social en España, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1973, y la más reciente de José Félix Tezanos, Estructura de clases en la España actual, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1975.
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régim en sostenido p o r el ejército h a sido capaz de p e rd u ra r tan to en la h isto ria del siglo xx» (9). E l E jército, o m ejor dicho su generalato supe rior, h abía sido el cread o r del nuevo E stado, pero en el m ism o acto del 30 de setiem bre de 1936 se había desposeído de su poder efectivo en favor del Caudillo. Aparte del m ism o dictador, de la oficialidad sa len d u ra n te estos años la cuarta p arte de los m inis tros fran q u istas, y buen núm ero de los ad m in istra dores del IN I (In stitu to Nacional de la In d u s tria), gobernadores, em bajadores y otros altos cargos nacionales y locales. Menos visible, pero no menos im p o rtan te, es la coparticipación de la Iglesia en el poder, y el hecho de que sea sim ultánea a la del E jército sería un ele m ento explicativo subsidiario de la posición cen tral del dictador, en la m edida en que actú a com o en tidad arb itra d o ra e n tre am bas instituciones. «La verdad es que pudo (Franco) restablecer el equili brio en tre los generales y los obispos la base princi pal de su sistem a político», dice p o r ejem plo Ram ón G arriga (10). Pero argum enta seguidam ente este au tor, concorde con la m ayoría de los que consideran la época, que el d ictador pudo a través de su gestión m an ejar con m ás eficacia a los generales que a los obispos. E stos disponían, p o r lo pronto, de u n cen tro de coordinación exterior, inm une técnicam ente a la in fluencia de la je fa tu ra central de M adrid, con el Pontificado Rom ano, que les proporcionaba apoyo y respaldo, y, p o r tanto, aum enta su eficacia en cuanto a trib u tario s de poder. La acción de la Iglesia en el u su fru cto y conquis ta del poder, se o rien ta en diversas direcciones. P o r un lado, recibe del régim en, com o p a rte del botín de la victoria en la g u erra civil en que parti(9) Los militares y la política en la España contemporánea, Pa rís, Ruedo Ibérico, 1968, págs. 391 y 395. (10) El cardenal Segura y el nacional-catolicismo, Barcelona, Planeta, 1977, p. 323.
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cipa, los Ministerios de Relaciones Exteriores, Edu cación y Justicia, lo que les permite obtener cuantio sos beneficios económicos, controlar total o parcial mente la educación, el registro civil, la investigación científica, el personal exterior representativo, la ju dicatura, la legislación civil y comercial, los medios de comunicación de masas, la actividad editorial ofi cial y buena parte de la privada, etc., etc. En este terreno, su situación no es diferente ni mejor que la señalada para el Ejército, pero como se anotara, y siempre en el terreno del ejercicio del poder, la Iglesia tuvo la ventaja de una mayor autonomía del órgano ejecutivo central del caudilla je. Incluso al nivel de mantener organismos de coordinación nacional (Junta del Episcopado, carde nalato, Primado, Nunciatura), que contrasta con la inexistencia de un ministerio de guerra unificado, y sumar el dictador a su cargo de Jefe de Estado el carácter de generalísimo de los ejércitos. Naturalmente que, heredando la práctica regalista confirmada por el Concordato de 1953, el Jefe del Estado fija la terna de obispos para proveer vacan tes, y si esto permite una manipulación —al estilo de lo cumplido en los nombramientos militares—, siempre cabe la final instancia pontificia. Constantemente la Iglesia, sin perjuicio de con trolar internamente buena parte del aparato estatal y administrativo, como corresponde a un «Estado católico» o «misionero», procura aumentar su área de autonomía y poder propios. Si se examinan los pronunciamientos de los cardenales Segura y Pía y Deniel en una fecha tan avanzada como 1949, ve mos que apuntan a una «querella de investiduras», y rechazan la censura oficial sobre la Iglesia, pues «los representantes del poder público violan los de rechos sacratísimos de la Iglesia y quedan sometidos (por tanto) a rigurosas sanciones canónicas». El cardenal Segura —a quien pertenece el texto anterior— agrega: «Hay un falso concepto de las atri buciones del poder civil, que creyéndose soberano
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e n to d o s los ó rd e n e s , t r a t a d e a v a s a lla r y so ju z g a r las e n s e ñ a n z a s d e la Ig lesia» , etc ., lo q u e tie n e u n s e n tid o p rá c tic o , si re c o rd a m o s q u e p o r e n to n c e s y a el c le ro d is p o n ía , p o r e je m p lo , d e u n a c a d e n a d e n a d a m en o s q u e c u a r e n ta d ia rio s y c in c u e n ta e m i s o ra s ra d io fó n ic a s. E s to n o o b s ta p a r a q u e, a su vez, d e sd e el o c ta v o g o b ie rn o d e F ra n c o (1951-1956) — y al m ism o tie m p o q u e se firm a el C o n c o rd a to — in g re s e n e n la c ú p u la d el p o d e r in m e d ia to p e rs o n a je s co m o L u is C a rre ro B la n c o y G a b rie l A ria s S alg ad o , fa v o ra b le s a u n a te o c ra tiz a c ió n d e la d ic ta d u r a , q u e im p lic a u n a c e n tra liz a c ió n a u to r ita r ia p a r a d ó jic a m e n te h o s til a la in m u n id a d legal re c la m a d a p o r P ía y D eniel y S e g u ra , re p re s e n ta n te s d e la c lá sic a c o r r ie n te e c le s iá s tic a ro m a n a . A rias S alg ad o , q u e in ic ia los M in iste rio s d e I n f o r m a c ió n y T u ris m o e n 1951, y q u e e je r c e r á su m a n d o d u r a n te o n ce añ o s, s o s te n ía q u e su s d is c u rs o s a n u a les a n te la A sam b lea d e la P re n s a e r a n « u n a te o lo g ía d e la in fo rm a c ió n » , a p lic a b le in c lu so a las g e n te s d el c le ro , p e ro d e sd e el a d v e n im ie n to d e J u a n X X I II e n 1958 h a y u n c ie rto d is ta n c ia m ie n to d e la Ig le sia c o n el p o d e r d ic ta to ria l, q u e c u lm in a ría e n la A sam b le a C o n ju n ta d e O b isp o s y S a c e rd o te s d e s e tie m b re d e 1971, lo q u e e x p lic a el re fo rz a m ie n to d e la ce n s u r a e n ese nivel. Al in te g ris m o d e la « Ig lesia -E stad o » o d el « E s ta d o -Ig lesia» d e e sa c o r rie n te — cu y o s a n te c e d e n te s en E s p a ñ a so n ta n v ig o ro so s to d a v ía e n e so s a ñ o s— se s u p e r p o n d rá el v ic to rio so in te n to del O p u s D ei de c o n q u is ta r los m in is te rio s lla m a d o s té c n ic o s, y c r e a r se u n á r e a e c le s iá s tic a d e tip o fin a n c ie ro , in d u s tria l y c o m e rc ia l ad ic io n a l. E l p o d e r d e la Ig le sia es ta n in m e n s o q u e su s lu c h a s in te rn a s d e c o r rie n te s y te n d e n c ia s se tr a s la d a n al e sc e n a rio n a c io n a l, y p r o p o r c io n a n d iv e rsa s y a p a re n te m e n te c o n tra d ic to ria s o p c io n e s a to d a la c la se p o lític a y, p o r e x te n sió n , a la so c ie d a d e sp a ñ o la . M ás a llá d e g ru p o s y s u b g ru p o s d e p o d e r e c le siá stic o , el E p isc o p a d o y el P o n tific a87
do, unifican y coordinan la coparticipación eclesiás tica y católica en general en el Estado español (11), Es im portante recordar que en el dinero de ¡a Iglesia ingresan las dotaciones para Culto y Clero (durante todo este período exclusivamente para el catolicismo), y que suman entre 1939 y 1972 (se gún el ministro Carrero Blanco) unos trescientos mil millones de pesetas, a los que se agregan —siem pre provenientes del erario nacional, partidas diver sas de otros ministerios, la exención de impuestos, y el virtual monopolio de la enseñanza privada. Pero a diferencia, de nuevo de los militares, además la Iglesia católica tiene rentas propias, productos de sus propiedades e inversiones «de su patrimonio muy mal invertido y administrado», pero cuya cuan tía y características la Conferencia Episcopal ha dis puesto que a finales de 1978 se tenga «una primera aproximación... del que existe en cada diócesis», aparte de las órdenes monásticas. Además, las co lectas y donativos diversos, que se evalúan aproxi madamente en unos 1.500 millones de pesetas anua les, etc., todo lo cual posibilita su mayor indepen dencia y capacidad de poder efectivo (12). Una tercera interpretación al intento de definir una élite de poder del franquismo, que como la que terminamos de ver no excluye ni niega la significa ción del dictador o de su familia, es la expuesta por los autores que se refieren a lo que llaman «las fa milias políticas del régimen», y toman como elemen to objetivo para su apreciación el elenco de los mi nistros del Gobierno. Amando de Miguel, ya en 1970, sostenía que el cuerpo de ministros y ex ministros (que por enton ces había alcanzado el número de noventa personas), se caracterizaba por un «poder inmenso, en la medi da en que (a diferencia, por ejemplo, de lo que ocu(11) En Sociología del franquismo, de Amando de Miguel. Bar celona, Euros, 1975, págs. 205-230, Segunda Parte, bajo los títulos de “Católicos, Integristas, Tecnócratas”, y en la Tercera Parte, pá ginas 313-320, “Nacional-catolicismo”. (12) E. Miret Magdalena, El dinero de la Iglesia, revista “Triun fo”, Madrid, 28 de enero de 1978, p. 41.
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rrfa en la S eg u n da R epública) fu e ra del gabinete y de esos o tro s cu e rp o s políticos, a p e n as se to m an g ra n d es decisiones políticas. Se h a dicho, p o r eso, q ue los m in istro s com ponen el p o d er decisor» (13). C o m p arad o s con o tra s e ta p a s de la h isto ria esp a rtóla, y con m ás ra zó n con el re sto de E u ro p a , los m in istro s («que no suelen se r p erso n as conocidas», ( híc ) e je rc e n su s funciones con un estilo posesorio, p a trim o n ial, a b u n d a n te en «elem entos patrim onialistus», dice A m ando de M iguel, in u sita d o en los fu n cio n ario s, inclu so su p erio res (14), y q u e en d efin iti va in d ic a ría su calid ad de a trib u ta rio s de p o d e r real. C o m p aran d o a los m in istro s de F ran co con los a n te rio re s de la S egunda R epública, el m ism o a u to r an o ta q u e los segundos pro v en ían de «toda la geogra fía nacio n al, en ta n to que los d e los g o biernos de Ju an eo se n u tre n de p e rso n a s n acid as con p re fe re n cia en M adrid, C astilla la V ieja y País V asco-N ava rro». A sim ism o, p re d o m in a n los m ilita re s (4% en la R epública, 32% con F ran c o )... O tra d iscre p an cia es la a lta p ro p o rció n de p ro fesio n ales en la rep ú b lic a, c o n tra s ta d a con el p eso m ay o r q u e en los co n sejo s (13) Los noventa ministros de Franco, Barcelona, Dopesa, 1970, Apéndice, p. 524. La condición de ministro se extiende en poder © ingreso en forma vitalicia más allá de la renuncia al cargo^ origi nario. En febrero de 1978, el Grupo Económico de “El País”, de Madrid, anotaba: “Más de 300 empresas y no menos de 2.000 pues tos en sus consejos de administración dependen, a la hora de de signar titulares, de la decisión de los ministros de Hacienda, indus tria, Economía, Comercio y Transportes, principalmente”, y en esos consejos “un sondeo... ha permitido detectar al menos la presencia de 45 ex ministros y un centenar de notables del pasado, que presi den o aconsejan los intereses del Estado” , etc. “El País”, Madrid, 22 de febrero de 1978, págs. 42-43. Teniendo en cuenta la edad de los ex ministros, puede estimarse que más del setenta por ciento de los sobrevivientes se “prolongan” en los comienzos de 1978, en términos de poder e ingresos, como altos jerarcas del patrimonio del Estado. (14) “Anotemos —dice el mismo autor— como ejemplo, la enor me discrecionalidad en los gastos privados de los ministerios (al estilo de la vieja empresa privada pntrimoninlhta con el capitán de industria viviendo en la fábrica, la secretaria ’particular’, la no suje ción a horario —incluidos los inmediatos colaboradores—, la no vinculación a la disciplina de un grupo ideológico o parlamentario”, etcétera, p. 524, ob. cit.
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del Caudillo se ha dado a los financieros y empre sarios». En su obra posterior, la ya citada Sociología del franquismo (1975), Amando de Miguel desarrolla es tas ideas y analiza, ahora en forma sistemática, lo que llama «las familias políticas del régimen», que serían en suma los protagonistas de un total de nue ve grupos ideológico-profesionales, a saber: milita res, primorriveristas, tradicionalistas, monárquicos, falangistas, católicos, integristas, tecnócratas y téc nicos (15). No es fácil pasar de la ideología a la estratifi cación social, por cuanto en la citada clasificación se mezclan los elementos estrictamente ideológicos con grupos sociales ocupacionales (militares o técni cos, por ejemplo). Por otra parte, es posible simpli ficarla teniendo en cuenta, lo dicho anteriormente, refundiendo en católicos a los estrictamente tales, junto a los integristas y tecnócratas (opusdeistas). No es posible seguir al profesor de sociología cuando ve en estas familias integrantes de un solo estrato social, y específicamente de una única clase, a su juicio la clase media española. Parece más acertado Amando de Miguel cuando acuña la expresión «clase de los altos cargos» para denominar al pequeño grupo de los detentadores de las oportunidades que proporciona la Administra ción, en que participan militares, gentes de Iglesia, pero donde los aportes mayores son de «hombres del Movimiento», profesionales o tecnócratas, todos los cuales «no dominan porque sean propietarios de los medios de producción (sino que) es propie tario al fin porque domina, pero todos manejan fon dos que no son totalmente propios, y más que fon dos, controlan oportunidades, información, apoyos, amistades, acceso a otros altos cargos», etc. (16). (15) Sociología del franquismo, ob. cit., págs. 143 y sigs. de la Segunda Parte. (16) 40 millones de españoles, cuarenta años después, Barce lona, Grijalbo, 1976, págs. 112, 113 y 115.
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«N o se es c la se d o m in a n te p o r s e r p r o p ie ta r io ■ —a g re g a — , m á s b ie n se es p r o p ie ta r io y se in flu y e por s e r c la se d o m in a n te .» E s ta cla se q u e m a n d a , e s r e s u lta d o d e l s a q u e o del E s ta d o d e riv a d o d el « triu n fo e n la C ru za d a» , d e 1* d e s a p a ric ió n d e la d e m o c ra c ia q u e tr a n s f o r m a «Una c la se d e serv ic io » e n a p a r e n te m e n te s o b e ra n a . D iría n c ie rto s a u to r e s q u e so n «los n u e v o s p a tro n e s » . E l a u t o r tie n e e n c u e n ta q u e «el p o d e r n o es só lo Una c a p a c id a d o b je tiv a p a r a h a c e r co sa s, sin o ta m bién la p e rc e p c ió n q u e tie n e n lo s d e m á s d e e s a c a p a c id a d » y c ita e n c u e s ta s d e o p in ió n a lu siv a s. A ltos b u r ó c r a ta s , m ilita r e s o p o lic ía s, té c n ic o s «al íc rv ic io d el E s ta d o » , « clase p o lític a » , p a r tic ip a n to d o s del P a r tid o U n ico, d el « g lo rio so M o v im ie n to N acio nal». P e ro su n e rv io es el c o n s titu id o e s tr ic ta m e n te p o r los « fa la n g ista s» , q u e S ta n le y P ay n e d e s c rib ie ra , en tie m p o s d e l fr a n q u is m o , c o m o «un g ra n m o v i m ie n to n a c io n a l d e b u s c a d o re s d e p u e sto s» , lo q u e o b v ia m e n te es m á s m a rc a d o e n la E p o c a Azul (19361957) q u e e n la p o s te r io r T e c n o c ra c ia (1957-1976) (17). L a p re s e n c ia d e l P a r tid o ú n ic o , y e s p e c ífic a m e n te del fa la n g is m o , c o m o g ru p o a t r i b u t a r i o d e p o d e r e n el s e n o d e l f r a n q u is m o , d e b e c o n s id e r a rs e e n d iv er■ a s d im e n s io n e s . P o r lo p r o n to d e s ta c a r q u e se d ife re n c ia el c a so e s p a ñ o l, d e lo s m o d é lic o s a le m á n e ita lia n o , p o r q u e en a q u e lla s e x p e rie n c ia s to ta lita r ia s el p a r tid o ú n ic o « u p o im p o n e rs e a l e jé r c ito y a la b u r o c r a c ia tr a d i c io n a le s , y e n el c a s o d e A le m a n ia a s im is m o a la s Ig lesias, h e c h o q u e h a sid o e s tu d ia d o p o r P o u la n tz a s. E n c a m b io e n E s p a ñ a el p a r tid o ú n ic o es re m o d e la d o b a jo la d ire c c ió n d e l d ic ta d o r , e n b en e ficio d e s u e je rc ic io d e l p o d e r, c o n v irtié n d o lo a s im is m o (17) España, en el volumen de S. J. W oolf y otros, El fascismo europeo, México, G rijalbo, 1970, p, 287. Payne apunta a la pérdida do contenido ideológico en la adhesión al M ovimiento, desde el m om ento en que la legislación obliga a adherir al mismo a todo funcionario público, pero la situación en ese aspecto no es diferente cu cualquier otro país de régimen de “partido único”.
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en un órgano subordinado en relación al Ejército y a la Iglesia. Por otra parte al final de la guerra, en 1939, so breviven unos 25.000 individuos del partido único, de los cuales son «camisas viejas» (es decir, anteriores a 1936) solamente unos ocho mil, todo lo cual permite entender mejor la afirmación de Stanley Payne. El ex ministro José Luis de Arrese, por 1956, se ñalaba que el falangismo hasta esa fecha había tere do sólo 135 puestos máximos (ministros espe cialmente de los ministerios menores de Trabajo, Vivienda y Agricultura, subsecretarías, direcciones generales), 150 gobernadores civiles, alcaldes de ca pitales provinciales y presidentes de diputaciones, 151 consejeros nacionales de la Falange Española y de las JONS; 575 procuradores en Cortes; 738 diputados provinciales; 9.155 alcaldes y 55.960 concejales. Esto era un porcentaje pequeño, comparado con la participación en los altos cargos aludidos del Ejér cito, la Iglesia e incluso la burocracia tradicional. La estadística de Arrese —que no contabiliza ca tedráticos, académicos, embajadores, generales, obis pos, escritores, laureados, sabios oficiales, directores de industria del INI y ante todo mandos sindicales, mandos militares y policiales, etc.— le servía para sostener que no podía confundirse Falange con e* Movimiento, y que en definitiva les había correspon dido una parcela minúscula de poder. Más allá de los números, y de la relación de po der entre las diversas «familias» e instituciones, es innegable que en materia de poderes fácticos los de! falangismo fueron inmensos y casi incontrolados en tre 1936 y 1942. En segundo lugar que, a lo largo de todo el franquismo, coparticipó del poder estatal en una forma desmedida en relación con sus reales efectivos, y ante todo que tuvo áreas de poder pro pios (el campo, los sindicatos, la vivienda) en especial de cara a los vencidos, las clases populares, y los niveles sociales medios. A esta altura se debe observar que aunque el ejer cicio de funciones hace presumir el poder, e incluso lo pueden ejercer sobre los inferiores «gobernados», 92
•n v e r d a d la c a s i to ta lid a d d e lo s in te g r a n te s d e lo s C u erp o s c ita d o s (E jé r c ito , p o lic ía , c le ro . M o v im ie n to ) n m e n u d o s o n m e ro s in s tr u m e n to s d e l p o d e r, p o r lo m e n o s e n los n iv e le s in fe r io re s y s u b o rd in a d o s . « E je c u ta n ó rd e n e s » , « a p lic a n p la n e s» (q u e n o so n m iyos), h a c e n r e s p e t a r leyes q u e n o h a n p ro y e c ta d o — y q u e a m e n u d o n o c o m p a r te n — y e n d e fin itiv a a l se rv ic io d e lo s q u e e fe c tiv a m e n te m a n d a n . 0 » tán L os v e r d a d e r o s a m o s — q u e n o p a r tic ip a n n o r m a l m e n te d e la s ta r e a s d e s a g ra d a b le s d e la re p re s ió n , la a d m in is tra c ió n m e n o r, e in c lu s o re h u y e n la p o m p a del « p o d e r a p a re n te » — so n lo s in te g r a n te s d e la cla*c a lta , y a sea p o r su lu g a r en el p ro c e s o e c o n ó m ic o c o m o p r o p ie ta r io s d e lo s m e d io s d e p ro d u c c ió n , c o m o p o r su c a lid a d v ic a ria , r e p r e s e n ta tiv a d e lo s in te re s e s e c o n ó m ic o s e x tr a n je r o s . E s to n o o b s ta a q u e d u r a n te H fr a n q u is m o , a tr a v é s d el e je rc ic io d el p o d e r , ilim i ta d o y c o r r u p t o c o m o c o r re s p o n d e a u n a d ic ta d u r a , In g re se n e n la c la se a lta e c o n ó m ic a , u n n ú m e ro elevatio d e p le b e y o s a d ie s tr a d o s en la m ilic ia , el c le ro , la a d m in is tra c ió n , el M o v im ie n to , e tc . T r a tá n d o s e d e la E s p a ñ a d e e s to s a ñ o s el i n t e r v e n c io n is m o e s ta ta l e n la e c o n o m ía , y e n la m is m a v id a s o c ia l, es m u y re d u c id o . E l E s ta d o n o a s u m e u n p a p e l d e m e d ia d o r e n t r e la s c la se s so c ia le s, sin o «pie r e p r e s e n ta , y e n la f o r m a tr a d ic io n a l d e s p ó tic a , la d o m in a c ió n d ic ta to r ia l d e la o lig a rq u ía e c o n ó m ic a y d e lo s in te r e s e s e x tr a n je r o s . L a m a y o ría d e lo s te c n ó c r a ta s , c a r a c te r ís tic o s f u n c io n a rio s d e in te r e s e s a je n o s , r e p r e s e n ta n m á s q u e al E s ta d o o lo s in te r e s e s c o le c tiv o s c o m o e n o tr o s p a ís e s , a la c o r p o r a c ió n e c le s iá s tic a , o a la s m u lti n a c io n a le s fo r á n e a s . E n la p r á c tic a , p a r a to d o s e llo s, el E s ta d o es u n a s u e r te d e p e ld a ñ o q u e p e r m ite a lo s p le b e y o s q u e le s irv e n c o m o b u r ó c r a ta s , p o lític o s , m ilita r e s , e tc é te r a , a c e r c a r s e a lo s n iv e le s d e la c la se s u p e r io r e c o n ó m i ca, y el p o d e r p ú b lic o fa v o re c e y a u n e n r iq u e c im ie n to p e r s o n a l d e s u s g e s to re s , y a su in c o rp o r a c ió n a u n a n u e v a c la se a lta c o n s o lid a d a , a la q u e d o ta n d e re n o v a d a a g re s iv id a d . N i lo s « lac ay o s e je c u tiv o s» d e la s g ra n d e s fo r tu 93
ñas, ni los altos funcionarios estatales —incluso en el Estado de excepción— constituyen «un grupo, que impone sus propias decisiones bajo la forma de pro gramas de gran alcance y que extrapola la política pública en beneficio propio», en una palabra el poder en el sentido hobbesiano del térm ino (18). Quienes planifican la gran política en su beneficio utilizando como corresponde a grupos-instrumentes de poder, son los integrantes de la clase social en que culmina la estratificación social española de es tos años, así como los gestores de los intereses eco nómicos extranjeros radicados en el país. En prim er lugar los integrantes de la oligarquía económica que planearon, financiaron, alentaron, or ganizaron y adm inistraron el levantamiento m ilitar de julio de 1936. La guerra civil logró sus objetivos de poder y ri queza, consolidó sus privilegios, que incluso aumentó desmedidamente, y siguieron teniendo la capacidad tradicional de acción que poseían en la España «caci quil y oligárquica». Bajo el nom bre de: monárquicos, tradicionalistas, primorriveristas, y tam bién militares o técnicos, encontram os —incluso al nivel m inisterial— los representantes de las grandes fortunas, de los grupos económicos de presión y de las em presas financieras más im portantes españolas (19). Cuando se afirma que el franquismo implicó en la (18) Ferdinand Lundberg, Nelson y los otros Rockefeller, Bar celona, Grijalbo, 1977, págs. 53, 63, 70 y 341. Su tesis es opuesta a la sustentada para los mismos Estados Unidos por autores como Adolf Berle, Gardiner C. Means, James Burham, sobre el poder de los tecnócratas y los managers como una manifestación ineludible del nuevo Estado Industrial, o del Posindustrial, para decirlo si guiendo a Daniel Bell. Véase Krishan Kum.tr, Industrialismo y posindustrialismo: reflexiones sobre una falsa transición, págs. 87-124, “Revista de Trabajo”, Madrid, números 54-55, 1976. La situación se hace obviamente más clara cuando se plantea en un país periférico y de reciente industrialización y escasos antecedentes burgueses, como es España. (19) Hemos desarrollado más ampliamente el examen de la oligarquía tradicional española en el capítulo IV, de la Primera Parte, La clase alia franquista española, 1936-1975.
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hUtoria de E s p a ñ a la d ic ta d u ra de la g ra n burgue«ln, se h ace re fe re n c ia a u n a o lig a rq u ía social atrib liltu ia de p o d er, e n la cual se u n ifican sec to res p ro v en ien tes de d istin to s oríg en es sociales, q u e se co n so lid an y fu sio n an eficazm ente. H aciendo u n exam en de la com posición d e los el eclivos a trib u ta rio s d e p o d e r b eneficiarios d e la «llrludura, e n c o n tra m o s los sig u ien tes su b g ru p o s: a) Los ya citad o s F ran c isc o F ran c o y fam ilia, las «llns je ra rq u ía s ec lesiástica, m ilita r, fa la n g ista y Ircn o crática-fu n cio n aria l, q u e se a p o d e ra n del a p a ra lo del E sta d o en 1939, y que ex ito sam en te consiguen -~ p o r lo m en o s en los niveles su p e rio re s— p a s a r de In stru m en to s de p o d e r a a trib u ta rio s d e p o d er, q u e c o m p a rte n con los sec to res burgueses. b) Los h e re d e ro s de la o lig a rq u ía p re fra n q u is ta , Im d icio n alm en te e x p lo ta d o ra del p o d e r ta n to político com o eco n ó m ico (20). c) Los nuevos rico s del fran q u ism o , fav o recid o s cu su ascen so p o r las o p o rtu n id a d e s a b ie rta s p o r la in d ustrializació n , la u rb a n iz ac ió n , el c recim ien to del a p a ra to g u b ern ativ o , y e n tre los cuales volvem os a e n c o n tra r b u e n a p a r te de los ex fu n c io n a rio s su p e rio res del régim en. A) Los v icario s del p o d e r económ ico y p o lític o e x tra n je ro , y en esp ecial de las sociedades m u ltin a cionales de USA y E u ro p a occid en tal, q u e re c lu ta n b u en a p a r te de su p erso n a l e n tre la clase p o lítica, In teg ran tes de la a n tig u a o lig arq u ía tra d ic io n a l, o te c n ó c ra ta s de d istin to s niveles. E l p ap el del E sta d o com o c re a d o r de e sta n u ev a clase social su p e rio r es d estacad ísim o . E n p rim e r (20) A Joaquín Costa corresponde la denominación, en una titira que sigue siendo de obligada lectura, y de la que ahora dis ponemos en una edición completa: Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cam biarla, Madrid, Revista de Trabajo, 1975, 2 vols. Sobre la actual integración de la clase superior, véase la citada obra de Ramón Tamames. La oligarquía financiera en España, que irsume y actualiza una línea de trabajos que se remonta a 1960. Sería útil, manejando las nóminas de integrantes de la oligarquía, según Tamames, identificar a los distintos subgrupos de los atri buíanos del poder en España bajo el franquismo.
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lugar porque provee las condiciones objetivas que am paran sus privilegios, desarrollan sus nuevos negocios, y perm iten su capitalización y m aximación de lucro en condiciones óptim as. Pero adem ás por que es el E stado quien provee de nuevas familias, de auténticos «lobos» paretianos, de plebeyos agresivos, interesados en integrarse al sistem a, beneficiándose a niveles personales y fam iliares de las condiciones excepcionales del régim en dictatorial para convertir se en integrantes de la clase superior de la sociedad española. Tanto la tradicional oligarquía, como los nuevos intereses económicos extranjeros, y con más razón los nuevos ricos de origen especulativo de estos años, necesitan ten er de una m anera básica e im prescin dible la cooperación de los «que mandan» en el apa rato del Estado, y a cam bio de su apoyo, abren sus rangos al ingreso de arribistas. La corrupción no puede entonces ser un episodio aislado, sino que se constituye en sistem a general, v esto explica todavía m ás las razones por las cuales se m antienen celosam ente la censura, el control de noticias, el m onopolio inform ativo, durante cuarenta años. La tolerancia ante la corrupción, es asimismo un instrum ento de gobierno, que perm ite asegurar la adhesión de las m inorías sociales superiores, del mismo m odo que la coacción m antiene en su puesto a las clases populares. En ese sentido debiera estudiarse cómo el gobier no de M adrid perm ite «áreas de poder» económico a las burguesías periféricas p ara la explotación de sus provincias, a cambio de lo cual éstas desisten de participar en cualquier intento político indepen diente durante el franquism o. «Las sagradas familias catalanas», la alta burgue sía vasca, los monopolios canarios, participan enton ces del sistem a general, consolidan sus posiciones de clase y m ultiplican su ingreso y poder económico en la especulación territorial, la industria, las dis tintas form as monopólicas, la banca local, etc., utili zando todas las técnicas admisibles en el estado de excepción p ara los negocios privados. 96
E l sistem a entonces de los a trib u ta rio s de p o d er,
se in teg ra no so lam ente con los ap a ren te m e n te afec to s a las p ro clam ad as ideas del régim en, sino a si m ism o p o r to d os aquellos q u e se benefician del m ism o, lo u san en su beneficio, p a rtic ip a n de sus v en ta ja s. Al co n tra rio , insistim os, m uchos de los fie les servidores del sistem a, so lam en te lo hacen al nivel de m eros in stru m e n to s de p o d er, sin p a rtic ip a r en las decisiones del m ism o (21).
(21) El sistema de las relaciones entre el poder económico y político tiene asimismo su historia, que ha intentado, por ejemplo, Jorge M. Reverte, El régimen franquista: los límites de la autono mía estatal, págs. 23-26, “El viejo topo”, Barcelona, n.° 1, extra, 1978. Sobre sus relaciones con el poder mundial, el cap. VIII de nuestro libro La crisis española del siglo X X , ob. cit., págs. 361-369. De imprescindible lectura, Jesús Ynfante, Los negocios de Porcioles. Las sagradas familias de Barcelona, Toulouse, Monipodio, 1974.
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IV LA NUEVA CLASE SUPERIOR ESPAÑOLA (* ) Después de las eleciones parlam entarias españo las del 15 junio de 1977 parece el tiempo óptimo para estudiar la estructura y características de la clase superior durante el franquismo. A su m anera —y seguramente como resultado de una larga etapa de dominación— esta capa dirigente y explotadora superior, que España engendró entre los años 1936 y 1977, es un grupo original y digno de estudio. Bajo la dictadura, y aunque éste no es aparente m ente un tem a político, era imposible que los me dios de comunicación, o la investigación científica, abordaran el conocimiento de «las grandes familias», y si desde el exterior los exiliados republicanos no dejaban de hacer denuncias, éstas, por razones ob vias, no siempre tenían la precisión correspondiente. Ahora se une al aporte de los medios citados el mismo aparato fiscal, en la medida que el Ministerio de Hacienda propone desde 1977 un impuesto a las personas físicas sobre el volumen de su patrimonio. (*) Ponencia presentada en el Convegno Internazionale di Studi su i nuovi padroni, Venecia, marzo 1978. Está publicada en italiano, según traducción de Amedeo Bertoli y G. Biagnoni, I nuovi padroni. Atti del Convegno Internazionale di Studi su i nuovi padroni, Mi lano, Antiestato, 1978, pàgs. 404-441.
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F in alm en te, e n cu a n to avanza el d e sm o n taje del a p a ra to p o lítico del fran q u ism o , y a trav é s de los nu ev o s cu a d ro s de las C ortes, las a d m in istrac io n e s locales o regionales, van in g resan d o re p re se n ta n te s d e las ten d en cias an tid ic ta to ria le s, se v a conociendo m e jo r las relaciones del p o d e r con la riqueza, y lo q u e es m ás im p o rta n te el en tre laza m ie n to en los «nuevos p atro n o s» de je ra rc a s y ca p ita lista s, y de to d o s ellos con los re p re se n ta n te s del p o d e r econó m ico y p o lítico in tern acio n al. Al m ism o tiem p o — tam b ién d eb e d ecirse— se vie n e ac tu a n d o p a ra e lu d ir el m e jo r conocim iento del tem a. La d e stru c c ió n de los archivos de la D irección G en eral de S eg uridad del M inisterio del In te rio r (1977) o la h u id a m asiva de «capitales negros» hacia S uiza (desde fines d e 1975), son ejem p lo de episodios q u e d esd ib u jan los c o n to rn o s del p ro b lem a. Si a fines del año 1977 se avanzaba en la d em ocratización p o lítica, secto res in stitu cio n ales sobrevivían íntegros, ta l com o se h ab ía n co n stitu id o en los tiem pos del fran q u ism o . E s el caso del E jército , la Iglesia, la U n iversidad, la J u d ic a tu ra , y o tro s cu e rp o s m en o res y locales. L a o rig in alid ad del siste m a social q u e analizam os se re su m e en los p u n to s siguientes: l.° E l triu n fo m ilita r de 1939, después de u n a p ro lo n g ad a g u e rra civil, q u e e n b u en a m ed id a e ra u n a g u e rra de clases (B erneri), p e rm itió el irre s tric to apogeo en el p o d e r económ ico y p olítico de los sec to re s su p erio res trad ic io n a les de la clase alta. Si p o r u n a p a rte esos secto res h a b ía n organizado la co n sp iració n a n tirre p u b lic a n a y p roveído su s cu ad ro s d u ra n te la g u e rra civil, e ra explicable que organiza ra n la paz en su beneficio, re fo rz an d o su fu erza an te rio r, y realizan d o a fondo sus planes. Los m ás im p o rta n te s fu ero n : los la tifu n d ista s, a la rm ad o s p o r la R efo rm a A graria de la época re p u b lican a, la o lig arq u ía financiera, el alto clero y Ja n o b leza trad icio n al. 99
2. ° La g u erra h abía asociado con los vencedores, nuevos actores sociales, que fueron asim ism o decisi vos, com o es el caso de la oficialidad superior golpista y fuerzas represivas, los altos m andos del M ovim iento N acional (en que se asocian al fascista Falangism o an terior, la Acción Española, los tradicionalistas carlistas, agrarios, etc.) y los representan tes de los intereses económ icos extranjeros (alem a nes, italianos, pero tam bién norteam ericanos, com o p o r ejem plo las com pañías p etro leras texanas). 3. ° Vencida la República, practicada la represión, d esm ontada la legislación de 1931 a 1939, el nuevo régim en p ro cu ra reforzarse m ediante una política de «unidad nacional», u n a suerte de «santa alianza de ia burgesía», típica de u n E stado de excepción, asegu ra n d o a otros sectores de la antigua clase alta la explotación inm isericorde del proletariado, la im pu n id ad en el saqueo de los recursos nacionales, aun cuando sólo p artic ip a ran de la adm inistración al nivel local, o lateralm ente en la adm inistración cen tral. E s el caso de las burguesías vasca y catalana, pero asim ism o de o tras regiones, donde industriales, co m ercian tes y banqueros, en los hechos se favorecie ro n del franquism o. 4. ° Desde 1959 E spaña se integra definitivam ente —al acep tar el plan del Fondo M onetario In tern a cional— en el m undo capitalista de posguerra regido p o r los EE. UU., y p o r tanto, arraigan las em pre sas foráneas, p o r su orden, norteam ericanas, ale m anas, suizas y de otros países europeos. E stas encu entran consejeros, técnicos, aliados, asociados, en los tre s grupos anteriores, que se ponen a sus órdenes, en u n a típica colonización socio-económica. 5. ° E n la m edida en que E spaña vive desde aque lla fecha u n proceso de industrialización, que se acom paña con la inevitable transferencia de rurales a las ciudades —y dentro de ellas a las m etrópolis— así com o del crecim iento de los sectores secundario y terciario, en d etrim ento del sector socio-económico p rim ario , hay u n m arcado m ovim iento de ascenso 100
social, inusitado en E spaña (e incluso en Europa), pero relativam ente norm al en América de los siglos xxx y xx. A bundarán entonces las fam ilias de «nuevos ri cos», m uchos de ellos self-made-men: en principio grupos de especuladores enriquecidos con las nuevas oportunidades que da la explotación del suelo u rb a no, la nueva in d u stria y el acrecentam iento del co m ercio p o r la elevación del nivel de vida. 6.° La m ayor riqueza nacional, perm itió u n creci m iento rápido de la burocracia central, del ingreso de las instituciones estatales (Iglesia y Ejército, en p rim er térm ino), pero tam bién se vive el «boom» de las universidades, la in d u stria del ocio, la sanidad en general, etc., p ara poner algunos ejem plos, y todo ello favoreció la m ovilidad vertical ascendente, y eventualm ente el ingreso de nuevos apellidos en la capa superior. La actitu d del E stado fue organizar, a través de la d ictadura despótica de cuarenta años, las condi ciones siguientes: a) La suspensión de los derechos de las m asas populares expropiadas, incluso del nivel de ingreso norm al en los dem ás países europeos occidentales. b) La censura inform ativa tan to sobre las ideas, noticias o hechos del exterior, com o sobre la situa ción real del país. c) La unidad e interpenetración en tre los diversos sectores constitutivos de las élites superiores, fusio nando con los grupos sociales tradicionales, a los plebeyos ascendidos al poder y los «nuevos ricos», productos del ascenso social reciente. d) Poniendo el poder político al servicio de los intereses privados de la nueva clase alta consolidada, incluso a través de nuevos organism os económicos com o el In stitu to Nacional de Industria, el Banco de E spaña desde 1962, etcétera. e) Facilitando la penetración neo-colonialista n o r team ericana y europeo-occidental en el terreno econó mico, estratégico y cultural. 101
■f) La posibilidad de independencia, o la m era disidencia, el po d er político las evita en el seno de la clase alta, utilizando sistem áticam ente la co rrupción, que equivale al reverso de la coacción y del terro rism o estatal, en uso p a ra las clases populares y los enem igos políticos. La fuerza de la dictadura, p o r u n a p a rte deriva de su c a rá c te r de a rb itra d o ra e n tre los distintos sectores de los «nuevos patronos» y de su capacidad de a c tu a r com o «polea transm isora» (Poulantzas) vinculado el p o d er político con el económ ico, y el p o d er hegem ónico exterior con los recursos en capi ta l y m ano de o b ra del país. E n o tro plano controla y co ordina los poderes locales y regionales, lo m ism o que el p o d er cu ltu ral y los m edios de com unicación. Es típico que en este período no exista algo parecido a u n p o d er p a rtid ista político, o a u n poder sindical independiente. Se puede entonces afirm ar que si la d ictad u ra fue resu ltad o de la conspiración de la clase alta trad icio nal española, aliada a los intereses político-económ i cos del eje Berlín-Rom a, p o r el m ism o hecho de su larga actuación engendró u n a nueva clase alta su perior, m ás am plia que la precedente, m ás varia da en sus bases económ icas y sociales, m ejo r inte g rad a con los centros de decisión internacional ca p italista, p ero tam bién vitalizada p o r los nuevos «lo bos» p aretianos, venidos de la m ilicia, del p artido único, de los nuevos especuladores y de los seudointelectuales del régim en. La oligarquía de esta nueva clase alta, en diversas m edidas coparticipó del poder en tiem pos de la dic tad u ra . Así la m ism a fam ilia del titu la r de la dictadu ra , sus «cien m inistros», los altos cargos de las ins titu cio n es eclesiástica y m ilitar, etcétera. T am bién colectivam ente d isfru tó del p o d er en cu an to ejerció la dom inación y explotación del pueblo español, en la p ersona de sus obreros, cam pesinos, em pleados, profesionales, técnicos y dem ás asalaria dos, pequeños y m edianos explotantes de em presas, etcétera. 102
E l régim en les aseguró áreas de poder, es decir, sectores de la vida pública, en que salvo su com ún som etim iento a la autoridad central, podían ejercer su au to rid ad y p o r o tra p arte explotar en su beneficio las m asas y saq u ear los recursos naturales. Así las oligarquías u rb an as en las grandes ciudades, la oli garq u ía financiera con los recursos estatales, la Iglesia en la enseñanza, serían algunos de los casos. La falta de u n a fiscalidad estricta, la carencia de publicidad a todos los niveles, la atonía nacional, el derecho a tra n sfe rir librem ente su lucro, hace de Es p añ a «el paraíso de las m ultinacionales», u n a suerte de «santuario» o refugio, y a la vez una p lataform a p a ra la penetración en el M editerráneo, Am érica La tina, e incluso E u ro pa occidental. Finalm ente se debe d estacar que esa clase alta fran q u ista h a sobrevivido al régim en político fran q u ista, y sigue controlando España. Su solidez que da p ro b ad a p or su capacidad de m aniobra p ara adap ta rse a nuevas condiciones políticas, e incluso ser pro tag o n ista de las transform aciones superestructu rales recientes.
