Escritos Sobre Wagner

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Friedrich Nietzsche

ESCRITOS SOBRE WAGNER

Introducción, traducción y notas de J o a n B. L im ares

BIBLIOTECA NUEVA

© Editorial Biblioteca N uev a, S. L., M a d rid , 2003 A lm ag ro , 38 2 8 01 0 M a d rid ISBN: 84-9742-098-5 D epósito Legal: M -2 40-20 03 Im p reso en R o g a r, S. A. Im preso en E sp a ñ a - Printed in Spain Q u e d a p ro h ib id a , salvo excepción p revista en la ley, cu alq u ier f o rm a de re p ro d u c c ió n , distrib u ció n , c o m u n ic a c ió n p ú b lic a y transfo rm ac ió n de esta o b ra sin c o n ta r con la auto rizació n d e los titulares de p r o p ie d a d intelectual. L a infracción de los derechos m e n c io n a d o s p u e d e ser constitutiva de delito c o n tra la p ro p ie d a d intelectual (arts. 270 y sigs., C ód ig o Penal). El C e n tr o E spañol de D erech o s R e p ro gráficos (w w w .ce d ro .o rg ) vela p o r el respeto de los citados derechos.

ÍNDICE

Los escritos de F. Nietzsche sobre R. W agner .....................

11

Crónica de las relaciones de Nietzsche con Wagner ..................

57

E SC R ITO S SOBRE W AGNER Exhortación a los alemanes ...................................................................

77

Richard Wagner en Bayreuth (Consideraciones Intempestivas. Cuarto Volumen) .............................................................................................

83

E l caso Wagner. Un problema para músicos ......................................

183

Nietzsche contra Wagner. Documentos de un psicólogo .....................

243

Los escritos de F. Nietzsche sobre R. W agner T a l vez hayan transcurrido ya veinticinco años desde la publicación de cierto articulo de Federico S o p eñ a en el que se reclam ab a la conveniencia de editar, en un solo volum en y en form ato de bolsillo, los tres célebres «libros» que N ietzs­ che escribió sobre uno de los m áxim os artistas de su tiem po, el m úsico, p o e ta y ensayista R ic h a rd YVagner. Asistíamos entonces a un renacim iento del interés p o r la filosofía del gran p e n sad o r alem án, se com batía, en efecto, «en favor de Nietzsche», y la nueva edición crítica de sus obras com ple­ tas y su epistolario, que estaba teniendo un eco creciente entre nosotros gracias, sobre todo, al ejem plar trabajo de A ndrés Sánchez Pascual, hacía presagiar que ese consejo tan sensato del reconocido m usicólogo p ro n to se vería a te n ­ dido p o r alguna editorial. Sin em bargo, h a n pasad o los años, las ediciones y estudios de la o b ra de N ietzsche h an co n tin u ad o con diferentes ritm os y calidades, la pasión p o r la m úsica y la ó p e ra h a in au g u ra d o y restau rad o im p o rta n ­ tes teatros y salas de conciertos en m uchas ciudades de este país, pero esa sugerencia, que parecía tan obvia y de tan sen­ cillo cum plim iento, cuya m aterialización seguram ente h an a ñ o ra d o m uchos filósofos, musicólogos y m elóm anos, h a se­ guido sin cum plirse. N o conseguim os im ag in ar de m a n e ra convincente las causas de tal vacío, de tan inexplicable retraso, p e ro la constatación es irrefutable. D eseam os, no obstante,

que esta tard ía a p roxim ación, p o r fo rtu n a llevada a cabo a h o ra , com ience a satisfacer u n a necesidad colectiva y p u e d a significar, al m ism o tiem po, el inicio de u n digno pro y ecto de p rese n tac ió n de to d o u n conjunto de valiosos m ateriales, m uch o s tod avía sin tra d u c ir, u n a sugestiva m u estra de textos im prescindibles p a r a reco n stru ir docu­ m en ta lm e n te u n diálogo esencial cuya prin cip al v irtu d es la de seguir aleccionándonos. N os referim os, claro está, al q u e a c o m p a ñ ó a la relación en tre N ietzsche y W a g n e r y a los n u m erosos docu m en to s escritos que p ro d u jo , sobre to d o en el legado del filósofo y desde su p ro p io p u n to de vista, q u e son los que aquí y a h o ra nos in te resa d a r a co­ n o c e r y analizar. P a ra la vida y la o b ra de W a g n e r esa re ­ lación o c u p a u n p lan o m e n o r, pues a m b as estab an y a sóli­ d a m e n te cum plidas cu a n d o am b o s e m p e z a ro n a tratarse. N o es m u y frecuente, p o r lo dem ás, que dos p e rso n a lid a ­ des de ta n fortísim as repercusiones en la historia del arte y del p en sam ien to , e incluso en la historia de la h u m a n id a d , en tab len u n a am istad ta n ín tim a y significativa. E n la cul­ tu ra a le m a n a sólo h a y q uizá u n p re c e d e n te de sim ilar dig­ n id ad , el caso excepcional de la relación que u n ió a Schi­ ller y a G o e th e e n W e im a r d u ra n te unos años. D e tal legado y en lo que a ese fructífero en cu en tro se refiere, los escritos m ás conocidos, los m ás citados, los que tienen u n a u ra m ás rep leta de colores encendidos y contra­ puestos, son esos tres «libros» aludidos, a saber: la Cuarta Consideración Intempestiva, p o r u n a p a rte , titulada Richard Wag­ ner en Bayreuth, que se publicó en 1876 y es em inentem ente lau d ato ria, u n panegírico a favor del m úsico y del escritor, del in n o v ad o r artista que p o r entonces todavía tenía serias dificultades p a ra consolidar su m a g n a em presa en la citada ciu d ad de B aviera y, p o r otra, las dos breves obras de 1888, el últim o añ o de lucidez del filósofo, dos panfletos in cen ­ diarios de nerviosa y genial escritura, E l caso Wagner y Nietzsche contra Wagner, cuyas páginas condensan y extrem an las críticas y los ataques del antiguo discípulo, am igo y de­ fensor, que de esa fo rm a salda u n a larga d e u d a consigo

m ism o y se sincera definitivam ente ante sus lectores. A h o ra bien, los textos redactados p o r el filósofo sobre ese ensa­ yista, libretista y com positor, están m u y lejos de reducirse a ese trío de «libros» que, editados co n ju n tam en te, tan sólo o c u p a n u n v olum en de bolsillo de apenas doscientas pági­ nas. L a realidad es m u y distinta, pues si se p r e p a r a ra u n a edición crítica y com pleta de todos esos m ateriales, se n e ­ cesitarían tres volúm enes con el doble de paginación cada u n o de ellos, com o m ínim o, p a r a darlos a conocer en su es­ tricta textualidad, sin notas ni com entarios. E sa edición ya la h a n llevado a cabo D ie te r B orchm eyer y J ö r g Salaquarda; su trabajo confirm a con creces el pronóstico: véanse p a r a ello los dos volum inosos tom os publicados en 1994 con el título Nietzsche und Wagner. Stationen einer epochalen Be­ gegnung, con sus m ás de 1.400 páginas, fruto de criterios de sensata contención y rigor. R evisem os p o r u n m o m e n to las p ro b a d a s razones de ta n insospechada extensión, de u n cú­ m u lo de m ateriales tan a b u n d a n te com o a m e n u d o desco­ nocido. Es fácil re c o rd a r que y a la p rim e ra o b ra del filósofo, El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, p u b lic a d a en 1872, com ienza con u n «Prólogo a R ic h a rd W ag n er» y contiene varios capítulos en los q u e se m en c io n a expresa­ m en te al com positor com o im p o rta n te teórico de la estética m usical. E n ellos se co m en tan adm irativ am en te — y hasta con a rro b a m ie n to — algunas creaciones artísticas suyas, com o Tristón e Isolda, p o r ejem plo, los capítulos 16, 19, 21, 22 y 23. Se h a llegado a afirm ar que los diez últimos del libro son u n a ñ a d id o al proyecto inicial y u n a aplica­ ción, quizá forzada e involuntaria, de sus inn o v ad o ras ideas sobre la tragedia griega a los d ram a s m usicales w agnerianos. El «Ensayo de autocrítica» de 1886, p re p a ra d o p a r a la tercera edición de esa obra, la m e n ta esas intrusiones de in ­ m a d u ro jo v en w a g n erian o -sch o p en h au erian o en aquellas cuestiones sobre G recia, la tragedia y lo dionisíaco que, desde entonces, no h a n cesado de m otivar y de d eterm inar las reflexiones de su autor. T o d o ello m u estra la existencia

de u n fecundo diálogo entre el filólogo-filósofo y el m úsicop o eta, un sostenido in tercam bio de ideas entre am bos que tam b ién p ro d u jo otros textos donde dicha relación se m a ­ nifiesta inequívocam ente en m il detalles, h a sta en el título de los escritos: piénsese al respecto, com o p rim e r b o tó n de m uestra, en la conferencia de enero de 1870 d en o m in a d a «El d ra m a m usical griego», u n o de los principales estudios p rep arato rio s p a ra la citada o b ra de ju v en tu d . Ese diálogo se convirtió en monólogo crítico a partir de 1876, si seguimos considerando solam ente los libros publicados por el pensador. D e h e c h o — y. au n q u e a ú n no se lo n o m b re explí­ citam ente, sino que se aluda a W a g n er bajo la figura del «artista» y en sorprendentes consideraciones sobre el «arte»— , algunos aforism os del volum en p rim e ro de H u­ mano, demasiado humano de 1878 p rese n tan insinuaciones crí­ ticas, y otros pasajes de la p rim e ra p a rte del segundo volu­ m e n de esta m ism a obra, que se publicó en 1879, los §§ 134 y 171, son ya com entarios bien explícitos sobre el arte del com positor, así com o los §§ 116 y 144, au n q u e és­ tos lo h a c en de m a n e ra m ás indirecta. El contexto concreto en el que se gestaron los p rim eros apuntes p a ra esa o b ra lo explica el «Prólogo» de 1886 p a ra la reedición de dicho se­ g u n d o v olum en y está en ín tim a relación con la experien­ cia v iv id a e n el festival de B a y re u th d u r a n te el v e ra n o de 1876. U n aforism o de Aurora, de 1881, el § 167, lo n o m ­ b r a de nuevo y reclam a liberarse de «fidelidades inco n d i­ cionales». La ciencia jovial, de 1882, le dedica expresam ente, al m enos, los aforism os § 99, § 368 y § 370, y, com o luego com p ro b arem o s, el § 279 es u n a de las m ás bellas expre­ siones de la difícil am istad entre am bos, m u y p ro n to con­ d e n a d a definitivam ente a un rec u e rd o forzoso al producirse la m u erte de W a g n e r en febrero de 1883. Si prescindim os de los pasajes del %aratuslra en los que determ in ad as figuras y textos, p o r ejem plo, los que se refie­ re n al «m ago» en la « C u a rta parte», sugieren com entarios m u y directam ente centrados en la persona del com positor y, sobre todo, en el significado de su últim a creación, Parsifal,

de la que todo el libro tal vez quiere ser — entre otras m u ­ chas cosas— u n a d e ta lla d a a lte rn a tiv a crítica, el resto de las obras de Nietzsche casi no se puede en u m erar sin indicar los múltiples e ineludibles pasajes que contienen sobre el h o m b re y el artista W agner, com o sucede con los aforismos § 47, § 240, § 244 y § 256 de M ás allá del bien y del mal, de 1886; con los cuatro prim eros apartados del « T ratad o ter­ cero» de La genealogía de la moral, de 1887; con el m ism o título de ese opúsculo gem elo de E l caso Wagner que no deja de ser o tra «m aldad» c o n tra el com positor, Crepúsculo de los ídolos, o tam bién, Ocaso de los ídolos, u n a evidente p aro d ia del wagn eriano Ocaso de los dioses, com o bien se sabe; y con varios m om entos m uy significativos de Ecce homo, sobre todo los ca­ pítulos § 5, § 6 y § 7 de la sección titulada «Por qué soy yo ta n inteligente», que Nietzsche redactó y m a n d ó editar du­ rante sus últimos días y m om entos de lucidez, antes de sufrir la parálisis psíquica definitiva que le condenó al silencio. Esta ráp id a constatación p o n e de m anifiesto que la n e ­ cesidad de clarificar el fascinante enigm a am bivalente de la p e rso n a y de las creaciones de W agner, con su gran p o d e r de seducción y sus esperanzadores propósitos de renovación cultural, p ero tam bién con su esclavizante personalidad y sus deplorables rasgos peligrosam ente m ítico-religiosos, ger­ m anistas y antisem itas, es u n a de las fuerzas m otrices de la o b ra pu b licad a p o r N ietzsche, u n elem ento constante y esencial en su p ro p ia vicia y en vetas n a d a periféricas de su filosofía: resulta im posible p ro fu n d iz ar en ellas, p o r tanto, sin que nosotros m ism os vayam os g a n a n d o claridad en todo lo que el p e n sad o r nos com unica sobre el m úsico. A h o ra bien, las m anifestaciones en to rn o a esa relación crucial d esb o rd an el p u ñ a d o de aforism os contenido en todos los li­ bros p rep a ra d o s p a ra la im p re n ta p o rq u e, de hecho, a tra ­ viesan el legado entero del filósofo de principio a fin. D e ese fértil conjunto de notas, apuntes, papeles y m anuscritos diversos co nform an u n a zo n a especial los in­ num erables fiagmentos postumos dedicados a W a g n er, y de­ m u estra n que, desde el inicio de esa am istad en noviem bre

de 1868, no sólo h u b o acu erd o y sintonía entre sus perso­ nalidades, puesto que y a d u ran te la p rep a ra ció n de los m a ­ teriales p a ra la redacción de la Cuarta Intempestiva aparecen en los cu adernos privados del jo v e n catedrático de filología clásica los principales m otivos generadores de los diferentes ejes de las crecientes críticas que los textos posteriores des­ arro lla rán y, al final, e x tre m a rá n con sus form ulaciones contundentes y sincopadas. Esos fragm entos reconstruyen la reflexión ín tim a y secreta del p e n sa d o r y la sitúan en las fe­ chas en que realm en te se pro d u jo , m u ch o m ás te m p ra n a de lo que los libros p e rm itía n sospechar. T a m b ié n exponen el am plio espectro de sus consideraciones distanciadas y de sus polém icas enm iendas y m atizan, con a b u n d a n te s detalles, los núcleos que las vertebran. P o r ello, sin su aportación, la figura que la o b ra p u b lic a d a p o r el filósofo nos b rin d a del controvertido com positor resulta a todas luces dem asiado p lan a , dem asiado simple, carente de m uchos de los p o rm e ­ nores im prescindibles a la h o ra de otorgarle relieve, claros­ curos y vitalidad. T ales apuntes postum os, u n a especie de diario e n tre c o rta d o de aquella tensa am istad, ro ta y con­ v ertida en a ñ o ra n z a y hostilidad, concretan, am plían y co m p lem en tan las afirm aciones de los libros y, en cierto m od o , h asta las fu n d am e n ta n . Su estudio p e rm ite destruir u n a vez m ás la falsa im ag en m a n iq u e a q u e p rim e ro p r e ­ se n ta u n N ietzsche inco n d icio n al y ciegam ente w agneria n o , p a r a después convertirlo en u n enem igo ig u alm en te a c é rrim o y u n id ire cc io n a lm e n te obsesivo y fanático, com o si se tratase de u n converso que ren e g a ra de. su an tigua fe: esa im agen es totalm en te inex acta p o rq u e, p o r u n a p arte, desde el pnncipio, ja m á s dejó de h a b e r disonancias y diferen­ cias notables — que el aten to estudio h a de d o c u m e n ta r y p recisar con to d o rigor— entre am bos h om bres, y, p o r otra, n u n c a faltan los gestos inequívocos de p ro fu n d o reco­ n ocim iento y sincera gratitu d de N ietzsche respecto a W ag­ n er, incluso en los días finales de aquel añ o ta n exaltado que provocó el térm in o de su escritura responsable, com o luego verem os.

P o r últim o, u n terc e r a p a rta d o del legado del filósofo lo form an, con plen o derecho, las abundantes cartas en las que rela ta a sus m ejores am igos los incidentes de sus visitas y los tem as de sus conversaciones, ta n to con el c o m p o s ito r com o co n su c o m p a ñ e ra y p o s te rio r esposa, la a d m ira d a Cosima; en tales misivas aparece, p o co a poco, su im posterga­ ble necesidad de to m a r distancia y g a n a r ind ep en d en cia ante ta n irresistible foco; se dibuja u n a y o tra vez su a n ­ siada y sufriente soledad, requisito p a r a rec o rre r su propio cam ino com o p en sad o r, esto es, p a r a cuidar la ta re a a la que se siente vitalm ente reclam ado, m ás allá de la filología y del tra b a jo en las aulas universitarias. E n el epistolario de­ tectam os tam b ién las cicatrices de la vieja am istad d u ran te los años de separación, tras la ruptura sin retom o, así com o los delatores ecos provocados p o r la m u erte del com positor; la responsabilidad que se asum e p o r lo m ás genuino de la h e ­ ren c ia legada p o r este cre a d o r a la h u m a n id a d del futuro, y los móviles com plejos de la irrefrenable crítica, ca d a vez m ás a c e n tu a d a y m ás necesitada al m ism o tiem po del con­ tra p u n to de la confesión de la g ran estim a y la excepcional consideración que se tuvieron en o tra época, en el paraíso soñado de la ju v en tu d . G racias a ese in te rca m b io epistolar revivimos desde d en tro la alegre sorpresa y las curiosas anécdotas de ta n infrecuente am istad, y pod em o s seguir, casi día a día, las etapas de su d ram ático distanciam iento, con los com plejos argum entos que avalan a los ojos de su p rincipal y m ás frágil pro tag o n ista la rad icalid ad de sus crí­ ticas subsiguientes, hasta llegar a la virulencia de los dos es­ critos de 1888, ta n drásticos y ta n p ro fu n d a m en te «psicoló­ gicos». L as cartas p rec isan y c o n te x tu a liz an m u ch as afirm aciones de los libros, reconocen las ironías y los con­ trastes retóricos, m antienen fidelidad a experiencias que no se p u e d e n extirpar p o rq u e constituyen lo m ás vertebral y m e ­ m orable en la vida del filósofo. Y — com o siem pre sucede en Nietzsche— la escritura sigue siendo prodigiosa, ágil y seduc­ tora. R esulta necesario, p o r lo tanto, consultar ese epistolario, al m enos el m ás directo e imprescindible, el que sin la m e­

diación de los amigos y las amigas m antuvieron durante los ocho años de su amistad, ya que, en cierto m odo, es el testi­ m onio central de su relación y sus diálogos, el docum ento que los retrata m anifestando la consideración que el otro parlenaire les m erece desde sus propias expresiones. Este volum en, p o r consiguiente, tan sólo desea iniciar la exposición de esos valiosos docum entos. P or elem entales m otivos de espacio quiere lim itarse al p rim e ro de esos ob­ jetivos señalados, esto es, a p rese n tar el conjunto de los es­ critos q u e N ietzsche dedicó a su antiguo am igo y m e n to r, a esa perso n a con la que tan to conversó y a la que tanto estimó. T ra ta rem o s, así pues, de m an ten ern o s en el ám bito de lo p rep arad o p a ra la im prenta p o r el propio Nietzsche, de lo que redactó p a ra que llegara al público y tuviera abierta difusión: ese conjunto es un com p o n en te fu n d am en tal de su legado, el m ás ord en ad o , cuidado y acab ad o , el que se ha deseado que la opinión pública conociera en esa precisa form a y presentación, p e ro c o n s titu y e ta n sólo u n a de sus p a rte s , la m ás externa y ap a re n te, la m ás brillante y pulida, la m ejor construida, sin n in g u n a duda. A h o ra bien, esa p a rte es quizá la m ás superficial y m enos íntim a, la m ás indirecta e im personal, la m ás alejada del día a día de su autor. C onviene no p e rd e r de vista, p o r tanto, la perspec­ tiva global que p ro p o rc io n a la totalidad del legado y saber en todo m o m e n to la etap a y la parcela de inform ación en la que nos situam os a la h o ra de rec o m p o n e r ese gigantesco m osaico, lleno de trozos lum inosos, así com o de parcelas ten eb ro sas y am arg as, gracias al cual se v a perfilando p o co a poco la com pleja im agen p lu ral de las relaciones de F. Nietzsche con R. W agner. Prescindir de los matices al reconstruirla es m altratar y m alinterpretar a quien tanto los necesitó, a ese filósofo y músico am ante de las variaciones y las improvisaciones que requieren dedos y oídos sutiles, y la limpieza, la calidez y la lum inosidad del cielo de los países m editerráneos. *

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En la vida de N ietzsche seguram ente no hay ningún e n ­ cuentro de repercusiones superiores al que tuvo lugar cierta noche de 1868 en Leipzig. P or vez p rim e ra se estrecharon las m anos ese m eló m an o reflexivo, jo ven p ro m esa de vein­ ticuatro años de la filología clásica alem ana, y el m ad u ro gran com positor que, a sus cincuenta y cinco años, todavía n o gozaba del reconocim iento público que m erecían sus obras, sobre todo p o r pa rte de la crítica especializada y de la intelectualidad supuestam ente culta y form ada, el público académ ico de su país. A m bas personalidades, p erten ecien ­ tes a dos generaciones distintas, com o si se tra tara , cierta­ m ente, de un p a d re y un hijo, co m p artían al m enos tres p a ­ siones que les m a rc a ro n con trazos indelebles la vida y la obra: la tragedia griega antigua, especialm ente la de Es­ quilo, p a ra d ig m a de la excelencia y p ied ra de toque con la que m ed ir las deficiencias de las producciones artísticas de la m odern id ad ; la filosofía de S ch o p en h au er, fu n d am e n ta l­ m en te en su p a rte estética y, en concreto, en su novedosa reivindicación del papel único y central de la m úsica; y la cu ltura ale m a n a del xix, necesitada de nuevo florecim iento con un estilo integral, unitario y a u tó n o m o , capaz de m a ­ nifestar, p o r su calidad y vitalidad, que sus creaciones esta­ b a n a la altu ra de los tiem pos. U n a cultura que tenía que ser equiparable, al m enos, a la poderosa cultura francesa del m om ento, p a ra lo cual era imprescindible que se inspi­ ra ra y fortaleciera en la m ejor savia de sus m áxim os ejem ­ plos, Beethoven y Goethe. P a ra ese renacim iento cultural am b o s h o m b re s ten ían puestas sus esperanzas en el arte, en su p o d e r salvifico y re d e n to r y, de m o d o particular, en aquel que m ejor p u ed e p erm eabilizar, integrar, resum ir y rec la m a r a todas las artes, el m isterioso arte de los sonidos, la música. D esde ese a ta rd e ce r del día 8 de noviem bre de 1868 hasta los últimos m om entos de la vida lúcida del filósofo, a co­ m ienzos de 1889, W a g n er im p re g n a y atraviesa to da la es­ critu ra de Nietzsche, bien com o acicate inspirador e interlo­ cutor predilecto, bien com o m otivo de análisis y de reflexión,

o bien com o síntom a decisivo de los m ales que com batir, com o caso clínico de la decadencia, el idealism o, el nihi­ lismo, los valores cristianos y la falsedad. L a d ocum entación com pleta de sus siem pre incandescentes relaciones, aunque nos lim item os a la que surgió p o r p a rte de Nietzsche, es un testim onio de aquella época, im prescindible p a r a conocer su filosofía con u n m ín im o rigor, tan to contextual com o es­ trictam en te estructural: ni lo dionisíaco, ni la volu n tad de p o d e r com o arte, ni el com bate c o n tra el hegelianism o, ni la transvaloración de todos los valores, se p u e d e n en ten d er en su com plejidad sin acudir al caso p arad ig m ático que W a g n e r significa en la vida de Nietzsche. Revisem os, pues, u n o a uno, los escritos que le dedicó, aten d ien d o al con­ texto de su gestación y a las claves de sus m ensajes, privi­ legiando aquellas en las que el p ro p io a u to r insistió p a ra no ser m alinterpretado. El p rim e ro y m ás breve, la Exhortación a los alemanes, fue re d a c tad o p o r el entonces profesor Nietzsche com o forzada consecuencia de u n encargo que le hizo u n com ité del P a ­ tro n a to de B ayreuth; es decir, lo escribió a petición indi­ rec ta del m ism o W agner: la ta re a se la h a b ía enco m en d ad o el com positor a través de E m il H eckel, rep resen tan te de u n a Asociación W ag n er, a quien el jo v en catedrático de fi­ lología le contestó a c ep ta n d o la p ropuesta. C o m o sabem os p o r las cartas a sus amigos C arl von G ersdorff y E rw in R o h d e , del 18 de o ctubre de 1873, la invitación le h a b ía llegado ese m ism o día y le resultaba u n a ta re a m u y poco g rata, m ás bien h orrible p o r la dificultad que suponía ten er que confeccionar u n texto publicitario, u n a p ro cla m a al p u e b lo alem án p a ra re c a b a r fondos. P a ra lidiar con ese ex­ tra ñ o m o nstruo pidió la colaboración de R o h d e , quien de­ bía sugerirle u n a especie de a p ro p ia d o índice que h a b ía que desarrollar. D e h echo, el sentido de ese escrito era bien evi­ dente: que m u c h a gente — cu a n ta m ás, m ejor— hiciera u n a aportación económ ica a favor de la em presa de B ayreuth en sus com ercios habituales de arte, libros e instrum entos m usicales (cerca de cuatro m il p o r entonces en to d a Ale-

m ania). C o m o directrices que sirvieran de m otivación, se le rec o m e n d ó que a b o rd a ra los pu n to s siguientes: a) Signifi­ cado de esa em presa y significado del «em presario» que la h a b ía concebido y la dirigía, b) O p ro b io p a r a la n ació n en la que se estaba llevando a cabo ese g ran p royecto con p a r ­ ticipación desinteresada y sacrificada de m uchos colabora­ dores, p e ro que e ra p rese n ta d a y criticada com o si fuera la q u im e ra de u n ch arlatán. Y cj C o m p a ra c ió n con otras n a ­ ciones: si en F ran cia, In g la te rra o Italia u n artista h u b ie ra conseguido que se reco n o cieran cinco obras suyas de m a ­ n e ra inequívoca, y si reclam ase u n nuevo teatro que estu­ viera en c o n co rd an cia con las necesidades de rep resen ta­ ción pública de su nuevo arte nacional, ¿acaso no recibiría todo tipo de ayudas, a u n q u e sólo fuese p o r sentido del h o ­ nor? P o r últim o, se ten d ría q u e h a c e r referencia a los im ­ presos en los que sería posible inscribir las aportaciones so­ licitadas en los correspondientes comercios musicales. A pesar de la encendida súplica de su am igo, R o h d e no le envió ningún b o rra d o r y el atribulado Nietzsche, que a tra ­ vesaba un m o m e n to de salud n a d a propicio, redactó la p ro ­ clam a en u n a m añ a n a , la llevó a la im p re n ta ese m ism o día, el 22 de octubre, y el día 25 (o el 26) ya p u d o enviar a Bay­ reu th las galeradas o, p a ra decirlo con m ay o r rigor, unos cuantos ejemplares de p ru eb a que h abían de someterse a la aprobación de los m iem bros del Patronato. E n la breve n ota adjunta, pensada p a ra los W agner, resum e el propósito que h a perseguido con su escrito: p rovocar a los enemigos p a ra que la ira de éstos concentre y enardezca a los genuinos p a r ­ tidarios del compositor. El día 29 viajó a esa ciudad con la única finalidad de asistir a la reunión convocada y defender p ersonalm ente su proyecto, p ero en el pleno del día 31 se leyó y discutió ese texto sin éxito, pues los pocos delegados de las Asociaciones asistentes, u n a docena ta n sólo, lo recha­ zaron, a pesar de que tanto W ag n er com o C osim a h abían expresado previam ente su conform idad. Nietzsche, p o r su p arte, pensaba que su escrito era idóneo p a ra obtener lo m ás ineludible y necesario, esto es, conseguir dinero, y que no

sólo debía divulgarse, sino que debía traducirse e imprim irse tam bién en francés, italiano e inglés, firm ado p o r u n con­ ju n to selecto de personas de las m ás diversas clases y esta­ m entos (nobles, funcionarios, políticos, eclesiásticos, profeso­ res, com erciantes y artistas), a las que previam ente se les h ab ría enviado p a ra solicitar su aprobación y reclam ar su firma de adhesión. D e hecho, así se lo había indicado a W ag­ n e r y a su am igo C arl von G ersdorff — en la carta del 27 de octubre— y él m ism o, convencido de su logro, h abía via­ ja d o a Bayreuth con ese escrito p a ra que en seguida se p u ­ siera en práctica su plan; p o r desgracia, no lo supo presentar con suficiente persuasión ante los delegados, ya que éstos no se sintieron legitimados p a ra utilizar un lenguaje ta n audaz y prefirieron trasladarle la tarea a otro académ ico w agneriano, cuyo texto alternativo, m ucho m ás edulcorado, no tuvo el m e n o r efecto sobre el público y acabó en u n ro tu n d o fracaso. N o obstante, nos h a n llegado ejemplares de ese proyecto frustrado que ja m á s llegó a a editarse com o tal ni a distri­ buirse entre los partidarios del compositor. Su lectura puede ayudar a com prender el sueño que p o r aquellos años pasó p o r la m ente de Nietzsche: dejarle la cátedra de filología clá­ sica a su am igo R o h d e y dedicarse p o r entero a divulgar la m ag n a em presa w agneriana que h a b ía de culm inar en las colinas de Bayreuth. H¡ #

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D esde la aparición de la te rc e ra Consideración Intempestiva, Schopenhauer como educador, hasta la de la Cuarta, que, com o u n díptico, está d ed icad a al otro g ran m aestro de su ju v e n ­ tud, el com positor R ic h a rd W ag n er, p a saro n veinte meses, los que v a n de octubre de 1874 a julio de 1876. D u ra n te ese tiem po N ietzsche vivió u n o de los m o m en to s m ás críti­ cos de su vida, lleno de transform aciones y cam bios in ter­ nos, com o p u e d e detectarse m ed ia n te la lectura de sus cua­ d ernos postum os. P o r ejem plo, la ñ itu ra Cuarta Intempestiva estuvo consagrada en principio, desde com ienzos de 1874,

a u n a reflexión crítica sobre el tra b a jo de los filólogos. C on ese p ro p ó sito el to d av ía c a te d rá tic o de F ilología C lásica de la U niversidad de Basilea red actó m ás de cien páginas de texto d u ran te el v eran o y el otoño de 1875. Ese proyecto de libro avanzó m u ch o , m u y p ro n to tuvo u n título que, después, en las supuestas ediciones de sus obras com pletas, lo hizo fam oso, Nosotros los filólogos, p e ro los apuntes m e n ­ g u a ro n p a u la tin a m e n te h a sta que su a u to r acabó p o r a b a n ­ d o n a r el plan. S im ultán eam en te, tam b ién desde enero de 1874, c o m en zaro n las lecturas y reflexiones p a ra las n o ­ tas que ib a re d a c ta n d o sobre W a g n er, si bien sólo a p a rtir del v eran o de 1875 cristalizó la decisión de escribir u n libro sobre el in co m p ren d id o m aestro de los nuevos d ram as m u ­ sicales, todavía p o r entonces m enospreciado y criticado, so­ b re todo p o r ese colosal m acroproyecto de B ayreuth que se h a lla b a al b o rd e del fracaso. P a ra defenderlo con buenos arg u m en to s elaboró u n m ed itad o plan, u n a sólida a rquitec­ tu ra expositiva. E n octubre estaban y a casi listos los p rim e ­ ros 8 capítulos, p e ro u n a a te n ta rele c tu ra los consideró im ­ publicables. T a n sólo en la p rim a v e ra de 1876, incitado p o r la grave situación que se atrav esab a en la em presa de B ay­ reu th , N ietzsche reto m ó el trabajo previo y acom etió los preparativos p a ra que el texto fuera llegando p u n tu alm en te a la im p re n ta , encargándose su am igo y discípulo, el com ­ p ositor H e in ric h Köselitz, a quien lla m ab a Peter Gast, de confeccionar el m anuscrito final p a ra el editor. A m ediados de ju n io , el prim itivo p lan h a b ía alcanzado su cim a y se h a ­ b ía realizado ap ro v e c h a n d o u n a bviena rach a, u n estado de án im o positivo y av en tu rad o que facilitó la redacción de los tres últim os capítulos restantes. A principios de julio a p a re ­ ció publicado el nuevo libro, Richard Wagner en Bayreuth, la cu a rta y últim a de las Intempestivas y, a com ienzos de 1877, la editorial S chm eitzner de Schlosschem nitz p resentó la tra ­ ducción francesa. *

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C om o en otras ocasiones, el m ism o N ietzsche h a expli­ cado m u y bien lo que ese libro significa, y lo h a hecho no sólo en apuntes privados e inéditos o en párrafos de su in ­ contenible epistolario, sino tam bién, y m uy en especial, en determ inados pasajes de sus obras, cuando h a m ed itado so­ bre su propio pasado com o escritor que se observa con los ojos de la m adurez. Tales reflexiones atraviesan esa especie de continua autocrítica que son los prólogos que p rep aró para varias reediciones en 1886, redactados sobre todo desde el vivo recuerdo y la m em o ria que perdura, y en el apartado autobiográfico de Ecce homo dedicado expresam ente a co­ m entarlas, revisadas esta vez textualm ente y vueltas de nuevo a considerar, titulado «Por qué escribo yo libros ta n buenos». A m bos bloques conform an u n conjunto de escritos de elabo­ radísim a prosa que, siguiendo u n a acertada indicación de C laus-A rtur Scheier, bien m erecen verse com o un todo y ti­ tularse Ecce auctor. E n efecto, en el § 1 del «Prólogo» a la se­ g u n d a edición de Humano, demasiado humano II, de septiembre de 1886, nos ofrece, rem em o ran d o el proceso de creación de esa o b ra y lo que su publicación significó, el siguiente co­ m entario: N o se debe hablar sino cuando no cabe callar; y sólo hablar de lo que se ha rebasado: todo lo demás es char­ latanería, «literatura», falta de disciplina. Mis escritos no hablan más que de mis victorias: «yo» estoy en ellos con todo lo que me ha sido hostil, ego ipsissimus [mi propio yo], y aún, si se m e permite una expresión más orgullosa, ego ipsisámum [mi yo más íntimo]. Se adivina: tengo ya m ucho por debajo de m í... Pero siempre fue menester tiempo, convalecencia, lejanía, distancia, hasta que sur­ gieron en mí las ganas de escorchar, explotar, destapar, «exponer» (o com o se le quiera llamar) a postenori para el conocim iento algo vivido y sobrevivido, un hecho [Fac­ tum] o fatum propio cualquiera. En tal m edida todos mis escritos, con una única, por cierto esencial, excepción [el paratustra], han de ser fechados con antelación — siempre hablan de un «tras de mí»— : algunos, com o las tres pri­

meras Consideraciones intempestivas, incluso antes aun del período de nacimiento y de vivencia de un libro ante­ riormente publicado (el Nacimiento de la tragedia es este caso, como no puede ocultársele a un observador y com­ parador más sutil)... Incluso mi discurso triunfal y so­ lemne en honor de Richard Wagner, con ocasión de la celebración de su victoria en Bayreuth en 1876 — Bay­ reuth significa la mayor victoria que jamás haya logrado un artista— , un trabajo que ostenta la más marcada apariencia de «actualidad», era en el fondo un homenaje y un agradecimiento hacia un trozo de mi pasado, hacia la más hermosa, también la más peligrosa, bonanza de mi travesía... y en realidad un desligamiento, una des­ pedida (¿Tal vez el mismo Wagner se equivocaría acerca de esto? No creo. Mientras aún ama, no pinta uno cier­ tamente tilles cuadros; aún no se «contempla», no se si­ túa a distancia de la manera en que tiene que hacerlo el que contempla. «Del contemplar forma ya parte un mis­ terioso antagonismo, el de mirar de frente», se dice en la página 46 del citado escrito, con un giro delator y me­ lancólico que quizá sólo era para unos pocos oídos)1. Así pues, esta Cuarta Consideración Intempestiva es el adiós a la ju v e n tu d , la acción de gracias p o r u n herm oso fragm ento del pasado, el detallado resum en de aquello que se h a q u e­ rido. Los apuntes postum os lo confirm an. C u a n d o N ietzs­ che lo red acta ya está en otro lugar, ya h a superado esa etap a juvenil, ya es capaz de separarse de la p erso n a a la que hace objeto de sus consideraciones, de to m a r distancia y alejarse de ella p a ra p o d e r así g a n a r perspectiva y conse­ guir un enfoque a d ecu ad o que la retrate íntegram ente. D e ahí que consiga la virtud de m ira r con lucidez, ex am in ar con ojo crítico y e lab o rar u n raz o n a d o juicio, del que tan sólo expone p o r a h o ra a la luz pública los resultados posi*

1 F. Nietzsche, Humano, demasiado humano, vol. II, trad, de A. Brotons M u ñoz, M adrid, Akal, 1996, págs. 7-8. La cita de Nietzsche per­ tenece al § 7 de Richard Wagner en Bayreuth.

tivos y favorecedores. Pero se percibe la distancia, la re ­ serva e incluso cierto antagonism o soterrado que m ás ade­ lante saldrá a la superficie y o c u p a rá el p rim e r plano. T a l ju icio sigue siendo m uy personal, es claram ente intem pes­ tivo, va a la c o n tra de lo aceptado p o r la opinión m ayoritaria en la sociedad. E n ese escrito se co m baten los vicios de u n a época insensible a la excepcional g ran d eza que en ella se m anifiesta: B ayreuth es u n a victoria ú nica en la his­ toria del arte, y no hay n in g u n a vacilación al volver a re­ conocerlo. E n ese sentido, el libro fue profético, colaboró en tal victoria y el tiem po le h a dad o la razón. P or otra p arte, en ese a p a rta d o de Ecce homo en el que, tras exponer «Por qué escribo yo libros ta n buenos», su a u ­ to r los va c o m en tan d o u n o a uno, en la sección que dedica a rec o n sid e ra r su p rim e ra o b ra, y ya en el § 1, encontramos de m an era insospechada el contexto en el que se h a n de ins­ cribir sus nuevas precisiones y com entarios sobre la Cuarta intempestiva: Para ser justos con E l nacimienlo de la tragedia (1872) será necesario olvidar algunas cosas. H a influido e incluso fascinado por lo que tenía de errado, por su aplicación al wagnerismo, com o si éste fuese un síntoma de ascensión. Este escrito fue, justo por ello, un acontecimiento en la vida de Wagner: sólo a partir de aquel instante se pu­ sieron grandes esperanzas en su nombre. Todavía hoy se m e recuerda a veces, en las discusiones sobre Parsifal, que en realidad yo tengo sobre mi conciencia el hecho de que haya prevalecido una opinión tan alta sobre el valor cultural de ese movimiento. H e encontrado muchas veces citado este escrito com o E l renacimiento de la tragedia en el espíritu de la música; sólo se ha tenido oídos para per­ cibir en él una nueva fórmula del arte, del propósito, de la tarea de Wagner, en cam bio no se oyó lo que de valioso encerraba en el fondo ese escrito2.

2 F. Nietzsche, Ecce homo, Introducción, traducción y notas de A. Sánchez Pascual, edición revisada, M adrid, Alianza, 1998, pág. 75.

E xp lícita r e iv in d ica c ió n , p u e s, d e autoría, de a u to n o m ía in tele ctu a l, de v alía d e la p r o p ia obra, p o r ella m is m a y sin in terferen cias de n a d ie , sin q u e te n g a q u e asociarse siem p re a la figura del c o m p o sito r , c o m o si fuese un e le m e n t o de su c o m p a r sa . El a p lasta n te p e s o d e un g ig a n te c o m o W a g n e r casi a h o g a al solitario p e n sa d o r , q u e sólo ten d rá un r e c o ­ n o c im ie n to p o s tu m o , y sufrirá al verse ig n o r a d o en vida. P o c o d e sp u é s, e n el § 4 d e esas a d v e r te n c ia s d e d ic a d a s a p r ec isa r el c o n t e n id o d e E l nacimiento de la tragedia, le e m o s — e n in e sp e r a d a tran sición h a c ia la Cuarta Consideración I n ­ tempestiva— estas d esb o r d a n te s c o n fe sio n e s so b re aq u el p ri­ m e r libro de N ie t z s c h e q u e te n ía c o m o o b jetiv o p resen tar d e sd e su p r o p io p u n to de vista la g r a n d io sa e in c o m p r e n d id a e m p r e sa de W agn er:

En este escrito [E l naámimto de la tragedia] deja oír su voz una inmensa esperanza. Yo no tengo, en definitiva, motivo alguno para renunciar a la esperanza de un fu­ turo dionisíaco de la música... Yo prometo una edad trá­ gica. .. A un psicólogo le sería lícito añadir incluso que lo que en mis años jóvenes oí yo en la música wagneriana no tiene nada que ver en absoluto con Wagner, que cuando yo describía la música dionisíaca describía aque­ llo que yo había oído — que yo tenía que trasponer y transfigurar instintivamente todas las cosas al nuevo espí­ ritu que llevaba dentro de mí. La prueba de ello, tan fiierte como sólo una prueba puede serlo, es mi escrito IVagner en Bay­ reuth: en todos los pasajes psicológicamente decisivos se habla únicamente de mí — es lícito poner sin ningún re­ paro mi nombre o la palabra «Zaratustra» allí donde el texto pone la palabra «Wagner». La entera imagen del artista clitirámbico3 es la imagen del poeta preexistente del ζ α ratustra, dibujado con abismal profundidad y sin rozar si­ quiera un solo instante la realidad wagneriana. Wagner mismo tuvo una noción de ello; no se reconoció en aquel escrito. — Asimismo, «el pensamiento de Bayreuth» se

3 V éase Richard IVagner en Bayreuth, § 7.

había transformado en algo que no será un concepto enigmático para los conocedores de mi ^ 'aratustra... El pathos de las primeras páginas pertenece a la historia uni­ versal; la mirada de que se habla en la página séptima4 es la genuina mirada de Zaratustra; Wagner, Bayreuth, toda la pequeña miseria alemana es una nube en la que se refleja un infinito espejismo del futuro. Incluso psico­ lógicamente, todos los rasgos de mi naturaleza propia es­ tán inscritos en la de Wagner — la yuxtaposición de las fuerzas más luminosas y fatales, la voluntad de poder como jamás hombre alguno la ha poseído, la valentía brutal en lo espiritual, la fuerza ilimitada para aprender sin que la voluntad de acción quedase oprimida por ello. Todo en este escrito es un presagio: la cercanía del re­ torno del espíritu griego, la necesidad de Antialejandrof1 que vuelvan a atar el nudo gordiano de la cultura griega, después de que ha sido desatado... Oigase el acento histórico-universal con que se introduce en la página 306 el concepto de «mentalidad trágica»: todos los acentos de este escrito pertenecen a la historia universal. Esta es la «objetividad» más extraña que puede existir: la absoluta certeza sobre lo que yo soy se proyectó sobre cualquier realidad casual, — la verdad sobre mí dejaba oír su voz desde una horrorosa profundidad. En la página 717 se describe y anticipa con incisiva seguridad el estilo del %aratustra; y jam ás se encontrará una expresión más gran­ diosa para describir el acontecimiento Zaratustra, el acto de una gigantesca purificación y consagración de la hum a­ nidad, que la que fue hallada en las páginas 43-468,9. A tiéndanse, pues, los consejos del autor: al m arg e n de las referencias a W ag n er, en este escrito se insinúa lo que 4 Ibid., § 1. Las referencias indicadas remiten, c o m o es obvio, a la paginación de la primera edición de esa obra de 1876. 5 Ibid., § 4. 6 Ibid., § 4. 7 Ibid., § 9. 8 Ibid., § 6. 9 F. Nietzsche, Ecce homo, ed. cit., págs. 79-81.

N ietzsche entiende p o r m úsica dionisíaca y p o r m entalidad o convicción trágica. E n él hay u n a prefiguración del estilo, la figura y el m ensaje de Z a ratu stra , y un a u to rre tra to in­ directo de la psicología ín tim a del filósofo. Pero todavía en­ cierra m ás riquezas ese texto a p a re n tem e n te tan poco nietzscheano en el que tam p o co W a g n e r se a c a b a b a de re­ conocer: la causa de la ex trañ eza que de él e m a n a tal vez rad iq u e en que, com o bien se h a dicho y las notas de nues­ tra edición lo dem uestran, no es sino u n g ran m osaico construido con fragm entos entresacados casi literalm ente de m uchas de las obras del com positor, quien, p o r otra parte, tam b ién fue un ensayista m uy peculiar y m agm ático, así com o un autobiógrafo reincidente. N o obstante, el diseño general y la a rq u itec tu ra en la que esas piedras se insertan son totalm ente nietzscheanos, e incluso su p rosa, tan dife­ ren te a la de los aforism os posteriores, q uizá no sea sino u n a sutilísima p a ro d ia de la am pulosa escritura w agneriana, al tiem po que u n a dem ostración de g ran estilo, u n a exposi­ ción de sostenido aliento que desea respirar con grandeza, infrecuente en ese legado repleto de sentencias y de escri­ tu ra fragm entaria y en treco rtad a, tan característica del filó­ sofo. A p esar de esta peculiaridad, conviene insistir en que estam os ante el que p a ra m uchos todavía sigue siendo el m ejo r ensayo que se h a y a escrito ja m á s sobre el discutido artista W agner: casi es im posible e n c o n tra r en nuestros días introducciones y análisis en to rn o a su o b ra y su perso n a sin que ap arezcan , explícitam ente citados o bien cam ufla­ dos con m ejor o p e o r arte, los juicios que N ietzsche for­ m uló en su libro de 1876. E n el a p a rta d o de Ecce homo dedicado a «Las In tem p es­ tivas» prosiguen los com entarios esclarecedores de su au to r sobre ese extraño escrito consagrado a la em presa de Bay­ reuth, que sólo años después, en 1888, le revela las pepitas de oro que yacen en su fondo. El § 1 dice así: Las cuatro Intempestivas son íntegramente belicosas. De­ muestran que yo no era ningún «Juan el soñador», que me

gusta desenvainar la espada — acaso también que tengo peligrosamente suelta la m uñeca... — En la tercera y en la cuarta Intempestivas son confrontadas, como señales hacia un concepto superior de cultura, hacia la restauración del concepto de «cultura», dos imágenes del más duro egoísmo, de la más dura cría de un ego, tipos intempestivos par exce­ llence [por excelencia], llenos de soberano desprecio por todo lo que a su alrededor se llamaba Reich, «cultura», «cristianismo», «Bismarck», «éxito» — Schopenhauer y Wagner o, en una sola palabra, Nietzsche...10 Poco después, el § 3 precisa lo siguiente: Exceptuadas, como es obvio, algunas cosas, yo no afirmaría que las Intempestivas señaladas con los nombres de Schopenhauer y de W agner puedan servir especial­ mente para comprender o incluso sólo plantear el pro­ blema psicológico de ambos casos. Así, por ejemplo, con profunda seguridad instintiva se dice ya aquí que la rea­ lidad básica de la naturaleza de W agner es un talento de comediante, talento que, en sus medios y en sus inten­ ciones, no hace más que extraer sus consecuencias. En el fondo yo quería, con estos escritos, hacer otra cosa completamente distinta que psicología: en ellos intentaba expresarse por vez primera un problema de educación sin igual, un nuevo concepto de la cría de un ego, de la auto­ defensa, hasta llegar a la dureza, un camino hacia la grandeza y hacia tareas histórico-universales. Hablando a grandes rasgos, yo agarré por los cabellos, como se agarra por los cabellos una ocasión, dos tipos famosos y todavía no definidos en absoluto, con el fin de expresar algo, con el fin de tener en la mano unas cuantas fór­ mulas, signos, medios lingüísticos m ás... Así es como Pla­ tón se sirvió de Sócrates, como de una semiótica para Platón. Ahora que vuelvo la vista desde cierta lejanía a las situaciones de las que estos escritos son testimonio, no quisiera yo negar que en el fondo hablan meramente

10 Ibíd.j págs. 83-84.

de mí. El escrito Wagner en Bayreuth es una visión de mi futuro... no faltan cosas dolorosísimas, hay allí palabras que en verdad sangran. Pero un gran viento propio de la gran libertad sopla sobre todo; la herida misma no ac­ túa como objeción11. R eten g am o s u n a afirm ación: esa o b ra tra ta de expresar un cam ino hacia la grandeza. E stam os legitim ados p o r su au to r, p o r tanto, p a ra in te rp re ta r la Cuarta Consideración In ­ tempestiva com o u n a reflexión sobre el significado de la g ra n ­ deza, co n cretam en te sobre la que es p ro p ia de u n tipo es­ pecífico de «grandes seres h u m an o s en la historia», a saber, los «grandes artistas». M e d ia n te sus detalladas observacio­ nes en to rn o a W a g n e r, la m ed itac ió n de N ietzsche se e n ­ tre la z a con la de u n o de sus m ás a d m irad o s colegas, el resp e ta d o m ae stro J a c o b B u rc k h a rd t, cuyas Weltgeschichtli­ che Betrachtungen [C onsideraciones sobre la historia u n iver­ sal], que le escuchó en Basilea en el sem estre del invierno de 1870-1871, y a co ntenían u n a p a rta d o dedicado a esta cuestión, «la g ran d e z a histórica»12. Al filósofo siem pre le in ­ teresó esta transform ación y radicalización del te m a ro ­ m án tico del «genio» que es el p ro b le m a de la « grandeza del ser h u m a n o » com o gen u in a cuestión filosófica, com o tare a antropológico-crítica irrenunciable en todo p e n sad o r que cultive esa ta re a de estirpe griega tal y com o N ietzsche la practica: u n a p ru e b a m u y significativa de ello es, p o r ejem ­ plo, el § 212 de M ás allá del bien y del mal. E sta p re o c u p a ­ ción atraviesa de principio a fin la Cuarta Intempestiva que, p o r ello m ism o, tam b ién aspira a ser u n a «C onsideración sobre la historia universal» b ajo la form a específica de u n a «crítica a la m od ern id ad » . L eída desde esta perspectiva, los escritos antiw agnerianos de la época final n o h a c en sino

11 Ibid., págs. 86-87. 12 Véase Jacob Burckhardt, Reflexiones sobre la historia universaltra­ ducción de W. Roces, México, Fondo de Cultura Económica, 1961, 2.a edición, págs. 264-308.

continuar, c o n cretar y subrayar, con fuertes rasgos, u n a m ism a tarea. *

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L a ru p tu ra con W ag n er conm ociona toda u n a com pleja historia personal en la que están directam ente im plicadas fa­ cetas sentim entales, intelectuales y artísticas a la vez. N o obstante, ese largo, tenso y callado proceso tiene com o una últim a gota que lo desborda y altera, con su correspondiente concreción tem poral y gestual: u n a separación que viene a ser no sólo la disolución de la residencia w agneriana en T rib s­ chen, sino, m ás en concreto, la ausencia de Nietzsche de la ciudad del teatro y de los festivales w agnerianos en el ve­ ra n o de 1876, a c o m p a ñ a d a p o r la inm inente redacción, desde otras prem isas, de un nuevo libro que, editado en 1878, consum ó ese definitivo alejam iento entre los dos amigos. Las apasionadas visitas del jo ven profesor al h o g a r del genio de la m úsica se convirtieron en p érd id a irrecuperable y en fuente de nostalgia. Ese libro fue Humano, demasiado humano. N ietzsche tam bién expuso con precisión ese simbólico m o ­ m ento de la enferm edad y de la perplejidad p a ra con lo que m u y pocos años antes le h ab ía sido tan saludable y e n tra ­ ñable en el § 2 de los com entarios de Ecce homo a dicha obra: Los inicios de este libro se sitúan en las semanas de los primeros Festivales de Bayreuth: una profunda extrañeza frente a todo lo que allí me rodeaba es uno de sus presupuestos. Quien tenga una idea de las visiones que, ya entonces, me habían salido a mí al paso podrá adivinar de qué humor me encontraba cuando un día me desperté en Bayreuth. Totalmente como si soñase... ¿Dónde estaba yo? No reconocía nada, apenas reconocí a Wagner. En vano hojeaba mis recuerdos. Tribschen, una lejana isla de los bienaventurados: ni sombra de se­ mejanza. Los días incomparables en que se colocó la primera piedra, el pequeño grupo pertinente que lo fes­ tejó y al cual no había que desear dedos para las cosas

delicadas: ni sombra de semejanza. ¿Qué había ocurrido? ¡Se había traducido a Wagner al alemán! ¡El wagneriano se había enseñoreado de Wagner! ¡El arte alemán! ¡el maestro alemán!, ¡la cerveza alemana!... Nosotros los aje­ nos a aquello, los que sabíamos demasiado bien cómo el arte de Wagner habla únicamente a los artistas refina­ dos, al cosmopolitismo del gusto, estábamos fuera de nos­ otros mismos al reencontrar a W agner enguirnaldado con «virtudes» alemanas. Pienso que yo conozco al wag­ neriano, he «vivido» tres generaciones de ellos, desde el difunto Breudel, que confundía a Wagner con Hegel, hasta los idealistas de los Bayreulher Blätter, que confun­ dían a W agner consigo mismos — he oído toda suerte de confesiones de «almas bellas» sobre Wagner. ¡Un reino por una sola palabra sensata! — ¡En verdad, una compañía que ponía los pelos de punta! Nohl, Pohl, Kohl, mit Grazie in infinitum [con gracia, hasta el infinito]! — ¡Si al menos hubiera caído entre puercos! ¡Pero entre alemanes!... En fin, habría que empalar, para escar­ miento de la posteridad, a un genuino bayreuthiano, o mejor, sumergirlo en spiritus [alcohol], pues spiritus [espí­ ritu] es lo que falta — con esta leyenda: este aspecto ofrecía el «espíritu» sobre el que se fundó el «Reich»... Basta, en medio de todo me marché de allí por dos se­ manas, de manera muy súbita... me disculpé con Wag­ ner mediante un simple telegrama de texto fatalista. En un lugar profundamente escondido en los bosques de la Selva Bohemia, Klingenbrunn, me ocupé de mi melan­ colía y de mi desprecio de los alemanes como si se tra­ tase de una enfermedad — y de vez en cuando escribía, con el título global de «La reja del arado», una frase en mi libro de notas, todas Psicológica [notas psicológicas] duras, que acaso puedan reencontrarse todavía en H u ­ mano, demasiado humanol3.

P lanteándolo con rigor, sería poco correcto su p o n er que, p o r las fechas en que se gestó y editó ese libro, de 1876

13 Ibid., págs. 90-91.

a 1878, h u b o u n a ruptura p u n tu al entre am bos amigos. C iertam ente, p o r entonces tuvo lugar el m o m e n to de la dis­ tancia entre ellos, se llegó al p u n to de no retorno, pero exa­ m in am o s un proceso en el que intervienen tan to la triste experiencia de encontrarse m al, psíquica y físicam ente, d u ­ ran te todas las representaciones en B ayreuth, en el seno de toda la parafernalia dem asiado h u m a n a que las a c o m p a ­ ñ a b a , com o la m ad u ra c ió n de un p ensam iento que a tra ­ viesa crisis y a b a n d o n a tesis y opciones anteriores p a ra em anciparse y afirm arse. L a veracidad de Nietzsche con­ sigo m ism o en este fragm ento tan significativo de su a u to ­ biografía es im placable y su lectura nos perm ite c o m p re n ­ d er el contexto de su cam bio de rum bo: Lo que entonces se decidió en mí no fue, acaso, una ruptura con Wagner — yo advertía un extravío total de mi instinto, del cual era meramente un signo cada des­ acierto particular, se llamase Wagner o se llamase cáte­ dra de Basilea. Una impaáenáa conmigo mismo hizo presa en mí; yo veía que había llegado el momento de reflexionar sobre mí... Entonces adiviné también por vez primera la conexión existente entre una actividad elegida contra los propios instintos, eso que se llama «profesión», y que es la cosa a la que menos estamos llamados — y aquella imperiosa necesidad de lograr una anestesia del sentimiento de vacío y de hambre por medio de un arte narcótico — por medio del arte de Wagner, por ejemplo. Mirando a mi alrededor con mayor cuidado he descu­ bierto que un gran número de jóvenes se encuentra en ese mismo estado de miseria: una primera contranatura­ leza fuerza formalmente otra segunda. En Alemania, en el «Reich», para hablar inequívocamente, demasiados hom ­ bres están condenados a decidirse prematuramente y luego, bajo un peso que no es posible arrojar, a perecer por cansancio... Estos anhelan W agner como un opio, — se olvidan de sí mismos, se evaden de sí mismos por un instante... ¡Qué digo!, — ¡por cinco o seis horas! — Entonces mi instinto se decidió implacablemente a que no continuasen aquel ceder ante otros, aquel

acom pañar a otros, aquel confundirme a mí m ism o con otros11.

El p rim e r resultado fue la publicación de ese libro que ya no agradó a los VVagner y co n tra el que se defendieron criticando las ideas de su a u to r en la revista que habían fu n d ad o p a ra difundir su em presa. El carácter sim bólico de tal distanciam iento, que generó g ran hostilidad, lo expresó m u y bien el pro p io N ietzsche con el in tercam bio de dos li­ bros, au n q u e p a ra ello condensase en sus recuerdos un in ­ tervalo de varios meses, cuatro, en un único m om ento: Cuando por fin tuve en mis manos el libro acabado — con profundo asombro de un enfermo grave — , mandé, entre otros, dos ejemplares también a Bayreuth. Por un milagro de sentido en el azar me llegó al mismo tiempo un hermoso ejemplar del texto de Parsifal, con una dedicatoria de W agner a mí, «a su querido amigo Friedrich Nietzsche, Richard Wagner, consejero eclesiás­ tico». Este cruce de los dos libros — a mí me pareció oír en ello un ruido ominoso. ¿N o sonaba com o si se cruzasen espadas?... En todo caso, ambos lo sentimos así: pues ambos callamos. — Por este tiempo aparecieron los primeros Bayreulher Blätter: yo comprendí para qué cosa ha­ bía llegado el tiempo. — ¡Increíble! W agner se había vuelto p ia d o s o ...1'1

El futuro d ram a , ya se h a b ía anudado: Nietzsche, hipersensible y crispado, no percibe el evidente rasgo de h u ­ m o r en la dedicatoria de W ag n er, que se a u to n o m b ra «consejero eclesiástico» entre sonrisas, y lo in te rp re ta con grave seriedad, com o si se tratase de un neoconverso beato cada vez m ás cercano al cristianism o y hasta al catolicismo

14 Ibid., págs. 92-93. El pasaje citado pertenece al § 3 y al inicio del § 4 del apartado dedicado a Humano, demasiado humano. 15 Ibid., págs. 94-95. Este texto pertenece al § 5 del apartado ante­ riormente citado.

de la influyente esposa y del célebre suegro. T a m p o co le gusta en absoluto, al releerlo a h o ra , el texto poético, que ya conocía años antes, de Parsifal. P a ra hacerle justicia a esta singularísim a obra, ten d ría q u e esperar a escuchar la m ú ­ sica que la expresa y a v e rla d ignam ente representada en un escenario adecuado, c o m o él m ism o h a escrito y reco­ m en d a d o que se hiciera co n las obras del artista W agner en 1876, sí quiere ser ju sto con la tradición que éste innova a la h o ra de ejecutarlas en u n g ran teatro, p ero se precipita en exceso y no lo hace, a u n q u e em ita con creciente fre­ cuencia sus juicios negativos sobre ella sin h a b e r sido p re ­ viam ente el oyente g en u in a m e n te estético que m erecía ser. P or la p arte contraria, el com positor, que sigue siendo fiel a la filosofía de S c h o p en h au er, no entiende los pasos de ese filólogo tan d o tado y buen con o ced o r de los clásicos grie­ gos, profesor universitario con stan tem en te enferm o que ha p e dido la jubilació n anticipada, ni consigue c o m p ren d er el sentido de sus nuevos aforism os, tan cercanos a Paul R ée y tan diferentes de su a n terio r «m etafísica de artista». Irritado p o r las indirectas que presiente, pasa al ataque con su ensayo Publikum und Popularität [Público y popularidad], que entrega a la luz pública en el cu aderno de agosto de Bayreuther Blätter, dolido p o r la nueva consideración a la que se som ete al arte en el reciente libro de quien h a b ía sido discípulo y amigo. N ietzsche rescindirá de inm ediato su suscripción a la re ­ v ista... y ya no será posible, p o r am bas partes, ni la a p ro ­ xim ación ni el reencuentro. M u y al contrario, poco a poco se irá in cu b a n d o en ellos el resentim iento, el odio, la envi­ dia y la enem istad, ese huevo de serpiente capaz de m o rd e r con venenos letales. *

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H em os de situarnos ahora en el m o m e n to final, en el p u n to extrem o de esa escisión, p a ra lo cual hay que p a sar p o r encim a de diez años de vida, de escritura y de ince­ sante filosofar de Nietzsche, salto obligado p a ra que p o d a -

mos enco n trarn o s en la época de sus dos últimos escritos sobre el com positor, en la p rim av era de 1888, cuando re ­ dacta el prim ero de ellos, E l caso Wagner. U no de los proble­ m as nucleares de su filosofía de la cultura en esos años de m adurez es el de la decadencia. Este pequeño panfleto contra W agner, que ta n ta incidencia h a tenido en la posteridad y cuyo efecto ha b o m b a rd e a d o y casi destruido p o r entero la densa tra m a de las alabanzas de Richard Wagner en Bayreuth, está dedicado a a b o rd a r ese p ro b le m a en el caso ejem plar del artista de quien h a b ía sido íntim o colaborador. El m a ­ terial a p a rtir del cual lo com pone no pertenece a las m úl­ tiples notas que h a b ía ido red a c tan d o p a ra el tru n cad o p ro ­ yecto titulado La voluntad de poder, sino que crece de m a n e ra a u tó n o m a en un p a r de cuadernos ex professo y se concibe com o u n a carta que escribe y envía desde T u rin , com o u n a especie de divertimento. E n cierto m o d o quiere ser u n a pausa, u n a distracción p rofunda, u n a recreación a uténtica y óp­ tim a — dice N ietzsche— del serio trabajo al que le obliga la redacción de ese am bicioso plan filosófico que se va con­ c retando y h a pasad o a denom inarse Ensayo de una transvaloración de todos los valores. U n a p rim e ra versión reducida, de sólo ocho apartados, se halla en el fragm ento 15 [6] del tom o 13 de la edición de estudio de Colli-M ontinari; ese prim itivo esbozo sufrió varias correcciones y se am plió con apuntes procedentes del otoño anterior. La c arta a Peter Gast del 20 de abril de 1888 d o cu m en ta que p o r esas fechas N ietzsche se hallaba en pleno proceso de redacción de este p eq u e ñ o panfleto sobre m úsica, cuyo m anuscrito envía al editor C. G. N a u m a n n de Leipzig desde Sils-M aria el 26 de junio. Puesto que el opúsculo está dedicado a cuestiones es­ téticas, le insiste en que lo edite con m u ch a pulcritud e in­ cluso en que lo h a g a con caracteres alem anes — letra gó­ tica— , la form a h abitual que tienen sus com patriotas de leer a sus autores clásicos y la única p a ra p o d e r percibir, desde tales apariencias, la belleza de un estilo literario, p o r si ese detalle les ayuda a descubrir la p ro fu n d a innovación estética que su a u to r p ro p u g n a y lleva a cabo en su escri­

tura. U n a carta del 28 de ju n io retira esa concesión, incli­ nándose p o r m a n te n e r los caracteres latinos p a ra la nueva edición, g u a rd a n d o así fidelidad al criterio personal que le h a b ía llevado a editar con este tipo de letras sus otras obras anteriores, el ^araiuslra en especial. T ra s ciertos problem as de añadidos y correcciones, Nietzsche vuelve a enviar al editor el m anuscrito totalm ente revisado el 16 de julio, u n a vez su p erad a u n a crisis p o r enferm edad que le h ab ía im p o ­ sibilitado el trabajo. T o d a v ía en agosto hace nuevas e n ­ m iendas e introduce capítulos, p o r ejem plo, el Post scrip­ tu m p rim ero y el segundo; el Epílogo lo envía el 24 de agosto. El escrito en su form a definitiva, tan seriam ente tra ­ b a ja d a p a ra que resulte divertido, u n a «farsa petulante», está ya editado a m ediados de septiem bre y es entonces cuando lo recibe N ietzsche, el día 15. U nos días después llega a las librerías. A p esar del confesado w agnerianism o de m uchas de sus amistades, o precisam ente p o r ello m ism o, p a ra com batirlo y exigirles u n a inevitable elección, se les envía en seguida sem ejante «declaración de g u erra sin cu a r­ tel». L a edición se vendió m uy pronto. Las reacciones no se hicieron esperar. * * * Ecce homo tam bién contiene un a p a rta d o de com entarios dedicado a E l caso Wagner. Un problema para amantes de la mú­ sica. D e m a n e ra sorprendente, apenas encontram os en él nuevas ideas sobre la p ersona y la o b ra del com positor, sino, sobre todo, ataques m uy desenfadados co n tra la Ale­ m an ia y los alem anes del m om ento. N o obstante, conviene conocer los juicios que nos a p o rta sobre este segundo y a n ­ tagónico libro que el filósofo dedicó al m úsico, pues aquí y allá sobresalen planteam ientos y confesiones de gran in te ­ rés, que transcribim os a continuación: § 1. Para ser justos con este escrito es preciso que el destino de la música nos cause el sufrimiento que pro-

duce una herida abierta. — ¿De qué sufro cuando sufro del destino de la música? De que la música ha sido des­ poseída de su carácter transfigurador del mundo, de su carácter afirmador — de que es música de decadence [de­ cadencia] y ha dejado de ser la flauta de Dioniso... Pero suponiendo que se sienta de ese modo la causa de la música como causa propia, como historia del sufrimiento propio, se encontrará este escrito lleno de deferencias y sobremanera suave. En tales casos el conservar la jovia­ lidad y el burlarse bondadosamente de sí mismo — ri­ dendo dicere severum [decir cosas severas riendo] allí donde el verum dicere [decir la verdad] justificaría todas las du­ rezas — es el humanitarismo en persona. ¿Quién duda verdaderamente de que yo, como viejo artillero que soy, me encuentro en situación de disparar contra Wagner mi artillería pesada? — Todo lo decisivo en este asunto lo retuve dentro de mí — he amado a Wagner. — En definitiva, al sentido y al camino de mi tarea corres­ ponde un ataque a un «desconocido» más sutil, que otro difícilmente adivinaría — oh, yo tengo que desenmasca­ rar a otros «desconocidos» completamente distintos y no a un Cagliostro de la música — , aún más, y cierta­ mente, un ataque a la nación alemana, que cada vez se vuelve más perezosa, más pobre de instintos en las cosas del espíritu, más honorable... Sin ningún género de duda, los alemanes son idealistas... La última vez que visité Alemania encontré el gusto alemán esforzándose por conceder iguales derechos a Wagner y a E l trompetero de Säckingen', yo mismo fui testigo personal de cómo en Leipzig, para honrar a uno de los músicos más auténti­ cos y más alemanes, alemán en el viejo sentido de la pa­ labra, no un mero alemán del Reich, el maestro Heinrich Schütz, se fundó una Sociedad Liszt, con la finalidad de cultivar y difundir artera música de iglesia... Sin ningún género de dudas, los alemanes son idealistas...16

Ib Ibid., págs. 127-128.

§ 4. Si excluyo mi trato con algunos artistas, sobre todo con Richard Wagner, no he pasado ni una sola hora buena con alemanes... lo necesario no me hiere; amor fa ti [amor al destino] constituye mi naturaleza más íntima. Pero esto no excluye que me guste la ironía de la historia universal. Y así, aproximadamente dos años antes del rayo destructor de la Transvaloración, rayo que hará convulsionarse a la tierra, he dado al mundo El caso Wagner: los alemanes deberían atentar de nuevo in­ mortalmente contra mí, ¡y eternizarse/, ¡todavía hay tiempo para ello! — ¿Se ha conseguido esto? — ¡Deli­ cioso, señores alemanes! Les doy la enhorabuena... Para que no falten siquiera los amigos, acaba de escribirme una antigua amiga [Malwida von Meysenbug] diciéndome que ahora se ríe de m í... Y esto, en un instante en que pesa sobre mí una responsabilidad indecible — en un instante en que ninguna palabra puede ser suficiente­ mente delicada, ninguna mirada suficientemente respe­ tuosa conmigo. Pues yo llevo sobre mis espaldas el des­ tino de la hum anidad17. Es im posible p a sar p o r alto la explícita declaración de a m o r p o r YVagner, el reconocim iento de la suerte de h a b e r tenido la o p o rtu n id a d de tra ta r con él, la pasión con la que se defiende el futuro de la m úsica, así com o el doble trasfondo sobre el que se sitúan las consideraciones críticas, tan to tiem po silenciadas, sobre la o b ra del com positor, a sa­ ber, la A lem ania del S egundo R eich, ejem plo de deplorable incultura, nacionalism o chovinista, idealism o oscurantista y metafisico, hegeliano p a ra m ás señas, irracionalism o y hasta de antisem itism o, p o r u n a p arte, y la transvaloración de to ­ dos los valores, p o r otra. Es decir, el g ran proyecto filosó­ fico que N ietzsche sostiene sobre sus hom bros, u n a tarea ci­ clópea que, p o r sí m ism a, ya m erece que se atienda con respeto la seriedad de las b ro m as antiw agnerianas de su a u ­ tor: si tenem os en cuenta que esa transvaloración a c ab a rá

17 Ibid., págs. 132-134.

concentrándose y reduciéndose a E l Anticristo, de inm ediato pod em o s e n te n d e r el p o rq u é del e nsañam iento de N ietzsche c o n tra Parsifal y c o n tra quien lo creó: d eterm in ad o talante religioso que detecta en el m a d u ro W a g n er y en los ro ­ m ánticos tardíos de su generación, proclives al cristianism o y a la sim bología artística de raíz cristiana, con su corres­ po n d ien te escala de valores. * * * El últim o escrito del filósofo, el cuarto de los que c o n ­ sagró a W agner, tiene el expresivo título de Nietzsche contra Wagner. Su gestación obedece a la furiosa irritación que le provocó u n a reseña crítica de su escrito anterior, E l caso Wagner. Su autor, F e rd in a n d A venarius, era u n culto editor de la revista Kunstwart, en la que h a b ía adm itido que se p u ­ blicara u n lau d ato rio ensayo de H e in ric h Köselitz sobre ese escrito de Nietzsche, y, com o m u estra de in d ep en d en cia y equilibrio, al c o m e n ta r con voz p ro p ia el citado escrito en el m ism o n ú m e ro de esa revista, h a b ía m anifestado su sor­ p resa p o r el cam bio de sensibilidad de uno de los m ás des­ tacados w agnerianos, sin que éste h u b iera expuesto las r a ­ zones objetivas de ta n drástico a b a n d o n o de sus antiguas posiciones, con lo cual se h a b ía p erd id o la posibilidad de p ro fu n d iz ar en el análisis de los argum entos que h ab ían m otivado esa subjetiva y súbita decisión. Así las cosas, con ese escrito no sólo se h abía im pedido u n a seria refutación de lo que a h o ra se afirm aba, sino que la obrita en cuestión p a ­ recía el p ro d u cto de un «folletinista m uy ingenioso que ju e g a a las grandes ideas». E n resum en, u n a ocasión fallida, u n a afirm ación p o r decreto, apodictica y p articular, carente de justificaciones, y un fragm ento de prosa de periodista de páginas culturales. Es com prensible que N ietzsche se sin­ tiera m u y dolido p o r este juicio y que en seguida le enviase u n a carta a su autor, el día 10 de diciem bre de 1888, en la que le d o c u m e n ta b a que la crítica a W a g n er no e ra u n a re ­ p e n tin a decisión caprichosa, sino el resultado y la síntesis de

todo un conjunto de argum entos, expuestos en textos ya publicados — en unos cincuenta pasajes, calculaba aproxi­ m ad a m e n te N ietzsche— , que se rem o n ta b a n a 1876, es de­ cir, que el debate con YVagner, co n tra lo que op in ab a su in ­ terlocutor, ya ten ía m ás de diez largos años de existencia y de m atizada expresión, razo n ad a y pública. C om o p ru eb a de sus afirm aciones, e n u m e ra b a d etalladam ente los puntos centrales de su crítica, precisando o b ra y p á g in a co rrespon­ dientes en las que se en co n tra b an . E n esa carta a p arecen ya unos diez pasajes reseñados y la lista constituye, p o r tanto, el p rim e r paso y el núcleo del futuro libro co n tra W agner. Su título, que recu rre al latín, insinúa que incoa las p ru e ­ bas de u n proceso judicial: tal protocolo cum ple, así pues, u n a doble función, sirve p a ra a c ab a r de acusar al artista criticado y p a ra que su a u to r se defienda de los m ale n te n ­ didos y tergiversaciones que está sufriendo. Si u n a p e rso n a tan in fo rm ad a y ab ierta com o A venarius h a b ía llegado a tan negativa conclusión, el peligro era grave, el panfleto h ab ía fracasado en sus objetivos y urgía deshacer el en tu erto m ed ian te u n a aclaración específica. P a ra ello tuvo la ocurrencia de recu rrir al escritor y crítico de arte C arl Spitteler, quien el m es an te rio r — el día 8 de noviem bre de 1888— h a b ía publicado u n a reseña m uy p o ­ sitiva de su librito en la revista Der Bund. L a c arta que le envió el día 11 de diciem bre solicitando su intervención p a ra que se responsabilizara de un escrito de tam a ñ o simi­ lar, que deb ería titularse Nietzsche contra Wagner. Documentos extraídos de los escritos de Nietzsche, presenta el segundo índice del nuevo opúsculo, con ocho capítulos y sus correspon­ dientes títulos, adem ás de las referencias de los textos ya publicados que cada uno de ellos contendría. E n el Prólogo h a b ría que ex p o n er el generalizado carácter decadente que afecta a la m úsica m o d ern a, idea nueva que ve rte b ra E l caso Wagner y que no se hallaba en las obras anteriores. Pero al día siguiente reconoció N ietzsche que esos textos es­ ta b a n llenos de indirectas alusiones m uy personales y que la an siada antología ta n sólo p o d ía salir de su p ro p ia cosecha,

sin traspasarle la autoría a nadie. Escribió de inm ediato otra carta a Spitteler p a ra inform arle de su nueva decisión y ese m ism o día 12 de diciem bre p re p a ró p a ra sí m ism o un ter­ cer índice con diez apartados, ligeram ente diferentes de los ya previam ente confeccionados y de los que recogió días después en la versión final. Sin concederse u n a tregua p re ­ p a ró el m anuscrito y el 15 de diciem bre de ese prolífico 1888 se lo envió al editor. Esa urgencia, si tenem os en cuenta el nuevo subtítulo del opúsculo, «U n pro b lem a p a ra psicólogos», que días m ás tarde cam biaría p o r el definitivo de «D ocum entos de un psicólogo», se explica p o r la im pe­ riosa necesidad de contestar, no sólo a A venarius, sino ta m ­ bién al biógrafo de W ag ner, R ic h a rd Pohl, quien el 25 de octubre de 1888 h ab ía publicado un violento ataq u e contra E l caso Wagner en la conocida revista Musikalisches Wochen­ blatt, y h ab ía titulado m aliciosam ente su artículo con u n a doble paráfrasis del filósofo: «El caso Nietzsche. U n p ro ­ blem a psicológico». Al o portunism o folletinesco se añ ad ía así la acusación de incapacidad m usical y de resentim iento de artista frustrado: las veladas alusiones al com positor H e in ric h Köselitz — esto es, a su discípulo y am igo Peter Gast— que el texto contenía, se h ab ían in terp retad o m ali­ ciosam ente com o un gesto de ridicula soberbia de fracasado a u to r de óperas. E n su m alherida soledad, N ietzsche aplazó la edición de Ecce homo y dio p rio rid ad a su nuevo escrito antológico contra W agner, que se convertía en su in m e­ diata y bien p e rtre c h a d a participación en esa polém ica p ú ­ blica en dos frentes, rep resen tan d o el lado serio del asunto, la n arració n de u n a larga y m ed itad a historia. Las circuns­ tancias h ab ían liquidado los planes de trabajo anteriores y obligado a concluir, a m arch as forzadas, esa especie de nuevo díptico directam ente antiw agneriano. El día 17 envió u n a hoja p a ra que se añ a d ie ra el a p a rta d o titulado « Inter­ mezzo». Pero el editor N a u m a n n se h abía p recipitado y la recepción ele los prim eros pliegos de galeradas de su p a rti­ cular autobiografía le alteraron los planes: los días 20 y 22 de diciem bre de 1888 se inclinó p o r la publicación de Ecce homo',

no obstante lo cual, la p re m u ra del editor le presentó n u e ­ vos pliegos p a ra corregir, esta vez de Nietzsche contra Wagner. A nte este hecho consum ado m odificó u n a vez m ás sus p re ­ ferencias: el 27 de diciem bre le rem itió al editor las galera­ das ya corregidas, con la indicación de que lo p rim ero que debía salir a la v enta el p róxim o año fuese precisam ente ese nuevo opúsculo antiw agneriano. U n a postal de los días 28 y 30 de diciem bre confirm a la decisión to m a d a y a p o rta al­ gunos cam bios en el texto. Pero el 2 de enero de 1889 te­ legrafió y escribió u n a n o ta al editor en la que consideraba que los acontecim ientos h ab ían superado p o r com pleto el m o m en to idóneo de la aparición ese escrito, con lo cual volvía a alentar la publicación de Ecce homo. H a sta aquí, el resum en de los datos que poseem os. In ­ m ed iatam en te después vino el desm oronam iento psíquico de Nietzsche. P o r tanto, si la n o ta an te rio r se in terp reta com o la últim a decisión lúcida del filósofo en lo que atañe a sus escritos, hay que considerar este opúsculo com o un es­ crito postumo, si bien con las características especiales de h a ­ b e r sido p re p a ra d o p a ra la im p re n ta y corregido p o r el m ism o Nietzsche: de hecho, F ran z O verbeck lo encontró en su pensión turinesa con esas pru eb as de im p re n ta que ya no estaba en condiciones de releer. Si se adm ite, p o r el contrario, que h ay docum entos anteriores claram ente m a r­ cados p o r la locura, com o la c a rta del 31 de diciem bre de 1888 a Köselitz, entonces Nietzsche contra Wagner sería su úl­ timo escrito. Q u iz á convenga a ñ a d ir que esos acontecim ientos que lo h a b ría n sup erad o están en relación con el fracaso de un proyecto editorial que N ietzsche h a b ía prom ovido: un libro, Der Fall Nietzsche [E l caso Nietzsche], que hu b iera reu nido dos textos en su favor, redactados p o r C arl Fuchs y p o r H einrich Köselitz. E n cualquier caso, lo que es in n e ­ gable es que su ata q u e y defensa frente a W a g n er le sumió en u n acelerado ritm o de escritura y de decisiones que p r e ­ cipitó la qu ieb ra final de la ato rm en ta d a , creciente tensión psíquica en que h a b ía vivido sus últimos meses de lucidez.

