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Spanish Pages 608 Year 2017
Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx
ESTRATEGIA Y CUESTIONES MILITARES
ESTRATEGIA SOCIALISTA Y ARTE MILITAR
Emilio Albamonte y Matías Maiello
Albamonte, Emilio; Maiello, Matías Estrategia socialista y arte militar / Emilio Albamonte ; Matías Maiello. 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Ediciones IPS, 2017. 608 p. ; 23 x 16 cm. - (Estrategia y cuestiones militares) ISBN 978-987-3958-19-9 1. Marxismo. 2. Estrategia. 3. Teoría Política. I. Albamonte, Emilio; Maiello, Matías II. Título CDD 320.5322
ISBN: 978-987-3958-19-9 © 2017, Ediciones IPS Riobamba 144 Ciudad Autónoma de Buenos Aires - C1025ABD Tel.: (54-11) 4951-5445 E-mail: [email protected] www.edicionesips.com.ar Ilustración de tapa: Representación de Trotsky como San Jorge matando al dragón de la contrarrevolución, realizada por Viktor Deni, uno de los principales dibujantes y afichistas soviéticos del primer período de la Revolución. Diseño de tapa: Hernán Cardinale Diagramación de interior: b de vaca [diseño] Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina. Printed in Argentina.
Índice
Agradecimientos
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Prólogo: La imperiosa actualidad de la estrategia
13
Capítulo 1: Sobre la estrategia en general 41 Parte 1: Estrategia de desgaste y estrategia de derrocamiento
46
Parte 2: Kautsky: la estrategia de desgaste y el cambio de “centro de gravedad”
60
Parte 3: Rosa Luxemburgo: la huelga de masas y las nuevas condiciones para la estrategia
76
Parte 4: Lenin: fuerza material y fuerza moral
100
Parte 5: Dos estrategias, dos tipos de guerra
126
Capítulo 2: La ofensiva 139 Parte 1: La preparación de la insurrección
145
Parte 2: La batalla insurreccional
155
Parte 3: La consolidación de la victoria
164
Parte 4: La guerra civil en Oriente y Occidente
168
Anexo: Un ejército llamado a extinguirse
174
Capítulo 3: De la defensa al ataque 179 Parte 1: El origen de las divergencias en la III Internacional
184
Parte 2: Divergencias entre Trotsky y Gramsci
194
Parte 3: Puntos de convergencia
211
Parte 4: Las relaciones entre defensa-ataque y posición-maniobra
217
Capítulo 4: Sobre la defensa 233 Parte 1: Democracia burguesa, democracia radical y gobierno obrero
235
Parte 2: Hegemonía burguesa y hegemonía obrera
251
Parte 3: Partido y hegemonía
280
Anexo: Hegemonía y “dictadura del proletariado”
291
Capítulo 5: Guerra y política 297 Parte 1: La guerra como continuación de la política por otros medios
298
Parte 2: Guerra absoluta y guerra total
319
Parte 3: Guerra y revolución
339
Parte 4: Pronósticos y resultados
349
Capítulo 6: Estrategia militar y objetivos políticos 363 Parte 1: Mao Tse-Tung y la Guerra Popular Prolongada
364
Parte 2: La extensión de la Guerra Popular Prolongada
382
Parte 3: El bloqueo al objetivo del comunismo
389
Parte 4: El Che Guevara: la táctica guerrillera como estrategia
400
Parte 5: La abstracción de la estrategia militar
416
Capítulo 7: Gran estrategia y revolución permanente 425 Parte 1: Dos especies de política
428
Parte 2: Dinámica y equilibrio en la nueva época
438
Parte 3: La norma y el hecho en el pensamiento estratégico
450
Parte 4: El objetivo político y la estrategia
461
Parte 5: Teoría y gran estrategia
478
Capítulo 8: Guerra Fría y gran estrategia 489 Parte 1: La gran estrategia de los Estados: “contención” y “coexistencia pacífica” 490 Parte 2: Los centros de gravedad y la “ciudadela sitiada”
499
Parte 3: Las partes y el todo según el tipo de guerra
507
Parte 4: La “distensión”: lucha de clases y conflicto interestatal
515
Capítulo 9: El álgebra de la revolución permanente: obstáculos y estrategia 525 Parte 1: Acción y reacción: la “ampliación” del Estado
526
Parte 2: Escenarios estratégicos de una nueva etapa
537
Parte 3: Contornos de la revolución permanente en la actualidad
550
A modo de epílogo
571
Bibliografía consultada
577
A cien años de la Revolución rusa dedicamos este libro al Partido Bolchevique, el más revolucionario de la historia de la humanidad, que forjó la III Internacional e hizo de sus cuatro primeros congresos una escuela de táctica y estrategia.
AGRADECIMIENTOS
Este libro no es un estudio meramente académico sino, fundamentalmente, una obra de elaboración colectiva y militante. Desarrolla muchas de las reflexiones y debates que tuvieron lugar en dos seminarios internacionales realizados a principios de 2011 y de 2012, con la participación de más de 200 integrantes de la corriente marxista nacional e internacional a la que pertenecen los autores. El primero estuvo centrado en la obra de Carl von Clausewitz De la guerra. El segundo se focalizó en la concepción de estrategia elaborada por el marxismo de la III Internacional durante sus primeros cuatro congresos y, en particular, en los desarrollos de León Trotsky sobre el tema. Por otro lado, la amplitud de temas abordados en el presente trabajo hubiera sido imposible sin tener como antecedente el trabajo de elaboración e investigación de una gran cantidad de estudiosos e investigadores militantes vertidos en los 29 números de la revista Estrategia Internacional, en los más de 40 de la revista Ideas de Izquierda, y en las decenas de libros publicados por el Centro de Investigaciones y Publicaciones León Trotsky y el Instituto del Pensamiento Socialista. De hecho, Estrategia socialista y arte militar forma parte de una colección más amplia, “Estrategia y cuestiones militares”, en la que se ha publicado Trotsky y el arte de la insurrección, de H. W. Nelson, y que continuará próximamente con nuevos títulos. Por último, el presente libro tampoco hubiera sido posible sin las críticas, observaciones y debates que nos plantearon muchos compañeros y compañeras. A ellos queremos agradecerles muy especialmente, así como al equipo de ediciones IPS-CEIP por el cuidado de la presente edición. Desde luego, el resultado final es exclusiva responsabilidad de los autores.
PRÓLOGO
LA IMPERIOSA ACTUALIDAD DE LA ESTRATEGIA
“Aquel que piense que es necesario renunciar a la lucha física debe renunciar a toda lucha, pues el espíritu no vive sin la carne” (León Trotsky, ¿Adónde va Francia?). “La victoria no es el fruto maduro de la ‘madurez’ del proletariado. La victoria es una tarea estratégica” (León Trotsky, “Clase, partido y dirección”). A principios de la década de 1960, el jurista alemán Carl Schmitt señala en su Teoría del partisano: Lenin era un gran conocedor y admirador de Clausewitz. Durante la primera guerra mundial, en 1915, estudió intensamente el libro Vom Kriege. En su cuaderno de notas, Tetradka, apuntó extractos en alemán, acotaciones en ruso, subrayados y exclamaciones. Este Tetradka constituye uno de los documentos más extraordinarios de la historia universal y espiritual1.
Schmitt no es inocente: destaca la relación entre el marxismo y Clausewitz para mostrar el carácter revolucionario del bolchevismo con el objetivo de contraponerle una estrategia conscientemente contrarrevolucionaria. Sin embargo, lo cierto es que la apropiación del pensamiento estratégico será un punto clave para la acción revolucionaria de los bolcheviques y la III Internacional, que marcará el curso del siglo XX. Una afirmación similar, pero con resultado inverso, plantean los teóricos “posmarxistas” Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. En Hegemonía y estrategia socialista destacan la relación entre el marxismo y Clausewitz para impugnar al marxismo revolucionario: “La lucha política –dicen– sigue
1 Schmitt, Carl, Teoría del partisano. Acotación al concepto de lo político, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1966, p. 72. De aquí en adelante, los destacados son nuestros salvo que se indique otra cosa.
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siendo, finalmente, un juego suma-cero entre las clases. [...]. No es exagerado decir que la concepción marxista de la política, de Kautsky a Lenin, reposa sobre un imaginario que depende en gran medida de Clausewitz”2. Desde luego, Lenin no fue el primer lector de Clausewitz ni de los clásicos del pensamiento militar dentro del marxismo, menos aún el primero en sumergirse en el arte de la estrategia y los problemas militares. Tampoco Kautsky y Lenin tenían la misma concepción de estrategia ni la misma visión de la relación entre lo político y lo militar en el marxismo. Sin embargo, bajo el nombre de Clausewitz, tanto el señalamiento de Schmitt como el de Laclau y Mouffe aluden a un núcleo central del marxismo revolucionario. Marx y Engels pudieron formarse una amplia visión sobre cuestiones militares. Sobre Clausewitz en particular, sus primeras lecturas se dan, muy probablemente, en el contexto de las revoluciones de 1848. Pero sus estudios y lecturas van mucho más allá del autor de De la guerra. Comprenden toda una serie de autores que van desde Maquiavelo hasta Montecuccoli, desde Jomini hasta Chahrmützel, desde Suvorov hasta Hofstetter y Barclay de Tolly, desde Willisen hasta Küntzel y Napier3. Engels, por su parte, será especialmente prolífico en este terreno, además de contar con la experiencia personal de los combates militares de 1849, que atravesaron Baden y el Palatinado4. A comienzos del siglo XX, dentro de la II Internacional, serán Jean Jaurès y Franz Mehring los primeros en desarrollar obras comprensivas sobre cuestiones militares. El primero con su clásico L’armée nouvelle [El nuevo ejército] y otros escritos, donde bajo una interpretación en clave de “defensa pasiva” de la obra de Clausewitz se propone, desde una estrategia pacifista, combatir el chovinismo, el revanchismo y el napoleonismo que primaban en las fuerzas armadas francesas de aquel entonces. La obra de Mehring constituirá, por su parte, una bisagra para la introducción de los temas militares en los debates de la socialdemocracia alemana e internacional. Autor de una amplia serie de trabajos sobre cuestiones militares, compilada en gran parte en los dos volúmenes de Krieg und Politik [Guerra y política]5, será uno de los principales introductores de Clausewitz en el marxismo del siglo XX; así como también de 2 Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, Hegemonía y estrategia socialista, Buenos Aires, FCE, 2011, p. 104. 3 Cfr. Ancona, Clemente, “La influencia de De la guerra de Clausewitz en el pensamiento marxista de Marx a Lenin”, en Lenin, V.I.; Ancona, Clemente; Braun, Otto y otros: Clausewitz en el pensamiento marxista, México, Pasado y Presente, 1979. 4 Cfr. Claudín, Fernando, Marx, Engels y la Revolución de 1848, Madrid, Siglo XXI, 1985. 5 Nos referimos a Mehring, Franz, Krieg und Politik, Berlín, Verlag des Ministeriums für Nationale Verteidigung, 1959-1961.
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Hans Delbrück, el destacado historiador militar que fue su contemporáneo, sobre el cual volveremos en las páginas de este libro6. A diferencia de Jaurès, que se proponía una reforma del ejército francés, Mehring –militante del ala izquierda de la II Internacional– tenía como objetivo sumergirse en el fenómeno de la guerra para desarrollar una comprensión marxista de la misma a partir de las elaboraciones de Engels y de Clausewitz. Sin embargo, en su amplio abordaje, Mehring no consideró la hipótesis de que la apropiación crítica de la obra de Clausewitz pudiese ser una herramienta para enriquecer el desarrollo de la estrategia revolucionaria en la acción, en la lucha de clases. Esta innovación le corresponderá a Lenin, en primer lugar, y luego a Trotsky. Tanto Lenin como Trotsky7 buscarán en los teóricos militares respuestas a los interrogantes que había dejado planteados la Revolución rusa de 1905. El curso hacia la I Guerra Mundial no hará más que profundizar aquel interés frente a la renovada proximidad del enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución. No serán los únicos. Karl Kautsky, como señalan Laclau y Mouffe, también participará de aquella apropiación. Pero a diferencia de Lenin y Trotsky, la estrategia militar era para Kautsky, sobre todo, una fuente de metáforas para la política. Como desarrollaremos en este libro, su apropiación de Delbrück, con su teoría de las dos estrategias, la “guerra de desgaste” (Ermattungsstrategie) y la “guerra de abatimiento” (Niederwerfungsstrategie), estará al servicio de combatir las críticas de Rosa Luxemburgo a la pérdida del carácter revolucionario de la socialdemocracia alemana. La innovación de Lenin, a partir de sus cuadernos de 1915, consiste en hacer una apropiación crítica de Clausewitz, comprensiva de las relaciones entre guerra y política para la estrategia revolucionaria. Esto lo convirtió en el primer intérprete político de De la guerra, como señala Michael Howard8, uno de los más prominentes especialistas y traductor de la obra del general prusiano. Es difícil valorar cabalmente la magnitud de esta innovación para el marxismo. Sus consecuencias fueron amplias y perdurables (en esto, 6 Especialmente abordado en Mehring, Franz, “Eine Geschichte der Kriegskunst”, Sozialistische Klassiker 2.0, consultado el 5/3/2017 en: https://sites.google.com/site/sozialistischeklassiker2punkt0/mehring/mehring-militarismus-imperialismus-krieg/mehringkriegsgeschichte/franz-mehring-eine-geschichte-der-kriegskunst. Cfr. Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, México, Fontamara, 1991. 7 Cfr. Nelson, Harold Walter, León Trotsky y el arte de la insurrección (1905-1917), Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2016. 8 Cfr. Howard, Michael, Clausewitz. A very short introduction, Oxford, Oxford University Press, 2002.
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tanto Schmitt como Laclau y Mouffe tienen razón). En primer lugar, para la conducción de la Revolución rusa al triunfo, y luego, para desarrollar enormemente el arsenal táctico y estratégico del marxismo revolucionario, para acometer el desafío de la revolución en las estructuras sociopolíticas mucho más complejas de Occidente. León Trotsky, retrospectivamente, señala al respecto: La idea de una estrategia revolucionaria se consolidó en los años de posguerra, al principio, indudablemente, gracias a la afluencia de la terminología militar, pero no por puro azar. Antes de la guerra no habíamos hablado más que de la táctica del partido proletario; esta concepción correspondía con exactitud suficiente a los métodos parlamentarios y sindicales predominantes entonces9.
Sobre esta base tuvo lugar uno de los desarrollos más importantes de todo el marxismo del siglo XX. Sin embargo, ni en la historia en general ni, mucho menos, en la historia de las organizaciones revolucionarias se trata de una línea de progreso continuo. Parafraseando a Goethe, para conservar lo que se posee es necesario conquistarlo cada vez de nueva cuenta. En el camino de recuperar para el marxismo revolucionario del siglo XXI aquel arsenal teórico-práctico, nos encontramos ante tres negaciones de la estrategia: una histórica, referida a la discontinuidad revolucionaria10; otra teórica, que fundamenta explícitamente el pensamiento “antiestratégico”; y por último, una política, que podemos ver en las más recientes experiencias de la lucha de clases. Comenzaremos por la primera. El devenir de un “trauma epistemológico”
Analizando las consecuencias de la derrota de la Comuna de París en 1871 para el movimiento marxista, Roberto Jacoby señala: “Se produjo una especie de trauma epistemológico: no se logró una reestructuración de la teoría de la revolución proletaria en las nuevas condiciones histórico-sociales”11. Jacoby resalta que, producto de esta crisis, el problema 9 Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2012 (Obras Escogidas 1, coeditadas con el Museo Casa León Trotsky), p. 131. 10 Sobre continuidad y discontinuidad revolucionaria, ver: Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “En los límites de la ‘restauración burguesa’”, Estrategia Internacional N.° 27, febrero 2011. 11 Jacoby, Roberto, El cielo por asalto, Cátedra Sociología de la Guerra (UBA), p. 27, consultado el 5/3/2017 en: https://sites.google.com/site/sociologiadelaguerra/Home/equipos-1/catedra/textos/el-asalto-al-cielo.
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militar había prácticamente desaparecido de la reflexión hasta los primeros años del siglo XX. Y así fue. En la actualidad podemos ver puntos de contacto con aquella situación. A casi una década del inicio de la crisis internacional, cruje el andamiaje del orden mundial capitalista que dominó durante los últimos treinta años, lo que queda simbolizado con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los EE. UU. Se suceden toda una serie de nuevos fenómenos políticos –polarización, “neorreformismos” y ascenso de la derecha–; de la lucha de clases –como en Francia en 2016, Grecia a partir de 2010, en 2011 Medio Oriente y el norte de África fueron atravesados por la “Primavera árabe”–; y también fenómenos aberrantes como el terrorismo yihadista, en el marco de crecientes tensiones geopolíticas. Sin embargo, el punto de partida de esta nueva etapa, cuyos contornos comienzan a delinearse, son más de tres décadas sin revoluciones, aunque no exentas de procesos agudos de la lucha de clases (levantamientos, jornadas revolucionarias, etc.), que han marcado el retroceso de la reflexión estratégica. Un efecto similar, aunque sobre la base de fenómenos distintos, al producido luego de la Comuna de París de 1871. Retomando a Jacoby, Pablo Bonavena y Flabián Nievas traen aquella reflexión sobre el “trauma epistemológico” a la actualidad, haciendo un señalamiento más que pertinente: “El marxismo actual, al menos muchas veces, pareciera que se ha vuelto ‘pacifista’. Incluso las organizaciones que abrevan en el leninismo transmiten frecuentemente la misma sensación, sin darse cuenta necesariamente de que de esta manera estarían renunciando a las aspiraciones revolucionarias”12. Y, respecto a las causas de este fenómeno, agregan: En los inicios del siglo XXI estamos, en este plano, en una situación análoga a la vivida en aquellos años que siguieron al revés sufrido en la Comuna. El efecto de la derrota de la revolución en el mundo en general y en nuestro país [Argentina] en particular ha erradicado el tema de la agenda marxista13.
Ahora bien, sin duda la derrota del último ascenso de la lucha de clases a escala internacional (1968-1981) y la ofensiva capitalista posterior fueron claves; sin embargo, el trasfondo es más amplio. En los orígenes del actual “pacifismo” no solo se encuentran las estrategias de conciliación de
12 Bonavena, Pablo y Nievas, Flabián, “La guerra y la revolución. Reflexiones en torno a la conformación de una agenda teórica marxista”, Actas de las VII Jornadas de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales UBA, Buenos Aires, 2007. 13 Ídem.
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clases –de los partidos comunistas stalinizados o del “eurocomunismo” posterior–, sino también el militarismo de las “estrategias” guerrilleras que bregaron por la construcción de “partidos-ejércitos” en la periferia capitalista. Esta situación afectó también a las corrientes marxistas referenciadas en Trotsky. La IV Internacional, después de la II Guerra Mundial, quedó diezmada entre la persecución del fascismo, del stalinismo y del imperialismo “democrático”. En este marco se produjo un quiebre en la unidad entre programa y estrategia. El resultado de esta separación fue la adaptación a otras estrategias fortalecidas en la posguerra: la de los partidos comunistas europeos, la del nacionalismo burgués o la de la guerrilla. Esta deriva estratégica se profundizó luego de la derrota, y en la actualidad la primacía es del pacifismo y la adaptación a los neorreformismos. Es que, a diferencia de la derrota histórica que sufrió el proletariado con la Comuna de París –donde los heroicos comuneros batallaron a muerte contra el ejército francés apoyado por el ejército prusiano y que sirvió de ejemplo e inspiración para las nuevas generaciones de revolucionarios–, en las últimas tres décadas los trabajadores vieron cómo sus propias organizaciones se les volvían en contra, plegándose a la ofensiva neoliberal y a la restauración capitalista en los Estados donde se había expropiado a la burguesía14. Sin duda, para la reconstrucción del marxismo revolucionario en el siglo XXI es necesario, como plantea Daniel Bensaïd, “deshacer la amalgama entre stalinismo y comunismo, liberar a los vivos del peso de los muertos”15. Pero no es suficiente; es preciso restablecer la unidad entre el programa marxista y la estrategia revolucionaria. Solo de esta forma puede recobrar el lugar que le corresponde la relación entre la estrategia, el marxismo y la cuestión militar. Este es el objetivo del presente trabajo. De ahí el análisis que despliega el libro sobre la relación entre “posición” y “maniobra”, sobre las tácticas como el “frente único obrero”, el “gobierno obrero”, las complejas relaciones entre defensiva y ofensiva, los desarrollos sobre el “arte de la insurrección” en Oriente y en Occidente y la subsecuente problemática
14 No solo las diferentes burocracias stalinistas o maoístas se pusieron a la cabeza de la restauración en los Estados donde se había expropiado a la burguesía y se transformaron ellas mismas en parte de las nuevas burguesías, sino que fueron, en muchos casos, las implementadoras de los planes del FMI. En los Estados capitalistas, la socialdemocracia –que a partir del estallido de la I Guerra Mundial había demostrado en repetidas oportunidades su carácter políticamente contrarrevolucionario, aunque manteniendo un papel reformista en lo social– se transformó en agente directo de la ofensiva capitalista como ejecutora de las contrarreformas neoliberales. Los PC siguieron un curso parecido, siendo parte en varias oportunidades de gobiernos “social-liberales” en alianza con los PS. 15 Bensaïd, Daniel, Trotskismos, Madrid, El Viejo Topo, 2007.
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de las milicias obreras y la política hacia el ejército, así como la experiencia de la propia construcción del Ejército Rojo en la Revolución rusa, entre muchos otros aspectos. A su vez, otra parte del presente libro está dedicada a los problemas de la “gran estrategia” o estrategia global, que hacen al desarrollo internacional de la revolución y sin los cuales no puede comprenderse la lucha de estrategias en el siglo XX ni la que plantea el siglo XXI. En especial, la teoría-programa de la revolución permanente como puente entre la conquista del poder en Estados particulares y el “fin político” de la lucha por el comunismo a través del desarrollo internacional de la revolución. Un arsenal estratégico que no casualmente se encuentra hoy oculto bajo siete llaves. Estos son algunos de los temas que abordaremos, ligados a los principales procesos revolucionarios del siglo, como son las revoluciones rusas, china, indochina o cubana; muy especialmente en los procesos en Alemania, así como en Inglaterra y Francia o el caso de la Revolución española. También los que tuvieron lugar en Europa occidental a la salida de la segunda posguerra, así como aquellos contra la burocracia stalinista, el ascenso iniciado por el Mayo Francés y los procesos de finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, que concluyeron con la restauración capitalista. El lector los encontrará articulados en torno a los principales debates que atravesaron al marxismo del siglo XX: las discusiones entre Kautsky y Rosa Luxemburg, los desarrollos de Lenin, la gran obra sobre temas militares de Trotsky –abordada conjuntamente con sus desarrollos sobre la revolución en Occidente–, así como los escritos de Antonio Gramsci y sus intérpretes actuales. También estarán presentes las principales polémicas entre los marxistas referenciados en Trotsky luego de la II Guerra Mundial como Ernest Mandel, Michel Pablo y Nahuel Moreno, entre otros, o las elaboraciones de Isaac Deutscher y su escuela; así como el abordaje de los representantes de otras estrategias como Mao Tse-Tung, Vo Nguyen Giap o el Che Guevara. Siendo que han pasado tantos años sin revolución, quien lea estas páginas podrá preguntarse si está entonces frente a un libro de historia. Efectivamente hay una historia detrás y es parte de lo que es necesario conocer, pero la respuesta es negativa. Lo que encontrará en estas páginas es una indagación constante, un contrapunto permanente con los debates y las preguntas que atraviesan hoy al marxismo y a la perspectiva de la revolución obrera y socialista en el siglo XXI. La guerra sigue siendo un medio para un fin político
A mediados de la década de 1930, en polémica con el stalinismo, Trotsky señala:
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Aquel que piense que es necesario renunciar a la lucha física, debe renunciar a toda lucha, pues el espíritu no vive sin la carne. De acuerdo a la magnífica expresión del teórico militar Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios. Esta definición también se aplica plenamente a la guerra civil. La lucha física no es sino uno de los “otros medios” de la lucha política16.
Y agrega: Es inútil oponer una a la otra, pues es imposible detener voluntariamente la lucha política cuando, por la fuerza de las necesidades internas, se transforma en lucha física. El deber de un partido revolucionario es prever la inevitabilidad de la transformación de la política en conflicto armado declarado y prepararse con todas sus fuerzas para ese momento, como se preparan para él las clases dominantes17.
En este punto nos topamos, en la actualidad, con la segunda de las negaciones de la estrategia a la que nos queremos referir, que opera en el plano teórico a través de la trivialización de temas como la “guerra civil” o el “estado de excepción” y, más en general, de la guerra en sí misma y las cuestiones relacionadas con ella. Su precursor fue Michel Foucault. Según el filósofo francés, asiduo lector de Clausewitz, era necesario invertir aquella fórmula del general prusiano según la cual la guerra es la continuación de la política por otros medios. Dice Foucault: Tendríamos, pues, frente a la primera hipótesis –el mecanismo de poder es esencialmente la represión– una segunda hipótesis que sería: el poder es la guerra continuada por otros medios. En este punto invertiríamos la proposición de Clausewitz y diríamos que la política es la guerra continuada por otros medios18.
La inversión foucaultiana, que abordamos en el quinto capítulo de este libro, produce una indiferenciación entre la violencia física y moral que borra los conceptos de “guerra” y “paz”. La “paz civil” pasa a ser una simple secuela de la guerra, y el ejercicio del poder se identifica con una guerra continua. Paralelamente, el filósofo francés atribuye a la
16 Trotsky, León, ¿Adónde va Francia? / Diario del exilio, Buenos Aires, Ediciones IPSCEIP León Trotsky, 2013 (Obras Escogidas 5, coeditadas con el Museo Casa León Trotsky), p. 64. 17 Ídem. 18 Foucault, Michel, Defender la sociedad, Buenos Aires, FCE, 2001, pp. 28-29.
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Modernidad el pasaje del apotegma “hacer morir y dejar vivir” al actual “hacer vivir y dejar morir”, según el cual el poder moderno reposaría en producir y gestionar la vida, dando inicio a la era del “biopoder”. La tesis del biopoder se hace eco del espectacular desarrollo de los mecanismos de control social, que desde su formulación original hasta la actualidad no hicieron más que incrementarse. Sin embargo, tras la omnipresencia de un control uniforme, el planteo de Foucault oculta las asimetrías y las desigualdades sociales, ya sea frente a la enfermedad o frente a la propia vigilancia policial y, por sobre todo, la lógica policial unilateral deja de lado todo antagonismo de clase. Queda borrada toda distinción de las formas de dominación y regímenes políticos bajo la categoría de un totalitarismo todopoderoso19. Este pasaje del poder soberano a la gestión de la vida del biopoder parece corresponderse con la generalización teórica de las condiciones propias de la derrota del ascenso de masas internacional iniciado en 1968. La ausencia de revolución por más de tres décadas, así como la ofensiva neoliberal, fue terreno fértil para la idea de una “guerra civil permanente” sin guerra civil, es decir, sin oponente, donde el poder “se ejerce y solo existe en acto”, se trata de “una relación de fuerza en sí mismo”, “es esencialmente lo que reprime”20. La consecuencia más importante de estas formulaciones es que, como señala Perry Anderson: “Una vez hipostasiado como nuevo primer principio [...] el poder pierde cualquier determinación histórica: ya no hay detentadores específicos de poder, ni metas específicas a las que sirva su ejercicio”21. La continuación de este derrotero tiene su expresión contemporánea más prolífica en el filósofo italiano Giorgio Agamben. Uno de los ejes de su trabajo gira en torno a la figura de “estado de excepción”22 –tomando como referencia las elaboraciones de Carl Schmitt–, en el cual el soberano está, al mismo tiempo, fuera y dentro del ordenamiento jurídico; es el que decide “legalmente” la suspensión del orden legal. En un sentido similar al que señalábamos con Foucault, podemos decir que Agamben está dando cuenta del fenómeno que atraviesa la política actual, donde se oscurece crecientemente la frontera entre el derecho y el no-derecho y se legaliza en forma generalizada la arbitrariedad del
19 Cfr. Bensaïd, Daniel, Elogio de la política profana, Barcelona, Ediciones Península, 2009, p. 69. 20 Foucault, Michel, ob. cit., p. 28. 21 Anderson, Perry, Tras las huellas del materialismo histórico, México, Siglo XXI, 2004, p. 59. 22 Cfr. Agamben, Giorgio, Estado de excepción, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2007.
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poder. En términos marxistas las denominaríamos tendencias al bonapartismo, las cuales a partir de la crisis mundial vemos acrecentarse incluso en los países del centro capitalista. Sin embargo, también Agamben va más allá: la excepción tiende a transformarse en regla, poniendo en cuestión los límites y la estructura del Estado. De ahí que señale: “La estructura de la excepción [...] parece ser [...] consustancial con la política occidental”23. La consecuencia, al igual que en Foucault, es deshistorizar, en este caso el estado de excepción, como una característica permanente de la política occidental, opacando sus causas y los objetivos que persigue en una situación determinada. Esto último, de más está decir, es fundamental. En Francia, por ejemplo, el gobierno de Hollande hizo norma del estado de excepción bajo el argumento de combatir al terrorismo. Sin embargo, el país galo no viene siendo solo el epicentro de aberrantes atentados terroristas contra la población civil, sino que en 2016 estuvo atravesado por uno de los mayores procesos de movilización juvenil y obrera desde el Mayo del ‘68; el estado de excepción tuvo entre sus principales objetivos disciplinar al movimiento de masas24. A su vez, recientemente el filósofo italiano ha publicado un opúsculo titulado La guerra civil. Para una teoría política de la stasis, como última entrega de su obra Homo Sacer25. Se trata de dos conferencias que habían sido pronunciadas originalmente en 2001, luego de los atentados del 11S, donde arriba a conclusiones categóricas sobre la guerra civil. “La forma –señala– que la guerra civil ha adoptado en la actualidad en la historia mundial es el terrorismo”26, y agrega: “El terrorismo es la ‘guerra civil mundial’ que ataca una u otra zona del espacio planetario”27. 23 Agamben, Giorgio, Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida, Valencia, Pre-Textos, 2006, p. 16. 24 La extrapolación de Agamben contrasta incluso con sus fuentes, tanto con las elaboraciones de un contrarrevolucionario como Carl Schmitt como con las de Walter Benjamin en su intento de pensar la revolución. En ambos casos, aquellas reflexiones sobre el estado de excepción se encontraban completamente imbuidas de las características de la etapa que atravesó la primera mitad del siglo XX, signada por la guerra mundial y el enfrentamiento directo entre revolución y contrarrevolución. 25 En las conferencias desarrolla una genealogía de la noción de “guerra civil” (stasis en griego) desde la Antigüedad griega hasta hoy, pasando por Thomas Hobbes. Para una crítica al abordaje de la stasis de Agamben ver Barot, Emmanuel, “¿Estamos en estado de ‘guerra civil mundial’?”, Ideas de Izquierda N.° 21, julio 2015. 26 Agamben, Giorgio, Stasis. La guerra civil como paradigma político, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2017, p. 32. 27 Ibídem, p. 33.
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Esto vendría a confirmar, para Agamben, el diagnóstico de Foucault de la política moderna como biopolítica, siendo que “el terrorismo mundial es la forma que la guerra civil asume cuando la vida como tal se vuelve la puesta en juego de la política”28. El concepto de guerra civil mundial tiene larga data; Agamben lo referencia en Schmitt29 y en Hannah Arendt, quien lo formulara en su clásico On Revolution en referencia a la II Guerra Mundial. Ya para aquel entonces, como desarrollamos en el presente libro, se trataba de un concepto problemático que diluía el carácter imperialista de la guerra frente a dicotomías como “democracia versus totalitarismo”, con toda la serie de consecuencias estratégicas que se desprenden de ello. Más problemática aún es hoy en Agamben. En la “guerra civil mundial” de Agamben, como señala Emmanuel Barot30, quedan en la oscuridad las guerras actuales que libran los Estados específicos en Medio Oriente y sus objetivos imperialistas, sin las cuales el fenómeno del terrorismo actual, como el Estado Islámico, es incomprensible. Contra aquellas tesis, desde 2001 –cuando el filósofo italiano las pronunció originalmente– hasta la actualidad, la implicación de los Estados en este tipo de guerras, no solo por procuración sino en forma directa, no ha hecho más que acentuarse. Solo es necesario ver el desarrollo de la guerra en Siria31 o el derrotero que tuvo la guerra en Ucrania. La inversión foucaultiana de la fórmula de Clausewitz, el dominio absoluto del “biopoder”, el “estado de excepción” como estructura consustancial de la política occidental y la “guerra civil mundial”, no hacen más que ocultar los objetivos de la dominación y sus detentadores reales, así como el papel del Estado capitalista y los antagonismos de clase en el marco de la actual crisis mundial. De esta forma evitan discernir la guerra civil y el conflicto armado en su especificidad. Al teorizar sobre una guerra o una “excepción” indeterminadas e identificarlas con la política, terminan oponiéndola a la guerra en toda su dimensión y, así, la continuidad entre política y guerra pierde cualquier significación estratégica.
28 Ibídem, pp. 32-33. 29 Schmitt utiliza “guerra civil mundial” en forma específica para señalar el desarrollo de la revolución a partir de la I Guerra Mundial: “La verdadera enemistad surgió de la guerra misma, que comenzó como una guerra convencional entre Estados del Derecho internacional europeo y terminó con una guerra civil mundial revolucionaria de enemistad de clases” (Schmitt, Carl, Teoría del partisano. Acotación al concepto de lo político, ob. cit., p. 130). No guarda relación con el planteo de Agamben en la actualidad. 30 Barot, Emmanuel, ob. cit. 31 Ver Cinatti, Claudia, “El mapa de la guerra civil en Siria”, Ideas de Izquierda N.° 33, septiembre 2016.
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Se trata de un problema de primer orden para la estrategia revolucionaria si, como señalábamos con Trotsky, es necesario justamente prever la transformación de la política en conflicto armado y prepararse para ese momento como lo hacen las propias clases dominantes. La negación de la estrategia
Daniel Bensaïd señala en su libro Elogio de la política profana cómo, luego de la derrota de los procesos que atravesaron Europa a finales de la década de 1960 (Mayo Francés, Primavera de Praga, etc.) y la primera parte de la década de 1970 (Revolución portuguesa), comenzó “un movimiento de retirada y deserción del campo estratégico”32, encabezado por Foucault y Deleuze. Foucault proclama que “donde hay poder, hay resistencia”33, pero se trata de una idea de resistencia que confirma el repliegue de la cuestión del Estado, que ya no es concebido como el aparato armado especial garante de las relaciones de la dominación capitalista, sino como una relación de poder entre muchas otras. La estrategia, como dice Bensaïd, queda reducida a cero, diluida en una suma de resistencias, sin posibilidad de victoria. Como señala Clausewitz, la defensa absoluta, la pura resistencia, “contradice completamente el concepto de guerra; pues en tal caso, la guerra no sería realizada más que por uno de los bandos”34. Y efectivamente en la era del biopoder, para Foucault el poder pasa a ser “aquello que reprime”. La guerra que se continúa en la política, según su inversión de Clausewitz, es una “guerra” unilateral. Continuando la saga del biopoder, Agamben nos presenta el “campo de concentración” como el “paradigma biopolítico de Occidente”35. Es un hecho que hoy no solo existen campos de concentración como el de Guantánamo, sino que vemos la proliferación de aquellos conocidos bajo del eufemismo de “campos de refugiados” que pueblan Europa, donde son detenidos cientos de miles de personas que huyen de la guerra y el hambre. Sin embargo, Agamben avanza hacia la trivialización cuando el “campo de 32 Bensaïd, Daniel, Elogio de la política profana, ob. cit., p. 163. 33 Foucault, Michel, Historia de la sexualidad, Tomo I, México, Siglo XXI, 1999, p. 116. 34 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo III, Buenos Aires, Círculo Militar, 1969, p. 11. A lo largo del libro se utilizará esta edición en tres tomos de De la guerra, pero también, para algunos de sus apartados, la de ediciones Solar, publicada en un solo tomo. En adelante, entonces, cuando se indique el título del libro de Clausewitz con un número de tomo, la referencia será a la edición del Círculo Militar, y cuando no se señale ninguno, a la de Solar. 35 Agamben, Giorgio, Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida, ob. cit., p. 230.
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concentración” pasa a ser el emblema de una lógica generalizada de concentración, que va desde la seguridad social hasta la arquitectura, pasando por las instituciones educativas y deportivas, y que enfrenta el poder soberano con la vida desnuda, sin mediaciones. El poder no tiene frente a él más que la nuda vida. Este tipo de fatalismo, más o menos resignado, convive en la actualidad con teorías que hacen gala de un voluntarismo arbitrario, que podemos ver en autores como Toni Negri o Alain Badiou. En este último, bajo la forma del “acontecimiento”, que “abre la posibilidad de lo que desde el estricto punto de vista de la composición de esa situación o de la legalidad de ese mundo, es propiamente imposible”36. Se trata de una reacción, desde una especie de maoísmo idílico, a los acomodamientos sin principios de la realpolitik. Sobre la base de concebir al comunismo no como un objetivo político, sino como una Idea con mayúscula, a la manera kantiana, rechaza la confrontación real y la prueba de la práctica37. En el caso de Negri, la idea de un “comunismo aquí y ahora” se basa en el embellecimiento de las transformaciones producidas por el neoliberalismo, capaces de ser “constitutiva[s] de sujetos sociales independientes y autónomos”, donde “la contradicción que opone esta nueva subjetividad a la dominación capitalista [...] ya no será dialéctica sino alternativa”38. Un planteo cuyas raíces más o menos lejanas se remontan al operaismo desarrollado como reacción frente a la burocracia del Partido Comunista italiano. En ambos casos se trata de negaciones “voluntaristas” de la estrategia. Sin embargo, tanto la voluntad pura como la potencia, más allá de la teoría, se mantienen atrapadas por la realidad de las relaciones de fuerza entre las clases y por las burocracias sindicales, políticas, de los “movimientos”, que no tienen a bien someterse a la hegemonía del “general intellect” o a la “idea reguladora” del comunismo. Esta realidad, siempre tan prosaica, nos entregó una curiosa fotografía. Tanto el fatalismo de Agamben, como los diferentes voluntarismos de Badiou y Negri, e incluso una parte de la izquierda que se reivindica revolucionaria, pero que sufre aquel “trauma epistemológico” al que referíamos al principio39, confluyeron detrás del apoyo electoral al principal 36 Badiou, Alain, “La idea del comunismo”, en Hounie, Analía (comp.), Sobre la idea del comunismo, Buenos Aires, Paidós, 2010, p. 23. 37 Cfr. Bensaïd, Daniel, Resistencias, Madrid, El Viejo Topo, 2006, p. 119. 38 Lazzarato, Maurizio y Negri, Antonio, Trabajo inmaterial. Formas de vida y producción de subjetividad, Río de Janeiro, DP&A Editora, 2001, p. 16. Cfr. Castillo, Christian, Estado, poder & comunismo, Buenos Aires, Imago Mundi, 2003. 39 Agamben, Negri y Badiou, junto con una parte importante de la intelectualidad de izquierda europea, se pronunciaron en apoyo a Syriza desde una óptica “europeísta”
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fenómeno neorreformista que ha dado la situación hasta el momento: la Coalición de Izquierda Radical griega, más conocida como Syriza. Esto nos introduce en la tercera negación de la estrategia a la que queríamos referirnos, la más directamente política. Las situaciones revolucionarias no caen del cielo
Venimos de más de tres décadas sin revoluciones. Más arriba señalamos algunas de las causas que lo explican. El desarrollo de la crisis capitalista internacional ha cambiado el escenario. Ya se han dado situaciones agudas de la lucha de clases que son fundamentales para la reflexión estratégica actual. Grecia es un ejemplo; no el único, por supuesto. Egipto es otro gran laboratorio, uno más “oriental” que “occidental”, según las categorías políticas de la III Internacional. En el escenario “oriental” de Egipto, una situación prerrevolucionaria devino en situación contrarrevolucionaria40. En el escenario “occidental” de Grecia, los mecanismos de la democracia burguesa resistieron el embate de la crisis y la lucha de clases hasta el momento; claro que con el saldo del hundimiento de los partidos tradicionales y catapultando a Syriza al gobierno. Ahora bien, las situaciones de crisis profunda que llevan a la lucha de clases no son sinónimo de revolución y menos que menos de un resultado revolucionario. “Una situación revolucionaria –dice con razón Trotsky– se forma por la acción recíproca de factores objetivos y subjetivos”, y agrega que “no cae del cielo; se forma en la lucha de clases”41. Y, en este marco, la actitud de las direcciones del movimiento de masas es el factor subjetivo de primer orden. y exigieron el respeto a la “soberanía popular” dentro de la Unión Europea, afirmando: “nos batimos junto a los electores y los militantes de Syriza: no es por la desaparición de Europa, sino por su refundación”. También sectores de la izquierda trotskista como, por ejemplo, el Partido Obrero de Argentina, llamaron al voto por Syriza en aquel entonces con la propuesta de constituir un “gobierno de toda la izquierda” al que estaría dado exigirle que rompa con el imperialismo y la Unión Europea, que tome medidas anticapitalistas e “impulse”, nada más ni nada menos, que la conformación de un “gobierno de trabajadores”. Syriza llegó al poder años después, pero claramente no para “refundar Europa” –en ningún sentido–, y menos que menos para abrir el camino a un “gobierno de trabajadores”, sino para aplicar la austeridad de la Troika (conformada por tres instituciones: la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional). 40 La evolución del proceso en Egipto implicaría un trabajo aparte que excede este prólogo. Sobre el tema ver Cinatti, Claudia, “La ‘Primavera árabe’ y el fin de la ilusión democrática (burguesa)”, Ideas de Izquierda N.° 3, septiembre 2013. 41 Trotsky, León, ¿Adónde va Francia? / Diario del exilio, ob. cit., pp. 80 y 84.
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El ejemplo griego nos permite ver hoy aquella relación entre factores objetivos y subjetivos de la que hablaba Trotsky. Pablo Iglesias, principal referente de Podemos, al ser interpelado sobre la transformación de Syriza en un gobierno aplicador de los ajustes de la Unión Europea afirmaba que la formación griega no tuvo otra alternativa que seguir el curso que siguió. Desde luego, al defender a Syriza estaba pensando en el futuro de Podemos en el Estado Español. El problema –dice Iglesias– es que todavía se tiene que verificar que alguien desde un Estado puede plantear semejante desafío [...] si nosotros gobernando vamos a hacer una cosa dura de repente tienes a buena parte del ejército, del aparato de la policía, a todos los medios de comunicación [...] tienes a todo contra ti, absolutamente todo. Y un sistema parlamentario, en el que cómo aseguras tú una mayoría absoluta, es muy difícil [...] Para empezar habría que haber llegado a un acuerdo con el Partido Socialista42.
Aquí, se encuentran esbozados sencillamente los dos caminos estratégicos existentes. El primero, el defendido por Iglesias: actuar dentro de los marcos impuestos por la Troika desde un discurso y una “cultura” de izquierda en general. Algo parecido podemos encontrar en el reciente folleto Construir pueblo43 de Íñigo Errejón y Chantal Mouffe, o en Disputar la democracia44 del propio Pablo Iglesias. Es decir, el recorrido de Syriza, ya sea con mayores o menores márgenes de maniobra45. El segundo es el de desafiar a las instituciones de la UE y atacar los intereses capitalistas, que implica prepararse para enfrentar “a buena parte del ejército, la policía, los medios de comunicación”, etc., así como conquistar nuevas formas democráticas de expresión de las mayorías, superiores al parlamentarismo, entre otras cuestiones. En el primer caso no hay estrategia en el sentido clausewitziano del término, entendida como la utilización de los combates tácticos parciales con el fin de imponer la voluntad al enemigo; o, como decía Trotsky, el arte de vencer, de hacerse con el mando. Al contrario, se trata simplemente de administrar lo más benévolamente posible la realización de intereses 42 Declaraciones de Iglesias en el programa televisivo Fort Apache del 8/10/2016, “¿Qué pasa con Grecia?”, consultado el 3/5/2017 en: https://www.youtube.com/ watch?v=BpKBKQ8lmpI&t=142s. 43 Errejón, Íñigo y Mouffe, Chantal, Construir pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia, Barcelona, Icaria, 2015. 44 Iglesias, Pablo, Disputar la democracia. Política para tiempos de crisis, Buenos Aires, Akal, 2015. 45 Martínez L., Josefina y Lotito, Diego, “Syriza, Podemos y la ilusión socialdemócrata”, Ideas de Izquierda N.° 17, marzo 2015.
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ajenos, es decir, del capitalismo. Como demostró Grecia, los márgenes permitidos para aquella benevolencia son particularmente estrechos en el marco de la crisis mundial. El camino de la estrategia no comienza el día del “asalto al Palacio de Invierno”. Tampoco consiste en esperar “la crisis final del capitalismo”. El pensamiento mágico no tiene lugar cuando hablamos de relaciones de fuerzas. De ahí el insustituible trabajo de la estrategia, que consiste en la articulación de volúmenes de fuerza para el combate. En el caso griego podemos ver dos elementos clave, donde las direcciones oficiales del movimiento de masas tuvieron un papel negativo fundamental: el frente único, es decir, la posibilidad de presentar un frente común de los trabajadores en la acción ante los ataques capitalistas, y la autodefensa necesaria para el desarrollo de la lucha. El frente único defensivo, sin el cual el frente único ofensivo y los soviets son impensables, fue uno de los grandes ausentes durante todo el primer ciclo de lucha de clases que va desde 2010 hasta 2012, con decenas de huelgas generales, movilizaciones de masas y enfrentamientos con la policía. Las direcciones sindicales fueron enemigas principales de desarrollar un frente único defensivo contra los ataques de los sucesivos gobiernos agentes de la Troika. En el caso de los sectores mayoritarios de la burocracia, con su política de subordinación al Pasok y a otros partidos patronales. Frente a estos Syriza, sin una influencia significativa en el movimiento obrero, y menos aún una política contrapuesta, no representó ninguna alternativa. En el otro extremo, con una combinación de sectarismo y oportunismo, la central obrera orientada por el Partido Comunista Griego (PAME) se negó explícitamente a la unidad en la acción. Cada uno a su manera fue enemigo de que se materialice el frente único necesario para derrotar los planes de austeridad a pesar de las más de treinta huelgas generales. Otro tanto podríamos decir sobre los problemas de la autodefensa. Como dice Iglesias, el camino alternativo a la aceptación de los marcos impuestos por la Unión Europea implica entre otras cosas prepararse para enfrentar a las fuerzas represivas del Estado burgués. Al igual que la mayoría de las cuestiones estratégicas, no se resuelve el día de la toma del poder. Como señala Trotsky, los trabajadores tienen que saber que cuanto más fuerte sea su lucha, más fuerte será el contraataque del capital. La creación de destacamentos obreros de autodefensa dependerá de la escala de la lucha y el nivel de enfrentamiento, desde la puesta en pie de piquetes de huelga para una lucha particular hasta la conformación de milicias obreras cuando los enfrentamientos se hacen más agudos. En el caso griego, la defensa frente los ataques de las bandas neonazis de Aurora Dorada planteaba en forma embrionaria la cuestión de la
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organización de la autodefensa. Lo mismo podemos decir de los piquetes de huelga en torno a las huelgas generales que se desarrollaron, sobre todo si estas hubieran tenido una perspectiva clara de combate y no de medidas aisladas, lo que hubiera hecho más dura aún la represión. La “solución” de Syriza a este problema para llegar al gobierno, llevando hasta el final el planteo de Iglesias, fue entregar el control del ejército y la policía a una formación de la derecha nacionalista y xenófoba, ANEL, a través de una coalición parlamentaria y el otorgamiento del Ministerio de Defensa. De conjunto, tanto el frente único como la autodefensa eran indispensables para incidir sobre la relación de fuerzas y, por ende, para el desarrollo de una situación revolucionaria. De aquí el planteo de Trotsky de que una situación revolucionaria no surge ex nihilo, sino que se construye en la lucha de clases. La clase obrera y el movimiento de masas en Grecia dieron muestras enormes de combatividad y disposición a la lucha, muy especialmente entre 2010 y 2012. A pesar de ello, como es evidente, no impusieron el frente único ni desarrollaron organismos de autodefensa a pesar de sus direcciones, mostrando que la radicalización que hubo fue ciertamente embrionaria. Para quien se conforme con este tipo de explicaciones, el presente libro carece totalmente de sentido. La discusión puesta exclusivamente en estos términos, por fuera de la acción de las direcciones realmente existentes, de las burocracias políticas y sindicales del movimiento de masas, es la pura negación de la estrategia. Tan ridícula como la pretensión de analizar el resultado de una guerra sin evaluar la estrategia y la táctica de sus Estados Mayores. Como podemos ver en los debates de la III Internacional, desarrollados en este trabajo a partir del contrapunto entre Gramsci y Trotsky, la táctica del frente único obrero parte de la constatación –reiterada constantemente en la historia– del papel central de las burocracias políticas y sindicales –incluidas las reformistas– como garantes de la división del movimiento obrero frente al capital. De aquí que la constitución del frente único, y más aún su desarrollo, es obra de la estrategia. Es decir, depende de la existencia de una organización revolucionaria dispuesta a pelear por él. Es importante aclarar, nuevamente, que no se trata de una proclamación en abstracto, sino de la articulación de determinados volúmenes de fuerza material, suficientes para imponerlo así como para aprovecharlo estratégicamente, desarrollando una lucha de tendencias al interior del frente único para atraer a sectores de masas hacia una estrategia y un programa revolucionarios en base a la experiencia en común. En el caso griego, sin embargo, solo las direcciones tradicionales, de la burocracia ligada al Pasok o al Partido Comunista, y políticamente
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Syriza, contaban con fuerzas suficientes para determinar la situación, las cuales utilizaron para boicotear el desarrollo del frente único. No hubo una fuerza revolucionaria organizada con peso suficiente en el movimiento obrero para presentar batalla. Esta configuración resultante muestra por la negativa el carácter indispensable del trabajo de la estrategia, tanto previamente como durante el proceso. Este no solo incluyó el desarrollo de los elementos de la lucha de clases ya mencionados, sino que se plasmó en el masivo pronunciamiento por el “No” al memorándum de la Troika en 2015. La miseria de la política sin estrategia
Mucho se ha escrito en torno a Syriza y sus posibilidades de constituir un “gobierno de izquierda” luego de décadas de dominio en Europa de lo que Tariq Ali llama el “extremo centro”46 político incluyendo por igual a socialdemócratas y conservadores. A poco de llegar al gobierno, en enero de 2015, el exmiembro del Comité Central de Syriza y de la ex Plataforma de Izquierda Stathis Kouvelakis sostenía que lo que estábamos viendo era la consecución de la “estrategia de ‘guerra de posiciones’” de Gramsci que, según él, “Nicos Poulantzas y la tradición eurocomunista reformularon como la ‘vía democrática al socialismo’”47. A la inversa, tan pronto como en julio de aquel mismo año se encontraba dando cuenta de “un desenlace completamente desastroso para un experimento político que dio esperanza a millones de personas luchando en Europa como en otras partes del mundo”48. Efectivamente, el 6 de julio de 2015 la gran mayoría del pueblo griego votó en un referéndum organizado por Syriza el rechazo a la Troika. En el marco de una “campaña del miedo” internacional protagonizada por todas las fuerzas burguesas, sus gobiernos y sus medios de comunicación, un 61 % de los votantes eligieron el “No”. Este porcentaje superó el 70 % en los principales barrios obreros de Atenas, y entre los
46 Ali, Tariq, Extremo centro, Madrid, Alianza Editorial, 2015. 47 Kouvelakis, Stathis, transcripción y traducción de su exposición en la conferencia del SWP “Syriza and socialist strategy”, Londres, 25/02/2015, consultado el 5/3/2017 en: http://www.democraciasocialista.org/?p=4393. Todas las traducciones, salvo que se indique lo contrario, son propias. 48 Kouvelakis, Stathis, transcripción y traducción de su exposición en la conferencia de Marxism 2015 “Syriza in power: whither Greece?”, Londres, 11/07/2015, consultado el 5/3/2017 en: http://www.democraciasocialista.org/?p=4792.
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jóvenes rondó el 80 %49, mostrando la evolución de la experiencia de las masas con la Troika y sus agentes locales. La acción de Syriza luego de este pronunciamiento terminó de expresar la bancarrota del neorreformismo. Contra el voto ampliamente mayoritario de la población, selló el acuerdo con la Troika. Negándose a atacar la propiedad capitalista, Syriza se convirtió en pocos meses en la administradora “de izquierda” de los planes de austeridad y de un plan de privatizaciones sin precedentes, en el marco de una catástrofe social que incluye una tasa de desocupación que ronda el 24 %, que asciende en la juventud a más del 46 %50, con un cuarto de la población en la pobreza. Volviendo a Kouvelakis, y más allá de aquellas consideraciones sobre la “guerra de posición” –un debate que el lector encontrará por demás desarrollado en el libro–, lo cierto es que como representante del ala izquierda de Syriza es expresión de una extendida ilusión de que es posible un carril intermedio entre una estrategia de ruptura decidida con el capitalismo y la gestión “de izquierda” de lo existente que veíamos con Iglesias. La misma ilusión que al interior de Podemos refleja el agrupamiento Anticapitalistas. La explicación de Kouvelakis sobre la evolución de la situación en Grecia y el ascenso de Syriza es la siguiente: “Los 32 días de huelgas generales, los cientos de miles de personas tomando las calles, no han parado una sola medida de los ‘memorandos’ de austeridad”. Y a renglón seguido agrega: “Un punto de vista político era necesario, esa conciencia fue la que preparó el terreno para el momento de la iniciativa política. Syriza capturó la imaginación de las personas, proporcionando una traducción política que faltaba hasta el momento”51. Es ilustrativo ver cómo concibe el ascenso de Syriza al gobierno como la traducción política de la impotencia en la lucha de clases –que “no ha parado ni una sola medida de austeridad”– y cómo lo hace sin siquiera reparar en ello. Desde esta óptica, a la hora de sacar las conclusiones sobre el fracaso de Syriza, el error fundamental para Kouvelakis fue “pensar que se podría obtener algo negociando con las instituciones europeas en ausencia de un plan B, ausencia cuyas consecuencias están siendo sentidas de manera muy fuerte y devastadora en este momento”52. 49 Maiello, Matías, “Triunfo del NO en el referéndum griego: dos paradojas y una disyuntiva estratégica”, La Izquierda Diario, 6/7/2015, consultado el 5/3/2017 en: http://www. laizquierdadiario.com/Triunfo-del-NO-en-el-referendum-griego-dos-paradojas-y-una-disyuntiva-estrategica. 50 Datos para noviembre de 2016 según el servicio nacional de estadísticas griego, consultado el 30/11/2016 en: http://www.statistics.gr. 51 Kouvelakis, Stathis, “Syriza and socialist strategy”, ob. cit. 52 Kouvelakis, Stathis, “Syriza in power: whither Greece?”, ob. cit.
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Sin embargo, aquel “plan B” no pasaba de la salida del euro, acompañada de algunas medidas neokeynesianas sobre la base de una devaluación monetaria53, y que buscaba emular “rebotes” económicos como el que se produjo en Argentina bajo el kirchnerismo. Pero Grecia demuestra que el viento de cola que sustentó por una década a los gobiernos “posneoliberales” en América Latina, luego de importantes levantamientos de masas, es cosa del pasado en el marco de la crisis mundial. Para el referente de la ex Plataforma de Izquierda, la pregunta no es por qué las más de treinta huelgas generales no lograron nada. Aunque habla de “guerra de posición” en Gramsci, tampoco se pregunta si los trabajadores pudieron presentar un frente único defensivo en el combate contra la Troika y ni qué hablar de la autodefensa, ya que en este caso defiende explícitamente el acuerdo con ANEL. No se trata de nada de esto, sino de no haber tenido un plan de salida del euro para negociar más duro con la Troika. Desde luego, Kouvelakis no expresa en este sentido una visión original, sino la de toda una escuela de pensamiento de larga data. “La misión de esta escuela estratégica –decía Trotsky en referencia a otros representantes– consiste en obtener por la maniobra todo lo que solo puede dar la fuerza revolucionaria de la lucha obrera”54. Lo cierto es que el ascenso electoral de Syriza entre 2012 y 2015 fue la traducción de la progresiva impotencia a la que iba llegando la lucha del movimiento de masas, dividido y desgastado por las burocracias sindicales y políticas en decenas y decenas de acciones, con un efecto sobre la relación de fuerzas tendencialmente decreciente y finalmente cercano a cero. Esta es la relación precisa si abordamos el problema desde el punto de vista de la estrategia. En cuanto a la dinámica, es similar a la que Trotsky analiza para Francia en 1922: Los Disidentes reformistas son los agentes del “bloque de izquierda” en la clase obrera. Sus éxitos serán mayores en la medida en que haga menos pie entre los trabajadores la idea y la práctica de un frente único contra la burguesía. Un sector de los obreros, desorientado por la guerra y por la demora de la llegada de la revolución, puede aventurarse a apoyar al “bloque de izquierda” como un mal menor, en la creencia de que no arriesga nada, y porque no ve otro camino55. 53 Ver Bach, Paula, “Syriza: el fin de la utopía reformista”, La Izquierda Diario, 19/7/2015, consultado el 5/3/2017 en: http://www.laizquierdadiario.com/Syriza-el-fin-dela-utopia-reformista. 54 Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, ob. cit., p. 173. 55 Trotsky, León, Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2016 (Obras Escogidas 9, coeditadas con el Museo Casa
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Es decir, en situaciones que aún no están marcadas por el enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución, cuanto menor es el desarrollo del frente único contra la burguesía en la lucha de clases, más se fortalecen variantes políticas reformistas de colaboración de clase. Desde este punto de vista, la dinámica que plantea Kouvelakis es la inversa a la que podría llevar a un gobierno obrero anticapitalista y antiburgués, ya que la misma depende del más amplio desarrollo del frente único defensivo como base para el pasaje al frente único ofensivo, incluyendo los soviets o consejos como la expresión organizada del frente único. En esta articulación estratégica entre posición y maniobra se basó la III Internacional para la formulación de la táctica de “gobierno obrero”, que tiene como principal característica desarmar a la burguesía y armar al proletariado. En el libro desarrollamos los importantes debates sobre este punto, que tuvieron lugar alrededor de la experiencia “occidental” de la revolución alemana de 1923, debates que, a pesar de su escaso estudio posterior, marcaron un punto de quiebre en la reflexión estratégica del marxismo. El contundente resultado del referéndum contra la austeridad y la Troika constituyó una gran oportunidad perdida para revertir aquella dinámica, para lo cual podría haber cumplido un papel fundamental la táctica de “gobierno obrero”. Un gobierno obrero en Grecia en 2015 podría haber aprovechado la voluntad que luego expresó el referéndum para imponer medidas de autodefensa fundamentales frente al pasaje a la “acción directa” de los grandes bancos y la Troika mediante la fuga masiva de capitales –que, como el propio Kouvelakis señala, modificó vertiginosamente la relación de fuerzas56– y sobre esta base implementar el no pago de la deuda externa. Otro tanto podríamos decir respecto al 30 % de empresas que cerraron y su expropiación bajo control obrero, entre otras resoluciones. Desde luego, este tipo de medidas de ruptura con el capitalismo necesariamente implican preparar el combate. Era necesario el llamado internacional a la más amplia movilización por la anulación de la deuda griega, cuestión que Syriza no planteó y que Podemos desde el Estado Español se encargó de rechazar preventivamente57. El repudio a León Trotsky), p. 424. Por “Disidentes” se refiere a la minoría del partido socialista francés (llamado SFIO, Sección Francesa de la Internacional Obrera), que en la convención de Tours de 1920 se opone a la mayoría partidaria de la Internacional Comunista que funda el Partido Comunista francés. Los “Disidentes” rompen y posteriormente refundarán el Partido Socialista. 56 Cfr. Stathis Kouvelakis, “Syriza in power: whither Greece?”, ob. cit. 57 Martínez L., Josefina, “Si Podemos llega al gobierno, no perdonaría la deuda a Grecia”, IzquierdaDiario.es, 25/2/2015, consultado el 5/3/2017 en: http://www.izquierdadiario.es/Si-Podemos-llega-al-gobierno-no-perdonaria-la-deuda-a-Grecia?id_rubrique=2653.
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la Troika hubiera concitado enorme simpatía en Europa, que luego se terminó manifestando por derecha, por ejemplo, en el Brexit. A su vez, aquel 61 % que se expresó por el “No” al memorándum de la austeridad era la base para la creación de organismos de autoorganización, así como de autodefensa, para poder derrotar la resistencia de los capitalistas y sus fuerzas represivas. Desde luego, esto abre muchos de los problemas estratégicos que desarrollamos en el presente libro: la insurrección, la guerra civil y la extensión internacional de la revolución. Ahora bien, sin dudas la primera condición para una dinámica de este tipo es la constitución de una fuerza material capaz de influenciar en los acontecimientos y construir una alternativa revolucionaria al neorreformismo, encarnado en Syriza. Sin este objetivo, siguiendo la lógica enunciada por Kouvelakis, la Plataforma de Izquierda –que llegó a constituir el 30 % de la organización– para mediados de 2015 quedó reducida a su mínima expresión. Pero incluso quienes de algún modo se lo plantearon, como la Coalición de Izquierda Anticapitalista, Antarsya, principal alianza a la izquierda de Syriza y el PC, carecieron de fuerza material e influencia significativa. La experiencia griega es una muestra de la necesidad del trabajo de la estrategia para que en los momentos decisivos el resultado no esté definido de antemano producto de la impotencia y/o inexistencia de una alternativa revolucionaria. La estrategia y el arte de “crear poder”
La disposición a la lucha mostrada por los trabajadores y la juventud griega contrastó con el derrotero de sus direcciones; en primer lugar, la del neorreformismo de Syriza. Podemos se apresta a emular este recorrido en el Estado Español, aunque con menor éxito hasta el momento. En ambos casos, la “relación de fuerzas” es transformada en una abstracción de la cual solo se puede dar cuenta. Demuestran más predisposición a alterar la relación de fuerzas las derechas como el Frente Nacional en Francia, el UKIP en Gran Bretaña o el propio Donald Trump en EE. UU., entre otros, incluyendo la derecha brasilera que instrumentó un golpe institucional para hacerse del gobierno. Pero no se trata solo de Syriza o Podemos. Por ejemplo, a finales de 2016, en el marco de la crisis del PT, el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) de Brasil, con Marcelo Freixo a la cabeza, estuvo en la pelea por llegar58 al gobierno municipal de Río de Janeiro, una de las ciudades más
58 Obtuvo en el balotaje el 40,64 % de los votos. Datos disponibles en: https://www. eleicoes2016.com.br/candidatos-rio-janeiro/ (consultado el 5/3/2017).
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importantes de América Latina, que viene de grandes procesos de luchas docentes, obreras, estudiantiles. ¿Qué hubiera hecho el PSOL si salía victorioso en aquella elección? Su búsqueda declarada de acuerdos con empresarios, la intención de respetar la Ley de Responsabilidad Fiscal, etc., hacen suponer un camino parecido al de Syriza. Sin embargo, el movimiento que se expresó en la votación de Río planteaba la posibilidad de un curso alternativo de ruptura con el capitalismo, donde la ciudad se transformase en un bastión revolucionario para el resto del país. Desde luego, esta segunda opción nos devuelve a los problemas de estrategia y táctica, a la modificación –y no a la administración– de la relación de fuerzas. Cuanto más agudos son los procesos de la lucha de clases, más “el desarrollo de las fuerzas –dice Trotsky– no cesa de modificarse rápidamente bajo el impacto de los cambios de la conciencia del proletariado, de tal manera que las capas avanzadas atraen a las más atrasadas, y la clase adquiere confianza en sus propias fuerzas”. Y agrega: “El principal elemento, vital, de este proceso es el partido, de la misma forma que el elemento principal y vital del partido es su dirección”59. Desde este punto de vista, la experiencia griega también mostró el rotundo fracaso de las “alas izquierdas” del neorreformismo, que en el caso de Syriza, como decíamos, llegó a representar el 30 % de la organización. Según Kouvelakis, la Coalición de la Izquierda Radical griega mostraba un nuevo modelo de partido a seguir, “una organización pluralista, que incluye varios tipos de tradiciones de la izquierda radical, comunistas, trotskistas, maoístas, movimientistas y algunos socialdemócratas de izquierda. Debe ser visto como un proyecto para la recomposición de la izquierda radical”60. Pero lo cierto es que no solo no recompuso a la “izquierda radical”, sino que plasmó su rotundo retroceso. Luego del triunfo del “No” en el referéndum, quince diputados de la Plataforma de Izquierda votaron a favor del acuerdo con la Troika bajo el argumento de que, de lo contrario, el gobierno de Tsipras perdería la mayoría. Los miembros que ocupaban cargos y votaron en contra fueron removidos del gobierno. A pesar de ello y de la represión gubernamental a las protestas contra el acuerdo, la Plataforma de Izquierda continuó en Syriza hasta romper pocas semanas después, antes de las elecciones de septiembre de 2015. Su nueva formación, Unidad Popular, encabezada por veinticinco diputados, obtuvo en aquellas elecciones menos del 3 % 59 Trotsky, León, “Clase, partido y dirección: ¿por qué fue derrotado el proletariado español?”, La victoria era posible. Escritos sobre la revolución española [1930-1940], Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2014 (Obras Escogidas 7, coeditadas con el Museo Casa León Trotsky), p. 432. 60 Stathis Kouvelakis, “Syriza and socialist strategy”, ob. cit.
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de los votos, quedando afuera del parlamento heleno61. Toda una postal de su impotencia. Ahora bien, ¿qué sucedió con los sectores organizados independientemente de Syriza, como Antarsya? En una polémica con Stathis Kouvelakis, el dirigente de la corriente internacional referenciada en Socialist Workers Party británico, Alex Callinicos, señala: La última vez que debatimos, Stathis habló de Antarsya, el frente de la izquierda anticapitalista, en el cual participan nuestros compañeros del SWP. Habló de que Antarsya había sido estratégicamente derrotada [en alusión a su falta de influencia en sectores de masas]. Pero para ser honestos ¿qué podemos decir de Syriza hoy? ¿No ha sido estratégicamente derrotada? ¿Qué pasa con la Plataforma de Izquierda? No creo que la actuación de la Plataforma de Izquierda […] sea nada de lo que podamos estar orgullosos62.
Evidentemente, Callinicos tiene razón en lo que respecta a la Plataforma de Izquierda; sin embargo, no responde al señalamiento de Kouvelakis sobre la debilidad mostrada por Antarsya en el proceso griego63. “Aquellos –dice Kouvelakis– que creen en la hipótesis de que ‘los reformistas fracasarán y la vanguardia revolucionaria estará esperando en los flancos para dirigir las masas a la victoria’, están viviendo fuera de la realidad”64. Y en esta afirmación hay que reconocer que el representante de la izquierda de Syriza tiene razón. En este sentido, las problemáticas que aborda este libro y las preguntas que lo motorizan están ligadas al combate por la construcción de partidos revolucionarios, a nivel nacional e internacional, como parte 61 Ver los resultados de la elección en: http://ekloges.ypes.gr/current/v/public/index. html (consultado el 5/3/2017). 62 Callinicos, Alex, “Syriza in power: whither Greece?”, ob. cit. 63 La conformación de Unidad Popular no solo dejó plasmada la impotencia del ala izquierda de Syriza, sino que este fracaso estuvo acompañado por una parte de las organizaciones que conformaban Antarsya, que dejaron la organización para unirse a la UP. Es decir, no solo la debilidad de Antarsya la hizo incapaz de provocar una división progresiva de Syriza, sino que ella misma se debilitó aún más frente a quienes se proponían reeditar un Syriza “de los orígenes”. Nos referimos a: la mayoría de ARAN (Recomposición de Izquierda), que era el tercer grupo más grande que formó parte de Antarsya, referenciados teóricamente en Althusser, Poulantzas y Gramsci; y a ARAS (Grupo Anticapitalista de Izquierda), grupo más pequeño que tiene sus orígenes en el movimiento estudiantil de la década de 1980, con ideología althusseriana. Ya en las elecciones de enero de 2015 Antarsya había conformado un frente con el “soberanista de izquierda” Alekos Alavanos, expresidente de Syriza, giro que fue criticado por sectores dentro de Antarsya como la organización OKDE-Spartakos. 64 Stathis Kouvelakis, “Syriza and socialist strategy”, ob. cit.
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del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) en la Argentina y la Fracción Trotskista por la Cuarta Internacional (FT-CI) a nivel internacional. Constituye un intento de sacar lecciones de la historia y de la propia experiencia, tanto de los triunfos como de las derrotas y las frustraciones, en la búsqueda por aprender a articular aquellos “volúmenes de fuerza para el combate” para que, parafraseando a Clausewitz, cuando la burguesía eche mano a la espada no terminemos saliéndole al cruce con una ceremonia. Es lo que intentamos hacer desde la experiencia del PTS como parte del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) en la Argentina65 –un frente de independencia de clase que sostiene la perspectiva de un gobierno de trabajadores de ruptura con el capitalismo–. Intentamos poner en pie una fuerza material hegemónica a partir de los principales combates y procesos de organización de la clase obrera –así como del movimiento estudiantil y de mujeres–, buscando desarrollar fracciones revolucionarias en su interior, mediante la articulación de los diferentes métodos y formas de lucha (la acción parlamentaria y extraparlamentaria, clandestina y abierta, la lucha contra la burocracia, el frente único, etc.). Esto nos lleva a una última consideración de carácter más general, que hace también al sentido del presente libro. Las condiciones subjetivas para el triunfo revolucionario no se forjan como rayo en el cielo sereno en los momentos decisivos, sino desde los mismos combates cotidianos. En este sentido es útil retomar la formulación de Lawrence Freedman cuando dice que: “la estrategia es el arte político central. Se refiere a lograr más de una situación determinada que lo que ofrecía la relación de fuerzas inicial. Es el arte de crear poder”66. El marxismo, a diferencia de planteos como los de Foucault, no invierte la fórmula clausewitziana sobre la guerra como continuación de la política por otros medios. Sin embargo, y como desarrollamos en el libro, a diferencia de Clausewitz, el concepto de política para el marxismo, en lo que a las sociedades de clase se refiere, está indisolublemente ligado al concepto de lucha de clases al interior de las fronteras estatales y, a su vez, tiene un carácter internacional. Como señala correctamente el filósofo y sociólogo francés Raymond Aron: “En el marxismo de Lenin, 65 El FIT está integrado por tres organizaciones que se reivindican trotskistas: el PTS, el Partido Obrero e Izquierda Socialista. Se ha consolidado como referencia permanente de un sector de masas durante los últimos seis años y en un acto en un estadio de fútbol a finales de 2016 movilizó a más de veinte mil personas. Ver Castillo, Christian, “El gobierno de los CEO, el ‘decisionismo’ macrista y los desafíos de la izquierda”, Estrategia Internacional N.° 29, enero 2016. 66 Freedman, Lawrence, Strategy. A History, New York, Oxford University Press, 2013, p. xii.
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el Estado y la ley derivan también de la violencia física más o menos camuflada. Toda paz, en una sociedad de clases, disimula la lucha”67. Así es que reserva el concepto de guerra para la violencia física, cuando esta adquiere un papel no solo determinante, sino también preponderante. Sin embargo, al interpretar la política en términos de lucha de clases, el enfrentamiento físico también es objeto de análisis en los períodos caracterizados como “de paz”. Cada lucha seria, ya sea una huelga o conflicto parcial de la lucha de clases, cada enfrentamiento significativo con las burocracias políticas o sindicales plantea un momento de medición de la relación de fuerzas materiales. Del resultado de esos combates, incluso físicos, de la diferencia entre la relación de fuerzas inicial y la posterior surge el desarrollo de la fuerza propia de un partido revolucionario capaz de encarar los combates futuros. Por un lado, este proceso, desde luego, comprende triunfos y derrotas, ya que la elección de las condiciones del combate no depende exclusivamente de uno de los actores en conflicto. El trabajo de la estrategia siempre opera sobre las probabilidades, no da garantías de victoria; si así fuera, la lucha sería innecesaria. Por otro lado, aquella fuerza propia no surge de los resultados de los combates en forma automática o espontánea. Como señala el estratega militar norteamericano Edward Luttwak, “la victoria confunde; la derrota educa”68. De ahí que parte del trabajo de la estrategia sea el estudio escrupuloso de los combates anteriores, tanto para evitar la “confusión” producto de los triunfos como para extraer las lecciones de las derrotas, cuestión fundamental para los posteriores enfrentamientos. En estos combates, la importancia de retomar el pensamiento estratégico está directamente relacionada con dar cuenta cabalmente de las fuerzas materiales en las cuales se encarna la hegemonía burguesa al interior de la clase obrera y sus potenciales aliados, y de extraer las consecuencias que se desprenden de ello. Al contrario de lo que señalan Laclau y Mouffe, para quienes la introducción del pensamiento de Clausewitz en el marxismo no habría hecho más que poner un “límite a la lógica deconstructiva de la hegemonía”, de una hegemonía en abstracto. Aquello devino en algo cada vez más fundamental desde la segunda mitad del siglo XX, que vio el desarrollo sin precedentes de la burocracia política, sindical y de todo tipo en el propio movimiento obrero –así como en los movimientos sociales, de mujeres, estudiantil, etc. En el caso
67 Aron, Raymond, Pensar la guerra, Clausewitz, Tomo II, Buenos Aires, Instituto de Publicaciones Navales, 1987, p. 48. 68 Luttwak, Edward, Para bellum. La estrategia de la paz y de la guerra, Madrid, Siglo XXI, 2005, p. 29.
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de la clase obrera, esto se traduce hoy en que si bien nunca en la historia ha estado tan extendida a nivel mundial, nunca ha estado tampoco tan dividida y fragmentada como en la actualidad69–. La lucha constante contra estas burocracias como garantes de la dominación capitalista es un prerrequisito para la constitución de la clase obrera en clase independiente y, desde luego, para la lucha por la hegemonía. Frente a aquellas fuerzas materiales, se trata de “crear poder”, también material, capaz de encarar los enfrentamientos decisivos. La victoria es una tarea estratégica
El orden mundial que enmarcó la ofensiva imperialista de las últimas tres décadas, bajo el eufemismo de la “globalización”, se resquebraja paulatinamente al calor de más de un lustro de crisis capitalista internacional. El trabajo de la estrategia para desarrollar aquellas fuerzas materiales no es solo una opción, sino una necesidad inmediata. De su ausencia se desprenden consecuencias cada vez más significativas. En Grecia se demostró cómo la combatividad del movimiento obrero y popular puede ser dilapidada en manos del neorreformismo. Acontecimientos posteriores como el triunfo del Brexit con el xenófobo UKIP como principal vocero, o el ascenso de Donald Trump a la presidencia de EE. UU., mostraron cómo, ante la ausencia de alternativas independientes, la clase obrera termina dividida entre variantes burguesas, con sectores que apoyan a demagogos de derecha como en las antiguas zonas industriales de la región del noreste de Inglaterra en el caso del Brexit, o del llamado “Rust Belt” del medio oeste en las presidenciales norteamericanas. Un capítulo aparte merecería el proceso en Egipto, cuyo resultado contrarrevolucionario se encuentra a la vista y tuvo consecuencias sobre la evolución de conjunto de lo que fue la “Primavera árabe”. En su momento alertaba Trotsky sobre el peligro de considerar “los grandes combates del proletariado solo como acontecimientos objetivos, como expresión de la ‘crisis general del capitalismo’ y no como experiencia estratégica del proletariado”70. Extraer las lecciones de los procesos que ya se han desarrollado al calor de la crisis es fundamental para la preparación subjetiva hacia los nuevos enfrentamientos.
69 Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “En los límites de la ‘restauración burguesa’”, ob. cit. 70 Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, ob. cit., p. 133.
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La crisis mundial va a seguir dando procesos agudos de la lucha de clases; la cuestión es si esas oportunidades son aprovechadas para abrir paso a la revolución y el socialismo en el siglo XXI o dan lugar al triunfo de la derecha y, eventualmente, al fascismo. Esto depende del trabajo de la estrategia. Como señala Trotsky: Si el Partido Bolchevique hubiera fracasado en esta tarea, no se hubiera podido siquiera hablar del triunfo de la revolución proletaria. Los soviets hubieran sido aplastados por la contrarrevolución y los minúsculos sabios de todos los países hubieran escrito artículos y libros planteando que solo visionarios sin fundamento podrían soñar en Rusia con la dictadura del proletariado siendo como era, tan pequeño numéricamente y tan inmaduro71.
Esta quizá sea una de las principales conclusiones, a cien años de la Revolución rusa, para el nuevo siglo que ha comenzado. La misma es el punto de partida del trabajo que el lector tiene en sus manos.
71 Trotsky, León, “Clase, partido y dirección”, La revolución española, Buenos Aires, El Puente Editorial, s/f, p. 144.
CAPÍTULO I
SOBRE LA ESTRATEGIA EN GENERAL
“La victoria no es el fruto maduro de la ‘madurez’ del proletariado. La victoria es una tarea estratégica”1. Esta sentencia escrita por Trotsky al final de su vida, que a primera vista puede parecer simple, encierra, tal vez, una de las conclusiones más trascendentes de todo el siglo XX para el marxismo revolucionario. El conjunto de este libro está dedicado a desentrañar este “trabajo de la estrategia”. En los próximos capítulos abordaremos los aspectos relacionados con la ofensiva, luego aquellos que hacen al pasaje de la defensiva al ataque, para cerrar la primera parte del libro con el análisis de la defensa. La segunda parte estará dedicada a los desarrollos concernientes a la “gran estrategia” o estrategia global. Pero antes nos referiremos a algunos de los elementos claves de lo que podríamos llamar, siguiendo a Carl von Clausewitz, “la estrategia en general”, una primera aproximación al trabajo de la estrategia entendido como la articulación de volúmenes de fuerza material para el combate. El arte de la dirección y el arte de la guerra
Un sinnúmero de elementos separan el arte militar convencional de aquel referido a la revolución; otro tanto los emparenta. En este cruce se juega la apropiación crítica desde el marxismo de las elaboraciones sobre estrategia de teóricos como Clausewitz. Así lo entendieron figuras del marxismo revolucionario del siglo XX como Lenin y Trotsky, entre otros. Estas particularidades marcan desde su inicio nuestro recorrido por el “arte de la guerra”. Veamos. La idea estricta –dice Clausewitz– del Arte de la Guerra será […] el arte de servirse en la lucha de los medios dados, y podemos designarlo mejor con el nombre de Arte de la Dirección. Por el contrario, pertenecen al Arte de la
1 Trotsky, León, “Clase, partido y dirección: ¿por qué fue derrotado el proletariado español?”, ob. cit., p. 432.
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Guerra, en su sentido más amplio, todas las actividades que le son útiles para la completa formación de las fuerzas combatientes2.
Es decir, mientras que el “arte de la guerra” comprende tanto las tareas preparatorias de creación, construcción y sostenimiento de las tropas como el empleo de estas mismas fuerzas para la guerra, el “arte de la dirección” –o “arte de la guerra” en su sentido restringido– solo trata de este último aspecto: refiere específicamente a la disposición de las fuerzas ya formadas y a la dirección de la lucha propiamente dicha. Esta diferenciación es mucho más difusa en la estrategia revolucionaria. No hay “medios dados” para el arte de la dirección que este mismo no haya sabido conquistar. La “fuerza propia” para emprender la guerra no es un dato a priori, como podría ser un ejército para un general; es trabajo de la estrategia organizarla. Un trabajo que desde luego no comienza en las vísperas de la guerra civil ni siquiera con el inicio del proceso revolucionario, sino que atraviesa –o debería hacerlo– las más variadas situaciones. Esto es así, en primer lugar, porque … el ejército es una organización coercitiva, está obligado a combatir. […] Pero en un ejército revolucionario la principal fuerza motriz es su conciencia política, su entusiasmo revolucionario; el compromiso de su mayoría para la tarea militar que enfrenta y la disposición para resolverla. […] El éxito no se basa más que sobre la voluntad de la mayor parte de los trabajadores, en intervenir directa o indirectamente en la lucha para ayudarle a vencer3.
Estos elementos, entre otros, hacen que el “arte de la dirección”, como lo denomina Clausewitz, se superponga mucho más con el “arte de la guerra” en su sentido más amplio, es decir, incluyendo la “formación de las fuerzas combatientes”. Desde luego, esto hace más complejo y mucho más amplio su campo de acción. De ahí que comenzaremos por abordar un debate estratégico que no se dio estrictamente en los marcos de un proceso revolucionario, pero cuyo resultado –que implicó la ausencia de un partido revolucionario en Alemania– fue el factor determinante para la derrota de la revolución de 1918-1919 (así como su existencia en Rusia en 1917 lo fue para la victoria).
2 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, Buenos Aires, Círculo Militar, 1968, p. 146. 3 Trotsky, Leon, The First Five Years of the Communist International, Volumen II, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017, https://www.marxists.org/archive/trotsky/1924/ ffyci-2/01b.htm.
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Nos referimos a la primera gran discusión donde se introducen explícitamente los conceptos de la estrategia militar para el debate político en el marxismo: la polémica sobre la “estrategia de desgaste” (Ermattungsstrategie) y la “estrategia de derrocamiento” (Niederwerfungsstrategie)4. La misma tendrá lugar a partir de 1910 y se originará en el corazón del movimiento marxista de aquel entonces, la socialdemocracia alemana. Sus protagonistas serán Rosa Luxemburgo, una de las más destacadas dirigentes del ala izquierda de la II Internacional, y Karl Kautsky, quien era en esos años el principal referente teórico del marxismo no solo en Alemania, sino mundialmente. Iniciada como una discusión sobre la “nueva táctica” de la huelga política de masas, que venía desarrollándose desde finales del siglo XIX, deriva en un debate de estrategias a instancias de Kautsky5. Él será el encargado de introducir los conceptos militares a partir de la obra de Hans Delbrück, un destacado historiador militar contemporáneo referenciado en la obra de Clausewitz. Las derivaciones de este debate irán más allá de Alemania. El dirigente menchevique Yuli Mártov trasladará el debate a Rusia, lo cual motivará el capítulo “oriental” de aquella polémica, enfrentándolo a Lenin. Muchos de sus términos llegarán a la actualidad a través de ciertas interpretaciones y polémicas sobre la obra del revolucionario italiano Antonio Gramsci y de sus desarrollos sobre la “guerra de posición” y la “guerra de maniobra”. Más recientemente, el marxista académico Lars Lih retoma el posicionamiento de Lenin en aquellos debates. Aunque guarda varios puntos en común con el abordaje realizado por Perry 4 En las traducciones castellanas de Ermattungsstrategie hay cierta convención en traducirla como “estrategia de desgaste”, aunque algunas traducciones toman sinónimos como “fatiga”, “agotamiento” o “cansancio”. Para una discusión sobre la fidelidad del término Ermattung respecto a los planteos del propio Clausewitz, ver Aron, Raymond, Pensar la guerra, Clausewitz, Tomo I La Era Europea, Buenos Aires, Instituto de Publicaciones Navales, 1987, p. 313. Respecto a Niederwerfungsstrategie, según Aron, Delbrück utiliza tanto Vernichtungsstrategie como Niederwerfungsstrategie. El traductor del autor francés las traduce, respectivamente, como “estrategia de aniquilamiento” y “estrategia de abatimiento”. En los textos de los autores marxistas que citamos se utiliza Niederwerfungsstrategie, y los traductores en general optan por “estrategia de derrocamiento”, ya que en todos los casos se hace referencia al poder del Estado. Nosotros vamos a utilizar indistintamente tanto “derrocamiento” como “abatimiento”. En la traducción de Pasado y Presente de la polémica de 1910, en vez de “derrocamiento” se traduce como “estrategia de asalto directo”, pero en alemán Kautsky utiliza el mismo término que Delbrück: Niederwerfungsstrategie. 5 En un principio los introduce en términos de estrategia “ampliada” o “total”. Como señala Raymond Aron: “Siempre que se admita que la estrategia no incluye necesariamente los medios de fuerza o constreñimiento, no hay reparo en hablar de ‘estrategia total’ en tiempos de paz” (Aron, Raymond, Pensar la guerra, Clausewitz, Tomo II La Era Planetaria, ob. cit., p. 195).
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Anderson hace ya muchos años6, lo novedoso en Lih es que el tratamiento de este tema es parte de un proyecto mucho más amplio para demostrar una “agresiva falta de originalidad” (aggressive unoriginality) de Lenin respecto a los planteos de Kautsky7. La táctica, la estrategia y el “fin político”
El comienzo del siglo XX puso al movimiento obrero y al marxismo ante una nueva escala de los problemas referidos al “arte de la dirección” en su sentido amplio. Décadas sin revolución, desde la Comuna de París de 1871, se combinaban con un meteórico crecimiento de la clase obrera, con un aumento exponencial de su peso económico y social, y un igualmente espectacular desarrollo de sus organizaciones políticas y sindicales en Europa. Todo ello en el marco de los inicios de una nueva fase del capitalismo, el imperialismo, que abrirá una época de crisis, guerras y revoluciones, como señalará Lenin años después8. En esta situación, y condensando muchas de sus encrucijadas, surgirá el debate de las “dos estrategias”. Como reseña Perry Anderson: Fue Kautsky quien [introdujo] los conceptos militares de Delbrück –sin reconocerlo– en un debate político sobre las perspectivas estratégicas de la lucha proletaria contra el capitalismo. La ocasión de su intervención era trascendental. Porque fue con el fin de rebatir la exigencia de Luxemburgo de adoptar las huelgas generales combativas, durante la campaña del Partido Socialdemócrata alemán por la democratización del sistema electoral neofeudal prusiano, cuando Kautsky contrapuso la necesidad de una más prudente “guerra de desgaste” del proletariado alemán contra su clase enemiga, sin los riesgos que implicaban las huelgas de masas. La introducción de la teoría de las dos estrategias –desgaste y derrocamiento– fue, pues, el verdadero disparador de la funesta escisión dentro del marxismo ortodoxo alemán antes de la Primera Guerra Mundial9.
El “marxismo ortodoxo” que menciona Anderson hacía referencia al amplio bloque de dirigentes a nivel internacional que habían
6 Ver Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, ob. cit. 7 Cfr. Lih, Lars, “‘The New Era of War and Revolution’: Lenin, Kautsky, Hegel and the Outbreak of World War I”, en Anievas, Alexander (ed.), Cataclysm 1914. The First World War and the making of modern world politics, Leiden, Brill, 2014, p. 367. 8 Ver Lenin, V. I., “El imperialismo, etapa superior del capitalismo”, Obras selectas, Tomo 1, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2013. 9 Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, ob. cit., pp. 101-102.
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enfrentado las tesis de Eduard Bernstein, antiguo colaborador de Engels y dirigente de la socialdemocracia alemana que emprenderá la revisión del conjunto de la teoría, el programa y la estrategia marxistas10. La joven Rosa Luxemburgo había sido la primera en encabezar esta pelea con los dos artículos que conformarían su primera gran obra, Reforma o revolución. Kautsky, posteriormente, también saldrá al cruce del “revisionismo”. Ambos formarán parte de la “ortodoxia”. ¿Cuál es la particularidad del debate de las “dos estrategias” respecto a la polémica sobre el “revisionismo”? Que mientras este último ponía en cuestión el programa y la teoría de la socialdemocracia, el debate de las “dos estrategias”, al contrario, partía del “consenso” en torno al programa de Érfurt11 de 1891. El terreno de la disputa entre Kautsky y Luxemburgo será el de la estrategia. Como explica Clausewitz, La Dirección de la Guerra es […] la disposición y dirección de la lucha. Si esta lucha se desarrollase en un solo acto, no habría razón que justificase la división de aquella; pero la lucha consiste en un número mayor o menor de hechos aislados, cerrados en sí mismos, que llamamos combates […] De aquí se deduce la existencia de dos acciones completamente distintas: la disposición y dirección de estos combates y el ligarlos entre sí para el fin de la guerra. La primera constituye la Táctica, a la segunda la llamamos Estrategia12.
Es decir, la estrategia es aquella que liga los combates aislados para el fin de la guerra. En estos términos podemos decir que mientras el debate en torno al revisionismo de Bernstein ponía en discusión cuáles debían ser los “fines” entre la reforma del capitalismo o la revolución socialista, el debate de las dos estrategias (en principio) partía de este último objetivo para discutir el “cómo” conquistarlo. Se trataba de una polémica sobre 10 Para Bernstein, la teoría del valor pasaba de ser una determinación estructural a un problema ético y la lucha de clases un “desperdicio completo de tiempo, esfuerzo y material”; el colonialismo adquiría rasgos positivos, ya que “bajo el dominio directo europeo, los salvajes están, sin excepción, mejor que antes”; la idea de “revolución” debía ser sustituida por el concepto de “transformación social” (ver, respectivamente: “La lucha de la socialdemocracia y la revolución de la sociedad”, “Observaciones generales sobre el utopismo y el eclecticismo” y “Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia” en Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, México, Siglo XXI, 1982). 11 El programa de Érfurt fue aprobado en 1891, luego de finalizadas las leyes “antisocialistas” que ilegalizaban a la socialdemocracia, y se basaba en muchas de las críticas que Marx había hecho en 1875 al programa de Gotha. Sin embargo, como fue criticado por Engels, no decía nada sobre el carácter violento de la revolución ni sobre el carácter del Estado, bajo el argumento del peligro de ilegalización del partido. 12 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 147.
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cómo ligar los combates aislados (elecciones, actividad sindical, huelgas, etc.) con el “fin de la guerra” (la toma del poder del proletariado). Será la contradicción creciente que atravesaba a la II Internacional entre su programa y su práctica la que hará volar por los aires en 1910 la unidad precaria de la antigua “ortodoxia”. Como señala Clausewitz: … en la Estrategia todo es muy sencillo, pero no todo es muy fácil. Decidido según las circunstancias del Estado lo que la guerra debe y puede hacer, es fácil encontrar el camino para lograrlo; pero para seguir inflexible este camino, poner en práctica el plan sin separarse de él en mil ocasiones, se requiere una gran fortaleza de carácter y gran claridad y seguridad de la inteligencia13.
Es decir, lo que en “la guerra en el papel” puede resultar una operación intelectual relativamente sencilla, en “la guerra real”, que es el terreno donde operan la incertidumbre, el azar, el temor; donde se presentan toda una serie de alteraciones de las circunstancias; donde ante cada acción hay una reacción del oponente, en este terreno resulta mucho más complejo mantener la línea estratégica trazada originalmente.
PARTE 1 ESTRATEGIA DE DESGASTE Y ESTRATEGIA DE DERROCAMIENTO La distancia entre la lucha “en el papel” y la lucha real fue acentuándose en la socialdemocracia alemana de principios de siglo, en un contexto de avance evolutivo en las conquistas sociales (desde la época de Bismarck14) y democráticas (reconocimiento legal del derecho de asociación, reunión, expresión, etc., desde 1890). El objetivo de un gobierno obrero revolucionario contrastaba cada vez más con una práctica limitada
13 Ibídem, p. 255. 14 De la mano de los beneficios de la expoliación colonial, tuvo lugar un rápido crecimiento de los ingresos per cápita hasta 1902; a partir de entonces fue más lento. Junto con ello hubo una expansión de la legislación social de la época de Bismarck (jubilación, seguro por enfermedad, seguro de accidentes de trabajo, etc.) al tiempo que, a diferencia de aquella época, se había permitido la organización de sindicatos y la legalización de la socialdemocracia.
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a la gestión sindical y parlamentaria15 de una organización que para 1909 contaba con 700 000 afiliados, más de 2 000 000 de afiliados en sus sindicatos y 3 000 000 de votantes. Para 1910, esta contradicción se puso al rojo vivo, cuando un escenario de recesión económica se combinó con una crisis política de proporciones. Cae, a manos de los conservadores, el canciller Von Bülow y se rompe el bloque de partidos burgueses que sostenía al régimen monárquico constitucional16. Los partidos liberales17 pasan a la oposición en la que hasta entonces el Partido Socialdemócrata estaba en soledad. Se vota una reforma tributaria que, en medio de la crisis, golpea no solo a los trabajadores, sino también a la pequeñoburguesía, mientras deja intactos los privilegios de la casta militar-terrateniente de los junkers18. Todo ello se logra gracias a un sistema de representación legislativa hecho a medida de estos últimos19.
15 Casi cuarenta y tres diputados en el parlamento nacional (había tenido más anteriormente), además de muchos cientos a nivel de los Länder y a nivel municipal. 16 En 1909, en el marco del desarrollo de la crisis económica en el Imperio, el canciller, príncipe Bernhard von Bülow, intentará aprobar una reforma impositiva que, si bien se dirigía contra las masas, implicaba también un avance sobre los privilegios impositivos de la casta militar-terrateniente de los junkers. Para mediados de ese año, cae Bülow producto de las maniobras de los conservadores que, si bien compartían su política colonialista y de rearme de Alemania, se oponían a su intento de reformas tendientes a disminuir el peso y los privilegios de los junkers. 17 Tanto el Partido Nacional Liberal como los liberales que conformarán el Partido Popular Progresista. 18 La casta de los junkers (personalmente afectos al emperador y convencidos de ser los depositarios de una misión sagrada de defensa del Estado) constituía la aplastante mayoría de los cuadros superiores en la jerarquía militar, así como en la burocracia imperial. 19 Como señala Broué: “[…] la distribución de circunscripciones electorales favorece a los electores rurales, el establecimiento del escrutinio en día laboral excluye a muchos electores asalariados, la práctica de candidatura oficial, la ausencia de inmunidad parlamentaria, restringen el alcance del principio electoral. Los poderes del Reichstag son limitados: no tiene iniciativa legal, no puede votar una ley sin el acuerdo del Bundesrat y no puede cambiar un canciller, aunque le sitúe en minoría. Este régimen, que no es ni parlamentario ni democrático, está caracterizado por la dominación de Prusia en el gobierno imperial. El rey de Prusia es emperador, el canciller del imperio, primer ministro prusiano, los diecisiete delegados prusianos del Bundesrat pueden entorpecer cualquier medida que no plazca a su gobierno, del que han recibido mandato imperativo. Nada es posible en el Reich sin el acuerdo de este gobierno, que no es otra cosa sino emanación de un Landtag elegido según el sistema de clases. […] Prusia es un bastión de la aristocracia guerrera de los junkers” (Broué, Pierre, Revolución en Alemania, Tomo 1, edición digital de Germinal, s/f, p. 8, consultado el 5/3/2017 en: http://grupgerminal.org/?q=system/files/revolucion_en_alemania.pdf).
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Durante los primeros meses del año, las masas salen a las calles exigiendo la reforma del sistema electoral20, mientras en respuesta a los ataques patronales se produce una oleada de huelgas como no se veía desde 190521, año de la primera Revolución rusa. Luego de dos meses de desarrollo ascendente del proceso22, a principios de marzo las movilizaciones dan un salto. Entre ciento cincuenta y doscientos mil personas marchan en Berlín. Los conservadores y el Partido de Centro católico (Zentrum) acusan –sin fundamentos serios– a la socialdemocracia de pretender desatar una insurrección23. Es en este marco, a pocos días de la movilización en Berlín, que Rosa Luxemburgo lanza el artículo que iniciará el debate con Kautsky. Su título, muy significativo, era: “¿Y después qué?”. El planteo de Luxemburgo era que el movimiento venía en ascenso, pero sin perspectivas claras para su desarrollo. Las movilizaciones organizadas por la
20 El 4 de febrero, el nuevo canciller, Theobald von Bethmann Hollweg, publica el esperado proyecto de ley de reforma electoral. Contra todas las expectativas de los partidos y de las masas, la reforma propuesta no hacía más que consolidar el régimen electoral imperante. 21 En 1905 los huelguistas habían ascendido a poco más de 500 000, en 1910 fueron 370 000, triplicando los del año anterior. Gran parte de las huelgas estuvieron concentradas en los primeros meses del año. Sin embargo, no se trataba solo del espíritu combativo de los trabajadores: la respuesta patronal eran lock-outs generalizados (las estadísticas de gastos por lock-out de los sindicatos duplicaron las cifras del año 1906). Uno de los principales conflictos individuales de la preguerra fue ese mismo año en la construcción, en el que estuvieron implicados 175 000 trabajadores (ver Schorske, Carl, German Social Democracy 1905-1917. The development of the Great Schism, Cambridge, Harvard University Press, 1955, p. 180 y ss.). 22 La socialdemocracia realiza una enorme agitación. Fue uno de los períodos más prolongados de agitación política activa que había protagonizado. Durante los meses que van entre febrero y abril, impulsa asambleas y movilizaciones en las calles, no solo en Prusia sino en toda Alemania. El 13 de febrero organiza movilizaciones simultáneas en todas las ciudades de Prusia. En varias ciudades del país se producen enfrentamientos con la policía y, a finales de febrero, en una movilización de masas contra la represión se suceden nuevos enfrentamientos. 23 Un elemento significativo de esta movilización fue que, luego de ser prohibida por la policía, la dirección socialdemócrata mantuvo el llamado –se convocaba como “paseo por el sufragio” en el parque Treptower–. La policía se apostó para reprimir allí; sin embargo, la movilización de decenas de miles “apareció” en otro lugar, en el Tiergarten. La policía no se había enterado del cambio de lugar de convocatoria que el partido realizó en secreto valiéndose de su estructura de cuadros. Este incidente motivó una amplia campaña de los conservadores y el Zentrum católico. Magnificaban el elemento “conspirativo” de la organización de la marcha para agitar que la socialdemocracia estaba aprovechando la campaña por la reforma electoral para ensayar los métodos que le servirían para una insurrección. Claro que esto no era lo que estaba sucediendo, pero daba cuenta de la creciente polarización de la situación (cfr. Schorske, Carl, ob. cit., p. 179).
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socialdemocracia habían sido útiles en los inicios del movimiento, pero paralelamente un importante proceso huelguístico se desarrollaba sin el impulso de la dirección del partido ni de los sindicatos –que simplemente lo “toleraban”–. Ella sostenía que el partido debía decidir si le iba a dar al movimiento aquel rumbo estratégico o iba a quedar rezagado ante los acontecimientos. Dárselo significaba ligar políticamente las movilizaciones por la reforma electoral con el proceso de huelgas contra la crisis. Para las masas ambos estaban vinculados, pero para la dirección del partido y de los sindicatos eran dos procesos paralelos. La socialdemocracia debía unificarlos detrás de un programa transicional contra el Estado capitalista-junker y desarrollar una amplia agitación por la huelga general política. Kautsky se opone a esta orientación, y por primera vez los dos representantes de la “ortodoxia” cruzan lanzas públicamente sobre la política de conjunto del partido. Sin embargo, lo que en Luxemburgo comienza como una discusión sobre la táctica para intervenir en los acontecimientos, Kautsky lo reformula en términos de estrategia. La moderna ciencia de la guerra diferencia dos tipos de estrategia, la estrategia de derrocamiento y la estrategia de desgaste. La primera reúne sus fuerzas de combate rápidamente, para ir al encuentro del enemigo y asestarle golpes decisivos, en los que lo derrota y lo incapacita para la lucha. En la estrategia de desgaste, por el contrario, su jefe evita todo combate decisivo: busca mantener al ejército enemigo en una constante alerta por medio de maniobras de todo tipo, sin darle oportunidad de estimular a sus tropas a través de triunfos; tiende a desgastarlas progresivamente por medio del hostigamiento y de amenazas constantes, disminuyendo cada vez más su capacidad de resistencia hasta llegar a paralizarlas24.
Esta distinción –que toma de Hans Delbrück– le sirve a Kautsky para recomendar una “estrategia de desgaste”. No rechazaba explícitamente (aún) la necesidad de tomar en forma revolucionaria el poder y seguía sosteniendo que la estrategia de desgaste debía concluir en un “combate definitorio” en el futuro25. Sin embargo, la consecuencia concreta era que el partido debía adoptar una actitud cauta respecto al movimiento sin 24 Kautsky, Karl, “¿Y ahora qué?”, en Parvus, Alexander; Mehring, Franz; Luxemburgo, Rosa y otros, Debate sobre la huelga de masas, Primera parte, Buenos Aires, Pasado y Presente, 1975, pp. 133-134. 25 “La estrategia de desgaste de los romanos frente a Aníbal –dice Kautsky– no los libró de la necesidad de dar finalmente al jefe de los cartagineses el combate definitorio de Zama” (ibídem, p. 136). La batalla de Zama marcó el final de la segunda Guerra Púnica.
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pretender impulsarlo más allá de las manifestaciones pacíficas, apostando a la táctica electoral –a pesar de que faltaban casi dos años para las próximas elecciones– y así lograr, según él, mejores condiciones para la pelea definitiva contra el régimen. En su respuesta, Rosa Luxemburgo pone el debate en los siguientes términos: Como el camarada Kautsky opone la huelga de masas así concebida [con una contraposición artificial] con nuestra vieja y probada táctica del parlamentarismo, en realidad lo único que hace es recomendar por ahora y para la situación actual nada más que parlamentarismo […] En los hechos, el camarada Kautsky –este es el pilar fundamental de la estrategia de desgaste– nos remite con insistencia a las próximas elecciones para el Reichstag 26.
Kautsky se consideraba a sí mismo lejos de recomendar “nada más que parlamentarismo” y veía en los planteos de Luxemburgo una subestimación de la pelea electoral: “En las condiciones políticas que están dadas –dice Kautsky– no hay ningún medio, salvo una huelga de masas triunfante [posibilidad que descartaba, N. de R.], que tenga un efecto moral tan grande como un gran triunfo electoral”27. Ambos hacían referencia aquí a las próximas elecciones, que se realizarán finalmente a principios de 1912. Las crisis económica y política avizoraban enormes perspectivas electorales para la socialdemocracia (principal partido de oposición del Segundo Reich). Rosa compartía con Kautsky esta caracterización, pero se negaba tajantemente a contraponer las posibilidades electorales a la necesidad de impulsar el movimiento que se estaba desarrollando en la lucha de clases. La disyuntiva política de la socialdemocracia estaba planteada en el debate. Sin embargo, sus raíces iban mucho más allá de la coyuntura; en este sentido, Kautsky –voluntaria o involuntariamente– había acertado en plantearlas en términos estratégicos.
26 Luxemburgo, Rosa, “¿Desgaste o lucha?” en Parvus, Alexander; Mehring, Franz; Luxemburgo, Rosa y otros, Debate sobre la huelga de masas, Primera parte, ob. cit., p. 173. 27 Kautsky, Karl, “Una nueva estrategia”, en Parvus, Alexander; Mehring, Franz; Luxemburgo, Rosa y otros, Debate sobre la huelga de masas, Primera parte, ob. cit., pp. 224-225.
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“La guerra es un camaleón”28
En su trabajo “‘The New Era of War and Revolution’: Lenin, Kautsky, Hegel and the Outbreak of World War I”, el académico marxista Lars Lih aborda el debate sobre las estrategias “de desgaste” y “de derrocamiento”. Según él, al igual que Lenin, Kautsky también argumentó que la situación revolucionaria que se avecinaba en el futuro muy cercano [en Alemania] requeriría un cambio radical de táctica. Este fue el punto –ampliamente incomprendido hoy– que intentaba explicar en 1910 con su famosa distinción entre una “estrategia de desgaste” y una “estrategia de derrocamiento”29.
Nuestro autor se basa en la opinión de Lenin sobre aquel debate, expresada en una carta al socialdemócrata polaco Julian Marchlewski, según la cual entre Rosa y Kautsky había una polarización artificial. Esta, según Lenin, era aprovechada por los mencheviques “liquidacionistas”30 rusos para presentar al propio Kautsky como parte de sus filas y revestirse de su autoridad31. Sin embargo, a diferencia del planteo de Lih, Lenin nunca consideró el esquema de las dos estrategias como una “teoría”, más bien lo tomó como una elaboración coyuntural y meramente polémica32 (es claro que por aquellos años no se trataba de ningún reparo especial contra Kautsky, a quien seguía considerando su referente ideológico). La pregunta es por qué. Veamos.
28 Los subtítulos del presente capítulo se corresponden con expresiones utilizadas por Clausewitz en De la guerra, como por ejemplo: “la guerra es un camaleón”, “extraña trinidad”, “suspensión de la acción”, “falsa dirección de la guerra”, “genio guerrero”, “virtud guerrera”, entre otras. La mayoría de ellas se encuentran desarrolladas conceptualmente en su obra en el Libro I, “Sobre la naturaleza de la guerra”, y el Libro III, “De la estrategia en general”. 29 Lih, Lars, ob. cit., p. 376. 30 Sobre los mencheviques “liquidacionistas”, ver más adelante en este mismo capítulo. 31 “Todos los mencheviques –dice Lenin– (especialmente en Nasha Zariá, Vozrozhdeniye y Zhizn) tomaron la disputa de Rosa Luxemburgo con Kautsky para declarar que K. Kautsky sería un ‘menchevique’” (“Carta a Julian Marchlewski”, Marxists Internet Archive, 2005, consultado el 5/3/2017 en: http://www.marxists.org/archive/lenin/ works/1910/oct/07jm.htm). 32 Prueba de ello es que, a diferencia de muchas otras teorizaciones de Kautsky, Lenin nunca utilizó aquella distinción entre “estrategia de desgaste” y “de derrocamiento”, más allá de usos polémicos como el que le dio ese mismo año de 1910, defendiendo contra Mártov la “estrategia de derrocamiento” en el balance de la Revolución rusa de 1905.
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Según Lih, lo “incomprendido” hasta hoy es que: Kautsky explicaba que la estrategia de “desgaste” (la habitual práctica del Partido Socialdemócrata de Alemania de enérgica educación socialista y organización) era apropiada para una situación normal, no revolucionaria, mientras que la de “derrocamiento” (huelgas políticas de masas y otros medios no parlamentarios de presión33) era conveniente para una situación verdaderamente revolucionaria34.
De esta forma, Lih reconstruye a partir de la elaboración de Kautsky un esquema según el cual dos estrategias (“desgaste” y “derrocamiento”), con sus respectivos métodos (“educación-organización”, por un lado, y “lucha física”, por el otro), corresponden a dos tipos de situaciones (“no revolucionaria” y “verdaderamente revolucionaria”). Un planteo como este, de más está decir, no correspondía a los desarrollos originales de Delbrück, quien consideraba las estrategias de desgaste y de derrocamiento como “dos polos” del arte de la estrategia, nunca tan mecánicamente diferenciados35. Pero por sobre todo, una fórmula binaria de aquel tipo estaba lejos de ser útil para orientarse en una realidad que era mucho más compleja y dinámica. Clausewitz sostenía que la guerra es “un verdadero camaleón”36. Esta era una de las principales conclusiones de su estudio histórico comparativo (especialmente entre las guerras del siglo XVIII y las del siglo XIX). La guerra cambia permanentemente y adapta su apariencia a las 33 Efectivamente, esta es una interpretación que se atiene bastante al desarrollo de Kautsky, con la sola salvedad de que, a diferencia de Lih, el Kautsky de 1910 no consideraba a las huelgas políticas de masas y, menos aún, a la “estrategia de derrocamiento” de conjunto como “medios no parlamentarios de presión”, sino como lucha violenta y abierta por el poder. Como señala Perry Anderson: “Formalmente, Kautsky no negaba que en ‘la batalla final’ de la lucha de clases, también en Occidente sería necesaria una transición a una estrategia de derrocamiento” (Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, ob. cit., p. 105). La visión de Lih se corresponde a la evolución de Kautsky posterior a la Revolución rusa, cuando combatió abiertamente la estrategia revolucionaria de los bolcheviques. 34 Lih, Lars, ob. cit., p. 376. 35 Hans Delbrück, autor original del esquema de las dos estrategias, establece múltiples ejemplos de estrategias “bipolares”. Entre ellos dos fundamentales en la historia militar: Aníbal Barca y Federico el Grande. Dice: “la estrategia de Aníbal se dirigió a forzar a Roma, por medio de golpes lo más fuertes posibles, la pérdida de sus aliados y la destrucción de sus campos. Su estrategia era, por consiguiente, bipolar, igual que la de Federico, pero nunca estableció como objetivo la completa sujeción militar del enemigo como lo hicieron Alejandro y Napoleón” (Delbrück, Hans, History of the art of war, Tomo 1, Lincoln, University of Nebraska Press, 1990, p. 362). 36 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 54.
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más variadas condiciones sociopolíticas en las que se desarrolla. Si esto es cierto a nivel de épocas históricas, también lo es respecto a los casos concretos, que pueden ir desde aquellos donde la guerra parece una especie de “observación armada” hasta los enfrentamientos totales de “la guerra absoluta”. En el caso de una estrategia revolucionaria, esto también es cierto, tanto en lo que refiere a las épocas históricas como a las diferentes situaciones concretas de la lucha de clases en las que un partido debe actuar (de las cuales la guerra civil es solo una). Ninguna dirección política puede orientarse en la realidad con un esquema que distinga simplemente entre “situaciones revolucionarias” y “no revolucionarias”37. Existen situaciones claras de ambos tipos, a las que hay que agregar las situaciones contrarrevolucionarias. Sin embargo, en la nueva época que se abre en el siglo XX, lo distintivo son las situaciones intermedias, transitorias, entre una situación y otra, que combinan elementos de diversos tipos. Es en estas situaciones donde se define, por ejemplo, si una situación prerrevolucionaria avanza en convertirse en revolucionaria o en contrarrevolucionaria38. Desde 1910, momento en que se inicia el debate de estrategias hasta el estallido de la I Guerra Mundial, Alemania atraviesa una situación transitoria de este tipo. De ahí las dificultades para determinar concretamente los límites y las potencialidades de la situación durante el desarrollo mismo de los acontecimientos. Ahora bien, ¿de qué sirve para la estrategia revolucionaria una teoría que solo nos pueda orientar cuando la situación ya está definida para un lado o para el otro?, ¿qué utilidad tiene si solo es capaz de constatar los resultados una vez consumados y recién ahí plantear el cambio
37 Para una definición de los elementos objetivos de una situación revolucionaria, ver Lenin, V. I., “La bancarrota de la II Internacional”, Obras selectas, Tomo 1, ob. cit., p. 427. Para una definición comprensiva de los elementos objetivos y subjetivos, ver Trotsky, León, “¿Qué es una situación revolucionaria?”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 2, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2000. 38 “La oposición absoluta entre una situación revolucionaria y una situación no revolucionaria –señala Trotsky– es un ejemplo clásico de pensamiento metafísico […] En el proceso histórico, se encuentran situaciones estables, absolutamente no revolucionarias. Se encuentran también situaciones notoriamente revolucionarias. Hay también situaciones contrarrevolucionarias (¡no hay que olvidarlo!). Pero lo que existe sobre todo, en nuestra época de capitalismo en putrefacción, son situaciones intermedias, transitorias: entre una situación no revolucionaria y una situación prerrevolucionaria, entre una situación prerrevolucionaria y una situación revolucionaria o... contrarrevolucionaria. Son precisamente estos estados transitorios los que tienen una importancia decisiva desde el punto de vista de la estrategia política” (Trotsky, León, ¿Adónde va Francia? / Diario del exilio, ob. cit., p. 83).
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de unos métodos por otros (en el esquema de Kautsky: el pasaje de la “educación y organización” a la “lucha física”)? La respuesta no puede ser otra: poco y nada. Entonces, ¿qué tipo de teoría sería capaz de colaborar efectivamente con el trabajo de la estrategia? Un problema parecido obsesionó a Clausewitz hasta el final de su vida. Por un lado, era consciente de que la teoría no podía acompañar al general al campo de batalla; no existe un “manual de procedimientos” para ganar una guerra, como pretendían algunos teóricos de su tiempo. Sin embargo, contra los que sostenían que no podía haber ninguna teoría de la guerra (porque en ella priman las pasiones y el azar), planteaba que era posible extraer de la experiencia pasada valiosas conclusiones (generalizaciones) para no tener que pensar todo de nuevo en cada enfrentamiento concreto. Es decir, la guerra no puede ser comprendida ni como pura planificación y cálculo ni como puro odio y azar. La crítica de Luxemburgo a Kautsky se orienta en este mismo sentido cuando señala: “la tarea del Partido Socialdemócrata y de su dirección no consiste ni en el fraguado secreto de ‘grandes planes’ ni en la ‘espera’ de hechos elementales”39. ¿Cómo abordar teóricamente el problema, entonces? En este camino, Clausewitz distinguió, debajo de las variadas manifestaciones concretas que hacían de la guerra un camaleón, tres elementos constitutivos de toda guerra: “el odio y la enemistad” como “ciego impulso de la naturaleza”, “el juego de probabilidades y el azar”, que hace necesario el cálculo estratégico, y la política, de la cual la guerra no es más que un instrumento40. Cada uno de estos tres elementos es “más bien propio” de tres “sujetos”, respectivamente: del pueblo, del ejército y los generales, y del gobierno41. A esta combinación de elementos que subyace detrás de las diferentes formas concretas que adquiere la guerra Clausewitz la llamó la “extraña trinidad” (wunderliche Dreifaltigkeit). A pesar de sus enormes diferencias, que luego abordaremos, se puede establecer un paralelo entre esta “extraña trinidad” y la relación 39 Luxemburgo, Rosa, “La teoría y la praxis”, en Parvus, Alexander; Mehring, Franz; Luxemburgo, Rosa y otros, Debate sobre la huelga de masas, Primera parte, ob. cit., p. 270. 40 De esta forma, y a pesar de sus combinaciones en cada caso concreto, el autor de De la guerra marcaba la confluencia de factores racionales e irracionales en la guerra. Es decir, no era un fenómeno irracional imposible de teorizar, como sostenía Berenhort, y tampoco un fenómeno racional susceptible hasta de ser esquematizado, como sostenía Bülow. Entre ambos extremos, Clausewitz será quien sintetice una visión comprensiva de ambos elementos y quien utilice la experiencia de la historia militar para eludir tanto el dogmatismo como el escepticismo (ver Creveld, Martin van, The art of war: war and military thought, New York, Smithsonian Books, 2005, p. 107). 41 Cfr. Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 54.
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que existe en el marxismo entre la clase obrera, el partido revolucionario y su dirección. Sobre todo en lo que respecta a una definición fundamental que señalara Clausewitz: La teoría que descuidara una de [aquellas tres “tendencias”] o que las quisiera ligar por arbitrarias relaciones, se pondría instantáneamente en tal oposición con la realidad que tal causa bastaría para anularla. El problema consiste en mantener a la teoría suspendida entre estas tres tendencias como entre focos de atracción42.
Es decir, la necesidad de integrar en el análisis de situaciones no solo el impulso espontáneo o semiespontáneo de las masas, como si fuera un dato aislado, sino la interacción de este elemento con la acción del partido y la orientación política de su dirección. Mucho más cercano a estos términos, el planteo de Luxemburgo en 1910, a diferencia del de Kautsky, no se centra en una definición cerrada de la situación general y de la relación de fuerzas en abstracto, sino en la relación entre la acción del partido y la acción de las masas (oleada de huelgas y movilizaciones contra el régimen electoral) como elementos definitorios de la situación. En el mismo sentido y paralelamente, Lenin polemiza con Mártov en 1910 cuando este pretende trasladar la “estrategia de desgaste” de Kautsky al balance del período 1905-1907 en Rusia. Mártov sostenía que “el intento de aunar la lucha por la libertad política con la lucha económica […] a pesar de la opinión de la camarada Rosa Luxemburgo, […] no reveló el lado fuerte del movimiento sino su lado débil”43. Frente a esto, Lenin defiende la disposición activa de los bolcheviques, vinculando la lucha política y económica no solo en 1905, sino durante los dos años posteriores, donde la situación va transformándose de revolucionaria a contrarrevolucionaria. Frente al planteo de Mártov, Lenin se pregunta: “¿Significa esto que las huelgas económicas de 1906-1907 fueron ‘insensatas’ y ‘extemporáneas’, que fueron ‘el lado débil del movimiento’? No”44. Y agrega: … si el proletariado no hubiera sido capaz de levantarse por lo menos dos veces para un nuevo ataque contra el enemigo (un cuarto de millón de personas involucradas en huelgas políticas solo en el segundo trimestre de 1906 y
42 Ídem. 43 Lenin, V. I., “El sentido histórico de la lucha interna del partido en Rusia”, Obras completas, Tomo XVI, Madrid, Akal, 1977, p. 385. 44 Ibídem, p. 386.
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también 1907), la derrota habría sido entonces aún más grave […] Este es el significado de la lucha revolucionaria de las masas que Mártov no comprende en absoluto45.
Mientras que en el esquema de Kautsky la situación (revolucionaria o no revolucionaria) aparece como un dato puramente objetivo por fuera de la incidencia de la actividad del partido y su relación con la acción de las masas, tanto para Rosa como para Lenin se trata de situaciones que se van configurando como tales en la lucha misma, a través de sus resultados, para los cuales es determinante la intervención activa (o no) del partido y su dirección, así como la fuerza que este es capaz de articular (o no). Ya sea, por ejemplo, en una situación intermedia que va de prerrevolucionaria a revolucionaria (Rosa para Alemania en 1910) o de revolucionaria a contrarrevolucionaria (Lenin para Rusia en 1906-1907). El “significado de la lucha revolucionaria” que Lenin defendía contra Mártov estaba mucho más cerca del abordaje de Luxemburgo que del esquema de Kautsky. ¿Por qué entonces la posición del dirigente bolchevique era equidistante de ambos? Esto nos lleva a adentrarnos más profundamente en aquella “extraña trinidad” y el significado histórico de estos debates en el marxismo revolucionario de principios del siglo XX. La “extraña trinidad”
Retomando los planteos de Lars Lih, decíamos que su abordaje del debate de estrategias es parte de un proyecto más amplio de “reinterpretación” de la relación entre Lenin y Kautsky. Uno de sus puntos centrales –y más audaces, por cierto– es el intento de demostrar que Lenin no desarrolla un “nuevo tipo de partido”, un “partido de vanguardia” diferente a la socialdemocracia alemana de principios del siglo XX, sino que se limitó a traducir su ejemplo a las condiciones rusas46. Para fundamentar esta tesis, en su libro Lenin Rediscovered. “What Is to Be Done?” In Context47, realiza un documentado repaso por los debates de comienzos del siglo XX en el marxismo que enmarcan la elaboración del ¿Qué hacer? Su punto de partida es que el joven Lenin “era un activista revolucionario ruso inspirado por el poderoso Partido Socialdemócrata
45 Ídem. 46 Cfr. Lih, Lars, Lenin Rediscovered. “What Is to Be Done?” In Context, Chicago, Haymarket Books, 2008, p. 31. 47 En 2010, la revista Historical Materialism le ha dedicado un dossier especial a la polémica sobre este libro de Lars Lih: Historical Materialism, vol. 3, N.° 18, 2010, pp. 25 y ss.
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de Alemania y determinado a importar tanto de aquel modelo como fuera posible, bajo las condiciones muy diferentes de la Rusia autocrática”48. Los desarrollos de Lenin en el ¿Qué hacer? de 1902 expresan una síntesis de la labor del periódico ruso clandestino Iskra que, efectivamente –y este es uno de los aspectos más interesantes del análisis de Lih–, estaba inspirado en la experiencia del Sozialdemokrat, editado en la clandestinidad en la década de 1880 por la socialdemocracia alemana durante la vigencia de las leyes antisocialistas. El propio Kautsky, con veinticinco años de edad, sería uno de sus editores (junto con Bernstein) desde el exilio en Suiza49. Sin embargo, la conclusión de Lih va mucho más allá: A medida que nos planteamos la tarea de redescubrir la perspectiva real de Lenin, los términos “partido de un nuevo tipo” y “partido de vanguardia” son realmente útiles, pero solo si se aplican tanto al Partido Socialdemócrata de Alemania como a los bolcheviques50.
La “prueba” de esta identificación pasa para Lih por demostrar la ascendencia ideológica de Kautsky sobre Lenin hasta la I Guerra Mundial y posteriormente, a pesar de la ruptura política de ambos en 1914. En este punto nuestro autor realiza una transpolación por encima de la historia. Lejos de existir, como señala Lih, un “modelo SPD” (por el Partido Socialdemócrata de Alemania, SPD según sus siglas en alemán) que iría desde las últimas décadas del siglo XIX hasta 1914, su configuración definitiva, como desarrollaremos, estuvo atravesada por toda una serie de fenómenos históricos novedosos. Otro tanto sucede con la relación entre el supuesto “modelo SPD” y la teoría de Kautsky que, como veremos, fue cambiando al calor de aquellas transformaciones en el partido51. Ahora bien, ¿por qué si tanto Kautsky como Lenin tienen como punto de partida una concepción similar de partido terminan en
48 Lih, Lars, Lenin Rediscovered. “What Is to Be Done?” In Context, ob. cit., p. 3. 49 “El periódico [Iskra] fue impreso primero en Zúrich y más tarde en Londres e introducido ilegalmente a Rusia por una variedad de medios. Parte de la mística de Iskra provenía de las valijas de doble fondo, de los pasaportes falsos, de la tinta que desaparece, de los desgarradores fracasos y de los alegres éxitos que formaban parte de la distribución de Iskra. Como el “periódico rojo” de Sozialdemokrat durante las leyes antisocialistas en Alemania, Iskra se burló del gobierno zarista simplemente por su existencia” (ibídem, p. 164). 50 Ibídem, p. 556. 51 De ahí que las “pruebas” esgrimidas por Lars Lih (apropiación por parte de Lenin de varias elaboraciones de Kautsky) no sean capaces de demostrar su hipótesis (misma concepción de partido en Lenin y Kautsky inspirada en un “modelo SPD”).
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posiciones opuestas? O mejor dicho, ¿cuáles son las respuestas diferentes que da cada uno frente a las condiciones históricas de su tiempo que determinan su evolución divergente? Y retomando nuestra pregunta del apartado anterior: ¿cuáles de aquellas respuestas marcan la distancia entre Lenin y Rosa Luxemburgo, y cuáles su convergencia? Para responder estas preguntas retomaremos aquella “extraña trinidad”, que teorizaba Clausewitz, y sus similitudes y diferencias con la “trinidad” entre clase, partido y dirección. Como veíamos, el general prusiano distinguía una relación variable entre tres “tendencias” presentes en toda guerra debajo de sus diferentes manifestaciones concretas: el odio o impulso elemental (asociado preferentemente al sujeto “pueblo”), el cálculo de probabilidades (ligado al ejército y los generales) y la política (vinculada al gobierno). Comentaristas de Clausewitz –que podríamos llamar “anticlausewitzianos”– sostienen que la trinidad52 no sirve para comprender aquello que (muchas veces en forma arbitraria) se engloba bajo el término “guerras irregulares”, donde entrarían los movimientos revolucionarios; sobre todo porque las formaciones irregulares no tienen a su frente al gobierno de un Estado nacional53. A la inversa, entre los “clausewitzianos” se ha sostenido que la trinidad … no representa una rígida descripción sociológica de la guerra en la realidad […] El concepto de Clausewitz de la subordinación de la guerra a la política, por ejemplo, es aplicable a cualquier entidad política, que establece metas y posee medios violentos a emplear para alcanzar sus objetivos54.
52 La fórmula trinitaria ha sido, especialmente en las últimas décadas, una piedra de toque de la división entre “clausewitzianos” y “anticlausewitzianos”. Sobre estos debates ver especialmente: Waldman, Thomas, War, Clausewitz, and the Trinity, London, Routledge, 2016. 53 Dentro de los que cuestionan la vigencia de la teoría del general prusiano basándose en los profundos cambios habidos en el contexto social, político y económico desde que fuera formulada, nos referimos sobre todo a aquellos que como Martin van Creveld en The Transformation of War (Nueva York, Free Press, 1991) sostienen que la trinidad no puede dar cuenta de los conflictos actuales; de aquello que las doctrinas militares engloban, en términos de “guerras irregulares”, “insurgencia”, “terrorismo”, etc. Para estos autores, “Estado”, “política” y “racionalidad” conformarían en el pensamiento de Clausewitz un bloque indivisible. Por lo tanto, en los últimos años, dado que priman las “guerras irregulares”, la trinidad no sirve para dar cuenta de los conflictos contemporáneos, ya que no es posible analizar estas guerras desde el punto de vista del enfrentamiento entre fuerzas regulares o Estados con “racionalidad política”. 54 Waldman, Thomas, War, Clausewitz, and the Trinity, ob. cit., p 350.
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En este sentido, se ha propuesto la utilización de conceptos más inclusivos en vez de los de “pueblo”, “ejército” y “gobierno”, utilizar respectivamente “base popular”, “luchadores” y “liderazgo”55, entre otras reformulaciones56. Este último camino nos permite continuar con nuestra analogía, a condición de establecer las diferencias entre los “sujetos” históricos de los que estamos hablando57. La primera de ellas, en este punto, es que la existencia de una dirección revolucionaria no es un dato preestablecido como puede serlo la existencia de un “gobierno” en una guerra interestatal. Para existir como tal debe abrirse paso en el curso de la lucha de clases (sea esta del nivel que fuera) y en medio de las fricciones entre las diferentes tendencias de la propia clase58. Es decir, no surge como simple reflejo de la clase obrera o producto de la lucha espontánea. Desde este punto de vista, no es llamativo que tanto Lenin como Kautsky coincidieran en la fórmula de “fusión entre el socialismo y el movimiento obrero” como objetivo estratégico, algo que señala correctamente Lih59. Sin embargo, como mencionábamos antes, en estrategia “todo es sencillo pero no es fácil”. Una cuestión es cómo surge una dirección (ganándose el derecho a la existencia) y otra es cómo esta se relaciona con la clase una vez que ha surgido. Tan pronto como emerge una dirección revolucionaria (y en tanto lo hace), esta se eleva inevitablemente por encima de la clase. Como consecuencia de ello, la dirección se arriesga a sufrir la presión y la influencia de las demás clases, tanto de la pequeñoburguesía como de la burguesía misma60. Aquí es donde comienzan toda una serie de problemas decisivos y el distanciamiento progresivo de caminos entre el SPD y los 55 Bassford, Christopher, “The Primacy of Policy and the ‘Trinity’ in Clausewitz’s Mature Thought”, en Strachan, Hew y Herberg-Rothe, Andreas (eds.), Clausewitz in the Twenty-First Century, Oxford, Oxford University Press, 2007, p. 82. 56 Por su lado, Gow ha propuesto los de “comunidad política”, “fuerza armada” y “liderazgo político” (Gow, James, “The New Clausewitz? War, Force, Art and Utility - Rupert Smith on 21st Century Strategy, Operations and Tactics in a Comprehensive Context”, The Journal of Strategic Studies, Vol. 29, N.° 6, diciembre 2006, p. 1168). 57 A favor de esta operación, el gobierno y el elemento político en la trinidad en Clausewitz, a diferencia de lo que resaltan los críticos, refiere a un solo actor. En este sentido, el concepto de “política” en la trinidad es asimilable (tomando los términos en inglés) a “policy”, no “politics”; no es un concepto relacional, sino que refiere a la orientación política de un actor particular. 58 Cfr. Trotsky, León, “Clase, partido y dirección: ¿por qué fue derrotado el proletariado español?”, ob. cit. 59 Cfr. Lih, Lars, Lenin Rediscovered. “What Is to Be Done?” in Context, ob. cit., p. 41 y ss. 60 Cfr. Trotsky, León, “Clase, partido y dirección: ¿por qué fue derrotado el proletariado español?”, ob. cit.
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bolcheviques, y más tarde entre Kautsky y Lenin. En este punto es donde comienza a jugar plenamente la “trinidad”. No se trata simplemente de establecer un modelo genérico de partido, como pretende Lih. La teoría, como decíamos, puede colaborar en tanto y en cuanto logre mantenerse “suspendida” entre sus tres tendencias (la actividad de la clase, el cálculo de las probabilidades y la política revolucionaria) como si fueran “polos de atracción”.
PARTE 2 KAUTSKY: LA ESTRATEGIA DE DESGASTE Y EL CAMBIO DE “CENTRO DE GRAVEDAD” ¿Qué era precisamente la estrategia de desgaste para Kautsky? De la Comuna de París dice: … mostró con claridad que los días de la táctica de derrocamiento se habían terminado por el momento […] Pero justamente en ese entonces fueron dados los fundamentos para la nueva estrategia de la clase revolucionaria, que Engels en su introducción al libro de Marx, La lucha de clases en Francia, contrapuso tan netamente a la vieja estrategia revolucionaria, y que bien puede ser calificada de estrategia de desgaste. Hasta ahora nos ha dado los más brillantes resultados brindándole al proletariado de año en año una fuerza creciente, empujándolo cada vez más hacia el centro de la política europea61.
Es decir, la estrategia de desgaste expresaba para Kautsky nada más ni nada menos que la continuidad estratégica de la socialdemocracia desde la época de Engels. ¿Esto era así? La socialdemocracia surge como dirección del movimiento obrero alemán una vez que se impone sobre el resto de las tendencias (derrota del anarquismo, lucha con los lassalleanos y fusión con un sector de ellos62) y conquista su derecho a la existencia (organización legal e ilegal, derrota de las leyes “antisocialistas”63). El revisionismo será la primera 61 Kautsky, Karl, “¿Y ahora qué?”, ob. cit., p. 135. 62 Sobre las relaciones con los lassalleanos ver Bebel, August, “For Union and Unity”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/ archive//bebel/1905/02/unity.htm. 63 Para 1877, luego de la fusión con parte de la corriente lassalleana, la socialdemocracia ya obtenía 493 000 votos, lo que llevó al canciller Otto von Bismarck a impulsar la
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expresión teórico-política acabada de la influencia que la pequeñoburguesía liberal-democrática venía ejerciendo sobre la “nueva” dirección. En términos de estrategia, uno de los documentos fundamentales en el debate será aquella introducción de Engels a la que refiere Kautsky como precursora de la “estrategia de desgaste”, cuyos avatares constituyen toda una metáfora de la evolución del SPD. Para eludir la censura estatal, la “Introducción” había sido adulterada por Wilhelm Liebknecht previamente a su publicación, haciendo caso omiso a las protestas de Engels, quien se quejaba de que el texto se había publicado “truncado de tal manera que yo aparezco en él como un adorador pacífico de la legalidad”64. Pocos meses después Engels muere y el asunto queda sin resolución65. La adulteración estaba centrada en la parte referida a la estrategia para la toma del poder. De los planteos de Engels sobre el combate físico en la revolución solo quedó la idea66 de que “la rebelión al viejo estilo, la lucha en las calles con barricadas, que hasta 1848 había sido la decisiva en todas partes, estaba considerablemente anticuada”67. Sin embargo, en la parte omitida, continuaba:
prohibición del partido. En 1878 logra imponerla; la ley prohibía sus periódicos, sus reuniones, y fue la base para una fuerte represión (algunos líderes fueron presos, otros al exilio), pero tuvo que conceder la posibilidad de que siguieran presentándose a elecciones con candidaturas “independientes”. El periódico Sozialdemokrat, editado en Suiza, cuyos números se introducían clandestinamente a Alemania, fue una pieza central en la reorganización y el desarrollo de la socialdemocracia bajo las leyes de excepción. Para 1884, aunque ilegal, el partido retomó su ascenso electoral: 550 000 votos en 1884, 763 000 en 1887. En 1890 el nuevo káiser (Guillermo II) desplaza a Bismarck, y las leyes “antisocialistas” finalmente caen. Ese mismo año el SPD llega a casi 1 500 000 votos (19,7 %). En esta nueva etapa, comienza a desarrollarse la organización, ahora legal, del partido, con sus periódicos, asociaciones del más diverso tipo y los primeros sindicatos. Paralelamente, continúa su avance electoral, obteniendo el 23 % de los votos en 1893. 64 Engels, Friedrich, carta del 1.º de abril de 1895 a Kautsky, en Marx, Karl y Engels, Friedrich, Collected Works, Vol. 50, Londres, Lawrence & Wishart, 2010, p. 486. 65 La versión original –que contiene solo los recortes admitidos bajo protesta por Engels para evitar la censura– recién fue rescatada por David Riazanov y publicada en 1930. Sobre el tema, ver Ouviña, Hernán, “Reforma y revolución. A propósito del ‘testamento político’ de Engels”, en Thwaites Rey, Mabel (comp.), Estado y Marxismo. Un siglo y medio de debates, Buenos Aires, Prometeo, 2007. 66 Ver D’Amato, Paul, “Marxists and elections”, International Socialist Review N.° 13, agosto-septiembre 2000. 67 Engels, Friedrich, “Introducción de F. Engels a la edición de 1895”, en Marx, Karl, Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/francia/francia1.htm.
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¿Quiere decir esto que en el futuro los combates callejeros no vayan a desempeñar ya papel alguno? Nada de eso. Quiere decir únicamente que, desde 1848, las condiciones se han hecho mucho más desfavorables para los combatientes civiles y mucho más ventajosas para las tropas. Por eso […] deberá emprenderse con fuerzas más considerables. Y estas deberán, indudablemente, como ocurrió en toda la gran revolución francesa, así como el 4 de septiembre y el 31 de octubre de 1870, en París68, preferir el ataque abierto a la táctica pasiva de barricadas69.
El efecto de esta operación fue el que había anticipado el propio Engels: su texto fue interpretado como un llamado al pacifismo70. Fue el fundamento de un cambio de lo que podemos llamar, tomando el concepto de Clausewitz, el “centro de gravedad”71 al que apuntaba la acumulación de fuerzas de la socialdemocracia: de la acción extraparlamentaria a la acción parlamentaria. Como señala el general prusiano, el centro de gravedad refiere al “centro de poder y movimiento, del cual dependerá
68 El 4 de septiembre de 1870, merced a la acción revolucionaria de las masas populares, fue derrocado en Francia el Gobierno de Luis Bonaparte y proclamada la república. El 31 de octubre de 1870 los blanquistas llevaron a cabo una tentativa infructuosa de sublevación contra el Gobierno de la Defensa Nacional. 69 Engels, Friedrich, “Introducción de F. Engels a la edición de 1895”, ob. cit. 70 De esta manera fue absolutizada la recomendación de Engels de no caer en provocaciones que lleven a un enfrentamiento prematuro. Cabe recordar que poco antes de que se publicara la “Introducción”, en diciembre de 1894, el canciller Chlodwig, príncipe de Hohenlohe-Schillingsfürst, había presentado un proyecto de “ley contra actividades subversivas”, con el cual discute implícitamente Engels en su escrito. En este marco es que Engels señala: “nosotros no somos tan locos que nos dejemos arrastrar al combate callejero, para darles gusto, a la postre no tendrán más camino que romper ellos mismos esta legalidad tan fatal para ellos”. Y advierte al régimen: “si ustedes violan la Constitución del Reich, la socialdemocracia queda en libertad y puede hacer y dejar de hacer con respecto a ustedes lo que quiera. Y lo que entonces querrá no es fácil que se le ocurra contárselo a ustedes hoy” (Engels, Friedrich, “Introducción de F. Engels a la edición de 1895”, ob. cit.). 71 El concepto de centro de gravedad, como tantos otros en Clausewitz, tiene relación con la Física de la época. “En la física elemental moderna, que era la condición de las ciencias mecánicas en la época de Clausewitz, un COG [Centro de Gravedad] representa el punto donde las fuerzas de la gravedad convergen dentro de un objeto. También es, generalmente hablando, el punto en el cual la aplicación de fuerza al objeto lo moverá más eficazmente. En otras palabras, no desperdiciamos energía cuando movemos el objeto. Golpeando al COG con bastante fuerza causa que el objeto pierda su balance –o equilibrio– y caiga. Por consiguiente, un COG no es una fuente de fuerza sino un factor de equilibrio” (Echevarría, Antulio J. II, “Enlazando el concepto de Centro de Gravedad”, Air & Space Power Journal Español, primer trimestre 2004, consultado el 5/3/2017 en: http:// www.airpower.au.af.mil/apjinternational/apj-s/2004/1trimes04/echevarria.html).
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todo”, y agregaba: “el golpe concentrado de todas las fuerzas deberá dirigirse contra este centro de gravedad del enemigo”72. En su “Introducción”, Engels señala las virtudes de utilizar el sufragio universal y el parlamento en relación a la acumulación de fuerzas para la lucha extraparlamentaria, en función de emprender la lucha física “con fuerzas más considerables” para un “ataque abierto”. Entre esas virtudes está la posibilidad de usarlo para un “recuento de fuerzas”, para acrecentar “la seguridad en el triunfo de los obreros y el terror de sus adversarios”, para “calcular las proporciones de nuestra acción y precaviéndonos por igual contra la timidez a destiempo y contra la extemporánea temeridad”, y sobre todo “para entrar en contacto con las masas del pueblo allí donde están todavía lejos de nosotros, para obligar a todos los partidos a defender ante el pueblo, frente a nuestros ataques, sus ideas y sus actos”73. El asentamiento de cierta democracia burguesa en Alemania y la renovada presencia de la socialdemocracia en las instituciones legislativas parecieron opacar aquellas virtudes, para mostrar al parlamento como posible nuevo centro de gravedad –de acumulación de fuerzas– para obtener conquistas. La continuidad de la estrategia de la socialdemocracia en la que Kautsky basaba su “estrategia de desgaste” en realidad omitía este desplazamiento, que se fue gestando durante años, especialmente a partir del gran éxito electoral de 1903, cuando el SPD obtiene más de 3 millones de votos y 81 bancas en el Reichstag (muchas menos de las que le hubiese correspondido proporcionalmente a los votos). En aquel entonces ya Bernstein había tomado la iniciativa para proponer un bloque con los liberales y aceptar la posición que le correspondía al SPD en el Presidium del Reichstag, aunque para ello tuviesen que ir a la corte a rendir homenaje al káiser, pero fue derrotado. El otro factor decisivo que presiona a este cambio de “centro de gravedad” de la socialdemocracia es el proceso de burocratización de los sindicatos. El año en que muere Engels (1895) los sindicatos socialdemócratas no llegaban a los 300 000 miembros y todavía competían en número de afiliados con los sindicatos liberales y católicos (contrastando con el peso electoral del SPD de 1 500 000 de votos que representaban el 19,7 %). En 1900 ya los habían dejado atrás, sus afiliados sindicales pasaban a 600 000 y en 1904, superaban el millón. Sin embargo, este aumento vertiginoso, que continuará casi en forma ininterrumpida hasta 1914, coincidirá con el fin de la “Gran Depresión” (iniciada en 1871) y el comienzo de una década de bonanza capitalista 72 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Buenos Aires, Solar, 1983, p. 556. 73 Engels, Friedrich, “Introducción de F. Engels a la edición de 1895”, ob. cit.
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centrada en Europa, motorizada por la expoliación colonial que configurará la apertura de la nueva época imperialista74. En el marco de este tipo de desarrollo y una baja lucha de clases surgirá un nuevo actor, hasta entonces desconocido en la escala que adquirió: la burocracia obrera; una capa privilegiada situada en la cúspide de los sectores más acomodados del movimiento obrero. Poco tardará en reclamar su independencia respecto al partido, lo que se conoció como la teoría de la “neutralidad” de los sindicatos, mediante la cual se impugnaba la injerencia política del SPD en ellos. La actividad de la socialdemocracia en el movimiento obrero se fue transformando en territorio soberano de los dirigentes sindicales. De esta forma, la burocracia se convertiría en un obstáculo adicional entre el partido y el movimiento obrero; entre la socialdemocracia y lo que originalmente era su centro de gravedad en la lucha de clases extraparlamentaria. Tanto Rosa Luxemburgo como Kautsky, cada uno a su modo, combatieron tanto las tendencias de Bernstein y los oportunistas al acuerdo con los liberales, como la “neutralidad” de los sindicatos que pretendía la burocracia sindical encabezada por Carl Legien. Aquel bloque es el que de hecho se rompe en 1910 en torno al debate de las dos estrategias. Sin embargo, desde antes de esta ruptura Luxemburgo será la primera en combatir contra el efecto más profundo de ambas tendencias: el paulatino cambio del centro de gravedad de la actividad del partido hacia el parlamento (y no la intervención parlamentaria o electoral en sí, como vulgarmente se sostiene). De aquí las discontinuidades y continuidades que encerraba realmente la nueva formulación de Kautsky en 1910 acerca de la “estrategia de desgaste”. La “suspensión de la acción” y la “falsa dirección de la guerra”
Uno de los grandes límites del análisis de Lars Lih en su intento de extraer un “modelo” de partido del SPD es que, llamativamente, parece ignorar las críticas elaboradas por Rosa Luxemburgo. Fue ella, junto con Trotsky75, quien vio más tempranamente el fenómeno de la burocracia 74 Ver Lenin, V. I., “El imperialismo, etapa superior del capitalismo”, ob. cit. 75 Trotsky dice en 1906: “Los partidos socialistas europeos, especialmente el más grande entre ellos, el alemán, han desarrollado un conservadurismo propio, que es tanto más grande cuanto mayores son las masas abarcadas por el socialismo y cuanto más alto es el grado de organización y la disciplina de estas masas. Consecuentemente, la socialdemocracia, como organización, personificando la experiencia política del proletariado, puede llegar a ser, en un momento determinado, un obstáculo directo en el camino de la disputa abierta entre los obreros y la reacción burguesa” (Trotsky, León, “Resultados
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que atravesaba a la socialdemocracia. En 1906, ella señala cómo, de la separación entre la burocracia de los sindicatos y el partido, … surgió la situación tan peculiar de que este mismo movimiento sindical que, por abajo, para la gran masa proletaria, constituye un todo único con la socialdemocracia, se rompe abiertamente por arriba, en la superestructura administrativa, y se establece como una gran potencia independiente. Con ello el movimiento obrero alemán asume la forma peculiar de una doble pirámide, cuya base y cuerpo consisten en una sola masa sólida, pero cuyas puntas se encuentran bien separadas76.
El año 1905 pondrá a prueba a la dirigencia socialdemócrata de los sindicatos. La Revolución rusa de ese año, ligada al empeoramiento relativo de la situación económica, conmocionó el panorama atemperado de la lucha de clase en Alemania. El cuestionamiento al régimen encabezado por el káiser Guillermo II y la lucha por la reforma electoral aparecieron con fuerza en el Segundo Reich y, con flujos y reflujos, se mantendrían como contantes hasta la caída del Imperio. Al mismo tiempo, el movimiento obrero protagonizaba la oleada huelguística más importante de todo el período de preguerra, con la participación de más de 500 000 trabajadores, cuyo centro fue la huelga combativa de 200 000 mineros (sindicalizados y no sindicalizados77) de la cuenca del Ruhr. En esta situación la dirigencia sindical socialdemócrata mostraría abiertamente su carácter. En primer lugar, logrando levantar la huelga minera sin que obtuviese sus reivindicaciones, contra la voluntad de la base (a partir de promesas del gobierno que no se cumplieron78), lo que y perspectivas”, La Teoría de la Revolución Permanente, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2000, pp. 124-125). 76 Luxemburgo, Rosa, “Huelga de masas, partido y sindicatos”, Obras escogidas, Madrid, Ayuso, 1978, p. 79. 77 En sus inicios, en enero de 1905, los mineros habían salido a la huelga sin el consentimiento de las direcciones sindicales. Desde el comienzo se selló la unidad espontánea a través de un comité de huelga entre los sectores organizados en los sindicatos (los más calificados y de mejores salarios) y no organizados (más precarios y de menor calificación). 78 A mediados de 1905, el gobierno prusiano introdujo modificaciones a favor de los trabajadores en la ley de minería, entre ellas, el tope de 8 horas y media para la jornada laboral, para evitar que la lucha obrera (cada vez más extendida nacionalmente) confluyera con las movilizaciones por la reforma electoral. La supervisión estatal de las condiciones laborales en las minas era una demanda muy popular entre la población en general. Una vez que la oleada de huelgas y el movimiento político de masas entraron en reflujo, en enero de 1906, la Cámara Alta prusiana (una de las instituciones más cuestionadas por la movilización de masas) anuló aquellas modificaciones a la ley. Se planteaba así, en
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era un aporte fundamental para la supervivencia del régimen. Dividía el movimiento sindical del político, cuando la huelga minera amenazaba con paralizar toda la economía de Alemania (forzando, de hecho, la huelga general) y con confluir con el movimiento por la reforma electoral. Y en segundo lugar, generalizando esta política en el Congreso sindical de Colonia de mayo de ese año, cuando a instancias de Carl Legien (quien había identificado a la huelga general con “la oscuridad general”) se vota el rechazo categórico a la utilización de la huelga política de masas, impugnando incluso su “propagación”, es decir, su propaganda o discusión. Desde el punto de vista de la estrategia, este tipo de “suspensión” de la acción no es asimilable a ninguno de los factores “normales” que la determinan. No es producto de la diferencia de “fuerza” (como forma de combatir) entre la defensa y el ataque79 ni de otros factores más subjetivos, como “la timidez o irresolución”80 de un Estado Mayor o “la imperfección de las apreciaciones y juicios humanos”81. Todos ellos actúan en la “guerra real”82, haciendo que en la gran mayoría de los casos los enfrentamientos se encuentren muy lejos del esquema de un choque entre fuerzas que escalan en forma ininterrumpida hasta la liquidación de uno de los oponentes. Pero este no era el caso. Como se fue demostrando cada vez más abiertamente, en el caso de la burocracia se trataba de una fuerza que, a pesar de haberse desarrollado en forma “endógena” a la clase obrera, había adquirido privilegios e intereses propios ligados a la relación con el Estado y los capitalistas. De ahí que la burocracia obrera se transformara en expresión material, al interior de la clase trabajadora, de la ideología burguesa y el Estado capitalista mismo. Desde este punto de vista, como aclaraba Clausewitz, uno de los presupuestos del accionar de la estrategia es que lo lleva adelante un
la práctica, la necesidad de unificación entre la lucha por la reforma electoral y la lucha por las condiciones laborales y, con ella, la huelga política. 79 Esta diferencia la desarrollaremos en profundidad en los próximos capítulos. 80 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 359. 81 Ibídem, p. 360. 82 En ella actúan “factores moderadores” (la guerra no estalla súbitamente, tiene historia; esta no es un acto único, sino que transcurre en el tiempo –y en el espacio–; una derrota es reversible en mejores circunstancias). La guerra cuenta con una historia política y militar que la antecede, de la que no puede desprenderse, que la explica y la determina. A su vez, el transcurso de la guerra está dominado por su temporalidad.
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sujeto que posee un interés unificado frente a su oponente83. De lo contrario, dice: No vamos a considerar aquí, si, siguiendo una falsa dirección, [la guerra] sirve preferentemente a las ambiciones, los intereses y la vanidad de los gobernantes, pues, en ningún caso, el arte […] militar puede darle lecciones84.
Esta consideración es fundamental, porque implica que la estrategia (revolucionaria) no tiene ninguna recomendación para darle a la burocracia. De ahí que este enfrentamiento de estrategias, a diferencia de todas las (innumerables) luchas de tendencias al interior del movimiento obrero en el siglo XIX (como por ejemplo la que tuvo lugar entre la tendencia de Marx y Engels y la corriente anarquista de Bakunin en el seno de la I Internacional), ya no esté planteado solo en términos de lucha ideológico/política, sino también de enfrentamiento entre fuerzas materiales. El debate de estrategias en la socialdemocracia alemana es indisociable de esta novedad histórica85. En efecto, para mediados de 1905 hubo una fuerte oposición política dentro del partido contra el intento de Carl Legien de “prohibir” de hecho la agitación o propaganda de la huelga política de masas. Esta oposición iba desde Rosa Luxemburgo, Kautsky y Bebel –histórico fundador del SPD y su principal dirigente– hasta el propio Bernstein. Sin embargo, una vez resistido el embate político
83 En el caso de las “alianzas”, como su nombre lo indica, se trata de sujetos diferentes que comparten algún interés común. 84 Lenin, V. I., “La obra de Clausewitz De la guerra. Extractos y anotaciones”, en Lenin, V. I.; Ancona, Clemente; Braun, Otto y otros: Clausewitz en el pensamiento marxista, México, Pasado y Presente, 1979, p. 82. 85 La estatización de los sindicatos era parte de un fenómeno más general, analizado también por Max Weber, Robert Michels y el amplio espectro de la sociología burguesa. “La expansión imperialista había generado sectores privilegiados en la clase obrera de los países imperialistas, la ‘aristocracia obrera’, que se expresaban en las políticas oportunistas de las direcciones socialistas y laboristas, proceso que va a mostrarse en toda su magnitud trágica para el movimiento obrero en el apoyo a sus respectivas burguesías imperialistas dado por la gran mayoría de los partidos de la Segunda Internacional, la política ‘socialchovinista’ combatida sin cuartel por Lenin. En esta aristocracia obrera, base social del revisionismo y las posiciones socialimperialistas en la socialdemocracia alemana, se apoyaban las ilusiones de Weber de que los dirigentes socialdemócratas se mantendrían ‘leales’ al Estado alemán a la salida de la guerra y se opondrían a la salida revolucionaria” (Castillo, Christian y Albamonte, Emilio, “Imperialismo y degradación de la democracia burguesa”, Estrategia Internacional N.° 16, invierno austral 2000).
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interno y contenido el proceso huelguístico, en 1906, la burocracia sindical volverá a la ofensiva al interior del partido. La dinámica de “tensión y reposo”
Los importantes cambios que fuimos reseñando se constituyen en causas que modifican el empleo de los combates por parte de la estrategia86. A partir de determinadas respuestas ante estos fenómenos, para 1905-1906 se va consolidando una dinámica entre clase, partido y dirección que marcará la evolución de la socialdemocracia en Alemania. La misma es justamente la que intenta “naturalizar” Kautsky con la teoría de la estrategia de desgaste. En el congreso partidario de Mannheim (1906) se aprueba lo que se conoció como la “paridad” entre el partido y los sindicatos, por la cual se establecía una consulta previa obligatoria de la dirección partidaria a la dirección sindical sobre los asuntos que fueran comunes. En los hechos significaba otorgar a la burocracia sindical poder de veto sobre la política del SPD87. Estratégicamente, los términos del acuerdo de “paridad” también obturaban la pelea por construir fracciones militantes-revolucionarias en los sindicatos. En su lugar, dejarán planteada una relación competencia/ cooperación entre el aparato de los sindicatos y el aparato partidario/electoral. En estos términos, la lucha era claramente desfavorable para el partido (su proporción de afiliados comparada con los sindicatos para 1906 era de 5 a 1 a favor de estos últimos88). Así, en 1905 Friedrich Ebert89
86 Ver Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 267. 87 Rosa Luxemburgo, quien poco antes del congreso había escrito Huelga de masas, partido y sindicatos para intervenir en esta discusión, sintetizará el contenido de la “paridad” con una frase que atribuye a un campesino (representando al sindicato) que dice a su mujer (el partido): “Cuando estamos de acuerdo eres tú quien decide; cuando no lo estemos seré yo” (citado en Broué, Pierre, Revolución en Alemania, ob. cit., p. 16). Kautsky, más conciliador, propone enmendar la resolución de “paridad” que había presentado el propio Bebel añadiendo “la absoluta necesidad” de que los sindicatos fueran “gobernados por el espíritu de la socialdemocracia” (citado en Schorske, Carl, ob. cit., p. 50). Con esta salvedad es aceptada por los delegados. Pero en ese entonces, claramente, ya no se trataba de cuestiones del “espíritu”, sino de fuerzas materiales. 88 Según el primer censo partidario (1906), el SPD contaba con 384.327 afiliados, mientras que los sindicatos socialdemócratas tenían 1.689.709. La relación con los votos de la socialdemocracia era que más del 50 % de los votantes socialdemócratas estaban afiliados en sus sindicatos, mientras que poco menos del 9 % lo estaba en el partido (ver Schorske, Carl, ob. cit., p. 13). 89 No sin razones para hacerlo, Carl Schorske llamará a Ebert “el Stalin de la socialdemocracia” (ibídem, p. 124).
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será designado en la dirección central con el objetivo de poner en pie un gran aparto electoral nacional. Sin embargo, el mismo se desarrollará en paralelo a los organismos del SPD, y para 1909 habrá cambiado definitivamente la fisonomía de la socialdemocracia y articulado una nueva burocracia, ya no de los sindicatos, sino del partido. A partir de 1906, el accionar de ambas burocracias (sindical y partidaria) será un factor cada vez más determinante como “moderador” del desarrollo de la lucha de clases. Sin embargo, la posibilidad de una suspensión del conflicto nunca es permanente y raramente es total. En primer lugar, porque no depende exclusivamente de uno de los oponentes. Esto se traduce en una dinámica que, como señala Clausewitz, necesariamente alterna momentos de “tensión y reposo”: Cuando aparece una suspensión en el acto guerrero, es decir, cuando ninguna de las dos partes busca algo positivo, resulta la tranquilidad, y por consiguiente, el equilibrio; equilibrio en su más amplio sentido, en el que entran en cuenta no solo las fuerzas físicas y morales en lucha, sino también toda clase de circunstancias e intereses. Tan pronto como una de las dos partes se propone nuevamente un fin positivo, y persigue activamente su consecución, aunque solo sea con preparativos, y tan pronto como el contrario se opone surge una tensión de fuerzas; esta tensión dura hasta que se llega a la decisión, es decir, hasta que uno de ambos contendientes consigue o renuncia a su objetivo90.
Esta indagación especulativa es muy importante como punto de partida para distinguir la “tensión” y el “reposo” del ataque y la defensa. Estas dos últimas son formas de librar el combate y, en ambos casos, “se relacionan con el estado de crisis en que se hallan las fuerzas durante la tensión y el movimiento”91, mientras que el estado de “reposo” es la consecuencia de haber obtenido los objetivos o de haber renunciado a ellos. En el ejemplo de 1905-1906 vimos que surge un proceso huelguístico semiespontáneo al que la burocracia sindical logra contener parcialmente. A pesar de esto, los capitalistas realizan una contraofensiva con una oleada simétrica de lock-outs patronales92 para revertir a su favor la relación de fuerzas. La burocracia sindical presiona al partido para adaptarse a la nueva situación. Es decir, no pasa simplemente a una posición
90 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 371. 91 Ibídem, p. 374. 92 Más de un tercio de los trabajadores que protagonizan huelgas en 1905 lo hacen como respuesta defensiva a la acción patronal.
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defensiva (dentro del estado de tensión), sino que busca un nuevo equilibrio a partir de la renuncia a los objetivos del movimiento. Esta dinámica de la relación entre la dirección de los sindicatos, la dirección del partido y el partido mismo será un factor cada vez más determinante, así como los mecanismos93 para imponerla. El accionar conjunto de ambas burocracias (sindical y partidaria), la dinámica de tensión y reposo entre los ataques del Estado y la burguesía, y la búsqueda de nuevos equilibrios en base a una renuncia progresiva a los objetivos se reproducirán sistemáticamente. Se verá en la liquidación del carácter combativo de las tradicionales huelgas del Primero de Mayo94, en la prohibición partidaria de establecer una organización nacional juvenil socialdemócrata95, en las declaraciones de aceptación (a partir de 1908-1909) de la “defensa nacional” y el colonialismo en el Reichstag96. Desde este ángulo podemos ver más claramente los mecanismos que encierra la estrategia de desgaste, entendida como la continuidad de la práctica de la socialdemocracia. Kautsky define en 1910 que en la estrategia de desgaste “su jefe evita todo combate decisivo: busca mantener al ejército enemigo en una constante alerta por medio de maniobras de todo tipo, sin darle oportunidad de estimular a sus tropas a través de triunfos”97. Sin embargo, lo que vemos no es una intención de mantener al ejército contrario “en constante alerta”, sino una búsqueda constante del 93 Este proceso de abandono de los objetivos, en toda esta etapa, concita una lucha interna al interior del partido. La burocracia sindical es incapaz de imponer su política directamente al congreso del partido, cuyos militantes están ligados al proceso de lucha. Para ello, sobre la base de los hechos consumados (para 1906 el movimiento estaba en retroceso) obtiene un acuerdo con la dirección del partido. Este es presentado ante el congreso del SPD como un compromiso más “radical” en sus consideraciones generales (aceptación de la huelga como medio, declaración del “espíritu socialista” de los sindicatos), pero adaptado a las demandas de la burocracia sindical en cuanto al programa de acción (“paridad”, poder de veto sindical). Finalmente, se impone la resolución y esta permite un nuevo equilibrio del partido con la burguesía y el Estado. 94 Este hecho se produce a pedido de la burocracia sindical luego de que estas huelgas comenzasen a ser utilizadas más ofensivamente por el movimiento obrero y de que la burguesía contraatacase con lock-outs masivos. 95 La juventud expresaba claramente al sector más radical del SPD, por lo cual se intensificará la persecución gubernamental contra ella y el recelo de la burocracia sindical que la consideraba una organización “paralela”. 96 Luego de que todos los partidos del régimen concentrasen su campaña electoral de 1907 en la defensa del imperialismo alemán contra la socialdemocracia, y a pesar de que su base electoral se mantuvo firme y no lograron que el SPD pierda votos en términos absolutos, la dirección del partido “rectificará” su posición. Volveremos sobre este punto más adelante. 97 Kautsky, Karl, “Una nueva estrategia”, ob. cit., p. 134.
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equilibrio a través de la resignación de objetivos. Tampoco vemos que evite los triunfos del enemigo, sino que se acumulan toda una serie de derrotas sin combate, ya que, como señala Clausewitz, la derrota “ocurre por efecto del combate, bien tenga lugar este en realidad, o sea solamente presentado por un bando, y no aceptado por el adversario”98. Por último, otra característica de la “estrategia de desgaste” señalada por Kautsky es que “tiende a desgastar [las fuerzas enemigas] progresivamente por medio del hostigamiento y amenazas constantes, disminuyendo cada vez más su capacidad de resistencia hasta llegar a paralizarlas”99. También esta se fue demostrando como su contrario: por medio del hostigamiento de la burguesía y el Estado, la socialdemocracia fue desgastando la capacidad de resistencia de la clase obrera y, en especial, de su vanguardia y, como veremos, efectivamente lo hizo “hasta paralizarlas”. El primer principio de la estrategia: superioridad en el punto decisivo
Aquellos procesos profundos atravesaban a la socialdemocracia al momento de estallar la polémica sobre las dos estrategias entre Karl Kautsky y Rosa Luxemburgo. En 1910, esta última no hacía más que reiterar su planteo de 1906, cuando sostenía que: Los socialdemócratas […] no pueden ni atreverse a esperar de manera fatalista, con los brazos cruzados, el advenimiento de la “situación revolucionaria”, aquello que, en toda movilización popular espontánea, cae de las nubes. Por el contrario; ahora, al igual que siempre, deben acelerar el desarrollo de los acontecimientos. Esto no puede hacerse, empero, levantando repentinamente la “consigna” de huelga de masas al azar y en cualquier momento sino, ante todo, propagandizando ante las capas más amplias del proletariado el advenimiento inevitable del período revolucionario100.
Tanto en 1905 como en 1910 este planteo era considerado por la burocracia sindical como una declaración de guerra. Sin embargo, la situación del partido había cambiado cualitativamente en aquellos cinco años. La burocracia sindical había consolidado su poder moldeando la política y el programa de acción del partido. Por otra parte, los sindicatos socialdemócratas habían llegado a rondar los 2 millones de afiliados (equivalente a 98 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 261. 99 Kautsky, Karl, “Una nueva estrategia”, ob. cit., p. 134. 100 Luxemburgo, Rosa, “Huelga de masas, partido y sindicatos”, ob. cit., p. 62.
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dos tercios de los votantes del SPD en la última elección). Esto claramente no llevará a Rosa Luxemburgo a cambiar su posición (aunque tampoco, como veremos, a extraer todas sus consecuencias), sino a luchar por ella más decididamente. Será Kautsky quien, oponiendo su “estrategia de desgaste” a los planteos de Luxemburgo sobre la huelga general que tanto irritaban a la burocracia sindical, tomará un nuevo lugar en la contienda. Como señala en referencia a la polémica en una carta del 16 de junio de 1910 dirigida a Riazanov: Me irritó que mi influencia entre los sindicalistas esté paralizada por el hecho de que he sido confundido con Rosa. Me parece que, a fin de entablar buenas relaciones entre los marxistas y los sindicalistas, es importante mostrar que sobre este punto existe una gran distancia entre Rosa y yo. Esta es para mí la cuestión más importante101.
Pero ¿con qué política quería Kautsky influenciar a “los sindicalistas”? En julio de 1910, con motivo del nuevo salto en las tendencias del SPD a la adaptación al régimen, a partir de que los diputados socialdemócratas de Baden votasen el presupuesto del gobierno del Land, Kautsky expresa su posición del siguiente modo: Cuando observamos en el mapa los grandes ducados de Baden y Luxemburgo encontramos que entre ellos se encuentra Tréveris, la ciudad de Karl Marx. Si de allí vas a la izquierda cruzando la frontera vas a Luxemburgo. Si vas hacia la derecha, más allá del Rin, llegas a Baden, la ubicación en el mapa es un símbolo de la situación de la democracia hoy102.
Con esta metáfora, Kautsky define la tarea estratégica que se propone en ese momento: evitar o posponer las tendencias centrífugas que atravesaban a la socialdemocracia alemana. Sin embargo, estas tendencias expresaban fuerzas materiales irreconciliables: la presión a la integración al régimen burgués, por un lado, y el desarrollo de la lucha de clases, por el otro. Frente a esto, la estrategia “centrista” que fue adoptando Kautsky para la orientación del partido en estos años consistía en mantener la independencia política, por un lado, y posponer el desarrollo de la lucha de clases, por otro. Su objetivo era mantener la unidad del
101 Citado en Bosch Alessio, Constanza y Gaido, Daniel, “El marxismo y la burocracia sindical. La experiencia alemana (1898-1920)”, Revista Archivos N.° 1, septiembre de 2012, p. 141. 102 Citado en Schorske, Carl, ob. cit., pp. 185-186.
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partido para conquistar una superioridad electoral tal que posibilitara una mayoría parlamentaria y, a través de ella, la conquista de un gobierno de la socialdemocracia. Efectivamente, una de las tareas fundamentales de la estrategia para Clausewitz es la conquista de la “superioridad”, que en su forma más abstracta es la “superioridad numérica”103. Sin embargo, no se trataba de obtener una superioridad en general, sino de “llevar el mayor número posible de tropas sobre el punto decisivo del combate”104. Es decir, la tarea de la estrategia no consiste simplemente en acumular fuerzas, sino también en concentrarlas en el “punto decisivo”. Este para Clausewitz es “el primer principio de la estrategia”105. Para Kautsky, acorde con el cambio de “centro de gravedad” del partido (de la lucha extraparlamentaria a la parlamentaria), aquel punto decisivo del combate donde la estrategia debía concentrar fuerzas era el parlamento y, por ende, la batalla hacia las elecciones legislativas de 1912. Este era el sentido más profundo de la caracterización de Rosa sobre la estrategia de desgaste como Nichtsalsparliainentarismus (nada-más-que-parlamentarismo). Para 1911, en medio de un escenario de creciente polarización al interior de la socialdemocracia106, se logra la unificación del partido y los sindicatos hacia la batalla electoral. Sin embargo, no de la forma que esperaba Kautsky, es decir, detrás del centro político en torno a Bebel (y Kautsky mismo), sino cada vez más en forma de una alianza directa entre Legien (burocracia sindical) y la burocracia partidaria encabezada por Ebert (aliado político del ala revisionista/reformista), quienes ese mismo año comienzan a disputarle organizativamente la dirección al
103 Cabe resaltar que Clausewitz, como teórico de las guerras del siglo XIX, centraba su análisis en la guerra terrestre. 104 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 303. 105 Ídem. 106 La sensación de estancamiento del partido comienza a recorrer sus filas. Una tremenda fuerza, que llegaba a casi un millón de afiliados, aparecía sin embargo impotente frente a los principales acontecimientos. Se había negado a darle una perspectiva a las luchas desatadas en 1910 en el movimiento obrero. No había podido lograr ningún derecho electoral por medios parlamentarios porque dependía de los partidos burgueses, que no estaban dispuestos a imponer la reforma. En la “crisis de Agadir” de 1911 (producto del envío de un buque alemán a Marruecos, controlado por Francia), que casi adelanta tres años la guerra mundial, se había mostrado impotente frente al militarismo alemán. Este malestar también tocaba a la burocracia, pasiva ante la creciente presión de las patronales y los tribunales sobre el movimiento obrero. Será un momento de avance de la influencia de Luxemburgo, Liebknecht y la izquierda del partido.
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propio Bebel107 (sin éxito hasta que en 1913 este fallece y Ebert ocupa su lugar en la copresidencia del partido). Bajo esta relación de fuerzas, la socialdemocracia centra su campaña de 1912 en la lucha contra “la derecha”, es decir, contra el bloque “azul y negro” de los conservadores con los católicos (Zentrum), cediendo a los liberales108 bajo la perspectiva de lograr junto con los partidos burgueses de oposición una mayoría parlamentaria calificada capaz de imponer una democratización del régimen109. Los resultados de la socialdemocracia fueron espectaculares (aunque no suficientes para lograr por sí misma una reforma del régimen), obteniendo más de 4,25 millones de votos, seguida recién por los católicos (Zentrum), con 1,9 millones110. Bajo el impacto del éxito electoral y la presión de conquistar aliados en el parlamento para una mayoría calificada, Kautsky comenzará a cambiar abiertamente su posición política histórica de rechazo a la alianza con los liberales. En su artículo “El nuevo liberalismo y la nueva clase media”, sostiene que “todos los planes reaccionarios” habían sido arruinados por 107 Ambas burocracias unidas ya se consideran suficientemente fuertes en 1911 para enfrentar al candidato sostenido por Bebel en la elección de la estratégica copresidencia del partido. El candidato de Bebel, Hugo Haase, finalmente se impone sobre Ebert. Pero será un resultado provisorio; dos años después, Ebert tomará el asiento de copresidente del propio Bebel. 108 Una perspectiva diametralmente diferente encaraba para esa misma época la intervención en las elecciones de la IV Duma de los bolcheviques en Rusia. En su balance, Lenin señala: “Tres campos se han dibujado netamente: 1) Las derechas están con el gobierno […] 2) Los burgueses liberales –‘progresistas’ y kadetes, unidos a diversos grupos ‘nacionales’– están contra el gobierno y contra la revolución […] 3) El campo de la democracia, en el que solo los socialdemócratas revolucionarios, los antiliquidadores, unidos, organizados, firme y claramente, han desplegado su bandera de la revolución. Los trudoviques y nuestros liquidadores fluctúan entre el liberalismo y la democracia, entre la oposición legal y la revolución” (Lenin, V. I., “La campaña para las elecciones a la IV Duma y las tareas de la socialdemocracia revolucionaria”, Obras completas, Tomo XVIII, Buenos Aires, Cartago, 1960, p. 10). Para un análisis de la política electoral de Lenin, ver Nimtz, August H., Lenin’s Electoral Strategy from 1907 to the October Revolution of 1917. The Ballot, the Streets –or Both, New York, Palgrave Macmillan, 2014. 109 En la segunda vuelta, el SPD concretó incluso un acuerdo con los “progresistas” que establecía la renuncia en una serie de distritos a toda propaganda propia, lo cual sumió al partido en una enorme confusión (cfr. Frölich, Paul, Rosa Luxemburg. Vida y obra, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2013, p. 208). En los hechos, no favoreció al SPD ni siquiera en el número de escaños; no obstante, fue fundamental para contrarrestar la tremenda crisis en la que estaban sumidos los progresistas y los liberales de conjunto. 110 Sin embargo, la diferencia se reducía drásticamente en cantidad de escaños: 110 para el SPD y 91 para el Zentrum. Todos los partidos perdieron escaños –incluso los opositores burgueses a los que la socialdemocracia salvó de un retroceso mayor–, menos la socialdemocracia, que los duplicó.
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un liberalismo revitalizado que ahora estaba dispuesto a “luchar contra la derecha”111. Sin embargo, las ilusiones duraron poco. En la elección del presidente del Reichstag, la socialdemocracia esperaba que este exprese el “bloque opositor”, que sus aliados le devuelvan los favores de campaña y obtener la presidencia. Pero el Partido Liberal Nacional cambió de posición y se negó a apoyar a Scheidemann (SPD). Este será derrotado, lo que resultará el principio del fin de la ilusión del “giro a izquierda” del Reichstag. Contra aquella política, Rosa Luxemburgo vuelve a insistir en reorientar el “centro de gravedad” del partido. Propone utilizar el gran peso parlamentario conquistado no en función de obtener “cargos decorativos”, sino de “una ofensiva parlamentaria” que sirva para “conquistar posiciones de poder real” entre las masas, donde el partido sea “el portavoz de una gran agitación de masas en todo el Reich”, por un programa que retome la lucha por la jornada de ocho horas (que el SPD había abandonado en los hechos), por el derecho al sufragio igualitario en Prusia, contra el imperialismo, contra el aumento del pan, etc.112. Sostiene que “así es como hay que demostrar a la Internacional, cómo el proletariado puede explotar medios parlamentarios para lograr el objetivo revolucionario final de la socialdemocracia”113. Sin embargo, el SPD (y Kautsky con él) se encontrará cada vez más subordinado a la burguesía liberal, con su correlato de impotencia y desmoralización114. El partido creado por los esfuerzos de la clase obrera durante décadas había conquistado una amplia superioridad respecto al resto de las fuerzas políticas, pero la había concentrado demasiado lejos del “punto decisivo del combate”. El “golpe concentrado de todas las fuerzas” que debía “dirigirse contra este centro de gravedad del enemigo” finalmente pegó en el vacío115. La “estrategia de desgaste”, en su intento
111 Citado en Schorske, Carl, ob. cit., p. 234. 112 Cfr. Luxemburgo, Rosa, “What Now?”, Marxists Internet Archive, 2004, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/archive/luxemburg/1912/02/05.htm. 113 Ídem. 114 La impotencia del partido era cada vez más estruendosa frente a su inmensa fuerza potencial, mientras la recesión se profundizaba y, con ella, los ataques a las masas, y la guerra era cada vez más inminente. Para 1913 el sentido de la flecha del crecimiento de la socialdemocracia por primera vez en años comienza a cambiar. La cantidad de afiliados prácticamente deja de crecer, la prensa partidaria pierde suscriptores, las elecciones en Prusia y Baden de 1913 muestran un retroceso respecto a las generales del año anterior. El descontento con el partido en el movimiento obrero se acrecienta, a la par que la dirección del SPD muestra su pasividad frente a los crecientes ataques del régimen y las patronales. 115 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 556.
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de posponer la lucha buscando una posición privilegiada para pelear por el poder, conduciría a la socialdemocracia, de la mano de la burocracia, hacia la emboscada de la I Guerra Mundial.
PARTE 3 ROSA LUXEMBURGO: LA HUELGA DE MASAS Y LAS NUEVAS CONDICIONES PARA LA ESTRATEGIA Kautsky, como decíamos, había tomado la teoría de las dos estrategias del historiador militar alemán Hans Delbrück. Se trata de una apropiación sui generis en la cual adopta parcialmente sus términos, pero desprovistos de su método. El abordaje metodológico de Delbrück consistía en que los cambios en la estrategia no están determinados simplemente por las nuevas ideas, sino por la modificación de las condiciones sociopolíticas estructurales de determinada época histórica116. Uno de los puntos más altos de su monumental obra Geschichte der Kriegskunst [Historia del arte de la guerra] es su análisis del pasaje de la “estrategia de desgaste” (Ermattungstrategie) en el siglo XVIII (Federico II de Prusia) a la “estrategia de abatimiento” (Niederwerfungstrategie) del siglo XIX (Napoleón Bonaparte)117. Las nuevas bases sociopolíticas creadas por la Revolución francesa y la irrupción de las masas en la guerra serán las claves explicativas de las múltiples modificaciones en la táctica que posibilitan el cambio
116 Esto era justamente lo que más había impresionado positivamente a Franz Mehring (el primer marxista que comentó y recomendó su lectura) de la obra de Delbrück. De hecho, fue Delbrück quien, como continuador de Clausewitz, profundizó en estos elementos dentro del pensamiento militar prusiano. Sin embargo, Clausewitz había señalado esta cuestión; más aún, la misma permeará toda su obra, que a diferencia de la de Delbrück no es eminentemente histórica, sino teórica. A sabiendas de esto, Clausewitz en De la guerra se ilusionaba con que algún historiador en el futuro encare una obra histórica como la que luego realizará Delbrück. El punto de partida del propio autor de De la guerra era que “hay que atribuir los hechos nuevos que se manifestaron en el dominio del arte militar mucho menos a las invenciones y a las ideas militares nuevas que a un cambio de la situación y de las relaciones sociales”. Esta frase no casualmente está extractada y destacada por Lenin en sus cuadernos de estudio sobre Clausewitz, el que escribe al margen de la misma: “N. B. ¡Justo!” (Lenin, V. I., “La obra de Clausewitz De la guerra. Extractos y anotaciones”, ob. cit., p. 72). 117 Cabe aclarar que el volumen IV de la obra de Delbrück sobre los albores de la guerra moderna al que hacemos referencia no se publicó sino hasta 1920. Los tres primeros aparecieron en 1900, 1901 y 1907, sucesivamente.
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de estrategia118 para proponerse no solo el objetivo limitado de conquistas parciales, sino el de “abatir al enemigo”. En un sentido parecido, la irrupción de las masas obreras, primero con la oleada de huelgas de masas que atraviesan Europa a finales del siglo XIX y principios del siglo XX y, en especial, con la Revolución rusa de 1905 –la primera luego de treinta y cuatro años–, marcará un punto de inflexión histórico en lo que respecta a la estrategia revolucionaria. Siendo más fieles al pensamiento de Delbrück, la novedad no será la “estrategia de desgaste”, como sostenía Kautsky, sino las renovadas condiciones de la clase obrera para llevar adelante una “estrategia de derrocamiento”. Engels, lejos de la interpretación pacifista de la que se hacía eco Kautsky, tuvo el gran acierto de anticipar este cambio. En 1895 escribía respecto a todas las revoluciones anteriores: “prescindiendo del contenido concreto de cada caso, la forma común a todas estas revoluciones era la de ser revoluciones minoritarias. Aun cuando la mayoría cooperase con ellas, lo hacía –consciente o inconscientemente– al servicio de una minoría”119. Con esto no solo se refería a las revoluciones burguesas, sino incluso a la de 1848120 y, a su manera, también a la Comuna de París121.