I E xam inem os cada uno de los seis grandes secto res de los nuevos p atrones españoles, pero sin olvi d a r su co nstante interdependencia m utua. El sector tradicional p o r excelencia en la antigua oligarquía p refran q uista, y factor político decisivo en el desencadenam iento de la guerra civil de 1936-39, es el constituido p o r los terraten ien tes latifundistas. S obre la base del C atastro Agrícola de 1929 se llega a la conclusión de que el uno p o r ciento de la población agraria (unos 50.000 individuos) e ra due ño del 50 % de las tie rra s (1). (1) Nos referimos a nuestro libro La crisis española del si glo XX, ob. cit., caps. I, III y V. La obra clásica sigue siendo la de Pascual Carrión, Los latifundios en España, con prólogo de Fer nando de los Ríos, Barcelona, Ariel, 1972, 2.* ed.
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E n provincias de m uy buenas tie rra s com o las de Sevilla (1.168 individuos totalizaban el 59% de la propiedad), en Cádiz (solam ente 655 latifundistas do m inaban el 68%), en las provincias de La M ancha y E x trem ad u ra las fincas m ayores de 250 hectáreas to talizaban 6.388.441 hectáreas en m anos de 7.266 p ro p ietario s. C onsiderando sólo a las antiguas fam ilias de la nobleza encontram os a los duques de Medinaceli, pro p ietario s de 79.146 hectáreas; duques de Peña ran d a, con 51.005 hectáreas; duques de V istaherm osa, con 47.203 hectáreas; duques de Alba, 34.455 hec táreas; duques del Infantado, 17.171 hectáreas; con des de R om anones, 15.171 hectáreas, etc. La R epública había expedido las leyes de expro piación de «los grandes de España» del 15 de se tiem b re de 1932, la ley de cultivos de C ataluña del 21 de febrero de 1934, etc., que afectan h asta julio de 1936 un total de 876.337 hectáreas expropiadas. Más p ro fu n d a es la expropiación b ajo form a de co lectividades producida en la retaguardia republica na, y en especial en Aragón, Levante y Andalucía. Aunque d u ran te los cuatro años de la R eform a Agraria republicana, ésta funcionó sin m ayor p ro fundidad, y afectó a pocos intereses, es explicable que los latifundistas se constituyeran en enem igos de la República, y en activos agentes de la subleva ción de julio de 1936. En buena parte, estos latifundistas eran «grandes de España», es decir, descendientes de la nobleza de sangre de la E dad Media, pero en general habían ad o p tad o el estilo de vida señorial, incluso siendo m uy recientes sus orígenes sociales de clase. Un cierto sector de la capa de terraten ien tes la tifu ndistas, grandes propietarios inm obiliarios, y h asta m iem bros de la oligarquía de banqueros —a que nos referirem os m ás adelante— rem ontan sus orígenes a las m edidas liberales de M endizábal, lla m adas de desam ortización. La ley, expedida en 1836, en uno de los escasos períodos liberales que cono ció E spaña en el siglo XIX, se llam aba exactam ente «ley de desam ortización general de los bienes de m a 104
nos m uertas» (sic). Por ella se pusieron en venta «todos los predios rústicos y urbanos» del Estado, los propios de los pueblos, la beneficencia, la ins trucción pública, el clero, las O rdenes M ilitares de Santiago, A lcántara, Calatrava, M ontesa y San Juan de Jerusalén, las cofradías, obras pías y santuarios, con la sola excepción de las salinas, m inas de Alma dén, las fincas y edificios dedicados al servicio p ú blico y otros casos sim ilares (2). Segura afirm a que «Si en un m apa de la Penínsu la señalam os las veinticinco provincias en que el im p o rte de las ventas producto de la desam ortización de 1836 a 1895 alcanzaron un volum en que re p re sen ta el 85% del total, el perfil de la p arte de la E sp añ a afectada, guarda bastan te correspondencia con la estru c tu ra latifundista del campo» (ob. cit., pág. 282). En verdad de lo que se tra ta es que ya an tes —es decir, en beneficio de la Iglesia— había u n latifundism o agrario y u n m onopolio inm obiliario urbano, en v. g. las provincias de M adrid, Barcelo na, Zaragoza, León, Burgos, Salam anca, Ciudad Real, Sevilla, G ranada, Valencia (para citar sólo los casos m ás extrem os), y ahora la propiedad inm obiliaria pasa m ayoritariam ente a pertenecer a una nueva clase burguesa p o r sus orígenes, pero que adopta el m odo de vida señorial o nobiliario. La desam ortiza ción no h ab ría afianzado en E spaña «el régim en re presentativo», com o buscaban ios redactores de la iey, sino que en las provincias rurales creó nuevas fam ilias terraten ientes, que se unieron en los hechos a los antiguos latifundistas nobiliarios. D istinto fue el caso de las grandes ciudades, don de allí sí fortaleció este sector el ala liberal de la burguesía, y en alguna m edida estim uló a las clases m edias. (2) Su texto íntegro, en págs. 301-328 de! volumen de Simón Segura La desamortización española del siglo XIX, Madrid, Ministe rio de Hacienda, 1973. Véase también Francisco Tomás y Valiente, El marco político de la desamortización en España, Barcelona, Ariel, 1977, 3.* ed., y Josep Fontana, Cambio económico y actitudes po líticas en la España del siglo X IX , Barcelona, Ariel, 1975, 2.“ ed.
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La M onarquía, y en especial la d ictadura de Mi guel Prim o de Rivera, consolida la adscripción de los nuevos latifundistas a la casta señorial, p o r el ennoblecim iento de las nuevas familias, y es muy característico que la dictadura de 1936 a 1976 restau ró la concesión de títulos, y los confirió en abun dancia, ya sea creándolos especialm ente o recono ciendo pretendidos derechos a blasones nobiliarios del pasado. Asimismo, el decreto del 4 de junio de 1948 faculta al Jefe del Estado p ara «suspender o p riv ar del título nobiliario a quienes p o r su conduc ta pública o privada no m erezcan ostentarlo», cuya significación política es obvia. Los Reyes de la R estauración (1875-1931) conce dieron un total de 439 títulos de nobleza, y a ella se deben agregar los cincuenta «títulos pontificios», concedidos p o r el Papa, pero acreditados en España. En el período franquista se concedieron por la citada ley de 1948, utilizando los preceptos de la an te rio r de 1931, un total de otros 39 títulos nobilia rios, de los cuales 18 entre los años 1948 y 1962 (3). E n sum a, a finales del franquism o, poco menos de dos m il fam ilias detentaban en E spaña títulos (3) Véase Nobles de papel, “Cambio 16”, Madrid, n.° 306, 23 de octubre de 1977, págs. 38-41, y La nobleza al desnudo, “Cuadernos para el Diálogo”, Madrid, n." 226, 27 de agosto de 1977, págs. 30-34. El desglose de esos treinta y nueve títulos es como sigue: 1) die cisiete para altos mandos del ejército de la guerra civil; 2) media docena para conocidos falangistas; 3) también otros tantos al sector industrial y financiero; 4) a título póstumo once personas, entre las que se incluye al único intelectual, el biólogo Ramón y Cajal. En verdad, sobre un total de 31 países europeos, es España don de coincide un número más elevado de familias nobles. Según la estimación de origen francés que seguimos, habrían recensadas 4.500 familias (solamente de nobleza titrée). La singularidad de España se acrecienta si tenemos en cuenta que, entre los citados 31 países, ha sido abolida por lo menos en 13 países, subsistiendo en principio donde existe la realeza. Las estimaciones españolas —que seguimos— son, sin embargo, más prudentes que las de la obra Recensement européen des familles nobles, París, Bonnot, 1979, pero aun así, las 2.200 familias nobles españolas son el núcleo más importante entre todos los países europeos donde subsiste oficialmente (17 Estados).
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de nobleza, ya sean antiguos, provenientes de la Res tauració n o de la reciente dictadura. La im portancia social de la nobleza, ap arte de ser un aspecto anacrónico de la estratificación social española, tiene significaciones políticas y trasciende al cam po de los m itos sociales. E l «estilo nobiliario» im pregna las aspiraciones de la clase alta española, e incluso de ciertos secto res m edios y regionales. Así, Gerald B renan, y recien tem ente Amando de Miguel, hablan de la «España se ñorial» p o r la región andaluza-extrem eña. Asimismo, corresponde h ab lar de u n «estilo señorial» o aristo crático, adoptado no solam ente p o r los latifundis tas agrarios, sino asim ism o por la oligarquía finan ciera, pero que trasciende como ideal de vida a es trato s inferiores (4). El franquism o en cuanto sistem a político no sólo h a restau rad o la nobleza, sino que la ha favorecido con diversas m edidas prácticas. Se ha dem olido la legislación ag rarista de la época republicana y alen tado una su erte de contrarreform a en el cam po, fa vorable a los intereses de la oligarquía —nobiliaria y no nobiliaria— prom oviendo una m ayor concen tración latifundista. Se ha prom ovido la desaparición de m edianos y pequeños propietarios rurales (polí tica de precios, m edidas aduaneras, estím ulos a la producción, concentración de m inifundios, etc.), lo que, unido al conocido fenómeno de la urbanización y em igración de rurales a las grandes ciudades y al resto de E uropa h a auspiciado, especialm ente en el (4) En la prensa española de 1977 se pueden leer textos como la circular de la llamada Asociación de Hidalgos a fuero de España, donde dice: “La nobleza en sí, en su esencia, como patrimonio del alma, no fue nunca suprimida; es más, no podrá jamás ser ahogada... porque siempre habrá unos hombres que destaquen más que otros en todos y cada uno de los órdenes de la vida”, etc. “Cambio 16”, Madrid, n.° 314, 18 de diciembre de 1977, p. 108. No hemos encontrado muchos textos en las revistas de los años 1977-1979 sobre el tema, pero cabe destacar, de Eduardo Castro y José Aguilar, Viaje al latifundio andaluz, “Cuadernos para el Diá logo”, Madrid, n.° 233, 15 de octubre de 1977, y en “Reporter”, Barcelona, n.° 17, 13 de setiembre de 1977, Los dueños de Albacete.
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C entro, E x tre m a d u ra y A ndalucía, la gran propie dad (5). Los terraten ien te s ru rales, asim ism o, h an conse guido exceptuarse del a p o rte fiscal. La C ontribución T errito rial R ústica y Pecuaria, base de la recauda ción, p o r 1940 im p o rtab a 2.330 m illones, pero en 1963 no alcanzaba los 1.379 m illones de pesetas, y en 1968 descendía todavía a 927 m illones, lo que im p o rta —si se to m an pesetas constantes— algo así com o la déci m a p a rte de lo recaudado en la p rim era fecha. Es pecíficam ente h a fracasado la ley de R eform a T ribu ta ria de 1964, que p reten d ía establecer u n a «cuota proporcional» p a ra los superlatifundistas, que eran p o r entonces sólo unas 29.041 personas, es decir, casi la m itad de las existentes en la m ism a categoría en el c a ta stro de 1926.
II D entro de los sectores integrantes de la clase alta recto ra, que h ered a el franquism o de la antigua sociedad, y estrech am en te un id a a los latifundistas, está la llam ada en E spaña «aristocracia financiera». El p o d er socio-económico de la b an ca en la socie dad y en el m undo político está vinculado a la in versión del excedente de la clase latifu n d ista, a las em p resas coloniales, a la adm inistración de los bie nes eclesiásticos y reales, grupos todos en cie rta m e dida aristo cráticos. Da u n a idea de su peso en el franquism o el hecho de que p o r 1968, «M ientras en E spaña aparecen siete b ancos e n tre las veinte p rim eras em presas p o r la cu an tía de sus beneficios (por su orden, B anesto, His panoam ericano, C entral, Bilbao, Vizcaya, S an tan d er y U rquijo), en E stados Unidos no aparece ninguno, (5) De las escasas obras originales sobre este período del latifundismo, se destacan Alfonso Carlos Comin, España del sur, Ma drid, Tecnos, 1965, y Juan Martínez Alier, La estabilidad del latifun dio, París, Ruedo Ibérico, 1968.
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ya que el prim ero (Bank of America), ocupa el lu gar 31» (6). La concentración bancaria, que pone en m anos de los «cinco grandes» bancos n ad a m enos que el 60% de los recursos ajenos, hace que sobre un total de 113 bancos, setenta y tres estén controlados p o r 17 grupos bancarios. Esos bancos, a su vez, con tro lan sociedades m obiliarias, de inversión, de segu ros, financieras, fiduciarias, inm obiliarias, de u rb a nización, reaseguros, etc., etc., y todo ese com plejo financiero, como es de práctica, a las em presas co m erciales e industriales. Una singularidad del siste m a español es que no perm ite h asta 1979 la actua ción de la banca extranjera, aunque es notorio que varios de los bancos llam ados españoles son propie d ad de consorcios o conocidas bancas internaciona les. Por la ley de O rdenación B ancaria de 1946 se creó el Consejo S uperior B ancario como «organism o con sultivo del M inisterio de H acienda en m ateria de banca» com puesto p o r un total de veintiséis m iem bros, de los cuales corresponden a la banca privada n ada m enos que veintidós. Sus funciones no son consultivas como en otros países, sino decisorias, al punto que puede expedirse en todo lo que com pete al sistem a bancario sin ne cesidad que lo solicite el M inisterio de Hacienda. En u n a palabra, es u n a suerte de grupo de presión ins titucionalizado (7). Ram ón Tam am es, p a ra el año 1975, cita entre las trescien tas personas «más destacadas p o r su activi(6) “Arturo López Muñoz”, Capitalismo español: una etapa de cisiva, Madrid, Zero, 1971, 2.* ed., p. 68. En la misma obra, p. 226, se da la nómina de 18 empresas cuyos valores cotizables en Bolsa tuvieron, en 1968, una rentabilidad superior al 50 % y de ellos un total de 9 bancos. Allí encontramos, junto a los ya citados: Central, Hispano Americano, y Santander, al Exterior de España, López Quesada, Mercantil e Industrial, Popular Español, Continental y Va lencia. Este último integra el Banco Central. En cuanto al Continen tal, en 1970 es absorbido por el Santander. (7) Págs. 179-183 de La oligarquía financiera en España, de Ramón Tamames, ob. cit., que seguimos en los párrafos siguientes.
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dad económ ica y financiera» en E spaña a setenta y tre s b an queros, que norm alm ente ocupan, asim ism o, puesto s en la dirección y asesoram iento de o tras com pañías financieras, com erciales e industriales. La vinculación con la aristocracia tam bién resul ta de la m encionada encuesta, pues en esos m ism os trescientos nom bres, se cuentan un to tal de 68 títu los nobiliarios. Los bancos con directivos de la no bleza eran : López Quesada, Financiera Industrial, O ccidental, Toledo, Garriga-Nogués, M adrid y Guipuzcoano, ap a rte de los cinco grandes ya citados. T am bién encontram os nobles al frente de financiecieras, seguros, inm obiliarias, inversiones, etcétera. P o r 1944 el llam ado Anuario del Gran M undo (M adrid) d aba las fotografías de 38 prohom bres del m undo financiero y de ellos dieciséis eran nobles, y o tro s seis estaban relacionados con tales fam i lias (8). E n E spaña, en estos años no existe p a ra las m a sas com o en o tro s países u n a alternativa financiera a los bancos, p o r ejem plo, cajas populares, servicio postal, etc. Al contrario, el E stado facilita la capitali zación de las em presas m onopólicas privadas —e in cluso de algunas m ultinacionales— con las cajas de ahorro. E stas, a finales de la d ictadura, contaban con depósitos p o r valor de casi dos billones de pe setas en 30 m illones de cartillas de ahorros, por lo que m onopolizaban prácticam ente el num erario ex cedente de las cajas populares, incluyendo al im por tan te grupo de los em igrados. E l E stado im pone a los consejos adm inistrativos (8) Destaquemos por ejemplo la familia Ybarra, ennoblecida des de 1877 (y en la misma los títulos de barón de Güell y marqués de Ariluce de Ybarra). Emparentados con los Oriol, nobles desde 1870, y entre todos propietarios de los bancos Español de Crédito, Vizcaya, Central, y con intereses en el Bilbao. Véase “Interviú”, Barcelona, n.° 59, 30 de junio de 1977. La familia Urquijo, ennoblecida en 1859 y 1913, propietaria del banco del mismo nombre; la familia Arias del Banco Pastor, condes de Fenosa en 1955; Basabe y Mauro, nobles desde 1653 y dirigentes del Banco de Vizcaya, lo mismo que los Careaga, ennoblecidos en 1910, etc.
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el destino del setenta por ciento de las colocaciones, y así resu lta «que u n 40% —dice un grupo de inves tigadores— se utilicen p ara subvencionar, con dine ro barato, a las autopistas, a las com pañías eléctri cas, a los inm obiliarios, a los m etalúrgicos, a los banqueros e industriales» (9). En la práctica, esa transferencia se consigue po niendo al frente de la gestión de las cajas, a los m ism os ejecutivos de em presas privadas, favorecidos con sus préstam os... Exam inando los casos de las 15 grandes em presas españolas, que en los años 1975 y 1976 reciben en préstam os entre 14.175 y 19.960 m illones de pesetas, respectivam ente, se pue de advertir un to tal de 19 consejeros com unes en tre los directorios de esas em presas y los consejos de las cajas de ahorro. Sim bólico es el hecho de que el presidente de la CECA (Confederación Económ ica de Cajas de Aho rro) de 1975-1977, Luis Coronel de Palma, fuera al tiem po presidente de Eléctricas Reunidas de Zarago za y de la E ditorial Católica, propiedad de la Igle sia, y m ás tard e em bajador de España en México. E n verdad, esas 19 personas ocupaban nada me nos que cuarenta y dos cargos de consejeros, si sum am os las 15 grandes em presas privadas con los consejos de las cajas de ahorro. Detalle interesante, tam bién en este período reci bieron cuantiosos préstam os a largo plazo y corto interés, la Ford M otors Co., la ITT y Explosivos Río Tinto. Los aproxim adam ente 200 dirigentes máximos de las cajas, ap arte del citado núcleo de capitalistas privados, en u n núcleo cooptado, y h asta parcialm en te hereditario, sin perjuicio de la intervención ecle siástica, jerarq u ías políticas, burguesías locales y re(9) Págs. 32-36, Cajas de Ahorro. El interés más interesado, “In terviú”, Barcelona, n.° 59, 30 de junio de 1977, que periodísticamente dice: “Las cajas recogen el dinero de los pobres y subvencionan con él a los ricos a un interés muy inferior al del mercado bancario”.
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cién será afectado p o r reform as m uy m oderadas en 1977. E ste cuadro, en m enor escala, se rep ite con las cajas de corporaciones colegiadas privilegiadas. Así se h a denunciado, p o r ejem plo, el caso del M ontepío de Funcionarios del M inisterio de Asuntos Exterio res (10). M erecería tra ta rse separadam ente el m ercado de valores, organizado en las bolsas de M adrid, B arce lona y Bilbao, y sus relaciones con el poder político y económ ico de la oligarquía financiera.
III La Iglesia católica —pieza central del m ovim ien to nacionalista desde el 18 de julio de 1936— se talló u n á rea de p o d er considerable en el nuevo régim en q ue el C oncordato firm ado en 1953 institucionali za (11). E conóm icam ente, el entonces p rim e r m inistro Ca rre ro Blanco, en diciem bre de 1971 en las Cortes, estim aba en 300.000 m illones de pesetas «lo que la Iglesia nos h a costado desde el final de la guerra». E sto dim anaba de la aplicación de los artículos 19 y siguientes del Concordato, p o r los cuales el E sta do se com prom ete a proporcionar a la Iglesia una adecuada dotación económ ica y a subvencionar sus tem plos y su enseñanza. P or 1977 h abía 35.000 «piezas eclesiásticas», inclu yendo 81 obispos, en 64 diócesis, que recibían del Es tad o —ah ora en form a global— el 85% del presu pu esto de la Dirección G eneral de A suntos Eclesiás(10) Escándalo en el Ministerio de Asuntos Exteriores, “Repór ter”, Barcelona, n.° 6, 28 de junio de 1977, págs. 55-61, por Julio Vallés, ampliamente documentado. (11) Nos remitimos a nuestro libro La crisis española del si glo X X, ob. cit., cap. VIII, págs. 369-380, y la bibliografía sobre el nacional-catolicismo. Por ejemplo, Santiago Petschen, La Iglesia en la España de Franco, Madrid, Sedmay, 1977; los textos de E. Miret Magdalena en la revista “Triunfo”, etc.
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ticos q ue ascendían a 5.125 m illones d e pesetas an u a les, p ero ese im p o rte co n stitu ía u n a p a rte de las subvenciones estatales, p o r cuanto, asim ism o, c o n tri b u ían m inisterios com o los de Vivienda, Defensa, E ducación, etc. Así, p a ra 1970 p o r 802 m illones de p esetas oficiales el m onto to ta l e sta ta l afectado a la Iglesia e ra de 2.500 m illones y en 1971 el E stado d ab a a la Iglesia seis m il m illones de pesetas, de los cuales sólo 2.000 p o r m edio del M inisterio entonces de Ju stic ia y C ulto (12). Según ciertas fuentes, la Iglesia estaría, sin em barg o , en condiciones de a te n d e r a sus necesidades, m ed ian te sus propios ingresos, en u n m onto que se v aría en co n sid erar e n tre el 60 y el 75% del to tal req u erid o , p ro d u c to del fru to de su s bienes, ayuda de la feligresía, aranceles eclesiásticos, etc. E l especialista R oque Pozo en su o b ra La Iglesia y su econom ía, destaca que la Iglesia posee en Es p añ a im p o rtan tes bienes inm uebles, a p a rte de em p re sas económ icas de diverso tipo. C orresponde se ñ a la r la E d ito rial Católica, con seiscientos diarios, rev istas, hojas, boletines, etc., y cadenas de radio. Se conocen m al la im portancia, cu a n tía y h asta individualización de todo ese patrim onio, y el m is m o E piscopado h a ordenado en 1977 recensarlo, p a ra ad m in istra rlo co n ju n tam en te y su strae rlo a las dió cesis, p arro q u ias, órdenes, etcétera. Las n u m ero sas propiedades de la diócesis de Lé rid a llevaron a la denuncia de «latifundism o eclesiás tico», p o r p a rte de su m ism o clero, en la década de los años sesenta. De la diócesis de San S ebastián, el citad o Pozo señ ala en form a p o rm enorizada sus in versiones en acciones, títulos, bonos, etc. P or esos bie nes, la Iglesia no paga im puestos, pues el artícu lo 20 del C oncordato de 1953 le exceptúa a texto expreso. E se p atrim o n io no fue afectado ni dism inuido d u ra n te el fran q uism o, dado el volum en de subven(12) Lo que nos cuesta la Iglesia, “Cambio 16”, Madrid, n.° 301, 18 de setiembre de 1977, y Los millones de la Iglesia, por So! Gallego-Díaz, Enrique Bustamante y Joaquin Estefanía, “Cuadernos para el Diálogo”, Madrid, n.° 241, 10 de diciembre de 1977.
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ciones que la Iglesia recibió del E stado, pero ase guró todavía m ejo r su autonom ía, así com o el vir tu al m onopolio de la enseñanza p a ra las clases al ta y m edias. E n este terreno de la enseñanza, el franquism o com enzó suprim iendo el control de exám enes a car go de los establecim ientos públicos p a ra los alum nos de la enseñanza privada, y el m onopolio de diplo m as y títulos de los entes estatales, desandando lo que se cum plía en tiem pos de la M onarquía an te rio r a 1931. E n segundo lugar, suprim iendo asim ism o el co n tro l de docencia, p o r el que todos los docentes debían se r form ados en los centros oficiales de pe dagogía o de nivel universitario, com o h abía im pues to la Segunda República. La enseñanza privada, totalm ente autónom a y des vinculada orgánicam ente del E stado, es, sin em bar go, financiada p o r el erario público. P ara 1976 se d estinaban en la Ley de P resupuesto del E stado la sum a de 23.840 m illones de pesetas, com o subven ciones a la enseñanza privada (13). La relación en tre puestos de centros estatales, cen tro s de la Iglesia y alum nos en otros centros p ri vados es m uy interesante. P ara la provincia de B arcelona, la m ás poblada del país, co n tra 193.527 alum nos en 1974 de centros estatales, existen en centros de la Iglesia u n total de 193.346 puestos, y en esa provincia no hay univer sidades eclesiásticas. E n todo el país, p a ra la enseñanza general básica (EGB), los centros oficiales tienen 2.933.282 alum nos c o n tra 1.024.893 de la Iglesia y 502.626 los dem ás cen tro s privados (14). E stas cifras, sin em bargo, m u estran ya u n a situa ción declinante, pues en 1955 sólo u n a q u in ta p arte de los estu d ian tes de bachillerato cu rsab an en Es p añ a en in stitu to s oficiales. (13) Iglesia-Estado. Los obispos tienen miedo, “Cambio 16”, Madrid, n.° 314, 18 de diciembre de 1977. (14) Datos y cifras de la enseñanza en España, 1974, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia.
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E l m ercado económ ico que da en E spaña la ense ñ anza priv ad a es inm enso p o r cuanto los centros co rresp o n d ien tes requieren a las fam ilias que utilizan sus servicios prestaciones equivalentes o superiores al m o n to de las subvenciones estatales, ap a rte que con tro la n la in d u stria editorial y el com ercio de libros y ú tiles de textos. E n to tal es u n m ercado del orden, ap ro xim adam ente, de unos cien m il m illones de pese tas anuales, lo que, p o r m uchas razones, es ex trao r dinario. E l aspecto económ ico es solam ente uno de los que se deben co n sid erar en este asunto. A finales de 1977, discutiendo este problem a se decía con fun dadas razones: «Lo que la Iglesia parece e sta r defen diendo no es el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, teniendo en cuenta la "m a y oría sociológica” de católicos, sino el control de la educación en los cen tro sociológicam ente decisivos», lo que vale tan to com o el m ayor p o d er ideológicocu ltu ra l en E spaña (15). Como cen tro autónom o de poder, la Iglesia, a p a r te de la enseñanza, controla la cen su ra y los m edios de com unicación, especialm ente con an te rio rid ad a 1955. E n m ayor escala que el E jército, la Iglesia com o consecuencia de la g u erra civil, se institucionaliza y p ro c u ra llegar a una su erte de Estado-Iglesia, p ar ticipando o controlando los M inisterios de Relacio nes E xteriores, Ju stic ia y Culto y Educación. C opartícipe del p o d er estatal, y dueña de sus de cisiones p o r su m ayor independencia funcional, tie ne en el m undo entero, y en especial d en tro de los países católicos, u n a situación privilegiada. Aliándo se con la oligarquía financiera y las m ultinacionales ex tra n jera s, a través de organizaciones nuevas com o el O pus Dei, p artic ip a adem ás del p o d er económ ico. E n 1947 e sta en tid ad es reconocida p o r el Pontifi(15) P. 24, El pluralismo ideológico es inadmisible, por M. Vigil, “Cuadernos para el Diálogo”, Madrid, n.° 241, 10 de diciembre de 1977.
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cado com o In s titu to S ecular de D erecho Pontificio, y se extiende desde E sp añ a hacia o tro s países. E sta en tid ad en señ a a u n a nueva generación de «gerentes» de em p resas, no p a ra a te n d er sus p ropios estableci m ientos, sino p a ra po n erse al servicio com o «managers» o «ejecutivos» de las em p resas m ultinaciona les, y a n te todo del com plejo financiero-industrialco m ercial «de la llam ad a S an ta Mafia» (16), La trad ic ió n em p re sista del alto clero católico esp añ o l es conocida, y h a sido estu d iad a p a ra la Re p ú b lica d e los años tre in ta p o r A ntonio R am os Oüveira, que destacó el peso social de la Iglesia en el ca p italism o financiero-eclesiástico (Banco U rquijo, Ban co C entral, B anco C ontinental, etcétera). La p resen cia del O pus Dei en los tiem pos del fran q u ism o am p lía y m oderniza aq u ella p resencia, a trav és de en tid ades nuevas y p u jan tes. El g rupo fi n an c iero del O pus Dei está constituido p o r el B anco P o p u la r E spañol (sexto grupo b an cario español con ocho bancos), B anco A tlántico (cinco bancos que in teg ra n el noveno grupo bancario), RUMAS A (décim o g ru p o b an cario con 15 bancos afiliados), que unidos fo rm a n el consorcio b an c ario m ás gran d e del país. A trav és de esos colosos b an cario s se co n tro lan em p re sas in d u striales, de inversiones, del sec to r de co m unicación, de inform ación, holdings diversos, financiad o ras de cen tro s de enseñanza, investigación cien tífica, au to p istas, inm obiliarias, agencias d e noticias, (16) Sobre este tema es invalorable la obra de Jesús Ynfante, ha prodigiosa aventura del Opus Dei. Génesis y desarrollo de la Santa Mafia, París. Ruedo Ibérico, 1970, que en pág. 215 y siguien tes trata de la clase dominante española y del fascismo español: la ideología clerical-autoritaria. En un anexo da la nómina de Socios militantes y simpatizantes del O. D. Relacionamos esa nómina (in vestigada en 1968) con la nómina cit. de R. Tamames, de lo que resulta que un total de cuarenta y nueve personas pertenecen al Opus Dei (como militantes o simpatizantes), sobre el total de 300 nombres de la lista de “personas más destacadas por su actividad económica y financiera”. Aun siendo elevado ese porcentaje, en los hechos debe ser mayor, por cuanto habría que tener en cuenta a los familiares cercanos de los “numerarios” (y “supernumerarios”), y examinar las nóminas de consejeros de los bancos y otras empresas importantes del O. D.
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universidades, etc., que se desbordan de España y p en etran en H ispanoam érica y en diversos países eu ropeos, ap arte de Estados Unidos. E n 1969, los grupos de origen falangista en el gobierno fran q uista denunciaron el llam ado «escán dalo MATESA», m alversación de fondos p or valor de diez mil m illones de pesetas y de responsabilidad de integrantes del Opus Dei. E ste hecho, sin em bar go, no excluyó la participación de sus m iem bros en el gobierno sino que, bajo la presidencia del alm i ran te C arrero Blanco, los tecnócratas —como se acos tu m b ra llam arles en E spaña en estos años— pa san a controlar enteram ente, h asta 1973, inclusive, el ap arato estatal español (17).
IV Las nuevas fuerzas sociales, provenientes de las capas m edias de funcionarios, oficiales, m iem bros de la Falange y otros grupos políticos de ultraderecha, fueron decisivos com o instrum entos de poder al ser vicio de los grandes intereses de la oligarquía finan ciera, la nobleza tradicional y la Iglesia en el episo dio de la guerra civil de 1936. Es explicable que p articip aran asim ism o del saqueo del presupuesto y tuvieran un efectivo poder fáctico en la posguerra. Como es característico en los regím enes fascistas son plebeyos que, en razón de sus im portantes ser vicios, se hacen un lugar utilizando el m onopolio del (17) Hay cierta literatura sociológica que intenta identificar a los tecnócratas del INI y del Opus Dei con los managers de otros países, al estilo de las obras de Bruno Rizzi, Milovan Djilas, John Kennet Galbraith, Adolf Berle, James Burnham. Así, por ejemplo, Carlos Moya, Burocracia y sociedad industrial, Madrid, Edicusa, 1972, y Las élites económicas y el desarrollo español, t. I de La Esp ña de los años 70, ob. cit., p. 167. Debe consultarse, sobre los aspectos teóricos, y ante todo com parativos con otros países, el volumen / nuovi padroni, Milano, Antiestato, 1978, que corresponde a las actas del Coloquio Internacio nal de estudio sobre los nuevos patrones, 25-27 de marzo de 1978 (Venezia).
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m anejo del ap arato estatal y la política española, y p ro cu ran —en diversa escala— incorporarse a la an ti gua clase alta, o fundirse con ella, a través de lazos m atrim oniales, alianzas políticas, negocios com unes, siem pre con la m entalidad de «arribistas» propia de su origen social. P ara llegar a esos objetivos, fue necesario —y en form a no m uy distinta a la operada en Italia y Alemania b ajo el fascismo—- desem barazarse de los sectores pequeño-burgueses engañados por la dem a gogia an ticap italista (affaire Hedilla, exclusión del carlism o, etc.). Si consideram os las «familias políticas del régi men» —en la term inología de Amando de Miguel—, encontram os a los m ilitares, tradicionalistas (carlis tas), falangistas y técnicos, naturalm ente a nivel gu bernativo superior, y com o integrantes en calidad de m in istro s de los consejos de gobierno del franquis mo. El E jército m ilitariza la Falange, y en algún senti do la anula, pero no por ello se puede afirm ar, como algunos autores, que el franquism o sea estrictam en te u n régim en castrense. El contingente de m ilitares profesionales en activo (nos referim os a los altos m andos) se restringe, y adem ás incluye u n núm ero elevado de «alféreces provisionales», es decir, volun tario s p o r razones políticas durante la guerra civil. Siguen, sí, siendo una suerte de «casta», p o r cuanto tienen una pronunciada endogam ia y los aspirantes se reclutan en tre fam iliares de antiguos oficiales. Su participación efectiva en la clase alta se cum ple —com o es norm al— solam ente al nivel de los al tos m andos. En p rim er lugar de los provenientes de la guerra civil, pero m ás tarde a través del In sti tu to Nacional de In d u stria (INI). E sta corporación pública, fundada en 1942, a im i tación de las entidades autárquicas ítalo-fascistas, se convierte en el décimo grupo em presarial de Euro pa, pues em plea al 5% de la población activa espa ñola, y rep resenta un 3,5% del PNB y u n 10% del PIB. E sto se explica p o r cuanto controla el 65% de la refinación de petróleo, el 15% de la producción de 118
electricidad, el 60% del acero, el 57% del alum inio, el 50% de la hulla y el 95% de la construcción naval, ap arte de servicios como el tran sp o rte aéreo y m a rítim o, etc. Le corresponde la exportación del 16% del volumen total nacional, o el 23% si se incluyen los servicios ju n to a los productos industriales. Analizando el Anuario Financiero y de Sociedades Anónim as de España 1976-1977, la revista m adrileña «Cambio 16», todavía a finales dé 1977, establecía u n a nóm ina de 35 personas que «han pertenecido al ap a rato político del antiguo régimen», es decir, po líticos o ex políticos franquistas que integran si m ultáneam ente con el sta ff jerárquico del IN I los directorios y consejos de las em presas privadas. No se tra ta de técnicos, o profesionales exclusivam ente estatales. La nóm ina se integra en am plia m edida con representantes de intereses privados, o son una expresión de la oligarquía política (18). El IN I respalda con la fuerza de un poderoso holding los intereses del patronato privado (nacional y extranjero) y, a su vez, por su interm edio, gentes del alto personal político o técnico, adquieren situa ciones sociales elitarias, y eventualm ente se insertan en la clase alta tradicional em presarial, o m ás fre cuentem ente en la nueva clase de m anagers y eje cutivos. Se ha destacado la im portancia del grupo de al tos oficiales del ejército en la gestión del IN I a tra vés de em presas industríales, vinculadas o no a los estricto s asuntos m ilitares, prim ero como represen tan tes del Estado, pero seguidam ente com o «hom b res de paja» de intereses privados, m anagers o eje cutivos al servicio de los m ismos. La gestión global del IN I, asim ism o, es elocuen te. Sus em presas fijan precios políticos a sus pro pios productos y servicios. Así, la HUNOSA, cons(18) Del texto y nómina de “Cambio 16”, n.° 311, del 27 de noviembre de 1977, págs. 52-53, resultan más abundantes elementos de juicio. Recuérdese que es una etapa sin control legislativo ni pu blicidad libre, por lo que las colusiones entre intereses privados y fondos públicos son mayores.