Su o b ra entera se presenta, en consecuencia, atravesada p o r u n hilo c o n d u cto r que, si h a b ía estado un tanto oculto desde 1876 a 1888, aparece finalm ente subrayado con es­ pecial relieve y p o r p a rtid a d o b le 18. * * * ¿ Q u é sentido tienen esos dos escritos — esos dos opús­ culos, un panfleto y u n a antología revisada de textos— c o n tra W agner? N ietzsche h a d a d o cu m p lid a respuesta a esta necesaria p re g u n ta que tantos sinsabores y tan tas te r­ giversaciones h a p ro v o ca d o en la historia efectiva desde aq uel lejano final del v eran o de 1888. C onviene, p o r tanto, que se m ed iten sus p alabras, explícito reco n o cim ien to de su talante agonal tan p ro fu n d a m e n e griego, q uizá la m ejo r in ­ tro d u c c ió n general a todos sus escritos sobre el m úsico, el prólogo óptim o que se m erecen — com o ya lo indicó D ie ­ ter B orchm eyer en 1977’9— , su sim ultánea explicación y justificación: Por naturaleza soy belicoso. Atacar forma parte de mis instintos. Poder ser enemigo, ser enemigo — esto presupone tal vez una naturaleza fuerte, en cualquier caso es lo que ocurre en toda naturaleza fuerte. Esta ne­ cesita resistencias y, por lo tanto, busca la resistencia: el pathos agresivo forma parte de la fuerza con igual necesi­ dad con que el sentimiento de venganza y de rencor forma parte de la debilidad. La mujer, por ejemplo, es vengativa: esto viene condicionado por su debilidad, lo

18 Los artículos de Richard Pohl, Karl Spitteier, Peter Gast y Ferdinand Avenarius sobre E l caso Wagner, así com o partes significativas de las cartas que Nietzsche les escribió en diciembre de 1888, pueden leerse en los vo­ lúmenes III y TV de la gran biografía de Curt Paul Janz, Friedrich .Nietzsche, traducción de J. M u ñ oz e I. Reguera, Madrid, Alianza, 1985. 19 V éase F. Nietzschc, Der Fall Wagner. Schriften und Aufzeinungen über Richard Wagner, edición y Epílogo de D ieter B orchm eyer, Francfort del M en o , Insel, 1977, págs. 9-10.

mismo que viene condicionado por ella su excitable sen­ sibilidad para la indigencia ajena. — La fortaleza del agresor encuentra una especie de medida en los adversa­ rios que él necesita; todo crecimiento se delata en la búsqueda de un adversario — o de un problema — más potente, pues un filósofo que sea belicoso reta a duelo también a los problemas. La tarea no consiste en domi­ nar resistencias en general, sino en dominar aquellas frente a las cuales hay que recurrir a toda la fuerza pro­ pia, a toda la agilidad y maestría propias en el manejo de las armas — en dominar a adversarios iguales a nos­ otros... Igualdad con el enemigo — primer supuesto de un duelo honeslo. Cuando lo que se siente es desprecio, no se puede hacer la guerra; cuando lo que se hace es mandar, contemplar algo por debajo de sí, no hay que ha­ cerla. — Mi práctica bélica puede resumirse en cuatro principios. Primero: yo sólo ataco causas que triunfan — en ocasiones espero hasta que lo consiguen. Segundo: yo sólo ataco causas cuando no voy a encontrar aliados, cuando estoy solo — cuando me comprometo exclusiva­ mente a mí mismo... No he dado nunca un paso en público que no me comprometiese: éste es mi criterio del obrar justo. Tercero: yo no ataco jam ás a personas — me sirvo de la persona tan sólo como de una poderosa lente de aumento con la cual puede hacerse visible una situación de peligro general, pero que se escapa, que re­ sulta poco aprehensible. Así es como ataqué a David Strauss, o, más exactamente, el éxito, en la «cultura» ale­ mana, de un libro de debilidad senil — a esa cultura la sorprendí en flagrante delito... Así es como ataqué a Wagner, o, más exactamente, la falsedad, la bastardía de instintos de nuestra «cultura», que confunde a los refi­ nados con los ricos, a los epígonos con los grandes. Cuarto: yo sólo ataco causas cuando está excluida cual­ quier disputa personal, cuando está ausente todo trasfondo de experiencias penosas. Al contrario, en mí ata­ car representa una prueba de benevolencia y, en ocasiones, ele gratitud. Yo honro, yo distingo al vincular mi nombre al de una causa, al de una persona: a favor o en contra — para mí esto es aquí igual. Si yo hago la

guerra al cristianismo, ello me está permitido porque por esta parte no he experimentado ni contrariedades ni obstáculos — los cristianos más serios han sido siempre benévolos conmigo. Yo mismo, adversario de Hgueur [de rigor] del cristianismo, estoy lejos de guardar rencor al individuo por algo que es la fatalidad de milenios20. * * * E n síntesis y com o conclusión, ¿qué p en sab a Nietzsche de W agner? Las fuertes críticas que en su m ad u re z profirió co n tra su arte, pro to tip o de rom anticism o decadente, ¿son el aspecto principal y el m ás significativo del juicio que, tras tantos años de íntim o tra to y fam iliaridad ta n privilegiada, h a a c ab a d o p o r form arse del revolucionario artista? Los textos p rep a ra d o s p a ra la im p re n ta de su últim a cosecha cre a d o ra form an u n a ex tra ñ a u n idad, un conjunto a p a re n ­ tem ente disperso, un bloque interrelacionado y com pacto. C o ntienen, p o r tanto, testim onios com plem entarios que no d eben q u e d a r en la p e n u m b ra p o r el m ero hecho de no h a ­ llarse entre las páginas de esos dos escritos antiw agnerianos, y a que el m ism o N ietzsche no quiso que se p u d iera n pos­ p o n e r ni difum inar, antes al contrario, les dio clara prefe­ rencia, tanto editorial com o estructural, p o r el lugar estra­ tégico en el que deseó que q u e d a ra e n c u ad ra d o su contenido, pues los situó en el interior de su p ro p ia a u to ­ biografía intelectual y personal com o algo totalm ente indisociable de su yo m ás íntim o. H e aquí, pues, unas cuantas citas que no es p e rtin en te olvidar, esto es, que deben releer­ se en co m p añ ía de aquellos textos críticos com o su obligado e im postergable contrapu nto. E n el a p a rta d o de Ecce homo titulado «P or qué soy yo tan inteligente» dedica N ietzsche unas páginas al p ro b le m a de la alim entación, puesto que, en su opinión, se tra ta de un v erd ad ero p ro b le m a que reclam a reflexión, que nadie debe

20 «Por qué soy yo tan sabio», Ecce homo, § 7, págs. 35-37.

dejar de a te n d e r y m a n te n e r en sus propias m anos. Pues bien, hasta en ese rasgo de «inteligencia» se m anifiesta ex­ plícitam ente la afinidad que él m ism o subraya entre su p e r­ sonalidad y la de W agner: Yo, adversario, por experiencia, del régimen vegeta­ riano, exactamente igual que Richard Wagner, que fue el que me convirtió, no sabría aconsejar nunca con bastante seriedad la completa abstención de bebidas alcohólicas a to­ das las naturalezas de espiritualidad superior. El agua basta...1*1 Las duras críticas con tra las w agnerianas, que tan a m e ­ n u d o se h a n considerado com o un síntom a m ás de la de­ plorable m isoginia del filósofo, quizá revistan u n a nueva luz si se leen ju n to a este pasaje consagrado a la w agneriana p o r antonom asia, a la a d m ira d a y tan estim ada esposa del com positor: En el fondo yo retom o una y otra vez a un pequeño número de franceses antiguos: creo únicamente en la cultura francesa y considero un malentendido todo lo demás que en Europa se autodenomina «cultura», para no hablar de la cultura alem ana... Los pocos casos de cultura elevada que yo he encontrado en Alemania eran todos de procedencia francesa, ante todo la señora Cosima Wagner, la primera voz, con mucho, en cuestiones de gusto que yo he oído...·2 Este juicio de valor no está en u n único lugar, no es u n a frase aislada ni u n fragm ento p rem o n ito rio de las notas desde la locura, p o rq u e tam b ién e n c u en tra su ratificación en otros pasajes: Frente a todo lo que hoy se llama noblesse [aristocra­ cia] abrigo yo un soberano sentimiento de distinción —

21 «Por qué soy yo tan inteligente», Ecce homo, § 1, pág. 44. 22 «Por qué soy yo tan inteligente», Ecce homo, § 3, pág. 48.

al joven Kaiser alemán no le concedería yo el honor de ser mi cochero. Existe un solo caso en que yo reconozco a mi igual — lo confieso con profunda gratitud. La se­ ñora Cosima W agner es, con m ucho, la naturaleza más aristocrática; y, para no decir una palabra de menos, afirmo que Richard W agner ha sido, con m ucho, el hombre más afin a m í... Lo demás es silencio...21

Incontestable reconocim iento de p arentesco integral, de afinidad electiva, de alianza fraternal, com o la que u n ía a d eterm inadas divinidades en la G recia trágica, si asum im os la interp retació n del filósofo. P o r lo dem ás, p arece que N ietzsche era m u y consciente de que, a p e sar de la ironía y la diversión, de la ligereza y la recreación, o de la con­ tu n d en te brev ed ad — p o r el conjunto acrecentado de todas estas características que se d a b a n unidas en su p ortentosa escritura— , esos textos antiw agnerianos de finales de 1888 contenían v e rd a d e ra dinam ita, capaz de pulverizar un m o ­ n u m e n to de granito. Pero no son los únicos pasajes que so­ bre tem a tan decisivo escribió en aquellos concentradísim os meses, tam b ién le dedicó al antiguo m aestro u n a especie de panegírico que suele pasarse p o r alto y que tiene ta n ta ve­ racidad, tan to peso y ta n ta fuerza que, p o r sí m ism o, ya es capaz de equilibrar el fiel de la b alan za en u n a considera­ ción de conjunto. P uede ser m u y útil, p o r tanto, y lo rep e ­ tim os conscientem ente, que, u n a vez finalizada la lectura de los escritos com pletos del filósofo sobre el m úsico, se vuel­ v an a m ed itar estas páginas línea a línea. T a n sólo así es posible ob ten er u n a p rim e ra visión general de las relaciones entre estas dos grandes personalidades, tan diferentes y opuestas, pero ta n com p lem entarias y tan p ro fu n d a m en te afines, hijas de u n m ism o tiem po. Sólo a la luz de estas consideraciones solem nes es lícito p re g u n ta r si Carmen de Bi­ zet h a b ía reem p lazad o en el sentir del m a d u ro N ietzsche su veneración p o r el Tristán, si su agresivo com bate sin cuartel

23 Ibid., págs. 29-30.

esta b a falto d e cu a lq u ier tip o d e r e c o n o c im ie n to , p e c a n d o e n to n c e s de in a d m isib le u n ila tera lid a d o, to d a v ía p e o r , si tan sólo el o p o r tu n ism o o el r e se n tim ie n to era n la fu en te de la q u e m a n a b a n sus ác id o s ataq u es. C a d a lec to r es r e sp o n ­ sable d e su p r o p ia lectura, de la im a g e n q u e se con stru ye d e este c o m p le jo p r o b le m a filosófico, tan ín t im a m e n te a so ­ c ia d o a ciertos asp ec to s y d im e n s io n e s d e la tran svaloració n de tocios los valores en la q u e se desangró el fuerte espíritu de N ie tz sc h e . N o o b sta n te, este fr a g m e n to r e c la m a la reitera­ c ió n de u n c o n s a b id o consejo: léase c o n ca lm a , c o m o si fu e ­ ran versos, s o p e s a n d o c a d a u n a de las p alab ra s del texto de esta p r o sa m u y ín tim a , p o é tic a y tan d e d ic a d a m e n te c in c e ­ la d a q u e, c o m o su c e d e r á a c o n tin u a c ió n en el reitera d o § 7, está a m u y p o c a s líneas d e con vertirse en c o n fe sió n lírica, e n u n a c a n c ió n d e g ó n d o la , en un p o e m a :

Ahora que estoy hablando de las recreaciones de mi vida necesito decir una palabra para expresar mi grati­ tud por aquello que, con mucho, más profunda y cor­ dialmente me ha recreado. Esto ha sido, sin ninguna duda, el trato íntimo con Richard Wagner. Doy por poco el resto de mis relaciones humanas; mas por nada del mundo quisiera yo apartar de mi vida los días de Tribschen, días de confianza, de jovialidad, de azares sublimes — de instantes profundos... No sé las vivencias que otros habrán tenido con Wagner: sobre nuestro cielo no pasó jamás nube alguna. — Y con esto vuelvo una vez más a Francia; — no tengo argumentos, tengo simplemente una mueca de desprecio contra los wagnerianos et hoc genus omne [y toda esa gente] que cree hon­ rar a W agner encontrándolo semejante a sí mismos... Dado que yo soy extraño, en mis instintos más profun­ dos, a todo lo que es alemán, hasta el punto de que la mera proximidad de una persona alemana me retarda la digestión, el prim er contacto con W agner fue tam ­ bién el primer respiro libre en mi vida: lo sentí, lo ve­ neré como tierra extranjera, como antítesis, como viviente protesta contra todas las «virtudes alemanas». — Nos­ otros, los que respiramos de niños el aire cenagoso de

los años 50, som os por necesidad pesimistas respecto al concepto de «alemán»; nosotros no podem os ser otra cosa que revolucionarios — nosotros no admiliremos ningún estado de cosas en que dom ine el santurrón. M e es com pletam ente indiferente el que el santurrón repre­ sente hoy la c o m e d ia vestid o co n colores distintos, el que se vista de escarlata o se ponga uniformes de hú­ sar... ¡Bien! W agner era un revolucionario — huía de los alem anes... Q_uien es artista no tiene, en cuanto tal, patria alguna en Europa excepto en París; la délicatesse [delicadeza] en todos los cinco sentidos del arte presu­ puesta por el arte de W agner, la m ano para las manees [matices], la morbosidad psicológica se encuentran úni­ cam ente en París. En ningún otro sitio se tiene esa pa­ sión en cuestiones de forma, esa seriedad en la mise en scéne [puesta en escena] — es la seriedad parisiense par excellence. En Alem ania no se tiene ni la m enor idea de la gigantesca ambición que alienta en el alma de un ar­ tista parisiense. El alemán es bondadoso, W agner no lo era en absoluto... Pero ya he dicho bastante (en Más allá del bien y del mal, págs. 256 y sigs.)2-1 sobre cuál es el sitio a que W agner corresponde, sobre quiénes son sus parientes más próximos: es el tardío romanticismo fran­ cés, aquella especie arrogante y arrebatadora de artistas com o Delacroix, com o Berlioz, con un fond [fondo] de enfermedad, de incurabilidad en su ser, puros fanáticos de la expresión, virtuosos de arriba abajo... ¿Quién fue el primer partidario inteligente de Wagner? Charles Baude­ laire, el primero también en entender a Delacroix, Bau­ delaire, aquel decadent típico, en el que se ha reconocido una generación entera de artistas — acaso él haya sido también el últim o... ¿Lo que no le he perdonado nunca a W agner? El haber condescendido con los alem an es, el haberse convertido en alemán del Reich... Adonde Ale­ mania llega, corrompe la cultura.

2'' N ietzsche remite a la paginación de la edición original, que co­ rresponde al § 256 de la obra citada.

Teniendo en cuenta unas cosas y otras yo no habría soportado mi juventud sin música wagneriana. Pues yo estaba condenado a los alemanes. Cuando alguien quiere escapar a una presión intolerable necesita hachís. Pues bien, yo necesitaba Wagner. Wagner es el contraveneno par excellence de todo lo alemán — veneno, no lo niego... Desde el instante en que hubo una parütura para piano del Tristón — ¡muchas gracias, señor Von Bülow! — fui wagneriano. Las obras anteriores de W agner las consi­ deraba situadas por debajo de mí, demasiado vulgares todavía, demasiado «alemanas»... Pero aún hoy busco una obra que posea una fascinación tan peligrosa, una infinitud tan estremecedora y dulce como el Tristán — en vano busco en todas las artes. Todas las cosas pere­ grinas de Leonardo da Vinci pierden su encanto a la primera nota del Tristán. Esta obra es absolutamente el non plus ultra de Wagner; con Los Maestros Cantores y con E l Anillo descansó de ella. Volverse más sano — esto es un paso atrás en una naturaleza como W agner... Consi­ dero una suerte de primer rango el haber vivido en el momento oportuno y el haber vivido cabalmente entre alemanes para estar maduro para esta obra: tan lejos llega en mí la curiosidad del psicólogo. Pobre es el mundo para quien nunca ha estado lo bastante enfermo para gozar de esa «voluptuosidad del infierno»: está permi­ tido, está casi m andado emplear aquí una fórmula de los místicos. Pienso que yo conozco mejor que nadie las ha­ zañas gigantescas que W agner es capaz de realizar, los cincuenta mundos de extraños éxtasis para volar hacia los cuales nadie excepto él ha tenido alas; y como soy lo bastante fuerte para transformar en ventaja para mí in­ cluso lo más problemático y peligroso, haciéndome así más fuerte, llamo a W agner el gran benefactor de mi vida. Aquello en lo que somos afines, el haber sufrido, también uno a causa del otro, más hondamente de lo que hombres de este siglo serían capaces de sufrir, vol­ verá a unir nuestros nombres eternamente; y así como es cierto que entre alemanes Wagner no es más que un malentendido, así es cierto que también yo lo soy y lo seré siempre. — ¡Dos siglos de disciplina psicológica y

artística pnmero, señores alemanes!... Pero una cosa así no se recupera23.

* * * N o resultaría adecu ad o que esta in troducción acabase sin transcribir, siguiendo de nuevo el ejem plo de B orchm eyer y S a la q u a rd a 26, el sueño m ás herm oso confesado p o r Nietzsche sobre la relación que le unió a W a g n e r y sobre la ú n ica posibilidad que les q u e d a b a de m a n te n e r su am is­ tad, pro y ectán d o la sobre el firm am en to com o fragm entos de órbitas com partidas. A nte ciertos pasajes m uy abruptos y despectivos del legado de am bos, que en ocasiones quizá p u e d a n pro v o car ru b o r, el lector debe ten e r presente nues­ tro actual com prom iso, lim itarnos en exclusiva a u n a p a r­ cela m u y restringida, los libros que uno de ellos, el filósofo, p re p a ró sobre el otro, el m úsico. T ales prem isas h acen es­ p ecialm ente recom endable que p e rd u re en el recuerdo esta especie de invisible frontera que el filósofo p ro c u ró no tras­ pasar, esta confesión de lealtades, este testim onio, en defi­ nitiva, de su g ran nobleza: Amistad estelar. — Eramos amigos, pero nos hemos convertido en extraños. Está bien, no obstante, que así sea, y no queremos ocultarlo ni oscurecerlo, com o si tu­ viéramos que avergonzarnos de ello. Som os dos barcos y cada uno tiene su meta y su camino; ciertamente, pue­ den nuestros caminos cruzarse y celebrar juntos una fiesta, com o ya lo hem os hecho — entonces, los buenos barcos permanecían tranquilamente en el puerto bajo un único sol, de tal manera que parecía com o si hubie­ ran llegado ya a su meta, com o si hubieran tenido siem­ pre una meta. Pero luego la omnipotente fuerza de

25 «Por qué soy yo tan inteligente», Ecce homo, §§ 5 y 6, págs. 51-54. 26 V éase la pág. 1386 del «N achw ort» de su edición de Nietzsche und Wagner. Stationen dner epochalen Begegnung, Fráncfort del M en o , Insel, 1994, tom o 2.

nuestras tareas nos separó e impulsó hacia diferentes mares y regiones del sol, tanto que quizá nunca más nos veremos — o quizá nos volvamos a ver de nuevo, aun­ que no nos reconozcamos: ¡los diferentes mares y soles nos habrán transformado! Ser extraños el uno al otro es la ley que se cierne sobre nosotros: ¡por eso mismo hemos de volvernos más dignos de estima el uno para el otro! ¡Por eso mismo ha de volverse más sagrado el pensa­ miento de nuestra antigua amistad! Probablemente exista una enorme e invisible curva y órbita estelar, en la que puedan estar insertos como pequeños tramos nues­ tros caminos y metas tan diferentes ¡mantengámonos a la altura de este pensamiento! Ahora bien, nuestra vida es demasiado breve y nuestra vista demasiado alicorta, como para que podamos ser algo más que amigos, en el sentido de aquella sublime posibilidad. — Y así es como queremos creer en nuestra amistad estelar, aun cuando tengamos que ser enemigos terrenales27. * * * E sta tr a d u c c ió n de los escritos c o m p le to s de N ie tz s c h e sob re YVagner q u iz á sea la p rim e ra q u e los p r esen te e n su in te g rid a d a la c o m u n id a d h isp a n o h a b la n te a partir d e la n u e v a e d ic ió n crítica d e C olli y M o n tin a r i y de sus in tr o ­ d u c c io n e s, c ró n ic a y notas, c o n u n a , al m e n o s , n o ta b le e x ­ c ep ción : en 1 9 9 2 la revista E r de S evilla y a p u b lic ó d e sd e tales origin ales la tr a d u cc ió n , c o n P r ó lo g o y notas, de N ietzsche contra Wagner, e x c e le n te trabajo d e ese gran e sp e ­ cialista q u e es M . Barrios C asares. E sta r efer e n c ia n o s h a p er m itid o , so b re to d o en los p o e m a s , q u e p o r fo rtu n a t a m ­ b ié n c u e n ta n c o n otras n o ta b les v ersio n es castellanas, in t e n ­ tar u n a n u e v a trad u cción . Si el resu ltad o n o es d e m a s ia d o fallido, u n a parte d e esa r esp o n sa b ilid a d rec a e sob re varios a m ig o s q u e h a n te n id o a b ie n revisar los p rim e ro s esbozos: J . L. B e rr u g u e te , F. L ó p e z , M . M a ri, M . M o l i n s ... E n m is

27 La ciencia jovial, edición de G. C ano, M adrid, Biblioteca Nueva, 2001, págs. 269-270.

conocim ientos sobre W a g n er acum ulo u n a larga d e u d a im ­ pagable con E. Gavilán. L a a te n ta lectura de J . M . C o m ­ pany, V. Ponce y J . M u ñ o z h a posibilitado que la prosa contenga m enos errores y m an te n g a un castellano m uy li­ teral y m ás com prensible. A todos ellos, y a P. S arrión en especial, les expreso m i m ejor gratitud p o r ta n ta consulta tan bien atendida. Q uisiera ap ro v ech ar la circunstancia p a ra rec o rd a r a nuestras autoridades académ ico-políticas de todos los niveles cóm o, a nuestro p arecer, ciertas traduccio­ nes acaso g u a rd e n u n a relación no despreciable con lo que deseam os que sea la m ejor investigación. J o a n B. L lin a res V a le n c i a , j u n i o 2 0 0 1 - m a r z o 2 0 0 2

Crónica de las relaciones de Nietzsche con W agner* 1861

Gustav K rug, am igo desde la infancia de Nietzsche y m iem bro de la asociación cultural ‘G e rm a n ia ’ que éste lide­ raba, le da a conocer la versión p a ra piano del Tristán. El fu­ turo filósofo tenía diecisiete años. D esde entonces, y gracias a las intervenciones de ese citado am igo en dicha asociación, p o r cuya iniciativa se organizaron diversas sesiones dedicadas a obras de W ag n er (el Tristán, E l oro del Rin, Lohengrin), Nietzs­ che entra en contacto con el p ro g ram a y las creaciones del compositor. 1862 E n las notas p a ra un ensayo Sobre la esencia de la música, que p re p a ra hacia finales de año, N ietzsche cita el Tristán com o un ejem plo privilegiado que debe considerarse. 1864 Varios apuntes del íiltimo año en Pforta — curso 1863-1864— contienen reflexiones sobre la tragedia griega y la presencia

* Para la redacción de esta Crónica h em os tenido una gran ayuda en la preparada por D . Borchm eyer y J. Salaquarda para su ya citado Nietzsche und Wagner, págs. 1221-1254.

fu ndam ental de la m úsica en ella. Los grandes trágicos grie­ gos eran, com o W agner, poetas y com positores. 1865 El curso 1865-1866, su p rim e r año en Leipzig, le p e r­ m ite escuchar en varios conciertos dedicados a la ‘m úsica del fu tu ro ’ de W agner, Liszt y Berlioz, diversos fragm entos de obras del com positor, p o r ejem plo, el preludio y algunas escenas del Tristón, la o b e rtu ra de E l holandés enante, cantos de diferentes óperas, etc. 1866 N ietzsche estudia la versión p a ra p iano de La IValkyña. Las sensaciones que ex p erim en ta son m uy diversas, com o le dice p o r carta a su am igo K arl von G ersdorff el 11 de octubre. 1867 M an tien e vivas discusiones con su co m p añ ero de estu­ dios HüfTer, un w agneriano fogoso que le a rg u m e n ta con sano juicio y gran sensibilidad, com o p ro n to reconocerá en u n texto autobiográfico del añ o siguiente. 1868 D u ra n te el verano vive un cam bio de sensibilidad: al es­ cu ch ar las o berturas del Tristán y de Los maestros caniores, N ietzsche, com o confiesa en carta a su am igo E rw in R o h d e del 8 de octubre, vive u n a a uténtica fascinación p o r la m ú ­ sica de W a g n e r en cada fibra y cada nervio de su cuerpo. Ello no a n u la los tonos críticos. Asocia a W a g n e r con S cho­ pen h au er. 8 de noviem bre: p rim e r e n cuentro personal con R ic h a rd W a g n e r en casa del cuñado de éste, el orientalista H e r ­ m a n n B rockhaus, en Leipzig. N ietzsche da cum plida infor­ m ación del evento en la carta a R o h d e del 9 de noviem bre. El tem a principal de la conversación entre am bos fue la fi­ losofía de S ch o p en h au er. W a g n er in te rp re ta al pian o frag-

m entos de Los maestros cantores y lee pasajes del m anuscrito de su autobiografía. El m úsico le invitó a visitarlo p a ra que ju n to s p u d iera n dedicarse a la m úsica y a la filosofía. D esde ese encuentro N ietzsche estudia intensam ente los escritos y libretos del com positor, en especial Opera y drama. 1869 21 de enero: em otiva im presión de u n a puesta en escena de Los maestros cantores en D resde, com o reconoce en la carta a R o h d e de 22-28 de febrero, en la que le reco m ien d a la lectura del citado gran ensayo de W agner. N o deja de re ­ conocer su g ran distancia respecto a los partidarios del com positor. D e cam ino a Basilea tiene la o p o rtu n id a d de escuchar p o r segunda vez esa ópera, p o r entonces la que m ás estim aba, com o afirm a en la c a rta a su m ad re y h e r­ m a n a del 20 de abril. 17 de m ayo (lunes de Pentecostés): p rim e ra visita a la casa de W a g n er en T ribschen, ju n to a L ucerna. 5 y 6 de ju n io : N ietzsche está alojado en casa de W a g ­ n er cu an d o tiene lugar el n acim iento del único hijo de éste y C osim a, Siegfried. C om entarios de esa visita en diferentes cartas, sobre todo en la que dirige a R o h d e el 16 de jun io , en la que alaba al com positor, que le h a p ro p o rc io n ad o sus prim eros escritos y sus g randes ensayos. 31 de julio y 1 de agosto: nueva visita a T rib sch en , co­ m e n ta d a en su carta a C arl von G ersdorff del 4 de agosto. E n ella W a g n er es presen tad o com o ejem plo de lo que S c h o p e n h a u er d e n o m in a ‘el g e n io ’. N ietzsche tiene la o p o r­ tu n id a d de leer el m anuscrito de Über Staat und Religión [So­ bre Estado y religión], que W a g n er h a escrito p a ra el rey Luis II de Baviera. Del 21 al 23 de agosto: estancia en T rib sch en , expuesta en la carta a Paul D eussen del 25 de agosto. Nietzsche envía a T rib sc h e n su conferencia Homero y la filología clásica, que W a g n er y C osim a leen con m u ch o inte­ rés, com o dem uestra la c arta del 26 de agosto que ella es­ cribe a N ietzsche.

Los días 28 y 29 de agosto, estancia en T rib sch en en co m pañía de H e rm a n n y Ottilie B rockhaus, el cuñado y la h e rm a n a de W a g n e r que residían en Leipzig. Elogiosos co­ m entarios de esas visitas en carta a R o h d e del 3 de sep­ tiem bre. L a visita de los días 18 y 19 de septiem bre ocasionó un debate entre W a g n e r y N ietzsche sobre la dieta v eg etariana de éste, com o d o cu m e n ta n las anotaciones del diario de C osim a del día 19. L a carta a von GersdoríT del 28 de sep­ tiem bre dem uestra que el com positor le convenció p a ra que a b a n d o n a ra ese régim en, poco apto, desde su experiencia, p a ra naturalezas espiritualm ente productivas. En Ecce homo p e rd u ra el rescoldo de esa experiencia. N u ev a visita los días 13 y 14 de noviem bre. N ietzsche in fo rm a de la im agen que transm iten los periódicos sobre la persona del com positor, com o a n o ta esos días C osim a en su diario. C o m o dice la carta de W a g n e r del 3 de diciem bre, Nietzsche recibe el encargo de gestionar la im presión privatísim a de los prim eros volúm enes de Mein Leben [M i vida] en la im p re n ta Bonfantini de Basilea. C o m p ra adornos y regalos p a ra la fiesta de N a v id a d a petición de Cosim a. D el 24 de diciem bre al 2 de enero, estancia en T ribschen. 1870 L a conferencia E l drama musical griego, p ro n u n c ia d a p o r N ietzsche en Basilea, tiene g ran eco en C osim a, com o de­ m u estra la carta del 27 de enero, y tam b ién p rovoca co­ m entarios críticos p o r p a rte de W agner, a los cuales se debe que N ietzsche deje de usar la expresión ‘d ra m a m usical’ en obras posteriores p a ra referirse a las tragedias griegas. T a m b ié n la conferencia Sócrates y la tragedia recibe varios co­ m entarios, com o d o cu m en ta la carta de W a g n e r del 4 de febrero. Visita a T rib sc h e n los días 12 y 13 de febrero. C o n v e r­ sación sobre M o zart. N otable carta a V o n GersdoríT sobre W a g n e r el día 11 de m arzo, en la que m en c io n a elogiosa­ m en te los escritos del com positor Deutsche Kunst und deutsche

Politik [Arie alemán y política alemana] de 1867 y Über das diri­ gieren [Sobre la dirección de orquesta] de 1869. Poco a poco con­ sigue que sus m ejores am igos p articip en de su fascinación p o r W agner. Los días 11 y 12 de ju n io , visita a T rib sc h e n en com ­ p a ñ ía de E. R o h d e . El 19 de ju n io envía a C osim a sus dos citadas conferencias sobre la tragedia griega y u n a n o ta a d ­ ju n ta , en la que le indica que está dispuesto a p e d ir u n a ex­ cedencia de un p a r de años p a ra dedicarse p o r entero a la em presa w ag n erian a de B ayreuth in situ y en co m p añ ía de W agner. D el 28 al 30 de julio, estancia en T rib sc h e n con su h e r­ m a n a Elisabeth. D e sd e el h o sp ital de E rla n g e n com o a u x iliar de en fe r­ m e ría en la c o n tie n d a fra n c o -a le m a n a , felicita N ietzsch e el 11 de septiem bre a los W a g n e r p o r su b o d a religiosa (protestante), que se celebró el día 25 de agosto. L e ctu ra del m anuscrito conm em orativo de W a g n e r sobre Beethoven, que co m enta en la c arta a C. von G ersdorff del 7 de noviem ­ b re y en la c arta a W a g n er del 10 de noviem bre, en la que correlaciona la filosofía de la m úsica del com positor con sus m editaciones sobre la concepción dionisíaca del m u ndo. L a c arta a R o h d e del 15 de diciem bre expone el p lan de ro m p e r con la U niversidad actual p a ra fu n d ar u n a nueva A cadem ia griega en el seno del proyecto w agneriano de B ayreuth. D u ra n te su estancia nav id eñ a en T ribschen, del 24 de diciem bre al 1 de enero, asiste al estreno del Idi­ lio de Sigfrido el día del cum pleaños de Cosim a. El regalo de N ietzsche es el m anuscrito de La visión dionisíaca del mundo, que h a red a c tad o ese verano, si bien a h o ra lo titula E l na­ cimiento del pensamiento trágico. 1871 D el 3 al 8 de abril, estancia en T ribschen. El 20 de abril ofrece al editor E n g elm an n de Leipzig u n escrito sobre ‘M úsica y tra g e d ia ’ en el que persigue el objetivo de escla­ recer las relaciones de R . W ag n er, ese enigm a excepcional

de nuestros días, con la tragedia griega. Al regreso de un viaje p o r A lem ania, el 15 de m ayo los W ag n er se e n c u en ­ tra n con N ietzsche en Basilea. Este devuelve la visita el 22 de m ayo, día del aniversario de W agner. D iscuten el p ro ­ yecto de u n a revista bajo los auspicios del m úsico. D u ra n te los días 28 y 29 de m ayo, estancia en T rib sch en con su h e r­ m a n a Elisabeth. C onversaciones sobre la C o m u n a de París y sobre Esquilo. N ietzsche envía la im presión p riv ad a de su conferencia Sokrates und die griechische Tragödie [Sócrates y la tra­ gedia griegay, com o d o c u m e n ta n las anotaciones del diario de C osim a de los días 18 y 25 de ju n io , en las que lo consi­ dera el m ás significativo de todos sus amigos. C opia el texto de La muerte de Siegfried, de 1848, p rim e ra redacción de E l ocaso de los dioses, secu n d an d o el deseo de W agner. D el 31 de julio al 3 de agosto, estancia en T rib sch en con GersdoríT y Friedrich B rockhaus, sobrino de W agner, ju rista en Basilea gracias en p a rte a la favorable in terv en ­ ción de N ietzsche ap o y an d o su can d id atu ra. H a y a n o tacio ­ nes sobre su p ersona en el diario de C osim a del 3 de agosto: p arece com o si se defendiera de la arro lla d o ra im ­ presión que le causa la perso n alid ad de W agner. D e nuevo reside en T rib sch en los días 27 y 28 de octu ­ bre. D esde el 18 de diciem bre está en M a n n h e im p a ra es­ c u c h ar u n concierto dirigido p o r W agner, a c o m p a ñ a n d o en todo m o m e n to a C osim a com o si fuera su caballero. El 21 de diciem bre, de regreso en Basilea, pasa u n a tard e con los W agner. D e to d a esa sem a n a inform a a R o h d e en la im ­ p o rta n te c arta del 23 de diciem bre, en la que tam b ién soli­ cita al am igo su colaboración p a ra la p ro y ec ta d a revista Bayreuther Blätter. N ietzsche ren u n c ia p o r m otivos de trabajo a celebrar las N avidades en T ribschen, con g ran decepción de W agner. C o m o regalo p a ra el cum pleños de C osim a e n ­ vía su com posición Sylvestemachl [Eco de una noche vieja (o de San Silvestre)], p a ra p ian o a cuatro m anos, en recuerdo de las N avidades del año anterior, que ella le agradece en c arta del 30 de diciem bre.

1872 E ntusiasta recepción en T rib sch en del libro recién edi­ tado Die Geburt der Tragödie aus dem Geiste der M usik [E l naci­ miento de la tragedia en el espíritu de la música], que contiene el «Prólogo a R ic h a rd W agner» y varios capítulos con refe­ rencias a sus teorías estéticas y a sus dram as musicales, com o p ru e b a n las anotaciones del diario de C osim a del 6 de enero y las cartas de W a g n er a N ietzsche de ese m ism o día y del día 10. C osim a tam b ién le escribe el día 18. Es­ tancia en T rib sc h e n el 20 y 21 de enero, N ietzsche inter­ p re ta su com posición de N ochevieja. El 24 de enero W ag ­ ner, de viaje, le e n c u en tra en Basilea, éste lo co m enta en c arta a R o h d e del 28 de enero, y W a g n e r en c arta a N ietzsche del 5 de febrero. El 18 de ese m es, nueva visita a T ribschen. A m ediados de febrero, im p o rta n te c arta a R o h d e p la­ nificando el viaje hacia B ayreuth p a ra asistir el día 22 de m ayo, aniversario de W ag n er, a los inicios de la construc­ ción del teatro y de la casa del com positor en esa ciudad, así com o a la audición de la Novena Sinfonía de B eethoven, dirigida p o r el m úsico. Las conferencias de N ietzsche Über die ¿Zukunft unserer Bildungsanstalten [Sobre el futuro de nuestras ins­ tituciones de enseñanza], que a c ab a de im p a rtir de enero a m arzo , se leen en T rib sch en con g ran aceptación, no en v an o contienen u n a herm osa recreación de la figura de S ch o p en h au er. D el 28 de m arz o al 1 de abril, N ietzsche p asa las Pas­ cuas en T ribschen. La carta a R o h d e del 11 de abril evi­ d encia que tiene el proyecto de ren u n c ia r a su cáted ra y p a sa r el próxim o invierno d a n d o conferencias p o r to d a Ale­ m an ia , visitando las Asociaciones W a g n er y explicando el sentido y la im p o rta n c ia de los próxim os Festivales escéni­ cos sobre los nibelungos en B ayreuth. W a g n e r le desacon­ seja que deje la docencia universitaria. El m úsico p a rte definitivam ente hacia B ayreuth el 21 de abril, sin h a b e r podido despedirse de N ietzsche, a quien es­

p e rab a. Éste llega a T rib sch en el día 25, es su visita n ú ­ m ero 23; el 27 de abril es la despedida definitiva de esta bellísim a m ansión, que se n a rra em otivam ente en la c arta a C. von G ersdorff del 1 de m ayo. Del 18 al 25 de m ayo, estancia en B ayreuth con motivo de la cerem onia de la prim era piedra del futuro edificio p a ra las representaciones escénicas durante los Festivales, con sus amigos R o h d e y Gersdorff. E n sus escritos sobre el composi­ tor aparece en varias ocasiones el recuerdo de esa cerem onia, del discurso pronunciado p o r W agner y del selecto grupo de wagnerianos que lo acom pañaron. Allí conoce a M alw ida von M eysenbug. W a g n er responde al panfleto de W ilam ow itz-M öllendo rff contra E l nacimiento de la tragedia con u n a carta abierta a N ie tz sc h e q u e el Norddeutsche Allgemeine Leitung p u b lic a el 23 de ju n io . N ietzsch e lo ag ra d e c e en c a rta p e rso n a l del 24 de ju n io , que W a g n e r contesta el día siguiente. A finales de ju n io asiste con G ersdorff en M ú n ich a u n a representación del Tristón, dirigido p o r H a n s von Bülow. C o m entarios en cartas a este m úsico del 20 de ju lio y al am igo G ustav K ru g del 24 de julio. W a g n e r y C osim a siguen con g ran interés sus estudios sobre Homers W ettkampf [E l certamen de Homero] y subrayan la im p o rta n c ia de la firm eza de la filología en N ietzsche en la carta que C osim a le dirige el 22 de agosto. R o h d e replica a W ilam ow itz-M öllendorff con otro panfleto, subtitulado ‘misiva de u n filólogo a R ic h a rd W a g n e r’, que N ietzsche le agradece y co m e n ta en su c a rta del 25 de octubre, refirién­ dose al nuevo escrito del com positor Über Schauspieler und Sänger [Sobre actores y cantantes]. E n la c arta de finales de octubre que dirige a Bülow co m e n ta n d o la severa critica que éste le h a expuesto sobre su com posición Manfred-Meditationen [Meditaciones de Manfred] tam b ién h ay reflexiones sobre la m úsica de W agner. Los días 22-24 de noviem bre encuentra Nietzsche a los W ag n er en Estrasburgo, com o explica en las cartas a su nuev a am iga M alw ida von M eysenbug del 7 de noviem bre

y del 20 de diciem bre. El com positor vive con disgusto la ausencia de Nietzsche en esas N avidades, que el filósofo pasa con su m ad re y su h e rm a n a en N aum burgo. T am p o co le ag rad an las ideas que lee en algunos pasajes de F ünf Vo­ rreden zu fü n f ungeschriebenen Büchern [ Cinco prólogos para cinco li­ bros no escritos], regalo de aniversario p a ra C osim a, com o ésta a n o ta en su diario a com ienzos de enero. El 26 de diciem ­ bre Nietzsche escucha Lohengrin en W e im a r p o r vez prim era. 1873 N ietzsche es n o m b ra d o m iem b ro del ju ra d o p a ra el p re ­ m io al m ejor trab ajo sobre E l anillo del Mbelungo de W agner. Sobre el estado de sus relaciones con el m úsico se hallan precisiones en las cartas a G ersdorff del 24 de febrero y del 5 de abril. W a g n e r le escribe el 27 de febrero, deplo­ ran d o que no m a n te n g a n un contacto m ás frecuente e ín ­ timo. Del 6 al 12 de abril, estancia en Bayreuth con E. R ohde, en la que d u ran te varias tardes lee su ensayo in ac a b a d o Die Philosophie im tragischen Zeitalter der Griechen [La filosofía en la época trágica de los griegos], suscitando gran interés en W agner. El diario de C osim a reconoce que a veces les irrita n las im ­ provisaciones m usicales de Nietzsche. A petición de su am igo, el com positor interviene a favor de O verbeck en cuestiones editoriales p a ra que im p rim an u n libro de éste. M ientras tra b a ja en su Primera Consideración Intempestiva, N ietzsche pro y ecta u n a dedicatoria a Cosim a. El libro aparece en agosto y se lee con pasión en B ayreuth. In tercam b io epistolar los días 18 y 21 de septiem bre. El 22 de octubre re d a c ta su escrito M ahnruf an die Deutschen [Ex­ hortación a los alemanes] y lleva a B ayreuth algunos ejem pla­ res im presos a la reu n ió n de delegados de las asociaciones del p a tro n a to , que tiene lugar del 30 de octubre al 2 de n o ­ viem bre, p ero no se acep ta su difusión p o r diferentes m oti­ vos — sobre todo, p o r su atrevido lenguaje— , que C osim a co m enta en su diario los días 30 de octubre y 2 de n o ­ viem bre. Los W a g n e r se m anifiestan preo cu p ad o s p o r la sa­ lud física y psíquica de su amigo.

1874 G raves dificultades financieras en B ayreuth, que N ietzs­ che co m e n ta en c arta a M . von M eysenbug del 11 de fe­ brero. Ese fracaso m erece a sus ojos un análisis crítico del proyecto. L a intervención del rey de B aviera resuelve los problem as. L a Segunda Consideración Intempestiva se lee en Bay­ reu th con g ran pasión, hay com entarios de u n a relectura crítica p o r p a rte del c o m p o sito r en el diario de C osim a del 9 de abril. En c arta del 6 de abril W a g n e r le reco ­ m ie n d a al filósofo que se case o que com ponga u n a ópera. N ietzsche responde el 20 de abril info rm an d o de su com ­ posición de un Himno a la amistad. D el 4 al 15 de agosto, estancia en B ayreuth. D esave­ nencias con W a g n er p o r los com entarios favorables de N ietzsche sobre el Triumphlied de B rahm s, cuya p a rtitu ra lle­ v a b a consigo. L a Tercera Consideración Intempestiva gusta m u ­ cho a los W ag n er, cada uno de ellos se lo m anifiesta con entusiasm o al filósofo en sus respectivas cartas del 21 (Ri­ chard) y 26 (Cosima) de octubre. 1875 Nietzsche interviene p a ra satisfacer la petición de Cosima de que su herm ana Elisabeth se haga cargo de los hijos de los W agner en Bayreuth durante una ausencia de éstos p o r u n a gira de conciertos. C arta de felicitación el 22 de mayo, en la que, resignado, Nietzsche inform a de los graves problem as de salud que le aquejan y que le im piden acom pañar a sus am i­ gos en los ensayos p a ra E l Anillo. Los arduos preparativos p a ra u n a Cuarta Consideración Intempestiva dedicada a W a g n er en B ayreuth no le satisfacen en absoluto, com o le confiesa a E. Rohde en su carta del 7 de octubre. Se reduce el intercambio epistolar con los Wagner. Comienza la relación con Paul Rée. 1876 D u ra n te el sem estre académ ico que tiene libre p o r m o ­ tivos de salud, lucha p o r em anciparse de la influencia de

W agner; en ese contexto le son de gran ay uda las Memorias de una idealista de M . von M eysenbug. En ju lio se publica Richard Wagner en Bayreuth, que el com positor recibe con ale­ gría. D esde el 23 de julio N ietzsche se e n c u en tra en esa ciu­ d ad p a ra asistir a los Festivales. Su m al estado de salud le obliga a trasladarse a K lin g en b ru n n (del 6 al 12 de agosto), do nde com ienza sus apuntes sobre el ‘espíritu libre’; sir­ viéndose de la m ediación de E lisabeth los W a g n er le piden que vuelva a B ayreuth, cosa que hace p a ra p a rticip a r en el p rim e r ciclo de las representaciones. El 27 de agosto viaja de regreso a Basilea, su h e rm a n a h a de inform arle de la conclusión de los Festivales. A finales de octubre, con M alw ida von M e y se n b u g y P aul R é e , e sta n c ia en S o rre n to . A esa ciudad tam bién viaja la fam ilia W agner. Allí tiene lu ­ g ar el últim o e n cu en tro entre el com positor y el filósofo. En la c arta de felicitación a C osim a del 19 de diciem bre le in­ form a de la m u erte de su m aestro Ritschl y de sus diferen­ cias respecto a S chopenhauer. 1877 C reciente alejam iento entre ellos. C osim a m anifiesta sus opiniones sobre N ietzsche en c arta a M . von M eysenbug de 17 de abril. E n octubre tiene lugar el intercam b io epis­ tolar de R. W a g n er con el docto r O tto Eiser sobre la en­ ferm edad de N ietzsche, de cuyo ofensivo contenido el in­ discreto m édico info rm ará al paciente tras la m u erte del com positor. C osim a d eplora que N ietzsche no haya cele­ b ra d o las N avidades con ellos, com o antes lo hacía en T rib sch en , en c a rta a Elisabeth del 29 de diciem bre. 1878 El 3 de enero N ietzsche recibe el libreto de Parsifal, que com enta con ciertas críticas en carta del día 4 a R ein h a rd t von Seydlitz, adm itiendo, no obstante, la excelente poesía del texto. En m ayo envía a W ag n er su nuevo libro Humano, demasiado humano. R eacción negativa, sobre todo p o r p a rte de C osim a. A N ietzsche se lo c u e n ta su e d ito r S c h m eitzn e r

en carta del 9 de m ayo. R ech aza colaborar en la revista Bayreuter Blätter. Partidarios de W ag n er m anifiestan su a p re ­ cio p o r el nuevo libro de Nietzsche, lo que conlleva que aquél se decida a ree m p re n d e r su lectura, tal y com o docu­ m en ta n las anotaciones de C osim a a lo largo de ese año. La c arta a Peter Gast del 31 de m ayo contiene el com entario de Nietzsche sobre el estado de sus relaciones con el com posi­ tor. E n el cu aderno de agosto de Bayreuther Blätter W ag n er publica u n artículo, «Publikum u n d Popularität» [Público y pop ularidad], con un solapado ataque a Nietzsche. Este ex­ presa sus opiniones en carta a O verbeck del 3 de septiem ­ b re y en diversas cartas (25 de agosto, 3 y 10 de septiembre) a su editor Schm eitzner, que tam bién p u blicaba la citada re­ vista m ensual, a la que no desea seguir suscrito. Nietzsche proyecta u n ensayo que seguiría el m odelo del escrito de W a g n er Eine M itthálung an meine Freunde [Una comunicación a mis amigos] y en el que, prosiguiendo su ta re a de ‘m édico de la cu ltura’, lo aplicaría ah o ra, en u n a nueva situación, a nuevos problem as. 1879 N i los intentos de Schm eitzner (carta del 16 de enero, respuesta de N ietzsche del 13 de febrero) ni los de su h e r­ m a n a E lisabeth consiguen reconciliar a m úsico y filósofo, en p a rte p o r la hostilidad de Cosim a. El a b a n d o n o de la cáted ra p o r m otivos de salud tam b ién se vive en B ayreuth con com pasión, com o dicen las cartas de C osim a a Gersd o rff del 6 de julio y de R ic h a rd a O verbeck del 19 de oc­ tubre, respectivam ente. 1880 La ruptura de relaciones y la pérdida de la antigua simpa­ tía le producen m ucho dolor y varios comentarios, como los que contienen las cartas a M . von M eysenbug del 14 de enero y a Peter Gast del 20 de agosto. E scribe anotaciones de m a ­ y o r p ro fu n d id a d psicológica sobre su an tig u a relación de dep endencia con el com positor y sobre su propio libro lau-

datorio, dem asiago ciego ante los defectos de la em presa de B ayreuth y de su prom otor. Esos apuntes críticos se insertan en sus consideraciones negativas en torno al cristianismo. 1882 E n N aum burg, durante el verano, p rep a ra a su herm ana p a ra que asista con criterio propio al estreno del Parsifal en los Segundos Festivales de Bayreuth. La m úsica le recuerda su j u ­ venil Oratorio de Navidad, del que interpreta fragm entos al piano p a ra dem ostrarle la sintonía que guardan con determ i­ nadas expresiones de la últim a obra de W agner. L a sintomatología de la decadencia y las semejanzas de W agner con Cagliostro ya se exponen en la carta a Peter Gast del 25 de julio. O tras cartas de ese año com entan tanto la pasada relación con los W agner com o las recientes representaciones de Parsi­ fa l, p o r ejemplo, a M . von M eysenbug (31 de m arzo y 13 de julio), a quien dice que la m úsica de esa obra es ‘hegelianismo en m úsica’. Ni la presencia de Lou von Salomé ni la de Eli­ sabeth en Bayreuth consiguen arran car de los W agner el in­ tento de una recuperación de su am istad con el filósofo: los hechos confirm an los presentim ientos que ciertos aforismos de Aurora, publicada el año anterior, ya form ulaban. 1883 W a g n e r m u e re el 13 de febrero. N ietzsche escribe u n a c a rta de p ésam e a C o sim a y o tras — a M . von M ey sen ­ b u g (21 de febrero), a P. Gast (19 de febrero) y a F. O v e r­ beck (22 de febrero)— , en las q u e c o m e n ta las re p e rc u ­ siones de ese h e c h o decisivo en su vida. L a c a rta a P. Gast del 21 de abril ex pone que conoce lo que W a g n e r le es­ cribió al m édico O . E iser sobre la en ferm iza sexualidad del p e n sad o r. El 27 de abril h a b la de u n a ‘ofensa m o rta l’ que e n tre ellos se p ro d u jo . 1884 N uevas referencias en to rn o a la herencia espiritual de W agner, su antisem itism o y la m úsica de Parsifal en las car­

tas a O verbeck (2 y 7 de abril) y a H einrich von Stein (22 de mayo). 1885 Im p o rta n te carta a M . von M eysenbug del 13 de m arzo en la que c o n trap o n e la m úsica de W a g n e r a la de su am igo Peter Gast y en la que critica el ca rá c te r histrionico, pretencioso y seudogenial de aquélla. Su valoración y su m enosprecio p o r W a g n er se afirm an en el b o rra d o r de la carta a H . von Stein de m ediados de m arzo. U n fragm ento postum o p ro cla m a su a m o r p o r la perso n a del com positor (VII 34 [254]). 1886 V arios aforism os de M ás allá del bien y del mal exponen la relación de W ag n er con el rom anticism o. L a carta a H . K öselitz del 21 de abril critica la negativa influencia del wagnerism o sobre los m ejores músicos del presente, que no p u e d e n e d itar sus p a rtitu ra s ni verlas representadas. C o ­ m e n ta rio s en la c a rta a O v e rb e c k de finales de ju n io y del 14 de ju lio sobre los planes del editor de W a g n er E. W . Fritzsch de te n e r en su editorial todos los escritos de W a g ­ n e r ju n to con todos los de N ietzsche, proyecto que a éste le satisface p o r la beneficiosa ‘c o m p a ñ ía ’ que ello representa. C o n m otivo de la m u erte de Liszt en B ayreuth el 31 de j u ­ lio, carta a M . von M eysenbug del 24 de septiem bre sobre los crecientes m alentendidos que van p roduciéndose en torn o a la o b ra de W agner, asociada cada vez m ás al cris­ tianism o de R o m a y a la política de Bismarck. Los nuevos prólogos que red a c ta p a ra la reedición de sus obras preci­ san sus relaciones con W ag n er, p o r ejem plo, el «Ensayo de autocrítica» p a ra E l nacimiento de la tragedia, y el «Prólogo» a Humano, demasiado humano II. 1887 N ietzsche escucha p o r vez p rim e ra en M ontecarlo el preludio de Parsifal, que co m en ta con g ran elogio estético

en c arta a Peler Gast del 21 de enero. N o cesan los co m en ­ tarios sobre la p e rso n a y la o b ra del com positor en las car­ tas a R e in h a rd t von Seydlitz del 24 de febrero y a O v er­ beck, el 12 de noviem bre, en las que critica el nacionalism o y el m ilitarism o del R eich. L a c arta del 20 de diciem bre a C arl Fuchs describe su an te rio r w agnerism o com o u n a p é r­ dida del centro de su personalidad, com o un deplorable m alentendido. E n el « T ra ta d o tercero» de su Para la genea­ logía de la moral, que h a publicado ese año, a b o rd a el caso W a g n er al tra ta r el significado de los ideales ascéticos en los artistas. 1888 El 10 de abril envía a G eorg B randes u n a breve a u to ­ biografía con notables referencias a su am istad con los W ag­ ner. D u ra n te la prim avera, que pasa en T u rin , red acta E l caso Wagner. E n varias cartas hay pasajes sobre esa antigua relación, la m úsica del com positor y la deplorable situación que p resentan los w agnerianos (a K arl K n o rtz el 21 de j u ­ nio; a M . von M eysenbug, a finales de julio; a C arl Fuchs, el 29 de julio y 26 de agosto; a H a n s von Biilow, el 10 de agosto). D u ra n te septiem bre y octubre envía a los amigos ese nuevo escrito polém ico dedicado al análisis psicológico del m úsico con cartas que lo com entan, en unas ocasiones p re p a ra n d o su recepción y en otras contestando a sus reac­ ciones, p o r ejem plo, a Paul D eussen el 14 de septiem bre, a Peler Gast el 27 de septiem bre, a M . von M eysenbug el 4 y el 18 de octubre — con la consiguiente ru p tu ra de esa vieja am istad— , a G. B randes el 20 de o ctu b re ... E n la revista Musikalisches Wochenblatt, editada p o r Fritzsch, aparece u n a réplica a E l caso Wagner, escrita p o r el w agneriano R ic h a rd Pohl, titulada Der Fall Nietzsche [E l caso Nietzsche]. R u p tu ra inm ediata con el editor Fritzsch. L a re­ vista Kunstwarl publica u n a exaltada reseña del panfleto de N ietzsche red a c tad a p o r su am igo y discípulo, el com positor Peter Gast, y un crítico artículo del editor de la revista, Fer­ d in and Avenarius, que m olesta a Nietzsche p o r la im agen

que de él presenta, com o si hubiese cam biado de m an e ra súbita e inm otivada su m a n e ra de pensar sobre W agner. D e ahí que enseguida le conteste, exponiéndole su su larga y com pleja relación con el com positor en las cartas de 9 y 10 de diciem bre, la últim a de las cuales contiene el núcleo de lo que ya el día 15 de diciem bre se h a convertido en el p ri­ m er m anuscrito p a ra la im p re n ta de Nietzsche contra Wagner. El 11 de diciem bre todavía pen sab a que podía ganarse a C arl Spitteler y a C arl Fuchs p a ra la edición de ese nuevo escrito y p a ra u n a defensa de su posición antiw agneriana, respectivam ente. Las cartas a P. Gast y la del 27 de diciem ­ bre a Fuchs contienen, ju n to con vacilaciones sobre su p ro ­ yecto de publicación de ese escrito en m ensajes al editor, in ­ teresantes com entarios sobre su relación antipódica con W agner, sobre la grandeza del Tristón y sobre la utilización retórica de Bizet en sus críticas al com positor. El 30 de di­ ciem bre todavía lleva a cabo correcciones en las pruebas de im p ren ta de su nuevo escrito. L a carta del 31 de diciem bre a P. Gast ya contiene signos de su inm inente naufragio psí­ quico. 1889 El 2 de enero ren u n cia definitivam ente a publicar de in­ m ed iato Nietzsche contra Wagner. El 3 de enero acontece la pé rd id a irrecu p erab le de su equilibrio psíquico. E ntre los am igos que reciben las postales que h a red a c tad o desde su estado de locura tam b ién se en cu en tra su siem pre a d m irad a Cosim a, destinataria de tres de ellas.

ESCRITOS SOBRE WAGNER

EX H O RTA CIÓ N A LOS ALEMANES

Q u e re m o s que se nos escuche, pues h a b lam o s com o a u ­ gures y la p a la b ra del augur, sea éste quien sea y resuene su voz d o n d e resuene, siem pre tiene el d erecho a m anifes­ tarse; vosotros, a quienes ese m ensaje se dirige, tenéis en c o n tra p a rtid a el d erecho de decidir si queréis to m a r a vues­ tros augures p o r h o m b re s sinceros y juiciosos que n o elevan su voz sino p o rq u e estáis en peligro y p o rq u e están h o rro ­ rizados de en co n traro s ta n m udos, ta n indiferentes y tan desprevenidos. N o obstante, lo que estam os legitim ados p a ra testim oniar de nosotros m ism os es que os hablam os con el corazón en la m a n o y que, al hacerlo, n o deseam os ni buscam os sino aquello que es g e n u in am en te nuestro en la m ism a m e d id a en que ta m b ié n es g e n u in a m e n te vuestro — a saber, la p ro sp e rid a d y el h o n o r del espíritu alem án y del n o m b re alem án. Se os an u n ció la fiesta celebrada en Bayreuth en m ayo del a ñ o pasado: en ese lu g ar se depositó u n a p o d ero sa pie­ d ra fu n d ac io n a l b a jo la cual e n te rra m o s p a r a siem pre m u ­ chos tem ores; con ella creim os q u e n u e stras m ás nobles esp eran zas a lc a n z a b a n u n a v icto ria definitiva — o, m ás b ien , com o h o y lo h em o s de decir con m ás precisión, con ella im aginam os que obtenían la victoria. P orque ¡ay!, en ta ­ les im aginaciones h a b ía m u c h a ilusión: to d av ía están vivos a h o ra aquellos tem ores; y a u n q u e nosotros tam p o c o nos h a ­ yam os olvidado en m o d o alguno de te n e r esperanzas, nues­ tra p resente exhortación y lla m ad a de auxilio bien d a a en­ te n d e r que en nosotros p re d o m in a el m iedo p o r encim a de la esperanza. Sois vosotros, sin em bargo, aquello a lo que

a p u n ta nuestro tem or: es posible que no deseéis saber n a d a de lo que h a sucedido y quizá p o r m era ignorancia queráis im p ed ir que alguna cosa suceda. Bien cierto, hace ya m u ­ cho tiem po que ser ta n ig n o ran te carece de sentido; sí, in ­ cluso p arece casi im posible que alguien todavía a h o ra lo c ontinúe siendo después de que el grande, valiente, in d o ­ m able e irresistible lu ch a d o r Richard Wagner se h a y a h echo responsable d u ra n te décadas, ante la expectante atención de casi todas las naciones, de esas ideas a las que en su o b ra de arte de B ayreuth h a dad o la últim a y su p rem a form a y u n a consum ada perfección v e rd a d eram en te triunfal. Si au n a h o ra le im pidierais que ni ta n siquiera desenterrase el tesoro que tiene la v o lu n tad de regalaros: ¿qué beneficio pensáis que con ello habríais conseguido? Esto p recisam ente es lo que u n a y o tra vez se os h a de rep etir de m a n e ra pública y ap re m ia n te p a ra que sepáis lo que sucede en nuestros días y p a ra que ya n o vuelva a estar n u n c a m ás en vuestras m an o s la opción de rep re sen ta r el papel de los ignorantes. P o rq u e desde este instante todas las otras naciones serán testigo y ju e z del espectáculo que ofrezcáis; y en su espejo podréis volver a e n c o n tra r de m a n e ra a p ro x im a d a vuestra p ro p ia im agen, con los m ism os trazos con los que algún día os la m o stra rá con to d a justicia la posteridad. S u p o n g am o s que con ig n o ra n c ia , con desconfianza, con a rtim a ñ a s, b u rlas y calum nias lograrais q u e el edificio qu e se eleva sobre la colina de B a y re u th se co n v irtiera en inútiles ruinas; su p o n g am o s q u e con im p a c ie n te m a la v o ­ lu n ta d ni siq u iera p erm itie ra is q u e se to rn a r a re a lid a d la o b ra y a p e rfe c ta m en te a c a b a d a , ni consintierais que ésta p ro d u je ra su efecto y que d iera testim onio de sí m ism a: en tal caso ten d réis que sen tir te m o r a n te el ju ic io de aquella p o ste rid a d en la m ism a m e d id a en que os h a b ré is de a v e r­ g o n z a r a n te los ojos de esos c o n te m p o rá n e o s vuestros que n o son alem anes. Si en F ra n c ia o en In g la te rra o en I ta ­ lia u n h o m b re , después de h ab e rle s reg a la d o a los teatros, a despecho de todos los p o d e re s y p a re c e re s públicos, cinco obras ele u n estilo p a rtic u la rm e n te g ra n d e y p o d e ­

roso, las cuales ele n o rte a sur no cesan de ser recla m a d a s y ap la u d id a s — si u n h o m b re de tales características p r o ­ clam ase lo siguiente: «¡Los tea tro s a c tu a lm e n te existentes n o están en c o n so n an cia con el espíritu de la n a c ió n y, considerados com o a rte p úblico, son u n a deshonra! ¡Ayu­ d a d m e a p re p a ra rle u n h a b itá c u lo al espíritu nacional!», ¿n o se p o n d ría to d a la n a c ió n a p restarle auxilio, a u n q u e sólo fuese — p o r sentido del h o n o r? ¡Sin la m e n o r duda! E n tal caso — y p a ra evitar la m aledicencia— no sólo a c ­ tu a ría con p r e m u r a el sentido del h o n o r, ni sólo rea c c io ­ n a ría con u rg en c ia el ciego tem o r; si se d ie ra esa situa­ ción, vosotros p o d ríais c o m p a rtir los sentim ientos, las en señ an zas y la sab id u ría, p o d ríais regocijaros desde lo m ás p ro fu n d o de vuestro co ra z ó n , p a rtic ip a n d o de la ale­ g ría de decidiros a a p o rta r v u e stra colab o ració n . T o d a s vuestras ciencias e sta rán g e n e ro sa m e n te provistas de cos­ tosos lab o rato rio s: ¿y vosotros queréis m a n te n e ro s al m a r ­ gen sin m o v e r ni u n solo d e d o c u a n d o se le ten g a que co n stru ir al e m p re n d e d o r y osado espíritu del a rte ale m á n u n taller sem ejante? ¿Podéis n o m b ra r u n m o m e n to c u al­ q u ie ra de la h isto ria de n u e stro a rte en el q u e h a y a n n e ­ cesitado u n a solución p ro b le m a s m ás im p o rta n te s, u n m o ­ m e n to en el que se h a y a p re s e n ta d o u n a o p o rtu n id a d con m ás posibilidades de llevar a cabo experiencias fecundas, q u e el m o m e n to actu al, en el cual la id e a q u e R ic h a rd W a g n e r h a lla m ad o la « o b ra cie a rte del fu tu ro » h a de h a ­ cerse p resen te, u n p rese n te q u e se p o d rá p e rc ib ir y p a l­ p a r? ¡Q u ién p o d ría ser lo b a sta n te te m e ra rio p a ra q u e re r siquiera im a g in a r — ese m o v im ie n to de ideas, de accio­ nes, de esperanzas y talentos q u e se in ic iará con esa o b ra, de m a n e ra que, a n te los ojos afines de sabios re p re s e n ta n ­ tes del p u e b lo a lem án , el colosal edificio de c u a tro to rres de los N ibelungos se levante del suelo siguiendo el ritm o que sólo es posible a p re n d e r de su c re a d o r, ese m ovi­ m ie n to que su rg irá h a c ia espacios abiertos de m áx im o al­ cance, de su m a fec u n d id a d y de p letó ric a esperanza! Y , en cu alq u ie r caso, el in iciad o r de sem ejan te m o v im ie n to no

te n d ría to d a la resp o n sab ilid ad si la ola h u b ie ra de co­ m e n z a r en seguida a d e sce n d e r y la superficie tu v ie ra que volver a estar en calm a, com o si n a d a hubiese ocurrido. Pues si n u e stra p rim e ra p re o c u p a c ió n h a de ser que la o b ra p u e d a llevarse a cabo y q u e cobre realid ad , com o se­ g u n d a p re o c u p a c ió n , cierta m e n te , y con u n peso no m e ­ n o r, tam b ién nos oprim e la d u d a de si acaso ten d rem o s b a sta n te m a d u re z , suficiente p re p a ra c ió n y la receptividad a d e c u a d a p a ra c o n d u c ir en to d o caso el descom um il e in ­ m in e n te efecto en la a m p litu d y en la p ro fu n d id a d que le c o rre sp o n d en . C re e m o s h a b e r n o ta d o que, en cu alq u ie r sitio en el qu e R ic h a rd W a g n e r h a y a cau sado escándalo o a c o stu m ­ b re a causarlo, allí hay escondido un p ro b le m a gran d e y fe­ c u n d o de n u e stra cultura; a h o ra bien, a u n q u e ese escán­ d alo no h a y a d a d o lu g ar sino a oscuras críticas y burlas, y sólo m uy r a r a vez h a y a servido p a ra reflexionar, ello nos sugiere en ocasiones la h u m illa n te sospecha de si q uizá el fam oso «pueb lo de los p en sad o res» ya h a y a d ejad o de p e n s a r y acaso h a y a tro c a d o el p e n sam ien to p o r la a rr o ­ gancia. ¡A c u án to s discursos llenos de m ale n te n d id o s hay que contrarreplicar tan sólo para, p o r una parte, prevenir que n o se c o n fu n d a el aco n te c im ien to de B a y reu th de m ayo de 1872 con la fu n d ació n de u n nuevo te a tro y, p o r la o tra , p a r a explicar p o r qué al sentido de aqu ella em presa n o le p u e d e c o rre sp o n d e r n in g u n o de los teatros existen­ tes! ¡C uántos esfuerzos cuesta conseguir que quienes están ciegos, sea in te n c io n a d a m e n te o sin h ab érselo p ro p u esto , vean con c la rid ad que bajo el n o m b re de «B ayreuth» no sólo h ay que te n e r en c u e n ta u n a d e te rm in a d a c a n tid a d de personas, algo así com o u n p a rtid o con ap eten cias m u ­ sicales específicas, sino a to d a la n ació n , e incluso que m ás allá de las fro n te ra s de la n a c ió n a le m a n a se está lla­ m a n d o p a r a q u e p a rtic ip e n de m a n e ra seria y activa a to ­ dos aquellos a quienes les im p o rta de co ra z ó n el en n o b le ­ cim iento y la purificación del arte dram ático, los cuales h a n e n te n d id o el m aravilloso p rese n tim ie n to de Schiller de que

quizá un día a p a rtir de la ó p e ra la tra g e d ia se d e sa rro ­ llará en u n a figura m ás noble. Q u ie n todavía no se haya olvidado de ejercer al m enos su capacidad de p en sar — a u n c u an d o sólo sea p o r sentido del h o n o r — , ése tiene que s e n tir y p ro te g e r u n a e m p re sa artística en c u a n to fenó­ m en o moral digno de ser p e n sad o , u n a e m p re sa a la que le da soporte en este g rad o la v o lu n ta d altru ista y dispuesta al sacrificio de todos los p a rtic ip a n te s y a la cual convierte en sa g ra d a la profesión de fe se riam en te e x p resad a p o r ellos m ism os, a saber: que p ien sa n de u n m o d o digno y sublim e respecto al a rte a le m á n y, sobre to d o , que espe­ ra n de la m úsica a le m a n a y de su acción tra n sfig u rad o ra sobre el d ra m a p o p u la r el acicate m ás im p o rta n te de u n a vida original, a c u ñ a d a con rasgos alem anes. C ream os, pues, incluso en algo m ás elevado y m ás universal: el ale­ m á n sólo a p a re c e rá an te las otras naciones com o digno de v en eració n y p o r ta d o r de salvación c u a n d o h a y a dem o s­ tra d o que es tem ible, p e ro que por la extrema tensión de sus más altas y nobles fuerzas artísticas y culturales quiere hacer olvi­ dar que lo es. H em o s p e n sad o que teníam os el d eb e r de re c o rd a r en este m o m e n to esta n u e stra ta re a ale m a n a, y que lo te n ía ­ m os que cum plir precisam en te a h o ra , cu an d o hem os de exigir que con todas las fuerzas se ofrezca soporte a u n a g ran acción artística del genio alem án. D o n d e q u ie ra que se h a y an m an te n id o en n u estra agitada época centros de se­ ria reflexión, de allí esperam os escuchar u n a voz am able y llena de sim patía; en p articu la r, no se c o n v o cará en vano a las U niversidades, A cadem ias y Escuelas de Bellas Artes de A lem ania p a ra que, de m an era, individual o colectiva, se d eclaren de acu erd o con el apoyo exigido: com o asi­ m ism o los rep re sen ta n te s políticos de la p ro sp e rid a d ale­ m a n a en el P a rla m e n to y en las D ietas regionales te n d rá n u n a im p o rta n te ocasión de co n sid erar que el pueb lo está a h o ra m ás necesitado que n u n c a de purificación y de co n ­ sagración m ed ia n te la sublim e m ag ia y te rro r del genuino arte alem án, a no ser que los im pulsos fu ertem en te excita­

dos de la pasión política y nacional y los rasgos descritos de la fisonom ía de n u e stra vida a la caza de la felicidad y del p lacer h a g a n que nuestros descendientes tengan que confesar que nosotros, los alem anes, co m enzam os a p e r­ d ernos a nosotros m ism os c u a n d o p o r fin nos habíam os vuelto a e n c o n tra r1.

1 El texto original se halla en: Friedrich Nietzsche, Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe, tomo 1, edición crítica de G. Colli y M. Montinari, Múnich-Berlín-Nueva York, DTV-Walter de Gruyter, 1980, págs. 891-897.

RICHARD WAGNER EN BAYREUTH (CONSIDERACIONES INTEMPESTIVAS. C U A R TO VOLUMEN)*

* Dr. Friedrich Nielzschc, Consideraciones intempestivas. Cuarto volu­ men: Richard Wagner en Bayreuth, Schloss-Chemnitz, Editorial de Ernst Schmeitzner, 1876 (Primera edición).