118 Para ilustrar esta relación podemos ver con Delbrück, por ejemplo, cómo la mayor convicción de los combatientes (defensa de las bases de la revolución), a diferencia de los ejércitos mercenarios, permite la dispersión del ejército en el terreno para aprovisionarse, sin mayores deserciones, disminuyendo drásticamente los suministros que la tropa debe transportar. Otro tanto sucede con la abolición de los privilegios de los nobles y la posibilidad de prescindir de toda su parafernalia. Ambos elementos permiten estratégicamente acelerar las marchas del ejército a una velocidad desconocida en la época, cuestión fundamental para que Napoleón pudiese implementar una “estrategia de abatimiento”. En el mismo sentido, Delbrück analiza la sustitución de las líneas por las columnas, lo cual lleva a una menor debilidad de los flancos; las nuevas formaciones combinan las ventajas tácticas de la lucha “en formación” del siglo XVIII con la bravura individual típica de las guerras de la antigüedad. También la mayor importancia que adquiere la artillería (despreciada previamente por la nobleza), donde se militariza el personal, los cañones comienzan a llevarse a caballo, lo que les da movilidad en la batalla (ver Delbrück, Hans, ob. cit.). 119 Engels, Friedrich, “Introducción de F. Engels a la edición de 1895”, ob. cit. 120 En relación a 1848 dice: “estos rasgos parecían aplicables también a las luchas del proletariado por su emancipación; tanto más cuanto que, precisamente en 1848, eran contados los que comprendían más o menos en qué sentido había que buscar esta emancipación. Hasta en París las mismas masas proletarias ignoraban en absoluto, incluso después del triunfo, el camino que había que seguir. Y, sin embargo, el movimiento estaba allí, instintivo, espontáneo, incontenible” (ídem). 121 Sobre la Comuna de París de 1871 afirma: “Francia dejó París en la estacada, contemplando cómo se desangraba bajo las balas de Mac-Mahon; de otra parte, la Comuna se consumió en la disputa estéril entre los dos partidos que la escindían: el de
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La nueva época planteaba la actualidad de la perspectiva de la toma del poder por la clase obrera. La condición, dice Engels, es que “tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida”122. El siglo XX mostró renovados fundamentos para ello, mucho más allá de los vistos por Engels. Por un lado, una actividad del movimiento obrero con métodos propios (huelga de masas) a niveles inéditos, ligada a una mayor fortaleza objetiva, adquirida por su posición en una estructura capitalista mucho más articulada en torno a la gran industria y los grandes servicios. Por el otro, el despliegue de una capacidad de autoorganización cualitativamente superior a la de todas las clases oprimidas de la historia anterior, plasmada en el nacimiento de los soviets (consejos). Todo ello planteaba un cambio fundamental en la relación entre clase, partido y dirección, diferenciándola aún más de la “extraña trinidad” que veíamos con Clausewitz (impulso elemental del “pueblo”, cálculo estratégico del “ejército y los generales” y política del “gobierno”). Ya señalamos las importantes diferencias respecto al “gobierno/liderazgo” en general y una dirección revolucionaria; sin embargo, la mayor diferencia, que es en última instancia la que modifica todo el resto de las relaciones, cuando nos referimos a la clase obrera moderna y en especial a la del siglo XX, la encontramos entre el sujeto “pueblo” y la “clase”. Como decíamos, diversos intérpretes de Clausewitz han propuesto desprender el concepto “pueblo” de su contenido sociológico para sustituirlo por uno más genérico como, por ejemplo, “base popular”, pero justamente el cambio de términos no hace más que resaltar la diferencia que queremos marcar. No nos referimos simplemente a la distinción sociológica que existe entre “pueblo” y “clase obrera”, sino al papel fundamentalmente diferente en términos estratégicos que se desprende históricamente de ella. Clausewitz se refirió a las bases de la Revolución francesa como fundamento del cambio de época en lo militar y de la potencia del ejército napoleónico (Grande Armée). La conceptualización sobre la irrupción del pueblo “con peso propio” en la guerra lo distinguió cualitativamente de sus contemporáneos. Sin embargo, nunca sobrepasó los marcos de una reflexión de “pueblo” como una “masa de maniobra” capaz de desarrollar una “intención hostil”123 impulsada por la política del gobierno. los blanquistas (mayoría) y el de los proudhonianos (minoría), ninguno de los cuales sabía qué era lo que había que hacer. Y tan estéril como la sorpresa en 1848, fue la victoria regalada en 1871” (ídem). 122 Ídem. 123 “No puede concebirse –dice Clausewitz– el odio cruel y acendrado, rayano ya en instinto sin intención hostil; por el contrario, hay muchos propósitos hostiles que no
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Una concepción que, como ya señalaba Engels en 1895, no es pertinente para pensar la revolución y el papel de la clase obrera en ella, más aún a partir de finales del siglo XX. Contra la concepción de la clase obrera como “masa de maniobra” era que Rosa Luxemburgo insistía, una y otra vez con completa razón, frente al ala revisionista del SPD, la nueva burocracia de los sindicatos, incluso frente a Bebel (1906) y, a partir de 1910, contra el propio Kautsky. La Revolución rusa de 1905 era la comprobación definitiva de que una dirección no podía vincularse de aquella forma con la clase obrera a riesgo de perder su carácter revolucionario. Posición estratégica y libertad de acción
El espectacular desarrollo de las organizaciones de la II Internacional a finales del siglo XIX y principios del siglo XX no será más que la punta del iceberg de un proceso mucho mayor. Primero serán las huelgas de Inglaterra en 1897, Francia en 1898, luego la huelga general en Bélgica por la conquista del sufragio universal e igualitario de 1902, seguida por las huelgas de Holanda en 1903, Rusia en 1902, 1903 y 1904, Italia en 1904 y, finalmente, la huelga general y el surgimiento del “soviet” (consejo de diputados obreros) en la Revolución rusa de 1905. Un producto genuino del intento de dar cuenta de estos cambios profundos que afectaban a la táctica y, a través de ella, a la estrategia, será el debate sobre la “huelga política de masas”124. La polémica de 1910 sobre las dos estrategias no es más que el punto culminante de aquellas discusiones que venían desde 1896125. Entre finales del siglo XIX y van acompañados de enemistad del sentimiento alguno o, por lo menos, sin que haya existido previamente […] Si la guerra es un acto de poder, pertenece necesariamente al ánimo. Si no sale de él, viene, no obstante, al mismo, en más o menos parte, y ese más o menos no depende del grado de civilización, sino de la importancia de los intereses encontrados y de la persistencia de su incompatibilidad” (Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit.). 124 Hasta entonces el debate sobre la huelga general había estado determinado por la lucha de estrategias con el anarquismo, que la consideraba como “el” medio (más o menos “mítico”, según el autor) para desencadenar la revolución. Al interior de la I Internacional, los bakuninistas contraponían la huelga general a la necesidad de la lucha política cotidiana de la clase obrera, a la cual se oponían. Como señalara Rosa Luxemburgo: “Lo esencial del anarquismo es la concepción abstracta, ahistórica de la huelga de masas y de las condiciones en que generalmente se libra la lucha proletaria” (Luxemburgo, Rosa, “Huelga de masas, partido y sindicatos”, ob. cit., p. 47). Justamente eran estas condiciones históricas las que habían cambiado bruscamente. 125 La primera intervención, casi anticipatoria, escrita por Parvus, se remonta a 1896, donde fundamentará la utilización de la huelga general política como arma de lucha de la clase obrera en una serie de artículos publicados en Die Neue Zeit bajo el título de “Golpe de Estado y huelga política de masas”. Opacada en un primer momento por el
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comienzos del XX, la clase obrera no solo había aumentado exponencialmente su número, sino que se encontraba estratégicamente situada en el corazón de una producción capitalista altamente concentrada; un poder mucho más grande que el que había tenido en el siglo anterior. En Occidente, Alemania era sin duda uno de los ejemplos más espectaculares126; en Oriente –con características y escala muy diferentes– lo era Rusia127. A este elemento lo podemos denominar “posición estratégica” de la clase obrera. Esta es definida por el historiador John Womack128 en su libro Posición estratégica y fuerza obrera, señalando que: “‘dentro del proceso productivo’, sus ‘posiciones estratégicas’ [son] cualesquiera que les permitan a algunos obreros determinar la producción de muchos otros, ya sea dentro de una compañía o en toda la economía”129. Se trata de un elemento único y distintivo de la fuerza obrera130. De esta forma, Womack trata de concebir las posiciones que, técnicamente, son capaces de paralizar el
“Bernstein-Debatte”, con los años, al calor de la oleada de importantes huelgas de masas, la polémica al interior del marxismo concitará la intervención de varios de los principales dirigentes de la II Internacional. Intervendrán Vandervelde, Mehring, el propio Bernstein; obviamente también Luxemburgo y Kautsky, entre muchos otros. 126 En Alemania la población urbana había pasado de un tercio del total, en 1871, a dos tercios en 1910, a la par de un desarrollo industrial meteórico que la ubicará pronto al nivel de Gran Bretaña. 127 En Rusia, tierra de contrastes, como explica Trotsky con su teoría del desarrollo desigual y combinado, la clase obrera, concentrada en unas pocas ciudades y minoritaria dentro de una población eminentemente campesina, había tenido un desarrollo a la par de una industria de avanzada que poco tenía que envidiarle a la alemana. Ver Trotsky, León, Historia de la Revolución rusa, Tomo I, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2017 (Obras Escogidas 11, coeditadas con el Museo Casa León Trotsky). 128 Para su definición retomará las elaboraciones de John Dunlop, secretario de Trabajo durante el Gobierno de Ford en EE. UU. Es considerado como uno de los principales expertos en “gestión laboral” (es decir, en cómo enfrentar a los sindicatos) durante el período posterior a la II Guerra Mundial. 129 Womack, John Jr., Posición estratégica y fuerza obrera, México, FCE, 2007, p. 50. 130 “Todas las demás fuerzas –dice Womack–, sin importar si su sentido es cultural, moral, social, comercial, político, legal, religioso o ideológico, son las que pueden tener (o no) todas las clases, cualquier clase”. Y agrega: “Si desaparece la fuerza obrera […] se abre un vacío que ninguna otra fuerza (sin ser obrera) puede llenar […] Únicamente la negación obrera tiene tal fuerza definitoria, a la vez crítica y decisiva” (ibídem, pp. 5152). Desde luego, se trata de un elemento fundamental a destacar frente a la proliferación de los abordajes de tipo posmarxista, como el de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, que caricaturizan el lugar de la clase obrera en la estrategia marxista bajo la denominación de “esencialismo de la clase obrera”.
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mayor número de otras en la cadena del proceso productivo131. Su planteo conceptual, sin embargo, está circunscripto a las relaciones obreropatronales, pero no es difícil ver las implicaciones en cuanto al poder de la clase obrera para la lucha de conjunto frente a los capitalistas y su Estado. La Revolución rusa de 1905, y todo el proceso huelguístico que se dio antes y durante su desarrollo, vino a poner en un nuevo nivel histórico esta fuerza obrera132. Rosa Luxemburgo será, junto con León Trotsky, una de las dirigentes de la socialdemocracia internacional que más acabadamente dará cuenta del 1905 ruso en tanto irrupción de las masas obreras en el gobierno de sus propios destinos. Llevará de primera mano al proletariado occidental –conocía el idioma ruso, a diferencia de la mayoría de la conducción del SPD– la reflexión sobre la primera revolución del siglo con su trabajo Huelga de masas, partido y sindicatos, escrito al calor de los acontecimientos. Allí dará cuenta de cómo, a través de los movimientos huelguísticos, la clase obrera, con sus métodos, va imponiendo la tónica a todo el proceso a partir de sus posiciones estratégicas desde mucho antes de la revolución. Esto ocurre, por ejemplo, en 1902, a partir de la huelga de los trabajadores de los talleres ferroviarios de Rostov, que se comienza a extender por el ramal de Vladicáucaso hasta Tichoretzkaia, y de allí en 1903 hacia todo el sur de Rusia hasta las fábricas de Bakú, hacia el oeste hasta Odesa, Nikolaev y Ekaterinoslav, y luego al norte hasta Kiev. O en enero de 1905, a partir de la importancia de la huelga en la planta Putilov de San Petersburgo133, posición estratégica en la industria para el inicio de la revolución134. En ambos recuentos Luxemburgo muestra el papel de las posiciones estratégicas en la extensión de la huelga que se va gestando como huelga general. A pesar de esto, John Womack le criticará no reconocer el papel aún mayor que en sí mismas habrían jugado las posiciones estratégicas. Los análisis de Rosa, según Womack … implican claramente una explicación industrial, aunque no técnica. Sin embargo […], se negó a reconocerlo y alegó en cambio “un levantamiento 131 La “posición estratégica” así entendida, en principio, no implica niveles específicos de calificación ni de tamaño de los establecimientos o sectores. 132 Rusia, a pesar de su atraso, era el ejemplo para Oriente del vertiginoso desarrollo de la clase obrera. Su carácter minoritario no hará más que resaltar el potencial que le otorgaba su posición estratégica. 133 San Petersburgo, fundada en 1703 por el zar Pedro el Grande, cambiará su nombre en 1914 por Petrogrado; a partir de 1924 se la rebautizará como Leningrado; finalmente, en 1991, vuelve a denominarse San Petersburgo. 134 Cfr. Luxemburgo, Rosa, “Huelga de masas, partido y sindicatos”, ob. cit.
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espontáneo de las masas” […] Al colapsar lo industrial en lo político, malinterpretó la acción industrial estratégica de posible importancia política como acción impulsiva, inevitable y exclusivamente política135.
Sin embargo, donde Womack ve una debilidad de Rosa es justamente donde residen los puntos más fuertes de su reflexión, a saber: la articulación entre el impulso espontáneo de las masas, la utilización de las posiciones estratégicas y la evolución del movimiento, en su experiencia, hacia una perspectiva política. Contra la idea vulgar del “puro espontaneísmo” de Luxemburgo, ella pone el acento constantemente en la sinergia entre la agitación de la socialdemocracia rusa y la acción espontánea de masas. Estos señalamientos, desde luego, no son ingenuos: apuntan directamente contra la nueva burocracia sindical alemana y el creciente conservadurismo del SPD. Justamente, en el 1905 alemán, la derrota de la huelga de los mineros del Ruhr había demostrado que la pura posición estratégica enfrentada a los otros dos elementos (impulso espontáneo y perspectiva política) podía dejar de ser una “fuerza obrera” hasta convertirse en su contrario. La huelga minera amenazaba con paralizar la economía del país136, pero la acción focalizada de la burocracia sindical137 y el gobierno sobre esta “posición estratégica” fue utilizada como palanca para frenar el movimiento huelguístico de conjunto y evitar que adquiera un carácter político. Esta dinámica (inversa al ejemplo ruso de los ferroviarios de Rostov de 1902, donde confluyó la acción de los trabajadores y la socialdemocracia138) muestra la limitación de cualquier visión que intente concebir
135 Womack, John Jr., ob. cit., pp. 108-109. 136 Su influjo fue clave para la proliferación de huelgas en otros sectores con menor “poder de fuego”, produciendo la mayor oleada huelguística que había conocido Alemania hasta entonces. 137 La nueva burocracia de los Sindicatos Libres (socialdemócratas), en bloque con la del resto de los sindicatos (católicos, liberales y de obreros polacos), logró vencer la resistencia entre los obreros sindicalizados que querían continuar la huelga, separarlos de los no organizados y ponerle fin con la expectativa de obtener concesiones gubernamentales para el sector. 138 “Las disputas sobre los salarios a pagar en los talleres del ferrocarril del Vladicáucaso dieron impulso a este movimiento. Como la administración trataba de disminuir los salarios, el comité del Don de la socialdemocracia lanzó una proclama llamando a la huelga por las siguientes reivindicaciones: jornada de nueve horas, aumento de salarios, abolición de las multas, destitución de los ingenieros más detestados, etcétera. Participaron de la huelga talleres ferroviarios enteros. Enseguida se les unieron las demás industrias, y en un momento imperó en Rostov una situación nunca vista hasta entonces: todos los centros industriales estaban paralizados” (Luxemburgo, Rosa, “Huelga de masas, partido y sindicatos”, ob. cit.).
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la fuerza obrera de las “posiciones estratégicas” aislada de la acción independiente de la base y de la política de su dirección. Una cosa es que cada una de las diferentes causas que modifican el empleo de los combates (en este caso la “posición estratégica”) se pueda analizar teóricamente por separado, y otra es pensar que pueden separarse o aislarse en la realidad; esta es una de las mayores debilidades del análisis de Womack al respecto139. Como señala Clausewitz: … sería un pensamiento desdichado querer disertar sobre Estrategia según el valor de estos elementos aislados, pues en la guerra se presentan la mayor parte de las veces múltiples e íntimamente ligados entre sí; nos perderíamos en vano levantar sobre este fundamento abstracto el arco de hecho del mundo real140.
Las “posiciones estratégicas”, si bien fundan la fuerza de la clase obrera, por otro lado no corresponden a la clase obrera de conjunto inmediatamente, sino a los sectores de la misma que las detentan. De esta forma, por su “poder de fuego” también son más capaces de obtener concesiones particulares de parte de la burguesía141. Sobre esta base, con el imperialismo, como señala Lenin, se desarrolla la “aristocracia obrera”. Este corporativismo es el fundamento más estable –más allá de la compra directa o corrupción de los dirigentes– de la fragmentación (y diferenciación 139 Santiago Aguiar realiza un abordaje en este sentido. Señala: “Cuando el autor cita el caso del Partido Comunista de Estados Unidos en la década de 1920 y 1930 y su figura ‘J. Peters’, que sí logró establecer las posiciones estratégicas de la clase obrera estadounidense de esos años, queda un vacío en la explicación de por qué posteriormente se entró en un lento proceso de retroceso. Este vacío se puede profundizar más con el rechazo del autor a tratar, además de las ‘relaciones técnicas de producción’, las relaciones sociales de producción y la política (que, a mi parecer, es el ámbito del despliegue de la estrategia), porque, con este rechazo, ¿no se debilita un concepto que sí resulta esencial elaborar y sobre el cual trabajar?” (Aguiar, Santiago, “El concepto de ‘posición estratégica’”, Estudios del Trabajo N.° 12, 2009). 140 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 268. 141 Kautsky, en 1905, cuando aún era defensor de la acción obrera, señala los términos de esta división en su balance de la huelga del Ruhr: “La mayoría en estado de sindicalizarse son los obreros calificados, que pueden pagar cotizaciones sindicales elevadas. [...] Cuanto más se desciende en la escala de las categorías de obreros no calificados, mayor es la competencia entre ellos, es más fácil reemplazarlos por otros que buscan trabajo –artesanos desclasados, obreros agrícolas, extranjeros, mujeres, niños–, más bajos son los salarios, más necesaria es la organización sindical, pero también es más difícil chocarse con obstáculos insuperables en comparación con la gran masa de obreros sin ninguna calificación” (Kautsky, Karl, “Las lecciones de la huelga de los mineros”, Marxists Internet Archive, 2006, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/espanol/kautsky/1905/marzo08.htm).
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social) del proletariado con la que opera la burocracia sindical. Del otro lado quedan los sectores de la clase que no detentan posiciones estratégicas, por ende, con menor capacidad de negociación y organización, lo que los hace, por un lado, más débiles, y, por el otro, potencialmente más explosivos. Esta división142 es justamente la negación de la “fuerza obrera”. Es en el contrapunto entre lucha sindical y lucha política, entre sectores organizados y desorganizados, entre la acción de masas y sus direcciones, que se juega el valor concreto de las posiciones estratégicas y, en definitiva, el de la “fuerza obrera” de conjunto, es decir, su fuerza estratégica propiamente dicha. Aquel “colapsar lo industrial en lo político” que Womack atribuye a Luxemburgo es, sin duda, uno de sus grandes aciertos no solo en su análisis de Rusia sino, sobre todo, en sus combates al interior de la socialdemocracia alemana. Ahora bien, ¿cuál fue el efecto de esta novedad táctica de la huelga de masas desde el punto de vista estratégico? Uno de los principales está relacionado con un elemento fundamental para el trabajo de la estrategia, a saber: la libertad de acción. No casualmente, para un especialista en guerras contrarrevolucionarias como el general francés André Beaufre: “La esencia de la estrategia es la lucha por la libertad de acción”143. Se trata ni más ni menos que de la “ley de la guerra que persigue mantener la iniciativa a fin de poder actuar con entera independencia, sin dejarse supeditar por el enemigo”144. La huelga general política no crea la situación revolucionaria, pero una vez en esta, amplía exponencialmente la libertad de acción del proletariado al tiempo que restringe la libertad de acción del enemigo de clase. Sobre la base de la experiencia de 1905, Rosa Luxemburgo destacará justamente este papel cuando señala que: Las huelgas políticas y las económicas, las huelgas de masas y las parciales, las huelgas de protesta y las de lucha, las huelgas generales de determinadas ramas de la industria y las huelgas generales en determinadas ciudades, las pacíficas luchas salariales y las masacres callejeras, las peleas en las barricadas; todas se entrecruzan, corren paralelas, se encuentran, se interpenetran y se superponen; es una cambiante marea de fenómenos en incesante movimiento. Y la ley que rige el movimiento de estos fenómenos es clara: no reside en la huelga de masas misma ni en sus detalles 142 Sobre este aspecto volveremos en los próximos capítulos en torno a la táctica de frente único obrero desarrollada por la III Internacional. 143 Beaufre, André, Introducción a la estrategia, Buenos Aires, Editorial Struhart & Cía., 1982, p. 131. 144 Kaplan, Oscar, Diccionario militar, Santiago de Chile, Instituto Geográfico Militar, 1944, p. 391.
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técnicos sino en las proporciones políticas y sociales de las fuerzas de la revolución145.
De esta forma, la clase obrera imprimió su impronta al movimiento revolucionario de conjunto. Mostrando su fortaleza e iniciativa, el proletariado creó las condiciones para postularse como dirigente de la revolución146. Sin embargo, en el debate de las dos estrategias de 1910, Kautsky considera esta dinámica una expresión del atraso ruso (no la consideraba así en 1905), contrapuesta a la concepción de huelga general que se podría implementar, según él, en Alemania, un país desarrollado, con libertades democráticas y un proletariado mucho más organizado147: Si en nuestro medio una acción ha de actuar como una huelga de masas política, […] entonces desde el comienzo debe desencadenarse de acuerdo con un plan y un objetivo como una huelga política, y debe mantener este carácter hasta el final148.
Frente a este planteo de Kautsky, Rosa Luxemburgo le criticará querer limitar la táctica de la huelga de masas a la idea de una huelga pacífica, planificada por la socialdemocracia y los sindicatos para exigir algo del gobierno. A esta la denominará huelga de masas “de protesta”. Frente a ella, desarrollará el concepto de huelga de masas “de lucha” o “combativa”, de la cual la “huelga de protesta” puede ser un aspecto parcial, pero que consiste en un proceso mucho más amplio, que combina la radicalización de sectores de masas con la acción del partido para impulsarla y darle dirección política. Es la agitación propagandística de este tipo de acciones en el período prerrevolucionario lo que Rosa considera clave en Alemania, ya que su realización práctica no depende solo del partido. Ahora bien, Kautsky también esgrime en su crítica a Luxemburgo un argumento directamente estratégico:
145 Luxemburgo, Rosa, “Huelga de masas, partido y sindicatos”, ob. cit. 146 En este sentido, señala Trotsky la potencialidad histórica del proletariado que mostraba la Revolución de 1905: “La huelga de octubre fue la demostración de la hegemonía proletaria en la revolución burguesa y, al mismo tiempo, la de la hegemonía de la ciudad sobre un país de campesinos” (Trotsky, León, 1905, Buenos Aires, Ediciones IPSCEIP León Trotsky, 2006, p. 93). 147 Kautsky tiende a generalizar estas condiciones para “Europa occidental”. Sobre esta distinción entre Oriente y Occidente que esboza Kautsky volveremos en detalle en los próximos capítulos. 148 Kautsky, Karl, “Una nueva estrategia”, ob. cit., p. 213.
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También el proletariado ruso tenía que llegar finalmente al agotamiento por las huelgas constantemente recurrentes, y llegó el momento en el que se encontró frente al dilema de triunfar en forma decisiva o ser derrotado por un largo período. […] A medida que el período de huelgas rusas adquiría el carácter de una verdadera huelga de masas política, tanto más cerca estaba el momento en que la cuestión sería: vencer o hundirse149.
Frente a esto, Rosa Luxemburgo le replica a Kautsky que en realidad había abandonado de conjunto la perspectiva de enfrentamientos serios en la lucha de clases en favor del parlamentarismo y, como vimos, tenía razón. Sin embargo, no le responde a esta crítica específica. Es que, como decíamos, la huelga general combativa tiene la gran función de dar al proletariado una inédita libertad de acción, pero esta (de ahí su concepto) define solamente el espacio donde una dirección se puede mover. Ese espacio puede ser más amplio o más estrecho, pero por sí mismo no resuelve el resultado del enfrentamiento. Trotsky plantea este problema en forma muy clara en sus conclusiones de la revolución de 1905: En la lucha es extremadamente importante debilitar al adversario; es la función de la huelga. Al mismo tiempo, pone en pie el ejército de la revolución. Pero […] es preciso además arrancar el poder a quienes lo detentan y traspasarlo a la revolución. Esa es la tarea esencial. La huelga general crea las condiciones necesarias para que este trabajo sea ejecutado, pero es, por sí misma, insuficiente para llevarlo a término150.
Esta es la tarea de la insurrección, cuya ausencia fue una de las principales debilidades de todo el debate de las dos estrategias, incluida Luxemburgo151. Y ligada a esta, los grandes problemas que, desde el 149 Ídem. 150 Trotsky, León, 1905, ob. cit., p. 97. En escritos posteriores Trotsky señalará: “Existen situaciones en las que la huelga general entraña el riesgo de debilitar más a los obreros que a su enemigos directos. La huelga debe ser un elemento importante del cálculo estratégico, pero no una panacea en la que se ahogue toda estrategia. Habitualmente la huelga general es el instrumento de lucha del más débil contra el más fuerte o, más exactamente, del que al comienzo de la lucha se siente más débil contra el que se considera a sí mismo como el más fuerte: cuando, personalmente, yo no puedo utilizar un instrumento importante intento evitar al menos que se sirva de él mi enemigo, si no puedo disparar con un cañón, le sacaré el percutor. Esa es la ‘idea’ de la Huelga General” (Trotsky, León, “La estrategia de las huelgas”, Los sindicatos y las tareas de los revolucionarios, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2010, p. 84). 151 Trotsky señalará años después respecto a Luxemburgo: “Ella se formó, por así decirlo, en la lucha contra el aparato burocrático de la socialdemocracia y de los
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punto de vista del enfrentamiento militar, se deben encarar junto con el desarrollo de la propia huelga general, a saber: la autodefensa frente al Estado y las bandas paramilitares, la provisión de armas al proletariado, la constitución de la milicia obrera, entre otros. Sobre estos temas volveremos en detalle en el próximo capítulo. La concentración de fuerzas y el problema de las reservas estratégicas
Entre las novedades de la nueva época, además del fortalecimiento de la “posición estratégica” de la clase obrera, el despliegue del método de la huelga de masas y su consecuencia estratégica en la conquista de una imponente libertad de acción, señalábamos el surgimiento de los soviets (consejos) como expresión de una inédita capacidad de autoorganización de la clase obrera. Estos plantean la posibilidad de abordar, en un nuevo nivel, otra cuestión fundamental para la estrategia: la reunión de fuerzas en el tiempo y, con ella, el problema de las reservas estratégicas. Se trata de uno de los grandes problemas que nunca pudo resolver la socialdemocracia alemana de principios de siglo. La mejor estrategia –dice Clausewitz– consiste en ser siempre suficientemente fuerte, primero en un sentido general, y luego en el punto decisivo. Por lo tanto, aparte del esfuerzo en crear las fuerzas suficientes y que no siempre corresponde al general en jefe, no hay ley más simple y más imperativa para la estrategia que la de mantener concentradas las fuerzas152.
Para Clausewitz, solo algún objetivo imprescindible puede justificar excepciones. La particularidad de la concentración de fuerzas en el tiempo153 en estrategia revolucionaria –a diferencia de la estrategia sindicatos alemanes. […] A esto no le veía más salida ni salvación que un irresistible empuje de las masas […] La huelga general revolucionaria al desbordar todos los lindes de la sociedad burguesa se había vuelto para Rosa Luxemburgo sinónimo de revolución proletaria. No obstante, […] para apoderarse del poder, es necesario organizar la insurrección apoyándose en la huelga general. Toda la evolución de Rosa Luxemburgo hace pensar que habría terminado por admitirlo” (Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, CEIP León Trotsky, consultado el 5/3/2017 en: http://www.ceip.org.ar/ Los-problemas-de-la-guerra-civil). 152 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 325. 153 Desde el punto de vista de la concentración de las fuerzas en el espacio, una estrategia cuyo sujeto es la clase obrera tiene una gran ventaja –además de la posición estratégica– respecto a cualquier otra (por ejemplo, las de base campesina), ya que el propio desarrollo del capitalismo concentra al proletariado en la gran industria y los
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convencional– está en que la concentración no depende solamente de una decisión de los dirigentes, sino que está determinada por la situación general del país (e internacional) y por la propia heterogeneidad política y también social que atraviesa a la clase obrera. Este problema estratégico de primer orden fue uno de los mayores límites infranqueables con los que se topó el desarrollo del Partido Socialdemócrata de Alemania. Aunque se concebía a sí mismo como una organización que representaba al conjunto de la clase obrera, nunca logró este objetivo. El problema no era que no organizaba detrás de sí al conjunto de la clase; ni Kautsky ni Rosa suponían que algo así fuese posible. En este sentido, Lars Lih se equivoca cuando extrae de esto la conclusión de que entonces los bolcheviques y el SPD eran ambos “partidos de vanguardia” porque solo organizaban a los sectores más conscientes154. La cuestión va más allá de esto. La estrategia trata de la utilización del volumen total de la fuerza disponible para el objetivo de la guerra155. En nuestro caso, tanto de la fuerza organizada como de la no organizada. Desde aquí es que debemos abordar la utilización de las fuerzas en el tiempo en estrategia, que es muy diferente a la forma sucesiva que adquiere en la táctica156. Como dice Clausewitz, “estratégicamente nunca emplearemos demasiadas tropas y, por lo tanto, el empleo de las existentes será simultáneo”157. De aquí se desprende el problema ineludible de la reducción al mínimo de las “reservas estratégicas”158 a medida que se acercan los enfrentamientos decisivos159. “No es difícil determinar –dice
grandes servicios, así como en las ciudades. De ahí que lo más complejo sea concentrarlas en el tiempo. 154 Cfr. Lih, Lars, Lenin Rediscovered. “What Is to Be Done?” in Context, ob. cit., p. 556. 155 Aunque la totalidad de la fuerza no entre en combate, la capacidad de reunirlo todo “en un momento y en un acto” contribuye a magnificar el éxito (la constitución de una relación de fuerzas favorable) y a aumentar las probabilidades de alcanzar el objetivo. 156 Como señala Clausewitz: “Tácticamente no me es posible decidirlo todo en el primer éxito; son de temer los que le siguen; es muy natural, pues, que en el éxito del primer momento no emplee yo más fuerzas de las que juzgue necesarias para conseguirlo”, así es que “resulta decisiva la intervención de un número proporcionado de tropas frescas” (Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 331). 157 Ibídem, p. 332. 158 Las reservas estratégicas cumplen la función de estar disponibles para atender posibles imprevistos cuando estos sean probables. 159 Las reservas estratégicas pueden ser un lastre inevitable del que un ejército debe disponer cuando se persiguen objetivos limitados, y nuestro ataque en determinado punto puede ser respondido en otro punto, con lo cual debemos dejar fuera de la campaña una parte de nuestras fuerzas para defender este punto ante un eventual contraataque del enemigo.
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Clausewitz– el punto en que la idea de reserva estratégica empieza a contradecirse; no es otro que la decisión principal”160. Desde este punto de vista, el problema de la socialdemocracia alemana no era que no agrupaba más que a una parte, muy significativa, pero minoritaria, de la clase obrera. Se trataba de una organización gigantesca que para 1912 superaba el millón de afiliados, que agrupaba en los sindicatos creados por ella 2,5 millones de trabajadores y cuya influencia electoral llegó a 4,25 millones de votos. Sin embargo, más allá de esta enorme influencia, se le presentó constantemente una barrera más o menos infranqueable con el resto la clase obrera, que rondaba los 25 millones de miembros161. Es decir, no tenían una vía para resolver el problema de las reservas estratégicas de cara a la “decisión principal”. Ni siquiera los sindicatos socialdemócratas, que eran organizaciones mucho más amplias que el partido, eran capaces de organizar más que a una minoría de la clase162. Kautsky era consciente de esta situación, aunque desde muy temprano había perdido las esperanzas de cambiarla y daba por hecho que “la organización sindical no englobará más que una elite o una aristocracia obrera”163. Pero, a diferencia de los sindicalistas, a Kautsky le interesaba –y mucho– conquistar la mayoría de la clase, solo que no en términos de organización obrera, que consideraba 160 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 343. 161 Según el censo de 1910, la población total del Imperio ascendía a 64,6 millones (tomando las fronteras de 1919, la población total se reduce a 58,5 millones), alrededor de 60 % de población urbana. Unos 29,4 millones representaban población económicamente activa. Dentro de la PEA, la gran mayoría, podemos suponer, podría ser consideradas como clase obrera. Según los datos del seguro de accidentes de trabajo (el más extendido), para 1913 estaban aseguradas 27,5 millones de personas (Cfr. Khoudour-Castéras, David, “Welfare State and Labor Mobility: The Impact of Bismarck’s Social Legislation on German Emigration before World War I”, The Journal of Economic History, vol. 68, N.° 1, marzo 2008). Kautsky realiza un desglose de las estadísticas según el censo de 1895: calculaba, sobre una población “activa” de entonces de 23,4 millones, que 12,5 eran clase obrera sin ninguna duda (la gran mayoría entre industria, servicios, agricultura y comercio), a los que recomendaba sumarles buena parte de los 2 millones de “domésticos”, seiscientos mil “empleados” y 5,5 millones de “personas independientes”, dentro de los cuales había muchos asalariados de la industria a domicilio. Es decir, entre el 53 % y el 88 % de la población activa (Cfr. Kautsky, Karl, La cuestión agraria, edición digital de Marxists Internet Archive, 2015, pp. 333-334, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists. org/espanol/kautsky/1899/kautsky-la-cuestion-agraria.pdf). 162 A los sindicalistas como Carl Legien o a sus voceros como Eduard David, la cuestión de las reservas estratégicas les era ajena; ellos representaban a un determinado sector de la clase obrera, los más calificados y de mejores salarios, que podían pagar su cuota sindical. 163 Kautsky, Karl, “Las lecciones de la huelga de los mineros”, ob. cit.
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imposible, sino de avance en la influencia electoral y de obtención de una mayoría socialdemócrata en el parlamento. En la polémica con Luxemburgo de 1910 la conquista de este objetivo la consideraba un “problema de pocos años”164. Sin embargo, la pretensión de conquistar evolutivamente una mayoría de la clase obrera para el programa socialista chocaba constantemente en la historia del SPD con claros límites políticos (ilusiones reformistas, corporativismo, prejuicios nacionalistas-colonialistas), ideológicos (religión) y sociales (diferenciación al interior de la clase trabajadora, amplios sectores de “nueva clase obrera” venidos del campo). En su intento por superar los límites políticos acotando el programa y cediendo al corporativismo, el SPD no hizo más que profundizar la brecha social con los sectores más explotados. Mientras que la religión siempre constituyó una barrera a su ascendencia sobre buena parte de la clase obrera; en el caso de los católicos, estos votaban por el Zentrum, y los que se organizaban, aunque pocos, lo hacían en los sindicatos cristianos (cuatrocientos mil afiliados). Desde este punto de vista, podemos decir que el SPD no era ni suficientemente “de vanguardia” ni suficientemente “de masas”. En la Revolución rusa de 1905, la clase obrera sorprenderá a propios y ajenos planteando una potencial vía de resolución para aquel intrincado problema de las reservas estratégicas mediante una enorme capacidad de autoorganización. Durante el desarrollo de la huelga general de octubre pondrá en pie en San Petersburgo el primer Consejo de Diputados Obreros (Soviet), constituido a partir de la elección de representantes en las unidades de producción (fábricas y talleres) junto con representantes de sindicatos y de los partidos con representación obrera165. El soviet
164 “Si en las próximas elecciones –dice Kautsky en 1910– logra[mos] pegar otro salto como el de 1890 […] podría[mos] llegar a alcanzar la mayoría de los votos emitidos. Es obvio que no tenemos una imaginación tan alocada […] Pero todo el mundo concuerda en que daremos un gran salto adelante que hará de la cuestión de obtener mayoría absoluta de los votos emitidos un problema de pocos años” (Kautsky, Karl, “¿Y ahora qué?”, ob. cit., p. 150). 165 “En la primera sesión no había más que varias docenas de hombres. Y a mediados de noviembre el número de diputados llegaba a 56, entre ellos 6 mujeres. Representaban a 147 fábricas, 34 talleres y 16 sindicatos. La mayor parte de los diputados –351– pertenecían a la industria del metal. Desempeñaron un papel decisivo en el soviet: la industria textil envió 57 diputados, la del papel e imprenta 32, los empleados de comercio tenían 12 y los contables y farmacéuticos 7. Se eligió un comité ejecutivo el 17 de octubre, compuesto por 31 miembros: 22 diputados y 9 representantes de los partidos (6 para las dos fracciones de la socialdemocracia y 3 para los socialistas revolucionarios)” (Trotsky, León, 1905, ob. cit., p. 212).
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unificaba directamente a casi el 50 % de los trabajadores que tenía la ciudad, y su influencia directa e indirecta iba mucho más allá166. Trotsky, desde el lugar privilegiado de protagonista, primero como vicepresidente y luego presidente del soviet de San Petersburgo, será quien más cabalmente dé cuenta de la trascendencia de esta nueva institución: Antes de la aparición del soviet encontramos entre los obreros de la industria numerosas organizaciones revolucionarias, dirigidas sobre todo por la socialdemocracia. Pero eran formaciones “dentro del proletariado”, y su fin era luchar “por adquirir influencia sobre las masas”. El soviet, por el contrario, se transformó inmediatamente en “la organización misma del proletariado”, su fin era luchar por “la conquista del poder revolucionario”167.
Rosa Luxemburgo, buscando traducir la experiencia rusa a las condiciones de Alemania, vio en la experiencia de 1905 la clave para la organización combativa de los amplios sectores de la clase obrera que quedaban fuera de los sindicatos “normales” y de la influencia del SPD: A pesar de que una huelga política de masas general en su primera refriega conlleve el debilitamiento o el deterioro de algunos sindicatos, después de algún tiempo no solo renacerán las viejas organizaciones, sino que la gran acción removerá nuevas capas del proletariado y los pensamientos de la organización entrarán en un campo que hasta ahora era inaccesible para una organización sindical apacible y sistemática, o ganará para nuestras organizaciones sindicales a nuevos contingentes de proletarios, que hasta ahora están bajo dirección burguesa, en el Zentrum, con los Hirsch-Duncker [sindicatos liberales], con los evangélicos168.
Rosa, de cara a Occidente, y Trotsky, como protagonista, serán, como decíamos, quienes más cabalmente aborden las implicancias y el significado histórico de que la clase obrera rusa haya puesto en pie organismos de autoorganización como los soviets. Sin embargo, sus abordajes tendrán (entre otras) una diferencia fundamental que hace al centro del problema de la concentración de fuerzas en el tiempo que estamos 166 Relata Trotsky, tomando el censo de 1897, que en San Petersburgo había 820 000 habitantes de población “activa”. Dentro de ellos 433 000 entre obreros y “sirvientes”. El soviet unificaba a unos 200 000, en especial a los obreros de las fábricas, aunque su influencia directa e indirecta llegaba también a grupos importantes de proletarios de la construcción, criados, cocheros, etc. (cfr. ibídem, p. 215). 167 Ibídem, p. 213. 168 Luxemburgo, Rosa, “¿Y después qué?”, en Parvus, Alexander; Mehring, Franz; Luxemburgo, Rosa y otros, Debate sobre la huelga de masas, Primera parte, ob. cit., p. 125.
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tratando. El mismo es señalado correctamente por Antonio Negri cuando sostiene que se trata del … impulso difusivo que tiene la naturaleza de los soviets en Rosa Luxemburgo, mientras que en Trotsky prima la atención a la fase de centralización de las funciones revolucionarias en los soviets. Para él, en la consigna “todo el poder a los soviets” se prefigura con arreglo al esquema del centralismo democrático tanto el movimiento revolucionario sucesivo, incluso en sus momentos tácticos, como la estructura básica del Estado socialista169.
No es una cuestión menor; este elemento de centralización democrática que marca Negri en Trotsky es clave para determinar el resultado de todo el proceso estratégico de cara a la decisión principal, es decir, la lucha inmediata por la toma del poder. Como señala Clausewitz: “La ley que hemos intentado esclarecer es: deben emplearse simultáneamente todas las fuerzas disponibles, destinadas a un fin estratégico, y este empleo será tanto más completo cuanto más se reúna todo en un momento y en un acto”170. Aquí llegamos a otro punto central relacionado con la definición anterior: ¿quién determina el “fin estratégico” del soviet? Como señala Trotsky en 1909171: “en tanto que representación democrática del proletariado en la época revolucionaria, [el soviet] se mantenía en la encrucijada de todos sus intereses de clase”172, es decir, podía servir a diferentes fines estratégicos (conciliación con la burguesía o toma del poder por el proletariado) según cuál fuera su dirección173. De ahí que se necesitaba un partido revolucionario que, aunque a Lars Lih no le agraden estos 169 Negri, Antonio, El Poder Constituyente, Madrid, Ed. Traficantes de Sueños, 2015, p. 359. 170 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 337. 171 El texto al que corresponde esta cita, las “Conclusiones” de su obra 1905, probablemente haya sido escrito en 1909, justo antes de publicar el libro, dada la referencia que hace Trotsky a las Dumas (cfr. Trotsky, León, La Teoría de la Revolución Permanente, ob. cit., p. 40). 172 Trotsky, León, 1905, ob. cit., p. 213. 173 Trotsky aún no consideraba resaltar que dentro de la propia socialdemocracia rusa ya se enfrentaban dos estrategias irreconciliables. En 1917 serán ya dos partidos (mencheviques y bolcheviques, con Trotsky entre estos últimos) y el esfuerzo de los bolcheviques tendrá que ser mayor para conquistar la dirección de los soviets que el de la socialdemocracia en general, en 1905. En el caso de los Räte (consejos) de la Revolución alemana (1918-1919), la intervención de los revolucionarios como Luxemburgo ante las poderosas burocracias (sindical y partidaria) del SPD, estará prácticamente condenada al carecer de una organización propia para enfrentarlas y, con ella, el destino de los propios Räte (ver Broué, Pierre, Revolución en Alemania, ob. cit.).
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términos, debía ser, efectivamente, un partido “de nuevo tipo”, más “de vanguardia” que el SPD y, al mismo tiempo, más “de masas” en términos de influencia. Reducción de reservas estratégicas y cooperación de aliados
La renovada fortaleza (posición estratégica) e iniciativa (huelga de masas) también planteaban nuevas condiciones para el abordaje de otro problema fundamental: la conquista de aliados. Lo que demostraba la Revolución rusa de 1905 era la capacidad del proletariado para postularse como dirigente de la revolución, incluso en un país atrasado donde constituía una minoría de la población, abrumadoramente campesina. Como señalara oportunamente Trotsky: “La huelga de octubre fue la demostración de la hegemonía proletaria en la revolución burguesa y, al mismo tiempo, la de la hegemonía de la ciudad sobre un país de campesinos”174. Aún se trataba de una capacidad potencial, que se concretaría doce años después en la Revolución de Octubre. En el escenario “occidental” de Alemania, la presencia del campesinado era muchísimo menor. En su lugar, la pequeñoburguesía urbana había adquirido un importante peso político. Esta sería la base, desde finales del siglo XIX, de las polémicas estratégicas sobre las “nuevas clases medias” (en referencia a la proliferación de las capas constituidas por técnicos, funcionarios públicos, comerciantes, ingenieros, médicos, abogados, artistas, periodistas, entre otros), que representó uno de los temas centrales en el debate del revisionismo impulsado por Eduard Bernstein. Para él, el desarrollo de aquella “nueva clase media”, junto con la menor homogeneidad social del proletariado, horadaban las fronteras de clase175. A pesar de que Marx y Engels en el Manifiesto comunista se representaron de manera demasiado unilateral el proceso de liquidación de las clases intermedias, a diferencia de lo que sostenía Bernstein, su extensión no mitigó las contradicciones del capitalismo sino que, como mostró el siglo XX, las acentuó. Su proliferación no fue subproducto de un desarrollo armónico del capitalismo, sino de su incapacidad de proletarizar a estos sectores al mismo ritmo que los arruinaba y, en menor medida, 174 Trotsky, León, 1905, ob. cit., p. 93. 175 Según Bernstein: “Los modernos asalariados no son la masa homogénea, uniforme, sin el estorbo de la propiedad, la familia, etc., que se prevé en el Manifiesto [comunista]. Amplios estratos se han levantado entre ellos para lograr condiciones de vida pequeñoburguesas. Y, por otro lado, la disolución de las clases medias se está produciendo mucho más lentamente que lo que el Manifiesto creía” (Bernstein, Eduard, “Critical Interlude”, en Tudor, H. y Tudor, J.M. (eds.), Marxism & Social Democracy. The revisionist debate 1896-1898, New York, Cambridge University Press, 1988, p. 217).
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de una política consciente del Estado burgués para el mantenimiento de determinados estratos pequeñoburgueses urbanos176. La consecuencia política que extraía Bernstein de aquella caracterización era la búsqueda de alianzas con los partidos liberales “democráticos”, con la cual insistió sistemáticamente. Este debate atravesó con un peso creciente a la socialdemocracia en general y a la alemana en particular. Así, la conquista de la “superioridad numérica” no solo no se concentraba en el “punto decisivo” del combate (lucha de clases), sino que se confundían en ella dos problemas diferentes como lo son, en términos estratégicos, el de la reducción de las reservas estratégicas y el de la conquista/cooperación de los aliados. Mientras que el problema de la reducción de las reservas estratégicas (planteado, como veremos luego, por la III Internacional en términos de frente único obrero177) consiste en unificar una misma fuerza con intereses comunes, pero atravesada por una gran lucha interna contra la burocracia; en el caso de la conquista/cooperación de los aliados (hegemonía178) se trata de articular fuerzas heterogéneas (en lucha con sus direcciones tradicionales) para cooperar contra un enemigo común179.
176 Cfr. Trotsky, León, “A 90 años del Manifiesto comunista”, El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2017 (Obras Escogidas 10, coeditadas con la Museo Casa León Trotsky), p. 32. En aquel texto, Trotsky plantea que “el desarrollo del capitalismo aceleró de forma extraordinaria el surgimiento de ejércitos de técnicos, administradores, empleados de comercio, en una palabra, la llamada ‘nueva clase media’. El resultado de esto es que las clases intermedias a las que se refiere el Manifiesto en forma tan categórica son, aun en un país tan altamente industrializado como Alemania, alrededor de la mitad de la población. Sin embargo, la preservación artificial del sector pequeñoburgués desde hace mucho tiempo ya perimido no atenúa de ninguna manera las contradicciones sociales. Por el contrario, las vuelve especialmente perversas. Junto a un ejército permanente de desocupados, constituye la expresión más dañina de la decadencia del capitalismo”. 177 Ver capítulo 4 del presente libro. 178 Para el desarrollo del concepto de “hegemonía” y los debates sobre el mismo, ver capítulo 4 del presente libro. 179 Se trata de una distinción fundamental que ha sido impugnada desde diferentes ángulos en reiteradas oportunidades desde aquel entonces, por lo cual merece una mención especial. Una de las vías ha sido, por ejemplo, el establecimiento de una definición “estrecha” de la clase trabajadora, que lleva a considerar como si fueran “aliados” a sectores que en realidad son parte de ella. Es el caso de Nicos Poulantzas, quien de esta manera daba fundamentos al eurocomunismo de la década de 1970 (para una crítica a sus tesis ver Meiksins Wood, Ellen, ¿Una política sin clases? El posmarxismo y su legado, Buenos Aires, Ediciones RyR, 2013, pp. 91 y ss.). Otra más reciente ha sido la del llamado “posmarxismo”, que plantea directamente que cualquier concepción clasista conspira contra la noción de hegemonía (para una crítica a estas tesis y su comparación con las de Bernstein,
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Radicalizando el planteo de Bernstein, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe sostienen que esta distinción entre la unificación de las fuerzas de la clase obrera y la conquista de aliados –e incluso el concepto mismo de “aliado”– es un producto negativo de la influencia de Clausewitz en el marxismo, que en el caso de la socialdemocracia de principios del siglo XX fue lo que le impidió conquistar la hegemonía180. Según ellos, en la “guerra de desgaste” de Kautsky181 “el establecimiento de esta estricta línea divisoria [de clase] era considerado como condición misma de la política –‘política’ para esta concepción era, simplemente, uno de los terrenos de la lucha de clases–”182, y esto habría constituido el “límite a la lógica deconstructiva de la hegemonía”183. Cabe aclarar que este problema se ha complejizado enormemente desde aquel entonces, lo cual amerita un digresión. Durante buena parte del siglo XX, en lo que respecta a los aliados, la alianza obrero-campesina fue la clave, mientras que el peso de los sectores de la pequeñoburguesía urbana estuvo restringido a un puñado de países centrales. A partir del proceso de urbanización que avanzó a nivel global desde mediados del siglo XX, y que hace que en el siglo XXI la mayoría de la población mundial viva en ciudades, la cuestión de la hegemonía sobre los movimientos urbanos pasó a primer plano incluso en la periferia184. La urbanización capitalista trasladó en gran medida el problema de la tierra a las ciudades con la proliferación de los llamados slums, villas
ver Cinatti, Claudia y Albamonte, Emilio, “Más allá de la democracia liberal y el totalitarismo”, Estrategia Internacional N.° 21, septiembre 2004). 180 No casualmente el comienzo de la “ruptura con esta concepción –según Laclau y Mouffe– reduccionista y manipulatoria”, “tiene lugar en la política comunista a partir del VII Congreso de la Komintern y del informe Dimitrov en el que […] se inicia la política de los frentes populares. Se deja aquí implícitamente atrás la concepción de la hegemonía como simple y externa alianza de clases y se pasa a concebir a la democracia como terreno común que no se deja absorber por ningún sector social específico” (Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, ob. cit., p. 95). 181 Según nuestros autores, la “estrategia de desgaste” conformaría un mismo conjunto de políticas, junto con la “bolchevización” de la Internacional Comunista en 1924 y la política del stalinismo de “clase contra clase” al cual se le podría hacer la misma crítica de ser “clasistas”. Desde luego, querer englobar políticas tan disímiles no resiste un análisis histórico serio. Sin embargo, tienen un elemento en común, inverso al destacado por Laclau y Mouffe, que es negar de diferentes formas y en diferentes grados aquello que la III Internacional denominaría como la táctica de frente único obrero (ver capítulo 3 del presente libro). 182 Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, ob. cit., p. 104. 183 Ídem. 184 Aunque desde luego sigue subsistiendo como problema central la alianza con el campesinado en muchos países, entre ellos, nada menos que China e India.
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miseria o favelas185, desarrollando por ejemplo movimientos por la vivienda, que a diferencia de los movimientos campesinos están conformados en muchos casos por trabajadores asalariados o desocupados, es decir, que son parte de la clase trabajadora. También movimientos policlasistas como el ecologista o alrededor de problemas específicos como el transporte urbano186. Por otro lado, movimientos urbanos como el estudiantil han adquirido enorme peso a partir de mediados del siglo XX con la masificación de la educación. El movimiento de mujeres (policlasista), que viene desde mucho más lejos, ha vuelto a emerger en los últimos años como un poderoso movimiento de masas a escala internacional, que a su vez se superpone con un movimiento obrero que se ha feminizado exponencialmente. Todo esto, desde luego, complejiza enormemente los problemas planteados a principios del siglo XX y hace mucho más porosas las problemáticas de los “aliados” y las “reservas estratégicas”. Sin embargo, no hace que se pierda la diferencia entre ambos conceptos/problemas ni la actualidad de las definiciones estratégicas fundamentales que estamos analizando. Volviendo a la socialdemocracia alemana de principios del siglo XX, efectivamente, como señalan Laclau y Mouffe, esta no logró resolver el problema de la hegemonía sobre los aliados, pero por causas opuestas a las que ellos plantean. Como fuimos reseñando en torno a la “estrategia de desgaste”, no fue el planteo de independencia de clase ligado a la lucha de clases lo que llevó a Kautsky y al SPD a fracasar en la conquista de la hegemonía. Al contrario, fue la búsqueda de conquistarla evolutivamente, mediante la limitación del programa, y el conservadurismo en la lucha de clases lo que minó su capacidad para encolumnar tras de sí, en los momentos decisivos, tanto a la mayoría de la clase obrera como a sus potenciales aliados. La vía ensayada para captar el apoyo de la “nueva clase media” pasaría por los sucesivos intentos de no chocar con sus direcciones políticas tradicionales, conformadas por la burguesía liberal “democrática”. En particular luego de la pérdida de escaños en las elecciones de 1907187, 185 Ver Davis, Mike, El planeta de ciudades miseria, Madrid, Foca, 2008. 186 Como vimos en el año 2013 con el enorme movimiento contra el aumento del boleto que hizo temblar Brasil. 187 En las elecciones de aquel año, todos los partidos del régimen hicieron campaña contra la socialdemocracia por votar en contra, en 1906, de los créditos gubernamentales para intensificar la represión en la zona alemana del sudoeste de África. Con el retroceso en escaños del SPD florecieron los sectores que lo atribuyeron a no haber podido conquistar a los electores de “clase media”, y la socialdemocracia fue moderando su posición. Cabe destacar que la socialdemocracia, a pesar de aquella campaña en contra, había
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moderando crecientemente su oposición al colonialismo y militarismo alemanes y, especialmente a partir de 1909, cuando tuvo lugar el pasaje a la oposición de los partidos liberales, que hizo florecer las presiones a una alianza opositora por la reforma política del régimen. El intento más avanzado en 1912 de un bloque parlamentario con los liberales concluyó en un rotundo fracaso, sumiendo al SPD progresivamente en la impotencia frente a los grandes acontecimientos que se aproximaban. De ahí que, a pesar de su peso en la superestructura política –para 1912, con 110 diputados nacionales, 220 en los Landtag, 2 886 a nivel municipal– e ideológica –con una inmensa red de instituciones propias, que incluyeron más de 90 periódicos, universidades populares, bibliotecas, entre otras–, el SPD no logró una influencia determinante entre aquella “nueva clase media”. Al contrario, fue la pequeñoburguesía urbana la que ejerció una presión constante, a través de la “opinión pública”, sobre las capas dirigentes de la socialdemocracia. Más adelante dedicaremos un capítulo especial a los problemas de la hegemonía y la conquista de aliados en formaciones sociopolíticas “occidentales” alrededor de las elaboraciones Gramsci y Trotsky188, pero lo que queremos resaltar aquí es que la indistinción o confusión entre el problema de los aliados y el de las reservas estratégicas juega en detrimento de la resolución de ambos. La cooperación de los aliados, como señala Clausewitz, “no depende de la voluntad de los beligerantes”189, sino –en nuestro caso– de la capacidad de la clase obrera de presentar una fuerza tal para el combate que sus aliados vean en ella la posibilidad de derrotar a aquel enemigo común e imponer los intereses de las grandes mayorías. Al igual que la disminución de las reservas estratégicas, la cooperación de los aliados adquiere dimensiones cada vez más importantes a medida que se acercan los enfrentamientos fundamentales. Pero si bien los dos problemas van de la mano, ya que se trata en ambos casos de concentrar las fuerzas en el tiempo, la capacidad de reducir las reservas
aumentado levemente sus votos en términos absolutos de 3 010 800 en 1903 a 3 259 000 en 1907, aunque en términos porcentuales representaba un retroceso del 1,7 % (de 31,7 % a 29 %). Igualmente siguió siendo por lejos el partido más votado del Reich. El retroceso en escaños, perdiendo 38 bancas, se debió esencialmente a la distribución antidemocrática de las circunscripciones electorales, pensadas para diluir el voto obrero (ver Schorske, Carl, ob. cit., p. 109). Este resultado de conjunto, interpretado por la dirección socialdemócrata como un revés electoral muy significativo, desde el punto de vista de la lucha de clases mostró en realidad que, a pesar de la campaña de los partidos del régimen contra el SPD, este había logrado mantener su base electoral. 188 Ver capítulo 4 del presente libro. 189 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 36.
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estratégicas es una condición necesaria (e indispensable) para la cooperación de los aliados en los momentos decisivos. De aquí que el abordaje del problema de los aliados por fuera de la unificación revolucionaria de las fuerzas de la clase obrera se traduzca, en lo que refiere a la lucha de clases, en una negación de ambos. En este sentido, los organismos de tipo soviético se mostraron como instrumento estratégico fundamental también en lo que respecta a la cooperación de los aliados, no ya los de la Revolución rusa de 1905, sino los de 1917, más precisamente los de octubre de aquel año. A diferencia del Soviet de San Petersburgo de 1905, los soviets de 1917 desde la misma Revolución de Febrero ampliarán sus fronteras, incluirán tanto representantes de los soldados (en su mayoría campesinos) como de los campesinos mismos. Sin embargo, no será sino hasta que los bolcheviques conquisten la mayoría en los soviets (septiembre-octubre de 1917) que dejarán de cumplir una función de conciliación de clases y pasarán a ser un instrumento de la hegemonía revolucionaria del proletariado sobre los campesinos pobres y soldados. Como ejemplo por la negativa, en la revolución de 1918-1919 en Alemania, también se desarrollaron consejos (Räte) de obreros y de soldados; sin embargo, nunca pasaron de cumplir un papel conciliador similar al de los soviets de febrero en Rusia. A diferencia del escenario “oriental” ruso, en el “Occidente” alemán, el peso de las burocracias de los partidos tradicionales –en primer lugar la del SPD– y de los sindicatos fue determinante en los Räte, sin que hubiese enfrente un partido como el bolchevique capaz de combatirlas y transformar los consejos en instrumento estratégico para articular una mayoría de la clase obrera y la hegemonía sobre los aliados para la revolución. Es decir, los organismos de tipo soviético representan potenciales vías de resolución tanto del problema de las reservas estratégicas como de la cooperación de los aliados en los momentos decisivos, pero no necesariamente cumplen aquella función. Y aquí nuevamente cobra importancia la distinción entre aquellos dos problemas (reservas y aliados) vinculados, pero no idénticos. Otros organismos de autoorganización del movimiento obrero surgidos de las unidades de producción, como los comités de fábrica, pueden tener un despliegue masivo antes que los soviets. Esto no evita la necesidad del desarrollo de soviets o una institución de autoorganización análoga, capaz de articular al conjunto de los grupos aliados en lucha, así como de armonizar el conjunto de sus reivindicaciones190. No obstante, 190 Trotsky señalará en El Programa de Transición respecto a esta cuestión cómo en una situación revolucionaria “millones de necesitados, en los que los dirigentes reformistas nunca pensaron, comenzarán a golpear las puertas de las organizaciones obreras. Los desocupados entrarán en el movimiento. Los obreros agrícolas, los campesinos arruinados
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los comités de fábrica, por ejemplo, pueden estar en condiciones de encarar la lucha revolucionaria por el poder, aun cuando los organismos de tipo soviético no existan, y surgir como parte de la preparación misma de la insurrección191. También puede suceder que aquellos organismos de autoorganización obrera (comités de fábrica), dirigidos por un partido revolucionario, tomen la iniciativa de preparar la insurrección a pesar de la existencia previa de soviets y sin apoyarse en ellos, si es que estos fueron desmoralizados previamente por direcciones conciliadoras, y luego reconstruirlos en tanto órganos de poder después de la victoria. Tal como fue la hipótesis de Lenin luego de las jornadas de julio de 1917, cuando los soviets dirigidos por los socialrevolucionarios y los mencheviques perseguían a los bolcheviques192. En todas estas situaciones y sus diferentes combinaciones –de las cuales la enumeración anterior no es taxativa193– llegamos nuevamente al papel fundamental del partido revolucionario, capaz de orientar a las fuerzas revolucionarias “en el caos de la revolución” y lograr articular los diferentes problemas estratégicos. De conjunto, con la nueva época abierta en el siglo XX se trataba de establecer una relación novedosa entre la
o semiarruinados, las capas empobrecidas de las ciudades, las trabajadoras, las amas de casa, las capas proletarizadas de la intelectualidad, todos buscarán un reagrupamiento y una dirección. ¿Cómo armonizar las diversas reivindicaciones y formas de lucha aunque solo sea en los límites de una sola ciudad? La historia ya ha respondido a este problema: por medio de los soviets (consejos) que reúnen a los representantes de todos los grupos en lucha” (Trotsky, León, “El Programa de Transición”, El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional, ob. cit., p. 65). 191 Este hubiese sido el caso en el proceso revolucionario alemán de 1923. Ver capítulo 3 del presente libro. 192 Cfr. Trotsky, León, Historia de la Revolución rusa, Tomo II, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2017 (Obras Escogidas 11, coeditadas con el Museo Casa León Trotsky), p. 405. 193 También, por ejemplo, los organismos de tipo soviético pueden surgir desde mucho antes de que esté planteada la insurrección: “La tarea de los soviets no consiste simplemente en exhortar a las masas a la insurrección o en desatarla, sino fundamentalmente en conducir a las masas a la sublevación pasando por las etapas necesarias. Al principio, el soviet no gana en absoluto a las masas gracias a la consigna de la insurrección, sino gracias a otras consignas parciales […] En la acción, las masas deben sentir y comprender que el soviet es su organización, de ellas […] No es en la acción de un día ni, en general, en una acción llevada a cabo de una sola vez, como pueden sentir y comprender esto, sino a través de experiencias que adquieren durante semanas, meses, incluso años, con o sin discontinuidad” (Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, ob. cit., p. 219-220).
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clase, el partido y su dirección frente a una época donde la revolución proletaria cobraba toda su actualidad194.
PARTE 4 LENIN: FUERZA MATERIAL Y FUERZA MORAL Si comparamos a la socialdemocracia alemana con el bolchevismo en Rusia, es claro que en el primer caso nos topamos con una clase obrera mucho más organizada (en sindicatos, partido y todo tipo de instituciones propias) y con mayor tradición política. La fuerza material de la socialdemocracia era enorme, a gran distancia de la rusa. Sin embargo, como señala Clausewitz: “Lucha es la medida de las fuerzas morales y materiales por medio de estas últimas. Es evidente que no deben excluirse las morales, pues el estado de ánimo tiene de por sí una influencia decisiva sobre las fuerzas en lucha”195. Es decir, no alcanza con constatar la “fuerza material” para conocer el volumen de fuerza real del que se dispone; junto con ella está la “fuerza moral”. De la combinación de ambas surge la medida. La cuestión es que la “fuerza moral” no se puede medir por fuera del combate, lo que pone un signo de interrogación al conjunto. Esta es, justamente, la gran dificultad que tiene la teoría de la guerra: tiene que vérselas con “fuerzas morales” que no puede calcular por fuera de la lucha misma; lo cual es especialmente cierto en lo que se refiere a la estrategia. Luxemburgo había dado cuenta de esta distinción entre “fuerza material” y “fuerza moral”. A diferencia de Kautsky, quien se limitaba a constatar la mayor “fuerza material” de la clase obrera y la socialdemocracia en Alemania comparada con la rusa, Luxemburgo sostenía que esta última en 1905 había mostrado una conciencia “práctica y activa” en la lucha abierta contra la autocracia zarista, mientras que en “el obrero alemán ilustrado, la conciencia de clase inculcada por la socialdemocracia es una conciencia teórica latente”196.
194 Ver Brossat, Alain, En los orígenes de la revolución permanente, Madrid, Siglo XXI, 1976. 195 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 145. 196 Más precisamente señala que: “en el período de la dominación del parlamentarismo burgués no tiene, por lo general, ocasión de manifestarse en una acción de masas directa; es la suma ideal de las cuatrocientas acciones paralelas de las circunscripciones durante la lucha electoral, de los numerosos conflictos económicos parciales y de cosas semejantes. En la revolución, donde la propia masa aparece en la escena política, la
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Planteaba así un problema central. La base material de esta situación era que el movimiento obrero alemán (en especial los sectores vinculados a los sindicatos y al SPD), en paralelo al avance como potencia imperialista de Alemania, había recibido del Estado toda una serie de conquistas en forma más o menos pacífica, que iban desde derechos sociales poco comunes para la época (seguro de accidentes, de desempleo, jubilación, etc.197) hasta derechos de organización sindical y política relativamente amplios. Para enfrentar ese escenario Luxemburgo concibe como tarea de la dirección socialdemócrata “acelerar el desarrollo de los acontecimientos” en el marco de las posibilidades de la situación dada, mediante la agitación y la propaganda198. Se basa en un elemento cierto, como señala Clausewitz: El odio nacional [odio de clase, podríamos decir nosotros], que rara vez falta en nuestras guerras, sustituye con más o menos intensidad a la enemistad individual; pero donde también aquel falte y al principio no exista ningún encono, se enciende el sentimiento hostil en la lucha misma199.
Con este objetivo, Rosa proponía aprovechar al máximo las oportunidades que se presentaban para el desarrollo de la acción de masas. Sin embargo, la posibilidad de una orientación así se hizo cada vez más contradictoria con la realidad de la socialdemocracia, especialmente a partir de la consolidación de la nueva burocracia obrera en los sindicatos. La enorme “fuerza moral” de la clase obrera, de la que había hecho gala el proletariado ruso en 1905, tuvo su correlato en Alemania en el surgimiento de otra poderosa fuerza pero de sentido inverso, encarnada por la burocracia obrera. Por su parte, Kautsky, a partir de 1910, encarna una orientación supuestamente “realista”: era necesario un acuerdo entre el aparato partidario y el sindical para sostener la unidad de la socialdemocracia. En realidad, Kautsky no hacía más que despreciar los factores morales y, por ende, incluso en su lógica, hacía un “cálculo” totalmente deficiente. Su teoría de las “dos estrategias” esbozaba esta concepción. En ella todo el asunto se reducía a un problema de oportunidad: luchar ahora o luchar después.
conciencia de clase se vuelve conciencia práctica y activa”. (Luxemburgo, Rosa, “Huelga de masas, partido y sindicatos”, ob. cit., pp. 68-69). 197 Ver Khoudour-Castéras, David, ob. cit. 198 Luxemburgo, Rosa, “Huelga de masas, partido y sindicatos”, ob. cit., p. 69. 199 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 171.
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Claro que para Kautsky y para todos aquellos que se hicieron eco de su teoría de la “estrategia de desgaste” siempre se trató de luchar después. No es casual: una gran fuerza material, por fuera de su fuerza moral, solo puede servir para “el hostigamiento” y “la amenaza”, como él mismo señala. El combate no haría más que exponer la medida real de la fuerza que surge de la combinación de lo “material” y lo “moral”. En este esquema de Kautsky, la militancia quedaba reducida a una masa de afiliados, mientras que la clase como tal era concebida como “masa de maniobra” electoral. La cuestión de fondo era que, a partir del desarrollo de la burocracia, cualquier teoría que partiese de una identificación estratégica a priori entre la socialdemocracia y la clase obrera se hacía cada vez más arbitraria, ubicándose, como dice Clausewitz, “instantáneamente en oposición con la realidad”200. Sin embargo, desde ángulos casi opuestos, tanto Kautsky como Rosa sostenían una distinción borrosa entre la clase, el partido y la dirección. La misma había quedado plasmada en sus respectivos abordajes de la lucha fraccional rusa entre mencheviques y bolcheviques a partir de 1903201. Ambos la interpretaron como una disputa esencialmente sectaria. Rosa Luxemburgo202 le atribuyó directamente a Lenin la intención
200 Ibídem, p. 54. 201 Esta expresaba en forma particular la influencia de otras clases (especialmente la pequeñoburguesía democrático-liberal) sobre la dirección socialdemócrata, que atravesaba también a la dirección alemana. La socialdemocracia en Rusia, desde su mismo nacimiento como organización, tuvo que enfrentar estas tendencias como parte de la II Internacional. Su primera expresión fue el “economismo” (1894-1902) y luego el “menchevismo”. También tenía como base factores objetivos (repercusión, aunque en menor escala, del “tipo de desarrollo europeo” en Rusia; cfr. Lenin, V. I., “La bancarrota de la Segunda Internacional”, Obras completas, Tomo XXI, Buenos Aires, Cartago, 1960, p. 258). Este conjunto de elementos hicieron que, a diferencia de Alemania, donde la tendencia revisionista se mantuvo formalmente subordinada (en tanto minoría) al interior de los organismos del partido aceptando el centralismo democrático, en la joven socialdemocracia rusa rompiera directamente el partido. El famoso debate estatutario de 1903 sobre la definición de quién era o no miembro de la socialdemocracia fue simplemente una expresión organizativa de aquel problema más general (ver Lenin, V. I., “Prólogo a la recopilación 12 años”, Obras completas, Tomo XIII, Madrid, Akal, 1977). 202 Rosa Luxemburgo estuvo implicada en el debate a través del partido polaco. Aunque por elección no era miembro del CC de ese partido tenía, sin embargo, enorme influencia sobre él. Los delegados del Partido Socialdemócrata de Polonia y Lituania (PSDPL) llevaban en 1903 el mandato de negociar la afiliación al POSDR; la negociación versaba sobre los niveles de autonomía que tendría. Rosa Luxemburgo era el ala más dura en ese sentido, y de hecho terminó oponiéndose a la unificación casi abiertamente. Finalmente, el PSDPL se afilió al POSDR en el IV Congreso de 1906, donde confluyeron tanto bolcheviques como mencheviques.
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de crear una “secta” en torno suyo203. Kautsky la consideró un producto de la “pequeñez del partido [y] la lentitud del crecimiento”204. Tratándose de un mismo partido y de una misma clase, la división205 de su dirección no podía ser más que artificial206 o producto de la inmadurez207. Lars Lih muestra cómo la crítica de Rosa Luxemburgo no se condice con los escritos de Lenin de aquella época208, cómo este aspiraba a construir un gran partido con influencia de masas, cómo el proyecto de Iskra tenía su fundamento en el desarrollo de un nuevo y combativo movimiento obrero en Rusia209. Hoy, pudiendo conocer la historia del bolchevismo y la III Internacional, solo interpretaciones muy vulgares
203 Ver Luxemburgo, Rosa, “Problemas de organización de la socialdemocracia rusa”, Obras escogidas, ob. cit. 204 Kautsky, Karl, “Differences Among the Russian Socialists”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/archive/kautsky/1905/xx/ rsdlp.htm. 205 Lenin tampoco era partidario de la escisión de la socialdemocracia rusa en aquel entonces; desde 1903, batalló casi en forma constante por la convocatoria a un nuevo congreso partidario, a lo cual se negaron los mencheviques hasta abril de 1906. Sin embargo, a diferencia de la hipótesis de Kautsky o la exigencia de Rosa Luxemburgo, no estuvo dispuesto a disolver la fracción bolchevique, menos aún luego de 1905, cuando las diferencias habían escalado del terreno de la organización al terreno de la estrategia (para una evaluación retrospectiva, ver Lenin, V. I., “Prólogo a la recopilación 12 años”, ob. cit. Sobre las diferencias estratégicas en 1905, ver Lenin, V. I., “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”, Obras completas, Tomo IX, Madrid, Akal, 1976). 206 En su crítica a Lenin de 1904, Rosa Luxemburgo sostiene: “Es un hecho que la socialdemocracia no está unida a las organizaciones del proletariado. Es el proletariado”. Y agrega en relación a los últimos hechos más importantes de la lucha de clases rusa: “La existencia de ese centro [referencia al planteo de Lenin] probablemente hubiera incrementado la desorganización de los comités locales al acentuar la diferencia entre el avance ávido de las masas y la línea prudente de la socialdemocracia. El mismo fenómeno –el papel insignificante que desempeñaron los organismos centrales del partido en la elaboración de la línea táctica– se observa hoy en Alemania y otros países” (Luxemburgo, Rosa, “Problemas de organización de la socialdemocracia”, ob. cit.). 207 En 1905, en relación a la división entre mencheviques y bolcheviques, Kautsky evaluaba: “Una vez que un movimiento de partido se convierte en un gran movimiento popular de masas, obteniendo victoria tras victoria, y las diferencias pierden su fuerza y significación, y a medida que el conflicto avanza, el partido se consolida y se une continuamente más, ya que, al menos hasta ahora, descansa sobre los intereses de una sola clase, al igual que la socialdemocracia” (Kautsky, Karl, “Differences Among the Russian Socialists”, ob. cit.). 208 Cfr. Lih, Lars, Lenin Rediscovered. “What Is to Be Done?” in Context, ob. cit., p. 489 y ss. 209 Ver Lenin, V. I., “Plática con los defensores del economismo”, Obras completas, Tomo V, Madrid, Akal, 1976, p. 318.
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–o tergiversaciones– de Lenin pueden plantear que quería construir una “secta”210. Pero la cuestión planteada en aquel entonces era mucho más profunda: frente a la fuerza material de la burocracia, ¿qué alternativa podría plantearse para evitar aquella relación con el partido donde la clase obrera es “masa de maniobra” (Kautsky) y sin caer en la espera –por más activa que fuere– del ascenso y radicalización de masas para modificar toda la ecuación (Rosa Luxemburgo)? La respuesta necesariamente pasaba por la creación de una fuerza material partidaria que vaya en el sentido opuesto a la burocracia, es decir, revolucionaria. En este sentido, a diferencia de lo que sostiene Lih, para esta época ya hay una concepción nueva de partido esbozada por Lenin. No se trata aún de una “teoría”, pero sí de las bases para una nueva relación entre clase, partido y dirección, y para una práctica alternativa. Esto lo podemos ver, por ejemplo, en la discusión sobre el “neutralismo” de las organizaciones sindicales. En su momento, tanto Luxemburgo como Kautsky, cada uno a su modo, enfrentaron la pretensión de que los sindicatos fueran por definición independientes políticamente del partido. Sin embargo, con el desarrollo de la burocracia, la contradicción era imposible de superar en el terreno del debate ideológico o en las resoluciones de congresos partidarios (de hecho los burócratas sindicales socialdemócratas no estaban subordinados a ellos, según el acuerdo de “paridad”). No era un simple enfrentamiento entre posiciones político/ideológicas, sino que se trataba de una nueva “fuerza material” conservadora en ascenso. Lenin, quien antes de 1905 defendía –de una forma muy diferente a los sindicalistas alemanes211– la neutralidad de los sindicatos (en su evaluación retrospectiva del ¿Qué hacer? menciona este punto como uno de
210 Entre los más conocidos: la combinación entre soviets y partido, que plantea en 1905; el desarrollo de Pravda, en 1912; la propia lucha por la mayoría de la clase obrera en 1917, en los comités de fábrica y en los soviets. Pero sobre todo sus elaboraciones en torno a la III Internacional, cuestión que abordaremos en los próximos capítulos. Ver al respecto, por ejemplo, la polémica con Umberto Terracini en Lenin, V. I., “Discurso en defensa de la táctica de la Internacional Comunista”, Obras completas, Tomo XXXII, Buenos Aires, Cartago, 1960. 211 De más está decir que cuando Lenin sostenía la “neutralidad” de los sindicatos no lo hacía en el sentido sindicalista. Su preocupación pasaba por que los sindicatos organizasen a los sectores más amplios posibles de la clase obrera. De aquí que Lenin seguirá poniendo énfasis siempre en que la lucha por la más estrecha vinculación entre los sindicatos y el partido debe realizarse “sin aspirar a simples ‘reconocimientos’ y sin expulsar de los sindicatos a los que piensen de distinto modo” (Lenin, V. I., “Prólogo a la recopilación 12 años”, ob. cit., p. 102).
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sus principales cambios de opinión212), sin embargo, ya tenía una concepción propia que en los hechos, respecto al significado del “partidismo” en los sindicatos, era alternativa tanto a la de Rosa Luxemburgo como a la de Kautsky. Para Lenin, este no pasaba por declaraciones de adhesión a la socialdemocracia, sino por el desarrollo de corrientes revolucionarias al interior de los sindicatos213. Para ello planteaba una determinada articulación entre los militantes revolucionarios y toda una serie de organizaciones obreras cada vez más amplias a su alrededor, según el grado de ligazón con el partido. Aquí entramos en la concepción de partido de vanguardia de Lenin. La misma está esbozada en Un paso adelante, dos atrás (1904), texto al que Lih resta toda importancia214, a diferencia del propio Lenin que en cuestiones de organización lo consideraba años después como “brillante”215 212 En gran medida había cambiado bajo la influencia de Kautsky. Al respecto, Lenin comenta acerca de la propia evolución del POSDR sobre el tema: “El Congreso de Estocolmo del POSDR (1906), en el que triunfaron los mencheviques, propugnó la neutralidad de los sindicatos. El Congreso de Londres del POSDR mantuvo otra posición, proclamando la necesidad de infundir un espíritu partidista a los sindicatos. El Congreso Internacional de Stuttgart aprobó una resolución que ‘pone fin para siempre a la neutralidad’, como justamente se expresó K. Kautsky” (Lenin, V. I., “Prólogo al folleto de Voinov (A. Lunacharski) sobre la actitud del partido ante los sindicatos”, Obras completas, Tomo XIII, ob. cit., p. 158). 213 En 1907, Lenin plantea que “el partidismo en los sindicatos debe ser logrado exclusivamente por la labor de los socialdemócratas en el seno de los mismos”, que “los socialdemócratas deben formar células cohesionadas dentro de los sindicatos” y que “es preciso fundar sindicatos ilegales, ya que no son posibles los legales” (Lenin, V. I., “La neutralidad de los sindicatos”, Obras completas, Tomo XIII, ob. cit., p. 467). 214 Llamativamente, a pesar de ser uno de los textos de la época que analiza Lih en su libro (el período hasta 1905-1906), y donde Lenin desarrolla explícitamente el problema de partido de vanguardia (tema central del libro de Lih), nuestro autor no le da mayor relevancia positiva (más allá de enumerar una serie de críticas que recibió). Incluso, luego de señalar que en el congreso de 1906 los mencheviques aceptaron la formulación estatutaria de Lenin sobre partido, descarta de hecho toda importancia a la polémica del II Congreso en cuanto a problemas de organización. Dice: “Entonces, ¿qué fue todo el alboroto? ¿Qué era tan objetable acerca de la formulación de Lenin? Creo que todo el escándalo se originó de un simple malentendido” (Lih, Lars, Lenin Rediscovered. “What Is to Be Done?” In Context, ob. cit., p. 520). Lo inverso a lo que señalara explícitamente Lenin en 1907, es decir, con posterioridad al congreso de reunificación de 1906 que, según Lih, superó el “malentendido” (ver nota al pie supra). 215 Este texto es reivindicado por Lenin retrospectivamente en torno a las críticas al menchevismo sobre organización, del siguiente modo: “En cuanto a la ligazón orgánica del oportunismo en los criterios sobre organización y sobre táctica, la ha demostrado de manera suficiente toda la historia del menchevismo en 1905-1907. Por lo que se refiere a lo ‘incomprensible’ del ‘oportunismo en las cuestiones de organización’ [en referencia a las críticas de Axelrod], la vida ha confirmado la justedad de mi juicio con una brillantez que yo no podía esperar” (Lenin, V. I., “Prólogo a la recopilación 12 años”, ob. cit., 103).
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–una expresión muy rara en Lenin para hablar de un escrito suyo–. En términos generales parte de señalar: Somos un partido de clase, razón por la cual casi toda la clase (y en tiempos de guerra, en períodos de guerra civil, absolutamente toda la clase) debe actuar bajo la dirección de nuestro Partido, debe adherir a nuestro partido con la mayor cohesión posible, pero sería […] “seguidismo” pensar que toda la clase o casi toda la clase pueda nunca, bajo el capitalismo, elevarse hasta el grado de conciencia y de actividad de su destacamento de vanguardia, de su partido socialdemócrata 216.
Sobre la base de esta concepción, y producto en parte de las necesidades impuestas por la lucha bajo el régimen policial del zarismo, Lenin le da contornos muy precisos a sus esquemas de organización. Se trata de círculos concéntricos que ofician de especies de “engranajes” entre el partido y las masas. Así señala que: De acuerdo con el grado de organización en general y el carácter conspirativo de la organización en particular, cabe distinguir, en términos generales los siguientes grupos: 1) organizaciones de revolucionarios; 2) organizaciones obreras lo más amplias y diversas que sea posible […] Estos dos primeros grupos constituyen el partido217.
Y luego continúa con este “degradé” de organizaciones más allá de las fronteras del partido a través de: 3) las organizaciones obreras vinculadas al partido; 4) las organizaciones obreras que, sin estar vinculadas a él, se sometan en los hechos a su control y dirección; 5) los elementos no organizados de la clase obrera, que en parte se someten también a la dirección de la socialdemocracia, por lo menos en las grandes manifestaciones de la lucha de clases218.
A su vez, no se trata de una formulación pensada exclusivamente para la intervención del partido en el movimiento obrero. De ahí que aclara Lenin: “me limito a la clase obrera, aunque doy por supuesto como
216 Lenin, V. I., “Un paso adelante, dos atrás”, Obras completas, Tomo VII, Madrid, Akal, 1976, p. 288. 217 Ibídem, p. 294. 218 Ídem.
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de suyo se comprende, que en determinadas condiciones también serán aquí incluidos ciertos elementos de otras clases”219. Es decir, para Lenin la organización partidaria, al tiempo que delimita sus fronteras, las cuales son variables según la situación y las condiciones de la lucha de clases, establece toda una serie de círculos concéntricos que articulan la “ligazón más estrecha posible” del partido revolucionario con los sectores de vanguardia y hacia la influencia en las masas. Dicho esto, es necesario remarcar que aún no había generalizado esta concepción de partido más allá de Rusia. Ahora bien, si la concepción de “partido de vanguardia” surge de la experiencia de la lucha contra la autocracia rusa (aunque inspirándose en la socialdemocracia alemana bajo las leyes “antisocialistas”), ¿por qué su particular forma de articulación entre dirección, partido y clase tendría implicancias mucho más generales también para Alemania, que contaba con un régimen de características democrático-burguesas? Veamos. Paralelamente al debate alemán de las dos estrategias, en 1910 Lenin daba una dura lucha fraccional (quizá una de las más virulentas hasta entonces) contra los llamados “liquidacionistas” en Rusia. Sostenía que esta tendencia amenazaba la propia existencia del partido, de ahí que la combatiese con todas sus fuerzas. Como mencionábamos antes, Lenin se quejaba una y otra vez de que los liquidacionistas rusos se apropiaban de la teoría de las dos estrategias de Kautsky, forzando las posiciones de este. En gran medida Lenin tenía razones para quejarse. Sin embargo, la apropiación hecha por los liquidacionistas de la nueva teoría de Kautsky tampoco era casual. ¿Cuáles eran las características del “liquidacionismo” que lo hacían merecedor de ese nombre? Como sintetiza correctamente Lars Lih: La causa contra el liquidacionismo tenía dos grandes rasgos: (a) Al repudiar la necesidad de un aparato clandestino e ilegal, los liquidadores ponían en peligro la existencia misma de un partido socialdemócrata que predicara el socialismo y la revolución antizarista, ideas que no podían ser manifestadas legalmente en la Rusia de Stolypin 220 [...]. (b) Los liquidadores eran también culpables de sabotear los esfuerzos por reactivar cuerpos de dirección centrales y habían hecho todo lo posible por evitar
219 Ídem. 220 Stolypin fue el Primer Ministro de Rusia durante gran parte de este período.
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la reanimación del Comité Central o la convocatoria de una Conferencia de todo el partido221.
¿Qué paralelo podemos establecer con la socialdemocracia en Alemania? Repasemos la acción de la burocracia sindical respecto a aquellos dos elementos (censurar la estrategia revolucionaria y sabotear los órganos de dirección). (a) En el congreso sindical de Colonia (1905), esta no solo rechaza la huelga política de masas, sino que prohíbe su “propagación”, es decir, propagandizarla o ponerla en discusión y, a partir de 1906, pone límites al programa de acción y la política de la socialdemocracia, limándole su contenido revolucionario. (b) A partir del acuerdo de “paridad” mina en la práctica el carácter soberano de los organismos de dirección del partido (congresos), que se encuentran de allí en más condicionados. Otro tanto podríamos decir de la burocracia partidaria encabezada por Ebert a partir de 1908-1909, aproximadamente. La conclusión que queremos desprender de esto es que un papel similar al que cumplía en Rusia (Oriente) la acción policial del zarismo, que los liquidacionistas se negaban a combatir, en Alemania (Occidente), bajo un régimen “democrático”, lo cumplía a su manera la burocracia al interior de las organizaciones del movimiento obrero. De ahí que podemos señalar que si el liquidacionismo en Rusia era la negativa a combatir las condiciones impuestas por la policía y el zarismo, en la Alemania “democrática” su equivalente más próximo era la negativa a combatir a la burocracia obrera y subordinarse a sus prerrogativas. Como vimos, el motor de la polémica de Kautsky sobre las dos estrategias era justamente separarse públicamente de Rosa “a fin de entablar buenas relaciones entre los marxistas y los sindicalistas”222. Aunque el reflejo de este cambio en la teoría de las dos estrategias de 1910 era sinuoso, Kautsky daba por terminada su lucha contra la burocracia y se acercaba de hecho (luego será “de derecho”) a los liquidacionistas rusos; claro que con acento alemán. En síntesis, la concepción de “partido de vanguardia” de Lenin se hace potencialmente generalizable en tanto y en cuanto en los regímenes democrático burgueses se desarrolla una fuerza material (la burocracia obrera) que cumple funciones de policía al interior de las organizaciones obreras223. Esta ya hace imposible, o mejor dicho arbitraria, cualquier 221 Lih, Lars, “Lenin y el bolchevismo”, Vientosur, 21/5/2016, consultado el 5/3/32017 en: http://vientosur.info/spip.php?article11311. 222 Citado en Bosch Alessio, Constanza y Gaido, Daniel, ob. cit., p. 141. 223 En los próximos capítulos retomaremos el punto. Este elemento es desarrollado por Trotsky, por ejemplo, cuando señala: “La burocracia sindical es la policía del capital, mucho más eficaz que la policía oficial” (Trotsky, León, “La cuestión sindical”, Los
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identificación mecánica entre “partido” y “clase obrera”. Queda abierta al interior de la clase una lucha no solo política e ideológica, sino incluso física. El estallido de la I Guerra Mundial, con la burocracia (sindical y partidaria) en Alemania como garante de la “paz civil”224, borrará definitivamente cualquier duda al respecto. Ahora bien, la concepción de partido de Lenin implica la formación de una fuerza material para el combate pero, desde luego, tampoco aquí se trata solo de una fuerza material, sino de la combinación entre esta y la “fuerza moral”. ¿En qué consisten estas fuerzas morales? Centralidad del combate y “virtud guerrera”
A diferencia de lo que comúnmente se cree, la ruptura de Lenin con Kautsky en 1914 no será simplemente un rayo en cielo sereno, sino que estará precedida de una polémica pública anterior, justamente sobre la concepción de partido revolucionario. En enero de 1912, los bolcheviques deciden terminar con el boicot de los “liquidacionistas” y realizan una conferencia en Praga junto con algunos “mencheviques pro-partido”. Allí declaran en nombre de toda la socialdemocracia rusa la expulsión de los liquidacionistas, dando lugar a lo que se conocerá como la fundación del Partido Bolchevique. Esta medida, impulsada por Lenin, no tenía fundamentos meramente organizativos; la lucha contra los liquidacionistas ya llevaba cuatro años, pero lo nuevo era que comenzaba a sentirse el inicio de un ascenso obrero. Las consideraciones sobre una posible unidad de la socialdemocracia no podían continuarse por fuera de una acción ofensiva del partido para confluir con la renovada actividad del movimiento obrero. Así es que la Conferencia de Praga resuelve la creación de “núcleos socialdemócratas ilegales rodeados de una red tan extensa como sea posible de asociaciones obreras legales”225.
sindicatos y las tareas de los revolucionarios, ob. cit., p. 105). También por Antonio Gramsci (cfr. Gramsci, Antonio, “El cesarismo” (Q13, §27), Cuadernos de la cárcel, Tomo 5, México, Ediciones Era, 1999, p. 66). Sobre este punto, ver Rosso, Fernando y Dal Maso, Juan, “Pablo Iglesias y su Gramsci a la carta”, La Izquierda Diario, 7/5/2015, consultado el 5/3/2017 en: http://www.laizquierdadiario.com/Pablo-Iglesias-y-su-Gramsci-a-la-carta. 224 Mientras la burocracia de los sindicatos sella un acuerdo para que no haya ninguna huelga ni conflicto mientras dure la guerra, la burocracia partidaria se compromete a perseguir a la oposición interna. 225 Cfr. Broué, Pierre, El Partido Bolchevique, edición digital de Marxists Internet Archive, 2012, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/espanol/broue/1962/ partido_bolchevique.htm.
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Poco después, en mayo, el zarismo reprime ferozmente a más de 6 000 mineros que estaban en huelga en la región de Lena (próxima a Siberia), dejando cientos de muertos y heridos. El odio de los obreros se extendió por todo el país, más de 300 000 personas participaron de las jornadas de lucha. Ligado a este proceso, la nueva Pravda –ahora órgano oficial del partido– se transforma en el diario de la vanguardia obrera, expresión de las luchas en curso, con cientos de círculos que recaudaban fondos para sostenerlo y varias decenas de miles de lectores. Es notorio el contraste entre esta actitud decidida de los bolcheviques y el conservadurismo del SPD en el proceso alemán de 1910, que oportunamente criticara Luxemburgo. A pesar de ello, en 1913 ella se opone en forma vehemente al reconocimiento por parte de la II Internacional de la Conferencia de Praga y exige una “conferencia de unificación” con el fin de “restablecer el partido unido”, a tono con la posición que venía sosteniendo desde hacía una década. La verdadera novedad de aquel debate es el ataque explícito de Kautsky a los bolcheviques. Como decíamos, Lenin aún no había generalizado su concepción de “partido de vanguardia”, pero al contrario de lo que sostiene Lars Lih, será el propio Kautsky quien acusará al dirigente bolchevique de haber construido un “partido de nuevo tipo”. “Kautsky dijo ‘que el viejo partido había desaparecido, aunque habían subsistido los viejos nombres, que sin embargo habían adquirido en el curso del tiempo [im Laufe der Jahre: durante los últimos años] un nuevo contenido […]’”226. Lenin se oponía a que la cuestión fuese planteada en esos términos, que claramente eran favorables a los liquidacionistas. Sin embargo, el contenido de la afirmación de Kautsky era correcto: un nuevo tipo de partido había terminado de surgir. Los años que van de 1912 hasta el estallido de la I Guerra Mundial no harán más que comprobarlo. El ascenso del Partido Bolchevique deja rezagados a los mencheviques, que hasta entonces se habían mantenido en paridad de fuerzas. Este cambio era producto del combate que había expuesto el volumen de fuerza real con que contaba cada fracción. Es decir, la concreta relación entre “fuerza material” y “fuerza moral”. ¿En qué consistían estas “fuerza morales” del bolchevismo? Una de ellas se emparentaba con la que Clausewitz denominó la “virtud guerrera”, aquella que tiene “un ejército que mantiene sus formaciones ordinarias bajo el fuego mortífero, que nunca se asusta ante un peligro imaginario y que disputa el terreno paso a paso ante uno real”227. Esta
226 Lenin, V. I., “Una buena resolución y un mal discurso”, Obras completas, Tomo XX, Madrid, Akal, 1977, p. 308. 227 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 282.
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virtud era para Clausewitz “una de las potencias más importantes en la guerra”228. Sin embargo, no puede ser simplemente infundida por el Estado Mayor, debe conquistarse en la experiencia del combate. “Orden, destreza, buena voluntad, cierta especie de orgullo y magnífica predisposición –dice Clausewitz– son cualidades de un ejército educado en la paz, que debemos estimar, pero su existencia ha de probarse”229. Los bolcheviques ya la habían demostrado en 1905, especialmente en la insurrección de diciembre en Moscú, en las luchas de 1906-1907 y durante todo el período contrarrevolucionario. Esta rica experiencia sin duda era insustituible; el propio Lenin no se cansó de señalarlo230. Si comparamos las condiciones rusas con las alemanas para desarrollar aquella “virtud guerrera”, vemos que en este último caso eran mucho menos propicias. Pero como muestra la diferente evolución del bolchevismo y el menchevismo, una cosa es la existencia de condiciones y otra muy distinta es saber aprovecharlas. Entonces, ¿había elementos en la concepción estratégica de partido de Lenin que hacían propicio aquel aprovechamiento y pudiesen ser “generalizables” más allá de las particularidades rusas en lo que a la “virtud guerrera” se refiere? Creemos que sí. Por lo menos dos revisten la mayor de las importancias. A saber: el concepto de “escuela de guerra” y el de “tribuno del pueblo”. Comencemos por el primero. A diferencia de Kautsky que, como veíamos en el esquema esbozado por Lih, establecía una distinción tajante entre la “paz” (situación norevolucionaria), donde solo cabían las tareas de organización y educación socialista, y la “guerra” (situación revolucionaria), donde la lucha física entraba en juego, en el caso de Lenin esta relación era mucho más compleja. Si bien obviamente mantiene aquella distinción (aunque mucho más rica en formas intermedias), para el dirigente bolchevique el enfrentamiento físico también es objeto de análisis en los períodos caracterizados como “de paz”. 228 Ibídem, p. 284. 229 Ibídem, pp. 285-286. 230 Dice Lenin: “Por una parte, el bolchevismo surgió en 1903, sobre una base muy sólida de la teoría marxista. […] Por otra parte, […] pasó por quince años de historia práctica (1903-1917) sin parangón en el mundo por su riqueza de experiencias. […] distintas formas del movimiento, legal e ilegal, pacífica y violenta, clandestina y abierta, círculos locales y movimientos de masas, y formas parlamentarias y terroristas. En ningún país se concentró, en un tiempo tan breve, tal riqueza de formas, matices, y métodos de lucha de todas las clases de la sociedad moderna, lucha que, debido al atraso del país y al rigor del yugo zarista, maduró con excepcional rapidez y asimiló con particular ansiedad y eficacia la ‘última palabra’ de la experiencia política americana y europea” (Lenin, V. I., “El ‘izquierdismo’, enfermedad infantil del comunismo”, Obras selectas, Tomo 2, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2013, pp. 440-441).
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Como señala Raymond Aron: Toda violencia es física, escribe Clausewitz, pues la violencia moral no existe fuera del dominio del Estado y la ley. En el marxismo de Lenin, el Estado y la ley derivan también de la violencia física más o menos camuflada. Toda paz, en una sociedad de clases, disimula la lucha 231.
De ahí que la lucha de clases atraviesa, en sus diferentes formas e intensidades, también los momentos “de paz”. Al mismo tiempo, agrega Aron: “Lenin no confundió jamás la lucha de clases en cuanto tal con la guerra. Esta designa, para Lenin, la fase violenta de la lucha de clases”232. En este marco, los hechos de la lucha de clases en tiempos de paz son claves en la concepción estratégica de partido de Lenin. Los concibe, ya desde 1901, como “escuelas de guerra”, es decir, como preparación y ensayo para la guerra de clases misma. Así analiza, por ejemplo, las huelgas combativas: El obrero no conoce las leyes y no se codea con los funcionarios, en particular con los altos […] Pero estalla una huelga, se presentan en la fábrica el fiscal, el inspector fabril, la policía [por esto] los socialistas llaman a las huelgas “escuelas de guerra”233.
Lenin remarca que “la ‘escuela de guerra’ no es aún la propia guerra”234; sin embargo, le otorgaba una importancia fundamental. Por un lado, porque el partido debía vincular su destino al de la vanguardia obrera (sobre lo cual coincidía con Rosa Luxemburgo), pero, por el otro, porque permitía a los revolucionarios adquirir algo de aquella “virtud guerrera”. Una aproximación similar tenía Clausewitz en cuanto a la posibilidad de conquistar hábitos de combate fuera de la guerra misma: Las maniobras de tiempo de paz dispuestas de modo que se produzca en parte la fricción [es decir, peligro, azar, fatiga, etc.], que ejerciten el juicio, la apreciación y hasta la resolución de los jefes independientes, tienen mucho más valor del que creen los que carecen de experiencia en la guerra 235.
231 Aron, Raymond, Pensar la guerra, Clausewitz, Tomo II, ob. cit., p. 48. 232 Ibídem, p. 166. 233 Lenin, V. I., “Sobre las huelgas”, Obras completas, Tomo IV, Madrid, Akal, 1975, pp. 322 y 324. 234 Ibídem, p. 324. 235 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 138.
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Desde luego, la concepción de “escuelas de guerra” en Alemania hubiera llevado a quienes la sostuviesen al enfrentamiento abierto con la burocracia sindical socialdemócrata. Algo de ello había experimentado Rosa Luxemburgo por el hecho de agitar a favor del desarrollo del movimiento huelguístico, en 1905 y 1910, en Alemania. Por su parte, Kautsky (que en 1905 había estado junto a ella en esa pelea) para 1910 se dedicó a desarrollar una concepción contrapuesta, podríamos decir, a la de “escuela de guerra”, en referencia a las huelgas combativas. Como parte del debate de las dos estrategias, Kautsky señalaba que en Alemania era mucho más difícil que existiera una huelga “de tal envergadura que cambie completamente el aspecto de la calle y con ello cause una profundísima impresión en la totalidad del mundo burgués, así como en las capas más indiferentes del proletariado”236. Y agregaba, como un mérito, que eran difíciles “no a pesar sino a causa del medio siglo de movimiento socialista, organización socialdemócrata y libertad política”237. Es decir, el SPD no solo no se debía nutrir de esas experiencias, sino que era “natural” que las desalentase. Ahora bien, la diferencia entre el esquema de Kautsky (educación y organización para momentos no-revolucionarios y lucha física para momentos revolucionarios) y el de Lenin no se limitaba al concepto de “escuelas de guerra”. Este era el emergente de una concepción estratégica más general donde el “combate” ocupaba el lugar central. La aproximación de Lenin es similar a la de Clausewitz cuando sostiene que Cualesquiera que sean sus diversos aspectos, por alejado que parezca de la cruel explosión del odio y la animosidad de una lucha a brazo partido, aunque mil circunstancias que no son propiamente lucha lo penetren, siempre es de notar en el concepto de la guerra que, cuantas acciones en ella aparecen, tienen su origen en la lucha 238.
De ahí que, como vimos, su concepción de “organización” no fuese genérica, sino ligada a la construcción de una organización de y para el combate. Lo mismo podemos decir respecto a la “educación socialista” o “educación política”. En comparación con la guerra interestatal, el resultado de la guerra civil revolucionaria depende mucho menos de la preparación puramente militar que de la preparación política. La “virtud guerrera” en el caso del partido revolucionario debe referir también –muy especialmente– al 236 Kautsky, Karl, “Una nueva estrategia”, ob. cit., p. 208. 237 Ídem. 238 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 68.
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combate político. De ahí la importancia fundamental del segundo concepto de Lenin que mencionábamos antes, el de “tribuno del pueblo”. En ¿Qué hacer?, Lenin señala: Cabe preguntar en qué debe consistir la educación política. ¿Podemos limitarnos a propagar la idea de que la clase obrera es hostil a la autocracia? Por cierto que no. No basta con explicar la opresión política de que son objeto los obreros […] Es necesario hacer agitación con motivo de cada hecho concreto de esa opresión […] Y dado que las más diversas clases de la sociedad son víctimas de esa opresión […] ¿no es evidente que no cumpliríamos nuestra misión de desarrollar la conciencia política de los obreros si no emprendiéramos la organización de una vasta campaña política de denuncias contra la autocracia?239.
Este aspecto, el de la denuncia política contra toda forma de opresión, es uno de los más popularizados respecto a la concepción de Lenin. De hecho, en su libro sobre el ¿Qué hacer?, Lars Lih lo toma como pieza central del concepto de “tribuno del pueblo”, no sin vulgarizarlo. Según Lih, la actividad de la socialdemocracia en la que se inspiraba Lenin consistía en que “el Partido no se limitaba solo a los intereses de la clase obrera, ni siquiera a la transformación socialista, sino a los principios de decencia democrática de la sociedad en su conjunto”240. De ahí que un “arma utilizada por el SPD en su papel de tribuno popular –una de importancia central para Lenin e Iskra– fuera lo que Lenin llamó denuncias políticas: la exposición de la corrupción y el escándalo”241. Los señalamientos de Lih son ilustrativos de un tipo de interpretación que, al asimilar el concepto de “tribuno del pueblo” simplemente a su aspecto de “denuncia política”, lo termina separando de su contenido revolucionario. Justamente, la clave del planteo de “tribuno del pueblo” para Lenin y aquello que lo define es ser … capaz de generalizar todos estos hechos y ofrecer un cuadro único de la brutalidad policial y de la explotación capitalista; capaz de aprovechar el menor detalle para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos la importancia histórica mundial de la lucha emancipadora del proletariado242.
239 Lenin, V. I., “¿Qué hacer?”, Obras selectas, Tomo 1, ob. cit., p. 109. 240 Lih, Lars, Lenin Rediscovered. “What Is to Be Done?” in Context, ob. cit., p. 72. 241 Ibídem. p. 73. 242 Lenin, V. I., “¿Qué hacer?”, ob. cit., p. 126.
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Es decir, el tribuno del pueblo es aquel que reacciona contra toda opresión y sabe orientarla hacia la lucha revolucionaria y unirla a la lucha emancipadora del proletariado. Se trata ni más ni menos que de la condición política necesaria para que el partido revolucionario de la clase obrera pueda articular en torno de sí los mayores volúmenes de fuerza necesarios para la revolución no solo en las filas del proletariado (independencia política), sino también entre sus aliados (hegemonía). Más adelante volveremos sobre ambos aspectos; lo que queremos remarcar aquí es que el concepto de “tribuno popular” era para Lenin por sobre todo un concepto de combate, y en este sentido podemos reconocer las huellas de Graco Babeuf243. Así como el concepto de “escuela de guerra” permite aprovechar los acontecimientos de la lucha de clases para la preparación del partido para los combates físicos en momentos donde no hay revolución, el concepto de “tribuno del pueblo” cumple un papel análogo respecto a la preparación política del partido. En el caso de Alemania, para el momento del debate sobre las dos estrategias y, más aún, a medida que se acercaba la guerra mundial, la noción de “tribuno del pueblo” implicaba el choque con las tendencias (cada vez más amplias) que se plegaban dentro de la socialdemocracia, tanto en la dirección del partido como en la de los sindicatos, a la propaganda nacionalista del gobierno. En este caso, también Kautsky desarrollará una concepción antitética a la de Lenin. En 1912, como parte del debate iniciado contra Rosa, pero ahora polemizando con Anton Pannekoek, dice: En mi artículo de mayo del año pasado [1911] había señalado sobre el particular que era imposible determinar previamente cómo serían nuestras acciones en caso de una guerra […] Todo depende de las condiciones bajo las cuales se entra a la guerra y de la actitud de la población 244.
243 Babeuf (1760-1797) fue dirigente revolucionario durante la Revolución francesa del siglo XVIII. Era editor del periódico El Tribuno del Pueblo (Le Tribun du Peuple); planteaba la destrucción violenta de la propiedad privada, la necesidad de la insurrección y se definía, en sus propios términos, como “comunista revolucionario”. Uno de los grandes revolucionarios del siglo XVIII; a través de Filippo Buonarroti su influencia llega a otro de los grandes revolucionarios, pero del siglo XIX, Auguste Blanqui, quien fuera contemporáneo de Marx y Engels. Una acusación muy común hecha a Lenin fue justamente la de “blanquista” por su estrategia insurreccional, aunque como veremos guardaba fundamentales diferencias con la de Blanqui. 244 Kautsky, Karl, “La nueva táctica”, en Luxemburgo, Rosa; Kautsky, Karl y Pannekoek, Anton, Debate sobre la huelga de masas, Segunda parte, Buenos Aires, Pasado y Presente, 1976, p. 88.
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Esto dependería de si las masas de la población veían el origen de la guerra “en la política del gobierno” o “en las necesidades del enemigo”. Es decir, no es el partido el que combate la influencia de la conciencia burguesa entre las masas, incluido el proletariado, buscando extraer conclusiones revolucionarias, sino que es la “actitud de la población” la que determina si el partido debe o no desarrollar una agitación en favor de tomar acciones revolucionarias en caso de la guerra. En aquella crisis de 1911 a la que hace referencia Kautsky (que casi lleva a Alemania a la guerra con Francia e Inglaterra245), Rosa Luxemburgo encarnará el espíritu del “tribuno popular”, denunciando el discurso hipócrita de los “amigos de la paz” de los círculos burgueses y marcando como perspectiva para las masas que “el militarismo solo se puede erradicar junto con el Estado de la clase capitalista”246. Sin embargo, Rosa Luxemburgo no se había propuesto forjar con aquella política a los “tribunos del pueblo”, cuadros y dirigentes que fuesen capaces de llevarla adelante junto con ella, y para lo cual contaba en ese entonces con un significativo apoyo en sectores de la militancia del SPD. Aquella era una gran diferencia que la separaba de Lenin. En la concepción de Lenin, “escuela de guerra” y “tribuno popular” denotaban dos aspectos esenciales de la preparación de la militancia revolucionaria para el combate y fueron constitutivos de la “virtud guerrera” de la militancia bolchevique, que tuvo su expresión máxima en febrero de 1917, cuando “los obreros formados por Lenin” (como los llamó Trotsky) dirigieron la insurrección que derrocó al zarismo sin la concurrencia del propio Lenin ni de la mayoría de la dirección del partido que se encontraba en el exilio. El “genio guerrero”
Junto con la “virtud guerrera del ejército”, otra de las principales potencias morales que destaca Clausewitz es “el talento del general en jefe”, lo que llamó el “genio guerrero”. La alusión al “genio” no tiene
245 La llamada “crisis de Agadir” de 1911 es producto del envío de un buque alemán a Marruecos para “defender los intereses del Imperio” frente a la rebelión popular que se había desatado en aquel país. Esto provoca la reacción de Francia, que controlaba Marruecos, y la de Inglaterra. Este incidente amenazó con hacer estallar la guerra entre potencias. 246 Luxemburgo, Rosa, “Utopías pacifistas”, en Lenin, V. I.; Trotsky, León; Luxemburgo, Rosa y otros, Marxistas en la Primera Guerra Mundial, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2014, p. 25.
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para él un sentido romántico247, sino que refiere más precisamente a “las excepcionales facultades del espíritu para ciertas actividades”248. El peligro, los esfuerzos físicos, el azar, la incertidumbre permean la lucha real (en contraste con la lucha “en el papel”) de principio a fin, “se comprende fácilmente –dice el general prusiano– que es preciso una considerable energía del ánimo y del entendimiento para marchar con seguridad y éxito en tan difícil elemento”249. El estallido de la Gran Guerra –como se conoció en aquel entonces a la I Guerra Mundial– puso a prueba aquella “potencia moral” en todas las direcciones de la II Internacional. El resultado es conocido. La mayoría de ellas se encolumnaron detrás de sus respectivos Estados imperialistas, dando carta de ciudadanía al “socialchovinismo”250. La socialdemocracia alemana estaba en el centro mismo de la tormenta251; si había un partido obrero con mayor responsabilidad en combatir la guerra, era justamente el SPD. Será el momento de la ruptura definitiva de Lenin con Kautsky, quien justificaría la alianza con la burguesía imperialista bajo el argumento de estar ante una guerra defensiva. Para Lars Lih, en esta ruptura Lenin sostiene una “agresiva falta de originalidad”, aferrándose al legado de Kautsky mientras este lo abandona. ¿Llevó 1914 a un nuevo Lenin? –se pregunta Lih–. Pienso que lo hizo de una forma. Lo llevó a ponerse a sí mismo en la línea a escala europea. Ahora estaba pensando en términos de un líder con un programa europeo. Para exagerar tal vez, “Lenin tuvo que convertirse en Kautsky porque Kautsky ya no estaba siendo Kautsky”252.
247 Ver Fernández Vega, José, Las guerras de la política. Clausewitz de Maquiavelo a Perón, Buenos Aires, Edhasa, 2005, p. 166. 248 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 82. 249 Ibídem, pp. 89-90. 250 “Por socialchovinismo –dice Lenin– entendemos la aceptación de la idea de la defensa de la patria en la guerra imperialista actual, la justificación de esa alianza de los socialistas con la burguesía y con los gobiernos de ‘sus’ países respectivos en esta guerra, la negativa a propugnar y apoyar las acciones revolucionarias del proletariado contra ‘su’ propia burguesía, etc. […] El socialchovinismo y el oportunismo son una y la misma corriente. En las condiciones propias de la guerra de 1914-1915, el oportunismo engendra precisamente el socialchovinismo” (Lenin, V. I., “La bancarrota de la Segunda Internacional”, ob. cit., p. 240). 251 El Imperio alemán, como potencia en ascenso, encabezó la alianza con AustriaHungría contra la Entente liderada por Gran Bretaña en alianza con Francia, Rusia e Italia, a la que luego se sumará la otra potencia emergente, Estados Unidos. 252 Lih, Lars, Lenin & Kautsky, Londres, Weekly Worker, 2009, p. 10.
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Desde luego, a partir del momento en que Kautsky abandona la lucha revolucionaria y Lenin persiste en ella, es este último quien expresa la continuidad del marxismo revolucionario. Pero Lih se refiere a mucho más que eso, y en especial a la continuidad en su concepción de partido (desde sus elaboraciones del ¿Qué hacer? en adelante), que es la tesis central de su libro Rediscovering Lenin. Sin embargo, como fuimos reseñando, durante la primera década del siglo XX se fueron expresando toda una serie de elementos nuevos: ampliación de las posiciones estratégicas del proletariado, irrupción del movimiento obrero hasta llegar a la Revolución de 1905 en Rusia, novedosa autoorganización del proletariado, desarrollo de una nueva burocracia en Occidente y en especial en Alemania (primero en los sindicatos, luego en el SPD) en los marcos de la democracia burguesa, etc. Alrededor de sus diferentes respuestas ante estos hechos nuevos, tanto el SPD como el Partido Bolchevique (mucho antes de existir como tal) fueron configurando “nuevos tipos de partido” con características cada vez más diferentes, más allá de las que imponía la propia estructura sociopolítica de cada país. Aunque Kautsky nunca llegó a cumplir en el SPD el papel dirigente de un Lenin (que sería más próximo al de Bebel), los cambios que se habían producido supieron poner a prueba el “genio guerrero” de ambos dirigentes en lo que respecta al trabajo de la estrategia. Como señala Clausewitz, Aquella inseguridad en todas las noticias e hipótesis y la constante intromisión del azar, hacen que en la guerra se aparezcan sin cesar las cosas de manera distinta a como se las esperaba, cosa que no puede menos que ejercer influencia en el plan o en las concepciones correspondientes a estos planes253.
En este medio es que se ponen en juego las cualidades del “genio guerrero”. Clausewitz señala tres principales. Por un lado, el coup d’oeil (golpe de ojo), que podríamos identificar con la capacidad de “caracterizar” determinada situación sobre la marcha de los acontecimientos; los “ojos de la inteligencia”, capaces de inquirir intuitivamente la verdad entre el sinnúmero de factores en juego254. Por el otro, el courage d’espirit 253 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 85. 254 Señala Clausewitz: “la complejidad y la vaguedad de los límites en todos los aspectos ponen en juego una gran cantidad de factores, la mayor parte de los cuales solo pueden estimarse con arreglo a cálculos de probabilidad, si el ejecutante no adivinara todo esto con la luminosa mirada de su espíritu que por doquier presiente la verdad, se formaría un laberinto de consideraciones y limitaciones en el que se perdería el juicio sin
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(resolución), ya que una cosa es “ver” algo, y otra, actuar en consecuencia. Esta resolución es para Clausewitz un acto de raciocinio “que lleva al convencimiento de la necesidad de atreverse y, por lo tanto, obliga a la voluntad”255. Y en tercer lugar, lo que llama “la presencia de espíritu”, la capacidad de reacción oportuna ante lo inesperado256. En lo que hace a su concepción de partido, vemos en Lenin el despliegue de estas cualidades en las principales batallas que protagonizó. Desde luego, en la lucha contra el “economismo” (1894-1902), pero esta la dio junto a Mártov y su maestro Plejanov. Es a partir de 1903, contra ambos, que Lenin encara la batalla frente a lo que se conoció como el menchevismo (1903-1908). Comprenderla retrospectivamente es un tipo de tarea asequible a cualquiera que la estudie (aunque de hecho, muchos como Lars Lih parecen caer una y otra vez en la idea del “fraccionalismo” o polarización excesiva de ciertas diferencias por sobre otras257). Pero lo realmente difícil era asimilar la magnitud de este combate al calor de los acontecimientos. En aquella oportunidad, Lenin mostró las cualidades señaladas por Clausewitz para el “genio guerrero”. “Golpe de ojo” para entender que había surgido un “sucesor directo del ‘economismo’, no solo en el terreno ideológico, sino también en materia de organización”258. La “resolución” para continuar la lucha a pesar del chantaje político de los mencheviques y la ruptura de Plejanov. Y la “presencia de espíritu” para poner en pie inmediatamente la fracción bolchevique. Su desarrollo como fracción organizada permanente será la clave para constituir la fuerza material y moral para enfrentar al oportunismo.
hallar jamás la salida. En este sentido ha dicho muy bien Bonaparte: muchos de los problemas que se presentaban a un general en jefe constituirían un tema de cálculo matemático digno de las facultades de Newton o de un Euler” (Clausewitz, Carl von, De la guerra Tomo I, ob. cit., pp. 105-106). 255 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 88. 256 Cfr. Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 89. 257 De hecho Lih resta toda importancia a la discusión sobre los estatutos del partido, que terminó motivando la ruptura en 1903, bajo el argumento de que en el congreso de unificación de 1906 los mencheviques finalmente la aceptarían (Cfr. Lih, Lars, Lenin Rediscovered. “What Is to Be Done?” In Context, ob. cit., p. 496). Este tipo de formalismo es incapaz de comprender la lucha viva de estrategias. El mismo que lo lleva a decir que Stalin era el que mejor comprendía lo que había de innovador o no en la teoría del partido de Lenin por una frase (cfr. ibídem, p. 32), o que le hace no tomar en cuenta la evolución del pensamiento de Kautsky, citar indistintamente textos de finales del siglo XIX hasta textos de 1920, sin percatarse de que entre uno y otro Kautsky (más allá de una frase u otra en particular) había un abismo histórico. 258 Lenin, V. I., “La bancarrota de la Segunda Internacional”, ob. cit., p. 258.
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Y así, en 1914-1915, Lenin generalizará la experiencia bolchevique de organización independiente de los oportunistas: “El social chovinismo –dice– es el oportunismo que ha llegado a tal punto de madurez, que este absceso burgués ya no puede seguir existiendo como hasta ahora en el seno de los partidos socialistas”259. Otro tanto podemos decir de la lucha contra el liquidacionismo (1908-1914), explotando hasta sus últimas posibilidades el acuerdo con Plejanov (“mencheviques pro-partido”) hasta 1912 e incluso más allá. Aquí tenemos otra expresión del “genio guerrero” de Lenin. La lucha sin cuartel contra el legalismo y la pretensión de limitar el trabajo de la socialdemocracia a lo permitido por las leyes zaristas fue lo que les permitió a los bolcheviques, en 1912, estar a la altura de las circunstancias cuando se desplegó un nuevo ascenso obrero. Gracias a aquel combate pudieron combinar el trabajo legal con el ilegal, avanzando a paso redoblado en la fusión con el movimiento obrero ruso. Este avance solo será interrumpido por la guerra, pero sus frutos reaparecerían, en febrero de 1917, con “los obreros formados por Lenin” dirigiendo las acciones que terminaron con la autocracia. Se trata nuevamente de una lucha anticipatoria de otra generalización que realizará Lenin en 1914-1915: … el legalismo exclusivo de los partidos “europeos” ha caducado y se ha convertido, en virtud del desarrollo del capitalismo de la fase preimperialista, en la base de la política obrera burguesa. Hay que complementarlo con la creación de una base ilegal, de una organización clandestina, de una labor socialdemócrata ilegal, sin abandonar al mismo tiempo ninguna posición legal260.
Visto esto, los intentos como el de Lars Lih de “redescubrir” la teoría del partido revolucionario de Lenin exclusivamente a partir del ¿Qué hacer? (incluso poniéndolo en el contexto de su elaboración) no parecen viables. No se trata solo de un “modelo” de partido, sino del trabajo de la estrategia para llevarlo adelante, que como intentamos mostrar está muy lejos de ser lo mismo. No puede entenderse la génesis de la concepción de partido en Lenin por fuera de todos aquellos combates y de la propia lucha contra el “socialchovinismo”, las cuales le permitían afirmar en 1915: “En Rusia, la separación completa de los elementos proletarios socialdemócratas revolucionarios respecto a
259 Ibídem, p. 242. 260 Ibídem, p. 254.
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los pequeñoburgueses ha sido preparada por toda la historia del movimiento obrero”261. Volviendo a la pregunta formulada por Lih: ¿llevó 1914 a un nuevo Lenin? Nuestro autor tiene razón cuando dice que, más que un “nuevo Lenin”, lo que sucedió es que se proyectó como principal líder internacional del marxismo revolucionario. Sin embargo, en lo que respecta a su concepción de partido, contrariamente a lo que sostiene Lih, lo que hizo fue generalizar las diferencias que lo separaban de la evolución del SPD y del propio Kautsky. Desde luego, este no sería más que el inicio de la historia, que se continuará en la propia Revolución rusa de 1917 y con la fundación de la III Internacional y sus organizaciones nacionales, como desarrollaremos en los próximos capítulos. ¿Qué podemos decir de Kautsky? Luego de ser protagonista de la organización de la socialdemocracia en la clandestinidad bajo las leyes antisocialistas, de participar en la lucha contra el revisionismo y el combate contra la nueva burocracia sindical en ascenso, retrocedió en 1910 ante el poder material que esta había adquirido (que provenía de ser expresión de la propia burguesía y su Estado) y el peligro de escisión del partido, que planteaba un enfrentamiento decidido contra ella. Pareciera que según sus cálculos esta era la forma de mantener la fuerza del partido (su organización entendida puramente en términos de “fuerza material”) y su independencia política de los liberales, poniendo todas sus expectativas262 en el avance parlamentario (es decir, puramente legal) del partido para llegar a un gobierno de la socialdemocracia. En 1912, cuando el propio aparato partidario dirigido por Ebert –aliado a los revisionistas y fortalecido por la victoria electoral– avanzó en su bloque “sin intermediarios” con la burocracia sindical –mientras Bebel se acercaba al final de su vida–, Kautsky fue abandonando paulatinamente incluso la lucha por la independencia política del SPD frente a los liberales. Para 1914, cuando la situación dio su giro fundamental, la defensa de “la organización” mediante una obstinada “estrategia de desgaste” llevó a su conclusión necesaria: subordinarse al Estado imperialista en la guerra. Como señalara Lenin: Es evidente que el paso a las acciones revolucionarias significaba la disolución de las organizaciones legales por la policía; ahora bien, el viejo partido, desde Legien hasta Kautsky inclusive, sacrificó los objetivos del 261 Ibídem, p. 257. 262 Esto suponiendo que aún las conservaba. Desde luego, esta aproximación deja de lado el análisis de la evolución de la moral del propio Kautsky en su aspecto psicológico, la cual no deja de ser relevante aunque implicaría un desarrollo particular que supera estas páginas.
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proletariado al mantenimiento de las actuales organizaciones legales […] El derecho del proletariado a la revolución ha sido vendido por [un] plato de lentejas263.
Desde este punto de vista, sostener, como hace Lars Lih, que Lenin no hizo más que continuar “la obra” que Kautsky abandonó, no puede más que sonar ridículo. Se trata de dos cursos estratégicos divergentes que ante un giro brusco de la situación –y la guerra definitivamente lo fue– colisionaron. Difícilmente se pueda exagerar la responsabilidad de la dirección en momentos decisivos como este. Kautsky en su defensa sostiene: ¿Pero quién se atrevería a afirmar que cuatro millones de proletarios alemanes conscientes, a una simple orden de un puñado de parlamentarios, pueden dar media vuelta a la derecha en 24 horas y situarse frente a sus objetivos de ayer? […] Si estas masas fuesen un rebaño de ovejas tan falto de carácter, no nos quedaría más que dejarnos enterrar264.
Ante esto, replica Lenin que … la voluntad común de esta organización […] la expresaba exclusivamente su centro político único, un “puñado” que traicionó al socialismo. Este puñado fue consultado, se le invitó a votar, pudo votar, escribir artículos, etc. Las masas, en cambio, no fueron consultadas. No solo no se les permitió votar, sino que fueron divididas y arrastradas, no “por orden” de un puñado de parlamentarios, sino de las autoridades militares265.
En este mismo sentido, apuntará la crítica de Rosa Luxemburgo, desde las páginas de Die Internationale, a la traición de la dirección socialdemócrata y la fracción parlamentaria al alinearse con la burguesía imperialista en la guerra. A Luxemburgo, como lo demuestra su trayectoria, no le faltaban las cualidades del “genio guerrero”. Fue la primera a nivel internacional en enfrentar a Eduard Bernstein (exsecretario de Engels, organizador y fundador del partido), mostrando con veintinueve años una enorme resolución. Al mismo tiempo, un “golpe de ojo” superior al de todos sus contemporáneos, que no veían aún el significado histórico 263 Lenin, V. I., “La bancarrota de la Segunda Internacional”, ob. cit., p. 249. 264 Citado en Lenin, V. I., “La bancarrota de la Segunda Internacional”, ob. cit., p. 236. Ver también Kautsky, Karl, “National State, Imperialist State and Confederation”, en Day, Richard y Gaido, Daniel (eds.), Discovering Imperialism. Social Democracy to World War I, Leiden, Brill, 2011. 265 Lenin, V. I., “La bancarrota de la Segunda Internacional”, ob. cit., p. 238.
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de aquel debate, y la “presencia de espíritu” para elaborar inmediatamente una obra como Reforma o revolución. Lo mismo puede decirse del combate contra la nueva burocracia sindical y luego contra la burocracia partidaria. Fue la primera en verlas, y la más decidida y constante en combatirlas. Lo mismo demostró con la Revolución rusa de 1905 y con la aguda situación que se desarrolló a la par en Alemania. Otro tanto en 1910, frente a una situación con rasgos prerrevolucionarios, así como también frente a la nueva teorización de Kautsky sobre la “estrategia de desgaste”, entre otros ejemplos. Pero en lo que respecta a su teoría del partido, a la relación entre la autoactividad de la clase obrera, la organización partidaria y su dirección, la historia demostraría que se equivocó estratégicamente. Esto, sin embargo, no significa demasiado en sí mismo. Solo para referirnos a ejemplos dentro del problema de la relación entre clase, partido y dirección, podemos ver que Trotsky tenía muchos puntos de contacto con Rosa Luxemburgo en su concepción de partido, de ahí sus intentos de conciliación con los liquidacionistas, que fueron violentamente combatidos por Lenin. El propio Lenin había subestimado la capacidad del proletariado de superar la conciencia puramente “tradeunionista”, como demostrarían los soviets de 1905. Tampoco vio la envergadura del fenómeno de burocratización de la socialdemocracia alemana antes de 1914, mientras que Trotsky y Rosa Luxemburgo sí lo hicieron. Y podríamos seguir con los ejemplos. El problema entonces no fue el error estratégico, sino que, a diferencia de Lenin que asimiló la novedad de los soviets en 1905, o de Trotsky, que entró al Partido Bolchevique en 1917, Rosa Luxemburgo persistió en su teoría y cambió demasiado tarde. Lo hizo cuando ya era evidente la necesidad de un partido en los términos de Lenin, durante el propio desarrollo de la revolución alemana de 1918-1919. A pocos meses de que estallara la guerra, Lenin ya señala: Todo lo que se haga de un modo honrado y verdaderamente socialista se hace en el Partido Socialdemócrata de Alemania en contra de sus centros […] violando su disciplina orgánica y actuando fraccionalmente, en nombre de nuevos centros anónimos de un nuevo partido266.
Y agregaba: Pasar a la organización revolucionaria es una necesidad […] pero este tránsito solo puede efectuarse pasando por encima de los viejos líderes,
266 Ibídem, p. 246.
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estranguladores de la energía revolucionaria, pasando por encima del viejo partido, destruyéndolo267.
Rosa Luxemburgo, que para ese entonces había conformado con otros dirigentes –Mehring y Liebknecht entre ellos– el grupo Die Internationale, se oponía a esta perspectiva. Coherente con su concepción de partido, apostaba estratégicamente a permanecer en el SPD, a expulsar a la burocracia de los Ebert y los Scheidemann, y a conquistar a la militancia a partir del impulso provocado por el futuro levantamiento de las masas contra la guerra268: Siempre es posible salir de pequeñas sectas, o cenáculos, y si no se quiere permanecer en ellos ponerse a construir nuevas sectas o nuevos cenáculos. Pero son sueños irresponsables los de querer liberar toda la masa de proletarios del yugo más pesado y peligroso de la burguesía, mediante una simple “salida”269.
Sin embargo, con su planteo Lenin estaba lejos de proponer una simple salida. La vieja dirección del SPD había mostrado ante las masas su completa degeneración interna al marchar detrás del Estado imperialista en la guerra. En este marco, no se podía esperar el futuro ascenso de masas para que una nueva dirección revolucionaria se pusiese al frente de estas. Para ello eran necesarios los cuadros capaces de llegar a las masas que hubiesen forjado en la experiencia su confianza en la nueva dirección. Esta tarea no era posible improvisarla en el mismo proceso revolucionario. De ahí el planteo de Lenin. Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht contaban con un enorme prestigio, y este último con gran influencia personal sobre las masas; la entonces Liga Espartaquista, aunque pequeña, tenía una red de importantes dirigentes. Sin embargo, Rosa Luxemburgo se negará a fundar un nuevo partido revolucionario, incluso a principios de 1917, cuando se produce la escisión a instancias de la burocracia270. Entonces es expulsada tanto la “oposición leal” (Haase, Ledebour, el propio Kaustky, Hilferding e incluso Bernstein) como la oposición radical encabezada por Luxemburgo. El partido se divide casi al medio (170 000 militantes se quedan, 120 000 se
267 Ibídem, p. 251. 268 Cfr. Broué, Pierre, Revolución en Alemania, ob. cit., p. 49. 269 Luxemburgo, Rosa, “Offener Brief an Gesinnungsfreunde”, firmada por Gracchus, citada en: Broué, Pierre, Revolución en Alemania, ob. cit., p. 49. 270 El 17 de enero de 1917, a pocas semanas antes del inicio de la Revolución rusa y en el marco de la inminente entrada de EE. UU. a la guerra contra Alemania.
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van). Sin embargo, Rosa Luxemburgo y su grupo acuerdan en integrarse al nuevo partido (Partido Socialdemócrata Independiente) formado por todos los dirigentes de la “oposición leal” a los que habían combatido hasta el hartazgo, incluidos Kautsky y Bernstein. Luego de la revolución de noviembre de 1918 (y con Ebert como nuevo canciller), no había ningún partido equivalente al bolchevique ruso en condiciones de disputar la dirección de los consejos (Räte) de obreros y soldados con la burocracia sindical y partidaria de la socialdemocracia que buscaba controlarlos desde dentro. Rosa Luxemburgo se opuso hasta último momento a abandonar el SPD Independiente, y recién el 1.º de enero de 1919 funda el Partido Comunista de Alemania. Tres días después, el gobierno socialdemócrata monta una provocación para forzar un levantamiento prematuro en Berlín y tiene éxito. Las dos figuras centrales del gobierno, Ebert y Scheidemann, denuncian el supuesto intento de instaurar la “dictadura de Liebknecht y Rosa Luxemburgo”271 y llaman a enfrentarlo. A partir del 9 de enero comienza la ofensiva gubernamental con tropas asentadas en la ciudad, a las que luego se suman los Freikorps272 para aplastar el movimiento, asestando una derrota decisiva a la revolución. Pocos días después asesinarán a Rosa y a Liebknecht. En la víspera de su asesinato, Rosa Luxemburgo escribe a modo de balance: La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a partir de las masas. […] “¡El orden reina en Berlín!”, ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya “se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto” y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré! 273.
Y así fue efectivamente. Como veremos, faltaban aún muchos capítulos de la Revolución alemana.
271 Cfr. Broué, Pierre, Revolución en Alemania, ob. cit., p. 159. 272 Fuerzas paramilitares formadas esencialmente por excombatientes de la I Guerra Mundial. 273 Luxemburgo, Rosa, “El orden reina en Berlín”, Marxists Internet Archive, 1999, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/espanol/luxem/01_19.htm.
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PARTE 5 DOS ESTRATEGIAS, DOS TIPOS DE GUERRA La estrategia, como veíamos con Clausewitz, consiste en la utilización de los combates tácticos aislados para conquistar el objetivo político de la guerra. Hasta el momento desarrollamos los debates en torno al planteo de Kautsky sobre la “estrategia de desgaste” y la “estrategia de derrocamiento”. Lo hicimos en términos de la estrategia misma y su relación con los combates tácticos, qué tipo de planteo estratégico contenía para el partido revolucionario, qué relación suponía entre clase, partido y dirección, y a qué modificaciones en la realidad respondía y de qué forma. Ahora bien, ¿cómo influía la adopción de la “estrategia de desgaste” en relación al “objetivo político de la guerra”? O, dicho en otros términos, ¿qué relación había entre las diferentes estrategias y el programa revolucionario? Para responder esta pregunta es importante precisar en qué consistía el planteo teórico original de las “dos estrategias” en la obra de Hans Delbrück, que años antes Franz Mehring ya había recomendado como lectura a los trabajadores alemanes para comprender el arte militar. Delbrück desarrollará su concepción del “doble arte de la estrategia”274 sobre la base de una interpretación de Clausewitz. Su planteo partía de que Clausewitz … considera rehacer su trabajo [De la guerra] una vez más desde el punto de vista de que hay un doble arte de la guerra, es decir, uno en el cual el objetivo es el de abatir al enemigo, otro donde se tiene la intención de efectuar algunas conquistas en las fronteras del país275.
A partir de esta concepción, Delbrück elaborará los conceptos de “estrategia de desgaste” (para “conquistas en las fronteras”) y “estrategia de abatimiento” (para “abatir al enemigo”) como “dos polos del arte de la estrategia” entre los cuales se dan todo tipo de combinaciones276. Como vemos en la cita anterior de Delbrück, a pesar de que habla de “dos estrategias” –lo cual le valió importantes críticas277–, la definición 274 Delbrück se basa en la nota de Clausewitz de 1827, a partir de la cual se proponía revisar los borradores de De la guerra, donde plantea la existencia de “dos especies de guerra”. Sobre este tema volveremos en el capítulo 7. 275 Delbrück, Hans, History of the art of war, Tomo 4, Lincoln, University of Nebraska Press, 1990, p. 545. 276 Con ellos revisará toda la historia militar desde la antigüedad hasta las guerras napoleónicas en su Historia del arte de la guerra (Geschichte der Kriegskunt). 277 Raymond Aron será uno de los críticos que cuestionará a Delbrück, fundamentalmente su operación de desprender la noción de doble arte de la estrategia del
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de las mismas pasa fundamentalmente por el tipo de objetivo político que persiguen (“conquistas en las fronteras” o “abatir al enemigo”). Es decir, como buen clausewitziano, no independiza la estrategia en sí por fuera de los objetivos políticos, aunque claramente está en lo cierto en que ambos se determinan mutuamente; y en esto también es fiel al planteo original de Clausewitz. Kautsky toma este esquema teórico para sostener que para Alemania, en 1910, estaba planteada (y lo había estado hasta entonces) una “estrategia de desgaste” debido a que se trataba de una sociedad “occidental” (con un desarrollo capitalista superior y mayor democracia burguesa), donde la clase obrera tenía un peso demográfico mayoritario y había desarrollado grandes organizaciones sindicales y políticas. Mientras que para Oriente (Rusia), donde estas características no existían, aún sostenía para aquel entonces que seguía planteada la “estrategia de derrocamiento”. Sin embargo, si comparamos la formulación original de Delbrück con la apropiación que hace Kautsky, surge una diferencia de primer orden para el tema que estamos analizando. Si para Delbrück las dos estrategias respondían a objetivos políticos diferentes, la formulación de Kautsky de 1910 pasa por alto este elemento para plantear que se trata de diferentes estrategias intercambiables –según la estructura sociopolítica–, sin indagar o siquiera explicitar cuál es la ligazón entre estas y el “fin político” (programa) de la socialdemocracia, particularmente entre “estrategia de desgaste” y “dictadura del proletariado”. Esta relación entre estrategia y programa surgirá dos años más tarde, en 1912, en lo que podría considerarse como la segunda parte del debate sobre las dos estrategias, ya no contra Rosa Luxemburgo, sino frente a Anton Pannekoek. Miembro de la izquierda germano-holandesa de la II Internacional, luego uno de los referentes de la corriente consejista, será Pannekoek quien introduzca en el debate, como parte de la crítica a Kautsky, la relación entre la estrategia y el “objetivo político de la guerra”: Si el proletariado quiere conquistar el poder, debe derrotar al poder del Estado, la fortaleza en la cual la clase dominante se ha atrincherado. La lucha del proletariado no es simplemente una lucha contra la burguesía por el poder del Estado como objetivo […] el contenido de esa revolución
pensamiento de Clausewitz. Aron sostiene que “Se trata de la oposición no entre dos estrategias sino entre dos clases de fin político de la guerra considerada en su totalidad” (Aron, Raymond, Pensar la Guerra, Clausewitz, Tomo I La Era Europea, ob. cit., p. 77). Esta polémica la desarrollará ampliamente en este libro, planteando una serie de debates importantes sobre la relación entre el objetivo político, la estrategia y el nivel operacional, que exceden ampliamente las posibilidades de abordarlos aquí.
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es la destrucción y liquidación de los instrumentos de poder del Estado usando los instrumentos de poder del proletariado278.
Frente a esto, Kautsky saldrá al cruce del socialista holandés. En su réplica señala: “Hasta ahora la diferencia entre los socialdemócratas y los anarquistas consistía en que los primeros querían conquistar el poder del Estado, y estos últimos, destruirlo. Pannekoek quiere ambas cosas”279. En este cruce, Pannekoek está trayendo al debate una diferencia fundamental entre las discusiones de estrategia militar (o estrategia en general) y las de estrategia revolucionaria. A saber: a diferencia de la guerra interestatal en la que se pueden perseguir diferentes fines (o bien la derrota completa de tal o cual Estado, o bien la obtención de determinada conquista parcial), en la revolución se plantea siempre un determinado tipo de guerra, la “guerra civil”. Mientras que en una guerra interestatal los Estados no ponen necesariamente en juego su propia soberanía (o lo hacen solo parcialmente), en la guerra civil siempre se trata de una misma soberanía en disputa. Es decir, necesariamente el objetivo es “abatir al enemigo”, lo que en términos de Delbrück implica una “estrategia de derrocamiento”. Sobre este aspecto del debate vuelve retrospectivamente Lenin en 1917. Como veíamos, en 1910 no había intervenido directamente en el debate entre Rosa y Kautsky. Sin embargo, en El Estado y la revolución considerará necesario hacer explícito su acuerdo en este punto específico con Pannekoek frente a Kautsky: La formulación que da a sus pensamientos Pannekoek adolece de defectos muy grandes. Pero, a pesar de todo, la idea está clara […] En esta controversia, es Pannekoek quien representa al marxismo contra Kautsky, pues precisamente Marx nos enseñó que el proletariado no puede limitarse a conquistar el poder del Estado en el sentido de que el viejo aparato estatal pase a nuevas manos, sino que debe destruir, romper dicho aparato y sustituirlo por otro nuevo280.
En este punto, Lars Lih también hace su intento de disminuir las diferencias entre el Kautsky “pre-1914” y Lenin, aunque cada vez con mayores dificultades. Al respecto, el autor plantea que
278 Pannekoek, Anton, “Acciones de masas y revolución” en Luxemburgo, Rosa; Kautsky, Karl y Pannekoek, Anton, Debate sobre la huelga de masas, Segunda parte, ob. cit., p. 51. 279 Kautsky, Karl, “La nueva táctica”, ob. cit., p. 110. 280 Lenin, V. I., “El Estado y la revolución”, Obras completas Tomo XXV, Buenos Aires, Cartago, 1958, p. 479.
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En El Estado y la revolución critica El camino al poder [el libro de Kautsky de 1909] por no mencionar al Estado, pero todavía dice que es el mejor de los libros de Kautsky. Él en realidad no critica nada de lo que dice Kautsky: simplemente critica lo que él no dice sobre el Estado. Aun así sigue de acuerdo con sus argumentos281.
Como vimos, a diferencia de lo que señala Lih, Lenin no se limita a referirse a El camino al poder, sino que retoma explícitamente aquel debate de 1912. Esto no es casual, ya que la mayor parte de El Estado y la revolución está dedicada a la relación entre la estrategia revolucionaria y el objetivo político de la dictadura del proletariado, relación que Lenin considera como lo fundamental que se había perdido en las últimas décadas del legado de Marx y Engels. Y esto, como fuimos reseñando, era más que cierto. No le preocupa tanto polemizar con Bernstein y los reformistas que dicen claramente que el Estado es un órgano de conciliación de clases, sino justamente contra “el ‘kautskysmo’ hoy imperante”282, porque “la tergiversación ‘kautskyana’ del marxismo es bastante más sutil”283. Esto era así porque, como explica Lenin: “‘Teóricamente’, no se niega ni que el Estado sea el órgano de dominación de clase, ni que las contradicciones de clase sean irreconciliables”, pero “se pasa por alto o se oculta” que “el Estado es un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase” y su consecuencia lógica: que “la liberación de la clase oprimida es imposible, no solo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción284 del aparato del poder estatal que ha sido creado por la clase dominante”285. Frente a esto es que Lenin se encarga de recuperar las principales lecciones extraídas por Marx y Engels de los procesos revolucionarios de su época (las revoluciones de 1848 y la Comuna de París de 1871). No es como sostiene Lih en su tesis de la “agresiva falta de originalidad” que 281 Lih, Lars, Lenin & Kautsky, ob. cit., p. 8. 282 Lenin, V. I., “El Estado y la revolución”, ob. cit., p. 380. 283 Ibídem, p. 381. 284 Sobre este punto, Lenin clarifica la distinción hecha por los fundadores del marxismo entre “extinción” y “destrucción” frente a la amalgama realizada por Kautsky. Dice: “En realidad, Engels habla […] de la ‘destrucción’ del Estado de la burguesía por la revolución proletaria, mientras que las palabras relativas a la extinción del Estado se refieren a los restos del Estado proletario después de la revolución socialista. El Estado burgués no se ‘extingue’, según Engels, sino que ‘es destruido’ por el proletariado en la revolución. El que se extingue, después de esta revolución, es el Estado o semi-Estado proletario” (ibídem, pp. 389-390). 285 Ibídem, p. 382.
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“Lenin insistía una y otra vez con especial vehemencia que simplemente estaba repitiendo el consenso existente antes de la guerra en la socialdemocracia revolucionaria”286. Aunque muy difícilmente se la puede denominar así, la única “falta de originalidad” que reclamaba Lenin era respecto a los fundadores del marxismo287. La importancia de esta tarea de recuperación de la estrategia y el programa marxista revolucionario que encara Lenin queda plasmada en el interesante recorrido que realiza Lars Lih por la obra de Kautsky en busca del concepto de “destrucción del Estado”. Desde luego, Lih lo hace para demostrar que esta mención existe; sin embargo, solo logra encontrar una en un texto de 1904288 (es decir, cuando aún ni el viraje de Kautsky ni los cambios en el SPD ni la Revolución rusa de 1905 eran una realidad). Incluso, se trata de una cita que, debe admitir, es opinable desde el punto de vista de la traducción289. Lenin no realiza semejante recorrido retrospectivo, pero efectivamente se ve obligado a volver a Marx y Engels porque encuentra una discontinuidad importante en este punto. Igualmente Lih sostiene: “Las posiciones políticas de los dos hombres se superponen mucho más que lo que podría esperar cualquier lector de El Estado y la revolución. Sin duda, las diferencias siguen siendo muy sustanciales”. Y agrega: … tal vez deberíamos centrarnos en el programa político común de la izquierda marxista durante los primeros años del siglo pasado: una 286 Lih, Lars, “‘The New Era of War and Revolution’: Lenin, Kautsky, Hegel and the Outbreak of World War I”, ob. cit., p. 367. 287 Dice Lenin: “ante la inaudita difusión de las tergiversaciones del marxismo, nuestra misión consiste, sobre todo, en restaurar la verdadera doctrina de Marx acerca del Estado” (Lenin, V. I., “El Estado y la revolución”, ob. cit., p. 379). 288 Lars Lih trata de diluir el debate de 1917 remitiendo simplemente a un texto de Kautsky de 1904: “La república y la socialdemocracia en Francia”, donde Kautsky argumenta que en la Revolución francesa los jacobinos “destruyeron [zerstört] los instrumentos de dominación de las clases dominantes” y luego dice: “La conquista del poder del Estado por el proletariado, por lo tanto, no significa simplemente la conquista de los ministerios [existentes], para luego, sin más, utilizar estos viejos instrumentos de gobierno, la iglesia oficial estatal, la burocracia y el cuerpo de oficiales –en un sentido socialista–. Por el contrario, significa la disolución [Auflösung] de estos instrumentos de gobierno” (Lih, Lars, “Kautsky y Lenin sobre la república y el Estado”, Sin Permiso, 19/5/2013, consultado en 5/3/2017 en: http://www.sinpermiso.info/textos/ kautsky-y-lenin-sobre-la-repblica-y-el-estado). 289 Dice Lih: “Las dos palabras clave en la argumentación de Kautsky son zerstört y Auflösung. Mi diccionario alemán-inglés define zerstören como ‘descomponer, arruinar, destruir’ y Auflösung como ‘disolver, desaparecer, dispersar, disolver’. Por lo tanto, aunque Kautsky no haya utilizado la palabra destruir, su posición acerca de estos ‘instrumentos de gobierno’ burgueses es muy poco ambigua” (ídem).
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república con instituciones radicalmente democráticas del mismo tipo que las de la Comuna 290.
Y aquí efectivamente toca una cuestión clave, ya que este “punto de reencuentro” que propone Lih, justamente, fue descartado tanto por Kautsky como por Lenin. Es más, se transformó en el centro de la disputa que sostuvieron ambos en torno a la Revolución rusa y que desde luego tendría implicancias también para la revolución en Alemania. Así, frente a la reivindicación abstracta de la Comuna y por fuera de su contenido de clase que realizara Kautsky (parecida a la que esboza Lih), Lenin replicaba: Marx y Engels demostraron que la Comuna suprimía el ejército y la burocracia, suprimía el parlamentarismo, destruía “la excrecencia parasitaria que es el Estado”, etc., pero el sapientísimo Kautsky se cala el gorro de dormir y repite lo que mil veces han dicho los profesores liberales, los cuentos de la “democracia pura”291.
La firmeza de Lenin responde a que la guerra mundial había demostrado que aquel “punto de reencuentro” que imagina Lih era una utopía que solo podía desarmar estratégica y programáticamente a la clase obrera. No solo el zarismo, sino también las democracias imperialistas habían mostrado su capacidad de aniquilamiento de masas. Había comenzado una nueva época de guerras, crisis y revoluciones. Era el momento de poner en primer plano la estrategia revolucionaria como cuestión de vida o muerte. En este sentido, en lo que respecta a la revolución, a diferencia de las guerras interestatales, no puede haber dos estrategias ya que ninguna conquista parcial sin el poder del Estado es pasible de estabilizarse. Solo la toma del poder puede ser su objetivo político y, por ende, la estrategia es, necesariamente, “de derrocamiento”. El filósofo francés Raymond Aron tiene razón cuando, tomando las categorías de Clausewitz, dice que la guerra revolucionaria es una guerra de abatimiento, ya que “el enemigo, el equipo o el gobierno no puede capitular porque renunciaría simultáneamente a su existencia”292.
290 Ídem. 291 Lenin, V. I., “La revolución proletaria y el renegado Kautsky”, Obras completas, Tomo XXVIII, Buenos Aires, Cartago, 1960, p. 239. 292 Aron, Raymond, Pensar la Guerra, Clausewitz, Tomo II La Era Planetaria, ob. cit., p. 141.
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La guerra como continuación de la política por otros medios
A partir de 1914, la continuidad entre guerra y política pasará a primer plano en una escala nunca antes vista. Ya era imposible abordar la guerra solamente como una metáfora para la política, como en el esquema binario de Kautsky de las dos estrategias. En el caso de Lenin, la bancarrota de la II Internacional motivará un rearme teórico y estratégico que marcará la fisonomía del marxismo revolucionario a partir de entonces. Será el momento de su apropiación crítica de las elaboraciones de Carl von Clausewitz, así como de sus estudios sobre Hegel y su Ciencia de la Lógica, y sobre las teorías del imperialismo, que tendrá como resultado El imperialismo, etapa superior del capitalismo. Estos estudios y elaboraciones serán parte de un esfuerzo por definir un marco estratégico para la nueva época que irrumpía violenta y definitivamente con el estallido de la I Guerra Mundial. Según Lars Lih, aquel “rearme” no es más que una “historia canónica”, según la cual … el sentimiento de traición provocado por el apoyo a la guerra de los partidos socialistas fue tan profundo en Lenin que se embarcó en un replanteamiento radical que le llevó a rechazar el “marxismo de la Segunda Internacional”, a renunciar a su admiración anterior por Kautsky y a volver a las fuentes originales de la perspectiva marxista. Este replanteamiento de Lenin es a menudo vinculado a su intenso estudio de la Ciencia de la lógica de Hegel en el otoño de 1914293.
De esta forma, reduccionista, por decir lo menos, Lih pasa por alto nuevamente que la II Internacional estuvo atravesada por múltiples tendencias delineadas a partir de los más diversos combates políticos –varios de los cuales fuimos reseñando en estas páginas294–. Pero, por sobre todo, desconoce el problema central planteado en toda su magnitud en 1914: la necesidad de redefinir el marco estratégico del marxismo revolucionario para la nueva época. Para negar aquel “rearme” y con el objetivo de probar su tesis de la “agresiva falta de originalidad” de Lenin, Lih se concentra exclusivamente en disminuir la importancia del estudio de este sobre Hegel. Más allá
293 Lih, Lars, “‘The New Era of War and Revolution’: Lenin, Kautsky, Hegel and the Outbreak of World War I”, ob. cit., p. 367. 294 Lenin en 1914 rompe definitivamente con una organización que había degenerado –no de un día para el otro– y con los dirigentes que como Kautsky habían traicionado la causa del proletariado, pero no se le ocurre que la historia vaya a recomenzar desde cero.
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de que no tiene éxito en esta empresa295, lo más superficial de su planteo es que no menciona, siquiera al pasar, la lectura de Clausewitz por parte de Lenin durante aquel mismo período, a pesar de que su texto lleva por título “La nueva era de guerra y revolución”. Esto que parece una extravagancia de nuestro autor, en realidad es parte de un problema mucho más extendido en cuanto a la interpretación de Lenin y de su legado. Serán teóricos contrarrevolucionarios como Carl Schmitt o reformistas como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe los que más cabalmente darán cuenta de la trascendencia de la apropiación de Clausewitz por parte del marxismo en el siglo XX. Schmitt definirá a los cuadernos de Lenin sobre Clausewitz como “uno de los más documentos más extraordinarios de la historia universal y espiritual”296, mientras que los mencionados autores posmarxistas sostendrán que “la concepción marxista de la política” (en todo lo que ellos se proponen rechazar) “reposa sobre un imaginario que depende en gran medida de Clausewitz”297. A diferencia del estudio de la dialéctica, especialmente de la Ciencia de la Lógica de Hegel, realizado por Lenin en el mismo período y del que existen muchos estudios que resaltan su importancia298, no existe nada parecido sobre su apropiación crítica de Clausewitz, sobre la cual solo contamos con trabajos escasos y parciales299. Sin embargo, para 1914-1915 la relación entre guerra y política estará en el centro de los problemas y, por ende, también en la reflexión 295 La prueba “concluyente” sería que: “Lenin no estableció un vínculo explícito entre su nueva comprensión putativa de la dialéctica y cualquier punto en su plataforma política” (Lih, Lars, “‘The New Era of War and Revolution’: Lenin, Kautsky, Hegel and the Outbreak of World War I”, ob. cit., pp. 390-391). Desde luego, se trata de una “prueba” extremadamente esquemática, por decir lo menos. 296 Schmitt, Carl, Teoría del Partisano. Acotación al concepto de lo político, ob. cit., p. 72. 297 Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, ob. cit., p. 104. 298 La tesis sobre la trascendencia para el pensamiento de Lenin de su estudio de Hegel fue desarrollada por Raya Dunayevskaya en la década de 1950 y retomada por múltiples autores hasta la actualidad. Lars Lih reseña algunas de estas elaboraciones y sus conclusiones. Entre ellas menciona: “La lectura de Lenin de Hegel fue ‘un punto de inflexión fundamental en la política de Lenin’ [según Étienne Balibar]. Proporcionó ‘un anclaje filosófico para virtualmente todas sus principales estrategias políticas’ [según Neil Harding]. ‘La nueva posición que Lenin alcanzó con su lectura de Hegel no debe ser buscada en ninguna otra parte más que en su intervención política y teórica en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial’ [según Statis Kouvelakis]” (Lih, Lars, “‘The New Era of War and Revolution’: Lenin, Kautsky, Hegel and the Outbreak of World War I”, ob. cit., p. 390). Para una aproximación al estudio de Lenin sobre Hegel durante la guerra, ver Díaz, Ariane, “Un amigo de la dialéctica en medio de la guerra”, Ideas de Izquierda N.° 14, octubre 2014. 299 Uno de estos pocos estudios en castellano es el de Clemente Ancona (“La influencia de De la guerra de Clausewitz en el pensamiento marxista de Marx a Lenin”, ob. cit.).
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de Lenin. Desde este punto de vista, el estudio de la obra de Clausewitz, tanto de De la guerra como de su Compendio de enseñanza militar a su Alteza Real el príncipe heredero, podría verse como la piedra angular que conecta, desde el punto de vista de la estrategia, la vuelta al estudio de la dialéctica con su elaboración sobre las características del imperialismo. De su estudio de Clausewitz Lenin deja un cuaderno con extractos y anotaciones, el Tetradka. Aunque parciales y fragmentarios, sus conclusiones serán fácilmente rastreables en su obra durante la guerra, y mucho más allá de esta. Uno de los aspectos centrales será la reflexión sobre la fórmula de “la guerra como continuación de la política por otros medios” y todas sus derivaciones, donde la política es la totalidad de la cual la guerra es parte, y “la política ha dado nacimiento a la guerra”. Desde luego, Lenin no será el primero en estudiar a Clausewitz en el marxismo ni mucho menos el primero en citar aquella fórmula. Sin embargo, sí será el primero en apropiársela críticamente desde el marxismo para la elaboración político-estratégica. De ahí que Michael Howard tenga razón al señalarlo como el primer intérprete político de Clausewitz300. Un recorrido paralelo, por un camino diferente, realizará León Trotsky, cuestión que abordaremos en próximos capítulos. Lenin va a utilizar la fórmula de Clausewitz para definir aquel marco estratégico y extraer las conclusiones sobre la actitud de los revolucionarios frente a la guerra. Dos definiciones serán fundamentales. En primer lugar, si la guerra es la continuación de la política por otros medios, el posicionamiento de los revolucionarios no puede estar determinado por cuál Estado se encuentra luchando a la ofensiva y cuál a la defensiva. Se trata de determinar cuáles son las políticas que los diferentes Estados continúan a través de la guerra. En segundo lugar, que la continuidad de la política revolucionaria en el marco de la guerra necesariamente pasa por la continuidad de la lucha de clases también “por otros medios”, es decir, por el desarrollo de la guerra civil: En teoría sería totalmente erróneo olvidar que toda guerra no es más que la continuación de la política por otros medios. La actual guerra imperialista es la continuación de la política imperialista de dos grupos de grandes potencias, y esa política fue engendrada y alimentada por el conjunto de las relaciones de la época imperialista. Pero esta misma época ha de engendrar y alimentar también, inevitablemente, una política de lucha contra la opresión nacional y de lucha del proletariado contra la burguesía, y por consiguiente también la posibilidad y la inevitabilidad, en primer lugar, de las insurrecciones y guerras nacionales revolucionarias;
300 Cfr. Howard, Michael, ob. cit.
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en segundo lugar, de guerras e insurrecciones del proletariado contra la burguesía; en tercer lugar, de una combinación de ambos tipos de guerras revolucionarias, etc.301.
De este marco estratégico Lenin desprenderá, además de la definición del carácter imperialista de la guerra encarada por las grandes potencias, otras definiciones estratégicas fundamentales. La más amplia de ellas será, como decíamos, la necesidad de transformar la guerra imperialista en guerra civil. Y, sobre esta base, la política conocida como “derrotismo”, que era su consecuencia lógica. La misma consistía en el rechazo a la “paz civil” que querían imponer los diferentes Estados imperialistas. La clase obrera no debía detener su lucha de clases bajo ninguna consideración sobre las necesidades militares del propio Estado. En este sentido, la derrota del propio país –de ahí el término “derrotismo”– era un “mal menor” en el marco del desarrollo de la lucha de clases para transformarla en guerra civil revolucionaria. Todos estos elementos, así como la apropiación que hace Lenin de Clausewitz, los desarrollaremos en profundidad en próximos capítulos302; lo que queremos destacar aquí es que este posicionamiento del dirigente bolchevique fue parteaguas entre los socialistas a nivel internacional y cruzó lanzas no solo con los sectores abiertamente colaboracionistas, sino también con cualquier tipo de pacifismo frente a la guerra. Entre quienes apoyaban abiertamente a sus propios gobiernos imperialistas y oficiaban de garantes de la “paz civil” –garantizar que se trabaje más por menores salarios, que no haya huelgas ni acciones de ningún tipo, etc.– estaba la burocracia del SPD, encabezada por Scheidemann y Ebert, pero dentro de esta tendencia a nivel internacional se encontraba incluso Plejanov, para quien el zarismo estaba protagonizando una guerra defensiva303. El planteo de Lenin sobre la guerra de las grandes potencias como continuidad de la política imperialista, incluido el Imperio ruso que buscaba la conquista de Constantinopla, Galicia y Armenia, desenmascaraba la falacia de aquel tipo de posicionamientos. Dentro de una heterogénea ala centro, Kautsky plasmaba en su posición aquella discontinuidad entre política y guerra que, como decíamos, 301 Lenin, V. I., “El programa militar de la revolución proletaria”, Obras completas, Tomo XXIV, Madrid, Akal, 1977, pp. 84-85. 302 Ver capítulo 5 del presente libro. 303 Incluso entre las consideraciones esbozadas por Plejanov estaba el hecho de que una victoria alemana fortalecería la influencia de la burocracia del SPD en la socialdemocracia internacional, a la vez que coartaría las posibilidades de desarrollo de la atrasada Rusia. Sobre las posiciones de Plejanov durante la guerra, ver Baron, Samuel, Plejánov. El padre del marxismo ruso, México, Siglo XXI, 1976.
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caracterizaba sus elaboraciones. Profundizó la posición que venía sosteniendo desde los años inmediatamente anteriores, donde la crítica genérica a los excesos del militarismo alemán iba de la mano con las esperanzas en la diplomacia internacional de los Estados imperialistas para terminar la guerra, lo cual en los hechos se traducía en una subordinación al ala colaboracionista de la socialdemocracia304. Con la política de “transformar la guerra imperialista en guerra civil”, Lenin enfrenta de plano este tipo de política. En febrero de 1915, en la Conferencia de Berna, Lenin logra alinear a la mayoría de los exiliados bolcheviques detrás de aquel planteo. En septiembre de 1915 tendrá lugar la Conferencia de Zimmerwald, donde concurrirán treinta y ocho delegados de diferentes organizaciones que se oponían a la guerra. Sin embargo, el ala integrada por los mencheviques de izquierda, encabezados por Mártov, y la “izquierda leal” de la socialdemocracia alemana (“leal” a la dirección oficial del SPD), con Hugo Haase y Georg Ledebour, se opondrán a romper con los socialpatriotas. A favor de esta ruptura estará el bloque integrado por Gorter, Pannekoek, Rakovsky, Trotsky y Luxemburgo. Lenin se ubicará como ala izquierda de este bloque sosteniendo en minoría la estrategia de transformar la guerra imperialista en guerra civil frente a las posiciones mayoritarias que cedían al pacifismo. Karl Liebknecht será quien más comparta las posiciones de Lenin (aunque, al igual que Rosa Luxemburgo, se encontraba preso en Alemania). Para Lenin, solo la revolución podía frenar la guerra. Si la guerra era la continuación de la política imperialista de los tiempos de paz, pero “por otros medios”, la única forma de derrotarla era venciendo aquella política que la originaba, es decir, derrotando a las propias burguesías mediante la guerra civil revolucionaria. No es difícil ver la trascendencia de su apropiación crítica del pensamiento de Clausewitz en estas conclusiones. Siguiendo este razonamiento, la II Internacional ya no podía ser un instrumento para esta tarea. Así es que, en febrero de 1916, en la Conferencia de Kienthal, Lenin planteará la necesidad de fundar una nueva internacional. Será aquel año –con las batallas de Somme y
304 Ya desde 1912, Kautsky, aunque sigue denunciando abiertamente al militarismo alemán y apelando a la movilización extraparlamentaria para ello, a diferencia de Lenin, no trata de exponer, en un “cuadro único”, la lucha contra la guerra, contra el Estado y los capitalistas, planteando una salida revolucionaria, sino que propone manifestaciones de presión para “insistir en la responsabilidad de todos los partidos burgueses” en impulsar “un acuerdo internacional –sobre todo con Inglaterra– para la limitación de los armamentos” (Kautsky, Karl, “The First of May and the Struggle against Militarism”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/archive/ kautsky/1912/05/war1912.htm).
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Verdún– el más sangriento de la historia, solo superado décadas después por la II Guerra Mundial. La agitación de las masas, especialmente en Alemania y Rusia, mostrará que la conclusión sacada por Lenin no era producto de una simple especulación abstracta, sino que describía el curso concreto que estaban recorriendo las masas bajo la experiencia de la guerra. Solo por la importancia de la relación entre guerra y política para la definición del marco estratégico de la época a partir del estallido de la Gran Guerra –y la subsiguiente implosión de la II Internacional–, la apropiación crítica de Lenin de la obra de Clausewitz ya hubiera sido una “revolución teórica”. Sin embargo, fue mucho más allá. Entre otras cuestiones, en lo que refiere a los conceptos de ofensiva y defensiva, a la relación entre ambas “formas” de combatir la influencia decisiva del fin político sobre la forma de conducción de la guerra (Lenin se detiene especialmente en la parte final del libro VI de De la guerra sobre la defensa con objetivos limitados). Más de conjunto, este rearme teórico fue decisivo para resituar el lugar de la estrategia en el marxismo revolucionario y permitió establecer una relación precisa entre lo militar y lo político para encarar una época de crisis, guerras y revoluciones. No es posible hoy entender y mucho menos recuperar el legado del marxismo desarrollado por la III Internacional en sus primeros años sin comprender a Clausewitz y su apropiación, tanto por parte de Lenin como de Trotsky, que se continuará luego en la Oposición de Izquierda y la fundación de la IV Internacional. A esto nos abocaremos en los sucesivos capítulos de este libro.
CAPÍTULO 2
LA OFENSIVA
Más de tres décadas sin revoluciones, aunque no exentas de procesos agudos de la lucha de clases, han marcado el retroceso de la reflexión estratégica en la actualidad. El arte de la insurrección ha sido una de sus principales víctimas. En el presente capítulo intentaremos retomar algunos de sus aspectos fundamentales. Para ello, la obra de León Trotsky constituye un acervo ineludible. Fue el único marxista que fue tanto teórico militar y estratega como “general” revolucionario. Si la insurrección de Petrogrado de octubre de 1917 puso de relieve su talla como estratega, sus análisis sobre la primera guerra de los Balcanes (1912-1913) ya lo muestran como precursor de temáticas que serán fundamentales para el análisis del fenómeno de la guerra en el siglo XX, y que décadas después desarrollarán autores como John Keegan o Michael Howard1. Su obra incluso concitó el interés del diplomático e ideólogo de la estrategia norteamericana de la “contención” en la Guerra Fría, George Kennan2. Contradictoriamente, esta parte de la obra de Trotsky ha sido prácticamente relegada al olvido dentro del marxismo, incluidas las corrientes que se referenciaron o se referencian en la figura del revolucionario ruso. Como señala Harold W. Nelson en relación a Isaac Deutscher, incluso “el más competente de los biógrafos de Trotsky escogió omitir la discusión de su pensamiento militar”3. Esto tiene sus causas. La IV Internacional después de la II Guerra Mundial quedó diezmada entre la persecución del fascismo, el stalinismo y el imperialismo “democrático”. En este marco, se produjo un quiebre en la unidad entre programa y estrategia. El resultado fue la adaptación a otras estrategias, como por ejemplo las guerrilleras, que eran producto
1 Cfr. Crawford, Ted, “Harold Walter Nelson: Leon Trotsky and the Art of Insurrection, 1905-1917”, Revolutionary History, Vol. 3, N.° 1, verano 1990. 2 Cfr. Gaddis, John Lewis, George F. Kennan. An American Life, New York, The Penguin Press, 2011. 3 Nelson, Harold Walter, ob. cit., p. 49.
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de revoluciones donde primaba el peso del semiproletariado y el campesinado, dirigidas por partidos en forma de ejércitos. A la inversa, luego de la derrota del último ascenso de la lucha de clases internacional, que va desde el Mayo Francés de 1968 al proceso revolucionario en Polonia de 1980-1981, y la subsiguiente ofensiva imperialista a escala global, se produjo una especie de “trauma epistemológico” –como lo llamó Roberto Jacoby4– donde los problemas militares de la revolución prácticamente desaparecieron del horizonte del marxismo. Tanto el militarismo guerrillero como el pacifismo posterior desplazaron a la estrategia insurreccional, para la cual podía ser útil el pensamiento militar de Trotsky. De ahí el poco interés que este ha suscitado dentro del trotskismo. Más en general, son escasos –aunque significativos– los estudios comprensivos sobre el pensamiento militar de Trotsky. Entre esta exigua bibliografía figura el libro León Trotsky y el arte de la insurrección 1905-1917, del coronel norteamericano Harold Walter Nelson, y el amplio trabajo del historiador norteamericano Neil M. Heyman “Leon Trotsky as a Military Thinker”. A continuación desarrollaremos, en contrapunto con aquellas dos obras, algunos aspectos centrales del pensamiento de Trotsky para abordar el tema de la ofensiva revolucionaria. El “arte de la insurrección”
El concepto de “arte de la insurrección” es crucial para abordar la revolución proletaria, ya que hace a una diferencia clave con las revoluciones burguesas clásicas. La burguesía poseedora y educada […] no hizo la revolución sino que esperó a que se hiciera. Cuando el movimiento de las capas inferiores se desbordó y el viejo orden social –o viejo régimen político– fue derrocado, el poder cayó casi automáticamente en las manos de la burguesía liberal5.
En el caso del proletariado sucede lo opuesto, y la extensa experiencia de las revoluciones de los siglos XIX y XX lo demuestra. No puede hacerse del poder en el momento decisivo sin disponer de un partido 4 Jacoby, Roberto, El cielo por asalto, ob. cit., p. 27. 5 Trotsky, León, “¿Es posible hacer una revolución o una contrarrevolución en una fecha fija?”, Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ob. cit., p. 662. Ver también Anderson, Perry, “La noción de revolución burguesa en Marx”, Anticapitalistas, consultado el 5/3/2017 en: http://www.anticapitalistas.org/IMG/pdf/Anderson-LaNocionDeRevolucionBurguesaEnMarx.pdf.
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revolucionario que cumpla el papel de dirección política, organizativa y técnica-militar de las masas revolucionarias. Este es el punto de partida para la noción de “arte de la insurrección”. ¿Cuáles son sus elementos fundamentales? Trotsky, retomando el planteo formulado por Engels, en su Historia de la Revolución rusa señala: La insurrección es un arte y como todo arte tiene sus leyes. […] La conspiración no sustituye a la insurrección. La minoría activa del proletariado, por bien organizada que esté, no puede conquistar el poder independientemente de la situación general del país […].
Y agrega: pero “al proletariado no le basta con la insurrección espontánea para la conquista del poder. Necesita la organización correspondiente, el plan, la conspiración”6. De esta combinación entre la fuerza del movimiento revolucionario de masas con la planificación consciente y la conspiración para hacerse del poder surge la insurrección como arte. De ahí que se diferencie de las “jornadas revolucionarias” o las “semiinsurrecciones”, donde prevalecen, en mayor o menor medida, los elementos espontáneos del movimiento. Aquella relación entre las fuerzas elementales de la revolución y la preparación consciente de la conquista del poder es decisiva para entender el pensamiento estratégico del fundador del Ejército Rojo. Para abordar los aspectos militares de esta relación es fundamental, en lo que a Trotsky refiere, no perder de vista el peso determinante de la lucha de clases. Este quizá es uno de los puntos menos comprendidos por autores como Nelson o Heyman, que abordan la obra de Trotsky como pensador militar. Esto lleva a Nelson, por ejemplo, a simplificar la evolución del pensamiento estratégico de Trotsky respecto a la insurrección: desde un joven Trotsky que, en 1905, parte de una concepción más o menos escéptica de la posibilidad de organizar una fuerza armada de la revolución y apuesta a la acción espontánea de las masas7, hasta un Trotsky maduro que, mediante un brusco giro subjetivo, a partir de agosto de 1917 “rechazó la acción espontánea de las masas y reconoció la necesidad inevitable del control de la fuerza armada para hacer la revolución”8. Otro tanto o más podría decirse de Neil Heyman, quien ve en esta evolución de
6 Trotsky, León, Historia de la Revolución rusa, Tomo II, ob. cit., pp. 439-440. 7 “Trotsky estaba dispuesto a desarrollar la noción de que morir por la revolución era una alternativa necesaria, porque nunca sería posible organizar fuerzas suficientes para conseguir una victoria convencional” (Nelson, Harold Walter, ob. cit., p. 69). 8 Ibídem, p. 213.
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Trotsky el pasaje desde un discurso “ideologizado” a un pragmatismo asimilable a la teoría militar convencional9 que lo lleva a fundar el Ejército Rojo10. Sin embargo, en la explicación de ambos momentos necesariamente cobra suma importancia el contexto más amplio de la lucha de clases11 y de la propia guerra civil. El punto de partida para el abordaje de los problemas militares de la revolución es que en la guerra civil la política se mezcla con las acciones militares mucho más estrechamente aún que en la guerra entre Estados. En este sentido, años después de la Revolución rusa, Trotsky lo sintetizaba así: La guerra civil, hemos dicho siguiendo a Clausewitz, es la continuación de la política, pero por otros medios. Esto significa: el resultado de la guerra civil depende solo en 1/4 (por no decir 1/10) de la marcha de la propia guerra civil, de sus medios técnicos, de la dirección puramente militar, y en los restantes 3/4 (si no 9/10) de la preparación política. ¿En qué consiste esa preparación política? En la cohesión revolucionaria de las masas, en su liberación de las esperanzas serviles en la clemencia, la generosidad, la 9 Cfr. Heyman, Neil, “Leon Trotsky as a military thinker” (tesis inédita de posdoctorado, Stanford, Stanford University, 1972), p. 343. 10 Algo similar vemos en el señalamiento de Nelson a cerca del supuesto optimismo del revolucionario ruso sobre la potencialidad de la acción espontánea de las masas para derrotar al ejército en 1905. Donde Nelson ve una concepción, más bien había un cálculo entre diferentes escenarios adversos. En palabras de Trotsky: “aunque el partido eludiese el conflicto en octubre y en noviembre, porque tenía conciencia de la necesidad de una preparación en regla, esta razón perdió todo su valor en [la insurrección de Moscú de] diciembre […] si el partido se hubiese negado a dar batalla […] lo único que habría conseguido sería, simplemente, precipitar la insurrección en condiciones más desfavorables aún” (Trotsky, León, 1905, ob. cit., pp. 223-224). 11 Nelson está en lo correcto al señalar que las expectativas del joven Trotsky, de que un nuevo ascenso del movimiento de masas fuera capaz de unir detrás de un programa revolucionario a mencheviques y bolcheviques, no podían más que jugar en contra de una clara estrategia de preparación de la insurrección. Sin embargo, la visión “casi monolítica” del ejército –formado por masas de campesinos– que le atribuye Nelson a Trotsky en 1905 era menos una concepción que la expresión, según el propio Trotsky, de un problema político más amplio que marcó la primera Revolución rusa: la falta de hegemonía del proletariado sobre el campesinado (cfr. ibídem, p. 94). La discordancia entre los tiempos del levantamiento en las ciudades y en el campo fue una de las claves de la derrota de aquel proceso. A la inversa, a partir de agosto de 1917, donde Nelson supone una conversión “radicalmente completa” (Nelson, Harold Walter, ob. cit., p. 213) de Trotsky, que lo lleva a ponerse a la cabeza de los preparativos militares de la insurrección, hay más bien una constatación de la madurez de la situación para pasar a la ofensiva, tanto por la evolución de la influencia de los revolucionarios en los soviets como por el desarrollo de la guerra civil en el campo y el desgaste del Gobierno Provisional y la dirección oficial conciliadora de aquellos.
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lealtad de los esclavistas “democráticos”, en la educación de cuadros revolucionarios que sepan desafiar a la opinión pública burguesa y que sean capaces de mostrar frente a la burguesía aunque más no sea una décima parte de la implacabilidad que la burguesía muestra frente a los trabajadores. Sin este temple, la guerra civil, cuando las condiciones la impongan —y siempre terminan por imponerla— se desarrollará en las condiciones más desfavorables para el proletariado, dependerá en mayor medida de los azares; después, aun en caso de victoria militar, el poder podrá escapar de las manos del proletariado12.
Y concluía: “Quien no vea que la lucha de clases conduce inevitablemente a un conflicto armado, es un ciego. Pero no es menos ciego quien, frente al conflicto armado, no ve toda la política previa de las clases en lucha”13. Dicho esto, podemos adentrarnos en los problemas militares planteados. La guerra civil como continuación violenta de la lucha de clases
“La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”, decían Marx y Engels en el Manifiesto comunista. Dentro de ella, la “guerra civil” es un momento particular. Parafraseando la fórmula de Clausewitz –la guerra no es sino la continuación de la política por otros medios–, León Trotsky señala que “la guerra civil no es sino la continuación violenta de la lucha de clases. En cuanto a la insurrección, es la continuación de la política por otros medios”14. ¿Cuál es su definición de guerra civil? La verdad es que la guerra civil –señala Trotsky– constituye una etapa determinada de la lucha de clases cuando esta, al romper los marcos de la legalidad, llega a situarse en el plano de un enfrentamiento público y, en cierta medida físico, de las fuerzas de la oposición. Concebida de esta manera, la guerra civil abarca las insurrecciones espontáneas determinadas por causas locales, las intervenciones sanguinarias de las hordas contrarrevolucionarias, la huelga general revolucionaria, la insurrección
12 Trotsky, León, ¿Adónde va Francia? / Diario del exilio, ob. cit., pp. 67-68. El destacado es del original. 13 Ibídem, p. 68. 14 Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, ob. cit.
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por la toma del poder y el período de liquidación de las tentativas de levantamiento contrarrevolucionario15.
Como vemos, se trata de una definición amplia que abarca, en palabras de Trotsky, “una etapa determinada del proceso histórico”16. Sus contornos superan en mucho la intención subjetiva de tal o cual partido, actor político o militar individualmente considerado. De ahí que incluya, por ejemplo, “insurrecciones espontáneas”. En este sentido, podemos decir que se trata de una definición “objetiva”. Ahora bien, en aquel mismo artículo plantea también otra definición, más acotada que la primera, que podríamos llamar “subjetiva” para distinguirla de la anterior. La misma se refiere al desarrollo del concepto de guerra civil desde el punto de vista de la acción del partido revolucionario, al “modo de prepararla y ejecutarla”, dice Trotsky, para “asegurar el mayor éxito posible”17. La guerra civil desde este ángulo comienza cuando el partido realiza el pasaje a la ofensiva estratégica y en ella pueden distinguirse según Trotsky al menos tres “capítulos” o “etapas”: la preparación de la insurrección, la insurrección en sí y la consolidación de la victoria. A través de estas diferentes etapas, con sus particularidades, el partido revolucionario se propone resolver el problema estratégico de “combinar de forma lógica todas las fuerzas y medios revolucionarios con vistas a alcanzar el objetivo principal: la toma y la defensa del poder”18. La primera etapa, la preparación, parte de la determinación de un plazo para la insurrección, la elaboración de un plan insurreccional y el establecimiento de las medidas políticas, organizativas y militares para llevarlo a cabo. No se trata obviamente de “la guerra en el papel”, sino de la guerra real. De ahí que Trotsky resalte que tanto el plazo como el plan mismo no representan valores irrevocables, sino que, como veremos, su verificación se realiza en el curso mismo de los acontecimientos según los resultados parciales obtenidos. La segunda etapa, la insurrección misma, es el punto decisivo. Sería el equivalente a lo que Clausewitz llamó la batalla por “la decisión”, es decir, donde lo que se busca ya no son objetivos parciales, sino la derrota del ejército enemigo. A este objetivo se subordinan todos los otros. Es el enfrentamiento ofensivo fundamental de la revolución.