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titu id a en 1967, a la que las C ortes en 1977 le conceden u n a subvención extrao rd in aria de 4.295 m i llones de pesetas, asunto que el diputado socialista E n riq u e B arón resum ía «como uno de los procesos de socialización de pérdidas m ás significativos del país». La em presa en cuestión vende hulla coquizable a precios inferiores en u n 40 a 50% del m ercado exterior, y la m itad de su producción la consum en em p resas siderúrgicas, centrales térm icas y las in d u stria s del cem ento. E n u n a p ala b ra «una em presa p o tencialm ente ren tab le es tradicionalm ente deficiata ria p a ra que se beneficien em presas privadas» (19). E n verdad, si HUNOSA es la em presa, de las 67 que agru p a el IN I con sus respectivos 250.000 tra b ajad o res, que tiene pérdidas m ayores, tam bién las o tra s 18 em presas ofrecen balances a m enudo defici tario s. O tra v arian te del apoyo del IN I a la em presa p riv ad a es su papel de salvador de los capitalistas en ap u ros. Las grandes corporaciones nacionales en q u ieb ra, m o rato ria o am enaza de suspensión de p a gos, ya sea p o r m ala adm inistración o p o r carencia de adecuados cam bios tecnológicos, pueden —y lo h an conseguido— vender al E stado sus explotacio nes a buen precio. Es el caso, a finales de 1977, de la C om pañía de Navegación T ransatlántica M edite rrá n e a (de la fam ilia M arch), y antes la citada HU NOSA, am enazadas u n a p o r el progreso de la nave gación aérea y la o tra p o r las nuevas fuentes de ener gía su stítu tív as del carbón. A nivel de los altos m andos del partido único, la Falange E spañola T radicionalista y de las Ju n tas Ofensivas N acional-Sindicalistas, m ás tard e conocida p o r el M ovim iento, hay ciertos apellidos que ya figu ra b an e n tre los integrantes de la clase alta con an terio rid a d a 1936 (por ejem plo, los Prim o de Rivera, O riol y U rquijo, Calvo Sotelo, conde de Rodezno, (19) P. 56, “Cambio 16”, Madrid, n.° 308, 6 de noviembre de 1977; HUNOSA, Diez años perdidos. La empresa se contituyó al adquirir el Estado, a un alto precio, minas asturianas ya deficitarias en 1967.
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Ram ón S errano Suñer), pero se h an caracterizado p o r ap o rta r a la élite sangre fresca, típicos lobos, com o diría Vilfredo Pareto. La d ictad u ra ha prom ovido al p rim er plano, y ha favorecido la incorporación al nivel superior de la estratificación social española de nuevos apellidos, originarios en las clases m edias provinciales, como el caso —p ara sólo citar ex m inistros— de Demetrio Carceller, Raim undo Fernández Cuesta, José Luis de Arrese, J. A. Girón de Velasco, José Solís Ruiz, Ma nuel Fraga Iribarne, José U trera Molina, E. GarcíaRam al, Licinio de la Fuente, Pedro Gamero del Cas tillo, Andrés Reguera G uajardo y Cruz Martínez-Esteruelas. E n la nóm ina de los 300 individuos m ás destaca dos p o r su actividad económ ica y financiera en 1975, Ram ón Tam am es incluye a un total de 76 m inistros, ex m inistros, subsecretarios de Estado, alcaldes de M adrid y Barcelona, directores generales, em bajado res, gobernadores del Banco de España, etc., m uchos de los cuales son m ilitares, gentes de Iglesia, pero tam bién donde abundan los provenientes de las je rarq u ías políticas, com o los citados anteriorm ente.
V La im portancia de la penetración económ ica ex tran je ra, y el ejercicio del poder financiero y eco nóm ico p o r los países capitalistas avanzados, es una antigua característica española desde los tiem pos de la M onarquía, frente a la cual la Segunda R epública no adoptó m edidas, pero que se acrecentó inm ensa m ente d u ran te la guerra civil y el franquism o. Este régim en, en la m edida que pudo im ponerse política y m ilitarm ente con el apoyo de las potencias del Eje, se enfeudó económ icam ente a Alemania e Italia, pero tam bién desde 1936 a los intereses petroleros n o r team ericanos. No en vano, du ran te la guerra civil, ta 121
Texaco proveyó el com bustible necesario a la avia ción y los elem entos m otorizados nacionalistas (20). Si las d erro tas m ilitares m undiales de 1943-1945, elim inaron aquel lazo ítalo-alem án, p ro n to fue susti tuido p o r la avalancha de inversiones norteam erica nas, y después de 1958 tam bién de E u ro p a Occiden tal, y m uy recientem ente japonesas. E n el caso de E stad o s Unidos, esto va unido al ingreso de E spaña e n tre los beneficiarios de préstam os y donaciones estatales, ap a rte de las derivadas del cum plim iento del tra ta d o de arrien d o de bases estratégicas del año 1953. E l caso, ap arentem ente, no es distinto de otros países m editerráneos de débil econom ía capitalista, p ero en la situación de E spaña hay elem entos p ar ticulares. E ste ingreso m asivo de capitales foráneos se cum ple b ajo el «estado de excepción» en un país donde no hay sindicatos, ni huelgas, ni prensa, ni P arlam ento. La m ism a debilidad política del régim en, el c a rác ter de m uchos de sus titu lares de m eros «instrum entos de poder» no representativos de inte reses cap italistas nacionales, las necesidades de in versiones del país p a ra salir de su atraso y atonía, todo ello favorece u n a especie de «colonización» en que el caso español se asem eja a los conocidos de Form osa, V ietnam , Hong Kong, Corea del S ur y cier to s países latinoam ericanos. E sto explica el decreto-ley del 27 de julio de 1959 facilitando la participación m asiva de capitales ex tra n je ro s en las em presas económ icas españolas aue se cum ple especialm ente en la gran em presa, de alta tecnología capaz de a c tu a r en el cam po de la ex portación. E n 1969, el Gobierno inform a oficialm en te a las C ortes que las em presas españolas au to ri zadas a ten e r m ayoría de participación ex tra n jera en su cap ital con u n to tal de 889, de las cuales nada (20) T.a bibliografía académica reciente es concluvente: Alien Guttman. The wound in the h^art: America and the Spanish Civil War, New York Free Press, 1962, y Richard P. Traína, American Diplomacy and the Spanish Civil War, Bloomington, Indiana Uni versity Press, 1968. Véase asimismo el capítulo VII de esta obra.
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m enos que 365 poseen u n activo superior a veinte m illones de pesetas (21). Las entradas de capital a largo plazo en dólares y p o r hab itan te y año en el período 1964-1966 (datos oficiales), eran p ara E spaña m enores que p a ra Ale m ania, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Francia e Ita lia (que se ordenaban entre 13,9 y 6,4, frente a 5.2 dólares p ara España), pero representaban el 2% de la inversión total sobre la form ación b ru ta de capi tal fijo, ahora solam ente superados p o r Italia (3,3%), Alemania Federal (2,4%) y Bélgica-Luxemburgo (2,3 %). Pero en el resto de la E uropa occidental existía u na im plantación social burguesa m ás consistente, y capitales locales m ejor arraigados que en España. Por o tra parte, m ientras en los citados países sola m ente E stados Unidos hacía inversiones extranje ras de capital, en E spaña ésas se sum aban a las de Suiza, Francia, Alemania, Italia, Holanda, etc., lo que duplicaba holgadam ente la tasa de inversión citada. Los capitales japoneses serán los últim os en lle gar, pero a finales de 1977 se calculaba que había 33 em presas españolas financiadas p o r ellos, de los cuales ocho en form a predom inante, destacándose la m ultinacional M arubeni y el Banco de Tokio (a través de BANESTO y del Banco de D esarrollo Es pañol), y es relativam ente im portante en la pesca, acero y bancos (22). E n definitiva, en la década de los años sesenta (21) Sobre la participación económica norteamericana, la obra más completa sigue siendo la de Manuel Vázquez Montalbán, La penetración americana en España, Madrid, Edicusa, 1974, donde se considera en forma pormenorizada las inversiones americanas (págs. 201-350), pero además las implicancias del citado tratado de 1953, perfeccionado en el Convenio de Cooperación entre España y los Estados Unidos, del año 1970, cuyo texto se transcribe (pági nas 13-25). (22) Sobre el monto invertido, sólo tenemos cifras de 1966, y entonces era —en las compañías controladas con más de un 50 % de capital japonés— del orden de 641.119.000 pesetas. Lo mismo que en los demás países capitalistas inversores, no faltaban “cu briendo” estas operaciones hombres de paja, representantes, managers españoles, y algunos de ellos connotados políticos. Véase revista “Qué”, Madrid, n.” 2, 19 de diciembre de 1977.
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coinciden en E spaña el fenóm eno de la in dustriali zación y la urbanización acelerada, con la m asiva p a r ticipación de capitales extranjeros, en tiem pos ca racterizados p o r u n avance espectacular de las com pañías m ultinacionales, de las cuales ya el país tenía sus experiencias p o r cuanto fue ju stam en te en Es p añ a el p rim er país europeo donde se instaló la ITT en 1924, y, com o hem os visto, la Texaco dom inó el p an o ram a del petróleo desde 1936. P ara E uropa occidental, y en especial Francia, p o r entonces JeanJacques S chreiber escribía El desafío americano, señalando que aunque las com pañías con sede en EE.UU. controlaban apenas el 5 % del conjunto de negocios europeos, tenían en su poder los sectores m ás adelantados (telecom unicaciones, ordenadores, electrónica, m aquinaria agrícola, papel y películas). E n E spaña, no solam ente los citados sectores cla ves están dom inados p o r las m ultinacionales, sino asim ism o o tras zonas de valor estratégico, económ i co y político, com o son p o r ejem plo: autom óviles, neum áticos, m áquinas de oficina y contabilidad, m e dicam entos, com ercio de granos, in d u strias alim enti cias, fib ras textiles sintéticas, electricidad, productos de crista l y p roductos quím icos (23). (23) Tamames, en la ob. cit., p. 217, da la siguiente nómina de las 19 empresas con participación extranjera mayoritaria que se encuentran entre las primeras cien del país por el volumen de sus ventas en 1976: Renault, Standard Electric, Chrysler, Michelin, Ci troën, Nestlé, IBM, Dow Chemical, Pirelli, Hoechst, Simago (gran des almacenes alemanes), La Seda de Barcelona, Shell, Firestone, Cristalería Española (Saint-Gobain Pont-A-Mousson), Bayer, Phi llips, AEG. Se trata sólo de aquellas empresas donde explícita mente el capital es en su mayoría extranjero, pero también en la nómina de las cien primeras empresas figuran otras multinacionales tan conocidas como: Fiat, Explosivos Río Tinto, Exxon, Texaco, Steel Co., Ford, Babcock and Wilcox, Siemens, Alcoa, ITT, etcétera, a menudo disimuladas en el seno de complejos de empresas estatales del INI o en combinaciones con intereses locales, pero siempre dominando con su tecnología, comunicaciones y capacidad financiera. Obsérvese que, en definitiva, el cuadro de penetración capitalista extranjera —con excepción de la banca hasta 1978— no es diferente de un país como Brasil, famoso justamente por la incidencia que tienen las multinacionales en su economía. Véase nuestro trabajo, Brasil: una experiencia en materia de sociedades multinacionales, “Perspectiva Social”, Barcelona, n.° 4, págs. 131-143, 1974,
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Si p o r n a tu ra l gravitación las em presas m u ltin a cionales, n o rteam ericanas, europeas y japonesas con tro la b a n la p a rte m ás dinám ica de la producción española, capaz de p a rtic ip a r en la exportación, no es m enos cierto que la protección, colaboración y alianza, m ediante disposiciones de la adm inistración, les p ro p o rcio n a in u sitad as ventajas. Se h a citado a E sp añ a com o u n a su erte de «santuario del lucro», no gravando las inversiones ex tran jeras, posibilitán doles ganancias óptim as, que en algunos casos alcan zan niveles inusuales (24). Todo ello significa, obviam ente, u n a especie de m odernización, e in co rp o ra a E sp añ a al m ercado in tern acio n al económ ico, de que estab a en principio excluida desde 1936. Es im p o rtan te su b ra y ar que la in d u strializació n se h a rá b ajo el signo del nuevo m undo m ultinacional, tan to en el aspecto tecnológi co, com o económ ico y socio-político. Si es fácil sab er del aspecto económ ico del tem a, no siem pre se h a destacado su lado social y político. Se h a dicho que «La corporación m undial es el in stru m en to ideal p a ra la integración del planeta, a ju icio de los g erentes de la Tierra» (los grandes m anagers de las transnacionales), p o rq u e es la «úni(24) Dos ejemplos son bastante elocuentes. El importante mer cado del comercio internacional del grano (maíz, soja, especialmente), que para 1975 importaba 59.123 millones de pesetas, y que dos años más tarde llegaba a los 75.000 millones de pesetas, lo controlaban ocho compañías norteamericanas, suizas, danesas y francesas. Véase José A. Robles Barreda, Fraude en las multinacionales del grano, “Cuadernos para el Diálogo”, Madrid, n.° 241, 10 de diciembre de 1977, págs. 34-38. Más escandaloso es el negocio de los medicamentos, de los que en España circulan no menos de 20.000 específicos, cuando en Sue cia se manejan con solamente dos mil, y la O. M. S. aconseja ceñirse a una nómina básica de 250. Ese mercado, atendiendo solamente a los pagos del INP (Instituto Nacional de Previsión), que provee el Seguro Obligatorio de Enfermedad estatal, es del orden de cien mil millones de pesetas anuales. Véase Rcol Tejada, Sanidad, “Qué”, Barcelona, n.° 2, 19 de diciembre de 1977.
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ca organización h u m ana que h a conseguido lib era r se de las a ta d u ras del nacionalism o» (25). La conferencia de Jam aica de 1971 de B usinness In tern atio n al llegó a la conclusión de que «la co r po ració n m undial internacional constituye u n a am e naza c o n tra la m ism a existencia del E stad o nacio nal», pues en n u estro tiem po «una vez que la econo m ía se h u b o convertido en la sustancia de la polí tica, el p o d er pasó a las organizaciones económ icas m ás grandes, es decir, a las corporaciones capaces de la m ayor eficacia», dicen B arnett-M üller (26). Si pasam os del terren o económ ico-político a la es tratificación social, no puede m enos que destacarse, desde los años sesenta, el im pacto de la penetración m asiva de las em presas internacionales en España. E n tre «los nuevos españoles» se destaca el E jecu ti vo al servicio de las com pañías ex tran jeras, que n o rm alm en te dom ina el inglés, h a estudiado en E sta dos Unidos y se asim ila a los usos y costum bres n o r team ericanos. D ada la debilidad de la burguesía es pañola, y al tiem po la pro fu n d id ad de la penetración económ ica ex tra n jera , no puede so rp re n d er que mu(25) Richard J. Bamett-Ronald E. Müller, Los dirigentes del mundo. El poder de las multinacionales, Barcelona, Grijalbo, 1976, p. 72. En verdad, en los mismos orígenes del capitalismo no fal taron asociaciones de mercaderes, y a menudo “se convirtieron tem poralmente en verdaderos gobiernos”, p. 95, por lo menos en las colonias. Hoy están en óptimas condiciones de adoptar resoluciones porque tienen una “corriente de valiosas informaciones” (p. 44) que incluso faltan a los gobiernos. (26) La idea marxista del Estado “como comité ejecutivo de la clase dominante”, en cierto sentido es refrendada por la famosa divisa de que “lo que es bueno para las compañías es bueno para el país”, de donde es fácil pasar a la confusión entre Estado y cor poraciones mundiales. Pero además cabría preguntarse si, ya en sus decisiones origi narias, la iniciativa económica no implica una opción política. Como dicen Barnett-Müller, ob. cit., p. 51: “La decisión de levantar una fábrica en un determinado lugar depende, por supuesto, de muchos factores, entre los cuales se cuentan no sólo los sueldos compara tivos, las tarifas, los impuestos y los costos de transporte, sino también el clima político y de relaciones laborales.”
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chos altos dirigentes de la econom ía «española» sean, en verdad, servidores de capitales extranjeros (27). A tendiendo a su reclutam iento, en sus rangos se en cu en tra un n úm ero elevado de ex altos funciona rio s civiles y m ilitares del franquism o, y es presu m ible en este terren o u n acentuado índice de co rru p ción (28). T am bién se destaca la activa intervención del Opus Dei en proveer ejecutivos tecnócratas a las em p resas internacionales. En verdad, m uchas de las em presas económ icas de aquella entidad son agen(27) Examinando (en España) las nóminas de Ramón Tamames, ob. cit., págs. 235 y sigs., “personas destacadas (en España) por su relevancia en las actividades económicas y financieras”, sobre un total de 300, relevamos unos cincuenta que participan en los consejos de las sociedades anónimas bajo las cuales se presenta jurídicamente en España el mundo de las E. M. De ellos, veinticinco cumplen casi exclusivamente esa función. Esas proporciones aumentan en la medida que nos referimos a las empresas más importantes y a los dirigentes elitarios dei mundo económico. En la nómina también del mismo autor (ob, cit., p. 228), de las “20 personas más significativas en actividades económicas y financieras en España”, encontramos un total de cinco (es decir, el 25 % del total) cuya inclusión deriva “exclusivamente” de repre sentar los intereses de la Ford, Steel Co., Bank of America, “Gallina Blanca”, ITT, IBM y Palmolive. Pero en los 15 personajes restantes encontramos a los agentes de Renault, Siemens, Gibbs and Hill, Chrysler, etc., lo que confirma la mezcla de intereses que caracteriza como “burguesía compradora” a la española, por lo menos en un sector caracterizado. Véase Juan Muñoz, Santiago Roldán y Angel Serrano. La internacionalización del capital en España, Madrid “Cua dernos para el Diálogo”, 1978. (28) En la ob. cit. de Tamames, nóminas citadas, encontramos entre los altos servidores de las empresas multinacionales extranje ras a ex ministros de Hacienda, ex presidentes del INI, ex embaja dores, etc. También militares en retiro, destacadas personalidades políticas, miembros de la nobleza, etc. El Senado de los Estados Unidos, en recientes investigaciones, ha demostrado la técnica de corrupción aplicada sistemáticamente por las empresas multinacionales de ese país para favorecer su penetra ción económica en el extranjero, que obviamente es más significativa en los países no democráticos. El mismo Francisco Franco, según Mis conversaciones privadas con Franco, de Francisco Franco Sal gado Araujo, Barcelona, Planeta, 1976, págs. 149, 191, 209, 244 y 278, conoce o admite la corrupción a nivel de ministros.
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cias o su cu rsales de casas m atrices n o rtea m erica n as (29). Hay, asim ism o, y en ello la situación de E sp añ a n o es m uy d istin ta de países latinoam ericanos, la co laboración de u n a bu rg u esía local «com pradora», desnacionalizada, q u e com plem enta la atención de su s em p resas con el apoyo a las grandes em presas ex tra n jera s. R esum iendo: la integración de las em p resas ex tra n je ra s , y su am plio s t af f de ejecutivos, asesores, co n sejero s, técnicos a su servicio, etc., con los de m ás secto res de la clase alta es íntim a, y en los tiem p o s del fran q u ism o le co rresp o n d e ju g a r u n p a pel relev an te en la dirección del país. H ay dos tem as m uy vinculados al q u e term in a m os de co n sid erar, a saber: a) Los nuevos ricos del franquism o, re su lta d o en b u en a p a rte de las nuevas perspectivas económ icas de E sp añ a en esos años, y b) a c titu d del E stad o en m a te ria económ ica y fiscal. R ecordem os la p ro fu n d a tran sfo rm ació n de la econom ía española en tiem pos del franquism o. Se estim a que p a ra 1980, el 56% de la población esp añ o la vivirá en ciudades de m ás de 20.000 h ab i tan tes, y el 50% en las m ayores de 50.000 h ab itan tes. La población m etro p o litan a (es decir, en entidades de m ás de 100.000 h ab itan tes) p o r 1960 recién llega b a al 34,85% d e la población total, y a u n 61,62% de la u rb a n a nacional. A tendiendo a las an te rio res c a rac terísticas ru rales del país, el In fo rm e FOESSA de 1970 afirm ab a que «apenas se pu ed e e n c o n tra r o tro ejem plo sim ilar en (29) En las nóminas de “Socios militantes y simpatizantes del Opus Dei”, incluidas en la ob. cit., de Jesús Ynfante, La prodigiosa aventura del Opus Dei, Génesis y desarrollo de la Santa Mafia, encontramos los gestores de la Siemens, Gibbs and Hill, ITT, Shell, Coca Cola, Ford. Johnson and Johnson, Babcock, Alcoa, Nestlé, La Seda de Barcelona, Fiat, Esso, etc. Entidades católicas pertenecientes al episcopado, como la Edi torial Católica, tienen comunes directores, asimismo, con las empre sas extranjeras. Sobre la situación latinoamericana, tantas veces alu dida, nos remitimos a nuestro libro La imprese multinazionali nell’ America Latina, Napoli, Liguori, 1976.
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to d a E u ro p a en los últim os tiem pos» de una tran s form ación tan rápida. En cuanto al sector secunda rio o industrial, no es ocioso reco rd ar que era so lam ente del orden del 30% del m ercado laboral en 1957, pero que, después de esta fecha, tiene un di nam ism o que m ultiplica sus efectivos. E n tre 1950 y 1975, el producto b ru to in terio r al coste de los factores crece en u n 444%, la ren ta na cional p er cápita un 383 %, pero el nivel de vida no co rre paralelo p or cuanto m ejora entre u n 210 y un 253%. Tales situaciones dan oportunidades a nuevas actividades económicas y surgen nuevos apellidos de auténticos self-made-men capitalistas. El m ism o régim en político no ha dejado de cele b ra r «la saga» de estos nom bres, y ha destacado el m érito de apellidos como los de B arreiros (en la in d u stria autom otriz), Banús, (en la construcción), Pepín Fernández (en los grandes alm acenes), Areces Rodríguez (ídem), Caprile Stucchi (equipos eléctricos p a ra la indu stria autom otriz) y B arrié de la Maza (eléctricas), pero éstos son sólo los m ás conocidos, en tre los que culm inan la pirám ide social, pues en tre los nuevos apellidos no faltan en el m undo de los negocios los aportados por la política (como el del m ism o Franco) o de origen clerical, especialm en te opusdeísta (30). Las nuevas ciudades m etropolitanas, coincidien do con la falta de control dem ocrático popular, han facilitado el saqueo de sus recursos en terreno, ser(30) En la revista “Cuadernos para el Diálogo”, de Madrid, sobre los Barreiros y otras familias de nuevos ricos han aparecido una serie de notas informativas. Véase Jorge Ramírez, Las familias más poderosas de España, Barcelona, Bruguera, 1977, que trata de los Banús, Ruiz-Mateos (Rumasa), Porcioles y Colomer, Vilá Reyes (Matesa) y los Franco, aparte de familias pre-franquistas en la oli garquía como los March, Oriol y de los “multinacionales” Garrigues Walker. En “Primera Plana”, Barcelona, n.° 20, 15 de julio de 1977, Un imperio de cemento. Banús: el zángano de la colmena, por Domingo Peinado, págs, 14-18. A fines de 1978, Banús debió cancelar parte de sus inversiones en la costa malagueña en manos de Rumasa. Antes, Barreiros cedió su empresa, o parte ella, a la Chrysler. Véase Ramiro Cristóbal, El franquismo está en venta, “Triunfo”, Madrid, n.° 826, 25 de noviembre de 1978.
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vicios públicos, vivienda, etc., y dado opo rtu n id ad al enriquecim iento de personalidades y em presas, en donde en contram os ju n to a antiguos rep resen tan tes de la clase alta a nuevos patronos. La prensa espa ñola h a destacado recientem ente el caso de los ne gocios vinculados a la b asu ra urbana, y a los ap a r cam ientos en las grandes ciudades (31). E se tipo de actividades, y m ás todavía la especu lación sobre el suelo urbano, la construcción y los servicios públicos, im plican el control de los Ayun tam ien to s y las D iputaciones. Jesús Y nfante ha ano tad o en B arcelona u n a «oligarquía local que m ono poliza en favor de sus intereses de clase los altos cargos provinciales y locales desde 1939». F u erte del apoyo del p o d er central, lo que llam a las sagradas fa m ilias de Barcelona h an actuado «sin que ninguna fuerza social p u d iera oponerse a esa oligarquía», p a ra satisfacer sus intereses privados, y al tiem po « em prender la m ayor devastación del espacio social u rb a n o de que se tiene noticia» (32). (31) Seis grandes compañías se reparten en España prácticamente todas las “recogidas urbanas y limpieza viaria” de las grandes ciu dades. El sesenta por ciento está en manos de la empresa Fomento de Obras y Construcciones, primer contratista de basuras de Europa, presidido por el ex primer ministro Ramón Serrano Suñer, pero en este tipo de actividades encontramos nombres de la nobleza, bancos y nuevos ricos. Véase Lo más limpio es la basura, “Posible”, Madrid, n.° 53, 15 de diciembre de 1977, págs. 29-31. En cuanto a los aparcamientos, solamente en Madrid, entre 1959 y 1977 se inauguraron 25 basados en concesiones municipales. Las empresas que los explotan son solamente doce, vinculadas a la in dustria de la construcción, que son sus propietarias junto a nobles, familiares del dictador, personalidades políticas, etc. Véase El es cándalo de los aparcamientos subterráneos, revista “Posible”, n.° 53, 15 de diciembre de 1977, págs. 37-40. (32) Los negocios de Porcioles. Las sagradas familias de Bar celona, Toulouse, Monipodio, 1974, págs. 15-18. Es interesante exa minar la nómina que proporciona y relacionarla con las que venimos manejando de Tamames, y del mismo Ynfante en su obra sobre el Opus Dei. Resulta que, en Cataluña, una elevada proporción de grandes empresas son europeas, especialmente italianas (Fiat. Pirelli, Olivetti, etc.), para sólo citar las de mayor plantilla de empleados, capacidad de exportación y rentabilidad. Véase asimismo José M.a Huertas Clavería-Rafael Pradas, Por cioles: catalán de Franco. La décima fortuna del régimen, “Cuader nos para el Diálogo”, Madrid, n.° 228, 10 de setiembre de 1977, págs. 27-30.
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Y nfante indica una selección de cien fam ilias que «incluyen ju n to a añejas fam ilias originarias de Vic, a los nuevos ricos catalanes, com o los Bueno, C am ila, Figueras, Gallardo, Masó, M ercadé y Porcioles». Su nóm ina total la integran los nom bres de los m iem bros de los consejos de las cuaren ta m ayores em presas industriales, de los bancos, de los altos car gos m unicipales y provinciales, lo que dem ostraría una fusión en tre el ejercicio del poder local o regio nal y la riqueza, casi siem pre atrib u to de la propie dad de los m edios de producción económica. Es m uy sugestivo exam inar los antecedentes del franquism o catalanista, derivado de los partidos lo cales com o la Lliga Regionalista, a través del episo dio de la guerra civil, y la integración de la burgue sía catalana en la nueva clase alta española fran q u ista (33). Ya en 1962 F. S arrailh decía acertadam ente que «La alta burguesía (vasca) en p arte es nacionalista y en o tra p arte extrem adam ente españolista. En cualquier caso, este grupo social ha sido francam ente colaborador del régim en fascista de opresión». E n tre 1956-1963, solam ente para el sector siderom etalúrgico se crearon 25.000 puestos nuevos en Gui púzcoa, y se in trodujo con nuevas em presas en Alava, y esto confirm a la antigua vocación vizcaína p o r la indu stria pesada. Por o tra p arte la gran banca vasca (Bilbao, Vizcaya, Urquijo) provee alrededor del 30 % de los consejos de las principales em presas m onopolistas afincadas en el País Vasco. En defini tiva un m illar de personas al final del franquism o disponen del 70 % de los recursos m onetarios ajenos y controlan m ás del 50 % de la electricidad, los m o nopolios públicos, siderurgia, cem ento, vidrio y azu careras. Se explica que «la oligarquía industrial y financiera vasca (considere) el conjunto español como (33) Aparte de la ob. cit. de Jesús Ynfante, Las sagradas fami lias..., recordemos en la revista “Arreu”, Barcelona, n.° 5, del 22 de noviembre de 1976, de los historiadores Borja de Riquer, Els catalans de Burgos, págs. 42-46, y Enrique Ucelay, Radio Veritat, págs, 46-47. En la misma revista y ejemplar, ya con referencia a 1976, Noms i cognoms de la dreta catalana, págs. 6-8.
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a su nación-E stado» —p o r la conocida dependencia del p o d e r de la in d u stria p esad a y las altas finan zas— y se in se rte incluso en la o ligarquía c e n tral d o m in an te (Areilza, E steb a n Bilbao, U rquijo, O reja, López B ravo) (33 bis). Agreguem os que no p o r ello p ierd e el co n tro l del A yuntam iento de B ilbao, al es tilo del citad o caso de B arcelona. Las nuevas condiciones económ icas y sociales de los años sesen ta d esa rro llaro n en E sp añ a la presencia de la ad m in istrac ió n y su particip ació n en la vida na cional. A u m en taron considerablem ente los efectivos de las univ ersid ades, creció la ad m in istració n p ú blica, y se debió re c lu ta r u n n ú m ero m ayor de agen tes técnicos, profesionales, expertos, etc., p a ra acti vidades nuevas. A p aren tem en te, no es m uy d istin ta esta situación de la que se m an ifiesta en los países nuevos, com o co n secuencia de la citad a eventualidad coyuntural económ ica, p ero en la E sp añ a fra n q u ista tiene dos v aria n tes dignas de destacarse. E n p rim e r lu g ar que, co n tra stan d o con su claro p e rfil coactivo, e incluso con nu m ero sas declaracio n es triunfalistas, cuando no filofascistas de tipo in terv en cio n ista, el E stad o te n d rá e n definitiva u n a débil p re sen cia en la econom ía. L lam a la aten ción las m enguadas dim ensiones del p re su p u e sto estata l, com parado con los dem ás paí ses europeos, e incluso con la m ism a S egunda R epú b lica q u e co n tin ú a (34). M ien tras el p o rc en taje de la re n ta nacional que re p re se n ta b a n los gastos p re su p u estario s d u ra n te el p erío d o 1931-1935 estab a en el pro m ed io del 17,83% p a ra la e ta p a 1940-1944 dism inuye al 15,07%. La dife(33 bis) Págs. 79-86 de Beltza, Nacionalismo vasco y clases so ciales, San Sebastián, Txcrtoa, 1976. El grupo De la Sota, sería la excepción que confirma la regla. (34) Así, Jorge de Esteban y Luis Gómez Guerra, La crisis del Estado franquista, Barcelona, Labor, 1977, págs. 38 y sigs., con in formación de Estadísticas básicas de España, 1900-1970, Madrid, Con federación Española de Cajas de Ahorro, 1975, y Ricardo Calle, Contenido redistributivo del presupuesto del sector público, “Desa rrollo y justicia social”, Madrid, 1975.
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rencia es todavía m ás m arcada cuando se tom an as pectos como los gastos por concepto de obras públi cas, pues en 1931-1935 llegaba al 14,04%, y p ara el pe ríodo siguiente casi es la m itad (7,74%). Todavía en 1970 apenas llegaba al 11,11%, cuando la m ism a in dustrialización hacía insoslayables grandes inversio nes en m ateria de in fraestru ctu ra económ ica (comu nicaciones, energía, servicios). Tom ando los rubros de enseñanza y cultura, sa nidad y vivienda, vemos que para los años 1957-1966 sum aban en los países de la CEE una inversión del orden del 18,3 y del 23,8% del total presupuestad pero en E spaña p ara las m ismas fechas llegaban so lam ente al 6,6% y al 9,3%. Los m ism os tecnócratas opusdeístas, aunque mo dernizan el ap arato estatal en su aspecto adm inis trativo, lo que aparentem ente im plica dotar de más eficacia al Estado, serán, sin em bargo, quienes pon d rán en práctica las disposiciones del Fondo Mone tario Internacional que tienden a lim itar todavía m ás el intervencionism o del gobierno en m ateria cultural y económica, y en cam bio auspiciaban los negocios privados. E stas situaciones están vinculadas a la b aja p re sión fiscal que ejerce el E stado sobre los ingresos privados. De los 24 países de la OCDE desde 1969, E spaña se caracteriza p o r ser el m ás insignificante en m ateria fiscal frente a los casos máximos de Di nam arca, Noruega y Holanda, donde el im puesto to m a m ás del 45% del PNB. En España es del orden del 18,8%, lo que contrasta incluso con sus vecinos latinos, Francia (37,59%) e Italia (31,8%) (35). La segunda variante típicam ente española es el énfasis dado al corporativism o, resultado de la tra dición clerical ultram ontana, pero tam bién de la he rencia fascista (Fuero del T rabajo de 1938, por ejem plo), que se aprecia en el estatuto de la función pú blica, y en el reclutam iento de sus servidores. (35) Citado en “Comentarlo sociológico”, Madrid, números 19-20, julio-diciembre 1977, con datos de “El Europeo”, del 20 de agosto de 1977.
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El E stado provee sus necesidades de personal a través de los llam ados «cuerpos» superiores de la adm inistración, entidades corporativas privilegiadas y lim itadas, donde reina la cooptación y entre las que se destacan las de Abogado del Estado, C atedrático de Universidad, Letrado del Consejo de Estado, Di plom ático, Ingeniero de Caminos, Ingeniero Agróno mo, In sp ecto r Fiscal Técnico, Econom ista del Estado, etcétera. De acuerdo a una encuesta patrocinada en 1957 p o r la Escuela Nacional de Adm inistración Pública de Alcalá de Henares en tre los m iem bros de los «cuerpos superiores» de M adrid, resultaba que la m ism a capital y su zona con sólo el 27 % de la pobla ción del país, proveían el 60 % de los funcionarios superiores, m ientras Andalucía y E xtrem adura, con casi la cu a rta p arte de la población española, sum i n istrab an sólo el 13 % de esos funcionarios. Según Miguel B ertrán, «puede afirm arse que los funcionarios españoles no se sienten prim ero funcio narios y luego m iem bros de un cuerpo, sino al re vés» (36). Ese carácter corporativista, y ante todo limitado, se explica, asim ismo, porque los «cuerpos» propor cionan a sus m iem bros la integración en una «super élite», de la que se pasa casi autom áticam ente a cargos políticos en el aparato gubernativo. Se h a estudiado el caso de los catedráticos de Universidad y de ETS (Enseñanza Técnica Superior) que eran en enero de 1977 u n total de 1.708, pero de los cuales 264 (es decir, el 16%) ocupaban altos cargos en la Administración, incluyendo cuatro en el Consejo Nacional del Movimiento y la Organización Sindical verticalista. Al crearse las prim eras Cortes dem ocráticas de la M onarquía, en junio de 1977, en(36) Miguel Bertrán, La élite burocrática española, Barcelona, Ariel, 1977, Sobre el concepto corporativista burocrático, véase de Juan Martínez Alier. Kls dos primers governs de la Monarquía i el poder económic, Barcelona, 1977, s. e., y de A. Sáez Alba, La otra “cosa nostra". La Asociación Católica Nacional de Propagandistas, París, Ruedo Ibérico, 1974.
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tre los «senadores del rey», es decir de real nom b ra m ie n to , e n u n to ta l de c u a re n ta designados hay diez cated rático s u n iv ersitario s y de ellos la m ita d ya h ab ía n sido an tes P ro cu rad o res en las C ortes fra n q u istas, to talizan d o en su co n ju n to actuaciones en 22 leg islatu ras (37). E x am in an d o las biografías de los m in istro s del fran q u ism o se h a hecho n o ta r que, especialm ente en los ú ltim o s gobiernos, u n n ú m ero elevado prove n ía n d e los citad o s «cuerpos» de la ad m in istrac ió n civil. A sim ism o, u n 28% d e los in teg ra n te s de la le g isla tu ra de 1967 de los p ro c u rad o res en C ortes era n fu n cio n ario s. E n la época llam ad a «tecnocrática» de los 21 m in istro s civiles, n a d a m enos que 19 son fu n cio n ario s y p erten ecen , en co n ju n to , a 33 «cuer pos» de la ad m in istrac ió n (38). C abe la in terro g ació n sobre si el ejercicio de la la b o r de fu n cio n ario a c tú a com o u n ascensor social p a ra los h ijo s de las clases m edias, y a través de ellas se p o día in g resa r en las clases altas. O bservem os, en p rim e r térm ino, que de u n m i llón d e fu n cionarios públicos que ap ro x im ad am en te te n ía E sp añ a al te rm in a r el franquism o, solam ente tre s m il p erso n as in teg rab an los tre s cuerpos m ás im p o rta n te s (C atedráticos, Abogados del E stad o y L etrad o s del C onsejo de E stado), p o r lo que las po sibilidades estad ísticas de ingreso y, p o r tan to , de ascen so social, fu e ro n siem pre lim itadísim as; ad e m ás, se debe co n ta r, com o es de p rá ctica, u n a eleva d a p ro p o rció n de fam iliares de los in teg ra n te s del cu erp o y de hijo s de la clase a lta en general, e n tre asp ira n te s a esos cargos. (37) Datos del Boletín Oficial del Estado del 11 de enero de 1977, y del 31 de octubre de 1976 (Madrid). Artículos Los catedrá ticos. Como lo hacen, “Cuadernos para el Diálogo”, Madrid, n.° 238, 17 de noviembre de 1977, págs. 30-32, y Monarquía, democracia, catedráticos, “Posible”, Madrid, n.° ISO, 24 de noviembre de 1977, págs. 37-40. (38) Según Amando de Miguel, Sociología del franquismo, ob. cit., I Parte, apartado 7: Una élite funcionarial, págs. 101-115.
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E n la p ráctica, los h ijo s de fam ilias de las clases m edias y teó ricam ente tam b ién de las b aja s, acce den a los cu erpos previa cooptación de instituciones com o la Iglesia y el M ovim iento, así que hay una su erte de doble filtro p a ra c e rra r su eventual ascen so. E n definitiva, son pocos los nom bres de fam ilias nuevas, que a través del funcionariado, habiendo sor tead o las fam osas «oposiciones», pueden alcanzar su in teg ració n en los «cuerpos», y a través de ellos p a s a r a los altos niveles estatales, adm inistración de em p resas públicas y ex tra n jera s, y, p o r tan to , a la clase a lta (39). T erm inem os con algunas conclusiones generales. E n p rim e r lugar, destacando el c a rá c te r reducido de esta clase alta española del tiem po fran q u ista , co n fin ad a a escasas fam ilias, p o r lo cual es difícil in cluso d istin g u ir el sec to r elitario u oligárquico de la clase p ro p iam e n te dicha. Como en todos los países p eriférico s cap italistas, esta clase su p erio r no puede te n e r el desarro llo de los países centrales, y en el caso del fran q u ism o, ate n to a las especiales condi ciones económ icas de la m ayor p a rte de su h isto ria y a su origen aristocrático-m ilitar-eclesiástico, es explicable su escaso volum en. La fa lta de u n a fiscalidad m o d ern a hace difícil ate n erse a los datos derivados de las estad ísticas de los M inisterios de H acienda. Según las estadísticas divulgadas en 1977, el nú m ero de fam ilias españolas q u e in teg ran el nivel su p erio r de ingresos alcanzaba a 2.500 núcleos, o sea, aproxim adam ente 125.000 p e r sonas, lo que equivale a u n 0,03% de la población. D esde 1974 se viene reg istran d o u n retro ceso del (39) Ese carácter elitario, típico de un sistema antidemocrático, ha sido destacado en los trabajos de Juan J. Linz, From Falange to Movimiento-Organisalion: The Spanish Single Party and the Franco Regime, 1936-1968, incluido en el vol. de S. Huntington y C. H. Moore, Authoritarian Politics in Modern Society. The Dinamics of Established One Party Systems, New York, Basic Book, 1970, p. 69.