I1 P a ra que un aco n te c im ien to ten g a g ra n d e z a h a n de confluir en él dos factores, q u e te n g a n un sentido g ran d e aquellos que lo lleven a cabo y que ta m b ié n lo po sean quienes lo estén viviendo. N in g ú n a c o n te c im ien to tiene g ra n d e z a en sí m ism o, a u n q u e d e sa p a re zc a n constelacio­ nes enteras, se h u n d a n pueblos, se p ro d u z c a la fundación de extensos E stados y se sostengan gu erras con enorm es fuerzas y pérdidas: sobre m u ch a s cosas de esa categoría p a sa el soplo de la historia com o si se tratase de copos. I n ­ cluso a veces o c u rre tam b ién q u e u n a p e rso n a p o d ero sa aseste un golpe q u e, al d a r c o n tra u n a p ie d ra de g ran ítica d u reza, se desvanezca sin n in g ú n efecto; u n a brev e reso ­ n a n c ia estridente, y to d o se acabó. D e tales a c o n te c im ien ­ tos, que se p o d ría n d e n o m in a r tru n c a d o s, tam p o c o sabe la h istoria tra n sm itir casi n ad a . Así, a qu ien ve acercarse u n aco n te c im ien to le sobrecoge la p re o c u p a c ió n p o r si a q u e ­ llos que lo viven te n d rá n la d ig n id ad que requiere. C u a n d o u n o a ctú a, sea en algo m uy p e q u e ñ o o en algo

1 Los principales fragmentos postumos que guardan relación con las ideas desarrolladas en este libro, de acuerdo con el comentario de la edición critica de Colli y Montinari, se encuentran en el tomo 8 de su KSA, págs. 186-276. Se refieren a este primer capítulo, sobre todo, los siguientes: 11 [44·]; 11 [34]; 11 [43],

su m a m e n te g ra n d e , cu e n ta siem pre con esta c o rre sp o n ­ d en cia entre acción y receptividad, y se p ro p o n e a lc a n ­ zarla; y quien está dispuesto a d a r a lg u n a cosa tiene que esforzarse p o r e n c o n tra r a aquellos receptores que estén a la a ltu ra del sentido de su obsequio. P o r eso p recisam en te incluso la acción individual de u n a p e rso n a g ran d e ta m ­ bién carece de to d a g ra n d e z a si es u n a acción breve, to rp e y estéril; pues en el in stan te en que la estuvo realizando tuvo que h a b e rle faltado en c u alq u ier caso el p ro fu n d o discernim iento de que esa acción e ra necesaria ju sta m e n te en ese preciso m o m en to : no se p ro p u so a lc a n z a rla con su­ ficiente ag u d eza, ni e n c o n tró ni escogió el m o m e n to con suficiente d e term in ació n : el a z a r lo d om inó, siendo así que ser g ran d e y te n e r sentido de la necesidad están en estricta co rresp o n d en cia. Así pues, a quienes se cuestio n an incluso el sentido que W a g n e r tiene de lo necesario h a re m o s bien en dejarles la ta re a de p re o c u p a rse y de d u d a r sobre si lo que a h o ra a contece en B a y reu th sucede en el in stan te a d e c u a d o y si es necesario. A nosotros, que tenem os m u c h a m ás c o n ­ fianza, h a de p a re c e m o s que él cree en la g ra n d e z a de su acción no m enos que en el sentido g ra n d e q u e poseen los que deben vivirla. D e lo cual h a n de estar orgullosos todos aquellos a quienes se im p o n e esta fe, sean m uch os o p o ­ cos — pues que no afecta a todos, que esa fe no se im ­ p o n e a to d a n u e stra época, ni siquiera a to d o el p ueblo a le m á n tal y com o éste se m anifiesta en el p resen te, eso él m ism o nos lo h a dicho en a q u el discurso solem ne del 22 de m ayo de 1872, y no h ay n a d ie en tre nosotros que, in ­ te n ta n d o consolarle, ten g a d ere c h o a rectificarlo p recisa­ m en te en este p u n to . « S olam ente les ten ía a U stedes, los am igos de m i a rte p a rticu la r, de mi c re a r y a c tu a r m ás p ro p io s — dijo él entonces— , si q u e ría dirigirm e a quienes p a rtic ip a n de m is proyectos: sólo de U stedes p o d ía solici­ ta r su a y u d a p a r a m i o b ra con el fin de p o d e r p rese n tarla p u r a y sin a d u lteracio n es a n te aquellos que a m i arte le e v id en ciab an su sincera inclinación, a u n q u e h a sta a h o ra

de éste ta n sólo h a y a n p o d id o te n e r u n a p rese n tac ió n im ­ p u r a y a d u lte ra d a » 2. N o hay n in g u n a d u d a ele que en B ayreuth tam bién el espectador m erece que le contem plem os. U n espíritu sabio y a m a n te de las consideraciones que p a sa ra de un siglo a otro p a ra c o m p a ra r las incitaciones m em orables de la cul­ tu ra ten d ría allí m uchas cosas que contem plar; h a b ría de sentir que en esa ciudad se hallab a de rep e n te en unas aguas tem pladas, com o quien n a d a en u n lago y se a p ro ­ x im a a la corriente de un m anantial: éste h a de b ro ta r de otros fondos m ás profundos — diría p a ra sí— , el agua del e n to rn o no nos lo explica y esa m ism a a g u a es, en cual­ quier caso, de origen m ás superficial. D e este m o d o a todos los que visitan el fesdval de B ayreuth se les considerará com o personas intem pestivas: tienen su p a tria en u n lugar que no es el que corresponde a su tiem po y hallan en otra p a rte tan to lo que las explica com o lo que las justifica. C a d a vez se m e h a hecho m ás claro que el individuo que está «form ado», en la m edida en que es p o r entero y p o r com pleto el fruto de nuestro presente, sólo m ed ian te la p a ­ ro d ia p u ed e acercarse a todo lo que W a g n e r hace y piensa — de hecho, ya h a sido p a ro d ia d o tan to el conjunto de su o b ra com o cada u n o de sus elem entos constitutivos— y que ú n icam en te quiere perm itirse v er el acontecim iento de Bay­ reu th ilum inado tam b ién p o r la luz de la lin te rn a m uy poco m ágica de nuestros insulsos periodistas. ¡Y suerte si se q u e d a en parodia! E n ella se descarga u n espíritu de extra­ ñ am ie n to y de hostilidad que todavía p o d ría escoger m edios

2 Véase Das Bühnenfestspielhaus zu Bayreuth [E l teatro del Festival de Bay­ reuth] (1873), en R. Wagner, Dichtungen und Schriften. Jubiläumsausgabe in zehn Bänden, edición de Dieter Borchmeyer, tomo 10, Francfort del Meno, Insel, 1983, págs. 21-44. El pasaje citado se encuentra en la pág. 28 y, a pesar del hábito nietzscheano de servirse de la memoria a la hora de citar, en esta ocasión la literalidad es exacta, excepto algún detalle ortográfico insignificante.

y vías totalm ente diferentes, com o tam poco h a dejado de h a c e r en otras ocasiones. Esa e x tra o rd in a ria violencia y ten ­ sión entre polos antitéticos la percibiría igualm ente aquel espíritu sabio dedicado a considerar la cultura. Q u e u n in ­ dividuo en el transcurso de u n a vida h u m a n a ordinaria p u e d a p rese n tar algo radicalm ente nuevo, eso p u ed e irritar, en efecto, a todos aquellos que tienen u n a confianza ciega en el c a rácter p a u latin o de to d a evolución, com o si esa p arsi­ m o n ia fuese u n a especie de ley m oral: ellos m ism os son len ­ tos y exigen len titu d — y he aq u í que a h o ra ven a alguien m u y veloz, n o se explican cóm o lo consigue y acab a n siendo m alignos con él. D e u n a em presa de las característi­ cas de la de B ayreuth no h a b ía n in g ú n tipo de síntom as precursores, ni h u b o transiciones ni tam p o c o m ediaciones de n in g u n a clase; el largo cam ino que conducía a la m eta, así com o la m e ta m ism a, no los conocía n adie, excepto W agner. H a sido esta em presa la p rim e ra circunnavegación en el cam po del arte: en la cual, p o r lo que p arece, se des­ cubrió n o sólo u n arte nuevo, sino el arte m ism o. T o d a s las artes m o d ern as que h a h a b id o hasta ah o ra , bien sea en c u an to artes solitarias y atrofiadas o en cuanto artes deter­ m in a d a s p o r el lujo, con la existencia de d icha em presa h a n p e rd id o la m ita d de su valor; incluso los vacilantes y m al con juntados recuerdos de u n a rte v e rd a d e ro que nosotros los m o dernos tem am os en n u e stra m em o ria gracias a los griegos, desde este m o m e n to d eben q u e d a r en suspenso m ien tras no sean capaces de brillar a h o ra ellos m ism os a la luz de u n a n u ev a com prensión3. A m uchas cosas a c ab a de llegarles la h o ra de que m u eran ; este arte nuevo es u n vi­ d en te que n o ve solam ente artes a p u n to de hun d irse en su

3 Nietzsche se sirve en todos estos comentarios de ideas wagnerianas muy conocidas por los lectores de los ensayos del compositor. So­ bre las artes aisladas y solitarias de la modernidad, en contraste con la requerida obra de arte integral; sobre el pernicioso influjo del lujo y so­ bre la decisiva importancia del arte griego clásico que todavía perdura

ocaso. Su m an o e x h o rtato ria te n d rá que p arecerle m uy si­ niestra a todo n u estro actual sistem a de form ación desde el instante en que enm u d ezca la risa que p ro v o ca n sus p a ro ­ dias: ¡que tenga, pues, to davía u n poco de tiem po p a ra dis­ fru ta r y reír! v ¡En cam bio nosotros, los discípulos del arte resucitado, ten d rem o s tiem po y v o lu n tad p a r a la seriedad, p a ra la p ro ­ fu n d a y sag rad a seriedad! Las p ala b ra s y el barullo que la form ación existente hasta a h o ra h a p ro d u cid o sobre el arte — los hem os de sentir en estos m om entos com o u n a des­ vergonzada im pertinencia; to d o nos obliga a g u a rd a r silen­ cio, u n silencio pitagórico de cinco años de duración. ¡Q uién de nosotros no se h a m a n c h a d o las m anos y el co­ raz ó n en el rep u g n a n te culto a los ídolos de la form ación m oderna! ¡Q uién no está necesitado del ag u a que lo purifi­ que, quién no oyó la voz que lo exhortase con este m e n ­ saje: ¡G u a rd a r silencio y ser puro! ¡G u a rd a r silencio y ser puro!! Sólo si escucham os esa voz serem os tam b ién p artíci­ pes de la m ira d a g ran d e con la que dirigirem os nuestros ojos h acia el acontecim iento de B ayreuth: y sólo en esta m i­ ra d a se e n c u en tra el fiiluro grande de ese acontecim iento, i E n aquel día de m ayo del a ñ o 1872, c u a n d o bajo u n a lluvia torrencial y u n cielo e n c ap o tad o se colocó la p ie d ra fiindacional en la colina de B ayreuth, W a g n e r regresó en coche a la ciudad con algunos de nosotros, en el trayecto g u a rd a b a silencio y dirigía sus ojos h acia sí m ism o con u n a p ro lo n g a d a m ira d a que no h a b ría p alabras p a ra describirla. C u m p lía ese día los 60 años de edad: to d o lo p recedente e ra la p re p a ra c ió n p a r a ese m o m en to . Se sabe que h ay h u ­ m anos. que, en instantes de peligro excepcional o al to m a r en absoluto u n a decisión im p o rta n te p a ra sus vidas, con­ den san todo lo que h a n vivido m ed ia n te u n a visión interior

en el recuerdo, véase, por ejemplo, R. Wagner, La obra de arte delfiituro, edición cie J. B. Llinares y F. López, Valencia, Publicacions de la Uni­ versität de Valencia, 2000, págs. 51-125.

infinitam ente acelerad a y reco n o cen de nuevo con agudeza m uy singular ta n to lo m ás reciente com o lo m ás lejano. ¿ Q u é p u ed e h a b e r visto A lejandro M a g n o en aquel instante en el que llevó a Asia y a E u ro p a a b e b e r de u n a m ism a copa? Sin em bargo, lo que W a g n e r vio en su in terio r aquel día — c ó m o llegó a ser q u ie n es, q u é es él a c tu a lm e n te , y qué es lo que será de él — nosotros, sus m ás allegados, tam b ién lo p odem os volver a v er hasta cierto punto: y sólo desde esa m ira d a w ag n e ria n a p o d rem o s c o m p re n d e r su g ran d e acción m ism a — para, mediante esta comprenmn, garan­ tizar su fecundidad.

24 Sería ra ro que aquello que a u n o m ás le gusta h a c er y que m ejo r hace no se evidenciara tam b ién a su vez en la configuración e n te ra de su vida; m ás aún, en personas de a p titu d sobresaliente su vida llega a ser n o sólo u n a copia de su carácter, com o sucede con todo el m u n d o , sino ta m ­ bién y sobre to d o u n a fiel im ag en de su intelecto y de a q u e ­ lla facultad de éste que le es m ás propia. L a vida del p o eta épico llevará consigo algo de la epopeya — com o, dicho sea de paso, sucede con G oethe, en quien los alem anes, m u y equivocadam ente, suelen v er an te to d o al lírico — y la v ida del d ra m a tu rg o tra n sc u rrirá dram áticam en te. L o dram ático en el llegar a ser de W a g n e r5 es im posible de ig n o ra r desde el instante en que la pasión que en él p re ­ d o m in a b a se h ace consciente de sí m ism a y co n c en tra to d a la n atu ra le z a de su persona: pues entonces finaliza el tan-

4 Los principales fragmentos postumos en tomo a este capítulo —per­ tenecientes todos al tomo 8 de la KSA— son los siguientes: 11 [42]; 11 [27]; 12 [10]. 5 Véase la carta de Nietzsche a Wagner del 24 de mayo de 1875, en la que se dice lo siguiente: «Cuando pienso en su vida, siempre tengo la sensación de que tiene un curso dramático...»

te a r, el a n d a r v a g a n d o , la p ro life ra c ió n de excrecen cias, y en los m ás intrincados cam inos y cam bios, en el curvo proyecto, a m e n u d o arriesgado, de sus planes im p e ra u n a ú n ica legalidad interior, u n a v o lu n ta d a p a rtir de la cual to ­ dos ellos son explicables, p o r m uy sorprendentes que m u ­ chas veces p a re z c a n estas explicaciones. A h o ra bien, hubo u n a fase p re d ra m á tic a en la vida de W a g n er, la de su in ­ fancia y ju v e n tu d , y no es posible a b o rd a rla sin tro p e z a r con enigm as. El mismo parece que todavía n o está a n u n ­ ciado en m odo alguno; y aquello que a h o ra , m ira n d o re ­ trospectivam ente, quizá se p o d ría c o m p re n d e r com o unos anuncios, sin d u d a se revela p o r lo p ro n to com o u n con­ ju n to de prop ied ad es cjue, m ás que p ro d u c ir esperanzas, h a n de p ro v o ca r vacilaciones: u n espíritu de inquietud, de excitabilidad, u n a precipitación nerviosa en la captación de cien cosas diferentes, u n apasionado enco n trarse a gusto en es­ tados de ánim o exaltados y casi enferm izos, u n a brusca in ­ versión que va desde instantes de la m ás e n tra ñ a b le paz a ním ica h a sta lo violento y estridente. N o le lim itaba la p rác tic a rigurosa, h e re d ita ria y fam iliar, de u n arte deter­ m inado: la p in tu ra , la poesía, el teatro y la m úsica le resul­ ta b a n ta n próxim as com o la educación y el futuro de los doctos; quien lo m irase superficialm ente p o d ría o p in ar que h a b ía nacido p a ra ser un diletante. El p e q u e ñ o m u n d o en cuya órbita creció n o e ra de tal especie que p u d iéram o s d e ­ searle a u n artista que h u b iera tenido la suerte de u n h o g a r con sem ejantes características. Le acec h a b a el peligroso de­ leite de la degustación espiritual, de la m ism a m a n e ra que tam b ién lo h acía esa a rro g an cia asociada al saber plural y heterogéneo que es frecuente en lugares h ab itad o s p o r doc­ tos; su sensibilidad se excitaba con facilidad p e ro no se sa­ tisfacía a fondo; p o r lejos que planease el ojo del m u c h a ­ cho, se veía circunscrito p o r u n a perso n alid ad curiosam ente sabihonda, a u n q u e e m p re n d e d o ra , en relación con la cual el teatro m ulticolor co n tra sta b a de form a ridicula y el em o­ cionante sonido ele la m úsica se le o ponía de u n a m a n e ra inconcebible. Así pues, al experto en h a c e r com paraciones

le Dama la atención en absoluto que p recisam ente la p e r ­ sona m o d ern a , si h a recibido el don de u n elevado talento, en su infancia y ju v e n tu d m uy r a ra vez p u e d a ten e r el atri­ b u to de la ingenuidad, el atrib u to de la sencilla peculiari­ d a d y m ism idad, y que, si ése es el caso, lo tenga en m í­ n im a m edida; m ás bien aquellos individuos excepcionales que, com o G oethe y W ag n er, consiguen llegar en absoluto a la ingenuidad, siem pre la poseen sobre to d o en cuanto adultos m ás que cu an d o todavía están en la ed a d de los n i­ ños y los adolescentes. Al artista, a quien le es in n a ta en p a rtic u la r m ed id a la fuerza im itativa, le h a de a ta c a r de m a n e ra especial com o u n a virulenta en ferm edad infantil el raq uítico polifacetism o de la vida m o d ern a; de m u ch a c h o y adolescente se p a re c e rá a u n viejo m ás que a su p ro p io sí m ism o. L a im ag en p rim o rd ia l a d m irab lem en te exacta del adolescente, a saber, Siegfried en E l anillo del nibelungo, sólo p u d o crearla u n h o m b re , p e ro u n h o m b re que únicam en te h a en co n tra d o su p ro p ia ju v e n tu d de m a n e ra tardía. Su e d a d adulta, com o la ju v e n tu d de W ag n er, tam b ién le llegó tard e , de m a n e ra que, p o r lo m enos en este p u n to , es la antítesis de u n a n a tu ra le z a que se anticipa. El d ra m a de su vida tam b ién com ienza ta n p ro n to com o se inicia su virilidad espiritual y m oral. ¡Y qué distinto es a h o ra el panoram a! Su n a tu ra le z a aparece sim plificada de m a n e ra tre m en d a , desg arrad a en dos im pulsos o esferas. E n el fondo se agita en ra u d o to rre n te u n a im p etu o sa v oluntad que, p o r así decir, p o r todas las sendas, grutas y gargantas q uiere salir a la luz y rec la m a p oder. T a n sólo u n a fuerza co m pletam ente p u r a y libre p o d ría indicarle a esa voluntad u n cam ino h acia lo buen o y lo benéfico; u n id a a u n espí­ ritu estrecho, u n a tal voluntad, con su ilim itada apetencia tiránica, h u b ie ra pod id o resultar fatal; y, en to do caso, p ro n to tenía que h a b e r u n a vía hacia lo libre, y a esa ru ta se le añ a d iría n el aire claro y la luz del sol. U n v ehem ente afán que u n a y o tra vez ten g a la o p o rtu n id a d de contem ­ p la r su p ro p io fracaso nos hace perversos; la insuficiencia p u ed e ra d ic a r a veces en las circunstancias, en lo in ex o ra­

ble del destino, no en la falta de fuerzas: p e ro aquel que, a p e sar de esta insuficiencia, no p u e d a prescindir de su afán, en cierto m o d o se d egrada, y se hace entonces irrita­ ble e injusto. Q u iz á busque en los dem ás las causas de su frustración, incluso es posible q u e acuse a to d o el m u n d o con odio Deno de pasión; tal vez vaya tam b ién obcecado p o r desvíos y sendas clandestinas, o com eta actos de vio­ lencia: sucede así, en efecto, que naturalezas buen as se em ­ b ru te z c an cam ino de lo m ejor. H a sta entre quienes tra tan de conseguir su p ro p ia purificación m oral, entre erm itaños y m onjes, se e n c u en tran tales personas em brutecidas y to ­ talm ente presas de las enferm edades, socavadas y carcom i­ das p o r su frustración. Fue entonces c u an d o le hab ló a W a g n e r u n espíritu am oroso, u n espíritu que a le n ta b a con b o n d a d y d ulzura ex tre m a d a m en te suaves, al que le son odiosas tan to las acciones violentas com o la autodestrucción y que no quiere v er a nadie en cad en ad o . Se posó sobre él y le cubrió con sus alas, consolándole, y le señaló el cam ino6. Pasemos aho ra a d a r u n a m irada a la otra esfera de la natu ­ raleza de W agner: pero ¿qué debem os hacer p a ra describirla? L as figuras q u e u n artista crea no son idénticas a él m ism o, p e ro la serie sucesiva de figuras de las q u e m a n i­ fiestam ente dep en d e con el a m o r m ás entrañable, esa serie algo expresa, desde luego, del artista m ism o. Q u e nuestra alm a contem ple a h o ra a R ienzi, al holandés erra n te y a Senta, a T a n n h ä u s e r y Elisabeth, L ohengrin y Elsa, a Tristá n y M arke, H a n s Sachs, W o ta n y B rünnhilde: a través de todos ellos p asa u n a corriente su b te rrá n e a de ennobleci­ m iento y engrandecim iento m o ral que les une, la cual fluye cad a vez m ás p u ra y acrisolada — y aquí nos hallam os, si bien con p ú dico recato, ante u n proceso su m am en te íntim o

6 La metáfora del ángel bueno, que guarda al futuro músico-poeta Wagner y lo convierte de hecho en un verdadero artista, procede del mismo compositor, véase R. Wagner, Eine Mittheilung an meine Freunde [Una comunicación a mis amigos], edición citada, tomo 6, 1851, pág. 236.

de la p ro p ia alm a de W agner. ¿E n qué artista se p u ede p e r­ cibir algo sem ejante y de g ran d e z a sem ejante? Las figuras de Schiller, desde Los Bandidos hasta Wallenstein y Tell, reco­ r re n u n a trayectoria de sim ilar ennoblecim iento y expresan igualm ente algo del proceso constitutivo de su creador, p ero en W a g n e r la escala es todavía m ás gran d e, el cam ino es m ás largo. T o d o , no sólo el m ito, sino tam b ién la m úsica, p a rticip a de esa purificación y la expresa; en E l anillo del nibelungo e n cu en tro la m úsica m ás m o ral que conozco, p o r ejem plo, en la escena en la que Siegfried despierta a B rünnhilde; en esos m om entos W a g n er asciende hasta al­ c a n za r u n estado de ánim o ta n elevado y tan sagrado que hem o s de p e n sa r en la incandescencia de las cim as de hielo y nieve de los Alpes: así de p u ra , de solitaria, de difícil­ m en te accesible, de carente de im pulsos, de au re o la d a p o r el resplandor del am or, así se eleva aquí la naturaleza; las nubes y to rm en tas, e incluso lo sublim e, se h allan b ajo ella. Si desde ahí m iram os retrospectivam ente h a c ia Tannhäuser y E l holandés enante, sentirem os el proceso m ed ian te el cual se h a constituido la perso n a de W agner: cóm o em pezó oscuro e inquieto, cóm o de m a n e ra tem pestuosa buscó satisfacción, am bicionó p o d e r y p lacer em briagador, y m u ch as veces re ­ tro ced ió lleno de asco; cóm o quiso a rro ja r de sí la carga, y deseó olvidar, deseó n e g a r y deseó re n u n c ia r — to d a la corriente se precipitó o ra en este, o ra en aquel valle, y p e ­ n e tró en las m ás lóbregas gargantas: — en la n o ch e de esta agitación sem isubterránea apareció sobre él en lo alto u n a estrella de pálido brillo, a la que W ag n er, en cuanto la h u b o reconocido, la denom inó: ¡Fidelidad, fidelidad desintere­ sada! ¿Por qué le resplandecía con m ás claridad y p u rez a qu e n in g u n a o tra cosa? ¿ Q u é secreto encierra p a ra to d o su ser la p a la b ra ‘fidelidad’? Pues en todo lo que pensó y p o e ­ tizó h a estam pado la im agen y el p ro b le m a de la fidelidad, en sus obras h ay u n a serie casi com pleta de todos los tipos posibles de fidelidad, entre los cuales se h allan los m ás es­ pléndidos y ra ra vez presentidos: la fidelidad del h e rm a n o a la h e rm a n a , del am igo al am igo, del servidor al señor, de

E lisabeth a T a n n h ä u s e r, de S enta al holandés, de Elsa a L ohengrin, de Isolda, K u rw e n a l y M a rk e a T ristá n , de B rünnhilde al m ás íntim o deseo de W o ta n — y estos ejem ­ plos sólo son los inicios de la serie. H e aquí la experiencia prim o rd ial m ás p ro p ia que W a g n e r vive en sí m ism o y que v en era com o u n m isterio religioso: él la expresa con la p a ­ la b ra ‘fidelidad’, n o se cansa de extrovertirla en cien figu­ raciones y de obsequiarla en la plenitud de su agradeci­ m iento con lo m ás espléndido que puede y tiene — esa m aravillosa experiencia y ese conocim iento de que u n a de las dos esferas de su personalidad, la esfera cread o ra, ino­ cente y m ás clara, h a p e rm a n e cid o fiel a la otra, la esfera oscura, in d ó m ita y tiránica, y le h a g u a rd a d o fidelidad p o r am o r, p o r u n a m o r libre y absolutam ente desinteresado.

37 E n la m u tu a relación de a m b as fuerzas profundísim as, en la entrega de u n a a la o tra rad ic a b a la ú nica necesidad g ra n d e m ed ia n te la cual p u d o W a g n e r p e rm a n e c e r siendo íntegro y él m ism o: a la vez, eso era lo único que no tenía en su poder, lo único que h u b o de observar y a cep tar m ien­ tras veía que en él acech ab a siem pre de nuevo la tentación de la infidelidad, con los horribles peligros que conllevaba. D e aquí fluye u n a fuente m uy a b u n d a n te de sufrimientos p a ra quien está en proceso de form ación, la incertid u m b re. C a d a u n o de sus im pulsos ten d ía a lo inconm ensurable, to­ dos sus talentos, gozosos de existir, q u erían soltarse indivi­ d u alm en te y satisfacerse p o r separado; cuanto m ás gran d e e ra su a b u n d an cia, tan to m ás g ran d e era el tu m u lto y tanto m ás hostiles las relaciones entre ellos. A lo a n te rio r se a ñ a ­ d ía que el az ar y la vida acu ciab an a g a n a r p o d e r, brillo y

7 Los fragmentos postumos en tomo a este capítulo son: tomo 8, 11 [27]; 11 [45]; 11 [39]; y 11 [38],

el placer m ás incandescente, p ero todavía con m ay o r fre­ cuencia p ro d u cía torm en tos el im placable a p rem io de tener que vivir en absoluto; p o r todas partes h a b ía cadenas y tram pas. ¿C óm o es posible m a n te n e r en tales circunstancias la fidelidad y p e rm a n e c e r íntegro? — Esta d u d a le asaltaba a YVagner a m en u d o , y entonces se expresaba en esa form a precisam ente en que un artista m anifiesta sus dudas, a sa­ ber, en figuras artísticas: Elisabeth no puede sino sufrir, rezar y m o rir p o r T a n n h ä u se r, ella salva al inquieto e in m o d e ­ rad o gracias a su fidelidad, p ero no le salva p a ra esta vida. Las cosas suceden de m a n e ra peligrosa y desesperada en el transcurso vital de todo v e rd ad ero artista que haya sido arro jad o a la existencia en los tiem pos m odernos. P o r m u ­ chos cam inos p u e d e lograr honores y p o d er, la tranquilidad y la satisfacción se le ofrecen en m últiples ocasiones, pero siem pre lo hacen, en efecto, tan sólo en la figura en que la p erso n a m o d e rn a las conoce, u n a figura bajo la cual p a ra el artista honesto se h a n de convertir en h u m o asfixiante. E n la te n ta d ó n que eso pro v o ca y, de igual m odo, en el re ­ chazo de esta tentación, en el asco p o r las m an eras m o d e r­ nas de conquistar placer y prestigio, así com o en la rabia que se vuelve c o n tra todo bienestar egoísta, típico del ser h u m a n o de la actualidad, rad ic a n sus peligros. Im agíneselo en u n puesto de funcionario — tal com o W a g n e r tuvo que d esem peñar el cargo público de un ‘m aestro de capilla’8 en los teatros de la corte y de la ciudad; percíbase cóm o el m ás serio de los artistas quiere im p o n e r con fuerza la se­ ried ad allí do n d e los m ontajes m odernos se h a n construido casi p o r principio con ligereza y reclam an u n a ligereza igual, véase cóm o lo consigue en parte, p e ro siem pre fra­ casa en la totalidad, cóm o el asco le va g a n a n d o y quiere

B Es decir, de un ‘director de orquesta’ de titularidad más o menos compartida, pero con la estabilidad y las obligaciones de un funciona­ rio del Estado, responsable además de la ‘dirección artística’ de unos tea­ tros oficiales.

huir, cóm o no en cu en tra un lugar don d e p o d e r m archarse y tiene que volver u n a y o tra vez ju n to a los gitanos y p a ­ rias de nuestra cultura com o u n o de los suyos9. C u a n d o se lib ra de u n a situación, ra ra vez logra conseguirse u n a m e ­ jo r, en ocasiones cae en la indigencia m ás p rofunda. Así iba cam b ian d o YVagner las ciudades, las com pañías y los países, y casi no podem os concebir bajo qué tipo de pretensiones y circunstancias h a resistido siem pre d u ra n te bastante tiem po. Sobre u n a porción considerable de la vida que hasta a h o ra h a tenido gravita u n a atm ósfera pesada; parece que ya no tenía esperanzas de índole general, sino ta n sólo de u n día p a ra otro, y así, ciertam ente, no caía en la de­ sesperación, p ero tam p o co rec o b ra b a la fe. C o m o a n d a p o r la n o che u n cam in an te, con p e sad a carga y extrem a fatiga, p e ro excitado p o r el desvelo, así tuvo que sentirse a m e ­ nud o; la m u erte re p e n d n a no se p re se n tab a entonces a sus ojos com o un h o rro r, sino com o un insinuante fantasm a lleno de atractivos10. L a carga, el cam ino y la noche, ¡eli­ m in a d o todo de u n solo golpe! — eso sonaría con seduc­ ción. C ien veces volvió a lanzarse de nuevo a la vida con aquella esperanza de corto aliento y a b a n d o n ó a sus espal­ das a todos los fantasm as. Pero en la form a en que lo h a ­

9 Wagner reconoce que encontró consuelo «entre esos hijos perdi­ dos de nuestra moderna sociedad burguesa», a los que ve «como gita­ nos» y entre quienes desea contarse, véase R. Wagner, Epilogische Bencht über die Umstände und Schicksale welche die Aufführung des Bühnenfestspieles «Der Ring des Nibelungen» bis zur Veräjenllichung der Dichtung desselben begleiteten [No­ ticia epilogal sobre las circunstancias y los azares que acompañaron a la realización del festival escénico «El anillo del nibelungo» hasta la publicación del poema del mismo], edición citada, tomo 3, 1871, págs. 335-351, exactamente en

pág. 338. 10 Esta escalofriante referencia a la muerte procede del mismo compositor, véase R. Wagner, Eine M itteilu n g an meine Freunde [Una co­ municación a mis amigos], edición citada, tomo 6, 1851, pág. 281, donde así consta en el texto como la única salida que le quedaba al artista so­ litario si no quería pervertirse en el contexto de las modernas circuns­ tancias vitales y artísticas.

cía h a b ía casi siem pre u n a falta ele m esura, indicio de que n o creía firme y p ro fu n d am en te en esa esperanza, sino que ta n sólo se em briagaba con ella. L a antítesis entre sus deseos y su habitual in cap acid ad o sem icapacidad de satisfacerlos lo a to rm e n ta b a com o u n aguijón, su im aginación, excitada p o r renuncias constantes, se extraviaba en el desenfreno si en al­ gún m o m en to desaparecía de súbito la privación. L a vida se fue haciendo cada vez m ás com plicada; p e ro tam b ién fue­ ro n cada vez m ás audaces e inventivos los m edios y recu r­ sos que él, el dram atu rg o , descubrió, a u n cu ando no eran sino expedientes dram áticos, m otivos disuasorios que enga­ ñ a n u n instante y sólo se inventan p a ra u n instante. El sabe m overlos a la velocidad del rayo, p ero se desgastan con la m ism a rapidez. L a vida de W agner, m ira d a m u y de cerca y sin am or, tiene en sí, p a ra rec o rd a r u n a idea de S chopen­ h au e r, m u ch o de com edia, de u n a com edia, p o r cierto, sin­ gularm ente grotesca11. H a sta qué p u n to tuvo que influir so­ b re el artista el sentim iento que de ello se deriva, la adm isión de u n a grotesca falta de dignidad d u ran te períodos enteros de su vida, siendo así que los artistas, en m ayor m e ­ dida que todos los dem ás, ta n sólo p u e d e n resp irar con li­ b e rta d en lo sublim e y en lo supra-sublim e — esto da que p e n sar al que piensa. E n m edio de tales ocupaciones, a las que solam ente la m ás precisa de las descripciones p u e d e infu n d ir el g rad o de com pasión, de p a v o r y de asom bro que m erecen , se des­ arrolló en W a g n er u n a aptitud para aprender que incluso entre alem anes, el genuino pueblo-del-aprendizaje, es totalm ente extraordinaria; y en esta ap titu d volvió a crecer u n nuevo

11 Véase la obra capital de Schopenhauer, Die Welt als Wille und Vorstellung [E l mundo como voluntad y representación], I, § 58. Zürcher Ausgabe, tomo 2, Zürich, Diogenes, 1977, pág. 403. Nietzsche ya utilizó esta idea en el capítulo 10 de su obra E l nacimiento de la tragedia, con la siguiente alusión indirecta: «No sé quién ha aseverado que todos los individuos, como individuos, son cómicos y, por tanto, no trágicos.» Edición de A. Sánchez Pascual, Madrid, Alianza, 1973, pág. 96.

peligro que todavía era m ás grave que el de u n a vida a p a ­ ren te m e n te desarraigada e inestable, enfocada hacia cual­ q u ier dirección p o r u n a ilusión sin reposo. D e ser u n n o ­ vato en fase de p ru eb a s W a g n e r pasó a convertirse bajo todos los aspectos en un m aestro de la m úsica y de la es­ cen a y en u n in v en to r y u n experto usuario en c ad a u n o de los requisitos técnicos. N adie le discutirá ya la fam a de h a ­ b e r p ro p o rc io n ad o el m ás elevado m odelo p a r a todo arte de ejecución grande. Pero llegó a ser aún m u ch o m ás, y p a ra llegar a ser esto y aquello n o se le a h o rró n a d a de lo que se exige a los dem ás, a saber, apropiarse m ed ian te el a p re n ­ dizaje de la cu ltu ra m ás alta. ¡Y de qué m a n e ra lo hizo! Es u n p lac e r observar ese proceso; en todos los aspectos fue creciendo, llevando las cosas hacia él y haciendo que se des­ a rro llaran desde él, y cuanto m ás g ran d e y m ás pesado era el proyecto, con ta n ta m ay o r fuerza se fue tensand o el arco de u n p e n sam ien to que todo lo o rd e n a b a y dirigía. Y, sin em b argo, r a ra vez h a tenido alguien tantas dificultades p a ra e n c o n tra r los accesos a las ciencias y a las artes, y con m u ­ cha frecuencia él tuvo que im provisar esos accesos. El in ­ n o v a d o r del d ra m a sim ple, el d escubridor de la posición de las artes en la v e rd a d e ra sociedad h u m a n a , el po etizan te in ­ térp rete de pretéritas form as de considerar la vida, el filó­ sofo, el historiador, el esteta y crítico W ag n er, el m aestro del lenguaje, el m itólogo y m ito p o e ta que p o r vez p rim e ra a cab ó de fo ija r u n anillo que a b razó todo u n m agnífico, antiquísim o, tre m en d o conjunto, en el cual dejó grabadas las ru n as de su espíritu — ¡qué caudal de sab er tuvo que re u n ir y a b a rc a r W a g n e r p a ra p o d e r convertirse en todo eso! Y, sin em bargo, ni esta su m a de conocim ientos aplastó su v oluntad de acción, ni lo p a rticu la r y m ás fascinante lo­ gró desviarlo. P a ra calibrar lo prodigioso de tal co m p o rta ­ m iento, tóm ese, p o r ejem plo, la g ran contrafigura de G oe­ the, quien, en c u an to volcado a a p re n d e r y en cuanto sapiente, aparece com o u n m u y ram ificado sistem a fluvial que, a p esar de ello, no tra n sp o rta al m a r to d a su energía, sino que pierde y dispersa p o r sus cauces y m ea n d ro s p o r

lo m enos ta n ta com o llevaba y a consigo en el p u n to de p a r ­ tida. Es v e rd a d que u n ser com o el de G oethe tiene y p ro ­ duce m ás gozo, en su e n torno h ay algo suave y de pró d ig a nobleza, m ientras que el curso y la p o ten cia del caudal de W a g n e r quizá p u e d a n ate m o riz a r y ahu y en tar. Pero que ten g a m iedo el q u e q u iera tenerlo: los dem ás querem os lle­ g a r a ser incluso m ás valientes, puesto que nos es lícito ver con nuestros ojos a u n héro e que, h a sta en lo que respecta al sistem a m o d e rn o de form ación, «no h a ap re n d id o a te­ n e r m ie d o » 12. T a m p o c o h a a p ren d id o W a g n e r a sosegarse m ed ian te la historia y la filosofía y a ex traer en su p rovecho precisa­ m en te ese bálsam o m ágico y esa disuasión a a c tu a r que se hallan entre los efectos que aquéllas causan. N i com o a r­ tista cre a d o r ni com o artista com bativo lo desviaron de su ó rbita el ap rendizaje y la form ación. E n c u an to le sobre­ viene su fuerza plástica, la historia se le convierte en arcilla que sus m anos m o d u la n a placer; entonces se e n c u en tra de golpe an te ella de form a distinta a cualquier docto, m ás bien de m a n e ra sim ilar a com o el griego se e n c o n tra b a ante su m ito, a saber, ante algo en lo cual se form a y se poetiza con a m o r y con u n a cierta y reservada devoción, sin d u d a alguna, p ero tam b ién con los derechos de so b eran ía del creador. Y precisam en te p o rq u e la historia es p a ra él to d a ­ vía m ás elástica y variable que cualquier sueño, en u n único acontecim iento p u e d e in tro d u c ir p o éticam en te lo tí­ pico de épocas enteras y alc a n z a r de este m o d o en la re ­ p resentación u n a v erd a d que el h isto riad o r no alcanza j a ­ m ás. ¿D ó n d e se h a convertido la E d a d M e d ia caballeresca con todo su cuerpo y to d a su alm a en un conjunto figura­ tivo de las características del que se p rese n ta en Lohengrin?

12 Alusión inequívoca a Siegfried, el «héroe que no sabe tener miedo», según la famosa escena del Acto primero del drama musical del mismo nombre, Siegfried\ Segunda jomada del festival escénico El anillo del nibelungo. Véase la edición citada de las obras de Wagner, tomo 3, pág. 178.

¿Y n o h a b la rá n de la esencia a le m a n a a las épocas m ás re ­ m otas del p o rv en ir Los maestros cantores, y, m ás que h a b la r­ les, n o serán m ás bien u n o de los frutos m ás m ad u ro s de esa esencia que siem pre quiere refo rm ar, p e ro no re b e ­ larse 13, y que sobre el am plio fu n d am e n to de su bienestar no h a olvidado ni siquiera el m alestar m ás noble, el de la acción innovadora? ' Y precisam ente a esa especie de m alestar fue em pujado W a g n e r u n a y o tra vez p o r dedicarse a la historia y a la fi­ losofía: en ellas n o sólo encontró arm as y equipam iento, sino que ante todo aquí sintió el aliento entusiasta que trasciende de las tum bas de todos los grandes luchadores, de todos los grandes sufridores y pensadores. P o r n a d a p u e d e u n o con­ tra sta r tan to con to d a la época actual com o p o r el uso que hace de la historia y la filosofía. L a p rim e ra de ellas, tal com o habitualm ente se la entiende, parece ten e r asignada a h o ra la tarea de darle u n respiro a la persona m o d ern a que jad e a n te y fatigada corre hacia sus m etas, de m a n e ra que, p o r así decirlo, p o r u n instante p u e d a sentirse sin los aparejos que la traban. Lo que significa el individuo M ontaigne en la agitación del espíritu de la R eform a, u n conseguir serenarse en u n o mism o, u n pacífico ser-para-sí y espirar — y, cierta­ m en te, así lo sintió Shakespeare, su m ejor lector — es a h o ra la historia p a ra el espíritu m oderno. Si desde hace un siglo los alem anes se h a n dedicado especialm ente a los estudios históricos, ello significa que en el m ovim iento del m u n d o m o d ern o son el p o d e r que frena, retrasa y sosiega: cosa que quizá algunos p o d ría n convertir en u n a alab an za en su h o ­ nor. E n conjunto, sin em bargo, es u n síntom a peligroso que la lu ch a espiritual de u n pueblo se concentre particular-

13 Esta tesis que opone «reformieren» a «revolvieren» sigue directamente una afirmación del maduro Wagner en su Beethoven de 1870, donde se dice que el alemán no es revolucionario (revolutionär) sino reformador (reformatorisch), véase edición citada, tomo 9, págs. 38-109, concreta­ mente en pág. 65.

m en te en el pasado, un indicio de debilitam iento, de regre­ sión y decadencia: así que los alem anes están expuestos hoy de m a n e ra su m am ente peligrosa a cualquier fiebre que se p ropague a su alrededor, p o r ejem plo, a la fiebre política. U n tal estado de debilidad, en contraste con todos los m o ­ vim ientos de reform a y de revolución, lo representan en la historia del espíritu m o d ern o nuestros doctos, pues no se h a n p lan tead o la tare a de m ay o r orgullo, sino que se h a n asegurado u n a especie p ro p ia de apacible felicidad. Bien cierto, d a r cualquier paso m ás libre y m ás viril y a los deja rezagados — ¡aunque en riiodo alguno se vaya entonces p o r delante de la historia misma! Esta todavía contiene en su h a ­ b e r fuerzas com pletam ente diferentes, com o presienten p re ­ cisam ente naturalezas tales com o W agner: sólo que, ante todo, se la h a de escribir p o r u n a vez en un sentido m ucho m ás serio y estricto, a p a rtir de u n alm a con p o d e r y, desde ah o ra , de n in g u n a m a n e ra y a en form a optim ista, com o siem pre h a venido siendo el caso; se la h a de escribir, p o r lo tanto, de u n m odo diferente a com o lo h a n h echo hasta el p resente los doctos alem anes. E n todos sus trabajos se halla algo atenuante, sumiso y satisfactorio, ellos están conform es con el curso de las cosas. Y a es m u ch o que alguno perm ita que se note que sólo lo acepta precisam ente p o rq u e h u b iera p od ido ser todavía peor: la m ayoría de ellos creen invohm tariam en te que dicho curso, tal y com o h a sucedido exacta­ m ente, es m uy bueno. Si la historia no continuase siendo u n a teodicea cristiana e n c u b ie rta 14, si estuviera escrita con

M Interesante variación nietzscheana de la famosa sentencia de Ludwig Feuerbach que dice que «la filosofía es una teología encu­ bierta», sentencia que Nietzsche bien pudo leer en los textos del mismo Wagner, por ejemplo, en la Introducción a los tomos tercero y cuarto de la edi­ ción de Escritos y poemas completos de 1871, véase edición citada, tomo 6, pág.194. Sobre las lecturas y la huella de Feuerbach en Wagner véase, nuestra «Introducción» a R. Wagner, La obra de arte del futuro, edición ci­ tada de J. B. Llinares y F. López, Valencia, 2000, págs. 18-22 en es­ pecial, así como la «Dedicatoria a Ludwig Feuerbach», págs. 172-173.

m ay o r justicia y vehem ente sim patía, entonces, en verdad, el servicio que m enos podría prestar es el que aho ra presta: el de u n opiáceo contra todo lo subversivo e innovador. Algo si­ m ilar ocurre con la filosofía: de la cual la m ayoría no quie­ ren a p re n d e r sino cierta com prensión ap ro x im ad a de las co­ sas — ¡muy incierta y poco próxima! — , p a ra desde entonces plegarse y adaptarse a ellas. Y hasta sus representantes m ás nobles destacan el p o d e r sosegante y consolador de la filo­ sofía con ta n ta fuerza que aquellos que buscan tranquilidad e inercia h a n de o p in ar que persiguen lo m ism o que ella busca. P o r el contrario, a m í m e p arece que la cuestión m ás im p o rta n te de to d a la filosofía es hasta qué p u n to tienen las cosas u n a articulación y u n a figura inalterables: p a ra luego, cuando ya se haya resuelto esa cuestión, aco m eter con un coraje extrem adam ente tem erario el perfeccionamiento de esa vertiente del mundo reconocida como modificable. Esto lo enseñan los verdaderos filósofos incluso personalm ente m ediante sus ac­ ciones, pues tra b a ja b a n p a ra m ejo rar la m uy alterable capa­ cidad de reflexión de los seres h um anos y n o reservaban p a ra sí m ism os su sabiduría; y tam b ién lo enseñan quienes son v erdaderos discípulos de las verd ad eras filosofías, los cuales, com o W a g n er, de ellas saben ex traer p a r a su volun­ ta d precisam ente u n a decisión y u n a inflexibilidad acrecen­ tadas, p e ro en absoluto les abso rb en jugos narcotizantes. W a g n e r es su m am en te filósofo allí donde a c tú a de m a n e ra m ás enérgica y m ás heroica. Y p recisam ente com o filósofo atravesó sin ten e r m iedo no sólo el fuego de distintos siste­ m as filosóficos, sino tam b ién el vaho del sab er y de la eru ­ d ic ió n 15, y p e rm a n e c ió fiel a su sí m ism o m ás elev ad o , el cual le exigía acciones totales que integrasen su polifónica natu­ raleza, y, p a ra que p u d ie ra llevarlas a cabo, le h a c ía sufrir y a pren der.

15 Referencia indirecta al Fausto de Goethe, al v 395 en especial, donde aparece la «densa humareda del saber». Véase la edición de M. J. González y M. A. Vega, Madrid, Cátedra, 1994, pág. 122.

4 16 L a historia de la evolución de la cultura desde los grie­ gos es bastan te breve, si se considera el v e rd a d e ro cam ino realm en te reco rrid o y no se to m a n en cu en ta los altos y re ­ trocesos ni las vacilaciones y retrasos. L a helenización del m u n d o y aquello que la hizo posible, la orientalización de lo helénico — la doble tarea de A lejandro M ag n o — todavía sigue siendo el últim o g ran acontecim iento; la an tig u a cues­ tión de si es posible traslad ar u n a cultura ex tra ñ a continúa siendo el p ro b le m a en el que se afanan los m odernos. El rítm ico ju eg o de esos dos factores contrapuestos h a deter­ m in a d o en p a rticu la r el curso de la historia hasta el p re ­ sente. El cristianism o, p o r ejem plo, aparece en él com o un frag m en to de a n tig ü e d a d oriental, pen sad o y llevado a cabo h a sta sus últim as consecuencias p o r seres h u m an o s de irres­ tricta radicalidad. C o n la dism inución de su influencia h a vuelto a a u m e n ta r el p o d e r de la cultura helénica; estam os viviendo fenóm enos que son ta n desconcertantes que flota­ ría n inexplicables en el aire si, p o r encim a de u n lapso de tiem p o n o tab lem en te poderoso, no p u d iéra m o s vincularlos con analogías griegas. Pues entre K a n t y los eléatas, entre S c h o p e n h a u e r y Em pédocles, entre Esquilo y R ic h a rd W a g n e r h ay u n a s afinidades y aproxim aciones tales que re ­ cibim os de m a n e ra casi p a lm a ria u n a exhortación sobre la m u y relativa consistencia de todos nuestros conceptos sobre el tiem po: p o r p o co p arece com o si ciertas cosas se p e rte ­ necieran recíp ro cam en te y que el tiem po sólo fu era u n a n u b e que les dificultase a nuestros ojos la visión de esa m u ­ tu a copertenencia. E n especial la historia de las ciencias exactas p ro d u ce incluso la im presión de que precisam ente a h o ra nos halláram os su m am en te cercanos al m u n d o griego

16 Los fragmentos postumos que están en directa relación con este capítulo son: tomo 8, 11 [22]; 11 [23]; 11 [26]; 11 [20]; y 11 [1],

alejandrino y que el p é n d u lo de la historia n u e v a m e n te re ­ trocediera h a c ia el p u n to en que com enzó a oscilar, la n ­ zándose a u n a distancia y u n extravío enigm áticos. L a im a ­ gen de nuestro m u n d o p resen te n o es n u e v a en absoluto: quien conoce la historia te n d rá que llegar a sentir c ad a vez m ás com o si volviera a reco n o cer viejos rasgos fam iliares de u n rostro. El espíritu de la cultura helénica se halla en n u estro p resente en infinita dispersión: m ientras se a m o n to ­ n a n las violencias de to d a especie y los frutos de las cien­ cias y las artes m o d ern a s se nos ofrecen com o u n m edio de in tercam b io , la im agen de lo helénico vuelve a traslucirse con pálidos rasgos, au n q u e todavía m uy distante y espec­ tral. L a tierra, que hasta a h o ra ya se h a orientalizado b a s­ tante, vuelve a sentir nostalgia de la helenización; quien en ello q u iera a y u d arla necesitará, en efecto, p resteza y pies alados p a ra re u n ir los p u n to s del saber m ás diversos y ale­ jad o s, los continentes del m u n d o del talento que se hallan m ás a p a rtad o s los unos de los otros, con el fin de rec o rre r y d o m in a r todo ese ám bito tre m e n d a m e n te dilatado. D e m a n e ra , pues, que a h o ra se h a h echo im prescindible u n a serie de Antialejandros que ten g a n la fuerza poderosísim a de co m p e n d ia r y vincular, de a p ro x im a r los hilos m ás distan­ tes y preserv ar el tejido p a ra que no sea despedazado. N o h a n de c o rtar el n u d o gordiano de la cultura griega, com o hizo A lejandro, con lo cual sus cabos rev o lo teab an en todas las direcciones del cosmos, sino que h a n de atarlo después de que haya estado deshecho — ésa es a h o ra la tarea. E n W a g n e r reconozco a u n tal A ntialejandro: a g a rra y re ú n e lo que es­ ta b a aislado, debilitado y a b a n d o n a d o , tiene, si está p e rm i­ tida u n a expresión m édica, u n a fuerza astringente: en este sentido p erten ece a las m ás grandes potencias culturales. Im p e ra sobre las artes, las religiones, las diferentes historias de los pueblos y, no obstante, es la antítesis de un polígrafo, de u n espíritu que solam ente recopila y ordena: p o rq u e es u n escultor que sintetiza en u n a ú n ica im agen y le d a vida a lo que h a unificado, con lo cual es u n simplificador del mundo. N o h ay que dejarse desorientar p o r u n a tal representación 105

cu a n d o se c o m p a ra esta ta re a universalísim a que su genio le h a p ro p u esto con la m u ch o m ás estrecha y c e rcan a en la que a h o ra suele pensarse en p rim e r lugar c u an d o se oye el n o m b re de W ag n er. D e él se espera u n a refo rm a del tea­ tro: suponiendo que consiguiera llevarla a cabo, ¿qué signi­ ficaría esa refo rm a p a ra aquella ta re a m ás elevada y re ­ m ota? Pues bien, si consiguiera hacerla, la p e rso n a m o d ern a cam b iaría y se reform aría: en nuestro m u n d o m o d e rn o u n a cosa dep en d e de las otras de m a n e ra ta n necesaria que ba sta con sacar u n clavo p a ra que el edificio se tam balee y caiga. D e cualquier o tra refo rm a efectiva te n d ría tam bién qu e esperarse lo m ism o que, b ajo la a p a rien cia de u n a exa­ geración, enunciam os nosotros aquí de la refo rm a w agne­ riana. Es de to d o p u n to im posible p ro d u cir el efecto m ás elevado y m ás p u ro del arte teatral sin in n o v a r p o r todas partes, en las costum bres y en el E stado, en la educación y en el tra to social. Si el a m o r y la justicia consiguieran ten e r p o d e r en u n solo p u n to , com o sucedería aq u í en el terren o del arte, h a b ría n de seguir extendiéndose de acu erd o con la ley de su in te rn a n ecesidad y n o p o d ría n reg resar a la in erc ia de su a n te rio r estado de crisálidas. P a ra p o d e r cap ­ ta r la m ed id a en que la posición de nuestras artes respecto a la vida es u n sím bolo de la degeneración de ésta, p a ra p o d e r c o m p re n d e r el g rad o en que nuestros teatros son u n op ro bio p a ra aquellos que los construyen y visitan, p a ra eso hem os de rep lan tearlo todo p o r com pleto y ten e r la ca p a ­ cidad de p ercib ir en algún m o m e n to lo h a b itu al y cotidiano com o algo m uy insólito y m u y com plicado. U n a singular ofuscación de la c a p acid ad de ju zg a r; u n a m al disim ulada m a n ía p o r deleitarse y p o r divertirse a cualquier precio; prevenciones eruditas, presu n ció n e histrionism o con la se­ rie d a d del arte p o r p a rte de los ejecutantes; b ru ta l avidez de lucro p o r p a rte de los em presarios; superficialidad y a tu rd im ien to de u n a sociedad que sólo piensa en el pueblo en cuanto le es útil o le resulta peligroso y que asiste al tea ­ tro y a los conciertos sin acordarse ja m á s de sus obligado-

nes — todo esto en conjunto constituye la e n rarecid a y p e r­ niciosa atm ósfera de nuestras actuales circunstancias artísti­ cas: p ero u n a vez que se está ta n aco stu m b ra d o a la m ism a com o lo están aquellos de nosotros que h a n tenido u n a for­ m ación, entonces b ien llega u n o a figurarse que ese aire es necesario p a ra su salud y se e n c u en tra m al si, p o r cualquier obligación, h a de prescindir de ella p o r u n tiem po. En efecto, solam ente se dispone de u n único m edio p a ra con­ vencerse con rapidez de lo vulgares, de lo excepcional e inextricablem ente vulgares que son nuestras instituciones teatrales: ¡basta con co m p a ra rla s con la a n tig u a realid ad del teatro griego! E n el supuesto de que no supiéram os n a d a de los griegos, entonces quizá no h u b ie ra form a de encontrarles deficiencias a nuestras circunstancias, y se ten ­ d ría n p o r quim eras de gente que vive en la lu n a objeciones tales com o las que W a g n e r h a sido el p rim e ro en h a c e r en g ran estilo. Q u iz á se diría que, tal y com o a h o ra son los se­ res h u m an o s — ¡y ja m á s h a n sido diferentes! — , les basta y les conviene u n arte sem ejante. Pero es bien cierto que los hu m an o s sí que h a n sido diferentes, e incluso a h o ra h a y p e r­ sonas a las que no les bastan las instituciones actualm ente existentes —- y eso es precisam ente lo que el h echo de Bay­ re u th dem uestra. E n B ayreuth encontraréis espectadores prep a ra d o s y consagrados, la p ro fu n d a em oción de personas que se hallan en el p u n to álgido de su felicidad y que sien­ ten precisam ente entonces que todo su ser se h a concen­ tra d o p a ra dejarse fortalecer y o b ten er así u n a volu ntad m ás am plia y m ás elevada; en B ayreuth encontraréis el m ás a b ­ n eg ado sacrificio de los artistas y el espectáculo de los es­ pectáculos, el victorioso cre a d o r de u n a o b ra que es la sín­ tesis m ism a de u n a p léto ra de acciones artísticas victoriosas. ¿N o p are c e casi com o u n hechizo que se p u e d a e n c o n tra r en el presente u n fenóm eno sem ejante? A quellos a quienes les está perm itido c o lab o rar y cop articip ar en B ayreuth ¿no h a n de estar ya transform ados y renovados p a ra que les sea posible p ro d u cir tam b ién u n a transform ación y renovación en otros ám bitos de la vida a p a rtir de ese m om en to? ¿N o

se h a en co n tra d o u n p u e rto tras la desoladora vastedad del m ar? ¿N o h ay en este lu g ar u n a b o n a n z a que se extiende sobre el agua? — Q u ie n desde la p ro fu n d id a d y soledad del estado de ánim o que en B ayreuth im p e ran re to rn a a las to ­ talm ente diferentes llanuras y tierras bajas de la vida, ¿no se h a de p re g u n ta r incesantem ente, com o Isolda: «¿C óm o lo p u d e soportar? ¿C ó m o lo soporto todavía?»17 Y si no re ­ siste ocultar en él con egoísm o su dicha y su desdicha, a p ro v e c h a rá de a h o ra en adelante cada o p o rtu n id a d p a ra d a r testim onio de ello en sus acciones. P reg u n tará: ¿E n qué lu g a r se h allan los que sufren p o r las instituciones actuales? ¿ D ó n d e están nuestros aliados naturales en cuya co m pañía p o d a m o s lu ch a r c o n tra la p u ja n te y rep re so ra proliferación del actual concepto de b u e n a form ación? Pues p o r ah o ra — ¡por ahora! — tan sólo tenem os u n único enem igo, a sa­ ber, esas «personas form adas» p a ra quienes la p a la b ra «B ayreuth» significa u n a de sus m ás aplastantes derrotas — n o colab o raro n , se opusieron furiosam ente o m anifesta­ ro n esa so rd era todavía m ás eficaz que a h o ra se h a con­ vertido en el a rm a h a b itu al del m ás p re m e d ita d o de los a n ­ tagonism os. P ero p recisam ente p o r ello sabem os que con su hostilidad y su perfidia n o p u d ie ro n destruir la esencia m ism a de W a g n e r ni im p e d ir su obra, m ás aún: h a n dela­ tad o que son débiles y que la resistencia de los que hasta a h o ra d ete n ta n el p o d e r ya n o so p o rta rá m uchos ataques. H a llegado el m o m e n to p a ra quienes q u ieran conquistar y v en cer de m a n e ra p oderosa, están abiertos los im perios de m a y o r gran d eza, tienen ya puesto u n in te rro g an te los n o m ­ bres de los propietarios don d e q uiera que h a y a p ropiedad. Así, p o r ejem plo, se h a reconocido com o en ruinas el edifi­ cio de la educación, y p o r todas partes h a y individuos que y a lo h a n a b a n d o n a d o sin decir ni u n a p a la b ra . ¡O jalá se p u d ie ra llevar a quienes de h e ch o y a a h o ra están p ro fu n ­

17 Véase R. Wagner, Tristán e Isolda, Acto segundo, Escena segunda, ed. cit., tomo 4, pág. 46.

d am e n te insatisfechos con él a que ejerzan u n a m anifesta­ ción y sublevación abiertas! ¡O jalá se les p u d ie ra q u ita r su desalentador disgusto! Bien sé que, si se elim inase precisa­ m en te la silenciosa contribución de estas personas del p ro ­ ducto de todo el conjunto de nuestro sistem a de form ación, se p ro d u ciría la m ás notable sangría m ed ia n te la cual se lo p o d ría debilitar. D e los doctos, p o r ejem plo, ta n sólo q u e­ d arían bajo el antiguo régim en los contagiados p o r la lo­ c u ra política y los literatos de todo tipo. El rep u g n a n te con­ ju n to que a h o ra extrae sus fuerzas del contacto con las esferas de la violencia y la injusticia, de su conform idad con el E stado y la sociedad, y e n c u en tra su v e n taja en h a c er que éstos sean c a d a vez m ás perversos y desconsiderados, sin ese contacto es u n a cosa endeble y agotada: tan sólo se necesita despreciarlo a fondo p a ra que se desplom e en ru i­ nas. Q u ie n lu ch a p o r la justicia y el a m o r entre los seres h u m an o s es quien m enos h a de tenerle m iedo: pues sus ver­ d aderos enem igos ú n icam en te se le en fre n ta rá n cu ando h a y a conseguido a c a b a r su com bate, esa lu c h a que p o r a h o ra sostiene c o n tra lo que constituye la v a n g u a rd ia de aquéllos, la cultura actual. P a ra nosotros B ayreuth significa la consagración m a tu ­ tin a en la jo rn a d a de lucha. N o se p o d ría ser m ás injusto con nosotros si se supusiera que lo único que nos im p o rta es el arte: com o si se lo h u b ie ra de ten e r p o r u n rem ed io y u n narcótico con el cual se p u d ie ra u n o lib rar de todos los dem ás estados m iserables. E n la im agen de esa o b ra de arte trág ica de B ayreuth nosotros vem os precisam en te la lucha de los individuos c o n tra todo lo que se les enfrenta com o n ecesidad a p a re n te m e n te invencible, c o n tra el p o d e r, la ley, la tradición, los pactos y las com pletas clasificaciones de las cosas. E n m o d o alguno p u e d e n los individuos vivir de u n a m a n e ra m ás h erm o sa que p re p a rá n d o se p a ra la m u erte e inm olándose en la lucha p o r la justicia y el am or. L a m i­ ra d a con la que nos percibe el ojo m isterioso de la tragedia n o es ningún hechizo ex ten u an te e inhibidor. A u n q u e la trag ed ia exija reposo m ientras nos esté m ira n d o — pues no

existe el arte para la lucha misma, sino p a ra las treguas que lo p reced en y se le intercalan, p a ra esos m inutos en que, con­ tem plando el p asado y an ticip an d o el futuro, co m p re n d e ­ m os lo simbólico, m inutos en que, con la sensación de un leve cansancio, se nos acerca u n sueño rep a ra d o r. Irru m p e en seguida el día y la lucha, las som bras sagradas se esfu­ m a n y el arte está o tra vez lejos de nosotros; p e ro su con­ suelo se posa sobre el ser h u m a n o desde la h o ra m atu tin a. P o r todas partes c o m p ru e b a el individuo su insuficiencia personal, su m edianía y sus incapacidades: ¡con qué coraje te n d ría que luchar si antes no h u b iera sido consagrado a algo suprapersonal! Los sufrim ientos m ás grandes que exis­ ten p a ra el individuo, la falta de c o m u n id ad de todos los h u m an o s en el saber, la inseguridad de los últim os criterios y la desigualdad de las capacidades, todo ello lo h ace nece­ sitado de arte. N o se p u ed e ser feliz m ientras a nuestro al­ red e d o r todo sufra y se p ro d u zc a sufrim ientos; no se p u ede ser ético m ientras el curso de las cosas h u m an a s esté d e te r­ m in a d o p o r la violencia, el en gaño y la injusticia; ni si­ q uiera se p u ede ser sabio m ientras to d a la h u m a n id a d no h aya com petido ten azm en te p o r la sabiduría y h a y a con­ ducido de la m ás sabia m a n e ra al individuo h acia la vida y el saber. C óm o p o d ría soportarse esta triple sensación de insuficiencia si en su luchar, su aspirar y hun d irse en su ocaso u n o no fuese y a capaz de rec o n o c e r algo sublim e y Deno de sentido y no aprendiese de la tragedia a disfrutar del ritm o de la g ran pasión y del sacrificio de esta m ism a. El arte, ciertam ente, no adiestra ni educa p a ra la acción in ­ m ediata; el artista ja m á s es en este sentido u n e d u c ad o r y u n consejero; los objetos ansiados p o r los héroes trágicos no son a u to m áticam en te las cosas en sí m ás dignas de ser de­ seadas p o r eDas m ism as. C om o en los sueños, la valoración de las cosas se altera m ientras sentim os que estam os firm e­ m en te atrap ad o s b ajo el influjo del arte: lo que en sem e­ ja n te situación tenem os p o r ta n deseable que estam os de acu erd o con el h é ro e trágico c u a n d o prefiere la m u erte a re n u n c ia r a lo deseado — en la vida real r a ra vez es de

idéntico valor y digno de idéntica energía activa: precisa­ m en te p o r ello el arte es la actividad del que descansa. Las luchas que el a rte m u estra son sim plificaciones de las luchas reales de la vida; sus pro b lem as son abreviaciones de la sum a infinitam ente in trin c a d a de las acciones y voliciones h u m an a s. Pero la g ran d e z a e indispensabilidad del arte ra ­ dican p recisam ente en que p ro d u ce la apariencia cie u n m u n d o m ás sim ple, de u n a solución m ás breve de los enig­ m as de la vida. N ad ie que sufra p o r la vida p u e d e prescin­ dir de esta a p a rie n cia , del m ism o m o d o que n a d ie p u e d e p re sc in d ir del sueño. C u a n to m ás difícil llega a ser el co­ n o cim ien to de las leyes ele la vida, con ta n to m a y o r afán a n h e la m o s la ap a rie n cia de esa sim plificación, a u n q u e sólo sea m o m e n tán e a , y tan to m ay o r se to rn a la tensión entre el conocim iento general de las cosas y la cap acid ad ético-espi­ ritual del individuo. El arte existe para que no se rompa el arco. El in d iv id u o d e b e c o n sag ra rse a algo su p ra p e rso n a l — eso es lo que la trag ed ia quiere; debe olvidar la terrible angustia que la m u erte y el tiem po le pro d u cen : p o rq u e in­ cluso en el m ás breve instante, en el m ás dim inuto átom o del curso de su vida p u e d e sobrevenirle algo sagrado que com pense con creces to d a la lu ch a y todas las necesidades vitales — eso significa poseer un sentido trágico. Y a u n q u e to d a la h u m a n id a d h a y a de m o rir algún día — ¡a quién le sería lícito p o n e rlo en duda! — , p a ra todos los tiem pos que h a n de v en ir le está fijada com o ta re a su p re m a la m e ta de fun­ dirse de tal m o d o en lo u n o y lo com ú n , que com o un todo se en cam ine h acia su próxim o ocaso con u n a convicción trá­ gica; en esta ta re a su p re m a tam b ién rad ic a todo ennobleci­ m ien to de los seres hum anos; de su definitivo rep u d io sur­ giría la im agen m ás som bría que u n am igo de lo h u m a n o p o d ría concebir en su alm a. ¡Este es m i sentir! N o h ay m ás que u n a ú nica esperan za y u n a ú n ica g a ra n tía p a ra el fu­ tu ro de la h u m an id a d : y rad ica en que no desparezca la con­ vicción trágica. El grito de dolor m ás laceran te te n d ría que re ­ sonar sobre la tie rra si los h u m an o s h u b iera n de p erd e rla algún día p o r com pleto; y, p o r el contrario, no existe un

p lac e r m ás reco n fo rtan te que saber lo que nosotros sabe­ m os — que el pen sam ien to trágico h a vuelto a n a c e r y a in co rp o rarse al m u n d o . P o rq u e este p lac e r es com pleta­ m en te suprapersonal y universal, es el jú b ilo de la h u m a n i­ dad p o r la conexión y continuación auténticas y fidedignas de lo h u m a n o en absoluto. —

5 18 W a g n e r conm ocionó la vida p resente y el pasad o al so­ m eterlos al rayo de luz de u n conocim iento que ten ía sufi­ ciente intensidad p a r a p o d e r o b ten e r con su a y u d a u n a vi­ sión de excepcional alcance: p o r ello es u n sim plificador del m u n d o ; pues sim plificar el m u n d o consiste siem pre en que la m ira d a del cognoscente vuelva de nuevo a d o m in a r la en o rm e m ultiplicidad y v asted ad de u n caos a p a re n te y co m p rim a en u n a u n id a d lo que antes estaba in co m p atib le­ m en te distanciado. W a g n e r lo hizo al e n c o n tra r vina rela­ ción entre dos cosas frías y extrañas que p a re c ían vivir com o en esferas separadas: entre música y vida, e igualm ente entre múñca y drama. N o se tra ta de que h a y a inven tad o o incluso creado estas relaciones, pues están ahí y se hallan p ro p ia m en te a la disposición de cualquiera: com o siem pre suele suceder, u n g ran p ro b le m a se p a re c e a esa p ie d ra p re ­ ciosa p o r encim a de la cual p a san miles hasta que, final­ m en te, u n o la recoge. ¿Q u é significa — se p re g u n ta W a g ­ n e r 19— que en la vid a de las personas m o d ern a s haya surgido con fuerza ta n in co m p arab le u n arte de caracterís­ ticas tales com o el de la m úsica? N o se necesita algo así com o ten e r en p o co esta vida p a r a v er aquí u n problem a;

18 Los principales fragmentos postumos en torno a las ideas de este capítulo son: tomo 8, 12 [24]; 12 [25]; y 12 [28]. 19 Véase R. Wagner, «/¡¿úmnflsrmmL· [«Música del fiituro»], edición ci­ tada, tomo 8, 1860, págs. 45-101, concretamente un pasaje de la pág. 72.

p o r el contrario, c u a n d o se p o n d e ra n todas las grandes p o ­ tencias que son propias de esa vida y ante el alm a se p re ­ senta la im agen de u n a existencia m uy p u jan te que lucha p o r lo g ra r libertad consáente e independencia de pensamiento — ta n sólo entonces aparece la m úsica en ese m u n d o com o u n enigm a. ¿N o h a y que decir: ¡la m úsica no podía surgir en esta época!? ¿ Q u é es entonces su existencia? ¿ U n a casuali­ dad? C ie rtam en te, tam bién u n g ran artista aislado p o d ría ser u n a casualidad, p e ro la aparición de u n a serie de g ra n ­ des artistas com o la que p rese n ta la historia m o d e rn a de la m úsica, la cual h a sta a h o ra ta n sólo h a tenido su equiva­ lente u n a ú nica vez, a saber, en la época de los griegos, di­ cha serie lleva a p e n sa r que aquí n o im p e ra el a z a r sino la necesidad. E sta necesidad es ju sta m e n te el p ro b le m a al que W a g n e r d a u n a respuesta20. A él se le hizo p a te n te an te to d o la situación de urgente necesidad que se extiende h a sta los confines de los pueblos que a h o ra están unidos p o r la civilización en general: en to­ dos y en cada u n o de los lugares de este ám b ito civilizado está enferm o el lenguaje, y la presión de esta tre m e n d a en­ ferm ed a d gravita sobre to d o el desarrollo h u m a n o . M ie n ­ tras tuvo el lenguaje que ascender incesan tem en te h a sta los últim os escalones de lo que le e ra alcanzable p a ra así cap ­ ta r — a la m ay o r distancia posible de la fuerte excitación sentim ental a la q u e o rig inariam ente ten ía cap acid ad de co­ rre sp o n d e r con to d a sencillez— lo contrapuesto al senti­ m ien to, esto es, el rein o del p ensam iento, a causa de estas desm esuradas tensiones su fuerza se agotó en el breve frag­ m e n to de tiem po de la civilización m o d ern a , de m a n e ra que a h o ra ya no es capaz de lo g ra r aquello que es la ú nica raz ó n de que exista: que aquellos que sufren se p o n g a n de acu erd o entre ellos en lo que a ta ñ e a las m ás elem entales y urg entes necesidades vitales. El ser h u m a n o que está afec­

20 Véase ibid., pág. 71, donde Wagner la llama incluso «die metaphy­ sische Notwendigkeit [la necesidad metajhica]».

tad o p o r u n a necesid ad a p re m ia n te no p u ed e ya darse a conocer p o r m ed io del lenguaje, n o puede, p o r tanto, co­ m u nicarse v e rd a d e ram e n te : en ese estado oscuram ente sen­ tido el lenguaje se h a conv ertid o p o r doquier en u n a p o ­ ten cia a u tó n o m a q u e entonces a g a rra a los h u m an o s com o con b razo s fantasm ales y los e m p u ja hacia donde ellos en realid ad n o quieren; en c u a n to tra ta n de entenderse unos con otros y de unirse en u n a sola obra, se a p o d e ra de ellos la lo cu ra de los conceptos generales, m ás aún, la de los p u ­ ros sonidos verbales, y, a consecu en cia de esta in cap acid ad de com unicarse, las creaciones de su sentido colectivo vuel­ ven a llevar entonces el signo de que n o se h a n entendido entre ellos, puesto que tales creaciones no corresp onden a las necesidades a p re m ia n te s reales, sino ta n sólo precisa­ m en te a la v a c u id a d de aquellas p a la b ra s y conceptos p re ­ dom inantes: de este m o d o a to d o s sus sufrim ientos la h u ­ m a n id a d todavía les a ñ a d e el d o lo r de la convención, es decir, de estar de acu erd o e n las p a la b ra s y las acciones sin llegar a u n acu erd o en la esfera del sentim iento. Así com o en la m a rc h a descendente de to d o a rte se alcanza u n p u n to d o n d e sus m edios y form as, p ro life ra n d o de m a n e ra enfer­ m iza, lo g ra n u n a p r e p o n d e ra n c ia tirán ica sobre las jóvenes alm as de los artistas y los c o n v ie rte n en sus esclavos, así ah o ra , en el declive de los lenguajes, se es el esclavo de las palabras; bajo esta co erció n n a d ie es capaz y a de m ostrarse a sí m ism o ni de h a b la r co n in g e n u id a d , y pocos tienen la capacidad de conservar en absoluto su individualidad en la lu­ cha c o n tra u n a fo rm a ció n q u e cree dem o strar su éxito no a y u d a n d o a con stru ir sensaciones y necesidades claras, sino de o tra m a n e ra , a tra p a n d o al individuo en la re d de los «conceptos claros» y e n se ñ á n d o le a p e n sa r correctam ente: com o si tuviera alg ú n v a lo r h a c e r de n adie u n ser que piense y que d e d u z ca c o rre c ta m e n te si no se h a conseguido convertirlo p rev ia m e n te e n u n ser q u e sienta correctam ente. Así las cosas, c u a n d o e n u n a h u m a n id a d con tales heridas su en a la m úsica de n u e stro s m a e stro s alem anes, ¿qué es lo que en realid ad llega a so n ar? P u e s ni m ás ni m enos que la

sensación conecta, la enem iga de to d a convención, de toda alienación e incom prensibilidad artificiales entre los seres hum anos: esta m úsica es u n re to rn o a la n a tu ra le z a y, al m ism o tiem po, es u n a purificación y transform ación de la naturaleza; pues en el alm a de las personas m ás saturadas de a m o r h a surgido la a p re m ia n te necesidad de ese re to m o y en su arte resuena la naturaleza tranformada en amor21. T o m e m o s esto com o la p rim e ra respuesta de W a g n e r a la p re g u n ta ¿qué significa la m úsica en nuestro tiem po?, pues todavía tiene u n a segunda. L a relación entre la m úsica y la vida n o es solam ente la de u n tipo de lenguaje con otro tipo de lenguaje, tam b ién es la relación del perfecto m u n d o de la audición con to d o el m u n d o de la visión. N o obstante, la existencia de las personas modernas, tom ada como manifes­ tación visual y co m p a ra d a con las anteriores m anifestaciones de la vida, deja patente u n a inexpresable pobreza y agota­ m iento a pesar de la igualm ente indecible policrom ía con la que sólo p u ed e sentirse feliz la m ira d a m ás superficial. Li­ m itém onos a ver con u n po co m ás de agudeza y a analizar la im p resión de este ju e g o de colores ta n ráp id o y agitado: ¿no es el conjunto e n tero com o el fulgor y el destello de in ­ n u m erab les piedrecitas y partículas, rescatadas del ocultam ien to en que p e rm a n e c ía n en antiguas culturas? ¿N o es todo en dicha existencia p o m p a innecesaria, m ovim iento ri­ diculam ente im itado, u su rp a d a exterioridad? ¿U n traje de retazos m ulticolores p a ra quien está desnudo y aterido de frío? ¿ U n a a p a re n te d a n z a de la alegría, exigida al doliente? ¿G estos de opulento orgullo, exhibidos p o r u n a perso n a llena de profundas heridas? Y en m edio de todo esto, oculto

21 Todo este párrafo, centrado en la enfermedad que sufre el len­ guaje por los convencionalismos imperantes, aprovecha tesis wagnerianas que se hallan desarrolladas en diversos escritos, sobre todo en su importante ensayo Oper und Drama [Ópera y drama], véase R. Wagner, ed. cit., tomo 7, 1851, págs. 191 y sigs. Hay traducción castellana de Ángel-Fernando Mayo, Sevilla, Junta de Andalucía y Asociación sevi­ llana de amigos de la Ópera, 1997, págs. 189 y sigs.

y disim ulado tan sólo p o r la velocidad clel m ovim iento y del torbellino — ¡una gris im potencia, u n desasosiego corro­ sivo, u n ab u rrim ie n to ex tre m a d a m en te laborioso, u n a m ise­ ria sin h o n o r ni veracidad! L a m anifestación (Erscheinung) de la p e rso n a m o d e rn a se h a convertido p o r com pleto en a p a ­ rien cia (Schein); esa m ism a perso n a, en aquello que ah o ra rep resen ta, no se h ace visible, m ás bien se esconde; y el resto de la actividad artística inventiva que todavía se h a conservado en u n pueblo, com o entre los franceses y los ita­ lianos, se consum e en el arte de este ju g a r al escondite. En cualquier p a rte en que a h q ra se exija «form a», en la socie­ d a d y en el entretenim iento, en la expresión literaria, en las relaciones interestatales, involuntariam ente se entiende p o r ello u n a a p arien cia sim pática, esto es, la antítesis del v e rd a ­ d ero concepto de fo rm a com o u n a configuración necesaria, la cual no tiene n a d a que ver ni con ser «sim pática» ni con ser «antipática», p recisam ente p o rq u e es necesaria y no a r­ bitraria. P ero incluso en aquellos pueblos de la civilización en q u e a h o ra n o se exige expresam ente la form a, allí ta m ­ po co se posee esa configuración necesaria, sim plem ente en el esfuerzo p o r lo g ra r u n a a p a rien cia sim pática no se es tan afo rtu n ad o , si b ien se in te n ta conseguirla com o m ínim o con igual denuedo. Pues hasta qué punto aquí y allí es ámpálica la aparien cia y p o r qué le h a de gustar a todo el m u n d o que la p e rso n a m o d e rn a al m enos se esfuerce en ap aren tarla, eso cada cual lo siente en la m ed id a en que él m ism o es u n a p e rso n a m o d ern a . «Sólo los galeotes se conocen — dice Tasso — , pero nosotros dejamos de reconocer cortésm ente a los dem ás ta n sólo p a ra que ellos, p o r su pa rte , n o nos reco ­ n o zcan a nosotros»22.