15 Ídem. 16 Ídem. 17 Ídem. 18 Ídem.
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Por último, “la consolidación de la victoria” abarca el período de la derrota del enemigo y la consolidación del poder revolucionario. Consiste en la lucha por asegurar la defensa de la revolución al tiempo que se busca políticamente abrir otros frentes de batalla. Donde “debemos saber combinar –dice Trotsky– la guerra defensiva que será impuesta a nuestro ejército rojo, con la guerra civil en el campo enemigo”19. En el presente capítulo abordaremos cada una de estas etapas y algunos de los problemas que plantean. Comencemos por la primera.
PARTE 1 LA PREPARACIÓN DE LA INSURRECCIÓN Con el comienzo de los preparativos para la insurrección, como decíamos, se inicia el pasaje a la ofensiva en términos estratégicos, del cual la insurrección es su coronación. “Las condiciones sociales y políticas –dice Trotsky– favorables a la toma del poder son una oportunidad previa de éxito, pero no garantizan la victoria automáticamente; permiten llegar hasta el punto en que la política cede paso a la insurrección”20. Actuar sobre aquella oportunidad de éxito para aumentar sus probabilidades será el trabajo de la estrategia, que deberá articular toda una serie de elementos de diversa índole, entre los cuales se destacan el desarrollo de los organismos de autoorganización, las milicias obreras, el armamento del proletariado y el trabajo en el ejército –dependiendo de las características del mismo– como parte de los preparativos para la batalla insurreccional. Los soviets como órganos de la insurrección
Los soviets o consejos son una de las grandes novedades históricas introducidas por el movimiento obrero durante la Revolución rusa de 1905. Surgen como instituciones de autoorganización de las masas constituidas en base a la representación democrática a partir de las unidades de producción. Trotsky será uno de los primeros en dimensionar la magnitud de esta innovación en el terreno político, pero no solo en él. Sobre Trotsky, Nelson señala correctamente que
19 Ídem. 20 Ídem.
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… sus experiencias en 1905 lo habían llevado a desarrollar algunas conclusiones bastante originales sobre la inevitabilidad del choque armado […] el desarrollo del soviet parecía tener implicaciones importantes en el ámbito del uso organizado del poder por parte de las masas revolucionarias […] Este poder era el único con verdadera legitimidad durante el período de levantamiento revolucionario y le otorgaba al soviet el derecho a organizar un ejército21.
Efectivamente, sin entender el papel de los soviets resulta incomprensible la concepción estratégica de Trotsky sobre la insurrección: el desarrollo de la fuerza armada de la revolución está indisolublemente ligado a los organismos de autoorganización de las masas, ya sean soviets o instituciones con similares características. A su vez, estos no son un verdadero poder si no cuentan con una fuerza armada propia. Será en 1917 cuando los soviets, en tanto organizaciones de frente único de masas para la ofensiva, desplieguen toda su potencialidad. La organización –dice Trotsky– con la que el proletariado pudo no solo derribar el antiguo régimen, sino también sustituirlo es el soviet. Lo que más adelante se convirtió en el resultado de la experiencia histórica, hasta la insurrección de Octubre, no era más que un pronóstico teórico aunque se apoyaba, es cierto, sobre la experiencia previa de 1905. Los soviets son los órganos de preparación de las masas para la insurrección, los órganos de la insurrección y después de la victoria, los órganos de poder22.
La principal evolución estratégica del pensamiento de Trotsky, entre una y otra revolución, consiste en clarificar la relación entre estos organismos de autoorganización y el partido revolucionario. Como señalábamos, previamente tenía expectativas en la unificación de las dos principales fracciones de la socialdemocracia rusa. Será hasta 1917, cuando finalmente confluirá con el partido de Lenin. De allí su formulación definitiva de que … los soviets no resuelven por sí mismos la cuestión [del poder]. Según sean su programa y dirección pueden servir para diversos fines […] El problema de la conquista del poder solo puede ser resuelto por la combinación del partido con los soviets o con otras organizaciones de masas más o menos equivalentes a los soviets23.
21 Nelson, Harold Walter, ob. cit., p. 56. 22 Trotsky, León, Historia de la Revolución rusa, Tomo II, ob. cit., p. 440. 23 Ídem.
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Esta articulación entre partido revolucionario y autoorganización de masas, y la que mencionábamos entre los organismos de autoorganización y la fuerza armada de la revolución, encierran de conjunto una enorme innovación del pensamiento estratégico militar del marxismo, que le da su carácter distintivo. La misma lo diferencia no solo de la teoría militar convencional, para la cual “el pueblo” o “las masas” son concebidos, en el mejor de los casos, como pura “masa de maniobra”; sino incluso de las formulaciones más sofisticadas, como la de Carl von Clausewitz, quien sostenía que lo novedoso de las guerras napoleónicas había sido la intervención militar del pueblo “con peso propio”, producto de las nuevas bases creadas por la Revolución francesa, dando cuenta así de la nueva “fuerza moral” que había permitido a la Grande Armeé imponerse militarmente en Europa. Desde luego, la novedad en la teoría surge de dar cuenta de la novedad histórica. Esta última no consistía simplemente en el desarrollo de organismos de autoorganización de parte de los oprimidos en los procesos revolucionarios. En la propia Revolución francesa está el ejemplo de las secciones de París24. Pero nunca este verdadero “poder constituyente” de los oprimidos había llegado al nivel de los soviets rusos de 1917, a pesar de tener antecedentes como la Comuna de París del 1871 o el Soviet de Petrogrado de 1905. “La característica fundamental semifantástica –dice Trotsky– de la Revolución rusa […] consiste en la enorme madurez del proletariado ruso si se le compara con las masas urbanas de las antiguas revoluciones”25. De la combinación entre partido revolucionario, organismos de autoorganización y fuerza armada propia surgen los órganos de la insurrección, que, como tales, son el corazón una estrategia insurreccional para la toma del poder. ¿Cómo se formó, en 1917, esta fuerza armada de la revolución? ¿Qué disputas estratégicas se plantearon en torno a las vías para su desarrollo? Dos métodos: “democratización” vs. división del ejército
A diferencia de la guerra interestatal, donde cada Estado detenta su soberanía independiente o puede aspirar a detentarla más allá de que el oponente conserve la propia, en la guerra civil revolucionaria se da una
24 Cfr. Soboul, Albert, Los Sans-culottes. Movimiento popular y gobierno revolucionario, Madrid, Alianza Editorial, 1987. 25 Trotsky, León, Historia de la Revolución rusa, Tomo I, ob. cit., p. 191.
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situación de “doble poder” o “soberanía múltiple”, como la llamó Charles Tilly26, donde hay dos pretendientes a la misma soberanía. Si el partido pasa a la ofensiva, la derrota del ejército enemigo se transforma en el objetivo principal, ya que el mismo, siguiendo la terminología militar, es “la llave del país”. En términos de Lenin en El Estado y la revolución: “la ´fuerza especial de represión’ del proletariado por la burguesía […] debe sustituirse por una ‘fuerza especial de represión’ de la burguesía por el proletariado (dictadura del proletariado). En eso consiste precisamente la ‘destrucción del Estado como tal’”27. Para llevar adelante este objetivo, en 1917, Trotsky y los bolcheviques se valieron no solo del enfrentamiento militar directo, sino también de una política específica para dividir al ejército burgués, ganar a una parte para las filas de la revolución y neutralizar a otra. Como señala Nelson sobre la experiencia rusa: “la naturaleza de su lucha parecía confirmar las tempranas evaluaciones de Marx y Engels respecto a que la conscripción masiva debilitaría la capacidad de los ejércitos modernos para suprimir la revolución”28. En 1905, así como en 1917, el ejército contaba con una composición abrumadoramente campesina, reclutada masiva y compulsivamente para la guerra; en el primer caso, para la guerra ruso-japonesa; en el segundo, para la I Guerra Mundial. Muy distinta era la cuestión de las fuerzas policiales “profesionales”. De ahí que, en febrero de 1917, la actitud de las masas revolucionarias haya sido muy diferente hacia cada una de estas fuerzas. La policía –cuenta Trotsky– no tardó en desaparecer completamente del mapa; es decir, se ocultó y empezó a maniobrar por debajo de la cuerda. Vienen los soldados a ocupar su puesto, fusil al brazo. Los obreros los interrogan, inquietos: “¿Es posible, compañeros, que vengáis en ayuda de los gendarmes?”.
Y agregaba: Los gendarmes son el enemigo cruel, irreconciliable, odiado. No hay ni que pensar en ganarlos para la causa. No hay más remedio que azotarlos o matarlos. El Ejército ya es otra cosa. La multitud rehúye con todas sus
26 Cfr. Tilly, Charles, Las revoluciones europeas (1492-1992), Madrid, Grijalbo, 1993. 27 Lenin, V. I., “El Estado y la revolución”, ob. cit., p. 136. 28 Nelson, Harold Walter, ob. cit., p. 72.
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fuerzas los choques hostiles con ellos, busca el modo de ganarlo, de persuadirlo, de fundirlo con el pueblo29.
Así, al inicio de la revolución de 1917, mientras que la policía fue destruida, el ejército se dividirá producto de la combinación entre la fuerza material de la movilización revolucionaria de los trabajadores, que se enfrenta cara a cara con las tropas, y la confluencia política con las masas de soldados-campesinos, que se rebelaban para no morir en el campo de batalla de la guerra imperialista. Tanto los bolcheviques como los mencheviques consideraban fundamental el trabajo político en las filas del ejército. La experiencia de la Revolución de 1905 no había hecho más que confirmar su importancia. Sin embargo, desde aquel entonces se fueron delineando claramente dos métodos muy diferentes y estratégicamente opuestos para llevarlo adelante. Harold Nelson realiza un interesante intento de reconstruir las polémicas sobre este punto, que tuvieron lugar a finales de 1906, en las organizaciones militares de la socialdemocracia. Los mencheviques trataban de desarrollar un agrupamiento no partidario de los sectores “democráticos” de los oficiales, en especial de la baja oficialidad, que desafiara a la oficialidad zarista tradicional. Esta oficialidad “democrática” debería responder a las demandas de los soldados y dar garantías políticas para el desarrollo del trabajo de propaganda de los socialdemócratas entre las tropas, en forma tal que estas avancen en su conciencia política. La orientación de los bolcheviques era muy diferente. Ponían el centro de la política en desarrollar la desconfianza y la independencia de los soldados respecto a la oficialidad. Toda la propaganda entre las tropas estaba inspirada en este objetivo, que claramente superaba los límites de una “legalidad democrática”. Así, al mismo tiempo que buscaban expandir entre las tropas la organización de las masas democráticas, se proponían organizar fracciones revolucionarias entre los soldados. Estratégicamente, se trataba de dos concepciones opuestas: una aspiraba a “democratizar” el ejército para ponerlo del lado de la clase obrera, y otra buscaba unir a los soldados con los trabajadores preparando el enfrentamiento revolucionario contra el Estado. Estos diferentes métodos tuvieron oportunidad de desplegarse en 1917, partiendo de dos políticas diferentes. En el caso de los mencheviques, el llamado “defensismo revolucionario”, que pretendía proseguir la guerra imperialista escudándose en la revolución. En el caso de los bolcheviques –y Trotsky como principal portavoz–, la política de combinar la defensa de la revolución frente a la contrarrevolución y el imperialismo,
29 Trotsky, León, Historia de la Revolución rusa, Tomo I, ob. cit., p. 109.
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con el rechazo a la guerra imperialista y, por ende, la negativa a mandar tropas al frente para impulsar nuevas ofensivas militares30. En 1917, siguiendo los diferentes métodos que señalábamos, los mencheviques, al igual que los socialrevolucionarios, centraban su actividad en influir sobre los “representantes” de los soldados, que en un primer momento eran los individuos más instruidos, los que mejor sabían hablar, generalmente sectores de la baja oficialidad. A diferencia de estos, los bolcheviques realizaron desde el inicio un trabajo que podríamos llamar “orgánico”, dirigido no a quienes surgieron como los “representantes” de los soldados sino, en primer lugar, a los soldados mismos. De ahí que un aspecto clave y distintivo de su política, agudamente captado por Nelson, fuese concentrar esfuerzos en la conquista de bastiones por sobre el reclutamiento de individuos sueltos, con el objetivo principal de ganar batallones, compañías y regimientos enteros: “Mientras que los bolcheviques estaban construyendo apoyo en las bases de las unidades, los mencheviques y los eseristas trabajaban para mantener sus puestos en los comités de soldados”31. Para llevar adelante estos objetivos, los bolcheviques desarrollaron ampliamente la prensa partidaria dirigida a los soldados –que incluía, además de Soldatskaia Pravda, que desde junio tendría una tirada de cuatrocientos mil copias, un periódico para Kronstadt, otro para Helsingfors, otro para el frente–, así como el trabajo político en los clubes, donde los bolcheviques iban a discutir y detectar a los individuos más permeables a la propaganda revolucionaria. Los métodos de los bolcheviques para el trabajo en el ejército eran acordes con su estrategia revolucionaria, así como los de los mencheviques lo eran respecto a una estrategia de conciliación de clases.
30 Esta política será fundamental para sellar la alianza con los soldados que se va forjando a partir de febrero de 1917. Su fundamento era que la revolución y la participación de los soldados en ella cambiaba el carácter del ejército, mientras que no cambiaba el carácter imperialista de la guerra misma. Las jornadas de abril, las de julio, y de conjunto el proceso revolucionario en 1917, se va a ir articulando alrededor de los diferentes intentos de ofensivas en el frente por parte del Gobierno Provisional y la resistencia que provocan en las masas. Como señala Nelson: “Para los soldados de la guarnición, el sentimiento anti-guerra, no era una postura intelectual sino que se trataba de una cuestión de supervivencia personal” (Nelson, Harold Walter, ob. cit., p. 190). Ver también: Lenin, V. I.; Trotsky, León; Luxemburgo, Rosa y otros, Marxistas en la Primera Guerra Mundial, ob. cit.; y capítulo 5 del presente libro. 31 Nelson, Harold Walter, ob. cit., p. 199.
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Dos modelos: “milicia ciudadana” vs. “milicia obrera”
En el marco del estallido de la revolución en febrero de 1917, la derrota de las fuerzas policiales y la división del ejército, comienza a desarrollarse el sistema de milicias. Estas cumplían una doble función: de autodefensa frente a la contrarrevolución y de “policía del bienestar público”, como señalaba Lenin32. La Revolución de 1905 ya había dado una rica experiencia de desarrollo de la autodefensa para enfrentar a las Centurias Negras33 y, como señala Trotsky: “Armándose para la defensa contra las bandas negras, el proletariado se armaba necesariamente contra el poder imperial”34. Ahora bien, en 1917, el desarrollo de las milicias será exponencialmente superior y mucho más complejo. El Gobierno Provisional desde el inicio de la revolución estableció por decreto “el reemplazo de la policía por una milicia popular con una administración electa, subordinada a los órganos de autogobierno local”35. Sin embargo, como apunta Nelson: En tanto comenzaron a formarse las organizaciones de milicianos, pronto se hizo evidente que este aspecto del gobierno revolucionario era mucho más complicado que lo que el decreto inicial había dado a entender. Un estudioso soviético moderno identificó el corazón del problema cuando escribió: “Había dos concepciones corrientes sobre la milicia: el ‘democrático europeo’ y la de ‘orientación de clase’”36. Tanto el liderazgo soviético como el Gobierno Provisional estaban pensando en el modelo “democrático europeo” cuando se publicó el decreto, pero muchos grupos en Rusia pensaron pronto en la milicia como una institución clasista activamente comprometida en la lucha por el poder37.
Las milicias ciudadanas –o modelo “democrático europeo”– son heterogéneas desde el punto de vista de la composición de clase, y así lo fueron en la Revolución rusa. Eran unidades que reemplazaban a la policía en el mantenimiento del orden y estaban bajo el control del Gobierno Provisional. 32 Ver Lenin, V. I., “Cartas desde lejos”, en Obras completas, Tomo XXIII, Buenos Aires, Editorial Cartago, 1957. 33 “Centurias Negras” era el nombre popular del movimiento de monárquicos y nacionalistas rusos conocido por su práctica de “pogromos”, que utilizaban la violencia y el terror contra los judíos y los revolucionarios. 34 Trotsky, León, 1905, ob. cit., p. 124. 35 Citado en Nelson, Harold Walter, ob. cit., p. 201. 36 La cita de Nelson corresponde a Startsev, V. I., Ocherki po istorii petrogradskoi krasnoi gvardii i rabochei militsii (mart 1917-aprel 1918), Moscú y Leningrado, 1965, p. 85. 37 Nelson, Harold Walter, ob. cit., p. 201.
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Aunque las milicias ciudadanas contenían compañías obreras, las milicias obreras tenían un carácter muy diferente: eran unidades formadas a partir de las necesidades de autodefensa obrera y respondían a las organizaciones de base del proletariado, los comités de fábrica. Desde este punto de vista, se plantean diferencias cualitativas frente a las milicias ciudadanas. El hecho de que los obreros poseyesen armas inquietó desde un principio a las clases dominantes, ya que de esta forma se desplazaba bruscamente la relación de fuerzas en las fábricas. En Petrogrado, donde el aparato estatal apoyado por el Comité Ejecutivo Central representaba al comienzo una fuerza indiscutible, la milicia obrera no parecía aún tan amenazadora. Pero en las regiones industriales de provincia el reforzamiento de la Guardia obrera indicaba la subversión de todas las relaciones, no solo en el interior de la empresa, sino también mucho más en sus alrededores38.
Es importante resaltar que, mientras las milicias obreras eran las únicas formaciones militares que respondían directamente a los comités de fábrica, el Gobierno Provisional contaba con el control de las milicias ciudadanas y, a través de la dirección conciliadora de los soviets, también de los sectores del ejército que en febrero de 1917 se habían pasado a la revolución. Recordemos que “los soviets del período de Febrero ejercían solo un semipoder; sostenían el poder de la burguesía, no sin mantenerla a raya con el peso de una semioposición”39. Al igual que en la política hacia el ejército, también en relación a la milicia obrera quedaron expresados dos métodos. Además de las milicias ciudadanas y las milicias obreras, cada grupo contaba con su propia milicia partidaria (los anarquistas, los bolcheviques, los mencheviques, los socialrevolucionarios). Sin embargo, solo la Organización Militar Bolchevique dedicó parte importante de sus esfuerzos al adiestramiento de la Guardia Roja, procurándole también armas en la medida de sus posibilidades. En esta relación entre milicia obrera y partido revolucionario, los bolcheviques y Trotsky no solo tuvieron una política para “ganar” a los trabajadores de las Guardias Rojas para la revolución, sino que fueron un pilar, incluso militarmente, para que estas pudiesen desarrollarse. La relación de fuerzas entre la milicia obrera y la milicia ciudadana fue cambiando a lo largo de la revolución, pero el carácter contrapuesto
38 Trotsky, León, Historia de la Revolución rusa, Tomo II, ob. cit., p. 450. 39 Trotsky, León, “Lecciones de Octubre”, La Teoría de la Revolución Permanente, ob. cit., p. 208.
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de ambas se expresó cada vez más agudamente a medida que se desarrollaba el proceso. La Guardia Roja se encontraba prácticamente desarmada durante los primeros meses de la revolución, era relativamente tolerada y mayormente perseguida. Luego de los acontecimientos de julio, la dirección conciliadora de los soviets intentó quitarle por la fuerza el limitado armamento con el que contaba y sustituirla definitivamente por la milicia ciudadana. Esta contraposición entre milicia ciudadana y milicia obrera que se dio en la Revolución rusa está lejos de ser un rasgo excepcional. Podemos verla en otros procesos revolucionarios que llegaron a este nivel de desarrollo. Un ejemplo emblemático del siglo XX es la Revolución española con la Guardia de Asalto, formada en 1932 como fuerza policial republicana. Esta fuerza, al tiempo que se mantuvo leal a la República durante el alzamiento de Franco en 1936, cumplió también un papel fundamental en la represión del movimiento obrero, tanto para derrotar el levantamiento de Casas Viejas en 1933 como para reprimir durante las jornadas de mayo de 1937 en Barcelona40. En la Revolución rusa de 1917, la Guardia Roja resistió los embates que pretendieron liquidarla y mantuvo su independencia hasta que durante el intento de golpe del general Kornilov, a principios de septiembre, su situación dio un enorme giro favorable, pasando de su posición de “semilegalidad” a estar legitimada por su acción frente a la contrarrevolución, para luego transformarse en la fuerza armada central de los soviets. La articulación de la fuerza armada para la insurrección
En este recorrido sintético que fuimos esbozando vemos la articulación estratégica entre el partido revolucionario, los organismos de autoorganización –soviets y comités de fábrica–, la milicia obrera y los sectores del ejército ganados para la revolución, que da nacimiento a la fuerza armada para pasar a la ofensiva insurreccional. Como decíamos, los soviets se constituyen en potenciales órganos de la insurrección, dependiendo de que el partido revolucionario tenga éxito en conquistar su dirección (incluso, a partir de julio, Lenin planteó encarar la ofensiva insurreccional mediante los comités de fábrica, viendo la persecución que los soviets conciliadores hacían sobre los
40 Desde luego, la “milicia ciudadana” no es la única alternativa para este tipo de operaciones. En el ejemplo de la Revolución alemana de 1918-1919, el gobierno socialdemócrata se valió de los Freikorps para derrotar el levantamiento de enero de 1919, así como para liquidar la República Soviética de Baviera.
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bolcheviques y la vanguardia obrera41). Paralelamente tiene lugar el trabajo de la Organización Militar Bolchevique para desarrollar fracciones revolucionarias en el ejército. Y a la par también tiene lugar la disputa entre la Guardia Roja y la milicia ciudadana. Estas batallas preparatorias y simultáneas, cuyo común denominador es el partido revolucionario, convergen durante la Revolución rusa a partir del intento de golpe de Estado de Kornilov y su derrota en septiembre. En Petrogrado lo harán en torno al Comité de Lucha contra la Contrarrevolución primero, y luego alrededor del Comité Militar Revolucionario, institución soviética que tuvo a Trotsky como su principal estratega. Trotsky, restituido como presidente del Soviet de Petrogrado y bajo el argumento de la defensa de la revolución contra el golpe contrarrevolucionario, firmó la orden de armar a las Guardias Rojas en agosto. Para septiembre la situación de las milicias obreras, como decíamos, había cambiado radicalmente: eran legales según la legalidad soviética y estaban, ahora sí, efectivamente armadas. A medida que los bolcheviques van conquistando la mayoría en los soviets locales, la Guardia Roja se transforma en una fuerza armada “oficial” de los soviets. Deja de ser la milicia de las fábricas y los barrios obreros para transformarse en el “futuro ejército de la insurrección”, alrededor del cual se articularán los sectores del ejército campesino reclutados para la revolución. La milicia obrera fue un elemento clave para la estrategia revolucionaria, para enfrentar a la burguesía y tomar del poder. De su desarrollo dependió la capacidad de la clase trabajadora de ejercer la hegemonía sobre los campesinos en armas. Fue la fuerza material que pudo articular en torno de sí la fuerza armada capaz de imponer un gobierno obrero y campesino revolucionario, antiburgués y anticapitalista42. Así sucedió en Petrogrado que, con la legitimidad de los soviets, la fuerza de la Guardia 41 Desde este punto de vista, Trotsky advertía contra cualquier fetichismo de los soviets: “En nuestro país, tanto en 1905 como en 1917, los soviets de diputados obreros surgieron del movimiento mismo como su forma de organización natural a un cierto nivel de lucha. Pero los partidos jóvenes europeos que han aceptado más o menos los soviets como ‘doctrina’, como ‘principio’, estarán siempre expuestos al peligro de una concepción fetichista de los mismos en el sentido de factores autónomos de la revolución. Porque, a pesar de la inmensa ventaja que ofrecen como organismo de lucha por el poder, es perfectamente posible que se desarrolle la insurrección sobre la base de otra forma orgánica (comités de fábrica, sindicatos) y que no surjan los soviets como órgano del poder sino en el momento de la insurrección o aun después de la victoria” (Trotsky, León, “Lecciones de Octubre”, ob. cit., p. 241). 42 Esta misma lógica, como veremos más adelante, Trotsky buscó expresarla luego de la toma del poder, en la propia organización del Ejército Rojo.
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Roja armada y, contando con las fracciones revolucionarias en el ejército que habían desarrollado la Organización Militar Bolchevique, y Trotsky a la cabeza del Comité Militar Revolucionario, se pudo lograr la adhesión de la mayoría de la guarnición para la insurrección. Todo aquel trabajo de preparación posibilitó conquistar una posición inmejorable para la batalla. Como señala Nelson: Trotsky tenía una imagen clara de lo que se debía hacer para obtener la victoria revolucionaria. En Octubre su táctica política más básica reflejaba una comprensión de las realidades del campo de batalla que hasta los militares podrían admirar. Al defender la “legalidad del soviet”, estaba poniendo a los insurrectos a la ofensiva estratégica, de modo tal que pudieran alcanzar sus metas, permaneciendo a la defensiva en el terreno táctico para reducir sus riesgos. En el campo de batalla, esta es la esencia de la maniobra: ubicar elementos de modo tal que no puedan ser evitados, pero que al mismo tiempo puedan destruir las fuerzas enemigas que buscan desalojarlos. Trotsky y los otros miembros del Comité Militar Revolucionario usaron la tenue cobertura de legitimidad del Soviet de Petrogrado para poner a las fuerzas en posición de defender la capital ante la contrarrevolución. Habiendo hecho eso, aumentaron radicalmente la posibilidad de la victoria43.
El éxito de esta maniobra termina de mostrar el “genio guerrero”44 de Trotsky, así como de conjunto lo hace la insurrección de Octubre en Petrogrado, ejemplo de preparación y ejecución de la ofensiva insurreccional.
PARTE 2 LA BATALLA INSURRECCIONAL Como decíamos anteriormente, la guerra civil, desde el punto de vista “subjetivo” de la ejecución y la práctica del partido revolucionario, para Trotsky puede dividirse en al menos tres capítulos. El primero, como vimos, la preparación de la insurrección. El segundo, la insurrección
43 Nelson, Harold Walter, ob. cit., pp. 236-237. 44 Cfr. Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 81 y ss. Ver también capítulo 1 del presente libro.
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misma; estamos hablando de aquella que combina la acción de masas con la conspiración revolucionaria, la “insurrección como arte”. Se trata del enfrentamiento fundamental del que depende la suerte de la revolución, donde cobra todo su valor la afirmación de Trotsky sobre que: “En los momentos cruciales de los giros históricos, la dirección política puede convertirse en un factor tan decisivo como el de un comandante en jefe en los momentos críticos de la guerra”45. Ahora bien, como ya señalamos, las diferencias entre la guerra en general y la revolución se expresan, entre otros aspectos, en que a diferencia de un ejército, el movimiento revolucionario no guarda una “disciplina mecánica” con su dirección, sino una basada en el convencimiento, en la confianza adquirida a través de la experiencia. Este aspecto, que en general plantea toda una serie de complejos problemas de estrategia, en particular en el momento de la insurrección, hace que aquellos problemas adquieran la máxima agudeza. La crisis de dirección frente al pasaje a la ofensiva
En el momento del pasaje a la ofensiva insurreccional se pone en primer plano la resolución de la dirección revolucionaria. Como dice Engels, es el momento donde la divisa de Danton cobra todo su significado: “Il nous faut de l’audace, encore de l’audace, toujours de l’audace” [Necesitamos audacia, más audacia, siempre audacia]. Sin embargo, se produce un fenómeno complejo en la relación entre la clase, el partido y su dirección, que Trotsky denominó “la calma antes de la tormenta” y que comprende varios elementos. El primero tiene que ver con la maduración del movimiento de masas. Producto de las experiencias en los enfrentamientos previos durante el proceso revolucionario y con sus antiguas direcciones reformistas o “centristas”, las masas extraen una conclusión fundamental: no es posible conquistar la victoria solo mediante la acción espontánea. Más reflexivas sobre su propia acción, adoptan una actitud circunspecta, por decirlo de algún modo. Este salto en la subjetividad, que refleja la madurez del movimiento revolucionario, hace que las masas sean más reacias a lanzarse a acciones cuyos objetivos y dirección no ven claramente. Sin embargo, esto provoca que un sector –en el mejor de los casos– de la dirección del partido revolucionario interprete ese cambio como “conservadurismo”, como
45 Trotsky, León, “Clase, partido y dirección: ¿por qué fue derrotado el proletariado español?”, ob. cit., p. 434.
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que “las masas no quieren luchar por el poder”, “que no están maduras” para el pasaje a la ofensiva. Esta crisis de dirección frente a la insurrección Trotsky la analiza casi como una “ley” de las revoluciones proletarias. De primar las tendencias conservadoras, se produce una especie de “profecía autocumplida” o un “círculo vicioso” donde las masas solo están dispuestas a lanzarse a una acción decisiva si saben que cuentan con una dirección firme, mientras que la dirección interpreta que las masas no quieren luchar y, por lo tanto, vacila. Este es uno de los momentos de mayor relevancia para el partido revolucionario, ya que solo una dirección firme y audaz, consciente del pulso de las masas, puede romper el esquema anterior y conducir al movimiento a la toma del poder. En la Revolución rusa de 1917 primaron los sectores más decididos de la dirección, el ala de Lenin, junto con Trotsky, frente a Kamenev y Zinoviev, que se oponían a la insurrección. En la revolución alemana de 1923, por ejemplo, se impusieron las tendencias conservadoras y vacilantes de la dirección, encabezadas por Brandler, y la insurrección se abortó. Por otro lado, también tenemos el caso de insurrecciones prematuras, donde la “audacia” de la dirección no se condice con las condiciones existentes, como en el caso de la llamada “acción de marzo”46 en Alemania de 1921. O, como ejemplo por la positiva, la “contención” de la insurrección prematura de Petrogrado en julio de 1917 por parte de los bolcheviques. Una vez que las condiciones para la ofensiva están dadas, la irresolución de parte de la dirección implica la posibilidad cierta de derrota, pero también, sin llegar a ese extremo, puede igualmente empeorar la situación. Trotsky compara en la Revolución de 1917 la insurrección de Moscú, con alrededor de quinientos muertos, con la de Petrogrado, que fue llamativamente incruenta. Sobre las causas de esta diferencia, luego de señalar la menor preparación en Moscú, en particular en lo que respecta al trabajo sobre la guarnición, agrega: “Pero había otra: cierta irresolución por parte de la dirección. En varias ocasiones, se pasó de las operaciones militares a las negociaciones, para volver luego a la lucha armada”47. La insurrección es una acción ofensiva de masas. Es decir, el tiempo juega a favor del defensor, que está siempre dispuesto a ceder espacio –con concesiones y negociaciones de todo tipo– a cambio de tiempo. La burguesía hace los últimos intentos desesperados para asimilar el movimiento dentro de los marcos del régimen. Llegado este punto, para los 46 Ver capítulo 3 del presente libro. 47 Trotsky, León, “Lecciones de Octubre”, ob. cit., p. 239.
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revolucionarios se trata de valorar los tiempos militares por sobre cualquier ampliación del “espacio” político. Esto no quita la posibilidad de maniobras, como vimos en el caso de Trotsky al esperar la convocatoria al segundo Congreso de los Soviets en octubre de 1917 para que coincida con el desarrollo de la insurrección. Desde luego, Trotsky no pretendió transformar en regla este tipo de maniobras que, según él mismo señala, fueron posibles gracias a circunstancias favorables bien determinadas; ante todo, que el ejército ya no quería batirse. Pero queda como una muestra de cómo la combinación de una ofensiva estratégica en toda la línea con una ubicación táctica defensiva puede aumentar las probabilidades de éxito. El combate en la batalla insurreccional
En estas líneas fuimos reseñando cómo muchas de las tendencias que hacen de 1905 un “ensayo general” se desplegarán en toda su magnitud en 1917. Ahora bien, hay un aspecto clave donde la insurrección de Moscú aporta elementos significativos que no estarán desplegados en Petrogrado doce años después. A saber: las tácticas de combate durante la insurrección. De aquí que sea importante retomar las reflexiones de Trotsky sobre 1905 para dar un panorama completo de su pensamiento estratégico. Sobre este punto, Nelson señala correctamente que Trotsky en 1905 quedó “impresionado por la guerra de guerrillas que se desató en Moscú en diciembre”48, es decir, por las tácticas de combate desplegadas en aquella insurrección por los bolcheviques. Sin embargo, según nuestro autor, con las polémicas al interior de la socialdemocracia, en 1906, Trotsky comienza a revisar aquella apreciación49 para 48 Nelson, Harold Walter, ob. cit., p. 65. 49 La discusión sobre la “guerra de guerrillas” que se da a partir de 1906 tiene como marco el reflujo del movimiento obrero posterior a la derrota de Petrogrado y Moscú. Lenin apostaba a que este reflujo fuese momentáneo. Su método consistía en ser el último en retirarse del movimiento revolucionario: mientras no estuvo completamente convencido de que la perspectiva de una nueva insurrección no seguía puesta sobre el tapete, no abandonó el movimiento revolucionario. La táctica de participar de la “guerra de guerrillas” en el campo, enfrentando el terrorismo individual, pero sosteniendo tácticamente la organización de destacamentos de obreros armados estaba, para Lenin, indisolublemente ligada a la posibilidad de un pronto renacimiento revolucionario en la ciudad. El método era correcto –contrastando con los mencheviques, ansiosos por abandonar la lucha–, pero el pronóstico se mostró equivocado. Cuando esto quedó claro, Lenin mismo abandonó aquella táctica. Se trata de una discusión distinta a la que tuvo lugar en torno a la insurrección de Moscú de 1905. A pesar de que tanto para Lenin como para Trotsky
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luego descartarla completamente a partir de su experiencia como corresponsal de guerra en los Balcanes. La interpretación de Nelson es que Trotsky, cuando analizaba la actividad guerrillera de los chetniks serbios durante las guerras de los Balcanes, … estaba esencialmente describiendo el mismo escenario que había postulado para continuar la Revolución rusa después del levantamiento de diciembre de 1905 […] Pero ahora Trotsky concluía que estos métodos no podían ser aplicados a la revolución socialista, aun cuando estos pudieran ser adecuados a la situación balcánica50.
Desde luego que Trotsky rechaza el método de la guerra de guerrillas como estrategia para la revolución socialista51. Esta observación incluso no es menor teniendo en cuenta que el libro de Nelson fue escrito durante años en que las propias organizaciones que se referenciaban en Trotsky venían de sustituir la estrategia insurreccional por la guerrillera. Sin embargo, hay una cuestión que es importante remarcar aquí: Nelson, al construir una interpretación de Trotsky que iguala su rechazo a la guerra de guerrillas con un rechazo de sus conclusiones de 1905, pierde de vista importantes observaciones del revolucionario ruso sobre las tácticas de combate durante la insurrección que entran dentro del período que el propio Nelson analiza. ¿Por qué es una cuestión fundamental? Porque si bien en la insurrección de Petrogrado Trotsky demostró todo su “genio guerrero”, se trató de una batalla atípica, en condiciones excepcionales. Fue tal el éxito que prácticamente no hubo combate cuerpo a cuerpo, así como tampoco ambas tienen en común la subordinación de la táctica a la estrategia obrera insurreccional, como se ve, los contextos son diversos: la primera, en la ciudad, en el marco de la insurrección obrera; la segunda, en el campo, en el marco de un reflujo que se creía momentáneo y no lo fue. 50 Nelson, Harold Walter, ob. cit., p. 143. 51 Aquí solo nos queremos referir a un aspecto general del abordaje de Nelson. Sin embargo, cabe aclarar que Nelson, muy agudo en muchas otras consideraciones, al abordar esta cuestión en la evolución de la reflexión estratégica de Trotsky, tiende a confundir a lo largo de su libro tres discusiones que corresponden a debates diferentes aunque refieren al mismo término (sea “guerra de guerrillas”, “guerra partisana” o “pequeña guerra”, según la terminología clásica). Se trata de cuestiones que Trotsky aborda en diferentes momentos. La primera, sobre la forma “descentralizada” de combatir de los bolcheviques durante la insurrección de Moscú en 1905. La segunda, sobre la intervención en el movimiento de guerrillas en el campo en el marco del reflujo que se da a partir de 1906. La tercera, sobre el papel de la guerrilla en guerras interestatales, como las de los Balcanes de 1912-1913.
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bajas. Una insurrección, como dice Trotsky, “en dos veces”, donde primero los regimientos se negaron a cumplir la orden del comandante en jefe sometiéndose a la decisión de los soviets y, luego, solo fue necesaria “una pequeña insurrección complementaria”52. La principal de las condiciones excepcionales era que no había un ejército, una fuerza armada, en condiciones de enfrentar a las fuerzas de la revolución. Trotsky mismo es tajante en este sentido. En 1924 escribe: “Ante todo, hacía falta un ejército que no quisiera ya batirse. Muy otro hubiera sido el desarrollo total de la revolución, particularmente en el primer período, si no hubiéramos tenido, al llegar el momento oportuno, un ejército campesino de varios millones de hombres vencidos y descontentos”53. Y continúa: Solo en estas condiciones era posible realizar de modo satisfactorio con la guarnición de Petrogrado la experiencia que predeterminaba la victoria de Octubre. No convendría erigir en ley esta combinación especial de una insurrección tranquila, casi inadvertida, con la defensa de la legalidad soviética contra los kornilovianos. Por el contrario, puede afirmarse con certeza que nunca se repetirá semejante experiencia en ninguna parte bajo la misma forma54.
Es decir, lejos de plantear que el éxito obtenido en el trabajo sobre las tropas podía erigirse en regla para la insurrección, Trotsky lo consideraba una excepcionalidad. Opinaba, en este sentido, que era de primer orden su estudio para “ensanchar el horizonte de cada revolucionario” y aprovechar esta gran experiencia. Pero nunca consideró Octubre de 1917 como el momento definitivo de su reflexión sobre la insurrección, aunque haya sido una de sus proezas más grandes como estratega. Justamente por esto es que Trotsky, lejos de descartar sus observaciones de 1905 sobre las tácticas de combate durante la insurrección, se encargó posteriormente de desarrollarlas. Los métodos de la “pequeña guerra” en la insurrección
El fundador del Ejército Rojo nunca abandonó su apreciación de 1905 respecto a la táctica durante la insurrección. Años después de la Revolución de 1917 señala explícitamente:
52 Trotsky, León, “Lecciones de Octubre”, ob. cit., p. 239. 53 Ibídem, p. 238. 54 Ídem.
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El insurgente combate, en líneas generales, observando los métodos de la “pequeña guerra”, es decir, por medio de los destacamentos de partisanos o semipartisanos, unidos mucho más por la disciplina política y por la clara conciencia de la unidad del objetivo a alcanzar que por cualquier disciplina jerárquica55.
El problema es que al analizar este aspecto del pensamiento de Trotsky es fundamental distinguir entre la estrategia, que es insurreccional, obrera y centralmente urbana, y la táctica, es decir, la forma en que se combate durante una insurrección, en la cual ciertos métodos se asemejan a los de la “pequeña guerra” o “lucha de guerrillas”56. Para abordar el tema de las tácticas de combate es preciso responder dos preguntas fundamentales: ¿qué tipo de batalla es la insurrección urbana? y ¿cómo afectan tácticamente las características del terreno de operaciones? Para responder estas preguntas son útiles las observaciones de Clausewitz sobre las batallas de montaña. Las insurrecciones en las ciudades, más aún las más modernas con sus múltiples centros, estructura edilicia y expansión geográfica, tienen muchos elementos en común con aquellas que permiten analogías. El propio Clausewitz plantea que “la montaña es el verdadero elemento de la insurrección popular”57. Esto se debe en gran medida a que en las montañas, por la escasez de movilidad, cada parte del ejército se fortalece, mientras que el ejército de conjunto se debilita. Sucede lo mismo en las ciudades. Consideraciones similares parecen estar en la base de las apreciaciones de Trotsky sobre el carácter necesariamente descentralizado del combate y la dirección táctica en la insurrección. Así es que advertía: “… si ustedes sueñan con una organización militar jerarquizada, centralizada y constituida antes de que la insurrección haya tenido lugar,
55 Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, ob. cit. 56 Esta cuestión cobra aún más relevancia si tenemos en cuenta que gran parte de las organizaciones que se reivindicaban trotskistas en las décadas de 1960 y 1970 adoptaron la “guerra de guerrillas” como estrategia y abandonaron la estrategia insurreccional. 57 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo III, ob. cit., p. 153. Pensador de la guerra entre Estados y no de la guerra civil, Clausewitz no concebirá la insurrección popular del lado de la ofensiva, sino solo como parte de la defensa; sin embargo, los principios que analiza son igualmente aplicables tanto a una como a la otra. Desde el punto de vista práctico de su utilización defensiva, Clausewitz contaba con experiencia concreta al respecto. Al volver a Prusia, luego de pelear bajo las órdenes del Zar, encabezó milicias territoriales (Landwehr) a través de las cuales se reclutaba a sectores de la población para la lucha contra Napoleón.
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esa es una utopía que, en el caso de que se le quisiera materializar, se expondría a ser fatal”58. De esta consideración general, a su vez, desprende consideraciones tácticas específicas sobre “cómo luchar” en una insurrección. Dice Trotsky: Si, con la ayuda de una organización militar clandestina, yo tengo que apoderarme de una ciudad (objetivo parcial en el conjunto de un plan para la toma del poder en el país), reparto mi tarea en objetivos individuales (ocupación de los edificios gubernamentales, estaciones, correo, telégrafo, imprentas) y confío la ejecución de cada una de esas misiones a los jefes de pequeños destacamentos iniciados de antemano en los objetivos que les son asignados. Cada destacamento debe apoyarse únicamente en sí mismo; debe tener su propia intendencia, si no, podría suceder que después de haberse apoderado del edificio de correos, por ejemplo, careciera totalmente de provisiones59.
No es casual en este sentido, la confluencia con las apreciaciones tácticas de Clausewitz respecto de la batalla de montaña cuando señala: Los más pequeños grupos de partisanos aventureros encuentran refugio en ella en caso de ser perseguidos y pueden, impunemente, reaparecer en otro punto; las columnas más fuertes pueden avanzar por ella sin ser apercibidas; nuestras tropas son constantemente obligadas a mantenerse a distancia para no caer bajo su poder tiránico y verse compelidas a una lucha desigual, expuestas a los asaltos y a los golpes imposibles de devolver60.
Para Trotsky, la ejecución táctica de la insurrección urbana –similar a la que supone Clausewitz para la batalla en la montaña– está en las antípodas de un enfrentamiento frontal entre dos ejércitos formados para una batalla en campo abierto en que cada movimiento a lo largo de la batalla puede ser conducido de manera centralizada. De aquí que la clave pase por la iniciativa de los destacamentos, con objetivos puntuales propios, con autonomía táctica, suficiencia operacional, centralizados más política que jerárquicamente. No se trata de una combinación arbitraria, sino que de la misma surgen ventajas tácticas importantes. Como dice Clausewitz, la defensa 58 Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, ob. cit. 59 Ídem. 60 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo III, ob. cit., p. 154.
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es, en términos generales, la forma más fuerte de combatir. La insurrección en tanto ofensiva estratégica debe valerse de la forma más débil. Sin embargo, continuando con la analogía de la batalla de montaña, vemos que esta le otorga especiales ventajas al atacante, siempre y cuando no se proponga un objetivo parcial, sino la derrota del ejército enemigo. Dice el autor de De la guerra: La principal conclusión que allí extrajimos [en el capítulo sobre la defensa en montaña] fue que la defensa debe adoptar un punto de vista enteramente diferente en el caso de un encuentro secundario que el que adopta en el caso de una batalla importante. En el primer caso, el ataque a una montaña solo puede considerarse como un mal necesario, porque tiene todas las condiciones en contra; en el último caso, sin embargo, las ventajas se hallan del lado del ataque. Por lo tanto, el agresor, si está armado con la fuerza y la resolución para librar batalla, se enfrentará con el enemigo en las montañas y sin duda obtendrá ventajas al hacerlo61.
¿Por qué sucede esto? Porque la cadena de montañas divide al defensor en diferentes puestos que constituyen los puntos de la defensa; en el caso de las ciudades podrían ser edificios gubernamentales específicos, determinados medios de comunicación, centros de telecomunicaciones, estaciones de transporte, arterias viales, etc. En la conquista de uno de estos puntos solo puede estar implicada una porción muy pequeña del ejército, con lo cual si se considera que el avance depende de determinada conquista –por ejemplo, un edificio público emblemático–, el ejército ofensor puede ser demorado por un pequeño destacamento que defienda aquella posición. Sin embargo, cuando el ataque es simultáneo y de conjunto, el ejército defensor debe dividirse entre los múltiples puestos clave, defendiendo cada uno con igual fuerza. De ser derrotado en uno de estos puestos, el objetivo de detener al enemigo puede fracasar, quedando el defensor a merced de una maniobra envolvente del atacante que le permitiría obtener ventajas cualitativas para conquistar todas las demás posiciones. Esta es una de las grandes ventajas tácticas de la ofensiva insurreccional desplegada con “destacamentos de partisanos o semipartisanos” que conserva valor en la analogía entre la batalla de montaña y la insurrección urbana. De aprovecharla, la ofensiva, que en términos generales es la forma más débil de combatir, puede adquirir excepcionalmente, por las características del terreno, ventajas tácticas inapreciables sobre la defensa.
61 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 500.
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PARTE 3 LA CONSOLIDACIÓN DE LA VICTORIA Todo ataque, en general, termina en una defensa. Como señala Clausewitz: Hay ataques estratégicos que han conducido a una paz inmediata, pero estos ejemplos son muy raros; la mayoría, por el contrario, solo conducen a un punto en el que las fuerzas que quedan son suficientes justamente para mantenerse a la defensiva y esperar la paz62.
De aquí que, luego de la toma del poder, el tercero de los “capítulos” de la guerra civil señalado por Trotsky, “la consolidación de la victoria”, consiste en el pasaje estratégico a la defensiva. Así como también, como veremos, en la lucha por extender la revolución al “campo enemigo”. El pasaje estratégico a la defensiva
El pasaje estratégico del ataque a la defensa tiene amplias consecuencias desde el punto de vista militar. A diferencia de lo que veíamos antes respecto a la utilización de los métodos de la “pequeña guerra” para combatir durante la insurrección, con el pasaje a la defensiva estratégica pasa a primer plano la centralización de todas las fuerzas militares. Al señalamiento sobre que “el plan de la insurrección no se forja en una dirección centralizada de las tropas de la revolución sino, al contrario, en la mayor iniciativa de cada destacamento”, el propio Trotsky le contrapone que: “Después de la toma del poder la situación cambia completamente”. Luego agrega: La lucha de la revolución victoriosa por asegurar su defensa y su desarrollo, se transforma inmediatamente en lucha para la organización del aparato gubernamental centralizado. Los destacamentos partisanos, cuya aparición en el momento de la lucha por la toma del poder es tan inevitable como necesaria, después de la conquista del poder pueden ser causa de graves peligros que pueden quebrantar al Estado revolucionario en formación. Es entonces cuando se debe proceder a la formación de un ejército rojo regular63.
62 Ibídem, p. 492. 63 Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, ob. cit.
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La contraposición que mencionábamos entre un joven Trotsky partidario de las milicias y uno maduro convencido de la virtud de poner en pie un ejército regular, que tanto Nelson como el historiador Neil Heyman tienden a plantear, se debe en gran medida a la incomprensión de las consecuencias de este pasaje de la ofensiva a la defensiva, cuyos efectos son mucho más amplios para los movimientos revolucionarios que para los ejércitos convencionales64. Al mismo tiempo, el pasaje estratégico a la defensiva en la guerra civil produce otro cambio fundamental: de nueva “fuerza moral”65. En el caso de Rusia, luego del triunfo de la revolución, los antiguos soldados volvían a sus aldeas. Producto de la guerra, se había desarrollado un sentimiento de odio al militarismo, el ejército anterior se disolvía. Mientras tanto la contrarrevolución imperialista no daba tregua66. Sin embargo, millones de campesinos, bajo la dirección de la vanguardia obrera, pasan a tomar las armas para defender su tierra recién conquistada. Esta nueva disposición de lucha fue fundamental en la construcción del Ejército Rojo que Trotsky encabezó. Una hazaña militar que significó la puesta en pie en tiempo récord de un ejército de cinco millones de personas casi desde cero67, con capacidad de combate suficiente para resistir con éxito el ataque de catorce ejércitos imperialistas68.
64 De hecho, como señalamos en el anexo del presente capítulo, luego del triunfo en la guerra civil Trotsky vuelve a retomar la perspectiva del sistema de milicias y la descentralización del Ejército Rojo. 65 Cfr. Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 272. Ver también capítulos 1 y 5 del presente libro. 66 “Apenas unas semanas después de la firma de la paz con Alemania (marzo), la revolución se encontró combatiendo en todos los frentes: el 3 de abril de 1918 tropas japonesas desembarcaron en Vladivostok; el 4 de abril los turcos se apoderaron de Batum (sobre el mar Negro); a fines de abril los alemanes ocupaban Jarkov y gran parte de Ucrania; el 12 de mayo, en Finlandia fueron derrotadas y expulsadas las tropas rojas; el 25 de mayo tropas checoslovacas prisioneras se sublevaron e iniciaron una lucha contra los soviets en la cual lograron tomar varias ciudades, incluida Kazán; el 1.º de agosto las unidades inglesas se habían adueñado de Arcángel en el Norte y Bakú en el Sur” (Polaco, Andrea y Ogando Caló, Liliana, “Introducción” a Trotsky, León, Cómo se armó la revolución, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2006, p. 35). 67 A su vez, para el asesoramiento técnico militar, Trotsky se valió de miles de experimentados oficiales y suboficiales del ejército zarista –ligado a la implantación de la figura del “comisario político”– para poder poner en pie el Ejército Rojo, incluyendo el recurso de la coacción para hacerlos servir a la revolución y asegurarse su fidelidad. 68 Si la Revolución rusa fue un ejemplo por la positiva de la relevancia de los factores morales, la política del Frente Popular en la Revolución española representó un ejemplo por la negativa, donde el stalinismo se escudaba en la preeminencia de lo militar –“ganar la guerra para ganar la revolución”– para no atacar los intereses de la burguesía
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Sobre esta base, Trotsky buscó expresar en la propia organización del Ejército Rojo la alianza de clases en el poder y el papel dirigente, hegemónico, del proletariado. Como plantea Isaac Deutscher, el Ejército Rojo triunfó porque fue organizado en “una serie de anillos concéntricos que se ampliaban gradualmente”69, con un núcleo central que siempre se componía de bolcheviques y los sectores avanzados de la clase obrera a la cabeza de las masas de campesinos pobres. Podemos ver aquí una prolongación de su orientación durante 1917, cuando concibió las milicias obreras como el centro del poder armado del proletariado en torno al cual se agrupaban las divisiones de los campesinos-soldados ganados para la revolución. Tiempo militar y tiempo político
La “consolidación de la victoria” plantea el pasaje a la defensiva estratégica a nivel nacional. Sin embargo, siendo la revolución proletaria nacional por su forma e internacional por su contenido, también tiene, para Trotsky, un segundo aspecto: la lucha por la extensión de la revolución al “campo enemigo”. Esto último expresa un elemento ofensivo clave de la defensa estratégica. Sin él, la defensa deja de ser un “escudo formado de golpes habilidosos”70, como decía Clausewitz, para transformarse en una mera defensa pasiva. Este elemento ofensivo no consiste en lanzar la insurrección en otros países a como dé lugar, sino en contribuir a los movimientos revolucionarios más allá de las fronteras para que puedan aprovechar las oportunidades revolucionarias que se les presenten. Walter Nelson da cuenta en su libro de este aspecto del pensamiento de Trotsky. Pero aquí se expresa nuevamente el problema que señalábamos de pretender aproximarse en términos puramente militares al pensamiento estratégico del fundador del Ejército Rojo: Las teorías de Trotsky sobre la insurrección habían ganado suficiente apoyo de los elementos armados como para poner a los bolcheviques en el poder, pero sus teorías políticas más amplias sobre la Revolución Mundial no coincidían con la realidad71.
y mantener la “unidad” del frente republicano. Una estrategia que llevó a la derrota en la guerra civil. 69 Deutscher, Isaac, Trotsky, el profeta armado, Santiago de Chile, LOM, 2007, p. 361. 70 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo III, ob. cit., 1969, p.12. Ver también capítulo 4 del presente libro. 71 Nelson, Harold Walter, ob. cit., p. 233.
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Efectivamente, luego de la toma del poder en Rusia se planteó una contradicción aguda entre aquellos dos aspectos de la “consolidación de la victoria”. Mientras que urgía pasar estratégicamente a la defensiva a nivel nacional, se planteaba la posibilidad de “esperar” el estallido de la revolución en Alemania, manteniendo la presión sobre el Imperio en el frente oriental. Se trataba de una contradicción, de hecho, entre las necesidades militares y las políticas. La misma se expresó agudamente frente a la negociación de los tratados de paz de Brest-Litovsk en 191872, así como también, en otros términos, en 1920 con la derrotada ofensiva del Ejército Rojo sobre Varsovia73. Años después, Trotsky analiza este problema tomando como ejemplo las diferentes posiciones en torno a la firma de la paz con Alemania en 1918 y explica en qué había consistido su error y el acierto de Lenin. Brest-Litovsk nos da un ejemplo clásico de una justa aplicación de las medidas de tiempo político y militar. Se sabe que la mayor parte del Comité Central del Partido Comunista ruso, y yo entre ellos, había tomado la decisión contra la minoría, a cuya cabeza se encontraba el camarada Lenin, de no pactar la paz, aunque corríamos el riesgo de ver a los alemanes pasar a la ofensiva. ¿Qué sentido tenía esta decisión? Algunos camaradas esperaban utópicamente una guerra revolucionaria. Otros, entre los que estaba yo, juzgábamos necesario tantear al obrero alemán con el fin de saber si se opondría al Káiser en el caso de que este último atacara a la revolución. ¿En qué consistía el error que cometíamos? En el riesgo excesivo que corríamos. Para sacudir la apatía del obrero alemán, tal vez se habrían necesitado semanas, incluso meses, mientras que en ese momento los ejércitos alemanes solo tenían necesidad de unos cuantos días para avanzar hasta Dvinsk, Minsk y Moscú. La medida de la política revolucionaria es larga, mientras que la medida de la guerra es corta74.
72 A partir de inicios del año 1918 el ejército ruso virtualmente se disgregó luego del triunfo de la revolución. Las fuerzas armadas propias del poder soviético eran insuficientes aún para resistir una intervención imperialista de Alemania. Esta situación obligó a los bolcheviques a firmar los tratados de paz de Brest-Litovsk. En estos, la república soviética tuvo que aceptar toda una serie de pretensiones de las potencias imperialistas y del Imperio alemán en particular: sobre Finlandia, Polonia, Estonia, Livonia, Curlandia, Lituania, Ucrania y Besarabia, que quedan bajo su órbita. 73 Sobre la ofensiva de 1920 ver Polaco, Andrea y Ogando Caló, Liliana, ob. cit., p. 59 y ss. 74 Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, ob. cit.
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De esta forma, Trotsky llega a una diferenciación fundamental, que tienden a pasar por alto los análisis puramente militares y que tiene consecuencias especialmente amplias para la estrategia revolucionaria: la distinción entre los tiempos militares y los tiempos políticos. La situación –dice Trotsky en Mi vida– demostró que los sucesos de las guerras y los movimientos revolucionarios de las masas deben medirse con escalas distintas. Lo que para un ejército en operaciones son días y semanas para una masa en movimiento son meses y años. La diferencia de los ritmos puede hacer que los engranajes de la guerra rompan los engranajes de la revolución en vez de ponerlos en movimiento75.
En el desarrollo teórico realizado por Clausewitz en su clásico De la guerra, el tiempo surge como límite al concepto abstracto de guerra, como determinación real que impide el empleo simultáneo de todos los medios de guerra. No es un tiempo vacío, sino un tiempo para la articulación de determinados volúmenes de fuerza. Por las grandes diferencias que fuimos reseñando entre los movimientos revolucionarios y los ejércitos, aquella articulación adquiere tiempos disímiles. En esta discordancia de tiempo puede jugarse la victoria o la derrota de la revolución. Trotsky, estratega militar al frente del Ejército Rojo, fue simultáneamente el principal organizador junto con Lenin de la Internacional Comunista. Contrariamente a lo que sugiere Nelson, la extensión internacional de la revolución no era solamente una cuestión de “teorías políticas más amplias sobre la revolución mundial”, sino también, al igual que en el terreno militar, se trataba de una cuestión de estrategia. Así es que la medida más trascendente para extender la revolución al “campo enemigo” adoptada por la dirección bolchevique fue la fundación de la III Internacional en 1919, en medio de la guerra civil rusa.
PARTE 4 LA GUERRA CIVIL EN ORIENTE Y OCCIDENTE A lo largo de este capítulo nos centramos en la experiencia de la Revolución rusa para esbozar algunos de los aspectos fundamentales
75 Trotsky, León, Mi vida, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2012 (Obras Escogidas 2, coeditada con el Museo Casa León Trotsky), p. 461.
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desarrollados por Trotsky en torno a la guerra civil, habida cuenta de la riquísima experiencia que aquella contiene al respecto. Sin embargo, muchas de las generalizaciones realizadas por Trotsky que fuimos reseñando tienen como disparador la necesidad de conceptualizar y sistematizar la experiencia de la Revolución de Octubre para aportar al desarrollo de la revolución en Alemania, concretamente referidas al proceso revolucionario que atravesó aquel país en 1923. Importantes diferencias, de las cuales podemos extraer algunas conclusiones, surgen de aquel análisis comparativo. El ejemplo ruso y las diferencias con Occidente
El fundador del Ejército Rojo nunca pretendió generalizar las condiciones rusas para pensar cualquier revolución más que en sus aspectos generales. En los debates de la III Internacional fue el que más claramente planteó las diferencias entre Oriente y Occidente, que luego retomaría Gramsci, aunque este último lo haría en forma mucho más tajante. Posteriormente, las exégesis socialdemócratas de la obra del revolucionario italiano llevarían al extremo aquella distinción para negar la revolución en Occidente76. Respecto a aquellas diferencias entre las guerras civiles, Trotsky señala: El análisis de las condiciones esenciales de la insurrección deberá estar adaptado a las diferentes clases de países. Por un lado, tenemos países donde el proletariado constituye la mayoría de la población y, por otro, países donde el proletariado es una ínfima minoría entre la población campesina. Entre esos dos polos, se encuentran países de un tipo intermedio. Entonces, tenemos que basarnos para nuestro estudio en tres tipos de países: industriales, agrarios e intermedios. De la misma manera, en el capítulo introductorio dedicado a los postulados y condiciones revolucionarios que son necesarios para la toma del poder, describiremos las particularidades de cada uno de estos países, desde el punto de vista de la guerra civil77.
Esta proyectada sistematización, a la cual se refiere Trotsky, aún espera ser escrita. Sin embargo, en la obra del revolucionario ruso podemos encontrar miles de páginas con innumerables precisiones sobre cada uno de aquellos aspectos referidos en la mayoría de los casos al análisis de procesos concretos. Algunos de ellos los abordaremos en los próximos 76 Ver capítulo 3 del presente libro. 77 Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, ob. cit.
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capítulos. Pero es pertinente enunciar aquí en general algunos aspectos sobre la diferencia entre la guerra civil en Oriente y en Occidente que podemos desprender de los análisis que hemos realizado más arriba. La facilidad –dice Trotsky– con que conquistamos el poder el 7 de noviembre de 1917 fue pagada con los innumerables sacrificios de la guerra civil. En los países en los que el capitalismo es más antiguo y la cultura está más desarrollada, la situación será, sin duda, profundamente diferente […] Cuanto más difícil y agotadora sea la lucha por el poder, habrá menos posibilidades de enfrentar al poder proletario después de su victoria78.
Partiendo de esta afirmación y retomando los tres “capítulos” de los que habla Trotsky, podríamos decir que en Occidente el proletariado se ve más obligado a combatir en la guerra civil en una posición estratégica ofensiva, es decir, a valerse de la forma más débil por un período mayor de tiempo. Con lo cual, la previa defensa –entendida “como escudo formado de golpes habilidosos”– para acumular fuerzas para la ofensiva cobra también mayor relevancia. De esto Trotsky desprendió la necesidad de una combinación más sofisticada entre defensa y ataque, entre los elementos ofensivos de la defensiva y viceversa, entre “posición” y “maniobra”, para aprovechar la mayor complejidad de las estructuras sociopolíticas occidentales. En los próximos capítulos veremos sus desarrollos de gran profundidad realizados en este sentido, tanto en sus elaboraciones sobre Alemania de 1923 o sobre al ascenso del nazismo como en sus escritos sobre Inglaterra en 1926, sobre la Revolución española y el proceso en Francia de mediados de la década de 1930, entre otros. Como contrapartida, la otra conclusión –en este caso hipotética– que se desprende de la diferencia entre Oriente y Occidente es que la etapa defensiva de “consolidación del poder” resultaría menos tortuosa de lo que fue en Rusia. No solo por el desarrollo mayor del proletariado y de las fuerzas productivas, sino también porque una parte mayor de los combates de la guerra civil se da antes de la toma del poder. Y, a su vez, porque la extensión de la revolución a otros países, es decir, los elementos ofensivos de la defensa son, por así decirlo, más “naturales”. Por ejemplo, en el caso de un país imperialista, el cese unilateral de las relaciones de opresión –coloniales o semicoloniales– con otros países. Estas diferencias tienen amplias consecuencias político-militares. Como veíamos, antes de la toma del poder la clave es la iniciativa de
78 Trotsky, León, “La nueva política económica (NEP) y las perspectivas de la revolución mundial”, Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ob. cit., p. 542.
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cada destacamento, la disciplina política por sobre la disciplina “jerárquica”. Contrariamente, cuando se pasa a la defensa del poder conquistado, la clave es la organización de un aparato centralizado de poder, incluido el ejército regular, con los problemas que trae aparejados para un Estado obrero mantener un organismo armado especial79. Si, como hipótesis probable, durante la guerra civil en Occidente –o cuanto más “occidental” sea la formación social– hay más combates previos a la toma del poder, esto implicaría mayor desarrollo de la iniciativa de cada “destacamento” y de la disciplina política por sobre la “jerárquica” para conquistar el poder. Y posteriormente, una menor necesidad de centralización jerárquica en la etapa defensiva, por los elementos que expusimos antes. El resultado de una combinación de este tipo permite pensar una mayor solidez de las milicias obreras y de la democracia soviética, ambas estrechamente ligadas a las unidades de producción y fundamentales para el objetivo de avanzar hacia la progresiva “extinción” del Estado80. Trotsky y el carácter activo de la estrategia
Desde luego, Trotsky continuó desarrollando estos temas mucho más allá de la Revolución de 1917, a lo largo de toda su vida. En este sentido es fundamental señalar que al destacar las condiciones particulares de Rusia y alertar contra las generalizaciones mecánicas, Trotsky no tenía un objetivo puramente historiográfico, sino estratégico-político. Se proponía combatir a todas aquellas tendencias que pretendiesen “esperar” para preparar la insurrección a que se reproduzcan previamente las mismas condiciones estratégicas rusas; por ejemplo, un ejército no dispuesto a batirse contra la revolución o un sistema de soviets ya desarrollado. Trotsky nos aporta un ejemplo claro de qué queremos decir cuando, a propósito del proceso revolucionario alemán de 1923, se pregunta cómo determinar, sin soviets u organismos de autoorganización equivalentes, el momento de comenzar los preparativos inmediatos para la insurrección. La respuesta plantea de por sí ya un problema difícil. Es necesario establecer si el partido contará con la mayoría de la clase obrera para la ofensiva. Se pueden tener indicios de esto, como el aumento del ritmo de crecimiento del partido revolucionario. Sin embargo, no se puede tener una conclusión final hasta que la situación se torne suficientemente clara,
79 Ver capítulo 7 del presente libro. 80 Ver, entre otros, Trotsky, León, “Si Norteamérica se hiciera comunista”, Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 1999.
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y es posible que cuando esto suceda sea demasiado tarde para comenzar los preparativos de la insurrección. Los soviets en Rusia habían sido fundamentales para responder aquella pregunta en 1917. Los bolcheviques se supieron mayoritarios al conquistar la dirección de los soviets en Petrogrado y Moscú. Ahora bien, los soviets habían sido organizados desde febrero por los mencheviques y los socialrevolucionarios, cuya acción desde luego no dependía de la voluntad de los bolcheviques. Así es que Trotsky se pregunta en 1923: “¿Cuál habría sido nuestra estrategia si no hubiese habido soviets?”81 (que en Alemania no existían), y responde: “En tal caso tendríamos que haber girado hacia otros indicadores de nuestra influencia: los sindicatos, las huelgas, las manifestaciones callejeras, las elecciones democráticas de todo tipo, etc.”82. Pero luego va un paso más allá e “imagina” un caso en el cual “las masas ya habían comenzado a avanzar en forma espontánea hacia nosotros, pero en el que todavía no nos hubiesen asegurado una mayoría aplastante”. Y se pregunta: “¿Cómo tendríamos, entonces, que haber preparado nuestro plan de acción? ¿Le hubiéramos puesto una fecha a la insurrección?”83. En un escenario de radicalización de masas, su respuesta es contundente. Contra todo fatalismo, sostiene que la dirección debe establecer, sobre la base de la evolución política de las masas hasta entonces, qué plazos pueden fijarse para conquistar la mayoría y, a partir de esta definición, poner todas las fuerzas necesarias del partido para llevar adelante esta tarea. Una vez lograda, llamar a la formación de una red de soviets o consejos locales y establecer qué tiempos serían necesarios para organizarlos, por lo menos en las principales ciudades. En estos soviets, que reflejarían la mayoría conquistada por el partido revolucionario, propondría un congreso nacional de soviets. Trotsky, como se ve, cruza lanzas contra toda ilusión en que la revolución “suceda” y apela a la necesaria actividad de planificación y conspiración. Así como con los soviets en el caso de que estos no existiesen al momento de pasar a la ofensiva, también el desarrollo de las milicias obreras, su armamento y el trabajo en el ejército –dependiendo de las características del mismo– deberán ser parte de los preparativos para la batalla insurreccional84.
81 Trotsky, León, “¿Es posible hacer una revolución o una contrarrevolución en una fecha fija?”, ob. cit., p. 664. 82 Ídem. 83 Ídem. 84 Es importante aclarar que Trotsky está hablando de tiempos cortos; en su ejemplo “hipotético” sumarían dos meses y medio. Se trata de momentos de cambios bruscos
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Al desarrollar la necesidad de un plan preciso, el fundador del Ejército Rojo, lector de Clausewitz y experimentado militar para 1923, no supone que la realidad va a adaptarse dócilmente al mismo. Parte justamente de que “un plan de operaciones militares no se realiza nunca en una proporción del 100 %, hay que considerarse dichoso si, en el curso de su ejecución, se realiza en un 25 %”85. Pero también advierte que “el jefe militar que se base en eso para negar de modo general la utilidad de un plan de campaña merecería simplemente que le pongamos el chaleco de fuerza”86. En su flexibilidad, en su antifatalismo, en su comprensión de la fricción y el azar87, en su concepción activa de la estrategia, está el método de pensamiento de Trotsky y la esencia del arte de la insurrección. Como señala Clausewitz, la teoría militar … servirá para que cada uno no tenga necesidad de investigar y coordinar de nuevo la cuestión, sino que la encuentre clara y ordenada. Ella educará para la guerra el espíritu de los futuros jefes o, mejor aún, les servirá de guía en la educación de sí mismos, pero no los acompañará al campo de batalla88.
Desde luego, solo la experiencia de futuras revoluciones será la encargada de sellar los contornos y las características concretas de la estrategia insurreccional en el siglo XXI. Las cuestiones sobre estrategia y táctica en la guerra civil que a partir de la obra de Trotsky hemos buscado recuperar en este trabajo comparten aquel propósito señalado por Clausewitz: que cuando la burguesía eche mano a la espada, evitemos salirle al cruce con una simple ceremonia.
en la conciencia de las masas y en la relación de fuerzas. Como señala Trotsky: “Cuando se trata de la insurrección armada, no se miden los acontecimientos por el kilómetro de la política, sino por el metro de la guerra” (Trotsky, León, “Lecciones de Octubre”, ob. cit., p. 234). 85 Trotsky, León, “Problemas de la guerra civil”, ob. cit. 86 Ídem. 87 Como señala el autor de De la guerra: “Todo en la guerra es muy sencillo, pero lo más sencillo es difícil. Estas dificultades se amontonan y determinan una fricción que nadie que no haya visto la guerra puede representarse felizmente”. De aquí desprendía el concepto fundamental de “fricción”, tomándolo metafóricamente de la Física. Y agrega: “Fricción es el solo concepto que corresponde a la diferencia entre la guerra real y la guerra en el papel. [...] La fricción, o lo que así denominaremos es, pues, lo que dificulta lo aparentemente fácil” (Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p.129). 88 Ibídem, p. 178.
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ANEXO UN EJÉRCITO LLAMADO A EXTINGUIRSE Trotsky va a desarrollar en profundidad no solo la necesidad de centralización en un ejército regular para mantener el poder, sino también las profundas diferencias entre el Ejército Rojo y un ejército burgués. Entre sus amplias lecturas de autores militares, la obra de Jean Jaurès, L’Armée Nouvelle89, era una de las que más le había impresionado. Jaurès planteaba, en clave reformista, la sustitución del ejército permanente por milicias, y criticaba la estructura de los cuarteles, el aislamiento de los soldados de la sociedad civil. Las milicias, al contrario, deberían estar ligadas a las unidades de producción. El entrenamiento tendría que realizarse localmente, al tiempo que los milicianos trabajarían y vivirían como ciudadanos normales. Las milicias tenían que estar orgánicamente integradas a la sociedad para que no pudiesen ser utilizadas por ningún gobierno como instrumento político interno de intereses particulares. Como dice Deutscher: Trotsky tomó prestada la idea de Jaurès, pero la insertó en un contexto diferente. Jaurès creía posible democratizar al ejército convirtiéndolo en un sistema de milicias aún bajo el sistema capitalista. Para Trotsky, tal creencia era una ilusión reformista. La oposición virtual o real de un ejército permanente a la sociedad civil reflejaba, en su opinión, el conflicto entre los intereses de las clases propietarias, que ese ejército defendía en última instancia, y los de las clases trabajadoras. Solo después de que los intereses de las clases trabajadoras hubiesen ganado preeminencia, sostenía Trotsky, podría el ejército sumergirse en el pueblo e identificarse con él. La abolición del ejército permanente se avenía con el Estado que habría de extinguirse gradualmente, como se esperaba que sucediera con el Estado proletario90. Organización de milicias y ejército revolucionario regular
Otro de los aspectos fundamentales donde Trotsky se aleja del planteo de Jaurès es la propia conformación del Ejército Rojo como ejército permanente. Trotsky partía de la imposición de las circunstancias, 89 Jaurès se proponía el proyecto de reforma “democrática” del ejército como parte de la lucha contra el guerrerismo y el revanchismo del Estado Mayor francés. En polémica contra Gilbert (receptor de Clausewitz en Francia como teórico de la ofensiva) resalta la importancia de los factores morales y la superioridad de la defensa, aunque con una interpretación más bien pasiva de esta última. 90 Deutscher, Isaac, Trotsky, el profeta armado, ob. cit., p. 418.
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donde el atraso ruso, la carencia de una industria desarrollada y el bajo desarrollo social en general hacían imposible la eficacia de un sistema de milicias en un primer momento. Más aún con la extensión territorial que tenía Rusia. A pesar de esto, siempre sostuvo el sistema de milicias como horizonte del partido, milicias donde el entrenamiento estuviese estrechamente vinculado a las condiciones de vida de los propios obreros y campesinos91; así lo defendió en sus tesis para el VIII Congreso del Partido Comunista ruso de marzo de 191992. Al mismo tiempo que mantuvo como perspectiva un sistema de milicias ligada a la reabsorción progresiva del ejército por la propia sociedad, combatió resueltamente las tendencias guerrilleristas desde el punto de vista militar, en cuanto las necesidades de la situación exigían la centralización en el Ejército Rojo. En especial desde el punto de vista político, en tanto se aglutinaban en base al culto a determinada personalidad por sobre un determinado programa político, como era el caso de Majno, que terminaba igualando al ejército contrarrevolucionario de Denikin con el Ejército Rojo bajo el argumento de que ambos eran “estatistas”93. Sin embargo, Trotsky no descartó la utilización de métodos guerrilleros combinados con el accionar del Ejército Rojo, como por ejemplo las guerrillas campesinas en Siberia que defendieron las tierras conquistadas hasta la llegada del Ejército Rojo y que luego se integraron a él. Tampoco los acuerdos militares con la guerrilla de Majno contra Wrangel, hacia abril de 1920, aunque sin prestarle ningún tipo de apoyo político.
91 Clausewitz, desde el punto de vista de la defensa de la monarquía prusiana, había abordado este problema en términos de la necesidad de vincular, por lo menos, a una fracción del ejército con el pueblo por fuera de los cuarteles. Durante la guerra contra la ocupación francesa se desarrolla en el territorio alemán la institución del Landwehr. El Landwehr era, como señalábamos antes, una milicia territorial a través de la cual se reclutaba al pueblo para pelear contra Napoleón. La cuestión era planteada por Clausewitz en los siguientes términos: “el Landwehr aumenta el peligro de revolución; la abolición del Landwehr aumenta el peligro de invasión. […] puede ser arriesgado tener al pueblo armado, pero ¿no es mucho más peligroso gobernar a un pueblo desarmado?” (Paret, Peter, Clausewitz y el Estado, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1979, p. 399). Esta duda que con cierta “ingenuidad” era resuelta por Clausewitz será tajantemente respondida por el gobierno disolviendo el Landwehr. Como señala Aron: “los adversarios de los reformadores temían el potencial revolucionario del pueblo en armas. En última instancia, no se equivocaron” (Aron, Raymond, Sobre Clausewitz, Buenos Aires, Nueva Visión, 2009, p. 101). Así quedará plasmado de 1848 en adelante: la consigna de armamento del pueblo quedaría en manos del proletariado revolucionario. 92 Ver Trotsky, León, “Nuestra política en la creación del ejército (tesis adoptadas por el Octavo Congreso del Partido Comunista ruso en marzo de 1919)”, Cómo se armó la revolución, ob. cit. 93 Ver Polaco, Andrea y Ogando Caló, Liliana, ob. cit.
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Luego de la derrota de Wrangel en el frente sur, Trotsky mostró que no solo se proponía sostener en las polémicas la transición hacia el sistema de milicias sino que, a pesar de las limitaciones de las circunstancias, no bien vio alguna posibilidad se propuso llevarla a la práctica. En 1921 estableció tres divisiones de milicias territoriales en Petrogrado, Moscú y los Urales respectivamente, en el marco de la reducción de sus miembros y las políticas de instrucción y elevación del nivel técnico del ejército94. Con los primeros éxitos de la NEP, Trotsky ve nuevas posibilidades para el desarrollo de la organización en milicia. Trotsky también plantea la necesidad de descentralización del ejército. La URSS era una unión de repúblicas, por lo cual el ejército debía estar basado en unidades nacionales. Ni el retorno a las milicias ni la descentralización del ejército eran cuestiones aisladas en el pensamiento de Trotsky; eran parte de la batalla contra los elementos burocráticos que avanzaban en el Estado obrero y las ínfulas “gran rusas” que estos demostraban. El esprit de corps y el “espíritu del colectivismo”
Una de las “potencias morales” que distingue Clausewitz en los ejércitos es el “espíritu corporativo” o esprit de corps, que fomenta el sentimiento de unión y ayuda a conformar la virtud militar de un ejército. Para el general prusiano es en este “espíritu” donde se armonizan el “ciudadano libre” y el soldado, la capacidad del individuo y la organización militar. Sobre este aspecto, frente a los críticos que sostenían que no podía formarse a los soldados por fuera de los cuarteles, Trotsky sostuvo que: La objeción de que la milicia no puede tener un mando con autoridad, asombra por su ceguera política. ¿Acaso la autoridad del actual mando del Ejército Rojo ha sido creada vía cuartel? […] La autoridad del mando no reposa ahora en las virtudes salvadoras del cuartel sino en la autoridad del poder soviético y del Partido Comunista. El profesor Svechin
94 “El período iniciado en 1921 fue uno de desmovilización y reorganización militar. Con el telón de fondo de la victoria en la guerra civil se discutieron importantes cuestiones militares en el X Congreso partidario de marzo de 1921 alrededor de las milicias, el mando único y la doctrina militar. Surgieron tres posiciones que podemos esquematizar de la siguiente manera: a) Podvoiski bregaba por un traspaso total y completo hacia un sistema de milicias territoriales, aferrándose al programa histórico socialista; b) Smilga se manifestaba por el mantenimiento del ejército regular argumentando que el traspaso al sistema de milicias minaría la base proletaria del ejército y también, como lo había hecho en otras ocasiones, se declaró en contra de mantener a los comisarios políticos; c) Frunze abogaba por una ‘doctrina militar unificada’ que manifestara el carácter proletario en todos los aspectos militares” (Polaco, Andrea y Ogando Caló, Liliana, ob. cit., p. 79).
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simplemente, no se ha dado cuenta que ha habido una revolución, la cual ha producido una grandiosa transformación espiritual del obrero ruso95.
Si la clave de los ejércitos imperialistas era la ruptura de los lazos y atomización social previas de sus miembros junto con la disciplina mecánica basada en la autoridad burocrática del mando, Trotsky destacará la diferencia fundamental que distingue al Ejército Rojo de sus pares imperialistas: los unos basados en la desmoralización del soldado, el otro sobre la “fuerza moral” de la revolución: El desarrollo del orden comunista irá a la par con el desarrollo intelectual de las más amplias masas populares. Lo que en el pasado daba el partido, fundamentalmente a la capa avanzada de los trabajadores, lo dará cada vez más a todo el pueblo la organización misma de la sociedad […] Si el partido “reemplazaba” al cuartel en el sentido de que cohesionaba a sus miembros y los formaba para sostener una lucha colectiva llena de sacrificios, la sociedad comunista poseerá esa cualidad en un grado incomparablemente superior. El espíritu corporativo en un sentido amplio es el espíritu colectivista […] Si la milicia se basa en los grupos naturales, productivos profesionales, de la nueva sociedad, en las comunas rurales, los colectivos comunales, las uniones fabriles y profesionales […] todo ello vinculado por la escuela única, es indudable que semejante milicia será infinitamente más rica en espíritu “corporativo”, y de calidad muy superior, que los regimientos formados en los cuarteles96.
Neil Heyman interpreta los elementos que fuimos señalando como un retroceso en el pensamiento militar de Trotsky, en su supuesto camino hacia una “desideologización” de su pensamiento militar y un mayor pragmatismo propio de un estratega en general. Sin embargo, es justamente la demostración de lo estrecho de este tipo de tesis, que separan su obra militar de su lucha por el comunismo, incluida la progresiva extinción del propio Estado. En los años posteriores al fin de la guerra civil, tres cuartas partes del Ejército Rojo se reorganizó en milicias. Será a mediados de la década de 1930, bajo la dirección de Stalin y Tujachevsky, cuando se restaurará el ejército permanente que, como parte de la reacción burocrática, con sus grados y jerarquías superó en mucho la simple recentralización para el enfrentamiento de la II Guerra, como veremos más adelante.
95 Trotsky, León, “El programa de milicias y su crítico académico”, Cómo se armó la revolución, ob. cit., p. 487. 96 Ibídem, pp. 488-489.
CAPÍTULO 3
DE LA DEFENSA AL ATAQUE
En el capítulo anterior abordamos la cuestión de la ofensiva revolucionaria. Ahora bien, ¿cómo se llega a ella? Dice Clausewitz que “toda defensa, de acuerdo con su fuerza, buscará transformarse en ataque tan pronto como haya agotado las ventajas de la defensa”1. Pero ¿cómo es que se da este pasaje en estrategia revolucionaria?, ¿cuáles son sus condiciones?, ¿cuáles sus medios? Para intentar responder estas preguntas nos centraremos en el análisis de la revolución en los países con estructuras sociopolíticas occidentales. El fundamento no es arbitrario: es en Occidente donde el trabajo de la acumulación de fuerzas para pasar a la ofensiva es, como señalamos en el capítulo anterior, más amplio y complejo por las propias características del teatro de operaciones. La actitud ante las estructuras sociopolíticas de los países centrales y los regímenes democrático-burgueses constituye un problema de larga data para el marxismo. Desde finales del siglo XIX se habían ido delineando tres grandes grupos de respuestas. Por un lado, el de abandonar los métodos revolucionarios y adoptar a la democracia burguesa como mecanismo para el avance hacia el socialismo. Este comprende desde el revisionismo de Bernstein2, el último Kautsky o los “fabianos” en Gran Bretaña y llega hasta hoy, pasando por las más diversas formas, desde los Frentes Populares, el eurocomunismo o hasta sus caricaturas actuales neorreformistas tipo Syriza3. Por otro lado, el grupo del rechazo-negación de la democracia burguesa en clave espontaneísta, que va desde el sindicalismo revolucionario de Sorel, pasando por Gorter, Pannekoek y el izquierdismo de la III Internacional, en el que estuvo el propio Gramsci bajo la dirección de Amadeo Bordiga. Se podría rastrear en el operaísmo de Tronti y en parte 1 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 561. 2 Cfr. Cinatti, Claudia, “La impostura posmarxista”, Estrategia Internacional N.° 20, septiembre 2003. 3 Cfr. Martínez, Josefina y Lotito, Diego, “Syriza, Podemos y la ilusión socialdemócrata”, ob. cit., y Cinatti, Claudia, “Lucha de clases y nuevos fenómenos políticos en el quinto año de la crisis capitalista”, Estrategia Internacional N.° 28, septiembre 2012.
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de la obra de Negri, llegando, si se quiere, hasta la actualidad –caricaturizada al igual que la primera– en algunas versiones del autonomismo4. Un tercer grupo de respuestas se erige sobre estas dos. Nos referimos a aquellas que proponen “combinar” la democracia burguesa con formas de democracia obrera (soviets-consejos), y que van desde Rudolf Hilferding hasta el último Nicos Poulantzas5, pasando por Ernest Mandel, quien ensayó una variante de izquierda de este mismo planteo, y que llega en la actualidad a teóricos provenientes del trotskismo francés como Antoine Artous6. La III Internacional dirigida por Lenin y Trotsky ensayó un cuarto camino frente a la mayor complejidad del teatro de operaciones occidental (hegemonía burguesa, parlamentarismo, fortaleza del reformismo, etc.). A saber: el enriquecimiento del marxismo a partir de la apropiación crítica de lo mejor del pensamiento estratégico militar contemporáneo para lograr un desarrollo sin precedentes de la táctica y la estrategia revolucionarias7, entendiendo la primera como la dirección de los combates parciales y la segunda como la encargada de ligar los resultados de estos al “objetivo de la guerra”, en este caso, la dictadura del proletariado. De ahí la capacidad de utilización de las formas defensivas que desarrolló la III Internacional para revertir la debilidad de origen de los partidos comunistas en Occidente. Partiendo de la defensa como forma más fuerte de lucha (mientras que la ofensiva es la más débil, ya que es más fácil conservar que conquistar), se trataba de valerse de la defensiva con el propósito de acumular fuerzas para la ofensiva8. 4 Cfr. Castillo, Christian, Estado, poder & comunismo, ob. cit. 5 Cfr. Gutiérrez, Gastón y Varela, Paula, “Poulantzas: la estrategia de la izquierda hacia el Estado” (Ideas de Izquierda N.° 17, marzo 2015) y “Poulantzas, la democracia y el socialismo” (Ideas de Izquierda N.° 19, mayo 2015). 6 Cfr. Cinatti, Claudia y Albamonte, Emilio, “Más allá de la democracia liberal y el totalitarismo”, ob. cit. 7 En palabras de Trotsky: “La idea de una estrategia revolucionaria se ha consolidado en los años de la posguerra al principio indudablemente gracias a la influencia de la terminología militar. Pero no por puro azar antes de la guerra no habíamos hablado más que de táctica del partido proletario, esta concepción correspondía con exactitud suficiente a los métodos parlamentarios y sindicales predominantes entonces y que no salían del marco de las reivindicaciones y de las tareas corrientes […]. La época de la Segunda Internacional obligó a recurrir a métodos y a concepciones a causa de los cuales según la famosa expresión de Bernstein ‘el movimiento es todo y el objetivo final no es nada’, en otros términos la labor estratégica se reducía a nada se disolvía en el movimiento cotidiano con sus fórmulas cotidianas de táctica” (Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, ob. cit., pp. 131-132). 8 En palabras de Clausewitz: “Si la defensiva es la forma más fuerte de la conducción de la guerra, pero tiene un objetivo negativo, es evidente que solo debemos recurrir
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De esta forma superaba, por un lado, el abordaje rudimentario de las tendencias izquierdistas, que postulaban la ofensiva como forma más fuerte de lucha, llegando a sostener la necesidad de abordar las luchas parciales con los métodos de la insurrección proletaria9. Y por otro lado, el culto a la “defensa pasiva” de la socialdemocracia, forma considerada por Clausewitz directamente como un absurdo desde el punto de vista estratégico10. Táctica y estrategia en Occidente
Aquella relación establecida por la III Internacional consistente en luchar en forma defensiva (utilizando los resquicios de la democracia burguesa) para acumular fuerzas (construir partidos revolucionarios) en pos de la ofensiva (insurrección y guerra civil para la toma del poder) se puede ver en cada uno de sus diferentes desarrollos. Un ejemplo muy significativo es la participación en las elecciones y el parlamento (institución de la hegemonía burguesa por excelencia) para contribuir al desarrollo de la lucha extraparlamentaria y a la “agitación revolucionaria, para denunciar las maniobras del adversario, para agrupar a las masas”11. Es decir, utilizar instituciones de la hegemonía burguesa para horadarla y preparar las condiciones de su derrota. Lo mismo vale para la recuperación de manos de los agentes de la burguesía (burocracia obrera) de aquellas organizaciones que la clase obrera fue construyendo a lo largo de sus luchas dentro de la democracia burguesa, sirviéndose y luchando contra ella. Por ejemplo, la intervención en los sindicatos reformistas para luchar contra la división del
a ella cuando nuestra debilidad nos obliga y que es necesario abandonarla en cuanto se es suficientemente fuerte para encarar un objetivo positivo” (Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo III, ob. cit., p. 14). 9 Según la revista Kommunismus, representativa de este sector: “La característica principal del actual período de la revolución reside en que estamos obligados a llevar a cabo incluso batallas, incluyendo las económicas, con las mediaciones de la batalla final” sobre todo “la insurrección armada”. Citado en Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, ob. cit., p. 92. 10 Según Clausewitz: “Una guerra en la que las victorias no sirviesen más que para parar los golpes –decía– y en la que no se intentase devolverlos, sería tan absurda, como una batalla en la que la defensa más absoluta (pasividad) prevaleciera en todas las medidas adoptadas” (Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo III, ob. cit., p. 14). 11 Internacional Comunista, “El Partido Comunista y el parlamentarismo”, en Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, Tomo I, Buenos Aires, Pluma, 1973, p. 215.
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movimiento obrero que impone la burocracia y la ideología corporativa que pretende alejar al movimiento obrero de la “intervención política”12. La táctica del frente único obrero, elaborada a partir del III Congreso de la Internacional Comunista (IC), es la expresión más acabada de esta misma lógica. Constituye una táctica compleja que tiene un aspecto de maniobra, otro táctico y otro estratégico. Por un lado, implica acuerdos –producto de determinada relación de fuerzas entre las tendencias– con reformistas y/o “centristas” como aliados circunstanciales (aspecto de maniobra) con el objetivo de la unidad de las filas proletarias para luchas parciales en común (aspecto táctico, defensivo u ofensivo). Y por otro, como objetivo principal, la ampliación de la influencia de los partidos revolucionarios producto de la experiencia en común (o su rechazo por parte de las direcciones oficiales), con el fin de conquistar la mayoría de la clase obrera para la lucha por el poder (aspecto estratégico, ofensivo)13. Sobre estos fundamentos del frente único, la III Internacional ampliará y desarrollará la táctica de “gobierno obrero”, que constituye una innovación fundamental en lo que respecta al pasaje de la defensiva a la ofensiva revolucionaria. En el presente capítulo nos centraremos en el análisis de esta táctica. Para ello realizaremos un contrapunto entre el pensamiento estratégico de León Trotsky y el de Antonio Gramsci –ambos parte de la constelación de revolucionarios de la III Internacional– en torno a las principales lecciones estratégicas de la lucha de clases en Europa durante el período que va desde la Revolución alemana de 1923 y su derrota hasta el ascenso de Hitler una década después. Ahora bien, entre la intelectualidad de izquierda en general, e inclusive entre la que reconoce importantes aportes de Trotsky a la teoría marxista, ha devenido en lugar común una tesis que Michael Burawoy tiene el mérito de sintetizar de la siguiente manera: Los análisis de Trotsky naufragaron una y otra vez contra el escollo del proletariado occidental. Iba a ser otro marxista, Antonio Gramsci, el que hiciera una interpretación más amplia que trataría de ajustar las cuentas con el fracaso de la revolución en Occidente14.
12 Internacional Comunista, “Tesis sobre la acción comunista en el movimiento sindical”, Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, Tomo II, Buenos Aires, Pluma, 1973, p. 244. 13 Cfr. Internacional Comunista, “Resolución sobre la táctica de la Internacional Comunista”, Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, Tomo II, ob. cit. También: Trotsky, León, “Sobre el Frente Único”, en Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ob. cit. 14 Burawoy, Michael, “Dos métodos en pos de la ciencia: Skocpol versus Trotsky”, Zona Abierta N.° 80/81, Madrid, 1997. En la introducción de la nueva edición de los textos
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El revolucionario italiano desarrollará como uno de los ejes de su reflexión la cuestión de las condiciones para la revolución en Occidente, contraponiendo la “guerra de posición” a la “guerra de maniobra” para explicar el fracaso de la primera oleada revolucionaria del siglo XX en Europa y las vías necesarias para enfrentar al fascismo. Sus elaboraciones y las de Trotsky tendrán múltiples puntos de contacto, pero en el marco de divergencias que serán fundamentales. Como intentaremos demostrar en estas páginas, será el fundador del Ejército Rojo el que desarrollará una visión comprensiva de los problemas de estrategia en Occidente. El punto de partida de esta comparación debe situarse necesariamente en la Revolución alemana de 1923, un verdadero punto de inflexión de la revolución en Occidente, que fue al mismo tiempo la primera gran derrota de la IC. Marcó también el comienzo de una especie de reflujo de la reflexión estratégica en sus filas y el paulatino abandono de las principales conclusiones de sus cuatro primeros congresos. El primer capítulo de esta revisión tuvo lugar en el V Congreso de la IC y le correspondió a las tácticas de “frente único” y de “gobierno obrero”15. Fue la contracara de negar la derrota en Alemania y eludir sus lecciones estratégicas. La subestimación por parte de Gramsci de estas polémicas y de las lecciones de la Revolución alemana de 1923 no ha sido problematizada por ninguno de sus principales intérpretes. Sin embargo, son claves para poder comprender los problemas fundamentales de la revolución en Occidente en el período de entreguerras. Este hueco en el pensamiento del revolucionario italiano puede ser considerado como la fuente más importante de ambigüedades en su reflexión estratégica, tanto en lo que
del período de la cárcel de Gramsci, Razmig Keucheyan, de la revista Contretemps, retoma aquel lugar común: “el error de Rosa Luxemburgo y de Trotsky –dice– consiste en haberse quedado con una concepción del mundo social, y por ende de la estrategia revolucionaria, anteriores a los cambios estructurales descritos por Gramsci, […] [en particular la diferenciación] entre ‘el frente oriental’ y el ‘frente occidental’, es decir entre sociedades orientales aún fluidas y sociedades occidentales en las cuales la sociedad civil y el Estado se compenetran sólidamente” (Keucheyan, Razmig, “Machiavel, la politique, le prince moderne et les classes subalternes”, Antonio Gramsci, Guerre de mouvement et guerre de position, París, La fabrique, 2011, p. 163). 15 A esta involución le seguirán sucesivos capítulos. En diciembre de 1925 con la oficialización de la “teoría” del socialismo en un solo país, que cortará lazos con el internacionalismo que había caracterizado a la III Internacional desde antes mismo de su fundación; con el llamado a constituir “partidos obreros y campesinos”, que en China implicará la subordinación al Kuomintang y la catástrofe de la revolución en Oriente, deriva que luego se profundizará en el VI y el VII Congresos.
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hace a su concepción del frente único como al concepto de “guerra de posición”, y a muchas de las formulaciones de sus Cuadernos de la cárcel. Cabe aclarar que, en cuanto al legado de Trotsky, ninguna de las corrientes del trotskismo surgidas luego de la ruptura de la IV Internacional en 1953 retomó en profundidad esta etapa para comprender su legado revolucionario. Más bien, desde el oportunismo se pretendió tomar la defensa de Trotsky de la táctica de “gobierno obrero” en 1923 para fundamentar la subordinación a direcciones stalinistas o pequeñoburguesas, el apoyo y hasta el ingreso a gobiernos burgueses; mientras que desde el fatalismo sectario se interpretó la política de Trotsky en aquellos años como un desliz oportunista. Muchos fueron los que, como Isaac Deutscher, no le dieron mayor importancia a esta parte de su biografía por considerar que Trotsky exageraba las posibilidades revolucionarias en Alemania. Sin embargo, su intervención política como parte del Comité Ejecutivo de la III Internacional y sus conclusiones sobre Alemania del ‘23 demostrarán la verdadera estatura de Trotsky como estratega –al nivel de su intervención en Petrogrado seis años antes–, así como el desarrollo de su concepción del frente único y de la táctica de gobierno obrero, partiendo de establecer una relación compleja entre ataque y defensa, retomando los mejores desarrollos de Carl Clausewitz. De conjunto, será un punto central de su biografía política y elaboración estratégica, sin el cual es imposible comprender cabalmente el significado de su legado revolucionario.
PARTE 1 EL ORIGEN DE LAS DIVERGENCIAS EN LA III INTERNACIONAL Frente único y gobierno obrero en la Internacional Comunista
Los dos años que van de mayo de 1922 a 1924 serán los de mayor actividad política internacional de Antonio Gramsci. Son años fundamentales en la formación de su pensamiento político, primero por su estancia en Rusia hasta diciembre de 1923 como parte del IV Congreso de la IC y como delegado a su comité ejecutivo por el Partido Comunista Italiano (PCI), más tarde trasladado a Viena como funcionario del Ejecutivo hasta mayo de 1924. Durante aquel período la ubicación política del revolucionario italiano da un viraje fundamental. El PCI, bajo la dirección de Amadeo Bordiga y Gramsci mismo, había formado parte del ala izquierdista de
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la IC que se había opuesto a la táctica de frente único obrero tal como la había formulado su III Congreso. Después de su participación en el IV Congreso, Gramsci comenzó a apropiarse de las tesis del frente único y de la táctica de gobierno obrero16. Junto con esto, toma la decisión política de constituir una alternativa dentro del PCI, tanto a la dirección de Bordiga como al ala derecha de Tasca. De aquí en más la táctica del frente único cobrará cada vez más peso en su reflexión política hasta llegar, en los Cuadernos de la cárcel, a identificarse con la guerra de posición, única estrategia posible en Occidente. El IV Congreso de la IC de finales de 1922, del que participó Gramsci, tuvo como uno de sus principales temas, junto con la cuestión de la revolución en Oriente, el debate en torno a la consigna de gobierno obrero, que implicaba llevar las discusiones sobre el frente único a un nuevo nivel de desarrollo. La “Resolución sobre la táctica de la Internacional Comunista” aprobada en este congreso señalaba: El gobierno obrero (eventualmente obrero campesino) deberá siempre ser empleado como una consigna de propaganda general. Pero como consigna de política actual, el gobierno obrero reviste una gran importancia en los países donde la situación de la sociedad burguesa es particularmente poco segura, donde la relación de fuerzas entre los partidos obreros y la burguesía plantea la solución del problema del gobierno obrero como una necesidad política candente.
Y agregaba: “la consigna de ‘gobierno obrero’ es una consecuencia inevitable de toda táctica de frente único”17. Hasta aquel entonces la táctica de gobierno obrero o “gobierno obrero y campesino” se remitía a la experiencia del accionar del Partido Bolchevique en Rusia que, mientras no había conquistado la mayoría en los soviets, mantenía la exigencia a mencheviques y socialrevolucionarios
16 El IV Congreso se había celebrado poco después de que las Camisas Negras italianas llevaran a cabo su “marcha sobre Roma”, con la cual Mussolini empieza a hacerse con el poder. Las direcciones de las principales organizaciones obreras se habían mostrado impotentes. Se hizo más evidente la necesidad de construir un frente único defensivo y que el PCI tuviese una política activa respecto a las distintas alas de los socialistas italianos y las organizaciones obreras para enfrentar al fascismo (en el sentido que planteaban las tesis sobre el frente único desarrolladas por la IC, a las que se había opuesto la mayoría de la delegación italiana). 17 Internacional Comunista, “Resolución sobre la táctica de la Internacional Comunista”, Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, Tomo II, ob. cit., p. 207.
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de que rompiesen con los capitalistas y las potencias imperialistas y tomasen el poder. En tales condiciones, los bolcheviques se comprometían a defender a ese gobierno contra la burguesía y a no enfrentarlo con medios insurreccionales, pero renunciando a entrar o tomar responsabilidades políticas por el mismo. Esta táctica había cumplido un papel fundamental para el avance de la influencia de los bolcheviques y para preparar las condiciones de la insurrección triunfante, así como también había contribuido a la ruptura del partido campesino (socialrevolucionario), dando lugar, luego de la insurrección de Octubre, a la conformación de un gobierno obrero y campesino de los bolcheviques junto con los socialrevolucionarios de izquierda. El IV Congreso de la IC da un paso más allá. Bajo el mismo objetivo de desarrollar la revolución se plantea la posibilidad de que en determinadas condiciones de disgregación del aparato estatal burgués, antes de tomar el poder, los comunistas participen de gobiernos con partidos y organizaciones obreras no comunistas, para reforzar la preparación de las condiciones para la insurrección y conquistar la mayoría de la clase obrera. Al igual que el frente único, la táctica de gobierno obrero contenía tanto elementos de maniobra como tácticos y estratégicos. El aspecto de maniobra consistía en la posibilidad de conformar gobiernos de coalición donde participasen los revolucionarios junto con partidos y organizaciones obreras no comunistas bajo determinadas circunstancias de disgregación del aparato estatal burgués y correlación de fuerzas, para “concentrar y desencadenar luchas revolucionarias”18. La resolución del IV Congreso era clara en distinguir este tipo de gobiernos obreros respecto de gobiernos obreros liberales o socialdemócratas que “no son gobiernos revolucionarios, sino gobiernos camuflados de coalición entre la burguesía y los líderes obreros contrarrevolucionarios”19. De estos últimos los comunistas no participarían bajo ninguna consideración al contrario, los debían “desenmascarar sin piedad frente a las masas”20. La alianza circunstancial comprendida en la táctica de gobierno obrero de la IC tenía objetivos tácticos precisos, que se expresaban en la obtención de determinados puntos mínimos, que la “Resolución sobre la táctica…” resumía de la siguiente manera: El programa más elemental de un gobierno obrero debe consistir en armar al proletariado, en desarmar las organizaciones burguesas
18 Ibídem, p. 208. 19 Ibídem, p. 209. 20 Ídem.
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contrarrevolucionarias, en instaurar el control de la producción, en hacer caer sobre los ricos el principal peso de los impuestos y en destruir la resistencia de la burguesía contrarrevolucionaria 21.
El objetivo estratégico, al igual que en el frente único, era conquistar la mayoría de la clase obrera para la revolución producto de la experiencia común o de su rechazo por parte de las direcciones reformistas o centristas. El IV Congreso de la IC incluso contemplaba la posibilidad de participar de un gobierno obrero surgido de una combinación parlamentaria, pero siempre partiendo del mismo objetivo estratégico: desarrollar el movimiento revolucionario y la guerra civil contra la burguesía. Un gobierno de este tipo –señala la “Resolución…”– no es posible si no nace de la lucha misma de las masas, si no se apoya sobre los órganos obreros aptos para el combate […] Un gobierno obrero que resultase de una combinación parlamentaria, puede también brindar ocasión de reanimar el movimiento obrero revolucionario. Pero de hecho […] debe llevar a la lucha más encarnizada y, eventualmente, a la guerra civil contra la burguesía 22.
Casi un año después del IV Congreso estalla una nueva revolución en Alemania, en octubre de 1923, que planteará la posibilidad concreta de conformar “gobiernos obreros” en los Länder de Sajonia y Turingia. Será la primera prueba y la implementación más audaz de la táctica de frente único que haya realizado la IC. La fórmula de gobierno obrero y el valor relativo de las fortalezas en la ofensiva
En enero de 1923, el primer ministro francés Poincaré lanza una invasión a la región del Ruhr, que era el centro alemán de producción de carbón, hierro y acero, realizando “requisiciones” para cobrarse las reparaciones de guerra. La consecuencia fue un creciente caos económico en Alemania, paralización de la industria, explosión de la tasa de desempleo, hiperinflación, etc., que encendió nuevamente la llama de la Revolución alemana. Se suceden oleadas de huelgas a partir de mayo, se desarrollan los comités de fábricas (Betriebsräte) como organismos de autoorganización y también las Centurias Proletarias (milicias obreras) que toman 21 Ibídem, p. 208. 22 Ídem.
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mercados y tiendas para conseguir alimentos; surgen comisiones de control de precios y de distribución de alimentos, en especial en el Ruhr. En agosto tiene lugar una huelga general con foco en Berlín que hace caer al gobierno del canciller Wilhelm Cuno, cabeza de un gabinete de “técnicos” que respondía directamente a la gran burguesía de la industria y las finanzas. Le sucede un gobierno de coalición en torno a Gustav Stresemann en el que participan cuatro ministros del SPD. En este marco, se plantea la posibilidad de constituir gobiernos obreros con el ala izquierda del SPD en Sajonia y en Turingia. La discusión sobre esta posibilidad ya se había suscitado un año antes, en 1922. En aquel entonces Trotsky la había rechazado como perspectiva inmediata, pero la dejó planteada para cuando se profundice la situación de la lucha de clases, lo que de hecho sucedió a partir de la crisis del Ruhr: Si ustedes, nuestros camaradas comunistas alemanes, son de la opinión de que una revolución es posible en los próximos meses en Alemania, entonces les aconsejamos que participen en Sajonia de un gobierno de coalición, y utilizar sus puestos ministeriales a fin de promover las tareas políticas y organizativas y transformar a Sajonia, en cierto sentido, en un campo de entrenamiento comunista, como para tener una fortaleza revolucionaria en un período de preparación para un brote revolucionario. Pero esto solo será posible si la presión de la revolución ya se hace sentir, solo si ya está a mano. En ese caso, solo implicaría la toma de una única posición en Alemania, a la que ustedes están destinados a tomar de conjunto. Pero en el momento actual, en Sajonia jugarán el papel de apéndice, un apéndice impotente porque el propio gobierno sajón es impotente ante Berlín, y Berlín es un gobierno burgués23.
Es decir, Trotsky entendía la participación en un gobierno de coalición local con el SPD como la posibilidad de constituir una fortaleza revolucionaria no en cualquier momento, sino en el período de la preparación de la insurrección. Este período, como vimos en el capítulo anterior, constituía para Trotsky el primer momento de la guerra civil, es decir, de la ofensiva estratégica del proletariado. Una lógica similar encontramos en la valoración que hace Clausewitz de las “fortalezas” en la ofensiva. El general prusiano concebía dos únicos medios para la ofensiva en su época. Obviamente el primero era la fuerza armada; sin embargo, agregaba:
23 Trotsky, León, “Report on the Fourth World Congress”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: http://www.marxists.org/archive/trotsky/1924/ffyci-2/24b.htm.
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… a esto debemos añadir, por supuesto, las fortalezas, porque si estas se hallan en la vecindad del teatro de guerra del enemigo tendrán influencia apreciable sobre el ataque. Pero esta influencia disminuye gradualmente a medida que progresa el ataque, y es evidente que en el ataque nuestras propias fortalezas nunca pueden desempeñar una parte tan importante como en la defensa, en la que a menudo se convierten en el factor principal24.
Finalmente, el 10 de octubre tres comunistas (Böttcher, Heckert y Brandler) se integrarán al gobierno presidido por Zeigner en Sajonia; y el 13 de octubre otros tres comunistas (Neubauer, Tenner y Korsch) entran al gobierno de Turingia encabezado por Frölich. Dos días después de la entrada de los comunistas al gobierno, Zeigner hace conocer su intención de desarmar las formaciones burguesas y fortalecer a las Centurias Proletarias, ante lo cual se profundiza la tensión con el ejército (la Reichswehr), y el general Müller, comandante del III Distrito Militar (Wehrkreis), responde de inmediato ordenando la disolución de las Centurias y de todo organismo similar, así como la entrega inmediata de las armas. En los días siguientes se organiza el Congreso de las Centurias de Sajonia, pero la clave para la dirección del Partido Comunista de Alemania (KPD en sus siglas en alemán) pasa por las negociaciones con el SPD. Mientras tanto, el gobierno de Zeigner no realiza ninguna medida concreta para armar a las Centurias. El 19 de octubre el canciller Stresemann ordena restablecer el orden en Sajonia y Turingia. El 21 se reúne la conferencia de comités de fábrica en Chemnitz para discutir un plan; pero, ante la negativa de los socialdemócratas, la reunión fracasa y termina sin ningún llamado a la acción. El KPD cede y decide abandonar definitivamente el plan de la insurrección25. En la formulación de Trotsky, la entrada a los gobiernos obreros estaba puesta en función de constituir fortalezas para utilizarlas como medio para la ofensiva, es decir, para el fortalecimiento de los comités de fábrica y las Centurias Proletarias, con el objetivo de preparar la insurrección a nivel nacional bajo las banderas de la defensa de los gobiernos obreros frente a la Reichwehr. Sin embargo, para la dirección del KPD estas fortalezas terminaron convirtiéndose en un fin en sí mismas, abandonando el objetivo de la huelga general y la insurrección cuando la dirección del ala izquierda de la socialdemocracia se opuso. Estas fortalezas no sirvieron como medio para la ofensiva. En vez de ser un trampolín
24 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 490. 25 Cfr. Broué, Pierre, Révolution en Allemagne, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: http://www.marxists.org/francais/broue/works/1971/00/broue_all.htm.
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que aumente la potencia del ataque se transformaron en un peso muerto que terminó por detenerla. En su línea de conciliación, la dirección del KPD llegó hasta el punto de llamar a los trabajadores a abortar la insurrección en Hamburgo, cuando llevaban un día combatiendo con relativo éxito. Esta insurrección, según la mayoría de las fuentes, se llevó a cabo porque la resolución de abortar los planes insurreccionales por parte del KPD no había llegado a comunicarse a la dirección local. Los acontecimientos se fueron desarrollando, a partir del 21 de octubre, con la extensión de la huelga general para dar lugar el día 23 al llamamiento a la insurrección. La inexistencia de tropas de la Reichwehr estacionadas en Hamburgo posibilitó éxitos importantes durante las primeras horas. A pesar del casi nulo armamento con el que contaban las Centurias Proletarias, pudieron tomar en la madrugada 17 de las 20 comisarías que se habían propuesto. Las insuficiencias en la preparación política hicieron que las masas recién “se encontraran” con la insurrección en curso el mismo día 23. Pronto los insurrectos estarían a la defensiva. Sin embargo, en los barrios obreros se levantarán barricadas desde la primera hora de la mañana. En algunos barrios la insurrección fue derrotada, en otros se desarrollaron luchas encarnizadas. En Schiffbeck los insurrectos desarmaron a la policía y se quedaron con el control durante dos días. En la noche del 23 al 24 de octubre, Hugo Urbahns dio la contraorden de abortar la insurrección en curso. A pesar de esto los enfrentamientos continuaron en la ciudad durante varios días26. ¿La insurrección de Hamburgo podía triunfar y conquistar un bastión revolucionario para el resto de Alemania? Es imposible afirmarlo. Lo que sí podemos decir es que Hamburgo estaba dispuesto a combatir y era un punto de apoyo para un plan insurreccional nacional. A pesar de que marcó profundamente el destino del movimiento revolucionario internacional, la Revolución alemana de 1923 es poco conocida en general y mucho menos estudiada. Como tratamos de graficar en este brevísimo resumen de algunos acontecimientos, el KPD no se orientó desde el punto de vista de la estrategia, y es allí donde hay que buscar las causas de la derrota. Los objetivos tácticos del gobierno obrero señalados en las resoluciones del IV Congreso de la IC estaban ligados al elemento estratégico de contribuir efectivamente a la organización del triunfo de la insurrección y al establecimiento de la dictadura del proletariado basada en los comités de fábrica y las Centurias Proletarias. 26 Cfr. Broué, Pierre, Revolución en Alemania, ob. cit. También Kippenberger, Hans, “La insurrección de Hamburgo” (informe al Ejecutivo sobre la insurrección de Hamburgo), La insurrección armada, Barcelona, Fontamara, 1978.
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Sin embargo, como señalara Trotsky, la “rutina de la táctica”, producto de la lucha cotidiana por conquistar a las masas, había cumplido un papel fundamental en la incapacidad de dirección del KPD de dar un giro político a la altura de la situación objetiva que se había desarrollado. La política del KPD se mantuvo en el marco de los mecanismos del Estado burgués –legalidad constitucional– y la confianza en la izquierda de la socialdemocracia. Dejar escapar la situación revolucionaria fue la primera gran derrota cuya responsabilidad correspondía a la IC. Este fue el balance de Trotsky de la actuación del KPD en octubre de 1923. La sustitución de la ofensiva por el atrincheramiento en las fortalezas
En contraste con lo que acabamos de desarrollar y por fuera de cualquier análisis serio de la obra de Trotsky, Christine Buci-Glucksmann afirma en su voluminosa obra Gramsci y el Estado que … reproducir, en las condiciones de las sociedades capitalistas avanzadas, una estrategia de ataque frontal, conduce no solo al fracaso, sino que significa también estar retrasado, caer en el economicismo. Y es el economicismo lo que marca, para Gramsci, al “marxismo” de Trotski, que no puede evitar los errores similares a los del sindicalismo revolucionario, es decir, la subestimación de las superestructuras políticas27.
De esta forma, la autora se hace eco del sentido común académico que, basado en una interpretación de Gramsci, sostiene que el problema fundamental de la derrota de la revolución en Occidente “en general” fue la incapacidad de dominar determinadas posiciones o “trincheras” con las que cuentan las sociedades occidentales producto de su mayor desarrollo. En la misma línea de este sentido común, pero con argumentos políticos precisos, hay una crítica a Trotsky que sostiene que sobrevaluó las posibilidades revolucionarias en 1923 y que su planteo estaba teñido por la incapacidad de valorar las ilusiones en la democracia burguesa de la clase obrera alemana. En particular, esto se expresaría en la omisión por parte de Trotsky del análisis del gobierno de Stresemann y su capacidad para desviar el proceso revolucionario gracias a la incorporación de los ministros socialdemócratas. La conclusión es que, al contrario de lo que opinaba el fundador del Ejército Rojo, no había condiciones para la insurrección. En este sentido, Mike Jones en su artículo de Revolutionary History sostiene:
27 Buci-Glucksmann, Christine, Gramsci y el Estado: hacia una teoría materialista de la filosofía, Madrid, Siglo XXI, 1978, p. 337.
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Trotsky parece dar a entender que se podría emprender un derrocamiento sin la participación activa o el apoyo de la mayoría de los trabajadores, o incluso en contra de ellos. Después de todo, los números dentro y alrededor del SPD superaban con creces los de todo el KPD, sin mencionar las influencias cristianas o de otra índole. También ignora el hecho de que, aunque los reformistas fueron perdiendo terreno frente al comunismo a mediados de 1923, las cosas se invirtieron después de la llegada de Stresemann. Él ni siquiera menciona el cambio de gobierno28.
Sin embargo, Trotsky sí analiza el gobierno de Stresemann al calor mismo de los acontecimientos. El 19 de octubre de 1923 plantea la cuestión de la siguiente manera: La crisis actual en Alemania se ha desarrollado a partir de la ocupación del Ruhr. Stresemann capituló ante los imperialistas franceses. Pero el capital usurero francés no quería hablar con los derrotados. El Estado burgués alemán está en agonía. Esencialmente, ya no hay una Alemania unificada. Baviera, con su población de 9 000 000, está dirigida por el fascismo moderado. Sajonia, con una población de 8 000 000, tiene un gobierno de coalición de comunistas y socialdemócratas de izquierda. Ninguno de estos Estados toma en cuenta al gobierno central de Berlín, en donde Stresemann gobierna sin esperanzas. El Parlamento le ha cedido sus poderes, impotente. Stresemann se sostiene porque ni el Partido Comunista ni los fascistas han tomado el poder. Pero el ala izquierda del frente político en Alemania sigue creciendo…29.
Como dice Trotsky, la propia evolución de la situación por izquierda en Sajonia y Turingia, donde un sector de la socialdemocracia forma un gobierno común con los comunistas, y por derecha en Baviera, con el dominio de los fascistas, muestra un proceso de polarización que se continúa luego del ascenso de Stresemann. De esta forma el gobierno y el régimen adquieren un carácter de bonapartismo débil –“kerenskista”, en analogía con la Revolución rusa–, jaqueados por la movilización de las masas que habían protagonizado la gran huelga general de agosto y por las fuerzas contrarrevolucionarias. Esto se daba en el marco de la ocupación militar de una región del país, de un proceso hiperinflacionario, de la división de las clases medias, del crecimiento del KPD en los sindicatos,
28 Jones, Mike, “Germany 1923”, Revolutionary History, Vol. 3 N.° 1, verano 1990. 29 Trotsky, León, “Informe al 3° Congreso Provincial de Moscú del Sindicato de Metalúrgicos”, CEIP León Trotsky, consultado el 5/3/2017 en: http://www.ceip.org.ar/Informe-al-3o-Congreso-Provincial-de-Moscu-del-Sindicato-de-Metalurgicos.
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de los fenómenos de autoorganización expresados en el desarrollo de los comités de fábricas, etc. Todo esto mostraba, para Trotsky, la madurez de las condiciones para preparar la toma del poder. Otro importante hecho a favor de esta caracterización de Trotsky fue el desarrollo posterior de la insurrección de Hamburgo, a pesar del aislamiento. El propio Gramsci, aunque no lo desarrolla, hace un planteo sobre las posiciones de Trotsky que va en el mismo sentido que la crítica de Jones: Si errores hubo –dice Gramsci en una carta a Togliatti y Terracini–, los cometieron los alemanes. Los camaradas rusos, concretamente Radek y Trotsky, cometieron el error de creer en las vaciedades de Brandler y los demás, pero tampoco en este caso su posición era de derecha, sino más bien de izquierda, hasta el punto de incurrir en la acusación de putchismo30.
Es evidente que el argumento exculpatorio que plantea Gramsci de haber confiado en información equivocada no se sostiene para alguien que, como Trotsky, conocía al movimiento obrero alemán de primera mano, había dirigido el Soviet de Petrogrado en 1905 y 1917, la insurrección en Octubre de 1917 y una guerra civil como la rusa, al mando de un ejército de cinco millones de personas. Incluso el propio Brandler, en un intercambio años después con Isaac Deutscher31, cuenta cómo fue Trotsky el que tuvo que pasar toda una noche convenciéndolo a él de la decisión de la dirección de la IC de ponerle fecha a la insurrección. La cuestión no se refería a un problema de equívocos respecto a los hechos, sino a cuáles eran las consecuencias que se desprendían de ellos. Brandler, por ejemplo, consideraba que si era necesario comenzar peleando desde una posición defensiva, la lucha ya estaba condenada, no que podía ser la preparación para el pasaje a la ofensiva. El dirigente del KPD establecía a su vez una separación tajante entre las luchas obreras contra la carestía de la vida y el impulso para la toma del poder; para él la relación entre ambas parecía un secreto cerrado bajo siete llaves. Como resultado, Brandler acepta formalmente orientar al partido hacia la insurrección, pero sin convencimiento, lo cual no puede ser más fatal para una dirección que está en vísperas de proponerse el asalto al poder32.
30 Gramsci, Antonio, “Carta a Togliatti, Terracini y otros”, Antología, Madrid, Siglo XXI, 1974, p. 139. 31 Deutscher, Isaac, “Record of a Discussion with Heinrich Brandler”, New Left Review I/105, septiembre/octubre 1977, pp. 47-55. 32 Cfr. Brandler, Heinrich y Deutscher, Isaac, “Correspondence between Brandler and Deutscher 1952-9”, New Left Review I/105, ob. cit., pp. 56-81.
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Como venimos señalando, la reflexión estratégica de Trotsky iba por carriles opuestos. Basado en relacionar defensa y ataque, posición y maniobra, impulso de las masas y preparación consciente, el fundador del Ejército Rojo cruzaba lanzas contra todo fatalismo. Se negaba a poner como modelo las condiciones rusas de armamento y desarrollo de los soviets. Respecto a estos últimos señala, en “¿Es posible hacer una revolución o una contrarrevolución en una fecha fija?”, cómo las condiciones pueden estar maduras para la insurrección aun sin que los organismos de autoorganización se encuentren suficientemente desarrollados. Ante esto plantea que los diferentes pasos de su organización deben incluirse como parte del “calendario” preinsurreccional. Lo mismo con el armamento: debe ser parte de la preparación, así como el primer objetivo de la insurrección misma. La revolución –dice Trotsky– tiene un inmenso poder de improvisación, pero no improvisa jamás nada bueno para los fatalistas, los espectadores y los imbéciles. La victoria viene de una evaluación política justa, de una organización correcta y de una voluntad para descargar el golpe decisivo33.
PARTE 2 DIVERGENCIAS ENTRE TROTSKY Y GRAMSCI Frente único e insurrección
Las conclusiones sobre la derrota de Alemania serán un verdadero punto de inflexión en la estrategia de la IC y en la historia de la táctica de frente único en particular. Muerto Lenin meses antes y comenzada la lucha del triunvirato de Stalin, Zinoviev y Kamenev contra Trotsky, el V Congreso de la III Internacional, realizado en 1924, pasó por alto las principales lecciones de la Revolución alemana y en cambio emprendió la revisión de las tesis del III y IV Congresos sobre las tácticas de frente único y de gobierno obrero. La defensa de la formulación original de la táctica de frente único en el V Congreso correspondió en soledad a Trotsky. Como señalara en referencia a Alemania:
33 Trotsky, León, “¿Es posible hacer una revolución o una contrarrevolución en una fecha fija?”, Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ob. cit., p. 666.
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Zinoviev no veía la catástrofe, y no era el único. Con él, todo el V Congreso pasó al lado de la mayor derrota de la revolución mundial sin verla. […] En su resolución, el Congreso aprobó al CE por haber: “Condenado la actitud oportunista del CC alemán, y sobre todo la desviación de la táctica del frente único que se ha producido durante la experiencia gubernamental de Sajonia”.
Y agrega Trotsky en referencia a esta crítica: “Es casi como condenar a un asesino ‘sobre todo’ por no haberse quitado el sombrero al entrar en la casa de la víctima”34. El problema fundamental no era haber constituido el gobierno obrero en Sajonia, que era una maniobra táctica, sino que este no fuera puesto en función de la ofensiva; no se había preparado la insurrección y se había dejado pasar la oportunidad de tomar el poder sin lucha. Es decir, aunque hubiesen rechazado la conformación de gobiernos de coalición en Sajonia y Turingia, los dirigentes del comunismo alemán se hubiesen mantenido en los marcos de la legalidad del régimen burgués, ya que no se decidieron a luchar por la toma del poder. Gramsci, en cambio, no realiza elaboraciones sustanciales respecto a estas polémicas del V Congreso. Más bien se apropiará de sus tesis principales, las cuales revisarán la táctica de frente único retrotrayéndola a los debates pasados sobre si debía ser “por arriba” o “por abajo” y estableciendo esta última variante como norma. Los debates del congreso también retrocederán respecto a la fórmula de gobierno obrero tal como había sido formulada originalmente en la “Resolución sobre la táctica…”. Tampoco Gramsci le dará mayor relevancia al balance sobre la derrota en Alemania que había estado en el centro de estos debates. Meses antes del congreso, en la carta a Togliatti y Terracini que citamos antes, critica correctamente al grupo de Brandler por no proponerse desarrollar los consejos de fábrica y el control obrero y por encorsetar al partido en los marcos de la legalidad burguesa. Sin embargo, no se pronuncia sobre la cuestión frente a la que, según Trotsky, era central definirse: si había que pasar o no a la ofensiva. Más bien parece coincidir con la mayoría del congreso en que las condiciones no estaban maduras para proponerse preparar la toma del poder y, como vimos, que las posiciones de Trotsky eran fruto de los malos informes de Brandler que exageraban la agudeza de la situación35. 34 Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, ob. cit., p. 149. 35 En esta misma carta realiza una importante reivindicación de Trotsky, incluso de la teoría de la revolución permanente. Sin embargo, se plegará luego del congreso a la campaña de “bolchevización” que tenía como objetivo la persecución de Trotsky y de
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Para Trotsky el problema principal era que la dirección del KPD se había demostrado incapaz de realizar el giro brusco del pasaje a la ofensiva en el momento oportuno, que había sido incapaz de articular, en términos de Gramsci, el pasaje de la guerra de posición a la guerra de maniobra. Frente al ala derecha del KPD dirigida por Brandler, que en aquel momento había contado con el beneplácito de Stalin llamando a refrenar más que a alentar las tendencias insurreccionales en las masas, Trotsky señala: Cuando la situación objetiva exigía un giro decisivo, el Partido se limitó a esperar la revolución en lugar de organizarla. […] Durante 1923 las masas trabajadoras comprendieron, o sintieron, que se acercaba el momento del combate decisivo. Pero no vieron a su organización con la resolución y la confianza necesarias. Y cuando comenzaron los preparativos apresurados para la insurrección, el PC perdió inmediatamente el equilibrio y, también, sus lazos con las masas. […] algunos de nuestros camaradas estimaron que “habíamos sobreestimado la situación; la revolución no está aún madura” dijeron. […] Pero en realidad, la revolución no fracasó porque en general “no estaba madura”, sino porque su eslabón primordial – la dirección– se quebró en el momento decisivo36.
Luego Trotsky teoriza esta cuestión, también contra quienes como Zinoviev en el V Congreso pretendían reducir todo el problema a la táctica de “gobierno obrero” en sí: En el fracaso alemán de 1923 hubo, evidentemente, muchas particularidades nacionales, pero hubo también rasgos típicos que manifiestan un peligro general. Se podría definir este peligro como la crisis de la dirección revolucionaria en vísperas del tránsito a la insurrección. La base del partido todo aquel que simpatizara con él. Al respecto dice Trotsky: “En estos tiempos se ha hablado y escrito con frecuencia respecto a la necesidad de ‘bolchevizar’ la Internacional Comunista. Se trata, en efecto, de una tarea urgente, indispensable, cuya proclamada necesidad se hace sentir de modo más imperioso aún después de las terribles lecciones que el año pasado nos dieran en Bulgaria y en Alemania. El bolchevismo no es una doctrina, o no es solo una doctrina, sino un sistema de educación revolucionaria para llevar a cabo la revolución proletaria” (“Lecciones de Octubre”, ob. cit., p. 247). Sin embargo, la “bolchevización” consistió en todo lo contrario. Se avanzó en desorganizar a las direcciones de los diferentes partidos comunistas exigiendo el alineamiento automático con las posiciones de la ascendente burocracia del Partido Comunista ruso y el rechazo al “trotskismo”. Cualquier discusión estratégica había quedado vedada. 36 Trotsky, León, “Introducción” a Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ob. cit., p. 43.
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proletario, por su naturaleza misma, está menos inclinada a sufrir la presión de la opinión pública burguesa, pero es sabido que ciertos elementos de las capas superiores y medias sufrirán inevitablemente, en mayor o menor medida, la influencia del terror material e intelectual ejercido por la burguesía en el momento decisivo […] no existe contra él ninguna receta saludable aplicable en todos los casos. Pero el primer paso en la lucha contra un peligro es comprender su origen y su naturaleza37.
A su vez, Trotsky va a señalar cómo esta dinámica está asociada al desarrollo de un grupo de derecha en cada partido comunista en los períodos “pre Octubre”, que refleja tanto las dificultades del “salto” que implica la insurrección como la presión sobre la dirección por parte de la opinión pública burguesa38. La falta de una conclusión estratégica en este sentido y su sustitución por la impugnación de la táctica del frente único en sí serán la fuente de las aventuras posteriores al V Congreso39. La incapacidad de la dirección de la IC para valorar en su justa medida la importancia de la derrota de Alemania y sus lecciones constituirá para Trotsky el “error estratégico radical del V Congreso”. Como veremos más adelante, al no darle el peso necesario a Alemania en la reflexión estratégica, Gramsci establece una continuidad entre la lucha del III y IV Congresos de la IC por el frente único luego de la Acción de Marzo40 de 1921 y la batalla contra la línea del “tercer 37 Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, ob. cit., p. 146. 38 Desde el punto de vista de las masas, como analizamos en capítulos anteriores, lo que se expresa en estos momentos, según Trotsky, es una actitud más circunspecta producto de la experiencia acumulada que les señala la imposibilidad de tomar el poder sin una dirección decidida a su frente. Lo que llamó “la calma antes de la tormenta”. El grupo de derecha que se desarrolla contra la necesidad de preparar la insurrección se basa en interpretar este elemento como “conservadurismo” de las masas, como reflujo, cuando en realidad es expresión de algo muy diferente: de que han realizado una experiencia práctica sobre los límites de la acción espontánea para lograr el triunfo. 39 Como el lanzamiento de la insurrección en Reval (Estonia), a finales de 1924, por fuera de la situación de las masas y del estado de la correlación de fuerzas, que naturalmente concluyó en fracaso. O el atentado en la catedral de Sofía (Bulgaria) en abril de 1925. 40 Para 1921 el KPD había avanzado en su influencia. La izquierda del USPD, que constituía alrededor de dos tercios de la militancia activa, se fusionó con el KPD para formar el Partido Comunista Unido (VKPD). En marzo de 1921 en las minas de carbón de Mansfeld tuvieron lugar huelgas y ocupaciones de fábrica, y el gobernador socialdemócrata de Sajonia prusiana (Anhalt), Hörsing, envió al ejército y a la policía para suprimir el movimiento. La aplicación en los hechos de la “teoría de la ofensiva” por parte del VKPD fue que en vez de denunciar la represión y llamar a la solidaridad desde una
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período” luego del VI Congreso de la IC de 1928. Lo que se pierde en el medio no es solo una visión realista de los planteos estratégicos de Trotsky, sino nada más ni nada menos que la importante discusión en torno a la articulación entre “posición” y “maniobra”, entre frente único e insurrección en Occidente. Para Trotsky, lo fundamental no era revisar la táctica de frente único ni para embarcarse en aventuras putschistas ni para erigirla en estrategia adaptándose a la izquierda de la socialdemocracia. La conclusión fundamental del V Congreso debería haber considerado que A “derecha” e “izquierda” hay grandes peligros que constituyen los límites de la política de la organización proletaria en nuestra época. Seguimos esperando que en un futuro no lejano, enriquecido por las luchas, las derrotas y la experiencia, el PC alemán consiga gobernar su nave entre la Escila de “marzo” y la Caribdis de “noviembre” para proporcionar al proletariado alemán lo que tan arduamente se ha merecido: ¡la victoria!41.
Junto con esto Trotsky sacaba como una de las principales conclusiones la necesidad de desarrollar un amplio estudio de la insurrección como arte, como combinación entre conspiración y acción de masas; así lo expresaría en sus conferencias ante la Sociedad de Ciencias Militares de Moscú de julio de 192442. Tal era la línea estratégica que orientó la posición de Trotsky en estos años, y fue a su vez la que se negó a adoptar la dirección de la IC, que coherente con esto se encargaría de establecer los virajes más insólitos en los años siguientes; destruida primero por la Escila de “marzo”, durante el “tercer período” que abrió paso al ascenso del fascismo, y luego por la Caribdis de “noviembre” hasta llegar a las profundidades del frente popular que ahogó la Revolución española, dejando el camino abierto hacia la II Guerra Mundial.
posición defensiva, lo cual seguramente hubiese sido una táctica poderosa, se llamó inmediatamente a la huelga general en todo el país y a la lucha armada. Del 22 al 29 de marzo se luchó heroicamente, pero no hubo respuesta al llamado por fuera del VKPD y los obreros de Alemania central, lo cual llevó a la derrota, con importantes bajas y miles de encarcelados. La consecuencia posterior fue el alejamiento del VKPD de una parte importante de su militancia. 41 Trotsky, León, “Introducción” a Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ob. cit., p. 47. 42 Cfr. Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, ob. cit.
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Posición y maniobra en Gramsci
Como señala Clausewitz, El primer acto del juicio, el más importante y decisivo que practica un estadista y general en jefe, es el conocer la guerra que emprende […] el que no la confunda o la quiera hacer algo que no sea posible por la naturaleza de las circunstancias. Este es el primero y más general de todos los problemas estratégicos43.
En este sentido, el balance de la derrota de la Revolución alemana no solo hacía a la posibilidad de sacar las lecciones estratégicas del proceso, sino al discernimiento de cuál era la situación internacional que se abría. El V Congreso va a caracterizar la continuidad del proceso revolucionario en Alemania luego de noviembre de 1923, estableciendo por lo tanto que la toma del poder aún se encontraba en el horizonte inmediato. Para Trotsky, al contrario, la derrota del proletariado alemán abría un período de reflujo y estabilización relativa del capitalismo, donde era necesario volver a poner en primer plano la lucha de los partidos comunistas por conquistar a las masas y preparar nuevamente las condiciones para pelear por el poder. Trotsky pone el acento en el carácter relativo de la estabilización dentro de una época imperialista, caracterizada por las bruscas oscilaciones de la situación. En este sentido sintetizará años después: Si no se comprende de una manera amplia, generalizada, dialéctica, que la actual es una época de cambios bruscos no es posible educar verdaderamente a los jóvenes partidos, dirigir juiciosamente desde el punto de vista estratégico la lucha de clases, combinar legítimamente sus procedimientos tácticos ni, sobre todo, cambiar de armas brusca, resuelta, audazmente ante cada nueva situación44.
Gramsci, a principios de 1924, parece ir en el mismo sentido que Trotsky en cuanto a la caracterización del alejamiento de la posibilidad inmediata de revolución y la necesidad de poner en primer plano la lucha por la influencia entre las masas para preparar las condiciones de la toma del poder. Sin embargo, Gramsci no extrae esta conclusión sobre la base de la derrota en la lucha de clases del movimiento obrero alemán, sino
43 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 53. 44 Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, ob. cit., p. 138.
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directamente de las características más generales que diferencian Oriente de Occidente: La determinación, que en Rusia era directa y lanzaba las masas a la calle, al asalto revolucionario, en Europa central y occidental se complica con todas estas superestructuras políticas creadas por el superior desarrollo del capitalismo, hace más lenta y más prudente la acción de las masas y exige, por tanto, al partido revolucionario toda una estrategia y una táctica mucho más complicadas y de más respiro que las que necesitaron los bolcheviques en el período comprendido entre marzo y noviembre de 191745.
En este punto encontramos una de las diferencias fundamentales entre ambos revolucionarios. Para Trotsky, que había extraído las principales lecciones de la Revolución alemana de 1923, lo que debían comprender los partidos de la III Internacional –incluidos los de Occidente– era que se trataba de “una época de cambios bruscos”. Para Gramsci, que no se había adentrado en aquel balance, la conclusión adquiría un carácter más “general” donde la existencia de superestructuras más sólidas en Occidente hacía “más lenta y más prudente la acción de las masas”. Esta conclusión será la base para sus desarrollos posteriores en los Cuadernos de la cárcel. Es importante destacar que las divergencias entre Trotsky y Gramsci sobre la revolución en Occidente no surgen de la constatación de la mayor complejidad de las superestructuras políticas occidentales, sino de las diferentes conclusiones estratégicas que ambos extraen de ello. El propio Gramsci destacará en sus Cuadernos la comparación realizada por Trotsky entre Oriente y Occidente en el IV Congreso de la IC: Un intento de iniciar una revisión de los métodos tácticos habría debido ser el expuesto por L. Davidovich Bronstein [Trotsky] en la cuarta reunión cuando hizo una comparación entre el frente oriental y el occidental, aquel [frente oriental] cayó de inmediato pero fue seguido por luchas inauditas: en este [frente occidental] las luchas ocurrieron “antes”. O sea que se trataría de si la sociedad civil resiste antes o después del asalto, dónde sucede esto, etcétera46.
Efectivamente, Trotsky había sostenido en el discurso al que se refiere Gramsci que
45 Gramsci, Antonio, “Carta a Togliatti, Terracini y otros”, ob. cit., p. 146. 46 Gramsci, Antonio, Q13, §24, Cuadernos de la cárcel, Tomo 5, ob. cit., p. 63.
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La facilidad con que conquistamos el poder el 7 de noviembre de 1917 fue pagada con los innumerables sacrificios de la guerra civil. En los países en los que el capitalismo es más antiguo y la cultura está más desarrollada, la situación será, sin duda, profundamente diferente […] Cuanto más difícil y agotadora sea la lucha por el poder, habrá menos posibilidades de enfrentar al poder proletario después de su victoria47.
La base de este razonamiento era que –en términos de Gramsci– la sociedad civil en Occidente resiste más antes del asalto que después, mientras que en Oriente sucede lo contrario. Sin embargo, el revolucionario italiano, luego de destacar aquel análisis de Trotsky, agregaba a renglón seguido: “La cuestión, sin embargo, fue expuesta solo en forma literaria brillante, pero sin indicaciones de carácter práctico”48. Esta afirmación no podría estar más lejos de la realidad, como queda plasmado en las propias intervenciones de Trotsky durante el IV Congreso, de donde extrae su cita Gramsci, o en el informe sobre la táctica de frente único en Francia para el Comité Ejecutivo de la IC de febrero-marzo de 1922 o posteriormente, como vimos, en los debates sobre la Revolución alemana de 1923, entre muchos otros que podía conocer Gramsci, más allá de las sistematizaciones que realizó Trotsky posteriormente. La cuestión estriba, en realidad, en que aquello que el revolucionario italiano esperaba como “indicaciones prácticas” difiere de las que Trotsky efectivamente sostuvo. En el caso de Gramsci, las diferencias entre el desarrollo de la revolución en Europa occidental y en Rusia lo llevan a establecer una oposición entre dos estrategias diferenciadas, la de guerra de maniobra para Oriente y la de guerra de posición para Occidente. Con “guerra de posición” el dirigente del PCI hace referencia a la forma de hacer la guerra que tenía como característica distintiva el mantenimiento de los ejércitos contendientes en líneas estáticas atrincheradas, la cual encontró su más amplio desarrollo durante la I Guerra Mundial. En este esquema, la “maniobra” era identificada generalmente con el asalto a posiciones enemigas49. 47 Trotsky, León, “La nueva política económica (NEP) y las perspectivas de la revolución mundial”, ob. cit., p. 542. 48 Gramsci, Antonio, Q13, §14, ob. cit., p. 63. 49 Es importante aclarar que el término “maniobra” en la literatura militar también puede tener un sentido diferente, el cual hemos utilizado en varias partes del libro, donde se contrapone a “combate”. Así, es característico de Clausewitz distinguir la primacía de la maniobra en las guerras del siglo XVIII para lograr pequeñas ventajas posicionales que permitan negociar algún tipo de paz favorable sin combate, de las guerras napoleónicas donde se busca medir fuerzas y priman las grandes batallas.
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Perry Anderson en Las antinomias de Antonio Gramsci señala cómo este esquema teórico de guerra de posición y guerra de maniobra reproduce en muchos aspectos el que había elaborado Karl Kautsky al retomar los conceptos del historiador militar Hans Delbrück de estrategia de desgaste y estrategia de abatimiento50. Sin embargo, Gramsci tenía antecedentes mucho más directos en los debates de la IC. Nos referimos a la contraposición entre las diferentes estrategias para Oriente y Occidente que habían desarrollado Pannekoek y Gorter51, entre otros, y que era patrimonio común del ala izquierdista de la IC de la que formaba parte la sección italiana bajo la dirección de Bordiga. Como parte de su ruptura con Bordiga en 1924, Gramsci invierte los términos del esquema de los izquierdistas52. Occidente pasa de ser el lugar donde la clase obrera, en palabras de Gorter, se impone “por la potencia de su número”53 a ser aquel donde se “hace más lenta y más prudente la acción de las masas”. Este esquema heredado, de contraposición mecánica de estrategias para Oriente y Occidente, lejos de ser un punto de apoyo para Gramsci, será una fuente de eclecticismo político primero54 y de simplificaciones teóricas años después.
50 Como hemos desarrollado en el capítulo 1, Kautsky, en respuesta a Rosa Luxemburgo, identifica la “estrategia de desgaste” con la defensa de la “vieja táctica probada” del parlamentarismo en contraposición a la acción directa y la huelga general. En el caso de Gramsci, la cuestión era diferente ya que la estrategia para una “guerra de posición” correspondiente a Occidente era asimilada a la fórmula de frente único que había elaborado la III Internacional. Sin embargo, es llamativo que el revolucionario italiano en sus Cuadernos de la cárcel, al igual que en su momento Kautsky, tomara como referencia contrapuesta a Rosa Luxemburgo, pero en este caso para enfrentar la guerra de posición a la teoría de la revolución permanente de Trotsky. 51 Ambos referentes del ala “izquierdista” de la III Internacional, a quienes Lenin dedicó su folleto La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo. 52 Gramsci señala que Bordiga “piensa que la táctica de la internacional manifiesta reflejos de la situación rusa […] para él esa táctica es sumamente voluntarista y teatral, porque solo con un extremo esfuerzo de la voluntad se podía obtener de las masas rusas una actividad revolucionaria, que no estaba determinada por la situación histórica. Piensa que para los países más desarrollados de Europa central y occidental esa táctica es inadecuada o incluso inútil” (Gramsci, Antonio, “Carta a Togliatti, Terracini y otros”, ob. cit., p. 145). 53 Gorter, Hermann, “Carta abierta al camarada Lenin”, en Gorter, Hermann; Korsch, Karl y Pannekoek, Anton, La izquierda comunista germano-holandesa contra Lenin, España, Ediciones Espartaco Internacional, 2004, p. 157. 54 Por un lado, en Italia –que quedará fuera de aquel esquema binario bajo la caracterización de “capitalismo periférico”– sostendrá esencialmente una política de frente único “por abajo” en los marcos de las tesis del V Congreso. Por otro lado, para Gran Bretaña –incluida dentro de “Occidente”– sostendrá una posición oportunista de
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En los Cuadernos de la cárcel, al momento de señalar las particularidades de la revolución en Occidente Gramsci sostiene que La estructura masiva de las democracias modernas55, tanto como organizaciones estatales o como complejo de asociaciones en la vida civil, constituyen para el arte político lo que las “trincheras” y las fortificaciones permanentes del frente en la guerra de posiciones: hacen solamente “parcial” el elemento de movimiento que antes era “toda” la guerra56.
Para Trotsky, en este punto los problemas de la estrategia recién podían comenzar. La cuestión central estaba en cómo utilizar esas “fortificaciones”. También es necesario agregar, como señaló correctamente Anderson criticando a Gramsci, que en las democracias imperialistas la burguesía no solo cuenta con mayores mecanismos de “consenso” y de cooptación, sino también con una mayor eficacia en el terreno de la capacidad represiva57. Trotsky también desarrolló las diferencias entre el Estado en Occidente y en Oriente; sin embargo, no daba a estas diferencias un carácter absoluto. Ni la “estructura masiva” de las democracias modernas ni la mayor eficacia del aparato represivo podían verse como fenómenos inmutables. Marcando las diferencias entre la revolución en Rusia y en los países occidentales señala: Era nuestra ventaja mayor la de que preparábamos el derrocamiento de un régimen que aún no había tenido tiempo de formarse. La extrema inestabilidad y la falta de confianza en sí del aparato estatal de Febrero facilitaron de modo singular nuestro trabajo, manteniendo la firmeza de mantener a toda costa el frente único con la burocracia del Trades Union Congress (TUC). Volveremos sobre este aspecto en el próximo capítulo. 55 Tomamos la traducción al castellano de Ana María Palos de la edición a cargo de Valentino Gerratana. José Aricó traduce: “la estructura maciza de las democracias modernas”. El texto original en italiano dice: “La struttura massiccia delle democrazie moderne, sia come organizzazioni statali che come complesso di associazioni nella vita civile costituiscono per l’arte politica come le ‘trincee’ e le fortificazioni permanenti del fronte nella guerra di posizione: essi rendono solo ‘parziale’ l’elemento del movimento che prima era ‘tutta’ la guerra ecc” (Gramsci, Antonio, Quaderni del carcere, Volumen tercero, Torino, Giulio Einaudi editore, 1977, p. 1567). 56 Gramsci, Antonio, “Cuestión del ‘hombre colectivo’ o del ‘conformismo social’” (Q13, §7), Cuadernos de la cárcel, Tomo 5, ob. cit., p. 22. 57 En este sentido, contra las interpretaciones “socialdemócratas” del revolucionario italiano, Anderson plantea que cualquiera de los principales Estados imperialistas “era más fuerte que el Estado zarista, porque descansaba no solo en el consenso de las masas, sino también en un aparato represivo superior” (Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, ob. cit., p. 89).
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las masas revolucionarias y del partido mismo. […] La revolución proletaria en Occidente tendrá que habérselas con un Estado burgués enteramente formado.
Pero a renglón seguido agregaba: “No quiere ello decir, empero, que tenga que habérselas con un aparato estable, porque la misma posibilidad de la insurrección proletaria presupone una disgregación bastante avanzada del Estado capitalista”58. Por esto, para Trotsky, la estabilización producto de la derrota en 1923 no podía ser más que relativa. Tenía sus fundamentos en la lucha de clases y no en características generales de determinados países imperialistas. De allí se desprendía como tema central la preparación de los partidos comunistas y sus direcciones para afrontar cambios bruscos de la situación que pondrían sobre la mesa la necesidad de rápidos pasajes de una posición defensiva a una ofensiva y viceversa. Dos concepciones del frente único
Respecto al pasaje de la guerra de movimiento a la guerra de posición, Gramsci señala: Esta me parece la cuestión de teoría política más importante planteada por el período de la posguerra, y la más difícil de resolver acertadamente. Está vinculada a las cuestiones planteadas por Bronstein [Trotsky], que de uno u otro modo, puede considerarse el teórico político del ataque frontal en un período en el que este es solo causa de derrota59.
Trotsky no solo estaba lejos de ser un “teórico del ataque frontal”, sino que había discutido duramente contra quienes sostenían que la forma ofensiva era la única que supuestamente podían adoptar de manera legítima los revolucionarios. Trotsky había llevado adelante estas polémicas tanto en el terreno militar, durante la guerra civil rusa, como en el político, en el III y IV Congresos de la IC. Sin embargo, como muestra la cita anterior, lo que no quedaba claro era el lugar del ataque en el pensamiento de Gramsci, si partimos de excluirlo por todo un período “en el cual ese ataque solo es causa de derrota”.
58 Trotsky, León, “Lecciones de Octubre”, ob. cit., p. 240. 59 Gramsci, Antonio, “Pasado y presente. Paso de la guerra de maniobras (y del ataque frontal) a la guerra de posiciones incluso en el campo político” (Q6, §138), Cuadernos de la cárcel, Tomo 3, México, Era, 1984, p. 105.
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Para Gramsci, a la guerra de posición que primaba en Occidente le correspondía la fórmula de frente único desarrollada por la III Internacional en su III y IV Congresos, aunque transformada progresivamente en estrategia. El revolucionario italiano planteaba: Me parece que Ilich [Lenin] comprendió que era necesario un cambio de la guerra de maniobras aplicada victoriosamente en Oriente en el ‘17, a la guerra de posiciones, que era la única posible en Occidente donde, como observa Krasnov, en un breve espacio los ejércitos podían acumular inmensas cantidades de municiones, donde los cuadros sociales eran capaces todavía por sí solos de constituirse en trincheras bien aprovisionadas de municiones. Esto es lo que creo que significa la fórmula del “frente único”.60
Trotsky no es un “teórico del ataque” en general; sin embargo, al igual que Clausewitz, consideraba que la defensa –que implica necesariamente “golpes habilidosos”– solo puede servir para modificar la relación de fuerzas a favor del defensor y abrir la posibilidad de pasar al ataque. En términos de lucha de clases, podríamos decir que mientras para la burguesía se trata de “conservar” –beati sunt possidentes (benditos los que poseen), repetía Clausewitz–, para el proletariado necesariamente se trata de conquistar, en primer lugar, un nuevo Estado, así como nuevas relaciones sociales. Para Trotsky el frente único defensivo no era un fin en sí mismo, sino la condición para poder pasar a la ofensiva por la toma del poder. El frente único para la defensa en determinado momento de la relación de fuerzas debía pasar a ser ofensivo, es decir, salirse de los límites del régimen burgués y proponerse su destrucción. La forma organizativa de este frente único ofensivo eran para Trotsky justamente los soviets, o las organizaciones de tipo soviético que la clase obrera haya forjado en su lucha. El pasaje a la ofensiva marcaba a su vez el comienzo de la guerra civil en términos amplios, a partir de la preparación de la insurrección61. Este pasaje, como decíamos, es lo que queda ambiguo en las consideraciones estratégicas de Gramsci. En las reflexiones plasmadas en sus Cuadernos de la cárcel, tanto la problemática de los consejos –tan cara al Gramsci de L’Ordine Nuovo– como la de la insurrección prácticamente desaparecen. Sin embargo, según el informe de Athos Lisa sobre las posiciones políticas que sostenía Gramsci en su encierro, este planteaba
60 Gramsci, Antonio, “Guerra de posiciones y guerra de maniobras o frontal” (Q7, §16), Cuadernos de la cárcel, Tomo 3, ob. cit., p. 157. 61 Cfr. Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, ob. cit.
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claramente que “el partido tiene como objetivo la conquista violenta del poder, la dictadura del proletariado”62. La misma ambigüedad volverá a plasmarse en relación a las consignas democráticas. Sobre el planteo de Asamblea Constituyente en Gramsci, el informe de Lisa dice: En Italia las perspectivas revolucionarias deben fijarse una doble alternativa, es decir, la más probable y la menos probable. En este momento, para mí [para Gramsci], es más probable la del período de transición, por lo tanto, este objetivo debe ser el que guíe la táctica del partido, sin temor de parecer poco revolucionario. Debe hacer suya, antes que los demás partidos en lucha contra el fascismo, la consigna de la “constituyente”, no como fin en sí, sino como medio63.
Trotsky sostuvo también consignas democráticas como Asamblea Constituyente, por ejemplo, en el caso de China. Incluso para Francia en 1934 planteó la consigna de “Asamblea única”, a partir de la abolición del senado y de la presidencia de la República: Somos, pues, firmes partidarios del Estado obrero-campesino, que arrancará el poder a los explotadores. Nuestro primordial objetivo es el de ganar para este programa a la mayoría de nuestros aliados de la clase obrera. Entre tanto, y mientras la mayoría de la clase obrera siga apoyándose en las bases de la democracia burguesa, estamos dispuestos a defender tal programa de los violentos ataques de la burguesía bonapartista y fascista.
A lo cual agregaba: Sin embargo, pedimos a nuestros hermanos de clase que adhieren al socialismo “democrático”, que sean fieles a sus ideas: que no se inspiren en las ideas y los métodos de la III República sino en los de la Convención de 179364.
Trotsky tampoco reducía las alternativas de la situación italiana luego del triunfo del fascismo a la alternativa “fascismo o socialismo” ni excluía de antemano períodos de transición. Solo que, como dice en su 62 Lisa, Athos, “Discusión política con Gramsci, en la cárcel”, Antonio Gramsci (www.gramsci.org.ar), consultado el 5/3/2017 en: http://www.gramsci.org.ar/1931-quapos/53.htm. 63 Ídem. 64 Trotsky, León, “Un programa de acción para Francia”, ¿Adónde va Francia? / Diario del exilio, ob. cit., p. 34.
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carta a la Oposición de Izquierda italiana, de lo que se trataba era de precisar el carácter de esa transición. Justamente la suya es la teoría de la transición a la revolución proletaria65. La revolución permanente, ¿Significa […] que Italia no puede convertirse nuevamente, durante un tiempo, en un Estado parlamentario o en una “república democrática”? Considero –y creo que en esto coincidimos plenamente– que esa eventualidad no está excluida. Pero no será el fruto de una revolución burguesa sino el aborto de una revolución proletaria insuficientemente madura y prematura. Si estalla una profunda crisis revolucionaria y se dan batallas de masas en el curso de las cuales la vanguardia proletaria no tome el poder posiblemente la burguesía restaure su dominio sobre bases “democráticas”66.
Es decir que, para Trotsky, de existir una etapa “democrática”, necesariamente surgiría de la derrota de la revolución proletaria. Esta relación no termina de estar establecida en el pensamiento de Gramsci, así como tampoco desde el punto de vista de la estrategia la relación entre frente único defensivo y ofensiva insurreccional. Posición y maniobra en Trotsky
Uno de los rasgos distintivos de Trotsky como estratega es cómo, contra toda pasividad y fatalismo, busca sistemáticamente poner tácticamente a la defensiva a las fuerzas revolucionarias, incluso durante la preparación de la ofensiva estratégica, es decir, de la insurrección. En octubre de 1917, bajo la cobertura de la dirección conciliadora de los soviets y a través del Comité Militar Revolucionario, Trotsky va a impulsar el armamento del proletariado y la conquista política de los cuarteles. Bajo la bandera de la defensa de Petrogrado desarrollará el plan insurreccional, llegando a hacer coincidir la toma del poder con la sesión del Segundo Congreso de los Soviets de toda Rusia, donde los bolcheviques ya tenían mayoría. Sin embargo, él mismo se niega a generalizar este ejemplo. Cuando aún dirigía el Ejército Rojo ya había planteado el carácter más posicional que necesariamente tendría la guerra civil en Occidente, en contraste con la primacía de la maniobra en Rusia debido a su atraso y extensión territorial.
65 Ver Albamonte, Emilio y Romano, Manolo, “Revolución permanente y guerra de posiciones”, Estrategia Internacional N.° 19, enero 2003. 66 Trotsky, León, “Problemas de la Revolución italiana”, Escritos de León Trotsky 19291940 [CD], Libro 1, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2000.
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En el caso de las condiciones para la insurrección, también considera poco probable repetir las que existían en Petrogrado en octubre de 1917 –un régimen que no había llegado a formarse, el armamento generalizado de las masas, a lo que se puede agregar el gran nivel de desarrollo previo de los propios soviets–. Sobre esta base, es el mismo pensamiento estratégico el que lleva a Trotsky a sostener la política de entrar a los gobiernos de Sajonia y de Turingia en 1923. Para el fundador de la IV Internacional, en el marco de la enorme catástrofe social que había provocado la crisis del Ruhr, las condiciones estaban maduras por el nivel de descomposición del régimen y la disposición que mostraban las masas a entrar en acción. Partiendo de aquí, no acepta como objeción para comenzar la preparación ofensiva ni la ausencia del armamento necesario, como argumentaba Brandler, ni el insuficiente desarrollo de los organismos soviéticos. Estas son tareas con las que una dirección revolucionaria que se precie de tal tiene que lidiar. Contra toda espera pasiva de las condiciones análogas del “modelo ruso”, levanta la táctica audaz de gobierno obrero como parte de una política activa de preparación de la insurrección. Esta “trinchera” tiene que servir para armar al proletariado para desarrollar, a partir de los comités de fábrica y las Centurias Proletarias, una red de organismos de autoorganización y autodefensa, lleven el nombre que fuese. Ambas tareas debían ser desarrolladas al calor de la preparación de la ofensiva y como parte de la misma. A su vez, los obreros alemanes no podían trasladar mecánicamente el modelo de la Revolución rusa y esperar a conquistar primero el poder en Berlín para luego tomar el poder como un dominó en el resto de los Länder. Esta imagen, de por sí simplificadora de lo que fue la extensión de la propia Revolución rusa luego de Petrogrado, era poco probable en Alemania, donde cada Land tenía una historia de cientos de años, previa a la unificación tardía de 1871. Al contrario, se podían aprovechar los eslabones débiles de Sajonia y Turingia, donde el Ejército disponía de menores unidades en comparación con Berlín y otros lugares, para transformarlos en “una fortaleza revolucionaria en un período de preparación para un brote revolucionario”. El plan, que no llegó a salir de los papeles, partía de que ambos gobiernos obreros –cuyo acuerdo básico era el armamento del proletariado y el desarme de los destacamentos contrarrevolucionarios– serían intolerables para el gobierno central. Y de hecho lo fueron. Desde el principio la amenaza de intervención militar se ciñó sobre ellos. Se trataba de atraer al ejército y las fuerzas de la reacción hacia Sajonia y Turingia con la insurrección y, al mismo tiempo, llamar a la huelga general y a la insurrección en el resto de Alemania bajo la defensa de las “fortalezas de la revolución”. Es decir, desde una posición táctica defensiva, impulsar el
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desarrollo de una ofensiva estratégica a nivel nacional. La insurrección de Hamburgo hubiese sido parte de este plan general, pero aislada pudo ser aplastada. Así como veíamos que Gramsci sistematiza su concepción de la relación entre posición y maniobra en sus Cuadernos de la cárcel, Trotsky hará lo propio en el Programa de Transición. Respecto a la táctica de “gobierno obrero”, la formulación práctica que realizara en 1923 queda comprendida dentro de una definición más general donde establece claramente la relación entre esta táctica y la estrategia revolucionaria para cualquiera de sus variantes concretas. La consigna de “gobierno obrero y campesino” –señala Trotsky– es empleada por nosotros, únicamente, en el sentido que tenía en 1917 en boca de los bolcheviques, es decir, como una consigna antiburguesa y anticapitalista, pero en ningún caso en el sentido “democrático” que posteriormente le han dado los epígonos, haciendo de ella lo que era un puente a la revolución socialista, la principal barrera en su camino67.
Es decir, el único objetivo estratégico que puede tener la táctica de gobierno obrero –igualmente la de gobierno obrero y campesino– es el de incrementar las fuerzas revolucionarias para el pasaje a la ofensiva contra la burguesía y el capitalismo. Se trata siempre de una consigna táctica sin valor independiente de aquel objetivo estratégico, el cual –resalta Trotsky– puede cumplirse de diversas formas, ya sea que surja o no un gobierno de este tipo. Por un lado, por su valor educativo hacia las masas, que no ven aún la necesidad de la dictadura del proletariado, pero que quieren que sus direcciones tradicionales tomen el poder contra la burguesía. Permite a los revolucionarios acelerar esta experiencia y, subproducto de ello, incrementar su influencia en detrimento de los partidos conciliadores. Como señala Trotsky, … la reivindicación de los bolcheviques dirigida a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios: “¡Rompan con la burguesía, tomen en sus manos el poder!” tiene para las masas un enorme valor educativo. La negación obstinada de los mencheviques y de los SR a tomar el poder, que se hizo visible tan trágicamente en las Jornadas de Julio, los condenó definitivamente ante las masas y preparó la victoria de los bolcheviques68.
67 Trotsky, León, “El Programa de Transición”, ob. cit., p. 64. 68 Ibídem, p. 91.
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Por otro lado, Si los mencheviques y SR –dice Trotsky– hubiesen realmente roto con los cadetes liberales y con el imperialismo extranjero, “el gobierno obrero y campesino” creado por ellos, no hubiera hecho más que acelerar y facilitar la instauración de la dictadura del proletariado69.
Es decir, de concretarse el planteo táctico, los bolcheviques hubieran estado en mejores condiciones de pelear por el programa revolucionario en los soviets. En ambos casos se trata de modificar la relación de fuerzas a favor de los revolucionarios para preparar las condiciones del pasaje a la ofensiva. Por eso los bolcheviques, a partir de septiembre, cuando su influencia crecía exponencialmente, ya que las direcciones conciliadoras habían mostrado su negativa a hacerse del poder, no se mantienen esperando que se concrete aquel “gobierno obrero y campesino”, sino que avanzan como partido en los preparativos para la insurrección. De no haber hecho este pasaje de la lucha posicional a la maniobra, la táctica se hubiese transformado en su contrario, pasando de “puente a la revolución socialista” a “principal obstáculo en su camino”. No obstante, luego de que triunfa la insurrección de Octubre y se rompe el partido campesino, los bolcheviques vuelven a plantear la táctica de “gobierno obrero y campesino” a los socialrevolucionarios de izquierda (SRI), constituyendo un gobierno de coalición para consolidar el poder recién conquistado. Tampoco aquí dejó de ser una táctica subordinada al avance hacia la dictadura del proletariado. Se intentó conservar la coalición –que duró estrictamente hasta la renuncia de los ministros del SRI en marzo de 1918, aunque se continuó en alguna medida hasta mediados de aquel año–, pero sin por ello detener las tareas del momento, como eran el pasaje a la defensiva en el terreno militar firmando la paz con Alemania y la ofensiva hacia el interior encarando las tareas de nacionalización de la producción. Esta misma relación dinámica entre posición y maniobra es la que desarrolló Trotsky, en condiciones diferentes, para Alemania en 1923. Partiendo de constatar que en Occidente la burguesía y su Estado despliegan la mayor resistencia antes de la toma del poder, y que la influencia conquistada en determinadas regiones por el KPD lo hacían un factor indispensable para poder conformar un gobierno obrero, es que Trotsky plantea una implementación audaz de esta táctica con el objetivo de conquistar “fortalezas revolucionarias” para la preparación de la ofensiva.
69 Ídem.
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Pero, como tratamos de mostrar, su política en la Revolución alemana no es más que un gran ejemplo de aquello que lo define como estratega. De conjunto, en Trotsky, la discusión sobre el papel de la táctica de gobierno obrero muestra en toda su riqueza la relación entre defensa y ataque y la combinación dinámica entre posición y maniobra que caracterizan al conjunto de su pensamiento estratégico.
PARTE 3 PUNTOS DE CONVERGENCIA La utilización de las fortalezas en la defensa
En el marco subjetivo del fracaso de la política del Comité Anglo-ruso, del aplastamiento de la Revolución china70, de la derrota de la Oposición Conjunta y del desarrollo del enfrentamiento de Stalin contra Bujarin71, la IC adoptará la política de “clase contra clase”, a partir de 192872 y por todo el período siguiente hasta poco después del ascenso de Hitler al poder en 70 Luego del V Congreso y el fracaso de las aventuras putschistas en Estonia y Bulgaria, la orientación zigzagueante de la IC volvió a concretar otro giro. Para 1925 se había concretado el acuerdo con el Trade Union Congress (TUC) inglés constituyéndose el Comité Anglo-ruso. En el lapso que va desde la constitución del acuerdo a la traición de 1926, la dirección de la IC no hizo más que exagerar el “giro a izquierda” de la dirección del TUC, desarmando al proletariado británico. Otro tanto sucedió en China, donde el Comité Ejecutivo de la IC llevó al PCCh a subordinarse al Kuomintang, con consecuencias catastróficas para la Revolución china de 1925-1927. Sobre ambos procesos volveremos en los próximos capítulos. 71 Para 1926, al interior del Partido Comunista de la URSS se producen nuevos desplazamientos: la dirección queda en manos de Stalin y Bujarin. Pero al mismo tiempo se extendía el descontento entre los obreros en la Unión Soviética, especialmente en las grandes capitales como Leningrado. Expresión de este descontento es la ruptura de Zinoviev –quien había encabezado la campaña antitrotskista en el V Congreso– y Kamenev con Stalin y su acercamiento a Trotsky y la Oposición de Izquierda. Así es que en abril de 1926 se forma la Oposición Conjunta, que encarará una batalla que durará hasta la capitulación en 1927 de Zinoviev y Kamenev. Ambos, junto con Trotsky, habían sido expulsados de la dirección en octubre y del partido después de las demostraciones y enfrentamientos en el décimo aniversario de la revolución. Tras la derrota de la Oposición Conjunta vuelve a comenzar la lucha entre las camarillas de Stalin y Bujarin. 72 El IX pleno del CEIC en febrero de 1928, luego el VI Congreso de la IC en julio, y un mes después el X pleno, de conjunto sentarán las bases de la política de “clase contra clase”, también conocida como “el tercer período”. Según el stalinismo, a partir de 1928 se abre el “tercer período”, el último del capitalismo, caracterizado como el de su próxima desaparición. De ahí que se conoce con este nombre la política entre 1928 y 1934 de
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Alemania. El marco objetivo, desde octubre de 1929, será el estallido de la crisis mundial capitalista y sus consecuencias catastróficas para las masas. Partiendo de que Gramsci había congelado su reflexión estratégica en las discusiones de 1921 y 1922 contra la ultraizquierda, y de que la dirección de la IC retrocede al nivel de los izquierdistas de aquel entonces73, se sentarán las bases para la confluencia entre Trotsky y el revolucionario italiano en la oposición al “tercer período” stalinista. Las derrotas de Gran Bretaña y China habían dejado al proletariado revolucionario a la defensiva. Al momento del estallido de la crisis del ‘30 comenzaba a recuperarse pero, como mostraba Alemania, mientras la influencia de los comunistas aumentaba aritméticamente, la del fascismo lo hacía en forma geométrica74. La adopción de la táctica de frente único obrero se transformaba en una cuestión vital para la clase obrera alemana. A diferencia de la Revolución alemana de 1923, donde se trataba de la utilización del frente único para preparar la ofensiva insurreccional, ahora el objetivo del frente único era la defensa. En este punto –valoración del frente único defensivo–, Trotsky y Gramsci coincidían en muchos aspectos. Para ambos, el mayor desarrollo de “la sociedad civil” –dicho en términos gramscianos– en Occidente presentaba toda una serie de “trincheras” que el proletariado debía utilizar en su lucha, y especialmente frente al avance del fascismo. Al contrario, Stalin y la dirección de la IC, basados en el elemento cierto de que más allá de sus diversos regímenes políticos el Estado burgués conserva siempre un mismo contenido de clase, se negaban a reconocer cualquier diferencia entre la democracia burguesa y el fascismo. No había ninguna “trinchera” que el proletariado debiera defender; se trataba de la lucha frontal del KPD contra el fascismo, que para la IC abarcaba desde los nazis (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, NSDAP por sus siglas en alemán) al SPD; el término “socialfascismo” quedaba reservado para la socialdemocracia. Al tiempo que esta identificación anulaba la posibilidad de exigir un frente único al SPD, por otro lado la III Internacional dirigida por Stalin, caracterizada por el ultraizquierdismo y la negativa a constituir frentes únicos con otras organizaciones obreras. 73 A diferencia del izquierdismo de los primeros años de la IC, este retroceso estratégico del stalinismo se hace en pos de una política funcional a los intereses de la burocracia de Moscú, mientras que la política de los izquierdistas alemanes, holandeses o italianos de los primeros años de la década de 1920 era, al menos, una expresión de la búsqueda infantil de un camino hacia la revolución. 74 En las elecciones de septiembre de 1930, el Partido Comunista había pasado de los 3 300 000 votos de dos años antes a 4 600 000, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán había saltado de 800 000 votos a 6 400 000.
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disminuía la importancia de los avances del NSDAP como peligro para la clase obrera en su conjunto. La existencia o no de estas “trincheras” no es una cuestión menor. En su obra De la guerra, Clausewitz señala que, desde el punto de vista de la defensa, “el apoyo del teatro de operaciones por fortalezas y todo lo que de ellas depende” es nada más ni nada menos que uno de los “principios directores de la eficacia estratégica” que da ventaja al defensor sobre el atacante75. Sobre este punto señala que Cuanto mayor sea la extensión del teatro de operaciones que deba atravesar, más se debilitará el ejército atacante (por las marchas y los alejamientos), el ejército que se defiende continúa conservando sus enlaces, es decir, que cuenta con el apoyo de sus fortalezas, que no se debilita en forma alguna y que está próximo a sus fuentes de abastecimiento76.
El reconocimiento de la importancia de estas fortalezas era imprescindible para el combate. En el mismo sentido Gramsci sostiene que mientras el fascismo pretende avanzar sobre las trincheras de la sociedad civil como modo de organización de un “Estado ampliado”77, el proletariado debe defenderlas. Paradójicamente, en el marco de sus condiciones de aislamiento en las cárceles fascistas, Gramsci desarrollará este punto nada más ni nada menos que en polémica con Trotsky, que en aquel entonces era el mayor defensor de este punto de vista frente a la dirección de la IC. Dice Gramsci para marcar la diferencia con la Revolución rusa: Hay que ver si la famosa teoría de Bronstein sobre la permanencia del movimiento no es el reflejo político de la teoría de la guerra de maniobra (recordar la observación del general de cosacos Krasnov), en último análisis, el reflejo de las condiciones generales económico-cultural-sociales de un país donde los cuadros de la vida nacional son embrionarios y desligados, y no pueden transformarse en “trinchera o fortaleza”78.
Sin embargo, Trotsky será el que más claramente desarrollará este punto simultáneamente a Gramsci. En su folleto ¿Y ahora? señala:
75 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo III, ob. cit., p. 24. 76 Ibídem, p. 27. 77 Cfr. Buci-Glucksmann, Christine, ob. cit., p. 383. 78 Gramsci, Antonio, “Guerra de posiciones y guerra de maniobras o frontal” (Q7, §16), ob. cit., p. 156.
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La victoria del fascismo hace que el capital financiero cope en forma directa e inmediata todos los órganos e instituciones de dominación, de dirección y de educación: el aparato del Estado y el ejército, las municipalidades, las escuelas, la prensa, los sindicatos, las cooperativas […] su objetivo principal es destruir las organizaciones obreras…
Y luego agregaba en polémica con el stalinismo: Durante muchas décadas dentro de la democracia burguesa, sirviéndose de ella y luchando contra ella, los obreros edificaron sus fortalezas, sus bases, sus reductos de democracia proletaria: sindicatos, partidos, clubes culturales, organizaciones deportivas, cooperativas, etc. El proletariado no puede llegar al poder dentro de los límites de la democracia burguesa, sino por la vía revolucionaria: esto está demostrado tanto por la teoría como por la experiencia. Y estos baluartes de democracia obrera dentro del Estado burgués son absolutamente esenciales para tomar el camino revolucionario79.
Los puntos de coincidencia entre Trotsky y Gramsci se expresaban también en que ambos tomaban como punto de partida, para pensar el avance del fascismo, la experiencia italiana del ascenso de Mussolini y la discusión con la tendencia izquierdista de Amadeo Bordiga. Si bien en los debates internacionales había pasado mucha agua bajo el puente, hasta el V Congreso la posición del dirigente del PCI Bordiga será una constante en las polémicas de la Internacional hasta que toda discusión fue suprimida, coincidiendo con el encarcelamiento de Bordiga por Mussolini. Incluso en el V Congreso, donde Zinoviev cargó contra la táctica de frente único, Bordiga criticó su discurso de apertura por lo que consideraba era una impugnación demasiado tibia para una táctica en sí de derecha80. Y en esto consistió el debate más persistente de Gramsci en la dirección del PCI. Para Gramsci, la táctica de “clase contra clase” era una especie
79 Trotsky, León, “¿Y ahora? Problemas vitales del proletariado alemán”, La lucha contra el fascismo en Alemania, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2013 (Obras Escogidas 3, coeditadas con el Museo Casa León Trotsky), p. 121 [destacado del original]. 80 Esta posición estaba agravada por la misma génesis del PCI en el Congreso de Livorno, donde los revolucionarios fueron incapaces de quedarse con la mayoría del antiguo Partido Socialista. Es decir, minoritarios desde el principio, la táctica de frente único se les imponía como necesidad desde el comienzo mismo de su actividad como partido independiente.
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de reedición de las posiciones de Amadeo Bordiga pero a nivel internacional81. Para Trotsky también: La dirección del Partido Comunista alemán –dice en 1932– repite hoy casi literalmente la posición inicial del comunismo italiano: el fascismo no es más que una reacción capitalista; desde el punto de vista proletario, la distinción entre diversas formas de reacción capitalista carece de importancia.
Y luego agregaba: “La posición de Thälmann en 1932 es una repetición de la posición de Bordiga en 1922”82. Para Trotsky, al igual que para Gramsci, desde ya que Entre la democracia y el fascismo no hay “diferencias de clase” […] Sin embargo, la clase dominante no habita en el vacío. Mantiene unas relaciones determinadas con las demás clases […] Tras haber calificado al régimen de burgués –lo que es indiscutible–, Hirsch, al igual que sus maestros, olvida un detalle: el lugar del proletariado en ese régimen83.
La lucha defensiva consistía en el mantenimiento de las posiciones ventajosas en el teatro de operaciones como forma de preparación para las batallas decisivas, donde necesariamente el proletariado debería pasar al ataque. De la habilidad estratégica para lograr este objetivo dependía la fortaleza táctica a la hora de los grandes combates. Pero en este pasaje a la ofensiva es donde, como hemos señalado, se expresan las mayores ambigüedades de Gramsci y donde la reflexión estratégica del revolucionario italiano y la de Trotsky se separan nuevamente.
Gramsci y Maquiavelo
Maquiavelo fue el principal autor clásico de la filosofía política que influenció el pensamiento de Gramsci. Aunque no se puedan tener pruebas concluyentes, puede pensarse hipotéticamente que hasta la distinción
81 Bordiga será, entre los dirigentes de la IC, uno de los que se pronunciará por la democracia partidaria y contra la campaña antitrotskista. 82 Trotsky, León, “¿Y ahora? Problemas vitales del proletariado alemán”, ob. cit., p. 153. 83 Ibídem, p. 121.
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entre Oriente y Occidente fue sugerida por la lectura del florentino84. Pero además de un autor fundamental de la filosofía política, Maquiavelo fue el pensador militar que sentó las bases sobre las cuales se erigió toda la reflexión estratégica posterior. El propio Clausewitz, que tenía por característica la crítica despectiva a otros autores militares, no solo se muestra muy cuidadoso con Maquiavelo, sino que recibe con mucho entusiasmo los escritos de este traducidos por Fichte al alemán85. Sin embargo, el pensamiento militar de Maquiavelo –precursor en muchos sentidos– necesariamente tuvo que ser superado. El pensamiento posterior, a partir de las guerras napoleónicas, no podía detenerse en la formulación de las reglas de batalla, sino que debía también avanzar hacia el examen de los acontecimientos en el curso de la misma. Como señala Felix Gilbert: A pesar de haberse iniciado Maquiavelo como crítico vehemente de las guerras del siglo XV, semejantes a juegos de ajedrez, los generales del siglo XVIII volvieron en cierto modo a las guerras de maniobra [se refiere a maniobra en contraposición a batalla, N. de R.], y esta evolución no es del todo contraria a las líneas de pensamiento, en ciencia militar, iniciadas por Maquiavelo. Cuando la guerra es vista como determinada por leyes racionales, no es sino lógico dejar que nada dependa de la suerte, y esperar que el adversario se entregue cuando haya sido llevado a una posición desde la cual el juego está razonablemente perdido86.
No es nuestra intención afirmar que Gramsci, al apropiarse de Maquiavelo, se apropió también de los límites de su pensamiento sino que, más modestamente, nos parece ilustrativo hacer una analogía para señalar una crítica del mismo tenor que es posible hacer al pensamiento estratégico de Antonio Gramsci. Estableciendo una especie de paralelo con los límites del pensamiento estratégico de Maquiavelo, podríamos decir que aunque Gramsci dedica gran parte de su vida y de su obra a la lucha contra las tendencias socialdemócratas, su énfasis en la importancia de la disposición de 84 Maquiavelo, para responderse por qué Alejandro Magno luego de desplazar a Darío III Codomano había logrado estabilizar su poder en pocos años, recurría justamente a comparar la dificultad para la toma del poder en Francia (Occidente) y Turquía (Oriente) según el rey gobernase directamente con súbditos o con la ayuda de nobles. Estos últimos, oficiando como una especie de “trincheras”, podían ser utilizados por quien quisiera tomar el poder, así como contra este, para que no se pudiera estabilizar en él. 85 Cfr. Paret, Peter, Clausewitz y el Estado, ob. cit. 86 Gilbert, Felix, “Maquiavelo: El renacimiento del arte de la guerra”, Creadores de la estrategia moderna, Buenos Aires, Círculo Militar, 1968, pp. 67-68.
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las fuerzas previa a la batalla, y el escaso análisis de su utilización en el combate, permitió que corrientes reformistas posteriores hagan una interpretación en clave socialdemócrata de su pensamiento –empezando por el mismo PCI de Palmiro Togliatti–, lo que estaba en abierta contradicción con su propia biografía política como revolucionario de la III Internacional.