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porcentaje de las rentas por relación a los salarios, pero de todas m aneras cada una de estas familias de 1977 superaba un ingreso anual prom edio de cua ren ta y cuatro millones de pesetas, o sea, a esa fecha unos quinientos mil dólares americanos (40). Coordinando las nóm inas fiscales aludidas con las que veníamos m anejando de autores como Tamames, Ynfante y otros, sobre los integrantes de las oligar quías nacionales y locales, se aprecian diferencias considerables. En otras palabras, los hom bres más im portantes en la dirección de la economía del país no aparecen necesariam ente en la nóm ina de los principales contribuyentes fiscales, (¿evasión fiscal?), y al tiempo, esas nóm inas introducen muchos ape llidos nuevos. H abría que recordar el carácter vicario que tiene la presencia de muchos ejecutivos, tecnócratas y managers, de intereses ajenos, especialmente institu cionales como los eclesiásticos, o extranjeros, como en el caso de las em presas multinacionales. De todas m aneras, aceptando provisionalmente —atento a la sociología com parada— la existencia de un núcleo de españoles del orden del 1% de la población como integrante de la clase alta, es decir, 350.000 personas, o setenta mil familias, no guarda esto m ucha relación con las nóm inas fiscales, pero puede justificarse atento a factores como la propie(40) Recién ahora tenemos a nuestro alcance las listas de los mayores contribuyentes de los años recientes, de acuerdo a las de claraciones espontáneas al Ministerio de Hacienda en los años 1974 a 1976. Véase Las listas malditas de Hacienda, “Posible”, n.° 150 del 24 de noviembre de 1977, para 1974 año fiscal, y sobre 1976, Estos son los amos de España, “Posible”, Madrid, n.° 154, del 22 de diciembre de 1977. También “Triunfo”, Madrid, del 6 de agosto de 1977. La revista “Opinión”, Barcelona, n.° 56, 28 de octubre de 1977, considerando lo que llama “ricos” (un 4,3 % de la pobla ción), concluye que disponen para 1974 del 39,6% de la renta familiar disponible. Esta sería la fracción mayor entre los países de la OCDE, pues en los demás oscila entre el 21,3% de Suecia (1972) y el 30,9 % de Italia (1969).
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dad, ejercicio del poder, capacidad de decisión, sta tu s, nivel de in strucción y o tro s índices de estra ti ficación social (41). E sta clase alta española del franquism o está p re sidida p o r algunas líneas m ae stras, dignas de d esta carse: a) La o rien tación clerical que le p roporciona u n a c ie rta un id ad ideológica, y le p erm ite su p e ra r o rí genes heterogéneos. Decía G ram sci que «la m asone ría es la sola g ran organización política de la burgue sía italiana», y lo m ism o p o d ría afirm arse, ah o ra de la E sp añ a fran q u ista, p ero sustituyendo a la m asone ría p o r la Iglesia católica (42). b ) La integración de esta clase alta en el m undo ca p italista, in ternacional, se hace b ajo la égida n o r team ericana, y de acuerdo al estilo p lan etario carac terístico de los años cincuenta y sesenta, dom inado p o r la hegem onía de las em presas m ultinacionales, lo cual p ro p o rcio na u n m arcado m odelo neocolonial. c) Los elem entos estric ta m en te burgueses que esa clase alta española h a heredado son débiles, p ero la ton ifica u n a oleada de «nuevos ricos». d) Hay, sin em bargo, cierto tono nobiliario, ele m en to s señoriales que vienen del pasado y que el fran q u ism o m antiene, y h asta estim ula en esta clase su perior. é) E l E stad o no p ractica activam ente el interven cionism o económ ico, cu ltu ra l y social, pero en cam bio aseg u ra con el «estado de excepción» u n a situa ción favorable a los in tereses económ icos y políti(41) Nos remitimos a nuestro libro Las clases sociales en el Uruguay. Estructura, morfología, Montevideo, Nuestro Tiempo, 1960, cap, I, para explicar nuestras ideas sobre el problema teórico de la estratificación social. (42) Citado por Camillo Berneri en La massoneria e il fascismo, incluido en el folleto Contro gli intrighi massonici nel campo revoluzionario. Raccolta di articoli di C. B. e di Armando Borghi, To ronto, Y gruppi anarchici dell’antracita, s. f. De inevitable citación la obra de Lelio Basso, Due totalitarismi. Fascismo e democrazia cristiana, Milano, Garzanti, 1951, bàsico para un paralelo entre España e Italia de estos años.
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eos de la clase alta, y esa protección vincula a sus agentes como gestores, y, finalm ente actores de los negocios privados nacionales y extranjeros de la dic ta d u ra de la burguesía. E n definitiva, los nuevos patronos franquistas son un grupo oligárquico sui géneris, pero con una cohesión in tern a m uy fuerte, lo que explica la du ración y estabilidad del régim en en los cuarenta años que van de 1936 a 1976. El dictador —arb itrad o r central de los distintos grupos o sectores— encabezará el aporte de «hom b res nuevos», o m ás estrictam ente nuevos patronos provenientes del E stado autoritario, que se aso cian a diversos niveles a la esfera de dom inación de la antigua clase superior tradicional. La d ictad u ra de la clase social superior se ejerce a través de u n E stado autoritario, en el cual los in strum entos de poder tienen un papel m uy visible, aunque al servicio de los reales atrib u tario s del po d er y los propietarios de los m edios de producción. Una ú ltim a consideración. E sta nueva clase superior del franquism o disfru ta de u n a fracción desm edida de la riqueza nacional, incluso en relación con los países m editerráneos ve cinos. El saqueo de una generación ha m ultiplicado su ingreso, sin dism inuirlo p o r la fiscalidad y el con tro l societario. P or o tra parte, es u n estrato social que se en cu en tra m uy alejado del resto de la com unidad es pañola. Las distancias sociales se acrecientan por la falta de un sistem a dem ocrático de relaciones, la en deblez de las clases m edias y la falta de auténticas com unicaciones sociales verticales dentro de la so ciedad. Y esto es un nuevo rasgo anacrónico, atento a n uestros tiem pos, que p resen ta esta clase social su perior, siem pre p o r relación a los dem ás países ca p italistas europeos atlánticos.
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V A G E N T E S D E L P O D E R Y C LA SES D O M IN A N T E S D E L FR A N Q U ISM O (* ) La m ay o ría de los estudios sobre el franquism o, ex isten tes h a s ta la fecha, h an incidido, sobre todo, en los asp ecto s políticos. In clu so sobre los inm edia to s o m ás teóricos. E n sus páginas h an estad o a te n to s a d en u n ciar su c a rá c te r represivo, h ac er el inventario de sus b ru talid ad es y sus m ú ltip les violaciones a los derechos h u m an o s, lo cual au n siendo cierto, no trascien d e u n a ó p tica h u m a n ita ria y liberal. C uando aquellos textos se elevan a u n plan o m ás a b stra c to se p lan tean cuestiones «académ icas», que no calan tam p o co en pro fu n d id ad . Así, la inacabable elu cu b ració n polém ica sobre si el régim en e ra fascis ta o m eram en te au to ritario . Lo que sucede es que la m ayoría de esos tra b a jo s e stá n m ás ate n to s al p erso n al q u e gobierna que a las clases beneficiadas p o r el sistem a. De ahí q ue co b ren u n a d esm esu rad a im p o rtan cia p erso n ajes que son m eros in stru m en to s de poder, m ien tras no se co n sid eran ni estu d ian los q u e efec tiv am en te m an d an. (*) Este texto fue publicado en págs. 18-21, de la revista “El viejo topo”, Barcelona, n.“ -22, julio de 1978, y en cierto sentido resume los dos anteriores escritos para los coloquios de Pau y Venezia. En Colombia se publicó con el título de El franquismo y los que mandan en España, págs. 27-30, “Desarrollo Indoamericano”, Barranquilla, n.° 43, agosto 1978.
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Expliquém onos. Por su misma naturaleza represi va, p o r faltarle todo carácter dem ocrático, el régi m en ha prom ovido al p rim er plano de la vida pala ciega, y a los altos cargos adm inistrativos, a la res ponsabilidad de las fuerzas de represión, y h asta a las actividades «intelectuales», a toda una generación de advenedizos, a una capa social de arribistas de la política, a los cuales se confían durante cuarenta años las tareas nom inales de gobierno y orientación general de la sociedad. E ste personal —entre los que destacan los inte grantes del Movimiento, los hom bres de la Iglesia, las eternas burocracias, «las jerarquías», en una pa lab reja de la época— son casi siem pre una suerte de m arionetas de escasa entidad de poder. Lo ejer cen sí, en alguna medida, contra las clases populares o los enemigos del régimen, y para los perseguidos ellos representan el «talón de hierro» de la repre sión, pero en verdad son m eros instrum entos de po der que «cumplen órdenes», llevan a la práctica «dis posiciones legales», acom eten burocráticam ente las tareas inherentes a los aparatos estatales, cum plién dolas en beneficio de otros. La literatu ra que analiza las «familias» del régi men, la rotación infatigable de m inistros, subse cretarios, directores generales, em bajadores, alcal des, procuradores en Cortes y otros personajes y personajillos, en definitiva dándoles tan ta im portan cia, oculta el funcionam iento socio-económico del régim en y sus motivaciones y finalidades de clase. La prueba de ello es que en años recientes con ese mismo, o casi idéntico personal, España está in tentando una dem ocracia formal. No son ellos quie nes deciden, ni quienes hoy están decidiendo. Las verdaderas decisiones son, y fueron, de «los que m an dan». A este planteo —desde otro ángulo— apuntan de finiciones de tipo político m ancista usadas al nivel de consignas. Cuando se dice «el franquism o es Ja d ictad u ra del capital monopolista», o p o r ejem plo se 141
u sa y ab u sa de la fórm ula gram sciana «hegem onía del bloque de clase dom inante». E stas definiciones re su lta n confusas, pues tienen to d as las v irtu d es y adem ás los defectos, de las con signas. A fu erza de se r tan genéricas y a b stra ctas no p recisan las características y dim ensiones del hecho histó rico concreto. Ni siquiera d an cu en ta de la ori ginalidad del franquism o, confundiéndolo en un caso m ás de las experiencias to talita rias del siglo xx. Urge u n a consideración científica del m ecanism o de las clases dom inantes del franquism o, usando los elem entos que proveen la sociología y la econom ía. L am entablem ente los estudios sociológicos en E spa ña, en cuanto a estratificación social ni son m uchos ni precisos, y p o r cierto de m enos entidad de los que disponen los dem ás países europeos, y h asta varios países del T ercer M undo. A fortunadam ente, hay en econom ía tra b a jo s útiles, com o los de Tam am es, y o tro s con intención m onográfica ejem plar, com o los de Jesú s Y nfante, a los que podem os re cu rrir. Con ese m ateria l h ab ría que c o n te sta r a las si guientes p reg u n tas: ¿A quién beneficiaba la d icta d u ra ? ¿Q uiénes o rd en aro n la g u erra civil? ¿Qué gru pos o sectores to m aro n las decisiones im p o rtan tes e n tre 1936 y 1976? ¿Quiénes d u ra n te la dom inación fran q u ista p u d ieron p lan e ar el fu tu ro en beneficio de su clase? ¿Q uiénes controlaban la reproducción del sistem a y estab an en condiciones de aseg u rar su sucesión? Aquellos que ten ían la hegem onía de p o d er —que co m p o rta todo lo an te rio r— era n al tiem po los que d isfru tab a n de la plusvalía, a través de la ap ro p ia ción y d isfru te de los m edios de producción econó m ica en E spaña. Los integrantes de ese grupo social —p o r definición escasa— eran los que au tén tica m ente po d ían a trib u irse el poder, ya sea en form a d irecta y a través de sectores sociales inferiores, asociados com o titu la res de los in stru m en to s de po der.
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Decía Ferdinand Lasalle que cuando hay dife rencias en tre la constitución legal y la constitución real, la prim era es una hoja de papel y predom ina la segunda. Bajo el franquism o es peor. Hay —a pe sar que no se llam e constitución, ni es el resultado de u n a asam blea constituyente— un texto (o tex tos) que llenan las funciones de ley básica. El decreto núm ero 776, del 20 de abril de 1967, dispone «la refundición de las leyes fundam entales», expedidas desde la proclam ación del llam ado «decre to de unificación» del 9 de abril de 1937 a la Ley Orgánica del E stado del 10 de enero de 1967. Incluso es correcto, jurídicam ente hablando, in cluir dentro de la «constitución» franquista textos que aún anteriores al período indicado, p o r su ca rá cter program ático, son im prescindibles para com pren d er la orientación del Estado, com o son los Puntos de Falange, suscritos en noviem bre de 1934. Leyendo esos m ateriales, España, del punto de vis ta del poder, es una m onarquía absolutista y apa rentem ente «ese régim en (el franquism o) no era m ás que una especie de disfraz de una dictadura perso nal» (Pedro Sáinz Rodríguez). Al final tendría razón aquel personaje de M alraux que decía que Franco m ás que u n Adolfo H itler ibé rico «era un aprendiz de dictador venezolano». De acuerdo a los textos constitucionales, y al desenfre nado culto a la personalidad de esos años, parecie ra que el único personaje con poder real en E spa ñ a es el dictador, cuando en verdad éste no hace o tra cosa que adm in istrar los intereses de los verdade ros poderes, que ni siquiera necesitan estar siem pre presentes en la arena política. En sus m anos están los resortes de la constitución real. Tam poco «los que m andaban» eran los m ilitares que habían entronizado a Franco —y que así apare cen en los textos legales— y de nuevo se aleja de la verdad Sáinz Rodríguez cuando afirm a «el poder, el origen del poder, la fuerza del poder era el Ejército». Sería fácil dem ostrar cómo las Fuerzas Armadas, 143
b a jo el fran quism o, tien en m enos p o d er efectivo que en la D ictad u ra de P rim o de Rivera, y m enos peso incluso en la sociedad que en los años 1875 a 1923, y h a sta en tiem pos de la Segunda R epública. Tam poco p arece co rresp o n d er p a ra E spaña la apli cación m ecánica de la teo ría de la élite del poder, que in m o rtalizara en los años cincuenta W right Mills. Los agentes políticos en u n p aís com o E stados Uni dos tienen u n p o d er que re su lta de su in vestidura y de su legitim ación d em ocrática representativa, y esto les p e rm ite — en alguna m edida— eq u ip ararse a las corp o racio n es económ icas o al ap a rato m ilitar (en tonces v en cedor en u n a g u erra m undial). Aquí en E spaña, au n q u e se llam en igualm ente m inistros, je fes de gobierno, subsecretarios, em bajadores, etcéte ra , no re p re se n ta n a nadie, ni tienen ningún origen legitim ador. E n definitiva, ac tú an en el área que les asigna el d ictad o r, y cesan au to m áticam en te cuando no cum plen e stric ta y calladam ente las ó rd e nes de sus am os. P o r o tra p a rte , m ie n tra s en los casos paralelos de Ita lia y Alem ania, el p a rtid o único fascista supo im p o n erse en el E stado, y dom inar to talita riam en te el ap a ra to g u b ernam ental, es notorio que en E spaña desde el d ecreto de unificación de 1937, la Falange y el C arlism o fu eron burocratizados, privados de m i licias independientes, y, en definitiva, condenados a s e r in stru m en to s en m anos del gobierno. E n verdad, en verdad, ni siq u iera en el pináculo del h itlerism o , los nazis pu d iero n co n v ertir en «ór gano de p artid o el a p a ra to ejecutivo estatal, pues las viejas clases m antuvieron el co n tro l del a p a ra to ad m in istrativ o , la m a g istra tu ra y el ejército» (K ühnl). M uchísim o m enos en E spaña, p o r obvias razones. ¿Q uiénes entonces m andan en E spaña en tre 19361976? Se estaría ten tad o de sim plificar la resp u esta diciendo: los de siem pre. A p rincipios de siglo, G um ersindo de Azcárate y Jo aq u ín Costa, desechando el tinglado político de 144
los partid o s turnantes, y h asta de la M onarquía y las Cortes, que en la Constitución de 1875 se definían com o las dos instituciones soberanas, sostenían que la verdadera constitución española era la im puesta p o r oligarcas y caciques. La aristocracia terrateniente, aliada a su prolon gación u rb an a de la oligarquía financiera, y a lo sum o haciendo algunas concesiones econom icistas a las burguesías catalana y vasca, es quien efectiva m ente m anda en España durante esos cincuenta años que van de la R estauración al advenim iento de la Segunda República, aunque así no lo diga la cons titución legal. Sus grandes instrum entos de poder son la Igle sia y el Ejército, y en m enor escala «la clase políti ca» profesional, prolongada en los «cuerpos» de la alta burocracia. Cuando la República, en form a tan tím ida com o inconsecuente, pretende —apoyada en la soberanía pop u lar— lim itar aquellos poderes, intentando, por ejem plo, u n a reform a agraria que retacee la propie dad de «los grandes de España», m ontando u n a ad m inistración pública y una enseñanza de m asas al servicio de la colectividad, la oligarquía financieraclerical-terrateniente conspirará contra las institucio nes republicanas, logrará apoyo en los regím enes fas cistas de aquellos años, y, finalm ente, incitará los pronunciam ientos m ilitares de 1932 y 1936. Las m asacres de Asturias de 1934 y, ante todo, la g u erra de 1936-1939 («el glorioso Alzamiento», «la san ta Cruzada») fue una operación de salvación de los am enazados cortijos andaluces, de los latifundios cerealeros de Castilla, de los bancos de la oligarquía, del m onopolio de la enseñanza de la Iglesia, de la existencia m ism a de la aristocracia y de otros grupos igualm ente anacrónicos. Si triunfó m ilitarm ente —y ah ora está m ás claro— es p o r la intervención de la m áquina de guerra ítalo-germ ana, y la cooperación de la alta burguesía occidental, alarm ada p o r la re volución social que se desarrolla en la retaguardia republicana. E l franquism o realizó «los program as de gran 145
alcance y ex trap oló la política pública en beneficio» (Lundberg) de esos sectores sociales españoles m ás feudales que capitalistas. Se p rocedió a la co n tra rre fo rm a ag raria, desar m an d o lo hecho e n tre 1931 y 1936 en el cam po, y en c o n tra ste se estableció la inm unidad fiscal en bene ficio de los g randes latifu n d istas. Se les asegura —com o a to d o s los burgueses— la superacum ulación de lu cro, a trav és del au m en to de la jo rn a d a real de tra b a jo (12 a 14 horas), la contracción del sala rio real de los tra b a ja d o re s y su despojo económ i co, ta n to p o r la inflación com o p o r u n a legislación ad ecu ad a al efecto. La o lig arq u ía financiera española, au n q u e no tie n e la riq u eza n i las capacidades de la a lta burguesía fin an ciera de los países adelantados, o b te n d rá en esto s c u a re n ta años u n beneficio p o rcen tu alm en te m u ch as veces superior. Es elocuente el hecho que los ban co s españoles que m onopolizan el m ercado in te rn o —pues h a sta 1979 estab a n p ro h ib id as las em p re sas ex tra n jera s— se coloquen p o r su capital e in gresos en p rim e r térm in o en la lista de las com pa ñ ías económ icas de E spaña, m ien tras sus hom ólogos en E stad o s Unidos y países sem ejan tes figuran bien p o r d eb ajo de los in d u striales y com erciales. La Ley de O rdenación B ancaria de 1946, creando el C onsejo S u p erio r B ancario com o «organism o con sultivo del M inisterio de H acienda en m a te ria de banca», institu cionaliza a la oligarquía com o grupo de presión. Los b an q u e ro s provienen de la clase te rra te n ie n te, re p re se n ta n a la aristo c rac ia (Tam am es individua liza so b re 300 n o m bres a 68 títulos nobiliarios) y sirven a la Iglesia. Ya R am os O liveira en 1934 ha bía destacad o el papel financiero de la Iglesia espa ñola y p a ra 1974 solam ente el O pus Dei, con el Ban co P o p u lar E spañol (sexto grupo b ancario). Banco A tlántico (noveno g rupo bancario) y R um asa (déci m o g ru p o b ancario) sum ados, es p o r sí el bloque financiero m ás im p o rta n te del país (Ynfante-Tam am es). L a im p o rtan cia socio-política de la Iglesia b ajo 146
el franquism o se h a com parado, con erro r, con la del E jército, cuando en verdad su poderío real es inm en sam ente superior. P or u n a parte, sus agentes m onopolizan —y colo nizan— los m inisterios de Educación, de Justicia y Culto y de Relaciones Exteriores, ap a rte del Consejo S u p erio r de Investigaciones Científicas y otros m e canism os claves. Al m argen del gobierno, lo que les d a autonom ía y m ayor capacidad de m aniobra, controlan buena p a rte de la banca, las Cajas de A horro y a través de la red financiera u n sector im portante de la eco nom ía, ap arte de ten e r casi en exclusividad el prós p ero negocio de la enseñanza privada. C arrero Blanco decía en 1971 que b ajo el fran quism o el E stado le dio 300.000 m illones de pesetas a la Iglesia, pero hacía referencia solam ente a los pagos fijados p o r el C oncordato de 1953, a través de la Dirección General de Asuntos Eclesiásticos y los d istintos m inisterios. H abría que sum ar las subven ciones a la enseñanza privada (20.000 m illones de pesetas p a ra el año 1974) y el control del m ercado de textos, pagos directos de los fam iliares de los educandos, venta de tran sp o rte, alim entación y equi pos, etc., etc., que sum an u n a cantidad equivalente o su p erio r a la antes citada. Además, la Iglesia es dueña de los únicos m edios de com unicación de m asas im portantes fuera de los estatales. Una cadena de cuarenta diarios, cincuen ta em isoras radiofónicas y u n a cantidad difícil de evaluar de revistas, editoriales, centros de estudios, asociaciones de propagandistas, corporaciones va rias, etcétera. De ese inm enso dom inio y poder, obviam ente no se benefician p or igual las «35.000 piezas eclesiásti cas», sino la oligarquía del alto clero, pero toda la in stitu ció n se solidariza con el régim en, tom ando a su cargo la tare a de endoctrinam iento y el control ideológico d u ran te cuaren ta años.
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No h u b iera su b sistid o el franquism o y gozado de ta n ta estab ilid ad institucional, si solam ente conta r a con los sectores apuntados. E n verdad, el franquism o fue la expresión visible de u n a su erte de « santa alianza» de la clase alta es p añola, y de aquél se benefició m ás que ningún o tro sec to r la burguesía. E l éxodo ag rario a las ciudades debilitó el latifundism o, p ero proveyó de m ano de o b ra b a ra ta y dócil a los em p resarios urbanos. E n tre 1958 y 1966, la pro d u cció n de la in d u stria aum entó en u n 114 %, m ie n tra s la ag ricu ltu ra apenas creció en u n 21,30 %. Los in d u striales y com erciantes españoles, con esca sas inversiones, sin cam b iar m ayorm ente sus m éto dos, y sin su frir h asta 1960 ninguna com petencia ex tra n je ra , se en riquecieron escandalosam ente b ajo el fran q u ism o . Las m ism as oligarquías bu rg u esas locales del País V asco y C ataluña, au n q u e nom inalm ente indepen d ien tes del régim en político, no sólo se beneficiaron económ icam ente con la d ictad u ra, sino que, adem ás, recib iero n u n a parcela de p o d er considerable, al ser les atrib u id o s los gobiernos locales. Así, las «sagradas fam ilias catalanas» saquearon los recu rso s de la ciudad de B arcelona, a través de la especulación te rrito ria l y de la vivienda, la explo tació n de los servicios públicos y el control de los re cu rso s m unicipales. Lo m ism o «las gentes de la o rilla derecha del N ervión», la a lta burguesía vasca de N eguri, a la que h em os hecho referencia an terio rm en te. La b u rg u esía m e jo ra rá b ajo el fran q u ism o su posición relativ a d en tro de la clase a lta española, no solam ente p o r la an o ta d a declinación de los lati fu n d istas, sino p o r h ab erse renovado y reverdecido con la sangre fresca de los «nuevos ricos», p ropicia dos p o r la d ictad ura. Miles de arrib ista s, em p resario s especuladores, favorecidos p o r la rá p id a in dustriali148
lación y urbanización del «desarrollismo», usufruc tuarios, asimismo, de la explotación de los trabaja dores y beneficiados p o r la falta de leyes sociales auténticas, ascienden a los niveles superiores. España, desde la Decadencia tiende a actuar in ternacionalm ente com o país secundario. Cuando el Desastre del 98 se decía que pasaba de potencia de segunda a tercer orden, y en esta etapa planetaria y sin perjuicio de los avances que representa su re ciente industrialización, es claro que el ultranacionalismo franquista ha presidido su ingreso en un dis creto cu arto rango. El desenlace de la guerra civil se explica en el contexto de la dependencia del Eje fascista, y desde 1942 se refuerza la presencia norteam ericana, que los tratad o s de Arriendo de Bases hacen el país hegemónico. Tanto p or el control m ilitar como por el volumen de inversiones de las empresas m ultinacio nales, E spaña se latinoam ericaniza definitivamente desde 1953. El renacer económico europeo, si no desplaza a Estados Unidos, sum a una nueva inter vención de los am os extranjeros. Porque los que mandan son, asimismo, los pode res del capitalism o planetario de la segunda m itad del siglo xx, y en ello no es diferente la suerte de España de la de m uchos países del Tercer Mundo. Los funcionarios políticos, la aristocracia deca dente, la burguesía local com pradora, la misma Iglesia, con sus órdenes especializadas en finanzas, se pondrán al servicio de la desnacionalización eco nómica y se convertirán en «lacayos de lujo» de las multinacionales. Salvo lo de Váquez Montalbán, no es mucho lo que se ha escrito sobre el control de la economía espa ñola —especialm ente en sus sectores más avanza dos— p o r los nuevos amos planetarios. «Santuario del lucro», «paraíso de las multinacionales», España es incluso una p ista de despegue de aquellas em149
p re sa s p a r a p e n e tra r en el re sto del M editerráneo y A m érica L atina, y la ad m in istrac ió n h a hecho todo lo posib le p a r a am p ararles. T odas las d ictad u ras tienen p a ra su p erso n al di rig en te, desde el titu la r que suele d arles no m b re al m ás in fe rio r de los funcionarios, el atra ctiv o de u n en riq u ecim ien to rápido. M iles y m iles de plebeyos, p rovenientes de las cla ses m edias, es n o rm al que aprovechen de la o p o r tu n id a d —co rru p ció n m ediante— p a ra en c ara m arse en las clases altas. E n las nóm inas de T am am es de las 300 p ersonas «m ás d estacad as p o r su actividad económ ica y fin an ciera» (1975), volvem os a e n c o n tra r a ex m in istro s, ex d irig en tes políticos de la Falange, ex alto s m ilita res, ex alcaldes de M adrid y B arcelona, ex goberna do res, ex p re sid e n tes del B anco de E spaña, etc., que to talizan u n a s 76 personas. A lgunos com o los P rim o de R ivera, los O riol y U rq u ijo , los Calvo Sotelo, el conde de Rodezno o Se rra n o S u ñ er, ya in teg ra b an la clase a lta española an tes d e 1936, p e ro los re sta n te s se h an in co rp o rad o a lo larg o de esto s años. Lo m ism o q ue en la A lem ania nazi, en E sp añ a b a jo el fran q u ism o se llegó a «una integración p a r cial de las v iejas clases dirigentes con los cu a d ro s de m an d o del p a rtid o en u n a nueva élite dom inante» (K ühnl). C o m p arad a con o tra s dictad u ras, en E sp añ a no so lam en te se h a d ispuesto de u n plazo m ay o r p a ra q u e los titu la re s de los in stru m en to s de p o d er p a r tic ip a ra n del efectivo p o d er económ ico, sino que, adem ás, los fu n cionarios h an tenido dos vías acce sorias de ingreso, a través de la calidad de vicarios de las em p resas m ultinacionales ex tra n jera s, y de los in tere ses políticos y económ icos de origen ecle siástico. S in em bargo, no son m uchos los q u e h a n subido de clase. La m ayoría de los servidores h a n recibido 150
a lo sum o un «enchufe», una m inúscula prebenda, u n a m igaja en el banquete que h an defendido a los que m andan. Se com prenderá, a estas alturas, que se pueda afirm ar que la nueva clase alta que am asa el fran quism o, es m ucho m ás amplia, variada y m oderna que, p o r ejem plo, la que tuvo la Segunda República. Además, está m ás integrada o solidificada unita riam ente. Los «buenos negocios» no fueron posibles sino con la com plicidad de la adm inistración públi ca, y los intereses privados —tan to nacionales como ex tranjeros— h an necesitado reclu tar tecnócratas y managers en el personal «de los altos cargos» civiles y m ilitares. Negocios com unes, alianzas m atrim onia les, com unes devociones, han acercado y perm itido la organización de un sector de orígenes heterogé neos; la nueva clase superior española. C uarenta años le han perm itido capitalizarse fa bulosam ente, se han m odernizado al ponerse al servi cio de los nuevos m étodos del neocapitalism o n o r team ericano, y cuentan con m illares de familias de «nuevos ricos» agresivos, con una gran confianza en sus capacidades. Los verdaderos am os de E spaña —desde aproxi m adam ente 1974— han creído, con fundadas razones, que ya no necesitaban de la dictadura p ara m anejar la sociedad española, y que España puede funcionar com o un país capitalista norm al. Prim ero sus intelectuales, después la Iglesia, m ás tard e las burguesías regionales y, finalm ente, las m ultinacionales, y h asta buena p a rte de la «clase política» convertida en nuevos ricos, se h an acogido a los m étodos de la dem ocracia form al m anipulada. Ello no afecta su dom inio, y les perm ite incorporar se plenam ente a E uropa occidental.
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VI LA VIOLENCIA POLITICA EN TIEM PO S DEL FRANQUISMO (* ) “Esta sociedad es irracional como totalidad, aunque vivamos racional y productivamente.” H erbert M arcuse
“La violencia política engendra la violencia po lítica.” M aurice D uverger
A propósito del poder y la clase superior españo la en la época franquista hemos sostenido que nos encontram os hoy en la situación de conceptualizar su problem ática, alejándonos tanto del anecdotario circunstancial como de la mecánica repetición de consignas político-partidarias (1). Podríamos agregar que m ientras no abordemos en esos niveles los últimos cuarenta años de historia española no los habrem os «digerido», y, por tanto, no estarem os en condiciones de interpretarla ade cuadamente. Lo mismo podría decirse del tem a de la violencia política, con el agravante que aquí hay connotacio nes de índole personal, emocional o sentim ental más (*) Publicada la primera versión en la revista “El viejo topo”, Barcelona, número extra 3, 1978, págs. 21-27. (1) Véase el capítulo precedente, Agentes del poder y clases do minantes en el franquismo.
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m arcadas, y ap arentem ente irreductibles al análisis ab stracto . Porque difícilm ente en la h isto ria española se p o d ría en c o n trar o tro período, com o el franquista, dom inado en fo rm a m ás categórica p o r la violencia política. No se nos oculta que hay quienes sostienen que la violencia es u n a constante hum ana fundam ental. No se tra ta de rem ontarnos a trab a jo s desde los etiológicos de K. Lorenz, para los cuales «la agresi vidad es un com ponente inevitable de la vida», a los recientes de Lacan: «la noción de agresividad res ponde al desgarram iento del sujeto co n tra sí m is mo». Ni tam poco al concepto de pulsión agresiva, de dom inio, d estructiva o destructora, com o lo ha explicado la escuela psicoanalítica con Adler y Freud, o del m ecanism o de frustración-agresión, caro a John D ollard y sus colegas, porque creyendo en los facto res económ icos, sociales, políticos y culturales, a ellos nos rem itim os (2). Pero es cierto frente a la visión ingenua —cuan do no in teresada en velar los auténticos hechos— que la vida política (incluso en los países m ás ade lantados y en los años recientes), no se explicaría sin ten e r en cu enta la violencia com o uno de sus ingredientes centrales. No es que no abunde la vio lencia, pues com o enseñan M arcuse y Duverger, aun siendo esta sociedad racionalizada p ara la p ro ducción, e in te n ta r vivir racionalm ente, en la m edi d a que la violencia engendra la violencia, term inam os todos p o r existir en un m undo irracional de violen tos políticos. Lo que sucede es que «los actos de violencia pueden juzgarse com o m oralm ente buenos, m alos o n eutros, según quienes participen en ellos, c o n tra quién están dirigidos y quién realice el ju i cio», dicen los tra ta d ista s académ icos de sociología política, y esto en tu rb ia tan to n u estra inform ación com o n u estro juicio (3). (2) Ver Otto Klineberg, Psicología social, México, Fondo de Cultura Económica, 1973, 3.* ed., cap. V. (3) Rowse-Hughes, Sociología política, Madrid, Alianza Editorial, 1975, p. 497.
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Aquí nos ocuparem os en m ateria de violencia po lítica de todas las dim ensiones en que es legítim o co n sid erarla a los historiadores. En p rim er lugar, la violencia institucional, que es inherente a la m ism a existencia del E stado, y que va de la m era coerción co tidiana al terro rism o estatal. En segundo lugar, la que Federico Engels llam aba «violencia de clases», cuyas raíces económ icas estudió p o r vez prim era en In g laterra al co n siderar en 1843 La situación del pro letariado en Inglaterra, y profundizó en el Anti-Diihring (4). Finalm ente la contraviolencia popular que se opone a la violencia institucional estatal, casi siem pre en form a espontánea, y eventualm ente en fo rm a de violencia revolucionaria finalista, en este caso o rien tad a p o r vanguardias políticas. La h isto ria española toda es u n gran fresco de la violencia política. Porque no o tra cosa que vio lencia es el largo episodio de form ación de los Es tad o s ibéricos a través de la R econquista; es me diante violencia que los Austrias dom inan al com ún e im ponen el absolutism o; y transm itiendo esa vio lencia m ás allá de las fronteras crean «un im perio donde no se pone el sol». E n cuanto a la historia contem poránea, no hace m ucho la revista «H istoria 16» editaba u n núm ero especial intitu lad o Los nueve entierros de la dem o cracia, España, 1814-1975, y para ese to tal de ciento sesenta y un años, la m ayoría se han vivido bajo régim en de dictadura, estado de excepción o ley m arcial, ap a rte de las guerras civiles, es decir, a tra vés de la m áxim a violencia institucional. La histo ria de todos los Estados es la historia de la violen cia, p ero ¿puede concebirse u n a h isto ria m ás violen ta que la del E stado español? Si p o r u n a p a rte las soluciones dem ocráticas for m ales han sido históricam ente escasas (lo que de nuncia el fracaso de los dem ócratas en alterar, o me ram en te en fren tar las dictaduras), no puede negarse un alto potencial de indocilidad. Fia sido fértil la (4) Véase, de Federico Engels, la recopilación de Gilbert Mury, Théorie de la violence, París, 10X18, 1972.
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h isto ria social española en episodios heroicos, en ver daderos suicidios altruistas, tanto individuales como colectivos, en que se h a apelado a la contraviolencia, o se h a intentado la violencia revolucionaria. Desde los liberales a los anarquistas, del «trágala» al «no pasarán» y los conspiradores antifranquistas, hay una cadena de fracasos y derrotas, de violencias en gendradas p o r la violencia, que m uestran que la do cilidad no fue nunca aceptada por los españoles (5). Todo esto es lo que ha hecho la m erecida fam a de la «España negra», y dentro de ella del franquis mo. E spaña ha sido en tre los países europeos el que ha m erecido u na reputación m ás perfilada p o r esos cu aren ta años de violencia, en un continente y en un siglo donde reiteradam ente se ha sostenido que la violencia es incom patible con el adelanto cultural, el industrialism o y, p o r tanto, con la vida civilizada.
Las etapas de la violencia bajo el franquismo Creemos posible adelantar algunos elem entos p ara definir una hipótesis que perm ita ord enar la h isto ria de la violencia política bajo el franquism o. Se podría, a nuestro juicio, distinguir dos etapas de la violencia institucional, que corren paralelas a diferencias cualitativas de la violencia de clases y a sus respuestas. E n tre 1936 y 1962, el E stado franquista lleva ade lan te la guerra civil (que nunca puede perderse de (5) Véase nuestro artículo Docilidad (Indocilidad), en el Dic cionario de Ciencias Sociales, Madrid, Unesco, 1975, t. I, págs. 737738, en que citamos la bibliografía de Fanón, Memmi, etc. En un libro reciente, el profesor Walter Laqueur (Le terrorisme, París, PUF, 1978) ha sostenido que el terrorismo está en el mundo, y en especial en Europa, en decadencia salvo en los países que estima de violencia política endémica: Italia y España. Asimismo destaca que el terrorismo en la Europa actual se ma nifiesta más vigoroso en los países ex fascistas, y declina en los democráticos de vieja fecha.
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vista —com o enseñaba Camillo B em eri— que es en definitiva u n a g uerra de clases) y luego aplica las técnicas fascistas de represión p a ra consolidar su victoria m ilitar, y re o rd en a r la sociedad y la econo m ía nacional, en beneficio de la oligarquía, a cuyo servicio h a sido creado. Es u n a etap a de m áxim a violencia pública, inocultable, y b asta rem itirse a las estad ísticas de m uertos y heridos, exiliados, to rtu ra dos, prisioneros, confinados, etc. Es u n a violencia represiva, en b u en a m edida preventiva, p ara im pedir una reacción o reconstrucción de las fuerzas popu lares dem ocráticas, p ero tam bién es u n a violencia rem odeladora del Estado. Que el terro rism o que practicaron las tro p as re beldes fu era ta n notable, se explica p o r razones ob jetivas. E n p rim er térm ino, com o ha destacado Herb e rt R. S outhw orth, «el ejército sublevado se encon tra b a en m inoría en la península y en u n am biente to talm en te hostil e n tre la población. De hecho no te nía los hom bres necesarios p a ra g u ard ar a los p ri sioneros. Fue así com o com enzó la represión. F ran co ten ía in terés en hacer sab e r al pueblo la b ru ta lidad de su ejército y otorgó toda su autoridad para m atar, violar, etc. De esta m anera, sem bró el te rro r en la retag u ard ia republicana». N aturalm ente, la eficacia de esas m edidas fue po sible p o r el hecho que se tra ta b a de u n ejército co lonial (en su m ayor p arte form ado p o r legionarios ex tran jero s y reclutas rifeños), forjado «en la guerra colonial de M arruecos, u n a de las m ás brutales y sangrientas» de la historia española, pero tam bién del M editerráneo. El núm ero de asesinados es im po sible de establecerse. E l m ism o au to r hace n o ta r que es llam ativo que pudiéndose hacer, a p a rtir del triunfo nacionalista, el cóm puto de fusilados p o r orden de los tribunales m ilitares, los h istoriadores franquistas se h an abste nido de co m en tar el tem a, lo que se explica p o r el elevadísim o núm ero de ejecuciones de prisioneros de guerra, detenidos en las cárceles y cam pos de con156
centración, denunciados p o r los vecindarios, etcéte ra (6). E l episodio encaja originariam ente en la típica salida fascista del siglo xx, y luego se estru c tu rará en u n a fórm ula u ltraau to ritaria, que recoge todas las tradiciones de la clásica «España negra». E ste terrorism o de E stado se institucionaliza en una legislación adecuada, no solam ente política, sino económ ica y social, que facilita la posición de la cla se superior. Menos estudiada —aunque no menos im p o rtan te— es p o r entonces la violencia de las cla ses superiores burguesas —reunidas en una «santa alianza» política— contra los trabajadores. A los efectos de recuperarse de las pérdidas de la guerra civil, m antener su ingreso en un tiem po en que se h a reducido la ren ta nacional, y ante todo establecer m ejores y m ás sólidas posiciones de clase, en el cam po se vuelven a fórm ulas precapitalistas de trabajo. La destrucción de los sindicatos, la legislación social y el juego dem ocrático, hace de los asalariados u r banos, igualm ente superexplotados. Las clases me dias son b rutalm ente pauperizadas. Todo esto im plica violencia de clase, pero resul ta ría inaceptable si no estuviera respaldado firm e m ente p o r el terro rism o y la violencia cotidiana del E stado. La capacidad de respuesta —tanto de las clases esclavizadas com o de los vencidos políticos— es re lativam ente baja, y las razones son explicables: á) el país ha sido sangrado a fondo p o r la guerra civil, la represión y el exilio, y esto ha afectado especialm en te a los m ilitantes sindicales, culturales y políticos; b) la coyuntura política internacional h asta 1945 es (6) En Alberto Vilador, Herbert R. Soulhworth, historiador. Contra el mito de la Cruzada, “La Calle”, Madrid, n.° 14, 27 de junio de 1978, p. 45. La opinión del historiador norteamericano es que, posiblemente, el número de muertos republicanos por fusila miento sería mayor después del 1 de abril de 1939 que durante los tres años de operaciones militares. Coincidiendo, por ejemplo, con Camillo Berneri, destaca el carácter de “guerra de clases” que tuvo la guerra civil de 1936-1939, extensible a la represión posterior hasta 1962, a que aludíamos.