22 Véase Goethe, Tasso, w 3338 y sigs. Rafael Cansinos Assens tra­ duce este pasaje de la citada obra de teatro, a la que denomina Torcuato Tasso, del modo siguiente: «Gustamos de engañarnos a nosotros mismos y rendimos pleitesía a esos réprobos que nos la rinden a nosotros. No conocen unos a unos los hombres; sólo se conocen los galeotes que hombro a hombro reman, encadenados al banco de la misma galera;

fe E n este m u n d o de las form as y del o p o rtu n o no -reconocimiento aparecen ahora las almas saturadas de música — ¿con qué finalidad? Ellas se m ueven siguiendo el com pás de un ritm o g ran d e y libre, con elegante sinceridad, en u n a p a ­ sión que es suprapersonal, se a b ra sa n en el fuego p o d e ro ­ sam ente sereno de la m úsica, u n fuego que en ellas surge a la luz desde pro fu n d id ad es insondables — y todo ello ¿con qué finalidad? i. A través de estas alm as la m úsica reclam a a su h e rm a n a de igual ritm o y arm o n ía, la gimnaria, com o su necesaria configuración en el rein o de lo visible: buscán d o la y recla­ m á n d o la se convierte en ju e z a de to d o el m e n d a z m u n d o de ostentación y de a p a rien cia del presente. E sta es la se­ g u n d a respuesta de W a g n e r a la p re g u n ta p o r la significa­ ción que la m úsica h a de ten e r en este tiem po23. ¡A yudadm e — así llam a a todos los que lo p u e d e n oír— , ay u d a d m e a descubrir esa cu ltu ra que m i m úsica vaticina com o el re e n ­ co n trad o lenguaje de la sensación correcta, te n e d en cuenta que el alm a de la m úsica a h o ra quiere configurarse un cu erpo, no olvidéis q u e a través de todos vosotros busca su cam in o h a c ia la visibilidad m ed ia n te m ovim iento, acción, institución y costum bre! H a y personas que co m p re n d e n esta lla m ad a que les dirige, y c ad a día h a b rá m ás; ellas tam b ién vuelven a c o m p re n d e r p o r vez p rim e ra qué signi­ fica fu n d a r el E stado en la m úsica — algo que los antiguos griegos no sólo y a h a b ía n co m p ren d id o , sino que tam bién lo exigían de ellos m ism os: m ien tras que esas m ism as p e r­ sonas que h a n conseguido u n a p len a com prensión critica­

allí donde ninguno tiene nada que esperar ni nada tampoco que per­ der es donde los hombres se conocen; allí, donde cada uno tiénese por un bribón y por bribones, también, tiene a sus compañeros. Nosotros, por el contrario, desconocemos cortésmente a los demás para que ellos nos paguen en la misma moneda...» Goethe, Obras Completas, tomo III, Madrid, Aguilar, 1963, 4.a edición, pág. 1720. 23 Véase R. Wagner, Über musikalische Kritik [Sobre critica musical] (1852), edición citada, tomo 6, págs. 378-391, págs. 385-389 en especial.

rá n al E stado actual de u n a fo rm a tan incondicional com o ya a h o ra la m ay o ría de los h u m a n o s critican a la Iglesia. El cam ino h acia u n a m eta tan nueva, la cual, ciertam ente, no h a sido algo in au d ito en to d a época, conduce a que se reco n o zca en qué rad ica la deficiencia m ás b o ch o rn o sa de n u e stra educación y la au téntica causa de su in capacidad p a ra su p e ra r la barb arie: le falta el alm a m ovilizadora y configuradora de la m úsica, pues sus requisitos e institucio­ nes, p o r el contrario, son el p ro d u cto de u n a época en la q ue n o h a b ía n acid o aú n esa m úsica en la cual estam os de­ p o sitando u n a confianza ta n ex tra o rd in a ria m e n te significa­ tiva. N u estra educación es el organism o m ás a trasad o del presente, y está así en relación precisam ente con la única n u e v a p o ten cia educativa disponible que, p a ra a v en tajar a los siglos anteriores, las actuales personas tienen — ¡o p o ­ d ría n tener, si en el presente n o quisieran seguir viviendo n u n c a m ás de u n a m a n e ra ta n irreflexiva bajo la tira n ía del instante! H a sta a h o ra n o h a n p erm itid o que en ellas se es­ tablezca el alm a de la m úsica, tam p o co h a n presen tid o aún la gim nasia en el sentido griego y w agneriano de esta p a la ­ b ra; y ésta es la causa de que sus artistas plásticos estén condenados a la desesperanza m ien tras ellas precisam ente, com o todavía sucede ah o ra, no q u ieran a c ep ta r que la m ú ­ sica les guíe h acia u n nuevo m u n d o visual: p u e d e crecer aquí el talento que se quiera, viene dem asiado tard e o de­ m asiado tem p ran o y, en cualquier caso, viene a destiem po, p o rq u e es superfluo e ineficaz, p uesto que incluso lo p e r­ fecto y suprem o de épocas anteriores — el p a ra d ig m a de los artífices actuales— es superfluo y casi ineficaz y apenas continúa p o n ien d o p ie d ra sobre piedra. Si en su visión in ­ terio r esos artífices an te ellos n o percib en tipo alguno de nuevas configuraciones, p o rq u e siem pre están viendo sólo las antiguas que q u e d a ro n a sus espaldas, de ello se deduce que sirven a la historia, p ero no a la vida, y que ya están m u ertos antes de h a b e r fallecido; p e ro quien en sí m ism o sienta a h o ra vida v e rd a d e ra y fecunda, y eso en el presente significa u n a ú n ica cosa: m úsica, ¿p o dría esa p e rso n a de­

jarse seducir sólo u n instante p o r algo cualquiera que se es­ fuerce en configuraciones, form as y estilos, y abrirse en to n ­ ces h a c ia esperanzas que lleven m ás lejos? S em ejante p e r­ sona está m ás allá de to das las van id ad es de esta especie; y n o pien sa e n c o n tra r m ilagros plásticos al m arg e n de su m u n d o auditivo ideal, com o tam p o c o espera que todavía surjan grandes escritores de n u estras lenguas agotadas y desteñidas. A ntes que p resta r oídos a cualquier tipo de va­ nas prom esas, prefiere so p o rtar q u e la m ira d a p ro fu n d a ­ m en te insatisfecha se centre sobre n u e stra esencia m oderna: ¡que la hiel y el odio la llenen si su corazón no es suficien­ tem en te cálido p a ra la com pasión! ¡Incluso la m a ld a d y el escarnio son m ejor opción que entregarse a u n bien estar fa­ laz y a u n alcoholism o silencioso al m o d o de nuestros «am i­ gos del arte»! N o obstante, h asta en el caso de que tal p e r­ sona sepa h a c er m ás cosas que n e g a r y burlarse, a u n q u e sepa a m a r, c o m p ad ecer y co lab o rar en las tareas de cons­ trucción, a p esar de ello ha de c o m en zar p o r n eg ar p a ra abrirle así u n nuevo cam ino a su alm a, dispuesta a p resta r ayuda. P a ra que algún día la m úsica p ro d u zc a en m uchas personas u n a m ism a y devota reflexión y les h a g a partícipes de sus m ás elevados propósitos, sería necesario a c a b a r p ri­ m ero con todo el tra to adictivam ente red ucido al p lacer con u n arte tan sagrado; se ten d ría q u e elim inar el fu n d a ­ m en to sobre el que descansan nuestros entretenim ientos a r­ tísticos, teatros, m useos, sociedades filarm ónicas, es decir, es ju sta m e n te ese «am igo del arte» el que h a b ría de d esapare­ cer; el favor estatal que se otorga a sus deseos se h a de c o n ­ v ertir en u n a negativa oficial que se les oponga; el juicio público que concede u n valor excepcional p recisam ente a la ejercitación en tal am istad p a ra con el arte se h a de com ­ b a tir y d e rro ta r con la fuerza de u n ju icio m ejor. D e m o ­ m en to , hasta el enemigo declarado del arte h a de valem o s com o u n v e rd a d e ro y útil aliado, puesto que aquello frente a lo que se declara enem igo n o es p recisam ente m ás que el arte tal y com o lo entiende el «am igo del arte»: ¡no conoce otro arte! Bien p u ede de todos m odos dem ostrarle docum ental-

m en te a ese am igo del arte el ab su rd o derro ch e de dinero que cuesta la construcción de sus teatros y m o n u m e n to s p ú ­ blicos, la co n tra ta c ió n de sus «fam osos» cantantes y actores, el m a n te n im ien to de sus escuelas de arte y sus pinacotecas com p letam en te estériles: sin ten e r que re c o rd a r en absoluto to d a la energía, todo el tiem po y el dinero que se despilfa­ r ra n en cad a casa, en la educación de presuntos «intereses artísticos». N o h a y en to d o ello ni h a m b re ni saciedad de n in g ú n tipo, sino siem pre ta n sólo u n ju eg o insípido con la a p a rie n cia de am bas, id ead o p a r a u n a exhibición e n te ra ­ m en te v a c u a con m iras a -confundir el ju icio que p rovoque a otros; o to d av ía peor: si aquí se to m a el arte relativa­ m en te en serio, entonces h a sta se exige de él la pro d u cció n de u n a especie de h a m b re y de apetencia, y se e n c u en tra su ta re a precisam en te en esta excitación artificialm ente p ro d u ­ cida. C o m o si se tuviese m iedo de destruirse a sí m ism o p o r asco y estupidez, se llam a a todos los dém ones m alignos p a ra dejarse aco sar com o u n anim al salvaje p o r esos caza­ dores: se está sediento de sufrim iento, ira, odio, enard eci­ m ien to , te rro r rep e n tin o y tensión sin respiro, y en tal es­ tad o se llam a al artista p a ra que conjure esa cacería infernal24. El arte es a h o ra , en la econom ía psíquica de nuestras personas form adas, u n a necesidad totalm en te fin­ gida o u n a necesidad vergonzosa y degrad an te, o bien es u n a n a d a o es algo perverso. U n artista fran cam en te bu en o y m u y excepcional está com o sum ido en u n sueño atu rd i­ d o r p a ra n o ver to d o esto, y con voz insegura repite vaci­ lan te p alab ras de fantasm al belleza que cree escuchar de lu­ gares m u y lejanos, p e ro que no percibe con b astante claridad; en cam bio, el artista de ralea com pletam ente m o ­

24 La referencia a todos esos malignos démones (Dämonen es la pa­ labra que Nietzsche utiliza) y a la cacería infernal aparece también como pandemónium y en un contexto similar en R. Wagner, Deutsche Kunst und deutsche Politik [Arte alemány política alemana] (1867/68), edición citada, tomo 8, págs. 247-352, concretamente en págs. 281-282.

d e rn a aparece im b u id o de absoluto desprecio c o n tra el ta n ­ teo y discurso de beatífico ensueño de su co m p a ñ e ro m ás noble y lleva atada consigo toda la aullante ja u ría de pasiones y atrocidades agrupadas p a ra soltarla contra las personas m o ­ dernas cu a n d o se lo pid an : éstas p refieren c iertam en te que se las cace, se las h ie ra y se las desgarre antes que te n e r que convivir consigo m ism as en sosiego. ¡Consigo mismas! — esta id ea conm o cio n a a las alm as m o d ern as, es su a n ­ gustia y su m iedo fantasm al. C u a n d o en populosas ciudades veo a m illares de perso ­ nas q u e circulan con expresión de b o c h o rn o y de prisa, e n ­ tonces m e digo u n a y o tra vez: las cosas les h a n de ir m al. P a ra todas ellas, sin em bargo, el arte no existe sino p a ra que las cosas les v ayan todavía p e o r, les vayan de m a n e ra a ú n m ás b o c h o rn o sa y ab surda, o to davía m ás a p re su rad a y ansiosa. Pues la sensación inconecla las dirige y las adiestra in can sablem ente y no to lera de n in g ú n m o d o que p u e d a n reconocerse an te sí m ism as su m iseria; cu ando q u ieren h a ­ b lar, el convencionalism o les susurra algo al oído, con lo cual olvidan lo que p ro p ia m e n te q u e ría n decir; cu ando q u ieren p onerse de acu erd o unas p ersonas con otras, su en­ ten d im ien to se q u e d a p aralizad o com o p o r o b ra de fó rm u ­ las m ágicas, de m a n e ra que d en o m in a n dicha a lo que es su desdicha e incluso con p rem ed itació n u nas se u n e n con otras p a ra su p ro p ia desgracia. Así pues, esas personas se h a n tran sfo rm ad o y d e g rad ad o to tal y absolutam ente, con­ virtiéndose en esclavas sum isas de la sensación incorrecta.

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Sólo con dos ejem plos quiero m o strar cóm o la sensación h a llegado a invertirse en n u estro tiem po y cóm o éste no tiene conciencia alg u n a de esa inversión. A ntig u am en te se m ira b a con sincero desprecio aristocrático a las personas que traficaban con dinero, a u n c u an d o se las necesitase; se ad m itía que to d a sociedad h a b ía de ten e r sus intestinos. A h o ra son el p o d e r p red o m in an te en el alm a de la h u m a ­ n id a d m o d ern a , la p a rte m ás codiciada de la m ism a. A nti­ g u am en te c o n tra n a d a se p rev en ía m ás que c o n tra to m a r dem asiado en serio el día, el m o m e n to presen te, y se reco ­ m e n d a b a el nil admiran [no m aravillarse a n te n ada] y el cuidado p a ra con los objetivos eternos; ah o ra tan sólo h a que­ dad o en el alm a m o d e rn a u n a ú n ica especie de seriedad, aplicada a las noticias que tra e el periódico o el telégrafo. ¡A provechar el instan te y, p a ra sacarle provecho, ju zgarlo con ta n ta rapidez com o sea posible! — se p o d ría creer que a las personas m o d ern a s tam b ién les h a q u e d a d o u n a única virtud, la de la presencia de espíritu. P o r desgracia, esa vir­ tu d es, en verd ad , m ás bien la om nipresencia de u n a sucia codicia insaciable y de u n a curiosidad al acecho h acia to ­ dos los p u n to s cardinales en c a d a u n o de los individuos. L a investigación que co m pruebe si a h o ra el espíritu está pre­ sente en absoluto — preferim os ap lazarla p a ra esos jueces futuros que algún día crib a rá n con su cedazo a las personas m o d ernas. N o obstante, esta época es vil, eso y a se p u ede v er ah o ra, pues v e n e ra lo que despreciaron anteriores épo­ cas nobles; a u n q u e se haya a p ro p ia d o incluso de todo lo de g ran valor de la sabiduría y del a rte del p asado, y se pasee con ese vestido, el m ás rico de todos los trajes, nuestra época m anifiesta, sin em bargo, u n a siniestra autoconciencia

25 Los fragmentos postumos relacionados con este capítulo son: tomo 8, 11 [33]; 12 [32]; 12 [33]; y 13 [1],

de su vileza en que no necesita ni usa ese rop aje p a ra ab ri­ garse, sino tan sólo p a ra e n g a ñ ar sobre sí m ism a. L a a p re ­ m ia n te necesidad de disim ular y de ocultarse le p a re c e m ás urg en te que la de n o m orirse de frío. D e este m o d o los doc­ tos y filósofos actuales no utilizan la sabiduría de la In d ia y de G recia p a ra llegar a ser en sí m ism os sabios y serenos: su trab ajo solam ente h a de servir p a ra p ro p o rcio n arle al p resente u n a fam a ilusoria de sabiduría. L o s investigadores de la historia anim al se esfuerzan p o r p re se n ta r los a rre b a ­ tos anim ales de violencia, astucia y sed de v en g an za en las actuales relaciones que entre ellos e n ta b la n los E stados y los seres h u m a n o s com o leyes in m u ta b le s de la n a tu ra le z a . Los historiadores se desviven con escrupuloso celo p o r dem os­ tra r el principio de que cada época tiene su propio derecho y sus pro p ias condiciones — con el objetivo de p re p a ra r a h o ra m ism o la id ea fu n d am e n ta l de la defensa en el futuro proced im ien to ju d ic ial con el que n u estra época será seve­ ra m e n te som etida a p ru eb a . L a teoría del Estado, del p u e ­ blo, de la econom ía, del com ercio, del derecho — todo tiene a h o ra ese carácter preparatorio apologético; m ás aún, p arece que la p a rte del espíritu que todavía tiene actividad, a u n q u e no se la use ni siquiera en el funcionam iento del gran m ecanism o de la ganancia y del poder, esa p a rte está exclu­ sivam ente dedicada a defender y a disculpar el presente. Y la p regunta que entonces nos hacem os con extrañeza dice así: ¿Ante qué acusador? A nte la propia m ala conciencia. El resultado de este in terro g ato rio tam b ién a rro ja de golpe claridad sobre la ta re a del a rte m oderno: ¡estupidez o em briaguez! ¡adorm ecer o aturdir! ¡C onvertir la sabiduría en m e ra ig n o ra n c ia 26, de cualq u iera de las m aneras! ¡Ayu­ d a r al alm a m o d e rn a p a ra que se sobrep o n g a del senti­ m ien to de culpa, n o p a ra que re to m e a la inocencia! ¡Y que

26 Juego de palabras en el original entre ‘Gewissen’ (lo que ya se sabe, aquello de lo que se tiene conciencia) y ‘Nichtwissen’ (el no-saber, la ignorancia, la inconsciencia).

lo h a g a al m enos p o r m om entos! ¡D efender al ser h u m a n o an te sí m ism o, m ientras se lo lleva a que tenga que callar, a que no p u e d a oír en sí mismo! — A los pocos que, al m e ­ nos p o r u n a vez, h a y a n sentido realm en te esta ta re a su m a­ m en te vergonzosa, esta h o rro ro sa d egradación del arte, el alm a se les h a b rá llenado hasta los bordes de desolación y de lástim a, y c o n tin u a rá n en ese estado: p e ro tam b ién esta­ rá n repletos de u n nuevo e incontenible anhelo. A quel que q u iera lib erar el arte y volverle a p ro p o rc io n a r su no p ro ­ fan a d o c a rácter sagrado, p rim e ro ten d ría que h a b erse libe­ ra d o a sí m ism o del alm a m o d ern a ; ta n sólo en c u an to p e r­ sona sin culpa estaría legitim ado p a ra en co n trar la inocencia del arte, p rev iam en te h a b rá tenido que llevar a cabo dos enorm es purificaciones y consagraciones. Si triunfase al h a ­ cerlo, si con el alm a lib e rad a hablase a los h u m an o s con su arte liberado, entonces, y sólo entonces, se hallaría en el p e ­ ligro m ás gran d e, en la lu cha m ás trem en d a; los seres h u ­ m an o s preferirían destruirlo y destruir su arte antes que a d ­ m itir que en su presencia h a b ría n de m o rir de vergüenza. S ería posible que la reden ció n del arte, el único rayo de luz que cabe esperar en la época actual, continúe siendo un acontecim iento p a ra u nas pocas alm as solitarias, m ientras la m ay o ría u n a y o tra vez sop o rtan la visión del oscilante y h u m e a n te fuego del arte que consideran suyo: pues n o quie­ ren luz, sino d eslum bram iento, y, ciertam ente, odian la luz — sobre sí m ism os. Se a p a rta n así del nuevo p o rta d o r de luz27; p e ro éste, obligado p o r el a m o r que le h a en g endrado, corre tras ellos y les quiere forzar. «Debéis p a sa r p o r mis m isterios, les dice, necesitáis sus purificaciones y sus conm ociones. T e n e d el v alor de hacerlo p o r vuestra salud, y a b a n d o n a d de u n a vez ese fragm ento oscuram ente ilu m inado de n a tu ra le z a y de vida que p a re c e que sea lo único que conozcáis; os con­

27 Alusión al texto del Evangelio de Juan 3, 19.

duzco a u n reino que tam b ién es real, vosotros m ism os de­ béis decir — cu ando desde m i cav ern a retornéis a vuestro día— qué vida es m ás v e rd a d e ra y dó n d e está p ro p ia m en te el día y dónde la c av ern a28. L a n a tu ra le z a es, en su interior, m ucho m ás rica, m ás p o d erosa, m ás dichosa, m ás fecunda, p ero vosotros, tal y com o vivís h ab itu a lm e n te , n o la cono­ céis: a p re n d e d a convertiros de nuevo vosotros m ism os en n atu raleza y dejaos tra n sfo rm ar entonces con ella y en ella p o r m i hechizo m ágico de a m o r y de fuego.» Es la voz del arte de Wagner la que así les h a b la a los h u ­ m anos. Q u e nosotros, hijos de u n a época m iserable, h a y a ­ m os sido los prim ero s en p o d e r escuchar su sonido d e ­ m u estra lo d ig n a de c o n m iseració n q u e h a de ser precisam ente esta época y d em u estra en absoluto que la v e rd a d e ra m úsica es u n fragm ento de fatum [destino] y de ley prim ordial; pues es totalm en te im posible explicar la efectividad so nora que tiene p recisam ente en la actu alid ad p a rtien d o de un a z a r vacío y absurdo; u n W a g n e r casual h u b iera siclo aplastado p o r la p re d o m in a n te violencia del otro elem ento al que h a b ía sido arro jad o . P ero en el p ro ­ ceso de constitución del v erd ad ero W a g n e r h ay u n a necesi­ dad transfiguradora y justificante29. Su arte, observado m ientras v a surgiendo, es el espectáculo m ás soberbio, p o r m uy doloroso que h a y a pod id o ser ese proceso de gesta­ ción, pues p o r todas p a rte s se m anifiestan la razó n , la ley y la finalidad. El observador, sum ido en la dicha de ese es­ pectáculo, incluso elogiará su dolorosa gestación y con p la ­ cer considerará cóm o a la n a tu ra le z a y al talento original­ m en te determ inados todas las cosas se le h a n de convertir en salud y en provecho p o r d u ras que sean las escuelas p o r

28 Clara reformulación del célebre mito platónico de la caverna, véase República, VII, 514 a y sigs. 29 En la primera versión de este pasaje esa necesidad se atribuía a Beethoven.

las q u e h a y a de p asar, cóm o c ad a peligro le hace m ás v a­ liente, cada victoria, m ás sensato, cóm o se alim enta de ve­ nen o y desdicha, p e ro consigue llegar a ser sano y fuerte. L a b u rla y la oposición del m u n d o circundante son su esti­ m ulo y su aguijón; si se equivoca de cam ino, regresa a casa desde el e rro r y el extravío con el botín m ás maravilloso; c u a n d o d uerm e, entonces «m ientras du erm e le sobrevienen nuevas fuerzas»30. El m ism o tem p la el cuerpo y lo hace m ás vigoroso; cuan to m ás vive, m enos vida consum e; dirige al ser h u m a n o com o lo hace u n a p asión alada y lo deja volar p recisam ente cu an d o su p ie se h a fatigado en la a re n a y se h a herido en el pedregal. N o p u e d e o tra cosa sino co m p a r­ tir, to d o el m u n d o h a de co o p e ra r en su o bra, n o es m ez­ quino con sus dones. R e c h a z ad o , regala con riqueza supe­ rior; h ab ien d o sufrido abusos p o r p a rte de la perso n a obsequiada, to davía entrega la jo y a m ás p rec ia d a que posee — y en n in g ú n m o m e n to fueron los obsequiados totalm ente dignos del regalo ofrecido, com o enseña la experiencia m ás an tig u a y la m ás reciente. P o r to d o ello, la n a tu ra le z a ori­ g in ariam en te d eterm in ad a, esa n a tu ra le z a m ed ian te la cual la m úsica le h a b la al m u n d o fenom énico, es la cosa m ás enigm ática que existe bajo el sol, es u n abism o en el que se h allan ín tim a m e n te enlazadas la fuerza y la b o n d a d , u n p u e n te entre el sí m ism o y lo que no es la p ro p ia m ism idad. ¿ Q u ié n es capaz de e n u n c ia r claram ente la finalidad p a ra la que aquélla existe en absoluto, si bien h a sta el pleno acierto en la fo rm a en que se gestó d ebería p e rm itir adivi­ n arla? N o obstante, p a rtien d o del p resentim iento m ás afor­ tu n a d o es legítim o p reg u n tar: ¿debe existir v e rd a d e ram e n te lo su perior a causa de lo inferior, el talento m áx im o en fa­ v or del talento m ínim o, lo m ás sagrado y la virtu d su prem a en consideración a lo que es débil? ¿H u b o de so n a r la m ú ­

30 Cita casi literal de un verso de Hans Sachs en R. Wagner, Los maestros cantores de Nuremberg, Acto tercero. Véase edición citada, tomo 4, pág. 179.

sica v e rd a d e ra p o r ser lo que los h u m an o s menos merecían, pero más necesitaban? Si se p ro fundiza, a u n q u e sea u n a sola vez, en el m ilagro a b ru m a d o r de esta posibilidad y, después de h a b e rlo co n tem plado, se m ira h a c ia atrás p a ra ver la vida, entonces ésta brilla llena de luz, p o r m u y oscura y n e ­ bulosa que se haya m anifestado antes. —

731 N o es posible de o tra form a: el observador an te cuya m ira d a se yergue u n a n a tu ra le z a de las características de la de W a g n e r h a de ser rem itido invo lu n tariam en te de vez en cu an d o h acia sí m ism o, h a c ia su p e q u e ñ ez y debilidad, y se p reg u n ta rá : ¿ p a ra qué te sirve? ¿ p a ra qué, así pues, p ro p ia ­ m en te, existes tú? — Lo m ás p ro b ab le es que entonces no ten g a n in g u n a respuesta y se q u ede callado, ex tra ñ a d o y perplejo an te su p ro p io ser. Q u e le baste entonces el h a b e r ten id o precisam ente esta vivencia; que en el h e ch o ju s ta ­ m en te de sentirse enajenado a su ser p e rc ib a la respuesta a esas preguntas. Pues con este sentim iento p a rticip a d irectam ente en la m ás p o d ero sa expresión vital de W a g n er, en el p u n to central de su fuerza, en esa d em ónica transjmbilidad y autoexteriorización32 de su natu raleza, que se p u ed e com u n icar a otros con la m ism a facilidad con la que a sí m ism a se co­ m u n ic a otras form as de ser y tiene su g ran d e z a en ese d ar y recibir. M ien tras el o b servador sucum be a p a re n tem e n te a la ex u b eran te y desb o rd an te n a tu ra le z a de W ag n er, p a rti­

31 Los fragmentos postumos directamente· relacionados con este ca­ pítulo son: tomo 8, 12 [26] y 11 [57], 32 Este uso del término «autoexteriorización» (Selbstentäusserung) con el adjetivo «demónico» o «demoníaco» (dämonisch) aparece ya en R. Wagner, Über Schauspieler und Sänger [Sobre actoresy cantantes] (1872), edi­ ción citada, tomo 9, págs. 183-263, exactamente en la pág. 249 y aparece incluso subrayado, aplicado al «impulso mímico» del verdadero actor.

cipa ya de su m ism a fuerza y de ese m o d o , p o r así decirlo, gracias a él se h a convertido en poderoso contra él; y cual­ q u iera que se exam ine con rigor sabe que incluso es cons­ titutivo del considerar u n antagonism o Heno de secretos, el de m ira r de fre n te 33. Si su arte nos p erm ite vivenciar todo aquello de lo que tiene experiencia u n alm a que h a a n d a d o m uch o s cam inos, h a p articip ad o de otras alm as y de sus destinos y h a a p re n d id o a m ira r el m u n d o con m uchos

33 En el § 1 del Prólogo de 1886 a la edición de ese año del segundo volumen de Humano, demcuiado humano, Nietzsche recuerda y subraya lo que ya afirmaba en esta frase, y al hacerlo explícita con claridad el con­ texto de redacción de esta Cuarta Consideración Intempestiva: «Incluso mi discurso triunfa] y solemne en honor de Richard Wagner, con ocasión de la celebración de su victoria en Bayreuth en 1876 — Bayreuth signi­ fica la mayor victoria que jamás haya logrado un artista— , un trabajo que ostenta la más marcada apariencia de “actualidad”, era en el fondo un homenaje y un agradecimiento hacia un trozo de mi pasado, hacia la más hermosa, también la más peligrosa, bonanza de mi travesía... y en realidad un desligamiento, una despedida (¿Tal vez el mismo Wag­ ner se equivocaría acerca de esto? No creo. Mientras aún ama, no pinta uno ciertamente tales cuadros; aún no “considera”, no se sitúa a distancia de la manera en que tiene que hacerlo el que considera. “Es incluso constitutivo del considerar un antagonismo Deno de secretos, el de mirar de frente”, se dice en la página 46 del citado escrito, con un giro delator y melancólico que quizá sólo era para unos pocos oídos).» Véase F. Nietzsche, Humano, demasiado humano, Vol. II, traducción de A. Brotons, Madrid, Akal, 1996, pág. 8, si bien hemos alterado esa cita, que se toma de la versión de Pablo Simón, por la que aparece en nues­ tra traducción. Convendría destacar la estricta coherencia que Nietzs­ che mantiene entre este comentario en torno al «considerar» (o «con­ templan) u «observan>, betrachten), en el que destaca el imprescindible y misterioso antagonismo que ese verbo conlleva, y el título de la obra so­ bre Wagner en que aparece, una serie de cuatro libros que está basada en la ejercitación de esa acción, ya que es, en efecto, su «Cuarta Con­ sideración («Observación» o «Contemplación», Betrachtung) Intempestiva». N ó­ tese, además, la clarividente premonición de lo afirmado inmediata­ mente antes: que gradas al propio Wagner, quien lo observa o considera se va convirtiendo en un observador-antagonista cada vez más pode­ roso contra el mismo Wagner.

ojos, entonces tam b ién nosotros, desde u n a en ajenación y u n distanciam iento tales, y después de h a b e r tenido la vi­ vencia p len a de su perso n a, serem os capaces de verle a él m ism o. Y sentirem os entonces to d o eso con su m a determ i­ nación: en W a g n er to d o lo visible del m u n d o quiere p ro ­ fundizarse e interiorizarse hasta lo audible, p ues busca su alm a perd id a; del m ism o m odo, en W a g n e r todo lo audible del m u n d o quiere salir y ascender a la luz incluso com o m anifestación visual, quiere, p o r así decirlo, a d q u irir corpo­ ra lid a d 34. Su arte le conduce siem pre p o r u n cam ino doble, desde u n m u n d o com o espectáculo auditivo h acia otro m u n d o enigm áticam ente afín com o espectáculo visual, y vi­ ceversa: él está con stan tem en te forzado — y el observador con él — a tra d u c ir el m ovim iento visible en su re to rn o al alm a y a la vida originaria, y a v er nuevam ente com o a p a ­ riencia la tra m a m ás recó n d ita de lo íntim o y a vestirla con u n cu e rp o a p a re n te. T o d o ello es la esencia del dramaturgo ditirámbico, tom ado este concepto en u n sentido ta n integral que a b a rq u e sim u ltáneam ente al actor, al p o e ta y al m ú ­ sico: así es com o este concepto se h a de inferir necesaria­ m en te de la ú n ica m anifestación p erfecta del d ram a tu rg o ditirám bico a n te rio r a W ag n er, de Esquilo y de los artistas griegos, com pañeros suyos. Si se h a in ten tad o que los des­ arrollos m ás grandiosos deriven de inhibiciones o carencias interiores, si, p o r ejem plo, p a ra G o ethe escribir poesía era u n a especie de sucedáneo de u n a fallida vocación de p in ­ to r, si se p u ed e h a b la r de los d ram as de Schiller com o de

34 La reivindicación de la complementariedad de los sentidos y de la integridad unificada del ser humano artísticamente creador y artísti­ camente receptivo es una constante del gran ensayo de R. Wagner, Das Kunstwerk der Zukunft [La obra de arte del fittwro] (1849), edición citada, tomo 6, págs. 9-157, especialmente en esta sentencia subrayada que se encuentra en la pág. 67: «el ser humano enteramente artístico existe sólo allí donde la vista y el oído se aseguran recíprocamente de su ma­ nifestación» (traducción cie J. B. Llinares y F. López, edición citada, pág. 84).

u n a elocuencia p a rla m e n ta ria traslad ad a a o tro lugar, si el m ism o W a g n er tra ta de explicarse el fom ento de la m úsica p o r p a rte de los alem anes en tre otras cosas tam b ién p o rq u e éstos, al estar desprovistos del seductor estim ulo de u n a voz d o ta d a de m elodía natu ral, tuvieron la a p re m ia n te necesi­ d a d de considerar el arte de los sonidos poco m ás o m enos con la m ism a p ro fu n d a seriedad que sus h o m b res de la R e ­ fo rm a consideraron el cristianism o35— : si de m a n e ra p a re ­ cida se quisiera relacio n ar la evolución de W a g n e r con u n a inhibición in te rn a sim ilar, entonces bien se p o d ría suponer en él u n talento teatral originario que ten d ría que negarse a o b ten e r su satisfacción p o r la vía m ás com ún y m ás tri­ vial, u n talento que en contró su expediente y su salvación en la contrib u ció n de todas las artes en u n a g ran revela­ ción teatral. P ero con los m ism os derechos se te n d ría que estar a u to riza d o entonces p a ra decir que esta poderosísim a n a tu ra le z a m usical, en su desesperación p o r te n e r que diri­ girse a p erso n as sem im usicales y no-m usicales, ab rió con p o d e r el acceso a las otras artes p a ra , de ese m o d o , com u­ nicarse al fin con centuplicada clarid ad y obligar a que se le en te n d ie ra , a q u e se le c o m p re n d ie ra de la fo rm a m ás p o p u lar. Sea cual sea la rep resen tació n que nos hagam os de la evolución de u n d ra m a tu rg o originario, en su m a d u ­ rez y perfección es u n a figura sin n in g u n a in hibición y sin vacíos: es el a rtista p ro p ia m e n te libre que n o p u e d e o tra cosa sino p e n sa r en todas las artes a la vez, el m e d ia d o r y conciliador en tre esferas a p a re n te m e n te separad as, el res­ ta u ra d o r de la u n id a d y la to ta lid a d de las cap acidades a r­ tísticas, a qu ién no es posible ad iv in ar ni inferir, p o rq u e so­ lam e n te p u e d e m ostrarse en sus acciones. P ero a aquél a n te quien éstas se lleven a cabo de in m ed iato , a ese indi-

35 Esta consideración se halla desarrollada en R. Wagner, Brief an einen italienischen Freund über die Aufführung des «Lohengrin» in Bologna [Carta a un amigo italiano sobre la representaron de aLohengrin» en Bolonia] (1871), véase edición citada, tomo 2, págs. 203-207, pág. 206 en especial.

viduo esas acciones le su b y u g arán com o lo h ace el m ás si­ niestro y el m ás cau tiv a d o r de los hechizos: se h a lla rá de golpe a n te u n p o d e r que su p era la resistencia de la raz ó n e incluso deja que to d o lo o tro en cuyo seno h a sta e n to n ­ ces se vivía a p a re z c a com o irra cio n a l e inconcebible: situa­ dos fu era de nosotros, n ad am o s entonces en u n enigm ático elem ento ígneo, dejam os de c o m p re n d e rn o s a nosotros m ism os, no reco n ocem os ni lo m ás conocido; y a no dispo­ nem o s de n in g u n a m ed id a , todo lo estipulado p o r las leyes, to d o lo fijo com ienza a m overse, todas las cosas brillan con nuevos colores y nos h a b la n en nuevas escrituras: — aquí se h a de ser ya P la tó n p a ra , en m ed io de esta co m binación de goce y de m ied o poderosos, te n e r la c a p ac id a d de to ­ m a r u n a decisión com o él la to m a, y p a ra decirle al d ra ­ m atu rg o : «querem os a u n h o m b re que en v irtu d de su sa­ b id u ría p u e d a convertirse en to d o lo que se p ro p o n g a y p u e d a im ita r todas las cosas; c u a n d o v enga a n u e stra co­ m u n id a d , lo v e n e ra rem o s com o algo sagrado y m ilagroso, d e rra m a re m o s u n g ü en to s sobre su cab eza y la ab rigarem os con lan a , p e ro tra ta re m o s de in d ucirlo p a ra q u e se vaya a o tra c o m u n id a d » 36. T a l vez p u e d a y tenga que o b tener de sí m ism o algo sim ilar quien viva en la com unidad platónica, p ero todos nosotros, que no vivimos en ésa sino en otra co­ m u n id ad com pletam ente diferente, anhelam os y exigimos en consecuencia, aunque le tengam os m iedo, que el hechicero nos visite — precisam ente p a ra que así n u e stra com unidad, y la raz ó n y el p o d e r perversos q u e en carn a, p o r u n a vez a p a re z c a negada. U n estado de la h u m a n id a d con u n a co­ m u n id a d , u nas costum bres, u n a organización de la vida y u n a disposición general que p u d ie ra n prescin d ir del artista im itativo quizá n o sea algo co m p letam ente im posible, p e ro precisam ente este «quizá» fo rm a p a rte , en efecto, de las dubitaciones m ás tem erarias que existen, y su levedad pesa

36 Véase Platón, República, 398 a.

ta n to com o un obstáculo m uy grave37; solam ente debería ten er libertad p a ra h a b la r de ello quien, anticipándolo, p u ­ diera e n g e n d ra r y sentir el instante suprem o de todo lo que h a de v en ir y quien entonces, igual que Fausto, en seguida h a b ría de q u e d a r ciego — y con todo derecho: — pues nos­ otros no lo tenem os ni siquiera p a ra esa ceguera, m ientras que, p o r ejem plo, P latón lo tuvo p a ra estar ciego an te todo lo helénico-real, u n a vez conseguida aquella ú n ica visión de su ojo con la que captó lo helénico-ideal. N osotros, que so­ m os diferentes, m ás bien necesitam os el arte p o rq u e p rec i­ sam en te nos hem o s h e ch o videntes mirando de frente a lo real: y, en consecuencia, necesitam os al dram atu rg o integral p a ra que, al m enos p o r unas horas, nos red im a ju sta m e n te de la horrible tensión que la p e rso n a vidente siente a h o ra entre ella m ism a y las tareas que, com o u n a carga, le h a n sido im puestas. C o n él escalam os los peldaños m ás elevados de la sensibilidad y sólo allí nos im aginam os de nuevo en la n a tu ra le z a libre y en el reino de la libertad; com o en e n o r­ m es espejismos, desde allí nos vem os a nosotros y a nues­ tros iguales en la luch a, en la victoria y en el ocaso com o algo sublim e y lleno de significación, en co n tram os p lacer en el ritm o de la pasión y en la víctim a de la m ism a, escucha­ m os en cad a po d ero so paso del h é ro e la so rda resonancia de la m u erte y co m prendem os en su cercanía el suprem o encan to de la vida: — transform ados de este m o d o en trá ­ gicos seres h u m an o s, reto rn am o s a la vida en u n estado de á n im o de sin g u la r consuelo, co n u n n u e v o se n tim ie n to de seguridad, com o si desde los m ás grandes peligros, ex­ cesos y éxtasis hubiéram o s en c o n tra d o a h o ra el cam ino que nos conduce de vuelta a lo lim itado y fam iliar: a ese lugar d on d e es posible e n ta b la r relaciones de superior b o n d a d y, en cualquier caso, de m ay o r distinción que antes; pues, en

37 Juego de palabras en el original entre ‘melleichl’ (quizá), su sustantivización ‘Vielleicht’ (muy-ligero, literalmente, si se lee dividiendo la palabra) y su neologismo opuesto ‘Vielschwer’ (muy-pesado).

co m p aració n con la trayectoria que nosotros m ism os hem os recorrido, a u n q u e sólo en sueños, to d o lo que aparece aquí com o seriedad y a p re m ia n te necesidad, com o el curso que se dirige h acia u n a m eta, se asem eja ún icam en te a frag­ m entos m ilagrosam ente aislados de aquellas vivencias to ta ­ les de las que somos conscientes con terror; en efecto, hasta nos in troducirem os en lo peligroso y estarem os tentad o s de to m a r la vida con excesiva ligereza, precisam ente p o rq u e la h a b rem o s captado en el arte con seriedad ta n e x tra o rd in a ­ ria, rem itiéndonos a las p a la b ra s que W a g n er h a dicho de los azares de su vida38. Pues si ya a nosotros, que n o somos los creadores, sino sólo quienes tenem os experiencia de este arte de la d ram a tu rg ia ditirám bica, el sueño quiere afir­ m ársenos com o m ás verd ad ero casi que la vigilia y que la realidad: ¡de qué m a n e ra el c re a d o r te n d rá que v a lo ra r p o r su p a rte esta antítesis! A hí se h alla él m ism o en m edio de todas las ruidosas llamadas e im portunidades del día, en el seno de la ap re m ia n te necesidad de la vida, la sociedad y el Es­ tad o — ¿cóm o qué? Q u iz á com o si fuese él p recisam ente el único despierto, el único con sentido de lo v e rd a d e ro y real entre confusos y a to rm en tad o s durm ientes, en tre m uchos dem entes y sufrientes; a veces, ciertam ente, él m ism o se siente dom in ad o p o r u n insom nio p e rm a n e n te , com o si tu ­ viese que p a sar su vida clara y consciente, sa tu ra d a de ta n ­

38 Véase R . Wagner, Über Staat und Religion [Sobre el Estado y la Reli­ gión] (1864), edición citada, tomo 8, págs. 217-246, especialmente pági­ nas 217-221 y Mein Leben [M i vida] (1865-1880), edición de Eike Middell, vol. II, Bremen, Schünemann, págs. 123-124. Traducción castellana de Ángel-Fernando Mayo, Madrid, Turner, 1989, pág. 503. Aunque esa peculiarísima autobiografía todavía no había sido ni totalmente redac­ tada ni tampoco editada públicamente en 1876, Nietzsche la conocía en parte desde 1869-1 870 e intervino en los preparativos para su edi­ ción privada en una imprenta de Basilea (a lo largo de 1 87 0 -1 875 se editaron de manera extremadamente restringida los tres primeros to­ mos, como explica M. Gregor-Dellin en su «Epílogo a la edición ale­ mana», véase la citada traducción, págs. 681-696).

tas noches en vela, en co m p añ ía de sonám bulos y de seres que ac tú a n con seriedad de fantasm as, de m a n e ra que a él le p a re c e siniestro ju sta m e n te aquello que a los dem ás les resulta habitual, y se siente ten ta d o de co m b atir la im p re­ sión de esa aparien cia con u n a b u rla insolente. A h o ra bien, ¡de qué m o d o ta n singular se escinde esta sensación cu ando a la claridad de su escalofriante insolencia se le a ñ a d e un im pulso com pletam ente diferente, la nostalgia p o r descen­ d er de lo elevado y b a ja r h asta lo p ro fu n d o 39, el am oroso anhelo de la tierra, de e n c o n tra r la dicha en u n a com uni­ d ad — p recisam ente en el m o m e n to en el que recu erd a to d o aquello de lo que, en cu anto creador-solitario, está p ri­ vado, com o si d ebiera de inm ed iato , com o u n dios que des­ ciende a la tierra, «levantar con ígneos b razos h acia el cielo»40 to d o lo débil, lo h u m a n o , lo perd id o , p a r a en con­ tra r, al fin, a m o r y dejar de u n a vez de recibir a d o ració n 41, y desposeerse co m p letam ente de sí m ism o exteriorizándose en ese amor! A h o ra bien, p recisam ente esa escisión que aquí hem os asum ido es el m ilagro que efectivam ente ac o n ­ tece en el clima del d ram a tu rg o ditirám bico: y si en algún lu g ar fuese posible c a p ta r su esencia tam b ién m ed ian te con­ ceptos, ten d ría que ser en éste. Pues los m o m e n to s en los q u e su a rte se e n g e n d ra se p ro d u c e n c u a n d o él vive en tensión p o r hallarse en este cruce de sensaciones escindi­

39 Cita textual de una expresión de R. Wagner, «die Sehnsucht aus der Höhe in die Tiefe», que éste utiliza, subrayada, en el importante ensayo autobiográfico Eine Mitteilung an meine Freunde [Una comunicación a mis ami­ gos] (1852), edición citada, tomo 6, pág. 271. ‘l0 Cita casi literal de un verso de Goethe, de su balada Der Gott und die Bajadere [El dios y la bayadera]. Se encuentra a] final del poema, cuya conclusión, en la versión castellana de R. Cansinos Assens, dice así: «Y pos dioses] con sus ígneos brazos hasta el cielo levantan/ a los po­ bres mortales en la abyección caídos.» Véase Goethe, Obras completas, tomo I, Madrid, Aguilar, 1974, 4.a edición, 1.a reimpresión, pág. 882. 41 Esto mismo lo dice casi literalmente R. Wagner refiriéndose a Lohengnn en Eine Mitteilung an meine Freunde [Una comunicación a mis amigos] (1852), edición citada, tomo 6, págs. 271-272.

das, y esa sin iestram en te insolente e x tra ñ e z a y a d m irac ió n a n te el m u n d o se a b ra z a con el nostálgico afán de a c e r­ carse a este m ism o m u n d o com o u n a m a n te . Incluso las m ira d a s que entonces la n z a a la tie rra y a la v id a siem pre son rayos de sol q u e « a tra e n agua», a c u m u la n n iebla, es­ p a rc e n p o r todas p a rte s vahos dispuestos a p ro v o c a r to r­ m e n ta s. Dotada simultáneamente de reflexiva claridad y de des­ interesada entrega amorosa, su m ira d a desciende: y to d o lo q u e a h o ra se ilu m in a con esta doble fu erza re sp la n d e ­ ciente de su m ira r in c ita con p a v o ro sa rap id e z a la n a tu ­ rale z a a que d escargue ta m b ié n to d as sus fuerzas y revele sus m ás ocultos secretos: y, c ie rta m e n te , por pudor. Es m ás que u n a im a g e n m eta fó rica decir q u e con ese m ira r él h a s o rp re n d id o a la n a tu ra le z a y la h a visto m o strán d o se des­ n u d a : p o rq u e en tonces ella quiere, p u d o ro sa , refugiarse en sus antítesis. L o invisible, lo que h a sta ese m o m e n to e ra in te rn o , se salva e n la esfera de lo visible y a d q u ie re a p a ­ rien cia; lo que h a s ta a h o ra sólo e ra visible, hu y e al oscuro m a r de lo sonoro: de este modo la naturaleza, al querer ocultarse, desvela la esencia de sus antítesis. E n u n a d a n z a im p e tu o sa ­ m e n te rítm ic a y sin em b a rg o llen a de elasticidad, con ges­ tos extáticos, el d ra m a tu rg o orig in ario h a b la de lo que en esos m o m e n to s a c o n te c e en él, de lo q u e en to n ces tiene lu g a r en la n a tu ra le z a : el d itira m b o de sus m o v im ientos es ta n to u n a estrem ecid a co m p ren sió n y u n a in solente y p e ­ n e tra n te visión com o u n a m o ro so a c e rc a m ie n to y u n a a u to -e x te rio riza c ió n llena de gozo. L a p a la b ra sigue, e m ­ b ria g a d a , el im pulso de este ritm o ; la m elo d ía resu e n a , ín ­ tim a m e n te a b ra z a d a con la p a la b ra ; y de nu ev o c o n tin ú a la n z a n d o la m elo d ía sus chispas h a c ia el rein o de las im á ­ genes y los conceptos. U n a a p a ric ió n on írica, q u e se p a ­ rece y n o se p a re c e a la im a g e n de la n a tu ra le z a y de su p re te n d ie n te , se a c e rc a flotando, se c o n d e n sa en figuras m ás h u m a n a s, se despliega siguiendo la estela de u n q u e ­ re r to ta l h e ro ic a m e n te insolente, de u n h u n d irse en su ocaso lleno de delicias y y a n o -q u ere r-m ás: — así surge la tra g e d ia , así se le ofrece a la v id a el d o n de la sa b id u ría

m ás excelente sobre ella m ism a, la sa b id u ría del p e n sa ­ m ie n to trágico, y así, fin alm ente, crece el m ás g ra n d e h e ­ chicero y b ie n h e c h o r en tre los m o rtales, el d ra m a tu rg o di­ tirá m b ic o 42. —

843 L a p ro p ia vida de W ag n er, es decir, la p a u la tin a revela­ ción del d ram a tu rg o ditirám bico, fue al m ism o tiem po u n a lu ch a incesante consigo m ism o en cu anto to davía n o era exclusivam ente ese d ram a tu rg o ditirám bico: la lu cha contra el m u n d o que le o p onía resistencia ta n sólo se le hizo tan en c o n ad a y siniestra p o rq u e desde su sí m ism o escuchaba h a b la r a ese m u n d o , a ese enem igo seductor, y p o rq u e en sí alb erg ab a u n p o deroso d em ó n que le h acía oponerse y resistir. C u a n d o surgió en él la idea dominante de su vida, a saber, que a p a rtir del tea tro se p o d ría lo g rar u n efecto in ­ co m parable, el efecto m ás g ran d e de todo arte, esta idea sacudió su ser y lo llevó a la m ás v eh em en te efervescencia. Lo cual no significó que en seguida tom ase u n a clara y lu ­ m inosa decisión sobre sus posteriores afanes y acciones; di­ ch a id ea prim ero apareció casi exclusivam ente en u n a figura ten ta d o ra com o expresión de ese tenebroso q u e re r personal que insaciablem ente reclam a poder y luámiento. L ograr efecto, un efecto incomparable — ¿por medio de qué? ¿sobre quién? — ,

42 En versiones anteriores de este pasaje se refiere Nietzsche expre­ samente a Esquilo y a Wagner como prototipos de dramaturgos ditirámbicos, aprovechando sugerencias ya formuladas por R. Wagner en muchos textos, por ejemplo, en el notable ensayo sobre el teatro Deuts­ che Kunst und deutsche Politik [Arte alemán y política alemana] (1867), edición citada, tomo 8, págs. 247-352, sobre todo en págs. 280-281, pasaje en el que el compositor se refiere expresamente al dramaturgo griego. 43 Muchos son los fragmentos postumos en torno a las ideas des­ arrolladas en este capítulo, por ejemplo: tomo 8, 11 [2]; 11 [25]; 11 [29]; 11 [10]; 12 [13]; 12 [14]; 12 [15]; 12 [16] y 12 [17],

desde ese m o m en to éste fue el infatigable in te rro g a r y bus­ car de su m en te y de su corazón. Él quería v encer y con­ quistar com o ja m á s lo hizo artista alguno, y alcanzar, a ser posible de u n solo golpe, esa tirá n ic a om nip o ten cia h acia la que estaba im pulsado de u n a m a n e ra ta n oscura. C o n ce­ losa m ira d a escru tad o ra p o n d e ró todo lo que ten ía éxito y exam inó con m ay o r detención to davía a aquél sobre el cual se ten ía que p ro d u c ir efecto. C o n el ojo h echicero del d ra ­ m a tu rg o que lee en las alm as com o en u n texto escrito m e ­ diante los signos m ás habituales, sondeó al espectador y al oyente, y a p esar de que, m ien tras conseguía c o m p re n d e r­ los, llegó a estar in tran q u ilo m u ch as veces, en seguida uti­ lizó los m edios p a ra som eterlos. Estos m edios estaban a su disposición; lo que q u ería y tam b ién lo que p o d ía h acer es aquello que ten ía u n fuerte efecto sobre él; de sus m odelos ú n ica m e n te c o m p re n d ía en c a d a e ta p a lo q u e él m ism o es­ ta b a en condiciones de configurar y m o delar, ja m á s dudó de p o d e r h a c er aquello que le gustaba. Q u iz á sea al res­ p ecto u n a n a tu ra le z a todavía «m ás presuntuosa» que G oe­ the, quien de sí m ism o decía lo siguiente: «siem pre pensé que, fuese la cosa que fuese, ya la poseía yo; si se m e h u ­ b ie ra puesto u n a corona, h u b ie ra pen sad o que e ra algo p e r­ fectam ente obvio»'14. Las capacidades de W a g n e r y su «gusto» así com o sus objetivos — todo ello en cajab a en to d o m o m e n to con ta n ta exactitud com o u n a llave en su cerradura: — ese conjunto sefiie haciendo grande y sefiie haciendo libre — p ero él, p o r entonces, a ú n no era g ran d e ni libre. ¡Q ué le im p o rta b a esa sensación débil — a u n q u e m ás noble y, sin em bargo, egocéntricam ente solitaria— , que, al m a r­ gen de la g ran m asa, tenía tal o cual am igo del arte que contase con form ación literaria y estética! A h o ra bien, esas

44 Cita inspirada en parte en Goethe, Aus meinem Leben. Fragmentaris­ ches. Spätere fe it [De mi vida. Fragmentos. Época tardía]. En la edición de Sämmtliche Werke in vierzig Bänden [Obras completas en cuarenta tomos], Stutt­ gart, 1857, el pasaje se halla en el tomo 27, pág. 507, y dicho tomo for­ maba parte de la biblioteca de Nietzsche.

violentas tem pestades de las alm as que la g ran m asa desen­ c a d en a en d eterm in ad as intensificaciones del canto d ra m á ­ tico, esa eb ried ad que de rep en te se p ro p a g a en los ánim os, c o m p letam ente sincera y desinteresada — ¡He aquí el reso­ n a n te eco de sus pro p ias experiencias y sentim ientos, en el cual le p e n e tró u n a ard ien te esperanza de m áxim o p o d e r y efecto! Pues de ese m o d o fue com o en tendió la gran ópera com o aquel m ed io que y a poseía y con el que le resultaba posible expresar su id ea d o m in a n te 45; h acia esa óp era le acu cia b a su a p re m ia n te deseo, y él ten ía dirigidos sus ojos h a c ia la p a tria de tal óp era46. U n p ro lo n g ad o p e río d o de su vid a —ju n ta m e n te con los m ás atrevidos cam bios en sus planes, sus estudios, sus lugares de residencia y sus relacio­ nes h u m an as— , n o se explica sino p o r ese ard ien te deseo y p o r las resistencias exteriores a las que tuvo que h a c er frente este artista alem án indigente, inquieto y a p asio n ad a­ m en te ingenuo. O tro artista entendió m ejo r la m a n e ra de d o m in a r en ese terreno; y a h o ra que se h a ido conociendo p o co a po co m ed ia n te qué red de influencias de to d a índole — u n a re d tejida de m a n e ra su m am en te artificiosa— M e ­ y erb eer sabía p re p a ra r y conseguir c ad a u n o de sus grandes triunfos, y con qué escrupulosidad p o n d e ra b a la serie de «efectos» en la ó p e ra m ism a, se c o m p re n d e rá tam b ién el g rad o de av ergonzada exasperación que le sobrevino a W a g n e r c u a n d o se le a b riero n los ojos sobre esos «m edios

15 Una breve exposición de lo que R. Wagner pensaba en sus re­ ferencias a la «gran ópera» puede leerse en su ensayo autobiográfico Eine Mitteilung an meine Freunde [Una comunicación a mis amigos] (1852), edi­ ción citada, tomo 6, especialmente en págs. 230-232. 46 Alusión indirecta a París, avalada por los paralelos que pueden hallarse en diferentes textos autobiográficos de Wagner, por ejemplo, el que prosigue el pasaje que acabamos de citar en la nota anterior y el que se encuentra en su Autobiografische Skizze [Esbozo autobiográfico] (1843), en R. Wagner, Escritos y confimnes, traducción de R. Ibero, Barcelona, Labor, 1975, págs. 100-107, textos que Nietzsche tenía bien presentes en su redacción de estas páginas.

artísticos» prácticam ente imprescindibles p ara arrancar un éxito al público. D udo de que haya habido en la historia un gran a r­ tista que com enzase con un e rro r ta n en o rm e y se c o m p ro ­ m etiera de m a n e ra ta n can d orosa y sincera con la m ás es­ candalosa configuración de u n arte: y, sin em bargo, la fo rm a en que lo hizo tuvo g ran d e z a y, p o r ello m ism o, u n a aso m brosa fecundidad. Pues a p a rtir de la desesperación que le p ro d u jo reco n o cer ese e rro r entendió el éxito m o ­ derno, com pren d ió al público m o d e rn o y cap tó to d a la esencia m en tiro sa del arte m o d ern o . M ie n tra s se estaba convirtiendo en crítico del «efecto», los presentim ientos de su p ro p ia purificación le llen aro n de estrem ecim ientos. E ra com o si desde ese instan te el espíritu de la m úsica le h a ­ b la ra con u n hechizo psíquico com pletam ente nuevo. C o m o si volviera a la luz después de u n a larg a enferm edad, apen as se fiaba y a de sus m im os y de sus ojos, proseguía su cam ino con u n a gran lentitud; y de ese m odo se percató, com o si se tra ta ra de u n descubrim iento m aravilloso, de que to­ davía era m úsico y artista, m ás aú n , que sólo entonces h a ­ bía em pezado a serlo. T o d a etap a posterio r en la evolución de W a g n e r tiene la característica de que las dos fuerzas básicas de su ser se u n e n de fo rm a c a d a vez m ás estrecha: cede la suspicacia de la u n a p a ra con la otra, desde entonces el sí m ism o supe­ rio r y a no o to rg a la gracia de su servicio al violento h e r­ m a n o m ás terrenal, sino que lo ama y tiene q u e estar a su servicio. L o m ás delicado y p u ro está finalm ente, en la m e ta de la evolución, incluso contenido en lo m ás p o d e ­ roso, el im pulso vehem en te sigue su curso com o antes, p ero p o r otras vías, h acia el lu g ar don d e reside el sí m ism o su­ perior; y éste, p o r su p a rte , desciende a la tie rra y en todo lo terren a l reconoce u n sím bolo suyo. Si fu era posible h a ­ b la r así de la m eta últim a y del resultado de esa evolución sin que se h u b iera dejado de com pren d ern o s, entonces ta m ­ b ién sería legítim o p o d e r e n c o n tra r el giro m etafórico que p e rm itie ra que caracterizáram os u n a larga etap a in term ed ia de tal evolución; p e ro yo d u d o de lo p rim e ro y p o r eso no

ensayo lo segundo. E sa e tap a in te rm e d ia se delim ita histó­ ricam ente respecto a la an te rio r y la posterior en dos p a la ­ bras: W a g n er se convierte en revolucionario de la sociedad W a g n e r descubre al único artista que h a h a b id o hasta en­ tonces, el pueblo poetizante. A am bas lo condujo la id ea do­ m inante que, después de aquella gran desesperación y contri­ ción, apareció an te él en u n a n u ev a figura y m ás p oderosa que nun ca. ¡Efecto, u n efecto in c o m p a ra b le que p ro c e d a del teatro! — p e ro ¿sobre quién? Le e n tra b a n escalofríos al re c o rd a r sobre quién h ab ía querido p ro d u cir efecto hasta entonces. P artien d o de sus vivencias com pren d ió to d a la ig­ nom iniosa posición en que el arte y los artistas se en cuen­ tran: en el seno de u n a sociedad que carece de alm a o que es desalm ada, que se llam a b u e n a p ero que p ro p ia m en te es m ala, y que entre su séquito de esclavos tiene al arte y a los artistas p a ra la satisfacción de sus exigencias de apariencia. C ap tó , p o r u n lado, que el arte m o d ern o es u n lujo, del m ism o m odo que tam b ién captó, p o r el otro, que su exis­ tencia depende del d erecho im p e ran te en u n a sociedad de lujo. Ésta, así com o m ediante la m ás desp iad ad a y avispada utilización de su p o d e r, a los que n o lo tienen, al pueblo, lo supo h a c e r cada vez m ás servil, m ás bajo y m ás desarrai­ gado de sentido nacional, y de él supo crear al m oderno «tra­ bajad o r» , así tam b ién y de la m ism a form a h a despojado al p u eb lo de lo m ás g ran d e y m ás p u ro que éste se h a b ía ge­ n e ra d o desde la m ás p ro fu n d a y ap re m ia n te necesidad y donde, com o v e rd a d e ro y único artista, co m u n icab a su alm a con bondadoso corazón, esto es, le h a arrebatado su m ito, su fo rm a de c an tar, su d an za y su inventiva lingüística, p a ra destilar de todo ello u n voluptuoso rem edio c o n tra el ago­ tam ien to y el tedio de su existencia — las artes m o d ern a s47. C ó m o se form ó esta sociedad, cóm o de las esferas de p o d e r

47 Todo este párrafo está directamente sugerido por las tesis wagnerianas mantenidas en su ensayo Das Kunstwerk der Zukunft [La obra de arte delßituro] (1849), edición citada, tomo 6, págs. 9-157, págs. 16-17 en especial; véase traducción castellana citada, págs. 36-37.

a p a re n tem e n te contrapuestas supo conseguirse nuevas fuer­ zas, cóm o, p o r ejem plo, el cristianism o, perv ertid o en h ip o ­ cresía y en banalidades, se dejó utilizar com o protección c o n tra el pueblo, com o consolidación de aquella sociedad y de sus p ropiedades, y cóm o la ciencia y los doctos se lan ­ z a b an a esta servidum bre con excesiva pusilanim idad: W ag­ n e r persiguió todos estos interrogantes a través de las dife­ rentes épocas, p a ra estallar al final de sus observaciones, saturado de asco y de rabia: p o r com pasión con el pueblo se h a b ía convertido en u n revolucionario. D esde entonces lo am ó y lo añoró, del m ism o m o d o que tam b ién echaba en falta el arte del pueblo, pues, ¡ay!, sólo en él, sólo en ese pueblo que h a b ía desaparecido, que apenas se p o d ía en tre­ ver y que se hallaba artificialm ente escondido, veía a h o ra ai único espectador y oyente que p u d iera ser digno y estar a la a ltu ra del p o d e r de su obra de arte tal y com o W a g n er se la im aginaba. Siguiendo esos hilos su m editación se concen­ tró en la p re g u n ta siguiente: ¿C ó m o se fo rm a el pueblo? ¿C óm o resurge de nuevo? P ero siem pre en co n tró u n a sola respuesta: — si u n a m u ltitu d sufriese la m ism a ap re m ia n te necesidad que yo su­ fro, esa m u ltitu d sería el pueblo, se decía W a g n er48. Y allí don d e esa m ism a necesidad condujese a u n im pulso y a un deseo idénticos, allí tam b ién te n d ría que buscarse la m ism a m a n e ra de encontrarles satisfacción, y allí te n d ría que h a ­ llarse u n a dicha idén tica en esa satisfacción. C u a n d o se puso a b u scar qué era aquello que en su a p re m ia n te nece­ sidad a él m ism o m ás a fondo lo consolaba y lo alentaba, qué era lo que con m áx im a vitalidad satisfacía esa necesi­ d a d suya, entonces tom ó conciencia con sublim e certeza de que sólo dos cosas lo conseguían, el mito y la música, el mito, que él conocía com o p ro d u cto y lenguaje de la ap re m ia n te ne-

48 Nueva referencia directamente inspirada en ese mismo ensayo, La obra de arte del fitturo, véase edición citada, pág. 15; traducción caste­ llana citada, pág. 35.

cesidad del pueblo, y la m úsica, de un origen sim ilar, a u n ­ que todavía m ás enigm ático. E n esos dos elem entos b a ñ a b a y c u ra b a W a g n er su alm a, de ellos tenía m en ester con m uy irreprim ible celo: to d o ello le perm itió inferir el íntim o p a ­ rentesco de su necesidad con la que a p re m ia b a al pueblo c u a n d o se form ó y concluir entonces que, si h a b ía muchos Wagner, el pueblo ten d ría que resurgir de nuevo. Pues bien, ¿cóm o vivían el m ito y la m úsica en nu estra m o d e rn a so­ ciedad, en la m ed id a en que n o h u b iera n sido víctim as de la m ism a? Les h a b ía tocado en suerte u n destino similar, testim onio corroborativo de su secreta vinculación: el m ito estaba p ro fu n d a m en te d e g rad ad o y desvirtuado, transfor­ m a d o en «cuento», en posesión lúdicam ente ventu ro sa de los niños y las m ujeres del pu eb lo atrofiado, totalm en te des­ p o jad o de su m aravillosa, seriam ente sag rad a n a tu ra le z a vi­ ril; la m úsica se h a b ía conservado entre los p o b res y h u ­ mildes, y entre los solitarios, el m úsico alem án no h ab ía logrado integrarse con fo rtu n a en la em presa de lujo de las artes, él m ism o se h a b ía convertido en u n cuento m o n s­ truoso, herm ético, repleto de los m ás conm ovedores sones y signos, en u n to rp e interro g ad o r, en algo com pletam ente hech izad o y necesitado de redención. E n tales circunstan­ cias el artista escuchaba con claridad la o rd en que sólo a él le concernía — volver a c re a r el m ito en lo viril y deshacer el hechizo que sufre la m úsica p a ra que p u e d a h ablar: de golpe sentía que y a no estaba a ta d a su fuerza p a ra el drama, que su señorío se fu n d ab a sobre u n reino in term edio to d a ­ vía p o r descubrir entre el m ito y la m úsica. Puso entonces an te los seres h u m an o s su nueva o b ra de arte, en la que h a ­ bía reu n id o todo lo que conocía de poderoso, efectivo y su­ blim e, p lanteándoles su grave pregunta, dolorosam ente deci­ siva: «¿D ónde estáis los que, com o yo, sufrís y padecéis necesidades? ¿ D ó n d e está esa m u ltitu d que anhelo com o pueblo? O s reco n o ceré, p o rq u e vosotros debéis te n e r en c o m ú n conm igo la m ism a d ich a y el m ism o consuelo: ¡en v u e stra aleg ría se m e rev e la rá v u e stro sufrim iento!» Este es el in te rro g a n te que form uló con Tannhäuser y Lohengrin,

y con esas obras m iró a su alre d e d o r en busca de sus igua­ les; el solitario a n siab a la m ultitud. A h o ra bien, ¿cóm o se sintió? N adie dio u n a respuesta, n a­ die hab ía entendido la pregunta. N o es que se perm aneciera en silencio, al contrario, se contestaba a mil cuestiones que en absoluto h abía planteado, se parloteaba sobre las nuevas obras de arte com o si se las h u biera creado a fin de cuentas p a ra que las palabras las taladrasen y demoliesen. E ntre los alem anes irrum pió com o u n a fiebre to d a u n a entusiástica m a ­ n ía estética en la escritura y en las charlas, las obras de arte y las personas de los artistas se m anosearon y se exam inaron con esa falta de p u d o r que es dem asiado característica tanto de los doctos alem anes com o de los periodistas alemanes. W a g n er intentó que se com prendiera su p reg u n ta m ediante la publicación de escritos: nuevo desconcierto, nuevos cuchi­ cheos — u n m úsico que escribía y que p en saba le resultaba entonces a todo el m u n d o u n a cosa absurda; y com enzaron a gritar: ¡es u n teórico que quiere transform ar el arte m ediante conceptos de rebuscada sutileza, lapidadlo! — W ag n er se quedó estupefacto; n o se com prendía su pregunta, no se sen­ tía su aprem iante necesidad, su o b ra de arte parecía u n a co­ m unicación dirigida a sordos y a ciegos, y su pueblo — u n a fantasm agórica construcción cerebral; sintió vértigo y em pezó a tam balearse. A nte su m irad a se presentó la posibilidad de u n a subversión com pleta de todas las cosas, y y a no se asustó ante sem ejante posibilidad: quizá sea preciso levantar, m ás allá de la subversión y la devastación, u n a nueva esperanza, quizá n o — en cualquier caso, siem pre será m ejor la n a d a que algo que es repugnante. E n breve tiem po W ag n er se con­ virtió en refugiado político y estaba en la m iseria49.

49 Esta sucinta versión de la participación wagneriana en los ‘revo­ lucionarios’ sucesos de Dresde puede ampliarse mediante la lectura de los textos autobiográficos del propio compositor, por ejemplo, Eine M it­ teilung an meine Freunde y Mein Leben, que, como ya hemos dicho, Nietzs­ che conocía bien.

¡Y sólo entonces, exactam ente con ese terrible giro de su destino exterior e interior, com enzó en la vida de esta gran p e rso n a el perío d o m arc a d o p o r el resp lan d o r de la su­ p re m a m aestría, sim ilar al brillo del oro líquido! ¡Sólo en­ tonces el genio de la d ram a tu rg ia ditirám bica se a rra n c ó el últim o velo y lo lanzó lejos de su persona! Se en co n trab a aislado, la época le resultaba v a n a 50, y a no ten ía esperan­ zas: en tales circunstancias su m ira d a universal descendió de nuevo a lo pro fu n d o , p ero esta vez llegó h a sta el fondo: allí vio el sufrim iento en la esencia de las cosas y desde ese m o m e n to , convertido p o r así decirlo en m ás im personal, asum ió con m ay o r serenidad la porció n de sufrim iento que le h a sido asignada51. Las ansias de p o d e r suprem o, h e re n ­ cia de estados y situaciones anteriores, se volcaron a h o ra p o r com pleto a la creación artística; m ed ian te su arte sólo h a b la b a consigo m ism o, y a n o lo h acía con tal o cual p ú ­ blico o pueblo, y lu ch ó p o r darle a ese arte la m áx im a cla­ rid a d y ap titu d p a ra qvie estuviera en condiciones de e n ta ­ b la r u n diálogo ta n ex tra o rd in a ria m e n te poderoso. Incluso en la o b ra de arte del perío d o a n te rio r las cosas todavía h a ­ b ían sido diferentes: incluso en esa o b ra de arte h a b ía pres­ tad o atención, a u n q u e lo hizo de m a n e ra delicada y e n n o ­ blecida, a la fo rm a de conseguir u n efecto inm ediato: pues d icha o b ra de arte estaba concebida com o p re g u n ta que d ebía p ro v o ca r u n a respuesta inm ediata; e innum erables veces quiso W a g n e r facilitar que le co m p re n d ie ra n a aq u e ­ llos a quienes dirigía sus p reg u n tas — de m a n e ra que les a y u d a b a en su falta de experiencia an te tal ta re a interpelativa y se a d a p ta b a a form as y m edios de expresión artísti­ cos que eran m ás tradicionales; allí donde n o ten ía m ás re-

50 Cita directa de una expresión autobiográfica wagneriana que se encuentra en Epilogischer Bm chl... [Molida epilogal...] (1871), edición ci­ tada, tomo 3, págs. 335-351; la expresión se halla en la pág, 337. 51 En una versión previa de este pasaje Nietzsche anotó: «El arte se convierte en religión: el revolucionario se resigna.»

m edio que tem e r que con su lenguaje m ás p ro p io no con­ seguiría convencerlos ni hacerse en ten d er, h a b ía in te n tad o p e rsu a d ir y a n u n c ia r su p re g u n ta en u n a len g u a m edio ex­ tra ñ a , p ero m ás conocida p o r sus oyentes. P ero a p a rtir de esas nuevas circunstancias ya no h a b ía n a d a que le h u b iera p o d id o in d u cir a que prestase u n a tal atención, ta n sólo de­ seaba entonces u n a ú n ica cosa: en tenderse consigo m ism o, p e n sa r en acontecim ientos y filosofar en sonidos sobre la esencia del m u n d o ; el resto de sus propósitos se o rie n tab a h a ­ cia las concepciones últim as. Q u ie n sea digno de sab er lo que p o r entonces ocurrió en él, sobre qué solía dialogar consigo m ism o en la m ás sa g rad a oscuridad de su alm a — y no son m u ch o s los dignos de saberlo — : que escuche, contem ple y viva Tristón e Isolda, el auténtico opus metaphyúcum [obra m e ­ tafísica] de to d o arte, u n a o b ra en la que se h alla la desfa­ lleciente m ira d a de u n m o rib u n d o con su insaciable y dul­ císim a nostalgia de los secretos de la n o che y la m u erte, m u y lejos de la vida, la cual, com o lo m aligno, lo engañoso y lo separad o r, resplandece en u n a espantosa y fan tasm a­ górica nitidez y claridad m atinal: u n d ram a , adem ás, de m uy austero rig o r en la form a, a rre b a ta d o r en su sencilla g ran d e z a y sólo así a d ecu ad o p recisam ente al secreto de que habla, estar m u erto en u n cuerp o vivo, ser u n o en la dualidad. Y, sin em bargo, aú n hay algo m ás m aravilloso que esta obra: el artista m ism o que después de esa o b ra fue capaz de c re a r en u n breve lapso de tiem po u n a im agen del m u n d o con la coloración m ás diferente, Los maestros cantores de Nuremberg, el cual, ciertam ente, en estas dos obras, p o r así decirlo, ta n sólo descansó y se repuso p a ra c o ro n a r con m e ­ su ra d a p risa el cuád ru p le edificio gigantesco, p ro y ectad o y com en zad o con a n terio rid ad , ¡el fruto de su m e d ita r y su p o e tiz a r a lo largo de veinte años, su o b ra de arte bayreuth ian a , E l anillo del nibelungo! Q u ie n sea capaz de sentirse ex­ tra ñ o a n te la vecin d ad del Tristón y Los maestros cantores, en u n p u n to im p o rta n te n o h a c o m p ren d id o la vida y el ser de todos los alem anes v e rd a d e ram e n te grandes: n a d a sabe del único fu n d am en to sobre el cual p u ed e crecer esa jovialidad

p ro p ia y exclusivam ente alemana de L u tero 52, B eethoven y W ag n er, u n a jo v ialid ad que los otros pueblos n o entienden en absoluto y que los actuales alem anes m ism os parecen h a b e r p e rd id o — ese co m b inado de color d o rad o claro, fer­ m e n ta d o con sencillez, am orosa pen etració n , sentido de la observación y picardía, que W a g n er h a servido com o la m ás exquisita b e b id a a todos los que h a n sufrido p ro fu n d a m en te en la vida y q u e de nuevo se dirigen h acia ella, com o quien dice, con la sonrisa de los que h a n rec o b rad o la salud. Y conform e él m ism o m ira b a el m u n d o cada vez con u n a m a y o r reconciliación, con m e n o r frecuencia le afectaban la ra b ia y el asco, re n u n c ia n d o al p o d e r con aflicción y a m o r m ás que estrem eciéndose de h o rro r an te él; a m ed id a que de u n a m a n e ra tan callada ib a desarrollando su o b ra m ás g ran d e y p re se n ta b a p a rtitu ra tras p a rtitu ra 53, sucedió algo que le hizo p re sta r atención: vinieron los amigos p a ra a n u n ­ ciarle un m ovim iento subterráneo de m uchos espíritus — aún faltab a m u ch o p a ra que fuese el «pueblo» el que se m oviese y el que se anunciase en ese m ovim iento, p e ro quizá e ra el g erm en y la p rim e ra fuente de vida de u n a sociedad ver­ d a d e ra m en te h u m a n a que se consum aría en u n futuro le­ ja n o ; p o r de p ro n to era sólo la g a ra n tía de que su gran o b ra p o d ría ponerse alg u n a vez en las m anos y bajo la cus­ to d ia de personas leales que ten d rían que velar p o r ese le­ gado su m am en te excelente y que serían dignos de hacerlo; p o r el a m o r de los am igos los colores del día de su vida se hicieron m ás brillantes y cálidos; su m ás noble p re o c u p a ­ ción, conseguir que su o b ra llegase a la m e ta antes de que, p o r así decirlo, cayera la n o che y e n c o n tra r p a ra la m ism a u n albergue, en ad elante ya n o le in cu m b ía solam ente a él.