PARTE 4 LAS RELACIONES ENTRE DEFENSA-ATAQUE Y POSICIÓNMANIOBRA Trotsky, el más clausewitziano de los marxistas
A lo largo de estas páginas intentamos situar las convergencias y divergencias entre el pensamiento estratégico de Gramsci y el de Trotsky. Vimos cómo las diferencias no consisten en que el fundador del Ejército Rojo fuese un “teórico de la ofensiva permanente”, sino en las relaciones que establecen ambos revolucionarios entre ataque y defensa, posición y maniobra. Para Clausewitz, la defensa y el ataque son dos “formas en que se desdobla la actividad guerrera”. Dentro de ellas, la superioridad de la forma defensiva sobre la ofensiva está dada por el despliegue mayor de fuerzas que esta última necesita. Esto implica que quien está en condiciones de defenderse con éxito no necesariamente tiene fuerzas suficientes para atacar. En esta constatación básica del pensamiento clausewitziano podríamos ver identificados tanto a Gramsci como a Trotsky. Es lo que vimos en las convergencias entre ambos revolucionarios a la hora de enfrentar la orientación de “clase contra clase” y valorar el frente único defensivo. La superioridad de la defensa tiene otra consecuencia en el andamiaje teórico de Clausewitz, y es que el ataque y la defensa no tienen en sí mismos una relación polar87. El hecho de que por regla general sea más fácil la conservación que la conquista hace que muchas veces ninguno de los oponentes tenga la fuerza suficiente para atacar. Es lo que justifica, entre otras razones, “la suspensión del acto guerrero”, lo que hace que el choque de fuerzas no sea constante. Aquí podemos situar otro de los puntos de contacto entre Trotsky y Gramsci. Vimos cómo ambos plantean ritmos más lentos para la situación europea a partir de 1924. 87 Es decir, no necesariamente aquel que tiene interés en que lo ataquen porque puede librar una lucha defensiva exitosa, tiene interés –en las mismas circunstancias– en librar una lucha ofensiva en caso de no ser atacado.
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Sin embargo, aquí también comienzan las diferencias. Para Trotsky se trataba de un equilibrio relativo que implicaba la posibilidad cierta de “giros bruscos” en la situación, incluido el caso de Occidente, no de ritmos “más lentos” en general. El pasaje a la ofensiva es uno de los puntos más ambiguos en el pensamiento estratégico de Gramsci. Como decíamos en la comparación con Maquiavelo, en esto se han basado todo tipo de corrientes reformistas para adoptar el concepto de “guerra de posición” como fundamento de una estrategia abocada a la búsqueda de espacios dentro del régimen burgués, llevando al absurdo el concepto de “defensa”. Como señala Clausewitz, … la defensa en sentido general –por lo tanto, también la defensa estratégica– no constituye un estado absoluto de espera y detención del golpe; en consecuencia, no consiste en un estado completamente pasivo sino que es un estado relativo y, por consiguiente, contiene en mayor o menor grado elementos ofensivos88.
Trotsky en sus escritos sobre Alemania de finales de la década de 1920 y principios de la de 1930 se propone constantemente ligar las batallas defensivas al desarrollo de los medios ofensivos, poniendo las “fortalezas” al servicio del avance de los organismos de frente único de masas –soviets, comités de fábrica u otros organismos de este tipo– y de la autodefensa, y el armamento del proletariado. Esta lógica, desde luego, no se limitaba a Alemania. Lo vimos en la comparación con Rusia. También podemos verla a lo largo de la Revolución española, donde Trotsky sostiene: … podemos y debemos defender a la democracia burguesa no con sus propios métodos, sino con los de la lucha de clases, o sea, con métodos que preparan el derrocamiento de la democracia burguesa por medio de la dictadura del proletariado89.
Al igual que en Alemania del ‘23, su pensamiento estratégico más alto se volverá a expresar en otro de los momentos de “quiebre” del proceso histórico, las Jornadas de Mayo de 1937 en Barcelona. Como en Alemania una década y media antes, Trotsky tendrá que responder a los mismos argumentos que en aquel entonces enarbolara Brandler sobre
88 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 488. 89 Trotsky, León, “¿Es posible la victoria?”, La victoria era posible. Escritos sobre la revolución española [1930-1940], ob. cit., p. 299.
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la insuficiencia del armamento. Otro tanto sucederá con los organismos de frente único de masas, solo que en España no se tendrá que enfrentar con los que exclaman la insuficiencia de su desarrollo, sino con quienes, como Andreu Nin, opinaban que su impulso era innecesario. Luego de la derrota volverá a combatir contra los dirigentes que quieren expurgar responsabilidades bajo el argumento de que las masas no habían desplegado suficiente iniciativa. Tan tarde como en mayo de 1937, ante el levantamiento en armas de los obreros catalanes para defender sus posiciones de los ataques de las Guardias de Asalto dirigidas por los stalinistas, Trotsky opinaba que aún era posible evitar la derrota: Si el proletariado de Cataluña se hubiera apoderado del poder en mayo de 1937, habría encontrado el apoyo de toda España. La reacción burguesa stalinista no habría encontrado ni siquiera dos regimientos para aplastar a los obreros catalanes. En el territorio ocupado por Franco, no solo los obreros, sino también los campesinos se habrían puesto del lado de los obreros de la Cataluña proletaria, habrían aislado al ejército fascista, introduciendo en él una disgregación irresistible. En tales condiciones, es dudoso que algún gobierno extranjero se hubiera arriesgado a lanzar sus regimientos sobre el ardiente suelo de España. La intervención hubiera sido materialmente imposible, o por lo menos peligrosa. Evidentemente en toda insurrección existe un elemento imprevisto y arriesgado, pero todo el curso ulterior de los acontecimientos ha demostrado que, incluso en caso de derrota, la situación del proletariado español habría sido incomparablemente más favorable que la actual, sin tener en cuenta que el partido revolucionario habría asegurado su porvenir para siempre90.
Son claros los puntos de contacto entre esta política y la sostenida por Trotsky en 1923. Se trata otra vez de la constitución de un gobierno obrero en una región, que Trotsky llama a impulsar al POUM91 junto con la izquierda de la CNT92 como “fortaleza revolucionaria” para a partir de su defensa desarrollar la revolución a escala nacional, para alzar desde allí el programa de nacionalización de la tierra y su entrega a los campesinos en todo el territorio español, de la liberación de Marruecos, 90 Trotsky, León, “La verificación de las ideas y de los individuos a través de la experiencia de la Revolución española”, La victoria era posible. Escritos sobre la revolución española [1930-1940], ob. cit., p. 330. 91 Partido Obrero de Unificación Marxista, surgido de la fusión del grupo de Andreu Nin con el Bloque Obrero y Campesino dirigido por Joaquín Maurín. 92 Confederación Nacional del Trabajo, dirigida por los anarquistas de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) desde principios de la década de 1930.
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cuya opresión permitía que Franco lo utilizase como base de operaciones, etc. En síntesis, levantar las demandas que el programa del Frente Popular había negado explícitamente, para desatar las fuerzas revolucionarias que este se proponía contener. Sin embargo, el POUM reafirmó su política de “traición al proletariado, al servicio de la alianza con la burguesía”93 que venía criticando Trotsky desde el año anterior94. En Sajonia, la izquierda de la socialdemocracia se negó a la insurrección y a la huelga general, entonces el KPD llamó a la clase obrera a abortar los planes y no romper los marcos de la legalidad burguesa. En el caso de Barcelona, la dirección del POUM no llegó ni a esto, pero las similitudes no dejan de estar a la vista. Los dirigentes anarquistas de la CNT y de la FAI, siguiendo el programa del Frente Popular de mantener “en todo su vigor el principio de autoridad”95, llamaron a los obreros a cesar los enfrentamientos; la dirección del POUM, bajo los mismos argumentos de Brandler, participó activamente de la desmovilización. Los dirigentes del POUM que ya habían sido expulsados en diciembre de 1936 del gobierno de la Generalitat fueron un ejemplo de cómo ser defensor de la legalidad burguesa también “desde afuera”. Estos ejemplos muestran cómo Trotsky desarrolló a un nuevo nivel las relaciones entre defensa y ataque en la estrategia revolucionaria siendo, en este sentido, el más clausewitziano de los marxistas. Aquello donde el pensamiento estratégico de Gramsci tuvo su punto más débil es lo que distingue justamente a Trotsky entre los grandes estrategas del marxismo revolucionario.
93 Trotsky, León, “La traición del ‘Partido Obrero de Unificación Marxista’ español”, La victoria era posible. Escritos sobre la revolución española [1930-1940], ob. cit., p. 248 [subrayado en el original]. 94 Para justificar su entrada al Consell de la Generalitat, el POUM se encargó de embellecer a la Esquerra Republicana destacando su “carácter profundamente popular” y el carácter más de izquierda de su programa republicano. A pesar de que el nuevo gobierno estaría encabezado por Esquerra Republicana, el POUM consideraba que: “En cuanto a la hegemonía proletaria, la mayoría absoluta de representantes obreros la aseguraría plenamente”; vale aclarar que se referían a stalinistas, socialdemócratas y anarquistas (cfr. Broué, Pierre, La Revolución española. 1931-1939, Barcelona, Ediciones Península, 1977, p. 202). Sin embargo, como diría Trotsky: “Políticamente, lo más sorprendente es que el Frente Popular español no tenía paralelogramo de fuerzas: el lugar de la burguesía estaba ocupado por su sombra. Por intermedio de los stalinistas, socialistas y anarquistas, la burguesía española ha subordinado al proletariado sin ni siquiera molestarse en participar en el Frente Popular” (Trotsky, León, “Lecciones de España, última advertencia”, La victoria era posible. Escritos sobre la revolución española [1930-1940], ob. cit., p. 375). 95 Broué, Pierre, “Programa electoral del Frente Popular”, La Revolución española. 1931-1939, Barcelona, Ediciones Península, 1977, p. 186.
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Sobre la combinación de posición y maniobra
Como vimos, Trotsky combatió resueltamente, al igual que Gramsci, la orientación ultraizquierdista que adoptó el stalinismo a partir de 1928, en el mismo sentido que antes había cruzado a los teóricos de la “ofensiva revolucionaria” y al propio bordiguismo durante los primeros años de la III Internacional. Sin embargo, el fundador del Ejército Rojo también enfrentó resueltamente las interpretaciones oportunistas que pretendían asimilar las formulaciones del IV Congreso de la IC a una política de conquista pacífica de “posiciones” en los marcos del régimen burgués. Y en el mismo sentido, a quienes bajo el argumento de las grandes “maniobras” utilizaban el ejemplo de la Revolución rusa para sumirse en la pasividad y el fatalismo esperando que las condiciones de la insurrección de Octubre del ‘17 se reprodujeran por la fuerza misma de los acontecimientos. A pesar de esto, fue un lugar común de muchas corrientes “centristas” dentro del trotskismo utilizar, como supuesto fundamento para la capitulación a diferentes gobiernos burgueses, el hecho de que Trotsky hubiese sostenido la táctica de gobierno obrero en 1923. Una de las más recientes justificaciones de este tipo ha sido desarrollada por Daniel Bensaïd en “Sobre el retorno de la cuestión político-estratégica”, así como por otros dirigentes de la ex Liga Comunista Revolucionaria de Francia luego del abandono de la “dictadura del proletariado” y previo a su disolución en el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA). Según Bensaïd, Los debates sobre el balance de la revolución alemana y del gobierno de Sajonia-Turingia, luego del quinto congreso de Internacional comunista, muestran la ambigüedad no resuelta de las fórmulas nacidas de los primeros congresos de la IC y el abanico de las interpretaciones prácticas a las cuales han dado lugar96.
Bajo este paraguas ensaya una interpretación propia sobre los requisitos para participar de un gobierno obrero, donde la existencia de condiciones subjetivas para comenzar la preparación de la insurrección se sustituye por un “ascenso significativo de la movilización social”; donde “más modestamente que el armamento exigido por Zinoviev [sic]” propone como exigencias mínimas una serie de medidas de izquierda que debe adoptar el gobierno en cuestión; y por último, que “los revolucionarios” 96 Bensaïd, Daniel, “Sobre el retorno de la cuestión político-estratégica”, Vientosur, 30/1/2017, consultado el 5/3/2017 en: http://vientosur.info/spip.php?article389. Para una polémica con Bensaïd sobre este punto ver Cinatti, Claudia, “¿Qué partido para qué estrategia?”, Estrategia Internacional N.° 24, diciembre 2007-enero 2008.
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tengan la fuerza suficiente “si no de garantizar el cumplimiento de los compromisos, al menos de hacer pagar un fuerte precio frente a posibles incumplimientos”. Toda una reflexión cuyo objetivo era justificar por qué ante la entrada de un dirigente del Secretariado Unificado97 como ministro al gobierno de Lula en Brasil “no hicimos una cuestión de principio, prefiriendo acompañar la experiencia para extraer con los camaradas el balance, más que de administrar lecciones ‘desde lejos’”98. Más recientemente, y con menores pretensiones de ensayar una fundamentación en la “ambigüedad no resuelta” (Bensaïd dixit) de los debates de la Internacional Comunista, el Partido Obrero de Argentina ha reivindicado el voto a la coalición Syriza99 bajo el llamado a constituir un “gobierno de toda la izquierda” al que estaría dado exigirle que rompa con el imperialismo y la Unión Europea, que tome medidas anticapitalistas e “impulse” nada más ni nada menos que la conformación de un “gobierno de trabajadores”100. Un análisis mínimamente serio de las polémicas sobre Revolución alemana de 1923 demuestra que se pueden buscar fundamentos para el apoyo o la participación en gobiernos de colaboración de clase en las tesis del VII Congreso de la IC sobre el Frente Popular, pero definitivamente no, por lo menos, en la política sostenida por Trotsky. Como señalamos anteriormente, frente al stalinismo y las tendencias frentepopulistas, el fundador de la IV Internacional plantea con claridad en el Programa de Transición el sentido antiburgués y anticapitalista, opuesto “al sentido puramente ‘democrático’ que posteriormente le han dado los epígonos” a la fórmula de gobierno obrero. Desde el extremo contrario de quienes ven gobiernos obreros en cualquier circunstancia, los espartaquistas de la Liga Comunista Internacional (LCI-IC) retoman este planteo de Trotsky, que citamos del Programa de Transición, para sostener que el fundador del Ejército Rojo renegaba implícitamente de su política en Alemania de 1923. Sin embargo, para Trotsky, tanto en 1923 como en 1938, siempre la consigna de gobierno obrero fue concebida como “antiburguesa y anticapitalista” y opuesta al “sentido ‘democrático’” que le dieron posteriormente todo tipo de corrientes frentepopulistas. 97 Nos referimos a Miguel Rossetto, quien fuese ministro de desarrollo agrario del gobierno del PT en Brasil. 98 Bensaïd, Daniel, “Sobre el retorno de la cuestión político-estratégica”, ob. cit. 99 Una organización electoral sin ningún peso estructural en sectores de la clase obrera o el pueblo pobre, combinación de un candidato mediático y con desprendimientos del viejo PC griego. 100 Ver Cinatti, Claudia, “Lucha de clases y nuevos fenómenos políticos en el quinto año de la crisis capitalista”, ob. cit.
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De hecho, Trotsky no tiene reparos en comparar la constitución del gobierno obrero en Sajonia con la táctica de los bolcheviques en Octubre de 1917: Bajo ciertas condiciones la consigna de gobierno obrero puede llegar a ser una realidad en Europa. Es decir, puede llegar un momento donde los comunistas junto con los cuadros de izquierda de la socialdemocracia armen un gobierno de los trabajadores de una manera similar a como lo hicimos nosotros en Rusia cuando creamos un gobierno de los trabajadores y campesinos junto con eseristas de izquierda. Tal fase constituiría una transición a la dictadura del proletariado, plena y completa101.
Frente a esta comparación de Trotsky, en el trabajo de la LCI-CI se alza la voz contra el anatema: Esta analogía no es apropiada en absoluto. ¡Los socialrevolucionarios de izquierda entraron al gobierno después de la toma del poder proletaria y sobre las bases del poder soviético, mientras que en Alemania la cuestión involucraba un parlamento burgués regional en un Estado capitalista!102
Sin embargo, Trotsky se oponía tajantemente a este tipo de idealizaciones de la Revolución de Octubre, cuyo objetivo es servir de base a la pasividad sectaria y el fatalismo bajo el argumento de reivindicar un supuesto “modelo ruso”. Según el fundador de la IV Internacional: No solo hasta la paz de Brest-Litovsk sino hasta el otoño de 1918 el contenido social de la revolución se limitaba a un cambio agrario pequeñoburgués y al control obrero de la producción. Esto significa que en la práctica la revolución no había superado los límites de la sociedad burguesa. Durante esta primera etapa los soviets de soldados gobernaron hombro a hombro con los soviets obreros, y a menudo los hicieron a un lado. Tan solo en el otoño de 1918 la elemental marea de soldados y campesinos retrocedió un poco hacia sus límites naturales y los obreros tomaron la delantera con la nacionalización de los medios de producción. Tan solo se puede hablar de la instauración de una verdadera dictadura del proletariado a partir de ese momento. Pero incluso aquí hay que guardar muchas 101 Trotsky, León, “Informe sobre el Cuarto Congreso Mundial”, Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ob. cit., p. 639. Por eseristas se refiere a los miembros del partido socialrevolucionario, SR. 102 Liga Comunista Internacional, “Una crítica trotskista de Alemania 1923 y la Comintern”, Spartacist N.° 31, 2001, consultado el 5/3/2017 en: http://www.icl-fi.org/print/espanol/spe/31/alemania1923.html.
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reservas. En estos años iniciales la dictadura estuvo limitada a los límites geográficos del viejo principado de Moscú y se vio obligada a librar una guerra de tres años en todo el radio que parte desde Moscú hacia la periferia. O sea que hasta 1921, precisamente hasta la NEP, lo que hubo fue una lucha por implantar la dictadura del proletariado a escala nacional103.
Bajo este panorama, que es el único que se corresponde con el desarrollo histórico de la Revolución rusa, es una caricatura pretender limitar el problema de la resolución de la cuestión del poder en Rusia a la toma del Palacio de Invierno y espantarse de la comparación con Alemania de 1923. Parafraseando a Clausewitz, Trotsky consideraba que “la guerra civil no es sino la continuación violenta de la lucha de clases por otros medios”, cuando “la lucha de clases al romper los marcos de la legalidad, llega a situarse en el plano de un enfrentamiento público y, en cierta medida físico, de las fuerzas de la oposición”104. La misma comprendía al menos tres capítulos: la preparación de la insurrección, la insurrección y la consolidación de la victoria. Desde este punto de vista, ¿en qué consiste precisamente la innovación del IV Congreso de la IC en relación a la táctica de los bolcheviques en Octubre del ‘17? En que la aplicación de la táctica de gobierno obrero se extiende al primer capítulo de la guerra civil como forma de constituir “fortalezas revolucionarias” para impulsar la preparación de la toma del poder en determinado país. La LCI-CI cita a la historiadora Evelyn Anderson que, según ellos, “notó sagazmente [sic]” que La posición comunista era manifiestamente absurda. Las dos políticas de aceptar responsabilidad de gobierno, por una parte, y prepararse para una revolución, por la otra, obviamente eran mutuamente excluyentes. Sin embargo los comunistas siguieron las dos al mismo tiempo, con el resultado inevitable del completo fracaso105.
Lo que se puede ver sin ser muy sagaz es que los espartaquistas no entendieron a Trotsky. Escudado en un esquema simplista, el sectarismo pasivo termina reproduciendo la misma operación que caracteriza a
103 Trotsky, León, “La naturaleza de clase del Estado soviético”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 3, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2000. 104 Trotsky, León, “Los problemas de la guerra civil”, ob. cit. 105 Liga Comunista Internacional, “Una crítica trotskista de Alemania 1923 y la Comintern”, ob. cit.
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las interpretaciones oportunistas como la que citábamos de Bensaïd. A saber: la separación de la fórmula de gobierno obrero del conjunto de la estrategia. En el pensamiento de Trotsky ambas son inseparables. Victoria táctica y éxito estratégico
Como vimos, la consigna de gobierno obrero era concebida por el IV Congreso de la IC como consecuencia del desarrollo de la táctica de frente único. En el caso de Gramsci, a su vez, la fórmula de frente único se identificaba con la “guerra de posición” que desarrollará en sus Cuadernos de la cárcel. Sin embargo, será Trotsky en el Programa de Transición quien sintetizará los rasgos esenciales de la fórmula de gobierno obrero como consigna antiburguesa y anticapitalista, contraria al “frente popular”, que tiene un carácter episódico en la agitación dependiendo de la situación concreta, y cuyo objetivo fundamental es ampliar la influencia de los revolucionarios. Esto último, ya sea por su valor educativo al acelerar la experiencia de las masas con sus direcciones tradicionales, o porque efectivamente se concrete, en cuyo caso facilitaría el camino hacia la dictadura del proletariado. Es en este mismo marco que Trotsky plantea la implementación de la táctica de gobierno obrero en Alemania en 1923, a pesar de que este caso particular no es mencionado explícitamente en el Programa de Transición. A lo largo de su vida fueron múltiples los valores prácticos que le dio Trotsky a la fórmula de gobierno obrero, algunos de los cuales hemos mencionado en estas páginas: en tanto consigna educativa para ampliar la influencia de los revolucionarios, por ejemplo, entre abril y septiembre de 1917, en Rusia; como gobierno de coalición con los socialrevolucionarios de izquierda después de Octubre para consolidar el poder; en el caso de Alemania en 1923 como gobierno parlamentario regional con los socialdemócratas de izquierda para preparar la insurrección y constituir “fortalezas revolucionarias” que oficien de trampolín hacia la toma del poder; con el mismo objetivo como exigencia al POUM y los anarquistas de que tomen el poder en Barcelona durante las Jornadas de Mayo de 1937. Ahora bien, en el Programa de Transición Trotsky también señaló como hipótesis improbable la creación de gobiernos obreros y campesinos por las organizaciones obreras tradicionales. Sobre este punto dice: La experiencia del pasado demuestra, como ya lo hemos dicho, que esto es por lo menos poco probable. No obstante no es posible negar categóricamente a priori la posibilidad teórica de que bajo la influencia de una combinación de circunstancias muy excepcionales (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc.) partidos
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pequeñoburgueses, incluyendo a los stalinistas, puedan llegar más lejos de lo que ellos mismos quisieran en la camino de una ruptura con la burguesía. En todo caso, algo es indudable: si esta variante, poco probable, llegara a realizarse en alguna parte y un “gobierno obrero y campesino” –en el sentido indicado más arriba– llegara a constituirse, no representaría más que un corto episodio en el camino hacia la verdadera dictadura del proletariado106.
La importancia de esta formulación reside en que las “condiciones excepcionales” de las que hablaba Trotsky se generalizaron a la salida de la segunda posguerra. En ese marco, direcciones de base campesina que desarrollaron otras estrategias y avanzaron hacia procesos de expropiación de la burguesía, en gran parte como medidas de autodefensa, dieron lugar a lo que la IV Internacional denominó “Estados obreros deformados” tanto en China, Yugoslavia, Vietnam del Norte como, más allá de la inmediata posguerra, en Cuba. No se trató simplemente de “cortos períodos en el camino hacia la verdadera dictadura del proletariado”, pero sobre esto volveremos en el capítulo 5. Lo que queremos destacar aquí es que en este escenario, el rasgo distintivo de la mayoría de las organizaciones en las que se dividió la IV Internacional en la segunda posguerra fue ver en estas revoluciones triunfantes, que daban lugar a Estados obreros deformados burocráticamente, la extensión imparable del socialismo a nivel mundial. Evaluando el desarrollo de aquella “hipótesis improbable” del Programa de Transición por fuera de los desarrollos estratégicos del propio Trotsky –de la relación entre maniobra y posición, defensa y ataque–, la conclusión no podía ser otra que devaluar la importancia de fuertes organizaciones revolucionarias enraizadas en la clase obrera para el triunfo de la revolución socialista. Bajo esta óptica, la propia táctica de gobierno obrero y campesino se transformó en una vía muerta para la capitulación ante direcciones pequeñoburguesas que encabezarían revoluciones con posterioridad a la inmediata posguerra. La Revolución cubana fue una puesta a prueba de estas concepciones. Por fuera de la estrategia, la fórmula de “gobierno obrero y campesino” se transformó en una especie de etiqueta otorgada o negada al gobierno de Castro, que llevaba a diferentes callejones sin salida, ya sean oportunistas o sectarios. Por un lado, Pierre Lambert en 1961 definió que en Cuba había un “gobierno obrero y campesino” en el marco del sistema capitalista al que o bien la burguesía lograría llevar de regreso a la “normalidad burguesa”, o bien las masas derrotarían avanzando hacia la revolución
106 Trotsky, León, “El Programa de Transición”, ob. cit., p. 92.
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socialista107. Una vez atribuida esta “etiqueta”, insólitamente, ni Lambert ni su corriente consideraron necesario volver sobre esta discusión hasta muchos años después. Por otro lado, el Socialist Workers Party (SWP) norteamericano pasó a posiciones abiertamente procastristas, señalando que se trataba de un “gobierno revolucionario de obreros y campesinos” y que la ausencia de organismos de democracia proletaria era una cuestión secundaria que se iría resolviendo con el tiempo108. Por su parte, Palabra Obrera, la corriente orientada por Nahuel Moreno, había pasado de una posición sectaria que señalaba a la Revolución cubana como una “revolución libertadora” –en referencia al golpe de 1955 en Argentina– a una posición oportunista parecida a la del SWP. Desde ya, el Secretariado Internacional había sido el pionero en sostener este tipo de orientación oportunista. Como reconoce Ernesto González: “Las posiciones que entonces mantenían el SWP y Palabra Obrera llevaban a no plantear la construcción de un partido trotskista en Cuba”109, a lo cual agregaríamos que tampoco contribuían a construir partidos revolucionarios en ninguna otra parte del mundo. En este resultado confluían con el abstencionismo de Lambert. Sin embargo, la “hipótesis improbable” que incluye Trotsky en el Programa de Transición no era un salvoconducto para evitar la labor de la estrategia, sino todo lo contrario: se trataba de poner a la estrategia en guardia ante los diferentes tipos de escenarios. Este tipo de reflexión estratégica ya la había planteado el fundador del Ejército Rojo en situaciones anteriores. A principios de la década de 1930 sostendría respecto a Alemania: En una carta anterior decíamos que, dadas ciertas circunstancias históricas, el proletariado puede triunfar inclusive con una dirección centrista de izquierda. Se me informa que muchos camaradas interpretan esta posición de modo tal que minimizan el papel de la Oposición de Izquierda y restan importancia a los errores y pecados del centrismo burocrático. Ni qué decir tiene que difiero totalmente con semejante interpretación. La estrategia del partido es un elemento sumamente importante para la revolución proletaria. Pero de ninguna manera es el único factor. Con una relación de fuerzas excepcionalmente favorable, el proletariado puede llegar al poder inclusive bajo una dirección no marxista. Así ocurrió, por ejemplo, en la Comuna de París y, más recientemente, en Hungría. El
107 Citado en González, Ernesto, El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina, Tomo 3, Buenos Aires, Antídoto, 1999, p. 54. 108 Ibídem, p. 53. 109 Ibídem, p. 58.
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grado de desintegración del bando enemigo, su desmoralización política, la ineptitud de sus dirigentes, pueden darle al proletariado durante un período una superioridad decisiva, aunque su dirección sea débil. Pero, en primer lugar, nada hay que pueda garantizar una coincidencia tan “afortunada” de las circunstancias; es la excepción, no la regla. En segundo lugar, como lo demuestran los dos ejemplos citados anteriormente –París y Hungría–, la victoria obtenida en semejantes condiciones resulta sumamente inestable. Debilitar la lucha contra el stalinismo en base a que en ciertas condiciones hasta la dirección stalinista sería incapaz de impedir la victoria del proletariado […] sería poner cabeza abajo la política marxista110.
Esto es así porque para Trotsky, al igual que para Clausewitz, nada puede sustituir la labor de la estrategia. Como dice este último: En la estrategia […] no hay victoria. Por una parte, el éxito estratégico es la preparación favorable para la victoria táctica; cuanto más grande sea ese éxito estratégico, menos dudosa será la victoria en el curso del empeñamiento de las fuerzas. Por otra parte, el éxito estratégico consiste en saber servirse de la victoria obtenida. Cuanto más pueda la estrategia, gracias a sus combinaciones, después de obtenida la victoria, incluir éxitos en sus efectos, tanto más se liberará de las ruinas tambaleantes, cuyos cimientos habrán sido sacudidos por la batalla; cuanto más arrastre en grandes masas, lo que debe ser penosamente ganado parte por parte en el curso mismo de la batalla, más grande será su éxito111.
Trotsky define en este mismo sentido estratégico lo que considera, nada más ni nada menos, que “el rol histórico de la Oposición de Izquierda”. Bajo este título señala que … oscurecer las diferencias con el centrismo a título de facilitar la “unidad” sería no solo suicidarnos políticamente sino también encubrir, fortalecer y alimentar todos los rasgos negativos del centrismo burocrático y, por ese solo hecho, ayudar a las tendencias reaccionarias que alberga en su seno contra las tendencias revolucionarias112.
110 Trotsky, León, “La situación de la Oposición de Izquierda”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 3, ob. cit. 111 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo III, ob. cit., p. 23. 112 Trotsky, León, “La situación de la Oposición de Izquierda”, ob. cit.
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Más aún, considerará esencial esta cuestión a partir de 1933, luego de que el stalinismo permitiese el ascenso de Hitler sin presentar batalla, y planteará la necesidad de constituir un nuevo partido revolucionario mundial del proletariado, la IV Internacional. El abandono de la concepción estratégica de Trotsky llevó a los trotskistas en la posguerra a recorrer el derrotero sobre el cual el fundador del Ejército Rojo ya había alertado. En el caso que citábamos de Cuba, en 1961, mientras que la inmensa mayoría de las corrientes del trotskismo identificaban el triunfo de la revolución con el carácter revolucionario de su dirección castrista y su capacidad para capitalizar estratégicamente la victoria para el avance del socialismo, Fidel Castro avanzaba, por ejemplo, en la intervención de los sindicatos. Bajo el impulso de la revolución, la clase obrera cubana había recuperado sus organizaciones de manos de la burocracia de Eusebio Mujal; sin embargo, Castro utilizó el argumento de los peligros que amenazaban a la revolución para poner a la cabeza de la central obrera a los stalinistas cubanos, que sin haber cumplido ningún rol en la revolución pasaban a ser socios del régimen. Simultáneamente se procederá a la persecución e ilegalización de la organización trotskista cubana. Una pequeña organización –el Partido Obrero Revolucionario– pero con gran tradición en el movimiento revolucionario cubano, que será catalogada de “agente encubierto del imperialismo”113. Sin embargo, los hechos que reseñamos no fueron suficientes para que las diferentes corrientes trotskistas existentes en aquel entonces problematizaran su visión de la dirección castrista sino que, al contrario, pronto abandonaron la defensa de los trotskistas del POR114 y progresivamente fueron profundizando su adaptación a la dirección de Castro, llegando en el caso del SWP bajo la dirección de Barnes al abandono mismo del trotskismo. Esta fue la consecuencia necesaria de dejar de lado la labor de la estrategia, de orientarse por fuera de una reflexión sobre la capitalización estratégica de la victoria revolucionaria, del análisis de sus diferentes momentos defensivos y ofensivos, del papel de las
113 En sus intercambios con los oposicionistas chinos, el propio Trotsky había analizado como hipótesis de este tipo de relación entre un ejército de base campesino que conduzca una revolución triunfante y la vanguardia obrera de las ciudades. Cfr. Trotsky, León, “La guerra campesina en China y el proletariado”, Escritos de León Trotsky 19291940 [CD], Libro 2, ob. cit. 114 Sobre estas bases endebles fue que se reunificaron las tendencias trotskistas en 1963. La consecuencia esperable fue un nuevo suceso de este tipo años después, cuando en Nicaragua la adaptación de la mayoría del Secretariado Unificado a la dirección del Frente Sandinista de Liberación Nacional los llevó a apoyar la expulsión de la “Brigada Simón Bolívar” organizada por el morenismo.
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posiciones conquistadas en cada uno de estos virajes, etc. Es decir, de ubicarse por fuera de aquello que había dejado como legado el pensamiento vivo de Trotsky. Lenin decía en sus Cuadernos filosóficos que “Es completamente imposible entender El capital de Marx, y en especial su primer capítulo, sin haber estudiado y entendido a fondo toda la Lógica de Hegel. ¡¡Por consiguiente, hace medio siglo ninguno de los marxistas entendió a Marx!!”115. En el mismo sentido podríamos decir que es imposible entender la talla de Trotsky como revolucionario sin comprender cómo concibió la posibilidad de gobiernos obreros o gobiernos obreros y campesinos como resortes para impulsar la preparación o el desarrollo triunfante de la guerra civil, la extensión de la toma del poder a escala nacional y la conquista de la dictadura del proletariado. Especialmente, sin entenderlo en los tres momentos en su vida donde la revolución podía quebrar efectivamente el curso de la historia. En Petrogrado en 1917, que marcó la conquista del primer Estado obrero; en Sajonia en 1923, que abría la posibilidad de desencadenar la toma del poder en una de las principales potencias imperialistas y cuya derrota fue clave para el aislamiento y la burocratización de la URSS y de la IC; en Barcelona en 1937, donde se planteaba la posibilidad de detener el curso de la humanidad hacia la II Guerra Mundial. Esto nos autoriza a decir, parafraseando a Lenin, que ninguno de los trotskistas de la posguerra a esta parte entendió a Trotsky, porque sin comprender profundamente su estrategia en esos momentos de quiebre histórico es imposible dimensionar en toda su amplitud el significado de su legado como alternativa revolucionaria. De aquí que el litigio sobre la táctica de gobierno obrero por fuera de su estrategia sea, como diría Marx, un problema puramente escolástico. Sin partir de su pensamiento vivo no puede comprenderse la significación de la concepción de Trotsky, que vio que el gobierno obrero como consigna antiburguesa y anticapitalista puede ser un camino regio a la dictadura del proletariado, y no solamente su denominación popular. En este sentido, Trotsky ya había combatido contra el stalinismo cuando resucitó la fórmula de “dictadura democrática de obreros y campesinos” –consigna del “viejo bolchevismo” superada por el propio Lenin en sus “Tesis de Abril”– para justificar la subordinación al Kuomintang, que llevó a la derrota a la Revolución china de 1925-1927. A partir de 1935, Trotsky se enfrentará a la orientación de “frentes populares” que el stalinismo erigió en estrategia en el VII Congreso de la IC, que postulaba la conformación de gobiernos de frente único de las organizaciones
115 Lenin, V. I., “Cuadernos filosóficos”, Obras completas, Tomo XXXVIII, Buenos Aires, Cartago, 1960, p. 174.
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antifascistas como fórmula para cubrir los acuerdos con sectores de la burguesía imperialista, convirtiendo a los partidos comunistas en meros instrumentos de la diplomacia de la URSS, como se expresó claramente durante la Revolución española y la huelga general con ocupación de fábricas de Francia, en 1936. Como dice Trotsky: “El ‘Frente Popular’ es una coalición del proletariado con la burguesía imperialista, representada por el Partido Radical116 y otros desechos de la misma especie y menor envergadura”117. Pero esta cuestión será el tema del próximo capítulo.
116 Se refiere al Partido Radical francés, un partido históricamente ligado a la opresión colonial francesa que tenía su base tradicional entre la pequeñoburguesía de las ciudades y campo. 117 Trotsky, León, ¿Adónde va Francia? / Diario del exilio, ob. cit., p. 132.
CAPÍTULO 4
SOBRE LA DEFENSA
El concepto de defensa no ha tenido mejor suerte que el de ofensiva. Como señalara Clausewitz, “la defensa sin ningún principio positivo ha de considerarse como una autocontradicción, tanto en la estrategia como en la táctica”1. ¿Cuál es el significado de esta aproximación desde el punto de vista de la revolución? Como veremos, se trata de una cuestión estratégica fundamental en el escenario actual, luego de décadas de expansión de las ilusiones en la democracia burguesa. El ascenso del “neorreformismo” en Europa, así como el ciclo de gobiernos “posneoliberales” en Latinoamérica, ha dado impulso a las teorías de Ernesto Laclau, ya sea en su versión de “democracia plural radical” o de “razón populista”. En ambos casos, partiendo de la imposibilidad de la revolución, sus presupuestos teóricos dan sustento a una “estrategia” (reformista) que despoja a la hegemonía y a la propia democracia burguesa de sus fundamentos objetivos; es decir, de las bases económicas de la sociedad capitalista, de las clases sociales y las relaciones de fuerza, para situar el problema en el terreno de la articulación de lo discursivo. No casualmente, en su intento de desligar definitivamente la hegemonía de su anclaje de clase, se topan con Clausewitz, cuya concepción permearía el imaginario marxista, para el cual: La lucha política –según ellos– sigue siendo, finalmente, un juego sumacero entre las clases. Este es el último núcleo esencialista que continúa presente en el pensamiento de Gramsci, y que pone en él un límite a la lógica deconstructiva de la hegemonía 2.
1 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 561. 2 Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, Hegemonía y estrategia socialista, ob. cit., p. 104. Cabe destacar que a la hora de “criticar” la apropiación del pensamiento de Clausewitz, Laclau y Mouffe evitan cualquier discusión seria al referirse exclusivamente a las elaboraciones “centristas” de Kautsky sobre la “guerra de desgaste” o a la línea stalinista de “clase contra clase”. Estas son, justamente, la negación por diferentes vías de las elaboraciones de la IC en sus primeros congresos, cuando Lenin y Trotsky eran sus principales dirigentes.
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Sin embargo, para nosotros no se trata solo de poner un “límite a la lógica deconstructiva de la hegemonía”, sino de dar cuenta cabalmente de las fuerzas materiales en las cuales se encarna la hegemonía burguesa al interior de la clase obrera y sus potenciales aliados, y de extraer las consecuencias estratégicas que se desprenden de ello. Iremos, entonces, en el sentido contrario de Laclau y Mouffe. Nos proponemos pensar la revolución en las estructuras sociopolíticas de tipo occidental y regímenes democrático-burgueses. Para ello abordaremos una serie de problemas programáticos, tácticos y estratégicos y su articulación con la lucha por el gobierno obrero. En particular, el papel de las consignas democrático-formales o, más precisamente, las democrático-radicales, como la Asamblea Constituyente, la abolición de la figura presidencial y la unificación de los poderes legislativo y ejecutivo en una cámara única, la revocabilidad de los mandatos, la abolición de los privilegios a los funcionarios, entre otras3. Lo haremos a partir de algunas de las principales elaboraciones de Trotsky y Gramsci, en un contrapunto polémico con la obra ya clásica de Perry Anderson, Las antinomias de Antonio Gramsci, y con el reciente libro de Peter Thomas, The Gramscian Moment, que se ha convertido en un punto de referencia de los estudios sobre Gramsci en la actualidad.
3 Dentro de las corrientes del trotskismo, las consignas democrático-radicales han sufrido dos destinos inversos que han desfigurado el papel que cumplen como parte del programa transicional hacia la dictadura del proletariado. Por un lado, están quienes han transformado el programa democrático-radical en un fin en sí mismo, sustituyendo la “dictadura del proletariado” por la conquista de una supuesta “democracia hasta el final” (ver Cinatti, Claudia y Albamonte, Emilio, “Más allá de la democracia liberal y el totalitarismo”, ob. cit.). En el mismo sentido podrían mencionarse quienes elaboraron, contra la teoría de la revolución permanente, una teoría de la “revolución democrática” como objetivo intermedio, escindiendo las tareas democrático-estructurales de las consignas democrático-formales (cfr. Romano, Manolo, “Polémica con la LIT y el legado teórico de Nahuel Moreno”, Estrategia Internacional N.° 3, diciembre 1993-enero 1994). Por otro lado, la reacción opuesta ha sido la de negar la importancia de las consignas democrático-radicales por considerarlas en sí mismas “democratizantes” (ver Maiello, Matías, “Debates programáticos en el Frente de Izquierda”, PTS de Argentina, 7/10/2015, consultado el 5/3/2017 en: http://www.pts.org.ar/Debates-programaticos-en-el-Frente-de-Izquierda), en una caricaturización economicista del pensamiento de Trotsky que niega el papel fundamental de estas para horadar la hegemonía burguesa como parte de la lucha por la dictadura del proletariado. En ambos casos, ya sea transformando las consignas democrático-radicales en un fin en sí mismo o negando su papel, la consecuencia es debilitar –o, en algunos casos, directamente negar– la lucha contra los regímenes burgueses y la consecuente adaptación a los mismos. Este problema se vuelve fundamental cuando, como señaláramos más arriba, la democracia burguesa –y las ilusiones en ella– se han extendido en las últimas décadas más que nunca, con regímenes de este tipo relativamente estabilizados, incluso más allá de los centros imperialistas.
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PARTE 1 DEMOCRACIA BURGUESA, DEMOCRACIA RADICAL Y GOBIERNO OBRERO En su libro Las antinomias de Antonio Gramsci, Perry Anderson destaca respecto a Trotsky: Su conocimiento de Alemania, Inglaterra y Francia era en realidad mayor que el de Gramsci. Sus escritos sobre las tres formaciones sociales más importantes de Europa occidental en el período de entreguerras son inconmensurablemente superiores a los de los Cuadernos de la cárcel 4.
Sin embargo, agrega, Trotsky “nunca planteó el problema de una estrategia diferencial para hacer la revolución socialista en ellos, no incluida por la estrategia de Rusia, con la misma ansiedad o lucidez que Gramsci”5. A lo largo del presente capítulo vamos a problematizar esta última afirmación. No tanto porque Trotsky se haya propuesto elaborar una “estrategia diferenciada”, sino porque justamente es el desarrollo de la táctica y la estrategia una de las claves para aproximarse a sus aportes centrales para la perspectiva de la revolución en Occidente, así como para un productivo contrapunto con Gramsci sobre el tema. Trotsky y Gramsci fueron quienes analizaron con mayor profundidad la problemática de las democracias capitalistas occidentales. Ambos se enfrentaron a la problemática de la revolución en Europa, donde la influencia de la democracia burguesa y el parlamentarismo como ideología eran mayoritarios entre las masas. El movimiento obrero estaba dividido, y frente a los jóvenes partidos comunistas se erigían poderosos partidos obreros reformistas, también mayoritarios en las organizaciones sindicales. En este escenario de Occidente, ¿cómo ligar el objetivo político de la conquista del poder con las batallas tácticas defensivas y la lucha por las masas? ¿Cómo, a partir de una posición defensiva, avanzar en quebrar la hegemonía burguesa y conquistar la hegemonía del proletariado para la revolución? Estas preguntas atravesarán de lleno a la III Internacional y estarán en la base de las respuestas que tanto Trotsky como Gramsci se esforzarán por elaborar.
4 Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, ob. cit., p. 121. 5 Ídem.
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La defensa: un escudo formado por golpes habilidosos
Desde luego, la respuesta a aquellas preguntas no puede limitarse simplemente a constatar la necesaria utilización de la defensa a los fines de acumular fuerzas para la ofensiva revolucionaria. En estos términos, la vinculación entre defensiva y ofensiva aún se encontraría en el plano de lo que Rosa Luxemburgo denominaba “conciencia teórica latente” y podría comprender una estrategia “centrista” que oscila entre el reformismo y la revolución. “La forma defensiva de la guerra –dice Clausewitz– no es […] un simple escudo, sino un escudo esencialmente formado por golpes hábilmente dados”6. De ahí que Las defensas que pasan por ser las mejores son aquellas que utilizan la mayor cantidad de medios activos, es decir ofensivos, pero esto depende de la naturaleza del terreno, de la composición de las fuerzas militares, y aun del talento del General7.
¿En qué consisten estos “golpes hábilmente dados”, estos medios ofensivos de la defensiva en estrategia revolucionaria, y cuál es su importancia en Occidente? Durante la Revolución rusa, desde una posición defensiva, los bolcheviques habían levantado la exigencia hacia las direcciones conciliadoras mayoritarias del movimiento de masas (mencheviques y socialrevolucionarios) de que rompiesen con los ministros capitalistas y las potencias imperialistas y tomasen el poder. Los revolucionarios no participarían de un gobierno así, pero lucharían por el poder en forma pacífica mediante la conquista de la mayoría en los soviets. Paralelamente sostenían la consigna democrático-radical de Asamblea Constituyente. A su vez, sin dar apoyo político al gobierno de Kerensky, llamaron a enfrentar el golpe de Kornilov, aprovechando para armar al proletariado. Ni Lenin ni Trotsky, como dirección, opinaban que era posible una etapa democrática intermedia ni bajo el gobierno de los conciliadores ni bajo una Asamblea Constituyente. Pero, en uno u otro caso, de realizarse alguna de ambas variantes, la clase obrera estaría en mejores condiciones para luchar por el poder obrero; y de no realizarse, lo cual era lo infinitamente más probable, serviría para arrancar a las masas de la influencia de las direcciones conciliadoras. La acción de los bolcheviques durante la revolución de 1917 fue una verdadera escuela de cómo pelear a la defensiva (en minoría), 6 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo III, ob. cit., p. 12. 7 Ibídem, p. 324.
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multiplicando los “golpes habilidosos”, los medios ofensivos de la defensa. En el caso ruso, sin instituciones burguesas parlamentarias mínimamente formadas, con el poder en manos de los soviets, estos “golpes habilidosos” fueron fulminantes; ninguna excusa tenían los conciliadores que contaban con mayoría en los soviets. En Occidente las direcciones conciliadoras tienen la “virtud” de poder escudarse detrás de las instituciones de la democracia burguesa, desde el parlamentarismo hasta la división de poderes, el Poder Judicial, etc., y así sostenerse y sostener las ilusiones en la democracia capitalista. Como señala Trotsky para la situación española a mediados de 1931, luego de las elecciones a las Cortes constituyentes: Los comunistas deben dirigir el pensamiento de los obreros precisamente en este sentido: “exigirlo todo del gobierno, puesto que vuestros jefes se encuentran en él”. Los socialistas responderán a las delegaciones obreras que ellos no tienen la mayoría. La respuesta está clara: que se conceda el verdadero derecho al sufragio, que se rompa la coalición con la burguesía, y entonces la mayoría estará asegurada. Pero esto es lo que no quieren los socialistas. Su situación los coloca en contradicción con las consignas democráticas radicales 8.
En las “Tesis de Lyon”, un documento fundamental en su pensamiento maduro, Gramsci expresa una preocupación análoga. Elaboradas en 1926, son la herramienta con la cual va a enfrentar la tendencia izquierdista de Amadeo Bordiga. Las “Tesis…” planteaban la imposibilidad de una revolución democrática “intermedia” frente al fascismo y caracterizaban que lo que había por delante era la revolución socialista, coincidiendo de hecho en este aspecto con Trotsky, quien había sostenido la teoría-programa de la revolución permanente para Rusia, la cual generalizaría entre 1929 y 19309. 8 Trotsky, León, “Después de las elecciones a las Cortes (Carta al Secretariado Internacional)”, La victoria era posible. Escritos sobre la revolución española [1930-1940], ob. cit., p. 163. 9 La relación precisa entre los objetivos democráticos y socialistas –sistematizada en la teoría de la revolución permanente– fue uno de los puntos nodales que caracterizó los desarrollos de Trotsky. Respecto al programa democrático, el fundador del Ejército Rojo cruzó lanzas contra quienes pretendían desligar las consignas “democrático-formales” (como la de Asamblea Constituyente) de las tareas “democrático-estructurales” (la expropiación de los terratenientes y la revolución agraria, la ruptura con el imperialismo y la independencia nacional, etc.) allí donde estas permanecían pendientes (especialmente en los países atrasados o semicoloniales), siendo que la burguesía es incapaz de llevarlas adelante (cfr. Liszt, Gabriela, “Prólogo” a Trotsky, León, La Teoría de la Revolución Permanente, ob. cit.). Gramsci desarrollará también esta relación en términos similares para Italia
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Al igual que Trotsky, Gramsci presta especial atención al combate contra las tentativas de “solución reformista” del problema del Estado10. Para pensar aquel problema, Gramsci también retoma las tácticas de los bolcheviques: La presentación y agitación de estas soluciones intermedias es la forma específica de lucha que hay que utilizar contra los autotitulados partidos democráticos que son, en realidad, uno de los pilares más firmes del orden capitalista vacilante y como tales comparten el poder, alternativamente, con los grupos reaccionarios, cuando estos partidos están ligados a estratos importantes y decisivos de la población trabajadora (como en Italia en los primeros meses de la crisis Matteotti11) y cuando es inminente y grave un peligro reaccionario (táctica adoptada por los bolcheviques respecto a Kerensky durante el golpe de Kornilov). En estos casos el partido comunista obtiene los mejores resultados agitando las mismas soluciones que correspondería adoptar a los supuestos partidos democráticos si estos supiesen librar una lucha consecuente por la democracia, con todos los medios que la situación requiere. Ante la prueba de los hechos, estos partidos se desenmascaran ante las masas y pierden su influencia sobre ellas12.
Podemos decir que, tanto para Gramsci como para Trotsky, mientras no estuviese planteado el derrocamiento del parlamentarismo burgués mediante la dictadura del proletariado, era de especial importancia, como parte de la lucha defensiva, la utilización de este tipo de medios ofensivos (golpes habilidosos) para horadar la hegemonía burguesa, combatiendo a los partidos “democráticos” en tanto agentes de una “‘solución reformista’ del problema del Estado”.
(en tanto “Occidente periférico”), en elaboraciones como “La situación italiana y las tareas del PCI (Tesis de Lyon)” o “Algunos temas sobre la cuestión meridional”, ambas de 1926. Las consignas democrático-radicales estarán ligadas a la cuestión del Mezzogiorno y el problema campesino, como tareas democrático-estructurales claves que el proletariado debe tomar en sus manos para conquistar la hegemonía. 10 Ver Gramsci, Antonio, “La situación italiana y las tareas del PCI (Tesis de Lyon)”, Escritos políticos (1917-1933), México, Pasado y Presente, 1981, p. 233. 11 Se refiere a la crisis política generada por el asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti por las bandas del gobierno fascista. Matteotti fue secuestrado en junio de 1924 y su cadáver encontrado dos meses después. 12 Gramsci, Antonio, “La situación italiana y las tareas del PCI (Tesis de Lyon)”, ob. cit., pp. 258-259.
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La democracia burguesa y el programa democrático radical
Gramsci le dará mucha relevancia en las mencionadas “Tesis de Lyon” a las consignas democrático-radicales. Contra la tendencia izquierdista encabezada por Bordiga va a señalar: “Es un error suponer que las reivindicaciones inmediatas y las acciones parciales solo pueden tener un carácter económico”13. En las tesis tendrá especial importancia la consigna de Asamblea Constituyente para Italia, sobre la que volveremos más adelante14. Desde aquel punto de vista, Gramsci entablará agudas polémicas, como con el periódico Il Mondo, en 1926, donde contestando a una serie de artículos contra la URSS titulados “Buscando el comunismo”, Gramsci plantea: … podríamos escribir una serie de artículos titulados “Buscando la democracia”, y demostrar que la democracia nunca ha existido. Y de hecho, si la democracia significa, ya que no puede sino significar, el gobierno de las masas populares expresado a través de un Parlamento elegido por sufragio universal, entonces ¿en qué país ha existido alguna vez un gobierno que cumpla con este criterio?
Y responde: Incluso en Inglaterra, patria y cuna del régimen parlamentario y de la democracia, el Parlamento está flanqueado al gobernar por la Cámara de los Lores y la monarquía. Los poderes de la democracia son, en realidad, nulos. […] ¿Y acaso existe la democracia en Francia? Junto al Parlamento existe en Francia el Senado, que no es elegido por sufragio universal sino por dos niveles de electores que a su vez son solo parcialmente una
13 Y agrega: “Puesto que, al profundizarse la crisis del capitalismo, las clases dirigentes capitalistas y agrarias están obligadas, para mantener su poder, a limitar y suprimir la libertad de organización y las libertades políticas del proletariado, la reivindicación de esas libertades ofrece un excelente terreno para la agitación y las luchas parciales, las que pueden llegar a la movilización de vastas capas de la población trabajadora. Toda la legislación mediante la cual los fascistas suprimen en Italia hasta las más elementales libertades de la clase obrera, debe suministrar al partido comunista motivos para la agitación y la movilización de las masas” (Gramsci, Antonio, “La situación italiana y las tareas del PCI (Tesis de Lyon)”, ob. cit., p. 255). 14 A los pocos meses caería en las cárceles de Mussolini, donde pasaría el resto de su vida. Sin embargo, según el informe de Athos Lisa, la cuestión de la Constituyente continuó siendo una de las preocupaciones programáticas centrales de Gramsci; luego nos referiremos en particular a la discusión sobre esta consigna.
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expresión del sufragio universal; y también existe la institución del presidente de la República15.
Concluye Gramsci en tono irónico que estas instituciones existen justamente “para moderar los posibles excesos del Parlamento elegido por sufragio universal”16. Poco antes, para esa misma época, Trotsky abordará a fondo este tipo de crítica, a la que le dedicará gran parte de su libro ¿Adónde va Inglaterra? Sobre este libro, Isaac Deutscher, a pesar de sus diferencias, afirma que “es el alegato más efectivo, o tal vez el único, en favor de la revolución proletaria y el comunismo en Gran Bretaña que jamás se haya hecho”17. En una tónica similar a la de Gramsci, Trotsky se preguntaba retóricamente: ¿Qué es la democracia política y dónde comienza? […] ¿Se puede, por ejemplo, llamar democracia a un país monárquico con una Cámara alta? ¿Está permitido recurrir a la violencia para abolir esas instituciones? Sin duda se nos contestará a este respecto que la Cámara de los Comunes de Inglaterra es lo bastante poderosa para suprimir, si lo juzga conveniente, el poder real y la Cámara de los Lores, de suerte que la clase obrera tenga la posibilidad de completar pacíficamente la institución del régimen democrático en su país. Admitámoslo un instante. Pero ¿qué es la Cámara de los Comunes? ¿Puede ser calificada de democrática aunque solo sea desde el punto de vista formal? De ningún modo. Elementos importantes del pueblo están privados del derecho al voto. Las mujeres no votan sino solo a partir de los 30 años y los hombres desde los 21. La disminución de la edad electoral constituye desde el punto de vista de la clase obrera, en la que se empieza a trabajar desde muy temprano, una reivindicación democrática elemental. Por otra parte, las circunscripciones electorales están preparadas en Inglaterra con tanta perfidia, que se necesita doble número de votos para elegir un diputado obrero […]. De este modo, el
15 Gramsci, Antonio, “The peasants and the dictatorship of the proletariat”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: http://marxism.halkcephesi.net/Antonio%20Gramsci/1926/09/peasants_dictatorship.htm. 16 Para un análisis sintético pero sistemático de Gramsci sobre la evolución del parlamentarismo desde el jacobinismo hasta las múltiples restricciones que se van desarrollando para limitarla, ver Gramsci, Antonio, “El jacobinismo al revés de Charles Maurras” (Q1, §48), Cuadernos de la cárcel, Tomo 1, México, Ediciones Era, 1981, pp. 123 y ss. 17 Y agregaba: “Este fue el choque de Trotsky con el socialismo fabiano y su doctrina de la ‘inevitabilidad del gradualismo’; y durante mucho tiempo después del choque, el fabianismo no pudo recuperarse intelectualmente del asalto” (Deutscher, Isaac, Trotsky. El profeta desarmado, México, Ediciones Era, 1985, p. 208).
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actual parlamento inglés constituye la más escandalosa burla de la voluntad del pueblo, aun entendiéndola en el sentido de la democracia burguesa. ¿Tiene realmente la clase obrera el derecho de exigir imperiosamente, aun manteniéndose en el terreno de los principios de la democracia, a la actual Cámara de los Comunes privilegiada y de hecho usurpadora, la institución inmediata de un modo de sufragio verdaderamente democrático? Y si el parlamento respondiese a esta reivindicación con un “no ha lugar” […] ¿tendría el proletariado el derecho de exigir por ejemplo mediante la huelga general a un parlamento usurpador derechos electorales democráticos?18
Sobre la base de este tipo de caracterizaciones en las que ambos coincidían, Trotsky profundizará los desarrollos de la III Internacional en cuanto a la valoración programática y articulación estratégica de las consignas democrático-radicales, tanto en el caso de Gran Bretaña como en Francia y Alemania. La IC había hecho suyas las “Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura proletaria” de Lenin. En ellas se marcaba el contraste entre la democracia burguesa y la soviética. La primera, a través del sufragio universal cada una determinada cantidad de años, se proclamaba expresión de la “voluntad popular”, pero tenía por objetivo principal la separación de las masas del gobierno del Estado mediante diversos mecanismos (reconocimiento puramente formal de las libertades políticas, división de poderes legislativo y ejecutivo, imposibilidad de revocar mandatos, no elección del Poder Judicial, privilegios de los funcionarios, etc.). La segunda, la democracia soviética, se basaba en el principio opuesto, a saber: la más amplia participación de las masas en el Estado mediante múltiples mecanismos, muchos de ellos ya experimentados en menor escala en la Comuna de París de 1871 (garantía material de los derechos políticos, fusión del Poder Legislativo y Ejecutivo, revocabilidad, fin de los privilegios de los funcionarios, elección y participación popular de los tribunales, etc.), dando cuenta de que la república soviética era capaz de implementar realmente muchos de los principios republicanos que la burguesía solo declamaba. La novedad que introduce Trotsky es la articulación de estos mismos temas como consignas democrático-radicales dentro de un programa transicional en la lucha (bajo la democracia burguesa) por un gobierno obrero (dictadura del proletariado). La formulación más ilustrativa se encuentra claramente en “Un programa de acción para Francia”, escrito
18 Trotsky, León, ¿Adónde va Inglaterra? Europa y América, Buenos Aires, Ed. El Yunque, 1974, pp. 98-99.
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en 1934 como propuesta para ser tomada por el recientemente planteado frente único obrero entre el Partido Comunista y la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO, socialistas). El diálogo de Trotsky, como citamos en el capítulo anterior, es el siguiente: Somos, pues, firmes partidarios del Estado obrero-campesino, que arrancará el poder a los explotadores. Nuestro primordial objetivo es el de ganar para este programa a la mayoría de nuestros aliados de la clase obrera. Entre tanto, y mientras la mayoría de la clase obrera siga apoyándose en las bases de la democracia burguesa, estamos dispuestos a defender tal programa de los violentos ataques de la burguesía bonapartista y fascista. Sin embargo, pedimos a nuestros hermanos de clase que adhieren al socialismo “democrático”, que sean fieles a sus ideas: que no se inspiren en las ideas y los métodos de la III República sino en los de la Convención de 179319.
Nótese que el fundador del Ejército Rojo parte de constatar los diferentes objetivos entre los comunistas y los trabajadores socialdemócratas, para luego señalar que los revolucionarios están dispuestos a levantar un programa transicional que incluya la defensa de la democracia burguesa contra los ataques de la burguesía en pos del frente único. A renglón seguido contrapone los métodos revolucionarios a los parlamentarios para llevarlo adelante y, como continuidad de aquel diálogo, no hace referencia a la Comuna de París de 1871, sino a la revolución burguesa, a la Convención jacobina de 1793. Luego transcribe con leves modificaciones (adaptaciones) el programa de la Comuna de París tal como lo había sintetizado Marx en los manifiestos de la Asociación Internacional de los Trabajadores20: ¡Abajo el Senado, elegido por voto limitado, y que transforma el poder del sufragio universal en mera ilusión! ¡Abajo la presidencia de la República, que sirve como oculto punto de concentración para las fuerzas del militarismo y la reacción! Una asamblea única debe combinar los poderes legislativo y ejecutivo. Sus miembros serían elegidos por dos años, mediante sufragio universal de todos los mayores de dieciocho años, sin 19 Trotsky, León, “Un programa de acción para Francia”, ob. cit., p. 34. Trotsky contrasta la III República francesa, que abarcó desde la caída de Napoleón III (1870) hasta la derrota de Francia por parte de Alemania en la II Guerra Mundial (1940), como la expresión máxima de la corrupción y la hipocresía burguesas, y la Gran Revolución francesa, cuando la burguesía era aún revolucionaria, en particular con su punto más alto, en la Convención de 1793. 20 Marx, Karl, La guerra civil en Francia, Moscú, Ed. Progreso, 1980.
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discriminaciones de sexo o de nacionalidad. Los diputados serían electos sobre la base de las asambleas locales, constantemente revocables por sus constituyentes y recibirían el salario de un obrero especializado21.
Trotsky reafirma el planteo de que “una democracia más generosa facilitaría la lucha por el poder obrero”. E incluso anticipa la táctica de gobierno obrero en su formulación original durante la primera etapa de la Revolución rusa al señalar que si la SFIO “llegara a ganar la confianza de la mayoría, estamos y estaremos siempre preparados para defender contra la burguesía a un gobierno de la SFIO”22. Trotsky: democracia radical, frente único y soviets
Frente a estos desarrollos de Trotsky, no dejan de llamar la atención críticas como la que le hace Rolando Astarita sobre una supuesta subestimación de la influencia en la conciencia obrera de la ideología democrático-burguesa. En su Crítica al Programa de Transición –una crítica al conjunto de la obra de Trotsky cuyo debate no pretendemos agotar en estas páginas– Astarita afirma que Trotsky pareciera representarse la conciencia obrera encerrada en una “campana de vacío ideológico”, apta para recibir consignas a la manera en que lo hacía la mente “tabla rasa” postulada por el empirismo más crudo. Además, es sintomático que apenas preste atención a los efectos sobre las conciencias de las experiencias de la URSS y del nazismo, que potenciaban el discurso apologético de la democracia capitalista 23.
Como vimos, Trotsky, por el contrario, da especial importancia a los factores ideológicos, dando cuenta de aquello que señala correctamente Anderson: que “la forma general del Estado representativo, la democracia burguesa, es en sí misma el principal cerrojo ideológico del capitalismo occidental”24. A su vez, no solo “presta atención” a los efectos del avance del fascismo en la conciencia de las masas, como se ve en el caso que señalábamos de Francia, sino que discute duramente contra quienes pretenden disminuirlos. Es así que en la Alemania de la década de 1930,
21 Trotsky, León, “Un programa de acción para Francia”, ob. cit., p. 34. 22 Ídem. 23 Astarita, Rolando, Crítica al programa de transición, Buenos Aires, Cuadernos de Debate Marxista, agosto 1999, consultado el 5/3/2017 en: https://rolandoastarita.files.wordpress. com/2012/04/crc3adtica-del-programa-de-transicic3b3n-rolando-astarita.pdf. 24 Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, ob. cit., p. 49.
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ante la pregunta “¿Es cierto que Hitler destruyó los ‘prejuicios democráticos’?”, señala: En teoría, la victoria del fascismo demuestra más allá de toda duda que la democracia está agotada; políticamente, empero, el régimen fascista mantiene los prejuicios democráticos, los recrea, los inculca en la juventud y hasta es capaz de impartirles mucha fuerza durante un tiempo. En ello, precisamente, reside una de las manifestaciones más importantes del carácter histórico reaccionario del fascismo25.
Otro tanto podemos decir de los efectos ideológicos del stalinismo. León Trotsky no solo da cuenta de ellos al desarrollar el programa democrático-radical, sino que adelanta la defensa de un posible gobierno obrero reformista frente a los ataques de la burguesía, contra todo el nefasto legado que había dejado la política stalinista del “tercer período”. Y por si quedaban dudas, remarca en el mismo “Un programa de acción para Francia”: “No queremos alcanzar nuestro objetivo mediante conflictos armados entre diversos grupos de asalariados sino por la verdadera democracia obrera, con la propaganda y la crítica leal, con el reagrupamiento voluntario de la gran mayoría del proletariado bajo la bandera del comunismo integral”26. En particular, en relación al Programa de Transición (PT) escrito por Trotsky que está en el centro de su crítica, Astarita señala que “las ilusiones democráticas casi no reciben tratamiento en el PT; apenas son mencionadas en relación a los países atrasados”27. Desde luego que en 1938, toda Europa iba camino a la guerra de la mano del fascismo y el militarismo dominaba la escena; el programa democrático radical difícilmente podía hacer algo en esa situación. Sin embargo, Trotsky destaca en el PT que … debe ser sostenida, en adelante, la reivindicación del derecho de voto a los dieciocho años para los hombres y mujeres. Aquel que mañana será llamado a morir por la “patria” debe tener el derecho de hacer oír su voz ahora. La lucha contra la guerra debe comenzar, ante todo, por la movilización revolucionaria de la juventud 28.
25 Trotsky, León, “El fascismo y las consignas democráticas”, La lucha contra el fascismo en Alemania, ob. cit., p. 368. 26 Trotsky, León, “Un programa de acción para Francia”, ob. cit., p. 35. 27 Astarita, Rolando, ob. cit. 28 Trotsky, León, El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional, ob. cit., p. 60.
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Y al mismo tiempo, para EE. UU., más alejado del teatro de operaciones, plantea en el Programa de Transición: Nuestra sección norteamericana sostiene, críticamente, la propuesta de un referéndum sobre la cuestión de la declaración de guerra 29. […] Pero sean cuales fueran las ilusiones de las masas respecto al referéndum, esta reivindicación refleja la desconfianza de los obreros y los campesinos por el gobierno y el parlamento de la burguesía. Sin sostener ni desarrollar las ilusiones de las masas, es necesario apoyar con todas las fuerzas la desconfianza progresiva de los oprimidos hacia los opresores30.
Estos elementos, a los que Astarita les resta importancia, expresan la continuidad de la misma lógica que Trotsky expresara en Francia, pero limitada31 a las condiciones de la guerra inminente. Se podrían multiplicar por decenas estos ejemplos que –más allá de las caricaturas economicistas de Trotsky, que las hay– hacen difícil sostener la afirmación de que consideraba la conciencia obrera como una “campana de vacío”. El error de Astarita es abordar la cuestión de la ideología y la conciencia de las masas como si esta operase en el aire, sin dar cuenta de que se desarrolla en la experiencia. Sin esto último es imposible comprender la articulación estratégica que realiza Trotsky entre conciencia y experiencia. La misma se muestra claramente durante los años 1934-1935 en Francia. Mientras Trotsky planteaba para dicho país aquellas consignas democrático-radicales y aquel diálogo para la constitución del frente único, la dirección stalinista del PCF, como resabio del “tercer período”, levantaba la consigna “¡Soviets por todas partes!”. Trotsky criticaba duramente su postulación a destiempo. ¿Estaba negando con esto la lucha por los soviets y por la dictadura del proletariado? Evidentemente, no. Su lógica estratégica era tan sencilla como precisa. La lucha por la 29 Se refiere al referéndum propuesto por L.L. Ludlow sobre la participación o no de los Estados Unidos en la II Guerra Mundial. 30 Trotsky, León, El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional, ob. cit., p. 60. 31 Frente a quienes planteaban apoyar a los gobiernos democráticos contra los fascistas en la guerra, Trotsky respondía: “Defendemos la democracia contra el fascismo por medio de las organizaciones y métodos del proletariado. A diferencia de la socialdemocracia, no le confiamos esta defensa al Estado burgués […]. ‘La lucha por la democracia’ durante la guerra significará sobre todo la lucha por preservar a la prensa y las organizaciones obreras […]. En base a estos objetivos la vanguardia revolucionaria hará frente único con otras organizaciones obreras –contra su propio gobierno democrático– pero en ningún caso con su gobierno contra el país enemigo” (Trotsky, León, “La guerra y la IV Internacional”, Guerra y Revolución, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2004, pp. 142-143).
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constitución de organismos soviéticos es fundamental para la revolución, como órganos de la insurrección y como andamiaje de la dictadura del proletariado. Pero, ¿qué son los soviets? Organismos de frente único de masas. ¿Cuál era la condición para poder constituir el frente único? La unidad de acción con la mayoría de los obreros que confiaban en la democracia burguesa y querían defenderla contra el avance del fascismo. ¿Qué les propone Trotsky? Defender la democracia burguesa contra los ataques de la propia burguesía, pero no con los métodos parlamentarios, sino con los de la lucha de clases, no bajo las banderas del régimen decadente de la III República, sino bajo las de la democracia radical. Estratégicamente, la clave de esta articulación era que permitía establecer un puente entre la conciencia reformista de las masas obreras y la preparación de las condiciones para la ofensiva (insurrección). No solamente porque hacían posible el avance del frente único obrero para enfrentar a la burguesía (aspecto táctico), sino porque a través de esta acción común en la lucha de clases posibilitaban a los revolucionarios la conquista de la mayoría para el “comunismo integral” (aspecto estratégico). Gramsci y la articulación estratégica de las consignas democráticoradicales
Como señalábamos anteriormente, un punto clave en la lucha de Gramsci contra las tendencias izquierdistas en el comunismo italiano era el desarrollo del programa democrático-radical. En términos generales, la articulación que proponía entre este y el programa transicional de conjunto tenía muchas similitudes con la que vimos en Trotsky. Al mismo tiempo que señala la importancia de la utilización de las consignas de la democracia radical, el revolucionario italiano remarca el combate a las ilusiones en los métodos parlamentarios: El objetivo que se propondrá el partido comunista será vincular cada una de las consignas que lance en este campo [democrático-radical] a las directivas generales de su acción: en particular, con la demostración práctica de la imposibilidad de que el régimen instaurado por el fascismo sufra limitaciones radicales y transformaciones en un sentido “liberal” y “democrático” sin que se desencadene contra él una lucha de masas, que inevitablemente deberá desembocar en la guerra civil32.
32 Gramsci, Antonio, “La situación italiana y las tareas del PCI (Tesis de Lyon)”, ob. cit., p. 255.
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Igual énfasis plantea respecto a la necesidad de vincular las consignas de carácter económico con las políticas: Esta evidencia [de la inevitabilidad de la guerra civil] solo se impondrá a las masas a partir del momento en que, enlazando las reivindicaciones parciales de carácter político con las de carácter económico, logremos transformar los movimientos “revolucionarios democráticos” en movimientos revolucionarios obreros y socialistas33.
De aquí que destaque la importancia de ligar la lucha antimonárquica en Italia con el ataque a los pilares estructurales del capitalismo italiano: La movilización antimonárquica de las masas de la población italiana es uno de los objetivos que debe proponer el partido comunista. […] Pero su realización debe ser siempre paralela a la agitación y la lucha contra los otros pilares fundamentales del régimen fascista: la plutocracia industrial y los terratenientes34.
En todos estos puntos es clara la similitud con los planteos de Trotsky que ya abordamos. Gramsci no desarrollará el programa democrático-radical como vimos que lo hacía Trotsky; sin embargo, le dará un gran peso alrededor de la consigna de Asamblea Constituyente. Gramsci consideraba que la consigna de Constituyente, a la que se oponían los sectores izquierdistas, había sido clave en el aislamiento del movimiento obrero que había permitido al fascismo ganarse a sectores de masas. Lo consideraba probablemente el error fundamental del comunismo en el período prefascista, y efectivamente no se trataba de una cuestión menor para la hegemonía del proletariado sobre los campesinos italianos, y los del Mezzogiorno en particular. En las “Tesis de Lyon”, Gramsci estableció la siguiente formulación de Asamblea Constituyente: En la agitación antimonárquica el problema de la forma del Estado será presentado además por el partido comunista en estrecha conexión con el problema del contenido de clase que los comunistas se proponen dar al Estado. En el pasado reciente (junio de 1925), el partido logró conectar estos problemas fundando su acción política en las consignas: “Asamblea
33 Ídem. 34 Ídem.
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republicana basada en los comités obreros y campesinos; control obrero sobre la industria; la tierra a los campesinos”35.
Es en torno a la articulación estratégica entre Asamblea Constituyente y dictadura del proletariado que se planteó una diferencia fundamental entre Trotsky y Gramsci. De hecho, es posible reconstruir una polémica implícita entre ambos revolucionarios por interpósita persona. Trotsky abordó la cuestión de la Constituyente en Italia en mayo de 1930, en una carta dirigida a Tresso, Feroci y Santini, quienes habían sido expulsados del PCI luego de declarar su solidaridad con la Oposición de Izquierda36. En aquella oportunidad, Trotsky (con los reparos del caso, en tanto no seguía suficientemente la coyuntura italiana) desarrolla una crítica de carácter estratégico a la consigna de “Asamblea republicana basada en los comités obreros y campesinos”. Dice Trotsky en referencia a esta formulación: … quisiera decirles por qué considero que se trata de una consigna política errónea o, al menos, ambigua. La “asamblea republicana” es, obviamente, una institución del Estado burgués. ¿Qué son, en cambio, los “comités obreros y campesinos”? Es obvio que son una especie de pariente de los soviets obreros y campesinos. Si es así, hay que decirlo. Porque las organizaciones de clase de los obreros y campesinos pobres, llámense soviets o comités, siempre constituyen organizaciones de lucha contra el Estado burgués, luego se convierten en órganos de la insurrección y, finalmente, después del triunfo, se transforman en organizaciones de la dictadura proletaria. Siendo así, ¿cómo es posible que una asamblea republicana –organización suprema del Estado burgués– se “base” en organizaciones del Estado proletario?37
De esta forma, Trotsky retoma la misma articulación estratégica que señalábamos para el caso de Francia. La postulación del programa democrático-radical solo es coherente con los objetivos revolucionarios en tanto y en cuanto desarrolla el frente único y los organismos de tipo soviético “en lucha contra el Estado burgués”. Ligado a esto, Trotsky les recuerda que
35 Ibídem, pp. 255-256. 36 Constituirían la Nueva Oposición Italiana. El adjetivo de “nueva” era especialmente para diferenciarse de la “vieja” oposición del grupo Prometeo referenciado en Amadeo Bordiga. 37 Trotsky, León, “Problemas de la Revolución italiana”, Escritos de León Trotsky 19291940 [CD], Libro 1, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2000.
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… en 1917, antes de Octubre, Zinoviev y Kamenev, al oponerse a la insurrección, se pronunciaron a favor de esperar que se reuniera la Asamblea Constituyente para crear un “Estado combinado” mediante la fusión de la Asamblea Constituyente y los soviets de obreros y campesinos. En 1919 fuimos testigos de la propuesta de Hilferding de inscribir a los soviets en la Constitución de Weimar. Hilferding, igual que Zinoviev y Kamenev, llamó a esto el “Estado combinado”38.
Se trata de un problema nodal de la estrategia. El programa democrático-radical es, como decíamos, parte de los “golpes habilidosos”, medios ofensivos con los que los revolucionarios luchan a la defensiva para acumular fuerzas para pasar a la ofensiva. Si falla en el momento decisivo de abandonar la defensa y pasar al ataque, se transforma en su contrario: de puentes devienen en barreras. En referencia a la formulación de Hilferding, emparentada con la de Zinoviev y Kamenev en Octubre del ‘17, dice Trotsky: Como pequeñoburgués de nuevo tipo quería, en el momento mismo en que se producía un abrupto viraje de la historia, “combinar” un tercer tipo de Estado mediante el casamiento de la dictadura proletaria con la dictadura de la burguesía bajo el signo de la Constitución39.
Una vez que la democracia soviética, infinitamente más democrática que la democracia burguesa más radical, se ha transformado en la expresión del poder de los trabajadores y los campesinos, la democracia radical puede pasar a ser el refugio de la contrarrevolución. Así fue efectivamente en Alemania con la Constitución de Weimar, que fue dictada al calor de la derrota de la insurrección de 1919; también en 1917 en Rusia, donde la convocatoria a la Asamblea Constituyente había sido negada por los conciliadores hasta que el proletariado pasó a la ofensiva. Esta última se eligió en noviembre del ‘17, días después de la toma del poder por los soviets, con listas de candidatos confeccionadas con anterioridad a la división del partido campesino (socialrevolucionarios), que con el triunfo de la revolución decantó un ala izquierda que conformaría luego un “gobierno obrero y campesino” con los bolcheviques. De ahí que la composición de la Constituyente no reflejó la evolución del proceso, cuestión 38 Trotsky, León, “Problemas de la revolución italiana”, ob. cit. La Constitución de Weimar fue sancionada en noviembre de 1919, producto de la Asamblea Nacional Constituyente que comienza a sesionar en febrero del mismo año, luego de la derrota de la huelga general insurreccional de enero, que sella la derrota de la Revolución alemana de 1918-1919. 39 Ídem.
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expresada en su negativa a dar cuenta de las conquistas y reconocer al poder soviético. Se había transformado en la trinchera de los enemigos de la revolución. En referencia a la política que levantaban con Lenin en aquel entonces, Trotsky señala: Planteábamos el problema de una insurrección que traspasaría el poder al proletariado a través de los soviets. Cuando se nos pregunta qué haríamos, en tal caso con la Asamblea Constituyente, respondimos: “Veremos; tal vez la combinemos con los soviets”. Para nosotros eso significaba una Asamblea Constituyente reunida bajo un régimen soviético, en la que los soviets fueran mayoría. Y como no sucedió, los soviets liquidaron la Asamblea Constituyente. En otras palabras: se trataba de dilucidar la posibilidad de transformar la Asamblea Constituyente y los soviets en organizaciones de una misma clase, jamás de combinar una Asamblea Constituyente burguesa con los soviets proletarios40.
Para Trotsky siempre consistía en un problema de articulación estratégica (defensiva-ofensiva, táctica-estrategia)41; tenía una visión clara sobre la articulación de la democracia obrera (soviets) y las consignas de la democracia burguesa42. Por el contrario, lo que muestra aquella formulación de “Asamblea republicana basada en los comités obreros y campesinos” es que aquel problema no se encontraba resuelto aún en el Gramsci maduro. Gramsci nunca arribó ni sostuvo una teoría del Estado “combinado”, pero por las grietas que en este aspecto tenía su
40 Ídem. Trotsky plantea lo mismo también en “Algunas leyendas de la burocracia”, apéndice 1 del tomo II de su Historia de la Revolución rusa. Este texto solo se encuentra disponible en castellano en la versión publicada por Ediciones IPS. Ver Trotsky, León, Historia de la Revolución rusa, tomo II, ob. cit., pp. 598 y ss. 41 De ahí que quienes como Rolando Astarita pretenden abordar la “posibilidad” o “imposibilidad” lógica de realización de determinada consigna transicional por fuera de la estrategia terminen “deduciendo” la imposibilidad de la ofensiva y la conciencia socialista como una necesidad a priori en relación a la experiencia. 42 Al mismo tiempo, Trotsky sostiene que en caso de desatarse una próxima crisis revolucionaria en Italia, “es seguro que las masas trabajadoras, tanto obreras como campesinas, unirían a sus reivindicaciones económicas las consignas democráticas (tales como libertad de reunión, de prensa, de organización sindical, de representación democrática en el parlamento y las municipalidades)”. Y agregaba que el Partido Comunista “deberá combatir por ellas con la mayor audacia y resolución, porque no se puede imponer una dictadura proletaria sobre las masas populares. Solo se la puede realizar luchando –luchando hasta el fin– por todas las consignas transicionales, las reivindicaciones y las necesidades de las masas y a la cabeza de las masas” (Trotsky, León, “Problemas de la revolución italiana”, ob. cit.).
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pensamiento se ha colado una parte de las interpretaciones socialdemócratas de sus elaboraciones.
PARTE 2 HEGEMONÍA BURGUESA Y HEGEMONÍA OBRERA Los efectos del fascismo y del stalinismo supieron dar nueva vida a aquella vieja teoría del Estado “combinado” que mencionábamos en el apartado anterior. Algunos como Antoine Artous, bajo el slogan de “la democracia hasta el final”, enfocan el problema desde el punto de vista de la relación entre democracia representativa y democracia directa, para llegar a la conclusión de que es posible combinarlas en un sistema de “doble representación”. La representación política pasa por una asamblea elegida por el “sufragio universal” de la población atomizada, mientras que los “soviets” quedan reducidos, en palabras de Artous, a una “‘segunda cámara social’, representando a los sindicatos, asociaciones, etc., que defienden los intereses económicos y sociales de los asalariados y las capas populares”43. De esta forma, como no se puede evitar el surgimiento de organizaciones de tipo soviéticas al calor de cada revolución, se busca alejar lo más posible a los trabajadores del poder político, para que se limiten a instituciones corporativas dedicadas a “sus” asuntos; es decir, para que renuncien a la hegemonía44. No es algo nuevo; desde los tiempos de Hilferding –y la Constitución de Weimar– ha sido el objetivo, explícito o implícito, de este tipo de estrategias. También Ernest Mandel sostuvo en un sentido similar que “todas las formas de democracia directa […] no sustituyen sino complementan a las instituciones del sufragio universal”, bajo el argumento de que “las masas obreras de todo el mundo están profundamente convencidas de la necesidad de participar en las elecciones democráticas de organismos de tipo parlamentario”45. El último Poulantzas, para sostener su perspectiva del “socialismo democrático”, también resumió su crítica a la Revolución rusa y al bolchevismo, diciendo:
43 Artous, Antoine, “Democracia y emancipación social (II)”, Vientosur, 24/4/2005, consultado el 5/3/2017 en: http://www.vientosur.info/spip.php?article190. Ver también Artous, Antoine, Marx, l’État, et la politique, París, Syllepse, 1999. 44 Para una crítica de los planteos de Artous ver Cinatti, Claudia y Albamonte, Emilio, “Más allá de la democracia liberal y el totalitarismo”, ob. cit. 45 Mandel, Ernest, El poder y el dinero, México, Siglo XXI, 1994, p. 287.
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¿No fue más bien esta misma situación, esta misma línea (sustitución radical de la democracia representativa por la democracia directa de base) la que constituyó el factor principal de lo que sucedió en la Unión Soviética, ya en vida de Lenin, y la que dio lugar al Lenin centralizador y estatista cuya posteridad conocemos?46
Ahora bien, no se trata simplemente de una discusión sobre las diferencias entre la democracia soviética en Rusia y en Occidente, como se la pretende presentar47. Trotsky incluso no tiene problema en señalar para Occidente, por ejemplo en el caso de EE. UU., la posibilidad de que una vez bajo el poder de los soviets no sean necesarias restricciones políticas fundamentales contra los burgueses expropiados: “los soviets norteamericanos serán tan distintos de los rusos como lo son los Estados Unidos del presidente Roosevelt del Imperio ruso del zar Nicolás II”48. Otro tanto señala para Alemania49. La imposibilidad de combinar la democracia burguesa con la democracia soviética se basa en que son la expresión política de regímenes sociales antagónicos. Ambos sistemas de representación son coherentes con ello. La democracia capitalista tiene por principio la separación de las masas del gobierno del Estado, para lo cual, como vimos, utiliza múltiples mecanismos. El parlamentarismo y, más aún, el presidencialismo, mediante el “sufragio universal” cada 2, 4 o 6 años, se basan en la atomización de la población en general y de la clase obrera en particular. De esta forma, el gobierno de una minoría, la burguesía, puede sostener su hegemonía presentándose como expresión de una genérica “voluntad popular” de las masas50. 46 Poulantzas, Nicos, Estado, poder y socialismo, Madrid, Siglo XXI, 1980, p. 309. 47 Es interesante la comparación que establece Trotsky con la Comuna de París y la Duma de Petrogrado frente a quienes, como Kautsky en aquel entonces, o Artous ahora, se basan en la Comuna para ir contra la dictadura del proletariado. Dice Trotsky en Terrorismo y comunismo: “No carece de interés notar que en las elecciones comunales de 1871, en París, formaron parte 230 000 electores. En las elecciones municipales de Petrogrado del 9 de noviembre de 1917, a pesar del boicot que les declararon todos los partidos, excepto el nuestro y el de los socialistas revolucionarios, que casi no tenía ninguna influencia en la capital, tomaron parte 400 000 electores. París en 1871 tenía 2 000 000 de habitantes. Petrogrado en 1917 tenía los mismos habitantes que París en 1871” (Trotsky, León, Terrorismo y comunismo, Buenos Aires, Heresiarca, 1972, p. 88). 48 Cfr. Trotsky, León, “Si Norteamérica se hiciera comunista”, ob. cit. 49 Cfr. Trotsky, León, “El frente único defensivo (Carta a un obrero socialdemócrata)”, La lucha contra el fascismo en Alemania, ob. cit. 50 El argumento, esgrimido por Artous y común a quienes defienden el planteo de “Estado combinado” sobre la virtud del sufragio universal y mecanismos como el “referéndum” como freno a las tendencias “totalitarias”, no resiste el análisis histórico. La
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La democracia soviética parte del principio opuesto: aumentar al máximo la incorporación de las masas al gobierno del Estado. De ahí que su base sean los consejos (soviets) elegidos no en base a las circunscripciones electorales territoriales de la democracia burguesa, sino esencialmente por unidad de producción (empresa, fábrica, escuela, etc.). Los consejos se erigen, al decir de Marx, como “corporaciones de trabajo”, legislativas y ejecutivas al mismo tiempo, que gobiernan en el sentido más amplio del término: definen el rumbo político, así como la planificación de los recursos económicos de la sociedad sobre la base de la propiedad estatal de los medios de producción. Por estas características es que su desarrollo progresivo, de la mano del avance hacia el socialismo, lleva inscripta la tendencia a la desaparición del Estado como tal, es decir, como poder divorciado de la sociedad, que aparentemente se ubica por encima de ella. No se trata de una estructura institucional “ideal” que surge de la nada. Al contrario, la democracia soviética se basa en el impulso más decidido de las tendencias a la autoorganización que se desarrollan en los procesos revolucionarios a partir del frente único de masas; primero para la defensa, luego para la ofensiva, y una vez conquistado el poder se transforman en el andamiaje institucional de la dictadura del proletariado. Los consejos (soviets) son pilares fundamentales para la hegemonía del proletariado. Las estrategias que aspiran a un “Estado combinado” pretenden encorsetar aquellas tendencias a la autoorganización en los estrechos límites de los “asuntos económicos y sociales”, negando con ello la hegemonía obrera. De aquí su papel reaccionario –e incluso contrarrevolucionario– en los momentos agudos de la lucha de clases ya que, justamente, no está Constitución stalinista de la URSS, sancionada en 1936, fue la que restableció el sufragio universal. Como señalara Trotsky: “En el plano político, la nueva Constitución difiere de la antigua en la sustitución del sistema electoral soviético, fundado en agrupamientos de clase y producción, por el sistema de la democracia burguesa basado en el así llamado sufragio ‘universal, igualitario y directo’ de una población atomizada. En pocas palabras, se trata de la liquidación jurídica de la dictadura del proletariado” (Trotsky, León, “La revolución traicionada”, La revolución traicionada y otros escritos, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2014 (Obras Escogidas 6, coeditadas con el Museo Casa León Trotsky), p. 215). Respecto al nazismo, en el caso de la llegada al gobierno de Hitler a través de las elecciones de marzo de 1933 superando los 17 millones de votos, Trotsky señala: “El ejército político de Hitler está compuesto de funcionarios, tenderos, empleados, comerciantes, campesinos y todas las clases intermedias y vacilantes. Desde el punto de vista de la conciencia social, son polvo. Es paradójico que Hitler, con todo su antiparlamentarismo, sea mucho más fuerte en el plano parlamentario que en el social. El polvo fascista sigue siendo polvo después de cada elección” (Trotsky, León, “La victoria de Hitler”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 3, ob. cit.). Ver Cinatti, Claudia y Albamonte, Emilio, “Más allá de la democracia liberal y el totalitarismo”, ob. cit.
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en juego solo el enfrentamiento entre regímenes políticos sino el propio carácter de clase del Estado y, por ende, el armamento del proletariado y el desarme de la burguesía, sin lo cual no hay democracia soviética posible. En términos estratégicos, el planteo (acabado o no) de “Estado combinado” oculta bajo una falsa solución, los más agudos problemas de estrategia (relación defensa y ataque, posición y maniobra, etc.). Y lo hace especialmente en los momentos de pasaje a la ofensiva (insurrección y guerra civil). Ahora bien, partiendo de que no hay lugar para la “combinación” entre democracia burguesa y soviética, volvamos al problema de la articulación estratégica de estos elementos en la defensa, durante la etapa de preparación. El valor relativo de las “trincheras” en la defensiva
Ya desarrollamos en torno a la táctica de “gobierno obrero” el valor relativo que tienen las “fortalezas” o “trincheras” en la ofensiva: cómo pueden ser, según se utilicen, un trampolín que aumente la potencia del ataque (preparación de la insurrección) o transformarse en un peso muerto que termine haciendo fracasar la ofensiva. Aquí abordaremos este mismo aspecto, pero desde el punto de vista de la defensa. Peter Thomas publicó en 2009 su libro The Gramscian Moment, que se transformó en una referencia en los estudios sobre Gramsci51. A los fines de este capítulo, nos interesan especialmente el desarrollo y la interpretación que realiza del concepto de “aparatos hegemónicos”52. Retomando los Cuadernos… de Gramsci53, señala: Un aparato hegemónico de clase es la amplia serie de instituciones articuladas (entendidas en el sentido más amplio) y las prácticas –desde los periódicos, a las organizaciones educativas, a los partidos políticos– por 51 En 2014, la revista Historical Materialism dedicó un dossier especial a la polémica sobre el libro de Thomas. Ver Historical Materialism, vol. 22, N.° 2, 2014, pp. 33 y ss. 52 Respecto al lugar central que otorga al concepto de “aparato hegemónico”, Thomas tiene su antecedente en el estudio sobre los Cuadernos de la cárcel de Gianni Francioni (cfr. Francioni, Gianni, L’officina gramsciana, Nápoles, Bibliopolis, 1984, pp. 177 y ss). 53 Gramsci señala en los Cuadernos de la cárcel: “que en una determinada sociedad nadie está desorganizado y sin partido, siempre que se entiendan organizaciones y partido en sentido amplio y no formal. En esta multiplicidad de sociedades particulares, de carácter doble, natural y contractual o voluntario, una o más de ellas prevalecen relativa o absolutamente, constituyendo el aparato hegemónico de un grupo social sobre el resto de la población (o sociedad civil), base del Estado entendido estrictamente como aparato gubernativo-coercitivo” (Gramsci, Antonio, “Organización de las sociedades nacionales” (Q6, §136), Cuadernos de la cárcel, Tomo 3, ob. cit., p. 104).
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medio de las cuales la clase y sus aliados comprometen a sus oponentes en la lucha por el poder político54.
En referencia a este tipo de instituciones, como vimos en el capítulo anterior, Trotsky las describía como “reductos” o “elementos” de democracia proletaria (en referencia a los partidos políticos, prensa obrera, sindicatos, comités de fábrica, clubes, cooperativas, sociedades deportivas, etc.) que el movimiento obrero ha conquistado bajo la democracia burguesa, sirviéndose de ella y luchando contra ella55. Ahora bien, ¿cuál es la valoración estratégica de las mismas para Thomas? Según el autor: El aparato estatal de la burguesía podría ser neutralizado solo cuando el proletariado lo haya privado de su “base social” a través de la elaboración de un proyecto hegemónico alternativo y su concreción en un aparato hegemónico adecuado a la misma. En los términos que adoptó Lenin de Marx y Engels con el fin de describir la Comuna de París y los soviets como un “Estado de tipo especial”56.
En el caso de Trotsky: En cuanto a nuestra misión –dice–, consiste en situar esos elementos de democracia proletaria, ya creados, en la base del sistema soviético del Estado obrero. Para este fin, es necesario romper la cáscara de la democracia burguesa y liberar de ella el meollo de la democracia obrera. En eso reside la esencia de la revolución proletaria57.
Es decir, en cuanto al valor estratégico, mientras que para Thomas estas instituciones están llamadas a “neutralizar” el aparato estatal de la burguesía, para Trotsky su desarrollo está indisolublemente ligado a la necesidad de “romper la cáscara de la democracia burguesa”. Es decir, no se trata de “neutralizar” sino de “romper” la hegemonía burguesa. Los “aparatos hegemónicos” por sí mismos no son capaces de “neutralizar” la hegemonía de la burguesía. Por eso Trotsky, al igual que vimos 54 Thomas, Peter, The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony and Marxism, Leiden, Brill, 2009, p. 226. 55 Ver Trotsky, León, “El frente único defensivo (Carta a un obrero socialdemócrata)”, ob. cit., pp. 315-316. También Trotsky, León, “¿Y ahora? Problemas vitales del proletariado alemán”, ob. cit., p. 121. 56 Thomas, Peter, ob. cit., p. 227. 57 Trotsky, León, “El frente único defensivo (Carta a un obrero socialdemócrata)”, ob. cit., pp. 315-316.
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en el caso de Francia, liga el planteo de frente único defensivo al diálogo con las ilusiones en la democracia burguesa. Ante la hipotética pregunta de un trabajador: “¿Aceptáis vosotros, los comunistas, defender la Constitución de Weimar?”, nuevamente responde distinguiendo las instituciones dentro del régimen burgués. La República –dice– tiene a su frente un presidente. ¿Aceptamos nosotros, los comunistas, defender a Hindenburg contra el fascismo? Pienso que esa necesidad deja de sentirse por sí misma, después de que Hindenburg haya llamado a los fascistas al poder. Luego viene el gobierno, presidido por Hitler. El gobierno no necesita ser defendido contra el fascismo. En tercer lugar, viene el parlamento. […] puede decirse con certeza que si la composición del Reichstag demuestra ser hostil al gobierno; si Hitler piensa suprimir el Reichstag, y la socialdemocracia muestra determinación para luchar a favor del Reichstag, los comunistas ayudarán a la socialdemocracia con toda su fuerza.
Sin embargo, resalta también que “hay cosas más valiosas” que el proletariado debe defender, como aquellos “elementos de democracia obrera” que señalábamos antes, y agrega: “La misión del fascismo no es tanto completar la destrucción de la democracia burguesa como aplastar los primeros esbozos de democracia proletaria”58. Trotsky opina que en el combate por la defensa de estas “fortalezas”, puntos de apoyo de estos “primeros esbozos de democracia proletaria” contra el Estado burgués, e incluso del parlamento si es que hay una lucha seria, es que se puede “romper la cáscara de la democracia burguesa” y pueden surgir los soviets como base de un “Estado de tipo especial”. Se trata de una visión dinámica donde la conciencia evoluciona ligada a la experiencia. Ahora bien, esta dinámica no solo se relaciona con los ataques directos, como por ejemplo los del fascismo, sino que la burocratización y estatización de aquellas “fortalezas” del proletariado puede transformarlas en su contrario. En la interpretación evolutiva de Thomas: El aparato hegemónico es el medio por el cual las fuerzas de clase de la sociedad civil se traducen en poder en la sociedad política. O, parafraseando el concepto del Estado capitalista de las últimas obras de Poulantzas, el aparato hegemónico es una “condensación material de la relación de
58 Ídem.
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fuerzas” dentro de la clase o alianza de clases que permite confrontar a su antagonista en el plano político59.
Sin embargo, estos “aparatos hegemónicos”, lejos de expresar en sí mismos la “condensación material de la relación de fuerzas”, tienen un valor relativo, incluso en la defensa, según estén bajo el control del movimiento obrero o de la burocracia, ya sea sindical o política. Pueden ser medios de los que se valga el proletariado para enfrentar a la burguesía o, al contrario, ser medios de los que se valgan la burguesía y su Estado para controlar al movimiento obrero. De aquí que la lucha contra la burocracia no sea un problema solamente para “después de la toma del poder”, o solo para la ofensiva, sino que se trata de un combate necesariamente constante y cotidiano, inseparable de la propia constitución de la clase obrera en sujeto y la lucha por su hegemonía. Como veremos, la táctica de frente único se relaciona directamente con este problema táctico y estratégico. Luego volveremos sobre la interpretación de Thomas sobre Gramsci, centrada casi exclusivamente en los Cuadernos de la cárcel; ahora lo que nos interesa es preguntarnos: ¿hay en la propia política que sostuvo el Gramsci maduro antes de ser encarcelado elementos ambiguos que dejen resquicios para este tipo de interpretaciones? Frente único: la defensa y la acumulación de fuerzas para la ofensiva
Sintetizando lo que planteábamos hasta aquí, vimos cómo la defensa tiene como objetivos negativos “parar el golpe”, “conservar”. El objetivo positivo está dado por la acumulación de fuerzas para pasar a la ofensiva. Ahora bien, un esquema defensivo limitado a estos elementos, de tipo “gradualista”, “evolutivo”, no se distingue en la práctica de lo que Clausewitz señala como un absurdo desde el punto de vista estratégico: la “defensa pasiva”. De ahí que las mejores defensas son aquellas que se nutren de la mayor cantidad de medios ofensivos. Dicho esto, es necesario volver a poner en primer plano el objetivo positivo de la defensa: la
59 Thomas, Peter, ob. cit., p. 226 [destacado en el original]. Thomas le critica a Poulantzas que el poder político no consiste en una condensación de fuerzas “entre las clases” en el Estado, sino que “es inmanente a los proyectos hegemónicos por medio de los cuales las clases se constituyen a sí mismas en clases”. Ahora bien, el Estado no puede ser una “condensación de la relación de fuerzas entre las clases”, desde el momento en que su fundamento son los “destacamentos armados separados de la sociedad” de los que hablan Engels y Lenin. Pero tampoco el poder político de la clase obrera puede expresarse como “condensación material de la relación de fuerzas” en los “aparatos hegemónicos” por fuera de la lucha de clases.
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acumulación de fuerzas para pasar a la ofensiva. En términos estratégicos, sin este elemento, toda defensa, por más medios ofensivos que pretenda articular, falla en lo esencial: preparar el contraataque. Anteriormente señalábamos la articulación entre el programa democrático-radical y el frente único: cómo el primero busca dinamizar al segundo y cómo el desarrollo del frente único es base para la constitución de organismos de tipo soviético, que son los órganos para el pasaje a la ofensiva y luego el andamiaje de la dictadura del proletariado. Pero también señalábamos el objetivo estratégico de la táctica de frente único: ganar a la mayoría para la revolución o, dicho en otros términos, que el partido revolucionario conquiste una mayoría en la clase obrera para que justamente la dinámica “en el papel” de frente único-soviets-dictadura del proletariado sea posible en los hechos. Entonces, ¿cómo se expresa en la defensiva esta dinámica progresiva entre la constitución de un frente unido de clase contra la burguesía y el fortalecimiento de la influencia revolucionaria para la ofensiva? Tanto para Trotsky como para Gramsci, la necesidad de levantar las consignas democrático-radicales iba de la mano –era indisociable– del combate contra las ilusiones en la democracia burguesa y el parlamentarismo como medios fundamentales contra la perspectiva del poder obrero. Las clases dirigentes –dice Gramsci para Italia– ponen en práctica un vasto plan de corrupción y de disgregación interna del movimiento obrero usando como señuelo, ante los dirigentes oportunistas, la posibilidad de que una aristocracia obrera colabore con el gobierno en una tentativa de solución “reformista” del problema del Estado (gobierno de izquierda)60.
Para abordar este punto en la comparación entre Trotsky y Gramsci, cobran especial relevancia sus respectivas evaluaciones del que fuera uno de los principales enfrentamientos de la lucha de clases en Occidente durante la década de 1920, luego de la Revolución alemana de 1923: la huelga general y la huelga minera en Gran Bretaña de 1926. Su relevancia está dada tanto por la importancia del proceso como porque expresó claramente aquella “tentativa de solución reformista”, en el marco de una de las principales democracias imperialistas, ya no de un “Occidente periférico” (Italia). A partir de 1924 se desarrolló, dentro de los sindicatos ingleses, un movimiento (“movimiento de la minoría”) que exigía mayor dureza
60 Gramsci, Antonio, “La situación italiana y las tareas del PCI (Tesis de Lyon)”, ob. cit., p. 233.
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contra las patronales, que incluía a los comunistas en un frente único con la “izquierda” del Partido Laborista61 encabezada por A. A. Purcell, quien en 1924 llegaría a presidir el Trades Union Congress (TUC, central sindical británica). En este marco62 se concreta la creación del “Comité sindical anglo-ruso” como órgano de coordinación entre los sindicatos soviéticos y las trade unions británicas, con el planteo de una mutua solidaridad y el objetivo declarado de avanzar en la unidad sindical internacional. En 1926 el movimiento obrero británico protagonizó las mayores acciones de masas de su historia desde el período del cartismo. Ese año estalló la huelga de los mineros, el corazón de la clase obrera británica, contra la pretensión de la empresa de extracciones de prolongar la jornada de trabajo y bajar los salarios. En mayo, el Trades Union Congress decide proclamar la huelga general en apoyo a los mineros. Luego de nueve días de huelga general, bajo presión del gobierno conservador, la dirección de las trade unions levantó la huelga en solidaridad. Los mineros continuaron la huelga durante todo el año que, finalmente aislada del resto del movimiento obrero, es derrotada en noviembre con la subsecuente ola de despidos, baja de salarios, aumento de horas de trabajo y prohibición legal de las huelgas en solidaridad y los piquetes. El Comité anglo-ruso, que había cumplido un papel progresivo hasta la huelga general, permitiendo el avance de los comunistas británicos, se mantiene, sin embargo, luego de que la burocracia traicionara con el levantamiento de la huelga general. Gramsci y Trotsky sacarán conclusiones casi inversas de este hecho. Para Trotsky, desde el momento en que la dirección de las trade unions había traicionado a los mineros, levantando la huelga general, el Comité anglo-ruso debería haber sido roto inmediatamente. Al no hacerlo, la IC pasó a cumplir un papel reaccionario, cubriendo así la traición de la burocracia “de izquierda” con la legitimidad de los comunistas y liquidando con ello las posibilidades de emergencia del Partido Comunista británico.
61 Fundado a principios del siglo XX sobre la base de los sindicatos, el Partido Laborista se había transformado en las décadas posteriores en el principal partido de la clase obrera británica bajo la dirección de la burocracia reformista. Cuando se funda la III Internacional esta situación ya era un hecho, y el comunismo no había logrado hacer pie en la clase obrera. 62 La mayor injerencia de EE. UU. en Europa amenazaba con alienar las relaciones entre ese país y Gran Bretaña. El Plan Dawes, implementado luego de la crisis del Ruhr y la derrota de la Revolución alemana del ‘23, se proponía estabilizar a Europa en beneficio del imperialismo norteamericano mediante créditos a Alemania para que pudiese pagar las reparaciones de guerra a Francia y Gran Bretaña, fondos que estos países volvían a remitir a EE. UU. para saldar las deudas contraídas durante la I Guerra Mundial.
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Gramsci, por su parte, va a apuntar en un sentido contrario. Tan tarde como agosto de 1926, con varios meses de huelga minera y ya consumada la traición del TUC, planteó la necesidad de seguir sosteniendo el Comité anglo-ruso: Yo pienso que, a pesar de la indecisión, la debilidad y si se quiere la traición de la izquierda inglesa durante la huelga general, el Comité angloruso deberá ser mantenido, porque es el terreno mejor para revolucionar no solo el mundo sindical inglés, sino también los sindicatos de Ámsterdam63. En un solo caso debería darse una ruptura entre los comunistas y la izquierda inglesa: si Inglaterra estuviera en los umbrales de la revolución proletaria con nuestro partido tan fuerte como para poder conducir por sí solo la insurrección64.
De esta forma, Gramsci se desliza a una interpretación que tiende a presentar al frente único no ya como táctica sino como estrategia, o como táctica permanente hasta “los umbrales de la revolución proletaria”. Sin embargo, al mismo tiempo que sostiene la continuidad del Comité anglo-ruso, Gramsci presenta como un punto clave la necesidad de que el comunismo británico tenga “un programa de reorganización democrática de las trade unions”. Una reorganización tal de los sindicatos que, “bajo el impulso de nuestro partido, tendría el significado y la importancia de una verdadera germinación de tipo soviética”65. Trotsky también contemplaba esta posibilidad. Por ejemplo, en el hipotético caso de un gobierno obrero formado en el parlamento, señala que … se vería forzado a crear nuevos órganos revolucionarios, apoyándose en los sindicatos y, en general, en las organizaciones obreras. De ello resultaría un desenvolvimiento excepcional de la actividad y de la iniciativa de las masas obreras. En el terreno de la lucha inmediata contra las clases explotadoras, las trade unions se unirían más activa y estrechamente entre ellas, no solo por el órgano de sus directores, sino también por abajo, y concebirían la necesidad de constituir asambleas locales de delegados, es decir, de consejos (soviets) de diputados obreros66.
63 Agrupamiento internacional de la burocracia sindical reformista. 64 Gramsci, Antonio, “Un examen de la situación italiana”, Escritos políticos (19171933), México, Pasado y Presente, 1981, p. 288. 65 Ídem. 66 Trotsky, León, ¿Adónde va Inglaterra? Europa y América, ob. cit., pp. 100-101.
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Como vemos, la diferencia entre ambos no estaba en esta perspectiva sobre la posibilidad de que los futuros soviets surgieran de revolucionar los sindicatos en Gran Bretaña67. A su vez, hubo importantes puntos de contacto respecto a la caracterización del papel de la burocracia, cuestión que tiene su expresión en Gramsci no solo en sus escritos políticos, sino también en los Cuadernos de la cárcel, cuando en referencia al “cesarismo” moderno señala que no puede aspirar a representar al conjunto de las clases pero puede encontrar formas de dominio a través de diferentes mediaciones (partidos y sindicatos), no solo el ejército: La técnica política moderna se ha transformado completamente después del ‘48, después de la expansión del parlamentarismo, del régimen asociativo sindical y de partido, de la formación de amplias burocracias estatales y “privadas” (político-privadas, de partidos y sindicales) y las transformaciones ocurridas en la organización de la policía en sentido amplio, o sea no solo del servicio estatal destinado a la represión de la delincuencia, sino del conjunto de las fuerzas organizadas por el Estado y por los particulares para tutelar el dominio político y económico de las clases dirigentes. En este sentido, partidos “políticos” enteros y otras organizaciones económicas o de otro género deben ser considerados organismos de policía política, de carácter investigativo y preventivo68.
Sin embargo, mientras que Gramsci desarrolló el papel de las burocracias obreras en cuanto a su caracterización, es en las elaboraciones de Trotsky donde también encontramos desarrollada una clara estrategia (y táctica) para enfrentarlas.
67 Zinoviev, dirigente principal de la IC en aquel entonces, sostiene directamente que la evolución de los sectores de izquierda dentro del laborismo abría la posibilidad de un camino alternativo a la conformación misma de partidos comunistas independientes: “Las diferentes secciones y los dirigentes de la Internacional [Comunista] piensan que solo podemos marchar por un camino –por el camino de la creación de partidos comunistas– y no ven lo que es nuevo, lo que ha surgido en los partidos reformistas, cuál es la estratificación de la aristocracia obrera, qué potentes giros a la izquierda han aparecido en la clase obrera inglesa, qué importante papel empieza a volver a tener nuestra Unión [Soviética] en la radicalización de las masas obreras en Occidente, etc.” (citado en Hajek, Milos, Historia de la Tercera Internacional. La política de frente único (1921-1935), Barcelona, Grijalbo, 1984, p. 160). 68 Gramsci, Antonio, “El cesarismo” (Q13, §27), ob. cit., p. 66. Juan Dal Maso y Fernando Rosso destacan estos desarrollos en el pensamiento de Gramsci contra muchas interpretaciones superficiales que pretenden soslayarlo. Cfr. Rosso, Fernando y Dal Maso, Juan, “Pablo Iglesias y su Gramsci a la carta”, ob. cit.
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Democracia burguesa y movimiento obrero: fuerza material y fuerza moral
Según Gramsci, las condiciones para revolucionar los sindicatos en una perspectiva soviética consistían en: 1] liberar a los obreros ingleses de la influencia de la burocracia sindical; 2] reducir la influencia ejercida en el Labour Party por el partido de MacDonald69 (ILP), que hoy funciona precisamente como fuerza centralizadora local en la pulverización sindical; 3] crear un terreno en el que sea posible a los elementos organizados de nuestro partido el ejercicio de una directa influencia sobre la masa obrera inglesa70.
Es decir, para Gramsci, por un lado, se trataba de pelear por la democratización de los sindicatos y por la ampliación de la influencia de los comunistas en Gran Bretaña. Pero, por otro lado, como veíamos, la condición para ello era sostener una especie de frente único permanente hasta el pasaje a la ofensiva, que consistía en mantener el Comité angloruso para poder continuar el frente único del comunismo con la “izquierda” del laborismo a pesar de la traición de la huelga de 1926. Para Trotsky, estos dos aspectos que Gramsci quería integrar en una misma política eran contradictorios entre sí. No existía frente único permanente posible, menos aún al margen de los principales hechos de la lucha de clases. La ruptura del Comité anglo-ruso y el combate a la burocracia que había traicionado eran condiciones indispensables para la ampliación de la influencia de los comunistas confluyendo con los sectores del movimiento obrero que querían continuar la huelga en solidaridad con los mineros en lucha. En esto consistía la verdadera continuidad de la táctica de frente único. Solo sobre esta base podrían desarrollarse la democratización de los sindicatos y avivarse tendencias “soviéticas”. En este marco, la ruptura del “movimiento de la minoría” con la burocracia de izquierda del laborismo solo podía ser responsabilidad de Purcell y Cía.71.
69 Ramsay MacDonald (1866-1937): Primer Ministro de los dos primeros gobiernos laboristas británicos (1924 y 1929-1931); después abandonó el Partido Laborista para formar un gobierno de “unidad nacional” con los conservadores. 70 Gramsci, Antonio, “Un examen de la situación italiana”, ob. cit., p. 288. 71 “Si Purcell y Hicks rompen con nosotros –dice Trotsky– no es porque les estemos exigiendo hacerse comunistas […] sino porque nosotros queremos seguir siendo comunistas” (Trotsky, León, “The Mistakes of Rightist Elements of the Communist League on the Trade Union Question”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https:// www.marxists.org/archive/trotsky/1931/unions/6-mistakes.htm).
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Se trata de dos abordajes con puntos en común, pero que terminan siendo opuestos en cuanto a la articulación estratégica. Gramsci parece representarse dos carriles paralelos: en uno, el resultado de la huelga general; en otro, el avance en el desarrollo de la organización obrera e incluso en la posibilidad de tendencias de tipo soviéticas (doble poder). Esto justamente cuando la principal tarea que se impuso la dirección del laborismo durante la huelga fue negarle su carácter político y presentarla como un conflicto puramente sindical. La reorganización del movimiento obrero y la lucha contra el Estado burgués parecen ir en su pensamiento estratégico por carriles paralelos, en forma similar a la Constituyente y los soviets que veíamos para el caso de Italia. Mientras tanto, para Trotsky: “En el ejemplo de Inglaterra se ve claramente lo absurdo de contraponer, como si implicaran principios diferentes, la organización sindical y la organización del Estado”72. “La burocracia sindical –dice– es el principal instrumento de la opresión del Estado burgués”, y agrega que: “Si no fuera por la burocracia sindical, la policía, el ejército, los lores, la monarquía, aparecerían ante los ojos de las masas proletarias como lamentables y ridículos juguetes. La burocracia sindical es la columna vertebral del imperialismo británico”73. De hecho, la traición del laborismo, que llevó a la derrota del movimiento obrero, tuvo como “recompensa” su llegada al poder dos años después, como encargado de salvar a la burguesía frente a la crisis de 1929. La conclusión es que el sostenimiento del Comité anglo-ruso luego de la traición del Partido Laborista terminó haciendo realidad la “tentativa de solución ‘reformista’ del problema del Estado (gobierno de izquierda)” sobre la que el propio Gramsci alertaba. Las ilusiones en la democracia burguesa cumplen un papel similar para la burguesía que la “fuerza moral” en términos clausewitzianos para un ejército. El general prusiano le otorga a esta fuerza la mayor de las importancias; al compararla con la “fuerza física”, sostiene: “lo físico es la empuñadura de madera, mientras que lo moral es el noble metal de la hoja; por consiguiente, la verdadera y resplandeciente arma que hay que manejar”74. Sin embargo, en la lucha, al momento de medir fuerzas, no se trata de dos elementos que puedan separarse en la realidad: “la medida de las fuerzas morales y materiales [se da] por medio de estas últimas”75, es decir, por medio de las fuerzas materiales. De aquí la importancia de la burocracia
72 Trotsky, León, “Los errores fundamentales del sindicalismo”, en Los sindicatos y las tareas de los revolucionarios, ob. cit., p. 39. 73 Ídem. 74 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 272. 75 Ibídem, p. 145.
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al interior del movimiento obrero como “fuerza material” que encarna aquellas ilusiones en la democracia burguesa en Occidente. Para Trotsky no existía posibilidad de llevar adelante ninguna lucha seria del movimiento obrero, incluso democrática, como contra la monarquía, sin enfrentar a la burocracia sindical. Menos aún, como sugería Gramsci, avanzar en la influencia de los comunistas desligada de esta lucha. De hecho, el caso de Gran Bretaña después de la huelga es un gran ejemplo, ya que el Partido Comunista, luego de aumentar considerablemente su influencia, volvió a una existencia testimonial. Volviendo a la pregunta que nos hacíamos al principio, ¿cómo se expresa entonces en la defensiva una dinámica progresiva entre la constitución de un frente único de clase contra la burguesía y el fortalecimiento de la influencia de los revolucionarios para la ofensiva? Trotsky contesta para el caso de Gran Bretaña que, a diferencia de la izquierda del laborismo (“centrista”) que representaba “una tentativa de renacimiento del centrismo en el seno del partido socialimperialista de MacDonald”, … el Partido Comunista, por el contrario, no podrá colocarse a la cabeza de la clase obrera sino en la medida en que esta se halle en irreductible contradicción con la burocracia conservadora, tanto en las trade unions como en el Labour Party [Partido Laborista]. El Partido Comunista no se puede preparar para su papel director sino mediante la crítica implacable del personal director del movimiento obrero inglés, desenmascarando día por día su papel conservador, antiproletario, imperialista, monarquizante, servil, en todos los dominios de la vida social y del movimiento de clase76. Aliados: hegemonía burguesa y hegemonía obrera
Hasta ahora hemos visto los diferentes aspectos que hacen a la defensa que van mucho más allá de un simple objetivo negativo de “parar el golpe”. Ahora bien, para completar los elementos esenciales del concepto, aún nos resta destacar uno clave: el contraataque. “Ese pasaje al contragolpe –dice Clausewitz– debe ser considerado como una tendencia natural de la defensiva y, en consecuencia, como uno de sus elementos esenciales”. Y agregaba: “un pasaje rápido y vigoroso al ataque –el golpe de espada fulgurante de la venganza– es el momento más brillante de la defensiva”77.
76 Trotsky, León, ¿Adónde va Inglaterra? Europa y América, ob. cit., p. 165. 77 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo III, ob. cit., pp. 37-38.
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Desde el punto de vista de las condiciones para el contraataque, ya hemos analizado el desarrollo de dos de los medios necesarios. Por un lado, el principal, la constitución de la fuerza revolucionaria de la clase obrera, desde el frente único defensivo hasta el frente único ofensivo de los soviets dirigidos por un partido revolucionario. Por otro lado, mencionamos las “fortalezas”, los “reductos de democracia obrera dentro del Estado burgués”, al decir de Trotsky, las “trincheras” o “casamatas”, al decir de Gramsci. Queda por abordar un tercer elemento fundamental: los aliados. Como dice Clausewitz, este tercer “medio de ataque” consiste en “la ayuda del pueblo [que] coopera con el ataque en esos casos en los que los habitantes se hallan más ligados al agresor que a su propio ejército”78. Dando cuenta de este elemento se formuló originalmente en el marxismo ruso a finales del siglo XIX el concepto de gegemoniya, que fue evolucionando hasta expresar (con muchos matices, por cierto, según las interpretaciones) la necesidad de la clase obrera revolucionaria de conquistar la dirección de una alianza con el campesinado pobre. Perry Anderson destaca que fue un paso decisivo y muy productivo el de Gramsci al extender la noción de hegemonía desde esta utilización original a “los mecanismos de la dominación burguesa sobre la clase obrera en una sociedad capitalista estabilizada” (hegemonía burguesa). Pero que, sin embargo: “El paso de una utilización a otra estuvo mediatizado por una serie de máximas genéricas aplicables en principio a cualquiera de ellas. El resultado fue una serie aparentemente formal de proposiciones sobre la naturaleza del poder en la historia”79. Los fundamentos filológicos de este planteo en la obra de Gramsci han sido criticados ampliamente por los estudios posteriores80 de los Cuadernos de la cárcel. A los fines del presente artículo nos centraremos en la crítica que al respecto le realiza Peter Thomas, especialmente en la resolución que le da al problema. Thomas cruza frontalmente aquel razonamiento de Anderson: … podemos ver que el “punto de partida” de Gramsci –dice Thomas– expresamente no era la formulación pre-revolucionaria del concepto de hegemonía […]. Uno de los grandes méritos de Las antinomias de Antonio Gramsci fue el redirigir la atención de la teoría gramsciana de la hegemonía 78 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 490. 79 Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, ob. cit., p. 39. 80 De especial importancia entre los estudios filológicos que han abordado la crítica a la interpretación de Perry Anderson es el libro de Gianni Francioni, L’ officina gramsciana, el cual han retomado diferentes trabajos posteriores, entre ellos, como señalábamos, el propio The Gramscian Moment de Peter Thomas.
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a las raíces en la experiencia bolchevique […]. Anderson malinterpretaba, sin embargo, la “temporalidad diferencial” de la verdadera referencia histórica de Gramsci81.
Para Thomas la “verdadera referencia” donde se debe centrar la atención es la Nueva Política Económica (NEP) que implementaron los bolcheviques en el poder para afrontar la profunda crisis social y económica en que se encontraba sumida Rusia luego de la guerra civil, que consistía en el restablecimiento parcial de la libertad de comercio y la economía monetaria, recreando un mercado, buscando aumentar la producción en el agro y la industria. De ahí que, viendo el papel que la hegemonía (o la falta de ella) cumplía en el Estado obrero, según Thomas, Gramsci adapte el concepto de “hegemonía” también al Estado burgués. Al final del capítulo volveremos sobre esta interpretación de Thomas del concepto de “hegemonía” referenciado en la NEP, sus consecuencias y problemas. El punto a destacar aquí es que, aunque la referencia de Gramsci efectivamente sea la NEP, Thomas no logra (no se lo propone seriamente) saldar el problema sobre el que Anderson tiene el mérito de alertar frente a los más variados intérpretes de los Cuadernos de la cárcel, a saber: que, al generalizarlo, el concepto de hegemonía puede perder una característica fundamental que tenía en su acepción prerrevolucionaria: justamente que la revolución era su objetivo (estaba por delante) y no algo posterior a la toma el poder, como sería, por ejemplo, en el caso de la NEP. Lo cierto es que para Gramsci, como muestran los Cuadernos… (por ejemplo, sus análisis sobre el “tercer momento” de las relaciones de fuerzas militares82), así como el informe de Athos Lisa sobre sus preocupaciones en torno a los aspectos militares de la insurrección durante su encierro83, la posibilidad de “neutralizar” al aparato del Estado burgués sin revolución que sugiere Thomas estaba claramente por fuera de sus perspectivas84. 81 Thomas, Peter, ob. cit., p. 231. 82 Gramsci, Antonio, “Análisis de situaciones: relaciones de fuerzas” (Q13, §17), Cuadernos de la cárcel, Tomo 5, ob. cit. 83 Lisa, Athos: “Discusión política con Gramsci, en la cárcel”, ob. cit. 84 Tampoco, como decíamos, sus escritos precarcelarios abonan este tipo de planteos. Señala Gramsci en 1926: “Los comunistas turineses se plantearon concretamente la cuestión de la ‘hegemonía del proletariado’, o sea de la base social de la dictadura proletaria y del Estado obrero. El proletariado puede convertirse en clase dirigente y dominante en la medida en que consigue crear un sistema de alianzas de clase que le permita movilizar contra el capitalismo y el Estado burgués a la mayoría de la población trabajadora, lo cual quiere decir en Italia, dadas las reales relaciones de clase existentes en Italia, en la
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Veamos cómo desarrolla Trotsky los problemas de la articulación entre hegemonía (aunque casi sin utilizar el término) y revolución en su aspecto estratégico (pasaje al contraataque, ofensiva revolucionaria). Democracia burguesa y aliados del proletariado: fuerza material y fuerza moral
Como vimos a lo largo del capítulo, Trotsky le otorga mucha importancia al programa democrático-radical y a las consignas democráticas en general como herramienta para horadar la hegemonía burguesa y conquistar la del proletariado, al mismo tiempo que combate las ilusiones en la democracia burguesa. Si bien, como señaláramos, Anderson no sostiene que Trotsky contraponga en general la hegemonía a la dictadura del proletariado (como le atribuye Thomas), en su libro Consideraciones sobre el marxismo occidental es muy crítico de las posiciones de Trotsky al respecto durante la segunda mitad de la década de 1930. Para teorizar sobre la especificidad del Estado fascista –señala Anderson– como el más mortal enemigo de la clase obrera, Trotsky, desde luego, tuvo que brindar elementos de una contrateoría del Estado democráticoburgués […] Sin embargo, nunca elaboró una explicación sistemática de ella. La ausencia de tal teoría parece haber tenido efectos determinantes sobre sus juicios políticos después de la victoria del nazismo.
Y en particular señala como “errores de la evolución teórica” de Trotsky que … mientras que en sus ensayos sobre Alemania subrayaba la imperativa necesidad de ganar a la pequeñoburguesía local para una alianza con la clase obrera (citando el ejemplo del bloque contra Kornilov en Rusia), en sus ensayos sobre el Frente Popular descartaba a la organización tradicional de la pequeña burguesía local, el Partido Radical, por considerarlo meramente un partido del “imperialismo democrático” que en principio debía ser excluido de toda alianza antifascista85.
medida en que consigue obtener el consenso de las amplias masas campesinas” (Gramsci, Antonio, “Algunos temas sobre la cuestión meridional”, Escritos políticos (1917-1933), ob. cit., p. 307). 85 Anderson, Perry, Consideraciones sobre el marxismo occidental, México, Siglo XXI, 1998, p. 144.
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En realidad la cuestión que está criticando Anderson es la negativa de Trotsky a identificar a las “clases medias” con sus representaciones tradicionales. Anderson quiere contraponer esto con “el ejemplo del bloque contra Kornilov”, pero justamente la política de los bolcheviques en Rusia es una muestra por la positiva de lo mismo que los Frentes Populares demostraron por la negativa en Francia y el Estado Español. En la Revolución rusa se trataba de derrotar a Kornilov y que las masas pudieran completar su experiencia con Kerensky, por eso mientras que el bolchevismo se ubicaba del mismo bando militar que el Gobierno Provisional, la clave era no otorgarle ningún apoyo político y utilizar aquella “confluencia” militar para armar al proletariado. Y así fue que en septiembre el partido campesino (SR), en la persona de Kerensky, una vez derrotado el golpe, encabezó la represión contra la toma violenta de tierras en el campo. El hecho de que el campesinado se estuviese enfrentando abiertamente con su dirección tradicional fue fundamental para evaluar la madurez de las condiciones subjetivas para pasar a la ofensiva por la toma del poder. Las ilusiones en la democracia burguesa en el caso de los sectores medios, aunque con diferencias respecto al movimiento obrero, tampoco opera en el vacío. Se expresa en organizaciones y partidos, “fuerzas morales” al decir de Clausewitz, que se encarnan en “fuerzas materiales” al interior de las clases. De aquí que, al contrario de Anderson, Trotsky sostiene que la alianza con la pequeñoburguesía no puede darse sin una lucha sin cuartel contra sus direcciones tradicionales. Como dice Trotsky sobre los dirigentes socialdemócratas franceses, que junto a los stalinistas formaban el Frente Popular francés con el Partido Radical (partido colonialista representante tradicional de los sectores medios): ... se imaginan con toda seriedad que una alianza con los radicales es una alianza con las “clases medias” y, en consecuencia, una barrera contra el fascismo. Esta gente no ve otra cosa que las sombras parlamentarias. Ignoran la evolución real de las masas y se vuelven hacia el Partido Radical que se sobrevive y que mientras tanto les ha dado la espalda. Piensan que en una época de gran crisis social, una alianza de clases movilizadas puede ser reemplazada por un bloque con una camarilla parlamentaria comprometida y condenada a la desaparición. Una verdadera alianza del proletariado y las clases medias no es una cuestión de estática parlamentaria, sino de dinámica revolucionaria. Es necesario crear esta alianza, forjarla en la lucha86.
86 Trotsky, León, ¿Adónde va Francia? / Diario del exilio, ob. cit., p. 54.
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¿Cómo se da esta dinámica revolucionaria? También en ¿Adónde va Francia? Trotsky la describe ampliamente: Los fascistas muestran audacia, salen a la calle, enfrentan a la policía, intentan barrer el Parlamento por la fuerza. Esto impresiona al pequeñoburgués sumido en la desesperación. […]. Los parlamentarios rutinarios, que creen conocer bien al pueblo, gustan de repetir: “No hay que asustar a las clases medias con la revolución: aborrecen los extremos”. Bajo esta forma general, esta afirmación es absolutamente falsa. Naturalmente, el pequeño propietario tiende al orden en tanto que sus negocios marchan bien y mientras tenga esperanzas de que marchen aún mejor. Pero cuando ha perdido esa esperanza, es fácilmente atacado por la rabia y está dispuesto a abandonarse a las medidas más extremas […]. Para atraer a su lado a la pequeña burguesía, el proletariado debe conquistar su confianza. Y, para ello, debe comenzar por tener él mismo confianza en sus propias fuerzas. Necesita tener un programa de acción claro y estar dispuesto a luchar por el poder por todos los medios posibles. Templado por su partido revolucionario para una lucha decisiva e implacable, el proletariado dice a los campesinos y a los pequeños burgueses de la ciudad: “Lucho por el poder; este es mi programa; estoy dispuesto a ponerme de acuerdo con ustedes para hacer cambios en este programa; no emplearé la fuerza más que contra el gran capital y sus lacayos; pero con ustedes, trabajadores, quiero hacer una alianza sobre la base de un programa dado”87.
Para Trotsky la capacidad del proletariado de dirigir una alianza con sectores de las “clases medias” no se trata de una cuestión de declaraciones de “buenas fe” y “entusiasmo”, sino de correlación de fuerzas, la cual nunca puede establecerse por fuera de la lucha de clases. Como señalara Clausewitz, “la cooperación de los aliados no depende de la voluntad de los beligerantes, y […] es frecuente que aquella solo tenga lugar o se acentúe más adelante para restablecer el equilibrio perdido”88. Esto es lo que sucede cuando irrumpe una crisis profunda. Por eso para Trotsky la probabilidad de una alianza con los sectores medios empobrecidos depende tanto de un programa que dé cuenta de todas sus necesidades históricas progresistas, como de la independencia del proletariado respecto a todas las clases para poder desplegar iniciativa y decisión. Por esto Trotsky hace especial hincapié en el desarrollo de organismos de autoorganización y les da una importancia de primer orden a las milicias obreras. De lo contrario, estos sectores medios, como sucedió 87 Ibídem, p. 51-53. 88 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 36.
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en Alemania en 1933, se vuelcan hacia el fascismo porque justamente de lo que se trata en determinado momento para las clases intermedias es de “restablecer el equilibrio perdido”. Cualquier indecisión del proletariado al momento de pasar al contraataque que lo aleje de “un pasaje rápido y vigoroso al ataque” es fatal. Fuerza y consenso
Como vemos, para Trotsky en la conquista de la hegemonía del proletariado, además de elementos político-ideológicos y programáticos (tanto las consignas de la democracia radical como las consignas democráticas que refieren a cuestiones estructurales de la nación, que Trotsky en la teoría de la revolución permanente y Gramsci en las “Tesis de Lyon” destacan), hay un aspecto estratégico, decisivo por cierto, que se relaciona con la fuerza material y la decisión revolucionaria que es capaz de mostrar la clase obrera frente a la burguesía. En momentos de ruptura del equilibrio (situaciones revolucionarias), en la medida en que los capitalistas modifican la correlación entre los elementos coercitivos y consensuales de su dominación, la clase obrera también debe hacerlo. Se trata de “no perder de vista al adversario para que si este echa mano a la espada de combate no [nos veamos] obligados a salirle al encuentro con una ceremonia”89, como señala Clausewitz. En este punto es de primer orden clarificar cuál es la relación precisa y dinámica entre consenso y coerción en las estructuras de poder burgués en los escenarios “occidentales” que estamos analizando. El abordaje reformista y la idea general que pretende dar la propia burguesía es que la dominación en este tipo de Estado adopta principalmente formas consensuales, esencialmente a través de diferentes tipos de mecanismos culturales. En la actualidad tenemos como versiones de moda de este planteo desde las relativamente sofisticadas de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, basadas en la “deconstrucción” o, si se prefiere, en la “destrucción” del pensamiento de Gramsci90, hasta réplicas vulgares, que llegan a poner a prueba el propio sentido del humor, del estilo Pablo Iglesias recomendando no “boxear” con el Estado, sino “jugar al ajedrez”91 con él. Perry Anderson se pregunta sobre esta relación entre coerción y consenso en el pensamiento de Gramsci. En su respuesta se detiene en la metáfora del centauro (mitad hombre-mitad bestia), que fue tomada por Gramsci de Maquiavelo para dar cuenta de esta relación. De ahí que en 89 Ibídem, p. 77. 90 Cfr. Cinatti, Claudia, “La impostura posmarxista”, ob. cit. 91 Cfr. Iglesias, Pablo, Disputar la democracia. Política para tiempos de crisis, ob. cit.
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los Cuadernos… se establezca una serie de oposiciones: fuerza-consentimiento, dominación-hegemonía, violencia-civilización. Al no establecer una relación unívoca, siempre según Anderson, entre estos pares de conceptos respecto a los Estados capitalistas “occidentales”, Gramsci terminó, al igual que Maquiavelo, sobrevalorando uno de ellos. En el caso del florentino habría sobrevalorado la “mitad bestia”, la coerción, y de ahí que por generaciones fuera denostado por el sentido común el término “maquiavélico” como sinónimo de astucia y malicia. En el caso de Gramsci sería al revés. Gramsci –dice Anderson– adoptó el mito del centauro de Maquiavelo como leyenda emblemática de su investigación: pero mientras que Maquiavelo había desvanecido efectivamente el consentimiento dentro de la coerción, en Gramsci la coerción fue progresivamente eclipsada por el consentimiento. En este sentido, El Príncipe y El Príncipe moderno son espejos mutuamente distorsionados. Hay una oculta correspondencia inversa entre los defectos de los dos92.
Dicho esto, Anderson señala su propia respuesta a la relación entre coerción y consenso en el capitalismo “occidental”, destacando contra todas las interpretaciones reformistas la importancia del enfrentamiento violento también en los Estados “occidentales”. Para esto retoma una observación de Gramsci en su primer cuaderno sobre las “formas mixtas de lucha” que tienen un carácter “fundamentalmente militar y preponderantemente político”93. Al llevar esta distinción a los Estados burgueses “occidentales”, señala: En las más tranquilas democracias actuales, el ejército puede permanecer invisible en sus cuarteles y la policía tranquila en sus distritos de vigilancia. […] el resorte “fundamental” del poder de clase burgués, por debajo del papel “preponderante” de la cultura en un sistema parlamentario sigue siendo la coerción94.
Y agrega: … las condiciones de crisis desencadenan necesariamente una reversión repentina de todo el sistema […] el desarrollo de cualquier crisis revolucionaria
92 Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, ob. cit., pp. 83-84. 93 Gramsci, Antonio, “Lucha política y guerra militar” (Q1, §134), Cuadernos de la cárcel, Tomo 1, ob. cit., pp. 79 y ss. 94 Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, ob. cit., pp. 73-74.
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desplaza necesariamente la dominación dentro de la estructura del poder burgués de la ideología a la violencia. La coerción se convierte en determinante y dominante en la crisis suprema, y el ejército ocupa inevitablemente la vanguardia en cualquier tipo de lucha […] tiene que producir inevitablemente una reversión hacia el último determinante del sistema de poder: la fuerza95.
Más allá de esta ilustrativa articulación que establece Anderson, Peter Thomas le critica –y no será el único– el fundamento en la interpretación de Gramsci sobre la metáfora del centauro, marcando que vulgariza el pensamiento del autor de los Cuadernos… transformando su reflexión en oposiciones más o menos mecánicas96. Para ello Thomas vuelve al texto para destacar el señalamiento de Gramsci sobre que “algunos han reducido la teoría de la ‘doble perspectiva’97 [en referencia al centauro mitad bestia-mitad humano] a algo mezquino y banal, esto es, a nada más que dos formas de ‘inmediación’ que se suceden mecánicamente en el tiempo con mayor o menor ‘proximidad’”98. Ahora bien, nos interesa especialmente a los fines del presente capítulo y la reflexión estratégica, lo que Thomas rescata de Gramsci en cuanto a que “coerción” y “consenso” no son dos formas “que se suceden mecánicamente en el tiempo”. Efectivamente, en esto consiste lo precario de la visión que nos presenta Perry Anderson sobre que en los momentos de crisis revolucionaria tiene lugar una “reversión repentina” donde la ideología democrático-burguesa pasa a ocupar un “no-lugar” y es sustituida en forma “inmediata” por la violencia. De aquí que Anderson, en su libro sobre Gramsci, ubique a la polémica en torno al frente único como el “último gran debate” estratégico, 95 Ibídem, p. 72. 96 Para una evaluación de este punto cfr. Dal Maso, Juan, “Hegemonía y revolución permanente”, Ideas de Izquierda N.° 26, diciembre de 2015. 97 Parte de la reconstrucción de Thomas de este parágrafo (Q13, §14) de Gramsci retoma el hecho de que la referencia a la “doble perspectiva” se relaciona con el planteo de Zinoviev en el V Congreso de la IC, quien señala: “Toda la situación es tal que están abiertas dos perspectivas: (a) un posible desarrollo lento y prolongado de la revolución proletaria, y (b), por otra parte, que […] las contradicciones del capitalismo en su conjunto desarrollen tan rápidamente, que la solución en un país u otro pueda venir en un futuro no muy lejano” (“Theses on Tactics”, citado por Hoare, Quintin y Nowell Smith, Geoffrey (eds.), Selections from the Prision Notebooks of Antonio Gramsci, Nueva Delhi, Orient Longman, 2004, p. 169). Gramsci con su referencia a la “doble perspectiva” se estaría desmarcando de este esquema totalmente ambiguo y mecánico que le era funcional a Zinoviev para justificar tanto el izquierdismo como el oportunismo que se encargó de llevar adelante alternativamente mientras dirigió la IC. 98 Gramsci, Antonio, Q13, §14, Cuadernos de la cárcel, Tomo 5, ob. cit., p. 30.
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pasando por alto sin merecer mayor mención el “debate” sobre el Frente Popular que estuvo en el centro de las principales derrotas del proletariado de Occidente. Desde este punto de vista, no es extraño que demuestre una total incomprensión a la hora de impugnar a Trotsky por su crítica al Frente Popular francés y la participación del Partido Radical en él. La cuestión fundamental que Anderson pasa por alto es que las ilusiones en la democracia burguesa y el parlamentarismo no desaparecen “repentinamente” en las situaciones de crisis revolucionaria en Occidente, sino que se trata de una labor estratégica contra sus principales agentes, las burocracias obreras (políticas y sindicales), así como los partidos “democráticos” pequeñoburgueses. Este aspecto, junto con los desarrollos que se desprenden de él, es sin duda uno de los principales aportes de Trotsky a la estrategia revolucionaria para Occidente. Otro tanto podemos decir del lado de la violencia. No existe aquí tampoco una “reversión repentina” que se da al momento de la crisis revolucionaria. La aparición de los mayores elementos de “coerción”, ya sea estatal o paraestatal (bandas fascistas) se desarrollan con antelación. De ahí que, como mencionábamos, la necesidad del desarrollo de los medios de autodefensa (milicias) sea uno de los puntos centrales en los que insiste Trotsky con el mayor énfasis; en el caso francés, desde mucho antes de la crisis revolucionaria de junio de 1936. Hegemonía burguesa y crisis revolucionaria
Ernest Mandel criticaba a Trotsky por algo similar a aquello por lo que acabamos de reivindicarlo nosotros. Decíamos recién que el fundador del Ejército Rojo tuvo el mérito de analizar y extraer las consecuencias estratégicas del hecho de que las ilusiones en la democracia burguesa y el parlamentarismo no se revertían inmediatamente en situaciones de crisis revolucionarias. Mandel, casi invirtiendo los términos de nuestra afirmación, lo transforma en un demérito. Por opinar que en las sociedades “occidentales” puede existir una crisis revolucionaria sin que haya una crisis terminal de las ilusiones en la democracia burguesa entre las masas, para Mandel, Trotsky termina viendo “revoluciones” allí donde no las hay99. En particular ponía como ejemplo el caso que estamos tomando de Francia de 1936. 99 Al momento de analizar si hay o no crisis revolucionaria, Mandel destaca “la dimensión político-ideológica” de este tipo de crisis en los países “occidentales” con democracias burguesas estabilizadas. A saber: “es necesario que exista una crisis de legitimidad de las instituciones del Estado a los ojos de la gran mayoría de la clase. Es necesario que exista una identificación de esta mayoría con otra legitimidad, una nueva legitimidad que asciende” (Mandel Ernest, “Consideraciones sobre estrategia revolucionaria”, Crítica de la Economía
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En principio parecería que partimos de constatar lo mismo, a saber: que en junio de 1936, durante el enorme proceso huelguístico y de toma de fábricas que hubo en Francia, seguían operando las ilusiones democrático-burguesas y que estas revestían una enorme importancia desde todo punto de vista; pero diferimos en cuanto a si corresponde hablar o no, para ese caso, de revolución. La explicación de Mandel es que, en realidad, “cuando Trotsky dijo ‘la revolución francesa ha empezado’ no estaba diciendo simplemente ‘ojalá haya empezado la revolución francesa’, sino también ‘los revolucionarios pueden y deben intervenir en este tipo de huelga general para poderla transformar en revolución’”100. Y agrega “El mismo Trotsky revisó su juicio cuando dijo posteriormente sobre junio de ‘36 que fue una mera caricatura de Revolución de Febrero en Rusia”101. Ambos argumentos serían contundentes si reflejaran la visión del propio Trotsky, pero no es así. Cuando Trotsky hablaba de “caricatura” no se refería al proceso de junio de 1936, sino al Frente Popular francés: Los frentes populares de Europa son tan solo una imitación débil, y frecuentemente una caricatura del Frente Popular ruso de 1917, el cual, después de todo, tenía razones mucho más válidas para justificar su existencia, dado que seguía planteada la lucha contra el zarismo y los restos feudales102.
Es decir, se refería a que, a diferencia de Rusia, los frentes populares de Occidente, sin tener delante a un “antiguo régimen” guardián de restos del feudalismo, no tenían otra justificación posible que la directa defensa de la burguesía contra el proletariado. La cita anterior refleja la opinión de Trotsky en el propio año 1936. Sin embargo, dos años más tarde se rectificará, en una carta a James Cannon, de la otra parte de su caracterización del Frente Popular francés planteando que el Frente Popular era una “caricatura”, pero no una
Política N.° 26, 1984, pp. 111-112). Y distingue claramente este tipo de crisis de las de menor envergadura que afectan a determinado gobierno, aunque este haya surgido del sufragio universal. Los elementos que destaca y la distinción entre crisis de legitimidad y crisis gubernamental son claramente importantes, a pesar de los problemas que señalamos sobre ponerlos como “condición” para caracterizar la apertura de una crisis revolucionaria. 100 Ibídem, p. 114. 101 Ibídem, p. 113. 102 Trotsky, León, “La sección holandesa y la Internacional”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 4, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2000.
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“débil imitación” del ruso sino, por el contrario, una “imitación” aún más fuerte: La coalición del Frente Popular, absolutamente impotente contra el fascismo, la guerra, la reacción, etcétera, demostró ser un tremendo freno contrarrevolucionario para el movimiento de masas, incomparablemente más poderoso que la coalición de febrero en Rusia, porque: a) no teníamos allá una burocracia obrera tan omnipotente, incluyendo a la burocracia sindical; b) teníamos un partido bolchevique103.
Evidentemente los razonamientos de Mandel y de Trotsky llevan a extraer lecciones políticas muy diferentes para la revolución en Occidente. En el caso del primero, se trata de “esperar” a que haya más crisis de legitimidad de la democracia burguesa para dar la alarma del estallido de una revolución y ponerse en guardia. En el caso del segundo, la conclusión es que los problemas estratégicos se hacen más agudos y complejos, y con ellos la necesidad de un partido revolucionario104. Respecto al otro argumento de Mandel, coherente con lo que afirmaba en su carta a Cannon, Trotsky señala explícitamente también en 1938: El 9 de junio de 1936, escribíamos: “La revolución francesa ha comenzado”. Se puede pensar que este diagnóstico fue desmentido por los acontecimientos. En realidad la cuestión es más compleja. […]. La historia reciente ha confirmado trágicamente que “toda situación revolucionaria no produce una revolución” y que la situación revolucionaria se vuelve una contrarrevolución si a los factores objetivos no se le agregan al mismo
103 Trotsky, León, “La crisis en la sección francesa. Carta a James P. Cannon”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 6, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2000. 104 Aunque no tenemos la posibilidad de desarrollarlo aquí, también sobre este punto versan las diferentes apreciaciones de Mandel y de Trotsky respecto a la duración de los períodos de “doble poder” durante las revoluciones en Occidente. Mandel opina que se trata de “tiempos largos” debido a que las masas tienen que comprobar en la acción de los soviets la superioridad de la democracia proletaria sobre la democracia burguesa antes de decidirse a tomar el poder (cfr. Mandel, Ernest, “Consideraciones sobre estrategia revolucionaria”, ob. cit., p. 119). En el caso de Trotsky, cuando se pregunta por el mismo aspecto en relación a Gran Bretaña, sostiene lo contrario: “¿Tendrá la revolución proletaria su Parlamento Largo? No lo sabemos. Es muy probable que se limite a un Parlamento corto. Tanto más lo conseguirá cuanto mejor se hayan asimilado las lecciones de la época de Cromwell” (Trotsky, León, ¿Adónde va Inglaterra? Europa y América, ob. cit., p. 131).
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tiempo los factores subjetivos, es decir, si la ofensiva revolucionaria de la clase revolucionaria no llega a tiempo para ayudar al factor objetivo105.
Y efectivamente, después de garantizar la derrota del movimiento obrero, con devaluación, despidos y represión a los que resistieron, el Frente Popular deja la escena para que Daladier firme los acuerdos de Múnich con Hitler. Luego de la ofensiva de Hitler en 1940, la burguesía francesa se rinde rápidamente y pone en pie en los territorios no-ocupados el régimen colaboracionista nazi de Vichy, encabezado por el mariscal Pétain. Trotsky, como tratamos de demostrar antes, estaba en las antípodas de minimizar la significación de la legitimidad democrático-burguesa106. Sin embargo, esto no lo lleva a subestimar tampoco los procesos de radicalización de masas. Años después le dará importancia a defender su caracterización de que había empezado en 1936 la “revolución francesa” porque del hecho de que no haya triunfado no se deducía que no haya existido, sino que se desprendía una disyuntiva entre la regeneración ofensiva del proceso o su conversión en contrarrevolución. Esta diferencia no es menor. El Frente Popular utiliza las ilusiones democráticas no simplemente para frenar, no “evita” simplemente la revolución aunque a veces tenga tanto éxito que lo parezca, sino que las utiliza para abrir la puerta a la contrarrevolución, cuando no para acompañarla como protagonista. Como vemos, no se trata en las democracias “occidentales” de una “reversión repentina” entre consenso y coerción (Anderson). El Frente Popular es la “vía democrática” hacia la contrarrevolución. No es la falta de ruptura con las ilusiones en la democracia burguesa por sí misma lo que puede demostrar retrospectivamente que no hubo revolución, sino la ausencia de contrarrevolución, aunque esta no se manifieste inmediatamente y necesite de tiempo para imponer una solución por la fuerza. De ahí que Trotsky señalara en referencia a la Revolución española luego del ascenso del Frente Popular: La revolución “democrática” y la revolución socialista se encuentran en lados opuestos de la barricada. […]. La revolución “democrática” está hecha ya en España. Resucita con el Frente Popular. […]. La revolución socialista se hará en el 105 Trotsky, León, “The decisive hour in France”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/archive/trotsky/1938/12/france.htm. 106 Trotsky analiza especialmente el enorme salto en la votación del Partido Comunista en 1936, con 1 468 949 votos, lo que para el era un mensaje claro por parte de los votantes; votar por el PCF significaba: “Queremos que hagan en Francia lo que los bolcheviques rusos han hecho en octubre de 1917” (ibídem, p. 154).
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curso de una lucha implacable contra la “revolución democrática” con su Frente Popular. ¿Qué quiere decir esta “síntesis” de “revolución democrático-socialista”? Nada. Solo un confusionismo ecléctico107. Entre la coerción y el consenso
A lo largo de esta segunda parte vimos cómo “las fuerzas morales” en la realidad están indisolublemente ligadas a las “fuerzas materiales” y, de hecho, se miden a través del enfrentamiento entre estas últimas. Ahora bien, obviamente del hecho de que para comparar dos “fuerzas morales” haya que hacerlo como parte de “fuerzas materiales” no disminuye el peso y la significación de las primeras sino, al contrario, las muestra como lo que son, parte integral de la relación de fuerzas en el más estricto sentido del término. Como vimos anteriormente, una de las críticas que Peter Thomas le hace a Anderson sobre su interpretación de Gramsci es establecer entre el consenso y la coerción una relación mecánica de oposición y simple sucesión temporal. Vimos cómo al propio Anderson, más allá de Gramsci, le cabe algo de esta crítica, que lo lleva a subestimar el Frente Popular y su papel contrarrevolucionario. En su argumentación, Thomas resalta el planteo de Gramsci sobre que: El ejercicio “normal” de la hegemonía en el terreno que ya se ha hecho clásico del régimen parlamentario, está caracterizado por una combinación de la fuerzas y del consenso que se equilibran, sin que la fuerza supere demasiado al consenso, sino que más bien aparezca apoyada por el consenso de la mayoría expresado por los llamados órganos de la opinión pública108.
Trotsky, por su parte, tenía una visión muy similar de la opinión pública: “La opinión pública burguesa constituye un apretado tejido psicológico que encierra por doquier las armas y los instrumentos de la violencia burguesa, preservándola […]”109. A partir de la definición de Gramsci, Thomas hace una interesante descripción de la opinión pública como la cristalización de “un tipo de 107 Trotsky, León, “¿Qué deben hacer los bolcheviques-leninistas en España? (Carta a un amigo español)”, en La victoria era posible. Escritos sobre la Revolución española [19301940], ob. cit., p. 253. 108 Gramsci, Antonio, “El jacobinismo al revés de Charles Maurras”, ob. cit., p. 124. 109 Trotsky, León, “La opinión pública burguesa. La socialdemocracia. El comunismo”, CEIP León Trotsky, consultado el 5/3/2017 en: http://www.ceip.org.ar/X-La-opinion-publica-burguesa-La-socialdemocracia-El-comunismo-743.
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‘coacción por consentimiento’ […] la coacción de las clases opositoras, a través del consentimiento de los grupos sociales aliados”110. Sin embargo, la conclusión que saca es que Gramsci: Definió “hegemonía política”, en forma de “opinión pública”, como “punto de contacto” entre la “sociedad civil” y la “sociedad política”, entre el consentimiento y la fuerza. En otras palabras, su movimiento decisivo no era un inconsciente “deslizamiento conceptual” [del peso relativo a favor del consenso por sobre la coerción, N. de R.], sino, más bien, la articulación intencional de esta “simple determinación” con la más compleja noción “integral” del Estado, o la integración dialéctica similar de la sociedad civil y política111.
Este planteo está dirigido contra Anderson, quien hablaba del “deslizamiento conceptual” de Gramsci hacia el polo del consenso para dar cuenta de las ambigüedades que encerraban los Cuadernos…, pero al mismo tiempo para salir al cruce de las interpretaciones socialdemócratas que querían exponer un Gramsci según el cual la hegemonía se basaba esencialmente en la cultura y la manipulación de la opinión pública. Afirmando que se trataba de una “articulación intencional” y haciendo eje en la opinión pública como articulador central, Thomas de hecho se inclina efectivamente a las visiones reformistas que Anderson criticara, aunque en una versión más sutil y sofisticada. La causa de este desplazamiento de Thomas es que confunde el régimen –ya que Gramsci se refería a la democracia burguesa– con el Estado capitalista mismo, que era a lo que aludía Anderson con el planteo de destacar el lugar “determinante” de las fuerzas represivas en el capitalismo “occidental”. De ahí que este desplazamiento guarde coherencia con los planteos de Thomas sobre que es posible “neutralizar” al Estado burgués quitándole su base social. La clase obrera no puede conquistar una “hegemonía política en forma de opinión pública” sin tomar el poder del Estado y controlar el plusproducto social. De ahí la importancia de la acción estratégica en la lucha de clases, que desarrollamos en el apartado anterior, para conquistar a los aliados durante las crisis revolucionarias. Esto no resta importancia a la batalla por la opinión pública, pero para la clase obrera siempre se trata, necesariamente, de una opinión pública para el combate.
110 Thomas, Peter, ob. cit., p. 165. 111 Ibídem, p 167. Sobre la discusión en torno al concepto de “Estado integral” más de conjunto remitimos a los lectores al artículo de Rosso, Fernando y Dal Maso, Juan, “Trotsky, Gramsci y el Estado en ‘Occidente’”, Ideas de Izquierda N.° 11, julio de 2014.
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De ahí la relevancia que Trotsky le atribuye, por un lado, a la independencia del partido en este terreno cuando señala: “Una de las cualidades principales de nuestro partido, y que lo hace la palanca más poderosa del desarrollo de nuestra época, es su independencia completa e indudable con respecto a la opinión pública burguesa”112 y, por otro, a la necesidad de desarrollar corrientes revolucionarias en la opinión pública: … se trata aquí de una profunda emancipación interior de la vanguardia proletaria, de las trampas y zancadillas morales de la burguesía; se trata de una nueva opinión pública revolucionaria que permitiría al proletariado, no con palabras, sino con hechos; no con la ayuda de invocaciones líricas, sino cuando es necesario, con las botas, pisotear las órdenes de la burguesía y alcanzar la meta revolucionaria elegida libremente, que constituye al mismo tiempo una necesidad histórica113.
Dicho esto, hay otro punto de vital importancia que llamativamente Thomas no toma (Anderson tampoco le da mayor importancia) a pesar de que Gramsci lo destaca en los Cuadernos… a renglón seguido de hablar sobre la opinión pública: Entre el consenso y la fuerza está la corrupción-fraude (que es característica de ciertas situaciones de difícil ejercicio de la función hegemónica en que el empleo de la fuerza presenta demasiados peligros), o sea el debilitamiento y la parálisis provocada al antagonista o a los antagonistas acaparándose a sus dirigentes, encubiertamente por lo general, abiertamente en caso de peligro advertido, a fin de sembrar la confusión y el desorden en las filas adversarias114.
La falta de relevancia dada a estos elementos de corrupción-fraude en el análisis de Thomas se conecta con otra cuestión fundamental para el movimiento obrero en el siglo XX y que, como decíamos, parece quedar casi por fuera del horizonte de nuestro autor: la burocracia.
112 Trotsky, León, “La opinión pública burguesa. La socialdemocracia. El comunismo”, ob. cit. 113 Ídem. 114 Gramsci, Antonio, “El jacobinismo al revés de Charles Maurras”, ob. cit., p. 124.
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PARTE 3 PARTIDO Y HEGEMONÍA Peter Thomas, como veíamos, pone a la NEP como punto de partida de Gramsci en los Cuadernos… para generalizar el concepto de hegemonía. Sin embargo, lejos está de abordar seriamente la relación estratégica entre hegemonía obrera y revolución. Los desarrollos de Thomas en The Gramscian Moment, justamente, apuntan a una hipótesis de conquista de la hegemonía donde no tiene lugar la revolución. Se trata para nuestro autor de poner como uno de los temas centrales la cuestión de los “aparatos hegemónicos”, es decir, de la serie de instituciones a la que se refería Gramsci, que van desde los periódicos a las organizaciones educativas y a los partidos, “por medio de las cuales la clase obrera y sus aliados comprometen a sus oponentes en la lucha por el poder político”115. Para Thomas, estos “aparatos hegemónicos” serían capaces de “privar de su ‘base social’” a la burguesía y así “neutralizar” el aparato estatal capitalista. Más allá de su interpretación de Gramsci, de la cual fuimos tomando algunos elementos a lo largo de este capítulo, la significación de la hipótesis de Thomas está dada por ser la expresión de una visión que permea a buena parte de la izquierda, especialmente en Europa, en cuanto a cómo imaginar el resurgimiento del movimiento obrero luego de la restauración capitalista en los ex Estados obreros y de la liquidación política –incluso la desaparición lisa y llana en algunos casos– de los grandes aparatos socialdemócratas o stalinistas que marcaron el siglo XX. Para Thomas, el desarrollo de los “aparatos hegemónicos”, desligados de la lucha de clases (y de una estrategia revolucionaria), es la vía de constitución de los trabajadores en clase. Su obra The Gramscian Moment, y el énfasis en los “aparatos hegemónicos” (ya sea que sugieran formas partidarias o movimientistas), no deja de trasmitir la impresión de una cierta nostalgia por aquellos grandes aparatos obreros reformistas del siglo XX. De ahí que algo del Partido de Trabajadores de Brasil, algo de Syriza, despierten el interés cauteloso de nuestro autor116.
115 Thomas, Peter, ob. cit., p. 226. 116 Cfr. Thomas, Peter, “O Momento Gramsciano: entrevista com Peter Thomas”, Esquerda Diário, 17/7/2015, consultado el 5/3/2017 en: http://www.esquerdadiario.com. br/O-Momento-Gramsciano.
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Thomas muestra explícitamente esa nostalgia117 en una reciente entrevista en referencia al Partido Comunista italiano bajo la dirección de Palmiro Togliatti. Señala: Además de sus propios escritos teóricos –de mucho más valor de lo que a menudo se supone hoy en día– Togliatti fue también un teórico de la política dedicado a la creación de un aparato hegemónico que alentó una dialéctica profunda y real, y la crítica real de la política de su época. A pesar de los desacuerdos que se pueda tener con sus posiciones teóricas y políticas sustantivas –y hay muchos– esto no debe impedir el reconocimiento de su importancia como teórico y político, con un real impacto masivo sobre la política de su tiempo. La cultura teórica y política a la cual Togliatti ayudó a dar forma en el Partido Comunista italiano, y en Italia en términos más generales como la esfera de influencia de este gran partido, que irradiaba en todo el espectro de la izquierda, fue el ejemplo para que otros izquierdistas en Europa y en todo el mundo buscaran inspiración118.
Por nuestra parte, difícilmente pueda ser fuente de inspiración Togliatti, quien fuese mentor de la “svolta de Salerno”, que con el pacto con el mariscal Badoglio, la “unidad nacional” y el desarme de los partisanos cumplió un papel fundamental en salvar al capitalismo italiano a la salida de la II Guerra Mundial, transformándose en un pilar para la burguesía en todo el período posterior. Es que la visión de Thomas no da cuenta de las lecciones del siglo que pasó y omite la pregunta principal que debería responder cualquier teórico o político serio: ¿qué papel cumplieron esos grandes “aparatos hegemónicos” durante el siglo XX?
117 Esta perspectiva no es solo patrimonio de Thomas sino que representa un “espíritu de época” en amplios sectores de la izquierda internacional. Por ejemplo, el joven director de la revista norteamericana Jacobin, Bhaskar Sunkara, sostiene en el mismo sentido: “Estamos muy interesados en la experiencia del Partido Comunista Italiano y de otros partidos de masas en Europa y en los teóricos del eurocomunismo, algo que nos distingue de un montón de trotskistas. Para nosotros, los radicales de la Segunda Internacional también fueron muy importantes, desde luego antes de que el SPD votara a favor de los créditos de guerra en 1914. Así que leemos a Lenin, pero también El camino al poder de Kautsky. En conjunto, procedemos de diversas tradiciones de la izquierda, pero puedes decir que ha habido una cierta clase de convergencia entre aquellos que vienen del entorno posmaoísta y postrotskista y los que vienen de tradiciones de la izquierda socialdemócrata” (Sunkara, Bhaskar, “Nuevas masas, nuevos medios de comunicación”, New Left Review (en español) N.° 90, enero-febrero 2014, p. 38). 118 Thomas, Peter, “Historical Materialism at Sixteen: An Interview with Peter D. Thomas”, Jacobin, 10/05/2014, consultado el 5/3/2017 en: https://www.jacobinmag. com/2014/05/historical-materialism-at-sixteen/.
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¿Por qué degeneraron? ¿Cumplieron un rol progresivo finalmente para la clase obrera o no? Trotsky es lapidario al respecto en relación a la socialdemocracia: … la socialdemocracia no se originó por accidente; no cayó del cielo, fue el fruto de los esfuerzos de la clase obrera durante décadas […]. Cuando estalló la guerra, y cuando llegó el momento de la prueba histórica más grande, resultó que la organización oficial de la clase obrera actuó y reaccionó no como la organización proletaria de combate contra el Estado burgués, sino como un órgano auxiliar de ese mismo Estado, destinado a controlar al proletariado. La clase obrera se paralizó al tener que soportar no solo todo el peso del militarismo capitalista, sino también el del aparato de su propio partido119.
Algo muy parecido se podría aplicar a la historia del Partido Comunista italiano bajo la dirección de Togliatti, que tanta admiración despierta en Thomas. Es que la hipótesis del desarrollo evolutivo de “aparatos hegemónicos” para la constitución de la clase obrera como tal120 es incapaz de dar cuenta no solo de la revolución, sino en primer lugar del desarrollo de la burocracia obrera en el siglo XX. Por lo cual carece de utilidad para pensar en el siglo XXI. Jaime Pastor, proveniente de la corriente que dirigió Ernest Mandel, tiene la virtud de expresar sin tapujos aquella nostalgia a la que nos referíamos trayéndola directamente a la actualidad. En contrapunto con Pablo Iglesias señala: Podemos debe ocupar el espacio de la Social-Democracia, pero no de la que añora Zapatero, sino más bien algo parecido a lo que fue la Social-Democracia alemana de principios de siglo XX, antes de su degeneración en vísperas de la Gran Guerra. […] un espacio de construcción contra-hegemónica, que potencia una cultura propia implantada orgánicamente entre las clases populares, combinando la resolución de problemas cotidianos 119 Trotsky, León, “Una lenta revolución”, Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ob. cit., p. 86. 120 Trotsky, en la década de 1930, para EE. UU. pensó incluso la posibilidad de impulsar un Partido de Trabajadores aunque su dirección fuese reformista. Pero, al igual que como fuimos viendo en otras tácticas, en el caso de la constitución de un partido de trabajadores de este tipo, para Trotsky la clave de la intervención de los comunistas en él pasaba por dar la lucha por que adopte un programa transicional hacia un gobierno obrero y campesino en su sentido anticapitalista, a través de la cual desarrollar una fracción revolucionaria en su interior, en lucha contra la burocracia. Otro tanto podemos decir del planteo de la III Internacional a los comunistas británicos para que ingresen al Partido Laborista en la década de 1920.
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de la gente con un horizonte de sociedad alternativa. Esa es la hipótesis que está experimentando Syriza en Grecia y que materializa la idea de Gramsci de que para “ganar” antes hay que ganar posiciones; en otras palabras, que necesitamos algo más que una “máquina de guerra electoral” para ganar las elecciones121.
En este caso, no es necesario remontarse a la historia del siglo XX; con la historia reciente nos basta. Syriza, sin tener raíces claras en el movimiento obrero, en términos de aparato electoral, cumplió el mismo ciclo que describía Trotsky respecto a la socialdemocracia, pero no en décadas, sino en unos pocos meses, los que tardó entre postularse como alternativa al ajuste de la Troika hasta encabezar su aplicación. Lo cual es una muestra de que, más allá de sus diferentes etapas, la época de “crisis, guerras y revoluciones” aún se conserva vigente122. Por el lado de Podemos, en claro ascenso como fenómeno político neorreformista123, sigue un curso parecido a Syriza, y la corriente de Pastor dentro de Podemos, Anticapitalistas (denominación que adoptó la organización Izquierda Anticapitalista luego de su disolución en Podemos), va detrás de Iglesias mientras espera que se transforme en el Bebel del siglo XXI. Retomando la discusión, para Lenin: “El proletariado es revolucionario solo cuando tiene conciencia de la idea de la hegemonía y la hace efectiva”124. Pero no se trata de una hegemonía que se pueda desarrollar en los marcos del régimen burgués, como sugiere Thomas, sino que: “El proletario que ya adquirió conciencia de esta tarea es un esclavo que se alza contra la esclavitud”125. En esto consistía el concepto de hegemonía para él. Esta hegemonía, sin la cual no hay constitución de la clase obrera como clase revolucionaria, excede necesariamente los marcos impuestos por el régimen establecido. Aunque hiera la sensibilidad de muchos cultores del concepto, lo cierto es que la mayor cantidad de referencias a la “hegemonía” en Lenin se encuentran en sus polémicas contra los llamados “liquidacionistas”, que se negaban a poner en pie un partido revolucionario ilegal. 121 En Fernández, Brais y Pastor, Jaime, “Buscando la centralidad… apareció el conflicto”, Público, 25/4/2015, consultado el 5/3/2017 en: http://blogs.publico.es/otrasmiradas/4480/buscando-la-centralidad-aparecio-el-conflicto/. 122 Ver Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “En los límites de la ‘restauración burguesa’”, ob. cit. 123 Ver Lupe, Santiago y Lotito, Diego, “Entre la reacción y el neorreformismo”, Estrategia Internacional N.° 29, enero 2016. 124 Lenin, V. I., “El reformismo en el seno de la socialdemocracia rusa”, en Obras completas, Tomo XVII, Buenos Aires, Cartago, 1960, p. 221. 125 Ídem.
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No hablamos solo del ¿Qué hacer?, texto hegemónico si los hay, sino de todas sus polémicas durante la ofensiva reaccionaria luego de la revolución de 1905. Estas polémicas, a su vez, eran simultáneas a las que tenía con quienes, como Lunacharski, no querían participar de las Dumas reaccionarias, frente a los cuales Lenin planteaba la necesidad de aprovechar cualquier intervención legal que permitiese desarrollar las tendencias a la independencia de clase. El vínculo entre la constitución de los trabajadores como clase y la lucha por la hegemonía pasa por el desarrollo de fracciones revolucionarias, incluso si estas tienen que ser ilegales. Esto mismo es lo que le permite, desde una lógica revolucionaria, defender a la vez la participación en parlamentos totalmente reaccionarios. La construcción de estas “fracciones revolucionarias” pasó por la intervención en todos los terrenos de lucha (teórica, política, económica), buscando aquella “riqueza de experiencias” que forjó al bolchevismo y, Lenin destacaba para transmitirla a los revolucionarios de Occidente126. El gran triunfo de esta perspectiva de Lenin no está en el desarrollo de tal o cual “aparato hegemónico” en sí mismo sino en que, en 1917, estas fracciones revolucionarias, con influencia en las masas, o “los obreros formados por Lenin”, como los llamaba Trotsky en su Historia de la Revolución rusa, fueron capaces de dirigir la Revolución de Febrero y provocar la caída del zarismo, aun sin dirección, y fueron los mismos que permitieron al Partido Bolchevique conquistar la mayoría para tomar el poder en Octubre. Desde luego, no estamos en Rusia de principios del siglo XX ni en el mundo de aquel entonces. Hay democracias burguesas estabilizadas en varios puntos del planeta más allá de los centros imperialistas, por ejemplo en América Latina; hay sindicatos, a no olvidarlo, que siguen 126 En “El ‘izquierdismo’, enfermedad infantil del comunismo” (1919), Lenin sintetizaba cómo se forjó el bolchevismo: “Por una parte, el bolchevismo surgió en 1903 sobre una base muy sólida de la teoría marxista. […]. Gracias a la emigración provocada por el zarismo, la Rusia revolucionaria, en la segunda mitad del siglo XIX, logró una riqueza de vínculos internacionales y un excelente conocimiento de las formas y teorías del movimiento revolucionario mundial como ningún otro país. Por otra parte, el bolchevismo, que había surgido sobre esta base teórica de granito, pasó por quince años de historia práctica (19031917) sin parangón en el mundo por su riqueza de experiencias. Durante esos quince años, ningún otro país conoció nada siquiera parecido a esa experiencia revolucionaria, a esa rápida y variada sucesión de distintas formas del movimiento, legal e ilegal, pacífica y violenta, clandestina y abierta, círculos locales y movimientos de masas, formas parlamentarias y terroristas. En ningún país se concentró, en un tiempo tan breve, tal riqueza de formas, matices y métodos de lucha de todas las clases de la sociedad moderna, lucha que, debido al atraso del país y el rigor del yugo del zarismo, maduró con particular rapidez y asimiló con particular avidez y eficacia la ‘última palabra’ de la experiencia política americana y europea” (Lenin, V. I., Obras selectas, Tomo 2, ob. cit., pp. 440-441).
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siendo hoy las principales organizaciones existentes de la clase obrera en gran parte del mundo; hay burocracias obreras, sindicales y políticas, imbricadas en las tradiciones nacionales; también las “nuevas” burocracias de las ONG y las enquistadas en los “movimientos sociales”, etc. De ahí que a lo largo de estas líneas intentamos retomar lo mejor de las conclusiones de Gramsci y Trotsky respecto a la táctica y la estrategia en las sociedades “occidentales” para pensar la actualidad. La historia no se repite, aunque la añoren los nostálgicos. El movimiento obrero como actor fundamental de la política mundial no volverá a surgir de la mano de un supuesto desarrollo evolutivo, como imagina Thomas y otros con él. Trotsky y Gramsci, la actualidad del debate
El siglo XX no ha pasado en vano. Como intentamos mostrar, uno de los elementos fundamentales para dar cuenta de la lucha por un gobierno obrero en su sentido antiburgués y anticapitalista pasa por el enfrentamiento estratégico con la burocracia no solo sindical sino política, que es la principal “fuerza material” que encarna aquella combinación de fuerzas “morales” y materiales que posibilita la hegemonía burguesa en las sociedades “occidentales”. De ahí que la lucha contra la burocracia como garante de la dominación capitalista no se circunscriba a los momentos ofensivos, sino que es necesariamente una lucha cotidiana, una constante para la constitución de la clase obrera en clase independiente y desde luego para la lucha por la hegemonía. En este sentido, los problemas de ambigüedad estratégica del concepto de “hegemonía” en Gramsci no pasan, como sugiere Anderson, por no tomar nota de una mecánica “reversión repentina” del consenso en coerción en las crisis revolucionarias; tampoco creemos que la cuestión pase por aquello que reivindica Thomas: que Gramsci se haya centrado en definir “hegemonía política en la forma de opinión pública” como articuladora, “punto de contacto”, entre coerción y consenso; sino que aquella ambigüedad tiene sus principales raíces en la subestimación estratégica del papel político de la burocracia en el sostenimiento de la hegemonía burguesa en general y de las democracias capitalistas en particular. En Gramsci, a pesar de los señalamientos que mencionábamos en torno a la burocracia o de aquellos sobre el “papel de ‘partidos políticos’ enteros y otras organizaciones económicas” como “organismos de policía política”127, que están en la base de las interpretaciones más interesantes
127 Gramsci, Antonio, “El cesarismo” (Q13, §27), ob. cit., p. 66. Cfr. Dal Maso, Juan y Rosso, Fernando, “Pablo Iglesias y su Gramsci a la carta”, ob. cit.
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sobre su noción de “Estado integral”128, en términos estratégicos su pensamiento se encuentra permeado por la subestimación de la lucha contra la burocracia. Lo vimos en el caso del Comité anglo-ruso en Gran Bretaña. También se expresa en su visión de la NEP, que abordamos en el anexo, y en la evaluación que hace en 1926 de la lucha fraccional entre Trotsky y los “viejos bolcheviques” encabezados por Stalin, donde si bien critica los métodos del sector mayoritario, el eje pasaría por conservar la “unidad” de la dirección129. Otro tanto hemos visto en capítulos anteriores en torno a la subestimación de la Revolución alemana de 1923 por parte de Gramsci, al no ver justamente el papel central de la burocracia socialdemócrata de izquierda y la subordinación de los comunistas a ella. El proletariado no puede quebrar la hegemonía de la burguesía y conquistar la propia sin derrotar a la burocracia. Se trata de una lucha no solo política e ideológica, sino entre fuerzas materiales. Desde este punto de vista, la III Internacional desarrolló la táctica de frente único, de unidad-enfrentamiento (“golpear juntos, marchar separados”) con sectores burocráticos o semiburocráticos. Buscaba, por un lado, la unidad de acción de la clase obrera en su enfrentamiento contra la burguesía y, por otro, estratégicamente, quitarle su base a la burocracia y conquistar a la mayoría de la clase obrera para la revolución en base a la experiencia en la lucha de clases. La táctica de gobierno obrero, que desarrollamos en un capítulo anterior, también participaba de esta misma lógica, pero durante la preparación de la ofensiva insurreccional. Veíamos allí cómo en Alemania en 1923 la burocracia socialdemócrata protegía a la burguesía en la crisis revolucionaria. También en las jornadas de mayo de 1937 en Barcelona, donde los obreros catalanes no solo tuvieron que enfrentar la acción contrarrevolucionaria del stalinismo, sino también a la burocracia anarquista de la CNT y la FAI. Lo vimos en Francia de 1936 con el papel antirrevolucionario del SFIO y el PCF en el Frente Popular, con los radicales como obstáculo principal para la hegemonía del proletariado. Una de las grandes lecciones el siglo XX es, justamente, la imposibilidad de una estrategia revolucionaria y de la hegemonía proletaria sin abordar el enfrentamiento estratégico con las burocracias, tanto sindicales como políticas (en primer lugar, las de los partidos comunistas y socialistas), como pilar de la hegemonía de la burguesía y fundamental obstáculo para el desarrollo de la autoorganización, de organismos de
128 Cfr. Dal Maso, Juan y Rosso, Fernando, “Trotsky, Gramsci y el Estado en ‘Occidente’”, ob. cit. 129 Gramsci, Antonio, “Carta al Comité Central del Partido Comunista Soviético”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/espanol/ gramsci/oct1926.htm.
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tipo soviético capaces de ser los órganos de la insurrección y la base de la democracia obrera en el Estado proletario una vez conquistado el poder. Gran parte del siglo pasado estuvo marcado en Occidente por el accionar de estas burocracias, tanto en los Frentes Populares de la década de 1930 como a la salida de la II Guerra Mundial, o en el último ascenso revolucionario de la década de 1970. En este caso, tanto en Francia en 1968 como en Portugal en 1974 posibilitaron el desvío y posterior derrota de los procesos; así como en Latinoamérica, por ejemplo en Chile, donde los partidos Socialista y Comunista tuvieron un papel fundamental en la derrota con la incorporación de Pinochet al gobierno, atándole las manos a los Cordones Industriales frente al golpe. Esto, sin embargo, es solo una parte. El papel político de la burocracia superó en mucho a los Frentes Populares. El siglo XX estuvo marcado por el triunfo de revoluciones en China, Vietnam, Yugoslavia y Cuba, que dieron lugar desde sus orígenes a “Estados burocráticamente deformados”130. Otro tanto sucedió con los Estados obreros burocráticos del Este europeo, erigidos bajo la órbita de la URSS. De conjunto, en el siglo que pasó, el rol de la burocracia ya no se limitó a contribuir al sostenimiento de tal o cual régimen burgués en un país determinado sino, a una escala mucho más amplia, a cumplir un papel fundamental como garante del orden mundial. El rol de estas burocracias no se explica por tal o cual problema de orientación política ni tampoco por una cuestión general de distancia (separación) entre dirigentes y dirigidos, como parece sugerir Thomas131 en su interpretación de Gramsci. Se trata de grandes aparatos con intereses propios, diferentes a los del movimiento obrero. Como analizó Trotsky en La revolución traicionada para el caso de la URSS, la burocracia se transformó en algo más que una burocracia: pasó a ser una casta cuyos privilegios se basaban en la expropiación política del proletariado
130 Para esta definición, partimos del concepto de Trotsky de “Estado obrero degenerado”, con el que definía el carácter de la URSS en tanto existía un régimen burocrático independiente que había devorado a los soviets, una dictadura de la burocracia, pero se mantenían enormes conquistas de la revolución como la propiedad estatal de los medios de producción, la planificación (aunque burocrática) de la economía y la inexistencia de burguesía (o nueva clase social) dominante (a pesar de que se había enquistado en el poder una casta burocrática). De estos elementos Trotsky sacaba dos conclusiones programáticas: defensa de la URSS contra el imperialismo y la necesidad del proletariado soviético de derrocar a la burocracia mediante una revolución política (cfr. Trotsky, León, En defensa del marxismo, Buenos Aires, El Yunque, 1975, p. 104). 131 Thomas, Peter, “Historical Materialism at Sixteen: An Interview with Peter D. Thomas”, ob. cit.
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que había conquistado el primer Estado obrero con la Revolución de Octubre132. La historia de los Frentes Populares en la década de 1930, de su papel en el sostenimiento de la dominación burguesa y la liquidación de procesos como el español o el francés, es la de los intentos del stalinismo de congraciarse con las potencias imperialistas. El argumento era la posibilidad de “neutralizar” a la burguesía para que la URSS pudiese desarrollar el “socialismo en un solo país”. Thomas juega con la idea de “neutralizar” al Estado burgués sin dar cuenta del derrotero de aquella idea. Lo cierto es que el objetivo no fue evitar el ataque militar a la URSS frente a los preparativos de la II Guerra Mundial, cuestión que no se logró ni se podía lograr sin el triunfo de nuevas revoluciones. Ni siquiera fue retrasar el ataque en pos de una mejor preparación para enfrentarlo, cuestión que nunca se propuso el stalinismo, como lo demuestra la matanza de 20 millones de rusos en los primeros tramos de la ofensiva nazi iniciada en 1941. El objetivo que verdaderamente cumplieron los Frente Populares al liquidar las revoluciones en la década de 1930 fue impedir que nuevas revoluciones triunfantes en Europa alterasen el statu quo internacional y, por sobre todo, al interior de la URSS, que debilitasen la posición de la burocracia para sostener sus privilegios. Otro tanto podríamos decir de los Frentes Populares en Europa a la salida de la II Guerra Mundial (Francia, Italia, Grecia), como piezas clave en, y para el establecimiento de los pactos de Yalta y Potsdam y la división del mundo en “zonas de influencia”; a lo que le siguió la disputa por los límites de las respectivas zonas (política de “contención” del imperialismo norteamericano), que constituyó lo que se conoce como la Guerra Fría (con conflictos “calientes” como la guerra de Corea o posteriormente la de Vietnam). También sucedió en la década de 1970, aunque en este
132 “Por la función –dice Trotsky– de reguladora y de intermediaria, por el cuidado que tiene en mantener la jerarquía social, por la explotación, con estos mismos fines, del aparato del Estado, la burocracia soviética se parece a cualquier otra y, sobre todo, a la del fascismo. Pero también se distingue de esta en caracteres de una extrema importancia. Bajo ningún otro régimen la burocracia alcanza semejante independencia. En la sociedad burguesa, la burocracia [estatal, N. de R.] representa los intereses de la clase poseedora e instruida que dispone de gran número de medios de control sobre sus administraciones. La burocracia soviética se ha elevado por encima de una clase que apenas salía de la miseria y de las tinieblas y que no tenía tradiciones de mando y de dominio. Mientras que los fascistas, una vez llegados al poder, se alían con la burguesía por los intereses comunes, la amistad, los matrimonios, etc., etc., la burocracia de la URSS asimila las costumbres burguesas sin tener a su lado una burguesía nacional. En este sentido, no se puede negar que es algo más que una simple burocracia” (Trotsky, León, “La revolución traicionada”, ob. cit., p. 206).