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rotundam ente desfavorable, a pesar de ofrecer entre esa fecha y 1953 algunas perspectivas, y es entonces cuando se intentan operaciones de m asas como los focos guerrilleros, la prim era huelga general vasca en 1947, la p rim era huelga general en Barcelona en 1951, y proliferan los atentados, y c) la entonces úni ca potencia en el terreno de la opinión, la Iglesia católica, tra b a ja en colaboración estrecha con el Es tado sacralizando el te rro r («santa cruzada»), res paldando a las oligarquías violentas como los lati fundistas o patronos burgueses, y predicando la do cilidad, la sum isión y el acatam iento al poder. E n ese cuadro, la violencia popular encaja en lo que los tratad istas llam an «violencia provocada por privación o decrecimiento». «La capacidad de alcan zar valores dism inuye bruscam ente, m ientras perm a necen constantes las aspiraciones. La frustración y la ira son consecuencia de la pérdida de un valor an tes poseído» (7). Las m asas eran espontánea y explicablem ente fie les a las expectativas de valores alcanzados en los años de la Segunda República y en la retaguardia de los republicanos en la guerra civil, y están fru stra das al ser privadas p o r la fuerza de su disfrute, que tra ta n de recuperar. Es decir, volver a tener el an te rio r ingreso real, disponer del anterior tipo de ins tituciones, m antener sus derechos y libertades pú blicas, etc. Colectivamente se vive una suerte de m o vilidad descendente, favorable a la explosión, que supera las b arreras inhibitorias; pero p o r los facto res anotados, la violencia subversiva, contraviolencia o resistencia, casi siem pre adopta las form as de la violencia conspirativa, en m anos de grupos elitarios, que con apoyo del exilio, se m anifiestan en aten ta dos, o terrorism o en pequeña escala. Las m ism as o r ganizaciones de m asas como la CNT, que tanto se (7) Rowse-Hughes, ob. cit., p. 510, resumiendo Why Men Rebel, de Ted Robert Gurr, Princeton University Press, 1976, págs. 47 y siguientes. Sobre la resistencia laboral española, Llibert Ferri-Jordi Muixí-Eduardo Sanjuán, Las huelgas contra Franco (1939-1956), Bar celona, Planeta, 1978.
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d estacará en estos episodios, proceden a nivel de mi norías. El PC presente en la fase óptim a de 1945-1953, tam poco está en condiciones de llevar sus acciones a un nivel de am plia participación, y en su fracaso pasa a una táctica pacífica, el discutido proyecto de «huelga general pacífica», de todo lo cual ah o ra sa bem os algo más (8). La segunda etapa, 1962-1976, políticam ente se ca racteriza porque el franquism o, que ya cuenta con fu erte respaldo internacional: arriendo de bases a Estados Unidos en 1953, concordato con el Papado en la m ism a fecha e ingreso en el Fondo M onetario Internacional en 1959, institucionaliza la d ictadura a través de la Ley Orgánica del E stado (1966), que coordina la estru ctura política del régimen. E n esta m ism a fecha, asim ismo, se aprueba u n a nueva ley de pren sa y al año siguiente se acepta la libertad religiosa en form a lim itada. La represión estatal, legalizada con un aparato ju rídico adecuado, abandona las form as de terro ris m o masivo, y se hace específicam ente a través de la destrucción sistem ática de los grupos o partidos opo sitores y de los prim eros m ovimientos de m asas. La censura, el monopolio inform ativo, el control de la enseñanza p o r el clero, o, en su caso, la corrupción, aseguran el funcionam iento del sistem a. Ahora la violencia estatal tiene, ante todo, p o r o bjeto «asegurar el orden» p a ra lim itar el consum o, m an ten er bajo el nivel de vida y financiar de este m odo la tasa de inversión del capital productivo, lo grando al mismo tiem po m antener el superlucro de la clase capitalista. El desarrollo económico se lo g ra rá en u na estrategia que com bina la im portante inversión de capitales extranjeros, con la técnica de la violencia estatal de la d ictadura (9). El bloqueo de los salarios ahora favorecerá, no (8) Fernando Claudín y otros. Documentos de una divergencia comunista, Barcelona, El Viejo Topo, 1978. (9) Este es uno de los aspectos poco “europeos” de España, porque en tanto vive un acelerado proceso de industrialización y urbanización en los años sesenta, presenta problemas similares a muchos países del Tercer Mundo, y hasta del campo socialista.
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solam ente a la clase alta nacional, sino asim ism o a las m ultinacionales extranjeras im plantadas en el país, y, p o r tanto, a sus accionistas norteam ericanos y europeos. A las m asas se les vedará la defensa clasista le gal, a través del sistem a de «sindicatos verticales», o se les derivará hacia el extranjero, como m ano de o b ra al servicio de los países adelantados. Todo esto com porta variadas form as de violencia económ i ca, y la resistencia se aju sta al caso típico de priva ción p or desencuentro entre expectativas y el estan cam iento de los valores alcanzados. M ientras el m a yor contacto con el extranjero (m igración económ i ca, turism o) y la m ism a dinám ica de la propaganda com ercial ab ren un explicable panoram a de nuevos valores a las m asas, las realizaciones se m antienen lejanas y, p o r lo tanto, se siente, p o r un núm ero cre ciente de personas, la privación correspondiente, en que la fru stració n incita a la resistencia y a la pro testa (10). E n térm inos económ icos, el porcentaje de sala rios en el re p arto del PNB no crece en relación con el desarrollo económico, que acom paña la in d u stria lización, y, al contrario, se favorece un m ayor ingre so p o r ren tas de capital. Las clases populares —privadas de canales insti tucionales pacíficos y legales— apelan en repetidas oportunidades a form as ilegales y subversivas del orden público. Un ejem plo típico es la huelga que llevan adelante los m ineros asturianos en 1962, y este género de acciones com porta obviam ente diver sas form as de violencia política. Los sectores que ah o ra en tran en lucha son la clase ob rera de nivel su p erio r de las zonas de m ayor desarrollo indus trial, los estudiantes de universidades que m ultipli can sus efectivos en estos años, y otros grupos es(10) Volvemos a otra teon'a de la cit. ob. de Ted Robert Gurr, Why Men Rebel. Tal vez este autor no ha considerado suficiente mente los factores inhibitorios de la violencia política, por ejemplo, en el caso de España, diferentes entre 1936-1962, y el segundo pe ríodo estudiado.
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Clarecidos o politizados. En su seno se reorganizan llegalmente —afrontando la represión— sindicatos clasistas, grupos políticos opositores y núcleos de Intelectuales desafectos al régimen, que alientan un núm ero creciente de protestas, desórdenes, tum ul tos, etcétera. El orden invariable —ahora no sacralizado uná nim em ente por los integrantes del clero— es desa fiado en form a creciente, y esto provoca la inevita ble cadena de violencia institucional y su respuesta correspondiente. No faltan —pero ahora en form a más m inoritaria— las actitudes de tipo conspirativo, provenientes de vanguardias políticas de extrem a izquierda no parlam entaria. A falta de estudios estadísticos m ás prolijos aventuraríam os la hipótesis de que el índice de vio lencia política popular, ha sido menos elevado —en relación al volumen de población— que el corres pondiente a la Restauración, a la Dictadura y a la República. El núm ero de detenidos políticos —aun siendo la legislación extrem adam ente severa— a fi nales del franquism o es bajísimo, y sin punto de comparación, por ejemplo, con las pequeñas repú blicas del cono sur am ericano en las m ismas fechas. En verdad —como destacam os m ás adelante— es casi inexistente la violencia estrictam ente revolu cionaria, y lo que predom ina es la resistencia, la contraviolencia y la protesta violenta espontánea. E l caso vasco H asta ahora nos hemos referido a la evolución general, a niveles estadísticos nacionales, pero co rresponde hacer una mención especial al caso vas co, tanto por su com plejidad como por su distinto potencial en m ateria de violencia. La represión franquista resulta ser m ás grave —lo que no es lo mismo que decir más sangrien ta— que en otras regiones, por cuanto los «enemi gos» del régimen serán los mismos que en el resto de España m ás amplios sectores campesinos eúska161
ra y h asta de la m ediana burguesía urbana, afectos al autonom ism o. Se tra ta de la región de m ás alta observancia religiosa en E spaña y el terrorism o esta tal no estará sacralizado p o r la Iglesia, pues p arte del b ajo clero vasco participa, en tre los «vencidos», de las víctim as (11). Siem pre a niveles institucionales, en el País Vas co el nacionalism o local evoluciona, p o r lo m enos en cierto sector, a posiciones independentistas, y esto ju stifica u na represión que m ultiplica los «estados de excepción», es decir, u n terrorism o local dentro del terro rism o general estatal. El E stado, a través del gobierno de M adrid, no acepta soluciones de tipo federal (ni siquiera a nivel adm inistrativo), y tem e que la autonom ía regional engendre el separatism o (es decir, la independencia de las provincias en cuestión). Esto lo resum ía Cal vo Sotelo, en vísperas de la guerra civil, con la famo sa frase: «Más vale u n a E spaña ro ja que u n a E spa ñ a rota.» La resistencia y la antiviolencia popular tendrá un m ayor respaldo espontáneo, y el m ism o terro rism o estatal m ejorará la im agen de los rebeldes, que p o r o tra p arte cuentan con u n sostenido apoyo exterior. En el plano de las luchas interclasistas se apre cia que los m ism os vascos están divididos, p o r cuan to la alta burguesía de Neguri (banca, siderurgia, navales) se alía con el nuevo E stado p ara rentabilizar sus em presas. A m edida que la región vasco-navarra se poten cia económ icam ente, alcanzando las cotas superiores de p ro d u cto b ru to de España, com ienza a incluir las zonas fronterizas castellanas, y atrae u n a m asa creciente de trabajadores no vascos (tam bién galle en ) En el caso de la provincia de Navarra, sobre cuya com plejidad ya llamamos la atención en nuestro libro Ideología, regiones y clases sociales en la España contemporánea, Madrid, Júcar, 1977, 3.* ed„ habría que tener en cuenta un sector de composición social y religiosa similar al eúskara vasco, pero encuadrado en el carlismo, y por tanto favorable, en la primera etapa estudiada, a la contrarre volución estatal.
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gos y leoneses), pero ese proceso que aum enta las
tensiones al d e stru ir la sociedad cam pesina y su p lan tarla p o r la industrial, asim ism o hace declinar el predom inio del grupo cultural regional. Lo m ism o que en C ataluña, el nacionalism o vasco (que aquí se apoya en apenas el 20 % de la población que habla y escribe en su lengua), tiene las reacciones de un grupo fru strad o y en peligro de ser absorbido cul tu ralm en te (12). Como todo país de m ontaña, y en este caso de po blación dispersa, el País Vasco se caracteriza p o r el arcaísm o y al tiem po la m áxim a capacidad de resis tencia, en un elem ental defensism o. La lucha de cla ses co bra a m enudo aspectos antiindustrializadores, y, com o señala Antonio Elorza, su nacionalism o im plica el rechazo de las consecuencias sociales del proceso económico. E n la segunda eta p a de la h isto ria de la violencia en la E spaña franquista, 1962-1976, aquélla adquiere m ayor in tensidad en el País Vasco, p o r efectos, p ri m ero, de la «política de estabilización económica» que a rru in a a pequeños y m edianos industriales y la com petencia de las m ultinacionales, que favorece el aum ento de la tasa de desocupación (especialm ente en Guipúzcoa). Del estu d ian tad o surgirán grupos guerrilleros, que ad o p tarán las tácticas de Cuba, Argelia y Uruguay de esos años. E n principio son m anifestaciones nacio nalistas, de escaso nivel ideológico, y en las cuales el p o sterio r contacto con el m arxism o provocarán rep etid as escisiones. La ETA (o las ETAS) desde 1959 a la fecha d an u n núm ero considerable de hechos típicos de guerrillerism o urbano, en princi pio a nivel local o provincial, aunque culm inaron con el m agnicidio de 1973 en M adrid co n tra el presiden te del consejo de gobierno alm irante C arrero Blanco. La clandestinidad, el clim a de represión —que (12) Habría que hacer un mapa de los enclaves de vascoparlantes (es decir, zonas donde entre el 60 y el 80 % de la población es de expresión eúskara) y superponerlo con las manifestaciones na cionalistas y, especialmente, de los guerrilleros terroristas.
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hace de estas provincias v irtu alm en te u n país ocupa do— favorece u n com portam iento sectario en la re sistencia, m ultiplicándose los grupos basados en ex e ta rra s, que p ro c u ran d esb o rd ar los tradicionales p a rtid o s m arx istas y nacionalistas, o la m ism a ETA. La im p lan tación efectiva de las derechas sigue siendo grande, y las elecciones de 1977 han d em o stra do el p oderío de Unión del C entro D em ocrático, UCD (tercer g ru p o político) y de la m ism a AP (Alianza P o p u lar), todo lo cual aum enta la conflictividad. E n u n a p alab ra, p o r m om entos se vive u n a su er te de g u erra civil in tern a, que se sum a a la guerra de ocupación, que lleva adelante la ad m in istració n m ad rileñ a, y a la pron u n ciad a g u erra de clases, y, p o r lo m enos p a ra algunos sectores, h asta u n a g u erra n acio n alista in d ependentista. El guerrillerism o y las recien tes técnicas de contrainsurgencia y de la «gue r r a de desgaste» y la «técnica de la tensión» neofas cista, se conjugan al nivel m áxim o de violencia (13).
Dinámica de los instrumentos de poder La larg a y sangrienta g u erra civil de 1936-1939 en g endró u n n úm ero elevado de ex com batientes que al final del conflicto no se ab so rb iero n en tareas económ icas pacíficas. España, adem ás, no ha tenido, com o p o r ejem plo F rancia o E stados Unidos, la po sibilidad de «exportar» u n cierto p o rc en taje de estos profesionales de la violencia hacia las guerras colo niales, los cu erpos de m ercenarios, los servicios de espionaje, etcétera. E n b u en a p arte , este personal fue ab sorbido ini cialm en te p o r el enorm e y costoso a p a ra to represivo (13) Ver I. L. Horowitz, Fundamentos de la sociología política, México, Fondo de Cultura Económica, 1977, cap. XIII. Sobre el tema de la violencia en el país vasco, en fechas recientes: Informe: el laberinto vasco (firmado por Perú Erroteca), “La Calle” , Madrid, n.° 9, mayo 1978; Charles Vanhecke, Le Pays basque est déchiré par des querelles intestines, “Le Monde”, Paris, p. 3, 29 de marzo de 1978, y declaraciones de Enrique Tierno Galván en “Posible”, Madrid, 22 de mayo de 1978.
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que, a lo largo de una generación, y en una inusita da profundidad, practicó el terrorism o de Estado. Como instrum entos del poder a diversos niveles (po licías, cuerpos arm ados, carceleros, soplones, provo cadores, delatores, cuerpos de inteligencia, sacerdo cio especializado, m agistratura m ilitar y extraordi naria, periodistas del régimen, adm inistración de servicios, agentes en el extranjero, verdugos, to rtu radores, censores, agentes sindicales, docentes de form ación cívica y política, servicios de orden parti darios, «servicios sociales», «organizaciones de cari dad», etc., etc.), incluyen, asimismo, un cierto por centaje de desocupados, en una época de escaso di nam ism o económico. Estos equipos «cumplen órdenes» haciendo reali dad el terrorism o estatal, colaborando con los patro nos y desorganizando la oposición, incluso a través de la provocación. Seguramente, como en la Rusia zarista, les corresponde la autoría, a través de la in filtración, de actos de «seudo-violencia» revoluciona ria, o de provocación a las m asas para llevarles a la antiviolencia protestaria. En España, y éste no es el últim o de los anacro nismos a tener en cuenta, el franquism o resucitó la institución del som atén, cuerpos arm ados de pro pietarios rurales, que habían tenido im portancia po lítica en la D ictadura de Primo de Rivera. Los miem bros del som atén com parten con las fuerzas públi cas, y los m iem bros del partido único, el privilegio de tener arm as y municiones. Colaboran, por ejem plo en Cataluña, en la represión del guerrillerism o anarquista. E n todos estos niveles se reclutarán (a veces con la cooperación de los refugiados fascistas en Espa ña) los cuadros de los movimientos neofascistas y de las milicias param ilitares de los últim os veinte años, que practican en form a oficiosa la violencia política contra los opositores del régimen. E n 1969, el arzobispado de M adrid desautorizó a los «guerrilleros de Cristo Rey», pero con diversos nom bres, y siguiendo distintas pautas organizativas, este tipo de milicias —cuyo florecim iento se expli165
ca p o r la protección estatal— desde aquella fecha contribuyen al activo de violencia política en u n gra do considerable (14). La existencia de u n a m asa tan considerable de rep reso res profesionales, plantea singulares proble m as en el cam po de la violencia. En p rim er lugar p o rque es explicable que lleven a la vida civil un estilo p articu lar, afecto al au to ritarism o y la violen cia en to d as sus dim ensiones. E n tre ellos se reclu tará n los servicios de vigilancia privados, serenos, po rtero s, conserjes, guardias varios, profesionales en co n tro l de personal, capataces, m ayordom os y a m enudo conservarán el derecho de p orte de arm as y sus vinculaciones con los cuerpos estatales en que h an actuado en activo. Algunos sociólogos h an planteado la hipótesis de una sociedad fran q u ista au to ritaria, cuya existencia en cierta m edida explicaría el E stado represor. Nos parece discutible ad m itir que «todos los españoles son au to ritario s», pero ¿no será u n resultado del alto p o rcen taje de varones que han participado, o p articip an d u ran te u n a generación de los distintos aspectos de la violencia política lo que da el tono a u to ritario de u n buen sector de la población?
La violencia importada H ab ría que ten er en cuenta la cuota de violencia a p o rta d a p o r los servicios secretos extranjeros, pues si m ucho se ha hablado de las fuerzas com batientes ítalo-germ anas en la guerra civil, no se ha destacado que su presencia es sim ultánea con los agentes del espionaje del Eje. Más adelante hacem os referencia al em b ajad o r inglés H oare, que detalla la im portan(14) Confirma que es una “violencia oficiosa” (o sea permitida y aceptada por el Estado) el hecho de que no haya casos durante este período de violencia de instrumentos del Estado en forma in controlada. Por ejemplo, no hay cuerpos oficiales de represión que actúen por su cuenta, o tomen iniciativas al margen de las órdenes regulares.
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cia de tales servicios, y de la batalla que en territo rio español les libraban los agentes ingleses y de o tro s países aliados (15). La presencia de las bases norteam ericanas (y en especial Rota, la segunda base naval de aquel país en el m undo), es obvio que ha obligado a una im plantación de la CIA, y, por contrapartida, de los ser vicios rivales, todos los cuales reclutan personal lo cal, y es difícil que no intervengan en la política. No es ocioso reco rd ar que los pistoleros que origi n ariam ente reclutó el p atronato catalán, fueron ex agentes alem anes que actuaban en E spaña du ran te la g u erra de 1914-1918. R ecientem ente se h a sosteni do en libros y artículos, que el m agnicidio co n tra C arrero Blanco fue hecho, o p o r lo m enos tolerado, p o r los «servicios especiales» norteam ericanos en M adrid (16). O tro aspecto es que España, du ran te la época fran q u ista, se constituyó en refugio de miles de «hom bres de acción» del fascism o europeo y latino am ericano, nazis alem anes, fascistas italianos, cola boracionistas franceses, belgas, croatas, peronistas argentinos, batistianos cubanos, etc., etc., se im plan taro n en el país, fueron protegidos p o r las autori dades y recibieron el derecho de residencia, y, final m ente. la ciudadanía española. Incluso en el posfranquism o, y a propósito de los hechos m adrileños de enero de 1977, se ha lla m ado la atención sobre la intervención en las filas de los terro ristas neofascistas de italianos y argen tinos de la Internacional Negra.
(15) El atentado falangista a la concentración carlista del San tuario de Begoña, el 17 de agosto de 1942, fue cometido por un falangista, al que los alemanes concedieron la Cruz de la Orden del Aguila Alemana, pero que (según el Servicio de Información de Fa lange, secretaría Arrese) era espía inglés... (16) De Luis M. González Mata, Terrorismo internacional. La extrema derecha, la extrema izquierda y los crímenes de Estado, Barcelona, Argos-Vergara, 1978, que comenta Fernando González en La segunda muerte de Carrero Blanco, “Triunfo”, Madrid, n.“ 807, 15 de julio de 1978.
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D eca d en cia d e la violencia p o lític a E n los últim os años del franquism o, y sin p e rju i cio de la presión de sectores ultras, el régim en u ti liza en m enor escala el terrorism o y la violencia fron tal p a ra re p rim ir a las clases populares y a los opo sitores al régim en. B uena p arte de la clase alta, desde 1974, acepta la a p e rtu ra m onárquica antidictatorial, en tre o tras ra zones p o rq u e h a en trad o en una fase capitalista m ás avanzada y confía en form a creciente en las técnicas de m anipulación colectiva, alienación de la opinión pública p o r los m edios de com unicación de m asas y en el régim en plural de consenso (17). P or o tra p arte, u n sector creciente del p ro leta riad o in d u strial —com o dice E ric H obsbaw m — tien de a confiar m ás en la «organización y la solidaridad duradera» que en el tu m u lto desorganizado, o en el guerrillerism o, con lo que asim ism o dism inuyen las tasas de violencia. E n las fuerzas de la oposición dem ocrática, la m ayor cu ltu ra política, pero ante todo la com peten cia y participación potencial de los ciudadanos en las decisiones, actúa en form a inhibitoria de la con traviolencia. E sto explica, p o r ejem plo, el fracaso de m uchas «provocaciones». Las pulsiones agresivas p ara todos tienden colec tivam ente a sublim izarse a través de la com petividad societaria, los deportes-espectáculos de m asas, el ver tí 7) La opinión “de los que mandan”, de acuerdo con todas las encuestas internacionales, es la que entre todos los grupos sociales presenta menos inhibiciones para el uso de la violencia, especialmente si la coyuntura política pone en peligro sus bienes o su situación de poder, y por tanto es el primer elemento ya sea del potenciamiento de la violencia como de su retroceso. También por su misma con dición de gentes cultas, y cuyo ingreso no depende del gobierno, tienen una mayor ductibilidad en cambiar de posición, lo que con trasta con el comportamiento más rígido de sus “servidores” pro fesionales de la violencia, que tardan en aceptarla como en aban donarla, una vez ejercida durante cierto tiempo.
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balismo retórico, los canales institucionalizados par cialmente en universidades, talleres y sindicatos, y >or el momento quedan aislados los defensores de as soluciones doctrinarias de violencia política, con la excepción del País Vasco. Corresponde destacar algo, que resulta del texto precedente. A lo largo de todo el período 1939-1976 no ha habido en España una opción revolucionaria integral, y a nivel de masas. Los grupos políticos más extrem istas, aun com partiendo teóricamente es trategias revolucionarias violentas para el cambio cualitativo de sociedad, nunca han estado en la posi bilidad real de usarlas, e incluso de interiorizarlas en las masas. La dictadura franquista ha evitado, por ejemplo, lo que vivía Hispanoamérica en esos mismos años: las revoluciones sociales boliviana, guatemalteca, cubana, las olas de guerrillerismo ru ral y urbano, los movimientos campesinos, la expe riencia chilena, etcétera. Esto implica un retroceso, comparado con los tiempos de la Segunda República y la guerra civil, pero aun con la época de las conspiraciones de gru pos idealistas desde los finales del siglo xv m a co mienzos del siglo xx. Pero aquellos hechos han estado presentes en la memoria de todos en la medida que el régimen para perpetuarse y justificar la acción de los instrum entos de poder, ha recordado a toda la sociedad median te los métodos de la propaganda totalitaria, la tra dición revolucionaria de los españoles. Desde 1974, ese señalado retroceso de la violen cia estatal (que arrastra consigo los otros niveles de violencia política), no se ha hecho mediante una cesura o ruptura, sino a través de un proceso len to, en que no han faltado retrocesos y problemas. Los «grupos ultras» encabezados y/o financiados por ciertos sectores de la clase alta («nuevos ricos», es peculadores favorecidos por la corrupción y el pe culado, latifundistas anacrónicos, etc.) han podido concitar a sectores de los cuerpos profesionales de lo que llamamos «instrumentos de poder», o han mo vilizado a fuerzas neofascistas parapoliciales.
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Como es típico de una sociedad industrial avan zada han coincidido los intereses de la clase alta dem ocratizante (incluso de antecedentes franquis tas), con ia opinión pública opositora moderada, en procura r la estabilidad política, estableciendo un juego institucional pacífico, aislando los desórdenes, los brotes de violencia parcial, y desm ontando por etapas la m aquinaria represiva. La reciente dem ocratización del área europeo-meridioual (Portugal, Grecia, Chipre, Turquía, Malta) h a Presionado a la liquidación de la últim a de las dictaduras surgidas de la ola fascista de los años treinta. La nueva coyuntura internacional, con los cam bios producidos en el seno de las potencias econó micas que controlan España, ha colaborado, asimism o> en la nueva definición política.
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VII UN EMBAJADOR IN G LES E N ESPAÑA (* ) Las m em orias del em bajador inglés Samuel Hoare se publica en francés y en todas las lenguas cultas. Solamente a treinta iflos de la prim era edición se autoriza en la propia España editar en 1977 su versión al castellano (1). E ste hecho es característico de la ignorancia en Que ha sido m antenida la opinión pública española sobre su propia historia, y en especial sobre asuntos t»n fundam entales como fue el papel que jugó Es paña durante la Segunda Guerra Mundial, y el fun cionamiento del régimen franquista de la dictadura. No se tra ta de un hecho aislado, pues p ara co menzar todavía después de editado Hoare están por autorizarse ediciones de la papelería de la Cancillería alemana h itlerista sobre los asuntos españoles, o ver siones íntegras y no expurgadas de las m em orias del
tn M adrid durante los años 1940 a 1944 ron en inglés en 1947, y al año siguiente
(*) Una primera versión de este texto se publicó en la revista "Historia 16”, Madrid, n.° 14, junio de 1977, págs. 133-134, con •1 titulo de Embajador ante el franquismo. (1) Nos referimos a Embajador en misión especial, de Samuel Hoare, Madrid, Sedmay, 1977, en traducción firmada por Judith Dellepiane. Del mismo autor todavía no se han traducido ComnlaCtnt dictator, New York, Knoft, 1947, y Nine troubled years, Toronto, Collins, 1954, ricos en informaciones sobre la España fran
quista.
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m ism o em b ajad o r de la Italia m ussoliniana R oberto C antal upo Fu la Spagna, o las obras que tra ta n de la gestión del fam oso alm iran te C anaris («el pequeño a lm iran te su p eresp ía de la Alem ania nazi») y en que se h ab la asim ism o de España. O tro libro que nos fa lta es el volum en de m em orias del em b ajad o r e h isto ria d o r n o rteam ericano C arlton H ayes (2). Lo ex trao rd in ario, sin em bargo, en el caso de llo a re, es que su no m b re es conocido a través de la o b ra del p erso n aje político m ás im p o rtan te en la escena española (después del Jefe del Estado) señor Ram ón S erran o S uñer, que en su libro E n tre H endaya y Gibraltar, m uy generosam ente reeditado, le dedica al em b a ja d o r inglés casi todo el capítulo XIV, y que en el texto en te ro confiere la m ayoría de las citas, p o r su orden, a Hitler-M ussolini-Ciano-Hoare. La edi to rial española h a tenido la curiosa iniciativa, ah o ra en 1977, de h acer p re se n ta r el libro de H oare p o r S erran o Suñer. E n u n a palabra, las fuerzas que du ra n te tre in ta años han im pedido escuchar la p alab ra del em b ajad o r inglés, ah o ra in terp retan , explican, y a n u estro juicio d esnaturalizan, las opiniones de H oare (3). (2) Nos referimos al hecho de que no ha sido editado War time mission in Spain, Toronto, Macmillan, 1945, aunque hay dos ver siones castellanas editadas una en Chile y otra en México (1966). De su otra obra The United States and Spain. A n interpretation, New York, Sheed and Ward, 1951, hay una versión censurada con el nombre de Los Estados Unidos y España. Una interpretación, Madrid, Ediciones y Publicaciones Españolas, 1952. Todavía en 1979, cuando ya se han editado los archivos de guerra norteamericanos, en español solamente se dispone de comentarios periodísticos a los casos escandalosos cuando se citan, por ejemplo, la actividad de los espías españoles a favor del Japón, etc. (3) El señor Serrano Suñer, que dedicó tanto espacio de su obra a la versión del embajador Hoare, que prologó —como se destaca— la primera edición hecha en Madrid de su libro principal, se ha visto obligado, con posterioridad a la publicación de Embajador en misión especial, a editar Entre el silencio y la propaganda. La historia como fue. Memorias, Barcelona, Planeta, 1978, sobre su actuación pública, y en que vuelve a “refutar” a Hoare. Ramón Tamames decía de este libro, conjuntamente con las memorias del señor Sáinz Rodríguez, que su propósito “es reconstruir sus imá genes” con referencia a los contemporáneos, lo que nos exime de más comentarios.
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E l au to r, recordem os, es u n hom bre im p o rtan tí sim o en el p anoram a político inglés de 1940, pues com o rep resen tan te del P artido C onservador integra ba la C ám ara de los Comunes, y antes de esa fecha había sido P rim er Lord del Almirantazgo, M inistro de A rm am entos, Lord del Sello Privado, y com o di plom ático, em b ajad or de su país en la R usia soviéti ca, y m ás tard e en la Italia fascista. Su m isión era im pedir el ingreso de E spaña en la guerra, secundando al E je Berlín-Roma-Tokio, y e n fren tar el ap arato de su espionaje que hacía del territo rio español la base estratégica de operaciones en el M editerráneo occidental y en el A tlántico norte. Su g ran rival es el alm irante Canaris, y su línea estratégica corresponde al gabinete Churchill de gue rra de tran sfo rm ar la resistencia de Inglaterra, en u na final b atalla victoriosa co n tra el b ú n k er con tinental del fascism o. Sin em bargo, no es estrictam ente un antifascista en el sentido ideológico, y es fácil adivinar, p o r ejem plo, que no tiene sim patías p o r los republicanos españoles. Tiene sí, com o liberal-conservador, un re pudio p o r los m étodos del totalitarism o, pero su objetivo p o r excelencia es la defensa del Im perio B ritánico, en u n m om ento en que éste lucha p o r su supervivencia. H om bre tan político com o culto, conoce bien sus clásicos, com o tam bién la historia de las relaciones de In g laterra con España, y secundado p o r un gran equipo no se reduce a los locales de la em bajada inglesa en M adrid, sino que recorre toda España, m anteniendo contactos, p o r ejem plo, con N avarra, C astilla la Vieja, C ataluña y Andalucía. Recién al final de su gestión —sin em bargo—, reconoce su deuda de adm iración p o r la cu ltu ra española y los espa ñoles. En verdad su gestión desborda la propia E spa ña, y es u n a suerte de superem bajador en el Medi terráneo. Le toca, p o r ejem plo, atender a tre in ta mil com batientes fugados del nazismo, a él recu rre p ri m ero el general Badoglio p a ra term in ar con Musso173
lini y aliarse con In g la te rra y E stados Unidos, cola b o ra con la R esistencia francesa, etc. E n esa g u erra española, sus ideas son claras sobre el gobierno de M adrid. «Los Aliados nunca p o d rán te n e r con Franco, en realidad, verdaderas relaciones am isto sas..., su concepción to ta lita ria de la nueva E u ro p a se opone en todos sus p u n to s a la nuestra.» P o r ello p re p ara , con EE. UU., la intervención polí tico-económ ica que en m ayo de 1944 presiona al fran quism o y le obliga a ro m p er con el Eje, a la vista «de la falsa n eu tralid ad de Franco», pero a su juicio todavía en diciem bre de 1944 el gobierno de M adrid sigue co laborando subrepticiam ente con los nazis. H oare entonces no está c o n tra el franquism o, o sus ho m b res, p o r razones estrictam en te ideológicas, sino p o r co n sid erarlo u n in stru m en to nazi. Tiene ideas asim ism o m uy claras sobre el régi m en que n ecesita E spaña: u n a re stau ració n m onár q uica con don Juan, apoyada p o r el E jército y las clases altas no corrom pidas p o r el falangism o. Se tra ta en definitiva, del últim o episodio im pe rial inglés en tierras españolas, que cie rra b rillan tem en te la etap a que ab rie ro n los sucesos de 1808. Antes de que m u riera H oare en 1959, E spaña, lo m ism o q ue G recia y el re sto del M editerráneo inglés h ab ía p asado del control de Londres al de W ashing to n y donde an tes señ o reara W ellington y el Intelligence Service, ah o ra la b an d e ra de las b a rra s y las estrellas es izada triu n falm en te en las bases m ilitares y en las em p resas económ icas de las m ultinacionales n o rteam erican as. E n m uchos aspectos la o b ra de S am uel H oare es in tere san te p a ra m ejo r conocer el m undo del fran quism o. S u b ray a m uchas veces el a u to r «la situación caó tica del país», su m iseria, el descontento de las gentes («nueve de cada diez españoles se oponen» al gobier 174
no), la ineficacia de la adm inistración («el p ara m a ñana colectivo»), la censura a todos los niveles. En el plano político destaca el som etim iento y corrupción de los funcionarios agentes de poder, en m anos del Eje Berlín-Roma; el control de la prensa, de las algaradas y provocaciones por los esbirros de Falange, que en últim a instancia dependen de Serraño Sufier y del jefe del Estado («Veo en su propia fuente la deshonestidad, la perfidia y la injus ticia del falangismo») (4). En definitiva el suyo es un trab ajo de equipo (cuenta con 223 em pleados especializados) y la em b ajada inglesa, entre otras cosas, atiende a treinta mil refugiados de E uropa y de los ejércitos aliados que han podido pasar a España. E ntre sus colabora dores m ás íntim os al hispanista Malley. Esa infraes tru c tu ra le perm ite tener éxito en sus viajes a las provincias, y conocer algo m ás que los círculos oficia les de M adrid, vinculados al área de los contactos diplomáticos. El libro p or m om entos deja de ser una in terp reta ción general de la estrategia aliada en la España de los tiem pos de la Segunda G uerra Mundial, para alcanzar el nivel de un análisis de las corrientes de opinión existentes en los grupos superiores de la so ciedad española (5). P or razones obvias, y atento a la fecha en que se (4) “El generalísimo —son sus palabras— había permitido que su país fuese corrompido por un control extranjero; el pueblo es pañol, de todos los pueblos europeos el más rebelde a las ingeren cias exteriores, había sido una vez más sujeto al yugo extranjero... Franco, el jefe nacionalista, por una perversión política había des nacionalizado a su país” (sic). (5) Así dice: “El mundo de los negocios en Barcelona, casi sin excepciones era anglòfilo”, y en otra parte, “había una masa de simpatizantes influyentes en casi todos los medios provinciales (hacia la causa aliada), cuya ayuda fue invalorable en la orientación de la opinión pública por vías más seguras”. En definitiva —después de visitar la cuna navarra del tradicionalismo— concluye: “En ninguna parte parecían, en realidad, muy arraigados los sentimientos totali tarios” (sic).
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publicó la obra, no se dice dem asiado sobre la pe n etració n b ritán ica en el círculo de la oligarquía fran q u ista. Pero está claro que u n a co rrien te de opinión im p o rtan te en tre los viejos generales y polí ticos palaciegos, no creyó en la victoria final alem a na; o descreyó de ella después de p roducirse en 1942 el triu n fo aliado en S talingrado y El Alamein. Cita e n tre los aliadófilos al m ism o m inistro Jordana y los generales B eigdeber y Aranda, el conde de Rodezno y los carlistas. Sabem os ah o ra que tam bién estab a en esa te situ ra el general K indelán, y aquellos a los que a rra s tra b a la bandería de don Juan, com o es el caso del ex m in istro de Educación P edro Sáinz Ro dríguez, ya entonces en Lisboa (6). Razón tiene en esto S errano S uñer al decir que la em b ajad a de H oare en M adrid «era u n a potencia en E sp añ a... conspiró con su erte ... creó opinión», etcétera. E l capítulo XXX resum e la gestión de H oare en E sp añ a en tre ju nio de 1940 y finales de 1944 (una vez rechazada la condecoración que insistió en pro veerle el gobierno de M adrid...). Allí destaca que si en «junio de 1940 y en enero de 1941 en los m om en tos en que estuvo F ranco m ás cerca de intervenir en el conflicto (si no lo hizo) fue p o r la hostilidad cre ciente del pueblo español hacia la guerra», y m ás ta rd e p o r «el d esastre sufrido p o r el ejército alem án en Grecia». S ecundariam ente «las diferencias sobre el re p a rto de Africa, las in trig as concernientes a la flota francesa y G ibraltar», etc. De todo ello re su lta que la élite de p o d er que ro d eab a al Caudillo se fracciona, pues u n sector b astan te prestigioso, adm ite la posibilidad de la vic to ria aliada (aún en contradicción con sus orígenes fascistas), y p o r ta n to entiende conveniente a sus (6) Entre los silencios de Hoare más sugestivos, omite tratar de las tentativas de restauración de la monarquía borbónica en el año 1943, que contaron con su apoyo directo.
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intereses de clase no com prom eterse m ás en la alian za an ti K om intern su scrita en 1939, y tom ar distan cias con H itler y M ussolini, El peso económ ico de los aliados, únicos capaces de p roveer de com bustible y cereales a la E spaña h am b rien ta y a rru in ad a de entonces, hizo el resto.