52 En una versión previa figuraba también Durero entre Lutero y Beethoven. 53 Formulación que aprovecha lo que Wagner escribió en Epilogiscfm Bericht... [Noticia epilogal...] (1871), edición citada, tomo 3, págs. 335-351; el pasaje se halla en la pág. 346.

Y entonces se p ro d u jo u n acontecim iento que W a g n er tan sólo p u d o c o m p re n d e r sim bólicam ente y que p a ra él signi­ ficó u n nuevo consuelo, u n a a fo rtu n a d a señal. U n a g ran g u e rra de los alem anes, de esos m ism os alem anes que sabía ta n p ro fu n d a m e n te degenerados, ta n distanciados del ele­ v ad o sentido alem án tal com o lo h a b ía investigado y reco­ nocido con la conciencia m ás h o n d a en sí m ism o y en los otros g randes alem anes de la historia, le hizo alzar la vista — entonces vio q u e esos alem anes m o strab a n en u n a si­ tu ac ió n co m p letam ente h o rro ro sa dos virtudes auténticas: sim ple valentía y co rd u ra, y con m uy ín tim a felicidad co­ m en z ó a creer q u e quizá no e ra en m o d o alguno el últim o alem án y que u n día saldría en defensa de su o b ra u n p o ­ d er to davía con m ás energías que la sacrificada, p e ro exi­ gua, fuerza de sus pocos amigos, im prescindible p a ra aque­ lla etapa de larg a du ració n en que su o b ra d eb ía esp erar el futuro que le h a b ía e sta d o p re d e s tin a d o e n ta n to es la o b ra de a rte de ese futuro. Es posible que esta creencia no p u d ie ra protegerse constan tem en te de la d u d a , sobre todo c u a n to m ás tra ta b a de elevarse h a c ia esperanzas in m ed ia­ tas: fue suficiente, sin em bargo, p a ra q u e W a g n e r recibiese u n p o deroso im pulso que le hizo acordarse de u n elevado deber todavía no cum plido. Su o b ra n o estaría a cab ad a, n o h u b iera tenido conclu­ sión, si ta n sólo la h u b ie ra confiado a la p o sterid ad com o p a rtitu ra que p e rm a n e ce en silencio: n o tuvo m ás rem edio, p o r lo tan to , que m o stra r y e n señ ar p ú b licam en te lo m ás inim aginable, lo que le estaba reservado de m a n e ra m ás p e r­ sonal, a saber, el nuevo estilo de su ejecución y rep resen ta­ ción, con el fin de d a r el ejem plo que nad ie m ás p o d ía d a r y así fu n d a r u n a tradición de estilo que no está inscrita en sig­ nos sobre papel, sino en los efectos que p ro d u c e sobre las alm as h u m an a s54. Eso h a b ía llegado a convertírsele en el

54 Sobre la excepcional importancia que YVagner atribuía a dar «ejemplo» directo e innovador a músicos, cantantes y actores, ya que

d e b e r m ás grave, tan to m ás cu anto que sus otras obras h a ­ b ían tenido e n tretan to , precisam ente en lo que respecta al estilo de la ejecución, el destino más insoportable y m ás a b ­ su rdo: e ra n fam osas, a d m ira d a s y — m a ltra ta d a s , y p a ­ recía que n adie se m olestara55. Pues, p o r ex trañ o que este h echo p u e d a sonar, m ientras W a g n er, que ya poseía u n a valoración m uy clarividente de sus co etáneos, c a d a vez r e ­ n u n c ia b a m ás ra d ic a lm e n te a te n e r éxito e n tre ellos y a b a n d o n a b a la id e a de a lc a n z a r p o d e r, éstos le lleg aro n , el «éxito» y el «poder»; al m enos eso es lo que le contaba todo el m u n d o . P a ra n a d a sirvió que u n a y o tra vez dejara en claro de la fo rm a m ás taja n te y decidida el carácter co m p letam ente equívoco, e incluso p a ra él vergonzoso, de tales «éxitos»; se estaba tan poco a c o stu m b rad o a ver que u n artista h iciera análisis estrictos respecto a la natu raleza de sus efectos que ni siquiera u n a sola vez se ac ep ta ro n re ­ alm ente sus m ás solem nes protestas. D espués de habérsele h ech o p a te n te la correlación que existe entre, p o r u n a p a rte , nuestro te a tro actual y te n e r éxito en él y, p o r la otra, el c a rácter del ser h u m a n o de nuestros días, su alm a y a no tenía n a d a que h a c er que fuese realm en te creativo en ese teatro; h a b ía p e rd id o todo interés p o r el entusiasm o es­

estas tres cosas a la vez es lo que han de ser los buenos intérpretes de sus dramas musicales, aprovechando para ello la innata capacidad de imitar que todos tenemos, véase Über Schauspieler und Sänger [Sobre actores y cantantes] (1872), edición citada, tomo 9, págs. 183-263, sobre todo págs. 237-238 y 243. 55 Sobre cómo deben ejecutarse sus obras Wagner tiene muchos textos que están en directa relación con lo aquí indicado por Nietzsche, véase, por ejemplo, Über das Dingiren [Sobre la dirección de orquesta] (1869),. edición citada, tomo 8, págs. 129-213, en especial pág. 183. Hay tra­ ducción castellana de Julio Gómez con el título E l arte de dirigir la or­ questa. Madrid, Imprenta de L. Rubio, s. a., 155 págs. Agradecemos al profesor Salvador Seguí que nos proporcionase informaciones y una copia integral de esta notable y rigurosa edición, seguramente de las primeras décadas del xx, aunque, por desgracia, poco conocida y citada.

tético y p o r el jú b ilo de las m asas exaltadas, m ás aún, tenía que irritarlo ver que su arte desaparecía de u n a m a n e ra m u y indiscrim inada en las fauces bostezantes del a b u rri­ m iento insaciable y del afán de distracción. Q u e en sem e­ ja n te tea tro cada efecto tenía que ser m era m e n te superficial y caren te de ideas, que ese tea tro tra tab a , en efecto, no tan to de a lim en tar a u n h am b rien to , sino m ás bien de h a r ­ ta r a u n insaciable, eso W a g n e r lo infería sobre todo a p a r­ tir de un fenóm eno que se repetía con regularidad: p o r to ­ das partes se to m a b a su arte, incluso p o r aquellos que in terv en ían en la representación y ejecución de sus obras, com o u n a m úsica escénica cualquiera, según el rep u g n an te código del estilo de la ópera; m ás aún, gracias a los direc­ tores de orquesta y a su característica form ación, se co rta­ ro n y tro c e a ro n esas obras a d a p tán d o las d irectam ente a la ó pera, del m ism o m odo que los cantantes creían que sólo las d o m in a b a n tras elim inarles cu idadosam ente su espíritu; y c u an d o se deseaba que las cosas se h icieran v e rd a d e ra ­ m en te bien, las prescripciones de W a g n er se a c ep ta b a n con to rp e z a y con sofocante m ojigatería, m ás o m enos com o si se quisiese rep re sen ta r el n o c tu rn o tum ulto del pueblo en las calles de N u re m b e rg , tal com o está prescrito en el se­ g u n d o Acto de Los maestros cantores, con bailarines que lo fi­ g u raran artificiosamente: — y en todo eso parecía que se ac­ tu a b a de b u e n a fe, sin segundas intenciones llenas de perversidad. Los abnegados intentos que W a g n e r llevó a cabo m ed ian te su acción y su ejem plo p o r in d ic a r al m enos que las representaciones fuesen sencillam ente correctas y com pletas y p o r in tro d u c ir a algunos cantantes en el estilo de ejecución totalm en te nuevo, el fango del aturd im ien to y la ru tin a im peran tes los hizo fracasar u n a y o tra vez; ad e­ m ás, siem pre lo obligaron a ocuparse precisam ente de ese tea tro que en todos y cada uno de sus aspectos le p ro d u cía náuseas. H a sta el m ism o G oethe, en verdad, h a b ía perdido las ganas de asistir a las representaciones de su Ifigenia: «Su­ fro horriblem ente», dijo al explicarlo, « cuando tengo que p elearm e con esos fantasm as que no ap a re c e n en la form a

en que lo deb erían h acer»56. N o obstante, día a día au ­ m e n ta b a el «éxito» en ese teatro que a W a g n e r se le h abía h echo insufrible; al final se llegó al p u n to en que precisa­ m en te los grandes teatros vivían casi en su m ay o r p a rte de las sustanciosas ganancias que les p ro d u cía el arte w agneria n o en su desfiguración com o arte de la ópera. L a des­ o rientación en to rn o a esta creciente pasión del público te­ atral afectaba incluso a m uchos am igos de W agner: él tuvo que so p o rtar lo m ás am argo — ¡como g ran m ártir! — y ver a sus am igos em briagados de «éxitos» y «victorias», preci­ sam ente allí don d e su ú n ica y m ás elevada id ea q u e d ab a d estrozada y re p u d ia d a sin resquicios. Casi p a re c ía com o si u n pueblo serio y pro fu n d o en m uchos de sus aspectos no quisiera d ejar que se atrofiara respecto al m ás serio de sus artistas u n a fu n d am en tal frivolidad, com o si precisam ente p o r esta raz ó n to d o lo vil, irreflexivo, to rp e y perverso de la esencia a lem an a tuviera que ensañarse con él. — C uan d o , d u ran te la g u e rra alem ana, p a re c ía ap o d erarse de los áni­ m os u n a ten d en cia m ás libre y grandiosa, W a g n e r recordó su d eb er de lealtad p a ra salvar al m enos su o b ra de m ayor g ran d e z a de esos éxitos y ultrajes generados p o r los m alen ­ tendidos y p a ra ofrecerla en su ritm o m ás p ro p io , com o ejem plo p a ra todos los tiem pos: así creó la idea de Bayreuth. E n tre los com ponentes de esa ten d en cia de los ánim os creía p resenciar tam b ién el desp ertar de u n m ás a c en tu a d o sen­ tim iento del d eb er en todos aquellos a quienes quería con­ fiar el m ás p reciad o de sus bienes: — de esta duplicidad de deberes surgió el acontecim iento que, com o u n extraño res-

56 Véase Goethe, Conversaciones con Eckermann, respuesta dada por el poeta en la conversación del 1 de abril de 1827. En la versión de R. Cansinos Assens el citado pasaje dice así: «Debo confesar que nunca he tenido la suerte de presenciar una representación perfecta de mi Ifigenia. Por eso es por lo que ayer tampoco fui a ver ésta. Pues me hace sufrir horrores el encontrarme con esos espectros que no saben afir­ marse como debieran.» Obras completas, tomo II, Madrid, Aguilar, 1962, 4.a edición, pág. 1333.

p la n d o r solar, h a ilu m inado los últim os años e ilu m in a rá los próxim os: concebido p a ra ser la salud de un fu tu ro lejano, de u n futuro que sólo es posible, p e ro que n o es dem o stra­ ble, que p a ra el p resen te y p a ra los h u m an o s de este único presente no es m ucho m ás que u n enigm a o un suplicio, pero p a ra los pocos a los q u e les estuvo p e rm itid o p resta rle su a y u d a es u n goce a d e la n ta d o , u n a v id a a n tic ip a d a de ín ­ dole su p re m a m e d ia n te la cual se saben, m u c h o m ás allá del curso de su p ro p ia vida, felices, sublim es y fecundos, y p a r a el m ism o W a g n e r es u n oscu recim ien to p ro d u c id o p o r la fatiga, la p re o c u p a c ió n , la reflexión y la p e n a , u n re n o v a d o a ta q u e de fu ria de los elem entos hostiles, a p e ­ sa r de lo cual ¡todo está eclipsado p o r la victoriosa estre­ lla de la abnegada lealtad y, a su luz, tra n sfo rm a d o en d icha inefable! A penas es necesario decirlo: sobre esta vida sopla el aliento de lo trágico. Y quien en su p ro p ia a lm a p u e d a ad i­ v in a r algo de to d o ello, aquel a quien no le resulten en a b ­ soluto extrañas n in g u n a ele estas cosas: la coerción de un en gaño trágico sobre la finalidad de la vida, la alteración y la ru p tu ra de los propósitos, la ren u n c ia y la purificación p o r am o r, sentirá p o r fuerza, en lo que nos m u estra a h o ra W a g n e r en la o b ra de arte, u n a rem e m o ra c ió n onírica de la p ro p ia existencia h ero ica de esta gran p ersona. D esde m u y lejos sentirem os com o si Siegfried estuviese h ab lan d o de sus hazañas: en la m ás c o n m o v ed o ra d icha del recuerdo teje sus hilos la h o n d a tristeza del v e ran o agonizante, y en silencio está la n a tu ra le z a e n te ra en la d o ra d a luz del a ta r­ d ecer57. —

57 Véase R. Wagner, Götterdämmerung [El ocaso de los dioses], Acto ter­ cero, w 345 y sigs., ed. cit., tomo 3, págs. 303-304.

9 5B

R eflexionar sobre qué es el artista Wagner y, sin dejar de h acer observaciones, p asar p o r delante del espectáculo de un p o d e r y un d eb er que h a n llegado a ser v e rd a d e ram e n te li­ bres: he aquí lo que le será necesario p a ra re c o b ra r su sa­ lud y p a ra re p o n e r sus fuerzas a todo aquel que h ay a p e n ­ sado sobre cómo ha ido haciéndose la persona de Wagner y haya sufrido al m editarlo. Si el arte no es a fin de cuentas sino la c ap acidad de c o m u n icar a otros lo que se h a vivido, si toda o b ra de arte que no p u ed e darse a c o m p re n d e r se c o n tra ­ dice a sí m ism a, entonces la g ran d eza del artista W a g n e r ha de consistir p recisam ente en esa d em ónica com unicabilidad de su n atu raleza, la cual se diría que h ab la de sí m ism a en todas las lenguas y deja que se reconozca con la m áxim a nitidez su vivencia ín tim a y m ás propia; su aparición en la historia de las artes se parece a u n a erupción volcánica de la cap acid ad artística ín tegra e indivisa de la natu raleza m ism a, después de que la h u m a n id a d se hubiese acostum ­ b rad o , com o si fuese u n a regla, al p a n o ra m a del aisla­ m iento de cada u n a de las artes. P o r lo tan to , se p u ed e es­ ta r indeciso sobre el n o m b re con el que se lo debería d en o m in ar, si se lo h a de lla m ar po eta, o artista figurativo, o m úsico, to m a d a c ad a u n a de estas p alab ras en u n a ex­ tra o rd in a ria am pliación de su significado, o bien si se h a de crear p a ra él u n térm in o nuevo. Lo poético en W a g n e r se m anifiesta en que pien sa en procesos visibles y sensibles, no en conceptos, es decir, en que piensa de m a n e ra m ítica, que es com o siem pre h a pensado el p u e b lo 59. El m ito no se basa en un pensam iento, com o

58 Hay muchos fragmentos postumos que contienen anotaciones so­ bre ideas expuestas en este importante capítulo, por ejemplo, en el tomo 8 de la KSA los siguientes: 11 [18], 11 [40], 11 [15], 11 [8], 11 [28], 11 [42], 11 [51], 12 [32], 59 Véase R. Wagner, Oper und Drama [Óperay drama] (1851), edición

creen los hijos de u n a cu ltura excesivam ente artificiosa, él m ism o es, p o r el contrario, u n a actividad del pensam iento; el m ito com unica u n a representación del m u n d o , p e ro en u n a secuencia de procesos, acciones y sufrim ientos. E l anillo del nibelungo es u n form idable sistem a de pen sam ien to sin la fo rm a conceptual del pensam iento. Q u iz á u n filósofo p o ­ d ría p o n e r a su lad o algo que le corresp o n d iera p o r com ­ pleto, que careciera p o r entero de im ágenes y acciones y que ta n sólo nos h a b la ra en conceptos: ten d ríam o s e n to n ­ ces lo m ism o, p e ro rep resen tad o en dos esferas in co m p ati­ bles: p a ra el pueblo, p o r u n lado, y, p o r el otro, p a ra la a n ­ títesis del pueblo, p a ra la p e rso n a teorética. A ésta, p o r lo tan to , no se dirige W agner; pues la p e rso n a teorética en­ tiende de lo p ro p ia m en te poético, clel m ito, tan to com o un sordo entiende de m úsica, esto es, am bos ven u n m ovi­ m ien to que les p a re c e absurdo. D esde n in g u n a de estas dos esferas incom patibles es posible m ira r en el in terio r de la otra: m ientras estam os bajo la influencia del po eta, pen sa­ m os ju n ta m e n te con él, com o si sólo fuésem os seres que sentim os, que vem os y que oímos; las conclusiones que sa­ cam os son las conexiones de los procesos que hem os visto, es decir, causalidades fácticas, no lógicas. Y a que los héroes y dioses de d ram as m íticos tales com o los que W a g n e r escribe com o p o e ta tam b ién deben expre­ sarse claram ente en p alabras, el p rim e r peligro que en to n ­ ces se p resen ta es que este lenguaje verbal despierte en nos­ otros nu estra p erso n alid ad teorética y con ello nos traslade a o tra esfera diferente, la que no es m ítica: de m a n e ra que m ed ian te la p a la b ra no sólo no hubiésem os com prendido con u n a m ay o r claridad lo que sucedía ante nosotros, sino q ue al final no hubiésem os co m p ren d id o absolutam ente

citada, tomo 7, págs. 59 y 150 y sigs. en especial; traducción castellana de Angel-Fernando Mayo, Sevilla, 1997, págs. 73 y 155 y sigs., en donde se halla una de las más logradas exposiciones wagnerianas de su teoría del mito.

nad a. W a g n er obliga p o r ello al lenguaje a que retro ce d a a u n estado originario en el que todavía casi no piensa n a d a en conceptos, pues en tal estado el m ism o lenguaje todavía es poesía, im agen y sentim iento; la tem erid ad con la que W a g n e r se lanzó a esta tare a totalm ente a te rra d o ra m ues­ tra el g rad o de violencia que sobre él ejercía el espíritu p o é ­ tico que le guiaba, com o si fuera u n individuo que estuviera obligado a seguir cam inando, sea cual sea la senda que es­ cogiera su fantasm agórico guía. Se debía p o d e r c a n ta r cada p a la b ra de estos dram as, y los dioses y héroes debían asu­ m irlas en su boca: ésa fue la ex tra o rd in a ria exigencia que W a g n e r le planteé a su im aginativa fantasía lingüística. C u alq u ier otro se h u b iera desesperado al intentarlo; pues n u e stra lengua p a re c e casi dem asiado vieja y devastada com o p a ra que alguien tuviera el derecho de reclam arle lo que W a g n e r le reclam aba: y, sin em bargo, el golpe que le dio a la ro ca hizo que de ella b ro ta ra u n caudaloso m a ­ nantial. Precisam ente W agner, puesto que a esta lengua la a m a b a m ás y de ella exigía m ás, tam b ién h a sufrido m ás que cualquier otro alem án p o r la degeneración y la debili­ tación que la afectaban, esto es, p o r las m últiples pérdidas y m utilaciones de las form as, p o r la torpe estructura de p a r­ tículas de n u e stra sintaxis, p o r los verbos auxiliares que no se p resta n al canto: — todo esto n o son sino cosas que se h a n intro d u cid o en la lengua m ed ian te vicios y ruinosos descuidos. E n cam bio, sentía con pro fu n d o orgullo la origin a rie d a d e inagotabilidad que incluso a h o ra persisten en esta lengua, la fuerza llena de m úsica de sus raíces, en las cuales, en contraposición a las lenguas altam en te derivadas y artificiosam ente retóricas de los pueblos rom ánicos, adivi­ n a b a u n a m aravillosa tendencia y p rep a ra ció n p a ra la m ú ­ sica, p a ra la v e rd a d e ra m úsica60. A través de la o b ra p o é ­

60 Véase R. Wagner, ob. cit., págs. 232 y sigs.; traducción caste­ llana citada págs. 227 y sigs.

tica de W a g n er está presente un p lac e r p o r la lengua ale­ m a n a , u n a cordialidad y fra n q u e z a en el tra to con ella que no se p u e d e n sentir de esa m a n e ra en nin g ú n o tro escritor alem án, excepto en G oethe. Plasticidad en la expresión, atrev id a concisión, p o ten cia y m ultiplicidad de recursos rít­ m icos, u n a singular riq u eza de p a la b ra s significativas y fuer­ tes, sim plificación en la co n stru c ció n de las frases, u n a inventiva casi ún ica en el lenguaje de los sentim ientos fluc­ tu an te s y en el lenguaje de los presen tim ien to s, u n c a rá c ­ te r p o p u la r y sentencioso que a veces b ro ta n en to tal p u ­ re z a — tales serían las p ro p ied ad es que consignar y, p o r descontado, todavía co n tin u a ría en el olvido la m ás p o d e ­ ro sa y la m ás digna de adm iración. Q u ie n lea u n a a conti­ nu ació n de la o tra dos obras poéticas tales com o Tristón e Isolda y Los maestros cantores p e rc ib irá en lo que respecta al lenguaje verbal u n a sorpresa y u n a d u d a sim ilares a las que sentirá en lo referente a la m úsica: a saber, cóm o fue posi­ ble g o b e rn a r creativam ente dos m u n d o s ta n distintos en su form a, su colorido y su estructura, y, p o r descontado, en sus respectivas alm as. H e aquí lo m ás p o deroso en el ta ­ lento w agneriano, algo que — ta n sólo lo g ra rá u n gran m aestro: a c u ñ a r u n nuevo lenguaje p a ra c ad a o b ra y darle tam b ién u n nuevo cu erp o y u n nuevo sonido a esa nueva in terioridad. Allí d o n d e se m anifieste u n tal p o d e r de tan ex trem a rareza, siem pre seguirá siendo m era m e n te m ez­ q u in a e infecunda la censura que se refiera a la a rro g an cia y ex travagancia en casos aislados, o a las oscuridades de la expresión y neblinas del pensam ien to , a p e sar de su m ay o r frecuencia. A ello h ay que a ñ a d ir q u e a los que h a sta a h o ra h a n fo rm ulado las críticas m ás estridentes, en el fondo no les e ra tan chocante e in au d ito el lenguaje c u an to el alm a, todo ese nuevo m o d o de sufrir y de sentir. Si q u erem os es­ p e ra r hasta que estos m ism os críticos ten g an u n alm a dife­ ren te , entonces ellos m ism os h a b la rá n tam b ién u n lenguaje diferente: y entonces, en m i opinión, la lengua a le m a n a en su co n junto tam b ién se e n c o n tra rá en u n a situación m ejor que aquella en la q u e a h o ra está.

A nte todo, sin em bargo, n adie que reflexione sobre W a g n er en cu anto p o eta y artífice del lenguaje debe olvidar q ue ninguno de los dram as w agnerianos está destinado a ser leído y que, p o r lo tan to , n o se tiene d erecho a im p o r­ tu n arle con las exigencias que se p lan te a n al d ra m a verbal. Este quiere a c tu a r sobre el sentim iento ún icam en te m e ­ d iante conceptos y palabras; con tal propósito es u n o de los súbditos del señorío de la retórica. A h o ra bien, la pasión ra ra vez p rac tic a la elocuencia en la vida: en el d ra m a v er­ bal h a de ejercitarla p a ra p o d e r com unicarse, sea de la m a ­ n e ra que sea. P ero cu ando el lenguaje de u n p u eb lo y a se halla en u n estado de d ecadencia y de desgaste, el d ra m a ­ turgo verbíil tiene la tentación de re p in ta r y tra n sfo rm ar de m o d o inusual el lenguaje y el pensam iento; quiere elevar el lenguaje p a ra que éste p e rm ita que vuelva a exteriorizarse la resonancia del sentim iento elevado, y cae así en el peli­ gro de no ser co m p ren d id o en absoluto. D e igual m odo tra ta de com unicarle a la pasión u n poco de a ltu ra m e ­ diante sublim es sentencias y ocurrencias, p e ro entonces vuelve a caer en otro peligro: tiene la ap a rie n cia de ser a r ­ tificial y co n trario a la verd ad . Pues la au té n tic a pasión de la vida real no h a b la m ed ian te sentencias y la pasión p o é ­ tica fácilm ente despierta desconfianza respecto a su sinceri­ d ad si se diferencia esencialm ente de esa realidad. E n cam ­ bio W ag n er, que es el p rim e ro en h a b e r reconocido las deficiencias in tern as del d ra m a verbal, ofrece c ad a vino de los procesos dram áticos en u n a triple elucidación, m ed ian te la p a la b ra , los gestos y la m úsica; en efecto, la m úsica tran s­ fiere in m e d iata m e n te las em ociones fundam entales que se d a n en el in terio r de los personajes del d ra m a que intervie­ n e n en la represen tació n a las alm as de los oyentes, los cu a­ les percib en entonces en los gestos de esos m ism os perso­ najes la p rim e ra m anifestación visible de aquellos procesos internos, y en el lenguaje verbal incluso u n a segunda m an i­ festación m ás a m o rtig u a d a de los m ism os, tra d u c id a a la volición m ás consciente. T o d o s estos efectos suceden sim ul­ tán e a m en te , sin estorbarse en absoluto los unos a los otros,

y obligan al que asiste a la rep resen tació n de u n d ra m a de tales características a u n a com prensión y p articipación com ­ p letam en te nuevas, exactam ente com o si de p ro n to sus sen­ tidos se h u b iera n h e ch o m ás espirituales y su espíritu se h i­ ciera m ás sensual, y com o si to d o lo que desea salir del ser h u m a n o y está sediento de conocim iento se hallase ah o ra, libre y feliz, celebrando su jú b ilo p o r conocer. Y a que cada u n o de los procesos de u n d ra m a w ag n erian o se com unica al espectador con la m áx im a com prensibilidad, y, cierta­ m en te, ilum ina el e n to rn o y está e n te ra m e n te incandescente desde su in te rio r gracias a la m úsica, su a u to r tenía a su disposición la posibilidad de prescin d ir de todos los recursos que necesita el p o e ta verbal p a ra p ro p o rc io n a r a sus p ro ce ­ sos calor e in ten sid ad de luz. T o d a la econom ía del d ram a d ebía ser m ás sim ple, el sentido rítm ico del arqu itecto p o ­ día de nuevo te n e r el atrevim iento de m anifestarse en las g randes prop orciones del conjunto del edificio; pues faltaba a h o ra todo p rete x to p a ra esa in trig a delib erad a y esa des­ concertan te m u ltiform idad del estilo arq u itectó n ico m e ­ d ian te las cuales el p o e ta verbal se esfuerza p o r lo g ra r a fa­ v or de su o b ra el sentim iento de sorpresa y de tenso interés, p a ra acre c e n ta rlo entonces h a sta q u e alcance el sentim iento de gozosa ad m iración. L a im p resión de lejanía y de elevación idealizantes no h a b ía que crearla ta n sólo m e d ia n te artificios. E l lenguaje se re tira b a de la am p litu d re tó ric a a la c o m p a c id ad y a la fu erza del discurso del sen­ tim iento; y a p e sa r de que el artista que a c tú a en la r e ­ presentación h a b la b a m ucho m enos que antes de lo que h a ­ cía y sentía en la p ieza teatral, sus procesos interiores, que el m iedo de los d ram a tu rg o s verbales a lo p re su n ta m e n te no d ram á tic o h a b ía m a n te n id o h a sta entonces alejados de la escena, fo rz a b a n a h o ra al oyente a u n a p articip ació n a p a sio n a d a , m ie n tra s el lenguaje gestual que los a c o m p a ­ ñ a b a ta n sólo n ecesitab a exteriorizarse en la m o d u lació n m ás delicada. A h o ra bien, la pasió n c a n ta d a tiene en té r­ m inos absolutos u n a d u rac ió n algo m ay o r que la hab lad a; la m úsica extiende, p o r así decirlo, el sentim iento: de lo

cual resu lta, en general, que el artista que a c tú a en la re ­ p re se n ta c ió n y q u e a la vez c a n ta h a de s u p e ra r la d e m a ­ siado g ran d e excitación — que no es plástica— de tal m o ­ vim ien to , de la cual adolece el d ra m a verbal rep re sen ta d o . D ic h o a c to r q u e es c a n ta n te se ve llevado h a c ia u n e n n o ­ b lec im ie n to de sus gestos, ta n to m ás c u a n to q u e la m úsica h a su m erg id o su sensación en u n b a ñ o de é te r m ás p u ro y, de ese m o d o , in v o lu n ta ria m e n te , lo h a a p ro x im a d o a la belleza. Las extrao rd in arias tareas que W a g n e r h a puesto a los actores y can tan tes en cen d erán entre ellos d u ran te g en era­ ciones u n a rivalidad p o r conseguir rep re sen ta r finalm ente la im ag en de c ad a héroe w ag n erian o con u n a visibilidad y u n a perfección su m am en te plásticas: tal y com o esta consu­ m a d a plasticidad corporal y a se halla p refig u rad a en la m ú ­ sica del d ram a . Siguiendo a este guía el ojo del artista plás­ tico a c a b a rá viendo las m aravillas de u n nuevo m u n d o visual que ta n sólo h a m irad o antes que él p o r vez p rim e ra el c re a d o r de obras tales com o E l anilllo del nibelungo: com o u n creador de imágenes de m áx im a categoría que, com o Es­ quilo, le indica el cam ino a u n arte incipiente. Bien cierto, la envidia n o h a de suscitar que grandes talentos se m a n i­ fiesten si el arte del artista plástico co m p a ra su efecto con el que logra p ro d u c ir u n a m úsica com o la w agneriana: en la que h ay u n a felicidad solar de m áx im a p u re z a y lu m in o ­ sidad; de m a n e ra que quien la oye com ienza a sentirse bien, com o si casi to d a la m úsica a n te rio r hubiese h ab lad o u n lenguaje enajenado, encogido y sin libertad, com o si h a sta a h o ra con ella se hubiese querido ju g a r u n ju e g o ante individuos que n o eran dignos de que se les to m a ra en se­ rio, o com o si con ella se tuviera el d eber de enseñ ar y de dem ostrar algo ante gentes que ni siquiera son dignas de asis­ tir a u n ju e g o 61. E n esa m úsica a n te rio r irru m p e en nos­

61 Para entender este pasaje debe tenerse presente que la palabra alemana Spiel tiene un campo semántico mucho más amplio que su

otros ta n sólo p o r breves horas la felicidad que sentim os siem pre en la m úsica w agneriana: esos m o m entos que la constituyen p a re c e n raros instantes de olvido que, p o r así decirlo, la asaltan c u an d o no h a b la m ás que consigo m ism a y dirige entonces la m ira d a h acia a rrib a, com o la Santa Ce­ cilia de R afael, lejos de los oyentes que le reclam an espar­ cim iento, diversión o erudición62. D el músico W a g n e r cabría decir en general que h a p ro ­ po rcio n a d o u n lenguaje a todo aquello que en la n a tu ra le z a h asta a h o ra no h a b ía querido h ablar: él no cree que tenga que h a b e r n a d a que sea m udo. Se sum erge incluso en la a u ­ ro ra , en el bosque, en la niebla, el abism o, la cim a de la m o n ta ñ a , el ag u a ce ro n o c tu rn o , el re sp la n d o r de la lu n a, y en todos advierte u n secreto anhelo: tam b ién quieren h a ­ b lar en sonidos. Si el filósofo dice que en la n atu raleza, ta n to en la a n im a d a com o en la in an im ad a , h ay u n a ú n ica vo lu n ta d que ansia la existencia63, entonces el m úsico añ ad e lo siguiente: y esa v o lu ntad, en todos sus grados y niveles, quiere u n a existencia que se m anifieste en sonidos.

equivalente en castellano, ‘j uego’, pues, por ejemplo, y en lo que a Wagner se refiere, un Spiel es también y sobre todo una ‘obra de tea­ tro’; el verbo spielen, por lo tanto, además de ‘participar en un juego’ viene a significar el hecho de ‘representar o actuar en una obra de tea­ tro’; un Spieler es un ‘jugador’ y, a la vez, un ‘actor’; un Spielhaus es, en este contexto, un ‘local para representar obras de teatro, esto es, el ‘edi­ ficio que contiene un escenario, un patio de butacas, etc.’; un Festspiel es un ‘festival’, un Bühnenfestspiel es un ‘festival escénico’, como el que se organizó en Bayreuth para ‘representar’ E l anillo del nibelungo, etc. Por otra parte, para entender la filosofía de Nietzsche y su reconocido y profundo parentesco con Heráclito, al menos en lo que se refiere, si ha­ blamos con la conocida expresión de Fink, al «juego como símbolo del mundo», conviene tener siempre muy presente esta notable polisemia del término. 62 El ejemplo lo toma Nietzsche de la conclusión del libro tercero, en sus últimas líneas, de la obra capital de Schopenhauer, E l mundo como voluntad y representación. Véase A. Schopenhauer, Zürcher Ausgabe, tomo I, Zürich, Diogenes, 1977, pág. 335. 63 Inequívoca referencia a A. Schopenhauer.

L a m úsica a n te rio r a W ag n er, to m a d a en su conjunto, tenia angostas fronteras; se refería a estados p e rm an en tes del ser h u m a n o , a eso que los griegos lla m ab a n ethos, y sólo con B eethoven h a b ía co m enzado precisam ente a e n co n trar el lenguaje del pathos, del q u e re r apasionado, de los p ro ce ­ sos dram áticos en el in terio r del ser h u m a n o . A nterio r­ m ente, u n a disposición aním ica, u n estado sereno, o jovial, o devoto, o contrito, debía darse a conocer m ed ian te soni­ dos; se quería p ro p o n e r al oyente, m ediante u n a cierta h o ­ m ogen eid ad de la fo rm a y m ed ian te la p ro lo n g a d a d u ra ­ ción de esa h o m ogeneidad, que se sintiera obligado a darse u n a in terp retació n de la m úsica y que se situase finalm ente en esa m ism a disposición aním ica. T ales cuadros de dispo­ siciones y estados aním icos re q u e ría n form as individualiza­ das necesariam ente; otras form as eran frecuentes en ellos p o r convención. S obre la d u rac ió n que d ebían ten er deci­ día la p recau ció n del m úsico, el cual quería llevar al oyente a u n a d e te rm in a d a disposición aním ica, p e ro no aburrirlo p o r u n a excesiva duración de la m ism a. Se dio u n paso h a ­ cia delante c u an d o se planificó que los cuadros de disposi­ ciones aním icas opuestas se sucedieran los unos a los otros y gracias a ese p lan se descubrió el en c an to del contraste; y se avanzó otro paso m ás c u a n d o la m ism a pieza m usical incluía u n a antítesis del ethos en su p ro p io interior, p o r ejem plo, m ed ian te la en fre n ta d a tensión entre u n tem a m asculino y otro fem enino. T o d o esto todavía se en c u en tra en niveles toscos y o rig in ariam ente incipientes de la m úsica. El m iedo a la pasión dicta unas leyes, el m iedo al a b u rri­ m iento, las otras; todas las profundizaciones y los excesos del sentim iento se sentían com o «no éticos». P ero después de que el arte del ethos h u b ie ra represen tad o las disposicio­ nes y estados aním icos habituales en centenares de repetí-; ciones, cayó p o r fin, a p esar de la m uy prodigiosa inventiva de sus m aestros, en el agotam iento. B eethoven fue el p ri­ m ero que p erm itió que la m úsica h a b la ra un nuevo len­ guaje, el hasta entonces p ro h ib id o lenguaje de la pasión: no obstante, ya que su arte tenía que desarrollarse a p a rtir de

las leyes y convenciones del arte del ethos e in te n ta r en cierto m o d o justificarse an te éste, su devenir artístico con­ llevaba u n a pecu liar dificultad y confusión. U n proceso in ­ terno y dram ático — pues to d a pasión tiene u n a trayectoria d ram á tic a — q u e ría im p onerse h a sta conseguir u n a nueva form a, p e ro el esquem a tradicional de la m úsica p a ra las disposiciones aním icas se oponía y h ab la b a , asum iendo casi p o r com pleto el aspecto de la m oralid ad , c o n tra la in tro ­ ducción de la in m o ralidad. P arece a veces com o si B eetho­ ven se h u b ie ra p ro p u esto la c o n trad icto ria ta re a de p e rm i­ tir que el pathos se expresara con los m edios del ethos. A h o ra bien, esta concepción no es suficiente p a ra sus obras m ás grandes y tardías. P a ra rep ro d u c ir el g ran arco curvado de u n a pasión en co n tró efectivam ente u n nuevo m edio: en tre­ sacab a p u ntos aislados de la tray ecto ria de su vuelo y los in ­ dicab a con la m áx im a d eterm inación, p a ra p e rm itir que e n ­ tonces, a p a rtir cie ellos, el oyente adivinara to d a la línea. E xterio rm en te considerada, la n u ev a fo rm a p a re c ía com o la conjunción de varías piezas m usicales, cada u n a de las cua­ les rep re sen ta b a a p a re n tem e n te u n estado constante, pero en v e rd a d rep re sen ta b a u n instante en la trayectoria d ra ­ m ática de la pasión. El oyente p o d ía creer que estaba es­ c u c h an d o la antigua m úsica de las disposiciones aním icas, sólo que la relación de las diferentes partes entre sí se le h a ­ bía h e ch o inaprehensible y no se dejab a in te rp re ta r ya p o r el c a n o n del contraste. Incluso en m úsicos se in tro d u jo u n a m inusvaloración respecto a la exigencia de u n a artística es­ tru c tu ra c ió n del conjunto; el o rd en de sucesión de las p a r ­ tes se h acía a rb itra rio en sus obras. L a invención de u n a fo rm a g ra n d e p a r a la p a s ió n llevó, a c a u sa de u n m a ­ len te n d id o , a que se retro ced iera al m ovim iento único con cualquier contenido, y desapareció p o r com pleto la tensión en tre las distintas partes. D e ahí que la sinfonía después de B eethoven sea u n constructo ta n e x tra o rd in a ria m e n te con­ fuso, sobre todo cu an d o en los detalles b alb u cea todavía el lenguaje del pathos beethoveniano. Los m edios no se corres­ p o n d e n con el propósito, y el propósito en su conjunto no

logra dibujarse con claridad an te el oyente, p uesto que ta m ­ poco estuvo n u n c a claro en la m en te del com positor. Sin em bargo, la exigencia p recisam ente de que se tenga que d ecir algo com pletam ente d eterm in ad o y de que ello se diga con la m áx im a claridad se to rn a tan to m ás im poster­ gable cu anto m ás elevado, m ás difícil y m ás estricto sea un g én e ro 64. P o r eso W a g n e r dedicó cada u n o de sus esfuerzos a en­ c o n tra r todos los m edios que p u e d e n ponerse al servicio de la claridad; p a ra ello lo p rim e ro que necesitaba e ra desligarse de todas las lim itaciones y pretensiones de la m úsica m ás an tig u a dedicada a los estados de ánim o y p o n erle en los labios a su p ro p ia m úsica, al proceso que expresa el senti­ m ien to y la pasión m ed ian te sonidos, u n discurso total­ m en te inequívoco. Si m iram os lo que h a conseguido nos re ­ sultará com o si h u b ie ra h echo en el ám bito de la m úsica lo que hizo en el de la plástica el inven to r del g rupo liberado clel trasfondo. E n com p aració n con la w agn erian a, toda m úsica an te rio r p a re c e rígida o atem o rizad a, com o si no fuera legítim o observarla p o r todas partes y tuviese ver­ güenza. W a g n er cap ta cada g rad o y cada color del senti­ m ien to con la m ay o r firm eza y determ inación; to m a en sus m an o s la m ás delicada, la m ás re m o ta y la m ás salvaje de las em ociones sin m iedo a p e rd e rla , y la sostiene com o algo que y a se h a h echo duro y firm e, a u n q u e todo el m u n d o d e b a v er en ella u n a m arip o sa inaprehensible. Su m úsica n u n c a es indefinida, ni p re te n d e reflejar u n estado de ánim o; todo lo que a través de ella habla, sea u n ser h u ­ m a n o o la natu raleza, tiene u n a pasión estrictam ente indi­ vidualizada; la tem p estad y el fuego asum en en él la a p re ­

64 Sobre la búsqueda de máxima y profunda claridad en la expre­ sión de sus objetivos y en la construcción y representación de la forma de sus obras R. Wagner hizo varios comentarios, véase, por ejemplo, el que ofrece en el importante ensayo autobiográfico que tanto marcó a Nietzsche y que tantas veces hemos citado, Eine Mittheilung an meine Freunde [Una comunicación a mis amigos] (1851), ed. cit., tomo 6, pág. 277.

m ian te violencia de u n a v o lu n tad personal. P o r encim a de todos los individuos que se m anifiestan en sonidos y del co m bate de sus pasiones, p o r encim a de todo el torbellino de contrastes, flota con su p rem a reflexión u n en tendim iento sinfónico p red o m in an te que de la g u e rra h ace que constan­ tem en te n azca la concordia: la m úsica de W a g n er, to m a d a en su conjunto, es u n a rep ro d u cció n del m u n d o tal com o lo entendió el g ran filósofo de Efeso, com o u n a a rm o n ía que la discordia g en era desde su p ro p io seno, com o la u n id ad de ju sticia y enem istad 65. A d m iro la posibilidad de calcular, a p a rtir de u n a m ultiplicidad de pasiones que co rren en di­ ferentes direcciones, la gran línea de u n a p asión conjunta: que algo así es posible yo lo veo d em ostrado en cada uno de los actos de un d ra m a w agneriano, que n a rr a en p a ra ­ lelo la historia p a rticu la r de diferentes individuos y la histo­ ria con ju n ta de todos ellos. Y a al inicio sentim os que ante nosotros tenem os corrientes individuelles antagónicas, pero tam b ién u n a corriente m ás p o d ero sa que todas ellas que persigue con violencia u n a ú n ica dirección: esta corriente al principio se precip ita tum u ltu o sa sobre cortantes rocas ocul­ tas, el to rre n te p a re c e a veces dividirse en b razos y q u e re r co n tin u a r en diferentes direcciones. Poco a poco advertim os que el in te rn o m ovim iento conjunto se h a h e ch o m ás vio­ lento y arrollador; la convulsiva in q u ietu d se h a transfor­ m a d o en la q u ietud de un am plio m ovim iento pavoroso h a ­ cia u n a m eta todavía desconocida; y, al final, la corriente se p rec ip ita de p ro n to h acia lo h o n d o en to d a su am p litu d con u n dem ónico p lacer p o r el abism o y el em b ate de las olas.

65 Véanse los Fragmentos 8, 10 y 80 de Heráclito de Éfeso, en la edi­ ción de Diels-Kranz. En la edición de C. Eggers Lan y V. E. Julia tie­ nen la numeración siguiente: 719 («Todo sucede según discordia»), 720 («Acoplamientos: cosas íntegras y no íntegras, convergente divergente, consonante disonante; de todas las cosas Uno y Uno de todas las co­ sas») y 781 («Es necesario saber que la Guerra es común, y la justicia discordia, y que todo sucede según discordia y necesidad»), Los filósofos presocrátícos I, Madrid, Gredos, 1978, págs. 381 y 389.

W a g n er n u n c a es m ás W a g n er que cu ando las dificultades se m ultiplican p o r diez y p u ede a c tu a r a v e rd a d e ra g ran es­ cala con el p lacer del legislador. S ujetar im petuosas m asas antagónicas a ritm os simples, llevar a cabo a través de u n a desconcertante variedad de pretensiones y apetencias una única vo lu n tad — he aquí las tareas p a ra las que se siente nacido y en las que se siente libre. N u n c a pierde el aliento al re a ­ lizarlas, n u n c a llega a su m eta resp iran d o con dificultad. Se h a esforzado p o r im ponerse las leyes m ás graves de u n a m a n e ra ta n constante com o otros p ro c u ra n aligerar su carga; la vida y el arte lo op rim en si no p u e d e ju g a r con sus problem as m ás difíciles. A u n q u e sea p o r u n a vez, con­ sidérese la relación entre la m elodía c a n ta d a y la m elodía del discurso no can tad o — cóm o W a g n er tra ta la altura, la in tensidad y el ritm o del ser h u m a n o que h a b la apasiona­ d am en te com o m odelo n a tu ra l que h a de tra n sfo rm ar en arte: — considérese entonces, p o r otro lado, la inserción de u n a pasión, p e ro de estas características y que cante, en el contexto sinfónico com pleto de la m úsica, p a ra , de ese m odo, llegar a conocer d irectam ente u n prodigio de difi­ cultades superadas; en todo esto su inventiva en lo grande y en lo p eq u eñ o , la om nipresencia de su espíritu y de su la­ borioso cuidado, son de tal índole que an te u n a p a rtitu ra w ag n e ria n a p o d ría creerse que antes de él no h u b iera h a ­ bido en absoluto ni v erd ad ero tra b a jo ni auténticos esfuer­ zos. Parece que incluso en lo que respecta a la dificultad del arte h u b iera pod id o decir que la virtud p ro p ia del d ra ­ m atu rg o consistía en la exteriorización de su sí m ism o, p ero él p ro b ab le m e n te contestaría: sólo hay u n a ú n ica dificultad, la de quien todavía no se h a em ancipado; la virtud y el bien son cosa fácil. C onsiderado en conjunto com o artista, W a g n e r tiene en sí entonces, p a ra re c o rd a r u n tipo m ás conocido, algo de D em óstenes: la terrible seriedad con los diferentes asuntos y la poten cia de su alcance, de m a n e ra que c ad a vez consi­ gue atraparlos; lan z a su m an o h acia ellos y, al instante, los tiene firm em ente atrapados, com o si esa m a n o fuese de

bronce. Igual que aquél, oculta su arte o h ace que lo olvi­ den m ien tras obliga a p e n sar en el asunto en cuestión; y sin e m b arg o él es, com o D em óstenes, la m anifestación últim a y su p re m a de to d a u n a serie de poderosos espíritus artísticos y, p o r consiguiente, tiene m ás que o cultar que los prim eros de la serie; su arte a c tú a com o natu raleza, com o n atu raleza q ue h a sido p ro d u c id a y ree n c o n tra d a . N o lleva en sí n a d a de epideíctico, cosa que tienen todos los m úsicos anteriores, los cuales, ocasionalm ente, al ejercer su a rte tam b ién p ra c ­ tican u n ju eg o y en él exhiben su m aestría. D esde dentro de la o b ra de arte w agn erian a n o se piensa ni en lo intere­ sante, ni en lo delicioso, ni en W a g n er m ism o, ni, en gene­ ral, en el arte: se siente ú nicam en te que aquello es necesario. N adie le p o d rá ja m á s calcular y c o m p ro b a r tan to la severi­ d ad y la regularidad de la voluntad, la autosuperación del artista en la época de su evolución, que le fueron vitalm ente necesarias p a ra finalm ente, en la m ad u rez, h a c e r con gozosa lib ertad en cada m o m en to de su creación aquello que es ne­ cesario: es suficiente que sintam os en algunos casos aislados cóm o su m úsica se subordina con u n a cierta crueldad de de­ cisión a la m archa del dram a que es inexorable como el destino, m ientras el alm a ardiente de este arte suspira p o r d e a m b u ­ lar u n día sin trabas en territorio libre y salvaje.

1066 U n artista que tiene esta poten cia sobre sí m ism o do­ m ina, incluso sin quererlo, a todos los dem ás artistas. Sólo a él, p o r o tra parte, los dom inados, sus am igos y adeptos, no se le convierten en u n peligro, en u n freno: m ientras que los caracteres inferiores, al in te n ta r apoyarse en sus amigos, sue-

66 He aquí la larga lista de fragmentos postumos en relación con este capítulo: tomo 8, 11 [32]; 11 [37]; 11 [4]; 11 [9]; 11 [19]; 11 [24]; 11 [35]; 11 [37]; 14 [3]; 14 [4]; y 14 [7],

len a causa de ellos p e rd e r su libertad. Es extrao rd in aria­ m en te m aravilloso ver cóm o W a g n er h a eludido a lo largo de su vida toda form ación cie partidos, cóm o en cada fase de su arte, sin em bargo, se agenció u n círculo de adeptos, p a ra que lo m antu v iera firme, ap arentem ente, en la respectiva fase. El siem pre p a sab a p o r entre ellos, atravesando ese círculo, y no se d ejaba atar; su cam ino h a sido, p o r lo de­ m ás, dem asiado largo com o p a ra que algún individuo h u ­ b iera podido acom p añ arlo con toda facilidad desde el p rin ­ cipio: y ta n insólito y de desnivel tan p ro n u n cia d o que en algún m o m en to incluso el m ás leal ten d ría que desfallecer. Casi en todas las etapas de la vida de W a g n er sus amigos gustosam ente h u b ie ra n querido som eterlo a dogm as; e igual­ m ente, au n q u e p o r otras razones, sus enemigos. Si la p u reza de su carácter artístico h u b iera sido siquiera u n solo grado m enos decisiva, entonces h u b iera podido convertirse m ucho antes en el definitivo señor de las circunstancias actuales del arte y de la m úsica: en lo cual tam b ién ah o ra, finalm ente, se h a convertido, p e ro en el sentido m u ch o m ás elevado de que todo lo que acontece en cualquiera de los ám bitos del arte se ve involuntariam ente situado ante el tribunal de su arte y de su carácter artístico. Y a h a conseguido subyugar a los m ás recalcitrantes: y a no hay ningún m úsico con talento que n o lo escuche interiorm ente y que no lo considere m ás digno de ser escuchado que a sí m ism o y a to d a la m úsica restante. V arios que a to d a costa quieren significar algo com baten precisam ente con tra este im pulso in terio r que los desborda, se confinan con angustiosa diligencia en la órbita de m aestros m ás antiguos y prefieren apoyar su «autono­ m ía» en S ch u b ert o H ä n d e l antes que en W agner. ¡En vano! Al lu ch ar contra la m ejor conciencia que poseen, se rebajan y em pequeñ ecen a sí m ism os com o artistas; a rru in a n su ca­ rác te r al ten e r que tolerar m alos aliados y amigos: y a pesar de todos estos sacrificios les ocurre, quizá en algún sueño, que, ciertam ente, su oído atiende a W agner. Estos adversa­ rios son dignos de com pasión: creen p e rd e r m u ch o si se p ierd en a sí m ism os y se equivocan al creerlo.

»H Pues es obvio que a W a g n e r n o le im p o rta m u ch o que los m úsicos co m p o n g an desele a h o ra al m odo w agneriano, ni tam poco le p re o c u p a en absoluto que co m p o n g an o de­ je n de com poner; m ás a ú n , h ace lo posible p o r destruir esa funesta creencia de que a h o ra se le haya de a d h e rir u n a n u eva escuela de com positores. E n la m ed id a en que tiene u n a influencia in m e d ia ta sobre los músicos, tra ta de ins­ truirlos en el arte de u n a ejecución grande; a él le p arece que en la evolución del arte h a llegado el m om ento en el que la b u e n a v o lu n tad de convertirse en u n com peten te m aes­ tro de la represen tació n y de la disciplina es m u ch o m ás va­ liosa que el antojo de «crear» u n o m ism o al precio que sea. Pues en el nivel que actu alm en te se h a alcanzado en al arte esta creación tiene la fatal consecuencia de trivializar lo v e rd a d e ram e n te g ran d e en sus efectos, cosa que ocurre al m ultiplicarlo en la m áx im a m e d id a de lo posible y al des­ gastar p o r su uso cotidiano los m edios y recursos artísticos del genio. Incluso lo b u e n o en el arte es superficial y nocivo si h a surgido de la im itación de lo m ejor. Los fines y los m edios w agnerianos están en estricta correspondencia: p a ra sentir esa correlación n o se req u iere o tra cosa sino ten e r in ­ teg rid ad artística, pues entresacarle los m edios y utilizarlos p a ra objetivos que son co m p letam ente diferentes e inferio­ res dem u estra que no se posee integridad. P o r tanto, cu an d o W a g n er n o adm ite que p e rd u ra ría en un grupúsculo de m úsicos que p racticasen la com posición al m o d o w ag n erian o , p la n te a de m a n e ra ta n to m ás en ér­ gica a todos los talentos la n u ev a tare a de e n c o n tra r j u n ta ­ m en te con él las leyes del estilo p a ra la ejecución d ra m á ­ tica. L a m ás p ro fu n d a de las exigencias lo im pulsa a fu n d ar p a ra su arte la tradición de un estilo m ed ian te la cual su obra p u e d a p e rd u ra r sin que su figura p ierd a p u re z a de u n a época a otra, hasta que alcance ese fiituro p a ra el que la pred estin ó su creador. W a g n e r posee u n insaciable im pulso de co m u n icar todo lo que tiene relaciones con esa fundación del estilo y, p o r ello m ism o, con la p e rd u ra c ió n de su arte. Su obra, en

cuanto es — p a ra decirlo con palabras de S chopenhauer— un sagrado depositum y el verdadero fruto cie su existencia, se h a de convertir en p a trim o n io de la h u m a n id a d , legándola a u n a p o sterid ad que ju z g u e m ejor, he aquí lo que p a ra él h a sido el objetivo que prevalece sobre todos los demás objetivos y p o r el cual lleva la co ro n a de espinas que algún día debe re ­ v erd ecer tra n sfo rm ad a en u n a c o ro n a de laurel: a la salva­ g u a rd ia de su o b ra se concentró su afán con la m ism a de­ term inación con la que un insecto, en su figura definitiva, se dedica a salvaguardar sus huevos y provisiones p a ra las crías cuya existencia ja m á s verá: deposita los huevos allí donde está seguro que en co n trarán vida y alim ento, y m uere consolado67. Este objetivo final que prevalece sobre todos los dem ás lo im pulsa a invenciones siem pre nuevas; él las extrae del m an a n tia l de su dem ónica com unicabilidad con u n a a b u n ­ dancia ta n to m ayor, cu anto m ás claram ente se siente com ­ b atien d o c o n tra la época m ás desafecta, la cual h a a c a rre a ­ do la p e o r v o lu n ta d de escuchar. P ero poco a poco incluso esta época com ienza a ceder a sus incansables tentativas y a sus dúctiles acom etidas, y a p resta r oídos. D o n d e en la distancia se in sin u ara u n a o p o rtu n id ad , fuese p e q u e ñ a o significativa, de explicar sus ideas con u n ejem plo, W a g n er estaba dispuesto a aprovecharla: h acía que esas ideas suyas se a d a p ta ra n a las respectivas circunstancias y conseguía que h a b la ra n h a sta en la representación m ás indigente. En el sitio en el que se le ab rie ra u n alm a m ed ia n a m e n te re ­ ceptiva, en ella se m b ra b a su semilla. D e sp e rta b a esperanzas allí don d e u n frío observador se encoge de hom bros; so­ p o rta equivocarse cien veces con tal de ten e r raz ó n una ú n ica vez frente a ese observador. Así com o el sabio no se relacio n a con seres h u m an o s vivos sino en la m ed id a en

67 Véase A. Schopenhauer, Parerga und Paralipomena, II, 1, cap. 3, § 60, ultimo párrafo de ese apartado. Zürcher Ausgabe, vol. IX, Zürich, Diogenes, 1977, pág. 98.

que en el fondo sabe que gracias a ellos se acrecienta el te­ soro de sus propios conocim ientos, así tam bién p arece casi com o si el artista n o p u d iera te n e r ningún tra to con los se­ res h u m an o s de su época que no p ro m u e v a la p e rd u ra c ió n de su arte: a él no se lo a m a de o tra fo rm a m ás que a m a n d o esa p e rd u ra c ió n , del m ism o m o d o que tan sólo percibe un único tipo de odio dirigido c o n tra él, a saber, el odio que le quiere destruir los puentes que llevan h acia ese futuro de su arte. Los discípulos que W a g n er se ib a for­ m a n d o , los únicos m úsicos y actores a los que les dirigía u n a p a la b ra y les h acía u n gesto, las grandes y pequ eñ as o rquestas a n te cuyo atril se situ ab a, las ciu dades que lo veían dedicado m u y seriam ente a su actividad, los príncipes y m ujeres que tan to con tem o r com o con a m o r p a rticip a ­ b a n en sus planes, los distintos países europeos de los que p o r u n tiem po fo rm a b a p a rte com o el ju e z y la m ala co n ­ ciencia de sus artes: todo se convertía poco a poco en eco de sus ideas, de su insaciable afán de u n a fu tu ra fecundi­ dad; a u n q u e a m en u d o ese eco regresara a sus oídos incluso desfigurado y confuso, al p red o m in io del p o d eroso sonido que p o r cien vías distintas él p ro ducía en el m u n d o tiene que corresponderle tam b ién , finalm ente, u n a p re d o m in a n te re ­ sonancia; y p ro n to ya no será posible d ejar de escucharlo, ni co m p renderlo de fo rm a falsa. Y a a h o ra es esta reso n an ­ cia la que hace estrem ecer los centros del arte de los seres h u m an o s m odernos; cada vez que el aliento de su espíritu soplaba sobre esos jard in es, se m ovía todo lo que en ellos h u b ie ra de enclenque y de reseco; y u n a d u d a que p o r to ­ das partes se p rese n ta h ab la de m a n e ra a ú n m ás elocuente que ese estrem ecim iento: nadie sabe ya decir dó n d e seguirá irru m p ie n d o de im proviso el efecto de W ag n er. P a ra él es ab solutam en te im posible considerar la salud del arte al m arg e n de cualquier o tra salud o calam idad: don d e quiera que el espíritu m o d ern o en tra ñ e peligros, allí tam b ién de­ tecta con el ojo de la desconfianza m ás acechante el peligro que a m e n a z a al arte. E n su rep resentación de tal espíritu d esm o n ta el edificio de n u estra civilización y no deja que se

le escape n a d a caduco, n a d a deficientem ente ensam blado: c u an d o en esa inspección tropieza con sólidos m uros y con fundam entos m ás persistentes en absoluto, en seguida piensa entonces en el m edio que le p e rm ita g a n a r p a ra su arte de­ fensas y techos protectores. Vive com o un fugitivo que tra ­ ta ra de p o n e r a salvo no su p ersona, sino u n secreto; com o u n a m u jer desgraciada que no quiere salvar su p ro p ia vida, sino la del niño que lleva en el seno: vive com o Sieglinde, « por el am o r» 68. P o rq u e es, ciertam ente, u n a vida llena de m últiples p e ­ nas y vergüenzas el estar en u n m u n d o sin firm eza y sin h o g a r y, sin em bargo, hablarle, ten e r que plan tearle exi­ gencias, despreciarlo y, n o obstante, no p o d e r p rescindir de lo que h a sido despreciado — he aquí la ap re m ia n te n ece­ sidad del artista del futuro; el cual, a diferencia del filósofo, n o p u ed e p erseguir p a ra sí el conocim iento en un oscuro rincón: pues necesita alm as h u m an a s com o m ed iad o ras h a ­ cia el futuro, e instituciones públicas com o salvaguardia de ese futuro, com o puen tes entre el a h o ra y el entonces. Su arte no p u ede em b arcarse en la nave de la an o tación es­ crita, tal y com o el filósofo tiene la cap acidad de hacer: el arte quiere com o transm isores a personas capaces, no quiere letras ni notas. Sobre trechos enteros de la vida de W ag n er resuena el sonido de la angustia de no estar ya cerca de esas personas capaces y verse reducido forzosam ente a la indica­ ción p o r escrito en lugar del ejem plo que ten d ría que darles y, en vez de ejecutar su acción en directo, m o strar u n des­ tello ex trem adam ente pálido de esa acción a individuos que se dedican a leer libros, lo cual quiere decir, a fin de cuen­ tas, lo siguiente: que tales individuos no son artistas. W a g n er en c u an to escritor m u estra la com pulsión de u n a p e rso n a valiente a la que le h a n destrozado la m an o dere­ ch a y que co m bate con la izquierda: cu ando escribe, siem ­

68 Véase R. Wagner, Die Walküre [La Walkyria], Acto tercero, pala­ bras de Brünnhilde a Sieglinde, edición citada, tomo 3, pág. 133.

p re es u n a p erso n a que sufre, p o rq u e le h a sido a rre b a ta d a p o r u n a necesidad tem p o ralm en te insuperable la co m unica­ ción que resulta a d e cu a d a a su m a n e ra de ser, esto es, m e ­ d iante la figura de u n ejem plo ilu m in a d o r y victorioso. Sus escritos no tienen ab solu tam ente n a d a de canónico, n a d a de estricto: p o rq u e el canon no está en ellos sino en las obras. Son tentativas de c a p ta r el instinto que lo im pulsó h a c ia éstas y, p o r así decirlo, de m irarse a sí m ism o a los ojos; u n a vez que ya h a logrado tra n sfo rm ar su instinto en conocim iento, él espera que se p ro d u zc a en las alm as de sus lectores el proceso inverso: con este propósito escribe. Si quizá sucediera que en to d a esa peripecia se h u b iera in te n ­ tad o algo en cierto m odo im posible, W ag n er, ciertam ente, tan sólo com p artiría el m ism o destino de todos aquellos que reflexionaron sobre el arte; y aven tajaría a la m ay o ría cie ellos en que en él h a b ía establecido su sede u n instinto in ­ tegral del arte de m áx im a potencia. N o conozco escritos de estética que a p o rte n ta n ta luz com o los de W ag n er; de ellos se a p re n d e vitalm ente to do aquello de lo que en absoluto cabe ten e r experiencia sobre el nacim iento de la o b ra de arte. Q u ie n en sus escritos se p rese n ta com o testigo es uno de los h u m an o s de total g randeza, el cual, desde el fondo in d eterm in ad o del que partía, perfecciona, em ancipa, aclara y realza cada vez m ás su testim onio a través ele u n a larga serie de años; incluso en las ocasiones en que, en cu anto cognoscente, da u n tropezón, saca chispas del golpe y en ­ ciende el fuego. C iertos escritos, com o Beethoven, Sobre la di­ rección de orquesta, Sobre actores y cantantes y Estado y religión, h a c e n que en m u d ezcan todas las ganas de co n trad ecir e im p o n e n u n a silenciosa contem plación, ín tim a y fervorosa, com o sucede c u an d o se a b re n preciados relicarios. O tros, sobre todo los de época m ás te m p ra n a , incluyendo Opera y drama, incitan y p e rtu rb a n : en ellos hay u n a irregularidad en el ritm o p o r la cual, com o pro sa, desconciertan. E n sus páginas la dialéctica se en c u en tra ro ta de m últiples form as, los saltos que da el sentim iento fren an la m a rc h a m ás que la aceleran; u n a especie de disgusto del escritor se proyecta

sobre esos escritos com o u n a som bra, exactam ente com o si el artista se avergonzase de h a c e r dem ostraciones m ediante conceptos. Lo que tail vez m ás dificultades p rovoca al no com p letam ente fam iliarizado es u n a expresión de dignidad a u to ritaria, p ro p ia totalm ente de W a g n e r y difícil de des­ cribir: a m i m e parece com o si en m uchas ocasiones estuviese hablando ante enemigos — pues todos esos escritos están re­ dactados en estilo oral, no en estilo escrito, y se los e n c o n ­ tr a r á m u c h o m ás inteligibles si se e scu c h a n b ien leídos — ante enem igos con quienes n o desea ten er nin g ú n trato de confianza, p o r lo cual se m u estra reservado y distante. Pero irru m p e no pocas veces p o r entre este ropaje delibe­ rad o la a rre b a ta d o ra pasión de su sentim iento; desaparece entonces el p e río d o artificioso, pesado e h in ch a d o a b u n ­ dan te m e n te con p alab ras secundarias, y se le escapan frases y páginas enteras que p e rte n e c e n a lo m ás h erm o so que tiene la p ro sa alem ana. N o obstante, incluso a c ep tan d o que en tales partes de sus escritos h a b la ra a am igos y no estu­ viera y a presente ju n to a su silla el fantasm a de su adver­ sario: todos los am igos y enem igos con los que W a g n er en­ tra en relación en cuanto escritor tienen algo en com ún que los sep ara radicalm ente de ese p ueblo p a ra el que crea en cu an to artista. E n el refinam iento y la esterilidad de su for­ m ació n son p o r com pleto impopulares, y quien q u iera que lo com prendan h a de hablarles de u n a m an era im popular: com o h a n hecho nuestros m ejores prosistas, y com o h ace tam bién W agner. Se p u ed e adivinar la coerción que sufre. Pero la violencia de ese im pulso previsor y, en cierto m odo, m a te r­ nal, p o r el que h ace cualquier sacrificio, lo vuelve a p o n e r a él m ism o en la atm ósfera de los doctos e instruidos, un g ru p o del que siem pre, en cuanto creador, se h a m an ten id o a distancia. Se som ete entonces al lenguaje de la form ación superior y a todas las leyes de sus m odos de com unicación, au n q u e h a y a sido el p rim e ro en h a b e r sentido la p ro fu n d a insuficiencia de esta peculiar com unicación. Pues si algo h ay que a su arte lo diferencia de todo el arte de estos últim os tiem pos, ese algo es lo siguiente: ya no

h a b la el lenguaje de la form ación de u n a casta y, en gene­ ral, no conoce ya la oposición entre los que h a n recibido u n a form ación y los no form ados. C o n lo cual su arte se si­ tú a en oposición a to d a la cultura del R en acim ien to , la cual ha sta a h o ra nos h a b ía m a rc a d o a nosotros, los seres h u m a ­ nos m odernos, con su luz y su som bra. E n la m ed id a en que p o r unos m om entos el arte de W a g n e r nos tra n sp o rta m ás allá cie él, cabe en absoluto que com encem os en tales instantes a a p reciar su carácter, de igual n a tu ra le z a que el de su creador: entonces G oethe y L eopardi nos aparecen com o los últim os grandes epígonos de los filólogos-poetas italianos, el Fausto com o la representación del enigm a m ás im p o p u la r que se h a n p lan te a d o los tiem pos m od ernos en la figura de la p erso n a teórica sedienta de vida; incluso la canción g o eth ian a sigue el m odelo establecido previam ente p o r la canción p o p u lar, no la h a precedido, y el p o e ta sa­ bía p o r qué le recalcab a con ta n ta seriedad a u n adepto suyo esta idea: «mis cosas no p u e d e n hacerse populares; está en el e rro r quien así lo piense y se esfuerce p o r lo­ grarlo »69. Q u e p u d iera h a b e r en absoluto un arte tan brillante, tan claro y tan cálido que sirviera ta n to p a ra ilu m in a r con sus rayos a los hum ildes y pobres de espíritu com o p a ra d erre­ tir la soberbia de los sapientes: de eso h a b ía que te n e r ex­ p eriencia y no cabía adivinarlo. P ero en el espíritu de cada u n a de las personas que a h o ra la tienen, tal experiencia h a de subvertir todos los conceptos sobre educación y cultura;

69 Véase Goethe, Conversaciones con Eckermann, diálogo del día 11 de octubre de 1828. La respuesta del poeta, en la versión de R. Cansinos Assens dice así: «Mire, hijo mío, quiero confiarle algo que podrá serle muy útil en muchas circunstancias de la vida y reportarle grandes bene­ ficios. “Mis obras no pueden ser populares” . Quien otra cosa crea, y se afane por difundirlas, se equivoca de medio a medio. No son obras es­ critas para la masa, sino para unos cuantos hombres que propugnan algo parecido a lo que yo deseo y siguen una dirección semejante a la que yo sigo.» En Goethe, Obras completas, tomo II, edición citada, pág. 1176.

a esa p erso n a le p a re c e rá que se h u b iera levantado el telón an te u n futuro en el cual ya no h a b rá ni dicha ni bien su­ p re m o s que n o sean co m u n es a los corazo n es de todos. L a ignom inia que h asta a h o ra se hallaba a d h e rid a al adje­ tivo «com ún», a p a rtir de entonces se le quitará. Si el presentim iento se a v e n tu ra h acia sem ejante lejanía, el discernim iento consciente c a p ta rá con nitidez la siniestra inseguridad social de nuestro presente y no se ocultará el peligro que a m e n a z a a u n arte que parece no ten e r raíces com o no sea en esa lejanía y en ese futuro, y que nos p re ­ senta, antes que el fu n d am e n to del que b ro ta, sus ram as en flor. ¿C óm o m an te n d re m o s a salvo a este a rte a p á trid a hasta que llegue ese futuro, cóm o encauzarem os la m are a de la revolución que p o r todas partes parece inevitable de m a n e ra que, con lo m u ch o que está c o n d en ad o a hundirse en su ocaso y que lo m erece, no desaparezca tam b ién la venturosa anticipación y g a ran tía de u n futuro m ejor, de u n a h u m a n id a d m ás libre? Q u ie n así se p reg u n te y se p reo c u p e h a b rá p articip ad o de la p reo cu p ació n de W agner; se sentirá im pulsado ju n to con él a buscar esos poderes existentes que tienen la b u ena voluntad de ser los espíritus protectores de los bienes m ás no­ bles de la h u m an id a d en los tiem pos de los terrem otos y las subversiones. Es sólo en este sentido en el que W ag n er m e­ diante sus escritos interroga a las personas con form ación si quieren custodiar su legado, el valioso anillo de su arte, allí donde guard an sus tesoros; y hasta la grandiosa confianza que h a otorgado al espíritu alem án incluso en sus objetivos políticos m e parece que tiene su origen en que atribuye al pueblo de la R efo rm a esa fuerza, suavidad y valentía que se requieren p a ra «contener el m a r de la revolución en el cauce de la corriente que fluye tranquila de la h u m an id a d » 70: y casi

70 Cita extraída de R. Wagner, Einleitung [Introducción] a los tomos 3 y 4 de la edición de Escritos y poemas completos de 1871, edición citada, tomo 6, pág. 193.

m e gustaría p en sar que eso fue, y no otra cosa, lo que quiso expresar m ediante el simbolismo de su Marcha del Emperador71. E n un plan o general, sin em bargo, el solícito afán del artista c read o r es dem asiado gran d e, el horizonte de su a m o r a los h u m an o s es dem asiado am plio com o p a ra que su m ira d a tuviera que q u e d a r d e ten id a en las fronteras de la esencia nacional. Sus ideas, com o las de to d o alem án b u e n o y grande, son supraalemanas y el lenguaje de su arte n o h a b la a los pueblos, sino a los seres hum anos. P ero a los seres humanos del fiituro. Ésa es la fe que le es pro p ia, su to rm en to y su galardón. N in g ú n artista del pasad o , de cu alquiera de ellos, h a reci­ b id o de su genio u n a dote ta n singular, nadie sino él h a te­ n id o que b e b e r esa gota de la m ás a c erb a a m a rg u ra m ez­ clada con todo el n é c ta r que le b rin d a ra el entusiasm o. N o es, com o p u d iera creerse, el artista inco m p ren d id o , m altra ­ tad o, en cierto m o d o fugitivo de su época, que p a ra su le­ gítim a defensa se h u b iera g a n a d o esa creencia: el éxito y el fracaso entre los coetáneos no se la h a n pod id o elim inar ni fu n d am e n ta r. Él no p erten ece a esta generación, p o r m u ­ cho que ésta lo alabe o lo condene: — he aquí el juicio de su instinto; y que algún día h a b rá alguna generación que le p e rten ezca, de esto tam p o co se convencerá a quien no lo q u iera creer. N o obstante, incluso este incrédulo bien p u ed e p lan tearse la p re g u n ta de qué especie de generación ten d rá qu e ser aquella en la que W a g n e r reconociera a su «pue­ blo», entendiéndolo com o síntesis de todos lo que sienten u n a ap re m ia n te necesidad co m ú n y quieren redim irse de ella gracias a u n a rte com ún. P o r cierto, Schiller tenía m ás fe y albergaba m ás esperanzas: no p re g u n ta b a cóm o se p re ­ sentaría u n futuro siem pre que le diera la raz ó n al instinto del artista que p rev iam en te lo h a b ía vaticinado, m ás bien exigía de los artistas lo siguiente:

71 Composición de 1871, dedicada a Guillermo I, que tiene el núm. 104 en la lista de las obras musicales de Wagner (VVVW)).