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caso, la conclusión de la burocracia fue iniciar el curso acelerado hacia la restauración capitalista para transformar sus privilegios de casta en “derechos” de clase133. A su vez, las nuevas revoluciones triunfantes como la china, la vietnamita o la cubana, fueron expropiadas políticamente desde sus inicios por burocracias-castas a partir del control de los nuevos Estados obreros. Sus intereses nacionales chocaron permanentemente con el desarrollo internacional de la revolución proletaria en todo el mundo, muy especialmente el “occidental”. Incluso llevaron a fenómenos aberrantes como la ruptura entre la URSS y Yugoslavia, después a la ruptura de aquella con China, y directamente a guerras entre los Estados obreros burocráticos en torno a la invasión de Camboya por Vietnam, con la entrada de la URSS y la República Popular China en uno y otro bando, respectivamente. Gramsci, aislado en la cárcel fascista y fallecido a principios de 1937, no llegó a analizar los Frentes Populares; Trotsky tampoco llegó a ver el orden de posguerra y el desarrollo sin precedentes de la burocracia y su papel a escala mundial. Sin embargo, a diferencia de Gramsci, Trotsky sentó las bases para comprender aquellos fenómenos. No solo con profundos análisis teórico-políticos como La revolución traicionada, sino con su visión del combate estratégico a la burocracia que recorre el conjunto de su obra e intervención política y define un claro rumbo estratégico, que en Gramsci, como vimos, es oscilante y ambiguo. De aquí que el legado de Gramsci, a diferencia del de Trotsky, haya sido sometido a múltiples “usos” que buscan divorciarlo de la constelación de revolucionarios de la III Internacional para ponerlo en la base de estrategias reformistas. En el caso de Peter Thomas, intenta confrontar las interpretaciones más radicales en ese sentido, como pueden ser las de Laclau y Mouffe, que quieren ver en los Cuadernos de la cárcel un “tipo de salida, o ‘pre-salida’ del marxismo y del movimiento de la clase obrera” cuando Gramsci, justamente, fue toda su vida un militante comunista134. Sin embargo, no fue solo un dirigente comunista toda su vida, como pudo haber sido Palmiro Togliatti, por ejemplo, sino que su horizonte, incluso en la cárcel, siempre fue la revolución. Desde este punto de vista, cualquier análisis de Gramsci que no parta de los problemas de la revolución no lo termina de tomar en serio.
133 Ver Albamonte, Emilio, Maiello, Matías, “En los límites de la ‘restauración burguesa’”, ob. cit. 134 Thomas, Peter, “Historical Materialism at Sixteen: An Interview with Peter D. Thomas”, ob. cit.
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En el caso de Trotsky, el peligro pasa por la “caricaturización” a la que se ha visto sometido, pretendiendo reducir todo su legado a una visión vulgar del problema de dirección revolucionaria separada del enfrentamiento entre fuerzas materiales, desterrando el papel clave que cumplía para Trotsky el enfrentamiento estratégico a la burocracia, desligada de la construcción de fracciones revolucionarias, divorciando el Programa de Transición de los grandes problemas de táctica y estrategia donde Trotsky realizó muchos de sus aportes fundamentales. En este sentido, lo que intentamos mostrar son las vías y las herramientas para luchar por aquella hegemonía, necesariamente “antirrégimen”, que sostenía Lenin, tomando los desarrollos de Gramsci y su productividad para analizar los procesos de agregación y desagregación de clases con los que la burguesía es capaz de mantener su dominación, así como la precisa articulación táctica y estratégica que desarrolla Trotsky. Una visión que escape de las caricaturas economicistas de la “catástrofe permanente” y de las masas siempre ubicadas a 180 grados de sus direcciones. De aquí el papel de las consignas democrático-radicales, vitales para evitar la asimilación por parte del régimen, así como la impotencia sectaria; la articulación del frente único y la lucha (política y sindical) contra la burocracia; el combate a los partidos “democráticos” de la pequeñoburguesía para conquistar la hegemonía sobre los sectores medios; la articulación de estos elementos con el desarrollo del frente único ofensivo (soviets) y el del gobierno obrero, en el sentido antiburgués y anticapitalista que remarcara Trotsky contra los Frentes Populares. De ahí la importancia del desarrollo de las “fracciones revolucionarias”, a las que veíamos que Lenin ligaba el concepto de “hegemonía” en los sindicatos, en los movimientos democráticos, en el movimiento estudiantil, etc., y cuyo desarrollo implica los más variados métodos y formas de lucha (la acción parlamentaria y extraparlamentaria, clandestina y abierta, la lucha contra la burocracia, el frente único, etc.), para ser puestas a prueba permanentemente en la lucha de clases. Sobre la base de esta experiencia es que se puede forjar un partido marxista revolucionario de vanguardia que sea capaz en los momentos decisivos de enfrentar tanto los “cantos de sirena” del Frente Popular como el terror del fascismo. El desarrollo de partidos revolucionarios (así como de una internacional revolucionaria) es no menos necesario, sino tal vez más, que en la época de Lenin. Se trata de aprovechar las lecciones del siglo XX, no de esperar su repetición. Cada momento encierra sus propias posibilidades revolucionarias. Aprovecharlas o no depende de nosotros.
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ANEXO HEGEMONÍA Y “DICTADURA DEL PROLETARIADO” A lo largo del capítulo hemos desarrollado cómo la defensa (objetivos negativos) es la preparación para el contraataque (objetivos positivos); su significación y sus métodos devienen de esta relación. A medida que la defensa progresa, si es buena, se vale progresivamente de medios ofensivos. En este sentido vimos el papel de las consignas democráticoradicales: su relación con el frente único y la lucha por la hegemonía. Agregamos ahora: el ataque, a pesar de que cuenta por sí mismo con un principio “positivo”, siempre, necesariamente, termina en una defensa. Y dicho esto, podemos volver a la discusión entre Anderson y Thomas que habíamos dejado pendiente sobre la relación entre hegemonía y dictadura del proletariado, y sus características antes y después de la toma del poder. Habíamos visto que en la interpretación de Thomas de los Cuadernos… el punto de partida de Gramsci para generalizar el concepto de “hegemonía” a la dominación burguesa en Occidente no son los debates en el marxismo ruso previo a la revolución, donde “hegemonía” refiere a la dirección del proletariado de una alianza con los campesinos, sino la NEP a través de la cual los bolcheviques reintroducen los mecanismos de mercado para revitalizar la producción en el campo y la industria como forma de enfrentar la crisis económico-social que acechaba a la URSS en 1921, aislada en un mundo capitalista. El objetivo teórico-político de Thomas está puesto en señalar que … la noción pre-revolucionaria de la hegemonía se había centrado en las relaciones entre las clases subalternas en una revolución democrático-burguesa (la smychka entre obreros y campesinos) y contrapuesto a la dictadura del proletariado en la revolución socialista, según señala Anderson, estudiante concienzudo de Trotsky. Gramsci, sin embargo, de manera explícita no contrapone las dos, argumentando que la hegemonía del proletariado constituye el “complemento” de la dictadura del proletariado135.
Es decir, toda una serie de polémicas históricas a las que no hace referencia Thomas, quedarían desestimadas: por un lado, a un Trotsky como mentor de la contraposición entre “dictadura del proletariado” y hegemonía; y por otro, un Gramsci que las concebía como “complemento”.
135 Thomas, Peter, The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony and Marxism, ob. cit., p. 231.
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Ahora bien, es llamativo que en el libro de Thomas, siendo un punto central de su argumentación, no dedique espacio a la más mínima evaluación de aquel período de la URSS. Lo que sucedió bajo la NEP, que fue un éxito desde el punto de vista económico, fue que de la mano de sus logros económicos se fortaleció dentro del campesinado un sector burgués o protoburgués (con capacidad de acumular capital y explotar trabajadores), el kulak. El escenario idílico que parece ver Thomas en realidad estaba atravesado por tremendas contradicciones. La principal consistía en que la capacidad de acumulación de este sector burgués iba a ritmos mucho más acelerados que el avance de la productividad de la industria. El resultado: los productos de la ciudad eran cada vez más caros para el campo, y en el campo era cada vez más fuerte un sector que no necesitaba vender sus productos para subsistir. Conclusión: en perspectiva, las ciudades y sus trabajadores podían volver a sumirse en el hambre. A este proceso se lo llamó “las tijeras”. Había una política en aquel entonces en la URSS, que era la de Bujarin, que se sintetizaba popularmente en dos consignas: “industrializar a paso de tortuga” y “campesinos enriqueceos”. Las dos se implicaban mutuamente: más industria significaba más impuestos para los campesinos ricos para poder desarrollarla. La política opuesta era la de Trotsky, que planteaba la necesidad de fuertes impuestos progresivos al campesino rico y una industrialización acelerada. ¿Cómo buscaba cada una de estas políticas resolver el problema de “las tijeras”? Bujarin, a través de “sacrificios” y “concesiones” por parte de la clase obrera que permitiesen la gradual “asimilación del kulak como clase” al socialismo a través de su convencimiento ideológico de las virtudes del mismo y de una modesta carga impositiva. Trotsky, muy por el contrario, opinaba que no era un problema de “buenas intenciones”, sino de intereses materiales. La contradicción entre, por un lado, el objetivo del kulak de acumular capital y, por otro, el objetivo del avance hacia el socialismo era inevitable, era estructural. Lo que Trotsky buscaba evitar era llegar a una situación de crisis donde el kulak no quisiera vender voluntariamente su producción y el Estado obrero tuviera que expropiársela para que las ciudades no mueran de hambre, lo que naturalmente llevaría a la necesidad de aplicar coerción. Trotsky quería evitar usar la fuerza sobre los campesinos; Bujarin, en teoría, también, solo que este último opinaba que se trataba de convencer al kulak con propaganda y haciendo sacrificios en las ciudades para no aumentarle los impuestos. Trotsky alertaba contra esta visión “ingenua” y planteaba que el kulak debía convencerse en la experiencia de que el socialismo era el mejor camino, y esto implicaba que, en los hechos, la ciudad “socialista” le vendiera productos más baratos (que compensarían la carga impositiva) y que las granjas colectivas (los koljós)
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apoyadas directamente por la industria, también mostraran una superioridad mucho mayor en la producción que hiciera cada vez más superfluos los aportes de los kulaks tanto en productos como en impuestos136. Para Trotsky esto último no se podía lograr definitivamente dentro de las fronteras de la atrasada Rusia, pero con esta política se podía “ganar tiempo” mientras llegase en auxilio el triunfo de la revolución en algún país central (con alta productividad). Desde luego, esto iba de la mano con el internacionalismo, mientras que, en el caso de Bujarin, su política para la URSS se ligaba a la “teoría” del socialismo en un solo país. A esta posición de Trotsky, Bujarin la atacaba diciendo que “negaba por anticipado la idea de hegemonía del proletariado”137 bajo la dictadura del proletariado en la URSS. No es más que una repetición de esto mismo el planteo de Thomas cuando sostiene que Anderson, en tanto “estudioso de Trotsky”, opone hegemonía a dictadura del proletariado. Como vimos, lejos estaba Trotsky de aquello: lo que combatía era la visión vulgar de la hegemonía meramente “ideológica” o “cultural” de Bujarin. Combatía este planteo no porque subestimara la importancia de la ideología y de la cultura –de hecho fue el marxista clásico que, de lejos, más se preocupó por estos temas teórica y prácticamente–, sino porque opinaba que “la clase obrera puede mantener y fortalecer su rol dirigente, no mediante el aparato del Estado o el ejército, sino por medio de la industria que le da origen al proletariado”138. Cuando Gramsci señala en los Cuadernos… que una nueva iniciativa política es necesaria “para cambiar la dirección política de ciertas fuerzas que es preciso absorber para realizar un nuevo bloque histórico económico político, homogéneo, sin contradicciones internas”139, es cierto que se parece mucho a la “asimilación del kulak como clase”. Cuando sostiene que “el grupo dirigente hará sacrificios de orden económico-corporativo”, ya que “si la hegemonía es ético-política, no puede dejar de ser también económica, no puede menos que estar basada en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en el núcleo rector de la actividad 136 Cfr. Castillo, Christian y Maiello, Matías, “Prólogo: Lecciones para reactualizar la perspectiva comunista en el siglo XXI”, en Trotsky, León, La revolución traicionada y otros escritos, ob. cit. 137 Bujarin, Nikolai, “Acerca de la teoría de la revolución permanente”, en Trotsky, León; Bujarin, Nikolai y Zinoviev, Grigori, El gran debate (1924-1926), Madrid, Siglo XXI, 1976, p. 126. 138 Trotsky, León, “Tesis sobre la industria”, Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, ob. cit., p. 266. 139 Gramsci, Antonio, “Observaciones sobre algunos aspectos de la estructura de los partidos políticos en períodos de crisis orgánica” (Q13, §23), Cuadernos de la cárcel, Tomo 5, ob. cit., pp. 59-60.
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económica”140, también pareciera que refiere a que el costo de “las tijeras” debía ser asumido por la clase trabajadora como clase dirigente. Sin embargo, nos parece que no hay elementos concluyentes en la obra de Gramsci para una lectura definitiva sobre este aspecto ni en nuestro caso ni en el de Thomas. Lo que sí podemos afirmar es que no problematizar estas referencias históricas no parece ser un camino muy serio para pensar la “hegemonía” si se pretende poner el eje en la NEP141. Lo cierto es que la política de Bujarin se demostró un fracaso completo. En 1928, la crisis económica que había anticipado Trotsky estalló con toda virulencia. El bloque entre Stalin y Bujarin estalló también, y comenzó una represión a gran escala sobre los kulaks comandada por Stalin. De la “asimilación del kulak como clase” se pasó a la “eliminación del kulak como clase”, y del “campesinos enriqueceos” a la “colectivización forzosa”. El propio Bujarin había comenzado a ver poco antes la impotencia de su propia política142. Pero ya era demasiado tarde. Gramsci, como decíamos, pareciera tener más de un punto de contacto con la orientación de Bujarin en estos temas a pesar de que escribe con posterioridad a la “colectivización forzosa”, pero se encontraba aislado en prisión y es muy probable que se haya quedado con la “foto” de 1926. Sin embargo, Thomas evidentemente no tiene ninguna justificación para una visión tan superficial de la NEP con la que pretende incluso reactualizar y reinterpretar el concepto de “hegemonía” en Gramsci. No se trata de que Trotsky haya contrapuesto hegemonía a dictadura del proletariado. Para comprender a Trotsky se necesita entender la articulación estratégica que plantea para cada problema. En este caso se trata de articular una posición defensiva luego de haber tomado el poder en Rusia y utilizarla de “trinchera” o “fortaleza” para el impulso de la revolución mundial, que es la “gran estrategia” para avanzar hacia el comunismo. Por el lado de Thomas, encara una imposible extrapolación y generalización del concepto de hegemonía a partir de la NEP a la lucha (o tal vez deberíamos decir “superación”) de la clase obrera contra la dominación burguesa en Occidente. Decimos imposible por dos cuestiones. En primer lugar, porque justamente, como se demostró por la negativa en 140 Gramsci, Antonio, “Algunos aspectos teóricos y prácticos del ‘economicismo’”, Cuadernos de la cárcel, Tomo 5, ob. cit. p. 42. 141 Ver también Dal Maso, Juan, “Realpolitik y hegemonía: a propósito de una lectura de Peter D. Thomas sobre la NEP”, Los Galos de Asterix, 17/6/2014, consultado el 5/3/2017 en: http://losgalosdeasterix.blogspot.com.ar/2014/06/realpolitik-y-hegemonia-proposito-de.html 142 Cohen, Stephen F., Bujarin y la revolución bolchevique, Madrid, Siglo XXI, 1976, p. 347-348.
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la URSS, el principal medio para la hegemonía que tenía la clase obrera soviética (hasta la victoria de nuevas revoluciones en países centrales) era la propiedad y el control “de la industria que da origen al proletariado”. Con lo cual, las conclusiones teórico-políticas de Thomas al respecto pueden ser de poca utilidad en el Occidente capitalista para cualquier hegemonía que no sea la hegemonía burguesa. Y en segundo lugar, porque su visión “idílica” de la NEP y la carencia de profundidad en el análisis histórico le impiden dar cuenta de que al calor de la NEP y el proceso de diferenciación social que trajo aparejado, se sentaron las bases materiales de la nueva burocracia obrera que terminó liquidando al primer Estado obrero de la historia y restaurando el capitalismo. Ni siquiera se detiene Thomas en el hecho de que no fue solo Bujarin, sino este en bloque con Stalin, quienes pensaron que la NEP podía ser una “vía al socialismo”. Es evidente que un concepto de “hegemonía” que no dé cuenta de la burocratización de los Estados obreros y del stalinismo no nos puede ser de mucha utilidad en el siglo XXI.
CAPÍTULO 5
GUERRA Y POLÍTICA
“Las razones que provocaron la última guerra imperialista [son] inherentes al capitalismo moderno [...] Todos los gobiernos temen la guerra, pero ninguno tiene libertad para elegir. Sin una revolución proletaria es inevitable una nueva guerra mundial”1. Con estas palabras Trotsky se refería en 1934 a la II Guerra Mundial, que estallaría un lustro después. De un lado, las tendencias a la guerra imperialista, del otro la revolución como “el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano”2, como afirmaba Walter Benjamin. En los capítulos precedentes nos hemos concentrado, a través de diferentes ejemplos históricos, en el análisis de los principales aspectos del trabajo de la estrategia para la toma del poder en los marcos de un Estado. Esta segunda parte del libro estará dedicada a aquella contraposición entre el fenómeno de las guerras interestatales en la época imperialista y la “gran estrategia” o estrategia global para la revolución internacional y mundial. Si anteriormente analizábamos cómo la estrategia liga los combates tácticos para el fin político de la toma del poder por el proletariado, en el nivel de la “gran estrategia” la conquista del poder en un país pasa a ser un resultado táctico que oficia de insumo para una estrategia global por la conquista del comunismo, es decir, de una sociedad libre de explotación y opresión, sin clases sociales y sin Estado; por ende, una sociedad que transforme a la guerra misma en parte de la prehistoria de la humanidad. Este abordaje nos enfrenta a múltiples tipos de guerras, para lo cual la “fórmula” de Clausewitz “la guerra es la continuación de la política por otros medios” adquiere toda su importancia en el camino que queremos recorrer. Y con ella, las diferencias fundamentales que guarda su formulación original con una aproximación desde el marxismo revolucionario, que pone en juego no solo diferentes guerras sino diversos tipos de “política”.
1 Trotsky, León, “La guerra y la IV Internacional”, ob. cit., p. 135. 2 Benjamin, Walter, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, México, Editorial Itaca, 2008, p. 70.
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En el presente capítulo abordaremos la apropiación crítica que realiza Lenin, en su Tetradka3, sobre la obra de Clausewitz durante la I Guerra Mundial, para determinar la relación entre guerra y política en contrapunto con diversas interpretaciones de aquella lectura de Lenin, en especial con la realizada por el filósofo y sociólogo francés Raymond Aron. Luego nos introduciremos en la reelaboración sobre estos temas desarrollada por Trotsky ante el escenario aún más complejo de la II Guerra Mundial, y en los debates sobre la guerra misma, a partir de las investigaciones de Ernest Mandel.
PARTE 1 LA GUERRA COMO CONTINUACIÓN DE LA POLÍTICA POR OTROS MEDIOS Michael Howard, uno de los más reconocidos especialistas en la obra de Clausewitz, señala que Lenin y Trotsky –junto con Marx y Engels– deben incluirse entre los pocos autores que han logrado trascender las limitaciones políticas y tecnológicas de su época para igualar el genio de Clausewitz y abordar la guerra no solo como un arte, sino también como una gran actividad socio-política4. Tanto Lenin como Trotsky profundizan sus estudios sobre temas militares a partir de la guerra ruso-japonesa y la Revolución de 1905. Frente a la I Guerra Mundial, el trabajo realizado por Lenin sobre la obra de Clausewitz será una pieza clave para la apropiación crítica de este clásico de la estrategia por parte del marxismo. De su estudio de Clausewitz, en 1915, Lenin deja un cuaderno con extractos, en su mayoría correspondientes a los libros VI y VIII de De la guerra, pero también sobre el Compendio de enseñanza militar a su Alteza Real el príncipe heredero, junto con una serie de anotaciones. Para Carl Schmitt, aquellos cuadernos de anotaciones constituirán “uno de los documentos más extraordinarios de la historia universal y espiritual”5. Schmitt no se equivocaba, aunque claramente su intención era resaltar el carácter revolucionario del pensamiento de Lenin para poder fundamentar mejor su propia perspectiva contrarrevolucionaria.
3 Leninskaia Tetradka (archivo N.º 18674, Instituto Lenin, Moscú), cuaderno que contiene los extractos, comentarios y subrayados de Lenin sobre la obra de Clausewitz. 4 Howard, Michael, ob. cit., p. 1. 5 Schmitt, Carl, Teoría del partisano. Acotación al concepto de lo político, ob. cit., p. 72.
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Los extractos y anotaciones de Lenin, aunque muy parciales y fragmentarios, a la luz de su obra posterior ayudan a reconstruir el recorrido de la apropiación que realiza de Clausewitz. Desde luego, Lenin no será el primer marxista en detenerse en la obra del general prusiano, tampoco en citar aquello de que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Sin embargo, será pionero en hacer una apropiación de aquella fórmula de un modo comprensivo, tanto del pensamiento de Clausewitz de conjunto como de sus diferencias fundamentales con el marxismo. Como señalábamos en nuestro primer capítulo, esta apropiación de Clausewitz será parte de un “rearme” teórico más amplio. Junto con el estudio de Hegel (Cuadernos filosóficos), incluirá la reflexión sobre las características de la nueva época que se abría con la I Guerra Mundial, contenida tanto en sus Cuadernos sobre el imperialismo como en el clásico Imperialismo, etapa superior del capitalismo. Una nueva época, diferente a la que les había tocado vivir a los fundadores del marxismo, que planteará entre otras cosas una nueva relación entre guerra y revolución. Las guerras en la nueva época
Lenin utilizará la fórmula de Clausewitz, en primer lugar, para definir el carácter de las guerras en general y de las guerras imperialistas en particular. Al momento de su lectura de De la guerra, la mayoría de las direcciones de los partidos de la II Internacional se habían subordinado a sus respectivos gobiernos imperialistas. Referentes del marxismo a nivel internacional, como Georgi Plejanov, fundamentaban el alineamiento con la burguesía para la guerra en el carácter defensivo que el propio gobierno atribuía a su acción, y de este modo adoptaban la consigna del momento: “defensa de la patria atacada”. Al contrario, Lenin destaca justamente de Clausewitz que: “Sería un contrasentido subordinar el punto de vista político al militar, ya que la política engendra la guerra; ella es la inteligencia y la guerra no es más que su instrumento, y no a la inversa”6. De esta forma –anota Lenin al margen de la frase anterior–, si “la política ha dado nacimiento a la guerra” la pregunta fundamental es ¿cuál es la política que se continúa en cada guerra? Respondiendo a esta pregunta Lenin sostiene que: La prueba del verdadero carácter social [...] de una guerra no se encontrará, claro está, en su historia diplomática, sino en el análisis de la situación objetiva de las clases dirigentes en todos los países beligerantes. Para describir esa situación objetiva no hay que tomar ejemplos y datos sueltos [...]
6 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 83.
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sino el conjunto de datos sobre la base de la vida económica de todos los países beligerantes y del mundo entero7.
En este punto Lenin se ubica en la misma línea de análisis que Franz Mehring, que cruza el pensamiento de Clausewitz con los análisis clásicos de Engels8. Sin embargo, para ser justos hay que aclarar que Clausewitz se aproximaba a la cuestión cuando señala que “hay que atribuir los hechos nuevos que se manifestaron en el dominio del arte militar mucho menos a las invenciones y a las ideas militares nuevas que a un cambio de la situación y de las relaciones sociales”9, frase que es destacada por Lenin, quien escribe al margen “N. B. ¡Justo!”10. Este tipo de cambios eran los que marcaban la situación que llevó al estallido de la I Guerra Mundial. Al contrario de lo que sostienen autores como Lars Lih acerca de la continuidad de los análisis de Lenin sobre la guerra con los de dirigentes como Karl Kautsky, lo cierto es que Lenin no solo innova respecto a la II Internacional, sino también con relación a las elaboraciones de Marx y Engels, y las propias de 1904-1905. La causa principal era el cambio de época y las nuevas condiciones que planteaba el imperialismo para pensar la relación entre guerra y política, entre “guerras interestatales” y revolución. En 1905, Lenin analizará la guerra ruso-japonesa en varios artículos, siendo los principales “La caída de Port Arthur” de enero, “El capital europeo y la autocracia” de abril y “La hecatombe” de junio. Sin embargo, abordará esta guerra aún en los términos con los que Marx y Engels habían analizado las guerras del siglo XIX; en este caso, considerando a Japón como potencia progresiva capitalista contra la autocracia zarista. Como señala Jean P. Joubert,
7 Lenin, V. I., “El imperialismo, etapa superior del capitalismo”, ob. cit., p. 483. 8 En su momento Mehring había planteado en referencia a Clausewitz: “Que la estrategia de Gustavo Adolfo y de Federico no estuviese, por así decirlo, derivada de las ideas dominantes sino determinada en última instancia por las condiciones de su tiempo, Clausewitz no podía reconocerlo dado el estado de la investigación histórica de entonces” (citado en Ancona, Clemente, “La influencia de De la guerra de Clausewitz en el pensamiento marxista de Marx a Lenin”, ob. cit., p. 26). Mehring tenía razón, y de hecho fue Delbrück quien, como continuador de Clausewitz, profundizó en estos elementos del pensamiento del militar prusiano. 9 Lenin, V. I., “La obra de Clausewitz De la guerra. Extractos y anotaciones”, ob. cit., p. 72. 10 La diferencia con Clausewitz se expresaba más específicamente en relación al análisis de la guerra como fenómeno histórico, que tanto para Lenin como para Mehring, quien más lo desarrolla, se trata de un producto de las sociedades clasistas y, por lo tanto, un fenómeno llamado a perecer junto con estas.
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… es un nuevo desarrollo del “viejo punto de vista” de Marx y Engels que deseaban en su momento la victoria de las jóvenes burguesías comprometidas en una lucha progresista contra las clases precapitalistas y consideraban que el proletariado, organizándose y combatiendo por su propia cuenta, debía considerarlas como sus aliadas. Sabemos además que Marx y Engels consideraban a Rusia como “la mayor reserva de la reacción”, centro y fortaleza de la contrarrevolución en Europa. Por ende, estaban ante todo “contra el zarismo”, pilar de la Santa Alianza de 1815, brazo al que se arrojarían todos los gobiernos europeos para enfrentar el peligro revolucionario11.
Si bien la guerra ya era analizada por Marx y Engels como continuación de la política de los Estados, el carácter híbrido que tuvo la época que les tocó vivir (entre el final de las revoluciones burguesas y el “aún no” de las condiciones para que el proletariado conquiste el poder del Estado) hizo que continuasen analizando los conflictos bélicos en términos de guerras nacionales, siendo que aún el capitalismo no se había constituido como sistema mundial propiamente dicho. Se plasmaba todavía una discontinuidad entre el análisis nacional y el internacional. El capitalismo tampoco había arribado a sus límites; faltaría más de medio siglo para el último reparto acordado de territorios, el cual se dio en la Conferencia de Berlín de 1888 con la división de África entre las potencias europeas. Será en el siglo XX cuando se presentarán en primer plano las tendencias a las guerras por el reparto del mundo. En la nueva época este elemento se exacerbaba producto de un capitalismo en declinación12. Dice Lenin: El imperialismo es el capitalismo en aquella etapa de desarrollo en que se establece la dominación de los monopolios y el capital financiero; en que ha adquirido marcada importancia la exportación de capitales; en que empieza el reparto del mundo entre los trust internacionales; en que ha culminado el reparto de todos los territorios del planeta entre las más grandes potencias capitalistas13.
11 Joubert, Jean P., “El derrotismo revolucionario”, CEIP León Trotsky, consultado el 5/3/2017 en: http://www.ceip.org.ar/El-derrotismo-revolucionario. 12 Ver Bach, Paula, “Prólogo” a Trotsky, León, El capitalismo y sus crisis, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2008. 13 Lenin, V. I., “El imperialismo, etapa superior del capitalismo”, ob. cit., p. 545. Sobre las discusiones actuales en torno al imperialismo ver: Mercatante, Esteban, “El capitalismo global como construcción imperial”, Ideas de Izquierda N.° 27, marzo 2016; “Las venas abiertas del Sur global”, Ideas de Izquierda N.° 28, abril 2016; “Londres: el poder de manejar el dinero ajeno”, Ideas de Izquierda N.° 29, mayo 2016.
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Sobre esta base, a partir de la I Guerra Mundial, hay un claro cambio de Lenin en el análisis de las guerras. La época imperialista había cambiado el carácter de la política, y por ende de las guerras encabezadas por la burguesía en relación a la época anterior. La Gran Revolución Francesa –dice– inauguró una nueva época en la historia de la humanidad. Desde entonces hasta la Comuna de París –desde 1789 hasta 1871–, las guerras de liberación nacional, de carácter progresista burgués, constituyeron uno de los tipos de guerra. Dicho en otros términos: el contenido principal y la significación histórica de estas guerras fueron el derrocamiento del absolutismo y del feudalismo, su quebrantamiento y la supresión del yugo nacional extranjero. Por eso eran guerras progresistas14.
Sin embargo, este contenido, que había estado incluso en la base de las elaboraciones de Clausewitz para definir la novedad del fenómeno guerrero en su época respecto al siglo XVIII, era muy diferente a partir de la consolidación del imperialismo. El capitalismo, que era progresista –dice Lenin–, se ha vuelto reaccionario; ha desarrollado tanto las fuerzas productivas, que la humanidad, si no pasa al socialismo, tendrá que soportar años, e inclusive décadas, la lucha armada de las “grandes” potencias por el mantenimiento artificial del capitalismo por medio de las colonias, los monopolios, los privilegios y las opresiones nacionales de todo tipo15.
La política que daba origen a la I Guerra Mundial era de un tipo diferente a las anteriores, de ahí que la propia guerra, como su continuación, también lo fuese. Lenin hace una apropiación precisa de la fórmula. El apartado del libro VIII sobre “la guerra como instrumento de la política” así como “la guerra como continuación de la política por otros medios” del capítulo 1 del libro I ocupan un lugar destacado en sus notas. Como señala Clausewitz, no es posible concebir a la guerra como una cosa independiente; la misma es un instrumento de la política, y solo desde este ángulo puede comprenderse toda la historia militar. Este criterio nos enseña,
14 Lenin, V. I., “El socialismo y la guerra”, Obras completas Tomo XXII, Madrid, Akal, 1977, p. 404. 15 Ibídem, p. 406.
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según Clausewitz, “cuán distintas pueden ser las guerras, según la naturaleza de sus motivos y de las circunstancias políticas de que brotan”16. Sobre esta base es que Lenin distinguirá dentro de la “Gran Guerra” varios tipos distintos de conflictos militares. A saber: las guerras como continuación de una política imperialista, las guerras como continuación de una lucha por la liberación de una nación oprimida y, a partir del estallido de la Revolución rusa de 1917, la guerra en el marco de la revolución. En relación a las guerras imperialistas sostiene: “La guerra es la continuación de la política por otros medios” (a saber: por la violencia). Esta famosa tesis pertenece a Clausewitz, uno de los hombres que ha escrito con mayor profundidad sobre temas militares. [...] Aplíquese esta tesis a la guerra actual. Se verá que durante decenios, casi medio siglo, los gobiernos y las clases dominantes de Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Austria y Rusia siguieron una política de saqueo de las colonias, de opresión de naciones ajenas y de supresión del movimiento de la clase obrera. Esta es la política, y solo esta, que se continúa en la guerra actual17.
Esta apreciación se oponía de plano, en primer lugar, al ala derecha de la II Internacional –mayoritaria entre la burocracia sindical y las direcciones de la mayoría de sus partidos–, cuyo representante más ilustre, como decíamos, era Plejanov. El fundador del marxismo ruso sostenía que era el deber de los socialdemócratas apoyar los esfuerzos de guerra rusos contra la agresión alemana, ya que se trataba de una guerra defensiva18. Lenin, al tiempo que parte del contenido de la política para definir la guerra, extrae de la lectura de Clausewitz una interpretación mucho más sofisticada de las relaciones entre defensa y ataque: siguiendo al autor de De la guerra, ambas formas se interpenetran, lo cual en la I Guerra Mundial quedó expresado claramente, ya que cuando las guerras se estancan y disminuye la iniciativa, la diferencia entre defensa y ataque tiende a desaparecer, que es lo que efectivamente sucedió con la guerra de trincheras. A su vez, en su lectura del general prusiano, destaca los diferentes niveles que este desarrolla respecto al carácter defensivo u ofensivo de una guerra. Lenin en su Tetradka cita a Clausewitz cuando dice: 16 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 53. 17 Lenin, V. I., “El socialismo y la guerra”, ob. cit., p. 409. 18 Sobre la actitud de Plejanov durante la guerra ver Baron, Samuel, ob. cit., 1976.
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En política se denomina guerra defensiva a la que se realiza por la independencia; en estrategia se llama guerra defensiva a una campaña en la que uno se limita a combatir al enemigo sobre el escenario de la guerra que se ha preparado con ese objetivo. Que las batallas que se libren sobre ese escenario sean ofensivas o defensivas, no cambia para nada las cosas19.
Tanto la definición de la política que se continúa en la guerra como el carácter políticamente defensivo distinguirán para Lenin las guerras de liberación nacional como “guerras progresivas”. En este caso, Lenin se separa relativamente de Clausewitz, siguiendo la tradición de los fundadores del marxismo, cuando adopta el concepto de “guerra justa” (desarrollado originalmente por Tomás de Aquino). Pero no se trata tampoco aquí de una búsqueda de la nación “progresiva” en general, sino que refiere concretamente a este tipo de guerras “políticamente defensivas” como continuidad de lucha contra la opresión nacional. Así, … en China, en Persia, en la India y demás países dependientes –dice Lenin– se asiste en las últimas décadas a una política de despertar de decenas y centenas de millones de hombres a la vida nacional, de liberación de estos del yugo de las “grandes” potencias reaccionarias. Sobre este terreno histórico, la guerra puede tener también hoy un carácter progresista burgués, nacional-liberador20. Paz civil, guerra civil y “derrotismo”
La apropiación de la “fórmula” de Clausewitz por parte de Lenin no consistirá en una simple reproducción. Se trata de una formulación original desde el marxismo revolucionario. La guerra como continuación de la política por otros medios ya no será una simple metáfora para la política, como podría ser en Kautsky, o una formulación para analizar las guerras interestatales solamente, como podría ser para Franz Mehring, sino que será la herramienta para establecer la relación precisa, en la nueva época, entre revolución (guerra civil) y guerra interestatal. Lenin repara en el concepto de “política” del general prusiano cuando este plantea que:
19 Lenin, V. I., “La obra de Clausewitz De la guerra. Extractos y acotaciones”, ob. cit., p. 87. Lenin está citando en esta oportunidad el Compendio de enseñanza militar a su Alteza Real el príncipe heredero de Clausewitz. 20 Lenin, V. I., “El socialismo y la guerra”, ob. cit., p. 409.
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Es preciso admitir en primer lugar que la política reúne en ella y concilia todos los intereses de la administración interior, incluso de los ciudadanos y todo aquello que la razón filosófica pone al orden del día; pues ella no es en sí más que una simple administración de todos esos intereses con respecto a otros Estados21.
Sin embargo, comprende la “fórmula” en los términos clásicos del marxismo, entendiendo la “política” no como la entiende Clausewitz, en tanto “inteligencia de la nación personificada”22, sino a partir de la lucha de clases. Esta diferente concepción de la política plantea una diferencia fundamental entre Lenin y Clausewitz. En su abordaje al respecto, Raymond Aron plantea que Lenin … no ignora que la lucha de clases no siempre cobra el carácter violento propio de la guerra. Pero concibe la inversión de la Fórmula, implícita en el rechazo de la unidad nacional. Toda violencia es física, escribe Clausewitz, pues la violencia moral no existe fuera del dominio del Estado y la ley. En el marxismo de Lenin, el Estado y la ley derivan también de la violencia física más o menos camuflada. Toda paz, en una sociedad de clases, disimula la lucha 23.
Ahora bien, este rechazo de la “unidad nacional”, ¿significa que Lenin invierte la fórmula, y la política pasa a ser la continuación de la guerra por otros medios? ¿Qué implicancias tendría plantear esta inversión? Veamos. El filósofo francés Michael Foucault es uno de los que desarrolla la inversión de la fórmula. Como mencionábamos en nuestro prólogo, Foucault, estudioso de la obra de Clausewitz, sostiene que “el poder es la guerra continuada por otros medios”, y agrega que: “En este punto invertiríamos la proposición de Clausewitz y diríamos que la política es la guerra continuada por otros medios”24. Para Foucault esta inversión de la fórmula está directamente ligada a su concepción de que “el mecanismo de poder es esencialmente la represión”25.
21 Lenin, V. I., “La obra de Clausewitz De la guerra. Extractos y acotaciones”, ob. cit., p. 82. 22 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 52. 23 Aron, Raymond, Pensar la Guerra, Clausewitz, Tomo II La Era Planetaria, ob. cit., p. 48. 24 Foucault, Michel, Defender la sociedad, ob. cit., pp. 28-29. 25 Ídem.
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La consecuencia fundamental de este tipo de abordajes es que borra la diferencia entre los conceptos de “guerra” y “paz”, al tiempo que sumerge la violencia física y la violencia moral en un terreno de indiferenciación. En el planteo de Foucault, la “paz civil” pasa a ser una simple secuela de la guerra, y el ejercicio del poder se identifica con una guerra continua en la cual se disipa toda distinción de las formas de dominación y regímenes políticos bajo la categoría de un totalitarismo todopoderoso26. Surge la idea de una especie de “guerra civil permanente” sin guerra civil en el sentido pleno del término, es decir, una guerra sin oponente donde el poder es esencialmente lo que reprime27. Por otro lado, están quienes han señalado que la recuperación por parte de Lenin del pensamiento de Clausewitz y de la estrategia militar ha derivado en una militarización del marxismo, como ha desarrollado, por ejemplo, Jacob W. Kipp. La militarización de Lenin del marxismo –dice Kipp– implicó un cambio sustancial en el lugar de la guerra en la ideología socialista. La guerra, antes vista como un mal social impuesto a la clase obrera, nunca había estado en el centro del análisis marxista del capitalismo. Lenin lo puso allí. Hizo hincapié en la inevitabilidad de las guerras entre los Estados capitalistas en la era del imperialismo y presentó la lucha armada de la clase trabajadora como el único camino hacia la eventual eliminación de la guerra 28.
Sin embargo, aquí donde Kipp ve, sin más, la “militarización” del marxismo, en realidad hay justamente una apropiación particular de la “fórmula” de Clausewitz para abordar el trabajo de la estrategia en la época imperialista. A diferencia de Mao Tse-Tung o Võ Nguyên Giáp, cuyo punto de partida, como veremos en el próximo capítulo, era el partido revolucionario entendido como partido-ejército de composición semiproletaria y campesina, Lenin establece la continuidad entre lo militar y lo político pero sin devaluar sus particularidades. Lo hace manteniendo la diferenciación entre guerra interestatal y guerra civil. Una distinción que afecta directamente a la estrategia. Si bien desarrolla el concepto de “escuela de guerra” en tiempos de paz como parte del concepto más general de “partido de combate”, como 26 Cfr. Bensaïd, Daniel, Elogio de la política profana, ob. cit., p. 69. 27 Cfr. Foucault, Michel, Defender la sociedad, ob. cit., p. 28. 28 Kipp, Jacob W., “Lenin and Clausewitz: The Militarization of Marxism, 19141921”, en Military Affairs N.° 4, volumen 49, octubre 1985, p. 189. También Romero, Aníbal, “Lenin y la militarización del marxismo”, anibalromero.net, consultado el 5/3/2017 en: http://anibalromero.net/Lenin.y.la.militarizacion.del.marxismo.pdf.
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señala correctamente Aron, Lenin no confundió jamás la lucha de clases en cuanto tal con la guerra; esta designa, para Lenin la fase violenta de la lucha de clases29. Esto es así porque Lenin define a la guerra, al igual que Clausewitz, por los medios específicos que utiliza –la violencia física– y no por la función que cumple30. Reserva el concepto de guerra para cuando la política adopta la violencia física en gran escala como medio para sus fines. “La guerra = política que cambió ‘la pluma por la espada’”31, escribe en sus notas a De la guerra y, en este sentido, sigue claramente a Clausewitz. Lenin utiliza la fórmula de Clausewitz para definir el carácter de las guerras en general y de las guerras imperialistas en particular, pero también para definir las características específicas de la política revolucionaria en tiempos de guerra imperialista. Si de parte de los gobiernos de las grandes potencias la guerra era continuidad de la política imperialista, una vez desatada la guerra la continuidad de la política revolucionaria consistía, en términos estratégicos, en transformar la guerra en guerra civil. Ambas formulaciones, de la guerra entre potencias como continuidad de la política imperialista, y de la guerra civil como continuidad de la lucha de clases, pasarán a formar parte de un mismo esquema de pensamiento que logra dar cuenta de las condiciones para la estrategia revolucionaria impuestas en la época imperialista. Así, la perspectiva estratégica de Lenin era opuesta por el vértice a la política de las direcciones oficiales de la II Internacional comprometidas en el sostenimiento de la “paz civil” para que las burguesías imperialistas puedan perseguir sus objetivos sin tener que enfrentar la lucha de clases aguda al interior del Estado. Como veíamos en nuestro primer capítulo, esta orientación tenía contornos concretos, con la burocracia sindical y partidaria de la socialdemocracia como agente fundamental en el aplacamiento de la lucha de clases (prohibición de huelgas y conflictos obreros), así como en la persecución política a los sectores que se oponían a la guerra en las filas de la socialdemocracia. En ambos casos esto
29 Cfr. Aron, Raymond, Pensar la Guerra, Clausewitz, Tomo II La Era Planetaria, ob. cit., p. 166. 30 El general Beaufre fue un exponente de este segundo último tipo de definición funcional: “Algunos como Bouthoul, pretendieron caracterizar a la guerra en su aspecto sangriento. Creo que es un enfoque demasiado particular, porque no concierne sino a la guerra militar. No abarca entonces los enfrentamientos a veces muy graves que constituyen las guerras económicas y políticas, los cuales pueden desarrollarse sin batallas ni combates” (Beaufre, André, La guerra revolucionaria, Buenos Aires, Editorial Almena, 1979, p. 50). 31 Lenin, V. I., “La obra de Clausewitz De la guerra. Extractos y acotaciones”, ob. cit., p. 86.
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lo hacían con acuerdos explícitos con el gobierno, que eran la condición para el mantenimiento de la legalidad de las organizaciones. La consecuencia necesaria de la continuidad de la lucha de clases durante la guerra imperialista y el rechazo a la “paz civil” es lo que se conoció como el “derrotismo”. La revolución –dice Lenin– en tiempos de guerra significa la guerra civil, y la transformación de la guerra de gobiernos en guerra civil, por una parte, es facilitada por los reveses militares (“derrotas”) de los gobiernos; por otra parte, es imposible aspirar de verdad a esa transformación si no se contribuye, al mismo tiempo, a la derrota32.
Hay autores como Joubert33 que ven en la obra de Lenin dos formulaciones diferentes del “derrotismo” en guerras interimperialistas, una donde la derrota del propio país imperialista sería lo que “desean” los revolucionarios, y otra donde representaría un “mal menor”. Sin embargo, la política de Lenin no parece adaptarse a este esquema. Por un lado lo muestra, como veremos, el hecho de que desarrolla una táctica militar para el proletariado en los marcos de la guerra, ligada al desarrollo de milicias y el armamento del proletariado. Por otro lado, porque el boicot militar nunca constituyó para Lenin un objetivo independiente en sí mismo. Su actitud frente a la guerra siempre estará subordinada a las necesidades del desarrollo de la revolución, a la que considera la única vía para terminar con la guerra imperialista. Así, en 1915, en “Las tareas de la socialdemocracia revolucionaria en la guerra europea” vuelve a plantear la derrota del ejército zarista como “mal menor”34. El “derrotismo revolucionario” consistía en que el proletariado no debía detenerse en el desarrollo de la lucha de clases frente a la eventualidad de la derrota en la guerra. Trotsky en 1934 explica precisamente esta posición: La fórmula de Lenin “La derrota es el mal menor” no significa que lo sea la derrota del propio país respecto a la del país enemigo, sino que la derrota militar resultante del avance del movimiento revolucionario es
32 Lenin, V. I., “La derrota de su propio gobierno en la guerra imperialista”, en Obras completas Tomo XXII, ob. cit., p. 378. El destacado es del original. 33 Ver Joubert, Jean P., “El derrotismo revolucionario”, ob. cit. 34 Lenin, V. I., “Las tareas de la socialdemocracia revolucionaria en la guerra europea”, Obras completas Tomo XXII, ob. cit., p. 88.
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infinitamente más beneficiosa para el proletariado y todo el pueblo que el triunfo militar garantizado por “la paz civil”35.
Esta contraposición entre “guerra civil” y “paz civil” estará en la base de la disputa para enfrentar la guerra imperialista. Para Lenin, la disyuntiva era clara: solo la revolución podía frenar la guerra. Esta conclusión partía de una concepción bien clara de la relación entre guerra y política emparentada con la fórmula clausewitziana. Si la guerra era la continuación por medios violentos de la política de los Estados imperialistas en tiempos de paz, la única forma efectiva de enfrentar la guerra era derrotando la política que la originaba, y la única forma de hacerlo en tiempos de guerra era desarrollando una guerra civil revolucionaria. Será recién en febrero de 1917, con la irrupción de la revolución, que Lenin modificará esta posición respecto a Rusia. Esto respondía a que la política de transformar la guerra imperialista en guerra civil había comenzado a realizarse en la práctica. La Revolución de Febrero y el desarrollo del doble poder cambiaban las bases de la política del derrotismo, y este dejaba su lugar a la defensa de las conquistas de la revolución. En las polémicas de 1918 con los socialrevolucionarios, Lenin reafirma claramente cómo su postura fue derrotista bajo el zar, pero ya no lo era luego de la Revolución de Febrero36. La revolución y la participación de los soldados en ella cambiaban el carácter del Ejército, mientras que no cambiaba el carácter imperialista de la guerra misma. De ahí que Lenin, Trotsky y los bolcheviques de conjunto continuaban la lucha contra el llamado “defensismo revolucionario”, posición de Tsereteli y los mencheviques, que pretendían proseguir la guerra imperialista escudándose en la revolución. El planteo de Lenin y Trotsky combinaba la defensa de la revolución frente a la contrarrevolución y el imperialismo con el rechazo a la guerra imperialista; y, por ende, con la negativa a mandar tropas al frente para impulsar nuevas ofensivas militares. Esta política será fundamental para sellar la alianza con los soldados que se va forjando a partir de febrero. Las Jornadas de Abril, las de Julio, y de conjunto el proceso revolucionario en 1917, se van articulando alrededor de los diferentes intentos de ofensivas en el frente por parte del Gobierno Provisional y la resistencia de las masas que provocaban. Para los soldados de la guarnición, el sentimiento antiguerra no era una postura intelectual, sino que se trataba
35 Trotsky, León, “La guerra y la IV internacional”, ob. cit., p. 157. 36 Cfr. Lenin, V. I., “Palabras de clausura para el informe sobre la ratificación del tratado de paz”, Obras completas, Tomo XXVIII, Madrid, Akal, 1976, pp. 394-395.
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de una cuestión de supervivencia personal37. Como plantea Trotsky, lo que aparecía como anarquía a los ojos de los patriotas y los defensistas, de hecho, era sacrificio y heroísmo cuando se consideraba desde el punto de vista de la revolución38. Apariencia y realidad: la “exterioridad popular” en la guerra
En su lectura de Clausewitz, Lenin va a profundizar los elementos de su interpretación. Destaca en sus cuadernos sobre el general prusiano el planteo de que “La guerra parece tanto más ‘guerrera’ cuando más política; mientras que cuanto más ‘política’ parece, es menos profundamente política”, y señala cómo “la apariencia no es todavía realidad”39. Cuando Clausewitz advierte al lector que la tendencia de la guerra es a separarse de su fin político y acercarse a su concepto –como tendencia lógica– Lenin ve el “comienzo de una división (de una separación) entre lo objetivo y lo subjetivo”40. Clausewitz partía de que “habría que suponer todas las fuerzas morales y pasiones de los combatientes”, pero agregaba que: “Cuando el plan solo se encamine a algo pequeño, el efecto de las fuerzas morales en las masas será tan escaso, que tales masas necesitarían más bien ser empujadas que contenidas”41. Teniendo en cuenta que la guerra es imperialista, es decir que sus objetivos son la anexión, la colonización y la rapiña, prima aquello que Clausewitz destaca como “falsa dirección de la guerra”42. En sus cuadernos, Lenin destaca como “un paso hacia el marxismo” cuando el general prusiano admite –aunque señalando como aquello que “no vamos a considerar aquí”– que siguiendo una “falsa dirección” la guerra “sirve preferentemente a las ambiciones, los intereses y la vanidad de los gobernantes”43. En este marco, para la movilización y el combate en
37 Cfr. Nelson, Harold Walter, ob. cit., p. 190. 38 Cfr. ibídem, p. 194. 39 Lenin, V. I., “La obra de Clausewitz De la guerra. Extractos y acotaciones”, ob. cit., p. 54. 40 Ibídem, p. 53. 41 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 52. 42 En el capítulo 1 hemos abordado este concepto para realizar una analogía con la dirección burocrática del movimiento obrero; aquí lo aplicamos directamente a su objeto original: la dirección de la guerra interestatal. 43 Lenin, V. I., “La obra de Clausewitz De la guerra. Extractos y acotaciones”, ob. cit., p. 82.
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la guerra misma, las masas deben ser empujadas a la guerra más que contenidas. El odio nacional juega un papel indispensable en esta operación. Por eso cuando Clausewitz señala que “El odio nacional raramente está ausente de las guerras modernas, y reemplaza entonces con mayor o menor fuerza los sentimientos de hostilidad”, Lenin acota “¿¿Solo ‘raramente’??”, y luego agrega: “Odio nacional –en toda guerra–”44. Ligado a esto, a la hora de repasar la “fórmula trinitaria” de Clausewitz (como vimos, referida a la relación entre el odio del pueblo, el cálculo de los generales y la política del gobierno) Lenin destaca: “¡Muy justo a propósito del alma política, del conjunto del contenido de las guerras y de la exterioridad ‘popular’!”45. Lo que llama su atención es justamente cómo el “odio del pueblo” puede ser “exterior”, no necesario, respecto a la política que impulsa la guerra. Para Lenin, al igual que para Clausewitz, no hay una relación mecánica entre “odio del pueblo” (que puede surgir como parte del propio desencadenamiento de la guerra sin que previamente cumpla un rol relevante) y la envergadura de los fines políticos; las masas pueden ser “empujadas” hacia la guerra. Según la interpretación de Raymond Aron este elemento no estaba en Clausewitz, sino que representa una “izquierdización”46 hecha por Lenin. Esta afirmación es dudosa, más allá de las controversias interpretativas que pueda generar el propio texto de Clausewitz47. Sin embargo, la crítica principal de Raymond Aron a la interpretación de Lenin sobre este punto será que: La síntesis leninista adolece de una debilidad (o una contradicción) intrínseca. Para definir la naturaleza de la guerra, Lenin desecha con indiferencia las pasiones nacionales y se atiene al análisis marxista de la sociedad
44 Ibídem, p. 58. 45 Ibídem, p. 56. 46 Aron, Raymond, Pensar la Guerra, Clausewitz, Tomo II La Era Planetaria, ob. cit., p. 45. 47 Primero, porque es necesario aclarar que Clausewitz analiza otro tipo de guerras nacionales, como las guerras de liberación contra la dominación francesa, o las guerras napoleónicas basadas en la revolución, lo cual de por sí plantea problemas diferentes en la relación entre fines políticos y “odio del pueblo”, más allá de una supuesta “izquierdización”. Segundo, porque como señala Peter Paret, el propio Clausewitz abordó este problema en las discusiones políticas luego de la victoria de la Séptima Coalición, cuando se opuso a la venganza contra los franceses, enfrentando a su amigo Gneisenau, con el argumento de que justamente se estaba ensalzando el odio nacional más allá de los objetivos políticos, que para Clausewitz consistían en mantener el sistema europeo de Estados previo a la revolución (Paret, Peter, ob. cit., pp. 343 y ss.).
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de los Estados. En cambio, para definir la anexión, alude a la voluntad del pueblo. Condena el entusiasmo patriótico de 1914, aprueba de antemano la voluntad de separación de Finlandia, Polonia e incluso Ucrania48.
Aron atribuye esto a una profesión de fe por parte de Lenin; a una visión teleológica de la historia por parte del marxismo. Sin embargo, Lenin en este punto parece ser mucho más clausewitziano que Aron. “Si la guerra –dice Clausewitz– pertenece a la política, adquirirá, naturalmente, su carácter. Si la política es grande y poderosa, igualmente lo será la guerra, y esto puede ser llevado a la altura en que la guerra alcanza su forma absoluta”49. En este sentido, Lenin analiza la intervención de las masas en la guerra, no desde el “odio nacional” como invariante sino desde la relación entre “odio del pueblo” y los fines políticos. Con la consecuencia de que en algunos casos las “pasiones nacionales” surgen para empujar a las masas a la guerra debido al carácter mezquino de los fines políticos (rapiña imperialista, en el caso de la Rusia zarista en la I Guerra Mundial, la conquista de Constantinopla, Galicia y Armenia), mientras que en otros casos las “fuerzas morales” son desatadas por la propia dimensión del fin político y su ligazón con los intereses de las masas, tanto en la guerra liberación nacional como en la guerra revolucionaria, como demostró la propia guerra civil rusa luego de la revolución de 1917. “Intención hostil”: el nacionalismo y los mecanismos para la movilización militar
Lenin destaca en su lectura de Clausewitz que: En el siglo XVIII, durante las guerras de Silesia, la guerra era todavía una simple cuestión de gabinete, en la que el pueblo solo tomaba parte como un instrumento ciego; a comienzos del siglo XIX, por el contrario, los rivales pesan todo su poder en el platillo de la balanza50.
Desde ya que, como vimos, Lenin no se limitaba solo a tomar nota de este elemento; tampoco Clausewitz, aunque obviamente desde un lugar muy diferente. Este último reflexionaba sobre la posibilidad de contar con las masas para defender a las monarquías. En este sentido
48 Aron, Raymond, Pensar la guerra, Clausewitz, Tomo II, La Era Planetaria, ob. cit., p. 55. 49 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 567. 50 Lenin, V. I., “La obra de Clausewitz De la guerra. Extractos y acotaciones”, ob. cit., p. 74.
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se entusiasmó con el modelo de la Vendée o de la resistencia española a Napoleón, que proclamaba el regreso de Fernando VII bajo la consigna de “vivan las cadenas”. La pregunta que desvelaba a Clausewitz era por qué esta resistencia no lograba tener su correlato en Prusia, y junto con esto se dedicó a formular toda una serie de recomendaciones sobre la conveniencia del armamento del pueblo y la guerra partisana. Sin embargo, con el correr del siglo XIX y la creciente intervención independiente del proletariado en la lucha de clases, estas expectativas se mostrarán cada vez más infundadas. Contrariamente a lo que opinaba Clausewitz, la contención de las contradicciones al interior de los Estados se transforma cada vez más en una de las tareas clave de los gobiernos que se lanzan a la guerra. “Cómo disciplinar al pueblo” –y en especial a la clase obrera que había desplegado su potencialidad revolucionaria en la Comuna de París– se convierte en la pregunta clave para lograr el objetivo de conservar la estabilidad interna mientras se impone la movilización de las grandes masas para la guerra. Dando cuenta de esto es que Lenin diferenciaba las guerras del siglo XIX y el XX, como señaláramos más arriba, entre una época donde la burguesía de las potencias centrales todavía era capaz de librar guerras progresivas, y otra época en la que ya no. Esta diferencia tendría su correlato en el plano de la lucha de clases al interior de los diferentes Estados. Los objetivos imperialistas –conquistas de territorios, nuevo reparto del mundo– son incapaces en sí mismos de motorizar la intervención de las masas “pesando con todo su poder en el platillo de la balanza”. El nacionalismo de las potencias imperialistas, desligado de los intereses de las grandes masas, ya no es la expresión de la “fuerza moral” del campesino defendiendo su tierra o resistiendo a la ocupación extranjera, sino un poderoso instrumento ideológico para “empujar” a las masas hacia la guerra. De esta forma el “odio nacional” se transforma en aquello que Clausewitz llamaba la “intención hostil”. Por su origen, el combate –dice el general prusiano– es la expresión de un sentimiento hostil, pero en nuestros grandes combates, que llamamos guerras, ese sentimiento hostil se convierte, a menudo, en simplemente una intención hostil y, al menos en términos generales, no existe sentimiento hostil de un individuo contra otro51.
Ahora bien, esta “intención hostil” cobra características precisas, incluso para el autor de De la guerra:
51 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 171.
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El odio nacional [...] se convierte en un substituto más o menos poderoso de la hostilidad personal de un individuo en contra de otro. Pero en el caso de que este falte o bien no exista la animosidad al comienzo, el combate mismo será el que prenda la llama del sentimiento hostil52.
Lenin analiza las características reaccionarias de este nacionalismo respecto al de la época de la gran Revolución francesa que le tocó vivir a Clausewitz. De ahí que los mecanismos de imposición de este tipo de nacionalismo se desarrollen en forma mucho más sofisticada en el siglo XX, tanto en sus aspectos ideológicos como en los coercitivos. Este es uno de los puntos agudamente analizados por Trotsky, desde la guerra ruso-japonesa de 1904, pasando por sus análisis de las guerras de los Balcanes hasta la I Guerra Mundial, que resultó en verdaderos estudios de la psicología y la reacción humana ante la movilización para la guerra. Trotsky hablará en términos de “hipnosis militar” o “hipnosis de los cuarteles” para resaltar la potencialidad de la “disciplina mecánica” de la organización militar53. Como corresponsal de guerra en los Balcanes verá de cerca el cambio subjetivo y el efecto inmediato que tiene en la práctica para los soldados la entrada en la guerra y el cambio en sus condiciones materiales de existencia: desgarrados de todas sus relaciones sociales, incapaces de tener una visión de conjunto, sometidos al peligro y a la fricción de la guerra. La batalla –dice Trotsky– tuvo como resultado no solo sus cuerpos mutilados, sino que toda su vida ha sido dividida en dos partes. Ahora, todo lo que tenían antes de la guerra, el trabajo, la familia, se ha oscurecido, se ha desvanecido, se ha dispersado en la niebla. Todo el día piensan y hablan de la guerra54.
A partir de aquel momento, como señala Clausewitz, la propia experiencia de la guerra hace surgir la cohesión en las filas del ejército55. 52 Ídem. 53 “Los explotadores –dice Trotsky– arrancan a la gente joven e inmadura, la organizan con brillantes uniformes, la ensordecen con sus órdenes y sus mejores tambores, y obligan a los hijos del pueblo a madurar rápidamente al nivel de poner sus bayonetas contra el pueblo” (citado en Heyman, Neil, ob. cit., p. 11). 54 Ibídem, p. 50. 55 Dice Trotsky: “el segundo día de batalla las formaciones originales se convirtieron en un verdadero lio”; pero agrega: “En primer lugar, figuran en el ejército personas –no necesariamente oficiales– que sabían qué hacer, quizá por instinto. Los otros se reunieron en torno a sus líderes naturales. En segundo lugar, la mayoría de los soldados tenían miedo de salir corriendo hacia lo desconocido. Prefirieron quedarse con su grupo.
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A pesar de esto, Trotsky desarrollaba cómo era imposible crear una “fuerza moral” allí donde solo primaba la disciplina mecánica y algún elemento exterior que servía para empujar a las masas a la guerra: Es posible atraer a un campesino temporalmente desmoralizado, ignorante, que es esclavo de la tierra, con el fantasma de la adquisición de un terreno al otro lado de la frontera, pero es imposible convertirlo con esto en un soldado consciente e independiente56.
En estas condiciones tampoco era sencillo mantener un ejército de masas por un tiempo largo solo mediante la disciplina; era necesario reavivar el odio nacional a través de la propaganda. Trotsky constataba en la guerra de los Balcanes que: Mantener a todos los trabajadores en armas solo fue posible gracias a la saturación de su conciencia con el odio a los responsables de la continuación de la guerra. Así les dicen a los soldados búlgaros que podrían haberse ido a casa de no ser porque los serbios violaron los tratados [...]. Le dicen al ejército serbio que los búlgaros quieren apoderarse de todo lo ganado con la sangre serbia57.
Estos análisis van a ser retomados y profundizados por Trotsky en sus primeros escritos sobre la I Guerra Mundial. Allí retoma la tendencia natural a la obediencia de las normas de disciplina y orden, impulsada por el objetivo de salvar la propia vida. Explica cómo es posible que las masas marchen pacíficamente a las trincheras, analizando cómo el soldado pasa por diferentes estadios intermedios que gradualmente van preparando su psicología, llegando a la zona militar que se constituye como un ambiente totalmente artificial. De esta forma el “odio nacional” es transformado en “intención hostil”, a diferencia de las “guerras justas” donde surgen verdaderamente nuevas “fuerzas morales”. Sin embargo, aquella combinación de elementos ideológicos y coercitivos58 no evita que los sufrimientos impuestos Por último, la formación de los soldados evitó la anarquía. A pesar de que la lucha real difiere de los ejemplos de los libros de texto, el funcionario sostuvo ‘precisamente gracias a los elementos de orden y organización inculcados en los soldados, en toda esta espontaneidad aparentemente caótica, la regularidad se mantiene’” (ibídem, p. 52). 56 Ibídem, p. 60. 57 Ibídem, p. 62. 58 Trotsky será inicialmente más pesimista sobre las posibilidades de quebrar estos mecanismos previamente a la desmovilización militar. Sin embargo, a medida que avanza la situación de la I Guerra Mundial, va viendo cada vez más claramente la posibilidad
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por la guerra misma, como señalara Lenin, creen las condiciones objetivas de una situación revolucionaria, es decir, un marco para el surgimiento de nuevas “fuerzas morales” para transformar la guerra entre gobiernos en guerra civil contra la propia burguesía. La guerra imperialista y las “fuerzas morales” para la revolución
Hay otro aspecto importante que hace a la diferencia entre la reflexión sobre la guerra de Clausewitz y la de Lenin o Trotsky en la época imperialista. Trotsky es quizá quien lo señala con más énfasis. En Golos, ya en 1914, planteaba claramente que la guerra era también “una rebelión ciega”59 de las superdesarrolladas fuerzas productivas de Europa contra la estrecha y restrictiva estructura de los Estados nacionales capitalistas. La concepción de Clausewitz sobre la guerra tenía como presupuesto el “equilibrio europeo” o el Jus Publicum Europaeum60. Este era su horizonte histórico. La Revolución francesa había amenazado con quebrarlo, pero finalmente no lo hizo. Hasta el siglo XX los Estados nacionales no fueron incompatibles con el desarrollo de las fuerzas productivas. De hecho, durante el siglo XIX surgirán nuevos Estados-nación que impulsarán el desarrollo de las fuerzas productivas (Alemania, Italia y Japón), aunque mediante los mecanismos de lo que Gramsci llamó las revoluciones pasivas o revolución-restauración61. En la época imperialista, las fronteras nacionales serán trabas decisivas para el desarrollo de las fuerzas productivas en un nivel incomparablemente superior a la historia anterior del capitalismo. Las guerras en la época imperialista no solo representaban la gestión de los intereses de los Estados frente a otros Estados por medios violentos en general, sino que las propias contradicciones del capitalismo imperialista agregan un elemento adicional a la guerra, como decía Trotsky, “una rebelión ciega” de las fuerzas productivas contra la forma estatal.
de hacer realidad el planteo de Lenin de “transformar la guerra imperialista en guerra civil”. Para finales de 1915, mientras se profundizaba la división en el movimiento de Zimmerwald, Trotsky se acerca cada vez más a Lenin. En enero de 1916 escribirá en Nashe Slovo que “Aquellos internacionalistas que no pertenecen a ninguna fracción no tienen otra salida que unirse a los leninistas, lo cual significa, en la mayoría de los casos, ingresar en la organización leninista” (citado en Deutscher, Isaac, El profeta armado, México, Era, 1970, p. 220). 59 Citado en Ibídem, p. 205. 60 Ver Schmitt, Carl, El nomos de la Tierra, Buenos Aires, Editorial Struhart & Cía., 2005. 61 Albamonte, Emilio y Romano, Manolo, “Trotsky y Gramsci. Convergencias y divergencias”, en Estrategia Internacional N.° 19, 2003.
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La consecuencia es que si bien la guerra es un instrumento de la política, a partir de la I Guerra Mundial la propia guerra muestra también su tendencia a autonomizarse de la política gubernamental. Trotsky señalará claramente este elemento: Cuanto más se extendió el campo de las operaciones militares, más evidentemente económicas y políticas (es decir, imperialistas) se hicieron estas, el control sobre las operaciones militares se hizo menos real, el objetivo político y las consignas de guerra se convirtieron en sombras que seguían movimientos autosuficientes y los enfrentamientos de masas humanas. El militarismo, que suponía, por la naturaleza de las cosas, ser un instrumento dócil y fiel de los intereses imperialistas, se convirtió –por la lógica de las cosas mismas– en casi completamente “autónomo” y continuó devorando automáticamente todas las fuerzas y los recursos de la nación62.
El desarrollo de la guerra, en 1916, dará la razón a Trotsky con la ofensiva alemana sobre Verdún, la batalla más larga de la I Guerra, con alrededor de doscientos cincuenta mil muertos y quinientos mil heridos entre los dos bandos, la que sería superada ese mismo año por la batalla de Somme, con más de un millón de muertos entre las fuerzas británicas, francesas y alemanas. Esta tendencia a la “autonomización” de la que hablara Trotsky tendrá uno de sus emblemas en 1918, en el intento del Estado Mayor alemán de hacer un último combate por el “honor” de la armada en el Mar del Norte. Serán justamente estos hechos los que encenderán el fuego de la revolución en Alemania con la rebelión de los marinos de Kiel y mostrarán el reverso de las consecuencias de la movilización militar de las masas para la guerra. Trotsky plantea cómo la guerra es una fuerza poderosa que destruye los lazos tradicionales de la sociedad. Esto que, como veíamos antes, en un primer momento juega a favor de la burguesía, que logra la “hipnosis de las trincheras”, se vuelve dramáticamente en su contra con el desarrollo de los acontecimientos y hace emerger la guerra civil. Como señalara Trotsky, los sobrevivientes del combate nunca volverían a su pequeño nacionalismo de antes: “La guerra elevaría a nuevas alturas la sensación de ‘universalidad’ de la conciencia del vínculo indisoluble entre el destino de un individuo y el destino de toda la humanidad”63. De esta forma, si en un primer momento la ruptura de los lazos sociales permite a la burguesía llevar a la matanza mutua a la clase obrera 62 Citado en Heyman, Neil, ob. cit., p. 95. 63 Ibídem, p. 98.
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y a los oprimidos, cuando la guerra se desarrolla en sus consecuencias, cuando su carácter imperialista y su tendencia a autonomizarse de los propios objetivos políticos quedan expuestos, aquel mismo elemento sirve de fermento para el surgimiento de una nueva “fuerza moral”. El “sentimiento hostil”, que surgió en la I Guerra Mundial empujado por la “intención hostil” de los gobiernos y que solo se desarrolló en la guerra misma, luego se independizó de su impulso original y se volvió contra sus propios Estados Mayores. De esta forma, así como los objetivos en la guerra tienden a “autonomizarse” de los objetivos políticos, las propias masas movilizadas tienden a “autonomizarse” del Estado Mayor y comienzan a luchar por sus propios objetivos. Esta combinación de elementos, como señala Lenin, crea las condiciones objetivas de una situación revolucionaria y, por lo tanto, el marco en el cual surgen nuevas “fuerzas morales” para detener la guerra, para transformar la guerra entre gobiernos en guerra civil contra la propia burguesía. Partiendo de la distinción de Clausewitz –de que la guerra es en apariencia menos política cuanto más guerrera, pero en su esencia esta relación consiste en que la guerra es más guerrera justamente cuando es más política– Lenin señala para 1915 que “la apariencia no es todavía realidad”. Sin embargo, para 1916, a la par que los enfrentamientos militares se hacen más terribles, se profundiza la lucha de clases al interior de los Estados beligerantes y tanto la política revolucionaria como la contrarrevolucionaria cobran nuevas dimensiones. Sus ejemplos más agudos darán lugar a la revolución en Rusia y Alemania. En relación a este punto Lenin destaca en su lectura de Clausewitz –y anota “¡Exacto!”– cuando este plantea: Por otra parte, es verdad que la guerra, ella también, ha sufrido importantes cambios [con la Revolución francesa] que, modificando su forma y su esencia, la han aproximado considerablemente a su aspecto absoluto; pero esos cambios no provienen de que el gobierno francés se haya en cierto sentido emancipado, desembarazado de la tutela de la política, sino que la revolución ha modificado las bases mismas de la política. Tanto para Francia como para la Europa entera64.
Este cambio en las bases mismas de la política tendrá su mayor expresión en la Revolución rusa; es lo que cambiará el carácter de la guerra en Rusia, y hará surgir las nuevas “fuerzas morales” que protagonizarán la
64 Lenin, V. I., “La obra de Clausewitz De la guerra. Extractos y acotaciones”, ob. cit., p. 85.
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revolución y posteriormente la propia guerra civil. Como señala Lenin en 1920: En toda guerra, la victoria depende en último término del estado de ánimo de las masas que derraman su sangre en el campo de batalla. La convicción de que se lucha en una guerra justa, la conciencia de la necesidad de sacrificar la vida en bien de sus hermanos, eleva el espíritu de los soldados y les permite soportar penalidades increíbles. Los generales zaristas dicen que nuestros soldados rojos soportan tales penalidades como jamás las hubiese soportado el ejército del régimen zarista. Esto se explica porque cada obrero y campesino enrolado sabe por qué combate, y conscientemente derrama su sangre en aras del triunfo de la justicia y el socialismo. El hecho de que las masas tengan conciencia de las finalidades y las causas de la guerra tiene una enorme importancia y garantiza la victoria65.
PARTE 2 GUERRA ABSOLUTA Y GUERRA TOTAL Al igual que la I Guerra, la II fue una nueva conflagración mundial entre potencias imperialistas para el reparto del mundo. La política imperialista otra vez se continuaba a gran escala por medios militares. La contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las estrechas fronteras nacionales, que había hecho estallar la guerra en 1914, a su término no se había más que agudizado. Lejos de romper los límites nacionales los había multiplicado. La diferencia era que la I Guerra Mundial no había pasado en vano. El nuevo choque de intereses imperialistas se daba con la presencia de un nuevo actor: el Estado obrero ruso. En términos estratégicos, la contradicción entre el conjunto de las potencias imperialistas y la URSS revestía un carácter mucho más profundo que cualquiera de las existentes entre los diferentes imperialismos. Sin embargo, este elemento era la expresión de un aspecto mucho más general que en la primera posguerra había quedado sobre la mesa: la guerra podía traer el triunfo de la revolución proletaria.
65 Lenin, V. I., “Discurso en la Conferencia ampliada de obreros y soldados del Ejército Rojo en el barrio Rogozhski-Simonovski”, Obras militares escogidas de Lenin, Instituto del Libro, La Habana, Cuba, 1970, p. 722.
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Esta fue la lección fundamental sacada por el general Erich Ludendorff de la I Guerra Mundial. No han faltado quienes han pretendido asimilar erróneamente el concepto clausewitziano de “guerra absoluta” con el concepto de “guerra total” de Ludendorff, a pesar de la ruptura explícita de este último con Clausewitz a la hora de sostener la primacía de la conducción militar sobre la política. Para Clausewitz, la “guerra absoluta” es por sobre todo un concepto, el concepto abstracto de guerra con el que articula su desarrollo teórico. Es la tendencia de la guerra, libre de sus determinaciones, al ascenso a los extremos66. Ahora bien, no es exclusivamente en este sentido más abstracto que Clausewitz habla de “guerra absoluta”, sino que vuelve a mencionarlo en repetidas oportunidades para señalar que con las guerras napoleónicas la guerra se aproxima a su concepto. Desde luego, esto no sucede porque la guerra pierda sus determinaciones históricas, sino esencialmente por la dificultad de juzgar probabilísticamente a un enemigo “nuevo”. Clausewitz –señala Aron– llega, pues, a dos ideas, cuando lleva a término su meditación sobre la experiencia vivida con respecto a los veintitrés años de guerra en 1792-1815: las guerras, que se han vuelto nacionales, seguirán siéndolo; las guerras que se aproximan a la forma absoluta cuando la novedad revolucionaria impide la comunicación implícita favorecida por la moderación. La historia ha confirmado ambas cosas67.
Este razonamiento es acertado en lo que respecta al papel que juega la irrupción de la “novedad” revolucionaria. Sin embargo, dos grandes
66 Este ascenso a los extremos tiene lugar producto de una serie de acciones recíprocas, a saber: que toda la fuerza material involucrada entra en juego, que cada uno se relaciona con la propia fuerza para desarmar al otro y que hay incertidumbre total respecto a la magnitud de la fuerza y la voluntad del enemigo. Sin embargo, el paso siguiente de Clausewitz es introducir una serie de “moderadores” de la tendencia a los extremos que actúan en la realidad, a saber: que la guerra no es un acto aislado, que los contendientes son conocidos y, por lo tanto, podemos juzgar probabilísticamente las acciones del enemigo; que existe en la realidad el tiempo y el espacio; y, por último, que no hay derrota absoluta, ya que al no tratarse de individuos sino de Estados existe la posibilidad de volver a levantarse (“derecho a la resurrección de los vencidos”). 67 Aron, Raymond, Pensar la guerra, Clausewitz, Tomo I La Era Europea, ob. cit., p. 227. Y agrega Aron al respecto: “El juicio de probabilidad se funda sobre la experiencia, el juicio necesario se deduce del concepto. El juicio sobre la naturaleza de la guerra carece de fundamento cuando surgen, con una revolución, fenómenos aparentemente nuevos. La armonía implícita que supone la limitación del esfuerzo bélico exige el respeto de la costumbre, la homogeneidad de los modos de gobernar, la confianza recíproca que nace de cierta familiaridad, condiciones todas que se disipan en un período revolucionario” (Ídem).
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diferencias marcan la distancia entre la época de Clausewitz y la época imperialista: una, referida a las “guerras nacionales”, y otra, referida a la “revolución”. Por un lado, respecto a las guerras nacionales, la gran diferencia, como vimos, es que las guerras encabezadas por la burguesía imperialista carecen de objetivos progresivos capaces de motorizar por sí mismos las energías nacionales. La política que se continúa en la guerra es la del saqueo colonial y la opresión a otras naciones. Por otro lado, en lo que concierne a la revolución, la burguesía ha pasado a las filas de la contrarrevolución frente al desarrollo de la revolución proletaria. Este cambio histórico fundamental es el punto de partida de Ludendorff y el fundamento principal de su concepto de “guerra total”. Como señala Hans Speier: “Ludendorff se preocupó casi en forma excesiva del problema de la ‘cohesión’ del pueblo”68. La primacía absoluta de la dirección militar sobre la política, la militarización de la población civil para la guerra y la importancia de la llamada “guerra psicológica” eran todos elementos que confluían en el objetivo de mantener la “unidad nacional” e impedir la revolución69. Desde este punto de vista es que Ludendorff critica a Clausewitz porque … solo prevé la política exterior que rige las relaciones entre los Estados, declara la guerra y acuerda la paz. Era incapaz de pensar por un momento la posibilidad de que existiera otra “política”. Según él, la política exterior es mucho más importante que la guerra, y aunque concedía relativa importancia al Estado Mayor, es decir, al general en jefe, la guerra y la estrategia militar estaban casi totalmente en función de la política70.
Mientras la “guerra total” surgía para Ludendorff del desarrollo de la técnica y la demografía, la “guerra absoluta” para Clausewitz surgía de la “novedad” de la revolución. Por eso Ludendorff nunca concibió la “guerra total” como “guerra absoluta” en el sentido que Clausewitz atribuía a Napoleón. Desde luego, no podría haberlo hecho dado que las condiciones históricas habían cambiado radicalmente.
68 Speier, Hans, “Ludendorff: El concepto alemán de la guerra total”, en Earle, Edward M., Creadores de la estrategia moderna, Tomo 3, Buenos Aires, Círculo Militar, 1968, p. 26. 69 No casualmente Ludendorff había sido uno de los fundadores de la teoría de la “puñalada por la espalda”, que atribuía a la Revolución alemana la derrota del Imperio en la I Guerra. 70 Citado en Naville, Pierre, “Introducción” a la edición de Terramar (Buenos Aires, 2005, p. 21) de De la guerra, de Clausewitz.
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En cuanto al enfrentamiento con otras burguesías imperialistas, la fachada de la guerra nacional por la existencia, lejos de impedir la comunicación y la moderación, permitió que la “guerra total” del Estado Mayor alemán contara con los esfuerzos conjuntos de los grandes monopolios norteamericanos como Du Pont, Union Carbide, Westinghouse, General Electric, Goodrich, Singer, Kodak, ITT, JP Morgan, con la ESSO como abastecedora de petróleo, con la Ford y la General Motors produciendo para el Tercer Reich durante toda la guerra71. Sin embargo, hacia el interior del Estado sí partió de una “guerra total” para aplastar las tendencias a la revolución. Como señala Pierre Naville: Ludendorff intenta demostrar que la “política” y en consecuencia la guerra deben cambiar de naturaleza para preocuparse, antes que de otra cosa, del pueblo. La guerra será, en su opinión, real y “total” porque se fundará en el pueblo, sobre la política “interior”, ligando de manera indisoluble el pueblo a la guerra: justamente lo que intentó hacer Hitler72. La “exterioridad popular” bajo la forma de la contrarrevolución
La “exterioridad popular” que resaltaba Lenin en su lectura de Clausewitz, donde las masas son empujadas a la guerra, adquirió nuevas dimensiones en la II Guerra Mundial. Como señalara Aron, “la lucha por la voluntad de combatir o resistir constituye en nuestra época, desde la I Guerra Mundial, una parte integrante de las guerras entre los pueblos, cuyo resultado depende en gran medida de la moral de las tropas y de los pueblos”73, y agrega: “Retrospectivamente, se puede decir que los pasos sucesivos de Hitler a partir de 1935 equivalían a la primera fase de la guerra”74. En la II Guerra Mundial las potencias fueron incapaces de lograr entusiasmo, aunque más no sea inicial, para la matanza. Como señala Ernest Mandel, a diferencia de 1914, ningún tren o convoy de soldados se dirigía al frente adornado con flores y seguido de una multitud alentadora; el discurso con el ultimátum de Hitler a Checoslovaquia no congregó ninguna multitud, el anuncio de guerra a Polonia encontró las calles fatalmente silenciosas. En todo caso había resignación frente a la
71 Cfr. Pauwels, Jacques, The Myth of the Good War: America in the Second World War, Toronto, James Lorimer & Company Ltd. Publishers, 2015, p. 35. 72 Naville, Pierre, “Introducción”, ob. cit., p. 21. 73 Aron, Raymond, Sobre Clausewitz, ob. cit., p. 137. 74 Ibídem, p. 139.
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guerra, pero no apoyo entusiasta75. Esta situación solo fue cambiando con el desarrollo de la guerra, con hitos como en Inglaterra el temor a la invasión alemana y los bombardeos sobre Londres. En EE. UU. solo cambió definitivamente con el ataque a Pearl Harbor, aunque la guerra nunca contó con el apoyo que tuvo en Inglaterra. En 1914, solo el desarrollo de la guerra misma, y especialmente a partir de 1916 con las batallas de Somme y Verdún, terminó de dejar claro que la guerra que se había emprendido distaba kilómetros de cualquier conflagración nacional que hubiese vivido el capitalismo en el siglo anterior. El subterfugio de la socialdemocracia en aquel entonces, asimilando la nueva guerra a las guerras nacionales del siglo XIX, no resistía de ahí en más la más mínima prueba. Si el proletariado en 1914 había marchado de la mano de las direcciones de los partidos de la II Internacional detrás de sus respectivas burguesías nacionales, luego de la guerra con las revoluciones que le siguieron y el triunfo de la Revolución rusa, la “novedad” ya no jugaba a favor de la burguesía. La derrota del proletariado se había transformado en precondición para la guerra. Este fue un camino que atravesaron las dos décadas del período de entreguerra. La primera oleada revolucionaria tras la victoria de la Revolución rusa fue interrumpida tras las derrotas de la revolución en Alemania de 1918-1919, de la República Soviética húngara y del proceso revolucionario en Italia. Luego del triunfo de la URSS en la guerra civil, tras 7 años de guerra casi ininterrumpidos, comienzan a primar las tendencias a la burocratización del Estado y, en 1923, es derrotado nuevamente un proceso revolucionario en Alemania. La consolidación de la burocracia en la URSS y en la III Internacional fue clave en la sucesión de derrotas que siguió. El ascenso al poder de los nazis en Alemania (sin combate, producto de la política del “tercer período”) y la derrota de la Revolución española (de la mano del Frente Popular) fueron pasos fundamentales en el camino hacia la guerra. Tiene razón Ernest Mandel cuando plantea que la guerra no solo se daba en el marco de una lucha por la hegemonía mundial entre las potencias imperialistas, sino también de un sostenido esfuerzo contrarrevolucionario de parte de la burguesía. Frente al “peligro rojo” las burguesías de Austria y de Francia prefirieron entregarse al dominio nazi casi sin lucha; otro tanto la checoslovaca, mostrando todas ellas su absoluta decadencia histórica. En 1939, con la Revolución española ya derrotada definitivamente, el camino quedó finalmente allanado para la guerra imperialista. A
75 Cfr. Mandel, Ernest, El significado de la Segunda Guerra Mundial, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2015, p. 36.
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diferencia de la I Guerra Mundial, donde los sectores mayoritarios de las direcciones de las propias organizaciones que había construido el proletariado durante décadas se encolumnaron detrás de la burguesía en el momento mismo de la guerra, en la II Guerra la III Internacional dirigida por Stalin cumplió un papel protagónico y activo en todas las derrotas previas del proletariado, que llegó derrotado bajo la bota del fascismo en Alemania, Italia y España. ¿La guerra como continuación de la ideología o de la política?
En la I Guerra Mundial, Lenin señalaba cómo había pasado la época de las “guerras nacionales” y ahora la humanidad se enfrentaba a dos tipos de guerra interestatales: las guerras imperialistas por el reparto del mundo y las “guerras justas” libradas por los pueblos coloniales y semicoloniales contra sus opresores. En la II Guerra Mundial, surge desde el comienzo un tercer tipo de guerra: la “guerra justa” de la URSS frente al ataque contrarrevolucionario del imperialismo. Cuando Trotsky planteaba, ya en 1931, que si Hitler tomaba el poder desencadenaría una guerra contra la Unión Soviética76, estaba dando cuenta justamente de que el surgimiento de un Estado obrero en el marco de la disputa interimperialista por la hegemonía mundial implicaba la existencia de un Estado con el cual los diferentes imperialismos tenían estratégicamente un nivel de contradicción superior al que podría existir entre ellos mismos. Sin embargo, este nuevo antagonismo se dio de la mano del encumbramiento definitivo de Stalin; con lo cual, si desde el punto de vista de las relaciones sociales de producción había un antagonismo estratégico superior determinado por el carácter de clase de los Estados, desde el punto de vista de los regímenes, el bonapartismo stalinista, transformado en una dictadura sobre el proletariado, era un “astro gemelo” de Hitler, como fue definido por Trotsky. Extrapolando este último elemento el historiador alemán Ernst Nolte se encarga de emparentar el nazismo con el comunismo a través del elemento común totalitario77 y sitúa al nazismo como resistencia a la “trascendencia” del mundo moderno, encarnada en forma radical por el bolchevismo. Pero aunque Stalin y Hitler eran “astros gemelos”, al contrario de lo que sostiene Nolte, desde el punto de vista del contenido
76 Cfr. Trotsky, León, “Alemania, clave de la situación internacional”, en La lucha contra el fascismo en Alemania, ob. cit., p. 90. 77 Cfr. Cinatti, Claudia y Albamonte, Emilio, “Más allá de la democracia liberal y el totalitarismo”, ob. cit.
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social de los Estados y los intereses que estos defendían no podían ser más opuestos. Hitler fue la encarnación, no del pasado, sino de los últimos avances del capitalismo en su etapa imperialista de declinación78. Stalin, como bonapartista, era el representante de la casta burocrática que se había apoderado del Estado obrero (y en este sentido la negación del autogobierno del proletariado), pero que, al no constituir una nueva clase social sino basar su poder en la propiedad social de los medios de producción, se veía obligada a defender “a su manera” las bases de las relaciones de propiedad impuestas por la Revolución de Octubre79. Es decir, emparentados en sus métodos, eran opuestos desde el punto de vista de los intereses sociales sobre los que se basaban. Alternativos a aquella visión, relatos como el de Eric Hobsbawm interpretan el enfrentamiento de la II Guerra Mundial como una contienda ideológica. Para Hobsbawn se trataría de una “guerra civil ideológica internacional” entre “ilustración” y “antiilustración”, que coincide con la contraposición entre democracia y fascismo80. Si bien es cierto que en la II Guerra Mundial, la propaganda y la ideología cumplieron una papel sustancialmente mayor que en la I Guerra gracias a los desarrollos técnicos de los medios de comunicación de masas, dando lugar a lo que se dio en llamar genéricamente la “guerra psicológica”, en última instancia estas corrientes historiográficas no hicieron más que reproducir en términos de interpretación histórica la propaganda de los Aliados, que pretendía reducir toda la complejidad del contenido social y los diferentes tipos de guerra a una dicotomía de lucha entre democracia y fascismo. Esta fue la forma principal que adquirió durante la II Guerra Mundial la negación de la fórmula de Clausewitz de la guerra como continuación de la política por otros medios. Trotsky, a pesar de haber vivido solo el primer capítulo de la guerra, desarrolló las bases teóricas y estratégicas para la continuidad, en este nuevo y más complejo escenario,
78 Ver Trotsky, León, “Los astros gemelos: Hitler-Stalin”, La lucha contra el fascismo en Alemania, ob. cit. 79 Como explica Trotsky en La revolución traicionada, la burocracia defiende las bases de la propiedad nacionalizada “a su manera” al tiempo que mina sus bases, abriendo la posibilidad de apropiarse directamente de los medios de producción como beneficiaria de una futura restauración capitalista. Lo cual se terminó de concretar a finales de la década de 1980 y principios de la de 1990. 80 Cfr. Hobsbawn, Eric, Historia del siglo XX, Buenos Aires, Crítica (Grijalbo Mondadori), 1998. Ver Traverso, Enzo, A sangre y fuego, Buenos Aires, Prometeo, 2009. También, Robles, Andrea, “La Segunda Guerra Mundial y su resultado. Una polémica con Eric J. Hobsbawn”, en Trotsky, León, Guerra y Revolución. Una interpretación alternativa de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit.
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de la política de transformar la guerra mundial en guerra civil por la que había luchado Lenin durante la I Guerra Mundial. Frente a esto, Perry Anderson señala entre sus principales críticas a Trotsky el no haber apoyado a los Estados democrático-burgueses contra los fascistas y haberse negado a establecer “alianzas antifascistas”. Dice en sus Consideraciones sobre el marxismo occidental: … al comienzo de la II Guerra Mundial, Trotsky condenó el conflicto internacional como una mera repetición interimperialista de la I Guerra Mundial, en la que la clase obrera no debía optar por ninguna de las partes, pese al carácter fascista de una de ellas y el carácter democrático burgués de la otra81.
Sin embargo, es falso que Trotsky haya tenido una política que no contemplase esta diferencia. Lo que efectivamente negaba el fundador del Ejército Rojo era que se pudiese determinar el contenido de los bandos beligerantes en la II Guerra por su tipo de régimen político, pasando por alto su carácter imperialista. Tomando sus análisis sobre Francia de mediados de la década de 1930, sobre la Revolución española y el conjunto de su política en la entreguerra –que fuimos reseñando en los capítulos anteriores–, podemos ver que lejos de la inconsecuencia que le atribuye Anderson, hay una marcada continuidad a la hora de abordar la II Guerra Mundial. Respecto al “antifascismo”, Trotsky plantea: Toda su política se basa en la siguiente idea: el principal enemigo de los obreros austríacos y rusos es Hitler. Por lo tanto, la primera tarea es golpear a Hitler. Por eso es necesario que el proletariado se alíe con las “fuerzas antifascistas”, término vergonzoso que incluye a la burguesía “democrática” dentro y fuera de Austria. Lógicamente, no se puede formar esta alianza sin la postergación de la lucha de clases. La alianza del proletariado con la burguesía es inconcebible sobre otras bases. Pero, como hemos tratado de demostrar, esta política facilita la victoria de los nazis [...] Es necesario utilizar la guerra para desencadenar la revolución proletaria en todos los países. Pero eso solo es posible si se lucha implacablemente contra el poder que conduce la guerra82.
81 Anderson, Perry, Consideraciones sobre el marxismo occidental, ob. cit., p. 144. 82 Trotsky, León, “Cómo deben combatir a Hitler los obreros austriacos”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 4, ob. cit.
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La política de Trotsky en la II Guerra es una continuidad con la que sostuvo ante los procesos revolucionarios de la década de 1930, pero en condiciones diferentes. Ya no se trataba de la lucha al interior de un mismo Estado, por lo tanto, del “defensismo” de las conquistas de una revolución, como Trotsky formulaba para la Revolución española diciendo: “Participamos en la lucha contra Franco como los mejores soldados y al mismo tiempo, en interés de la victoria sobre el fascismo, agitamos a favor de la revolución social”83. Justamente la II Guerra era también una expresión de la contradicción entre las fronteras nacionales y el desarrollo de las fuerzas productivas. La inexistencia de un “Estado mundial capitalista” y su imposibilidad era el motor de la guerra. En estas condiciones no se trataba de una conflagración entre bandos de una guerra civil que proclamaban la constitución de diferentes regímenes o formas de dominación al interior de un mismo Estado. Por eso partía de que, más allá de las banderas de la democracia y el fascismo, lo fundamental era que ambos bandos eran imperialistas; por eso se negaba a cualquier política de colaboración con las burguesías democráticas84. La crisis de Checoslovaquia –dice Trotsky– reveló con notable claridad que el fascismo no existe como factor independiente. Es solo una de las herramientas del imperialismo. La “democracia” es otra de sus herramientas. El imperialismo se eleva por encima de ambos. Los pone en movimiento de acuerdo a sus necesidades, algunas veces contraponiendo una al otro, otras combinándolos amigablemente. Luchar contra el fascismo aliándose al imperialismo es lo mismo que luchar contra las garras o los cuernos del diablo aliándose con el diablo. La lucha contra el fascismo exige antes que nada que se expulse a los agentes del imperialismo “democrático” de las filas de la clase obrera85.
83 Trotsky, León, “Contra el ‘derrotismo’ en España”, CEIP León Trotsky, consultado el 5/3/2017 en: http://www.ceip.org.ar/Contra-el-derrotismo-en-Espana. 84 No fue producto de un apego especial a la ilustración que los Aliados se quedaran con la bandera de “defensa de la democracia”, más allá de violarla en todo lugar y momento durante, antes y después de la guerra, sino el mejor posicionamiento estratégico del imperialismo norteamericano en la lucha por la hegemonía mundial no solo por su preeminencia económica sino porque previamente a la guerra había podido conquistar centro y sud América como “patio trasero”, a lo cual el imperialismo alemán solo podía acceder mediante la ofensiva militar. 85 Trotsky, León, “Frases y realidad”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 6, ob. cit.
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Como veremos, efectivamente se dio la tendencia de los trabajadores y los campesinos de los países ocupados a luchar también contra sus propias burguesías entreguistas o directamente colaboracionistas. A medida que la II Guerra Mundial se fue desarrollando, estas definiciones estratégicas cobraron la mayor importancia. Si ante la I Guerra Mundial los revolucionarios, y Lenin en primer lugar, combatieron contra quienes querían establecer una discontinuidad entre la política y la guerra bajo la consigna de “defensa de la patria atacada”, en la II Guerra esta tarea quedará en manos de Trotsky y la IV Internacional. Volviendo a la fórmula clausewitziana de la guerra como continuación de la política por otros medios, enfrentaron a quienes pretendían dejar de lado la política de los Estados para darle primacía a la ideología impuesta por los Aliados bajo la forma de la “defensa de la democracia” por fuera de su contenido de clase, tan falaz como la que se sostuvo durante la I Guerra Mundial, pero sin duda más poderosa en términos ideológicos. El “derrotismo” en las condiciones de la II Guerra
Todo lo dicho anteriormente no implicaba, a diferencia de lo que plantea Anderson, una indistinción por parte de Trotsky entre democracia y fascismo. El dirigente de la IV Internacional era consciente de que “Así como la política de la socialdemocracia llevó al triunfo de Hitler, el régimen del nacionalsocialismo prepara inexorablemente la revitalización de las ilusiones democráticas”86. Bajo esta distinción es que Trotsky planeó políticas específicas para los países imperialistas con regímenes democrático-burgueses. Como destaca Gabriela Liszt, Trotsky establecía un diálogo específico con estas ilusiones. En “Combatir el pacifismo” (uno de sus últimos escritos), plantea que “Lo que a los trabajadores les parece que vale la pena defender nosotros estamos listos para defenderlo con medios militares, en Europa o en Estados Unidos”87; pero esto no se podía hacer “a la manera francesa”88. Sostiene que hay que explicar a los obreros avanzados (a través de la propaganda) que la lucha genuina contra el fascismo es 86 Trotsky, León, “¿Es apropiado el momento para la consigna de los Estados Unidos de Europa?”, La Teoría de la Revolución Permanente, ob. cit. 87 Trotsky, León, “Combatir el pacifismo”, Guerra y revolución. Una interpretación alternativa de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit., p. 318. 88 Se refiere a cómo la burguesía llevó a cabo esta “defensa” –a través del mariscal Pétain– cediendo inmediatamente el poder a los alemanes en una parte de Francia y, en la otra, convirtiéndose en su colaboradora directa. Ver Trotsky, León, “Cómo defender realmente la democracia”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 6, ob. cit.
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la revolución socialista, pero más urgente es explicar a millones de obreros norteamericanos (a través de la agitación) que la defensa real de la democracia no puede quedar en manos de un Pétain estadounidense (un traidor), combinando este hecho con que el 70 % de los trabajadores estaban a favor de la conscripción, lo que permitiría, como veremos, llevar a los trabajadores a enfrentarse con sus explotadores en el campo militar89. Así, en el caso de EE. UU., se trataba de partir del nivel alcanzado por la conciencia de los trabajadores para impulsar una política transicional que los enfrente con su propio gobierno también en el terreno militar. En el caso de Francia, donde la derrota ya era un hecho consumado producto de la entrega casi sin lucha de la burguesía devenida en colaboradora de los nazis, se trataba de llevar adelante el combate contra la ocupación, desarrollando al mismo tiempo la lucha de clases al interior de la nación y de la mano de los pueblos oprimidos por el propio Estado imperialista francés. En Alemania y los países fascistas, la política era la misma. Trotsky no guardaba ninguna ilusión en que al fascismo le sucediese una etapa democrática intermedia antes de la revolución socialista. Como planteara el Programa de Transición, en 1938: “Desde ahora se puede afirmar con plena certeza: cuando la oleada revolucionaria se abra camino en los países fascistas, tomará de golpe una extensión grandiosa y no se detendrá para resucitar cadáveres como el de Weimar”90. De conjunto, cada formulación específica para cada país imperialista en particular era ni más ni menos que una aplicación de la política del “derrotismo” a las circunstancias concretas establecidas por el desarrollo de la II Guerra. Es decir, si como dice Lenin “la continuidad de la política revolucionaria en tiempos de guerra es la guerra civil”, el derrotismo no es ni más ni menos que una premisa lógica para poder llevar adelante la política revolucionaria en tiempos de guerra; a saber: partiendo de que la única forma de combatir la guerra imperialista consecuentemente es desarrollando la revolución y la guerra civil al interior del propio Estado, los revolucionarios continúan utilizando los métodos de la lucha de clases y en este marco, la derrota del propio país es un “mal menor”. En el Programa de Transición, Trotsky remarcaba la relación entre guerra y política, incluso para pensar la táctica. Su punto de partida era que:
89 Cfr. Liszt, Gabriela, “Ensayo introductorio” a Trotsky, León, Guerra y revolución. Una interpretación alternativa de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit., p. 74. 90 Trotsky, León, “El Programa de Transición”, ob. cit., p. 69. Esta mecánica, particularmente en Alemania, fue desterrada al final de la guerra a través de crímenes de guerra (bombardeos de Dresde y Hamburgo) y de la ocupación militar.
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La guerra imperialista es la continuación y la exacerbación de la política de saqueo de la burguesía. La lucha del proletariado contra la guerra imperialista es la continuación y la exacerbación de su lucha de clases. El comienzo de la guerra cambia la situación y parcialmente los procedimientos de la lucha de clases, pero no cambia ni los objetivos ni la dirección fundamental de la misma 91.
Sobre estas premisas planteaba una lógica general para abordar la táctica: “Una política correcta se compone de dos elementos: una actitud intransigente ante el imperialismo y sus guerras, y la aptitud para basar el propio programa en la experiencia de las propias masas”92. Sobre este último punto a su vez planteará: El patriotismo y el pacifismo burgués son mentiras completas. En el pacifismo, así como en el patriotismo de los oprimidos, hay elementos progresivos que reflejan, por un lado, el odio contra la guerra destructora y, por el otro, su apego a lo que creen que es por su propio bien. Es necesario utilizar estos elementos para extraer las conclusiones revolucionarias necesarias93.
En particular en EE. UU., y en diferentes momentos según el desarrollo de la conciencia de las masas, Trotsky desarrollará una táctica transicional desde los dos puntos de vista. En 1937, cuando primaba la oposición a la participación en la guerra por parte de los trabajadores, Trotsky planteará la necesidad de sostener críticamente la Enmienda Ludlow, que consistía en un proyecto de reforma constitucional que exigía la realización de un referendo como condición para decidir la entrada o no de EE. UU. en guerra. Una vez derrotada la propuesta de referendo, y ante la reorientación de la economía norteamericana hacia la preparación de la guerra, acompañada por la propaganda antinazi y el avance en la militarización de la sociedad, Trotsky plantea lo que se dio en llamar la Política Militar Proletaria. Contra cualquier pacifismo, sostiene un programa transicional para que la clase obrera intervenga en las nuevas condiciones impuestas por la burguesía manteniendo su propia independencia de clase94, llevando
91 Ibídem, p. 61. 92 Ibídem, pp. 58-59. 93 Ibídem, p. 60. 94 En la resolución de 1940, adoptada por el Socialist Workers Party sobre la Política Militar Proletaria, se señalan los fundamentos de esta formulación táctica de cara a la guerra: “Estamos en contra de la guerra en su conjunto, así como estamos en contra
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la lucha de clases también al terreno del armamento y la política militar. Tanto en el “Manifiesto de la IV Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial” (1940) como en el Programa de Transición se desarrollan una serie de puntos programáticos en este sentido. En este último se plantea: Instrucción militar de los obreros y campesinos bajo el control inmediato de comités obreros y campesinos. Creación de escuelas militares para la formación de oficiales salidos de las filas de los trabajadores y escogidos por las organizaciones obreras. Sustitución del ejército permanente, es decir del cuartel, por una milicia popular en ligazón indisoluble con las fábricas, las minas y los campos95.
En el sentido inverso al planteo que mencionábamos de Perry Anderson, hay corrientes como la International Communist League que sostienen que Trotsky con esta política se adaptó al “campo democrático” en la II Guerra Mundial, abandonando de hecho la perspectiva planteada por Lenin en la I Guerra Mundial. Dicen que … la Política Militar Proletaria [fue] una política que representó conciliación a la propaganda bélica de los imperialistas aliados y que se apartó del entendimiento leninista elemental del Estado burgués como un aparato para la represión sistemática contra los obreros y oprimidos que no puede
del dominio de la clase que la está librando, y nunca bajo ninguna circunstancia votamos otorgarle ninguna confianza en la conducción de la guerra [...] Nuestra guerra es la guerra de la clase obrera contra el sistema capitalista. Pero solo contando con las masas es posible conquistar el poder y establecer el socialismo; y en estos tiempos que corren, las masas en las organizaciones militares están destinadas a jugar el rol más decisivo de todos. En consecuencia, es imposible afectar el curso de los eventos mediante una política de abstención. Es necesario tomar al militarismo capitalista como una realidad dada a la cual todavía no podemos abolir en razón de que no somos lo suficientemente fuertes, y adaptar nuestras tácticas concretas a él. Nuestra tarea es proteger los intereses de clase de los obreros en el ejército, al igual que lo hacemos en la fábrica. Eso significa participar en la maquinaria militar persiguiendo fines socialistas. Los revolucionarios proletarios están obligados a tomar su puesto al lado de los trabajadores en los campos de entrenamiento militar y en los campos de batalla en la misma forma que lo hacen en la fábrica. Ellos están codo a codo con las masas de obreros-soldados, plantean en todo momento y bajo todas las circunstancias un punto de vista independiente de clase, y tratan de ganarse a la mayoría para la idea de transformar la guerra en una lucha por su emancipación socialista” (“Resolución del SWP sobre la política militar proletaria”, en Trotsky, León, Guerra y revolución. Una interpretación alternativa de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit., p. 350-351). 95 Trotsky, León, “Programa de Transición”, ob. cit., p. 61.
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ser reformado, sino que debe ser destruido mediante la revolución proletaria y remplazado por un Estado obrero96.
Sin embargo, en este terreno también Trotsky retomaba, en las nuevas condiciones, los planteos de Lenin durante la I Guerra Mundial. Contra la consigna de “desarme”, Lenin sostenía la necesidad de “armar al proletariado para vencer”. Sobre esta premisa, en “El programa militar de la revolución proletaria” dice: En lo que se refiere a la milicia, deberíamos decir: no estamos por una milicia burguesa, estamos únicamente por una milicia proletaria. Por consiguiente, “ni un centavo, ni un hombre”, no solo para el ejército regular, sino tampoco para la milicia burguesa, incluso en países como Estados Unidos, o Suiza, Noruega, etc. [...] Podemos exigir la elección de los oficiales por el pueblo, la abolición de todos los tribunales militares, iguales derechos para los obreros extranjeros y los nacidos en el país [...], que cada cien habitantes de un país determinado tengan derecho a formar asociaciones de adiestramiento militar voluntario, con libre elección de instructores, pagados por el Estado, etc.97.
La Política Militar Proletaria sostenida por Trotsky en la II Guerra Mundial, al igual que la de Lenin en la I Guerra Mundial, eran instrumentos (como expresión táctica en las condiciones de la guerra) para que cuando la transformación de la guerra en revolución se plantease concretamente el proletariado pudiese llegar preparado. De conjunto, Trotsky logra integrar, en condiciones aún más complejas que las de 1914, las diferentes políticas que se continúan en la guerra con el desarrollo de la lucha de clases para su transformación en la guerra civil. Pero como señalábamos, estas nuevas complejidades no se limitaban al problema de la forma en que se presentaba el enfrentamiento interimperialista, sino que también un Estado obrero, aunque burocratizado, ahora era parte de los objetivos contrarrevolucionarios del imperialismo que se continuarían en la guerra.
96 International Communist League, “Neomorenistas del PTS reviven la ‘Política Militar Proletaria’”, Espartaco N.° 35, junio 2012, consultado el 5/3/2017 en: http://www. icl-fi.org/espanol/eo/35/pmp.html. 97 Lenin, V. I., “El programa militar de la revolución proletaria”, ob. cit., p. 90.
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Las diferentes políticas que se continúan en la guerra
A pesar de las interpretaciones que pretendieron circunscribir la guerra a un enfrentamiento entre “la democracia” y el fascismo, esta siguió siendo la continuación de la política por otros medios, y no de la ideología. Para buscar su verdadero contenido social es necesario, como decía Lenin, “el análisis de la situación objetiva de las clases dirigentes en todos los países beligerantes”98. En relación a la II Guerra Mundial, como dice Pierre Naville: “Quienes deseen analizar la guerra de 1939-1945 no deben olvidar que incluyó tanto en su inicio como en su desarrollo, hasta el final, tres campos y no dos: el alemán, el anglosajón, y el soviético”99. En este marco, no se trataba de una guerra sino de diferentes tipos de guerras que confluían en una conflagración mundial. Ernest Mandel llega a distinguir cinco tipos de guerras: 1- Una guerra interimperialista por la hegemonía mundial y ganada por EE. UU. (aunque su dominio se vería territorialmente truncado por la extensión del sector no capitalista en Europa y Asia). 2- Una guerra justa de autodefensa de la Unión Soviética contra un intento imperialista de colonizar el país y destruir los logros de la revolución de 1917. 3- Una guerra justa del pueblo chino contra el imperialismo que se desarrollaría dentro de una revolución socialista. 4- Una guerra justa de los pueblos coloniales asiáticos contra varias potencias militares y por la liberación nacional y la soberanía, que en algunos casos (por ej. Indochina) se mezcló con una revolución socialista. 5- Una guerra justa de liberación nacional llevada a cabo por las poblaciones ocupadas de Europa, que se transformaría en revolución socialista (Yugoslavia y Albania) o una guerra civil abierta (Grecia, Norte de Italia). En el este de Europa el antiguo orden se derrumbó bajo la doble presión desigual de las aspiraciones populares y la acción burocrático-militar soviética, mientras que el orden burgués del oeste y el sur era restaurado –a menudo contra los deseos de las masas– por las tropas aliadas occidentales100.
En su estudio introductorio al libro Guerra y revolución, Gabriela Liszt plantea las siguientes precisiones al esquema de Mandel: Teniendo en cuenta que esta es una enumeración esquemática, es importante establecer en primer lugar una jerarquía entre estos conflictos.
98 Lenin, V. I., “El imperialismo, etapa superior del capitalismo”, ob. cit., p. 483. 99 Naville, Pierre, “Introducción”, ob. cit., p. 22. 100 Mandel, Ernest, El significado de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit., p. 58.
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Desde este punto de vista, el primer aspecto es el predominante y absolutamente ligado con los otros, ya que uno de los objetivos esenciales de las potencias imperialistas era la conquista de China y la URSS y el resto de las colonias eran “moneda de cambio”. La resistencia y ofensiva de las masas frente a estos objetivos fueron los que no permitieron la victoria “total” del imperialismo. En cuanto a los puntos 3 y 4, los trotskistas no los diferenciaban como tipos específicos de guerras, ya que entre las colonias y las semicolonias solo existe una diferencia de “grados” de Estados capitalistas atrasados y como consecuencia, la ubicación y política de los revolucionarios es muy similar. Diferente es el caso de la URSS, ya que existe un salto en “calidad” respecto a la defensa del Estado obrero y su economía planificada. El punto 5 es quizás el más conflictivo y uno de los más importantes, partiendo que era el fenómeno relativamente más novedoso de la Segunda Guerra y que se vislumbró como el principal conflicto debido a que el escenario de la guerra fue predominantemente europeo y que fue justamente el más utilizado por las potencias imperialistas para llevar a las masas a su terreno101.
Estos últimos conflictos cobraron especial relevancia en la II Guerra. La lucha contra la invasión nazi en los propios países imperialistas fue el elemento del que se valió el imperialismo con el genérico “guerras de liberación nacional” para identificarlo con las guerras de liberación nacional de las colonias y las semicolonias, y convertirlo en fundamento de la política del “antifascismo” a secas. Por ejemplo, la guerra en Francia contra la ocupación nazi pasaba a ser parte de un mismo tipo de guerra junto con las guerras de sus colonias contra el propio gobierno imperialista francés. Como señala correctamente Mandel: La política de “alianza antifascista”, cualquiera que sea el significado semántico de las palabras involucradas, equivale en realidad a la sistemática colaboración de clases; los partidos políticos, y especialmente los partidos comunistas que sostenían que los Estados imperialistas occidentales estaban haciendo una guerra justa contra el nazismo, acabaron formando gobiernos de coalición después de 1945, en donde participaron activamente en la reconstrucción del Estado burgués y la economía capitalista. Además, esta interpretación incorrecta del carácter de la intervención de los Estados occidentales en la guerra llevó a una traición sistemática de las luchas
101 Liszt, Gabriela, “Ensayo introductorio”, ob. cit., pp. 46-47.
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antiimperialistas de los “pueblos coloniales”, sin mencionar la contrarrevolución en Grecia102.
Para sintetizar, podemos decir que, en términos generales, en la II Guerra Mundial confluyen: una guerra interimperialista, una “guerra justa” de defensa de la URSS, y una serie de guerras de liberación nacional en las colonias y semicolonias. A lo que hay que agregar, por último, y especialmente hacia el final de la guerra mundial, que estos conflictos estatales se combinaron con guerras civiles que, como decía Lenin, son la propia revolución en tiempos de guerra. Será durante la segunda mitad del año 1941 donde esta combinación de guerras comenzará a desplegarse en toda su envergadura. De la guerra total a la guerra absoluta
El concepto de “guerra total” de Ludendorff, como veíamos, era casi opuesto al concepto de “guerra absoluta” elaborado por Clausewitz. El punto de partida de este último no estaba dado por el avance de la tecnología ni por el desarrollo demográfico. En su comparación histórica de los tipos de guerra Clausewitz señala como elemento central que: En la época de las guerras silesianas, en el siglo XVIII, la guerra era todavía mero asunto de gabinete, en el que el pueblo solo participaba como instrumento ciego; a principios del siglo XIX los pueblos de ambos lados pesaban en la balanza103.
Es decir, luego de la Revolución francesa, el “pueblo” que previamente oficiaba de “instrumento ciego” pasa a tener un peso propio en la guerra. Esto último acercaba a la guerra, según el general prusiano, al concepto de “guerra absoluta”. En los comienzos de la II Guerra, con la clase obrera convertida en polvo social bajo la bota del fascismo, especialmente en Alemania, la participación de las masas como “instrumento ciego” es la que más se adapta a la situación. Tanto Austria como Checoslovaquia mostraron la rapidez de las burguesías locales para convertirse en colaboradoras de los nazis y administradoras de la ocupación, cuando no directamente huyendo, sin atreverse nunca a apelar a la movilización de las masas para enfrentar la invasión. Algo similar se puede decir de la burguesía imperialista francesa, la segunda en importancia de Europa continental. La velocidad y la 102 Mandel, Ernest, El significado de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit., p. 58. 103 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 543.
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magnitud de las ocupaciones se debieron no solo a la Blitzkrieg, sino al temor de la burguesía imperialista frente a las masas –recordemos que en Francia el proletariado no había sufrido una derrota de la magnitud de la sufrida por la clase obrera alemana previamente a la guerra–. Será a partir de diciembre de 1940 cuando el Estado Mayor alemán encarará aquello que Trotsky desde 1931 había definido como el objetivo fundamental del conflicto bélico mundial: la guerra contrarrevolucionaria contra la URSS104. Si en la segunda mitad de 1941 tanto el ataque japonés a Pearl Harbor como la invasión alemana a la URSS mostraron abiertamente el carácter de la guerra como combate por la hegemonía mundial, en el caso de esta última significó también un cambio en el carácter social de la guerra desplegando el objetivo de liquidar el Estado obrero ruso. Como señala Mandel: El ataque de Alemania a la Unión Soviética no solo dio a la guerra una nueva dimensión geográfica: también modificó parcialmente su carácter social. Si bien es cierto que los imperialistas alemanes estaban empeñados en despojar a varios países, apoderándose de sus minas, fábricas, bancos, en forma casi omnipresente, esta transferencia de propiedad afectó a otros Estados capitalistas. En el caso de la URSS, en contraposición, la propiedad que se iba a saquear no era capitalista sino propiedad colectiva. De ahí que la apropiación planificada implicaba una contrarrevolución social a escala gigantesca105.
Al igual que la burguesía francesa, austríaca o checoeslovaca, la casta burocrática que dirigía la URSS temía que la guerra pudiese desatar fuerzas revolucionarias que cuestionaran su dominio. Solo esto puede explicar la realización de los “juicios de Moscú” como tarea preparatoria para la guerra. La muestra más clara de que el peligro de una revolución contra la burocracia tenía una jerarquía superior al peligro de invasión en las prioridades de Stalin fue la propia purga que descabezó al Ejército Rojo poco antes de la guerra. A pesar de disponer de información sobre la inminente ofensiva alemana, Stalin siguió confiando en que Hitler no atacaría la URSS. Fue la continuidad de esta política la que permitió la ofensiva en profundidad de las tropas nazis durante 1941 y 1942, que costó la vida de millones de rusos, además de la destrucción de 30 000 plantas industriales y casi 65 000 kilómetros de vías férreas, y el retroceso
104 Más allá de las diferentes interpretaciones sobre el cambio de planes de Alemania en aquel entonces, donde abandonó la operación “Lobo Marino” contra Gran Bretaña, es un hecho que Hitler decidió concentrar fuerzas para la invasión a la URSS. 105 Mandel, Ernest, El significado de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit., p. 127.
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de la agricultura a menos de la mitad de los niveles de preguerra. Señala Pierre Broué que … tras el primer choque, el ejército fue incapaz de reaccionar por falta de directrices; ello se debía sin duda al hecho de que el conjunto del aparato estaba acostumbrado a no tomar ninguna iniciativa y a esperar las consignas que le llegaban de arriba106.
Sin embargo, la extensión territorial, la abundancia de recursos gracias a los elementos de planificación y la propiedad colectiva dieron tiempo para el comienzo de la resistencia de masas y la puesta en acción de las reservas del Ejército Rojo antes de una derrota total. También para que la propia burocracia tomara conciencia de su situación, entrampada entre las condiciones de colonización propuestas por Hitler y la resistencia de las masas. Un símbolo de este cambio en el desarrollo de la guerra fue la batalla de Moscú, entre septiembre de 1941 y abril de 1942. Si bien la orientación japonesa de atacar Pearl Harbor (diciembre 1941) dio la posibilidad de movilizar fuerzas del Ejército Rojo desde el frente oriental, la defensa de Moscú tuvo como protagonista a la clase trabajadora moscovita que movilizó una fuerza moral imprevista tanto para las fuerzas del Eje como para la propia burocracia. Al tiempo que resalta que en octubre de 1941 la mayoría de la población de Moscú permaneció inerte y pasiva, al menos durante los primeros días, en el momento en que el gobierno había evacuado la capital llevándose consigo todos los efectivos de policía, Schapiro señala que la voluntad de resistir a cualquier precio se originó entre una minoría “que comprendía fundamentalmente a gente joven de las fábricas”107.
Como describe Pierre Broué, esta vanguardia obrera surge primero en Leningrado a partir del mes de agosto para la defensa de la “ciudad de la Revolución de Octubre”. Con esos términos Voroshílov había llamado a la resistencia. Sería la última vez que se utilice aquella divisa antes de la agitación masiva bajo las banderas de la “gran guerra patria”. A partir de agosto comienzan a surgir milicias obreras que no solo patrullan los barrios y se entrenan con regularidad, sino que además asumen la defensa de determinados sectores del frente. Simultáneamente aparecen dichas formaciones en Rostov y en Moscú. 106 Broué, Pierre, El Partido Bolchevique, ob. cit. 107 Ídem.
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No obstante –resalta Broué–, el decreto que prescribe la instrucción militar obligatoria para los comprendidos entre los dieciséis y los cincuenta años no es firmado hasta el mes de septiembre, más de un mes después de que esta medida haya sido puesta en práctica y, como excepción a una sólida tradición del régimen, sin haber sido precedida por una campaña de prensa y de reuniones108.
De esta manera, nuevas fuerzas entraban en la guerra y serían protagonistas de importantes reveses sobre las fuerzas de la Wehrmacht. La imposibilidad de tomar Moscú supuso el fracaso de la Blitzkrieg (guerra relámpago) como tal. Meses más tarde tendría lugar la batalla de Stalingrado (julio 1942-febrero 1943), la más sangrienta de la historia, que concluyó con la derrota categórica de la Wehrmacht y marcó el cambio fundamental en el curso de la guerra. No fueron, sin embargo, las únicas grandes batallas que en ese entonces cambiaron el curso de la guerra: en junio de 1942 el imperialismo norteamericano derrotaba a la armada japonesa en la batalla de Midway. Sin embargo, esta victoria de EE. UU. era un equivalente solo parcial de la victoria de la URSS en Stalingrado. Detrás de ambas se esconden diferencias fundamentales entre la guerra naval y la guerra terrestre, en tanto el poder naval es un sustituto solo parcial del poder continental. Como señala Carl Schmitt: “El mar permanece fuera de toda ordenación específicamente estatal del espacio. No es ni ámbito estatal, ni espacio colonial, ni tampoco es ocupable. Está libre de todo tipo de soberanía estatal del espacio”109. En la guerra naval, el territorio es sustituido por los objetivos de la estrategia, que no siempre tienen un carácter geográfico; es la destrucción de las fuerzas navales enemigas lo que permite actuar sobre la posición o el territorio110. En este sentido, aunque tiene razón el teórico clásico de la guerra naval Alfred Mahan cuando destaca la importancia del poder naval para la expansión de una potencia, el control de los mares en la lucha por la hegemonía mundial es condición necesaria pero no suficiente. Desde la óptica del imperialismo norteamericano, alguien tenía que frenar el avance de Hitler, en lo posible destruyéndose junto con él en el
108 Ídem. 109 Schmitt, Carl, El nomos de la Tierra, ob. cit., p. 170. 110 Las guerras marítimas, a diferencia de las guerras continentales, solo pueden proponerse por sí mismas objetivos negativos, hundir las embarcaciones o el bloqueo en vez de la ocupación, ya que implica esta última también la instauración de un tipo de “orden”, una acción positiva (ver ibídem, pp. 338 y ss.).
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intento111. Si bien la victoria en Midway abrió las puertas a EE. UU. para la conquista del Pacífico, todavía tendría que luchar en Europa, para lo cual su capacidad no tanto militar (sus recursos en este terreno superaban a todas las potencias del mundo) sino política, todavía estaba por verse. Mientras tanto la derrota de los nazis en Stalingrado preparó directamente las condiciones para una contraofensiva en gran escala del Ejército Rojo sobre la Wehrmacht. Sobre estas bases se fue cimentando desde principios de 1942 la alianza militar entre el imperialismo norteamericano y la URSS, que a simple vista contradecía la definición de Trotsky y del propio Estado Mayor alemán112 de que el principal antagonismo estratégico en la guerra era el del imperialismo contra el Estado obrero ruso. Era una alianza de carácter “provisorio” que albergaba regímenes sociales contrapuestos. Tanto el imperialismo norteamericano como el inglés apostaron al desgaste mutuo entre la URSS y las fuerzas del Eje. Mientras que EE. UU. proveía en forma entusiasta nuevo armamento para que la URSS pudiese seguir peleando, primero se negaría y luego demoraría lo más posible la apertura del emblemático “segundo frente”. Los imperialismos norteamericano e inglés eran incapaces de abrir la puerta a un involucramiento de las masas de la magnitud del que permitió a la URSS frenar a los nazis, sin poner en peligro su propia dominación de clase. De ahí que del papel del Ejército Rojo contra la Wehrmacht, y del stalinismo en frenar la revolución europea, dependerá en gran parte el resultado de la guerra.
PARTE 3 GUERRA Y REVOLUCIÓN Otra diferencia esencial entre la guerra naval y la continental es el involucramiento de las masas. Clausewitz, como veíamos, cuando define que las guerras luego de la Revolución francesa se acercaban al concepto 111 Al comienzo de la guerra Harry Truman, futuro presidente de EE. UU., lo ponía en los siguientes términos: “Si vemos que Alemania está ganando la guerra, debemos ayudar a Rusia, y si Rusia está ganando, debemos ayudar a Alemania, y en esa forma matar a tantos como sea posible”. (Barton J. Bernstein, Confrontation in Eastern Europe, citado en Mandel, Ernest, El significado de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit., p. 133). 112 Hitler se mantuvo incrédulo durante semanas de la nueva alianza, esperando siempre que EE. UU. reconociese que Alemania estaba protagonizando una cruzada en interés de la contrarrevolución burguesa en general a escala mundial.
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de “guerra absoluta”, las diferencia de las “guerras de gabinete” anteriores justamente por aquel aspecto de la relación con las masas y su intervención “con peso propio”. En la guerra naval, las “fuerzas morales” quedan en un segundo plano. Y en este sentido, decía Clausewitz, se asemejaban a las “guerras de gabinete” del siglo XVII: “Los ejércitos permanentes semejaban a las flotas, y el poder terrestre al poder naval, en sus relaciones con el resto de la nación”113. Si comparamos otra vez la batalla de Midway con Stalingrado, podemos ver cómo los almirantes japoneses fueron impotentes frente al trabajo de la inteligencia norteamericana que había logrado descifrar el código de comunicaciones de la armada nipona. En el caso de la batalla de Stalingrado, si bien la Orquesta Roja logró comunicar la debilidad de los flancos enemigos a Stalin, y este finalmente se dignó a utilizar esta ventaja, fue la resistencia del Ejército Rojo y los trabajadores de Stalingrado, luchando palmo a palmo en la ciudad, la clave para que el Estado Mayor soviético pudiese preparar una contraofensiva. Como señala Mandel: … en el resultado de la batalla, el elemento decisivo fue la larga resistencia de los defensores de Stalingrado. Fue esa resistencia la que agotó a las reservas alemanas y dio al Stavka el tiempo necesario para planear y organizar con todo detalle el cercamiento del Sexto Ejército. Esa resistencia a su vez se reflejó claramente en un fenómeno social: la superioridad de los soldados y de los trabajadores en la lucha urbana, de casa en casa o de combate en barricada114.
Aunque la resistencia era alentada por la burocracia con las banderas del nacionalismo ruso y no de la defensa de las conquistas de la revolución, lo cierto era que las masas de la URSS, integradas al ejército o no, fueron las que protagonizaron “con peso propio” la movilización para derrotar la ocupación-contrarrevolución nazi. Esas “fuerzas morales” motorizadas por el fin político de derrotar la invasión-contrarrevolución, se habían puesto en movimiento por sí mismas y Stalin no había hecho más que aceptarlas. Como señala Broué: No solo en [los] primeros meses el partido no es el dirigente de la resistencia, sino que tiende a debilitarse respecto a ella: solo la siguiente etapa de 1942 y 1943, una vez reconstruidos los mandos del aparato, le permitirá aprovechar el empuje popular para el ensanchamiento de su base de
113 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 368. 114 Mandel, Ernest, El significado de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit., p. 151.
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reclutamiento, pasando a controlar de manera efectiva, por medio de la NKVD, a la mayoría de los grupos de partisanos115. La guerra desata la revolución
La guerra es una gran destructora de relaciones sociales. Sobre esta base, en los primeros momentos de la guerra, la burguesía imperialista, luego de derrotar al proletariado, logró la utilización de las masas como “instrumento ciego” (en el sentido de Clausewitz) para la guerra. Sin embargo, la contracara de este proceso se verá a partir de 1941-1942, con el aflojamiento de los lazos de las masas con sus propios gobiernos. En la URSS fue donde primero se dio este proceso. A partir de la invasión de los nazis, comenzaron a debilitarse los controles del régimen stalinista sobre las masas. El resurgimiento de la espontaneidad expresado en la resistencia se conjugó con los “nuevos jefes” que surgían naturalmente en el desarrollo de los combates. Este proceso se expandió, con sus particularidades, como reguero de pólvora a escala internacional. Desde 1941 comienza a levantar cabeza el proletariado francés: se producen las primeras huelgas mineras en el norte donde los trabajadores se niegan a producir para el ejército alemán. En 1942 se produce la primera toma de fábrica desde 1937 y se realizan movilizaciones. A principios de 1942, también, comienza la resistencia de la clase obrera en el norte de Italia, con centro en Turín y, dentro esta ciudad, en la FIAT. Cambia el panorama político. Como reflejan los volantes: “Los obreros franceses no se dejarán deportar a Alemania” y “¡Organicemos nuestras luchas contra el relevo!”, los trotskistas franceses intervienen en estas luchas, que logran que de 500 000 obreros que debían ser deportados, partan menos de la mitad. Al mismo tiempo, desde 1941, especialmente el grupo CCI empezó un trabajo clandestino en las fábricas, que comenzó a rendir frutos en 1942116.
También, en 1941, comienza la resistencia en Yugoslavia. En China tendrá un importante impulso espontáneo la resistencia en el marco de la guerra contra la invasión japonesa, como respuesta a la ofensiva nipona llevada adelante bajo la doctrina Okamura de “los tres todos”: matar todo, saquear todo y quemar todo. A partir de 1942 se desarrolla el proceso independentista en la India.
115 Broué, Pierre, El Partido Bolchevique, ob. cit. 116 Liszt, Gabriela, “Ensayo introductorio”, ob. cit., p. 82.
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Entre 1941 y 1942 no solo cambia el curso de la guerra desde el punto de vista de las coaliciones de Estados enfrentados, sino también comienza a pasar a primer plano el carácter social de la guerra. Las masas empiezan a abrirse camino, y con ellas las revoluciones que marcarían el último tramo de la guerra y la posguerra. La respuesta no se hizo esperar de ninguno de los dos bandos. El stalinismo, luego de que la resistencia de las masas obtuviese las primeras victorias, orientó sus esfuerzos a restablecer el aparato y reconquistar el mando de las fuerzas de la resistencia, avanzando en el control del movimiento a través de la NKVD. En 1942, Molotov se entrevista con De Gaulle en Londres ofreciéndole dejar en sus manos la dirección de la resistencia francesa a cambio de su apoyo para la apertura de un segundo frente. En el norte de África, el imperialismo norteamericano acuerda en sostener a las fuerzas del gobierno de Vichy pactando con Darlan. En China, el Koumintang, financiado por EE. UU., cada vez se muestra más reacio a lucha contra los japoneses y apunta contra la resistencia frente al avance del Partido Comunista chino. Sin embargo, a partir de marzo de 1943, luego de la derrota de los nazis en Stalingrado, el movimiento de resistencia protagonizará un nuevo salto. La revolución se pondrá al orden del día, en primer lugar, en Yugoslavia, Grecia, Italia, Francia, y China. Como señala Mandel: Las clases dominantes esperaron al ejército de los Aliados para derrotar a los nazis y restaurar su poder, mientras colaboraban activamente o mostraban pasividad ante las tropas invasoras. Pero el grueso de la población de los países ocupados prefirió luchar, y de esta forma, tomar parte activa en la reorganización de Europa después de la guerra. Conforme la resistencia antifascista se iba fortaleciendo, también aumentaba la propensión, por parte de la clase dominante, a colaborar con los nazis. En 1943 la división social, más que la nacional, se hizo permanente y la guerra adquirió una dinámica revolucionaria dirigida no solo contra el retorno del antiguo orden sino también contra cualquier reforma de aquel117.
Más de conjunto la respuesta fue la Conferencia de Moscú de 1943, donde EE. UU., Gran Bretaña y la URSS se comprometieron a la unidad de acción “para el mantenimiento de la paz y de la seguridad” mundial tras una victoria común. El temor a la revolución se plasma en la colaboración con España, con Salazar en Portugal, con Darlan en África del Norte, con Badoglio en Italia, y el acuerdo en la “capitulación
117 Mandel, Ernest, El significado de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit., pp. 50-51.
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incondicional” de Alemania excluyendo cualquier tratado de paz con un posible gobierno surgido de un levantamiento de masas. El hecho –dice Broué– de que los negociadores rusos comprendieron los objetivos de la diplomacia americana, aceptando sus propósitos, quedó perfectamente probado por una crónica de C. L. Sulzberger publicada por el New York Times el 31 de octubre: “Muchos rusos, con los que el autor ha conversado francamente, discutían acerca de los peligros que plantearía una Alemania ‘comunizada’. Pensaban que podría inclinarse eventualmente hacia el trotskismo acarreando así un cúmulo de amenazas a la Unión Soviética, posibilidad que debe ser apartada a cualquier precio”118.
No casualmente en el período previo son eliminados sistemáticamente los principales dirigentes de la IV Internacional, tanto por stalinistas como por imperialistas “democráticos” y por fascistas119. 118 Broué, Pierre, El Partido Bolchevique, ob. cit. 119 “A este respecto, es preciso señalar que la lucha contra los grupos revolucionarios antistalinistas, trotskistas o no, fue llevada a cabo durante la guerra por todos los gobiernos beligerantes sin excepción. En los Estados Unidos, los dirigentes del Socialist Workers Party y, entre ellos, uno de los fundadores del partido comunista americano, James P. Cannon, fueron encarcelados en aplicación del Smith Act. En Europa el número de víctimas fue considerablemente alto. Entre ellas puede citarse al antiguo miembro del Comité Central del partido comunista alemán Werner Scholem que había organizado la llamada oposición ‘de Wedding’ y fue ejecutado en un campo de concentración alemán; su compatriota Marcel Widelin, organizador en Francia de células clandestinas dentro de la Wehrmacht que fue fusilado por los colaboradores franceses de la Gestapo; el antiguo secretario de Trotsky, Walter Held, condenado a muerte en rebeldía en Alemania y raptado durante una estancia en la URSS; el antiguo secretario general del partido comunista griego Pantelis Puliopulos, fusilado en 1942 por el ejército alemán; el antiguo secretario adjunto del partido comunista italiano y antiguo responsable de la organización clandestina en la Italia fascista, que se había afiliado al movimiento trotskista, Pietro Tresso, eliminado por un ‘maquis’ tras su evasión de la cárcel de Puy donde había sido encerrado por orden del gobierno de Vichy; el antiguo dirigente del POUM durante la guerra de España Joan Farré, muerto en circunstancias parecidas; el antiguo miembro del Comité Central del partido comunista belga y fundador de la oposición belga León Lesoil, muerto durante su deportación en Alemania; el dirigente estudiantil de Cracovia, Stefan Szmolewicz, detenido en 1939, deportado a Vorkuta, líder de los trotskistas allí detenidos y muerto en 1943 de resultas de los malos tratos padecidos; Sneevliet el veterano comunista holandés, uno de los primeros delegados de la Komintern en China con el nombre de Maring, fusilado por los alemanes. En Asia toda una generación de dirigentes revolucionarios fue liquidada: el antiguo secretario general del partido chino que se había convertido en dirigente trotskista Chen Tu-Hsiu, fue ejecutado cuando ya era un anciano por las tropas de Chiang Kai-shek mientras los japoneses fusilaban a su sucesor a la cabeza de la organización trotskista Chen Chi-chang y las tropas de Mao Tse-tung hacían lo propio con el jefe de los partisanos trotskistas Chu Li-ming. En Vietnam, el trotskista Nguyen Ai-Hau, jefe de las milicias obreras de Cholón, fue ejecutado por las tropas francesas mientras el
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Los acuerdos contrarrevolucionarios se irán profundizando en El Cairo y Teherán a la par de los procesos revolucionarios. En Yugoslavia, las milicias llegaron a organizar a más de un millón quinientos mil hombres y mujeres que participaban de la resistencia. En Francia, la salida del movimiento obrero dio lugar a la organización de las milicias armadas del maquis, contra el gobierno de Vichy y contra la Wehrmacht. En Italia las masas se alzaron para destruir el Estado fascista y contra la ocupación nazi, en el norte la clase obrera se convierte en protagonista de la lucha. En Grecia a partir de 1943 se desarrolla una lucha nacional de obreros y campesinos contra la invasión alemana. En China la guerra de liberación nacional se transforma cada vez más en guerra civil. En Polonia el desarrollo de la resistencia da lugar a la insurrección de 1944. En torno a estos procesos la guerra imperialista se transforma en guerra civil. Nunca antes se había desarrollado en semejante escala tanto la guerra como la revolución. La paradoja de las guerras civiles de la década de 1940
Trotsky en Historia de la Revolución rusa había definido el resultado de la primera revolución de 1917 como “la paradoja de la Revolución de Febrero”. En estos términos se propuso explicar cómo había sido posible que luego de la insurrección protagonizada por los obreros y los soldados, que había quebrado el aparato armado del Estado zarista y puesto en pie los soviets, el poder terminase en manos de la burguesía mediante el Gobierno Provisional, que para colmo estaba encabezado por un príncipe. Trotsky explica cómo toda esta situación estaba basada en el carácter conciliador de las direcciones del movimiento, en aquel entonces los socialistas revolucionarios y los mencheviques que, a la cabeza de los soviets, le habían entregado el poder a un Gobierno Provisional cuya principal base de sustentación era el apoyo de los propios soviets. Una explicación similar, con sus particularidades120, puede ensayarse para los procesos de guerra civil de la década de 1940. El proceso más general consistía en que mientras que las victorias del Ejército Rojo contra los nazis habían represtigiado a la dirección stalinista, este prestigio ampliaba la autoridad de los diferentes partidos comunistas en cada país, fundador del trotskismo vietnamita, Ta Thu Thau, y el dirigente chino Liu Chia-liang eran eliminados por el Vietminh. Gracias a esta nueva ‘santa alianza’ universal la tan temida revolución mundial parecía quedar apartada definitivamente” (Pierre Broué, El Partido Bolchevique, ob. cit.). 120 Desde el punto de vista de las diferencias con el Febrero ruso se plantean elementos similares a los que desarrolláramos en el capítulo 4, al comparar aquel proceso con el que tuvo lugar en Francia en 1936 y el papel del Frente Popular.
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donde impulsaban la conciliación con la burguesía. Esto se producía en simultáneo con la salida a la vida política de millones de jóvenes en todo el mundo. Como señala Broué: En la URSS, como en el resto del mundo, ha hecho su aparición una nueva generación comunista. La matanza de los viejos bolcheviques y la gran decepción del pacto germano-soviético se pierden para ella en un remoto pasado. El final de la guerra parece el principio de una nueva era en la historia de la Humanidad: las esperanzas renacen en el momento en que se desvanece la pesadilla de la dominación nazi. Los jóvenes comunistas rusos pasan por entonces noches enteras en discusiones apasionadas, febriles y estimulantes121.
Sin embargo, mientras se daba esta afluencia de militancia hacia los partidos comunistas, la dirección stalinista protagonizaba los acuerdos de Moscú, Teherán, y luego Yalta y Potsdam, para dividir las zonas de influencia y frenar los procesos revolucionarios en curso. Esta combinación llevó a que, por un lado, tanto en Italia como en Francia y Grecia, luego de la derrota de los nazis, el poder estuviese de hecho en manos de la clase obrera y milicias armadas de la resistencia que eran las que efectivamente había derrotado a los ocupantes y a la burguesía colaboracionista. Mientras que, por otro lado, como en el Febrero ruso, al estar la dirección de la masas en manos de los conciliadores (los PC stalinistas), en cada uno de los casos se entregó el poder a la burguesía122. 121 Broué, Pierre, El Partido Bolchevique, ob. cit. [se hicieron correcciones parciales en base a edición francesa]. 122 En la propia URSS, la invasión de los nazis y la política racista antieslava de Hitler son utilizadas por Stalin para reavivar el orgullo nacional y el patriotismo sin distinción de clase; la propia ideología del Frente Popular aplicada a las condiciones de la Unión Soviética. Como señala Broué: “Stalin se esfuerza en crear una especie de unión sagrada en las filas de la resistencia nacional y lo consigue. Los obreros constituyen su vanguardia: la reconstrucción de las industrias de guerra en el Este bate todos los récords de rapidez y los mínimos quedan ampliamente sobrepasados, todo ello en medio de unas condiciones de vida y trabajo excepcionalmente adversas. En todas las ciudades los voluntarios obreros acuden desde los suburbios para integrarse en las milicias populares o en los batallones de trabajadores –integrados mayoritariamente por mujeres– que cavan las trincheras y construyen las líneas defensivas. La teoría racista, que trata a los eslavos como subhombres, provoca elementales reacciones de dignidad y orgullo nacional. La propaganda se esfuerza en conferirles una forma patriótica y lo consigue sin grandes dificultades. [...] Tras superar, gracias a la tensión creada por la campaña de resistencia a ultranza, la crisis de 1941, el partido se va transformando en una amplia organización de masas de los cuadros económicos y técnicos del país, difundiendo, por vez primera en la URSS, el tipo de ideología de ‘frente popular’ que les parece a sus dirigentes más eficaz
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En las condiciones de 1945, con el Ejército Rojo en el Elba, un triunfo de la revolución en Francia e Italia –y la situación era más que propicia para ello– hubiera significado el triunfo de la revolución en Europa continental y la modificación radical de toda la relación de fuerzas mundial. La presencia de tropas aliadas estaba lejos de hacer imposible esta perspectiva; las mismas cargaban con el peso del desgaste de la guerra que hacía más que probable un horizonte de grandes disturbios en el ejército si EE. UU. y Gran Bretaña se proponían continuar la guerra (esta fue una de las causas principales del estancamiento en mayo de 1945, con cada ejército permaneciendo donde estaba123). De aquí el carácter insustituible de la colaboración del PCF y el PCI en entregar el poder a los aliados; una traición similar pero aún más abierta tendrá lugar en Grecia. En el caso de Italia, a pesar de la paralización del avance aliado desde el sur para que los nazis pudieran derrotar al movimiento guerrillero en el norte124, para mediados de abril de 1945, el ejército guerrillero y la clase obrera sellarán la derrota de las fuerzas de ocupación alemanas combinando acciones armadas con huelgas insurreccionales125. Durante diez días la clase obrera y las masas populares del norte tuvieron en sus manos el poder, las principales empresas industriales del país, trescientos mil combatientes organizados (que podían multiplicarse rápidamente) y considerable armamento tomado de los alemanes126. En la frontera este estaba la resistencia yugoslava con el PCY a la cabeza, en la frontera austríaca el Ejército Rojo. Sin embargo, con la llamada “svolta de Salerno” impulsada por Togliatti (recién llegado de Moscú) y ante la sorpresa del partido127, el PCI ingresaba al gobierno del exmariscal fascista Badoglio para movilizar a los rusos, dadas las necesidades de una lucha llevada al lado de las potencias, antes imperialistas, que se han convertido en los ‘grandes aliados’” (Broué, Pierre, El Partido Bolchevique, ob. cit.). 123 Cfr. Mandel, Ernest, El significado de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit., p. 182. 124 “La primera medida destinada a destruir el movimiento guerrillero fue la paralización del avance aliado, en el otoño de 1944, dejando libres a las tropas hitlerianas y mussolinianas de consagrarse durante todo el invierno a la lucha contra la Resistencia”. Y más adelante: “El ejército guerrillero y la combativa clase obrera del norte arrostraron solo las ofensivas fascistas y el duro, interminable invierno de 1944-45. Y en esta prueba demostraron que no eran solo el ‘gobierno legal’ sino el poder real en la Italia industrial” (Claudín, Fernando, La crisis del movimiento comunista. De la Komintern al Kominform, París, Ruedo Ibérico, 1970, pp. 327-328). 125 Cfr. ibídem, p. 328. 126 Cfr. ibídem, p. 329. 127 En la biografía de Togliatti de Marcella y Maurizio Ferrara, revisada y corregida por el dirigente del PCI, los autores cuentan que recién desembarcado en Nápoles, Togliatti se reúne con los dirigentes del partido, “coge el toro por los cuernos” y plantea: “aplazar el problema de las instituciones [...] e ir a la creación inmediata de un gobierno
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y las fuerzas obreras y populares del norte eran desarmadas con la ayuda de la administración militar aliada128. En el caso de Francia, la insurrección nacional que sigue al desembarco en Normandía puso prácticamente al orden del día el problema del poder. La mayor parte de Francia, incluida París, fue liberada por las fuerzas armadas de la Resistencia, con ayuda de las masas, sin intervención de los ejércitos aliados. Los comités de liberación se convirtieron en órganos de poder, y las milicias adquirieron un carácter masivo129. El Partido Comunista era la fuerza política predominante. Pero a través de Thorez (recién llegado de Moscú, al igual que Togliatti) el poder es entregado al general De Gaulle y el PCF ordena el desarme de las milicias del maquis y su integración en el ejército burgués francés130. En el mismo sentido, en Grecia, para finales de 1944, la Resistencia encabezada por el Frente de Liberación Nacional controlado por el PC griego y su brazo armado, el Ejército Popular de Liberación Nacional, era prácticamente dueña del país. Sin embargo, en los pactos de Yalta, Stalin había convenido que Grecia quedase bajo control británico. Con el visto bueno de Stalin, Churchill tuvo vía libre para atacar a las fuerzas de la Resistencia; el saldo solo en Atenas fue de trece mil muertos del Ejército de Liberación131. Sobre esta base y bajo la presión del Kremlin se firmó la capitulación de Varkiza imponiendo el desarme del PC y el pacto con los “metaxistas” y el rey Jorge II. Volviendo a la comparación con el calendario de la Revolución rusa, en 1917, a pesar de que se dio una “paradoja” similar (el poder fue de unidad nacional”. Frente a ello la propia biografía oficial cuenta que “la mayor parte de los presentes se quedaron estupefactos” (citado en ibídem, p. 319). Togliatti logró imponer la nueva línea negociada entre Stalin, EE. UU. y Gran Bretaña. Contaba con su prestigio como dirigente histórico del PCI pero también con el prestigio de la URSS, cuyo Ejército Rojo había vencido a los nazis. 128 Cuando llegaron las tropas aliadas, “La administración militar angloamericana declaró el estado de guerra en el norte de Italia para desplazar a la resistencia con el invaluable apoyo del PCI. Abolió todas las disposiciones democráticas de los comités de liberación nacional y destituyó del aparato dirigente a los que contaban con la confianza del pueblo, sustituyéndolos por funcionarios reaccionarios. Devolvió a los monopolistas y terratenientes la propiedad que se les había confiscado. Los ocupantes desarmaron a los destacamentos guerrilleros y disolvieron el comité de liberación nacional del norte de Italia” (extracto de Noveishaia istoria citado en ibídem, p. 329). 129 Cfr. Ibídem, p. 297. 130 Como señala Claudín, “el partido [comunista] pone enteramente las fuerzas armadas de la Resistencia controladas por él a disposición del alto mando golista y aliado, las funde en el ‘gran ejército’ francés, cuya formación preconiza ardientemente Thorez desde que pisa el suelo de la patria” (ibídem, p. 301). 131 Ibídem, p. 382.
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entregado a la burguesía gracias a la dirección conciliadora), existía un partido, el Partido Bolchevique, que se negó a la colaboración con la burguesía planteando la toma del poder por los soviets y, por ello, existió la Revolución de Octubre. Sin embargo, en 1945 esto no sucedió. La IV Internacional, que podía cumplir ese rol, había sido diezmada durante los años anteriores, y el stalinismo, por la propia derrota del fascismo, contaba con un prestigio mucho mayor que los mencheviques y los socialrevolucionarios en el 1917 ruso. El resultado fue un calendario diferente. En Francia la revolución fue directamente abortada por el PCF, logrando el desarme del maquis y colaborando en la reconstrucción burguesa de Francia. En Italia también la clave pasó por la política del PCI para desactivar la revolución, a lo que se sumó un operativo de “pinzas” entre el desgaste de la lucha contra los nazis y la ocupación militar norteamericana. En Grecia se impuso la derrota pero con una guerra civil mucho más profunda, por lo cual el imperialismo tuvo que abandonar cualquier mascarada democrática y aplastar la resistencia militarmente con el acuerdo de Stalin. Por otro lado, en los lugares donde o bien el stalinismo no pudo hacerse de la dirección del movimiento de resistencia como en Polonia, o bien existían direcciones stalinistas locales que efectivamente habían participado de la organización de la resistencia (a diferencia de Thorez o Togliatti), como en Yugoslavia o China, Stalin optó por dejar hacer su trabajo a la contrarrevolución colaborando por omisión. En Polonia, el movimiento de resistencia, Armia Krajowa, era dirigido por el socialdemócrata PPS. Ante la insurrección de Varsovia de 1944, el Ejército Rojo demoró su entrada, y Stalin bloqueó toda ayuda a Varsovia a la espera de que la Wehrmacht liquidara la resistencia polaca, y así sucedió. En Yugoslavia, en 1945, el PCY terminó aceptando la institución de un gobierno provisional con la participación de ministros monárquicos. En China, Stalin, que apoyaba formalmente a Chiang Kai-shek, apuntaló las conversaciones comandadas por Eisenhower para el cese de hostilidades y el establecimiento de un gobierno de coalición con el PCCh en 1946. Pero ambos acuerdos naufragaron. En el caso de Yugoslavia, sin la ayuda de Stalin, Tito se ve obligado a responder a dos fuerzas contrapuestas: por un lado, los “aliados antifascistas” de los chetniks de Mijailovich que lo atacan militarmente y, por otro lado, a la radicalización del movimiento de la resistencia poco dispuesto a resignarse a restituir el dominio a la burguesía colaboracionista. A diferencia de Francia o Italia, producto de la situación excepcional, la dirección de Tito avanza hacia la toma del poder. El caso chino en este sentido es similar. Luego de que Stalin retirase sus tropas de China y de que fracasaran las negociaciones de 1946,
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Mao Tse-Tung se encuentra también atrapado entre el ataque militar de las fuerzas de Chiang Kai-shek y la radicalización de las masas. Mao se ve obligado a dejar de lado la línea del “bloque de las cuatro clases” y de “la nueva democracia” para pasar a avalar la expropiación de los terratenientes132, línea que empalma inmediatamente con el avance espontáneo de las propias masas y termina con el PCCh haciéndose del poder. Es decir, tanto Mao como Tito tuvieron como única alternativa para sobrevivir apelar a la fuerza moral de las masas; donde lo hicieron desencadenaron una revolución triunfante que expropió a la burguesía contra sus propios objetivos políticos previos. El resultado de estos procesos, y especialmente el aborto de la revolución en Francia e Italia, son claves para explicar el equilibrio de la posguerra. Sin embargo, para sellarlo fue necesaria la liquidación física de batallones enteros de la clase obrera alemana con los bombardeos de Dresde y Hamburgo, frenando cualquier tipo de ascenso revolucionario e imponiendo la rendición incondicional. En Japón, el mismo papel cumplieron los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Pero estos crímenes de guerra, así como la acción conjunta del Kremlin y el imperialismo, fueron insuficientes para frenar la revolución en la periferia, tal como quedó demostrado con Yugoslavia, China y luego Indochina. Sobre estos temas volveremos en los próximos capítulos.
PARTE 4 PRONÓSTICOS Y RESULTADOS Desde 1934, como veíamos, Trotsky había anticipado el curso hacia una nueva guerra mundial. Solo el triunfo de la revolución podía frenarlo. Clave en este sentido fue la Revolución española, pero con su derrota se despejó el camino hacia la guerra. Las causas que habían llevado a la I Guerra Mundial volvieron a presentarse pero a una escala mucho mayor. Mientras que para Alemania en 1914 se trataba de “organizar Europa”, para Estados Unidos en la II Guerra Mundial se trataba de “organizar el mundo”133. La nueva guerra inevitablemente traería de vuelta la revolución.
132 Ver capítulo 6 del presente libro. 133 Cfr. Trotsky, León, “Manifiesto de la IV Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, Guerra y revolución. Una interpretación alternativa de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit., p. 274.
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La II Guerra Mundial daría como resultado un escenario sumamente complejo. Como parte de sus pronósticos alternativos, Trotsky señalaba en términos generales, a propósito de las posibilidades del desarrollo de organizaciones revolucionarias, que: “Si el régimen burgués sale impune de la guerra todos los partidos revolucionarios degenerarán. Si la revolución proletaria conquista el poder, desaparecerán las condiciones que provocan la degeneración”134. Ninguna de estas dos variantes se dio en forma pura: ni el imperialismo salió impune, ya que luego de la posguerra se había expropiado a la burguesía en un tercio del planeta, ni la conquista del poder por el proletariado hizo que desaparecieran las condiciones de degeneración, ya que se produjo un fortalecimiento y extensión de la burocracia y la revolución fue derrotada en los países centrales. Ambos elementos contradictorios marcarán el escenario de la segunda mitad del siglo XX. Trotsky, asesinado en agosto de 1940, solo pudo presenciar los capítulos preliminares de la guerra. Sin embargo, de sus pronósticos pueden extraerse una serie de elementos fundamentales para comprender la evolución ulterior de la situación. A continuación analizaremos cuatro en particular, referidos a: (1) las perspectivas de la URSS en la guerra, (2) el destino de la burocracia, (3) la mecánica de la revolución en la inmediata posguerra, y (4) la contradicción entre el imperialismo norteamericano y el Estado obrero burocratizado. Las perspectivas de la URSS en la guerra
Sobre cómo se definiría el destino de la URSS en la guerra mundial, Trotsky irá precisando sus hipótesis a lo largo de los años. A mediados de 1934 realizará un examen de conjunto en el que expondrá la mayoría de los elementos de una ecuación sobre la que volverá una y otra vez durante los años posteriores. Entre ellos, un primer elemento será la “fuerza moral” de las masas rusas. “Las jóvenes generaciones de obreros y campesinos –decía– que surgieron de la revolución revelarán una colosal fuerza dinámica en el campo de batalla”135. Afirmaciones similares podemos leer hasta sus últimos escritos. Esta “fuerza” adquirirá en los pronósticos de Trotsky un valor constante. Y en efecto, como vimos, será confirmada ampliamente a partir de 1941. Su importancia para el resultado de la guerra de conjunto será fundamental. Junto con esto, un segundo elemento para la evaluación de Trotsky sobre la posibilidad de supervivencia de la URSS será la fortaleza relativa 134 Ibídem, p. 301. 135 Trotsky, León, “La guerra y la IV Internacional”, ob. cit., p. 151.
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de sus bases socio-económicas (nuevas formas de propiedad, economía planificada). “La industria centralizada –decía–, pese a todas sus carencias y dificultades, demostrará su superioridad para subvenir las necesidades de la guerra”136. Esta fortaleza lleva a Trotsky a constatar que “los estados mayores imperialistas comprenden claramente que el Ejército Rojo será un poderoso adversario, y que la lucha contra él exigirá mucho tiempo y un tremendo desgaste de fuerzas”137. Sin embargo, este aspecto tendrá un valor variable, en contradicción directa con un tercer elemento: la burocracia del Estado obrero como factor de desorganización y desmoralización interna. De ahí que, si por un lado Trotsky da por hecho una dura lucha prolongada contra las fuerzas imperialistas, por otro, sostiene que: … el carácter prolongado de la guerra revelará inevitablemente las contradicciones entre la economía transicional de la URSS y su planificación burocrática. En muchos casos las gigantescas empresas nuevas pueden demostrar no ser más que un capital muerto138.
Esta agudización de las contradicciones donde el peso de la burocracia y de las condiciones de la propia guerra ponían en peligro las bases del Estado obrero a falta de un partido revolucionario139, ponía en primer plano un cuarto elemento del análisis de Trotsky: la ayuda externa de la revolución internacional como factor fundamental de salvación de la URSS. Así señala en 1934: “En el caso de una guerra prolongada, solo la revolución proletaria en Occidente puede salvar a la URSS como Estado obrero”140. En 1936 vuelve sobre este pronóstico, y plantea categóricamente que: “La URSS podrá evitar la derrota en la guerra solo bajo una
136 Ídem. 137 Ibídem, p. 152. 138 Ídem. 139 Dice Trotsky, que: “El gobierno de la burocracia incontrolada se convertirá en una dictadura de guerra. La falta de un partido activo que haga de control y regulador político llevará a una extrema agudización y acumulación de las contradicciones. Se puede prever que la caldeada atmósfera de la guerra provocará profundos vuelcos hacia los principios individualistas en la agricultura y en la industria artesanal, el capital extranjero y ‘aliado’ ejercerá su atracción, se producirán brechas en el monopolio del comercio exterior, se debilitará el control gubernamental sobre los trusts, se acrecentarán la competencia entre los trusts y sus conflictos con los obreros, etcétera. En el plano político estos procesos pueden aparejar la culminación del bonapartismo, con los correspondientes cambios en las relaciones de propiedad” (ibídem, p. 152). 140 Ídem.
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condición: que reciba ayuda de la revolución en Oriente u Occidente”. De no concretarse aquella ayuda, la hipótesis alternativa de Trotsky consistía en que: “si la guerra es prolongada y va acompañada de la pasividad del proletariado mundial, podría y tendría que conducir a una contrarrevolución burguesa bonapartista”141. Durante los años posteriores, a medida que se aproxime la guerra, Trotsky irá precisando aquel pronóstico y desarrollando más determinados elementos. Para 1937, ve mucho más probable la supervivencia de la URSS a la guerra, llegando a señalar que: “todo permite creer que, si la humanidad en su conjunto no regresa a la barbarie, las bases sociales del nuevo régimen soviético (nuevas formas de propiedad, economía planificada), resistirán la prueba de la guerra e inclusive saldrán fortalecidas”142. Al momento de señalar esta hipótesis Trotsky resalta un quinto elemento adicional vinculado al análisis estratégico-militar. Frente a los que veían una debilidad absoluta en el Ejército Rojo luego de la liquidación por parte de Stalin de la primera plana del Estado Mayor en los juicios de Moscú143, Trotsky advierte sobre las ventajas del carácter estratégicamente defensivo de la guerra que iba a tener que librar la URSS. “En todos los sentidos estratégicos mencionados –señala Trotsky–, Alemania librará una guerra ofensiva y la URSS una guerra defensiva. Esto constituye una colosal ventaja militar para los soviets”144. Y en su descripción de estas ventajas (junto con las navales y fronterizas) destaca una que será fundamental en la guerra: las enormes distancias que caracterizan al territorio de la URSS, claves para la fortaleza de la defensa. Y concluye que: “El resto depende del ‘factor moral’, es decir, del soldado rojo, del obrero, del campesino. En última instancia, el resultado de la guerra depende de la guerra misma”145. Sintetizando lo dicho hasta aquí, podríamos decir que para Trotsky tanto la “fuerza moral” del Ejército Rojo como las nuevas bases económico-sociales de la URSS hacían muy probable una dura y prolongada 141 Trotsky, León, “La Cuarta Internacional y la Unión Soviética”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 6, ob. cit. 142 Trotsky, León, “En el umbral de una nueva guerra mundial”, La Segunda Guerra Mundial y la revolución, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2015 (Obras Escogidas 8, coeditadas con el Museo Casa León Trotsky), p. 190. 143 Como medida preventiva, frente a la proximidad de la guerra, para conservar su poder, Stalin encaró lo que se dio a conocer como los “Procesos de Moscú”, en los que se ejecutó a la gran mayoría de los dirigentes bolcheviques que aún vivían. Los “juicios” se realizaron en diferentes oleadas. Los que van entre mayo y junio de 1937 apuntaron especialmente al ámbito militar; entre los ejecutados, estuvo Mijaíl Tujachevsky. 144 Trotsky, León, “En el umbral de una nueva guerra mundial”, ob. cit., p. 191. 145 Ídem.
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resistencia. En este escenario de extensión temporal de la guerra, las ventajas estratégicas de la defensa en territorio soviético aumentaban las probabilidades favorables, mientras que el carácter burocrático del Estado y de la planificación planteaban enormes límites a la resistencia. Así, Trotsky logra captar estratégicamente las determinaciones que marcarán las perspectivas de la URSS en la guerra. Pero como señalábamos este será solo uno de los elementos fundamentales de una ecuación mucho mayor a través de la cual el fundador de la IV Internacional elaborará sus pronósticos más generales. El destino de la burocracia
Una segunda cuestión fundamental en los pronósticos de Trotsky refiere al destino de Stalin y la burocracia soviética. En los análisis que fuimos reseñando asocia firmemente la hipótesis de supervivencia de la URSS en la guerra con la caída de la burocracia, ya sea motorizada por triunfos revolucionarios a nivel internacional (“la revolución internacional –lo único que puede salvar la URSS– significará a la vez el golpe mortal para la burocracia soviética”146), o bien directamente por las contradicciones internas de la propia URSS (“el derrocamiento de la casta burocrática, corrompida hasta la médula, será indudablemente uno de los primeros resultados de la guerra”147). Sin embargo, en 1940 Trotsky plantea una hipótesis alternativa al respecto. Es cierto –dice– que durante un tiempo Stalin puede recibir ayuda del extranjero. Para ello sería necesario que los aliados le declaren la guerra. Esa guerra no cuestionaría ante los pueblos de la URSS el destino de la dictadura stalinista sino el del país. La defensa contra la intervención extranjera fortalecería indudablemente la posición de la burocracia. En una guerra defensiva el Ejército Rojo se desenvolvería con muchísimo más éxito que en una guerra ofensiva. Para defenderse a sí mismo el Kremlin sería capaz hasta de tomar medidas revolucionarias148.
146 Trotsky, León, “La Cuarta Internacional y la Unión Soviética”, ob. cit. 147 En su escrito de agosto de 1937, “En el umbral de una nueva guerra mundial”, Trotsky resalta este planteo a partir de constatar la contradicción de la burocracia con el pueblo y el Ejército Rojo que mostraba el descabezamiento del Estado Mayor cuando la guerra era inminente. 148 Trotsky, León, “Stalin después de la experiencia finlandesa”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 6, ob. cit.
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Este señalamiento, que figura entre los últimos pronósticos al respecto escritos por Trotsky antes de su asesinato (lo hace luego de la desastrosa invasión a Finlandia149 en el contexto del pacto Molotov-Ribbentrop), liga explícitamente la guerra defensiva (que había desarrollado en textos anteriores, especialmente en 1937) a la posibilidad del fortalecimiento de la burocracia. Se trata de un pronóstico alternativo que tiene un valor significativo para analizar el derrotero del stalinismo en la guerra tomada de conjunto. Al mismo tiempo, Trotsky lo complementa, señalando que: … esto solo postergaría el problema. Las últimas quince semanas revelaron con creces la incapacidad de la dictadura stalinista. Es falso creer que los pueblos maniatados por el lazo totalitario pierden su capacidad de observar y pensar. Sacan conclusiones más lentamente, pero con más solidez y profundidad150.
Retomando los hechos, vemos cómo se suceden los distintos elementos desarrollados por Trotsky en las diferentes etapas del conflicto. La contradicción entre la defensa de la URSS y la burocracia stalinista tuvo su expresión desde el inicio. La incapacidad de esta última le costó a la Unión Soviética millones de muertos y la destrucción masiva de fuerzas productivas. Será luego, a partir de los meses de agosto y septiembre de 1941, que la “fuerza moral” de las masas y las tropas del Ejército Rojo sumadas a las ventajas de la defensa permitirán las primeras derrotas de la Wehrmacht. La burocracia solo recuperará el control de la situación entre 1942 y 1943, y recién ahí podrá fortalecer su posición. Lo hará en gran medida gracias a las amplias ventajas de la guerra defensiva contra la intervención imperialista. Como señalara Trotsky en su hipótesis, este fortalecimiento de la burocracia en buena medida “solo postergó el problema”. No se produjo el colapso definitivo del stalinismo que el fundador de la IV Internacional consideraba altamente probable, sin embargo, fueron necesarias nuevas purgas en 1947 para que la burocracia pudiera volver a estabilizarse. Como reseña Pierre Broué:
149 A finales de 1939, Stalin encara la invasión a la Finlandia. El balance de Trotsky al respecto es lapidario: “Durante dos meses y medio el Ejército Rojo no conoció más que la derrota, el sufrimiento y la humillación. No se había previsto nada, ni siquiera el clima. La segunda ofensiva se desarrolló lentamente y produjo muchas víctimas. El hecho de no haber obtenido el brillante triunfo prometido sobre un adversario más débil constituyó en sí mismo una derrota” (ibídem). 150 Ídem.
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… las esperanzas que suscitó la victoria sobre el hitlerismo, habían alimentado la actividad política de una nueva generación o por lo menos, de una nueva vanguardia que Stalin y sus lugartenientes se apresuraron a sofocar. Bajo este punto de vista, la purga de 1947 adquiere diferente significación y el misterio que la rodea podría explicarse mejor en definitiva, si Voznesensky y sus hombres no hubieran sido más que simples chivos expiatorios, sacrificados a título de advertencia y escarmiento para los apparatchiki vacilantes o tibios151.
Incluso en lo que respecta a la posibilidad abierta por Trotsky de que para defenderse a sí misma la burocracia pudiese llegar a tomar medidas revolucionarias, se expresó en parte con la expropiación de la burguesía en Europa del Este (Bulgaria, Rumania, Hungría, Checoslovaquia, Polonia, Alemania Oriental) para constituir una zona de amortiguación. Como veremos más adelante, lo hizo a través de métodos burocráticomilitares e imponiendo condiciones de opresión nacional en aquellos países. Aquí también “solo postergó el problema”, siendo que a partir de 1953 (Alemania Oriental) y especialmente de 1956 (con epicentro en Hungría) proliferaron los procesos de revolución política152. Ni la crisis de 1946-1947 en la URSS se transformó en revolución política ni las revoluciones políticas en Europa del Este triunfaron. Sin 151 Agrega Broué, dando un cuadro de la situación de aquellos años, que: “El periodista alemán Claudius, tras su retorno de la URSS, reveló que la mayoría de los antiguos ‘bujarinistas’ y ‘trotskistas’ que sobrevivieron después de 1941 y que habían sido liberados durante la guerra fueron detenidos de nuevo en 1947 [...] Los problemas por resolver son todavía más graves en las regiones más periféricas donde han surgido auténticas satrapías locales y en las regiones liberadas, abrumadas por el alud de antiguos prisioneros o trabajadores forzados difícilmente controlables y donde, como en Ucrania y en Bielorrusia, se manifiestan, incluso entre los partisanos, acusadas tendencias nacionalistas. En agosto de 1946, el Comité Central del partido ucraniano es informado de la necesidad de un ‘cambio masivo en los cuadros dirigentes’, dados los ‘errores cometidos en el reclutamiento de cuadros y la insuficiente atención prestada a los trabajadores ingresados recientemente’ [...] Posteriormente la depuración habrá de ampliarse más aun, recayendo, en dieciocho meses, sobre un 57,4 por 100 de los ‘trabajadores del partido’ en la región de Jarkov, un 50 por 100 de los de Voroshílovgrad, un 57,4 por 100 de los de Lvov, un 22,7 por 100 en Zaporozhe –y entre ellos su secretario regional–, un 33 por 100 de los de la ciudad de Stalinsk y un 62 por 100 de los de Kiev. La purga es más intensa aún en Bielorrusia donde, a finales de 1948, el 90 por 100 de los secretarios de distrito habían sido destituidos además del 82 por 100 de los presidentes de los koljós y el 96 por 100 de los responsables administrativos. En el Kazajstán, el 67 por 100 de los funcionarios del partido y dirigentes de la industria son sustituidos en 1945 y 1946. En total y para el conjunto de la URSS, el 27,5 por 100 de los secretarios de distrito y el 35,3 por 100 de los funcionarios de los comités son destituidos a finales de 1947” (Broué, Pierre, El Partido Bolchevique, ob. cit.). 152 Ver capítulo 7 del presente libro.
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embargo, es clara la existencia de las tendencias señaladas por Trotsky, siendo aquello lo fundamental a la hora de evaluar sus pronósticos. Desde luego el resultado, la victoria o la derrota, no puede predecirse de antemano más allá de la lucha misma. En lo que se refiere al choque de fuerzas, los pronósticos solo pueden basarse en probabilidades, que aumentan o disminuyen según existan o no determinadas condiciones. Un elemento que estuvo ausente, y era fundamental en la evaluación de Trotsky, era un partido revolucionario capaz de desarrollar y llevar al triunfo aquellos procesos. En este punto el asesinato en 1940 del fundador de la IV Internacional fue clave, siendo él mismo un factor subjetivo potencialmente decisivo153. La revolución en la posguerra
En la ecuación que utiliza Trotsky para elaborar sus predicciones, un tercer elemento fundamental que aumentaba enormemente las probabilidades, tanto de evitar la derrota de la URSS en la guerra como del colapso de la burocracia del Kremlin, era el desarrollo de revoluciones en Occidente u Oriente. Afirmó de diferentes formas en varios de sus escritos que “la revolución internacional [...] significará a la vez el golpe mortal para la burocracia soviética”154.
153 Para el momento en que Trotsky desarrolla sus análisis esta perspectiva aún estaba abierta. Sobre el final del manifiesto de la IV Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial, el propio Trotsky se encarga de reseñar las diferentes referencias donde el “trotskismo” aparece como el espectro de la revolución al que le temen los diferentes gobiernos, entre ellas el diálogo entre Coulondre y Hitler. Como reseña Trotsky en otro escrito: “El 25 de agosto de 1939, justo antes de la ruptura de relaciones diplomáticas entre Francia y Alemania, el embajador francés Coulondre le informó a G. Bonnet, ministro de relaciones exteriores, su dramática entrevista con Adolfo Hitler a las 5.30 de la tarde: ‘Si realmente pienso –observé– que saldremos victoriosos, también temo que al fin de la guerra habría solo un vencedor verdadero: el señor Trotsky’. Interrumpiéndome, el canciller gritó: ‘Entonces, ¿por qué le han dado rienda suelta a Polonia?’”. De hecho, Trotsky constituía una de las principales preocupaciones del propio Stalin, que finalmente logra asesinarlo en agosto de 1940. Como él mismo explica: “Como ex revolucionario, Stalin entiende que el curso de la guerra debe brindar también un poderoso impulso al desarrollo de la Cuarta Internacional en la URSS. Eso es lo que explica por qué Stalin emitió una orden a sus agentes: librarse de Trotsky tan pronto como sea posible” (Trotsky, León, “La Comintern y la GPU. El intento de asesinato del 24 de mayo y el Partido Comunista”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 6, ob. cit.). Así como Trotsky señalara sobre Lenin que en la Revolución rusa representaba “un factor colosal de la madurez del proletariado ruso”, frente a la guerra que se aproximaba, era el propio fundador de la IV Internacional quien era un factor colosal de la madurez del proletariado mundial. 154 Trotsky, León, “La Cuarta Internacional y la Unión Soviética”, ob. cit.
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En la posguerra efectivamente triunfaron revoluciones, no en los centros imperialistas (lo cual, como analizaremos en los próximos capítulos, fue determinante) pero sí en la periferia, como ser China, Yugoslavia e Indochina. Sin embargo, al tiempo que tendrían por resultado la expropiación de la burguesía, el poder quedará en manos de partidos en forma de ejércitos de base semiproletaria o campesina que darán lugar a nuevas burocracias estatales desde la conquista misma del poder. En este sentido, Trotsky en 1938 en el Programa de Transición había planteado como hipótesis improbable la posibilidad de la creación de gobiernos obreros y campesinos por parte de las organizaciones obreras tradicionales. Afirmaba que: … no es posible negar categóricamente a priori la posibilidad teórica de que bajo la influencia de una combinación de circunstancias muy excepcionales (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc.) partidos pequeñoburgueses, incluyendo a los stalinistas, puedan llegar más lejos de lo que ellos quisieran en el camino de una ruptura con la burguesía. En todo caso, algo es indudable: si esta variante, poco probable, llegara a realizarse en alguna parte y un “gobierno obrero y campesino” –en el sentido indicado más arriba– llegara a constituirse, no representaría más que un corto episodio en el camino de la verdadera dictadura del proletariado”155.
Aquellas circunstancias muy excepcionales se generalizaron por unos pocos años al final de la II Guerra, facilitando procesos de ruptura con la burguesía de partidos comunistas como el yugoslavo, el chino o el indochino. Estos procesos fueron más allá de los “gobiernos obreros y campesinos” previstos por Trotsky. Avanzaron hacia la expropiación de la burguesía conformando lo que la IV Internacional denominó “Estados obreros burocráticamente deformados”. Constituyeron regímenes burocráticos y nacionalistas. A diferencia del triunfo de la Revolución rusa de 1917 no dieron lugar a nada parecido al internacionalismo que se plasmó en la fundación de la III Internacional por parte de los bolcheviques. En los próximos capítulos desarrollaremos estos puntos. Lo que es necesario destacar aquí es que las victorias revolucionarias de la posguerra, contradictoriamente, bajo direcciones stalinistas, no solo no debilitaron a la burocracia sino que extendieron este fenómeno en el movimiento obrero internacional como nunca antes en la historia. A su vez, en lo que respecta a la burocracia de la URSS a la que se refería puntualmente Trotsky, salió de la posguerra fortalecida no solo por el renovado
155 Trotsky, León, “El Programa de Transición”, ob. cit., p. 64.
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prestigio que le confirió la derrota de los nazis por parte del Ejército Rojo, sino también porque surgía como hegemon del mal llamado “campo socialista” que comprendía un tercio del planeta, aunque poco más tarde los intereses estatales llevarían al enfrentamiento entre las diferentes burocracias156. De conjunto, se constituyeron en un enorme bloqueo para la perspectiva del comunismo, en tanto sociedad sin clases, sin Estado, sin explotación ni opresión157. Desde el punto de vista de este resultado, hay dos aproximaciones posibles al pronóstico que citábamos de Trotsky sobre la “hipótesis improbable” desarrollada en el Programa de Transición. Una es ver simplemente que el fenómeno de la burocracia en la posguerra fue mucho más allá de lo que Trotsky previó, que no se trató solo de un “corto episodio en el camino de la verdadera dictadura del proletariado”, como él esperaba158. Otra alternativa es ver que, con aquel pronóstico, Trotsky se abre a casos contradictorios que salen de la norma para integrarlos a su teoría de conjunto (que incluye sus indispensables desarrollos sobre la burocracia obrera) como había sido en su momento, por ejemplo, la división de Polonia y las expropiaciones en la parte oriental bajo la ocupación del Ejército Rojo. Esta segunda opción no solo es la más productiva desde el punto de vista del análisis, sino que en la posguerra era fundamental para entender la situación y desarrollar un nuevo marco estratégico. Permitía dar cuenta al mismo tiempo, por un lado, del carácter deformado, mutilado burocráticamente de los nuevos Estados, cuya consecuencia era el bloqueo de las posibilidades de avance hacia el comunismo y, por otro lado, de la existencia de conquistas que era necesario defender. Como señala Trotsky en relación a Polonia oriental: Es cierto que la nacionalización de los medios de producción en un país, y más si se trata de un país atrasado, no garantiza todavía la construcción del socialismo. Pero puede avanzar en el requisito fundamental del 156 Primero entre la URSS y Yugoslavia en 1948, luego, a principios de la década de 1960, entre la URSS y la República Popular China. Sobre estos temas volveremos en el capítulo 8 del presente libro. 157 Ver capítulo 7 del presente libro. 158 Un ejemplo de este tipo de análisis lo desarrolla Tony Cliff en Trotskyism after Trotsky (Londres, Bookmarks Publications, 1999), en el cual sostiene que el hecho de que Trotsky no haya previsto el desarrollo que tuvo el stalinismo en la posguerra demostraría que en realidad la URSS era un capitalismo de Estado. Un análisis contra el cual ya había discutido en su momento Trotsky, en textos como La revolución traicionada, y que se mostraría claramente inconsistente, en especial a la hora de explicar la restauración capitalista y sus efectos a finales de la década de 1980 y principios de la de 1990. Sobre este punto volveremos en el capítulo 8 del presente libro.
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socialismo, es decir el desarrollo planificado de las fuerzas productivas. No tomar en cuenta la nacionalización de los medios de producción en función de que por sí misma no asegura el bienestar de las masas es lo mismo que condenar a la destrucción un cimiento de granito en función de que es imposible vivir sin paredes y techo159.
A partir de esta combinación de elementos contradictorios es que cobra renovada vigencia y una importancia aún más amplia en la posguerra el programa de la revolución política para derrocar a la burocracia y, al mismo tiempo, mantener y poner en función de las necesidades de los trabajadores la planificación y la propiedad nacionalizada160. La URSS y el imperialismo norteamericano
La contradicción entre la URSS y los imperialismos es el cuarto elemento fundamental que vamos a abordar en esta apretada síntesis, sobre cuyos temas volveremos en los próximos capítulos. Como vimos, para Trotsky esta contradicción era superior a la existente entre los diferentes imperialismos entre sí. Se trataba del choque entre dos formaciones económico-sociales cuyas bases eran abiertamente contrapuestas. El desarrollo de la guerra planteó al imperialismo norteamericano la conveniencia –y la necesidad– de poner sobre las espaldas del Ejército Rojo la carga de la derrota del ejército nazi. Sin embargo, el pacto con la burocracia del Kremlin se prolongará más allá de la guerra misma, siendo fundamental en la posguerra, frente a un escenario signado por la revolución, tanto en Oriente como en Occidente. En sus pronósticos, Trotsky señala en 1937, como variante improbable, que: Si se reconoce que la guerra mundial se desarrollará hasta su final lógico, con el agotamiento total de los bandos en pugna, no puede evitarse la conclusión de que la dominación del planeta corresponderá a Estados Unidos. Sin embargo, la dominación sobre un planeta decadente y destruido, presa de la hambruna, las epidemias y el salvajismo provocaría inexorablemente la decadencia de la civilización norteamericana. ¿En qué medida se trata de una perspectiva real? No puede excluirse que la
159 Trotsky, León, “Manifiesto de la IV Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial”, ob. cit., p. 285. 160 Ver capítulo 7 del presente libro.