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Segunda Parte EL ANARQUISMO ESPAÑOL “Casi toda Europa está en manos del fascismo, que ha tenido buen cuidado en exterminar a sangre y fuego los movimientos sociales libertadores, comen zando por el nuestro... Los anarquistas tenemos por eso una enorme res ponsabilidad, no sólo en relación con la fe que el pueblo español ha puesto en nosotros, sino frente al proletariado mundial ferozmente encadenado... Sepa mos por anticipado que si nosotros, por incapacidad, por impotencia o por falta de tacto, caemos y fraca samos en la contienda, con nosotros mueren las espe ranzas de muchas decenas de millones de trabajadores de todas las latitudes y que nuestro triunfo, el triunfo de una revolución social en España, significa el co mienzo de una revolución mundiaL” Revista “Tierra y Libertad”, Barcelona, n.° 148, 2 de marzo de 1943. D
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VIII ESTADO ACTUAL DE LOS ESTUDIOS SOBRE EL ANARQUISMO ESPAÑOL DEL SIGLO XX (*) A nuestro juicio ciertos grandes hechos de la so ciología editorial, derivados de acontecimientos polí ticos más que de razones estrictamente académicas, permiten fechar o establecer etapas, en el desarrollo de nuestra temática en el último cuarto de siglo. Entre 1950 y 1960 no hay mayor interés en el «tema español», incluso entre los mismos españoles, y con más razón tratándose de un aspecto parcial y en cierto sentido marginal como es el anarquismo. Desde 1960 se «pone de moda» el tema de la gue rra civil española, y ciertos libros para el gran públi co alcanzan una gran difusión, lo que obliga hasta a las fuerzas oficialistas de Madrid a presentar un esfuerzo editorial capaz de enfrentar ese masivo (*) Esta es la quinta versión (o la séptima si se consideran dos separatas), de este texto, que he venido ampliando y corrigiendo desde la primera de “Convivium”, Barcelona, núms. 44-45, págs. 123135 (octubre 1975). Las siguientes fueron publicadas en “Revista del Trabajo”, Madrid, n.” 51 (junio de 1976); hay una tercera de la revista “Ruta”, Caracas, n,° 42, agosto de 1975, con el título de Bibliografía anarquista española, y la cuarta está incluida en el vo lumen colectivo de M. Tuñón de Lara y otros, Teoría y práctica del movimiento obrero en España, 1900-1936, Valencia, Torres, 1977, págs. 55-78.
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in teré s, tra s el cual se descubre el ascenso de u n a nueva generación que «no vivió el problem a». D esde m ayo de 1968 se sum a, y ahora sí es especí fico a n u e stro asunto, el hecho de que, a través de los sucesos de la U niversidad de P arís, hay u n a recupe ració n del an arq uism o, que in cita en form a p a rtic u la r a la «nueva izquierda» en todas partes, y en espe cial a los jóvenes estu d ian tes o intelectuales. H ab rá u n a v erd ad era oleada de nuevos libros sobre las ideas y la h isto ria lib ertaria, especialm ente en lenguas in glesa y francesa. E n el ám bito de la lengua castellana, y p o r efecto de la revolución cubana y de su extensión g u errillera desde 1960, en Am érica L atina se «redescubrieron» m uchas p rácticas e ideas del anarquism o, que se ad o p ta ro n en el seno del «guevarism o», el «tupam arism o» y o tro s m ovim ientos sim ilares, y esto contri buye tam b ién a re in te re sa r en la historia, incluso española de los libertarios. F inalm ente los m ism os acontecim ientos de la his to ria m ás reciente española han incidido indudable m en te en la edición de o b ras alusivas, y han cam bia do en fo rm a m arcada las condiciones en que se desenvolvían los estudios sobre el tem a. E n 1973 escribiendo no exclusivam ente sobre el tem a del anarquism o, ni m enos sobre el estado actual de su estu d io con p a rtic u la r referencia al siglo xx, sino haciendo lo que denom inaba u n Panorama de los estudios m onográficos recientes sobre el m ovi m ien to obrero español entre 1900 y 1936, n u estro colega el p ro feso r C asim iro M artí lograba u n a cose ch a relativam ente m agra, au n q u e auspiciosa, com o pued e el lecto r co m p ro b ar exam inando el texto in cluido en el volum en M ovim iento obrero, política y literatura en la España contem poránea, que citam os m ás adelan te, y que corresponde al IV Coloquio de Pau. N osotros m ism os hem os sido partícip es de u n a experiencia aú n m ás ro tu n d a. H abiendo publicado u n a p rim era versión de este trab a jo , fechada en oc tu b re de 1975, pudim os pro v eer de u n a segunda 182
versión m ás com pleta p ara la «Revista del Trabajo» de M adrid, pero am bas —a su vez— debieron am p liarse considerablem ente para ofrecer las tres edi ciones posteriores, culm inando con la quinta que tiene en sus m anos el lector, en este capítulo (1979). H a habido, com o es norm al en este tipo de tra bajos, om isiones corregidas en su m om ento, pero m ás im p o rtan te h a sido la «oleada» de nuevos tra bajos, que se han dado a conocer en el plazo histórico que ab re la restauración de la m onarquía en España, y las m ejores condiciones p a ra la edición y difusión de este tipo de m ateriales. En p a rtic u la r anotam os que desde m arzo de 1976 la m ism a pren sa cotidiana, o las revistas del gran público, recogen inform acio nes, ed itan entrevistas con supervivientes del movi m iento confederal de la Segunda R epública, o dan cuenta de actos públicos vinculados a u n a resu rrec ción lib ertaria, que es decisiva en n u e stra tem ática. E stos hechos y fechas, p erm itirán entonces orde n a r —y en alguna m edida explicar— no sólo las etap as de la bibliografía y de los estudios sobre el anarquism o español, y en p a rtic u la r sobre su historia del siglo xx, sino que adem ás deben ser tenidos en cu en ta p a ra in te rp re ta r la d istin ta significación que, a m edida que tran sc u rre n los años, poseen los tem as o textos que nos perm itim os com entar, o m eram ente señalar.
I P or 1950 no eran m uchos los tra b a jo s analíticos de tipo erudito, e incluso las fuentes im presas al al cance de los estudiosos sobre estos tem as, y en algún sentido la situación se refleja sim bólicam ente en tres obras centrales. E n p rim er lugar —en el aspecto bibliográfico— la o b ra pionera de Renée L am beret M ouvem ents ouvriers et socialistes. Chronologie et bibliographie. L'Espagne, 1750-1936, que apareció en 1953 en la co183
lección p atro cin ad a p o r el In stitu t F rançais d'H istoire Sociale, y dirigida p o r los profesores E douard Dolléans y Michel Crozier. Aunque no es específica ni exclusiva sobre el anar quism o, la especialidad de la au to ra, y la colabora ción de m ilitantes com o B ernard Pou, E. C. Carbó, M. M artínez. H. Plaja, Latelaro, D. Alonso, José Ledo, W. W. Peña, Viladom iú, Sans S icart —y obsér vese que no todos son españoles— le hace inaprecia ble p a ra te n e r una base de estudio de la bibliografía y cronología del anarquism o, incluido en la histo ria social española. La segunda o b ra a te n e r en cuenta es la de José P eirats, m ilitan te cenetista y faísta, colaborador de «S olidaridad O brera» de B arcelona, que en el exilio escribió en tres volúm enes La CNT en la Revolución Española (1951), que lo m ism o que la o b ra de Larab eret ha sido de obligada consulta y citación desde aq u ella fecha. En te rc e r lugar n u estra tesis de doctorado, p u blicada en castellano con el título La crisis española del siglo xx (1960, aunque p reparada en 1952-1954), que co nsidera el anarquism o com o corriente central revolucionaria española y analiza su historia, espe cialm ente en las páginas 145-168 y 215-299 (1). En los años siguientes desdichadam ente no pudo reed itarse, actualizarse y corregirse la o b ra de Lamb eret, p ero p re p ara desde hace tiem po cu a tro volú m enes de un Diccionario de anarquistas, en el que el p rim er tom o corresponde a España, Portugal y Am érica Latina. P eirats reeditó, con escasas correc ciones, su o b ra en P arís (Ruedo Ibérico, 1971), siem p re en tres volúm enes, p ero adem ás dio a conocer (I) Hay reedición ampliada de la misma editorial en 1962, y versión francesa del mismo año 1962 (Paris, Fischbucher). La tercera edición en castellano (y cuarta de la obra) salió en Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1976, ampliada con un nuevo cap. VIII, bi bliografía, etc.
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su o b ra m ás teórica Los anarquistas y la revolución española, M ontevideo, Alfa, y otras obras m enores (2). De los m ism os iniciales años cincuenta es una o b ra que lam entablem ente perm aneció inédita en castellano d u ran te 21 años y que in ten tab a la em presa de d ar p ara los años trein ta un panoram a monográfico de nivel universitario. Nos referim os a la tesis de John B radem as, Revolution and social revolution. A contribution to the history of the anar cho-syndicalist m ou vem en t in Spain, 1930-1937, p re sentada en Oxford (1953) y que tradujo, am plió, corrigió y enm endó con el título de Anarcosindicalis m o y revolución en España 1930-1937 (Barcelona, Ariel, 1974). D. Joaquín Rom ero M aura.
II Un problem a grave de aquellos años era la caren cia de buenas bibliotecas, y en especial archivos docum entales, especializados en la histo ria de la guerra española, y sobre el anarquism o. Como es explicable y notorio se destruyó una cantidad inm ensa de m aterial d u ra n te los años 1936-1939, y d u ran te o tro s m uchos no fue posible consultar, p o r ejem plo, las colecciones públicas sal vadas en establecim ientos españoles. F uera de E spaña surgieron algunos centros que inevitablem ente se citan por todos los estudiosos, com o el In tern atio n al In stitu id voor Sociale Geschiedenis de la U niversidad de A m sterdam , cuya reputación ya era antigua p o r lo que se refiere a fondos socialistas m arxistas. Poco antes de la G ran G uerra este in stitu to adqui(2) Por ejemplo. La práctica federalista como verdadera afirmoción de principios, Paris, 1964; en colaboración con Cano Ruiz, Polémica sobre el determinismo y voluntarismo, México, 1966; Es paña, ¿transición o continuidad?, Toulouse, 1973: Figuras del mo vimiento libertarlo español, Barcelona, Picazo, 1977, y Emma Gold man. Anarquista de ambos mundos, Madrid, 1978, en que los capítulos XIII a XVIII se refieren a España. 185
rió el fondo del fam oso «H eródoto de la anarquía» del a u stría co Max N ettlau, m ás valioso sobre el siglo xix que sobre el xx y recibió en depósito el fondo U rales-M ontseny tam b ién valiosísim o. E stos fondos se p u d iero n m a n e ja r al re in sta la rse el In stitu to desp u és de term in ad o el conflicto bélico, pero no así el fondo docum ental oficial de la m ism a CNT-FAI, d ep o sitad o a fines de la g u erra civil, y que a la fecha to davía p erm an ece vedado al conocim iento de los estu diosos. P o ste rio rm en te el m ism o In s titu to h a ad q u irid o los fondos R udolf R ocker, Diego Abad de S an tillán (co rrespondiente a su actu ació n com o se c re ta rio de la AIT en los años veinte), Ugo Fedeli, y P ie rre R am us, todos ellos escrito res lib ertario s, p ero no existe u n relevam iento de todos sus m ateriales com unes españoles, o p o r lo m enos so b re el an a r quism o, sim ila r a los cum plidos p o r ejem plo p a ra los fondos so b re el m ovim iento social en México, A rgentina y B rasil, p a ra c ita r países sem ejan tes p o r sus trad icio n es revolucionarias (3). Las organizaciones de exiliados, p o r las m ism as condiciones d erivadas de la Segunda G uerra M un dial, y de sus divisiones in tern as, no p u d iero n esta b lecer u n archivo docum ental operativo ú til p a ra los h isto riad o re s, aunque ale n ta ro n algunas iniciativas dignas de d estacarse. La m ás im p o rtan te, la CIRA (C entre In te rn a tio n a l de R echerches su r l ’A narchism e) in sta la d a en Généve, después L ausanne, y desde hace poco de nuevo en Généve, y con depósitos en M arseille, y o tra s ciuda des, u n a de las cuales Río de Jan eiro , fracasa. P u b lica u n b oletín inform ativo, y h a iniciado u n a m o d esta o b ra editorial. E n Ita lia se h a ord en ad o y (3) Víctor Manuel Arbeloa ha utilizado los fondos de la he meroteca de Amsterdam y esto le permite precisar características en sus publicaciones bibliográficas. La prensa obrera en España, 18691899, “Revista de Trabajo”, Madrid, núms. 30, 31, 102-104, 108, 110 y 111, y ¿ a prensa socialista en España, 1932-1933, ídem. n.° 113, entre 1970 y 1974. De Jong ha explicado en forma muy precisa la importancia del fondo CNT-FAI en Amsterdam, en la revista “His toria Libertaria”, Madrid, n.° 2, 1979.
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clasificado el fondo «Archivio Fam iglia B em eri», p o r Aurelio Chessa, actualm ente en Génova. E n M ontevideo funcionó varios años la BAIA (B iblioteca Archivo de la Internacional Anarquista) que anim ó el escrito r rum ano Eugen Relgis, pero con fondos españoles reducidos. E scrito res e investigadores, com o el citado P eirats con V íctor García, y con el nom bre de BASE (Biblio teca Archivo S obre E spaña), han form ado en F rancia un co n ju n to docum ental privado. En C ataluña la re a p e rtu ra de la Biblioteca P opular Aras de la D iputa ción Provincial en 1967, la creación de bibliotecas p rivadas com o la del señor José M.a Figueras, y p ri m ero en P erpignan y después en Barcelona, la FIE H S (Fondation In tern atio n al d ’E tudes H istoriques et So ciales) au n q u e lim itadas, son auspiciosas, p ero todo hace p en sa r que existen fondos valiosos en el Ser vicio de D ocum entación de Salam anca, y el Servicio M ilitar de M adrid, desgraciadam ente inaccesibles a la to talid ad de los investigadores (4).
II I A utores-actores ta n fecundos com o Diego Abad
de S antillán, en el exilio se h an volcado a otros te nias, habiendo solam ente producido com o o b ra de aliento C ontribución a la historia del m ovim iento obrero español, 3 tom os, que llega desde los orígenes h asta ju lio de 1936 (Puebla, Cajica, 1962 a 1971), y De A lfonso X I I I a Franco. A puntes de historia polí(4) Véase págs. 2 y sigs. de Colioqul d’historiadors, 3-4 de maig 1974, Barcelona, Universidad de Barcelona, 1974. De los políticos republicanos y socialistas de la época de la guerra civil, seguramente contienen material interesante los archivos de José Giral e Indalecio Prieto que existen en México, y Josep Tarradellas en Francia. El archivo de la República española en el exilio ahora estará en Madrid, y accesible al público en la Fundación Universitaria.
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tica de la E spaña m oderna (Buenos Aires, TEA, 1974) (5). De M anuel B uenacasa se h a reeditado El m ovi m ien to obrero español: 1880-1926■ H istoria y crítica, debiéndose ate n er a la versión postum a publicada p o r sus fam iliares (París, 1966), que incluye Figuras ejem plares que conocí (págs. 202-305), y La crisis del m o vim ien to libertario español CNT (págs. 307-316). Hay u n a reedición de 1977 (Júcar). F ederica M ontseny, lo m ism o que G erm inal Esgleas y o tro s m ilitantes de p rim era línea en los años an terio res a 1936, se han prodigado en num erosísi m os textos en la p re n sa an a rq u ista del exilio, pero sin cu lm in ar tra b a jo s sistem áticos (6). La CNT en el exilio (secretaría Toulouse) p re p ara desde hace tiem po u n a h isto ria oficial del m ovim ien to cen etista que p o r su am plitud asp ira a su p erar la ya clásica o b ra de Peirats. Según n u estras noticias es u n tra b a jo colectivo en varios volúm enes en que se incluirían textos de la M ontseny, Esgleas, Lambere t, Pou, F ontaura, Alaiz y otros. En México y Caracas se viene reeditando p o r el grupo lib ertario español «Tierra y Libertad» la fa m osa Enciclopedia anarquista de Sebastián F aure (correlativam ente con la reedición en francés), ac tualizada y corregida h asta nuestros días, reuniendo u n m aterial siem pre útil, especialm ente sobre E spa ñ a e H ispanoam érica. E n 1975 había aparecido el p rim ero de los cinco tom os previstos. T am bién en México, E ditores M exicanos h a publi(5) En 1975 se reeditó por segunda vez la clásica obra Por qué perdimos la guerra (Puebla, Cajica), de la que también hay una versión censurada en Madrid de la misma fecha, con un nuevo prólogo y un breve estudio de Heleno Saña. Se ha tenido la buena idea de reeditar selecciones de sus artículos, una a cargo de Anto nio Elorza (El anarquismo y la revolución en España, 1930-1938) y otra de Carlos Díaz (Estrategia y táctica), ambas en 1976. (6) De la Montseny las obras de más aliento son Pasión y muerte de los españoles en Francia, Toulouse, 1969, y la recopila ción de textos de “La Revista Blanca”, en el folleto El problema de los sexos, Toulouse, Universo, 1951. En la medida que lo permite una revista española en 1976, debe leerse la nota de “Cuadernos para el Diálogo”, Madrid, n.° 161.
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cado de José B erruezo C ontribución a la historia de la CNT de E spaña en el exilio (1967) y de R am ón Alvarez, E leuterio Quintanilla. Vida y obra del m aes tro. C ontribución a la historia del sindicalism o revo lucionario en A sturias (1973), y antes todavía, el im p o rta n te E stado y anarcosindicalismo, de Severino O caña (I960). Un tra b a jo científico que debiera hacerse es anali zar, y p o r tan to com parar, las m em orias de los acto res del an arquism o español, especialm ente du ra n te la g u erra civil, e incluso los testim onios de p rim e ra m ano. H ay obras críticas in teresan tes, com o las de Abel Paz, Paradigma de una revolución (19 de julio de 1936) en Barcelona, Toulouse, AUT, 1967 y an te todo el D urruti. E l proletariado en arm as (Barcelona, 1973, 605 págs.), que am plía la ed. francesa de 1972. Sobre los años p o sterio res las de Antonio Téllez, La guerri lla urbana: I-Facerías, P arís, R uedo Ibérico, 1974 y La guerrilla urbana en España: Sabaté, París, Belibaste-La H orm iga, 1972, ya trad u cid as a varias len guas no ibéricas. Tam bién «Tgnotus», M anuel V illar, España en la ruta de la libertad, B uenos Aires, 1962; J. B orraz E l m o vim ien to libertario ante el problem a español (1946), de Jo an F errer, Costa A m unt. E lem ents d ’História social igualadina (París, 1976) e In te rp re ta d o llibertária del m o vim en t obrer catalá. Sobre m otivaciones, m ás que en calidad de m e m orias, son los breves re p o rtajes a p ersonajes com o Félix C arrasquer, José P eirats (7), y o tro s que in te g ran el volum en de 348 págs. del suplem ento de «C uadernos de R uedo Ibérico» (1974), dedicado a E l m o vim ien to libertario español. V íctor García, que asim ism o proveyera de la bio g rafía de R aúl C arballeira (París, S olidaridad O bre ra, 1961), publicó en 1962-1963 varios fascículos sobre el tem a español, en la ciudad de C aracas. (7) Todo el aspecto relativo a las memorias de los anarquistas como fuentes para el estudio de esa corriente político-social en la España contemporánea, se trata en el capítulo siguiente.
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D entro de E spaña —lo cual ya significa una lim i tación a p riori por razones de censura— y con vistas al gran público, incluso distinguidas con prem ios que han facilitado su difusión, hay diversos textos de origen periodístico y de tipo divulgativo o de propaganda, publicados antes de 1976, que no con sideram os.
IV Sobre aspectos parciales, pero m anejando una técnica adelantada, contam os actualm ente con valio sos títulos. Las realizaciones económicas de inspiración liber ta ria du ran te la guerra civil, sobre las cuales no fal tab an testim onios, m erecieron ser expuestas en 1955 p o r «Gastón Levai» (Pierre Piller) con la obra inti tu lad a en italiano Né Franco, né Stalin: la colletti vità anarchica spagnola nella lotta contra Franco e la reazione staliniana, Milano, Istitu to E ditoriale Italiano, que acallada la «guerra fría», recobra su verdadero título y se am plía considerablem ente en Las colectividades libertarias españolas, Buenos Ai res, Proyección, 1972, en dos volúm enes. Hay una versión francesa interm edia, incluso en extensión, Espagne libertaire, 1936-1939■ L'oeuvre constructive de la R evolution espagnole, Paris, Ed. du Cercle. Dos profesores catalanes, Josep M aria Bricall y Albert Balcells, han acom etido respectivam ente el análisis de los aspectos industrial-financiero y agrario del período 1936-1939 en sus obras Política económica de la Generalitat (1936-1939) en dos grandes volúm e nes y E l problema agrari a Catalunya, 1890-1939. La qüestió rabassaire, Barcelona, Nova T erra, 1968. La Confederación Nacional del T rabajo (en el exi lio) ya lleva varias ediciones de su obra oficial Colectivizaciones. La obra constructiva de la revolu ción española. Documentos. Reportajes, Toulouse, CNT, 1973, 4.a ed. El conocido publicista H ugh Thom as firm a un 190
texto sobre C olectividades anarquistas en la guerra civil española, en el volum en colectivo E studios so bre la República y la guerra civil española, traducido en 1974 en B arcelona. Tam bién G abriel Jackson: La experiencia viva de las colectividades en la guerra civil española, incluido en Costa, Azaña, el F rente Popular y otros ensayos (M adrid, 1976). T am bién en E spaña ha tenido especial difusión la o b ra del ex m iem bro del Consell d ’E conom ia de la G eneralitat de C atalunya, Albert Pérez B aró, 30 m e ses de colectivism o en Cataluña, B arcelona, Ariel, 1975 (antes en catalán p o r la m ism a editorial en 1970), a u to r asim ism o de u n a H istoria de la cooperación catalana, B arcelona, Nova T erra, 1974 (antes tam bién en catalán, p atro cin ad a p o r el In stitu t d ’E stu d is Ca talans, 1972). Se h a reed itado en castellano en 1977 sim ultá neam ente en dos versiones d istintas (una con texto de Folgare y o tra con prólogo de Sam Dolgoff), la o b ra clásica de Augustin Souchy, E n tre los cam pesi nos de Aragón. E l com unism o libertario en las co m arcas liberadas. E n alem án, 1975, no solam ente se h an trad u cid o conocidos textos de Diego Abad de S antillán y Ju an Peiró (O ekonom ie und R evolution. Fabrik und Sta d tt¡ikom itees. S yn d ika lism u s u n d die Soziale R evolution in Spanien. R olle der Industriefoderationen und des A narchism us), sino que aparece el libro de E rich G erlach y A ugustin Souchy, Die soziale R evolution in Spanien: K ollektivirierung der In d u strie und L a n d w irtschaft in Spanien, que ju n to a un texto original del m ás im p o rtan te de los investigadores germ ánicos sobre el anarquism o, reed ita el difun dido tra b a jo de Souchy d u ra n te la guerra civil (8). En inglés, ed itado p o r Sam Dolgoff, y con el títu lo The anarchist collectives: w o rkers’ self-manage(8) También Augustin Souchy y Diego Abad de Santillán anotan, prologan y epilogan la edición alemana de la autobiografía de Rudolf Rocker (Memoiren eines deutschen Anarchisten, Frankfurt, Suhrkamp), aparecida en 1974, personaje notoriamente vinculado a 1« guerra civil española. 191
m e n t in th e S p a n ish révolution 1936-1939, se publicó e n N ew Y o rk en 1974, u n a antología en q u e reap arece — e n tre o tro s — el citad o Chom sky. Un tra b a jo m onográfico u n iv ersitario m odelo lo p ro p o rc io n a W alter T auber, Les tram w ays de Barce lona, collectivisés p en d a n t la révolution espagnole (1936-1939), p rim ero tesis en Génève, y a h o ra p u b li cación del F IE H S . Un tra b a jo m onográfico igualm ente m erito rio es el de B. C atlla, P roblèm es de la co n stru ctio n et du lo g em en t dans la R évo lu tio n Espagnole, 1936-1939 (editado en o ffset en F rancia, en 1976). S o lam en te en 1977 h an aparecido en E sp a ñ a dos recopilaciones, siem pre so b re colectividades cam pe sinas a n a rq u ista s (T usquets y Zéro), y a n te todo los tra b a jo s m onográficos de José Luis G utiérrez M olina (C olectividades libertarias en Castilla, M a d rid , Cam po A bierto, 1977) y Realizaciones revolucio narias y estru ctu ra s colectivistas en la C om arcal de M onzón (Huesca). Con notas sobre la represión co m u n ista (ed. CNT). F ra n tz M intz le h a dedicado al tem a la p eq u eñ a o b ra L 'autogestion dans l'E spagne révolutionnaire, P aris, 1970, re e d ita d a en M adrid (1977), y E rn s t Mendel no h a d eja d o de in clu ir el caso español en la serie C ontrôle ouvrier, conseils ouvriers, autogestion, P aris, M aspero, 1973, 3 vols, del cual h ay ya dos edi ciones en castellano, recom endándose la m ás re cien te d e México, E ra, 1975. F ran cisco F e rre r y la h isto ria del an a rq u ism o ca ta lá n de com ienzos de este siglo se h a visto conside ra d o , en p rim e r lu g ar p o r la tesis en la S orbonne de la h ija del m ae stro lib ertario , Soledad F errer, La vie et l’oeuvre de Francisco Ferrer, P aris, F ischbacher, 1962, y tra b a jo s m onográficos que ab o rd a n aspectos p arciales com o el caso del lerrouxism o en las tesis de O xford de Jo aq u ín R om ero M aura La rosa de fuego. E l obrerism o barcelonés de 1899 a 1909 (B ar celona, G rijalbo, 1974) y la de Jo an Connelly U llm ann T h e tragic w eek. A stu d y o f anticlericalism in Spain (1875-1912), H a rv ard U niversity P ress, 1968, am p liad a e ilu s tra d a en la edición b arcelonesa, así com o el 1 92
libro de Josep Benet Maragáll y la Sem ana Trágica, Barcelona, Península, 1966 (9). Por fin se h a reeditado, El proletariado militante, de Anselmo Lorenzo, con prólogo, notas y cronología del profesor José Alvarez Junco (1974, M adrid), que aún tratan d o de hechos del siglo xix, se publicó por vez p rim era en n uestro siglo, y es la obra m agna de uno de los principales colaboradores de la activi dad intelectual an arquista h asta 1914. Después de ser Una rareza el inocentísim o libro de Francisco F errer G uardia, La escuela moderna —véanse las notas de osé M.* Carandell, «Tele/express», Barcelona, 9 de junio de 1976 y l-XII-76—, de la cual en esta etapa Bolamente conocemos la reedición prologada por el oeta uruguayo Angel Falco (Montevideo, 1960), en 977 se publicaron, casi sim ultáneam ente en España, tres ediciones. F errer y su escuela, sin em bargo, parecen ir em er giendo de la doble condenación de la extrem a dere cha y del liberalism o superficial (v. g. Miguel de Unamimo), como lo prueba la m onografía de Maurice Dommanget, Les grandes socialistes et l’éducation (París, 1970) y los trabajos pioneros de un joven egresado de la Universidad de Barcelona, Pere Sola Gusiñer, que ha publicado prim ero en «Convivium» (ed. cit.) y después en un pequeño volum en Las es cuelas racionalistas en Cataluña (1909-1939) (Barce lona, 1976), fragm entos de su tesis inédita Orígenes . y desarrollo de la pedagogía racionalista en Cataluña. Del m ism o autor, Los Ateneos obreros y su jun ción educadora. De la Restauración a la República (Barcelona, 1976), y Francesc Ferrer i Guardia i l’es-
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(9) Vladimir Muñoz ha editado 28 p. de correspondencia de Francisco Ferrer y 37 de Federico Urales. También sobre esta época se señala aparte la obra de Xavier C uadrat, autor asimismo de colaboraciones en la revista “Serra d’Or”, Barcelona, como por ejemplo Salvador Seguí, anarquisme I catalanisme, octubre 1975. Acotemos que este personaje ha mere cido dos libros, muy apreciados por los catalanes, ambos de 1974, firmados por Manuel Cruells y José M.a Huertas Clavería. Antonio E lorza ha reeditado los Artículos madrileños, de Salvador Seguí (Madrid, 1976). 193
cola m oderna (B arcelona, 1978) y en colaboración con Jo rd i M ones, Luis Miguel Lázaro, y con introducción de Jau m e C arbonell, el volum en Ferrer Guardia y la pedagogia libertaria, elem entos para un debate (B ar celona, 1977). E n 1978 la colección A cracia de T usquets, reeditó el B o letín de la «E scuela Moderna» (ed. de Albert M ayol). Y el año a n te rio r se reeditó (desdichadam en te de u n a m an era acritica) E l juicio ordinario segui do ante los tribunales m ilitares en la Plaza de Bar celona contra Francisco Ferrer Guardia (Palm a de M allorca). H a b ría q ue exam inar la bibliografía pedagógica de los países, cuyos sistem as didácticos se reclam an de la «E scuela M oderna» fe rre rian a com o anteceden te. Así en co n tram os el caso de México, cuya ley de enseñanza general se in sp ira —e n tre o tra s experien cias— en los escritos de F e rre r (véase p o r ejem plo de C arlos M artínez Assada, ¡Viva la Escuela M oder na!, en la publicación de la U niversidad N acional A utónom a de México, «Los U niversitarios», núm eros 71-72, m ayo de 1976). De F rancia nos llega la obra de K arl Schneider, Francisco Ferrer et la Pédagogie antiautoritaire (Paris, 1975) y de Italia, II contestare Francisco Ferrer, de T ina Tornassi (en «Scuola e C ittà», de Florencia, 1970). E n un plano de divulgación, e incluso con cierto sen tid o hagiográfico, en el exilio h an circulado dos breves ensayos de F ederica M ontseny (Anselm o Lo renzo, el h om bre y la obra, Toulouse, s. L, reeditado en M adrid, Dogal, 1977), con el títu lo de Vida y obra de A. Lorenzo, y de José P eirats (A nselm o Lorenzo. Los prolegóm enos de la CNT, C aracas, «Ruta», 1974). E n u n resp etab le nivel crítico la o b ra de Agusti S egarra, Federico Urales y R icardo Mella, teóricos del anarquism o español (B arcelona, A nagram a, 1977), y el p ro feso r Carlos B lanco Aguinaga (Ju ventud del 98, B arcelona, 1978), que considera los antecedentes an a rq u istas de au to res com o Azorín, R am iro de M aeztu y R am ón de Valle Inclán. Textos heterogéneos que p artic ip a n del ru b ro de las m em orias y h asta de la propoganda, pero que 194
son Utilísimos son Vivers de revolucionaris, de Em ili S alut (que aunque de 1938, recién h a sido conside rado críticam ente desde «Convivium» p o r M agdalena F ernández Cervantes), y de Pere Boix Apóstols i m ercaders. Quaranta anys de lluita social a Catalunya (editada p o r vez p rim era en México, 1957 y recién en 1975 republicada en Barcelona). Al nivel de las obras de síntesis en la bibliografía española m arcó una fecha la aparición del pequeño libro de Gómez Casas sobre el siglo xx (1976), como lo h abía hecho p ara el siglo xix el volum en de Ca sim iro M artí, Orígenes del anarquism o en Barcelona (1959). Siendo libros elem entales, y en m uchos aspec tos discutibles, han prom ovido el interés p o r nuestro asu n to al nivel de los nuevos lectores. E n cam bio, una sólida tesis universitaria la provee Tem m a Kaplan, The anarchists of Andalusia, 1868-to-1903 (Princeton, 1977), pero apenas e n tra en nuestro período. E ntendem os que la versión española de Crítica (1977), es abreviada. E l p ro feso r francés Jacques M aurice, interesado p o r el anarquism o español, com o resu lta de un texto p ara estudios m edios {L'anarchisme espagnol, 1973), na publicado asim ism o sobre la cuestión agraria, y en colaboración con G erald Brey, estudió m onográfica m ente el episodio de Casas Viejas (1973). Ese texto francés h a sido retom ado en español, am pliado en sus dim ensiones (especialm ente p o r apéndices docu m entales), pero privado de su ap arato erudito (1976). La bibliografía norteam ericana sobre el tem a se uede ver en los trab a jo s del profesor David Gilmore etters o f Blood and fire y Land reform and rural revolt in N in eteen th -C e n tu ry Andalusia (Spain), 1977. Las m u jeres en el m ovim iento lib ertario vienen m ereciendo una sostenida bibliografía, paralela al auge de esta tem ática en todas partes. E n 1971 (vol. 6, n.° 2) en «Journal of Contemporary H istory», de Londres, se publicó un breve a r ticulo de Tem m a E. K aplan, Spanish Anarchism and Wornen’'s Liberation, y al año siguiente se presentó en la U niversidad de New México u n a tesis de Sliir-
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ley A. F redericks (Social and Politicál thought c f Federica M ontseny Spanish anarchist, 1923-1937), en que, com o resu lta de su m ism o título, se ce n tra sobre la p rim era etap a de su vida. De la citad a Tem m a K aplan en 1977 se incluye en B ecom ing visible: W om en in E uropean H istory (edi tad o p o r Claudia Koonz y R enate B ridenthal), un texto nuevo, W om en and Spanish Anarchism. E n México, Lola Itu rb i, publicó en 1974 su libro La m u je r en la lucha social. La guerra civil de E s paña. E n la U niversidad C entral de B arcelona en 1974 se licenció en H istoria M ary Nash, con u n a tesis so b re La m u jer en los m edios anarcosindicalistas españoles, 1931-1939, h asta ahora inédita, pero que le h a p erm itid o ed itar el volum en «M ujeres libres.» España, 1936-1939, con un extenso prólogo que ante cede u n a selección de textos de esos años (Barcelona, T usquets, 1975). La m ism a a u to ra escribe sobre F ederica M ontseny y Lucía Sánchez Saornil, en el nú m ero especial 44-45 de 1975 (aunque aparecido en 1976), de «Convivium» (Barcelona, D epartam ento de Filosofía de la UCB), ju n to con Renée L am beret que lo hace sobre Soledad Gustavo, sa place dans la pensée anarchiste espagnole. E n la m ism a colección «Acracia» de Tusquets, se reed ita u n a selección p o r Ignasi Vidal de la colum na de la rev ista «Estudios», de Valencia, que sostuviera el d o cto r Félix M artí-Ibáñez con el títu lo Consultorio psico-sexual. E n las obras que consideran los tem as polém icos, com o p o r ejem plo el de la participación an arq u ista en los gobiernos republicanos de 1936-1939, citem os a V ernon R ichards, Enseñanzas de la revolución es pañola, París, 1971, y en francés (prologada p o r F ran tz M intz, 1975) que reproduce —salvo un Postscrip tu m bibliográfico— el prim itivo texto inglés de 1953. C ésar M. Lorenzo h a retom ado los argum entos pro-gubernam entales de su p ad re H oracio M. Prieto (que fu e ra secretario general de la CNT d u ra n te la 196
■guerra) en Les anarchistes espagnoles et le pouvoir, 1868-1969, trad u cido al español en Paris en 1972. E sta óp tica ha llevado a la reedición de la serie de artícu lo s firm ados p o r «L. Nicolas», que aparecie ro n e n tre 1931 y 1939 en las revistas francesas «La R évolution P rolétarienne» y «Le cri d u peuple», ins p irad a s en u n punto de vista sindicalista revolucio n ario, con el títu lo A travers les révolutions es pagnoles, Paris, 1972. Quien fu e ra secretario de las JJ. LL. españolas, Fidel M iró, ya en 1956 publicaba un libro intitu lad o sugestivam ente Revisión de las tácticas de la CNT de España, y en 1959 ¿Y E spaña cuándo? E l fracaso político de una emigración, México, L ibro Mexicano, y en la m ism a línea revisionista el opúsculo de u n v eteran o de las B rigadas, Louis M ercier, Presencia del anarcosindicalism o, México, CNT, 1960 (10). La p re n sa cenetista en el exilio («Cénit», «Espoir», «Le co m b at syndicaliste», «F rente libertario», «T ierra ?f L ibertad», «E spaña fu era de España»), ap a rte de as publicaciones an arq u istas del resto del m undo, ab u n d an en polém icas, evocaciones, reediciones de textos, p ero no son m uy ricas en o b ras sustantivas de tip o histó rico o teórico. Sin em bargo, esa p re n sa será valiosísim a p a ra esc rib ir algún día la h isto ria del anarquism o español en el exilio, sin perju icio de fuentes docum entales sistem atizadas com o p o r ejem plo son las Actas del Segundo congreso internacional de federaciones lo cales de la C NT de E spaña en el exilio, celebrado en Lim oges a partir del 26 de agosto de 1961, y o tro s textos de ese tipo. La crítica «a los dirigentes de Toulouse», y en algún sentido, la h isto ria de la reciente resistencia a r m ada de inspiración lib ertaria, h a sido inventariada (10) Ciertos episodios muy controvertidos, como es el caso del •cuerdo de personajes ex cenetistas con el Ministerio de Trabajo español en 1965, están documentados en textos contradictorios como Nuestra opinión ante las llamadas negociaciones con el sindicalismo falangista, “Tierra y Libertad”, México, n.° ext. enero 1967, y Co laboración entre la SAC y la C NT de España, de Helmut Rüddiger, en “Comunidad”, México, nov.-dic. 1964. 197
p o r Octavio Alberola-Ariane G ransac, L ’anarchism e espagnole et l’action révolutionnaire internationale, (1961-1975), ed itad a en P arís en 1975, sim ultáneam en te con la versión en lengua española. Los sucesos de m ayo (1937) y la figura de Camillo B ern eri son u n tem a revitalizado p o r la publicación de sus textos con el títu lo de Guerra de clases en España, 1936-1937 (prólogo, selección, traducción y n o tas de Carlos M. Ram a) y en M ilano se hizo en ese m ism o año de 1977 u n coloquio sobre el perso naje, y su o b ra (A tti del Convegno di S tu d i su Ca m illo B erneri, 1979), que incluye trab a jo s originales de Gino C errito, P ier Cario M asini, Niño B erti, etc. A hora tenem os la reim presión del periódico «El am igo del Pueblo» (B arcelona, 1936-1937) y MintzPeciña han publicado u n opúsculo. Los am igos de D urruti. Los trosquistas y los sucesos de m ayo (Ma d rid , 1978). H ab ría q ue a n o ta r los estudios recientes sobre el an arq u ism o provenientes de profesores sacerdotes es pañoles, com o es el caso de José Antonio Lobo O. P., so b re E l anarquism o hum anista de Ricardo Mella, incluido en u n núm ero especial dedicado al anarquis m o de la rev ista «E studios Filosóficos» del In stitu to S u p erio r de Filosofía de la provincia de E spaña de la O rden de S anto Domingo con sede en V alladolid. El m ism o a u to r h a publicado en «C uadernos S alm an tinos de Filosofía» IV (1978), órgano de la Universi dad Pontificia de S alam anca, u n texto sobre E l apo liticism o de los anarquistas españoles. E n la C om pañía de Jesús se d estaca N azario González, a u to r de u n volum en El anarquism o en la historia de España contem poránea (B arcelona, Fa cu ltad de Filosofía y L etras, 1970), del que se adelan ta u n fragm ento en la revista «Razón y fe», M adrid, n.° 879, ab ril 1971, con el títu lo Las constantes del anarquism o en la historia de España.