¡Elevaos con alas audaces a lo alto por encima de vuestro tiempo! ¡Ya trasluce en vuestro espejo la centuria que se va acercando desde lejos!72

II73 Q u e el b u e n entendim iento nos guarde de la creencia de que algún día la h u m a n id a d e n c o n tra rá de u n a vez ór­ denes ideales definitivos y que entonces la felicidad ten d rá que brillar sobre los h u m an o s así ordenados con rayos siem ­ p re idénticos, igual que el sol de los países tropicales: W agner no tiene n a d a que v er con sem ejante creencia, no defiende n in g u n a utopía. Si no p u e d e p re sc in d ir de la fe en el fu­ tu ro , eso ta n sólo quiere decir exactam ente que en los ac­ tuales seres h u m an o s percibe p ropiedades que no form an p a rte del in m u tab le carácter ni de la estructura ósea de la esencia h u m a n a , sino que son alterables, e incluso p erece­ deras, y que p recisam ente a causa de estas propiedades el arte tiene que ser entre ellos u n a p á trid a y el m ism o W ag n er, el m ensajero an ticipado de u n a época diferente. N in g u n a e d ad de oro, nin g ú n cielo in m acu lad o está destinado a esas generaciones venideras a las que su instinto lo rem ite, y cu­ yos rasgos aproxim ados se p u e d e n adivinar a p a rtir de la escritura secreta de su arte en la m ed id a en que de la ín ­ dole de la satisfacción es posible deducir la índole de la aprem iante necesidad. T am p o co la bon d ad y la justicia ultrah u m a n a s estarán extendidas com o u n arco iris inconm ovi­ ble sobre los cam pos de este futuro. Q u izá esa generación en su conjunto ap a re z c a incluso m ás perversa que la actual — pues será, ta n to en el m al com o en el bien, más abierta;

72 Versos del poema de F. Schiller «Die Künstler» [Los artistas], 73 Los fragmentos postumos relacionados con lo expuesto en este capítulo son: tomo 8, 14 [11]; 11 [56]; 14 [1] y 14 [2].

m ás aún, sería posible que su alm a, si alguna vez se expre­ sara en un tono pleno y libre, estrem eciera y esp an tara a nuestras alm as de m a n e ra p a re c id a a com o lo h a ría si se h u b ie ra oído con fuerza la voz de algún m aligno espíritu de la n aturaleza, hasta entonces oculto. V éase, pues, cóm o su en an en nuestros oídos estas frases: que la pasión es m e ­ jo r qu e el estoicism o y la hipocresía; que ser sincero, in ­ cluso en lo perverso, es m ejo r que perderse a sí m ism o en la m o ra lid a d de la tradición; que el ser h u m a n o libre p u ede ser b u e n o en la m ism a m ed id a en que p u e d e ser perverso, p e ro que el ser h u m a n o que n o es libre es u n a a fren ta a la n a tu ra le z a y no p articip a de n in g ú n consuelo, ni celestial, ni tam p o co terrenal; y p o r últim o, que todo el que quiera llegar a ser libre tiene que conseguirlo p o r sí m ism o p o rq u e a n adie le llega la lib ertad com o si fuera u n regalo m ila­ groso. P o r m u ch o que esto p u e d a so n ar de fo rm a estridente y siniestra: estas frases son sonidos proced en tes de ese m u n d o futuro cjue te n d rá verdadera exigencia del arte y tam b ién p o d rá esperar de él v erdaderas satisfacciones; son el len ­ guaje de la n a tu ra le z a re sta u ra d a tam b ién en lo h u m an o , son exactam ente lo que antes denom iné la sensación co­ rre c ta en contraposición a la sensación in co rrecta a h o ra p red o m in an te. Pues bien, sólo p a ra la n a tu raleza, p e ro n o p a ra la anti­ n atu ra le z a y la sensación incorrecta, h ay v erd ad eras satis­ facciones y redenciones. A la a n tin atu raleza, u n a vez h a lle­ g ado a c o b ra r conciencia de sí m ism a, sólo le q u ed a el anhelo de la n a d a , en cam bio la n atu ra le z a ansia transfor­ m ació n m ed ian te el am or: aquélla quiere no ser, ésta quiere ser diferente. Q u ie n h a y a entendido esto, que reconsidere a h o ra en todo el silencio del alm a los m otivos sencillos del arte w agneriano, p a ra p reguntarse si con ellos es la n a tu ra ­ leza o la an tin a tu ra le z a la que persigue sus m etas, tal com o a c a b a n de señalarse. El inquieto y desesperado e n c u en tra la reden ció n de su to rm e n to m ed ia n te el a m o r com pasivo de u n a m u je r que prefiere m orir a serle infiel: el tem a de E l holandés errante. — L a

m u jer cjue am a, re n u n c ia n d o a to d a su felicidad p articular, se convierte en u n a san ta gracias a u n a transform ación ce­ lestial de amor en caritas, y entonces salva el alm a del am ad o : el tem a de Tannhäuser. — Lo m ás excelso y elevado desciende a n h e la n te a los h u m a n o s y no q uiere que se le p re g u n te p o r su lu g a r de p ro ce d e n c ia ; c u a n d o se p la n te a la p re g u n ta fatal, con dolorosa coerción re to rn a a su vida superior: el te m a de Lohengrin. — El alm a a m o ro sa de la m u je r e ig ualm ente el pueblo acogen al nuevo genio d a d o r de felicidad, a u n c u an d o los tutores del legado de la tra d i­ ción y las costum bres lo re c h a z a n y difam an: el te m a de Los maestros cantores. D os am an tes, que ig n o ra n am b o s que son am ados, creyéndose m ás bien p ro fu n d a m e n te heridos y despreciados, ansian recíp ro c a m en te que el o tro les dé a b e b e r la b e b id a letal, a p a re n te m e n te p a ra e x p iar el a g ra ­ vio, en v e rd ad , sin em b arg o , m ovidos p o r u n im pulso in ­ consciente: q u iere n que la m u erte los libere de to d a sepa­ rac ió n y de todo fingim iento. L a p re su n ta p ro x im id a d de la m u erte desata sus alm as y las lleva a u n a brev e felicidad estrem ecida, com o si efectivam ente se h u b ie ra n evadido del día, del engaño, e incluso de la vida: el m otivo de Tris­ tán e Isolda. E n E l anillo del nibelungo el h é ro e trág ico es u n dios, cuya m e n te an sia p o d e r, el cual, m ie n tra s ensay a todas las vías p a ra conseguirlo, se c o m p ro m e te con pactos, p ie rd e su lib e rta d y se ve im p lic a d o en la m ald ició n que p e sa sobre el p o d e r. V ive la ex p e rie n cia de su falta de li­ b e rta d p re c isa m e n te en que y a n o tiene n in g ú n m ed io de a p o d e ra rse del anillo de oro, el c o m p e n d io de to d o p o d e r te rre n a l y, al m ism o tiem p o , de los m áx im o s peligros p a r a él m ism o m ie n tra s esté en posesión de sus enem igos: lo in v ad e el te m o r del fin y el ocaso de todos los dioses, co m o así ta m b ié n la d esesp eració n p o r n o p o d e r sino ver v e n ir este final, sin a c tu a r p a ra im p ed irlo . N e cesita u n ser h u m a n o libre y sin m iedos, el cual, sin su consejo ni a y u d a , e incluso en lu c h a c o n tra el o rd e n divino, lleve a cabo p o r sí m ism o la acción d e n e g a d a al dios: no lo ve,

y p re c isa m e n te c u a n d o na c e to d av ía u n a n u e v a e sp era n z a él tien e q u e som eterse a la coerció n q u e lo ata: sus m a ­ no s h a n de a n iq u ila r lo m ás q u e rid o , su a p re m ia n te n e ­ cesidad h a de ca stig ar la co m p a sió n m ás p u ra . E n to n ces, fin a lm e n te, siente n á u seas p o r el p o d e r q u e a c a rre a en su seno el m al y la esclavitud, su v o lu n ta d se ro m p e , él m ism o ansia el fin que de lejos le a m e n a z a . Y sólo e n ­ tonces sucede lo m ás a n h e la d o a n te rio rm e n te : a p a re c e el ser h u m a n o libre y sin m iedos, surgido en oposición a to d o lo tra d icio n a l; sus p ro g e n ito re s e x p ían el q u e les u n ie ra u n vínculo c o n tra el o rd e n de la n a tu ra le z a y la c o stu m b re: ellos p e re c e n , p e ro Siegfried vive. A n te la vi­ sión de su m agnífico d ev en ir y florecer d e sa p a re c e n las n á u seas del a lm a de W o ta n , y va siguiendo la h isto ria del h é ro e con ojos de a m o r y te m o r p a te rn a le s: cóm o se forja la e sp ad a, m a ta al d rag ó n , consigue el anillo, elude el m ás a rte ro de los engañ os, d e sp ie rta a B rü n n h ild e , cóm o la m ald ició n que p esa sobre el anillo ta m p o c o lo resp eta, y lo persigue c a d a vez m ás c e rc a de él, có m o , leal en la deslealtad, h irie n d o p o r a m o r a lo m ás a m a d o , q u e d a e n ­ v u elto en las so m b ra s y nieblas de la culpa, p e ro , al final, lím p id o com o el sol, em erg e y se h u n d e en su ocaso, in ­ c e n d ia n d o to d o el cielo con el re s p la n d o r de su fuego y p u rific a n d o el m u n d o de la m ald ició n , — to d o esto lo c o n te m p la el dios al q u e se le h a ro to la la n z a im p e ra n te en la lu c h a con el m ás lib re y en la que h a p e rd id o su p o d e r, lleno de gozo p o r su p ro p ia d e rro ta , sintiendo to d a la aleg ría y to d o el sufrim ien to de su v e n ced o r: con el brillo de u n a d o lo ro sa felicidad p o sa sus ojos en los ú l­ tim os aco n te c im ien to s, h a llegado a ser libre en el a m o r, se h a lib e ra d o de sí m ism o. Y ah o ra , ¡vosotros, la generación de seres h u m an o s que estáis vivos en la actualidad!, haceos a vosotros m ism os esta p regunta: ¿ H a sido esto com puesto para vosotros? ¿Tenéis el valor de señalar con vuestra m a n o las estrellas de todo este firm am en to de belleza y de b o n d a d y luego decir: es nuestra vida la que W a g n er h a trasladado a las estrellas?

¿ D ó n d e están e n tre vosotros aquellos h u m a n o s que sean c a p aces de in te r p r e ta r según su p r o p ia v id a la im a ­ gen d iv in a de W o ta n y q u e , c o m o él, c u a n to m ás r e tr o ­ c e d a n , ta n to m ás se v a y a n h a c ie n d o ellos m ism os c a d a vez m ás g ran d e s? ¿ Q u ié n de vosotros q u iere r e n u n c ia r al p o d e r, sa b ie n d o y te n ie n d o la e x p e rie n c ia de q u e el p o ­ d e r es p e rv e rso ? 74 ¿ D ó n d e está n los que, co m o B riinnhild e, e n tre g a n su s a b e r p o r a m o r y, al final, n o ob s­ ta n te , e x tra e n de su v id a el s a b e r su p re m o : « d oliente a m o r, h o n d ísim a p e n a m e a b rió los ojos»?75 ¿Y los libres, los sin m ie d o , los q u e cre c e n y flo recen a p a r tir de sí m ism os en in o c e n te e g o c e n tric id a d , los Siegfriedos de e n ­ tre vosotros? Q u ie n así p re g u n ta , y p re g u n ta en vano, te n d rá que m i­ r a r a su e n to rn o buscan d o el futuro; y si su m ira d a a ú n h u ­ biera de descubrir en alguna lejanía precisam ente a ese

74 Esta tesis, que afirma la intrínseca maldad de la naturaleza del poder, también puede verse defendida expresamente por Nietzsche en su escrito de 1872 F ünf Voneden zu fü n f ungeschriebene Büchern [Cinco prólo­ gos a cinco libros no escritos], concretamente en el tercero, dedicado a Der griechische Staat [E l Estado griego]. Parece ser que esa tesis, claramente afir­ mada en el ámbito germánico por Schlosser, le llegó a Nietzsche gra­ cias a la importante mediación de Jakob Burckhardt, quien, hablando de Luis X IV y el Estado-poder, la defendió como una evidente lección de la historia («el poder de por sí es malo, cualquiera que lo ejerza»), con­ cretamente en sus Weltgeschichtliche Betrachtungen [Consideraciones sobre la his­ toria universal], que el entonces catedrático de filología clásica le escuchó a su querido y respetado amigo y colega, el gran historiador de la Uni­ versidad de Basilea, a lo largo del semestre de invierno de 1870-1871 en dicha Universidad, antes de que se editaran en 1903-1905. Véase J . Burck­ hardt, Reflexiones sobre la historia universal. Traducción de W. Roces. M é­ xico, FC E, 1965, 2.a edición pág. 145. 75 Véase R. Wagner, Götterdämmerung [E l ocaso de los dioses], final del Acto tercero, versos finales de unas estrofas que, como reza una nota del propio Wagner, no suelen escucharse en las representaciones de este drama musical, puesto que su sentido ya está expresado con suficiente claridad por la música. Edición citada, tomo 3, pág. 314.

«pueblo» que te n d rá la legitim idad de leer su p ro p ia histo­ ria en los signos del arte w agneriano, c o m p re n d e rá p o r úl­ tim o incluso lo que Wagner será para este pueblo: —- algo que n o p u e d e ser p a ra todos nosotros, a quienes quizá se nos podría aparecer com o el visionario de u n futuro, sino que será el in té rp re te y el transfigurador de u n p a sad o 76.

76 El texto original se halla en Friedrich Nietzsche, Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe, tomo 1, edición crítica de G. Colli y M. Monti­ nari, Múnich-Berlín-Nueva York, DTV-Walter de Gruyter, 1980, pági­ nas 429-510.

EL CASO WAGNER* U N PR O BLE M A PA RA M Ú SIC O S

* F. Niclzschc, El caso Wagner. Un problema para músicos, Leipzig, Edi­ torial de C. G. Naumann, 1888 (Primera edición).

P rólogo

M e concedo u n p eq u e ñ o desahogo. N o es ta n sólo p o r p u ra m ald ad , si en este escrito alabo a Bizet a expensas de W ag n er. E ntre m uchas b ro m as expongo u n asunto con el que no h ay que b ro m e a r. R o m p e r con W a g n e r fue p a ra mí u n a fatalidad; volver a estim ar luego cualquier cosa, u n a victoria. N adie estuvo quizá ta n peligrosam ente c o m p ro m e­ tido con el w agnerism o, nadie se le h a resistido con ta n ta fuerza, nadie se h a alegrado tan to de haberse librado de él. ¡T oda u n a larga historia!1 — ¿ Q u ie re n que la resum a en u n a palabra? — Si yo fuera u n m oralista, ¡quién sabe cóm o la llam aría! Q u iz á autosuperación. Pero al filósofo no le gus­ ta n los m o ralistas... ni tam poco le gustan las herm osas p a ­ la b ra s... ¿Q u é es lo p rim e ro y lo últim o que exige un filósofo de sí m ism o? S u p e rar a su época en él m ism o, volverse «in­ tem poral». ¿ C o n tra qué, pues, h a de sostener el com bate m ás duro? C o n tra aquello en lo que él es precisam ente un hijo de su tiem po. ¡M uy bien! Yo soy, al igual que W agner,

1 Véase el cuaderno VV II 7, 70 y el fragmento postumo del tomo 13, 16 [74]. Lo esencial de esa historia lo expone el propio Nietzsche en el apartado de Nietzsche contra Wagner que se titula precisamente «Cómo conseguí librarme de Wagner».

hijo de esta época, es decir, u n décadent2: con la diferencia de que yo m e di cu en ta de que lo era y m e puse en con­ tra, defendiéndom e. El filósofo que hay en m í se puso en c o n tra y se defendió. Lo que m ás a fondo m e h a o cupado h a sido de hecho el p ro b le m a de la decadence — he tenido razones p a ra ello3. L a diferenciación entre «bueno y m alvado»4 n o es sino u n a

2 Transcribimos en cursiva las palabras no alemanas que Nietzsche utiliza, francesas en su mayoría, las más reiteradas de las cuales en es­ tos dos escritos de 1888 son: décadent [decadente], decadence [decadencia], par excellence [por excelencia], délicatesse [delicadeza], etc. 3 Aparece aquí por primera vez este repetido sustantivo, que, como hemos dicho, Nietzsche utiliza normalmente en francés, aunque no siempre, el cual, en compañía del adjetivo correspondiente, circunscribe con claridad y constancia uno de los problemas sobre los que más re­ flexionó, especialmente en sus últimos años, a partir sobre todo de la lectura de los libros del escritor y psicólogo francés P. Bourget (1852-1935) Essais de Psychologie contemporaine [Ensayos de psicología contemporánea], edi­ tado en 1883, que el filósofo estudió en el invierno de 1883/1884, y Nouveawx essais de Psychologie contemporaine [Nuevos ensayos de psicología con­ temporánea], editado en 1885, que también poseía en su biblioteca parti­ cular, leído y subrayado apasionadamente. P. Bourget presentaba un amplio y famoso estudio de la figura de Baudelaire. Quizá convenga destacar que el diagnóstico de décadent lo formula Nietzsche no sólo al analizar la persona y la obra de diferentes artistas de .su tiempo, sino también respecto a sí mismo, al menos en lo que se refiere a una parte o componente de su personalidad, como también dice al inicio de Ecce homo, en los §§ 1 y 2 de «Por qué soy yo tan sabio». Véase la edición revisada de A. Sánchez Pascual de esta obra, Madrid, Alianza, 1998, págs. 25-29. Sobre este importante concepto del maduro Nietzsche y sobre sus múltiples aplicaciones y consecuencias recomendamos la lec­ tura de la nota 13 de la edición de A. Sánchez Pascual de E l Anticristo, Madrid, Alianza, edición revisada de 1997, páginas 129-131 y de las notas 25 y 30 de los §§ 6 y 7, respectivamente, de la edición de este mismo escrito, preparada por G. Cano, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, págs. 117 y 120. 4 Para la distinción entre «bueno y malvado» y «bueno y malo» nos remitimos, por ejemplo, al título mismo del «Tratado primero» de

v a ried ad de ese p ro b lem a. Si se h a conseguido p ercib ir los signos de la decadencia, se c o m p re n d e rá tam b ién la m oral — se c o m p re n d e rá lo que se oculta bajo sus m ás sagradas denom inaciones y fórm ulas de evaluación: la vida empobre­ cida, la v o lu n ta d d e te n e r u n final, el g r a n c a n sa n c io . L a m oral niega la v id a ... P a ra u n a ta re a sem ejante m e fue necesaria la autodisciplina: — T o m a r p a rtid o contra todo lo que h a b ía de enferm o en m í, incluido W a g n er, incluido S ch o p e n h a u er, incluido to d o el « hum anitarism o» m oderno. — U n p ro fu n d o e x trañ am ien to , enfriam iento y desencanto c o n tra todo lo c o n tem p o rán eo , c o n tra lo que se a d a p ta a lo actual: y, com o deseo su prem o, el ojo de ^am tustm , u n ojo que a en o rm e distancia m ira p o r encim a de to d o ese h echo d en o m in a d o «el ser h u m a n o » 5 — lo ve debajo de sí... P a ra u n a m e ta sem ejante — ¿qué sacrificio no estaría a su m e ­ dida? ¡y qué « au to-superación» n o lo estaría! ¡qué «autonegación»! L a m ay o r vivencia que h e tenido fue u n a curación. W ag ­ n e r form a p a rte de m is enferm edades, n a d a m ás. N o es que q u iera ser u n desagradecido con esa enfer­ m ed a d . Si en este escrito defiendo la tesis de que W a g n e r es perjudicial, no p o r ello quiero defender con m e n o r fuerza para quién es indispensable — p a ra el filósofo. E n otros ca­ sos q uizá se p u e d a p a sa r sin W agner: p e ro el filósofo no tiene la lib ertad de prescindir de W agner. El h a de ser la m a la conciencia de su época6 — p a ra serlo tiene que co­

La genealogía de la moral. A. Sánchez Pascual la expone con claridad en la Introducción a su traducción de ese libro, Madrid, Alianza, edición re­ visada de 1997, págs. 10-11. 5 En cierto modo puede descubrirse en el texto original una refe­ rencia a aquello que está por encima \iiber-\ de lo humano, esto es, lo suprahumano, es decir — si usamos el término ya habitual— , el «su­ perhombre». 6 Compárese con este pasaje del § 212 de Más allá del bien y del mal: «H asta ahora todos esos extraordinarios promotores del ser humano a

nocerla de m a n e ra óptim a. A h o ra bien, ¿dónde encontraría p a ra el lab erin to del alm a m o d e rn a un guía m ás iniciado, u n conocedor de alm as m ás elocuente que W agner? A tra ­ vés de W a g n er la m o d e rn id a d h a b la su más íntimo lenguaje: no oculta ni sus cosas buenas, ni sus cosas m alvadas, h a ol­ vidado ten er an te sí m ism a cualquier tipo de vergüenza. Y, a la inversa: se está m uy cerca de h a b e r h echo un b a ­ lance del valor de lo m o d ern o si se h a conseguido ten e r cla­ rid a d sobre lo b u e n o y lo m alvado en W agner. — C o m ­ p ren d o perfectam ente que hoy día un m úsico diga: «D etesto a W ag n er, p ero ya no soporto n in g u n a o tra m úsica.» N o obstante, tam b ién c o m p ren d ería a un filósofo que decla­ rase: «W agner resume la m o d ern id ad . N o h ay alternativas, p rim e ro se h a de ser w a g n e ria n o ...»

los que se da el nombre de filósofos y que raras veces se han sentido a sí mismos como amigos de la sabiduría, sino más bien como necios des­ agradables y como peligrosos signos de interrogación — han encon­ trado su tarea, su dura, involuntaria, inevitable tarea, pero finalmente la grandeza de su tarea, en ser la conciencia malvada de su tiempo.» Transcribimos con ligeras modificaciones la traducción de A. Sánchez Pascual, Madrid, Alianza, edición revisada de 1997, pág. 167.

El

caso

W

agner

.

C a rta de T u rin , m ayo de 1888 ridmdo dicere severum... [decir cosas severas riendo...]7

1 A yer escuché — ¿lo creerán ustedes? — p o r vigésim a vez la o b ra m ae stra de Bizet. D e nuevo m e m an tu v e en mi sitio todo el tiem po en u n dulce recogim iento, de nuevo re­ sistí sin distraerm e ni m arc h a rm e . Este triunfo sobre m i im ­ paciencia m e sorprende. ¡C óm o perfecciona u n a o b ra así! Al escucharla uno m ism o se convierte en u n a «obra m aes­ tra» . — Y, efectivam ente, c a d a vez que he escuchado Carmen m e h a p a re c id o que e ra m ás filósofo, u n filósofo m ejo r de lo que m e parece que lo soy de ordinario: m e h a ­ b ía hecho tan indulgente, tan feliz, tan indio, tan sedentario... E star sentado cinco horas: ¡prim era e ta p a de la santidad! — ¿M e está p erm itid o que diga que el sonido orquestal de Bizet es casi el único que todavía soporto? Ese otro sonido orquestal que a h o ra p red o m in a, el w agneriano, es brutal, artificial e «inocente» al m ism o tiem po y, de ese m odo, va h a b la n d o a la vez a los tres sen tid o s del a lm a m o d e r n a — ¡qué poco m e conviene ese sonido orquestal w agneriano! Y o lo llam o scirocco. M e p ro d u ce u n sudor m olesto. A caba con mi b u e n tie m p o 8.

7 Este motto se inspira en Horacio, concretamente, en su sátira I, 1, 24-, que dice así: «Quamquam ridentem dicere verum quid vetat?» [«Aunque, ¿qué impide que alguien diga riendo la verdad?»]. 8 Compárese con lo que se dice en el tomo 13, fragmento 15 [111]. Nietzsche usa aquí la expresión italiana para esa especie de molesto viento de poniente que tanto alteraba su frágil salud. Como sabemos por la carta a Peter Gast del 28 de noviembre de 1881, Nietzsche escu­ chó Carmen de Bizet por vez primera en Génova el día 27 de noviem­

Esta m úsica m e p arece perfecta. Se va acercan d o ligera, elástica, sin p e rd e r la cortesía. Es am able, no la empapa el su­ dor. «Lo bu en o es ligero, todo lo divino corre con pies deli­ cados»: p rim e ra tesis de m i estética9. E sta m úsica es m al­ vad a, refinada, fatalista: con todo, continúa siendo p o p u lar — tiene el refinam iento de u n a raza, no el de u n individuo. Es rica. Es precisa. Construye, organiza, consigue u n a dis­ posición acabada: con lo cual se convierte en la antítesis del pólipo en la m úsica, en la oposición a la «m elodía infi­ n ita » 10. ¿Se h a n escuchado n u n c a en escena acentos trágicos m ás dolorosos? ¡Y cóm o se obtienen; ¡Sin muecas! ¡Sin falsi­ ficaciones! ¡Sin la mentira del gran estilo! — P o r último: esta m úsica tra ta al oyente com o a u n a p ersona inteligente, in­ cluso com o a u n m úsico — tam b ién en eso es la réplica a W ag ner, quien, fuera lo que fuera en todo lo dem ás, en cualquier caso era el genio más descortés del m u n d o (W agner nos trata, por así decirlo, como si tratara a dice una cosa tantas veces, que uno se desespera, — que uno se la cree). Lo repito u n a vez más: m e hago vina p erso n a m ejor cu an d o este Bizet m e habla. T a m b ié n un m úsico m ejor, un oyente m ejor. ¿H ay alguna fo rm a posible de escuchar to d a ­ vía m ejor? — H a g o que mis oídos se sum erjan todavía por debajo de esa m úsica, consigo oír su ca u sa 11. M e p a re c e que particip o vivam ente en su surgim iento — tiem blo ante p e ­

bre de ese año. Desde entonces la volvió a escuchar repetidas veces. La carta a Peter Gast del 20 de abril de 1888 comenta el gran éxito de las representaciones de esa ópera en Turin, en el Teatro Carignano, du­ rante la primavera de ese año, a las que también asistió el filósofo y cuyo renovado impacto sobre él comenta en este pasaje. 9 Véase «Del espíritu de la pesadez» en la «Tercera parte» de Así habló Zflratiistra, así como el final del § 2 de la sección «Los cuatro gran­ des errores» de Crepúsculo de los ídolos, donde se dice: «los pies ligeros, primer atributo de la divinidad». 10 Como es sabido, la «melodía infinita» es una expresión típica­ mente wagneriana. 11 Sería conveniente no dejar de percibir simultáneamente los dos sentidos que contiene el término que traducimos por ‘causa’, «.Ursache»,

ligros que a c o m p a ñ a n a cualquier em presa arriesgada, m e fascinan hallazgos afortunados en los que Bizet no tiene n a d a que ver. — Y, ¡cosa curiosa!, en el fondo n o pienso en ello, o no sé hasta qué p u n to pienso en ello. Pues m ien ­ tras lo escucho corren p o r mi cabeza pensam ientos com ­ p leta m e n te diferentes... ¿Se h a observado que la m úsica li­ bera el espíritu? ¿que da alas al pensam iento? ¿que en la m ed id a en que u n o se h ace m ás m úsico, en esa m ism a m e ­ d id a se hace tam b ién m ás filósofo? — El cielo gris de la abstracción, cru zad o com o p o r rayos; la luz, con suficiente inten sid ad p a ra todas las filigranas de las cosas; los grandes problem as, a p u n to de ser captados; el m u n d o , visto en un p a n o ra m a de conjunto com o desde u n a m o n tañ a. — A cabo de definir el pathos filosófico. — Y, de im proviso, caen so­ b re m í las respuestas, u n p eq u e ñ o granizo de hielo y sabidu­ ría, de problem as resueltos... ¿ D ó n d e estoy? — Bizet m e h ace fecundo. T o d o lo buen o m e hace fecundo. Es la única gratitud, y tam b ién la ú nica prueba, que tengo cie lo que es bu en o . —

2 T a m b ié n esa o b ra redim e; no solam ente W a g n e r es un « re d e n to r» 12. C o n ella se despide u n o del n o rte húmedo, de to d o el v ap o r de agua del ideal w agneriano. Y a la acción

pues si atendemos a su estructura lingüística, 'Ur-sache’ significa, literal­ mente, ‘asunto primordial u originario’, con lo cual esa frase también dice que, al situarse Nietzsche a gran nivel de profundidad mientras es­ cucha, sus oídos son capaces de percibir ese asunto en la música, tesis que remite a consideraciones estético-metafisicas de su juventud: esa música posibilitaría una vivencia de la unidad primordial de la realidad. 12 Este «mal chiste», como reconoce Nietzsche en la carta a Peter Gast del 11 de agosto de 1888, tiene como motivo criticar la inscripción de la Asociación Wagner de Múnich, cuyo lema era «Redención al re­ dentor», últimas palabras del Parsifal sobre las que vuelve a ironizar más adelante en el Post scriptum.

red im e de él. T ie n e de M erim ée todavía la lógica en la p a ­ sión, la línea m ás corta, la dura necesidad; tiene, sobre todo, co m o es p ro p io de la z o n a cálid a, la se q u e d a d del aire, la limpidezzan [transparencia] en el aire, aquí h a cam biado el clim a en todos los aspectos. A quí h a b la u n a sensualidad diferente, u n a sensibilidad diferente, u n a serenidad dife­ rente. E sta m úsica es serena; p e ro no tiene u n a serenidad francesa o alem ana. Su serenidad es africana; sobre ella se cierne la fatalidad, su felicidad es breve, rep en tin a, sin p e r­ dón. E nvidio a Bizet p o rq u e h a tenido el valo r de m anifes­ ta r esta sensibilidad, que én la cultivada m úsica de E u ro p a todav ía no tenía hasta a h o ra n in g ú n lenguaje — esta sensi­ bilidad m ás m eridional, m ás m o re n a , m ás q u e m a d a ... ¡C uánto b ien nos h acen las do rad as tardes de su felicidad! E n ellas m iram o s a lo lejos: ¿hem os visto alguna vez más tranquilo el m ar? — ¡Y cóm o nos h a b la la d a n z a m o ra, so­ segándonos! ¡C óm o en su lasciva m elancolía h a sta nuestra insaciabilidad c o n o c e p o r u n a vez la s a c ie d a d !14 — ¡Por fin, el a m o r, el a m o r que h a vuelto a traducirse al lenguaje de la naturaleza! ¡jVo el a m o r de u n a «virgen superior»! ¡Nin­ gún sentim entalism o a lo S enta!10 ¡Sino el a m o r com o fatum [destino], com o fatalidad, cínico, inocente, cruel — y, preci­ sam en te p o r ello, todo él naturaleza! ¡El am or, la g u e rra es u n o de sus m edios, su fu ndam ento es el odio a muerte en-tre los sexos! — N o conozco ningún caso en que la b rom a trágica que constituye la esencia del am or se exprese de m anera tan estricta, se convierta en u n a fórm ula tan terrible, com o en el úl­ timo grito de don José, con el que acaba la obra:

13 Este término italiano, que Nietzsche subraya, combina dos signi­ ficados a la vez, la limpidez o transparencia, pero también la tibieza y la calidez, es decir, remite al aire de un clima que ni es opaco ni gé­ lido, en el que no hay brumas ni hace frío. H Véanse al respecto los fragmentos postumos siguientes: tomo 12, 10 [36] y tomo 13, 11 [49], 15 Referencia a la figura femenina de El holandés errante.

¡Sí! ¡Yo la he matado, yo — a mi Carmen adorada! — Sem ejante concepción del a m o r (la ú n ica que es digna del filósofo — ) es infrecuente: distingue a u n a o b ra de arte entre miles. Pues, p o r térm in o m edio, los artistas lo h a c e n com o todo el m u n d o , incluso p e o r — malentienclen el am o r. T a m b ié n W a g n e r lo h a m alentendido. C re e n que en el a m o r son desinteresados p o rq u e quieren el p rov echo de otro ser, a m e n u d o c o n tra su p ro p io provecho. P ero en re ­ co m pensa q uieren poseer a ese otro s e r... N i siquiera D ios constituye en esto u n a excepción. Está lejos de pensar: «¿qué te im p o rta a ti, que yo te quiera?» 16 — si no se co­ rresp o n d e a su am or, se po n e furioso. L ’amour — con esta sentencia uno g a n a el proceso, litiguen los dioses o los h u ­ m an o s — est de tons les sentiments le plus égoiste, el, par conséquent, lorsqu’il est blessé, le moins généreux. [El a m o r es el m ás egoísta de todos los sentim ientos y, en consecuencia, c u an d o está herido, es el m enos generoso de todos] (B. C o n stan t)17. 3 ¿V en ustedes ya cuán to m e mgora esta m úsica? — llfa u t méditenaniser la musique [Es necesario m ed iterran e iz ar la m ú ­ sica]: tengo razones p a r a esta fórm ula {Más allá del bien y del

16 Nietzsche está citando aquí una célebre sentencia de Goethe, véase Wilhelm Meister, Años de aprendizaje, libro IV, capítulo 9, en Obras completas, tomo Π, traducción de R. Cansinos Assens, Madrid, Aguilar, 1962, 4.a edición, pág. 315: «Y si yo te quiero, ¿a ti qué más te da?», así como determinado pasaje de Dichtung und Wahrheit [P oesíay verdad], parte III, libro X IV , en el que Goethe expone que esa descarada frase, «Si yo te amo, ¿qué se te da a ti?», le salió del alma reflexionando sobre la sentencia de Spinoza que dice: «Quien bien ama a Dios no debe exi­ gir que Dios le ame a él», véase edición citada, pág. 1813. 17 Benjamín Constant (1767-1830), político y escritor francés, de quien Nietzsche conocía sobre todo sus ensayos sobre el teatro alemán.

mal, pág. 220)18. ¡El reto rn o a la n aturaleza, a la salud, a la serenidad, a la ju v e n tu d , a la virtud! — Y, sin em bargo, yo fui u n o de los w agnerianos m ás c o rru p to s... Y o fui capaz de to m a r en serio a W a g n e r... ¡Ah, ese viejo hechicero! ¡cuántas cosas nos h a h echo creer con sus engaños! Lo p ri­ m ero que nos ofrece su arte es un cristal de aumento: se m ira a su través y u n o no se fía ya de sus ojos. — T o d o se hace gran d e, incluso Wagner se hace grande... ¡Q ué serpiente de cas­ cabel ta n astuta! ¡T oda la vida nos h a estado haciendo oír su cascabeleo de «devoción», de «fidelidad», de «pureza», se retiró del m u n d o corrompido con u n a a la b a n z a a la casti­ dad! — Y nosotros se la hem os cre íd o ... — ¿Pero es que ustedes no m e oyen? ¿A ún siguen p re ­ firiendo el problema de W a g n e r al de Bizet? T a m p o c o yo lo subestim o, tiene su hechizo. El p ro b le m a de la redención es h asta un p ro b le m a v e n e ra b le 19. W a g n er no h a m editado sobre n a d a con ta n ta p ro fu n d id a d com o sobre la redención: su ó p era es la ó p e ra de la redención. E n ella siem pre hay alguien, sea qu ien sea, que quiere ser redim ido: a veces es u n señorito, a veces u n a señorita — éste es el p ro b le m a de Wagner. — ¡Y con qué riq u eza v a ría su leitmotiv! ¡Q ué des­ viaciones tan raras y tan profundas! ¿Q uién, si no W agner, nos enseñó que la inocencia red im e p referen tem en te a p e ­ cadores interesantes? (el caso de Tannhäuser), ¿ O que hasta el eterno ju d ío erra n te se redim e, se hace sedentario, si se casa? (como sucede én E l holandés enante), ¿ O que viejas m u · jerzu elas corrom pidas prefieren que castos adolescentes las red im an? (el caso de K u n d ry )20. ¿ O que u n caballero que

IB Esta referencia remite a la primera edición alemana de esta obra. La cita se encuentra en el § 255 en su parte final. Sobre esta consigna que defiende la necesidad de meditenaneizar la música véase el artículo de L. E. de Santiago Guervós «Nietzsche y los ideales estéticos del sur», en Analecta Malacitana, Universidad de Málaga, X X III, 1, 2000, págs. 131-148. 19 Véase el fragmento postumo del verano de 1878, editado en el tomo 8, 30 [110]. 20 En Parsifal.

es w agneriano redim e de m a n e ra óp tim a a jóvenes h e rm o ­ sas? (el caso de Los maestros cantores). ¿ O que tam b ién las m ujeres casadas son redim idas con m u ch o gusto p o r u n ca­ ballero? (el caso de Isolda)21. ¿ O que «el viejo dios», des­ pués de haberse co m p ro m etid o m o ralm en te en todos los as­ pectos, al final es redim ido p o r u n lib rep en sad o r que es inm oralista? (el caso de E l anillo), ¡A dm iren ustedes en p a r ­ ticular este últim o pen sam ien to tan p ro fu n d a m en te abismal! ¿Lo co m prenden? Y o — m e cuido m u ch o de h a c e rlo ... Q u e a ú n se p u e d a n sacar otras enseñanzas de las obras ci­ tadas, eso, antes que discutirlo, yo m e inclinaría a dem os­ trarlo. Q u e p o r un ballet w ag n erian o a u n o se lo p u e d a lle­ v a r a la desesperación — ¡y a la virtud! (de nuevo el caso de Tannhäuser); que p u ed e tener las peores consecuencias no irse a la cam a a u n a h o ra a d e c u a d a (otra vez el caso de Lo­ hengrin). Q u e ja m á s se debe sab er con excesiva exactitud con quién se casa u n o en realid ad (por tercera vez el caso de Lohengrin) — T ristá n e Isolda glorifican al cónyuge p e r­ fecto que, en un caso determ in ad o , sólo tiene u n a única p reg unta: «¿Pero p o r qué no m e lo habéis dicho antes? ¡Si era lo m ás sencillo que se p o d ía hacer!» R espuesta: No te lo puedo decir; y lo que preguntas, nunca lo podrás saber22. Lohengrin contiene u n a solem ne prohibición c o n tra las in ­ vestigaciones y las preguntas. C o n lo cual W a g n e r reivin­ dica la noción cristiana «tú debes y tienes que creer». Ser científico es un crim en c o n tra lo m ás alto y lo m ás sa­ g ra d o ... E l holandés errante p red ic a la sublim e doctrina de que la m u jer a m a rra — «redim e», si hablam os a la m a n e ra

21 En Tristán e Isolda. 22 Véase el fragmento postumo del verano de 1878 del tomo 8, 30 [110].

w ag n erian a— incluso al m ás e rra b u n d o . A quí nos p erm iti­ m os u n a p reg u n ta. A dm itiendo que eso fuera cierto, ¿sería p o r ello tam b ién algo deseable? — ¿Q u é le sucede al «ju­ dío etern a m e n te errante» a quien u n a m u jer a d o ra y ama­ na? Sencillam ente, que deja de ser u n eterno errante; se casa y deja de interesarnos. — T ra d u cié n d o lo a la realidad: el peligro del artista y del genio — y eso es lo que son, cier­ tam en te, los «judíos etern a m e n e errantes» — reside en la m ujer: las m ujeres que los adoran son su perdición. Casi n a ­ die tiene suficiente carácter p a ra no perderse — p a ra no «re­ dimirse»— cu ando se siente tra ta d o com o si fuera un dios: condesciende en seguida ante la m u je r23. — El h o m b re es co­ b a rd e ante todo lo eterno-fem enino24: eso lo saben las m ujercitas. — E n m uchos casos de am o r fem enino, y quizá precisam ente en los m ás famosos, el a m o r no es m ás que un parasitismo m uy refinado, u n enquistarse en u n alm a extraña, a veces hasta en u n a carne ex trañ a — ¡Ay! ¡ C u á n a m e ­ n u d o a expensas «de aquel que b rin d a h o sp ita lid a d » !-------Es bien conocido el destino de G oethe en la A lem ania sa tu ra d a de ácida m o ralin a y de actitudes de solterona. Siem pre fue u n escándalo p a ra los alem anes, sólo h a tenido sinceras ad m irad o ra s entre las judías. Schiller, el «noble» Schiller, que les aturdía los oídos con grandes palabras — ése sí que correspondía a los dictados de su corazón. ¿ Q u é le r e p r o c h a b a n a G o e th e ? El « m o n te de V en u s» ;

23 Es obvia la implícita referencia crítica a Cosima Wagner, como documentan los fragmentos postumos redactados en Niza el 25 de no­ viembre de 1887, editados en el tomo 13, 11 [27] y 11 [28], Como es bien sabido, también la figura de Cosima juega un importante papel, complejo y ambiguo, en las reflexiones y notas del último período de Nietzsche. Una confesión de notable reconocimiento se encuentra, por ejemplo, en el § 3 del apartado «Por qué soy yo tan inteligente», de Ecce homo. 24 Referencia indirecta al famoso verso con el que concluye el Fausto de Goethe: «lo Eterno-femenino nos atrae a lo alto». Véase la ed. cit., Madrid, Cátedra, 1994, pág. 432.

y que h u b iera escrito epigram as venecianos. Y a K lopstock le dio u n serm ón m oral; h u b o un tiem po en que H e rd e r, c u a n d o h a b la b a de G oethe, usab a con predilección la p a la ­ b ra «Priapo». Incluso el Wilhelm Meister e ra considerado so­ lam en te com o u n síntom a de decadencia, com o b a n c a rro ta m oral. L a «,menagerie» [casa de fieras] del g a n a d o dom esti­ cado», la «abyección» que sufre el héroe, encolerizaba, p o r ejem plo, a N ie b u h r25: quien finalm ente p ro rru m p ió en u n a lam entación que Bxterolf h u b iera pod id o c a n ta r26: « N ad a pro d u ce con ta n ta facilidad u n a im presión m ás dolorosa que c u an d o u n g ran espíritu se co rta las alas y busca su vir­ tuosism o en algo m uy inferior, renunciando a lo superion>... Pero quien estaba so b re m a n era in d ig n a d a e ra la jo v en su­ perior: en A lem ania todas las p eq u e ñ as cortes, to d a esa es­ pecie de «W artburgos»27, se persig n ab an ante G oethe, ante el «espíritu im p u ro » 28 que h a b ía en G oethe. — Esta histo­ ria la h a puesto W a g n e r en m úsica. C ae p o r su pro p io peso qu e redime a G oethe; p ero de tal m a n e ra que, con astucia, al m ism o tiem po to m a p a rtid o p o r la jo v en superior. Se salva a G oethe: u n a oración lo salva, u n a jo v en superior lo eleva a su nivel.. P

25 Barthold Georg Niebuhr, historiador alemán del xix, famoso por su monumental Geschichte des Zeitalters der Revolution [Historia de la época de la Revolución], Hamburgo, 1845. Nietzsche lo cita en otras obras, por ejemplo, en el § 167 de Aurora, edición de G. Cano, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, pág. 164. 26 Referencia a un personaje de cantor, con voz de barítono-bajo, de Tannhäuser, que en el segundo cuadro del Acto segundo responde ai­ rado a la reivindicación explícita de los goces del amor fisico mediante la «noble» defensa caballeresca del amor y la virtud «elevados» y de la consabida «honra de las mujeres», véase R. Wagner, Werke, edición ci­ tada, tomo II, pág. 75. 27 Referencia a la citada ópera romántica de Wagner de 1842-1843 cuyo título completo dice así: Tannhäusery el torneo de cantores en el Wartburg. 28 Expresión usada por Fr. H. Jacobi en una carta del 18 de fe­ brero de 1795, como expone V. Hehn en el libro que citamos en la nota siguiente. 29 Sobre la compleja historia de las relaciones ele Goethe con el pú­

— ¿ Q u é h u b ie r a p o d id o p e n s a r G o e th e de W ag n er? — G o e th e se plan teó u n a vez la cuestión siguiente: cuál e ra el peligro que acec h a b a a todos los rom ánticos: la fatalidad-del-rom ántico. Su respuesta dice así: « perecer asfi­ xiado p o r ru m ia r absurdos m orales y religiosos». E n u n a palab ra: P arsifal El filósofo todavía le a ñ a d e u n epí­ logo. L a santidad — lo últim o quizás que el pueb lo y la m u ­ j e r de valores superiores a ú n llegan a captar, el horizonte del ideal p a ra to d o lo que es m iope p o r n aturaleza. Pero, entre filósofos, es, com o todo horizonte, u n a m e ra in co m ­ p rensión, u n a especie de p u e rta cerra d a an te lo único a p a rtir de lo cual empieza su m u n d o — su peligro, su ideal, su a sp ira ció n ... D icho de m a n e ra m ás cortés: la philosophie ne suffit pas au grand nombre. II lui fa u l la sainteté [A la m asa no le b asta la filosofía. N ecesita la san tid ad ]30.

4 — A ú n voy a contar la historia de E l anillo. Le corres­ p o n d e este lugar. T a m b ié n es u n a historia de redención: sólo que esta vez quien es red im id o es el p ro p io W agner. — D uran te m edia vida W ag n er h a creído en la revoludón

blico, Nietzsche se documentó en el libro de Viktor Hehn, Gedanken über Goethe [Pensamientos sobre Goethe], Berlín, 1887, que leyó y extractó en la primavera de 1888. Véase el fragmento postumo del tomo 13, 16 [36] y la documentada respuesta a cierto presunto error de citación que le quiso atribuir Peter Gast en la carta que Nietzsche le envió el 18 de agosto de 1888. 30 Cita extraída de E. Renan, Vie de Jesús [Vida de Jesús], París, 1863, pág. 451. Véase el fragmento postumo del tomo 13, 11 [402]. El gran es­ pecialista en lenguas semitas, historiador, filósofo y ensayista francés Er­ nest Renan (1823-1892), a quien Nietzsche suele criticar, fue muy leído y anotado por él, sobre todo a comienzos de 1888, y el debate con sus ideas aparece también en varios pasajes de Crepúsculo de los ídolos y, sobre todo, de E l Anticristo. Conviene saber que Wagner tenía en gran estima la manera en que Renan interpretaba los orígenes del cristianismo.

com o sólo algún que otro francés h a creído en ella. Buscó sus huellas en la escritura rúnica del m ito, creyó h a b e r en­ co ntrado en Siegfried al típico revolucionario. — «¿De dónde proced e to d a la desgracia del m undo?», se p reg u n tó W ag ­ ner. D e «antiguos contratos»: así respondió, com o todos los ideólogos de la revolución. D icho con to d a claridad: procede de costum bres, leyes, m orales, instituciones, de todo aquello en que se basa el m u n d o antiguo, la vieja sociedad. «¿C óm o conseguim os que desaparezca del m u n d o la desgracia? ¿C ó m o se elim ina la vieja sociedad?» Sólo de u n a m an era, qu e se declare la g u e rra a los « contratos» (a la trad ició n , a la moral). Es lo que hace Siegfried. E m pieza a hacerlo pronto, m uy pronto: su gestación ya es u n a declaración de g u e rra a la m oral — viene al m u n d o a p a rtir de un adulterio, de un in cesto ... El inventor de este rasgo radical no es la saga, sino W agner, en este p u n to la h a corregido... Siegfried continúa com o h a com enzado: sólo sigue el p rim e r im pulso, se des­ e m b a ra za de to d a tradición, de todo respeto, de todo tem or. L iquida lo que le desagrada. A rrolla a las viejas divinidades sin n in g u n a consideración. Pero su em presa capital consiste en emancipar a la mujer — en «redim ir a B rü n n h ild e» ... Sieg­ fried y B rünnhilde; el sacram ento del am o r libre; el inicio de la edad de oro; el ocaso de los dioses de la vieja m oral — el mal está eliminado... D u ra n te m ucho tiem po la nave de W ag­ n e r avanzó alegre p o r esta ruta. N o hay du d a de que al pro­ seguirla buscaba W agner su m eta suprema. — ¿Q u é sucedió? U n a desgracia. L a nave tropezó en u n arrecife; W ag n er qu ed ó paralizado. Ese escollo era la filosofía schopenhaueriana; W a g n er quedó encallado en u n a concepción contraria del m undo. ¿Q u é h a b ía puesto en música? El optim ism o. W a g n er se avergonzó. U n optim ism o, adem ás, p a ra el que S c h o p en h au er h a b ía inventado u n epíteto m alvado — el op­ tim ism o in fa m é . W a g n e r se avergonzó p o r seg u n d a vez.

31 Véase A. Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, 1, § 59. ^ürcher Ausgabe, tomo II, Zürich, Diogenes, 1977, pág. 408.

Se puso a reflexionar d u ran te largo tiem po, su situación p a ­ recía d esesperada... Al fin em pezó a vislum brar u n a salida: el escollo en el que fracasó, ¿cóm o? ¿y si lo in terp retab a com o la meta, com o la intención escondida, com o el verd a­ dero sentido de su viaje? F racasar aquí — tam b ién era u n a m eta. Bene navigavi, cum naufragium fe c i... [buena navegación hice cuando n a u fra g u é ...]32. Y tradujo E l anillo a lenguaje schopenhaueriano. T o d o va m al, todo se derrum ba, el nuevo m u n d o es ta n m alo com o el antiguo: la nada, la C irce india, hace s e ñ a s ...33 B rünnhilde, que, según el propósito prim i­ tivo, tenía que despedirse con u n a canción en h o n o r al a m o r libre, consolando al m u n d o con u n a utopía socialista, con la de que «tocio irá bien», a h o ra tiene el encargo de h a ­ cer algo diferente. Prim ero h a de estudiar a Schopenhauer; h a de p o n e r en verso el libro cuarto de E l mundo como volun­ tad y representación. Wagner estaba redimido... C on to d a seriedad, eso fue u n a redención. El beneficio que W ag n er le debe a S ch o p en h au er es inconm ensurable. Sólo el filósofo de la deca­ dence le dio al artista de la décadence el acceso a sí mismo--------

32 Sentencia de Zenón el estoico, véase Diogenes Laercio, VII, 4, que Nietzsche cita siguiendo la traducción latina de Schopenhauer (véase Parerga und Paralipomena, 1, 216) y que ya utilizó en un par de fragmentos postumos, por ejemplo, el de marzo de 1875, editado en el tomo 7, 3 [19] y el del tomo 13, 16 [44}. 33 Aparece aquí una primera alusión a Circe en relación con Wag­ ner y su arte, asociación que más adelante reaparecerá de manera ex­ plícita y desarrollada. Una indirecta crítica llevada a cabo con este mismo motivo se encuentra en el § 17 de «Sentencias y flechas» en Cre­ púsculo de los ídolos, véase la correspondiente nota de A. Sánchez Pascual, edición revisada citada, pág. 152.

5

Al artista de la decadence — aquí está la p a la b ra clave. Y con ella acab a n m is brom as. Estoy lejos de la actitud del cán dido espectador c u an d o este décadent nos a rru in a la salud — ¡y, adem ás, la música! ¿Es W a g n e r u n ser h u m a n o en absoluto? ¿N o es, m ás bien, u n a enferm edad? T o q u e lo que toque, lo po n e enferm o — ha hecho que la música se ponga en­ ferma — U n típico décadent que con su gusto corro m p id o se siente necesario, que con él p rete n d e u n gusto superior, que sabe h a c e r que su co rru p ció n im p o n g a su validez com o ley, com o progreso, com o cum plida realización34. Y uno no se defiende. Su p o d e r de seducción crece h a sta alcanzar proporciones descom unales, a su alred ed o r h ay u n denso h u m o de incienso, el m alen ten d id o que sobre él circula se denom ina «evangelio» — ¡no, no h a conseguido p ersu ad ir sólo a los pobres de espíritu p a ra que le sigan!35 T e n g o ganas de a b rir un poco las ventanas. ¡Aire! ¡Más a i r e ! -------N o m e ex tra ñ a que en A lem ania se en g añ en sobre W agner. M e e x tra ñ a ría lo contrario. Los alem anes se h a n fabricado u n W a g n e r eil que p u e d e n venerar: n u n c a hasta a h o ra h a n sido psicólogos, m erecen que se les den las gra­ cias cu a n d o m alentienden. ¡Pero que tam b ién en París se en g a ñ en sobre W a g n er, allí do n d e apenas se es o tra cosa m ás que psicólogo! ¡Y en S an P etersburgo, d o n d e todavía se adivinan cosas que incluso en París no saben adivinar!36 ¡C u án ta afinidad h a de h a b e r entre W a g n e r y to d a la décadence eu ro p ea p a ra que ésta no lo sienta com o décadent!

34 Véase el fragmento postumo del tomo 13, 15 [88]. 35 Véase la primera de las bienaventuranzas, Evangelio de Mateo, 5, 3. 36 Referencia indirecta a Dostoievski. Véase, por ejemplo, el § 45 de «Incursiones de un intempestivo» en Crepúsculo de los ídolos.

F o rm a p a rte de ella: es su protagonista, su n o m b re de m a ­ yo r g ra n d e z a ... U n o se venera a sí mismo cuando lo eleva a las nubes. — Pues el hecho de que uno no se defienda con­ tra él ya es, en sí m ism o, u n signo de déccidence. El instinto está debilitado. A trae lo que ten d ría que p ro d u c ir espanto. U n o p o n e en sus labios lo que conduce al abism o todavía con m ay o r rapidez. — ¿Se quiere u n ejem plo? Pero si no h ay m ás que o bservar el régim en que se recetan a sí m is­ m os los aném icos, los gotosos o los diabéticos. D efinición del vegetariano: u n ser que necesita u n a dieta que lo co­ rro b o re. S entir lo peijudicial com o perjudicial, poder p ro h i­ birse algo que sea peijudicial, es, todavía, un signo de ju v en ­ tud, de fuerza vital. Al agotado lo atrae lo peijudicial: al vegetariano, las verduras. L a enferm edad m ism a puede ser u n estim ulante de vida: ¡sólo se tiene que estar suficiente­ m en te sano p a ra ese estimulante! — W ag n er au m e n ta el agotam iento: por eso atrae a los débiles y agotados. ¡Oh, la fe­ licidad de serpiente de cascabel del viejo m aestro al ver p re ­ cisam ente que siem pre vienen a él «los niños pequeños»!37 — A nticipo este p u n to de vista: el arte de W a g n e r es un arte enferm o. Los pro b lem as que lleva a escena — puros pro b lem as de histéricos — , lo convulsivo de su afecto, su sensibilidad sobreexcitada, su gusto, que c a d a vez exigía condim entos m ás fuertes, su inestabilidad, que él disfrazaba convirtiéndola en principios, y, m u y en especial, la elección de sus héroes y heroínas, considerados éstos com o tipos fi­ siológicos (— ¡una sala de enfermos! — ): todo este conjunto p rese n ta u n c u a d ro patológico que n o deja lu g ar a dudas.

37 Véase Evangelio de Mateo 19, 14. En las traducciones castellanas suele leerse el bien conocido «dejad que los niños...», pero hemos que­ rido resaltar el diminutivo del original alemán, die Kindlein, fiel repro­ ducción de la versión de Lutero, que Nietzsche cita maliciosamente con un recurso gráfico que, como bien se sabe, en sus manos va más allá de la mera transcripción literal: lo pone entre comillas. Esta alusión iró­ nica a «los niños pequeños» se encuentra también en «Del espíritu de la pesadez», Tercera parte de Así habló Zaratustra.

Wagner est une névrose [ Wagner es una neurosis]38. Acaso no hay n a d a que m ejo r se conozca hoy día, n a d a en cualquier caso está m ejo r estudiado que el ca rá c te r proteico de la degene­ rac ió n que aquí se transform a en la crisálida del arte y del artista. Nuestros m édicos y fisiólogos tienen en W agner su caso m ás interesante, com o m ínim o tien en en él u n caso m uy com pleto. W a g n e r es el artista moderno par excellence, el C agliostro de la m o d ern id ad , p recisam ente p o rq u e n a d a es m ás m o d ern o que esta dolencia integral, esta decrepitud y sobreexcitación del m ecanism o nervioso39. E n su arte se m ezcla del m o d o m ás seductor lo que hoy día m ás falta le h ace a todo el m u n d o — los tres grandes estim ulantes de los agotados, lo brutal, lo artificial y lo inocente (idiota)40. W a g n e r es u n a g ran co rru p ció n p a ra la m úsica. H a con­ seguido averiguar la m a n e ra de que excite los nervios can-

38 Véase el texto del día 2 de septiembre de 1866, pág. 279 del tomo II del Journal de los hermanos Goncourt, que, recién editado, Nietzsche leyó atentamente a partir del otoño de 1887, en el que se dice lo siguiente: «El le mol du docleur Moreau de Tours: Le génie est une név­ rose [Y la sentencia del Dr. Moreau de Tours: el genio es una neuro­ sis]». La huella de la lectura de los tres tomos de este D iano volverá a manifestarse más adelante, y es muy notable también en varios aforis­ mos de Crepúsculo de los ídolos. 39 Ya Karl Gutzkow comparó a Wagner con Cagliostro. Este aven­ turero, mago y alquimista italiano del xvm le sirve a Nietzsche en va­ rias ocasiones para exponer su crítica imagen de Wagner, desde el § 99 de La ciencia jovial, véase la edición de G. Cano, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, págs. 187-191, concretamente en pág. 189 y nota 46, hasta el «Epílogo» de este escrito en el que nos hallamos — véase más adelante— , donde se repite explícitamente el juicio aquí citado, pa­ sando por el § 1 del apartado dedicado a comentarlo en Ecce homo, o por la carta a P. Gasl del 25 de julio de 1882. 40 Este adjetivo es usado por Nietzsche en esta época con el signi­ ficado que tiene en la célebre novela E l idiota de Dostoievski. Véase al respecto, por ejemplo, la nota 95 de las págs. 160-162 de la edición de Germán Cano de E l Anticrislo, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, así como la nota 25 de la edición revisada de este mismo escrito preparada por A. Sánchez Pascual, Madrid, Alianza, 1997, pág. 133.

sados — con lo cual h a hecho que la m úsica se po n g a en­ ferm a. Su talento inventivo en el arte de aguijonear de nuevo a los m ás agotados, de re a n im a r a los m ediom uertos, n o es en absoluto p eq u eñ o . W a g n e r es el m aestro de los golpes hipnóticos, po n e bajo su yugo incluso a los m ás fuer­ tes com o si fuesen toros. El éxito de W a g n er — su éxito con los nervios y, p o r consiguiente, con las m ujeres — h a con­ vertido a todo el m u n d o de los m úsicos am biciosos en dis­ cípulos de su arte oculto. Y no sólo al m u n d o de los a m b i­ ciosos, tam b ién al de los listos... A ctualm ente sólo se hace dinero con m úsica enferm a; nuestros grandes teatros viven de W agner.

6 — V uelvo a p e rm itirm e u n a diversión. S upongo el caso de que el éxito de W a g n er to m a ra cuerpo y ad q u iriera fi­ gura, de que, disfrazado de h u m an itario erudito m usical, se m e z c la ra con jó v e n e s artistas. ¿ C ó m o c reen ustedes que se expresaría en ese trance? — Amigos míos — diría— , hablem os cuatro palabras entre nosotros. Es m ás fácil hacer m ala m úsica que hacerla buena. ¿Cóm o? ¿y si, adem ás, todavía fuera m ás ventajoso? ¿más efectivo, m ás convincente, m ás fascinante, m ás seguro? ¿y más wagneñano?... Pulchrum est paucorum hominum [Lo bello es cosa de pocos hum anos]41. ¡El asunto es bastante grave! Entendem os latín, quizá entendem os tam bién nuestra ventaja. Lo bello tiene sus espinas: nosotros lo sabemos. Así pues, ¿Para qué la belleza? ¿Por qué no preferir lo grande, lo sublime, lo gigan­ tesco, lo que m ueve a las masas? — Y, lo vuelvo a decir, es m ás fácil ser gigantesco que bello; nosotros lo sabem os...

41 Véase Horacio, Sátiras, I, 9, 44. Esta sentencia horaciana tam­ bién aparece en el § 2 del apartado titulado «Lo que los alemanes es­ tán perdiendo» de Crepúsculo de los ídolos.

C onocem os a las m asas, conocem os el teatro. Lo m ejor de su público, adolescentes alem anes, Siegfriedos con cuer­ nos y otros w agnerianos, tiene necesidad de lo sublim e, lo pro fu n d o , lo avasallador. T o d a v ía som os capaces de tantas cosas. Y el resto del público, los cretinos-por-form ación, los indiferentes de poca m onta, los eterno-fem eninos, los que felizm ente-todo-lo-digieren, en u n a palab ra, el pueblo — tam ­ b ién necesitan lo sublim e, lo p ro fu n d o y lo avasallador. T o d o esto tiene u n a m ism a lógica. « Q u ien nos p o n e bajo su yugo, ése es fuerte; quien nos eleva, ése es divino; quien nos h ace p rese n tir cosas, ése es p rofundo.» — D e c id ám o ­ nos, señores músicos: querem os subyugarlos, querem os ele­ varlos, querem os h a c e r que ten g a n presentim ientos. T o d a ­ vía som os capaces de tantas cosas. E n lo que respecta al hacer-presentir-cosas — pues en este p u n to com ienza nuestro concepto de «estilo»— : ¡Ni un solo p ensam iento, eso ante todo! ¡N ada co m p ro m ete tanto com o u n pensam iento! Sino el estado anterior al pen sa­ m iento, la aglom eración de los pensam ientos que todavía no h a n nacido, la p ro m esa de pensam ientos futuros, el m u n d o tal com o e ra antes de que D ios lo c re a ra — u n a re ­ crudescencia del c a o s... El caos h ace p resen tir cosas... P a ra decirlo en el lenguaje del m aestro: infinitud, p ero sin m elodía42. E n lo que concierne — en segundo lugar-— al subyugar, eso p erten ece ya, en parte, a la fisiología. E studiem os ante todo los instrum entos. A lgunos de ellos p ersu a d e n incluso a los intestinos (— abren las puertas, p a ra h a b la r con H ändel), otros hechizan la m éd u la espinal. El color del sonido aquí es decisivo; aquello que suena es p rácticam en te indiferente. ¡Seam os refinados en este punto! ¿P a ra qué p rodigarnos en lo dem ás? ¡T engam os u n sonido que sea característico n ues­ tro h a sta la locura! ¡Se le a trib u irá a la riq u eza de nuestro espíritu que con sonidos dem os a adivinar m u ch as cosas!

42 Ironía sobre la wagneriana «melodía infinita».

Excitem os los nervios, golpeém oslos hasta asesinarlos, utili­ cem os rayos y truenos — cjue eso su b y u g a... Pero, ante todo, lo que m ás subyuga es la pasión. — Pon­ gám onos de acuerdo sobre ella. ¡N ada es tan b a rato com o la pasión! ¡Se pueden ignorar todas las virtudes del contrapunto, no es necesario h a b e r aprendido n a d a — que de la pasión siem pre se tienen nociones! L a belleza es difícil: ¡guardém onos de ella!... ¡Y no digam os la melodía! ¡Calumniemos, amigos míos, llenemos de calum nias a la m elodía si es que, p o r lo de­ m ás, todavía tom am os en serio el ideal, calumniémosla! ¡Nada es ta n peligroso com o u n a bella melodía! ¡Nada corrom pe el gusto con m ayor seguridad! ¡Estamos perdidos, amigos míos, si de nuevo cobran estima las bellas melodías!... Pñndpio fimdamental: la melodía es inmoral. Prueba: Palestrina. Aplicación práctica: Parsifal L a falta de melodía hasta santifica... Y he aq u í la definición de la pasión. Pasión — o la gim ­ nasia de lo feo en la c u erd a de la inarm onía. — ¡Atrevá­ m onos, am igos m íos, a ser feos! ¡W agner se atrevió a serlo! ¡Revolvam os sin m iedo el lodo de las repu g n an tes melodías! ¡No nos cuidem os de nuestras m anos! Sólo así llegarem os a ser naturales... ¡Un últim o consejo! Acaso resum a todo lo anterior. /Sea­ mos idealistas! — Esto, si no es lo m ás inteligente, sí es lo m ás sabio que p o d em o s hacer. P a ra elevar a los seres h u ­ m an os, u n o m ism o h a de ser elevado y sublim e. ¡C am ine­ m os p o r las nubes, invoquem os a lo infinito, rodeém onos de g randes símbolos! Sursum! [¡Arriba!] ¡Bumbum! — no hay n in g ú n consejo m ejo r que éste. Q u e el «pecho levantado» sea nuestro a rg u m e n to y el «bello sentim iento» nuestro abogado. L a virtu d sigue ten ien d o ra z ó n incluso frente al co n tra p u n to , «quien nos m ejora ¿cóm o sería posibre que él m ism o no fuese bueno?», así h a raz o n a d o siem pre la h u ­ m an id a d . ¡M ejorem os, pues, a la hu m an id ad !43 — de ese

43 Véase la sección titulada «Los “mejoradores” de la humanidad» de Crepítsmlo de los ídolos.

m o d o se llega a ser b u e n o (de ese m o d o se llega a ser hasta «clásico»: Schiller llegó a ser u n «clásico»). L a afanosa p e r­ secución de bajas excitaciones sensuales, de la así llam ada belleza, h a enervado a los italianos: ¡sigamos siendo a lem a­ nes! H a sta la actitud de M o z a rt hacia la m úsica — ¡W agner nos lo h a dicho p a ra consolam os! — era frívola en el fo n d o ... N o p e rm itam o s ja m á s q u e la m úsica «sirva al res­ tablecim iento»; que «divierta»; que « produzca placer». ¡No proporcionemos nunca placer! — estam os perdidos si de nuevo se piensa sobre el arte con u n criterio h e d o n ista ... Eso es siglo XVIII del m a lo ... E n cam bio, n a d a p o d ría ser m ás aconsejable, dicho sea con reservas, que u n a dosis — de santurronería, sii venia verbo™. Eso confiere dignidad. — Y es­ cojam os la h o ra en que convenga verlo todo negro, suspi­ r a r en público, suspirar cristianam ente, p o n e r en exhibición la g ran com pasión cristiana. «El ser h u m a n o está co rro m ­ pido: ¿quién lo redim irá? ¿qué lo redimirá?» — N o responda­ mos. Seam os precavidos. C om batam os nuestra am bición, que quisiera fundar religiones45. Pero nadie debe du d ar de que nosotos lo redim im os, de que nuestra m úsica es la única que re­ d im e ... (Véase el ensayo de W ag n er sobre «Religión y ar/e»)46.

44 Son varios los pasajes en los que Nietzsche usa este adjetivo, ‘M ucker’ [santurrón, mojigato], y hace juegos de palabras con él, para

burlarse de los moralistas, véase, por ejemplo, el § 6 de «L a moral como contranaturaleza» en Crepúsculo de los ídolos y el § 5 de «Por qué soy yo tan inteligente» en Ecce homo. 45 Toda esta ‘diversión’ construye en boca de Wagner una especie de paródico retrato en negativo de lo que Nietzsche piensa del arte y de lo que afirma que él es como ser humano. Sobre este último rasgo véase, por ejemplo, lo que dice en el § 1 de «Por qué soy yo un des­ tino» de Ecce homo: «nada hay en mí de fundador de una religión». 46 Este ensayo apareció por vez primera en 1880 en la revista Bayreuther Blätter [H ya s de Bayreuth] y contenía una crítica de Wagner a la concepción nietzscheana de los espíritus libres que no quieren creer en el pecado original de la humanidad. Véase R. Wagner, Werke, edición citada, tomo X , págs. 117-163.

7

¡Basta! ¡Basta! T e m o que con sólo el trasfondo de mis trazos joviales se h a b rá reconocido ya con d em asiad a niti­ dez la siniestra realid ad — la im agen de u n a decadencia del arte, de u n a decadencia tam b ién de los artistas47. Esta últim a, u n a decadencia-del-carácter, quizá llegue a tener con esta fórm ula u n a expresión provisional: el músico se convierte a h o ra en actor, su arte evoluciona c ad a vez m ás com o ta ­ lento p a ra mentir. T e n d ré o p o rtu n id a d (en u n capítulo de m i o b ra capital que lleva p o r título «Sobre la fisiología del arte»)48 de m o strar con m ay o r detalle cóm o esa transfor­

47 En todo este apartado dedicado a estudiar la decadencia del arte y del artista, o, si se prefiere, las características fundamentales de todo estilo decadente, se inspira Nietzsche en la atenta lectura que hizo, ya en el invierno de 1883-84, de la obra de Paul Bourget, Essais de púcologie contemporaine [Ensayos de psicología contemporánea], París, 1883, en cuyo tomo I, pág. 25 se puede leer el pasaje que a continuación veremos re­ flejado en el texto: «Une rrrnne loi gouveme le développement el la décadence de cet autre organisme qui est le language. Un style de décadence est celui oú l ’unité du livre se décompose pour laisser la place a l’indépendance de la page, oú la page se decompose pour laisser la place a l ’indépendance de la phrase, et la phrase pour lais­ ser la place a l ’indépendance du mol. [Una misma ley gobierna el desarrollo

y la decadencia de este otro organismo, el lenguaje. Un estilo de deca­ dencia es aquél en el que la unidad del libro se descompone para dar lugar a la independencia de la página, en el que la página se descom­ pone para dar lugar a la independencia de la frase, y la frase para dar lugar a la independencia de la palabra]». En seguida relacionó Nietzs­ che estos juicios con sus críticas a la obra de Wagner. Las huellas de esa fecunda lectura se encuentran en los fragmentos postumos del tomo 10, 646, 16-18. 48 En efecto, en la primavera de 1888 empezó Nietzsche un cua­ derno con ese título, el W II 9. Varias anotaciones procedentes de este cuaderno las utilizó en la redacción del apartado de Crepúsculo de los ído­ los titulado «Incursiones de un intempestivo». Sobre esa «obra capital» y sobre su proyectado capítulo segundo del libro tercero, que llevaba por título «Sobre la fisiología del arte», véase la «Introducción» de A. Sán­ chez Pascual a su edición revisada de este escrito, Madrid, Alianza, 1998.

m ació n total del arte en lo representativo-teatral, y la de­ term inación del arte precisam ente en ese sentido, es u n a expresión de degeneración fisiológica (más exactam ente, u n a fo rm a de histerismo), com o tam b ién lo son en igual m e d id a c ad a u n a de las corrupciones y debilidades p a rtic u ­ lares del arte in a u g u ra d o p o r W ag n er: p o r ejem plo, el de­ sasosiego de su óptica, que obliga a ca m b ia r constante­ m en te la posición frente a tal arte. N a d a se c o m p ren d e de W a g n e r m ien tras sólo se vea en él u n ju eg o de la n a tu ra ­ leza, u n a a rb itra rie d a d y u n capricho, u n a casualidad. N o fue u n genio «defectuoso», ni «m alogrado», ni «contradic­ torio», com o se h a ido diciendo. W a g n e r fue algo perfecta­ mente acabado, u n típico décadent, en el que falta to d a «volun­ ta d libre»?9, en el que ca d a rasgo es fruto de la necesidad. Si h a y algo interesante en W ag n er, ese algo es la lógica con la que u n a an o m a lía fisiológica av a n za paso a paso, con­ clusión tras conclusión, en cuanto p rác tic a y procedim iento, en c u an to innovación en los principios y en cuanto crisis del gusto. E sta vez solam ente m e deten d ré en la cuestión del estilo. — ¿ Q u é es lo q u e caracteriza a to d a décadence literaria? El h e ch o de que la vid a y a no h a b ita en el todo. L a p a la b ra ad q u iere soberanía y salta h acia fuera de la frase, la frase se extiende y oscurece el sentido de la p ágina, la p á g in a co­ b ra v ida a expensas del todo — el todo no es y a u n todo. A h o ra bien, acab am o s de p re se n ta r el símil p e rtin en te p a ra cualquier estilo de décadence: en c ad a m o m e n to h ay a n a rq u ía de los átom os, disgregación de la v o lu n tad — si lo decim os m oralm ente, hay «libertad del individuo» — si lo am pliam os a

49 Hemos querido destacar en la traducción la presencia de este concepto capital en la filosofía de Nietzsche, la voluntad, si bien la forma habitual de decir en castellano el concepto de fieie Wille [volun­ tad libre] es, como bien se sabe, el ya clásico de «libre albedrío». So­ bre la «voluntad libre» véase el § 7 de «Los cuatro grandes errores» de Crepúsculo de los idohs, así como la correspondiente nota 85, págs. 160-161 de la ya citada edición revisada de A. Sánchez Pascual de este escrito.

u n a teo ría p o lític a , «los mismos d e re c h o s p a r a to d o s» 50. L a vida, la misma vitalidad, la vibración y exu b eran cia de la vida, com prim idas en las configuraciones m ínim as, el resto es pobre en vida. P o r todas partes h ay parálisis, fatiga, e n tu ­ m ecim iento, o bien hostilidad y caos: u n a cosa y o tra se h a ­ cen cada vez m ás evidentes según se asciende a form as m ás elevadas de organización. El todo h a dejado en absoluto de vivir: es algo com puesto, sintetizado, artificial, es un a rte ­ facto. — E n el principio está en W a g n e r la alucinación: p ero no la de los sonidos, sino la de los gestos. P a ra éstos él busca an te todo la sem iótica m usical. Si se lo quiere ad m irar, es aquí don d e h ay que verlo trabajar: cóm o sep ara las cosas, cóm o consigue p eq u e ñ as unidades, cóm o las an im a, las re ­ salta, las hace visibles. Pero en ello se agota su fuerza: el resto n o vale nad a. ¡Q ué m iserable, qué confusa, qué poco profesional es su form a de «desarrollar», su tentativa p o r in tro d u c ir al m enos cierto desorden en aquello que no h a crecido sin coordinación! Sus m an eras de p ro c e d e r recu er­ d a n a los freres [herm anos] de Goncourt5', los cuales, p o r lo dem ás, tam b ién te n d ría n p u n to s en com ún con el estilo de W agner: ante ta n ta ap re m ia n te necesidad u n o tiene u n a es­ pecie de lástim a. Q u e W a g n e r h a y a disfrazado com o si fu era un principio su in cap acid ad p a ra la configuración o r­ gánica, que instituya u n «estilo dram ático» allí do n d e nos­

50 De nuevo preferimos que se conserve la expresión original y los juegos de palabras y de conceptos que origina, pues, como es obvio, ac­ tualmente bastaría con la fórmula habitud y más concisa de «igualdad de derechos». Véase una crítica similar en el inicio del § 5 de «Por qué soy yo tan sabio», el § 5 de «Por qué escribo yo libros tan buenos» y el § 1 del comentario a «El caso Wagner» de Ecce homo. 51 Edmond Huot de Goncourt (1822-1896) y ju le s Huot de Goncourt (1830-1896), escritores franceses citados a menudo en las obras, el epistolario y los fragmentos postumos de Nietzsche. De sus escritos el fi­ lósofo leyó en 1887-1888 con particular atención, como ya dijimos, los tres volúmenes de esa viva crónica cultural del París de los años 50 y 60 que es su Journal [Diano].

otros m e ra m e n te instituim os su im potencia p a ra te n e r estilo en absoluto, eso está en correspondencia con u n a atrevida costum bre que h a a c o m p a ñ a d o a W a g n er a lo largo de to d a su vida: donde carecía de u n a facultad, allí p o n ía un prin cipio (— m uy distinto en esto, dicho sea de paso, del viejo K a n t, que prefería u n atrevim iento diferente: a saber, d o n d e q u ie ra que le faltase u n principio, p o n ía en su lugar u n a «facultad» en el ser h u m a n o ...)52. Lo digo u n a vez más: W a g n e r tan sólo es digno de adm iració n y de a m o r en la invención ele lo m ínim o, en la poetización del detalle — se tiene todo el derecho a favor p a r a p ro clam arlo al respecto com o un m aestro de p rim e r rango, com o nuestro m ás g ran d e miniaturista de la m úsica, el cual co m prim e en el m ás p e q u e ñ o de los espacios u n a infinidad de sentido y de dul­ z u ra 53. Su riqueza de colores, de m edias tintas, de m isterios de luz agonizante, refina el gusto hasta tal p u n to que, des­ pués de él, casi todos los otros m úsicos a u n o le resultan de­ m asiado robustos. — Si se ac ep ta lo que yo digo, el m ás elevado concepto de W a g n e r es im posible de alcan zar a p a rtir de lo que hoy día a g ra d a de él. Esto últim o se h a in­ v en ta d o p a ra p e rsu a d ir a las m asas, ante lo cual nosotros retro cedem os d a n d o u n salto, com o an te u n a p in tu ra al fresco de excesiva desfachatez. ¿ Q u é nos im p o rta la irritante b ru ta lid a d de la o b e rtu ra de Tannhäuser? ¿ O ese circo lla­ m a d o Walkma? T o d o lo que h a llegado a ser p o p u lar de la m úsica de W agner, incluso fuera del teatro, es de gusto d u ­ doso y co rro m p e el gusto. L a m a rc h a de Tannhäuser m e p a ­ re c e so sp ec h o sa de c a e r en la c u rsile ría de los p a c a to s; la o b e rtu ra de E l holandés enante es m u ch o ruido p a ra no de­ cir n a d a 54; el p relu d io de Lohengñn dio el p rim e r ejem plo,

52 Véase la exposición desarrollada de esta idea en el § 11 de Más allá del bien y del mal. 53 Sobre Wagner como miniaturista ya hay anotaciones de Nietzs­ che diez años antes, del verano de 1878 en concreto, véase el tomo 8, 30 [50]. 54 Es clara la referencia al conocido título de Shakespeare, Much

sólo que dem asiado insidioso, y dem asiado bien conseguido, de cóm o se h ip n o tiza tam b ién con m úsica55 (— n o m e gusta to d a m úsica cuya am bición se red u z c a a p ersu a d ir a los nervios). A h o ra bien, si prescindim os del W a g n e r magnétiseur (m agnetizador) y p in to r al fresco, todavía h ay u n W ag­ n e r que p o r don d e p asa va d ejando p eq u eñ as y m uy valio­ sas preciosidades: nuestro m ás g ran d e m elancólico de la m úsica, repleto de atisbos, tern u ras y consolaciones que n a ­ die le anticipó, el m aestro en sonidos de u n a felicidad nos­ tálgica y s o ñ o lie n ta ...56 U n diccionario de las p alab ras m ás íntim as de W ag n er, p u ras cosas breves de cinco a quince com pases, p u r a m úsica que nadie conoce... W a g n e r ten ía la virtu d de los décadents, la c o m p a s ió n -------------

8 — «¡M uy bien! ¿pero cóm o puede u n o p e rd e r su gusto con ese décadent, si se es u n m úsico y no p o r casualidad, si u n o m ism o es u n décadent y no p o r casualidad?» — ¡Al con­ trario! ¡C óm o p u e d e u n o no perderlo! ¡Inténtenlo ustedes! — N o saben quién es W agner: ¡un g ran a c to r de p rim e ra categoría! ¿Acaso h ay en el tea tro u n efecto que sea m ás p ro fu n d o y que tenga mayor peso? ¡M iren ustedes a esos a d o ­ lescentes — rígidos, pálidos, sin siquiera p o d e r respirar! Así son los w agnerianos: no entienden n a d a de m úsica — y, sin em bargo, W a g n e r los tiene d o m in a d o s... El arte de W ag ­ n e r ejerce u n a presión de cien atm ósferas: ustedes h a n de d o b lar el espinazo, no hay m ás re m e d io ... El ac to r W a g n er es u n tirano, su pathos fulm ina todos los gustos, todas las re-

Ado About Nothing, motivo por el cual quizá fuese preferible traducir este juicio diciendo que esa obertura es «mucho ruido y pocas nueces». 55 Véase al respecto el fragmento postumo del tomo 13, 11 [323]. 56 Véase la carta a P. Gast del 21 de enero de 1887 en la que ya se habla de Wagner como el pintor de la mirada nostálgica del amor.

sistendas. — ¡Q uién tiene sem ejante p o d e r de convicción en los gestos, quién ve los gestos con tan ta determ inación y con tan ta rapidez! ¡Y ese contener la respiración del pathos wagneriano, ese no q u e re r ya liberarse de un sentim iento ex­ trem o, esa lenta prolongamn generadora de terro r en situacio­ nes en que cada instante am en aza con estra n g u la m o s!-------¿Fue W a g n e r u n m úsico en absoluto? E n cualquier caso, fue más o tra cosa, a saber: u n histrión incom parable, el m ás g ran d e de los m im os, el m ás asom broso genio teatral que h a n tenido los alem anes, nuestro director de escena par exce­ llence. O c u p a u n lu g ar diferente que n o está en la historia de la m úsica: no se le debe confundir con los grandes m ú ­ sicos auténticos. W a g n e r y B eethoven — eso es u n a blasfe­ m ia — y, en fin de cuentas, incluso u n a injusticia contra W a g n e r... T a m b ié n com o m úsico fue solam ente aquello que siem pre h a b ía sido: se hizo m úsico, se hizo p o eta, p o rq u e a ello le obligó el tira n o que llevaba en él, su genio de ac­ tor. N a d a se adivina de W a g n e r m ien tras n o se h a y a adivi­ n a d o su instinto d om inante. W a g n e r no fue u n m úsico p o r instinto. Lo dem ostró al a b a n d o n a r to d a legalidad y, h a b la n d o con m ay o r exactitud, to d o estilo en la m úsica, p a ra h a c e r de ella lo que necesi­ tab a, u n a retórica teatral, u n m edio de expresión, de p o ­ tenciación de los gestos, de sugestión, u n m edio de lo psi­ cológicam ente pintoresco. D eb eríam o s estar legitim ados p a ra reco n o cer aquí a W a g n e r com o in v en to r e in n o v ad o r de p rim e r orden — ha multiplicado la capacidad lingüística de la música hasta lo inconmensurable — : es el V icto r H u g o de la m úsica en cuanto lenguaje. S iem pre que se p resu p o n g a que p rim e ro h a y a de ten e r validez el que a la m úsica en d e ter­ m in ad as circunstancias le sea lícito no ser m úsica, sino ser lenguaje, in stru m en to , ancilla dramaturgica [sierva de la d ra ­ m aturgia]. L a m úsica de W ag n er, sin la protección del gusto teatral, que es u n gusto m u y tolerante, es, sencilla­ m en te, m a la m úsica, tal vez la p e o r que ja m á s se h a y a h e ­ cho. C u a n d o u n m úsico ya no sabe c o n ta r ni h a sta tres, se hace «dram ático», se h ace «w ag n erian o » ...