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humanidad caiga en una decadencia prolongada como resultado de la nueva guerra161.
Esta variante no se concretó. De hecho, al finalizar la guerra sobrevino un importante ciclo de crecimiento económico por casi dos décadas, lo que se conoció como el boom de posguerra, basado en gran medida en la destrucción masiva de fuerzas productivas que había dejado la guerra y su reconstrucción posterior162. Sin embargo, es necesario ligar este hecho con la otra variable señalada por Trotsky: la posibilidad de que la guerra llegue “hasta su final lógico”. Esto nos pone ante un hecho no siempre valorado en el balance retrospectivo de la guerra: esta no arribó a su “final lógico”, no alcanzó al “agotamiento total de los bandos en pugna”. Que esto no sucediese era efectivamente el escenario que Trotsky veía como más probable, por eso a continuación del análisis citado plantea: Pero, afortunadamente, esta no es la única posibilidad. Mucho antes de que la destrucción recíproca de los pueblos se haya desarrollado hasta el fin, la maquinaria política y social de cada país será puesta a prueba. La obra de la guerra puede ser detenida en seco por la revolución163.
Y justamente esto es lo que sucedió. Como sostiene Pierre Naville, “las dos explosiones nucleares de 1945 terminaron, con sus hornos inmensos, un conflicto que ya estaba introduciendo uno nuevo”164. Efectivamente la revolución, así como la creciente oposición interna a la guerra al interior de EE. UU., fueron claves (no así las consideraciones humanitarias) para convencer al Estado Mayor norteamericano de no continuar la guerra, ahora contra la URSS. Es decir, la guerra se frenó antes de llegar “hasta su final lógico” donde EE. UU. dominaría en soledad un mundo devastado por la guerra. En su lugar, el imperialismo norteamericano necesitó de la burocracia soviética para establecer –y gestionar– un nuevo orden mundial. Desde este punto de vista cobra especial relevancia el señalamiento de
161 Trotsky, León, “En el umbral de una nueva guerra mundial”, ob. cit., p. 188. 162 Para un análisis del boom de la posguerra ver Bach, Paula, “El boom de posguerra. Un análisis crítico de las elaboraciones de Ernest Mandel”, Estrategia Internacional N.° 7, marzo/abril 1998. 163 Trotsky, León, “En el umbral de una nueva guerra mundial”, ob. cit. 164 Naville, Pierre, “Clausewitz en la actualidad”, en la edición de De la guerra, de Clausewitz, de Terramar (Buenos Aires, 2005, p. 296).
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Trotsky, quien si bien considera que el antagonismo más profundo que surge en la guerra es entre los diferentes imperialismos y la URSS, por otro lado relativiza este antagonismo según el papel que cumple la propia URSS en el escenario mundial, teniendo en cuenta que se encuentra a su frente la burocracia stalinista. En sus palabras: “la intensidad de la contradicción de clase entre el Estado obrero y los Estados capitalistas varía de acuerdo a la evolución del Estado obrero y a los cambios en la situación mundial”165. De esta forma el fundador del Ejército Rojo dejaba planteado un elemento que sería clave para entender la segunda mitad del siglo XX y el desarrollo de la Guerra Fría166. Los pactos sellados con el imperialismo en Teherán, Yalta y Potsdam darían su fisonomía al “reparto del mundo” en zonas de influencia. En este complejo escenario, los acuerdos de posguerra tendrán consecuencias hacia ambos lados. No solo servirán al imperialismo para contener la revolución sino que, a su vez, brindarán una mayor fortaleza a la propia burocracia soviética para sostenerse en el poder y, más en general, darán a las diferentes burocracias (políticas, sindicales, “sociales”) el impulso para desarrollarse a una escala nunca antes vista. La resultante de estos elementos encierra consecuencias fundamentales. Como señala Clausewitz: … en la guerra [los efectos] rara vez son originados por un motivo sencillo, sino por varios; de modo que no basta seguir la serie de sucesos con voluntad buena e imparcial hasta su origen, sino que entonces es preciso dar a cada causa la parte que en el hecho le corresponde. Esto lleva, por consiguiente, a un examen más detenido de la naturaleza de las causas, y de este modo la investigación crítica puede llevarnos al campo de la teoría167.
En este campo vamos a adentrarnos en los próximos capítulos, pero antes realizaremos un análisis crítico de otras estrategias que marcaron gran parte del siglo XX.
165 Trotsky, León, “La guerra y la IV Internacional”, ob. cit., p. 138. 166 Sus diferentes etapas y elementos fundamentales los desarrollaremos en el capítulo 8 del presente libro. 167 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 213.
CAPÍTULO 6
ESTRATEGIA MILITAR Y OBJETIVOS POLÍTICOS
Hasta ahora nos hemos dedicado a analizar los problemas de estrategia revolucionaria de la clase obrera con centro en las ciudades. Incluso hemos puesto el acento en los análisis de las estructuras sociopolíticas occidentales, a sabiendas que en el siglo XXI muchas de las características de este tipo de formaciones se han extendido por el globo como nunca antes en la historia. En el presente capítulo abordaremos otro tipo de estrategias popularizadas a partir de la segunda posguerra, basadas en el semiproletariado rural y el campesinado, con su centro de gravedad en el campo. Nos referimos a la guerra popular prolongada elaborada originalmente por Mao Tse-Tung para China, luego continuada por Vo Nguyen Giap para Vietnam, y a la estrategia de guerra de guerrillas generalizada por el Che Guevara a partir de la experiencia de la Revolución cubana. Estas estrategias adquirieron un peso determinante durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX. Desde luego no fue casual, ya que en los tres casos remiten a revoluciones triunfantes. La generalización de estrategias rurales a países periféricos con características mucho más “occidentales” dejará planteados importantes problemas que serán abordados con diferentes grados de eclecticismo, incluida la traducción más o menos mecánica de estas estrategias al ámbito de las ciudades como “guerrilla urbana”, por ejemplo, en Sudamérica durante la década de 1970. En este recorrido, podríamos decir que con la estrategia de guerra popular prolongada sucedió lo inverso que con la estrategia de la huelga general insurreccional. Mientras en este último caso los problemas estratégicos fueron relegados a un plano secundario, en lo que concierne a la guerra prolongada, la pura estrategia fue paulatinamente abstraída de sus objetivos políticos –y condiciones– originales. El restablecimiento de la unidad entre ambos elementos –estrategia y objetivos políticos– es condición fundamental para la comprensión y la crítica de la estrategia de la guerra prolongada, no solo del militarismo que caracterizó sus diferentes variantes, sino también de la política de colaboración de clases que la sustentaba, y de sus consecuencias en los procesos revolucionarios concretos –como el chino o el indochino– desde
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el punto de vista de sus resultados inmediatos (respecto a la toma del poder) y mediatos (en cuanto al avance hacia el comunismo). El presente libro está dedicado a la estrategia obrera revolucionaria, de ahí que el abordaje que realizaremos de aquellas estrategias semiproletarias o campesinas –o de guerrilla urbanas– solo podrá ser parcial. No tenemos la pretensión de agotar el debate sobre este tipo de estrategias, para cuyo desarrollo en particular remitimos especialmente a los trabajos realizados por Ruth Werner y Facundo Aguirre1. Nos sentiremos satisfechos en el caso de lograr una primera aproximación para una interpretación global que rehúya de cualquier tipo de fragmentación entre estrategia militar, estrategia política y sus objetivos.
PARTE 1 MAO TSE-TUNG Y LA GUERRA POPULAR PROLONGADA Para abordar el pensamiento estratégico de Mao Tse-Tung es necesario tener en cuenta tres influencias determinantes: el pensamiento militar clásico oriental (Sun Tzu) y occidental (Clausewitz), las particularidades de China, que fue el terreno en el que desarrolló su actividad militar, y la política de la Internacional Comunista stalinizada de la segunda mitad de la década de 1920 en la que se formó como dirigente. En cuanto al primer aspecto, se ha discurrido bastante sobre la influencia relativa de Sun Tzu y de Clausewitz en el pensamiento estratégico de Mao. Desde luego, el límite para hacer una evaluación tajante sobre este punto son los múltiples puntos de contacto que pueden encontrarse en ambos clásicos de la estrategia. En repetidas oportunidades Mao se refiere a la fórmula clausewitziana y, lo que es más significativo, muchos de sus desarrollos sobre estrategia y táctica, defensa y ataque, están emparentados con los que desarrolla el general prusiano2. También
1 Para un abordaje sobre la estrategia del Che en el contexto de las apropiaciones sobre la lucha armada en la década de 1970, ver: Werner, Ruth y Aguirre, Facundo, Insurgencia obrera en la Argentina 1969-1976. Clasismo, coordinadoras interfabriles y estrategias de la izquierda, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2009. Para un análisis específico de las estrategias militares en aquellos años en la Argentina y un debate con las tesis de Juan Carlos Marín (autor de Los hechos armados y Leyendo a Clausewitz), Werner y Aguirre se encuentran elaborando un trabajo específico de futura aparición. 2 Ver Marini, Alberto, De Clausewitz a Mao Tse-Tung. La guerra subversiva y revolucionaria, Buenos Aires, Círculo Militar, 1968. También: Aron, Raymond, Pensar la Guerra, Clausewitz, Tomo II La Era Planetaria, ob. cit.
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es cierto que en los varios aspectos que separan a Clausewitz de Sun Tzu, como la relación entre batalla y maniobra, la independencia del comandante militar en determinadas circunstancias excepcionales, entre otros3, Mao se acerca más al autor de El arte de la guerra. El segundo aspecto, sobre las particularidades del teatro de operaciones chino, es fundamental para señalar que tanto el acento maniobrístico de Mao, como sus desarrollos particulares sobre la combinación entre ejército regular y guerrillas (con un peso mucho más determinante de estas últimas que, por ejemplo, en la guerra civil rusa), las consideraciones tácticas sobre las particularidades de la defensa y el ataque en la guerra de guerrillas, y las conclusiones sobre la relación líneas interioreslíneas exteriores, están determinadas en gran medida por las condiciones geográficas, económicas y políticas de China. Al igual que en Rusia, es significativo el peso de la extensión territorial, así como el atraso de la sociedad. A su vez, se agrega el carácter fragmentario de la soberanía china y la inexistencia de facto de un Estado que tuviese una presencia coherente a escala nacional. El tercer aspecto, referido a la política de la Internacional Comunista stalinizada, es determinante para entender la estrategia de Mao durante las décadas que van desde la segunda Revolución china (1925-1927) hasta la toma del poder en 1949 y especialmente a partir de mediados de la década de 1930 cuando se transforma en el principal dirigente del PCCh: la necesidad de constituir un “bloque de las cuatro clases” entre los campesinos, la clase obrera, sectores de la burguesía china, y la pequeñoburguesía urbana, como clave de su estrategia política para enfrentar al imperialismo. A su vez, Mao incluía en aquella alianza a un sector de los terratenientes (los llamados por él “terratenientes sensatos”4). También la teoría de la revolución por etapas, según la cual China no debía proponerse una revolución socialista sino un régimen intermedio que Mao llamó “la nueva democracia”, donde la revolución “solo procura derrocar la dominación de los imperialistas, los colaboracionistas y los reaccionarios en China, pero no elimina a ningún sector del capitalismo”5.
3 Ver Handel, Michael, Sun Tzu y Clausewtiz: El Arte de la Guerra y De la Guerra comparados, Buenos Aires, Instituto de Publicaciones Navales, 1997. 4 Sobre los terratenientes dice Mao: “Un buen número de shenshi sensatos pertenecientes a la capa de los terratenientes medios y pequeños, es decir, aquellos terratenientes con tinte capitalista, manifiestan cierto entusiasmo por la Resistencia, y con ellos debemos unirnos en la lucha común contra el invasor japonés” (Mao, Tse-Tung, “La Revolución china y el Partido Comunista de China”, Obras escogidas, Tomo 2, Pekín, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1972, p. 155). 5 Mao, Tse-Tung, ob. cit., p. 159.
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Una tendencia amplia respecto al análisis del pensamiento estratégico de Mao es tomar más o menos aisladamente alguno de los tres aspectos que señalábamos, en particular sus desarrollos sobre estrategia militar. Es el caso, por ejemplo, de trabajos amplios como el de Michael Handel6 e incluso del abordaje de Raymond Aron, quien participa de esta tendencia7 (a pesar de que en su obra siempre resalta el papel orientador del “fin político” respecto a los objetivos estratégicos y tácticos). Sin embargo, es en la interacción entre aquellos tres aspectos donde puede verse la verdadera significación de la estrategia de Mao y especialmente de su elaboración estratégica más comprensiva, la “guerra popular prolongada”. Defensa estratégica en profundidad
Raymond Aron sostiene: La teoría maoísta de la guerra prolongada y la defensa estratégica se infiere tanto del libro VI del Tratado [De la guerra] como de la “imposibilidad de derrota” de la defensa […] toda esta dialéctica clausewitziana no es reconocida en Mao Tse-Tung solo por quien no leyó al teórico alemán8.
Previamente a esta afirmación, Aron aclara al lector que a pesar de que muchos términos clausewitzianos aparecen en Mao, ignora si este había leído y/o estudiado a Clausewitz realmente. Para verificarlo recomendaba a futuros investigadores comparar los caracteres chinos utilizados por Mao y aquellos contenidos en las traducciones chinas de De la guerra. Zhang Yuan Lin, a finales del siglo pasado, se tomó ese trabajo en Mao Zedong und Carl von Clausewitz: Theorien des Krieges9. Como era previsible, la conclusión fue afirmativa. Mao habría leído Vom Kriege –una traducción hecha a partir de una edición japonesa– durante la primera parte de 193810. La fecha también es bastante oportuna; por esos meses elaboraba su Sobre la guerra prolongada, donde efectivamente el lector podrá
6 Handel, Michael, Masters of War. Classical Strategic Thought, Londres, Frank Cass, 2005. 7 Ver Aron, Raymond, Pensar la Guerra, Clausewitz, Tomo II La Era Planetaria, ob. cit. 8 Ibídem, p. 86. 9 Zhang, Yuan Lin, Mao Zedong und Carl von Clausewitz: Theorien des Krieges. Beziehung, Darstellung und Vergleich (Disertación inaugural para la obtención del grado de Doctor en Filosofía de la Universidad de Mannheim), Mannheim, 1995. Ver en Handel, Michael, Masters of War. Classical Strategic Thought, ob. cit., p. 281. 10 Con seguridad el primer libro y presumiblemente más. Incluso, Zhang trata de rastrear referencias previas de la lectura de Clausewitz por parte de Mao en 1936, pero en este caso a partir de conjeturas.
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encontrar, como señala Aron, muchos elementos que parecen tomados del libro VI (La defensa) de De la guerra. En aquel libro, Clausewitz analiza las diferentes maneras en que un ejército puede proponerse defender un teatro de operaciones. Tres de ellas consisten en detener al ejército enemigo “sobre la frontera”: atacándolo cuando penetra el teatro de operaciones, o cuando aparece en la frontera con intención de atacar, o esperando a que nos ataque realmente. En estos casos, “la no decisión es en sí misma un éxito para la defensa”11. Ahora bien, hay un cuarto caso, que es justamente el que Mao parece apropiarse en Sobre la guerra prolongada. A saber: cuando se transfiere la resistencia al interior del país. “El objetivo de esta retirada es causar o esperar un debilitamiento del enemigo”12. Si el atacante puede ser abatido o por la “espada del defensor” o “por sus propios esfuerzos”, en el caso que estamos analizando este último género adquiere mayor relevancia, aunque no por ello dejan de combinarse ambos. Así concibe efectivamente Mao la guerra contra la invasión japonesa a China iniciada en julio de 1937. Para empezar, podemos afirmar –dice Mao– que la Guerra de Resistencia contra el Japón es a la vez guerra de desgaste y de aniquilamiento. ¿Por qué? Porque la fortaleza del enemigo sigue operando, y subsisten su superioridad e iniciativa estratégicas […] Nosotros seguimos siendo débiles y todavía no hemos salido de la inferioridad y pasividad estratégicas; por eso, sin campañas y combates de aniquilamiento no podremos ganar tiempo para mejorar nuestras condiciones internas e internacionales y modificar nuestra posición desfavorable. Así, las campañas de aniquilamiento son el medio para lograr el objetivo de desgaste estratégico. […] Para poder sostener una guerra prolongada el método principal que emplea China es desgastar al enemigo aniquilando sus fuerzas13.
Incluso Mao, al igual que Clausewitz, va a tomar como ejemplo de resistencia al interior del país (que combina “decisión por las armas” y “desgaste del enemigo” con preeminencia de este último) la retirada rusa frente a Napoleón en 1812. En esta célebre campaña –dice Clausewitz–, hubo sangrientos encuentros que podrían citarse como los más perfectos ejemplos de una decisión por
11 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo III, ob. cit., p. 66. 12 Ibídem, p. 62. 13 Mao, Tse-Tung, “Sobre la guerra prolongada”, Obras escogidas Tomo 2, ob. cit., p. 84.
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las armas; sin embargo, en ningún otro ejemplo puede mostrarse tan claramente cómo el atacante puede ser conducido a la destrucción por sus propios esfuerzos14.
Mao señala al respecto que: “La historia nos enseña cómo Rusia efectuó una valiente retirada para evitar una batalla decisiva, y luego derrotó a Napoleón, el terror de su época. Ahora China debe hacer lo mismo”15. Desde un punto de vista, tenía fundadas razones para establecer aquella comparación con Rusia para fundamentar una estrategia de repliegue defensivo. “China es un país muy grande –señala Mao–: vasto territorio, abundantes recursos, inmensa población y gran número de soldados; por consiguiente, es capaz de sostener una guerra prolongada”16. Sin embargo, el método de resistencia en el interior del país no es gratuito, tiene altos costos para el defensor. Como explica Clausewitz: ¿Esas ventajas de la fuerza creciente de la defensiva pueden ser obtenidas sin la menor contrapartida? Absolutamente no. Los sacrificios que las hacen posibles aumentan en la misma proporción. […] El defensor busca, pues, fortalecerse, en el momento presente a expensas del porvenir; pide prestado, como lo hacen en ciertas ocasiones todos aquellos que son demasiado pobres17.
Esto último es así porque a diferencia de los métodos de defensa “sobre las fronteras”, donde “la no decisión es en sí misma un éxito para la defensa”18, en el caso del repliegue hacia el interior, cuando el enemigo asedia nuestras fortalezas, dependerá de nosotros buscar la decisión para derrotarlo. En este sentido es que el defensor “pide prestado”. Cambia espacio por tiempo, desgasta al atacante y aumenta la propia fuerza en términos relativos, pero en algún momento tendrá que utilizar la relación de fuerzas modificada para el contraataque estratégico que permita recuperar lo perdido. De hecho, en el caso de la guerra sino-japonesa, para mayo de 1938, momento en que Mao publica el texto citado, el ejército japonés ya se había apoderado de Pekín, Shangai, Cantón, de la hasta entonces capital Nankín, así como de gran parte del norte del país. A su vez, había comenzado su avance hacia Wuhan (la nueva capital), que algún tiempo 14 Clausewitz, Carl von, De la Guerra, Tomo III, ob. cit., p. 69. 15 Mao, Tse-Tung, “Sobre la guerra prolongada”, ob. cit., p. 87. 16 Ibídem, p. 58. 17 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo III, ob. cit., pp. 64-65. 18 Ibídem, p. 66.
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después –y luego de enormes combates– caería también en manos japonesas. Meses más tarde, para finales de 1938, las principales ciudades, centros industriales y puertos chinos estaban bajo ocupación imperial. El gobierno del Kuomintang se había trasladado a Chongqing en el interior del país. Desde luego, el problema estratégico no consistía solo en el definir el método de defensa militar –la retirada al interior del país fue impuesta de antemano– sino en cómo lograr la victoria. Es aquí, justamente, donde entra en primer plano la relación entre la estrategia militar y la estrategia política al interior de la guerra de liberación nacional contra Japón; y con ella, la segunda acepción de la “guerra prolongada”, no en términos militares sino políticos. El contenido político del “prolongadismo”
La disparidad amplia de fuerzas militares entre China y Japón, a favor de este último, era un hecho evidente. Sin embargo, la lucha por la liberación del pueblo chino no era simplemente una cuestión militar sino una de las grandes tareas de la revolución. De aquí que el desarrollo de las fuerzas motrices revolucionarias fuera un elemento de primer orden para evaluar las posibilidades de triunfo en la guerra. Para Mao, la revolución planteada en China estaba “dirigida contra el imperialismo y el feudalismo, y no contra el capitalismo”19. A lo que agregaba: “Nuestra revolución mantendrá este carácter por un tiempo bastante largo”20. De ahí que sus fuerzas motrices no solo incluyesen a la clase obrera y los campesinos sino también a los sectores burgueses “nacionales” e incluso a los terratenientes que “sensatamente” se oponían a los japoneses. Es decir, se trataba de una estrategia de colaboración de clases con la burguesía nativa (“bloque de las cuatro clases”) bajo la idea de que esta cumpliría un papel revolucionario. Esta estrategia se plasmaba en los hechos en la búsqueda constante de una alianza con el Kuomintang21, el partido burgués nacionalista chino dirigido por Chiang Kai-shek. El carácter “prolongado” de la guerra popular que preconizaba Mao era indisociable de este frente político estratégico. Así, cualquier planteo que superase los marcos programáticos aceptables por la burguesía era para Mao un ataque criminal 19 Mao, Tse-Tung, “Sobre la táctica de la lucha contra el imperialismo japonés”, Obras escogidas, Tomo 1, Pekín, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1972, p. 84. 20 Ídem. 21 El Kuomintang era el partido burgués nacionalista que había surgido de la revolución de 1911 con la instauración de la república. Originamente dirigido por Sun Yat-sen, a la muerte de este (marzo de 1925) toma su conducción Chiang Kai-shek.
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“oportunista de izquierda”, un planteo “trotskista”. Esta negativa se aplicaba no solo al programa anticapitalista, sino también a la revolución agraria que implicaba expropiar a los terratenientes, apoyo fundamental de Chiang Kai-shek. En todo nuestro trabajo –dice Mao en 1938–, debemos perseverar en la política general de frente único nacional antijaponés. Porque solo con esta política podemos persistir en la Resistencia y en la guerra prolongada; lograr un mejoramiento general y profundo de las relaciones entre oficiales y soldados, y entre ejército y pueblo; despertar al máximo el entusiasmo del ejército y el pueblo enteros en la lucha por la defensa de todo el territorio que se mantiene aún en nuestro poder y por la recuperación del ya perdido, y lograr así la victoria final22.
Es decir, para Mao, el frente con el Kuomintang es la pieza político-estratégica para el triunfo de la estrategia militar de resistencia en profundidad frente al imperialismo japonés. De esta forma Mao defendía en gran medida la política que había llevado al fracaso de la revolución en 1925-1927, con la diferencia de que él nunca aceptó disolver al Partido Comunista en el Kuomintang (un requisito mínimo para lograr la supervivencia física del PCCh frente a una realidad donde los principales esfuerzos de Chiang Kai-shek estuvieron puestos históricamente en liquidar a los comunistas). En 1926, la Internacional Comunista, ya bajo las órdenes de Stalin, había ordenado la subordinación del PCCh a la dirección política del Kuomintang23. En marzo de 1927, los obreros y los comunistas de Shangai (el PC contaba en aquella ciudad con seiscientos mil miembros), que habían protagonizado una huelga general insurreccional exitosa, son obligados por orden de Moscú a entregar las armas a las tropas de Chiang Kai-shek, que acto seguido desata una masacre contra ellos. No conforme con las consecuencias catastróficas de esta política, Stalin ordena al PCCh subordinarse entonces al “ala izquierda” del Kuomintang establecida en Wuhan, enfrentada a Chang. El resultado es nuevamente la represión sobre el PCCh24. 22 Mao, Tse-Tung, “Sobre la guerra prolongada”, ob. cit., p. 90. 23 Siguiendo la línea de su V Congreso de 1924, la Internacional Comunista dictará que el PCCh debía incorporarse al Kuomintang. Trotsky se había opuesto a esto desde 1923. Ver capítulo 7 del presente libro. 24 En este marco, Chen Duxiu, principal dirigente del PCCh, será desplazado de la dirección del partido como “chivo expiatorio”, y Stalin impondrá directamente una dirección propia. Chen extraerá conclusiones similares a las de Trotsky sobre el balance de la Revolución china, que sellarán su confluencia con la Oposición de izquierda.
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Luego vendrá el viraje de 180 grados del oportunismo al aventurerismo, que terminará de sellar la derrota de la segunda Revolución china25. Primero con la insurrección en Cantón, cuando el proletariado de aquella ciudad se encontraba aislado producto de las derrotas previas, y durante los años posteriores, profundizando una orientación aventurera y “putschista”26 bajo la dirección de Li Lisan, impulsando una serie de levantamientos urbanos y luego ofensivas militares con los cuerpos del Ejército Rojo desde el campo sobre las ciudades, con consecuencias políticas catastróficas. Esta serie de derrotas creará las condiciones para la virtual desaparición del PC de las principales ciudades (en las que había tenido un peso determinante) y la salida de escena del movimiento obrero que había protagonizado la revolución entre 1925 y 1927. Paralelamente, el PCCh trasladará su “centro de gravedad” al campo en forma permanente, cuestión que será presentada como una virtud27 (producto de “condiciones objetivas”) por la estrategia de “guerra prolongada”, pero que era el resultado práctico de la política catastrófica de la dirección stalinista en todo el período. Durante aquel tiempo, Mao Tse-Tung no tuvo una política independiente de la dictada por Stalin desde Moscú. Aunque opuesto a la orientación ultraizquierdista de Li Lisan, una de las pocas acciones claramente independientes de Mao tendrá lugar en 1931 cuando se retira del sitio de Changshá (luego de esta acción crea en diciembre de ese mismo año la República Soviética de Jiangxi). Será recién en 1935 cuando Mao conquiste la dirección del PC, y lo hará en base a una gran confluencia con Stalin y la nueva política oficial de la Internacional Comunista de Frente Popular. Este giro, en China, significará un nuevo impulso para la política de búsqueda de una alianza política con el Kuomintang (“frente único antijaponés”). De la segunda Revolución china, Mao extraerá conclusiones inversas a las de Trotsky. Este último, como veremos en el próximo capítulo, generalizará la teoría de la revolución permanente a partir de resaltar el papel dirigente que había cumplido el proletariado chino y el rol contrarrevolucionario del Kuomintang. En el sentido opuesto, Mao sacará la conclusión de que el peligro es no ver en la burguesía nacional un aliado estratégico. Para garantizar esta alianza, el Partido Comunista 25 Ver capítulo 7 del presente libro. 26 Parte del giro internacional ultraizquierdista conocido como “tercer período”. Ver capítulo 3 del presente libro. 27 Luego de la derrota de la revolución en las ciudades, en 1928 el movimiento revolucionario continúa en el campo. Esto le permitirá sobrevivir al PCCh empalmando con un movimiento guerrillero rural de dimensiones superiores al ruso posterior a 1905.
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debe poner límites al movimiento de masas28, que en 1927 había mostrado efectivamente que era capaz de ir mucho más allá de los límites de la propiedad privada capitalista29. En el período de la revolución democrático-burguesa –dice Mao en 1935–, la república popular no abolirá la propiedad privada que no sea imperialista o feudal y, en lugar de confiscar las empresas industriales y comerciales de la burguesía nacional, estimulará su desarrollo. Protegeremos a todo capitalista nacional que no respalde a los imperialistas ni a los vendepatrias chinos. En la etapa de la revolución democrática, la lucha entre trabajadores y capitalistas debe tener sus límites30.
De esta forma, el papel del partido en proteger a los capitalistas nacionales de las masas y así establecer límites a la lucha entre trabajadores y capitalistas era condición estratégica para el frente único antijaponés. Y este último estaba para Mao indisolublemente ligado a la posibilidad de desarrollar una estrategia militar de “guerra prolongada”. Así lo militar y lo político quedaban fundidos en un mismo “prolongadismo” a partir del cual se identificaba cualquier planteo de delimitación y el combate político al Kuomintang con una “teoría de la victoria rápida” en lo militar de la cual, según el discurso de Mao, eran expresión “los trotskistas”. Sin embargo, el trotskismo chino, en ese entonces, sostenía una posición alejada de la vulgarización que presentaba Mao. Li Fu Jen31 señala: 28 Así lo defenderá en 1935 en su alegato frente al Buró Político del Comité Central del PC chino que se conoce como “Sobre la táctica de la lucha contra el imperialismo japonés”, donde de hecho quedarán plasmadas las líneas directrices de su orientación como líder del partido. 29 A pesar del aventurerismo de su dirección, los obreros de Cantón, que en 1927 tomaron el control de la ciudad, dejaron importantes lecciones. Analizando esta experiencia Trotsky no se quedará solo en una mera condena del “putschismo”. Contra aquellos que aún después del alzamiento de Cantón sostenían la imposibilidad de la dictadura del proletariado en China, Trotsky señala: “El programa incluía no solo la confiscación de cualquier propiedad feudal que aún existiera en China; no solo el control obrero de la producción, sino también la nacionalización de la gran industria, la banca y el transporte, así como la confiscación de las viviendas burguesas y todas sus propiedades para uso de los trabajadores”. Y concluía irónicamente: “Surge la duda. Si tales son los métodos de una revolución burguesa, ¿qué aspecto tendría la revolución socialista en China?” (“Primera carta de Trotsky a Preobrazhensky” (19 de abril de 1928), en La teoría de la revolución permanente, ob. cit., p. 379). 30 Mao, Tse-Tung, “Sobre la táctica de la lucha contra el imperialismo japonés”, ob. cit., p. 84. 31 Li Fu Jen era el seudónimo de Frank Glass: Militante de origen británico que residió en China siendo un miembro activo de la Oposición de Izquierda. Luego vivió en EE. UU. donde fue dirigente del SWP.
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… un país atrasado, semicolonial, dotado de una débil industria, y pobre en armamento pesado, no puede prevalecer durante mucho tiempo sobre un adversario mucho más poderoso en una guerra de defensa militar. Las deficiencias técnicas de la defensa de China solo pueden compensarse con el desencadenamiento de una campaña política de envergadura que, combinada con las operaciones militares, arrastre a la lucha a las masas de millones de seres, quebrando la fuerza de los invasores, reavive la revolución en el país enemigo e incite a la clase obrera internacional a realizar actos de solidaridad internacional32.
Efectivamente, se trata de una perspectiva opuesta a la de Mao, que establece una relación diferente entre lo militar y lo político. Ambos parten de la debilidad militar de China frente a Japón, pero luego hay dos respuestas muy diferentes a este problema. En Mao, para ganar la guerra de liberación nacional contra Japón hay que poner límites a la revolución. En el planteo de Li Fu Jen, solo desatando la fuerza revolucionaria de las masas es posible ganar la guerra y liberar a China. Este es el punto central para una evaluación comprensiva de la estrategia de guerra prolongada y de Mao como estratega a partir del desarrollo mismo de la Revolución china de 1949. Guerra y política
Según la opinión de Raymond Aron, “de los dos temas clausewitzianos que había conservado Lenin, guerra y política, defensa y ataque, Mao enriquece el segundo más que el primero”33. Efectivamente Mao retoma varios temas de los análisis de Clausewitz, y especialmente la defensa en profundidad al interior del país. Respecto a la relación entre guerra y política, en el caso de Lenin –como ya hemos visto– no es un aspecto más sino el punto de partida de toda su apropiación de Clausewitz. Esto es lógico si tenemos en cuenta que no se consideraba a sí mismo un general en el sentido convencional del término, sino antes que nada era un dirigente revolucionario. Ahora bien, ¿qué relación establece Mao entre guerra y política? Para el dirigente del PCCh también aquella relación era central en su apropiación de Clausewitz. De hecho, mucho antes de sus estudios sobre el general prusiano ya se hacía eco de “la fórmula”, siguiendo lo que para
32 Li Fu Jen, “Resolución sobre la lucha de clases y la guerra en Extremo Oriente”, en Trotsky, León, El programa de Transición y la fundación de la IV Internacional (compilación), ob. cit., p. 242. 33 Aron, Raymond, Pensar la Guerra, Clausewitz, Tomo II La Era Planetaria, ob. cit., p. 86.
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ese entonces ya era un lugar común en el marxismo. Sin embargo, ¿cuál era el significado que daba Mao a “la fórmula”? ¿Puede igualarse al que le daba Lenin? Como hemos analizado antes, Lenin no se apropia de la fórmula literalmente. Mientras que en Clausewitz la política que se continúa en la guerra es concebida como “la inteligencia personificada del Estado”, es decir, que presupone la “unidad nacional” y la “paz civil”, en Lenin la política es concebida en términos de lucha de clases, de ahí que la continuidad de la lucha de clases “por otros medios” se de en términos de guerra civil. Mao, parafraseando a Clausewitz para la situación china34, señala: “La guerra es la continuación de la política”. En este sentido la guerra es política, y es en sí misma una acción política […] La Guerra de Resistencia contra el Japón es una guerra revolucionaria de toda la nación, y la victoria es inseparable del objetivo político de esta Guerra –expulsar al imperialismo japonés y crear una nueva China libre e igual en derechos–35.
En su abordaje se trata de una guerra revolucionaria de “toda la nación” contra el imperialismo japonés. Una definición que va más allá de las particularidades propias de China como semicolonia36 que está librando una “guerra justa”, y que acerca a Mao mucho más a la formulación original de Clausewitz, donde la política es concebida como “política nacional”, que a la de Lenin, quien partía de la lucha de clases. Para Mao, para derrotar al imperialismo japonés, “el punto central del problema es la unidad de todo el pueblo chino y la formación de un frente antijaponés en que se una toda la nación”37. Y por eso salía al cruce
34 En el caso de Mao, a diferencia de Lenin o de Trotsky, el desarrollo de su pensamiento estratégico está en gran medida circunscripto a sus elaboraciones sobre o a partir de China. 35 Mao, Tse-Tung, “Sobre la guerra prolongada”, ob. cit., p. 73. 36 En relación a este punto, la III Internacional en su IV Congreso (1922) había elaborado las “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente”. Este punto lo abordaremos específicamente en el próximo capítulo. Como veremos, la derrota de la Revolución china de 1925-1927 había demostrado, a un alto costo, el carácter dirigente del proletariado y el contrarrevolucionario de la burguesía en la revolución, incluso en las colonias y semicolonias, y con él, la necesidad de superar las propias Tesis de 1922. Esta fue la conclusión que sacó Trotsky, por la cual generalizó su teoría de la revolución permanente, desarrollada originalmente en torno a la Revolución rusa. Para un análisis sobre las “Tesis de Oriente” ver también Dal Maso, Juan, “La ilusión gradualista. A propósito del nacionalismo, la retórica ‘socialista’ y el marxismo en América Latina”, Lucha de Clases N.° 7, junio 2007. 37 Mao, Tse-Tung, “Sobre la guerra prolongada”, ob. cit., p. 55.
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contra quienes dudaban de reprimir a los trotskistas38, al mismo tiempo que alertaba contra quienes “se preparan para intensificar los ‘roces’ entre el Kuomintang y el Partido Comunista, desviando la atención de los asuntos exteriores a los interiores”39. Ahora bien, el problema de la estrategia de guerra prolongada, entendida tanto en su componente político como militar, no es la colaboración, lícita en el terreno militar, con el Kuomintang contra el imperialismo japonés, sino la subordinación política al mismo, con la cual traslada la lucha de clases a un segundo plano. Como plantea el oposicionista Li Fu Jen: El crimen de los stalinistas consiste, no en ayudar y participar en la lucha de China (incluso mientras permanezca bajo la dirección del Kuomintang), sino en abandonar la lucha de clases, abandonar los intereses de las masas explotadas, capitular políticamente frente al Kuomintang, renunciar al derecho de movilización independiente de las masas contra el invasor japonés, renunciar a la crítica revolucionaria de la dirección de la guerra por el Kuomintang, fortalecer la dictadura de Chiang Kai-shek y en apoyar y difundir la ilusión de que el Kuomintang y la burguesía nacional pueden dirigir la guerra de una manera eficaz y hacia un final victorioso40.
De esta forma es que Mao termina de dejar de lado la apropiación hecha por Lenin de la fórmula de Clausewitz, para volver a una versión más parecida a la original. La relación entre política y guerra pierde la complejidad que tuvo en Lenin o en Trotsky. Como veíamos en capítulos anteriores, Trotsky señala que el resultado de una guerra civil depende en su mayor parte de la preparación política, que consiste en la “liberación de las esperanzas serviles” en los “esclavistas democráticos” de la burguesía, y la formación de cuadros revolucionarios capaces de mostrar “aunque más no sea una décima parte de la implacabilidad que la burguesía muestra con los trabajadores”41. 38 En sus discursos de 1938 sobre la guerra popular prolongada, Mao se preguntaba retóricamente “¿es necesario proceder concienzudamente a reformar el sistema que rige en el ejército y el sistema político, desarrollar el movimiento de masas, poner en vigor la educación para la defensa nacional, reprimir a los colaboracionistas y a los trotskistas, desarrollar la industria de guerra y mejorar las condiciones de vida del pueblo?” (ibídem, p. 54). 39 Ídem. 40 Li Fu Jen, “Resolución sobre la lucha de clases y la guerra en Extremo Oriente”, ob. cit., p. 126. 41 Trotsky, León, ¿A dónde va Francia? / Diario del exilio, ob. cit., p. 68.
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En la estrategia de guerra popular prolongada de Mao, al contrario, este tipo de preparación política queda descartada en pos de la constitución del “frente único antijaponés” con la burguesía y un sector de terratenientes. Sin embargo, la “implacabilidad” de la que habla Trotsky, así como el carácter contrarrevolucionario del Kuomintang serán una constante durante las más de dos décadas que separan la segunda de la tercera Revolución china, entrando en contradicción permanente con los postulados del frente único antijaponés de la guerra prolongada. Plan de guerra “en el papel” y en la realidad
En su estudio comparativo entre Clausewitz, Sun Tzu y Mao, Michael Handel señala como una de las importantes virtudes de este último, en el plano estratégico, el enfocarse en un solo enemigo. Mao subraya la importancia militar –dice Handel– así como psicológica de centrarse en un enemigo a la vez. Es imperativo evitar “golpear con los dos puños y dividir la fuerza principal del Ejército Rojo en dos, para buscar simultáneamente victorias en dos direcciones estratégicas”. Evitar las guerras en más de un frente y mantener así la concentración estratégica es una valiosa lección que Napoleón, los alemanes en la I Guerra Mundial, Hitler en la II Guerra Mundial o los atenienses abriendo un nuevo frente en Sicilia, bien podrían haber aprovechado42.
Si bien esta aproximación puede ser pertinente desde el punto de vista militar, nuevamente cuando integramos lo político y lo militar desde el punto de vista de la revolución, esta relación se hace mucho más compleja. Principalmente porque el enfrentamiento al imperialismo y a la burguesía, si bien no son luchas idénticas, tampoco pueden ser igualadas a la lucha en “dos frentes” de los ejemplos que menciona Handel. No se trata de una lucha en diferentes frentes desde el punto de vista de la estrategia, aunque pueda serlo tácticamente en el terreno militar. Esto puede observarse en la propia evolución de la situación china que estamos analizando. Al momento en que Mao Tse-Tung toma finalmente la dirección del PC, el Ejército Rojo se encontraba huyendo de la persecución militar del Kuomintang en lo que se conoció como “la larga marcha” o “la gran marcha” (1934-1935). Producto de las sucesivas derrotas desde 1927 en adelante, la debilidad en la que había quedado el comunismo chino –expulsado de las ciudades y perseguido en el campo– había motivado a Chiang Kai-shek a encarar una serie de “campañas de
42 Handel, Michael, Masters of War. Classical Strategic Thought, ob. cit., p. 277.
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cerco y aniquilamiento” para “exterminar” a los comunistas. Para 1936, las fuerzas de Mao se encontraban al borde del colapso43. Claramente la intención de Mao de establecer una alianza contra los japoneses con el Kuomintang iba en contra de las intenciones de este último y de la realidad de la guerra civil. Será recién a partir del redoblado avance de las fuerzas japonesas en 1936 sobre Mongolia Interior (norte de China) a partir de Manchuria, que volverá a cambiar el clima político haciéndolo más favorable a la resistencia. Sin embargo, para “convencer” a Chiang Kai-shek de abandonar la ofensiva sobre el Ejército Rojo y concentrar sus fuerzas contra el imperialismo japonés (con el que hasta ese entonces apostaba a negociar) hará falta aún que lo secuestren dos de sus generales44, y así obligarlo a un acuerdo con el PC. Ahora bien, esta alianza no era concebida por Mao en términos militares –no luchar “en dos frentes”– ni siquiera como una tregua en el terreno político impuesta por las circunstancias, sino como una alianza estratégica tanto militar como política, que condicionaba los objetivos del Partido Comunista. Mao desarrollará teóricamente esta perspectiva en su trabajo de 1937, Sobre la contradicción. “Cuando el imperialismo desata una guerra de agresión contra un país [semicolonial]”, plantea Mao, … la contradicción entre el imperialismo y el país en cuestión pasa a ser la contradicción principal, mientras todas las contradicciones entre las diferentes clases dentro del país (incluida la contradicción, que era la principal, entre el sistema feudal y las grandes masas populares) quedan relegadas temporalmente a una posición secundaria y subordinada45.
Bajo esta óptica, la alianza con el Kuomintang implicará para el PCCh no solo el abandono de la lucha por la revolución socialista –la cual como vimos, para Mao, no era un objetivo político pertinente para China– sino incluso de la lucha contra los terratenientes (siempre y cuando no apoyen la invasión japonesa). Así quedan establecidos aquellos “límites” que Mao señalaba para la revolución –más estrechos aún– en pos del “frente único antijaponés”. A diferencia de lo que sostiene Handel, Mao 43 El cuerpo principal del ejército del PC, el Primer Ejército Rojo, inició su marcha desde Jiangxi con cerca de 90 000 miembros, y luego de recorrer alrededor de 12 000 kilómetros en un año, arribó a Shanxi, con solo 30 000 a finales de 1935. 44 Este hecho será conocido como el incidente de Sian. Zhang Xueliang (comandante del Ejército del Noreste y Yang Hucheng (comandante del Ejército del Noreste) secuestrarán entre el 12 y el 25 diciembre de 1936 a Chiang Kai-shek para obligarlo a negociar una alianza contra el imperialismo japonés con el PCCh y la URSS. Se trata de un giro importante en la situación de la guerra civil china. 45 Mao, Tse-Tung, “Sobre la contradicción”, Obras escogidas, Tomo 1, ob. cit., p. 169.
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no se plantea meramente evitar la apertura de dos frentes simultáneos, sino que contrapone los objetivos militares a la preparación político-estratégica, incluso en términos de la conquista de “la nueva democracia” que postulaba originalmente46. Desde el punto de vista militar, el combate en dos frentes simultáneos será una realidad más allá de los deseos de Mao. La precaria alianza militar con el Kuomintang se sostiene solo durante los años 1937 y 1938 (más precisamente hasta la caída de la ciudad de Wuhan en octubre de 1938). Luego las tropas de Chiang Kai-shek dejan prácticamente de combatir contra los japoneses. El Ejército Rojo cargará con la lucha contra las fuerzas de ocupación que, luego de la batalla de “los cien regimientos” (agosto de 1940), desplegarán la ofensiva en gran escala contra las fuerzas comunistas47. También sufrirá sucesivos ataques del Kuomintang entre mediados de 1941 y mediados de 194348. Si la concepción de Mao del frente único antijaponés no había tenido los efectos deseados desde el punto de vista militar, será en el terreno político donde adquirirá sus mayores implicancias estratégicas. La principal consecuencia será el virtual “congelamiento” de la revolución, marcado por la negativa de Mao y el PCCh a apelar a través de un programa revolucionario a las masas de obreros y campesinos que estaban bajo la ocupación japonesa, así como a las que sufrían el régimen del Kuomintang en las zonas no ocupadas49. Finalmente la guerra contra la ocupación japonesa terminó en 1945 producto de la derrota global de Japón en la II Guerra Mundial50. Sin 46 Mao señala varios tipos de contradicciones, a las que les corresponden objetivos y estrategias políticas diferenciados. Entre ellas, a saber: “Contradicciones cualitativamente diferentes solo pueden resolverse por métodos cualitativamente diferentes. Por ejemplo: la contradicción entre el proletariado y la burguesía se resuelve por el método de la revolución socialista; la contradicción entre las grandes masas populares y el sistema feudal, por el método de la revolución democrática; la contradicción entre las colonias y el imperialismo, por el método de la guerra revolucionaria nacional” (ibídem, p. 165). Si por un lado, la revolución socialista no está planteada –excepto, según Mao, para los “contrarrevolucionarios trotskistas”–, por otro lado, en momentos de invasión, tampoco está planteada la lucha por lo que llamó “la nueva democracia”, sino solamente la “guerra nacional revolucionaria”. 47 La llamada campaña “de los tres todos”: “matar todo, saquear todo, quemar todo”. 48 Ver Gordon, David, “The China-Japan War, 1931-1945”, The Journal of Military History, Vol. 70, N.° 1, enero 2006. 49 La situación en las zonas no ocupadas, controladas por el Kuomintang, era crítica para las masas, con mayores impuestos para los campesinos, peores condiciones de explotación para los trabajadores e hiperinflación. 50 Con la derrota en el Norte en manos del Ejército Rojo ruso (Operación Tormenta de Agosto) sobre Manchukuo, y sobre todo con los crímenes de guerra del imperialismo
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embargo, Mao continuó sosteniendo los “límites” a la revolución que en su momento había asociado al frente único antijaponés. Ahora estarían ligados a la conformación de un gobierno de unidad nacional con el Kuomintang, bajo los auspicios de Stalin y Eisenhower. Sin embargo, este intento tutelado por el imperialismo fracasó en el 1946 a instancias del propio Chiang Kai-shek, que nuevamente concentrará sus fuerzas en cumplir lo que desde hacía más de dos décadas había sido su objetivo principal: liquidar al Partido Comunista y evitar un movimiento revolucionario. De la guerra de desgaste a la revolución
Como veíamos antes, en la estrategia de “guerra popular prolongada”, la posibilidad de victoria contra el imperialismo japonés dependía de la consolidación de un frente único político-militar con las fuerzas de Chiang Kai-shek. Su condición era la subordinación de las demandas de las masas (incluida la lucha contra los terratenientes) a la “contradicción principal” con el imperialismo. Tal división, entre etapas sucesivas, no se verificó en lo militar. La lucha en “dos frentes” fue la regla durante la mayor parte de la guerra sino-japonesa. La guerra civil y la guerra de liberación nacional tuvieron un carácter simultáneo. Desde el punto de vista de las masas, la idea postulada por Mao de que la lucha de clases al interior de China “debe tener límites” también se mostró inaplicable a mediano plazo. Particularmente, a partir de 1946 fue haciéndose cada vez más imposible. Handel tiene razón cuando señala que Mao, a diferencia de Clausewitz, “adopta una postura algo más optimista sobre la posibilidad de hacer planes a largo plazo en un entorno incierto”51. Esto puede explicarse en parte –dice– por su participación en una prolongada y cuidadosamente planeada guerra de desgaste. […] Al igual que Sun Tzu, Mao cree en la posibilidad de emprender una guerra basada en cálculos racionales y planificación, que se supone que reducen la incertidumbre, el azar y la suerte a un nivel manejable. Por esta razón, Mao nunca enfatiza el papel de la suerte y el azar52.
norteamericano: los bombardeos atómicos en Hiroshima y Nagasaki de agosto de 1945 para garantizar su preeminencia en la región y, desde luego, también frente a la URSS. 51 Handel, Michael, Masters of War. Classical Strategic Thought, ob. cit., p. 188. 52 Ídem.
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Sin embargo, como reconoce el dirigente del PCCh Liu Shao-chi en relación a los planes originales de Mao: En el período comprendido entre julio de 1946 y octubre de 1947, en numerosas regiones de China del Shangtung y de la China del noroeste, las masas campesinas y nuestros militantes rurales no han podido, al hacer la reforma agraria, seguir las directivas publicadas el 4 de mayo de 1946 por el Comité Central del Partido Comunista chino, las cuales exigían considerar inviolable en lo esencial la tierra y los bienes de los campesinos ricos. Ellos llevaron a cabo sus ideas y han confiscado la tierra y los bienes tanto de los campesinos ricos como de los grandes propietarios terratenientes53.
Es que cuando en la guerra, producto de la revolución, entran a jugar las masas “con peso propio” –como dice Clausewitz–, todos los cálculos que no hayan tomado en consideración este factor se muestran incapaces de dar cuenta de los acontecimientos. Y así sucedió con la estrategia de una “cuidadosamente planeada guerra de desgaste” que propiciaba Mao Tse-Tung. Fue aquella irrupción de las masas en pos de sus propios intereses, tal como veíamos que señalaba Li Fu Jen, y no la “guerra prolongada”, lo que desató las fuerzas (materiales y morales) para la liberación de China del imperialismo (no solo japonés sino también norteamericano), que necesariamente tuvo que enfrentar a sus agentes locales (Kuomintang). De hecho, el punto de inflexión para el Partido Comunista se dio a finales de 1947, sobre la base del movimiento que describe Liu Shaochi y en respuesta a la nueva ofensiva de Chiang Kai-shek. El mismo significó el abandono en los hechos de la estrategia de la guerra popular prolongada. Este viraje quedará plasmado en el “Manifiesto del Ejército Popular de Liberación de China”, de octubre de 1947, donde Mao plantea el programa de “Abolir el sistema de explotación feudal y aplicar el sistema de la tierra para el que la trabaja”54. El fracaso de la estrategia de “guerra popular prolongada”, en lo que hace a su definición comprensiva de lo político y lo militar, puede extraerse de los propios considerandos de Mao para fundamentar el viraje de 1947.
53 Discurso de Liu Shao-chi del 14/6/1950 al C.N. del Consejo Consultivo Político sobre la ley de reforma agraria, citado en Moreno, Nahuel, “Las Revoluciones China e Indochina”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists. org/espanol/moreno/obras/06_nm.htm. 54 Mao, Tse-Tung, “Manifiesto del Ejército Popular de Liberación de China”, Obras escogidas, Tomo 4, Pekín, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1972, p. 76.
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“Después de la rendición del Japón –dice Mao– […] Chiang Kaishek hizo naufragar todos los esfuerzos del pueblo por la paz y le impuso el desastre de una guerra civil inaudita”. Y agrega: La actual política de guerra civil de Chiang Kai-shek no es algo casual […] Ya en 1927, Chiang Kai-shek, falto de toda gratitud, traicionó a la alianza revolucionaria entre el Kuomintang y el Partido Comunista […] En el Incidente de Sian de 1936, el Partido Comunista de China devolvió bien por mal y contribuyó a […] poner en libertad a Chiang Kai-shek con la esperanza de que se arrepintiera, se enmendara y entrara en la lucha común contra los agresores japoneses. Pero este volvió a dar pruebas de ingratitud […] El año antepasado (1945), cuando se rindió el Japón, el pueblo chino perdonó una vez más a Chiang Kai-shek […] Pero Chiang Kai-shek, pérfido por los cuatro costados, renegó totalmente de su palabra apenas se firmó el acuerdo de tregua […] En una palabra, la dominación de Chiang Kai-shek, que ha durado veinte años, no ha sido más que una dominación traidora, dictatorial y antipopular55.
Partiendo de esta historización que realiza Mao, es posible extraer algunas conclusiones fundamentales sobre el valor estratégico de la “guerra popular prolongada”. Si antes mencionábamos que militarmente aquella estrategia no evitó el combate en dos frentes, políticamente se mostró inviable. El planteo estratégico de frente único contra el imperialismo no solo no fue conducente para la liberación de China, sino que fue sembrando ilusiones en el movimiento de masas que sistemáticamente fueron refutadas por la realidad. Por otro lado, solo cuando comenzó a superarse la limitación del programa revolucionario se hizo posible la derrota definitiva del imperialismo, la cual vino de la mano de la derrota del Kuomintang. Es decir, la estrategia de un “frente nacional”, con subordinación del movimiento revolucionario a la alianza con el campesino rico, sectores de la burguesía y los terratenientes, no solo fue clave en la derrota de la segunda Revolución china sino que en la tercera fue necesario abandonarla para conquistar el objetivo político de la liberación de China del imperialismo. Lo que muestra la historia de la segunda y la tercera Revolución china es la gran “fuerza moral” de los trabajadores y campesinos en la lucha por su liberación, no así la productividad de generalizar la estrategia de la guerra popular prolongada. Sin embargo, esta fue la intención de muchos de los continuadores de Mao.
55 Ibídem, p. 75.
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PARTE 2 LA EXTENSIÓN DE LA GUERRA POPULAR PROLONGADA La estrategia de guerra popular prolongada, luego del triunfo de la revolución en 1949, cobrará un nuevo impulso, más allá de China, como alternativa a la estrategia obrera, soviética e insurreccional que había desarrollado la III Internacional hasta su degeneración en manos del stalinismo. Sin embargo, el papel cumplido por la estrategia de guerra prolongada en la Revolución china no fundamentaba su generalización, muy por el contrario, mostraba sus enormes limitaciones. En primer lugar, el curso de la revolución había sido contradictorio con las hipótesis centrales establecidas por la estrategia de la guerra popular prolongada. Al contrario de lo que sostenía Mao sobre que la revolución estaría “dirigida contra el imperialismo y el feudalismo, y no contra el capitalismo”56, lo que sucedió fue que las tareas de la revolución democrática se realizaron ligadas a tareas propias de la revolución socialista. Cuestión que Mao previamente consideraba un “disparate trotskista”57. El nuevo gobierno de la República Popular China legalizará de hecho la revolución agraria que los campesinos habían impuesto por la fuerza. Y luego de negarse a atacar la propiedad de la burguesía “nacional” (considerada parte del “bloque de las cuatro clases”), será a partir de la guerra de Corea, la intervención de EE. UU. y la acción decidida de la burguesía en el campo de la contrarrevolución que se desarrollará un amplio proceso de expropiaciones contra los capitalistas. En segundo lugar, no sería gracias al frente único antijaponés con el Kuomintang y a los “límites” que este imponía, según Mao a la revolución, que se logró derrotar al imperialismo. A la inversa, fue a partir de la superación de aquellos “límites” (del abandono impuesto por las masas de la “protección” a los “capitalistas nacionales”) que se logró el triunfo. El propio Mao debió dar cuenta del contraste entre el papel contrarrevolucionario que cumplió el Kuomintang dirigido por Chiang Kai-shek en cada oportunidad que se le presentó y la indulgencia con la que permanentemente fue tratado por el Partido Comunista chino. En tercer lugar, muchas de las características de la lucha en China durante las décadas de 1930 y 1940, que serán presentadas como “objetivas” en la estrategia de guerra popular prolongada, en realidad fueron impuestas por las condiciones de la derrota de la revolución de 19251927, producto de la política catastrófica del PCCh bajo las directivas de
56 Mao, Tse-Tung, “Sobre la táctica de la lucha contra el imperialismo japonés”, en ob. cit., p. 84. 57 Ídem.
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Stalin. Sus consecuencias, incluso, serán presentadas como punto de partida positivo de la nueva estrategia como, por ejemplo, el traslado del centro de gravedad del PC de la ciudad al campo que, en realidad, había sido producto directo de la derrota, política –e incluso física– del proletariado urbano. En cuarto lugar, otro elemento clave contrario a la generalización de la estrategia de guerra prolongada estaba determinado por las características militares particulares que adoptó la guerra sino-japonesa. Como fuimos señalando, en lo que respecta a las virtudes de una “defensa en profundidad” (el cambio de espacio por tiempo o el carácter maniobrístico) estuvieron estrechamente ligadas a las posibilidades de un teatro de operaciones como el chino, tremendamente extenso (atrasado y de gran amplitud geográfica) y con una estructura sociopolítica sumamente precaria (ausencia de Estado nacional propiamente dicho). El conjunto de estos elementos era contrario a una generalización de la estrategia de la guerra prolongada; sin embargo, la misma cobrará gran popularidad internacional producto del triunfo de la Revolución china. Un triunfo que, como veremos, estuvo marcado por condiciones excepcionales existentes en la inmediata posguerra. A continuación abordaremos algunas de las formulaciones posteriores más influyentes de la estrategia de guerra prolongada. En primer lugar, la desarrollada por Vo Nguyen Giap, comandante en jefe del Ejército Popular de Vietman y mano derecha de Ho Chi Minh. En segundo lugar, la apropiación sui generis de Ernesto Che Guevara a partir de su balance de la Revolución cubana de 1959. Y por último, cómo elementos de estas estrategias dan lugar a diferentes formulaciones eclécticas que tendrán importante influencia en las décadas de 1960 y 1970. Vo Nguyen Giap y la experiencia indochina
La formulación de Giap constituirá la réplica más importante de la estrategia de la guerra popular prolongada. En textos como “Guerra del pueblo, ejército del pueblo” retoma en lo fundamental los desarrollos políticos, estratégicos y tácticos de Mao. No realiza innovaciones fundamentales respecto a la elaboración original, aunque los adapta a las condiciones de la lucha en Indochina. Sin embargo, su análisis nos permite identificar núcleos comunes que se reiteran en el planteo estratégico de Giap, a pesar de no haber tenido el efecto deseado en la Revolución china. Tampoco lo tendrán en Indochina, con lo cual quedarán demostradas más claramente las contradicciones entre la estrategia de guerra prolongada y el desarrollo efectivo de la revolución y la guerra de liberación nacional.
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El primero de estos núcleos tiene que ver con las condiciones adversas iniciales para la “guerra prolongada”, que implicaron previamente la derrota del proletariado en las ciudades. El desarrollo del proceso revolucionario en Indochina permite apreciar la estrecha conexión de elementos que en China aparecían más distanciados en el tiempo, mostrando cómo la derrota de la revolución en las ciudades producto de la política del PC condicionó directamente el desarrollo posterior en forma de “guerra prolongada”. Giap parte de similares fundamentos que Mao para el carácter prolongado de la guerra popular. Plantea: En primer lugar, [la] estrategia debía ser la estrategia de una guerra prolongada. No se trata de que todas las guerras revolucionarias, todas las guerras populares, deban obligatoriamente pasar por el mismo proceso. Si desde el comienzo las condiciones son favorables al pueblo y la correlación de fuerzas se inclina al lado de la revolución, la guerra revolucionaria puede terminar victoriosamente en breve plazo. Pero la guerra de liberación del pueblo vietnamita comenzaba en condiciones muy diferentes: teníamos que vérnoslas con un enemigo mucho más fuerte58.
Es decir, igual que en Mao, el “prolongadismo” tiene como fundamento una relación de fuerzas desfavorable al momento de la invasión imperialista. En el caso de China veíamos que estas condiciones comenzaron a generarse una década antes con la derrota del movimiento obrero en la revolución de 1925-1927, producto de la política desastrosa del PCCh. En el caso de Indochina, la relación entre la política del Partido Comunista de Indochina (PCI) y la generación de condiciones adversas para la lucha fue mucho más directa e inmediata. Para el año 1945 la relación de fuerzas estaba aún muy lejos del cuadro de debilidad trazado por Giap. Previamente, cuando Japón invade Indochina en 1940, el movimiento obrero de las ciudades conservaba una amplia continuidad en la lucha y en la organización desde el ascenso de principios de la década de 1930. Tanto que contaba con una corriente trotskista cuyo peso en Saigón obligó al partido de Ho Chi Minh a un frente único obrero durante la ocupación japonesa, lo cual constituyó una verdadera rareza histórica en la política de los partidos comunistas stalinizados a nivel internacional. En esas condiciones el movimiento obrero fue el protagonista central del proceso revolucionario que se desarrolló en 1945, luego de la derrota
58 Giap, Vo Nguyen, “Guerra del pueblo, ejército del pueblo”, Guerra del pueblo, ejército del pueblo, México, Ediciones Era, 1971, p. 55.
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de Japón en la Guerra Mundial. Mientras que el imperialismo japonés había virtualmente desaparecido, el movimiento de masas y, dentro de él, la clase obrera, se encontraba con sus fuerzas dispuestas para el combate. Así, en agosto de aquel año se produce una semiinsurrección triunfante con centro en Saigón, desarrollándose organismos de autoorganización. Vietnam –señala Al Richardson– estaba ahora en el cenit de la efervescencia revolucionaria. El 19 de agosto de 1945 los obreros de Saigón fundaron Comités del Pueblo para reemplazar la administración que había colapsado. El 21 de agosto los grupos de derecha agrupados en el “Frente Nacional Unido” organizaron una manifestación exigiendo la independencia, con el fin de descabezar el movimiento. Los trotskistas de la Liga Comunista Internacional se sumaron a la marcha con estandartes que reclamaban “Tierra para los campesinos y nacionalización de la industria bajo control de los obreros”. Varias decenas de miles de obreros se unieron detrás de sus estandartes, y hacia el final del día un Comité Central provisional fue establecido para los Comités del Pueblo, con una guardia de los obreros para el área de Saigón-Cholón bajo la dirección de Nguyen Ai-Hau [dirigente trotskista]59.
Podríamos decir, invirtiendo el señalamiento de Giap, que desde el comienzo las condiciones eran favorables al pueblo, y la correlación de fuerzas se inclinaba del lado de la revolución (salida de escena del imperialismo japonés, seminsurrección triunfante en Saigón, desarrollo embrionario de doble poder y milicias obreras). Y aquí es donde entra el segundo núcleo común con el desarrollo de la “guerra prolongada” en China e Indochina: la acción determinante del Partido Comunista para la derrota. Frente a aquel proceso de 1945, sobre el que pueden establecerse puntos de contacto con la Revolución de Febrero de 1917, será muy claro el papel contrarrevolucionario del Partido Comunista aliado con la burguesía local, en una versión indochina del “frente único antiimperialista” de Mao. Como relata Richardson: “los stalinistas en el Viet Minh forzaron al Frente Nacional Unido a fusionarse con ellos el 23 de agosto, y dos días después establecieron un gobierno de facto, mediante un golpe realizado con los nacionalistas de derecha”60. Igual de contundente será la imposición de límites a la revolución. Las primeras declaraciones del nuevo régimen nacionalista del Viet Minh fueron enfáticas al respecto: “Aquellos
59 Richardson, Al, “Stalinismo versus Socialismo Revolucionario en Vietnam”, Cuadernos CEIP León Trotsky N.º 3, julio 2002, p. 54. 60 Ídem.
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que inciten a los campesinos a apropiarse de las haciendas serán castigados severamente y sin compasión”, dijo Nguyen Van Tao, Ministro del Interior, el 27 de agosto de 194561. La acción del PCI no solo enfrentó de esta manera a la acción de las masas en pos de un bloque con la burguesía local, sino que fue responsable de un nuevo avance del imperialismo en la península; no ya el japonés sino el francés. En este punto la política del PC indochino le era dictada directamente por el Partido Comunista francés. Su principal dirigente, Maurice Thorez, formaba parte del gobierno imperialista en Francia, que como metrópoli quería recuperar el control de su tradicional colonia. Bajo sus directivas el propio Ho Chi Minh ordenó la represión contra los Comités del Pueblo y los trotskistas cuando estos denunciaron la política del PCI de permitir la reocupación francesa, para lo cual se había puesto como objetivo desarmar a las milicias obreras que habían surgido. Aquel objetivo fue logrado y en 1946 el general Leclerc pudo desembarcar con trece mil hombres en el norte sin que el Viet Minh opusiese resistencia. Mientras, Ho Chi Minh negociaba un acuerdo en Francia donde Vietnam se quedaba con una supuesta “soberanía” interna a cambio de que el imperialismo francés controlase su política exterior. Poco después, en noviembre de 1946, las esperanzas en aquel acuerdo se esfumaron con el bombardeo francés del puerto de Haiphong. Para diciembre los franceses ya habían comenzado el desarme de las milicias del propio Viet Minh, que luego de esto se retiró a la selva para resguardarse, iniciando la guerra de guerrillas. En síntesis, las condiciones para la guerra popular prolongada tampoco en Indochina eran un resultado “objetivo” sino en gran medida subjetivo, producto directo de la política del Partido Comunista. Gracias a su acción, la guerra de liberación del pueblo vietnamita comenzó en condiciones de disgregación de los elementos de doble poder, derrota de la vanguardia obrera, prohibición de tomar la tierra a los campesinos, reocupación francesa de Indochina y, finalmente, persecución al propio PCI por parte del gobierno burgués. Condiciones excepcionales: el triunfo “a pesar” de la estrategia
En estas condiciones llegamos al tercer núcleo común, que queda plasmado tanto en el proceso chino como indochino: el triunfo de la revolución se produce “a pesar” de la estrategia de guerra popular prolongada. Luego de la derrota de 1945, como señala Giap:
61 Citado en Richardson, Al, ob. cit.
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El Partido se consagró enteramente a ese trabajo, en la concentración de todas las fuerzas nacionales, en la ampliación y consolidación de un Frente Nacional Unido, el Frente Viet Minh y luego el Frente Lien Viet, que fue un magnífico ejemplo de la más amplia unidad de las capas populares en la lucha antiimperialista, en un país colonial. Ese frente reunía, en efecto, las fuerzas patrióticas de todas las clases y de todas las capas sociales, hasta los terratenientes progresistas, todas las nacionalidades del país, mayoritarias o minoritarias, los creyentes patriotas, de todas las religiones. “La unidad, la gran unidad, por la victoria, por la gran victoria”, consigna lanzada por el Presidente Ho Chi Minh, se hizo una realidad, una gran realidad, durante la larga y dura resistencia62.
Esta amplia unidad con burgueses y terratenientes, al igual que en China, tenía como correlato la oposición cerrada del Partido Comunista a la expropiación de los terratenientes y a la revolución agraria. Estos objetivos se encontraban divorciados de la lucha antiimperialista. Nuevamente este fue el contenido político del “prolongadismo”; pasarán ocho largos años hasta que la dirección de Ho Chi Minh y Giap opte por avalar la reforma agraria para ganar la guerra. Así, tras la retirada del Viet Minh, los franceses se apoderaron de todas las ciudades. La dinámica de los primeros años se caracterizó por el avance francés, que se consolidó con la derrota en 1948 de las fuerzas vietnamitas conducidas por Giap en la batalla de Phu Tong Hog. El empeoramiento de la situación fue evitado en gran medida por el cambio en la relación de fuerzas a partir de la victoria de la Revolución china en 1949 y, luego en 1950, se produjo la victoria de las fuerzas del PCI en la batalla de Cao Bang. La ayuda militar china se reforzó; sin embargo, este nuevo impulso tampoco fue suficiente para revertir la relación de fuerzas, que con medios redoblados el imperialismo volcó a su favor en la batalla del delta del río Rojo. No fue sino hasta el abandono del Frente Nacional Unido y la disposición del PC a apelar a la revolución agraria que la situación dio un giro fundamental. Esto se produjo en 1953, cuando el ejército francés comenzó a construir la fortificación de Dien Bien Phu para la ofensiva final. Como señala el propio Giap, “En 1953 el partido y el gobierno decidieron realizar la reforma agraria para liberar las fuerzas de producción y dar un impulso más vigoroso a la resistencia”63. Esto produjo un cambio
62 Giap, Vo Nguyen, “Guerra del pueblo, ejército del pueblo”, ob. cit., p. 53. 63 Giap, Vo Nguyen, “La guerra de liberación del pueblo vietnamita contra los imperialistas franceses y los intervencionistas norteamericanos [1945-1954]”, Guerra del pueblo, ejército del pueblo, ob. cit., p. 30.
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brusco en la relación de fuerzas que sorprendió a los franceses en la batalla de Dien Bien Phu y selló la victoria contra las fuerzas de ocupación. Podemos ver aquí un movimiento casi análogo al realizado por Mao en China en 1947: el PC indochino acepta cambiar de estrategia y llamar a la reforma agraria. Ahora bien, si para la derrota de las fuerzas contrarrevolucionarias fue necesario tanto en China como en Indochina el abandono de las premisas más fundamentales de la estrategia de guerra prolongada, ¿qué relación podemos establecer entonces entre el trabajo de la estrategia y el triunfo de la revolución en ambos países? Para responder a esta pregunta es clave comprender las condiciones excepcionalmente favorables para la revolución que se daban en aquel entonces. A diferencia de la I Guerra Mundial, la II dejó planteado el rediseño de un nuevo orden mundial a escala planetaria. Para erigirlo no solo se trataba de dividir el mundo en “zonas de influencia” entre la URSS y las potencias imperialistas, y de plasmar dentro de estas últimas la preeminencia de EE. UU., sino que la guerra entre Estados había dejado como consecuencia toda una serie de guerras civiles, revoluciones, situaciones de doble poder, que debían ser resueltas en un sentido o en otro. Esta situación, que desarrollaremos más de conjunto en los próximos capítulos64, atravesará el globo65. Dentro de ella, uno de los principales eslabones débiles estará en Asia luego de la virtual desintegración del imperialismo japonés que durante la II Guerra Mundial había avanzado en el control directo de gran parte de la región. Es en el marco de la ruptura del equilibrio capitalista en la inmediata posguerra y de la debilidad del imperialismo a nivel internacional para lidiar con las múltiples contradicciones abiertas que tendrá lugar el triunfo de las revoluciones en China e Indochina.
64 Ver capítulos 7 y 8 del presente libro. 65 En Europa, el férreo control de los partidos comunistas luego de la guerra, represtigiados por su resultado, permitió llevar adelante esta política de contención de la revolución en Francia y en Italia, y derrotar la guerra civil en Grecia. En Europa del Este la constitución de las “democracias populares” permitió una primera solución de compromiso. En la periferia se desarrolló la política de “descolonización”. Seguro de su primacía económica y militar, el imperialismo de EE. UU. apostó a la forma “semicolonial”. Entre 1943 y 1948 consiguieron la independencia el Líbano, Siria, Birmania, Ceilán, Indonesia, la India y Pakistán, entre otros. Sin embargo, este equilibrio se romperá hacia finales de la década de 1940. Por un lado, en Europa del Este, el avance del Plan Marshall y la integración del mercado mundial capitalista regido por el dólar norteamericano pone a la burocracia stalinista ante la disyuntiva de avanzar o retroceder en el glacis. Optando por lo primero, da lugar en los países ocupados por el Ejército Rojo a lo que podríamos llamar “revoluciones pasivas proletarias” (cfr. Albamonte, Emilio y Romano, Manolo, “Trotsky y Gramsci. Convergencias y divergencias”, ob. cit.). Por otro, la ruptura del equilibrio se expresará en la situación en Asia que venimos reseñando.
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Como dice Trotsky: “La estrategia del partido es un elemento sumamente importante para la revolución proletaria. Pero de ninguna manera es el único factor. Con una relación de fuerzas excepcionalmente favorable, el proletariado puede llegar al poder inclusive bajo una dirección no marxista”66. Y, efectivamente, desde el final de la II Guerra Mundial hasta el restablecimiento de un nuevo equilibrio capitalista a principios de la década de 1950 se configura una situación excepcionalmente favorable para la revolución desde el punto de vista de la relación de fuerzas, donde tiemblan las bases políticas, sociales y económicas mismas del imperialismo. La importancia de estas condiciones excepcionalmente favorables queda plasmada en el diferente resultado de ambas en términos territoriales. En el caso de China, el imperialismo norteamericano (incluso con la colaboración de Stalin) fue incapaz de enfrentar el impulso revolucionario cuando aún estaba concentrado en la estabilización de la situación en Europa. En el caso de Indochina, abandonar el “prolongadismo” recién en 1953 significó que para cuando la revolución finalmente triunfó, el imperialismo norteamericano estaba más estabilizado y pudo imponer la partición de Vietnam en 1954. Esta fue la consecuencia más notoria de haber tardado ocho años en cambiar de estrategia. Y a su vez, la muestra del agotamiento progresivo de las condiciones excepcionales que habían permitido años antes el triunfo de la Revolución china sobre todo su territorio. Luego del triunfo en Vietnam, y al calor de la consolidación de la Revolución china, la estrategia de guerra popular prolongada tendrá un renovado impulso. De esta forma, se da la paradójica situación de que la extensión de aquella estrategia se dará en el marco del agotamiento de las condiciones excepcionales que le habían permitido triunfar a pesar de que se habían demostrado equivocados sus postulados fundamentales (alianza con la burguesía y los terratenientes; limitación de la reforma agraria; postulación de una etapa “democrático burguesa” y del carácter no anticapitalista de la revolución).
PARTE 3 EL BLOQUEO AL OBJETIVO DEL COMUNISMO La estrategia de guerra popular prolongada, como fuimos analizando, planteó históricamente una contradicción práctica con su objetivo
66 Trotsky, León, “La situación de la Oposición de Izquierda”, ob. cit.
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político. Si la estrategia es aquella que liga los combates aislados con el objetivo de la guerra, la guerra prolongada no cumplió esta función. El objetivo político que pretendía conquistar, tanto en las formulaciones de Mao como en las de Giap, era la liberación de China e Indochina del imperialismo. Sin embargo, en ambos casos, para conquistar este objetivo, fue necesario abandonar la estrategia que teóricamente servía para perseguirlo. Pero esta es solo una parte de la cuestión. La estrategia de guerra prolongada tampoco dio cuenta del desarrollo posterior que efectivamente tuvo la Revolución china –ni la indochina–. Vimos cómo para Mao el objetivo de la liberación del imperialismo estaba ligado a la constitución de lo que llamó “la nueva democracia” a través del “bloque de las cuatro clases”; una etapa democrático-burguesa donde el capitalismo se desarrollaría durante varias décadas. De hecho, luego de tomar el poder y haber derrotado al Kuomintang, Mao continúa sosteniendo la perspectiva de alianza con la burguesía. Señala para 1950, … en la actualidad, ya tenemos formado un frente único con la burguesía nacional en lo político, lo económico y lo organizativo y, como la burguesía nacional está estrechamente ligada con el problema de la tierra, sería más conveniente dejar intactos por el momento a los campesinos ricos semifeudales para tranquilizar a la burguesía nacional67.
Y continuará de diferentes formas con este planteo, distinguiendo una supuesta “burguesía burocrática” y otra “nacional”, y diferenciaciones de este estilo, buscando mantener el fundamento de la colaboración de clases. Lo cierto es que la Revolución china justamente demostró lo contrario: que no existía tal camino intermedio –como el régimen de “la nueva democracia”– entre el sostenimiento del Estado burgués y la expropiación de la burguesía. La estrategia y las determinaciones de clase
La ausencia de aquel estadio intermedio quedó plasmada en que para 1953 se implementó, siguiendo el modelo de la URSS stalinista, el primer plan quinquenal, que fue precedido de una amplia serie de estatizaciones que comprendieron gran parte de los medios de producción
67 Mao, Tse-Tung, “Solicitud de opiniones sobre la táctica para con los campesinos ricos”, Obras escogidas, Tomo 5, Pekín, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1972, p. 8.
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de las ciudades, así como los primeros avances en la colectivización en el campo. Estas oscilaciones del Partido Comunista chino –en el cual nos centramos, pero cuyas conclusiones pueden extenderse al indochino– están asociadas sin excepción a ofensivas del enemigo que amenazan la existencia del propio partido. Por ejemplo, como vimos, en 1946-1947 para responder a la ofensiva total lanzada por el Kuomintang contra el Ejército Popular de Liberación (EPL) o, a principios de la década de 1950 el giro a izquierda producto de la ofensiva norteamericana en la península de Corea, el enfrentamiento militar directo del EPL con EE. UU., y el papel abiertamente proimperialista de los restos de la burguesía china. Sin embargo, estos giros no pueden ser comprendidos exclusivamente desde el punto de vista estratégico sin analizar el carácter de clase del Partido Comunista. En 1932, Trotsky aborda esta cuestión. “El movimiento campesino –señala respecto de China– creó su propio ejército, conquistó grandes extensiones territoriales e impuso sus propias instituciones” y, agrega, “El hecho de que los individuos que dirigen los ejércitos actuales sean comunistas no cambia en lo más mínimo el carácter social de estos ejércitos”68. Desde este punto de vista, compara al PCCh con los socialrevolucionarios rusos: “Los stalinistas chinos […] pasaron del proletariado al campesinado, es decir, asumieron el rol que en nuestro país cumplieron los eseristas cuando todavía eran un partido revolucionario”69. A partir de esta definición, Trotsky establece un elemento que será fundamental para poder entender el papel del Partido Comunista en la guerra civil y la tercera Revolución china. A saber, que … el campesinado, aun cuando está armado, es incapaz de aplicar una política independiente. En los momentos decisivos, el campesinado, que normalmente ocupa una posición intermedia, indefinida y vacilante, puede seguir al proletariado o a la burguesía. No encuentra fácilmente el camino que lo lleva hacia el proletariado; y solo lo hace después de una serie de errores y derrotas70.
De algún modo esto finalmente sucedió en la década de 1950, aunque no en la forma en que Trotsky lo había desarrollado en su hipótesis: a partir de la recomposición del proletariado chino que había protagonizado la revolución de 1925-1927. Sucedió que a aquella derrota, y a 68 Trotsky, León, “La guerra campesina en China y el proletariado”, ob. cit. 69 Ídem. 70 Ídem.
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la política ultraizquierdista del PCCh a principios de la década de 1930, le siguió la consolidación de la dictadura del Kuomintang en las ciudades y la persecución sistemática de la vanguardia obrera. Luego, la invasión japonesa del norte y finalmente la ocupación de todas las principales zonas urbanas durante casi una década (1937-1945), que vino de la mano del saqueo imperialista que debilitó a la clase obrera incluso en términos de su disposición de fuerzas objetivas. A esto se sumó, en 1945, el desmantelamiento de las industrias en el norte por orden de Stalin luego de la derrota de Japón por el Ejército Rojo de la URSS. Por otro lado, la forma que finalmente terminó adquiriendo la Revolución china estaría determinada por las condiciones excepcionales de la posguerra, que Trotsky no llegó a ver, donde se estaban definiendo los límites de los acuerdos de Yalta y Potsdam entre el imperialismo y la URSS; con el imperialismo norteamericano, por un lado, intentando conquistar un nuevo equilibrio capitalista, especialmente dificultoso en Asia, y por otro lado, con el stalinismo represtigiado a la salida del conflicto avanzando “desde arriba” en la expropiación de la burguesía en Europa del Este71. En este marco cobraría especial importancia otro elemento señalado en su momento por Trotsky que hacía a la diferencia específica entre el PCCh y lo que habían sido los socialrevolucionarios rusos. Los destacamentos campesinos, entusiasmados por los triunfos logrados, se cobijan bajo el ala de la Comintern. Se llaman a sí mismos “Ejército Rojo”, es decir se identifican con las fuerzas armadas de los soviets. En consecuencia, parece como si el campesinado revolucionario chino, a través de su estrato dirigente, se hubiera apropiado de antemano del capital político y moral que por derecho le pertenece a los obreros chinos72.
Bajo esta forma particular se terminó dando que una dirección de base campesina tomara el programa del proletariado, tanto en China como en Indochina, dando lugar a procesos que por su contenido social fueron revoluciones proletarias. Así, a través de las sucesivas negaciones de la estrategia de guerra popular prolongada, primero con la apropiación del programa de reforma agraria que permitió la derrota militar del Kuomintang –y del ejército francés en Indochina–, y luego con la expropiación de la burguesía, el resultado fue el surgimiento un nuevo tipo de Estado, obrero de acuerdo a determinadas características de su contenido social (propiedad nacionalizada, planificación de la economía y 71 Ver capítulo 7 del presente libro. 72 Trotsky, León, “La guerra campesina en China y el proletariado”, ob. cit.
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monopolio del comercio exterior) pero totalmente deformado y mutilado desde su mismo surgimiento, a imagen y semejanza del propio partido comunista que se hizo del poder. Esto nos lleva finalmente al último aspecto que queremos abordar aquí respecto a la estrategia de guerra prolongada: sus consecuencias mediatas. La guerra prolongada y el bloqueo al avance hacia el comunismo
“El tema de la crítica –dice Clausewitz– de examinar qué efecto se debe a cada causa y si un medio ha respondido a su objeto será fácil cuando causa y efecto, objeto y medio, se hallen cerca uno de otro”73. Sin embargo, … se puede examinar un medio no solo hasta su objetivo inmediato, sino que este mismo objetivo puede considerarse como medio de otro más elevado y subir así en la cadena de fines subordinados los unos a los otros, hasta llegar a uno que no necesite examen porque su necesidad sea indudable. En muchos casos, esencialmente cuando se trate de medidas decisivas, llegará nuestro estudio hasta el último fin, hasta el que debe preparar una paz inmediata74.
Desde este punto de vista, hasta ahora nos hemos concentrado en las relaciones de causa-efecto más inmediatas. Ahora abordaremos la crítica de la estrategia de guerra prolongada desde el punto de vista de aquel encadenamiento de fines del que habla Clausewitz, que en nuestro caso nos lleva al objetivo último de la conquista del comunismo. Es decir, de la extinción del Estado y de las clases sociales, del fin de la explotación y la opresión. Objetivos que necesariamente dependen no solo del desarrollo nacional de la revolución sino especialmente del internacional. Veamos. En la revolución de 1925-1927, el proletariado había mostrado que frente a la deserción contrarrevolucionaria de la burguesía china, la clase obrera tenía el potencial de tomar en sus manos la resolución de las tareas de democrático-burguesas (liberación del imperialismo y tierra para los campesinos) y liderar la revolución en alianza con los campesinos, debiendo enfrentar tanto al imperialismo como a la burguesía. En esta lucha, el proletariado revolucionario –como lo había hecho en Cantón en 1927– entrelazaría aquellas tareas democráticas con las tareas socialistas
73 Clausewitz, Carl von, De la Guerra, Tomo I, ob. cit., p. 215. 74 Ibídem, p. 216.
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dirigidas contra la propiedad capitalista. De esta forma, señala Trotsky, la revolución adoptaría un carácter “permanente”75. La Revolución rusa de 1917 había sido un ejemplo de esta mecánica que se desarrolló luego de la toma del poder por los soviets dirigidos por los bolcheviques no solo en el terreno nacional, sino en el internacional, con la fundación de la Internacional Comunista y los intentos de extender la revolución en Europa, así como en Asia. La fundación del propio Partido Comunista chino en 1921 fue parte de ello. Sin embargo, la derrota de los procesos revolucionarios en Europa y la propia derrota del proletariado chino fueron profundizando el aislamiento de la URSS y con él, consolidando el poder de la burocracia stalinista y posibilitando la derrota las fuerzas de la oposición en Rusia. El resultado de conjunto fue el bloqueo al avance de la revolución hacia el comunismo. En la Revolución china de 1949 el proceso fue diferente. Como ya se había demostrado en 1925-1927, no era posible detener la revolución en una etapa intermedia (en términos de Mao, “la nueva democracia”), sino que su desarrollo llevaba a la expropiación de la burguesía y a la destrucción de su Estado. Sin embargo, no fue la clase obrera con su propio partido revolucionario la que llevó adelante las tareas democrático-burguesas y las ligó con su propio programa, sino que un partido comunista de base campesina terminó aferrándose a parte del programa del proletariado. Aquí se nos presenta el aspecto quizá más importante para evaluar la estrategia de la guerra popular prolongada. El mismo va más allá de los elementos inmediatos que fuimos señalando hasta aquí y refieren a las consecuencias más permanentes que tuvo la implementación de la misma. En la Revolución china de 1949 no se desarrolló una dinámica “permanentista” (internacional y nacionalmente) hacia el comunismo luego de la toma del poder, sino que esta perspectiva se bloqueó desde el inicio. Es decir, a diferencia de la Revolución rusa de 1917, aquel bloqueo no fue producto de la derrota de la vanguardia revolucionaria, sino de las condiciones mismas del triunfo. Ahora bien, ¿cuáles fueron las características de la estrategia de guerra prolongada que moldearon este resultado? Un primer elemento surge del tipo de organización desarrollado para la estrategia de guerra prolongada. Como señalara en su momento Trotsky:
75 Sobre este punto, que será nodal para la generalización de la teoría de la revolución permanente que realizara Trotsky, volveremos especialmente en el próximo capítulo.
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El estrato dirigente del “Ejército Rojo” chino indudablemente ha adquirido el hábito de impartir órdenes. La ausencia de un fuerte partido revolucionario y de organizaciones proletarias de masas hace virtualmente imposible el control sobre ese sector dirigente. Los comandantes y comisarios aparecen como amos absolutos de la situación76.
Este aspecto no hizo más que profundizarse luego de que Trotsky escribiese estas palabras. Es decir, previamente a la toma del poder se forma una burocracia desligada de la clase obrera. La disciplina mecánica, propia de los ejércitos convencionales, prevalece por sobre la disciplina consciente ligada a la experiencia de un partido revolucionario –tal como la planteara Lenin77–. Este elemento no es accesorio sino consustancial a la estrategia de guerra prolongada. Si de antemano se establece una etapa en la cual “la lucha entre trabajadores y capitalistas debe tener sus límites”78 esto implica “proteger” a un sector “capitalista nacional” de la acción de las masas. A su vez, se impone el carácter secundario de las contradicciones “entre el sistema feudal y las grandes masas populares” como condición para un frente antijaponés con un sector de terratenientes. Si todas estas son condiciones necesarias para que la guerra sea prolongada, es claro que el Partido Comunista deberá cumplir una doble función: por un lado, organizar el movimiento (no obrero sino campesino) y, por otro, contener, regimentar o en su defecto reprimir los intentos espontáneos de avanzar
76 Trotsky, León, “La guerra campesina en China y el proletariado”, ob. cit. 77 Señala Lenin: “¿Cómo se mantiene la disciplina del partido revolucionario del proletariado? […] Primero por la conciencia de clase de la vanguardia proletaria y por su fidelidad a la revolución, por su tenacidad, su abnegación y su heroísmo. Segundo, por su capacidad de […] fundirse, en cierta medida, con las más amplias masas de trabajadores […]. Tercero, por lo acertado de la dirección política que esa vanguardia ejerce, por lo acertado de su estrategia y sus tácticas políticas, siempre que las amplias masas se hayan convencido, por experiencia propia, de que son acertadas. Sin estas condiciones es imposible lograr disciplina en un partido revolucionario verdaderamente capaz de ser el partido de la clase avanzada, cuya misión es derrocar a la burguesía y transformar toda la sociedad. Sin estas condiciones inevitablemente se malogran todos los intentos de implantar la disciplina y terminan en fraseología, en bufonadas. Por otra parte, estas condiciones no pueden surgir de golpe. Solo se forman mediante esfuerzos prolongados y una dura experiencia. Su formación la facilita una teoría revolucionaria acertada, que, a su vez, no es ningún dogma, sino que adquiere su forma definitiva solo en estrecha vinculación con la actividad práctica de un movimiento verdaderamente de masas y verdaderamente revolucionario”. (Lenin, V. I., “El ‘izquierdismo’, enfermedad infantil del comunismo”, ob. cit., p. 440). 78 Mao, Tse-Tung, “Sobre la táctica de la lucha contra el imperialismo japonés”, ob. cit., p. 84.
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contra la propiedad terrateniente o el desarrollo de conflictos contra los capitalistas. Esta doble función es, desde varios puntos de vista, una condición necesaria para determinar de antemano, como lo hacía Mao, que la lucha debe adoptar la forma de una resistencia en profundidad que durase largos años por fuera de los giros futuros de la situación de la lucha de clases. A la inversa señala Trotsky: “Si en la guerra gracias a la disciplina mecánica del ejército se puede en cada momento sacar al propio ejército por completo del campo de batalla, esto es absolutamente imposible en una revolución’”79. Este hecho que constata Trotsky se puede “combatir” burocráticamente, pero nunca desterrar del terreno vivo de los combates entre clases. Un segundo aspecto de la estrategia de guerra prolongada que moldea el carácter burocrático del nuevo Estado se deriva del establecimiento del “bloque de las cuatro clases” como elemento necesario de esta estrategia. Este se opone indefectiblemente al desarrollo de la autoorganización de las masas y del movimiento obrero en primer lugar. La institución de los soviets –señala Trotsky– debería haber tenido como función principal la de oponer a los obreros y los campesinos a la burguesía del Kuomintang y a su agencia, que constituía su izquierda. La consigna de los soviets en China significaba, en primer lugar, la necesidad de romper el vergonzoso “ bloque de las cuatro clases” que llevaba al suicidio […]. El centro de gravedad del problema no se encontraba, por tanto, en una forma abstracta de organización, sino en una línea de conducta de clase 80.
Este señalamiento que realiza Trotsky como balance de la segunda Revolución china, no hizo más que profundizarse en el desarrollo posterior de la estrategia del PCCh. Varias veces el partido coqueteó con la idea de “soviets”, pero nunca pasó más allá de “una forma abstracta de organización” por fuera de “una línea de conducta de clase” independiente. Mientras que tanto para Trotsky como para Lenin estas instituciones de tipo soviéticas luego de la toma del poder pasan a ser base institucional del nuevo Estado, en el esquema de la guerra prolongada es el ejército campesino con su estructura y sus mandos el que está llamado a cumplir ese papel.
79 Citado en Heyman, Neil, ob. cit., p. 25. 80 Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, ob. cit., p. 221.
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Obstáculos estratégicos: la burocracia y el nacionalismo
Un tercer elemento a señalar es la relación misma que plantea la guerra prolongada con la clase obrera de las ciudades. Otra vez es pertinente el planteo de Trotsky en relación al PCCh en la década de 1930. Una cosa –dice– es que un partido comunista, firmemente apoyado sobre el proletariado urbano, se esfuerce por dirigir, por intermedio de los obreros, una guerra campesina; pero otra cosa muy diferente es que unos cuantos miles o incluso decenas de miles de revolucionarios, que realmente son o solo se llaman comunistas, asuman la dirección de una guerra campesina sin contar con una seria base de apoyo en el proletariado. Esta es precisamente la situación en China81.
Es decir, en el primer caso se trata de un partido proletario interviniendo en la lucha de clases en el campo, algo en el sentido de lo que hicieron, por ejemplo, los bolcheviques en 1906-1907. En el segundo caso, es un aparato que se ha desprendido de su base social obrera original para adquirir en su lugar una base campesina82. En este marco, Trotsky se pregunta cómo sería finalmente el “encuentro” entre el ejército campesino dirigido por el PCCh y la clase obrera de las ciudades, señalando que este no sería necesariamente pacífico. Más precisamente, señala que cuando el ejército campesino intentase tomar las ciudades desde el campo, habría probabilidades de choques violentos con el proletariado; estas posibilidades serían mayores cuanto más fuerte fuese su organización en un partido obrero revolucionario. Supongamos que en un futuro próximo –dice Trotsky– la Oposición de Izquierda china realiza un trabajo amplio y fructífero en el proletariado industrial y logra una influencia preponderante sobre este. […] Llega un momento en que las tropas campesinas ocupan los centros industriales […] ¿cómo actuarían los stalinistas chinos? No es difícil prever que opondrán hostilmente el ejército campesino a los “trotskistas contrarrevolucionarios”. En otras palabras, incitarán a los campesinos armados contra los
81 Trotsky, León, “La guerra campesina en China y el proletariado”, ob. cit. 82 Este movimiento tiene un elemento complementario, a saber, la liquidación de lo que queda de la vanguardia obrera en las ciudades previo al traslado del centro de gravedad de la organización. En el caso de Vietnam el propio PC indochino cumplió un rol activo en la derrota de la vanguardia y sus organismos. En el caso de China, el PC se lanza a una insurrección prematura en 1927 que cumple una función análoga. Junto con esto se liquida o desplaza a la oposición de izquierda que ya no cuenta con el apoyo de la vanguardia. En el caso de China, se desplaza a Chen Duxiu de la dirección del partido; en el caso de Indochina se persigue a los trotskistas.
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obreros avanzados. Es lo que hicieron los eseristas y los mencheviques rusos en 1917 […] El desarrollo revolucionario de los acontecimientos en China puede llevar esta tendencia hasta sus últimas conclusiones, a la guerra civil entre el ejército campesino dirigido por los stalinistas y la vanguardia proletaria dirigida por los leninistas83.
De la lectura de la obra de Mao no es difícil deducir la posibilidad de enfrentamientos de este tipo. Pero las condiciones para esta hipótesis finalmente no se dieron, ni en China ni en Indochina. Aunque en este último caso, tal vez habría que decir que se dieron con antelación al cambio de base social del PC indochino, ya que en 1945 el PC cumplió un papel activo en la persecución de la vanguardia (trotskistas) y en el desmantelamiento de los organismos de autoorganización (comités del pueblo). En el caso de China, como vimos, luego de la derrota de 19251927 aquel papel lo cumplió directamente el imperialismo japonés con la ayuda del Kuomintang. La consecuencia fue la falta de organización revolucionaria de la clase obrera para cuando el ejército campesino tomó las ciudades. Al momento de su entrada a las ciudades, el Ejército Popular de Liberación lo hizo buscando mantener el orden y evitar cualquier acción espontánea. Entre los puntos que proclamaba estaban en primer lugar cuestiones como: “Proteger las empresas industriales, comerciales, agrícolas y ganaderas de la burguesía nacional”; o “El personal de las empresas del capital burocrático [ligadas al Kuomintang] debe permanecer en su puesto hasta que el Gobierno Popular tome posesión de ellas”84; entre otras. Luego se desarrollaron una serie de medidas para la regimentación del movimiento obrero, se abolió el derecho de huelga y el sector estatal de la economía quedó al mando de cuadros del ejército. De la mano de este proceso de regimentación, se produjo un amplio proceso de cooptación de sectores de la clase obrera, en el marco más general de una primera etapa post 1949 de crecimiento económico luego de años de estancamiento e hiperinflación. Como señala Pierre Rousset, en 1951, el 6,3 % de los miembros del PCCh eran obreros; al año siguiente 7,2 %; en 1953 esta cantidad se duplica85. Roland Lew señala que:
83 Trotsky, León, “La guerra campesina en China y el proletariado”, ob. cit. 84 Mao, Tse-Tung, “Proclama del Ejército Popular de Liberación de China”, Obras escogidas, Tomo 4, ob. cit., p. 207. 85 Citado en Rousset, Pierre, The Chinese Revolution. Part II: The maoist project tested in the struggle for power, Ámsterdam, International Institute for Research and Education, 1986, pp. 59-60.
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… la clase obrera cada vez más estructurada por el partido […] logró una innegable movilidad social ascendente, sobre todo durante los primeros años de la República Popular, lo que hizo posible que muchos trabajadores accedieran a cargos directivos y técnicos. Algunos de ellos fueron incorporados, incluso en los estratos privilegiados. La nueva promoción de trabajadores se llevó a cabo con frecuencia a través de los sindicatos86.
Así es que desde el momento mismo de la victoria de la revolución existe una burocracia establecida. El partido-ejército se constituye en Estado. Un aparato desarrollado durante décadas sin vínculos orgánicos con la clase obrera, cuyo estrato dirigente “ha adquirido el hábito de impartir órdenes” y que practica una disciplina mecánica respecto a su base (más afín al de una organización militar convencional), luego de asentarse en las ciudades, se establece como pilar de un régimen bonapartista burocrático. Un cuarto elemento a destacar es que en esta transformación del partido-ejército en Estado-ejército, la burocracia adquiere inevitablemente intereses nacionales. Esto da lugar a que nunca se persiga la “consolidación de la victoria” que implica, como dice Trotsky, llevar la guerra civil al campo enemigo o se lo haga exclusivamente desde el punto de vista de la política puramente estatal87. De aquí que ni la Revolución china bajo la dirección de Mao ni la indochina bajo la conducción de Ho Chi Minh y Giap dieran lugar a nada parecido al desarrollo de la III Internacional a instancias de los bolcheviques luego de la toma del poder en la Revolución rusa. Al contrario, el nacionalismo conducirá al fenómeno aberrante de la guerra entre Estados obreros burocráticos donde, justamente, China y Vietnam se enfrentarán militarmente en 1979 88. Todos los elementos que fuimos señalando se conjugan para bloquear el avance hacia el comunismo luego de la toma del poder. Como señalan Marx y Engels, y quedó demostrado en el siglo XX, el comunismo no es un estado que pueda implantarse coercitivamente por una burocracia. Solo puede ser fruto de una actividad consciente; de ahí que la autoorganización, el desarrollo de la más amplia democracia obrera, sea condición para ello así como para la extinción del Estado. El comunismo, 86 Ibídem, p. 60. 87 Se expresa en un primer momento desde el punto de vista militar en que, a diferencia de la Revolución rusa, el final de la guerra civil no se traduce en intentos siquiera de desmovilización o implementación de milicias, sino que por fuera de las necesidades de la guerra se continúa desarrollando el ejército, ahora con reclutamiento obligatorio. Esta cuestión Giap, por ejemplo, la transforma en programa. 88 Sobre estos elementos volveremos en el próximo capítulo.
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a su vez, es inconcebible en los estrechos marcos de las fronteras nacionales; los avances en este sentido no pueden más que estar estrechamente ligados al desarrollo internacional de la revolución, especialmente en los centros mundiales del capitalismo. Sobre estos aspectos volveremos en el próximo capítulo, pero lo que queremos destacar aquí es que el conjunto de elementos que fuimos reseñando y que tiene por consecuencia el bloqueo de la perspectiva comunista no son producto de la negación o la desviación de la estrategia de la guerra prolongada, sino de su realización plena. Tanto la organización del partido en forma de ejército, la estrategia de colaboración de clases, la ruptura de los lazos orgánicos con la clase obrera (y su regimentación posterior), la transformación del partido-ejército en aparato de Estado nacional son elementos constitutivos de la guerra popular prolongada como tal. En síntesis, podemos concluir que si desde el punto de vista de la relación inmediata entre medios y fines, la estrategia de guerra prolongada debió ser abandonada para lograr la liberación del imperialismo y la toma del poder, desde el ángulo de los “fines últimos” produjo toda una serie de efectos permanentes que lejos de ser “medios” para el objetivo del comunismo se constituyeron en obstáculos a derribar para conquistarlo.
PARTE 4 EL CHE GUEVARA: LA TÁCTICA GUERRILLERA COMO ESTRATEGIA Ahora nos concentraremos en la estrategia elaborada por el Che Guevara. Aunque la misma adopta como propios determinados aspectos de la “guerra popular prolongada” (algunos de ellos a través de la interpretación de Giap) en contrapunto con sus conclusiones de la experiencia de la Revolución cubana se distingue por el eclecticismo y su falta de unidad orgánica. En estas páginas no vamos a poder realizar un análisis exhaustivo de su obra, tampoco un balance pormenorizado de la Revolución cubana de 1959, para los cuales remitimos al lector a otros trabajos89. Nuestra intención aquí es centrarnos en el elemento estratégico más sobresaliente y que más influencia adquirió del pensamiento del Che Guevara: la formulación de la táctica de guerrilla como método para la toma del poder, es decir, la transformación de la guerrilla en estrategia. 89 Para un análisis de la revolución cubana, ver Aguirre, Facundo, y Dunga, Gustavo, “La revolución permanente en Cuba”, Estrategia Internacional N.° 20, Buenos Aires, agosto 2003.
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Para esto abordaremos por lo menos tres fuentes –no siempre compatibles entre sí– de las formulaciones de Guevara. A saber: su crítica al pacifismo, etapismo y nacionalismo, característico de los partidos comunistas oficiales; su balance de la Revolución cubana resaltando aquellos elementos; y, por último, su apropiación sui generis de determinados desarrollos estratégicos de Mao y Giap, aunque separados de su contexto de origen. Táctica y estrategia
“La táctica enseña el uso de las fuerzas armadas en los encuentros y la estrategia, el uso de los encuentros para alcanzar el objetivo de la guerra”90. Con esta referencia a la definición de táctica y estrategia de Carl von Clausewitz, comienza uno de sus textos de 1962 el Che Guevara, quien fue presumiblemente un lector del general prusiano, como indican este tipo de referencias así como la inclusión del mismo en su diario de lecturas91. En aquel texto precisa a renglón seguido: Táctica y estrategia son los dos elementos sustanciales del arte de la guerra, pero guerra y política están íntimamente unidas a través del denominador común, que es el empeño en lograr un objetivo definitivo, ya sea el aniquilamiento del adversario en una lucha armada, ya la toma del poder político. […] El estudio certero de la importancia relativa de cada elemento, es el que permite la plena utilización por las fuerzas revolucionarias de todos los hechos y circunstancias encaminadas al gran y definitivo objetivo estratégico, la toma del poder92.
Estos planteos iban dirigidos contra el Kremlin93 y sus partidos satélites latinoamericanos. En este sentido, Guevara desarrollará su crítica al stalinismo en la región por actuar exclusivamente dentro de los 90 Guevara, Ernesto, “Táctica y estrategia de la revolución latinoamericana”, Palabras sobre el socialismo, Caracas, Ministerio del Poder Popular para la Comunicación y la Información, 2009, p. 277. 91 La obra de Clausewitz figura en su lista de noviembre de 1965 de libros leídos o por leer. Ver Soria Galvarro T., Carlos, Los libros que leía el Che mientras hacía la revolución, La Biblio-Pop, consultado el 5/3/2017 en: https://issuu.com/labibliopop/ docs/__bp__-los-libros-que-leia-el-che. 92 Guevara, Ernesto, “Táctica y estrategia de la revolución latinoamericana”, ob. cit., p. 277. 93 Estas palabras fueron escritas en 1962, en el contexto de la crisis de los misiles en Cuba, luego de que Nikita Kruschev acordase unilateralmente con Kennedy el retiro de los mismos. En su crítica, Guevara se refiere específicamente a la cuestión del armamento y la guerra nuclear. Sobre esta última cuestión volveremos en el capítulo 8 del presente libro.
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marcos del régimen burgués y dejar de lado los objetivos estratégicos de la revolución, incluido su carácter internacional. Así resaltará, por un lado, que “La toma del poder es un objetivo mundial de las fuerzas revolucionarias”94 y, por otro lado, el papel de los partidos comunistas en sus respectivos países: “Contradictorio cuadro el de América; dirigencias de fuerzas progresistas que no están a la altura de los dirigidos; pueblos que alcanzan alturas desconocidas; pueblos que hierven en deseos de hacer y dirigencias que frenan sus deseos”95. Esta crítica de Guevara irá dirigida al “evolutivismo” reformista, limitado al parlamentarismo, a la lucha sindical, a las movilizaciones pacíficas, orientado hacia la colaboración de clases y vacío de perspectivas revolucionarias. Remarca Guevara que “‘las masas saben que el papel de Job no cuadra con el de un revolucionario’ y se aprestan a la batalla”96. Frente a ello, retomará la concepción marxista clásica del Estado como producto de la división de la sociedad en clases irreconciliables y, por ende, la necesidad de una revolución violenta. Para ello apelará a las elaboraciones de Lenin en El Estado y la revolución97. Dicho esto podemos introducirnos en uno de los más importantes flancos débiles del planteo de Guevara. Si bien el Che critica aquel evolutivismo de la estrategia reformista del stalinismo, lo aborda casi exclusivamente desde el punto de vista de la crítica del pacifismo. Con este tipo de aproximación se distancia de Lenin (y de Clausewitz), para quien existía una relación indisoluble entre lo militar y lo político, y tiende a desarrollar –en sus discursos y en sus escritos– una oposición más o menos mecánica entre: reformismo-pacifismo versus revolución-lucha armada. Sin embargo, aunque pacifismo y reformismo van de la mano, esto no significa que no haya también un reformismo armado o que la lucha armada no pueda oponerse a la estrategia revolucionaria. Es decir, la política que da origen a la lucha armada no necesariamente es una política revolucionaria. Al no considerar en toda su complejidad la relación entre ambos términos (lucha armada y política revolucionaria), Guevara 94 Guevara, Ernesto, “Táctica y estrategia de la revolución latinoamericana”, ob. cit., p. 278. 95 Ibídem, p. 295. 96 Ídem. 97 “No debemos de olvidar –dice– nunca el carácter clasista, autoritario y restrictivo del Estado burgués. Lenin se refiere a él así: ‘El Estado es producto y manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clases. El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables’ (El Estado y la revolución)” (Guevara, Ernesto, “Guerra de guerrillas: un método”, en Obras completas, Buenos Aires, MACLA, 1997, pp. 379-380).
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deduce aquella dicotomía reduccionista, que a través de la autoridad de su figura se transformará en una de las características negativas más difundidas en los planteos estratégicos sostenidos durante el ascenso de la década de 1970 por un amplio arco de organizaciones, especialmente en América Latina. Bajo esta óptica, Guevara se apropia sin beneficio de inventario de muchos axiomas elaborados en el marco de la estrategia de la guerra popular prolongada. Pero como vimos, los elementos militares de aquella estrategia son indisociables de sus elementos políticos, como por ejemplo el “bloque de las cuatro clases”. Estos últimos, a su vez, tenían mucho más que ver con la orientación política de colaboración de clases del stalinismo que el propio Guevara estaba criticando, que con el objetivo revolucionario que él mismo reclamaba que había que retomar. Uno de ellos es el esquema de los “tres momentos”, desarrollado por Mao y retomado por Giap. La guerra de guerrillas o guerra de liberación –dice Guevara– tendrá en general tres momentos: el primero, de la defensiva estratégica, donde la pequeña fuerza que huye muerde al enemigo; no está refugiada para hacer una defensa pasiva en un círculo pequeño, sino que su defensa consiste en los ataques limitados que puede realizar. Pasado esto, se llega a un punto de equilibrio en que se estabilizan las posibilidades de acción del enemigo y de la guerrilla y, luego, el momento final de desbordamiento del ejército represivo que llevará a la toma de las grandes ciudades, a los grandes encuentros decisivos, al aniquilamiento total del adversario98.
Sin embargo, como reseñábamos antes, se trata de un esquema que se posiciona por encima de los vaivenes de la lucha de clases viva. Fue elaborado originalmente para un partido-ejército que se proponía cumplir una doble función: organizar el movimiento, pero también ponerle límites (regimentarlo) con el objetivo de “proteger” a los capitalistas y terratenientes “sensatos” para mantener el frente único antijaponés (o frente nacional unido en el caso de Indochina) que era la expresión concreta del “bloque de las cuatro clases”. Con su abstracción y evolutivismo, el esquema de los “tres momentos” –como señalara correctamente Nahuel Moreno99– es emparentable estratégicamente con el evolucionismo clásico de la socialdemocracia, solo que en una versión militarista.
98 Ibídem, p. 389. 99 Moreno, Nahuel, “Dos métodos frente a la revolución latinoamericana”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/espanol/moreno/ obras/05_nm.htm.
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Ahora bien, los presupuestos político-estratégicos del Che Guevara eran muy diferentes a los sostenidos por Giap o por Mao; más cercanos a los de Trotsky en algunos aspectos. El punto de partida de Guevara es la Segunda Declaración de la Habana cuando plantea que: En las actuales condiciones históricas de América Latina, la burguesía nacional no puede encabezar la lucha antifeudal y antiimperialista. La experiencia demuestra que en nuestras naciones esa clase, aun cuando sus intereses son contradictorios con los del imperialismo yanqui, ha sido incapaz de enfrentarse a este, paralizada por el miedo a la revolución social y asustada por el clamor de las masas explotadas100.
Es decir que por un lado, Guevara retoma acríticamente el esquema de los “tres momentos” de la guerra popular prolongada que era el fundamento militar del sostenimiento estratégico del “bloque de las cuatro clases” mientras que por otro lado, plantea que la burguesía nacional es incapaz de enfrentar al imperialismo, lo cual niega los fundamentos políticos de la guerra prolongada en su versión original. Al no problematizar la relación entre estrategia política y estrategia militar, termina por independizar la táctica (guerrilla rural de base campesina) de la estrategia (bloque con la burguesía). De esta forma, Guevara se hace acreedor en un punto de una crítica similar a la que él mismo hace: sustituye la estratégica por la táctica. Claro que de un modo diferente al de los partidos comunistas: lo hace a partir de la táctica militar. Lo que se transforma en estrategia en el caso del Che es la táctica guerrillera. La relación que él mismo retoma de Clausewitz sobre la estrategia, como la encargada de utilizar los encuentros tácticos para el objetivo de la guerra aparece en su planteo como presupuesta, como un a priori que la lucha guerrillera por sí misma puede garantizar. Pero, como vimos a lo largo de estas páginas, aquella relación entre lo político y lo militar está muy lejos de ser automática. El problema del metodismo
Junto con el esquema de los tres momentos al que referíamos antes, otros aspectos propios de la estrategia de guerra popular prolongada van a estar presentes en la generalización de la estrategia guerrillera del Che Guevara. Entre ellos, la forma de organización en un partido-ejército (con
100 Fragmento citado en Guevara, Ernesto, “Guerra de guerrillas: un método”, ob. cit., p. 377.
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su centro de gravedad rural y su base social campesina), así como la transformación del partido-ejército en Estado luego de la toma del poder. Todos estos elementos, en el caso de las elaboraciones de Mao TseTung, tenían fundamento en su objetivo político: una fase intermedia –luego de la liberación del imperialismo– caracterizada por el desarrollo capitalista; lo que llamó “la nueva democracia”. Sin embargo, Guevara llega a la conclusión de que no existía tal fase intermedia y así lo deja plasmado cuando señala que “No hay más cambios que hacer: o revolución socialista o caricatura de revolución”101. Es decir, en la generalización de Guevara se pierde la relación original entre estrategia y objetivos políticos, implicada en muchos de los términos que hace propios de la guerra prolongada, ya sea a través de Mao o de Giap. Desde luego, más allá de estas referencias, la generalización de lucha guerrillera como estrategia realizada por Guevara tiene como base fundamental la propia experiencia de la Revolución cubana. Pero nuevamente nos encontramos con un problema similar. Los objetivos políticos del Movimiento 26 de Julio (M26J)102 durante aquel proceso, y hasta años después de la toma del poder, estuvieron muy lejos del objetivo de la revolución socialista, más lejos incluso que los de Mao con su “nueva democracia”. El programa del M26J para 1957 consistía centralmente en derrocar la dictadura de Batista, restituir la Constitución cubana de 1940 y poner límites a la injerencia norteamericana en la isla103. Será durante el proceso mismo que comenzará a levantar el programa de la reforma agraria para ganar a los campesinos y peones rurales. 101 Guevara, Ernesto, “Crear dos, tres…, muchos Vietnam es la consigna”, Obras completas, ob. cit., p. 365. 102 El M26J estaba dirigido por Fidel Castro, quien se consideraba a sí mismo continuador del demócrata pequeñoburgués Eduardo Chibás. Este fue uno de los dirigentes destacados del Directorio Estudiantil Universitario que tuvo protagonismo en la revolución de 1933. En 1947 fundó el Partido Ortodoxo (desprendimiento del Partido Auténtico) al que pertenecía Castro. Se trata de una formación política de oposición democrática que se centra en la crítica a la corrupción del régimen. El propio Chibás se suicidará en 1951 luego de una campaña donde fue acusado de corrupción. 103 En 1957, el M26J da a conocer el “Manifiesto de la Sierra”, en el cual propone ocho puntos básicos: 1) formación de un frente cívico revolucionario con una estrategia común de lucha; 2) designación de una persona llamada a presidir el gobierno provisional; 3) renuncia del dictador; 4) renuencia del frente cívico a aceptar o invocar la mediación o intervención de otra nación en los asuntos internos de Cuba, más una petición a Estados Unidos para que suspenda todos los envíos de armas a la dictadura; 5) rechazo de cualquier gobierno provisorio representado en una junta militar; 6) apartar a los militares de la política; 7) llamar a elecciones de acuerdo con lo establecido en la Constitución de 1940 y el Código Electoral de 1933; 8) bosquejo de un programa mínimo a ser cumplido por el gobierno provisional (cfr. Mires, Fernando, La rebelión permanente, México, Siglo XXI, 1988, p. 309).
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En 1958, el M26J suscribe el “Pacto de Caracas”, donde se plantea la unidad de acción de todos los partidos que están contra la dictadura, incluyendo a los partidos burgueses (entre ellos el que había gobernado hasta el golpe, el Partido Auténtico). Una vez derrocado el dictador Batista, asumiría Manuel Urrutia como representante de aquella especie de “bloque de las cuatro clases”. Sin embargo, este bloque se ve rápidamente desgarrado por la escalada del enfrentamiento entre el movimiento obrero y el campesinado por un lado, y el imperialismo norteamericano por otro. La violenta ofensiva de este último va a hacer inviable cualquier etapa intermedia, y así comienza el proceso de avance contra la propiedad capitalista que le dará la fisonomía que finalmente tuvo a la Revolución cubana104. En síntesis, no solo en sus fuentes originales los aspectos que el Che Guevara toma de la estrategia de guerra prolongada estuvieron ligados a la conquista de objetivos políticos diferentes a los que él mismo postula, sino que también en la propia experiencia cubana sucedió algo muy similar. En ninguno de los tres casos (China, Indochina y Cuba), el objetivo político al que apuntaban originalmente estas estrategias era la revolución socialista. Ahora bien, si no es a partir de la ligazón con los fines políticos, ¿de qué tipo son entonces los fundamentos de Guevara para la generalización de la estrategia de lucha de guerrillas? La respuesta es que en muchos casos parte esencialmente de consideraciones tácticas, para luego independizarse incluso de ellas. Guevara parte de considerar a “la acción guerrillera en América como eje central de la lucha”105. Este axioma aparece en un primer momento deducido de ciertas condiciones de diferente índole, como ser el aspecto técnico del ocultamiento de la dirección, el carácter explosivo de la lucha del campesinado latinoamericano y el carácter continental de la lucha. En un segundo momento se opera la sustitución de estos factores por la potencialidad de la lucha guerrillera misma a través del concepto de “foco”106: “no siempre hay que esperar a que se den todas las
104 Para un análisis de la mecánica de la revolución cubana ver Aguirre, Facundo y Dunga, Gustavo, ob. cit. 105 Guevara, Ernesto, “Guerra de guerrillas: un método”, ob. cit., p. 384. 106 Régis Debray lleva al paroxismo el concepto de “foco”, elaborando directamente una teoría a partir del mismo en su texto “¿Revolución en la revolución?”. Al respecto, Néstor Kohan señala que: “Es cierto que la temática del ‘foco’ está presente en los escritos del Che pero de una manera muy diferente a la receta simplificada que construye Debray. Nosotros creemos que en el Che los términos “foco” y “catalizador” […] tienen un origen metafórico proveniente de la medicina […] Pero, más allá de su origen metafórico, está muy claro que en el pensamiento político de Guevara la concepción de la guerrilla
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condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas”107. Finalmente, Guevara se concentra en el desarrollo mismo de la guerrilla y el ejército popular a partir del foco, tomando para ello, como señaláramos antes, el esquema evolutivo de los “tres momentos” (defensiva, equilibrio y ofensiva) de la guerra prolongada. Como señala Clausewitz, para la teoría de la dirección de la guerra es necesario establecer métodos, es decir, procedimientos que se repiten, una manera de obrar que surge del cálculo de los casos más probables. Al obrar determinado por métodos el general prusiano lo denominaba “metodismo”, que debería estar fundado en la probabilidad media de un conjunto de casos. Sin embargo, este “metodismo” necesario frecuentemente adquiere una inercia de consecuencias potencialmente catastróficas. La lástima –dice Clausewitz– es que una manera [forma de actuar] semejante que se deduce de casos aislados sobrevive por sí misma, queda invariable mientras las circunstancias cambian sin que de ello nos apercibamos; esto es lo que una crítica clara y entendida debe impedir108.
Esto fue en gran medida lo que sucedió con la generalización realizada por el Che Guevara. Veamos. Un primer aspecto que podemos señalar es la cuestión del centro de gravedad. Según el planteo de Guevara “la posibilidad de triunfo de las masas en América Latina” estaba indisolublemente ligada a que los revolucionarios constituyesen su centro de gravedad en el campo y su base social en el campesinado. En las formulaciones de Mao o de Giap, veíamos que este elemento tenía raíces concretas en la derrota previa del movimiento obrero en las ciudades (en 1925-1927 en China, en 1945 en Indochina) producto de la política de colaboración de clases. Esta ruptura de los lazos de ambos partidos con la clase obrera y su traslado al campo sería transformada retrospectivamente en una virtud por la nueva estrategia de guerra prolongada.
está siempre vinculada a la lucha de masas” (Kohan, Néstor, Ernesto Che Guevara. El sujeto y el poder, La Haine, consultado el 5/3/2017 en: http://www.lahaine.org/amauta/b2-img/ nestor_sujeto.pdf). Sin embargo, la cuestión central no es si el pensamiento de Guevara está o no vinculado a la lucha de masas, sobre lo cual tiene razón Kohan, sino cuál es la relación que establece. Para la discusión sobre la fórmula trinitaria de Clausewitz ver capítulo 1 del presente libro. 107 Guevara, Ernesto, “Guerra de guerrillas”, Obras escogidas, Santiago de Chile, Resma, 2004, p. 9. 108 Clausewitz, Carl von, De la Guerra, Tomo I, ob. cit., pp. 207-208.
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En el caso de la generalización de Guevara, el establecimiento de un centro de gravedad rural, sin aquellos fundamentos, tampoco cuenta con otros basamentos en la propia experiencia cubana capaces de otorgarle bases sólidas. A diferencia de China o Indochina109, si bien las organizaciones del movimiento obrero bajo el régimen de Batista estaban controladas por la burocracia de Eusebio Mujal, ya en 1955, antes del desembarco del Granma, se había producido la importante huelga azucarera en Las Villas (de hecho fue uno de los elementos tenidos en cuenta por Fidel Castro al planificar el desembarco) y comenzaba un proceso de cuestionamiento antiburocrático. A pesar de que los sucesivos llamados desde la Sierra Maestra a la huelga general por parte del M26J fracasaron (producto de una concepción de la acción obrera separada completamente de la experiencia), el movimiento obrero protagoniza en 1957 una huelga general por fuera de la burocracia con choques con las fuerzas de seguridad que marca el ocaso de la dictadura110. Finalmente, la huelga general de enero de 1959, en el marco del avance del Ejército Rebelde, será fundamental para la lograr la derrota definitiva de Batista. Por fuera de estos elementos, entre los fundamentos del Che Guevara para una estrategia rural cobrarán especial relevancia consideraciones tácticas como ser: las mejores “condiciones de defensa y
109 La Revolución cubana de 1959 tenía su antecedente en la revolución de 1933 contra la dictadura de Machado, proceso del cual había sido protagonista el movimiento obrero junto con el movimiento estudiantil. Los trabajadores del azúcar habían tenido un papel central junto con los del tabaco, una industria que se había tecnificado rápidamente según los requerimientos internacionales. En el tabaco se habían extendido mucho las ideas de la Revolución rusa gracias al activismo de Julio Antonio Mella, pero predominaban los anarquistas. En aquel año 1933 el movimiento obrero en unidad con el movimiento estudiantil le daría el golpe de gracia a Machado, mostrando la fortaleza de los sindicatos. Surgen también embriones de organismos de tipo soviéticos en el Oriente. El proletariado, que a pesar de su fortaleza no había conquistado la independencia política, deja el poder en manos de la burguesía, que una vez más prefiere pactar con el imperialismo que someterse al torbellino de la lucha del movimiento de masas. 110 La huelga general de agosto de 1957 estallaría frente al asesinato de Frank País por parte de la dictadura. País era un referente popular entre los trabajadores y dirigente de la organización Acción Nacional Revolucionaria, que se había unido al grupo de Fidel Castro poco después del asalto al Moncada.
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maniobrabilidad” en el campo111 o la posibilidad de garantizar “la seguridad y permanencia del mando revolucionario”112. No es que se desprecie las luchas de masas obreras organizadas –dice Guevara–, simplemente se analiza con criterio realista las posibilidades, en las condiciones difíciles de la lucha armada, donde las garantías que suelen adornar nuestras constituciones están suspendidas o ignoradas. En estas condiciones los movimientos obreros deben hacerse clandestinos, sin armas, en la ilegalidad y arrastrando peligros enormes; no es tan difícil la situación en campo abierto, apoyados los habitantes por la guerrilla armada y en lugares donde las fuerzas represivas no pueden llegar113.
Un segundo aspecto, también con fundamentos tácticos, pero que será clave en la generalización de Guevara, es la potencialidad del campesinado desde el punto de vista del desarrollo del “foco” insurreccional. En este sentido destacaba: “La situación general del campesinado latinoamericano y el carácter cada vez más explosivo de su lucha contra las estructuras feudales”114. Sin embargo, en la experiencia cubana no se había verificado aquella explosividad del campesinado sino hasta bastante después del inicio de la guerrilla en Sierra Maestra, cuando empeora la situación económica y comienza a entrar en crisis la dictadura de Batista. De hecho cuando en 1956 se produce el desembarco del Granma, el grupo de guerrilleros del M26J estuvo próximo a ser liquidado, mientras que la situación en el campo recién comienza a cambiar claramente en 1958. La propia experiencia trágica del Che Guevara en Bolivia en 1967 mostró la debilidad de aquella generalización; otro tanto podríamos
111 Anteriormente Guevara había planteado que a “la Sierra” y “el Llano” los separaban “diferencias de conceptos estratégicos”: “La Sierra estaba ya segura de poder ir desarrollando la lucha guerrillera; trasladarla a otros lugares y cercar así, desde el campo, a las ciudades de la tiranía, para llegar a hacer explotar todo el aparato del régimen mediante una lucha de estrangulamiento y desgaste. El Llano planteaba una posición aparentemente más revolucionaria, como era la de la lucha armada en todas las ciudades, convergiendo en una huelga general que derribara a Batista y permitiera la toma del poder en poco tiempo” (Guevara, Ernesto, Pasajes de la guerra revolucionaria, Bolchetvo, consultado el 5/3/2017 en: https://creandopueblo.files.wordpress.com/2011/08/che-pasajesdelaguerrarevolucionaria.pdf). 112 Guevara, Ernesto, “Guerra de guerrillas, un método”, ob. cit., p. 384. 113 Guevara, Ernesto, “La guerra de guerrillas”, ob. cit., p. 9. 114 Guevara, Ernesto, “Guerra de guerrillas: un método”, ob. cit., p. 385. El carácter “feudal” de la estructura, que Guevara parece tomar sin beneficio de inventario, era una definición del stalinismo para la región que, aunque lejos de la realidad, era útil para justificar la necesidad de una etapa intermedia capitalista previa a la revolución socialista.
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decir de la guerrilla organizada años antes a instancias suyas por Ricardo Masetti en el norte argentino. A diferencia del Che, cuando Mao había planteado en 1930 para China que “una sola chispa puede incendiar la pradera” se refería a una situación bien concreta. El proverbio –dice Mao–, “una sola chispa puede incendiar la pradera”, es una descripción apropiada de cómo se desarrollará la situación actual. Basta echar una mirada a las huelgas obreras, las insurrecciones campesinas, los motines de soldados y las huelgas estudiantiles, que están desarrollándose en muchos lugares, para darse cuenta de que esa “chispa”, sin duda alguna, no tardará en “incendiar la pradera”115.
Luego de la derrota de 1927, Mao y el PCCh no se trasladan al campo para crear un movimiento guerrillero, sino que había ya un movimiento guerrillero espontáneo con el que confluyen. De ahí que los temas principales de Mao entonces fueran: cómo ese tipo movimientos podían ser conducidos por el PC; si había que dar lugar a los grupos de bandidos o no; cómo se podían complementar las fuerzas irregulares con las regulares; cómo una fuerza regular (el Ejército Rojo) podía combatir con métodos guerrilleros, entre otros. De conjunto, el metodismo de Guevara cae en aquello sobre lo que alertaba Clausewitz respecto a la deducción de determinando método a partir de casos aislados que los sobrevive más allá de las condiciones concretas de cada combate. Esto quedará demostrado ampliamente a nivel internacional durante todo el ascenso de masas de la década de 1970 que entre otros aspectos tuvo como uno de los principales protagonistas al movimiento obrero con sus organizaciones y métodos de lucha. Estrategia y objetivos políticos
En un sentido similar al que desarrollábamos en torno a Mao y a Giap vemos cómo los desarrollos estratégicos del Che Guevara se generalizan en forma relativamente independiente del valor concreto que adquieren en los propios procesos. Por otro lado, en el caso de Guevara, se agrega la particularidad de que retoma muchas definiciones contenidas en las formulaciones originales de la guerra popular prolongada pero rechaza su aspecto central en cuanto a estrategia política: el “bloque de las cuatro clases” o, dicho en otros términos, la alianza política con la
115 Mao, Tse-Tung, “Una sola chispa puede incendiar la pradera”, Obras escogidas, Tomo 1, ob. cit., p. 58.
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burguesía como estrategia, supuestamente útil para la lucha contra el imperialismo. Así es que la estrategia política y la militar no cuentan con una conexión sólida en la elaboración de Guevara. Por un lado, generaliza la estrategia del M26J durante la Revolución cubana en cuanto a la formación de un partido-ejército de base campesina con centro de gravedad en el ámbito rural. Pero por otro lado, lo hace por fuera de una evaluación de la estrategia política del M26J de alianza con los sectores burgueses opositores a Batista, que fracasó en 1959 luego del breve interregno de Urrutia. El propio Guevara supo definir la mecánica de la Revolución cubana como una “revolución de contragolpe”116 en referencia a los ataques y contraataques que se sucedieron en los primeros años de la revolución marcados por la acción recíproca de las ofensivas del imperialismo y la radicalización de las masas. Es en este marco que una dirección democrático-radical pequeñoburguesa como el M26J tomará finalmente el programa del proletariado y avanzará contra la propiedad capitalista. Sin embargo, Guevara no extrae las conclusiones estratégicas de aquella importante definición. Si la Revolución cubana arribó a su resultado “de contragolpe”, esto plantea la falta de correspondencia entre el desarrollo real del proceso respecto a la estrategia y el programa con el que sus direcciones lo concibieron. Esta situación resulta contradictoria con la generalización de la estrategia seguida por el M26J en Cuba. Guevara no abordó este problema. Al contrario, buscó mayores fundamentos teóricos en la guerra popular prolongada, incluidos esquemas que se situaban por encima de la experiencia de las masas y el desarrollo vivo de la lucha de clases, como aquel de los “tres momentos” de Mao y Giap. Ahora bien, los efectos de una estrategia no se limitan a sus consecuencias inmediatas, previas a la conquista del poder. En la estrategia de guerra prolongada vimos cómo varios de sus elementos (la ocupación desde afuera de las ciudades, el partido-ejército y su constitución en Estado) contribuían a crear fuerzas materiales que bloqueaban el avance hacia el socialismo. En Cuba, la estrategia campesina de lucha guerrillera tuvo efectos similares, dando lugar a que el Estado obrero nacido de aquella “revolución de contragolpe” tuviese desde el inicio un carácter deformado, mutilado burocráticamente. En las estrategias de Mao o de Giap los elementos que contribuían a aquel bloqueo eran compatibles con sus objetivos políticos, siendo que concebían el producto de la revolución como una necesaria etapa 116 Esta definición se encuentra citada en el libro de Jean Paul Sartre Huracán sobre el azúcar. Para un análisis ver, Aguirre, Facundo, y Dunga, Gustavo, “La revolución permanente en Cuba”, ob. cit.
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intermedia “democrático-burguesa” y no socialista. En el caso del Che Guevara y su generalización de la experiencia cubana esta tensión es mucho mayor, ya que en su concepción los objetivos políticos de la revolución en América Latina son necesariamente socialistas. Esta contradicción estará presente en su obra. La podemos ver, por ejemplo, en la reivindicación realizada por Guevara de la conformación de un aparato administrativo previamente a la toma del poder, llamado a sustituir el aparato del Estado burgués. Como parte de su generalización de la estrategia guerrillera señala que: … en esta zona [liberada por la guerrilla] comienza la estructuración del futuro aparato estatal encargado de dirigir eficientemente la dictadura de clase durante todo el período de transición. Cuanto más larga sea la lucha, más grandes y complejos serán los problemas administrativos y en su solución se entrenarán los cuadros para la difícil tarea de la consolidación del poder y el desarrollo económico, en una etapa futura117.
Este tipo de sustitución estuvo en la base del carácter burocrático del nuevo Estado cubano desde su mismo origen. Luego de la toma de las ciudades desde afuera, el aparato del Ejército Rebelde fue sustituyendo al antiguo aparato del Estado burgués encabezado por Batista. Para esta tarea –a diferencia del PC chino o vietnamita– el M26J no poseía tradición en el movimiento obrero. Sin embargo, también se “apropió del capital político y moral” que por derecho le correspondía a los obreros de la isla, a través de la alianza con el stalinismo cubano (que de hecho no había cumplido ningún papel en la revolución). Este vínculo será esencial para la regimentación del movimiento obrero, con la intervención estatal de los sindicatos, entre otras medidas118. En textos posteriores, como “El socialismo y el hombre en Cuba” (1965), Guevara problematizará, aunque parcialmente, esta cuestión. Lo hará en términos de la relación establecida en Cuba entre “el líder” (Fidel Castro), “el partido” (que debería ser vanguardia) y “la masa”119, buscando una mayor participación de esta última. Para ello señala “la necesidad de una serie de mecanismos, las instituciones revolucionarias”.
117 Guevara, Ernesto, “Guerra de guerrillas: un método”, ob. cit., p. 385. 118 Ver capítulos 3 y 7 del presente libro. 119 Aunque plantea la necesidad de otorgarle mayor protagonismo a “la masa”, se encuentra muy lejos de la relación entre “clase, partido y dirección” que vimos en capítulos anteriores, establecida por Lenin o Trotsky (ver capítulos 1 y 4 del presente libro).
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Esta institucionalidad de la Revolución –dice– todavía no se ha logrado. Buscamos algo nuevo que permita la perfecta identificación entre el Gobierno y la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la construcción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares comunes de la democracia burguesa120.
Este tipo de instituciones, capaces de cumplir aquellas funciones sobre las que reflexiona Guevara, ya habían sido desarrolladas desde principios del siglo XX por la clase obrera. En Rusia fueron los soviets, pero como vimos a lo largo de este libro también se desarrollaron en múltiples procesos revolucionarios durante las décadas siguientes. Guevara no llega a abordar el tema en términos de organismos de autoorganización, pero deja planteado el problema. Otro tanto podríamos decir respecto a las consideraciones de Guevara sobre la planificación de la economía y el carácter necesariamente consciente del avance hacia el socialismo. Al respecto señala: … es preciso acentuar [la] participación consciente, individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y de producción y ligarla a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica, de manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes y sus avances son paralelos. Así logrará la total consciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas todas las cadenas de la enajenación121.
Esta posición Guevara la expresa en el debate que protagoniza entre 1963-1964 –cuando era Ministro de Industrias– sobre la organización de la economía. En el mismo intervinieron entre otros, Charles Bettelheim y Ernest Mandel. Guevara, al igual que este último, defiende la planificación centralizada de la economía frente al planteo de apelar a la competencia entre unidades de producción autofinanciadas. Critica también los estímulos materiales con el fin de incentivar la competencia entre los trabajadores como vía de aumentar la productividad, a lo cual le opone los estímulos morales apelando a la conciencia revolucionaria122. 120 Guevara, Ernesto, “El socialismo y el hombre en Cuba”, Palabras sobre el socialismo, ob. cit., p. 261. 121 Ibídem, p. 262. 122 Los artículos principales del debate se encuentran recopilados en Guevara, Ernesto, El gran debate. Sobre la economía en Cuba, Melbourne, Ocean Press, 2003. Para una reseña del debate ver Hernández, Juan Luis, “La Revolución cubana y la planificación socialista”, La Izquierda Diario, consultado el 5/3/2017 en: http://www.laizquierdadiario.com/ La-Revolucion-cubana-y-la-planificacion-socialista.
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Dos estrategias opuestas
Todos estos aspectos nos devuelven de un modo u otro al problema de la autoorganización y la democracia soviética, fundamentales para la intervención consciente de los trabajadores tanto en la definición de los lineamientos políticos como en la planificación económica. Ahora bien, la inclusión de los organismos de tipo soviético dentro de un planteamiento estratégico revolucionario, desde ya, tiene consecuencias sumamente amplias. El Che Guevara no llegó a incluirlos, entre otras cosas, porque el desarrollo de los mismos se opone por el vértice, desde los más variados ángulos estratégicos, tanto a los planteamientos de la guerra popular prolongada como a su propia formulación de la guerrilla como estrategia. En la estrategia obrera insurreccional, los organismos de tipo soviético son justamente aquel andamiaje institucional sobre cuya ausencia en Cuba reflexiona Guevara, potencialmente capaces de cumplir todas aquellas funciones (democráticas, organizativas, productivas, formativas) a las que hace referencia. También son fundamentales desde el punto de vista de “romper la enajenación”, ya que el mayor y más sólido protagonismo de estos organismos de autoorganización –opuestos en cuanto tales al fortalecimiento de la burocracia– son índices del avance hacia la progresiva extinción del Estado (extinción que desde luego no se agota en este punto pero lo incluye123). Ahora bien, el trabajo de la estrategia no comienza luego de la toma del poder; presupone un despliegue anterior, de lo contrario estaríamos hablando de triunfos –en caso de que se logren– “a pesar de” y no “gracias a” la estrategia. Como hemos visto anteriormente, los soviets –u organismos de autoorganización similares– no solo tienen la potencialidad de ser base institucional del nuevo Estado obrero sino que previamente pueden constituirse en órganos tanto de preparación de la insurrección como de realización de la insurrección misma. Claro que para ello es fundamental que la acción del partido revolucionario sea capaz de soldar su relación con las masas de cara a la revolución. De ahí que el papel de los soviets sea mucho más amplio. La tarea de los soviets –dice Trotsky– no consiste simplemente en exhortar a las masas a la insurrección o en desatarla, sino fundamentalmente en conducir a las masas a la sublevación pasando por las etapas necesarias. Al principio, el soviet no gana en absoluto a las masas gracias a la consigna de la insurrección, sino gracias a otras consignas parciales;
123 Para un abordaje de conjunto sobre este aspecto, ver capítulo 7 del presente libro.
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solo a continuación, paso a paso, va llevando a las masas hacia esta consigna, sin dispersarlas por el camino e impidiendo que la vanguardia se separe del conjunto de la clase. […] En la acción, las masas deben sentir y comprender que el soviet es su organización, de ellas, que reagrupa sus fuerzas para la lucha, para la resistencia, para la autodefensa y para la ofensiva. No es en la acción de un día ni, en general, en una acción llevada a cabo de una sola vez, como pueden sentir y comprender esto, sino a través de experiencias que adquieren durante semanas, meses, incluso años, con o sin discontinuidad124.
Esta perspectiva estratégica desde luego es opuesta a la construcción de un partido-ejército y a la disciplina mecánica que este implica. A la inversa, el papel del partido revolucionario pasa por establecer una estrecha vinculación con las masas a partir de la experiencia. Incluso la propia fuerza armada de la revolución, como hemos analizado en capítulos anteriores, surge directamente ligada a las organizaciones de masas (milicias obreras) sobre las que actúa el partido revolucionario. Más de conjunto, comprende los diferentes momentos, defensivo y ofensivo, del frente único obrero. Es decir, un planteo estratégico que está indisolublemente ligado a la acción de las masas y los desarrollos de la lucha de clases; por ende, en las antípodas de un esquema abstracto y evolutivo de “tres fases” para construir un partido en forma de ejército. Es claro que el Che Guevara, aunque entrevió determinados problemas ligados a la evolución del Estado obrero burocrático cubano, criticó los postulados “etapistas” y de colaboración de clases que orientaban al stalinismo latinoamericano y puso el acento en la extensión internacional de la revolución, nunca revisó desde el punto de vista del protagonismo de las masas –y menos aún específicamente de la clase obrera– sus formulaciones estratégicas. Estas siguieron ligando ciertos aspectos del desarrollo del proceso cubano con elementos de la estrategia de guerra popular prolongada. El resultado final fue que su planteo estratégico quedó atravesado por un profundo eclecticismo (especialmente en la relación entre estrategia y objetivos políticos), que potenciado por su autoridad como figura revolucionaria colaboró a empantanar en gran medida el debate estratégico durante el ascenso de masas inmediatamente posterior.
124 Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, ob. cit., p. 220.
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PARTE 5 LA ABSTRACCIÓN DE LA ESTRATEGIA MILITAR A través de todo este recorrido, finalmente, durante las décadas de 1960 y 1970 un método táctico como la guerra de guerrillas pasó de forma auxiliar de combate a convertirse en una estrategia en sí misma. A su vez, elementos de la estrategia de guerra popular prolongada serán llevados al escenario de las ciudades, dando lugar a concepciones de guerra de guerrillas urbana. Sobre la guerrilla urbana cobrará trascendencia Abraham Guillén125, quien tendrá influencia sobre Carlos Marighella y Carlos Lamarca de Brasil, también sobre Tupamaros en Uruguay, y estará vinculado con la fallida experiencia de Uturuncos en Argentina. El autor de Estrategia de la guerrilla urbana126 (1965) polemizará con el Che Guevara sosteniendo como un error estratégico fundamental comenzar la guerrilla en una zona rural o en la montaña. Criticará en este sentido el traslado mecánico a otras latitudes de la experiencia china. Junto con varios argumentos “técnicos”, Guillén sostiene como fundamento de vital importancia para sus desarrollos sobre la guerrilla urbana el hecho de que las masas urbanas son mayoría. En esto último al menos Guillén tenía razón. Al momento de generalizar el Che Guevara la estrategia de guerra de guerrillas rural, América Latina estaba experimentando un proceso exponencial de desarrollo urbano. En varios de los principales países de la región la población urbana superaba el 50 % y en algunos lo hacía ampliamente127. Cabe recordar que la estrategia de guerra popular prolongada se había elaborado originalmente para un país cuya población urbana apenas superaba el 10 %. Esto era una parte –objetiva– de la cuestión. Desde el punto de vista subjetivo, a partir de finales de la década de 1960 el movimiento obrero volverá al primer plano de la lucha de clases internacional. Lo hará tanto en la periferia (en Latinoamérica: en Chile, 125 Guillén, Abraham (1913-1993): militante en el anarquismo español, participó de la defensa de Madrid, cayendo prisionero de las fuerzas franquistas en 1939. Condenado a 20 años de prisión, se evadió definitivamente en 1943 y llegó a la Argentina en 1948. A fines de la década de 1950 se vinculó a los grupos de la resistencia peronista de John William Cooke. Autor, entre otros, de La agonía del imperialismo (1957), además del mencionado Estrategia de la guerrilla urbana. 126 Guillén, Abraham, Estrategia de la guerrilla urbana, Montevideo, Ediciones Liberación, 1969. 127 Ver por ejemplo Gatica, Fernando, “La urbanización en América Latina: aspectos espaciales y demográficos del crecimiento urbano y de la concentración de la población”, CEPAL, consultado el 5/3/2017 en: http://repositorio.cepal.org/bitstream/ handle/11362/12563/NP9-01_es.pdf?sequence=1.
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Bolivia, Uruguay, Argentina, entre otros); como en los centros imperialistas: en Francia en 1968, que abre el ciclo, pero sobre todo con la Revolución portuguesa de 1974 –la primera revolución en un país imperialista desde la posguerra–; y también protagonizando procesos revolucionarios contra la burocracia, como en Checoslovaquia en 1968 y sobre todo con la Revolución polaca de 1980-1981128. Sin embargo, el traslado de la guerrilla del campo a la ciudad estuvo lejos de significar una vuelta a una estrategia ligada a la experiencia del proletariado, a su autoorganización, a una estrategia insurreccional y con un programa revolucionario. Muy por el contrario, representó un nuevo salto en la creciente abstracción de la estrategia militar (por sobre la estrategia política, los objetivos políticos y las condiciones para su desarrollo) y la profundización del militarismo. El eclecticismo como método
Desde el punto de vista del análisis estratégico, el académico James Joes tiene sus razones para señalar que … cualquiera que tomara en serio las enseñanzas de Clausewitz y/o de Mao, o estudiara ejemplos exitosos de insurgencias guerrilleras pasadas, bien se podría haber visto tentado a concluir que la frase ‘guerra de guerrillas urbana’ estaba cerca de ser un oxímoron129.
Podríamos decir que en varios sentidos efectivamente es así. Para Clausewitz, la guerrilla debía operar sobre una zona amplia para poder evitar al enemigo, lejos de las costas, en un terreno accidentado que impida los movimientos de las tropas hostiles. Pero, por sobre todo, debía contar con el apoyo de la mayoría de la población, como prerequisito para desarrollar sus actividades. Para Mao, el esquema de las “tres fases” para el desarrollo del ejército popular dependía de la conquista de una base geográfica segura, que era imposible en los estrechos marcos de la ciudad. Esta conclusión la compartía plenamente Guevara, que le da una jerarquía de primer orden. Sin embargo, el motivo por el que verdaderamente la estrategia de “guerra de guerrillas urbana” se acerca al oxímoron es la transformación misma de la táctica de guerrillas en estrategia y, como si esto fuera poco,
128 Para una periodización ver Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “En los límites de la ‘restauración burguesa’”, ob. cit. 129 Joes, Anthony James, Urban guerrilla warfare, Kentucky, University Press of Kentucky, 2007, p. 7.
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en una estrategia urbana, llegando a la peregrina idea de construir un partido-ejército como aparato militar a partir de zonas urbanas por fuera de la acción de la lucha de clases, las organizaciones del proletariado, y su experiencia. Es decir, por fuera de una estrategia obrera e insurreccional. Esta guerra de guerrilla urbana, al convertirse en estrategia, necesariamente debe ser “foquista”. De ahí que en su acción militar muchas veces se haga muy difícil distinguir la guerrilla urbana del terrorismo populista pequeñoburgués que criticaran figuras como Lenin a principios del siglo XX, una crítica que estuvo entre las bases sobre las que se fundó el marxismo ruso. A pesar de todos estos elementos, esta estrategia proliferó ampliamente, la mayoría de las veces no en forma “pura” de guerrilla urbana y, en este marco, tuvieron lugar todo tipo de combinaciones eclécticas entre quienes se reivindicaban marxistas, entre el guevarismo, el maoísmo, e incluso el trotskismo. El PRT-ERP130 de Argentina, dirigido por Mario Roberto Santucho, fue uno de los ejemplos paradigmáticos de aquellas combinaciones. Intentó fusionar elementos aislados de diferentes estrategias: el internacionalismo y la crítica a la burocracia stalinista de Trotsky pero negando la insurrección y apropiándose de la guerra popular prolongada de Mao Tse-Tung, junto con diferentes formulaciones de bloques de colaboración con la burguesía para enfrentar al imperialismo, sosteniendo luego como modelo militar revolucionario a imitar el desarrollado por Giap en Vietnam contra EE. UU. Una serie de combinaciones que, como fuimos desarrollando, son contradictorias en sus propios términos131. Las propias corrientes que se reivindicaban del trotskismo, en el IX Congreso (1969) de la IV Internacional, aprueban con relación a América Latina la lucha armada como estrategia. De hecho, el PRT de Santucho pasa a ser su sección oficial en Argentina. La “Resolución sobre América Latina” de Livio Maitán dice: Aun en el caso de países donde pudieran ocurrir primero grandes movilizaciones y conflictos de clase urbanos, la guerra civil tomará formas variadas de lucha armada, en las cuales el eje principal por todo un período será la guerrilla rural, término cuyo significado primordial es geográficomilitar y que no implica necesariamente una composición exclusivamente 130 Las siglas refieren al Partido Revolucionario de los Trabajadores y su brazo armado, el Ejército Revolucionario del Pueblo. 131 Para un análisis desarrollado sobre el PRT-ERP, ver Werner, Ruth y Aguirre, Facundo, Insurgencia Obrera en la Argentina 1969-1976. Clasismo, coordinadoras interfabriles y estrategias de la izquierda, ob. cit.
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(ni siquiera preponderantemente) campesina. En este sentido, la lucha armada en América Latina significa fundamentalmente guerra de guerrillas132.
De conjunto, la abstracción de la estrategia militar que caracterizó la orientación militarista de innumerables organizaciones durante el ascenso de masas internacional abierto desde el Mayo Francés contrastó con el peso determinante que tuvo el movimiento obrero en muchos de los procesos que atravesaron aquella época. El rotundo fracaso de aquellas estrategias militaristas, en sus diferentes variantes, dejó como huella una profunda reacción pacifista que se extiende hasta nuestros días. Las consecuencias del metodismo
El “metodismo”, que veíamos con Clausewitz, refiere a determinada forma de actuar que se generaliza más allá de las circunstancias concretas del combate, llegando a contradecirlas. Son claras las potenciales consecuencias catastróficas que encierra esa forma de actuar. Una de las caras de este “metodismo”, decíamos, fue el militarismo, es decir, la idea de que “la lucha armada” por sí misma garantiza a priori el carácter revolucionario de una estrategia. La contracara de esto es una teoría divorciada de los problemas estratégicos reales. Esta característica se reflejará en las elaboraciones del Che Guevara y del amplio arco de organizaciones que en las décadas de 1960 y 1970, con sus múltiples variantes, transformaron la guerra de guerrillas en estrategia. Es diferente del caso de Mao Tse-Tung, quien con la “guerra popular prolongada” establece una estrategia coherente con la subordinación al nacionalismo burgués (“bloque de las cuatro clases”) y el objetivo político de la revolución (no socialista) vinculado a una supuesta primera etapa de desarrollo capitalista de China (la “nueva democracia”). Mientras que en el caso de Mao se trató de una respuesta en clave de conciliación de clases a las encrucijadas reales de la Revolución china, en el caso del Che el metodismo sustituyó la elaboración político-estratégica sobre las encrucijadas reales que enfrentaban la clase obrera y el movimiento de masas para la toma del poder en América Latina. En su obra no encontraremos desarrollos significativos, por ejemplo, sobre el movimiento campesino real, tampoco sobre el proceso de urbanización y 132 Publicada en Intercontinental Press, 14 de julio de 1969, p. 720, fragmento citado en Blanco, Hugo; Camejo, Peter; Hansen, Joseph y otros, “Argentina y Bolivia: Un balance”, Nahuel Moreno Biblioteca Digital, consultado el 5/3/2017 en: http://www.nahuelmoreno.org/pdf/argentina.bolivia.pdf.
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extensión de la clase obrera entre las décadas de 1950 y 1960 ni sobre el movimiento obrero y la estatización de los sindicatos o sobre las vías de superación del nacionalismo burgués, problema clave en la región. En relación al primer aspecto, el campesinado, a pesar de ser para Guevara el sujeto protagónico de la lucha de clases en América Latina, aparece en una forma mítica, por fuera de los procesos que estaba protagonizando en la década de 1960. El Che destaca sus virtudes respecto al desarrollo del “foco” guerrillero, pero no analiza los enormes movimientos de la época, como por ejemplo las Ligas Campesinas dirigidas por Francisco Julião, que en la década de 1960 se desarrollan con fuerza en más de 16 estados de Brasil. Mientras que en estos procesos el campesinado sufre la acción de la iglesia católica y el stalinismo para limitar la movilización, en las elaboraciones del Che el campesinado aparece como una especie de tabula rasa, por fuera de las mediaciones políticas. Un sujeto que parecería estar simplemente “disponible” para reclutar para la revolución sin luchas de estrategias concretas que lo atraviesen. A su vez, Guevara pone en segundo plano la acción en las ciudades bajo el argumento de la sistemática represión que sufren los movimientos urbanos; según él, al ámbito rural “las fuerzas represivas no pueden llegar”. Pero, siguiendo con el ejemplo de las Ligas Campesinas de Brasil, la realidad era que en la década de 1960 estaban sometidas a una rabiosa represión que tuvo como corolario el golpe militar de 1964 para derrotar el movimiento133. Otro tanto podríamos decir del proceso de luchas rurales que en la década de 1960 dio lugar a la rebelión campesina más importante de Perú en todo el siglo XX. A la par de la misma se desarrolló un amplio proceso de organización del campesinado poniendo en pie, entre otras, la combativa Federación Provincial de La Convención y Lares. Por fuera de estas experiencias, en las elaboraciones de Guevara de la misma época el campo era simplemente el terreno para la “estructuración del futuro aparato estatal” a partir del partido-ejército conformado por la guerrilla. Sobre el segundo aspecto que mencionábamos, los cambios objetivos, no hay por parte del Che un estudio sobre las condiciones objetivas en las que se desarrolla la propia teoría. Plantea la constitución del centro de gravedad del movimiento revolucionario en el campo en el momento donde el proceso de urbanización en América Latina da saltos exponenciales. La población urbana para el año 1970, por ejemplo, llegaba
133 Cfr. Lúe, Tadeo, “La cuestión agraria y las luchas campesinas”, Estrategia Internacional N.° 9, julio/agosto 1998.
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en Argentina al 64,8 %, en Uruguay al 70,1 %, y en Chile al 54,6 %134. Incluso en Cuba al momento de la revolución ya era del 41,5 % (1960)135. La forma “metodista” de dar cuenta de este aspecto la vimos con Guillén, quien a partir de constatar este hecho se limita a “trasladar” el lugar de la guerrilla del campo a la ciudad. Sin embargo, lo que caracterizaba a muchos de los países de Latinoamérica era justamente la existencia de poderosas organizaciones sindicales que eran claves para cualquier movimiento revolucionario. Este es un tercer aspecto cuya ausencia es llamativa en las elaboraciones de Guevara. En ninguno de sus trabajos teóricos sobre Latinoamérica se detiene a analizar la existencia de organizaciones obreras de gran peso, como podían ser en la época la CUT chilena, la COB boliviana o los propios sindicatos en la Argentina136. Menos aún aborda los problemas estratégicos que atraviesan aquellas organizaciones, como su estatización y el desarrollo de burocracias obreras como agentes de la burguesía al interior del movimiento obrero. Las inconsistencias de una teoría que no tomó en cuenta hechos tan evidentes como estos quedaron expuestas en el ascenso de masas que se desarrolló desde finales de la década de 1960 hasta principios de la década de 1980, que tuvo como protagonista central al movimiento obrero no solo en los países centrales sino en la propia América Latina; empezando por Bolivia y la Asamblea Popular en 1971; el proceso revolucionario en Chile con el desarrollo de los Cordones Industriales; también en Uruguay, cuyo hito fue la huelga general con ocupación de fábricas de 1973; la huelga general en Argentina de 1975 y el desarrollo de las Coordinadoras Interfabriles, entre otros. Un cuarto aspecto fundamental, ausente en los desarrollos teóricos de Guevara, es la reflexión sobre las vías de superación del nacionalismo burgués. A pesar de haber sostenido que la alternativa era “revolución socialista o caricatura de revolución” no realizó ninguna elaboración sustancial en torno a uno de los mayores obstáculos para la revolución socialista en América Latina; aun cuando el Che conocía por ejemplo la realidad política de su propio país natal (incluso intentó establecer un “foco” guerrillero con Masetti), donde existía uno de los movimientos nacionalistas burgueses más importantes de América, el peronismo. 134 Ver Gatica, Fernando, “La urbanización en América Latina: aspectos espaciales y demográficos del crecimiento urbano y de la concentración de la población”, ob. cit. Datos referidos a la población en ciudades de más de veinte mil habitantes. 135 Ídem. 136 Este argumento lo aborda correctamente Nahuel Moreno en su crítica al Che Guevara en: Moreno, Nahuel, “Dos métodos frente a la revolución latinoamericana”, en ob. cit.
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Como se demostró en el ascenso de la década de 1970, este representó un factor clave para la derrota del ascenso obrero y popular. En la propia Bolivia, donde el Che murió intentando establecer una guerrilla, estaban presentes estos elementos. Más de una década antes de su llegada había tenido lugar la revolución de 1952 con el movimiento obrero minero y la Central Obrera Boliviana como actores centrales; también un importante movimiento nacionalista burgués como el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario), que fue determinante para la derrota de ese proceso. Sin embargo, tampoco en este caso concreto aquellos problemas estratégicos merecieron el análisis de Guevara. Poco después de su asesinato, el movimiento obrero volvería a ser protagonista con la Asamblea Popular de 1971 que mencionábamos. Estos son algunos ejemplos de las consecuencias del metodismo, que desde luego también dejaba afuera de la elaboración toda una serie de temas fundamentales de la reflexión sobre la táctica y la estrategia revolucionaria, como el frente único, la hegemonía propiamente dicha, la táctica de “gobierno obrero”, entre otros. Tanto la idealización del campesinado, como la escasa o nula elaboración respecto al movimiento obrero o el nacionalismo burgués, menos aún del frentepopulismo (que años después cobraría peso determinante en América Latina en el caso de Chile), son todos elementos derivados de un metodismo que se articulaba por fuera de la experiencia del movimiento real. Otras corrientes guerrilleras, como el PRT-ERP de Mario Roberto Santucho que mencionábamos, hicieron gala también de aquel metodismo y eclecticismo estratégico. En el caso de Santucho, combinando lo urbano con lo rural, no dejó de concebir el “doble poder” como la constitución de un ejército popular por fuera de la autoorganización de las masas. Políticamente, bajo la idea de un “frente antiimperialista” (tomado de la “guerra popular prolongada”) nunca llegó a una concepción de independencia de clase. Buscando una supuesta burguesía antiimperialista no hizo más que perseguir los avatares del propio peronismo, ya sea mediante el Frente Antiimperialista y por el Socialismo (FAS) o posteriormente privilegiando las relaciones con Montoneros y el PC argentino137. De conjunto, estas estrategias fueron incapaces de dar cuenta de enormes fenómenos que se desarrollaban a la vista de todos y marcaron la época. De ahí que sus postulados tengan mucho de anacrónico. En las últimas décadas, lejos de generalizarse condiciones “orientales” (como las que dieron origen a la “guerra popular prolongada”) fueron las características “occidentales” de las estructuras socio-políticas las que han
137 Cfr. Werner, Ruth y Aguirre, Facundo, Insurgencia Obrera en la Argentina 19691976. Clasismo, coordinadoras interfabriles y estrategias de la izquierda, ob. cit., pp. 309 y ss.
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proliferado a lo largo del globo. La población urbana ha superado a la rural a nivel mundial, a la par de un amplio proceso de “favelización”, el planeta de los slums, al decir de Mike Davis138. La clase obrera se ha extendido exponencialmente, aunque ha cambiado su composición y aumentado su fragmentación. En la actualidad, todo esto genera una serie de problemas nuevos y enfatiza viejos. Pero justamente se han complejizado las cuestiones estratégicas que desde hace medio siglo las estrategias guerrilleras habían soslayado. El militarismo de estas estrategias, con gran peso en la segunda mitad del siglo XX, contribuyó enormemente a la reacción pacifista posterior en la extrema izquierda. A su vez, no han dejado aportes significativos para abordar los problemas estratégicos fundamentales que se le presentan hoy al movimiento de masas. Paradójicamente, el alerta frente a las consecuencias del metodismo y el militarismo sea quizá una de las principales conclusiones que la experiencia de estas corrientes deja para la estrategia revolucionaria en la actualidad.
138 Ver Davis, Mike, El planeta de ciudades miseria, ob. cit.
CAPÍTULO 7
GRAN ESTRATEGIA Y REVOLUCIÓN PERMANENTE
En los primeros capítulos analizábamos cómo la estrategia liga los combates tácticos para el fin político de la toma del poder por el proletariado. Aquí abordaremos el nivel de la “gran estrategia”, en el cual la conquista del poder en un país pasa a ser un resultado táctico que oficia de insumo para una estrategia global para la conquista del comunismo, de una sociedad sin clases sociales y sin Estado, libre de explotación y opresión. Para ello, nos introduciremos en los aspectos centrales de la teoríaprograma de la revolución permanente elaborada por León Trotsky, su relación con las principales encrucijadas estratégicas que planteó para la revolución la segunda mitad del siglo XX y los debates que se desarrollaron en torno a ellas. Los orígenes de la revolución permanente
La discusión sobre la revolución permanente fue planteada por primera vez por Marx y Engels en la Circular al Comité Central de la Liga de los Comunistas de 1850. En aquel entonces corregirán explícitamente la política para Alemania que habían planteado años antes en el Manifiesto comunista a partir del balance de lo que consideraban una primera oleada de las revoluciones de 1848, como nuevo marco estratégico para reorganizar la Liga de los Comunistas en vistas a los próximos desarrollos de la revolución. Este nuevo marco contemplaba la posibilidad de que el proletariado llegara al poder en Alemania –por aquel entonces un país dividido y atrasado– luego de una primera etapa de lucha en común junto con la burguesía, enfrentándola cuando esta quisiese detener la revolución y se negase a impulsar la insurrección, como sucedió en mayo de 1849. A su vez, el triunfo de la insurrección se ligaría a un nuevo impulso de la revolución proletaria en Francia, país con fuerte peso proletario que ya había realizado su revolución burguesa y en el cual la clase obrera había encabezado la insurrección en junio de 1848 retando directamente a la burguesía. Poco después de escrita la circular, Marx arribó a la conclusión de que la crisis económica había quedado atrás y que un nuevo período de crecimiento había comenzado. Marx y Engels aún se encontraban frente a las premisas de la revolución proletaria; el capitalismo demostraría que aún
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era capaz de desarrollar las fuerzas productivas en su seno durante toda la segunda mitad del siglo XIX. No sin crisis, desde luego; los momentos de esplendor de la burguesía ya se encontraban en el pasado. La Comuna de París de 1871, donde aun sin una dirección marxista el proletariado tomó el poder y constituyó su propio gobierno, fue producto de esta época “híbrida”. Por otro lado, la ausencia de un partido revolucionario impidió el triunfo de la revolución más allá de los dos meses en los que, gracias a una lucha heroica de los comuneros, pudieron mantenerse en el poder. Sobre la derrota de la Comuna se unificó Alemania, que tendría un desarrollo capitalista vertiginoso durante las décadas siguientes. Luego de treinta años sin revolución, el debate sobre la revolución permanente resurgió en la II Internacional en los inicios de la época imperialista en torno al ascenso obrero en Rusia y en especial a la Revolución de 1905. Diversos dirigentes intervinieron en el debate: Kautsky, Rosa Luxemburgo, Riazanov, Mehring, Parvus y desde luego Trotsky1. Como balance de la Revolución de 1905, este último escribió lo que sería la primera formulación de su elaboración de la teoría de la revolución permanente en el libro Resultados y perspectivas. Con los años estas polémicas se fueron saldando en la realidad, dando lugar en el caso de Lenin y Trotsky a la confluencia en 1917, sobre la base de la mecánica de la revolución que este último había anticipado doce años antes, y de la incorporación de Trotsky al partido revolucionario de vanguardia que Lenin había forjado durante todo aquel período. No casualmente la discusión de la teoría de la revolución permanente se vuelve a abrir luego de la derrota de la Revolución alemana de 1923. En el folleto Lecciones de Octubre, Trotsky establece un paralelo entre los sectores “viejo-bolcheviques”, que en 1917 proponían dar el apoyo al Gobierno Provisional y que en octubre se opusieron a la insurrección, y la actitud de los mismos en 1923 como dirección de la Internacional Comunista (IC), que había conspirado contra la posibilidad de aprovechar las condiciones de Alemania para la toma del poder. A partir de 1924, coincidiendo con el desplazamiento de Trotsky como miembro titular del CE de la IC y como parte de la campaña “antitrotskista” denominada de “bolchevización”, se sucederán las críticas a la teoría de la revolución permanente como supuesta “fuente” de los errores atribuidos a Trotsky, tanto en lo que hacía a la política interna de la URSS como a la política internacional de la IC. En contraposición a la teoría de la revolución permanente, con Stalin y Bujarin como 1 Para una compilación de las principales intervenciones sobre el tema ver: Day, Richard y Gaido, Daniel (eds. y trads.), Witnesses to Permanent Revolution: The Documentary Record, Leiden-Boston, Brill, 2009.
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sus impulsores más entusiastas, surgirá la “teoría del socialismo en un solo país”. Lo que comenzó como una lucha de estrategias con la Revolución alemana y la política hacia el interior de la URSS, que se profundizó con la huelga general inglesa y sobre todo con la Revolución china de 1925-1927, se fue desarrollando simultáneamente como lucha más general de programas y estrategias que quedaría sintetizada por Trotsky en la Crítica al programa de la Internacional Comunista de 1928. Entre 1928 y 1930, Trotsky generalizará la teoría de la revolución permanente ya no para responder a los debates de la Revolución rusa, sino para condensar la lucha política e ideológica “sobre el carácter, el nexo interno y los métodos de la revolución internacional en general”2. A través de esta formulación, Trotsky incorporará en una misma teoría no solo a Oriente y Occidente, sino también a la propia URSS, contra la división entre países “maduros” e “inmaduros” para la revolución proletaria, así como contra la política de desligar al Estado obrero ruso del desarrollo de la revolución internacional. A su vez, la generalización de la teoría de la revolución permanente irá de la mano de la incorporación de la necesidad de un partido revolucionario de vanguardia, de la que carecía la formulación de 1906, como cuestión fundamental para la mecánica de la revolución. Para Trotsky: La lucha de la oposición comunista de izquierda por una política justa y un régimen saludable en la Internacional Comunista está íntimamente ligada a la lucha por el programa marxista. La cuestión del programa es, a su vez, inseparable de la cuestión de las dos teorías opuestas: la de la revolución permanente y la del socialismo en un solo país3.
Y agregaba: “Son dos concepciones completamente distintas, y en fin de cuentas contradictorias, del socialismo. De ellas se desprenden dos estrategias y dos tácticas radicalmente diversas”4. A partir de 1933, cuando la Internacional Comunista bajo la dirección de Stalin se negó a dar batalla ante el ascenso de Hitler al poder, sin que ello le haya costado rupturas en su interior, Trotsky llega a la conclusión de la necesidad de formar una nueva internacional, y un nuevo partido en la URSS que se proponga dirigir una “revolución política” contra
2 Trotsky, León, “La revolución permanente”, La Teoría de la Revolución Permanente, ob. cit., p. 519. 3 Ibídem, p. 523. 4 Ibídem, p. 401.
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la burocracia. De esta forma las dos teorías pasarán al terreno de la lucha de clases abierta. Dos teorías, programas y estrategias, de dos partidos diferentes: la internacional de Stalin y la IV Internacional. En este marco, el “Programa de Transición” y el “Manifiesto de Emergencia”, entre otros documentos fundamentales de la IV Internacional, pasan a ser indispensables complementos para comprender la significación de la teoría de la revolución permanente como tal.
PARTE 1 DOS ESPECIES DE POLÍTICA Política de Estado-nación vs. política de la lucha de clases
A lo largo de estas páginas hemos destacado desde diferentes ángulos, siguiendo una extensa tradición en el marxismo revolucionario, la relevancia de “la fórmula” de Clausewitz, aquella de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Como fuimos desarrollando, la apropiación por parte de Lenin o de Trotsky no significa una adopción acrítica de los conceptos que la conforman. Como señala con acierto Pierre Naville: “Para Clausewitz, los conflictos sociales, el elemento popular de la guerra, no pueden revestir más que una forma: la de nación. El pueblo es el Estado nacional, el de la burguesía triunfante a principios del siglo XIX”5. Más cerca de esta visión de la política que del marxismo se encontraban los fundamentos de las tesis del “socialismo en un solo país”, una teoría que no fue relevante por su consistencia teórica, sino porque se transformó, a partir de 1925, en la doctrina oficial de la dirección de la Internacional Comunista, y en este sentido marcó en gran parte la lucha de clases del siglo XX. La derrota de la Revolución alemana de 1923 trajo consigo la revisión de este aspecto fundamental de la estrategia marxista. Bujarin, Zinoviev y Stalin se encargaron de llevar adelante esta tarea. El punto de partida fue endilgar a Trotsky una sobrestimación de la importancia de la revolución en Occidente y una subestimación de las posibilidades propias de la URSS para avanzar por sí sola hacia el socialismo. Lo que era un “lugar común” durante los primeros años de la III Internacional –que sin que el proletariado de algún país central tomase el poder y acudiese en ayuda
5 Naville, Pierre, “Clausewitz en la actualidad”, ob. cit., p. 301.
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de la URSS esta no podría avanzar hacia el socialismo por sí misma– se transformó en motivo de anatema. Como criticara Trotsky: La nueva doctrina dice: puede construirse el socialismo sobre la base de un Estado nacional a condición de que no se produzca una intervención armada. […] El fin es evitar la intervención; en efecto, esto garantizará la construcción del socialismo, el problema histórico fundamental estará resuelto. La misión de los partidos de la IC toma de esta manera un carácter secundario: preservar a la URSS de las intervenciones y no luchar por la conquista del poder. Se trata, evidentemente, no de las intenciones subjetivas, sino de la lógica objetiva del pensamiento político6.
Es decir, la cuestión de la política internacional de la IC pasa a elaborarse esencialmente en términos de relación entre Estados nacionales. A pesar de que como teoría no podía desprenderse del marxismo, su desarrollo no era arbitrario, sino que consistía en transformar el resultado empírico de la oleada revolucionaria abierta en 1917 –por la inmediata primera posguerra y el triunfo de la Revolución rusa– en una nueva norma programática. Para Lenin y Trotsky, las hipótesis alternativas más probables respecto a la relación entre la Revolución rusa y la revolución internacional eran: o bien que la revolución en Rusia desate una revolución triunfante en Alemania, o bien que la derrota de una llevase a la derrota de la otra. Pero no tuvo lugar ninguna de las dos. El triunfo de la Revolución alemana no se dio en 1918-1919 (tampoco en 1923). Sin embargo, la URSS pudo sobrevivir, en parte gracias al desarrollo de procesos revolucionarios en Europa –aunque fueron derrotados–. La conclusión que tanto Stalin como Bujarin y Zinoviev sacarían, contra Trotsky, era que quedaba demostrado que para sostenerse, la URSS no necesitaba que la revolución en Occidente triunfe, sino que le bastaba con la “presión” ejercida por el proletariado internacional. Esto lo transformarían en una norma a través de la teoría del “socialismo en un solo país”. La discusión contra la teoría de la revolución permanente, no casualmente, tiene un nuevo impulso con la derrota de la Revolución china de 1925-1927. Esta vez de la mano del exoposicionista Karl Radek, quien sostiene:
6 Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, ob. cit., p. 123 [destacado en el original].
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Lo único que hay es que Lenin no exageraba la idea de este nexo entre la conservación de la dictadura socialista en Rusia y la ayuda del proletariado de la Europa occidental, idea excesivamente exagerada en la fórmula de Trotsky, según la cual, la ayuda ha de partir del Estado, es decir, del proletariado occidental ya victorioso7.
En su respuesta, Trotsky pone en primer plano la relación entre política y guerra: Lo peor es que Radek se ha saltado por alto la barrera que separa al marxismo del oportunismo, a la posición revolucionaria de la pacifista. Se trata nada menos que de la lucha contra la guerra, esto es, de los procedimientos y métodos con que se puede evitar o contener la guerra: mediante la presión del proletariado sobre la burguesía o la guerra civil para el derrocamiento de la burguesía. Radek, sin darse cuenta de ello, introduce en nuestra discusión este problema fundamental de la política proletaria8.
Es decir, para Trotsky, Radek era un pacifista; no en general, sino respecto a la lucha de clases. Un pacifismo desde el punto de vista de continuar “por otros medios”; no cualquier política, sino una basada en la lucha de clases. Lo cual se traduce, según señala Trotsky, en el abandono de la estrategia, en la negación de la necesidad de insurrección y la guerra civil. La consecuencia de aquel pacifismo en la década de 1930 fue la derrota de procesos revolucionarios fundamentales que podrían haber quebrado el “centro de gravedad” del sistema capitalista. En primer lugar, la derrota del proletariado alemán durante los primeros años de la crisis del ‘30, un proceso que retrospectivamente se denominó “ascenso del fascismo”, donde ni la socialdemocracia ni el Partido Comunista opusieron resistencia, pero en el curso del cual estaba planteada también la toma del poder por el proletariado mediante la combinación entre defensiva y ofensiva. En segundo lugar, la derrota de la Revolución española, pero también la huelga general en Francia de 1936. Luego, ya desatada la guerra, el mismo pacifismo llevó a la ausencia de preparación y respuesta de Stalin frente a la invasión nazi que le costó a las masas de la URSS millones de muertos antes de recuperar la iniciativa.
7 Citado en Trotsky, León, “La revolución permanente”, ob. cit., p. 508 [destacado en el original]. 8 Ibídem, p. 510 [destacado en el original].
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Sin embargo, después de la II Guerra Mundial, en el contexto de lo que se denominó la Guerra Fría, como veremos más adelante, esta relación entre guerra y revolución, entre lo militar y lo político y la propia discusión sobre el pacifismo de la política stalinista, se hizo más compleja. Al mismo tiempo, la actitud frente a este problema se convirtió en una clave para definir el marco estratégico de los revolucionarios en el mundo surgido de la guerra. En este contexto, la IV Internacional tuvo que dar respuesta a esta misma cuestión, luego de haber resistido la prueba de la II Guerra Mundial, pero habiendo sido diezmada con sus principales dirigentes asesinados por los nazis o los stalinistas. En las filas de la IV Internacional, quien más claramente expresó la revisión del punto de vista de Trotsky en este aspecto fue Michel Pablo. Su concepción en cierta medida marcó época en las filas del trotskismo. Ante la posibilidad de una tercera guerra mundial entre la URSS y el imperialismo norteamericano como actores fundamentales, Pablo se preguntaba cuál sería el carácter de aquella guerra y sostenía que: Tal guerra asumiría, desde el principio, el carácter de una guerra civil internacional, especialmente en Europa y en Asia. Estos continentes rápidamente pasarían a estar bajo el control de la burocracia soviética, de los partidos comunistas o de las masas revolucionarias9.
De esta forma, si bien daba cuenta del hecho cierto que de estallar una nueva guerra mundial desataría la revolución inevitablemente en forma mucho más inmediata que en las anteriores y que era necesario ubicarse militarmente desde el punto de vista de la defensa de la URSS, el salto de Pablo se da cuando sostiene que lo anterior implicaba una identificación entre guerra estatal y revolución, entre guerra civil y guerra interestatal. Esta lo llevaba a concebir el nuevo marco estratégico como enfrentamiento entre “campos”, donde se abandona el objetivo de derrotar a la burocracia al interior mismo del Estado obrero. Así, cuando Pablo critica el pacifismo, lo hace desde una óptica diametralmente diferente a la que utilizaba Trotsky contra Radek. Más bien se identifica con este último al abandonar el método de la lucha de clases dentro el “campo” dirigido por el stalinismo.
9 Pablo, Michel, “Where are we going?”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/archive/pablo/1951/01/where.html.
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En su estudio de Clausewitz, Naville señala que: El buen sentido popular responde de buena gana […] exclamando: bastaría con que los Estados sustituyan la política de guerra por una de paz, y que en virtud de esa política se desarmen. Por otro parte, ¿no es eso lo que los dos gigantes, USA y URSS, proclaman cada uno por su lado, al igual que lo hicieron las grandes potencias del pasado? La desgracia es que la política en nombre de la cual se hacen esas proclamaciones, la misma que el propio Clausewitz preconizaba, continúa siendo una política nacional, de Estado, y que esa política supone por su misma esencia una sanción suprema que sigue siendo la guerra, llamada en nuestra época defensa nacional10.
Analizado desde este punto de vista, si bien el planteo de Pablo era opuesto al pacifismo que critica Naville, aceptaba como punto de base la misma concepción de la política. En el propio campo de la URSS se trataba de derrotar la política de “defensa nacional” y sustituirla por una política de desarrollo internacional de la lucha de clases. Al contrario de lo que sostenía Pablo, la cuestión principal ante una posible nueva guerra mundial no era que la misma trajese la extensión de la revolución en términos de política estatal, sino el hecho de que las guerras “ponen a prueba”, a un nivel máximo, a los regímenes de dominación y plantean la posibilidad de terminar con ellos (incluidos los stalinistas) y desarrollar la revolución a escala mundial. Ante la capacidad de destrucción masiva que habían adquirido los Estados, y la posibilidad de una guerra termonuclear que no se dio, la única forma coherente de combatir esa barbarie era luchar por derrotar a la “política de Estado-nación”. Una política que al interior de las fronteras garantizaba la dominación de las grandes mayorías por una minoría de explotadores, y que se continuaba en el terreno internacional a través de la expoliación de los pueblos oprimidos del mundo y la competencia interimperialista, planteando la posibilidad latente de guerras de destrucción masiva. Para derrotar esta política, ni el stalinismo de la URSS ni ninguna de las direcciones que habían encabezado las revoluciones de posguerra –como el maoísmo o el hochiminismo– podían representar una alternativa, ya que como castas burocráticas se basaban también en la dominación de una minoría sobre las grandes mayorías de trabajadores y campesinos. Su “política exterior” no podía ser más que una continuación en estos mismos términos. Raymond Aron está en lo cierto cuando señala la evolución de aquella política a lo largo de la Guerra Fría y sostiene que:
10 Naville, Pierre, “Clausewitz en la actualidad”, ob. cit., p. 301.
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Cuando más se “nacionaliza” un partido comunista, más se conduce como gestor de los intereses del Estado, y no como misionero de la lucha de clases. La “nacionalización” de los dos partidos que asumieron la responsabilidad de imperios históricos ha quebrado la coherencia del área socialista, contribuyendo a aproximar las relaciones interestatales, en el sistema planetario de hoy, a relaciones de tipo clásico, o sea a reducir el elemento ideológico, la dimensión de guerra civil11.