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E n Italia se han realizado dos im portantes inten tos p a ra situ ar al anarquism o español en el contexto del m ovim iento libertario internacional. El prim ero, de carác ter m ás técnico, aunque no siem pre académ ico, se cum plió bajo el patrocinio de la Fundazione Luigi E inaudi de Torino en diciem bre de 1969, y sus anales están recogidos en el volum en Anarchici e anarchia nel m ondo contem poráneo, To rino, 1971, 656 págs. Al tem a español se dedican Aldo Garosci, Renée L am beret, Miklós M olnar, Federica M ontseny, Joa quín Rom ero M aura y «Gastón Leval», pero con re ferencia al siglo xx no se tra ta de una cosecha p ar ticu larm en te abundante. El volum en incluye un cuidadoso trab a jo del profesor Gino C errito sobre los lincam ientos históricos y bibliográficos esenciales del anarquism o, donde E spaña aparece citada repe tidas veces, y lo m ism o resu lta de las intervenciones de N azario González, y los citados Federica M ontseny y «Gastón Leval» du ran te las deliberaciones (11). E n la ciudad tam bién italiana de C arrara hubo dos congresos internacionales anarquistas, en los cuales p articip ó u n a am plia delegación española, de cuya actuación se hizo eco la prensa de los exiliados, y queda testim onio en el volum en El anarquismo ibérico en el Congreso Anarquista internacional de 1958, que circula sin precisiones de carácter bibliotecológico. Un valor sim ilar tienen trab ajo s de estudiosos no españoles que dan su im agen del anarquism o hispá nico del siglo xx, interesantes p o r proporcionar la (11) El profesor Garosci había publicado en 1959 un libro in titulado Gli intelleluali e la guerra di Spagna, y en esta reunión de Torino se hace cargo del informe central Problemi dell’anarchismo spagnuolo, págs. 59 y sigs. del citado volumen de la fundación Einaudi, 199
d im en sió n y p re stig io de este m ovim iento e n o tra s so cied ad es eu ro p eas. Así los brev es ensayos de R udolf de Jong, de H o la n d a y del inglés Jam es S tu a rt C hristie, q u e se in cluyen en el ya citad o n ú m ero especial de «C uadernos de R uedo Ibérico», P aris, 1974. T am bién e n H olanda E dicio n es SPUW publicó en 1972 tra b a jo s alusivos de R oger W iercx y de P iet E im ers. E n alem án , de ac u erd o al original m a n u sc rito se h a p u b licad o Die S p anische Tragödie, d e R udolf R ocker, del q u e so lam en te existía la trad u cció n esp añ o la de B uenos Aires, y h a n salido los lib ro s de W alter. L. B erneckers, Die Soziale R evo lu tio n im S p a n isch en B ü rg erkrieg —y de H ans P eter— Augus tin Souchy, S ta lin ism u s und anarchism us in der S p a n isch en R evo lution, am bas de 1976.
VI S in alc an za r el nivel de o b ra s de investigación h istó rica, p e ro señ alan d o la existencia de u n público le c to r p ro cliv e a este te m a h a n p ro life rad o libros com o los de Jean-P aul S a rtre , D aniel G uérin, Paul F eyerab en d , Georges W oodcok (1962), R eszler (1973), Jam es Jo ll (1964), C ohn-B endit (1964), N oam Chomsky (12), H an s M agnus E n ze rsb erg er (13), David E. A pter, G erald R unkle (1964), R . D utschke, G ünter (12) Aunque no es su especialidad profesional, es importante el texto de las págs. 23-158 de su obra American Power and the New mandarins, NY, Pantheon, 1967, haciendo la crítica libertaria a las obras sobre España de Jackson y Thomas. En la edición castellana (Barcelona, Ariel), por razones de censura, no aparece ese capítulo, que se difundió por el citado número de “Cuadernos de Ruedo Ibérico”, dedicado a El movimiento libertario español (1974), y se guidamente en libro por Siglo XXI (México, 1974) con el título Vietnam y España: los intelectuales liberales ante la revolución. (13) Una obra de historia novelada (aunque también de crónica y documentación), específica de este autor para España, es Der kurze sommer der anarchie. B. Durruti leben und tod, Frankfurt, Suhrkamp, 1972. (Hay edición italiana de Feltrinelli, Milano; francesa de Gallimard, 1972, y mexicana de Grijalbo, 1975). 200
B artsch, Giovanni Baldelli, H. Dubief (ed.), Irving L. Horowitz como editor, etc. Se tra ta de obras de divulgación, o de discusión teórica sobre los principios anarquistas, casi siem pre de pequeña extensión. Cuando se han traducido al español desdichadam ente los editores no se han mo lestado en com plem entarlas con referencias o textos sobre España, o por lo menos m ejorar las bibliogra fías —cuando las tienen—, con la precisión de las ediciones originales en la m ism a lengua, y sus tra ducciones correspondientes cuando se tra ta de obras publicadas originariam ente en otras lenguas. Una honrosa excepción es Alianza Editorial, con la o b ra de Irving L. Horow itz (editor), que incluía en la edición inglesa textos de las conocidas obras de B renan y Thomas, y que en la edición m adrileña bajo la dirección de José Alvarez Junco, se han agre gado en las págs. 265 a 334 del tom o II un texto del citado autor, ju nto con una selección de los princi pales autores españoles de Anselmo Lorenzo al Con greso de Zaragoza de la CNT. E n la m ism a España recién por 1974 se ha per m itido la reedición de algunos «clásicos» del anar quismo, pero pronto ha habido una eclosión con Anselmo Lorenzo, Federico Urales, Ricardo Mella, P. J. Proudhon, Archinof, S tirner, Dómela, Bakunin, K ropotkin, etc., especialm ente en las editoriales Ayuso, Alianza Editorial y Zyx de M adrid y Labor, T usquets y Laia de Barcelona. Como reedición crítica de fuentes, se debe desta car el volum en El arraigo del anarquismo en Cata luña, con textos de Peiró, Nin, M aurin, Miravitlles, etcétera, preparado y prologado p o r Albert Balcells, editado prim ero por «Revista de Trabajo» (Madrid) y luego m enos extenso —censura m ediante— en el Volumen del mismo título de Barcelona, Nova Te
rra. Fuera de la cadena com ercial editorial no faltan Kportes valiosos, como la edición de las actas del 201
p ro ceso de C asas V iejas, recopiladas p o r el abogado g ad itan o M anuel G arcía C ebados (Casas Viejas. Un proceso q ue p ertenece a la historia, M adrid, U ñ a r te, 1965). P ero desd ich adam ente, la posibilidad de o b ten e r m ateria les eu rístico s agotados, o de los q u e quedan escasos ejem p lares, p a ra este te m a n o tien e la di m en sió n que p oseen o tro s asuntos. La L ib ra ry of C ongress de W ashington, los Pu b lic R ecords de L ondres y la H oover L ib rary de la U n iv ersid ad de S ta n fo rd p ro p o rcio n an m icrofilm es, p ero pocos de éstos tienen v alor p a ra la h isto ria del an a rq u ism o español. Los « rep rin ts» son escasos. La casa F eltrin elli de M ilano, en relación con el In stitu to del m ism o nom b re , h a hecho algunos so b re la g u erra española, p ero atin g en te con el tem a re co rd am o s so lam en te Guerre di classe de Cam illo B erneri. La casa S w ets an d W eitlinger B. V. de H olanda, co n ju n ta m e n te con la B acksets de Pennsylvania y con el aseso ram ien to de Diego Abad de S antillán. h an re ed itad o las series com pletas de los periódicos y rev istas a n a rq u ista s barceloneses «Acracia», «La huelga general» y «N atura», a p a rte de la arg en tin a «La P ro testa» , e d ita d a e n tre 1922 y 1930, donde no fa lta n info rm aciones so b re E spaña. La casa K rau s de L iechtestein h a ed itad o L iterary review s in th e Spanish Second R epublic and Civil War, 1923-1946, reim p rim ien d o publicaciones ed ita das en E sp añ a y en el exilio. Se h a n re ed itad o algunos textos agotados o de difícil co n su lta, com o es el caso del volum en Com i cios h istó rico s de la CNT. M em oria del Congreso ce lebrado en Barcelona los días 28, 29 y 30 de junio y 1 de ju lio de 1918, T oulouse, CNT, 1957, que cons titu y e la segunda edición después de la original de 1918. D esde 1976 hay u n a reedición barcelonesa, que d esd ich ad am en te re p ro d u ce e rro re s de la an terio r. La m ism a en tid ad h a hecho la publicación en 1955 202
de las actas del Congreso de Barcelona del año 1936 (14). Tam bién se reeditan p o r prim era vez textos de André Prudhom m eaux y otros autores franceses que se ocuparon del anarquism o español durante la gue rra civil, en el volumen colectivo dirigido por Daniel Guérin, N i Dieu ni maitre, Lausanne, La Cité, s. f., en cuyo apéndice figura una valiosa carta de Santillán de 1965 sobre las ideas económicas entre ios libertarios españoles de 1936. En la «Revista de Trabajo» (Madrid), núm eros 39/40 (1972), 44/45 (1974); 46 (1975) y 56 (1976), An tonio Elorza ha reeditado num erosos textos, servi dos por extensos prólogos sobre los tem as El anar cosindicalismo español bajo la dictadura, 1923-1930 y La utopía anarquista durante la Segunda República. Del mismo Elorza, aun siendo algo lateral a nues tro asunto, se debe citar el volumen de Angel Pes taña, Trayectoria sindicalista (Madrid, Tebas, 1974), prologado tam bién críticam ente. En M allorca (1978) se han reeditado dos folletos del m ism o Pestaña El terrorismo en Barcelona se guido de principios y fines del sindicalismo com u nista y E l sindicalismo en Cataluña (en colaboración con Salvador Seguí). V II Tal vez el hecho m ás auspicioso es la floración de monografías técnicas a nivel provincial, local o regional, en buena parte surgidas del trab ajo univer sitario, y que aportan m ateriales nuevos, a m enudo provenientes de archivos personales o de la prensa. Pensam os en libros como Historia del m ovim ien to obrero en Granada, 1909-1923 de Antonio M aría Calero-Amor (1974); Pere Gabriel, El m ovim ent obrer (14)
Manuel Lladanosa ha editado El congrés de Sants, Barce
lona. Nova Terra, 1975, del que hay versión castellana.
El congreso confederal de la Comedia ha sido reeditado crítica mente por Antonio Elorza en “Revista del Trabajo", Madrid, nú meros 49-50 (1975). 203
a M allorca (1973); Ju an Pablo Fusi, Política obrera en el país vasco (1880-1923) de 1975; David Ruiz Gonzá lez, E l m o vim ien to obrero en A sturias de la indus trialización a la Segunda R epública (1968); A lbert Balcells, Trabajo, industria y organización obrera en la Cataluña contem poránea (1900-1936) de 1974, que incluye el b rillan te ensayo La crisis del anarcosindi calism o y el m o vim ien to obrero en Sabadell entre 1930 y 1936. S o b re tem as conexos, p ero que ilum inan ciertos asp ecto s de la h isto ria del anarquism o español, li b ro s com o los de F rancesc B onam usa, E l Bloc Obrer 1 C am perol (1930-1932) de 1974; de A lbert Balcells, C risis económ ica y agitación social en Cataluña (1971); H istoria de la UGT de Javier Aisa y V. M. Arbeloa; de X avier C uadrat la tesis doctoral Socialis m o y anarquism o en Cataluña, 1899-1911, M adrid, Re vista de T rab ajo , 1976, de B ernardo Díaz Nosty, La com una asturiana (1934), M adrid, 1974, y los fascícu los de la H istoria de A sturias (1978, G ijón), de Paco Ignacio T aibo II. E l coloquio de la U niversidad de Pau, anim ado p o r M anuel T uñón de Lara, h a girado en 1974 alre d ed o r del tem a M ovim iento obrero, política y litera tura, con ap o rtaciones de in terés p a ra n u estro asun to, com o el citado tra b a jo de C. M artí, y un texto de E ugenio Lasa sobre Vizcaya. Al nivel de artículos, es m uy digna la m ención de la rev ista catalan a «Recerques», que en sus núm eros 2 y 3 h a publicado cu a tro valiosos textos (15). E n (15) Los temas fueron La Revista Blanca i el problema cataìà (Annalisa Corti); L'anarcosindicalisme i VEstatuí d’autonomia del País Valencià (1936-1939) de Alfons Cucó i Giner; El Decret de Municipalització de la Propietat Urbana de 1 de juny del 1937 i la “nova economía urbana" (Francesc Roca), y La visió de Gastón Levai de la Rùssia soviètica el 1921 (Xavier Paniagua), este último en el n.° 3. La extensión oscila entre las 7 y las 25 páginas. Cucó tiene, además, dos artículos en la revista “Saitabi” (1970 y 1972) sobre el anarcosindicalismo valenciano, lo que hace prever un futuro tra bajo de más envergadura. En Madrid ha comenzado, a fines de 1978, la edición de la revista bimensual “Hora Libertaria”, en cuyos primeros números hay textos interesantes sobre nuestro tema, y que sería útil que se hiciera eco de estas inquietudes historiográiicas. 204
francés e inglés hem os indicado revistas en los ú lti mos años con núm eros especiales dedicados al anar quism o español, en el plano inform ativo y político. Como es notorio, el prim er intento de establecer la bibliografía de la guerra civil española se debe a un cenetista, ex secretario general de la CNT en la clandestinidad, Juan García Durán, Bibliografía de la guerra civil española, 1936-1939 (Montevideo, El Si glo Ilu strad o , 1964), que por cierto no om ite las fuentes anarquistas. Más específico a los aspectos sociales, y con la v entaja de e star com entadas las 700 obras inventa riadas, p ero restringida regionalm ente com o su títu lo lo indica, y cubriendo solam ente h asta el año 1936, es la im p o rtan tísim a Bibliografía deis m ovim ents socials a Catalunya, País Valencia i les illes, de 1972, dirigida p o r el profesor E. G iralt i Raventós, con la colaboración de A. Balcells, A. Cucó y J. Term es. P ara Italia, esto lo ha hecho Ubaldo B ardi (1974), La guerra civile in Spagna: saggio per una bibliogra fía italiana. Utilizando el m aterial de la Biblioteca Nacional de M adrid, el Centro de Estudios sobre la G uerra en España, a cargo del profesor Vicente Palacios A tard inició la edición de varios volúm enes de un inven tario de la folletería, de los periódicos, etc., en que asim ism o aparece m aterial de interés p a ra el m ejor Conocimiento del tem a libertario.
V III No hem os p retendido inventariar la totalidad de las publicaciones, ediciones o investigaciones que d u ran te estos veinticinco últim os años se conocen sobre el anarquism o español del siglo xx. Es posible que los lectores nos aporten elem entos nuevos de juicio, o nos perm itan salvar eventuales errores. D eliberadam ente hem os om itido la su b lite ratu ra de tipo p roselitista, polém ico, periodístico, incluso sensacionalista, que circula en los últim os años en 205
Drma m asiva. E n el caso de la m ism a E sp añ a , la a rio s a c a te g o ría de o b ra s s u s titu í ivas, q u e en de noto del co n o cim ien to d e las o b ra s o riginales publiad a s en el e x tra n je ro , o p o r razó n —h a s ta hace oco— de la c e n su ra im p u e sta a las m ism as edicioes n acio n ales, p ro c u ra a te n d e r la d em a n d a o cuio sid ad d e la n u ev a generación de lectores. E ste tipo e « lite ratu ra» su ele ser de tip o «kiosco» o «ram bla» com o se le d en o m in a e n B arcelona) y m erecería stu d ia rs e del p u n to de v ista de la sociología del coo cim ien to y de los m edios de com unicación. T am poco estam o s en condiciones de in v en taria r is o b ra s e in v estigaciones in éd itas, p o r a h o ra en esado de m em o rias p a ra o p ta r los grados universitaios, y n i siq u ie ra todos los ce n tro s científicos orgaizados so b re el te m a (16). E s d ifícil esta b le c e r u n balance, a te n to al conociniento d e esto s ce n te n a re s de tra b a jo s e iniciativas, o rre sp o n d ie n te s a F ran cia, Suiza, H olanda, México, n g la te rra , E sta d o s U nidos, V enezuela, U ruguay, Aren tin a, C anadá, Italia, A ndorra, A lem ania F ederal , o b v iam en te, la p ro p ia E sp a ñ a (17). (16) Haremos una excepción para el libro en prensa de la rofesora de la Universidad de Toronto, doctora Jill Webster, La yenda negra de la FA¡ (Federación Anarquista Ibérica, 1927936), autora asimismo de Action, Abstention, apoliticism: Reflections n the Anarchist approach to the Second Spanish Republic, presenida en el Onceno Congreso de la Asociación Canadiense de Hisanistas (Alberta, 1975). En los Estados Unidos la correspondiente .sociación de Hispanistas hace conocer la nómina de tesis inéditas abre temas históricos ibéricos; sería valioso que se difundiera la úciativa. Para Francia existe el fichero universitario central de Nanterre onde están indizadas unas 40.000 tesis en preparación, de acuerdo on los términos del decreto del 2 de mayo de 1974, y entre ellas o faltan sobre los temas que venimos siguiendo. (17) Habría que estar atento a las nuevas publicaciones de Portgal, donde la historia del movimiento obrero y social, por razones bvias, está conociendo desde 1974 una difusión extraordinaria. En >s países del Este no faltan publicaciones recientes sobre España, en especial sobre la guerra civil española, destacándose Yugoslaia, donde un instituto de historia del movimiento obrero en Belrado cuenta con “veteranos” de las Brigadas Internacionales. En foscú, el general José M aría Galán ha publicado en ruso una iografía de Fermín Galán, “el mártir de Jaca”, considerando, entre tros aspectos, el tema de sus relaciones con el anarcosindicalismo. 06
En p rim er lugar, se debe anotar la variedad, pu janza y novedad de la nueva bibliografía. A un pano ram a de escasas figuras creadoras, ahora sucede el aporte colectivo de equipos y organizaciones, y la pre sencia de u n a nueva generación de investigadores. Sin perjuicio de mantenerse, por razones explica bles, el caso de militantes que consideran o difunden aspectos relativos a la historia de su movimiento, es creciente el núm ero de universitarios que abordan el anarquism o español, de lo que resulta, por ejem plo, un elevado número de tesis o memorias de tipo académico. Hay tem as diferentes (los económicos, las m uje res, etc.), p ero parecen faltar trabajos de síntesis general o de interpretación del anarquismo en la constelación política española contemporánea. Incluso los primeros intentos de establecer una suerte de balance valorativo de la contribución ideo lógica del anarquism o, sin perjuicio de implicar un sólido trab ajo erudito, como es el caso de La ideo logía política del anarquismo español, 1868-1910 (Ma drid, 1976) de José Alvarez Junco, dejan mucho que desear p or falta de cultura política general, y hasta de claras ideas sobre el contexto del anarquismo en la historia española. Con m ás razón, breves ensayos filosóficos (por lo demás, de m uy buena voluntad) como los numerosos trabajos de Carlos Díaz, entre los que recordamos: E l anarquismo como fenómeno político-social, Méxi co, Editores Mexicanos Unidos, 1975, Diecisiete tesis sobre anarquismo (en revista «Sistema», Madrid, nú m ero 13). Del citado Pere Sola Gusiñer, Sobre la ac tualidad y el estudio del pensamiento anarquista (in troducción al número especial de «Convivium», de Barcelona ya aludido). Más sólidos conceptualmente hablando, los volú menes de Fernando Savater, Para la anarquía, y Agustín García Calvo ¿Qué es el Estado?, ambos de Barcelona en el año 1977. Estos textos todos, sin embargo, son invalora bles para apreciar el «redescubrimiento» en la nue va generación española de la tradición anarquista. 207
Todo indica q u e d ebieran m ejo ra rse las condi ciones eu rísticas p a ra la investigación, especialm en te en E spaña, donde seguram ente se en cu en tran m u chos m ateriales inéditos y desconocidos. Asim ism o debe señ alarse q ue el uso de la cen su ra d en tro de E sp añ a h a p erju d ic ad o seriam ente las posibilidades de lib re investigación e inform ación, y m ás todavía de co rre c ta publicación de las o b ras científicas, fa voreciendo en cam bio la proliferación de versiones «novelescas», sectarias o difam atorias sobre u n tem a p o r definición de com pleja objetividad.
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IX M EM ORIAS D E LOS ANARQUISTAS ESPA Ñ O LES “La vida de un hombre es una guerra permanente, guerra con la necesidad, guerra con la naturaleza, gue rra con sus semejantes, y en consecuencia, guerra con sigo mismo " P.
J. P roudhon
“Hay una cosa que ningún historiador honesto puede negar, la (revolución española) fue el mayor intento hecho por un pueblo en una nueva dirección de la emancipación. Y no debe ser olvidada porque representó un camino hacia el futuro.” R udolf R ocker
I En la avalancha de libros de m em orias o recuer dos de los protagonistas de la guerra civil española, que vivimos estos años del posfranquism o, hay aho ra que contabilizar una im portante hornada de au to ría de m ilitantes libertarios. Se podrían hacer sobre m uchos de estos libros las m ism as observaciones que corresponden a socia listas (Francisco Largo Caballero, Indalecio Prieto, Zugazagoitia, Alvarez del Vayo), com unistas (Dolo res Ib a rru ri, Hernández, «El Campesino», Cordon, Tagüeña, Líster) o republicanos (Azaña, Gordon Ordax, Alcalá Zam ora), cuando no fascistas (Ridruejo, 209
A ranguren, S errano S uñer, Sáinz Rodríguez, Foxá, Franco-Salgado), y es que aparecen a m edio siglo de los sucesos a que hacen referencia, o por lo m e nos llegan en ese plazo a su n a tu ra l destinatario: el público español. P or tan to , su valor testim onial está en tu rb iad o p o r el tiem po y corregido, cuando no bas tard ead o , p o r la lectu ra que au to res y lectores a la fecha h an hecho de o b ras históricas, publicadas en to d as p artes, incluso en los periódicos de la época, que asim ism o com ienzan a reim prim irse. C uando se tra ta de protagonistas de p rim era fila, es explicable que com pitan —de la extrem a izquier da a la extrem a derecha— en justificarse, enaltecer se y h asta en defenderse de críticas de sus adversa rios políticos, y h asta personales. Los h isto riad ores sabem os que en tre las reglas elem entales de la eu rística está la crítica histórica, que debe p o n er en tela de juicio tan to la calidad de la fuente, com o sus posibilidades reales de decir la verdad p o r el testigo en cuestión. E n estos m ateriales es m ás que frecuente que, ju n to al grano de sus personales recuerdos y puntos de vista, los octogenarios que a m enudo presentan libros de m em orias, m ezclen la p a ja de sus lecturas de los m anuales de historia de la g u erra civil, y abusen de las m otivaciones de orden p articu lar. El profesional, leyéndoles, siem pre piensa que sería m ejo r m enos páginas, p ero que ap u n ta ran sólo a lo que el testigo efectivam ente vivió, actuó, sufrió o es cuchó, m ás que a sus lecturas, o a sus « in terp reta ciones» m ás o m enos sectarias (1). E n el caso concreto de los an arq u istas, hay cier(1) Hemos tratado el tema en nuestro libro España: crónica entrañable, 1973-1977, Barcelona, Grijalbo, 1978, págs. 9-13. El pro blema se lo ha planteado asimismo Gabriel Jackson, en el artículo Cómo recuperar la verdad, “El País”, Madrid. 15 de junio de 1978, donde considerando como ejemplo las memorias de Gil Robles y Serrano Suñer, dice explícitamente: “Pero el lector debe tener siem pre presente que estos hombres están intentando crear una imagen de ellos mismos para ser juzgados por las futuras generaciones.” Por su parte, Manuel Tuñón de Lara (en también “El País”. Ma drid, 5 de noviembre de 1978, Recuperación de la historia y memo210
tas variables a ten e r en cuenta. P or cuanto detrás suyo no hay p o r m edio una «iglesia», es decir, una ortodoxia institucionalizada incluyendo dogmas o «lí neas generales» obligatorias, cada au to r tiene una m ayor área de expresión. E sto se entiende m ejor com parándoles, por ejem plo, con las m em orias em i tidas p o r protagonistas de ciertos partidos políticos, que varían —en cada época y sim ultáneam ente— se gún la estrategia y la táctica convenida p o r el apa ra to p artid ario . Las conocidas servidum bres de la h isto ria en el totalitarism o, se prolongan indefecti blem ente al terreno de los m em oriales. E n o tras palabras, estos m em orialistas anarquis tas se expiden p o r la libre, no tem en disen tir no di gam os con o tras corrientes de opinión, sino incluso con sus propios «correligionarios». E sa espontanei dad les hace m ás sabrosos a la hora de la lectura, p ero inevitablem ente tam bién m ás peligrosos p a ra quien p reten d a citarles com o «autoridades» sobre los hechos de la vida pública y sindical española, pues a veces tienen u n a idea confusa de la objetividad. A su favor, sin em bargo, juega el hecho de que la m ism a ideología anarquista, aun en sus in terp re taciones m ás socialistas, h a dado u n lugar im por tan te a la personalidad hum ana, llega a hacer del individuo el centro de la reflexión socio-política, y este hecho n o toriam ente favorece la inserción de definidas personalidades en la corriente libertaria, y, p o r o tra p arte, m ultiplica sus posibilidades de desa rrollo. E n o tras corrientes ideológicas, tras el volu m en de m em orias se aprecia al buen m ilitante, pero en el caso de las m em orias anarquistas siem pre es rías de hombres de Estado), comentando las ideas de Jackson, abunda en consideraciones semejantes y analiza, para el período 1930-1936, las memorias de hombres de Estado como Berenguer, marqués de Hoyos, Emilio Mola, Miguel Maura, Niceto Alcalá Zamora, Ma nuel Azaña, Alejandro Lerroux, José María Gil Robles, Joaquín Chapaprieta, Juan Simeón Vidarte, Sáinz Rodríguez, Vidal y Barraquer, Zugazagoitia y Serrano Suñer, llegando a conclusiones muy pesimistas. Tomando el caso de las palabras que habría pronunciado el 12 de abril de 1932 el general Sanjurjo —sobre la base de los 14 textos consultados—, encuentra cinco versiones diferentes... 211
dable considerar o apreciar al hom bre de carne y hueso, con sus com plejidades, contradicciones y ri queza hum anista. No debe olvidarse, asimismo, que dentro del anarquism o hay una sólida escuela de autobiogra fías y mem orias. Recordemos, por ejemplo, las Me morias de un revolucionario, de Pedro Kropotkin, y los tres tomos dedicados a su propia vida por Rudolf Rocker. El m érito m ayor de todos y cada uno de los tra bajos autobiográficos de los anarquistas españoles, es dar cuenta de una generación revolucionaria y m ilitante, lo que en estos tiem pos de prudente con senso no deja de ser —digamos— tan curioso como aleccionador. A través de estos libros se coincide en m o strar cómo, surgiendo de la clase obrera de prin cipios de siglo, estos albañiles, ladrilleros, cam are ros, curtidores, obreros del vidrió, ferroviarios, de m ostraron en su prim era juventud tener una enrai zada conciencia de clase, y vieron en «la Confede ración» la form a político-social finalista, que llevaría a u na Revolución Social redentora del proletariado español. Esto renueva la tesitura de que la veta mayor revolucionaria y popular española estuvo firm emen te vinculada al m ovimiento confederal, que prácti cam ente incluía «todas las tendencias ideológicas del socialismo no m arxista» (García Oliver). Aunque sólo fuera p or ese hecho, debieran considerarse muy es pecialm ente estos gruesos libros de m em orias, que firm an personajes como Juan García Oliver, Cipria no Mera, José Peirats, Juan Peiró, Joan F errer y otros (2). (2) Nos referimos concretamente a Juan García Oliver, El eco de los pasos, París, Ruedo Ibérico, 1978; Cipriano Mera, Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista, París, Ruedo Ibérico, 1976 (prefacio de Fernando Gómez Peláez); José Peirats, De mi paso por la vida (Recuerdos de un militante libertario), manuscrito inédito (1975); Joan Peiró, Escrits, 1917-1937, Barcelona, Edicions 62, 1975 (a cargo de Pere Gabriel); Baltasar Porcel, La revuelta permanente, Barcelona, Planeta, 1978 (sobre Joan Ferrer), y otros que se indi carán en el texto que sigue. 212
Ju n to a ellos tam b ién nos llegan m em orias de p erio d istas, a m enudo ta n au to d id actas com o los m is m os m ilitan tes sindicales, e igualm ente im buidos de las ideas lib ertarias, que en co n traro n su tra b a jo en la p ro fu sa p ren sa confederal de la Segunda Repú blica, com o son Diego Abad de S antillán, José G ar cía P radas, E d u ard o de Guzm án, Jacin to Toryho, y m uchos o tro s (3).
II E n general, no hay en estos au to res u n in ten to to talizad o r e in terp retativ o de la vida h istó rica espa ñola, n i siq u iera a nivel de los acontecim ientos po líticos. E n p rim e r lugar p o rq u e en la m edida que la gente a n a rq u ista no p artic ip a de la vida «de p a lacio», o no tien e la preocupación de «dirigir» ni «m a n ejar» aquella visión, tam poco está en condiciones de alcan zarla a través de sus vivencias. P ero en cierto s casos, y sin p erju icio de u s a r y a b u s a r de la p rim e ra perso n a en sus exposiciones, algunos de ellos tienen u n p ro p ó sito de crítica ge n e ra l, in te n ta n pro v eer u n a in te rp re ta c ió n global de los hechos de la co n tro v e rtid a h isto ria de E sp añ a contem p o rán ea, o p o r lo m enos de la a n te rio r a 1939. E sto —en c ie rta m edida— se justifica, asim is m o, p o r los casos de Diego Abad de S antillán y de J u a n G arcía Oliver, sobrevivientes de u n a vanguardia m in ú scu la del an arq u ism o español, que p o r las fu n ciones que tu v iero n en el m ovim iento confederal, y m ás ta rd e los cargos que o cuparon en el m ism o ap a ra to ad m in istrativ o y político de la G en eralitat de C ataluña y del gobierno cen tral republicano vivieron (3) Nos referimos en este caso a Diego Abad de Santillán, Memorias, 1897-1936, Barcelona, Planeta, 1978; José García Pra das, / Teníamos que perder!, Madrid, Del Toro, 1974; Eduardo de Guzmán, El año de la victoria, Madrid, Del Toro, 1974, y otras obras que se anotarán más adelante; Jacinto Toryho, Del triunfo a la derrota. Las interioridades de la guerra civil en el campo repu blicano revividas por un periodista, Barcelona, Argos-Vergara, 1978, y otros autores a los que haremos alusión. 213
hechos, conocieron episodios y tuvieron experiencias de tipo globalizador, en verdad inéditas p ara los an arq u istas de todos los tiempos. Siendo dos obras m uy distintas, tan to por su es tilo com o p o r la personalidad de sus autores, e in clusive p or existir en tre am bos rivalidades o contra dicciones en ciertos períodos de su actuación públi ca, sin em bargo sostenem os que los libros de Santillán y de García Oliver se com plem entan. En p rim er térm ino, por una razón cronológica, pues Diego Abad de Santillán, en el volum en que ha publicado cubre el período prim ero de su vida (18971936), m ientras que García Oliver, que en 637 pági nas de letra pequeña adelanta que «éste no será un libro com pleto ni tam poco será u n a obra lograda», em pieza a principios de siglo y llega h asta nuestros días, pero el énfasis de su narración se potencia con su p rim era juventud en los tiem pos de la Dictadura, y es valioso h asta la d erro ta republicana de 1939. M ientras García Oliver ha dicho todo lo que sabe (e incluso lo que imagina) de Santillán caben esperar nuevos y m ejores textos de recuerdos, entre otras razones porque tiene un bagaje cultural superior y una perspectiva m ás am plia a la hora de hacer his toria. En verdad, aunque su breve libro arranca de 1897, el escrito r «Diego Abad de Santillán» nació en 1916 cuando el estudiante leonés Baudilio Sinesio adoptó ese seudónim o al publicar en M adrid su p rim er opús culo in titulado E l derecho de España a la revolución, al que siguió pro nto el libro Psicología del pueblo es pañol, obras actualm ente rarísim as, incluso en bi bliotecas especializadas. De entonces a la fecha, Diego Abad de Santillán ha publicado a lo largo de sesenta y tres años al gunos de los libros m ás im portantes que existen en la literatu ra anarquista de lengua española (4). (4) El comentario sobre la obra de Diego Abad de Santillán re toma el publicado en italiano en las págs. 450-451 del n.° 4, año I (1978), de la revista “Movimiento operaio e socialista”, Genova, en su sección de Schede, 214
E n sus obras originales h ab ría que distinguir las ob ras de tipo teórico, com o El anarquism o en el m o vim iento obrero (1925, en colaboración) y Recons trucción social. Bases para una nueva edificación económica argentina (1933), de las obras históricas •—ya clásicas en ese dom inio— como El anarquism o en la Argentina desde sus orígenes hasta 1910 (1930), La F. O. R. A. Ideología y trayectoria del m ovim iento obrero revolucionario en la Argentina (1932), y, ante todo, las dedicadas a España, com o Por qué perdi m os la guerra (1940) y la Historia del m ovim iento obrero español (de la que han aparecido tres volú m enes en México), ap a rte de su m edular o b ra sobre Ricardo Flores Magón y la revolución mexicana (1920), de lo que resu lta un interés p o r aquel país que culm ina en la reciente H istoria de la revolución mexicana. P ublicista infatigable, D. A. de S. —ap arte de es tas obras de inspiración directam ente anarquista— escribió y editó trab ajo s m uy am plios y reputados en Argentina, com o la H istoria de Argentina (6 volú m enes), la Enciclopedia argentina, o el Diccionario de argentinism os (5). Tal vez m ás conocida es su trayectoria de perio dista, siendo el responsable de la época de oro de la fam osa publicación cotidiana bonaerense, «La Protesta» (en los años veinte), editando asim ism o el «Suplem ento de La Protesta», y la editorial del m is m o nom bre, donde ap arte de los clásicos anarquis tas (B akunin y tantos otros), da a conocer sus tra ducciones del alem án de Max N ettlau, Rudolf Rocker, Georg Nicolai, etcétera. E n E spaña será desde 1935 —a donde se trasla da desde que las dictaduras triunfan sucesivam en te en Argentina y Uruguay, en que se había refu(5) Justamente uno de los defectos de este volumen es que Santillán no da, por ejemplo, en un Apéndice documental, una nómina precisa y detallada de sus libros, traducciones y actividades periodísticas. Hay obras importantes que no cita, y otras que son aludidas vagamente, lo cual es lamentable desde el punto de vista de los servicios que pueda prestar a los estudiosos de la historia social española. 215
giado en 1930— el e d ito r de la revista «T ierra y Li bertad » , órgano de la F ederación A narquista Ib é ri ca. D u ran te la g u erra civil, a p a rte de «TyL», llevará la dirección de «Tiem pos Nuevos» y, finalm ente, de «Timón», que p rim ero se ed ita en B arcelona, y des de 1940 en B uenos Aires. Se h an publicado hace poco dos antologías de sus artículos. P ero D. A. de S. incluso si no h u b iera escrito y ed itad o tan to , sería un p erso n aje a cuyas M em orias d eb ie ran aso m arse todos los interesados en esta te m ática, p u ra y exclusivam ente p o r su vida com o m i lita n te revolucionario. D esde m uy joven com ienza a p a rtic ip a r en el m ovim iento a n a rq u ista m adrileño, y p ro n to d eb erá em igrar a A rgentina con su fam ilia, y allí p a rtic ip a d u ra n te m uchos años en la F edera ción O b rera R egional A rgentina (FORA). E n su re p resen tació n volverá a E u ro p a en ocasión del congre so de B erlín de 1922, e in teg ra rá el C onsejo de la novel Asociación Internacional de los T rabajadores. Más ta rd e fu n d a rá en M ontevideo la ACAT (Asocia ción C ontinental A m ericana de T rab ajad o res), que desde 1927 a g ru p a rá a las federaciones an arco sin d i calistas de Am érica Latina. D esde esa fecha in teg rab a asim ism o la FAI y es explicable —com o se ap u n ta— que se rein co rp o rase en B arcelona al m ovim iento confederal. A esta ú lti m a etap a, q u e a los lectores españoles es la que les in tere sa m ás, se dedican las ú ltim a s cien páginas de M em orias. Ya dirigiendo «T ierra y L ibertad» y com p ro m etid o con el m ovim iento específico, asiste a los sucesos de o ctu b re del 34, y m ás ta rd e al F ren te Po p u lar, el congreso de la CNT de Zaragoza y c ie rra sus m em orias con las jo rn ad a s de los días 17 y 18 de ju lio de 1936 en B arcelona. S erá entonces p a ra u n segundo volum en la g ra n h o ra de 1936-1937, y el re sto de la g u erra civil, y ate n to al p ap el que le co rre sp o n d ie ra en aquellos acontecim ientos, y an te to do a su c a rá c te r de esc rito r, y h a sta ideólogo del m ovim iento lib ertario , es explicable que nos quede m os con u n a in m en sa curiosidad. 216
E n verdad ya en este volum en, aunque siendo tan interesante, es tam bién m ucho lo que se calla el autor. A la obra le falta el soporte de la docum en tación, y muchos hechos son relatados de m em oria, y esto le hace in cu rrir en errores de nom bres, de fe chas, etc. Por o tra p arte, no se busque en sus páginas un relato literario, o una confesión psicológica y em o cional. Santillán no es ju stam ente un lírico, ni tiene interés en desnudar su interioridad emotiva. Se limi ta a re la tar directam ente lo que recuerda, aunque esto es —insistam os— útilísim o, dada su personali dad y su historia, pero el lector es posible que quede a m enudo defraudado. E l eco de los pasos de García Oliver es, cuanti tativam ente el m ás im portante de toda esta conste lación de libros. Sin duda tam bién el m ás iconoclas ta e insólito. E s la obra de u n anciano m em orioso, nacido en Reus en un hogar de obreros textiles anal fabetos, sin o tras letras que las prim arias (y las de las «universidades» de 14 años de cárcel), y que co m ienza a tra b a ja r a los once años desem peñándose como cam arero. El au to r se define a sí m ism o com o «un anar q u ista de origen proletario que aspira al derroca m iento inm ediato de la sociedad burguesa y la ins tauración del com unism o libertario» (pág. 11) y que «ya de m ayor supe que los anarquistas se hacían le yendo las obras de K ropotkin y Bakunin», aunque opina en o tra p arte que eso solam ente les pasa a los anarquistas de origen burgués, o pequeño b u r gués. Es explicable que en el libro no haya citas, ni tirad as teóricas, sino que relata buenam ente como p articip a un hom bre de abajo, con capacidades de acción, del m undo despiadado de la lucha de clases, que h a sido desde siem pre España. Su prim era gran experiencia es la trem enda épo ca de la represión terro rista de la patronal catala na, p o sterio r a la Prim era G uerra Mundial, que em palm a con la dictadura de Prim o de Rivera, y la re sistencia an arquista que simbolizan ju stam ente fi guras como D urruti, los Ascaso y el propio García 217
Oliver. Todo esto se cu en ta en la p rim era p arte, El anarcosindicalism o en la calle, a n u estro juicio la m ás jugosa del volum en, y que incluye, asim ism o, los años republicanos de 1931 a 1936. La segunda p arte, E l anarcosindicalism o en el Co m ité de Milicias, que cronológicam ente corresponde a la etap a que va del 17 de julio al 30 de octubre del m ism o año 36, no solam ente es ya la g u erra civil, sino la aplicación de una idea digna de citarse. «Fue la CNT —son sus p alab ras— la que im pidió p o r prim e ra vez en la h istoria, que u n ejército de casta se apoderase de u n a nación m ediante el golpe de Es tad o m ilitar» (sic) (6). E n la terc era p arte, E l anarcosindicalism o en el gobierno, se relata el increíble hecho histórico de que ho m b re sem ejan te fuese designado m in istro de Ju s ticia y Cultos del E stado español en el segundo ga bin ete de Francisco Largo C aballero, en que se hace la experiencia de los «m inistros anarquistas». E n esta p arte, com o es explicable, se incluyen discursos, decretos, docum entos, etc., que objetivizan el contexto de las m em orias, y que, en definiti va, co nfirm an la buena im agen que, en general, hay e n tre los h isto riadores sobre su actuación técnica. La ú ltim a p arte, y a n u estro parecer prescindible —p o r com paración a las anteriores— está dedicada a E l anarcosindicalism o en el exilio, h isto ria de lu chas y rencillas en la colectividad m exicana, e histo ria p ersonal de los últim os cuaren ta años del autor. Lo que le hace p articu larm en te in tere san te a esta o b ra es su tesis, según la cual en el m ovim ien to confederal español hay un ala conservadora (de finida p o r el m ero sindicalism o de los «treintistas»), p ero a quienes critica m ás duram ente es a los que llam a «liberales radicalizados» antisindicalistas, de origen pequeñoburgués (Santillán, M ontseny, Fidel (6) Cita el autor, como caso contrario, el golpe chileno de se tiembre de 1973, y dice algo muy atinado: “No fueron los militares quienes mataron a Allende, sino la soledad en que lo dejaron” (P. 10). 2 18
M iró, etc.). El entiende re p rese n ta r a los «hom bres de acción», a los auténticam ente an arq u istas prole tario s, y desde esta posición extrem ista es explicable que haga juicios m uy categóricos sobre sucesos y personajes. Conociendo los entretelones de la vida política republicana, en un grado que es inusual en el am bien te libertario, opina y juzga hechos im portantes y da cu en ta de la actuación de personalidades polí ticas de p rim er plano. Tam bién sobre la vida in tern a del m ovim iento confederal, y sus prim eras figuras. M uchos de los testigos de aquellos hechos, o las p ersonalidades a que alude, viven y no faltarán po lém icas y réplicas a estas m em orias, que prolonga rá n el carác ter iconoclasta y h asta insólito que tie nen m uchas de sus páginas. De lo que no tenem os dudas es que será u n libro m uy citado en el fu tu ro y las razones son obvias.