W a g n er casi h a descubierto qué m agia se p u ed e p rac ti­ car incluso con u n a m úsica desintegrada y com puesta, p o r así decirlo, de una manera elemental. L a conciencia que de ello ten ía llega hasta lo siniestro, al igual que su instinto de p rescindir p o r com pleto de la legalidad superior, del estilo. Basta lo elem ental — el sonido, el m ovim iento, el color, en u n a p ala b ra , basta la sensualidad de la m úsica. W a g n er j a ­ m ás calcula com o m úsico, guiado p o r alguna conciencia de músico: quiere el efecto, el efecto y n a d a m ás. ¡Y conoce p erfectam en te sobre qué h a de producirlo! — E n ello tiene la falta de escrúpulos q u e tenía Schiller, que tiene to d a p e r­ sona dedicada al teatro , ¡y tam b ién tiene su desprecio del m u n d o , de un m u n d o que p o n e a sus pies!... Se es actor c u an d o se posee u n d eterm in ad o conocim iento que p ro p o r­ ciona u n a v e n taja sobre el resto de los hum anos: lo que tiene que p ro d u c ir efecto com o si fuera verdad, eso no debe ser v erdadero. Este principio h a sido fo rm u lad o p o r T a im a 57: contiene to d a la psicología del actor, contiene tam b ién — ¡no tengam os la m e n o r d u d a al respecto! — su m oral. L a m úsica de W a g n e r n o es n u n c a verd ad era. — Pero se la tiene por tal: así las cosas, todo está en orden. — M ien tras se siga siendo infantil y, adem ás, w ag neriano, a W a g n e r se le te n d rá incluso p o r rico, incluso p o r u n p ro ­ digioso d e rro c h a d o r y hasta p o r u n p ro p ietario de grandes superficies en el reino del sonido. Se a d m ira rá en él lo que los jóvenes franceses a d m ira n en V icto r H u g o , la «prodiga­ lidad de u n rey». M ás tard e se a d m ira a éste y a aquél p o r la raz ó n inversa: com o m aestros y m odelos de econom ía, com o anfitriones listos. N adie los iguala en h a c e r la re p re ­ sentación de u n a m esa principesca con u n gasto m od erad o . — El w agneriano, con su crédulo estóm ago, se sacia hasta con la com ida que su m aestro le ofrece en sus m ágicos h e ­ chizos. P ero nosotros, que tan to en los libros com o en la m úsica exigimos an te to d o substancia, y que difícilm ente es­

57 Francois Joseph Talm a (1763-1826) fue un actor francés.

tam os servidos con m esas m e ra m e n te «representadas», nos en co n tram o s en tales casos m u ch o peor. H a b la n d o claro: W ag n er no nos da bastante que m o rd er58. A su recitativo — p o c a carne, u n po co m ás de huesos y m u c h o caldo — le he d ad o el n o m b re de alia genovese: con lo cual n o he q u e­ rido en absoluto h a la g a r a los genoveses, sino al recitativo más antiguo, al recitativo secco. E n lo que se refiere al leitmotiv w a g n e ria n o , carezco de todo tip o de e n te n d im ie n to culi­ n a rio til respecto. Q u iz á lo adm itiría, si a ello se m e obli­ gara, com o m ondadientes ideal, com o oportunidad de des­ em b arazarse de restos de com idas. Q u e d a n las «arias» de W a g n e r — Y a h o ra ya no digo ni u n a p a la b ra m ás. 9 T a m b ié n al planificar la acción es W a g n e r an te todo ac­ tor. Lo que se le ocu rre en p rim e r lu g ar es u n a escena de efecto absolutam ente seguro, u n a v e rd a d e ra actio59 con un haulrelief [altorrelieve] de los gestos, u n a escena que subyugue

58 Esta sentencia se la aplicó previamente Carlyle a Emerson, tal y como lo expone el mismo Nietzsche en el § 13 del apartado «Incursio­ nes de un intempestivo» de Crepúsculo de los ídolos. 59 Nota. H a sido una verdadera desgracia para la estética que siem­ pre se haya traducido la palabra ‘drama’ por «acción» (Handlung). En ello no sólo se equivoca Wagner; todo el mundo continúa equivocán­ dose; incluso los filólogos, que deberían saberlo mejor. El drama anti­ guo tenía a la vista grandes escenas de pathos — excluía precisamente la acción (la situaba antes del comienzo o después de la escena). La palabra ‘drama’ es de origen dórico: y, según el uso dórico del lenguaje, signi­ fica «acontecimiento», «historia», tomadas ambas palabras en sentido hierático. El drama más antiguo representaba la leyenda local, la «his­ toria sagrada» en la que se basaba la institución del culto (—por con­ siguiente, no era un hacer [thun], sino un hecho que ya ha sucedido [Geschehen, acontecer, suceso acontecido]: en dórico δραν no significa en absoluto «hacer» [thun]). [N. del A .]. Esta misma distinción ya se en­ cuentra en una nota del invierno de 1876-1877, véase el fragmento pos­ tumo del tomo 8, 23 [74],

— esa escena él la piensa en p ro fu n d id ad , desde ella, y sólo desde ella, extrae los diferentes personajes. T o d o lo dem ás se deriva de ahí, adecuándose a u n a econom ía técnica que no tiene m otivos p a ra ser sutil. El público que W a g n e r h a de to m a r en consideración no es el público de Corneille: es m ero siglo xix. Sobre «la ú n ica cosa que es necesaria»60 W a g n e r o p in aría po co m ás o m enos com o lo hace actual­ m en te cualquier otro actor: u n a serie de escenas fuertes, cad a u n a de ellas m ás fuerte que las anteriores — y, en­ sartándolas a todas, m u c h a estupidez inteligente. El busca en p rim e r lu g ar garantizarse a sí m ism o el efecto de su obra, com ienza p o r el Acto tercero y se hace la demostración de su o b ra p o r el efecto final que le causa. T e n ie n d o p o r guía sem ejante com prensión del teatro , no se está en peligro de cre a r un d ra m a sin h aberlo p reten d id o . El d ra m a exige u n a lógica estricta: p e ro ¡a W a g n er no le im p o rta b a la lógica en lo m ás m ínim o! L o repito: no es el público de C orneille el público que él h a b ía de to m a r en consideración: ¡eran m e ­ ros alemanes! Se sabe en qué p ro b le m a técnico el d ra m a ­ turgo p o n e to d a su fuerza y suda sangre con frecuencia: en el p ro b le m a de darle neceúdad al n u d o que tra m a y en h a ­ cer lo m ism o respecto al desenlace, de m a n e ra que am bos solam ente sean posibles de u n a ú nica form a, y tan to el n u d o com o el desenlace p ro d u z c a n la im presión de libertad (principio del m ínim o gasto de fuerza)62. Pues bien, p a ra re ­ solver esa cuestión lo que m enos suda W a g n er es sangre; lo cierto es que p a ra tra m a r el n u d o y el desenlace hace un m ín im o gasto de fuerza. M írese al m icroscopio cualquier «nudo» de W a g n er — p ro m eto que h a b rá cosas p a ra reírse.

60 Véase Evangelio de Lucas 10, 42. 61 Este adjetivo, que también significa ‘hábil’ y ‘astuto’, se lo aplica Nietzsche a sí mismo en la sección de Ecce homo que titula precisamente «Por qué soy yo tan inteligente». 52 Preferimos mantener la más estricta literalidad, aun cuando sería quizá más habitual decir en este caso «ley del mínimo esfuerzo» o «principio de la economía de fuerzas».

N o h ay n a d a m ás divertido que el n u d o del Tristán, a no ser que cojam os el de Los maestros cantores. W a g n e r no es un d ram a tu rg o , no nos dejem os engañar. Le gustaba la p a la ­ b ra «dram a»: eso es todo — le gustaron siem pre las p a la ­ bras herm osas. N o obstante, la p a la b ra «d ram a» es en sus escritos m e ra m e n te u n m alen ten d id o (— y u n a astucia de p e rso n a inteligente: W a g n e r se dio siem pre aires de g ran se­ ñ o r frente a la p a la b ra «ópera» — ); poco m ás o m enos com o en el Nuevo Testamento la p a la b ra «espíritu» tam b ién es m e ra m e n te u n m ale n te n d id o 53. — N i siquiera fue lo bas­ tan te psicólogo p a ra el dram a; evitaba instintivam ente la m otivación psicológica — ¿de qué m odo? p o n ien d o siem ­ p re en su lu g ar la idiosincrasia... M u y m o d ern o , ¿no es verdad? ¡muy parisino! ¡muy décadent!... Los nudos, dicho sea de paso, que de hecho W ag n er sabe desenlazar con ayuda de invenciones dram áticas, son de o tra especie com pletam ente diferente. V oy a d a r u n ejem plo. P ongam os p o r caso que W a g n e r necesite u n a voz fem enina. T o d o u n acto ή η u n a voz fem enina — ¡eso es imposible! Pero, de m o m e n to , no está libre n in g u n a de las «heroínas». ¿ Q u é hace W agner? E m a n cip a a la m u je r m ás vieja del m u n d o , a Erda: «¡Arriba, vieja abuela! ¡Q ue usted tiene que cantar!» Y E rd a c a n ta 64. W a g n e r h a logrado su propósito. E n seguida vuelve a elim inar a la vieja dam a. «Pero ¿ p ara qué h a tenido que venir? ¡Retírese usted! ¡Continúe durm ien d o a placer!» — In summa: u n a escena llena de estrem ecim ientos mitológicos, en la que el w ag n erian o presiente. .. 63 Véase el § 29 de E l Anticristo, donde Nietzsche explica que la pa­ labra «genio» y el concepto de «espíritu» están fuera de lugar en el mundo de Jesús, razón por la cual Renan merece que se le llame un payaso en cuestiones psicológicas. Sobre la importancia de la psicología histórica en el último Nietzsche, otra denominación de la tarea genea­ lógica que propugna, véase la nota 92 de Germán Cano en su edición de E l Anticristo, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, pág. 158, que acerta­ damente remite a textos paralelos y complementarios del § 7 del apar­ tado «Por qué soy yo un destino» de Ecce homo. 64 Parodia del comienzo del acto tercero de Siegfried.

— «P ero ¡y el contenido de los textos w agnerianos! ¡su co n te n id o m ítico, su co n te n id o eterno!» — P reg u n ta: ¿ C ó m o se an a liz a este co n te n id o , este co n te n id o eterno? —- E l q u ím ic o re sp o n d e : se tra d u c e a W a g n e r a lo real, a lo m o d e rn o , — ¡seamos to d av ía m ás crueles! ¡se lo tra ­ duce a lo burgués! ¿Q u é q u ed a entonces de W agner? — D ich o sea entre nosotros, yo lo he intentado. N o h ay n a d a ta n entretenido, ni n a d a tan reco m en d ab le p a ra los paseos, com o contarse a sí m ism o a W a g n e r en p roporciones redu­ cidas y modernizado: p o r ejem plo, Parsifal com o estu d ian te de teología, con los estudios dé bachillerato ya hechos (— esto ú l­ tim o es im prescindible p a ra la insensatez pura)65. ¡Q ué sor­ presas se tien en entonces! ¡No se c re erían ustedes que to­ das las h ero ín a s w ag n e ria n a s sin excepción, ta n p ro n to co m o se las despoja de su pellejo heroico, se p a re c e n ta n to a M a d a m e B ovary que las c o n fu n d iría n con ella! — así co m o ta m b ié n se c o m p re n d e , a la inversa, q u e F la u b e rt no hubiera tenido ningún impedimento p a r a tra d u c ir a su h e ro ín a al escandinavo o al cartaginés y luego, m itologizada, se la h u b ie ra p o d id o ofrecer a W a g n e r com o libreto. E n efecto, a g ran d e s trazo s p a re c e que W a g n e r no se in teresó sino en los p ro b le m a s q u e h o y día in te re s a n a los p e q u e ñ o s de­ cadents parisinos. ¡Siem pre a dos pasos del hospital! ¡Puros p ro b le m a s c o m p le ta m e n te m o d e rn o s, p u ro s p ro b le m a s tí­ picos de una gran ciudad! ¡No te n g a n n in g u n a d u d a de ello!... ¿ H a n n o ta d o (pues fo rm a p a rte de esta asociación de ideas) q u e las h e ro ín a s w a g n e ria n a s n o tie n e n niños?

65 Sobre esta reiterada expresión nietzscheana, reine Thorheit [insen­ satez (o también: necedad, estupidez, tontería) pura], con su clara alu­ sión antikantiana y su implícita burla contra una supuesta etimología del nombre de Parsifal, el ‘puro-insensato’, véase, sobre todo, el § 30 de «Incursiones de un intempestivo» de Crepúsculo ele los ídolos, que contiene una explícita referencia a Bayreuth y a Wagner, así como el § 8 de «Por qué soy yo tan sabio» y los §§ 1 y 4 de «Por qué escribo yo libros tan buenos» de Ecce homo, con la correspondiente nota explicativa de A. Sánchez Pascual.

— N o pueden te n e rlo s ... L a d esesp eració n con la que W a g n e r h a a b o rd a d o el p ro b le m a de p e rm itir q u e Sieg­ fried n a z c a en a b so lu to , d e la ta lo m o d e rn o de su sentir en este p u n to . — Siegfried « e m a n c ip a a la m u je r» — b ie n cierto, sin e s p e ra n z a de p o ste rid a d . — Y, p a r a te r­ m in a r, u n h e c h o q u e nos deja estupefactos: ¡Parsifal es el p a d re de L oh en g rin ! ¿ C ó m o lo h a conseguido? — ¿ T e n ­ d rem o s q u e a c o rd a rn o s a q u í de q u e «la ca stid ad o b ra m i­ lagros»^? ... W agnerus dixit princeps in castitate auctoritas [W agner, autori­ dad principal en asuntos de castidad, lo dijo textualm ente].

1067 Y, de paso, unas palabras todavía sobre los escritos de W agner: son, entre otras cosas, vina escuela de inteligencia. El sistema de procedim ientos que W ag n er m aneja puede ser uti­ lizado en cien casos diferentes — quien tenga oídos, que oiga. Q uizá tenga yo derecho al reconocim iento público si doy u n a expresión precisa de los tres procedim ientos m ás valiosos. T o d o lo que W a g n e r no p u ed e h a c e r es inadm isible. W a g n e r a ú n p o d ría h a c er m uchas cosas: p e ro no quiere hacerlas — p o r rigor de principio. Tocio lo que W a g n e r puede h acer, no lo p o d rá h a c er n a ­ die después de él, n o lo h a p o d id o h a c er n adie antes de él, y no debe hacerlo n adie después de é l... W a g n e r es divino...

66 Véase la carta a P. Gast del 17 de jubo de 1888, en la que ya aparece esta cita del ensayo de R. Wagner Religion und Kunst [Religión y arte] de 1880, edición citada, tomo 10, págs. 117-163; los comentarios sobre el milagro o prodigio (Wunder) de la ‘concepción inmaculada’ se encuentran en págs. 122 y sigs. 67 Es una coincidencia quizá no meramente causal que también el § 10 de la Cuarta Intempestiva esté dedicado a comentar los escritos de Wagner.

Estos tres principios son la quintaesencia de la literatura ele W agner; el resto es — «literatura». — N o to d a m úsica h a necesitado hasta a h o ra de litera­ tura: harem os bien en in d ag a r aq u í p o r la raz ó n suficiente de tal necesidad. ¿Será que la m úsica de W a g n e r es d e m a ­ siado difícil de entender? ¿ O tem ía él lo contrario, que se la e n te n d ie ra con excesiva facilidad — que no se la e n te n ­ d iera con suficiente dificultad? — ¡Lo b ien cierto es que h a r e ­ p e tid o d u ra n te to d a su vida u n único principio: que su m úsica no significaba sólo música! ¡Sino más! ¡Sino infinita­ m en te m u ch o m ás!... «No sólo música» — nin g ú n m úsico h a ­ b la así. Lo repito, W a g n e r no p o d ía crear u n a o b ra entera de u n solo bloque, no tenía elección, tenía que h a c er p ie­ zas fragm entarias, «motivos», gestos, fórm ulas, tenía que h a c e r repeticiones y cien com plicaciones, en cuanto m úsico siem pre siguió siendo u n retórico — de ahí que necesitase p o r principio p o n e r en p rim e r p lan o el «esto significa». «La m úsica no es n u n c a sino u n m ed io » 68: ésta era su teoría, ésta era, ante todo, la ú nica praxis que le era posible en a b ­ soluto. Pero así no piensa ningún músico. — W agner tenía necesidad de literatura p a ra convencer a todo el m u ndo de que tom ase en serio su m úsica y la considerase profunda, «porque esa m úsica significaba lo infinito»; a lo largo de toda su vida él fue el com entarista de la «idea». — ¿Q u é significa Elsa? N o h ay la m e n o r d u d a al respecto, faltaría más: Elsa es «el espíritu inconsciente del pueblo» (— «con este conoci­ m ien to m e convertí n ecesariam ente en el revolucionario perfecto» — )59. 68 Resumen nietzscheano de la tesis central expuesta por Wagner en la «Introducción» a Ópera y drama, véase la traducción castellana de Á.-F. Mayo, Sevilla, 1997, pág. 37. 69 Véase R. Wagner, Eine Mitteilung an meine Fremde [U na comunica­ ción a mis amigos] (1851), edición citada, tomo VI, págs. 199-325, ensayo autobiográfico donde se lee — págs. 277-278— que « Elsa es lo incons­ ciente y lo no-arbitrario en que el ser consciente y arbitrario de Lo­ hengrin anhela redimirse... Elsa, la mujer — la mujer que no había sido comprendida hasta ahora por mí, pero a la que desde este mo-

R ecordem os que W ag n er era jo v en en los tiem pos en que H eg el y Schelling sed u cían a los espíritus; que adivinó, que captó sin equívocos aquello que tan sólo el alem án se to m a en serio — «la idea», quiero decir: algo que es oscuro, incierto, misterioso; que entre los alem anes la claridad es u n a objeción y la lógica, u n a refutación. S cho p en h au er h a acu­ sado con dureza a la época de H egel y Schelling de falta de pro b id a d — con dureza, y tam bién con injusticia: él mismo, el viejo pesim ista falsificador de m onedas, no hizo n a d a «con m ayor probidad» que sus coetáneos m ás famosos. D ejem os la m o ral al m argen: H egel es u n gusto. .. ¡Y no sólo u n gusto alem án, sino europeo! — ¡Un gusto que W ag n er com pren­ dió! — ¡para el que se sintió capacitado! ¡que h a inm ortali­ zado! — N o hizo m ás que aplicarlo a la m úsica — se in ­ ventó un estilo que «significa lo infinito» — se convirtió en el heredero de Hegel... L a m úsica com o «idea»70-------¡Y cóm o se co m p ren d ió a W agner! — L a m ism a espe­ cie de h u m a n o que se entusiasm aba con H egel, se e n tu ­ siasm a actualm ente con W agner; ¡en su escuela se escribe in ­ cluso en hegeliano! — A nte todo lo co m p ren d ió el adolescente alem án. Las dos p ala b ra s «infinito» y «signifi­ cación» le resultaban suficientes: con ellas se sentía bien de u n a m a n e ra que no adm itía com paración. No es la m úsica aquello con lo que W a g n e r se h a conquistado a los adoles­ centes, es la «idea»: — es la riq u eza de enigm as de su arte, su ju g a r al escondite bajo cien sím bolos, su policrom ía del ideal, lo que seduce y lleva h a sta W a g n e r a estos adoles­ centes; es el genio de W ag n er p a ra form ar nubes, su ab arcar aire, vagar en el aire y v a gabundear p o r los aires, su estar en

mentó sí que comprendí...— me ha hecho un revolucionario perfecto. Ella era el espíritu del pueblo que yo ansiaba, también en cuanto ser humano dedicado al arte, para mi redención.» 70 Estas críticas al hegelianismo de Wagner guardan una gran se­ mejanza con la autocrítica que formula Nietzsche sobre su propio he­ gelianismo en E l nacimiento ele la tragedia, véase el § 1 del comentario que dedica a esta obra de juventud en Ecce homo.

todas partes y en ninguna, ¡exactam ente lo m ism o con cjue los h a b ía seducido y a traíd o H egel en su época! — E n m e­ dio de la m ultiplicidad, la plen itu d y la a rb itra rie d a d de W agner, ellos se e n cu en tran com o justificados consigo m is­ m os — «redim idos». Escuchan estrem ecidos cóm o en su arte los grandes símbolos se to rn a n perceptibles desde brum osa lejanía con apacible tronar; no se disgustan si de tanto en tan to este arte se hace gris, horrible y frío. ¡Pues todos ellos, al igual que el m ism o W agner, tienen afinidad con el m al tiem po, con el tiem po alemán! W o ta n es su dios: pero W o ­ ta n es el dios del m al tie m p o ... T ie n e n razón estos adoles­ centes alemanes, siendo com o son: cóm o podrían echar de m e­ nos lo que los dem ás, nosotros, los alciónicos71, echam os de m enos en W a g n er — la gaya scienza; los pies ligeros; hu m o r, fuego, encanto; la gran lógica; la d an za de las estrellas; la es­ piritu alidad superalegre; los estrem ecim ientos de la luz del sur; el m a r en calma — la p e rfe c c ió n ...72

11 — H e explicado dónde está el contexto al que W agner pertenece — no es el de la historia de la música. N o obstante, ¿qué significa él en esa historia? E l advenimiento del actor en la música: u n suceso capital, que da que pensar, acaso tam b ién que tem er. E n u n a fórm ula: «W agner y Liszt». — N u n ca antes se h a b ía puesto a p ru e b a con tanto peligro la integri­ d a d de los m úsicos, su «autenticidad». Esto se c a p ta de m a ­ n e ra palm aria: el g ran éxito, el éxito de m asas, ya no está

71 Nietzsche se compara a menudo con estas aves que, según el mito griego, saben aprovechar los momentos de bonanza para su pro­ pia fecundidad. En el § 4 del «Prólogo» de Ecce homo incluso habla del sonido con el que se expresa la sabiduría de Zaratustra como «ese so­ nido alciónico». 72 Véase el fragmento postumo del tomo 13, 15 [6] 6.

de p a rte de los auténticos, — ¡hay que ser ac to r p a ra te­ nerlo! — V ictor H u g o y R ic h a rd W a g n er — significan u n a y la m ism a cosa: que en las culturas declinantes, d o n d e ­ q u iera que la decisión esté en m an o s de las m asas, la a u ­ ten ticid ad se convierte en superflua, inconveniente, insigni­ ficante. Solam ente el a c to r despierta a ú n el gran entusiasm o. — C o n lo cual adviene p a ra el a c to r la edad de oro — p a ra él y p a ra todo lo que tiene afinidad con su arte. W a g n er m a rc h a con tam bores y pífanos en cabeza de todos los a r­ tistas de la exhibición, de la representación, del virtuosism o; p rim e ro convenció a los directores de orquesta, a los m a ­ quinistas y a los can tan tes de ópera. N o se olvide a los m ú ­ sicos de la o rq u esta : los « re d im ió » del a b u r r im ie n to ... El m ovim iento que W a g n e r creó trasciende incluso al á m ­ bito del conocim iento: ciencias enteras y correlacionadas em ergen p a u la tin a m e n te de secular escolástica. P a ra d a r un ejem plo, pongo de relieve p o r su excelencia los m éritos de Riemann73 en el cam p o de la rítm ica, el p rim e ro que ta m ­ bién h a dado validez p a ra la m úsica al concepto capital de p u n tu ac ió n (sirviéndose, desgraciadam ente, de u n a p a la b ra fea: la llam a «fraseo»). — T o d o s ellos son, lo digo con g ra ­ titu d , los m ejores ad m irad o res de W ag n er, los m ás estim a­ bles — tienen, sencillam ente, el d erecho de a d m ira r a W a g ­ n er. U n m ism o instinto los une entre ellos, en él ven a su tipo m ás elevado, se sienten transform ados en u n p o d er, in­ cluso en u n g ran p o d e r, desde que él los inflam ó con su p ro p io fuego. Pues si en alguna p a rte h a sido efectivam ente benéfico el influjo de W ag n er, h a sido aquí. N u n c a se h a pen sad o , se h a q u erid o y se h a tra b a ja d o tan to en esa es­ fera h a sta ahora. W a g n e r h a inculcado a todos esos artistas u n a n u eva conciencia: lo que a h o ra se exigen, lo que a h o ra obtienen de sí m ism os, antes de W a g n e r ja m á s se lo h ab ían exigido a sí m ism os — antes eran dem asiado m odestos p a ra

73 Nietzsche se refiere al teórico de la música Hugo Riemann, de quien también habla en la carta a Carl Fuchs del 26 de agosto de 1888.

hacerlo. Im p e ra en el teatro u n espíritu diferente desde que el espíritu de W a g n e r tam b ién ejerce su soberanía sobre el teatro: se pide lo m ás difícil, se critica con dureza, se elogia ra ra vez — lo bu en o , lo excelente es lo que vale com o re ­ gla74. Y a no h ay necesidad de gusto; ni siquiera de voz. Sólo se c a n ta a W a g n e r con voz a rru in ad a: eso p ro d u ce un efecto «dram ático». Incluso el talento está excluido. Lo espressivo a to d a costa, com o lo exige el id eal w a g n e ria n o , el ideal de la decadence, se aviene m al con el talento. N o se req uiere m ás que virtud — es decir, adiestram iento, a u to ­ m atism o, «negación-de-uno-m ism o.» N i gusto, ni voz, ni ta­ lento: el teatro de W a g n e r sólo necesita u n a ú nica cosa — ¡germanos!... D efinición de germ ano: obediencia y piernas larg a s... El que el advenim iento de W a g n e r coincida en el tiem po con el advenim iento del Reich75 está cargado de p ro ­ fu n d a significación: am bos hechos d em uestran u n a y la m ism a cosa — obediencia y piern as largas76. — J a m á s se ha obedecido m ejor, ja m á s se h a m a n d a d o m ejor. Los di­ rectores de o rquesta w agnerianos, en especial, son dignos de u n a época que la p o steridad lla m ará algún día con te­ m eroso respeto la época clásica de la guerra. W a g n e r sabía m andar; tam bién fue en esto el gran m aestro. M a n d ab a com o la inexorable voluntad que uno ejerce consigo mismo, como la disciplina que u n o ejercita de p o r vida en sí m ism o: W ag ­ ner, quien quizá p ro p o rcio n e el ejem plo m ás g ran d e de autoviolación de to d a la historia de las artes (— incluso Al-

74 Esto mismo se dice en un fragmento de la primavera de 1888 de­ dicado a la «buena escuela». Véase el fragmento postumo del tomo 13, 14 [170], 75 La fundación del Segundo Reich, posibilitada por los diferentes príncipes y por Luis II de Baviera, tuvo lugar con la proclamación de Guillermo I de Prusia como Emperador de Alemania en la Sala de los espejos de Versalles el 18 de enero de 1871, aprovechando Bismarck la euforia de la victoria en la Guerra franco-alemana, iniciada en 1870. 76 Véase el fragmento del tomo 13, 15 [11],

fieri77, que es el que m ás se le parece, h a sido superado. A notación de un turinés).

12

P ercatarse de que nuestros actores son m ás dignos de adm iración de lo que nunca lo h an sido no implica pensar que su peligrosidad sea m e n o r... ¿Pero quién d u d a rá to davía de lo que yo quiero, — de las tres exigencias p o r las que m i in ­ dignación, m i p reo cu p ació n y m i a m o r p o r el arte m e h an h ech o esta vez que tom e la palabra? Que el teatro no se convierta en dueño y señor de las artes. Que el actor no se convierta en el seductor de quienes son auténticos. Que la música no se convierta en un arte para mentir. F

r ie d r ic h

N

ie t z s c h e

77 El conde Vittorio Alfieri (1749-1803) fue un poeta italiano.

P ost

scr J p t u m

— L a grav ed ad de las p ala b ra s finales m e au to riza a que com unique en este lu g ar todavía algunas frases de un tra ta d o inédito, las cuales, c u an d o m enos, no d eja rá n lugar a eludas sobre m i seriedad en este asunto78. Ese tra tad o se titula: Lo que Wagner nos atesta. L a adhesión a W a g n e r se p a g a cara. Incluso hoy día to­ davía existe al respecto un oscuro sentim iento. N i siquiera el éxito de W a g n er, su tñunfio, lo h a extirpado de raíz. Pero en otro tiem po ese sentim iento fue fuerte, fue terrible, fue com o un odio lúgubre — que atravesó casi tres cuartas p a r ­ tes de la vida de W agner. Esa resistencia que él encontró en nosotros, los alem anes, no p o d rá ser suficientem ente valo­ ra d a ni se le p o d rá n trib u ta r todos los honores que m erece. Se le oponía resistencia com o se resiste contra u n a enferm e­ dad, — no con argum entos — se refutan las enfermedades — , sino con im pedim entos, desconfianza, tedio, repugnancia, con u n a som bría gravedad, com o si en él se ocultara un g ran peligro. Los señores estetas q u e d a ro n al descubierto cuan do, sobre la base de tres escuelas de la filosofía ale­ m a n a , hicieron u n a guerra ab su rd a a los principios de W ag n er con u n a sarta de conjunciones y condiciones — ¡qué le im p o rta b a n a él los principios, incluyendo todos los su­ yos! — Los alem anes m ism os h a n tenido bastan te rac io n a ­ lidad en su instinto p a ra prohibirse en este caso todo tipo de conjunciones y condiciones. U n instinto está debilitado cu an d o se racionaliza: pues, p o r el hecho de racionalizarse, se debilita. Si h ay indicios de que, a pesar del c a rácter in ­ tegral de la décadence europea, todavía resta en la esencia a le m a n a u n g rad o de salud, u n presentim iento instintivo de

78 Casi con estas mismas palabras empieza la nota contenida en el cuaderno W II 7, 57, y el tratado inédito al cjue alli se refiere lleva por título Richard Wagner refiitaclo fisiológicamente.

lo perjudicial y de lo que a c a rre a peligro, yo quisiera que, entre tales indicios, no se m inusvalorase en lo m ás m ínim o esa sorcla resistencia contra W agner. Ella nos h o n ra , nos p e rm ite incluso te n e r esperanzas: F rancia ya n o tendría ta n ta salud de la que disponer. Los alem anes, los retardadores par excellence en la historia, son hoy el pueb lo cultural m ás retrasa d o de E u ro p a 79: esto tiene su ventaja, — p o r ello m ism o son, relativam ente, el pueblo más joven60. L a adhesión a W a g n e r se p a g a cara. Los alem anes sólo en tiem pos m uy recientes h a n olvidado u n a especie de tem or a n te W a g n e r — las ganas de librarse de él las h a n tenido en todo m o m e n to 81. — ¿Se rec u erd a todavía u n a curiosa cir­

79 Recuérdese la típica distinción de época entre los pueblos en es­ tado de naturaleza, o pueblos naturales, y los pueblos en estado de cul­ tura, o pueblos culturales, también denominados — desde el famoso es­ quema evolucionista que dibuja el avance del progreso en las tres etapas de salvajes, bárbaros y civilizados— como los pueblos civilizados o los pueblos con civilización. 80 Sobre el tema de los alemanes y su papel en la historia hay unos cuantos textos complementarios que conviene comparar. Los más im­ portantes podrían ser los siguientes: el § 61 de E l Anticristo; los §§ 2, 3 y 4 del capítulo dedicado a «El caso YVagner» de Ecce homo, y el § 3 de Richard Wagner en Bajreuth, en el que ya se habla de los alemanes como «el genuino pueblo del aprendizaje». En la nota 166 de su edición de E l Anticristo A. Sánchez Pascual traduce un fragmento postumo de sep­ tiembre-octubre de 1888 que ya esboza lo afirmado en este texto. 81 Nota. — ¿Fue Wagner, en definitiva, un alemán? Se tienen razo­ nes para plantear esta pregunta. Es difícil descubrir en él un único rasgo alemán, sea el rasgo que sea. El, que siempre fue un gran apren­ diz, aprendió a imitar muchas cosas alemanas — eso es todo. Su mismo ser contradice lo que ha sido considerado hasta ahora como ale­ mán: ¡no hablemos del músico alemán! — Su padre fue un actor que se apellidaba Geyer. Un Geyer (buitre) casi es ya un Adler (águila)... Lo que hasta ahora ha circulado como «Vida de Wagner» es fable convenue [ficción interesada], si no es algo peor. Confieso mi desconfianza con respecto a cada uno de los puntos que solamente está atestiguado por Wagner mismo. No tenía suficiente orgullo para admitir cualquier ver­ dad sobre él, nadie tuvo menos orgullo al respecto; siguió siendo, exac­ tamente como Victor Hugo, fiel a sí mismo incluso en lo biográfico

cunstancia en la que, m uy al final y de m a n e ra totalm ente inesperada, volvió a ap a re c e r ese antiguo sentim iento? En el entierro de W a g n e r sucedió que la p rim e ra A sociación W a g n e r de A lem ania, la de M u n ic h , sobre su tu m b a dep o ­ sitó u n a c o ro n a cuya inscripción se hizo fam osa en seguida. «¡R edención al redentor!»82 — así decía. T o d o el m undo a d m ira b a la elevada inspiración que h a b ía dictado esas p a ­ labras, ese gusto que es u n a p rerrogativa que tienen los que se h a n adherido a W agner; p ero tam b ién m uchos (¡era u n a cosa bastante extraña!) en tales p alabras hacían la m ism a co­ rrección: «¡R edención del íeclentor!» — Se e m p e z a b a a res­ p irar. L a adhesión a W a g n e r se p a g a cara. M id ám o sla p o r su efecto sobre la cultura. ¿A quién p ro p ia m en te h a llevado a p rim e r p lan o el m ovim iento pro m o v id o p o r W agner? ¿Q ué h a cultivado p a ra que siem pre adquiriese proporciones m a ­ yores? — A nte todo, la arro g a n c ia del pro fan o , del idiota e n el cam po del arte. Eso es lo q u e a h o ra organiza asocia­ ciones, lo que quiere im p o n e r su «gusto», lo que quisiera ejercer de ju e z incluso in rebus musicis et mimcantibus [en los

— siguió siendo actor. [JV. del A.]. Para captar toda la mordacidad de esta nota y de su juego de palabras en tomo a los nombres de las aves citadas, tan aprovechado por algunos mitómanos mal informados, puede ser útil recordar que Adler (águila) era un apellido muy frecuente entre judíos, con lo cual el antisemitismo de Wagner y de muchísimos wagnerianos recibía un duro golpe por partida doble, ya que se insi­ nuaba entonces que Geyer también era un apellido típico de judíos y que Wagner, por lo tanto, procedía de miembros de ese pueblo, si bien Nietzsche no estaba en lo cierto ni en la insinuada ascendencia judía del actor Geyer, ni en esa supuesta paternidad biológica respecto al músico, al menos en la razonada opinión de autorizados especialistas, véase, por ejemplo, Martin Gregor-Dellin, Richard Wagner, 1. 1821-1864, Madrid, Alianza, 1983, págs. 31-40. Véase además el epistolario de Nietzsche y P. Gast de los días 11 y 18 de agosto de 1888. 02 Como ya hemos dicho, estas palabras pertenecen al Parsifal de Wagner, y Peter Gast se las comentó a Nietzsche en su carta del 11 de agosto de 1888.

asuntos de las m úsicas y de los músicos]. E n segundo lugar: u n a indiferencia c ad a vez m ás g ran d e frente a to d a fo rm a ­ ción estricta, distinguida y co ncienzuda al servicio del arte; su lu g ar lo o cupa la fe en el genio, h a b la n d o con to d a cla­ ridad: el diletantism o insolente (— su fórm ula se en cu en tra en Los maestros cantores). E n tercer lugar, y lo peor: la teatrocracia — , el desvarío de la creencia en la preeminencia del tea­ tro, en el derecho del teatro a d e te n ta r la soberanía sobre las artes, sobre el a r te ... P ero a los w agnerianos se les debe de­ cir cien veces en la ca ra qué es el teatro: ¡nunca es sino algo que está por debajo del arte, siem pre es tan sólo algo secun­ dario, algo groseram ente vulgarizado, algo distorsionado y falseado p a ra las masas! E n esto tam p o co W a g n er h a cam ­ biado las cosas en nada: B ayreuth es g ran ópera — p ero ni siquiera es buena ópera... El tea tro es u n a fo rm a de la dem o la tría en asuntos de gusto, el tea tro es u n a sublevación de las m asas, un plebiscito contra el b u e n g u sto ... Esto es pre­ cisamente lo que demuestra el caso Wagner: ¡él se ganó a la gran m asa — él a rru in ó el gusto, a rru in ó nuestro gusto incluso p a ra la ópera! — L a adhesión a W a g n e r se p a g a cara. ¿ Q u é hace del es­ píritu? ¿Libera Wagner el espíritu? — D e él es p ro p io todo equívoco, todo doble sentido, to d o lo que, en definitiva, convence a los indecisos, sin hacerlos to m a r conciencia de para qué h a n sido convencidos. D e ahí que W a g n e r sea un seductor de g ran estilo. E n asuntos del espíritu no h ay n a d a cansado, n a d a decrépito, n a d a que sea m o rta lm e n te peli­ groso p a ra la vida y c alu m n iad o r del m u n d o que no haya sido secretam ente p rotegido p o r su arte — él esconde en los lum inosos velos del ideal el m ás negro de los oscuran­ tismos. Es u n a d u la d o r de todo instinto nihilista (— budista) y lo disfraza de m úsica, es u n a d u la d o r de todo tipo de cris­ tianism o, de to d a fo rm a de expresión religiosa de la déca­ dence. Escuchem os con atención: todo lo que alguna vez h a y a crecido en el suelo de la vida empobrecida, to d a la m o ­ n e d a falsa de la trascendencia y del m ás allá, tiene en el arte de W a g n e r a su m ás sublim e defensor — no m ediante

fórm ulas: W a g n e r es dem asiado inteligente p a ra utilizar fór­ m ulas — sino m ed ia n te u n a persuasión de la sensualidad que, p o r su p a rte , de nuevo reblandece y fatiga el espíritu. L a m úsica com o C ir c e ...83 Su últim a o b ra es en eso su o b ra m aestra m ás grande. El Parsifal conservará ete rn a ­ m en te su ran g o en el arte de la seducción, com o el toque ge­ nial de la se d u cció n ... A d m iro esta obra, m e gustaría h a ­ b e rla hecho yo m ism o; ya que no fue así, la comprendo. . . 84 J a m á s estuvo W a g n e r ta n inspirado com o al final. A quí el refinam iento en la alianza entre belleza y en ferm ed ad llega ta n lejos que, p o r así decirlo, p ro y ecta som bras sobre el arte a n te rio r de W agner: éste aparece dem asiado claro, d e m a ­ siado sano. ¿C om prendéis esto? ¿La salud, la claridad p ro ­ d u ciendo el efecto de que fueran som bras? ¿de que fueran casi com o u n a objeción?... A tal distancia somos ya puros in­ sensatos... ¡N unca h u b o u n m aestro m ás g ran d e en pesados perfum es hieráticos — n o vivió ja m á s nadie que conociera com o él todo lo infinito mínimo, todo lo trep id an te y super­ a b u n d a n te , todos los femeninísimos85 que se derivan de lo idiótico (Idiotikon) de la felicidad! — ¡Bebed, pues, amigos

83 Sobre este específico uso de la polivalente figura de Circe en la escritura de Nietzsche véase el § 17 de «Sentencias y flechas» en Cre­ púsculo de los ídolos.

84 Compárese este pasaje con lo que Nietzsche le dice a P. Gast en la carta del 25 de julio de 1882, relacionando el Parsifal con la música que compuso en su adolescencia, en especial la de ciertas partes elegia­ cas de un Oratorio, por la sorprendente afinidad que les encuentra con el estado de ánimo y la expresión que, con el asentimiento de su pro­ pia hermana, también descubre en la citada música del último Wagner. Sobre ese «Oratorio de Navidad» que Nietzsche trató de componer en 1860-1861 véase lo que dice C. P. Jan z, Friedrich Nietzsche. 1. Infancia y juventud, Traducción de J . Muñoz, Madrid, Alianza, 1981, págs. 79-80. 85 Para evitar cualquier posible equívoco con lo que actualmente en­ tendemos por «feminismo» y para que se perciba el peculiar acento con que Nietzsche usa la palabra, que también aparece, entrecomillada, en el § 3 de «Por qué escribo yo libros tan buenos» de Ecce homo, traducimos «Femininismus» con toda literalidad, diferenciándola de «Feminismus».

m íos, los filtros de este arte! E n nin g ú n lugar hallaréis u n a m a n e ra m ás ag radable de en erv ar vuestro espíritu, de olvi­ daros de vuestra virilidad bajo u n rosal silvestre... ¡Ah, este viejo hechicero! ¡Este K lingsor86 de todos los Klingsors! ¡C óm o nos hace la guerra! ¡a nosotros, los espíritus libres! ¡De qué m a n e ra h a b la con sonidos-cle-joven-hechicera p a ra com p lacer a todas las cobardías del alm a m oderna! — J a ­ m ás h u b o sem ejante odio a muerte al conocim iento! — H a y que ser cínico p a ra no sucum bir a esta seducción, hay que sab er m o rd e r p a ra no po n erse aquí a ad o ra r. ¡M uy bien, viejo seductor! El cínico te advierte — cave canem [ten cui­ dad o con el p e rro ]... L a adhesión a W a g n e r se p a g a cara. O bservo a los a d o ­ lescentes que d u ran te largo tiem po estuvieron expuestos a su infección. El efecto m ás inm ediato, a u n q u e relativam ente inocuo, es la co rru p ció n del gusto. W a g n e r a c tú a com o un consum o incesante de alcohol. E m b o ta, obstruye el estó­ m ago. Efecto específico: degeneración del sentido del ritm o. El w agneriano a c a b a p o r llam ar rítm ico a lo que yo m ism o d enom ino, con u n proverbio griego, «rem over el fango». M u c h o m ás p elig ro sa es la c o rru p c ió n de los conceptos. El adolescente se convierte en u n m aja d e ro — en u n «idea­ lista». Se halla p o r encim a de la ciencia; en esto se en­ c u e n tra a la a ltu ra del m aestro. N o obstante, se dedica a h a c er el filósofo; escribe Bayreuther Blätter; resuelve todos los p ro blem as en el n o m b re del padre, del hijo y del m aestro santo. O bviam ente, lo m ás siniestro sigue siendo la corrup­ ción de los nervios. Si se pasea p o r la noche a lo largo de u n a ciudad relativam ente grande: p o r todas partes se oirá torturar instrum entos con u n a furia solemne -— un aullido salvaje se inmiscuye entre los suplicios. ¿Q,ué sucede? — Los adoles­ centes trib u ta n su ado ració n a W a g n e r... B ayreuth es un

86 Personaje ele Parsifal. Vive en un castillo encantado, entre instru­ mentos de hechicero, y así es, en efecto, como se presenta en el Cua­ dro primero del Acto segundo de esta obra.

n o m b re que c u a d ra p a ra un establecim iento hidroterápico. — T e leg ra m a típico de B ayreuth: «bereits bereut» (ya a rre ­ pentido)87. — W a g n e r es u n a calam idad p a ra los adoles­ centes; es u n a fatalidad p a ra la m ujer. ¿ Q u é es, m édica­ m en te h a b lan d o , u n a w agneriana? — M e p a re c e que un m édico no p o d ría p la n te a r con suficiente seriedad esta al­ ternativa de conciencia a jóvenes m ujeres: u n a cosa o la o tra 88. — Pero ellas ya h a n h echo su elección. N o se p u ede servir a dos señores si uno de ellos se llam a W ag n er. W a g ­ n e r h a redim ido a la m ujer; en recom pensa, la m u jer le ha construido B ayreuth. Sacrificio absoluto, entrega absoluta: no se posee n a d a que no se le ofrezca. L a m u jer se e m p o ­ brece en beneficio del m aestro, resulta conm oved ora, está ahí d esnuda an te él. — L a w a g n e ria n a — la am b ig ü ed ad m ás e n c an ta d o ra que hoy en día existe: ella es la personifica­ ción de la causa de W a g n er — bajo su signo vence esa c a u s a ...89 ¡Ah, este viejo bandido! N os a rre b a ta a los ad o ­ lescentes, a rre b a ta incluso a nuestras m ujeres y las a rrastra a su cu e v a... ¡Ah, este viejo m inotauro! ¡C uánto nos ha costado ya! A ño tras año le llevan a su laberinto com idvas de las m ás herm osas m u ch ach as y cie los m ás bellos ad o ­ lescentes p a ra que las devore — añ o tras año E u ro p a en­ tera en to n a «¡Nos vam os a Creta! ¡Nos vam os a C re ta !» ...90

87 En este juego de palabras Nietzsche se cita a sí mismo de ma­ nera casi literal, pues en la carta a su hermana del 25 de julio de 1876 ya le escribió que, dadas las circunstancias, «casi me he arrepentido (de haber venido a Bayreuth)». 88 Véase el fragmento postumo del tomo 13, 16 [78], Una varia­ ción de esta idea se encuentra en el § 27 de «Incursiones de un intem­ pestivo» de Crepúsculo de los ídolos y en la nota 154 de la edición revisada de esta obra, preparada por A. Sánchez Pascual, pág. 170. 89 El lector ya habrá notado la modulación que Nietzsche efectúa del bien conocido lema in hoc signo, con las referencias indirectas a Constantino y a la cruz. 90 Esto es lo que canta el coro en La belle Héléne de Jacques Offen­ bach, compositor por quien YVagner no tenía ninguna estima. Véase también la carta a P. Gasl del 24 de agosto de 1888.

Segundo

po st

s c r ip t u m

— Parece que m i c a rta está expuesta a u n m ale n te n ­ dido. Sobre ciertos rostros se insinúan las arrugas de la g ra­ titud; incluso escucho u n tím ido regocijo. Preferiría, aquí y en m uchas cosas, que se m e entendiera. — Sin em bargo, desde que en las viñas del espíritu alem án causa estragos u n nuevo anim al, el gusano del Reich, la fam osa rhinoxera91, ya no se entiende ni u n a sola de m is palabras. M e lo atestigua la m ism a Kreuzzeitun^ 2, p a ra no h a b la r del Liiterarisches Gentralblatt93. — H e d ad o a los alem anes los libros m ás p ro ­ fundos que poseen — raz ó n suficiente p a ra que los alem a­ nes no en tien d an n in g u n a de las p alab ras que c o n tie n e n ... Si en este escrito le hago la g u e rra a W a g n er — y, de paso,

91 Neologismo inventado por Nietzsche en el que pensamos que combina la referencia al emblemático rio alemán de famosos viñedos con la epidemia que afecta a las vides, conocida como phylloxera. Ba­ sándose en unos versos irónicos de cartas del 15 de septiembre y del 3 de octubre de 1887, así como en la alusión a ‘un nuevo animal’, este neologismo también aprovecha un juego de palabras posibilitado por el término que sirve para nombrar al rinoceronte (Rhinozeros). 92 Este «periódico de la Cruz», llamado así por la cruz de hierro que ostentaba en su portada, el órgano de los reaccionarios prusianos seguidores de Bismarck, que se editó en Berlín de 1848 a 1938 y en cuya cabecera se denominaba Neue preussische Teilung [Nueuo periódico pru­ siano] era de talante fuertemente conservador, frontalmente opuesto a los escritos del filósofo. Nietzsche suele referirse a él con sorna, véase, por ejemplo, el final del § 1 de «Por qué escribo yo libros tan buenos» en Ecce homo. 93 Este semanario para gente culta, la Hoja central literaria, lo editaba en Leipzig F. Zarncke; en él, en calidad de colaboradores libres, tanto Nietzsche como su amigo E. Rohde publicaron reseñas durante su época universitaria, en la que residieron en esa ciudad. No obstante, el citado editor se negó a publicar un artículo de este último a favor de E l naci­ miento de la tragedia en el espíritu de la música en enero de 1872, recién apa­ recida la obra, cuando ésta y su joven autor más lo necesitaban.

a u n d ete rm in a d o «gusto» a lem án — , si tengo duras p a la ­ bras c o n tra el cretinism o de B ayreuth, no quisiera con ello en m odo alguno hacerle el ju e g o a cualquier otro m úsico, sea el que sea. Otros músicos no cu en tan frente a W agner. L a situación es absolutam ente desastrosa. L a decadencia es universal. L a e n ferm ed ad está a rra ig a d a a m u c h a pro fu n d i­ dad. Si se usa el n o m b re de W a g n e r p a ra la ruina de la mú­ sica, com o el de B ernini p a ra la ru in a de la escultura, él no es, de nin g ú n m o d o , su causa94. U n ic a m e n te h a acelerado su tempo [ritmo] — claro que de u n a m a n e ra ta n vertiginosa que u n o se q u e d a parado' con h o rro r ante esta caída casi fulm inante, an te este descenso al abism o. El tenía la inge­ n u id a d de la décadence: en eso residía su superioridad. C reía en ella, no se detuvo ante n inguna lógica de la décadence. Los dem ás vacilan — eso es lo único que los diferencia. ¡Y n in ­ g u n a o tra cosa m ás!... V oy a e n u m e ra r — lo que h a y de com ún entre W a g n e r y «los dem ás»: el h u n d im ie n to de la fuerza o rganizadora; el abuso de los recursos tradicionales sin ten e r la cap acid ad que lo justifique, sin u n objetivo p a ra usarlos; la falsificación al copiar las form as grandes, p a ra las cuales hoy en día nadie es lo bastan te fuerte, orgulloso, se­ guro de sí m ism o, ni lo ba sta n te sano; la supervitalidad en lo m ás m ínim o; el afecto a to d a costa; el refinam ien to com o expresión de la vida empobrecida; c ad a vez m ás nervios en lu­ g ar de carne. — Sólo conozco a u n m úsico que todavía hoy está en condiciones de c o m p o n e r u n a o b e rtu ra de una

94 L a negativa opinión que Nietzsche se formó del gran escultor y arquitecto italiano del Barroco Giovanni Lorenzo Bernini (1598-1680) como instaurador del reino del mal gusto es deudora de Jaco b Burckhardt (véase su obra Der Cicerone, Leipzig, 1869, págs. 690-696) y de Stendhal (véase Rome, Naples et Florence, París, 1854, pág. 404). Sobre las ideas nietzscheanas en torno a la música y el arte barrocos véase, por ejemplo, el § 219 de Humano, demasiado humano I, así como la nota 83 de la edición de Alfredo Brotons y Manuel Barrios de este libro, Madrid, Alia!, 1996, págs. 144-145 y el § 171 de la primera parte del tomo II de la citada obra, edición citada, págs. 57-59.

sola pieza: y naclie Jo c o n o c e ...95 Los que hoy son famosos no com ponen, en co m p aració n con W agner, u n a m úsica «m ejor», sino ta n sólo u n a m úsica m ás indecisa, m ás indi­ fe re n te : m ás in d ife re n te p o rq u e , al existir el todo completo, la m ita d incom pleta está fuera de lugar. A h o ra bien, W ag­ n e r era u n todo com pleto; p ero era la corrupción com pleta; e ra la valentía, la v o lu n ta d , la convicción en la c o rru p ció n — ¡qué im p o rta n c ia p u ed e seguir teniendo u n J o h a n n e s B ra h m s !... L a fo rtu n a de éste fue u n m alen ten d id o alem án: se lo tom ó com o antagonista de W a g n e r — ¡se necedtaba un antagonista! — ¡Eso no lleva a c o m p o n er m úsica necesaria, eso p ro d u ce ante todo d em asiada música! — ¡C uan do no se es rico se debe ser lo bastan te orgulloso p a ra la p o b reza!... L a sim patía que de m a n e ra innegable B rahm s inspira aquí y allá, prescindiendo p o r com pleto de ese interés partid ario , de ese m alen ten d id o partidista, p a ra m í fue d u ra n te largo tiem p o u n enigm a: hasta que, casi p o r casualidad, acabé p o r descubrir que él causa efecto sobre u n determ in ad o tipo de hum anos. T ie n e la m elancolía de la incapacidad; no c re a a p a rtir de la plenitud, está sediento de plenitud. Si des­ contam os lo que él im ita, lo que to m a p restad o de grandes form as estilísticas antiguas o exótico-m odernas96 — él es un m aestro de la copia —-, entonces la nostalgia q u e d a com o lo m ás p ro p io su y o ... Eso lo adivinan los nostálgicos, los insa­ tisfechos de to d a especie. T ie n e dem asiada p o c a personali­ d ad , es dem asiado po co u n p u n to c e n tra l... Eso lo entien­ den los «im personales», los periféricos — p o r eso lo quieren. Es, en particular, el m úsico de u n a especie de m ujeres in ­ satisfechas. C in c u e n ta pasos m ás: y u n o tiene a la w agne-

95 Nietzsche alude a su querido discípulo y amanuense Peter Gast, como lo demuestra la carta que le dirigió el 9 de agosto de 1888. La expresión que aparece en el original, traducida literalmente, dice «tallar una obertura toda en madera», lo cual podría significar la obligada pre­ sencia de la sección orquestal de los instrumentos de madera a lo largo de toda la obertura. 95 Véase la carta de P. Gast a Nietzsche del 11 de agosto de 1888.

ria n a — exactam ente igual que a cincuenta pasos m ás allá de B rahm s e n c u e n tra a W a g n er — , la w agn erian a, u n tipo m ás p ro n u n cia d o , m ás interesante, sobre todo más gracioso. B rah m s es conm ovedor m ientras sueña en secreto o llora p o r él m ism o — en eso es «m oderno» — ; se vuelve frío y deja de interesam os en cuanto recoge la herenda de los clási­ c os... C on gusto se llam a a B rahm s el heredero de Beethoven: es el eufem ism o m ás cauteloso que conozco. — T o d o lo que h o y día p rete n d e alcan zar u n «gran estilo» en la m úsica es, en cuanto tal, o falso respecto a nosotros, o bien falso con­ sigo m ism o. E sta alternativa d a ba sta n te que pensar: pues en sí m ism a im plica u n a casuística sobre el valor de los dos casos. «Falso respecto a nosotros»: c o n tra esto p ro te sta el ins­ tinto de la m ayoría — no q uieren que se los engañe — ; yo m ism o, p o r descontado, c o n tin u aría prefiriendo este tipo al otro («falso consigo mismo»). Ese es mi gusto. — E xpresán­ dom e de m a n e ra m ás com prensible, p a ra los «pobres de es­ p íritu » 97: B rahm s — o W a g n e r... B rahm s no es u n actor. — Es posible subsum ir a u n a b u ena parte de los otros músicos bajo el concepto de ‘B rahm s’. — N o digo u n a p a la b ra de los hábiles m onos de W a g n er, p o r ejem plo, de G o ld m ark 98: con la Reina de Saba se form a p a rte de la menageñe [colección de anim ales] — u n o ya p u e d e exhibirse. — Lo p e q u e ñ o es lo único que hoy en día se p u e d e h a c e r bien, lo único que hoy día se p u ed e h a c er de u n a m a n e ra m agistral. Sola­ m en te en lo p e q u e ñ o es posible todavía la p ro b id a d . — Pero, en lo esencial, n a d a p u ede cu ra r a la m úsica de lo esen­ cial, de la fatalidad de te n e r que ser expresión de la con­ tradicción fisiológica — de ten e r que ser moderna. U n a e n ­ señ an za óptim a, u n a form ación su m am en te p ro fu n d a , u n a fam iliaridad con lo fundam ental, incluso e x trem an d o el ais­ lam ien to en c o m p a ñ ía de los viejos m aestros — to d o ello si­

97 Véase Evangelio de Mateo 5, 3. 98 Compositor austríaco de quien Nietzsche comenta en otro tono su obertura Sakuntala en carta a P. Gast del 2 de diciembre de 1888.

gue siendo sólo paliativo, ilusorio si hab lam o s con m ás rigor, p o rq u e ya no se tiene en el cuerpo aquello que es su con­ dición necesaria: la ra z a fuerte de u n H ä n d e l, o bien la des­ b o rd a n te a n im alid ad de u n R o ssin i" . — N o todo el m u n d o tiene derecho a cualquier m aestro: esto vale p a r a épocas e n ­ teras. — E n sí no está excluida la posibilidad de que to d a ­ vía h a y a en a lg u n a p a rte de E u ro p a restos de especies m ás fuertes, de seres h u m an o s típicam ente intem pestivos: de lo cual a ú n cabría esperar tam b ién p a ra la m úsica u n a belleza y u n a perfección tardías. Las excepciones son, en el m ejo r de los casos, aquello que todavía p o d rem o s vivir en n u estra vida. D e la regla de que la co rru p ció n es lo q u e p red o m in a, de que la corrupción es u n a fatalidad, de esa regla n o hay n in g ú n dios que salve a la m úsica. —

99 Sobre el compositor italiano véase más adelante lo que Nietzsche dice en el apartado «Intermezzo» de Nietzsche contra Wagner.

E

p íl o g o

— Finalm ente, escapém onos p o r un m om ento — p a ra así po d e r respirar— de ese estrecho m u n d o al que co ndena al espíritu to d a p reg u n ta p o r el valor de las personas. D espués de haberse ocupado d u ran te tanto tiem po del «caso W agner», u n filósofo tiene la necesidad de lavarse las m anos. — Voy a ciar m i concepto de lo moderno. — T o d a época tiene en la m edida de su p ro p ia fuerza la m edida tam bién p a ra las vir­ tudes que le están perm itidas y p a ra las que le están pro h i­ bidas. O bien tiene las virtudes de la vida ascendente: y enton­ ces se opone desde el m ás profundo de los fundam entos a las virtudes de la vida descendente. O bien ella m ism a es u n a vida descendente — y entonces tam bién está necesitada de las virtudes de la decadencia, con lo cual odia todo lo que sólo se justifica en la plenitud, en la sobreabund ancia de fuerzas. L a estética está ligada indisolublem ente a estas con­ diciones biológicas previas: hay u n a estética de la décadence y una estética clásica — lo «bello en sí» es una quimera, como todo el idealismo. — E n la esfera m ás lim itada de los así denom i­ nados valores m orales no es posible encontrar u n a antítesis m ás grande que la de la moral de los señores y la m oral de los conceptos cristianos de valor: esta últim a, que h a crecido en u n suelo com pletam ente m órbido (— los Evangelios nos p re­ sentan exactam ente los m ismos tipos psicológicos que descri­ ben las novelas de Dostoievski)100, y, en el lado contrario, la

100 Véase el § 31 de E l Anlicrislo, así como las notas 38, 69 y 98 de la edición de A. Sánchez Pascual y las notas 95, 101 y 103 de la edi­ ción de G. Cano, la primera en Alianza y la segunda en Biblioteca Nueva, Madrid, 1997 y 2000, respectivamente, de este libro crucial en la producción del último Nietzsche. Para conocer sus relaciones con Dostoievski también son recomendables el § 45 del apartado «Incursio­ nes de un intempestivo» de Crepúsculo de los ídolos y la nota 179 de la edición preparada por A. Sánchez Pascual de este escrito.

m oral de los señores («rom ana», «pagana», «clásica», «del Renacim iento»), en cuanto lenguaje simbólico de lo plena­ m ente conseguido, de la vida ascendente, de la voluntad de p o ­ der com o principio de la vida. L a m o ral de los señores afirma instintivam ente del m ism o m o d o que la m oral cristiana niega instintivam ente («Dios», el «m ás allá», la «abnegación de sí m ism o [Entselbstung]», todo puras negaciones). L a prim era com unica parte de su plenitud a las cosas — transfigura, em ­ bellece, otorga razón al m u n d o — , la segunda em pobrece, des­ tiñe, afea el valor de las cosas, niega el m undo. «M undo» es u n a p a la b ra que utilizan los cristianos p a ra insultar. — Estas form as antitéticas de la óptica de los valores son ambas nece­ sarias: son m odos de ver que no se obtienen con argum entos y refutaciones. Al cristianismo no se lo refuta, tam poco se re­ futa u n a enferm edad ocular. El h a b e r com batido el pesi­ m ism o com o si fuera u n a filosofía h a sido el colm o de la docta idiotez. A m i parecer, los conceptos de «verdadero» y «no verdadero» carecen de sentido en la óptica. — Lo único que hay que com batir es la falsedad, la am bigüedad instin­ tiva que n o quiere percibir esas antítesis com o tales antítesis: com o no lo quiso percibir, p o r ejemplo, la voluntad de W ag­ ner, que en sem ejantes falsedades tuvo u n a m aestría n a d a pequ eña. ¡M irar ele reojo la m oral de los señores, la m oral aristocrática (— la saga islandesa es prácticam ente su docu­ m en to m ás im portante — ) y a la vez tener en los labios la doctrina contraria, la del «evangelio de los hum ildes»101, de la necesidad de re d e n c ió n !... A d m iro , dicho sea de p aso , la m odestia de los cristianos que van a Bayreuth. Y o m ism o no p o d ría soportar ciertas palabras en boca de un W agner. H ay conceptos que no tienen nada que ver con B ayreuth...

101 Expresión que Nietzsche toma de Renan, «Evangile des humbles», véase, por ejemplo, el § 2 dedicado al sabio francés de las «Incursiones de un intempestivo» de Crepúsculo de los ídolos, donde la vuelve a utilizar, pero en la versión francesa original.

¿C óm o? ¿U n cristianismo arreglado p a ra w agnerianas, quizá por w agnerianas — pues en sus últimos días W ag n er fue por com pleto feminini generis [de género femenino] — ? Lo repito, los cristianos de hoy día son p a ra m í dem asiado m odestos... Si W ag n er fue un cristiano, ¡entonces Liszt h a b ría sido un p a d re de la Iglesia! — L a necesidad de redención, la síntesis de todas las necesidades cristianas, no tiene n a d a que ver con semejantes payasos: es la form a de expresión m ás sincera de la décadence, el m ás convencido y doloroso decir-sí a la deca­ dence m ediante símbolos y prácticas sublimes. El cristiano quiere desprenderse de sí mismo. Le moi est toujours hai'ssable [El yo es siem pre odioso]102. — L a m oral aristocrática, la m oral de los señores, p o r el contrario, tiene sus raíces en u n triun­ fante decir sí a sí mismo ■— es autoafirm ación, autoglorificación de la vida, necesita tam bién p o r su p a rte símbolos y prácticas sublimes, p ero tan sólo «porque le rebosa el cora­ zó n » 103. T o d o el arte que es bello, todo el arte que es grande tiene aquí su lugar: la esencia de am bos es la gratitud. P or otra pa rte , de ella no se p u ed e elim inar u n a aversión ins­ tintiva contra los décadents, u n desprecio e incluso u n h o rro r hacia su sim bolism o: tal actitud es, p rácticam en te, su de­ m ostración. El ro m a n o aristocrático consideraba al cristia­ nism o com o foeda superstitio [sucia superstición]104: recuerdo al respecto la m a n e ra en que el últim o alem án de gusto aristocrático, la m a n e ra en que G oethe consideraba a la

102 Véase B. Pascal, Penséis, edición de P. Faugére, I, 197. Nietzsche poseía esta edición en su biblioteca, así como la traducción alemana de C. F. Schwartz, Leipzig, 1865. Esta sentencia del pensador francés aparece críticamente comen­ tada por el filósofo en el § 385 de la primera parte de Humano, demasiado humano 11, edición citada, pág. 109, así como en los §§ 63 y 79 de Aurora, edición de G. Cano, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, págs. 98 y 109, respectivamente. Para las relaciones de Nietzsche con Pascal véase la nota 52 de esta última edición. 103 Véase Evangelio de Mateo 12, 34. 104 Expresión construida tal vez a partir de la excitabilis superstitio que usa Tácito, Amales X V 44.

c ru z 105. Es vano buscar antítesis m ás valiosas, m ás necesa­ rias. . . 106 — A h o ra bien, u n a falsedad com o la de los de B ayreuth no es actu alm en te n in g u n a excepción. T o d o s conocem os el antiestético concepto del junker101 cristiano. E sta inocencia en­ tre térm inos en contraposición, esta « b uena conciencia» en la m en tira es, m ás bien, moderna par excellence, es casi la defi­ nición de la m o d ern id ad . El ser h u m a n o m o d e rn o re p re ­ senta, biológicam ente, u n a contradicción en los valores, está sen­ tad o entre dos sillas, sim ultáneam ente dice sí y dice no. ¿ Q u é de extraño tiene que precisam ente en nuestros tiem ­ pos la falsedad m ism a se h a y a h echo carne e incluso un ge­ nio? ¿ Q u e Wagner «habitase entre nosotros»?108 C o n razón llam é yo a W a g n e r el C agliostro de la m o d e r n id a d ...109

101 Como dicen los versos de un famoso Epigrama veneciano de Go­ ethe, el número 66, muchas son las cosas difíciles que puede soportar, pero cuatro hay que le resultan repugnantes, como si fueran serpientes o pócimas venenosas, a saber, el humo del tabaco, las chinches, los ajos y la + . Véase el inicio del § 51 de «Incursiones de un intempestivo» de Crepúsculo de los ídolos, así como la nota 187 de la edición revisada de este escrito, preparada por A. Sánchez Pascual, pág. 175. 106 Nota. Sobre la antítesis entre «moral aristocrática» y «moral cris­ tiana» mi Genealogía de la moral ofreció las primeras enseñanzas: quizá no haya un giro más decisivo en la historia del conocimiento religioso y moral. Este libro, mi piedra de toque para todo lo que está en conso­ nancia conmigo, tiene la fortuna de ser accesible tan sólo a los espíri­ tus más exigentes y de sentido más elevado: los demás carecen de oídos para escucharlo. Uno ha de tener su pasión en cosas en que hoy día nadie la tiene... [N. del A .] (Remite concretamente a los §§ 10-11 del «Primer tratado» de la obra citada). 107 Este término equivale al ‘hidalgo’ castellano, pero con las ca­ racterísticas propias de su situación social y de su mentalidad típica­ mente prusianas. 108 Irónica referencia a] muy conocido versículo del Evangelio de Juan 1, 14. 109 Véase la nota correspondiente del § 5 de este mismo escrito, que contiene el pasaje al que Nietzsche se está remitiendo aquí.

P ero todos nosotros tenem os en el cuerpo, sin saberlo y sin quererlo, valores, p alabras, fórm ulas y m orales de contra­ puesta procedencia, — nosotros somos, considerados desde u n p u n to de vista fisiológico, fa lso s... ¿Por dón d e co m en za­ ría — u n diagnóstico del alma moderna? P o r u n a enérgica inci­ sión en esta contrad icto ried ad instintiva, p o r la elim inación de sus valores antitéticos, p o r la vivisección p ra c tic a d a en su caso más instructivo. — El caso W a g n e r es p a ra el filósofo' u n a verdadera fortuna110 — este escrito está inspirado, eso se p ercib e con el oído, p o r la g r a titu d ...111

110 Juego de palabras entre ‘el caso Wagner’ (der Fall Wagner) y ‘caso afortunado’ (o ‘lance de fortuna’, ‘golpe de suerte’, ‘jugada afor­ tunada’, e incluso ‘chiripa’ o ‘carambola’), que todo esto es lo que sig­ nifica la palabra alemana utilizada por Nietzsche (Gliicksfall). 111 El texto original se halla en: Friedrich Nietzsche, Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe, tomo 6, edición crítica de G. Colli y M. Montinari, Múnich-Berlín-Nueva York, DTV-Walter de Gruyter, 1980, págs. 9-53.

NIETZSCHE CO N TRA WAGNER D O C U M E N T O S DE U N PSICÓ LOG O*

* Nietzsche contra Wagner. Documentos ele un psicólogo, Leipzig, Editorial de C. G. Naumann, 1889 (Primera edición). Como explican Colli y Montinari en su comentario a la edición crítica de este — en cierto modo— último escrito nietzscheano, en la carta que el filósofo envió el 17 de diciembre de 1888 a su editor Naumann de Leipzig, en la que, en una hoja que adjuntó, indicaba que se había de introducir el capí­ tulo «Intermezzo», también figuraba la siguiente explicación: «Para que el título se relacione lo más estrechamente posible con el “ Caso Wag­ ner” , deseamos que se denomine / Nietzsche contra Wagner / Un pro­ blema para psicólogos.» Posteriormente, al enviar al editor la conclu­ sión del apartado titulado «Epílogo», añadió que deseaba mantener como título del escrito el que aquí aparece, «Nietzsche contra Wagner / Documentos de un psicólogo». En el «Prólogo» insiste en que el li­ bro está dirigido a quienes son psicólogos, no a los alemanes.

P

r ó lo g o

1

T o d o s los capítulos que vienen a continuación se h a n seleccionado, no sin cautela, a p a rtir de mis escritos a n te ­ riores — algunos se rem o n tan a 1877 — , q uizá sean m ás inteligibles en algunos puntos y, sobre todo, se h a n a b re ­ viado. Leídos en su conjunto no d e ja rá n n in g u n a d u d a ni sobre R ichard W ag n er ni sobre mí: somos antípodas. Al leer­ los se c o m p ren d erá, adem ás, alguna o tra cosa: p o r ejem plo, qu e este escrito es u n ensayo p a ra psicólogos2, p e ro no p a ra

1 Nietzsche envió este «Prólogo» a su editor de Leipzig junto con las correciones que había efectuado sobre las pruebas de imprenta del libro. El manuscrito numerado por Colli y Montinari como X V I 6 con­ tiene una primera versión, que dice así: «Considero necesario poner frente a la absoluta falta de délicatesse con la que en Alemania se ha re­ cibido mi escrito E l caso Wagner algunos pasajes cuidadosamente escogi­ dos de mis escritos anteriores. Los alemanes se han puesto en evidencia ante mí todavía una vez más — no tengo argumentos para alterar mi juicio sobre esa raza inepta en cuestiones de decoro. Incluso se les ha escapado a quién es el único al cjue yo hablo, al músico, a la conciencia-del-músico — en cuanto músico... /Nietzsche / Turin, a 10 de di­ ciembre de 1888.» 2 Son muchos los textos de esta época en los que Nietzsche se pre­ senta como psicólogo y en los que subraya que se dirige sobre todo a psicólogos, a expertos en cuestiones psicológicas. Por ejemplo, el escrito que conocemos como Crepúsculo de los ídolos se titulaba Ociosidad de un p si­ cólogo. Para conocer el personalísimo concepto de ‘psicología’ que de­ fendía y practicaba el filósofo, véase el § 23 de M ás allá del bien y del mal.

a le m a n es... T e n g o lectores en tocias partes, en V iena, en San Petersburgo, en C o p en h ag u e y en Estocolm o, en París, en N u ev a Y ork — p ero no los tengo en el país llano de E u ­ ro p a, en A le m a n ia ...3 y quizá tam b ién ten d ría yo alguna p a la b ra que decirles al oído a los señores italianos, a los que- amo tanto c u an to y o ... Quousque tándem, Crispi... [H asta cuan do, C risp i... ] Tñple alliance [Triple alianza]: un pueblo inteligente no hace n u n c a con el Räch m ás que u n a misa­ lliance... [m ala a lia n z a ...]4 Friedrich N ietzsche T u rin , N avidad de 1888

3 Nietzsche también expone esta misma idea en el § 2 del capítulo «Por qué escribo tan buenos libros» y en el § 3 del comentario a «El caso Wagner» de su obra Ecce homo. La referencia crítica a su país como el país llano, plano, chato e incluso mediocre y estúpido de Europa, que todos esos significados encierra la expresión aparentemente neutra y descriptiva de la que se sirve, aparece también en Crepúsculo de los ído­ los, capítulo titulado «Lo que los alemanes están perdiendo», § 3. 1 Para entender estas líneas finales del «Prólogo» importa tener pre­ sentes unas cuantas informaciones que Curt Paul Jan z proporciona en su gran biograiia de Nietzsche, a saber, que Francesco Crispi (1818-1901), por entonces primer ministro de Italia, había practicado desde su cargo a partir de 1887 una política a favor de la permanencia de su país en el pacto de la Triple Alianza de 1882, porque parecía dejarle libres las manos para una política colonial italiana en Africa (Abisinia), véase Friedrich Nietzsche, 4. Los años de hundimiento 1 8 8 9 /1 9 0 0 . Traducción de J . Muñoz e I. Reguera. Madrid, Alianza, 1985, pág. 23; que con tal ac­ titud estaba colmando la paciencia de quienes preferían una política di­ ferente, con lo cual bien merecía que se le aplicase ese famoso co­ mienzo de la primera Catilinaria de Cicerón; y, por último, que esta irónica cita del gran retórico romano implicaba también una indirecta alusión contra el político más influyente del (segundo) Reich, Otto von Bismarck (1815-1898), como documenta A. Sánchez Pascual comen­ tando las referencias directas a Catilina y a la «existencia catilinaria», que ya aparecen en el § 45 de las «Incursiones de un intempestivo» de Crepúsculo de los ídolos, en la nota 180 de su edición revisada de este li­ bro. Madrid, Alianza, 1998, págs. 174-175.