De hecho, aquella “nacionalización” llevó primero a la ruptura de la URSS con Yugoslavia, después con China, e incluso a guerras entre los Estados obreros burocráticos en torno a la invasión de Camboya por Vietnam, y la entrada de la URSS y la República Popular China en uno y otro de los bandos respectivamente. Frente al imperialismo que ponía al mundo al borde de la guerra nuclear era necesario terminar con la “política de Estado-nación” mediante otra política, una basada en el desarrollo de la lucha de clases mundial y en la unidad de clase trabajadora, como clase internacional, con los pueblos oprimidos, que tuviese por objetivo político terminar con los Estados nacionales. Es decir, ante las estrategias de “defensa nacional”, era necesaria una estrategia global o “gran estrategia” basada en la lucha de clases, con el objetivo más ambicioso que puede proponerse la estrategia revolucionaria: terminar con la sociedad de clases misma, con los Estados, con toda forma de explotación y opresión. La revolución permanente es el fundamento teórico de una “gran estrategia” con estas características. Una “gran estrategia” internacional
El desarrollo del concepto que mencionábamos de “gran estrategia” coincidió con el desarrollo de la Guerra Fría. Surgió en EE. UU. ligado a lo que se dio en llamar la “seguridad nacional”. Con posterioridad reconoció diversos desarrollos y definiciones. Lo que tuvieron en común la mayoría de ellas fue la intención de integrar en un mismo concepto diferentes dimensiones. Por un lado, lo militar y lo político, útil para abordar la “diplomacia armada” y los conflictos militares limitados en un marco de “estancamiento”. Por otro lado, la orientación estratégica en tiempos de paz y en tiempos de guerra, para dar cuenta mejor de la combinación de medios económicos, políticos y militares. A su vez, la política interior
11 Aron, Raymond, Pensar la Guerra, Clausewitz, Tomo II La Era Planetaria, ob. cit., pp. 196-197.
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y exterior, para integrar la “lucha contra el comunismo” dentro y fuera de las fronteras nacionales, entre otros aspectos. A este respecto, John M. Collins señala: “Estrategia militar y gran estrategia están interrelacionadas, pero no son sinónimos. […] La gran estrategia controla a la estrategia militar, la que es solamente uno de sus elementos”12. En este sentido, podemos decir que el concepto de “gran estrategia” se encuentra sugerido por Clausewitz en relación a la política, como de hecho señalan determinados autores13. Es decir, como un concepto de estrategia donde el elemento determinante es la política y la estrategia militar comprende una parte. Edward Luttwak, quien fue consejero del Departamento de Estado y de la Fuerza Aérea de EE. UU., formulaba la siguiente definición general: … en el nivel de la gran estrategia las interacciones de los niveles inferiores, puramente militares, arrojan resultados finales dentro del amplio marco de la política internacional, en otras interacciones con las relaciones no militares entre Estados: las relaciones formales de la diplomacia, las comunicaciones públicas de propaganda, las operaciones secretas, las percepciones de los otros formadas por la inteligencia, y todas las transacciones económicas de importancia no puramente privada14.
Ahora bien, es evidente que cualquier utilización de este concepto desde el punto de vista del marxismo, al igual que como veíamos con Clausewitz en torno al concepto de “política”, tiene que partir de una distinción fundamental. A saber: mientras que –como su nombre lo indica– la “gran estrategia” en tanto sinónimo de “estrategia de seguridad nacional” tiene por sujeto un Estado imperialista, la “gran estrategia”, desde el punto de vista del marxismo revolucionario, necesariamente parte de un sujeto de clase, internacional, como es la clase obrera. Por esto, cuando tomamos desde el punto de vista del marxismo una definición de “gran estrategia”, de los múltiples niveles que la misma
12 Collins, John M., Grand Strategy: Principles and Practices, Annapolis, Naval Institute Press, 1973, p. 15. 13 Por ejemplo, ver: “Tal vez la obra maestra de Clausewitz, De la guerra, es la que mejor define la gran estrategia: ‘A nivel estratégico, la campaña reemplaza al enfrentamiento, y el teatro de operaciones toma el lugar de la posición. En la siguiente etapa, la guerra, como un todo, reemplaza la campaña, y todo el país reemplaza al teatro de operaciones’. En otras palabras, la gran estrategia es la siguiente etapa, que abarca las consideraciones estratégicas de ‘todo el país’” (Kuehn, John T., “Una discusión de la gran estrategia”, Military Review, enero-febrero 2011). 14 Luttwak, Edward, Para Bellum. La estrategia de la paz y de la guerra, ob. cit., p. 297.
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integra, el de la lucha de clases mundial es “aquel amplio marco donde se sitúan los resultados finales”. Este es el principio fundamental de la teoría de la revolución permanente, por lo cual constituye la base para una “gran estrategia” internacional desde el punto de vista del marxismo revolucionario. En este sentido Trotsky define que: El internacionalismo no es un principio abstracto, sino únicamente un reflejo teórico y político del carácter mundial de la economía, del desarrollo mundial de las fuerzas productivas y del alcance mundial de la lucha de clases. La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales, pero no puede contenerse en ellas. La contención de la revolución proletaria dentro de un territorio nacional no puede ser más que un régimen transitorio, aunque sea prolongado, como lo demuestra la experiencia de la Unión Soviética15.
Si la estrategia revolucionaria es aquella que liga los combates aislados (táctica) con el objetivo político de la toma del poder del proletariado, la “gran estrategia” de la revolución permanente es la que liga globalmente el comienzo de la revolución a escala nacional con el desarrollo de la revolución internacional y su coronamiento a nivel mundial, así como la conquista del poder con las transformaciones en la economía, la ciencia y las costumbres, con el objetivo de una sociedad de “productores libres y asociados”: el comunismo. Los conceptos de “guerra absoluta” y “revolución permanente”
El concepto de “guerra absoluta” tiene en Clausewitz una función de primer orden. En primer lugar como concepto abstracto –en el sentido marxista del término– que intenta captar la determinación más simple del fenómeno guerrero. Librada a su propia dinámica, en tanto enfrentamiento violento de fuerzas, las acciones recíprocas (acción y reacción) derivan objetivamente en un “ascenso a los extremos”. Luego Clausewitz incorpora el tiempo y espacio, y demás determinaciones; que contrarrestan la “lógica” del concepto que por sí misma llevaría a la utilización simultánea del máximo de fuerza. Como parte de este desarrollo hacia lo concreto, arriba a la conclusión de que la guerra como fenómeno no constituye más que una parte de una totalidad más amplia, que es la política a la cual sirve como instrumento.
15 Trotsky, León, “La revolución permanente”, ob. cit., p. 418.
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En el último libro de De la guerra retoma el concepto de “guerra absoluta” partiendo de aquel desarrollo anterior, para darle un carácter histórico. Yendo a la investigación histórica, dice Clausewitz: … podríamos dudar de que nuestra idea sobre [la] naturaleza absoluta [de la guerra] tuviera alguna base real, si no hubiéramos visto que la guerra verdadera hace su aparición en nuestra propia época y muestra el carácter de un todo completamente absoluto. Después de una corta introducción, desempeñada por la Revolución francesa, el despiadado Bonaparte le trajo rápidamente a este punto16.
El objetivo de Clausewitz era extraer las conclusiones, en lo que respecta al fenómeno guerrero, del cambio de época introducido por la Revolución francesa. Quería dar cuenta del desarrollo de la revolución burguesa y del surgimiento del nacionalismo en el terreno militar, y de que estos no eran elementos coyunturales sino que surgían de profundos cambios sociales que habían llegado para quedarse. En el terreno revolucionario, la teoría de la revolución permanente tenía una intención similar. Se proponía desarrollar nuevos fundamentos teóricos para comprender la mecánica de la revolución en la nueva época imperialista. La misma se articula alrededor de tres aspectos fundamentales. Veamos. En primer lugar, Trotsky señala que: Ya el año 1848 presenta una gran diferencia respecto al año 1789. En comparación con la gran revolución, la prusiana o la austríaca sorprendieron por su falta de brío. Por un lado llegaron demasiado pronto; por otro, demasiado tarde. El gigantesco esfuerzo que necesita la sociedad burguesa para arreglar cuentas radicalmente con los señores del pasado, solo puede ser conseguido, bien mediante la poderosa unidad de la nación entera que se subleva contra el despotismo feudal, bien mediante una evolución acelerada de la lucha de clases dentro de esta nación en vías de emancipación17.
La Revolución de 1905 rompe aquel impasse en que se había detenido la revolución en Prusia en 1848. En la atrasada Rusia, el proletariado muestra que se puede convertir en caudillo de la revolución democráticoburguesa, logrando la hegemonía sobre las clases y sectores intermedios
16 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 540. 17 Trotsky, León, “Resultados y perspectivas”, ob. cit., p. 77 [Resaltados en el original].
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para llevar adelante las tareas democrático-estructurales que la burguesía ya es incapaz de conquistar. Esto lo pone en condiciones de tomar el poder contra la burguesía: la dinámica del enfrentamiento lo lleva a avanzar en medidas despóticas contra la propiedad capitalista y entrelazar las tareas de la revolución democrática con las tareas socialistas. En su generalización de la teoría en 1928-1930, Trotsky sintetizará este aspecto de la teoría de la revolución permanente planteando que: “los objetivos democráticos de las naciones burguesas atrasadas, conducían directamente, en nuestra época, a la dictadura del proletariado, y que esta ponía a la orden del día las tareas socialistas”18. En segundo lugar, como desarrollamos en capítulos anteriores, la Revolución rusa de octubre de 1917 mostró que por su estructura política y social, esta mecánica permite que el proletariado llegue al poder en Oriente antes que en Occidente. Es decir, que el proletariado llegaba al poder en países atrasados donde el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas hace muy difícil cualquier avance hacia el socialismo. Para Trotsky la posibilidad de llegar al poder del proletariado y avanzar en reivindicaciones socialistas no se debía a la madurez del desarrollo de las fuerzas productivas para la revolución socialista en determinado país, sino a la madurez del capitalismo tomado de conjunto. En tercer lugar, respecto a la revolución socialista como tal, también se plantea una dinámica “permanentista”. Hasta que se consuma esta victoria definitiva del socialismo, las sociedades “en transición” no llegan nunca a estabilizarse como sistemas intermedios entre el capitalismo y el socialismo. Dice Trotsky: “Las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio”19. A su vez, … este proceso conserva forzosamente un carácter político, o lo que es lo mismo, se desenvuelve a través del choque de los distintos grupos de la sociedad en transformación. A las explosiones de la guerra civil y de las guerras exteriores suceden los períodos de reformas “pacíficas”20.
Estos tres aspectos –el transcrecimiento de la revolución democrática en socialista, el proceso de metamorfosis de la sociedad de transición y la ligazón orgánica de la revolución nacional, internacional y mundial– configuran la dinámica “permanentista”. Los mismos son la base 18 Trotsky, León, “La revolución permanente”, ob. cit., p. 417. 19 Ibídem, p. 418. 20 Ídem.
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para la teoría de la revolución permanente como “gran estrategia” hacia el comunismo. Si con el concepto de “guerra absoluta” Clausewitz pretendía captar la naturaleza de las guerras nacionales en la época de la revolución burguesa llevándolo hasta sus últimas consecuencias, algo similar hizo Trotsky con el concepto de “revolución permanente” respecto al concepto de revolución en la época imperialista, llevando el concepto de “política”, entendida como lucha de clases, hasta sus últimas consecuencias. Una política que desarrolla la lucha de clases hasta la superación misma de la política y las sociedades clasistas, hasta la conquista del comunismo, para elevarse por sobre la dicotomía entre “libertad” y “necesidad”, tal como la planteara H. Arendt21. Con su realización, las luchas políticas, necesariamente clasistas, dejarán su lugar a luchas de carácter puramente ideológico, donde, como dice Trotsky: Los hombres se dividirán en “partidos” en las cuestiones de un nuevo canal gigantesco, de la repartición de los oasis en el Sahara […], de la regulación del tiempo y del clima, de un nuevo teatro, de una hipótesis química, de dos corrientes musicales en lucha, del mejor sistema deportivo. Estas agrupaciones no estarán envenenadas por ningún egoísmo de clase o de casta. Todas estarán interesadas en los progresos del conjunto22.
PARTE 2 DINÁMICA Y EQUILIBRIO EN LA NUEVA ÉPOCA El cambio de época y las nuevas bases para la política
A la hora de explicar cuáles eran las bases para los cambios en el arte militar, Clausewitz señala: Es verdad que la misma guerra ha sufrido cambios importantes, tanto en su naturaleza, como en sus formas, que la han aproximado más a su forma absoluta; pero estos cambios no se produjeron porque el gobierno francés se hubiera libertado, por así decir, de los andadores de la política, sino que surgieron de un cambio de política que provenía de la Revolución francesa, no solo en Francia, sino también en el resto de Europa. Esta
21 Ver Cinatti, Claudia y Albamonte, Emilio, “Más allá de la democracia liberal y el totalitarismo”, ob. cit. 22 Trotsky, León, Literatura y revolución, Buenos Aires, Razón y Revolución, 2015, p. 346.
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política había puesto de manifiesto otros medios y otras fuerzas, mediante las cuales se hizo posible conducir la guerra con un grado de energía que nadie hubiera imaginado posible hasta entonces23.
De esta forma, Clausewitz da cuenta lúcidamente de las nuevas bases para los fenómenos militares a partir de la irrupción de revolución, entre el siglo XVIII y el XIX, que abrían una nueva época de la que tenía que dar cuenta la teoría. Claro que el general prusiano no avanzó en el estudio de las bases estructurales de estos cambios24. Ahora bien, una pregunta similar se hace Trotsky en el pasaje del siglo XIX al XX respecto a la revolución. ¿Cuáles son las nuevas bases para la superación de la política –tal como la concebía Clausewitz– en términos de “política nacional”? ¿Qué es lo que permite un nuevo campo de acción para la política entendida en términos de lucha de clases y para la revolución mundial? Para responder esta pregunta elabora la teoría del desarrollo desigual y combinado, que sirve de fundamento a la teoría de la revolución permanente. Podríamos sintetizarla diciendo que la extensión del capitalismo hasta los confines del globo y el encuentro a su paso de toda una serie de culturas y sociedades preexistentes dio lugar a procesos históricos no asimilables a la evolución del capitalismo en el noroccidente de Europa. Planteó una serie de problemas, que fueron entrevistos por Marx a la hora de analizar la sociedad rusa hacia el final de su vida25, que se desplegaron con toda su complejidad hacia el final del siglo XIX y principios del XX. Si bien el concepto de “modo de producción” seguía siendo indispensable para abordar la evolución histórica general de la humanidad en el siglo XX, había también que dar cuenta de las particularidades nacionales que surgían de la asimilación por parte del capitalismo en expansión de las relaciones de producción que iba encontrando a su paso y de sus combinaciones particulares. Por ejemplo, en Rusia las relaciones feudales que se conservaban a pesar de encontrarse ya bajo la órbita del capitalismo. 23 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 571. 24 Como abordamos en capítulos anteriores, será el historiador Hans Delbrück quien, valiéndose de la teoría de Clausewitz, se aproximará a la investigación histórica de las bases sociales y económicas de los cambios en la táctica y en la estrategia. De conjunto, esta ausencia en los análisis de Clausewitz, y en el caso de Delbrück las limitaciones de clase de su abordaje histórico, están entre las importantes diferencias que separan teóricamente a estos clásicos de la estrategia con el marxismo. 25 Ver Marx, Karl y Engels, Friedrich, Escritos sobre Rusia. II El porvenir de la comuna rural rusa, México, Pasado y Presente, 1980.
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Lenin había retomado el concepto de “formación económico-social” de Marx para analizar esto. En los debates de la segunda mitad del siglo XX, se llega a plantear la contraposición entre ambos conceptos, uno “generalista” (modo de producción) y otro capaz de dar cuenta de las particularidades nacionales (formación económico-social). La teoría del desarrollo desigual y combinado, omitida tanto en los debates del gramscismo como del althusserianismo, representa justamente una teoría superadora de aquella dicotomía. En su primera ley, del “desarrollo desigual”, Trotsky parte justamente de la expansión del modo de producción capitalista al conjunto del globo para establecer los procesos de diferenciación más básicos. El capitalismo no apareció simultáneamente en todos los sitios a partir de las mismas condiciones sociales y culturales; tuvo su centro en Europa y desde allí se expandió y se impuso en sociedades preexistentes, cuya evolución había sido diferente. En este sentido, Inglaterra no representa un modelo de desarrollo del capitalismo en el que puedan verse reflejadas el resto de las sociedades. Al contrario, el “modelo” de la extensión planetaria del modo de producción capitalista hace que “azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados se vean obligados a avanzar a saltos”26. Desde este punto de vista no hay contraposición entre “modo de producción” y particularidades nacionales, sino que justamente de la ley del “desarrollo desigual”, que establece una primera diferenciación, se desprende la ley del “desarrollo combinado”, que establece la integración a escala nacional: “la aproximación de las distintas etapas del camino y a la confusión de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y modernas”27. Este proceso de diferenciación-integración28 pasa, a su vez, a redefinir la totalidad. El capitalismo, por un lado, se transforma en el modo de producción dominante, integrando al conjunto del globo, lo cual se traduce, por otro lado, en la asimilación a su interior de las contradicciones de su expansión desigual. Si el primer aspecto de integración (“desarrollo combinado”) justifica, como dice Trotsky, la necesidad de un programa internacional (y de la III Internacional misma) y la superación de la división entre países “maduros” e “inmaduros” para la revolución (propia de la II Internacional y luego del stalinismo); el segundo elemento (“desarrollo
26 Trotsky, León, Historia de la Revolución rusa, Tomo I, ob. cit., p. 23. 27 Ídem. 28 Ver García, Rolando, Sistemas complejos. Conceptos, método y fundamentación epistemológica de la investigación interdisciplinaria, Barcelona, Gedisa, 2006.
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desigual”) establece una nueva diferenciación y señala a los países atrasados como “eslabones débiles” en la cadena del dominio imperialista, aumentando la probabilidad de que el proletariado de esos países se vea obligado a tomar el poder antes que los proletariados de los países centrales. Trotsky ilustra muy claramente esta dinámica cuando señala: Indiscutiblemente, toda la economía mundial en su conjunto ha madurado para el socialismo. Sin embargo, eso no significa que haya madurado cada uno de los países. En este caso, ¿cómo se puede hablar de dictadura del proletariado en algunos países, tales como China, India, etc.? A esto contestaremos: la historia no se hace por encargo. Un país puede “madurar” para la dictadura del proletariado sin haber madurado, ni mucho menos, no solo para una edificación independiente del socialismo, sino ni aun para la aplicación de vastas medidas de socialización. No hay que partir de la armonía predeterminada de la evolución social. La ley del desarrollo desigual sigue viviendo, a pesar de los tiernos abrazos teóricos de Stalin. Esta ley manifiesta su fuerza no solo en las relaciones entre los países, sino también en las interrelaciones de los distintos procesos en el interior de un mismo país. La conciliación de los procesos desiguales de la economía y de la política se puede obtener únicamente en el terreno mundial29.
Sobre estas bases es que se configurará la dinámica “permanentista”, de la que dará cuenta la teoría de la revolución permanente. Dinámica “permanentista” y equilibrio capitalista
Clausewitz, como decíamos, fue el más agudo intérprete de las consecuencias de la nueva época que se abrió en el terreno militar a partir de la Revolución francesa. Sin embargo, su objetivo no era desarrollar una nueva visión dogmática (suprahistórica) basada en la experiencia de las guerras napoleónicas, sino una teoría que sirviese al estratega para alumbrarlo frente a la situación concreta. En consecuencia, durante la elaboración final de De la guerra, se enfrenta al problema concreto de que no necesariamente toda guerra futura tenderá a aproximarse a la “guerra absoluta”; más bien, la experiencia histórica mostraba que en su mayoría las guerras no asumen aquella intensidad, que desciende incluso hasta la mera “observación armada”.
29 Trotsky, León, “La revolución permanente”, ob. cit., p. 502.
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Así es que en una nota de 1827, en plena Restauración, Clausewitz señala la intención de revisar el borrador30 de su trabajo bajo la consideración de la existencia de dos especies de guerra: La guerra puede ser de dos especies, por una parte, aquella donde el objetivo es abatir al enemigo, ya quiérase aniquilarlo políticamente o quiérase desarmarlo, y por lo tanto constreñirlo a cualquier tipo de paz; o por otra parte, aquella donde solo se quieren efectuar algunas conquistas en las zonas fronterizas, ya quiérase conservarlas o hacerlas valer como moneda de cambio útil para las negociaciones de la paz. Las formas intermedias entre una especie y otra deben subsistir, pero la naturaleza enteramente diferente de ambas empresas debe penetrar por doquier y separar lo inconciliable31.
Ahora bien, ¿cuál era la relación entre ambos tipos de guerra? Al respecto responde Clausewitz32 que el punto de vista de la guerra donde el fin es abatir al enemigo “necesita establecerse como una idea fundamental en la raíz de todas las cosas y el segundo [de las conquistas limitadas] solo ha de usarse como una modificación justificada por las circunstancias”33. La guerra para abatir al enemigo, aunque no siempre tenía condiciones para desplegarse, se erigía en “idea fundamental en la raíz de todas las cosas”. Esto porque, como señalara Clausewitz, a partir de las guerras napoleónicas “los medios disponibles –los esfuerzos que podían ser puestos de manifiesto– no tuvieron ya ningún límite definido; la energía con la que la guerra misma podía ser conducida no tenía ningún contrapeso”34. 30 Entre los intérpretes más agudos de Clausewitz, aquí comienza la disputa sobre cuánto llegó o no a revisar los borradores del libro bajo esta consideración. Desde Hans Delbrück, que se propuso revisar toda la historia militar desde esta óptica, hasta Raymond Aron, que sostiene que la única parte de De la guerra que refleja fielmente el pensamiento del autor es el capítulo I del libro I, pasando por Peter Paret, que sostiene que hay una línea de continuidad en el pensamiento del autor que establece una coherencia de conjunto entre los diferentes momentos de elaboración, o Azar Gat, que plantea que no solo el capítulo I del libro I fue revisado sino también el final del libro sobre la defensa, el libro sobre el ataque y el del plan de guerra. 31 Clausewitz, Carl von, On War (traducido por Howard, Michael y Paret, Peter), Oxford, Oxford University Press, 2007, p. 7. 32 Posteriormente será Hans Delbrück quien en su Historia del arte de la guerra desarrollará estos dos tipos de guerra, tanto en las condiciones de equilibrio como de ruptura del equilibrio, en torno a toda la historia militar desde la Antigüedad hasta las guerras napoleónicas. 33 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit. p. 543. 34 Ibídem, p. 552.
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Haciendo un paralelo con esta aproximación, vemos que en el caso de Trotsky y Lenin, la época de crisis, guerras y revoluciones que actualizaba la perspectiva de la revolución proletaria no significaba para ellos que la revolución y la toma del poder estuviesen planteadas en todo momento. El triunfo de la Revolución rusa no establecía que a partir de entonces todo el tiempo estuviese presente la posibilidad de la toma del poder, por ejemplo en Europa, o en particular en Alemania. Esta es una de las grandes discusiones que desarrollan ambos revolucionarios en el III Congreso de la Internacional Comunista. En aquel entonces Trotsky introduce el concepto fundamental de “equilibrio capitalista” para fundamentar por qué no estaba planteada como tarea inmediata la toma del poder, como sostenían las corrientes “ultraizquierdistas”, sino la conquista de las masas como preparación para conquistar el poder. Trotsky definía este concepto de la siguiente manera: El equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los límites de su dominio. En el dominio económico, las crisis y las recrudescencias de la actividad constituyen las rupturas y restablecimientos del equilibrio. En el dominio de las relaciones entre las clases, la ruptura del equilibrio consiste en huelgas, en lock-outs, en lucha revolucionaria. En el dominio de las relaciones entre Estados, la ruptura del equilibrio es la guerra generalmente, o bien, más solapadamente, la guerra de las tarifas aduaneras, la guerra económica o bloqueo. El capitalismo tiene pues un equilibrio inestable que de vez en cuando se rompe y se compone. Al mismo tiempo, semejante equilibrio posee gran fuerza de resistencia: la mejor prueba que tenemos de ella es que aún existe el mundo capitalista35.
Sin embargo, el equilibrio capitalista de principios de la década de 1920 al que se refería Trotsky era, como él mismo señala, un “equilibrio inestable”. Luego de la derrota de la “Acción de Marzo” en 1921, el equilibrio conquistado por el capitalismo no fue más que un breve interregno hasta la nueva ruptura en enero de 1923 con la invasión francesa a Alemania. El que surgió con posterioridad a la derrota del proceso revolucionario alemán de 1923, que permitió la aplicación en 1924 del Plan Dawes, sería más duradero. Amenazó con romperse en 1926 con la huelga general en Gran Bretaña, pero solo estalló con el crack económico de 1929.
35 Trotsky, León, “La situación mundial”, Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, ob. cit., p. 31.
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Una característica distintiva del capitalismo en su época de declinación es que si bien la ruptura del equilibrio puede darse por causas diversas, la posibilidad de su recomposición está indisolublemente ligada a los resultados de la lucha de clases. Dice Trotsky: Si nos dijeran “¿dónde están las garantías […] de que el capitalismo no recobre su equilibrio mediante oscilaciones cíclicas?”, entonces yo respondería lo siguiente: “no hay ninguna garantía ni podría haberla”. Si eliminamos de la ecuación la naturaleza revolucionaria de la clase obrera y su lucha, y el trabajo del Partido Comunista y de los sindicatos [...] y nos restringimos a la mecánica objetiva del capitalismo, entonces podríamos decir: “naturalmente, si fracasa la intervención de la clase trabajadora, si fracasan su lucha, su resistencia, su autodefensa y sus ofensivas; si fracasa todo eso, el capitalismo recobrará su propio equilibrio, no el viejo sino uno nuevo36.
Es decir, el restablecimiento del equilibrio está ligado a los resultados de la lucha de clases. No se trata solo del aplastamiento de la lucha proletaria, sino también de algún tipo de proceso restaurador que puede estar ligado a elementos reformistas. En este sentido, como desarrollamos en otro trabajo37, el análisis del americanismo y el fordismo como intentos de lograr esta estabilización es un punto de contacto entre los análisis de Trotsky y Gramsci en la década de 1930. Este último desarrollará el concepto de “revolución pasiva”. La diferencia principal entre la categoría de “revolución pasiva” y la de “equilibrio capitalista” es que la primera es una categoría elaborada a partir de un fenómeno nacional como el Risorgimento italiano, mientras que el “equilibrio capitalista” de Trotsky parte de intentar dar cuenta de una relación de fuerzas internacional. En síntesis, si la teoría de la revolución permanente aborda la dinámica (objetiva y subjetiva) de la revolución en la época imperialista, esto no significa que toda revolución adquiera una dinámica “permanentista” independientemente de sus resultados en la lucha de clases. Se pueden configurar equilibrios capitalistas de diferente profundidad, desde breves períodos de “equilibrio inestable” hasta equilibrios más fuertes que establecen “bloqueos” parciales de la dinámica “permanentista”.
36 Trotsky, León, “El quinto aniversario de la Revolución de Octubre y el cuarto Congreso Mundial de la Internacional Comunista”, Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ob. cit., pp. 521-522. 37 Ver Albamonte, Emilio y Romano, Manolo, “Trotsky y Gramsci. Convergencias y divergencias”, ob. cit. Ver también Dal Maso, Juan, El marxismo de Gramsci, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2016.
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El carácter parcial de estos equilibrios y la vigencia de la teoría de la revolución permanente para el conjunto de la época están determinados por el hecho de que estos equilibrios tienen su raíz no en el despliegue propio de las relaciones sociales de producción capitalista, sino en los resultados de la lucha de clases mundial. Por lo tanto no niegan la importancia de los factores subjetivos, sino que por el contrario los ponen en el centro de la escena. Esta cuestión es de primer orden para comprender tanto la segunda posguerra como la etapa de la “Restauración burguesa”38 de finales del siglo XX. Equilibrio y centro de gravedad de la revolución mundial
Aquellas “dos especies de guerra” que señala Clausewitz, la “guerra en busca de la decisión” (cuya dinámica se acerca a la “guerra absoluta”) y la “guerra con objetivos limitados”, tienen características muy diferentes. En particular, se plantea una diferencia fundamental respecto al tipo de dependencia mutua entre cada una de las batallas que conforman una guerra. Cuando los objetivos son limitados, dice Clausewitz, … la guerra está compuesta de resultados aislados independientes, donde al igual que con las diferentes manos de un juego, el resultado precedente no tiene influencia sobre los que le siguen; aquí, por lo tanto, todo depende solo de la suma total de los resultados39.
Lo contrario sucede cuando en la guerra se busca “la decisión”. Dice Clausewitz: En la forma absoluta, donde todo es efecto de causas necesarias, una cosa afecta rápidamente a la otra […] existe un solo resultado, a saber, el resultado final40 […] en esta concepción, la guerra es un todo indivisible41.
38 Ver Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “En los límites de la ‘restauración burguesa’”, ob. cit. 39 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit. p. 542. 40 Clausewitz pone como ejemplo la conquista de Moscú y de la mitad de Rusia por parte de Napoleón en 1812, que no le sirvió para lograr la victoria ya que no logró destruir al ejército ruso. 41 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., pp. 541-542.
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En esta segunda especie de guerra tiene sus raíces el concepto de “centro de gravedad”, que configura uno de los principales aportes de Clausewitz al pensamiento estratégico. Cuanto más la guerra es concebida como “un todo indivisible”, más relevancia adquiere este concepto. Como señala Antulio Echevarría, siguiendo a Clausewitz, … un Centro de Gravedad no es una fuente de fuerza sino un factor de equilibrio. Por ejemplo, la fuerza de un guerrero podría provenir de sus músculos, inteligencia, o armas –o cualquier combinación de esos– pero solo se relacionan a su Centro de Gravedad en la medida que le permiten mantener el equilibrio conforme los usa. […] un Centro de Gravedad no es ni una fortaleza, ni una debilidad, aunque atacándolo se puede comprometer a una fortaleza o se puede aprovechar una debilidad42.
Clausewitz lo señala como “un centro de poder y movimiento”43 y a la hora de identificarlo en situaciones concretas, toma el conjunto del sistema o estructura del enemigo. El “centro de gravedad” se configura como aquel punto que puede hacer perder el equilibrio al enemigo y derrotarlo, es decir, por su papel en el conjunto del sistema y los vasos comunicantes que determinan la capacidad de la fuerza expansiva del golpe sobre la estructura de conjunto. Este concepto es fundamental para definir los dos tipos de guerra de los que habla Clausewitz. La guerra con objetivos limitados no se propone quebrar el centro de gravedad del adversario. Al contrario, en la guerra por la decisión, es este centro lo que está en juego. Ya abordamos este concepto en capítulos anteriores, pero aquí lo vamos a analizar desde el punto de vista de la revolución internacional. La generalización de la teoría de la revolución permanente que realiza Trotsky en 1928-1930 a los países coloniales y semicoloniales no implica que esta sea una teoría para los países de desarrollo capitalista atrasado. Lo que había hecho originalmente Trotsky en 1905 era integrar la Revolución rusa al proceso de la revolución en Occidente. Con su generalización lo que hace es una integración del escenario “oriental” y “occidental” en una teoría unificada que trata “sobre el carácter, el nexo interno y los métodos de la revolución internacional en general”44. Retomando a Clausewitz podemos decir que en esta concepción, la revolución es vista como un “todo indivisible” acorde con un capitalismo imperialista que pasa a constituir efectivamente una totalidad. 42 Echevarría, Antulio J. II, “Enlazando el concepto de Centro de Gravedad”, ob. cit. 43 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 556. 44 Trotsky, León, “La revolución permanente”, ob. cit., p. 519.
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De aquí surge con claridad la determinación del “centro de gravedad” a nivel internacional. El capitalismo tomado de conjunto tiene su “centro de gravedad” en los países imperialistas; es el punto donde tanto una guerra, como un crack, como la revolución pueden hacer perder el equilibrio al sistema de conjunto. En el caso de la revolución, es el triunfo en países imperialistas lo que puede quebrar su dominio mundial. Sin embargo, a diferencia de lo que opinaban Marx y Engels sobre que la revolución comenzaría en el “centro de gravedad”, lo que mostró el siglo XX es que el proletariado de los países atrasados no tiene por qué esperar la revolución en el centro, sino que puede y debe iniciarla. Esto surge de la integración de Oriente y Occidente en una teoría de conjunto. En los países imperialistas, la mayor fortaleza de la burguesía, la mayor capacidad de cooptación de franjas del proletariado gracias a la expoliación de otras naciones, el desarrollo más acabado de las instituciones y los mecanismos de dominación, así como la fortaleza de sus destacamentos de represión, hacen más difícil la toma del poder por parte del proletariado. Pero por otro lado, el desarrollo de las fuerzas productivas de las que disponen amplía las posibilidades de comenzar a dar rápidamente pasos en la construcción del socialismo, así como hacia una mayor y más sólida democracia soviética y una menor presencia de los mecanismos coercitivos del Estado. En los países atrasados sucede a la inversa. La debilidad de la burguesía y de los mecanismos, tanto de coerción como de cooptación del Estado, a lo que se suma la mayor fortaleza relativa de la clase obrera, hace que aumenten las probabilidades de conquistar el poder antes que en los países imperialistas. Pero por otro lado, la base de fuerzas productivas con las que cuentan este tipo de naciones hace mucho más difícil dar pasos hacia la construcción del socialismo. De esta combinación de elementos se desprende que la revolución proletaria puede comenzar por la periferia capitalista, pero solo si adquiere una dinámica expansiva que logre derrocar a la burguesía en el “centro de gravedad” –como de hecho lo intentaron los bolcheviques y la III Internacional–, puede aspirar a una victoria duradera. La desigualdad entre los factores económicos y políticos solamente se puede resolver a partir de la redefinición de una nueva totalidad. Para Trotsky, el impulso de la revolución internacional, a partir de la revolución en países atrasados y de la liberación de los pueblos oprimidos, a partir de la revolución en los países imperialistas, lleva a un desarrollo internacional de la revolución que solo puede ser coronado a nivel mundial, ya que es el único modo de reestructuración global compatible con el objetivo estratégico del comunismo. Esta es la gran lección estratégica de todo el siglo XX.
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Bajo este ángulo, el ascenso revolucionario más grande de la historia, que se dio ente 1943 y 1949 (y siguió teniendo coletazos directos hasta 1953), debe caracterizarse como una derrota parcial. Si bien la revolución triunfó en la periferia –Yugoslavia, China y luego Indochina–, fue cancelada previamente en el centro –bombardeos de Dresde y Hamburgo al final de la guerra, desvío de la revolución en Francia e Italia, luego derrota en Grecia–. Esto fue posible en el marco de los acuerdos de Yalta y Potsdam de 1945, que sellaron el compromiso del stalinismo para detener la revolución en Europa. Fue sobre estas premisas que el imperialismo norteamericano lanzó el Plan Marshall45, que abrió un ciclo de crecimiento económico vertiginoso de Europa sobre la base de la destrucción masiva de fuerzas productivas provocada por la guerra. El freno a la revolución europea a la salida de la guerra, en condiciones de extrema miseria de las masas, permitió a la burguesía alcanzar hasta los primeros años ‘50 tasas de plusvalía cuyo incremento osciló “entre el 100 y el 300 % en Alemania, Japón, Italia, Francia y España”46.
Esto permitió conquistar las bases para un nuevo equilibrio capitalista47. Este equilibrio era superior a los “equilibrios inestables” de la década de 1920 analizados por Trotsky. Su mayor estabilidad está dada justamente por los acuerdos sellados entre la burocracia stalinista y el imperialismo para la gestión contrarrevolucionaria del orden mundial. 45 La respuesta tardía del stalinismo a partir del Plan Marshall se da en términos de acción estatal. Deja de lado la política de constituir “democracias populares” en los países del glacis y avanza hacia la integración de Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumania y Albania al Comecon (Consejo de Ayuda Mutua Económica). En 1948 se divide Alemania. 46 Bach, Paula, “El boom de la posguerra. Un análisis crítico de las elaboraciones de Ernest Mandel”, ob. cit. 47 A partir de 1950, basado en los primeros éxitos que había tenido el Plan Marshall en estabilizar Europa, el imperialismo norteamericano se vuelca a frenar el avance del Ejército Rojo en Corea. Sin embargo, la constitución del equilibrio en Europa, antes de imponerse definitivamente, tendrá que enfrentar nuevamente a la revolución con la insurrección de los obreros de Berlín de 1953, en lo que fue el primer proceso de “revolución política” en el sentido que había vaticinado Trotsky. Para su aplastamiento fueron necesarias las tropas del Ejército Rojo como instrumento contrarrevolucionario. El 1953 alemán mostraba los límites para encorsetar al proletariado en un centro de gravedad del capitalismo. Incluso, luego de la desmoralización del nazismo, de la destrucción de la guerra, de las masacres de Dresde y Hamburgo y de la división del país fue necesaria una derrota de la revolución. En las filas de la IV Internacional la política de “campos” planteada por Michel Pablo a partir de 1951 lo llevó a no apoyar la insurrección en Berlín. La dirección del SWP norteamericano se enfrentará correctamente a Pablo en este punto.
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Contendrá igualmente elementos de inestabilidad, especialmente en el glacis y Alemania, entre otros, que darán el marco a la llamada Guerra Fría, los cuales desarrollaremos en el próximo capítulo. Pero de conjunto se estableció un fuerte equilibrio, que sin embargo no negará el carácter revolucionario de la época como quedará demostrado en toda su magnitud a partir de 1968. En este marco, la IV Internacional se dividirá para 1953 entre el Secretariado Internacional con dirigentes como Pablo, Mandel, Frank, Maitán y Posadas, y el Comité Internacional dirigido por el Socialist Workers Party (SWP) norteamericano de Cannon, del que formarán parte también Moreno, Healy y Lambert. Sin embargo, ninguna de las dos tendencias llegó a determinar las características de este nuevo equilibrio capitalista y establecer un marco estratégico para la orientación de los revolucionarios a partir de la “gran estrategia” de la teoría de la revolución permanente. Por un lado, estaban quienes sostenían, como Lambert, Moreno y Lora la tesis “estancacionista” –“las fuerzas productivas de la humanidad se han estancado” repetían según la letra del Programa de Transición– sin ver que la enorme destrucción de fuerzas productivas provocada por la guerra y la reconstrucción capitalista posterior de Europa permitieron, durante el período 1948-1968, un desarrollo parcial de las fuerzas productivas dentro de los marcos de la continuación de la época imperialista como fase de declinación del capitalismo. En el extremo opuesto, se ubicaron quienes, como Mandel, veían en el boom de posguerra las características de un neocapitalismo o “capitalismo tardío”, adoptando una versión corregida de la teoría de las “ondas” o ciclos automáticos de crecimiento donde el factor de la lucha de clases quedaba totalmente subordinado. Tanto la negación del equilibrio como el otorgarle un carácter casi absoluto le impidieron desde ángulos inversos definir a la IV Internacional cuál era “el tipo de guerra que se estaba peleando”, lo cual como dice Clausewitz es el “primer acto del juicio, el más importante y decisivo que practica un estadista y general en jefe”48. A partir de aquí se perdió el punto de vista de la “gran estrategia” internacional. Ninguna de las corrientes definió que se encontraba ante un orden mundial norteamericano “cogobernado” con la burocracia stalinista para impedir la revolución. Para esto era necesario ubicarse frente a las corrientes que encarnaban las diferentes formas de bloqueo de la dinámica permanente de la revolución: el “tercermundismo” respecto a la relación entre la revolución en la periferia y el centro; el frentepopulismo en los países centrales
48 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 53.
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como adaptación al régimen burgués en el marco de las nuevas bases reformistas; y las direcciones de los Estados obreros burocráticos como negación de la democracia soviética, del avance hacia el socialismo y de la extensión mundial de la revolución a través de la lucha de clases. Definir frente a estas corrientes en qué consistía la lucha revolucionaria de la IV Internacional era la pregunta fundamental que era necesario responder. En primer lugar se trataba de establecer el marco estratégico, definir “qué guerra se estaba peleando”. La falta de definición correcta derivó en la adaptación, alternativamente, a diferentes corrientes “tercermundistas”, a la socialdemocracia, al stalinismo, al castrismo, entre otras.
PARTE 3 LA NORMA Y EL HECHO EN EL PENSAMIENTO ESTRATÉGICO La burocracia de los Estados obreros como bloqueo al socialismo
Clausewitz, como señalamos, no pretendía deducir de su concepto de “guerra absoluta” las características de todo conflicto bélico, sino forjar una teoría que efectivamente sirviese para colaborar con la acción en las situaciones concretas: … debemos estar preparados para explicar la guerra –dice– […] no basándonos en la concepción pura, sino haciendo lugar para todo aquello de naturaleza extraña que está involucrado en ella y adherido a ella, toda la inercia natural y la fricción de sus partes, el conjunto de la inconsecuencia, la vaguedad y la timidez de la mente humana49.
Trotsky tenía el mismo objetivo al formular la teoría de la revolución permanente. Producto de las determinaciones que fuimos desarrollando, el proletariado podía conquistar el poder antes en los países atrasados que en los imperialistas, lo cual quedó verificado con el triunfo de la Revolución rusa de 1917. La dinámica permanentista implicaba la extensión internacional de la revolución hacia Occidente, cuestión que se plasmó en la Revolución alemana de 1918-1919, pero fue derrotada. Luego la III Internacional se propuso extender la revolución a Europa; lo logró pero no obtuvo triunfos decisivos.
49 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 540.
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Estos elementos impusieron un aislamiento a la URSS mucho más prolongado del que habían avizorado Lenin y Trotsky50. En estas condiciones, para 1923-1924 daba un salto la burocratización del Estado obrero ruso y con él, de la Internacional misma, que abandona progresivamente el objetivo de extender la revolución a favor de la “teoría” del socialismo en un solo país. Surge así una poderosa contratendencia a la dinámica permanentista, tanto en lo que refiere a la extensión internacional de la revolución, como a la transición hacia el socialismo, ambos aspectos indisolublemente ligados desde el punto de vista de la “gran estrategia”. Trotsky analizará pormenorizadamente esta cuestión en La revolución traicionada51. Frente a la caricatura que pretendía establecer el stalinismo sobre el Estado obrero ruso y su carácter ultra burocrático, volverá a plantear la necesidad de un “Estado agonizante”, de un Estado que se oriente hacia su propia extinción52 como condición para el avance hacia el socialismo. Originalmente, desde su Crítica al Programa de Gotha, Marx había señalado que un Estado obrero, en una primera etapa luego de la conquista del poder que llamó “fase inferior del comunismo”, no podría aún satisfacer todas las necesidades sociales53, por lo cual se regiría por la máxima “a cada quién según su trabajo”. Es decir, establecería una sociedad infinitamente más igualitaria que el capitalismo, pero donde, como recordará Trotsky, El Estado adquiere directa e inmediatamente un doble carácter: socialista en la medida en que defiende la propiedad social de los medios de producción; burgués en la medida en que el reparto de los bienes vitales
50 Como señalara Trotsky: “la crisis revolucionaria de posguerra no produjo la victoria del socialismo en Europa: la socialdemocracia salvó a la burguesía. El período que para Lenin y sus compañeros de armas debía ser un breve ‘alto en el camino’, se convirtió en toda una época de la historia. La contradictoria estructura social de la URSS y el carácter ultra burocrático de su Estado son las consecuencias directas de esta singular e ‘imprevista’ pausa histórica, que al mismo tiempo arrastró a los países capitalistas al fascismo o a la reacción prefascista” (Trotsky, León, “La revolución traicionada”, ob. cit., p. 76). 51 Ver Castillo, Christian y Maiello, Matías, “Prólogo. Lecciones para reactualizar la perspectiva comunista en el siglo XXI”, ob. cit. 52 Sobre la “extinción” del Estado obrero y su relación con la “destrucción” del Estado burgués, ver capítulo 1 del presente libro. 53 Es decir, establecer una sociedad de abundancia que pueda “escribir en su bandera: ¡De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades!” (Marx, Karl, Crítica del Programa de Gotha, Moscú, Editorial Progreso, 1977, p. 18).
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se lleva a cabo por medio de medidas capitalistas de valor, con todas las consecuencias que se derivan de este hecho54.
Durante esta primera etapa, según los fundadores del marxismo, el Estado comenzaría a extinguirse a medida que aumentase la productividad del trabajo y se desarrollaran las fuerzas productivas, ya que estas permitirían satisfacer más ampliamente las necesidades y reducir la carga del trabajo como imposición. Aunque el esquema de Marx era irreprochable desde el punto de vista de la evolución del socialismo desde sus inicios hasta la consumación de la sociedad comunista, la URSS no encajaba en este. El autor de El capital, quien no llegó a vivir la fase imperialista del capitalismo, no esperaba que la revolución triunfase primero en un país atrasado. A diferencia de lo proclamado por Stalin (y luego replicado por los ideólogos de la burguesía para “demostrar” el fracaso del comunismo), para Trotsky, la URSS no era una sociedad socialista, no representaba aquella “etapa inferior del comunismo” de la que hablara Marx. “Sería más exacto –dice–, pues, llamar al régimen soviético actual, con todas sus contradicciones, no un régimen socialista, sino un régimen preparatorio o de transición del capitalismo al socialismo”55. En esta “preparación o transición”, la perpetuación de la burocracia es incompatible con el desarrollo hacia el socialismo, que no puede ser otra cosa que una construcción consciente56 y depende de la disposición del poder del Estado por parte de los trabajadores57. Si bien Trotsky da cuenta de que la URSS conserva características de un “Estado obrero” como la propiedad estatal de los medios de producción, la planificación (aunque burocrática) de la economía y la inexistencia de una burguesía (o nueva clase social) dominante (a pesar de que se había enquistado en el poder una casta burocrática), la burocratización 54 Trotsky, León, “La revolución traicionada”, ob. cit., p. 73. 55 Ibídem, p. 68. 56 Dice Trotsky: “Una vez liberadas de los frenos feudales, las relaciones burguesas se desarrollan automáticamente. [...] Muy distinto es el desarrollo de las relaciones socialistas. La revolución proletaria no solo libera las fuerzas productivas de los frenos de la propiedad privada, también las pone a disposición directa del Estado que ella misma crea. [...] A diferencia del capitalismo, el socialismo no se construye mecánicamente, sino conscientemente. El avance hacia el socialismo es inseparable del poder estatal que desea el socialismo o se ve obligado a desearlo” (ibídem, pp. 329-330, destacado en el original). 57 Trotsky demostrará en La revolución traicionada cómo la democracia soviética no era un “aditamento” del Estado obrero, sino una cuestión “de vida o muerte”, donde la participación de los trabajadores y los campesinos no podía limitarse a una elección regular, sino que tenía que traducirse en una participación activa en la dirección de los destinos de la URSS, tanto en el terreno político como en el terreno de la planificación económica.
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del Estado58 lo redefine de conjunto como un “Estado obrero degenerado burocráticamente”59 que, en tanto tal, bloquea el avance hacia el socialismo y prepara las condiciones para la restauración capitalista. La burocracia, surgida de un proceso de diferenciación social (producto del aislamiento de la URSS y los primeros éxitos de la NEP60), en su rol como casta dominante y mediante el establecimiento de un régimen bonapartista, redefine al Estado de conjunto. Ya no es un “Estado obrero” a secas sino un “Estado obrero degenerado burocráticamente”. A diferencia del esquema original de Marx, se relativizan las consecuencias benéficas del desarrollo de las fuerzas productivas en sí para el avance hacia el socialismo61. En la URSS aquel desarrollo, al no revestir un 58 Como toda burocracia, se erige sobre el Estado ejerciendo funciones de reguladora e intermediaria, de sostenedora de la jerarquía social. Sin embargo, en el caso de la URSS, Trotsky señala que “es algo más que una burocracia” (Trotsky, León, “La revolución traicionada”, ob. cit., p. 206) porque, a diferencia de aquellas de los Estados burgueses que representan a una clase social que tiene medios para controlarla, en el caso del Estado obrero, la burocracia se eleva por encima de una clase que no tiene tradición de dominación y mando, y que no cuenta con la propiedad privada de los medios de producción para confrontarla. Esto la hace más autónoma y le da su carácter distintivo. 59 En la elaboración del concepto de “Estado obrero degenerado burocráticamente” Trotsky parte de establecer la distinción entre régimen político y Estado. La misma se encuentra desarrollada en su artículo “Estado obrero, Termidor y bonapartismo”. Allí, señala cómo la “dictadura del proletariado” tiene dos acepciones que no deben confundirse. Distingue “dictadura” en referencia a la dominación social, de “dictadura” como régimen político. La URSS es una “dictadura del proletariado” por el contenido social del Estado, así como podemos decir que el Estado burgués, más allá de sus formas políticas, es una “dictadura del capital”. Pero a nivel de los regímenes políticos, así como en el Estado burgués distinguimos entre fascismo y democracia burguesa, en el caso del Estado obrero ruso bajo el stalinismo no se trataba de una dictadura del proletariado sino de un nuevo tipo de régimen bonapartista, para el cual Trotsky formulará el concepto de “bonapartismo soviético”. 60 El X Congreso del Partido en marzo de 1921 adoptó la Nueva Política Económica (NEP). Concebida por Lenin como una “retirada forzada”, la NEP restableció parcialmente la libertad de comercio y la economía monetaria, recreando un mercado. De esta forma se buscaba lograr el aumento de la producción tanto en el agro como en la industria. Pero esta política no estaba exenta de contradicciones. Los bolcheviques lo sabían, eran conscientes que sus consecuencias adversas fortalecerían las tendencias a la acumulación de un sector acomodado del campesinado. Para contrarrestarlas se valdrían del control que posibilitaba el mantenimiento de los principales recursos de la industria y el transporte en poder del Estado, del riguroso monopolio del comercio exterior y de la organización de los trabajadores de la ciudad y el campo. 61 Una visión mecánica del desarrollo de las fuerzas productivas en la URSS la podemos encontrar, por ejemplo, en Juan Iñigo Carrera, quien a partir de una teoría “capitalista de Estado” se pliega a una concepción de etapas sucesivas: una primera de desarrollo de las fuerzas productivas nacionales y una segunda que supuestamente tendría que seguirle, de superación de las fronteras nacionales. Dice: “La concentración de capital como
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carácter cualitativo, es decir, al no alcanzar y sobrepasar lo más avanzado del capitalismo, tenía como efecto contradictorio profundizar el proceso de diferenciación social y, por ende, fortalecer en términos relativos a la burocracia como gendarme que arbitra en el terreno de la distribución. La posibilidad de superar el bloqueo y retomar el avance hacia el socialismo era, en primer lugar, un problema de “gran estrategia”. En la segunda posguerra este problema adquirió dimensiones aún más amplias con el surgimiento de toda una serie de nuevos Estados obreros deformados burocráticamente. Sin embargo, la degeneración burocrática, así como el fortalecimiento del Estado y los logros de la URSS en el terreno de la producción fueron interpretadas tanto por las teorías del “capitalismo de Estado” como del “colectivismo burocrático” como el signo de la existencia de un nuevo sistema estabilizado. Por un lado, las teorías del “capitalismo de Estado” sostenían que se trataba de un régimen social capitalista, aunque no en su modalidad tradicional del predominio del capital privado, sino uno caracterizado por la concentración estatal de la propiedad y el papel preeminente de la burocracia. Por otro lado, las teorías del “colectivismo burocrático” planteaban que la URSS expresaba una nueva y superior forma de explotación. En ambos casos se trataba de teorías que optaban por definiciones acabadas de la URSS, a diferencia de Trotsky, quien ponía el acento en el carácter transitorio de la formación social soviética en la que operaban tendencias contradictorias, cuya evolución dependía de la lucha de clases nacional e internacional62. Para Trotsky, la burocracia no representaba una nueva clase social sino una casta parasitaria (basada en la propiedad estatal de los medios de producción), pero que librada a su propia dinámica se transformaría (cuando pudiese hacerlo) en una nueva clase capitalista, con el fin
propiedad colectiva al interior de la URSS ha mostrado ser una modalidad tal de potenciarse la acumulación de capital, como para haber llevado a este ámbito nacional a ser el segundo en magnitud en el mundo. Pero, ahora [el libro es de 2003], le ha llegado el turno de mostrar con toda crudeza su propia limitación frente al carácter mundial de las potencias del modo de producción capitalista. Y eso que en estas potencias mundiales no domina de momento la simple superación de su forma nacional, sino un retroceso específico del capitalismo en su necesidad histórica de producir un obrero universal, basado en la profundización de las diferencias nacionales” (Iñigo Carrera, Juan, El Capital: razón histórica, sujeto revolucionario y conciencia, Buenos Aires, Ediciones Cooperativas, 2004, p. 119). 62 Para un contrapunto entre la teoría de Trotsky y las diferentes variantes del “capitalismo de Estado” y del “colectivismo burocrático” ver Cinatti, Claudia, “La actualidad del análisis de Trotsky frente a las nuevas (y viejas) controversias sobre la transición al socialismo”, Estrategia Internacional N.° 22, noviembre 2005.
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de estabilizar sus privilegios transformándolos en derechos de propiedad sobre los medios de producción. Sobre esta base había establecido dos hipótesis alternativas63. O bien, tenía lugar una “revolución política” (producto de la opresión política y la carestía de la vida de las masas) que redefiniese las formas políticas (democracia soviética), económicas (revisión del plan) y sociales (reversión del proceso de diferenciación social), sobre las bases estructurales de la propiedad estatal de los medios de producción para el avance hacia el socialismo; o bien, se produciría la restauración del capitalismo (producto de derrotas de las masas) mediante la reconversión de la burocracia en clase capitalista, liquidando definitivamente el plan, profundizando la diferenciación social y privatizando los medios de producción. Esta era la disyuntiva a la que se debía dar respuesta la “gran estrategia” y que, ya luego de la muerte de Trotsky, marcó la segunda parte del siglo XX. Se trataba justamente de ligar la victoria del proletariado en determinado país con el desarrollo de la revolución internacional y el objetivo de la conquista del comunismo. El lugar de la norma programática
La “norma” que planteaba la teoría de la revolución permanente no solo revestía una importancia teórica sino, en primer lugar, programática y estratégica. En esto se emparentaba otra vez con Clausewitz. El general prusiano desarrolló su teoría para captar la naturaleza de la guerra luego de las guerras napoleónicas. Esto no significaba que todas las guerras tendrían la intensidad de aquella, acercándose a la “guerra absoluta”. Sin embargo, él sostiene que más allá del desarrollo concreto de cada conflicto bélico, el punto de vista de la “guerra absoluta” cumplía un papel fundamental para el estratega. La teoría –dice– debe admitir todo esto [se refiere a aquello que la aleja en la situación concreta de su concepción pura], pero su deber es dar el primer lugar a la forma de guerra absoluta, y utilizar esa forma como un punto de dirección general, de modo que aquel que desee aprender y extraer algo de la teoría, se acostumbre a no perderla nunca de vista, a considerarla como la norma fundamental de todas sus esperanzas y temores, a fin de aproximarse a ella allí donde pueda y donde deba hacerlo 64.
63 Una tercera era la posibilidad de que la URSS fuera atacada y derrotada militarmente por las potencias imperialistas, peligro que se acrecentaría con el avance hacia la II Guerra Mundial, pero que no llevó a la derrota (ver capítulo 5 del presente libro). 64 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 541.
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Desde una lógica similar discute Trotsky el problema de la burocratización de la URSS. En la cuestión del carácter social de la URSS –dice–, los errores provienen ordinariamente –como lo hemos escrito ya– de la sustitución del hecho histórico por una norma programática. El hecho concreto se ha divorciado de la norma. Eso no significa, sin embargo, que la haya refutado; por el contrario, por ruta distinta la ha confirmado. […] La contradicción entre el hecho concreto y la norma nos impone, no el renunciar a la norma, sino, por el contrario, en luchar por su realización por el camino revolucionario 65.
La conclusión de Trotsky era la necesidad de una nueva revolución, ahora contra la burocracia. Este aspecto pasa a ser una consecuencia lógica de la teoría de la revolución permanente frente al bloqueo que implicaba la consolidación de la burocracia en el Estado obrero. Aunque este elemento no es parte de la formulación realizada de la teoría de 19281930 (así como tampoco forma parte la necesidad de partidos de la IV Internacional), ambos aspectos, desarrollados extensamente en sus escritos posteriores, pasan a formar parte integral de ella66. La “revolución política” implicaba, por un lado, una determinada estrategia. “La IV Internacional –dice Trotsky en 1940– ha reconocido desde hace largo tiempo la necesidad de derrocar a la burocracia por medio de la insurrección revolucionaria de los trabajadores”67. El derrocamiento de la burocracia iba de la mano, para Trotsky, de la lucha por la libertad de los sindicatos y los comités de fábrica, de reunión y de prensa, en el marco de la pelea por la democracia soviética68. Por otro lado, aunque Trotsky la llama revolución “política”, enfatiza que iba ligada a un contenido social muy amplio. Sostiene que:
65 Trotsky, León, “La URSS en la guerra”, Guerra y revolución. Una interpretación alternativa de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit., p. 238. 66 Trotsky comienza a levantarla simultáneamente a la ruptura con la III Internacional stalinizada luego del ascenso de Hitler y la derrota del proletariado alemán en 1933, frente a la cual el PC alemán ni siquiera había presentado batalla y después que esto no provocase ninguna conmoción interna en las filas de la IC. Así es que la necesidad de una nueva internacional (la IV Internacional) y de un nuevo partido en la URSS van de la mano de la definición de la revolución política para la URSS. 67 Trotsky, León, “La URSS en la guerra”, ob. cit., p. 238. 68 “Supongamos que la burocracia soviética sea arrojada del poder por un partido revolucionario que tenga todas las cualidades del viejo Partido Bolchevique y que además esté enriquecido con la experiencia mundial del último período. Tal partido comenzaría por restablecer la democracia en los sindicatos y en los soviets” (Trotsky, León, “La revolución traicionada”, ob. cit., p. 209).
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… la repartición de las fuerzas productivas entre las distintas ramas de la industria y en general todo el contenido del plan, cambiarán radicalmente cuando este se halle determinado por los intereses, no de los burócratas, sino de los productores. Mas como, a pesar de todo, se trata del derrocamiento de la oligarquía parasitaria, pero sin prejuicio de mantener la propiedad nacionalizada (estatal), nosotros calificamos la futura revolución como política69.
Esta perspectiva, como decíamos, adquirió una importancia fundamental en la segunda posguerra. Para mediados de la década de 1950 la burguesía había sido expropiada en un tercio del planeta, debido a que a la existencia de la URSS, como vimos, se sumó el surgimiento de nuevos Estados obreros burocráticamente deformados, ya sea producto de procesos revolucionarios reales, como en Yugoslavia, China e Indochina o “desde arriba”, a partir de la acción burocrático-militar del stalinismo en los llamados países del glacis en Europa del Este. En este escenario, quienes sostenían las tesis sobre el “capitalismo de Estado” y el “colectivismo burocrático” formaron las primeras camadas que rompieron con la IV Internacional. A su vez, en su segundo congreso mundial (realizado entre abril y mayo de 1948), una minoría del Socialist Workers Party (SWP) norteamericano encabezada por Joseph Hansen planteará acertadamente que los países bajo ocupación del Ejército Rojo de la “zona de amortiguación” constituían Estados obreros deformados70. Por su parte, la mayoría del congreso sostenía que eran países capitalistas en vías hacia una asimilación estructural con la URSS, cuya consumación implicaba, por ejemplo, para el caso de Yugoslavia la abolición de sus fronteras nacionales71. El tercer congreso de la IV Internacional en 1951, fecha para la cual la propiedad privada en los países del glacis (al menos en los principales sectores industriales) había sido prácticamente abolida, finalmente 69 Trotsky, León, “La URSS en la guerra”, ob. cit., p. 239. 70 Según las palabras de Hansen: “deformado, degenerado, mutilado– cualquier palabra que indique más claramente que queremos decir un ejemplo monstruoso y no uno normal de este tipo” (Hansen, Joseph, “The problem of Eastern Europe”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/archive/hansen/1949/12/easterneurope.htm). 71 El punto de partida para esta definición era que había obstáculos estructurales para la planificación de la economía. En el caso de Yugoslavia, su pequeña área y su reducida población eran obstáculos estructurales para la planificación “real”, y planteaban que estos no podían ser removidos hasta que Yugoslavia aboliera sus fronteras, ya sea por la “incorporación” o por una “Federación del Danubio y los Balcanes” formalmente independiente de la URSS. Dado que esta Federación formaría, según los sostenedores de esta posición, “una genuina estructura unificada para la economía planificada”.
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se apropió de esta definición de Hansen de Estados obreros deformados. Desde el punto de vista programático esto implicaba la defensa de la propiedad nacionalizada frente a la restauración capitalista y la lucha contra la burocracia, pero esta perspectiva estratégica que llevaba a la revolución política fue dejada de lado poco después por una parte importante de la Internacional, precipitando su ruptura. Frente al problema de la opresión nacional rusa sobre aquellos Estados de la “zona de amortiguación”, el proyecto de resolución sobre “El ascenso y la caída del stalinismo” del Secretariado Internacional, borra del programa de la revolución política la consigna de “repúblicas socialistas independientes” para Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria y Ucrania, así como la unificación socialista de Alemania, que de hecho había sido levantada por los trabajadores durante la insurrección de 1953, cuestiones que serán señaladas en el documento de 1953 “Contra el revisionismo pablista”72 del SWP norteamericano. Más de conjunto, aquel sector encabezado por Michel Pablo se encarga de depositar expectativas en las concesiones que se verá obligada a hacer la burocracia. Al mismo tiempo plantea el “entrismo sui generis” de los militantes de la IV Internacional a los partidos stalinistas en todos estos países, incluida Alemania Oriental, así como al Partido Comunista chino. De conjunto significaba el abandono de la revolución política y de la estrategia de derrocamiento revolucionario de la burocracia planteada por Trotsky. En 1963 se llevaría a cabo el proceso de reunificación de las diferentes corrientes que se reivindicaban de la IV Internacional en torno al triunfo de la Revolución cubana y la constitución del primer Estado obrero en el continente americano que, sin embargo, surgiría deformado burocráticamente al igual que los Estados obreros nacidos de la posguerra. En torno a Cuba, como desarrollamos en capítulos anteriores, se volvieron a plantear en primer plano aquellos debates. Entre los que quedaron por fuera de aquella reunificación73 prevalecieron las posiciones “normativistas”. En el caso de la corriente orientada por Pierre Lambert, estas se combinaron con un prolongado abstencionismo teórico-político
72 Socialist Workers Party, “Against pabloist revisionism”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/history/etol/document/fi/1950-1953/ ic-issplit/swp01.htm 73 Estas corrientes aceleraron su degeneración. La corriente dirigida por Lambert terminó negándose a participar de “la noche de las barricadas” en mayo de 1968, mientras que la orientada por Healy terminó impugnando la marcha más numerosa contra la guerra de Vietnam en Inglaterra en octubre de 1968.
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sobre el tema74. En cuanto a la Socialist Labour League de Gerry Healy75, si bien eran correctos sus señalamientos sobre la ausencia de organismos de tipo soviético y el carácter pequeñoburgués de la dirección, llegaba a la conclusión de que Cuba era un Estado capitalista con un gobierno bonapartista76. La reunificación sobre la base correcta de la defensa de la Revolución cubana y el nuevo Estado obrero, sin embargo, al no destacar el carácter deformado del mismo y el programa de la revolución política, substituía este último por un apoyo político (crítico) como el que el Secretariado 74 Como señaláramos en el capítulo 3, Pierre Lambert definió en 1961 que en Cuba había un “gobierno obrero y campesino” en el marco del sistema capitalista al que o bien la burguesía lograría llevar de regreso a la “normalidad burguesa” o las masas derrotarían avanzando hacía la revolución socialista. Una vez atribuida esta “etiqueta”, insólitamente, ni Lambert ni su corriente consideraron necesario volver sobre esta discusión hasta muchos años después. 75 Ver Pitt, Bob, The rise and fall of Gerry Healy, en What Next? Marxist Discussion Journal, consultado el 5/3/2017 en: http://www.whatnextjournal.org.uk/Pages/Healy/Chap6.html. 76 Viejas posiciones normativistas de este tipo que se negaban a defender las conquistas de la revolución han sido reeditadas recientemente por Jorge Altamira, quien no llega a definir el carácter de clase del Estado surgido de la revolución cubana ni como capitalista ni como obrero deformado burocráticamente, sino que utiliza la fórmula extraña –desde el punto de vista del marxismo– de “Estado burocrático pequeñoburgués”. Esboza a su vez, la idea de una “revolución intermedia” de carácter indefinido. El fundamento según Altamira es que, a diferencia de la Revolución rusa, “la expropiación del capital por la Revolución cubana ha creado una sociedad intermedia que ya no es propiamente capitalista, pero mucho menos socialista” (Altamira, Jorge, “La Revolución cubana: un retorno lamentable al morenismo”, Facebook, consultado el 5/3/2017 en: https://www.facebook. com/jorge.altamira.ok/posts/660117037502494). Sin embargo, como vimos en estas páginas, el propio Trotsky combatió contra las visiones que presentaban a la URSS como una sociedad socialista y no por ello le negaba el carácter “obrero” al Estado. Trotsky debatió en su momento contra visiones subjetivistas de este tipo. En polémica con Burnham y Carter, y frente a la degeneración brutal del Estado obrero ruso encabezado por Stalin (a quien señala como “astro gemelo” de Hitler), Trotsky plantea: “¿significa esto que un Estado obrero que entra en conflicto con las exigencias de nuestro programa, deja de ser por tanto un Estado obrero? Un hígado enfermo de malaria no corresponde a un tipo normal de hígado, pero no por eso deja de serlo […] El carácter de clase del Estado está determinado por su relación con las formas de propiedad de los medios de producción”, y agregaba: “mientras esta contradicción no pase de la esfera de la distribución a la de la producción y no destruya la propiedad nacionalizada y la economía planificada, el Estado continúa siendo un Estado obrero”. Particularmente contra la (in)definición de Burnham y Carter plantea: “su definición antimarxista de la Unión Soviética como un Estado no burgués y tampoco obrero, abre la puerta a toda clase de conclusiones. Es la razón por la cual esta definición debe ser categóricamente rechazada” (Trotsky, León, “¿Ni un Estado obrero ni un Estado burgués?”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 5, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2000). Un carácter “antimarxista” bastante similar tiene la definición esbozada por Altamira no para la URSS, sino para el Estado surgido de la Revolución cubana.
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Internacional recomendara, por ejemplo, para el caso de China en la posguerra. De hecho, tan tarde como en 1978, Hansen sostiene para Cuba que … los avances logrados por el burocratismo no han llegado a tal grado que uno deba concluir que se ha formado una casta burocrática que ejerza un poder dictatorial, y que no pueda ser desalojada sino a través de una revolución política77.
Tres años después, luego del fallecimiento de Hansen, Jack Barnes llevaría hasta el final la adaptación al castrismo y encabezaría la ruptura del SWP norteamericano con el trotskismo. Así, las corrientes referenciadas en la IV Internacional fueron atravesadas por aquellas dos tendencias, el normativismo y la adaptación a la burocracia, que enfrentara Trotsky respecto a la URSS. Frente a los primeros señala: La Unión Soviética es solo una expresión parcial y mutilada de un Estado obrero atrasado y aislado. […] Los sectarios, es decir, la gente que es revolucionaria solamente en su imaginación, se guían por normas idealistas vacías. Dicen: “estos sindicatos no nos gustan, no perteneceremos a ellos; este estado de los trabajadores no nos gusta, no lo defenderemos”. Constantemente prometen empezar de nuevo la historia.
Y agregaba respecto a los segundos: El pensamiento puramente “histórico” reformista, menchevique, pasivo y conservador, se ocupa en justificar, como lo expresó Marx, las porquerías de hoy con las de ayer. […] Los “amigos” despreciables de la Unión Soviética se adaptan a la vileza de la burocracia, invocando las condiciones “históricas”. A diferencia de estas dos formas de pensar, el pensamiento dialéctico –marxista, bolchevique– toma los fenómenos en su desarrollo objetivo y al mismo tiempo encuentra en las contradicciones internas de este desarrollo la base de realización de sus “normas”78.
Décadas después de la Revolución cubana, frente a la Revolución polaca de 1980-198179, ninguna de las principales corrientes del trotskismo 77 Hansen, Joseph, “Introduction to Dynamics of the Cuban Revolution”, Socialist Viewpoint, consultado el 5/3/2017 en: http://www.socialistviewpoint.org/mayjun_05/mayjun_05_02.htm. 78 Trotsky, León, “¿Ni un Estado obrero ni un Estado burgués?”, ob. cit. 79 Se trata de la última gran revolución política, que se inicia con el estallido de la oleada de huelgas en 1980, con su centro emblemático en los astilleros de Gdansk, y que
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de aquel entonces fue capaz de mantener aquella lógica y, por ende, la unidad del programa de la revolución política. El centro estuvo puesto en cómo se debía derrocar a la burocracia, si con la consigna “todo el poder a Solidaridad” y el armamento del sindicato, como planteaba Moreno, o si los soviets debían surgir por fuera de Solidaridad, como sostenía Lambert. Sin embargo, ninguno de ellos levantó junto con esto, como eje, la necesidad, por ejemplo, de revisar el plan en beneficio de productores y consumidores, y todas aquellas consignas que podían dar respuesta a los reclamos de las masas y al mismo tiempo sostener la defensa de las conquistas para poder delimitarse de las corrientes restauracionistas que dirigían Solidaridad. Esto condujo a una adaptación a las corrientes restauracionistas concebidas como parte de un bloque antiburocrático. El Secretariado Unificado, a diferencia de las otras corrientes, sostuvo una política de autogestión para las empresas nacionalizadas, pero que desligada de la defensa del plan y del monopolio del comercio exterior no era contradictoria con un curso de restauración capitalista80. De esta forma, en la segunda mitad del siglo XX, el programa de la revolución política fue disuelto, primero en el apoyo crítico al castrismo y luego en un antistalinismo en general. El hecho de no haber presentado una alternativa y luego no comprender las causas de la derrota tuvieron implicancias mucho más allá de los procesos particulares, ya que fue un desarme completo frente al proceso de restauración del capitalismo que estalló a finales de la década de 1980. PARTE 4 EL OBJETIVO POLÍTICO Y LA ESTRATEGIA Relación medios-fines y reducción de la incertidumbre
Hasta aquí hemos desarrollado dos de las leyes tendenciales que conforman la teoría de la revolución permanente, la que trata del pasaje de la revolución nacional a la internacional y aquella referida a la revolución socialista como tal. Ahora nos concentraremos en la que entrelaza la lucha por los objetivos democráticos con la conquista del poder de los
dio lugar al surgimiento del sindicato Solidaridad que llegó a agrupar a 10 millones de miembros. En el curso de este proceso se desarrollaron importantes elementos de democracia directa, pero contaba con la fuerte influencia de la Iglesia católica, que se dedicó a impulsar las alas procapitalistas del movimiento. 80 Ver Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “En los límites de la ‘restauración burguesa’”, ob. cit.
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trabajadores y los objetivos socialistas, también llamada ley del transcrecimiento81 de la revolución democrática en revolución socialista. El primer laboratorio para la elaboración de esta problemática fue la propia Revolución rusa de 1905, la primera del siglo XX. A partir de sus lecciones, se desarrollan en la socialdemocracia rusa “tres concepciones” sobre la futura revolución, que se plasman en tres visiones del objetivo político a alcanzar. Podemos decir que la fracción menchevique bregaba por una república burguesa; Lenin y los bolcheviques por una “dictadura democrática de obreros y campesinos”; Trotsky por una dictadura del proletariado conduciendo tras de sí a las masas campesinas. Cada concepción planteaba una determinada relación entre medios y fines que hacía al establecimiento de la magnitud del objetivo de la lucha y su relación con los esfuerzos que habían de realizarse. Para Clausewitz, establecer correctamente esta relación entre medios y fines era uno de los problemas fundamentales de la estrategia. Para ello, era necesario clarificar una serie de elementos para reducir la incertidumbre. A fin de establecer –dice– cuál es la cantidad de medios a los que tenemos que recurrir en la guerra, debemos considerar el objetivo político en nuestro propio bando y en el del enemigo; debemos considerar el poderío y las condiciones del Estado enemigo, tanto como las del nuestro; debemos tener en cuenta el carácter del gobierno enemigo y de su pueblo y las aptitudes de ambos. Estos mismos factores deben considerarse en nuestro propio lado; debemos tener en cuenta las conexiones políticas de otros Estados y el efecto que la guerra producirá en esos Estados 82.
Traducido al lenguaje del marxismo, podríamos sintetizar estos elementos de la siguiente forma. En primer lugar, definir el objetivo político. En segundo lugar, considerar el poderío y las condiciones tanto de las clases enemigas como de la clase obrera. En tercer lugar, considerar el carácter de las direcciones políticas de las clases que representan y sus aptitudes. En cuarto lugar, cuáles son los aliados con los que cuenta cada bando y qué efecto tendrá el desarrollo de la lucha en estas alianzas. La resolución de este “problema de álgebra” para Rusia, a partir de la experiencia de la Revolución de 1905, dará lugar a la primera formulación de Trotsky de la teoría de la revolución permanente. La respuesta que dará Lenin tendrá muchos puntos de contacto, pero con diferencias. Ambas se enfrentarán a la concepción de los mencheviques.
81 Ver Brossat, Alain, En los orígenes de la revolución permanente, ob. cit. 82 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 545.
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Sobre los objetivos políticos, una primera definición común a todos sobre la revolución en Rusia era que tendría que resolver tareas “democrático-burguesas”, como derribar a la autocracia zarista y desterrar los resabios feudales en el campo. Sin embargo, las diferencias empezaban a la hora de considerar el poderío y las condiciones de cada clase en esta lucha. Para los mencheviques, la burguesía liberal y los campesinos compartían con el proletariado el interés en derribar al zarismo y reformar la estructura del campo para destrabar el desarrollo capitalista; solo la unidad de las tres clases podía llevar la revolución al triunfo. Lenin sostenía que no, que la burguesía estaba unida por uno y mil lazos con los terratenientes y se opondría a la resolución del problema agrario (que implicaba la expropiación de los terratenientes), por lo tanto solo una alianza entre la clase obrera y los campesinos podía resolverlo; ambos eran la inmensa mayoría de la población y por lo tanto tenían el poder de lograrlo con una dirección adecuada. Trotsky en este punto coincidía con Lenin. Ahora bien, las diferencias entre Lenin y Trotsky comenzaban a la hora de evaluar el carácter de las direcciones políticas. Para Trotsky, el hecho de que el campesinado fuera una clase heterogénea, dispersa geográficamente y cruzada por un importante nivel de diferenciación social a su interior hacía imposible la constitución de un partido campesino independiente. El campesinado se dividiría: un sector iría detrás de la clase obrera y otro detrás de la burguesía. A pesar de ser minoritario, el proletariado concentrado en las grandes ciudades, que eran el centro político del país, y a su vez concentrado en una gran industria creada por el capital financiero a través del Estado era capaz de dirigir la revolución. Lenin dejaba abierta la posibilidad de que se constituya un partido campesino independiente, por lo tanto, si el campesinado estaría o no en igualdad de condiciones en la dirección de esta alianza era algo que se vería en el propio proceso. Esto daba lugar a dos programas diferentes. El de Lenin era la constitución de una “dictadura democrática de obreros y campesinos” que resolvería las tareas “democrático-burguesas” no solo las “políticas” sino las sociales o estructurales, como la expropiación de los terratenientes y la reforma agraria. El programa de Trotsky era poner en pie una dictadura del proletariado acaudillando tras de sí a las masas campesinas. Sin embargo, esto planteaba un nuevo problema: el proletariado, una vez en el poder, no se detendría en las tareas de la revolución democrática, sino que avanzaría en tareas propias de la revolución socialista. Trotsky lo explicará en un primer momento basado en la contradicción psicológica entre que, por un lado, el proletariado detentaría el poder político (inclusive en la fórmula de Lenin) y, por otro lado, se debería
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mantener como clase explotada en la fábrica. La experiencia de 1905 demostraba que esto no era posible83 y el proletariado se veía obligado a atacar la propiedad privada capitalista dando lugar, de este modo, al transcrecimiento de la revolución democrática en socialista. A esta dinámica, posteriormente Trotsky le dará un fundamento más profundo, como vimos, con la teoría del desarrollo desigual y combinado, que planteaba la madurez del capitalismo de conjunto para el socialismo. La Revolución de 1917 será una confirmación de estos planteos. Cabe destacar que tanto Lenin como Trotsky veían en la revolución internacional la clave para la consolidación de la revolución en la propia Rusia, cuestión que ya hemos desarrollado. Pero había aún otra diferencia entre Trotsky y Lenin, que era respecto a la dirección política del propio proletariado. Trotsky sostenía que las fracciones del partido socialdemócrata (mencheviques y bolcheviques) tenderían a unirse bajo la presión del impulso revolucionario del proletariado. Lenin consideraba que era necesario la creación de un partido revolucionario que organizara a la vanguardia con influencia de masas, preparado para la lucha frontal contra las tendencias conciliadoras del movimiento obrero y sus expresiones políticas, como eran los mencheviques. La incorporación de Trotsky al Partido Bolchevique en 1917 va a sellar la confluencia con Lenin en este punto. En las formulaciones posteriores a 1917, Trotsky incorporará este aspecto a la teoría de la revolución permanente. Un elemento fundamental que serviría de base a la fusión de la organización encabezada por Trotsky en el Partido Bolchevique dirigido por Lenin es que ambos revolucionarios, a pesar de sus diferencias programáticas, sostenían una misma visión estratégica de la revolución. Trotsky destaca su solidaridad con Lenin en este punto. Frente a Radek, que decía que en 1905 “si bien el método de Trotsky era el mismo de los mencheviques […], el fin era otro”, el propio Trotsky aclaraba: Lenin registra la “solidaridad en los puntos fundamentales de la cuestión” de la actitud con respecto a los campesinos y a la burguesía liberal. Esta solidaridad se refiere, no a mis fines, como aparece de un modo incoherente en Radek, sino precisamente al método 84. 83 En la huelga general de octubre de 1905, en Petrogrado, se había mostrado cómo esta contradicción llevaba al proletariado que había decretado la jornada de 8 horas a través del soviet a un enfrentamiento directo con la burguesía, que se negaba a acatarlo recurriendo al lock-out, lo que dejó planteada la necesidad de expropiarla para imponer la medida. 84 Trotsky, León, “La revolución permanente”, ob. cit., pp. 474-475 [destacado en el original].
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Este método era el que llevaba a la necesidad de una insurrección para hacerse del poder no solo contra el zarismo, sino contra la burguesía liberal. Las diferencias de programa que señalábamos antes se situaban en el terreno de la actitud de los revolucionarios luego de la destrucción del Estado zarista. Desde este punto de vista, si bien Trotsky había sacado las conclusiones programáticas de la estrategia, había sido Lenin quien había desarrollado la organización capaz de realizar esa estrategia. Entre los mencheviques y Lenin la relación era la inversa. Si bien tanto mencheviques como bolcheviques planteaban la necesidad de algún tipo de etapa o semietapa “democrático-burguesa” diferenciada, desde el punto de vista de la estrategia las concepciones no podían ser más diferentes85. Como señala Clausewitz, si “solo queremos del enemigo un pequeño sacrificio […] esperaremos alcanzarlo por medio de esfuerzos moderados”86. Existe una relación estrecha entre lo que se pretende obtener “mediante la guerra” y las fuerzas que es necesario poner en movimiento. Los mencheviques, en la práctica, se preparaban para un proceso revolucionario que impusiera un parlamento de la mano de la burguesía, es decir, para la continuidad de la dominación de las masas por una minoría, que solo cuestionaba en forma relativa el mantenimiento del ejército regular y las fuerzas represivas como instituciones de base del Estado, a lo sumo “democratizándolas”. Al contrario, Lenin se preparaba para un régimen donde gobernasen las grandes masas, capaz de concretar medidas despóticas respecto a las clases dominantes como era la expropiación de los terratenientes, como quedó plasmado en la propia acción de los bolcheviques en la insurrección de diciembre de 1905 en Moscú.
85 Lenin escribe, en 1905, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática. En aquel entonces aún no se hablaba en el marxismo en términos de estrategia y táctica, sino solo de táctica. Sin embargo, Lenin hacía referencia claramente a “dos estrategias” de la socialdemocracia rusa. Lenin criticaba a los mencheviques, alertando sobre su acercamiento a las ilusiones pacifistas de Struve y su grupo: “La resolución del Congreso dice que solo un gobierno provisional revolucionario, a condición de que sea el órgano de la insurrección popular victoriosa, es capaz de garantizar una amplia libertad de agitación durante la campaña electoral, de convocar una asamblea que exprese realmente la voluntad del pueblo. ¿Es justa esta tesis? Quien intente ponerla en tela de juicio debe afirmar que el gobierno zarista puede no apoyar a la reacción, que es capaz de mantenerse neutral durante las elecciones, de preocuparse por dar expresión real a la voluntad del pueblo. Tales afirmaciones son tan absurdas que nadie se atreverá a defenderlas públicamente, pero los partidarios de Osvobozhdenie las hacen pasar bajo la cuerda, escudándose en la bandera liberal” (Lenin, V. I., “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”, ob. cit., p. 22). 86 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 564.
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Estas polémicas se saldarán en los hechos en 1917; en el caso de Lenin y Trotsky, marcando su confluencia en una misma organización. La experiencia de las revoluciones rusas había permitido conocer y comprobar las cuestiones fundamentales a tener en cuenta para articular una correcta relación entre medio y fines. Sin embargo, luego de la muerte de Lenin, volverán a surgir alrededor de la Revolución china de 19251927, sobre la base de la cual Trotsky generalizará la teoría de la revolución permanente. “Ofensiva metódica” vs. revolución permanente
La segunda Revolución china mostró en toda su magnitud las consecuencias del desajuste entre medios y fines. En ella la IC, bajo la dirección de Stalin, estableció una verdadera colisión entre estrategia y programa que llevó a la catástrofe tanto en Shangai como en Cantón en 1927, y selló la derrota de la revolución. Fue la expresión en el terreno de la lucha por la toma del poder de lo que Clausewitz denominara “ofensiva metódica”. Uno de los rasgos que distinguió tajantemente a la III Internacional de su antecesora fue su decidido apoyo a las luchas de liberación nacional87. Sin embargo, no fue sino hasta la generalización de la teoría de la revolución permanente de Trotsky que el marxismo revolucionario llegó a una orientación consecuente para las colonias y semicolonias. Ante el crecimiento de los movimientos de lucha anticolonial, en 1922, el IV Congreso elaborará las “Tesis generales sobre la cuestión de Oriente” que, si bien plantearán la incapacidad de las burguesías nativas de conquistar íntegramente la independencia nacional y resolver el problema agrario, tampoco van a postular claramente la necesidad de que sea la clase obrera quien dirija la revolución como condición para poder conquistarlos. De esta forma las “Tesis” sostenían una concepción semietapista de la revolución en las colonias, sin generalizar la experiencia de 87 Señala Paolo Casciola: “en lo que concierne a la revolución en los países coloniales y semicoloniales, la política oficial de la Comintern a principio de los ‘20 continuó basándose en una perspectiva esencialmente etapista, que tomaba como premisa la capacidad de la burguesía nacional de llevar a cabo las tareas democráticas de la revolución ‘anti-feudal’. No se planteó una visión claramente permanentista del proceso revolucionario en esos países. De hecho, Lenin sí entrevió la posibilidad de saltearse la etapa capitalista, burguesa, de desarrollo –no en sus tesis, sino en una de sus intervenciones ante el Segundo Congreso de la Comintern– pero esa posición era errada en la medida en que no señalaba el sujeto, es decir, la clase que estaba destinada a jugar el papel dirigente en el proceso de superar al capitalismo” (Casciola, Paolo, “Trotsky y las luchas de los pueblos coloniales: la estrategia y la táctica revolucionaria en los países atrasados”, Estrategia Internacional N.° 16, invierno austral de 2000).
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Rusia, que aunque era un país de desarrollo atrasado no era ni una colonia ni una semicolonia, sino una vieja potencia en decadencia. Frente a la debilidad de los partidos comunistas, las “Tesis” formulaban la táctica del “frente único antiimperialista”, que plantaba la conformación de un bloque de todas las clases opuestas al imperialismo, incluyendo acuerdos circunstanciales con sectores burgueses nativos, siempre y cuando se resguardase íntegramente la independencia política y organizativa de los comunistas. A pesar del carácter semietapista de las “Tesis”, el objetivo estratégico estaba puesto en el desarrollo de los partidos comunistas en Oriente, por eso la independencia política constituía la piedra fundamental que sostenía toda la táctica88. Sin embargo, ya en 1924 la IC establecía la subordinación del PC chino al Kuomintang. Esto iría de la mano de las tesis de “radicalización de los campesinos” y del impulso de “partidos obreros y campesinos”89. Como parte de este giro, la Internacional volverá a enarbolar la fórmula bolchevique que Lenin había considerado superada en 1917 de “dictadura democrática de obreros y campesinos” para cubrir una política abierta de colaboración de clases. A diferencia del planteo original de Lenin, la dirección de la IC promoverá la alianza con la burguesía local, dando origen a la concepción de “bloque de las cuatro clases”, que años más tarde cobraría renovada popularidad. La base “teórica” era la división del mundo entre países
88 Basado en este último elemento, Trotsky (que desde 1923 se opuso a que el PC chino se uniera al Kuomintang así como a la aceptación de este en la III Internacional) sostiene a finales de la década de 1930 que “en 1922 la [perspectiva de una] entrada [en el Kuomintang] no era un crimen en sí misma, y quizá no era incluso un error, sobre todo en el sur [de China], si admitimos que el Kuomintang incluía en ese momento a un número grande de obreros, y que el joven Partido Comunista era débil y estaba formado casi completamente por intelectuales […] En ese caso, la entrada habría sido un paso episódico en la dirección de la independencia […] La pregunta es: ¿Cuál fue el objetivo de la entrada y qué política fue seguida a continuación?” (Trotsky, León, “Objections au libre d’ Isaacs”, citado en Casciola, Paolo, ob. cit.). A partir de 1925, año del comienzo de la revolución, Trotsky ya plantea formalmente la salida del Kuomintang. Dice: “En 1925 […] yo una vez más presenté la propuesta formal de que el partido comunista abandone el Kuomintang al instante […] En 1926 y 1927, yo tenía conflictos continuos con los zinovievistas sobre esta cuestión [...] Pero como era cuestión de romper con los zinovievistas, la decisión general [del ala trotskista de la Oposición Conjunta] fue que yo me pronunciara públicamente sobre esta cuestión y que hiciera conocer a la Oposición mi punto de vista por escrito. Y así es como fue que la exigencia fue planteada tan tarde por nosotros […] Ahora yo puedo decir con certeza que cometí un error al transigir en esta cuestión por formalidades” (carta a Shachtman del 10 de diciembre de 1930, citada en Casciola, Paolo, ob. cit.). 89 Ver Dal Maso, Juan, “La ilusión gradualista. A propósito del nacionalismo, la retórica ‘socialista’ y el marxismo en América Latina”, ob. cit.
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maduros e inmaduros para la toma del poder por parte del proletariado, donde China caía fatalmente en este segundo grupo, por lo que en la “primera etapa” de la revolución le correspondía a la burguesía “nacionalista” dirigir el movimiento y hacerse cargo del poder junto con el proletariado. Con este establecimiento a priori de una “etapa democrática”, el proletariado estaba llamado a detener su impulso ofensivo más allá de la consideración de la relación de fuerzas conquistada. Clausewitz criticaba justamente este tipo de concepciones que “autolimitaban” el propio desarrollo del ataque: “creemos haber puesto a un lado por completo todos los fundamentos para esa teoría que en lugar de la prosecución libre y continuada de la victoria, la sustituiría por un sistema lento, llamado metódico, por ser más seguro y prudente”. Y agregaba: “Un salto corto es más fácil de ejecutar que uno más largo, pero por esa razón al querer cruzar una zanja ancha, nadie saltaría primero al medio de la misma”90. Fue justamente este “salto al medio de la zanja” lo que realizó el PCCh bajo la dirección de la IC en 1927 en Shangai91. El 21 de marzo92, bajo la dirección del PCCh, los trabajadores salen a la ofensiva para hacerse con el poder. Desde el punto de vista de su preparación militar y de su desarrollo táctico, la insurrección de Shangai fue un éxito93. Sin 90 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 559. 91 El proceso revolucionario en China comenzará en junio de 1925, cuando detrás de la campaña del “no compre inglés” lanzada por el Kuomintang se cuela una primera oleada de luchas obreras. En el marco de la “expedición del Norte” para la unificación nacional que encabeza Chiang Kai-shek a partir de 1926, se desarrolla un profundo proceso espontáneo de toma de tierras y asesinato de terratenientes por parte de amplias franjas del campesinado. A su vez, desde octubre de 1926 comienza la serie de intentos de desatar la insurrección por parte del PCCh que tendrá lugar en la ciudad de Shangai. Todos estos llamados a la insurrección se realizarían bajo el objetivo táctico de colaborar desde la retaguardia con las tropas de la “expedición del Norte” del Kuomintang contra los Señores de la Guerra. 92 Los intentos fallidos de lanzar la insurrección de octubre de 1926 y febrero de 1927 pasan sin haber significado golpes fundamentales contra el proletariado de Shangai. 93 Ya el 8 de marzo comenzó la huelga del ferrocarril que constituyó un elemento importante para minar la logística del gobierno. Asambleas de delegados habían sido convocadas en los barrios desde el 12 de marzo. El 21 se lanza el llamado a la huelga general que logra inmediatamente un éxito incontestable. En ese marco el PCCh pone en marcha el plan insurreccional, que obtiene victorias tácticas decisivas. En menos de una hora es desarmada toda la policía de la ciudad, los insurrectos multiplican por 10 su armamento. Solo quedarían 3 000 soldados, que serán derrotados al día siguiente. Para el 22 de marzo la clase obrera se había apoderado de la ciudad (cfr. Neuberg, A., La insurrección armada, Barcelona, Editorial Fontamara, 1978, pp. 139 y ss. “Neuberg” es un seudónimo detrás del cual están los siguientes autores: Mijaíl Tujachevsky, Hans Kippenberger, Ho Chi Minh, Unschlicht, Piatnitski, Palmiro Togliatti y Erich Wollenberg).
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embargo, los problemas se plasman radicalmente a la hora de realizar estratégicamente la victoria. En vez de poner en pie un poder de los soviets, la misma noche del 22 de marzo, el PCCh abrió las puertas de la ciudad a las tropas del general Bai Chongxi del Kuomintang, que dos semanas más tarde encabezará la masacre de la vanguardia obrera. Previamente la dirección de la IC había ordenado a los comunistas chinos que entregaran las armas al Kuomintang. El 12 de abril se desata la represión contra la clase obrera y en la madrugada del mismo día miles de comunistas y trabajadores son fusilados. Se prohíben las huelgas y los sindicatos, mientras que Chiang Kai-shek negocia con los Señores de la Guerra la “unificación” pactada del país, sin tierra para los campesinos. Este era el resultado de la “revolución burguesa por etapas”, una contrarrevolución donde las demandas democráticas “estructurales” no tenían ninguna realización mientras que la “unidad nacional” se pactaba con los terratenientes. Una vez determinado el reflujo de la revolución producto de esta derrota, Stalin ordena avanzar con la insurrección en Cantón. El 11 de diciembre se lanza la insurrección, en pocas horas los trabajadores se apoderan de las comisarías y de los servicios gubernamentales. A diferencia de lo ocurrido en Shangai, inmediatamente es proclamado el poder de los soviets y se dictan toda una serie de decretos que plantean la nacionalización de la tierra, la confiscación de las grandes fortunas de la ciudad, la nacionalización de la gran industria, los bancos, los ferrocarriles, entre otras medidas que tendrán un importante efecto en el desarrollo del movimiento. Sin embargo, luego de la derrota de Shangai y el reflujo posterior, Cantón se encontraría asilada a nivel nacional94. Las tropas del Kuomintang ingresan a la ciudad y derrotan militarmente la insurrección95. En su crítica a las directivas de la IC que habían llevado a la derrota de la revolución, Trotsky plantea cómo la insurrección de Cantón con su programa, que combinaba medidas democráticas estructurales
94 Si bien en la provincia de la que forma parte la ciudad aún se desarrollaba el movimiento campesino, este se daba en un marco de aislamiento a nivel nacional. La reacción tenía a su disposición unos cincuenta mil soldados que se encontraban alrededor de Cantón, además de las tropas apostadas en ella. 95 Para la noche del 12, la situación de los insurrectos se torna cada vez más preocupante, ya que se plantea la necesidad de enfrentar a las tropas que se encontraban fuera de la ciudad y que acuden para aplastar a la revolución. Un día después, el 13 de diciembre, ya bajo la orden de retirada, se produce la desbandada del núcleo armado, de unos 1 500 insurrectos, mientras que avanzan las tropas del Kuomintang dejando un saldo de alrededor de 8 000 trabajadores muertos.
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con medidas de expropiación de los capitalistas mostraba –a destiempo–, por la positiva, la posibilidad y disposición del proletariado –mucho más minoritario incluso que el ruso en 1917– de transformarse en caudillo de la nación oprimida frente a la burguesía nativa, que al igual que los Señores de la Guerra, se oponía a la toma de la tierra por parte de los campesinos. Era la demostración, en términos de aventura, de la existencia de la oportunidad que se había dejado pasar en Shangai, cuando las condiciones aún eran favorables para la revolución. De esta forma se pusieron en evidencia los resultados de aquello que Clausewitz denomina “ofensiva metódica”. Sobre ella dice: “nuestra opinión es que ninguna pausa, ningún punto de descanso, ninguna etapa intermedia están de acuerdo con la naturaleza de la guerra ofensiva y que, cuando son inevitables, han de considerarse como un mal”. Y agregaba, “si por debilidad o cualquier otra causa nos hemos visto obligados a detenernos, será imposible por regla general un segundo intento para lograr el objetivo en vista; pero si ese segundo intento es posible, entonces la detención era innecesaria”96. La teoría de la revolución permanente, ya lo hemos señalado en repetidas oportunidades, no tiene nada que ver con una teoría de la “ofensiva permanente”. Siempre en Trotsky vamos a encontrar una compleja articulación entre defensa y ataque que es uno de sus rasgos más característicos como estratega revolucionario. Sin embargo, la teoría de la revolución permanente también se opone claramente a la “ofensiva metódica” de la revolución por etapas o semietapas. La reflexión sobre este aspecto no difiere de Clausewitz cuando sostiene que “si somos bastante fuertes para realizar cierta conquista, debemos también ser suficientemente fuertes para efectuarla mediante un solo esfuerzo sin etapas intermedias”; aclarando que “Por supuesto, no nos referimos con esto a los altos insignificantes que se realizan para concentrar las fuerzas y para tomar una u otra disposición”97. Lo central de todo esto es que las detenciones de la ofensiva no parten, para Trotsky, de consideraciones a priori, sino de la relación de fuerzas concreta. La determinación del “punto culminante del ataque”
Sobre la base de la experiencia de la Revolución china Trotsky generalizará la teoría de la revolución permanente a las colonias y semicolonias.
96 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., pp. 560-561. 97 Ibídem, p. 559.
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La dictadura del proletariado, que sube al poder en calidad de caudillo de la revolución democrática, se encuentra inevitablemente y repentinamente, al triunfar, ante objetivos relacionados con profundas transformaciones del derecho de propiedad burguesa. La revolución democrática se transforma en socialista, convirtiéndose con ello en permanente 98.
Frente a esta conclusión, dentro de las propias filas de la Oposición de Izquierda Internacional, Evgeny Preobrazhensky va a objetarle a Trotsky que “su error fundamental yace en el hecho de que usted determina el carácter de una revolución sobre la base de ‘quién la hace’, cuál clase, es decir, por el sujeto efectivo, mientras que le asigna solo importancia secundaria al contenido social objetivo del proceso”99. Para Preobrazhensky la futura revolución china debía ser “democrático burguesa”. Desde este punto de vista, la teoría de la revolución permanente no sería una legítima oponente de la “ofensiva metódica”, sino una teoría que sostiene que hay que conquistar más de lo que es posible. El problema que plantea Preobrazhensky no es nada más ni nada menos que el de cómo establecer los límites de la ofensiva. La fuerza de una ofensiva estratégica se agota gradualmente, en términos generales su desarrollo implica un gasto progresivo de la fuerza. “Si el agresor –dice Clausewitz– mantiene esta preponderancia diariamente decreciente a favor del ataque, hasta que haya concluido la paz, alcanza su fin”100. Sin embargo, esta situación de éxito en toda la línea es más bien ideal. Hay ataques estratégicos que han conducido a una paz inmediata, pero estos ejemplos son muy raros; la mayoría, por el contrario, solo conducen a un punto en el que las fuerzas que quedan son suficientes justamente para mantenerse a la defensiva y esperar la paz101.
Cuando la superioridad del atacante –que le permitió valerse de la forma más débil de hacer la guerra– se agota, si el ataque prosigue la superioridad pasa del lado del defensor, que por lo tanto podría contraatacar con éxito. Este momento es lo que Clausewitz denomina “el punto culminante del ataque”. Ahora bien, lograr distinguir cuándo la relación
98 Trotsky, León, “La revolución permanente”, ob. cit., pp. 520-521 [destacado en el original]. 99 Preobrazhensky, Evgeny, “Respuesta de Preobrazhensky a Trotsky”, en Trotsky, León, La Teoría de la Revolución Permanente, ob. cit., p. 383. 100 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 492. 101 Ídem.
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de fuerzas ha llegado a este punto no es una cuestión sencilla, sino uno de los grandes problemas estratégicos de los cuales puede depender el resultado de toda la lucha. A diferencia de Preobrazhensky, la clave de la reflexión de Trotsky es su negativa a definir a priori el “punto culminante del ataque” y por eso cuestiona los propios términos del planteo de Preobrazhensky. El quid de la cuestión –dice Trotsky– yace precisamente en el hecho de que aunque la mecánica política de la revolución depende en última instancia de una base económica (no solo nacional sino internacional), no puede, sin embargo, deducirse con una lógica abstracta de esta base económica. En primer lugar, la base misma es muy contradictoria y su “madurez” no permite la determinación estadística por sí sola; en segundo lugar, la base económica y la situación política deben enfocarse no en el marco nacional sino en el internacional [...]; tercero, la lucha de clases y su expresión política, desarrollándose sobre bases económicas, también tiene su lógica imperiosa del desarrollo que no puede saltearse102.
Es decir que el “punto culminante del ataque” en una revolución determinada no puede establecerse de antemano partiendo de la relación de fuerzas puramente objetiva que se desprende de la base económica de determinada formación económico-social a nivel nacional. El mismo dependerá del enfrentamiento entre las clases y los partidos. Hasta dónde será capaz de llegar la ofensiva revolucionaria sin pasarse de la relación de fuerzas será cuestión de los resultados de la lucha de clases no solo nacional, sino también internacional, y de la capacidad de dirección del proletariado de obtener victorias sobre la contrarrevolución. De esta forma Trotsky, contra todo determinismo mecánico, devuelve el problema de la revolución al terreno vivo de la lucha de clases y la estrategia, y así logra mantener el “núcleo duro” del materialismo histórico sin caer ni en el subjetivismo ni en el objetivismo. La sustitución del objetivo político por “equivalentes”
En las condiciones excepcionales de la segunda posguerra triunfaron revoluciones como la china o la indochina. Encabezadas por partidos stalinistas al mando de ejércitos de base campesina que derrotaron a la burguesía, tomaron las ciudades desde afuera, una vez en el poder
102 Trotsky, León, “Tercera carta de Trotsky a Preobrazhensky”, en Trotsky, León, La Teoría de la Revolución Permanente, ob. cit., pp. 392-393.
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expropiaron a la burguesía y avanzaron en una planificación (burocrática) de la economía dando lugar a Estados obreros deformados. Como planteamos antes, ninguna de las corrientes en las que se dividió el movimiento trotskista dio cuenta precisa del nuevo equilibrio capitalista apuntalado por el acuerdo entre el imperialismo norteamericano y la burocracia stalinista y de sus implicancias para definir un marco estratégico. A la inversa, la conclusión fue generalizar como marco estratégico las condiciones del interregno de posguerra. Es decir, de un período donde la estrategia como factor determinante se había visto devaluada por lo excepcionalmente favorable de la relación de fuerzas para la toma del poder (no así respecto al avance hacia el socialismo y la revolución internacional). Pasado este período, la Revolución cubana de 1959, que como veremos en el próximo capítulo se dio en un momento particularmente crítico de la Guerra Fría, fue vista por las tendencias del trotskismo como la confirmación indiscutida de aquel “marco estratégico” donde la estrategia quedaba relegada a un segundo plano. Tanto es así que la correcta reivindicación de la Revolución cubana fue sostenida más allá de sus contradicciones y las de su dirección. Esta fue la base de la reunificación del trotskismo, que inclusive años después (1969) adoptaría como propia la “estrategia” guerrillera para la periferia. Sin embargo, si bien la Revolución cubana logró triunfar con una dirección no marxista (pequeñoburguesa) basada en sectores rurales semiproletarios y campesinos, sería la última en hacerlo. Incluso hasta mediados de la década de 1960 la norma en la periferia había sido otra. Respecto a las luchas de liberación nacional en las colonias ni en Kenia (1952-1954) ni en el Congo (1958-1960) ni en Angola, Mozambique y Guinea-Bissau ni siquiera Argelia, a pesar de haber sido importantes procesos revolucionarios, pasaron de lograr un nuevo estatus semicolonial bajo la influencia de los antiguos imperialismos opresores. Incluso tuvieron lugar procesos clásicos con centralidad obrera como la Revolución boliviana de 1952, donde la inexistencia de un partido revolucionario y una hegemonía de la clase obrera como caudillo de la nación dieron como resultado la derrota. Otro tanto podemos decir de los procesos de revolución política como el de Berlín en 1953 y la Revolución húngara de 1956 que fueron derrotados careciendo de una dirección marxista revolucionaria. Cuando el equilibrio capitalista finalmente comienza a romperse y sobreviene el ascenso revolucionario iniciado por el Mayo Francés, aquel “marco estratégico” construido por las corrientes del trotskismo luego de la II Guerra se muestra incapaz de dar cuenta, parafraseando a Clausewitz, de cuál era la guerra que se estaba peleando. Se suceden los procesos con centralidad obrera como en Chile en 1973,
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también Uruguay en el mismo año, o el que lleva a la constitución de la Asamblea Popular en Bolivia en 1971; y las revoluciones políticas en Checoslovaquia en 1968, o en Polonia en 1980-1981. Incluso procesos revolucionarios clásicos en Europa, como la Revolución portuguesa de 1974, donde el stalinismo y la socialdemocracia jugaron, como era de esperarse, un papel claramente contrarrevolucionario. Luego de derrotado el ascenso de la década de 1970, lejos de plantearse una revalorización de la teoría de la revolución permanente, se produjo una amplia revisión encabezada por la fracción del SWP norteamericano de Jack Barnes, a la que le seguirán otras como la de la teoría de la “revolución democrática” de Nahuel Moreno, que se sumarán a revisionismos no asumidos explícitamente, como fue el caso de Ernest Mandel, y abstencionismos teóricos característicos, como el de Pierre Lambert y su corriente, entre otros. La clave de todas estas revisiones de la teoría de la revolución permanente consistió en cuestionar los propios objetivos políticos que le servían de punto de partida, y con ella la necesidad de los medios que estipulaba para conseguirlos. Clausewitz, como vimos, señala que: “Si solo queremos del enemigo un pequeño sacrificio, estaremos satisfechos con solo obtener, mediante la guerra, un pequeño equivalente y esperaremos alcanzarlo por medio de esfuerzos moderados”103. Este cambio de los fines por “equivalentes” es lo que distingue estratégicamente al reformismo. En estas páginas hemos desarrollado varios ejemplos en este sentido, empezando por la propia socialdemocracia alemana de principios de siglo, donde el más fiel representante de esta tendencia, Eduard Bernstein, popularizó la fórmula “el objetivo es nada el movimiento es todo”. Diferente es cuando la aceptación de “equivalentes” está determinada por la necesidad de una tregua, cuando se llega al punto culminante del ataque, como vimos en el caso de la paz de Brest-Litovsk firmada por los bolcheviques en 1918. Pero no es este el caso que estamos abordando aquí. Aquella sustitución del objetivo político por “equivalentes” –no como imposición del enemigo sino como programa–, también la hemos visto alrededor de la acción del Frente Popular francés, que frente a la huelga general con ocupaciones de fábrica de 1936 –que planteaba la cuestión del poder– se abocó a levantar la huelga a cambio de una serie de “equivalentes” (aumento de salarios, semana laboral de 40 horas, etc.). Una vez levantada y luego de dos años atravesados por la devaluación, los despidos y la represión a los que resistieron, el Frente Popular dejó la escena para que Daladier firmara los acuerdos de Múnich con Hitler. Otro tanto vimos sobre el Frente Popular en la Revolución española.
103 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 564.
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En el caso de las corrientes del trotskismo de la posguerra, podríamos decir que fueron elaborando una serie de “equivalentes” llamados a sustituir la “dictadura del proletariado” no en tanto perspectiva general, sino como objetivo político concreto, diluyéndolo en etapas o semietapas, como por ejemplo: la “dictadura democrática de obreros y campesinos” (Barnes); las “revoluciones de febrero” inconscientemente anticapitalistas (Moreno); las “dictaduras del proletariado” que pueden no afectar la propiedad privada de los medios de producción (Mandel). En el caso de Barnes –junto con Doug Jenness– se va a proponer generalizar como modelo la mecánica de las revoluciones de la inmediata posguerra, caracterizándolas con la antigua fórmula de Lenin de “dictadura democrática de obreros y campesinos” que según él también daba cuenta del gobierno surgido de la Revolución de Octubre de 1917. Para ello repetirá los viejos argumentos de Bujarin contra Trotsky, aunque sin referenciarse en aquel. Según Barnes: Por un lado, la fórmula de los bolcheviques [dictadura democrática] es un modelo del método de transición que Lenin utiliza para construir un partido proletario capaz de dirigir a los obreros y los campesinos rusos hacia la toma del poder en octubre de 1917. Al igual que la consigna de gobierno obrero y campesino, de manera correcta capturó la estratégica alianza de clases que los trabajadores tenían que forjar con el fin de llevar la revolución a la victoria. Dio la respuesta correcta al contenido de clase del gobierno revolucionario victorioso104.
Bajo este rodeo Barnes transforma la táctica de gobierno obrero en estrategia, llamada a dar forma a un régimen intermedio entre el poder burgués y la dictadura del proletariado. La consecuencia concreta a principios de la década de 1980 era que no se podía juzgar al FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) por no avanzar contra la burguesía. Era de por sí un régimen revolucionario que había que apoyar políticamente. La relación de fuerzas dictaría a qué ritmo avanzaría hacia la dictadura del proletariado. Esta teoría lo que indicaba es que más allá de estos ritmos, al igual que en China o en Cuba, el producto final sería una nueva dictadura del proletariado. No importaba mucho, desde luego, que existiesen soviets o no, que el proletariado estuviese armado o no, que los sindicatos estuvieran dirigidos por burocracias o no, ni si había
104 Citado en Bloom, Steve, “The Workers’ and Farmers’ Government and the Socialist Revolution”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www. marxists.org/history/etol/document/fit/worfarmgov.htm. Ver también Barnes, Jack, Their Trotsky and Ours, New York, Pathfinder Press, 2002.
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libertad de partidos, que no hubiese control obrero ni incluso control del comercio exterior. En síntesis, la fórmula de “gobierno obrero y campesino” no solo pasaba de táctica a estrategia, sino que perdía el contenido “antiburgués” y “anticapitalista” que lo diferenciaba en las formulaciones de la III Internacional y el Programa de Transición de cualquier gobierno de colaboración de clases. Una de las respuestas que más trascendió a los planteos de la mayoría del SWP fue la de Ernest Mandel, quien afirmaba ubicarse desde el punto de vista de las tesis de la revolución permanente. Mandel se centraba en criticar la existencia de “gobiernos obreros y campesinos” como etapa necesaria, lo cual en sí es correcto. Sin embargo, la forma de hacerlo era por demás problemática. Según Mandel, era una actitud sistemáticamente sectaria etiquetar de “stalinistas” a los PC yugoslavo, chino y vietnamita. Las dictaduras del proletariado establecidas en Yugoslavia, China, Vietnam y Cuba fueron dirigidas por “pragmáticos líderes revolucionarios que tuvieron una práctica revolucionaria sin una teoría y un programa que fuesen adecuados para su propia revolución, ni sobre todo para la revolución mundial”105. Es decir, la mecánica de todas esas revoluciones no responde a una excepción sino que coincide con las tesis de la revolución permanente, solo que la teoría y el programa de estas direcciones revolucionarias eran insuficientes. Así, se puede definir a las direcciones más allá de sus programas, sus estrategias y su carácter de clase. Lo único que importaría es si toman el poder o no. A pesar de estas diferencias con Barnes, también terminaba embelleciendo gobiernos como el del FSLN en Nicaragua más allá de sus características de clase y su evolución concretas. Es que para Mandel, al igual que para Barnes, no hay distinción fundamental entre la mecánica de la Revolución rusa y la de las revoluciones de la segunda posguerra. Para Barnes no la hay porque en todos los casos se trata de “dictaduras democráticas de obreros y campesinos”. Para Mandel no la hay porque se trata en todos los casos de “dictaduras del proletariado” sin más. Por su parte Nahuel Moreno trata de terciar en el debate. Primero, afirma la distinción entre gobiernos obreros y campesinos, y la dictadura del proletariado propiamente dicha. Pero a diferencia de Barnes distingue entre los “gobiernos obreros y campesinos” revolucionarios como el surgido de la Revolución de Octubre en Rusia, y los aquellos “inconscientes” que surgen con direcciones stalinistas o pequeñoburguesas, en la 105 Mandel, Ernest, “In Defense of Permanent Revolution. A Reply to Doug Jenness”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/ archive/mandel/1982/dec/permrevo.htm.
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posguerra. A continuación va a plantear que en realidad es más preciso llamar al primero “dictadura del proletariado”, porque la clave de la definición es política. Sin embargo, lo central del planteo de Moreno es que los gobiernos obreros y campesinos “inconscientes”, surgidos de “revoluciones de febrero”, avanzan hacia la expropiación de la burguesía y hacia el socialismo más allá de sus intenciones. En su fundamentación retoma el planteo de Preobrazhensky, pero mientras que el primero deducía de la “lógica abstracta de la base económica” el carácter democrático-burgués de la revolución, Moreno va a deducir de la madurez a nivel mundial de las condiciones objetivas para el socialismo, el carácter objetivamente socialista (más allá de que avance hacia la expropiación o no en una primera etapa) de toda revolución democrático-burguesa que inevitablemente va contra el capitalismo106. En síntesis, las diferentes posturas que se desarrollan en el debate, tanto las subjetivistas (Mandel) como las objetivistas (Moreno) tienen como punto en común el separar las tareas de la revolución de la clase y la dirección que las realiza107. Moreno es quien más directamente resume esta cuestión cuando plantea contra las tesis de la revolución permanente que “no es obligatorio que sea la clase obrera y un partido marxista revolucionario el que dirija el proceso de la revolución democrática hacia la revolución socialista”108. Sin embargo, el punto de partida es la sustitución de la “dictadura del proletariado” e incluso de las tareas 106 Ver Romano, Manolo, “Polémica con la LIT y el legado teórico de Nahuel Moreno”, ob. cit. 107 En este sentido tiene razón Ernesto Laclau cuando critica a Trotsky nada más ni nada menos que por seguir siendo marxista; efectivamente lo es. Según Laclau y Chantal Mouffe en Trotsky hay “un desdoblamiento entre el agente ‘natural’ de una tarea histórica y el agente concreto que la lleva a cabo”, a saber: el proletariado como caudillo que conquista la hegemonía de los sectores oprimidos en la revolución democrática. “Pero – continúan Laclau y Mouffe con razón– vimos también que la naturaleza de clase de una tarea no es cambiada por el hecho de este desdoblamiento en lo que respecta a su agente realizador” (Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, Hegemonía y estrategia socialista, ob. cit., p. 85). Es decir, el proletariado continúa teniendo intereses propios que hacen que al llegar al poder combine las tareas democráticas con las socialistas, dando a la dinámica de la revolución un carácter permanente. La clave del propio Lenin, como habíamos señalado, era justamente ligar el contenido político de la revolución democrática (caída del zarismo) al contenido estructural (expropiación de los terratenientes y revolución agraria). Trotsky lo que hace es sacar las consecuencias hasta el final desde el punto de vista de las direcciones políticas. Las conclusiones del fundador del Ejército Rojo no responden a una relativización entre los medios y los fines como la que sugieren Mandel, Moreno o el propio Barnes, sino a mantener su unidad en el marco de las contradicciones que plantea la situación concreta y la mecánica de clases que se desprende de la misma. 108 Moreno, Nahuel, Escuela de cuadros Argentina 1984, Buenos Aires, Ediciones Crux, 1992, p. 36.
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“democrático-estructurales” como objetivos políticos, por algún “equivalente” (dictadura burocrática o democracia burguesa formal).
PARTE 5 TEORÍA Y GRAN ESTRATEGIA Síntesis teórica de la experiencia
En la ofensiva política contra Trotsky y la teoría de la revolución permanente, luego de la derrota del proceso revolucionario en Alemania de 1923, fue Bujarin quien estuvo en la primera línea con su artículo “Acerca de la teoría de la revolución permanente”, que ofició de fuente de argumentos y tergiversaciones. El mismo pretendía dar fundamentos a nivel teórico para la campaña contra el trotskismo y para la nueva “teoría”, que pronto se convertiría en oficial, del “socialismo en un solo país”. Según Bujarin, la teoría de la revolución permanente es un dogma, un esquema racionalista-formal, por encima de la realidad, que pretende imponer una serie de postulados a priori. Sería “una buena perspectiva revolucionaria ‘en general’, una ‘teoría’ expuesta en términos brillantes, pero inservible en la práctica”109. Para Bujarin, la teoría de Trotsky consiste en un esquema racionalista-formal que compendiaría una serie de máximas prescriptivas por encima de la experiencia. Como vimos, al contrario de lo que sostiene Bujarin, el núcleo de la teoría consiste en la generalización de las principales lecciones para la revolución proletaria de la Revolución francesa de 1789, la alemana de 1848, la rusa de 1905. Luego confirmada por la Revolución rusa de 1917. Posteriormente Trotsky la generaliza a los países coloniales y semicoloniales, con la Revolución china de 1925-1927. De esta forma la revolución permanente surge de la síntesis de la experiencia de por lo menos cinco revoluciones. La crítica de Bujarin se asentaba en la derrota de la revolución en Occidente para exaltar la “particularidad” nacional de Rusia (extensión geográfica, recursos naturales, población, peso del campesinado, entre otras) que le posibilitaría avanzar en la construcción del socialismo “en un solo país”. Toda teoría que no partiese de aquella excepcionalidad se transformaba para Bujarin en una especie de “imperativo categórico” kantiano. Así es que le hace a Trotsky la misma pregunta que le podría
109 Bujarin, Nikolai, “Acerca de la teoría de la revolución permanente”, ob. cit., p. 106.
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hacer a Kant: “¿y bien, cómo debemos proceder concretamente en este o en aquel momento? […] si enfocamos el punto de vista del camarada Trotsky desde este criterio vemos súbitamente con claridad que el trotskismo comete errores inevitables, que fracasa”110. Trotsky ya había combatido ampliamente este tipo de “teorías” en el terreno militar durante la guerra civil, las cuales pretendían erigirse por encima de la práctica y establecer mecánicamente un curso de acción sobre un tema puntual basado en esquemas generales. Lo mismo haría en la discusión con las tendencias “ultraizquierdistas” durante los debates de la III Internacional. Sin embargo, esto no lleva a Trotsky a una recaída empirista, como la que pretendía establecer Bujarin. En los terrenos más próximos a la acción, la teoría conservaba para Trotsky un papel similar al que tenía para Clausewitz. Dice el general prusiano: La teoría examina las cuestiones que integran la guerra, separa con claridad lo que a primera vista parece marchar junto, indica todas las cualidades del medio, señala la probable acción del mismo, determina claramente la naturaleza del fin, lleva a todas partes la luz de un detenido estudio en el campo de la guerra.
Y agregaba: Si la teoría existe, servirá para que cada uno no tenga necesidad de investigar y coordinar de nuevo la cuestión, sino que la encuentre clara y ordenada. Ella educará para la guerra el espíritu de los futuros jefes, o mejor aún, los servirá de guía en la educación de sí mismos, pero no los acompañará en el campo de batalla, del mismo modo que un sabio profesor dirige y facilita el desarrollo intelectual de sus discípulos sin llevarlos con andadores toda la vida111.
La teoría de la revolución permanente es una teoría-programa que plantea una serie de leyes tendenciales, a partir de generalizaciones de regularidades históricas, para articular el álgebra de la revolución en la época imperialista. No exime a una dirección revolucionaria de resolver el problema concreto en cada situación y etapa determinada, pero busca evitar que la acción revolucionaria se sitúe por fuera de la experiencia anterior en el terreno del empirismo vulgar de aquellos que, como
110 Ibídem, p. 101. 111 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., pp. 178-179.
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Bujarin, hacen “del gran número de casos […] el pretexto para entregarse a su nativa torpeza”112. El lugar de la teoría según la magnitud de los objetivos políticos
El abandono de la teoría de la revolución permanente a principios de la década de 1980 por parte de las principales corrientes provenientes de la IV Internacional fue coherente con la búsqueda de “equivalentes” como mencionábamos antes. Como sostiene Clausewitz: A medida que el principio moderador gana influencia sobre el acto de guerra o más bien, a medida que los motivos para la acción se hacen más débiles, tanto más se convierte la acción en una resistencia pasiva, tanto menos se produce y tanto menos necesita de principios guiadores113.
De este rechazo a los “principios conductores” de la teoría hacía gala Nahuel Moreno cuando contraponía un “sano empirismo de Lenin” frente a una especie de “teoricismo” de Trotsky. Según Moreno, … este sano empirismo de Lenin es: “Dejemos que los hechos se produzcan, [que] las revoluciones [se produzcan], y después hacemos las teorías”. Y no como creo que es más o menos el enfoque de Trotsky: “Hacemos teorías de cómo va a ser una revolución para todo el siglo”114.
Desde luego que la visión del propio Trotsky de la teoría era muy diferente. Para él, metodológicamente era fundamental el aspecto de sucesión (histórico) en el condicionamiento de una época. Pero, también, como veíamos, Clausewitz partía de una consideración similar al plantear que por más de que a partir de las guerras napoleónicas no fuese fundado afirmar que todas las guerras serían como aquellas, sí se planteaba un cambio de época que hacía de la “guerra absoluta” el “punto de vista fundamental” que debía ser “norma fundamental de todas las esperanzas y temores” de un Estado Mayor. La carencia de este “punto de vista” y la demora en adoptarlo estuvieron en la base de las derrotas de las sucesivas coaliciones que enfrentaron a Napoleón. Trotsky al desarrollar la teoría de la revolución permanente, también se propone dar cuenta de las nuevas condiciones de la época para la revolución socialista. Es ilustrativa en este punto la comparación que 112 Ibídem, p. 179. 113 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 565. 114 Moreno, Nahuel, Escuela de cuadros Argentina 1984, ob. cit., p. 61.
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realiza Michael Burawoy entre el método para analizar las revoluciones de la académica norteamericana Theda Skocpol (que se basa en el método establecido por John Stuart Mill en Un sistema de lógica) y el que está en la base del análisis de Trotsky en su primer desarrollo de la teoría de la revolución permanente en Resultados y perspectivas. Allí donde el método de Skocpol –dice Burawoy– conduce a la autora a considerar las revoluciones francesa, rusa y china como especímenes del mismo fenómeno, con las mismas condiciones antecedentes, Trotsky ve fuerzas diferentes operando para producir diferentes resultados. Allí donde Skocpol congela la historia, para Trotsky “la Historia no se repite a sí misma. Por mucho que uno pueda comparar la Revolución rusa con la Gran Revolución, la primera nunca podrá transformarse en la segunda. El siglo XIX no ha transcurrido en vano”.
Y luego agrega: Trotsky adopta como “modelo” los análisis de Marx sobre la abortada revolución de 1848 […] Pero va más allá de estos análisis al tratar de mostrar cómo el desarrollo del capitalismo a escala mundial crea diferentes relaciones de fuerzas de clase en diferentes naciones115.
Es decir, Trotsky no busca realizar un proceso de inducción a partir de “acuerdos” y “diferencias” entre casos, tampoco realiza un razonamiento a partir de inferencias deductivas. Para establecer sus premisas parte del aspecto histórico de sucesión, para señalar que la existencia de la experiencia de 1848 no había pasado sin dejar huella, sino todo lo contrario: la burguesía había dejado de ser capaz de llevar adelante las tareas democráticas porque después de las revoluciones de 1848 temía por sus propios intereses frente al proletariado. A diferencia de la Revolución francesa, donde la energía para destruir al antiguo régimen había salido de “la unidad de la nación”, en 1848 esta correspondía a una “discutible lucha de clases”. A su vez señala cómo el cambio de época daba mayores posibilidades al proletariado de hacerse del poder tomando en sus manos las tareas democráticas. Todo este razonamiento era complementario a las conclusiones sacadas de la propia experiencia de la Revolución de 1905, permitía atribuir una alta probabilidad a la hipótesis de la teoría de la revolución permanente en lo que respecta al “transcrecimiento” de la revolución democrática
115 Burawoy, Michael, “Dos métodos en pos de la ciencia: Skocpol versus Trotsky”, ob. cit., pp. 71-72.
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en socialista. Trotsky, a su vez, va incorporando las nuevas lecciones de la propia Revolución rusa de 1917, luego de la Revolución china de 19251927. Solo allí llega a generalizar la teoría. Este método es insoslayable para dar cuenta de una época, para “una teoría para toda una época” parafraseando a Moreno. Se trata de una realidad histórica que existe por más que no haya una teoría que tome nota de ella. Como dice Clausewitz retomando la significación de la irrupción de las guerras napoleónicas: … todos concordarán con nosotros en que los límites de lo que es posible, que solo existían en la no-conciencia, por así decir, no se levantan de nuevo con facilidad, una vez que han sido derribados y que, cuando están en juego grandes intereses, la hostilidad mutua se manifestará en la misma forma en que lo ha hecho en nuestra época116.
En relación al marxismo, la clave es que el horizonte de la época sigue siendo la revolución socialista internacional. La vigencia de la teoría de la revolución permanente está en que es la que mejor ha dado cuenta del “carácter, el nexo interno y los métodos de la revolución internacional en general” para nuestra época. Las lecciones de la lucha de clases obviamente las puede deducir también la burguesía y el imperialismo, no solo el proletariado. El propio Clausewitz no fue un general napoleónico, sino que, defendiendo los intereses de la monarquía prusiana, intentó sacar las lecciones de aquellas guerras para preparar las condiciones para derrotar definitivamente a Francia –de hecho De la guerra concluye con un plan para atacarla–. El drama de las principales corrientes que provenían de la IV Internacional a principios de la década de 1980 es que abandonaron (explícita o implícitamente) la teoría de la revolución permanente en el mismo momento en que el imperialismo extraía, más o menos empíricamente, las lecciones principales de la etapa de posguerra, y adoptaba como política sistemática la utilización contrarrevolucionaria de las banderas de la democracia en general (separada de cualquier contenido democrático-estructural). Esta política de “contrarrevolución democrática” comenzó como táctica defensiva del imperialismo norteamericano luego de la derrota en Vietnam y frente a la Revolución portuguesa de 1974, siendo con Carter el fundamento de la política exterior norteamericana. Luego, con Reagan, se transformó en una estrategia ofensiva del imperialismo para
116 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 554.
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avanzar en la restauración del capitalismo en la URSS e imponer toda una etapa de Restauración burguesa117. De esta forma el imperialismo demostró tener mayor claridad de cuál era el punto de vista fundamental desde el cual articular sus objetivos políticos. Lo determinante para el imperialismo no era protegerse de cualquier cambio de régimen ni de la expansión de la “democracia” en general, sino evitar que los movimientos revolucionarios uniesen sus aspiraciones democráticas a los cambios estructurales que pusieran en peligro al capitalismo. Es decir, evitar una dinámica “permanente” a la revolución. La “gran estrategia” y la lucha de clases como principio ordenador
La caída del muro de Berlín y los procesos de 1989-1991 encontraron a las corrientes que se reivindicaban del trotskismo desarmadas frente a los acontecimientos. Tenían la visión de estar nadando a favor de la corriente, con expectativas en Gorbachov, en Yeltsin, en el castrismo, en las “revoluciones democráticas” o en los partidos socialistas. Así se descartaba la teoría de la revolución permanente en uno de los momentos donde esta se hacía más indispensable para poder orientarse desde la perspectiva de la revolución socialista frente al avance del imperialismo a nivel internacional. En este marco, la reflexión estratégica quedó reducida a cero118. Las “explicaciones” de la nueva etapa abierta fueron esencialmente de dos tipos. Lo que quedó de la corriente referenciada en Nahuel Moreno sostendría que los procesos de 1989-1991119 habían sido grandes victorias de la clase obrera internacional, que abrieron una nueva etapa plagada de “revoluciones de febrero” triunfantes que se continuaría hasta la actualidad. No es necesario Clausewitz para darse cuenta de las implicancias que tiene no solo no reconocer las derrotas, sino confundirlas con su contrario: grandes victorias. Del lado del Secretariado Unificado, la conclusión fue la inversa complementaria desde el punto de vista del “grado cero” de la estrategia, dando por clausurada la “era de la Revolución de Octubre”. Coherente con esto se hacía explícito el abandono de la estrategia descartando la
117 Ver Lif, Laura y Chingo, Juan, “Transiciones a la democracia”, Estrategia Internacional N.° 16, invierno austral 2000. 118 Ver Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “En los límites de la ‘restauración burguesa’”, ob. cit. 119 Que no habían dado lugar a la restauración capitalista que ya había sido consumada previamente según la nueva explicación de la LIT. Ver Hernández, Martín, El veredicto de la historia, San Pablo, Ed. Sundermann, 2008.
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“hipótesis de la huelga general insurreccional”. Otro tanto sucedería respecto al objetivo político de la “dictadura del proletariado”120. Nuevamente las perspectivas del proletariado fueron separadas del desarrollo de la lucha de clases y de sus resultados. El propio Clausewitz sostenía que la derrota nunca es absoluta. Cuánto más cierto es esto para una clase, como la clase trabajadora, cuya existencia es la condición sin la cual el capitalismo no puede existir. Esto quedó ampliamente demostrado durante toda la etapa de la “Restauración burguesa”. Durante la misma, los trabajadores asalariados, así como la población urbana, pasaron a ser la mayoría de la humanidad por primera vez en la historia. Claro que también se han multiplicado las divisiones impuestas por el capitalismo al interior de la clase obrera a niveles inéditos, pero justamente aquí se abre el terreno para la estrategia como articuladora de volúmenes de fuerza. Hoy, a 100 años de la Revolución de Octubre, nos encontramos frente a un mundo atravesado por una crisis histórica del capitalismo y la decadencia de la hegemonía norteamericana, donde las guerras y los procesos revolucionarios vuelven a plantearse como horizonte. Pero el siglo XX no ha transcurrido en vano, decenas y decenas de revoluciones y cientos de procesos revolucionarios han atravesado todos los continentes, tanto en colonias y semicolonias, como en países imperialistas, potencias de segundo orden y Estados obreros burocratizados. La lección fundamental del siglo XX –y su conclusión en la “Restauración burguesa”– consiste en la necesidad de recuperar para la lucha revolucionaria del proletariado una “gran estrategia” que se oponga a la “política de Estado-nación”, a la “ofensiva metódica” tanto en el terreno nacional como internacional, a la separación entre el contenido político y el social de los procesos revolucionarios. Manteniendo a su vez la unidad entre los factores objetivos y subjetivos de la revolución, para así poder captar la realidad sin embellecerla, y al mismo tiempo mantener el “punto de vista fundamental” de la revolución mundial. Se trata de ligar los combates parciales, incluida la conquista de la dictadura del proletariado, con el objetivo del comunismo, entendido este no como “Idea” con mayúscula, como plantea Alain Badiou121, ni como utopía del comunismo “aquí y ahora”, como sostiene Tony Negri122, sino como “fin político”. La teoría programa de la revolución permanente
120 Ver Albamonte, Emilio y Maiello, Matías, “En los límites de la ‘restauración burguesa’”, ob. cit. 121 Ver Badiou, Alain, “La idea del comunismo”, ob. cit. 122 Ver Hardt, Michael y Negri, Antonio, Imperio, Buenos Aires, Paidós, 2002. Para una crítica ver Castillo, Christian, Estado, poder & comunismo, ob. cit.
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busca establecer aquel puente donde los triunfos estratégicos a escala nacional pasan a ser victorias tácticas particulares, donde la tarea de la “gran estrategia” pasa por ligar estos combates parciales con el objetivo de una sociedad sin Estado, sin clases, sin opresión ni explotación. Como dice Clausewitz: “Si la guerra pertenece a la política, adquirirá, naturalmente, su carácter. Si la política es grande y poderosa, igualmente lo será la guerra, y esto puede ser llevado a la altura en que la guerra alcanza su forma absoluta”123. Es decir, las fuerzas que pueden desatarse para un enfrentamiento dependen de la magnitud de los objetivos que plantea la política. Una “pequeña política”, que al decir de Gramsci, se dedica a “las cuestiones parciales y cotidianas que se plantean en el interior de una estructura ya establecida por las luchas de preeminencia entre las diversas facciones de una misma clase política”124, solo será capaz de movilizar pequeñas fuerzas, especialmente en lo que hace a la “fuerza moral”. Al contrario, una “gran política”, es decir, una política que “comprende las cuestiones vinculadas con la fundación de nuevos Estados, con la lucha para la destrucción, la defensa, la conservación de determinadas estructuras orgánicas económico-sociales”, podrá ser capaz de movilizar fuerzas enormes. La teoría de la revolución permanente, en tanto “gran estrategia”, lleva los objetivos políticos a lo máximo que se puede proponer la política como concepto referido a las sociedades clasistas, en tanto busca el fin de todo aquello que oficia de causa para las guerras. Puede hacerlo porque se desarrolla a partir de la lucha de una clase internacional como es el proletariado. A diferencia de los Estados nacionales que por principio llevan al terreno internacional la lucha por imponer su raison d’etat frente a otros Estados a través de la guerra, la clase obrera posee intereses comunes que pueden dar lugar a una política que supere las fronteras nacionales, enfrentando a las grandes mayorías de la humanidad contra la minoría de explotadores y sus instituciones. Es una “gran estrategia” que permite la confluencia de los procesos revolucionarios a nivel global. La revolución en los países semicoloniales comienza como revolución democrática llevando al poder a la clase obrera y transcrece en revolución socialista. Así se vuelve un eslabón de la revolución mundial. En los países imperialistas, la revolución adquiere desde su inicio un carácter socialista, pero la llegada del proletariado al poder tiene amplias consecuencias democráticas a escala internacional
123 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., pp. 566-567. 124 Gramsci, Antonio, Q13, §5, Cuadernos de la cárcel, Tomo 5, ob. cit., p. 20.
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sobre las naciones oprimidas, ya que tiene la capacidad de liberarlas de un solo golpe del yugo imperial y de las grandes corporaciones capitalistas. Pierre Naville, como conclusión de su estudio sobre la actualidad de Clausewitz frente a la posibilidad de una guerra termonuclear como continuidad de la “política nacional”, señala que … la política tiende cada vez más hacia los conflictos sociales que atraviesan las fronteras. Lo que aún era simbólico a los ojos de los socialistas del siglo XIX se ha convertido en una realidad práctica de la vida internacional. Y en esa evolución reside el impulso primordial de una posible transformación de las condiciones de desencadenamiento de la guerra. Las condiciones técnicas y estratégicas de la gran guerra de hoy en día y del mañana entran en una contradicción cada vez más flagrante con la forma actual de los conflictos sociales que animan la escena internacional aparte de la forma de oposición nacional heredada del pasado125.
Tiene razón Naville en oponer a aquel militarismo estatal la primacía de otra política, más allá de las fronteras. Sin embargo, no se trata de “conflictos sociales” en general126, sino una verdadera lucha de clases nacional e internacional. Esta constituye el principio ordenador de la teoría-programa de la revolución permanente como “gran estrategia” que integra los múltiples niveles, económico, social, militar, incluso moral127, y donde la política es la que predomina. La primacía de la política no significa que no sean necesarios medios militares en la lucha contra la contrarrevolución (nacional e internacionalmente), sino que cobran importancia de primer orden las medidas políticas para “ganar con el ejemplo” a las masas de otros países para la expansión de la revolución. Por ejemplo, en el caso del triunfo de la revolución en un país imperialista, este liberaría a las naciones oprimidas bajo su órbita. Como señala Trotsky sobre el hipotético triunfo de la revolución en EE. UU.: Los gobiernos de Centro y Sud América se verían atraídos a vuestra federación como el hierro por el imán. Lo mismo ocurriría con Canadá. […] los soviets norteamericanos encontraría al Hemisferio Occidental transformado en los estados unidos soviéticos de Norte, Centro y Sud América, con su capital en Panamá. Por primera vez la Doctrina Monroe 125 Naville, Pierre, “Clausewitz en la actualidad”, ob. cit., p. 301. 126 Al momento de aquella reflexión sobre Clausewitz, Naville ya había abandonado el trotskismo para formar parte del Partido Socialista Unificado que en el año 1965 apoyó, junto con la SFIO (socialistas) y el PCF, la candidatura de François Mitterrand. 127 Ver Trotsky, León, “Su moral y la nuestra”, Escritos filosóficos, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP León Trotsky, 2004.
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adquiriría un peso total y positivo en los asuntos mundiales, aunque no el previsto por su autor128.
En el siglo XX, frente a los triunfos revolucionarios, vimos el efecto de contagio que estos tuvieron en el resto del mundo. Sin embargo, las revoluciones que lograron triunfar lo hicieron en países atrasados, semicoloniales o coloniales. El atraso ponía un estrecho límite al avance hacia superar la escasez, condición para el comunismo. Ahora bien, si bajo la bota de una burocracia parasitaria las bases sociales del Estado permitieron que la URSS pasara de ser un país capitalista atrasado con resabios semifeudales a convertirse en la segunda potencia mundial, no es difícil imaginar cuán enormes serían las posibilidades que se abrirían para la construcción del comunismo si el aparato técnico y la riqueza de países como Estados Unidos, Alemania o Japón fuesen tomados en sus manos por los trabajadores. Antonio Gramsci plantea como problema central para la revolución italiana la llamada “cuestión meridional”: la articulación bajo la hegemonía obrera entre el sur atrasado y el norte industrializado, ambos producto de la forma particular en que se había concretado la unificación durante el Risorgimento129. Salvando las grandes distancias podríamos decir que la articulación de la revolución entre Oriente y Occidente constituye una especie de “cuestión meridional” a escala global. El capitalismo es incapaz de generalizar los avances de la técnica, confinada a un selecto grupo de países y a un grupo de ramas de la producción, pero con los actuales desarrollos de la ciencia, la tecnología y el nivel alcanzado de la productividad del trabajo, podría reducirse enormemente el tiempo que la sociedad insume en la producción y reproducción de sus condiciones de existencia materiales. De ahí que la articulación entre triunfos revolucionarios en la periferia con victorias en centros de gravedad imperialistas tenga un potencial efecto devastador global sobre el capitalismo, no solo en el terreno económico y social sino también
128 Trotsky, León, “Si Norteamérica se hiciera comunista”, ob. cit., p. 148. 129 “El problema de las relaciones entre la ciudad y el campo –dice Gramsci– se presenta en el Estado burgués italiano no solo como cuestión de relaciones entre las grandes ciudades industriales y el campo que se halla directamente vinculado a ellas en la propia región, sino como la cuestión de las relaciones entre una parte del territorio nacional y otra absolutamente distinta y caracterizada por rasgos peculiares […] Solo la clase obrera está en condiciones de resolver la cuestión meridional, problema central de la vida nacional italiana […] la emancipación de los trabajadores únicamente puede producirse a través de la alianza de los obreros industriales del Norte y los campesinos pobres del Sur para derrocar al Estado burgués” (Gramsci, Antonio, “The Livorno Congress”, en PrePrision Writings, Cambridge, Cambridge University Press, 1994, pp. 209-210).
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ideológico y moral, mostrando el camino para la liquidación de la esclavitud asalariada. A esto nos referimos con la potencialidad de una “gran estrategia” bajo el principio articulador de la lucha de clases y con base en los intereses comunes del proletariado internacional y los pueblos oprimidos del mundo. Una “gran estrategia” para hacer desaparecer la diferencia entre países atrasados y oprimidos y países imperialistas, que lleve a la superación progresiva de los intereses nacionales contrapuestos, y con ellos del Estado-nación y la guerra misma. Como dice Trotsky: La revolución en sí no es un principio abstracto sino un hecho histórico material naciente de los antagonismos de clase, de la dominación violenta de una clase sobre otra. Así, el revolucionario es un tipo histórico concreto y, en consecuencia, temporal. Estamos orgullosos de pertenecer a este tipo de hombres. Pero con nuestro trabajo, creamos las condiciones de un orden social donde no habrá antagonismos de clase ni revoluciones y, por ende, no habrá revolucionarios130.
Esta perspectiva es para nosotros el fundamento para la renovación del marxismo revolucionario en el siglo XXI.
130 Trotsky, León, “Las tareas de la educación comunista”, Estrategia Internacional N.° 24, diciembre 2007-enero 2008, p. 240.
CAPÍTULO 8
GUERRA FRÍA Y GRAN ESTRATEGIA1
A lo largo de las décadas siguientes surgieron múltiples interpretaciones de la Guerra Fría. Dentro de ellas podemos distinguir dos enfoques dominantes en la literatura sobre el tema. Por un lado, los “realistas” que toman como eje central, para analizar el período, la competencia estratégica entre la URSS y EE. UU. La Guerra Fría es analizada desde el punto de vista del “balance de poderes”; se trata de un conflicto político-militar con la particularidad del desarrollo de arsenales atómicos. Tanto los factores ideológicos como los socioeconómicos se encuentran subordinados a la competencia geopolítica como elemento central. Dentro de esta corriente, en términos generales, se destacan Gaddis, Kennan, Kissinger, Waltz, entre otros. Por otro lado, se encuentran los enfoques que ponen el acento en los factores ideológicos. Para estos, el énfasis está puesto en las ideas políticas en las que se basa cada Estado y cómo estas condicionan la relación bipolar. La evolución de la Guerra Fría se daría de la mano de los cambios político-ideológicos al interior de cada bloque. Autores relevantes que sustentan este tipo de enfoques son Checkel, Crockatt, Forsberg, Koslowski y Kratochwil, entre otros2. Ambos enfoques dominantes, el realista y el ideológico, tienen en común el centrarse, más o menos unilateralmente, en el terreno de las superestructuras. De hecho entienden la Guerra Fría, esencialmente, como la historia de la diplomacia entre EE. UU. y la URSS. Dentro de las teorías que cuestionan los enfoques dominantes desde el marxismo –o tomando elementos de él–, quienes sostienen que la URSS constituye un “capitalismo de Estado” no representan una alternativa propiamente dicha al realismo. Más allá de tomar en muchos casos la teoría del imperialismo de Lenin, lo hacen para plantear la existencia de un conflicto interimperialista sin sopesar las diferentes bases estructurales de la URSS (Estado obrero burocratizado) y EE. UU. (Estado imperialista).
1 El presente capítulo fue escrito en colaboración con Juan Duarte. 2 Ver Saull, Richard, The cold war and after. Capitalism, Revolution and Superpower Politics, Londres, Pluto Press, 2007.
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Será Isaac Deutscher quien, entre los principales intérpretes de la Guerra Fría, planteará un enfoque alternativo a las teorías dominantes, partiendo de la estructura económico-social de los Estados. El eje, para Deutscher, consistirá en el enfrentamiento entre dos sistemas sociales antagónicos. Sobre esta base, Deutscher se propuso pensar en términos de “gran estrategia” las disyuntivas planteadas durante la Guerra Fría ubicándose como parte de la tradición marxista e incluso tomando elementos del pensamiento teórico de Trotsky. Sin embargo, se separará de la teoría de la revolución permanente en lo esencial, en aquello que consistía en integrar en una “gran estrategia” tanto la revolución en el centro como en la periferia y en los Estados obreros burocratizados. A pesar de la brutalidad de la burocracia y el stalinismo, y aunque cuestionable en muchos aspectos, la “coexistencia pacífica”, en tanto continuidad de las tesis del “socialismo en un solo país”, representará para Deutscher la única gran estrategia “posible” desde el punto de vista de un análisis realista de la relación de fuerzas mundial para la supervivencia de la URSS como Estado obrero. Si bien Deutscher no llegó a presenciar la caída de la URSS ni el ascenso de la lucha de clases iniciado en 1968, tuvo sus continuadores en una especie de difuso “deutscherianismo” expresado en figuras como Fred Halliday, Justin Rosenberg e incluso el propio Perry Anderson, entre otros. Luego de la caída del Muro de Berlín, las ilusiones en la “autorreforma” de la burocracia quedaron ampliamente desmentidas por la historia. Sin embargo, en la mayoría de los casos, esto no trajo aparejado una revisión crítica de aquellas ilusiones, sino al contrario, la conclusión fue el cargar las tintas contra la propia perspectiva de la revolución mundial. Hoy, cuando el “mundo de Yalta” ya quedó en el pasado, sus lecciones aún son fundamentales para el retorno de la “gran estrategia” en el marxismo revolucionario. En este sentido, en el presente capítulo realizaremos un contrapunto con algunas de las principales tesis de Isaac Deutscher y a quienes, en cierta medida, fueron sus continuadores.
PARTE 1 LA GRAN ESTRATEGIA DE LOS ESTADOS: “CONTENCIÓN” Y “COEXISTENCIA PACÍFICA” El equilibrio capitalista que tuvo lugar luego de la segunda posguerra coincidió con lo que se dio en llamar en términos amplios la Guerra
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Fría. Como señaláramos en el capítulo anterior, aquel equilibrio surge de la derrota de la revolución en Europa a la salida de la guerra en el marco de los pactos de Teherán, Yalta y Potsdam, y el establecimiento de las respectivas “zonas de influencia”. Un elemento fundamental fue el compromiso de la burocracia stalinista de aunar esfuerzos para impedir el triunfo de nuevas revoluciones, especialmente en el centro (Francia, Italia y Grecia en particular) y también en el Este europeo (Yugoslavia) y Asia (China). En este marco, Roosevelt reconoció tácitamente la anexión por parte de la URSS de los Estados del Báltico y las fronteras de Polonia, mientras quedaba sin resolver la situación de Europa del Este –donde se mantenían asentadas las tropas del Ejército Rojo– y la de Alemania. Sin embargo, aquellos objetivos “máximos” en cuanto al mantenimiento del statu quo no se lograron. Para 1946, contra las intenciones de Stalin, fracasa la coalición con los monárquicos que patrocinaba en Yugoslavia, y Tito proclama la toma del poder por parte del Partido Comunista yugoslavo. También en China naufragan los intentos de conformar un gobierno de unidad nacional entre el Kuomintang y el Partido Comunista chino. A su vez, el imperialismo necesita consolidar el gobierno de restauración monárquica en Grecia frente a la continuidad de la guerra civil. Esta dinámica de la lucha de clases, que Stalin es incapaz de contener eficazmente, marcó finalmente los prolegómenos de la Guerra Fría. La estrategia de “contención” y la lucha de clases
En el capítulo anterior desarrollamos el concepto de “gran estrategia”; como mencionábamos con Collins, “la gran estrategia controla a la estrategia militar, la que es solamente uno de sus elementos”3. Antes referimos aquel concepto a la estrategia revolucionaria para plantear que de los múltiples niveles que la misma integra, el de la lucha de clases mundial es aquel amplio marco donde se sitúan los resultados finales. Ahora lo abordaremos en su acepción original, que justamente surgió en el contexto de la Guerra Fría, referida a la estrategia global de determinados Estados-nación. A pesar de la superioridad técnica lograda por el imperialismo norteamericano a partir del desarrollo de la bomba atómica, el despliegue de tropas norteamericanas en Europa era marcadamente insuficiente para hacer frente al Ejército Rojo y comenzar una guerra contra la URSS.
3 Collins, John M., Grand Strategy: Principles and Practices, ob. cit., p. 15.
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Sin embargo, los mayores límites del imperialismo norteamericano para poder encarar una “guerra caliente” contra la URSS no eran técnico-militares sino sociopolíticos. Como señala Mandel: En el período del lanzamiento de la bomba atómica sobre Japón y el desarrollo total de la Guerra Fría, el imperialismo americano se enfrentaba con una cada vez más compleja serie de crisis. El soldado raso empezó a manifestarse y estuvo a punto de amotinarse con el fin de ser repatriado. El movimiento obrero americano se lanzó a la huelga más grande y la segunda con mayor militancia en la historia americana. La guerra civil se desarrolló en Grecia. Los obreros franceses e italianos se sublevaron, muy independientemente, e incluso en contra, de sus líderes socialdemócratas y stalinistas, levantamiento que llegó a su clímax en la huelga general insurreccional de Italia el 14 de julio de 1948, después del atentado contra la vida de Palmiro Togliatti. La guerra civil se encarnizó en el país más populoso del mundo: China. El segundo país más populoso del mundo, India, estaba en agonía debido a las sangrientas convulsiones después de su independencia y no era seguro que ahí, como en Indonesia, la burguesía fuera capaz de retener el control. Y por sobre todo eso no era seguro que la enorme maquinaria industrial americana, hinchada por las inversiones en tiempo de guerra, fuera capaz de transformarse en producción doméstica sin caer en una profunda crisis de sobreproducción4.
En este marco, donde el límite fundamental a las ambiciones del imperialismo era eminentemente político, la perspectiva de avanzar militarmente sobre la URSS se hacía cada vez más impracticable; es así que se fue desarrollando la primera “gran estrategia” norteamericana de la posguerra, la “contención”, con el objetivo central del imperialismo puesto en la estabilización política y económica de Europa. Luego de un primer momento de continuidad con la política de Roosevelt, bajo la presidencia de Truman se lanza la estrategia de “contención”. El imperialismo plantea primero su intención de avanzar mediante “ayuda” económica sobre Grecia y Turquía, y luego lanza el Plan Marshall con el objetivo explícito de detener “la expansión del comunismo” en Europa, en el marco de lo que se conoció como la “doctrina Truman”, según la cual “la norma de los Estados Unidos debe consistir en apoyar a los pueblos que se resisten a ser sojuzgados por minorías armadas o por presiones exteriores”5.
4 Mandel, Ernest, El significado de la Segunda Guerra Mundial, ob. cit., p. 203. 5 Discurso de Harry Truman ante el Congreso, 12/3/47, en Morris, Richard, Documentos Fundamentales de la Historia de los Estados Unidos de América, México, Editorial Limusa, 1986, p. 282.
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Stalin responde con el abandono de la política de constituir “democracias populares” y avanza en expropiar a la burguesía en los Estados del Este europeo. A su vez, rompe con Tito pero acepta los hechos consumados del triunfo de la Revolución china y pasa a ubicarse como hegemon de los nuevos Estados obreros burocráticos. A esto se suma en 1949, desde el punto de vista del equilibrio militar, el desarrollo por parte de la URSS de la bomba atómica. El imperialismo norteamericano, como principal potencia mundial a la salida de la guerra, logra encolumnar ideológica y geopolíticamente tras de sí al resto de las potencias capitalistas bajo las banderas del combate al comunismo. De conjunto, a finales de la década de 1940, por un lado, la revolución en el centro había sido conjurada y, por otro, un tercio del globo había quedado afuera del control directo del capital. En este contexto, apuntalado por un fuerte crecimiento económico cuya base era la destrucción masiva provocada por la guerra6, el desarrollo de la lucha de clases mundial era presentado como lucha entre “campos” estatales. Un punto de vista que era útil, tanto al imperialismo para combatir y ocultar el desarrollo de esta lucha de clases al interior del “campo” capitalista, como a la burocracia de los Estados obreros frente a los procesos de revolución política que atravesaron las tres décadas que siguieron a la posguerra. En estos términos es que George Kennan, ideólogo de la “gran estrategia” de “contención”, veía grandes posibilidades de triunfar sobre la URSS. Como señala Gaddis: Kennan acordaba con Marx, Lenin y Stalin que los Estados industrializados tienen la clave del poder en el mundo moderno, pero él no aceptaba su visión de que el capitalismo acarreaba en sí mismo las semillas de su propia destrucción. El propio sistema de Stalin, apuntó, contenía “contradicciones internas” más serias. Estas incluían la falta de legitimidad –el hecho de que nunca había arriesgado elecciones multipartidarias libres– junto con la tendencia de todo imperio multinacional a sobreexpandirse, provocar resistencia, y romperse7.
6 Para un análisis de las condiciones que posibilitaron el fuerte crecimiento en la segunda posguerra ver: Bach, Paula, “El boom de la posguerra. Un análisis crítico de las elaboraciones de Ernest Mandel”, ob. cit. También de la misma autora ver: “Introducción (I)” a Trotsky, León, Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, ob. cit. 7 Gaddis, John Lewis, “Grand strategies in the Cold War”, en Leffler, Melvyn (comp.), The Cambridge History of the Cold War Vol. II, Cambridge, Cambridge University Press, 2010, p. 6.
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Sobre los fines en la estrategia: los “objetivos limitados” y “la decisión”
Para 1950 la Guerra Fría se traduce en términos militares en la península de Corea como una “guerra con objetivos limitados” en términos de Clausewitz, para establecer una redefinición de los límites que adquiriría el orden de Yalta más allá de la posguerra. A pesar de que, como señala Gaddis, Corea no representaba un interés vital para EE. UU., Truman lanza la invasión a la península al mismo tiempo que ayuda militarmente a las fuerzas contrarrevolucionarias de Taiwán, Indonesia e Indochina. De esta forma, la “contención” se transforma en estrategia global del imperialismo que da el primer marco a la Guerra Fría. La autoría de la denominación “guerra fría” viene de lejos. El término fue acuñado por el escritor español del siglo XV Don Juan Manuel, quien describió con estos términos el conflicto entre cristianos y musulmanes, distinguiendo las “guerras frías” de las “guerras calientes”. Decía: “La guerra que es muy encarnizada y muy caliente, termina ya sea con la muerte o paz, mientras que la guerra fría ni trae la paz ni honra a quien la libra”8. Esa definición de “guerra fría” tiene puntos de contacto con el concepto de Clausewitz de “guerra con objetivos limitados” que hemos desarrollado, y que el militar prusiano contraponía a la “guerra cuando el objetivo es la derrota del enemigo” –o “guerra por la decisión”–. Sin embargo, desde el punto de vista de la rivalidad interestatal entre la URSS y EE. UU. no podemos hablar de la Guerra Fría como una guerra en el sentido estricto del término entre ambos Estados, sino de un enfrentamiento con objetivos limitados que incluyó guerras en las fronteras de influencia de ambos para definir los límites del orden de Yalta. Ninguno buscó derrotar militarmente en forma decisiva al enemigo. Así es que todo el primer período de la llamada Guerra Fría se da en el marco de la persistencia de un “equilibrio” más general que solo será cuestionado de manera generalizada a partir de finales de la década de 1960. En este sentido tiene razón Raymond Aron en relación a la guerra de Corea cuando señala: ¿Hay que decir que la campaña de Corea fue un episodio de la guerra ruso-norteamericana? Este modo de expresarse me resulta confuso. Lo que domina el período de posguerra –en la época podía dudarse del diagnóstico, hoy no– es la voluntad de los dirigentes, en el Kremlin y en la Casa Blanca, por evitar la guerra en el sentido no convencional sino verdadero
8 Citado en Halliday, Fred, Génesis de la Segunda Guerra Fría, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 24.
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del término. Corea se transformó en origen de una guerra cuyo origen es la partición del país.
Y en relación a la estrategia del imperialismo agrega que su … conducción de la campaña tomaba en cuenta el conjunto de la coyuntura planetaria: conducción de una guerra limitada en función de una rivalidad global con un adversario semipasivo, y no conducción de una guerra total en un teatro de operaciones circunscripto9.
Ahora bien, cualquier análisis de la Guerra Fría como conflicto con objetivos limitados en términos interestatales, donde el imperialismo se embarcó en una serie de guerras contrarrevolucionarias, no puede hacernos perder de vista la dimensión más amplia de lucha de clases mundial donde se desarrollaba. La Guerra Fría, que expresaba una rivalidad entre potencias que sostenían objetivos limitados, no expresaba más que deformadamente el conflicto entre los intereses fundamentales que estuvieron en juego en la etapa. Los mismos implicaban un enfrentamiento que iba más allá de lo puramente militar e incluso de la geopolítica, donde lo que se estaba desarrollando era una lucha por “la decisión” entre revolución y contrarrevolución en el terreno de la lucha de clases. Es desde el punto de vista más general de la lucha de clases mundial que podemos comprender por qué el resultado de la Guerra Fría no fue producto de “la suma total de resultados”, como decía Clausewitz. No se trató de un escenario donde “podemos apartar cada resultado separado, como si se tratara de los tantos en el juego”10, sino que se presentó como un “todo indivisible” donde más allá de las ventajas parciales (triunfos revolucionarios y nuevos Estados donde se expropiaba a la burguesía) “existió solo un resultado, a saber, el resultado final”11: la restauración del capitalismo en la URSS y el resto de los Estados obreros burocráticos –a excepción de Cuba–. Es decir, la obtención por parte del imperialismo de la máxima “decisión” a la que pueda aspirarse, la desaparición del Estado oponente en cuanto tal en el caso de la URSS. Más allá de las formas de librar el conflicto y de los “Estados Mayores” que lo libraron, en el marco del equilibrio de la posguerra tenía lugar una “guerra por la decisión” desde el punto de vista de la lucha de
9 Aron, Raymond, Pensar la guerra, Clausewitz, Tomo II La Era Planetaria, ob. cit., pp. 187-188 [el destacado es del original]. 10 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p 542. 11 Ídem.
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clases. La misma había quedado planteada por el mismo resultado de la guerra, a partir de la supervivencia de la URSS, el desarrollo de nuevos procesos revolucionarios y la puesta en pie de nuevos Estados donde se había expropiado a la burguesía. Su resolución no dependía de la sumatoria de conquistas parciales sino del triunfo o la derrota de la revolución a escala internacional. “Coexistencia pacífica” y revolución política
La teoría del “socialismo en un solo país”, que fue la base de la política de Stalin hasta su muerte, sería resignificada a partir de mediados de la década de 1950 por Kruschev en términos de lo que fue la “gran estrategia” de la burocracia del Kremlin durante buena parte del período: la “coexistencia pacífica”. Isaac Deutscher señala a Stalin como artífice original de esta “gran estrategia” del Kremlin. En Rusia después de Stalin la sintetiza de la siguiente manera: Así pues, los últimos escritos de Stalin se pueden considerar como su testamento. En realidad comunicó a sus herederos: vuestro territorio ocupa un tercio de la Tierra. Conservarlo y desarrollarlo hasta transformarlo en una potencia que finalmente atemorice a vuestros enemigos. Mientras tanto, cuidaros de las mentes calenturientas y de los aventureros. No aceptéis riesgo alguno. No os lancéis en empresas revolucionarias en las que podáis perder lo que poséis12.
Lo cierto es que Stalin dejó un testamento mucho más amplio. Por un lado, no se trataba de no emprender revoluciones sino de desactivarlas, llevándolas al cauce de los regímenes burgueses –como sucedió en la posguerra en Francia, Italia, el intento en China, etc.–, o contribuyendo a su aplastamiento contrarrevolucionario, sea por omisión –Varsovia en 1943– o por acción –colaboración con el imperialismo en la derrota de la guerra civil griega–, para nombrar solo algunos ejemplos posteriores al estallido de la II Guerra. Por otro lado, una de las claves para la reconstrucción de la URSS, luego de que EE. UU. lanzara el Plan Marshall, fue el desarrollo de un amplio proceso de expoliación de los Estados ocupados por el Ejército Rojo. El Comecon se transformará en instrumento para la expoliación de
12 Deutscher, Isaac, Rusia después de Stalin, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/espanol/deutscher/1953/rusia_despues_de_stalin. htm.
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los nuevos Estados obreros burocráticos de Europa del Este y Alemania Oriental. No casualmente el análisis que citábamos de Deutscher lo lleva a depositar expectativas en el efímero sucesor de Stalin, G. M. Malenkof, como expresión de un ala reformista de la burocracia que podría abrir el camino hacia la regeneración de la URSS. Lo cierto es que, al poco tiempo de la muerte de Stalin, la burocracia del Kremlin tuvo que enfrentar sus propias revoluciones al interior del Comecon. En primer término, la insurrección en Alemania Oriental encabezada por los obreros metalúrgicos de Berlín en 1953, precedida por una oleada de huelgas en Checoslovaquia. El proceso de expoliación recaía sobre las espaldas de los trabajadores mediante los objetivos de aumento de la producción y de alza de los precios. Las protestas que comenzaron para enfrentar estas medidas fueron adquiriendo rápidamente contornos políticos, exigiendo la renuncia de los burócratas, elecciones libres y la unificación obrera de Alemania; para esto exigían la caída del gobierno y su reemplazo por un “gobierno provisional metalúrgico revolucionario”. El proceso se extendió a 250 ciudades del país, con tomas de edificios gubernamentales, ataques a las sedes del SED (siglas en alemán del Partido Socialista Unificado de Alemania) y el desarrollo de consejos obreros. El Ejército Rojo fue utilizado como instrumento contrarrevolucionario para derrotar a los trabajadores de Alemania Oriental. Fueron necesarios 300 mil soldados para sofocar el levantamiento e imponer el estado de sitio en Berlín. Inmediatamente, para evitar la extensión del levantamiento al Este de Europa, Mátyás Rákosi es llamado a Moscú para recibir instrucciones de aflojar las medidas de expoliación y su peso sobre los trabajadores en Hungría. El levantamiento de los trabajadores alemanes marca el inicio de una nueva etapa de la Guerra Fría. Pocas semanas más tarde, ya con la nueva presidencia de Eisenhower en EE. UU., comienzan las negociaciones para el armisticio en Corea. Mientras la burocracia de la URSS veía desarrollarse la revolución política, el imperialismo norteamericano veía el peligro del triunfo del Viet Minh sobre el ejército francés, que de hecho se concretó en 1954 a pesar de la ayuda militar de EE. UU. La guerra con objetivos limitados para definir los límites de Yalta en términos militares cede en paralelo a la creciente necesidad de ambos bandos de enfrentar a la revolución. De esta situación nació la “coexistencia pacífica” de Kruschev, que fue combinada con su discurso en el XX Congreso del PCUS, donde intentó desmarcarse definitivamente de los ribetes más sangrientos del stalinismo para instalar una nueva fachada para el régimen. Nuevamente
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quienes depositaron expectativas en el surgimiento de alas progresivas de la burocracia se ilusionaron con la “desestalinización” kruscheviana. Isaac Deutscher señalaba en abril de 1956: Hace treinta años, el statu quo significaba el aislamiento de la Unión Soviética débil y atrasada frente a las potencias no comunistas, inmensamente superiores. Era entonces todavía posible que Trotsky o Zinoviev arguyeran que al acomodarse al statu quo el comunismo reducía sus oportunidades y hacía el juego de sus enemigos. La cuestión de si el bolchevismo debía consagrarse ante todo a la “construcción socialista” en el interior o a la temprana difusión de la revolución en el extranjero era entonces un verdadero dilema, debido a la gran debilidad e inestabilidad de la “construcción socialista” soviética y la gran fuerza que parecía tener el comunismo en el extranjero, sobre todo en Alemania y China. Actualmente, Moscú no tiene un dilema tan grave que le preocupe. La fuerza principal del comunismo, actual y potencial, está dentro del bloque soviético y no fuera. La antigua controversia ha perdido relevancia ante los nuevos hechos13.
Pero otra vez tuvo su desmentida al poco tiempo de elaborar los nuevos pronósticos. En 1956, el proceso de revolución política registra uno de sus puntos más altos en Hungría, precedida meses antes por el proceso polaco. Ante la oleada de huelgas y manifestaciones en Polonia, Kruschev se apura a tratar de desactivar el levantamiento. Sin embargo, a diferencia de Berlín en 1953, no logra evitar su propagación. En Hungría trabajadores, campesinos y estudiantes se levantan contra la opresión nacional, por la caída de la burocracia y la democratización del régimen, así como por la planificación económica. El 23 de octubre tiene lugar una insurrección contra el régimen en Budapest, que luego de la intervención del Ejército Rojo se extiende a todo el país. Este proceso a su vez es acompañado con un amplio desarrollo de consejos obreros; los comités revolucionarios toman el poder en las provincias. Esta vez fue necesaria la combinación entre una dirección “reformista” como la de Imre Nagy y el combate durante tres días de 19 divisiones con más de 200 mil soldados en Budapest para lograr la victoria de la contrarrevolución. Como había señalado Trotsky, … con la existencia de una dictadura proletaria aislada, las contradicciones interiores y exteriores crecen paralelamente a los éxitos. De continuar
13 Deutscher, Isaac, Rusia, China y Occidente. Crónica contemporánea 1953-1966, México, Era, 1977, p. 66.
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aislado, el Estado proletario caería, más tarde o más temprano, víctima de dichas contradicciones. Su salvación está únicamente en hacer que triunfe el proletariado en los países más avanzados14.
Estas contradicciones durante la Guerra Fría se expresaban para esta etapa en el avance del stalinismo en la opresión nacional hacia los países del Europa del Este, con el objetivo de obtener los recursos necesarios para aplacar las contradicciones internas de la propia URSS. Para sostener este esquema fue necesaria una activa intervención contrarrevolucionaria del Ejército Rojo, que al mismo tiempo difundía la desmoralización entre el movimiento obrero de los Estados capitalistas. Estos elementos de opresión nacional sostenidos con métodos contrarrevolucionarios son inseparables del desarrollo económico de la URSS. El mismo que tantas esperanzas despertaba en quienes, como Deutscher, depositaban sus expectativas en una regeneración reformista de la burocracia, y que en términos geopolíticos servía de fundamento a la burocracia para contraponer “coexistencia pacífica” a los nuevos desarrollos de la lucha de clases internacional. De esta forma, la contraposición entre “revolución permanente” y “socialismo en un solo país”, lejos de haber sido superada por la historia se mostraba, a través de nuevos contornos, como una alternativa de vida o muerte para sostener lo que aún se mantenía de las conquistas de Octubre y de las nuevas revoluciones triunfantes de la posguerra.
PARTE 2 LOS CENTROS DE GRAVEDAD Y LA “CIUDADELA SITIADA” En el capítulo anterior desarrollamos la categoría de “centro de gravedad” en relación al sistema imperialista. Así, identificamos a las principales potencias capitalistas como aquellas en las cuales un triunfo revolucionario es capaz de quebrar el equilibrio del conjunto del sistema, y por ende constituyen el objetivo a alcanzar desde el punto de vista del desarrollo de la revolución internacional. Ahora bien, el “centro de gravedad” desde el punto de vista del desarrollo de la revolución proletaria en un momento determinado puede no coincidir necesariamente con el del enemigo. Como clase internacional, el “centro de gravedad” de la revolución proletaria se encuentra allí
14 Trotsky, León, “La revolución permanente”, ob. cit., p. 418.
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donde la clase obrera está librando su batalla más dura, su principal combate, se trate o no de un centro imperialista. Centros de gravedad desde el punto de vista de la revolución
Clausewitz, quien desarrolló el concepto de “centro de gravedad”, daba especial relevancia a la capacidad de unificar los centros de gravedad del enemigo reduciéndolos a uno solo, incluso cuando se trataba de coaliciones de varios países, en cuyo caso proponía identificar cuál era el Estado principal sobre el cual descansaba la alianza para señalarlo como centro de gravedad y concentrar sobre él las fuerzas para derrotar al enemigo de conjunto. Tal importancia le daba a la reducción de los centros de gravedad a uno solo que lo estableció como principio estratégico. Si cumplir con este principio colaboraba ampliamente a la hora de establecer el plan de una guerra, la imposibilidad de cumplirlo tenía consecuencias por demás significativas. Dice Clausewitz: Existen muy pocos casos en los que no sea permisible esta concepción y donde no pueda hacerse que varios centros de gravedad se reduzcan a uno solo. Pero si no puede hacerse esto, no habrá en verdad otra alternativa que la de considerar a la guerra como dos o más guerras separadas, cada una de las cuales tendrá su propio objetivo. Como este caso presupone la independencia de varios enemigos, en consecuencia, la gran superioridad de todos juntos, la derrota del enemigo estará fuera de toda cuestión por completo15.
Es decir, si no es posible reducir a uno los centros de gravedad, entonces estamos obligados a librar varias guerras simultáneas, lo que aleja enormemente las posibilidades de triunfo sobre el conjunto de los enemigos. A la inversa, si nos ubicamos desde el punto de vista del otro contendiente, de aquí se desprende que la posibilidad de multiplicar nuestros propios centros de gravedad para obligar al enemigo a pelear varias guerras simultáneas puede ser una ventaja clave en la guerra. Este punto tiene una relevancia fundamental para la “gran estrategia” del proletariado, ya que por sus propias características es capaz de lograr aquí una ventaja muy importante en la lucha entre revolución y contrarrevolución. El concepto de centro de gravedad así como la reflexión sobre el mismo en Clausewitz parten, al igual que su teoría en general, de concebir al sujeto como Estado-nación. Es por esto que considera que “existen
15 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 557.
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muy pocos casos” en los que no sea posible identificar al sujeto fundamental que articula la coalición. Toda coalición como tal siempre conserva un nivel importante de precariedad, debido a que los intereses que unifican a diferentes naciones son específicos y ningún Estado está dispuesto a sacrificar sus propios intereses estratégicos ante un supuesto “interés general” del sistema de Estados, que efectivamente no existe, y que de existir negaría la definición misma de los Estados nacionales como entidades soberanas que compiten en la arena internacional donde lo que prima es la fórmula hobbesiana Homo homini lupus est (el hombre es el lobo del hombre). En cambio, en el caso del proletariado, se trata de una clase internacional, es decir, que cuenta en términos relativos, con respecto al resto de las clases, con una importante homogeneidad de intereses (lo que no implica desde luego que esta homogeneidad sea absoluta, incluso ni siquiera al interior de las fronteras nacionales). Desde este punto de vista, la unidad de intereses del proletariado internacional supera en mucho a la de cualquier coalición estatal; no se trata de una sumatoria de sujetos nacionales sino, potencialmente, de un mismo sujeto que atraviesa las fronteras nacionales. Si hubiese que destacar la característica más relevante que hace a la posibilidad de la superioridad estratégica de la clase trabajadora frente al imperialismo, tendríamos que señalar esta en primer lugar. Esto implica que el proletariado con su lucha es potencialmente capaz de crear múltiples centros de gravedad de la revolución obligando al imperialismo a luchar varias guerras en forma simultánea. Es más, la experiencia histórica indica que el despliegue de esta capacidad es condición sine qua non para el triunfo de cualquier revolución dentro de un Estado nacional. El ejemplo más claro en este sentido fue la significación de las sucesivas revoluciones en Alemania (1918-1919, 1923, y el convulsivo período intermedio entre ambas) que, aunque derrotadas, fueron claves para que la URSS pudiese sostenerse. Otro tanto podemos decir del ascenso generalizado de la posguerra en relación al triunfo de las revoluciones yugoslava, china e indochina, así como respecto a la supervivencia de la URSS misma. La gran diferencia entre ambos casos estriba en la existencia de un partido mundial de la revolución, que es la consecuencia lógica que se desprende de este elemento fundamental de la estrategia. Mientras que en el primer caso se trató de una política consciente de la dirección de la III Internacional, en el segundo caso, con un ascenso revolucionario de proporciones y extensión mucho mayores, los resultados fueron mucho más limitados.
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“Ciudadela sitiada” y ofensiva
Haciendo un balance de la política de Stalin del “socialismo en un solo país” para pensar el futuro de la “gran estrategia” de la URSS luego de 1953, Deutscher se pregunta: ¿Fue, pues, Stalin el gran saboteador y traidor de la revolución mundial, como le consideraba Trotsky? Sí y no. Evidentemente hizo todo lo posible por destrozar el potencial revolucionario extranjero, en nombre del sagrado egoísmo de la Revolución rusa. […] Stalin operó desde el supuesto de la inexistencia de posibilidades de una victoria comunista en Occidente o en Oriente. Si efectivamente fue así, entonces sacrificó al egoísmo de la Rusia bolchevique la sombra y no la esencia de una revolución mundial. Consideraba que al construir la “ciudadela del socialismo” en la Unión Soviética aportaba la única contribución posible de la época16.
De esta forma, y a pesar de la intensa actividad revolucionaria del proletariado en la entreguerra –como en Inglaterra, Alemania, China, Francia y España– Deutscher descartaba la posibilidad del proletariado de multiplicar sus centros de gravedad y obligar a pelear al imperialismo guerras simultáneas. Por otro lado, oponía este principio estratégico a la defensa de la URSS como “ciudadela sitiada”, retrocediendo en la reflexión estratégica por detrás de la III Internacional, e incluso de las elaboraciones modernas sobre estrategia desde principios del siglo XIX. Decía Clausewitz en referencia a las guerras de la etapa anterior a la Revolución francesa que “las fortalezas constituyen los objetivos mejores y más deseables en esas guerras y campañas ofensivas cuya intención no puede ser la derrota completa del enemigo o la conquista de una parte considerable de su territorio”17. Fue en estos casos cuando “se consideró cada fortaleza como una entidad separada, que tendría un valor en sí misma, y se prestó más atención a la conveniencia y facilidad con las cuales podía atacársela que al valor de la plaza misma”18. Sin embargo, muy diferente era la lógica de la guerra moderna, y más aún cuando lo que estaba en juego era efectivamente la derrota de uno de los dos ejércitos. Este era en efecto el caso de la etapa que siguió a la II Guerra Mundial. Si durante la Guerra Fría, como decíamos, desde el punto de vista del conflicto geopolítico y militar se planteaba como un enfrentamiento con objetivos limitados, desde el punto de vista de la lucha de clases el enfrentamiento entre el imperialismo y la clase obrera 16 Deutscher, Isaac, Rusia después de Stalin, ob. cit. 17 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 510. 18 Ídem.
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internacional se daba en términos de lucha por “la decisión”. Es decir, tenía el objetivo de quebrar la voluntad del enemigo y derrotarlo. La existencia de Estados obreros, aunque burocráticos, era contradictoria con el dominio imperialista y las necesidades del capital, más allá de los servicios brindados por la burocracia para contener procesos revolucionarios y más allá de que la existencia de la URSS permitió, en el período posterior a la II Guerra, al imperialismo norteamericano alinear tras de sí al resto de las potencias imperialistas frente al enemigo común. La conquista del primer Estado obrero de la historia y, más aún, sumando la seguidilla de Estados donde se expropiaba a la burguesía a la salida de la segunda posguerra, ubicaban al proletariado desde el punto de vista de la “gran estrategia” y, más allá de las diferentes etapas y situaciones, en una posición políticamente ofensiva frente al imperialismo. Este es el fundamento del carácter permanente de la revolución internacional. Como señala Trotsky: Considerada desde este punto de vista, la revolución socialista implantada en un país no es un fin en sí, sino únicamente un eslabón de la cadena internacional. La revolución internacional representa de suyo, pese a todos los reflujos temporales, un proceso permanente19.
El hecho de que el proletariado se encuentre políticamente a la ofensiva en la etapa de conjunto es una característica fundamental para comprender la evolución de la lucha de clases en el período que contradice una “gran estrategia” centrada exclusivamente en la defensa de la “ciudadela sitiada”. Para Clausewitz el principio fundamental de la estrategia moderna era que: La captura de las fortalezas del enemigo no puede considerarse como la suspensión del ataque; es un progreso intensificado y, en consecuencia, la suspensión aparente por él producida no constituye propiamente un caso como el que estamos considerando; no es ni una suspensión ni una mitigación de fuerza.
Y agrega: “En consecuencia, debemos tener cuidado en no dejarnos seducir por la idea de asegurar inmediatamente lo que se ha conquistado, y en descuidar, al hacerlo, algo más importante”20.
19 Trotsky, León, “La revolución permanente”, ob. cit., p. 418. 20 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 560.
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Este elemento adquirió una relevancia amplificada con la conquista de nuevos Estados obreros a la salida de la II Guerra Mundial. A diferencia de la Revolución rusa en sus orígenes, la clave fue que las revoluciones que triunfaron en la posguerra detuvieron rápidamente su efecto expansivo. Una vez que se producía el triunfo a escala nacional se adoptaba una versión local de la estrategia del “socialismo en un solo país”. Así, aquellas conquistas parciales (desde el punto de vista de la revolución internacional) fueron consideradas como motivo para la suspensión permanente de la ofensiva no en los niveles táctico y estratégico (donde depende de otros factores) sino en el nivel político en el cual aquella suspensión permanente era contradictoria con la posición objetivamente ofensiva que planteaban los nuevos triunfos revolucionarios. Al contrario, para Trotsky, el capítulo de toda guerra civil que consistía en la consolidación del poder revolucionario no solo redundaba en el viraje a una posición defensiva en el terreno nacional, sino que se combinaba necesariamente con el elemento ofensivo de la lucha por extender la guerra civil más allá de las fronteras y así multiplicar los “centros de gravedad”. La utilización del tiempo en estrategia
Si la existencia misma de la URSS y el conjunto de los Estados obreros, a pesar de su carácter burocrático, ubicaban al proletariado en una posición políticamente ofensiva respecto al imperialismo “pese a todos los reflujos temporales”, desde el punto de vista de la “gran estrategia” la suspensión permanente de la ofensiva en el nivel político (y en la lucha de clases allí donde la situación planteaba posibilidades) jugaba claramente a favor de las fuerzas capitalistas. Pero incluso en la propia lógica de la estrategia stalinista, a la que Deutscher le atribuye la virtud del “realismo político”, el pasaje a una posición defensiva absoluta contradice los principios básicos de la estrategia. La conquista de fortalezas (nuevos Estados obreros), si se las toma como medios defensivos, al no representar una derrota más o menos definitiva del enemigo (imperialismo) solo puede cumplir la función de “ganar tiempo”. Es evidente que el objetivo de conquistar tiempo se justifica en tanto pueda esperarse del futuro un cambio favorable de la relación de fuerzas. Como dice Clausewitz, “toda defensa que dependa, sobre todo, de la ayuda extranjera, concede más valor a la ganancia de tiempo”21. Justamente el papel contrarrevolucionario del stalinismo era que,
21 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo III, ob. cit., p. 109.