III Las dem ás obras de este p rim er grupo, p o r ra zones que se in d icarán en cada caso, aunque sus au to res a m enudo p articip an en los m ism os sucesos que los anterio res, ad optan la actitu d m ás pru d en te de in fo rm ar exclusivam ente sobre su personal, y, por definición lim itada, visión de u n área específica. E s el caso de la o b ra Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista de C ipriano M era, inestim a ble —como dice el prologuista F ernando Gómez Peláez— , p a ra v alo rar «la participación de las unidades confederales en uno de los sectores m ás activos de la contienda (la g u erra civil): el del centro». M era fue tam bién un auténtico hijo del pueblo, llevado p o r sus com pañeros de tra b a jo a la p resi dencia del Sindicato Unico de la C onstrucción (CNT) de M adrid y las m em orias com ienzan ju stam en te re firiéndose a la huelga de la construcción m adrileña de m ayo del 36 (UGT-CNT), p o r lo que todo el Co 219
m ité de H uelga (M era incluido) e sta b a en la cárcel el 18 de ju lio de 1936. H o m b re de acción (y no en vano h ab ía p artic i p ad o con D u rru ti, Isaac P uente y o tro s en el Comi té R evolucionario a n a rq u ista de 1933), apenas libe ra d o p a rtic ip a en la to m a del cu a rte l de C arabanchel y en la re co n q u ista de G u ad alajara y Cuenca. S erá p ro n to jefe de la XIV División confederal, y desde el 6 de o ctu b re de 1937, caudillo del C uarto C uerpo de E jército. E ra la recom pensa p o r su b ri llan te acción en la b a ta lla de G u ad alajara, fren te al ata q u e italian o , reco n q u istan d o la localidad de Brihuega. E ste sin g ular ten ien te coronel se definía, y lo re ite ra en la o b ra, com o « m ilitante de la CNT y al b añ il de profesión». D esde la fecha citada, A rtem io G arcía llevará u n «diario de cam paña» del C uerpo de E jército , y p o r ello h ay m ás inform ación y es m ás p recisa, sobre hechos p o sterio re s com o la b ata lla de B rúñete, o el C onsejo N acional de D efensa de las p o strim erías de la g u erra. Desde la página 229 com ienza la eta p a del exilio, p rim e ro en el n o rte de Africa, de cuyas cá r celes las au to rid ad es francesas de P étain lo entrega rá n en 1942 al franquism o. S om etido en M adrid a u n C onsejo de G uerra y condenado a m u erte, le es co n m u tad a la pena, y será recién liberado en 1947 p a ra re in te g rarse a la m ilitan cia an tifa scista clandes tin a. ¡Incluso p a rtic ip a con el general B eigdeber en u n co m plot c o n tra F ranco en 1947! E ra n los tiem pos de las g u errillas del m aquis francés. La CNT del in te rio r lo d estin a a F ran cia y com ienza su segundo exilio, en que vuelve a su oficio de albañil, fallecien do en P arís, en 1975, a los 72 años. C ipriano M era no llegó a v er im p resa esta obra, que fue re d acta d a con la cooperación del p erio d ista M anuel F abra. No m enos ex tra o rd in aria , en o tra dim ensión, es la saga de José P eirats, nacido en la provincia de C astellón en u n a fam ilia de alp arg atero s, que em i g ra n —com o tan to s p ro leta rio s— a B arcelona, don de n u e stro p ro tag o n ista a d o p ta el oficio de ladrille ro. Ya com o precoz a n a rq u ista vivió la influencia de 220
la revolución ru sa y sufrió la dictadura de Prim o de Rivera. M iem bro de la FAT, desde su b arriad a de Sants, será red acto r de «Solidaridad Obrera» (dis cípulo de Felipe Alaiz) y uno de los héroes del 18 de ju lio de 1936. Actúa p o r entonces en las Juventu des L ibertarias, dirige h asta mayo del 37 «Acracia», de Lérida, y es uno de los jóvenes críticos de la in tervención m inisterial de la CNT en el gabinete Lar go Caballero. Se alista en la XXV División, y con ella se re tira a través del valle del Segre, exiliándo se en Francia, donde reside h asta ahora. El pedago go Puig Elias, en el congreso del año 1947 de la CNT, en Toulouse, había p ropuesto que se escribiera la h isto ria de la revolución española, y en 1949 esta ta re a la confiará la organización confederal al ex la drillero, y entonces labrador, José P eirats. Con me dios eurísticos m uy precarios, sin poder apoyarse m ás que en escasos antecedentes, en tre 1952 y 1954, P eirats publica los tres tom os de La CNT en la Re volución Española, u n a o b ra a la fecha fam osísim a. Desde entonces, su nom bre aparece en form a soste nida en la p ren sa an arquista, y se m anifiesta a través de nuevos libros. E n cuanto a estas m em orias —que hem os podido exam inar en el m anuscrito inédito— se prolongan en el exilio am ericano (República Dominicana, Ecua d o r y Panam á), y se cierran con el exilio y las cá r celes francesas. Es u n trab a jo de m érito literario, que dice m ucho del personaje en sus facetas hu m anas. De todas las obras que consideram os, sin discu sión, la m ejor escrita, pues es de la plum a de uno de los m ejores escritores españoles contem poráneos (B altasar Porcel) es la que recoge la vida del igualadense Joan F errer. E l procedim iento que se h a seguido h a sido feliz m en te usado en Am érica p o r el antropólogo O scar Lewis (en sus fam osos libros sobre los m iserables de México, P uerto Rico y Cuba), pero creem os que es la p rim era vez que se p ractica en España. Porcel 221
h a g rab ad o cin cu en ta cin tas m agnetofónicas, equi valentes a m il páginas dactilografiadas, con las decla racio n es de Jo an F errer, y so b re esa base se h a es crito la o b ra definitiva en p rim e ra persona. F e rre r es u n p erso n aje m enor, incluso en relación con los an tes citados, p o r co n cretarse la m ayor p a r te de su m ilitan cia en u n a ciudad provincial, y no te n e r —sino ocasionalm ente— el gran escenario b a r celonés o m adrileño. P ero su vida es dem o strativ a del tip o m edio de m ilitan te an a rq u ista, de sus sacri ficios y en tereza an te la represión, de las grandes ilusiones que d esp ertó la victo ria p o p u lar en C atalu ñ a del 36 y de las p en u rias del co m p artid o exilio en tie rra s francesas. E l m érito de la o b ra no h a sido debidam ente ap reciad o , y en cam bio yendo al aspecto e stric ta m en te h istó rico se han rep ro ch ad o a F errer-P orcel in ex actitu d es, im precisiones o fallas en la inform a ción. E n d efinitiva —com o dice Porcel—, «el libro n o p re te n d e se r ni im parcial ni exacto, sino testim o nial, y testim o n io el de la vivencia, m ás que el de la cu ltu ra» . Jo an F errer, que nació en el año 1896, fa lleció m uy poco tiem po después de p u b licarse esta o b ra (7). H ay o tra s ob ras q u e se evocan al c ita r las an terio res, escritas asim ism o p o r m ilitan tes libertarios, au n q u e sin h acerse estric ta m en te en térm in o s au to biográficos, au n q u e in tere san tes, sobre u n aspecto del g ran fresco de la g u erra civil. Pensam os, p o r ejem plo, en los libros poco conocidos q u e sobre A sturias escribió Solano Palacio, y que se ed itaro n en Chile; o en los volúm enes recientes so b re el País V asco de M anuel Chiapuso, e incluso los del o b rero tex til —y m ás ta rd e co m an d an te de la C olum na Du(7) Ferrer, durante la guerra, colaboró en “Catalunya”, y en el exilio dirigió la última época de “Solidaridad Obrera” en París. Entre sus libros destaquemos De l'Anoia al Sena, sense pressa (Paris, 1966), que ya es una obra de recuerdos, y antes Conversaciones libertarias (1965) y Garbuix poétic, un tomo de versos (Paris, 1946). 222
rru ti— R icardo Sanz, que se publicaron en el exilio francés (8). El barcelonés Joan Peiró, nacido en 1887, no edi tó sus m em orias personales, porque com o se recor dará, con la cooperación de la Gestapo, fue fusilado en 1942 p o r el franquism o. En cam bio, escribió m u cho en tre 1916 y 1939, y tiene un perfil bien definido com o exponente de u n a de las corrientes que inclu ye el m ovim iento confederal español. O brero de la in d u stria del vidrio, prim ero en B adalona y después en M ataró, desde 1916 com enzó escribiendo en la p ren sa de la Federación de V idrieros y C ristaleros de la CNT. A través de sus textos se puede seguir tam bién la lucha c o n tra la patronal y los pistoleros, y tam bién la D ictadura de Prim o de Rivera. Aunque en 1928-1929 polem izaba con Angel Pes tañ a, será con este obrero relojero, y otros sindi(8) Nos referimos a El éxodo. Por un refugiado español, Val paraíso, Más Allá, 1939, y Entre dos fascismos. Memorias de un voluntario de las brigadas internacionales en España. Novela his tórica, Valparaíso, Más Allá, 1940. aparte de una discutida crónica, El frente del norte, publicada en España después de la pérdida de Asturias para la República. Las dos obras de Manuel Chiapuso, más que la autobiografía, lo que intentan es hacer crónica del aporte anarquista en la guerra civil en el País Vasco (Los anarquistas y la guerra de Euzkadi. La comuna de San Sebastián, San Sebastián, 1977, y El gobierno vasco y los anarquistas. Bilbao en guerra, San Seb stian. Txertoa. 1978). Ricardo Sanz, entre 1945 y 1969, publicó en Toulouse tres folletos (Buenaventura Durruti, El sindicalismo y la política. Los “solidarios” y Los que fuimos a Madrid. Columna Du rruti), que recientemente se han reunido en un volumen editado en Barcelona con el título de El sindicalismo español antes de la guerra civil. Los hijos del trabajo (Petronio, 1977, prólogo de Sara Guillen). Aprovechamos para señalar que este texto nuestro no pretende agotar la nómina de memorias de confederales. Recordemos a Felipe Alaiz (Testimonios de un libertario, Madrid, 1976); Pedro Vallina (Mis memorias, Caracas, en 2 vols., muy interesante por tratar de Andalucía); Paulino Diez (Un anarcosindicalista de acción. Memo rias, Caracas, 1976). A nivel local, sobre Badalona, Records d’un sindicalista llibertari catata, 1916-1943, de Joan Manent i Pesas, París, 1976. También, de José López, Una misión sin importancia. Memorias de un sindicalista, Madrid, 1972. Habría incluso que tener en cuenta a los cenetistas que no son anarquistas ni anarcosindicalistas, como mosén Jesús Arnal. Por qué fui secretario de Durruti. Narración, Andorra, 1972, publicado con un “nihil obstat”, y los tres volúmenes de Adolfo Bueso, poumista, publicado entre 1976 y 1979 en Barcelona. 223
calistas, que in teg ra el treintism o, y e n tre 1931 y 1936 se aleja de la CNT a la que vuelve en el congre so de Zaragoza de ese ú ltim o año. D u ran te la g u erra escribe en «S olidaridad O bre ra», «CNT», «Catalunya», y o tro s periódicos confede rales, y a la h o ra de p ro d u cirse la intervención Ge n e tista en el gabinete Largo C aballero, P eiró ocupa rá la c a rte ra de In d u stria , re p resen tan d o con Ju an López el sec to r sindicalista, fren te al a n a rq u ista de Ju a n G arcía Oliver y F ederica M ontseny. Los textos de la recopilación que seguim os ap u n ta n a los problem as económ icos, grem iales y políti cos de esos acontecim ientos históricos, pero Peiró hizo b alance de su gestión m inisterial, y en algún sentido de su p ersonalidad, con el títu lo De la fá brica de vidrio de M atará al M inisterio de In d u stria s (1937) (9). E s de lam en ta r que F ederica M ontseny no haya escrito sus m em orias, p o r el relevante lugar que le h a co rresp o n d id o en el m ovim iento a n a rq u ista es pañol, a lo largo de m edio siglo, pero adem ás p o r su m ism a condición fem enina, integrando la gran p ro m oción de m u jeres que em ergen a la vida política en tiem pos de la Segunda R epública. H ay ciertos tra b a jo s suyos de intención autobio gráfica (Cent dies de la vida d ’una dona, 1939-1940, y E l éxodo anarquista, am bos de B arcelona, Galba, 1977). Lo m ism o que los o tro s m inistros no m brados p o r la CNT-FAI, al te rm in a r su gestión hizo u n a con ferencia, recogida en u n folleto, sobre su o b ra y an teced en tes revolucionarios. A estos efectos es m uy ú til el volum en de Agustí Pons, Converses am b Federica M ontseny (B arce lona, 1977), que a p a rte de la biografía, incluye p ro blem as de tip o político general. En ese m ism o año, la M ontseny h a hecho u n a introducción y selección (9) Habría que tener en cuenta asimismo los folletos Pensam iento d e Joan Peiró, México, CNT, 1939; P roblem as del sindicalism o y del anarquism o, Toulouse, MLE, 1945, y P roblem as y cintarazos, Rennes, 1946, que reúnen otros textos.
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de textos de «La R evista Blanca» (1898-1905), b ajo el títu lo de Els anarquistes educadors del poblé (Bar celona), digna de considerarse en estas dim ensiones p o rq u e hace referencia a sus orígenes ideológicos y h asta fam iliares.
IV La cosecha de los periodistas, y dejando de lado a Diego Abad de Santillán, de quien ya nos ocupa m os, no es m enos interesante, pero diríam os que es m ás previsible, o m enos original. N atu ralm en te no interesan a estos efectos las o b ras expositivas, o polém icas, redactadas en estilo periodístico sobre los sucesos históricos, sino que debem os considerar aquellos libros en que los auto res se refieren a su personal experiencia, a sus vi vencias inm ediatas, com o ya hem os visto en el caso de quienes, a p esar de su origen proletario, term ina ro n actuando com o p eriodistas (Peiró, P eirats, p o r ejem plo). Tenem os a n u e stra consideración los libros de José G arcía P radas, E duardo de Guzmán y Jacinto Thoryo, que son en esencia diferentes, aunque com o verem os no estrictam ente dispares. José G arcía P radas, ya en 1939 había explicado con el títu lo sensacionalista de La traición de Stalin su participación en la Ju n ta del coronel Casado. P or su cargo en la dirección del diario confederal «CNT» de M adrid, no puede negársele inform ación, p ero define su o b ra com o «una serie de ensayos híbridos —n arrativ o s, a la vez que ideológicos o críticos— so b re los principales causantes de la d erro ta antifas cista» (pág. 12). Ese m aterial se am plía, ante todo con u n capítu lo de Conclusiones, escritas en 1973, y adquiere el curioso títu lo de la edición m adrileña de 1974: ¡Te níam os que perder! Más sólido, y m ás tenaz en su oficio, es sin duda E d u ard o de Guzmán, su colega com o d irec to r del 225
tam b ién d iario confederal m adrileño «C astilla Li bre»; que h a escrito u n re la to testim onial sobre los vencidos, que q u ed aro n a tra p a d o s en la zona cen tral y q ue se co n c en tra ro n en A licante y A lbatera en 1939 ( 10).
De allí p asaro n a la cárcel, fu ero n diezm ados p o r las ejecuciones y p asa ro n trem en d o s sacrificios b ajo «la larg a noche de piedra». Esos tre s libros: E l año de la victoria (1974), N osotros los asesinos. M em o rias de la guerra de E spaña (1976) y La m u e rte de la esperanza, si p a ra m uchos revelan a u n escrito r, sin em bargo nos p erm itim o s c re e r que no son supe rio re s d o cu m entalm ente h ab lando a su o b ra de ju ven tu d M adrid rojo y negro, publicado d u ra n te la g u e rra y al calor de los sucesos. De Jacin to Toryho, finalm ente, se h ab ía dado a con o cer u n volum en de re tra to s de p erso n ajes de la g u erra con el inexplicable títu lo de N o éram os tan m alos, y ah o ra nos llega esta volum inosa ob ra, con u n títu lo igualm ente largo, Del triu n fo a la derrota. Las interioridades de la guerra civil en el cam po re publicano revividas por un periodista. E n esas páginas, del ex d irec to r de «S olidaridad O brera» de B arcelona de 1937 a 1938, y ex sec reta rio de P ro p ag anda de la CNT-FAI en 1937, ab u n d an las an écd o tas y el a u to r es consecuente (al igual q u e G arcía P radas) con an te rio res panfletos p u b li cad o s en tiem pos de la g u e rra fría.
V A m odo de balance, digam os que este co n ju n to de libros m u ltiplica o b jetivam ente n u e stra s posibili dades de conocim iento sobre la h isto ria del a n a r q uism o español y, p o r ende sobre E spaña, y co rre lativ am en te envejece ciertos libros en circulación. (10) Sobre el mismo tema hay una importante obra literaria, Campo de los almendros, de Max Aub íMexico), y una historia provincial, la ob. cit. de Enrique Cerdán Tato. 226
H asta que se disponga p o r los investigadores del archivo CNT-FAI, depositado en el In tern atio n al Institu u t voor Sociale Geschiedenis de A m sterdam , estas m em orias establecen u n nuevo nivel cognoscitivo al que debem os atenernos. A hora tenem os, no una, sino varias versiones (en ocasiones, com o es inevitable, contradictorias) sobre los hechos capitales. Más aún, podem os re co n stru ir en cie rta m edida el clim a o am biente del m ovim ien to sindical y revolucionario español y especialm ente catalán desde 1917 a 1939. Tam bién es u n ap o rte inestim able, p o r lo m enos en algunos casos y pro blem as, p a ra sab er de la h isto ria del exilio republi cano. P ero p o r el espacio ta n im p o rtan te que ocupa el m ovim iento confederal en la historia española, el te m a ilum ina la m ism a historia de la E spaña revolu cio n aria y dem ocrática, lo que es tan to com o hablar de grandes tem as (la D ictadura, la Segunda R epúbli ca, la g u erra civil). A cu aren ta años de aquellos sucesos, esta prom o ción de m em orialistas se alza de las tum bas, del exi lio o del olvido en que se en tierra a los ancianos (aunque sean m em oriosos), y en estos actuales tiem pos españoles, digam os que parecen fantasm as leja nos, testigos y actores de u n a época de rebeldía e in docilidad, de resistencia a la opresión y de iconocla sia, capaces de la p ro testa y del sacrificio, gentes de la «revuelta perm anente» de que hablaba K ropot kin, de la «pasión y la convicción» bakuniniana, de la «guerra perm anente» de Proudhon. Todavía hay que te n e r en cu en ta a los miles de m ilitantes anóni m os, que ni siquiera escriben m em orias, pero que h an com partido con responsabilidad los m ism os he chos. Sin ten e r en cuenta este hecho social, no se en tien d en las ideas n i los acontecim ientos de su tiem po.
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X RAFAEL BARRETT. UN ANARQUISTA ESPAÑOL OLVIDADO E N ESPAÑA (* ) Juan Goytisolo ha dicho que M ariano José de L arra es «el autor español m ás vivo, m ás entrañable m ente actual de la hora presente», con una «crecien te influencia sobre la nueva generación» y lam enta que, ap arte de postergado durante medio siglo, no tuviera o tro discipulado que el superficial de Azorín o Unamuno en la generación del 98 (1). Aun siendo Goytisolo posiblem ente el m enor pro vinciano de los actuales escritores españoles, sin em bargo om ite considerar —como corresponde— las letras castellanas sim ultáneam ente en am bas m árge nes del Atlántico. En efecto, L arra tuvo m ayor y m e jo r descendencia en América que en Europa, em pezando p o r sus contem poráneos los argentinos E steban Echeverría y Juan B autista Alberdi h asta culm inar en la prom oción de los grandes autores his panoam ericanos de finales del siglo xix y comienzos del xx, que en definitiva fueron en América una suer te de generación del 98. Pensam os en el cubano José (*) Una primera versión de este texto se publicó en la revista “Insula”, Madrid, n.° 388, marzo 1979, p. 4. (1) En págs. 21 y sigs. de El furgón de cola, Barcelona, Seix Barrai, 228
M artí, en el p eru an o M anuel González P rad a y en los p latenses A lberto G hiraldo y Florencio Sánchez. Ju n to a ellos fue tam bién en América donde se reve laro n p o r entonces com o escritores, españoles com o Valle Inclán, Julio C am ba y Rafael B arrett, y ellos tam b ién pueden reclam arse de M ariano José de La rra . De la gloria del m arqués de B radom ín, o de C am ba (m ás conocido p o r su segunda etapa, ya de nuevo española), no es necesario hablar, p ero no deja de ser ex traordinario que en E spaña se desco nozca casi com pletam ente al esc rito r santanderino R afael B arrett. V ivirá sus p rim ero s 28 años en E uropa, p ero se h a rá esc rito r y a d q u irirá su a c titu d vital, en la final y breve etap a de su vida en Am érica del S u r en tre 1904 y 1910, en el seno de la gran co rrien te cu ltu ral q ue p o r entonces alcanzaba su ápice en A rgentina, U ruguay y Paraguay. P eriodista prim ero en Buenos Aires, y después arraig ad o en Paraguay donde fun da la revista «Germ inal» y anim a el m ovim iento in telectu al e ideológico de Asunción y en 1908 p asa al U ruguay d ep o rtad o p o r u n a d ictadura. «Yo llegué a v u estras playas —dice de M ontevideo— indigente, d esterrad o , enferm o y desconocido», pero pocas ve ces h a acom pañado a un intelectual ex tran jero un éxito tan rotundo. Las p rim eras figuras de Uruguay, com o el ensayista José E nrique Rodó, el filósofo C arlos Vaz F erreira o el líder del P artido Socialista Em ilio Frugoni, celebrarán y elogiarán los textos cotidianos publicados p o r B a rre tt en el diario «La Ra zón». S erá en M ontevideo donde se p ublicarán los p rim ero s diez tom os de sus obras, y p o r el M iniste rio de Educación sus Cartas íntim as (1967), pero es en B uenos Aires donde se editan, ya p o r tre s veces, sus o b ras com pletas. H ace poco nos decía el m ás grande de los actu a les escrito res paraguayos Augusto Roa B astos que escrib ía sobre Rafael B a rre tt u n libro, «pues con él com ienza la cu ltu ra paraguaya». La o b ra integra la ca raq u e ñ a B iblioteca Ayacucho de Clásicos Latino 22 9
am erican o s (2). A ntes lo h ab ía n estu d iad o el chile no A rm ando D onoso y el hispano-venezolano Rufino B lanco F om bona. E ste au to r, que p o r m uchos m oti vos a su vez in teg ra la pléyade de las le tra s españolas, in te n tó d a rlo a conocer en E sp a ñ a p u b lican d o algu n o s de sus tex to s en 1923 y de nuevo en 1930. E n la época p o sfra n q u ista , el p eru an o C arlos Meneses p re se n tó u n a selección d e sus escrito s en B ar celona y esp e ram o s q u e esto m a rq u e el re en cu e n tro de B a rr e tt co n E sp añ a (3). (2) Con el título de R a fael B arrett, descu bridor d e la realidad social d el P araguay, prologa la recopilación de textos barrettianos, diciendo: “Reflexionar y escribir sobre Rafael Barrett. sobre la enor me y profunda experiencia que representó —y representa— el con junto de su vida y de su obra en el proceso cultural de un pueblo material y espiritualmente devastado como el Paraguay por amasa doras vicisitudes históricas, es hoy una tarea al par que difícil cada vez más urgente y necesaria. D ar a conocer sus textos, difundirlos, es no solamente una tarea de rescate de una de las obras más lúcidas e incitadoras que se escribieron en el Paraguay —y que quedó prácticamente desconocida por las nuevas generaciones—; es también contribuir a replantear, desde un punto de vista de partida insoslayable, los problemas sociales y culturales de base que afronta esta colectividad y, por extensión, los del sector de la cuenca del Plata, uno de los sectores más conflictivos en la convulsionada realidad de nuestra América... Rafael Barrett fue un precursor, no sólo en el sentido del que precede, y va adelante de sus contemporá neos, sino también en el del que profesa y enseña ideas y doctrinas que se adelantan a su tiempo. ”En la noche del infortunio paraguayo, la vida y la obra de Barrett fue un meteoro que resplandeció, por desdicha, sólo un corto instante. Un resplandor, sin embargo, que proyectó vislumbres futuras: las que hoy tienen plena vigencia. De su horizonte se puede decir que era ’el mismo suelo que pisaba’. Contra ese horizonte se yergue ahora su figura como la de un contemporáneo; se dibuja su ideario fervoroso e insobornable. Este ideario al que el futuro dio la razón, al tiempo de hacer de su vida y de su obra una parte —la más lúcida y firme— de nuestro pasado, pero también de nuestro presente y de nuestro porvenir. Y esto no sólo con rela ción al Paraguay feudalizado, colonizado, sino a toda nuestra Amé rica”, págs. IX-X, E l d o lo r paraguayo, Caracas. Ayacucho, 1978. (3) M ira n d o vivir fselección), Barcelona, Tusquets, 1976, prólogo de Carlos Meneses, Serie Eos Eibertarios. 230
Que un escritor famoso, y en algún sen tid o ya un clásico de las letras sudam ericanas, leído y adm ira do por países enteros de la misma lengua, se desco nozca en el país en que naciera, a setenta años de su m uerte, mueve a apasionadas consideraciones. Porque no es el caso de otros inm ensos escrito res, que han publicado en castellano, p ero que, por nacer en Hispanoamérica, se desconocen e n España. Así, es sintom ático que el prim ero de los grandes m arxistas latinoam ericanos, el peruano José Carlos M ariátegui, recién ahora tenga su p rim era edición en España, después que se le ha traducido a todas las lenguas cultas del m undo (4). Tam bién que se desconozca todavía al argentino Aníbal Ponce, no me nos im portante que Mariátegui, y a su discípulo H éctor P. Agosti, siem pre dentro del m arxism o. Prim ero porque B arrett se formó y educó en Es paña, donde le adm iraron Valle Inclán y Ram iro de Maeztu. Federico García Lorca sabía de su existen cia y buscó sus huellas en Argentina en ocasión de su estancia en América. B arrett, además, nunca dejó de tr a ta r los tem as españoles. Su obra, al estilo de Larra, está form ada en su m ayor parte de artículos o breves ensayos so bre tem as de la diaria existencia, escritos en una prosa adm irable. En ellos hace crítica de las ideas, aunque tam bién integran su obra textos de literatu ra de ficción, estudios sociológicos, e incluso traba jos de divulgación científica, pues no en vano era m atem ático. No menos categórico que Larra, m ás coherente ideológicamente que Unamuno, Rafael B arrett es im placable con la «España negra» de su tiempo. El texto de 26 líneas que con el título de Lápida escri be en ocasión del fusilam iento de Francisco F errer (4) Nos referimos a Siete ensayos de interpretación de la rea lidad peruana, que se publicó por vez primera en Lima en 1928 y que también en 1976 reedita en Barcelona la editorial Critica. 231
y G u ard ia to davía hoy, ta l vez, sea agresivo en Es p añ a (5). E ste m o n tañ és iconoclasta tiene pocas ad m iracio nes p o r la c u ltu ra española y m enos p o r su políti ca, p ero ellas son d efinitorias: C ervantes, L arra, F ran cisco Pi y M argall, Valle Inclán o el citado Fe r r e r y G uardia. De cam ino ya a su m uerte, que se p ro d u c irá en F ran cia —y a orillas del m ism o C antábrico ante el que n aciera— p asa p o r B arcelona que califica de «ciudad h erram ienta». Allí predice, «estallará la re volución q ue tra n sfo rm a rá a to d a la península». Es el añ o 1910. E l lec to r puede h ab e r adivinado que B a rre tt, al igual que González P rada, G hiraldo, Sánchez, el pri(5) Ante la ejecución de Francisco Ferrer, que fue seguida con mucho apasionamiento en toda América Latina, en la prensa se publica esta página, con el título Lápida: “Envidiemos la gloriosa apoteosis de Ferrer, asesinado en los fosos de Montjuich, la última Bastilla de los latinos. ’’Arrastrado a los fosos como por una banda de chacales, de vorado en la sombra y el silencio, a espaldas de Europa. ’’Fue fulminado, porque era cumbre. No le podían perdonar. Los inquisidores perdonan el crimen, no la idea. Cayó porque cau saba miedo, porque era una de las imágenes vivas del futuro, un anuncio de muerte para los que le hicieron morir. Pero ¿qué es la desaparición de Ferrer? Un simulacro. Lo grave no es que haya muerto, sino que haya vivido, que después de él perduren y crezcan formidables las energías de que se formó Ferrer desposado con la bella muerte que le disteis, engendrará los héroes de mañana. ¿Qué habéis conseguido? Hacerle inmortal a balazos, convertir el inofen sivo profesor en un irritado ángel que visitará vuestras noches. ’’¿Por qué no atendisteis al rey extranjero que os pidió prudencia en voz baja, por vosotros, y por él? Es que sois todos solidarios, despojos flotantes de la historia, majestuosos fantoches, temblando con el cetro en la mano; fariseos que no queréis dejar escapar de vuestras uñas el botín de un Dios difunto; militares que os honráis poniendo la matanza al servicio de la avaricia financiera; burgueses momificados dentro de vuestros alvéolos de oro frío; mundo que subsiste porque los nueve décimos de la humanidad son todavía un rebaño de resignados mendigos. ¡Asesináis, oh, moribundos, armados hasta los dientes! Asesináis; creéis, decrépitos, que los baños de sangre os devolverán la juventud. Inútil. Comprendemos el meca nismo de vuestra agonía. Hemos hecho algo mejor que venceros: os hemos explicado. La vida misteriosa se refugia en la carne que sufre. Asesinaréis mil Ferrer... ¿Y qué? ¿Detendréis el Tiempo?”, p. 627, del vol. Obras completas de Rafael Barrett, Buenos Aires, Tupac, 1943. 232
m er Camba, Maetzu, Valle Inclán, y tantos otros escritores de avanzada de su tiem po, participaba de las ideas libertarias, y es uno de los m uchos creado res de esa «España exterior» prohibida en la misma E spaña d u ran te m uchos años. Sin em bargo, no es m ejor conocido por las mis m as publicaciones anarquistas españolas, o sus edi toriales. T endrá que ser un austríaco, Max N ettlau, quien diga que Rafael B arrett no sólo «es la prim e ra inteligencia literaria entre los que nutrieron las colum nas de la p rensa libertaria de su lengua» (lo que incluye a todos los anarquistas españoles), sino que, adem ás, agrega: «Hay en su obra pensam ientos an arq u istas capaces de servir de base a nuestras re flexiones futuras sobre el tem a, desflorado apenas p o r un análisis serio y hay tam bién una trem enda crítica expresada en form a inusitada» (6). Tal vez la explicación es que B arrett no es un m ero agitador, repetidor o propagandista, sino un auténtico creador intelectual que —sin perjuicio de colaborar con el anarcosindicalism o de su tiempo-—, com o discípulo de León Tolstoi tiene del anarquis m o una interpretación original (7). En p rim er lugar p o r sus tem as: la ética, la mu(6) En La anarquía a través de los tiempos, Madrid, Júcar, 1977, p. 208, había destacado que en América Latina hay “además de figuras aisladas de talento exquisito, Rafael Barrett. Paul Bertholet, y hombres del país, figuras de la talla de Alberto Ghiraldo, González Prada, González Pacheco y del inolvidable Ricardo Flores Magón; Librado Rivera, el doctor Fabio Luz, etc.”, y se remitía a un resu men, Viaje libertario a través de América Latina, que publicará en Barcelona, en “La Revista Blanca" del año 1934, pero en forma anónima, y en donde están estos conceptos que transcribimos, (7) En un texto intitulado Mi anarquismo, págs. 510-511, de la cit. ed. de Obras completas, decía: “Me basta el sentido etimológico: ’ausencia de gobierno’. Ftay que destruir el espíritu de autoridad y el prestigio de las leyes. Eso es todo. Será la obra del libre exa men. Los ignorantes se figuran que anarquía es desorden y que sin gobierno la sociedad se convertirá siempre en el caos. No conciben otro orden que el orden exteriormente impuesto por el terror de las armas... El anarquismo, tal como lo entiendo, se reduce al libre examen político. Hace falta curarnos del respeto a la ley. La ley no es respetable. Es el obstáculo a todo progreso real. Es una noción que es preciso abolir. Las leyes y las constituciones que por la violencia gobiernan a los pueblos son falsas”, etc.
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je r, las cuestiones sexuales, el problem a nacional, las relaciones de las ciencias m orales con las n atu rales, e incluso valora —com o recién se h ará a p ar tir del «mayo francés»— el aporte del m arxism o al socialism o libertario. Si B a rre tt es de la progenie de L arra, no sería quien llega a ser, sin los antecedentes inm ediatos en el Río de la P lata de los grandes periodistasescritores del 900, com o José M artí y R ubén Darío. El prim ero, h asta 1895, escribiendo desde EE. UU., y el nicaragüense heredando la corresponsalía de «La Nación» de Buenos Aires, en 1903, p a ra la vieja E uro pa, p ero am bos im poniendo u n estilo nuevo, de que no hay entonces ejem plos en la propia España. P or todo ello, tal vez hoy alcance en E spaña la difusión que m erece, pues después de dos generacio nes, del m ism o modo que se vuelve a L arra, com o an o ta Goytisolo, están de actualidad los tem as y se renuevan las ideas que B a rre tt consideraba. Q uedará dem ostrado, a través del episodio, por m ilésim a vez, que E spaña es m ás rica en creadores de lo que sospechan los m ism os españoles, no sólo p a ra ellos, sino p ara los pueblos de la m ism a proge nie del o tro lado del Atlántico.
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XI CAMILLO B E R N E R I Y LA R EV O LU C IO N ESPAÑOLA (* ) Una edición de las obras completas de Berneri nos ayudaría grandemente a comprender la guerra civil española y los problemas de la guerra revolucionaria en general. N oam C homsky
Siendo tan tas e im p o rtan tes las personalidades del p an o ram a internacional atra íd as p o r la g u erra civil española, pocas se pueden p arangonar en gran deza m oral e intelectual al italiano Camillo B erneri (1897-1937), y en especial si pensam os que se cuenta e n tre aquellos que dieron su vida ju n to al pueblo de E spaña. Se h a observado con acierto que el fin trágico que tu v iera B erneri en las calles de B arcelona, du ra n te los sucesos de m ayo de 1937, h a oscurecido el m e jo r conocim iento del personaje en cuanto escri to r, p en sad o r revolucionario, e incluso hom bre de acción (1). P odría agregarse que, asim ism o, se h a m itificado (*) Una versión de este texto figuró como prólogo a la edición de trabajos de C. B. Guerra de clases en España, 1936-1937, Bar celona, Tusquets, 1977. (1) Max Sartin, Berneri in Spagna, Iglesias, RL, s. f.; (riprodotto dall'edizione della “Biblioteca de l’Adunata dei Refrattari”, New York, 1938), p. 9.
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y controvertido su pensam iento sobre E spaña y el conflicto de 1936-1939, cuando com o bien dice Noam Chom sky, es im prescindible p a ra quien desee profun dizar en su conocim iento estu d iar los n u trid o s es crito s que B ern eri dedicó a E spaña y a su proble m ática (2). La m ism a biografía de Camillo B erneri es alec cionadora en m uchos aspectos. P ertenecía a una fa m ilia de intelectuales de la clase m edia (3) y cuando ten ía quince años adhirió al socialism o, incorpo rándose a la Federación Juvenil Socialista, en su sec ción de la provincia de Reggio-Calabria. «Era el úni co estudiante», en un total de unos 700 afiliados, que tenían p o r entonces los jóvenes socialistas de esa provincia m eridional italiana. Del l.° de febrero de 1914 es su p rim era colabo ración en el órgano de la federación «L'Avanguardia», y pocas sem anas m ás tard e acom ete p o r vez p rim era el tem a español con su nota El líltim o gran desaparecido, haciendo el 31 de m arzo de ese año la necrológica de Anselmo Lorenzo. E n la FJS, en que entonces se destacaban p er sonalidades com o Angelo Tasca y Amadeo B ordiga (que serán después, respectivam ente, los líderes de las alas derecha e izquierda del p artido com unista italiano), vive sus prim eras experiencias de m ilitan(2) La cita que sirve de acápite es de la obra American Power and the new mandarías, ob. cit., cap. I, en la traducción de “Cua dernos de Ruedo Ibérico”, núm. especial El movimiento libertario español, París, 1974. (3) Su madre, Adalgisa Focchi, profesora normalista, escritora de literatura juvenil, no sólo sobrevivirá a Camillo, sino que escri birá exaltándole dos libros sobre su hijo