Qué

s u s c it a

mi

a d m ir a c ió n

5

C reo que los artistas con frecuencia ig n o ra n qué es lo m ejor que p u e d e n hacer: son dem asiado vanidosos p a ra sa­ berlo. Su sentido p arece que esté dirigido h acia algo m ás soberbio que esas p eq u e ñ as plantas que saben crecer sobre su suelo, nuevas, raras y herm osas, con a u tén tica perfec­ ción. A precian superficialm ente los productos del huerto y la viña de su p ro p ied ad , que son p ro fu n d a m en te buenos, y su a m o r y su cap acid ad de discernir no tienen el m ism o rango. H e aquí u n m úsico cuya m aestría consiste, en m a ­ yor m ed id a que en nin g ú n otro, en ex traer los sonidos del re in o de las a lm a s d o lie n tes, o p rim id a s y a to rm e n ta d a s , e incluso en h a c er h a b la r a la m u d a m iseria. N in g u n o lo iguala en los colores del otoño tardío, en la felicidad indes­ criptiblem ente con m o v ed o ra del últim o, del ultim ísim o, del m ás ro tu n d a m e n te breve de todos los goces, él conoce un sonido p a ra esas m edianoches secretas y siniestras del alm a en las que causa y efecto p arece que h u b ie ra n perd id o su coordinación y a c ad a m o m e n to p u d iera surgir algo «de la nada». C re a con m ay o r fo rtu n a que nadie desde el últim o fondo de la felicidad h u m a n a y, p o r así decirlo, desde la copa que ya h a vaciado, en la que, p a ra lo b u e n o y p a ra lo perverso a fin de cuentas, las gotas m ás ácidas y m ás a m a r­ gas se m ezclan con las m ás dulces. C onoce ese cansado arra stra rse del a lm a que ya no es capaz de saltar y volar, y ni siquiera p u ed e cam inar; tiene la m ira d a esquiva del do lor encubierto, de la com prensión sin consuelo, de la des­ p e d id a ya decidida, p ero no convicta ni confesa; m ás aún, com o el O rfeo de todas las m iserias secretas, tiene m ás g ran d eza que nadie y, gracias a él, se h a n in co rp o rad o al

:) Este capítulo constituye una variación del § 87, titulado «Sobre la vanidad de los artistas», de La ciencia jovial. Véase la citada edición de Germán Cano, págs. 175-176, así como la nota 30.

arte p o r p rim e ra vez m uchas cosas que hasta a h o ra p a re ­ cían inexpresables e incluso indignas del arte — las rebel­ días cínicas, p o r ejem plo, de las que sólo es capaz el que m ás sufre, así com o to d a u n a v a ried ad de cosas infinita­ m en te m inúsculas y m icroscópicas del alm a, las escam as en cierto m odo de su n a tu raleza anfibia — , él es, sin duda n in g u n a, el maestro de lo infinitam ente m inúsculo. ¡Pero no quiere serlo! ¡Su c a rácter prefiere los grandes lienzos y la te­ m e ra ria p in tu ra m u ra l!... N o se p e rc a ta de que su espíritu tiene u n gusto y u n a tendencia diferentes — u n a óptica co n trap u esta — y de que, sobre todo, desearía estar sen­ tad o en silencio en los rincones de las casas en ruinas: allí, oculto, escondido de sí m ism o, p in ta sus auténticas obras m aestras, que son todas m uy breves, a m en u d o sólo d u ran u n único com pás — tan sólo allí, y quizá ú n icam en te allí, él llega a ser com pletam ente bu en o , g ran d e y perfecto. — W a g n er es u n a p ersona que h a sufrido p rofundam ente — he aq u í su preeminencia sobre los dem ás músicos. — Yo adm iro a W a g n e r en to d o aquello en que se po n e en m úsica a sí mismo6. —

D ónde

hago

o b je c io n e s 7

C on ello no he dicho que yo considere sana esta música, so­ bre todo en aquellos m om entos en que habla de W agner. Mis objeciones contra la música de W agner son objeciones fisioló­ gicas: ¿para qué seguirlas disfrazando con fórmulas estéticas? Al fin y al cabo, la estética no es m ás que una fisiología aplicada. — P ara mí es un «hecho», es mi «petit fa it vrai» [«pequeño he­

6 En el citado aforismo de La ciencia jovial se añade este final: «¡Pero él no lo sabe! Es demasiado vanidoso para saberlo.» 7 Este capítulo reproduce, con las correspondientes variaciones y añadidos, el § 368 de La ciencia jovial que lleva por título «Habla el cí­ nico», véase la edición citada, págs. 380-382.

cho verdadero»], que empiezo a respirar con dificultad en cuanto esta música m e causa efecto; que de pronto mi pie se en­ fada y se rebela contra ella: necesita u n ritmo, una danza, una m archa — a los acordes de la Marcha del Emperador de W agner ni siquiera el joven K aiser alem án es capaz de m archar8 — , mi pie exige de la música ante todo las delicias que se ofrecen cuando se cam ina bien, se pasea bien, se danza bien... ¿Y no pro­ testa tam bién mi estómago? ¿y mi corazón? ¿y la circulación de mi sangre? ¿no se irrita m i intestino? ¿No m e pongo afónico con esta música sin darm e cuenta...? Para escuchar a W agner ne­ cesito pastilles Gérandel.. . y, así las cosas, m e pregunto: ¿qué quiere en definitiva todo mi cuerpo de la música en general? Porque el a lm a no existe... C reo que quiere hacer lo que le resulta fá c il9:

B Wagner compuso esta marcha para el regreso victorioso de las tropas alemanas en 1871, sin conseguir ganarse para su causa en los momentos difíciles del inicio de la empresa de Bayreuth ni a Bismarck ni al Emperador Guillermo I, que por entonces no la consideraron un asunto nacional. Nietzsche la escuchó, dirigida por el propio composi­ tor y como caballeroso acompañante de su admirada Cosima, el 20 de diciembre de ese mismo año en el concierto que la Asociación Wagner de Mannheim organizó a beneficio del proyecto del festival de Bay­ reuth. Véase C. P. Jan z, Friedrich Nietzsche. 2. Los diez años de Basilea 1 8 6 9 /1 8 7 9 . Traducción d e j. Muñoz e I. Reguera. Madrid, Alianza, 1981, págs. 84 y 127. La irónica referencia al joven Emperador, repetida más adelante, está dedicada a Guillermo II (1859-1941), quien por entonces contaba 29 años y, desde su recién inaugurado trono, que mantuvo de 1888 a 1918, sufría en exceso las imperiosas decisiones del todopode­ roso canciller Bismarck. 9 El término que Nietzsche utiliza y que aparece en varios lugares de sus obras en interesantes juegos cie palabras, como más adelante ten­ dremos ocasión de comprobar, es una palabra compuesta en la que so­ bresale la presencia del adjetivo «kickt» (fácil, ligero), y viene a signifi­ car, por lo tanto, ‘facilitación’, ‘aligeramiento’, ‘alivio’, ‘desahogo’, y también ‘esparcimiento’ o ‘diversión’. Esta frase podría traducirse, pues, de varias formas, por ejemplo, «creo que (mi cuerpo) quiere ha­ cerse ligero», «divertirse», «aliviarse», etc., «quiere su alivio», «su es­ parcimiento», «su facilidad», etc. Véase al respecto, por ejemplo, el § 148 de Humano, demaáado humano I, edición citada, pág. 120.

com o si todas las funciones anim ales tuvieran que acele­ rarse con ritm os ligeros, atrevidos, desenfadados, seguros de si m ism os; com o si la vida férrea y plom iza tuviera que p e rd e r su pesadez con m elodías áureas, tiernas, similares al aceite. M i m elancolía quiere e n c o n tra r sosiego en los secre­ tos y abism os de la perfección: p a ra eso necesito la m úsica. P ero W a g n er m e p o n e enferm o. — ¿Q u é m e im p o rta a mí el teatro? ¿ Q u é m e im p o rta n las convulsiones de sus éxtasis «m orales» en que el p u eb lo — ¡y quién no es «pueblo»!— e n c u e n tra su satisfacción? ¿ Q u é m e im p o rta n todos los ges­ tos de m ag ia-p o tag ia del actor? — C o m o se ve, yo soy de u n a n a tu ra le z a esencialm ente a n titeatral, yo siento en el fondo de m i a lm a el p ro fu n d o desprecio que hoy día tie­ n en todos los artistas c o n tra el teatro, ese arte ele masas par excellence. Exito en el te a tro — con esto u n o p ierd e mi res­ p e to h asta p e rd e rlo de vista p a ra siem pre; fiacaso — en­ tonces aguzo los oídos y com ienzo a re s p e ta r... P ero W a g ­ ner, p o r el co n trario , junto al W a g n e r que h a com puesto la m úsica m ás solitaria que existe, fue, adem ás, esencialm ente u n a c to r y un h o m b re de teatro , el m im ó m a n o m ás e n tu ­ siasta que quizá h a y a existido, incluso como músico... Y, di­ cho sea de paso, si la teo ría de W a g n e r h a sido la de que «el d ra m a es el fin, la m úsica n u n c a es sino el m e d io » 10— , su praxis, p o r el co n trario , fue desde el principio hasta el final aquella de que «la pose es el fin, el d ra m a y tam bién la m úsica n u n c a son sino sus m edios». L a m úsica com o m ed io p a r a clarificar, refo rzar e in te rio riz a r los gestos d ra ­ m áticos y la d ra m á tic a exhibición plástica del actor; ¡y el d ra m a w a g n erian o no es m ás que u n a o p o rtu n id a d p a ra lucir m uchas poses interesantes! — E n todas y c ad a u n a de

10 Véase la «Introducción» a Opera y drama, donde se subraya la tesis central que dice así: «el error en el género artístico de la ópera consistió en que un medio de la expresión (la música) se convirtió en el fin y que el fin de la expresión (el drama) se ha convertido en el medio». Richard Wagner, Opera y drama. Trad, castellana de Á.-F. Mayo. Sevilla, 1997, pág. 37.

las cosas W a g n e r tenía, añadidos a todos los dem ás, esos instintos de u n g ran ac to r que ejercen el mando: y, com o ya se h a dicho, tam b ién los tenía en cu a n to m úsico. — E n u n a ocasión, y no sin esfuerzo, le puse en claro esto a un w ag n e ria n o pur sang [pura sangre] — ¡claridad y ser wagneriano! no digo ni u n a p a la b ra m ás. H a b ía razo nes p a ra a ñ a d ir todavía eso de «¡sea usted un p o co m ás sincero c o n ­ sigo m ism o, que no estam os en Bayreuth! E n B ayreuth tan sólo se es sincero en c u a n to m asa; en c u a n to individuo se m ien te, u n o se m ien te a sí m ism o. C u a n d o se v a a B ay­ re u th u n o se deja a sí m ism o en casa, uno re n u n c ia al de­ rech o de ten e r voz p ro p ia y voto propio, ren u n c ia a su gusto, incluso a la valentía que u n o tiene y d em u e stra ante D ios y an te el m u n d o entre las c u a tro p a red es de su p ro ­ p ia casa. N adie, y m enos que nadie el artista que tra b a ja p a ra el teatro , le a p o rta a éste los sentidos m ás sutiles de su arte — allí falta la soledad, to d o lo que es perfecto no tolera testigos... E n el tea tro se convierte u n o en pueblo, en re b a ñ o , en m ujer, en fariseo, en g a n a d o electoral, en p a tro c in a d o r, en id io ta — en wagneriano: allí ni siquiera la conciencia m ás p e rso n al deja de su c u m b ir al hech izo nive­ la d o r del g ran n ú m ero , allí rein a el vecino, allí se convierte u n o en p r ó jim o ...» 11

In

term ezzo

12

— A ún diré unas p alabras p a ra los oídos m ás selectos: qué es lo que quiero yo, en realidad, de la música. Q u e sea se-

11 En el citado aforismo de La ciencia jovial añade Nietzsche: «(Olvi­ daba contar lo que a las objeciones fisiológicas me contestó mi ilustrado wagneriano: “¿Estará usted en realidad suficientemente sano para nues­ tra música?”)» 12 Todo este apartado constituye íntegramente el § 7 del capítulo de Ecce homo denominado «Por qué soy yo tan inteligente», que también

re n a y pro fu n d a, com o u n a tard e de octubre. Q u e sea p e r­ sonal, desenfadada, tierna, u n a dulce m ujercita llena de m alicia y e n c a n to ... N u n c a adm itiré que u n alem án pueda sab er qué es la m úsica. Los llam ados m úsicos alem anes, an te todo los m ás grandes, son extranjeros, eslavos, croatas, italianos,· holandeses — o judíos; en caso contrario, son ale­ m an es de ra z a fuerte, alem anes ya extinguidos, com o H e in ­ rich Schütz, B ach y H ändel. Yo m ism o sigo siendo a ú n lo suficientem ente polaco com o p a ra d a r todo el resto de la m úsica a cam bio de C hopin: exeptúo, p o r tres razones di­ ferentes, el Idilio de Sigfñdo de W a g n e r13, quizá tam bién a

estaba redactando y componiendo por las mismas fechas. La última vo­ luntad de su autor, manifiesta el 2 de enero de 1889, parece ser que fue mantenerlo en este libro que por fin prefirió editar, e inmediata­ mente después le sobrevino su derrumbe psíquico. Esa última decisión, por lo tanto, implicaba dejar de editar Nietzsche contra Wagner. Cuando se publicó por vez primera este escrito, que había sido finalmente de­ negado, tan sólo tuvo una tirada de pocos ejemplares. Esa primera edición, que se llevó a cabo durante ese mismo año del derrumbe, es decir, muy pronto, durante 1889, respetó el último plan que Nietzsche preparó para su impresor antes de declinar su publicación, un plan que man­ tuvo en diversas fechas, los días 22, 28 y 30 de diciembre de 1888, en el que este apartado con el título de «Intermezzo» estaba integrado en Nietzsche contra Wagner, si bien con anterioridad, y ello ha provocado problemas, el día 20 de diciembre había decidido incorporarlo al libro que finalmente, el 2 de enero, optó por publicar, Ecce homo. Quizá es­ tas vacilaciones en torno al lugar editorial de esta página, que con bue­ nas razones ahora forma parte del texto definitivo de ambos escritos, puedan considerarse como un notable indicio del íntimo tono confesio­ nal, personalísimo, lírico y profundamente musical en el fondo y en la forma, que rezuman cada una de sus palabras. 13 Esta composición sinfónica, que primero se llamó Música de la es­ calera, se estrenó el 25 de diciembre de 1870 en Tribschen como regalosorpresa del compositor en el día en que Cosima cumplía 33 años. Nietzsche estuvo presente tanto en el ensayo general que tuvo lugar la víspera en un hotel de Lucerna, como en el emotivo estreno el día de Navidad, como invitado de la familia. Véase C. P. Janz, Friedrich N ietzs­ che 2. Los diez años de Bcuilea 1 8 6 9 /1 8 7 9 , edición citada, págs. 101-103.

Liszt, quien con sus aristocráticos acentos orquestales va p o r d elante de todos los m úsicos; y p o r últim o, adem ás, todo lo que h a crecido m ás allá de los Alpes — más acá... N o sabría prescindir de Rossini, y a ú n m enos de m i sur en la m úsica, la m úsica de m i maestro14 v en e cia n o P ietro G asti. Y cuando digo m ás allá de los Alpes, en realidad digo sólo Venecia. C uando busco u n a palabra que sea un buen sinó­ nim o de música, no encuentro n u nca m ás que la palabra Venecia. N o sé hacer ninguna diferencia entre lágrimas y música, no sé pensar la felicidad, el sur, sin un escalofrío de miedo. Del puente en que estuve llego en noche ya oscurecida. Los sones de una canción desde muy lejos venían: y en la m ar estremecida doradas gotas caían. Góndolas, música y luces — ebrias nadando se iban hacia la puesta del sol... Mi alma, cual mandolina, ocultamente rasgada, se cantaba conmovida como cantan gondoleros con mil colores que vibran en su afortunada dicha. — ¿Alguien, sí, la escucharía?...

14 En italiano en el original, con el correspondiente y nada pom­ poso significado que tiene en esta lengua. Nietzsche también italianiza a continuación el nombre alemán Peler Gast [Pedro Huésped] que solía darle al compositor y ensayista Heinrich Köselitz, quien había sido alumno suyo en 1875 en la Universidad de Basilea y desde entonces se había convertido en el amigo que más le ayudaba como amanuense en los trabajos de preparación y corrección de pruebas de sus escritos.

W

agner

co m o

un

p e l ig r o

l 15

El propósito que persigue la m úsica m ás reciente en aquello que actualm ente se denom ina, de m a n e ra tan enfá­ tica com o im precisa, la «m elodía infinita», p u ed e ponerse en claro a d e n trán d o se en el m a r, p e rd ie n d o po co a poco apoyo firm e y entregándose finalm ente a m erc e d del ele­ m ento: se h a de nadar. E n la m úsica m ás antigua, entre idas y vueltas que p o d ían ser delicadas, o festivas, o incluso fo­ gosas, unas veces m ás rápidas y otras veces m ás lentas, se tenía que h a c er algo p o r com pleto diferente, a saber, se te­ nía que danzar. L a m ed id a necesaria p a ra ello, el atenerse a d eterm inados grados de tiem po y de fuerza equivalentes exigía del alm a del oyente u n a constante ponderación, — en el contraste entre la corriente de aire frío p ro ced en te de esta p o n d e ra c ió n y el cálido aliento del entusiasm o radicaba el hechizo de to d a la buena m úsica. — R ic h a rd W a g n er q u ería un m ovim iento de o tra índole — y alteró la prem isa fisiológica de la m úsica anterior. N a d a r, flotar — en lugar de cam in ar, d a n z a r ... C on esto q uizá y a se h a dicho lo de­ cisivo. L a «m elodía infinita» quiere precisam ente ro m p e r tod a esta regularidad de üem po y de fuerza, a veces incluso se b u rla de ella, — su riq u eza de invención la tiene ju sta ­ m en te en aquello que a u n oído m ás antiguo suena com o u n a p a ra d o ja rítm ica y u n a ofensa contra el ritm o. D e la im itación, del p red o m in io de sem ejante gusto surgiría p a ra la m úsica un peligro de m áx im a gravedad — la absoluta degeneración del sentido del ritm o, el caos en lugar del

13 Este apartado se basa en el § 134 de Miscelánea de opiniones y sen­ tencias, primera parte de Humano, demasiado humano 11, que lleva el título siguiente: «Cómo debe moverse el alma según la música moderna», edición citada, págs. 47-48.

ritm o ... El peligro se agudiza cu an d o tal m úsica se apoya c ad a vez con m ay o r decisión en u n arte de la in te rp re ta ­ ción escénica y del m im o totalm ente naturalistas, no som e­ tidos a n in g u n a ley de la plástica, que sólo q uieren el efecto y n a d a m á s ... Lo espressivo a cualquier precio y la m úsica al servicio de la pose, esclava de la pose — esto es el f i n . . . 16

2 17 ¿C óm o? ¿sería efectivam ente la p rim e ra v irtud de u n a in terp retació n , com o a h o ra p a re c e n creer los artistas de las interp retaciones m usicales, la virtud de alcan zar bajo cual­ quier circunstancia u n hautrelief [altorrelieve] im posible de superar? ¿N o es esto, p o r ejem plo, aplicado a M ozart, el a u ­ tén tico p e c a d o c o n tra el espíritu de M o z a r t18, c o n tra el espíritu sereno, soñador, tierno y e n a m o ra d o de M ozart, quien, p o r fortuna, n o e ra alem án y cuya seriedad es u n a seriedad benevolente y dorad a, no la de un a lem án pesado y p a c a to ... p a ra no h a b la r de la seriedad del «convidado de p ie d ra » ...? ¿Pero es que sois de la opinión de que toda m ú ­ sica es la m úsica del «convidado de piedra», — de que toda m úsica h a de b ro ta r de la p a re d e in tro d u cirse en el

16 Nietzsche tachó en el manuscrito para la imprenta el final que correspondía a este apartado y que decía así: «Pero semejante natura­ leza del gusto estético es la prueba de la décadence.» 17 Este apartado se basa en el § 165 de E l caminante y su sombra, se­ gunda parte de Humano, demasiado humano II, que llevaba por título «Del principio de la interpretación en la música». ‘Interpretar música’ quiere decir aquí hacerla sonar para que se pueda oír, ejecutarla en público para que se la escuche. Véase la edición citada, pág. 168. 18 El § 34 de «Sentencias y flechas» de Crepúsculo de los ídolos ofrece una variación de esta idea («la carne sedentaria es precisamente el pe­ cado contra el espíritu santo»), que repite al final del § 1 de «Por qué soy yo tan inteligente» de Ecce homo: «L a carne sedentaria — ya lo he dicho en otra ocasión — es el auténtico pecado contra el espíritu santo.»

oyente h a sta revolverle las trip a s? ... ¡Com o si sólo así tu­ viera efecto la música! — ¿E n quién h a tenido entonces efecto? E n algo en lo que u n a rtista aristocrático ja m á s h a de p ro d u c ir efecto — ¡en la masa! ¡en los inm aduros! ¡en los hastiados! ¡en los enfermos! ¡en los idiotas! ¡en wagnerianos! .. . 19

U na

m ú s ic a

s in

fu tu ro

20

D e todas las artes que saben crecer en el suelo de u n a de­ term inada cultura, la música es la última de las plantas en apa­ recer, quizá porque es la más íntima de todas ellas y, en conse­ cuencia, la que m ás tarda en desarrollarse — en el otoño y en el declive respectivos de la cultura de la que form e parte. Sólo en el arte de los m aestros holandeses encontró el alm a de la E dad M edia cristiana su acabada expresión sonora, — su ar­ quitectura musical es la herm an a m ás joven del gótico, pero con su m ism a legitimidad y dignidad. Sólo en la música de H ändel tuvo sonido lo m ejor del alm a de Lutero y de sus alle­ gados, el com ponente judeo-heroico que le dio a la R eform a

19 En el manuscrito para la imprenta tachó Nietzsche el final que había previsto y que decía así: «Pero lo espressivo a cualquier precio es la prueba de la décadence...» Este final estaba relacionado con el del apartado anterior, que también tachó, y con una frase del aforismo en el que estaba basado, eliminada en esta nueva versión, que en la origi­ nal de E l caminante y su sombra era como sigue: «¿Creen, pues, real­ mente, los artistas actuales de la interpretación musical que el manda­ miento supremo de su arte sea dar a cada pieza tanto altonelieve como se pueda y hacerle hablar a cualquier precio un lenguaje dramático?» 20 El texto anterior que sirve de fundamento a este pasaje es el § 171 de Miscelánea de opiniones y sentencias, primera parte de Humano, demasiado humano 11, que lleva el título siguiente: «L a música como fruto tardío de toda cultura», edición citada, págs. 57-59. Este nuevo titulo es una ne­ gativa que desaprueba frontalmente el que lleva el conocido libro de 1849 de R. Wagner La obra de arte del futuro, así como la expresión «mú­ sica del futuro», usual entonces para referirse también a la música del compositor.

un rasgo de grandeza — el Antiguo Testamento, no el Nuevo, con­ vertido en música. Sólo M ozart logró plasm ar en oro cantante y sonante la época de Luis X IV y el arte de R acine y de C laude Lorrain; sólo en la m úsica de Beethoven y de Rossini acabó de cantarse el siglo xvm, el siglo de la ensoñación, de los ideales rotos y de la fugaz felicidad. T o d a m úsica veraz, toda m úsica original es u n canto de cisne. — Acaso tam bién nuestra m úsica m ás reciente, p o r m ucho que dom ine y que se afane p o r dom inar, sólo siga teniendo ante sí u n breve lapso de tiempo: pues surgió de u n a cultura cuyo suelo está h u n ­ diéndose con am enazante rapidez, — de u n a cultura, pues, de inm ediato ya hundida. Sus presupuestos son un cierto catoli­ cismo del sentimiento y un placer p o r cualquiera de las esen­ cias y epidemias añejo-autóctonas presuntam ente «naciona­ les». L a apropiación p o r parte de W agner de antiguas sagas y canciones, en las que el prejuicio docto había enseñado a des­ cubrir algo germ ánico par excellence — actualm ente nos reímos de ello — , la reanim ación de estos m onstruos escandinavos do­ tándolos de una sed de sensualidad e insensibilidad extasiadas — todo este tom a y daca de W agner en lo que respecta a los tem as, los personajes, las pasiones y los nervios tam bién ex­ presa con claridad el espíñtu de su música, suponiendo que in­ cluso ésta, com o toda música, no sepa hablar de sí m ism a de m an e ra inequívoca: pues la m úsica es u n a mujer... N o debe uno dejarse confundir sobre este estado de cosas p o r el hecho de que hoy p o r hoy estemos viviendo precisam ente en la re­ acción dentro de la reacción. L a época de las guerras naciona­ les, del m artirio ultram ontano, todo este carácter de entreacto que aho ra es propio de las situaciones que atraviesa Europa, podría de hecho proporcionar u n a gloria repentina a un arte de características tales como el de W agner, sin p o r ello ga­ rantizarle un futuro. Los alem anes mismos no tienen fu tu ro ...21

21 Este condensado diagnóstico de su época se encuentra más ex­ plícito tanto en el citado § 171 de Humano, demasiado humano 11, que aquí

N o s o t r o s , l o s a n t í p o d a s 22

Q u iz á se recu erd e, p o r lo m enos entre m is amigos, que al p rincipio m e lancé a c o m b atir c o n tra este m u n d o m o ­ d ern o con algunos errores y sobrevaloraciones y, en cual­ quier caso, como alguien con muchas esperanzas. Entendí — ¿quién sabe a p a rtir de qué experiencias personales?·— el pesi­ m ism o filosófico del siglo xix com o síntom a de u n a fuerza superior del p ensam iento, de u n a plen itu d de la vida m ás victoriosa que la que h a b ía venido a expresarse en la filo­ sofía de H u m e , de K a n t y de H egel, — yo tom é el cono­ cim iento trágico com o el lujo m ás herm oso de n u estra cul­ tu ra , com o su m ás valiosa, m ás aristocrática y peligrosa m o d alid ad de derroche, p ero en cualquier caso, en razón de su riqueza superabundante, com o u n lujo que le era lícito concederse. Siguiendo la m ism a regla interp retab a yo la m ú ­ sica de W ag n er com o expresión de u n a potencia dionisíaca del alm a, en ella creía escuchar el terrem oto con el que una fuerza prim ordial de la vida, contenida desde antiguo, p o r fin se m anifestaba a su aire, indiferente ante el hecho de que así todo lo que hoy día se denom ina cultura p udiera ponerse a tem blar. Se ve qué es lo que m alentendí, com o tam bién se ve con qué obsequié a W ag n er y a S chopenhauer — conm igo m is m o ...23 T o d o arte, to d a filosofía p u e d e n ser legítim a-

aparece con bastantes recortes, como en una primera versión de aquel aforismo que está traducida en la nota 115 de la citada edición, pá­ gina 57, que puede complementarse con el § 178 titulado «Arte y res­ tauración», pág. 62. 22 El título primitivo de este apartado en el manuscrito para la im­ prenta era «Dos antípodas». Con muchas modificaciones, el texto que sirve de base es esta vez el § 370 de La ciencia jovial titulado «¿Qué es romanticismo?», edición citada, págs. 383-387. 23 En determinado momento de la preparación de este escrito Nietzsche pensó intercalar aquí una nueva página, pero pronto desistió de hacerlo. Se conserva el papel que contiene ese añadido que quería haber introducido y que versaba sobre Shopenhauer, Wagner y él

m en te considerados com o rem edios y recursos de la vida ascendente o descendente: p resu p o n e n siem pre sufrim ientos y sufrientes. A h o ra bien, h ay dos tipos de sufrientes, p o r un lado los que sufren p o r la sobreabundancia de la vida, que quieren u n arte dionisíaco e igualm ente u n a visión y u n a perspectiva trágicas de la vida — y, p o r el otro, los que su­ fren p o r el empobrecimiento cie la vida, que exigen del arte y de la filosofía tran q u ilid ad , reposo, m a r en calm a, o bien la ebriedad, la convulsión, el aturdim iento. L a veng an za con­ tra la vida m ism a — ¡la m o d alid ad m ás p lac e n tera de e b ried ad p a ra tales sufrientes de vida em pobrecida!... T a n to W a g n e r com o S c h o p e n h a u er ofrecen u n a respuesta a la doble necesidad de estos últim os — niegan la vida, la calu m nian, p o r eso son m is antípodas. — El m ás rico en a b u n d a n c ia de vida, quien es dios y h u m a n o dionisíaco, p u ed e perm itirse n o sólo la visión de lo terrible y p ro b le ­ m ático, sino incluso la acción terrorífica y cualquier lujo de destrucción, de desintegración, de negación, — en él lo m alvado, absurdo y feo p a re c e n lícitos en cierto m o d o a consecuencia de u n exceso de fuerzas gen erad o ras y rege­ n erantes, com o p a re c e n lícitos en la natu raleza, la cual in ­ cluso tiene la cap acid ad de cre a r a p a rtir de cualquier de­ sierto u n a ex u b eran te tie rra fértil. P o r el contrario, el que m ás sufre, el de vid a m ás p o b re, necesitaría tan to en el p e n s a m ie n to c o m o e n la a c c ió n so b re to d o la d u lz u ra , la apacibilidad y la b o n d a d — eso que hoy día se den o ­ m in a h u m an itarism o — y, a ser posible, u n dios que con to d a p ro p ie d a d sea u n dios p a ra enferm os, u n salvador; del m ism o m odo, tam b ién necesitaría m u ch o la lógica, la inte­ ligibilidad conceptual de la existencia incluso p a ra idiotas — los típicos «espíritus libres», com o los «idealistas» y las «alm as bellas», son todos décadents — en sum a, necesitaría

mismo, con ideas que en gran parte utilizó en la redacción final del § 3 dedicado a «Las Intempestivas» y del § 6 del apartado consagrado a «Humano, demasiado humano» de Ecce homo.

u n a cierta estrechez, cálida y tranq u ilizad o ra, y u n a cierta reclusión d e n tro de horizontes optim istas, las cuales p e rm i­ tan la estupidización... D e este m o d o ap ren d í poco a poco a e n te n d e r a E picuro, la antítesis de u n griego dionisíaco, así com o al cristiano, quien, de hecho, n o es m ás que u n a es­ pecie de epicúreo y con su «bienaventurados los que creen» si­ gue en la máxima medida que puede el principio del hedonism o — h a sta m ás allá de to d a p ro b id a d inte lec tu a l... Si tengo alguna ven taja sobre todos los psicólogos es ésta, que mi vista es m ás a g u d a p a ra esa especie de retodeducción, la m ás difícil y capciosa de todas, en la que se com eten la m ay o r p a rte de los errores — la deducción que retrocede de la o b ra a su autor, de la acción a su agente, del ideal a aquél a q uien le es necesario, y que de toda m a n e ra de p e n sar y v alo rar retro ced e a la necesidad q u e p o r detrás está ejer­ ciendo el m a n d o sobre ellas. — R especto a los artistas de todo tipo m e sirvo a h o ra de esta distinción capital: ¿en ellos se h a h e c h o c re a d o r el odio c o n tra la v id a o b ien la sobre­ abundancia de vida? E n G oethe, p o r ejem plo, se hizo crea­ d o ra la so b reab u n d an cia, en Flaubert, el odio: Flaubert, u n a n u ev a edición de Pascal, p e ro com o artista, teniendo com o fu n d am e n to este juicio instintivo: «Flaubert est toujours hai'ssable, Vhomme n ’est rien, l’oeuvre est to u t» ... [«Flaubert siempre es odioso, el hombre no es nada, la o b ra lo es to d o » ...] Se to rtu ra b a cu a n d o escribía, exactam en te igual que Pascal se to rtu ra b a cu an d o p e n sab a — am bos sentían de u n a m a ­ n e ra n o egoísta... «A bnegación» — el principio de décadence, la v o lu n tad de final tanto en el arte com o en la m oral. — De

qué

co ntex to

f o r im a

parte

W

agner

24

Incluso a h o ra c o n tin ú a siendo F ra n cia la sede de la cul­ tu ra m ás espiritual y m ás refin ad a de E u ro p a y la escuela 24 Nietzsche reelaboró mucho la primera mitad del § 254, así como una parte del § 256 de Más allá del bien y del mal para preparar este apartado.

superior del gusto: p e ro h ay que sab er e n c o n tra r esta « F ran ­ cia del gusto». L a Norddeutsche Leitung, p o r ejem plo, o quien tiene en ella su órg an o de expresión, en los franceses ve «bárbaros» — yo, p o r m i p a rte , busco en los alrededores de esta A lem ania del N o rte el continente negro en el que h a b ría que lib e rar a «los esclavos»25... Q u ie n p erte n e zc a a esa F ra n cia se m an tien e bien oculto: p o d ría h a b e r u n p eq u eñ o n ú m e ro en quienes se e n c arn a y vive, del que form en p a rte perso nas que tal vez no se sostengan sobre las piern as m ás fuertes, unos son fatalistas, som bríos y enferm os, otros son afem inados y artificiosos, individuos que tienen la ambición de ser artificiales, — p e ro que están en posesión de todo lo elevado y sutil que todavía q u e d a actu alm en te en el m u n d o . E n esta F ra n cia del espíritu, que es tam b ién la F ra n cia del pesim ism o, S c h o p e n h a u er tiene hoy día su h o ­ g ar m ás de lo que lo tuvo n u n c a en A lem ania; su o b ra ca­ pital ya h a sido tra d u c id a dos veces, la segunda es tan ex­ tra o rd in a ria que a h o ra prefiero leer a S c h o p e n h a u er en francés (— él fue u n azar entre los alem anes, com o yo soy u n a z a r sim ilar — los alem anes no tienen dedos p a ra nos­ otros, carecen p o r com pleto de dedos, solam ente tienen p a ­ tas). P o r no h a b la r de H e in ric h H eine — ¡’adorable Heine, dicen en París — quien hace tiem po que se h a convertido en carne y sangre de los líricos m ás profundos y expresivos de F rancia. ¡Q ué sabría h a c er el re b a ñ o co rn ú p e ta alem án con las délicatesses de u n a n a tu ra le z a sem ejante! — E n fin, p o r lo que se refiere a R ic h a rd W agner: se p a lp a con las m anos, quizá no con los puños, que París es el leneno a p ro ­ p iad o p a r a W agner: cuanto m ás se configure la m úsica

25 Sobre el entonces muy debatido tema del comercio de esclavos también se puede leer en el § 3 del comentario a «El caso Wagner» de Ecce homo lo siguiente: «En este momento, por ejemplo, el emperador alemán afirma que su “deber cristiano” es liberar a los esclavos de Africa: nosotros, los otros europeos, llamaríamos a esto sencillamente “ alemán” ...»

francesa según las necesidades del «ame moderne» [«alm a m o ­ derna»], ta n to m á s se w a g n e riz a rá , — b a s ta n te lo h ace y a a h o ra . — S obre esto u n o no debe dejarse equivocar p o r W a g n e r m ism o — fue u n a a u té n tic a m a ld a d de W a g n e r b u rla rse de P arís en 1871 d u ra n te su a g o n ía ... E n A le­ m a n ia , no o bstante, W a g n e r es m e ra m e n te u n m a le n te n ­ dido: ¿ q u ién sería m ás in c a p a z de c o m p re n d e r algo de W a g n e r que, p o r ejem plo, el jo v en Kaiser? — A p esar de lo cual p a r a to d o c o n o c e d o r del m o v im ie n to c u ltu ral e u ro ­ p e o sigue siendo cierto el h e c h o de que el ro m a n tic ism o fran cés y R ic h a rd W a g n e r están in te rre la c io n a d o s de la m a n e r a m ás estrecha. T o d o s ellos d o m in a d o s p o r la lite­ r a tu r a h a s ta e n su m a n e r a de v e r con los ojos y de escu­ c h a r con sus oídos — los p rim e ro s a rtista s de E u r o p a con fo rm a c ió n literaria universal — la m ay o ría de las veces, in ­ cluso, ellos m ism os escritores, po etas, m ed ia d o re s y am alg a m a d o re s de los sentidos y las artes, todos ellos fanáticos de la expresión, g ra n d e s descu b rid o res en el re in o de lo su­ blim e, ta m b ié n en el de lo feo y lo h o rro ro so , d e scu b rid o ­ res to d av ía m ás g ran d e s en p ro d u c ir efecto, en la p u e sta en escena, en el a rte de los escaparates, todos ellos tale n ­ tos m u y p o r e n cim a de su genio — , virtuosos de pies a ca­ beza, con siniestros accesos a to d o lo que seduce, a trae, co accio n a y subyuga, enem igos n a to s de la lógica y de la lín ea recta, ávidos de lo e x tra ñ o , lo exótico, lo m o n s­ truoso , de todos los opiáceos de los sentidos y del e n te n ­ dim iento. E n c o n ju n to , u n a especie de artistas te m e ra ria ­ m e n te arriesg ad a, su n tu o sa m en te violenta, de altos vuelos y altas cum bres, que p rim e ro tuvo que enseñarle a su si­ glo — que es el siglo de las masa — el c o n c ep to de « a r­ tista». P ero enferma...

W

agner

co m o

apóstol

de

la

c a s t id a d

126

— ¿Es esto aún alemán?27 ¿Salió de un corazón alemán este asfixiante chillido? ¿Y es de un cuerpo alemán este herirse a sí mismo? ¿Es alemán este ritual de sacerdote bendito, este excitar con aromas de incienso los sentidos? ¿y alemán este caerse, este pararse y vacilar, este acaramelado bimbambolear? ¿Este monjil mirar, este toque del ave repicar, y todo este falso éxtasis celestial y supracelestial?... — ¿Es esto aún alemán? ¡Pensadlo bien! Aún estáis en el um bral... Roma es lo que vais a escuchar, — ¡la fe de Roma sin palabras mediar!

26 Estos versos reproducen casi literalmente la parte final del § 256 de M ás allá del bien y del mal. 27 Este primer verso inicia una sátira contra el artículo publicado por Wagner en febrero de 1878 en la revista Bcryreuther Blätter titulado «Was ist deutsch?» [«¿Qué es alemán?»], al que Nietzsche ya había dado su personal respuesta en otros textos anteriores, por ejemplo, en el § 323 de la primera parte de Humano, demasiado humano II, véase edición ci­ tada, pág. 98 y nota 203; en el § 357 de La ciencia jovial, véase edición citada, págs. 358-364 y nota 17 en especial; o en el § 244 de M ás allá del bien y del mal, donde se amplía la crítica al considerar la citada pre­ gunta wagneriana como una característica propia del pueblo alemán y de su inextinguible autoignorancia. Los §§ 240-256 que integran la sec­ ción titulada «Pueblos y patrias» de este libro, así como los siete que componen la sección «Lo que los alemanes están perdiendo» de Crepús­ culo de los ídolos, contienen muchos elementos para reconstruir la res­ puesta nietzscheana a esa cuestión planteada por el compositor, que para el filósofo está directamente relacionada con la «cuestión Wag­ ner», tal y como él mismo la denomina: véase el § 4 de esta última sec­ ción a la que acabamos de remitimos.

E n tre sensualidad y castidad no h ay n in g u n a antítesis que sea necesaria; todo b u e n m atrim onio, to d a g enuina re ­ lación am orosa de corazón está p o r encim a de ella. Pero en el caso en que efectivam ente se dé esta antítesis, no nece­ sita, p o r fortuna, convertirse de in m ed iato en u n a antítesis trágica. Esto d eb ería ser válido al m enos p a ra todos los m ortales de b u e n a constitución y b u e n a disposición, que es­ tá n lejos de c o n tar sin m ás 'su lábil equilibrio entre ángel y petite béte [pequeña bestia] entre las razones contrarias a la existencia — los m ás exquisitos, los m ás lúcidos, com o H a ­ fiz29, com o G oethe, h a n visto en ello incluso u n aliciente m á s ... Sem ejantes contradicciones seducen precisam ente a existir... P o r o tra pa rte , se co m p ren d e hasta dem asiado bien que si alguna vez los m alogrados anim ales de C irce30

28 Se reproduce a continuación, con pocas reelaboraciones, un pa­ saje del § 2 del «Tratado tercero» de La genealogía de la moral. 29 Poeta persa del siglo xiv, consumado maestro del género eróticoelegíaco, cuya importante obra, de permanente vigencia en su país, ins­ piró el célebre West-östliche Divan [Diván de Occidente y Oriente] de Goethe, gracias al cual es bien conocido en Alemania. 30 Sobre esta mitológica figura de hechicera, con la que Odiseo y sus compañeros viven una aleccionadora aventura, que se halla descrita en el libro X , w 136 y sigs. de la obra de Homero consagrada a can­ tar las peripecias del retorno a Itaca del experimentado guerrero, véase la nota 8 del § 3 del «Prólogo» de 1886 de Aurora, edición de G. Cano, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, pág. 59. Esos malogrados animales, como dice el v 240, aparecen, aunque continúen teniendo mente hu­ mana, «con cabeza, voz, pelambre y figura de cerdos», véase Homero, Odisea, edición de J . L. Calvo, Madrid, Ed. Nacional, 1976, pág. 196. En el § 2 del «Tratado tercero» de La genealogía de la moral, que, como hemos dicho, ya contiene una primera versión de este pasaje, Nietzsche es más explícito y habla repetidamente de los cerdos, e incluso añade al final: «Pues ¿qué le importaban a él (a Wagner) los cerdos, qué nos importan a nosotros?» Nuevas alusiones a Circe pueden verse también

son llevados a a d o ra r la castidad, en ella tan sólo v e rá n su p ro p ia antítesis y la adorarán — ¡oh, nos p odem os fácilm ente im a g in ar con qué trágico gruñido y con qué fervor lo h a ­ rán! — esa antítesis deplorable y co m p letam en te superflua, q u e R ic h a rd W a g n e r al final de su vida todavía h a querido sin duela alguna p o n e r en m úsica y llevar a escena. Pero ¿para qué?, com o tenem os el d erech o de p reg u n ta r.

331 E n esto, ciertam ente, no h ay que eludir esa o tra cues­ tión, qué le im p o rta b a a W a g n e r p ro p ia m en te aquella viril (¡ay, ta n poco viril!) «sencillez del cam po», aquel p o b re dia­ blo y jo v en salvaje de Parsifal, al que con m edios ta n insi­ diosos al final convirtió en católico — ¿cóm o? ¿tom ó real­ m en te en seño a ese Parsifal? P o rq u e, que se h a n reído de él, n o sería yo el últim o en discutirlo, G ottfried K eller32 ta m ­ p o c o ... Sería deseable, p o r consiguiente, que el Parsifal w ag n erian o se considerase de u n a m a n e ra m ás jovial, en cierto m o d o com o epílogo y d ra m a satírico con el cual el

en el § 5 de «Por qué escribo yo libros tan buenos» y en los §§ 6 y 7 de «Por qué soy yo un destino» de Ecce homo. 31 El texto de este aforismo está basado en el § 3 del «Tratado ter­ cero» de La genealogía de la moral. 32 El gran escritor suizo Gottfried Keller (1819-1890), de cuya obra en dos volúmenes D ie Leute von Seldu/yla Nietzsche habla con admiración como un tesoro de la prosa alemana — véase el § 109 de la segunda parte de Humano, demediado humano II, edición citada, pág. 154— , formó parte del círculo de amigos suizos que frecuentó a los Wagner durante su exilio en Zurich. Se sabe que Wagner valoraba sus escritos y que Keller estimaba la música del compositor, sobre todo el Tristán, pero también se conservan pasajes de su epistolario en los que la causticidad del escritor no se priva de hacer las bromas y las burlas que las rare­ zas de la persona de Wagner le suscitaban. Al respecto puede verse lo que escribe Martin Gregor-Dellin en el primer volumen de su Richard Wagner, Madrid, Alianza, 1983, pág. 327.

W a g n er trágico h u b ie ra querid o precisam ente despedirse de nosotros, tam b ién de sí m ism o, y sobre todo de la tragedia, de u n a m a n e ra a d e c u a d a y digna de él, es decir, con un ex­ ceso de la m ás elevada y m aliciosa p a ro d ia de lo trágico m ism o, p a ro d ia de to d a la terrible seriedad y aflicción que ja m á s h a y a n existido an terio rm en te sobre la tierra, p a ro d ia de la más estúpida forma, finalm ente superada, de c o n tra n a ­ turaleza del ideal ascético. El Parsifal es, ciertam ente, un asunto de o pereta par excellence... ¿Es el Parsifal de W ag n er su secreta risa de superioridad sobre sí mismo, el triunfo de su ú ltim a y su p rem a lib ertad de artista, de su m ás allá en c u an to artista — es W a g n e r el que sabe reírse de sí m ism o ?... H a b ría que desearlo, com o he dicho: pues ¿qué sería el Parsifal tomado en serio? ¿Es rea lm e n te necesario ver en él (com o se h a dicho c o n tra mí) «el en g e n d ro de un odio lleno de loca ra b ia c o n tra el conocim iento, el espíritu y la sensualidad»? ¿ u n a m aldición c o n tra los sentidos y c o n tra el espíritu en u n único odio y u n único aliento? ¿ u n a apostasia y u n a conversión h a c ia ideales cristianoenferm izos y oscurantistas? ¿Y, p o r últim o, incluso u n n e ­ garse a sí m ism o, u n elim inarse c o m p letam en te a sí m ism o p o r p a rte de u n a rtista que h a sta entonces h a b ía estado lu ­ c h a n d o con to d o el p o d e r de su v o lu n ta d p o r lo contrario, p o r la m ás elevada espiritualización y sensualización de su arte? ¿Y no sólo de su arte, sino tam b ién de su vida? R e ­ cuérdese el entusiasm o con que W a g n e r siguió en su tiem p o las huellas del filósofo F e u e rb a c h 33. L a frase de F euerbach sobre la «sana sensualidad» — sonó en los años 30 y 4 0 p a r a W a g n e r al ig u al q u e p a r a m u c h o s a le m a n e s — ellos se lla m ab a n los jóvenes alem anes — com o el m e n ­ saje de la red en ció n . ¿ H a a c a b a d o él p o r alterar lo que había aprendido al respecto? ¿N o p a re c e al m enos que al final te­

33 Véase, como ya dijimos, nuestra «Introducción» a R. Wagner, La obra de arte del fiituro, edición citada, págs. 15-21, así como la «Dedica­ toria» de Wagner al filósofo, págs. 172-173.

n ía la v o lu n tad de alterar lo que enseñaba?... ¿Le h a llegado a d o m in a r, com o a F lau b ert, el odio a la vida?... P o rq u e el Parsifal es u n a o b ra de perfidia, de afán de veng an za, de secreto envenenamiento de los presupuestos de la vida, una mala obra. — L a predicación de la castidad constituye u n a incita­ ción a la c o n tra n a tu ra le z a 34: yo desprecio a to d o aquel que n o considere Parsifal com o u n a te n ta d o c o n tra la m o rali­ dad. —

C óm o

conseguí

l ib r a r m e

de

W

agner

135

Y a en el v e ra n o de 1876, en p len a época de los p rim e ­ ros Festivales, m e despedí de W a g n e r en m i fuero interno. N o soporto la am bigüedad; desde que W a g n e r estuvo en A lem ania fue condescendiendo paso a paso con todo lo que yo desprecio — incluso con el antisem itism o... Efectiva­ m en te , fue entonces el m o m e n to ó p tim o p a r a despedirse: y m u y p ro n to obtuve la p ru e b a de ello. R ic h a rd W agner, ap a re n tem e n te el m áxim o triunfador, en v e rd a d u n décadent desesperado en su p o d red u m b re, de repente, desam p arad o y roto, se postró ante la cruz c ristian a... A h o ra bien, ¿nin­ gún alem án tuvo entonces ojos en la cara, com pasión en su conciencia, an te ese horroroso espectáculo? ¿Fui yo el único

34 En el manuscrito para la imprenta añadió Nietzsche, con alguna variante, esta autocita, que también transcribe completa al final del § 5 de «Por qué escribo yo libros tan buenos» en Ecce homo, y que está to­ mada de la primera parte del articulo cuarto de su «Ley contra el cris­ tianismo», redactada en un folio que pegó a la última página de El Anti­ cristo, véase la citada edición de G. Cano, pág. 234. 35 Versión reelaborada del comienzo del § 3 del «Prólogo» a la se­ gunda edición de Humano, demasiado humano II, edición citada, pág. 9.

que al verlo —- sufrió? — Basta, a m í m ism o el inesperado a contecim iento m e dio, com o si fuera un rayo, claridad so­ b re el lu g ar que h a b ía a b a n d o n a d o — y tam b ién m e p ro ­ p o rcio n ó ese estrem ecim iento posterior que siente todo aquel que h a corrido inconscientem ente u n peligro enorm e. C u a n d o continué c a m in an d o en solitario, tem blaba; no m u ­ cho después de todo aquello, estuve enferm o, m ás que en­ ferm o, a saber, estuve cansado — cansado de la irresistible desilusión p o r todo lo que nos q u e d a b a a nosotros, los se­ res h u m an o s m odernos, de entusiasm o, p o r la fuerza, el tra ­ bajo, la esperanza, la ju v e n tu d y el a m o r dilapidados p o r to ­ das partes, cansado de asco p o r to d a la m e n tira y todo el debilitam iento de conciencia idealistas, que aquí h a b ía n triu nfado u n a vez m ás sobre uno de los m ás valientes, can­ sado, en fin, y no en m e n o r m edida, de la p e n a de u n a im ­ placable sospecha — la de que estuviera cond en ad o desde entonces a desconfiar m ás a fondo, a despreciar m ás a fondo, a estar m ás a fondo solo de lo que ja m á s lo h ubiera estado antes. Pues n o h a b ía tenido a nadie com o. R ic h a rd W a g n e r... Siem pre estuve condenado a tra ta r a le m a n e s ...36

36 Esta afirmación se encuentra también en el § 6 de «Por qué soy yo tan inteligente» de Ecce homo. Si se considera lo que en este lugar dice Nietzsche, que necesitaba a Wagner como si fuera una droga (ha­ chís) o contraveneno para escapar de esa prisión intolerable de lo ale­ mán, entonces, como bien ha sugerido M. Barrios, el título de este apartado, «cómo conseguí librarme de Wagner», viene a significar: «cómo me desenganché de Wagner», esto es, cómo Nietzsche logró li­ berarse de esa antigua e impuesta adicción y cómo consiguió desintoxi­ carse de todo lo que le minaba su salud integral. Sobre el arte de Wag­ ner como una anestesia, un arte narcótico y como un opio, véase el § 3 del comentario a «Humano, demasiado humano» de Ecce homo.

2 37

Solitario a p a rtir de ese m o m e n to y cruelm ente desen­ g a ñ a d o de mí m ism o, tom é entonces, no sin rabia, partido en contra de m í y a favor de todo lo que precisam ente m e h a ­ cía dañ o y m e resu ltab a penoso: así volví a e n c o n tra r el ca­ m in o hacia aquel pesim ism o valiente que es la antítesis de toda m en d a c id ad idealista, y tam b ién , com o a m í m e lo p a ­ rece, el cam ino h acia mí mismo, — h acia mi ta r e a ... Ese algo oculto y a rro g a n te p a ra el que d u ran te m u ch o tiem po n o tenem os n in g ú n n o m b re hasta que finalm ente se revela com o nuestra tarea, — este tira n o que h a b ita en nosotros se to m a u n a terrible represalia p o r c ad a in te n to que h ace­ m os de eludirlo o de escaparnos de él, p o r cada decisión p re m a tu ra , p o r cada equiparación con aquellos de quienes no form am os pa rte , p o r cada acción, a u n q u e sea m uy res­ p e ta b le , que nos desvíe de nu estro objetivo fundam ental, — e incluso p o r cada virtud m ism a que quisiera protegem os de la ard u a dificultad de nuestra responsabilidad m ás propia. C a d a vez que querem os du d ar del derecho que tenemos a nuestra tarea, cada vez que em pezam os a hacem os las cosas m ás fáciles de la m an e ra que sea, la respuesta siempre es la enferm edad. ¡Es u n a cosa extraña y terrible al m ism o tiempo! ¡Son nuestras faálidades38 lo que tenem os que expiar con la m ay or dureza! Y si posteriorm ente querem os volver a la salud, no nos queda otra elección: nos hem os de agobiar con dificul­ tades superiores a las que nunca antes tuvimos que s o p o rta r...

37 Transcripción sin apenas alteraciones del § 4 del «Prólogo» a la se­ gunda edición de Humano, demasiado humano II, edición citada, págs. 9-10. 38 Intentamos mantener en estas frases finales el juego de palabras que construye Nietzsche en el original entre ‘hacer más fácil (o ‘más li­ gero’, ‘menos pesado’) (leichter machen) y ‘facilidad’ (erleichterung), palabra compuesta que, como ya dijimos, viene a significar ‘facilitación’, ‘alige­ ramiento’, ‘alivio’, ‘desahogo’, y también ‘esparcimiento’ o ‘diversión’.

El

p sic ó l o g o

to m a

la

palabra

J39

C u a n to m ás se vuelve hacia los casos y las personas m ás selectos un psicólogo, u n psicólogo y adiv in ad o r de alm as nato , u n o que lo sea de form a inevitable, tan to m ás gran d e viene a ser el peligro que corre de m o rir ah o g ad o ele com ­ pasión. T ie n e m ás necesidad de d u reza y de serenidad que n in g u n a o tra persona. L a corrupción, la perd ició n de las personas superiores es, en efecto, la regla: es horrible ten er siem pre ante los ojos u n a regla sem ejante. El m últiple su­ plicio del psicólogo que h a descubierto esta perdición, que h a descubierto u n a p rim e ra vez to d a esta in te rn a «incura­ bilidad» de la p e rso n a superior, este eterno «¡dem asiado tarde!» en todos los sentidos, y luego casi siem pre lo vuelve a descubrir a lo largo de to d a la historia — p u e d e quizá convertirse u n día en la causa de que él m ism o se corrom­ p a ... Casi en c ad a psicólogo se percib irá u n a delatad o ra p referencia p o r el tra to con personas ordinarias y bien equilibradas: en esto se delata que él precisa siem pre u n a curación, que tiene necesidad de u n a especie de h u id a y ol­ vido, lejos de aquello que sus inspecciones y seccionam ientos, de aquello que su oficio le h a puesto en la conciencia. Es p ro p io de él ten e r m iedo a su m em oria. Fácilm ente llega a en m u d e c e r ante el juicio de otros, con rostro im p e rtu rb a ­ ble escucha cóm o se venera, se ad m ira, se a m a y se glori­ fica allí donde él h a visto — , o disim ula incluso su m utism o d a n d o su expresa a p ro b ació n a cualquier opinión superfi­ cial. Q u iz á la p a ra d o ja de su situación llegue al terrible ex­ trem o de que los «cultivados» a p re n d a n p o r su p a rte la gran veneración exactam ente allí donde él h a aprendido la gran com­

39 Excepto algunas abreviaciones, se reproduce aquí la primera parte del § 269 de Más allá del bien y del mal.

pasión ju n to al gran desprecio... Y, quién sabe si en todos los gran des casos no sucedió precisam ente esto, — que se a d o ­ ra b a a un dios y que ese dios n o era m ás que u n po b re an im al p a ra el sacrificio... El éxito siem pre fue el em bustero m ás g rande — y tam b ién la obra, la acción realizada, es u n é x ito ... El g ran h o m b re de E stado, el conquistador, el des­ cu b rid or, está disfrazado, está escondido en sus creaciones h asta lo irreconocible; la obra, la del artista, la del filósofo, in v en ta p rim e ro a aquel que la h a creado, que tiene el deber de h a b e rla c re a d o ... Los «grandes hom bres», tal com o se los venera, son p eq u e ñ as y pésim as com posiciones poéticas, añ ad idas posteriorm ente, — en el m u n d o de los valores his­ tóricos impera la m o n e d a falsa...

— Esos grandes poetas, p o r ejem plo, esos Byron, M üs­ set, Poe, L eopardi, Kleist, G ogol — n o m e atrevo a p ro ­ n u n c ia r nom b res m u c h o m ás grandes, p e ro estoy p ensan d o en ellos — tal y com o a h o ra son, tal y com o tienen que ser: seres h u m an o s del m o m e n to , sensuales, absurdos, q u in tu ­ ples, despreocupados e impulsivos tan to al confiar com o al desconfiar; con alm as en las cuales h a de encubrirse de or­ dinario alguna ru p tu ra ; vengándose a m e n u d o con sus obras de u n a con tam in ació n in te rn a, buscan d o a m en u d o con sus vuelos el olvido de u n a m em o ria dem asiado fiel, idealistas p o r la p ro x im id a d del fango — qué suplicio son es­ tos grandes artistas y, en general, las así llam adas personas superiores p a ra aquel que h a sido el p rim e ro en adivinar­ lo s... T o d o s nosotros som os defensores de lo m ed io c re ... Es com prensible que precisam ente p o r la m ujer, que es clari­ vidente en el m u n d o del sufrim iento y, p o r degracia, ta m ­

40 Reelaboración con bastantes alteraciones de la continuación del § 269 de Más allá del bien y del mal.

bién obsesivam ente ansiosa de a y u d a r y salvar m uy p o r e n ­ cim a de sus propias fuerzas, experim enten ellos con ta n ta fa­ cilidad esos a rreb ato s de ilim itada com pasión que la m asa, sobre todo la m asa veneradora, colm a de interpretaciones cu­ riosas y a u to co m p lacien tes... Este co m p ad ecer se equivoca g en eralm ente sobre la fuerza que tiene: la m u je r quisiera creer que el a m o r lo p u ed e todo, — ésa es su m ás p ro p ia su­ perstición. ¡Ay!, quien sabe del corazón adivina cuán pobre, d e sam p arad o , a rro g a n te y desacertado es incluso el am o r m ejor, el m ás p ro fu n d o — cóm o m ás bien destruye que salva...

3 4i

— L a soberbia y el asco espirituales de to d a p ersona que h a sufrido p ro fu n d a m en te — la profundidad a la que un individuo p u ed e sufrir d e term in a casi la je ra rq u ía — , su estrem ecedora certeza, de la que está totalm ente em p a p a d o y coloreado, de saber más en virtud de su sufrimiento de lo que los m á s listos y sab io s p u d ie r a n s a b e r, de se r c o n o c id o y h a b e r residido alguna vez en m uchos m un d o s lejanos y horribles de los que «vosotros n a d a sabéis»..., esta silenciosa soberbia espiritual, esta a rro g an cia del elegido del conoci­ m iento, del «iniciado», del casi sacrificado, en cu en tra n ece­ sarias todas las especies de disfraz p a ra protegerse del con­ tacto de m an o s im p o rtu n a s y com pasivas y, en general, de todo lo que no es su igual en el dolor. El sufrim iento p ro ­ fundo d a nobleza; separa. — U n a de las m ás finas form as de disfraz es el epicureism o y u n a cierta valentía del gusto, p o r lo dem ás llevada con ostentación, que to m a a la ligera el sufrim iento y se p o n e a la defensiva c o n tra todo lo triste y p rofundo. H a y «personas serenas» que se sirven de la se­

41 Transcripción muy poco alterada del § 270 de Más allá del bien y del mal.

ren id ad p o rq u e, a causa de ésta, se las m alentiende, — ellas quieren que se las m alentienda. H a y «espíritus científicos» que se sirven de la ciencia p o rq u e ésta m ism a otorga u n a apariencia serena y p o rq u e de la cientificidad se p u ed e de­ ducir que la p e rso n a es superficia] — ellos quieren in d u cir a u n a falsa conclusión... H a y espíritus libres e insolentes que quisieran ocultar y n e g a r que en el fondo son corazones ro ­ tos e incurables — éste es el caso de H a m le t42: y entonces la lo cura m ism a p u e d e ser la m áscara de u n saber funesto y demasiado cierto. —

E

p íl o g o

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A m en u d o m e he p reg u n ta d o si no estaré m ás p ro fu n ­ d am e n te en d e u d a con los años m ás difíciles de mi vida que con cualesquiera otros. T a l y com o mi n atu ra le z a m ás ín ­ tim a m e lo enseña, todo lo necesario, visto desde la altura y en el sentido de u n a gran econom ía, es tam b ién lo p ro ­ vechoso en sí, — no sólo h ay que soportarlo, h ay que amarlo... Amor fa ti [am or al destino] ésta es m i n a tu raleza

42 Este añadido, que no se encuentra en el citado aforismo de Más allá del bien y del mal, aprovecha parte de una nota que escribió en su

ejemplar sobre «el cinismo de Hamlet» como adecuada explicitación de su pensamiento, véase la nota 191 de la edición de A. Sánchez Pascual de este libro, 1997, pág. 300. El personaje de Hamlet, el problema de la máscara y las meditaciones en torno a la locura están bien presentes en la toda obra de Nietzsche, ya desde el final del § 7 de E l nacimiento de la tragedia.

43 Reelaboración del § 3 del «Prefacio» a la segunda edición de La ciencia jovial, edición citada, págs. 65-67.

44 Este concepto, permanente en Nietzsche desde enero de 1882, está claramente explicado en el pasaje en que lo introdujo por vez pri­ mera en sus obras, el § 276 de La ciencia jovial: «¿Cuál es el pensa­ miento que ha de ser para mí el fundamento, el aval y la dulzura del

m ás íntim a. — Y en lo que se refiere a mi larga enferm e­ dad, ¿no le debo indeciblem ente m u ch o m ás que a mi sa­ lud? Le debo u n a salud superior, u n a salud tal ¡que se hace m ás fuerte p o r todo lo que no la m ata!45 — Le debo también m iß lo so ß a ... T a n sólo el dolor g ran d e es el sup rem o libera­ d o r del espíritu, en c u an to m aestro de la gran sospecha que de to d a U hace u n a X , u n a g en u in a y v e rd a d e ra X , es de­ cir, la penúltima letra antes de la ú ltim a ... T a n sólo el dolor g ran d e, ese pro lo n g ad o dolor lento en el q u e, p o r así d e ­ cirlo, ardem os com o leña verde, que se to m a su tiem po — , nos obliga a nosotros, los filósofos, a ascender a nuestra su­ p re m a p ro fu n d id a d y a desprendernos de to d a confianza, de todo lo benevolente, lo a m a ñ a d o , lo suave y lo m ed io ­ cre, en donde quizá h abíam os puesto an te rio rm en te nues­ tro hu m an itarism o . D u d o de si u n tal dolor «m ejora»: pero sé que nos hace más profundos... Bien sea entonces que a p re n ­ dam os a contrap o n erle nuestro orgullo, nuestra burla, la fuerza de nuestra voluntad, e im item os al indio que, p o r

resto de mi vida? Quiero aprender cada vez más a ver la belleza exis­ tente en la necesidad de las cosas — así seré yo uno de los que las em­ bellezcan. Am orfati: ¡Que éste sea mi amor a partir de ahora!», véase la citada edición de G. Cano, págs. 265-266. En el § 10 de «Por qué soy tan inteligente» de Ecce homo precisa lo siguiente: «Mi fórmula para ex­ presar la grandeza en el ser humano es amor fa ti: el no querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el futuro ni por toda la eternidad. No sólo soportar lo necesario, y aun menos disimularlo — todo idealismo es mendacidad frente a lo necesario — , sino am arlo...» Y unas páginas después, precisamente en el § 4 de sus comentarios a «El caso Wag­ ner», añade: «lo necesario no me hiere; amor fa ti constituye mi natura­ leza más íntima. Pero esto no excluye que me guste la ironía, incluso la ironía de la historia universal». Véase la citada edición de A. Sán­ chez Pascual, pág. 134. 45 Esta frase es una variación de la «escuela de guerra de la vida», tal como Nietzsche la titula en el § 8 de «Sentencias y flechas» de Cre­ púsculo de los ídolos. También la usa en el § 2 de «Por qué soy yo tan sa­ bio» de Ecce homo.

d u ra que fuera la to rtu ra que sufría, se m an te n ía im pasible an te su to rtu ra d o r p o r la m alignidad de su lengua; bien sea que ante el dolor nos retirem os hacia esa n ad a , hacia esa m u d a, rígida y so rd a resignación, olvido y extinción de nos­ otros m ism os: de tan prolongados y peligrosos ejercicios de au to dom inio se sale com o si uno fuera o tra p ersona, con al­ gunos interrogantes más, — sobre todo con la voluntad de p re g u n ta r en lo sucesivo m ás y de un m odo m ás profundo, m ás estricto, m ás duro, m ás m alvado, m ás silencioso de lo que ja m á s se h a p re g u n ta d o hasta a h o ra sobre la tie rra ... L a confianza en la vida h a desaparecido; la vida m ism a se h a convertido en u n problema. — ¡Pero que no se crea que con esto uno se h a vuelto necesariam ente oscurantista o p á ­ ja r o de m al agüero! Incluso el a m o r a la vida es todavía p o ­ sible — sólo que se a m a de forma diferente... Es el a m o r a u n a m u je r que nos llena de d u d a s...

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L o m ás ex trañ o de todo es esto: que in m ed iatam en te después se tiene otro gusto — u n segundo gusto. D e tales abism os, incluso del abism o de la gran sospecha, u n o vuelve renacido, con u n a n u eva piel, m ás susceptible, m ás m ali­ cioso, con u n gusto m ás exquisito p a ra la alegría, con un p a la d a r m ás fino p a ra todas las cosas buenas, con sentidos m ás gozosos, con u n a segunda y m ás peligrosa inocencia en la alegría, m ás infantil al m ism o tiem po que cien veces m ás refinado de lo que n u n c a antes se h a b ía sido. M oraleja: no se es im p u n e m en te el espíritu m ás pro fu n d o de todos los m ilenios, — tam p o co se lo es sin recompensa... D oy en se­ g u id a u n a p ru e b a que lo acredita.

16 Transcripción con pocas alteraciones del § 4 del «Prólogo» a la segunda edición de La ciencia jovial, edición citada, págs. 67-70.

¡O h, c u án to le re p u g n a a u n o desde entonces el goce, el grosero, sofocante, tu rb io goce, tal com o p o r lo com ún lo en tie n d e n los que suelen tenerlo, nuestros «instruidos», nuestros ricos y gobernantes! ¡C on c u á n ta m alicia escucha­ m os desde entonces el g ran b u m -b u m de la feria con el qu e las personas «form adas» y los h ab ita n te s de las g ran ­ des ciudades se d ejan forzosam ente v a p u le a r hoy día m e ­ d ian te arte, libros y m úsica p a r a p o d e r a lc a n z a r «goces es­ pirituales» con la co laboración de bebidas espirituosas! ¡C u ánto nos hiere a h o ra los oídos el grito teatral de la p a ­ sión, cuán e x tra ñ o h a llegado a ser p a ra n u e stro gusto todo el ro m á n tic o tu m u lto y batiburrillo de los sentidos, ese que ta n to le gusta a la plebe que dispone de form ación, ju n to con sus aspiraciones h a c ia lo sublim e, lo elevado y lo ex­ travagante! N o , si nosotros, los convalecientes, to d av ía n e ­ cesitam os u n arte, éste h a de ser un arte diferente — ¡un arte b u rló n , ligero, huidizo, divinam ente insum iso, divina­ m en te artificioso, que a rd a com o u n a llam a p u r a en un cielo inm aculado! Y sobre todo: ¡un arte p a r a artistas, sólo para artistas! D esde entonces en ten d em o s m ejo r qué es de p rim e ra necesidad p a ra conseguirlo, la serenidad, ¡cualquier tipo de serenidad, am igos m íos!... A h o ra sabem os d e m a ­ siado b ien unas cu an tas cosas, nosotros, los sapientes: ¡oh, cóm o a p re n d e m o s desde a h o ra a olvidar bien, a no-saber bien, en c u an to artistas!... y, en lo que respecta a nuestro futuro: difícilm ente se nos volverá a e n c o n tra r p o r las sen­ das de aquellos adolescentes egipcios que p o r las noches h a c e n inseguros los tem plos, a b ra z a n las estatuas y quieren desvelar, d e sn u d ar y p o n e r a p le n a luz a b so lu tam en te todo aquello que con b u e n a s razo n es se conserva oculto47. N o, este m al gusto, esta v o lu n ta d de v e rd a d , de «verd ad a cual­ q u ier precio», esta lo cu ra de adolescentes en el a m o r a la

47 Referencia indirecta a la balada de Schiller Das verschleierte Bild zu Sais [La imagen velada de Sais], que G. Cano transcribe en la nota 9, pá­ ginas 68-69, de su edición de La rienda jovial.

v e rd a d — se nos h a perdido: p a r a ello som os dem asiado expertos, dem asiado serios, dem asiado alegres, dem asiado ve­ teranos, d em asiado profundos... Y a no creem os que la v er­ d ad siga siendo v e rd a d si se le q u itan los velos, — hem os vivido dem asiado p a r a c re e rlo ... E n nosotros ho y se im ­ p o n e com o u n prin cip io de elegancia que no se q u iera verlo todo desnudo, estar p resen te en todo, c o m p ren d erlo y «saberlo» todo. T o u t comprendre — c’esi tout mépriser [C om ­ p re n d e rlo todo es despreciarlo to d o ] ...48 «¿Es v e rd a d que el b u e n D ios está p rese n te en todas partes»? le p re g u n ta b a a su m ad re u n a n iñ a p e q u eñ a: «pues yo eso lo e n cu en tro in d ecen te» — ¡una señal de a ten ció n p a ra los filósofos!... Se d eb e ría ten e r en m ás alto h o n o r el pudor con el que la n a tu ra le z a se h a ocultado tras enigm as e in ce rtid u m b re s de todos los colores. ¿Acaso la v e rd a d es u n a m u je r49 que tiene razo n es para no dejar ver sus razones?... ¿Acaso su n o m ­ b re es, h a b la n d o en griego, Baubor’0? ... ¡O h, esos griegos! ¡ellos sí que sabían vivir! ¡Para lo cual h ace falta m a n te ­ nerse bien firm es en la superficie, en el pliegue, en la piel, v e n e ra r la a p a rien cia, creer en las form as, los sonidos, las p alab ras, en to d o el Olimpo de la apariencia! Esos griegos e ra n superficiales — por profundidad... ¿y no regresam os precisam ente a eso nosotros, los tem erarios del espíritu, nos­

48 Inversión nietzscheana de la conocida sentencia, atribuida a M a­ dame von Stael, que dice: «Tout comprendre — c’est tout pardonnm [«Com­ prenderlo todo — es perdonarlo todo»]. Esta frase no se halla en la versión primera de este texto, la de La ciencia jovial. 49 Sobre esta misma idea hay varios pasajes en la obra de Nietzs­ che, desde este § 4 del «Prólogo» a la segunda edición de La ciencia jo ­ vial, que repite aquí, hasta el «Prólogo» y los §§ 127, 204 y, sobre todo, el 220 de M ás allá del bien y del mal. 50 Figura de la mitología griega que está en relación con Deméter y que probablemente alude al doble femenino de Dionisos. Una versión actual de su simbología podría ser la denominada «sonrisa vertical». Véase la nota 10, pág. 69 de la edición citada de G. Cano de La cien­ cia jovial, así como el estudio de Georges Devereux, Baubo. La vulva mí­ tica, traducción de E. del Campo, Barcelona, Icaria, 1984.

otros que hem os escalado la m ás elevada y peligrosa cim a del p en sam ien to actual y desde allí hem os m ira d o a n ues­ tro alred ed o r, nosotros que desde allí hem os mirado hacia abajo? ¿N o som os p recisam en te en eso — griegos? ¿V ene­ rad o re s de las form as, de los sonidos, de las palabras? ¿Y p recisam en te p o r ello — artistas?...

D e la

pobreza

d e l

m ás

r i c o 51

Diez años han pasado — , ni rodo de amor, ni húmedo viento, ni una gota de agua me ha llegado, — tierra sin lluvia... En esta hora a mi sabiduría pido que, en la sequía, avara no se vuelva: ¡que ella misma rebose y sea rocío, lluvia que caiga a este dorado yermo! Nubes a las que un día yo pidiera que se alejaran de éstas mis montañas, — y a las que dije «¡más luz, tenebrosas!» Hoy las reclamo, ansioso de su vuelta: ¡que vuestras ubres negro hagan mi entorno! — ¡quiero ordeñaros, reses de la altura! Así derramaría hasta la tierra cálida leche de sabiduría, dulce amor de rocío. ¡Y vosotras, verdades, m archad lejos, verdades de m irada ensombrecida! En mis montañas contemplar no quiero amargas verdades sin sosiego. De sonrisa dorada por entero la verdad, ahora, se me acerca, endulzada por el sol, por el am or bronceada, — del árbol tan sólo arranco una verdad madura. Hoy extiendo las manos hacia los rizos del azar, ya soy lo bastante listo para engañarlo y guiarlo como a un niño.

51 Este poema también forma parte de los Ditirambos de Dionisos.

Hoy quiero ser acogedor frente a lo que no es bienvenido, no quiero sacar las púas ni ante el mismo destino — Zaratustra no es ningún erizo. Mi alma, sin lengua que la sacie, todo ya ha degustado, lo bueno y lo maligno, sumergiéndose a fondo en todas las honduras. Pero siempre, de nuevo, como el corcho, hasta la superficie emerge, y flota sobre broncíneos mares como aceite: afortunado me dicen por su causa. ¿A quién tengo por padre? ¿A quién por madre? ¿No es mi padre el príncipe abundancia y mi madre la risa sosegada? ¿No engendró este maridaje a dúo la esfinge que soy, mi persona, que huye de la luz, a mí, a éste que derrocha toda sabiduría, a Zaratustra? Enfermo de ternura, hoy, un viento de rocío, aguarda Zaratustra, sentado en sus montañas, — en su propio jugo cocido y endulzado, ahí abajo de sus cumbres, ahí abajo de sus hielos, fatigado y contento, cual creador en su séptimo día. — ¡Silencio! U na verdad ronda sobre mí, a una nube se asemeja, — con invisibles rayos me alcanza. Por amplias escalas despaciosas su dicha a mí se eleva: ¡ven, ven, verdad amada!

— ¡Silencio! ¡Es mi verdad que viene! — Con ojos que avanzan vacilantes, con un temblor de terciopelo, su mirada me alcanza, su mirada amorosa, malvada, de doncella... De mi dicha adivinó su fondo, me adivinó — ¡ay! ¿qué pretende? — Purpúreo es el dragón que acecha en el abismo de su mirar de doncella. — ¡Silencio! \Habla mi verdad! — ¡Ay de ti, Zaratustra! Tienes la apariencia de alguien que oro hubiera engullido: ¡tendrán que abrirte la tripa!... Rico en exceso eres, corruptor, sí, tú, de muchos! A demasiados haces tú envidiosos, a demasiados pobres... T u luz sombra me da — , temblar me hace: ¡rico eres, pues vete, vete, Zaratustra, huye de tu sol!... De tu sobreabundancia regalando, en regalos, librarte [tú quisieras, ¡pero tú mismo lo sobreabundante eres! ¡Tú que eres rico, actúa con astucia! ¡Regálale primero, oh Zaratustra! Diez años han pasado — , ¿y ni siquiera una gota te ha llegado? ¿ni rocío de amor?¿ni húmedo viento? ¿Pero quién te habría de amar, a tí, que eres más que rico? Sequía da tu dicha, hace pobres en amores — tierra sin lluvia...

Nadie ya nada te agradece. Pero tú a todo aquel que alguna cosa toma de ti, a ése das las gracias: en ese gesto bien te reconozco, a ti, que eres más que rico, ¡a ti, el más pobre entre los ricos! Te das en sacrificio, riqueza que atormenta — , a ti mismo te das, de ti no cuidas, no te amas a ti mismo: el gran tormento te ahoga a cada instante, tormento de graneros rebosantes, de corazón rebosante — pero nadie ya nada te agradece... Más pobre has de volverte, ¡sabio que no sabes nada!, si deseas el am or de alguien. Y pues sólo se quiere a los que sufren, y a los hambrientos sólo amor se otorga: ¡regálate primero, oh Zaratustra! — Yo soy tu verdad...52

52 El texto original se halla en: Friedrich Nietzsche, Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe, tomo 6, edición crítica de G. Colli y M. Monti­ nari, Múnich-Berlín-Nueva York, DTV-Walter de Gruyter, 1980, págs. 413-445.