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simultáneamente, hacía un fetiche de la “fortaleza” y liquidaba las posibilidades de ayuda externa. Si como dice Deutscher, todas las revoluciones de entreguerra fueron “la sombra y no la esencia de una revolución mundial”, entonces, desde el punto de vista de la estrategia, no había nada que hacer. La lucha de clases no podía dar una respuesta positiva a la contradicción entre revolución y contrarrevolución, solo quedaba apelar a algún demiurgo de la Historia que por fuera de los combates reales viniera en auxilio de la revolución. En el caso de Deutscher encontraba una especie de demiurgo en el propio desarrollo de las fuerzas productivas nacionales de la URSS. Bajo esta óptica, la reflexión estratégica es sustituida por una especie de “desarrollismo obrero”. No deja de ser sugerente el sentido general de la crítica de James Cannon a Deutscher cuando le señala puntos de contacto entre su pensamiento y algunas de las tesis del revisionismo al interior de la II Internacional, haciendo un paralelo entre el revisionismo de Bernstein frente al legado de Marx y Engels, y el de Deutscher respecto de Trotsky22. No es casual en este sentido que autores como David Horowitz, en un libro que dedica a la memoria de Deutscher, se haya plegado a las tesis de Barrington Moore sobre el stalinismo como una de las vías alternativas de “modernización”, junto con el liberalismo y el fascismo. Esta cuestión también es retomada por Justin Rosenberg, al que nos referiremos más adelante, a la hora de plantear el aporte específico de Deutscher a la teoría de las relaciones internacionales. Lo cierto es que los éxitos económicos que se sucedieron a partir de la década de 1950 en los que se basaba Deutscher para sostener que “la fuerza principal del comunismo, actual y potencial, está dentro del bloque soviético y no fuera” pronto chocarían con los límites de la planificación burocrática y la supervivencia en los marcos del mercado mundial capitalista. Especialmente a partir de 1954, la buena situación económica de la URSS produjo un mejoramiento de las condiciones de vida de la población (reducción de la jornada laboral, aumento de salarios, reducción de la edad jubilatoria, vivienda, etc.). Las reformas en el campo, el proceso de industrialización y el salto en la urbanización del país dejaron atrás la vieja fisonomía de la URSS con predominancia campesina. Sin embargo, todos estos avances vinieron de la mano de un salto en el proceso de diferenciación social a favor de la burocracia y sectores acomodados de la clase obrera con lazos más directos con la burocracia, 22 Cfr. Cannon, James, “Trotsky or Deutscher? On the New Revisionism and Its Theoretical Source”, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www. marxists.org/archive/cannon/works/1954/tord.htm.
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así como también de la continuidad del proceso de expoliación de los Estados del glacis. Para el año 1959, los propios mecanismos de prebendas, la arbitrariedad burocrática en la planificación, así como la influencia de los propios mecanismos del mercado mundial capitalista en el que la URSS estaba inmersa, sellaron nuevamente los límites estructurales de la “construcción del socialismo en un solo país”, comenzando la reversión de los principales indicadores económicos. Para finales de la década de 1950 y principios de la de 1960 la caída de la producción agrícola, de la productividad industrial y del consumo eran un hecho. En este marco, la inercia de la burocracia kruscheviana siguió planteando objetivos burocráticos que profundizaron la crisis, en particular, en la agricultura. Al mismo tiempo, se imponían las subas de precios y recortes salariales para los trabajadores. Esto llegó a provocar levantamientos masivos como en la ciudad de Novocherkask, respondido con una amplia represión por parte del régimen. Mientras tanto el imperialismo norteamericano avanzaba en medidas ofensivas, como la incorporación de Berlín Occidental a la OTAN, el despliegue de misiles balísticos en Europa a partir de la Conferencia de la misma OTAN de 1957, o la intervención militar directa a favor del gobierno del Kuomintang en la crisis de Quemoy y Matsu en 1958. En este marco se llegó al fracaso de la Cumbre de París en 1960, y a la nueva escalada del imperialismo, ahora bajo la presidencia de Kennedy. Así, el mayor límite para la ofensiva imperialista no estuvo determinado por la política exterior de Kruschev crecientemente errática; ni por la fortaleza relativa de la URSS, que se adentraba en una crisis profunda; ni por la unidad del “bloque comunista”, donde se desarrollaba la ruptura entre la URSS y China (incluida la guerra con la India). El límite principal del imperialismo para aumentar la presión sobre la URSS y la República Popular China pasó por la proliferación de procesos revolucionarios en el mundo colonial y semicolonial, en especial, la evolución de la Revolución cubana hacia la puesta en pie de un nuevo Estado obrero, lo que implicaba la apertura de un nuevo frente de batalla en el terreno de la lucha de clases para EE. UU. a menos de 160 km de su territorio. Este nuevo punto de apoyo para la supervivencia de la URSS no se daba gracias al supuesto realismo de la política kruscheviana que señalara Deutscher sino muy a pesar de él.
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PARTE 3 LAS PARTES Y EL TODO SEGÚN EL TIPO DE GUERRA El punto de partida del orden de posguerra, como decíamos, fue el éxito obtenido por el imperialismo en contener la revolución en el centro. Sin embargo, no pudo impedir que se trasladase a la periferia. La primera oleada revolucionaria allí, en la posguerra, contó con el triunfo de la Revolución china e indochina. En cuanto a los resultados militares durante la inmediata post II Guerra Mundial, el imperialismo norteamericano fue incapaz de obtener alguna victoria decisiva a pesar de ser la principal potencia mundial. No solo la guerra de Corea representó un revés donde EE. UU. mostró los límites de lo que su superioridad militar (y nuclear) podían obtener en una guerra particular, sino que poco después no pudo evitar la derrota del imperialismo francés en Indochina y el triunfo de la revolución; solo logró limitarlo territorialmente a través de los precarios acuerdos de Ginebra. Sin embargo, la victoria revolucionaria en Indochina en 1954 bajo la dirección stalinista de Ho Chi Minh no se tradujo en un reavivamiento de la onda expansiva de la revolución. Con ella termina la primera oleada y sobreviene un nuevo “equilibrio” en la periferia; menos profundo que aquel que se daba simultáneamente en Europa, más comparable con el equilibrio europeo durante de la década de 1920. Al mismo tiempo, como respuesta política activa del imperialismo frente a la posibilidad de revoluciones en el mundo colonial, hace un intento de lo que podríamos llamar, siguiendo a Gramsci, una “revolución pasiva” con lo que se conoció como el proceso de “descolonización”23. Decenas de nuevos Estados logran así la independencia formal, pasando a un estatus semicolonial durante la segunda mitad de la década de 1950. Pero hacia finales de esa década resurge una segunda oleada de procesos revolucionarios en el Caribe, Medio Oriente y África. De la periferia al centro
La Revolución cubana es el primer gran emergente de este segundo capítulo de las revoluciones en la periferia. En el capítulo 7 ya nos hemos referido más extensamente a este proceso; lo que es necesario volver a resaltar aquí es que triunfa una revolución en la zona de influencia directa del imperialismo norteamericano, alterando así el mapa geopolítico de la Guerra Fría y por sobre todo el mapa de la lucha de clases. A su vez,
23 Ver Albamonte, Emilio y Romano, Manolo, “Trotsky y Gramsci. Convergencias y divergencias”, ob. cit.
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la derrota de la invasión a Bahía de Cochinos en 1961 a manos de las fuerzas revolucionarias significó en sí misma otro importante revés para el imperialismo. En este marco, se produce la escalada entre EE. UU. y la URSS que incluye la construcción del Muro de Berlín, y que es llevada al terreno de la amenaza nuclear con la crisis de los misiles en 1962. La expropiación de los capitalistas y la constitución de un nuevo Estado obrero en Cuba atentaba contra estrategia de “coexistencia pacífica” del Kremlin. Frente a esto los misiles cumplían un doble papel desde el punto de vista de la URSS: por un lado, apoyar a un aliado; por otro, controlarlo para asimilarlo al orden de Yalta24. Así es que una vez admitido el nuevo statu quo que implicaba el triunfo de la Revolución cubana por parte del imperialismo e iniciada la stalinización del régimen de la isla en acuerdo con la burocracia de la URSS, inmediatamente vuelve a imponerse la “coexistencia pacífica” en el terreno de la lucha de clases. Una coexistencia que, sin embargo, estará atravesada por los múltiples procesos que se desarrollarán en la periferia, donde tanto la burocracia como el imperialismo se dispondrán a obtener ventajas parciales desde el punto de vista de la influencia geopolítica. La Revolución cubana fue el inicio y al mismo tiempo el punto más alto de esta segunda oleada revolucionaria en la periferia. El profundo proceso de la Revolución argelina quedó en los marcos del orden de Yalta: ya durante 1962 la revolución en Argelia era llevada al callejón de los Acuerdos de Evian que, sin embargo, no lograron frenar la guerra civil. Raymond Aron tenía razón cuando, tomando las categorías de Clausewitz, distinguía que La guerra revolucionaria es una guerra de aniquilación: el enemigo, el equipo o el gobierno, no puede capitular porque renunciaría simultáneamente a su existencia. Capitula por la huida, no por la negociación. La guerra de liberación nacional a veces alcanza su fin político de derrota táctica en derrota táctica (militar)25.
Esta diferencia se basa en que “la primera [la guerra revolucionaria] opone dos pretendientes al poder dentro de un único país, […]. La
24 Cfr. Saull, Richard, The cold war and after. Capitalism, Revolution and Superpower Politics, ob. cit., pp. 112 y ss. 25 Aron, Raymond, Pensar la guerra, Clausewitz, Tomo II La Era Planetaria, ob. cit., p. 141.
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segunda [la guerra de liberación nacional] (en el caso ideal-típico) opone un partido a la autoridad colonial”26. Es sobre esta diferencia que estos procesos, al quedar detenidos en los marcos del nacionalismo burgués, se transformaban en “guerras limitadas” que no lograban quebrar el equilibrio capitalista. El imperialismo apostaba al desgaste de los mismos hasta que consideraba que la relación de fuerzas era oportuna para ensayar un golpe contrarrevolucionario, o bien aquellos procesos quedaban bajo la órbita de la URSS sin transformarse en nuevos polos independientes en la arena internacional, o una combinación de ambos. De esta forma, el mundo aparecía, durante las dos décadas que siguieron a la posguerra, dividido entre un Oriente atravesado por procesos revolucionarios y movimientos nacionalistas y un Occidente donde la revolución había salido de escena. Este escenario fue el fundamento de muchas corrientes “tercermundistas”. Este impasse se romperá, primero con el desarrollo de los movimientos antiimperialistas en los países centrales y, a finales de la década de 1960, confluyendo con ascenso de la lucha de clases en los países imperialistas. Oriente y Occidente en una “gran estrategia” revolucionaria
Como señalábamos al principio de este capítulo, dentro de las interpretaciones dominantes de la Guerra Fría, tanto las “realistas” como las que ponen el eje en los elementos político-ideológicos, son lecturas centradas en los elementos superestructurales que mantienen subordinados los elementos económico-sociales. En este marco, Deutscher tiene el mérito –así como Halliday y otros autores que lo continuaron– de poner en primer plano las determinaciones estructurales que hacían a las bases sociales antagónicas de ambos Estados. Para esto se basa en la teoría del desarrollo desigual y combinado elaborada por Trotsky. Justin Rosenberg, partiendo de destacar este punto como uno de los principales aportes de Deutscher, señala que … el propio significado de la II Guerra Mundial no puede limitarse a un conflicto interestatal sobre el equilibrio de poderes ni al enfrentamiento entre Estados de distinta ideología. Por el contrario, hay que verla como la lucha por definir la naturaleza del sistema internacional de tres formas de Estado antagónicas, todas ellas surgidas en el mismo proceso de
26 Ibídem, p. 142.
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desarrollo capitalista mundial. […] Aunque el fascismo fue destruido, la Unión Soviética salió fortalecida del conflicto. Fue la supervivencia de esta segunda forma antagónica de desarrollo combinado lo que explica por qué la II Guerra Mundial fue inmediatamente seguida de la Guerra Fría 27.
Para Rosenberg, “fue Deutscher quien analizó desde el puesto de observación de periodista y ensayista, la política internacional contemporánea como la historia inacabada del desarrollo desigual y combinado”28. Sin embargo, para Trotsky, la teoría del desarrollo desigual y combinado, si bien era una condición necesaria para comprender el desarrollo histórico, no era bajo ningún punto de vista condición suficiente para explicar los antagonismos que atravesaban la sociedad capitalista a nivel mundial, y menos que menos el enfrentamiento entre la URSS y el imperialismo. Por eso la complementaba con la teoría de la revolución permanente. La teoría del desarrollo desigual y combinado planteaba cómo, producto de la extensión mundial del capitalismo, que iba asimilando las formaciones económico-sociales que encontraba a su paso, se planteaba la posibilidad del triunfo de la revolución proletaria en países de desarrollo capitalista atrasado. A su vez, el carácter no simultáneo sino sucesivo de las revoluciones planteaba la contradicción entre el hecho de que en Oriente, por la debilidad de la burguesía y del Estado, era más fácil tomar el poder pero muy difícil avanzar hacia el socialismo, mientras que en Occidente se hacía más difícil –en términos relativos– para el proletariado tomar el poder aunque, de hacerlo, las posibilidades de avance hacia el socialismo eran mucho más promisorias. Deutscher tiende a absolutizar este elemento, desprendiendo una distinción mecánica entre Oriente y Occidente que lo lleva a negar incluso la importancia histórica de procesos enormes como fue en la década de 1930 la Revolución española. Y en general tiende a despreciar las posibilidades de revolución en Occidente, donde solo ve “sombras” de la revolución mundial. De esta forma generaliza las condiciones de bloqueo de la revolución en el centro y su traslado a la periferia que caracterizaron gran parte de las décadas de 1950 y 1960.
27 Rosenberg, Justin, “Isaac Deutscher y la historia perdida de las relaciones internacionales” (texto de la conferencia pronunciada al recibir el Premio Isaac Deutscher el 21 de noviembre de 1995), Viento Sur N.° 30, diciembre 1996, p. 107. 28 Ibídem, p. 108.
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Trotsky, a partir de la teoría del desarrollo desigual y combinado, eludía cualquier conclusión mecánica y concluía lo siguiente: Que ningún país debe “esperar” a los otros para empezar su lucha es una verdad elemental que es útil y necesario repetir para que no se sustituya la idea de la acción internacional paralela por la de la inacción internacional y la espera. Sin aguardar a los otros, comenzamos a luchar y continuamos luchando en el terreno nacional, con la certidumbre absoluta de que nuestra iniciativa dará impulso a la lucha en otros países29.
La resolución de la contradicción entre Oriente y Occidente no es un problema que puede resolverse a través del desarrollo económico de los países atrasados luego de la toma del poder por parte del proletariado; es un problema estratégico que ha de resolverse en la lucha de clases internacional. En este sentido, a propósito de la consigna de los “Estados Unidos soviéticos de Europa”, Trotsky señala en su crítica al programa de la IC para el VI Congreso, que La consigna de los Estados Unidos soviéticos corresponde a esta dinámica de la revolución proletaria; esta no surge simultáneamente en todos los países, pero se extiende de uno a otro; exige que exista una ligazón estrecha entre todos los países, sobre todo los europeos, con el objetivo de que organicen la defensa contra las potencias enemigas externas y su economía 30.
De conjunto, la etapa que estuvo atravesada por la Guerra Fría comprendía un nivel de enfrentamiento interestatal entre la URSS y EE. UU., también una disputa en términos ideológicos donde estaba presente la idea del socialismo, aunque bajo el prisma deformado del stalinismo. Además había una dimensión estructural, como señalara Deutscher, que hacía al carácter antagónico de las formaciones económico-sociales sobre las cuales se basaban ambos Estados. Sin embargo, retomando la definición de “gran estrategia” que desarrolláramos en el capítulo anterior, desde el punto de vista de una “gran estrategia” revolucionaria, todos estos niveles deben ser necesariamente integrados en el “amplio marco de la lucha de clases mundial donde se producen los resultados finales”.
29 Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, ob. cit., p. 89. 30 Ibídem, p 92.
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Los centros de gravedad de la revolución como claves de la situación mundial
Como señalábamos, separando unilateralmente Oriente y Occidente, Deutscher generaliza la situación de la posguerra donde la revolución se encontraba bloqueada en los centros imperialistas. Esta generalización, sin embargo, no la limita a este período sino que la reproduce retrospectivamente hacia la década de 1930 para polemizar con Trotsky. Sobre este punto se pregunta: “¿en qué grado eran reales y cuál era la importancia de ese potencial entre las dos guerras?”; y se responde: “Trotsky lo vio repleto de probabilidades revolucionarias desaprovechadas. El historiador de la época no pudo estar tan seguro de esas posibilidades latentes. Él tan solo puede evaluar su actualidad, no su potencialidad”31. En este tipo de razonamiento que esboza Deutscher queda excluido el pensamiento estratégico, se descarta el cálculo de probabilidades, y de lo que se trata simplemente es de constatar los resultados. Sin embargo, desde el punto de vista del marxismo entendido como praxis revolucionaria: “es preciso, según la expresión de Lenin, registrar lo que se ha conquistado, así como lo que se ha dejado escapar y que se podrá transformar en ‘conquista’ si se comprenden y asimilan bien las lecciones del pasado”32. En el caso de Trotsky, al mismo tiempo que sitúa los diferentes niveles en el marco más amplio de la lucha de clases internacional, parte de identificar los centros de gravedad de la revolución. Por fuera de cualquier nacionalismo, estos se configuran allí donde el proletariado está dando las batallas más duras, aquellas que son capaces de definir la relación de fuerzas de conjunto, transformándose en clave de la situación mundial. Este es el método con el que se orientaron Lenin y Trotsky luego del triunfo de la Revolución rusa, cuando la clave de la situación mundial pasó a estar en la Revolución alemana de 1918-1919. Luego de que esta es derrotada se funda la III Internacional para desarrollar nuevos centros de gravedad de la revolución en la arena internacional. De la misma forma, en 1923, la clave de la definición de la relación de fuerzas vuelve a pasar por Alemania, donde el KPD deja pasar la oportunidad. Las enseñanzas de este proceso son clave para Trotsky (quedaron plasmadas en Lecciones de Octubre, que concitó todos los ataques de los “viejos
31 Deutscher, Isaac, Rusia después de Stalin, ob. cit. 32 Trotsky, León, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, ob. cit., p. 134 [destacado en el original].
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bolcheviques”). Para este entonces Trotsky había fundado la Oposición de Izquierda. Otro ejemplo podemos ver en 1926, cuando el centro de gravedad pasa a Inglaterra, donde se dará la histórica huelga general que es traicionada por el Trades Union Congress (TUC) con la cobertura del Comité anglo-ruso. Posteriormente la clave de la situación mundial se trasladará a China, donde el proletariado venía protagonizando la revolución. Alrededor de las lecciones de la misma, Trotsky generalizará la teoría de la revolución permanente. De esta forma, Trotsky no solo planteará una “gran estrategia” ligada al desarrollo de los centros de gravedad de la revolución sino que su propia trayectoria política estará indisolublemente ligada al resultado de estos combates. Más aún, en la década de 1930, alrededor del proceso en Alemania que culmina con el ascenso de Hitler, y de la revolución española, planteará, desde muy temprano, que estaba en juego no solo la relación de fuerzas del proletariado mundial sino el destino de la humanidad, mostrando así su estatura como gran estratega. En ambos casos puede verse el abordaje de Trotsky sobre aquellos puntos donde se concentran los enfrentamientos más agudos entre revolución y contrarrevolución. En el caso alemán, como vimos en el capítulo 3, Trotsky emprendió una lucha sistemática contra la política ultraizquierdista del KPD. Pero incluso fue más allá: sostenía que era imperiosa la ayuda internacional a la lucha de los trabajadores alemanes, lo que implicaba movilizar al Ejército Rojo. En 1932, señalando cómo debería actuar el gobierno soviético ante la posibilidad de que los nazis tomaran el poder, dice: En el momento de recibir la comunicación telegráfica de este acontecimiento, yo firmaría la orden de movilización de todas las reservas. Con un enemigo mortal por delante y la guerra surgiendo como necesidad lógica de la situación objetiva, sería una ligereza imperdonable darle tiempo a ese enemigo de establecerse y hacerse fuerte, de concluir alianzas, de recibir ayuda, de elaborar un plan de acciones militares concéntricas no sólo desde Occidente, sino también desde Oriente; y de adquirir así las dimensiones de un peligro colosal33.
Otro ejemplo de cómo abordaba Trotsky los centros de gravedad de la situación mundial lo podemos ver en el caso de la Revolución
33 Trotsky, León, “Preveo la guerra con Alemania”, La lucha contra el fascismo en Alemania, ob. cit., p. 222.
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española, donde para el fundador del Ejército Rojo se jugaba la posibilidad de frenar el avance del imperialismo hacia la guerra. Si los republicanos burgueses –dice–, con sus aliados socialistas, con sus aliados comunistas o con sus aliados anarquistas no hubieran logrado liquidar la revolución española (pues no fue el triunfo de Franco, fue la derrota del Frente Popular), se habría podido tener esperanza de que el proletariado español provocara un gran movimiento revolucionario en Francia. Lo vimos comenzar en junio de 1936 con las huelgas de brazos caídos. Entonces Europa podría evitarse la guerra34.
Será una constante en Trotsky esta concentración en los centros de gravedad de la revolución. No es difícil encontrar un punto de convergencia con el pensamiento estratégico de Clausewitz, quien plantea que: No conseguiremos derribar realmente al enemigo mediante la conquista de una de sus provincias […] y prefiriendo la posesión más segura […] a la obtención de grandes resultados, sino solo si buscamos en forma constante el núcleo del poder hostil y si lo arriesgamos todo a fin de ganar todo35.
En este mismo sentido Trotsky evaluaba también el destino de la URSS. A diferencia de Deutscher, sostiene que: El destino de la URSS no se decidirá, en definitiva, en los mapas de los Estados Mayores, sino en el mapa de la lucha de clases. Solo el proletariado europeo, implacablemente opuesto a su burguesía […] será el único que podrá impedir que la URSS sea derrotada o apuñalada por la espalda por sus “aliados”. Y la misma derrota de la URSS no sería más que un episodio de corta duración si el proletariado alcanzara la victoria en otros países. Por el contrario, ninguna victoria militar salvará la herencia de la Revolución de Octubre si el imperialismo se mantiene en el resto del mundo36.
Esto fue lo que efectivamente sucedió en la Guerra Fría.
34 Trotsky, León, “En vísperas de la segunda guerra mundial”, Escritos de León Trotsky 1929-1940 [CD], Libro 6, ob. cit. 35 Clausewitz, Carl von, De la guerra, ob. cit., p. 556. 36 Trotsky, León, “La revolución traicionada”, ob. cit., p. 194.
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PARTE 4 LA “DISTENSIÓN”: LUCHA DE CLASES Y CONFLICTO INTERESTATAL La “distensión” (détente) es el nombre con el que se conoce al período de la Guerra Fría que va desde 1969 a 1979. Esta fue presentada esencialmente como una relajación de las tensiones militares, centrada en los acuerdos de control de armas nucleares, y una reapertura de las vías diplomáticas entre la URSS y EE. UU. Sin embargo, este fue solo uno de los aspectos de la “distensión”, que consistió en primer lugar en una reafirmación del acuerdo contrarrevolucionario entre el Kremlin y la Casa Blanca frente al ascenso revolucionario que tuvo lugar durante aquellos años. Ascenso de la lucha de clases y alejamiento de la amenaza nuclear
Para mediados de la década de 1960, la URSS se encontraba debilitada: la caída de Kruschev sellaba el fracaso de las políticas económicas del Kremlin y las esperanzas en el desarrollo del “socialismo en un solo país”. Por otro lado, la posición de la URSS como hegemon del “bloque comunista” se había debilitado enormemente con la ruptura con China y los conflictos militares posteriores en torno a Camboya y la India. La República Popular China no se encontraba mejor luego del fracaso del voluntarismo productivista del “gran salto adelante”, y recién para 1964 estaba recuperando los niveles de producción agrícola e industrial de 1958. La situación del imperialismo norteamericano tampoco era buena. Las condiciones del boom de posguerra se agotaban progresivamente, al tiempo que un efecto colateral del objetivo de mantener la estabilidad en los países centrales había sido el fortalecimiento económico relativo de Alemania y Japón como potenciales competidores. Mientras tanto, al interior de EE. UU. se desarrollaban los movimientos por los derechos civiles y las protestas cada vez más masivas contra la guerra de Vietnam, que planteaban un límite a la política de intervenciones militares contrarrevolucionarias abiertas. En Europa también se desarrollaban movimientos contra la guerra de Vietnam y la de Argelia. En 1968, con la ofensiva del Tet, el imperialismo norteamericano sufría una derrota de proporciones que cambiaría el curso de toda la guerra de Vietnam, donde el gran poderío militar de EE. UU. se mostraba incapaz de derrotar a las fuerzas muy inferiores de los ejércitos de Vietnam del Norte y el Vietcong. Semanas después, en el marco del retroceso de las condiciones de vida de la posguerra, comenzaría el ascenso de la lucha de clases en Europa, que incluiría no solo el Mayo Francés y el Otoño Caliente italiano, sino la Primavera de Praga, un proceso de revolución política contra la burocracia.
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De esta forma, a través del desarrollo de la revolución en la periferia y más allá de las intenciones de sus respectivas direcciones, la revolución vuelve al centro y, como era de esperarse, la dominación de la burocracia en el Este europeo no queda a salvo del proceso. Se plasma en este punto la vigencia de las leyes de la teoría de la revolución permanente en tanto describen la mecánica (objetiva y subjetiva) de la revolución en la época imperialista. No era el ejemplo del desarrollo económico de la URSS, como hubiera esperado Deutscher, lo que golpeaba sobre las masas de los centros imperialistas, sino la lucha de clases en la periferia. La política de “distensión” es la respuesta conjunta del imperialismo norteamericano y de la dirección contrarrevolucionaria de la URSS al cuestionamiento de los pilares del orden de posguerra (Yalta). Como señala correctamente John L. Gaddis, es la primera “gran estrategia” común de ambas potencias. Se despliega en toda su magnitud el acuerdo contrarrevolucionario que había sustentado todo el período anterior. Para la dirección stalinista se trataba de soldar el acuerdo con EE. UU. con el fin de evitar que el ejemplo de nuevas revoluciones pudiese cuestionar su propio poder, en un momento donde estaba liquidando militarmente los procesos de revolución política en el glacis. Para el imperialismo, el acuerdo era una cuestión de vida o muerte en un momento de debilidad, habiendo sido derrotado en el Sudeste asiático y teniendo que afrontar oposición interna del movimiento de masas; todo esto en el marco de la crisis capitalista y la política de descargarla sobre el resto del mundo en general y los trabajadores en particular37. La “distensión” tenía entre sus consecuencias más “popularizadas” los acuerdos sobre la crisis de armamentos y sobre todo en lo que respecta al control de armas (acuerdos SALT I y SALT II). Este punto cobra especial relevancia, ya que la posibilidad de una guerra nuclear y la carrera armamentística tiñeron todo el período y el propio concepto de “guerra fría”, así como la impresión de que la política estatal, tanto de la URSS como de EE. UU., era la clave interpretativa, casi excluyente, de toda la etapa.
37 A diferencia de la inmediata posguerra, donde la política para derrotar a la revolución en el centro vino de la mano del Plan Marshall, para la década de 1970 venía de la mano de la crisis, con el abandono unilateral de Breton Woods, la devaluación de facto del dólar, el recargo del 10 % a las importaciones, el repudio de la deuda con Europa, etc.; y la necesidad de imponer estas políticas a Alemania y Japón que, aunque seguían siendo especies de protectorados militares de EE. UU., desde el punto de vista económico habían comenzado a cerrar la brecha que los separaba de EE. UU.
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Gaddis señala que durante la Guerra Fría los Estados Mayores necesariamente tuvieron que hacerse más clausewitzianos ya que, frente al armamento nuclear de destrucción masiva, se hacía necesaria la primacía de la política por sobre lo militar a riesgo de contradecir el propio objetivo de todo desarrollo militar que es la seguridad del Estado. Sin embargo, si bien los planteos como el de Gaddis parecen responder al sentido común, como vimos en el capítulo anterior, no responden a la realidad de la guerra. Si fuera por aquella “máxima” de la seguridad del Estado llevada al absoluto, las dos grandes guerras mundiales no hubieran existido. Lo cierto es que en la guerra, incluso en la nuclear, se pueden obtener ventajas relativas. Desde luego implican comprometer las propias fuerzas, pero pueden resultar ventajosas desde el punto de vista de la relación de fuerzas. Necesariamente, la idea de la “imposibilidad” de una guerra nuclear se sustenta en última instancia en el presupuesto de un “humanitarismo” de los generales y de los gobiernos, que la burguesía demostró largamente no tener. De hecho Eisenhower efectivamente instó a que EE. UU. se preparase para una guerra nuclear a gran escala, cuyo plan implicaba el uso simultáneo de 3 000 bombas nucleares contra todos los países comunistas38. La pregunta entonces es: ¿desde qué punto de vista una guerra nuclear puede contradecir el objetivo de asegurar el Estado? La respuesta no es moral sino política, y la adopción de la “gran estrategia” de la “distensión” como respuesta al ascenso revolucionario de la década de 1970 es por demás ilustrativa de la misma. Lo que se demostró durante la “détente” es, como decíamos retomando a Naville, que el alejamiento de la perspectiva de una guerra nuclear no dependía de la buena voluntad de los Estados Mayores sino de que se desarrollase una política diferente a la “política nacional” que da origen a las guerras, es decir, una política basada en la lucha de clases. Esto fue lo que sucedió efectivamente en el ascenso de los años ‘70, que comprendió tanto a la periferia y al centro como a los Estados obreros burocráticos. El desarrollo de la lucha de clases forzó al imperialismo a alejar la amenaza de una matanza generalizada. La batalla por “la decisión” y el fin de la Guerra Fría
La explicación de por qué la Guerra Fría terminó de la forma en que lo hizo a finales de la década de 1980 y principio de la de 1990 es sin duda una de las polémicas principales que hacen a la interpretación de la etapa, y como tal ha tenido múltiples respuestas.
38 Cfr. Gaddis, John Lewis, “Grand strategies in the Cold War”, ob. cit., p. 11.
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Los enfoques realistas y neorrealistas, partiendo del concepto de “equilibrio de poderes”, han puesto el acento en que las decisiones de la dirigencia de la URSS –como la reducción de armamento, la retirada de Europa del Este, el fin de la intervención en la periferia, entre otras– fueron parte de un retroceso basado en el cálculo de la relación de fuerzas internacional. En este marco, autores como Richard Pipes ponen el acento en el carácter decisivo que tuvo la política ofensiva de Reagan. Otros como Powaski resaltan las causas internas, donde se combinan los efectos a largo plazo de la “contención” con los enormes desequilibrios económicos que atravesaba la URSS. Desde otro ángulo, los enfoques centrados en los elementos ideológicos ponen el acento en que la burocracia del Kremlin fue crecientemente influenciada por el liberalismo, abandonando el “marxismo-leninismo”, lo que se combinó con la influencia de aquellas ideas en los movimientos opositores en los Estados del glacis, y que estos elementos produjeron la marcha hacia el capitalismo. Es cierto que el retroceso de la URSS se da en el marco de un cambio en la relación de fuerzas internacional así como de crisis económica al interior de la URSS y los Estados del glacis. También es cierto que la burocracia se pasó con armas y bagajes al neoliberalismo para avanzar en la restauración capitalista, y que los procesos del 1989-1991 habían perdido, a diferencia de los procesos anteriores de revolución política, toda delimitación clara del imperialismo. Sin embargo, de lo que se trata fundamentalmente es de desentrañar las causas de estos fenómenos, ya que no es menos cierto que durante la década de 1970 se dio una configuración muy diferente a la posterior. La misma estuvo marcada por la proliferación del antiimperialismo y de procesos revolucionarios, e intentó ser aprovechada para sus propios intereses geopolíticos por la burocracia de la URSS. Junto con la crisis económica en el bloque imperialista, se planteaba de conjunto una situación delicada para EE. UU. El ascenso de la lucha de clases a escala mundial iniciado en 1968 se da en el marco del fin de las condiciones que habían dado origen al boom de posguerra en el que se había sustentado el equilibrio capitalista por dos décadas. Ya para 1971 se hace manifiesto el retroceso de la economía de EE. UU., y para 19731974 la crisis adquiere envergadura mundial. En 1974, en este marco y directamente ligada a las consecuencias de los procesos revolucionarios en las colonias de Angola y Mozambique, estalla la Revolución portuguesa. Por primera vez en más de dos décadas tiene lugar una revolución de características clásicas en un país central. Se desarrollan los comités de inquilinos y soldados, que formarían parte de un resurgimiento de las tendencias a la autoorganización que se habían expresado en la Asamblea Popular en Bolivia, en los Cordones
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Industriales chilenos, y que volverían a surgir pocos años después en los Shoras (Consejos) de la Revolución iraní. La combinación entre lucha de clases y crisis mundial quebró el “equilibrio” del capitalismo que había caracterizado toda la etapa de la Guerra Fría hasta entonces. A nivel del sistema de Estados, la “distensión” entre la URSS y EE. UU. tenía lugar a la par de un aumento de las tensiones intrabloques. El proceso generalizado de lucha de clases planteaba consecuencias que superaban en mucho la coyuntura. La burocracia del Kremlin, al tiempo que enfrentaba los procesos de revolución política y colaboraba en contener dentro de los marcos burgueses a los procesos revolucionarios más allá de la “Cortina de Hierro”, se propuso sacar ventajas parciales de esta situación en términos geopolíticos, avanzando en su influencia en África, como con el involucramiento directo en la guerra civil en Angola (1974-1976) o la intervención en Etiopía en 1977. Sin embargo, no se trataba de una batalla más sino de una batalla “por la decisión” (en términos de Clausewitz) a escala mundial. Lo que estaba en juego era el conjunto de la relación de fuerzas contradictoria que había dejado la salida de la II Guerra Mundial. En la Revolución portuguesa el imperialismo puso a prueba con éxito la política de “contrarrevolución democrática” para desviar el proceso, contando con la colaboración de la socialdemocracia y el Partido Comunista local. Por otro lado, la Revolución iraní de 1979, si bien significó un duro golpe para los EE. UU., acabó por llevar al poder a la dirección islámica encabezada por Jomeini, que liquidó los Shoras y reprimió duramente al pueblo kurdo que había sido uno de los protagonistas de la revolución. A su vez, el imperialismo logró conducir a Irán a una guerra fratricida con Irak. En Nicaragua, el proceso revolucionario fue contenido en los marcos del régimen burgués con la colaboración del castrismo, mientras que EE. UU., imposibilitado políticamente de invadir, se dedicó a desarrollar “la Contra” por medio de la CIA como fuerza irregular contrarrevolucionaria para llevar a cabo una guerra de baja intensidad. Para finales de 1979, la relación de fuerzas se torcía claramente a favor de la contrarrevolución. La burocracia de la URSS sintió inmediatamente las consecuencias de este cambio en la relación de fuerzas mundial y la interpretó como retroceso de su influencia geopolítica. La respuesta fue la invasión a Afganistán en diciembre de 1979, que no hizo más que acelerar la decadencia de la URSS. Sin embargo, aún existió una última oportunidad de frenar el avance de la contrarrevolución: la revolución política en Polonia, que se inicia con la oleada de huelgas de 1980 y que tenía su centro en los astilleros de Gdansk. Al calor de este proceso el sindicato Solidaridad llegó a tener alrededor de 10 millones de miembros. Alrededor de Solidaridad se
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desarrollaron importantes elementos de democracia directa, si bien en su interior contaba con importante influencia la Iglesia católica, que representaba el ala procapitalista del proceso. Estaba planteada la posibilidad de separar las banderas antiburocráticas de los sectores restauracionistas para desarrollar un curso revolucionario y de independencia de clase. Pero llegado ese momento no existió ninguna dirección revolucionaria capaz de luchar por esta perspectiva, y el proceso terminó siendo derrotado por la dictadura de Jaruzelski. Quienes retomando elementos del marxismo sin embargo devaluaron el peso de los resultados de la lucha de clases para explicar la Guerra Fría se vieron en problemas a la hora de explicar la restauración capitalista de los Estados obreros burocráticos. Fred Halliday desarrolló ampliamente el concepto de “segunda Guerra Fría” para dar cuenta del período posterior al ascenso de 1969-1981, haciendo una analogía con el recrudecimiento de las tensiones entre la URSS y EE. UU. a la salida de la II Guerra Mundial. En este sentido señalaba a mediados de la década de 1980 que “parecía estar lejos un rápido final de la segunda Guerra Fría, por la sencilla razón de que persistían las causas más profundas de este desarrollo”39. Lo cierto era que limitándose a señalar el enfrentamiento entre dos sistemas antagónicos –lo cual constituía la clave de este tipo de análisis inaugurado por Deutscher– no era posible explicar el proceso que de conjunto llevó a la restauración. Lo que hubo luego de 1981 no fue una “segunda Guerra Fría” sino la realización estratégica por parte del imperialismo –a través de la ofensiva neoliberal– de la amplia victoria en la lucha de clases obtenida en la batalla que había tenido lugar en la década anterior. La burocracia, como socia menor, aprovechó la situación para apropiarse de los medios de producción en el marco de los procesos de restauración capitalista. La Restauración y la ausencia de un Estado Mayor revolucionario
El destino de la URSS y del resto de los Estados obreros deformados –a excepción de Cuba– se decidió finalmente, como señalaba Trotsky, no en los mapas de los Estados Mayores sino en el marco más amplio de los resultados finales de la lucha de clases internacional. Una vez derrotado el ascenso de la lucha de clases (1968-1981), la asunción de Reagan marcó el cierre definitivo de la etapa de la “distensión” y el pasaje del imperialismo a una política ofensiva. Esta se plasmó en un desarrollo redoblado de la carrera armamentística, la denegación de
39 Halliday, Fred, Génesis de la Segunda Guerra Fría, ob. cit., p. 243.
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cualquier ayuda económica a la URSS, y la renovada disposición a intervenciones contrarrevolucionarias en la periferia (Nicaragua, El Salvador, Guatemala) e impulsando guerras de baja intensidad para sortear el “síndrome Vietnam”. Al mismo tiempo se encaró una ofensiva sobre el proletariado de los países imperialistas que tuvo como hitos las derrotas de los controladores aéreos norteamericanos y los mineros ingleses, que marcaron el comienzo de la nueva etapa. Del lado de la URSS, tras la muerte de Brezhnev en 1982, con la asunción de Andropov comienza un interregno donde la burocracia inicia un camino de reformas parciales orientadas hacia la restauración capitalista, que recién tomarán un curso decidido bajo la dirección de Gorbachov. La implementación en 1987 de la perestroika (reestructuración) marcaba el avance hacia los mecanismos de mercado para terminar de descomponer las bases del Estado obrero degenerado. Para su implementación busca consolidar una base social entre sectores de la clase obrera y de la intelectualidad liberal a partir de la glasnost, presentada como la liberalización del sistema político. En este sentido, no pueden sonar más anacrónicas conclusiones como la que derivaba Deutscher de sus análisis, cuando sostenía en la década de 1960 que “por una ironía de la historia, los epígonos de Stalin comenzaron la liquidación del stalinismo y en consecuencia llevaron a la práctica, a pesar de sí mismos, partes del testamento político de Trotsky”. Más aún cuando agregaba que: “La historia, por lo tanto, tal vez reivindicará al Trotsky que durante doce o trece años luchó por las reformas [en la URSS] y no al Trotsky que, en los últimos cinco años de su vida, abogó por la revolución”40. Al contrario, lo que sucedió efectivamente ratificó con tiempos más largos el pronóstico de Trotsky, que sostenía que de no extenderse la revolución a los países centrales la burocracia terminaría por transformarse en agente de la restauración capitalista en la URSS. La pregunta que es necesario contestar en este punto es por qué el imperialismo pudo cosechar de la victoria obtenida en el ascenso anterior resultados tan amplios desde el punto de vista estratégico durante la década de 1980, que incluso sobrepasaron las expectativas de la administración Reagan. Como señala Gaddis, a diferencia de cualquier otra gran guerra conocida, la Guerra Fría terminó con el colapso pacífico, sin rendición necesaria, de uno de los contendientes. Efectivamente, desde el punto de vista de la lucha de clases, el avance de la ofensiva neoliberal y la
40 Deutscher, Isaac, El profeta desterrado, Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2008, p. 287.
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restauración capitalista no pueden ser comparados con derrotas heroicas del proletariado como la de la Comuna de París de 1871, sino con situaciones como la bancarrota de la II Internacional en 1914. Sobre el apoyo a la guerra imperialista por parte de los partidos de la II Internacional, como citáramos en otro capítulo, dice Trotsky: Cuando estalló la guerra, y cuando llegó el momento de la prueba histórica más grande, resultó que la organización oficial de la clase obrera actuó y reaccionó, no como la organización proletaria de combate contra el Estado burgués, sino como un órgano auxiliar de ese mismo Estado, destinado a controlar al proletariado. La clase obrera se paralizó al tener que soportar no solo todo el peso del militarismo capitalista, sino también el del aparato de su propio partido41.
Esto fue también lo que sucedió en las últimas décadas del siglo XX. Si la ofensiva neoliberal fue la “persecución” del imperialismo al proletariado luego de la derrota, sus consecuencias fueron tan amplias porque los propios “Estados Mayores” que el proletariado había reconocido como tales pasaron abiertamente al bando enemigo haciendo más onerosas las consecuencias de la derrota. Las burocracias de los Estados obreros degenerados y deformados, luego de aplastar los procesos de revolución política, se pusieron a la cabeza de la Restauración capitalista buscando apropiarse ellos mismos de los medios de producción y convirtiéndose en los implementadores de los planes del imperialismo a través del Fondo Monetario Internacional. En los países centrales, la socialdemocracia que ya había demostrado su carácter políticamente contrarrevolucionario abandonó incluso el reformismo que había sostenido en lo social para transformarse en la implementadora de las contrarreformas neoliberales. Los partidos comunistas occidentales acompañaron este curso. En este marco, los levantamientos antiburocráticos de 1989-1991 fueron desviados hacia objetivos restauracionistas. Para Deutscher, que depositaba sus esperanzas en el surgimiento de sectores progresivos de la burocracia, la fundación por parte de Trotsky de la IV Internacional había sido un contrasentido, una dilapidación sectaria de fuerzas basada en una concepción voluntarista. Según él, en este punto, a Trotsky “le falló su comprensión de la realidad. El stalinismo habría de continuar desempeñando su papel dual tanto internacional
41 Trotsky, León, “Una lenta revolución”, ob. cit., p. 86.
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como nacionalmente: habría de estimular tanto como obstruir la lucha de clases fuera de la Unión Soviética”42. Lo cierto es que la ausencia de un Estado Mayor alternativo de la clase obrera en el terreno internacional no solo impidió aprovechar los procesos revolucionarios que atravesaron al mundo entre 1968 y 1981 para crear nuevos centros de gravedad de la revolución y modificar la relación de fuerzas a favor del proletariado, sino que la falta de una dirección alternativa fue también determinante a la hora de limitar las consecuencias estratégicas de la derrota. El resultado fue una crisis generalizada del movimiento obrero con consecuencias para toda la etapa posterior. Si para explicar la Guerra Fría nos ubicamos desde el punto de vista del historiador que solo da cuenta de los resultados, como sugería Deutscher, es inevitable caer en la perplejidad de autores como Gaddis frente al colapso de la URSS sin siquiera rendición. Ni el propio Clausewitz podría explicar cómo un conflicto con “objetivos limitados” concluye con la desaparición lisa y llana de uno de los contendientes, a la manera de los más fundamentales combates “por la decisión”. Tampoco cómo el resultado final del conflicto no surgió de la sumatoria de resultados parciales, sino que el “resultado final” fue, efectivamente, el que definió toda la contienda. Solo es posible arribar a una conclusión diferente y menos “inexplicable” si partimos de situar el enfrentamiento interestatal, ideológico, y la existencia de sistemas antagónicos, en el marco más amplio de la lucha de dimensiones internacionales entre clases irreconciliables donde se obtuvieron aquellos resultados finales. Desde este punto de vista –el de la “gran estrategia” en términos del marxismo revolucionario–, el derrotero de la IV Internacional que desarrollamos en el capítulo 7, que se tradujo en la ausencia de un partido mundial de la revolución socialista durante la Guerra Fría, se transforma en un determinante de todo el período. La obra de Trotsky contiene elementos fundamentales para entender profundamente el significado de la Guerra Fría y su resultado; sin embargo, el legado del fundador del Ejército Rojo fue mucho más allá de eso. No solo concibió la teoría del desarrollo desigual y combinado y la teoría de la revolución permanente, sino que sacó la consecuencia estratégica principal: que poner en pie la IV Internacional era la tarea fundamental desde el punto de vista de la revolución, la condición necesaria para torcer el curso de la historia en la siguiente etapa. El resultado de la Guerra Fría ratifica esta conclusión como la principal de sus lecciones.
42 Deutscher, Isaac, El profeta desterrado, ob. cit., p. 200.
CAPÍTULO 9
EL ÁLGEBRA DE LA REVOLUCIÓN PERMANENTE: OBSTÁCULOS Y ESTRATEGIA
A lo largo de estas páginas hemos realizado un recorrido por algunas de las principales discusiones estratégicas que atravesaron el marxismo revolucionario durante el siglo XX. Hemos dedicado los últimos capítulos al análisis de la teoría-programa de la revolución permanente como fundamento de una “gran estrategia” del proletariado para la época imperialista, así como a las tres leyes históricas tendenciales que constituyen sus cimientos1. Las mismas, desde luego, no apuntan a un automatismo por fuera de la historia. En tanto leyes tendenciales están sujetas a contratendencias, las cuales varían de acuerdo a las diferentes etapas en las que se fue desarrollando la época imperialista. Hoy estamos ante la decadencia del orden neoliberal que marcó las últimas décadas. Al retroceso histórico de la hegemonía norteamericana se le sumó la crisis mundial capitalista abierta en 2008. La proliferación, tanto en la periferia como en los centros imperialistas, de elementos de “crisis orgánica”, de tendencias al bonapartismo, y el retorno a la escena internacional del nacionalismo de las grandes potencias como hecho fundamental, constituyen el marco de nuevos fenómenos políticos y de la lucha de clases. En este escenario, ¿qué podemos decir sobre el marco estratégico actual para la revolución permanente?, ¿cuáles son sus caracteres distintivos respecto a las etapas anteriores?, ¿qué obstáculos o contratendencias enfrenta hoy la dinámica “permanentista”? y, sobre todo, ¿qué combinaciones estratégicas son necesarias para superarlos? Desde luego se trata de preguntas abiertas. En el presente capítulo intentaremos presentar elementos para una respuesta, partiendo de analizar 1 En primer lugar, aquella que a partir de la superación del esquema de países “maduros” e “inmaduros” para la revolución proletaria lleva a la generalización de las condiciones para la hegemonía del proletariado. En segundo lugar, la que refiere al carácter “permanente” de la revolución socialista como tal, que liga la toma del poder con la serie de procesos que llevan hacia el comunismo. En tercer lugar, y vinculada a las dos anteriores, aquella ley tendencial que plantea la ligazón orgánica de la revolución nacional, internacional y mundial.
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las características del “teatro de operaciones” al que debe enfrentarse la estrategia revolucionaria. Con este objetivo retomaremos el concepto de “Estado integral” esbozado por Antonio Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel, algunas de las polémicas que lo atravesaron en la segunda mitad del siglo XX y, en especial, las más recientes elaboraciones de Fabio Frosini al respecto.
PARTE 1 ACCIÓN Y REACCIÓN: LA “AMPLIACIÓN” DEL ESTADO Clausewitz señala como elemento distintivo que … la guerra no es una función de la voluntad que se realice sobre una materia inerte como las artes mecánicas, o sobre un objetivo vivo, y, sin embargo, paciente, como el espíritu humano y el humano sentimiento de las artes ideales, sino contra uno vivo que reacciona 2.
En este juego de acción y reacción, la poderosa emergencia del movimiento obrero con sus organizaciones en el siglo XX, y especialmente el triunfo de la Revolución de Octubre, transformaron las estructuras políticas de dominación de la burguesía respecto al anterior modelo de “Estado liberal”. Para analizar estos cambios, Gramsci desarrolla la noción de “Estado integral” según su controvertida fórmula: “El Estado (en su significado integral: dictadura + hegemonía)”3, que en sus Cuadernos merecerá importantes desarrollos. Esta problemática tiene diversos puntos de contacto con las reflexiones de Trotsky. Como señala Juan Dal Maso, En las reflexiones de Trotsky, desde los años ‘20 hasta 1940, puede encontrarse la idea de un Estado “basado en algo más” que el propio aparato estatal, tanto con la “ampliación” de la represión a través de la violencia paraestatal como con la estatización de los sindicatos, que es una combinación de concesiones y represión4.
2 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 198. 3 Gramsci, Antonio, “Pasado y presente. Política y arte militar” (Q6, §155), Cuadernos de la cárcel, Tomo 3, ob. cit., p. 112. 4 Dal Maso, Juan, El marxismo de Gramsci, ob. cit., p. 61.
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Sobre los orígenes de estas transformaciones, Gramsci señala que, … el único camino para buscar el origen de la decadencia de los regímenes parlamentarios es […] investigar en la sociedad civil; y ciertamente que en este camino no se puede dejar de estudiar el fenómeno sindical; […] aquel típico por excelencia, o sea de los elementos sociales de nueva formación, que anteriormente no tenían “vela en este entierro” y que por el solo hecho de unirse modifican la estructura política de la sociedad 5.
Y agregaba: Habría que investigar cómo ha sucedido que los viejos sindicalistas sorelianos (o casi) en cierto punto se hayan convertido simplemente en asociacionistas o unionistas en general. Quizá el germen de esta decadencia estaba en el mismo Sorel; o sea en un cierto fetichismo sindical o economista6.
De esta forma, Gramsci daba cuenta de un proceso doble, donde por un lado, el desarrollo de las organizaciones obreras representa un desafío a partir del cual cambia la estructura política y, por otro lado, dentro de este cambio de estructura “el fetichismo sindical o economicista” plantea en germen la decadencia posterior del “unionismo en general”. Esta temática representa un punto de convergencia con los desarrollos de Trotsky, para quien: … en la época actual, los sindicatos no pueden ser simples órganos democráticos como en la época del capitalismo librecambista y ya no pueden permanecer por mucho tiempo políticamente neutrales, o sea, limitarse a la defensa de los intereses cotidianos de la clase obrera. No pueden ser por mucho tiempo más anarquistas, es decir, ignorar la influencia decisiva del Estado en la vida del pueblo y de las clases7.
Tanto la “modificación de la estructura política de la sociedad” señalada por Gramsci, que implica el desarrollo a gran escala de las organizaciones del movimiento obrero, así como la “influencia decisiva del Estado en la vida del pueblo y de las clases” de la que habla Trotsky, plantean una misma cuestión que se convierte en central para la comprensión de
5 Gramsci, Antonio, “Maquiavelo” (Q15, §47), Cuadernos de la cárcel, Tomo 5, ob. cit., p. 220. 6 Ídem. 7 Trotsky, León, “Los sindicatos en la época de la decadencia imperialista”, Los sindicatos y las tareas de los revolucionarios, ob. cit., p. 128.
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la época imperialista: la estatización/burocratización de las organizaciones del movimiento obrero como respuesta a la expansión sin precedentes de las mismas8. Estos procesos dieron un salto espectacular luego de la II Guerra Mundial. Ya desde la década de 1930 tanto el autor de los Cuadernos como Trotsky analizaron la necesidad que tenía el capitalismo de una amplia reconfiguración para contrarrestar su crisis. Ambos vieron en el fascismo y en el “americanismo/fordismo” dos respuestas para ello. A este último, Gramsci lo abordaría con el concepto de “revolución pasiva”9, una “revolución-restauración”10 donde solo el último momento es válido, y se preguntaría si el fascismo podría constituir también una “revolución pasiva” introduciendo modificaciones profundas en la estructura económica (sin tocar la apropiación privada) por medio de la organización corporativa11. Ahora bien, el concepto de “revolución pasiva” según la formulación de Gramsci, si bien comprende el momento represivo, persigue como elemento determinante “reducir la dialéctica a puro proceso de evolución, reformista”12. En este sentido, aunque Gramsci anticipa muchos de los aspectos de lo que será la hegemonía norteamericana en la segunda mitad del siglo XX, Trotsky logró captar mejor esta dinámica, que finalmente fue 8 No se trata desde luego de una problemática exclusiva del marxismo. También desde el punto de vista de la burguesía y las clases dominantes, tanto Max Weber como Carl Schmitt tendrán muy presente este mismo proceso en sus elaboraciones frente al vertiginoso desarrollo de la socialdemocracia, la Revolución rusa y la propia revolución en Alemania. En ellos podemos encontrar dos respuestas al desafío planteado por el movimiento obrero. En el caso de Weber, mostraba especiales expectativas en que la socialdemocracia, en su carácter de representante de los sectores más privilegiados de la clase obrera, se mantuviera “leal” al Estado alemán a la salida de la guerra, oponiéndose a la revolución (para un análisis sobre los desarrollos de Weber en este punto ver Castillo, Christian y Albamonte, Emilio, “Imperialismo y degradación de la democracia burguesa”, ob. cit.). En el caso de Schmitt, considera que la existencia dentro del Estado de “asociaciones poderosas” y “la organización política del proletariado y su fuerza antagónica” (Schmitt, Carl, La dictadura, Madrid, Alianza Editorial, 2003, p. 262) ponen en peligro la unidad misma del Estado que la teoría liberal daba por sentada. De ahí que concluye el carácter deficiente de la figura del “estado de sitio” limitado y exige la restauración de la dictadura como herramienta estatal legítima (cfr. Ananiadis, Grigoris, “Carl Schmitt y Max Adler: lo irreconciliable de la política y la democracia”, en Mouffe, Chantal (comp.), El desafío de Carl Schmitt, Buenos Aires, Prometeo, 2011, p. 193). 9 Para un análisis del concepto en la obra de Gramsci ver Dal Maso, Juan, El marxismo de Gramsci, ob. cit., pp. 75 y ss. 10 Ver Gramsci, Antonio, “Los orígenes ‘nacionales’ del historicismo crociano” (Q10, §41), Cuadernos de la cárcel, Tomo 4, ob. cit., p. 205. 11 Cfr. Gramsci, Antonio, “Paradigmas de la historia ético-política” (Q10, §9), Cuadernos de la cárcel, Tomo 4, ob. cit., p. 129. 12 Gramsci, Antonio, Q10 §41, Cuadernos de la cárcel, Tomo 4, México, Era, 1986, p. 207.
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la que se dio: para imponerse, el “americanismo” debía hacerlo a expensas de Europa, y eso necesariamente planteaba como condición una nueva guerra mundial. Con un capitalismo en declinación, solo la destrucción masiva de fuerzas productivas, la redefinición de las relaciones interimperialistas y la derrota de la revolución posibilitarían nuevos procesos de “revolución pasiva”. En las nuevas condiciones creadas luego de la guerra y para contener la revolución se desplegaron, con el llamado “Estado de bienestar keynesiano”, nuevas bases para el reformismo en los países centrales. Por su parte, en la periferia se ensayó un proceso de “descolonización” desde arriba, que sin embargo falló en contener la revolución anticolonial. Estos dos procesos, junto con la expropiación de la burguesía “desde arriba” en los países de Europa del Este bajo la ocupación del Ejército Rojo, fueron componentes de una respuesta al ascenso de la inmediata segunda posguerra, que configuraron una “revolución pasiva” a gran escala13. Tanto en los países imperialistas como en la periferia semicolonial tuvo lugar una “ampliación” del Estado con sus procesos de estatización de las organizaciones de masas y proliferación de la burocracia. Esta última fue mucho más allá de todo lo visto en la primera parte del siglo XX. También se dio un desarrollo sin precedentes de la burocracia al otro lado de la “Cortina de Hierro”, tanto por la consolidación del Kremlin como por los nuevos Estados obreros que nacieron deformados burocráticamente (en Europa del Este y a partir de las revoluciones triunfantes en Yugoslavia, China, Indochina y posteriormente Cuba). La ocupación completa del terreno
En aquel contexto, no es casual que la problemática del “Estado integral” en términos genéricos haya sido un tema recurrente en los debates de teoría política (especialmente desde finales de la década de 1960), referenciados directa o indirectamente en las elaboraciones de Antonio Gramsci. Las elaboraciones de Louis Althusser sobre los “aparatos ideológicos del Estado”14; las críticas de Perry Anderson; los desarrollos de Nicos Poulantzas; la reformulación de Christine Buci-Glucksmann de la 13 Ver Romano, Manolo y Albamonte, Emilio, “Trotsky y Gramsci. Convergencias y divergencias”, ob. cit. 14 Althusser ve en Gramsci al único que avanzó en la dirección que él se propuso tomar, aunque (siempre según Althusser) mientras que los “aparatos” se definen en Gramsci “por su resultado” –la hegemonía–, la novedad que él se atribuye es definirlos por sus “causas motoras” –la ideología–. Ver Althusser, Louis, Marx dentro de sus límites, Madrid, Akal, 2003. También, Althusser, Louis, Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Freud y Lacan, Buenos Aires, Nueva Visión, 2003.
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temática del “Estado integral” en términos de “Estado ampliado”; las apropiaciones en América Latina como la de Juan Carlos Portantiero15; entre otras16. En el capítulo 4 de este libro hemos realizado un contrapunto con Peter Thomas, que es uno de los autores que recientemente ha desarrollado una interpretación de la temática del “Estado integral”. Aquí nos detendremos en algunos aspectos de la obra de Fabio Frosini, autor de La religione dell’uomo moderno. Politica e verità nei Quaderni del carcere di Antonio Gramsci, que en este y otros trabajos desarrolla una interesante aproximación al tema. La crisis del Estado liberal –señala Frosini– marca una tendencia general. Según Gramsci, el mismo desarrollo y expansión de la hegemonía burguesa a lo largo del siglo XIX “empuja” hacia la emergencia de otro tipo de política y, por ende, de Estado, dentro de la “envoltura” del Estado liberal. La envoltura –aunque pasiva– de las masas populares en la esfera estatal “despierta” la posibilidad de que estas masas se organicen de manera autónoma, “sindical”17.
En términos conceptuales, la constitución del Estado como representante del “interés general” con individuos-ciudadanos, formalmente “iguales y libres”, desterraba las antiguas corporaciones y pasaba a hacer abstracción de cualquier determinación de clase social. Este “Estado abstracto”, al decir de Marx18, surgido de la separación entre “sociedad política” y “sociedad civil”, crea nuevas condiciones –el espacio– para el desarrollo de la organización obrera. Como señala Gramsci, El Estado moderno sustituye al bloque mecánico de los grupos sociales con su subordinación a la hegemonía activa del grupo dirigente y dominante, 15 Ver Anderson, Perry, Las antinomias de Antonio Gramsci, ob. cit. Poulantzas, Nicos, Estado, poder y socialismo, ob. cit., también, Poulantzas, Nicos, Fascismo y dictadura. La Tercera Internacional frente al fascismo, Madrid, Siglo XXI, 1976. Buci-Glucksmann, Christine, Gramsci y el Estado: hacia una teoría materialista de la filosofía, ob. cit. Portantiero, Juan Carlos, Los usos de Gramsci, Buenos Aires, Grijalbo, 1999. 16 Como señala Dal Maso, todas estas interpretaciones y “usos”, en cada caso, estuvieron mediatizados por los respectivos contextos políticos y las estrategias sostenidas por los diferentes autores, ya sea los marcos del “eurocomunismo” en Europa o la “restauración democrática” en América Latina. 17 Frosini, Fabio, “Historia, crisis y revolución en Gramsci”, Academia, consultado el 5/9/2017 en: https://www.academia.edu/33794882/Frosini_2017_Historia_crisis_y_revoluci%C3%B3n_en_Gramsci 18 Ver Marx, Karl, “Sobre la cuestión judía” en Bauer, Bruno y Marx, Karl, La cuestión judía, Barcelona, Anthropos Editorial, 2009.
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por consiguiente deroga algunas autonomías que sin embargo renacen en otra forma, como partidos, sindicatos, asociaciones de cultura19.
En el mismo sentido, señalábamos en el capítulo 4, Trotsky veía en estas instituciones “elementos de democracia proletaria” que la clase obrera desarrollaba, a través de su lucha, en la sociedad burguesa20. Hemos abordado aspectos de este tipo de evolución en nuestro primer capítulo en torno a la socialdemocracia alemana, que en el Estado burguésjunker (que aunque lejos del modelo de “Estado moderno”, contenía características importantes de un régimen democrático burgués) se valió de las libertades civiles que existían, de las elecciones y el parlamento, para desarrollar al Partido Socialdemócrata y los Sindicatos Libres. En términos políticos, la “ampliación” del Estado hacia la “sociedad civil” es en gran parte la respuesta a estos procesos, que entre otras cosas hacen totalmente insuficientes los métodos del “parlamentarismo” propiamente dicho como instrumento para sostener la hegemonía burguesa. Como sugiere Frosini en su interpretación de Gramsci, la burguesía avanza contra la separación entre “sociedad civil” y “Estado de derecho” en la búsqueda de su hegemonía: “no se limita a buscar el consenso desde el exterior, de forma esporádica, sino que lo ‘organiza’, educándolo ‘con las asociaciones políticas y sindicales, que sin embargo son organismos privados, dejados a la iniciativa privada de la clase dirigente’”21. En la post II Guerra, el ejemplo paradigmático equiparable a la socialdemocracia alemana de principios del siglo XX fue el Partido Comunista italiano, el más importante de Occidente en ese entonces, con sus dos millones de afiliados, su peso decisivo en la CGIL (Confederazione Generale Italiana del Lavoro) y una base electoral de entre el 20 % y el 30 % de los votantes. Sin embargo, a diferencia del Partido Socialdemócrata de Alemania, no era hijo de un novedoso desarrollo objetivo (y evolutivo) de un joven proletariado, sino que había conquistado sus nuevas fuerzas durante el proceso revolucionario de la posguerra en Italia. Su estructura burocrática (stalinista) antecedió al auge de masas de la organización.
19 Gramsci, Antonio, “Algunas notas generales sobre el desarrollo histórico de los grupos sociales subalternos en la Edad Media y en Roma” (Q25, §4), Cuadernos de la cárcel, Tomo 6, México, Era, 2000, pp. 181-182. 20 Cfr. Trotsky, León, “El Frente Único defensivo (Carta a un obrero socialdemócrata)”, ob. cit., pp. 315-316. 21 Frosini, Fabio, La religione dell’uomo moderno. Politica e verità nei Quaderni del carcere di Antonio Gramsci, Roma, Carocci editore, 2010, p. 299. La cita de Gramsci fue tomada directamente de la versión castellana: Gramsci, Antonio, “Hegel y el asociacionismo” (Q1, §47), Cuadernos de la cárcel, Tomo 1, ob. cit., p. 122.
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Más allá incluso de los partidos obreros reformistas, en esta tarea de “organizar” el consenso, uno de los grandes logros de la burguesía fue (y es) la estatización de los sindicatos, las organizaciones obreras existentes más extendidas hasta la actualidad. Sobre este fenómeno, señala Trotsky que: Hay una característica común en el desarrollo, o para ser más exactos, en la degeneración de las modernas organizaciones sindicales de todo el mundo; su acercamiento y su integración al poder estatal. Este proceso es igualmente característico de los sindicatos neutrales, socialdemócratas, comunistas y anarquistas. Este solo hecho demuestra que la tendencia a integrarse al Estado no es propia de tal o cual doctrina sino que proviene de las condiciones sociales comunes para todos los sindicatos22.
La burocracia obrera ha sido (y es) el destacamento de avanzada para “organizar” la hegemonía de la burguesía en las organizaciones del proletariado. Este objetivo es perseguido tanto con medios ideológicos como coercitivos en diferentes tipos de combinaciones, según el caso. El capitalismo monopolista –dice Trotsky– cada vez está menos dispuesto a admitir sobre nuevas bases la independencia de los sindicatos. Exige que la burocracia reformista y la aristocracia obrera, que picotean las migajas que caen de su mesa, se transformen en su policía política a los ojos de la clase obrera 23.
Gramsci abordó en términos similares la cuestión. La burguesía había logrado conquistar un “conjunto de las fuerzas organizadas por el Estado y por los particulares para tutelar el dominio político y económico de las clases dirigentes”, y agregaba que por este motivo “partidos ‘políticos’ enteros y otras organizaciones económicas o de otro género deben ser considerados organismos de policía política, de carácter investigativo y preventivo”24. Ahora bien, la relación entre el Estado y estas burocracias no implica que estas últimas estén compuestas por funcionarios estatales directos. El mecanismo privilegiado, que Gramsci ubica justamente “entre el consenso
22 Trotsky, León, “Los sindicatos en la época de la decadencia imperialista”, ob. cit., p. 126. 23 Ibídem, p. 129. 24 Gramsci, Antonio, “El cesarismo” (Q13, §27), ob. cit., p. 66.
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y la fuerza”, es la “corrupción-fraude”25. Es más, el autor de los Cuadernos plantea que basta una … identificación orgánica entre individuos (de un determinado grupo) y Estado, para el cual “todo individuo es un funcionario” no en cuanto empleado a sueldo del Estado y sometido al control “jerárquico” de la burocracia estatal, sino en cuanto que “actuando espontáneamente” su actividad se identifica con los fines del Estado26.
Es decir, no se trata de que cada burócrata como individuo sea funcionario del Estado, aunque desde ya esto puede suceder; basta con aquella identificación con los intereses del Estado burgués que se plasma en determinado “actuar espontáneo”. Esto abre, desde luego, todo un degradé de categorías diversas de burocracias, más o menos venales, más o menos “espontáneas”, que ofician, cada una a su manera, de avanzada del Estado en las organizaciones del movimiento obrero, para que este no desafíe la hegemonía burguesa. De conjunto la burocracia es la pieza clave en el fenómeno de estatización de los sindicatos, los cuales, por su peso estructural desde el punto de vista de la relación salarial y la producción capitalista, son fundamentales en aquel proceso de “organización” del consenso. Con sus particularidades, este fenómeno se extendió a otros tipos de organizaciones y movimientos durante la segunda mitad del siglo XX; por ejemplo, al interior del movimiento estudiantil (amplificado por el desarrollo de las universidades de masas), o de los movimientos por los derechos civiles luego que tuvieron su gran auge en las décadas de 1950 y 1960, o a los llamados “movimientos sociales”. Considerando los señalamientos de Frosini cuando retoma a Gramsci, podríamos decir que se trata de una … sociedad completamente organizada y estructurada, aunque no como un hecho sociológico (como si fuese una suerte de destino evolutivo de la sociedad “compleja”), sino como la sedimentación de una estrategia política que él [Gramsci] llama revolución pasiva, consistente en “ocupar” el espacio político anteriormente dejado desprotegido por el liberalismo 27.
25 Gramsci, Antonio, “El jacobinismo al revés de Charles Maurras” (Q1, §48), ob. cit., p. 124. 26 Gramsci, Antonio, “Nociones enciclopédicas y temas de cultura. La iniciativa individual” (Q8, §142), Cuadernos de la cárcel, Tomo 3, ob. cit., p. 289. 27 Frosini, Fabio, La religione dell’uomo moderno. Politica e verità nei Quaderni del carcere di Antonio Gramsci, ob. cit., p. 307.
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Es en este espacio completamente ocupado donde la estrategia desarrolla su trabajo de articulación de volúmenes de fuerza para la revolución. Las fronteras del “Estado integral”
El avance de la burguesía en “organizar el consenso”, la “ocupación” de todo el espacio político-social, plantea al movimiento obrero la necesidad de abrirse paso en un combate constante incluso al interior de sus propias organizaciones estatizadas. Ahora bien, ¿son parte del Estado aquellas organizaciones? Más en general, ¿cuál es el límite de un concepto de Estado en su sentido “integral”? La respuesta ha sido motivo de múltiples polémicas. Las elaboraciones de Louis Althusser de finales de la década de 1960 en torno a los “aparatos ideológicos del Estado” son una de las expresiones más radicales del carácter inclusivo del concepto de Estado: “las Iglesias, los partidos, los sindicatos, las familias, algunas escuelas, la mayoría de los diarios, las instituciones culturales, etc., etc.”28, son para él “aparatos ideológicos del Estado”. Y agrega: “Poco importa si las instituciones que los materializan son ‘públicas’ o ‘privadas’; lo que importa es su funcionamiento. Las instituciones privadas pueden ‘funcionar’ perfectamente como aparatos ideológicos de Estado”29. A pesar de la discutible solidez de estos planteos de Althusser, tomados en serio llevan a dos cursos alternativos. El primero nos da una imagen de un Estado omnipotente frente al cual solo resta algún tipo de radicalismo pasivo o, como le criticara Perry Anderson, a una indistinción entre la democracia burguesa y el fascismo como formas de dominación. El segundo nos muestra un aparato del Estado que podría ser conquistado gradualmente “por partes”, según los diferentes “aparatos” en los que se divide; entre ellos, según Althusser, los propios sindicatos. Gramsci desarrolla una aproximación mucho más matizada a la relación entre Estado y “sociedad civil”. Como señala Frosini: Gramsci toma posición contra cualquier separación liberal entre Estado y sociedad, entre público y privado, entre derecho y moral, pero también contra la identificación “frenética” de los dos planos, como es el caso en la teoría del Estado totalitario de Gentile30.
28 Althusser, Louis, Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Freud y Lacan, ob. cit., p. 25. 29 Ibídem, p. 26. 30 Frosini, Fabio, La religione dell’uomo moderno. Politica e verità nei Quaderni del carcere di Antonio Gramsci, ob. cit., p. 301.
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Efectivamente, el autor de los Cuadernos plantea la idea de una “identidad-distinción entre sociedad civil y sociedad política”31. En el caso de las organizaciones de las clases “subalternas” y en particular de los sindicatos que están estatizados, la “identidad-distinción” se expresa en que por un lado, en tanto y en cuanto están dirigidos por la burocracia, sirven a los fines del Estado, pero por otro lado, en tanto que representan “elementos de democracia obrera” (Trotsky) que el proletariado ha conquistado en la sociedad burguesa, pueden ser recuperados por los trabajadores y servir para fines revolucionarios. Los sindicatos de nuestra época –dice Trotsky– pueden o bien servir como herramientas secundarias del capitalismo imperialista para subordinar y disciplinar a los obreros e impedir la revolución, o bien por el contrario, convertirse en las herramientas del movimiento revolucionario del proletariado. La neutralidad de los sindicatos es total e irreversiblemente cosa del pasado. Ha desaparecido junto con la libre democracia burguesa32.
Es decir, la “ampliación” del Estado no elimina la posibilidad de que haya sindicatos no estatizados (como si todos, siguiendo a Althusser, fuesen simplemente “aparatos” del Estado); los sindicatos pueden ser recuperados de las manos de la burocracia. Lo que desaparece es la posibilidad de que se mantengan en el tiempo como “neutrales” (ni estatizados ni revolucionarios), justamente porque el Estado y la burguesía actúan en su interior. Una versión más sutil que aquella de Althusser desarrolla Nicos Poulantzas. La misma no ha dejado de concitar adhesiones hasta la actualidad, entra las que se encuentra la de Stathis Kouvelakis, con quien hemos polemizado en el prólogo. Sin adoptar directamente el concepto de “Estado integral”, Poulantzas elaboró una visión “ampliada” del Estado33 y sostuvo que el Estado en su sentido amplio (más allá del “espacio físico del Estado”) podía ser considerado como “el terreno de un campo estratégico”34. 31 Gramsci, Antonio, “Nociones enciclopédicas y temas de cultura. La iniciativa individual” (Q8, §142), ob. cit., p. 289. 32 Trotsky, León, “Los sindicatos en la época de la decadencia imperialista”, ob. cit., p. 128. 33 Peter Thomas compara el concepto de “Estado integral” de Gramsci con el de Poulantzas. Ver Thomas, Peter, “Voies démocratiques vers le socialisme. Le retour de la question stratégique”, Contretemps nº 8, diciembre 2010. Para un análisis ver Varela, Paula y Gutiérrez, Gastón, “Poulantzas: la estrategia de la izquierda hacia el Estado”, ob. cit. 34 Ver entrevista a Nicos Poulantzas por Henri Weber, “L’État et la transition au socialisme”, en Critique Communiste N.° 16, junio de 1977.
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Esta visión del Estado burgués como un terreno en el cual se disputa estratégicamente va de la mano con su conocida sentencia según la cual el Estado debe considerarse como “la condensación material de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase, tal como se expresa, siempre de forma específica, en el seno del Estado”35. Ahora bien, si el Estado capitalista (no el gobierno, ni siquiera el régimen) fuera una condensación de la relación de fuerzas no sería necesaria una revolución para que la clase obrera llegue al poder, siempre y cuando conquiste una relación de fuerzas suficientemente favorable. Desde el punto de vista estratégico, una aproximación conceptual donde el Estado se amplía al punto de que la relación de fuerzas se expresa en su interior y el Estado mismo se convierte en terreno estratégico tiene implicancias cruciales. La más fundamental es que desaparece la necesidad del pasaje a la ofensiva estratégica del proletariado y, con ella, lógicamente, también la insurrección. La acumulación de fuerzas es concebida en los marcos del régimen en vez de ser forjada para el combate. Sin embargo, como fuimos desarrollando, no se trata de que el Estado capitalista “en su sentido amplio” se haya convertido en el terreno estratégico de disputa. Más precisamente podríamos decir que ante el desafío de la organización obrera que “ocupa” un mayor territorio político-social, la burguesía a través de su Estado ha salido a combatir “afuera”, más allá del teatro de operaciones “público”, para pelear en el interior de las propias organizaciones del proletariado (y de otros “movimientos”), contando con la burocracia como su avanzada en esta lucha. Es decir, son las organizaciones del movimiento obrero las que han devenido campos de batalla. Como resultado de la “condensación de la relación de fuerzas” en el Estado burgués solo pueden surgir “gobiernos de izquierda” para salvar al capitalismo. Durante el ascenso de la década de 1970, el “eurocomunismo” desarrollado por los partidos comunistas europeos luego de la derrota de la Revolución de los Claveles en Portugal fue la expresión más acabada de aquella estrategia, que ha sido revivida en múltiples oportunidades hasta la actualidad.
35 Poulantzas, Nicos, Estado, poder y socialismo, ob. cit., p. 154.
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PARTE 2 ESCENARIOS ESTRATÉGICOS DE UNA NUEVA ETAPA La confirmación histórica a gran escala de que las propias organizaciones del movimiento obrero se habían convertido en terreno de combate decisivo vino de la mano de la ofensiva imperialista global conocida como “neoliberalismo” y la restauración del capitalismo en los Estados obreros burocráticos en las últimas décadas del siglo XX36. Como desarrollamos en el capítulo 8, lo que era presentado como un conflicto interestatal “con objetivos limitados” (Guerra Fría) fue en realidad un conflicto “por la decisión” en el terreno mucho más amplio de la lucha de clases internacional. Esto vino a chocar con la idea del marco estratégico que se había forjado en la posguerra por fuera del trabajo de la estrategia, según la cual el socialismo se extendía mediante “revoluciones cualquiera” con “direcciones cualquiera”. Si Walter Benjamin decía en las vísperas de la II Guerra Mundial, que “no hay otra cosa que haya corrompido más a la clase trabajadora alemana que la idea de que ella nada con la corriente”37, algo análogo podríamos decir de la posguerra. Nada contribuyó más a la degeneración “centrista” del marxismo revolucionario que la idea de que nadaba con la corriente mientras el mapa se iba pintando de rojo. En la izquierda en general, incluidas las propias corrientes del trotskismo, el avance reformista de la clase obrera en los países centrales, el desarrollo de los nacionalismos burgueses y pequeñoburgueses en las colonias y semicolonias y, sobre todo, la sucesión de revoluciones triunfantes con direcciones pequeñoburguesas o stalinistas que avanzaron, en condiciones excepcionales, hacia la expropiación de la burguesía, creó la ilusión del avance constante al socialismo. Sin embargo, parafraseando a Clausewitz, no fue “la sumatoria de resultados parciales” lo que definió la etapa, sino “el resultado final” del conflicto de conjunto. En los Estados obreros deformados y degenerados, las burocracias gobernantes no solo se pusieron –como había anticipado 36 Esta avanzada reaccionaria se expresó en un primer momento en los países imperialistas a partir de la llegada de Reagan al gobierno en EE. UU. y de Thatcher al de Gran Bretaña, mediante la implementación de toda una serie de “contrarreformas” económicas, sociales y políticas, con el objetivo revertir las conquistas obtenidas por el movimiento obrero durante los años del boom de posguerra (en seguridad social, servicios públicos, condiciones de vida y de trabajo) bajo las banderas del libre mercado, para garantizar las ganancias capitalistas. Luego se extendió a los países semicoloniales mediante el llamado “Consenso de Washington” y tuvo su expresión en los ex Estados obreros burocratizados de la mano de la restauración del capitalismo aunque, como veremos, con diferentes consecuencias en la URSS que en China. 37 Benjamin, Walter, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, ob. cit., p. 46 [el destacado es del original].
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Trotsky– a la cabeza de la restauración y se transformaron en capitalistas, sino que fueron, en muchos casos, las implementadoras de los planes del Fondo Monetario Internacional. En los Estados capitalistas la socialdemocracia, que a partir del estallido de la I Guerra Mundial había demostrado en repetidas oportunidades su carácter políticamente contrarrevolucionario pero había mantenido un papel reformista en lo social, se transformó en agente directo de la ofensiva burguesa como implementadora de las contrarreformas neoliberales. Los partidos comunistas siguieron un curso parecido, siendo parte en varias oportunidades de gobiernos “social-liberales” en alianza con la socialdemocracia. Las consecuencias fueron decisivas para la relación de fuerzas a escala global. Se trató de un proceso que, en muchos sentidos, fue a la revolución proletaria lo que la Restauración borbónica38 de 1814 fue a la gran Revolución francesa. Sin embargo, la “Restauración burguesa”, a diferencia de aquella de 1814, no estuvo acompañada de una derrota militar de las características de Waterloo sino que fue garantizada “desde adentro”. No tuvo el heroísmo de la derrota histórica sufrida por el proletariado en la Comuna de París que batalló a muerte contra el ejército francés apoyado por el ejército prusiano, y que sirvió de ejemplo e inspiración para los revolucionarios del siglo XX, a pesar de tener como consecuencia inmediata la ausencia de revoluciones por más de treinta años. Al contrario, durante la ofensiva neoliberal, los trabajadores vieron cómo sus propias organizaciones se les volvían en contra. Las contradicciones del proceso de “Restauración burguesa”
Daniel Bensaïd, partiendo de la comparación con la Restauración borbónica realizada por Alain Badiou39, hace referencia a la amplitud del proceso: “no a la restauración puramente económica de las ‘leyes de mercado’” sino “a la Restauración mayúscula, en toda la línea”40. Sin embargo, el gran límite de la analogía que Bensaïd no señala es que, a diferencia de 1814 (que significó el fin del ciclo de las revoluciones burguesas), la etapa que se abría en la década de 1980 no concluyó con la época de la revolución proletaria.
38 La misma da lugar a la implantación de un neoabsolutismo y a la conformación de la Santa Alianza. 39 Ver Badiou, Alain, De un desastre oscuro, Buenos Aires, Amorrortu, 2006. 40 Bensaïd, Daniel, “Le grand Karl est mort?”, Le Site Daniel Bensaïd, consultado el 5/3/2017 en: http://danielbensaid.org/Le-grand-Karl-est-mort?lang=fr.
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El fin del ciclo de las revoluciones burguesas no se debió al desafío de las fuerzas feudales sino a las consecuencias del desarrollo del propio capitalismo y, en primer lugar, al surgimiento del proletariado como nuevo actor independiente a partir de 1848. Por su parte, la “Restauración burguesa”, contradictoriamente, llevó a la mayor expansión global de la clase trabajadora en términos objetivos de toda la historia. Esto se debe en gran medida a la diferente evolución de la restauración capitalista en China si la comparamos por ejemplo con la URSS. Mientras que en la URSS tuvo el efecto devastador de una guerra (como quedó plasmado en la regresión de sus índices socioeconómicos), en China, sobre la base de la unidad nacional conquistada por la revolución de 1949 y los “beneficios” del atraso, llevó a un desarrollo industrial sin precedentes, motorizado esencialmente por la penetración del capital financiero internacional, directamente o a través del Estado, que desarrolló exponencialmente las filas de la clase obrera (hoy más de 400 millones de trabajadores urbanos). Durante la década de 1990, con la restauración capitalista, China, Rusia y los Estados del Este europeo (junto con la India) aportaron 1 470 millones de nuevos obreros al mercado mundial que duplicaron a la fuerza de trabajo de la que disponía el capital, el cual, excluyendo esos países, contaba con 1 460 millones41. De conjunto, las relaciones de explotación capitalista se extendieron como nunca antes, subsumiendo las más variadas actividades humanas. Hoy, por primera vez en la historia, los trabajadores asalariados, junto con los semiproletarios, constituyen la mayoría de la población mundial. Este crecimiento ha modificado la fisonomía de la clase trabajadora, con una presencia mayor del sector servicios (incluyendo transporte, logística, actividades que hacen a la circulación del capital) y con un menor peso relativo del proletariado industrial en comparación con la primera parte del siglo XX42. 41 Freeman, Richard, “China, India and the doubling of the global labor force: who pays the price of globalization?”, The Globalist, 03/06/2005. 42 Este elemento se da a la par de la persistencia del mismo porcentaje de su participación en términos globales promedio, aunque con un importante proceso de relocalización. Según la Organización Internacional del Trabajo, “como porcentaje del empleo total [mundial, N. de R.], representaba aproximadamente 21 % tanto en 1995 como en 2005. Esta falta de variación oculta un descenso en la proporción del empleo industrial en el empleo total del 28,7 % en 1995 al 24,8 % en 2005 en varios países industrializados y un aumento en la proporción en algunos de los países en desarrollo más grandes. En todos los países en desarrollo la proporción del empleo industrial en el empleo total aumentó del 19,4 % en 1995 al 20,2 % en 2005. Un reducido número de países experimentó un aumento importante en el empleo total en la industria y un aumento en la proporción del empleo en la industria en relación con el empleo total durante el mismo período. Entre estos países figuran: Brasil, China, Indonesia, México,
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Pero este vertiginoso aumento de la clase trabajadora ha venido acompañado de una fragmentación sociopolítica de sus filas de proporciones también históricas43. A la profundización de la tradicional división impuesta por el capital entre la clase obrera de los países imperialistas y la periferia se le sumaron otras que dieron lugar, junto con la proliferación de desocupados permanentes, al surgimiento de trabajadores “de segunda” (contratos a término, subcontratados por empresas “tercerizadas”, trabajadores sin contrato legal, fuera de convenio colectivo, “sin papeles”, o diferentes combinaciones de estos), que conforman casi la mitad de la clase trabajadora mundial44; en contraste con el sector de la clase obrera “registrada” legalmente, sindicalizada, con salarios y condiciones de trabajo superiores a la media. También por primera vez en la historia la población urbana superó a la población rural. Sin embargo, este proceso de urbanización estuvo lejos de ser homogéneo. El capitalismo fue incapaz de proletarizar al conjunto de las grandes masas que afluyeron a las ciudades, generando simultáneamente enormes ejércitos de desocupados, amplios procesos de descomposición social. Junto con esto, emergió lo que Mike Davis llamó “el planeta de los slums”45, en referencia a las “villas miseria” o favelas que albergan en el mundo a más de mil millones de personas; alrededor de un sexto de la población mundial. Es decir, procesos de semiproletarización, ruina de viejos sectores medios y campesinos emigrados, incluyendo un amplio lumpenproletariado. De la mano de estos cambios, como señalábamos en el capítulo 1, la cuestión de los movimientos urbanos pasó a primer plano incluso en la periferia,
Pakistán, Federación de Rusia, Sudáfrica, Turquía, Tailandia y Vietnam” (OIT, “Cambios en el mundo del trabajo”, 95.a Conferencia Internacional del Trabajo, Ginebra, 2006). Ver Bach, Paula, “¿Fin del trabajo o fetichismo de la robótica?”, Ideas de Izquierda N.° 39, julio 2017. 43 El aumento de las filas de la clase obrera, combinado con una nueva división mundial del trabajo, incorporando a la producción manufacturera internacional a países de la periferia valiéndose de la explotación intensiva de fuerza de trabajo y con el avance en la integración de un mercado de trabajo mundial, fueron utilizados para el acrecentamiento de la competencia entre los trabajadores y como base para aumentar la plusvalía absoluta obtenida por el capital y así sostener la tasa de ganancia; aunque con el límite de una débil acumulación de capital de conjunto durante décadas (Ver Bach, Paula, “Estancamiento secular, fundamentos y dinámica de la crisis”, Estrategia Internacional N.º 29, enero 2016). 44 Según la OIT, para finales de 2009 el 45,6 % de los trabajadores del mundo viven en la pobreza con menos de 2 dólares al día. Cerca de la mitad de los trabajadores del mundo cuentan con un empleo precario (“vulnerable employment”). International Labour Organization, Global employment trends, Ginebra, enero 2010. 45 Ver Davis, Mike, El planeta de ciudades miseria, ob. cit.
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a diferencia de gran parte del siglo XX en que el problema campesino era el centro excluyente en las semicolonias y colonias, mientras que el peso de la pequeñoburguesía urbana era decisivo solo en un puñado de países imperialistas. La urbanización capitalista trasladó en buena medida el problema de la tierra a las ciudades, aunque desde luego sigue subsistiendo como problema central la alianza con el campesinado en muchos países, entre ellos, nada menos que en China y la India. La generalización de los slums ha dado lugar al desarrollo de amplios movimientos por la vivienda compuestos en la mayoría de los casos por trabajadores asalariados o desocupados. También se han desarrollado movimientos policlasistas como aquellos en torno a cuestiones como el transporte urbano o los movimientos ecologistas, los cuales se suman a movimientos urbanos ya existentes, como el estudiantil. También el movimiento de mujeres, de larga tradición, que en la actualidad ha vuelto a emerger como poderoso movimiento de masas, o el movimiento negro en países clave como EE. UU., o los movimientos de inmigrantes, entre otros. En la mayoría de los casos estos movimientos, aunque policlasistas, no son “externos” a la clase trabajadora: el movimiento de mujeres se superpone ampliamente con un movimiento obrero que se ha “feminizado” exponencialmente, lo mismo el movimiento negro o los movimientos de inmigrantes respecto a amplios sectores de los más explotados del proletariado. Pero también los movimientos por la vivienda, por el transporte, entre otros, cuando se hacen de masas, cuentan con un gran componente de asalariados en sus filas, abordando problemáticas que afectan intereses inmediatos de la clase trabajadora. En síntesis, la etapa de la “Restauración burguesa” modificó en gran medida el escenario que marcó buena parte del siglo XX, dando más poder en la estructura socio-económica a la clase trabajadora urbana a nivel mundial pero complejizando en el mismo acto muchos de los problemas de estrategia revolucionaria. La clase obrera se extendió como nunca antes, pero se hizo mucho más heterogénea y sufrió un amplio proceso de fragmentación, todo ello en el marco de una crisis de subjetividad producto, en gran parte, de la derrota “desde adentro” encabezada por las diferentes burocracias obreras. La urbanización chocó con la limitada capacidad del capitalismo de proletarizar los contingentes masivos que afluyeron hacia ellas. Sin embargo, acercó a los aliados de la clase obrera a las ciudades, hizo sus fronteras mucho más permeables, con el doble efecto de poner a la clase trabajadora bajo una mayor influencia de otros sectores de clase, pero también, dándole una potencial capacidad hegemónica como nunca había tenido. Multiplicó los “movimientos” en detrimento del “movimiento obrero” tradicional pero amplió, también potencialmente, la riqueza de formas del movimiento obrero mismo.
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El trabajo de la estrategia se hace mucho más exigente bajo este escenario legado por la “Restauración burguesa”; así como también se vuelve más marcado el contraste, en términos del joven Marx, entre la clase trabajadora “en sí” y la potencialidad de la clase “para sí”. La modificación de la estructura política de la sociedad
Con el agotamiento del boom de posguerra y el inicio de la crisis de acumulación capitalista hacia finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, entró en crisis paralelamente la forma que había adquirido en esa etapa el Estado “integral”. La crisis económica retroalimentó la crisis fiscal del Estado que afectó directamente su capacidad hegemónica. Las raíces de esta crisis del “Estado de bienestar” estuvieron muy lejos de reducirse al deterioro de un proyecto político para conquistar “legitimidad”, como había teorizado Claus Offe46. El Estado, para enfrentar la presión sobre la tasa de ganancia, se orientó decididamente a garantizar y acelerar el proceso de concentración y centralización del capital a favor de sus fracciones más fuertes, en primer lugar, el capital financiero. Así, fueron atacadas toda la serie de prestaciones a la clase obrera (seguridad social, seguros de desempleo, sistema jubilatorio, entre otras) que el “Estado de bienestar” había desarrollado para garantizar la “paz social” en la posguerra. Paralelamente tuvo lugar un enorme salto en la expoliación del mundo semicolonial bajo lo que se conoció como el “Consenso de Washington”. El “Estado de bienestar” dejó su lugar a las políticas del FMI de ajuste fiscal, devaluaciones, endeudamiento, crisis “controladas”, el amplio proceso de “privatización” de empresas públicas, recursos naturales, entre otras políticas. David Harvey comparó este proceso con la “acumulación originaria” del capitalismo (lo que llamó “acumulación por desposesión”47), solo que en este caso no tendría por fin implantar un nuevo sistema como fue en los orígenes del capitalismo, sino sostener un sistema en crisis. Las democracias burguesas, aunque se extendieron geográficamente, necesariamente se dieron una base social más estrecha. Tuvo lugar un “nuevo pacto” neoliberal mucho más elitista que aquel de la posguerra, con base en sectores de las clases medias urbanas y capas privilegiadas de la clase obrera (especialmente en los países centrales) que tuvieron la puerta abierta a la extensión del consumo, en gran medida a través del
46 Tal como desarrolla en Contradicciones en el Estado de Bienestar (Madrid, Alianza Universidad, 1990). 47 Para un análisis del concepto ver Noda, Martín, “Países imperialistas e imperialismo capitalista”, Lucha de Clases N.° 4, noviembre 2004.
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crédito. La contracara fue el aumento de la explotación y degradación social de la mayoría de la clase trabajadora, con altos índices de desocupación y la proliferación exponencial de la pobreza (incluso en los centros imperialistas). Para estos últimos sectores, el “clientelismo” y la criminalización fueron las políticas fundamentales del neoliberalismo. Antes analizábamos la “ampliación” del Estado como respuesta a la emergencia del movimiento obrero a principios del siglo XX y a la victoria de la Revolución rusa de 1917. Como señala Gramsci, “el único camino para buscar el origen de la decadencia de los regímenes parlamentarios es […] investigar en la sociedad civil”48 y, dentro de ella, la emergencia de las grandes organizaciones obreras. En palabras del autor de los Cuadernos de la cárcel, “los elementos sociales de nueva formación, que anteriormente no tenían ‘vela en este entierro’ […] por el solo hecho de unirse modifican la estructura política de la sociedad”49. Ahora bien, con la “Restauración” podríamos decir que se da un proceso en cierto sentido inverso. Para comprender la posibilidad de extensión de la democracia burguesa y el parlamentarismo a finales del siglo XX, otra vez hay que investigar “la sociedad civil”. La profunda fractura de la clase obrera y el pasaje abierto de sus organizaciones al papel de agentes directos de las “contrarreformas” neoliberales modificaron nuevamente la estructura política de la sociedad. Aquella fractura que antes describíamos constituyó un punto de apoyo fundamental para minar el peso de las organizaciones del movimiento obrero. Tanto para disciplinar al sector formal bajo la presión de las peores condiciones del trabajador informal, como para restringir el reconocimiento de determinados derechos y conquistas legales (teóricamente “universales” para todos los “ciudadanos”) solo a una parte del proletariado (los trabajadores “registrados”). Sin embargo, lo que sucedió no fue la liquidación del “Estado integral”; no hubo un repliegue del Estado en relación a la “sociedad civil”. El Estado no dejó de “‘ocupar’ el espacio político anteriormente dejado desprotegido por el liberalismo” valiéndose de la estatización de las organizaciones del movimiento de masas. Lo que tuvo lugar fue una reformulación de las formas del “Estado integral” en las condiciones de la etapa de “Restauración burguesa”, donde la expansión de la democracia capitalista trajo consigo nuevas formas de burocratización y estatización de los movimientos de masas y la reformulación del rol de las burocracias obreras tradicionales.
48 Gramsci, Antonio, “Maquiavelo” (Q15, §47), ob. cit., p. 220. 49 Ídem.
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En el caso de las burocracias de los partidos obreros reformistas (los partidos socialistas y comunistas de Occidente, el laborismo británico, entre otros), su papel como instrumentadores directos de la ofensiva neoliberal implicó una virtual autoliquidación en tanto agentes del capital “al interior” de la clase trabajadora. Es decir, a partir de entonces continuaron siendo agentes de la burguesía, pero sin relación orgánica con el movimiento obrero, la cual en muchos casos se daba a través de los sindicatos. Estos partidos perdieron así su “diferencia específica” dentro de la estructura política del Estado capitalista, que habían tenido durante gran parte del siglo XX. Aunque con importantes diferencias, durante el neoliberalismo un proceso en el mismo sentido atravesó en la periferia a los movimientos nacionalistas burgueses de larga tradición, como el peronismo en la Argentina o el Congreso Nacional Africano en Sudáfrica, entre muchos otros. En el caso particular de los sindicatos el proceso fue diferente y mucho más heterogéneo. A pesar del retroceso de las organizaciones sindicales respecto a la posguerra, continúan siendo al día de hoy las organizaciones más extendidas de la clase obrera. Mucho más presentes en la estructura sociopolítica de las sociedades “occidentales” de lo que la burguesía hubiera querido para garantizar plenamente las reformas estructurales del neoliberalismo y niveles aún mayores de explotación. Desde luego, las organizaciones sindicales son tan diversas como el proletariado de los diferentes países. Pero, más allá de los sindicatos “amarillos” controlados abiertamente por las patronales o aquellos que funcionan directamente como “departamentos” del Estado, como en el caso de China, el rasgo común más sobresaliente en relación a las organizaciones sindicales a nivel internacional, bajo el neoliberalismo, fue el salto en su estatización. La burocracia sindical continuó cumpliendo las funciones de “policía política” que señalábamos con Gramsci y Trotsky, pero modificando su papel en la estructura sociopolítica y, por ende, la jerarquía de sus funciones. A diferencia de la posguerra donde la burocracia, a través de los sindicatos, cumplía un papel de “integración” al Estado de grandes contingentes de masas de la clase obrera, a partir de la etapa de “Restauración burguesa” su rol fundamental pasará por garantizar la fractura interna de esta. Esta función no es novedosa en sí, pero se ha exacerbado a niveles históricos en un contexto de alta fragmentación de la clase trabajadora y ofensiva capitalista50. La exclusión de los sindicatos de los trabajadores
50 Para un análisis sobre el proceso de fragmentación y sus mecanismos estructurales ver Bach, Paula, “¿Fin del trabajo o fetichismo de la robótica?”, ob. cit.
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desocupados, de los “no registrados”, de los inmigrantes, y en general de los sectores que quedaron por fuera del “pacto neoliberal”, se ha convertido en una función esencial de la burocracia. De esta forma, a pesar de haber visto restringirse su base social, sigue cumpliendo un papel determinante en la estructura de dominación de conjunto. Junto con estos cambios se han desarrollado en paralelo “nuevas” burocracias a la par del desarrollo de los llamados “nuevos movimientos sociales”. Estos movimientos, mayormente policlasistas, como el movimiento de mujeres, el estudiantil, movimientos por la diversidad sexual, el movimiento negro, el ecologista, de inmigrantes, entre otros, han adquirido (o recobrado) en muchos casos –según los países– un carácter de masas. La forma que ha tomado el “Estado integral” bajo la “Restauración burguesa” ha significado el desarrollo y/o el fortalecimiento de burocracias propias de cada uno de aquellos movimientos, dando por resultado su progresiva estatización. Esta se produce, o bien mediante los vínculos con el Estado de las llamadas ONG (verdaderas “órdenes mendicantes del imperio”, como las llamara Toni Negri51), o bien directamente a través de “departamentos” estatales específicos (ministerios, secretarías, agencias) que cumplen las tareas de cooptación y regimentación en el interior de los “movimientos”. De conjunto, aquellas “nuevas” burocracias y las más tradicionales del movimiento obrero interactúan en forma complementaria. Por un lado, estas últimas restringen las organizaciones sindicales a los sectores más altos de la clase obrera, nativos, predominantemente blancos (en aquellos lugares donde la clase está atravesada por líneas raciales) y de sexo masculino. Un corporativismo más antipopular cuanto más contrasta con los agudos procesos de diferenciación social dentro de la clase obrera y más aguda es la confluencia entre explotación y opresión (racial, de género, xenofobia). A su vez, el desarrollo de muchos “movimientos sociales” (desocupados, sin techo, inmigrantes) como organizaciones separadas es
51 Dicen Negri y Hardt: “Estas ONG humanitarias son en efecto (aun cuando esto vaya contra las intenciones de los participantes) algunas de las armas pacíficas más poderosas del nuevo orden mundial: las campañas caritativas y las órdenes mendicantes del imperio. Estas ONG libran ‘guerras justas’ sin armas, sin violencia, sin fronteras. Como los dominicos del período medieval tardío y los jesuitas de los albores de la modernidad, estos grupos luchan por identificar las necesidades universales y defender los derechos humanos. Mediante su lenguaje y su acción, primero definen al enemigo como privación (con la esperanza de evitar perjuicios graves) y luego reconocen al enemigo como pecado” (Hardt, Michael y Negri, Antonio, Imperio, Barcelona, Paidós, 2002, p. 48-49); para un análisis ver Chingo, Juan y Dunga, Gustavo, “¿Imperio o Imperialismo?”, Estrategia Internacional N.° 17, otoño de 2001).
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indisociable de la expulsión sistemática de los sectores más explotados de la clase obrera de los sindicatos52. Por otro lado, a modo de espejo, las burocracias de los “movimientos” actúan desligando la lucha por los derechos civiles o “sociales” del conjunto de las demandas de la clase trabajadora, así como de los propios sindicatos. El carácter policlasista de muchos de estos movimientos, que potencialmente podría fortalecer la hegemonía del proletariado, es utilizado a la inversa para subordinar a sectores de la clase trabajadora a direcciones pequeñoburguesas e incluso burguesas. Cabe agregar que este proceso ha sido acompañado por décadas de ofensiva ideológica del posmodernismo. El esquema que acabamos de desarrollar (que desde luego se expresa en diferentes formas y combinaciones en cada país) no pretende ser más que un esbozo muy general. Lo que nos interesa resaltar aquí es que estos cambios son fundamentales para entender la estructura sociopolítica actual de la dominación capitalista y, por lo tanto, las condiciones en las que debe desarrollarse la estrategia revolucionaria y su labor de articulación de volúmenes de fuerza. La decadencia del neoliberalismo y el proceso de “Restauración burguesa”
La crisis mundial iniciada en 2008 marcó un punto de inflexión en la etapa. No fue un rayo en cielo sereno; ha sido precedida por múltiples crisis desde la década de 199053. A su vez, se produce a pesar de toda una serie de transformaciones que se han operado desde la década de 1980 a favor del capital54, empezando por la restauración capitalista en los ex Estados
52 Esta división motorizada por el Estado es un engranaje fundamental en la fragmentación de la clase obrera, que le permite al Estado relacionarse con los sectores más pobres del proletariado no como trabajadores sino como “ciudadanos” con “necesidades básicas insatisfechas” a través del “clientelismo”, articulando toda una serie de “subsidios” y planes asistenciales y desarrollando burocracias particulares que los administran. 53 La crisis mexicana de 1994 y el “efecto tequila”, la crisis asiática en 1997, el default ruso en 1998, el posterior ascenso y caída de la llamada “nueva economía” entre 1998 y 2001. 54 Además de la restauración del capitalismo en los ex Estados obreros burocratizados, en Rusia, el este de Europa y Oriente, otra importantes transformaciones fueron: la liberalización extrema del sistema financiero (luego de que fueran derribadas las barreras entre banca de inversión, comercial y aseguradoras); la nueva división mundial del trabajo, incorporando a la producción manufacturera internacional a países de la periferia valiéndose de la explotación intensiva de fuerza de trabajo; el avance en la integración de un mercado de trabajo mundial que acrecentó la competencia entre los
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obreros burocráticos (que implicó la reconquista de nuevos espacios de valorización) y en especial en China, que se transformó en el gran motor de la economía mundial, actualmente en proceso de “desaceleración”. Esta crisis histórica del capitalismo vino a combinarse con el largo proceso de decadencia de la hegemonía norteamericana, poniendo fin al ciclo “virtuoso” del proceso de la “Restauración burguesa”. El actual retorno de las tendencias al nacionalismo económico, a la inestabilidad de las alianzas y a mayores disputas entre las grandes potencias es expresión del agotamiento de una supuesta “globalización armónica” que ordenó las relaciones interestatales desde la restauración del capitalismo en Rusia y China. El gobierno de Trump, el Brexit y el ascenso de los partidos euroescépticos y xenófobos en Europa occidental, si bien todavía no plantean proteccionismos abiertos y consolidados, plasman aquella tendencia. En este escenario, las tendencias a las “crisis orgánicas” atraviesan tanto países de la periferia capitalista como centros imperialistas. Como señala Gramsci, estas surgen cuando “en la estructura se han revelado (han llegado a su madurez) contradicciones incurables”55. Las mismas no pueden ser resueltas por las clases dominantes con sus métodos habituales de dominación política y se abre un período donde “los grupos sociales se separan de sus partidos tradicionales”56, como sucede en la actualidad con las clases explotadas respecto a los tradicionales partidos conservadores y socialdemócratas que en ambos casos han adoptado programas neoliberales. Esto no significa que existan “vacíos” de hegemonía. Como señala Frosini polemizando con Laclau, … se puede decir que en el espacio social no hay momentos exentos de hegemonía, y que una crisis orgánica no se puede pensar como la desaparición –aunque sea solo por un “instante” (el “instante” de Laclau)– de toda determinación hegemónica. La crisis es más bien la desarticulación (más o menos generalizada) de una determinada estructura hegemónica. Esta desarticulación deja ver a las masas populares las virtualidades hegemónicas que en aquella estructura quedaban “incluidas” y “subordinadas”, es decir, reducidas a funciones internas de aquella y por esta razón no se dejaban visualizar57. trabajadores y fue la base para aumentar la plusvalía absoluta obtenida por el capital y el desarrollo de nichos de acumulación (como los NIC y nuevos NIC, la llamada “nueva economía” y luego la burbuja inmobiliaria que estalló en 2008), incluyendo China. 55 Gramsci, Antonio, “Análisis de situaciones: relaciones de fuerzas” (Q13, §17), ob. cit., p. 33. 56 Gramsci, Antonio, “Observaciones sobre algunos aspectos de la estructura de los partidos en los períodos de crisis orgánica” (Q13, §23), ob. cit., 52. 57 Frosini, Fabio, “Historia, crisis y revolución en Gramsci”, ob. cit., p. 14.
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En un escenario de este tipo es que hoy se desarrollan nuevos fenómenos políticos hacia izquierda y derecha. Por un lado, detrás de demagogos, nacionalistas y xenófobos como Donald Trump en EE. UU., el Frente Nacional en Francia, o el UKIP en Gran Bretaña cuando encabezó la campaña por el Brexit en 2016, entre otros. Por otro lado, fenómenos políticos de masas a izquierda de los partidos tradicionales, que han estado por detrás del desarrollo de formaciones “neorreformistas” como Syriza en Grecia o Podemos en el Estado Español, o de fenómenos como el de Bernie Sanders en el Partido Demócrata norteamericano o el de Jeremy Corbyn al interior del laborismo británico (en este caso con la particularidad de ser una organización política que tiene una amplia historia, previa a su giro neoliberal, de “partido obrero-burgués” reformista). Ahora bien, frente a la ausencia de una alternativa estratégica independiente y hegemónica de la clase trabajadora pueden surgir nuevas articulaciones de la estructura hegemónica conservando la hegemonía burguesa. Sin embargo, en el marco de la crisis mundial, las nuevas hegemonías que surgen son débiles, incapaces de lograr una “subordinación a la hegemonía activa del grupo dirigente y dominante”58. Esto es así porque, como señala Gramsci, la hegemonía “si es ético-política no puede no ser también económica, no puede no tener su fundamento en la función decisiva que el grupo dirigente ejercita en el núcleo decisivo de la actividad económica”59. El gobierno de la coalición “neorreformista” Syriza es un ejemplo paradigmático en este sentido. Su ascenso estuvo directamente ligado al desarrollo de la crisis griega; comenzó enarbolando un tibio reformismo pero a los pocos meses de llegar al gobierno, y a pesar de haber obtenido el apoyo del 60 % de la población para enfrentar los planes de la Troika, se transformó en agente aplicador de los planes de ajuste que teóricamente venía a frenar. De esta forma mostró los estrechos márgenes que impone la crisis mundial para gestionar “por izquierda” el Estado burgués. La evolución de los llamados gobiernos “posneoliberales” en América Latina es otro ejemplo. La región anticipó la crisis del neoliberalismo y dio lugar a toda una serie de levantamientos a principios de siglo. Los gobiernos “posneoliberales” pudieron desviarlos gracias a una década de crecimiento económico pero, más allá de excepciones parciales, no produjeron modificaciones estructurales en la subordinación al imperialismo.
58 Gramsci, Antonio, “Algunas notas generales sobre el desarrollo histórico de los grupos sociales subalternos en la Edad Media y en Roma” (Q25, §4), ob. cit., p. 181. 59 Gramsci, Antonio, “Algunos aspectos teóricos y prácticos del ‘economismo’” (Q13, §18), ob. cit., p. 42.
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Se constituyeron como hegemonías débiles60, como lo muestra en general su acelerada declinación de los últimos años que abrió paso a variantes de derecha y, en particular, el colapso de su versión más de izquierda, el chavismo. Las crisis orgánicas, cuando no encuentran una solución orgánica61, también constituyen el terreno de tendencias al “cesarismo”. Estas se expresan actualmente tanto en países centrales como periféricos. Sin embargo, se trata de bonapartismos también débiles, no asentados, de “cesaristas aún sin un César, sin una gran personalidad ‘heroica’ y representativa”62. Empezando por el propio gobierno de Trump en EE. UU. pero también, por ejemplo, por el gobierno de Emmanuel Macron en Francia. En el mundo semicolonial, uno de los ejemplos más agudos de esta contradicción es el gobierno de Michel Temer en Brasil, surgido de un golpe institucional. De conjunto se trata de un escenario de transición donde lo viejo aún no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. Sin embargo, es en este marco, al calor de mayores enfrentamientos entre las clases, y no pacífica y evolutivamente, como la clase obrera puede recomponerse y emerger en una estructura político-social “saturada” como sujeto independiente capaz de aprovechar la “desarticulación” de la estructura hegemónica para soldar una nueva alianza de clases que sea alternativa de poder.
60 En Venezuela, aunque el régimen chavista tuvo más rasgos de “bonapartismo sui generis” por su apoyo en las fuerzas armadas, no tuvo como base social a los sindicatos estatizados (al movimiento obrero lo dividió luego de que este protagonizara la lucha contra el golpe imperialista en 2002, Ver Maiello, Matías, “Chávez, Perón y el socialismo del siglo XXI”, Lucha de Clases N.° 7, junio 2007). En Bolivia, el gobierno de Evo Morales tuvo elementos que lo emparentan con un Frente Popular, pero su base principal estuvo en las organizaciones del movimiento indígena y campesino, con relaciones variables con la burocracia del movimiento obrero pero cuyas organizaciones en esencia también apostó a debilitar y dividir. Incluso en Brasil, donde el gobierno “posneoliberal” estuvo encabezado por el Partido de Trabajadores (fundado originalmente a partir de los sindicatos), este fue modificando paulatinamente su base social hasta sostenerse en los sectores de masas pobres del nordeste del país. En Argentina, el kirchnerismo “convivió” durante su primera etapa con el movimiento obrero, apoyado en el aparato de la burocracia sindical; sin embargo, en el segundo gobierno de Cristina Kirchner rompió con el ala más reformista de la burocracia, como expresión distorsionada del pasaje a la oposición de un sector muy importante del movimiento obrero. 61 Ver Gramsci, “Observaciones sobre algunos aspectos de la estructura de los partidos políticos en los períodos de crisis orgánica” (Q13, §23), ob. cit., p. 52. 62 Gramsci, Antonio, “El cesarismo” (Q13, §27), ob. cit., p. 65.
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PARTE 3 CONTORNOS DE LA REVOLUCIÓN PERMANENTE EN LA ACTUALIDAD Una de las preguntas más fundamentales que la estrategia revolucionaria debería intentar responder hoy es: ¿cómo el proletariado puede lograr la unidad de sus filas y la hegemonía necesarias para motorizar una mecánica “permanentista” partiendo de la profunda fragmentación material que lo atraviesa? Para responder es necesario, en primer lugar, comprender la naturaleza de los obstáculos que enfrenta. Hoy el “neorreformismo” es la expresión política de los intentos de canalizar la capacidad de maniobra de las clases subalternas que mejor se adapta a las formas de la estructura sociopolítica del “Estado integral” tal cual son en la actualidad (en el marco de los elementos de “crisis orgánicas” que atraviesan muchos Estados producto de la crisis capitalista). Es complementario a la fragmentación material de la clase obrera y la separación de sus aliados. Se trata de un reformismo pequeñoburgués, que no se superpone con el núcleo de la burocracia sindical ya que, a diferencia del reformismo clásico, no se basa en los batallones centrales de la clase obrera sino que tiene su principal influencia entre los jóvenes universitarios (“sobreeducados” para los estándares capitalistas y subempleados), así como en la juventud precarizada y en algunos casos en trabajadores estatales. Más en general, es “complementario” porque se mantiene casi exclusivamente en el ámbito de la “sociedad política”, mientras que la acción “ampliada” del Estado se concentra en la “sociedad civil”. Detrás del parlamento oficial domina la escena el “parlamentarismo negro”, como lo denominaba Gramsci; un parlamentarismo “implícito” o “tácito”, de las “corporaciones” (en su sentido moderno del término) que expresa la lucha de intereses que no puede ser abolida “legalmente”63. De ahí que “incluso donde [el parlamento] ‘funciona’ públicamente, el parlamentarismo efectivo es el ‘negro’”64. Ahora bien, el concepto de “neorreformismo”, cuyos casos paradigmáticos serían Podemos o Syriza, engloba una realidad mucho más amplia 63 Gramsci esbozó este concepto en sus Cuadernos para referirse –entre otros aspectos– a la persistencia de aquel “parlamento negro” bajo el fascismo, incluso cuando ya había sido abolido el parlamento oficial (para un análisis del concepto ver Dal Maso, Juan, El marxismo de Gramsci, ob. cit., p. 161 y ss., también Dal Maso, Juan, “Gramsci: del Estado integral al ‘parlamentarismo negro’”, Ideas de Izquierda N.º 41, noviembre de 2017). 64 Cfr. Gramsci, Antonio, “Pasado y Presente. La autocrítica y la hipocresía de la autocrítica” (Q14, §74), Cuadernos de la cárcel, Tomo 5, ob. cit., p. 167.
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que no se restringe a estas formaciones. Reúne las características del tipo de nueva organización política “de izquierda en general” que permiten los límites de la estructura sociopolítica de dominación burguesa en la actualidad. Previamente al desarrollo del “neorreformismo”, la orientación “liquidacionista” (en el sentido que marcábamos en el capítulo 1) de un sector de las corrientes del trotskismo de construir “partidos amplios anticapitalistas”65 consistió en la adaptación a aquellas tendencias generales, algo que hoy se expresa en algunos casos de disolución directa al interior de las propias organizaciones “neorreformistas”66. Se trata de ejemplos contrarios al tipo de articulación estratégica necesaria para la conquista de la hegemonía de la clase obrera. Veamos. Predominancia estratégica en un espacio “saturado”
La lucha por la hegemonía tiene como requisito trascender los espacios acotados dejados por la burguesía para que el movimiento obrero practique un juego político inocuo desde el punto de vista de la dominación de clase capitalista. Hoy estos límites son por demás estrechos, como lo demuestra por la negativa el fenómeno del “neorreformismo”. En una estructura sociopolítica “saturada” como la actual, solo a través de la lucha, en el sentido más pleno del término, es posible que una fuerza revolucionaria se “abra camino”. Como señala Lenin: Aquel que confina a la clase a un rincón “independiente” de la “actividad” en un terreno cuyos límites, forma y aspecto determinan o permiten los liberales no comprende las tareas de la clase. Solo comprende las tareas de la clase quien pone la atención (y la conciencia, y la actividad práctica, etc.) en la necesidad de reconstruir ese mismo terreno, toda su forma, todo su aspecto, como para extenderlo más allá de los límites permitidos por los liberales. ¿Dónde está la
65 Este ala “liquidacionista” encabezada por la LCR francesa y el SWP británico, que se alineó detrás del proyecto de construir “partidos anticapitalistas amplios” (ver Cinatti, Claudia, “¿Qué partido para qué estrategia?”, ob. cit.), tuvo sus últimas expresiones en la fundación de la alianza electoral RESPECT en Gran Bretaña en 2004 por parte del SWP, con figuras provenientes de la política burguesa y líderes religiosos de la comunidad musulmana (en su mayoría comerciantes, clérigos e incluso burgueses), y en 2009 la disolución de la LCR francesa en el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), sin mayor delimitación de clase, luego de abandonar cualquier referencia a la dictadura del proletariado. Esta tendencia se expresó en Sudamérica en la fundación del PSOL en Brasil a partir de la ruptura de un sector de la izquierda del PT, en Venezuela con los sectores que entraron al PSUV de Chávez. Estos proyectos acompañaron en muchos casos el abandono explícito del trotskismo por parte de quienes los impulsaron. 66 El caso paradigmático es la disolución de la mayoría de Izquierda Anticapitalista (sección española del Secretariado Unificado) en Podemos.
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diferencia entre las dos formulaciones? Precisamente en que, entre otras cosas, la primera excluye la idea de la “hegemonía” de la clase obrera, en tanto que la segunda deliberadamente define esa misma idea67.
Desde luego que salir del terreno delimitado por la burguesía para la clase obrera implica necesariamente encontrarse frente a frente con lo que Ferdinand Lassalle llamaba “los factores reales de poder” que “rigen en el seno de cada sociedad” y “son esa fuerza activa y eficaz que informa todas las leyes e instituciones jurídicas de la sociedad en cuestión, haciendo que no puedan ser, en sustancia, más que tal y como son”68. De aquí que la labor de la estrategia se despliegue ampliamente desde las etapas preparatorias. Clausewitz señala que aunque los fines políticos pueden ser muy variados y dar lugar a diferentes tipos de guerras, desde “una guerra destructora hecha por la existencia política” hasta “la que tiene lugar por el desagradable compromiso contraído en una alianza obligada o caduca”, sin embargo, “medio solo hay uno: el combate”69. Algo similar podríamos decir respecto a la lucha por la hegemonía en el sentido que planteaba Lenin: más allá de los objetivos concretos en cada situación determinada, el único medio para superar los “límites permitidos” es el combate. En este sentido, hemos debatido en el capítulo 4 con Peter Thomas y su interpretación de Gramsci bajo el prisma del desarrollo más o menos evolutivo de “aparatos hegemónicos”. La idea que esboza Thomas sobre la posibilidad de “neutralizar” el aparato estatal a partir del desarrollo de un aparato hegemónico alternativo de la clase obrera invierte la relación que existe realmente, donde es el Estado el que neutraliza las organizaciones obreras valiéndose de la burocracia para estatizarlas70. Aunque Thomas trasciende los estrechos marcos del “neorreformismo” y posa su mirada 67 Lenin, V.I., “Problemas de principio de la campaña electoral”, Obras completas, Tomo XVII, Madrid, Akal, 1977, pp. 429-430. 68 Lassalle, Ferdinand, ¿Qué es una constitución?, Buenos Aires, Ediciones Siglo Veinte, 1987, p. 41. 69 Clausewitz, Carl von, De la guerra, Tomo I, ob. cit., p. 68. 70 Expresión de esta misma cuestión es la admiración por Palmiro Togliatti que expresa Thomas en tanto “creador de un aparato hegemónico” como el Partido Comunista italiano (ver Thomas, Peter, “Historical Materialism at Sixteen: An Interview with Peter D. Thomas”, ob. cit.). La evolución del PCI es la mejor demostración de la imposibilidad de construir organizaciones independientes sin combatir a la burocracia reformista. Terminó sus días en el Partido Democrático, tomando prácticamente el programa del Partido Demócrata estadounidense. En el mismo sentido, aunque de diferentes maneras, los grandes aparatos políticos reformistas de la posguerra se autoliquidaron como tales.
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sobre la organización del proletariado, lo hace sin dar cuenta de los obstáculos que este debe enfrentar para conquistar organizaciones independientes de la burguesía. Justamente, entre los primeros “factores del poder real” que comúnmente se encuentra el movimiento obrero al salir del terreno cercado por la burguesía está la burocracia sindical, ya que la estrechez de aquel cerco en un Estado concebido como “integral” trasciende a la mera esfera “política”. Mediante el accionar de la burocracia como “policía política”, la burguesía asume la prerrogativa de determinar también los “límites de lo permitido” al interior mismo del movimiento obrero organizado. De lo anterior se desprende que la clase obrera no pueda siquiera “salir” a disputar seriamente aquel espacio político “saturado” sin enfrentar en su seno a la burocracia. Ahora bien, si incluso las propias organizaciones del movimiento obrero están “ocupadas” por el enemigo, ¿cómo articular la fuerza material (y moral) para salir de este verdadero cerco que establece la burguesía? Como desarrollamos en el capítulo 1, esta es la gran pregunta estratégica a la que respondió Lenin con su teoría del partido revolucionario. Su respuesta consistió en que la lucha por la hegemonía del proletariado pasa necesariamente por el desarrollo de corrientes militantes-revolucionarias en el seno de las organizaciones de masas, empezando por los sindicatos. “Fracciones” que, a su vez, no son un fin en sí mismo, sino destacamentos de avanzada para la disputa con la burocracia por las masas. Este es el sentido de partido “de vanguardia”. Los planteos como el que debatimos en el capítulo 1 con Lars Lih, quien se esfuerza en establecer una continuidad casi plena entre la teoría de partido de Kautsky y la de Lenin, pasan por alto esta innovación del dirigente bolchevique. La misma representa, nada más ni nada menos, que la actualización de la estrategia para construir partidos revolucionarios en las condiciones de la época imperialista y del “Estado integral”. La idea de que en la actualidad es posible una “vuelta a la socialdemocracia de los orígenes” (pre 1914), que ha cobrado numerosos adeptos recientemente71,
71 Esta idea de “vuelta a la socialdemocracia de los orígenes” ha sido tomada por referentes de la izquierda norteamericana como Bhaskar Sunkara. Según él, el proyecto socialista hoy “implica un retorno a la socialdemocracia. No la socialdemocracia de François Hollande, sino a la de los primeros días de la Segunda Internacional. Esta socialdemocracia implicaría un compromiso con una sociedad civil libre, especialmente para las voces de oposición; la necesidad de ‘checks and balances’ institucionales sobre el poder; y una visión de una transición al socialismo que no requiera un ‘año cero’ de ruptura con el presente” (Sunkara, Bhaskar, “Socialism’s future may be its past”, The New York Times, 26/6/2017). También el ala izquierda del neorreformismo en el Estado Español se ha hecho este tipo de planteos (ver capítulo 4 del presente libro), entre otros.
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solo puede sostenerse sobre un abordaje superficial de la historia del siglo XX y las condiciones actuales de la dominación capitalista. Pensadas originalmente para enfrentar al Estado policial zarista, Lenin generaliza las tesis fundamentales de su teoría del partido revolucionario a partir de la consolidación de la burocracia obrera (sindical y socialdemócrata) en Occidente. Luego de su muerte, el fortalecimiento de la burocracia en el período de entreguerras, con la burocratización de los partidos comunistas, no hizo más que acrecentar la importancia de este planteo estratégico. En ese marco fue que Trotsky realizó nuevos desarrollos al respecto, en la década de 1930. Partiendo de considerar el desarrollo de corrientes revolucionarias en los sindicatos mismos como condición básica para la pertenencia a la IV Internacional, Trotsky en Estados Unidos sostuvo como táctica que el SWP hiciese un llamado hacia los sindicatos reformistas para la construcción de un partido de trabajadores y actuar como fracción revolucionaria en su interior para luchar por su dirección. Por otro lado, ante la debilidad de los revolucionarios, previamente había planteado una serie de tácticas para desarrollar “fracciones” revolucionarias al interior de los propios partidos obreros reformistas. Lo que se conoce como “el giro francés”, que consistió en el “entrismo”72 a los partidos socialistas en varios países con el objetivo de confluir con sectores del movimiento obrero que se radicalizaban y se integraban a ellos73, y sobre esta base fortalecer la construcción de partidos revolucionarios independientes. En la actualidad, los grandes partidos “obrero-burgueses” reformistas (socialistas, comunistas, laboristas) del siglo XX han dejado de serlo para transformarse en partidos burgueses, más o menos cristalizados como tales según el caso, rompiendo en gran medida sus lazos con los sindicatos74. Por su parte, la gran diferencia que separa al “neorreformismo” del 72 En la segunda posguerra, frente al nuevo avance y fortalecimiento de todo tipo de burocracias a nivel internacional, se hizo aún más estratégico el planteo de construir fracciones revolucionarias para luchar contra la burocracia por la influencia entre las masas. Sin embargo, planteos tácticos como el “entrismo”, que partían de aquella premisa estratégica, fueron adoptados por diversas corrientes del trotskismo como un fin en sí mismo, con las consecuencias negativas que desarrollamos en el capítulo 6. 73 En otro nivel, también desarrolló un método de fusión con otras corrientes que se reivindicaban revolucionarias a partir de la convergencia frente a los acontecimientos de la lucha de clases y los fenómenos políticos (acuerdos estratégicos) para, sobre esa base, conquistar un programa común acabado que se conoció como la táctica hacia el “Bloque de los Cuatro”. 74 Desde luego esto no quita que nuevos fenómenos puedan desarrollarse en torno a los viejos partidos (por ejemplo, el fenómeno de Jeremy Corbyn en el laborismo británico), pero una cosa muy diferente es pretender que aquellos partidos, o similares, puedan jugar un papel diferente al que ya tuvieron.
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reformismo clásico es justamente que carece de influencia orgánica en la clase trabajadora y, en especial, dentro de sus sectores más estratégicos. El reformismo obrero realmente existente hoy en día pasa casi exclusivamente por los sindicatos, lo que desde luego no significa que todos los sindicatos sean reformistas. A pesar de la ofensiva imperialista de décadas y el amplio proceso de estatización que sufrieron, los sindicatos no pudieron ser liquidados. En la actualidad son las organizaciones de masas más extendidas de la clase obrera a nivel internacional. Ante cada lucha mínimamente seria en los países “occidentales” (u “occidentalizados” de la periferia) los sindicatos pasan de nuevo al primer plano. Lo vimos, por ejemplo, frente a la crisis en varios países europeos, y en especial en Francia durante los últimos años. Como decíamos, el desarrollo de corrientes revolucionarias al interior de las organizaciones de masas del proletariado no es un fin en sí mismo; se trata de volúmenes de fuerza articulados para luchar contra las direcciones burocráticas o semiburocráticas por la dirección de la clase obrera, para conquistar una mayoría para la revolución. Este es el objetivo con el que fue concebido el Frente Único Obrero, con su aspecto de maniobra, en tanto exige un acuerdo (para la acción) con sectores de la burocracia o semiburocráticos; con su fundamento táctico, en cuanto busca oponerle a la burguesía una frente unido del proletariado; y con su valor estratégico, puesto que tiene por objetivo ganar para la revolución a las masas de obreros reformistas o “centristas” a través de la experiencia en común en la lucha de clases. Estos combates, a su vez, están directamente ligados a la lucha efectiva por la hegemonía del proletariado. Su constitución como fuerza revolucionaria y su capacidad para dirigir aliados son dos cuestiones estratégicas inescindibles y sin embargo distintas. La condición para ambas, como señalara Trotsky a propósito del proletariado francés a principios de la década de 1920, es que el proletariado no se disuelva … entre los “explotados” o “trabajadores”, como la mitad de un todo único […] La premisa para una revolución victoriosa en Francia –dice– es atraer hacia el campo de la clase obrera a la porción más amplia posible de los campesinos. Pero el requisito para esto sigue siendo la unificación de la inmensa mayoría de la clase obrera francesa bajo la bandera revolucionaria75.
75 Trotsky, León, “Los comunistas y el campesinado francés (una contribución a la discusión sobre el frente único)”, Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, ob. cit., p. 438.
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En la actualidad, además de la alianza con el campesinado que aún conserva aquel peso determinante en varios países, los potenciales aliados del proletariado, como señalábamos, se han multiplicado en el ámbito urbano. El desarrollo de movimientos “sociales”, estudiantiles76, por derechos civiles, plantea la posibilidad de forjar fracciones revolucionarias en su interior, con la doble tarea de impulsarlos como tales en tanto tienen un contenido progresivo y luchar por su independencia del Estado burgués (combatiendo a sus burocracias particulares) para “atraer hacia el campo de la clase obrera a la porción más significativa posible” de los mismos. De conjunto, todos estos elementos son parte de la articulación estratégica de volúmenes de fuerza para el combate. En especial, para sus momentos decisivos de radicalización, cuando las capas más profundas y mayormente desorganizadas del propio proletariado y de sus aliados quiebran los límites de “lo permitido” y “golpean las puertas de las organizaciones obreras”. Sin contar con la dirección de una porción significativa del movimiento obrero al interior de sus organizaciones, aquel objetivo es virtualmente imposible. No se trata de algo que baste con postular, es necesario lograrlo mediante la experiencia de las masas con sus direcciones oficiales. En particular, la táctica del frente único obrero va directamente contra las determinaciones fundamentales de la estructura sociopolítica en cuanto tal, que hacen a la fragmentación del proletariado. Si durante todo el siglo XX fue una táctica clave, donde procesos tan trascendentes como el ascenso del nazismo en Alemania fueron posibles en gran medida por la fractura política del proletariado, hoy cobra un significado aún más amplio –tanto por el carácter mayoritario de la clase trabajadora en buena parte de los países del mundo, como por su fragmentación no solo política sino social, de la que se valen los mecanismos del “Estado integral” para mantenerlo dividido y a sus organizaciones estatizadas–. La táctica del frente único apunta a recorrer el camino inverso: unir las fuerzas de la clase trabajadora “para golpear” y en perspectiva conquistar organizaciones independientes del Estado burgués (es decir, revolucionarias), ya sea a partir de los mismos sindicatos “revolucionados”, o de los comités de fábrica, o creando organizaciones de tipo soviéticas o similares. Todo ello para el pasaje a la ofensiva insurreccional y la conquista del poder por el proletariado.
76 Para un análisis del movimiento estudiantil desde este punto de vista ver Murillo, Celeste y Díaz, Ariane, “La universidad de clases y el movimiento estudiantil como sujeto político”, Blog El Repertorio, consultado el 5/3/2017 en: https://elrepertorio.wordpress.com/2000/08/28/la-universidad-de-clases-y-el-movimiento-estudiantilcomo-sujeto-politico/.
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De aquí que la conclusión lógica del frente único sea la táctica de “gobierno obrero” en su sentido anticapitalista y revolucionario, con la exigencia a las direcciones reformistas y/o “centristas” de que armen al proletariado para la defensa frente a las fuerzas burguesas contrarrevolucionarias, que instaure el control obrero generalizado de la producción y haga recaer sobre los capitalistas el peso de la crisis. En el mismo sentido que le dieron los bolcheviques en la Revolución rusa, preparando el camino hacia la victoria revolucionaria, y luego con el “gobierno obrero y campesino” con la izquierda de los socialrevolucionarios para consolidar el poder recién conquistado. Como señalara Trotsky: “Tal fase constituiría una transición a la dictadura del proletariado, plena y completa”77. La III Internacional, como vimos en el capítulo 3, amplió la táctica de gobierno obrero al momento de la preparación de la insurrección para constituir “bastiones revolucionarios” para impulsar el pasaje de la defensiva a la ofensiva, dando cuenta de la mayor complejidad de la estructura sociopolítica de las sociedades “occidentales” en relación a la Revolución rusa. Así como el “gobierno de izquierda” de salvataje del capitalismo es la conclusión de concebir al propio Estado burgués como “campo estratégico” de disputa, a la inversa, la táctica de gobierno obrero es la forma de dar una respuesta revolucionaria a las mayores exigencias estratégicas para el proletariado a la hora de pasar a la ofensiva en el marco de la estructura político social “saturada” producto de la “ampliación” del Estado. Hegemonía y revolución permanente
Entre muchos intérpretes de Gramsci se han establecido ciertos lugares comunes vulgares sobre la obra de Trotsky; varios los hemos debatido en las páginas de este libro. Por ejemplo, que la revolución permanente según Trotsky sería una especie de “ofensiva permanente”, o que el fundador del Ejército Rojo era el teórico de la maniobra y no veía la importancia del frente único –lo cual llega al absurdo, siendo que fue uno de los mentores de aquella táctica–. Entre estos lugares comunes, la idea de que puede contraponerse la teoría de la revolución permanente a la hegemonía es quizás la más extravagante de todos. A pesar de sus interesantes desarrollos, Frosini reproduce sin crítica varios de ellos. La única forma –dice Frosini– de utilizar hoy la revolución en permanencia –a diferencia de Parvus y Bronstein, que la han reducido a una “teoría” (que han “sistematizado”)–, es pensarla histórica y políticamente,
77 Trotsky, León, “Informe sobre el Cuarto Congreso Mundial”, ob. cit., p. 639.
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como estructura de la hegemonía; pero también a la inversa: la única forma para pensar la hegemonía a la altura de Marx, es anclarla a la revolución en permanencia […] contra la fórmula de Trotsky y quienes, como Luxemburgo, toman el método tratando artificialmente de repetir la experiencia del “gran día”, la hegemonía es en sí misma una forma (la única actual) de la revolución en permanencia78.
Lejos de contraponerse a la fórmula de Marx de la revolución permanente o a la hegemonía, la teoría de Trotsky (planteada originalmente para Rusia pero generalizada en el período de entreguerras) es la actualización a las condiciones de la época imperialista de aquella formulación de Marx de 185079. Es una teoría-programa de la hegemonía de la clase obrera, tanto en la revolución democrática como en el desarrollo internacional de la revolución y en la transición hacia el socialismo hasta la propia extinción del proletariado como clase. Desde muy temprano, Trotsky sostiene que incluso en un país donde el proletariado constituía una minoría como Rusia, su hegemonía era condición para “la resolución íntegra y efectiva” de los fines democráticos. Esta conclusión surgía de la estrecha relación entre la realización de las libertades y derechos políticos, y las transformaciones socio-económicas estructurales más generales que eran condición para su desarrollo (en el ejemplo ruso, entre la lucha contra la autocracia y la cuestión de la tierra). Se trata de un abordaje inverso al democrático-liberal, que justamente consiste en separar ambos aspectos. Las transformaciones estructurales y políticas de las últimas décadas ampliaron el significado de aquellas tesis en varios sentidos. Por un lado, la clase trabajadora constituye una mayoría, incluso en gran parte de la periferia. Por otro lado, la opresión imperialista ha dado un salto espectacular durante la ofensiva neoliberal que hace impensable cualquier conquista democrática fundamental y duradera en las semicolonias sin la emancipación nacional del imperialismo (el fracaso de los gobiernos “posneoliberales” en América Latina es una gran muestra de ello). A su vez, la ampliación de las demandas democráticas tanto en los países centrales como periféricos choca abiertamente con la gran imbricación entre explotación y opresión que caracteriza (y sostiene) al capitalismo actual. Pero la vigencia de la teoría de la revolución permanente no solo está determinada por las condiciones del capitalismo actual sino también por
78 Frosini, Fabio, La religione dell’uomo moderno. Politica e verità nei Quaderni del carcere di Antonio Gramsci, ob. cit., p. 216. 79 Ver Marx, Karl, “Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas”, en Trotsky, León, La Teoría de la Revolución Permanente, ob. cit.
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el renovado impulso que ha adquirido en las últimas décadas aquel enfoque democrático liberal al cual enfrentaba desde sus orígenes. Así como en la posguerra se desarrolló la ilusión del avance imparable del socialismo, aunque fuera de la mano de la burocracia, en la etapa de la “Restauración burguesa” la creencia de “nadar a favor de la corriente” encontró su fundamento en la extensión internacional de la democracia burguesa. La reedición teórica más popular y acabada de aquel enfoque democrático-liberal le corresponde a Ernesto Laclau, ya sea en la versión de Hegemonía y estrategia socialista (escrito con Chantal Mouffe), o en la de La razón populista. Su abordaje del problema de la “hegemonía” despoja al Estado y a la democracia burguesa, así como al “populismo”, de sus fundamentos objetivos (bases económicas del capitalismo, la opresión imperialista, clases sociales, relaciones de fuerza) para ubicarlos en el terreno de lo discursivo. Incluso gran parte de las corrientes del trotskismo abandonaron la teoría de la revolución permanente a partir de la década de 1980, ya sea bajo la idea de que el socialismo podía avanzar de la mano de supuestas “revoluciones democráticas” cuyo contenido político era independizado de su contenido económico-social80, o más recientemente postulando que la vía al socialismo pasaba estratégicamente por desarrollar una “democracia hasta al final”81 sin claro contenido de clase. Sobre esta base, como analizamos en
80 En este sentido, como vimos en el capítulo 6, Nahuel Moreno había realizado una revisión de la teoría de la revolución permanente en 1984. A su muerte, la Liga Internacional de los Trabajadores (LIT) profundizó contra toda evidencia de la realidad las tesis de la revolución democrática. Según la LIT, los procesos de los años 1989-1991 pasaron a ser grandes victorias de la clase obrera internacional. Luego habría una supuesta sucesión casi ininterrumpida de “Revoluciones de Febrero” triunfantes (que van desde los procesos que vivió Latinoamérica desde comienzos del siglo XXI, incluido el “argentinazo” en 2001, hasta las “revoluciones naranja” en países que pertenecieron a la ex URSS) a las que supuestamente seguirían en algún momento “Revoluciones de Octubre”; cuestión que en el caso de los procesos de los años 1989-1991 ya llevan esperando veinticinco años. 81 Esta fue la conclusión a la que arribaron los principales referentes del Secretariado Unificado. Lejos de un balance autocrítico, partieron de dar por clausurada la “hipótesis de la huelga general insurreccional” y con ella la “era de la Revolución de Octubre”. A partir de los desarrollos de Ernest Mandel sobre la “democracia mixta”, basados en la revisión de la relación entre soviets y asamblea constituyente (ver capítulo 4 del presente libro), la “doble representación” sería la fórmula al fin encontrada para exorcizar los peligros de la burocratización de las sociedades poscapitalistas. Sobre esta base, con retraso de un par de décadas, emularon al “eurocomunismo” y abandonaron definitivamente la perspectiva de la dictadura del proletariado en favor de una supuesta “democracia hasta al final” con la ayuda de las instituciones del régimen democrático burgués (ver Albamonte, Emilio, y Maiello, Matías, “En los límites de la ‘restauración burguesa’”, ob. cit.).
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el capítulo 7, se elaboraron una serie de “equivalentes” para sustituir a la “dictadura del proletariado” como objetivo político. No es difícil encontrar puntos de contacto entre la idea que critica Frosini a Laclau sobre la existencia de momentos de “vacío” donde desaparecería toda determinación hegemónica dejando el camino despejado para el surgimiento de una nueva hegemonía, y teorías como la Nahuel Moreno82 que entendía las revoluciones democráticas como “revoluciones en los regímenes” (pero no en el Estado). Justamente, una de sus condiciones fundamentales era “que el anterior [régimen] desaparezca, que no controle nada, y que el que aparezca después sea absolutamente distinto”83. Aunque la teoría de Moreno estaba inspirada en los procesos que se desarrollaron como respuesta al ascenso de masas de la década de 1970, conocidos como las “transiciones a la democracia” (Portugal, Estado Español y Grecia, que luego se extendieron al mundo semicolonial), lo cierto es que en ninguno de ellos tuvo lugar una “desaparición” completa del régimen anterior, sino que hubo pactos y continuidades que fueron fundamentales en todos los casos (como salta a la luz hoy día, por ejemplo, en el Estado Español con el movimiento por la autodeterminación catalana que enfrenta al régimen surgido en 1978 de la transición pactada con el franquismo). Desde luego, en ningún caso aquellas supuestas “revoluciones de regímenes” significaron pasos en el camino hacia la revolución socialista, como suponía Moreno, sino su contrario: una reconfiguración de la estructura sociopolítica a partir de la cual la burguesía logró recuperar la hegemonía. En este sentido, es productivo el planteo de Frosini cuando, en polémica con Laclau, señala que: En términos gramscianos […] el colapso de un discurso hegemónico es más bien representado como una disgregación. Es decir, un discurso hegemónico siempre es un conjunto más o menos estable de discursos diferentes, a los cuales se consigue dar un orden determinado por un objetivo general84.
Y agrega: “si se trata de una disgregación, la disrupción de un sistema hegemónico no deja aflorar sino sus pedazos, que son también siempre
82 Para un contrapunto con las tesis de Nahuel Moreno y el posmarxismo ver Cinatti, Claudia, “De saberes revolucionarios y certezas posmodernas”, Lucha de Clases N.° 6, junio de 2006. 83 Moreno, Nahuel, Las revoluciones del siglo XX, Buenos Aires, Ediciones Antídoto, 1986, p. 18. 84 Frosini, Fabio, “Historia, crisis y revolución en Gramsci”, ob. cit., p. 12.
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proyectos hegemónicos que habían quedado subordinados al proyecto dominante”85. Esta idea de “disgregación”, en lugar de “colapso”, es útil para visualizar la crisis de un discurso hegemónico. Sin embargo, el problema de la hegemonía supera ampliamente el terreno de lo discursivo para adentrarse en las fuerzas materiales que la sustentan. Esto plantea, por un lado, que el resultado depende de la capacidad de intervención del partido revolucionario en aquella “desarticulación” de la hegemonía burguesa existente para, partiendo de los elementos “subordinados” que cobran “visibilidad”, soldar una nueva alianza de clases con hegemonía de la clase obrera que sea alternativa de poder. De lo contrario, como señala Trotsky, la revolución democrática fracasa86. Pero, por otro lado, el rol fundamental de las fuerzas materiales para sustentar la hegemonía también implica que cuando no hay una salida revolucionaria, no necesariamente tiene lugar una recomposición de la hegemonía burguesa capaz de reconfigurar el “sistema hegemónico” bajo una nueva forma. No porque existan “vacíos” de hegemonía, sino porque esta última, como señalara Gramsci, no puede no tener un correlato “económico” en el “núcleo decisivo de la actividad económica”. De aquí que la crisis histórica que atraviesa el capitalismo haga cada vez más estrechas las bases de la hegemonía burguesa y, por lo tanto, más débiles las nuevas hegemonías, y necesariamente con más elementos coercitivos. Si comparamos aquellos procesos de “transiciones a la democracia” de las últimas décadas del siglo XX con la respuesta de la burguesía y el imperialismo a los procesos de la llamada Primavera Árabe que se desarrolló a partir de 2010 podemos ver ampliamente la diferencia entre las posibilidades de la hegemonía burguesa en aquel entonces y las actuales, que ni siquiera dieron lugar a la constitución de nuevos regímenes democráticoburgueses semicoloniales. Por ejemplo, en el caso de Egipto, donde cayó la dictadura de Mubarak y la Hermandad Musulmana logró “canalizar” buena parte del movimiento (a partir del amplio aparato inmerso en la “sociedad civil” con el que contaba), no solo no tuvo lugar una “revolución democrática” triunfante sino que, luego del breve interregno del gobierno de Morsi, sobrevino un nuevo golpe militar y la restauración de la antigua dictadura bajo nuevas formas. Siria puede ser considerada como otro ejemplo de consecuencias aún más trágicas, donde el levantamiento de masas de 2011 contra la dictadura de al-Assad derivó en una guerra civil reaccionaria marcada por la intervención imperialista y de diferentes potencias regionales. 85 Ibídem, p 13. 86 Cfr. Trotsky, León, “La teoría de la revolución permanente”, ob. cit., p. 520.
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Este estrechamiento de las bases para la hegemonía burguesa es un fenómeno mucho más general que se expresa en el desarrollo cotidiano de la dominación capitalista y está en la base de la proliferación de elementos de crisis orgánicas en la actualidad. Cada vez es más evidente para sectores de masas que, por sobre las formas parlamentarias, la alternancia en el poder de los partidos tradicionales no comprende más que mínimas variantes de un mismo programa de ajuste y cercenamiento de los derechos sociales. Las tendencias bonapartistas son moneda corriente en la periferia y en los centros imperialistas. A su vez, instituciones no electas, “supranacionales”, imponen los dictados del gran capital, como el FMI o la llamada Troika en Europa, que liquidan aspectos de “soberanía nacional” en los países endeudados como fue el caso paradigmático de Grecia. Hoy, una de las expresiones más agudas de la crisis de los regímenes democrático-burgueses la vemos en el Estado Español, con la rebelión del pueblo catalán y el Estado central combatiendo abiertamente el derecho a la autodeterminación. Sin embargo, como justamente no hay “vacío” de hegemonía, el cuestionamiento a estos regímenes y el debilitamiento de la capacidad hegemónica de la burguesía convive con la idea de que la democracia capitalista es la única democracia posible87. De aquí, por ejemplo, la importancia que adquiere en el presente el programa democrático radical, que como desarrolláramos en el capítulo 4 retomando las elaboraciones de Gramsci y Trotsky, busca acelerar la experiencia de las masas con las ilusiones en la democracia capitalista, horadar la hegemonía burguesa y facilitar el pasaje de una posición defensiva a una ofensiva en la lucha por el poder obrero. Más de conjunto, las demandas democráticas se han multiplicado exponencialmente. Durante la ofensiva neoliberal, el Estado, principalmente en los países centrales, avanzó en un proceso de integración de los movimientos por los derechos civiles otorgando ciertas concesiones, concentradas (en su realización efectiva) entre la burguesía y los sectores más altos de la pequeñoburguesía, o focalizadas mediante la llamada “acción afirmativa”, pero dejando de lado su realización en tanto derechos “universales” y sin modificar lo esencial de las condiciones de opresión. En su crítica al marxismo, Laclau y Mouffe señalan que: “en la medida en que las demandas democráticas pierden su carácter necesario de clase, el campo de la hegemonía deja de ser una maximización de efectos fundados
87 En este sentido hemos debatido en el capítulo 4 contra la idea planteada por Perry Anderson de que en los momentos agudos de la lucha de clases se produce una “reversión repentina” del consenso hacia la coerción por parte del Estado.
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en un juego de suma cero entre las clases”88. Sin embargo, las demandas democráticas solo han “perdido su carácter de clase” en la misma medida y proporción en que no han sido resueltas por el capitalismo. Las más diversas formas de opresión (raciales, de género, culturales, de nacionalidad) cumplen un papel fundamental en la reproducción del sistema capitalista. Por ejemplo, en el caso de las mujeres, la fuerza de trabajo femenina representa aproximadamente el 40 % del empleo mundial, siendo más de la mitad trabajadoras precarizadas89 y con salarios, en promedio a nivel mundial, un 24 % inferiores a los de los hombres90. Otro tanto sucede con la opresión racial; por ejemplo en EE. UU., un trabajador negro percibe en promedio un 22 % menos que un trabajador blanco. Estos ejemplos son expresión de una situación mucho más amplia de articulación entre explotación y opresión91. En síntesis, todos los elementos que fuimos enunciando, desde la relación inescindible entre la realización de las demandas democráticas y la lucha antiimperialista (como demostró por la negativa el proceso en Egipto), hasta la profunda imbricación entre explotación y opresión para la reproducción del capitalismo, pasando por las raíces profundas en la crisis mundial del creciente autoritarismo de las democracias burguesas, plantean aquel vínculo necesario entre las demandas democráticas y las transformaciones estructurales (en muchos casos directamente anticapitalistas) para la realización “íntegra y efectiva” de los fines democráticos. Este es justamente el punto de partida de la teoría de la revolución permanente desarrollada por Trotsky. A diferencia de la vulgarización de la misma que realizan Laclau y Mouffe en Hegemonía y estrategia socialista, como si consistiera en una especie de “asignación” o “reparto” de tareas (democráticas o socialistas) entre diferentes clases92, la revolución permanente parte del carácter estructural de las demandas democráticas, para señalar que
88 Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, Hegemonía y estrategia socialista, ob. cit., p. 90. 89 Ver D’Atri, Andrea y Lif, Laura, “La emancipación de las mujeres en tiempos de crisis mundial”, Ideas de Izquierda N.° 1, julio 2013. 90 ONU Mujeres, Transformar las economías para realizar los derechos (20152016), UN Women, consultado el 5/3/2017 en: http://progress.unwomen.org/en/2015/ pdf/UNW_progressreport_es_10_12.pdf. 91 Un abordaje de conjunto, por ejemplo, presentan Daniel Alfonso y Daniel Matos en su análisis de la cuestión negra en Brasil, donde el trabajo precario, la diferenciación salarial entre negros y blancos, el hacinamiento en las favelas y la violencia policial son cuatro pilares inseparables del racismo (cfr. Alfonso, Daniel y Matos, Daniel, Questão negra, marxismo e classe operária no Brasil, São Paulo, Iskra, 2013, p. 127). 85.
92 Cfr. Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal, Hegemonía y estrategia socialista, ob. cit., p.
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estas demandas y las socialistas se unen en la mecánica de la revolución a través del sujeto que la realiza, la clase obrera. Esto hoy es más cierto que nunca. No solo porque muchas de estas demandas democráticas, aunque la exceden, atraviesan directamente a la clase trabajadora, que constituye hoy la mayoría de la población mundial. También porque el proletariado al llegar al poder en un capitalismo como el actual, con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y de integración de la economía mundial, se encuentra “inevitable y repentinamente”, mucho más que en ninguna etapa anterior, ante objetivos relacionados con profundas transformaciones del derecho de propiedad burguesa y con la necesidad extender internacionalmente la revolución. La revolución permanente como teoría-programa
La revolución permanente, como fuimos señalando a lo largo del libro, es lo que llamamos una “teoría-programa”. Como teoría plantea una serie de leyes tendenciales sobre las fuerzas motrices y la mecánica de la revolución en la época imperialista, tanto en lo que respecta a la relación entre los objetivos democráticos y los socialistas, entre la revolución nacional y la internacional, así como en lo que atañe a la revolución socialista como tal. Pero no se limita simplemente a describir aquellas tendencias sino que contiene, ella misma, un tipo de articulación programática particular. En 1919 Trotsky la explica, en referencia a la Revolución rusa, del siguiente modo: … el proletariado, una vez que ha ganado el poder, no debe limitarse al marco de la democracia burguesa sino que tiene que desplegar las tácticas de la revolución permanente, es decir, destruir las barreras entre el programa mínimo y el máximo de la socialdemocracia, pasar a reformas sociales cada vez más radicales y buscar un apoyo directo e inmediato en la revolución en Europa Occidental93.
A partir de esta misma articulación, Trotsky elaborará el Programa de Transición a fines de la década de 1930 que hará suyo la IV Internacional. Aunque no se trata de un programa acabado94, el mismo se propone “establecer un puente” entre las reivindicaciones presentes de las masas que salen a luchar contra las consecuencias de la crisis mundial (desocupación, 93 Trotsky, León, “Preface to the Re-issue of this work”, Results and Prospects, Marxists Internet Archive, consultado el 5/3/2017 en: https://www.marxists.org/archive/ trotsky/1931/tpr/rppr.htm. 94 Ver Trotsky, León, “Completar el programa y ponerlo en marcha”, El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional, ob. cit.
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hambre, cierre de fábricas, inflación, etc.) y el programa de la revolución socialista. Actualmente la crisis histórica que atraviesa el capitalismo reactualiza esta perspectiva. Las burguesías intentan diversas vías para descargar las consecuencias de la crisis sobre los trabajadores y los pueblos oprimidos del mundo. La dinámica “permanente” del programa busca, justamente, plantear una salida para las masas. Para ello, dice Trotsky, “debe incluir un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera y conduciendo a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado”95. Vamos a tomar solamente un ejemplo, central para el sistema y a su vez vital para la clase trabajadora: el problema del trabajo. La crisis capitalista amenaza el empleo de millones, más aún cuando alrededor de la mitad de la clase trabajadora mundial se encuentra en condiciones de precarización laboral. La fractura de la clase trabajadora se expresa, por un lado, en las “fábricas de sudor”, las “maquilas” y el trabajo intensivo con jornadas que superan ampliamente las 8 horas, haciendo de aquella conquista histórica una pieza de museo. Por otro lado, en subocupación, empleo temporario, “minijobs” y desempleo. Al mismo tiempo, el nivel de desarrollo actual de la ciencia y la tecnología permitiría reducir drásticamente el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de mercancías. Pero el auge de las nuevas tecnologías contrasta con el muy bajo dinamismo de la economía y los bajos niveles de inversión, que hacen que entre la innovación y su aplicación haya una enorme distancia96. A su vez, en manos del capitalismo, cada salto en la productividad del trabajo se traduce en una mayor polarización entre las jornadas extendidas y la desocupación o el subempleo. Frente a esta problemática estructural clave del capitalismo, las respuestas que se plantean en la actualidad pueden reducirse esencialmente a tres. La primera, enarbolada por el gran capital, es utilizar las consecuencias de la crisis (e incluso la amenaza de “desempleo tecnológico”) como elemento disciplinador para profundizar la ofensiva sobre los trabajadores. Esta perspectiva se expresa actualmente en toda la serie de “reformas laborales” impulsadas por diversos gobiernos para flexibilizar y precarizar aún más el trabajo. A medida que la decadencia del ciclo del neoliberalismo se profundiza, mayor es la necesidad del capital de “reducir los costos laborales”; es decir, de disponer de mayores volúmenes de mano de obra barata.
95 Trotsky, León, “El Programa de Transición”, ob. cit., p. 46. 96 Ver Bach, Paula, “¿Fin del trabajo o fetichismo de la robótica?”, ob. cit. También de la misma autora, “La conspiración de los robots”, Ideas de Izquierda N.° 37, mayo 2017.
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La segunda, que podríamos denominar “reformista”, es la llamada “renta básica universal” o “salario ciudadano”, que ha sumado adeptos en el último tiempo y consiste en que toda persona tenga un ingreso otorgado por el Estado, independientemente de su trabajo o de la falta de él. En muchos casos, la propuesta pasa por el financiamiento a través de algún impuesto progresivo al capital y/o diferentes tipos de “reasignación” en el presupuesto estatal. Más allá de las intenciones diversas de cada uno de sus defensores, esta respuesta no representa más que una variante (aumentada y/o mejorada) de la política de subsidios y planes sociales que el Banco Mundial recomendó en el mundo semicolonial para mitigar las consecuencias de la rapacidad capitalista y poder continuar reproduciéndola, con el resultado de convertir a grandes masas de la población en una especie de “clientela” del Estado burgués. La tercera es el reparto de horas de trabajo y la escala móvil de salarios. Es decir, que el trabajo actualmente existente se distribuya en forma igualitaria entre todos los trabajadores y de esta forma solucionar tanto el desempleo y el subempleo en un polo, como reducir la jornada de trabajo y poner fin a las jornadas extendidas en el otro. Junto con esto, establecer un salario acorde a las necesidades sociales (es decir, histórico-morales) que siga automáticamente el movimiento de los precios, y así terminar con el fenómeno masivo de los “trabajadores pobres” que en el mundo “desarrollado” rondan el 30 % y en buena parte de la periferia son directamente mayoría97. Pero, a su vez, con los actuales desarrollos de la ciencia y de la tecnología (hoy confinados a un selecto grupo de países y de ramas de la producción), de generalizarse permitirían un salto en la productividad del trabajo y una reducción drástica del tiempo que la sociedad insume en la producción y reproducción de sus condiciones de existencia materiales, y por tanto de la jornada laboral para todos los trabajadores. El reparto de las horas de trabajo, junto con la escala móvil del conjunto de los salarios, son medidas que hacen a la propia autopreservación del proletariado como clase frente a la crisis capitalista. Desde luego que tanto estas medidas, como la generalización para la producción de los avances de la ciencia y la técnica que señalábamos, implican avanzar contra la propiedad privada capitalista de los medios de producción, la expropiación de los principales resortes de la economía y la planificación racional del conjunto de la producción, y por ende la conquista del poder por los trabajadores. Esta es justamente la articulación que propone el Programa de Transición.
97 OIT, Perspectivas sociales y del empleo en el mundo - Tendencias 2017, enero de 2017.
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Se trata de la única solución a la problemática del trabajo a favor de las grandes mayorías, capaz de contraponerse seriamente a la ofensiva capitalista para ajustar las cadenas de la explotación sobre la clase trabajadora y ampliar la generación de masas de desocupados estructurales. Así, el programa transicional toma como punto de partida las luchas contra el avance en la precarización del trabajo, la extensión de la jornada laboral, la desocupación, para oponerle al capital una salida de conjunto. A esto se refería Trotsky con la necesidad de “destruir las barreras entre el programa mínimo y el máximo de la socialdemocracia”. El reparto de las horas de trabajo y la disminución de la jornada laboral constituyen, a su vez, solo un primer paso para la realización de una tendencia mucho más profunda hacia la reducción del tiempo de trabajo que la sociedad necesita para su reproducción. En ella se basa justamente el comunismo como objetivo para la emancipación humana. Es la reducción al mínimo del trabajo necesario a partir de los desarrollos de la ciencia y de la técnica, hasta que represente una porción insignificante de las ocupaciones de los seres humanos y, en su lugar, que las personas puedan dedicar sus energías al ocio creativo de la ciencia, el arte y la cultura, desplegar así todas las capacidades humanas y establecer una relación más armónica con la naturaleza. De esto se trata la lucha por el comunismo: la conquista de una sociedad de “productores libres y asociados”. *** Hoy solo 8 grandes capitalistas concentran la misma riqueza que 3 600 millones de personas, que representan la mitad de la población mundial, mostrando la irracionalidad de un sistema que utiliza la propiedad privada de los medios de producción social para someter a miles de millones de trabajadores. El perfeccionamiento de los mecanismos de “control social”, los diversos destacamentos armados (ejército, policías, servicios de inteligencia), las guerras, la expoliación de los pueblos oprimidos, la estrecha relación entre las múltiples formas de opresión y la explotación capitalista, la desocupación, la precarización del trabajo son todos mecanismos utilizados por la burguesía en su búsqueda, cada vez más reaccionaria, de mantener sometido al trabajo como fuente de la ganancia capitalista. La “ampliación” del Estado, con las diversas formas que fuimos desarrollando, los constantes intentos de canalizar o aplastar los movimientos de masas, la “ocupación” de sus organizaciones a través de la burocracia, son todos homenajes que el vicio le rinde a la virtud. Son el reconocimiento tácito por parte de la burguesía de que nunca pudo someter definitivamente a la clase obrera ni confía en hacerlo.
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Esta es la inseguridad que se esconde detrás del capital desde hace alrededor de un siglo y medio. La que marcó el pasaje del iluminismo al nihilismo, de Kant y Hegel a Nietzsche y luego a Heidegger. Ya en 1848, las “Jornadas de Junio”, con la clase obrera al frente de las barricadas, sembraron un temor profundo entre las filas de la burguesía que la llevaría a los brazos de las fuerzas del Antiguo Régimen. A partir de entonces, decía Marx, el “grito de guerra debe ser: ‘La Revolución permanente’”98. Pero será la Comuna de París la que infundirá verdadero terror en todos los capitalistas y gobernantes del mundo. Poco a poco, el fatalismo intelectual va dejando paso a un voluntarismo agresivo99. Desde El nacimiento de la tragedia, Nietzsche alertará sobre “futuras tempestades”. “No hay nada más terrible –dice– que un estamento bárbaro de esclavos que haya aprendido a considerar su existencia como una injusticia y que se disponga a tomar venganza no solo para sí, sino para todas las generaciones”100. El filósofo alemán vaticinaba que “la Comuna de París […] quizá haya sido tan solo una débil indigestión comparada con lo que se avecina”101. ¿Quién nos garantiza –se preguntaba– que la moderna democracia, el todavía más moderno anarquismo y, sobre todo, aquella tendencia hacia la commune [comuna], hacia la forma más primitiva de sociedad, tendencia hoy propia de todos los socialistas de Europa, no significan en lo esencial un gigantesco contragolpe –y que la raza de los conquistadores y señores, la de los arios, no está sucumbiendo incluso fisiológicamente?102.
Este temor reverencial infundido por los heroicos comuneros que habían luchado a muerte contra la burguesía, el miedo a que los esclavos sean capaces de tener una “moral de amos”, puede ser pensado como fundamento del nihilismo burgués en su época de decadencia. Aquella “tendencia hacia la commune” había llegado para quedarse. Heidegger continuará el camino de Nietzsche. Periódicamente la burguesía parece recobrar su confianza; lo vimos en la última década del siglo XX con “el fin de la historia”. Pero poco duró aquel triunfalismo: el propio autor de la
98 Marx, Karl, “Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas”, ob. cit., p. 587. 99 Balakrishnan, Gopal, “El contraataque de Occidente”, New Left Review N.° 104, mayo-junio 2017. 100 Nietzsche, Friedrich, El nacimiento de la tragedia, Buenos Aires, Alianza Editorial, 2007, p. 147. 101 Nietzsche, Friedrich, La voluntad de poder, Madrid, Edaf, 2009, p. 113. 102 Nietzsche, Friedrich, La genealogía de la moral. Tratados I y II, Valencia, Universitat de València, 1995, p. 43 [destacado en el original].
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sentencia, Francis Fukuyama, hoy exuda temor ante las consecuencias de la decadencia de la hegemonía norteamericana103. A través de múltiples síntomas se empieza a mostrar la necesidad del capitalismo de una nueva reconfiguración a gran escala, como aquella que anticiparon Trotsky y Gramsci en la primera mitad del siglo XX. Pero este tipo de procesos de reconfiguración, que Gramsci analizaba bajo el concepto de “revolución pasiva”, están aún muy lejos de las posibilidades del capitalismo actual sin que medien grandes catástrofes como las que marcaron el siglo XX (dislocamientos del mercado mundial, guerras a gran escala), así como nuevos enfrentamientos fundamentales entre revolución y contrarrevolución. La Comuna de París tal vez haya sido el verdadero nacimiento de la tragedia para la burguesía, condenada a producir y reproducir una y otra vez a sus propios sepultureros. Aquella supo inspirar “tempestades” como la gran Revolución de Octubre de 1917. Hoy, a un siglo de distancia, la alternativa entre la liberación del género humano de la esclavitud asalariada o la profundización de la barbarie capitalista, vuelve a estar planteada en toda su magnitud y, con ella, aquel grito de guerra: “la revolución permanente”.
103 Fukuyama, Francis, “Trump and American Political Decay”, Foreign Affairs, consultado el 5/3/2017 en: https://www.foreignaffairs.com/articles/united-states/2016-11-09/trump-and-american-political-decay.
A MODO DE EPÍLOGO
“Hay en la actualidad un consenso generalizado acerca de la total ausencia de una doctrina de la guerra civil”1. Con estas palabras comienza Giorgio Agamben su libro Stasis. La guerra civil como paradigma político. Aquel diagnóstico, señala Agamben, formulado hace más de tres décadas por el jurista Roman Schnur, desde entonces no ha hecho más que reafirmarse. El filósofo italiano explica aquella ausencia por una habitual sustitución del concepto de “guerra civil” por otro: el de “revolución”. Así, en su ensayo se propone volver a la Grecia clásica para dilucidar lo propio y distintivo de la guerra civil a partir del concepto de stasis en un interesante recorrido a partir de los estudios de Nicole Loraux. Para fundar la heterogeneidad entre “revolución” y “guerra civil” toma como referencia al clásico On Revolution [Sobre la revolución] de Hannah Arendt para luego criticarle solapadamente el haber establecido una diferenciación “puramente nominal” entre ambos conceptos concentrándose ella misma en el de revolución. Aquel punto de partida de Arendt, sin embargo, no es inocuo, como no lo es tampoco el de Agamben al intentar fundar en el siglo XXI el concepto de “guerra civil” divorciado del de “revolución”. Tampoco es original; Carl Schmitt y el propio Schnur, entre otros, no se cansaron de insistir en que la revolución era el ropaje moderno de las guerras civiles de siempre2. Pero el vínculo entre “guerra civil” y “revolución” tiene raíces históricopolíticas que en el relato de Agamben desaparecen sin advertir al lector, a saber: la irrupción violenta de las masas en la política con un peso propio, y de una envergadura que no había existido en toda la historia anterior. De ahí que haya sido la gran Revolución francesa la que cambió tanto la valorización de la guerra civil como el sentido del concepto de “revolución” tal como lo conocemos hoy (que antes remitía a la sucesión cíclica). Señala François Godicheau, retomando a Roman Schnur:
1 Agamben, Giorgio, Stasis. La guerra civil como paradigma político, ob. cit., p. 11. 2 Ver Giraldo Ramírez, Jorge, Guerra civil posmoderna, Bogotá, Siglo del Hombre Editores, 2009.
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… unos mismos hechos pasaron de llamarse guerra civil a llamarse revolución […] y habilitó una legitimación del conflicto interno durante todo el siglo XIX y buena parte del XX: cuando se consideraba que la revolución no había terminado su obra, era posible perseguir una “guerra civil mundial” o una “revolución mundial permanente” contra todos los tiranos del Antiguo Régimen3.
De la mano de no problematizar esta relación entre “guerra civil” y “revolución”, Agamben logra evitar toda alusión a marxista alguno para pensar la guerra civil en la actualidad, desde el propio Marx a Engels, Lenin o Trotsky, todos prolíficos en lo que refiere al tratamiento de la “guerra civil”, mucho más allá de su identificación con la revolución en general. Para no hablar de clásicos como Carl von Clausewitz –referencia tanto de Schimtt, a quien Agamben critica, como de Foucault, en quien se referencia–, quien revolucionó la teoría militar en el siglo XIX dando cuenta, justamente, de la intervención de las masas en las guerras que siguieron a la Revolución francesa. Como el lector habrá podido comprobar, aquellos autores marxistas pueblan las páginas del presente libro. En ellas fuimos mostrando cómo el concepto de “guerra civil”, imbricado con el de “revolución”, no fue opacado por este. Al contrario: cuanto más en primer plano estuvo la revolución fue cuando más desarrollo tuvo la reflexión sobre la “guerra civil”. No es en este punto donde tenemos que buscar el origen de la marginación de los estudios acerca de la guerra civil del que nos habla Agamben. En la actualidad podemos encontrar las causas de este desinterés, más bien, en la ausencia de la revolución. Más de tres décadas pasaron sin revoluciones, una verdadera anomalía en lo que respecta al pasado siglo XX, pero que puede compararse con el período de finales del siglo XIX, que va desde la Comuna de París de 1871 hasta la Revolución rusa de 1905. Ahora bien, como decíamos, la forma en que Agamben aborda la “guerra civil” divorciada de la revolución, es decir, de la intervención violenta de las masas, no es inocua para pensar la actualidad del concepto. Luego de su estudio del problema de la stasis, el filósofo italiano en su libro da un salto hacia el presente para extraer como conclusión que: “La forma que la guerra civil ha adoptado en la actualidad en la historia mundial es el terrorismo”4. 3 Godicheau, François, “La guerra civil, figura del desorden público. El concepto de guerra civil y la definición del orden político”, en Canal, Jordi y González Calleja, Eduardo, Guerras civiles. Una clave para entender la Europa de los siglos XIX y XX, Madrid, Casa de Velázquez, 2012, p. 84. 4 Agamben, Giorgio, Stasis. La guerra civil como paradigma de lo político, ob. cit., p. 32.
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Sin embargo, el retorno de la guerra civil en la actualidad, una vez más en la historia moderna, vino de la mano de la irrupción de las masas. Nos referimos a los levantamientos que atravesaron la región del Magreb y el Máshrek a partir del 2010: la “Primavera Árabe”. Estos tuvieron como centro el proceso revolucionario abierto en Egipto, que contó con la participación incipiente de la clase obrera con sus métodos5. Fue a partir de su aplastamiento a sangre y fuego, y con la intervención militar imperialista en la región, que se terminó configurando el escenario actual, con su teatro de operaciones más cruento en la guerra civil siria. Pero incluso en 2001, de cuando datan las conferencias de Agamben que dan cuerpo a su libro6, luego de los atentados del 11 de septiembre en EE. UU., la afirmación de que “el terrorismo es la ‘guerra civil mundial’ que ataca una u otra zona del espacio planetario”7 no era más que una visión estrecha de los acontecimientos. Los fenómenos aberrantes como Al Qaeda tienen como marco la decadencia histórica de la hiperpotencia norteamericana. El atentado contra las Torres Gemelas, como quedó demostrado posteriormente, no era más que un emergente en un escenario de cambios fundamentales. Otro tanto podríamos decir de la Guerra del Golfo (1990-1991), que Agamben menciona como ejemplo de una guerra que no podía definirse “como conflicto internacional y al cual, sin embargo, le faltaban las tradicionales características de la guerra civil”8. Esto motivó el desarrollo de los estudios bajo el término de “uncivil wars” para dar cuenta de este tipo de conflictos. Sin embargo, la Guerra del Golfo, que fue antes que nada una guerra imperialista, era solo la primera (luego de la desaparición del orden mundial establecido durante la Guerra Fría) de un largo ciclo guerrerista de características mucho más amplias del imperialismo estadounidense, que llega hasta la actualidad y que continúa escalando desde aquel entonces, con cada vez más involucramiento directo de potencias en diferentes bandos, como en Siria e incluso en Ucrania, para no hablar de una hipotética guerra en la península de Corea. La declinación de la hegemonía norteamericana combinada con la crisis mundial capitalista a partir de 2008 nos entregan un escenario mucho más complejo para pensar el futuro de la guerra civil, así como su relación con
5 Ver Cinatti, Claudia, “Lucha de clases y nuevos fenómenos políticos en el quinto año de la crisis capitalista”, ob. cit. 6 El libro Agamben, Stasis, se publica por primera vez en 2015, pero contiene dos conferencias dictadas originalmente en octubre de 2001 en la Universidad de Princeton, en el contexto inmediato posterior al 11 de septiembre. 7 Agamben, Giorgio, Stasis. La guerra civil como paradigma de lo político, ob. cit., p. 33. 8 Ibídem, p. 12.
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las guerras interestatales y la revolución. Esto deja como mínimo incompleto, parcial, el estudio del fenómeno de la stasis realizado por Agamben si de lo que se trata es de entender los factores profundos que llevan hacia la guerra en la actualidad. A casi una década del inicio de la crisis internacional, la proliferación de nacionalismos de derecha y, en especial, la llegada a la presidencia de EE. UU. de Donald Trump, implica un cambio de magnitud para la situación mundial, más allá de si finalmente logra estabilizarse o no. Se ha abierto un período de tendencias al nacionalismo económico y a mayores disputas entre las grandes potencias. Guerras comerciales, pero también conflictos militares en los que estas se vean involucradas, forman parte del horizonte en la etapa actual. Agamben demuestra en otro de los ensayos de su libro cómo, al contrario de lo que sugiere Carl Schmitt, en la Antigüedad la guerra cumplía en las sociedades una función agonal-lúdica: su núcleo pertenecía a la esfera del juego bajo la forma de combates ritualizados mediante una serie de prescripciones. Bajo esta óptica, Agamben cuestiona la relación necesaria establecida por Schmitt entre “enemistad” y guerra como fundamento ontológico de lo político. Y agrega: “La guerra como nosotros la conocemos es, por el contrario, el dispositivo a través del cual la función agonal-lúdica es capturada por el Estado y dirigida a otros fines”9. De esta forma, Agamben destaca un elemento central: la guerra con su carácter letal y sangriento está indisolublemente ligada al mayor desarrollo del Estado. Nosotros agregaríamos: de un Estado que surge de la división de la sociedad entre clases irreconciliables, entre explotadores y explotados. El capitalismo no ha hecho más que perfeccionar constantemente aquel Estado y, con él, las guerras han escalado hasta un punto nunca antes conocido por la humanidad. Las matanzas de Somme y Verdún sorprendieron al mundo en el siglo XX. Un siglo después, ya no es posible alegar aquella ingenuidad. Se trata de terminar con las causas de la guerra. Por tanto, con la política del Estado-nación que le da origen y de la cual es continuación. Sin ello, como demostró el siglo XX, es imposible el avance hacia una sociedad sin explotación ni opresión. La llamada “globalización”, presentada como el intento del capitalismo de superar las fronteras nacionales, lejos de ello, ha sido la forma en que el imperialismo ha perseguido la imposición de sus intereses. El gobierno de Trump y el ascenso de los partidos nacionalistas y xenófobos en Europa occidental muestran el agotamiento del ciclo supuestamente “armónico” de la globalización que estructuró las relaciones interestatales en las últimas décadas. Con el fracaso de esta empresa, el nacionalismo reaccionario,
9 Ibídem, p. 114.
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la xenofobia y el chovinismo de las grandes potencias son tendencias que llegaron para quedarse. Frente a estas tendencias y a la “globalización” imperialista que llevó a la situación actual, más que nunca es necesario oponerles un antiimperialismo y un internacionalismo que una a la clase que conforma los más de tres mil millones de trabajadores del planeta junto con los pueblos oprimidos del mundo para terminar con el sistema capitalista. Una perspectiva internacionalista que pasa por conquistar gobiernos obreros revolucionarios de ruptura con el capitalismo que puedan avanzar en construir federaciones de repúblicas socialistas cada vez más amplias en el camino de conquistar una sociedad comunista. La teoría-programa de la revolución permanente, que en estas páginas hemos abordado como “gran estrategia”, tiene este objetivo. La revolución en las semicolonias comienza por las tareas democráticas y la lucha por sacudirse el yugo de la opresión imperialista, y transcrece en socialista. La revolución en los centros imperialistas, a la inversa, comienza directamente vinculada a tareas socialistas y, una vez el proletariado en el poder, tiene consecuencias democráticas a escala internacional, capaces de hacer sonar las trompetas para derribar los muros de Jericó construidos por el imperialismo. Al contrario de lo que sugiere Agamben, el interés por la guerra civil va de la mano de la revolución. Un capitalismo en crisis, una hiperpotencia en decadencia, una creciente polarización política, darán muchos más motivos aún para la irrupción violenta de las masas. Luego de décadas de retroceso a manos de la ofensiva neoliberal, una nueva generación precarizada y oprimida, nacida a la vida política en medio de la crisis y que no le debe nada al capitalismo, viene tallando en la escena política mundial desde Estambul a Río de Janeiro, de Nueva York a Londres, de Santiago de Chile a París, de El Cairo a Barcelona. Claro está –dice Trotsky en el Programa de Transición– que incluso muchos de los obreros que en un tiempo ocuparon las primeras filas, actualmente están cansados y decepcionados. […] El movimiento se renueva con la juventud, libre de toda responsabilidad del pasado. […] Solo el fresco entusiasmo y el espíritu ofensivo de la juventud pueden asegurar los primeros triunfos de la lucha y solo estos devolverán al camino revolucionario a los mejores elementos de la vieja generación. Siempre fue así y así será10.
La regeneración del movimiento socialista revolucionario, en el siglo XXI, vendrá de la mano de las renovadas fuerzas de la juventud trabajadora y de la nueva generación que ya ha comienza a desarrollar su
10 Trotsky, León, “El Programa de Transición”, ob. cit., p. 78.
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experiencia política. De esta hipótesis estratégica dependerá el triunfo de la revolución y la posibilidad de evitar que el nuevo siglo sea escenario de guerra y barbarie capitalista. La sociedad, reorganizando de un modo nuevo la producción –dice Engels– sobre la base de una asociación libre de productores iguales, enviará toda la máquina del Estado al lugar que entonces le ha de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y al hacha de bronce11.
Allí también la guerra, seguramente, tendrá reservado su lugar.
11 Engels, Friedrich, El origen de la familia, la propiedad y el Estado, Madrid, Editorial Albor, 1998, p. 296.
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La presente edición de Estrategia socialista y arte militar, de Emilio Albamonte y Matías Maiello, se terminó de imprimir en el mes de diciembre de 2017 en Primera Clase Impresores, California 1231. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.